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Spanish Pages [117] Year 2019
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© Rosa María Belda Moreno, 2019 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2019 Henao, 6 – 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected] Facebook: EditorialDesclee Twitter: @EdDesclee Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. ISBN: 978-84-330-3844-9
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Introducción
Cuando hablamos de género, hablamos de cultura. Cuando hablamos de feminismo, hablamos de una reivindicación que tiene que ver con patrones culturales que oprimen. No me vale, por tanto, cualquier feminismo, sino aquel feminismo ético que se nutre de la justicia. Es importante continuar hablando de discriminación por razón de género hoy, y específicamente, de la desigualdad que persiste en detrimento de los derechos de las mujeres. Los patrones culturales perpetúan roles y conductas atribuibles a varones y a mujeres. No hay nada más que ver lo que ocurre cuando tenemos delante un recién nacido niño o niña. Los calificativos para ellos y ellas son distintos: chico fuerte, vigoroso, varón hermoso; niña-bebé preciosa, dulce, bonita… Hemos avanzado mucho, pero mantenemos estereotipos que han penetrado hasta capas más profundas que el consciente humano. No nos damos cuenta de que funciona el imaginario colectivo, y respondemos al mundo tal y como se espera de nosotros. Y si no consigo ser “el macho” que domina, puede ser que ejerza presión o incluso violencia para alcanzar lo que se espera de mí. Y si no me considero suficientemente “hembra”, puede ser que me someta, que trate de ser atractiva a toda costa, que soporte lo insoportable para convertirme en la princesa salvada… por él. Descubrimos, por fin el amor, experiencia humana de alta intensidad, fuente de placer y de dolor. Articulación de la convivencia, base de los proyectos compartidos, espacio que genera convenciones sobre las que se asienta el tinglado social. El amor, es otra cosa. El amor, es un arte, una apertura, una posibilidad de trascender. Unido al deseo, crece, más y más. La vivencia de las mujeres en torno al amor es específica, tiene algo que decir que tiene que ver con definir el amor como un escenario de plenitud humana. El camino del amor está lleno de trampas, es una vertiente escarpada. No hay amor sin libertad, por eso queremos el amor libre y solo este amor. Los mitos del amor romántico, los micromachismos aún presentes, obligan a replantearse cómo amamos y a quién amamos. El discernimiento, el descubrir lo que hay en el fondo de nuestros fracasos amorosos y también de nuestras elecciones más prometedoras, es esa posibilidad de detenerse y hacernos más conscientes, para alumbrar un poco más de verdad sobre mí misma a través del amor, y para dar una respuesta en consecuencia. En el amor íntimo, cómo no, se entremezclan otros sentimientos: Miedo, celos, inseguridad, vanidad, orgullo, egoísmo, posesión… Aprender a identificar cómo
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influyen en nuestras relaciones es cosa de la inteligencia emocional, que también tiene una versión feminista. Las razones del corazón son elementos a tener en cuenta. Tradicionalmente asignadas a las mujeres, dan el salto para ser patrimonio de la humanidad. Es cierto, hemos avanzado mucho. Hace poco me contaba una mujer cómo, de pequeña, su padre no dejaba comer en la mesa a su madre cuando estaba enfadado con ella. La familia lo admitía sin quejas. Ahora, nos damos cuenta de que eso no está bien. Hemos pasado de verlo “natural” (haciendo la equivalencia de natural a bueno), a calificarlo de una actitud denigrante. ¿Pero cuántas sutilezas se nos cuelan en nuestra vida cotidiana? Tendrán que pasar más décadas para que nos demos cuenta de que las formas que tenemos de tratar a madres y parejas, que ahora nos parecen las mejores, no están bien, y que hemos permitido que sean nuestras esclavas en el hogar, y también nuestras “incondicionales” cuando teníamos que despachar la rabia. De estas anécdotas que formaban parte de la vida cotidiana, no hace tanto tiempo. La violencia de género ejercida contra las mujeres existe, y también debería formar parte del pasado vergonzoso. Pero no decrece, por más medidas que se tomen frente a ella. Tal vez debido a la tierra en la que se asienta. Desprecios, minusvaloraciones, expectativas de los hombres en relación a las mujeres, para que seamos “todo” para ellos, mientras ellos solo nos dan “lo suficiente”. El amor íntimo, la intimidad, es el lugar más frágil porque no tiene testigos, porque es delicado y está desnudo y es allí donde se puede realizar el ser humano, pero también se puede destruir, utilizando el amor (falso amor) como instrumento de manipulación. Este libro está anclado en la experiencia y en el aprendizaje. Está dividido en dos partes, la primera es un diálogo sobre el feminismo en el contexto en que lo he ido clarificando. La segunda se centra en el amor y la libertad, los conceptos, relaciones y consecuencias que supone proclamar una forma de amor libre hoy para las mujeres. Para mí, escribir estas páginas ha significado un viaje sin retorno, un darme cuenta de dónde estuve, salir de la confusión del presente y aspirar a cambiar aspectos de mi propia vida que no me son satisfactorios. El futuro está sin escribir. Invito a los lectores y lectoras a reflexionar conmigo, adentrándose en los vericuetos del pensamiento a ras de tierra, ese que no se despega de la realidad, que se nutre de la mirada concreta. ROSA MARÍA BELDA MORENO
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Parte I
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Feminismo y contexto
El encuentro cultural de mujeres y hombres que no pretenden supremacismo alguno y se implican en la invención de interpretaciones y conocimientos necesarios para mejorar la calidad de vida y eliminar el sufrimiento y la precariedad, es muestra de que el género se empodera. Y una marca contundente de este poder es visible si la igualdad no compete solo a las mujeres y los hombres actúan de manera visible, para desmontar su supremacía… y crean alternativas democráticas. MARCELA LAGARDE (El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. P. 120) Antes de hablar del amor y del desamor desde mi mirada de mujer, no puedo dejar de describir el contexto en el que me muevo, las ideas de las que parto, mi manera particular de entender el feminismo, hoy que ya hemos atravesado unas cuantas batallas, hoy que ya hemos soportado el poder de las etiquetas y las consecuencias que ello trae. El feminismo, como propuesta, me sirve. Con él sigo buscando significados ocultos en la trama de la desigualdad que percibo, son las gafas con las que descubrir las estructuras opresoras y no evidentes que permiten que se perpetúe un sistema injusto para las mujeres y para otros que en la sociedad están menospreciados, relegando a los de abajo a lugares de telarañas e invisibilidad. Atravesando algunos términos como la justicia social, el empoderamiento y la ciudadanía, propongo poner en relación el feminismo y estos conceptos que son ineludibles para avanzar en la construcción social. Es necesario, seguro, renovar el lenguaje, poner en cuestión algunos términos, como el de “ideología de género”, hacer nuevos esfuerzos para ser propositivas sin dejar de afirmar que las mujeres y su emancipación son la base para el cambio social que propiciará relaciones saludables y plenas entre hombres y mujeres. Es necesario seguir hablando de feminismo hoy. Es necesario hablar de ética y feminismo hoy. El amor y el desamor acontecen en un contexto. Existen unas condiciones de partida políticas y sociales desde las que abordar el espacio privado de la relación y de la intimidad. “Lo personal es político”, como decía Kate Millett.
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1 El feminismo frente al yugo de las ideologías Más allá del género
Marta es militante de un partido de derechas y no es querida en la asociación del barrio, donde todos son de izquierdas. A Elena no le admiten dar un curso de formación de líderes en su Parroquia por ser feminista. En el hospital, el Comité de Bioética no cuenta con Lucía, médico y master en bioética, porque al ser creyente católica, consideran que puede introducir elementos tendenciosos en sus discursos. María se ha ido a Australia donde no es mirada con recelo por ser lesbiana. ¿Es este el reflejo del modo democrático de convivencia en el que decimos convivir? Estos ejemplos, y otros muchos, no son infrecuentes. A menudo los ataques no son frontales, nadie dice nada abiertamente, los motivos de no admitir a la “diferente” están ocultos bajo formas correctas y sonrisas de “buen rollo”. Por otra parte, el miedo a ser excluidas cuando nos sentimos en minoría lleva a la discreción, a no pronunciarse, incluso a mantenerse en la ambigüedad. ¿Todo esto es posible en un Estado democrático? Sí, lo es. Imaginemos cómo serán aquellos estados dictatoriales, donde la democracia no existe ni en los papeles. Si en el tema de las ideas políticas o religiosas existe discriminación según el ambiente en el que nos encontremos, no digamos si nos declaramos feministas, o si hacemos una declaración en favor de la perspectiva de género. En estos tiempos, y en esta cultura, lo “políticamente correcto” esconde demasiada hipocresía. Tras las formas aparentemente igualitarias y participativas, se esconde el yugo de las ideologías, las guerras de poder que ignoran la racionalidad y la justicia. Se hace daño con el desprestigio y se mueven hilos invisibles, sin que nos demos cuenta tú ni yo. En los siguientes párrafos se expone una propuesta feminista que va a la raíz de la discriminación de las mujeres, defendiendo los ideales más allá de ideología, es más, en postura crítica hacia las ideologías, también la de género.
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Género y cultura ¿Es el género una construcción cultural? La respuesta afirmativa significa que las personas estamos condicionadas por el contexto en el que nacemos y crecemos, y que el rol que desempeñamos como varones o mujeres también es adquirido y por lo tanto transformable, educable. La diversidad cultural informa que somos diferentes y estamos condicionados según el lugar del mundo donde hayamos nacido, según la educación recibida y los prejuicios introyectados. Hemos leído, e incluso hemos participado en los curiosos experimentos que recogen las reacciones ante fotografías de bebés, destacando determinadas cualidades según si nos dicen que los bebés son de sexo masculino o femenino: La fuerza y vigorosidad en ellos, la dulzura y vulnerabilidad en ellas, por ejemplo. Existe un fuerte condicionante cultural que pesa sobre hombres y mujeres, de manera que su comportamiento está estipulado en régimen de desigualdad más que de sana diferencia. Es este el sentido que tiene hablar de género como construcción cultural. La desigualdad de la que hablamos tiene referentes muy poderosos a nivel de la argumentación filosófica, que bien se pueden sintetizar en lo que J. J. Rousseau expone en el siglo XVIII. Define lo “femenino” como propio de las mujeres. A ellas atribuye el papel de madres, esposas y cuidadoras del hogar, cuyo ámbito de desarrollo es el privado, mientras que los hombres se realizan en lo público. Esta división de trabajos y roles en función del sexo se ha considerado “natural”, equiparando el término “natural”, a lo que es bueno por seguir los designios de la naturaleza. Si la mujer concibe, engendra, gesta, da a luz y alimenta a los hijos e hijas, lo natural es que esté preparada para ello, y por lo tanto lo sensato es atribuirle el papel que facilite esta tarea. El feminismo ha servido para reivindicar el papel múltiple, así como la responsabilidad compartida de hombres y mujeres en el cuidado, educación y acompañamiento de los hijos e hijas. Se promueve que hombres y mujeres elijan en libertad frente a un determinismo interesado. Hoy en día sigue siendo difícil, pero no imposible, encontrar hombres que asuman el papel de padres que renuncian a su vida pública cuando es la opción de la unidad familiar cuidar personalmente a los hijos, reduciendo una de las jornadas laborales o incluso renunciando al trabajo remunerado. El feminismo pone luz en medio de las sombras para dar lugar a estos “posibles”. Los más jóvenes forjan ya un nuevo patrón: Ellos no se quieren perder las bondades del cuidado. Ellas no se conformarán con nada menos.
La desigualdad no es diferencia sino injusticia Desde la cultura en la que estamos inmersos, sobre todo a través de la publicidad que
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es la enorme “ventana” del sistema, se nos da orientación en cuanto a cualidades y roles: Unos para chicos que se preparan para la vida pública; otros para chicas, más destinadas a la maternidad y centradas en “gustar”, pero que además han de ser trabajadoras fuera del hogar, por supuesto. Mujeres perfectas en todos los campos, pero sin abandonar los privados como aquellos en los que tienen la máxima responsabilidad. Habrá quien defienda que la publicidad lo que hace es dar respuesta a lo que el público quiere oír y ver. Da igual la parte del hilo con la que penetramos en la madeja. Está claro que hay una situación de sexismo cultural: Hombres que conducen los mejores coches y por eso son los más audaces. Mujeres que lavan con los mejores detergentes y por eso viven felices. Niñas que cuidan a sus muñecas. Niños que compiten con los monstruos del universo. Hay excepciones, es cierto, pero aún son minoritarias. Cuando la diferencia, que no negamos, entre hombre y mujer, se convierte en desigualdad, entonces tiene lugar la necesaria perspectiva de género. La desigualdad es una cuestión sociológica y política, no biológica. La reivindicación feminista señala la contradicción de tal desigualdad, la incoherencia que supone cuando en el mismo marco de derechos se defiende que todo ser humano ha de ser digno e igual en tratamiento a otro. El feminismo entonces, no hace otra cosa que señalar una injusticia. Desde la perspectiva de género mantenemos una postura crítica necesaria que desvela la realidad sin disfrazarla o encubrirla, sin “paños calientes”. La mirada de género nos alerta de las desigualdades también en este mal llamado primer mundo, donde ya está logrado el derecho al voto y a estudiar las mismas carreras universitarias que los hombres. Desigualdad que está en la base de las crisis. Crisis que son una oportunidad para un cambio de paradigma que ha de apoyarse en valores como la cooperación, la corresponsabilidad, la comunidad.
Ideologías, ¿sí o no? Si las ideologías son un conjunto de ideas sobre la realidad, que se quieren llevar a la práctica para cambiar una determinada situación económica, social, cultural o religiosa, no deberían ser, en principio, algo negativo. El problema, posiblemente, es que hemos “ideologizado las ideologías”, o lo que es lo mismo, hemos radicalizado las posturas, y en nombre de tal o cual idea, o en contra de ella, las acciones se han vuelto perversas, e incluso asesinas. Los juegos de poder y el fanatismo, son los peligros de las ideologías. Sin llegar a tanto, hemos de señalar que no es posible, ni quizá humano, ser aséptico, no tener tendencias. Todos esgrimimos ideas y las defendemos porque creemos que son capaces de cambiar el mundo. El problema surge cuando juzgamos y excluimos a quien no
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piensa como nosotros, sin buscar la objetividad, sin mantenernos abiertos al diálogo, sin buscar un punto de confluencia, una verdad mayor. La “ideología de género”, así llamada a partir de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1995, en Beijing, parte de una propuesta de esta asamblea, en la que se decide el cambio de la categoría “mujer” por el concepto “género” dando lugar al necesario replanteamiento de toda la estructura de la sociedad a la luz de los estudios de género. Constituyó un punto de partida para facilitar la igualdad en derechos y oportunidades de las mujeres. Pero también es cierto que a partir de este momento se comienza a hablar de ideología de género, utilizando el lenguaje del feminismo, pero sin feminismo. Algo hemos perdido por el camino. La ideología de género se ha convertido en un término que da lugar a dudas y encierra para los críticos la no asunción de que nacemos como hombres o mujeres, seres diferentes a nivel biológico y psicológico. Dicha ideología promovería que cada persona pueda elegir lo que quiere ser, su propia identidad, con independencia de su sexo. Igualmente puede elegir la tendencia u orientación sexual. Identidad (quién soy) y tendencia (quién me atrae), pueden ser en esta ideología, variables y cambiantes a lo largo de la vida. ¿Puede existir feminismo no afín a esta ideología de género? Existe. Para muchas feministas el sexo es ineludible. Distinguimos sexo de género, que como tal es la mirada que sirve para reconocer que efectivamente existen condicionantes culturales y sociales que determinan comportamientos discriminatorios hacia las mujeres. El fin de esta mirada es caer en la cuenta de los machismos o micro-machismos que aún siguen existiendo, que cargan a las mujeres y las excluyen. El género es para nosotras una perspectiva, sin poder especificar muy bien lo que es “masculino” o “femenino”, ya no hablamos de estas categorías, pero sí hablamos de hombres y de mujeres. Para las feministas, la excepción de quien se siente en desacuerdo profundo con el sexo con el que ha nacido, ha de tener vías de solución. Igualmente son respetables las diferentes tendencias sexuales. Hemos de reconocer que hay una realidad dramática en quien nace con una biología que no siente. O en quien tiene una tendencia sexual que no es la más aprobada en su entorno y es discriminado por ello. El feminismo participa de la llamada de atención a reconocer la dignidad de todo ser humano. Fundamentalmente, el feminismo es un movimiento crítico hacia los patrones culturales opresores de las mujeres, en ocasiones ocultos. No es lo mismo que la ideología de género, entendida esta última como una forma de concebir el mundo, donde parece que el sexo es un accidente y todo queda a la elección de cada cual. La ideología de género plantea un claro conflicto ético en relación a los límites de la autonomía y a la concepción omnipotente del ser humano.
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Hombres y mujeres somos diferentes. La construcción de la identidad sexual puede estar condicionada por el contexto, por las imposiciones de la educación o los patrones culturales. Hemos de estar atentos a los roles de género que pueden ser discriminatorios (de ello se ocupa el feminismo). Pero tenemos un sexo biológico y un cerebro, una psicología que se configura también debido a él. ¿Es arbitraria la elección del sexo según lo que una piense o sienta? ¿Ser hombre o mujer o ninguno de los dos es algo radicalmente elegible? Al menos son cuestiones a debatir. En cualquier caso feminismo e ideología de género no son la misma cosa. Tienen puntos en común cuando se trata de la defensa de personas que son discriminadas, como también el feminismo se une a otros movimientos en favor de las minorías étnicas, o como en los primeros tiempos luchó contra la esclavitud. Donde hay injusticia, el feminismo se suma.
Seres humanos con ideales Si la ideología, en general, se convierte en un arma arrojadiza, en un elemento de combate, en “Algo” por lo que se puede destruir o matar, si se radicaliza en una dirección o en la contraria, ¿quién defenderá las ideologías? El fundamentalismo trae consigo muerte y destrucción. En este tiempo nuevo, tal vez podemos recuperar “los ideales” y no tanto las ideologías. Los seres humanos tenemos ideas por las que vivir, pensamientos “estrella” que nos ayudan a ser mejores personas, más coherentes, más solidarios, más equitativos, más honrados. Poseemos valores, ideas referenciales a las que nos adherimos desde el fondo de nuestro ser, que sirven para acercarnos a un modelo de persona, que se pueda llamar específicamente humana. Los ideales, siguen siendo necesarios. Defendemos con vehemencia estos ideales porque no son abstractos, no son pura intelectualidad sino que se agarran a lo más íntimo, a las emociones, y desde ahí nos hacen capaces de esforzarnos, tomar decisiones, dar sentido a la existencia. Estos ideales son los valores que profesamos y se concretan en la vida real de cada cual, por eso, para saber en qué creemos, vale más un ejemplo que mil palabras. Desde su ser libres, el hombre y la mujer se construyen profesando unas ideas-valores, que constituyen su propuesta ética de vida buena, de vida feliz, de vida plenamente humana. Esta propuesta se hace comunitaria a través de la ciudadanía, asentada en unos fundamentos éticos mínimos necesarios para la convivencia en concordia y en favor del bien común. En esas estamos. La individualidad de las ideas no es suficiente. Buscamos valores que podamos compartir, que sin la comunidad no somos nada. Si el feminismo es constructor de la justicia y la igualdad, si da luz para que miremos con lupa la discriminación de las mujeres, entonces es un ideal necesario, una propuesta
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de “valor”, aporta claves éticas para procurar un mundo mejor. Si el feminismo hace mirar más allá de nuestras fronteras, descubrir la situación de muchas mujeres que aún cuentan tan poco, son tan poco respetadas, son utilizadas o maltratadas, sin ley que lo remedie, hagamos del feminismo un ideal, sin transformarlo en lo que no es.
La ideología de género versus la propuesta feminista No es discutible hoy que los hombres y las mujeres hemos de convivir en igualdad de oportunidades, con las mismas obligaciones, y ante las diferencias sustantivas como la maternidad, han de habilitarse medidas que no generen más brecha en la igualdad de oportunidades ni dejen de fomentar que las mujeres podamos ser madres y los hombres padres. Tampoco es discutible que sigue habiendo un discurso políticamente correcto (con exabruptos sexistas de vez en cuando) pero una realidad que aún no está lograda en relación a que hombres y mujeres compartan lo doméstico, a que la dimensión del cuidado sea misión de ambos, y a que nos tomemos en serio las pinceladas machistas que aún existen, para criticarlas. El machismo se puede convertir en un crimen, como no cesamos de ver. Y lo que está en el fondo lo forjamos entre todos. Comienza con la educación. Crece con la publicidad-espejo social. Va desde lo que sucede en las relaciones hombre-mujer en la intimidad hasta lo que discutimos en un café. Llega a las instancias laborales y gubernamentales. La crítica a la ideología de género desde determinados ambientes, religiosos y educativos no puede desprestigiar la reivindicación feminista, ni ocultarla. Es más, hay que profundizar en la defensa de la no discriminación de otro ser humano, más allá de la identidad y tendencia sexuales. Pero, a su vez, el feminismo no asume todo lo que dice la ideología de género porque feminismo e ideología de género no son lo mismo. De paso hay que decir que tampoco el feminismo asume sin discusión otras cuestiones tan complejas como el aborto. No toda feminista es proabortista, ni toda feminista considera que el aborto es solo un aspecto más del ejercicio de la libertad de las mujeres. Todo en un mismo saco, no parece lo mejor. ¿Podríamos abrirnos al diálogo y a la discusión? El feminismo del que me siento militante anuncia una nueva era, más allá de las ideologías. Se separa de la versión que la ideología de género ha construido y conecta más con la ética de la justicia y con la firme creencia de que la humanidad para ser humana, necesita relaciones de cooperación y no de dominio-sumisión. Necesita que nadie pueda ser discriminado en razón de su sexo (sentido), de su edad, de su etnia, de su condición social o cultural, o de su religión. Tampoco de su tendencia sexual. Pide la
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igualdad en la diversidad. Para ello, la educación que fomenta el espíritu crítico es una pieza clave.
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2 Ante el clamor de las mujeres pobres Justicia social y empoderamiento
Me cuenta Sara que le ha subido la tensión, que lo descubrió al ir a urgencias por un dolor en el pecho y un malestar general. Tiene 45 años, aunque aparenta algunos más. Se queja de que no tiene dinero para arreglarse los dientes, le faltan algunos y se acompleja. Cree, y con razón, que así no puede ir a una entrevista para que la cojan de limpiadora. A la psoriasis no le hace ya ni caso, a pesar de las lesiones que tiene por todo el cuerpo, que le molestan y llaman la atención. No tiene dinero para cremas. Lo peor es el panorama para sus hijos, por los que sufre más que por nada. “Cada vez que los veo salir de casa –me dice–, siento angustia. No sé si van a caer en la droga o a hacer cualquier cosa”. Y es que no tienen trabajo, han vuelto a vivir a casa de la madre, y se pasan el tiempo buscando y sin encontrar, ni trabajo ni sentido. ¿Cómo no estallar o hundirse? La situación de Sara es real, aunque no el nombre. Es un rostro, como tantos, de la injusticia social. Son muchas las mujeres que están cargando con el dolor del mundo. Nos dicen que ya ha pasado la crisis. ¿Para quién? La realidad de esta mujer hace pensar que la gente que lo pasa mal no está en el candelero. Parece que estemos entontecidos, entumecidos y calmados por el consumo (de técnica, de últimos modelos, de vacaciones y ocios de diferentes clases). Continuamente bombardeados y absorbidos por la buena vida, que parece ser que nos merecemos por ser buenos trabajadores. El mensaje subliminal es que no disfrutarla a tope es desperdiciarla. La “buena vida”, que es tan diferente a la “vida buena” aristotélica, en la que coincide la excelencia humana y la felicidad, y que hoy podría traducirse como la vida empleada en la búsqueda del bien común. El adormecimiento colectivo es el viento que sopla en contra de la justicia social hoy. En este capítulo se penetra en los términos justicia social y empoderamiento, revindicando el despertar de la conciencia y proponiendo vías de abordaje para que las mujeres más desfavorecidas y con ellas toda la humanidad, conquisten sus derechos.
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La justicia social, ¿clave olvidada históricamente? El término justicia social se atribuye a Luigi Taparello, sacerdote jesuita, que en 1843 propone la igualdad de hecho para todos los hombres en lo que se refiere a los derechos. Es un avance en relación a la justicia distributiva de la que hablaba Aristóteles, que consideraba que había que repartir los bienes y servicios en función de diferentes parámetros (méritos, necesidades, etc.). John Rawls, en su obra Teoría de la Justicia, en 1958, propone la justicia como equidad, y en este sentido postula el principio de que las desigualdades humanas han de resolverse siempre a favor de las personas más desfavorecidas. Sugiere que imaginemos qué pasaría si antes de que se originara la sociedad, no supiéramos qué posición social vamos a ocupar a lo largo de la vida. Si desde ese “velo de la ignorancia” tuviéramos que gobernar, ¿qué tendríamos que hacer? Sin duda, él propone, legislar como si fuéramos a tener la peor de las suertes, por si acaso. Ciertamente, la justicia social implica el compromiso del Estado para compensar las desigualdades que surgen en la sociedad por los procesos del mercado. Así debería ser. Pero los diferentes gobiernos no están logrando llegar a los más desfavorecidos. A esos que Emilio Lledó, filosofo español, en un programa radiofónico nombró como “los que han nacido con un ‘no’ de plomo en la cabeza”. Es cierto que hay propuestas políticas que se acercan más a corregir las desigualdades. Al menos lo defienden, pero no es fácil. Hoy, gobernar pensando en las personas más desaventajadas, no lleva el aval de los poderes económico-financieros. Y eso es ir en contra de la pesada maquinaria del poder establecido. Pareciera que en la compleja trama que sostiene el mercado mundial, las personas en situación de carencia económica son el lastre, el producto sobrante, el deshecho. Así llegan a convertirse en excluidos. Entre ellos, las mujeres son un paso más hacia abajo y hacia fuera. Nancy Fraser, intelectual feminista estadounidense, profesora en ciencias políticas y sociales, defiende que en el discurso de la justicia social hay dos posturas: La de la reivindicación de la redistribución (distribución más justa de los recursos y de la riqueza), y la reivindicación del reconocimiento (aceptación de la diferencia, donde no es necesaria la integración en la mayoría para tener el mismo respeto)1. Estas dos tendencias también están presentes en el feminismo. Hay una tendencia que considera la redistribución como la solución a la dominación masculina. La otra apuesta por el reconocimiento de la diferencia. De fondo se plantea una oposición entre la política de clase y la política de identidad. Fraser propone que ambas son necesarias. Algo de esto ya ocurría en los discursos feministas en España en los tiempos de Clara Campoamor y Victoria Kent. Se planteaba el antagonismo en algo tan crucial como la oportunidad para conseguir el voto de las mujeres. ¿Qué es primero? ¿Conseguir una
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sociedad más justa, donde las mujeres tengan más acceso a la formación de la conciencia, o es mejor primero dar la oportunidad a que voten, y es este un paso fundamental para hacer avanzar la conciencia? Difícil cuestión. Clara Campoamor defendió el voto de las mujeres y logró triunfar. El voto de las mujeres fue posible en España en 1931, gracias al apoyo conservador, lo cual es muy elocuente. Frente a ella, Victoria Kent, socialista, propone que este voto de las mujeres había que posponerlo, que antes había que lograr otros avances sociales. Así dijo: “Si las mujeres españolas fuesen todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino”. La votación dio la ventaja a Campoamor. Ambas posturas eran vulnerables. Las elecciones siguientes las sacaron a las dos de sus escaños.
Planteando propuestas, ya Los antagonismos han ayudado a pensar pero en la actualidad nada es tan necesario como la integración de propuestas proyectadas desde un centro de gravedad, que en el caso de las mujeres, son las mujeres más pobres, las mujeres desfavorecidas. Hemos de fortalecer a las mujeres con el acceso a la formación, y generar una nueva sociedad donde vivan en condiciones de igualdad. ¿Qué hacer mientras eso llega? Hemos de proporcionarles ya los medios necesarios a nivel económico como para que no sean dependientes de los salarios de otros (cuando hay salario). La mayoría de las mujeres pobres, en nuestro país, son amas de casa, pero además se buscan la vida cada día pidiendo y haciendo pequeños trabajos aquí y allá para sostener el hogar. ¿Cómo aspirar a algo más mientras la realidad cotidiana es tan difícil para ellas? La equidad en cuestiones de género supone reconocer a las mujeres ya, en los roles que no tienen prestigio y que ellas representan hoy mayoritariamente, aunque nos pese. La tarea de ama de casa, o servicio especializado en el hogar, es la base de que otros puedan estudiar, trabajar y descansar, gracias a que alguien se ocupa de lo básico. Hemos de ofrecer ya una conciliación real de la vida laboral fuera del hogar y la maternidad o el cuidado de los mayores y los enfermos, alguna forma de favorecer el contrato a mujeres que pueden ser madres o cuidadoras. De lo contrario, nada de lo que hablemos en clave de feminismo y justicia social será creíble. Una nuevo momento histórico puede llegar si las mujeres son reconocidas en su valía, con hechos, que ya hay bastantes palabras. Al mismo tiempo que las mujeres crecemos en conciencia, hemos de conseguir más derechos. La justicia implica redistribuir en favor de los que lo tienen peor, en este caso de las mujeres, y significa reconocer la diferencia. Una diferencia significativa es que los varones no engendran ni amamantan.
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Habrá que legislar para no suprimir esta diferencia, mas bien protegerla, de manera real, sin que suponga pérdidas tanto en el estatus como en el empleo de las mujeres. Habrá que otorgar permisos de paternidad a los padres, que no puedan ser trasladados a las madres, que puedan ejercerlos durante un periodo que permita la incorporación progresiva de las madres al trabajo remunerado, ocupándose ellos personalmente del cuidado del bebé. Habrá que otorgar derechos especiales a los hogares monoparentales, y a las formas de familia menos frecuentes (dos hombres o dos mujeres), pero no por ello no subsidiarias de protección. La justicia social es una propuesta que exige renuncias. Los bienes y oportunidades que poseemos son limitados, y para igualarnos en derechos hay que ceder en privilegios. A todos nos parece claro que sin aumentar los impuestos a los que tienen más no conseguiremos dar a los que tienen menos. En la misma medida, si no hay colaboración de los varones, es imposible la equidad. A ellos les toca ceder, arremangarse (disculpas a los que ya lo hacen), dejarse de mirar a sí mismos y sus necesidades, y mirar más para los lados, donde siempre tienen a una mujer valiosa que labra en silencio la trama que les sostiene.
Justicia social a través del empoderamiento El poder, como el tener, pueden ser aspectos dinamizadores del ser humano. Todo reside en el “cómo”. ¿Cómo se ejerce el poder? ¿Se centraliza o se reparte? ¿Es consciente el poderoso? En este caso, los varones han atesorado más poder, han dominado la escena. La clave del cambio social pasa por la toma de conciencia de ellos, es cierto, pero también por la toma de postura de ellas. El empoderamiento de las mujeres pobres puede ser la verdadera raíz del cambio social. En esta cuestión, como dice el Informe “El progreso de las mujeres en el mundo”, elaborado por ONU-mujeres, veinte años después de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer, lograr la igualdad de género es un objetivo consensuado por todos, y el empoderamiento de las mujeres es un anhelo de organizaciones de base, sindicatos y empresas. Añade además que la igualdad sustantiva de hombres y mujeres requiere transformar las instituciones económicas y sociales, incluyendo creencias, normas y actitudes, desde los hogares a los mercados, desde las comunidades a las instituciones políticas nacionales y mundiales2. Hemos de precisar, desde lo expuesto en el primer capítulo, que la igualdad de género aquí planteada es equiparable a la igualdad de oportunidades. Pero, ¿qué es esto de empoderar? Si buscamos en el diccionario de la RAE el término empoderar, nos remite a otro: Apoderar, y este se define, entre otros, como “hacerse
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dueño de algo, hacerse poderoso o fuerte”. Aunque se habla de Paulo Freire como el origen de la filosofía del empoderamiento, y de fondo así es, el término fue empleado por primera vez por Bárbara Solomon en su libro Black Empowerment: Social Work in Oppressed Communities, de 1976. En él se define el concepto como un proceso mediante el que las personas que pertenecen a una categoría social, estigmatizadas durante toda su vida, pueden ser ayudadas a desarrollar y mejorar habilidades en el ejercicio de la influencia interpersonal y el desempeño de roles sociales valiosos. En relación a las mujeres, se empieza a hablar de empoderamiento a mediados de los 80, y lo hace una red de grupos de mujeres denominada DAWN (Mujeres para el desarrollo alternativo para una nueva era), refiriéndose al proceso por el que las mujeres acceden al control de los recursos materiales y simbólicos y refuerzan sus capacidades y protagonismo en todos los ámbitos. Implica tanto el cambio individual como la acción colectiva de las mujeres. Tiene que ver con la emancipación y la liberación, con hacerse “sujeto”, en la sociedad y en la familia, en lo público y en lo privado. Marcela Lagarde plantea cuestiones esenciales sobre el empoderamiento: Las mujeres se transforman, cambia su subjetividad, amplían su visión del mundo y de la vida, aumentan sus capacidades y habilidades y su incidencia, adquieren seguridad y fortaleza, es decir un conjunto de poderes vitales generalizados al internalizar su potencia vital. Las mujeres deciden, por voluntad propia, salir del sometimiento, poner en marcha sus recursos, desarrollan acciones en primera persona y por la propia vida. La fuerza para ello nace de la colectividad, las mujeres juntas logran emanciparse, empoderarse. La dimensión práctica del empoderamiento es lograr que las mujeres no flaqueemos, que no seamos víctimas de chantajes, de hostilidades emocionales o ideológicas, que nos protejamos de la violencia, que enfrentemos los retos y profundicemos en nuestras convicciones. La “impotencia aprendida” de las mujeres debe ser superada. La autovaloración, el reconocimiento de la capacidad de interlocución, de pacto, de visibilidad, de incidencia, son el primer paso para lograr los objetivos, sin esperar a que otros nos empoderen3.
Supeditar, ¿hasta cuando? A lo largo de la historia colectiva, pero también de nuestras historias personales, las mujeres hemos supeditado el “ser feminista”, y el empoderamiento propio, a otras causas. Si el feminismo es parte del trabajo por la justicia, la emancipación de las mujeres se conseguirá cuando hayamos conseguido la nueva sociedad, más igual y más justa, como una consecuencia de ello. Sin embargo, que las mujeres participen más, que hayan conseguido igualdad de derechos ciudadanos no ha implicado que se haya
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erradicado el patriarcado. Véase el ejemplo inicial, que no entiende de sutilezas. No es infrecuente que en las revoluciones políticas en las que las mujeres han tomado parte activa luchando codo con codo al lado de los hombres, una vez alcanzada la victoria, su causa quede relegada al olvido. La excusa es que no se puede desestabilizar lo conseguido. La causa de las mujeres pasa a segundo lugar, por unos motivos o por otros. Ya vimos el ejemplo del voto femenino en España, y los intereses creados en torno a él. Existe esa excusa de la postergación en organizaciones tan queridas como la Iglesia Católica donde las mujeres hoy no pueden acceder al servicio del sacerdocio, y donde las directrices son marcadas en ámbitos en los que no hay mujeres, aunque se las escuche. Las que queremos a la Iglesia decimos “ya llegará”, lo primero es conseguir otras transformaciones, y asumimos que esto será lento. Consecuencia concreta de la supeditación del feminismo a otras causas es que en la vida diaria, si tengo que priorizar, el feminismo queda en un segundo lugar y de esta manera me traiciono un poco. Lecturas, reuniones, experiencias y reflexiones compartidas de mujeres, pueden quedar para otro momento. El feminismo, o lo que es lo mismo, la propuesta de igualdad de oportunidades y derechos de las mujeres, se considera algo accesorio, a veces irrelevante, o incluso una lucha irreal. El pasado no está tan lejos. La reciente película “Sufragistas”, de Sarah Gavron, cuenta la historia de mujeres que perdían todo: Familia, estatus, salud, libertad… incluso la vida, por defender la igualdad de derechos. Hoy arriesgamos poquito. Nos conformamos y nos convencen de que la desigualdad no nos concierne, solo es cosa de los pobres o de determinadas etnias o culturas (¡lo cual ya bastaría para despertarnos!)
Empoderamiento y cambio social Los datos que aparecen en el Informe ya citado de la ONU, y en cualquiera que describa la situación de las mujeres hoy, pese a estar formulados en positivo, siguen alarmando. A grandes rasgos, se sigue diciendo desde hace décadas que muchas mujeres trabajan en el negocio familiar y no son remuneradas por ello, que muchas mujeres perciben un salario diferente al de los hombres por un trabajo del mismo valor, que las mujeres tienen menos probabilidades de cobrar una pensión en casi todos los países, que las mujeres trabajan más que los hombres, realizando casi dos veces y media la cantidad de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados. La doble discriminación, la debida a ser pobre y mujer, se mantiene informe tras informe. La brecha entre las mujeres ricas y las pobres sigue siendo tan amplia como que
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en Sierra Leona una mujer tiene una probabilidad 100 veces mayor de morir durante el parto que una mujer en Canadá, y una mujer que vive en una zona rural tiene una probabilidad inferior, en un 38%, de contar con la ayuda de un profesional médico, en relación a las mujeres que viven en las ciudades. El peso de las políticas de austeridad aplicadas en diferentes países ha repercutido mayoritariamente en niñas y mujeres. Ante estas situaciones, el feminismo no es algo opcional, o de categoría inferior. La defensa de su causa requiere estudio, presencias y compromisos. La discriminación contra las mujeres está en la raíz de los funcionamientos injustos, no solo es una consecuencia de la injusticia, sino también una causa. Abarca el modo de relacionarme y de estar en el mundo. El cambio hacia esa sociedad más justa que todos y todas queremos pasa por el empoderamiento de las mujeres. Empoderarse es un proceso que se realiza de dentro a fuera. Nadie empodera a nadie. Es cada una, desde su propia determinación y toma de conciencia, la que ha de tomar las riendas, el poder sobre su vida, saliendo de toda forma de sometimientos. El empoderamiento supone ahondar en el sentido de la propia vida, fortalecer la autoestima, tomar conciencia de las propias capacidades y posibilidades frente a tantas voces internas y externas que quieren acallar la propia valía y determinación. Significa dar algunos pasos ya para cumplir los sueños, el proyecto de persona lograda que cada mujer aspira a ser. Mi experiencia me dice que las mujeres empoderadas son apreciadas, pero no siempre son queridas como compañeras de viaje (trabajo, proyecto de familia…) Estas mujeres mantienen una orientación clara por la coherencia, y no siempre dicen sí. Hay que estar dispuesta a la soledad y más. Es difícil ser disidente sin ser lastimada. La utopía de la sociedad humanizada pasa por el empoderamiento de quien ahora no las tiene todas consigo. Entre otros colectivos, y en la base de la construcción social están las mujeres. El camino pasa por ganar autoridad, conseguir independencia, y en definitiva, lograr construir la propia identidad de mujer, contra viento y marea, y sin tardanza o excusas.
1. Para leer más: https://revistas.ucm.es/index.php/INFE/article/viewFile/41149/ 39361, consultado en julio 2018. 2.
http://www.unwomen.org/es/digital-library/publications/2015/4/progress-of-theworlds-women-2015, consultado en julio 2018.
3. Ideas extraídas, adaptadas e inspiradas por LAGARDE DE LOS RÍOS, M. El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. Cuadernos inacabados, 65. Madrid, Librería
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Mujeres – horas y HORAS la editorial feminista, 2014, pp. 99-132.
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3 Derecho de ciudadanía para las mujeres Ética y feminismo
Mari Ángeles trabaja en la Asociación del Barrio, también en la Hermandad del Santo, en una escuela de Padres y Madres, y en un grupo de formación de adultos. Hace diez años no sabía leer. Ahora lee en la misa dominical. Se atreve a crear algunos textos que forman parte de los dípticos en los que se anuncian las actividades. Es madre de tres hijos y abuela de cuatro nietos. Su escasa pensión y las limpiezas a domicilio, ayudan a todo el que lo necesita. No acude a muchas manifestaciones, pero está dispuesta a hablar con el alcalde de turno cuando sus vecinas o sus hijos tienen algún problema. ¡Posee tantas cualidades! ¿Y si hubiera tenido otras oportunidades? Las mujeres son ciudadanas, con derechos y deberes iguales a los varones. O al menos así debe ser. Si los ciudadanos y ciudadanas son los miembros activos de un Estado, hay que estudiar cuáles son las condiciones de las mujeres en el mundo para saber si es una realidad hoy para todas. El resultado del empoderamiento y el consecuente cambio social es que las mujeres deberían ser ciudadanas de pleno derecho, con pleno reconocimiento. Pero, ¿de qué concepto de ciudadanía partimos? Tal como ocurre cuando hablamos de la justicia, ser ciudadanas hoy implica entender la ciudadanía como ciudadanía social, es decir que no solo se trata de gozar de derechos civiles y políticos, sino también sociales, y que estos sean para todas, aquí y más allá. La ciudadanía implica extender el punto de vista y lanzar una propuesta ética. Una ética que tenga en cuenta el ejercicio y defensa de los derechos, y que anime a la responsabilidad. El feminismo apunta a una ética que ha de desarrollarse en dos planos: Lo estructural y lo personal. A lo largo de la historia, para defender los valores en los que creemos, aplastados por el orden social de lo inconsistente, utilizamos la palabra, el grito, la manifestación, la acción. Es imprescindible esta protesta, aunque ahora se propugne que la transformación estructural no importa, que suena a Marx y a confusamente revolucionario. El mal estructural existe, así como el personal. Hemos de escudriñar las
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entrañas, allí donde está entretejido el bien y el mal, donde es tan posible autoengañarse. En lo estructural y en lo personal hemos de pensar para construir pensamiento. En el texto que sigue ahondaremos en el concepto de ciudadanía, así como en algunas claves éticas que aporta el feminismo para la sociedad del siglo XXI.
Ser “sujeto” para ser ciudadana La Antigua Grecia, origen de la democracia, era una sociedad patriarcal. A lo largo del siglo VIII antes de Cristo, se establecieron dos grandes grupos: El círculo de los ciudadanos que excluía a extranjeros y esclavos, y el club de los hombres, que excluía a las mujeres. La posibilidad de participar en el poder político, criterio de ciudadanía, situaba a las mujeres fuera, no podrían nunca convertirse en ciudadanas. En la cuna de nuestra civilización, en el origen de la política, los varones disponían, mientras las mujeres ejercían lo que con ironía llamamos “las labores propias de su sexo y condición”. Desde entonces hasta el momento actual, la batalla por los derechos, por lograr ser ciudadanas de pleno derecho, ha sido larga, accidentada y tortuosa. Lo peor es que la costumbre de “no contar” en lo público, ha atravesado nuestra piel. Aún nos sentimos como “pez en el agua” en el ámbito privado, mientras que en la esfera pública aparecen todas las inseguridades. Recordando a Adela Cortina1, proponemos la idea de ciudadanía como un concepto mediador que integra las exigencias de la justicia y el sentimiento de pertenencia, que propone superar el egoísmo individualista y tener en cuenta que el mundo es esa Aldea Global, de la que todos somos partícipes y responsables. Se trata de ser ciudadanas cosmopolitas, de satisfacer entre todos los ideales de la justicia y no tanto los deseos psicológicos más o menos caprichosos. ¿Cómo llegan las mujeres a conquistar la ciudadanía? No solo desde la legislación o la mirada externa sino tomando conciencia de su propia autonomía, de su “ser sujeto”, capaz de participar y responsabilizarse de las tareas que están más allá de la propia casa o de la crianza de los hijos. No somos dependientes de otros, no somos esclavas, pensamos y decidimos autónomamente, y así actuamos siguiendo la estela de tantas mujeres en la historia. La “cosa pública” ya no es una tarea exclusiva de ellos. Nos pertenece. Nos incumbe. Las mujeres estamos ahí, solo que a menudo cuestionadas. A veces, si estamos muy implicadas, nos preguntan si es que no tenemos familia (pregunta que no se le ocurriría al interlocutor si hablara con un hombre). La participación plena en la política y en los
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servicios públicos supone rupturas y sinsabores en los ámbitos privados, o sacrificios de tiempos de ocio, o necesidad de demostrar que se puede con todo. Este “ser sujeto” que es el punto de partida para la ciudadanía plena requiere romper cadenas que tienen forma de acusaciones más o menos latentes de los demás sobre el abandono de deberes domésticos o de la dedicación a los hijos, maridos o progenitores. Otras veces no hace falta que nadie nos recrimine, que ya tenemos el sentimiento de culpa bien grabado en las entrañas, para que no volemos más allá de lo preciso. Todas nos debatimos interiormente y a veces caemos por ello fácilmente en la trampa de los chantajes emocionales. Es difícil mantener el tipo y no echarse atrás. La culpabilidad a la que me refiero no es la que nace de la responsabilidad no cumplida, imaginando que es libremente elegida, que tiene sentido de llamada de atención. Esta es útil y positiva para reconocer lo que nos de-construye. Sin embargo hay un sentimiento de culpa que es irracional, que nace de las creencias, de lo imbuido automáticamente, adjunto al rol de género, y que injustamente pesa en nosotras. Este sentimiento hay que cuestionarlo para desactivarlo. Nos acompaña también cuando toca cuidar a nuestros mayores. Si hay varones en la familia, ellos no lo sienten igual. Para nosotras es una obligación de primera categoría. Trataremos de hacer lo imposible por llegar a todo, pero si un día hay que sacrificar algo, corre de nuestra cuenta. Lo hacemos sin pensar en que todos los hijos (varones y mujeres) tienen la misma responsabilidad. Lo hacemos más allá de nuestra responsabilidad equilibrada de hijas. Por amor, sí, pero también por tranquilizar una conciencia que incorporó en el origen culpas injustificadas. Llegamos a ser responsables cuando tomamos decisiones en libertad, cuando hemos desvelado los condicionantes exteriores, pero también internos que obstaculizan el ejercicio de la libertad. Tarea compleja, pero necesaria. Solo la responsabilidad nos hace sujetos, seres plenos. Y ser “sujeto” es imprescindible para ser ciudadanos y ciudadanas.
La red de mujeres como espacio de ciudadanía Las mujeres han trabajado codo a codo con los varones en los movimientos de solidaridad y en las revoluciones políticas. Pero a veces, ha ocurrido, que eran las que llevaban la “sopa” a los que pensaban, realizaban los discursos o luchaban en la trinchera, sin tener ningún reconocimiento. Es decir, que las condiciones de igualdad no siempre han existido ni siquiera cuando varones y mujeres defendían las mismas ideas de libertad y justicia. Hoy, esta situación no nos resulta tan desconocida. Ocultas en otras trincheras, las mujeres aportan a los varones, más de lo que sale a la luz. Pero no es todo negativo, hemos avanzado, sobre todo simbólicamente. Como signo
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de los tiempos, surge una nueva ciudadanía, la que anuncian las mujeres que cooperan y se coordinan en torno a una causa. Han conseguido el derecho de participación, elemento crucial de ciudadanía. Mientras seguimos enfrascadas en dialécticas, está llegando el tiempo de hacer surgir una voz nueva, un llamado a la sororidad universal. Un ejemplo interesante es la Red Internacional de Mujeres de Negro (Women in Black), nacida del conflicto de Oriente Próximo. Son mujeres pacifistas que nacieron en Israel en 1988, de la mano de Hagar Rublev, para protestar contra la violación de los derechos humanos del ejército israelí en los territorios palestinos. En la Guerra del Golfo (1990), reactivaron sus protestas. A esta Red se unieron las mujeres de la ex-Yugoslavia (Mujeres de Negro de Belgrado) para oponerse a la limpieza étnica y a la guerra de los Balcanes. Esta red ha llegado hasta Afganistán, entre otros lugares, denunciando las injusticias y reclamando la paz en los conflictos armados. Surgen grupos de mujeres allí donde hay necesidades, donde se trata de proteger la dignidad de todo ser humano, donde se intentan recuperar los valores. Se organizan para salir adelante, siempre aportando cualidad en los modos. Algunos ejemplos más: • La organización SEWA que opera en la India como un microbanco que ayuda a las mujeres a saldar sus deudas y montar un negocio. Ela Bhatt, abogada, fue su primera presidenta. Hoy tienen 95 cooperativas en diferentes sectores: agricultura, comercio, artesanía, textil, servicios. • Cada noche en Etiopía, un grupo de mujeres se reúne a ambos lados de la carretera que conecta a la región de Fiultu con Somalia y enciende hogueras visibles a lo lejos. Cocinan platos para vender a los viajeros, y se las conoce como “Luz en la noche” (ILCAWO). • La mayoría de las mujeres ugandesas no cuentan con títulos de propiedad sobre sus tierras que les sirvan de garantía para solicitar préstamos, pero la iniciativa de Agricultura Alimentaria en Uganda es un banco de mujeres que apoya a mujeres. Son propietarias del banco, y así tienen créditos y reparten entre todas los beneficios. • En Marruecos, Túnez, Yemen y Palestina, a través del programa Esperanza (AMAL), están apoyando el liderazgo de las mujeres para que luchen contra las mentalidades conservadoras que les restringen al encierro en los hogares sin darles espacio para la participación en lo público. • La Asociación Mujer Tejedora de Desarrollo (AMUTED) en la zona rural de Guatemala, trabaja en la formación de lideresas, que adquieren conocimientos en participación política y derechos de las mujeres, experiencia que a su vez replican en diferentes aldeas. Aquí y allá, mientras queda mucho camino, hemos conocido cooperativas de mujeres, talleres de mujeres, asociaciones en defensa de la paz, la justicia y los derechos,
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pequeñas iniciativas que desde la base, tratan de arrancar a las mujeres del círculo vicioso de la pobreza y de la “no presencia”. Es verdad que habría que hacer un monumento a toda persona que realiza una actividad que contribuye a preservar, aumentar y potenciar la vida humana. De esto saben mucho las mujeres. En los rincones de cada barrio, en los bancos de cada iglesia, en los institutos y colegios, en cualquier lugar donde se alivia y se cura, por allí, andan las mujeres. Deberíamos hacer una mención especial a esta forma de contribuir al mundo, y nombrar a cada mujer “ciudadana ejemplar”. Las mujeres han de elegir cómo quieren contribuir a la historia de la humanidad, y desarrollar sus potencialidades en las mismas condiciones que los varones. Han de tener las mismas oportunidades, cuestión no lograda en la práctica, menos aún en los países más desfavorecidos. Hay que seguir reivindicando la igualdad que proteja la diferencia. Las propias mujeres hemos de profundizar en nuestras heridas de “género” y recuperar el sentido: Somos sujetos, y como tales hemos de tomar nuestra responsabilidad plenamente. Tenemos que construir respuestas concretas que atraviesen la culpa irracional, el miedo, las creencias limitantes y los prejuicios.
De la conquista de la ciudadanía a la construcción ética ¿Se puede hablar de una ética feminista? ¿Es más bien que el feminismo suscita supuestos éticos o una forma de hacer ética? Nos inclinamos por el segundo planteamiento. El concepto de ciudadanía, nutrido por los principios de justicia y autonomía, invita a repensar la aportación que realiza el feminismo a la ética, a través de tres claves que desentrañamos: La mujer como sujeto moral, la dimensión ética del cuidado y la nueva forma de entender las relaciones sin supremacías. El feminismo es un movimiento que se hace posible por el cambio de valores en el pensamiento de la Ilustración. A mediados del siglo XVIII, la luz de la razón disipa las tinieblas, el individuo se constituye en sujeto moral autónomo y los ciudadanos son libres e iguales ante la ley. Ética y política no se pueden escindir, estamos en el plano estructural de la ética. El “deber ser” tiene consecuencias políticas y viceversa. Es emblemática la Revolución Francesa con su lema: “Libertad, igualdad y fraternidad”. Solo que esta revolución tenía que ver con los hombres (varones). Las mujeres no tienen el estatuto de ciudadanas, tampoco en el siglo de las Luces. Las primeras luchas de las mujeres en aquella época desencadenan la prohibición de que asistan a las asambleas políticas. Muchas mujeres fueron encarceladas y ejecutadas. Olimpia de Gouges, que formula la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, es guillotinada en 1793.
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La ética que nace de la Ilustración es una ética de la justicia, que separa el ámbito público, sujeto a pensamiento y regulación, del ámbito privado. Como sabemos, las mujeres estaban ubicadas en lo doméstico, lo privado. Recordemos a Rousseau y su ideal femenino… Un panorama desalentador. Pero el feminismo destapa la incongruencia patente. Identifica los mecanismos sociales y culturales que subordinan a las mujeres. No es la ley de la naturaleza, ni ningún dios el que quiere a una mujer invisible, sino la construcción social que discrimina a las mujeres. En la defensa de la justicia y la autonomía, las mujeres son sujetos morales de igual consideración que los varones. Es esta la primera clave ética que aporta el feminismo. Posteriormente, el desarrollo del feminismo ha dado lugar a posturas críticas frente a todo tipo de ética y filosofía, identificados como productos de un pensamiento patriarcal. También hay feminismos que ensalzan las características identificadas como femeninas, y hacen teoría de ellas. Entre ellas está la destacada aportación de Carol Gilligan, que en 1982 escribe In a Different Voice, un texto que establece un debate con Lawrence Kohlberg. Este estudia el desarrollo moral según el pensamiento ilustrado estableciendo criterios de justicia para el ámbito público y criterios de vida buena para el ámbito privado. Kohlberg desvela una desigualdad de género. Las mujeres obtienen bajas puntuaciones en desarrollo moral si este se identifica con la ley y la justicia2. Gilligan se apoya en la teoría psicoanalítica de N. Chodorow y establece que hombres y mujeres no tienen por naturaleza códigos morales diferenciados sino que la formación de las identidades masculina y femenina está propiciada por experiencias surgidas en el marco de las relaciones parentales. Además, Gilligan atribuye el resultado de Kohlberg a que su colega no tiene en cuenta valores como la responsabilidad por el otro, la relación, la solidaridad, que pertenecen al ámbito doméstico. Así surge la llamada ética del cuidado, identificada como ética feminista, no en contraposición a la ética de la justicia, sino como ética esencial, que ha de ser tenida en cuenta3. Carol Gilligan y sus seguidoras hablan del cuidado desde el punto de vista ético. El cuidado se entiende como opción de estar en relación con los demás como persona que cuida. Cuidar pasa a ser una responsabilidad ética que emerge de las mujeres, pero no por ello las relega a posiciones subordinadas. Sentimientos y relación, son la vida moral para Nel Noddings, que considera el cuidado como más propio de la experiencia femenina y que se convierte en cuidado del otro. Sara Ruddick afirma que proporcionar cuidados suscita un auténtico y verdadero pensamiento materno donde razón y sentimiento se unen. La conexión de la ética del amor con la ética de la obligación es la propuesta de Annette Baier. El cuidado materno como modelo de transformación social es lo que plantea Virginia Held, que dice que ocuparse de un niño es transformar la cultura y la realidad social creando personas que se transforman a sí mismas y a la sociedad que les rodea4.
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Más allá de los puntos de partida cuestionables de todas estas filosofías, la segunda aportación ética del feminismo tiene que ver con la recuperación del valor del cuidado, de la responsabilidad por el otro, de la solidaridad, del amor, provenientes de la experiencia de las mujeres, que puede ser formulada en clave ética para toda la humanidad. Podemos añadir una tercera clave ética que aporta el feminismo que promueve relaciones de interdependencia y de corresponsabilidad uniéndose a las corrientes que cuestionan el ejercicio de poder como dominio sobre otro, el poder “sobre” frente al poder “con”. Cuando el feminismo habla del patriarcado como elemento clave de los análisis de género, está denunciando una situación de dominación de los hombres sobre las mujeres a lo largo de la historia. Ya sea en la sexualidad, en el apoyo emocional que refuerza a los varones, en lo laboral, de una manera patente o subliminal, han existido y existen relaciones desiguales entre hombres y mujeres a favor de los primeros. El feminismo descubre este patrón, desentraña sus orígenes y propone relaciones sin supremacías, en sororidad, es decir, en hermandad, como modo de estar y de construir los espacios de relación. Hoy, podemos utilizar un mismo lenguaje ético para varones y mujeres. La ética del cuidado no es “la ética feminista”, tal y como la ética de la justicia no representa los valores patriarcales. La ética clama por la justicia y la autonomía. La ética reclama también el cuidado de los otros seres humanos. La ética implica la responsabilidad compartida, el poder cooperativo en la búsqueda del bien común. Principios sí, que no se oponen al mundo relacional. La responsabilidad pública no evita el compromiso de cuidado en las relaciones concretas y próximas. El ámbito de lo doméstico no exime del compromiso público. La ética así entendida es tarea de todos los seres humanos, mejor repartida, sin evasiones (de unos y otras), sin desmerecimientos.
Valores pisoteados en el cuerpo de las mujeres En lo concreto y lo cotidiano se descubre que la vida humana y la dignidad están siendo violadas, metafórica y realmente. Son masacrados los valores en los cuerposmentes que los habitan. Es un mal estructural, es decir, que está metido en la sociocultura. Pero también es personal. Del corazón de cada cual nacen víctimas y verdugos. Es una situación desesperante, me dice Verónica. El padre de mis hijos me obliga a que le busque ayudas y me insulta y me pega cuando le digo que no. Mis hijos están desquiciados. Él apenas tiene pensión, y me pasa algo de vez en cuando, aunque oficialmente digo que sí, que me la pasa. Yo no tengo trabajo ni posibilidades de encontrarlo. Tampoco quiero denunciarlo, me haría la vida imposible y algunos de
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mis hijos no lo entenderían… No quiero darle otra oportunidad, pero todos lo esperan. Hay prisiones de celdas, rejas, guardias y condenas. Hay otras prisiones sin muros ni barrotes visibles. Son cárceles vivientes, castigos perpetuos, callejones sin salida, donde las lágrimas no son consoladas, y a las palabras les cuesta trabajo generar esperanza. La vida real de muchas mujeres es así. Aquí cerca, allí lejos. Y a pesar de las leyes y la justicia, de la presión social y de los mecanismos de protección especial, esto es lo que se siente, se padece y se soporta. A veces incluso con una sonrisa, poniendo buena cara, esperando un día más, buscando y mendigando un gesto de cariño. Cuando la libertad de esta mujer es pisoteada, cuesta ver el sentido. Desfigurado y roto el camino, ¿cómo alcanzar la plenitud con tantas trabas para ser quien se es? Es el varón que oprime a esta mujer y es el sistema perverso que mantiene en la pobreza a tantos. La mirada al sistema es imprescindible. Hay que transformar políticamente el mundo, si no, “los de abajo” vivirán para siempre en el infierno. Se lo doy todo. Estoy pendiente de él. Le hago todos los favores que puedo. Yo le cuento todo, le pido opinión para todo, hago todos los planes con él. Y mira lo que él me da. No es justo. Se pasa todo el día y no me llama. No cuenta conmigo. Sin preguntarme, hace sus planes. Me siento un cero a la izquierda, ninguneada. A su lado, no soy nada. Es popular decir que las mujeres “lo entregan todo”, afectivamente hablando. Tenemos fama de servidoras, cuidadoras, dispuestas y generosas. Ya no es como antes, no tenemos las “zapatillas preparadas” para que él se sienta cómodo al llegar a casa. Pero, ¿ha desaparecido del todo un espíritu de servicio convertido en servilismo? Este servilismo puede penetrar también las relaciones sexuales (que forman parte de la afectividad íntima), porque “hay que dar gusto” no vaya a ser que piensen que somos “estrechas” o que vayan a buscar fuera lo que no tienen aquí. La generosidad, la entrega, el servicio, el cuidado no están enfundados en cuerpo de mujer. No son de las mujeres, no las caracterizan, no son femeninos. Son valores de humanidad que se hacen vida en lo cotidiano, pugnando a menudo con la utilidad, el interés, la individualidad y la eficacia, que también son valores. Se “pierde tiempo” cuando se cuida una relación, cuando se hace un favor. Pero esto cambia las cosas, también cambia el mundo y lo hace más bello. “El tiempo perdido por la rosa”, que decía aquel, hace que la rosa sea tan importante. Existen trampas a cada paso. Una mujer, tras la apariencia de darlo todo puede esconder el deseo de atrapar, de atar al otro, de hacerle sentir en deuda. Puede ser también que quien recibe, amparado en hacer de la recepción una virtud, se crea con el
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derecho a recibirlo todo y a esforzarse poco, porque ya da bastante en el trabajo, en la “dura vida”. Los hechos, que son amores, significan tiempo y energía gastados “inútilmente” en construir espacios de calor y de color. Habrá que organizarse para que todos podamos cuidar, para que todas podamos ejercer nuestras profesiones y disfrutar ociosas. Varones y mujeres están llamados a hacer renuncias para cultivar la mutualidad. Cada vez que matamos la verdad con visiones interesadas revestidas de servicio y de generosidad, de falsas justicias y libertades, estamos violentando al ser humano, perdiéndole el respeto, destruyendo lo mejor de las relaciones, “aprovechándonos” del otro, de la otra.
Con los ojos abiertos Decir “valores” es decir ética, y decir “ética” es hablar de comportamiento humano, de ideas y de opciones, de lo que atrae con pasión al corazón, y de lo que organiza la propia vida. Ética y proyecto de vida están en conexión. Felicidad humana y la escala imaginaria a la que nos agarramos para conseguirla –los valores–, tiene que ver con ser plenamente hombres y mujeres, seres humanos, en definitiva. Los valores, los ideales que llenan de sentido la existencia, nos conducen a ser aquello para lo que hemos sido creados. Los cuerpos de las mujeres siguen siendo violados, y sus mentes violentadas por varones. La violación “física” es solo la punta del iceberg de la inconsciencia de los límites, de la enfermedad del poder. En el sistema androcéntrico y patriarcal, importa poco si el control y la conquista es de un país o de una mujer. La guerra y el afán de dominio, la devastación de la tierra, la violación y vejación de las mujeres, están en relación, son resultado de la misma dinámica pervertida. Los valores, los ideales, la ética están siendo masacrados. Los actos humanos tienen relevancia ética, cualquiera que sea el ámbito en el que tengan lugar, personal o estructural, público o privado. Todo está interconectado. Hablar de justicia, libertad, solidaridad… es hablar de los “motores” que nos llevan a la armonía, al equilibrio, a la eternidad. Los ojos han de estar muy abiertos para ser plenamente conscientes. Estamos en el centro del sentido de la vida. Hemos de reivindicar al mismo tiempo la acción pública y la revolución del corazón. La crisis económica que hemos atravesado y que no está concluida, es la punta del iceberg de un proceso de cambios más profundos, de un cambio de paradigma, en un mundo donde “nos las prometíamos tan felices”, y que parece fracasar, en el que había triunfado un sistema único de pensamiento y un patrón monolítico de relaciones, donde el utilitarismo y lo cuantificable han sido (aún son) los amos implacables.
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Este patrón socio-cultural está en decadencia, en crisis. No sirve para toda la humanidad ni está forjando mejores personas del futuro. La crisis económica traduce una crisis mayor. Los valores imperantes, que giran en torno al quantum, no están generando más felicidad. Es evidente que la economía de mercado, en un capitalismo que se ha vuelto salvaje, nos derrumba, con más sufrimiento para los más débiles. Si necesitamos unos patrones nuevos de conducta, más solidarios y humanizadores, no los vamos a encontrar en el consumo, producto del sistema neoliberal. No es la ferocidad del tener la que va a recuperar la ética más humana. Confiamos en que aún es tiempo de renacer. Resurgiremos desde los valores que nos hacen auténticamente personas: Desde el ser más que desde el tener; desde la calidad y calidez de cada pequeña acción, frente a lo mucho, a la cantidad, a lo que sobra, a lo que nos hace ricos y pobres, a lo amontonable; desde el hacer colectivo y la solidaridad frente al éxito individual; desde la libertad y la verdad frente a la esclavitud y las mentiras. En definitiva, desde el encuentro personal que nos hace diversos y diversas sin cosificarnos, que nos sitúa frente a frente pero no enfrentados, codo con codo, mano con mano, mirando juntos en una misma dirección. Con los ojos abiertos, atravesamos los prejuicios.
1. Cfr. en ideas de CORTINA, A., Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Madrid, Alianza, 1997. 2. Ideas inspiradas en SERRET, E. en www.debatefeminista.cieg.unam.mx/wpcontent/uploads/2016/03/articulos/021_06.pdf, consultado en octubre 2018. 3. Ibíd. 4. Cfr. ALONSO, M., El cuidado, un imperativo para la bioética. Madrid, UPCO, 2011, pp. 29-30.
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Parte II
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Amor y libertad con ojos de mujer
Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas ni cogeré las flores ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras. San Juan de la Cruz (Cántico Espiritual) Hemos recorrido la perspectiva del feminismo con claves éticas de justicia, libertad, solidaridad y sororidad, como elementos de valor para construir un mundo más humano. Así entendido y pegado a la realidad cotidiana cercana y universal, el feminismo no ha de ser un arma arrojadiza, un argumento para esgrimir batalla. Esta mirada feminista es específica y concreta. Busca desvelar, integrar y proponer. Construida esta base, me adentro en los vericuetos de las relaciones personales, en concreto en las relaciones de pareja, especialmente cuando están construidas por hombre y mujer, ya que es el terreno más explorado para mí, sin excluir otras posibilidades. La mirada es extrapolable. Nos situamos en ese lugar de atracción y pasión, de contradicción también, donde se vive el conflicto y la plenitud, allí donde se juega tanto la felicidad humana. La relación amorosa, la pareja, es lugar de realización de los seres humanos. Desde ella se pone en marcha la dinámica familiar y social en nuestro contexto. Es fuente, o así anhelamos, de la comunicación más profunda. Es el jardín especialmente delicado donde las malas hierbas han de ponerse a raya. Es el espacio donde más se confunden los sentimientos y donde se puede construir el más bello de los paraísos o el más horrible de los infiernos.
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4 El amor en ti y en mí Significados del amor y perspectiva de género
Me duele ver a parejas que se pelean, que no se entienden, que dejan de hablarse o que no saben dialogar y que sufren tanto por ello. Hombres y mujeres que confunden el deseo con el amor o que no dan la importancia merecida al misterio que tienen entre las manos. Me duelen las separaciones, las rupturas, aunque a veces sean lo menos malo en el camino para afrontar el futuro que ya no es posible en común. Me duele más no lograr el milagro del amor, que la muerte que pueda truncarlo; me duele que llegue la muerte y no nos pille culminando el amor. Me duele, cómo no, también la muerte que se lleva tanto. Tal vez esta reflexión encierra la motivación para adentrarme en las relaciones, para penetrar en lo que hay ahí, intentando comprender y buscando claves que me hagan más digna amante en la aventura de la vida. Tal vez es el dolor el que me impulsa. La certeza de lo no logrado. Si el feminismo es el producto de la búsqueda de la justicia, se trata ahora de perseguir otro ideal, el del amor, analizándolo con los ojos del feminismo. El intento, la búsqueda, la apuesta por construir espacios amorosos, el que parece inevitable querer y deseo de ser querida, es la forma que tenemos los humanos de vincularnos. Cuando hablo del amor entiendo que hay un tipo de cariño, de querer, que mueve los hilos de las relaciones, que provoca hermanamiento y que genera lazos. Existe también el amor a una tarea, a un ideal, a las personas a las que nos dedicamos con la profesión, el voluntariado o en la familia/grupos. Imprescindibles ambos, pero no es este el amor al que me refiero. El que centra la atención de este estudio es el amor entre dos en la intimidad más íntima. La mirada que penetra aspira a ser feminista, conectada con la equidad. Espero que esta exploración me ofrezca a mí misma y a otras personas sedientas, la posibilidad de ser más humanas y también más capaces de humanizar cualquier relación. En las siguientes páginas nos sumergimos en el amor, en sus brazos cálidos y arrulladores, pero también lo cuestionaremos, sin conformarnos.
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Pero, ¿qué es el amor? Decíamos que el amor al que nos referimos es el amor de pareja, ese que lleva consigo la intimidad íntima, ese que no separa cuerpo de espíritu, ese que, aunque parezca mentira, se produce pocas veces en la vida, porque tejerlo exige tal cantidad de energía, tal implicación personal, que los años que pasamos por aquí no son suficientes para llevarlo a cabo en plenitud. El amor íntimo tiene corazón, es cabeza y es manos. Es decir, es sentimiento, pero también es pensamiento y es acción. Es claro su componente emocional, pero no existe sin argumentos, sin reflexión, sin procesar lo que mueve al corazón. El amor tiene razones, se da razones. El amor es “manos” porque no es posible sin traducirse en obras, en acciones concretas por y con la persona amada. Tiempo y energía puestas en la relación. El amor es dinámico, no se gasta, se multiplica, se llena de matices… si me atrevo a caminar por su senda. El amor, de alguna forma, no se puede poseer, no habla de control ni de certeza total. Como dice G. K. Gibran, “el amor no tiene más deseo que el de alcanzar su plenitud”… “como gavillas de trigo os aprieta contra su corazón, os apalea para desnudaros, os trilla para liberaros de vuestra paja, os muele hasta dejaros blancos, os amasa hasta dejaros livianos; y luego, os mete en su fuego sagrado, y os transforma en pan místico para el banquete divino”1. Es una forma poética de decir que el amor es el proceso que nos libera de lo accesorio, que nos enfrenta a lo esencial, abrazados en otro, en otra, abiertas a la transformación. Este amor al estilo de un fuego que hornea, nos conduce a una idea menos poética, más estudiosa, la de Boris Cyrulnik, en su libro El amor que nos cura, que habla de la relación amorosa como medio para redefinir el sentido del dolor, y colaborar en la resiliencia, entendida esta como capacidad auto-terapéutica de las personas frente al sufrimiento psíquico o moral. El amor de pareja se convierte en una segunda oportunidad (la primera estuvo en la relación con los padres), una posibilidad de reconstrucción de heridas y traumas. El autor señala que cuando se llega a la edad de emparejarse, uno se presenta tal y como le gustaría ser, pero el compromiso se realiza con lo que se es. Ese “se es” significa que tenemos un estilo afectivo propio que se ha ido generando a través de la propia historia. El amor consiste en dos personas que asocian sus deseos en el acto sexual y conjugan sus estilos afectivos en la vida cotidiana, pero al mismo tiempo, en el encuentro amoroso van modificándose mutuamente, al estilo de Gibran, en ese fuego que hace pan. Cyrulnik habla del encuentro amoroso como un desvío, en el que cada cual ha de modificar su trayectoria para llegar al otro y darle al otro la seguridad, la confianza
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suficiente para la interpenetración, el derecho de entrar en el cuerpo y en el alma que puede conducir a un lugar mejor, pero también a la derrota. Cuando se forma una pareja tiene que surgir a un tiempo el deseo y la voluntad de establecer un vínculo2. E. Rojas, en El amor, la gran oportunidad, dice que la aparición del hecho afectivo va a estar tamizado por nuestra instalación personal (nuestro decorado exterior o coyuntura), y por nuestro sistema de interpretación de la realidad (nuestro decorado interior o estructura). De esta mezcla nacen las diferentes reacciones afectivas3. Entiendo que la manera en que genero los vínculos amorosos habla de mí, de mis heridas, de mi experiencia vital. Me vinculo a otro ser tal como mi historia personal me ha enseñado, y desde el momento presente, desde mi coyuntura concreta, que va cambiando a lo largo del tiempo. Esto me lleva a elegir a una persona u otra, y a que una relación amorosa resulte exitosa en un momento de la vida y no en otro. Es a través de la relación amorosa como encuentro la posibilidad de transformación. Si percibo la confianza y la aceptación de mi ser tal como es, más allá de mi carta de presentación, empezaré a caminar para lograr ser como deseo ser. No es fácil hallar esta aceptación. Beret, Francisco Javier Álvarez Beret, actual compositor de canciones, de 20 años, que mi hija me revela a través de internet, me ayuda a descubrir esta certeza de una forma luminosa. “Ojalá si te aceptasen por primera vez y entendiesen que es que todos merecemos bien”… Eso dice la canción de título “Ojalá”, digna de ser escuchada y así captar cuánto de bueno traen las nuevas generaciones. “Hay tantos con quien estar pero no con quien ser”, dice Beret. Incluso aunque una se vaya aceptando a sí misma, el otro puede seguir insistiendo en no relacionarse con quien eres en realidad. Eso no es amar, aunque se diga “te quiero” cientos de veces. Más bien a veces parece querer decir: “Te quiero como yo quiero que seas, deja ya de ser como eres”. Junto con mi voluntad de cambio, la aceptación radical del imperfecto presente y de mi historia personal, es el “puente de plata” que el otro me tiende para seguir avanzando. Por otra parte, me doy cuenta de que ese “tal como se es” se descubre a menudo en la relación amorosa. Me identifico tanto con quien deseo ser que no me doy cuenta que no lo he logrado aún. Y lo mejor es que no haberlo logrado también merece la pena ser bendecido y abrazado. La relación amorosa que genera vínculo es un medio de autoconocimiento, un alambique en el que irse purificando, un torno en el que el propio barro va modelándose hasta conseguir la figura deseada. Esa figura deseada no es otra cosa que la expresión de mis valores más profundos. El amor íntimo abraza el presente que somos tanto o más que lo que quizá nunca llegaremos a ser, pero que necesitamos mantener al frente, y que también forma parte de nuestro ser.
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El amor es un arte Para Erich Fromm (1956), el amor es un arte4, por lo que requiere conocimiento y esfuerzo. Es sentimiento y es voluntad. No es una sensación placentera, una tensión que busca alivio o algo que encontrar si tenemos suerte. Del pensamiento de Fromm es preciso señalar varios aspectos. En primer lugar, el autor considera que el amor es la respuesta al problema de la existencia humana. El ser humano tiene conciencia de sí mismo, y como tal, de que está desvalido frente a las fuerzas de la naturaleza, de su morir con independencia de su voluntad, de su soledad. Por ello trata de hacer lo imposible por trascender la propia individualidad, uniéndose a otras personas. Sin embargo, el amor no es cualquier forma de buscar esta unión. Hay uniones simbióticas en las que más que amor hay dependencia. Frente a ello, hay otra forma de unión, lo que Fromm llama el amor maduro, que es un poder que atraviesa las barreras de lo individual sin borrar la propia identidad. Fromm plantea errores en la concepción del amor. El primero es que para la mayoría de la gente el problema del amor no es amar sino ser amado, para ello, en nuestra sociedad, los hombres tratan de tener éxito y poder, y las mujeres hacerse atractivas. El segundo error sobre el amor es confundirlo con un objeto, sin tener en cuenta que es una facultad. De este modo, se trata de encontrar el objeto adecuado para amarlo, el mejor disponible en el mercado teniendo en cuenta los valores de la sociedad contemporánea. El tercer error tiene que ver con confundir enamorarse con amar o “permanecer enamorado”. El milagro inicial de la intimidad compartida aderezada con la atracción sexual, ese que nos saca de las casillas de la razón en el momento de comenzar una relación, no es igual a amarse intensamente, aunque la percepción lo muestre así. Ortega dice que el amor es activo y me mueve a salir de mí, ya que amar es empeñarse en que el otro exista, en que en lo que dependa de nosotros, tenga vida. Fromm también habla del amor en este sentido como una actividad, entendida esta como uso de la energía, no el resultado de una compulsión, de un afecto pasivo, sino más bien como un dar. Y ese dar no es un sacrificio sino el acto en el que experimento toda mi riqueza, mi fuerza, mi vitalidad y mi poder. No es un poder para dominar o ser dominado, sino un poder que produce amor, que hace al otro dador, y entre ambos comparten la alegría. Presupone que las personas que se aman han superado la dependencia, el narcisismo, el deseo de acumular, o de explotar. Para Fromm el amor así entendido no se da sin cuidado (preocupación activa por la vida y crecimiento de lo que amamos), responsabilidad (dando respuesta a las necesidades psíquicas expresadas o no de otro ser humano), respeto (la persona amada crece y se desarrolla, no para servirme, no como yo necesito, sino como ella es) y conocimiento (no se puede amar sin conocer al otro, a la otra). Estas cuatro actitudes que
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E. Fromm exige al amor pertenecen al ser adulto que ha adquirido humildad y que ha renunciado al sueño de la omnipotencia siendo capaz de trascender de sí mismo para ver más allá. Despejados los errores que rodean al concepto del amor, intuimos que el amor es la posibilidad de amar, de salir de una misma atravesando las diferentes etapas del amor sin confundir la facultad de amar con las circunstancias del amor. Amar es darse, activarse hacia otro ser, preocupándose por él, asumiendo su verdad y queriendo conocerla cada día un poco más, sin necesidad de dominar, haciendo del amor un cauce privilegiado de respuesta a la necesidad existencial de relación de ser humano. “Soy, amando”, podríamos decir, animada por la reciprocidad en el amor. Amar es un arte, sí, y como tal tiene mucho de creativo, de generador de espacios posibilitadores de sintonía. Es otra necesidad esencial del ser humano, la de la creatividad. La que ama siempre está inventando, buscando, proponiendo. La que ama se sienta cada día delante del cuadro, no siempre produce trazos, a veces contempla, escucha, siente. Otras mueve el pincel y crea, ejecuta, está inspirada. La que ama, se corrige también, cambia, retoca. Ahí está, siempre aprendiendo. A veces se aleja para mirar de nuevo con otra perspectiva, sin olvidar ni tener presente el cuadro. Una obra de arte lleva su tiempo, se sabe cuando comienza pero no a donde llevará. Tiene algo de misterio, tal vez porque penetra en lo más radical del ser humano.
¿De qué está hecho el amor? Robert Sternberg5, psicólogo estadounidense, propone la teoría triangular del amor. Para él hay tres componentes que caracterizan una relación interpersonal: Intimidad, pasión y compromiso. La intimidad trata de los sentimientos que promueven el vínculo, la conexión, la comunicación profunda hecha de autorrevelación. La pasión es el intenso deseo de unión con el otro, el deseo sexual que se acompaña de excitación psicológica. El compromiso es la decisión de amar a la otra persona y mantener ese amor, en los momentos buenos y en los que no lo son. Según Sternberg, las diferentes etapas o tipos de relación se pueden explicar combinando estos elementos. Si hay uno solo de ellos, es difícil que se mantenga la relación, mientras que si se dan los tres, será duradera. Los diferentes tipos de relación serán los siguientes: 1) El cariño, que caracteriza las verdaderas amistades, que es vínculo y cercanía, pero no pasión física ni compromiso. 2) El encaprichamiento, o amor a primera vista, sin intimidad ni compromiso. 3) El amor vacío, en el que existe una unión por compromiso, pero no hay pasión ni intimidad. 4) El amor romántico, donde hay cariño y pasión, pero no compromiso de estar juntos. 5) El amor sociable, que se
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encuentra en parejas donde hay cariño y compromiso, pero la pasión está ausente. 6) El amor loco, que se da en relaciones en las que el compromiso es motivado por la pasión sin el ingrediente estabilizante de la intimidad. 7) El amor consumado, que es la forma completa del amor, tiene los tres ingredientes, es difícil de alcanzar y de mantener. Desde mi experiencia, y la de otras mujeres, el amor íntimo está hecho de cuatro elementos: 1) Afecto-Cuidado, 2) Compenetración, 3) Compromiso entre dos, 4) Apertura a ser más que dos. El primero, el afecto-cuidado, se trata del cariño que existe en cualquier relación de amistad, añadiendo ese estar pendiente, ese cuidado, esencial para las relaciones. Preocupación por lo que al otro le preocupa, apoyo con gestos y palabras. Esta condición nunca se puede obviar, es signo de un respeto máximo que la confianza creciente y el tiempo que pasa no rompe. Donde hay confianza “no da asco”, contrariamente a lo que el refrán dice. El cariño va necesariamente unido al cuidado, si no solo será una expresión superficial, carente de profundidad. Ternura sí, pero con cuidado del ser amado. El segundo elemento es la compenetración como la posibilidad de vivir el deseo sexual, vivirlo a tope y vivirlo de manera trascendente, más allá de los propios límites corporales, en una experiencia de vivir-con, vivir-en, que despoja del individualismo y transporta a un lugar donde somos dos que nos entendemos, cómplices en el camino de la vida. Esta mirada añade a la pasión erótica la posibilidad de mirar en la dirección que señala la flecha del deseo. Deseo y conexión en la comunicación al máximo nivel, van de la mano, se compenetran, se dan de comer. El cuerpo y la mente se cohesionan, se intercambian con el otro. Las máximas aspiraciones se conectan atravesando el silencio de la soledad. Se percibe lo que trasciende. La excitación sexual y su satisfacción, que de por sí tienen su espacio, se abren a algo más. Sabemos que esta manera de entender la comunicación profunda-deseo-intimidad, es muy particular, pero es la experiencia de muchas mujeres. El compromiso incluye exclusividad y fidelidad, permanencia en la dificultad, búsqueda del bien del otro, perdón y agradecimiento. Más allá de que existan “papeles” que lo corroboren, o que sea socialmente reconocido, el amor íntimo sabe que es imposible llamarse amor sin este último requisito. El universo que descubren dos que se aman es exclusivo, o sea podríamos decir que anhela seguirse explorando y tejiendo con dedicación, desea no ser interferido, sus barandillas son la confianza y la seguridad, exige concentración y atención, es un espacio de búsqueda unitario que procura no ser traicionado. Por último, la exclusividad no es una puerta cerrada sino que permite la apertura al exterior. Desde la seguridad del amor estamos dispuestos a ser comunidad, a abrirnos al mundo, a repartirnos en el mundo. Esta apertura no ha de entenderse siempre como procreación sino como misión que no encierra en sí mismos a los que se aman. Amamos
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a más personas, y vamos con ellas “en nuestra cabellera”, evocando algún verso de Pablo Neruda. Queremos dar cariño y cuidado a otros. Nos comprometemos con otros proyectos y personas. El compromiso es llamada a ser más que dos. Lo expresa de manera hermosa Mario Benedetti cuando dice: “si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”. El amor, con estos cuatro ingredientes, modificado de Sternberg, redimensionado en sus significados, no es fácil encontrarlo, pero lo buscamos. Esta manera de entender el amor no es estandarizable, no necesita fórmulas magistrales, no tiene que acomodarse a un patrón. Hoy estamos abiertas a uniones de otro tipo, dos mujeres, dos hombres que se hacen pareja, mujer y hombre que se unen sin vivir juntos, o parejas que conviven sin casarse. Es el encuentro de dos potenciales libertades. Atravesamos el mundo conocido para adentrarnos en otro lugar y dejar de mirar con recelo a otras formas de amor. El amor, en estos casos, no es menos amor, no deja de ser exigente, sigue apelando a la plenitud y ha de atravesar la dificultad, ¡enorme!, de no ser, en muchos casos, socialmente aceptado. El amor sin hijos y con fórmulas abiertas incluso sin inventar, sin lo que todos entendíamos antaño como un proyecto común, también es amor y no es fácil. No es de segunda categoría. A veces, los que se aman se auto-censuran, es decir que en el fondo no aceptan lo que viven como lícito, tal vez influidos por el ambiente hostil. Con ello tampoco se abren a la aceptación de los demás, se esconden en la clandestinidad. No ser “lo normal” y poner en duda la credibilidad del propio amor es una doble tortura que provoca sufrimiento y desgaste.
Amor y deseo Deseo es el movimiento afectivo hacia algo que se apetece, según la RAE, y la libido o deseo sexual, podría ser el movimiento afectivo hacia alguien que atrae poniendo en juego la sexualidad (con o sin genitalidad). Por ello, es fácil identificar el amor íntimo con el deseo sexual, y aunque el amor y el deseo van de la mano en las relaciones de pareja, no son lo mismo. José Ortega y Gasset en Estudios sobre el amor (1926)6 hace referencia a Santo Tomás, que recogiendo la tradición griega habla de amor y de odio como dos formas del apetito. Observemos que a lo largo de la historia ha existido esta identificación parca entre amor y deseo. El amor, según Ortega, sería el deseo de algo bueno en cuanto bueno, y el odio una repulsión de lo malo en cuanto a tal. Pero el amor, así presentado, se queda corto. La sexualidad, y el deseo sexual han sido objeto de control social y esta necesidad tiene que ver con la identificación de que la pulsión sexual podía ser mortal al
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desencadenar violencia y conflicto con otros miembros del grupo en la búsqueda de parejas sexuales. Por ello, toda sociedad ha intentado hacer coincidir sexualidad, placer, amor y seguridad colectiva. La sexualidad amenaza al orden social, pertenece a la existencia pretécnica del hombre, es antinstitucional, contradice el orden racional, desafía la voluntad, es un modo de estar en el mundo opuesto a lo que la inteligencia técnica le procura al hombre, perteneciendo más al juego, a la poesía, a la fiesta, y no al afán de transformar el mundo7. Ciertamente hablamos de una experiencia que conecta con lo más instintivo, que está presente en lo que nos hace sobrevivir como especie, la reproducción, pero existe sin ella. Como seres sociales que somos, lo hemos sometido a normas sociales que han ido transformándose a lo largo de la historia. No hace tantos años, y aún en algunas culturas, casarse por conveniencia era lo adecuado, después surgía o no el deseo sexual y el amor. No existe pues, lo naturalmente bueno, sino lo culturalmente establecido en cada momento. La situación, como dice Fuchs, sacude siempre a la ética, y el contexto actual inscribe el deseo sexual en un nuevo paradigma del que podemos extraer aprendizajes que cuestionan la manera primitiva de entender el deseo. Hoy en día satisfacerlo se ha convertido en un objeto más de consumo, especialmente, decimos, entre la juventud. La desinhibición que provocan las drogas, empezando por la más socializada, el alcohol, y la desacralización del cuerpo como vivencia independiente de la mente y del corazón, hacen que estemos presenciando la separación explícita de deseo sexual y amor. No le falta razón a E. Fuchs cuando dice que tal vez hoy existe otro sometimiento de la sexualidad que tiene que ver con la necesidad de verbalizarlo todo acerca de la sexualidad para arrancarla de antiguas opresiones y la exigencia del éxito sexual que hace del activismo del placer una dimensión religiosa. La nueva moral del placer puede ser otra expresión más de la sociedad capitalista liberal8. Criticamos esta forma actual de vivir el deseo pero no hemos de olvidar que los burdeles y prostíbulos han estado llenos de varones a lo largo de la historia. ¿Eso no era un paréntesis que los hombres se daban/se dan a sí mismos para satisfacer el deseo sexual apartado de otras parcelas del ser humano? Desde que el hombre está sobre la Tierra, el manejo del deseo sexual no siempre ha sido constructivo y luminoso, pero lo que está socialmente admitido por los adultos, que son los jefes de la sociedad, llama menos la atención y no hace llevarse “las manos a la cabeza”. Al menos, en los jóvenes de hoy, el encuentro sexual se produce en condiciones de hipotética igualdad. Asistimos a un momento en que ellos se lamentan (también) de que ellas no se quieren comprometer, y las relaciones sexuales a veces no van más allá de vivir el deseo puntualmente. No se trata de emitir un juicio sobre ello, sino simplemente señalar que esta manera de comportarse supone una ruptura con la concepción que teníamos de ser
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humano que vive la sexualidad y el deseo sexual integrado en una relación socialmente bendecida.
Más amor, más deseo, más amor En estos tiempos hemos aprendido que el deseo sexual no puede ser entendido como amenaza, no es ese monstruo al que hay que atar en corto porque conduce a los actos más violentos, no es el ciclón que desata el desorden social. Más estudiado y comprendido, menos enigmático, resulta educable, canalizable, y expresable. Desde un punto de vista ético, no deja de estar sometido a los valores, y es cierto que los valores están influidos por el contexto-cultura, pero como sujetos responsables que somos, el discernimiento exige procesar los valores, hacerlos pasar por la interioridad y elegir lo más libremente posible. Como cualquier movimiento interior, requiere ser modulado por el ser humano que piensa, siente y decide. El deseo sexual hoy no ha de verse ligado al amor ni ha de inscribirse en lo reglamentado. Pero exaltarlo desmedidamente o consumirlo sin más parece una forma reactiva de salir del pasado angosto. Entre las viejas y las nuevas opresiones, hemos de encontrar una nueva forma de inscribir el deseo en la dimensión de ser humanos conscientes y libres. Aunque deseo y amor no están obligados a darse la mano, ¿podría ser la relación amorosa íntima un modo de vivir el deseo en plenitud? Es una opción. La sexualidad, como vivencia, inscribe al deseo sexual y siempre la llevamos puesta al ser una faceta más de la afectividad. Cada cual la vivimos como somos, y así el deseo sexual. Algunos lo identifican con una necesidad fisiológica que una vez satisfecha no tiene más. Quizá a ello se refería Ortega cuando dice que el deseo invita a la posesión y muere cuando se satisface, es pasivo e invita a sentirse el centro de gravitación. Para otros, sigue siendo un elemento a reprimir concebido como negativo en sí mismo. Tal vez por ello impregna las relaciones ambiguas, erotizando todo lo que toca, con un toque de sí pero no. Como otras vivencias intensas, el modo de vivir el deseo es un espejo más en el que me miro y descubro quién soy. Amor y deseo sexual se confunden porque cuando una persona me atrae, me gusta, se despiertan en mí las ganas de estar con ella toda entera, siento el impulso que me lleva hacia ella, todas mis energías se disponen para ella, y a menudo, creo que la quiero, confundo el amor con el deseo. Es una potente sensación. ¿Le doy rienda suelta? ¿Me detengo? ¿Me planteo algo más, o no? ¿Es el deseo el impulso que me invita a entrar en el terreno del amor? Si la energía libidinosa me alienta para seguir caminando a la búsqueda de más elementos, si se conjuga mi sentir con el del otro, entonces, deseo y amor empiezan a danzar, entrelazándose.
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Algunas elegimos vivir el deseo sexual integrado en el amor, de una manera que nos parece profunda y penetrante, como energía que canalizamos en el espacio donde se conjuga la relación amorosa. Se explaya en el amor íntimo. El deseo puede ser redimensionado y potenciado, poniéndose al servicio de la relación. Se aprende a estimular cuando se entrelaza con la palabra, cuando se le da el tiempo necesario para la sincronía, sin acelerarse ni perder la pista, centrados en la admiración mutua, en el compartir y el construir. El deseo sexual educado sabe dónde y cuándo no tiene cabida, se retira sin demasiados aspavientos y así le concedemos la importancia justa. No lo es todo, y sin embargo es. Si no tomo conciencia, si no nombro lo que siento como lo que es, me será difícil manejarlo con autenticidad, es fácil que me equivoque. Puedo no querer buscarle el sentido a lo que me pasa, es una opción seguirlo sin más. No es raro que los más miedosos no quieran hablar de ello, como si el deseo no fuera razonable. Palabra y razón están en estrecha relación. Sin embargo, las menos temerosas preferimos la libertad que da la verdad. Ser libre entre los brazos del deseo es aprehenderlo, mirarlo cara a cara y llamar al deseo, deseo, que no amor. Cuando el deseo se satisface una y otra vez en una relación amorosa concreta, puede adquirir otros destellos. Parece que invita a amar más y el amor alimenta el deseo. Parece más gobernable, más amable, más conocido. Se empieza a ver a la persona que hay detrás más dibujada, más real, más querible o no. A veces, ha de pasar una etapa larga en la que el deseo se desmelena para reconocer lo que hay de verdad. ¿Quién es este con quién deseo? ¿En qué consiste nuestra relación? ¿Me interesa seguir adelante? A veces es necesario atravesar este momento porque antes vivo un tanto obnubilada, no inconsciente. Seguir el impulso temporalmente es una etapa. Pasa y no me invita a la nostalgia. Confío en que a la vuelta de la esquina hay algo por descubrir más enriquecedor. Para algunas, que nos movemos en la necesidad de trascender, el deseo sexual como otros deseos, siendo energía que me mueve y me sacude, me evoca a ese otro deseo con mayúsculas del que hablaba San Agustín, el deseo que eleva a Dios, dinamismo que anticipa lo que no vemos, que abre la capacidad de saciarnos, que provoca el desasimiento de los límites espacio-temporales. Los deseos, los anhelos, son rasgos del infinito sembrados en el corazón del ser humano. Es posible, tal vez sublimando, aproximar el deseo sexual a un deseo de este calado, eco de otro deseo, aliento del más allá. Si esto es posible, se abre la puerta a comprender el deseo sexual como parte del ser humano que anhela y desea, que busca la plenitud y no la tiene, que no se basta a sí mismo, que siente atracción y percibe en sí la apertura de los cauces para alcanzarla. Entenderlo así da la oportunidad de ejercitarnos en el deseo, aprender a reconocerlo, a
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admitirlo, a canalizarlo. Inscrito en la relación amorosa es privilegiado para algunas personas. Esta mirada está a años luz del deseo que persigue ser consumido aquí y ahora como quien siente hambre y coge lo primero que tiene a mano para saciarla. Está lejos del deseo que se equipara a una necesidad fisiológica o de algo temible que requiere darle forma social de contrato para domesticarlo. Ortega dice que no hay nada tan fecundo en nuestra vida íntima como el sentimiento amoroso, y de él nacen deseos, pensamientos, voliciones y actos. No es claro que el deseo sexual nace del sentimiento amoroso pero, efectivamente, tal vez no hay nada en la intimidad más íntima del ser humano tan creativo y productivo como el amor. El deseo sexual puede encontrar en la relación amorosa la más maravillosa de las expresiones. Como del resto de emociones que siento, del deseo sexual puedo ser dueña. Experimentarlo en soledad o en compañía. Vivirlo evocando una mirada más allá. Puedo elegir hacer poética su experiencia o consumirlo sin detenerme. Cuando el amor y el deseo se dan juntos, el amor abarca al deseo, lo trasciende, aprovechando su impulso, lo moldea imprimiéndole el carácter íntimo-relacional. El amor, como dice Ortega, saca al deseo del propio yo.
Fantasías y pecados que perturban el amor El amor es ilusión donde se proyecta la fantasía (adquirida socialmente) de que es posible la unión y comprensión plena. No es posible, ciertamente. Tendríamos que ser dioses, y no lo somos. A los que somos del amor nos da satisfacción conocer en profundidad a un ser humano, aprender a descifrar sus necesidades reales en medio del bosque de las conveniencias, del caos de los caprichos producto del egoísmo reconocido o no. Y en el mismo camino, descubrirnos, desenmascararnos. Amar es adentrarse en el mundo del otro, con deseo y empeño, con ánimo de verdad, de comunión. Pero nunca será total, entre otras cosas, porque ni a mí misma me conozco completamente, y entonces, ¿cómo aspirar a conocer a otro o a que otro me conozca del todo? La realidad concreta exige rebajar expectativas, dejar a un lado las fantasías irracionales, asumir y asumirse con humildad mirando con ternura la limitación y no por ello culpar ni culparse. Por otra parte, hay trampas en ese deseo de conocimiento total. Es la tentación del control no reconocida. Cuanto más sé de ti, más te puedo controlar, más estás en mis manos. Y es que el amor íntimo al que me refiero es un lugar al que vamos tal como somos. Eso sí, con la disposición al cambio, cimbreando la cintura alegremente, con apertura a
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seguir puliendo nuestra figura. Es el lugar donde se entremezclan nuestras emociones más íntimas. Allí llevamos el orgullo, la vanidad, el mirarse el ombligo, la pereza, el deseo de control, las inseguridades y miedos… Sí, aparece el mal como elemento que amenaza la naturaleza vincular del amor, que pugna por romperla, de manera evidente o de forma más sutil. La traición al otro y la mentira quedan fácilmente al descubierto, pero hay otra forma que puede ser igual de dañina, la que se produce, a veces inconscientemente, cuando la persona se cree con el derecho a utilizar el amor para su provecho y el encuentro con el ser amado para rellenar sus vacíos por una parte, y al mismo tiempo vomitar todas las miserias. Es una pena, porque el amor “utilizado”, automáticamente deja de ser amor. Cuando la otra persona se convierte en el espacio donde vierto mis desperdicios, y al mismo tiempo la fruta que exprimo y de la que extraigo su jugo, el amor se cosifica y se disuelve. La línea es muy estrecha pero perceptible entre lo que es confianza plena y lo que es abuso de la confianza que despersonaliza al otro. Tan terrible como gritar al otro es despreciarle de forma exquisita, no admitiendo su penetración en mi corazón, no admitiendo la palabra ni la confrontación. El espacio del amor no es solo el espacio donde estoy en zapatillas, ni es un lugar en el que uno es el protagonista y otra la escuchante. No es donde recibo placer como un derecho o me ofrezco al placer como una puta. Actor y espectador son igualmente culpables de la muerte del amor. El amor es sagrado, y nunca utilizable, y esto no quiere ser una expresión estéticamente bella que uno se queda a gusto cuando la escribe o la lee. Cada día habría que meditarla. Es la columna vertebral del amor. Cuando me descubro a mí misma buscando siempre parejas exigentes, que me ponen entre la espada y la pared, tal vez no hago sino dar de comer a mi ego. Tal vez no cargo con mis miserias y sigo al amor sino que busco una perfección inalcanzable y deseo vencerme a mí misma una y otra vez, ocultándome en falsos deseos de procurar el bien del otro. Es estupendo tratar de superarse día a día, pero a veces, en la elección de mis parejas puedo ocultar un sentimiento neurótico de culpa, una necesidad de doblegarme una y otra vez y de no admitirme nada más que si logro “ser buena”. Sutilezas de una trampa más, sedosa e invisible. El potente deseo sexual puede ser un elemento de dominación. Y así, también se convierte en una terrible perturbación. Es curioso cómo los grandes dictadores de la historia eran seductores, querían rodearse de mujeres, ser vistos como hombres que no pertenecían a nadie y que tenían a muchas mujeres adulándoles. También es cierto que las mujeres de estos dictadores podían ser tan psicópatas como ellos y someterse a múltiples vejaciones. En otro capítulo ahondaremos en ello. Sin llegar a tanto, en todas las relaciones puede instrumentalizarse el deseo, que sea todo lo contrario al amor, elemento de control sobre el otro más que de liberación. El espejo referido, donde cada
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cuál se descubre, vuelve a hacerse patente. En definitiva, si busco el amor, y así somos todos los seres humanos, si en el amor íntimo escasamente alcanzable pongo todo mi empeño, es porque tiene ingredientes de plenitud, sabor de eternidad, aspiración a lo más profundo y más alto. En él y por él, y si no hacemos trampas, nos convertimos en personas más dispuestas para el amor entregado y fraterno. Si se me permite una metáfora, puede ser el espejo amigo donde Dios se mira cada mañana, y el lecho cálido donde descansa cada noche.
Pinceladas de género narrativas y visuales En la visión que he presentado del amor ya hay una perspectiva de género, hasta en el uso de los términos él y ella que nunca están repartidos aleatoriamente en el discurso. Sin embargo, subrayemos con algunos ejemplos, extraídos del cine y la literatura, los estereotipos de los que no estamos liberados varones y mujeres en cuanto a la vivencia del amor se refiere. En la película Antes del amanecer, perteneciente a una trilogía estupenda del director Richard Linklater, una pareja habla del amor. Para el protagonista masculino lo importante en la vida es lograr hacer algo original, importante, tener éxito de alguna manera. Para ella, en cambio, el amor es lo más importante, en ello pone todas las energías. En un momento llega a decir algo así como que si existe Dios, está en medio de ti y de mí que nos amamos, en ese espacio que es el nosotros. Preciosa expresión que ojalá sea una aspiración real. A lo largo de la trilogía, esta pareja se quiere, cada cual lo expresa a su manera, reflejando muy bien lo que todos atribuimos a los roles masculino y femenino. Ella dándose mil explicaciones del amor, él con menos palabras, ajustándose a la realidad. Ella buscando siempre algo más. Él, pegándose a lo concreto, también en lo sexual. Ambos son espejos en los que muchas parejas podrían verse reflejadas. Un tópico se expresa: Las mujeres somos más espirituales y damos más humanidad a la relación, mientras que ellos son el soporte, lo que da seguridad. ¿No podríamos cuestionar estas atribuciones? Lo masculino o femenino pierde consistencia en favor de lo humano. Tal vez es cuestionable, lo estamos viviendo ya, la diferencia en cómo entienden el amor ellos y ellas, aspirando a ir encontrando las cualidades que hacen que las relaciones sean más fecundas: Trascendencia y realidad, palabra y acción, vértigo y seguridad, son vertientes en equilibrio, pueden formar parte de la relación amorosa humana y humanizada. En La mujer habitada, novela de Gioconda Belli, medita así la protagonista: “Era casi una maldición, pensó, aferrarse así al amor. Y tan femenino. Cómo harían los hombres,
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(…) para apartar esas preocupaciones de su vida cotidiana. Al menos para no perder la concentración, no sentir que la tierra se movía bajo sus pies cuando los afectos no andaban bien. Ellos parecían tener el poder de compartimentar la vida íntima, encerrarla en diques sólidos, inconmovibles, que impedían se les contaminara el resto de la existencia. Para las mujeres, en cambio, el amor parecía ser el eje del sistema solar. Una desviación y se desataba el deshielo, la inundación, la tormenta, el caos”. En otro momento se pregunta: “¿Por qué les costaría a los hombres reconocer la necesidad, la importancia histórica del amor?”9. A lo largo de la novela, la protagonista se ve a sí misma como moderna Penélope que espera a un hombre que se siente con el derecho a tener un oasis, un lugar donde una mujer le espere. Se da cuenta de la trampa en la que anda metida, ya que además, para no ser acusada de posesiva o dominante, no se permite hacer preguntas a su amante. Esta descripción de la mujer que ama resulta demasiado familiar. ¿Podremos desmontarla? Tal vez podemos, las mujeres, dar importancia a la relación amorosa, pero también a otras relaciones o aspectos de la vida. Podemos empezar a pensar que ellos también lo pasan mal cuando no funciona el amor, aunque lo digan menos. Además, nosotras ya no tenemos que esperar a nadie, podemos organizar nuestra vida y vivir como oasis deseado pero sin dependencia, el encuentro amoroso. Podemos hacernos preguntas y pedir ser abrazadas en nuestros interrogantes. Si no nos abrazan con nuestros interrogantes, es mejor sacudirse el polvo de los pies. Pero tampoco podemos vivir en la eterna desconfianza, el camino se camina o no es posible descubrir lo que hay después. En El Velo Pintado, película de John Curran, el protagonista masculino escoge a una mujer que lo atrae físicamente para que lo acompañe en la vida, proyectando sobre ella cualidades que ella no posee y que él espera. Es un hombre altruista, médico, que se cree con el derecho de tener a alguien que lo siga y acompañe, también venerándole, de alguna manera. Ella, a su vez, vive de un engaño entendiendo el amor solo desde el punto de vista del deseo y del romanticismo. Ambos están en una trampa, se utilizan y no se admiten. Solo más tarde ambos se dan cuenta de que amarse es otra cosa. Cuando se reconocen como personas completas, que no necesitan complementarse, con sus errores y sus virtudes, comienza la verdadera relación amorosa. Entonces, y no antes, el amor lo inunda todo. La vida cotidiana está llena de detalles que proyectan una imagen de la mujer que ama, así como la del hombre que ama. Están cargadas del peso de una historia en la que los comportamientos se han aprendido y donde los prejuicios menguan la libertad de pensamiento. Desde la asunción de que somos diferentes, hombres y mujeres podemos construir relaciones donde se expresen las cualidades del amor, también en el amor íntimo. El amor en el ámbito de la pareja puede ser cuidadoso, generoso, creativo, auténtico, libre, buscador de lo profundo, constructor de la humanidad del otro
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mutuamente. Estas cualidades del amor, así como su significatividad esencial en la existencia humana, tienen múltiples modos de darse a conocer entre dos. Nada es más de ella que de él si abrimos la mente y dejamos la comodidad de los moldes.
1. GIBRAN, G. K., El profeta. Barcelona, Pomaire, 1976, pp. 20-21. 2. Cfr. CYRULNIK, B., El amor que nos cura. Barcelona, Gedisa, 2006, p. 20; pp. 9193. 3 Cfr. ROJAS, E., El amor, la gran oportunidad. Madrid, Planeta, 2011, p. 21. 4. Cfr. FROMM, E., El arte de amar. Barcelona, Paidós, 1988, pp. 13-45. Siempre que se habla de Fromm, la inspiración es de la lectura de las páginas citadas. 5. Para precisar, es consultado en https://psicologiaymente.com/pareja/teoriatriangular-amor-sternberg, en octubre 2018. 6. Cfr. ORTEGA y GASSET, J., Estudios sobre el amor. Madrid, Alianza, 1991, pp. 1321. 7. Cfr. FUCHS, E., Deseo y ternura. Fuentes e historia de una ética cristiana de la sexualidad y del matrimonio. Bilbao, Desclée De Brouwer, 1995, pp. 13-16. 8. Cfr. FUCHS, E., op. cit., p. 231. 9. BELLI, G., La mujer habitada. Barcelona, Emecé, 1996, pp. 167 y 269.
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5 Amor libre Cómo ser libre y seguir amando si eres mujer hoy
¿Qué significa para las mujeres la libertad? ¿Somos libres o es una conquista pendiente? ¿En la misma medida que los hombres? ¿Qué nos ata y que nos libera? ¿Dónde están nuestras cadenas invisibles? ¿Necesitamos que los hombres nos protejan, nos den seguridad a cambio de darles cuidados? ¿Podemos alzar hoy, sin temor, nuestra voz de mujeres libres? ¿Es que amor y libertad no son conjugables como una única expresión, especialmente para las mujeres, aunque tantos siglos de historia señalen errores de concepción? Estas son algunas preguntas que me surgen cuando me planteo la cuestión de la libertad, la libertad de las mujeres, la libertad en la relación con los hombres, y en concreto, en las relaciones más íntimas. Salta a la vista que las mujeres somos seres completos, que las mujeres no necesitamos nada que no esté en nosotras mismas, que el proyecto de vida de cada una no puede supeditarse a nadie, y que disponer de músculos menos potentes que los varones no nos hace más vulnerables, necesitadas de protección (al menos no más que cualquier ser humano) si sabemos usar la inteligencia y entrenar capacidades que a veces hemos dejado que se oxiden. En las ideas más primarias del amor pareciera que el que ama ha de sacrificar su libertad, y que a más sometimiento, más amor, o sea que amor y libertad son polos en contraposición. De ahí que permanezca la tradición de hacer despedidas de solteros y solteras, como símbolo de despedida de los “bueyes sueltos” que se someten al yugo de acatar normas, de estar unidos a otras, que además recibe el público reconocimiento que hace que sea más difícil de trasgredir. Hasta el momento de firmar se ve que la cosa era de prueba. Pero el amor o es libre, intencionadamente libre en todo momento o no es amor. La unión de dos no es la esclavitud. No es posible el sometimiento, ni la convención como atadura, ni las trampas emocionales de las que el amor libre escapará una y otra vez. Las
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páginas que siguen plantean un recorrido por esta dimensión imprescindible del amor, desde el punto de partida diferente para hombres y mujeres, afrontando la necesaria liberación de los mitos del amor romántico, desvelando los micromachismos que aprisionan, intentando distinguir seguridad psicológica de dependencia. Hablaremos, en definitiva de las sutilezas en las relaciones, que atrapan y no dejan volar, siempre desde la perspectiva y la experiencia de las mujeres. En este marco, el amor libre no significa que apostemos específicamente por un amor a-convencional o un amor sin compromiso. La libertad es condición para el amor, en cualquiera de sus posibilidades, por eso amar siempre exigirá plantearse la libertad. Por eso proclamamos el amor libre, el amor con este rasgo inseparable.
Hombres y mujeres, diferentes puntos de partida para amar Desde la teoría feminista neofreudiana1, Nancy Chodorow afirma que el aprendizaje para sentirse varón o mujer parte de la más tierna infancia y del apego que el niño siente por sus padres. Los niños y niñas tienen tendencia a sentirse vinculados emocionalmente con la madre, que es la que suele ejercer la influencia dominante en los primeros momentos de la vida. Chodorow explica que este apego se rompe de manera diferente para los niños y las niñas. La niña se separa de la madre diciendo algo así como “yo no soy mi madre, pero soy como ella”, mientras que el niño debe aceptar que “yo no soy mi madre, pero tampoco soy como ella”. La identidad masculina se generaría por la separación, facilitada cuando ellos identifican que son diferentes a la madre. En cambio en las niñas, el vínculo se rompe más tarde, pues son iguales a la madre. De esta manera, niños y niñas desarrollan unas características peculiares en su psicología y modos de relacionarse: Mayor tendencia a la independencia en ellos, más posibilidad de generar lazos en ellas. Ellos son más individualistas. Ellas más facilitadoras, más cooperadoras, más corresponsables. Cabe esperar en este caso que los niños se sienten cómodos consigo mismos, aprenden a sentirse orgullosos, experimentan la necesidad de triunfar. ¿Cuáles son sus tentaciones, cuando caen en los brazos del amor? Tal vez el miedo a depender. Necesitan su espacio, su separación. Parece que tengan que cortar pronto los hilos cuando las cosas van bien, por si acaso se quedan demasiado “pillados”. Es posible que sientan que peligra su identidad si establecen relaciones demasiado estrechas. Necesitan reconocerse en su mismidad, se pueden sentir amenazados por los lazos amorosos. Las mujeres aprendimos a sentirnos pronto inseguras. Esa construcción personal tan entrelazada con la de la madre nos ha hecho sentir el miedo a la soledad con más fuerza que lo experimentan ellos. Tal vez este miedo, unido al rol de cuidado y servicio que
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tenemos adjudicado, se ha convertido en el impulso que ha hecho que construyamos relaciones no tan gratificantes. ¿Cuál es nuestra amenaza? No decir lo que queremos, supeditarnos al otro, temer la ruptura. Nuestras necesidades han quedado escondidas, sumergidas bajo las exigencias de los varones y del rol social. Reconocer nuestra mismidad es una tarea a conquistar, lo necesitamos igual que ellos, pero nuestro punto de partida es diferente. Una posible lectura de estas impresiones es que los hombres son más libres y las mujeres más amantes. Pero, ¿no será un estereotipo más? ¿Algo que decimos cuando nos frustramos en la relación? Es cierto que nuestra psicología se ha modelado de manera diferente pero puede ser que la transmisión cultural de esta forma sofisticada de desigualdad funcione en el trasfondo y nos traicione, ahondando más la brecha, la posibilidad de resolver los conflictos. ¿Podemos decir que es cierto que ellos son menos dependientes que nosotras? Y nosotras, ¿amamos más que ellos? No puedo dar una respuesta afirmativa, pero si decir que las razones que nos damos para afrontar los conflictos tienen que ver con estos imaginarios. Teresa Forcades, defiende que la mujer no necesita una relación con el hombre que la complete o la complemente, y entiendo que viceversa funciona igual, pero parece que no haga falta decirlo. Para lograr nuestra realización personal tendremos pues que salir de las ideas ilusorias de género y trascenderlas. Para Forcades, llegar a ser persona es: “… avanzar más allá de los procesos infantiles de individuación que tienden a reducir nuestro ser personal a los estereotipos de género de la ‘feminidad’ (una supuesta capacidad para ‘amar’ que excede nuestra capacidad de ser ‘libres’) o de la ‘masculinidad’ (una supuesta capacidad de ‘ser libres’ que excede nuestra capacidad para ‘amar’)”2. Llamadas a ser libres y a amar, la realidad de hoy, en las mujeres de aquí, es que tenemos la misma necesidad de autonomía que los hombres, nuestros iguales. ¿Pero la ejercemos? No existimos sin relación, y las relaciones son tramas de interdependencia. Nuestra identidad ha estado entretejida con el resto de los seres humanos, con la bondad que esto supone y con el riesgo que significa: Podemos disolvernos, no llegar a saber quiénes somos. En nosotras, esta tendencia a la creación de redes, ha sido más real, más indispensable, más configuradora de la forma de vivir. Ambos, varones y mujeres tenemos las mismas necesidades, pero lo hemos resuelto, psicológica y culturalmente, de modo diferente, y mayoritariamente sacrificando la autonomía de las mujeres. Muchas me dirán que se sienten contentas con esto, que esa es la vida mejor, la que se comparte, la que se vive en comunión, la que supone ceder terreno a mi autonomía para que otros se sientan cuidados y sostenidos. La cuestión es si se nos ha dado otra opción,
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si se nos ha preguntado por lo que necesitamos, si ha habido consenso en los planteamientos. Esa pregunta es la que me parece que puede hacer el feminismo hoy. Ayudar a ver, proponer elecciones libres (lo que supone ser consciente de que la libertad está condicionada), salir de los estereotipos de género y empezar a hablar de ti y de mí como personas libres que se aman. Por si teníamos poco, un factor que ha configurado nuestras vidas, al menos las de las mujeres hoy maduras, ha sido la religión. Si no hemos tenido oportunidad de discernir el mensaje liberador del Evangelio, a lo mejor nos hemos quedado con la idea de sacrificio ciego y siempre, de sometimiento, que en nada tiene que ver con Jesús, el de Nazaret. Los lenguajes sobre Dios que han permeado nuestra conciencia, han sido de índole patriarcal. Al menos los primeros años de nuestra vida, esos tan importantes, no nos hemos empapado de la amorosa presencia de ese Misterio. Hemos sido nosotras las que hemos estado en las iglesias, escuchando las predicaciones, y asumiendo un mensaje que en nada favorecía nuestra autoestima, ya un poquito mermada por la educación al uso. Construir la propia libertad, como esa posibilidad de ser más allá de los condicionantes externos (que son más claros de ver) y los internos, es francamente difícil. No podemos cambiar aspectos como la familia en la que nacemos, la cultura en la que estamos inmersos, las experiencias pasadas, los miedos e inclinaciones, cuyo origen está en la infancia remota y en las heridas que allí se produjeron. La ausencia de determinantes de la libertad es imposible, pero al menos, podemos intentar con cada decisión, librar esta batalla, romper alguna cadena, conquistar un nuevo territorio, arrancárselo al fatalismo, al determinismo y a la desesperanza.
Liberarse del mito del amor romántico Viendo con mi sobrina una película de vampiros, de esa saga de Crepúsculo que ha estado tan de moda y que tan enamorada ha tenido a la gente joven, especialmente a las chicas, he sentido cierto escalofrío. La “peli” está muy entretenida, pero si me detengo un momento a pensar, hay algo repelente, presente en esta como en tantas películas clásicas. Pienso en la propuesta de relación mujer-hombre, carente de libertad por un hipotético amor que anula la personalidad. Me cuesta pensar que las chicas del siglo XXI se traguen esta historia, romántica y denigrante, pero doy fe que se la tragan y con gusto. En la película, él, Edward Cullen, es frío (como buen vampiro), fuerte y rápido (eso les caracteriza también), desea “chupar la sangre”, y de manera ambivalente proteger a la mujer “humana” y desvalida de la que se enamora; y ella, Bella Swan, cueste lo que cueste, lo único que quiere es estar a su lado, advertida de que él puede hacerle mucho daño, pero tan subyugada y atraída por él que su proyecto de vida es tan solo él.
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Las mujeres queremos decir adiós al mito del amor romántico. Es el primer paso para amar y ser libres. No somos princesas desvalidas y ellos no son príncipes salvadores. No estamos esperando esto de nadie. No necesitamos a toda costa hacer pareja. No somos medias naranjas. El amor íntimo, aún siendo espacio de plenitud no es la única aspiración de la vida y en cualquier caso no nos convierte en la mitad de nadie. No vamos a la caza del hombre. No tenemos que conquistarlos para ser felices ni dejarnos conquistar como si fuéramos trofeos. No tenemos que aparentar, ni ser perfectas, ni mantener la boca cerrada para vivir una historia de amor. Hemos dejado de ser adictas al romanticismo que nos enseñaron los cuentos, el cine, las novelas, las canciones. Ya no suspiramos por ellos. Se acabó ese capítulo en nuestras historias, no sin atravesarlo dolorosamente de una u otra manera, y cometer errores de desconocimiento y de falta de crítica. Madame Bovary, escrita en 1857 por Gustave Flaubert, es una crítica a la sociedad burguesa del siglo XIX y fue muy polémica en su tiempo. Llevada al cine en diversas ocasiones, entre otras por Sophie Barthes en 2014, cuenta la historia de una mujer infeliz en la que los sueños que se le han transmitido en torno al matrimonio y a la vida de casada, chocan con la realidad brutalmente. Pero ella no se resigna. En realidad, ninguno de los hombres con los que trata de calmar su inquietud, ama realmente a Emma Bovary. Cada uno se aprovecha de ella a su manera: La utilizan como florero o sexualmente o como posibilidad de enriquecimiento. Tampoco ella encuentra la manera de canalizar su rebeldía a la búsqueda de la felicidad. Persigue en el fondo un amor romántico y un ideal de buena vida burgués que no consigue y que la desespera hasta la tragedia. Hoy no nos basta con la rebeldía hacia lo convencional para, de todas formas, estar atrapadas en los brazos enredosos de amores no correspondidos o inauténticos. Hemos de atravesar todas estas fronteras. Sí, hemos de someter a crítica lo que nos rodea: Costumbres, patrones de conducta, ideas sobre lo que está bien y mal. También si nos hemos acomodado a lo “no convencional”, que puede ser una máscara más. Parece una tarea inacabada en la que cuesta trabajo abrirse paso libremente. Si me miro a mí misma, ¡cuántas veces he soñado con que soy cuidada, protegida, cobijada por un ser imaginario! ¡Cuántas veces he pensado en que alguien me consolara, me diera seguridad, me ayudara a decidir, o mejor que me dijera lo correcto! Pero lo cierto es que solo abriéndome paso en medio de la incertidumbre y tomando mis propias decisiones he sido verdaderamente yo. Solo dibujándome en medio de la soledad he podido percibir el crecimiento de mi ser acompañado por las personas que me han querido, que han sido hombres y mujeres, no el producto de un estatus (casada) ni de una persona única en la que haya depositado el peso de mi vida. Esto no quiere decir que cuando vivimos el amor no le demos un cierto romanticismo.
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Es decir, hacer cosas bonitas, un viaje lejos del mundanal ruido, preparar un encuentro, cenar a la luz de las velas, o sorprender al otro con una carta de amor, una rosa o un regalo inesperado, son pequeños alicientes para mantener la llama y salir de la rutina. A esto, claro está, no es a lo que nos referimos. El amor romántico no es cuidar los detalles y las caricias de todo tipo en la relación.
El amor no es un idilio El amor no es un idilio porque la realidad está cargada de momentos duros, de espacios desérticos, no todo es un camino de rosas, aunque tratemos de sembrar rosas durante todo el camino que dura la existencia compartida. El amor no es pura atracción sexual, magnificada novelescamente, interesante pero no central, y en cualquier caso un elemento sobre el que se puede actuar, tanto a su favor como no, que se puede activar y cuyo influjo no es de ninguna manera incontrolable. “Sembrar rosas” en los espacios a veces desolados de las relaciones requiere empeño y creatividad, dedicación, para que en un momento inesperado una chispa encienda de nuevo las luces apagadas del deseo. Pero no supone que tengamos que estar siempre adulando, complaciendo o alimentando a narcisos que necesitan construir su autoestima en base a los demás. Por otra parte, son falsas las ilusiones de que la persona amada solo te mira a ti, solo tú le atraes, eres su centro o moriría por ti, son eso, falsas, y estupendo que sean así. La posibilidad de una relación más exclusiva, en medio de otras que también son nutritivas, se construye, no es espontanea, navega en la incertidumbre, se decide y se consigue, no como una atadura sino desde lo gratificante de una relación recíproca, con elementos reservados, pactados solo para esa relación, y así, es una relación correspondida, única e irrepetible. Para seguir enfrentando espejismos, recordamos a otra madame, en este caso Madame Butterfly, que en la bella y famosa ópera de G. Puccini, cuenta la historia de una mujer, Cio-Cio-San, que procede de una familia que entra en decadencia y obliga a sus mujeres a convertirse en geishas para poder mantenerse. En estas lides conoce al teniente Pinkerton que se encapricha de ella aun sabiendo que volverá a Estados Unidos y se casará con una mujer de su misma cultura y condición. La “butterfly” se enemista con su familia, deja su religión y se casa con Pinkerton. Él se va, pero ella siempre le espera, cree que volverá con ella y que reconocerá a su hijo, fruto de su relación. Al cabo de los años, Pinkerton vuelve a Japón con su esposa estadounidense y por supuesto no reanuda su relación con Cio-Cio-San. La vida de Butterfly se convierte en una eterna espera, un amor ilusorio, todo el sentido de su vida es algo irreal y es lo que la mantiene viva. El fin trágico no deja de ser sino la expresión de lo que significa no mirar de frente, idealizar y
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magnificar un sentimiento, a una persona y un escenario de vida, despreciando lo que una misma es. ¡Pobre mariposa, cuya desgracia enternece! Darían ganas de salir al escenario y decir: ¡Basta de sufrimiento inútil! Los comentarios generales que oigo al salir de esta obra son que “eso es el amor”. Y me digo una y mil veces: No, eso no es en ningún caso el amor sino una confusa parodia, el mito del amor romántico hecho teatro. No hay parejas ideales, no hay una persona para cada cual, sino encuentros en un momento de la historia en el que dos, encajamos. No hay flechazo o este es tan pasajero y múltiple a lo largo de la vida, que no tiene consistencia. Hay más bien decisión, lo más libre posible de crecer, caminar, vivir, disfrutarse, amarse, compartirse, descubrir juntos lo que esta corta estancia terrenal nos permita. Sabiendo que no es lo ideal, que no existe, puede ser lo mejor, y en cualquier caso, puede ser potenciador de lo mejor de mí, de los dos en este momento de la historia.
El amor, ¿es para siempre? Las uniones afectivas no son a menudo para toda la vida. Siempre albergamos la esperanza de que la nuestra así lo sea. Decía G. Moustaki, bellamente cantando: Les amours finissent un jour, Les amants ne s’aiment qu’un temps, Mais nous deux, c’était différent: On aurait pu s’aimer longtemps, longtemps, longtemps. Es decir, que aun sabiendo que la pasión va modificándose, que el invierno aparece en las relaciones con la costumbre, que las personas con las que compartimos la vida y/o el amor no son lo que esperamos, nos gustaría que durara, que fuera posible, que fuera ideal, que no se acabara. Un amor en el que no hay firma de papeles de por medio, tampoco está exento de estos contratiempos. Que perdure no es sino un producto de lo que queramos que ocurra. La tendencia a no moverse del estado en que se está, de la persona con la que se comparte, no puede ocultar la verdad del amor. Siempre habremos de tener preparadas las zapatillas de correr, de salir, de desprenderse, si de repente me doy cuenta que no avanzo, que vivo en una cárcel o en un infierno, que lo que creía ideal no es sino un trato desigual y discriminatorio, cuando no, violento. No es para fiarse todo lo que se ve. Parejas que nos parecen perfectas viven acomodadas a un estatus, a la costumbre, a lo conveniente. A algunas, esta estabilidad nos puede parecer inhumana por no someterse al viento de la autocrítica. Incluso aunque lo que mantenga a una pareja se llame algo tan importante como “hijos e hijas”, por los
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que a veces hemos sacrificado las aspiraciones más hondas de encontrar un amor más pleno. Se puede vivir sin amor verdadero, solo por el proyecto familia. Es la domesticación social la que actúa y el deseo de no hacer sufrir a terceras personas que en cualquier caso perciben y aprenden lo que se masca en lo cotidiano. Se puede aprender a sobrevivir también dependiendo emocionalmente de la seguridad que los otros me dan. Se puede permanecer estática con el corazón entrampado siguiendo el curso de la vida en común, sin decirse nunca la verdad. A veces tardamos años en decir adiós a una relación que no nos construye, que sabemos que se fundó en el mito del amor romántico, pero lo descubrimos después. Estamos confusas, tenemos hijos e hijas, no sabemos si son crisis pasajeras o definitivas, los alrededores temen nuestras rupturas incluso por no cargar con nuestra soledad, nosotras mismas tenemos miedo al estatus de mujer “separada”, a que se nos tache de caprichosas, de superficiales, de que no aguantamos nada. Tenemos miedo a enfrentarnos a la familia, a que lleguen las vacaciones y ya no estén nuestros amigos de siempre, que siguen siendo parejas. Tenemos miedo a que mientras trabajamos entregadas a una causa no tengamos quien nos ayude a cuidar a los hijos e hijas. Tenemos mucho miedo a sentirnos eternamente culpables y a transmitirlo. Lo que nos han vendido del amor, o sea un mito, ha sido sobre todo en perjuicio claro para las mujeres. No hay un amor único salvo que yo lo elija y nunca es mi mitad sino mi compañero. No hay un amor ciego, que no ve la verdad, que no mira de frente, que me descentra de todo lo demás. No hay amor para siempre si no lo decido yo, no nace por generación espontánea sino que se construye día a día. No hay amor que lo aguante todo, sin condiciones, porque no es digno dejarse pisotear.
Liberarse del mito de la mujer-belleza, mujer-deseable, mujer-objeto La desigualdad persiste y penetra en las relaciones amorosas porque vivimos insertos en un una sociedad que mediatiza todo lo que toca. El mito de mujer icono del deseo, penetra a través de la inocente “ventana” que cada día acompaña nuestro descanso o los quehaceres cotidianos: La televisión. Si recorremos las casas más humildes de cualquier barrio, nos encontramos que no falta en ninguna casa, ni siquiera en las chabolas. A veces son grandes pantallas siempre encendidas en las que los niños y niñas ven anuncios, tragan lo que se tercie sin un acompañamiento crítico. Las gentes más jovencillas se adhieren a las novelas. Aunque haya escasez, hay “tele”. La publicidad se mete así en cada rincón del hogar, en toda gestión cotidiana, modelando pensamientos, provocando sentimientos. Amuebla la cabeza y el corazón.
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Perdiendo centralidad en la comunicación, pero muy importante aún, la “tele” puede ser la máquina más fácil de adquirir como dispensadora de alienación. Hoy día, internet y las redes sociales son la otra gran puerta de entrada del universo donde todo cabe, y su multiplicada accesibilidad a través del móvil, resulta mucho menos controlable. Observar en uno u otro medio los anuncios, de qué hablan, qué imágenes utilizan, qué valores defienden, que miel en los labios nos hacen degustar, es un ejercicio interesante. Se ensalzan los valores del dinero, la buena vida, el placer o el escaso esfuerzo. Los grandes artistas del marketing, son preciados magos de las grandes empresas, que enganchan con el público a través de iconos, que a su vez alimentan un tipo de consumidor, en un terrible círculo vicioso. Los eslóganes encienden deseos que confundimos con necesidades básicas, y nos empujan a perpetuar esquemas de relación, patrones de conducta de mujeres y hombres que creemos ideales. Internet o la tele, también la radio, la prensa, o simplemente pasear por la calle, viendo los escaparates, relacionándonos en las cafeterías o bares, están aprovechando la oportunidad. El consumo es necesario, pero su “ismo” está al tanto, devorador e implacable. Los medios de comunicación son los altavoces de la sociedad, civilizada y moderna, que puede caminar hacia algún lugar en el que prevalece el más fuerte, el que más tiene o el que más puede, si no se le pone freno/crítica. Lo peor es la inconsciencia, y también la inconsistencia. Se nos acaba pegando que “todo vale” si me satisface, el “si puedo por qué no”, si lo deseo por qué no ir a por ello. Las mujeres no quedan bien paradas, no salimos nada favorecidas, y en pleno siglo XXI nos quedamos impasibles ante lo que ven nuestros ojos. ¿No debíamos estar en la ansiada sociedad igualitaria? La imagen de la mujer sigue siendo “utilizada” como seductora para consumir, como objeto de conquista, como elemento fundamental de lo doméstico, que hace su efecto provocando que ellas consideren que para “ser algo” han de adoptar patrones similares. Ellos conducen los mejores coches, ellas son felices si la ropa queda muy limpia. Y como si fuera un avance, ellas son estupendas si en todo son iguales que ellos. Pero no se trata solo de los anuncios, que algunos, por cierto, son magistrales y respetuosos. Se trata de los programas, los del corazón, que a través de la gente pseudofamosa nos devuelven superficialidad, cotilleo, hasta nos proponen participar de lo más ruin del ser humano: Insultos, calumnias, desacreditaciones. Y los programas ganan audiencia cuanta más “carne” se pone en el asador. La mujer-objeto suele estar en el centro de las actuaciones. El futbol de los hombres, es un gran negocio, además de un deporte. Ahora también los futbolistas son “imagen” de un club. Una imagen que se vende, que se relaciona también con el mundo de las apuestas (algo asombroso que sea legal en un medio de comunicación), y que se convierte en el centro de atención de radio y televisión, de la
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conversación o del ocio. Un nuevo “opio del pueblo”, que entretiene y sirve para desembarazarse de las emociones más arcaicas. No solo es legal que los futbolistas, imagen en la que muchos niños se miran, puedan inducir a la ludopatía, sino que no está prohibido que se anuncien los servicios sexuales en las páginas de los periódicos. Hoy día ocupan poco lugar, ya que la mayoría de estos negocios utiliza la vía de internet, pero hace pocos años, la prensa escrita obtenía grandes beneficios a costa de anuncios de mujeres exuberantes que prometen la satisfacción sexual al mejor precio. Como si las mujeres fueran mercancía. Vejatorio para las mujeres. Injustificable para la dirección de los periódicos. Asombroso que se sea legal que se puedan editar con la misma libertad que se publica una esquela mortuoria. Liberarse de los mitos de mujer-belleza, mujer-deseable, mujer-objeto, tiene mucho que ver con la crítica a lo que se ofrece a través de los medios de comunicación y las redes sociales, apoyándonos en lo que de constructivo nos aportan, pero denunciando todo aquello que sigue inoculando presión sobre las mujeres para que sean una imagen más que un cerebro, siempre al servicio del patriarcado que aún persiste, soterrada y explícitamente.
Patriarcado y libertad Para hablar del amor libre es necesario poner nombre a lo que está ocurriendo. Nombrar es el primer paso para ser consciente, y consecuentemente, para ser más libre. El mito del amor romántico al que quisiéramos renunciar es parte de la cultura en la que vivimos, esa que sigue amparando un lenguaje desigual para hombres y mujeres como muestra de la cultura machista. El feminismo nos ha invitado a desvelar los términos reales en que está escrito el mundo, sus leyes, sus formas de organización. Fue necesario para conseguir el voto, lo sigue siendo para gritar ante la situación de injusticia que sufren muchas mujeres en el mundo, lo es para despertar las conciencias dormidas y poner nombres, rompiendo las cadenas que nos oprimen. El término patriarcado, articulador de la teoría feminista, está definido en la Real Academia Española como una organización primitiva en que la autoridad es ejercida por el varón, jefe de cada familia. No se recoge la definición generada por la teoría feminista que tiene que ver con la hegemonía masculina en las sociedades antiguas y modernas. El patriarcado tiene que ver con el patrón cultural y social que perdura tanto en la vida en la pública y que penetra hasta el corazón de las relaciones personales. Cuando el machismo no es explícito, tanto que muchos, engañados, lo consideran ya superado, la forma de dominación sutil de los hombres sobre las mujeres permanece en forma de micromachismos.
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El psicoterapeuta argentino Luis Bonino (1990) fue quien acuñó este término por primera vez. Con él quería señalar aquellas conductas de los hombres que sobreponen su autoridad por encima de la de las mujeres. Algunos ejemplos de micromachismo aparecen en las diferencias utilizadas en la manera de hablar, desde el camarero que nos dice: “¿Qué quieres, guapa?”, mientras a los hombres les dice: “¿Qué quiere, señor?”. No es nada, apenas un regalo para el oído, que por lo mismo hace sonreír como si fuera inofensivo. El micromachismo se manifiesta cuando a las mujeres nos cuesta trabajo que nos dejen cederles el paso a ellos. No nos dan la mano, sino besos. Recibimos alabanzas si llevamos la cara pintada y nos subimos en enormes zapatos de tacón, incomodísimos, mientras que ellos no tienen la exigencia social de la incomodidad para lo mismo. A ellos se les entrega la cuenta a la hora de pagar, dando por hecho que se hacen cargo de la economía. A nosotras se nos llama señoritas o señoras, como si todas no fuéramos señoras de entrada, independientemente de nuestro estado civil. Las chicas no pagan en las discotecas, con lo que actúan de cebo para los chicos, para el negocio, lo que las cosifica, aunque aparentemente les sea beneficioso. Hay más detalles, como que en el trabajo nos llamen a nosotras por el nombre y a ellos por el apellido, o que nos propongan diferentes uniformes sin dejarnos usar pantalones. Todo esto no siempre pasa, pero no negaremos que sigue pasando, que todas podemos extraer ejemplos de la vida cotidiana. También es micromachismo la imagen sexualizada de las mujeres en los medios de comunicación a la que nos hemos referido o la publicidad sexista que ofrece objetos domésticos para regalar a ella. No es sensato que se vendan prendas con relleno para niñas que ya son movidas a desear otro cuerpo. Sigue persistiendo la idea de “inteligente como papá”, “bonita como mamá”, aunque anuncios como este ya no soportan lo políticamente correcto. El lenguaje sigue siendo sexista con la preponderancia de los masculinos en el plural, del uso de la palabra “hombre”, como señal de la humanidad, y de las diferentes expresiones sobre la exaltación de los atributos masculinos asociados a algo muy bueno, y todo lo contrario para las categorías femeninas. El micromachismo se muestra en las tareas que dejamos de hacer las mujeres, como colgar un cuadro, abrir un bote o llevar el coche al taller. Ellos muestran que no “se les caen los anillos” por cambiar al bebé o planchar la ropa, aunque muchos aún pueden espetar que lo hacen por ayudarnos. La diferencia de mujeres y hombres no ha de ser anulada, incluso en lo que se refiere a la maternidad, en lo que comporta al cuerpo y sus peculiaridades como esta que es estrictamente de las mujeres. La discriminación va de que la diferencia mujer/hombre da lugar a un diferente trato, a una diferente responsabilidad en las tareas domésticas, a una
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diferente concepción social siempre en detrimento de las mujeres. Esto es lo que ha de convertirse en objeto de crítica y de reflexión. El gran problema de la perpetuación del machismo ocurre cuando los propios varones que ya están sensibilizados consideran todo esto “exageraciones”, o sea, que dejan de usar la lupa cuando se sienten satisfechos por lo majos que se creen.
Micromachismos en las relaciones de pareja Bonino dice que los micromachismos son “tiranías cotidianas, un tipo de violencia blanda e invisible, de baja intensidad”. Las lecturas realizadas de los artículos de Bonino3, como muestran los párrafos siguientes, resultan de mucha utilidad para ir al meollo del asunto, ahora que ya está tan desprestigiado socialmente, que no abolido, el abuso de la fuerza contra las mujeres. Hemos avanzado considerablemente en la igualdad en el trabajo y en el reparto de tareas domésticas y de cuidado de los hijos e hijas. A pesar de los progresos, existe desigualdad, muchas veces sin tener conciencia de ello. Hace falta someter a crítica, conocer de qué van los malestares de las mujeres en las relaciones, producto de mecanismos de poder que oprimen la libertad de ellas y que son el origen del fracaso en las relaciones y de muchas rupturas. Para empezar, el añadido “micro”, dice Bonino, se refiere a la imperceptibilidad de la dominación, no a que sea pequeño. Sin duda sigue existiendo pero pasa desapercibido, es tolerado. Es menos denunciable porque se trata de sutilezas. Lo cierto es que en cuanto levantamos la voz para subrayarlo se nos dice que somos muy susceptibles. Es un indicador de lo que ocurre en realidad: Que la dominación patriarcal se adapta a diferentes formas en los diferentes momentos históricos. El micromachismo da fe de que en nuestra cultura occidental y de primer mundo, se puede legislar protegiendo la igualdad de oportunidades, pero aún presenta rasgos machistas. Según Bonino, el micromachismo en las relaciones tiene que ver con el desequilibrio en la recepción de los cuidados y la escucha (ellos reciben más), con el victimismo cuando surgen problemas o desacuerdos (ellos se quejan como si fueran la diana de hipotéticos dardos lanzados por ellas). Tiene que ver con la necesidad excesiva de reconocimiento (ellos necesitan más sentirse importantes) y con las autojustificaciones ante los comportamientos que puedan ser criticados por ellas, cerrando el paso al diálogo sincero. Las mujeres complacen más, a menudo sin reciprocidad en las parejas, donan su energía sin medida a la pareja-varón reportándoles la confianza que necesitan para presentarse al mundo. Este fenómeno no es bidireccional. Las mujeres enseñan y esperan pacientes a que ellos aprendan, que realicen las tareas domésticas sin que nadie se lo
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diga, que eduquen a los hijos e hijas, que tiren de la relación igual que tiramos nosotras, que proporcionen el cuidado y la caricia emocional en la misma medida. Así expresa lo que ocurre en la relación, de una manera más teórica, Marcela Lagarde: Los hombres son el sujeto del amor y del eros, de ahí su centralidad y su jerarquía erótico-amorosa que es el fundamento de su paternidad y de la posición suprema familiar, clánica, de linaje y comunitaria; de ahí emanan gratificaciones y cuidados afectivos, sexuales y eróticos, es vía de acceso al trabajo personal, gratuito, es la materia de poderes personales y de autoestima, de estatus, prestigio y ascenso jerárquico. Todo ello constituye un sólido soporte personal para cada hombre y para su vida cotidiana. La supremacía genérica de los hombres y su poder de dominio subyacen a cualquier experiencia. Son estructurales. El amor de las mujeres a los hombres como debe ser, implica su apoyo incondicional e incrementa posibilidades de dominio personal y directo, así como genérico, de los hombres sobre las mujeres. Los hombres son el sujeto del amor y de la sexualidad… las mujeres son el objeto…4 Nos hemos conformado con que nos lo reconozcan. Con que nos digan que lo hacemos muy bien, que somos excelentes cuidadoras y amantes, y que lo hacemos mucho mejor que ellos. Nosotras seguimos instaladas en la vanidad, dejando que nos consuelen regalándonos un reconocimiento que es “pan para hoy y hambre para mañana”. No nos podemos consolar, no nos podemos quedar en lo que nos conforta y nos da calor momentáneo. Es una trampa envuelta en sedosa compostura. Con nuestro rol de género bien asumido, estamos dispuestas a cuidar siempre, con disponibilidad absoluta, tendentes a hacer renuncias y ceder, y con facilidad para sentirnos culpables si algo no funciona. Como dice Lagarde, los hombres son amados casi siempre, y si no lo son, no salen de su asombro y actúan con despecho, mientras que las mujeres desean ser amadas y aman a pesar de los pesares5.
Las desigualdad en la relación y sus sutiles argucias Siguiendo a Bonino y sus reflexiones, cuando las mujeres queremos conseguir algo nos hemos acostumbrado a utilizar la “mano izquierda”, y se nos acusa de ser más retorcidas, quizá por esta maniobra defensiva. Como si no tuviéramos legitimidad para usar la mano derecha, es decir, para plantear abiertamente nuestros desacuerdos. El machismo “micro” tiene que ver con el uso de la manipulación, que usan ambos, él para mantener su posición de ventaja, su preponderancia; ella para defenderse y poder mantener la dignidad. La manipulación acota la libertad y traiciona la autenticidad. Por
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eso queremos reconocerla, descubrir los mecanismos de abuso, incluso blando de ellos hacia ellas, que tienen que ver con modos adquiridos, con roles de género que perduran en el tiempo y que a veces son imperceptibles. Tiene su gravedad por sí misma, y además no olvidemos que el micromachismo puede ser el caldo de cultivo de la violencia contra las mujeres. El privilegio de género ha hecho que históricamente los hombres estén por encima de las mujeres, por lo que ellos llevan mal que las mujeres puedan hacerles sombra. De alguna manera buscan el dominio, en muchos casos sin darse cuenta, a veces poseyendo la intimidad de las mujeres, su placer, o a veces ignorando el proyecto vital de ellas, cuáles son sus aspiraciones y los cambios y progresos que quieren hacer en su vida, y cómo les comprometen a ellos. Debatir abiertamente se ha convertido en una ardua tarea para las mujeres, por lo que todo planteamiento nuevo en la pareja se produce con “pies de plomo”, o con la “mano izquierda” que dice Bonino, plenamente activa. Si surge cualquier duda que genere mal ambiente o tensión, una retirada a tiempo es la mejor solución para no cargar con la culpa milenaria que las mujeres están acostumbradas a soportar. Cuando los varones utilizan el “no me apoyas” y el “no me comprendes”, se comportan como chantajistas emocionales, aunque no lo sepan. De igual manera, el patriarcado en forma de micromachismo, aparece sutilmente cuando acabamos una conversación con ellos y nos sentimos locas, tontas o despreciables. ¿Qué ha pasado? Seguramente algo imperceptible. Más allá de lo explícito, y de nuestra tendencia a machacar la propia estima, algo ha sucedido, no sabemos qué: Una palabra, un tono, una valoración, un juicio. No es infrecuente la sensación final de que lo nuestro es menos importante, de que la opinión de ellos es la valiosa y la nuestra despreciable. Pero también puede ocurrir el silencio, la no palabra, con la que ellos marcan a menudo de qué hay que hablar y de qué no. Se puede acabar discutiendo de otra cosa, casi sin darnos cuenta. Nuestra manera de ser, considerada inadecuada, se convierte en el centro de la conversación, desviando el asunto de la discusión. No deja de ser un método de dominación: El sutil empleo del silencio o del “silenciador”. También puede emplearse el lenguaje del cuerpo, el uso del acto sexual, como manera de borrar el poder de las palabras o no palabras, como si todo pudiera quedar escondido detrás. Como ya mostré, muchas mujeres vivimos el abrazo sexual como acto de plenitud que simboliza una comunión, o el intento de la misma. Es una frustración cuando se rompe la promesa de integralidad, cuando la palabra (símbolo de la razón por excelencia), y el lenguaje corporal (símbolo de la emoción), caminan sin encontrarse. Bonino, que lo ha estudiado en profundidad, dice que en las mujeres, la persistencia en el tiempo de estos elementos en la relación hace que realicen un sobreesfuerzo físico y
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psíquico, que desarrollen mecanismos de adaptación para no gastarse, evitando los conflictos, disminuyendo la capacidad crítica, la protesta, que de entrada sienten deslegitimada. En ellas crece la sensación de incompetencia, el malestar difuso. Es cierto que sobre todo ello se puede sobrevolar, relativizando, agarrándose a lo bueno, pero quién sabe a qué precio, tal vez generando un agujero vacío lleno de lágrimas injustamente acalladas. Mientras hombres y mujeres no estemos atentos a estos matices en nuestra forma de relacionarnos, hacemos peligrar las relaciones que se van llenando de “minas” hasta convertirse en un lugar de hastío, de cansancio, donde el diálogo, más allá de lo necesario, se vuelve poco gratificante y oscurece el horizonte. Bonino propone que las mujeres aprendan a tener conciencia de lo que supone el micromachismo y que aprendan a resistirse, a desmontarlo. Da un truco para los hombres, para que descubran en qué medida participan de él, con algunas preguntas como: ¿Lo que vale para ella vale para mí? o ¿cómo he logrado salirme con la mía? Tal vez para ayudarles a pensar en que lo pequeño y sutil es lo que da valor a lo que tenemos, y que es más difícil ver los errores desde la postura de dominio que desde la de sumisión. Tal vez, ellas y ellos, todas y todos nosotros hemos de identificar el patrón de género como elemento que sigue actuando en la desigualdad, en el ejercicio no colaborativo del poder. El micromachismo es perverso, y no será abolido mientras ellos no se abran a la toma de conciencia, al necesario cambio. No es momento de desprestigiar a los hombres, ni de formarnos una mala imagen de ellos, sino de penetrar con la mirada perspicaz y abrirse a una verdad un poco mayor que nos haga libres, capaces de relaciones más plenas. Sin libertad y sin verdad, hablaremos de relación amistosa con “derecho a roce”, pero no de amor.
Amor y dependencia El amor libre se construye día a día, nutriéndolo, mimándolo, despojándolo de injusticia, introduciendo en la relación amorosa la clave ética. Pareciera imposible pero no lo es. El amor que quiere ser libre sabe de vertientes escarpadas, y una de ellas es amar y no depender. Sentirse segura y no atrapada. El amor verdadero desea saber soltar, aprender a estar lejos, saber estar sin. Walter Riso6, popular escritor, habla de apego en las relaciones, haciendo notar que hay dos tipos de apego. El apego biológico (attachment), cumple una función adaptativa, y coincide con el apego del que habla Bowlby. Pero hay otro tipo de apego que puede convertirse en una vinculación obsesiva, insistente hacia una persona, idea o cosa. Es
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más que apego, adicción, dependencia emocional y una causa muy importante de sufrimiento psicológico. La conocida teoría del apego de J. Bowlby se refiere a la tendencia de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas y explica las intensas reacciones emocionales cuando estos lazos se ven amenazados o se rompen. Esta tendencia proviene de la necesidad que tenemos de protección y seguridad, se desarrolla a una edad temprana, se dirige a pocas personas y tiende a perdurar a lo largo del ciclo vital. Generar estos apegos es una conducta normal que se produce en niños/niñas y también en las personas adultas. Son necesarios para sobrevivir. Para los niños y niñas, en concreto, los padres y madres proporcionan la base segura desde la que explorar el mundo, y esta relación de seguridad determina su capacidad para establecer relaciones adultas sanas. Sin apego, o sea, sin fuertes lazos emocionales nos convertiríamos en seres defensivos, hipervigilantes, traumatizados. Por lo tanto los necesitamos para el normal desarrollo y desenvolvimiento social. Necesitamos sentirnos protegidos y seguros, también en la edad adulta. Amar y depender no son la misma cosa, ni la dependencia es la consecuencia lógica de amar. Las que amamos no estamos abocadas a la cautividad del apego insano. El amor auténtico no genera dependencia sino que procura la libertad. Es cierto que para entregarnos al amor necesitamos sentirnos seguras, confiadas, pero no existe la seguridad afectiva absoluta, siempre nos movemos en la incertidumbre. Esa seguridad “de mínimos” es equiparable al apego sano en la edad adulta. El amor vivido en medio de la inseguridad constante es una tortura, aunque haya personas que desean vivir sin tener nada definido, y quizá logren que les vaya bien, como hay otras que huyendo de la dependencia mantienen varias relaciones sin unirse completamente a ninguna. Parece que en el aquí y el ahora de la relación, si queremos llamarla amorosa, cierta seguridad es imprescindible, porque sin ella no hay donde apoyarse. Por eso, desear la ratificación, escapar de la permanente cuerda floja en la que a veces nos sentimos, criticar la ambigüedad que ensombrece la experiencia amorosa, no es dependencia. Dar, abrirse, o sea amar, supone aventura pero no vacío. Se confunde la necesidad de seguridad con la dependencia emocional pero la primera es lícita, imprescindible, exigible. La segunda es una trampa y se puede convertir en patología. El punto de vista feminista pretende liberar al amor de ataduras con forma amorosa, pero no renuncia a amar. Cuando se logra el amor que es cariño-cuidado, compenetración, compromiso y apertura, tal como hemos descrito, es fácil pensar que sin la persona amada, la vida tal vez no es vida. Sin embargo, el amor nos amasa, nos prepara, nos capacita, y la faceta de apertura siempre presente en el amor entre dos permite vivir sin la persona amada, aunque suene contradictorio, y así el amor da fe de su trascendencia.
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Seguridad de mínimos Proporcionar seguridad en las relaciones forma parte del cuidado del otro. Dejar ser y hacer sentir el apoyo. No amarrar pero sostener. No me sentiré segura si noto distancia afectiva, si no percibo empatía, si noto el miedo del otro a involucrarse en mi vida, en mi cuidado o en mi felicidad. Cuando a una persona se le tacha de dependiente en una relación, hay que mirar bien. A veces es necesario reconocer con dolor que no se puede querer a quien no te quiere y que la vida es posible y mucho más nutritiva sin esa relación, pero llegar a esa conclusión pasa por el riesgo de intentar construir la pareja con ella. La seguridad emocional nos la proporcionamos unos a otros con gestos y palabras que buscan una sana afirmación de lo que intuimos: Nos amamos y no lo damos por sobrentendido. Cada cual construye su vida con muchos más ingredientes, pero ambos procuran, energéticamente (es decir dedicando tiempo y creatividad), aportar a la vida en común. En esta lógica, uno no se apoya más en la otra, porque la hundiría. El apoyo es recíproco, el cuidado es recíproco, no valen medias tintas ni excusas. Cada cual va descubriendo lo que necesita, lo modula, lo pide, y está dispuesto a dar lo que necesita la otra. Los modos se van acoplando. Se busca la mutualidad, se construye una red en la relación. Si a veces las líneas son tan confusas, ¿se puede realmente deslindar el amor de la dependencia?, ¿dónde acaba la necesidad de seguridad y comienza la dependencia emocional? Tal vez cuando la red pasa a ser una tela de araña. La red es ligera y no atrapa, la tela de araña es pegajosa y es una trampa. La dependencia emocional en ocasiones es explícita, sale por todos los poros de la relación, es evidente para el que mira desde fuera. En otras ocasiones es muy sutil, se disfraza y vive acomodada, socializada, discretamente envuelta en la convivencia sin salir a la luz hasta que un acontecimiento traumático o imprevisible descubre que aquello no era amor sino dependencia. Para concretar, podemos decir que la telaraña que atrapa en las relaciones puede materializarse en la sensación de incapacidad de algunas personas para desarrollarse sin la otra. El extremo de este atrapamiento sería la imposibilidad de separarse de quién crees que no te conviene, incluso de quién te provoca un daño objetivable. Hay personas que no hacen nada en la vida sin su pareja y se acostumbran a vivir enredadas, como esos árboles en los que trepan otras plantas, en los que apenas se distingue dónde están las ramas de uno y de otro. La imagen de los árboles que se confunden es romántica, puede embaucar, pero es tramposa. Lo cierto es que somos dos. Dos carnes, dos pensamientos, dos caminos, dos vidas, que se intersectan en algunos puntos. Para algunos, esos puntos son la necesidad de criterios comunes, de un ideal.
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Para otros se trata de compartir la intimidad con exclusividad. Para unos es el compromiso de convivencia y de hijos e hijas. Para algunos más, la vida, en su cotidianeidad, que se puede compartir, junto a las tareas y los sueños. Para muchos, es una mezcla de todas estas cuestiones, muy importantes todas ellas, pero que no implican fundirse sino darse la mano y mirarse a los ojos, teniendo claro que el vínculo es fuerte, tanto por lo que se teje en común, como por lo que cada uno/una va desarrollando por su cuenta y trae a la relación. La dependencia, llevada al extremo, se da cuando no te separas de quien te trata mal, en las personas que Riso llama adictas afectivamente, que tendrían estas características: Pese al mal trato, la dependencia aumenta con los meses y con los años. La ausencia de contacto con la pareja produce un síndrome de abstinencia (semejante al de cualquier otra droga). Se tiene deseo de dejarlo pero los intentos son infructuosos. Se invierte una enorme cantidad de tiempo y esfuerzo para poder estar con la otra persona, a cualquier precio y por encima de todo. Se reduce el normal desarrollo social, laboral y recreativo debido a la relación. Se sigue alimentando el vínculo a pesar de tener consciencia de las graves repercusiones psicológicas para la salud. Energéticamente se agotan7. No depender exige estar atentas. Podemos no llegar a estas situaciones extremas pero todas percibimos lo fácil que es desear aquello que nos provoca satisfacción, ya sea porque ahuyenta la soledad, porque nos autoafirma, porque nos da placer sexual, o cualquier otra experiencia gratificante. Este “sentir gusto” actúa de refuerzo y puede hacernos menos libres. ¡Qué difícil es cuestionar el amor, reconocer la dependencia! Enmascaramos la falta de libertad. Por eso, parece necesario detenerse de vez en cuando al borde del camino y hacerse preguntas. Parece sano también saber separarse. Es cierto que las reglas explícitas o implícitas en las relaciones de pareja, existen, y eso no supone coartar la libertad. Difícilmente se acepta (ella, por ejemplo) en la relación heterosexual, que el otro pase un fin de semana o unas vacaciones con otra. Difícilmente se acepta, aun en las relaciones abiertas, que se establezca una profunda relación afectiva con alguien que no sea el miembro de la pareja. Hay unos mínimos, dichos o no, que permiten fiarse, confiarse, entregarse, desvivirse. Especialmente en estos tiempos en que se trabaja a kilómetros de distancia, en que el tiempo compartido escasea, y nos debemos en exceso a tantas parcelas de supuesta autorrealización que pueden dificultar lo común. Necesitamos, todos y todas, sentir seguridad en nuestra relación, y lo contrario, no es humano. No es exigible la confianza ciega. Todos nosotros, la vida misma, se sostiene en la fragilidad existencial, y en ese contexto, también la vida relacional. Necesitamos amortiguadores de la incertidumbre. Algunas personas son más capaces de transmitir la seguridad necesaria al otro, por ser más expresivas tal vez, por ser más cuidadoras, por buscar lo que hace bien a lo común. Y así, aunque no estén siempre presentes
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físicamente, lo están a través de las palabras, gestos, detalles. Otras personas, en cambio, dicen menos, ratifican menos con palabras lo que sienten. Presuponemos la buena intención, pero lo cierto es que en estos casos, la “contraparte” puede sufrir, buscar y pedir de cualquier modo lo que no tiene y necesita, como cualquier ser humano: Seguridad psicológica mínima para saber que no se desfonda sin causa.
Discernimiento y libertad Ante las dificultades para ser libre, se diría que los seres humanos solo atisbamos a la libertad, que es un muro demasiado empinado. Pareciera que la existencia solo tiene lugar en libertad “condicional”, y aún así no nos resistimos a descubrir las rutas de acceso al amor libre, a conquistar ese escaso margen de libertad del que queremos ser dueñas, también en el amor. Solo desde la verdad se puede ser más libre y amar mejor. La verdad que es desnudez y aceptación. A veces no sabremos ni cómo empezar. Pero solo cuando dejo caer mis ropajes, mis capas protectoras, mis defensas, solo cuando me reconozco en mi grandeza y mi pequeñez, comienza el camino de la libertad. Hay que estar dispuesta a sangrar, a asumir que duele perder la imagen. No soy lo que creo que soy, y sin embargo la consciencia de lo que hay concede el sabor de la paz. La relación amorosa es un camino de descubrimiento de la verdad, sobre todo cuando tú me aceptas tal como soy y me miras con pleno reconocimiento y con absoluta bondad, y así puedo dar un paso más en el camino que ya he comenzado rompiendo mis barreras. Puedo probar a crecer más allá de los disfraces de mujer ideal, solo siendo yo, corriente e imperfecta. Empezar en mí, acabar en ti, y viceversa, en eternos senderos de ida y vuelta, mientras se cuece el nosotros, recíprocamente construido, la colina serena desde la que mirar más allá de nuestros límites. ¿Cómo encontrar la verdad? El discernimiento es la posibilidad, ese descubrir la mezcla de motivos (los que decimos y los que no, los aparentes y los ocultos) que impulsan al ser humano en una u otra dirección ante la encrucijada de la decisión. Decidimos, o eso intentamos, en consonancia con aquello que es más genuino de cada cual, y así, tomamos un camino y dejamos otros. En el amor íntimo, donde se entrega tanta pasión y energía, allí donde se desnuda el corazón humano, aparecen encrucijadas, momentos críticos donde hay que decidir. Es en la relación amorosa donde descubro uno de los más profundos planteamientos sobre la libertad. Tanto para elegir a una persona como compañera de camino, como para persistir con ella o para romper, hemos de discernir, descubrir lo que es mejor. Pero la exigencia de la libertad va más allá, es vivir en estado de discernimiento. Decía Ignacio de Loyola,
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maestro del discernimiento, cada día mientras iba de un lugar a otro, para evitar el activismo sin sentido: “¿A dónde voy a qué?”, y quizá estas cinco palabras pueden servir como guía también cuando somos pareja. Invitan a no perder el norte del amor, a vivirlo en lo cotidiano y concreto sabiendo que en lo pequeño nos lo jugamos todo, pero también, invitan a no perder la pista del infinito, de la aspiración a lo eterno, de lo trascendente del amor, atravesando las barreras del presente y llegando más allá incluso de la temporalidad de la vida. Mientras amamos, nos preguntamos por el sentido vital. Y, ¿qué hacer para vivir en estado de discernimiento? Entender mejor el amor, qué es para mí, cómo lo vivo y lo expreso en mutualidad, es el primer paso. Después, en cada recodo del camino, me iré encontrando con cuestionamientos que tienen que ver con la respuesta que damos (el otro y yo) ante las diferentes situaciones que nos plantea la vida y la propia relación. Descubriré los condicionantes externos (presiones ambientales, cultura, educación, conveniencias de todo tipo) que penetran en la relación. Pondré en claro los condicionantes internos, que tampoco están exentos de lo educativo y cultural convertidos en ideas irracionales y en diferentes formas de manifestar el amor, de vivir el deseo, de afrontar la dependencia y los sentimientos que surgen entremezclados con el amor. Somos menos libres de lo que suponemos. En nuestro contexto, por lo general, no se conciertan matrimonios, pero cuando dos personas se unen se eligen sin darse cuenta de que se someten a los valores sociales que les animan8. Como decía la frase célebre de J. Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”, y es que las elecciones de la vida, aún las no coaccionadas, están condicionadas, por experiencias y sentimientos, por acontecimientos, por un conjunto de circunstancias que nacen de nuestros alrededores y de nosotros mismos reaccionando ante la vida. Ser libre en las relaciones amorosas exige discernir, y por tanto despejar los velos de la irrealidad. A veces, las decepciones son simplemente descubrimientos de que el amor no es lo que nos vendieron, y toca liberarse de los mitos y mirar a la persona que tenemos delante con ojos de realidad. A veces hay que trabajarse determinado aspecto de la personalidad que se convierte en una dificultad para la relación y no culpar, ni culparse, perdonar y perdonarse. A veces hay que expresar, pedir lo que se necesita y dialogar más. A veces hay que desvelar el patriarcado presente como una importante losa que no deja que fluya la relación, con su injusticia y su abuso de poder. Para ser mujeres libres, este último aspecto es especialmente importante, y en él necesitamos la colaboración de ellos, sabiendo que ellos, desde una postura de privilegio, no lo perciben igual. Habremos de nombrar lo que a nuestro alrededor es un patrón que minusvalora o trata injustamente a las mujeres. Hemos de detectar lo que oprime, lo que doblega, lo que no considera, lo que ignora, lo que con apariencia de halago es una relegación al plano de lo que no cuenta. Detrás de una aparente
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consideración positiva, como que somos bellas, puede haber una falta de reconocimiento de que somos inteligentes. Detrás del encumbramiento de nuestra ternura puede haber una demanda a que no seamos críticas. Detrás del aliento que recibimos para ser madres y del reconocimiento a este papel, puede estar la necesidad de ellos, de que seamos maternales, maternalistas o eternas consoladoras en un plano de asimetría que nos desautoriza permanentemente. Es necesario y urgente hacer una tarea que tiene que ver con nombrar, con sacar a la luz lo que siguen siendo elementos del sistema patriarcal, en lo concreto de todas las situaciones de la vida, ya sea en el trabajo, en la calle, en la escuela, en la iglesia o en la familia y la pareja. Nada hace más esclava que lo que invisiblemente ata, que la verdad que no se quiere ver, que la comodidad de no poner nombres, y así cerrar los ojos. Sin verdad, las cadenas persisten. Iluminar, poner verdad en el corazón, es tarea de la mujer que discierne. Desde este escudriñar hemos descubierto que las mujeres no somos princesas preciosas, abrazadas y protegidas bajo el ala del varón, que no necesitamos su aprobación para existir, que podemos manifestar el desacuerdo sin sentirnos culpables, que ya no velamos porque el castillo (hogar-relación) sea perfecto. No somos las hadas que procuramos felicidad por doquier, no somos las míticas mujeres de silueta embaucadora que con solo un batir de ojos seductores consiguen lo que quieren o las mujeres-víctima que con lágrimas y tristezas se arrastran por la vida y hacen exclamar: ¡Pobrecilla, con lo buena que es, cuánto se sacrifica! La libertad tiene que ver con que cuando creíamos que algo no podía cambiar, aún así puede cambiar. Pequeños movimientos en los gestos, unas cuantas palabras oportunas y atinadas de desacuerdo, algunos silencios evocadores, y sobre todo ello, el firme convencimiento de que no salvaremos a nadie, ni somos dueñas de la felicidad ajena, pero sí y sobre todo, de la nuestra. Me diré a mí misma que soy libre cuando en mis relaciones logro ser asertiva, afirmar mis derechos, o ser consciente de ellos y usarlos, cuando gobierno mis emociones en función de los valores, cuando genero relaciones de libertad a mi alrededor, y la gente que me rodea no “se engancha” de mí, ni yo de ella, y gozamos de la mutua compañía, tan enriquecedora. Puedo concluir que soy libre si me he planteado todas estas cuestiones y sigo adelante, tratando de dar una respuesta. Ser libre exige ejercer la responsabilidad sobre la propia vida, sobre mi vida de relación íntima, también, y aunque me duela. La libertad me exige discernimiento, el ejercicio de desvelar los prejuicios y las ataduras interiores, que al ser propias son menos identificables porque se han anudado a nuestra personalidad, condicionada por la educación sexista.
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La libertad interior tan preciada, nos hace capaces de preguntar al acabar cada día si hemos dominado el miedo a ser rechazadas por defender nuestras ideas. Es la que ejercemos cuando manifestamos sin acritud un criterio. Aquella que nos lleva a leer, a estudiar para crecer en argumentos sobre las verdades que intuimos. La libertad que dice “soy yo”, y hago lo que elijo, y elijo lo que hago, poniéndole mi impronta creativa, mi especialidad y mi toque maestro, más allá de las críticas externas y superando mis inseguridades internas. Martín Descalzo decía que para disfrutar la libertad hay que tener un proyecto de vida propio que es la suma de cuatro factores: La realidad de nuestra naturaleza, las circunstancias personales y sociales en las que vivimos, la luz de la meta ideal que nos hemos propuesto y el esfuerzo constante por conseguirlo. Si falla cualquiera de estos factores, la vida será esclava e incompleta9. Me sumo a su punto de vista, y me siento llamada a ser una mujer libre que construye su proyecto de vida, que cada día conquista con esfuerzo y renuncia, su libertad.
1. Cfr. en lo escuchado a Teresa Forcades en sus charlas sobre la mujer, el amor y la libertad. Se puede leer más, entre otros, en av.celarg.org.ve/Recomendaciones/TeresaForcadesLalibertadfeminista.pdf, consultado en agosto 2016. 2. Cf. FORCADES, T., Hacia una sociedad de iguales, en Iglesia viva nº 239, juliodiciembre 2009, p. 21. 3. Cfr. https://www.joaquimmontaner.net/Saco/dipity_mens/micromachismos_0.pdf, artículo publicado en la Revista La Cibeles, Nº 2 del Ayuntamiento de Madrid en noviembre de 2004. 4. LAGARDE DE LOS RÍOS, M., El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. México D. F., Instituto de las Mujeres de Ciudad de México, 2012, p. 44. 5. Cfr. LAGARDE DE LOS RÍOS, M., op. cit., p. 44. 6. Cfr. RISO, W., ¿Amar o depender? Planeta, Barcelona, 2016 (4º edición, la primera en 2008), pp. 26-27. 7. Cfr. RISO, W., op. cit., pp. 26-186. 8. CYRULNIK, B., op. cit, p. 91. 9. Cfr. MARTÍN DESCALZO, J. L., Razones para el amor. Salamanca, Sígueme, 2004, p. 77.
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6 Las razones del corazón Inteligencia emocional y feminismo
Sara ha realizado varios cursos sobre Inteligencia Emocional. Ese esfuerzo, y la lectura y reflexión sobre su vida, han sido determinantes a la hora de aprender a canalizar sus emociones. Antes era consciente de su revolución interior aunque no sabía poner nombres. Ahora sabe decir lo que le pasa, sabe por qué se descoloca y se entristece, aunque no está segura de si le sirve para mucho… No se siente valorada así, tal como es. Se da cuenta de que comprender la vorágine del corazón y expresarla, no siempre encuentra en su interlocutor ausencia de juicio moralizante. Es consciente de que en la práctica, las razones del corazón no son tan apreciadas como las de la razón más racional. La intensidad de la relación amorosa hace que surjan emociones de todo tipo, que como tales son difíciles de controlar. Si somos capaces de reconocerlas, nombrarlas y encauzarlas, sirven de aprendizaje para el autoconocimiento, el mutuo conocimiento y el desarrollo de una vida compartida más sustanciosa, sana y feliz. La parte más subjetiva de las emociones son los sentimientos, o sea, lo que se piensa sobre lo que se experimenta. Este procesar la emoción provoca a menudo sufrimiento, ya que introduce nuestra valoración sobre lo que nos pasa. Emoción, sentimientos. No hay vida sin ellos y gracias a ellos nos apasionamos y nos movemos. La cuestión a plantear es si algunas emociones/sentimientos pueden hacernos menos libres en el amor. No tanto la emoción como lo que hagamos con ella. El amor, decimos, o es libre o es otra cosa. Por eso interesa sacar las emociones de las sombras y dialogar sobre ellas tal y como creemos que es posible hacer entre dos que se aman. Cargarlas de moralidad, es decir, catalogarlas como buenas o malas, eludirlas, reprimirlas, tergiversarlas, puede envenenar las relaciones hasta destruirlas. Añadiremos también que hemos descubierto la importancia de las emociones y de gestionarlas adecuadamente pero en la vida real aún no damos suficiente valor a lo que el corazón dice, a la intuición y a la emoción, a la verdad que proyectan sobre las
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personas y la vida, a la posibilidad de dejar que esta energía fluya y sea motor aliado de los valores. Las emociones surgen, no son fruto de la voluntad. No juzgarlas y aprovecharlas como fuente de conocimiento es todo un reto. En la relación amorosa, las emociones diversas se entrelazan con el amor y el deseo, a veces atrapan y aplastan. Pero también, generan el fuego necesario para seguir ardiendo.
¿Qué es lo que la razón no entiende? En las últimas décadas hemos oído hablar de inteligencia emocional y su importancia para los logros personales, de tal manera que se convierte en un ingrediente a trabajar en cursos, seminarios, jornadas, para aplicar en todos los ambientes, ya sea laboral, personal o social, tal como relata el ejemplo de entrada. Conviene recordar que según Daniel Goleman, el conocido propagador de tal término, la inteligencia emocional es la capacidad de una persona de manejar con competencia una serie de habilidades estrechamente relacionadas con las actitudes, tales como la conciencia de uno mismo, la capacidad para identificar, expresar y controlar los sentimientos, la habilidad para controlar los impulsos y posponer la gratificación, la capacidad de controlar las sensaciones de tensión y ansiedad, la capacidad para conocer la diferencia entre sentimientos y acciones, y la adopción de las mejores decisiones emocionales controlando el impulso a actuar. De esta manera, el coeficiente intelectual no es la garantía de éxito en la vida. La forma de gestionar las emociones condiciona la relación social y la posibilidad del logro profesional y personal. Los expertos en el estudio de las “matemáticas del corazón” hacen referencia a los mecanismos psicológicos a través de los cuales, las emociones influencian el procesamiento de la información, las percepciones y la misma salud. Es muy interesante explorar la relación entre cerebro y corazón, la potencia que tienen las emociones para condicionar el pensamiento, y cómo en sentido contrario la influencia no es tan fuerte, no hay tantas conexiones. Por más que pongamos empeño en ello. Es una cuestión biológicamente limitada. Cuando hablamos de las razones del corazón, queremos decir que en las emociones reside una gran fuente de sabiduría. Desvelan nuestro yo oculto. Nos muestran las heridas de nuestro pasado. Son indicadores de los surcos y aristas de la personalidad. Emociones y algo más. La lectura de ellas, lo que interpretamos. Tenemos la posibilidad de conocernos a través de ellas. Queremos llegar a expresarlas adecuadamente y pedir que no se nos juzgue, también cuando se trata de celos, rabia, tristeza, miedo o inseguridad, o sea de emociones nada placenteras. La inteligencia emocional está conectada con lo que los sabios espirituales nos
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refieren como “el poso” que queda en nosotros, por ejemplo, tras tomar una decisión. Ese poso, que no es exactamente racional pero que tiene mucho de razonable. Ese fondo de bondad, de serenidad, que queda en nosotros al adentrarnos en los caminos de la vida respondiendo a aquello para lo que creemos que hemos sido creados. En esa “certeza incierta” o “incertidumbre alumbrada”, habla lo más plenamente humano, ese ser que vamos dibujando con aciertos y errores, tomando decisiones y leyendo lo que pasa en nosotros y en el mundo. Es el corazón sabio, que penetra hasta el fondo del ser, es el corazón inteligente emocionalmente. Las razones del corazón invaden el territorio de lo puramente racional, lo dotan de brillo, tienen que ver con lo espiritual, con lo trascendente. Tienen que ver con otro modo de acceder al conocimiento más directo, pero no por ello menos real. Emociones, sentimientos y también lo que se intuye, y la energía que hace que salga lo mejor de cada cual, lo que tiene que ver con los valores (que no son ideas puras, sino que requieren nuestra adherencia afectiva). La fuerza que impulsa y proyecta al ser humano, que no puede ser pura racionalidad. De estas razones nacen la esperanza contra toda esperanza, la confianza en la vida, la posibilidad de que nazca lo mejor cuando ya no tengo fuerzas para entregar más. Son razones que no siempre la razón intelectiva entiende. Las razones del corazón no tienen el crédito que se merecen. Por eso, en el campo de la medicina hay quien solo cree en la medicina basada en la evidencia y sabe todas las escalas para categorizar síndromes y aplicar tratamientos, pero se descoloca ante el ser humano que sufre. Por eso, en el terreno de la gestión o la política, triunfan las mujeres que no tienen en cuenta las emociones y se comportan como sus iguales hiperracionales. Por eso, de momento, parece pesar más una forma de procesar el conocimiento que tiene más que ver con la certeza matemática que con las matemáticas del corazón. Se consideran, las razones del corazón, algo exotérico, exótico, interesante como “florero” en la exposición de las ideas. Las mujeres feministas (no las que actúan como patriarcas del mundo) son portadoras en muchos casos de estas razones, y lo cierto es que las razones que la cabeza del todo no entiende, recordando a B. Pascal, son relegadas a segundo plano cuando se trata de hacer ciencia, gobernar, planear, generar pensamiento. Los datos hablan, aunque estén cambiando poco a poco, a trancas y barrancas. Hombres y mujeres, somos diferentes en esta cuestión. Según los estudios, hay diferencias entre los cerebros de varones y mujeres que provocan un diferente manejo de las emociones. Existen diferencias biológicas, esas permiten poco margen de actuación, pero es claro que la educación recibida y condicionada culturalmente es también responsable de la expresión de dichas diferencias (los típicos “no llores, que es de niñas”, “sé fuerte, como un machote”, “tienes que ser comprensiva y tierna, como se espera de ti, mujer” y tantos “etcéteras”). Hemos estudiado que el cuerpo calloso es más voluminoso en las mujeres y el
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hipocampo es de mayor tamaño en los varones. Por eso, el modo de procesar la información y el mecanismo de la memoria funcionan de diferente manera, y en las mujeres lo emocional y lo racional se encuentran más unidos. Posiblemente esta realidad vaya transformándose en el futuro porque la biología se deja influir por la cultura y ¿quién sabe cómo se definirán los varones y mujeres, en lo emocional, en el próximo siglo? Por último, la adquisición de la inteligencia emocional provoca tomar las riendas de una misma, y esto a su vez tiene que ver con la formación del espíritu crítico.Dice Elsa Punset: “Muchas personas pasan la vida entera al dictado de las verdades de los demás y al final pierden la capacidad de saber quiénes son ellas de verdad y qué desean aportar al mundo. No son ya capaces de escuchar lo que les dicta el corazón y la intuición… Han sido entrenados desde la infancia para aprender sin cuestionar”1. La libertad a la que aspiramos nos exige ampliar la conciencia y mirar cara a cara a ese corazón que late. El deber ser, esa voz con la que damos respuesta responsable a la libertad, no puede obviar por más tiempo las razones del corazón.
El miedo y su alargada sombra Hablaremos de algunas emociones y sentimientos que se entrelazan con la pasión amorosa, que se despiertan, al parecer, con el fuego lento del abrazo íntimo. De todas ellas, la más primaria es el miedo. Emoción que, si no la atravesamos, proyecta una alargada sombra sobre la relación, dibujando en la imaginación escenarios fantasmagóricos, condicionando el avance en el camino común. Lo peor es cuando quien lo sufre se cree las falsas ilusiones que ha creado el miedo, y narra su historia y actúa absorbido por la cobardía. Miedo a querer demasiado. Miedo a no ser deseada. Miedo a que amar me atrape. Miedo a perder lo que ahora disfruto. Miedo a no ser lo mejor para el otro. Miedo a no ser correspondida. Miedo a hacer el ridículo. Miedo a no estar a la altura. Miedo a ser engañada. Miedo a… De la larga lista de posibles rostros del miedo, destacamos tres que trataremos de desmitificar: 1. El miedo al demasiado amor: En realidad es miedo a perder la independencia, a sentirse condicionado, a sentirse atrapado en una relación. Pero el amor, si es tal, no es una tela de araña, no es una trampa, no es una atadura. Tal vez, el miedo real es a depender, a que nuestras vidas no sean capaces de existir sin el otro. La tarea es el cuestionamiento de la libertad, día a día, para que el amor nunca sea demasiado, crezca más y mejor, vivido como despliegue de ambos, capaces de disfrutar otros
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espacios de construcción. 2. El miedo a la pérdida: Este miedo está en la base de sentimientos más complejos, como los celos. El amor, en su existencia, tejido sobre nuestra fragilidad, se diría que está sometido a las tempestades de las circunstancias. No queremos perder lo que nos da disfrute y sentido. El miedo al engaño o la mentira también puede ser miedo a tenerte habiéndote perdido. Sin embargo, un amor asentado en la libertad, que es constructivo para ambos, que busca la felicidad del otro en la reciprocidad, es difícil que naufrague. 3. El miedo a lo que los demás dicen: Las relaciones de pareja son miradas, curioseadas, diríamos por el resto de la sociedad. Cuando son convencionales y socialmente admitidas y cuando no. Si el miedo al qué dirán se cuela en la relación, puede condicionar la vida de ambos, su proyección, su realización. Solo el amor creativo rompe los malos augurios y encuentra los modos de no dejarse oprimir por la mirada que mata. 4. El miedo a la soledad: El miedo al vacío, tan difícil de gestionar, hace que se prolonguen relaciones que ya no son de amor, sino de conveniencia, o de mantenimiento del proyecto común que el deber obliga. Es difícil detener la imaginación que dice que tu cama estará vacía, que tus rutinas, saludos, complicidades, juegos que solo entre dos se conocen, ya no existirán. El convencimiento de que somos solos, solas, aunque no lo estemos, puede ayudar. La práctica de momentos de soledad certifica que es posible vivir lo que se teme sin naufragar. El miedo es un monstruo que pierde fuerza si lo nombramos, si lo desenmascaramos. Tal vez, para amar hay que tener valor, que es lo mismo que decir que hay que atravesar el miedo sin negarlo. Con Mario Benedetti, penetro en el miedo con su verso A ras de sueño, en este fragmento: Hay que amar con valor, para salvarse. Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos. Hay que despilfarrar en una noche –que pueden ser mil y una– el universo, sin augurios, sin planes, sin temblores, sin convenios, sin votos, con olvido, desnudos cuerpo y alma, disponibles para ser otro y otra a ras de sueño2. Tal vez sirve ejercitarse viviendo centrados en el presente y sin aventurar o proyectar augurios inciertos en la imaginación proclive. Es difícil, pero no imposible, amar como si el infinito estuviera presente en el instante. Tal vez el amor es también plenitud en el
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ahora, que sin desprenderse del futuro no anticipa ansioso la jugada.
Celos-inseguridad-baja autoestima El siguiente testimonio es recogido en el Centro de Escucha3, relatado por una mujer que quiere mejorar la relación con su pareja: Me siento incómoda, bueno, estoy sufriendo. Antes él no quería la vida íntima en exclusividad conmigo, o sea, trataba de crear ese vínculo emocional con otras mujeres, respetando, eso sí, la intimidad sexual, que solo compartía conmigo. Estuvimos de acuerdo, implícitamente. En su amistad con otras mujeres compartía experiencias, palabras y muestras de cariño de lo más diverso. Me he negado a espiarle, o sea, a mirarle conversaciones en el móvil y cosas por el estilo. Pero es verdad que me he sentido mal, incómoda, en el centro del estómago una especie de dolor sordo, viendo que necesita todas estas relaciones. Deseosa de ser una buena chica, tolerante, confiada, que apostaba por el amor, a pesar de estas señales, por lo menos un tanto equívocas, he seguido adelante. La relación ha crecido, y ahora estos juegos se me hacen más llevaderos, lo acepto como algo que parte de insatisfacciones del otro. Yo no lo entiendo igual para mí. Mantengo muchas amistades, pero son sobre todo amigas, mujeres. Dudo muchas veces, ¿no seré suficiente para él?, ¿no seré buena? Me siento triste, avergonzada y culpable, porque tengo celos. A veces, surgen los celos, comunes en las relaciones de pareja, como sentimiento que tiene que ver con la falta de libertad en el amor, no tanto por su existencia en sí (tienen un origen tan complejo que arrancarlos de raíz puede ser una lucha sin cuartel), sino por la forma de gestionarlos ya que una manera de darles cauce puede ser tratando de controlar al otro, de limitar su vida. Son sentimientos complejos y normalmente, están fundados, es decir, hay algo en la manera de vivir las relaciones, o en las situaciones que se van planteando a lo largo de la vida, que los provoca. Los celos son una emoción/sentimiento, sancionados socialmente. A quien siente celos se le mira con cierto menosprecio, como si no estuviera a la altura en este mundo moderno y tolerante. Pareciera que dan como cierta superioridad al celado, cierto protagonismo, importancia, lo que hace más difícil mostrar comprensión y ayuda hacia el celoso/a. Los celos pueden ser puntuales, nacer en una relación concreta y no en otra. Su base es el miedo, no el amor, esto es claro. Pero el miedo a perder algo es lícito, se gesta en el lecho de la inseguridad. Ya decíamos que la seguridad es una red que se teje, y a veces la
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incertidumbre es demasiada. Sabemos que la relación donde nos sentimos a gusto está amenazada por la vida misma y sus avatares despiadados. Si se siente la amenaza de la pérdida debido al interés de alguno de los miembros por otra persona, y sabiendo todo lo que se ha invertido en el amor, el dolor psicológico puede ser profundo. Perder el amor no nos gusta. La crisis, el cambio, el vacío, la soledad afectiva que se vislumbran no son plato de gusto. Los celos proporcionan este tipo de mirada. Para hablar de los celos, Martínez Silva nos ilustra con su estudio pormenorizado4. El autor señala algunas cuestiones cruciales. Pueden ser “normales” o también llamados competitivos, y pueden ser patológicos. Los celos patológicos, a su vez, pueden ser neuróticos o delirantes. En los primeros, la vivencia de los celos se une a la ansiedad y al deseo intenso de protección, apareciendo una gran angustia, hipersensibilidad y susceptibilidad. También existen los celos delirantes, cuando el celoso vive como real lo que solo es imaginario. No existe un hecho desencadenante, un indicio, sencillamente se toma como verdad lo que pasa por la imaginación, por ejemplo, la esposa va a la compra y el marido cree que efectivamente está metida en la cama del vecino, sin que haya ninguna señal que apunte a ello. En ambos casos (celos neuróticos y delirantes) estamos hablando de celotipia o patología de los celos. Según Martínez Silva, los celos son universales, y de hecho, si una persona no siente celos ante el interés de uno de los miembros de la pareja por un tercero, se puede pensar que la relación no importa mucho. Tanto la sospecha continua como la dejadez continua son una amenaza para el amor. Los celos son “la compleja reacción negativa ante la relación sexual o emocional, ya sea real, imaginada o anticipada, de su pareja afectiva con otra persona”. En la definición que nos presenta, hemos de fijarnos en que también la relación emocional, no solo la sexual se puede vivir como amenaza. Al menos para las mujeres es así, dada la importancia que le damos a este aspecto de la vivencia íntima. En los hombres, parece que pesa más la posible relación sexual de la pareja con otro, dando menos importancia a la intimidad emocional. Existen, como vemos, diferencias hombre-mujer en la experiencia de los celos que tienen que ver con los patrones tradicionales de género. Las mujeres pueden experimentar más dependencia de la relación afectiva, se sienten más comprometidas con la relación, velan más por la permanencia, tienen la idea preconcebida de que es en la pareja donde se realizan, por tanto van a experimentar celos, tal vez con más frecuencia. Sin embargo, los hombres cuando tienen celos, y se unen otros factores, como el alcohol, son más peligrosos, ya que son el motor de las muertes violentas de las mujeres, sus parejas sentimentales. El autor nos muestra cómo los celos son una emoción social, ligada a las situaciones interpersonales, y pueden cumplir, según la perspectiva, la misión de regular las relaciones, limitando los deseos de la persona que podría cambiar de pareja o generar
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múltiples relaciones infieles, perjudicando la cohesión del grupo. Los celos, en este sentido, pueden desempeñar un papel protector. Siguiendo la teoría del apego, cumplen la función de mantener la relación y la sensación de seguridad que aportan. Sirven para llamar la atención sobre el interés del otro. Se dan más si uno de los miembros de la pareja tiene una intensa vida social, de fama y éxito, con múltiples relaciones. Una pincelada psicoanalítica explica que los celos “normales” tienen un carácter competencial, es decir, el fundamento es la pérdida de un objeto de amor asociado a la herida narcisista que implica la misma. El yo no acepta dejar de ser amado. En el fondo está el complejo de Edipo y el enfrentamiento con un hermano rival que en la infancia desplazó el amor exclusivo de la madre5. Los celos tienen así una lógica, es de sentido común sentir celos si nos quitan lo que nos da placer o alimento, esto es, el nacimiento de un hermano en la infancia o la aparición de otra persona en la edad adulta que va a restarte tiempo o energía compartida con la persona amada. Volviendo a otro testimonio del Centro de Escucha, vemos otra posibilidad de sentir celos, incluso cuando la relación ya se da por terminada: Me siento traicionada. Nos hemos separado. En realidad no estábamos bien, no nos comunicábamos apenas, salvo en lo que se refiere al contacto sexual. Hasta que no he puesto en cuestión que estábamos demasiado parados, sin avanzar, la cosa se ha mantenido, con la tranquilidad que da la normalidad. Cuando dije: “¿qué nos pasa?”, se ha provocado la ruptura. Yo discutí con mi familia por él, lo elegí a él, y luché por él, y ahora… Al mes siguiente de separarnos, él ya está con otra mujer. Viaja con ella, hace todo lo que yo hubiera deseado hacer… Yo se lo pedía, pero entonces no le apetecía… En fin… Ya no quiero estar con él, no. Pero me duele la injusticia, y que haya pasado página tan rápido. Aunque los celos pueden estar unidos al deseo de control, de poseer al otro, de dominarlo, y por tanto de convertirlo en objeto, no se dan siempre celos unidos a deseo de poseer. A veces, podríamos decir que la emoción es más primaria, se une al sentimiento de amenaza de pérdida ante una posibilidad real de que se nos quite tiempo, dedicación y energía. Así mismo, y aunque la envidia se considera habitualmente un sentimiento cercano a los celos, no son lo mismo celos y envidia. Esta última supone desear lo que el otro tiene. Pueden existir celos y no desear nada del otro, pero es posible como ocurre en el testimonio, que se dé cierta envidia, provocada por algo que ocurre que se vive como injusto, y que lleva a desear lo que otra persona tiene en este caso. Los celos, si no se censuran, si se habla de ellos, amigablemente, desdramatizando, si no se deja que obstruyan la comunicación con el juicio, se diluyen con facilidad. Nacen en la relación y no sin ella, por lo que cómo se comporte la otra persona viene a ser fundamental para disminuir el sufrimiento que generan. Los celos desencadenan en
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quien los padece una serie de sentimientos: Culpa, vergüenza, menosprecio hacia una misma. La pareja del celoso tiende a un comportamiento defensivo en el que se miden los gestos y palabras, con tendencia a la sumisión y a la ocultación para no generar disputas, con lo que está servido el círculo de la desconfianza. Es más fácil manejarlos si se pueden dialogar, quitándoles el aguijón, ayudando a ver mejor, incluso en clave de humor. Como todo sentimiento, el modo de afrontarlo es lo que genera el mal mayor, o por el contrario la oportunidad de crecer.
Orgullo-vanidad-egoísmo en la relación íntima Si los celos pueden estar vinculados a una autoestima baja, en el polo opuesto está el orgullo-vanidad-egoísmo, sentimiento que nace de una hipotética seguridad tan fuerte en uno mismo que se pasa de rosca. El orgulloso es fácilmente egoísta, se convierte en el centro de la relación, la acapara, entrampando el amor. El centro de su vida es él, o su forma de ver las cosas, que viene a ser lo mismo. Las decisiones se toman en función de sus intereses y casi nunca pregunta: ¿Qué quieres o necesitas tú? Sobre todo porque no está dispuesto a asumirlo, pero también porque no ve la pregunta, no le nace. El orgullovanidad, es difícil de manejar, y si se canaliza con la satisfacción del interés propio, lo que es habitual, entorpece la relación recíproca, la ahoga, la inhabilita. Esta manera de darle cauce, a veces imperceptible, es una forma de micromachismo, tal como hemos descrito. El siguiente testimonio del Centro de Escucha es de una mujer, también, que no sabe cómo abordar esta dificultad con su pareja: Estoy atrancada en mi relación. No se baja del carro. Le he reconocido que no ha sido correcto mi comportamiento, he levantado la voz, no venía a cuento. Estoy molesta por su falta de detalles para conmigo, no me pregunta nunca cómo estoy, qué hago, no me llama si está fuera… y he estallado diciéndole que así no sigo. Además se me ha ocurrido llevarle la contraria en varios planteamientos de la casa. Se lo toma mal, como si fuera perfecto, como si le estuviera presionando, como si él lo hiciera todo bien, y no quiere hablarlo, en realidad dice que sí, pero se limita a callarse, oírme y decir que lo deje ya. No es posible avanzar más. Su postura es de piedra. Nunca le he oído reconocer que hace algo mal. Nunca es nunca. ¡Qué tremendo! Quiere arreglarlo todo en la cama y yo no quiero cama si no me encuentro bien. Entonces viene lo peor, se siente menospreciado, como si le castigara, sin entender que no viene a cuento el sexo en este momento. Si no disimulo siento una catástrofe sobre mí, me lo hará pagar, ¡uf, qué orgulloso!, necesitará vengarse y seguir mirándose el ombligo un poco más.
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Desde el orgullo, la interpretación de la realidad es dogmática, siempre tal como la ve el orgulloso, siempre en su favor, desde su criterio que parece ser más valioso que el de los demás. No hay puntos de vista compartidos, si cede es por pura operatividad, no porque crea que vale la pena discutir las razones de los demás, las suyas son las mejores, de hecho son las únicas. El orgulloso ha construido esta máscara empujado por el mismo cuestionamiento de la autoestima que hace el celoso, pero salvaguardándose, y puede llegar a estar tan cegado por sí mismo que nunca es capaz de reconocer este sentimiento, aunque generalmente intuye que algo no marcha bien en su modo de enfocar la vida y las relaciones. Lo peor de todo no es el orgullo en sí. Como decíamos de los celos, la cuestión está en el abordaje, con la dificultad que supone la ceguera con la que camina el orgullo. Hay quien construye discursos enrevesados y tortuosos, escondiendo el sentimiento en una especie de mitificación de sí mismo. La gran mujer o el gran hombre que se dibujan en el horizonte son algo así como la representación del bien o de cualquier otro valor. Todos experimentamos orgullo-vanidad, tratando de hacernos valer y de que no nos hieran, nos ponemos un poco por encima, o lo intentamos, en los conflictos, discusiones o diferentes desacuerdos de la vida. Orgullo y rabia van de la mano, por lo que el enfado estará siempre presente. Lo peor es no reconocerlo, especialmente porque el orgullo negado es un serio obstáculo para el perdón, y el perdón es absolutamente necesario para construir una vida de relación. Perdonar del todo es no llevar cuenta, no dejar que la dinámica del juicio o el castigo penetre en la relación, abrir el punto de vista, relativizar el poder de lo malo y siempre mirar al otro en positivo. Este grupo de sentimientos, cuando no son afrontados, se convierten en fuente de desdicha para la pareja. Hay quien, como vemos en el testimonio, por pura vanidad, no admite un no por respuesta ante la intimidad sexual en un momento dado, ya que considera ese no como gesto de no aprecio, como desvalorización, como rechazo social, y se enfada y se duele. Se considera castigado. Si se encuentra con una pareja complaciente, que no quiere generar más conflicto, la hipocresía avanza, y con ella la falta de libertad. La arrogancia o vanalidad también es una manifestación del miedo, el miedo a sentirse débil y no capaz de resolver la vida por uno mismo. Como decíamos con los celos, el orgullo ha de ser puesto en claro, y tal vez desenmascarado cuidadosamente, pues detrás del orgullo-vanidad, podemos encontrarnos con sorpresa a un ser muy frágil emocionalmente, que ha construido sus defensas en base a esta mirada más potente sobre sí mismo/a. A veces, son otras personas, con sus intereses, las que encumbran al orgulloso, le dejan crecerse, no se atreven a contradecirle, e incluso les viene bien tener al lado a una persona con esta aparente seguridad. Si un día, desde el amor, logramos dejar caer esta máscara, la relación crecerá, y quien padece de orgullo empezará a ser
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más sí mismo. A este respecto, José Luis Martín Descalzo, hablando del amor y el egoísmo señala dos ideas muy interesantes: En primer lugar que el dilema radical del ser humano es saber si mi vida se alimenta de amor o de egoísmo, si está volcada hacia mí como mi propio ídolo o si tengo mi alma volcada hacia fuera… Es sugerente replantearse las relaciones desde este discernimiento. Y añade que el egoísmo puede vestirse de amor cuando atrapamos, cuando queremos ser queridos, cuando vemos al otro como un amplificador de nuestro yo, como aquel que nos da su aprobación, ampliando nuestra silueta… En definitiva, cuando instrumentalizamos al otro, muchas veces de un modo sutil, a menudo disfrazado de lo contrario6.
Afán de poseer, chantaje emocional y deseo de control El poder, no es necesariamente una faceta del ser humano negativa. La falta de conciencia de que lo tenemos, o su mal uso (el abuso), provocan la asimetría y la instrumentalización de los otros. La relación íntima no se escapa, sobre todo en los momentos de conflicto, donde sale lo mejor y lo peor. Los tres aspectos del titular suponen el uso inadecuado del poder en la relación. Ya hemos hablado algo de ello en relación a los micromachismos, pero conviene incidir un poco más, dado que es fácil confundirse, creer que porque compartimos tanto, todo vale. Estas desviaciones del amor pueden ser producto de los celos, del orgullo o del egoísmo más puro, y son un atentado a la libertad en la relación, la pueden convertir en una cárcel. Las falsas creencias también tienen mucho que ver en este asunto, por ejemplo la idea de que las personas pueden pertenecerse unas a otras, con la consiguiente cosificación de las relaciones. O la idea de que el valor de una misma es dado por los demás, motivo por el que nos aferramos a un hombre. En La canción de Salomón, novela de Toni Morrison, se escribe este párrafo dedicado a una mujer que vive obsesionada por un antiguo amor: Crees que porque él no te quiere no vales nada. Crees que porque no te necesita tiene razón, que la opinión que tiene de ti es la acertada. Crees que si se deshace de ti es porque no eres sino basura. Crees que te pertenece porque tú quieres pertenecerle a él… Mala palabra esa de “pertenecer”. Sobre todo cuando se aplica a alguien a quien se quiere. El amor no debe ser así. ¿Has visto alguna vez cómo las nubes aman a la montaña? La rodean, a veces la ocultan totalmente. Pero, ¿sabes?, cuando llegas a lo alto, ¿qué ves? La cima. Las nubes no pueden cubrirla. Las cumbres las atraviesan porque las nubes la dejan, no la envuelven. Dejan que surja enhiesta, libre de trabas, sin nada que la esconda o la constriña… No se puede
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poseer a un ser humano. No se puede perder lo que no se posee. Supón que fuera tuyo. ¿Serías capaz de amar a alguien que sin ti no fuera absolutamente nada? ¿Te gustaría una persona así?… Le estás haciendo entrega de tu vida entera… Si tan poco significa para ti que estás dispuesta a darla, a regalársela, ¿cómo quieres que él le dé ningún valor? Él no puede apreciarla en más de lo que tú la aprecias”7. Elocuente, y evidentemente escrito por una mujer que sabe lo que íntimamente han sufrido las mujeres. Las relaciones amorosas son un intercambio permanente de dar, recibir. Es necesario el equilibrio. Nadie quiere que el otro viva encadenado a ti, que sea sumiso, que se mantenga indiferente esperando mi iniciativa. Nadie desea tener al lado a un muñeco, que hago con él lo que quiero, al antojo de mis deseos. Tampoco queremos lo contrario, que el otro se aproveche de nuestra buena voluntad, de nuestro deseo de agradar, de nuestro amor incondicional, especialmente en el caso de las mujeres, que deseamos cuidar, satisfacer este deseo aprendido ancestralmente, contagiado de generación en generación. Mientras nos vamos curando, la ansiada reciprocidad es necesaria para que la relación funcione. Una forma de controlar, de dominar en la relación, es el chantaje emocional ya vislumbrado al hablar de micromachismo. No es sino un ejercicio inadecuado del poder, manipulativo. El equilibrio se rompe y se ejerce presión sobre el otro, tergiversando la verdad para conseguir los objetivos deseados y satisfacer el propio ego. Utilizar el chantaje emocional es una estrategia que dificulta la expresión de la libertad en la pareja. Si cada vez que planteo un problema, un deseo o una dificultad, la otra persona se muestra triste hasta el llanto, enfadada y recrimina que no se le cuida lo suficiente, que se malgasta el tiempo común, o que soy inadecuada, es como si me atara de pies y manos. Presentarse como una víctima es una forma habitual de chantaje emocional, es una invitación a la sumisión. Lo más extremo en el chantaje es poner encima de la mesa lo que hago por ti, a fin de que tú no me incomodes, que te des cuenta que no puedes quejarte. En aras de un amor mal entendido, se pide al otro/ a la otra que corte sus alas. Por último, el amor no trata de controlar, por muy buena concepción que se tenga de una misma y de lo que está bien hecho, por más que surja a menudo la maternalidad/paternalidad, el deseo de decir cómo hacer las cosas, como quien enseña a un niño o una niña. Es necesario dejar margen para el error, para lo imprevisto, para que el otro haga lo que le parezca mejor aunque yo no esté de acuerdo. Es necesario no regañar ni darse por regañado/a. Empezar a no controlar va desde lo más burdo, que es no decir al otro lo que tiene que hacer hasta la actitud de humildad que supone aceptar que no sabemos lo que siente el otro con exactitud. Somos dos y no uno dividido en dos mitades. Dos experiencias, dos libertades que optan por compartir la vida, la amistad y la intimidad. Querer controlarlo
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todo es una forma de inseguridad que muestra un apego insano. No controlarlo todo, entonces, significa que no somos adivinas, que lo que imaginamos puede no ser la verdad, que no hemos de enorgullecernos por anticipar cómo reaccionará el otro, que hemos de vivir sin poner etiquetas, libres de prejuicios que condenan al otro a que se hagan realidad los malos presagios. El diálogo es clave, no solo la intuición. No somos maestros/as del amor, sino aprendices de nuestro amor. No podemos sentar cátedra ni generalizar. Dos parejas no son iguales, dos experiencias de amor tienen cosas en común pero también peculiaridades. No se puede decir esto es lo que vale, sino más bien, esto nos vale a nosotros, o tan solo, humildemente, “esto me vale a mí”. El deseo de control forma parte de la dependencia afectiva más que del amor. Las mujeres deseamos irnos haciendo a nosotras mismas e ir descubriendo nuestra libertad. Estamos aprendiendo a reconocer lo que sentimos, a gobernarlo, a buscar el origen de los malestares emocionales, a dar por buenos nuestros criterios, y a ir eligiendo lo que mejor responde a la mujer que queremos ser. Por eso sabemos que la necesidad de control tiene algo que ver con la tela de la araña, y tratamos de que la reivindicada mutualidad y seguridad sea posible sin controlar al otro, sin controlarlo todo. Además, el amor que quiere ser tal, parte de la concepción de que el otro ser no me pertenece y de que yo no soy más o menos porque el otro me quiera o manifieste su amor de una u otra manera. El amor que quiere ser tal, se cuestiona y nunca se permite abusar del poder mediante el chantaje emocional.
Sentimiento de abandono que provoca la ruptura Cuando las mujeres amamos, deseamos no depender, esa es la clave feminista que rompe con las cadenas del pasado. Ellos han heredado socialmente una conciencia de independencia que les facilita las cosas. A nosotras se nos enseñó a cuidar, a proteger, a que nuestra vida tenga sentido en función de los demás. Por eso, quizá, invertimos tanto en las relaciones amorosas, y por eso nos sentimos abandonadas, no entendemos los comportamientos desapegados y desagradecidos de ellos, nos duelen, y nos agotan. Ellos y nosotras pedimos que la relación nos proporcione elementos diferentes que tienen que ver con el rol que se nos asignó. Nos comportamos de manera distinta ante la vida y sus aconteceres, y ambos queremos llegar a un encaje, dando licitud a las necesidades del otro, de la otra. Lo que ya no toleraramos más es la injusticia, el sacrificio de una en función del otro, como si ceder y dar fuera lo que identifica a las mujeres. Para que la relación funcione, las voces de cada uno/a han de oírse, las necesidades conjugarse, respetando los ritmos, no vale solo lo que me vale a mí, la gracia es construirlo juntos.
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Las mujeres podemos sentirnos abandonadas en las relaciones de pareja. Para ello no es necesario ser una “mujer desechada” de la India (así se llaman en un estudio de la Universidad Lincoln, de Reino Unido), que es engañada para casarse, abandonada, maltratada y usurpada de la dote. Los casos de mujeres abandonas en el mundo y a lo largo de la historia son excesivos. Generalmente ellos son bígamos o polígamos y encuentran otra/s pareja/s, forman otra/s familia/s, y no se atreven a decirlo. Se da la sutileza del abandono, incluso sin romper la relación. Para nosotras, algunos signos son: Cuando se deja de invertir tiempo en la relación, injustamente, en relación a otras parcelas o personas de la vida. Cuando nos dicen que no hacen falta palabras para profundizar. Cuando se pasan por alto los detalles pequeños, los juegos y cariños solo conocidos entre dos. Cuando no se busca la novedad y no se explora lo que hay fuera de la zona de confort. Cuando en aras de la confianza se pierden las formas, la compostura normal, educada y social. Cuando se da por dicho, por hecho, el “te quiero”. Cuando se deja de dar reconocimiento a la otra, cuando no se nombran sus valías, sus progresos. Cuando los cansancios sirven para justificar la falta de energía en la relación. A veces, esta sensación de abandono, que no es tenida en cuenta, da lugar a la ruptura. La mayoría de las demandas de nulidad, separación o divorcio son presentadas de mutuo acuerdo en este país, según datos del Instituto de la Mujer, pero cuando la presenta uno de los cónyuges, lo hacen mucho más las mujeres (en 2016, 22.822 las mujeres, 12.558 los hombres, y 64.438 ambos). Parece que es cierto que los hombres lo pasan peor tras las rupturas amorosas, tal vez porque se sienten heridos en su orgullo y porque están acostumbrados a ser cuidados, más que a cuidar. También les ocurre si fallece la mujer, enseguida buscan otra persona para llenar el hueco. Parece también que las mujeres tenemos más resortes, más apertura a la comunicación con otras personas y a la búsqueda de soluciones. No en vano el terreno de la intimidad ha sido nuestro lugar, asignado culturalmente, y ahí sabemos de sobra progresar adecuadamente, buscar ayuda y a menudo salir airosas, reconociendo que ya no volveríamos a reanudar una relación que en el fondo no nos satisfacía. Herederas de “ser para los demás”, podemos decir que estamos aprendiendo a hacer algunas piruetas interesantes: No tolerar la violencia de ningún tipo y separarnos al mínimo indicio. Poner en claro las relaciones sin sustancia, con inmediatez y valentía, diciendo “qué está pasando entre nosotros”, aunque la respuesta a esa pregunta sea difícil y provoque conflicto y a menudo un final. Ser capaces de vivir solas, independientes, cuidándonos a nosotras mismas, sin amarguras, sin quejas ni lamentos, sin estatus protector, abiertas a las preguntas y a la interpelación. Evocando a V. Frankl cuando propone que elijamos la manera de vivir las cosas, que es nuestra parcela de libertad que nadie nos puede arrebatar, ante lo que no se puede cambiar, me pregunto cuántas veces hemos tratado de consolarnos con la primera parte
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de esta frase, cuando algo no funciona, intentando vivirlo mejor, vivirlo resignadamente, sabiendo que nos provoca un enorme sufrimiento que tendemos a minimizar. Cuando los caminos se pueden cambiar, y eso a veces no se ve a la primera, no nos podemos consolar con vivir lo mejor posible situaciones infernales, de desentendimiento, de desamor, agotadas las posibilidades de reconstrucción. A veces, la libertad no es posible en la pareja. A veces, hemos de poner fin a las relaciones insanas en las que llevamos siglos de silencio sometido. Basta ya de que nos hieran, por aguantar y seguir creyendo en un amor ideal que nos metieron en la cabeza y nos usurpa la libertad. No podemos permitir más que el ser amado nos robe las sonrisas, nos incremente las lágrimas, nos entristezca en lo profundo. Basta de ser todo para ellos y basta también de esperar eternamente a que suceda lo mismo en la otra dirección. Basta de ser cuidadoras y no recibir cuidado. Los pactos sobre los límites de la relación son eso, pactos, consensos. Las infidelidades reales y sutiles, que son la ruptura permanente de estos pactos, son injustificables. Podemos perdonar pero no lo toleraremos todo. Que no nos engañen, si no se parten la vida con nosotras no nos vamos a conformar. Los hechos, todos los hechos hablan y dicen la verdad del amor. Lo que pasa y no pasa cada día es la realidad. No puedo cerrar los ojos. Basta de tantos silencios, que necesitamos palabras. Basta ya de autocastigarnos, de pensar que tenemos la culpa de lo que no funciona. Basta ya de indiferencias, de repetir lo que nos gusta y no ser escuchadas, basta de mendigar una y otra vez lo que necesito, basta de que nosotras queramos abrasarnos y ellos se conformen con pequeños fueguecitos como de cerilla. Se encienden y se apagan, y aquí paz y después gloria. A veces, la relación es una jaula en la que damos vueltas como ratones atrapados, y no hay más remedio que salir de ella para rehacer la vida.
1. Punset, E. Brújula para navegantes emocionales. Madrid, Aguilar, 2008, p. 195. 2. BENEDETTI, M., Antología poética. Madrid, Alianza, 1999, p. 78. 3. Centro de Escucha San Camilo de Ciudad Real. 4. Cfr. MARTÍNEZ SELVA, J. M., Celos. Claves para comprenderlos y superarlos. Paidós. Barcelona, 2013, pp. 16-79. 5. Affectio Societatis Vol. 10, No 18/ junio/ 2013, p. 5 ISSN 0123-8884, en http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/affectiosocietatis, consultada en febrero 2018.
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6. MARTÍN DESCALZO, J. L., Razones para el amor. Sígueme. Salamanca 2002, pp. 17-19. 7. MORRISON, T., La canción de Salomón. Debolsillo, Barcelona, 2001, pp. 393-394.
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7 La violencia contra las mujeres ¿Por qué un hombre mata a una mujer en nombre del amor?
No es sensato, no es lógico, no parece ni real, pero es cierto. Hoy un hombre agrede a una mujer, y la mata, y esta noticia, que no es novedad, está presente en todas las latitudes, en todos los contextos, en todos los estatus sociales. La violencia de género es la imagen más visible y dramática de que algo no está funcionando con cordura y humanidad en este modelo de sociedad en la que nos desenvolvemos. Demasiados ejemplos de violencia vividos en carne de mujer. Demasiados cuerpos rotos, demasiadas mentes hundidas, demasiadas heridas, demasiada muerte. Cuando esto ocurre en la pareja y en la familia, el drama es aún mayor. El amor está por medio, ¿o tal vez no es amor? A lo largo de las siguientes páginas veremos que este hecho, de amor no tiene nada. La violencia contra las mujeres, en pleno siglo XXI, es una lacra que nos avergüenza, un mal que combatir, una perversión de lo humano que hunde sus raíces en un modelo social basado en el sometimiento de un alguien (varón generalmente) sobre otro alguien (mujer, generalmente), hiriendo, dañando y quitando la vida, si es preciso. ¿Qué podemos hacer para evitarlo? Al menos tenemos que conocer, prevenir, gritar a los cuatro vientos, tomar medidas económicas, judiciales, sociales, sanitarias, apoyar a las víctimas y empujar otro modelo de relación y de sociedad. Al menos tenemos que desvelar que la violencia y el amor no pueden convivir juntos, que en el amor no cabe, no se conjuga, no concuerda ningún tipo de violencia. El punto de vista feminista aporta una luz a este respecto ya que explica que la violencia de género ejercida por los varones sobre las mujeres es un mecanismo de control social que pretende la subordinación de las segundas respecto de los primeros. Mientras sigan existiendo crímenes y vejaciones hacia las mujeres, podemos decir con rigor que el feminismo tiene sentido.
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Para aclararnos Se define violencia de género como un tipo de violencia física o psicológica ejercida contra cualquier persona sobre la base de su sexo, que impacta de manera negativa sobre su identidad y bienestar social, físico y/o psicológico. Con el apellido “de género”, distinguimos la violencia común de aquella en la que existe de base un patrón de dominio o sometimiento de un sexo sobre el otro. La violencia de género afecta prioritariamente a las mujeres de todas las edades y todas las culturas. Este término sería equivalente al de violencia machista, más usado quizá en los medios de comunicación. Sin embargo, hemos de considerar también los ataques homofóbicos dentro de la violencia de género. Esto es, los actos violentos desde cualquier persona hacia aquellas personas o grupos homosexuales, lesbianas, bisexuales o transgéneros. El término violencia de género es más amplio y más adecuado para definir el problema. Hablar entonces de violencia contra las mujeres no es exactamente sinónimo, ya que no toda agresión que sufre una mujer es consecuencia del citado patrón social. Las Naciones Unidas, en 1993, ratificaron la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, definiendo “violencia contra la mujer” como todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada (Asamblea General de la ONU. Resolución 48/104, 20 de diciembre de 1993). Esta noticia puede ayudar a pensar: “Una mujer, abogada, ha sido atacada por un hombre al que ella no quería defender. Puede tratarse de un nuevo caso de violencia de género”. Esta agresión, sin más datos, podría no ser considerada estrictamente como violencia de género, a no ser que se demuestre que es su condición de mujer la que hace que se produzca tal atentado. Lo que es cierto es que cada día podemos certificar cómo la violencia contra las mujeres es violencia de género, en la mayoría de los casos, ya que el que la víctima sea mujer y no hombre, no es casual. El patrón de dominio subyace, sea cual sea la condición social de la víctima y la excusa del agresor. La violencia de pareja es un término que se ha equiparado con la violencia de género, ya que la mayor parte de las agresiones y maltrato que sufren las mujeres se producen a manos de sus parejas o ex-parejas. Claramente, la violencia de género no se circunscribe a las relaciones de pareja. La violencia de género incluye violaciones, prostitución forzada, aborto selectivo en función del sexo, infanticidio femenino, tráfico de personas, explotación laboral, prácticas de ablación del clítoris, junto a los ataques homofóbicos ya citados. La violencia doméstica o intrafamiliar es la violencia que se produce en el ámbito de
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la convivencia familiar. Mayoritariamente es del varón sobre la mujer, pero no es exclusivamente así. Puede ser de cualquiera de ellos hacia el otro, o sobre los ancianos o los niños. Para concluir, conviene aclarar el concepto de “violencia”. Según la OMS, este término incluye el uso intencional de fuerza, poder físico o amenazas, en contra de uno mismo, otra persona, o en contra de un grupo o comunidad, cuyo resultado desemboca con alta probabilidad en lesiones, muerte, secuelas psicológicas o mal comportamiento. El maltrato psicológico, el acoso o la manipulación son, por tanto, también formas de violencia. Existe evidencia de que la violencia se aprende, y aunque influyen factores temperamentales, para muchos individuos está subordinada a un conjunto de normas socioculturales y expectativas en cuanto al rol. Reivindicamos el término violencia contra las mujeres, ya que dice a las claras lo que está sucediendo: Que en el hogar, en la calle o en los conflictos armados, las mujeres y las niñas están siendo víctimas principales de la violencia, y que esto supone una flagrante violación de los derechos humanos, con la gravedad de que ha alcanzado proporciones pandémicas. Tipos y datos de violencia de género1 En la película Mustang (2015), de la directora Deniz Gamze Ergüeven, de origen turco, se relata cómo son las cosas para las cinco hermanas que sueñan con la libertad y el amor, y se encuentran sometidas a la tradición, representada por los padres, que les obligan a dejar la escuela y las preparan para ser madres, esposas, amas de casa, arreglándoles las bodas. Les obligan a cambiar de vestuario, para proteger su castidad, no provocar a los hombres y seguir los patrones establecidos. Sufren otro tipo de vejaciones, como la violación por otros miembros de la familia, pero a través de sexo anal, para que el himen quede íntegro. La película refleja con insistencia en qué consiste la opresión del sistema patriarcal que genera violencia, desde la más tierna infancia. Nos sirve para introducir los tipos de violencia de género con algunos datos significativos a nivel mundial: • Violencia ejercida por un compañero sentimental: Es cualquier conducta por parte de la pareja actual o una anterior o por el cónyuge que causa daño físico, sexual o psicológico. Es la forma más habitual de violencia sufrida por las mujeres a nivel mundial. Una de cada 3 mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental. En algunos países, hasta el 70% de las mujeres ha sufrido este tipo de violencia. En 2012, una de cada dos mujeres asesinadas, lo ha sido por su compañero sentimental o un miembro de su
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familia. En el caso de los hombres estas circunstancias se dieron en uno de cada 20 hombres asesinados. • Violencia sexual y acoso: La violencia sexual es todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o el uso de la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, sea cual fuere su relación con la víctima y sean cuales fueren sus circunstancias. Los actos de violencia sexual pueden ser: Avances sexuales no deseados o acoso sexual, incluido el hecho de pedir sexo a cambio de favores; violación, que puede producirse dentro de la pareja habitual o por extraños, y que ocurre también durante los conflictos armados; abusos sexuales a niños y niñas; convivencia o matrimonio forzado, incluido el matrimonio infantil. 120 millones de niñas en el mundo ha sufrido relaciones sexuales forzadas. Un tercio de las adolescentes de algunos de los países estudiados refieren que su primera relación sexual fue forzada. El 45-55% de las mujeres de la UE ha sufrido ciberacoso desde los 15 años. En 37 países no se juzga a los violadores si están casados o si después se casan con las víctimas. • Trata de seres humanos: Es la adquisición y explotación de personas a través de medios tales como la fuerza, el fraude, la coerción o el engaño. Millones de mujeres y de niñas continúan atrapadas en las redes de la trata, muchas de las cuales además son explotadas sexualmente. El 71% de las víctimas de trata son mujeres y niñas. Tres de cada cuatro mujeres víctimas de trata son utilizadas en la explotación sexual. • Mutilación genital femenina: Incluye procedimientos que alteran o causan intencionadamente lesiones en los órganos genitales femeninos por motivos no médicos. Además de dolor físico y psicológico extremo, la práctica conlleva muchos riesgos sanitarios, entre ellos la muerte. 200 millones de mujeres han sido sometidas en la actualidad a esta práctica en 30 países de los que se tienen datos (Unicef 2016). La mayoría de estas prácticas se producen antes de los 5 años de edad. • Matrimonio infantil: Implica poner fin a la educación de una niña, a su vocación y a su derecho a elegir la vida que quiera. Estas niñas tienen más riesgo de sufrir violencia por parte de su compañero íntimo, en comparación con las niñas de la misma edad que se casan más mayores. Casi 750 millones de mujeres que viven hoy se casaron antes de los 18 años. Una de cada siete vive en pareja antes de los 15 años en África Central y Occidental. Algunos datos más matizados nos recuerdan que: • Las mujeres que han sufrido maltrato físico o sexual por parte de sus compañeros sentimentales, tienen más del doble de posibilidades de tener un aborto, casi el doble de sufrir depresión y 1,5 veces más posibilidades de contraer VIH en algunas regiones, en relación a las mujeres que no han sufrido esta violencia.
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• El aborto selectivo es otra forma de violencia contra las mujeres, menos nombrada. Han desaparecido 60 millones de niñas, principalmente en Asia, como resultado del aborto selectivo. • Entre los 15 y los 44 años de edad, los actos de violencia contra las mujeres les causan más muertes y discapacidades que el cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico y la guerra, juntos. • Determinadas características de las mujeres como la orientación sexual, la discapacidad o la etnicidad, y algunos factores como las crisis humanitarias, incluidas las situaciones de conflicto y post-conflicto, pueden aumentar la vulnerabilidad de las mujeres ante la violencia. • 246 millones de niñas y niños sufren violencia relacionada con el entorno escolar cada año, una de cada cuatro niñas no se siente segura utilizando los aseos escolares en algunas regiones del mundo. Aunque no hay datos precisos, las pruebas señalan que las niñas en edad escolar están en situación de mayor riesgo de sufrir violencia sexual, acoso y explotación. Además de las graves consecuencias sobre su salud psicológica, sexual y reproductiva, este hecho es un impedimento de envergadura para lograr la escolarización universal y el derecho a la educación de las niñas. Tal vez sería útil aprender de memoria estos datos, sencillos, que la página ONUMujeres actualiza periódicamente, así como las diferentes formas de violencia, para que toda mujer/niña y todo hombre/niño pueda decir la verdad sobre esta realidad injusta. ¿En qué consiste la violencia contra las mujeres? Describiremos en qué consiste, concretamente, la violencia contra las mujeres, características y ejemplos de la misma, siguiendo un estudio realizado por la OMS en 2005 sobre la salud de la mujer y la violencia, e introduciendo algunos testimonios: En la sala de Urgencias, después de una atención de rutina, Marisa me confiesa: “Mi novio me pega. Al principio mentí, y dije que eran golpes por un accidente. Los moratones me delatan. Lo estoy pasando mal. Ni como, ni duermo. Le quiero aún y no sé qué hacer”. Una mujer que ahora tiene 70, me explica llorando cómo su marido le pegaba al volver a casa, con una copa de más, cómo la tiraba al suelo, cómo le daba puñetazos y patadas… me dice que siente odio en su corazón, que no puede perdonarle, que sigue viviendo con él porque no quiere romper la familia. “Ahora es mayor, todo esto pasó, y tengo que tragar y seguir. Si mi madre me hubiera apoyado, lo hubiera dejado, pero mi madre me dijo que aguantara, y aquí estoy”.
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Una mujer, gitana, a la que visito frecuentemente, nunca dice nada, solo me explica sus dolores del cuerpo, asume que forma parte de la vida ser maltratada, defenderá a su hombre, y se irá entristeciendo y enfermando, sin que nadie sepa por qué. Se percibe que sabe que esto que sucede no es justo, no está bien. • Violencia física: Es la acción realizada voluntariamente que provoca daño o lesiones físicas en las mujeres que las sufren. Incluye el uso de la fuerza física o de objetos para atentar contra la integridad física y contra la misma vida. La OMS, en 2005, definió violencia física en función de la siguiente lista: Haber sido abofeteada o habérsele arrojado algún objeto que pudiera herirla; haber sido empujada o si le habían tirado del cabello; golpeada con el puño u otra cosa que pudiera herirla; golpeada con el pie, arrastrada o había recibido una paliza; estrangulada o quemada a propósito; amenazada con una pistola, un cuchillo u otra arma o se había utilizado cualquiera de estas armas contra ella. En un viaje a Ecuador, hablé con algunas mujeres, confidencialmente. Me resultó desgarrador conocer la experiencia de varias mujeres que desde los 11 y 12 años habían sufrido violaciones, por personas conocidas de su familia… Con una de ellas me seguí escribiendo, cartas de esas que ya no recordamos, con las orillas en rojo y azul, esos sobres especiales para avión. Esto es lo que me confesó Doris: “Abusó de mí. Yo me enamoré como una tonta, creí que era el hombre de mi vida, que me sacaría del horror que viví en mi casa, donde mi propio padre me violó y donde me sentía atemorizada permanentemente, sin encontrar en mi madre el apoyo que necesitaba. El que fue mi marido me alejó de allí, pero el segundo infierno no tardó en llegar. Pronto me encontré de nuevo abandonada, lastimada en el cuerpo y en el corazón. Prefería morirme”. A esta mujer le cuesta mucho rehacer su vida, se siente rota. “Yo confiaba ciegamente en él –me decía–, a pesar que ya me decían mis amigas que tenía otras mujeres, y que se aprovecharía de mí”. Otra mujer, con 16 años, muestra lesiones en sus brazos por cortes que se autoinflige. Ha sido violada, reiteradamente, por la pareja de su madre. Nadie la creía. ¿Cuánto dolor llevará en el alma? Vive con el miedo y la rabia en el cuerpo, y también con el sentimiento de culpa, como es frecuente en otras víctimas de los abusos sexuales. • Violencia sexual: Es cualquier atentado contra la libertad sexual que afecte a su integridad física o afectiva, por el que se le obliga a soportar o realizar actos de naturaleza sexual, empleando coacción, manipulación o uso de la fuerza. La violencia sexual, en el mismo estudio de la OMS, se definió en función de tres de estos comportamientos: Ser obligada a tener relaciones sexuales en contra de su
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voluntad; tener relaciones sexuales por temor a lo que pudiera hacer su pareja; ser obligada a realizar algún acto sexual que considerara degradante o humillante. En el barrio que visitamos todos los martes, Juana me dice: “Mi marido me ha insultado, me llama tonta, sin más ni más, y no es un apelativo cariñoso. Me dice que la comida está para tirar a la basura, y que a ver si me arreglo más o me va a dejar. El otro día me puso en evidencia en medio de los vecinos. Me grita y después me pide perdón. Estoy harta, no puedo más”. Otra mujer, en la consulta, me dice que su pareja la persigue por todas partes, la asusta, colgándose de una cuerda, le hace sentir una calamidad y estar todo el día alerta, sin comer ni dormir. Viene a casa alterado y no la deja en paz. “No es que me pegue –dice–, es que me insulta, me desprecia, me enreda, me confunde”. • Violencia psicológica: Es una acción en general verbal que provoca alteración de la autoestima y bienestar de las mujeres y disminución de la capacidad de decisión, así como induce a que las mujeres se sientan culpables. Los actos específicos de maltrato psíquico infligido por la pareja que se incluyen en el citado estudio son: Ser insultada o hacer a la mujer sentirse mal sobre ella misma; ser humillada delante de los demás; ser intimidada o asustada a propósito (por ejemplo, por una pareja que grita y tira cosas); ser amenazada con daños físicos (de forma directa o indirecta, mediante la amenaza de herir a alguien importante para la mujer). A la consulta viene Maribel, madre de una hija de 20 años que sale con un chico. Están siempre de peleas y tiene continuas crisis de ansiedad. Lo peor es que, según relata la madre, la tiene controlada, tiene que saber dónde está en todo momento. Ella ha dejado de ver a sus amigas y mucho más a sus amigos de antes. Lo del móvil es una obsesión… “No sé qué tengo que hacer. Está muy ciega por este chico. Yo creo que esto es violencia de género, aunque no le pegue, y quiero que veas a mi hija, que te cuente, a ver si nos pueden ayudar”. Mi amiga Ana dice que su marido está preocupado por ella, que no le gusta verle hablar con otros hombres, que cree que la va a perder. “Está obsesionado, me mira el móvil, me pregunta todo el rato de dónde vengo. Con lo majo que es, pero se enfada si no estoy siempre con él, todo lo tengo que hacer con su consentimiento. Yo controlo esta situación y creo que lo llevo bien, pero no me lo esperaba. Me halaga y me decepciona a la vez, me siento querida y al mismo tiempo como que desconfía”. • Comportamiento dominante del hombre en relación a su pareja mujer: En realidad, todos los anteriores son también comportamientos dominantes, pero se
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habla aquí de todo aquello que específicamente tiene que ver con la prohibición o impedimento de que las mujeres puedan desarrollarse en las diferentes facetas de la vida. Así, se incluyen en este apartado: Impedirle ver a sus amigas; limitar el contacto con su familia carnal; insistir en saber dónde está en todo momento; ignorarla o tratarla con indiferencia; enojarse con ella si habla con otros hombres; acusarla constantemente de serle infiel; controlar su acceso a la atención para la salud o a los recursos económicos. Podríamos nombrar otros tipos de violencia contra las mujeres, como la violencia económica (desigual acceso a los recursos económicos y/o propiedades compartidas), estructural (barreras intangibles que impiden a las mujeres acceder a los derechos básicos), política (cuando los hombres se rigen por el doble código de legitimar alguna forma de violencia y al mismo tiempo combatir otras formas), espiritual (destrucción de las creencias culturales o religiosas de las mujeres), simbólica (perpetuación de los mecanismos socializadores e ideología de género tradicional) o social (atribuir un menor valor a la posición social de las mujeres)2. En España, en la ley 1/2017 de 17 de marzo, que modifica la ley 16/2003, de 8 de abril, de Prevención y Protección Integral de las Mujeres Contra la Violencia de Género, quedan incluidas todas las manifestaciones de violencia ejercidas sobre las mujeres por el hecho de serlo que impliquen o puedan implicar daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas, coacción o intimidación o privación arbitraria de libertad en la vida pública o privada. Se incluyen además, las conductas que tengan por objeto mantener a las mujeres en la sumisión, ya sea forzando su voluntad y su consentimiento o impidiendo el ejercicio de su legítima libertad de decisión en cualquier ámbito de su vida personal. En el artículo 3 se definen las formas de violencia de género como: Violencia física, violencia psicológica, violencia sexual y abusos sexuales, violencia económica, y así mismo se recogen diferentes manifestaciones de la violencia como: Violencia en la pareja o ex-pareja, o el acoso en el ámbito laboral con sus diferentes tipologías, la trata de mujeres y niñas, la explotación sexual, la violencia contra los derechos sexuales y reproductivos, el matrimonio a edad temprana, concertado o forzado, la mutilación genital y el feminicidio. En definitiva, la violencia física, que provoca una agresión visible externamente, es fácil de reconocer si quien la sufre no se empeña en negarla, a veces asustada u oprimida por la dominación del hombre. Pero a menudo los daños no son tan evidentes. Incluso quien los sufre está tan acostumbrada a los malos modos, a los comportamientos agresivos, que disculpa, minimiza o justifica que un hombre tenga un momento de descontrol. Pero la violencia contra las mujeres no es un hecho puntual ni anecdótico.
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Por desgracia, forma parte de la cotidianeidad. Aprender a reconocerla y nombrarla como tal, es una forma de evitar que la espiral de dolor continúe hasta la tragedia.
Abuso de poder del hombre sobre la mujer Me detengo a estudiar la relación entre el poder y el género, ya que el tema que subyace a la violencia contra las mujeres es el abuso del poder sobre otro, en este caso una mujer con la que se vive, se convive o teóricamente se ama. En el capítulo sobre inteligencia emocional ya hemos iniciado este aspecto, desde un sentimiento que existe o puede existir en ambos. Ahora damos un paso más. El deseo de poseer que no se controla, si es del hombre respecto a la mujer, se convierte fácilmente en violencia. El diccionario de la RAE define abusar como hacer uso excesivo, injusto o indebido de algo o de alguien. Distingue varios tipos de abuso: Abuso de autoridad, el que comete un superior que se excede en el ejercicio de sus atribuciones; abuso de confianza, que consiste en engañar o perjudicar a alguien que por inexperiencia, afecto o descuido le ha dado crédito; abuso de derecho como ejercicio de un derecho en sentido contrario a su finalidad propia y con perjuicio ajeno; abuso de posición dominante, que en el derecho de la competencia, se refiere a actuación comercial prohibida que se prevale de una situación de ventaja; abuso de superioridad, que es el abuso que consiste en el aprovechamiento por la desproporción de fuerza o número; abuso sexual, delito consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona sin violencia o intimidación. Es preciso acotar que el artículo del Código Penal que hace referencia al abuso sexual, considera este delito diferente al de agresión sexual, que conlleva violencia. Está claro que a fecha de hoy, la ley española ha quedado obsoleta y tiene un claro tinte patriarcal, y que el Pacto de Estado contra la violencia de género, siguiendo el Convenio de Estambul3, dará a luz una propuesta más justa. Esta es nuestra esperanza. Como ya hemos visto, si extraemos características de varios tipos de abuso, obtenemos lo que antes denominamos comportamiento dominante de un hombre en relación a su pareja mujer. El abuso que se comete por razón de que uno es el hombre y otra la mujer, o mejor dicho, porque uno ejerce algún tipo de poder excesivo por la fuerza, la intimidación o el engaño, sobre otra persona que tiene menos fuerza física (teóricamente), confía, se somete o no se revela por miedo, prevaleciendo una posición de desigualdad, con o sin agresión física o sexual, es en definitiva, un abuso de género. En “La noche temática”, programa de Televisión Española, se emitió el 23 de mayo de 2015, un documental de José Bourgarel, La sexualité des tyrans, en el que se analiza la relación entre el poder y la sexualidad a través de los dictadores más conocidos de la
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historia del siglo XX: B. Mussolini, A. Hitler, I. Stalin y Mao Zedong. Podemos decir que el abuso de poder que ejercen en lo político también se extiende a su vida privada. Mussolini “consume mujeres”, tiene muchas mujeres a sus disposición, como si cuantas más mujeres conquistara más viril se considerara y más energía tuviera para la ambición política. Una vez satisfecho su deseo, las “despacha”. Tiene una mujer oficial, Rachele, con la que está casado 30 años, que es la representación de la perfecta mamma italiana y mientras tanto dispone de numerosas amantes. Entre ellas destaca Clara Petacci, por la influencia política que ejerce sobre él, y que él nunca reconocerá. Hitler, en cambio, tuvo escasas relaciones. La primera con su sobrina y la segunda con Eva Braun, la mujer más importante de su vida, con la que se casó justo antes de suicidarse, y cuya presencia no toleraba en todo lo que se relacionara con la política, dejándole sin papel alguno. Se ha dicho de Hitler que era un inválido afectivo que sin embargo se rodeaba de mujeres muy guapas y que le satisfacía que lo piropearan. Le gustaba mostrarse como el hombre siempre libre, no casado, con un gran poder seductor sobre las mujeres. A diferencia de Mussolini, no es el cuerpo lo que expone como símbolo, sino la palabra, construyendo su comunidad a través de la emoción. Hitler es el ejemplo de quien pone la sexualidad y su energía al servicio del poder. Stalin también vivirá solo para la política, invirtiendo la libido en el poder, pero era muy desconfiado y necesitaba ser reconfortado permanentemente. Su forma de gozar era dominar. Seducía a las mujeres de sus colegas para manipularlos. Como buen psicópata, era duro con los demás y muy sensible consigo mismo. El más claro ejemplo es la muerte (por suicidio no reconocido) de la más importante mujer de su vida, Nadezha Aliluyeva. Stalin se preguntaba cómo podría haberle hecho esto a él, dejarle solo, y nunca pensaba que él y sus actuaciones con el pueblo ruso eran la causa de su dolor. Por último, Mao Zedong tuvo varias esposas, concubinas y amantes, y a todas las trataba como objetos, aprovechándose de las personas y desechándolas cuando ya no le servían. Abandonó a su primera y segunda mujer, repudió a la tercera que acabó en un psiquiátrico, y la cuarta mujer, Jiang Qing, le sirvió para hacer el trabajo sucio de su régimen. Mientras se promulgaba la igualdad de hombres y mujeres, a él le buscaban concubinas para pasar el rato al más puro estilo del imperio chino tradicional. La doble moral era practicada por este tirano, que pretendía que el pueblo invirtiera la energía en el trabajo mientras él absorbía la energía de las mujeres disponiendo de ellas según se le antojaba. ¿Cómo se vería la historia del lado de las mujeres abusadas, subyugadas de una manera o de otra, forzadas, abandonadas, humilladas, traicionadas, ignoradas, dejadas de lado en el gobierno, utilizadas e incitadas al suicidio? Ojalá pudieran contarlas, pero todas murieron demasiado pronto. Muchas de ellas quizá nos sorprenderían dando la razón a quien las sometió, o convirtiéndose en tiranas a su vez.
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En 2014 se produjo en Nigeria el secuestro de más de 200 niñas, entre 12 y 17 años por el grupo terrorista Boko Haram. Hoy sabemos que 82 niñas han sido liberadas. Muchas han sido obligadas a casarse, han dado a luz. ¿Qué ha sido de sus vidas, rotas? Violadas, privadas de su niñez, abusadas, coaccionadas, utilizadas por los varones. Condicionadas para siempre, ¿volverán a estudiar?, ¿volverán a sentirse personas? Se sospecha que algunas de ellas han sido vendidas en las redes de trata en países vecinos como Chad y Camerún o utilizadas como terroristas suicidas en algún atentado. Lo cierto es que 113 siguen en paradero desconocido y quizá nunca más volvamos a saber de ellas. Muchas hoy dan testimonios de lo buena que es su vida, han hecho alianza con sus secuestradores, defienden su misma causa, y esta es quizá la peor consecuencia del abuso de poder: La anulación total de la otra persona, de su libertad, de su sentido crítico, quebrantar sus cimientos hasta convertirla en feliz súbdita. Responsables de millones de muertos y de torturados, estamos prevenidos para que no resurjan dictadores. Pero siguen surgiendo dictaduras y políticas terroristas que aniquilan la libertad de otros seres humanos. A pequeña escala, hemos de revisar también lo que ocurre cuando ellos están en posiciones de poder institucional. ¿Se da algún rasgo de abuso en cómo se relacionan con las mujeres de su entorno y con sus propias parejas? Si al patriarcado subyacente se le añade un rol explícito de poder, existe más peligro, hemos de prestar atención, mujeres y hombres.
¿Cómo explicar la violencia contra las mujeres? Ha quedado claro que la violencia contra las mujeres es aquella que se dirige a las mujeres por el hecho de serlo, y que en la base de la violencia está el abuso de poder del hombre que considera a la mujer carente de derechos, de libertad frente a él. Esta dinámica del poder, está presente en las actitudes violentas. En la obra de E. Bosch, V. A. Ferrer, V. Ferreiro y C. Navarro, se expone un modelo piramidal explicativo de cinco escalones hacia la violencia4. En él se plantea un primer escalón que es el patriarcado, o sea el poder detentado por los varones históricamente en la familia y en las instituciones importantes, en las que las mujeres han presentado un papel de subordinación. En este modelo social, se atribuyen diferentes papeles a las mujeres y a los varones, y se describe la masculinidad y feminidad con sus características opuestas. Las mujeres tendrían, en este esquema, más capacidad intuitiva y afectiva, y menos capacidad racional, siendo además más manipuladoras y peligrosas, ya que con la exhibición de su sexualidad pueden seducir a los hombres. El amor en el patriarcado es entendido como que el hombre merece más, por lo que se apropia de los cuidados y cariños de una mujer. A su vez, se siente con la autoridad y
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seguridad que necesitan para seguir ejerciendo el poder. El hombre entonces se apropia del trabajo doméstico de la mujer y también de su dedicación emocional. Las consecuencias para las mujeres es el exceso de responsabilidad, la obligación, sin tener conciencia de ello, de que tenemos que darlo todo a los demás, especialmente a ellos y a los hijos e hijas. Sobre este caldo de cultivo, es decir sobre los estereotipos así construidos en relación a los hombres y las mujeres, que en el fondo no hacen sino señalar la inferioridad y subordinación de las segundas, la violencia, también distorsionada en su concepción, se va a convertir en una forma de solucionar los conflictos. El segundo escalón se trata de los procesos de socialización diferencial, sobre los que ya hicimos referencia. En la forma de llegar a ser hombre o mujer está el hecho de que la violencia se considera algo característico de ellos, mientras que las mujeres están centradas en la vida afectiva y de cuidado. En este sentido, lo que se denomina “cultura del honor”, legitima imaginariamente a los hombres para cometer actos violentos en defensa de lo que consideran que es suyo, que les pertenece, o para afirmarse frente a sus iguales. El tercer escalón son las expectativas de control, es decir, las conductas destinadas a controlar a las mujeres, que se producen en aquellos hombres que no cuestionan las creencias y estereotipos, que no se sitúan en una postura crítica frente al patriarcado, que no se desmarcan del uso de la violencia como solución. En este caso tratarán de mantener su postura de privilegio, del modo que sea. Las ideologías de género, es decir, el conjunto de creencias sobre los roles de hombres y mujeres y de las relaciones entre ellos, sirven de legitimadoras para que ellos, en un determinado momento de conflicto, se sientan hipotéticamente obligados a ejercer su dominio, así como que las mujeres adopten una postura subordinada y dependiente. En el cuarto escalón se sitúan los eventos desencadenantes. Cualquier situación que provoca estrés, frustración, como puede ser el nacimiento de un hijo, el desempleo, una enfermedad o una discusión de la vida diaria. En este sentido, el abuso de alcohol y otras drogas pueden ser elementos desinhibidores, pero no constituyen la causa de la violencia sino su facilitación. También, determinados rasgos de la personalidad, como la carencia de habilidades sociales y de control de las emociones, pueden ser elementos que ayudan a la conducta violenta. En este sentido, decimos que los celos patológicos, más peligrosos en los hombres, unidos a esa cultura del honor a la que hacíamos referencia, pueden ser el motor de una agresión de cualquier orden hacia la mujer. En este escalón, los hombres tienen que afirmarse, sometiendo, tal vez por el sentimiento de su propia fragilidad, puesto al descubierto por un acontecimiento concreto, estresante. Necesitan demostrar su hombría. Se sienten impotentes.
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El quinto escalón es el estallido de la violencia en sus diversas formas, que como sabemos conducen a la muerte en numerosos casos (en España, según las cifras registradas desde hace 10 años, unas 50 mujeres mueren al año por esta causa). Un reflejo cinematográfico de la violencia en la pareja, atravesando estos escalones, se refleja ilustrativamente en la película Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín, de 2003. En ella se ve cómo él muestra ese comportamiento ambiguo que tanto confunde, sus declaraciones de amor, sus frases impactantes, sus apelativos cariñosos, los regalos, el “no puedo vivir sin ti”. El entorno juega un papel muy significativo: La familia vive un pacto de silencio. Las personas, amigas, que dicen lo que la protagonista no quiere oír, no son escuchadas. La víctima tarda mucho tiempo en reconocer el maltrato, atrapada por el sexo y por el mito del amor romántico, unido a tanta idea irracional. El agresor necesita tener el control, y es más agresivo cuando siente que ella se emancipa, cuando tiene otros intereses. La humilla, le hace sentir de menos, la controla, la agrede… Todo para conseguir responder al juego de las expectativas ilusorias: “Te lo doy todo y tú a mí”, con tal de mantener lo que cree que posee.
Penetrando en las razones de la sinrazón En la escalada de violencia en la pareja, los mitos del amor romántico, construidos como una forma de control del patriarcado, son el substrato. Las ideas citadas en relación a que la felicidad solo se encuentra en relación a otra persona, que el amor es todo, o que por el amor hay que aguantar lo que sea y justificarlo todo, son comunes. Por eso, algunas víctimas tienen tantas dificultades en salir de la relación abusiva. Maltratador y víctima están “pillados” y en el enganche insano sabemos que ellas sufren las peores consecuencias. Hasta lograr nombrar el maltrato y la violencia como tal y combatirlo puede existir un periodo en el que se buscan excusas de cualquier tipo para mantenerse unidos. El miedo al vacío se hace insoportable. Desde dentro, las mujeres se repiten pensamientos engañosos como “en el fondo me quiere”, “controlo la situación”, “el equilibrio entre ventajas y desventajas me es favorable”, “los demás dicen que somos tal para cual”. Pensamientos que empujan a no romper las tramas insostenibles de acoso psicológico y/o físico que atentan contra nuestra dignidad. No es fácil reconocerlo y a veces el proceso de reunir las fortalezas necesarias para dar un paso definitivo es largo y tortuoso. A través de las leyendas que transmite el cine y las novelas, se nos ha servido una especie de asociación entre el deseo sexual y la violencia, que creo que no favorece la visión del amor libre. Así, las tendencias sadomasoquistas estarían justificadas siempre que impere el consentimiento, que sean concebidas como juego. Sin embargo, nada más lejos del amor y del deseo que hemos presentado. La violencia en el ámbito de la
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relación de pareja no es producto del deseo y nada tiene que ver con el amor. La violencia está en el espíritu del violento. La agresividad no es deseo. Por más que la experiencia del deseo sea intensa, enajenante en el sentido de que centra completamente la atención, no es agresión, no tiene porqué convertirse en violencia. El deseo ligado al amor no es lo que mueve a quién quiere manipular o poseer o dominar a otro de cualquier forma. Rita Laura Segato, en La guerra contra las mujeres5, explica cómo ha penetrado el patriarcado hasta el extremo en la sociedad, hoy día ligado a una esfera paraestatal, en la que se concentra una enorme riqueza y que sigue sus propias normas, más allá de las leyes. En ese mundo paralelo, sin el control de los Estados, el patriarcado permanece incombustible, ya que es la estructura más arcaica y mantenida de la humanidad, origen de todas las desigualdades. A este nivel, el cuerpo de las mujeres es considerado la primera colonia, la primera propiedad. La autora estudia las muertes de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, en la frontera norte de México, unidas al neoliberalismo feroz que asoló los márgenes de la frontera con EEUU. La gran frontera del tráfico de cuerpos y del tráfico de droga. Desde 1993 hasta nuestros días, se secuestra a mujeres jóvenes, se las tortura, se las viola, se las mutila, se las mata, se culpa a personas inocentes, mientras los autores, vinculados con grandes propietarios, permanecen impunes. El uso y abuso del cuerpo de estas mujeres pretende, según Segato, aniquilar la voluntad de la víctima. La violación, dada la función de la sexualidad, tiene una alto contenido simbólico como dominación física y moral de las mujeres. Violar es el acto de apropiar. Además, supone lanzar un mensaje a los pares: La mujer violada es el ritual iniciático para pertenecer al grupo. La muerte de las mujeres es la señal máxima del dominio. El feminicidio hunde así sus raíces en el significado de territorio atribuido al cuerpo de la mujer. Y qué mejor cuerpo, refiere la autora, que el de la mujer pobre, mestiza, hija y hermana de otros pobres y mestizos. Las mujeres, en esta forma de guerra, se han convertido en un objetivo estratégico. La relación entre violencia, patriarcado, negocios al margen de la ley que mueven más economía que la que está controlada estatalmente, indica que existen causas estructurales en la violencia de género que también hay que abordar.
1. Datos visitados en la página de ONU-mujeres en abril de 2018. 2. BOSCH, E.; FERRER, V. A.; FERREIRO, V. y NAVARRO, C., La violencia contra las mujeres. El amor como coartada. Barcelona, Anthropos, 2013, p. 247.
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3. El Convenio de Estambul es el texto internacional considerado el marco jurídico más completo en materia de violencia contra las mujeres y las niñas. En él se considera violación la penetración no consentida con carácter sexual del cuerpo de otra persona, haya o no violencia. 4. BOSCH, E.; FERRER, V. A.; FERREIRO, V. y NAVARRO, C., La violencia contra las mujeres. El amor como coartada. Barcelona, Anthropos, 2013, p. 262-293. 5. SEGATO, R. L., La guerra contra las mujeres. Madrid, Traficantes de sueños, 2016, pp. 33-57.
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Epílogo La ilusión-esperanza o la dinámica de la fuente
No podría finalizar este recorrido sin hacer mención a una emoción/sentimiento, que proporcione un rayo de luz ante las dificultades. Hablar de la parte luminosa de la vida, descubrir su poder, es el mejor antídoto contra la oscuridad que a veces se cierne sobre el corazón. Propongo ilusión, que no sea falsa. Una ilusión conectada con la esperanza que tiene que ver con la experiencia mística de la mujer y hombre sedientos, que buscan y persiguen la plenitud, también y sobre todo en el amor. Certeramente lo expresa el poema de San Juan de la Cruz titulado Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe1, en los siguientes fragmentos: ¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche! Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche. En esta noche oscura de la vida, que bien sé yo por fe la fonte, aunque es de noche. Su origen no lo sé pues no lo tiene, mas sé que todo origen della viene, aunque es de noche. Sé que no puede ser cosa tan bella, y que cielos y tierra beben della, aunque es de noche. Bien sé que suelo en ella no se halla, y que ninguno puede vadealla, aunque es de noche… ¡Cuánta belleza inspirada! Caminar en la incertidumbre de la vida y del amor, no es fácil. Sin embargo, nos guía la confianza de que hay un agua para saciarnos, vida para ser vivida, amor para ser compartido, de mejor calidad que el que disfrutamos en el presente.
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¿Qué sería mi vida sin la ilusión con la que voy de la mano? El diccionario de la RAE, en una primera acepción, dice que ilusión es “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los sentidos”. Reconozco que fui una niña y adolescente ilusionada, como “con zapatos nuevos”, que se ha creído todos los cuentos de hadas, pensando que la felicidad era cumplir los sueños idílicos. Opiniones engañosas. Empezando por las pequeñas traiciones, y acabando por la misma muerte que en mi familia se presentó temprano, aquellas primeras ilusiones se me fueron haciendo pedazos. Tal vez, entonces, las ilusiones eran nubes espumosas en las que cabalgar para poder atravesar el valle misterioso de los primeros años con un poco menos de inseguridad. ¡Cuántas veces nos hacemos ilusiones engañosas, de las cosas o de las personas, imaginando que una amistad o un compañero, lo sería siempre y en todo lugar, que no era posible el desamor, o que si eras buena con él, la vida te recompensaría! Qué sabio se mostraba F. Quevedo, apoyándose en los autores griegos y curioso precursor de los psicólogos actuales que hablan de las ideas irracionales, cuando decía: No son las cosas mismas las que al hombre alborotan y espantan, sino las opiniones engañosas que tiene el hombre de las mismas cosas… Por esto, cuantas veces tu seso turbaren ilusiones, culparás a tus propias opiniones y no a las cosas mismas, ya propias, ya ajenas… No es descabellado relacionar la ilusión con la esperanza, porque la segunda acepción de la palabra ilusión, tiene que ver con la “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. Sin ilusión sería solo una máquina, algo inerte, vacío, sin sentido. Quizá aún sigue repiqueteando con sus fantasías la niña que hay en mí. Canta cada mañana al ritmo de los vencejos de primavera, sin dejar de escuchar, mientras tenga oído, los sonidos de la vida que se abre paso alrededor en señal de resurrección. Esa niña ahora consciente, es imprescindible, porque sigue asombrándose, quedándose boquiabierta por las margaritas del campo, ahora, eligiendo lo que es. Las mujeres, que somos seres capaces de la maternidad, seamos o no madres, sabemos lo que significa esperar con ilusión, dejar que se acelere el corazón, esperar otra vez porque la anterior no pudo ser plena, y volver a esperar porque quizá esta vez tampoco. A veces acallamos la ilusión, para protegernos, esperando para no sentirnos defraudadas, para que no nos hieran otra vez, para que los malos espíritus no se den cuenta de que llevamos fuego por dentro, capaz de encender mil hogueras. Los ojos nos brillan. Cualquiera salvo los ciegos del alma, se daría cuenta de que vivimos con la niña imprescindible aún asomada a las ventanas del mundo. ¿De dónde nace esta ilusión, que es esperanza a la vez, para las mujeres? El mucho tiempo sin voces, en la soledad de la mujer sola, me hace pensar que hay una fuente. Sí, creo en la fuente como opción de vida. Esa fuente de la vitalidad, que mana y corre, y
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que está ahí, aunque sea de noche. En los buenos momentos, en los días alegres de sol, cuando las circunstancias son propicias, la fuente es visible, como una catarata. El agua cae y te moja, y es evidente el sentido. Desborda por todas partes, empuja, llena, y arranca nueva ilusión. En los días grises, tristes, o ante las adversidades, la fuente parece que esté seca, que haya desaparecido, que no haya existido jamás. No soy capaz de percibir su música, no hay luz ni flores, no hay nada. En esos momentos, necesito que alguien me recuerde que la fuente está. Que me den testimonio los que la están viendo. A veces, tal vez puedo recordar que estuve allí, que la fuente no deja de manar, inagotable, insistente, permanece y está, aunque yo no la vea. Tal vez entonces incluso es más cierta porque es más necesaria, y sean mis ojos los que están vendados o enceguecidos. “Lo que embellece al desierto, dijo el principito, es que esconde un pozo en cualquier parte”… “Lo que me emociona tanto de este principito es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara”…2. Ambas ideas del maravilloso libro, me recuerdan que sea de día o de noche, hay belleza porque hay sentido, aunque a veces esté escondido. El amor en pareja, en cualquiera de sus estaciones, si pasa por el tamiz de la no posesión, si es libre, nos hace resplandecer, porque el otro, de alguna manera, brilla en mí y viceversa. Las mujeres junto a los niños, que en tantos países son los porteadores del agua, saben bien que hay fuente, aunque es de noche. De la fuente, pequeña, discreta y comunitaria, depende el guiso de ese día, el agua para beber y lavarse. Después tienen que seguir con el duro día, pero primero hay que caminar a la fuente. En estos tiempos maduros, en los que vamos avanzando a trompicones, con desilusiones y corazones rotos, mantenemos la secreta esperanza de que, imperceptiblemente tal vez, caminamos hacia la fuente, hacia una fuente mayor que nos dará el agua que nos sacie, esta vez sí, porque la esperanza ha cambiado de dirección y ansía otro agua. Las mujeres, seres comunitarios por excelencia, hemos cambiado el destino de la flecha lanzada por la ilusión. No perdemos la ilusión, solo que ahora la ponemos en otras cosas más justas y necesarias: Compartir un proyecto. Generar pensamientos alternativos. Amar con menos cadenas. Educar sin proyectar los fracasos. Disfrutar más de la Creación en todos los sentidos. Nos llamarán ilusas, cuando creemos en cambiar la historia en esta generación y avanzar en un mundo con cargas más repartidas igualitariamente, sin violencias ni opresiones. Las mujeres sabemos de la sed de la justicia, del deseo de coherencia, de la vida en igualdad y con sentido, de sortear obstáculos y de sentirnos solidarias con las mujeres más oprimidas de la tierra, y con ellas van todos los que sufren. Nos estamos poniendo en pie cada mañana, con un dolor aquí, con un remiendo por allá, y estamos trabajando
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cada día, en tareas pequeñas y grandes, para que sea posible una humanidad más plena. La tercera acepción de la palabra ilusión es “viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea…” y eso es quizá lo que podemos aportar, la llama encendida de la ilusión, que ya no es vana, porque no está puesta en los cuentos de hadas, en las princesas felices, en los sueños que se nos transmitieron en la infancia para preservar un sistema en el que las mujeres están ocultas, o sometidas, o confundidas en la ilusión falsa de que el amor a un varón nos completa o la maternidad es lo único que puede realizarnos plenamente. La ilusión como esperanza, me hace pedir hoy un deseo para todas las mujeres y hombres que atraviesan dificultades y sufrimiento: Pongámonos en pie con la certeza de que encontraremos la fuente. Utilizando lo que nos queda de niñas capaces de asombro y de verdad, pero ahora sin dejar que el contenido de la ilusión sea lo que mandan los cánones del patriarcado. También en el amor, pongámonos en pie, hay amor de buena calidad, es posible, no tiraremos la toalla. Buscaremos la fuente, el sentido, la plenitud, mujeres y hombres, aunque a veces sea de noche, en los trasiegos del amor.
1. Recogido en Obras Completas de San Juan de la Cruz. 6º edición, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2009, p. 78. 2. DE SAINT-EXUPÉRY, A., El Principito, Salamandra, Barcelona 2006, p. 78. (El original en francés es de 1946).
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Acerca de la autora
Rosa María Belda es en la actualidad médico de familia y profesora colaboradora del Centro de Humanización de la Salud de los Religiosos Camilos. Coordina el Centro de Escucha San Camilo de Ciudad Real, participa en el Grupo de Mujeres y Teología de Ciudad Real y desarrolla tareas de voluntariado en Cáritas, institución en la que ha desempeñado tareas de dirección durante 15 años. Es máster en bioética. Ha publicado entre otros: Mujeres, gritos de sed, semillas de esperanza; Gestión con Corazón y Toma de Decisiones, del proceso interior a la práctica ética.
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Una mirada femenina de la educación moral María Rosa Buxarraix, Isabel Vilafranca ISBN: 978-84-330-2975-1 www.edesclee.com El siglo XX ha sido el siglo de las mujeres, no solo por la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral sino, también, por su visibilidad en la esfera pública. La mujer ha dado un paso adelante, dejando de centrarse exclusivamente en la vida privada –el cuidado de los menores, las personas dependientes y el hogar– y tomando cada vez mayor protagonismo en el escenario social, cívico, intelectual, en definitiva, público. Este fenómeno ha permitido gestar un nuevo paradigma pedagógico mundial que, avalado por instituciones educativas internacionales, reclama una educación para la igualdad. Esta obra viene a cubrir varios vacíos: por una parte, la necesidad de una antología pedagógica de mujeres desde una sensibilidad femenina y, por otra, un homenaje a todas aquellas autoras que desde diferentes discursos, tiempos y espacios, han aportado cuestiones relevantes al ámbito de la Educación Moral. Un libro que pretende hacer visible que los discursos sobre educación moral no deben abordar únicamente una perspectiva de virtudes androcéntricas o universalistas, sino incorporar nuevas formas de argumentación moral que han quedado tradicionalmente desvalorizadas.
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Cuando tu sufrimiento y el mío son un mismo sufrimiento La vida como sanación compasiva Carlos Díaz ISBN: 978-84-330-2974-4 www.edesclee.com Cuando tu sufrimiento me hace sufrir, ¿a qué se debe? Resulta muy fácil explicarlo cuando mi sufrimiento también te hace sufrir a ti, pues amor con amor se paga. Ahora bien, ¿por qué me duele el sufrimiento de alguien con quien nada me vincula, a quien ni siquiera conozco? Más aún, ¿por qué me duele cuando alguien a quien quiero me devuelve bien por mal? Muchas son las teorías que han pretendido explicar este fenómeno: la simpatía cósmica, el sufrimiento general, la empatía personal, la superioridad de la acción buena sobre la mala, etc. Y, desde luego, muchos son los que no queriendo sufrir con los demás sufren por desesperación de sí mismos. Nuestra tesis viene a decir: tú me dueles porque eres importante para mí. Cuanto más importante eres para mí, tanto más me duele tu dolor. Una vez que me siento amado por ti, puedo descubrir que da más fuerza sentirse amado que creerse fuerte. Y una vez fortalecido por ser amado, descubro que solo se posee lo que se regala, que hay más alegría en el dar que en el recibir y que hay en todo ser humano más cosas dignas de admiración que de desprecio. De esas convicciones básicas se desprende todo un nuevo programa de vida. De esta manera, la presente obra viene a ser la continuación de aquella otra también publicada en esta editorial Soy amado, luego existo.
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Amor y violencia La dimensión afectiva del maltrato Pepa Horno Goicoechea ISBN: 978-84-330-2300-1 www.edesclee.com Vincular en una sola frase amor y violencia parece una incoherencia, una realidad imposible. Necesitamos creer que el amor nos mantiene a salvo de la violencia, que alguien que ama de verdad no puede dañar a quien ama, pero no siempre es así. Hemos de entender que es un concepto idealizado y falso del afecto. En el afecto también puede haber manipulación, engaño y daño. Hay afectos que dañan, que destruyen sin dejar de ser afectos. En la mayoría de los casos de maltrato intrafamiliar o en el entorno cercano, para la persona violenta -sea adulto o menor de edad- y para la víctima, hay una relación afectiva, y nos equivocamos si tomamos como cinismo la afirmación de ese cariño. En el ámbito de la violencia una división de “buenos” y “malos”, de “enfermos” y “sanos”, no responde a la realidad que nos vemos obligados a afrontar. En la violencia intrafamiliar o en el entorno cercano, cualquier intervención terapéutica con las víctimas de violencia y con sus agresores, sean quienes sean, requiere un trabajo a largo plazo sobre sus modelos afectivos, sobre su forma de relacionarse afectivamente con los demás. No se trata en ningún momento de justificar o eximir de la responsabilidad de la agresión, sino de posibilitar elementos que contribuyan a mejorar nuestra intervención.
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La víctima no es culpable Las estrategias de la violencia Olga Castanter - Pepa Horno - Antonio Escudero - Inés Monjas ISBN: 978-84-330-2333-9 www.edesclee.com En la Sociedad actual existe el maltrato. Parece increíble dado el nivel de desarrollo que hemos alcanzado, pero la prensa y los estudios sociológicos nos arrojan a la cara cifras espeluznantes sobre el maltrato, que echan por tierra la imagen dulcificada y armónica que pretendemos tener de nosotros y de nuestro entorno. Y donde hay maltrato hay víctimas. Víctimas que no siempre son comprendidas y apoyadas y que soportan la carga adicional de que se les culpe y demonice por ello, cuando lo único que han hecho es cruzarse en su camino con una persona maltratadora que ha desplegado todas sus estrategias hasta conseguir anular y hundir a su víctima. El objetivo de este libro es abordar las estrategias comunes a tres formas de maltrato: el maltrato entre iguales, la violencia de género y el maltrato a los niños y niñas. Para ello, tres personas expertas en cada uno de los temas aportan su experiencia y valoración. La lectura de sus textos nos dará las claves esenciales para la comprensión del fenómeno de la violencia.
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Director: Manuel Guerrero
1. Leer la vida. Cosas de niños, ancianos y presos, (2ª ed.) Ramón Buxarrais. 2. La feminidad en una nueva edad de la humanidad, Monique Hebrard. 3. Callejón con salida. Perspectivas de la juventud actual, Rafael Redondo. 4. Cartas a Valerio y otros escritos,(Edición revisada y aumentada). Ramón Buxarrais. 5. El círculo de la creación. Los animales a la luz de la Biblia, John Eaton. 6. Mirando al futuro con ojos de mujer, Nekane Lauzirika. 7. Taedium feminae, Rosa de Diego y Lydia Vázquez. 8. Bolitas de Anís. Reflexiones de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra. 9. Delirio póstumo de un Papa y otros relatos de clerecía, Carlos Muñiz Romero. 10. Memorias de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra. 11. La Congregación de “Los Luises” de Madrid. Apuntes para la historia de una Congregación Mariana Universitaria de Madrid, Carlos López Pego, s.j. 12. El Evangelio del Centurión. Un apócrifo, Federico Blanco Jover 13. De lo humano y lo divino, del personaje a la persona. Nuevas entrevistas con Dios al fondo, Luis Esteban Larra Lomas 14. La mirada del maniquí, Blanca Sarasua 15. Nulidades matrimoniales, Rosa Corazón 16. El Concilio Vaticano III. Cómo lo imaginan 17 cristianos, Joaquim Gomis (Ed.) 17. Volver a la vida. Prácticas para conectar de nuevo nuestras vidas, nuestro mundo, Joaquim Gomis (Ed.) 18. En busca de la autoestima perdida, Aquilino Polaino-Lorente 19. Convertir la mente en nuestra aliada, Sákyong Mípham Rímpoche 20. Otro gallo le cantara. Refranes, dichos y expresiones de origen bíblico, Nuria Calduch-Benages 21. La radicalidad del Zen, (3ª ed.) Rafael Redondo Barba 22. Europa a través de sus ideas, (2ª ed.) Sonia Reverter Bañón 23. Palabras para hablar con Dios. Los salmos, Jaime Garralda 24. El disfraz de carnaval, José M. Castillo 25. Desde el silencio, (2ª ed.) José Fernández Moratiel 26. Ética de la sexualidad. Diálogos para educar en el amor, Enrique Bonete (Ed.) 27. Aromas del zen, Rafa Redondo Barba
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28. La Iglesia y los derechos humanos, José M. Castillo 29. María Magdalena. Siglo I al XXI. De pecadora arrepentida a esposa de Jesús. Historia de la recepción de una figura bíblica, Régis Burnet 30. La alcoba del silencio, José Fernández Moratiel –Escuela del Silencio (Ed.)– 31. Judas y el Evangelio de Jesús. El Judas de la fe y el Iscariote de la historia, Tom Wright 32. ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso, Enrique Martínez Lozano 33. Dios está en la cárcel, Jaime Garralda 34. Morir en sábado ¿Tiene sentido la muerte de un niño?, Carlo Clerico Medina 35. Zen, la experiencia del Ser, Rafael Redondo Barba 36. La sabiduría de vivir, (3ª ed.) José María Toro 37. Descubrir la grandeza de la vida. Una vía de ascenso a la madurez personal, (2ª ed.) Alfonso López Quintás 38. Dirigir espiritualmente. Con San Benito y la Biblia, (2ª ed.) Anselm Grün, Friedrich Assländen 39. Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal, (3ª ed.) Enrique Martínez Lozano 40. Detrás de la apariencia, Matilde de Torres Villagrá 41. El esplendor de la nada, Rafael Redondo Barba 42. Desenterrar y vivir el Evangelio, Jaime Garralda 43. Descanser. Descansar para ser. Propuestas para liberarnos del secuestro del descanso, José María Toro 44. Quiéreme libre, déjame ser. Lo masculino, lo femenino y la pareja, Alfonso Colodrón 45. La vida no tiene marcha atrás. Evolución de la conciencia, crecimiento espiritual y constelación familiar, Wilfried Nelles 46. Quien ama muere bien. Al borde de la Tierra Pura de Buda, DHARMAVIDYA, David J. Brazier 47. Humanizar el liderazgo, José Carlos Bermejo y Ana Martínez 48. Teología popular. La buena noticia de Jesús, José M. Castillo 49. Por qué - Cómo - Y hablando con Dios, Fundación padre Garralda 50. Envejecimiento en la vida religiosa, José Carlos Bermejo 51. Teología popular (II). El reinado de Dios, José M. Castillo 52. La sabiduría interior. Pinceladas de filosofía experiencial, Tomeu Barceló 53. Teología popular (III). El final de Jesús y nuestro futuro, José M. Castillo 54. La psicoterapia integrativa en acción, Richard G. Erskine y Janet P. Moursund 55. Debate en torno al aborto. Veinte preguntas para debatir sin crispación sobre el aborto, Benjamín Forcano, Javier Elzo, Federico Mayor Zaragoza, Nuria Terribas, Juan Masiá 56. Para reír y rezar, Manuel Segura Morales 57. Guía no farmacológica de atención en enfermedades avanzadas. Cuidados paliativos integrales, Iosu Cabodevilla 58. La laicidad del Evangelio, José María Castillo 59. Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad, Enrique Martínez Lozano 60. Guía para hombres en marcha. De la línea al círculo, Alfonso Colodrón 61. Entra en ti, Mercedes Montalt y Enrique Montalt 62. Mi alegría sobre el puente. Mirando la vida con los ojos del corazón, José María Toro 63. Ser la propia luz. Más allá de linajes y maestros, de escuelas y creencias, Rafael Redondo Barba 64. Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Juan Masiá
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65. El dinero emocional, Ruth Morales 66. Todo confluye. Espíritu y espiritualidad en los movimientos altermundistas, José Eizagirre 67. Humanitinas. Fármacos humanizadores, José Carlos Bermejo y Diana S. Simón 68. La homosexualidad en verdad. Romper, por fin, el tabú, Philippe Ariño 69. Zendo Betania. Donde convergen zen y fe cristiana, Ana María Schlüter 70. Solo estar, Enrique y Mercedes Montalt Alcayde 71. La dicha de ser. No-dualidad y vida cotidiana (2ª ed.), Enrique Martínez Lozano 72. Enseñanzas del Silencio de Moratiel, Alicia Martínez 73. Puentes de perdón, Pax Dettoni Serrano 74. Espiritualidad para ahora. Verbos para el hortelano del espíritu, José Carlos Bermejo 75. El pulso del cotidiano. Ser. Hacerse. Vivir. Realizarse, José María Toro 76. Más allá del olvido, Matilde de Torres Villagrá 77. El que vive. Relecturas del Evangelio, Juan Masiá Clavel, S.J. 78. Un corazón atento. Entre la misericordia y la compasión, Luciano Sandrin 79. El diálogo en plena conciencia. El sendero interpersonal hacia la liberación, Gregory Kramer 80. Cuando tu sufrimiento y el mío son un mismo sufrimiento. La vida como sanación compasiva, Carlos Díaz 81. Locura de la psiquiatría. Apuntes para una crítica de la psiquiatría y la “salud mental”, Alberto Fernández Liria 82. Metáforas de la no-dualidad. Señales para ver lo que somos, Enrique Martínez Lozano 83. Koan inspirados en San Juan de la Cruz. Luces de occidente para iluminar el camino, Pedro Vidal López 84. Mujeres que aman. Susurros feministas sobre el amor y el desamor, Rosa María Belda Moreno 85. El evangelio marginado, José María Castillo 86. Morir hoy. La muerte desterrada, Víctor Manuel Cabanillas Gutiérrez 87. Elige la vida. Una lectura existencial de la Biblia, Montse de Paz 88. Peregrinar a Jesús. Dios, Jesús y la Salud, José C. Bermejo y Ariel Álvarez Valdés
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Índice Portadilla Créditos Introducción Parte I - Feminismo y contexto
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1. El feminismo frente al yugo de las ideologías Género y cultura La desigualdad no es diferencia sino injusticia Ideologías, ¿sí o no? Seres humanos con ideales La ideología de género versus la propuesta feminista 2. Ante el clamor de las mujeres pobres La justicia social, ¿clave olvidada históricamente? Planteando propuestas, ya Justicia social a través del empoderamiento Supeditar, ¿hasta cuando? Empoderamiento y cambio social 3. Derecho de ciudadanía para las mujeres Ser “sujeto” para ser ciudadana La red de mujeres como espacio de ciudadanía De la conquista de la ciudadanía a la construcción ética Valores pisoteados en el cuerpo de las mujeres Con los ojos abiertos
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Parte II - Amor y libertad con ojos de mujer
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4. El amor en ti y en mí Pero, ¿qué es el amor? El amor es un arte ¿De qué está hecho el amor? Amor y deseo Más amor, más deseo, más amor Fantasías y pecados que perturban el amor Pinceladas de género narrativas y visuales 5. Amor libre
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Hombres y mujeres, diferentes puntos de partida para amar Liberarse del mito del amor romántico El amor no es un idilio El amor, ¿es para siempre? Liberarse del mito de la mujer-belleza, mujer-deseable, mujer-objeto Patriarcado y libertad Micromachismos en las relaciones de pareja Las desigualdad en la relación y sus sutiles argucias Amor y dependencia Seguridad de mínimos Discernimiento y libertad 6. Las razones del corazón ¿Qué es lo que la razón no entiende? El miedo y su alargada sombra Celos-inseguridad-baja autoestima Orgullo-vanidad-egoísmo en la relación íntima Afán de poseer, chantaje emocional y deseo de control Sentimiento de abandono que provoca la ruptura 7. La violencia contra las mujeres Para aclararnos Tipos y datos de violencia de género1 ¿En qué consiste la violencia contra las mujeres? Abuso de poder del hombre sobre la mujer ¿Cómo explicar la violencia contra las mujeres? Penetrando en las razones de la sinrazón
Epílogo Acerca de la autora Títulos recomendados
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Una mirada femenina de la educación moral Cuando tu sufrimiento y el mío son un mismo sufrimiento Amor y violencia La víctima no es culpable
Colección
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