Maria En Los Institutos Religiosos


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EN L09ÜZ&HTUT0S RELIGIOSOS instituto teológico de vida religiosa

MARÍA en los INSTITUTOS RELIGIOSOS

María en los Institutos Religiosos

Instituto Teológico de Vida Religiosa Madrid 19 8 8

Prólogo

© Publicaciones Claretianas, 1988 Juan Alvarez Mendizábal, 65 dpdo., 1.° 28008 MADRID. Teléf. (91) 241 31 65 ISBN: 84-86425-37-9 Depósito legal: M. 10.030-1988 Anzos, S. A. - Fuenlabrada (Madrid)

El poeta alemán Goethe supo cincelar frases hermosas y llenas de expresividad como un rostro de Miguel Ángel. Una de ellas salta a mi memoria al redactar unas páginas que deben ser pórtico de un libro significativo para el momento eclesial: «Si quieres comprender al poeta, debes visitar su país». Si quieres comprender —digo yo ahora— lo que es y significa la Virgen María, Madre de Jesús, en la historia de la salvación y santificación de la humanidad, acércate y contempla la vida y misión de los religiosos. Este libro te facilita esta visita. De la mano de cicerones expertos, podrás comprender el por qué de la presencia imprescindible de la favorecida y humilde doncella de Nazareth en estos veintitrés Institutos Religiosos. Y a través de ellos podrás barruntar lo que ocurre, sin excepción, en todos los demás. Y ojalá sea un reclamo también para que aflore tanta vivencia mariana, porque toda la Vida Religiosa mira a la Madre de Jesús como el paradigma que imita más de cerca «el género de vida virginal y pobre que Cristo Señor escogió para sí» (LG 46). Este libro es significativo porque nos demuestra que la crisis mariana está positivamente en caminos de superación. Como a tantas realidades eclesiales, la crítica y revisión postconciliar afectó a la piedad mariana. Dos flancos recibieron principalmente las críticas no siempre constructivas: — Un cierto idealismo idealizante que, con cierta base, había comenzado una carrera para acumular títulos y privilegios, pero no sin extrapolaciones, y lo expresaban con tesis audaces. Estas 7

tesis están ahora olvidadas pero no sin haber quedado desacreditada la Mariología. — Cierta praxis devocional que a la luz conciliar dejó al descubierto numerosas carencias y puso de relieve el desajuste que se produjo por los vertiginosos cambios culturales. Si había desviaciones que encauzar no faltaban numerosas desviaciones en ciertas aceradas críticas que encontraron fuerte resistencia en el magisterio, liturgia y sentir de los fieles que reconocen «el Vínculo esencial, vital, providencial que une a la Virgen con Jesús». (Pablo VI). No siempre la superación doctrinal indica que la serenidad ha llegado a la vida. Y no es infrecuente que tormentas doctrinales nada tienen que ver con la posesión pacífica e indestructible del sentido de fe del pueblo de Dios. Si la Vida Religiosa, dice el Concilio, «aparece como un signo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana» (LG 44c), abrigo la esperanza de que los religiosos ayuden con su testimonio a la superación total de la crisis mariana en la Iglesia. Pues deber de la vida cristiana es reconocer que la figura de María no es el centro, pero es central en el cristianismo. Y su presencia es imprescindible en la obra salvífica por el sabio designio del Padre y la clara voluntad de su Hijo, el Señor Jesús. Al hacer estas afirmaciones no quiero decir que a los Institutos Religiosos no llegaron las oleadas de la crisis. Llegaron y fuertes. Pero creo que los caminos para superarla también son paradigmáticos. Por eso los indico brevemente. La crisis pues, afectó también a los Institutos Religiosos, porque o por su carácter intelectual o por su praxis vital, podían ser objeto de la embestida crítica. Se ha afirmado por especialistas que los institutos religiosos han superado en gran parte la crisis de la piedad mariana. Han planteado en conformidad con la propia tradición y las orientaciones conciliares la problemática relativa al culto de la Virgen y han sabido retraducir y actualizar siglos de historia y de vida. Aún más, la profundización y estudio de los orígenes fundacionales han hecho brillar más fulgurante la solicitud maternal, decisiva tantas veces, de la acción de María. Esta superación tiene cauces seguros en las Constituciones renovadas. Era mucho más fácil expresar la impronta mariana en textos constitucionales que se ofrecen como proyecto de vida, que en las codificaciones de normas anteriores. 8

Y así lo comprueban los variados estudios que se han hecho sobre las nuevas Constituciones. Los elementos marianos aparecen «más numerosos y significativos... se enuncian en un contexto más amplio y más vivo, sobre la base de un fundamento bíblico más riguroso y documentado con oportunas referencias a las fuentes originarias («Haced lo que El os diga», pág. 26).

La Conferencia Española de Religiosos de España ha querido ofrecer a la Madre Imprescindible en este año Mariano el homenaje de su amor filial. Y cree que presentar esta comunicación fraterna de fe y vida mariana, es un camino eficaz que puede contribuir a colocar a la bendita entre las mujeres en el lugar exacto, señalado por los misericordiosos designios de Dios. Y no queremos ocultar el gozo que nos llena el corazón al reconocer las «maravillas» que el Todopoderoso ha hecho en favor de la humilde Virgen María. Y el gozo y la gratitud que nos inunda el alma al comprender los efectos que su ternura maternal ha producido en la vida y misión de los Institutos de vida consagrada. Estos efectos que, sin duda han contribuido a hacer conocer y amar a la Bienaventurada Virgen María, si fueran conocidos —afirma el Secretario de la CRIS, Monseñor Fagiolo, en el libro «I religiosi sulle orme di María»— sería una de las más monumentales historias. Resta, sólo, agradecer a Publicaciones Claretianas, la plataforma que nos ha brindado. Así mucho más fácilmente, esta comunicación de veintitrés Institutos Religiosos, podrá llegar a tantos hermanos y hermanas que han sentido en su seguimiento de Jesús el apoyo de la mano suave y firme de la Virgen fiel, Madre —por su Corazón— del Cristo total. ALFREDO M. a

P É R E Z OLIVER,

CMF,

Secretario General de la CONFER Mase.

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MARÍA EN LA ESPIRITUALIDAD Y APOSTOLADO DE LOS AGUSTINOS RECOLETOS Ángel Martínez Cuesta OAR.

Premisa La orden de agustinos recoletos forma parte de la familia agustiniana. Tuvo origen inmediato en un capítulo de la provincia agustiniana de Castilla, celebrado en Toledo a principios de diciembre de 1588. En su acta quinta, el capítulo determinó que, «para no poner obstáculos al Espíritu Santo, se señalaran o se fundaran de nuevo tres o más monasterios de varones y otros tantos de mujeres, en los que se practicara una forma de vida más austera, del modo que, tras madura reflexión, reglamentara el padre provincial con su definitorio»'. En septiembre de 1589 el definitorio provincial aprobó la forma de vida que, por su encargo, acababa de redactar fray Luis de León. Un mes más tarde se instalaba la primera comunidad recoleta en el convento de Talavera de la Reina, al que siguieron los de Portillo (Valladolid) en 1590, Nava del Rey (Valladolid) en 1591, Madrid en 1596 y varios otros en los años siguientes. En 1621 la Santa Sede formó, con los conventos de España y Filipinas, una congregación, que en 1629 incorporó los conventos recoletos que habían aparecido en Colombia desde el año 1604. La congregación 1

BullOAR, 1, 60-61. Se usan las siguientes abreviaturas: Acta Ordinis: «Acta Ordinis Augustinianorum Recollectorum», Roma 1950 ss. BPSN: «Boletín de la provincia de San Nicolás», Marcilla, 1909 ss. BullOAR: Bullarium Ordinis Augustinianorum Recollectorum, 4 vols., Roma, 1954Salamanca, 1973. Crónicas: Historia general de la Orden de Agustinos Recoletos, 12 vols., Madrid, 1664-1974.

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1.1.

continuaba bajo la jurisdicción del general de los agustinos, pero en la práctica actuó con gran autonomía. La autonomía jurídica, sin embargo, no llegó hasta el siglo xx. En 1911 la Congregación de Religiosos acogió una instancia de los recoletos que consideraban anacrónicos los vínculos que los ligaban a la orden y sancionó su total independencia. El 16 de septiembre de 1912 Pío X confirmó solemnemente el rescripto de la Congregación, inscribiendo a los recoletos en el catálogo de las órdenes religiosas y concediendo a su superior el título y las facultades de prior general 2 .

Durante el siglo xvi florecieron en los claustros agustinos de Castilla predicadores, teólogos y poetas enamorados de la Virgen. Tres de ellos influyeron, de un modo o de otro, en el nacimiento de la Recolección y, por tanto, también en su piedad mariana. Santo Tomás de Villanueva (1486-1555), «el doctor melifluo de la España mariana» 6 , cantó sus glorias por los pulpitos de Salamanca, Valladolid, Burgos, Valencia y otras ciudades de la península. Todavía hoy conservamos nueve sermones suyos sobre la Asunción, siete sobre la Anunciación, cinco sobre la Natividad, cuatro sobre la Inmaculada y algunos otros sobre la Purificación, la Visitación y la Presentación en el templo 7 . Todos ellos rebosan de ciencia bíblica y teológica, pero también de unción y fervor. Tomás era un predicador culto, formado en las aulas universitarias, y se sentía a gusto con los textos de la Biblia y en compañía de San Agustín, San Gregorio, San Bernardo y Santo Tomás de Aquino, a quienes debe gran parte de su doctrina. Pero nunca perdía de vista el público que le escuchaba. El padre Capánaga ha individuado los tres pilares de su oratoria mariana: «fe viva e iluminada de los misterios, humilde veneración de sus prerrogativas y confianza filial ilimitada en la que es llamada refugio de pecadores» 8 . A las religiosas las exhorta a elegir a María con ánimo resuelto y las insta a correr en pos de sus virtudes, «pues teniéndola por maestra y capitana, correréis velozmente y llegaréis felices a donde os dirigís, es decir, a aquella corona perpetua e inmarcesible de gloria» 9 .

1. En el cauce de la tradición agustiniana La orden de agustinos recoletos «no es orden mariana propiamente dicha», pero nació, se propagó y se perpetúa «al amparo de María» 3 . Desde el primer momento manifestó de mil maneras su afecto filial a María. Se sentía hija de San Agustín, que tan profundamente marcó toda la teología mariana, y de una orden que siempre puso especial esmero en el culto a la Virgen. San Agustín señaló el cauce a la mejor especulación mariana del futuro al integrar a María en el misterio de Cristo y de la Iglesia4. Para él María es también el modelo perfecto de obediencia al Padre y de virginidad, lo cual la constituye en paradigma de toda alma consagrada. Los teólogos agustinos, a partir del siglo xiv, defendieron con vigor los privilegios de María, y sus conventos no se contentaron con honrarla en las cuatro festividades clásicas del calendario universal: Natividad, Purificación, Anunciación y Asunción. Dieron vida también a múltiples asociaciones mañanas, y sus frailes promovieron el culto a otros títulos de la Virgen. Los más comunes fueron los de Nuestra Señora del Socorro, de Gracia, de la Consolación y del Buen Consejo, de los que existe constancia documental desde 1308, 1401, 1439 y 1467, respectivamente. A fines del siglo xvi (1575) la Virgen de la Consolación se asocia a la de la Correa y poco a poco va convirtiéndose en el título más representativo de la piedad mariana de la orden 5 .

El mismo fuego mariano ardió en el pecho del más grande de sus discípulos, el beato Alonso de Orozco (1500-1591). El predicador de sus honras fúnebres ya insistió en su amor a la Virgen: «Lo más de su vida gustó en alabanzas suyas» 10 . Y con mayor claridad lo atestiguan sus propios escritos. Por ellos sabemos que su madre le consagró a María antes de nacer y le impuso el nombre de Alfonso en recuerdo del arzobispo de Toledo, que «es en España el santo mariano por excelencia» 11 . A su ejemplo también nuestro Alonso se sentirá toda su vida 6 V. CAPÁNAGA, «La mediación de la Virgen María según Santo Tomás de Villanueva», en Estudios Marianos, 1 (1941), 229. 7 SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, Sermones de la Virgen María y obras castellanas,

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AAS, 4 (1912), 617-619. Crónicas, Barcelona, 1927, 239. 4 E. TONIOLO, / Santi Padri, en «Nuovo Dizionario di Mariologia», Milán, 1985, páginas 1074-1077. 3 AGOTINO M. GIACOMINI, L'ordine agostiniano e la devozione alia Madonna, en «Sanctus Augustinus vitae spiritualis magister», II, Roma, 1959, pp. 77-124; M. MENÉNDEZ VALLINAS, «El culto litúrgico de la Virgen en la orden de San Agustín», en Archivo Agustiniano, 58 (1964), 5-52; 205-245, 329-374. 3

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Tres precursores

ed. de S. SANTAMARÍA, Madrid (BAC 96), 1952. 8 V. CAPÁNAGA, La mediación, p. 230. 9 SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, Sermones de la Virgen María, p. 327. 10 TOMÁS CÁMARA, Vida y escritos del beato Alonso de Orozco, Valladolid, 1882, página 245. 11 P. PANEDAS, Beato Alonso de Orozco, un santo en la corte de Felipe II (mecanografiado).

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«capellán de nuestra Señora» y elegido por ella para predicar sus alabanzas. En honor a María recitaba todos los días la Benedicta, un nocturno mañano de antigua prosapia en la Iglesia, y en el silencio de su celda entonaba cada día cuatro salmos y el Magníficat, uno por cada letra de su nombre. A María dedicó tres de los cinco conventos que fundó: a Nuestra Señora de la Paz, el de Talavera (1566); a la Visitación, el femenino de Madrid (1589); y a la Encarnación, el masculino de la misma ciudad (1590). A María recurría en sus necesidades y a ella atribuyó siempre la liberación de los terribles escrúpulos que durante tres décadas (1521-1551) atenazaron su alma. Por encargo preciso de María se convirtió en predicador y divulgador incansable de las verdades cristianas. El mismo cuenta cómo hacia el año 1542, siendo prior de Sevilla, recibió de labios de su Señora la orden de predicar y de escribir. Fray Alonso obedeció prontamente. En adelante, consumiría la mayor parte de su tiempo en el pulpito o ante la mesa de escribir. Y no pocos de sus sermones y de sus decenas de libros tratarán de María. Sobre ella hablaba varias veces todos los sábados del año y de ella escribió tratados que todavía poseemos. Menciono los cuatro más importantes: Siete palabras de la Virgen (Valladolid, 1556), dedicado a la regente doña Juana; Tratado de la corona de Nuestra Señora (Madrid, 1588), dedicado a la emperatriz doña María; Declamationes Deiparae Mariae Virginis per omnes illius sollemnitates digestae (Alcalá, 1568); y Quadraginta quatuor annotationes in eadem Cántica (Cantar de los Cantares) Deiparae Mariae Virginis festivitatibus accommodatae (Burgos, 1581). El beato fundamenta sus asertos en los textos de la Biblia y en los escritos de los teólogos, especialmente en los de Santo Tomás de Aquino. Pero los ilumina siempre con su genio poético y su amor inflamado. «No será difícil encontrar en castellano», escribía a principios de siglo el padre Nazario Pérez, «algunas demostraciones más completas y menos sutiles del misterio de la Inmaculada. Pero relámpagos como los que brillan frecuentemente en los escritos del beato Orozco, cuando habla de su misterio querido, no son fáciles de encontrar» 12 . Nunca se detenía en la simple alabanza. Su celo pastoral le impulsaba a pasar rápidamente a la exhortación y a la imitación: «Sus virtudes», escribía en la dedicatoria de su Tratado de la Corona de Nuestra Señora, «son como un espejo, que siempre habíamos de tener presente para ser humildes, piadosos, caritativos y pacientes» 13 . 12 N. PÉREZ, «La Inmaculada en la literatura española», en Razón y Fe, 10 (1904), 369,13reproducido en su obra La Inmaculada y España, Santander, 1954, p. 137. CÁMARA, Vida y escritos, p. 215.

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También fray Luis de León (1527-1591), el legislador de los recoletos, se ocupó a menudo de María. En las aulas universitarias defendió con múltiples razones el privilegio de la Inmaculada Concepción. En los Nombres de Jesús dedicó una página bellísima a ensalzar su sangre virginal14. En la cárcel inquisitorial de Valladolid (1573) el recuerdo de María le ayuda a soportar los ramalazos de la envidia y de la calumnia y le inspira una bellísima poesía. «La miserable vida sólo cuando me vuelvo a ti respira.» Y a María vuelve sus ojos suplicantes para que le diriga entre las olas que amenazan hundirle en el abismo y le conduzca sano al puerto: Virgen, lucero amado, en mar tempestuoso clara guía, a cuyo santo rayo calla el viento; mil olas a porfía hunden en el abismo un desarmado leño de vela y remo, que sin tiento el húmedo elemento corre; la noche carga, el aire truena; ya por el cielo va, ya el suelo toca, gime la rota antena; socorre antes que embista en dura roca Virgen, el dolor fiero añuda ya la lengua, y no consiente que publique la voz cuanto desea; mas oye tú al doliente ánimo que continuo a ti vocea15.

1.2.

Fervor mañano de las primeras

comunidades

La forma de vivir no dedica palabra alguna a María y, por tanto, deja intacta la legislación general de la orden. De ello cabría deducir que las comunidades recoletas se contentaron con las prácticas mañanas comunes en ella. Sin embargo, la realidad fue un poco diversa. Su clara tendencia contemplativa las movió a incrementar su frecuencia y a introducir otras nuevas. El mismo día de la profesión todos los religiosos se consagraban a María y le prometían perpetuo vasallaje:

14 FRAY LUIS DE LEÓN, «De los nombres de Cristo», en Obras completas castellana ed. 15de F. García, Madrid (BAC 3), 19593, p. 782. FRAY LUIS DE LEÓN, «A Nuestra Señora», en Obras completas, pp. 1472-1474.

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«El nuevo profeso ha de celebrar su profesión en la celda, teniéndola muy limpia y olorosa, y aderezada con flores y puesto en ella un altar pequeño y en él una imagen de nuestra Señora con sus luces. Al irse a recoger, las encenderá y, puesto de rodillas delante de la imagen, ofrézcase por esclavo suyo, haciendo carta de esclavitud y firmándola, pidiéndola le reciba debajo de su amparo para defenderse del enemigo y que le alcance gracia de su santísimo hijo para perseverar en la guarda de los votos»16. Con la reforma litúrgica de Pío V el oficio parvo y la Benedicta quedaron relegados entre los agustinos a un lugar secundario 17 , mientras que entre los recoletos mantuvieron su primitiva importancia. La recitación diaria de la Benedicta era obligatoria hasta en los colegios de filosofía y teología18. Dieron mayor realce a la fiesta de la Inmaculada, convirtiéndola en día de comunión obligatoria. Los recoletos colombianos comulgaban todas «las fiestas de nuestra señora», preparaban su celebración con un día de ayuno y las solemnizaban con una hora más de oración 19 . La antífona Nativitas tua y la procesión de la correa no experimentaron cambio alguno. El canto de la antífona concluía solemnemente todos los días el rezo de la liturgia de las horas y era obligatorio para todos, incluso para los huéspedes, «si actualmente no estuvieran enfermos» 20 . La procesión de la correa se celebraba todos los cuartos domingos de mes en los conventos que tuvieran establecida la cofradía. Los patronos de los conventos son otro síntoma de su fervor mariano. La primera comunidad se instaló en el convento que el beato Alonso de Orozco había dedicado en 1566 a Nuestra Señora de la Paz; y las dos siguientes se formaron a la sombra de sendas ermitas mañanas. La del Portillo se acomodó en la ermita de Nuestra Señora de la Fuen Santa, patrona de la villa; y la de Nava del Rey, en una ermita retirada que la villa había construido en honor de la Inmaculada. El cronista de todos estos hechos subraya también el significado mariano de los conventos que presenciaron la aprobación de la forma de vivir y la elección definitiva de Talavera para sede de la primera comunidad recoleta: 16 Ceremonial según el romano y el uso de los religiosos descalzos de nuestro padre San Agustín, Madrid, 1664, fol. 293 v . 17 MENÉNDEZ VALLINAS, «El culto litúrgico de la Virgen en la orden de San Agustín», en Archivo Agustiniano, 58 (1964), 31 y 341; Constituliones Fratrum Eremitarum S. Augustini, Roma, 1581, p. 2. 18 Regla y Constituciones de los frayles descalzos de nuestro padre san Agustín de la congregación de España e Indias, Roma, 1637, fol. 144r. 19 Sul/OAR, 1, 222. 20 Constituciones OAR 1637, fol. 20 v .

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«Felicidad ha sido, por cierto, para toda la reforma agustiniana no pequeña, y parece que afianza su duración y permanencia, el buen anuncio de haberse aprobado sus primeras leyes en la casa del Pino, que goza del apellido y protección de la Virgen; aceptándose ésta, que había de ser la piedra fundamental de su edificio, en la de Arenas [de San Pedro], que se halla también debajo de su amparo y fortaleza; y asentado con su nombre pacífico aquí seguramente por diligencia de su muy puntual capellán y tierno amante, el cual no sólo fue el piadoso motor de aquesta obra, más también estuvo por vicario prior algunos días»21. Desde el año 1602 todas las comunidades cantaban la misa sabatina en honor a la Virgen y hacia 1630 comenzaron a entonar los sábados la salve, que el capítulo general de 1660 extendió también a las nueve fiestas principales de la Virgen22. La meditación, la liturgia de las horas y la misa conventual terminaban siempre con el canto o la recitación de alguna antífona mariana. El Sub tuum praesidium ponía fin a la meditación; y el Ave regina caelorum, a la misa conventual. De las primeras décadas del siglo xvn data también la costumbre de rezar «el oficio de la Inmaculada Concepción [...] todos los sábados, excepto los de adviento y cuaresma, vigilias, cuatro témporas y los que estuvieren impedidos con fiestas de nueve lecciones»23. En 1663 ya no había convento que no celebrara «la fiesta de la Inmaculada Concepción con solemnidad, sermón y música, por la gran devoción y afecto que la congregación nutre hacia la Virgen santísima y, especialmente, para con esta fiesta»24. El 17 de marzo de dicho año la Congregación de Ritos aprobó esa piadosa costumbre y, a instancias del procurador recoleto, accedió a que pudieran celebrarla incluso con octava, como ya lo hacían los franciscanos y algunas otras órdenes españolas. En el cuerpo de la orden agustina la sanción litúrgica de la devoción a la Inmaculada fue algo posterior. Ni la celebración de la fiesta ni su conmemoración semanal entraron en el breviario agustino hasta el año 1676. A instancias del general Valvassori Clemente IX concedió a la orden la facultad de celebrar la fiesta con octava por medio de la bula Exigit del 31 de octubre de 1667. El 10 de septiembre de 1670 la Congregación de Ritos permitió la recitación del oficio de la Inmaculada todos los sábados del año no impedidos por las rúbricas 25 . 21

Crónicas, 1, Madrid, 1664, 150. Acta Ordinis, 3 (1954-1955), 63; Constituliones OAR, Madrid, 1664, pp. 4-5. Constituciones OAR, 1637, fol 19v. 24 BullOAR 2, 452. 25 EUSTASIO ESTEBAN, «De festis et ritibus sacris Ordinis Eremitarum S. Augustini», en Analecta Augustiniana, 16 (1937-1938), 253-254, 335-339. 22

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1.3.

Las advocaciones del Rosario y de la Consolación

Estas prácticas constituyeron la columna vertebral de la devoción de los recoletos a María hasta el Concilio Vaticano II. Las constituciones de 1912 añadieron la recitación diaria del Rosario; y las de 1928, el ejercicio mensual de los cuartos domingos en honor de la Consolación. Ninguna de las dos prácticas era nueva en la orden, pero sólo en las fechas indicadas ingresaron en su cuerpo constitucional. Algunos religiosos agustinos del siglo xvi contribuyeron a la propagación del santo rosario 26 . Sin embargo, las leyes de la recolección parecerían indicar que su difusión entre los recoletos fue más bien lenta y un tanto tardía. Las constituciones de la época apenas lo mencionan. Únicamente aluden a él cuando mandan que los hermanos lo recen en los aniversarios de los bienhechores difuntos 27 . Pero el ceremonial de 1664 ya recomienda que cuelgue un rosario de la correa, «porque en traerle se ganan indulgencias y, si no se trae, denota mucha indevoción», y aconseja que se recite en voz baja durante las procesiones28. El de 1697 manifiesta que algunos religiosos participaban en el canto del rosario por las calles de pueblos y ciudades y ve con buenos ojos que difundan una devoción «tan del agrado de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima madre» 29 . En el breviario agustino la fiesta litúrgica del rosario no aparece hasta el año 167930. El rezo privado era muy común, especialmente entre los hermanos de obediencia. Las Crónicas y otros escritos de la época lo afirman explícitamente de no pocos religiosos particulares. En Salamanca, Madrid y, probablemente, en algunos otros conventos se rezaba en comunidad al término de la antífona Nativitas tua o de la disciplina31. Pedro de San José (1598-1651), Isidoro de Jesús María (muerto en 1699), Tomás de San Jerónimo (muerto en 1686) y otros predicadores lo difundieron entre el pueblo cristiano. El primero escribía hacia 1640 que el rosario era el acto de culto «más gustoso y más glorioso que a esta Señora podemos darle» 32 . Los misioneros de Filipinas reservaron al rosario un puesto de ho26 BALTASAR DE SALAS, Devocionario y contemplación sobre los quince misterios de Nuestra Señora, autorizado con exemplos de la Sagrada Escritura, Madrid, 1588. 27 Constituciones OAR, 1637, fol. 21 v . 28 Ceremonial OAR, 1664, fols. 263r y 332r. 29 Ceremonial OAR, 1697, pp. 168-169. JU MENÉNDEZ VALLINAS, «El culto litúrgico», en Archivo Agustiniano, 58 (1964), 226. 31 PEDRO DE SAN JOSÉ, Glorias de María Santísima, Huesca, 1644, fol. 31 l r ; Crónicas, 4, Zaragoza, 1756, p. 136. 32 PEDRO DE SAN JOSÉ, Glorias de María, fol. 299v.

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ñor en su metodología pastoral. El capítulo intermedio de 1672 ordenó que se rezase en los ministerios «todos los sábados» y cada tercer domingo. Los capítulos de 1686, 1698 y varios otros confirmaron esta determinación y mandaron insertarla en el «Modo de administrar» 33 . En el siglo xvín el rezo del rosario se generalizó tanto entre los frailes como entre el pueblo. El «Modo de administrar» de 1729 subraya su importancia. Todos los doctrineros deben promover su rezo diario en familia y erigir su cofradía. Al toque de las Avemarias, todos los feligreses deberían recogerse en sus casas para recitarlo con su familia en voz alta y de rodillas. Los miembros de la casa cural lo rezaban todos juntos de rodillas y con dos velas encendidas. Los domingos y fiestas marianas se cantaba «por las calles, llevando en procesión un estandarte o imagen de bulto de nuestra Señora con algunos faroles». Nada de esto «es dificultoso si el ministro es devoto de la Virgen, y en el cuidado de esta devoción se conocerá su celo». El «modo de administrar» de 1843 precisaba que «el mejor modo de promover esta devoción es la asistencia del cura o su vicario» 34 . Los fieles acogieron bien las exhortaciones de sus pastores. En los pueblos que carecían de sacerdote solían reunirse todos los días festivos en la capillita del lugar y en ella rezaban el rosario con las letanías y cantaban la salve35. La Consolación sigue siendo en el siglo xvn la virgen de la cofradía de la correa, que pocos conventos recoletos tenían organizada. En 1592 la comunidad del Portillo obtuvo permiso para establecerla en su iglesia y en 1604 la erigió en la suya la de El Desierto de la Candelaria. En los años siguientes no hay noticias de que los recoletos trataran de erigir nuevas cofradías. Probablemente más de una comunidad habría deseado establecerla en su iglesia. Pero tropezaron con la oposición de los agustinos, que les obligó a desistir de sus empeños. Una doble intervención pontificia puso en manos de los agustinos el control absoluto de la cofradía. En 1576 Gregorio XIII reservó a su general la facultad de agregar las cofradías locales a la archicofradía de Bolonia, que era requisito indispensable para lucrar las indulgencias anejas; y en 1604 Clemente VIII prohibió la erección de más de una cofradía del mismo nombre en una misma ciudad. Esta segunda medida limitó fuertemente la capacidad de acción de los recoletos. Cuando 33

Documentos de los capítulos, ed. de M. CARCELLER, Marcilla, 1951, pp. 110, 163,

230. 34 M. CARCELLER, «El método pastoral de los agustinos recoletos en la evangelización de Filipinas», en Confer, 7 (1965), 511. 35 «Carta del P. Francisco de la V. del Portillo al provincial», 17, julio 1779, en Libro de cartas del provincialato, II (1771-1832) 5 0 " , Archivo de la provincia de San Nicolás, Marcilla (Navarra), libro 11.

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llegaban a una ciudad, sobre todo si era de cierta entidad social, económica o política, casi siempre ya existía en ella un convento agustino con su correspondiente cofradía. Esta circunstancia explica la ausencia de la cofradía de la correa en los principales conventos recoletos: Madrid, Zaragoza, Sevilla, Valladolid, Valencia, Barcelona. En 1683 sólo estaba establecida en Alagón, Borja, Calatayud, Nava del Rey, Panamá, Alcalá de Henares y Granada 36 . En las cinco primeras poblaciones no había convento agustino. En las misiones la situación no era tan adversa, por más que también en ellas los agustinos trataran de defender su monopolio. El beato Bartolomé Gutiérrez ( f 1632) nunca vio con buenos ojos la libertad con que el beato Francisco de Jesús ( f l 6 3 2 ) alistaba cofrades y los inscribía en su propia cofradía. Pero la mayor espontaneidad del mundo misional y la dificultad de recurrir a instancias superiores favorecían a los recoletos. Tanto en Japón como en Filipinas dieron vida a múltiples cofradías. En 1630 el beato Francisco de Jesús escribía desde la cárcel de Omura al provincial de Filipinas que eran ya unos trescientos los cofrades martirizados. «Desde que llegamos a esta tierra mi compañero y yo, bien han sido al pie de trescientos mártires que ha habido de la cinta de nuestras cofradías, fuera de otros muchos que tendrán nuestros padres observantes». El beato Vicente de San Antonio ( t 1632) consigna los nombres de los 67 martirizados el día 28 de septiembre de 1630 y de los cinco que les siguieron tres días más tarde. 37 . Algunos de estos cofrades sirvieron a los misioneros de catequistas, guías y protectores. Es probable, dada la estrecha conexión existente entre la orden tercera y la cofradía de la correa, que también fuera cofrade la terciaria Magdalena de Nagasaki (TI634), recientemente canonizada por Juan Pablo II. Durante unos ocho años recorrió incansable las veredas y montes de las cercanías de Nagasaki, consolando a los enfermos y fortificando la fe de los perseguidos. En septiembre de 1634 se entregó voluntariamente a sus perseguidores, quienes, antes de darle muerte, la torturaron con tormentos increíbles38. Los misioneros filipinos siguieron las mismas pautas. A las almas más generosas las alistaban en la cofradía de la correa, les proponían un sistema de vida profundamente cristiano y las comprometían en sus tareas apostólicas. Algunas asistían con los frailes a la liturgia de las horas, hacían oración mental, leían libros piadosos, escritos o traduci-

dos por los mismos religiosos, comulgaban tres veces por semana y servían a los pobres y a la iglesia como maestras, enfermeras y catequistas de excepción. Las Crónicas de la orden relatan la vida de estos humildes agentes pastorales que tanto favorecieron el arraigo del cristianismo entre los suyos. Menciono a Clara Calimán (1*1639), Isabel (-|-1646) y Rosario de la Cruz (+1647) en Mindanao; a José Bagumbayan, que nunca omitía el rezo íntegro del rosario, Bartolomé Ligón ( + 1696) y Magdalena Iling (+1692) en Palawan, y a Juana de Jesús ( + 1703) en la costa oriental de Luzón 39 . El padre Antonio de San Agustín ( + 1658), misionero y mártir de Palawan, llevaba siempre consigo una imagen de la Consolación, de cuya devoción fue ardiente propagador 40 . Apenas lograron poner pie dentro de los muros de Manila, los recoletos colocaron en su iglesia «una imagen de Nuestra Señora de la Consolación», a la que, según testimonio de un testigo presencial, «toda la ciudad tiene gran devoción» 41 . Los «Modos de administrar» del siglo xvni imponían a los doctrineros la obligación de fundar su cofradía en todos sus ministerios. En 1675 Clemnte X trasladó la fiesta de la Consolación del primer domingo de adviento al domingo infraoctavo de la fiesta de San Agustín y la incluyó en el misal y breviario de la orden. Cincuenta años más tarde, en 1728, Benedicto XIII la elevó a rito doble de primera clase. Estas medidas son, al mismo tiempo, expresión y causa de un cambio de actitud en la orden. Lentamente el culto a la Consolación estaba pasando del corazón de los cofrades al de los frailes, y estas medidas contribuyeron a acelerar el tránsito. A principios del siglo xvni la comunidad de Granada encarga un gran cuadro de la Consolación para la escalera principal del convento. Zaragoza y Valladolid le dedican sendas capillas. Calatayud es conocido entre la gente por «el convento de la correa». Comienzan a aparecer religiosos que la eligen por patrona a la hora de emitir sus votos. En 1748 es ya «fiesta propia y de las más principales de nuestra religión» 42 . Como tal la reconocen los capítulos generales de 1748, 1754, 1760 y 1766, y ordenan que se cante en ella la Salve propia de las solemnidades marianas. Simultáneamente crece el interés de los frailes por la cofradía y aumentan sus esfuerzos por superar los obstáculos que entorpecen su establecimiento. En 1689 la erige en su iglesia la co39

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BullOAR 2, 598-600; 4, 49, 131. 37 «Cartas de los beatos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio al provincial», Omura 25 octubre 1630, en BuilOAR 2, 665-672. 38 R. RODRIGO, Una mártir japonesa. Santa Magdalena de Nagasaki, terciaria agustino recoleta, Roma, 1987.

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Crónicas 2, 296-297, 371-372: 4, 35, 403-408. Crónicas 3, 258-260. 41 ANDRÉS DEL E. SANTO, Relación de la fundación y progresos de esta santa provincia de San Nicolás de Tolentino, ed. de R. GARCÍA, en BPSN 55 (1965), 175 (escrita hacia 1649). 42 Acta Ordinis 8 (1963-1964), 313, 320, 442; 9 (1965-1966), 42. 40

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munidad de Talavera, aunque sin las formalidades legales. En 1692 quedó instalada en Almagro; en 1693, en Campillo de Altobuey; en 1730, en el Portillo, y en 1776, en Santa Fe de Granada. El comienzo del siglo xix fue esperanzador. En 1805 Pío VII sustituyó los textos de la vieja liturgia, procedentes todos ellos de la fiesta de las Nieves, con otros más acordes con el simbolismo de la fiesta. Todos ellos iluminan el significado espiritual de su título o de la correa, que es su elemento visible más característico. Pero las adversas condiciones político-religiosas de los decenios siguientes no favorecieron el desarrollo de estos gérmenes, y la devoción permaneció estancada, al nivel adquirido en el siglo anterior. Los libros oficiales seguían vinculándola a la cofradía. Sólo con las constituciones de 1928 penetra de lleno en la vida de la comunidad. El ceremonial de 1950 ordena que se celebre su fiesta «cum speciali pompa»: misa solemne, procesión, absolución general, bendición papal e indulgencia plenaria a cuantos visiten las iglesias de la orden 43 . En 1961 el general puede llamarla con todo derecho «reina y madre de nuestra orden» al proclamarla titular y patrona de su séptima provincia44. Las constituciones posconciliares recogen y cristalizan esta evolución. En ellas ya no hay duda. La Consolación es el título mañano propio de la orden: «la comunidad expresa la devoción a la bienaventurada Virgen María, madre de la orden, con el título especial de la Consolación» 45 . Estas últimas constituciones presentan a María como modelo perfecto de la vida agustiniana. En ella todo agustino recoleto puede ver materializados los tres elementos de su carisma: «Es madre de vida interior porque fue "más dichosa aceptando la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo" 46 , y porque conservaba y meditaba en su corazón las obras y la doctrina del Hijo. Formó parte de la comunidad perfecta de la Sagrada Familia. Es también maestra de vida apostólica, "porque cooperó con amor al nacimiento de los fieles en la Iglesia" 47 , y los sigue con materna solicitud hasta que Cristo se forme en ellos»48. En perfecta consonancia con estas ideas, en otras partes se preocupan de promover entre los religiosos una «devoción entrañable a la Virgen María, instrumento predilecto de la Trinidad, Madre de Cristo, de la Iglesia y de la orden, modelo y protectora de la vida religiosa»49. 43

Caeremoniale ordinis Recollectorum S. Augustini, Roma, 1950, p. 195. Acta Ordinis 7 (1960-1961), 114. AGUSTINOS RECOLETOS, Regla, constituciones y código adicional, Madrid, 1987, página 71. 46 SAN AGUSTÍN, De sancta virginitate, 3, 3: PL 40, 398. 47 Ibid., 6, 6: PL 40, 399. 48 Regla, constituciones y código adicional, p. 71. 49 Ibid., p. 131. 44

Todos han de amarla filialmente, tratando de imitar sus virtudes y de propagar su culto entre los fieles, «de modo especial [...] bajo el título de Madre de Consolación, que es el título tradicional en la familia agustiniana» 50 .

2.

Con el pueblo de Dios

Durante los siglos xvn, XVIII y xix la mayoría de las comunidades prefirieron cultivar la devoción a imágenes o advocaciones marianas asociadas a su propia historia particular. Los conventos de Portillo, Zuera, Maqueda, Campillo, Nava del Rey y El Toboso debían su origen a antiguas ermitas marianas. Al aceptarlas como base del futuro convento, las comunidades se comprometían solemnemente a custodiar fielmente la imagen y a fomentar su culto entre los fieles, las titulares de los cuatro primeros —vírgenes de la Fuensanta, de los Santos, de los Dados y de la Loma— eran, además, patronas de sus respectivos pueblos. El convento de Zaragoza estaba dedicado a la Virgen del Portillo. Los de Sevilla y Granada recibieron en 1626 y 1630, respectivamente, imágenes del Pópulo y Loreto, que no sólo monopolizaron el fervor mariano de las dos comunidades, sino que incluso transformaron su imagen externa e influenciaron su apostolado. El colegio de Caudiel veneraba desde 1627 a la Virgen del Niño Perdido, que muy pronto se convirtió en meta frecuente de peregrinos y romeros. Jarandina y La Viciosa cultivaban con especial atención la devoción a la Virgen de los Remedios, que también era venerada en Zaragoza; Alcalá, la de Nuestra Señora del Coro o de la Esperanza; Talavera, la de la Paz; Valladolid, la del Buen Viaje; Valdefuentes, la del Buen Fin; Calatayud, la de Loreto; Benabarre, la de la Soledad; Cavite, la de la Regla; Bagumbayan, la de la Salud; San Sebastián de Manila, la del Carmen; Tunja, la del Topo. Muchas de estas advocaciones dieron origen a cofradías y asociaciones piadosas de vario género. Cada una de ellas tiene su historia particular. Pero, en general, cabe afirmar que durante los siglos xvn y xvni casi todas ellas desarrollaron una discreta actividad evangelizadora y asistencial. De modo más o menos sistemático e intenso, canalizaban la piedad mariana del pueblo, fomentaban su vida sacramental,

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50 Ibid., p. 101. El recién publicado Plan de formación: Stvdivm Sapientiae, Madrid, 1987, pp. 156-157, repite las mismas ideas, recomienda la celebración de actos marianos especiales: rezo y meditación del rosario, salve, meses de mayo y octubre e incluso rescata del olvido las devociones tradicionales de la orden: coronilla de la Consolación, serótina y Nativitas tua.

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servían de aglutinantes sociales y facilitaban el ejercicio de la caridad. Algunas prescribían la oración mental a sus miembros. 2.1.

Advocaciones más comunes en España

En España las advocaciones más comunes fueron las de Copacabana, El Pilar y el Niño Perdido. La primera llegó del Perú a mediados del siglo xvn por medio del padre Miguel Aguirre. En 1655 la introdujo en Roma; en 1662, en Madrid; y por las mismas fechas, en Alcalá de Henares. Más tarde la dedicaron capillas los conventos de Toledo (1678), Valencia y Barcelona, cuyo camarín fue comparado por Massot a finales del siglo con el de Montserrat 51 . La Virgen del Pilar era la patrona de la provincia aragonesa desde su erección en 1621 y, según se expresa el vicario general de la congregación en 1743, apenas había en ella «convento donde no se venere vuestra imagen con especial devoción» 52 . Recibía culto especial en el colegio de Zaragoza, que se alzaba junto a la basílica, y en los conventos de Barcelona, Benabarre, Zuera, Madrid y Valencia53. La del Niño Perdido, tan amada de San Vicente Ferrer, llegó a Caudiel desde Valencia en 1627 y desde allí su devoción se propagó por toda la provincia de Aragón. Alcanzó mayor intensidad en Alagón y Benabarre. La comunidad de Caudiel no se contentó con custodiar la imagen. Construyó en su honor una hermosa capilla, propagó su culto por toda la comarca y durante el rectorado del padre Sebastián de la Virgen del Camino (1682-88) la eligió por patrona y se obligó a celebrar solemnemente su fiesta el cuarto domingo de septiembre, a cantar todos los días la Salve y a recitar, también diariamente, tres Padrenuestros y tres Avemarias «en memoria de los tres días en que estuvo perdido el Niño Dios» 54 . La desamortización de Mendizábal (1835-1837) desmanteló los conventos recoletos de España y, por tanto, acabó con el culto que en ellos se rendía a la reina de los ángeles. Únicamente se salvó el colegio de Monteagudo, fundado en 1829, que fue expresamente excluido de la supresión por su carácter misional. En los decenios siguientes se con51 J. MASSOT, Compendio historial de los hermitaños de N.P.S. Agustín del principado de Cataluña, Barcelona, 1699, p. 155. 52 Crónicas 3, Zaragoza, 1743, dedicatoria. 53 M. CARCELLER, La recolección agustiniana y la Virgen del Pilar, Zaragoza, 1954, páginas 14-29. 54 Crónicas 3, 276; DIEGO DE SANTA TERESA, Historia de la prodigiosísima imagen de nuestra Señora del Niño Perdido, Valencia, 1765, pp. 75-76.

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virtió en núcleo de la nueva recolección, al que en 1865 se incorporó el colegio de Marcilla y en 1878, ya en plena restauración canovista, el de San Millán de la Cogolla. Hasta 1909 estos tres colegios fueron las únicas casas de formación de la orden en España, y las dos primeras siguen todavía alojando a su noviciado y teologado más importantes. Ambos están dedicados a sendas advocaciones marianas: Nuestra Señora del Camino y la Virgen de la Blanca, lo cual basta para explicar su influjo en la piedad mariana de la orden. La Virgen el Camino penetró muy pronto en el corazón de los frailes, que la han honrado con la construcción de templo y convento nuevos, la atención esmerada a sus devotos y la celebración solemne de la novena y del mes de mayo. Ya en 1829 el padre Manuel Castro dio a las prensas una hermosa novena de claro sabor bíblico, que hasta muy recientemente ha entusiasmado a sus devotos. El himno compuesto en 1915 por el padre Alejandro Oses (1895-1955) conserva intacto su frescor juvenil. Ambas obras conjugan la ciencia con el arte y la belleza con la unción, y durante decenios han alimentado el fervor mariano del pueblo y de los frailes. En 1948 el definitorio de la provincia de San Nicolás, que es la encargada de custodiar el santuario, atribuía su supervivencia a la protección de la Virgen del Camino y, en señal de gratitud, acordó gestionar en Roma su coronación canónica. Seis años más tarde, en pleno año Mariano, pudo dar cumplimiento a sus deseos en una solemne ceremonia presenciada por miles de fieles y 143 frailes recoletos. En ella el prior general leyó un acto de consagración de la orden a su querida imagen. El provincial de San Nicolás, por su parte, subrayó en una circular dirigida a todos sus religiosos los vínculos estrechísimos de la pronvicia con la preciada imagen, «ante cuyas plantas han vestido el hábito y han emitido sus votos la casi totalidad de los religiosos de la provincia, que han experimentado mil veces sus caricias maternales y han sentido en sus almas la luz de sus ojos en medio de las tinieblas y la fuerza de su poderosa mano en las dificultades de la vida. Por eso, en la Virgen del Camino, que, salvando nuestra provincia, salvó la orden entera, está cifrada nuestra esperanza y nuestro amor» 55 . El beato Ezequiel Moreno que quiso morir a sus pies —«voy a morir al lado de mi madre»— es la personificación más noble del amor de los recoletos de los siglos xix y xx a esta imagen56. La comunidad de San Millán manifestó su amor a María en sus desvelos por restaurar el vecino santuario de Valvanera. Ya en 1878 55

En BPSN, 44 (1954), 221-222; sobre la coronación y su significado, cfr. R. GARCÍA, Coronación canónica de Ntra. Señora del Camino, en BPSN, 44 (1954), 229-245. 56 JUAN MARTÍNEZ MONJE, Historia de la villa de Monteagudo y de la imagen de la Virgen del Camino y su santuario, Pamplona, 1947, 409 pp.

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eleva una petición al obispo de la diócesis solicitando el traslado de la venerada imagen desde Brieva a su comunidad, donde sería atendida con más esmero y diligencia. Sus frailes denuncian el abandono del monasterio y lanzan el primer grito en favor de la reanudación de las antiguas peregrinaciones. En 1880 tiene lugar la primera peregrinación, en la que participaron unos mil romeros. Desde 1880 a 1885 apoyan y orientan las campañas del hermano Tiburcio, auténtico artífice de la restauración. El mismo escribirá más tarde que era un simple instrumento en manos del padre Minguella: «Me lleva por todas partes como a un chiquillo». Aludía con ello a los sermones con que el padre Minguella caldeaba el entusiasmo de los participantes en las novenas valvanerianas que el hermano organizaba por los pueblos de la Rioja. Pero no era sólo el padre Minguella el único religioso emilianense entusiasta de Valvanera. Había otros que revalizaban con él en elocuencia y amor a la Virgen. No había romería ni función solemne en la que no se hiciera presente la comunidad. Minguella predicó a la multitud en las peregrinaciones de 1881, 1884, 1886, 1888 y 1894. Otros años le sustituyeron Santiago Matute, Carmelo Ochoa, Cayetano Fernández o Enrique Pérez, autor este último del himno oficial de aquellos años y de varias letrillas para los peregrinos. En 1935, al celebrarse el cincuentenario del retorno de la imagen a Valvanera, la comunidad entera, con el general al frente, se trasladó al santuario, donde se encargó de la parte musical de varias funciones, y uno de sus miembros, el padre Antonio Rubio, ocupó la cátedra sagrada. También en 1954 y 1959 participó activamente en los festejos que se celebraron con ocasión de la coronación canónica de la imagen y del traslado de los restos del hermano Tiburcio. En ambas ocasiones un agustino recoleto, el padre Serafín Prado, fue el encargado de cantar las glorias de María y de su siervo57. Varias de las casas fundadas a lo largo del siglo x x surgieron también a la sombra maternal de María. La provincia de Santo Tomás, fundada en 1909, dedicó su teologado de Monachil (1912) a la Virgen del Buen Consejo, cuya devoción difundió por los pueblos de la vega granadina; y su noviciado de Villaviciosa de Odón (1927) a la Consolación. Durante cincuenta y cinco años (1906-1961) la casa principal de la provincia de la Candelaria en España estuvo instalada en el santuario de Nuestra Señora de Valentuñana, «centro y corazón espiritual» de Sos del Rey Católico y su comarca. En ella se formaron la in57

ÁNGEL MARTÍNEZ CUESTA, «El primer siglo agustiniano del monasterio de San

Millán», en Boletín de la provincia de San José, Logroño (1978), 291-306; con más detalle VÍCTOR HERMOSILLA, Monasterio de San Millán de la Cogollo. Un siglo de historia emilianense, Roma, 1983, pp. 117-135 (con abundante bibliografía).

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mensa mayoría de sus frailes y en ella aprendieron a amar a María. Con la desmembración de la provincia (1961) y la reorganización de los estudios de la nueva provincia de la Consolación la casa perdió gran parte de su peso. Pero todavía hoy continúa siendo un notable centro espiritual y mariano. El 18 de mayo de 1964 la imagen fue coronada en una solemne función a la que asistió el general de la orden y una multitud de ocho mil fieles de la región58. 2.2.

El culto de los Recoletos colombianos a la Candelaria

En Colombia prevaleció incontrastada la devoción a la Virgen de la Candelaria, patrona de la provincia y de sus principales conventos. La Candelaria era ya la señora del lugar cuando, en 1604, los agustinos colombianos decidieron imitar el ejemplo de sus hermanos de Castilla y dieron vida al primer convento recoleto de América en una ermita solitaria del valle del Gacheta, en las cercanías de Villa de Leiva. Desde entonces hasta el presente un cuadro de la Candelaria, pintado en Tunja en 1597, ha presidido la vida de la provincia. «Fundadora del convento» la llama en 1606 su primer legislador y como tal la han invocado sus moradores a lo largo de los siglos. Algunos no acertaron a desprenderse de ella y la llevaron consigo a las nuevas fundaciones de Cartagena (1606), Bogotá (1635), Honda (1667), las misiones del Golfo de Urabá (1627) y hasta a la hacienda agrícola de El Tigre (1644). En todas partes le dedican sus iglesias y propagan su culto. La Candelaria es su Virgen. El pueblo cristiano lo advierte y ya en el siglo xvn los llama por doquier padres candelarios. La Candelaria de El Desierto atraía devotos de los pueblos cercanos y también de otros más remotos. Su cofradía, fundada en 1606, contaba ya en el siglo xvn con miembros en regiones tan apartadas como El Tolima, Cauca y hasta en Venezuela. El día 2 de febrero regueros de gentes llenaban los caminos que conducían al convento, «la Roma chiquita», donde creían obtener un perdón más amplio y completo de sus pecados 59 . La Candelaria de La Popa también se fabricó pronto un altar en el corazón de los cartageneros y de cuantos surcaban los mares del Cari58 Varias crónicas sobre la coronación en «Boletín de la provincia de la Consolación», 2 (1964-1965), 91-106. 59 E. AYAPE, El convento de El Desierto de la Candelaria, Bogotá, 1935, pp. 69-71; ÍDEM , Fundaciones y noticias de la provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, Bogotá, 1950, pp. 18-19; MORO DÍEZ, Historia de los santuarios moríanos de Colombia, I: Boyacá, s.d y s.l [¿1945?], pp. 192-193.

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be. Su faro guiaba sus navios en la oscuridad de la noche y su santuario acogía el homenaje agradecido de cuantos atracaban en Cartagena. William Dampier (1625-1715), el célebre aventurero inglés, lo llama «el Loreto de las Antillas y Tierra Firme, del cual se cuentan innumerables milagros». Los cartageneros honraban a su virgen con un solemnísimo novenario que culminaba el 2 de febrero con una fiesta masiva y bulliciosa abierta a todas las clases sociales. Por un día desaparecían, en cierto modo, las marcadas diferencias sociales de aquella sociedad colonial. El general Joaquín Posada Gutiérrez (17971881) nos ha dejado una descripción llena de vida de aquellas fiestas, que en los siglos xvm y xix superaban en fasto y popularidad a cualquier manifestación cívica o religiosa de la ciudad 60 . En la actualidad, la Candelaria de la Popa sigue siendo la imagen más querida de los cartageneros. A instancia de la comunidad fue coronada por Juan Pablo II el día 6 de julio de 198661. La presencia de la orden en otras naciones americanas es más reciente. Data de las primeras décadas de este siglo, cuando ya se prestaba atención prevalente a las devociones de tradición agustiniana. La Consolación es la imagen más frecuente en las casas de formación y su imagen preside con frecuencia creciente las nuevas capillas e iglesias de la orden. Pero los religiosos no se desentienden nunca de los títulos y advocaciones locales. En Argentina dedican iglesias a Nuestra Señora de Lujan; en Brasil, a la Virgen Aparecida; y en Méjico y Estados Unidos, a la de Guadalupe. En casi todos sus ministerios han concedido amplio espacio a la «Legión de María» 62 .

2.3.

Propagandista del culto al Carmen y al Pilar en Filipinas

En otro apartado queda documentada la predilección de los misioneros filipinos por las advocaciones del Rosario y de la Consolación. También fue bastante general entre ellos el culto a las del Carmen y del Pilar. Durante más de tres siglos (1621-1960) los recoletos han sido los propagandistas de la devoción a la Virgen del Carmen en el archipiélago. En 1621 construyeron una humilde iglesia en las inme60 j POSADA GUTIÉRREZ, Memorias histórico-políticas, II, Medellín, 1971, pp. 5868. La carta de W. Dampier en J. RADA, «Fundación del convento de Santa Cruz de la Popa», en Recollectio, 4 (1981), 337. 6i FACUNDO O. SUÁREZ, «Visita del Papa Juan Pablo II. Coronación de la Virgen de la Candelaria de La Popa», en Boletín de la provincia de la Candelaria, núrn. 579 (enero-junio 1986), 21-27. 62 JULIÁN ONGAY, Edel Quinn en Irlanda: drama en dos actos, Manizales, 1969.

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diaciones de Manila dedicada al mártir San Sebastián y en ella colocaron una pequeña estatua recién traída de Méjico. La estatua se atrajo muy pronto la mirada de los fieles, que concurrían numerosos a sus pies. El novenario del mes de enero se convirtió en un acontecimiento de relieve sociorreligioso en la sociedad manileña. A mediados del siglo xvm comulgaban en él unas 6.000 personas que obligaban a la comunidad a solicitar los servicios de confesores extraños. Durante el siglo xix y primera mitad del xx la iglesia recoleta siguió siendo el centro de la devoción carmelitana en Filipinas63. Con la llegada de los carmelitas calzados (1947) y descalzos (1958) disminuyó su importancia, pero nunca ha dejado de ser un activo foco de devoción mariana y carmelitana. En el sur de Filipinas la devoción al Carmen gravitó en torno al convento recoleto de Cebú. «Lo que para tagalos era el Carmen de San Sebastián fue el Carmen de Cebú para Visayas, llegando a su apogeo en los últimos tiempos de la dominación española [...]. Tanto incremento tomó la devoción al carmen o escapulario, que rara era la persona que no lo vistiese, principalmente entre el piadoso sexo, como lo prueban con elocuencia los libros de la cofradía»64. También la devoción al Pilar llegó a Filipinas con los misioneros recoletos. Hacia 1624 el zaragozano Martín de San Nicolás (1598-1632) introdujo su culto en el convento recoleto de Manila y le construyó un pequeño retablo. Desde entonces el convento fue un importante centro de irradiación pilarista. El 12 de cada mes celebraba cultos en su honor, que cobraban particular relieve el 12 de octubre. En ese día acudían al convento los peninsulares de Manila, movidos por su amor a María y la nostalgia de la patria. En 1694 el convento cedió la vieja imagen de fray Nicolás a la capilla rústica que la provincia poseía en Imus y que con el tiempo llegaría a ser catedral de la diócesis homónima. De ese. modo la Virgen del Pilar se convirtió en titular de una diócesis filipina. Otros religiosos llevaron su devoción a Mindanao, Cebú, Palawan, Zambales, Siquijor y Negros y en todas ellas levantaron en su honor iglesias y capillas65. 63 JOSÉ DE LA CONCEPCIÓN, «Origen, progreso y estado de la provincia de San Nicolás de Tolentino en las Islas Philipinas», Manila, 1751, en BPSN, 14 (1923), 134-135; A. LACRUZ, «La Virgen del Carmen y los padres agustinos recoletos», en El Monte Carmelo, 1921. 64 L. Ruiz, Sinopsis histórica de la provincia de San Nicolás de Tolentino, I, Manila, 1925, p. 150. 65 M. CARCELLER, La recolección agustiniana y la Virgen del Pilar, Zaragoza, 1954.

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3.

Literatura mariana

gratitud». Otro de sus temas favoritos fue la doble maternidad mariana:

La tradición intelectual de los agustinos recoletos es bastante pobre. Desde 1604 hasta 1903 vivieron de espaldas al mundo universitario. Lógicamente, no ha habido entre ellos escritores que hayan dejado huella en la mariología católica. Algunos, ciertamente, han compuesto obras de interés, pero casi todas caen dentro de la literatura devocional o histórica. En el último siglo se ha prestado mayor interés al pensamiento mariológico de San Agustín, Santo Tomás de Villanueva y otros escritores del barroco agustiniano. En el siglo xvn descollaron Pedro de San José (1598-1651) e Isidoro de Jesús María ( j 1699). Ambos fueron predicadores de fácil palabra y acertaron a conciliar el fervor de la oratoria con la solidez bíblica y patrística de la teología. Las Glorias de María del primero, editadas tres veces entre 1644 y 1651 y traducidas al portugués en 1658, constituyen, en opinión del pasionista Bernardo Mosegú, «una auténtica contribución mariológica y un testimonio bien elocuente del culto a la Señora en el siglo más glorioso de nuestra historia». El mismo autor, que es quien mejor ha estudiado el libro, cree que supera al homónimo de San Alfonso María de Ligorio no sólo «en el color y calor oratorio (cosa lógica, dado el carácter del libro), sino también en la densidad de pensamiento y sutileza de conceptos» 66 . Toda su argumentación parte de la maternidad divina, que otorga a María un puesto singular en el proyecto salvador de Cristo y la convierte en madre de todos los cristianos: Todas sus excelencias son simple consecuencia de este primer privilegio. Fray Pedro opina que María cooperó activamente en la obra de la redención y en la obtención de la gracia. El Marial del padre Isidoro 67 contiene 23 sermones: siete sobre los Dolores de María, cuatro sobre su Natividad, tres sobre la Virgen de la Salud, dos sobre el Rosario, otros dos sobre la Presentación y la Inmaculada y uno sobre la Asunción, Anunciación y Expectación. Todo el libro es modelo de mesura y buen gusto, tanto más de admirar cuanto más difícil de encontrar en los predicadores de su tiempo. Sus sermones sobre los Dolores le ofrecieron ocasiones propicias para ilustrar repetidamente la participación de María en la redención. Ciertamente, la redención objetiva fue obra exclusiva de Cristo, pero María no se limita a distribuir sus frutos. Con sus dolores suplió «lo que falta a nuestra 66 B. MONSEGÚ, «Las Glorias de María» de fray Pedro de San José (1645) y el tratamiento en ellas de la compasión mariana», en Scripta de María. Anuario, V (1982), 389; ÍDEM, «La doctrina mariológica del agustino recoleto fray Pedro de San José», en Mariología, 49 (1984), 254. 67 Marial predicado por el R.P.Fr. Isidoro de Jesús María, Salamanca, 1741, 353 pp.

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«Del primer parto milagroso [...], en que María parió a Dios hombre niño para hijo suyo, quedó madre de Dios, madre de Cristo. Del segundo parto místico, en que le parió crucificado para remedio nuestro, quedó María redentora del género humano»68. A finales del siglo XIX y principios del xx Toribio Minguella (18361920) y Ezequiel Moreno (1848-1906), obispos, respectivamente, de Sigüenza y Pasto (Colombia), se ocuparon a menudo de temas marianos. Ambos compusieron oraciones en su honor, predicaron docenas de veces sobre ella en Europa, Asia y América y en sus pastorales explicaron la naturaleza del culto mariano y recomendaron con ahínco a sus fieles. Del beato Ezequiel conservamos trece sermones marianos y cinco escritos de carácter pastoral, sin incluir las amplias referencias que le dedica en otras pastorales. De Minguella conozco cuatro sermones y once pastorales 69 . Al final de su vida dedicó a María dos libros notables. El primero, de carácter histórico 70 , coronaba sus antiguas aportaciones al culto valvaneriano con una impecable investigación sobre el origen de la imagen y la redacción de su historia primitiva. El segundo 71 lo escribió con fines estrictamente pastorales. Es una colección de 37 meditaciones centradas en la vida y vocación de la Virgen. Cada una de ellas consta de tres partes: texto bíblico, comentario teológicoespiritual y oración final. Pedro Fabo (1873-1933) también dedicó a María algunos de los miles de páginas que salieron de su fértil pluma. Narró la historia de la provincia de la Candelaria con sus santuarios marianos, cantó sus glorias en poemas, sermones y conferencias, y compuso, al menos cuatro novenas: a la Consolación, Candelaria, Dolores de Manare y Plu, patronas, respectivamente, de la orden, provincia en que profesó, territorio misional en que trabajó y pueblo en que nació 72 . Por esos años abundaron los autores de triduos, novenas, letrillas y toda clase de composiciones poéticas y musicales: salves, avemarias, himnos, letanías, despedidas, etc. Menciono a Enrique Pérez (185468

Ibid., pp. 3-4. Sobre el beato Ezequiel, cfr. A. MARTÍNEZ CUESTA, Beato Ezequiel Moreno. El camino del deber, Roma, 1975; ÍDEM, Epistolario del beato Ezequiel Moreno, I, Roma, 1982; sobre T. Minguella, cfr. PEDRO FABO, Vida del excmo. P. Toribio Minguella, Barcelona, 1927, pp. 112-124. . 70 Valvanera: Imagen y santuario, Madrid, 1919. 71 Historia de la Santísima Virgen María con explicaciones cristianas, Madrid, 1919. 72 EUGENIO AYAPE, Biografía del P. Fabo, Manizales, pp. 261-272. 69

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1927), Celestino Yoldi (1863-1935), Pedro Corro (1864-1934), Ángel Sagastume (1880-1931), Ricardo Imas (1878-1950) y Eugenio Cantera (1880-1955). Más tarde siguieron su ejemplo José Carceller (18931971), Eugenio Ayape (1907) y, sobre todo, Domingo Carceller (18941967), compositor de numerosas antífonas marianas, himnos y motetes, que luego reunió en tres tomos de «Cánticos Sagrados» 73 . Más recientemente Agustín Moriones (1918) ha publicado dos libros marianos de corte popular. El primero 74 es una serie de diálogos y reflexiones catequéticas con María al fondo. A veces María es el tema central del discurso; con más frecuencia, sólo un pretexto. El segundo 75 está construido en torno a cuatro títulos marianos que el autor considera particularmente significativos, populares y evocadores. En la primera parte comenta brevemente los quince misterios del rosario. En los tres siguientes estampa consideraciones ascético-espirituales en torno a la Virgen de los Remedios, del Amparo y de los Dolores. Muy otro es el aliento de los numerosos escritos marianos de Victorino Capánaga (1897-1983), el gran agustinólogo recientemente desaparecido. Sus estudios sobre la mariología de San Agustín, Santo Tomás de Villanueva y otros autores agustinos 76 son originales y valiosos. A lo largo de su vida dedicó no menos de sesenta ensayos a desentrañar el influjo de María en algunos procesos de conversión religiosa. Varios de ellos pasaron luego a las páginas de cuatro volúmenes77. En todos ellos brillan la erudición literaria del autor, la solidez de sus conocimientos teológicos, la claridad expositiva y la frescura del lenguaje. En 1946 Félix Domínguez publicó un libro valioso sobre la mariología de San Agustín. Tras un minucioso examen de sus escritos, estructuró su doctrina mariana en torno a cinco temas fundamentales: Predestinación de María a la divina maternidad, Inmaculada Concepción, Maternidad divina, maternidad espiritual y virginidad78. A Esteban San Martín debemos estudios de valor sobre el «Influjo 73 Colección de cánticos sagrados, Manila, 1937, 160 pp.; Manila, 1937, 387 pp.; Manila, 1952, 506 pp. 74 La Virgen estrella del mar, Cali (Colombia), 1962. 75 La santísima Virgen María es nuestra madre, Panamá, 1981. 76 La Virgen María según San Agustín, Roma, 1956; «La mediación de la Virgen María según Santo Tomás de Villanueva», en Estudios Marianos, 1 (1941), 227-283; «Antología mariana de escritores agustinos», en Avgvslinvs, 29 (1984), 261-459. 77 La Virgen en la historia de las conversiones, 1.a serie, Zaragoza, 1932; La Virgen en la historia de las conversiones, 2. a serie, Zaragoza, 1934; La Virgen en la historia de las conversiones, Madrid, 1951 (traducción italiana, 1953); La mediación mariana y la gracia de las conversiones, San Sebastián, 1962. 78 FÉLIX DOMÍNGUEZ, Ideología mariana de San Agustín, Bogotá, 1946.

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de María en la producción de la gracia actual», el uso de los textos bíblicos marianos por algunos autores agustinos de los siglos xvi y XVII y la doctrina concepcionista del jesuita navarro Martín de Esparza (1621-1689) y del agustino portugués Gil de la Presentación (15391626)79. Entre los historiadores de santuarios, imágenes y títulos marianos merecen una mención, en el siglo XVII, Andrés de San Nicolás y Eugenio de San Francisco80; en el xvm, Diego de Santa Teresa81; en el xix, Francisco de la Jara 82 , y en el xx, Toribio Minguella y Manuel Carceller83. Pío Mareca (1825-1899) redactó una veintena de artículos sobre santuarios navarros y aragoneses para el «Año de María» de Palles 84 .

79 En Estudios Marianos, 19 (1958); 243-245; 24 (1963), 31-66; en Recollectio, 4 (1981), 59-133. 80 ANDRÉS DE SAN NICOLÁS, Imagen de Nuestra Señora de Copacavana, portento del Nuevo Mundo, ya conocido en Europa, Madrid, 1663; EUGENIO DE SAN FRANCISCO, «Noticias auténticas y verdaderas y fidedignas de la milagrosa imagen del Pópulo», Sevilla, 1705, editada por M. CARCELLER, en BPSN, 35 (1945), 159-164, 183-186, 203-211; 36 (1946), 82-84, 204-207, 225-227. 81 Historia de la prodigiosísima imagen de nuestra señora del Niño Perdido, Valencia, 1765. 82 Historia de la imagen de Nuestra Señora del Prado, fundadora y patrono de Ciudad Real, Ciudad Real, 1880. 83 T. MINGUELLA, Valvanera: imagen y santuario, Madrid, 1919; M. CARCELLER, La recolección agustiniana y la Virgen del Pilar, Zaragoza, 1954. 84 JOSÉ PALLES, Año de María, 6 vols., Barcelona, 1875.

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PRESENCIA DE LA VIRGEN MARÍA EN EL MONACATO BENEDICTINO Bernabé Dalmau, OSB.

Podemos describir la presencia mariana en la tradición benedictina ilustrando, en un primer tiempo, la doctrina referente a la Virgen de figuras representativas de dicho ámbito monástico y, sucesivamente, señalando puntos de contacto entre la espiritualidad dimanante de la Regla de San Benito y las enseñanzas bíblicas sobre María. Pero previamente son imprescindibles algunas observaciones de carácter metodológio, ya que, dentro del objetivo perseguido por ese volumen, el caso de los benedictinos resulta sumamente atípico.

1. Observaciones preliminares A diferencia de la mayor parte de Congregaciones religiosas nacidas en los últimos tres siglos, la llamada Orden de San Benito o Confederación Benedictina no es una asociación que reúna a los seguidores del carisma de un fundador, sino el resultado de la acción unificadora de monasterios autónomos o agrupados en Congregaciones promovida por León XIII en 1893, agrupación que no incluye ni las ramas cistercienses ni gran parte de los monasterios femeninos. El texto fundamental que marca unos rasgos espirituales comunes a todas esas familias religiosas —pertenezcan o no a la Confederación Benedictina— es el texto conocido por «Regla de San Benito»', redactado entre 530 y 560 no lejos de Roma y comúnmente atribuido al abad descrito en el segundo libro de los Diálogos del papa Gregorio Magno. Su difusión no fue rectilínea, sino en coexistencia con otros En adelante la mencionaremos con la sigla RB.

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textos hasta la época carolingia. Dado el carácter de reglamento monástico y no de compendio doctrinal global que RB tiene, resulta harto difícil señalar los rasgos de una específica espiritualidad benedictina (los monjes no pretendían otra cosa que vivir el Evangelio, y el autor de RB organizar su monasterio). ¿Hay que buscar dicha espiritualidad sólo en el mencionado código monástico o también en el conjunto de las aportaciones de los catorce siglos que lo han interpretado de acuerdo con las necesidades de cada momento? En la opinión pública eclesial, sin embargo, existe un cierto consenso sobre las coordenadas que marcan el «ámbito benedictino», síntesis de la estructuración jurídica vigente y de elementos fomentados por la restauración monástica decimonónica. Añadamos que un mayor conocimiento del monacato antiguo y el retorno a las fuentes promovido por el Concilio Vaticano II privilegian de un modo especial RB por encima de las adiciones posteriores, y sólo por tal motivo se justifica una aproximación entre ella y la figura de María. Pero sería injusto menoscabar la presencia de la Virgen en la vida de aquellos que a lo largo de los siglos han practicado la vida religiosa en un contexto de separación del mundo, de militancia bajo una Regla y un abad, y en la cual las ocupaciones contemplativas tienen un lugar destacado.

2.

El testimonio de la historia

RB, que habla tan a menudo de Cristo, no cita nunca el nombre de María, como tampoco lo hacen las numerosas reglas monásticas nacidas como textos de índole disciplinar, normativo 2 . Pero, curiosamente, la mención del cántico evangélico (RB 17,8) es el primer testimonio en Occidente del uso del Magníficat en las vísperas, sin duda anterior a RB; pero dicha mención no tiene ninguna significación mariana especial, sino que está en paralelismo con el Benedictus de laudes. Una alusión al culto mariano —ciertamente demasiado implícita y siempre de acuerdo con la práctica litúrgica de la Italia central del siglo IV— 2

Para profundizar la temática de todo este apartado sigue siendo fundamental el estudio de JEAN LECLERQ, «Dévotion et theólogie mariales dans le monachisme bénédictin», en María. Études sur la Sainte Vierge, sous la diréction d'Hubert du Manoir, t. II (París, 1952), pp. 547-548. Cf. también IDESBALD VAN HOUTRYVE, «Le cuite de Marie dans l'Ordre de Saint-Benott», en Mémoires et rapports du Congrés Marial de Bruxelles, tomo II (Bruxelles, 1921), pp. 253-279. Y, más recientemente, BERNABÉ DALMAU, art. «Maria», en Léxic d'espiritualitat benedictina (Montserrat, 1987), pp. 148-150, y REGÍNAL GRÉGOIRE, «Testimonianze benedettine medievali di devozione mariana», en L'ulivo, N. S. XVII, n. 2 (aprile-giugno 1987), pp. 8-10.

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podríamos verla en la regulación del oficio divino «en las fiestas de los santos y en todas las solemnidades» (RB 14,1). De hecho, la piedad mariana de los monjes de Occidente se caracteriza por una cierta sobriedad. La han expresado siempre que ha resultado oportuno, en consonancia con las preferencias de la Iglesia de cada época y de acuerdo con la gracia personal. El influjo que sobre este punto los monasterios hayan podido tener deriva del fervor con que han vivido. Fervor que sigue estrechamente vinculado a la liturgia y, consiguientemente, a la Biblia que proporciona los textos. María es ciertamente venerada, exaltada e invocada, pero siempre a causa de su relación incomparable con Jesús. También está asociada, en los autores monásticos, al apóstol Juan; la importancia de la castidad en el monacato explica la frecuente insistencia en la virginidad. Del siglo ix al xi, la piedad mariana del monaquismo se confunde con la de la Iglesia de Occidente. Pero el clima espiritual que el ambiente monástico crea, las mismas ocupaciones de la jornada son tan congénitas con la verdadera devoción mariana que, entre los monjes, antes y más que en otras partes, la mariología encuentra incremento y desarrollo. Devoción que evoluciona en Occidente bajo el influjo de algunas personalidades, casi todos monjes. A partir de la escolástica, la devoción —más bien que las devociones— a María se mantiene en los monasterios, mientras que la teología mariana se desarrolla en las escuelas. Dentro de esa tónica, y sin querer hacer un elenco exhaustivo de autores, dos figuras monásticas sobresalen. La más conocida es San Bernardo. No nos detendremos en describir su doctrina mariana —ni la de autores espirituales como Guerric d'Igny, Elredo de Rievaulx, Guillermo de San Teodorico, Amadeu de Lausana, por pertenecer al ámbito cisterciense—, ya presentada en otra parte de la presente obra. Digamos solamente que quizá se ha exagerado al hablar de su devoción mariana, porque el espacio concedido a la Virgen en sus sermones no es preponderante. Si se le puede considerar doctor mariano es más bien por el fervor que lo anima, por la irradiación de su doctrina en vida y después de la muerte, por su gran valor literario y por el ardor de su piedad. Su mariología está siempre asociada a la historia del Verbo, con una inspiración bíblica directa y casi exclusiva. El mismo cristocentrismo al hablar de María lo encontramos en San Anselmo, bajo cuyo nombre la Edad Media nos ha legado un conjunto de meditaciones y plegarias marianas, no todas pertenecientes al santo monje-obispo. Entre las auténticas destacan las célebres orationes L-LII, que introducen una piedad profundamente afectiva, en la cual la inteligencia recibe un impulso hacia las regiones más elevadas 41

de los misterios cristianos. Anselmo sabe unir la especulación intelectual a la oración más tierna del corazón. No se preocupa de seguir a María en su vida mortal; más bien se fija en la Virgen coronada en su Asunción, poderosa y llena de misericordia, e incluso mediadora. No encontramos aquí el lenguaje conciso que en vano buscaríamos en el teólogo, sino la efusión dulce del que reconoce en María la Mater restitutionis omnium. En él se halla el punto de partida —por el espacio que concede a la idea de la compasión— de la corriente espiritual que presentará los dolores de María antes y durante la Pasión; pero el acento lo pone en las alegrías de la Virgen, que compensan sus sufrimientos. Su estima de la pureza de María abrirá el camino a la doctrina de la Inmaculada Concepción (que desarrollará en dos tratados su discípulo Eadmero); pero tanto él como el doctor mellifluus negarán la existencia de tal prerrogativa. Antes y después de estos dos grandes doctores, otros monjes marcaron la espiritualidad referente a María. En los más antiguos se trata de alusiones con ocasión de fiestas de la Virgen o de comentarios de textos evangélicos referentes a ella; tal es el caso de San Beda el Venerable, autor de sermones sobre la Anunciación, la Visitación y la Purificación. Ambrosio Auperto, en el siglo vm, es autor de los primeros sermones latinos consagrados directa y exclusivamente a celebrar a María; tratar los temas de la maternidad divina y de la virginidad perpetua con ocasión de las fiestas de la Asunción y de la Natividad. De Alcuino de York, en pleno ambiente carolingio, deriva la práctica litúrgica y privada de consagrar el sábado a la Madre de Dios. Todavía en el siglo ix, dos monjes de Corbie escriben los primeros tratados de mariología salidos del monaquismo occidental: Ratramno y Pascasio Radberto. Y, en épocas más avanzadas, destacan por su impacto devocional Ruperto de Deutz, el primero en aplicar a María el Cantar de los Cantares, y las místicas Matilde de Hackeborn y Gertrudis la Grande. Pero más que en la mención puntual de ciertos autores, la irradiación mariana de los monasterios benedictinos —empezando por el de Cluny— hay que buscarla a través de plegarias y gestos devocionales que se esparcen por toda Europa: visitas y procesiones a capillas dedicadas a Nuestra Señora, prosas y antífonas marianas, narraciones populares de milagros, iconografía. Añadamos que las escuelas abaciales fueron grandes centros de formación y de educación cristianas y difundieron alrededor de ellas el amor filial que la humanidad tributa a la Madre del Salvador. Tampoco hay que olvidar las peregrinaciones, uno de los elementos devocionales más eficaces y todavía hoy llenos de vitalidad; en todos los países de Occidente se encuentran célebres san42

tuarios de la Virgen María establecidos en monasterios: en la actualidad, un centenar de cenobios benedictinos propiamente dichos están dedicados a la Santísima Virgen. En todos ellos su posición con respeto a la doctrina y al culto a María se resume en las notas ya mencionadas más arriba de sobriedad y de vinculación a la liturgia. Tal es la característica que desde la Edad Media ha marcado la devoción mariana benedictina. La función específica de María en el designio salvífico es proclamada sin ambages: la Virgen es Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Por eso la teología y la espiritualidad marianas de los hijos de San Benito son cristológicas y soteriológicas.

3.

María y las virtudes monásticas

Tanto o más importante que la constatación histórica de cómo los monjes han contribuido en la Iglesia a fomentar el culto y la devoción a María es percibir la coincidencia entre algunas actitudes básicas del monje en su itinerario hacia la perfección de la caridad y el ejemplo de la Virgen en su respuesta al designio de Dios. Si ella es modelo de todo creyente y se encuentra en el interior de la Iglesia en camino, es comprensible que sustente con su mediación materna la vida de los que intentan seguir a Cristo en un particular radicalismo evangélico. Dado que la RB es el punto de referencia obligado de toda la tradición benedictina, resulta sugestivo establecer puntos de contacto entre algunas virtudes monásticas fundamentales y las que resplandecen en María. Podrán arrojar luz sobre el silencio que constatamos en el código benedictino referente a la Madre de Dios 3 . 3.1.

«Conservaba en su Corazón todos estos acontecimientos y los meditaba»

En dos ocasiones el Evangelio nos habla de cómo la Virgen retenía, meditaba, recogía en su corazón los recuerdos de la infancia de Jesús (Le 2,19,51). En ambos contextos el sentido es que María, asumiendo las Escrituras que predecían todo aquello de que ahora era testigo, se acordaba de dichas realidades. Conocía las profecías. Algunas se ha3 Nos inspiramos especialmente en nuestro Léxic d'espiritualitat benedictina (citado en la nota anterior) y en los artículos de JEAN LECLERCQ, «Marie á la lecture du Christ», en Collectanea Cistercensia, XL1X (1987), pp. 106-116, y GIOGIO M. PICASSO, «LO spirito del Magníficat nella Regola di S. Benedetto», en L'ulivo, N. S. XVII, n. 3 (lugliosettembre 1987), pp. 17-22.

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bían cumplido ante sus ojos. En su conciencia interior ahora compara. Hay una correlación entre la visión de la realidad y la asimilación de las consecuencias para la propia vida de fe. Una tradición iconográfica representa a María leyendo, y hasta un abad del siglo xn, Pedro de Celle, se complace en construir una teología de María en relación a Cristo a través de la simbología del libro: María es un libro porque contiene en su corazón las palabras y las acciones de su Hijo. Añadamos, por nuestra parte, que María fue antes lectura que libro. Asimismo un comentarista carolingio de RB, Esmaragdo, habla de la ruminatio de María, porque, a semejanza de la asimilación del alimento por parte de los rumiantes, la Madre de Dios efectuaba la lectura de los acontecimientos salvíficos saboreándola en el silencio junto con el crecimiento en la fe. Guardar, conservar, fijarse implican perseverancia y compromiso. De hecho los misterios de salvación conllevan una permanencia de recuerdo actualizado, una anamnesis en el sentido con que Jesús decía: «Oshará recordar todo lo que os he dicho» (Jn 14,26), o todavía: «Haced esto en conmemoración mía» (Le 22,19). María, a la luz del misterio pascual, pudo comprender cómo toda la infancia de Jesús conducía a su muerte y resurrección. Podía releer y reinterpretar los hechos salvíficos que, en un primer momento, no comprendió (cf. Le 2,50). Pero el mismo Espíritu, que en otro tiempo había inspirado a los profetas y que había fecundado las entrañas de ella en los albores de la redención, operaba una profundización del recuerdo —el memorial— de las maravillas de Dios y la hacía digna de la bienaventuranza de «los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Le 11,28). María veía con los ojos de la fe y progresivamente descubría el valor de los textos sagrados que, a la vez que revelan, ocultan. «Con razón en la expresión "bienaventurada la que ha creído" podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María, que el ángel saludó como "llena de gracia"» (Redemptoris Mater, 19). La comprensión tras los períodos de oscuridad abre el camino a la maravilla, como en el caso de María y José (cf. Le 2,33) y en el de los discípulos al entrar en contacto con Cristo resucitado (cf. Le 24,41). Es el fruto de la contemplación silenciosa, inspiradora no sólo de la fe, sino también de la obediencia a los designios de Dios: «que se abrace calladamente con la paciencia en su interior» (RB 7,35). Es la experiencia que el discípulo de San Benito realiza con aquella práctica que, junto con el «ora et labora» enmarca el horario monástico: la lectio divina. Con este nombre RB 48,1 designa la lectura meditada y rezada de la Escritura. Lectura lenta no para adquirir nuevos conocimientos, sino para asimilar lo que Dios quiere decir a través de

La conocida frase (Le 1,48) que explica los motivos iniciales de la acción de gracias que es el Magníficat contiene una gran densidad espiritual. Es una explicación del motivo de la alegría de María y de su invitación a la alabanza. Se refiere a la situación de insignificancia que es objeto de la atracción del Señor. Pequenez que Dios mira, tal como miró en otro tiempo la cautividad de Israel en Egipto (Ex 3,7; 4,31) y las situaciones de desgracia del pueblo o de algunos fieles concretos. Dios mira la aflicción de los suyos que están en una situación de humillación, es decir, mira a los pobres de Yahvé que pasan de la desgracia a la confianza, a la paciencia activa que es fermento de esperanza entre el pueblo. El Magníficat encuentra en María quien mejor encarna a estos pobres; precisamente su Hijo se declarará «humilde de corazón» (Mt 11,29) y su vida terrestre es descrita como un anonadamiento. Se hará obediente hasta la muerte en cruz (cf. Fl 2,5-11); pero ya antes, en el momento del bautismo, se presentará como siervo-hijo (Le 3,21-22) y pondrá a los niños como memorial pedagógico o signo pro-

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lo que uno lee. Por ello es también lectura desinteresada, gratuita, que no busca un provecho utilitario inmediato, sino que deja que Dios hable a través del texto. Esta lectura, comprometida, personalizada, en contacto directo entre el autor —Dios— y el lector, es asimismo dialogal, con la doble dimensión de acogida de la Palabra y de compromiso personal. Por ello hay que hacerla en un clima de oración, de recogimiento interior, de constatación de la presencia de Dios, en un vaivén constante de lectura y plegaria. De hecho, sólo se puede hablar de lectura divina cuando se hace con espíritu de diálogo con Dios desde la fe, superando las dificultades del primer contacto con el texto y evitando el vagabundeo espiritual. Por eso hay que leer «enteramente y por orden» (48,15). Además, es preciso encontrar gusto en esa lectura (cf. 4,55) y perseverar en ella, lo que justifica que sea regulada municiosamente (cap. 48). Lectura y oficio divino se enriquecen mutuamente, inseparables también de la oración individual. Pero la lectura no es resultado de ningún método concreto, sino que sólo el Espíritu Santo puede ir transformando la letra de la Escritura en palabra de vida. El mismo Maestro interior llevará al fhonje a la verdad total (cf. Jo 14,26; 15,13), con el mismo ímpetu creador que fecundó las entrañas de la Virgen Santísima. 3.2.

«Ha mirado la humildad de su Esclava»

fético de la humildad (Mt 18,1-4). La niñez espiritual que Jesús presenta como actitud evangélica básica es la virtud que se encuentra en María. Dice de ella el Concilio Vaticano II: «Ella resplandece entre los pequeños y los pobres de Yahvé, que esperan confiadamente la salvación y de El la reciben» (LG 55). La humildad de María hace que ella misma se llame «esclava». Ya se designó así al final del episodio de la anunciación y lo repite en el inicio del Magníficat. Así se pone al lado de aquellos humildes que, como dirá después, Dios enaltece, de aquellos pobres a quienes Dios colma de bienes. No tiene que sorprendernos nada que sea suya dicha actitud, porque, siendo la discípula más perfecta de su Hijo, vive también su movimiento de humillación-exaltación que constituye los dos tiempos del misterio pascual. Dios ensalza a los humildes. Una virtud tan central como la humildad tampoco resulta extraño que ocupe un lugar destacado en la Regla benedictina. Sólo que en ella tiene un alcance más amplio que el que le ha atribuido la escolástica y el lenguaje habitual, por la simple razón de que está más cerca del sentido bíblico de la expresión. Para San Benito, la virtud que describe en el capítulo 7 incluye toda la trayectoria humana y ascética del monje. La presenta en doce grados como aplicación del principio lucano que «Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Le 14,11). La humildad es la fundamental disposición de espíritu cristiano, mientras que el orgullo excluye toda posibilidad de salvación. A partir del temor de Dios, pues, y de una renuncia heroica, se llega a la caridad perfecta. Perfección que pide la obtención de todos los grados de humildad, sin que necesariamente éstos indiquen etapas sucesivas de crecimiento espiritual que haya que superar por orden cronológico. Pero sí que contienen una concatenación lógica: los siete primeros describen disposiciones internas; los cinco últimos, actitudes exteriores. Trazan unas virtudes que llevan a la perfección: temor de Dios (primer grado), obediencia (grados segundo al cuarto), anonadamiento (grados quinto al séptimo), solidaridad comunitaria (grado octavo), taciturnidad (grados nono al undécimo), compostura externa humilde (grado duodécimo). La humildad permite al monje conocerse a sí mismo, obtener la pacificación necesaria a quien busca a Dios. Le evita la presunción típicamente religiosa del legalismo o del deseo de experiencias místicas extraordinarias. Le es una especificación de la fe, que se caracteriza por la receptividad hacia Dios que habla. Como disposición del corazón dinámica, la humildad benedictina tiene unas finalidades. La primera es transformar las motivaciones. Todo se hace «por amor de Cristo» (7,69) y gracias a la acción del Es-

Otra frase del Magníficat, ahora sus palabras iniciales (Le 1,46), pueden resumir la trayectoria vital de María y el itinerario místico del monje, porque no sin motivo el Magníficat es una prueba de la presencia constante de María en el camino del pueblo de Dios hacia la luz (cf. Redemptoris Mater, 35). Es más. El pórtico del Magníficat no sólo resulta una plasmación de que María precede al pueblo cristiano en el camino de la fe (cf. LG 58; Redemptoris Mater, 5-6), sino también de su misión de precursora en la alabanza al Señor. Si la anunciación es el punto de partida de la peregrinación de María en la fe, la visitación es el origen de toda una vida de alabanza, porque tanto la fe formulada en el «Hágase en mí» como su cántico, que es la consecuencia, encuentra continuidad en toda su peregrinación hasta la asunción a los cielos. Incluso la continuidad se prolonga más allá de su existencia terrena, ya que la Iglesia, asumiendo el cántico de María, perpetúa unos mismos sentimientos de acción de gracias, se inserta en una respuesta única de la humanidad al acontecimiento de la encarnación, que tiene en María a su iniciadora y que sólo encontrará la plenitud hasta que el último de los elegidos abra los ojos a la eternidad. Pues bien, el monje se considera uno de estos elegidos que ha oído la llamada de Dios y se dispone a un encuentro con Cristo, a dialogar toda la vida con él. Reñexiona sobre el sentido de la existencia humana y especialmente sobre la necesidad de la gracia para poder avanzar en

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píritu Santo (cf. 7,70). Otra finalidad de la humildad es una transformación psicológica por la cual la actitud vital cristiana llega a ser como una segunda naturaleza («sin ningún esfuerzo, como naturalmente, por la costumbre», 7,68). Y en tercer lugar, la finalidad mística: el monje «llegará pronto a ese grado de amor a Dios que, por ser perfecto, echa fuera todo temor» (7,67). Al conceder tanta importancia a la humildad, San Benito más que darnos una Regla para principiantes (cf. 73,1) ofrece unas pautas que no tienen nada que envidiar a la ascesis de los padres del desierto, porque para él la perfección se sitúa claramente en el amor de Cristo. Desaparece toda oposición entre acción y contemplación. Y, paradójicamente, la verdadera humildad aparta al monje del afán de ser humilde, para centrarlo todo en Dios. Una pedagogía de la salvación que se sitúa en el mismo plano que la humildad de María, la que «resplandece entre los pequeños y los pobres de Yahvé».

3.3.

«Engrandece mi alma al Señor»

su objetivo. Y es ahí donde descubre el sentido de la humanidad. Se apercibe de que no puede hacer nada bueno por sí mismo, sino por el Señor. Asume la doctrina paulina de ser, por la gracia de Dios, lo que se es (cf. 1 C 15,10) y de gloriarse únicamente en el Señor (cf. 2 C 10,17). Y así los que llegan a tal madurez de fe, «proclaman la grandeza del Señor que actúa en ellos» (operantem in se Dominum magnificant, RB pról. 30). Es decir, no aceptan pasivos la constatación de la acción de Dios, sino que reaccionan con la alabanza. Aquí, sin pretenderlo pero con una providencial convergencia, la enseñanza benedictina coincide con la misma actitud de fe expresada en el Magníficat: el Omnipotente ha hecho cosas grandes en mí. María se apresura a reconocer que es obra de Dios todo cuanto ha sucedido en ella; el monje, a su vez, reconoce que Dios es el primer protagonista de la historia de la salvación que se realiza por medio de él desde el momento en que abraza la vida monástica. Siempre es la fe lo que permite convertir la propia vida en alabanza de Dios. Como María que presta su asentimiento al plan divino propuesto por el ángel, el monje responde a la voz de Dios, con confianza en la palabra del Señor, ceñida la cintura con la fe y la observancia de las buenas obras (cf. Pról. 21). Toda su vida tendrá que testimoniar la fe que lo anima, progresando en la fe y en la vida monástica (cf. Pról. 49). Así ensanchará el corazón por la dulzura de un amor inefable.

4. Conclusión Entre los títulos que San Bernardo reconoce a María hay el de «abogada»: «advocatam praemisit peregrinationi nostrae». El carisma que San Benito ha legado a sus hijos no es otro que «correr por el camino de los mandamientos de Dios» (Pról. 40). En este camino encuentran —ya que no son desterrados, sino peregrinos— quien les precede como abogada que les ayuda y les sostiene. Así se ven insertar en la concreta situación de la Iglesia a la que solamente quieren aportar el deseo de vivir la fe expresada en la alabanza: operantem in se Dominum magnificant. La peregrinación de la fe de todo el pueblo de Dios, en la que María le precede, es sustentada por la fe de la Virgen. Los monjes la expresan con el Magníficat de María, que siempre ha sido su cántico vespertino, símbolo de toda una vida de reconocimiento de las maravillas de Dios.

48

MARÍA EN LA ORDEN DEL CARMEN Miguel María Arribas, O.Carm.

Muchacho de trece años, cuando ingresé en el «seminario mariano» —así se llamaba al seminario menor carmelita— llamó poderosamente mi atención el oír a los religiosos decir «Nuestra Santísima Madre» siempre que se referían a la Virgen y, a veces, me sorprendía observándoles cómo, al pasar ante la imagen de la Virgen del Carmen, inclinaban la cabeza, a la vez que besaban reverentemente el escapulario de su propio hábito. De vez en cuando, les oía la frase «Carmelus totus marianus» que, al pronto, me pareció un latinajo, pero que, más tarde, supe que era una frase cabal del célebre carmelita del siglo xv, Juan Paleonidoro. Celebraban también con tal regocijo comunitario los acontecimientos marianos que todo ello me resultaba nuevo, misterioso. Crecí, y también yo he cumplido con estas costumbres. Y siempre que vuelvo la vista atrás, descubro más claramente que lo que aquellos religiosos estaban transmitiéndome era una de las mejores tradiciones del Carmelo: el singular amor a María. Uno de los títulos marianos más antiguos y que goza de profundas resonancias bíblicas es, sin duda, el del Carmen, palabra que en todas sus acepciones etimológicas significa verso, jardín florido. Es también la devoción «local» más extendida en la Iglesia, tanto en su rica espiritualidad como en su signo externo, el Escapulario, que ha recorrido todos los caminos misioneros. El carisma mariano de la Orden del Carmen, la característica más sobresaliente de su presencia en la Iglesia, ha experimentado, al igual que la Iglesia entera, la perplejidad de la reciente crisis mariana. Como toda la Iglesia, también el Carmelo está logrando un más justo equilibrio y asistiendo a la renovación de la misma. Prueba de ello son las 51

densas reflexiones de los últimos capítulos generales, las de algunos especialistas en la materia y el anunciado Congreso Internacional Carmelita, con su preparación previa en cada una de las provincias y de los conventos1. No es tarea fácil la renovación de un carisma secular. Eso vendrá sólo cuando la herencia del pasado llegue a tener impacto en el momento presente. Existen en la Orden suficientes vivencias históricas como para iluminar el presente y el futuro. El carisma de la Orden del Carmen ha girado, a lo largo de sus ocho siglos de existencia, en torno a dos modelos referenciales, inspiradores de su forma de ser: En la Virgen María, los carmelitas han descubierto la actitud de constante referencia a Dios, en disponibilidad purísima a sus planes. Y en el Profeta Elias, el talante profético, como experiencia personal de Dios y testimonio valiente de su presencia en un mundo materializado (Constituciones, n. 14).

1.

Origen singular de la Orden

Al final de la tercera cruzada (año 1193), algunos peregrinos occidentales —quizá también algunos cruzados— se establecieron en el frondoso valle «Wadi es-siah», del bíblico Monte Carmelo, y se instalaron junto al lugar llamado «Fuente de Elias»2 con el deseo de seguir los pasos de Jesucristo, teniendo como modelo al contemplativo y apasionado Profeta Elias, cuyo recuerdo se sentía palpitar entre aquellas rocas (1 Re 18,19-46). Comenzaron viviendo cada uno por su cuenta en las cuevas naturales de la montaña de 25 kilómetros, que se extiende desde Haifa hasta la llanura de Esdrelón. Un día, a principios del siglo xm, decidieron reunirse en una comunidad y solicitar al patriarca de Jerusalén, Alberto de Avogadro, una «Formula de vida» común, según los deseos que le manifestaron. El prelado la escribió entre los años 1206 y 1214, tomando como modelo la comunidad de los primeros cristianos de Jerusalén. Hoy, a esta «Formula vitae» le damos el nombre de «Regla de San Alberto»3. 1

COMISIÓN MARIANA CARMELITA, Comunicación provisional, Roma, 1985, 32 págs. JAIME DE VITRY (1240), Historia Orientalis sive Hierosolimitana, Dovai, 1597, f. 85, ce. 51. 3 Aprobada por Honorio III en 1226 y adaptada a la vida mendicante por Inocencio IV, en 1246. GARLO CICCONETTI, O, Carm., La Regola del Carmelo, origine-naturasignificato, Roma, 1973. Cfr. Un proyecto de vida: La Regla del Carmelo hoy, grupo de especialistas bajo la dirección de BRUNO SECONDIN, O, Carm., Ed. Paul., Madrid, 1985, 300 págs. 2

52

Ninguno de aquellos ermitaños se otorgó el nombre de fundador y jamás le fue concedido a nadie tal título, aunque sean conocidos los nombres de algunos de ellos, como Brocardo y Bertoldo. La Regla, precisamente, está dirigida a un tal «B», que la tradición ha interpretado como Brocardo. El Carmelo se presentó así en la Iglesia tras un misterioso anonimato. Fue el grupo entero el que sintió la misma llamada y el que consideró a Elias como su modelo y «Padre espiritual». La Regla les enseñaba, de todos modos, el objetivo final de sus vidas: «Vivir en obsequio de Jesucristo y servirle fielmente con un corazón puro y recta conciencia» (Introducción).

2.

Una capilla en honor de María

En el capítulo X, la Regla les prescribía que vivieran cada uno en su celda separada de las demás y que, en medio de ellas, se edificara un oratorio para las celebraciones litúrgicas y las reuniones comunitarias. De común acuerdo, aquel grupo de hombres lo erigió en honor de María, la Madre de Dios. El año 1220, un testigo decía en «La citez de Jerusalem»: «En la ladera de esta misma montaña hay un bello y deleitoso lugar, donde habitan los ermitaños latinos llamados Hermanos del Carmelo, donde hay una iglesita de Nuestra Señora». Todavía se conservan los venerables restos, testimonio de aquella opción mariana, de la que dijo el beato Tito Brandsma: «Nomen fuit ornen» (El nombre fue un presagio)4. El hecho de dedicarle a María una iglesia significaba en la mentalidad feudal no sólo dedicarse al servicio del templo, sino también ponerse completamente a disposición de María, con una consagración personal con juramento. Era el sentido de pertenencia a la «Señora del lugar», a la cual había de orientarse toda la espiritualidad. En el caso de los carmelitas, aquella elección indicaba la voluntad que tenían de orientar sus vidas de «seguimiento de Jesús» según el modelo evangélico de María. Los carmelitas tomaron conciencia plena de estar dedicados de manera especial a la Virgen, e incluso de que la misma Orden había sido fundada para alabanza y gloria de la Madre de Dios. Así lo expresó Urbano IV, el día 20 de febrero de 1263, al conceder indulgencias para 4 TITO BRANDSMA, O, Carm., Dictionaire de Spiritualite, fase. VII, col. 157-171, París, 1935, Voz «Carmes».

53

la reconstrucción del convento del Carmelo, «donde se halla el principio y origen de dicha Orden, para gloria de Dios y de la gloriosa Virgen, su Patrona». De este hecho tomaron su nombre, llamándose «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo», que el pueblo fiel aceptó con gozo y la autoridad pontificia sancionó muy pronto, e incluso indulgenció. Aquel grupo de eremitas llegó a extenderse por numerosos lugares de Tierra Santa, pero debido a las continuas guerras entre musulmanes y cristianos, durante las cuales murieron gran número de carmelitas, hubieron de abandonar aquella bendita tierra y volver a Europa. La primera noticia de su presencia en el Viejo Continente es del año 1235. El trasplante de la Orden fue una operación delicada que abrió un período crítico en el que fue cuestionada incluso la existencia de la misma. El estilo erimítico y profético no fue bien recibido en una Europa que acababa de abrir sus brazos a los frailes mendicantes, franciscanos y dominicios, quienes en el II Concilio de Lión (1274) se opusieron de plano a las «nuevas» órdenes —la Regla había sido aprobada por Honorio III en 1226—, y sobre todo al título de «Hermanos de María», difícil ciertamente de comprender para los ajenos a aquel grupo carmelitano. Cuando pasaron aquellas penosas circunstancias y la Orden fue aprobada como la tercera mendicante por Bonifacio VIII, en 1298, se celebraron memorables fiestas de acción de gracias que, en 1642, se convertirían en las patronales. Por los años de la emigración, Europa era testigo de una creciente devoción a Nuestra Señora. Los carmelitas reforzaron entonces su carisma inicial dedicando a María su misma Profesión religiosa y todos sus templos y casas, como siguen haciéndolo hoy. El primer documento papal en el que consta el nombre de «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo» es de Inocencio IV, el día 13 de enero de 1252. Está, pues, fuera de duda que, «a mediados del siglo xm, la Orden era ya absolutamente mariana y fundada en honor de María» 5 . En el capítulo general de Londres, el año 1254, fue elegido Prior General el inglés Simón Stock, quien imploraba de continuo la protección de Nuestra Señora sobre su Orden. Según quiere una tradición que data del siglo xiv, la Virgen se le apareció entregándole el Escapulario de la Orden y prometiéndole una especial protección y la salvación eterna a los que le vistieran cristianamente. Este hecho ha reper5

VALENTINO MACCA, OCD, NUOVO Dizionario di Mariologia, Milán, 1985, Voz

«Carmelo», 312.

54

cutido de manera singular en la posterior historia mariana del Carmelo 6 , como veremos 7 . Un factor preponderante fue la normativa de las Constituciones de 1294, de que «siempre que alguno pregunte por nuestro nombre, se le ha de dar el de la Bienaventurada Virgen» (Cons. 1294, 184).

3.

Patrona, Madre y Hermana de la Orden (siglos XIII y Xiv)

En virtud de la opción mariana que realizó aquel primer grupo de carmelitas, la Virgen María vino a ser considerada Patrona. Para entender esto es preciso tener presente que aquellos eremitas se movían dentro de un cauce cristiano-occidental, aunque guardando las formas de su situación en Palestina. La vida feudal llevaba consigo implicaciones especiales: Ya he dicho que el dedicar una iglesia significaba entonces ponerse al servicio del titular. Ello comportaba un verdadero vasallaje espiritual, con consecuencias eclesiales e incluso civiles. El «titulus» de una iglesia era esencial para gozar de la aprobación, aunque sólo fuera episcopal, de una familia religiosa y la elección del título llevaba consigo la orientación espiritual. La palabra «servitium» significaba que las personas se ponían completamente a disposición del patrón, en este caso «Patrona», con una consagración personal, ratificada con juramento y, en el caso carmelita, sancionada con la profesión religiosa. Aquellos ermitaños venían a encontrarse de continuo con el corazón y el pensamiento vueltos a María. Así, a la dedicación de una parte correspondía la protección de la otra. Poco después, la figura de María, siguiendo como Patrona, perdió el carácter jurídico-feudal (quizá porque ya no estaban los carmelitas en Palestina) para tomar aspectos más «humanos», comenzándose a llamarla Madre y Hermana. El título de Madre es la realidad teológica de María, «La Madre del Señor», como la llamaban en Palestina. La maternidad espiritual de María está en el centro de la más pura tradición de los carmelitas desde que aparecieron en escena. Ellos son sus hijos, sus hermanos, como lo somos todos de Cristo, sentido que queda reflejado en la liturgia de la fiesta del Carmen: 6 JOACHIN SMET, O., Carm., Los Carmelitas. Historia de la Orden del Carmen. I. Los orígenes. En busca de identidad. BAC, Madrid, 1987, 37. 7 LUDO vico SAGGI, O, Carm., Santa María del Monte Carmelo, en Santos del Carmelo, Madrid, 1982, 154 ss.

55

«La Virgen María, Madre del Carmelo... fue constituida Madre espiritual de los hombres. Y ahora mientras cuida con cariño maternal de los hermanos de su Hijo, nos precede como signo de esperanza segura y de consuelo, en nuestro peregrinar hacia el monte de la gloria»8. El título de Madre lo encontramos oficialmente, por primera vez, en el capítulo de Lombardía (1333), en el que se llamó a María «Gloriosae Virginis Matris nostrae de Carmelo». Es muy conocido también el apelativo de la antigua plegaria carmelitana «Flos Carmeli», en uno de cuyos versos se llama a María «Mater mitis» (Madre amable), que llegó a hacerse muy común. Y en 1499 se publicó el Vexillum Carmelitarum, en el que María dice de sí misma: «Sum Mater decor Carmeli», título que sigue siendo actual entre los carmelitas, aunque entre los hermanos descalzos de la Orden haya prevalecido el de «Regina decor Carmeli». Los títulos de Patrona y Madre se entienden perfectamente. Teresa de Jesús, después de aprenderlos y vivirlos en su convento de la Encarnación, los escribió a borbotones: «Si algo bueno hubiere, sea para honra y gloria de Dios y servicio de la sacratísima Virgen, Madre, Patrona y Señora nuestra, cuyo hábito yo tengo, aunque harto indigna» (F. Pr. 5; 14.5). Más difícil de comprender es el título de Hermana, el más original y el menos frecuente con respecto a las demás órdenes e institutos religiosos9. Mirando a Ella como animadora de la primera comunidad cristiana, los carmelitas aprendieron a estar juntos como hermanos del Señor. María, además de Madre, era discípula del Señor. El título de «Hermana» está ligado a la literatura y al arte carmelitas del siglo xvi y tiene poco que ver con la historia 10 . Las leyendas o florecillas del Carmelo destilan un candor ingenuo que alimentaba el sentido de «familiaridad» con María. Con el debido respeto a la Madre de Dios, los carmelitas la consideraban como una más de ellos. Aquella que les había admitido en su casa para vivir, juntos, el compromiso de seguir al Salvador. Son leyendas que han alimentado a generaciones de antiguos frailes, entre otras: La nubécula del Carmelo en la que el Profeta Elias vio a la Inmaculada Concepción (1 Re 18,44); las visitas que María niña 8 Propio de Misas de la Orden del Carmen, Madrid, 1977, Prefacio de la Conmemoración solemne de la V. M. del Monte Carmelo. 9 BRUNO SECONDIN, O, Carm., Sub tutela Matris, María en el Carmelo, en Documentos Carmelitas, 8, 121. 10

LUDOVICO SAGGI, ibid.,

177.

56

realizó a la montaña del Carmelo con sus padres para estar con la «comunidad» de eremitas; el culto que los mismos eremitas tributaron a María antes de nacer, a la «Virgini Pariturae» y el título mismo de «Hermana». No podemos ciertamente dar valor histórico a estas fantasías, pero ellas nos descubren la necesidad que tenían los eremitas de darse una «referencia» viva, tangible y de indudable valor. Nacieron al calor de la contemplación, y de ella reciben su contenido teológico-espiritual: María estaba presente como modelo y proyecto evangélico de lo que ellos anhelaban llegar a ser. Todo esto lo dejó dicho el carmelita belga Miguel de San Agustín (muerto en 1684) en el tratado más famoso de la producción marianocarmelitana, la «Vita mariaeformis et mariana in Maria et propter Mariam»", que más tarde divulgaría San Luis María Grignion de Monfort. Ha quedado dicho que el título de «Hermanos de la Virgen María» lo trajeron los carmelitas de Palestina, pero que en Occidente no fue bien recibido, lo que motivó una célebre disputa en la Universidad de Cambridge (año 1347), entre carmelitas y dominicos, en la que prevaleció el derecho de los primeros a usar ese nombre. La primera alusión al mismo es de Juan de Heldesheim (1370), quien en su Defesorium Ordinis llama a María «religioni sóror» 12 . Y en el siglo xv, Tomás Badley habla de la famosa procesión de Chester, en la que, al pasar los carmelitas ante la imagen de María y, como era su costumbre, inclinar la cabeza, la imagen se dirigió hacia ellos, con su dedo índice, diciendo: «He aquí a mis hermanos». La primera síntesis de la mariología carmelitana la efectuó en 1479 el belga Amoldo Bostio, en su libro «Patronato y patrocinio de la Santísima Virgen María sobre la Orden del Carmen que le está consagrada».

4.

«Virgo Purissima» (siglos XIV y XV)

Los carmelitas no se limitaban sólo a indicar la protección de María ni tampoco el servicio o dedicación a Ella, sino que señalaban que entre ellos y María existía un lazo interior de semejanza evangélica, su condición virginal. Esto les llevó a venerarla como «Virgen purísima». 11 MIGUEL DE SAN AGUSTÍN, O, Carm., La vida en unión con María. Nebli, Madrid, 1957, 210 págs. 12 DANIEL DE LA VIRGEN MARÍA, O, Carm., Speculum Carmelitanum, Amberes, 1680, I, núm. 780.

57

Veían en la virginidad de María el modelo de su propia vida, pero no principalmente por la integridad corporal, sino más bien como la disposición para la unión con Dios, como una constante referencia a su Palabra, como la integridad mental ante un Dios que ocupa el corazón limpio y libre, como la disponibilidad íntegra y virginal para que Dios actuara en ellos, como en María, a favor de los hombres. Purísima venía a ser como lo genuino, lo auténtico del corazón. Así lo recogen las actuales Constituciones de la Orden (del año 1972), que dicen: «En la Santísima Virgen, Madre de Dios, arquetipo y fuente de inspiración en el orden de la fe, la esperanza y la caridad, por su integral pureza y la total sumisión con la que se abrió al Señor, vemos la imagen perfecta de todo aquello que anhelamos y esperarmos ser» (n. 14). El Carmelo nació en un contexto de contemplación en el que «Purísima» tenía para los ermitaños la característica de modelo de los contemplativos. Por ello la imitaban en el momento en el que, atenta a escuchar la Palabra de Dios, recibió el mensaje del ángel. María era, para ellos, la contemplativa que «conservaba todas las cosas en su corazón» (Le 2,19,51). Es la Madre de los contemplativos, es decir, de los cristianos sensibles a escuchar la palabra de Dios y a dejarse interpelar por ella. Las monjas contemplativas de la Orden mantienen vivo este ideal. Es curioso, en este sentido, la pintura de la «Virgen de la Contemplación», vestida con el hábito carmelitano, que preside la capilla que la Congregación de Religiosos tiene en Roma para las monjas de clausura enfermas 13 . Todo esto les llevó a venerar a María en el misterio de su Inmaculada Concepción, a defenderla con la doctrina y a hacer del mismo la fiesta patronal de la Orden, antes de que lo fuera la «Conmemoración Solemne» del día 16 de julio, desde el siglo xvi. La capa blanca —cambiada la original «barrada» en el capítulo de Montpellier, el 22 de julio de 1287— vino a ser el símbolo de la pureza de María y la de sus hermanos. En el mundo inglés aún se llama a los carmelitas «Whitefriars» (frailes blancos). Hacia el año 1300, el arzobispo de Armagh, Richard Fitzralf (el «Armacano»), pudo decir en un célebre sermón predicado en la fiesta de la Inmaculada Concepción, en el convento de los carmelitas de Aviñón, a la que acudía el Papa: 3

L. SAGGI, Santa María del Monte Carmelo, Roma, 1986, 39.

58

«Esta santa y antigua Orden suya de los carmelitas defiende, en su costumbre de solemnizar esta fiesta de forma tan singular, poner un paralelismo, según creo, entre la fiesta y la blancura de su hábito14. Algo más tarde, en 1380, el catalán Felipe Ribot, en su libro «Institución de los primeros monjes» desarrolla la armonía de la virginidad entre María y los carmelitas.

5.

La Virgen del Escapulario (siglo XVI hasta nuestros días)

Es la figura dominante en los últimos siglos, y llega hasta nuestros días, aunque no estén ausentes los demás títulos. Pocas advocaciones marianas han logrado una popularidad tan grande como la de la Virgen del Carmen y su Escapulario, una fiesta que comenzó siendo de familia y que ha alcanzado una difusión cosmopolita, como lo atestigua Pablo VI: «Entre todas las devociones marianas debe colocarse, en primer lugar, la del Escapulario de los carmelitas» 15 . A pesar de que la reciente crisis parece haber barrido, en su acepción más popular, el llevar al pecho el escapulario, sigue viva la devoción a la Virgen del Carmelo. El escapulario ocupa, indudablemente, un lugar central en el patrimonio mariano. Desde el siglo xiv ha sido un elemento importante, incluso principal, aunque no exclusivo, de la postura del Carmelo, a través de la cual se ensancha para alcanzar en fraternidad al pueblo sencillo y humilde, concediendo a todos el «hábito» que hace «miembros» y que conlleva la participación, el compromiso de realizar de manera popular los valores y las orientaciones de la familia carmelitana 16 . «Siendo de tanta conformidad la devoción del santo escapulario con los principios de la fe cristiana —escribe el teólogo carmelita P. Bartolomé María Xiberta—, no hay que admirarse de que atrajera con tanta fuerza el ánimo de los fieles, especialmente'durante aquel tiempo en el que los protestantes y jansenistas, bajo el pretexto de exaltar a Cristo, impugnaban el culto mariano de 14 CLAUDIO CATENA, O, Carm., // culto dell'Inmacolata Concezione nel Carmelo, Carmelus, I (1954), 300. 15 RAFAEL M. a LÓPEZ-MELUS, O, Carm., Mi escapulario, Zaragoza, 1964, 18 (cfr. Enquiridion del Santo Escapulario, Zaragoza, 1957, 624 y Espiritualidad carmelitana, «vademécum de la espiritualidad del Carmelo», Madrid, 1968, 474 págs. 16

BRUNO SECONDIN, ibid.,

125.

59

la Iglesia... El escapulario, en aquel tiempo, fue asumido por todos como la expresión concreta de la devoción a María»17. Esta devoción se extendió muy pronto a toda la Iglesia a través de la Tercera Orden Secular y, sobre todo, de la Cofrafía que se remonta hasta la Florencia de los siglos xm y xiv. Millones de cristianos se revestían con el escapulario. Dice el P. B. Zimmerman, a primeros del presente siglo: «La devoción del escapulario es la asociación más numerosa del mundo». Su difusión en España nos viene documentada, entre otros, por la visita que realizó, en 1566, el célebre general de la Orden P. Juan Bautista Rúbeo —el amigo de Santa Teresa de Jesús—, durante la cual él mismo impuso personalmente el escapulario a más de 200.000 personas. Las tradiciones en las que se apoya esta devoción nacieron en el ambiente de «familiaridad» del Carmelo con María; eran tradiciones «in exempla» de sus propias convicciones de los siglos xiv y xv, pero que, para muchos, se convirtieron en «hechos históricos», de los cuales surgió la devoción. Hoy, una nueva reflexión intenta descubrir la doctrina que las motivó y la posterior vivencia de la religiosidad popular, con sus desviaciones «de vana credulidad» e incluso de incoherencia religiosa (LG 67) que la Orden desea encauzar siguiendo la más sana tradición de sus fuentes. También los frutos sazonados de santidad que ha producido a lo largo de los siglos. Hablo de tradiciones como la visión de San Simón Stock, que se encuentra en el Catálogo de los Santos carmelitas, una recopilación de noticias más o menos breves sobre los santos de la Orden. Las redacciones que actualmente poseemos son del siglo xv, y del mismo siglo los manuscritos que la contienen, aunque es posible que algunas partes hayan sido compuestas antes. Juan Cheron colocó la fecha de la visión en el día 16 de julio del año 1251, aunque, como ha quedado dicho, esta fecha tiene que ver con la clausura del Concilio II de Lión, un 17 de julio, pero de 1274, y que marcó el principio del fin de las hostilidades contra la Orden. La otra visión es del Papa Juan XXII, tal y como consta en la «Bula sabatina» del 3 de marzo de 1322. La visión de San Simón Stock quiere que este general de la Orden —sin aclarar aún del todo su biografía— pidiera constantemente el favor de María para la Orden y, según quieren los documentos: 17 a BARTOLOMÉ M. XIBERTA, O, Carm., Sentido íntimo del Escapulario del Carmen (1950), en Escapulario del Carmen (revista de la Familia Carmelitana), julio-agosto de 1987, 230.

60

«La Virgen se le apareció llevando el escapulario de la Orden en sus manos benditas, diciendo estas palabras: Este será privilegio para ti y para todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, quien muriere con él, se salvará». Y la otra, el «Privilegio sabatino» promulgado por Juan XXII, quiere que la Virgen María se le apareció a este papa y le dijo: «Yo, su Madre de gracia, bajaré el sábado después de su muerte y, a cuantos religiosos o cofrades hallare en el purgatorio, los llevaré al monte santo de la vida eterna». Dos tradiciones que han sido recordadas por el Papa Pío XII en el VII Centenario del Escapulario (1950-1951), en su Carta «Neminem profecto latet», del 11 de febrero de 1950, y en la que decía. «Entre todas las devociones de María debe colocarse, en primer lugar, la del Escapulario de los Carmelitas, que, por su misma sencillez al alcance de todos y por los abundantes frutos de santificación que aporta, se halla extensamente divulgado entre los fieles»18.

6. Sentido íntimo del Escapulario En su Carta, Pío XII decía que el Escapulario es esencialmente un vestido que une a cuantos lo llevan a la familia del Carmelo y que pide la imitación de las virtudes simbolizadas en él, como la humildad, la pureza, la modestia, la oración y la esperanza. Lo señalaba también como el signo externo de nuestra consagración a la Virgen María, mediante la cual renovamos la consagración radical de nuestro bautismo. Todo esto queda bellamente recogido en la oración colecta de la festividad de la Virgen del Carmen: «Concédenos, Señor, que cuantos visten devotamente el hábito de la Virgen del Carmen se revistan también de sus virtudes y gocen de su continua protección». Bajo formas de narración histórica, las dos citadas tradiciones aseguran la salvación eterna a cuantos viven y mueren con el Escapulario. Pero «no se trata de una gracia derivada de llevar simplemente un escapulario. La salvación eterna depende de la vivencia del ideal carmelitano de contemplación, de escucha atenta a la Palabra de Dios y del servicio celoso para con los hermanso, ideal hecho realizable con más seguridad por la presencia protectora de María»19. 18 19

AAS, 42(1950), 390-391. STEFANO DE FIORES, El Carmelo hoy, en «Sol de Fátima», julio-agosto, 1984, 6. 61

El Escapulario es un «señal» de la cercanía amorosa y liberadora de María, con claro significado cristocéntrico y eclesial. Es una apremiante invitación para recuperar la confianza en que se cumplirá esta esperanza en el Señor que salva. Esta devoción ha sufrido, como todas, un bajón desde los años sesenta, y ello se debe a que se comenzó discutiendo su fundamento histórico y se terminó perdiendo su sentido íntimo, que no es otro que la imitación de los ejemplos evangélicos de María. El signo exterior no tendrá sentido si no va acompañado de una íntima unión con María y, por María, con Dios. El Escapulario suscita la ayuda del Señor por medio de María, sobre todo en la hora de la muerte, cuando sólo el Señor puede salvar. «El escapulario —dice E. Ancilli—, como signo de consagración a la Virgen, conserva perenne validez espiritual y también una indudable actualidad en el relanzamiento de la teología de los signos»20. El ya citado P. B. Xiberta, un gran carmelita de nuestros tiempos, escribía acerca de este sentido íntimo y nuestra vivencia del mismo: «La devoción a María en toda su plenitud no se limita a rendirle ciertos homenajes en determinadas circunstancias, sino que constituye una dirección permanente de los afectos más íntimos del corazón cristiano. Ser devoto de María no significa seguir sólo una de tantas prácticas piadosas que unimos libremente a la observancia de los preceptos de la vida cristiana, sino que abraza a toda la persona, constituyendo una especie de carácter personal que se funde con el carácter personal del cristiano, del cual se deriva. Por otra parte, nosotros no esperamos de María sólo esta o aquella gracia particular, sino una constante protección. El verdadero devoto de María asume ante Ella la postura del hijo para con su madre. Todo el propio ser se somete a ella. Esta propiedad de la devoción a María se resume en una sola palabra: Consagración, es decir, donación total y exclusiva, por la cual la persona o cosa consagrada depende de Aquella a la cual está consagrada, no en determinados momentos, sino permanentemente»21.

7.

La conmemoración solemne

Los carmelitas celebraban semanalmente la conmemoración litúrgica de María 22 . En la segunda mitad del siglo xiv se inició en Ingla20

E. ANCILLI, OCD,

citado por STEFANO DE FIORES, en ibid., 6.

21

B. XIBERTA, citado por VALERIUS HOPPENBROUWER, O. Carm., en Come il Carmelo ha visto e vede la Madonna, «Carmelus», 15 (1968), 209-221. 22 AGUSTÍN FORCADELL, O. Carm., Conmemorado solemnis BVMde Monte Carmelo, Roma, 1951, 12.

62

térra una «Solemne Conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo», llamada así para diferenciarla de la semanal y que, poco a poco, adquirió una propia fisonomía litúrgica y su fin central, que era el de dar gracias a la «Patrona» por todos los beneficios recibidos por la Orden a lo largo de toda su historia. Efectivamente, diversas motivaciones históricas han motivado esta fiesta que, aún hoy, la denomina así la liturgia carmelitana y romana. Entre ellas caben destacarse el citado fin de las dificultades creadas por las órdenes mendicantes en el II Concilio de Lión, en 1274, porque creían ser nueva una Orden, pero que había sido fundada hacía ya ochenta años, con su Regla en 1209 y la aprobación de la misma por Honorio III en 1226. Nueva era, casi, en Europa, desde 1235, pero la Iglesia católica no era sólo europea, algo que parecían olvidar aquellos frailes mendicantes que no deseaban más compañeros de camino. Precisamente, la fiesta de la Conmemoración Solemne se fijó el día 17 de julio —día del decreto de clausura del citado Concilio, que dejaba una puerta abierta a las órdenes «nuevas» de los carmelitas y de los agustinos— que, a finales del siglo xv, pasaría al día 16 de julio, quizá para respetar la fiesta de San Alejo, por entonces muy celebrada en Europa. Otro motivo que se celebraba en la fiesta era la victoria del título de «Hermanos de la Virgen María del Monte Carmelo» en la Universidad de Cambridge (año 1374) y otros muchos que nos vienen recordados en la «Inviolabilis antiquitatis», atribuida a Nicolás Kenton (muerto en 1464)23. A todas estas motivaciones vendría a unirse el hecho del Escapulario, que repercutió en la vida de la Iglesia y que hizo que la Conmemoración quedara como la fiesta del Escapulario. Ya en el siglo xvi se llegó a centrar todo en él como la suma y compendio de todos los beneficios de María a su Orden. Tal es el sentido de la celebración actual de la Conmemoración Solemne del día 16 de julio. La enorme acogida que la «devoción del Carmen», con sus dos privilegios del Escapulario, encontró entre los fieles hizo que la fiesta se extendiera, primero a algunas naciones europeas que lo solicitaron y, después, a toda la Iglesia. En España e Iberoamérica se extendió en el mismo siglo xvi. En la actual reforma litúrgica, que se inspira en no imponer a todos como obligatorias las fiestas que pertenecen a grupos de fieles, como el Carmelo, aunque esté extendida en todo el mundo, la fiesta ha quedado reducida a memoria libre, bien que donde se dé una destacada de23

Ibid., 68 ss.

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voción popular puede celebrarse con solemnidad. En España es memoria obligatoria. La Orden del Carmen la celebra, por supuesto, como solemnidad.

8. «Conservad estos tesoros» Juan Pablo II, en su alocución a los capitulares del Capítulo General de la Orden, en 1983, les dijo: «Existe en vuestra Orden una profunda tradición cristológica y mariana: Seguir a Jesucristo imitando a María. Os ruego que conservéis estos tesoros». En efecto, así lo recoge la tradición y la actual legislación de la Orden: En la Virgen María encuentra el carmelita inspiración dinámica y permanente para vivir «en los pasos de Jesús» y encarnar el detalle del Evangelio. En Ella quiere ver también «la imagen de lo que desea y espera ser», y ante Ella queda sobrecogido «por su completa pureza y la total disponibilidad con la que se abrió al Señor» {{Constituciones núms. 11 al 16). Nuestros mayores nos han transmitido esta tradición y nos han dado unas pautas a seguir. Ahora nosotros debemos buscar —no sólo copiar literalmente— nuevas corrientes de agua que vivifiquen el presente. A ello nos invita el pasado Prior General, P. J. Falco Thuis: «La inspiración mariana y eliana tenemos que traducirla en la práctica, buscando y viviendo la presencia de Dios vivo y verdadero a través de la solidaridad fraterna con la vida del pueblo. Lo que puede exigirnos una revisión profunda de aquellas actitudes y formas estáticas de vida que hacen inauténtico nuestro testimonio, al alienarnos de la realidad de la historia. Como carmelitas, hemos de redescubrir el mensaje de Dios en la contemplación... Es decir, ofrecer al pueblo lo que específicamente espera de un carmelita: experimentar a Dios en la propia vida, redescubriendo su sentido junto a las clases más humildes y haciendo que emerja la dimensión trascendente de la propia existencia»24. Así lo han descubierto los mejores hijos del Carmelo, cuya profunda espiritualidad de maestros y doctores de la Iglesia ha ejercicio y ejerce gran influencia en la dinámica espiritual-apostólica de muchos cristianos y de gentes de todo el mundo. Piénsese, por citar sólo a los más conocidos, en Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Magdalena de Pazzi, Teresa de Lisieux, Tito Brandsma, Isabel de la Trinidad y Edith Stein. 24 J. FALCO THUIS, O, Carm., Fascinados por el misterio de Dios, Carta del Prior General de los Carmelitas, Roma, 1983, 44-45.

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LA VIRGEN MARÍA EN LA VIDA Y MISIÓN DEL CARMELO REFORMADO Enrique Planas, OCD.

1. El Carmelo, todo de María 1. Carmulus totus marianus. Así reza un aforismo, que expresa lo que ha estado en la mente y en el corazón de todo carmelita, desde la Edad Media: la presencia envolvente de María de toda la vida y la actividad carmelitana. Su figura y su fisonomía espiritual han dejado marcados sus rasgos fundamentales en toda la historia del Carmelo. María está en la raíz de su misma existencia. Ella constituye la médula de la aspiración espiritual de todo carmelita. Ella ilumina y esclarece el camino de su seguimiento de Jesús. La Virgen María es una realidad primaria y determinante, que explica la razón de ser y la misión de la Orden Carmelitana. Por lo mismo, este tema ha sido objeto de estudio y reflexión frecuente en todos sus aspectos. Desde hace treinta y cinco años se vienen publicando obras y estudios sobre el particular, que tratan de esclarecer todos los temas. No es fácil ser originales en este terreno. Tampoco lo pretendemos. A vista de la bibliografía, apenas si podemos ofrecer otra cosa que una síntesis de datos y hechos ya conocidos y muchas veces comentados. No obstante, intentaré situarlos en su contexto e interpretarlos en una dimensión más amplia de lo que en ocasiones se ha hecho, en conformidad con las exigencias del desarrollo de la piedad y la devoción mariana en general'. 1 Como obras y estudios más importantes pueden verse: GABRIEL DE S. MARÍA MAGDALENA, O.C.D., Vita mariana nel Carmelo, Milano, 1934; ELISÉE DE LA NATIVITÉ, O.C.D., «La vie mariale au Carmel», en María, de H. de Manoir, II, París, 1952,

833-861 (con una nota bibliográfica); M. a EUGENIO DEL NIÑO JESÚS-LUIS DE SANTA T E —

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2. J. Castellano ha sintetizado en una página luminosa los cápita o rasgos que manifiestan la presencia de la Virgen María en la Reforma Teresiana, y la correspondencia de ésta a lo que ha sido y significado esa presencia de María, como Madre y Reina del Carmelo, traducida en una actitud de amor y de consagración. Quiero transcribirla, porque es una presentación adecuada de nuestro tema: «El Carmelo Teresiano se inspira fundamentalmente en los orígenes marianos de la Orden del Carmen. Asume como entraña de su propia vida espiritual la referencia a María, Reina y Madre del Carmelo, presente en los orígenes de la familia carmelitana, con la pequeña capilla dedicada a la Madre de Dios en el "Eadi 'ain es Siah", en uno de los valles del Carmelo; pone el título de honor, reconocido por los Sumos Pontífices a la Orden, como "Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo"; alega la especial consagración de toda la familia religiosa al culto y servicio de Nuestra Señora, expresada desde antiguo en la misma fórmula de la profesión religiosa. Se siente identificada con las tradiciones más bellas de la Orden; reconoce su vitalidad espiritual en la profundización del misterio de María, la defensa de sus dogmas, la amplitud de su culto litúrgico, la devoción popular, que tiene en el Escapulario de la Virgen del Carmen su símbolo privilegiado, reconocido por los Sumos Pontífices y apreciado por el sentir del pueblo de Dios. En esta corriente de gracia se siente profundamente unido a todos los Carmelitas de la Antigua Observancia, constituyendo con ello una sola familia, que en la referencia común a la Virgen del Carmelo encuentra el vínculo de Comunión y una de las características más importantes y firmes de su carisma en la Iglesia. En la novedad carismática aportada en el siglo xvi por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, reconoce una nueva vinculación al misterio de María, vivido y enseñado por estos Santos con hondura espiritual, que llega incluso a las cimas de una experiencia mística mariana, y a partir de ellos ve en algunos eximios testigos del Carmelo Teresiano la vivencia original y novedosa del misterio de María. No puede olvidarse el enriquecimiento evangélico, espiritual, antropológico de la doctrina de estos tres eminentes hijos de Teresa de Jesús, que son: Santa Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Edith Stein. Y hoy, a la luz de la RESA, O.C.D, La devoción a Maria en la espiritualidad carmelitana, Vitoria, 1952 (trad. del francés); V. HOPPENBROUWERS, O.Carm., Devotio mariana in Ordine Fratrum B.M. V. de Monte Carmelo, a medio saec. XVI usque adfinem saec. XIX, Romae, 1960, 460 pp. (trad. castellana: María en el Carmelo, Ed. Cesca, Caudete, 1980, 158 pp.); ISIDORO DE SAN JOSÉ, O.C.D., «María, raíz y origen del Carmelo Teresiano», en Miriam, XV, nn. 85-86, enero-abril 1963, pp. 5-59; ENRIQUE DEL SAGRADO CORAZÓN (LLAMAS), O.C.D., «Doctrina mariana del Carmelo: Mariología del Carmen Descalzo: Doctrina mariana en la Reforma de Santa Teresa (siglos xvi-xix)», en Miriam, o.c, pp. 60-83; «Teología Mariana en el Carmelo Teresiano contemporáneo (siglo xx)», ibid., pp. 84-89; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, O.C.D., La Virgen de la contemplación, Edit. de Espiritualidad, Madrid, 1973, 287 pp.; J. CASTELLANO CERVERA, O.C.D, «El impacto de la doctrina mariana del Concilio Vaticano II en la familia del Carmelo Teresiano», en Marianum, XLV, 1983, 479-504. 68

doctrina conciliar, sobre la Virgen María y la Iglesia, no puede menos de regocijarse por las intuiciones y experiencias espirituales de un hombre carismático del siglo xix, el P. Francisco Palau Quer, auténtico testigo y anticipador de la doctrina de la Virgen, como tipo e imagen perfecta de la Iglesia»2. Nuestro trabajo podría consistir en una ilustración y constatación de esa página, de apretado contenido histórico y doctrinal, sintetizado con lucidez. Sería suficiente desarrollar las afirmaciones claves sobre los hitos marianos del Carmelo Teresiano. 3. Antes de nada, me parece necesario hacer una reflexión preliminar. Por lo general, los autores que han escrito sobre estos temas se han referido a la vida del Carmelo Reformado, entendiendo por vida las manifestaciones de carácter espiritual, casi de forma única. Se ha estudiado la presencia de la Virgen María y su significado a través de algunas figuras más representativas. Con esto, se ha cerrado y reducido notablemente el ángulo de visión. No se ha hecho extensivo el término vida a la VIDA intelectual, a las manifestaciones científicas, artísticas, a la doctrina teológico-mariológica de los Carmelitas, ni a su doctrina mistica. Con ello se ha marginado un elemento importante, que debe ser incluido dentro de los límites de nuestra reflexión. Debemos conocer también la imagen de María que nos han presentado los teólogos de la Reforma Teresiana y lo que ha significado para ellos, en cuanto tales, la Virgen María. Presentan un paralelismo con los escritores espirituales, pero aportan la novedad de la reflexión teológica, que ofrece otra dimensión. Pienso que hay que prestar atención a este capítulo, cuyos testimonios presentan una notable y manifiesta coherencia entre vida y doctrina, entre teología y actitud vital, que caracteriza a las figuras que son testigos de autenticidad, como todos los han vivido con profundidad la dimensión mariana del Carmelo. 4. Un apunte final, que puede servir de pauta metodológica. La vivencia mariana en el Carmelo Reformado tiene su inspiración en el testimonio y en la actitud de los dos Reformadores: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Ellos vivieron la experiencia de la contemplación del misterio de María y descubrieron en ella su profundo sentido de ejemplaridad para la vida religiosa. En ella descubrieron el paradigma de las almas consagradas a Cristo y la realización perfecta del ideal religioso del Carmelita, que busca su configuración c o n Cristo por el camino de la oración y contemplación. 2

J. CASTELLANO CERVERA, O.C, pp. 479-480.

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que tal finalidad estuvo ausente de la Santa Reformadora. Para ella María es modelo de vida, ejemplo a imitar, estímulo y norma para la vida religiosa, evocación y llamada a la santidad... No negamos, con todo, que sus afirmaciones tengan un contenido doctrinal. Los que se han ocupado de este tema, lo han estudiado bajo diversos puntos de vista y han adoptado distintos procedimientos en su desarrollo. Por lo general han seguido un procedimiento sistemático, agrupando los textos bajos unos enunciados generales, que responden a temas claves de la mariología. Con este procedimiento, si se quieren evitar repeticiones, algunos temas no encuentran un sitio muy determinado. Por eso, creo que es más clarificador seguir una línea fundamentalmente cronológica, que es la que va marcando el desarrollo de la experiencia. En Santa Teresa este elemento es prioritario y determinante. El libro de la Vida y el mismo de las Moradas nos persuaden a ir por este camino. 2. El primer punto de una reflexión sobre este tema ha de ser el del origen y procedencia de la devoción mariana de Santa Teresa. Para esto, hay que estudiar por separado las tres etapas que presenta su vida; muy distintas en su contenido, aunque conexas entre sí. Unas son desarrollo de las otras. Estas tres etapas son: Primera, la joven Teresa de Cepeda y Ahumada, de ascendencia judaica, antes de ingresar en la Orden del Carmen; segunda, Teresa Carmelita en el convento de Santa María de la Encarnación de Avila; tercera, la Madre Teresa como Reformadora del Carmelo. 3. Primera etapa. La devoción mariana brota en el alma de Teresa al calor de los cuidados de su madre doña Beatriz de Ahumada. Se centra en las prácticas de la religiosidad popular. Pero la influencia y el ejemplo de la madre fue decisivo para la niña Teresa. En ella se despertará muy pronto la sensación de la protección maternal de María, cuando queda huérfana de la madre terrena a los trece años {Vida, 1,1-7). Fue a postrarse entonces ante una imagen de Nuestra Señora, suplicándola que fuese en adelante su madre. Esto no fue un suceso anecdótico, ni algo aprendido. Fue una actitud espontánea, con un matiz muy significativo en la incipiente devoción de la niña Teresa, que presentaba ya una dosis dominante de sentimiento maternal*. gráfica Mariana, Lérida, 1923 (trabajo reproducido en la revista El Monte Carmelo, 1923); E. ORDAZ, O.S.A., Mariología de Santa Teresa, Ed. Academia bibliográfica Mariana, Lérida, 1923 (reproducida en la revista El Monte Carmelo, 1923); ARCHANGE DE I A REINE DU CARMEL, O.C.D., «La Mariologie de Sainte Thérése, ou la pensée de Sainte Thérése sur les relations du Carmel á Marie», en Eludes Carmelitaines, 9, 1934, VIII-62. 4

EFREN DE LA MADRE DE DIOS, O.C,

p.

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187.

Este es un dato de gran valor, como clave de interpretación de la vida mariana de la Madre Teresa. Toda ella nos ofrece claras manifestaciones de la protección maternal de María. «El recurso a la maternidad de la Santísima Virgen no fue un impulso sentimental, a pesar de sus características, sino el estallido vital de un germen misterioso que duerme en el fondo del alma cristiana... Aquella imagen de la Virgen de la Caridad le era familiar. Incontables veces había pasado por la ermita de San Lázaro, cada vez que cruzaba el puente romano del Adaja, y le había pedido muchas cosas. Pero esta vez pedía algo nuevo, cuyo alcance ni ella podía calcular: "que fuera mi madre"; y esto con toda el alma. No había ido a otorgarle un título nuevo, para paliar su orfandad, sino a ESTABLECER, a través de Ella, una influencia nueva y efectiva en su vida adolescente y soñadora»5. Estas frases indican algo de lo que la Virgen María representó desde el principio en la vida de Santa Teresa. Ella misma lo consignará años adelante de esta forma: «Paréceme que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen Soberana en cuanto me he encomendado a Ella» (Vida = V., 1,7)6. Esta constatación, hecha a más de 35 años del suceso, nos da a conocer el sentido de la experiencia mariana de la Madre Teresa. Fue experimentando ininterrumpidamente que la Virgen María era su Madre, su protectora. Desde la escena de la ermita de San Lázaro, «entre ella y la Santísima Virgen se había montado una sincronización biológica; y esto a oscuras, sin percatarse apenas» 7 . 4. Segunda etapa. Teresa había vivido una larga temporada recluida en el monasterio de religiosas Agustinas de Avila, bajo la advocación de Santa María de Gracia. Fue llevada contra su voluntad; pero salió notablemente cambiada en su interior, en sus sentimientos y en sus criterios. Poco tiempo después ingresó en el convento de las religiosas Carmelitas, también bajo un título mariano: Santa María de la Encarnación. ¿Que le movió a hacer esta elección?, ¿un motivo mariano? No es fácil penetrar en el interior de la joven Teresa, que había salido de

una profunda crisis afectiva, ni adivinar sus intenciones, si queremos evitar los tópicos. Tenía 20 años. Están actuando en ella fuerzas contrarias. ¿Actúa también sobre ella la imagen de la Virgen María, cuya protección maternal había pedido con simpleza y con muchas lágrimas?... Cuando ingresó en el convento, «quizás doña Teresa no tenía idea exacta de lo que era la Orden del Carmen. Para ello se había valido de la amiga Juana Juárez, que le dijo confidencialmente todo cuanto ella necesitaba saber... Nunca imaginó, sin embargo, que fuera tanto» 8 . Pudo ser así. Después de una elección de estado, a esa edad, siempre puede haber lugar a las sorpresas. Pero la joven Teresa podía tener también una idea cabal de lo que era la Orden del Carmen, como Orden de la Virgen. Al menos, se percató muy pronto de ello, en el año de noviciado. La Orden ostentaba el título de «Hermanos de Santa María del Monte Carmelo». Se respiraba en ella un ambiente de profunda espiritualidad mariana, alimentada con lecturas y celebraciones litúrgicas 9 ... La joven religiosa, desde que tomó el hábito, y más aún desde su profesión, vivió intensamente la vida mariana del Carmelo, desarrollando su devoción filial, que pervivirá en ella a pesar de todos los avatares, las crisis y las luchas espirituales. El P. Efrén piensa que pudo leer el libro: Espejo de la Orden de los frailes Carmelitas, en el que se exponen largamente todos los aspectos de la vida mariana del Carmelo, y que se conocía en traducción castellana desde el siglo xv. Su vida en la Encarnación se desarrollaba fundamentalmente entre las prácticas litúrgicas y la oración mental. Ambos elementos tuvieron para ella un sentido mariano, como se ve en la época siguiente. Las prácticas litúrgicas de carácter mariano eran muchas, como es sabido. Todos los momentos del día estaban marcados con un recuerdo, o un saludo a la Virgen. La celebración de las fiestas marianas, la celebración del sábado, todo fue configurando y moldeando.su espíritu, conforme a la imagen de María, principal y singular Patrono y Madre de la Religión10. La faceta peculiar de Teresa en la Encarnación fue la práctica de la oración mental. Los temas más frecuentes de sus meditaciones eran los misterios de la infancia y de la pasión de Jesucristo (V., 7-9). Las más 8

EFREN DE LA MADRE DE DIOS, O.C, p. 196.

9

5

EFREN DE LA MADRE DE Dios, o.c, pp. 189-190.

6

«Por ser un toque tan profundo en la sustancia del alma la propia interesada no se percató de ello, sino andando el tiempo, al comprobar que el rumbo de su vida seguía trayectorias imprevistas»; EFREN DE LA MADRE DE DIOS, O.C, p . 190. 7 EFREN DE LA MADRE DE DIOS, O.C, p. 190.

Sobre el ambiente mariano que vivió doña Teresa de Ahumada en el convento de la Encarnación, puede verse el estudio publicado en este mismo volumen: MIGUEL MARÍA ARRIBAS, María en la Orden del Carmen. Véase también el libro de V. HOPPENIIROUWERS, citado en la nota 1. 10 Cf. V. HOPPENBROUWRES, O.C (edic. castellana), pp. 60-69.

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de las veces su meditación iba precedida de una lectura. Al lado de Jesús descubrió la figura de la Virgen María, a la que ella acompañaba espiritualmente, e intentaba imitar. Su oración tuvo un matiz peculiar. Teresa descubrió a San José al lado de la Virgen Madre, en el ejercicio de su oración. Su encuentro con el Santo no fue algo ocasional, con motivo de su enfermedad, cuando contaba 27 años. Fue algo más profundo, más íntimo. Lo descubre al lado de María, como modelo de vida de oración: «En especial, personas de oración —dice— siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Angeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no dan gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos» (V., 6, 8). 5. Tercera etapa. Teresa Reformadora: La tercera etapa de la vivencia mariana de la Madre Teresa comprende, o se corresponde con la de Fundadora, 1562-1583. Es una etapa de consolidación y de expansión, en la que la novedad principal está, a mi modo de ver, en la experiencia más acentuada de una relación filial especialísima con la Virgen María, y en el ejercicio de su magisterio espiritual. También, si se quiere, en la acentuación de la imitación de la Madre en sus actitudes fundamentales: humildad, pobreza, fe y amor, con una percepción más lúcida de la necesidad de honrarla y de servirla en todo. En suma: la Madre Teresa vivía en una atención constante por cumplir con todas las exigencias de la piedad y devoción verdadera hacia la Virgen María. Las visiones y apariciones de la Virgen, frecuentes en este período de su vida, llevan el sello de su adaptación al momento histórico y espiritual que ella está viviendo. Hay que tener en cuenta, que la devoción y la espiritualidad mariana de la Madre Teresa no nace con, ni de su Reforma. Es como un río que brotó para ella en el Carmelo de Santa María de la Encarnación, y que prolonga su cauce en los conventos reformados, casi con idéntico caudal. Pero tampoco se trata de algo importado desde fuera. Se trata de un estilo de vida, y de una realidad vivida y constatada intensamente durante 25 años, y trasplantada a la nueva situación de la vida reformada. Esta vida supuso pocas modificaciones en cuanto a la práctica y a la vivencia misma de la devoción mariana; algo parecido a lo que sucedió con la vida litúrgica. Si acaso, la reforma supuso una mayor intensificación de esa vivencia, una mayor exigencia de fidelidad y amor filial, un conocimiento más lúcido y penetrante del misterio de María, como Madre y medianera espiritual, fruto de una más profunda y rica

experiencia interior; en fin: una conciencia-experiencia más viva del ejercicio de la maternidad espiritual de María sobre sus hijos. Teresa de Jesús dejó como herencia a su Reforma un caudal de doctrina y de sus experiencias de vida mariana, que ella misma fue acumulando y acrecentando en los últimos veinte años de su vida, en línea de continuidad y en un camino ascendente, desde que salió de Santa María de la Encarnación. Ella trasvasará a sus libros su mensaje mariano, en una forma unitaria. No hay ruptura, ni dicotomías; porque la fuente más rica de su inspiración está en su propia experiencia, que va ganando quilates a medida que progresa su vida espiritual. Es preciso tener esto en cuenta, para no situar los problemas en falsos contextos. También en este tema se trata tanto de la constatación de una experiencia como de un intento de adoctrinar, o de ejercer un magisterio acerca de la piedad hacia Nuestra Señora. De cualquer modo, Teresa de Jesús, al consignar por escrito sus experiencias espirituales, realiza una función mistagógica. En este sentido, la herencia mariana que ella transfiere a su Reforma es tanto ejemplo como doctrina, testimonio de vida tanto como enseñanza. Entre los elementos o las características de esa enseñanza y esa experiencia podemos señalar cuanto sigue". Teresa de Jesús se relacionó con la Virgen María, como una realidad histórica y como misterio sobrenatural, en sentido casi paralelo a como se relacionó con la Humanidad de Cristo. Es lo que hemos designado como paralelismo entre la devoción a Jesús, Dios y Hombre, y a la Virgen María, su Madre. Esta visión de la realidad histórica se clarifica en algunas visiones y apariciones de la Virgen (véase V., 33,14; CC, 13,12). En este contexto, ella recoge en sus escritos los elementos fundamentales, que integran la imagen de la Virgen María, tal como la ha presentado la Iglesia a sus fieles. Pero pone de relieve algunos elementos o aspectos de su vida espiritual. Ella fue la que más amó a Cristo, mucho más que los Apóstoles (V., 22,1; Moradas = M., VI, 7, 14). Tuvo también una fe más firme que ellos y fue la que soportó mayor dolor, de manera especial en la pasión y muerte de Jesús. Vivió en una comunión doliente con su Hijo 12 . 1 ' Los autores siguen diversos procedimientos en la exposición de este tema. Prevalece el de carácter doctrinal. Algunos ponen más énfasis en el elemento experiencia. Lo i|iie parece claro, es que no hay que descuidar el aspecto cronológico de los hechos. ( T. S. CASTRO, Ser cristiano según Santa Teresa, Ed. de Espiritualidad, Madrid, 1981, Iluminas 279-288; E. LLAMAS, «La Virgen María...», o.c, 48-87; EIREN DE LA MADRE DE DIOS, «La Santísima Virgen...», o.c. 12 Santa Teresa llama a este fenómeno de experiencia de la Virgen traspasamiento, y

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La Madre Teresa tiene una visión espiritual, teológica y mística de la figura de María. Ella asume su ejemplo, para explicar lo que ocurre a las almas en la vida espiritual, siempre al amparo de la providencia de Dios. Aquí utiliza los datos de su propia experiencia para interpretar lo que experimentó la Virgen María junto a la Cruz donde moría su Hijo, y para hacer una aplicación general a la vida espiritual: «Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor, fueron los de mayores trabajos. Miremos los que pasó su gloriosa Madre» (M., 4,5)13. El ejemplo de María es una realidad histórica, clave para interpretar el fenómeno del dolor en la vida espiritual, e igualmente para dar una explicación cabal de algunos fenómenos místicos y de esa comunicación más profunda que Dios hace de sí mismo en algunas ocasiones a las almas. María, que estuvo limpia de pecado (Carta, 2,1 1577), que fue la que más intensa y puramente amó a Cristo (V., 22,1; M., VI, 7,14) y la que estuvo en unión más íntima y elevada con la Trinidad (Meditaciones sobre los Cantares = M C , 5,2) es la expresión y el signo, la realidad y el símbolo de la unión mística entre Dios y el alma, y de la comunicación de gracias de Dios le hace. Tanto es así, que ella es la clave para interpretar los más profundos misterios de la vida interior. «¡Oh, Señora mía: cuan al cabal se puede entender por vos lo que pasa con la Esposa (el alma), conforme a lo que dice en los Cánticos! Y ansí lo podéis ver, hijas, en el Oficio que rezamos de nuestra Señora cada semana, lo mucho que está de ellos en antífonas y lecciones»14. La imagen de María que nos ofrece la Madre Teresa es la que conocía la Iglesia de su tiempo, pero enriquecida con matices particulares. Es la figura que nos presenta la Biblia, intepretada por la Iglesia: la Virgen Madre de Dios, asociada a los misterios de la vida de su Hijo, mediadora de gracias, toda Santa y modelo de santidad, madre de

dice que la pena la tenía tan absorta y traspasada, «que aun no tornaba luego en sí» (C.C., 13,12). Algunos autores han hecho sinónimo ese término con el de pasmo, que generalmente no reconoce la teología en la Virgen María. Tomás de Jesús salió en defensa de una recta interpretación del pensamiento de la Madre Teresa. Véase nuestro estudio: «Mística y Mariologia. Piedad mariana y misticismo en el siglo xvi», en Estudios Marianos, 45, 1980, pp. 40-45. 13 Véase Vida = V., 6,8, donde hace referencia a los misterios de la infancia. 14 Meditaciones de los Cantares, 6,8. El texto de C.C., a que hace referencia es: «La metió en la bodega del vino; ordenó en mí la caridad» (C.C., 2,4).

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los cristianos. Tiene una ejemplaridad especial para los Carmelitas por su humildad ( C , 19,3 y 24,2), por su obediencia, por su pobreza material y de espíritu; por su fe (M., VI, 7,14; M C , 5,2). María, como modelo de vida espiritual, resume uno de los aspectos fundamentales que nos da a conocer lo que Ella fue para la Madre Teresa de Jesús, y para su Reforma. La conciencia de la filiación mariana es otro de los rasgos fundamentales del legado de la Madre Teresa a su Reforma. Son muchos los momentos en los que ella percibe esa maternidad espiritual de María y muchas las ocasiones en que se lo recuerda e inculca a su hijas. Cumplía así ella también una función maternal, que le recuerda con gusto la de la Virgen María (cf. C , 24,2). Bastará tener a la vista este importante texto: «No tengo otro remedio sino llegarme a ella (su misericordia) y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, Madre suya, cuyo hábito indinamente trayo y traéis vosotras. Alabadlo, hijas mías, que lo sois verdaderamente de esta Señora, y ansí no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin. Pues tenéis tan buena Madre, imitadla, y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora, y el bien de tenerla por Patrona»15. La actitud filial con relación a la Virgen María, con todas sus consecuencias, ha sido y es una de las características del Carmelo Reformado. La Madre Teresa dejó grabado en su espíritu esa convicción, recordada y revivida en múltiples ocasiones (cf. F., 4,5; 14,5; 16,7; 23,4-8; 27,10; 28,31). Ella la vivió de la Virgen, como a Madre y Patrona de la Orden; amándola e imitándola. En este contexto estimuló a todos sus hijos, con su ejemplo y su enseñanza, a celebrar con solemnidad las fiestas de la Virgen María, a invocarla bajo diversas advocaciones, a imitar sus virtudes, a hacer algún servicio especial en honor suyo 17 . Este espíritu mariano y estas consignas espirituales han estado siempre vigentes en el Carmelo Teresiano, más que por la fuerza de una ley, por la fuerza misma de su valor y del espíritu de la Reforma, l'ueron ante todo forma de vida de la misma Madre Teresa. Estuvieron presentes en la gestación misma de la Reforma, nacieron con ella y acompañaron su desarrollo. En la conciencia de la Madre Teresa 15 Esta recomendación recoge el espíritu de las Constituciones del Beato J. Soreth, que la Santa conoció. Véase nuestro estudio: «La Virgen María...», o.c, p. 68. El texto ilc la Madre Teresa tiene un profundo sentido teológico y mariológico. 16

17

Cf. S. CASTRO, O.C, pp. 284-285.

Cf. E. LLAMAS, «La Virgen María...», o.c, pp. 62-70.

77

la Reforma fue como un acto de servicio sublime y de amor a María (V., 36,6). Esta idea revaloriza todo lo que la Virgen María es y significa en la vida y en la misión de Santa Teresa de Jesús.

3.

San Juan de la Cruz

1. La devoción de San Juan de la Cruz hacia la Virgen María corre paralela a la de la Madre Teresa de Jesús. Tiene su origen también en la religiosidad popular, que determina sus primeras manifestaciones. Pero muy pronto se convierte en una piedad ilustrada, a partir de los años en que el Santo ingresó en la Orden de los Carmelitas en Medina del Campo, y estudió Artes y Teología en lá Universidad de Salamanca (1564-1568). La piedad mariana que vive el Santo a partir de entonces está iluminada con la luz de la teología escolástica, y sobre todo con la de la teología espiritual, que él cultivó con cuidado y esmero. Así podemos decir, por ejemplo, que si el Santo profesó una gran devoción al misterio de la Inmaculada Concepción, no fue sólo por compartir un sentimiento generalizado del pueblo cristiano, o por seguir la tradición de la Orden, sino también por convicción teológica y por su sensibilidad espiritual18. Durante su infancia, Juan de Yepes fue testigo en más de una ocasión de la protección maternal de la Virgen María. La devoción que la profesaba le movió a ingresar en la Orden de los Carmelitas, que era una Orden mariana por excelencia, por su origen y su tradición espiritual. A lo largo de su vida religiosa cultivó esta devoción, experimentando también en muchas ocasiones la protección amorosa y maternal de María. 2. La Virgen María significó mucho para San Juan de la Cruz, tanto desde el punto de vista de su vivencia espiritual, como en el aspecto doctrinal. Ella es para el Santo el modelo y la realización perfecta del alma que llega a la más alta perfección espiritual por el camino de la subida del Monte Carmelo, que él trazó con mano maestra. En esas almas actúa el Espíritu Santo de forma singular y misteriosa; todos sus movimientos espirituales y sus actos son movidos y actuados por ese principio divino: 18 Sobre la doctrina mariana de San Juan de la Cruz, cf. OTILIO DEL NIÑO JESÚS, «La mariología de San Juan de la Cruz», en Estudios Marianos, 2, 1943, 359-399; 1. BENGOECHEA, «El Espíritu Santo y la Virgen María según San Juan de la Cruz», en Ephem. Mariologkae, 31, 1981, 51-70.

78

«Tales eran —dice— las (acciones) de la gloriosa Virgen Nuestra Señora; la cual, habiendo sido elevada desde el primer instante de su existencia a este elevado estado, no tuvo jamás forma de creatura impresa en su alma, ni se movió nunca por ella, sino siempre su moción vino del Espíritu Santo»19. La figura de María, para el Carmelo Reformado desde sus orígenes, en sus mismas raíces... está envuelta en el halo de la oración y la contemplación. Su imagen, radiante de luz, al tiempo que de sencillez, humildad y cercanía, se recorta en la cima del Monte Carmelo, a la que San Juan de la Cruz invita a las almas espirituales, como la meta y el modelo especial de los que practican la vida de oración. María es el modelo de la oración contemplativa. Lo es también de la oración de petición para San Juan de la Cruz, como lo manifiesta la interpretación que él hace de la escena de Cana (Jn 2,3-5)20. Es modelo igualmente de esa docilidad que ella debe tener y manifestar ante el impulso y la inspiración interior de Dios (cf. Llama, III, 13). Tres ideas claves en la enseñanza mariana de San Juan de la Cruz. San Juan de la Cruz dejó como legado y carisma a los Carmelitas Reformados la práctica de la oración mental y la vivencia de la unión con Dios, que constituyen el núcleo y el alma de su enseñanza. En esa vivencia espiritual la Virgen María tiene una presencia viva y decisiva: como Madre espiritual, como objeto de contemplación, como ejemplar y modelo perfectísimo.

4.

En la Historia del Carmelo Reformado

1. La historia del Carmelo es la historia de la presencia viva, eficiente y maternal de María, bajo los aspectos fundamentales vividos por sus Fundadores. Una larga lista, o cadena de hechos y testimonios comprueba y manifiesta. En cierta manera, todos los datos reflejan las dos características más representativas: María, como Madre espiritual, y María como modelo de oración y contemplación. La devoción a María es una característica connatural al Carmelo 19

S. III, 2,10. De este texto dice Otilio del Niño Jesús: «vale por todo un libro de mariología» {o.c, p. 396). Es en realidad una definición cabal del ser sobrenatural de María, y una clave para interpretar su misterio. Véase nuestro estudio: «Mística y mariología», o.c, pp. 31-32; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, o.c, pp. 148-151. 20 Véase CE., 2,8. Su petición fue una oración perfecta, pues no hizo más que manifestar a Jesús la necesidad: no tienen vino; «Porque el que discretamente ama no cura de pedir lo que falta y desea, sino de representar su necesidad, para que el Amado haga lo que le fuere servido».

79

Reformado. Todos sus miembros han sido formados y educados desde el ingreso en la Orden y de modo particular en el año de noviciado en una piedad y espiritualidad mariana, que acompaña el desarrollo de la vida religiosa, la ayuda y la vitaliza. Dicho desarrollo es inexplicable sin una referencia intensa a María. Esto ha sido así desde los orígenes. En una Instrucción de novicios del P . Juan de Jesús María, escrita en 1600, que refleja al detalle el estilo de la vida mariana de la Reforma, se dice: «Nuestros hermanos no separarán el pensamiento de María del de Jesús. Como verdaderos hijos suyos pondrán el mayor cuidado en conservar en su corazón un recuerdo constante de esta bendita Madre. Unirán en un mismo pensamiento a Jesús y a María»21. En un Directorio de 1604, que llevaron a Francia las primeras Carmelitas fundadoras, y que refleja igualmente el espíritu de la Reforma Teresiana, se expresa así la vivencia mariana, como una exigencia de fidelidad a su carisma fundacional: «Las almas que Dios llama para servirle en nuestra Orden han de saber que la primera y principal obligación de la Carmelita consiste en honrar con particular cuidado a la Santísima Virgen, primeramente en su suprema dignidad de Madre de Dios, en todos los privilegios y en todas las grandezas que encierra esta cualidad...; en segundo lugar, honrar en María el exceso de bondad y humildad que llenó a esta Santísima Virgen, para constituirse en Madre y Patrona de esta Orden...»22. 2. El cumplimiento de las exigencias de esa especial devoción mariana se manifiesta a través de algunas prácticas exteriores, que son la expresión y correspondencia de amor de los hijos para con su Madre espiritual. Así, por ejemplo; desde muy antiguo estaba prescrita la comunión, al menos una vez al mes, «en honor de la Santísima Virgen», y la celebración solemne de sus fiestas. Se vivía una intensa liturgia mariana, y se practicaban otros muchos ejercicios particulares de piedad, que mantenían viva a lo largo del día la presencia de la Virgen Madre, y testimonian a su vez el amor filial hacia ella. En particular, se rezaba el Rosario y se tenía en gran estima y devoción el Escapulario de la Orden 23 . 21

Publicado por SIMEÓN DE LA SAGRADA FAMILIA, Enchridion, Romae, 1961, n. 27;

cf. ILDEFONSO DE LA INMACULADA, O.C, p. 159. Una exposición más amplia en ISIDORO

DE SAN JOSÉ, O.C, pp. 28-33. 22

ILDEFONSO DE LA INMACULADA, o.c, pp. 177-178.

23

Cf. ISIDORO DE SAN JOSÉ, O.C, p. 34.

Entre las prácticas particulares de devoción merece una mención especial la de la esclavitud mariana, o consagración filial, que se vivió en la Reforma Teresiana desde los primeros años del siglo xvn y que expresa con exactitud el espíritu mariano de la Orden. Se practicaba en forma comunitaria en los primeros noviciados y centros de formación; también se practicaba de forma individual. Existieron fórmulas de consagración, que se publicaron al final de libros y tratados de doctrina espiritual, y de algunas Instrucciones especiales para los novicios (1677). A través de los actos de consagración a María se vivió y desarrolló en el Carmelo Reformado una auténtica vida mariana o mareiforme en María, con María, por María, para María, que se generalizó también en otras Ordenes e Instituciones religiosas24. 3. Las grandes figuras del Carmelo Reformado: los Santos, los Beatos, los escritores espirituales... dan testimonios patentes en su vida de una profunda devoción mariana. Es la vida en la Reforma, hecha testimonio, que refleja invariablemente las dos características fundamentales: María, Madre espiritual de los Carmelitas y vivencia de esa relación filial en unión con la misma Virgen, como modelo de oración y contemplación. En el primer sentido sobresale Teresa del Niño Jesús; en el segundo la beata Isabel de la Trinidad. Santa Teresa del'Niño Jesús, la graciosa «florecilla del Carmelo» de los tiempos modernos, que descubrió su lugar propio en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, en el corazón: «En el corazón de la Iglesia yo seré el amor», es testigo de excepción de la vida mariana en el Carmelo Reformado. En la experiencia de su vida interior ella descubre ante todo que María es su Madre. Así se dirige a Ella con amor y confianza filial, e intenta hacer valer este título sobre otros, porque expresa mejor lo que la Virgen María es realmente en la Iglesia. Así lo manifiesta aquel texto de Novissima Verba (23 de agosto): «Se sabe ciertamente que la Virgen Santísima es Reina de los cielos y de la tierra, pero tiene más de Madre que de Reina...»; La consideración de la imagen bíblica de María confirma a Teresita en su condición de hija suya: «Meditando tu vida, escrita en el Evangelio, me atrevo a mirarte, y hasta a acercarme a ti. No me cuesta acercarme como hija tuya, pues veo que mueres y sufres, como yo»25. 24

Cf. ISIDORO DE SAN JOSÉ, O.C, pp. 34-36.

25

Poesía, «Por qué te amo, oh María», en SANTA TERESA DEL NIÑO JESÜS, Obras Completas, ed. de Fray EMETERIO GA-SETIEN DE JESÚS MARÍA, 3. a edición, Burgos,

1969, p. 1023.

81 80

Teresa del Niño Jesús actualiza plenamente y personifica el mensaje de la Madre Teresa sobre la devoción a la Virgen María. Para ella es el modelo perfecto y el ejemplar de la vida espiritual, de una vida humilde, sencilla, como debe ser la de la Carmelita Descalza. Su camino de infancia no es más que un reflejo particular y un desdoblamiento de su relación filial con la Virgen Madre26. En el segundo de los aspectos, a que me he referido antes, es ejemplo destacado la beata Isabel de la Trinidad. Su devoción mariana tiene sus raíces en la religiosidad popular y en el ambiente cristiano de su familia. Con su ingreso en el Carmelo se acentuó y profundizó más en esa devoción, en contacto vivo con el espíritu de la Reforma. Ella sintonizó admirablemente con el carisma de la oración mental, y supo hacer en su interior la síntesis maravillosa, en su encuentro con la imagen de la Virgen María cuya presencia llena los claustros de los monasterios carmelitas, de la doctrina y de la vivencia espiritual. Siguiendo a San Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad penetra profundamente en el alma de María, «la gran alabanza de gloria de la Santísima Trinidad», de «movimientos tan íntimos que no logra expresarlos con toda exactitud. Descubre en ella el ideal o modelo perfectísimo de las almas orantes; porque es la Virgen fiel, la que aguardaba todas aquellas cosas en su corazón» (Le 2,51). María en su sencillez y grandeza, como Madre de Dios y esclava del Señor, como adoradora del don de Dios, como experiencia viva de la donación de Dios a Ella en la Encarnación, como alma contemplativa ejercía una acción fascinante en el alma de Sor Isabel, invitándola a encerrarse en el silencio interior, para vivir, como Ella, en comunicación y en actitud adoradora de la Trinidad. La Virgen, tan pura, tan luminosa, que parece ser la misma luz.-.; sencilla, abstraída en Dios, la Virgen fiel... que penetró toda la hondura del misterio de Cristo..., que supo responder plenamente a la elección divina... es el modelo perfecto de cuantos progresan por el camino de la íntima comunicación con Dios27. 26

Cf. V. MARTÍNEZ BLAT, Vida y espiritualidad marianas de Teresa de Lisieux, Roma, 1982. 27 Como orientación bibliográfica: ENRIQUE LLAMAS, O.C.D., Dios en nosotros: Doctrina espiritual de Sor Isabel de la Trinidad, Edit. de Espiritualidad, Madrid, 1969; 14, La devoción a la Virgen María, pp. 139-151; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, «La Virgen de la contemplación...», o.c, pp. 209-217; V. MACCA, O.C.D., «A la Trinidad por María», en El Monte Carmelo, 92, 1984, 99-127. La revista Miriam dedicó a la Beata Isabel de la Trinidad y su doctrina mariana un número especial: n. 215, XXXVI, 1984, 163-195. En prensa mi estudio: Mensaje mañano de Sor Isabel de la Trinidad. Por María a la Trinidad.

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Como expresión y testimonio de la vigencia de la vida mariana del Carmelo Reformado hay que citar también a la beata Edith Stein (1891-1942), de origen judío, de formación filosófica y alma de penetrante visión contemplativa, que murió víctima de la persecución nazi en una cámara de gas. Edith ingresó en el Carmelo de Colonia con un amplio bagaje de conocimientos filosofico-teológicos, y con un profundo anhelo de paz interior. Allí se encontró con la figura de la Virgen María. Ella fue desde el principio su grata compañía, viviendo la misma experiencia que había vivido Santa Teresa de Jesús. Edith Stein es un testigo más de ese ambiente de espiritualidad filial, que se vive en el Carmelo Reformado, con relación a la Virgen María. Su idea cimera sobre María, a juicio de Ildefonso de la Inmaculada, está expresada en la fórmula Virgo-Mater = Virgen-Madre28. Finalmente, como exponente de esa misma presencia viva de María en el Carmelo Teresiano, hay que recordar al P. Francisco Palau y Quer, figura carismática del siglo xix, fundador de dos Congregaciones de Religosas Carmelitas. Su significación cobra mayor relieve, si tenemos en cuenta el contexto o el marco histórico dentro del cual se desarrolló su vida. Estuvo imbuido de la doctrina mariana que se enseñaba en la Reforma. En sus escritos desarrolló bellamente y con profundidad el tema de María como tipo e imagen perfecta de la Iglesia, que arranca de San Ambrosio y San Agustín, y que ha puesto de actualidad el Concilio Vaticano II28. Sobre todo estuvo lleno del espíritu mariano, heredero de Santa Teresa y de San Juan de la Curz, que fue el alma de su apostolado. La Virgen María fue para él el modelo y el ejemplar de su propia vida, que dejó como herencia para sus hijas30.

5.

La Virgen María en la teología carmelitana

Sería inexacto reducir la presencia de la Virgen María en el Carmelo Reformado al terreno de la espiritualidad y a las figuras espirituales. Esa presencia, que envuelve toda la vida del Carmelita, se manifiesta también en el campo de otras actividades, de manera particulares en la teología y en apostolado. 28

ILDEFONSO DE LA INMACULADA, O.C,

p.

29

219.

Vaticano II, L.G., 63,65. I. BENGOECHEA, «María y el misterio de la Iglesia en la espiritualidad del P. Francisco Palau Quer, Carmelita», en Estudios Marianos, 37, 1973, 147-170. 30

83

En la teología carmelitana, tanto escolástica como mística, se constata una presencia preeminente de María. Los teólogos desarrollan las principales cuestiones de la mariología, cumpliendo así una exigencia de amor y de piedad filial. Vamos a hacer un breve apunte sobre este particular31. Uno de los testimonios más importantes en este terreno es el P. José de Jesús María (Quiroga), autor de una Historia de la Vida y excelencias de la Virgen María, Nuestra Señora, publicada en 1652, veintitrés años después de la muerte del autor32. Es una obra verdaderamente teológica; porque el autor nos ofrece en ella una interpretación teológica y espiritual más que histórica de los misterios de la vida de María. Sobresalen los Salmanticenses, autores de un famoso Curso de teología escolástica, redactado a lo largo del siglo xvn y primeros lustros del XVIII. Th. Demán lo calificó como uno de los compendios más notables del tomismo11. En varios lugares del Curso comentan cuestiones mariológicas. Escriben con profundidad sobre la maternidad divina de María, sobre la mediación de gracias; sobre la virginidad y la realeza; sobre su glorificación en el cielo; sobre la corredención mariana y el culto debido a la Madre de Dios. Entre todas las cuestiones, sobresale el tratamiento y la defensa que hacen de la Inmaculada Concepción en la disputa XIII del tratado XV, que tiene como tema fundamental el débito de contraer el pecado original. Expresamente afirman que escriben dicha disputa para favorecer la causa de la Inmaculada, «que llevaban en el corazón», según propia confesión. 31

Cf. ENRIQUE DEL SAGRADO CORAZÓN (LLAMAS), «Mariología del Carmen Descal-

zo...», o.c. (véase nota 1), pp. 63-100 (con una nota bibliográfica). 32 Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1957, 1343 pp., hizo una nueva edición. Cf. I. DE SANTA TERESITA, O.C.D., «La corredención en el P. José de Jesús María (Quiroga)», en Estudios Marianos, 19, 1958, 195-217; I. BENGOECHEA, «Vidas de la Virgen María en la España del siglo xvn», en Esludios Marianos, 49, 1984, pp. 93-98; E. DEL SAGRADO CORAZÓN (LLAMAS), «Predestinación de María y pertenencia al orden hipostático, según los mariólogos españoles de la época clásica», en Estudios Marianos, 20, 1964, 144-148. 33

Cf. ENRIQUE DEL SAGRADO CORAZÓN (LLAMAS), LOS Salmaticenses. Su vida y su

obra. Ensayo histórico y proceso inquisitorial de su doctrina sobre la Inmaculada, Ed, de Espiritualidad, Madrid, 1955, 275 pp.; E. LLAMAS, «LOS grandes teólogos de los siglos xvn y XVIII, y el culto y la piedad hacia la Virgen María», en Estudios Marianos, 49, 1984, pp. 31-48. Están estudiados los temas principales de la doctrina mariana de los Salmanticenses, en particular su doctrina sobre la Inmaculada. 34 Collegii Salmanticensis... Cursus Théologicus..., Edit. Palmé, París, t. 8, 1877, páginas 82-216.

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Al lado de los Salmanticenses hay que citar a otros muchos teólogos de los siglos xvn y XVIII principalmente, haciendo caso omiso de los más recientes. Así: Pablo de la Concepción, Diego de Santiago, Pedro de San Juan, José de la Madre de Dios, Salvador de Santa María Magdalena (1815), y otras cuyas obras hemos elencado en nuestro estudio de 196335. También los autores de cursos de teología mística escolástica son testigos de esta presencia de la Virgen María. Introducen en sus obras cuestiones especiales de carácter mariológico, en particular las relativas a la santidad de la Virgen María, al ejercicio y perfección de su fe y caridad, a su contemplación mística, etc. Sobresale entre ellos el P. José del Espíritu Santo, autor del más famoso Cursus theologiae mysticoscholasticae, en seis gruesos volúmenes (1720-1740)36.

6. Legislación mariana La legioslación del Carmelo Reformado contiene muchos elementos de carácter mariano desde sus orígenes. La conciencia de la filiación mariana, y de ser la Orden del Carmen pertenencia de la Virgen (Const. de 1604), con sus exigencias de culto y devoción, se reflejan en muchas determinaciones particulares: rezo de oraciones a la Virgen en el Oficio divino (Maitines y Completas), al final del tiempo de la oración mental; ayunos en las vigilias de las fiestas mayores de la Virgen; celebración solemne de esas fiestas, a veces con octava, como en la fiesta de la Inmaculada, y otros ejercicios; erección de la cofradía del Santo Escapulario en los conventos de la Orden. Estas ordenaciones estuvieron en vigor durante varios siglos37. Las nuevas Constituciones de la Reforma, promulgadas en 1981, recogen el espíritu de las antiguas determinaciones de carácter mariano, adaptadas a los nuevos tiempos38. Presentan algunas novedades exigidas por los signos de los tiempos, manteniendo el espíritu y la inspiración tradicionales. El capítulo tercero de la primera parte lleva por título: La Virgen María en nuestra vida39. Recoge los principios doctrinales del Concilio 35

Cf. E. DEL SAGRADO CORAZÓN (LLAMAS), «Mariología del Carmen Descalzo...»,

o.c, pp. 100-103 (índice bibliográfico). 36 Cf. E. LLAMAS, «LOS grandes teólogos...», o.c, 49-52. 37

Cf. ISIDORO DE SAN JOSÉ, O.C, pp. 27-37.

38

Constitutiones Fratrum Discalceatorum Ordinis B. Mariae V. de Monte Carmelo, cum Normis applicativis earundem, Romae, 1981, 80 pp. Edición castellana: Constituciones y Normas aplicativas de los Hermanos Descalzos de la Orden de la B. Virgen María del Monte Carmelo, Roma, 267 pp. 39 Constituciones y Normas... (ed. castellana), pp. 51-53.

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Vaticano II y algunas disposiciones que constituyen el marco de toda la exposición. El espíritu de la legislación se resumen en la reflexión del n. 47, que contiene el reconocimiento de que el Carmelo Reformado, asociado a los «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María» es una familia que se consagra a su amor y culto, y que camina hacia la plenitud de la caridad bajo el influjo vital de una comunión íntima con la Madre de Dios. Esta comunión penetra la vida común y marca con un sello mariano peculiar el espíritu de oración y contemplación, el apostolado en todas sus vertientes y la misma abnegación evangélica40. Todas las disposiciones particulares se orientan a tutelar la práctica y el cumplimiento de ese principio.

7.

Apostolado

La Virgen María ha ocupado un puesto de excepción en el apostolado carmelitano, que se ha desarrollado siempre animado de aquel amor maternal de que es modelo la Virgen María, y que debe resplandecer en todos los que se dedican a tareas apostólicas, como quiere el Vaticano II41. El apostolado carmelitano se ha centrado, aunque no de forma exclusiva, en el apostolado de la oración y en la difusión de la devoción al Escapulario del Carmen. Desde tiempos muy antiguos existen cofradías del Escapulario en los conventos de la Reforma. El Escapulario funda una hermandad entre todos los que lo visten y confiere al mismo tiempo un título especial de filiación espiritual con relación a la Virgen María. Es también como un signo de consagración y de comunión de vida con la Virgen, Madre y Reina del Carmelo. De aquí, el gran empeño que se ha puesto siempre en mantener, fomentar y renovar la cofradía del Escapulario por parte de todos los Carmelitas, como medio de renovación de vida cristiana, consecuencia de la presencia viva de María42. Este apostolado se ha llevado a cabo de muchas formas. Podemos recordar el apostolado de la predicación, de las celebraciones litúrgicas; por la publicación de libros de piedad y de sermones.

8. Conclusión En la actualidad la Virgen María tiene en el Carmelo Reformado una presencia y una significación que enlaza con la de los siglos precedentes; viva y dinámica, en conformidad con las exigencias y los signos de los tiempos, y con el espíritu del Vaticano II. En primer lugar, el Carmelo Reformado ha conseguido una estabilidad en su forma de vida. Está viviendo una legislación adaptada al momento actual. Participa en los movimientos marianos y mariológicos, en las tareas pastorales de promoción y renovación de la piedad mariana en general, y de la carmelitana en particular. Promueve a escala internacional cursos de teología mariana en los centros principales de la Orden, y mantiene publicaciones periódicas especiales de carácter mariano. Fomenta los estudios y las publicaciones sobre la espiritualidad mariana carmelitana43. Ha fomentado la creación de Instituciones o Institutos dedicados a la promoción de actividades relacionadas con la Virgen María. Y sobre todo ha promovido y promueve la práctica de la oración mental, al estilo de Santa Teresa de Jesús, en la que la Virgen María ocupa un lugar destacado, como objeto y tema de meditación, y sobre todo como modelo de la más alta contemplación. El Carmelo Reformado se esfuerza por conocer más y mejor el misterio de María y por difundir más y más su conocimiento, tanto a través de la vida de oración como de la reflexión teológica. Consecuente con una tradición secular proclama a la Virgen María como Madre y Reina, como modelo y ejemplar de vida de oración y de configuración con Cristo, e intenta manifestar con su testimonio que el Carmelo es todo de María.

40 Cf. J. CASTELLANO CERVERA, O.C.D., «El impacto de la doctrina...», o.c, pp. 481-486. 41 Concilio Vaticano II, L.G., 65. 42

Cf. ILDEFONSO DE LA INMACULADA, O.C, pp. 230-254.

86

43

Cf. J. CASTELLANO CERVERA, O.C, pp. 494-504.

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MARÍA EN LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET Y DE LOS MISIONEROS CLARETIANOS José Cristo Rey García Paredes, CMF.

¿Quién es María? He aquí una pregunta que no se responde sencillamente acudiendo a las pocas informaciones históricas de las que disponemos en el Nuevo Testamento. Nos revela la verdad sobre María, la verdad de su misterio, la reflexión teológica y simbólica que sobre ella hacen los evangelistas Mateo, Lucas y Juan. Nos manifiesta la verdad sobre María el impacto que su memoria ha producido en miles y miles de creyentes en el decurso de la historia. ¡Y esto no ha sucedido al margen de la Providencia de Dios! La «receptio Mariae» en el Pueblo de Dios, agraciado con el «sensus fidei», nos revela su verdad. Antonio María Claret, nacido el 23 de diciembre de 1807 en Sallent (Barcelona), misionero apostólico en Cataluña, fundador, arzobispo misionero en Cuba y confesor de la Reina Isabel II, es uno de esos hombres en quienes se destella la verdad sobre María. No tanto en cuanto teólogo o mariólogo. Que no lo fue. Sino en su experiencia. Antonio María Claret, cuya vida ha sido canonizada por la Iglesia, nos ofrece en todo su proceso espiritual una admirable revelación mañana.

He dedicado un tiempo a recoger todos los textos de Claret, referidos a María. Especialmente los que se encuentran en los dos volúmenes, publicados en la BAC, «Escritos autobiográficos» (Madrid, 1981) y «Escritos espirituales» (Madrid, 1985). Los he leído y releído. Y he descubierto que en todos ellos hay una interrelación admirable. Tratando de harmonizar las variadas experiencias marianas que él nos narra, me vino a la mente la imagen de la «sinfonía». Presento ahora el esquema sinóptico sobre el que versará nuestra reflexión posterior: 91

UNA SINFONÍA MARIANA María en la experiencia espiritual de San Antonio M.a Claret

Los orígenes

La revelación

Devorado por el celo

Místico en la misión

... que tu música no tenga fin

MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO»

«ENEMISTAD PONDRÉ ENTRE TI Y LA MUJER»

«¡NO TIENEN VINO!»

«HAZ LO QUE ELLA TE DIGA» (EE 1,661)

«ME ENCANTA MI HEREDAD» (Sal 15)

«Fui bautizado... me pusieron por nombre Antonio Adjutorio... Mi padrino se llamaba Antonio. Mi madrina me puso el nombre de Adjutorio... Yo después añadí el nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi Directora y mi todo después de Jesús» (Autobiografía 4,5). Amistad filial con María (Aut 47-48). María le preserva de la muerte física enelmar(Aut71)y de la muerte espiritual, de una tentación contra el proyecto de Dios sobre él (Aut 72).

• Se siente llamado al • Hacia la cristificaministerio de misioción total... la cernero apostólico; le canía activa de Maduele el mal del ría. mundo (falta de fe) • Palabras íntimas de y de la iglesia (herela Madre: jías). — MUJER con be— «Bene scripsislleza y gracia en • Siente a María coti» (Aut 674). superlativo y mo Madre del Amor — «Vigilancia en con una guirhermoso, como Colo venidero. Sí, nalda de rosas razón, como «todo sí, yo te lo digo» bellísimas. caridad», «corazón (Aut 676). — Un NIÑO blanen que arde el fuego — «Así harán fruco hermosísimo, más puro e intenso» to, Antonio» arrodillado ante (EE, 11,487 s., 493 (Aut 685). María. ss.). — «La SS. Virgen — Un grupo de • Se sabe «hijo y mime ha dicho que Santos que innistro de María, forno lo borre» (lo terceden. mado en la fragua escrito sobre la de su amor», «saeta — Una muchedumgracia de las en la fragua de su bre de demonios especies sacraamor», «saeta en su derrotados. mentales (Aut mano contra Sata700). • «Antonio, esta conás» (Aut 272). rona será tuya si — «De ti me quie• «Aquí me tenéis... vences». ro servir» (EE disponed de mí... 1,656). • María corona al soy todo vuestro... niño (Aut 96-98). — Sí, Antonio, premitteme... omnia • «María mepresentó párate (para el possum in ea quae al Templo y me martirio)» (EE me confortat». ofreció al Eterno 1,1649). ** * Padre por clérigo» • María en el Génesis (EE 1,433). • La experiencia com(la Inmaculada) y partida: Herman• Cuando recibió el en el Apocalipsis dad del Smo. e Ido. diaconado entendió (interviene en la Corazón de María la revelación (Aut «última hora» code sacerdotes y se101). mo en Cana). «Maglares (1847), los ría es la misma hoy misioneros (1849), que ayer como Jereligiosas en sus casús» (EE 11,488). sas (1850), misioneras (1855), ejército del Corazón de María (1864). • «Los brazos de la Victoriosa», como hijos/as, por quienes habla el Espíritu del Padre/Madre (clave apocalíptica: Ap 10). • La terrible tentación de Vich a las 10,30 de la mañana: • «Se me presenta María Santísima...»

Sinfónicamente integrada en su experiencia espiritual, María fue para Claret: — Iniciación y garante de su fe bautismal (Madrina), de su vocación apostólica, de su misterio ordenado, de las comunidades e instituciones de vida apostólica que fundó. — La madre de cada día, fuente de vida, que preserva, defiende, protege, intercede. — La Mujer, ia bellísima, la agraciadísima, que fascina y la Victoriosa sobre la serpiente-dragón, los poderes demoníacos, LA NUEVA EVA.

— La Formadora del apóstol, porque lo enciende en el fuego del cielo y lo configura con Cristo (¡discípulo amado!). — La Madre que presenta ante el Padre y envía a la lucha. — El Corazón de la Iglesia, la ratificadora de la Palabra. La familia claretiana está llamada a continuar esta experiencia: en comunión filial con

La sinfonía es considerada corno la forma musical superior. La unidad sinfónica y temática se despliega en mil variaciones hasta llegar a la síntesis-apoteosis final. A través de Claret, el Espíritu Creador y Santificador ha escrito e interpretado una admirable sinfonía. Todo en Claret es sinfónico. Logró la síntesis, la harmonía vital, resolviendo con maestría las salidas de tono, que la vida de hombres pecadores comporta. Con esto no quiero decir que la vida espiritual de Claret deba ser calificada como una «sinfonía mariana». Claret fue un hombre, fascinado por la incomparables belleza y amor de Jesucristo, a la manera del «discípulo amado» que reposaba sobre el pecho del Maestro en la última Cena. Claret fue un hombre unificado, pacificado, integrado e íntegro. La ascensión hacia la belleza y el amor de Dios la realizó a través de la mediación del rostro más femenino: la Virgen María. María forma parte del poema sinfónico, que es la espiritualidad de Claret. Es una parte importantísima. Pero no lo es todo. En su «Autobiografía» prevalecen con mucho sus referencias y oraciones a Dios Padre, a Jesús. María es un tema, una experiencia subordinada, pero imprescindible. Durante esta reflexión vamos a seguir ese tema subordinado. ¡Lástima es no poder escucharlo sinfónicamente, en la unidad con los demás temas que constituyen la experiencia espiritual de Claret! Con todo, María en Claret es algo así como una «sinfonía» dentro de la «gran sinfonía» de su espiritualidad cristiana. La sinfonía mariana, que el Espíritu Santo escribió e interpretó en Claret, puede dividirse en cuatro tiempos: la obertura y tres tiempos. Antonio María Claret mismo nos ha dejado plasmadas sus experiencias en su «Autobiografía». Claret la escribió por mandato del P. José Xifré, que era su director espiritual y el superior general de la Congregación de Misioneros, fundada por el mismo Claret el año 1849. Antonio M? confiesa que no se habría resuelto a escribir «a no habérmelo mandado. Así, únicamente por obediencia lo hago, y por obediencia revelaré cosas que más quisiera que se ignoraran» 1 . Claret escribió su biografía en el momento de la plenitud de su vida. Murió a los sesenta y tres años no cumplidos y escribió la Autobiografía entre los cincuenta y cuatro y cincuenta y ocho años. Por eso, me imagino al ya anciano Claret, sentado en su escritorio y traspasando al papel de su Autobiografía todo aquello que pasaba en ese momento por su mente, entre la admiración y el agradecimiento.

la NUEVA EVA incendiar

a todo el mundo con el fuego del Reino para que emerja en Nuevo Génesis.

Autobiografía, n. 1.

93

la imagen de Nuestra Señora del Rosario en la Iglesia parroquial de Sallent4. En la juventud, en medio de peligro y crisis espirituales, experimentó su protección materna:

1. Obertura: Los orígenes En la obertura de una obra musical se suelen condensar todos los temas fundamentales, que después se desarrollarán a través de ella. Así ocurre también en lo que podríamos denominar el «evangelio de la infancia claretiana». Y más en concreto en un texto, cargado de significación: el número 5 de la Autobiografía. Inmediatamente después de hablar de su bautismo, que tuvo lugar el 25 de diciembre de 18072, y dentro de ese mismo contexto, Antonio M.a Claret escribe: «Me pusieron por nombre Antonio, Adjutorio, Juan. Mi Padrino fue un hermano de mi madre que se llamaba Antonio Ciará y quiso que me llamara por su nombre de Antonio. Mi Madrina fue una hermana de mi padre que se llamaba María Claret, casada con Adjutorio Canudas y me puso por nombre el de su marido. El tercer nombre es Juan, que es el nombre de mi padre; y yo después, por devoción a María Santísima, añadí el dulcísimo nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi Directora y mi todo después de Jesús. Y así, mi nombre es Antonio María Adjutorio Juan Claret y Ciará.» Tras toda su experiencia de vida, en la primera oportunidad que le brinda la narración de su autobiografía, Antonio María Claret condensa en una sola frase quién era, ha sido y es para él María, la Madre de Jesús: «mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi Directora y mi todo después de Jesús». La ocasión para hablar de María en estos términos es sumamente significativa: se trata del momento en que Claret hace memoria de su bautismo y del significado de su nombre —a partir del mismo bautismo—. En ese contexto explica por qué se llama Antonio «María» y cómo María pertenece a su «nombre», es decir, a su identidad, a su definición personal. Veamos qué significan para Claret estos títulos marianos 3 .

1.1. Mi Madre Ya desde su misma infancia, tanto en el ambiente familiar como parroquial, Antonio vivió como hijo de María. Cultivaba su relación con Ella a través de las devociones del Rosario y del Ángelus y de un modo personal en las visitas al Santuario de Fussimaña (en Sallent) y a 2

Autobiografía, n. 4. 3 En la explicación de estos títulos que Claret da a María sigo, a veces al pie de la letra, unas preciosas reflexiones escrita en un folio por el P. J. M. Viñas para la Familia Claretiana (24-10-1987).

«Se vio claramente que María Santísima tuvo en mí una especialísima providencia y me tenía como hijo muy mimado; no por mis merecimientos, sino por su piedad y clemencia»5. Claret sintió también la necesidad de corresponder activamente al amor maternal de María y se le ocurrió que para ser un buen hijo de María debía ser como «el discípulo amado». María junto a la cruz es uno de los lugares bíblicos en que el Padre Claret experimentó principalmente y ya desde su juventud el misterio materno de María. Hablando de sí mismo en tercera persona, escribe sobre un estudiante devoto de María: «Como amaba a María Santísima como a su tierna y cariñosa Madre, siempre pensaba qué podría hacer en obsequio suyo. Se le ocurrió que lo que debía hacer era leer y estudiar la vida de San Juan Evangelista e imitarle. Al efecto, vio que este hijo de María dado por Jesús desde la cruz, se había distinguido por sus virtudes, pero singularmente por la humildad, pureza y caridad, y así las iba practicando este joven estudiante»6. Antonio se entregó a María por hijo y su jaculatoria favorita se inspiraba en las mismas palabras de Jesús a María desde la cruz: «Madre, aquí tienes a tu hijo». 1.2.

Mi Madrina

El Padre Claret llama madrina a la Virgen María en un contexto bautismal. Al evocar su bautismo, habla de su madrina para justificar el nombre de Adjutorio, que ella le puso. Luego da razón de por qué él añadió el nombre de María: «porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina...»5. La madrina sale garante de la fe del neófito. En el Cuarto Evangelio María viene a ser como la «madrina» de la fe del «discípulo amado» y de los que él representa. María fue madrina del «discípulo» siendo, sobre todo, su «madre en la fe», su «modelo de vi4 5 6 7

Autobiografía, nn. 43-55. Escritos Autobiográficos, p. 432. Escritos Autobiográficos, p. 411. Autobiografía, 5.

95 94

da». No hay que olvidar que en la mentalidad semita, ser padre o madre espiritual conllevaba ser «paradigma», «modelo a imitar». Claret siente a María como su auténtica «Madrina de bautismo».

vir la consagración en el mundo; como torre de David para poner a salvo la fe de los asaltos del ateísmo. María es la Mujer que pone en fuga al ejército del Mal (Autobiografía, n. 97). Al principio de cada misión, Claret se dirigía a María y le decía:

1.3.

«Yo soy como una saeta puesta en vuestra poderosa mano. Arrojadme, Madre mía, con toda la fuerza de vuestro brazo contra el príncipe de este mundo»10.

Mi Maestra

María no es para Claret una maestra, paralela a Cristo. Es la primera discípula, pero por su fidelidad y madurez cristiana llega a convertirse en maestra en el «seguimiento»: Madre-Maestra. Enseña con el ejemplo de su vida; a través del magisterio silencioso y estimulante de su donación a la causa del Hijo, al Reino de Dios. Antonio, ya desde seminarista, se sentía formado en la fragua de su misericordia y amor 8 . La tomó como modelo de vida evangélica, tanto en los votos como en las virtudes apostólicas. La Virgen cumple a veces su función de modo extraordinario, como en las locuciones de 1858, 1860, 1862, 1869. María es Maestra de Claret en el sentido de las Escrituras, porque pasó al corazón del hijo la Palabra guardada y vi vendada en el calor de su corazón de Madre. Cuando en un escrito autobiográfico, escrito hacia el año 1864, Claret habla de la imitación de Cristo Jesús en todos los aspectos de su vida humana, escribe: «María Santísima ha imitado a Jesús perfectamente. ¡Qué humildad, qué amor, qué deseos de padecer humillaciones y dolores...»9. 1.4.

Mi Directora

María es Maestra de Vida y para la vida; dentro de esta función entra lo que entendemos por dirección espiritual, o en nuestro lenguaje actual, «acompañamiento espiritual». El Padre Claret define a María «Directora», pero es en el ámbito del apostolado. El responsable general de la Misión se llamaba «Director». María no tiene funciones de directora en rigor jerárquico, pero sí en el campo carismático de la inspiración, del amor-celo, de la unción y del tacto materno. ¿No es la misión el ejercicio de la función materna de la Iglesia? María —como en Cana— abre los ojos de Claret a las necesidades urgentes, le inspira los medios eficaces y modera las impaciencias del celo; le estimula a escribir y le aprueba los escritos. María, según las necesidades, aparece como Corazón refugio de pecadores o a manera de un claustro donde vi8 9

Al final de su vida, Claret entendió que sus misioneros y misioneras habían de ser, por la difusión del Evangelio, como instrumentos de la maternidad espiritual de María. 1.5.

María era todo para Antonio Claret, porque era su Madre, y esa función materna se explicitaba en otras tres: «mi Madrina, mi Maestra, mi Directora». Se trata de una experiencia carismática peculiar. Claret es un enamorado de Dios Padre. Era para él su todo: «Vos sois para mí suficientísimo»". He aquí el contexto de esta frase: «¡Oh Señor mío, Vos sois mi amor! ¡Vos sois mi honra, mi esperanza, mi refugio! ¡Vos sois mi vida, mi gloria, mi fin! ¡Oh amor mío!... ¡Oh Maestro mío!... Vos sois mi Padre, mi amigo, mi hermano, mi esposo, mi todo... haced, Padre mío, que yo os ame como Vos me amáis y como queréis que os ame»12. Dios Padre es todo para Claret. En y desde Dios Padre, Jesús, el Hijo, es también todo para Claret. Pues bien, después de Ellos, María lo es todo. Hay un admirable paralelismo entre Dios-Padre y MaríaMadre en la experiencia espiritual claretiana, sin que ello suponga una equiparación. María es siempre «un después»; pero María es también para Claret la más excelente «transparencia» de Dios Padre. Diríamos, que en María Claret descubre el rostro materno de Dios Padre. A la experiencia de María como «su todo después» de Dios Padre, de Jesús, y lógicamente del Espíritu Santo, corresponde la entrega total de Claret a ella. En sus primeros tiempos de misionero apostólico escribió: 10 11

Autobiografía, nn. 270-447. Escritos Autobiográficos, p. 434.

12

96

Mi todo después de Jesús

Autobiografía, Autobiografía, Autobiografía,

n. 270. n. 445. nn. 444-445.

97

«Me entrego todo por hijo y sacerdote de María. Ella será mi Madre, Maestra y Directora, y de ella será todo lo que haga y sufra en este ministerio, porque el fruto debe ser de aquella que ha plantado el árbol»13. *

*

*

He aquí la clave desde la que se desarrolla la sinfonía mariana que es la vida de Claret. El tuvo una experiencia privilegiada, carismática, de la maternidad de María. Una maternidad que, no se entiende como respuesta imaginativa a necesidades psicológicas personales, sino como don, como carisma. Antonio María Claret descubre que María ejerce con relación a él y de un modo extraordinario la función de Madre. Aquellas palabras que el Crucificado dirigió a María: «Mujer, ahí tienes a tu Hijo», las experimenta Claret como palabras que definen la actitud de María hacia él. Antonio agradece constantemente a María el haberlo acogido por hijo suyo. Experimentó esa función materna en muchas ocasiones, incluso cuando le preservó de la muerte física en el mar de Barcelona14 y de la muerte espiritual de una tentación contra el proyecto de Dios sobre él15. Es sintomático que Claret atribuya esta preservación del mal físico y moral justamente a María y descubra en ello la actuación de su función materna.

2. Primer tiempo: La Revelación El primer tiempo está marcado por el «allegro appasionato» de la juventud de Claret y los contrastes y tensiones que conlleva. Es, además, el tiempo de la gran revelación, del hallazgo del -sentido de la vida. Para Claret fue el momento en el que María se le auto-reveló de una forma que determinó ya para siempre su experiencia mariana. 2.1.

La visión

Antonio María Claret nos narra en su Autobiografía una de sus vivencias-clave. Era el año 1831. Tenía veintitrés años. Hacía dos que había sido admitido en el Seminario. Poco después pensó muy seriamente en ingresar en la Cartuja de Montealegre (Barcelona); mien13 14 15

Propósitos, 1843. Autobiografía, n. 71. Autobiografía, n. 72.

tras se dirigía a ella, hubo de desistir a causa de un temporal, que fue para él como un signo de la voluntad de Dios. Pues bien, el año 1831, mientras estudiaba en Vich el segundo año de Filosofía le sucedió lo siguiente, tal como él mismo lo evoca: «En invierto tuve un resfriado o catarro; me mandaron guardar cama; obedecí. Y un día de aquellos que me hallaba en cama, a las diez y media por la mañana, experimenté una tentación muy terrible. Acudía a María Santísima, invocaba al Ángel Santo de mi guarda, rogaba a los santos de mi nombre y de mi especial devoción, me esforzaba en fijar la atención en objetos indiferentes para distrarme y así desvanecerme y olvidar la tentación, me signaba la frente a fin de que el Seflor me librase de malos pensamientos. Pero todo en vano. Finalmente, me volví del otro lado de la cama para ver si así se desvanecía la tentación, cuando he aquí que se me presenta María Santísima, hermosísima y graciosísima; su vestido era carmesí; el manto, azul y entre sus brazos vi una guirnalda muy grande de rosas hermosísimas. Yo en Barcelona había visto rosas artificiales y naturales muy hermosas, pero no eran como éstas. ¡Oh qué hermoso era todo! Al mismo tiempo que yo estaba en la cama, y en ese momento de boca arriba, me veía yo mismo, como un niño blanco hermosísimo, arrodillado y con las manos juntas; yo no perdía de vista a la Virgen Santísima, en quien tenía fijos mis ojos, y me acuerdo bien que tuve este pensamiento: ¡Ay! Es mujer y no te da ningún mal pensamiento; antes bien, te los ha quitado todos. La Santísima Virgen me dirigió la palabra y me dijo: Antonio, esta corona será tuya si vences. Yo estaba tan preocupado, que no acertaba a decirle ni una palabra. Y vi que la Santísima Virgen me ponía en la cabeza la corona de rosas que tenía en la mano derecha (además de la guirnalda, también de rosas, que tenía entre sus brazos y al lado derecho). Yo mismo me veia coronado de rosas en aquel niño, ni después de esto dije ninguna palabra. Vi, además, un grupo de santos que estaba a su mano derecha en ademán de orar; no les conocí; sólo uno me pareció san Esteban. Yo creí entonces, y aun ahora estoy en esto, que aquellos santos eran mis Patronos, que rogaban e intercedían por mí para que no cayera en la tentación. Después, a mi mano izquierda, vi a una grande muchedumbre de demonios que se pusieron formados como los soldados que se repliegan y forman después que han dado una batalla, y yo me decía: ¡Qué multitud y qué formidable! Durante todo esto yo estaba como sobrecogido, ni sabía lo que me pasaba y tan pronto como esto pasó, me hallé libre de la tentación y con una alegría tan grande, que no sabía lo que por mí había pasado. Yo sé de fijo que no dormía, ni padecía vahídos de cabeza, ni otra cosa que me pudiese producir una ilusión semejante. Lo que me hizo creer que fue una realidad y una especial gracia de María es que en el mismo instante quedé libre de la tentación y por muchos años estuve sin ninguna tentación contra la castidad, y si después ha venido alguna, ha sido tan insignificante, que ni merece el nombre de tentación ¡Gloria a María! ¡Victoria de María!»16. 16

98

Autobiografía, nn. 85-98.

99

Quien narra esta vivencia es el arzobispo Antonio María Claret en un momento de plenitud vital y después de veintitantos años de haber ocurrido. El dio una gran importancia a este acontecimiento. Tanto es así que en otros documentos la evoca: en el escrito autógrafo del 1865 «Un estudiante devoto de María Santísima del Rosario 17 ; también en sus obras «Método del misionar en las aldeas» 18 y «Origen del Trisagio» 19 . Otras veces lo predicó en tercera persona, pero la emoción delataba que se trataba de él. Don Antonio Barjau testificó en los Procesos que «este hecho... lo había predicado el siervo de Dios muchísimas veces y yo mismo se lo había oído, y, a pesar de que lo predicaba siempre en tercera persona, sin embargo, comúnmente los oyentes lo atribuían a él» 20 .

2.2.

El significado

Es indudable que Antonio María Claret descubre en esta visión una de las claves interpretativas de su vida. El lugar que ocupa dentro de la narración autobiográfica es significativo: un contexto vocacional. Poco antes de describir la tentación-visión, afirma: «Pasado aquel primer año de filosofía, ya no pensé más en ser cartujo y conocí que aquella vocación había sido no más que temporal; que el Señor me llevaba más lejos para destetarme de las cosas del mundo, y asi, desprendido de todas ellas, me quedara en el estado clerical, como el Señor me lo ha dado a entender después»21. ¿Qué ocurría en el alma de Antonio en esta época? El nos lo expone en otro lugar: «Desde que me pasaron los deseos de ser cartujo, que Dios me había dado para arrancarme del mundo, pensé no sólo en santificar mi alma, sino también discurría continuamente qué haría y cómo lo haría para salvar las almas de mis prójimos... Lo que más me movía y excitaba era la lectura de la santa Biblia... Había pasajes que me hacían tan fuerte impresión, que me parecía que oía una voz que me decía a mí lo mismo que leía» 22 . 17 18 19 20 21 22

Escritos Autobiográficos, pp. 413-414. Santiago de Cuba, 1857, pp. 63-67. Barcelona, 1861. PIV ses. 33. Autobiografía, n. 93. Autobiografía, nn. 113-114.

100

En esta época sentía con toda su fuerza la vocación apostólica. Le impresionaban sobre manera los textos bíblicos referentes al Siervo de Yahveh del Deutero-Isaías (Is 41,9-18). Se veía identificado con el profeta que había sido elegido gratuitamente, que se había visto liberado de grandes peligros, que hubo de enfrentarse con grandes enemigos y terribles y espantosas persecuciones23. De un modo particular le hizo Dios entender el texto del Is 61,1: «El Espíritu de Dios está sobre mí, pues me ha enviado el Señor a evangelizar a los pobres y a sanar a los contritos de corazón» 24 . «En muchas partes de la Santa Biblia sentía la voz del Señor, que me llamaba para que saliera a predicar» 25 . Claret se sabe llamado a ejercer el ministerio profético, confiado en la gratuita elección divina y en su constante protección, a pesar de las dificultades y enemigos contra los que ha de luchar para llevar el mensaje hasta los confines de la tierra. A la luz de este marco general de su experiencia vocacional hay que entender el significado de la tentación-visión. Justamente debe ser interpretada como una visión vocacional, o un signo de la vocación. No olvidemos que en no pocos relatos vocacionales se produce una teofanía, o una cristofanía y además un signo (Moisés, Gedeón, María). A Claret le es concedido el signo de una mario-fanía. ¿Cuál es el significado de esta mariofanía que Claret experimentó en su juventud? Toda mariofanía con visos de autenticidad debe ser explicada desde un polo objetivo y otro polo subjetivo. Es una «experiencia de encuentro» entre una realidad objetiva y un sujeto. Pero, dado que esa realidad objetiva no aparece en la objetividad propia de nuestras categorías de espacio y tiempo, porque por la muerte María fue sustraída a estas condiciones espacio-temporales, la experiencia recae en su mayor parte sobre el sujeto. Este, al sentirse afectado por una realidad trascendente, reacciona con todas sus potencialidades imaginativas, afectivas, cognoscitivas. La subjetividad se «pone al rojo vivo» y en ciertos casos parece como si se desdoblara representando los dos polos. Refiriéndonos a la experiencia que Claret nos narra, habría que decir lo siguiente: Ante una experiencia especialmente impactante de Dios, favorecida por la situación tanto corporal (enfermedad) como anímica (tentación), la subjetividad de Antonio reacciona y simboliza imaginativamente la experiencia. Los símbolos que aparecen en la visión son todos ellos coherentes con las vivencias de Claret. Analicemos con brevedad el simbolismo de esta mariofanía: 23 24 25

Cfr. Autobiografía, nn. 114-118. Autobiografía, n. 118. Autobiografía, n. 120. 101

/

Los símbolos del mal: Claret experimenta una «muy terrible» tentación; son «malos pensamientos»; esta una «tentación contra la castidad». A los diecinueve años Antonio había tenido otra tentación por parte de una señora joven, que se apasionó por él; «gracias a María» se vio libre de ella»26. Para Claret ceder a una tentación de castidad era una cobardía, una derrota, sucumbir al enemigo: «El hombre vil, débil, menguado y cobarde nunca hace sacrificio alguno... no resiste a ningún antojo o apetito de la concupiscencia... Nada niega a su pasión, porque es un cobarde y vil, y se deja vencer y se rinde. A la manera de dos que pelean, que el valiente vence al cobarde, así el vicio al vicioso, éste queda vencido y aprisionado por el mismo vicio. Por esto, la continencia y la castidad es tan alabada» 27 . Los agentes de la tentación contra la castidad están simbolizados por «una gran muchedumbre de demonios, que estaban a su izquierda», una «multitud formidable (temible)». Para Claret «Lucifer y sus secuaces son obstinados enemigos de Dios de los hombres y por su soberbia y envidia nos hacen la guerra continua... Nosotros que formamos la iglesia militante debemos combatir y luchar... contra los príncipes y potestades... Se fingen amigos y nos presentan lo que más nos satisface... el afecto que tenemos a las riquezas... el deseo vehemente que tenemos de los honores... nuestras inclinaciones a la sensualidad... exaltan nuestra imaginación, estimulan las pa : siones... Jesucristo que es Dios y hombre verdadero vence al diablo con su predicación, con su pasión y con los sacramentos» 20 . Durante sus campañas como misionero apostólico Antonio María se veía acosado por los demonios: «No sólo tuve que sufrir los calores, fríos y nieves..., sino también los demonios, que me perseguían muchísimo» 29 . Cuando relata el atentado que sufrió en Holguín (Cuba), escribe: «Yo vi al mismo demonio cómo le ayudaba y daba fuerza para descargar el golpe... "cooperante diabolo"»; y un poco antes decía, como exponiendo una experiencia más general: «Dios daba permiso a los malos y a los demonios, para que me hiriesen». Antonio María Claret se sabe llamado por Dios a luchar contra el poder del Maligno. La tentación contra la castidad es Autobiografía, n. 72. Autobiografía, n. 417. El egoísmo vencido, cap. 7; Escritos Espirituales, pp. 405-406. Autobiografía, n. 462. Autobiografía, n. 585.

102

una manifestación de ese imperio del poder de las tinieblas. Ceder en ese momento hubiera significado la derrota, la cobardía: ofrecer la propia colaboración a la corrupción y destrucción del hombre. Es obvio que Claret personifica el mal en los símbolos culturales que le ofrece su propia época y educación religiosa. Más tarde denominará «el mal» o «los males» con otros nombres más concretos: «los males de nuestra época». 2) La mario-fanía: Mientras siente la tentación, de improviso se le presenta María Santísima, «hermosísima, graciosísima», vestida de carmesí y manto azul, llevando entre sus brazos una guirnalda muy grande de rosas hermosísimas. Ante la visión Claret exclama: «¡Oh qué hermoso era todo!... ¡Ay! es mujer y no te da ningún mal pensamiento, antes bien, te los ha quitado todos». María le dirige la palabra: «Antonio, esta corona tuya si vences». María es para Claret la anti-Satán: «¡Qué envidia y qué rabia para Lucifer al ver a esta humilde paloma cómo sube al cielo y que es colocada allá en la gloria en un trono tan sublime, y él verse por su soberbia en lo más profundo de los abismos y en un lugar de tormento! ¡Qué envidia y qué rabia para Lucifer cuando viera a Dios reparar, y con ventaja, lo que él había desbaratado y que con las mismas armas le vencía y confundía! El se valió de la mujer, y Dios hace que la mujer le quebrante la cabeza y sea madre del mismo Dios. El venció en el árbol del paraíso y en el árbol de la cruz es vencido. El sugirió al hombre que si faltaba a la obediencia sería como Dios, y así le hizo para esclavo suyo; pero Dios se hace hombre para dar a los hombres poder de llegar a ser hijos de Dios, y por esto el Verbo se hizo carne» 31 . El joven Antonio se encuentra ante la «Nueva Eva», ante la mujer que no es lazo de tentación, sino liberación por ser la perfecta redimida. La «Nueva Eva» no da tentaciones. Libera de toda tentación. Tentadora es la mujer de quien el Maligno se ha apoderado. La «Nueva Eva» se le aparece con una belleza fascinante y con una simpatía que embelesa («graciosísima»). María se le aparece también como «la Victoriosa», la que ha machacado la cabeza de la serpiente32 y le estimula a vencer. En realidad, ante la fascinación de la «Nueva Eva», ¿qué influjo pueden tener las mujeres que aparecen bajo el signo del Maligno? Claret no hubo de hacer ningún esfuerzo. Sólo dejarse impresionar. 31 32

Pastoral de la Inmaculada, en Escritos Espirituales, pp. 474-475. Autobiografía, n.^273.

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Es importante resaltar que María no aparece «aislada». Está acompañada por «un grupo de santos» que estaban a su mano derecha en ademán de orar. Claret interpreta que son sus santos patronos. En los capítulos doce y trece de la Autobiografía presenta innumerables santos y santas que le movían a ser mejor con su ejemplo. Es significativo esto que escribe: «Si los ejemplos de los Santos me movían tanto como he dicho en el capítulo anterior, me movía más aún el ejemplo de las Santas»33. .Claret ve en ellas la estirpe de la «nueva Eva»; menciona a Santa Catalina de Sena, Santa Rosa de Lima, Santa Teresa, Santa María Magdalena de Pazzis. 3) La imagen de sí mismo: Antonio se ve representado en un «niño hermosísimo, arrodillado y con las manos juntas, que no perdía de vista a la Virgen Santísima, en quien tenía fijos los ojos». Espontáneamente uno evoca los recuerdos que Claret tiene de su infancia. A propósito de ella escribía: «Por estos mismos años de mi infancia profesaba una devoción cordialísima a María Santísima. ¡Ojalá tuviera ahora la devoción que entonces!»34; y en otro momento: «Desde entonces (primera comunión) siempre más frecuenté los santos sacramentos de Penitencia y Comunión; pero ¡con qué fervor, con qué devoción y amor!... Más que ahora; sí, más que ahora, y lo digo con la mayor confusión y vergüenza... Cuando comparo mis primeros años con los días presentes, me entristezco y lloro y confieso que soy un monstruo de ingratitud»35. Ese «niño inocente», enamorado de Jesús y con los ojos siempre fijos en María es la mejor imagen que Claret tiene de sí mismo. Siempre que vence al Maligno se recrea en él su «imagen primordial».

Esta mario-fanía marca la experiencia carismático-mariana de Claret. Ahora, en esta fase, María se convierte para él en la «Nueva Eva», la «Mujer Victoriosa» contra el poder de la serpiente del Génesis. La Promesa del Génesis: «Enemistad pondré entre sí y la mujer» (Gen 3,15) es otra de las claves de la experiencia que Claret tiene de María. El se sabe «descendencia de la Mujer», como Jesús. No en vano había 33 34 35

Autobiografía, n. 234. Autobiografía, n. 43. Autobiografía, n. 38.

tenido en su infancia un sentimiento tan fuerte de la «maternidad de María». Por eso, el joven Antonio, es consciente de que ha de llevar personalmente adelante la enemistad de la Mujer con la Serpiente, ha de machacarle la cabeza. María es la madre que, al mismo tiempo que protege, estimula a sus hijos a luchar contra el Maligno y a vencer. La perspectiva que Claret tiene sobre el mal en el mundo es todavía restringida. Más adelante comprenderá sus dimensiones y los compromisos y luchas que comporta.

3.

Segundo Tiempo: Devorado por el celo

«En aquellos días prendió en mí tan fuertemente la llama del celo de la mayor gloria36 de Dios y de la salvación de las almas, que me tenía enteramente devorado» . Así evoca el anciano Claret las vivencias que se iniciaron con su ingreso temporal en el noviciado de la Compañía de Jesús de Roma (desde el mes de noviembre de 1839 hasta el mes de marzo de 1840), cuando tenía treinta y dos años, y que después se prolongaron en su actividad como presbítero y misionero apostólico. Aquí el tema sinfónico —de cuya imagen nos estamos sirviendo— logra una gran consistencia interna. Claret se sabe «enviado», recibe de la Santa Sede el título de «misionero apostólico» (a sus treinta y dos años). Se ve identificado con Jesús «devorado por el celo de la Casa de Dios» (Jn 2,17). «Envío» y «filiación» no son dos experiencias distintas; sino una única experiencia con esa doble dimensión o vertiente. Antonio vive con especial intensidad y unidad el «ser hijo de Dios» y «enviado del Padre». Es la doble dimensión que define la figura de Jesús, sobre todo, en el cuarto Evangelio: la filiación divina y la misión en su mutua e ineludible referencia; ni filiación sin misión ni misión sin filiación. En medio de esta plenitud está «la Mujer», María. Claret refiere también a ella su experiencia de «hijo» y «enviado», formando una indisoluble unidad. En este momento, Claret siente, como elemento definitorio de su filiación mañana, el «ser enviado» por María, ser lanzado por ella a la misión. 3.1. Le duele el mal del mundo El tiempo que Claret pasó en el Noviciado de la Compañía de Jesús fue para él una oportunidad para repensar su vocación y su ministerio Autobiografía, n. 153.

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como presbítero. Le duele la situación del mundo y de la Iglesia. El habla de las herejías, que están devorando el rebaño de Cristo 37 ; del «mundo perdido» que ha abandonado el camino de Jesús, que ha olvidado sus santas leyes, que prácticamente ha extinguido la luz de la fe y que discurre por el ancho camino que conduce a la perdición38. Ante esta situación, Antonio se siente enardecido. Las oraciones que escribió en el Noviciado de la Compañía son el mejor testimonio de su tesitura de ánimo 39 . La presencia de María en este momento es también determinante.

3.2.

El Corazón de María

En la Italia, que Claret visita, María era popularmente venerada como la «madre del Amor hermoso», o la «Madre del divino Amor». María era representada con un corazón. Según los teólogos italianos del tiempo, el objeto de la devoción al Corazón de María era su amor a Dios y a los hombres. En una ocasión Claret la llama «¡amorosa Madre!» 40 , porque tiene un gran amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo 41 y por su caridad y amor misericordioso hacia el mundo. El tema de sus oraciones de noviciado es «el amor apostólico», que Claret suplica con vehemencia a María 42 . El día 1 de agosto de 1847 (a los treinta y nueve años) Claret fundó en Vich (Barcelona) la Archicofradía del Corazón de maría con 10.000 asociados. Publicó en catalán y en castellano un opúsculo titulado «Breve noticia del origen, progresos, gracias e instrucciones de la Archicofradía del Sagrado Corazón de María para la conversión de los pecadores» 43 . La devoción al Corazón de María se le presentó a Claret como una devoción esencialmente apostólica, debido a las conversiones que se producían por las oraciones de la Archicofradía parisina de la Victorias. Claret descubre la enorme fuerza apostólica de la archicofradía, en cuanto asociación apostólica que, por medio del Corazón de María, suplica y espera la salvación de las almas. La archicofradía era una iniciativa a la que Claret se adhirió incondicionalmente, 37

Autobiografía, n. 154. Autobiografía, n. 157. Autobiografía, nn. 154-164. 40 Autobiografía, n. 156. 41 Autobiografía, n. 156. 42 Autobiografía, nn. 157-164. Cfr. BARRIOS MONEO, Alberto, CMF, La Espiritualidad Coordimariana de San Antonio María Claret, Madrid, 1954. 43 Pía, Barcelona. 38

39

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porque respondía a su propia experiencia mariana. Desde el año 1847, el Corazón de María entra de lleno en su apostolado y en sus iniciativas apostólicas. Le consagra su Congregación de Misioneros, fundada en 1849, el instituto secular de Filiación Cordimariana, fundado el 1850, la Congregación de la Doctrina Cristiana, en Cuba el año 1851 y otras instituciones. A finales de 1864 el arzobispo Claret publicó las Reglas del Instituto de los clérigos seglares que viven en comunidad. Formaba parte de un proyecto ambicioso que sólo llegó a plasmarse de un modo parcial. Escribe lo siguiente: «En la Archicofrafía hay tres órdenes distintos y cada uno tiene su especial reglamento, que cumple exactamente, y, reunidos en el Inmaculado Corazón de María, forman un conjunto admirable y un todo perfecto y formidable a los enemigos mundo, demonio y carne; por manera que, con los auxilios de María, con sus oraciones, buen ejemplo y con sus obras de santo celo con que pelean, se destruyen las herejías, los pecadores se convierten, los justos perseveran en gracia y muchísimas almas se salvan. Además, por su medio se alcanzan muchas gracias temporales... En el orden primero están los que forman la Congregación que se llama de los Hijos del Inmaculado Corazón de María, y son sacerdotes y hermanos enteramente consagrados a Dios y a María Santísima, y ocupados continuamente en las misiones, en dar ejercicios espirituales al clero, a las monjas, etc., según sus reglas. En el orden segundo están los que forman el instituto de los clérigos seglares, que viven en comunidad, según su especial reglamento. En el orden tercero se hallan todos los demás fieles devotos de María, que, alistados en su Archicofradía, tienen por principal reglamento la ley santa de Dios, que procuran guardar con la mayor exactitud, y, además, se esmeran en desempeñar con fidelidad las obligaciones de su estado y rezar las devociones prescritas en la Archicofradía»44. ¿Cómo entiende Claret la devoción al Corazón de María? En aquella época se trataba ciertamente de la veneración del corazón físico de María. Deudor de la cultura de su tiempo, Claret entendía que el corazón fisiológico era la sede del amor, de los afectos sensibles, la fuente de la sangre, de la cual, elevada a una virtud especial por la potencia generativa, se formaba el niño en el seno de la madre; según esta explicación, el Cuerpo de Jesús fue formado de la sangre purísima del Corazón de María; el amor, la caridad de María, su fe, sus sentimientos, tenían su sede en su corazón físico. Por otra parte, se pensaba que el corazón era el «primum vivens et ultimo moriens»; por consiguiente, el corazón de María fue donde se realizó el Dogma de la Inmaculada y de la Asunción. Se hace eco de esta concepción fisiologista, cuando escribe: Escritos Espirituales, pp. 317-319.

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«El corazón material es el órgano, sentido o instrumento del amor y voluntad; así como por los ojos vemos, por los oídos oímos, por la nariz olemos y por la boca hablamos, así por el corazón amamos y queremos. Dicen los teólogos que las reliquias de los santos merecen veneración y culto... El corazón de María mucho más: 1.° El corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe y la caridad, sino también origen, manantial de donde se tomó la humanidad; 2.° El corazón de María fue templo del Espíritu Santo y más que templo, pues que de la preciosísima sangre salida de este inmaculado corazón formó el Espíritu Santo la humanidad santísima en las purísimas y virginales entrañas de María en el grande misterio de la encarnación; 3.° El corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico y singularmente en la caridad para con Dios y para con los hombres; 4.° El Corazón de María es, en el día, un corazón vivo, animado y sublimado en lo más alto de la gloria; 5.° El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias»45. A pesar de este condicionamiento cultural, Antonio María Claret subraya en sus Escritos y en su espiritualidad la devoción al corazón espiritual de María. Hace objeto de su reflexión y veneración la interioridad, que simboliza el corazón. La morada interior de María, simbolizada por su corazón, está habitada por un profundísimo amor de caridad. He aquí un precioso texto: «María es toda caridad. Donde está María, allí está la caridad... Me llama la atención el considerar cómo la palabra de Dios, que todo lo produce, hizo a María nuestra Madre. "Mujer, le dice viéndola al pie de la cruz, he ahí a tu hijo", señalando en San Juan al género humano. Y ved cómo aquella entidad vaga, que expresaba nuestro Señor con la palabra mujer, queda convertida desde entonces en nuestra Madre. Hallo cierta semejanza entre esto y la manera como instituyó Jesucristo el divino sacramento de la Eucaristía... El mundo es como una gran familia. En toda familia ha de haber un centro de dirección o cabeza y un centro de amor o corazón... En el mundo cristiano la cabeza es Jesucristo y el corazón es la Virgen María. María es, pues, el corazón de la Iglesia. He aquí por qué de él brotan todas las obras de caridad»46. No deja de ser significativo el hecho que Claret mencione por vez primera al Corazón de María en el capítulo treinta de su Autobiografía, que titula «De la virtud del amor de Dios y del prójimo» 47 . En ese mismo capítulo tiene una bellísima oración, que nos indica quién era para Claret el Corazón de María: 45 46

Caria a un devoto del Corazón de María, en Escritos Espirituales, pp. 500-501. Alocución pronunciada en Madrid el 8-12-1863, en Escritos Espirituales, páginas 493-495. 47 Autobiografía nn. 438-453. 108

«¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino amor, no puedo pedir otra cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor, concedédmelo, Madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme! ¡Oh corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndame en el amor de Dios y del prójimo»48. 3.3.

«Hijo y ministro vuestro, formado por Vos»

En estos primeros años de «misionero apostólico» Antonio M? Claret se reconoce «hijo y ministro de María». Su devoción mañana no es un accidente al lado de lo sustancial que seria su vocación misionera. La vocación misionera es el despliegue de su filiación divina y, subordinadamente, de su filiación mariana. Porque se siente «hijo de Dios» e «hijo de María», se sabe «enviado por Dios Padre» y «enviado por María». Vivir la filiación mariana como experiencia de envío misionero es una de las características inconfundibles de la experiencia de Claret. Claret no experimenta la maternidad de María como maternidad que simplemente cobija, protege. Es una maternidad que quiere el riesgo para el hijo; es una maternidad que lo envía, que lo desmadra (¡si se me permite la expresión!). María no es madre superprotegiendo al hijo, sino lanzándolo a la aventura arriesgada del Reino de Dios, allí donde hay peligro, persecución y hasta un posible martirio. Al mismo tiempo, Antonio M. a Claret siente a María como su formadora. Y formadora de su corazón de apóstol. Ya dice Claret que «la virtud más necesaria es el amor... La virtud que más necesita un misionero apostólico es el amor. Debe amar a Dios, a Jesucristo, a María Santísima y a los prójimos. Si no tiene amor, todas sus bellas dotes serán inútiles; pero si tiene grande amor con las dotes naturales, lo tiene todo» 49 . El corazón de María es para Claret la fragua e instrumento de amor donde él mismo ha sido modelado como misionero apostólico. En la oración que rezaba al principio de cada misión decía: «Oh Virgen y Madre de Dios... Bien sabéis que soy hijo y ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra misericordia y amor. Yo soy como una saeta puesta en vuestra mano poderosa; arrojadme, Madre mía, con toda la fuerza de vuestro brazo contra el impío, sacrilego y cruel Acab, casado con la vil Jezabel. Quiero decir: Arrojadme contra Satanás, príncipe de este mundo, quien tiene hecha alianza con la carne. A Vos, Madre mía, sea la victoria. Vos venceréis»50. Autobiografía, n. 447. Autobiografía, n. 438. Autobiografía, n. 270. 109

3.4.

Vocación apostólica compartida y filiación

mañana

Antonio M. a Claret quiso compartir con otros su vocación apostólica y su experiencia espiritual. El Espíritu lo agració con el don de la paternidad espiritual en orden a llevar adelante un ambicioso proyecto misionero. Fundó la Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, formada por sacerdotes y seglares (1847), los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (1849), las religiosas en sus casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María (1850) (una institución para las jóvenes que quisieran vivir en el mundo como verdaderas religiosas); las Misioneras de María Inmaculada o Misioneras Claretianas (1855) y el Ejército del Corazón de María (1864). El Padre Clotet, uno de los cofundadores, transmitió que el cuadro que presidió la fundación de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, el 16 de julio de 1949, fue un cuadro de la «Madre del divino Amor», es decir, del Corazón de María. Antonio María Claret estaba personalmente convencido que la Virgen María había intervenido en el nacimiento de la Congregación de Missioneros, a manera de Fundadora. En los Ejercicios Espirituales que él dirigió a los Misioneros en 1865, en la plática que dedicó al tema del celo, dijo, dirigiéndose a la imagen del Corazón de María: «Vuestra es la Congregación. Vos la fundasteis. ¿No os acordáis, Señora, no os acordáis?». Claret quería que sus misioneros fuesen y se llamasen «Hijos del Inmaculado Corazón de María». Contra el jausenismo ambiental, sus misioneros habrían de ser ministros de la misericordia pastoral, testigos del Corazón de María, prolongadores de su maternidad. En la Autobiografía, Claret agradece a Dios Padre y a María la fundación de la Congregación de Misioneros; en esa oración se advierte la profunda dimensión mariana del instituto: «¡Oh Dios mío, bendito seáis por haberos dignado escoger a vuestros humildes siervos para Hijos del Inmaculado Corazón de vuestra Santísima Madre! ¡Oh Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro inmaculado Corazón y habernos tomado por Hijos vuestros! Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas!»51. Inmediatamente después de estas oraciones, Claret da una preciosa definición del misionero, Hijo del Inmaculado Corazón de María. Lo que caracteriza al Hijo no es la dedicación al culto a la Madre, sino la misión que supera todo tipo de obstáculos, la pasión por el seguimien51

to e imitación de Jesucristo, la búsqueda de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres. Para Claret la filiación cordimariana es una experiencia de comunión con María, la Victoriosa, la Nueva Eva, la enemistada con la serpiente. Ser misionero-hijo del Inmaculado Corazón de María conlleva ser luchador hasta la muerte por la causa del Reino. Claret se siente como uno más dentro de un grupo de «hijos» y «enviados». El 24 de septiembre de 1859, diez años después de la fundación —cuando todavia los misioneros no habían comenzado a crecer y desplegarse, sino que era una pequeña e insignificante comunidad—, Claret entendió qué significaba el texto de Apoc 10,1. «Vi también otro ángel valeroso bajar del cielo revestido de una nube, y sobre su cabeza el arco iris, y su cara era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. El cual tenía en su mano un libro abierto, y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra (primero en su diócesis en la Isla de Cuba y después en las demás diócesis). Y dio un grande grito, a manera de un león cuando ruge. Y después que hubo gritado, siete truenos articularon sus voces. Aquí vienen los hijos de la Congregación del Inmaculado Corazón de María; dice siete, el número es indefinido; aquí quiere decir todos. Los llama truenos porque como truenos gritarán y harán oir sus voces; también por su amor y celo, como Santiago y Juan, que fueron llamados hijos del trueno. Y el Señor quiere que yo y mis compañeros imitemos a los apóstoles Santiago y San Juan en el celo, en la castidad y en el amor a Jesús y a María. El Señor me dijo a mí y a todos estos Misioneros, compañeros míos: Non vos estis qui loquimini, sed Spiritus Patris vestri, et Matris vestrae qui loquitur in vobis. Por manera que cada uno de nosotros podrá decir: Spiritus Domini super me, propter quod unxit me, evangelizare pauperibus misit me, sanare contritos corde»$2.

*

*

La experiencia mariana de Claret en este segundo tiempo de la sinfonía de su vida está caracterizada por la acentuación de la vivencia de filiación desde la misión. Claret siente a María como «Madre que forma al Enviado» y lo lanza hacia las misiones más arriesgadas. Ve en María a la Mujer totalmente ocupada y preocupada por la «causa de su Hijo Jesús». Uno evoca a María, tal como es presentada por el «discípulo amado» en Cana: atenta a todas las necesidades de los hombres y deseosa de la manifestación de la Gloria del Hijo: «No tienen vino». Por otra parte, Antonio María Claret se siente uno más entre los hijos de María; incluso su vocación específica la comparte con otros Autobiografía, n. 587.

Autobiografía, nn. 492-493.

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*

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hombres y mujeres que han recibido el mismo Espíritu. Sabe que el Espíritu del Padre y de la Madre habla y actúa por medio de ellos y ellas.

4. Tercer Tiempo: Místico en la misión «Místico en la misión» es como un «adagio» en que la sinfonía consigue su máxima elevación lírica y su más misteriosa hondura. Llega el momento en que Claret más que actuar «es actuado» por la fuerza del Señor con quien se ha identificado plenamente. El es todo transparencia a la misión de Jesucristo. Esta se hace en él evidencia, acción, pasión, perspectiva. El momento cumbre por su simbolismo es la gracia mística de la conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra, de «tener siempre día y noche el Santísimo Sacramento en el pecho», que recibió el día 26 de agosto de 1861". Esta singular experiencia eucarística no es interpretada por Claret en clave intimista; más bien, entendió que esta gracia le identificaba con la misión de Cristo: «por lo mismo yo debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo ha dicho el Señor» 54 . Pues bien, en este momento de honda identificación con el Jesús, Misionero del Padre, aparece, de nuevo, con gran intensidad, la figura materna, dialogante y orientadora de María. Claret nos dice que la escuchaba con frecuencia. Es más, escuchó en una ocasión que Jesús le decía: «Haz lo que ella te diga» 55 . Los papeles de Cana se invierten; Jesús orienta a Claret hacia el magisterio de su Madre; la oyente —por excelencia— de la Palabra, se hace para Claret palabra; palabra silenciosa, breve, pero de una eficacia impresionante. 4.1.

Palabras íntimas de la Madre

Con frecuencia alude el arzobispo Claret, durante los últimos años de su vida a frases que María le dirige. Cuando concluyó su carta pastoral sobre la Inmaculada Concepción, se arrodilló delante de la imagen de María para darle gracias: «De reprente y de sorpresa oí una voz clara y distinta desde la imagen que me dijo: Bene scripsisti. Dichas palabras me hicieron una muy profunda impresión, con deseos muy grandes de ser perfecto»56. 53 54 55 56

Cfr. Autobiografía, n. 594. Autobiografía, n. 694. Escritos Autobiográficos, p. 661. Autobiografía, n. 674. 112

María actúa como «formadora» de Claret, como su directora espiritual: «El día 8 de octubre, a las 12,30 del año 1857, me dijo la Santísima Virgen María lo que había de hacer para ser muy bueno... Ya lo sabes: arrepentirte de las faltas de la vida pasada y vigilancia en lo venidero... ¿Oyes, Antonio?, me repitió, vigilancia en lo venidero. Sí, sí, yo te lo digo»51. Y también como la «formadora» de sus misioneros: ««En el día 4 de septiembre de 1859 a las 4 y 25 minutos de la madrugada, me dijo Jesucristo: la mortificación has de enseñar a los Misioneros, Antonio. A los pocos minutos me dijo la Santísima Virgen: Así harán fruto, Antonio» . María ratifica a Claret la autenticidad de la gracia de la conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra: «En el día 16 de mayo de 1862, a las cuatro y cuarto, estando en oración se me ocurrió lo que en el día anterior había copiado aquí respecto del Santísimo Sacramento del día 26 de agosto del año pasado. Yo ayer pensaba borrarlo, y hoy también; la Santísima Virgen me ha dicho que no lo borrase; y después en la Misa me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permanecer en mi interior sacramentalmente»59. El año 1862 el mismo día de la Inmaculada Claret se dirige a María y le pregunta: «Os queréis servir de mí?». Claret, consciente de que la Inmaculada es el misterio de la potencia de Dios contra las fuerzas del mal, se ofrece a María y ella le responde: «Sí, de ti me quiero servir»60. En otra ocasión escribe: «Día 25 de abril de 1860. Me parece que se me va acercando el tiempo del martirio. He hablado varias veces a S. M. Hoy Jesús me ha dicho: Antonio, prepárate. La Virgen Santísima también me ha dicho: Sí, Antonio, prepárate»^ . El arzobispo Claret vive en comunión identificante con Jesucristo y con María. Ella está siempre junto a Jesús, ratificando, nunca interfiriendo. Está en función de Jesús. Nunca por sí misma. Autobiografía, n. 676. Autobiografía, n. 684. Autobiografía, n. 700. Escritos Autobiográficos, p. 656. Escritos Autobiográficos, p. 649. 113

4.2.

— La madre de cada día, fuente de vida que, preserva, defiende, protege, intercede, orienta. — La Mujer, la bellísima, la agraciadísima que fascina y la Victoriosa sobre la serpiente-dragón, contra los poderes demoníacos, la «Nueva Eva». — La Formación del apóstol porque lo enciende en el fuego del celo y lo configura con Cristo (¡discípulo amado!) — La Madre que presenta ante el Padre y envía a la lucha. — El Corazón de la Iglesia, la ratificadora de la Palabra.

Palabras de Claret sobre María

Recojo a continuación algunos textos claretianos sobre María. En ellos sobresale como «leit motiv» la interioridad cordial de María. Ella fue quien presidió «a la Iglesia naciente en el cenáculo, quién con sus fervientes súplicas atrajo sobre aquella reunión las bendiciones del cielo y mereció para ella la venida del Espíritu Santo, que se presentó sobre los congregados en forma de fuego para acreditar la pureza y el fervor de claridad que les prodigaba... Pero allá en el cenáculo, ¿cuál es el corazón en que arde este fuego más puro y más intenso? Es María, es el corazón de María, porque es la más pura, la que más caridad tiene, como que es la Madre de Jesús que le tiene siempre presente y que está siempre con El» 62 . En otra parte, Claret llama a María «corazón de la Iglesia», porque «de él brotan todas las obras de caridad 63 . Para el arzobispo Claret, María es una presencia mediadora e intercesora permanente dentro de la Iglesia. Ella continúa ejerciendo la misma función materna de Cana y de la cruz; sigue siendo intercesora y madre de los vivientes. «María es la misma hoy que ayer, y Jesús también es el mismo hoy que ayer» 64 . *

*

*

En la última etapa de su vida Claret vive la comunión con María de forma muy honra, como algo connatural; pero no se excede en manifestaciones. María no le desvía de lo auténticamente fundamental, central. Claret se sabe llamado a ser un gran propagador del Rosario, como un nuevo Domingo de Guzmán. Pero María no es, para él, una idea obsesiva, ni única. Claret, arzobispo, siempre a María dentro del misterio mismo de la Iglesia.

5.

Final: ...Que tu música no tenga fin

Sinfónicamente integrada en su experiencia espiritual, María fue para Claret:

5.1.

La Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María ha recibido la herencia espiritual y carismática de Claret, juntamente con las demás instituciones de la así llamada «familia claretiana». En nuestra propia historia ha habido ciertas vacilaciones a la hora de definir nuestra propia identidad carismática y nuestra razón de ser en la Iglesia. De una manera especial, en lo que se refiere al lugar que ha de ocupar la dimensión mariana en nuestra espiritualidad y misión. Una corriente espiritual muy fuerte ha acentuado entre nosotros la «filiación cordimariana» como el aspecto que define específicamente nuestra vocación en la Iglesia. «Ser Hijo del Inmaculado Corazón de María es nuestra alma, nuestra esencia, nuestra característica inconfundible, lo que nos hace ser lo que somos y ser distintos de todos los demás» 65 . La filiación mariana es pensada como filiación cordimariana; lo que supone una vivencia especialmente intensa de algo que es común a todos los cristianos. Nuestra tradición evoca a diferentes claretianos que han vivido esta espiritualidad cordimariana de forma modélica: el Padre Antonio Naval66, el Hermano Manuel Giol67, el Padre Martín Alsina68, el Padre Ezequiel Villaroya69, el Hermano Francisco Vilajosana70, el estudiante misionero Pedro Mardones 71 , los mártires 65 66 67 68

— Iniciadora y garante de su fe bautismal (Madrina), de su vocación apostólica, de su ministerio ordenado, de las Comunidades e instituciones de vida apostólica que fundó. 62 63 64

Escritos Espirituales, pp. 487-488. Escritos Espirituales, pp. 494-495. Escritos Espirituales, p. 488.

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Identidad carismática de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María

F. JUBERIAS, El Hijo del Inmaculado Corazón de María, Zafra, 1951, pp. 30-31. Cfr. T. TORRE, Vida del P. Antonio Naval, Madrid, 1956, pp. 179-192. Cfr. F. JUBERÍAS, Antología de Espiritualidad Cordimariana, Madrid, 1954. Cfr. E. VILLARROYA, Vida del Rvmo. P. Martín Alsina, Madrid, 1959, pp. 211-

221.

69 El Padre Ezequiel Villaroya. Transparencia claretiana de Cristo, Medellín, 1983, pp. 54-55. 70 Cfr. A. ARRANZ, Semblanza espiritual del Hno. Vilajosana, Madrid, 1953, páginas 251-264. 71 Cfr. F. JUBERÍAS, In Corde Matris: Biografía y espiritualidad cordimariana del Estudiante misionero Pedro Mardones Valle, Sevilla, 1959.

115

de la guerra civil española (1936) y en especial los cincuenta mártires de Barbastro. Como prototipo de la vivencia mística de la filiación cordimariana tenemos al Hermano Giol. He aquí algunas citas de sus escritos, que nos permiten vislumbrar el talante de su espiritualidad: «Sólo en el Corazón de María está el lugar de nuestra morada, que allí debemos habitar siempre, que en él debe crecer nuestra vida espiritual, que en él hemos de trabajar y dedicarnos a la salvación de las almas, que en él hemos de buscar la gloria de Dios; en una palabra, que en el Corazón de María hemos de buscar a Dios»72. En una de las «relaciones escritas» para su Director Espiritual, escribió: «Durante la cena me encontraba bastante recogido de potencias y esto fue en aumento y con una presencia bastante sensible de la Virgen Santísima; pero era de tal manera, como si Ella me viese a mí y yo sin ver a Ella... Comencé a sentir deseos de verla y en pocos minutos crecieron de tal manera que mi corazón estaba como una piedra de aquellas que, frotadas, despiden chispas de fuego... Recuerdo que decía: "Mi querida Madre, ya que no es llegada la hora venturosa en que mi alma os pueda ver, os suplico por vuestra maternal bondad que no me privéis de este dulce consuelo de deciros: Madre mía"... Comencé a pedirle gracias por amor a la Santísima Trinidad, distinguiendo las personas en particular, y en virtud, méritos y amor de su Santísimo Hijo, le pedía me echara una saeta encendida en el horno divino de su Corazón y me hiriera de muerte para el mundo, y Ella me abrasara en aquellas llamas amorosas, que se levantan del fuego de su Inmaculado Corazón, que es propio de una madre hacer participantes a su hijo de los bienes que ella posee»73. Titular de nuestra congregación de Misioneros es el «Inmaculado Corazón de María». Muchos claretianos se dedicaron a difundir su devoción74, otros a profundizar en su contenido 75 . El primer vínculo con el Instituto consistía en un acto especial de entrega a Dios y al Corazón de María, «Madre mía». La consagración al especial servicio de Dios y del Inmaculado Corazón de María llevó a algunos claretianos a pensar que el fin específico de la Congregación era difundir el culto y la devoción al Corazón de María. Esto sucedió especialmente alrededor del año 1912. Esta idea no encontró acogida en los textos constitu72

MANUEL GIOL, Moradas en el Corazón de María.Citado por F. JUBERÍAS, op. cit., pp. 174-176. Cfr. en un número especial de Annales CMF, el art. titulado «El Corazón de María y la Congregación de Misioneros» (1949-1950), pp. 31-47. 75 N. GARCÍA GARCES, CMF o la Filiación cordimariana legada a sus hijos por el B, Antonio María Claret, Barcelona, 1949. 73

74

116

cionales del 1912 y 1922. A este respecto escribría el cardenal A. M. a Larraona: «No hemos sido fundados para propagar la devoción al Inmaculado Corazón de María; sino que para conseguir nuestro fin que es el apostolado, Dios nos ha dado la filiación del Inmaculado Corazón como espíritu y la devoción a él como medio de apostolado». Tras el Concilio Vaticano II nos hemos sentido urgidos a reformular y replantear el sentido de nuestra trradicional espiritualidad cordimariana a partir de dos polos: a) fidelidad a Antonio María Claret, b) fidelidad al momento histórico que está viviendo la Iglesia, en su comprensión y vivencia del misterio de María 76 . Los diferentes Capítulos Generales del Posconcilio han insistido de diversas formas en esta dimensión ineludible de nuestra espiritualidad. El Rmo. P. Antonio Leguisa ofreció un valiosísimo servicio al Instituto con su circular sobre «El Corazón de María y la Congregación en el momento actual» (Roma, 1978).

5.2.

Dimensión cordimariana según las Constituciones

renovadas

El texto constitucional renovado (CC 1979) se refiere a María en 15 ocasiones. De ellas sólo seis veces menciona al «Inmaculado Corazón de María» en contextos de denominación oficial del Instituto 77 . A partir de la doble fidelidad (al fundador y al presente de la Iglesia), la congregación claretiana ha entendido que no debe mantener la concepción «fisiologista» del Corazón de María, propia de otras épocas. La veneración y culto al corazón de María, en cuanto miembro de su cuerpo, está hoy —y justamente— en franca decadencia y no dispone de ninguna fundamentación teológica seria. Por otra parte, Claret no insistió decisivamente en ello. Hoy, para nosotros, la palabra «corazón» es un símbolo, que expresa la más rica interioridad de la persona, su mundo intelectivo-afectivo, su mundo espiritual. Coincidimos con la concepción semítica de «corazón», propia de la Biblia. Aunque la devoción al Corazón de María y las instituciones que en torno a ella se erigieron en otros tiempos, ha decaído mucho en los ambientes eclesiales más lúcidos, aunque hoy no se hace una teología del Corazón de María, sin embargo, hay en esta devoción una intuición fundamental, que sí está presente en la teología, en la mariología. Lo que define y resume todo lo que fue y es María, no es tanto su maternidad biológica, ni su capacidad protectora, ni rasgos aislados 76 77

Cap. VIII de la «Lumen Gentium», la «Marialis Cultus» de Pablo VI. CC. nn. 1.4.8.71 y en la «Formula professionis.

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de su vida narrados por los evangelios, o actuaciones carismáticas de ella a lo largo de la historia de la Iglesia. Lo que define y sintetiza quién fue y es María es su interioridad, aquello por lo que María fue lo que fue; no se trata, sin más, de la interioridad que ella se labró con su esfuerzo, sino del resultado de la iniciativa amorosa de Dios a la que ella correspondió con fe y amor. María se dejó modelar íntimamente y desde dentro por la Palabra y el Espíritu. No es bienaventurada por ser aquella que llevó a Jesús en su vientre, sino por haber acogido la Palabra sin reservas y haberla hecho realidad en sí misma. ¿No es esto lo que resaltan en María las actuales mariologías bíblicas? ¿No se dice desde San Agustín —aunque la idea es ya evangélica— que María es más grande por haber concebido la Palabra en su corazón que en su cuerpo? ¿No se distanció Jesús de todo lo que pudiera implicar una relación meramente biologista con su madre, para resaltar la relación de discipulado, de seguimiento? La contemplación de María desde la perspectiva de su «corazón» subsiste hoy, pero empleando otro lenguaje y adquiriendo una mayor densidad. Contemplar a María así es contemplarla en totalidad, evitando las parcelaciones de otras advocaciones, que la evocan desde uno u otro misterio de la vida de Jesús, uno u otro momento de la historia de la virgen María o de la Iglesia. María, contemplada desde su corazón, trasciende todos los momentos históricos y al mismo tiempo está presente en todos ellos, desde la interioridad que la constituye. El texto renovado de las Constituciones adopta esta perspectiva tanto cuando habla expresamente del «Inmaculado Corazón de María», como cuando llama a María «prima Christi discipula» (CC 61), o cuando la presenta como «exemplum» de seguimiento de Cristo Jesús (CC 20.23.28). Se dice de ella que estuvo «operi salvifico Filii sui pleno corde consociata» (CC 36), es decir, que se asoció con toda su interioridad constituyente a la obra salvífica del Hijo, que compartió cordialmente la oblación de amor del Hijo. La misma intención presenta el texto constitucional, cuando habla de la castidad y propone el ejemplo de María Virgen «ut toto corde iis quae Patris sunt nos devoveamus» (CC 20), o cuando habla de la obediencia y propone una vez más el ejemplo de María que «semetipsam ut Domini ancillam personae et operi Filii se totaliter devovit» (CC 28); o cuando, de forma más genérica, se afirma que asumimos la «forma vitae» que María «abrazó con fe (CC 5). También se alude a María, como ejemplo, cuando se pide a los misioneros que en la oración mental se comporte «verbum Dei corde conferentes»,s egún el texto mariano de Luc 2,19 «abrazó con fe» (CC 5). También se alude a María, como ejemplo, cuando se pide a los misioneros que en la oración mental se comporten 118

«verbum Dei corde conferentes», según el texto mariano de Luc 2,19 (CC 37). De un total de quince referencias mañanas, las Constituciones renovadas se refieren al Corazón de María en esta perspectiva más honda en doce textos. Las nuevas Constituciones hablan del Corazón de María con un lenguaje más existencial, más bíblico. Las nuevas Constituciones reconocen que la maternidad espiritual de María sobre los hombres, es especialmente sentida en nuestra Congregación a través de la filiación cordimariana. El título de «Hijos del Inmaculado Corazón de María» supone que la reconocemos como Madre, en cuanto que su corazón, lleno de amor y de fe nos ha engendrado para ser misioneros. De hecho, se afirma, siguiendo la tradición de nuestro fundador, que la fundación de la Congregación se atribuye al Corazón de María, presente en el símbolo del cuadro de la Madre del Divino Amor. Maternidad y filiación son entendidas y vividas en clave misionera, apostólica. María es sentida como la Madre que envía; y se exprimenta la filiación mariana como envío misionero. Por eso, la definición del Hijo del Inmaculado Corazón de María, elaborada por Antonio María Claret, es eminentemente misionera, apostólica. Detrás de esta relación materno-filial está, como inspiración, la escena bíblica de Jesús manifestándole al «discípulo amado» quién era su madre espiritual, señalándole a María como madre. Los claretianos sabemos que hemos sido engendrados en el seno materno de María. La dimensión apostólica de nuestra filiación mariana se refuerza, cuando se considera el calificativo del «inmaculado» referido al Corazón. Para Claret y para nosotros, claretianos, hablar de la Inmaculada es referirse a la Mujer perfectamente redimida, liberada, a la Nueva Eva, a la Mujer victoriosa que venció a la Serpiente. La fe de María fue su gran instrumento de victoria. María es la Mujer que por la fuerza del Espíritu del Señor vence al enemigo. Es la mujer de la nueva creación y de la plenitud apocalíptica. Ver a María en esta clave da un nuevo matiz a nuestra espiritualidad mariana. La devoción al Inmaculado Corazón de María no es para nosotros una llamada al privatismo, al recluimiento contemplativo, sino un impulso hacia la lucha por el Reinado de Dios y la destrucción de todo pecado. Los Hijos del Corazón Inmaculado de María no pueden pactar con el mal, con la injusticia, con la corrupción. Son los que luchan contra todos los laberintos diabólicos, en los que está situado nuestro mundo. *

*

*

Los misioneros claretianos hemos recibido una preciosa herencia. Podemos decir con el salmista: «Me encanta mi heredad» (Sal 15). 119

Una dimensión fundamental de esa herencia es la espiritualidad raariana, que en Claret adquirió rasgos ejemplares para nosotros. Esa sinfonía mariana dentro de la gran sinfonía que fue la vida espiritual de Claret debe prolongarse en nosotros. Esta música no ha de tener fin. Los claretianos hemos ido desarrollando algunos de los temas fundamentales. Pero todavía quedan inéditas posibilidades para potenciar nuestra espiritualidad desde María y darle un nuevo rostro a nuestra misión. Nos sentimos llamados a hacer memoria de María, la Nueva Eva, la Madre de los Vivientes, dentro de una acción y pasión misionera que no se arredra ante el enemigo, ante la oposición. Nos sentimos llamados a ser los «discípulos amados», formados en el Corazón de María, que sólo pensamos en cómo imitar y seguir a Jesucristo en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios Padre y la salvación de los hombres del mundo entero (CC 2).

PRESENCIA DE LA VIRGEN MARÍA EN EL ORIGEN Y EN LA MISIÓN DE LA ORDEN DE PREDICADORES Armando Bandera, OP.

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A modo de introducción En nuestro tiempo se puede hablar de los orígenes y de las características marianas de cada instituto religioso con mayor serenidad, objetividad y profundiad que en el pasado. Hubo tiempos en que los esfuerzos por destacar la índole mariana de un instituto parecían implicar, poco menos que inevitablemente, una cierta postergación de los otros, como si por necesidad, hubieran de ser menos marianos, y, por lo tanto, menos devotos de la Virgen... Surgía, sin pretenderlo, un planteamiento que presentaba, desde el principio, ribetes un tanto polémicos. Creo que hoy aquella situación está totalmente superada. El Concilio Vaticano II enseñó de manera muy clara la doctrina de la universal maternidad espiritual de María. Pablo VI, al promulgar la Constitución dogmática Lumen gentium, sacó la conclusión proclamando expresamente el título de María Madre de la Iglesia. Por último, el magisterio pontificio posterior y la teología confirman y desarrollan tanto el título mismo como su contenido. Ahora bien, proclamar a María Madre de la Iglesia, implica proclamarla Madre de todas las vocaciones constitutivas de la Iglesia, entre las cuales está la peculiar vocación que llamamos vida religiosa. La maternidad de María afecta a la vida religiosa desde su origen mismo; envuelve, por tanto, a cada uno de los institutos en que esta vida se concreta y encarna. Para exaltar el marianismo de un instituto religioso, no es necesario hacer o insinuar presuposiciones minimistas —mucho menos negativas— respecto al de los otros. La Virgen, como Madre de todos, trasciende a cada uno y tiene para repartir entre todos, sin peligro de que sus dones se agoten. 123

La maternidad espiritual de María trasciende la entera vida religiosa y se ejerce sobre la totalidad de los fieles, cualquiera que sea su vocación específica. La postura mejor para beneficiarse de la maternidad espiritual de María no es la de intentar «acapararla»; esto, más bien, frustraría su influjo, porque un hipotético «acaparamiento» deformaría radicalmente el misterio y anularía su influjo. Para recibir en plenitud —con la plenitud relativa de que somos capaces— la influencia de la maternidad de María, hay que abrirse generosamente a una comunión que sea verdaderamente universal, porque sólo esta comunión capacita para contemplar con gozo los dones marianos, dondequiera que se manifiesten. Sobre la base de estas consideraciones previas, se me concederá fácilmente que, al hablar del marianismo de la Orden de Predicadores, no pasa por mi pensamiento la mínima pretensión de ensombrecer las características mañanas de instituto alguno.

1.

La Virgen María y el origen de la Orden de Predicadores

Es un hecho que los escritores dominicos atribuyeron muy pronto a la Virgen el origen de la Orden. Los religiosos mismos vivían, en efecto, con la impresión de que todo transcurría como si la Virgen hubiera sido la fundadora de la Orden. De aquí se sacaba en seguida una conclusión práctica, a saber: si la Virgen dio origen a la Orden, la Orden debe darle a Ella culto, amándola, predicando sus misterios, atrayendo a otros a su amor, etc. Dada la época en que todo esto sucede —la Orden fue confirmada por Honorio III el 22 de diciembre de 1216— la atribución a la Virgen de su fundación va acompañada de una serie de hechos más o menos maravillosos, con los que se pretende reforzar y dar suprema garantía a la idea que había surgido como espontáneamente en la conciencia común. Uno de los relatos dice lo siguiente: «Antes de la fundación de la Orden de Predicadores hubo un cierto monje, que, estando enfermo, quedó extasiado. Durante tres días sus sentidos estaban como muertos y su cuerpo paralizado. Cuando volvió en sí, no quería contar lo que había visto. Al cabo de un cierto tiempo, fundada ya la Orden, dos frailes entraron a predicar en la iglesia en que estaba dicho monje. Se admiró y se puso a hacer averiguaciones sobre la misión y nombre de los frailes. Acabado el sermón los llamó y les dijo: Estas son las cosas que Dios, dador de todo bien, me reveló y yo callé. No las guardaré más en silencio. Hace tiempo, arrebatado 124

en éxtasis, vi a María, Nuestra Señora, la Madre de Dios, de rodillas, con las manos juntas, rogando a su Hijo por la humanidad. Le suplicaba que siguiera esperando la conversión. Le dijo su Hijo: Madre ¿qué se puede hacer ya? Estuve con ellos, envié apóstoles. A Mí y a ellos los mataron sin miramientos. Después tuvieron mártires, doctores, confesores. Pero no les hicieron caso. Es verdad que no es justo que a Ti te niegue algo. Les daré a mis Predicadores. Ellos les iluminarán para que no vivan en el error. Pero si no lo hacen, los castigaré»1. El compilador de todos estos relatos tiene buen cuidado de iniciar su exposición remontándose a un principio de la más pura teología: «Si ponemos —dice— atención en examinar los misterios de las divinas Escrituras, veremos claramente que Nuestra Señora, la bienaventurada Virgen María, es una intercesora siempre dispuesta ante su Hijo, así como una mediadora llena de piedad para con todo el género humano... Sus súplicas consiguen continuos bienes para el mundo... De modo especial ha conseguido con sus ruegos de la misericordia divina la Orden de Predicadores para la salvación de la humanidad»2. El hecho de que la intervención de la Virgen sea expresada a través de un revestimiento en que lo maravilloso —visiones, locuciones, éxtasis, profecías, etc.— tiene acusado relieve, a nosotros nos deja una impresión de relatos fantásticos, carentes de todo fundamento real u objetivo; vivimos en una época muy «racionalizada», que dice no poder aceptar nada de lo que no pasa por el filtro de la «racionalidad» o de un criterio que se impuso con fuerza sobre todo a partir de los tiempos del «iluminismo» o «siglo de las luces». Ciertamente, la racionalidad es un valor muy estimable. Pero su aplicación al enjuiciamiento de fenómenos de gracia tiene que ser hecha dentro del «contexto» global de la gracia misma o del entero plan de salvación y no por vía puramente dialéctica, como cuando se trata de cuestiones filosóficas. A poco que se repare en la historia de los institutos religiosos, se advierte inmediatamente la espontaneidad con que muchos de ellos vinculan sus orígenes con alguna especial intervención de la Virgen. El 1 GERARDO DE FRACHET. Vidas de los hermanos, p.l.c.l., n. 2, en Santo Domingo de Guzmán. Fuentes para su conocimiento, ed. L. GALMÉS-V. GÓMEZ (Madrid, 1987), 375376. La obra de Gerardo fue publicada en 1259, pero la recogida de datos había comenzado en 1255, por mandato del Capítulo General de Milán. La atribución a la Virgen de la fundación de la Orden es frecuente en este libro, sobre todo en la primera parte; en la cuarta parte, el capítulo catorce lleva este significativo título: De ios que entraban [en la Orden] por especial devoción o llamamiento de María Santísima, p. 521-524; en otros capítulos hay también relatos parecidos. Otros escritos primitivos, publicados en esta colección de Fuentes, repiten a menudo la misma idea. 2 L . c , n. 1, p. 375.

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fenómeno es tanto más llamativo cuanto que estos institutos nacieron en épocas de situaciones culturales sumamente diversificadas. Incluso fundadores recientes, que vivieron en una sociedad no sólo «racionalizada», sino también francamente hostil a la fe, continúan teniendo una experiencia fundamentalmente idéntica a la de siglos pasados: la Virgen está presente en la obra que ellos realizan, más aún, es su verdadera y «única» autora. Baste pensar, por ejemplo, en San Juan Bosco. La persistencia del fenómeno obliga a pensar, aplicando el principio señalado hace un momento, o sea, en la necesidad de integrar la «racionalidad» dentro del contexto global del plan salvífico; en este plan aparecen datos que, siendo totalmente originales, desbordan, sin contradecirlos, aquellos otros que provienen de la mera racionalidad humana y ofrecen al creyente una posibilidad más profunda de comprensión. Concedamos que el ropaje externo y su maravillosismo necesita ser sometido a discernimiento, sufrir poda «despiadada», quedar puesto «al desnudo». Pero precisamente «desnudándolo», es como nos capacitamos para comprender la densidad de su contenido. El reciente magisterio de la Iglesia, particularmente el Concilio Vaticano II y los documentos que se inspiran en éi faciiitan un íúcfdo discernimiento, con su enseñanza sobre la maternidad de María. Puede darse por seguro que las «visiones», «apariciones», «locuciones», etc. no pasan de ser revestimento externo, o, si se prefiere, algo así como «género literario», que debe ser leído en su propia clave, sin tomar las afirmaciones en su tenor estrictamente literal. Pero «género literario» no es lo mismo que ficción o que mentira; representa un modo válido de proponer la verdad, cuyo contenido objetivo sólo se capta respetando las reglas o clave de interpretación del «género» usado. En el caso concreto, o sea, en la frecuente atribución a la Virgen de la fundación de institutos religiosos, la «clave» está dada por un misterio, que es el de la presencia materna de María en toda la vida cristiana y de modo especial en aquellos «fenómenos» que representan una manifestación eminente o singularmente densa de esa misma vida, como son los institutos religiosos. Esta idea puede ser expresada bajo formas «cultas», hablando, por ejemplo, de sentido cristiano, sentido de la fe, conciencia eclesial, et.; pero puede ser expresada también de manera «popular», diciendo que la Virgen hace directamente tal y cual cosa, que se aparece para mover a realizarla o que alcanza de su Hijo la realización. Si el Antiguo Testamento atribuye directamente a Dios multitud de cosas que son realizadas mediante la intervención de las criaturas, ¿por qué una piedad «popular» cristiana no puede hacer al126

go semejante en relación con la Virgen María? Es verdad que ahora nos encontramos en etapa de Nuevo Testamento, pero no parece que esto obligue a eliminar tales modos de expresión, porque el mismo Nuevo Testamento los emplea, bien asumiendo literalmente los antiguos, bien introduciendo otros originales. El revestimiento maravilloso del libro Vidas de los hermanos no tiene finalidad proselitista, no busca la captación de candidatos por vía de fascinación con fenómenos llamativos; además, el libro no fue escrito por iniciativa personal, ni publicado bajo la exclusiva responsabilidad del autor. La decisión de ofrecer a la Orden una obra de este género fue tomada por el Capítulo General a instancias de religiosos. Es el propio General de la Orden, Umberto de Romans, quien informa de todo esto en una carta de presentación del libro: «Muchos —dice— han solicitado que se pusiera por escrito todo, antes de que el olvido lo entierre. Fue así como, consultando a los Padres Provinciales..., se determinó que aquellos hermanos que recordasen cosas sucedidas las comunicasen... Entregamos todo el material a Fray Gerardo de Limoges [de Frachet], entonces Prior Provincial de Provenza, en cuyo ingenio confiábamos, rogándole que lo examinara todo y seleccionara lo más estimable. Así lo hizo. La obra gustó, y por eso hemos decidido su publicación, si bien no queremos que se divulgue fuera de la Orden. Para hacerlo, será necesario un permiso especial3. Ahora bien, es claro que, desde el momento que el Superior General prohibe la difusión hacia afuera, el permiso requerido para obrar de otro modo deberá ser dado por él mismo. Estamos, por tanto, ante una obra sólida que quiere conservar para la posteridad el recuerdo de los insignes dones otorgados por Dios a la Orden. Esta obra fue llamada El libro de oro dominicano4. La objetividad y solidez se pone de manifiesto, cuando, de forma velada y callando nombres, se refiere a los grandes personajes de la Orden que aún vivían, como, por ejemplo, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, junto con otros menos conocidos fuera de la Orden. A todos los caracteriza de manera bien precisa, en la que que no hay nada que corregir. En realidad, la idea de atribuir a la Virgen la fundación de la Orden se remonta a Santo Domingo mismo. Su inmediato sucesor en el gobierno general de la Orden fue el beato Jordán de Sajonia (12211237) el cual escribió la primera historia dominicana con el libro titulado Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum. Uno de los grandes 3 4

L . c , p. 374. Cf. l.c.p. 369.

127

personajes de esta historia es el beato Reginaldo de Orleans, maestro de derecho canónico en la universidad de París. Al cabo de cinco años de enseñanza Reginalco abandonó la cátedra universitaria y se retiró a Orleans, desde aquí viajó a Roma con el propósito de embarcarse hacia Tierra Santa. Cuando este distinguido personaje llegó a Roma —dice el beato Jordán— contrajo una enfermedad grave. El Maestro Domingo lo visitó algunas veces; y cuando lo exhortó a abrazar la pobreza de Cristo y a entrar en su Orden, obtuvo de él libre y pleno consentimiento, obligándose incluso con voto. Prácticamente desahuciado, se vio, no obstante, libre de su grave enfermedad, aunque no sin intervención de Dios por medio de un milagro. Efectivamente, en lo más fuerte de su abrasadora fiebre, se le hizo visible la Reina del Cielo y Madre de misericordia, la Virgen María; con el saludable ungüento que traía consigo le ungió ojos, nariz, oídos, boca, vientre, manos y pies, mientras decía: «Unjo tus pies con óleo santo para prepararlos al anuncio del evangelio de la paz». Le mostró, además, el hábito completo de nuestra Orden. Sanó al instante, y su restablecimiento fue tan súbito y completo que los médicos, al ver las pruebas evidentes de su salud quedaron admirados, pues ya casi desesperaban de su curación. El Maestro Domingo dio a conocer después este famoso milagro a muchas personas que aún hoy lo testifican. Y yo mismo estuve presente cuando se lo manifestó a varios en París, durante una conferencia espiritual»5. Reginaldo cumplió su promesa de visitar Tierra Santa. Al regreso, Santo Domingo lo envió a Bolonia, donde atrajo a la Orden una gran masa de universitarios, maestros y alumnos. «Su elocuencia y palabra era todo fuego... Bolonia entera vibraba entonces de fervor, pues parecía haber surgido un nuevo Elias. Por aquellos días recibió en la Orden a muchos boloñeses» 6 . La manifiesta intervención de la Virgen en el caso del beato Reginaldo, atestiguada directamente por Santo Domingo, y la excepcional importancia que Reginaldo tiene en los orígenes de la Orden justifican sobradamente el hecho de que los religiosos hayan llegado a formarse la conciencia de que la fundación misma fue debida a la Virgen. Otros hechos de que se hablará más adelante contribuyeron a que esta conciencia o firme convicción de vinculación con María se arraigase profundamente. 5 JORDÁN DE SAJONIA, Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum, nn. 56-57, en Santo Domingo de Guzmán, Fuentes..., p. 102. 6

JORDÁN DE SAJONIA, Libellus...,

58, pp. 102-103.

128

2.

La luz de Santo Tomás

Aunque Santo Tomás nació cuando habían transcurrido ya varios años desde la muerte de Santo Domingo, puede afirmarse, en cierto sentido, que hizo revivir al Fundador, porque, ante fuertes ataques de maestros seculares de París, explicó y defendió como nadie el ideal de vida dominicana. Santo Tomás es apasionadamente dominico y sentía gran admiración por Santo Domingo. Sin entrar en temas históricos, basta fijar la atención dos en datos concretos, uno relativo a la doctrina, otro «al estilo espiritual» de Santo Tomás. En cuanto a doctrina, Santo Tomás establece entre Cristo y la Virgen una analogía que luego razona del modo siguiente: «Así como la plenitud de gracia se realizó perfectamente en Cristo, pero de tal manera que una cierta incoación de la misma precedió en la Madre, así también la observancia de los consejos evangélicos, que se hace por gracia de Dios, comenzó perfectamente en Cristo, pero de algún modo fue iniciada ya por la Virgen su Madre»7. Este razonamiento de Santo Tomás es sumamente importante para descubrir la conexión entre vida religiosa —en toda su universalidad— y misterio de María. Al lado de Cristo, y subordinadamente a El, María es principio de la vida religiosa. Y principio no sólo en sentido histórico, sino también en cuanto produce causalmente esta forma de vida cristiana. María es principio activo de la práctica de los consejos evangélicos en la Iglesia. Los documentos recientes del magisterio pontificio confirman expresamente esta idea 8 , que ya había sido indicada con claridad por el Concilio Vaticano II 9 . Santo Tomás coloca reiteradamente a la Virgen junto a Cristo en sentido causal. Un pasaje bien expresivo y casi nunca citado es el siguiente: «Para un santo es grande poseer tanta gracia que baste para salvar a varios otros; lo máximo consiste en poseer tanto que baste para salvar a todos los hombres del mundo: esto es lo que se realiza en Cristo y en la bienaventurada Virgen»10. 7

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teol. III, 28, 4 ad 3.

8

Cfr. PABLO VI, Evangélica testificado, n. 15; JUAN PABLO II, Redemptionis

do-

num, n. 17. 9 Cf. LG 46b; PC 25. 10 SANTO TOMÁS DE AQUINO, In salutationem angelicam expositio, en Opúsculo theologica, t. 1, ed. R. SPIAZZI (Romae, 1954), p. 240, n. 1118.

129

La plenitud de la gracia de Cristo no está, por así decir, encerrada en El, sino que de El fluye hacia nosotros; análogamente, la gracia de María, por voluntad de Cristo y en dependencia de El, ejerce sobre los hombres un influjo activo. Se trata de una actividad absolutamente universal. La Virgen, pues, se hace presente y actúa en todo el orden de la gracia, cualquiera que sea su manifestación concreta. Supuesto el principio, basta aplicarlo al caso concreto de la práctica de los consejos evangélicos, la cual —como decía el primer texto citado— es una obra de gracia. En dependencia de Cristo, María es agente respecto de la vida religiosa bajo cualquiera de las formas que ésta pueda revestir. Santo Tomás no se detiene en detalles, ni hace aplicaciones concretas a su propia Orden. Pero esto es cosa bien sencilla, una vez asentado el principio universal. En relación con la Virgen, Santo Tomás no sólo tenía ideas que lo llevaban a ver su propia Orden como fruto o redundancia de la plenitud de gracia que Ella recibió. Santo Tomás vivía la devoción a la Virgen María; por los autógrafos que se conservan de su obra Summa contra gentiles, se sabe con certeza que probaba las plumas, al margen del folio, escribiendo Ave María. De la salutación angélica compuso también una exposición, en la que se capta una contenida «pasión» por dar a conocer la sublimidad dei misterio mariano. María, en efecto: «tiene con Dios una familiaridad superior a la del ángel; con Ella está el Señor, Padre; con Ella está el Señor, Hijo; con Ella está el Señor, Espíritu Santo; es decir, con Ella está toda la Trinidad. Por lo cual de Ella se canta: Noble lecho donde se recuesta toda la Trinidad»11.

3. Correspondencia de la Orden a la Virgen Lo que se acaba de decir en relación con Santo Tomás, es tan sólo un «botón de muestra». La Orden, desde sus comienzos, sintió vivamente el deber de honrar a la Virgen, tributándole con entrañable cariño el culto, que le es propio. El ya citado Gerardo de Frachet, refiriéndose a «los primeros tiempos de la Orden», dice: «era tanto el fervor..., que casi es imposible ponerlo por escrito... Hubieras visto a la Orden impulsada por un fervor admirable» 12 . 11

In satutationem..., p. 240, n. 119. El original dice: «totius Trinitari nobili tñclinium». Santo Tomás expuso el Ave María en una serie de predicaciones, las cuales «son ciertamente predicaciones de un teólogo, pero de un teólogo que vive y siente profundamente lo que dice» (P. LIPPINI, La spiritualita domenicana [Bologna, 1987], p. 207). 12 GERARDO DE FRACHET, Vidas de los hermanos, p. 4, c.l., p. 481. 130

En este general ambiente de espiritualidad, ilusionadamente vivida y asentada con solidez sobre renuncias, que hoy nos dan la impresión de muy duras, Gerardo destaca la nota mañana. «¿Quién —dice— puede hablar de la devoción que profesaban a la bienaventurada Virgen? Rezados de pie y con gran fervor sus Maitines, corrían con mayor devoción a postrarse ante su altar para que aquel pequeño intervalo que les quedaba no estuviese vacío de oraciones. Y después de Maitines y de Completas acudían frecuentemente, de tres en tres, a ponerse en torno al altar de la Santísima Virgen, encomendando con admirable devoción sus intenciones y las de la Orden a la bienaventurada Señora. En sus celdas tenían también su imagen y un crucifijo ante sus ojos, para que ya estudiando, ya rezando, ya durmiendo, los contemplasen y, al mismo tiempo fuesen mirados por ellos [por Cristo y por María] con ojos de misericordia»13. El fervor mariano de los comienzos estaba lleno de ternura. Pero no tenía nada de sentimentalismo superficial. Oigamos de nuevo a Gerardo de Frachet. «A unos —dice— los hubieras visto postrados en tierra suspirando después de sus confesiones cotidianas, y con amargos sollozos y grandes alaridos llorar sus pecados y ios de ios demás; a otros, uniendo en sus oraciones la noche con el día... En los mutuos servicios... iban a porfía y se sentía feliz aquel que en estos menesteres se adelantaba a los otros. ¡Oh cuántas veces los hermanos se despojaban de sus capas, de sus túnicas y zapatos para ofrecérselos a hermanos peregrinos, aunque fueran desconocidos!... En predicar la palabra de Dios, para lo cual fue fundada la Orden, les infundía el Señor tal fervor que muchos de ellos no se atrevían a sentarse a la mesa, si antes no habían predicado... En un Capítulo General celebrado en París, como fuera urgente enviar algunos hermanos a la Provincia de Tierra Santa, dijo el Maestro Jordán en dicho Capítulo a los hermanos que, si algunos estaban dispuestos a ir allí, se lo indicasen. Aún no había terminado de decir esto, he aquí que fueron tantos quienes se postraron en venia, suplicando con sollozos y lágrimas ser enviados a aquella tierra consagrada por la sangre del Salvador, que apenas quedó en pie uno solo. Entonces, viendo esto Fray Pedro de Reims, que era Prior Provincial de Francia, se levantó y, hecha la venia con los demás, habló al Maestro Jordán de este modo: Buen Maestro, o dejáis en mi compañía estos hermanos o me enviáis a mí con ellos, porque yo también estoy dispuesto a ir en su compañía, aunque sea a la muerte»14. 13 GERARDO DE FRACHET, L.C, p. 483. El «breve intervalo», de que habla el texto es el tiempo que, haciendo las cosas son diligencias, se puede sacar entre el momento de levantarse y de acudir a coro para el primer acto común. Los Maitines de la Virgen eran rezados privadamente por cada uno mientras se vestía. 14

GERARDO DE FRACHET, L.C, pp. 481-484.

131

Así continúa refiriendo una serie de episodios en que se expresa la generosa disponibilidad de los religiosos para asumir encargos apostólicos que, en muchos casos, implicaban poner en riesgo la vida. Una espiritualidad que forme hombres así, para quienes el peligro, lejos de ser dificultad, representa más bien un estímulo, no tiene nada de sentimental ni de superficial. Es en este contexto heroico donde hay que situar o insertar la vida mariana de los comienzos.

4.

Hacia las fuentes del marianismo dominicano

La vida de Santo Domingo está llena de contenidos marianos. El tuvo la «suerte» de nacer en una familia de santos. Su madre, Juana de Aza, y su hermano mayor, Manes, están beatificados; su padre, Félix, goza de especial veneración en la comarca donde vivió; y el hermano menor, Antonio, es nombrado con el título de «venerable»; pasó la vida en un hospital, sirviendo a pobres y enfermos, y ejerciendo el sacerdocio en favor de ellos. En una familia así, la presencia de María no podía menos de ser intensa. Es verdad que faltan datos concretos; pero me parece evidente que una familia de santos no podía menos de sintonizar con la piedad que el pueblo cristiano tenía para con la Virgen. En Caleruega —pueblo natal del Santo— hay una «tradición», compartida por toda la comarca, según al cual Santo Domingo, en los años de su infancia, hizo la «peregrinación» a la Virgen de Castro, que es un santuario mañano. Ningún historiador habla de esto. Pero, desde tiempo inmemorial, todos los años los pueblos de la comarca hacen la «peregrinación» de unos seis kilómetros, llevando sobre andas la imagen del Santo; para darle el gusto de repetir ahora espiritualmente lo que se supone que de niño hizo corporalmente muchas veces. El marianismo de Santo Domingo no se edifica a base de solas conjeturas o de suposiciones, por muy fundadas que sean. Está encarnado en una vida real, tejida, como la de cualquier hombre, de hechos concretos, sobre los cuales hay que reflexionar un poco más en detalle. 4.1.

Osma

Santo Domingo, después de haber estudiado teología y haberla enseñado por algún tiempo en Palencia, ingresó, entre 1195 y 1197, en el cabildo canonical de Osma, donde al poco de haber entrado, recibió la ordenación sacerdotal; en 1199 fue nombrado sacristán del cabildo, y en 1201 subprior, cargo que ejerció hasta 1205, en que inició su ministerio propio, convirtiéndose en el gran predicador de la fe y viniendo a ser el fundador de una Orden de Predicadores. 132

Los aspectos espirituales de la vida de Santo Domingo en Osma los resume su inmediato sucesor, el beato Jordán de Sajonia. «Pasaba —dice— los días y las noches en la iglesia dedicado sin descanso a la oración; y, como si quisiera recuperar el tiempo dedicado a la contemplación, apenas se dejaba ver fuera del recinto monástico. Dios le había otorgado la gracia particular de llorar por los pecadores, por los desdichados y por los afligidos...; el amor que le quemaba por dentro salía bullendo al exterior en forma de lágrimas. Era costumbre muy frecuente en él pernoctar en oración... Algunas veces, mientras oraba, solía prorrumpir en gemidos que le salían del hondo del corazón, así como en rugidos y gritos incontenibles... Hacía frecuentemente a Dios una súplica especial: que se dignara concederle la verdadera y eficaz caridad, pensando que sólo comenzaría a ser en verdad discípulo de Cristo, cuando pusiera todo su empeño en desgastarse por ganar almas, al modo como el Señor Jesús, Salvador de todos se inmoló totalmente por nuestra salvación»15. El texto del beato Jordán habla sólo de oración, sin especificar apenas su contenido, fuera de lo que se refiere a ciertas peticiones concretas. Pero creo no es difícil rellenar los vacíos —algunos al menos— dejados por esta información. En primer lugar, el beato Jordán habla expresamente de la fidelidad de Santo Domingo en el cumplimiento o plan de vida canonical. Un cabildo como el que acogió a Santo Domingo tenía como parte importante de su vida diaria la recitación solemne del Oficio Divino —como se decía entonces— o Liturgia de las Horas, y la celebración de la misa. La vida de Santo Domingo se alimentaba de las celebraciones litúrgicas, como lo prueba evidentemente todo el conjunto de su vida. En la primera tradición dominicana esta muy documentado un acto llamado «oraciones secretas», el cual consistía en que los religiosos, después de concluido el rezo comunitario del oficio litúrgico, se retiraban para hacer cada uno oración personal, o «secreta»; los mismos documentos señalan que esta oración secreta se alimentaba de los textos litúrgicos leídos o escuchados durante el día: en el secreto de la oración personal «rumiaban» —ruminabant, dice el latín de la época— los textos litúrgicos. Esta costumbre no es más que aplicación a la vida de la Orden de lo que Santo Domingo hacía ya en Osma y continuó haciendo después, siempre. Ahora bien, en la liturgia la presencia de María tiene una frecuencia, una intensidad y una profundidad que no puede pasar desapercibida a nadie que la celebre sintonizando con el contenido. Durante las noches pasadas por Santo Domingo en oración, la persona de María estaba, sin duda, muy presente. 15

JORDÁN DE SAJONIA, Libellus, nn. 12-13, pp. 87-88.

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Para valorar el marianismo de aquellos años, hay que tener en cuenta otro dato importante. Los cabildos del tipo de Osma se constituyeron para hacer efectiva «la reforma gregoriana», promovida por el Papa San Gregorio VII, en la cual entraba como finalidad importante la consolidación de la práctica del celibato 16 . Ahora bien, para el logro de esta finalidad, la persona de María jugaba un papel decisivo. Aquellos cabildos eran «hogar» de vida mañana por el doble motivo de solemnizar la liturgia y de responder a una intención de reforma. El nivel del fervor mariano de los cabildos regulares era ciertamente alto. Un caso llamativo es de Lyon, al que San Bernardo dirigió, unos años antes del nacimiento de Santo Domingo, una severa carta, reprendiendo lo que a él mismo —¡a San Bernardo!— le parecían excesos de glorificación de la Virgen. El entusiasmo mariano «en los primeros tiempos de la Orden», que dice Gerardo de Frachet, es, sin duda, una copia del que Santo Domingo mismo sentía y transmitió.

4.2.

La primera predicación de Santo Domingo

Entiendo por primera predicación la que Santo Domingo llevó a cabo en el sur de Francia durante los años 1205-1215, la cual desembocó en la fundación de la Orden. Esta predicación tenía por adversarios principales diversas sectas heréticas, coincidentes en profesar un maniqueísmo, más o menos acentuado. No siempre es fácil distinguir los grupos. En la historia dominicana son frecuentísimos los nombres de albigenses y cataros. Se añadió otro grupo menos peligroso y sin contaminaciones maniqueas, que originariamente era conocido con el nombre de pobres de Lyon, y después se llamaron valdenses, en recuerdo del iniciador. Los valdenses, aunque inmunes de maniqueísmo, eran lo que se diría hoy fuertemente críticos para con la «institución eclesial» y apoyaban a los enemigos de la Iglesia, aunque doctrinalmente no estuvieran de acuerdo con ellos17. 16

Un documentado historiador de la vida religiosa dice a este propósito: «En el monaquisino latino, se comenzó a prometer obediencia, pero no se prometía expresamente celibato y pobreza (...). Fue en el ambiente de los canónigos regulares, es decir, en la tradición de canónigos regulares nacidos de un movimiento de reforma, donde se exigió el voto de celibato y de comunidad de bienes, junto con el voto de obediencia. Se llega asi a la culminación de un movimiento en el cual se aplicaba con mayor rigor la ley del celibato eclesiástico y se favorecía la vida común del clero para proteger su observancia» (J. M. LOZANO, La sequela di Cristo. Teología storica-sistematica della vita religiosa. Milán, 1981, p. 187). 17 Cf. L. GALMÉS, Introducción general, en Santo Domingo de Guzmán pp. 25-31;

134

Por fuerza de las circunstancias, la predicación de Santo Domingo tenía que centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, empezando por el hecho mismo de la encarnación, que los herejes negaban a causa de sus prejuicios sobre la intrínseca maldad de la materia. Obviamente, negaban también la realidad del nacimiento, de la pasión y muerte, de la resurrección del Señor. Ahora bien, una predicación que tiene como tema básico el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, es absolutamente imposible sin la continua referencia a la Virgen María. La fuerza con que se insistía, por parte católica, en destacar y asegurar la exacta comprensión del misterio de Cristo, se descubre bien en una profesión de fe, propuesta por Inocencio III para la reconciliación con la Iglesia de un grupo de valdenses, que reconocía como cabeza o maestro a Durando de Huesca, el cual se «convirtió» gracias a la predicación de Santo Domingo. Esta profesión repite casi machaconamente el concepto verdad. El Hijo de Dios, que es verdadero Dios, es también hombre verdadero nacido de la Madre, tomando de Ella verdadera carne; nació de la Virgen con verdadero nacimiento de carne; padeció con verdadera pasión de su carne; murió con verdadera muerte de su cuerpo; resucitó con verdadera resurrección de su carne y con verdadera reasunción del alma en el cuerpo 18 . Ahora bien, los valdenses, aunque apoyaban a los cataros, no eran como éstos maniqueos. Ello presupone que la predicación cristiana, concretamente la de Santo Domingo frente a los cataros acentuaba la verdad de lo corpóreo en Cristo de manera literalmente superlativa. La situación herética con que Santo Domingo se encontraba da un criterio segurísimo para saber cuál era «el centro de gravedad» de su predicación. Me parece absolutamente seguro que ese «centro» era el misterio de la encarnación, con todas las «consecuencias» que tiene en todos los misterios porteriores. La encarnación del Hijo de Dios, al mismo tiempo que explica el valor y los contenidos de la redención del mundo, es el «argumento» supremo contra cualquier forma de maniqueísmo. Dado que el Hijo de Dios, Dios como el Padre de quien procede, asumió un cuerpo de carne, es evidente que el cuerpo y la materia en general no es cosa mala, sino que puede ser elevado a la más estrecha unión con la divinidad, siendo uno de los «elementos» en que subsiste el único Hijo de Dios. Además, asegurado el misterio de la encarnación, se A. D'AMATO, L'Ordine dei Frati Predicatori (Roma, 1983), pp. 12-35; Id., La devozione a Maria nell' Ordine domenicano (Bolona, 1983), pp. 49-52; G. BEDOUELLE, La fuerza de la palabra. Domingo de Guzmán (Salamanca, 1987), 81-90. 18 Cf. DzSch 791. El texto tiene todavía otras acentuaciones de lo corporal en Cristo.

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asegura también una exacta comprensión del hombre y se cierra el camino a tantos abusos morales que brotaban de aquellas corrientes maniqueas. Creo que no se necesita «fantasear» para comprender que Santo Domingo se encontraba en una situación parecida a la de San Ireneo. Por eso es natural que su predicación recayera sobre los mismos temas y usara recursos parecidos. En conclusión, me parece evidente que no sólo la piedad personal, intensamente vivida en Osma, sino también las circunstancias históricas en que Santo Domingo hubo de ejercer su ministerio requerían ocuparse con frecuencia y con amor de la persona de María, sin la cual hubiera sido absolutamente imposible explicar el punto clave de la fe que los herejes negaban y combatían sañudamente. La predicación de Santo Domingo iba acompañada de oración. Al mismo tiempo que hablaba de los misterios de Cristo y de su vinculación con la Virgen, Santo Domingo invitaba a orar, para interiorizar y grabar más profundamente el misterio predicado. Por eso, la «tradición» que atribuye a Santo Domingo la fundación del Rosario está lejos de pertenecer al género de «leyendas»19. Con toda seguridad Santo Domingo no hacía como nosotros, pero contribuyó poderosamente a lo que nosotros hacemos. Además, nos da un ejemplo al que nos se mira como es debido; a la luz de la predicación cirstológica-mariana de Santo Domingo, se comprende que el Rosario no es sólo ni principalmente un acto de piedad —un rezo— sino también, y sobre todo, un método de apostolado que armoniza bien diversos elementos para conseguir que la fe arraigue en las personas a quienes se dirige la predicación. Esta comprensión del Rosario como método de apostolado tiene manifestaciones múltiples en la historia de la Orden, sobre todo en la evangelización de América y del Extremo Oriente20. Santo Domingo vivía en una atmósfera mañana. Los testigos del proceso de canonización dicen que en sus desplazamientos frecuentemente pedía que lo dejaran caminar solo. Era la soledad contemplativa, durante la cual cantaba himnos, entre ellos el Ave maris stella. La beata Cecilia testifica que la voz de Santo Domingo «era potente, bonita y sonora» 21 . Aunque los testigos aluden a hechos históricamente posteriores, los únicos de que tenían noticia directa, no me parece infundado suponer que ya durante los primeros tiempos, Santo Domingo hacía lo mismo, sobre todo teniendo en cuenta que entonces, a la

muerte del obispo Diego de Acevedo, se quedó casi completamente solo «en la brega de la predicación» 22 . 4.3.

Santo Domingo era un orante incansable. Los testigos de canonización repiten hasta la saciedad que se pasaba las noches orando. Consta tamién que usaba diversos modos de orar, tomando la postura o haciendo los gestos corpóreos más en consonancia con la forma concreta de oración que practicaba. Gerardo de Frachet refiere lo siguiente: «Cierto hermano, hombre virtuoso y discreto, dijo que había estado sin dormir durante siete noches por ver qué hacía el bienaventurado Padre. Y dijo que unas veces se ponía de pie; otras, de rodillas; otras, se postraba enteramente sobre el duro suelo y perseveraba así hasta que el sueño lo rendía. Y, en cuanto se despejaba un poco del sueño, visitaba los altares hasta media noche»23. Los diversos modos de oración se concretan en nueve y han sido ilustrados artísticamente, con gran fidelidad histórica, a juicio de los expertos. Uno de éstos, haciendo la descripción iconográfica de bellas miniaturas, pintadas entre 1260 y 1288, dice así: «Salta a la vista que el centro de todo es la figura de Domingo. Siempre en primer plano... En otro plano y de tamaño más reducido, sobre la mesa del altar, la figura de Jesucristo crucificado, de cuyo costado fluye sangre..., más en la penumbra del pequeño cuadro aún, en el repecho del altar, se deja ver un tríptico en el que no es difícil adivinar el esbozo de una imagen de la Virgen. En una espiritualidad acentuadamente cristocéntrica y mariana como la de Domingo, no podían faltar Jesús y María, como objetos primordiales que dirigen su oración»24. Este importante documento «gráfico» sirve para iluminar los contenidos marianos de la vida de Santo Domingo desde los comienzos, concretamente desde los años de Osma, de los que se habló hace un momento; la vida espiritual de Santo Domingo tiene evidente unidad y carecería de sentido dividirla en períodos inconexos. Las miniaturas expresan realidades históricas. 22

19

Los modos de oración de Santo Domingo

JORDÁN DE SAJONIA, Libellus...,

n. 31, p. 94.

Cf. P. LIPPINI, La spiritualitá domenicana, 247-258. Cf. A. D'AMATO, L'Ordine dei Frati Predicatori, pp. 155-63; Id., Le devozione a María..., pp. 84-88. 21 CECILIA ROMANA, Relación de los milagros obrados por Santo Domingo en Roma, en Santo Domingo de Guzmán..., p. 683.

GERARDO DE FRACHET, Vidas de los hermanos, p. 2, c. 18, p. 425. Los testigos de canonización dicen expresamente que algunos religiosos «espiaban» al fundador para ver lo que hacía en la iglesia. 24 V. GÓMEZ, Los nueve modos de orar..., en Santo Domingo, p. 198.

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«Indudablemente, nos hallamos ante un hecho conocido por los frailes y que provocó una especial actitud emocional entre ellos. Convenía guardar con la mayor fidelidad posible el legado de los modos de orar del Padre, y salvarlo del tantas veces frecuente naufragio del olvido [...]. Tanto el escritor [que explica cada uno de los modos] como el miniaturista estaban plenamente identificados con el tema. Conocían las fuentes literarias y el espíritu que las animaba»25. La representación de la Virgen en estos modos de orar seguramente se relaciona con otro hecho notable en la vida de Santo Domingo. El Papa Honorio III le dio encargo de reunir en el convento de San Sixto a todas las religiosas que se encontraban dispersas por distintos puntos de Roma, en una situación que no siempre concordaba con las exigencias de la vocación religiosa. Santo Domingo se puso a la obra desde comienzos de 1218 y la llevó a feliz término. Entre los diversos grupos de religiosas con quienes entró en relación, destaca el de Santa María in Tempulo 26 ; allí se veneraba un antiquísimo icono llevado a Roma desde Bizancio, de donde fue sacado en tiempos del iconoclasmo. Se decía que en varios intentos de traslado de la comunidad el icono de la Virgen había regresado a su primer lugar. En vista de ello, las religiosas pusieron como condición para quedarse de asiento en el convento proyectado que el icono permaneciese con ellas, como efectivamente ocurrió. Todo esto pone en evidencia el hecho básico que aqui se intenta destacar, o sea, el ambiente mariano, que desde el principio envuelve la persona y la entera obra de Santo Domingo.

cualquier posible nueva dificultad, aclaró que su decisión era irrevocable: «No os empeñéis en contradecir. Dejadme obrar; yo sé bien lo que hago» 27 . Los hechos mostraron con evidencia que Santo Domingo tomó esta decisión no por terquedad, sino inspirado verdaderamente por el Espíritu Santo. Aquella fiesta de la Asunción de María pasó a la historia como el Pentecostés Dominicano. Sin duda la Virgen «jugó un papel importante». Santo Domingo no sólo se habría encomendado a María, sino que también apelaría a Ella como modelo de servicio al evangelio, como protectora de quienes se consagran a su Hijo, como refugio y fortaleza en los momentos difíciles. Aquel 15 de agosto no era simplemente una fecha. En una fiesta de la Asunción comienza a ser realidad la misión propia de la Orden, tal como la formuló Honorio III: evangelizar «por el muro entero el nombre de nuestro Señor Jesucristo» 28 . El pensamiento de Santo Domingo era ya antes de proyección universal —vivía con la ilusión de consagrarse a la evangelización de los cumanos—; pero no había tenido aún la posibilidad de expresarse en hechos concretos. La misión universal de la Orden está vinculada indisolublemente con la celebración de un misterio mariano 29 . En la vida de Santo Domingo hay todavía otro hecho importantísimo para ver hasta qué punto la Virgen María está presente en la misión de la Orden. Lo dejo para el final por ser un hecho en el que se encarna mucha doctrina.

4.4.

4.5.

La dispersión del primer grupo de religiosos

Santo Domingo obtuvo de Honorio III la confirmación de la Orden el 22 de diciembre de 1216. Pronto pensó en dispersar el pequeño grupo que lo rodeaba, enviando sus miembros a los lugares más apropiados para lograr una rápida difusión. Madurado su pensamiento, decidió realizarlo en una fecha bien significativa: el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen, del año 1217. Este acontecimiento tiene una importancia excepcional en la vida y misión de la Orden; estuvo envuelto en fuerte dramatismo, porque al proyecto de Santo Domingo se oponían todos los religiosos y todas las otras personas de relieve que le apoyaban en la obra de predicación. A todos hizo frente con una firmeza indomable. Para cortar de raíz 25 26

V. GÓMEZ, L . C . Cf. CECILIA ROMANA, Relación de..., p. 665.

138

El beato Jordán de Sajonia, heredero y promotor del espíritu mariano de Santo Domingo

Santo Domingo murió el 6 de agosto de 1221, habiendo dejado la Orden perfectamente estructurada. La sucedió Jordán de Sajonia, que sintió siempre por el fundador un entusiasmo y una devoción incontenible: al mismo tiempo que sucesor, fue también su primer biógrafo y acaso también el que compuso la primera oración al Santo, la cual es, en todo caso, la oración de mayor contenido biográfico existente en toda la historia de la Orden". 27

L. GALMÉS, Introducción general..., p . 38.

28

Bula del 18 de enero de 1218, en SANTO DOMINGO..., p. 806.

29

Sobre la novedad de un instituto dedicado a la evangelización por el mundo entero, cf. P . LIPPJNI, La spiritualitá domenicana, pp. 76-84. 30

Cf. SANTO DOMINGO DE GUZMÁN..., P . 721.

31

Puede verse en Santo Domingo...,

133-135.

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Jordán de Sajonia fue una personalidad excepcional, bajo cuya dirección la Orden se extendió rápidamente y se consolidó en el amor a Santo Domingo, de quien Jordán no podía prescindir en ningún momento. Por eso Jordán es como un espejo en que se puede contemplar la figura del fundador de la Orden. Aquí no hay lugar más que para hacer algunas indicaciones relacionadas con el misterio de la Virgen María. Un religioso de la comunidad de Bolonia, llamado Fray Bernardo, sufrió tales tribulaciones que todo daba la impresión de alguna intervención dabólica. Jordán de Sajonia pensó que el remedio más eficaz era recurrir a la Virgen, introduciendo, después del oficio de completas, el canto de la Salve. He aquí cómo él mismo refiere lo sucedido: «Esta tremenda vejación de Fray Bernardo fue la causa principal que nos impulsó a establecer en el convento de Bolonia el canto de la antífona Salve Regina después de Completas. De aquella casa comenzó a difundirse esta piadosa y saludable costumbre a la Provincia de Lombardía y, finalmente, a toda la Orden. ¡Cuántas lágrimas de devoción no arrancó esta bendita alabanza, dirigida a la venerada Madre de Cristo! ¡Cuántas veces no puso en ebullición el afecto de quienes la cantaban o escuchaban! ¡Cuántas veces no ablandó la dureza e inflamó los corazones con santo ardor! ¡O no creemos que la Madre de nuestro Redentor se deleita con tales alabanzas y queda cautivada con nuestros elegios? Me refirió un religioso, digno de fe, haber visto con frecuencia, en espíritu, que mientras los hermanos cantaban Ea, pues, abogada nuestra, la Madre del Señor en persona se postraba ante su Hijo y le rogaba por la conservación de toda la Orden»32. Vemos reaparecer aquí una idea ya expuesta, o sea, la conciencia que se tenía de que la Orden era obra de la Virgen: la Virgen obtuvo su fundación, la Virgen la preserva de los peligros. Al cabo de poco tiempo, el canto de la Salve en comunidad tuvo el rango de verdadera fiesta. «Los hermanos esperaban la hora de Completas como un momento de regocijo encomendándose mutuamente con gran afecto del corazón; y, dada la señal de la campana, acudían presurosos al coro de cualquier lugar donde se hallasen, donde, concluido el oficio y después de saludar devotísimamente a la Reina del mundo y singular abogada de nuestra Orden, se sometían a dura disciplina»33.

La introducción de la Salve al fin del rezo litúrgico es tan sólo un indicio de la vida profundamente mañana del beato Jordán. Gerardo de Frachet trata el tema extensamente en la tercera parte de su libro. Tomo algunos pasajes del capítulo 25. Jordán «fue en gran manera devota de Nuestra Señora la Virgen María, como quien sabía que era la Tutora y Patrona de la Orden, a cuya especial protección cooperaba él con su cargo. Estuvo una vez cierto hermano, llevado por una devota curiosidad espiando y oyéndole rezar fervorosamente ante el altar de María Santísima y decir pausadamente con frecuencia el Ave María». El mismo religioso, después de haber sido descubierto a causa de un descuido, dijo al beato Jordán: «Quiero que me digáis qué rezabais ahora». El beato Jordán le explicó un modo de oración a la Virgen, consistente en el rezo de «cinco salmos que comienzan con las letras que componen el nombre de María [un acróstico]; al principio rezaba Ave maris stella: después, Magníficat, Ad Dominum cum tribularar, Retribue, In convertendo y Ad te levavi; y al final de cada uno, después del Gloria, Ave María con genuflexión». Realmente Santo Domingo transmitió a la Orden la devoción a la Virgen; y, más que sola devoción, la convicción profunda de que la misión dominicana requiere, por su propia naturaleza, la presencia de María, sin la cual sería imposible realizar una evangelización que reflejase y continuase aquella concreta predicación que fue el origen y señaló el nacimiento de la Orden 34 . En la transmisión, el beato Jordán juega un papel esencial; es un fenómeno que puede apreciarse en la totalidad de la vida dominicana. Creo que pocos fundadores de institutos religiosos han tenido un inmediato sucesor, tan identificado con su propio ideal y tan dotado de las mejores cualidades para llevarlo a término.

5.

La fórmula de profesión

La fórmula de profesión dominicana tiene, desde el principio, una peculiaridad que merece atención: el religioso hace profesión a Dios y a la bienaventurada Virgen María. Para captar el valor de este punto,

Vidas..., p. 3, c. 7, pp. 410-411. 33 GERARDO DE FRACHET, Vidas..., p. 4, c. 1; p. 482. Sobre el tema de la Salve, sobre la importancia que adquirió en la Orden y, por el influjo de la Orden, en la Iglesia, cf.

A. D'AMATO, La devozione Maria nell'Ordine domenicano, pp. 41-48. Una muestra de la importancia que se daba al canto comunitario de la Salve es que la Orden, habiendo introducido desde los comienzos mismos la práctica de la dispensa de los actos corales con el fin de favorecer el estudio, no dispensó ni siquiera a los profesores de la asistencia a Completas y canto de la Salve; era precisamente el canto de esta antífona mariana lo que motivaba la no-dispensabilidad de las completas por razón de estudios. 34 Cf. A. D'AMATO, La devozione..., pp. 17-24.

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JORDÁN DE SAJONIA, Libellus.,.,

n. 120, pp. 122-123; cf. GERARDO DE FRACHET,

es necesario comenzar por alguna consideración histórica. La fórmula estaba en uso ya ciertamente en tiempo de Santo Domingo. Lo cual quiere decir que expresa bien su pensamiento. Aunque no hay pruebas rigurosamente demostrativas, todo induce a pensar que esta fórmula, así como el conjunto de las constituciones primitivas, en su forma original que llevaba el título de Líber consuetudinum, es obra personal de Santo Domingo o que, por lo menos, expresa con absoluta seguridad su intención. Es muy probable que la fórmula de profesión pertenece al año 1216. Durante el otoño de 1215 se celebró el tercer Concilio de Letrán, al cual asistió Santo Domingo en calidad de «consejero» de Fulco, obispo de Toulouse. La estancia romana le sirvió para presentar al Papa Inocencio III la obra de predicación que venía realizando en el sur de Francia y su deseo de fundar una nueva Orden, que se dedicase por entero a la evangelización. En tema de evangelización y en el de la necesidad de estudios serios para realizarla dignamente, el Papa y el Concilio estaban totalmente de acuerdo con Santo Domingo. Pero existía una cierta prevención contra la multiplicación de órdenes religiosas, quizá por temor a los desvíos en que caían diversos movimientos de reforma, como, por ejemplo, el de «los pobres de Lyon» o valdenses. Pensadas las cosas, Inocencio III encargó a Santo Domingo que, al regresar a Toulouse y de acuerdo con el grupo de predicadores que se congregaban a su lado, escogiese una de las Reglas ya aprobadas, añadiendo unas «constituciones» apropiadas a la nueva institución que él proyectaba. Santo Domingo tomó el encargo con la mayor diligencia. Como Regla fue escogida la de San Agustín, por ser más genérica y fácilmente adaptable a la intención propia del nuevo instituto. Las «constituciones» fueron redactadas pronto, de modo que para el verano de 1216 toda estaba a punto. Evidentemente, Santo Domingo hubo de poner un cuidado singular en la redacción de texto tan importante, del que dependía nada menos que la realización de su ideal. Y si para él todo el texto era importante, tenía que serlo en grado sumo la precisa fórmula de profesión, mediante la cual los nuevos miembros habían de incorporarse definitivamente a su obra. Cuando, mediado ya el otoño de 1216, Santo Domingo se dirigió a Roma para pedir la confirmación de la Orden, casi seguro que la fórmula de profesión estaba ya como dice el texto que ha llegado a nosotros: «...Hago profesión y prometo obediencia a Dios y a la bienaventurada Virgen María...» 35 . Esta es la novedad: incluir a la Virgen en la fórmula de profesión. En Santo Domingo..., p. 739. Sobre cronología, véanse, pp. 718-721.

142

Aparte del valor histórico y doctrinal del hecho, éste sirve también para comprender mejor hasta qué punto la vida de Santo Domingo estaba como saturada de «marianismo», el cual, sin duda remonta a los orígenes, porque en su historia personal no hay «saltos» espiritualmente llamativos, sino progreso o profundización en una línea que da la impresión de remontarse poco menos que a su nacimiento. Entre los premonstratenses existía ya la costumbre de mencionar a la Virgen; pero en un sentido radicalmente distinto. Todas las casas del instituto estaban dedicadas a María; como la profesión se hacía para una casa determinada, el nombre de la Virgen tenía que aparecer por fuerza: el candidato profesaba para Santa María de X. Es decir, la profesión producía «incardinación» a una determinada comunidad, puesta bajo la advocación de María. En la fórmula dominicana no hay nada de esto. La Orden nació con una finalidad universal. A Santo Domingo no le bastaba la aprobación del obispo Fulco, que ya tenía; él buscaba la confirmación de su proyecto por el Papa, para poder, de este modo, difundirlo umversalmente sin trabas de autoridades locales. La profesión dominicana no vincula con un lugar concreto; transmite una misión de ámbito universal. En la fórmula con que se emite, María después de Dios, y en dependencia de Dios, es persona o «término» a quien se dirige la profesión y la consagración que de ella brota o le es inherente. Por otra parte, es claro que la entera misión de un instituto religioso está contenida virtualmente en la profesión. Aparece así, con nueva claridad, una idea ya repetida: la Virgen María está presente en la totalidad de la misión dominicana, no sólo por la razón genérica y absolutamente universal de que Ella es Madre de la Iglesia —de los fieles y de los pastores, como especificó Pablo VI al proclamar el título— sino también por un motivo específico o propio, es decir, porque los miembros de la Orden, al profesar, asumieron el compromiso de vivir y trabajar apostólicamente como quienes se sienten consagrados a la virgen. En el lenguaje de espiritualidad, la expresión consagrarse a la Virgen es tardía y no pocas veces ha sido considerada inaceptable. Sin embargo, la vivencia del hecho es muy antigua. Pienso que la fórmula dominicana de profesión es un valioso indicador para penetrar en el fondo de la conciencia cristiana, como vía de acceso a los contenidos marianos, sea del cristianismo en general, sea de la vida religiosa en particular. El cristianismo es un misterio cuyo contenido no puede ser desentrañado a base de solas y frías deducciones o razonamientos; el afecto, la connaturalidad, la vivencia tiene una parte importantísima. Puesto que el misterio asume la persona en su totalidad, es también la totalidad de la persona y no solamente su razón discursiva, la llamada 143

a trabajar en la asimilación de los contenidos mistéricos36. Es también un hecho comprobado que la evolución doctrinal por vía de afecto se realiza de manera muy peculiar en el campo de la mariología. Basta pensar en el misterio de la concepción inmaculada; el sencillo pueblo creyente la intuyó y afirmó decididamente mucho antes que los teólogos consiguieran explicarlo. La fórmula dominicana de profesión representa un avance grandísimo en la explicitación de la vivencia mariana. Es una verdadera consagración a la Virgen, practicada ya en un tiempo en que nadie hablaba de esto. Fue, sin duda, la profunda vivencia mariana la que impulsó a Santo Domingo a escoger la fecha del 15 de agosto para la «dispersión» o envío «al mundo» del primer grupo de religiosos. La perfecta coherencia entre fórmula de profesión y «dispersión» o envío es un nuevo argumento a favor de la antigüedad de la fórmula, la cronología permite situarla en 1216 y la doctrina, por su parte, refuerza tanto esta posibilidad que la convierte poco menos que en un dato comprobado. El progreso en la vivencia y en la doctrina beneficia no sólo a quien lo realiza, sino también a todos los demás. Es decir, a la luz de la profesión dominicana se comprende que toda profesión religiosa cualquiera que sea la concreta fórmula de hacerla, implica una consagración a la Virgen, consagración que debe reflejarse en la totalidad de la vida y del ministerio o misión de los miembros de institutos religiosos. El «marianismo» no es un fenómeno adventicio o meramente devocional; es una realidad inherente a la vida religiosa, la cual, por tanto, nunca podrá ser pujante, si descuida sus contenidos marianos, o no les da la expresión adecuada.

6. El valor de una armonía En el campo de las doctrinas es frecuente hablar de la armonía entre principio y fin. Un determinado principio orienta hacia un determinado fin; y, a su vez, un determinado fin sólo puede ser alcanzado, 36 Se trata de un punto básico que afecta a la noción misma de la teología como explicación de la fe. Creo que en nuestro siglo nadie le ha dedicado tanta atención como el P. Juan G. Arintero, O.P. (1860-1928): es tema del que habla continuamente en su gran obra eclesiológica Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia (cuatro tomos), de los cuales el más conocido es el tercero que lleva como subtítulo Evolución mística. El P. Arintero cita frecuentemente una frase de Báñez, según la cual la Sagrada Escritura está primariamente en el «corazón» de la Iglesia y sólo secundariamente en los códices y ediciones. Apela también a la enseñanza de Santo Tomás sobre el conocimiento por connaturalidad.

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partiendo de un determinado principio. Dado que entre unos temas y otros existe o puede existir grandísima diversidad, la aplicación del principio está sujeta a las exigencias de la analogía. Pero el principio, en sí mismo, es válido. Los orígenes y los fines son coherentes o guardan armonía entre sí y recíprocamente se esclarecen. Ya se dijo antes que, según el pensamiento de Santo Tomás, la Virgen está activamente presente en el origen de la vida religiosa; no es únicamente el modelo al que nosotros miramos para copiarlo por nuestra sola cuenta. María es una «fuerza agente» que determina o produce la existencia de vida religiosa en la Iglesia; su actuación es siempre subordinada, dependiente, recibida de Cristo como don gratuito; pero la afirmación de la dependencia nunca debe conducir a negar la cooperación. Hemos visto también que esta cooperación de María se extiende a la vida religiosa en su totalidad y no se limita al solo modo como es practicada en un determinado instituto. Ahora bien, este «marianismo» inherente a los orígenes de la vida religiosa tiene que manifestarse también en el término al que uno se entrega y hacia el cual camina en virtud de dicha vida o de la profesión. Dicho de otro modo, así como no hay vida religiosa que en sus orígenes no lleve «marca mariana», así tampoco hay consagración religiosa que no incluya referencia a María o consagración a María. Me parece que la «piedad», por muy alta que sea, es incapaz de proponer un incentivo de práctica mariana superior a éste. No se trata sólo ni principalmente de cumplir y multiplicar actos devocionales, sino de asumir conscientemente un modo de vida y de ministerio apostólico, informado, desde el principio hasta el fin, por la presencia, no sólo modélica, sino también operante de María. Los estudios sobre vida religiosa casi nunca hablan de la consagración a María como realidad inherente a la profesión o como parte de su contenido. Es una limitación o una carencia que debiera ser remediada 37 . Pero será prácticamente imposible conseguir el remedio, mientras no se ponga interés en esclarecer la presencia de la Virgen en la consagración cristiana original, es decir, en la del bautismo 38 . Al fin, como dice el Vaticano II, la profesión religiosa «está enraizada en la consagración bautismal y la expresa más plenamente» 3 . Si no se si37 Me permito citar dos libros míos donde es tratado el tema; Teología de la vida religiosa. La renovación doctrinal del posconcilio (Soc de Ed. «Atenas», Madrid, 1985), pp. 43-49; Institutos de vida consagrada. Derecho canónico y teología (Soc. de Ed. «Atenas», Madrid, 1987), pp. 74-76, 148-149, 235-243. 38 Este punto es parte importante de mi artículo Consagración a la Virgen. Persona. Iglesia. Humanidad. «Eph. Mar», 33 (1983), 379-415, sobre todo a partir de 392. 39 PC 5a.

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túa uno en lo original, en lo bautismal, será imposible saber en qué consiste expresarlo más plenamente. María, pues, informa la vida religiosa desde el principio hasta el fin. Si falta la presencia de María, la identidad de la vida religiosa sufre mutilaciones que la deforman seriamente.

7.

Y la historia continúa

Al cabo de pocos años se cumplirán ocho siglos del nacimiento de la Orden de Predicadores. Es mucho tiempo para intentar comprimirlo en un juicio único. En una historia larga, por fuerza hay sinuosidades, sombras y tantas otras cosas en que abunda la debilidad humana. Pero una cosa me parece clara. Cuando la Orden respondió con entusiasmo al propósito fundacional, María tuvo siempre una presencia relevante, tanto en la vida interna de la Orden, como en sus empresas apostólicas. Evidentemente, aquí no es posible documentar el aserto. Pero estoy seguro que no me desmentirá nadie que conozca la historia 40 . Bastará recordar algunos personajes distinguidos de tiempos recientes: Beato Francisco Coll, P. Enrique Lacordaire y P. Samuel Mazzuchelli, en el siglo xix; Cardenal Boggiani, P. Arintero y P. Garrigou Lagrange, en el xx. Pero lo que se refiere concretamente al momento actual, es también difícil expresarlo con «bonitas» simplificaciones, que serían superficiales. Pero una cosa me parece también exacta y no sujeta a controversia. La Orden se esfuerza no sólo por mantener, sino también por mejorar su comprensión y su vivencia del misterio de María 41 . Si son acertados o no todos los pasos que se dan, lo juzgará la historia en su momento.

40 Si alguien quiere asomarse a esta historia podrá tomar como guión las páginas de que G. Bedonelle dedica a la Reina de los Predicadores en su libro La fuerza de la palabra. Domingo de Guzmán (Ed. San Esteban, Salamanca, 1987), 290-298. 41 Cf. ANTOLÍN G. FUENTE, La Virgen María en la O.F. desde el Concilio Vaticano II. «Marianum», 45 (1983), 590-628; A. D'AMATO, La devozione a María..., pp. 4955, 119-169; P. LIPPINI, La spiritualitá domenicana, pp. 247-258.

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PRESENCIA DE MARÍA EN LA VIDA Y MISIÓN DE LAS ESCUELAS PÍAS Miguel Ángel Asiaín, SchP.

La presencia de María en la Orden de las Escuelas Pías se remonta a su fundación. En el Proceso Informativo de 1650, apenas dos años después de la muerte de san José de Calasanz, declaraba Francisco Gutiérrez, pintor español que había permanecido seis meses en la casa madre de s. Pantaleón en Roma: «Y en particular puedo decir que mirando él la imagen de la Virgen, fijaba los ojos con tanto afecto, que no se movía nunca y parecía todo absorto en ello, y él solía decir que era inmerecidamente esclavo de la Virgen, y esto yo puedo decirlo por haber observado su comportamiento con mero estudio, y habiéndole yo preguntado al mismo P. José: «¿Cómo se llama la Congregación que habéis fundado?», él me respondió en lengua española: «se llama los pobres de la Madre de Dios, de la cual yo me retengo indigno esclavo»1. José de Calasanz quiso que el nombre de María apareciese en el mismo título del Instituto 2 , y de esta manera que la Virgen fuera la encargada de guardar y proteger la naciente Congregación.

1. Presencia actual de María en el Instituto Las Escuelas Pías ven en María a la Patrona de la Orden, quien se encarga de manera especial de cuidar de ellas: «Nuestra Orden se gloría de tener, como principal Patrona, a la Bienaventurada Virgen 1 Archivo Generalicio de San Pantaleón. Roma. Regestum Calasanctianum 30, p. 317. 2 ídem, RC 31, p. 37.

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María Madre de Dios de las Escuelas Pías» 3 . Por eso tienen «como título el preclarísimo Nombre de la misma Virgen María» 4 . Expresión de este Patronato y Título es el propio escudo de la Orden que data de su fundación, donde aparecen las iniciales en griego de la expresión «María, Madre de Dios»; estas letras vienen coronadas por la letra M, que lleva a su vez una corona y una cruz. De esta manera, las Escuelas Pías se encuentran desde el primer momento de su nacimiento en manos de María; a ella se confían como a Patrona; llevan su nombre en el propio título, y la consideran como defensora y escudo de la Orden. María aparece en el mismo nombre de la Orden, en lo que la identifica y la distingue. No se puede identificar el Instituto sin que se cite a María: «Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.» Lo que pretende el Instituto de las Escuelas Pías es conducir a sus hijos «a la perfección de la caridad como a su fin verdadero» 5 ; para ello les ayuda a vivir en el seguimiento de Jesús: «También nosotros, llamados por el Bautismo a la plenitud de la caridad, dejamos todo por Cristo y, en el ambiente comunitario de vida consagrada, le seguimos como a lo único necesario» 6 . Pues bien, en el seguimiento de Jesús que se constituye en el todo para el escolapio, modelo y guía es la Virgen: «La Virgen María, asociada a su Hijo en total comunión de amor, fiel compañera de su Pasión, primera partícipe de su Resurrección, nos antecede con su luz en el seguimiento de Cristo» 7 . María enseña al escolapio cómo ha de ser su seguimiento de Cristo, cómo ha de ir detrás de él, constituyéndose en su todo y en la razón de su vida. No sólo de manera general, también particularmente María es modelo de seguimiento de Jesús para el escolapio. Y esto en cada uno de los votos. Así en el de castidad: «La castidad por el Reino de los cielos es un don eminente del amor del Padre, que recibimos a través y en servicio de la Iglesia. Por él seguimos a Cristo con amor indiviso, imitando a la Virgen María» 8 . Lo mismo ocurre con el de pobreza 9 y con el de obediencia: «Siguiendo este género de vida y dispuestos siempre al servicio del Reino, nuestra obediencia encarna ante el mundo —con vivida realidad— el misterio de la Cruz y de la Resurrección. Y tomando como ejemplo a la Virgen María, la esclava del Señor, —maravi3 4 5 6 7 8 9

Reglas de la Orden de las Escuelas Pías. Salamanca, 1987, p. 94, n.° 4. Ibidem. Constituciones de la Orden de las Escuelas Pías, Salamanca, 1987, p. 18, n.° 4. ídem, p. 23, n.° 16. ídem, p. 25, n.° 23. ídem, p. 36, n.° 51. Cf. ídem, p. 40, n.° 62.

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lioso modelo de fidelidad— cumplimos el proyecto del Padre con espíritu pronto y alegre»10. Por lo tanto, María aparece ante la vida del escolapio como ejemplo concreto de seguimiento de Jesús. Ella siguió a su Hijo con un corazón indiviso, en pobreza y humildad, siendo la esclava del Señor. Toda su vida estuvo a merced de Dios. Le pertenecía completamente. Y este estar abierta a Dios lo realizó encarnando la forma escatológica de su Hijo. También ella vivió de esa manera. Y así, al imitar a su Hijo y seguirle en su misma forma de vida, se constituyó en modelo y guía para el escolapio. Este tiene sus ojos puestos en Jesús, y al querer ir detrás de él y vivir como él lo hizo, se da cuenta de que María le antecede, siendo su modelo y guía. Por eso, el escolapio quiere amar a Cristo con un corazón indiviso y reproduce en sí mismo con la mayor autenticidad posible el amor que Cristo manifestó en su Misterio Pascual, y ahí encuentra a María que amó a Cristo y a todos los hombres con singular amor; quiere vivir en pobreza y humildad como lo hizo Jesús durante su vida, y ahí se encuentra que «el Señor Jesús —entre los pobres y los humildes— escogió por Madre a la Virgen María, que aventajaba a todos en pobreza y humildad»; quiere vivir sólo de la Palabra del Padre, de su mandato de amor, y ve a María como maravilloso modelo de fidelidad que en el fiat de toda su vida cumple con espíritu pronto y alegre el proyecto del Padre. Pero hay más aún en este sentido. Para el escolapio, «este seguimiento de Cristo, norma suprema de nuestra vida, se concreta en el carisma de Nuestro Fundador, que consiste en la evangelización de niños y jóvenes —ante todo de los más marginados— con amor paciente y generoso» 11 . Es, por tanto, un seguimiento de Jesús no sólo en la forma escatológica según la cual vivió el Hijo, sino también un seguimiento de su praxis mesiánica en favor de los más débiles y desheredados. Entre los más débiles y desheredados, al escolapio le ha tocado por suerte y gracia de Dios los niños y jóvenes, «ante todo los más marginados». Es un elemento intrínsecamente unido a los tres votos que hemos citado antes. Sucede como en Jesús, que realizó la praxis mesiánica para la que había sido enviado, viviendo de una manera determinada; los dos aspectos los vivió en síntesis perfecta. También el escolapio participa de la praxis mesiánica de Jesús en favor de los más humildes y necesitados, viviendo según la forma histórica de Jesús. Y esto lo vive en síntesis perfecta. 10 11

ídem, p. 49, n.° 84. ídem, p. 23, n.° 17.

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Pues bien, ahí de nuevo aparece María como modelo para el escolapio. Y es que ella fue también «Madre y Educadora de Cristo» 12 . Por eso se encuentra presente en el trabajo que realiza diariamente el escolapio: «Con su presencia y ayuda podremos conseguir que Cristo tome forma en nosotros y nuestros alumnos lograrán modelar en sí mismo a quien Ella engendró y educó» 13 . Las Escuelas Pías de esta manera confían plenamente en María como fuerza y guía de su trabajo diario que tiene como horizonte último crear un mundo mejor y extender así el Reino: «Las Escuelas Pías, apoyadas en la protección de la Virgen María, Madre y Educadora de Cristo, habiendo superado la prueba en el transcurso de los siglos, atentas a las exigencias y aspiraciones de los hombres, se sienten enviadas por la Iglesia también en nuestros tiempos, e intentan construir un mundo más justo y más fraterno»14. Si María está tan presente en el seguimiento que realiza el escolapio de Jesús, es normal que aparezca en el acto en el que el escolapio se compromete a vivir en ese seguimiento de Jesús, que es la profesión. Por eso, la profesión del escolapio tiene una dimensión mañana, que ha sido conservada de una manera u otra desde la primera fórmula. Hoy dice así: «Yo, N.N., de S.N., nacido en N., de la diócesis de N., deseando seguir a Cristo más de cerca, hago mi profesión solemne en la Orden de las Escuelas Pías; y en tus manos, P.N.N., libremente y de todo corazón hago voto a Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espiritu Santo de Castidad, Pobreza y Obediencia y, según ésta, de dedicarme especialmente a la educación de la juventud, conforme a las Constituciones de la Orden. Esta Profesión y votos bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, y de Nuestro Santo Padre, José de Calasanz, los considero firmes, ratos y válidos, y quiero que así lo sean para siempre»15. De todo lo dicho se deduce una profunda piedad mariana en el alma del escolapio. El se da cuenta de la importancia que tiene María en su vida personal de amor a Dios, de entrega a los niños, de fidelidad al proyecto de vida en el que se compromete a seguir a Jesús. Pero es una devoción que impetra constantemente las fuerzas necesarias para seguir adelante en medio de las dificultades y problemas: «Nuestra devoción 12 13 14 15

ídem, Ídem, ídem, ídem,

p. 20, n.° 11. p. 25, n.° 23. pp. 20-21, n.° 11. pp. 61-62, n.° 113.

filial a la Virgen María y su protección reiteradamente implorada acrecientan nuestras fuerzas para imitar virilmente su ejemplo de fidelidad» 16. Esta devoción es diaria, constante, y se manifiesta en todas las oraciones: «Según costumbre, una plegaria mariana pondrá fin a las oraciones de comunidad» 17 ; siempre que el escolapio reza, sus oraciones, sean las que fueren, concluyen elevando los ojos a María y pidiendo su ayuda e intercesión. Pero no sólo eso; «al organizar nuestros actos de piedad, daremos la debida importancia a las oraciones consagradas por nuestra tradición, adaptándolas a los nuevos tiempos, principalmente al Santo Rosario» 18 . En la tradición escolapia el rezo del santo Rosario ha sido siempre importante porque procede de la voluntad explícita del santo Fundador cuando se encontraba en el lecho de muerte, como luego veremos. Finalmente, esta devoción mariana tiene algunas fechas especiales en las que las Escuelas Pías manifiestan más ardientemente su amor por María: «Las principales son la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, la Solemnidad de la Anunciación del Señor, la fiesta de la Beatísima Virgen María Madre de Dios de las Escuelas Pías, la solemnidad de la Asunción de la Beatísima Virgen María, la fiesta del Santísimo Nombre de la Beata Virgen María, Título de Nuestra Orden y la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María»19. De esta manera, toda la vida del escolapio está impregnada de la devoción por María.

2. Presencia de María en San José de Calasanz La importancia que tiene María en la Orden de las Escuelas Pías, proviene de sus inicios, del gran amor y devoción que le tuvo el santo Fundador y que traspasó por completo a su Obra. No se entiende todo lo que ha significado y significa María para el escolapio, si no nos remontamos a lo que fue y significó para san José de Calasanz. Por eso es justo que nos preguntemos por la presencia de María en su obra y vida. 16 17 18 19

152

ídem, pp. 37-38, n.° 56. Reglas de la Orden de las Escuelas Pías, Salamanca, 1987, p. 117, n.° 65. Ibidem. Ibidem.

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2.1.

En su Obra

José de Calasanz fue un hombre que casi lo único que escribió fueron cartas. No tuvo tiempo, fuera de la dedicación diaria a sus escuelas, más que para dirigir a sus hijos y a algunas personas más. Es cierto que las cartas fueron muchas, entre doce y quince mil, aunque sólo se conserven en la actualidad alrededor de cinco mil. Y es que Calasanz fue un hombre completamente metido en el ajetreo diario de la escuela, de las fundaciones, de la preocupación por cada uno de sus religiosos —pronto fueron unos cientos—, de la solución de cada uno de los problemas que se iban presentando en su vida. Y todo este variopinto mundo se expresa en sus cartas. Y es ahí, en medio de una pregunta, de la preocupación por un problema, de la atención a lo que se plantea uno de sus hijos, del consejo de padre, donde van apareciendo las líneas que definen su devoción mariana y que él quiso transmitir a su obra. Por eso, una de las fuentes donde se encuentra su pensamiento mariano es precisamente en retazos de todas esas cartas que partían de Roma y que llevaban paz, exigencia, audacia, consejos y vida al Instituto esparcido fundamentalmente por Italia y por toda Centroeuropa. Hoy día el escolapio sorbe de esas cartas una devoción sencilla y humilde por María. Calasanz era consciente de que su Instituto, su obra había sido fundada bajo el patrocinio de María, y por eso había que acudir a ella. María era la protectora, la abogada, la que se encargaría de cuidar de lo que habían puesto en sus manos: «Es necesario que recurramos al auxilio de Dios y a la intercesión de la Santísima Virgen, bajo cuya protección se fundó la obra» 20 . Por eso, él mismo confesaba encomendarse a María en toda ocasión: «Me encomiendo y encomendaré siempre al santísimo Crucifijo y a la bendita Virgen, su Madre, para que se dignen proteger esta su religión»21. Insistía a sus hijos que fueran devotos de María: «Procure ser devoto de la Virgen Santísima» 22 ; «Será una cosa hasta introducir la devoción a la Santísima Virgen»22. Devoción que se tenía que traducir en petición constante de toda clase de gracias: «Viva contento y procure superar la enfermedad antes que entre el invierno. Para impetrar de Dios esta gracia, visite muchas veces a la Virgen Santísima»24. 20

PICANYOL, L., Epistolario di s. Giuseppe Calasanzio, vol. I-IX, Roma, 1950-59 (EGC), carta, 4417. 21 EGC, c. 3982. 22 EGC, c. 2180. 23 EGC, c. 3968. 24 EGC, c. 187.

154

«Tiene ahí a la Virgen Santísima, que es Madre de misericordia y patrona de las gracias. Haga que le conceda una de dos: o la salud, para servir al Señor con toda perfección, o su gracia para comparecer en su presencia»25. Por lo tanto, había que acudir a ella no sólo en lo propiamente personal o espiritual, sino que la confianza había que tenerla incluso de cara a lo material. Todo, absolutamente todo había que pasarlo por ella. Y es cierto que si todos tienen que dirigirse con confianza a la Madre, en especial tienen que hacerlo los niños; su oración es más agradable a Dios: «Estamos aquí colmados de deudas hasta los ojos y no tenemos ni sabemos cómo poder satisfacer a los acreedores. Hagan que recen ahí a la Santísima Virgen todos los alumnos y todos los de casa, para que nos encuentre remedio en esta necesidad tan urgente»26. «Desearía que todos los hermanos se despojasen de intereses particulares, que no permiten conocer claramente el bien común, y pidiesen con devoción a la Santísima Virgen que les facilite la construcción del lugar donde ha de ser mejor alabada y venerada»27. «Haga hacer oración a los alumnos pequeñitos, que le es muy grata a Dios»28. Calasanz quería que la oración se hiciese con constancia, con insistencia, sin desfallecer: «Advierta que somos pobres de la Madre de Dios y no de los hombres. Y así, la insistencia sea con nuestra Madre, y no con los hombres, pues ella no se molesta jamás con nuestras importunaciones, y los hombres sí»29. Pero en la devoción a María no quería excentricidades ni cosas raras. La devoción había de ser llana, sencilla, profunda, verdadera. Por eso se quejaba cuando las manifestaciones de devoción iban por otros senderos. He aquí algunos textos que demuestran lo que decimos: «Si no quieren ir descalzos en la procesión, demuestran poca devoción a la Santísima Virgen. Quien quiere las gracias, necesita dar signos de devoción. Procure que vayan lo más devotamente que sea posible, sin música, ni disparos, ni otra cosa, sino con gran sencillez y piedad»30. 25 26 27 28

EGC, c. 315. EGC, c. 1470. EGC, c. 363. // Códice Calasanziano Palermitano (1603-1648), G. L. Moncallero-G Limiti Roma, 1965, p. 258. 29 EGC, c. 58. 30 EGC, c. 1625. 155

«Desearía que aprendiesen a realizar las cosas del servicio de Dios y de la Santísima Virgen con santa sencillez, y dejar las vanidades de los hombres, que gustan más de músicas y variadas invenciones que de devoción»31. «He leído la gran fiesta que han hecho en honor de la Santísima Virgen, y Dios sabe si no se ha perdido más que se ha ganado. Porque a ella le agrada más la devoción que semejantes fiestas»32. Como devociones concretas, el santo Fundador habla en sus cartas en primer lugar del rosario: «Diga el hermano Pablo que deje de estudiar la gramática y procure rezar bien el Rosario con los misterios que se suelen meditar»33. «Vuelva a rezar el Rosario según nuestra primera costumbre: en primer lugar, por la santa Iglesia, y luego por las necesidades de nuestra Religión»34. Habla también de otras oraciones vocales que fueron muy estimadas en las primitivas escuelas y que han tenido un eco muy grande en la historia posterior de la Orden: «Hagan todas las tardes alguna devoción a la Virgen Santísima, con una Salve y un A tu amparo y protección, para que con su intercesión nos libre a todos de las malas adversidades»35. San José de Calasanz estaba convencido de cómo María atendía siempre toda devoción si estaba hecha con los debidos requisitos: «La Santísima Virgen es tan gentil que acepta toda devoción por pequeña que sea, con tal que se haga con gran amor o cariño» 36 . En las Constituciones escritas por el santo Fundador en Narni entre el 31 de octubre de 1620 y el 17 de febrero de 1621 se hace también mención expresa de María en diversas ocasiones. El texto más importante es la fórmula de profesión. Dice así: «Yo N. de S.N., en el mundo N.N., emito mi profesión en la Congregación de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. Y ante ti R.P.N., que a Dios representas, y ante todos tus legítimos sucesores, hago voto a Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a María, la Virgen Madre de Dios, de Suma Pobreza, Castidad y Obediencia, y, según ésta, de una especial entre31 32 33 34 35 36

EGC, EGC, EGC, EGC, EGC, EGC,

ga a la educación de la juventud, conforme al Breve de Paulo V, plasmado sustancialmente en estas Constituciones...»37. María aparece en el acto central de la Profesión. La formulación, quizás no muy exacta, da a entender no obstante cómo Calasanz quería poner a María en el centro del Instituto. Junto a Dios, a quien realmente se hacen los votos, ahí está María que acompaña al religioso y del que cuida constantemente. El Fundador mandó también en sus Constituciones que la comunidad escolapia orara diariamente a la Virgen. En el capítulo dedicado al «cultivo de la oración» manda expresamente: «También dos veces al día, hagan oración vocal comunitaria: después de la comida, las letanías lauretanas de la Beatísima Virgen María y los cinco salmos acostumbrados en honor de su nombre...» 38 . Se trataba de cinco salmos cuyas iniciales en forma de acróstico formaban el nombre de María. Todas las comunidades escolapias han conservado semejante tradición diaria hasta el concilio Vaticano II. Quería, además, que los escolapios se prepararan con ayuno a las siete festividades principales de María a lo largo del año 39 , y mandó que cuando muriera un religioso, los hermanos de comunidad no sacerdotes rezaran el rosario de nuestra Señora 40 . Una de las herencias más hermosas debida a la pluma de san José de Calasanz, y que ha permanecido hasta nuestros días, es la «Corona de las doce estrellas» en honor de la Inmaculada. Su origen se remonta a los primeros años de la fundación de las Escuelas Pías; quizás hacia 1628. El Fundador decía respecto a ella: «Esta devoción hacia la Santísima Virgen deseo que sea practicada por todos nuestros escolares cada día, para que en premio de tan pequeña fatiga, se hagan dignos de la protección de la Virgen en la vida y en la muerte» 41 . Al comienzo de la misma se explica de esta manera: «La corona de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen alude a aquella misteriosa corona de doce estrellas con la cual vio ya san Juan Evangelista coronada la cabeza de aquella Reina, que los santos Padres tienen comúnmente por la Virgen María. Contiene doce Avemarias en honor de las doce gracias que la Santísima Trinidad le concedió, es decir, cuatro el Padre Eterno, cuatro el Hijo y cuatro el Espíritu Santo, y tres Pater noster»42. 37

c. 407. c. 625. c. 127. c. 1049. c. 1459. c. 641.

38 39 40 41 42

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Constituciones de San José de Calasanz, a. ¡622, Salamanca, 1980, p. 33, n. 31. ídem, p. 39, n. 47. Cf. ídem, p. 73, n. 120. Cf. ídem, p. 53, n. 84 ss. EGC, c. 755 b. Ibidem. El modo como se sigue recitando aún es el siguiente:

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Un acercamiento a esta oración tan querida por Calasanz nos demuestra la profundidad del pensamiento mariano del santo, unido a la concisión de sus expresiones. Aparece María predestinada para ser • «Alabemos y demos gracias a la Santísima Trinidad, que nos manifestó a la Inmaculada Virgen María vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona misteriosa de doce estrellas sobre su cabeza. R. Por los siglos de los siglos. Amén. • Alabemos y demos gracias al Padre Eterno que escogió a la Virgen María por Hija suya. R. Amén. Padrenuestro... • Alabado sea el Padre Eterno que predestino a la Virgen María para Madre de su Divino Hijo. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Padre Eterno que preservó a la Virgen María de toda culpa en su Inmaculada Concepción. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Padre Eterno que adornó a la Virgen María con todas las virtudes en su nacimiento. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Padre Eterno que dio a la Virgen Maria por compañero y esposo purísimo a San José. R. Amén. Ave María... Gloria Patri... • Alabemos y demos gracias al Hijo de Dios, que escogió a la Virgen María por su Madre. R. Amén. Padre nuestro... • Alabado sea el Hijo de Dios que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y en ellas habitó nueve meses. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Hijo de Dios, que nació de la Virgen María y la proveyó de leche para alimentarle. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Hijo de Dios, que quiso ser educado por la Virgen María en su infancia. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Hijo de Dios que reveló a la Virgen María los misterios de la redención del mundo. R. Amén. Ave María... Gloria Patri... • Alabemos y demos gracias al Espíritu Santo, que recibió a la Virgen María por su Esposa. R. Amén. Padre nuestro... • Alabado sea el Espíritu Santo que reveló a la Virgen María antes que a otro el nombre suyo de Espíritu Santo. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Espíritu Santo, por cuya obra fue la Virgen María a un mismo tiempo Virgen y Madre. R. Amén. Ave María... • Alabado sea el Espíritu Santo, por cuya virtud fue la Virgen María Templo vivo de la Santísima Trinidad. R. Amén. Ave María...

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Madre, y por eso Inmaculada y llena de gracia. Aquella que interviene de un modo maravilloso en la historia de salvación. Aquella a quien, permaneciendo al mismo tiempo Virgen y Madre, se le reveló por vez primera el nombre de Espíritu Santo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti...». Y en un final feliz aparece el amor del santo por la paz, la propagación de la fe y la extirpación de las herejías.

2.2. Con los niños Acabamos de ver cómo el santo compuso la Corona de las Doce Estrellas para que fuera recitada por los niños, para inculcar en ellos la devoción a María y ponerlos bajo su protección. Pues bien, esta devoción y amor por María la inculcó él mismo a lo largo de su vida a los niños. En la «Breve relación» o «Documento principal de la pedagogía calasancia» se legisla entre otras cosas: «Los domingos y fiestas, por la mañana se congregan en el Oratorio, y primero oyen un poco de lectura espiritual; después se les hace un poco de exhortación. Terminada ésta los mayores cantan el Oficio de Nuestra Señora y los pequeños en otro oratorio rezan el rosario de la Virgen a dos coros, con asistencia de dos Operarios. Terminado lo cual, oyen la misa y se les manda a casa» 43 . Lo que se ha conservado hasta hace muy pocos lustros. Y respecto al horario escolar diario, he aquí lo que afirman los estudiosos: «Vemos en el horario escolar que los alumnos por la mañana, inmediatamente después de haber recitado en sus casas sus plegarias privadas, según las prescripciones de los reglamentos escolares, dirigían a la Señora sus devotas oraciones, diciendo, apenas entrados en el aula escolar, en voz baja, después del padrenuestro, un avemaria. Al comenzar las lecciones, después del Veni Sánete se rezaba la Salve con su correspondiente Oremus; después los mismos alumnos, al concluir las lecciones, junto con otras oraciones, rezaban también, con voz moderada, las letanías de la Santísima Virgen; durante la santa misa, • Alabado sea el Espíritu Santo, por el cual fue la Virgen María ensalzada en el cielo sobre todas las criaturas. R. Amén. Ave María... Gloria Patri... • Por la exaltación de la santa fe católica, extirpación de las herejías, paz y concordia entre los príncipes cristianos y demás necesidades de la Iglesia: Salve...». 43 BAU, C , Biografía crítica de San José de Calasanz, Madrid, 1949, p. 481.

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frecuentísimamente se rezaba el santo rosario; también, al acabar el sacrificio, rezaban los escolares un Pater noster y Ave María, pidiendo por la santa madre Iglesia y por las Escuelas Pías. Estas mismas oraciones eran repetidas también por los alumnos en las clases vespertinas. Además, por la tarde iban todos a la iglesia para el rezo, bien de las letanías de la Virgen, bien de la «Corona de las doce estrellas de la santísima Virgen». Tanto por la mañana como por la tarde, al volver a casa acompañados de sus maestros, los niños rezaban, en voz baja, el santo rosario; al sonar la campana por la mañana y por la tarde se rezaba el Ángelus. Finalmente, por la tarde, vueltos a casa, todos los alumnos, fieles a un consejo impelente de Calasanz, rezaban, como última plegaria, cinco avemarias en honor de las cinco letras del nombre de María. Además, todas sus prácticas de piedad, por sugerencia del mismo Calasanz, concluían con el rezo confiado de Sub tuum praesidium»44. «Sin embargo, la coronación de las demás devociones marianas de los alumnos de las Escuelas Pías era el siguiente acto de ofrecimiento a la Santísima Virgen que cada escolar hacía durante la oración continua ante el Santísimo: «Virgen purísima y santísima, digna Madre del Hijo de Dios, Jesucristo, redentor de mi alma, también a Vos ofrezco todo mi ser. Aceptad, Señora, mi obsequio. Aceptad, ¡oh Madre de gracia!, mi pequeña oblación; favoreced, proteged a esta criatura miserable y llena de pecados y alcanzadme de Jesús el perdón de todas las culpas. Ayudadme ahora y siempre y en la hora de mi muerte. Salve Regina, etc.»45. Finalmente, no podemos olvidar aquí las academias y ensayos literarios en honor de los Misterios de la Virgen, ni las reuniones de las Congregaciones marianas que avivaron entre los niños la devoción y culto a María 46 . 2.3.

En su vida

Una insistencia tan constante en la devoción a María de cara a sus religiosos y a los niños de sus escuelas, revela un profundo amor personal de José de Calasanz por María. Su deseo era que los demás amaran a María como él lo hacía y lo había hecho toda su vida. No es explicable su comportamiento —cartas, Constituciones y oraciones— sino como plasmación de lo que él personalmente vivía. Y es a esto a lo que nos queremos asomar en estos momentos. A la vida mariana de José de Calasanz. 44

G., San José de Calasanz. Obra pedagógica, 2.a ed. BAC, n 159 Madrid, 1984, pp. 482-483. 45 ídem, p. 483. 46 Cf. PICANYOL, L., Le cuite marial dans l'Ordre des Clercs Réguliers de la Mere de Dieu des Ecoles Pies, Eph. Cal. XXI (1952) 93. SANTHA,

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Su vida terrestre culminaba el 25 de agosto de 1648 hacia las dos menos cuarto de la mañana. Pocos días antes de su muerte había ocurrido un hecho que no presenta ninguna duda para la crítica histórica de quienes se han ocupado de la vida del santo. El hecho está admitido como histórico, apoyado en el testimonio de dos religiosos de quienes no se puede dudar lo más mínimo como testigos fieles. Son los Padres Francisco Castelli, Asistente General de Calasanz, y Camilo Scassellati, tercer general de la Orden. Narra este último en el Proceso Informativo: «Además, estando yo en la habitación de nuestro Padre, dos o tres días antes de su muerte, encontrábase junto a su cama nuestro P. Francisco Castelli, que había sido su Asistente. Y exhortándole a que no temiese la muerte, antes bien se alegrase porque había empleado toda su vida en el servicio del Señor, el P. José, con voz clara y en confianza, dijo al P. Francisco, quizá sin advertir que yo estaba sentado junto al tavolino: «Sí que debo tener confianza, porque la Virgen Santísima me ha prometido su auxilio». A estas palabras quedé sorprendido; y con señas di a entender al P. Castelli qué era lo que el Padre decía, porque me temía que desvariase, siendo así que en toda la enfermedad no le habíamos visto delirar. Y fue ocasión de que el P. Francisco le preguntase de nuevo y el P. José dijo con voz perfectamente clara: «Debo tener confianza porque la Santísima Virgen de los Montes me ha prometido su ayuda». Y sé que era devotísimo de esa imagen y he oído decir que todos los sábados iba a visitarla, y luego de ser religioso, las veces que podía»47. Calasanz tenía en su habitación, y aún se conserva hoy, un cuadro de esta Virgen de los Montes —La Madonna dei Monti—; era muy conocida en Roma en tiempos del Fundador y, como declara el P. Scassellati, el santo la visitaba con frecuencia durante sus primeros años romanos en una iglesia detrás del foro Augusto. Fue pues esta Virgen quien le consoló en los últimos momentos de su vida. Este hecho es la culminación de una vida de amor, devoción y oración a María Santísima. Que había comenzado ya en su niñez. Ateniéndonos a las últimas investigaciones de sus biógrafos, podemos documentar esta devoción ya en su niñez. El Hermano Lorenzo Ferrari, que le cuidó durante los últimos años y que fue testigo de muchos de sus sufrimientos de los últimos tiempos, declaró: «Una vez que me exhortaba a mí, y a otros subditos jóvenes a la piedad cristiana, nos decia que él, de pequeño, atendía a las devociones y rezaba 47 C. BAU, ob. cit., p. 1179-1180. Cf. S. GINER, San José de Calasanz, BAC popular, n.° 67, Madrid, 1985, pp. 261-262.

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siempre el Oficio Parvo de la Virgen y otras devociones pero muy particularmente el Santísimo Rosario»48. De hecho Calasanz será toda su vida muy devoto de la práctica del santo rosario. En el lecho de muerte recomendó al P. Berro que recordara a todos los religiosos que no dejaran esta oración sino que la rezasen diariamente. El mismo P. Gabriel Bianchi, secretario del santo los años 1645-46, decía: «Recomendó fervorosa y particularmente la devoción a la Santísima Virgen, recordando a sus religiosos que rezasen devotamente el Santísimo Rosario, y esta exhortación hecha poco antes de morir me fue contada por los padres que estuvieron presentes, y yo se la había oído también muchas veces antes de su enfermedad, el tiempo que le servía como secretario»49. Todavía respecto a su niñez dicen los modernos biógrafos: «A estos recuerdos se atiene también el P. Scassellati al añadir que el maestro de la escuela de Peralta solía colocar a veces sobre una silla al pequeño Calasanz, y ante el coro de sus condiscípulos le hacía recitar los Misterios de Nuestra Señora, de Berceo, tal como se los enseñaba su madre. Y esta actitud del pequeño José recitando ante los niños de Peralta los Milagros de Nuestra Señora o exhortándolos a la piedad, hace pensar lógicamente en el futuro maestro y educador y fundador de una Orden para la enseñanza»50. La devoción del santo por María fue conocida, apreciada y testimoniada por sus hijos. El testimonio más amplio al respecto, que resume otros muchos y que nos da una síntesis del comportamiento del santo, es la del P. Alejo Armini que fue después general de la Orden. Dice: «Respecto a la devoción para con la Santísima Virgen fue tal, que quería que nuestras iglesias, si era posible, se erigiesen bajo el título de la misma Señora, y si era preciso darles otro titular, quería que hubiese siempre una capilla a ella dedicada. Desde jovencito, por esta su particular devoción, comenzó a rezar diariamente su Rosario y no lo dejó hasta la muerte. Y en sus últimos días recomendó esta práctica del Rosario, pero no como de una devoción al estilo de otra cualquiera, sino con recomendación eficaz, de tal manera que el P. Vicente (Berro) de la Concepción que estaba presente y recibía aquellas palabras, escribió una circular a todas las casas repitiendo la recomendación, y desde entonces en muchas casas se reza por la tarde en comunidad antes de la Oración. Si el Siervo de Dios rezaba todos los días el Rosario entero o una tercera parte, 48

49 50

S. GINER, ob. cit., p. 30.

C. BAU, ob. cit., p. 492. S. GINER, ob. cit., pp. 30-31.

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no lo sé; porque yo sólo he oído decir comúnmente que desde jovencito todos los días rezaba el Rosario, sin concretar más. Por esta misma particular devoción para con la Santísima Virgen, al tomar el hábito dejó el apellido Calasanz trocándolo por el de la Madre de Dios, y en las Constituciones ordenó que se ayunase rigurosamente las vigilias de las festividades de la Virgen y antes de la Asunción se guardase la cuaresmilla desde el día de San Lorenzo. Y toda esta fervorosa devoción a Nuestra Señora la inculcaba a los escolares. Solía decir que la obra de las Escuelas Pías no era de él, sino de Dios y de la Virgen»51. Esta devoción del Fundador fue atestiguada por muchos religiosos durante su vida51. El cocinero de San Pantaleón, el Hermano Francisco Noverano, declaraba que «quería que todos sus religiosos con grandísima devoción rezasen muchas veces el Sub tuum praesidium, profundamente inclinados y aun postrados en tierra, protestando así ser Ella nuestro auxilio y nuestro refugio»53. De sí mismo hacía la siguiente confesión que nos ha llegado a través de otro religioso, el P. Santiago Bandoni: «El dicho P. José rezaba siempre el Rosario y el Oficio de la Virgen, a pesar de tener tantas ocupaciones y tantos otros ejercicios espirituales, sin dejar nada de la Regla ni del Santo Temor de Dios. Con la devoción a la Virgen confesaba haber recibido a menudo muchos favores de su Divina Majestad, especialmente cuando estuvo enfermo de erisipela que todos tenían por mortal. Decía que la Santísima Virgen y Santa Teresa le habían curado, y de súbito se resolvió a levantar la iglesia de Nuestra Señora de Frascati y dio orden de comenzarla, siendo entonces yo rector de esa casa»54. Recordemos, finalmente, los acontecimientos principales de su vida religiosa. Para la toma del hábito eligió el día de la Anunciación, el 25 de marzo de 1617. Y él mismo tomó por sobrenombre «de la Madre de Dios». Desde ese momento hasta su muerte se llamó, P. José de la Madre de Dios. Para la profesión de 1618 mandó acuñar una medalla. Confiesa el P. Fedele en el Proceso «Ne probationes perirent»: «Quiso que su Instituto se llamase Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, y debido a la devoción que quería imprimir en los corazones de todos y sobre todo de sus religiosos, hizo acuñar una medalla con la efigie de la Virgen Santísima y de un religioso que se encontraba de rodillas a los pies de ella, en acto de recibir de la Beatísima Virgen esa Medalla y de llamarse su esclavo»55. 51 52 53 54 55

C. BAU, ob. cit., pp. 492-493. ídem, pp. 488-491. ídem, p. 491. ídem, p. 494. RC 31, p. 37. 163

Para la profesión solemne de sus primeros compañeros, él la emitió en manos del cardenal Miguel Ángel Tonti, eligió la Basílica de Santa María la Mayor: «A 20 de abril de 1622, José de la Madre de Dios, Ministro General, hizo su profesión de votos solemnes en manos de limo. Miguel Ángel, Cardenal Nazareno, en su propia habitación cardenalicia y estando él enfermo de su última enfermedad. Estaban presentes los Padres Pedro de la Natividad, Viviano de la Asunción, Francisco de la Purificación, Pablo, también de la Asunción, y muchos otros de la familia del dicho Cardenal. Inmediatamente, el dicho Padre José de la Madre de Dios, junto con los referidos padres, se trasladaron al Templo de Santa María la Mayor, y celebrada por él la Santa Misa, en el altar de la misma Virgen, emitieron en sus manos su respectiva profesión solemne los dichos Padres, en presencia de los ministros de dicha capilla y de muchas otras personas»56. *

*

*

La vida del escolapio aparece totalmente impregnada de la presencia de María. Como religioso, ella aparece como modelo y guía del seguimiento de Jesús. En cada uno de los votos el escolapio aprende de María, y en la praxis mesiánica encuentra en ella el modelo perfecto de educadora; ella fue nada menos que la educadora de Jesús. Por eso, día a día, en el seguimiento de Jesús y en la participación de su misión mesiánica, el escolapio camina poniendo sus ojos en la Virgen. De ahí que su actuar diario esté penetrado de la oración a María. La invoca todos los días, y la recuerda constantemente junto a los hermanos de comunidad. Ella cuida de la fraternidad diaria, y se convierte en exigencia, ayuda, animadora, ejemplo de todos los hermanos. Esa presencia se actúa de manera importante en el trabajo entre los niños y jóvenes. El escolapio recuerda lo que fue la vida y el trabajo de su Fundador, y quiere obrar como él lo hizo. Por eso entrega diariamente la herencia que le ha tocado a María, y le pide que le ayude a educar a los preferidos de Jesús como ella le educó a El. El escolapio, cuando es fiel a la voluntad de Calasanz y a su carisma, sabe que se encuentra con lo más sencillo, lo más humilde, lo más abandonado —la niñez y juventud pobre—, y por eso que está con lo preferido del Reino y de Jesús: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis. De los que se hagan como ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 19,14). Por eso quiere que en la educación que él imparte esté presente aquella que fue la educadora por excelencia, María, la Madre de Jesús. 56

C. BAU, ob. cit., p. 399.

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PRESENCIA DE MARÍA EN LA VIDA Y MISIÓN DE LOS HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS Saturnino Gallego, F S C .

Introducción San Juan Bautista de La Salle legó a sus hijos, los Hermanos de las Escuelas Cristianas, una peculiar visión del cristianismo, y por ende, de la presencia de María en su vocación y en su misión. Era él doctor en teología, amén de Fundador por particularísima inspiración divina. La base y fundamento de su devoción a María coincide con la de todo cristiano. A partir de la Revelación divina, De La Salle contempló a María siempre al lado de Jesús, pues en ningún momento la Biblia nos la muestra separada de El. Y, además, contempló a Jesús, en los momentos más decisivos de su existencia (anunciada o ya realizada) junto a María, su Madre. No es, pues, María, fruto de la invención humana, de una devoción calenturienta, de un entusiasmo fácil. Dios mismo nos la propone, revelándola como algo fundamental en la economía de la salvación. Ni cabe mirarla como algo secundario, o acaso supernuo; dado que los méritos de Jesús son infinitos. Cierto que nada puede añadirse a la acción de Jesús, para completarla. Pero la presencia de María no es un puro adorno. El Padre la ha querido unida a Jesús, contribuyendo a su obra salvadora; y, si tal es la voluntad del Padre, María ya no es algo supernuo, sino una persona absolutamente necesaria, como la misma voluntad del Padre. Así piensa la Iglesia, el cristiano ilustrado, San Juan Bautista De La Salle. Pero éste ve en María otra dimensión que es original y paradigmática en la vida de su Instituto. Como fundador de una Congregación docente ve en María el modelo del educador. Ella educó a Jesús Niño, y los Hermanos se dedican a educar a los niños pobres. 167

Más aún. De La Salle ve en María el ejemplo más evidente de la unicidad de la persona, punto básico en su espiritualidad. Por primera vez en la historia un Instituto de personas consagradas dedica casi todo su esfuerzo vital, casi todo su tiempo, al cultivo y desarrollo de los valores profanos: leer, escribir y contar... El objetivo apostólico único, la educación cristiana del joven, exige esa actividad profana como componente esencial. Y dicha actividad es la que ha de santificar principalmente el maestro. Así la persona, que es una, crece armónicamente según todas sus dimensiones. María aparece aquí con valor aleccionador. Ella se santifica y nos santifica en todas las horas de su vida; horas que ella dedicó a funciones sencillas, corrientes, triviales diriamos, nada «religiosas» en sí mismas, la actividad de cualquier ama de casa: ni predica, ni confiesa, ni celebra misa... María es así, para el Hermano de las Escuelas Cristianas, la revelación más patente de lo que ha de ser su vida; la iluminación de esa rutina diaria, sin brillo, ni competencias humanas; la sublimación de las funciones más vulgares a instrumento de santificación propia y ajena.

1. El Fundador 1.1.

Escritos y doctrina

Asunción, Natividad, Nombre de María, Presentación e Inmaculada Concepción (siguiendo el orden del calendario). Añadamos la más larga de todas, la correspondiente a la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, el 5 de agosto. Una más se lee en su libro, correspondiente a la Octava de la Inmaculada, pero la crítica tiene serias dudas sobre su paternidad. Como si hubiera querido darnos una mariología casi completa, el santo considera en cada una de tales meditaciones aspectos varios, evitando el repetirse. Habla de la predestinación de María (Natividad), de su consagración a Dios (Presentación), de su maternidad divina (Anunciación), de sus diversas virtudes (Purificación, Visitación), de la devoción que debe profesarla un Hermano o un alumno (Nombre de María, Nieves), etc. Para información del lector, será oportuno poner ante sus ojos ligeros pensamientos, vertidos en esas meditaciones. «Honrad hoy a la Santísima Virgen como a tabernáculo y templo viviente que Dios mismo se edificó y embelleció con sus manos. Pedidle os obtenga de Dios la gracia de que se halle vuestra alma tan bien adornada y tan bien dispuesta a recibir la palabra divina, y a comunicarla a los otros, que os convirtáis, por su intersección, en tabernáculos del Verbo de Dios» (Med 191,3). «Santa Ana dio a luz a la Santísima Virgen por su perseverancia en la oración. Dios, que os ha escogido a vosotros para le deis a conocer, quiere también que, por decirlo así, engendréis a la Santísima Virgen su Madre en el corazón de los que instruís, inspirándoles tierna devoción hacia Ella. Esta fecundidad debe ser efecto de vuestras fervientes súplicas, de vuestro amor a la Santísima Virgen, y del celo que pongáis en las instrucciones que les deis para inculcarles su amor» (Med 146,2). «Si tenemos amor a Jesús y somos amados de El, es imposible que no seamos muy queridos de la Santísima Virgen. Pues, como se da relación estrechísima entre Jesús y su Santísima Madre, todos cuantos aman a Jesús y son singularmente amados por El, honran mucho a María y son también muy queridos de la Santa Madre de Dios. Hagámonos dignos de las ternuras de la Santísima Virgen» (Med 88,3).

La devoción del santo De La Salle a la Virgen María es destacada, si bien entra en los márgenes de la devoción normal, fervorosa, ilustrada, sin que llegue a ser la tónica dominante de su vida. Un caso parecido al de Santa Teresa, San Francisco, etc. En sus escritos encontramos una teología mañana completa, en la que hay poco de original de cara a la enseñanza tradicional de la Iglesia; pero en la que vierte rasgos piadosos muy aleccionadores. Daremos un repaso a sus veinte libros, lo que nos permitirá calibrar la cantidad de literatura mariana, y algo de su calidad. a) Escribió dos libros de Meditaciones: para el retiro de los maestros uno, en el que no se alude a María. Para domingos y fiestas el otro, en el que el tema mariano es abundante. Puede sorprender a un español que no aluda a María en la meditación del Sábado santo o en Pentecostés; pero sí se la encuentra en los domingos de la Sagrada Familia, del milagro de Cana, y en el misterio de Navidad. Igualmente en la festividad de San Joaquín, de Santa Ana o del Apóstol San Juan. Pero conservamos de él nueve meditaciones enteras en relación con María: para las fiestas de la Purificación, Anunciación, Visitación,

b) Escribió también De La Salle un valioso librito titulado: Explicación del Método de Oración mental. Es una guía, para la contemplación, escrita por un experto en las vías del espíritu. El censor romano que hubo de examinarlo para el proceso de beatificación lo calificó de «áureo libro». El tema no tiene por qué dedicar mucho espacio a la Santísima Virgen. Con todo hemos de anotar dos observaciones que sí nos pueden interesar. Con sus mismas palabras dice así:

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«El último acto de la segunda parte es un acto de invocación a los santos de nuestra particular devoción... Pero a quien se debe invocar con preferencia es a la Santísima Virgen, aunque no hubiese tomado parte en el misterio, por ser nuestra madre, nuestra abogada y medianera ante su Hijo, porque nos ama, porque tiene grande poder ante Dios, y quiere nuestro bien más que ninguno de los santos, y aún más que todos ellos» (E 79).

ma Virgen: son breves paráfrasis, en verso, de pasajes bíblicos, o bien oraciones espontáneas. f) Un libro tan alejado de tema mariano como la Guía de las Escuelas, que enseña pedagogía, modo de conducir en la escuela, de conseguir orden y trabajo..., habla también de María, al decirnos cómo rezar el rosario en clase, y al establecer la intercesión permanente, precisamente con el rezo del rosario por turnos. g) En fin, su segundo «best-seller», el Tratado de cortesía y urbanidad cristianas, que únicamente habla de lo que el título promete: los ojos, la boca, el bostezo, el vestido, el sombrero, el bastón, la comida, las diversiones, etc., nos sorprende con esta cita, al tocar el tema de las visitas:

Y en el mismo libro da luego hasta ocho ejemplos prácticos en los que el orante invoca a la Santísima Virgen. Termina la oración. Y el último gesto de quien ora es volverse a María. «Se concluye la oración poniendo bajo la protección de la Santísima Virgen cuanto en ella se ha hecho, concebido y resuelto, para que lo ofrezca a su queridísimo Hijo, y por este medio alcancemos de El las gracias necesarias para practicar la virtud o la máxima sobre que se ha hecho oración» (E 122). Añade un ejemplo, y recomienda a continuación rezar el Sub tuum praesidium o el O Domina mea. c) De La Salle escribió cinco catecismos diferentes. Uno de ellos, el redactado en segundo lugar consiguió al menos 301 reediciones o reimpresiones. El título es: Deberes del Cristiano para con Dios y medios para poder cumplirlos. La primera presentación fue dialogada, la segunda (la del éxito editorial) en discurso seguido, y con 500 páginas impresas; añadió luego, en forma dialogada una tercera parte sobre «El culto exterior y público». En fin, dio dos resúmenes del primero, en pocas páginas, llamados «Epítome Mayor» y «Epítome Menor». Aparte las alusiones a María cuando habla del misterio de Jesús, en el primer tomo encontramos 14 páginas dedicadas a la Madre de Dios (cómo orar a María, el avemaria, el rosario, el ángelus). En el segundo hay otras ocho páginas (nuevamente sobre la oración a María, el avemaria —segunda explicación—, el oficio parvo). En el tercero las páginas son 16 de exclusiva mariana, y otras compartidas con las fiestas de Cristo. Al final dedica dos páginas más al tema de la devoción mariana. En los Epítomes es, lógicamente, mucho más breve: hay cuatro páginas en el Mayor y solamente alusiones en el Menor (que únicamente consta de 36 páginas). d) Hay alusiones oportunas, pero carentes de doctrina, tanto en la Regla escrita para los Hermanos, como en la Colección de varios Trataditos, su primera obra. é) Como complemento a los catecismos, y con la idea de amenizar las horas de «religión», escribió también una Colección de Cánticos religiosos. Con tonadas populares, los alumnos cantaban unas letrillas religiosas que resumían su fe y su compromiso cristiano. Son 58 cánticos, y como era de esperar, entre ellos hay seis dedicados a la Santísi-

La devoción se manifiesta en la vida mucho más que en los escritos. Y, como cabe esperar, los primeros biógrafos nos han dejado gratos recuerdos de esa devoción en el Fundador. Se nos dice que cuando los Hermanos se consagraron a Dios por primera vez con votos religiosos (allá en junio de 1686), el Fundador los llevó en peregrinación al santuario mariano, muy popular en la época, de Nuestra Señora de Liesse (o de la Alegría). Una peregrinación de 40 kilómetros, a pie. Allá ofrendaron a María su primera oblación personal, poniéndola así en los cimientos mismos del Instituto naciente. En 1690 el santo se vio abocado por primera vez a responder ante los tribunales en defensa de la libertad de enseñanza. Sus escuelas, enteramente gratuitas, succionaban alumnos de las clases de pago, y los

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«Viviendo en este mundo no puede uno dispensarse de hacer visitas de vez en cuando, o de recibirlas; es una obligación que la urbanidad impone a todos los seglares. Incluso la Virgen Santa, aunque vivía recoleta, visitó a su prima Santa Isabel, y se diría que el Evangelio lo relata con amplitud para que pudiera ser modelo de nuestras visitas...» (UC 48). Hay, pues, en los escritos de San Juan Bautista De La Salle no menos de ochenta páginas dedicadas a María. Rico manantial, donde los Hermanos y la familia lasaliana pueden abrevar su devoción a la Madre de Dios. Páginas seguras, tradicionales, piadosas, fervorosas, en las que anidan no pocos pensamientos originales, si no en la doctrina sí en la devoción.

1.2.

Episodios

significativos

maestros afectados creyeron que debían defender sus intereses ante el tribunal. De La Salle se preparó con una peregrinación, él y los Hermanos de París, al santuario de Nuestra Señora de las Virtudes, en el pueblecito de Aubervilliers. Caminata a pie y en ayunas, misa y comunión, larga oración ante la imagen de la Señora. De allí salió el memorial que, leído ante el tribunal, le concedió en aquella ocasión el triunfo de su idea. El obispo de Chartres llamó a los Hermanos a su sede en 1699. Se constituyó una comunidad de siete Hermanos, y mantuvieron dos escuelas, a satisfacción de las familias y del prelado. Pero muerto éste, los fondos que aseguraban la gratuidad de las escuelas vinieron a faltar. Era práctica de los Hermanos mantener las escuelas, y éstas enteramente gratuitas, «aunque hubiera que vivir de limosna y de sólo pan». Pero la continuación de las escuelas en Chartres peligró hasta el punto de considerar su cierre total y definitivo. Con todo, De La Salle y los Hermanos las mantuvieron, con energía y esperanza, aunque reduciendo la comunidad a cuatro solamente. Dicen los biógrafos que la razón que más pesó en De La Salle para la continuidad de la comunidad era el hecho de encontrarse al abrigo del santuario mariano que es la catedral, como todos saben. El fundador se vio precisado, por motivo del idioma, a abrir un noviciado en Marsella (además del que ya tenía en Ruán) para los novicios provenzales. Su primer gesto con el grupo recién constituido fue llevar a aquellos jóvenes al santuario de Nuestra Señora de la Guarda, que domina la villa marsellesa. Era el 15 de agosto de 1712. El 21 de noviembre de 1691, fiesta de la Presentación de María, De La Salle y otros dos Hermanos realizaron, en sigilo, un gesto que nuestra historia denomina «el voto heroico». En efecto, cuando todo parecía hundirse, como suele suceder con las obras de Dios, ellos tres se comprometieron a sostener las escuelas cristianas para toda la vida, aunque no quedaran más que ellos solos, y aunque tuvieran que pedir limosna. El misterio del día, el ejemplo de la generosidad de María presidió aquel gesto, que intentaba emular la fe y esperanza de María. Mientras vivieron en la Casa Grande (1698 a 1703) de París, De La Salle, que aspiraba a tener una casa noviciado amplia, saludable y algo segura, encomendó a María su consecución: con frecuencia —los biógrafos dicen que a diario— organizaba una procesión mariana por el jardín con todos los novicios y el personal de la casa. Hay que decir que si, de momento, pareció fallar toda su esperanza, pues tuvo que salir de dicha casa y emigrar como perseguido..., desde 1705, en Ruán, sus deseos se hicieron realidad. En el barrio de San Severo encontraron

Han sido prácticas devotas en torno a María, a lo largo de la historia del Instituto, las siguientes: el rezo diario del rosario, del ángelus dos o tres veces al día, de las letanías de Loreto, del O Domina mea, y con más frecuencia del Sub tuum praesidium (Reglas, Med 151,3). Se invoca a María en las necesidades, se celebran sus fiestas con especial relieve, se la llama «santísima» Virgen, con preferencia a otras denominaciones, para seguir el consejo del Fundador, etc. (Med 151,3). La regla, que acaba de aprobar la Santa Sede, y que ha entrado en vigor el 8 de septiembre de 1987 (Natividad de María), dice: «Los Hermanos profesan singular devoción a María, Madre de Jesucristo y de la Iglesia. En el «sí» total que dio al Señor descubren ellos mejor el sentido de su propia consagración. De Ella aprenden la docilidad al Espíritu que los configura con Cristo mediante la fe, la esperanza y el amor, y que les dirige hacia el Padre, manantial de todo bien y término de toda acción apostólica» (Regla, 76). Es un resumen de la vida y pensamiento del Instituto hoy. A continuación la misma Regla señala que «diariamente, los Hermanos honran a María, ya en particular ya en comunidad, con el rezo del rosario o con alguna otra práctica de devoción mariana que se conforme a las orientaciones de la Iglesia» (Regla, 76a).

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la finca llamada de San Yon, que terminó por ser noviciado del Instituto y en propiedad hasta la Revolución francesa. Un episodio entre escandaloso y jocoso le acaeció en Calais el 15 de agosto de 1715. El deán le invitó a celebrar la misa solemne en la catedral, pero él se reservó la homilía. Sorprendentemente, no dijo una palabra del misterio del día, la Asunción de María. Terminada la misa, el Santo, a pesar de sus obligaciones como invitado, no estuvo remiso en llamar la atención al deán: sus opiniones privadas (algo de jansenismo había en su alma) no podían justificar el escándalo que había recibido el pueblo. Fue tan enérgico De La Salle, que el deán no pudo menos de sentirse avergonzado, y prometió subsanar el descuido al día siguiente, domingo; como en efecto, lo hizo. De La Salle, que era llamado «el sacerdote del rosario», porque llevaba siempre uno pequeño de estaño entre los dedos al ir por la calle, terminó su vida el 7 de abril de 1719. Su última oración, rezada en latín, como todas las noches de su vida, fue: María, mater gratiae, mater misericordiae...

2. 2.1.

El Instituto Prácticas de devoción

«San Bernardo y San Francisco profesaban tan hondo cariño a la Santísima Virgen, que la eligieron los dos como protectora y sostén de sus órdenes respectivas. Miradla así vosotros también respecto de vuestro Instituto» (Med 129,3). Era la consigna que nos dejó De La Salle, y el Instituto ha tratado de hacerla suya con amoroso designio.

2.2.

Acontecimientos

fusión con la Congregación lasaliana. Sus pocos miembros traían consigo una sola obra y un santuario, el de Nuestra Señora de la Estrella, en Montebourg, Francia. Los Hermanos adoptaron con amor este santuario del siglo xni, lograron la coronación canónica de la imagen en 1958, y la han asumido con el nombre de «Reina y Madre de tas Escuelas Cristianas». La fiesta de Nuestra Señora de la Estrella figura en el propio litúrgico del Instituto.

2.3.

Recordemos brevemente algunos episodios que han tenido cierto sello particularmente mañano, unas veces por disposición providencial, y otras por decisión humana intencionada. El Instituto señaló desde antiguo, como fiesta de los formandos, las de la Presentación de María (aspirantes) y de la Purísima (novicios y escolásticos). Todos los Hermanos han sido oficialmente afiliados a las cofradías del escapulario del Carmen y al otro, llamado «azul». La Bula de aprobación del Instituto, firmada el 26 de enero de 1725, fue recibida solemnemente en Capítulo General, reunido el 15 de agosto del mismo año, día de la Asunción. Con la intención de conseguir la Real Patente que otorgaba personalidad civil al Instituto en Francia se inició un ayuno especial. Y conseguido el documento, los Hermanos consignaron en su Regla un ayuno particular en la víspera de la fiesta de la Inmaculada, «sin perjuicio del ayuno del viernes», que era el semanal ordinario. Hasta seis Capítulos Generales han dado comienzo el día de una fiesta mariana, y otros cinco han concluido sus trabajos en otro día consagrado a María. Para la toma de hábito ha sido muy frecuente realizar esa ceremonia el día o víspera de una fiesta de la Santísima Virgen. El Instituto, casi aniquilado durante la Revolución francesa, pudo recuperarse desde 1703, y buscó su punto de apoyo en Lyon, a pocos pasos del santuario de Nuestra Señora de Fourviére. Los Superiores determinaron que todos los Directores y Visitadores tuvieran como patrona a Nuestra Señora del Buen Consejo, cuya imagen se conserva en Genazzano, Italia. Este santuario ha recibido muchas visitas y donativos por parte de los Superiores mayores, sobre todo desde su instalación en Roma (1936). Últimamente parece como si la misma Santísima Virgen hubiera querido ofrendar al Instituto un santuario mariano multisecular. Fue hacia 1940, cuando el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la Misericordia, casi a punto de extinguirse, consiguieron su 174

Devoción viva

Todas estas prácticas frecuentes y los gestos históricos recordados no son más que botones de muestra, la clásica punta del iceberg. Entre los Hermanos hervía una intensa devoción a María. Para ellos ha sido siempre la Madre de Dios, digna de la máxima veneración; y a la par la educadora ejemplar a la que se encomienda la labor diaria ante los alumnos; o la madre sobrenatural a la que se confía, con cariño filial, «el alma y el cuerpo, todas las esperanzas y consuelos, todas las angustias y miserias, la vida y el fin de la misma, y todas las acciones del día»; a su protección se encomiendan los alumnos, uno por uno. Esa devoción ha dado sus frutos, destacamos algunos, corrientes los más. Entre los destacados en la devoción mariana cabe señalar a los Hermanos Ireneo, contemporáneo del Fundador; al Hermano Gabriel María, Superior General hasta 1913; a San Miguel Febres Cordero, canonizado en 1984, ecuatoriano de nacimiento; al Hermano Bernand-Louis, autor del precioso libro Le catéchiste de Marie; a dos hermanos belgas, tío y sobrino respectivamente y llamados del mismo modo: Mutien-Marie; el primero es ya beato, y el segundo, fallecido en 1939, escribió y dibujó toda su vida en honor de María. Podríamos añadir la memoria del Hermano Léonard, cuyo biógrafo resume su andadura con el título de su trabajo: De María a la Trinidad. La lista es mucho más larga, pero los aquí citados pasan por ser los muy destacados paladines en cuanto a devoción mariana. No podemos omitir, con todo, la memoria del Hermano Adolfo, fallecido en Zaragoza en 1976, y cuya causa de canonización ha sido introducida en el arzobispado el 25 de marzo de 1987. Su calor mariano, y particularmente pilarista, encaja en el marco de los fieles más devotos de María. A decir verdad, raro es el Hermano que no sobresale de alguna manera en cuanto a devoción mariana. Sólida, sincera, teológica. Y que traslada dicha devoción a los alumnos. En nuestro paralelo las oportunidades más celebradas en las escuelas han solido ser la fiesta de la 175

Purísima, el mes de mayo y, con menor relieve, las demás fiestas del calendario litúrgico. El escapulario del Carmen ha sido continuamente propagado, y la Congregación Mariana acogía, hasta fechas recientes, a los alumnos más comprometidos de cada escuela o colegio. En ocasiones, y más tratando con los pequeñuelos, ha habido quien se ha extralimitado, acudiendo con excesiva frecuencia al tema de las apariciones, o creando cierto fetichismo en torno a determinadas prácticas de devoción (tres avemarias, escapulario...). Pero son los menos. Podría decirse, como conclusión, que De La Salle tiene a María «en su sitio». La Salle, fundador; y La Salle, Instituto de los Hermanos.

3.

Conclusión

Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, siguiendo el surco que les dejó su Fundador, encaran el Año Santo Mariano con la garantía secular de haber reconocido a María su puesto en la doctrina revelada, en la economía de la salvación. En su vida y enseñanza, María «precede a Cristo», lo introduce, guía hacia El. No han aceptado la frialdad académica en torno a María, que parece haberse insinuado por Europa después del Concilio; ni han cedido a un seudoecumenismo que quisiera eclipsar la figura de María. El Concilio (LG 67) les puso en guardia ante «las falsas exageraciones», pero también ante «la estrechez de espíritu». Han sabido mantenerse en la actitud humilde del hijo de María. Ante la madre uno se siente siempre niño, por más años que tenga sobre las espaldas; niño, y necesitado. Actitud fundamental, de la que brotan iniciativas, que el alumno comparte; sendero que siempre se supera y cuya meta sigue siendo invisible e inalcanzable. De María nunquam satis. Cuando, en fecha reciente, la Congregación para los Religiosos e Institutos seculares aprobó la nueva Regla (26 de enero de 1987), dejó deslizarse en el decreto esta frase, inspirada en la misma Regla que apadrinaba: «La CRIS desea que todos los Hermanos de las Escuelas Cristianas descubran en el "Si" total de María el sentido de su vocación, y respondan con ardiente celo a las llamadas del Señor, de la Iglesia y del mundo, para procurar la gloria de Dios». Así sea.

176

PRESENCIA DE MARÍA EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA ORDEN FRANCISCANA Gaspar Calvo Mor alejo, OFM.

Introducción Afrontar el estudio de la identidad franciscana, desde un enfoque teológico vital como se nos pide, para encontrar la presencia de María en los mismos orígenes de esta forma de vida religiosa, requiere remontarse hasta los inicios de la vida de los frailes menores, hasta el mismo Francisco de Asís, su fundador y Padre. Como el Concilio Vaticano II ha pedido, también para este estudio es necesario retornar a las fuentes del propio carisma1. Y si se encuentra esta presencia de María en los orígenes y misión de la orden franciscana, se pondrá de manifiesto, una vez más, la maternal intervención de María en la vida de la Iglesia y de las órdenes religiosas. Y habré alcanzado la finalidad propuesta para esta reflexión teológica, que el título del presente trabajo indica suficientemente. Para lograrlo hay que acudir, en primer lugar, a la Regla que dejó escrita Francisco para que sus hijos y seguidores tuvieran una «forma de vida». Pero habrá, también, que acercarse necesariamente a los demás escritos del Santo, a sus «opúsculos». El conocimiento de sus enseñanzas es imprescindible para entender y profundizar en el mejor conocimiento de su Regla2. Esto es, por otra parte, lo que también disponen las nuevas Constituciones Generales de la Orden: «para conocer cada vez mejor y obser1

CONCILIO VATICANO 11, Decreto Perfectae Caritatis, 2. FERNANDO URIBE ESCOBAR, OFM, La vida religiosa según San Francisco de Asís, Aránzazu, 1982, 26; KEJETAN ESSER, OFM, La orden franciscana. Orígenes e ideales, Aránzazu, 1976, 21 ss.; LÁZARO IRIARTE DE ASPURZ, OFMCap, Vocación Franciscana, Valencia, 1975, p. 265. 1

179

var fielmente "el espíritu del Fundador y sus propios designios", esmérense los hermanos en estudiar, entender y venerar, juntamente con la Regla, la vida y los escritos de San Francisco y de sus seguidores» 1 . La vida de Francisco ofrece pautas seguras para la comprensión de sus enseñanzas. Y la historia de la orden, en la que la presencia de la Señora hermosea todas sus páginas, pregonará la fidelidad al carisma franciscano en el correr de los siglos.

1. 1.1.

El seguimiento de Cristo Cristo y María

Como punto de partida para adentrarnos en el tema es necesario recordar el puesto preferente que María ocupa en la vida de Francisco y el influjo que la Señora ejerce en la vida espiritual de quien es su rendido caballero y ardiente devoto 4 . Si la espiritualidad mariana de Francisco refleja la piedad de una época y la devoción que entonces a María se tiene; también en ella se manifiesta su vivencia personal. Y en ella resplandece el sentido trinitario, cristológico, bíblico y litúrgico con que el Pobrecillo de Asís acompaña en todo momento su piedad filial a la bendita Madre de Jesús nuestro Hermano. Sin esta relación a la Maternidad divina de la Virgen no podrá encontrarse testimonio alguno de Francisco de su inefable devoción a María. Siempre la coloca en «el lugar preciso» 5 que su vinculación al misterio de Cristo requiere. De ahí se sigue que la mayor profundización en el mejor conocimiento de Cristo, lleve siempre a Francisco al encuentro con su bendita Madre. Y que la devoción piadosa a la Madre, lo acerque, cada vez más al encuentro con Cristo. 3 Regula et Constituíiones Generales Ordinis Fratrum Minorum, Romae, 1987, artículo 2,2, p. 1. 4 2 Cel 198. Puede verse sobre este tema: GASPAR CALVO MORALEJO, OFM, «La piedad mariana en San Francisco de Asís y la exhortación apostólica "Marialis cultus"», en Estudios Marianos, 43 (1978), 301-329, con la bibliografía allí indicada y además: PEDRO DE ANASAGASTI, OFM, «Principios teológicos de la piedad mariana de San Francisco de Asís», en Estudios Marianos, 48 (1983), 389-417; SEBASTIÁN LÓPEZ, OFM, «El tema mariano en los escritos de Francisco de Asís», en Selecciones de Franciscanismo, 16 (1987), 171-186; ILARIO PYFFEROEN-OPTATO VAN ASSELDONK, OFMCap, «María Santísima y el Espíritu Santo en San Francisco de Asís», ibid., 187-215. 5 JUAN PABLO II, encíclica Redemptoris Mater, n. 1.

180

En la vida evangélica de Francisco existe una «fundamental actitud mariana» 6 . Es necesario tenerla presente para comprender su mensaje de vida evangélica, que llega hasta nuestros días por medio de la orden franciscana, en cualquiera de sus ramas o denominaciones. 1.2.

Cristo «pobre y crucificado»

La experiencia de «Cristo, pobre y crucificado» 7 , que Francisco vive intensamente, fue la que un día en la ciudad de Asís impulsó al hijo del acaudalado mercader de paños Pedro Bernardone, a emprender decidido su seguimiento, a «seguir sus huellas». Responde generosamente a la llamada que el Señor le hace, a «su gracia» 8 . Y opta valientemente por Jesús, renunciando a todo lo humano. Su decisión es irrevocable. Quiere: «vivir el santo evangelio de Nuestro Señor Jesucristo» en su integridad plena. Intenta de esta forma «seguir la doctrina y las huellas del Señor» 9 . Cristo Jesús y su Santo Evangelio para Francisco se identifican. Había entendido perfectamente que también en Cristo Jesús, «la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que los hechos realizados por Dios en la Historia de la Salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados en las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman los hechos y esclarecen el misterio contenido en ellos»10. Y la vida de Jesús se resume en hechos y palabras (He 1,1). La fe profunda y comprometida de Francisco encuentra en la Iglesia al Cristo, Señor resucitado y glorioso. Y de la Iglesia, depositaría de su mensaje, recibe su Evangelio Santo. Encuentra al Cristo que se anonada haciéndose pobre, despojándose de rango de su divinidad y asumiendo nuestra misma carne humana, haciéndose como un hombre cualquiera, en su encarnación virginal en el seno de María. Al Cristo que se fatiga y sufre, al Buen Pastor" que da la vida por sus ovejas y es glorificado por el Padre, que lo constituye Señor y Mesías. 6

K. ESSER, Temas espirituales, Aránzazu, 1980, p. 293. TOMÁS DE CELANO, Vida segunda (2 Cel 105), es una respuesta del santo que sintetiza su vivencia evangélica. 8 Testamento, 14, para las citas de los textos del Santo sigo la edición de ISIDORO RODRÍGUEZ y ALFONSO ORTEGA, LOS escritos de San Francisco de Asís, Murcia, 1985, páginas 581-583. 9 Primera Regla (1 Re 1,1). 10 CONCILIO VATICANO II, Constitución «Dei Verbum», n. 2. 11 Admonición 6, en Los escritos de San Francisco, p. 347. 7

181

Se encuentra con la «propia persona de Jesús, el Verbo de Dios, que vino en carne humana y que el Padre hizo Señor resucitándolo de entre los muertos» 12 . Y a Jesús lo encuentra en el misterio de la pobreza, que se hace anonadamiento en la Encarnación. Pobreza, que se expresa y manifiesta en su forma existencial de vida, realmente pobre, virginal y obediente y que culmina con su muerte en el Calvario. Cuando Francisco plasma su ilusión por seguir el ejemplo de vida que el Señor nos ofrece, escribirá en el primer capítulo de su primera regla: «La regla y vida de estos frailes es ésta, a saber, vivir en obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» 13 . En la segunda regla, llamada bulada, por la aprobación pontificia, establece: «La Regla y vida de los frailes menores es esta, a saber: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad» ,4 . Para modelo de su seguimiento de Cristo no se ha propuesto Francisco el ejemplo de los Apóstoles, entonces tan en boga, para vivir una vida apostólica; ni tampoco el de los primeros cristianos, como se describe en los «Hechos de los Apóstoles» 15 . Se ha fijado en el mismo Cristo, en su caminar existencial como un hombre entre los hombres, a lo largo de su vida prepascual. En ella el misterio de la pobreza redentora resplandece de un modo que les fascina, con fuerza irresistible. Y Francisco se ha dejado arrastrar por la fuerza sugestiva del ejemplo de su Maestro. Quiere imitarlo, seguirlo más de cerca, con mayor intimidad, hasta llegar a una semejanza más plena con el testimonio sacramental de su vida16. La pobreza es, precisamente, el aspecto que, sobre cualquier otra consideración, cautiva el corazón de Francisco. Ahora ya conoce a «Cristo pobre y crucificado». Y comprende que la pobreza «se encuentra en el centro del mismo Evangelio» n . Porque Cristo «siendo rico sobre todas las cosas, quiso él mismo elegir la pobreza en el mundo 12 XAVIER LEON-DUFOUR, Los evangelios y la historia de Jesús (ed. Estela), Barcelona, 1967, 430. 13 Primera Regla (1 Re 1,1). 14 Segunda Regla (2 Re 1,1). 15 ESSER, La orden franciscana, pp. 285 ss.; URIBE, La vida religiosa según San Francisco, pp. 212 ss. 16 Sobre la imitación integral de la vida de Cristo en la vida religiosa puede verse: ARMANDO BANDERA, OP, La vida religiosa en el misterio de la Iglesia (BAC), Madrid, 1984, 323 ss. 17 JUAN PABLO II, Exhortación Redemptionis Donum, n. 12.

182

con la beatísima Virgen, su Madre» 18 , escribe el Poverello. Y recuerda con San Pablo que es, precisamente, con su pobreza con la que a nosotros nos enriquece (2 Cor 8,9).

1.3.

La «Señora pobre»

Esta presencia de María al lado de Jesús pobre, que Francisco resalta, no es meramente coyuntural. Ni es la simple constanción de un hecho evidente. Tiene una razón profunda, ya que está formando parte integrante del mismo plan redentor previsto por el Padre desde toda la eternidad. La Virgen pobre, de que nos hablan los Evangelios, tiene en cuanto personificación de la «pobre de Yahvéh» 19 , un «lugar preciso»20 en la historia de nuestra redención. La pobreza de Cristo se manifiesta inicialmente en su Encarnación en las virginales entrañas de María; prosigue al compartir plenamente la pobreza de su Madre, a lo largo de su vida terrerna. Y al culminar en el Calvario en el abandono total, en María se hace desamparo absoluto, al verse privada del Bien que llena su ahora acongojado Corazón de Madre. Esta pobreza de María, unida a la de Cristo su Hijo, es para todos nosotros un signo evidente de que también comparte su mismo destino. Está asociada a su persona, a su obra y a su pobreza. Por eso para Francisco la bendita Madre del Señor será, sencillamente, «la Señora pobre» 21 . Dirá San Buenaventura que Francisco estudiaba la pobreza en el frecuente recuerdo de la de Cristo y de su Madre, que no podía hacer sin que sus ojos se arrasaran en lágrimas 22 . Cuando Francisco se propone seguir en su vida «las huellas del Señor estará siempre María también en su recuerdo. Es el dechado perfecto de fidelidad al seguimiento del Maestro; su más perfecta discípula23. Es, a la vez, el estímulo y la invitación apremiante a seguir el cami18

Segunda carta a los fieles (2 Cart 5). LUCIEN DEISS, María, Hija de Sión, Madrid, 1964, 172-192. Redemptoris Mater, 1. 21 CELANO, Segunda vida (2 Cel 83): Las primeras biografías de San Francisco pueden verse en Escritos completos de San Francisco de Asís y biografías de su época (BAC), hay varias ediciones. 22 S. BUENAVENTURA, Leyenda mayor (LM), 7,1. 23 PABLO VI, Exhortación apostólica Marialis cultus, n. 8. 19

20

183

no. Y n» entenderá pueda ser posible el seguimiento de Cristo si n I» sen n la vez de su Madre. ^e I lay un (cxto en los escritos del Santo, en parte ya transcrito nte nórmente, que es oportuno recordar ahora. ~ Al referirse a la Encarnación del Verbo afirma: «lista Palabra del Padre, tan digna, tan santa, y gloriosa, la anunc'' altísimo Padre desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, en el'° e ' de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carn ^ nuestra humanidad y fragilidad. El cual, siendo rico sobre todas las Cn a s quiso él mismo elegir la pobreza en el mundo con la beatísima Virepr. ' 8 Madre»24. " Sl> Las palabras citadas sugieren un nuevo aspecto en la reflexión mciada. Hay que decir que, en rigor es Cristo quien en su existencia hu mana sigue la pobreza de su bienaventurada y pobrecilla Madre. Con Ella la comparte y convive. Es evidente que en el existir humano el hij 0 es quien sigue la condición y suerte de la madre en la realidad de u n a vida concreta, en la que ella, naturalmente, le precede. Jesús, cuando nace, acepta la pobreza real de María, la asume en su sentido más pleno y le da una categoría salvífica. La transforma en un signo que acompaña su anonadamiento al hacerse hombre y por e i que se identifica presente entre nosotros (Le 2,12,24; Mt 8,20). En Belén los pastores encontrarán a Cristo en un establo, envuelto en pañales; su Madre en la presentación en el templo, pagará la ofrenda de los pobres y los que busquen al Maestro de Nazaret, han de saber que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. La pobreza de María, seguida y compartida por Cristo, es la de la «pobre de Yahvéh» que todo lo espera de su Señor. No tiene otro querer que su voluntad santa. Es la «esclava del Señor» (Le 1,38). Siempre dispuesta a cumplir su palabra. De ahí que Francisco decida abrazar como norma de su vida la única pobreza compartida entre el Hijo y la Madre, entre Jesús y María. Es la pobreza que nos enriquece y nos hace coherederos de su gloria. Y como María, puede afirmarse, ha sido en lo humano modelo de la pobreza existencial de Cristo, siguiendo este santo y bendito modelo de la pobrecilla Madre del Señor, espera Francisco llegar a ser fiel y leal seguidor de la pobreza de Cristo. Afortunadamente para nosotros, será el mismo Francisco quien lo afirme. Es como si nos propusiera la fórmula breve y concisa de su vi-

vencia evangélica. Y lo dice poco antes de su muerte, cuando ya está al término de su seguimiento de Cristo. Le escribe su «Ultima voluntad» a la Hermana Clara. Y abriendo su corazón a la confidencia, le descubre al vivo el más íntimo anhelo de toda su vida, cuyo fin ve ya muy cercano. Y le manifiesta el firme propósito que movió siempre su voluntad a mantenerse constante a la gracia del Señor: «Yo, fray Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucrito y de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin»25. Y el hombre, de quien dirá San Buenaventura, que por la intercesión «los méritos de la Madre de las misericordias (llegó a) concebir en su alma el espíritu de la más alta perfección evangélica»26. Aquella actitud de María, «la pobre Señora», que acoge la palabra de Dios y al Verbo eterno del Padre le da la frágil condición de nuestra humana naturaleza, es la que Francisco tiene presente, el ejemplo que sigue decidido en su vida. No halla descanso, afirma Tomás de Celano, mientras no pone en práctica el propósito que su corazón concibe27. Francisco encuentra en María el dechado de la perfección evangélica. Quiere imitar su pobreza para tener la seguridad de que así se asemeja a Cristo.

1.4. El testimonio de la Hermana Clara Hay un testigo de excepción, que confirma plenamente el sentido mariano-cristológico expresado en la pobreza de Francisco y en el mensaje que transmite a sus pequeñuelos y seguidores como patrimonio irrenunciable. Es la hermana Clara de Asís. Ella, que se dejó contagiar por el ideal sublime de Francisco, a quien se complace en definirlo como el «verdadero enamorado e imitador» de Cristo, afirma también en su testamento28 que fue Francisco quien le mostró el camino (Jn 14,6) que es Cristo; y que las damas pobres fueron engendradas en la Iglesia «por medio de las palabras y el ejemplo de nuestro bienaventurado Padre San Francisco, y por la 25

Ultima voluntad de Santa Clara, 1. LM 3,1; ESSER, Temas espirituales, 293. 1 Cel 6 y 22. 28 Testamento de Santa Clara, en IGNACIO OMAECHEVARRÍA, OFM, Escritos de Santa Clara y Documentos contemporáneos (BAC), Madrid, 1970. 26

27

24

2 Car F. 4-5.

184

185

pobrcz.1 y humildad que practicó en el seguimiento de Cristo y de la gloriosa Virgen María, su Madre»29. Para Clara de Asís, la presencia de María en aquella forma de vida evangélica iniciada por el P. Seráfico, es uno de los elementos que la constituyen y determinan, en su más peculiar sentido. Y es el rico caudal que, con toda pureza, se trasvasa al corazón de su hijas. A ellas también se la confía Francisco en sus últimos momentos. Puede afirmarse que Francisco ha presentado a Clara el ideal de María como la mejor escuela de vida evangélica. Y a Clara le encarga reactualizar en su propia vida la experiencia de la misma vida de la Virgen, en su relación con Dios, Uno y Trino, con Cristo Jesús y con la Iglesia30. La que se consideraba la «pequeña planta del santo Padre» tenía que ser, como María en el Evangelio, la mujer encerrada en el silencio de su clausura, que acompaña a Francisco en su predicación evangélico31. Y la que desde su pobreza supiese enriquecer a todos con intercesión incesante. Cuando Clara escribe la Regla de sus «damas pobres» o Clarisas, se manifiesta como la fiel discípula de Francisco. La pobreza es también para ella el camino para seguir al Maestro. Así se lo recordará a sus hijas cuando, con sensibilidad femenina, les recuerde a Jesús Niño en brazos de María como el modelo de pobreza, o como al transcribir en el capítulo sexto, como norma preceptiva a la que deben ajustarse, las palabras ya citadas de la última voluntad de Francisco32. «Por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre» exhortará a sus hijas a abrazarse a la altísima pobreza que han profesado (cap. 8), concluyendo la regla con estas palabras: «a fin de que sumisas y sujetas siempre a los pies de la misma santa Iglesia, constantes en la fe católica, observemos perpetuamente la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre y el Santo Evangelio que firmemente prometimos»33. María para Clara de Asís al igual que para Francisco, es la concreción más perfecta del fiel seguimiento de Cristo. En su tercera carta a su discípula la Beata Inés de Praga, le pondrá el ejemplo de la Virgen

de las vírgenes y le dirá que se adhiera a la Madre dulcísima de Jesús. Y «siguiendo sus huellas, principalmente las de la humildad y pobreza»34 llegará a ser portadora de Cristo en su propia vida. 1.5. Intercesión de Madre Desde esta comprensión de la presencia constante y maternal de María en quienes intentan el seguimiento de Cristo, se comprende la razón profunda de la piedad mariana de Francisco. Tenía una especial devoción a la Madre de la Misericordia35, amaba a María con indecible amor, porque nos había dado por hermano nuestro al Señor de la Majestad36. La Maternidad divina de María es el centro del que proceden todos los radios de sus excelencias. El foco luminoso que proyecta su luz y nos hace comprender que la misión maternal de María también se extiende a todos nosotros, los hermanos de Jesús su Hijo. Había experimentado particularmente Francisco esa su maternal intercesión a la hora de iniciar el seguimiento de Cristo. Lo comienza, precisamente, en la iglesita de Santa María de los Angeles o de la Porciúncula, que él había reconstruido. Allí nace la orden franciscana y allí tendrán también su nacimiento las clarisas37. Cuando Francisco ha reunido en torno suyo los primeros doce frailes menores, «con los impulsos de la divina gracia, condujo a sus doce hermanos a Santa María de la Porciúncula; siendo su fin al obrar de este modo el que así como en aquel lugar, y por los méritos de la bienaventurada Virgen María, había tenido su principio la Orden de los menores, así también allí mismo recibiese, con los auxilios de la bendita Madre de Dios, sus primeros progresos y aumentos en la virtud»38. Y cuando se sienta morir, pedirá que lo lleven sus frailes allí donde, por medio de María, había concebido el espíritu de la más alta perfección evangélica39. A lo largo de toda su vida acudía siempre a la bendita Madre con sus ruegos, súplicas y alabanzas inefables. En el llamado «Oficio de la

29

Testamento de Santa Clara, 7. MARIANO DA FIRENZE, OFM, Libro delle degnitá et excellentie del ordine delta saraphica Madre delle povere donne Sancta Chiara da Asis.—Santa Chiara d'Assisie le Clarisse a cura del P. Giovanni BOCCALI, OFM, Introduzione, p. 20, en Studi Francescani, 83 (1986), 20. 31 CLARA A. LAINATI, Santa Clara de Asís, Oñate, 1983, 68. 32 Regla de Santa Clara, c. 2, pp. 256 y 257; cap. 6, p. 268. 33 Regla de Santa Clara, c. 12, p. 275. 30

186

34 35 36 37

Carta 1 Cel 2 Cel 1 Cel

III a la B. Inés de Praga, n. 3; en OMAECHEVERRÍA, O.C, 334. 22. 198; ESSER, Temas espirituales, p. 284. 22; LM 2,8; 3,1; 4,5; Testimonio de Fr. Tomás de Celano, en OMAECHE-

VERRÍA, pp. 41 ss. 38 39

LM 4,5. LM 14,3; Espejo de perfección, 124; Leyenda de los 3 Compañeros, 79.

187

Pasión», que Francisco compone y recita todos los días, en cada una de las horas se repite esta antífona mariana: «Santa Virgen Maía, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres: hija y esclava del altísimo sumo Rey Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros con San Miguel arcángel y con todas las Virtudes de los cielos y con todos los santos, ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro»40. María, la primera y más fiel discípula de Jesús, es invocada por Francisco para que le enseñe la fidelidad al Maestro. Esta oración a la Virgen se hace también súplica ferviente a la celestial «abogada» 41 . En María, «después de Cristo, tenía puesta toda su confianza... (por eso) la constituyó abogada suya y de sus religiosos»42. Y «cobijó bajo sus alas a los hijos que debía abandonar, para que ella los favoreciese y auxiliase. ¡Ea, abogada de los pobres! cumple con nosotros el oficio de tutora hasta el tiempo prefijado por el Padre» 43 . Un sentido de súplica permanente a su abogada y de cántico y pregón de sus grandezas, tiene la presencia franciscana en la Porciúncula. Es la capilla de Nuestra Señora de los Angeles, «que el Santo la amaba más que a todas» 44 . Para Francisco era la «casa de la Virgen» donde siempre alcanzaba el amparo de su medición de Madre. No quiso, por eso, que sus frailes la abandonasen nunca. «Mirar, hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan por un lado, volver por otro» 45 . Santa María de los Angeles, la Porciúncula, sigue siendo, por eso, para toda la orden la mejor escuela de vida evangélica y franciscana, bajo la enseñanza maternal de María. 1.6.

Prometo a la Bienaventurada

Virgen María

Aunque en las dos reglas que escribe Francisco, las de 1221 y la de 1223 o bulada, aprobada por el Papa Honorio III el 29 de noviembre 40 Oficio de la Pasión, Antífona. Es interesante el análisis filológico que de ella hace RODRÍGUEZ, Los escritos de San Francisco, 160 ss.; CALVO, La piedad mariana en San Francisco, pp. 319-323. 41 2 Cel 198; LM 3,1. 42 LM 9,3; ÉSSER, Temas espirituales, pp. 202 ss. 43 2 Cel 198. 44 2 Cel 18 y 19. 45 1 Cel 109; LM 2,8.

188

de 1223, no se haga referencia alguna al seguimiento de María, la vida del Santo Fundador y la de los primeros frailes menores, como se ha visto, no puede entenderse sin una peculiar devoción a la Señora, Abogada singular de los pobrecillos frailes desde su origen mismo. La encantadora visión de dos escalas, roja la una y la otra blanca que Fray León tuvo, como refieren las Florecillas, es todo un símbolo y un resumen, a la vez, de lo hasta aquí expuesto. Para poder subir hasta Cristo, ir en su seguimiento, hay que correr por la escala blanca, seguros de que la Virgen Madre de Jesús y también nuestra, nos recibe amorosa para entregarnos a su Hijo bendito 46 . En la espiritualidad, que desde el ejemplo y enseñanza de Francisco la Orden vive, se ha puesto ya las bases marianas sobre las que descansará la historia de la Orden a lo largo de los siglos. Cuando en los Capítulos Generales que se celebren, concretando las imprescindibles prescripciones legislativas, surja la necesidad de establecer unas «Constituciones», que actualicen las enseñanzas y prescripciones de la regla, según las exigencias cambiantes de los tiempos, desde los primeros momentos se irán haciendo presentes las disposiciones que expresan el culto y devoción filial que la Orden profesa a la bendita Madre 47 . Para nuestro propósito interesa recordar que fue el Capítulo celebrado en Narbona, presidido por S. Buenaventura, el año 1260, quien el 10 de junio aprobó las primeras Constituciones, conocidas con el nombre de Narbonenses, por la sede de la celebración capitular 48 . En ellas, al determinarse la fórmula que había de emplearse para hacer la profesión, se recoge todo el sentir y espiritualidad mariana que la primera generación franciscana vive, y se establece la fórmula siguiente: «Yo... hago voto y prometo a Dios omnipotente, a la bienaventurada Virgen María, a N. P. S. Francisco, a todos los santos y a ti, Padre, guardar la regla y vida de los frailes menores, confirmada por el Señor papa Honorio, viviendo en obediencia sin cosa alguna propia y en castidad...» 49 . 46

Florecillas de San Francisco, Apéndice, c. 3. MICHAEL BIHL, OFM, «Statuta Generalia Ordinis edita in Capítulis Generalibus celebratis Narbonae an. 1260, Assisii an. 1279 atque Parisiis an. 1292 (Editio critica et synoptica)», en Archivum Franscicanum Historicum (AFH), 34 (1941), 13-94, 284-358; MICHAEL BREEK, OFM, «Legislatio Ordinis Fratrum Minorum de Inmaculata Conceptione B.M.V.», en Antonianum, 19 (1954), 3-44; MANUEL CASTRO, OFM, «Legislación inmaculista de la Orden Franciscana en España», en Archivo Ibero-Americano, 15 (1955), 35-103; FIDEL DE PAMPLONA, OFMCap, «Fervor concepcionista de la Orden Capuchina», ibidem, 16 (1956), 87-118. 48 BIHL, Statuta Generalia, p. 37. 49 BIHL, Statuta Generalia, p. 40; para la disposición que añade la palabra «siempre» 47

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lisia fórmula, en el Capítulo del año 1500, cuando ya las controversias inmuculistas se iban haciendo más frecuentes, será modificada acentuándose la santidad de María como la «siempre Virgen». Es la fórmula que permanece inmutable en el Ritual de la Orden durante siglos. La reforma de las Constituciones y la de los libros litúrgicos, exigidas por el Concilio Vaticano II llevará también a la revisión de la venerable fórmula durante tantos años mantenida 50 . La modificación que ahora se introduce es importante. No se hace ya referencia alguna, que pueda parecer como una consagración o promesa, hecha también a la Virgen, de guardar la regla y de cumplir los votos. Sólo se pide la ayuda e intercesión de la Bendita Madre para vivir la consagración que al Señor se le hace. Esta es la nueva fórmula que ahora se estrena, inspirada en la que ofrece el Ritual Romano: «Yo, Fray... movido por inspiración divina a seguir de cerca las huellas de Jesucristo y a observar fielmente el Evangelio... hago voto a Dios todopoderoso de vivir todo el tiempo de mi vida... para que por obra del Espíritu Santo y por la intercesión de la bienaventurada Virgen Inmaculada María...»51. Por lo que a la nueva fórmula de la profesión franciscana se refiere, aun reconociendo sus innegables mejoras, supone una pérdida de un testimonio de piedad mariana que la orden ha manifestado, casi desde sus mismos orígenes, que expresaba, a mi parecer, con mayor fuerza la presencia de María en quienes profesan en sus vidas el seguimiento de Cristo 52 . Sin adentrarnos a ver si en la fórmula ahora suprimida había solamente una promesa a la Virgen, juntamente con el voto hecho al Señor, es oportuno recordar que la consagración mariana, tan insistentemente recomendada por el magisterio de los últimos romanos pontíVirgen en 1500, véase en Chronología histórico-legalis Seraphici OFM S. P. Francisci, tomo 1, Neapoli, 1650, 151; ANDREA BONI, OFM, «Incidenza del rinnovamento mariologico conciliare nella legislazione e nella pietá dei Frati minori», en Marianum, 45 (1983), 505-528, para este lugar pp. 514 y 515. 50 BONI, Incidenza, p. 525, es interesante la lectura del artículo para conocer la historia de esta reforma introducida. 51 Constitutiones Generales, art. 5,2. 52 Contra el parecer de BONI, O.C, que afirma que la profesión religiosa es esencialmente un pacto para el seguimiento de Cristo, en el que no es necesaria la presencia de María, aunque se necesite su ayuda e intercesión, está la experiencia y la enseñanza de Francisco, aquí expuestas. Si el fraile menor se compromete a seguir las huellas de Cristo, también se compromete a seguir las de su pobrecilla Madre. Es el mejor criterio para conocer su fidelidad al Maestro. Y también necesita la protección y ayuda maternal de la que es su «Abogada».

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fices, siempre es una preparación aptísima para vivir la consagración al Señor hecha por la profesión de los consejos evangélicos, como enseña la V. M. Angeles Sorazu53, abadesa de las concepcionistas franciscanas de Valladolid. Juan Pablo II recuerda esto mismo al decir que María es la mujer «más plenamente consagrada a Dios; consagrada de un modo más perfecto»54. Por lo que consagrarse a María al hacer la profesión religiosa es la mejor manera de vivir nuestra «consagración religiosa según el modelo de la consagración de la misma Madre de Dios» 55 .

2. 2.1.

Misión de la vida franciscana y devoción a María Vocación y misión

La vocación de Francisco a vivir el Evangelio desde la pobreza, en el fiel seguimiento de Cristo y de su pobrecita Madre, va acompañada necesariamente de la participación en la misión de anunciar el Evangelio. Es la Buena Nueva de la redención que ha de llevarse a todos los hombres. Así lo entiende Francisco en el sentido que le da a su forma de vida evangélica y así el papa Inocencio III se lo confirma 56 . Carisma e institución se complementan. Para estar al servicio del Evangelio es necesaria la disponibilidad. Se consigue por la pobreza interior, el desapego al amor propio y el desprendimiento de los bienes materiales, que testimonia la pobreza externa. Así se dispone el hombre para acoger la palabra del Señor. Es ésta la altísima pobreza con la que Francisco se identifica y que quiere que sus frailes vivan gozosamente ilusionados porque está «en íntima relación con la aceptación y transmisión del mensaje evangélico» 57 , ya que los capacita y hace disponibles para la misión. La vivencia eclesial, por otra parte, le hace comprender con claridad meridiana que esta Iglesia que él conoce es la depositaría de la eco53 Véase mi trabajo «Consagración religiosa y consagración mariana», en Estudios Marianos, 51 (1986), 143-162, particularmente en las pp. 156 ss. 54 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Redemptionis donum, n. 17. 55 Ibidem. Un comentario más amplio a estas palabras en GASPAR CALVO, «El don de la Redención en la vida religiosa», en Cistertium, 39 (1987), 113-132, y sobre este aspecto en pp. 128 ss. 56 ISAAC VÁZQUEZ JANEIRO, OFM, Conciencia eclesial e interpretación de la Regla Franciscana, Roma, 1983, pp. 25 ss. 57 VÁZQUEZ, Conciencia eclesial, p. 26.

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nomía de la .salvación, que Ella tiene que llevar a todos los pueblos. Por eso le pide Francisco a la Iglesia la confirmación de su vocación y de la misión que conoce el Señor le confía58. Tanto él como sus frailes son llamados por el Señor a predicar el Evangelio. Toda su vida estuvo urgida por el ardiente deseo de la salvación de los hombres. Lo expresa en el recurso a la oración, en el testimonio de su persona, por la predicación del mensaje. Son las tres notas que caracterizan su apostolado 59 . Acertadamente ha dicho su primer biógrafo: «había convertido en lengua todo su cuerpo» 60 . Es «el heraldo del Gran Rey»61. La responsabilidad de la misión tiene que vivirse necesariamente por quienes profesan la forma de vida que sigue Francisco. Así lo manifiesta al disponer: «Todos los frailes prediquen con obras y ejemplos» 62 . Anunciar a Cristo por el testimonio personal, siendo pacíficos y humildes, es demostrar que el Evangelio informa totalmente la propia vida63, y deber de todos los frailes. Pero la predicación del mensaje por la palabra se reserva a quienes el Ministro se lo confíe. Es decir: a los que reciban la misión de la Iglesia. Y «para predicar el Evangelio, con la palabra y con las obras, el predicador tiene que desasirse no sólo de las cosas, sino de sí mismo, para dar cabida a Cristo en su integridad y para poder ofrecerlo a los demás con veracidad. Esa exigencia fue la que llevó a Francisco a abrazarse con la pobreza» 64 . En la carta que el Seráfico Fundador escribe a toda la orden poco antes de su muerte, recuerda a sus frailes expresamente que para eso los ha enviado el Señor al mundo entero: para que de palabra y de obra deis testimonio de su doctrina 65 . Es el testimonio de la presencia cristiana que glorifica y alaba al Señor cuando otros obran mal o blasfeman su santo nombre, es predicar el Evangelio 66 .

2.2.

Ser «Madres» de Cristo

Esta forma de participar constantemente en la misión de la Iglesia evoca en Francisco el recuerdo constante de Nuestra Señora, la «pobrecilla Madre» del Señor. Ella, dándonos a Jesús su Hijo, es también Madre de nuestra redención, de nuestra vida evangélica. Y es el modelo al que sus seguidores deben semejarse. En la segunda carta, que Francisco escribe a todos los fieles, enseña que sobre aquellos que guardan la palabra de Dios, descenderá sobre ellos el Espíritu del Señor (Is 11,2), hará en ellos habitación y morada (Mt 12,50)... Madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (1 Cor 6,20), por el amor divino y la conciencia pura y sincera; lo damos a luz por la santa operación, que debe iluminar a los otros con el ejemplo (Mt 5,16)»67. Cuando Francisco escribe estas palabras tiene ante su mente el ejemplo de María, que unas líneas antes recuerda, y el pasaje evangélico que San Mateo nos transmite (Mt 12,47-50). Ella, aceptando la voluntad del Padre, recibe al Espíritu Santo y es la Madre virginal del Verbo. Es la «Virgen hecha Iglesia»68, como el mismo Santo la llama. Sugiere esta expresión que el mismo Cristo ha hecho de su bendita Madre «una preiglesia: una Iglesia anticipada y maternal que sería origen y modelo de la Iglesia universal» 69 . Toda la Iglesia, por tanto, a semejanza de María, está llamada a ejercer esta función maternal en la vida cristiana. Dice el Concilio Vaticano II «que en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada Madre y Virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la Virgen y de la Madre, pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo de Padre» 70 . Y añade:

58

VÁZQUEZ, Conciencia ecíesial, pp. 21-24; ESSER, Temas espirituales, pp. 152 ss., 185 y 186. 59 2 Cel 172: «de aquí su constancia en la oración, su celo en la predicación, la sobreabundancia de sus ejemplos». ESSER, Temas espirituales, pp. 189-208. 60 1 Cel 97. 61 1 Cel 16; LM 2,5. 62 1 Re, c. 17,3-4. VÁZQUEZ, Conciencia ecíesial, pp. 26 ss. 63 ESSER, Temas espirituales, p. 195. 64 VÁZQUEZ, Conciencia ecíesial, pp. 25 y 26. 65 Carta a toda la Orden, 9: «porque por eso os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente, sino él». 66 Todo el capitulo 17 de la primera regla está dedicado a los Predicadores, abundando en normas prácticas para que sobre todo sea el ejemplo del predicador quien más adoctrine a los fieles.

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«La Iglesia, contemplando su arcana santidad —de María— e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» 71 . 67

Carta a todos los fieles (2 Car F), 49-53. Saludo a la Bienaventurada Virgen María, 1. Véase el comentario y análisis que hace RODRÍGUEZ, LOS escritos de San Francisco, pp. 167 ss. 69 M. LLAMERA, OP., «María, tipo y ejemplar material de la Iglesia», en Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (BAC), Madrid, 1966, p. 1033. 70 Constitución Lumen Gentium (LG) 63. 71 LG 64. 68

193

Un i creer texto del mismo Concilio nos recuerda que en su obra apostólica: «la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Sanio y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca lambién en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres»72. Era esta la intuición de Francisco. Penetra toda su vida un sentido eclesial tan profundo, que por eso mismo se transparenta en una referencia constante a María. Tanto el seguimiento de Cristo como el participar en su misión redentora, que confía a su Iglesia, no los entiende sin la dulce presencia de María, la Madre de Jesús, nuestro Hermano. Requiere, por eso, a los seguidores de su forma de vida evangélica lleven a Cristo en su corazón en su vida, para poder dárselo a todos los hombres. De ahí que cualquier forma de participar en la misión, mediante la oración, la predicación de la palabra o el testimonio de vida, actualiza la función maternal de María por el ministerio de la Iglesia. Tiene este sentido el comentario que Francisco hace a las palabras de la Sagrada Escritura: la estéril tuvo muchos hijos (1 Sam 2,5): Contra los que se vanaglorian del fruto de sus predicaciones les recordaba el texto citado que así comenta: «La estéril es mi pobre religioso, que no tiene oficio de engendrar hijos para la Iglesia. Este, no obstante, en el día del juicio, se hallará haber dado a luz a muchísimos, porque a los que durante la vida convirtió con sus oraciones particulares, el supremo Juez los destinará a su gloria. Aquella que tenía muchos hijos caerá sin fuerzas, porque el predicador que se felicita de haber convertido a muchos por la eficacia de su palabra, conocerá que en esto nada propiamente hay suyo»73. Será también éste el sentir que Santa Clara vive desde su clausura, asociada a la obra misionera de los frailes menores. Así lo expresa en dos de sus cartas a la B. Inés de Praga. En la primera se congratula con ella, ya que por la pobreza que vive en el seguimiento de Cristo ha «merecido ser titulada hermana, esposa y madre del Hijo del Altísimo Padre y de la Virgen gloriosa» 74 . 72 73 74

LG 64. 2 Cel 164. ESSER, Temas espirituales, pp. 170-173, 292 ss. Primera Carta, n. 3; poco antes había repetido la misma expresión.

194

Y en la tercera exhorta a su discípula a seguir las huellas de la Virgen, «principalmente las de la humildad y la pobreza» 75 , para adherirse a la Madre dulcísima de Jesús, y poder, a su semejanza, engendrar espiritualmente en su corazón al Hijo del Altísimo, estando unida por el amor a este Bien inefable, que mora en el alma que por el amor lo recibe (Jn 14,21). Participar en la misión de la Iglesia, es participar también en su función maternal, por la cooperación al nacimiento de Cristo en cada uno de nosotros y en los demás. Es actualizar y reproducir espiritualmente la maternidad divina de María. Así como por esa divina maternidad el misterio de la Encarnación hace visible la realización de la obra redentora de Cristo, de igual modo la acción del Espíritu Santo sigue prolongando en los corazones su nacimiento por la acción maternal de la Iglesia. «Vivir en la Iglesia como vivió María» 76 . Un resumen de la vida de Francisco que el Santo quiere como norma de vida para todos sus seguidores.

3.

Conclusión

La vida del fraile menor, como forma de vida evangélica, desde el seguimiento de Cristo por la observancia de los tres votos, participa también en la misión salvífica de la Iglesia. Es una manera de anunciar el Evangelio y de reactualizar en el mundo y en la Iglesia la forma de vida existencial del mismo Cristo. Y es, a la vez, una referencia incesante a la «Señora pobre», María. Ella es su modelo para realizar el seguimiento de Jesús. Ella es su Abogada, que lo protege. Y Ella es la Madre de los hermanos de su Hijo, que siguen su camino de pobreza. Al igual que María, «hecha Iglesia», el hermano menor tiene que llevar primero a Cristo en su vida, para poder darlo a luz con el testimonio de su fidelidad evangélica. Por eso la presencia de María en los orígenes y en la misión de la vida franciscana es la raíz vigorosa de la que brota el pujante historial mariano de la orden a lo largo de los siglos. Santos, doctores, teólogos, místicos, apóstoles, en número incontable han sido cantores de sus glorias, promotores de su culto, hijos y esclavos de la bendita Madre. Tercera Carta, 3 y 4. ESSER, Temas espirituales, p. 296.

195

Basle recordar el misterio de la Concepción Inmaculada de María, proclamada singular Patrona y Reina de la Orden, como el timbre de gloria incomparable de la historia mariana de la Orden. Es el testimonio más elocuente de la constante y viva presencia de María en sus páginas gloriosas77. Quiero cerrar esta breve exposición del tema propuesto recordando las palabras de las Constituciones: «Tengan los frailes una peculiar devoción a la Virgen María en el Misterio de su Concepción Inmaculada. Ella es la «Virgen hecha Iglesia». Cultiven y fomenten las formas franciscanas del culto mariano y sigan el ejemplo de la Patrona de la Orden que se ha proclamado «la esclava del Señor» (art. 26,2.°).

PRESENCIA DE MARÍA Y MISIÓN DE LA TERCERA ORDEN REGULAR DE PENITENCIA DE SAN FRANCISCO Pere Fullana, TOR.

77

PEDRO PAUWELS, OFM, Los franciscanos y la Inmaculada Concepción, traducción española por el P. MANUEL G. SEAREZ, OFM, Jerusalén, 1905, y una abundante bibliografía sobre el tema en los números extraordinarios de las revistas: Archivo IberoAmericano, 15 (1955), 1-110; Antonianum, 29 (1954), 349-562; Liceo Franciscano, 7 (1954), 1-365.

196

Introducción Esta colaboración, de entrada, es difícil de redactar por una serie de motivos que en seguida paso a enumerar. En primer lugar debe recoger el contenido mariológico fundacional y la forma como lo ha vivenciado la Orden. Lo que plantea un segundo problema: el contenido fundacional, que presupone un fundador, un carisma, una espiritualidad y un estilo propio. Y, finalmente, un tercer aspecto sería la forma como la institución ha vivido, en la historia, el carisma originario. Veamos, pues, como estos tres interrogantes pueden plantearse y desglosarse a partir de la Tercera Orden Regular de Penitencia de San Francisco (TOR). En principio el primer interrogante no presenta problemas, pero en nuestro caso nos enfrenta al segundo que condiciona el tercero. Me explico. La TOR carece de fundador si bien puede considerarse una orden sanfranciscana, ya que no deriva directamente del carisma de Francisco, sino de la espiritualidad penitencial medieval que la Iglesia, en su momento, unió a la figura de San Francisco. Desde el siglo xiv hasta el xix la TOR funcionó de una forma poco centralizada, a menudo sin rumbo fijo, marcada y desmarcada de la Orden Franciscana. Estuvo constituida por congregaciones nacionales herederas de una espiritualidad común, lejana en el tiempo y alejadas en el espacio. Considerada como orden religiosa, que marcada por la contrareforma de Trento, sufre en su estilo e historia una ruptura brutal a partir de 1789 hasta finales del siglo xix. De tal forma que la orden que renace con la Restauración muy poco o nada tiene en común con la historia de la or199

den en el Antiguo Régimen. Hoy es una orden centralizada que ha aglutinado varios elementos a tener presentes: en primer lugar el resto de las congregaciones «antiguas», aquéllas que lograron resistir los embates de la revolución y de los sistemas liberales del xix; y en segundo lugar, está constituida por nuevas congregaciones surgidas a finales del mismo siglo xix con características propias. Una vez hecho este preámbulo pasemos a ver el enfoque que se puede dar a este escrito. Carisma e historia están íntimamente unidos, y mucho más en nuestro caso. La TOR tiene un carisma común, en período de redescubrimiento, y a su vez, una historia diversa y diversificada, particular de cada una de las Provincias que componen la orden, al poseer cada una de éstas una historia previa a su unión a la TOR con sede en la Basílica de San Cosme y Damián de Roma. Tratándose de una publicación de carácter español más que hablar de toda la orden me parecía importante hablar del tema tal como lo ha vivido y entendido la Provincia Española, y para ello ofrecer unas pinceladas de carácter histórico y del contexto geográfico que determinó, a su vez, estas características propias.

1. 1.1.

María en el culto, devoción y misión de la TOR en España. Recorrido histórico Introducción

Tal y como decíamos la Provincia español de la TOR surgió como una Congregación religiosa el 1893 en Mallorca, heredera de una serie de elementos, a mi modo de ver importantísimos para entender nuestra propia historia y espiritualidad. La interrelación de éstos dio como fruto una congregación franciscana de carácter diocesano, por una parte heredera de la tradición franciscana mallorquína, de matices claramente concepcionistas, y por otra es fruto de la espiritualidad ecléctica del xix, mezcla de ligorismo, jesuitismo y franciscanismo. Brevemente analizaremos todos estos aspectos desde la vertiente mariológica tradicional. 1.2.

La devoción mañana en Mallorca 1

Mallorca fue descrita por J. Villanueva como la «Isla de María Santísima», realidad que corroboró el P. Gaspar Munar en sus ensayos Cfr. J. VILLANUEVA, Viaje literario a las Iglesias de España, V, XXI, p. 228.

200

sobre la devoción mariana en Mallorca 2 . Devoción que por otra parte comienza ya a partir del momento de la conquista de la isla por parte de Jaime I, el 1229. De tal forma que el pueblo fiel se anticipó a las universidades en la devoción popular a la pureza original de María. Devoción que en Mallorca popularizaron los franciscanos, caballeros de María y defensores de las prerrogativas marianas, en los siglos x m y xiv. Ramón Llull fue uno de los primeros teólogos que formuló como tesis escolástica la doctrina de la Concepción Inmaculada llamada comúnmente «la opinión franciscana» (San Buenaventura, Duns Scoto, San Antonio de Padua). Ramón LLull se convertía así, en uno de los primeros defensores de la Inmaculada Concepción, así lo enseñó en París el 1298, antes incluso que Duns Scoto 3 . En la Edad Media ser cristiano es sinónimo de ser «servidor de Santa María», servicio que hay que cumplir si es preciso incluso con las armas. Sobre la devoción a la Inmaculada Concepción en Mallorca hay abundante literatura, como ocurre en otros muchos lugares de la geografía española. En la isla de las ocho fiestas marianas que se celebraban las más importantes y significativas eran la de la Inmaculada Concepción y la Asunción. La orden franciscana fue la gran defensora del culto y la devoción a la Inmaculada como lo fueron también, en su momento los Reyes de Aragón. El punto culminante de esta devoción se dio en el siglo xvn. El «Gran i General Consell» el 1693 eligió por patrona del reino a la Virgen Santísima en el misterio de su Inmaculada Concepción. La fiesta de la Asunción es más antigua aún. El pueblo mallorquín comenzó a venerar este misterio a través de los «Siete Gozos de nuestra Señora» devoción importada a Mallorca por los primeros pobladores. En Mallorca cuando aún no se conocía el rosario, la devoción de los «Siete Gozos» era la más conocida y practicada 4 . Y la fiesta litúrgica del misterio de la Asunción comenzó a practicarse con el obispo Berenguer Batle (1333-1349). En las diferentes parroquias de la isla se convirtió en una costumbre más exponer la «Virgen difunta» en medio de la iglesia, y la fiesta de la Asunción tenía, también, connotaciones civiles hasta el siglo xvn. A nivel popular la devoción mariana continuaba muy enraizada en 2 Devoción de Mallorca a la Purísima, Palma, 1954; La devoció del poblé mallorquí a la Mare de Déu, en Comunicado, 27-28. 3 Cfr. R. GINARD BAUCA, El Beato Ramón Llull defensor de la Inmaculada, en Heraldo de Cristo, 536 (1954), 176-177 (a partir de ahora: HC)., ID., La inmaculada y el Beato Ramón Llull, en HC, 530 (1954), 4. 4

Cfr. G. MUNAR, La devoció..., 9.

201

toda Europa. En la segunda mitad del siglo x i x siguió gozando de gran aceptación el rezo del rosario, dirigido en la sala de estar por el padre de familia. León XIII dedicó a la devoción del rosario nueve encíclicas y siete escritos apostólicos 5 . Esta mentalidad teológico-espiritual tenía una especial resonancia en Mallorca donde tuvieron gran transcendencia las obras marianas de Gabriel M. Ribas 6 , M. Sureda 7 , José M. a Quadrado 8 , Miguel Costa i Llobera 9 , etc. 1.3.

La Orden Franciscana y la Inmaculada en Mallorca. Algunos detalles

La Provincia franciscana de Mallorca se caracterizó hasta su desaparición en 1835, por su defensa del dogma de la Inmaculada Concepción, de tal forma que se denominaba «Provincia de la Inmaculada», nombre que, por otra parte, heredará la Congregación Diocesana de la TOR en 1893. Los franciscanos habían sido especiales defensores del culto a Ntra. Sra. de los Angeles, y habían fomentado la devoción a Ntra. Sra. de las Angustias, Madre y Patrona de los Terciarios franciscanos10; al igual que desde el siglo xvn impulsaron ía devoción a la «Corona de los Siete Gozos». Este rezo se hacía en todos los conventos franciscanos, todos los domingos y fiestas después de vísperas, y todos los terciarios debían rezarla cada día 11 . La devoción inmaculista se manifestaba incluso en la estética; veamos, por ejemplo, la descripción de la iglesia del convento de San Buenaventura de Llucmajor: «La concepción franciscana de nuestra iglesia, viene dada por el profundo sentimiento inmaculista de sus fundadores, que en el frontispicio colocaron a la Virgen entre el Seráfico Patriarca de Asís y el Beato Ramón Llull, substituyen5 Cfr. H. JEDÍN, Manual de Historia de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona, 1978, v. VIII, p. 380. 6 Cfr. B. GUASP, El M. Rdo. Sr. D. Gabriel-Mariano Ribas y Gallará, fundador de las Religiosas Franciscanas, Hijas de la Misericordia, de Mallorca (1814-1873), Palma de Mallorca, 1948, pp. 110-118. 7 M. Sureda destacó como traductor de las obras mariológicas de San Alfonso María de Ligorio. 8 Mes de Mayo consagrado a María, Imp. Trías, Palma, 1848. 9 Además de todos sus sermones de carácter mariano destacó por publicación de un Mes de María. 10

Cfr. G. MUNAR, La devoció...,

12.

do éste a Santo Domingo, de los cánones más ortodoxos, precisamente porque el Inmaculado Maestro de Randa era el Doctor de la Inmaculada»12. En el contexto de la simbología mariana del franciscanismo que intentamos describir brevemente, vale la pena ver como describe B. Guasp, incluso la cuestión del hábito: «El pueblo mallorquín, como es fácil adivinar, respiraba a pleno pulmón ambiente inmaculista contribuyendo a ello también los frailes Menores, cuyos conventos formaban aquí la Provincia franciscana de Mallorca. Estos, pues, animados del espíritu concepcionista del bienaventurado Maestro y Doctor Ramón Llull, pidieron y obtuvieron de la Santa Sede el privilegio de usar hábito azul, el color de la Inmaculada. Con tal indumento embarcó el Vble. Fr. Junípero Serra, el año 1749, hacia las misiones californianas. Y puesto que los dos monasterios de Clarisas estaban bajo la potestad Provincial Minorita, hízose idéntico trueque en sus monjas...»13. Durante el siglo x v m en los conventos franciscanos de Mallorca predominaba el aspecto cultural-devocional, sostenido por la Cofradía de N . a Sra. de los Angeles o Tercera Orden; devociones que giraban en torno a la Purísima y a San José. «Menudeaban como cultos expresamente franciscanos, las Coronas rezadas y cantadas al Sto. Cristo de las Almas y las Coronas cantadas con Letanía, Salve y Gozo a la Purísima Concepción» 14 . La espiritualidad gira alrededor de la figura de Cristo, pero la devoción es mayormente mariana, y existe una gran afluencia de culto a los santos, especialmente franciscanos. En 1861 en el ex-convento franciscano de San Buenaventura de Llucmajor continuaban siendo mayoritarias las fiestas costeadas por la Cofradía de la Purísima 15 . Y fueron precisamente los exclaustrados franciscanos y los miembros de la Tercera Orden los que salvaron la devoción popular mariano-franciscana. 1.4. La espiritualidad mariana en el siglo xix A lo largo del siglo xix el movimiento mariano contemplaba a la Virgen de la misma forma como se veneraba a un santo: se le concebía como signo de lo maravilloso, como testimonio de una potencia divina 12

B. FONT OBRADOR, Historia de la Llucmajor, t. V, Mallorca, 1986, p. 480. B. GUASP, Breve historia de las extinguidas monjas del Olivar, Palma de Mallorca, 1974, p. 27. 13

14

11

B. FONT OBRADOR, Historia...,

483.

Cfr. Pere Antoni FRONTERA, Meditaciones del Vía Crucis i Corona deis Set Goigs, Mallorca, 1707.

Cfr. F. AMENGUAL, Anales de la provincia Española de la Inmaculada Concepción, en HC, 748-749 (1972), 4-5.

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203

15

cu ayiicln de los hombres, contemplación de un sueño paradisíaco ya iculi/.ailn cu el presente. I,¡i espiritualidad mariana animó de una forma singular la vida espiritual de los religiosos. Era frecuente que los religiosos se consagrasen a María con la intención de imitar alguna de sus virtudes o proclamar la grandeza de sus misterios. De esta forma se han registrado cerca de setecientas congregaciones religiosas femeninas, surgidas entre el xix y el xx, que tienen una denominación específicamente mariana. En los Institutos religiosos se meditaba la vida de la Virgen y de una forma consecuente se esforzaban en conformar su vida respecto a una de sus virtudes ejemplares. El amor a María marca profundamente la vida interior y la espiritualidad de religiosos y sacerdotes. Cuando era vivido así se comprueba que se iba más allá de lo puramente cultual y externo. Aunque es mucho lo que se ha escrito al respecto y lo que se continúa afirmando, la espiritualidad mariana del siglo xix es superficial y sin fuerza teológica. A mitades del siglo se produjo un fenómeno totalmente nuevo y de gran repercusión para la vida de la Iglesia: las apariciones de la Virgen María, de las cuales sin duda la que tuvo mayores repercusiones fue la de Lourdes en 1858. Casi paralelamente se desarrollan las Congregaciones Marianas en todos los países, y las devociones del «mes de mayo» se fueron propagando constantemente a partir de los años 30. Y no podemos dejar de lado las repercusiones de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción en 1854, por parte de Pío IX. No obstante hubo sombras en la renovación mariana, especialmente si nos paramos a analizar el contenido de los escritores mariológicos y comprobar que eran de «inquietante mediocridad». Entre 1800 y 1860 lo único interesante habían sido las reediciones de obras del xvn y xvill. Después de 1860 la situación cambió y mejoró gradualmente con Lacordaire, Gratry, Perreyre, De Segur (inspirado en San Francisco de Sales), Newman, Manning, Faber (inspirado en San Alfonso de Ligorio y en los Oratorianos del siglo xvn). Ediciones de estos autores se traducen por doquier, e incluso de una forma especial en Mallorca, tal y como insinué en su momento. Gabriel Mariano Ribas escribe un «Mes de María» en 1843, funda la Congregación de Franciscanas Hijas de la Misericordia, y propaga con sus sermones su especial devoción mariológica. Es un devoto de la Inmaculada que fomenta las devociones populares: Hijas de María, la Concordia, etc.; y el amor a María, Madre de Misericordia16. Miguel Sureda propaga la devoción mariana de San Alfonso M. a de Ligorio que había importado a Ma-

Horca Monseñor Cabrera 17 ; y así podríamos seguir enumerando la influencia de las espiritualidades marianas francesa e italianas que llegan a Mallorca. Fenómeno, que repito una vez más, fue común a toda la geografía europea de la segunda mitad del siglo xix. A finales del xix junto con los Congresos Católicos y, los Congresos Eucarísticos, surgieron también los Marianos, con la consagración de naciones particulares a María, reforzando el movimiento mariológico: «...aun cuando el ansia de abrigo y protección maternal que se expresa precisamente aquí, pudo inducir erróneamente a una ilusión de insularidad extraña al tiempo, también esta forma de devoción debe entenderse desde sus condicionamientos históricos»18. 1.5.

María es la historia y carisma de la TOR

Antes de pasar el apartado que hace directa referencia a la presencia de María en la Provincia Española hay que señalar que ésta en 1906 quedó integrada en la TOR de Roma y con ello heredó, también, toda una tradición mariológica. A partir de este momento esta historia se asume y forma parte de un patrimonio ya común a toda la orden. Era la tradición mariológica de las antiguas congregaciones nacionales, incluida la española que había desaparecido con la exclaustración preconizada por Mendizábal. En la historia de la TOR 19 se hace especial hincapié en el siglo xvm como una época caracterizada por las disputas teológicas sobre la Inmaculada, al mismo tiempo que crecía y se multiplicaba la devoción universal a la Inmaculada Concepción de María. En este sentido la TOR tiene una historia poco original y nada diversa de la de tantas órdenes religiosas inmaculistas. Fue precisamente en este siglo que en el Capítulo General de Asís (19 mayo de 1725), se proclamaba a la Virgen María, en su Concepción Inmaculada, como Patrona de la TOR. Dicha fiesta se celebraba ya desde hacía muchísimo tiempo y formaba parte del breviario franciscano. Tal y como hemos visto desde Ramón Llull y Duns Scoto, los franciscanos, inluso la TOR, se habían convertido en los más apasionados defensores del privilegio mañano de la Inmaculada Concepción. 17

Cfr. F. RIERA, Historia de la Congregación de San Alfonso María de Ligorio y de su aportación a la Orden Teatina. Documentos inéditos, en Regnum Dei, 110 (1984), 257-429. 18

Cfr.

H. JEDIN, op. cit.,

p.

382.

19

16

Cfr. B. GUASP, op. cit., pp. 110-118.

204

Cfr. R. PAZZELLI, // Terz'Ordine Regolare di San Francesco attraverso i secoli, Roma, 1958.

205

Cuando el Papa Pío IX en 1854 proclamó el Dogma de la Inmaculada Concepción el acontecimiento fue especialmente celebrado por la familia franciscana; que se había caracterizado, como hemos visto, desde el siglo xin en la defensa del dogma, lucha que había sido especialmente importante en el siglo xvm. «La alegría con que el mundo recibió esta declaración fue bien manifiesta en las funciones solemnes, en los agasajos públicos, en los certámenes literarios, en los monumentos que por todas partes se celebraron en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima; la Orden franciscana se congratuló del triunfo de su Inmaculada y ofreció al Pontífice Pío IX una azucena de plata, símbolo de la Pureza de María y prenda de su devoción y agradecimiento»20. En la familia de la TOR cabe destacar algunos defensores acérrimos de la Inmaculada: P. Francesco Bordoni (1595-1671)21 y el P . Cipriano de S. María de Sevilla. La tesis de Bordoni sobre la Inmaculada coincide casi plenamente con la definición dogmática de Pió IX, en tanto en cuanto afirma que no puede probarse con argumentos racionales, sino en base a la Escritura y la Tradición. Y destacan, también, grandes defensores en la Provincia desaparecida de Granada: Juan Grande, Juan de Hinojosa, Antonio Chacón, Francisco Correa, Antonio de S. Agustín y Cristóbal de San Buenaventura. Todo ello pone de manifiesto la gran relación existente entre la espiritualidad mañana y la TOR. En Italia, además, dos tercios de los conventos están dedicados a la Virgen, o son santuarios marianos. Aquí tendríamos que comprobar todas aquellas denominaciones topográficas de signo mariano que ha originado nuestra propia espiritualidad. Después del Concilio Vaticano II, la TOR ha dado un paso de gigante respecto al redescubrimiento del propio carisma. Ya no interesa tanto la historia moderna o contemporánea de la Orden sino las raíces teológico-espirituales de carácter penitencial. En ningún caso buscamos hoy, nuestra misión mariana a partir de los dogmas de la Inmaculada o de la Asunción, sino desde otra perspectiva, María, Madre de la Reconciliación, de conversión, o bien, María, Madre de Misericordia.

2.

María en los orígenes y desarrollo de la Provincia Española de la Inmaculada Concepción de la TOR

Interesa conocer especialmente la historia de dicha Provincia, especialmente en sus diferentes etapas. Aunque el aspecto mariano quede aparentemente diluido se podrá constatar que subyace en el fondo. Este capítulo lo hemos subdividido a su vez en una serie de apartados para clarificar aún más el contenido.

2.1.

El auténtico protagonista de esta época, por lo que a nosotros nos interesa, es Antonio Ripoll (1844-1916), su contexto social y la espiritualidad que él mismo vivió y cultivó. Gracias a su iniciativa podemos hablar hoy de la instauración o restauración de la Tercera Orden Regular en España. Pero esta historia está ligada originariamente a otras espiritualidades, en concreto a aquéllas más en boga en la segunda mitad del siglo xix. Nos referimos a la espiritualidad ignaciana, la devoción promovida por San Alfonso María de Ligorio, etc. Para ello tenemos que remontarnos a las «Reuniones» de Jesús, María y José, con matices locales, y a la «Corte Angélica de San Luis Gonzaga». La primera había sido transmitida por el Rdo. D. Andrés Pou a Miguel Maimó, de Felanitx, y difundida por éste. Posteriormente tendrá en Mallorca un carácter marcadamente rural y popular 22 , como una forma sencilla de contacto espiritual, que sirvió de aglutinante a diferentes grupos de laicos23. La segunda se había constituido en Palma, en la iglesia del Socorro, en torno a Joaquín Roselló24, y posteriormente se difundió también por los pueblos, a modo de lo que fueron y serán posteriormente las Congregaciones Marianas 25 . En torno a 1859, Miguel Maimó, conocido como «Miguel Basacoll», reunía los domingos y fiestas, en Felanitx, a un grupo de varones a los cuales formaba en la vida espiritual, e incluso iba a las casas 22

23

20

A. ORTEGA, La Inmaculada Concepción y los franciscanos, Imprenta San Antonio, Loreto, 1904, pp. 131-132. 21 G. ANDREOZZI, L'Inmacolata concezione di María nel Terz'Ordone Regalare di S. Francesco, en Analecta TOR, XXIII (1955), 54E8-560. R. PAZZELLI, L'Inmacolata Concezione di María in P. Francesco Bordoni, TOR, Roma, 1951.

206

Antecedentes remotos (1860-1873)

Cfr. F. RIERA, Historia...

Cfr. M. FALASCA, Rapporti di F. Cabrera con G. Grassinetti e M. Sureda, en Regnum Dei, 110 (1984), 433. 24 Cfr. A. THOMAS, Un Gran misionero. El M. Rdo. P. Joaquín Rosselló fundador de la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, Palma de Mallorca, 1929, pp. 49-58. 25 Cfr. G. MUNAR, Miguel Maura y Montaner, Mallorca, 1977, pp. 28-33.

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particulares a dar conferencias e instrucciones espirituales. Era lo que se llumuba la «Reunión». Miguel Maimó era un hombre sencillo que continuaba trabajando en el campo, pero inculcaba a sus compañeros la necesidad de una mayor formación espiritual, cosa que complementaban asistiendo asiduamente a las funciones de la Iglesia. Poco después, en 1860, don Miguel Sureda, sacerdote residente en Felanitx, fundó en aquella localidad la Corte Angélica de San Luis Gonzaga, integrada básicamente por los antiguos miembros de la «Reunión». Durante este tiempo las «Reuniones» se hacían también en Arta, Manacor, Porreras, Campos y Llucmajor, como tendremos ocasión de ver después, gracias al apostolado de Miguel Maimó. Ya en 1866, Miguel Maimó, Jaime Vaquer y Guillermo Oliver se reúnen en una casa de Felanitx y dan comienzo a la Congregación de San Alfonso, gracias a las Constituciones que les dio don Miguel Sureda, y a la labor de éste como director espiritual26. Poco antes, probablemente en 1860, Miguel Maimó y un compañero habían creado la «Reunión» de Llucmajor, gracias a la ayuda prestada por las Hermanas de la Caridad, recién instaladas en Llucmajor, provenientes de Felanitx. Un tercer elemento fundamental en la constitución de la «Reunión» fue la colaboración del clero de Llucmajor, en concreto la dirección espiritual del grupo, que asumió voluntariamente don Juan Calafat. Antonio Ripoll Salva será uno de los primeros participantes de esta «Reunión», cuando tenía apenas 16 años, pues había nacido en Llucmajor en 1844. Las «Reuniones» se hacen en la propia casa de don Juan Calafat todos los domingos, hasta 1862 en que este sacerdote pasó a regentar la vicaría de Randa y la «Reunión» dejó de convocarse. Entre 1862 y 1871, A. Ripoll estuvo cumpliendo el servicio militar (1865-1868). Posteriormente continúa trabajando en Llucmajor como tejedor de lana; y en 1870 entra como postulante en la Misión de Palma, fruto probablemente de una predicación del padre Bayo en Llucmajor en marzo de 1869. Pero su experiencia allá dura poco. A causa de los trastornos políticos tuvo que dejar el convento y aguardar en su casa a que las cosas se pusieran bien. De tal forma que en 1871 lo encontramos de nuevo en Llucmajor aglutinando a algunos compañeros para reemprender la «Reunión». Las «Regles de vida per a los filis de Jesús, Maria, Josep», que ellos mismos escriben, ponen de manifiesto que se trata de unas normas generales, para trabajadores, y contemplan, sobre todo, una vida ascética, asistencia a la misa diaria, confesión semanal y comunión frecuente, una reunión semanal y ejercicios 26

CU. F. RIERA,

Historia...

espirituales anuales. Se trata de unas normas de vida eminentemente prácticas, sin excesivo contenido teológico; pero muy en consonancia con la espiritualidad mística y de compromiso que viven las congregaciones sacerdotales y laicales durante el siglo xix. Cuando en 1871, Antonio Ripoll decide continuar la «Reunión», Don Juan Calafat, que había retornado de Randa en 1869, se niega a ser el Director Espiritual de la Congregación. Entonces dicho cargo fue aceptado por don Tomás Mut, vicario de la parroquia. Dice el padre Amengual que don Tomás Mut será también el oráculo que le afirmará y ratificará ser de Dios la idea de resucitar la extinguida Reunión o Congregación de Jesús, María y José. De esta forma continúan reuniéndose los domingos, e incluso a estas prácticas se unían, durante las vacaciones los aspirantes al sacerdocio de Llucmajor. El padre Amengual nos ofrece, incluso, una larga lista de los integrantes de la Congregación. Este grupo, en 1873, decide alquilar una casa y abrir una escuela. Los congregantes hasta este momento habían continuado y continuarán ejerciendo sus propias profesiones. Las reuniones no dejaban de ser prácticas espirituales, momentos de intensificación de la vida ascética y mística, y ejercicios de piedad. Esta experiencia marca la vida de algunos congregantes de tal forma que les llevará a una progresiva intensificación de su propia vida espiritual y a plasmar en la sociedad sus propias experiencias. Antonio Ripoll y algunos de sus compañeros comprobarían, que a pesar de su poca capacidad, podían hacer un servicio de escolarización. La inscripción suponemos que es propia, si bien no descartamos la sugerencia de terceras personas. 2.2.

El grupo va tomando cuerpo (1873-1878)

En 1873 deciden alquilar una casa, por catorce duros anuales, que pudiera servirles de escuela de primeras letras, y a su vez enseñar la doctrina cristiana. Fue la casa conocida como «Celler d'En Sard». Allí, Antonio Ripoll alternaba su trabajo como tejedor con la enseñanza. Además de Antonio, impartían sus clases el congregante Pedro Antonio Ginard y un sacerdote de la parroquia. Este era probablemente el que proporcionaba credibilidad a la escuela, sería el maestro de primeras letras, mientras que los congregantes enseñarían la Doctrina cristiana de memoria, tal y como era normal. Poco después, el congregante Miguel Cardell ofrece al grupo una casa en la calle del Monte, conocida como «Ca els Alegries», e instalan allí la escuela. Los «lluissons», como se les conocía popularmente,

208 209

iiliiliAn incluso una escuela nocturna, además de la diurna que venían muñí oliendo ''. El hecho de que se les denominara «Iluisons» pone de initnil'icsto, una vez más, la convergencia de las espiritualidades domiminlcs en el siglo xix. Desde que en 1850 se fundara «La Corte angélica de San Luis Gonzaga» en la Iglesia del Socorro de Palma, este grupo se había ido extendiendo, enraizando y popularizando. Era una Congregación Mariana de jóvenes, conocidos expresamente como «Iluisons», de tal forma que a aquellos grupos similares en contenido y forma se les denominaba con el mismo apodo. No creemos suficiente el argumento del padre Amengual, quien afirma que se les denomina así por pasear en la procesión el pendón de San Luis Gonzaga. Creemos, más bien, que al ser San Luis patrón de la juventud, muchas congregaciones o grupos lo tenían como tal patrón o simpatizaban con él. Una vez instalados en su nueva sede hacen pintar un cuadro de la Inmaculada Concepción a Miquel Bordoy, de Felanitx, dada su devoción mañana 28 , piedad por otra parte muy ligada a su futuro religioso. Este cuadro testimoniará su ferviente devoción, tan franciscana y popular, arraigada hondamente en el xix español y de la Iglesia en general 29 . Al mismo tiempo, don Tomás Mut les nombra obreros del Corazón de María, cuya fiesta sostendrán en la parroquia durante el mes de mayo. Desde 1844 hasta 1875 se habían venido alternando como custos de la Iglesia del ex-convento de San Buenaventura de Llucmajor, algunos exclaustrados franciscanos y sacerdotes de la parroquia. En dicha Iglesia habían continuado prácticamente la misma labor pastoral que secularmente habían ido ejerciendo los franciscanos. Y en algunos aspectos, incluso mejorado. En 1863 se habían fundado la asociación de «Hijas de María», aunque hay que anotar que la «Reseña histórica de la Congregación» señala como inicio canónico de la misma el 1878, fecha que nos parece más probable. En 1875 fallecía Juan Zanoguera, franciscano exclaustrado y custos del convento, y fue nombrado para dicho cargo don Gabriel Mir, quien a su vez ejercía como vicario de la parroquia. En julio de 1878, Tomás Mut escribe al obispo para tratar de solucionar el problema del ex-convento de San Buenaventura, dado el exceso de trabajo del Custos, Gabriel Mir. Mientras tanto, Antonio Ripoll y sus compañeros continúan dedi27

Cfr. F. AMENGUAL, Anales..., HC, 757 (1973), 4-5. Cfr. M. FALASCA, Rapporíi...: en su descripción del contenido de las congregaciones del xix, tanto laicales como clericales hace hincapié en la espiritualidad mariana, como uno de sus componentes esenciales. 29 Cfr. J. B. JUAN, La congregación de hijas de María. Ideales, normas, prácticas y documentos de las Congregaciones Marianas femeninas, Gustavo Gili, Barcelona, 1915. 28

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candóse a la enseñanza en sus horas libres, mientras cada uno, probablemente, continuaba trabajando en su propia profesión. El congregante Benito Ciar, en noviembre de 1877, comenzaba a trabajar como sacristán del ex-convento. Tenemos muy pocas referencias documentales del grupo durante estos años. Su vida de piedad continuaría basada en la «Reunión», y el grupo habría mantenido su número de congregantes, sin grandes alteraciones. Estas son las circunstancias que surgieron a Tomás Mut y a Gabriel Mir la idea de ofrecer a los congregantes la oportunidad de pasar a residir en el ex-convento de San Buenaventura. Podían así continuar dedicándose a sus propias actividades docentes, y echar una mano para el culto propio de la Iglesia del ex-convento. Los congregantes que se decidieran y optaran por el nuevo estilo de vida, continuarían su estado laical, dejando entreabierta la posibilidad de un ensayo de vida religiosa, y de continuar, así, la larga tradición franciscana de Llucmajor. 2.3.

Primer intento de vida comunitaria (1878-1887)

Después de una serie de diálogos entre los congregantes y los sacerdotes de Llucmajor, previa consulta con el Obispo, don Mateo Jaume, el 30 de noviembre de 1878, tres congregantes (A. Ripoll, M. Cardell y J. Garau) firman un reglamento, como primer compromiso de vida comunitaria en el ex-convento de San Buenaventura. La nueva comunidad pasa a tener connotaciones franciscanas, pasando al servicio del Custos de la Iglesia del ex-convento, con dos finalidades claras: limpieza del templo y enseñanza moral y religiosa de los niños. Antonio Ripoll sería el maestro de los niños mayores y Juan Garau el maestro de los párvulos. Además éste cuidaría de la casa y de la cocina; mientras que Matías Cardell ejercería el oficio de carpintero, organero y organista. El 8 de diciembre de 1878, fiesta de la Inmaculada Concepción, se reúne la nueva comunidad y hacen el primer ensayo de vida en común, todavía como seglares, en un clima de extrema pobreza. Los tres pasan a vivir en un local adecentado para tal motivo, encima de la sacristía del ex-convento. En noviembre de 1878 el Obispo pasó visita pastoral a Llucmajor. Siendo Mateo Jaume natural de aquella localidad, es normal que le informaran de todo y conociera a la perfección la situación religiosa q> la ciudad. Es probable que intercambiara impresiones con Gabriel Mir y Tomás Mut sobre la situación de la iglesia de San Buenaventura. De ahí saldría la iniciativa de ofrecer a los congregantes la oportunidad de 211

« unvlvlr ulll. Ocurre así algo muy frecuente en las fundaciones religio..is: la (niela del clero parroquial, que además empuja y abre perspectivas, ofreciendo a determinados grupos piadosos la oportunidad de cubrir necesidades concretas, que posteriormente quedarán ligadas al carisma fundacional. Cuando se da esta posibilidad los fundadores no se entretienen en imitar a otras instituciones, por muy parecidas que sean. La circunstancia concreta de Llucmajor, la confluencia de diferentes espiritualidades, la sensibilidad ante determinadas lagunas sociales y una fuerte experiencia evangélica se concretan y dan origen a un carisma. El Espíritu sopla donde quiere, de la forma que él quiere, originando así una obra fecunda. En enero de 1879, con motivo de una misión popular en Llucmajor, recibían la visita del obispo M. Jaume, y de nuevo se pone en contacto con nuestros congregantes. El 30 de noviembre habían firmado un Reglamento que hace referencia sólo a cuestiones de orden, en ningún momento se habla del estado y de las formas o cosas a que se comprometen. Lo fundamental y distintivo era pertenecer a la Tercera Orden secular de San Francisco. Con ello se ponía de manifiesto que formalmente la comunidad tenía aún un carácter laical, comenzaban, sencillamente, como novicios de la Venerable Tercera Orden (VOT), si bien los documentos de que disponemos sobre vesticiones y profesiones no comienzan hasta 1866. La nueva comunidad tenía un superior externo y otro interno, que sería nombrado anualmente; el ecónomo de la parroquia y el custos supervisarían la comunidad juntos y su labor sería la custodia de la misma. Los tres firmantes tenían sus bienes en común, con un objetivo global claro y sencillo: «santificarse a sí mismos y servir de modelo a los que a ellos se acerquen». En marzo de 1879 el custos sugiere a A. Ripoll y Matías Cardell que se ordenen sacerdotes para poder atender el culto del convento. Para prepararlos, Gabriel Mir da clases de latín en el mismo convento, a las que asisten además otros jóvenes futuros seminaristas. Entre ellos B. Salva. El 8 de noviembre del mismo año aprueban unos nuevos estatutos, por los que iba a regirse la congregación. Su lenguaje parece ya el propio de una congregación religiosa. Para ello harían los tres votos, un año de noviciado, y estaría sujetos al Superior de la orden y a la custodia del Obispo (para ello el Obispo M. Jaume'les había dado su beneplácito de palabra). El nombre que se da a estos Estatutos es «Constitución de la Congregación de Terciarios del P. S. Francisco de Asís e Hijos de la Inmaculada Concepción». En 1880 se les une el primer compañero, Bartolomé Ciar Barceló, quien entra, sin embargo, teniendo ciertas dudas sobre el futuro de la 212

Congregación. La nueva institución comienza a caminar y no ofrece excesivas garantías de futuro. A partir de 1881, gracias al sostén económico de J. Garau y B. Ciar, Antonio Ripoll y Matías Cardell comienzan sus estudios eclesiásticos. Uno de los interrogantes abiertos al investigador es el ingreso como novicio de la congregación en 1883 de Miguel Cardell, hermano de Matías, sacerdote desde 1879, y que posteriormente, en 1885, ingresó definitivamente en la Congregación del Oratorio de Palma. Este interrogante va unido al funcionamiento de la escuela del convento durante los años que los dos congregantes estudiaban en el Seminario, teniendo en cuenta que en 1882 se había establecido formalmente el colegio de San Buenaventura. Antonio Ripoll y Matías Cardell a partir de 1881 se trasladaron a Palma para cursar sus estudios en el Seminario. Vivían en una casa residencia para estudiantes externos del Seminario, propiedad del canónigo don Magín Vidal. Además de sus estudios, durante los cuatro años de permanencia en Palma, fueron congregantes del Oratorio Parvo de San Felipe Neri. El 21 de marzo de 1885 es ordenado presbítero Antonio Ripoll, y el 22 de diciembre, Matías Cardell. El primero, en 1886, pasa a ser el responsable de la Venerable Orden Tercera de San Francisco (VOT), autorizado por Fray Bartolomé Torrents, Comisario Provincial de los religiosos menores de la Real observancia de la provincia de Mallorca. El 12 de agosto de aquel mismo año profesaban en la Tercera Orden de Penitencia Juan Garau, Matías Cardell y Bartolomé Ciar. Ciertamente, León XIII había otorgado a la VOT una nueva Constitución el 30 de mayo de 1883, de tal forma que la Tercera Orden habría adquirido matices nuevos. Queda de nuevo otro interrogante abierto respecto a la pertenencia canónica de nuestros cinco congregantes a la VOT: ¿su profesión había sido en 1879 o por el contrario fue en 1886? De igual forma, el 15 de agosto de 1886 el 15 de agosto de 1886 profesaba en la misma VOT Bartolomé Salva, joven seminarista de Llucmajor.

2.4.

Congregación religiosa franciscana de carácter diocesano (1887-1893)

En 1886, tal y como hemos visto, se tiene contacto con la Primera Orden Franciscana a través de Fray Bartolomé Torres. Sin embargo, el hecho de que en ningún momento se intentara la restauración de la Orden Franciscana en Mallorca hace pensar que tampoco estaría en la mente de los congregantes de Llucmajor en este momento. Ni en los exclaustrados franciscanos mallorquines tampoco estaría en ningún 213

momento la idea de restaurar la Provincia de Mallorca, aunque fuese el momento propicio para ello, tal y como ocurría con las demás provincias españolas. Los exclaustrados mallorquines habían envejecido en anos e ilusiones, desde que en julio de 1853 habían ofrecido el convento de San Francisco de Palma para establecer un colegio de misioneros para Tierra Santa y la Orden había optado por el convento de Priego (Cuenca). En 1880 la provincia franciscana de Cataluña había fundado un convento en Menorca, y en 1888 el Obispo J. M. Cervera intentará, sin éxito, que los franciscanos se insalen en el ex-convento de San Francisco de Palma. A todo ello hay que unir el hecho de que en junio de 1887 fallecía Fray Bartolomé Torrens, Comisario Provincial y Custos de San Francisco de Palma. Al no ver una salida clara los congregantes de Llucmajor se dirigen al Obispo de la Diócesis, Jacinto M. a Cervera, en un especial momento en que hay necesidad de dar forma canónica y de legitimar la institución. Aprovechando la primera visita pastoral del Obispo Cervera a Llucmajor, el 5 de mayo de 1887, los congregantes instalados en el exconvento de San Buenaventura, a través del custos Gabriel Mir piden autorización canónica al Obispo. Este mismo año, en agosto, se incorporan a la pequeña comunidad dos seminaristas: Bartolomé Salva, de Llucmajor, y Agustín Puigserver, de Sineu. Pero aquel mismo año deja la congregación Matías Cardell, quien marcha a Lluc como organista y maestro de música, cargo que ostenta hasta el 26 de febrero de 1889. Finalmente, en 1894, se incorpora a la Congregación Salesiana. Estos hechos evidencian una cierta inestabilidad e inseguridad en la naciente congregación religiosa, lo que urge aún más a sus protectores a buscar un definitivo establecimiento canónico. Con esta situación de fondo, en 1888, Gabriel Mir, Custos aún del ex-convento, visitó al padre Ramón Buldú, Ministro Provincial de la Provincia minorítica de Cataluña, quien le aconseja que se ponga en contacto con el Procurador General de la Orden, padre Baldomero Sánchez. Las negociaciones no parecen surtir efecto; pero los intentos se repiten una y otra vez. En esta ocasión será Antonio Ripoll quien se dirige al Comisario General Apostólico, Francisco Sáenz, poniéndole al corriente de la situación de la congregación.

identidad propia y en su mentalidad es probable que sólo fuese posible el engancharse a la Primera Orden Franciscana. Continuando en este empeño, el 10 de marzo de 1890 el P. Baldomero Sánchez, delega al P. Jerónimo Aguillo, nuevo Ministro Provincial de Cataluña, para que estudie la posibilidad de instaurar la Tercera Orden Regular, antaño tan floreciente en España. El P. Aguillo llega a Mallorca el 12 de abril de aquel mismo año. Se pone en contacto con la comunidad y con el obispado, y no parece coincidir con los intereses de la Curia Diocesana. Sobre estos hechos hay varias versiones, todas ellas posibles. La primera que J. M. Cervera y el canónigo Magín Vidal querían fundar una única congregación de carácter diocesano, entre el grupo franciscano de Llucmajor y el P. Joaquín Rosselló, en San Honorato. Como consecuencia, no autorizan al P. Aguillo a llevar adelante sus iniciativas. Una segunda versión sería la del P. Joaquín Rosselló, divulgada por el P. Thomás: «...unirme a ser posible, con los terciarios Franciscanos de Llucmayor, quienes aguardaban, en aquellos días, al Rdo. Provincial de la Orden, para unirlos a la Orden Tercera Regular; y así, quedando el Eremitorio constituido en Casa sucursal de ellos, dedicarme, asimismo, aunque retirado del bullicio del mundo, con alguno de aquellos buenos padres, a la oración y al trabajo [...]. Se efectuó, sí, mi salida del Oratorio y mi subida al monte de Randa; pero no mi permanencia como quería en aquel solitario monte. En ocasión de que los PP. Terceros, en compañía del Rdo. P. Provincial, recién llegado a Mallorca, subieron al consabido monte, expuse mi plan de unirme a ellos; pero, puestas las condiciones de una y otra parte no nos avenimos y caducó por completo, como ya antes se había frustrado otro plan proyectado con el mismo fin de fundar allí (en San Honorato) la congregación de Pasionistas».

Un año después, de nuevo se pide autorización al obispo J. M. Cervera quien, el 6 de marzo de 1889 autoriza por escrito a los peticionarios «bajo la superior inspección y vigilancia del Prelado y el Rdo. Sr. cura párroco de Llacmajor». Con ello podemos hablar ya de la erección canónica, como congregación diocesana. Sin embargo, como iremos viendo, los congregantes seguirán luchando por conseguir una

Aún podría añadirse una tercera suposición, no documentada en concreto: que al obispo le interesara la restauración de la Primera Orden en Mallorca y no acabaran de agradarle las iniciativas del P. Aguillo de restaurar la TOR. No olvidemos que la Provincia de Cataluña, el 19 de agosto de 1880 había fundado un «Colegio de misioneros Apostólicos para Baleares y África» en Ciudadela, y la fundación había sido un fracaso, pues en 1883 había intentado ofrecer la iglesia del ex convento de San Francisco de Palma a la Provincia de Valencia, pero ésta no había podido hacerse cargo por falta de personal. Así, finalmente, el 21 de febrero de 1893 el Obispo Cervera autorizó la instauración de la TOR en Mallorca. Entretanto el P. Antonio Ripoll había sido nombrado Custos del ex convento de San Buenaventura y los PP. Salva y Puigserver habían estudiado magisterio, para

214

215

dedicarse a la enseñanza, lo que evidencia, una vez más, que la enseñanza puede considerarse un elemento constituyente del carisma. Después de la autorización episcopal, el P. Aguillo se desplazó a Mallorca el 30 de mayo de 1893, con la intención de restaurar la TOR bajo la obediencia de la Primera Orden Franciscana. Así, el 11 de junio, seis congregantes (A. Ripoll, J. Garau, B. Ciar, B. Salva, A. Puigserver, M. Cañellas) visten el hábito color gris ceniza de la TOR de San Francisco de Francia, de manos del P. Aguillo, y se comprometen a observar la Regla de León X (1521) y las Constituciones de dichos Terciarios Regulares de Francia.

2.5.

Constitución de la Provincia Española (1906)

Definitivamente, en 1906, los miembros de la TOR de Mallorca quedan integrados a la TOR de Roma. En este momento la Congregación contaba únicamente con dos conventos: Llucmajor y Arta (1897), y muy pocos religiosos profesos. Se consideraban herederos de toda la tradición mariana de la Primera Orden, y su intención era convertirse, de hecho, en una provincia de ésta, para restaurar así la Provincia de la Inmaculada Concepción de Mallorca. El objetivo no pudo lograrse, pero ello tampoco varió en absoluto el contenido mariano de la institución. A lo largo del siglo XX se fueron sucediendo las fundaciones, dos de las cuales han tenido un cariz eminentemente mariano: la instalación de la TOR en el Santuario de Nuestra Señora de Vico (Logroño). Otras fundaciones han tenido también denominaciones mañanas y franciscanas, pero la institución ha carecido de una teología mariana propia. Cuando se conmemoraron los años marianos de 1950 (proclamación del Dogma de la Asunción) y 1954 (centenario de la proclamación del Dogma de la inmaculada Concepción) se puede comprobar que se trata de una mera repetición de tópicos marianos, faltos de contenido teológico y sobrados de aspectos culturales y devocionales. Sin pretender caer en un tópico más, nos atrevemos a afirmar que ni siquiera el Concilio Vaticano II ha abierto perspectivas nuevas en este sentido. A partir de la década de los setenta han ido apareciendo ensayos sobre el carisma de la TOR que en muchos casos han tenido características puramente historicistas. La TOR no ha elaborado aún su propia teología del carisma, a la que se la pueda adjuntar una teología mariana actualizada. Sólo así lograríamos romper con las devociones preconciliares a las que continuamos ligados.

216

Conclusión La espiritualidad mariano-franciscana postridentina se movió más en el aspecto devocional que teológico, exceptuando, por supuestos, las controversias sobre la Inmaculada del siglo xvm. A lo largo del siglo xix, como hemos visto, se intensificó aún más el aspecto devocional, si bien es cierto, que el romanticismo posibilitó una mayor interiorización de las prácticas devocionales marianas externas del siglo xvm. La religiosidad popular movida por la iconografía y los símbolos se reviste de nuevas prácticas devocionales, que paulatinamente sostienen y difunden las asociaciones marianas. El siglo XX, sin embargo, vivirá por inercia de las prácticas devocionales y asociaciones del xix, hasta el Concilio Vaticano II. La TOR en ningún momento se plantea una reflexión en torno al propio carisma, y en consecuencia también faltó una mariología propia. Vivirá de prestado, al igual que ocurrirá con la teología, y lo que es más grave con su espiritualidad. En la orden sólo cabe destacar dos momentos significativos: 1950 y 1954, años auténticamente marianos en el preconcilio. Pero en ningún momento la espiritualidad mariana de la TOR logra decantarse de la mariología franciscana de la cual es heredera en su totalidad. Para concluir, y como botón de muestra, pueden servir tres frases de las Constituciones de la TOR, las únicas que tienen una clara referencia mariológica. La devoción a la Virgen María se entiende en el contexto de la castidad, al ser concebida como refuerzo en las dificultades que entraña el cumplimiento de los votos (Constituciones, 14,1). O se concibe, también, desde las devociones y los ejercicios de piedad: «... amemos y honremos con filial afecto a la bienaventurada Virgen, Madre de Dios...» (Cons. 46), «Todos los años celebremos con especial solemnidad las fiestas de la Inmaculada Concepción...» (Cons. 48). Pobre impresión teológica ofrecen las Constituciones desde esta perspectiva, pero, sobre todo, ponen en evidencia los argumentos a que hacíamos referencia más arriba. En cambio, la «Regla y vida de los hermanos y hermanas de la Tercera Orden Regular de San Francisco, al ser de reciente aprobación (1982), observa una visión más positiva de María, sin que podamos, ni siquiera profundizar en ello: «Pongan los ojos, ante todo, en el ejemplo de la bienaventurada Virgen María, Madre de Jesucristo, Dios y Señor nuestro, siguiendo el mandato de San Francisco, que profesó una grandiosa veneración a Santa María, Señora y Reina, Virgen hecha Iglesia. Y recuerden que la Inmaculada Virgen María, cuyo ejemplo han de seguir, se llamó a sí misma esclava del Señor.» 217

PRESENCIA DE MARÍA Y MISIÓN DE LA ORDEN HOSPITALARIA DE S. JUAN DE DIOS Félix Lizaso Berruete, OH.

Desde que María fue asociada a los planes de Dios en favor de la humanidad y vinculada a Cristo a quien siguió y por quien fue proclamada Madre de los hombres, la presencia de María en la Iglesia aparece como faro de fe y de esperanza. Por eso, María mediante «su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones1, e igualmente ^ para los Insitutos religiosos todos, como así lo atestiguan sus crónicas. No podía considerarse de otro modo también para los Hermanos de S. Juan de Dios. En verdad, la Orden Hospitalaria es asimismo Orden Mariana. Siempre se ha considerado, ha vivido y se ha manifestado como tal, con una espiritualidad mariana peculiar, consecuencia aplicada del carisma de la hospitalidad, vivenciada desde Juan de Dios, el fundador, y por sus seguidores, a través de los ya casi cuatro siglos y medio de su existencia.

1. La «siempre entera» de Juan de Dios El puesto que la Virgen María ocupaba en la espiritualidad de Juan de Dios era, sin duda alguna, eminente. Siempre admirablemente unido al de Jesús, el fiel, que lo prové todo (1 GL) a quien mira y contempla crucificado, ama y sirve solo (2 DS) 1

Redemptoris Mater, 6 en «Encíclica de Juan Pablo II», BAC, Madrid, 1987.

221

en quien confía (1 GL) y por quien se empeña y vive cautivo (1 GL). En las seis únicas cartas suyas que conservamos, repite el mismo encabezamiento, encontrando unidos a Jesús y María: «En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Señora la Virgen María, SIEMPRE ENTERA...»

El calificativo a María como la siempre entera es característico en San Juan de Dios. Prácticamente cada vez que nombra a María en sus cartas lo repite. Con él, de forma admirable, significativa y sublime, ya en el siglo xvi, se refiere a la integridad virginal de María unida a Llena de gracia, aún después de su Maternidad Divina. Esas seis cartas y la primera biografía de Castro2 —fuentes básicas para conocer auténticamente a Juan de Dios— nos ofrecen la oportunidad para entresacar y descubrir, entre sus inquietudes y vivencias de fe, la profundidad de alma mariana que vibraba en el fundador de la Orden Hospitalaria, iluminando su ser y conciencia, juntamente con su misión y acción ante el pobre y enfermo menesteroso. Para Castro (cap. 1), Juan de Dios «siempre fue devoto» de María, considerándola su valedora, «sed en mi ayuda y favor», y su intercesora, «rogad a vuestro Hijo me libre deste peligro en que estoy y no permita que sea preso de mis enemigos». Asimismo (cap. 5), María aparece como su mediadora, puesto que «había pedido con muchas lágrimas y suspiros invocando el favor de la Virgen nuestra Señora». Frecuentemente, la visitaba (Guadalupe, Capilla del Sagrario, etc.), le expresaba sus sentimientos e impetraba su patrocinio: «dadle (a María) gracias de las ayudas y mercedes pasadas y pedidle nuevo socorro y ayuda para la nueva vida que pensaba hacer»; Castro, además, indica la razón de ello: «porque decía (Juan de Dios) que siempre había sentido su manifiesto favor y ayuda (de María) en todos sus trabajos y necesidades» (cap. 10). Esta confianza franca de Juan de Dios en el valimiento de María fue absoluta por siempre, y así se cumplió hasta en sus últimos momentos (cap. 18). A las oraciones tradicionales del Ave María y Salve Regina que invocaba frecuentemente a la «Madre de Dios, y Reina de los Angeles y Señora del mundo» (2 DS), y recomendaba a la Duquesa de Sesa 1 FRANCISCO CASTRO, Historia de la Vida y Sanctas Obras de Juan de Dios..., Granada, 1585, en «Primicias históricas de San Juan de Dios», de Manuel Gómez Moreno, Madrid, 1950.

222

(1 DS), hay que añadir lo que escribía a Luis Bautista: «seos decir que me ha ido muy bien con el rosario, que espero en Dios de rezarlo cuantas veces pudiere y Dios quisiere» (LB), lo cual queda ratificado por las afirmaciones de testigo que «lo veían por la calle con el rosario en la mano» (T 24). No quedaba para Juan de Dios la figura de María simplemente como una llamada devocional, de veneración o de invocación; la vida, actitudes y ejemplo de María constituían también un signo y elemento de imitación y santificación, de compromiso y comunión: «que tanto deseo servir y agradar a nuestro Señor Jesucristo y a nuestra Señora la Virgen María, siempre entera...», de tal modo que «todo sea para servicio de nuestra Señora la Virgen María...» (1 GL). Y así, encontraba y «quería tomar ejemplo de nuestra Señora la Virgen María... que tejía y labraba... y oraba..., para darnos a entender que después del trabajo hemos de dar gracias a nuestro Señor Jesucristo» (2 DS).

2.

Lugar preferencial de María en la orden

Al no dejar San Juan de Dios escritos ni normas de vida señalados a sus discípulos, en un principio las formas y prácticas religiosas, incluso marianas, se transmitieron por costumbre y se hicieron por tradición, que fue pasando de unos a los otros Hermanos para su piedad personal y del grupo seguidor de Juan de Dios, y lo mismo lo relacionado al Hospital y los enfermos. Y aunque no se conocen en detalle cuáles fueron esas formas devocionales marianas primitivas, lógicamente se acomodarían a las tradicionales del aquel entonces, las cuales se pueden identificar más o menos con las que recogen las primeras Constituciones, publicadas en 1585. María adquiere una fuerte presencia en la espiritualidad de los Hermanos ya desde la fórmula de profesión, en que la mediación de la Virgen da especial relieve y significación a su consagración y misión religioso-hospitalario. Se les pide también «comulgar los días de nuestra Señora que se han de guardar» (1585, 4,1), el rezo del Oficio Parvo (precisamente por estar constituidos por no clérigos) con la antífona final de la «Salve a nuestra Señora» (Id. 4,3-8), y el de «Nuestra Señora los sábados de todo el año y fiestas de María» (Id. 4,10), «canto de la Salve todos los días por la noche» (Id. 4,13), igual que «en acción de gracias después de comer» (Id. 19,6), además de que cada día «rezarán la tercera parte del Rosario de nuestra Señora» (Id. 4,9). De igual modo, «los días de nuestra Señora que se han de guardar» 223

se conmemorarán en las enfermerías con confesión y comunión (Id. 6,5) y «el enfermero mayor tendrá cuidado de decir o hacer decir la doctrina cristiana en todas las salas de los enfermos después de tañida la oración (de cada día)... que recen tres Ave Marías a nuestra Señora, porque a intercesión suya Dios nuestro Señor les dé salud en los cuerpos y en las almas» (Id. 9,16). Se puede afirmar, pues, que los sentimientos y sensibilidad marianos eran fuertemente vividos, tanto por los religiosos como por los enfermos. En este sentido como confirmación valga memorar sólo dos ejemplos primitivos: el caso de Antón Martín, primer compañero de San Juan de Dios, quien al fundar el primer Hospital en Madrid, le dio el título tan significativo de Hospital de Nuestra Señora del Amor de Dios, y con ese nombre existió hasta que popularmente pasó al de «Hospital de Antón Martín», y el de Pedro Pecador en Granada, narrado por Castro3 en la primera biografía sobre San Juan de Dios, que «era devotísimo del Santísimo Sacramento y asimismo de nuestra Señora», confirmándolo con expresiones vivas de emoción y fervor «delante de nuestro Señor y de la imagen de su Madre». Desde el espíritu de Juan de Dios y de sus primeros discípulos, las Constituciones como hemos constatado en las primitivas han ido recogiendo y transmitiendo los sentimientos marianos que debían traslucirse en los Hospitales. La traducción del auténtico signo mariológico, expresado en actitudes y devociones concretas, renovando sus formas que evolucionan con el ritmo de la historia, ha sido una constante en las diversas redacciones de las mismas por renovación, adaptación, acomodación o actualización a través de la vida larga de la Orden Hospitalaria. A las orientaciones y disposiciones constitucionales en orden a una devoción y amor a la Virgen, hay que añadir por un lado los períodos de los procesos de la formación de los Religiosos, época de especial práctica con actos y orientación mariana que llevan a experimentar una fuerte relación con María, complementaria de su fe y religiosidad consagrada. Y al mismo tiempo en consecuencia a su misión y condición eclesial carismático evangelizadora, entre los enfermos, haciendo una presencia de acogida, comprensión, servicio, ánimo, fortaleza, salud, etc., desde el Cristo misericordioso y María, la Madre amorosa refugio de los afligidos. De igual manera, por otro lado, las recomendaciones de los Superiores Mayores con sus Cartas Circulares y Pastorales, en momentos circunstanciales, las revistas y publicaciones breves a nivel interno, de

temas monográficos, etc., actualizan y potencian la vivencia y espiritualidad mañanas, que como cristianos y fieles, como religiosos y consagrados, todos necesitamos practicar, experimentar y vivir.

3.

María, modelo de consagración hospitalaria

Después del Concilio Vaticano II y siguiendo las orientaciones de la Santa Sede, todos los Institutos Religiosos han ido actualizando las propias Constituciones, formulándolas según una visión más teológica y espiritual que canónica y de normas, pasando este segundo aspecto a los «Estatutos Generales». Así, lo que las antiguas Constituciones de la Orden Hospitalaria, en evolución histórica, reflejaban lo relativo a la Santísima Virgen por una serie de prácticas de culto y devociones, como enuncia el punto anterior, ha pasado con las nuevas a una maravillosa exposición del signo mariológico en la vida y espiritualidad del Hermano de San Juan de Dios, potenciando su vivencia religioso-hospitalaria. Y consecuentemente, si las anteriores redacciones constitucionales, cumplieron adecuadamente la vinculación afectivo-vivencial con la Santísima Virgen, las actuales, en conformidad a nuestros tiempos y circunstancias, sin duda, seguirán potenciando el espíritu mariano en los miembros, en las comunidades y en el apostolado específico de la Orden Hospitalaria. Diseminados en seis números presentan las actuales Constituciones4, aprobadas en 1984 por la Santa Sede, a María en su mediación maternal y ejemplaridad junto a los deberes de los Hospitalarios para con Ella. Pero es el número 25 el que recoge, y así reza su título, a «la Virgen María modelo de nuestra consagración». Precisamente porque «es para nosotros modelo singular de Consagración» (C 25), se le presenta a la Virgen para el Hermano Hospitalario como un reclamo en el cual se fijen para encontrar en Ella el ejemplo de su SER y de su HACER como religioso de San Juan de Dios. Desde su SER, Ella, en efecto, aceptando la palabra divina, se consagró totalmente a la persona y a la obra de Jesús. 5 Es, además, la Virgen «siempre entera» 6 1 y la humilde y pobre esclava del Señor 4 5 6

3

7

Ibid., cap. 25, p. 116.

224

CONSTITUCIONES, Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, Madrid, 1984. Le 1,35-37; Mt 1,18-20. Le 1,48. Le 1,38.

225

c,ue nos estimula con su ejemplo a ser fieles a los designios del Espíritu Santo (C 25 a y b)

4. Espiritualiad mariana específica Nuestro SER y HACER se hace realidad en el VIVIR de cada día, que por nuestra consagración religioso-hospitalaria,

Por eso, entregándome de todo corazón a esta familia religiosa, con la gracia del Espíritu Santo, la protección de la Bienaventurada Virgen María... (C 9g). acogemos y cumplimos la voluntad de Dios imitando la sencillez y disponibilidad, la entrega y fidelidad, de nuestra Señora la Virgen María8 siempre entera (C 4c) Desde el HACER, María

nos dedicamos al servicio de la Iglesia en la asistencia a los enfermos y necesitados, con preferencia por los más pobres. De este modo, manifestamos que el Cristo compasivo y misericordioso del Evangelio permanece vivo entre los hombres y colaboramos con El en su salvación (C 5a). La espiritualidad específica de la Orden Hospitalaria desde el Cristo Hospitalario según el modelo de nuestro fundador San Juan de Dios, no sólo puede prescindir del ejemplo de la Santísima Virgen.

es, también, la Madre de Misericordia y la Salud de los enfermos, que nos enseña a compadecer el dolor humano y a aliviar los padecimientos y tribulaciones de los que sufren9 (C 25).

María, la Mujer Fiel, la Virgen orante, se nos ofrece como modelo acabado de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. Sino que Ella, de pie, junto a la Cruz del Señor11 nos enseña a asociarnos al sacrificio de su Hijo, que se prolonga en el dolor de la humanidad (C 34a).

Reconociendo que la consagración parte en primera instancia de Dios, que infunde su carisma, y

Pues

en virtud de este don, somos consagrados por la acción del Espíritu Santo10 (C 2b), nuestra respuesta positiva encuentra impulso en María, no solo por su ejemplo, que acoge solícita la volunta de Dios, sino también por su intercesión que como abogada y madre da confianza plena. Ella, virgen siempre entera, pobre y esclava, se manifiesta prototipo de imitación para los tres consejos evangélicos que constituyen la consagración religiosa genérica, y como Madre de Misericordia, Refugio de los afligidos y Salud de los enfermos arquetipo de consagración específica en la Hospitalidad.

8 9 10

Nuestra Señora, como Salud de los enfermos, ha tenido siempre un puesto singular en la vida de nuestra comunidad hospitalaria (C 34b). Por eso, en nuestro apostolado con quienes sufren tratamos de reflejar su amor materno11 (C 4c) si mediante este carisma (hospitalario), mantenemos viva en el tiempo la presencia misericordiosa de Jesús de Nazaret (C 2c).

Le 1,38.39.56. Jn 2,3; 19,26. Le 4,18.

11 12

226

Jn 19,25. Jn 2,3-5; 19,25. 227

En definitiva, aspiramos a dar sentido a nuestro VIVIR mediante

En María encontramos la mujer

el crecimiento en la caridad, que se traduce en espíritu de piedad filial para con Dios16. y para con la Virgen María11 (C 59c).

profundamente hospitalaria en su vida a quien intentamos imitar. De aquí que vitalizamos la fecundidad de nuestro servicio apostólico: — en la íntima unión con Cristo,

5. El patrocinio de María, solemnidad característica

— con nuestra inserción en la Iglesia,

El número 4c de las actuales Constituciones nos recuerda tener en cuenta una actitud fundamental para con la Santísima Virgen:

así nos unimos, de modo especial, a la Virgen María, miembro preeminente de la Iglesia y profundamente hospitalaria en su vida, como lo manifestó en la visita a Isabel13 en las bodas de Cana14 y, sobre todo, en el amor entrañable y fiel a su Hijo, desde Nazaret al Calvario15. De igual modo que para el hospitalario María es un signo teológico de espiritualidad, asimismo también mantiene y estimula una relación vivencial, afectiva y devocional, orientada hacia la Virgen, que expresa la existencia, además, de una espiritualidad mariana de presencias y prácticas, que motivan una mayor vinculación con Cristo. De aquí que agradecemos su patrocinio especial sobre nosotros y sobre las personas a quienes asistimos; nos gozamos del lugar que ocupa en la Iglesia y la veneramos con afecto de piedad filial (C 4c). Además, le manifestamos nuestro amor, sobre todo, imitándola en sus virtudes; celebramos sus fiestas, en particular la de su Patrocinio; y la honramos con nuestras oraciones, especialmente con el rosario (C 34). 13 14 15

agradecemos su patrocinio especial sobre nosotros y sobre las personas a quienes asistimos (C 4c). y en el 34b celebramos sus fuestas, en particular la de su Patrocinio (C 34b). La tradición en la Orden Hospitalaria es fuerte en cuanto a este título mariano del PATROCINIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN sobre los Hermanos y sobre el pesonal asistido y asistencial. Oficialmente, proviene de 1736, como decreto del Capítulo General celebrado en el mismo año en Roma. Reproducimos el texto que corresponde a la cuarta de las 15 disposiciones de la Asamblea: «Para impetrar el Patrocinio poderosísimo de la Santísima Virgen hacia nuestra Orden, y en prueba de la especial devoción que se debe tener a tan gran protectora, se ha determinado y establecido que, en todos los tiempos futuros, la fiesta del Patrocinio de la Santísima Virgen sea una de las fiestas principales de la Orden, y se manda que en todos los conventos de la Orden se debe celebrar... con la mayor solemnidad dicha fiesta del Patrocinio de la Santísima Virgen, la cual, no desdeñando nuestros humildes obsequios, se dignará por su parte bendecirla y protegerla en todas sus necesidades espirituales y temporales18. El Decreto, como tal, se ubica en una perspectiva de futuro, es acogido con satisfacción porque regulariza lo que es práctica común y su 16 17 18

Le 1,39-40.56. Jn 2,3. Le 1,31-38; 2,7.48.51; Jn 19,25. 228

1 Jn 3,1; Rom 8,15-17. Jn 19,27. «Ordenaciones y Decretos del Cap. General», Roma, 1736.

229

cumplimiento queda ratificado por la historia. Sin embargo, el punto de partida, aunque no lo expresa, queda atestiguado y se apoya en la tradición vivida por los Hermanos durante los casi dos primeros siglos de su historia, antes de 1736. La solemnidad del Patrocinio de Nuestra Señora entraña, pues, un aspecto de pasado, reconocimiento y gratitud, y otro de futuro, esperanza de protección. La consideración por vía tradicional, de los innumerables beneficios dispensados por manos de María a San Juan de Dios, nuestro Fundador, y su intervención podemos decir directa en ia fundación y conservación, en el desarrollo y evolución de nuestro Instituto Hospitalario, según los tiempos y las urgencias sociales, estaban exigiendo incesantemente el reconocimiento fiel de nuestra voluntad para con la Santísima Virgen. Y si cada uno individualmente, por la parte que le incumbe, debe darlo a entender, no menos se hacía preciso la manifestación oficial y pública por toda la Orden. He aquí el sentido de esta solemnidad peculiar de los Hermanos de San Juan de Dios: Renovar cada año nuestro amor, reconocimiento y correspondencia hacia María, como signo de su presencia en la Orden, y esperando confiadamente continuar sintiendo su celestial Patrocinio. El título del Patrocinio, al parecer más bien un poco genérico para lo específico de nuestro apostolado de la Hospitalidad, empalma profundamente con el de la Maternidad de María, y ésta, a su vez, por su participación «junto a la Cruz de Jesús... Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu Madre» 19 . María, pues, «por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean llevados a la patria feliz»20, mientras Jesús se identifica con los pobres, los enfermos y los necesitados11 se dedica a su servicio y entrega la vida en rescate por todos22 (C 2c). Esta vinculación de María con Jesús, «perfecta unión con Cristo (C 24a), siendo al mismo tiempo la Madre de Misericordia, la Salud de los enfermos y el Consuelo de los afligidos esclarece y motiva que el 19 20 21 22

Jn 19.25-26. LG 62a. Mt 8,16-17; 25,35-40. Mt 20,28.

Patrocinio de Nuestra Señora pueda, con toda razón, ser considerada adecuada, significativa y característica solemnidad mariana para la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.

6. Vivencia mariana de los Hermanos de San Juan de Dios Una mirada a la Orden Hospitalaria en general y a sus obras y centros en particular, con visión mariana, a través de su ya dilatada historia, fácilmente capta la presencia de María en la misma. Se puede afirmar abiertamente que la Orden ha vibrado siempre en manifestaciones en honor de la Virgen, que expresan especial sensibilidad mariana. En consecuencia, hay que mantener como principio fundamental una profunda devoción y vida mariana en los Religiosos, y desde ellos, por su carisma y misión hospitalaria, de proyección fuerte hacia los enfermos asistidos. 1. Una larga lista de Religiosos hospitalarios, de ayer y de hoy, cual florilegio de florecillas hospitalarias, sumada a los nombrados anteriormente de Antón Martín, primer compañeros, y Pedro Pecador, se podría formar para comprobar esa vivencia mariana juandediana. El P. Juan Santos 23 recuerda no pocos de los dos primeros siglos de la historia de la Orden. Baste, como ejemplo y homenaje al reconocimiento de la Iglesia, nombrar a los Beatos Juan Grande, Benito Menni y Ricardo Pampuri, y al Venerable Francisco Camacho. 2. Queremos recordar de igual modo, como constatación, los nombres y títulos marianos dados por los Hermanos a los hospitales y centros sanitarios en su fundación, en que alguna advocación de la Virgen implicaba ser su titular. Con ello, consecuentemente, querían expresar que la Institución caritativa se colocaba bajo la especial protección de la Santísima Virgen, y conllevaba la celebración de su fiesta titular con particular solemnidad. La frecuencia de esta costumbre y la variedad de títulos utilizados da oportunidad, por no repetir prolijamente los nombres, de dividir haciendo tres grupos característicos: los que llamaríamos generales, correspondientes a María en sus misterios más comunes y populares: Purísima Concepción, Purificación, Rosario, Paz, Luz, etc.,; los locales, como Covadonga, Montserrat, Pilar, Llanos, Guadalupe, Candelaria, etc., y los específicos o relacionados con nuestra misión: Amor Fr. JUAN SANTOS, «Cronología Hospitalaria», 2 tomos, Madrid, 1715.

230

231

de Dios, Misericordia, Piedad, Caridad, Remedios, Desamparados, Socorro, Dolores, Gracia, etc. 3. Quizá la significación más reveladora y emocionante de la vivencia y espiritualidad mariana en la Orden está en la aplicación de la misma a la misión hospitalaria. Esta nace de una tradición fuertemente vivida durante los dos primeros siglos principalmente; a ella también se refiere el título y festividad del Patrocinio. Según esa tradición, la Santísima Virgen había prometido a San Juan de Dios, al aparecérsele en el lecho de su muerte, de atender y asistir especialmente a sus Hijos, que siguieren su misma forma de vida, y a los que se acogieren y murieran en sus hospitales. Esta promesa, corroborada con no pocos casos de acontecimientos asombrosos y providenciales, se fue generalizando entre la gente del pueblo, y así nació el deseo común de ser asistidos y curados en los hospitales de San Juan de Dios, y de esta manera sentir la protección de la Santísima Virgen María, llegar a superar la enfermedad, recobrar la salud, y cuando no, poder contar con una especial asistencia y patrocinio de nuestra Madre del cielo, muriendo en un hospital de los Hermanos. 4. Otro reflejo importante de la vivencia mariana en la Orden se halla contenido en las diversas imágenes y advocaciones marianas, unas más generalizadas, otras más locales, que se han venerado y celebrado. a) Por antigüedad, pues proviene de 1592, corresponde, en primer lugar, a la imagen en tamaño más que natural, que se conserva hoy en el Museo Los Pisa, de Granada, llamada en un principio de Nuestra Señora de Loreto, y posteriormente del Pópulo. Se veneró en la Iglesia primitiva de los Hermanos, en el hospital fundado a los dos años de morir San Juan de Dios. De esta advocación y devoción hablan los PP. Santos 24 y Parra y Cote 25 . b) «Honraba la Congregación Española de nuestra Orden de San Juan de Dios, con extraordinaria devoción, a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén, hasta el punto de hacerla patrona de la Congregación Española. Nació esta devoción por los prodigios que la Madre de Dios comenzó a hacer al ser invocada y honrada en un cuadro que se veneraba en el claustro pequeño del Hospital de Antón Martín de Madrid»26. 24

Ibid., I, p. 555. PARRA Y COTE, Alonso, OH, «Relación Histérico-Panegírica de las fiestas de la Dedicación del Templo de la Purísima Concepción», Madrid, 1759, I, 7, p. 26 y III, 1, 170. 26 Fr. OM, Nuestra Señora de Belén, en «Rev. La Caridad», noviembre 1945, páginas 477-480. 25

232

El P. Santos narra el origen e historia de la milagrosa imagen de esta manera: «Pintó esta sagrada imagen Francisco Camilo por los años de 1660, a devoción de un Religioso de nuestra Orden... después se colocó el cuadro en la Capilla... siendo venerada con grandes y solemnísimas fiestas... en ella se centraba la devoción mariana de la Orden, que se extendió rápidamente hasta los más apartados hospitales que la Congregación tenía en todas las partes del mundo, reproduciéndose la milagrosa efigie, que era honrada en un altar de la Iglesia de cada hospital, y en las salas de los enfermos»27. Para honrarla se constituyó la Real Hermandad de Nuestra Señora de Belén y de nuestro Padre San Juan de Dios, aprobada canónicamente en 1726, y cuyo objetivo era, además del culto, asistir y adoctrinar a las enfermas del hospital. A esta Hermandad pertenecieron damas nobles y de la alta sociedad, destacándose entre ellas Santa Micaela del Santísimo Sacramento, quien aquí encontró luz para sui fundación del Instituto de las Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad. c) En Granada, en la Basílica de San Juan de Dios, se venera aún en el altar en honor de San Rafael, uno de los laterales, a la Virgen Niña, obra del eminente escultor Mora, también llamada la «Colegiala» o la «Generala». Este último título familiar hospitalario le viene de la visita quie siempre le dedicaban los Generales de la Congregación Española, obsequiándola y venerándola, como una expresión de «mimo a la Virgen», poniendo la responsabilidad de su generalato a los pies de María. d) El P. Russotto en «Spiritualitá Ospedalíera» 28 nos presenta varios títulos más en honor de la Santísima Virgen dentro de la Orden Hospitalaria, muy significativos y específicos, como Regina Hospitalitatis y Sancta María Mater Sanitatis. Vinculada a la Orden, por tener la Regla de San Agustín, se ha celebrado durante muchísimos años la fiesta en honor de Nuestra Señora de la Consolación o de la Correa, en recuerdo de la tradición agustiniana de haber dado la Santísima Virgen a Santa Ménica una correa con que ceñirse para consolarse por su hijo Agustín. Otro título mariano, limitado a Roma, en la Casa Generalicia y que de aquí se ha difundido a otros muchas partes, particularmente por las casas de EE.UU. de América, es el de Nuestra Señora de la Lámpara, Fr. JUAN SANTOS, op.

cit.,

I, p. 559 y II, p.

524.

P. GABRIELE RUSSOTTO, OH, Spiritualitá Ospedaliera, Roma, 1958, pp. 192-194.

233

antigua imagen pintada en uno de los altares de la Iglesia de San Juan Calibita. Se le atribuyen hechos prodigiosos. Finalmente citamos a Nuestra Señora del Buen Consejo, título más bien reciente en la Orden, pero muy difundido y celebrado en los últimos cien años. Tuvo un infatigable propagador en el Hermano Juan Bautista Orsénigo, el célebre Hermano dentista de Roma, quien por su relación con León XIII, consiguió fuera incluida la invocación de Madre del Buen Consejo en las letanías lauretanas.

LA VIRGEN SANTA MARÍA Y LOS JERÓNIMOS Fray Antonio, de Lugo, OSH.

234

1. «Tu rostro buscaré, Señor...» Las palabras del Salmo 26, título de este apartado, expresan, a las claras, la actitud interna de unos hombres que, en busca de una mayor intimidad con Dios por medio de la oración, se retiran a lugares apartados, en un marco de soledad, silencio y gozosa penitencia, y con el ánimo de seguir de cerca, la vida de San Jerónimo, primero en el desierto, y después en su Monasterio de Belén. Entre aquel grupo de ermitaños, hay dos que se destacan, no sólo por la nobleza de su linaje, sino, sobre todo, por su virtud; son Fernando Yáñez de Figueroa y Pedro Fernández Pecha; ambos desempeñan oficios de alto rango en la Corte del Rey Don Pedro, que abandonan, movidos por Quien tiene sobre ello especiales designios. Yo pienso que, en sus momentos de perplejidad recordarían las palabras de San Bernardo: «Réspice Stellam... Voca Mariam», y acudirían a la Señora con aquella bella oración, la más antigua antífona mariana que conocemos y que reza: «Sub tuum praesididum confugimus, Sancta Dei Genetrix; nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper; Virgo gloriosa et benedicta». Es el siglo xiv y el turbulento ambiente de la Corte no es propicio para elevarse a consideraciones más altas. Escuchemos al P. Fray José de Sigüenza, cronista de la Orden y que describe al destalle este período que, no sin razón podemos llamar «prehistoria de la Orden jeronimiana»: «Sonó mucho esta mudanza de Don Fernando Yáñez; puso gran admiración en los cortesanos; en los que le conocían, no tanta, que su virtud desde los primeros años prometía mucho... En quien hizo mayor presa y más efecto, fue 237

en el amigo Pedro Fernández Pecha. Supo que el lugar donde se había retirado era la crmila de Nuestra Señora del Castañar, poco más de cinco leguas de Toledo... Hallóle en aquella santa compañía de ermitaños, hecho uno de ellos... Había muchos días que Pecha andaba tocado de la mano divina, traía sus deseos e intentos puestos en servir a Dios... Apartóse de los demás ermitaños con su amigo Fernando Yáñez y tomándole por la mano se dice que le descubrió su intento... Dispuso con mucha prudencia de sus cosas... y sin que nadie lo entendiese, repartió a pobres todo lo que pudo... Fernando Yáñez de Figueroa determinó pasarse a otra ermita más sola y de menos ocasiones de ser visitado... Sin que nadie lo entendiese tomando consigo algunos compañeros de aquellos, quedándose allí otros, se pasó a la ermita de Nuestra Señora, llamada de Villaescusa... Sabía el puesto a donde había de acudir. Pero Fernández Pecha...»1. Es curioso que las dos ermitas donde se retiraron los ermitaños de Castilla, que serían con el tiempo la primera promoción de monjes Jerónimos, estuvieran bajo el patrocinio de María Santísima; no es raro, sin embargo, si se tiene en cuenta que toda la geografía española está salpicada de ermitas marianas, que, a las claras, nos habla de la devoción a María Santísima en nuestra querida Patria España.

2.

Retazos de una historia

En distintos puntos de la Península se establecieron pequeñas colonias de ermitaños que, como los de Castilla, vivían en soledad, a los que se habían juntado otros venidos de Italia. «Hablaban todos un lenguaje, escribe Sigüenza, aunque de diversa nación como cuerdas de un mismo instrumento, de una mano templadas»; poco a poco crecía su número. Por los años 1370 unos parientes de Pedro Fernández Pecha edifican una ermita con el título de San Bartolomé, en un lugar llamado Lupiana, en la Diócesis de Toledo y provincia de Guadalajara. Fernando Yáñez de Figueroa y Pedro Fernández Pecha, acordaron trasladarse a la ermita y tierras que les ofrecieron sus parientes que eran personas principales. El arzobispo de Toledo, don Gómez Manrique, hízoles colocación de todo, Iglesia, Capellanía y rentas con todo lo que a la Iglesia pertenecía. La razón de la mudanza parece ser que Lupiana tenía mayor aparejo para sus propósitos, ya que aumentaba el número de ermitaños, de los cuales escribe el P. Sigüenza: «Sonábales de conformidad dentro del alma el nombre de Jerónimo... Buscaban desiertos, dejaban dignidades, deseaban imitarle en la penitencia; aquella 1

«Historia de la Orden de San Jerónimo», t. I, cap. II.

238

gana de huir del mundo, el deseo de la contemplación divina, ansia de las divinas alabanzas, todo esto decía y sonaba a Jerónimo. Por una parte estaban contentos con su soledad y pobreza, gozando del ocio santo de la contemplación, por otra les parecía que no tenían estado, y que les llamaban dentro a otra labor más alta...»2. Sufrieron los ermitaños no pocos trabajos, y no les faltó el más fino y penetrante, la persecución de los buenos; al fin, de común acuerdo determinaron acudir al Papa a fin de que les concediese estado de religión, y que ésta fuese de San Jerónimo; para lo cual enviaron a Aviñón, donde a la sazón estaba la Corte Pontificia, a Fray Pedro Fernández Pecha y Fray Pedro Román que, salieron de la ermita de San Bartolomé el año 1373, en lo más recio del verano. Presentaron al Papa Gregorio XI su petición en nombre de los ermitaños de Castilla. El Papa los acogió benignamente y tratado el asunto con los Cardenales, accedió a su petición, y por «Bula Apostólica» autoriza y confirma la nueva Orden de San Jerónimo, bajo la Regla de San Agustín, en los reinos de Castilla, León y Portugal. Erige en Monasterio, la ermita de San Bartolomé de Lupiana y el mismo papa impuso el hábito a los dos emisarios y nombró Prior a Pedro Fernández Pecha, que lo será del Monasterio de San Bartolomé, primer Monasterio y cuna de la Orden. La Bula de la confirmación de la Orden está fechada en Aviñón el día 18 de octubre de 1373, festividad de San Lucas Evangelista. El día 2 de febrero de 1374 están de regreso en San Bartolomé. El Prior y sus monjes trabajan, fortalecidos con nuevos bríos en la construcción del Monasterio, ya que, la ermita y sus casas son insuficientes y poco apropiadas para la vida cenobítica. Fray Pedro, viendo la buena marcha del Monasterio que se va incrementando con nuevos aspirantes, renuncia al oficio de Prior, por razones que a todos parecieron de suficiente peso, siendo la principal, su humildad; eligieron en su lugar, de común acuerdo, a Fray Fernando Yáñez de Figueroa. Usando de la facultad que el Papa le otorgara de levantar otros cuatro Monasterios, Fray Pedro Fernández Pecha abandona San Bartolomé de Lupiana, y se dirige a Toledo a fundar el segundo Monasterio bajo el amparo de la virgen Santa, en una ermita que llamaban Nuestra Señora de la Sisla, de venerable antigüedad, ya que, al parecer existía en tiempo de los godos. El año 1375 el arzobispo de Toledo, los pone en posesión de la ermita que estaba anejada al Abad y Canónigos de San Leocadio. No es momento de hablar aquí de la invención y posterior funda2

Fray JOSÉ DE SIGÜENZA, «Crónicas de OSH», V.

239

ción del célebre Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. De cómo pasó a poder de la Orden, escribe Sigüenza:

3. Amor y culto a la Virgen Santa María en la Orden de San Jerónimo

«Entonces el Prior don Juan Serrano le dijo (al Rey don Juan I) tenía noticia de una religión que comenzaba ahora en Castilla, llamada de San Jerónimo, gente según todos decían muy espiritual, de grande clausura, honestísimos, de noble trato; los que los tratan salen muy edificados de sus palabras y conversación santa y, sobre todo, muy dados al coro y al culto divino en que muestran grande cuidado y policia y su ejercicio de noche y de día son las divinas alabanzas... Paréceme Señor (decía don Juan Serrano al Rey) que si pudiésemos traer estos religiosos a Guadalupe, que son los que convienen a este Santuario... Don Juan Serrano partió de Segovia, donde era Obispo, y estaba a la sazón que esto pasaba con el Rey, y fuese para San Bartolomé de Lupiana. Había crecido este Convento de manera que tenía sesenta y tres o sesenta y cuatro monjes. Comenzó el Obispo a tratar el negocio de parte del Rey y suya, con el Prior Fray Fernando Yáñez de Figueroa y con los demás religiosos... El Prior y los religiosos respondieron con modestia... Miraba el Obispo el tiempo que allí estuvo el trato y la manera de vida de los frailes... No veía la hora para que se efectuase el negocio... Fray Fernando Yáñez y sus frailes, por otra parte, no se osaban determinar, teniendo por dificultoso, cosa fuera de su intento y de su vocación, que era buscar soledad y alejarse de los ruidos del mundo; recogimiento, silencio y sosiego para la meditación... No hallaban razón que les asentase para aceptar el partido, sino sola la devoción de la Virgen, y ésta era tanta que contrapesaba todos los otros inconvenientes, y así determinó el Prior a que se propusiese en forma de Capítulo... Después de haber encomendado el negocio a nuestro Señor y vistas las razones de todos, salió la mayor parte de los votos en favor del servicio a la Santa Virgen... Alegróse don Juan, estimando en su pecho mucho el recato y los temores con que procedían. «El Santo varón Fray Fernando Yáñez salió de San Bartolomé caballero en un asnillo; sus compañeros todos iban a pie... Viernes 22 de octubre de 1389 llegaron a la Santa Casa de nuestra Señora de Guadalupe, al punto que tocaban a las Ave Marías, para saludar a la Reina del Cielo»3.

Desde sus comienzos, los Jerónimos sienten y manifiestan entrañable afecto a la Madre de Dios; se acogen a ermitas levantadas en su honor, en sus lejanos tiempos de ermitaños, y ya monjes, tributan a la Señora un culto espléndido; gran parte de su Monasterio, así de hombres como de mujeres, están dedicados a la Virgen Santísima, bajo diversos títulos y advocaciones. Los ermitaños diseminados por distintos puntos de España, integrados ya en la Orden, sin vínculo jurídico alguno, desean someterse todos a una cabeza; acuden al Papa que dispone se celebre el Primer Capítulo General, al que han de acudir, como asesores experimentados, dos monjes cartujos del Paular, cerca de Madrid. Eran a la sazón 25 los monasterios convocados por el P. Prior del Monasterio de Guadalupe. Dos son las razones porque se celebró este Capítulo en dicho monasterio; la primera, por el amor y devoción a Nuestra Señora, y la segunda, por ser el monasterio de mayor capacidad entonces. En él se llevó a cabo la unión jurídica de la Orden y se eligió el primer General. Comenzó sus sesiones el día 26 de julio de 1415. Fue acertada la celebración de esta primera Asamblea General de la Orden, bajo la mirada de la que todos, sin excepción, consideraban Madre y Señora de la Orden; Ella fue la promotora principal de la unión entre sus hijos. Sabían aquellos hombres de oración que Cristo desde la Cruz encomendó su Madre al discípulo amado, movido, sin duda, por imperativos de su amor filial; sin embargo, la Iglesia, desde los siglos Ii-in, con San Justino, San Ireneo, Tertuliano y Orígenes, ven en María a la nueva Eva, que es fuente de vida espiritual para el género humano; sin duda, tendrían todos muy en la mente y en el corazón las palabras de San Agustín:

El Prior y sus monjes asentados ya en su nueva Casa, se ocuparon en edificar Monasterios, acabar la Iglesia a la vez que se establecía la vida monástica, según sus costumbres. Dice Sigüenza, que Fray Fernando Yáñez, de rodillas ante la Imagen de la Virgen, oró de la siguiente o parecida manera: «Veis aquí, Reina soberana, donde me han traído por mayordomo de vuestro real palacio, por ministro y guarda de él y para que aquí, en compañía de mis hermanos os sirva...».

«María es, ciertamente, no ya Madre de nuestra Cabeza, que es el Salvador mismo, por el cual más bien fue engendrada Ella..., sino Madre indudable de los miembros de El, que somos nosotros, porque Ella cooperó con su caridad al nacimiento de las Iglesias de los fieles, que son sus miembros» («De Sacra Virginitate»).

Fray JOSÉ DE

SIGÜENZA,

«Crónicas de la OSH», XVIII, I. 240

Estos testimonios y muchos más que se pueden aducir, así de los Padres como del Magisterio, ponen de manifiesto que, al encomendar Cristo su Madre a San Juan, lo hizo no sólo movido por su amor de hijo, sino también para encomendar a María otros hijos, es decir, todos los hombres, significados en la persona del Apóstol amado; Ella así lo entendió, y la acción del Espíritu Santo en su alma, le comunicó 241

sentimientos de auténtica Madre de los redimidos, proclamada solemnemente por su Hijo, desde la Cruz. El Concilio Vaticano II mantiene la misma doctrina: «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la Cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61). Esta espiritual maternidad de María, establece una personal relación entre la Madre y todos y cada uno de sus hijos. Aquellos venerables Padres, debían de tener cierta experiencia de ello, por los testimonios que nos han dejado, y que quisieron transmitir a toda la Orden. En sucesivos Capítulos Generales que se celebraron, los Padres, conscientes de su misión, de cara al futuro, legislan con prudencia y acierto, no exentos de piedad. No perdían de vista que las futuras generaciones de monjes de la Orden, serían portadores de un carisma sobrenatural semejante al que ellos habian recibido, y así, ya en los comienzos de su andadura como Orden monástica, procuran que las fórmulas jurídicas que expresan la ley, estén ordenadas a mantener el espíritu que a todos anima. Un acuerdo que consideraron de importancia fue que «todos los monasterios honren a María Santísima, como a Madre» y en su obsequio, los días litúrgicos no impedidos con alguna fiesta, se rece en el Coro, además del Oficio Divino, el Oficio Parvo de Nuestra Señora. Los sábados se canta con solemnidad la «Letanía lauretana» y todos los días, el rezo del «Ángelus» a toque de campana y a sus tiempos, es decir, de madrugada, al mediodía y al atardecer. Dispusieron, también, que la «Salve» que se canta después de Completas se haga con solemnidad y acudan a ella todos los monjes, excepto los que, por enfermdad, estén impedidos. Es la Salve una oración tierna y suspirante, que bien pudo brotar de la saudosa alma gallega; se atribuye desde muy antiguo, al monje gallego y después Obispo de Compostela, en el siglo X, San Pedro de Mezonzo. Estas prácticas de piedad mañana, son comunes a todos o casi todos los monasterios de vida contemplativa. Los Jerónimos añadían a su personal devoción, la solemnidad externa. Los monasterios dedicados a la Virgen Santa, celebran sus fiestas con particular esmero, solemnidad y ornato, con lo cual contribuyen eficazmente a la propagación de la devoción y amor a la Madre del Salvador.

4. La Virgen Santa María, en la vida de los Jerónimos Era costumbre en la Orden animar a los novicios, al amor y especial devoción a la Virgen Santísima. En el Directorio para la formación de los mismos se lee: «Tras esto que volviese luego a saludar a la Santísima Virgen, y hacerle una gran reverencia, como a su Señora y Patrona, poniéndose en sus manos, acordándose de aquella sentencia de San Bernardo, que todo cuanto hubiere de ofrecer a Dios lo ponga en ellas, porque por la misma canal torne a Dios lo que recibió de Dios». El elenco de vidas ejemplares de monjes en el correr de los siglos, pone de manifiesto el amor profundo, tierno y abnegado de estos hombres silenciosos, a quienes, en sus épocas de oro, llamaban, y con razón, «los Cabelleros encerrados». No podemos olvidar que la actividad apostólica de los monjes contemplativos está muy limitada por las exigencias de su vocación y la naturaleza del Instituto; sin embargo, el hecho de celebrar la Sagrada Liturgia con solemnidad y unción sobrenatural, con sosiego y paz es, sin duda, una manera de apostolado que invita a quienes participan en los Divinos Oficios a sumergirse en fe en el misterio de Cristo y como consecuencia en el misterio de la Virgen Madre de Dios y de los hombres. Todos los monasterios tienen hospedería para caballeros que deseen pasar algunos días de retiro en el ambiente de soledad y piedad, bajo la mirada de la Madre Virgen, propio de los claustros Jerónimos, que, sin duda, son un misterio cuyo testimonio sólo se capta con la penetrante mirada de la fe animada por la caridad; vidas «escondidas con Cristo en Dios» que se gastan día a día, inmersos en lo más escondido del misterio de la Iglesia, y esto sólo es posible en pura fe como enseña San Juan de la Cruz: ... sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía4...,

Las páginas más bellas y las más profundas vivencias de los contemplativos, no se conocerán en este mundo. La Iglesia tiene en gran aprecio los Institutos de vida contemplativa; como se puede apreciar en las siguientes palabras del Vaticano II: «Subida del Monte Carmelo»; cans. 3-4.

242

243

«Los Institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros vacan sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función (Rom 12-4)... Así son el honor de la Iglesia y hontanar de gracias celestiales...» (PC 7). Como los de ayer, también los Jerónimos de hoy tratamos de hacer cierta nuestra vocación contemplativa, de la que esparce el amor y el culto a María Santísima, así en la vida personal de los monjes como en la realización de la Sagrada Liturgia y otras prácticas piadosas. La Virgen ocupa lugar eminente en los monasterios, y algunos han sido poderosos focos de irradiación de vida cristiana con un marcado acento mariano, como ha sido entre otros el Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, como vamos a ver. Desde que los Jerónimos se instalaron en el Santuario de Guadalupe la promoción del culto a la Señora se hizo más intensa y universal, hasta convertir aquel monasterio en un centro de espiritualidad y piedad mariana, lugar de peregrinación de las gentes de todos los puntos de España y otros países de Europa. La Comunidad ha sido siempre numerosa, sobrepasaba bastante el centenar. El culto se celebraba con esmero, y la piedad de los fieles que acudían a postrarse ante la Virgen, no se sentía defraudada. Había diversos talleres de artesanía religiosa, orfebrería, herrería, miniado de libros de coro y altar, carpintería, etc., de donde han salido espléndidas obras para el culto y para el ornato del templo, parte de lo cual, todavía se puede admirar hoy. La cultura siempre encontró en los Jerónimos de Guadalupe, mecenas que promovieron su desarrollo; la música se cultivaba con cuidado y sus órganos se han hecho célebres. Lo que se ha llamado Escuela de medicina, donde, al parecer, se hizo la primera autopsia en España, funcionaba a costa de la Casa, lo mismo que varios hospitales, para los peregrinos que venían de lejos y enfermos. La hospedería no cerraba sus puertas y la limosna era de todos conocida por su calidad y amplitud. Había también una Escuela de Gramática (latín y humanidades) para un determinado número de niños y jóvenes. Es verdad que Guadalupe tenía muy buenos ingresos; sin embargo, todo se empleaba en el servicio del culto a Dios y a su Madre, y en remediar necesidades, de tal forma que para terminar el año, afirma el P. Samuel Rubio, OFM, que buceó bien los archivos, Guadalupe tenía que pedir dinero a censo. De gran caridad ha sido la redención de cautivos, también a costa del Santuario de la Virgen de las Villuercas. Está en pie todavía hoy el 244

célebre claustro de la Botica, donde los monjes elaboraban cocimientos, jarabes y otros remedios a la usanza de la época, con que socorrían a los pobres. Era éste uno de los trabajos en que se ocupaban los novicios. Tampoco descuidaron la ayuda a pobres llamados vergonzantes, es decir, personas de buena posición, venida a menos, que encontraron apoyo en la caridad del monasterio. No sin razón se puede llamar a Guadalupe el monasterio de la Hispanidad; no debemos olvidar las visitas de la Reina Católica al Santuario. En la última cláusula de su testamento, ordena que se guarde siempre el original en Guadalupe. Cristóbal Colón visitó a la Virgen extremeña tres veces, y en Guadalupe fueron bautizados los dos primeros indios traídos por el almirante a España, para simbolizar con ello la regeneración espiritual del Nuevo Mundo. La devoción a Nuestra Señora fue con los conquistadores a las Indias, donde arraigó con no poco fruto, según los datos del P. Francisco de S. José, oshi, año 1743 sobre santuarios dedicados a la Virgen de Guadalupe en el Perú, en Argentina, en Potosí, etc., aparte de la milagrosa aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, en el Tepeyac, sostén de la fe de los mexicanos. En nuestra Patria, la Virgen extremeña quiso ser venerada en otros lugares de España, como Rianxo, Fuenterrabía, Ubeda, etc. ¿Cómo llegó a Galicia la Virgen de Guadalupe? Un buen historiador de Guadalupe transcribe el hecho: «El alférez de Fragata granadino Juan Vicente Yáñez, publicó en Murcia, el año 1775, donde dice: «Un monje de Guadalupe llamado José, e hijo de Rianxo, hizo sin principio alguno de escultura ni pintura dos imágenes de bulto. Copias perfectísimas de Nuestra Señora de Guadalupe, que él mismo ha llevado y colocado este presente año 1773; colocó la una en el Reino de Galicia, en la villa de Rianxo, en una ermita del Sr. San José; colocó la otra en la ermita de Requejo, de la Sanabria, donde halló una ermita en términos de acabarse su fábrica, con la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe...»4. La canción titulada «A Rianxeira», es una expresión popular de la devoción de los rianxeiros a su «Santiña», la Virgen Morena de Guadalupe. Numerosos fueron los Reyes de España que visitaron el santuario. La desamortización del siglo pasado, lamentablemente, se ensañó con Guadalupe. No obstante, y pese a que se han perdido obras de arte de gran calidad, y buena parte de su Biblioteca, todavía podemos admirar valiosísimos ejemplares de orfebrería, de bordados, de herrería, cuya mejor muestra es la Reja de la Capilla Mayor. Gran parte de los monasterios de la Orden llevan por título alguna 4

ARTURO ALVAREZ, «Guadalupe», 295.

245

prerrogativa o advocación de la Virgen Santa María, como se puede apreciar en la siguiente lista.

5.

Monasterio de monjas y de monjes Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio

de de de de de de de de

la Concepción Jerónima. Madrid. la Concepción Jerónima. Trujillo (Cáceres). Nuestra Señora de los Remedios. Yunquera (Guadalajara). Nuestra Señora de la Asunción. Morón de la Frontera. Nuestra Señora de la Salud. Garrovillas (Cáceres). Nuestra Señora de los Angeles. Constantina (Sevilla). Nuestra Señora de las Mercedes. Almodóvar del Campo. Santa María de Jesús. Cáceres.

Monasterios de monjes Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio Monasterio

de de de de de de de de de de de de de de de de de de

Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra Nuestra

Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora Señora

de la Sisla. Toledo. de la Mejorada. Olmedo (Valladolid). de la Armedilla. Segovia. de la Murta. Valencia. de Frex del Val. Burgos. de la Estrella. Calahorra. del Prado. Valladolid. del Parral. Segovia. de Espinheiro. Portugal. de la Murta. Barcelona. de la Victoria. Salamanca. de la Concepción. Granada. de la Luz. Niebla. del Rosario. Bornos. de Esperanza. Segorbe. de la Penha. Portugal. de la Piedad. Baza (Granada). de la Piedad. Valdebusto (Palencia).

Nuestra Señora de los Angeles, en Jávea, ha sido cedido recientemente, por el Capítulo General, a monjas de la Orden.

6.

Los Jerónimos, hoy

Siguiendo las orientaciones de la Iglesia para la adecuada renovación de los Institutos Religiosos, auspiciada por el Vaticano II, los Jerónimos fieles al Magisterio Conciliar y Pontificio de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, procuran ahondar en el rico patrimonio espiritual legado por sus mayores, y pese al desconcierto doctrinal y disciplinar que afecta a casi todas las Instituciones, mantienen que, la presente crisis sea superada con el favor divino, ya que, el Señor prometió estabilidad a su Iglesia; es verdad que la vida consagrada a Dios en diversas Ordenes o Congregaciones no ha sido objeto de la misma promesa evangélica, pero por su naturaleza y su fin, están al servicio del Reino de Dios, en la Iglesia, y así miran con confianza el porvenir. La actitud que procuramos adoptar con amor es hacer nuestro el consejo del Apóstol San Pedro, para momentos difíciles: «Resistite fortes in fide» (1. a Ped. 5-9); como fruto de una fe viva y perfeccionada por los dones del Espíritu, procuramos descubrir a Dios, detrás del complejo acontecer humano, y movidos por su gracia, abandonar nuestra suerte a la paternal providencia del Padre, diciendo con el salmista: Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sostienen» (Sal. 23). El Apóstol San Juan vio en éxtasis una escena en el cielo que describe así: «Apareció en el cielo una señal grande; una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies y sobre la cabeza una corona de doce estrellas» (Ap. 12-1). Los fieles invocan a la Señora con el apelativo esperanzador, «Stella Matutina» y así contemplando a María, la confianza se fortalece. El Papa Juan Pablo II, a fin de acrecentar la confianza del pueblo de Dios en la Virgen, en su Encíclica, con ocasión del Año Mariano, escribe:

El Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción, vulgarmente llamado de San Jerónimo, fundación de los Reyes Católicos, en Granada, ocupado hoy por monjas de la Orden, ha sido uno de los primeros templos españoles dedicados a la Concepción Inmaculada de María. Entre los monasterios abandonados, en los comienzos, dos de ellos llevaban títulos de la Virgen. El último de los monasterios de monjes,

«María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios de la que habla la carta paulina: "Nos ha elegido en El [Cristo] antes de la fundación del mundo... eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos" (Ef. I). Esta elección es más fuerte que toda la experiencia del mal y del pecado, de toda aquella enemistad con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura» .

246

247

En la noche oscura de la fe nos sostiene la esperanza que las hace dinámicas, la caridad que el Señor ha derramado en nuestros corazones, enviándonos su Espíritu Santo, que, con sus dones las perfecciona, hasta conducir al hombre a la cumbre más cimera de la perfección, que no es otra cosa que la íntima unión con Dios, por la fe, la esperanza y la caridad. Los contemplativos se afanan en alcanzar la meta mediante la fidelidad a su carisma específico, y esto en pura fe, «sin arrimo y con arrimo» que dice San Juan de la Cruz, y que matiza y aquilata en aquella canción: ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado Transformada» .

Esta es la voluntad del Padre, según la enseñanza paulina: «nuestra configuración con Cristo»; obra de artesanía divina exclusiva del Espíritu de Dios, que actúa misteriosamente en nosotros y con nosotros. Una vez más, ponemos la mirada en María, a quien no en vano invoca la Iglesia y de un modo peculiar los monjes, como «Virgo fidelis»; Ella «guardaba cuantas cosas veía y oía de su Hijo, y las meditaba en su corazón»; es el ejemplar más acabado de almas contemplativas, a quien saludó su parienta Isabel con las palabras inspiradas: «Bienaventurada tú que has creído» (Le 1-46).

6

«Subida al Monte Carmelo», canc. 5.

248

MARÍA Y LA COMPAÑÍA DE JESÚS Luis González, SJ.

Puede parecer, a primera vista, que la Compañía de Jesús no se puede comparar con otras Ordenes Religiosas por su especial devoción a la Virgen. En efecto, ni tiene un título mariano; ni ha propagado una advocación particular de la Virgen; ni ha promovido una forma peculiar de devoción a Nuestra Señora. Sin embargo, desde varios puntos de vista, se puede afirmar con seguridad que la devoción a María ha revestido una particular importancia a través de la historia de la Compañía y que, en este sentido, ha prestado también insignes servicios al Pueblo de Dios.

1. San Ignacio y el Instituto de la Compañía 1.1. La devoción de San Ignacio a nuestra Señora A partir, sobre todo, de su conversión, en que las fuentes históricas son más seguras, recibió insignes favores de la Virgen: una noche se le apareció la Virgen y le concedió el don insigne de la castidad {Aut. 10)1; escribía con particular devoción en un cuaderno, con «tinta azul», las palabras de nuestra Señora, que leía en la «Vida de Cristo» de Rodulfo de Sajonia (Aut. 5,11); en su convalecencia, saludaba a la Virgen de Olaz, vecina a su Casa solariega, recitando la Salve; llevó siempre con1 Empleamos esta abreviatura para designar la «Autobiografía de San Ignacio». Cfr. Iparraguirre, I, y Dalmases, C , Obras Completas de San Ignacio de Loyola, ed. manual, BAC, Madrid (1982), 4. a ed., pp. 67-165.

251

sigo desde I.oyóla, una estampa de la Virgen de las Angustias, hasta que se la regaló en Roma a su sobrino el P. Antonio de Araoz. Camino ya de Jerusalén, visitó el Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu (Guipúzcoa) (Aut. 13), donde hizo, probablemente el voto de castidad; dejó la última paga recibida del Duque de Nájera para reparar una imagen de «nuestra Señora, que estaba mal concertada» (Aut. 13); defendió el honor de la virginidad de María contra un moro, que dudaba de ella, poniéndose en peligro de matarle (Aut. 15); se encaminó al Monasterio de Montserrat, donde veló sus pobres «armas» de mendigo de Cristo, junto a su altar «la víspera de nuestra Señora de marzo» (Aut. 17-18). En Manresa, donde se hospedó nueve meses hasta encontrar oportunidad de peregrinar a Roma y a Tierra Santa, recibió insignes gracias místicas y entre ellas, «a nuestra Señora ha visto en simil forma, sin distinción de partes» (Aut. 29). Esta devoción a María no le abandonará nunca: elegirá la fiesta de la Asunción para hacer con sus primeros compañeros un voto de peregrinar, de nuevo a Tierra Santa, o de ponerse a las órdenes del Papa, que dará luego, providencialmente, origen a la Compañía de Jesús. Este voto tuvo lugar el 15 de agosto de 1534, en la pequeña Capilla de Santa María de los Mártires, junto a Montmartre (París). A la Virgen encomendaba muy especialmente su inmediata preparación al sacerdocio, repitiendo la jaculatoria: «Señora, ponme con tu Hijo» y por medio de ella recibiría un día del mes de noviembre de 1537, una insigne gracia trinitaria en la Capillita de La Storta, a pocos kilómetros de Roma. No pudo nunca dudar «sino que Dios Padre le ponía con su Hijo» (Aut. 96). Ante un altar de la Virgen en Santa María la Mayor de Roma, dirá, al fin, dieciocho meses después de su ordenación, su primera misa, la noche de Navidad de 1538. La Iglesia de Santa María de la Strada, será la primera Iglesia de la Compañía, donde celebrará cada día su misa y vendrá a convertirse luego en la famosa Iglesia del Gesú de Roma, donde se venera todavía hoy su imagen. Su diario espiritual, cuyo original autógrafo conservamos en el archivo de Roma, es también un insigne monumento de su devoción a la Virgen: con frecuencia escoge libremente la celebración de una misa votiva de la Virgen; a ella recurre incesantemente como intercesora; recibe especiales visitaciones de Dios por medio de María 2 .

2 Sobre el «Diario Espiritual», cfr. Obras Completas, op. cit., pp. 323 y ss. Especialmente el ciclo comprendido entre el 2 y el 14 de febrero de 1544.

252

1.2.

Los Ejercicios Espirituales y la devoción a la Virgen

Consideramos necesario abordar este tema, porque los Ejercicios están, formalmente, en el origen de la Compañía y porque son uno de sus ministerios más característicos. Ahora queremos subrayar la íntima conexión que existe entre los Ejercicios y María. Carece de sólido fundamento histórico la piadosa tradición de que la Virgen «dictara» los Ejercicios a Ignacio. Sin embargo, hay que reconocer que, tanto en la experiencia personal de los Ejercicios, que hizo el mismo Ignacio desde Manresa, como durante su larga redacción de veintisiete años, recibió muchos y grandes favores de nuestra Señora, y esto ha podido dar suficiente motivo para que algunos pintores y escultores célebres hayan representado a la Virgen hablando con San Ignacio en la Cueva de Manresa 3 . Entre los numerosos escritos acerca de la presencia de María en los Ejercicios, queremos mencionar expresamente dos recientes comentarios, diferentes y complementarios, del actual General de los Jesuítas Hans Peter Kolvenbach. En el primero 4 analiza el vocabulario mariano de los Ejercicios y llega a las siguientes conclusiones: los términos más frecuentes cuando nombra a María son «Madre» (13 veces), pero referido siempre a la Madre de Jesús, y «Señora nuestra» (27 veces), referido siempre a las relaciones de María con el ejercitante. Explica luego cómo María viene presentada siempre en los Ejercicios no como algo «a se», sino como alguien estrechamente ligada a la historia evangélica, colaboradora íntima de Jesús y de su obra, inmediatamente referida a El. Por otra parte, cuando desde el primer día, se establece una relación personal entre María y el ejercitante, se hace como «mediadora» constante con Jesús y con el Padre, para aplicar la historia de salvación a cada uno en particular (EE, 63); o, a partir de la segunda semana, para asimilar «la vida verdadera» (EE, nn. 139, 147) a través de la contemplación de los misterios de la vida, pasión y resurrección de Jesús. En el segundo estudio 5 insiste el P . Kolvenbach en las características del acompañamiento de nuestra Señora al ejercitante a través del camino de los Ejercicios en sus cuatro semanas. En \aprime3

MONUMENTA HISTÓRICA SOCIETATIS IESU, Exercicia Spiritualia, vol. 100, Roma

(1969), introducción de C. Dalmases, pp. 62-64. 4 Peter HANS KOLVENBACH, Nuestra Señora en los ejercicios espirituales de San Ignacio, cfr. CIS (revista «Centrum Ignatianum Spiritualitatis»), Roma, n. 48 (1985), pp. 11-24. 5 Peter HANS KOLVENBACH, La misión de María en los ejercicios espirituales, «Manresa», octubre-diciembre de 1986, pp. 291-298.

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/(/. enseñará al pecador a conocer su pecado por la contraposición con el ideal de humanismo cristiano, que Ella representa y de la fecundidad de la obra que el Espíritu Santo ha logrado en Ella por su continua docilidad; en la segunda semana, aparecerá María como la fiel e infatigable colaboradora de su Hijo, como su primera discípula en el tiempo y la calidad de su respuesta; en la tercera, como ejemplo de fidelidad en «el infierno del abandono», que ella misma participa, durante la agonía de su Hijo, en el cumplimiento de la «ley pascual», que conduce a la vida a través de la muerte; finalmente, en la cuarta semana, María será el testigo de la consolación de Jesús y también testigo de la «paciencia evangélica», con que no obstante su triunfo, se aviene a caminar en este mundo con la Iglesia, al paso lento de Dios. 1.3.

María y las Constituciones de la Compañía de Jesús

Un primer balance sobre la presencia de María en las Constituciones de la Compañía de Jesús, la obra monumental de Ignacio, puede parecer desalentador 6 . Apenas encontramos seis pasajes, en los cuales se menciona, directa o indirectamente, a María y esto en adjuntos, que podrían parecer vanales: tres veces para recomendar el rezo diario del rosario, la corona o el oficio de nuestra Señora y otras tres en la fórmula de los votos que han de emitir los jesuítas. Sin embargo, estas breves citas resultan, desde otro punto de vista, muy significativas. A nuestros jóvenes estudiantes, a quienes San Ignacio, por razón de los estudios, reduce sus ejercicios espirituales diarios a una hora, exige que, en este tiempo, según libre elección, practiquen una de las formas tradicionales de la devoción mariana, el rosario o el Oficio Parvo de Nuestra Señora {{Const. 342). El Oficio de nuestra Señora puede ser sustituido, sobre todo por los Hermanos Coadjutores, que no sabían latín, por el rosario o la corona {Const. 344). Y se añade, expresamente, que se les instruya acerca del modo de rezar el rosario «porque con mayor atención y devoción se puedan ejercitar en él». Y añade: «Y cuando hallasen los que saben leer más provecho en él [rosario], que en las Horas, ya está dicho que podrán conmutar en lo que más les ayudará» {Const. 345). Respecto a la fórmula de los votos, se la cita siempre con el título de «Virgen Madre» {Const. 527, 535) o de «Santísima Virgen María»

{Const. 540). Con esta diferencia, que la primera advocación se dice en la fórmula de los últimos votos, que es la única auténticamente ignaciana. Esta fórmula usada ya por San Ignacio y sus compañeros en 1540, cuando hicieron su profesión solemne en la Basílica de San Pablo extramuros, el 22 de abril de 1540, invoca expresamente a «su Madre Virgen», porque, aunque parezca extraño, la profesión viene hecha directamente a Jesucristo. Sin embargo, la fórmula de los primeros votos, después del bienio del noviciado, no es una fórmula compuesta por San Ignacio. Parece que el P. Juan de Polanco, que le ayudó tan estrechamente a redactar las Constituciones, introdujo una de las fórmulas compuestas espontáneamente por uno de los novicios del tiempo de San Ignacio y que mereció su aprobación. Esta fórmula está dirigida directamente, no a Jesucristo, sino al eterno Padre, como era uso común, y por eso se invoca la presencia de la Virgen como testigo con las palabras: «Y delante de la Santísima Virgen María» {Const. 540). Es conveniente notar que es ésta la única vez en que se menciona en las Constituciones el nombre de María. Más importante es advertir, a propósito de María y las Constituciones, la especial intervención que Ella tuvo, durante el largo período de su redacción (1540-1556), es decir, desde la fundación de la Compañía hasta la muerte de Ignacio. El mismo lo certificó, cuando dictaba su autobiografía: «Cuando decía misa tenía muchas visiones y cuando hacía las Constituiciones... Y así, testifica González de Cámara, su confidente, me mostró un fajo muy grande de los cuales me leyó parte. Los más eran visiones que él veía en confirmación de alguna de las Constituciones, y viendo unas veces a Dios Padre... otras a la Virgen, que intercedía, otras que confirmaba» {Aut. 100). Aunque la mayor parte de estos escritos fueron destruidos por el mismo Ignacio antes de su muerte, conservamos, como hemos dicho antes, el Diario correspondiente a poco más de un año (1544-1545), donde puede apreciarse con claridad la intervención prolongada de nuestra Señora para resolver en algunos puntos concretos la pobreza de las Casas de la Compañía 7 . 7

Sobre las Constituciones de la Compañía, cfr. Obras Completas, op. cit., páginas 441-628.

En el «Diario espiritual», a propósito de la Virgen, escribe San Ignacio frases como éstas: «con crecida fiducia en nuestra Señora» (2 febrero 1544); dice 16 misas en honor de la Virgen. La siente como especial mediadora ante el Padre y el Hijo: «un sentir y representárseme a Nuestra Señora, pareciendo que echaba en vergüenza a Nuestra Señora en rogar por mi tantas veces, con mi tanto faltar, a tanto que se me escondía» (15 febrero); «al consagrar suyo [de la hostia] no podía que a ella no sintiese o viese, como quien es parte o puerta de tanta gracia que en espíritu sentía...», «al consagrar, mostrando ser su carne en la carne de su Hijo, con tantas inteligencias, que escribir no se podría» (15 de febrero), Obras Completas, op. cit., pp. 341; 348-349.

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6

1.4.

María en la legislación actual de la Compañía

Las Constituciones de la Compañía, escritas por San Ignacio, se han conservado inalteradas hasta nuestros días. Pero naturalmente la legislación de la Compañía se ha ido completando con las disposiciones de las Congregaciones Generales, las ordenaciones de los Generales y el Código de Derecho Canónico. Para poder tener a mano de un modo orgánico la legislación vigente, se ha publicado otro libro: Epitome Instituí i Societatis Iesu, additis praecipuis ex iure communi regularium8. En este libro se habla más explícitamente de la Virgen, aunque con sobriedad. «La devoción a la Bienaventurada Virgen María, que nuestra Compañía ha cultivado siempre como a su amantísima Madre y a cuyo Purísimo Corazón se entregó y consagró por completo, todos los Nuestros la tengan por recomendadísima; al emprender todos los trabajos y oficios propios de su vocación, pongan su confianza en la protección de su divina ayuda, cuyo culto y honra traten de propagar por todas partes» (Ep. 673). De modo especial se recomienda a los jesuítas la devoción al Corazón de María, al cual se consagró la Compañía, por disposición de la Congregación General XXIII (1883): «El culto del Inmaculado Corazón de B. V. María todos los hijos de la Compañía lo promuevan en sí mismos y en los demás; la consagración a este Inmaculado Corazón, hecho en otro tiempo por la Congregación General XXIII y repetido por la Congregación General XXIX (1946), después de la terrible Guerra, se renueve cada año en todas las casas, el día del mismo Corazón Inmaculado con peculiar solemnidad» (Ep. 851). Se recomienda también el rezo diario del rosario (Ep. 189), siguiendo la norma del antiguo Código de Derecho Canónico (c. 125, n. 2), confirmada por el nuevo (c. 663, n. 4). También las últimas Congregaciones Generales, cuyas disposiciones no han sido todavía incorporadas a una nueva edición del Epítome, han insistido en la devoción a la Santísima Virgen. La Congregación General XXXI (1964-1965) recomienda la devos La Congregación General XVI (1915) determinó que se redactara el Epítome, el cual fue aprobado por la Congregación General XXVII (1923). Este libro contiene las disposiciones de la Santa Sede, generales y específicas relativas a la Compañía; los textos vigentes de las Constituciones; los decretos de las Congregaciones Generales vigentes, hasta la Congregación General XXX (1956) inclusive, y las ordenaciones vigentes de los PP. Generales hasta el P. Juan Janssens (1946-1964). La quinta y última edición es de 1960.

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ción a la Virgen a los novicios (dec. 8, n. 3) y, en general, a todos los jesuítas como medio especialmente importante para conservar la castidad (dec. 16,7 e) y la difusión del culto a la Virgen con el espíritu del Concilio Vaticano II (dec. 27, n. 2). La Congregación General XXXII (1975-1976) reconoce que la gracia de la vocación a la Compañía se debe a una particular intervención de María (dec. 2, n. 1) y recomienda la práctica de esta devoción, según «la diversidad de lugares aplicada provechosamente» (dec. 11, n. 43). Finalmente, la última Congregación General XXXIII (1983), además de confirmar la legislación de las dos Congregaciones precedentes, ha querido terminar su decreto fundamental con unas palabras de San Ignacio, de profundo sabor mariano: «Para el debido cumplimiento de esta misión, confiadamente invocamos el patrocinio de la Reina y Madre de nuestra Compañía, suplicándole con nuestro Padre San Ignacio que «entre nosotros pecadores y su Hijo y Señor nos interceda y nos alcance la gracia con nuestra labor y trabajo [de que] nuestros espíritus flacos y tristes nos los convierta en fuertes y gozosos en su alabanza» (dec. 1, n. 50)9. Hasta la época del posconcilio Vaticano II se han conservado todavía vigentes en la Compañía ciertas prácticas de devoción mariana, como, por ejemplo, el rezo de las letanías lauretanas y del Ave maris stella, cada día en comunidad; el Ángelus a toque de campana, tres veces al día; ciertas fiestas especiales de la Virgen, como la fiesta titular de la Compañía (1 de enero), la fiesta de la Reina y Madre de la Compañía de Jesús (22 de abril), de Santa María de la Estrada (24 de mayo); del Corazón de María, cuando aún no se había extendido a toda la Iglesia (19 de agosto) y de nuestra Señora de Loreto (10 de diciembre); los últimos votos de la Compañía se hacían siempre el día de la Purificación (2 de febrero) o de la Asunción (15 de agosto); desde los tiempos de San Francisco de Borja se escogía siempre una fiesta de la Virgen para la elección del nuevo General de la Compañía; se celebraba en comunidad la novena de la Inmaculada y se renovaba la consagración del Corazón de María el día de su fiesta y al Corazón de Jesús el día de la Visitación de Nuestra Señora (2 de julio), porque se cree, piadosamente, que, en ese día, la Virgen reveló a Santa Margarita María de Alacoque, que la Compañía recibía de María el encargo de difundir la devoción al Corazón de Jesús (1888). 9 La cita de San Ignacio corresponde a la carta del santo a su bienhechora de Barcelona, Inés Pascual, firmada en París, el día de San Nicolás de 1525. Cfr. Obras Completas, op. cit., p. 647.

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2.

Más de cuatro siglos de historia

En esta segunda parte queremos abarcar, a grandes rasgos, la devoción que la Compañía ha demostrado a la Virgen a través de sus cuatro siglos y medio de historia (1540-1987), especialmente en su apostolado. Reduciremos sus principales acontecimientos en los siguientes capítulos. 2.1.

Los santos de la Compía de Jesús y María

Es superfluo recordar que todos ellos fueron devotos de la Virgen: si no ¿cómo hubieran llegado a la santidad heroica? Por eso, nos limitaremos a citar algunos de los 34 santos y 172 beatos jesuítas, que se han señalado por su devoción a la Virgen. Ya hemos hablado de San Ignacio. San Francisco Javier (1506-1552) siempre emprendía sus viajes apostólicos bajo la protección de María. Visitaba con devoción las Ermitas de Nuestra Señora, que coronaban las colinas de Goa; erigió capillas para la Virgen en Macao y varias ciudades del Japón; llevaba solemnemente en sus embajadas en este último país, una imagen de María; la invocaba en alta voz, durante sus largas vigilias nocturnas, como pudieron sorprender algunos testigos, cuando decía: «Señora, valedme» y «¿No me habéis de valer?». San Francisco de Borja (1510-1572), tercer General de la Compañía, menciona frecuentemente a la Virgen en su Diario espiritual, que aún conservamos, exigía como signo de perseverancia a los novicios, que entraban en la Compañía, una especial devoción a nuestra Señora; obtuvo de San Pío V el privilegio, jamás concedido, de copiar el cuadro de «la Virgen de San Lucas», que se venera en la Basílica romana de Santa María la Mayor e hizo distribuir algunas de ellas a nuestros noviciados y a nuestros misioneros. Abrazado a una de ellas moriría en la isla de La Palma (Canarias) el beato Ignacio de Azevedo (1570) y sus cuarenta compañeros, mártires de los hugonotes, cuando se dirigían al Brasil. San Alonso Rodríguez (1531-1616), el humilde portero del Colegio de Montesión (Palma de Mallorca) tenía los dedos encallecidos de pasar, constantemente, las cuentas de su rosario. En sus escritos espirituales, especialmente en su autobiografía y en sus cuentas de conciencia, expresa candorosamente sus sentimientos: «Y vino a crecer tanto este amor de esta persona (dice hablando de sí mismo) a nuestra Señora, que un día hablando con ella le dijo estas palabras: que más le 258

amaba él a ella, que no ella a él. Y nuestra Señora le respondió: Eso no, que más te amo yo a ti». Y en otro lugar, ya a sus ochenta años, escribía: «Y en esta familiaridad con Dios y con la Virgen, se ha esta persona como se ha un niño de teta con su madre, que ni se sabe elevar, ni puede porque es niño». San Estanislao de Kostka (1550-1568), como luego San Luis Gonzaga (1568-1591) y el beato Diego Luis Sanvitores (1627-1672) deberán su vocación a una especial intervención de María. Estanislao repetía con devoción: «La madre de Dios es mi madre». Y contestaba con sencillez: «¿No la he de amar, si es mi madre?». San Juan Berchmans (1599-1621) se consagró desde muy niño a la Virgen, como también lo había hecho San Luis Gonzaga. El año de su muerte, a sus veintiún años, escribió: «Yo... hijo indigno de la Compañía de Jesús, protesto delante de Vos y de vuestro Hijo... que siempre y perpetuamente defenderé vuestra Inmaculada Concepción. En fe de ello lo firmo con mi propia sangre...». Queremos mencionar, omitiendo a tantos otros, a los últimos jesuítas que han sido elevados al honor de los altares por Juan Pablo II. Además del beato Sanvitores, de quien hemos hecho mención, hay que citar al beato José Anchieta (1534-1597), apóstol del Brasil. También él se consagró a la Virgen desde muy joven. La tuvo por especia] abogada para conservar su castidad, mientras pasaba por circunstancias azarosas, solo, muy joven todavía, antes de su ordenación sacerdotal. Es en este ambiente donde compone su monumental poema «De beata Virgine Dei Matre Maria», con 5.785 dísticos latinos, que ha sido traducido al español este mismo año mañano (1987), por las diócesis de Tenerife, donde nació. Por otra parte, nuestros tres contemporáneos, el beato José María Rubio (1864-1929), propagó en Madrid la devoción a nuestra Señora del Calvario, como modelo de reparación a Jesucristo en sus sagrarios abandonados; el beato Francisco Gárate (1857-1929), émulo de San Alonso Rodríguez, en la portería de la Universidad de Deusto (Bilbao) en su constante devoción al rosario; y el beato Rupert Mayer (18761945), apóstol de Munich, que propagó la devoción a la Santísima Virgen por medio de una Congregación Mariana de hombres de aquella ciudad, que hizo pasar de 2.500 a 8.000 miembros, entregados por amor a la Virgen a toda clase de obras apostólicas, caritativas y sociales.

259

2.2.

Los escritores de la Compañía y María

La exhaustiva bibliografía mariana de la Compañía de Jesús, publicada en 1885 por el P. Carlos Sommervogel, menciona 2.207 títulos de obras de jesuítas publicadas en los tres primeros siglos de la orden. La clasificación que establece el autor es la siguiente: Vida de la Virgen (93 títulos); Grandezas y privilegios de la Virgen (206); liturgia (111); misterios y fiestas (654); devoción a la Virgen (397); Congregaciones y Cofrafias (226); Santuarios y peregrinaciones (451); arte y música (81)'°. Una producción tan amplia, aunque limitada hasta hace un siglo, es de valor desigual. Solamente señalaremos algunas obras más importantes de cada época. En el siglo xvi aparecen dos grandes teólogos marianos: Pedro Canisio y Francisco Suárez. Canisio (1521-1597), publicó, en 1560-?, sus «Annotationes in Evangelia Festorum B.V.M.». Su libro más famoso, en relación con María es «De Virgine María Deipara incomparabili» (Ingolstad, 1577), obra de gran erudición, escrita en el ambiente de la controversia protestante, que ejerció un considerable influjo en su tiempo. Francisco Suárez (1548-1617) explicó ampliamente en 1885, en el Colegio Romano, los artículos de la Summa de Santo Tomás, relativos a la Virgen (III, qq. 27-35). Su extenso comentario fue incluido luego en su obra monumental «De mysteriis vitae Christi». Apartándose del orden cronológico de los acontecimientos, explica la virginidad perpetua; la santificación de María en sus diferentes fases; la ciencia y las gracias gratuitas, que recibió; su asunción gloriosa a los cielos. Es considerado, con razón, como «padre de la mariología moderna, científica y escolástica» (de Aldama). También en el siglo xvi tuvo una gran resonancia la obra del P. Francisco Arias (1533-1603), «La imitación de la Santísima Virgen» (1588), traducida muy pronto al francés, al latín, al italiano, al polaco y, en el siglo pasado, al inglés. También tuvo resonancia su «Rosario devotísimo de los cincuenta misterios» (1580), inspirado en la tradición del cartujo Domingo de Prusia (1384-1460), y traducido después a otras lenguas. En el siglo xvn debemos mencionar a los escrituristas, que, sobre todo en comentarios a los libros sapienciales, mencionan de un modo particular a María, Cornelio A. Lapide (muerto en 1637), y Diego de 10

SOMMERVOGEL, Carlos SJ, Bibliotheca mariana de la Compagnie de Jésns, París,

1885.

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Celada (muerto en 1651). A Teófilo Raynaud (muerto en 1663), con su obra «Dyptica mariana» (1643) y «Nomenclátor marianus» (1609). Con motivo de la controversia suscitada por Adán Windelfeld, laico alemán, convertido, que, en su afán ecuménico, publicó «Mónita salutaria B.V.M. ad cultores suos indiscretos» (1673), dos jesuítas salieron especialmente a la palestra exagerando, probablemente, la malicia de este libro: Maximiliano Reichenberger (1613-1676) con su obra «Mariani cultus vindiciae» (1677), y otra obra del P. Jean Crasset (1618-1692): «La véritable dévotion envers la Sainte Vierge» (París, 1679), «uno de los mejores libros publicados por los jesuítas sobre la devoción a la Virgen» (de Guibert), sobre todo teniendo en cuenta su equilibrio y realismo, en medio de un ambiente de violenta controvesia En el siglo xvn, entre otros muchos escritores, citaremos solamente a dos, que intervinieron en una nueva polémica suscitada por el investigador Luis Antonio Muratori, que bajo el seudónimo de Lamindo Pritinius, publicó la obra «Dalla regulata devozione dei cristiani» (Venezia, 1747). Dos jesuítas salieron a defender la devoción mariana, Benito Plaza publicó «Christianorum in sanctos et sanctarum Reginam... propensa devotio» (Palermo, 1751) y Salvador Manrici: «La devozione dei christiani diffessa dalla critica di Lamindo Pritanio» (Lucca, 1753). El siglo xix, con el restablecimiento de la Compañía (1814) es más fecundo. La preparación de la definición dogmática de la Inmaculada ofrecerá la ocasión a dos eminentes teólogos a esclarecer los últimos puntos: Juan Perrone (muerto en 1876): «De inmaculata B.V. Mariae an dogmático decreto definiré possit, disputatio theologica» (Roma, 1847) inmediatamente traducida a muchas lenguas. El P. Carlos Passaglia (muerto en 1887) escribirá su obra monumental: «De inmaculata conceptione Deiparae Virginis commentarius» 3 vols. (1844-1845). También contribuyó el P. Geminiano Mislei (muerto en 1867), con su obra: «La Madre di Dio descritta dai SS. Padri et Dottori» (Roma, 1862). Y otros muchos jesuítas publicaron diferentes libros, como el P. Juan Nicolás Grou (muerto en 1803), cuya obra «L'Interieur de Jesús et Marie» no se editó ahsta 1815, y Pedro Jeanjacquet (muerto en 1891) que escribió otra obra interesante: «Simples explications sur la coopération de la T.S. Vierge á l'oeuvre de la Rédemption» (París, 1868). El siglo XX ha sido mucho más prolífico desde el punto de vista mariano. Ha contribuido a ello la conmemoración de la Proclamación dogmática de la Inmaculada (1904), la proclamación del dogma de la Asunción (1950) y el Concilio Vaticano II (1963-1965). No poco estimuló la investigación de temas marianos la institución de los Congresos Internacionales, de Sociedades y revistas marianas, en las cuales 261

han participado activamente los jesuitas. Ya en este siglo podemos rilar a mariólogos como Juan B. Terrien (1904), José Bover (muerto en 1954), José Antonio de Aldama (muerto en 1980), Karl Rahner (muerto en 1984), Hubert de Manoir (muerto en 1973), Nazario Pérez (muerto en 1952), Juan Vicente Bainvel (muerto en 1937), por no citar los contemporáneos, como Jean Galot, Cándido Pozo, Alejandro Martínez Sierra y otros más. 2.3. La pastoral de la Compañía y la devoción a la Virgen Más importante que el influjo de los escritores, ha sido, quizás, la contribución de los operarios de la Compañía en la difusión de la verdadera devoción a Nuestra Señora. Debemos citar, ante todo, la práctica de los Ejercicios Espirituales, como instrumento para formentar esta devoción. Ya hemos indicado antes la estrecha relación que existe entre la práctica auténtica de los Ejercicios y la vivencia profunda de María en la historia de salvación y en la propia experiencia. Baste recordar la difusión de los Ejercicios en todo el mundo, ya sea en su forma de retiro en comunidades religiosas, o en Casas especializadas; ya sea en formas más populares como ejercicios popularizados o en las misiones populares. Las misiones populares fueron, desde el comienzo de la Compañía, un ministerio muy característico de los jesuitas. Nuestros grandes misioneros como S. Francisco de Regís (1597-1641), San Francisco de Jerónimo (1642-1716) el beato Antonio de Baldenucci (1163-1717) y el beato Julián Maunoir (1606-1683), por citar solamente algunos de los que son venerados con el honor de los altares, llevaban consigo imágenes de la Virgen que luego se hicieron célebres, por los insignes favores quie se le atribuían, especialmente en la conversión de los más obstinados pecadores. Lo mismo habría que decir de nuestros misioneros en tierras de infieles, que siguiendo el ejemplo, ya citado de Javier, propagaron, juntamente con la fe, la devoción a la Madre de Jesús en el Japón, la India, Canadá, Latinoamérica y Filipinas, donde esta devoción ha echado tan hondas raíces populares. También a través del ministerio de la catcquesis los jesuitas han contribuido a difundir el conocimiento teológico de María. No en vano los sacerdotes jesuitas se obligan con voto a enseñar el Catecismo (Const. 535). Los catecismos de algunos jesuitas se han hecho merecidamente famosos, sobre todo en Europa con hombres como Pedro Canisio (muerto en 1597), Roberto Bellarmino (muerto en 1621), Gaspar 262

Astete (muerto en 1601) y Jerónimo Ripalda (muerto en 1618), sin contar a otros muchos que los tradujeron a las lenguas nativas de las nuevas misiones. Estos breves y sólidos textos de la doctrina y las explicacions que sistemáticametne los acompañan, ¿qué duda cabe de que contribuyeron a fundamentar la verdadera devoción a María? Los jesuitas no solían difundir nuevas formas de piedad mariana, sino más bien las tradicionales. En primer lugar, el rosario: Sommervogel cita en los tres primeros siglos hasta 1.388 obras escritas por los jesuitas de los tres primeros siglos sobre esta devoción; pero debemos citar también el Oficio Parvo y el Oficio de la Inmaculada, atribuido equivocadamente, en cierto tiempo, a S. Alonso Rodríguez; la consagración personal y familiar a la Virgen; la solemnización del sábado; la práctica de obras de caridad y de apostolado en su honor; la costumbre de recitar en público los sábados un ejemplo acerca de la protección de María, por un laico o, preferentemente, por un niño. Quizá la única práctica especial de devoción a la Virgen que inventaron los jesuitas fue la devoción del mes de mayo, consagrado a María, promovida especialmente en Parma (1726) por el P. Anibal Dionisi, en Dilinga, por los congregantes marianos (1724) y en Palermo (1727). Los títulos de Nuestra Señora más frecuentemente invocados por los jesuitas es imposible reducirlos a cierta unidad, puesto que no hay ninguno propio y exclusivo. En la antigua Compañía (1540-1772) nos fueron familiares Nuestra Señora de la Estrada, de Loreto, la Anunciata, Montserrat, por su especial vinculación a Ignacio. En la moderna Compañía (1814) ha sido muy frecuente el Corazón de María y también, aunque menos, la Medianera de todas las Gracias. La devoción al Corazón de María se fomenta, sobre todo a partir de una carta del General de la Compañía, P. Juan Roothaan (1848), en la que comunicaba cómo la Compañía había hecho un voto de difundir esta devoción, por la especial protección de la Virgen sobre los 300 jesuitas, que residían en Roma, durante la peste de 1837, en la que a pesar de haberse empleado heroicamente en el cuidado de los enfermos, todos resultaron inmunes. Luego la Congregación General XXIII (1883) decretó la especial consagración de la Compañía al materno Corazón de María (5 de diciembre de 1884). No son muchos los Templos y las obras de la Compañía dedicados especialmente a Nuestra Señora, aunque tampoco escasean, a excepción de las Congregaciones Marianas de las que hablaremos enseguida. En cambio, son relativamente numerosos los pueblos y ciudades fundados por los jesuitas en las dos Américas y Filipinas con nombres de Nuestra Señora: Concepción, Natividad, Asunción, Loreto, etc.

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2.4. /es jesuitas y la Inmaculada Llama la atención que Sommervogel haya llegado a contar 343 obras de jesuítas sobre este misterio hasta 1885". Y la lista no es exhaustiva, porque pocos años más tarde, otro bibliófilo, el P. Eugenio Uriarte, mencionó 452, sólo de los jesuítas españoles. La Compañía ha defendido siempre este misterio. El mismo S. Ignacio veneraba en Manresa una imagen de la «Virgen sin pecado» e hizo, probablemente, en París el voto de defender este misterio con otros estudiantes de la Universidad. Aunque no permitió que se defendiera, en el primer acto público del Colegio Romano, en 1553, por el Maestro Martín de Clave una tesis que defendía este misterio, diciendo: «¿Quién nos mete a nosotros a pelear con los frailes de Santo Domingo?»12. Todos los teólogos de la Compañía defendieron siempre desde un principio la Inmaculada Concepción: Laínez, Salmerón, Suárez, Canisio, Bellarmino... La Congregación General V (1594) adoptó para todas nuestras escuelas esta doctrina, como más segura. Los jesuítas de todos los países contribuyeron a difundir esta doctrina en las Universidades y entre los estudiantes. Se distinguieron, especialmente, los jesuítas españoles, donde esta doctrina era sentida por el pueblo de un modo más entusiasta. Ya hemos indicado cuánto contribuyeron las obras de los teólogos Juan Perrone (muerto en 1876) y Carlos Passaglia (muerto en 1887) en la preparación próxima de la definición dogmática de Pío IX (1854). Es curioso recordar que de los siete teólogos consultores a quienes pidió consejo el Papa y que dieron definitivamente su voto afirmativo, tres eran jesuítas. 2.5.

Las Congregaciones Marianas y la Compañía de Jesús

La «obra mariana» por excelencia de la Compañía de Jesús para fomentar la devoción a la Virgen han sido, sin duda, las Congregaciones Marianas13. 11 DE URIARTE, Eugenio SJ, Biblioteca de jesuítas españoles que escribieron sobre la Inmaculada Concepción... antes de la definición dogmática de este misterio, Madrid, 1904. 12 Monumento Ignatiana, Scripta, vol. I, 434. 13 VILLARET, Emile, Les congregations mariales, I, «Des origines á la suppresion de la Compagnie de Jésus», París, 1950.

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Siguiendo una tradición, que arranca del mismo Ignacio, de reunir grupos de laicos para fomentar la vida cristiana y la acción apostólica (recuérdese la «Congregación de los Doce Apóstoles» fundada por San Ignacio en Roma, 1547; o por otros jesuítas en Parma, «la Compañía de Nuestra Señora», 1560), el joven jesuita flamenco, Juan de Leunis (1535-1589), apenas ordenado sacerdote, mientras enseñaba en el Colegio Romano, fundó con sus alumnos la primera Congregación durante el curso (1562-1563). Se proponía formar un grupo de jóvenes, que fuesen en medio de sus compañeros de clase un fermento, por medio de una especial devoción a la Virgen y una adecuada acción apostólica, que debía nacer de aquélla. Un compañero suyo, el insigne pedagogo Juan de Bonifacio (muerto en 1606), decía que se trataba de «una inspiración verdaderamente divina, que sólo pudo ocurrirsele a un gran devoto de María». La Congregación Mariana se extendió muy pronto por toda Europa y por todo el mundo. El mismo Leunis fue trasladado a diversos Colegios de Francia, donde pudo implantarla. Otros jesuítas imitaron con celo esta feliz experiencia, sobre todo Francisco Costero (15321619), en el mundo germánico. No tardó tampoco en dilatarse por otros países fuera de Europa, como Canadá, Latinoamérica, y Países de Oriente, como la India, Japón y China, y aún en algunos países africanos. No se trata sólo de un movimiento espontáneo de la base. Los Superiores de la Compañía estuvieron atentos a la importancia pedagógica de esta iniciativa y canalizaron desde el primer momento esta experiencia incorporándola al sistema pedagógico de la Compañía14. No se limitaron las Congregaciones a nuestros Colegios, sino que pronto comenzaron a surgir otras para hombres de diversos estamentos sociales: sacerdotes, nobles, artesasnos, etc. Las mujeres sólo fueron admitidas dos siglos más tarde, por expresa permisión de Benedicto XIV en 1751, y sólo se llevó a efecto, después del restablecimiento de la Compañía en 1824, aunque desde entonces tomaron gran auge. El P. Claudio Acquaviva (1543-1615) promulgó unas Reglas Comunes (1574) revisadas por el P. Francisco Javier Becckc (1885). El P. Francisco Werns, como General de la Compañía, promulgó otras nuevas en 1910. Finalmente, durante el Generalato del P. Pedro Arrupe, la Santa Sede, por medio del Cardenal Secretario de Estado, A. G. Cicognani, promulgó, en 1968, los nuevos Estatutos, que están actualmente vigentes. Los Papas se interesaron repetidas veces por las Congregaciones. 14

RATIO STUDIORUM SJ, Reglas del Rector, n. 23.

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Así, entre otros, Gregorio XIII publicó la Bula «Omnipotentis Dei» (1584); Sixto V (1586) y, sobre todo, Benedicto XIV con su Bula «Gloriosae Dominae» (1748) y Pío XII con la «Bis secularis» (1948). Las Congregaciones Marianas se han caracterizado, en primer lugar, por su devoción a la Virgen: las Congregaciones han sido fundadas por fomentar la devoción a María y mediante esta devoción conseguir la propia perfección y la de los demás (Regla l)' 5 : «Ad Iesum per Mariam». La consagración a Nuestra Señora es una de sus prácticas fundamentales, consagración que, como afirmaba Benedicto XIV, impondrá la obligación de que todas ellas tengan por titular una advocación o un título de María. En segundo lugar, las Congregaciones Marianas se han caracterizado por la dedicación a grupos homogéneos de cristianos, preferentemente jóvenes y hombres, y sólo tardíamente a diversas categorías de mujeres (1824). En tercer lugar, las Congregaciones se han preocupado intensamente por la formación integral de sus miembros no sólo en el aspecto espiritual, sino en todos los otros aspectos conforme a su profesión, por medio de Academias, etc. La base de esta formación ha estado siempre en la espiritualidad ignaciana, a través de los Ejercicios Espirituales. Finalmente, las Congregaciones Marianas se han distinguido siempre por su acción apostólica en su propio ambiente y por el ejercicio de obras de caridad y de las obras sociales más variadas, según las circunstancias. Así, como se comprueba en la Historia de las Congregaciones, han servido para defender la fe católica en los países fronterizos a la Reforma Protestante o en guerra contra los sarracenos, dentro de Europa; a la evangelización dentro y fuera de los países cristianos, donde han desempeñado muchos laicos el papel de auténticos misioneros; la santificación de los laicos y de los sacerdotes y el fomento de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas. Muchas personas eminentes han recibido su formación en las Congregaciones Marianas. Citaremos solamente a algunos santos, insignes por su devoción a la Virgen, que no han titubeado en manifestar su agradecimiento a la formación recibida en alguna Congregación Mariana, como origen de su especial devoción a María; San Juan Eudes (1601-1680); San Luis María Grignon de Monfort (1673-1713); San Leonardo de Puerto Mauricio, San Alfonso María de Ligorio (16961786) y San Gabriel de la Dolorosa (1838-1862). El 25 de marzo de 1968, el Cardenal Secretario de Estado, A. G. Ci-

cognani, aprobada en nombre de Pablo VI, como hemos dicho, los nuevos Estatutos de las Congregaciones Marianas, con el deseo de servir mejor a la Iglesia y para renovar esta asociación según el espíritu y las normas del II Concilio Ecuménico Vaticano. Algunos han creído ver en estos Estatutos un cambio sustancial de la espiritualidad de las Congregaciones Marianas, puesto que han renunciado a su título tradicional mariano y se llaman ahora, sencillamente, «Comunidades de Vida Cristiana» (CVX). Conviene, sin embargo, advertir más bien que ha querido acomodarse a la doctrina del Concilio, reconociendo el importante papel de María, dentro de la obra de su Hijo y relacionarse con ella, como modelo de colaboración a su obra, siguiendo también en ello el ejemplo de San Ignacio en los Ejercicios. Todo esto viene expresado en el número 8 de los nuevos Estatutos con estas palabras: «Puesto que la espiritualidad de nuestros grupos gravita en Cristo, vemos el oficio de la Virgen María en relación con El: ella es ejemplar de nuestra propia colaboración en su misión. La cooperación de María con su Hijo comenzó en su «fiat», en el misterio de la Anunciación-Encarnación. Esta cooperación, continuada a lo largo de toda su vida, nos inspira que nos entreguemos totalmente a Dios en unión con María, la cual, aceptando los designios de Dios, fue hecha madre nuestra y madre de todos los hombres. Así ratificamos nuestra propia misión de servicio al mundo, recibida en el bautismo y en la confirmación. Veneramos a la Madre de Dios de un modo especial y confiamos en su intercesión para el cumplimiento de nuestra vocación»16.

Conclusión Si quisiéramos resumir la contribución, que la Compañía ha prestado al desarrollo de la devoción de la Virgen en el Pueblo de Dios, podríamos señalar estas tres características. Una devoción asentada en el fundamento verdadero de la historia (EE, 2), es decir, en un conocimiento sólido histórico, bíblico y teológico del misterio de María, en la doctrina de la Iglesia. Aunque no han faltado, según las épocas, casos aislados de ingenua credulidad, la inmensa mayoría, siguiendo en esto las normas de

REGLAS COMUNES DE LAS CONGREGACIONES MARIANAS, RL, promulgadas por el P. F. X. Wernz (1910) y publicadas en Barcelona (1911), Regla 1.a.

16 Estatutos de las Comunidades de Vida Cristiana (CVX), aprobadas por el Consejo General (21 de octubre de 1967) y confirmadas por la Santa Sede (25 de marzo de 1968), art. 8.

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las Constituciones y de la tradición de la Orden, se han mantenido dentro de una doctrina mariana correcta y sin exageraciones. La piedad mariana de los jesuítas, dice el experto P. de Guibert, «no consistirá en grandes elevaciones especulativas, ni en refinamiento de prácticas complicadas; sino que se mantendrá dentro de la gran corriente de las doctrinas y prácticas tradicionales, al alcance de los fieles piadosos y en contacto permanente con las almas». La espiritualidad mariana de los jesuítas se caracteriza, en segundo lugar, por su carácter cristocéntrico: María aparece íntimamente ligada a Jesús, en estrecha relación con él. María, siguiendo la tradición de Ignacio, aparece como la mediadora, ascendente y descendente, que presenta ante él nuestras necesidades e interviene maternalmente en nuestro remedio, como en Cana. María es la íntima colaboradora en la vida y en la obra de Jesús y, precisamente por eso, es nuestro modelo de vida. De ahí la insistencia en la consigna «ad Iesum per Marian», que tendrá una de sus expresiones más características en el movimiento de las Congregaciones Marianas. Finalmente, dado el carácter eminentemente apostólico de la Compañía, la devoción a la Virgen se propone a los fieles, como un acicate y un modelo de actividad apostólica, según las condiciones de cada uno. Por eso, la insistencia en honrar a María con el ejercicio de una vida cristiana, en la que deben estar presente, como elementos esenciales, los servicios de caridad y de apostolado. De ahí que surjan en torno a la devoción mariana de los jesuítas, obras sociales y de caridad. Y hoy, que estamos felizmente, más sensibilizados a los problemas específicos de la justicia, diríamos que la devoción a la Virgen tiene que inspirarnos una caridad, que mueva al ejercicio de la justicia y que lleve más allá de la justicia, con el ejercicio de la misericordia.

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LOS MARIANISTAS Y SU PIEDAD FILIAL APOSTÓLICA HACIA MARÍA José R. García-Murga Vázquez, Marianista

Los marianistas tenemos buenas razones para pensar que nuestro Fundador, Guillermo José Chaminade, maduró sus proyectos en España, a los pies de la Virgen del Pilar. En Zaragoza pasó tres años de exilio, de 1797 a 1800, durante la Revolución Francesa. Al volver a Burdeos, la ciudad donde desarrolló su apostolado, se dedicó a reorganizar y dirigir, dándole formas nuevas, una Congregación mariana de seglares. A través de ella se proponía, superando toda mirada individualista, la renovación cristiana de la sociedad: su espiritualidad fue profundamente apostólica. En la Congregación hubo estudiantes, artesanos y comerciantes; personas jóvenes y de edad madura, reunidos todos en una misma organización con una articulación variada, para hacer bueno el lema de «unión sin confusión». La Congregación actuó no solamente hacia sus propios miembros, sino también hacia fuera. La devoción a María reviste para el P. Chaminade un matiz nuevo: la consagración apostólica. En el seno de la Congregación surgió el «Estado»: grupo de congregantes que, mediante una dedicación más plena, colaboran con Guillermo José en la animación del conjunto. Siguen siendo congregantes con las mismas características que sus compañeros, pero sellan con votos su compromiso de ser levadura de la Congregación. El «Estado» desapareció y dejó paso a dos institutos religiosos, las Hijas de María Inmaculada (fundadas en 1816), y la Compañía de María, los marianistas, que nacimos en 1817. Nuestro origen histórico nos vincula a María; surgimos de una institución a Ella consagrada para actuar apostólicamente en su nombre. Y una de nuestras primeras finalidades, que ahora tratamos de recuperar, fue la de servir a 271

aquellos seglares dedicados a María. En el pensamiento del Fundador, los murianistas debíamos ser el «hombre que no muere», al servicio de la animación de centros de apostolado seglar. Existe una cierta tradición marianista sobre una revelación recibida en Zaragoza por el Fundador. Cuando en 1817, el primero de sus discípulos, Juan B. Lalanne, se puso a su disposición, Guillermo José declaró llegado el momento de ejecutar el «designio que acaricio desde hace veinte años que [Dios] me lo inspiró», es decir, en la época en que se encontraba en Zaragoza; y en 1829, según testimonio muy fiable de otro marianista (Carlos Rothéa), el Fundador declaró «Hijos míos, os vi tal como estáis aquí, y en un abrir y cerrar de ojos, hace ya mucho tiempo», aludiendo, según parece, a una visión sobrenatural. Sea lo que fuere de esta convicción acerca del carácter extraordinario de la inspiración recibida a los pies de la Virgen del Pilar, lo cierto es que Guillermo José quiso un instituto apostólico enteramente consagrado a María: «nosotros abrazamos el estado religioso en su nombre y para su gloria, para hacerla conocer, amar y servir, bien convencidos de que no atraeremos a los hombres a Jesús más que por su Santísima Madre». Mantenemos la mirada puesta en nuestro mundo y en la necesidad de transformarlo: «la gran herejía reinante en nuestros días es la indiferencia religiosa». Esto no nos desalienta: «el poder de María no ha disminuido. Creemos firmemente que Ella vencerá esta herejía como todas las demás» [...] «a Ella toca la gloria de salvar la fe del naufragio de que está amenazada entre nosotros» (EM II, 73-4; 77). Son éstas expresiones extraídas de uno de los documentos más importantes del Fundador; una carta en que de manera expresa él se esfuerza por dibujar los rasgos principales de la identidad marianista en el contexto del mundo que surgía de la revolución francesa (nuestra decantada modernidad).

El marianista que más ha destacado en el estudio y desarrollo de la espiritualidad mariana ha sido el P. Emilio Neubert, autor de muchas publicaciones que van desde la investigación a la vulgarización. Nosotros nos vamos a fijar brevemente en los fundamentos y en la práctica de la piedad filial, para acabar con algunas sugerencias prospectivas.

1. Fundamentos y estructura 1.1.

Cristocentrismo

La devoción a María de los marianistas es esencialmente cristocéntrica por una multitud de motivos. Porque parte de la convicción de que María es, ante todo, la Madre de Jesús. Porque vemos a María estrechamente vinculada por la fe a la obra salvadora de su Hijo. Porque siendo nuestra madre, nos forma a semejanza de Jesús. Porque participando en la misión apostólica de María, nos proponemos con Ella y por Ella suscitar seguidores de Jesús.

1.2.

Madre de Dios y Madre nuestra

La doctrina de Guillermo José Chaminade acerca de la devoción a María se encuentra dispersa en sus innumerables cartas, notas o esquemas de conferencias y retiros, y apuntes de sus oyentes. Especial importancia reviste su librito «Pequeño tratado del conocimiento de María», lo más sistemático que él escribió, y que formó parte del Manual usado hacia 1840-1844 por los congregantes. Todos estos textos se encuentran hoy reunidos en dos volúmenes de «Escritos marianos» (EM). Su devoción marial se encuentra sólidamente fundamentada desde el punto de vista dogmático, y en sus aspectos cristológicos coincide sorprendentemente con la del Vaticano II.

«Cuantos predicadores quieren hablar de María, aunque tomen por base otros textos, vienen a parar en éste: María de la que ha nacido Jesús» (EM II, 790). Son muchísimas las ocasiones en que el P. Chaminade nos invita a volver a este tema de contemplación. La maternidad divina es inconcebible —como toda maternidad verdaderamente humana— sin la compenetración de María con su Hijo. Es el tema patrístico de que Ella concibió antes en su corazón que en su seno. Esa compenetración supuso, de hecho, su cooperación a la obra de Jesús. Ya desde la Encarnación, al hacerse madre de Jesucristo, María se hace madre de los hombres: «En el seno purísimo de María no se encontró más que un grano de trigo; sin embargo, se le llama montón a ese grano escogido, del cual había de decirse que sería Primogénito entre muchos hermanos» (EM II, 662 c). El género humano no sólo encontraba en Cristo una nueva Cabeza, sino que se hallaba recapitulado en ella; al concebir a Jesús, María concebía también a los miembros de Cristo. Pero María no fue nuestra madre de una manera mecánica; sino porque se incorporó vitalmente al plan de salvación, adhiriéndose a él

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medianil.1 su consentimiento consciente. Por eso, el P. Ch. inmediatamente anlcs de las palabras últimamente citadas había dicho: «Al consentir a la Encarnación del Verbo, la bienaventurada Virgen contribuyó de la manera más poderosa y más eficaz a la obra de nuestra Redención, y por el acto mismo de su consentimiento se entregó de tal manera a la obra de nuestra salvación, que se puede decir que llevó a todos los hombres en su seno como una verdadera madre a sus hijos» (EM 662 b). El P. Chaminade citaba, como después lo hará el concilio Vaticano II, a San Agustín: «María es verdadera madre de los miembros (de Cristo)... por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza». Por eso, la Iglesia católica la venera «como a madre amantísima con afecto de piedad filial» (LG 53). En la Anunciación, según piensan los Padres, «María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres» (LG 56). El P. Chaminade, tributario de la teología de su tiempo, postulaba con evidente exageración que «cuando María dio su consentimiento a la Encarnación del Verbo, conoció la obra y la economía de la redención en toda su extensión y la aceptó con amor» (EM II, 482). Pero aun recortando drásticamente estas afirmaciones, hay que admitir con la exégesis actual e independientemente del valor histórico que se atribuya al episodio de la Anunciación, que la narración de Lucas subraya toda ella la actitud consciente de María, y sólo así culmina el relato con la aceptación por parte de nuestra Señora. Sin duda, la Virgen tuvo al menos una primera percepción de quien era Jesús y del papel que Ella tendría en su obra. De esta manera, su fe le permitió adherirse plenamente a esos planes de salvación, aun sin tener todavía la claridad que el curso de los acontecimientos, las palabras de Jesús y la venida del Espíritu Santo le irían dando. Por ello, el P. Chaminade veía en la Encarnación el momento en que María nos engendró espiritualmente. También dedica un amplio desarrollo al tema de la Nueva Eva, hasta considerar el Calvario como el lugar en que culmina la estrecha cooperación de la madre con su Hijo. Piensa Guillermo José que si Jesucristo, «el Hijo más tierno, más amante y más respetuoso» no dio nunca a su madre otro nombre que el de Mujer, incluso sobre el altar del Calvario, «el momento más sublime de su vida, es porque no encontraba otra palabra más augusta, más verdadera, más apropiada a sus funciones respecto de los hombres y de sí mismo». Con este nombre quería Jesús hacernos comprender y

recordar sin cesar que Ella era la nueva Eva, la mujer prometida junto con el Redentor» (EM II, 471). El Vaticano II nos enseña que junto a la cruz María se asoció con entrañas de madre al sacrificio de Jesús y consintió amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado» (LG 58). El P. Chaminade subrayaba también la actividad de la Virgen que «acepta» la cruz de tal manera que es en el Calvario donde mayor relieve alcanza la cooperación con su Hijo (EM 474, 488). No son las palabras «he ahí a tu madre» las que convierten a María en madre nuestra. La insistencia del P. Chaminade se centra siempre en la cooperación de la Virgen con su Hijo, en estrecha unión con El mediante la fe. Por eso, las palabras de Jesús al discípulo por excelencia no hicieron sino manifestar esa maternidad, precisamente el «día en que la Virgen, al pie de la cruz, se mostraba tan tangiblemente nuestra madre sacrificando por nuestra salvación a su Hijo primogénito» (EM II, 488). En el Calvario, María «en cuyo seno estábamos concebidos espiritualmente desde la Encarnación, nos dio a luz a la vida de la fe; pero no fue entonces solamente cuando comenzó a ser madre nuestra» (EM II, 486). Entre la Encarnación y la Cruz, la Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe, dice el Vaticano II, tras recordar el episodio de Cana y aquellos otros en que Jesús «exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente» (LG 58). Guillermo José Chaminade medita en esta asociación constante de María a los diferentes «misterios» de la vida de Jesús: adoración de los Magos, huida a Egipto, circuncisión, presentación al Padre en el templo, vida oculta, primer milagro... Por doquier está María asociada con Jesús. Pero, sobre todo, percibe que esa asociación se realizó gracias a la fe: «hemos nacido espiritualmente de María como consecuencia de su inefable unión con Jesucristo», resume admirablemente el P. Chaminade (EM II, 491). Por la fe María se identificó con Jesús, y así «asociada a todos sus pensamientos y sentimientos» se convirtió en nueva Eva «y se prestó como tal a la divina operación de su Hijo que nos engendró espiritualmente con Ella y por Ella» (ibidem). Resumiendo podemos decir que la gracia de la maternidad divina suponía una compenetración estrecha entre la madre y el Hijo, y, por ello, una fe profundísima por parte de María, único camino para penetrar en el misterio personal de Jesús. Esa misma fe la incorporó a la economía de la salvación en todos

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sus aspectos y de una manera privilegiada. A causa de esta cooperación con Jesús en su trabajo de transmitirnos la vida de la gracia, la llamamos madre nuestra. Pues madre es la mujer que transmite la vida. Pero de la misma manera que su maternidad hacia Jesús no se redujo a una mera función biológica, su relación con nosotros no se limita a aspectos puramente espirituales, ya que en nuestra vida todo se encuentra estrechamente unido. Maria que alimentó, crió y acompañó a Jesús incluso en su muerte, también nos alimenta, fortifica, protege y acompaña a todos en nuestras penas y trabajos (EM II, 821).

confluencia de la siguiente manera: «nos entregamos a Ella. Así, el Espíritu Santo, en cuya acción coopera María con amor de Madre, puede formarnos más plenamente a imagen de su Hijo» (RV 6).

1.4.

Nos entregamos a Ella

Nuestra piedad filial es cristocéntrica también porque los marianistas nos fijamos en que todo el trabajo maternal de María se orienta a formarnos a semejanza de Jesús. En su corazón de madre nunca encontramos otros intereses que los de Jesucristo, su primogénito y hermano mayor nuestro. El amor que María nos tiene se orienta tanto «a nuestra conformidad con su divino Hijo» que todo su deseo consiste en que «los hijos que su caridad engendra después de ese adorable salvador, no formen con él más que un solo hijo» (EM II, 596). En la Compañía de María la perfección consiste «en la conformidad con Nuestro Señor Jesucristo bajo la protección y cuidados maternales de María» (EM II, 673). Como Jesús nació de María, también nosotros «hemos sido todos concebidos por María, debemos nacer de María y ser formados por María a semejanza de Jesucristo a fin de que no vivamos más que de la vida de Jesucristo y que seamos, junto con él, otros Jesús, Hijo de María... Cum Christo unus Christus» (EM II, 678). Al mismo tiempo, el P. Chaminade es consciente de que, como subraya el Nuevo Testamento, la configuración con Cristo es obra del Espíritu Santo: «Jesucristo nos comunica su Espíritu, ...ese Espíritu de Jesucristo nos hace vivir de la misma vida de Jesucristo y nos hace conformes a nuestro divino modelo» (EM II, 673). La actividad del Espíritu Santo y la de María se encuentran estrechamente unidas: «como Jesús ha sido concebido en el seno virginal de María, según la naturaleza, por la operación del Espíritu Santo, igualmente todos los escogidos son concebidos según el Espíritu, por la fe y el bautismo, en las entrañas de la tierna caridad de María» (EM II, 674). Nuestra Regla de Vida, renovada tras el Vaticano II, presenta esta

Para Guillermo José Chaminade, consagrarse a María no es sino cobrar conciencia, de una manera práctica y efectiva, de cuanto hemos dicho. La consagración «es una determinación muy verdadera y muy sincera de reconocer en María las diferentes cualidades con que Dios la ha favorecido respecto de nosotros» y ser consecuente con los deberes que impone (EM I, 117). «Del conocimiento de María derivan para el cristiano fiel consecuencias prácticas del mayor interés. Si... cuanto hemos dicho de la augusta Virgen es verdad, cada uno podrá comprender... la importancia y las ventajas de la consagración a María, la eficacia de su asistencia, la necesidad de su imitación para mejor imitar al divino modelo» (EM II, 524). De este modo, «consagración a María» es una forma de hablar que en manera alguna pretende colocar a la Virgen en el lugar que sólo a Dios corresponde, pues si nos expresamos con rigor absoluto, únicamente a El cabe consagrarse como lo hacemos por el bautismo y lo ratificamos por la profesión religiosa. Consagrarse a María es tomar conciencia de que la acción de Dios en nuestra vida se encuentra mediada por la que jugó un papel al mismo tiempo tan humilde y tan destacado en la historia de la salvación, y que sigue jugándolo siempre. Porque es preciso añadir con el P. Chaminade, que una vez más refleja la conciencia de la Iglesia universal, que María no se contenta con darnos a su Hijo en el pasado; nos lo da siempre, todas las veces que se lo pedimos, «nos lo da en todo momento» (EM II, 494). Nunca se desentiende María de su obligación de madre. Todos los días derrama sobre nosotros la gracia que alimenta nuestra vida, la fortifica y la hace llegar a su plenitud: «de su bondad recibimos todos los auxilios que conducen a la salvación». En cualquier circunstancia «María está ahí, velando con solicitud, haciéndose toda para todos y variando los socorros según la diversidad de las necesidades» (EM II, 495-496). Como enseña el Vaticano II: «Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar... Pues asunta a los cielos... con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su

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1.3.

Configurarnos con Cristo

Mijo, que loclavia peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62). 1.5.

Consagración apostólica

Ya hemos visto que la Compañía de María nace como un cuerpo apostólico a las órdenes de María. En su origen se encuentra la preocupación del P. Chaminade ante la situación del mundo que él caracteriza, sobre todo como de pérdida de fe y extensión de la indiferencia religiosa. Por eso, el apostolado es una consecuencia directa de la consagración a María, o para emplear otra expresión frecuente en el P . Guillermo José, de la alianza con Ella. Con este término, el Fundador se refiere a la vinculación que existe entre dos personas de manera que ambas ponen sus bienes en común. Así habla de la alianza que existe entre María y las personas de la Santísima Trinidad, y que preserva a la Virgen del supremo mal y la enriquece con el sumo bien (EM II, 760, 800, 828...). La alianza que existe entre María y quien a Ella se consagra es particularmente estrecha, dado que se realiza entre madre e hijo. Implica deberes recíprocos. Por parte de María, ofrecimiento de protección. Por parte del consagrado, obligaciones diversas entre las que se subraya el extender el culto de la Señora. Varias veces consta este extremo en las notas que los primeros marianistas tomaban en los retiros predicados por el P. Chaminade: «Nos hemos comprometidos con María, ¿y a qué? A todo lo que un hijo debe sentir y hacer por una buena madre, a amarla, a respetarla, a obedecerla, a asistirla. Sobre todo nos hemos comprometido a este último efecto del amor filial: la asistencia, la benevolencia activa: nos hemos obligado a publicar el nombre de María y a hacerla honrar en todas partes» (EM II, 752). Esta postura es consecuencia del convencimiento de que el conocimiento de María es el mejor medio para conducir a los hombres a Jesucristo. En la carta de 1839 que se ocupa de manera expresa de definir la identidad marianista, encontramos, además de las que citábamos al comienzo de nuestro trabajo, otras expresiones, que consideran, de manera más amplia, la misión apostólica de María:

ardides y de las invenciones de su caridad infinita, hacemos profesión de servirla fielmente hasta el fin de nuestra vida y de ejecutar puntualmente cuanto Ella nos diga, felices de poder gastar en su servicio una vida y unas fuerzas que le son debidas» (EM II, 75). «Ahora bien, nosotros, los últimos de todos... nos creemos llamados por María misma para secundarla con todo nuestro poder en su lucha contra la gran herejía de nuestra época [y] hemos tomado como divisa... estas palabras de la Santísima Virgen a los servidores de las bodas de Cana: Haced todo lo que El os diga (Jn 2,5). Convencidos de que nuestra misión propia, a pesar de nuestra debilidad es la de ejercer para con el prójimo todas las obras de celo y de misericordia, abrazamos, en consecuencia, todos los medios de preservarle y de curarle del contagio del mal...» (EM II, 81). Quien conoce a María lee «en su inmaculado corazón todas las delicadezas de su ternura para salvar del naufragio universal que amenaza al mundo, a las costumbres y a la fe» (EM II, 437). Como madre del género humano quiere nuestra vida, y por eso llega hasta a ofrecer la misma muerte de su Hijo (EM II, 474). El Fundador se complacía en repetir con la Iglesia: Recogijaos, Virgen María, Vos sola habéis exterminado todas las herejías; ve en ello una consecuencia de su cualidad de nueva Eva, y añade: «Es decir, regocijaos, augusta Virgen, pues vos habéis cumplido, hasta este día, vuestra hermosa misión de aplastar por doquier, bajo vuestros pies, la cabeza de la serpiente» (EM II, 477). El marianista, pues, emprende su misión apostólica, cualquiera que sea, en nombre de María. Pero no debe olvidar que uno de los contenidos privilegiados de esta misión suya, se refiere a «extender su culto», a «insinuar por doquier la confianza y la devoción a Ella», porque nada agrada más a Jesús que nosotros honremos a su madre como El mismo lo hace (EM II, 741). 1.6.

El voto de estabilidad y su carácter

mariano-apostólico

«Somos especialmente los auxiliares y los instrumentos de la Santísima Virgen en la gran obra de la reforma de las costumbres, del sostén y acrecentamiento de la fe, y por ende, de la santificación del prójimo. Depositarios de los

En la profesión perpetua los marianistas añadimos a los tres votos habituales de pobreza, castidad y obediencia, el voto de estabilidad, que desde nuestros orígenes posee un carácter de devoción a María y de consagración a su servicio. Fue San Benito quien decidió imponer a sus discípulos un voto de estabilidad que les obligaba a perseverar hasta la muerte en el monasterio donde había hecho su profesión. En la antigüedad era común que el monje, aun considerándose para siempre comprometido con el estado religioso, pasara libremente de una Orden a otra. No estaba claro entonces que la profesión solemne incluyese una

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especie de contrato implícito con la Orden o con el monasterio en que se realizaba. De ahí la emisión del voto de estabilidad que empezó a omitirse cuando se fue haciendo unánime la consideración de que la profesión encerraba un carácter de semicontrato. En el siglo xvn el voto de estabilidad reaparece en las congregaciones de votos simples, pues entonces se pensaba que estos compromisos no tenían sino valor privado y no creaban un vínculo estable con la comunidad que los recibía. A finales del siglo xix se hizo común entre los canonistas la opinión que reconocía también a la profesión de votos simples el carácter de compromiso con el Instituto. Sin embargo, en determinados casos, en vez de desaparecer, el voto de estabilidad tomó un sentido particular y se convirtió, como entre los marianistas, en un voto de devoción. Como muy bien advierte el Padre José Verrier, uno de nuestros mejores investigadores de quien tomo estas indicaciones, todo voto persigue la estabilidad en algún aspecto de la vida. Los votos de pobreza, castidad y obediencia se proponen conseguirla en esas materias, porque lo propio del voto es fijar la voluntad en una disposición constante. El voto de estabilidad adquiere sentidos diversos en los diferentes institutos religiosos, según la situación en que uno quiere estabilizarse en cada caso. Los seglares de la congregación que dirigía el P. Chaminade desde su regreso del destierro se consagraban a María para considerarse así como hijos de la mejor de las madres, y se comprometían con Ella a amarla, honrarla y asistirla en el sentido que hemos visto. Entre los laicos que constituyeron el «Estado», y que para animar más profundamente la Congregación empezaron a llevar una vida religiosa en el mundo, apareció el voto de estabilidad, unido a las obligaciones de pobreza, castidad y obediencia bajo formas seglares. También aparece entre las señoras casadas miembros de la Congregación seglar. En ambos casos, el voto de estabilidad no creaba la consagración a María, sino que la sancionaba haciéndola más estable. La consagración a la Virgen estaba constituida por la decisión de entrar en la Congregación y de permanecer en ella. El voto de estabilidad no añadía nuevos deberes, sino que conducía a abrazar de manera más duradera y permanente los que ya eran propios de un congregante. Estos orígenes son muy importantes para nosotros, porque para el P. Chaminade la vida religiosa femenina o masculina no es sino la culminación de la misma consagración que ya se realizaba en la Congregación de seglares. El religioso marianista no es sino un seglar consagrado, hondamente consecuente con los compromisos de su bautismo y consciente del papel que María juega en la historia de la salvación.

De esta conciencia es fruto la decisión de entregarse a Ella, y de constituirse como hijo y servidor suyo. Este estado de hijo y servidor es el estado religioso, en el cual entiende fijarse de manera permanente e irrevocable por medio del voto de estabilidad. Este no crea la consagración, sino que la confirma al sancionar de manera más explícita el compromiso con un instituto religioso que pertenece plenamente a María. Los estudios históricos evidencian que así fueron las cosas en la intención del Fundador, aunque más tarde hubo vacilaciones entre los marianistas, que en ocasiones pretendieron convertir la estabilidad en un voto directo, por así decirlo, de consagración a María. En cuanto a las Hijas de María Inmaculada, el Fundador al principio no consideró necesario el voto de estabilidad, porque él quería constituir una verdadera Orden religiosa con votos solemnes, que por sí mismos implicarían la estabilidad. Después, con el fin de apaciguar las inquietudes de algún obispo, lo convirtió en un voto de clausura... atenuada, por el cual las religiosas podían con aquiescencia de las superioras salir de la casa para su misión apostólica. Finalmente, se volvió a llamar de estabilidad. En todo caso, queda claro que el cuarto voto no creaba, sino que sancionaba la consagración marial confirmando la voluntad de permanecer en un instituto dedicado a la Virgen: se trataba de anclarse sólidamente en el estado marial que ya venía dado por la pertenencia a la Congregación seglar, cuya culminación para algunas personas había sido una Congregación religiosa que las fijaba en el estado de Hijas de María. El voto de estabilidad de los marianistas varones tiene el mismo sentido:

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«Como las primeras hijas de María, los primeros marianistas desembocaban en la vida religiosa partiendo de su consagración marial de congregantes y, por el voto de estabilidad, se fijaban en la vida religiosa de la Compañía porque esta vida religiosa era esencialmente marial» (J. Verrier). Nuestra Regla de Vida actual deja en claro que por la profesión de los tres votos «nos incorporamos a una Compañía que pertenece a María, y de este modo nos entregamos a Ella» (RV 14). «Queriendo que esta entrega sea permanente y explícita, añadimos el voto de estabilidad en nuestra profesión perpetua como signo y sello de nuestra vocación»... «al escoger seguir al Señor en la Compañía de María, nos comprometemos irrevocablmente al servicio de María, Madre de Dios y Madre nuestra». «El espíritu de este voto nos lleva a hacer conocer, amar y servir a María y a no negar nunca nuestra cooperación a su Compañía» (RV 15).

2. Práctica de la piedad filial apostólica 2.1.

Una actitud

La piedad filial, según se desprende de los fundamentos que acabamos de exponer, se cifra mucho más en una actitud que en un conjunto de prácticas. Consiste en tomar conciencia del papel que corresponde a María en el plan de Dios; en participar del amor de Jesús para con su Madre; en hacernos educar por Ella en la semejanza de Jesucristo. Nuestra relación filial con María debe ser análoga a la de Jesús: «Jesús ama tiernamente a su madre y nosotros no sabríamos hacer otra cosa que le fuera más agradable que amarla y honrarla como El mismo lo hace» (EM II, 741); «estudiando el Corazón de Jesús aprenderéis cómo se debe amar a jesús y honrar a María» (EM II, 40). «... Jesús mismo es... quien nos inspira poco a poco y según el grado de nuestra fidelidad, el amor que El mismo tiene a su santísima Madre» (EM II, 1157. Es éste un aspecto expresamente desarrollado en sus obras por el P. Emilio Neubert. Como él advierte, se trata de contemplar el amor de Jesús por su Madre, sin que basten los razonamientos. Jesús ve en Ella una madre aparte de la que recibió toda su humanidad; una madre que le ama con amor especial y único, pues la capacidad de amar de María es incomparable: sólo Ella lo ama con un amor a la par virginal y maternal, sólo Ella puede amar a su Hijo como a su Dios y a su Dios como a su Hijo; es un amor que Jesús va experimentando día a día, sintiendo su ternura, observando sus privaciones y sufrimientos, viéndola crecer en la fe al aceptar las separaciones que les imponía la vida, rezando con Ella... También es preciso dejarse educar por María en la semejanza de Jesucristo. Todos los que componen la Compañía de María, según el P. Chaminade, deben:

El «seno de la ternura maternal de María» es evidentemente la influencia santificadora y vivificante con que nos rodea su cariño de madre para hacernos crecer en la vida sobrenatural. Una actitud fundamental, si es verdadera, se traduce continuamente en la práctica en multitud de detalles. Debemos preguntarnos con sinceridad si ello es así, con el fin de que nuestra devoción no se disuelva en mera retórica. Una verdadera vida de unión con María se manifiesta en el pensamiento frecuentemente puesto en Ella. En las oraciones y por el recuerdo a lo largo del día. Junto con la devoción a María, el espíritu de fe y de oración mental ha de ser característico de los marianistas. Estos no pueden concebir la oración mental sin unirse con María, ya sea porque mediten con Ella o sobre Ella: «Es una pobre meditación, decía el P. Chaminade, aquélla en que no se hace tomar parte a la Virgen» (EF I, 132). Pero no sólo es importante la unión de pensamiento, sino también la de sentimientos y la de acción. Discernir con María los espíritus que nos embargan es un buen método de conocernos a nosotros mismos, y para establecernos en una paz profunda, pues sentimientos de ansiedad, tristeza, precipitación..., pueden ser síntoma de que nuestra intención deja de estar con Dios. Quien ama a María endereza con Ella y como Ella su actividad. Pero sería contraproducente intentar una vida de unión que no procediese del amor y, en definitiva, de la gracia; todo se tornaría en voluntarismo y crispación nerviosa. Por eso, muchos incurren en el abandono de la vida interior. 2.2.

Imitar a María

«1. Consagrarse a María; 2. Considerarla como su Madre y considerarse ellos mismos como sus hijos; 3. Formarse en el seno de su ternura maternal a semejanza de Jesucristo, como este adorable Hijo se ha formado a la nuestra, es decir, tender a la más alta perfección, o vivir de la vida misma de Jesucristo bajo los auspicios y la dirección de María» (EM II, 668). «La devoción a María es, pues, el rasgo más destacado de la imitación de Jesucristo y al dedicarse a la imitación de este divino modelo, al amparo del nombre muy amado de María, la Compañía entiende hacer educar por Ella a cada uno de sus miembros, como lo fue Jesús por sus cuidados, después de haber sido formado en su seno virginal» (EM II, 576).

María nos educa, dice el P. Chaminade, en primer lugar «por la voz dulce y poderosa de sus ejemplos. Su vida es una predicación sencilla y elocuente y al alcance de todos». Ella es un «retrato fiel» de su Hijo y así «el mejor medio de imitar a Jesús es esforzarse por imitar a María» (EM II, 501-2). Imitación, pues, también cristocéntrica. Es notable cómo hoy día, superado el mero historicismo, la consideración hermenéutica de la figura evangélica de María nos centra en las actitudes cristianas fundamentales. Sin excluir la verdad histórica, el simbolismo de la figura de María va mucho más allá. No es un modelo que tuviésemos que reproducir materialmente, sino un icono viviente desde el cual Dios viene hacia nosotros y nos interpela con infinita discreción y respeto de nuestra li-

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bertad. Es una estrella que concentra y atraer nuestro efecto, y lo dirige hacia el estilo de las bienaventuranzas que cada uno tendrá que traducir a su propia vida. El proceso de revisión de la Regla nos ha hecho a los marianistas comprender mejor a María en esta línea: «Por el don de la fe, la Virgen María se abrió plenamente a la misión que el Padre le confió en su plan de salvación» (RV 5). «En María se resume el ansia y la búsqueda de Dios de toda la raza humana: ella es la primera entre los que creen en Jesucristo y la primera liberada del mal y de la muerte» (RV 7). «María nos muestra el camino de la auténtica vida cristiana. Siguiendo su ejemplo de fe, de pobreza evangélica y de disponibilidad al Señor, esperamos reflejar en torno nuestro la cordialidad con que María acogió a Dios y a los hombres» (RV 8). «María fue la Virgen casta que esperó en el Señor; se alegró porque Dios elige a los pobres para realizar las maravillas de su poder, y por su obediencia cooperó en el misterio de la salvación» (RV 16). «La comunidad marianista quiere ser imagen de la primera comunidad de los discípulos de Jesús unidos a María y llenos del Espíritu Santo» (VR 34). «María se mantuvo siempre a la escucha de Dios, meditando en su corazón las palabras y los hechos del Señor. En unión con Ella, contemplamos los misterios de Cristo...» (RV 57).

Es indudable que el conocimiento armoniosamente integrado en el proceso de maduración de la persona conduce al amor. Los marianistas, aun siendo una institución modesta, hemos tenido buenos mariólogos. Conviene que nos preguntemos si continuamos siendo fieles a este aspecto de nuestro carisma. 2.3.

Honrar a María

«Apenas si la conocemos, apenas si llegamos a sospechar lo que es Ella respecto de Dios y de nosotros en el orden de la fe». «... el conocimiento de Jesucristo es indispensable... Pero creemos también... que el conocimiento de María interesa grandemente a nuestra salvación porque la augusta Virgen es, según San Bernardo, toda la razón de nuestra esperanza» (EM II, 430-1).

Jesús honró a María haciéndola Inmaculada, Virgen y Madre, Asunta a los cielos en cuerpo y alma. Durante su vida en la tierra la honró por la actitud que mantenía en su presencia y por su modo de hablarle. La palabra «mujer» que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús, indica la veneración que hemos de sentir hacia quien engendró al Hijo de Dios y como Nueva Eva llegó a ser Madre nuestra. El marianista también se complace en honrar a María, ante todo, de corazón, pero también traduciendo al exterior estos sentimientos íntimos: cuidando las oraciones que le dirigimos, complaciéndonos en la belleza de sus iconos, subrayando especialmente sus solemnidades y fiestas, según el espíritu de la liturgia, distinguiendo el sábado y los meses de mayo y octubre... Todos los días renovamos la consagración a María. La fórmula que usualmente empleamos para ello comienza recordando el plan de salvación: «para salvar a todos los hombres y conducirlos a Ti, nos has enviado a tu amado Hijo que se hizo hombre, naciendo de la Virgen María». Pedimos la gracia de «ser formados por Ella a semejanza de su Hijo primogénito». Recordamos la presencia de nuestra Señora en el plan de salvación: «Tú has asociado a María al misterio de tu Hijo, para que sea Ella la Nueva Eva, la Madre de todos los creyentes». Nos ofrecemos para cooperar a su misión apostólica: «que nuestra consagración prolongue sobre la tierra su caridad maternal y haga crecer a la Iglesia». «Entre las oraciones marianas que en la tradición de la Compañía tienen una significación especial están: la oración de las tres, cita espiritual de todos los marianistas, y el rosario, por el que nos adentramos en los misterios de Cristo como lo hizo María» (RV 4.7). La oración de las tres recuerda el momento en que Cristo en la persona del discípulo amado nos entregó a la Virgen como don precioso: «te damos gracias, Señor, por haber pensado en nosotros en aquel momento solemne y habernos proclamado hijos de tu propia Madre». El 12 de septiembre celebramos el Nombre de María como fiesta patronal de la Compañía. Lo es desde 1823 por voluntad del P. Cha-

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También, refiriéndose a nuestra misión apostólica, la Regla nos enseña: «María, Madre de la Iglesia, participó con toda su alma en la obra de su Hijo y está activamente presente en la historia de la salvación. Es nuestra inspiración y modelo. En unión con Ella y en su nombre, damos testimonio de la Palabra de Dios. En nuestro trabajo apostólico nos esforzamos por crecer en sus virtudes: la fe que asume riesgos, la docilidad al Espíritu y la delicadeza humana abierta a toda necesidad» (RV 65). Para imitar a María es necesario conocerla. Se trata, claro está, del conocimiento que incluye el amor, y que lejos de objetivar fríamente a la persona conocida, conduce a la interpenetración con ella. Pero esto no excluye la dimensión intelectual del conocimiento. El Fundador se lamenta:

minude, y en 1846 Roma concedió que se celebrase con rito de primera clase con octava; actualmente la celebramos como solemnidad litúrgica. «1,levamos el nombre de María sin epíteto ni comentario», decía el I'. Simlcr, uno de nuestros superiores generales más queridos. Llevar el nombre de la Virgen expresa nuestra pertenencia a Ella, y es para nosotros fuente de confianza y promesa de victoria. Decía el Fundador: «La Compañía tan débil e imperfecta... sin embargo, se cree fuerte y poderosa con la posesión del nombre de María y se atreve así a combatir lo que hay de más fuerte y poderoso en el mundo» (EM II, 35). La fiesta de la Virgen del Pilar nos es particularmente querida por recordarnos nuestros orígenes en Zaragoza. Pero es, sobre todo, la Inmaculada Concepción el misterio tradicionalmente venerado en la Compañía. La Inmaculada se encuentra especialmente relacionada con la Congregación seglar que el P. Chaminade organizó en Burdeos. Allí, al celebrar esta fiesta el 8 de diciembre de 1800 puso los cimientos de las cuatro secciones de la Congregación, jóvenes (ellas y ellos) y padres y madres de familia. El acto de consagración mencionaba, desde que por primera vez lo pronunciaron los doce primeros congregantes el 2 de febrero de 1801, la decisión de entregarse al culto de la Inmaculada Concepción. Este misterio, aún no proclamado como dogma de fe, encerraba para el P. Chaminade todo un programa de acción y apostolado; simbolizaba para él la lucha eterna de la verdad contra el error, de la virtud contra el vicio. En las letanías de la Inmaculada se complacía en invocarla como Turris fortissima Ecclesiae militantis; Bellatrix, terror haereticorum. En una sociedad corrompida, María se presentaba como modelo de santidad e integridad, pero también como capitana, ya que la nueva Congregación no sólo debía dedicarse a honrar a María, sino constituir una milicia que avanzase en su nombre. Este espíritu y, por tanto, idéntica devoción a la Inmaculada, es el que heredaron las fundaciones religiosas del P. Chaminade. El cual, ya anciano y en medio de las terribles pruebas que durante los últimos años de su vida lo separaron contra su voluntad de sus propios religiosos, solía posar su mano sobre el pie de María Inmaculada repitiendo: «A pesar de todo, Ella te ha aplastado y te aplastará la cabeza».

3.

Prospectiva

El momento en que vivimos invita a los marianistas a ahondar en la riqueza de su carisma. Nunca había realizado el Magisterio de la Iglesia una síntesis mariana tan bella desde ambos puntos de vista, teológi-

co y existencial, como la que contiene el capítulo octavo de la Lumen gentium. Sin embargo, tras el concilio pareció como si la devoción a María buscase con dificultad su lugar en un mundo cada vez más caracterizado por la ausencia social de Dios y en una Iglesia donde no faltaron corrientes que pensaban que la devoción mariana oscurecía las prioridades en la jerarquía de las verdades dogmáticas. Hoy día, y siguiendo la enseñanza del mismo Vaticano II, debe estar perfectamente claro que la figura evangélica de María y una recta consideración de sus privilegios no oscurece, sino que pone poderosamente de relieve los aspectos centrales de nuestra fe: Dios, Jesucristo y su Gracia se manifiestan con maravillosa claridad al narrar la vida de la Virgen de Nazaret, y al contemplar sus privilegios. Al penetrar con renovado vigor en la entraña de nuestro carisma para así ofrecerlo a la Iglesia, los marianistas encontramos que toda la grandeza de María tiene su origen en la fe. Como le dijo Isabel: Feliz tú que has creído. Vivir la fe con María y como María, en el mundo y para que el mundo crea, es el corazón del carisma marianista. Hoy, como en los tiempos del P. Chaminade, la indiferencia religiosa, que brota de un hedonismo exagerado y de la ignorancia de la fe, es característica notable de nuestra época. Seguir el camino de María, es decir, descubrir silenciosamente la fe, vivirla con plenitud y engendrar en ella a los hombres para convertirlos en hijos de Dios a semejanza de Jesucristo, es precisamente el camino de la Iglesia. María concretiza y expresa insuperablemente la vocación de la Iglesia en todas las épocas y especialmente en la nuestra. Vivir una fe que no se impone ni se propone desde el poder, sino que crece desde una opción libre y se fortalece desde abajo y desde dentro como fuente de vida y de felicidad: como la fe de la primera creyente. Cuando encontramos en María las actitudes evangélicas a que nos hemos referido y las traducimos en nuestra existencia, prolongamos el misterio de Jesucristo, y nos hacemos al mismo tiempo capaces de descubrirlo en todos los que de alguna manera comparten esas mismas actitudes. Nuestra devoción a María nos lleva a estimar el misterio de la Iglesia en lo que tiene de más genuino: el ser transparencia de Cristo en una historia marcada por la debilidad y el pecado. La vida de María se realizó en la sencillez y en el desprendimiento del poder y de la grandeza humana. La Compañía de María se sabe pequeña y acepta su condición sin resentimiento ni añoranzas inútiles, repitiendo aquello de «no pretendo grandezas que superan mi capacidad». Pero sus miembros nos empeñamos con toda el alma en algo que siempre está a nuestro alcance: poner signos de la presencia de Jesús en nuestro mundo, construyendo comunidades abiertas y acogedo-

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ras, que saben compartir sus bienes y, sobre todo, su fe. Comunidades de religiosos y también de seglares con quienes los marianistas comunicamos lo que tenemos, y de quienes recibimos su experiencia de creyentes comprometidos en la vida familiar y profesional. La sencillez no nos convierte en personas acomplejadas. Contamos con la ternura (el Fundador repetía mucho esta palabra) de María como mediación de la bondad del Dios abbá; en ella tenemos puesta nuestra confianza. Así resolvemos el problema fundamental de la seguridad última, sin caer en la tentación de anclar vanamente nuestros corazones en la riqueza o en el poder. La convicción de que Dios nos quiera de veras, también a través de María, no nos lleva a encapsularnos en su seno, sino a sentirnos liberados y creativos. Si Dios nos ama, nada puede atemorizarnos. Estamos dispuestos para la misión. Este aspecto del envío nos incita a asumir riesgos, y a rechazar los aspectos infantilizantes de una devoción mal entendida. Por eso no aceptamos el vernos reducidos a un intimismo sin repercusión en las instituciones de la sociedad. La Inmaculada nos llama a librar con serenidad y sin voluntarismos todas las batallas en todos los frentes: Haced todo lo que El os diga. El Fundador nos quería comprometidos con todos los aspectos de la fe, ninguno de los cuales puede uniíateralizarse. Fijarse tan sólo en el compromiso ético conduciría a un moralismo pelagiano. Unilateralizar los aspectos doctrinales desemboca en una preocupación inquisitorial por la ortodoxia que agosta la vida. Quedarse únicamente en la vivencia hace que todo se disipe en el sentimentalismo vacío. La fe es sentir profundo, mensaje y compromiso. Esta es la gran oferta para nuestro mundo, que ya germinaba en la existencia silenciosa, pero llena de decisiones arriesgadas de la aldeana de Nazaret: nuestra Madre y Señora, la Virgen María.

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LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA SOCIEDAD DE MARÍA ( P A D R E S MARI STAS) Jean Coste, SM.

Introducción ¿Cómo se formula y cómo se vive actualmente entre los Padres Maristas la relación con María? La diferente respuesta que pueda darse, sobre este particular, entre Congregaciones muy parecidas, como los Marianistas, Monfortianos, Hermanos Maristas y otros, no reside ante todo en el tipo de respuesta que se dé, con sus matices teológicos, cultuales, devocionales o apostólicos, sino precisamente en la forma de abordar la pregunta. Esta forma, en efecto, tiene mucho que ver con la experiencia personal del Fundador, el tipo de apostolado de los religiosos, los condicionamientos que afectan directamente al carácter marial de la Congregación y, por tanto, determinan en la práctica una cierta manera de ver a María. En este sentido, la forma de abordar la cuestión y hacer la exposición nos revelan ya, en gran medida, algo importante sobre el lugar que María ocupa en una Congregación determinada. En este trabajo intentaré describir nuestra actitud ante María y la evolución que ha tenido en el transcurso del tiempo. Esta evolución corresponde a grandes rasgos a la experimentada en la Iglesia, si bien tiene su lógica propia. De acuerdo con lo dicho, daré algunas referencias históricas que permitan comprender las fases de esta evolución y sus rasgos principales. En una segunda parte intentaré responder más directamente a las dos cuestiones propuestas: cómo se formula y cómo se vive actualmente entre los Padres Maristas esta relación con María. 291

1.

Referencias históricas

Juan Claudio Colin (1790-1875) se encuentra en el seminario mayor de Lyon por los años 1815-1816. En un momento dado, junto a una docena de seminaristas más, se adhiere al proyecto de fundar una Sociedad de María. Esta idea fue propuesta inicialmente por Juan Claudio Courveille, quien la relacionaba con una inspiración tenida en Le Puy, algunos años antes. Esta Congregación incluiría muchas ramas; encerraba también todo un programa. En efecto, el simple título de «Sociedad de María» contenía, al mismo tiempo, una referencia a la Sociedad de Jesús (suprimida desde la Revolución francesa y en vías de restauración por aquel entonces) y otra a un nuevo patronazgo, el de María. Los textos fundacionales aluden constantemente a este doble carácter de la Congregación naciente. Por una parte, el ardor apostólico de la Compañía de Jesús y su disponibilidad incondicional al servicio de la Iglesia en manos del Papa lleva a los primeros Maristas a sentirse dispuestos a ir donde la obediencia les mande, siempre con ese empuje típico de los jesuítas; por otra, poner a María como tipo de su actividad apostólica en la Iglesia da un color del todo particular a la misión de la Sociedad de María: obrar como María es tener una visión diferente del mundo contemporáneo y vivir de un espíritu que parece responder mejor a ese mundo, necesitado de una mayor comprensión. De este amplio proyecto nacieron los Hermanos Maristas, fundados por el Beato Marcelino Champagnat, los Padres y las Hermanas Maristas, que reconocen como fundador al P. Colin, y la Tercera Orden de María. Colin fue quien dio marco y contenido espiritual a Padres, Hermanas y Tercera Orden; Champagnat hizo lo propio con los Hermanos. En fin, Colin desarrolló una espiritualidad original, regalo de Dios a su Iglesia, fruto de una intuición y de una experiencia religiosa. a) La piedad marial del P. Colin fue probablemente de carácter carismático. No revistió formas características, ni se expresó en oraciones o devociones nuevas. Más bien parece ser una devoción muy sencilla, que se expresa a través de fórmulas y gestos tradicionales, con una innegable importancia otorgada a los elementos sensibles, tales como cantos o saludos a las estatuas que levantaba por todos los rincones. Lo carismático queda como oculto a nuestros ojos y sólo reaparece cuando habla de María y la Sociedad. Esta devoción no es muy fuerte, teológicamente hablando. Corres-

ponde a la teología general de su tiempo. Su pensamiento se inspira en obras de piedad, especialmente en la «Ciudad Mística» de sor María de Agreda, donde prevalece la imaginación y queda en penumbra la reflexión sobre la economía general de la salvación. Al P. Colin no le preocupa mayormente situar a María en el misterio de Cristo; apenas existe la preocupación por mostrar el lugar céntrico de Jesús, el único Mediador y Salvador. Pero tampoco estamos ante una especie de veneración de María a ultranza, ya que siempre se halla en función de la vida y la misión de la Sociedad, dentro de la renovación de la Iglesia. De modo que la originalidad mariana de Colin se percibe no a nivel de su piedad o su teología, sino en su papel de fundador y animador de una Congregación religiosa. La verdadera dimensión de María se encuentra en la visión que Colin tiene de su instituto, cuya misión debe continuar el papel de María en la historia de la Iglesia. b) El P. Colin ve a María actuando en la historia y en la Iglesia. La frase que más repitió a lo largo de su vida y que viene a ser como el hilo conductor de su pensamiento, es la siguiente: «María fue el pilar de la Iglesia naciente; también lo será al final de los tiempos.» María aparece abrazando toda la historia del cristianismo, y siempre en relación con la Iglesia. Aunque su actividad permanecía oculta, fue sin embargo la luz y el lugar donde recobraban vigor los apóstoles. De forma semejante, en nuestros últimos tiempos, tan cargados de incredulidad, los Maristas deben hacer el bien como Ella, manteniéndose ocultos y desconocidos, poniéndose al servicio de la Iglesia con toda modestia y sencillez, sin pretender atraer la atención y sin preocuparse de intereses propios, honores o reconocimientos oficiales. María mantuvo una presencia discreta en la Iglesia primitiva; los Maristas deben reflejar esa presencia escondida, sin pretensiones de ninguna especie. El pensamiento del P. Colin no se centra en María como Madre de Cristo, en sus privilegios o sus relaciones con El, ni tampoco en cuanto objeto de culto, de honor o de contemplación. Y, hablando estrictamente, ni siquiera como objeto de imitación, en el sentido un poco sistemático o interiorizante que el término pueda evocar. Ve a María «en situación», dentro de la Iglesia, como un elemento vivo de la Iglesia, aunque sus fórmulas no sean las del Vaticano II, por supuesto. c) Cuando el P. Colin quiere describir, en las Constituciones, el estilo marista, evoca a María como objeto de identificación: el Marista debe «pensar como María, juzgar como María, sentir y obrar como María, en todas las cosas» (Constituciones, n. 49). No estamos ante una perspectiva propiamente mística o teológica. En el P. Colin no se encuentra una teología de la participación en la vida marial o de una

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1.1.

El Fundador

identificación mística concebida como el efecto de una gracia de unión particular. Estamos más bien en el campo de la psicología espiritual: el Marista trata de «respirar» el espíritu de María, de impregnarse de su manera de ser y de obrar, a la manera en que uno trata de seguir a un guía espiritual, a un santo o a un fundador. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta relación con María es de una naturaleza absolutamente original, dado el lugar único que tiene en la historia de la salvación. Está claro que el P. Colin era consciente de este carácter único de la relación entre María y nosotros; pero hay que reconocer que no nos ha proporcionado elementos particulares para su análisis. Querer sacar de sus expresiones una doctrina en esta materia sería ir más allá de su pensamiento y exponernos a reconstruirlo de un modo arbitrario. d) El P. Colin se muestra extraordinariamente discreto en lo que se refiere a la participación del alma en la vida marial. Por eso es tanto más llamativo ver cómo insiste una y otra vez en los lazos que unen a María con la Congregación en cuanto tal. María es la Fundadora, le da su nombre, la constituye su familia eligiendo a cada uno de sus miembros, creando de este modo una alianza entre Ella y los Maristas. De aquí nace el deber que tienen los Maristas de obrar como verdaderos hijos, reproduciendo en la Iglesia el misterio de su vida, escondida y eficaz al mismo tiempo. Esta convicción no se basa en ninguna revelación propiamente dicha o en algún acontecimiento extraordinario. Refleja la conciencia que tiene un cuerpo social de su responsabilidad ante una persona, ante María. La Sociedad de María se percata, a través de mil detalles, difíciles de expresar, que sin María no existiría, ya que no tiene otra razón de ser que prolongar de alguna manera lo que fue su presencia en la Iglesia primitiva. Esta convicción de los primeros Maristas iba acompañada y estaba alimentada por una piedad viva y espontánea, filial, hacia María. Ya hemos advertido que sus modos de expresión no tenían nada de original. Por poner un ejemplo, el P. Colin dedica en sus Constituciones un artículo a la devoción a María. Lo titula: «Beatae Mariae sint specialiter devoti». Ahora bien, la palabra «specialiter» ha hecho sonreír más de una vez, ya que las formas de devoción que propone se limitan al rosario, las tres avemarias por la mañana al levantarse y por la noche al acostarse, el ayuno del sábado (para mayor abundancia, del todo voluntario), la celebración de las fiestas de la Virgen..., o sea, expresiones que existían desde hacía mucho tiempo en la tradición religiosa. Otro tanto se puede decir respecto de las obras mariales o de la preocupación por extender el culto de María: no se puede señalar nada en particular, a no ser la exhortación a no dejar de invocarla en los sermones o de invitar a los fieles a tener confianza en Ella.

e) Aquí constatamos un hecho que se podría llamar la «paradoja marista». Es necesario tenerlo en cuenta si queremos comprender la manera en que se formula y se vive hoy el papel de María en nuestra Congregación. Expresaremos esta paradoja de la forma siguiente: entre las Congregaciones que llevan el nombre de María, la de los Padres Maristas es quizá una de las menos mariales y, al mismo tiempo, una de las más mariales. Intentemos aclarar en qué sentido podemos hacer esta afirmación aparentemente contradictoria. Decimos que es una de las Congregaciones menos mariales, y con razón, porque, después de siglo y medio de existencia y a pesar del nombre que lleva, la Sociedad de María no ha producido ninguna oración propia, ninguna fiesta o imagen verdaderamente propia. Son también poco numerosas las publicaciones de los Maristas sobre María, tanto en el campo teológico como en el de la espiritualidad o de la historia. No se han preocupado de crear una gran biblioteca mariana, como lo han hecho los marianistas de Dayton. Y si mantiene todavía algunos santuarios marianos en diversos países, como Verdelais en Francia, Pratola en Italia o Walsingham en Inglaterra, esto es sólo una parte muy reducida de su actividad y no precisamente la más representativa de su apostolado. En resumen, los Padres Maristas no han dado más que una contribución mínima, marginal, en lo que respecta a tomar a María como objeto de culto, de estudio, de predicación o producción intelectual. En todo caso, esta contribución es inferior a la de otras Congregaciones consagradas a María e incluso a la de aquellas que no lo están. Y, sin embargo, quienes examinan nuestra Congregación desde el exterior, afirman rotundamente su sello mariano. Por ejemplo, en un artículo que apareció en 1931 con el título «María, Reina de la vida religiosa», el P. Monnier-Vinnard, sj, decía: «Ningún instituto nos parece tan total y exclusivamente marial». Este juicio, dicho por un autor sin lazos particulares con los Maristas y después de un estudio comparativo verdaderamente serio, tiene un gran interés. En efecto, no es que dé a nuestra Congregación una especie de lugar de honor que otros podrían discutir y que nosotros no podríamos defender, sino que ilustra bien la paradoja señalada anteriormente. El P. MonnierVinnard no llegó a esta conclusión a partir de lo mucho que nosotros como Congregación hemos hecho por María, hemos dicho o escrito sobre Ella. Lo hizo leyendo el texto de nuestras Constituciones que traducen una espiritualidad de identificación con María particularmente profunda. Algo parecido me dijo recientemente sor Juana de Arco, que también se ha dedicado a hacer últimamente un estudio semejante.

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Hablando de la diferencia que ha constatado más de una vez entre las intuiciones reales que originaron la fundación de una Congregación y la espiritualidad mariana que posteriormente ha venido a menos, me decía: «En el fondo, la integración más completa la veo en el P. Colin y los Maristas». Lo que podemos notar en estos dos observadores independientes es que coinciden en emplear un mismo calificativo: «total». En verdad eso es lo que sorprende en un P. Colin y en la tradición que deriva de él: la total integración que se da entre la referencia a María y la reflexión sobre la vida de la Congregación. Para el P. Colin la reflexión sobre el misterio de María, como misterio de vida oculta, y la reflexión sobre la responsabilidad propia del Marista, su modo de ser y obrar, constituyen una sola realidad. Más aún, se puede decir que el P. Colin no ha tenido más que esta intuición, pero también que la llevó hasta el extremo posible. 1.2.

Evolución

posterior

Antes de hablar de la manera en que los Maristas formulan y viven hoy el papel de María, anotemos rápidamente dos momentos dentro del período que se extiende entre la dimisión del Fundador como Superior General en 1854 y el Concilio Vaticano II. a) No cabe duda que en la segunda mitad del siglo XIX la intuición marial del P. Colin perdió muchísima fuerza en el seno de la Congregación. Se produjo una clara disociación entre las obras, que evolucionaron conforme a su lógica propia, y la referencia a María. Ello se debió a la influencia de una orientación claramente centrípeta (existente en buena parte de la espiritualidad francesa de la época) y a causa de una cierta instalación en las obras y las comunidades, con visible pérdida del dinamismo apostólico. Total, que la referencia a María se expresa de preferencia bajo la forma de devoción, culto, honor y estudio. Afortunadamente, la Sociedad no siguió mucho tiempo esta dirección, ni la llevó demasiado lejos. De todas formas, en este período es cuando Depoix y Petitalot publican unos tratados de Mariologia (bien poco originales) y cuando los Maristas dirigen pequeñas revistas centradas en el culto de María y San José; también, cuando, como lema de la Sociedad de María, se extiende una frase atribuida, sin mucho fundamento, a San Pedro Chanel: «Amar a María y hacerla amar». La formulación de la frase queda lejos de las empleadas por el Fundador en nuestras Constituciones. De esta manera, la Sociedad de María tiende entonces a darse una

espiritualidad casi generalizada en el siglo XIX, basada en una devoción o un misterio particular que hay que celebrar o imitar. Lo hace casi sin darse cuenta o, cuando menos, sin tener plena conciencia de ello. En este sentido la primera biografía impresa del Fundador, escrita por el P. Jeantin, nos presenta una síntesis significativa. Según él, el rasgo distintivo de los Maristas consiste en honrar e imitar a María en su misterio de Nazaret. Es evidente que el P. Colin había hablado de Nazaret más de una vez, sobre todo al final de su vida; pero hay una gran diferencia entre sus frases, expresión circunstancial de un aspecto de su pensamiento, y el alcance sistemático que luego se les dio. Así, en torno a la noción de «imitar a María en su misterio de Nazaret», se desarrolló una síntesis práctica de vida marista más de tipo ascético que de tipo verdaderamente apostólico, centrada en la práctica de las virtudes ocultas y en la fuga de todo aquello que pudiera traer a la Sociedad notoriedad o prestigio. Se estaba muy lejos de la intuición original del P. Colin, con todo su mordiente, que unía tan estrechamente comprensión del misterio de María y comprensión de su tiempo. b) Gracias a Dios, algunos años antes del Vaticano II, la intuición del Fundador volvió a recobrar su verdadero valor y comenzó a marcar la forma en que los Maristas ven a María y, en consecuencia, su misión en la Iglesia. Donde mejor se pudo constatar este cambio fue en los Maristas de Francia, pues para ellos resultaba más fácil el acceso a las fuentes, todas ellas en francés. Precisamente, con ocasión de una serie de retiros predicados en 1962, muchos Maristas pudieron aproximarse a las intuiciones del P. Colin en este punto, quedando asombrados y emocionados ante los nuevos horizontes espirituales que se les abrían. Justo en ese momento llegó el Vaticano II, con su visión tan nueva sobre el misterio de María y su invitación a renovar nuestras ideas sobre María. Los Maristas pudieron alegrarse sobremanera al constatar los numerosos puntos de contacto que había entre las perspectivas del capítulo octavo de la Lumen Gentium y las intuiciones de nuestro P. Fundador. Desde luego que los textos conciliares eran mucho más ricos, sobre todo a nivel teológico. Lo que en el P. Colin no era más que la intuición carismática de un Fundador se decía ahora como fruto de una reflexión teológica; lo que solamente se aplicaba a una Congregación se ampliaba ahora a toda la Iglesia, consciente de su responsabilidad marial; al mismo tiempo, aparecían con más claridad los elementos imaginativos y los condicionamientos históricos de la concepción marista primitiva, que había que superar.

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2. En la actualidad En este apartado nos enfrentamos ya con la pregunta de cómo se formula y se vive entre nosotros, los Padres Maristas, el papel de María. 2.1.

Cómo se formula

Para presentar este punto me apoyaré en los textos capitulares del Capítulo General de 1969-1970, que se propuso definir las líneas fundamentales de la Congregación, conforme había pedido el Vaticano II. El Capítulo no redactó nuevas Constituciones. Produjo, eso sí, un conjunto de «Declaraciones y Decisiones» (DD) que tienen fuerza normativa y preferente para la orientación y organización de la vida marista hasta el capítulo siguiente. a) Al examinar estos DD hacemos una primera notable constatación: no se encuentra en ellos ninguna declaración sobre María, en fuerte contraste con el sustancioso documento mariano de los Hermanos Maristas, de contenido altamente teológico y espiritual. Lo que en el Capítulo de los Padres Maristas se señaló explícitamente y con firmeza fue la cuestión de la identidad marista. Es decir, que ni se presentó siquiera la idea de hacer una reflexión sobre María distinta de la reflexión sobre el ser de la Congregación. No deja de ser un rasgo característico. La segunda constatación nos lleva a tomar nota de otro hecho: las menciones de María son relativamente poco numerosas en todo el texto. En DD 49 encontramos una invitación a «tener confianza en la Virgen». En las restantes alusiones, siete en total, María entra como elemento para definir y caracterizar la misión, el apostolado y el estilo de la Congregación. Los textos no tienen en sí una importancia considerable; pero el hecho de que fueran redactados independientemente por comisiones distintas, da a esta coincidencia un valor especial. b) Para la comisión de vida religiosa, la Sociedad de María «por su inspiración marial, nos pone ante los ojos el ejemplo de María, Reina de los apóstoles "consagrada por entero a la persona y misión de su Hijo" (LG 36)» (DD 22). La comisión de formación describe así el proyecto colectivo de vida religiosa apostólica de la Sociedad de María; «Seguir a Jesucristo y anunciarlo a los hombres de su tiempo, sirviendo a la Iglesia en el espíritu de María, según la intuición fundamental que el P. Colin sacó del evangelio» (DD 54). 298

Esta misma comisión alude nuevamente a nuestro proyecto religioso en una de sus últimas declaraciones: «Contribuir conjuntamente y como mejor podamos, atentos a la voz del Espíritu, a la realización de los designios del Padre: restaurarlo todo en Cristo. Esto fue lo que hizo María» (DD 69). La comisión de ministerios resume nuestra tarea en los términos siguientes: «Debemos responder a las grandes necesidades de los pueblos según el espíritu de Aquella cuyo nombre llevamos» (DD 103). Por su parte, la comisión de gobierno local cita, entre los componentes de toda comunidad marista, el hecho de que sus miembros «están animados por el espíritu de María» (DD 104). Cuando se trata de describir la razón de ser de la Tercera Orden de María, el Capítulo se expresa de la forma siguiente: «Participar en la misión salvífica de Cristo inspirándose en la vida de María en Nazaret y en medio de los apóstoles» (DD 140). En un texto sobre el tema «Pluralismo y unidad» se dice: «Solamente en comunión con el Papa, principio visible de unidad, y con los obispos sucesores de los apóstoles, puede hallar la Sociedad, como Nuestra Señora, su vocación y su lugar providencial» (DD 137). En estos siete textos se hace cuatro veces alusión al espíritu de María y una sola a su inspiración. Por otra parte, una sola vez se hace referencia a momentos particulares de la vida de María (concretamente Nazaret y Pentecostés, en la línea del P. Colin), y en el último texto se hace una aplicación precisa, a saber, la comunión con los responsables de la Iglesia. En los demás casos sólo se hace una referencia global al papel de María en la historia de la salvación, como «tipo» de la responsabilidad específica de la Sociedad. A tenor de estos textos, se puede concluir que los Maristas contemplan el papel de María esencialmente en relación con su misión en la Iglesia y como fuente de inspiración en el trabajo que deben desempeñar de acuerdo con su misión. c) Ahora bien, antes de aceptar definitivamente esta conclusión, examinemos el texto más sustancial, preparado por la comisión de «Identidad marista», con el título «Maristas y mundo de hoy». El Capítulo, tomando conciencia de las transformaciones del mundo y de la Iglesia, llega a una conclusión: esas transformaciones invitan a la Sociedad a reexaminar «la manera de concebir su existencia y su papel en la Iglesia». A pesar de esta situación nueva que se ha creado, el Capítulo dice sentirse ligado a las intuiciones originales y reafirma su adhesión «al nombre que llevamos de Sociedad de María y al proyecto que este nombre ha patrocinado desde los orígenes». De la confrontación entre lo que se busca hoy en la Iglesia y este proyecto primitivo nace la con299

vieción de que las intuiciones fundamentales del P. Colin siguen hoy perfectamente actuales. Las bases de esta convicción están desarrolladas en dos momentos. En primer lugar, se analiza la correlación entre «las exigencias de la pastoral contemporánea y la tradición apostólica». «En esta evangelización los Maristas deben ocupar su puesto, en la medida en que comprendan el misterio de María y sepan descubrir el ímpetu misionero de sus orígenes. María, mediante su libre consentimiento, cooperó en la consagración del mundo y en la redención de todos los valores humanos. Esa dedicación total a la misión de Jesús es la fuente de la tradición que los Maristas querrían continuar con fidelidad: no buscar el éxito personal ni el de la Sociedad, sino exclusivamente el de Cristo; colaborar cordialmente con todos en una pastoral de conjunto; interesarse por las necesidades reales de la gente y no contentarse con meras teorías; desprenderse de las falsas apariencias; trabajar en favor de los pobres y abandonados; saber esperar orando y sirviendo a otros, incluso en las tareas más humildes. Todo esto, naturalmente, no es exclusivo de la Sociedad; es el espíritu del Evangelio y, por lo tanto, tesoro de toda la Iglesia y de todos los cristianos. Pero de esa manera intentamos nosotros interpretar la forma especial con la que María fue fiel al Señor desde Nazaret hasta Pentecostés» (DD 124). Hay en este párrafo una selección de rasgos que evocan un comportamiento original. Refleja las orientaciones del P. Colin y los valores que afloran habitualmente cuando se buscan las características del obrar marista. En este comportamiento se ve el sello mariano; al mismo tiempo, la comprensión del misterio de Nuestra Señora aparece como factor decisivo para determinar y mantener esas actitudes. En la segunda parte titulada «El misterio de María en la Iglesia» se analiza la relación entre la intuición del P. Colin y el pensamiento del Vaticano II sobre María.

desto pero real, las orientaciones por las cuales la Iglesia trata de acercarse a su tipo marial: una Iglesia siempre atenta a los intereses de Jesús, sin afán de dominio, humilde servidora, discreta y pobre, que desea renunciar a cualquier situación de privilegio, con tal de que Cristo sea anunciado. Esas son también las características que han quedado impresas en nuestra Sociedad por la palabra de nuestro fundador y por el ejemplo de sus discípulos. Le cabe, por tanto, una responsabilidad mayor de permanecer hoy fiel a su misión primitiva» (DD 126). El texto termina así: «Ella, la Virgen de la Anunciación, de Nazaret y de Pentecostés, es la que nos une y nos empuja hacia adelante. Con los Maristas de todas las generaciones la saludamos como nuestra fundadora y primera superiora, reconociendo que únicamente por un don de gracia somos hijos suyos. En mantener esa relación personal y colectiva con María, cuyo nombre llevamos, radica nuestra esperanza más inquebrantable de llegar a ser en medio del mundo actual, lo que la Iglesia espera de nosotros» (DD 128). En resumen, este texto de la comisión «Identidad marista» confirma lo dicho en otros lugares: el Marista ve a María en el marco de su actividad apostólica, en Ella encuentra su punto de referencia; propiamente hablando, no le importa mucho este o aquel aspecto particular de María, sino más bien el lugar del misterio de María en la Iglesia, captado desde dos momentos singulares: Nazaret y Pentecostés. En ellos se encuentra la inspiración para su comportamiento, que se manifiesta a través de todo un conjunto de gestos particulares. El Capítulo seguía aquí la línea de las intuiciones del Fundador, expresadas con palabras ligeramente diferentes, y sintiendo que así daba una respuesta a las necesidades de hoy. 2.2.

Cómo se vive

«María se halla presente en la Iglesia naciente: es su aliento y su sostén, aunque no ocupe ningún cargo importante y permanezca oculta. Esta presencia, discreta y eficaz, ha hecho descubrir al P. Colin el puesto que podría ocupar en la Iglesia, en momentos de crisis sobre todo, una Sociedad que llevase el nombre de María. Esta toma de conciencia era una intuición de Fundador, limitada al marco de su Congregación». «El Vaticano II ha realizado una toma de conciencia análoga, a nivel teológico y para toda la Iglesia, cuando presenta a esta Iglesia profundizando en la comprensión de su ser y su misión, a la luz del misterio de María, su tipo y su modelo (LG 63 y 65)» (DD 125). «Cuando intentamos traducir en hechos esa intuición conciliar, nos damos cuenta de que nuestra tradición nos ha hecho experimentar ya, a un nivel mo-

Veamos ahora, en la medida que pueda saberse, cómo viven actualmente los Maristas lo que hasta aquí hemos formulado. Para ello nos basamos en una serie de testimonios recogidos a lo largo de 15 años de reuniones sobre la vida marista. Responden mayormente a la situación que encontramos en Europa y Estados Unidos de América. a) En la Sociedad de María no hay unas fórmulas previstas de oración marial. Las comunidades suelen rezar el «Salve Regina» en la oración de la mañana y de la tarde. Ha desaparecido la recitación del rosario en común, ejercicio obligado años atrás. Esto mismo se puede decir a propósito de los meses de mayo o de octubre, celebrados antes con tanta solemnidad. El acto de consagración a María al final de los ejercicios anuales ha sufrido sus vicisitudes, desapareciendo y reapare-

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cicndo en el seno de las Provincias. En cambio, con frecuencia se emplean hermosos himnos y oraciones a María en las celebraciones de la Palabra y demás formas de oración, sobre todo en los grupos jóvenes; pero entre los Maristas no hay nada sistemático u original en este campo. En el plano de la oración personal cada cual se siente libre de usar las formas de oración señaladas todavía por las Constituciones. Se va perdiendo el rezo del santo Rosario, si bien se aprecian algunos esfuerzos de renovación, cuando se trata de rezarlo en el marco de pequeños grupos con seglares, por ejemplo haciendo alguna breve reflexión teológica o proponiendo algún texto bíblico como apoyo a la recitación. En cuanto a la recitación de las tres avemarias y el «Bajo tu amparo» por la mañana y por la noche, que tanto apreciaba el P. Colín, me temo que esté abandonado de hecho entre los religiosos menores de 50 años. Es muy difícil decir cómo se vive la oración espontánea a María. Si nos atenemos a las declaraciones obtenidas, se puede afirmar que el recurso a María no tiene relevancia particular. Incluso se puede decir que María no entra prácticamente, como componente determinante, en la vocación a la Sociedad o en la trama de la vida de los Maristas, individualmente considerados. De hecho los testimonios revelan una gran diversidad al tratar este punto. Hay algunos para quienes la devoción a María existe desde su infancia, y fue decisiva tanto en su vocación a la Sociedad como en la orientación posterior de su vida. Otros dicen haber llegado a la Sociedad por motivos que no tienen relación alguna con María y no sienten tampoco la necesidad de una relación particular con Ella. b) ¿Puede concluirse de ahí que falta en los Maristas una relación especial con María? No. Después de numerosos sondeos, creo que hay algunos puntos que caracterizan muy bien lo que de común hay entre nosotros. Esto es lo que me gustaría poner de manifiesto a través de algunos rasgos, consciente de que entramos en un terreno bastante difícil de explorar. 1) María es una «presencia». En un testimonio encontré estas líneas que me parecen bastante reveladoras: «María aparece en mi vida como una presencia, un poco como se siente la presencia de una mujer en la casa, sin saber muy bien cómo definirla.» Explica a continuación que esta presencia no es propiamente reconocida, a no ser en los momentos de oración explícita. Con frecuencia se compara también a María con una madre cuya presencia silenciosa puede significar aprobación, estímulo o toque de atención, «diciendo» todo eso a su hijo con su sencillo «estar ahí».

De una manera menos elaborada acaso, algunos Maristas dicen que son mucho más conscientes de «estar con» María, de trabajar a su lado, que de «estar mirándola». Hay en efecto un tipo de presencia muy real que no implica necesariamente una mirada a la otra persona. Otros hablan de «clima», «clima de vida», «estar impregnado»... En estas expresiones se afirma una cierta presencia que puede ser muy importante en la vida de uno, aun cuando no sea muy explícita, precisa, conscientemente buscada o aceptada. Aún en aquellos que manifiestan desinterés o reaccionan ante la perspectiva de una imitación marial mal presentada, puede vivirse de manera muy delicada la conciencia de un parecido con María, adquirido poco a poco por el simple hecho de esta relación de amor. Aquí el pudor o el temor puede que impida ver de frente la realidad. Hay un testimonio que me parece expresar bastante bien esta actitud: «Si María tiene un papel en mi vida, será quizás porque uno llega a asemejarse un poco a aquellos a quienes ama; pero, aún así, yo no actúo conscientemente de esta manera o de la otra para hacer las cosas como María las habría hecho.» 2) Teniendo en cuenta esta circunstancia (presencia que puede ser muy real, pero fácilmente difusa y poco consciente), no es nada sorprendente que entre los Maristas no se perciba habitualmente una figura particular de María ni algún aspecto esencial de su persona. Al preguntar a los Maristas cómo se representan a la Virgen, hay tantas respuestas como personas: María es la Virgen, la Madre de Cristo, nuestra Madre, la mujer ideal, la primera creyente, etc. Queda claro que la Sociedad de María no difunde una figura concreta de María y, menos aún, una visión teológica particular. 3) En cambio, hay un acuerdo impresionante cuando tratamos de señalar los valores que esta presencia marial, oscuramente percibida y aceptada por el Marista, suscita y promueve en la vida. Igualmente, es bien clara la traducción y la expresión de este espíritu, de este clima de vida. 4) El apostolado específicamente marial, si es que existe como tal para el Marista, consiste en trasmitir estos valores a los demás, a través del testimonio personal. Esto es lo que se vive particularmente en las fraternidades maristas de laicos que nacen alrededor de las obras maristas, como parroquias, movimientos de juventud, colegios, etc. Las experiencias son muy variadas y extraordinariamente abiertas. Todo lo expuesto revela que existe realmente una unidad dinámica entre las intuiciones del P. Colin, los textos del Capítulo General y la experiencia común de los Maristas de hoy. Precisamente, y a modo de conclusión, querría evocar una vez más las líneas clave.

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Conclusión

ALGUNOS TEXTOS

Creo que lo más típico de nuestra Congregación es la fuerte interiorización de la referencia a María. Toda la consistencia está centrada más en los valores experienciales, más en lo vivencial que en la atención explícita a la persona de María. El P. Colín contempla a María esencialmente en función de la Iglesia. María vive en la Iglesia sin hacer que se hable de Ella, desapareciendo casi, atenta a los misterios de la salvación con los que está totalmente comprometida, por convicción y actitud. Esta actitud de María la considera el P. Colin como el modelo de comportamiento del apóstol en un mundo que sufre de profunda crisis religiosa. Con su famoso «ignotus et occultus in hoc mundo» (Desconocido y oculto en este mundo) sugiere que el correcto comportamiento del Marista está basado en una experiencia marial, que le empuja a mirar no tanto a María cuanto a Cristo y su Iglesia, desapareciendo al servicio de ésta. Se descubre así cómo puede germinar y crecer una tradición espiritual en la que María está verdaderamente presente, aunque un poco difuminada: podríamos decir entonces que todo su papel se reduce a asegurar la permanencia de la actitud que Ella tuvo, sin querer atraer la atención sobre sí misma. Evidentemente nos encontramos ante una actitud extremadamente sutil que puede ser vivida (y con frecuencia lo ha sido a un nivel muy profundo por más de un Marista), pero que también puede diluirse en mera ilusión y verbalismo vacío. En este sentido los Maristas llevan su tesoro en vasos de barro y están sin cesar en peligro de perderlo pues corren el riesgo, más que otros, de disolver lo marial en lo que ya está implícito o en una pura inmanencia. Creo que quedará bien poca cosa de la Sociedad de María si la intuición marial del P. Colin se redujera a un simple símbolo o si la referencia personal se limitara a un tipo de comportamiento sin que la persona que ha inspirado este comportamiento sea ya nombrada, reconocida y amada, al menos en ciertos momentos privilegiados de la vida personal y comunitaria. Quien quiera situarse en la línea de su vocación marista, no puede confundir a María con una idea. No importa que piense menos en Ella que en el trabajo por el Señor, pues en este trabajo el Marista se borra y desaparece con María y como Ella. Resumió y adaptó: Heliodoro Casado, sm.

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I. Escritos del Fundador Tengan continuamente en su memoria que, por benévola elección, pertenecen a la familia de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, de cuyo nombre se llaman Maristas y a quien desde un principio eligieron como modelo y primera y perpetua superiora. Si, pues, son y quieren ser verdaderos hijos de tan excelsa Madre, esfuércense constantemente en aspirar y respirar su espíritu... Deben en todo pensar como María, juzgar como María, sentir y obrar como María; de lo contrario serían hijos indignos y degenerados {Constituciones, año 1872).

II. Palabras del Fundador, recogidas por el P. Mayet. 1. La Sociedad de María no tiene, como fuente inspiracional para su fundación, otro modelo que la Iglesia primitiva. Reproducirá en sí misma esos rasgos y se esforzará para que la Iglesia de todos los tiempos calque ese patrón divino: «A nosotros nos toca recuperar la fe de los primeros creyentes. Y eso es precisamente lo que se nos dio a entender allá en la aurora de nuestros comienzos... Entonces se anunció que la Sociedad de María no tendría que escoger como modelo a ninguna de las Congregaciones que la han precedido; no, a ninguna de ellas. Nuestro modelo, nuestro único modelo debía ser y era la Iglesia primitiva. Y la Virgen Santísima que hizo entonces cosas tan grandes, las hará mayores todavía al final de los tiempos, porque el género humano estará más enfermo» (Habla un Fundador, n. 117,3: año 1846). 2. María sostuvo a la Iglesia en sus principios; también la sostendrá al final de los tiempos: «La Virgen Santísima ha dicho: "Yo fui el pilar de la Iglesia naciente; lo seic asimismo en los últimos tiempos"» (ibid. 4,1: año 1837). «Sí, tengo la satisfacción de repetir aquí una vez más estas palabras: "Yo lui el pilar de la Iglesia naciente y he de volver a serlo en los últimos tiempos", >tue fueron en los mismos comienzos de la Sociedad las que nos sirvieron de lundamento y de aliento. Continuamente las teníamos in mente. Hemos venido .it'luando en ese sentido, si es que puedo expresarme de este modo. Hay que 305

mlimlii que la i-poca en que vivimos es pésima y que la humanidad está realmente enferma. Al final de los tiempos va a necesitar una asistencia especial, y va a ser la Santísima Virgen la que se lo va a proporcionar. Debemos alegrarnos de pertenecer a su Sociedad y de llevar su nombre» (ibid. 152,1: aflp 1848). 3. María se mantuvo oculta y desconocida: estilo que debe inspirar la acción de los Maristas: «Tengamos buen ánimo. Tengamos todos "un solo corazón y una sola alma". No tratemos de hacer que se hable de nosotros. Imitemos en eso a nuestra Madre, que nada hizo para que la gente hablara de Ella... Nosotros, a impregnarnos de su espíritu, haciendo el bien "desconocidos y ocultos"...» (ibid., 116,8: año 1846). «Los tiempos son malos; pero María, que consoló, protegió y salvó a la Iglesia naciente, la ha de salvar en los últimos tiempos. No voy a afirmar que hayan llegado ya los últimos tiempos... Se ve tan poca fe en nuestros días... María se ha de servir de nosotros, sus hijos. Hagámonos, pues, dignos de ello» (ibid. 160,7: año 1848). «Vivimos en un tiempo tan malo como el de los apóstoles. Debemos, pues, tener el corazón de los apóstoles: debemos buscar ayuda, como lo hicieron ellos, en los consejos de la Santísima Virgen... No metamos ruido, no hagamos grandes demostraciones; hagamos el bien con perseverancia, como los apóstoles, que renovaron el mundo entero sin ruido y sin violencia» (año 1866). 4. María elige a los Maristas, les da su nombre y les introduce en una alianza personal: «Quince siglos después de la predicación del evangelio, aparece una sociedad de hombres apostólicos. El nombre de Jesús les estaba reservado, y por eso tratan de imitarle... Han realizado los mayores servicios en la Iglesia de Dios... Del mismo modo, diecinueve siglos después del establecimiento de la Iglesia, le llega el turno también a una pequeña Sociedad. Y también Dios le ha reservado y le ha otorgado un nombre: el de María» (ibid. 172,23: año 1849). «María es la que da a cada cual su misión, el puesto que debe ocupar. Del mismo modo que su divino Hijo encargaba de una misión a sus apóstoles..., así también esta Madre cariñosa, al final de los tiempos, nos dice: Id a anunciar al mundo a mi divino Hijo. Yo estaré a vuestro lado. Caminad, que todos continuaremos unidos... Seamos por tanto "un solo corazón y una sola alma" en ese corazón bendito, en el corazón de nuestra Madre... Debemos concertar un pacto con nuestra Madre, estipulando que cada una de nuestras respiraciones, cada uno de nuestros anhelos ha de ser para Ella... Id, hermanos, id por doquier, que María nuestra divina Madre estará siempre con vosotros» (ibid. 143,2-3: año 1847).

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5.

María, obediente al Espíritu

«Cuanto más lo pienso, más me congratulo de no haber escrito antes la Regla. La cuestión no estaba madura. Necesitaba tiempo para ver más claro... Había que penetrarse previamente de su espíritu, y ese espíritu lo encontramos en su Corazón. Los apóstoles no hicieron nada sin consultarla, porque Ella tenía escrita en su Corazón la ley nueva y había sido amaestrada por el Espíritu Santo incluso antes de la encarnación» (Actas del Capítulo General de 1866). 6.

María, Madre de misericordia.

Pocas veces aparece en los textos este título, explícitamente. Sin embargo, se afirma expresamente que los Maristas deben comportarse como «instrumentos de la misericordia divina». Este tema ha atraído últimamente a muchos Maristas, como se podrá ver en el texto del actual superior general, que recogemos a continuación. El Marista debe reproducir la presencia maternal de María en la Iglesia; más aún, intentará crear en la Iglesia un nuevo estilo más maternal y misericordioso.

III.

Palabras del actual superior general a la Congregación

«Los seminaristas que, en 1816, subieron al santuario de Fourviére llevaban dentro un ideal. Tenían la convicción de que María quería algo: quería la transformación de la Iglesia en un reino de misericordia... María traería una nueva sensibilidad llena de compasión, capaz de ver en el escepticismo de la época un ansia de autenticidad, de verdad, sin más máscaras ni ensoñaciones vanas. Sería una Iglesia respetuosa con los no creyentes, que descubre en su increencia la posibilidad de fundar la fe sobre bases más sólidas y más profundas... Colin nos llama a tomar parte en la obra de María, la que le ha asignado la divina providencia en estos "últimos tiempos": reunir por la misericordia y la compasión a todo el pueblo de Dios en una Iglesia, no triunfante o legalista, sino atenta al miedo, las dudas y las alergias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Hemos de ser la prolongación de María en su obra de transformar la Iglesia en un reino de misericordia» (Circular de septiembre de 1985).

IV.

Palabras de Pablo VI

Los Maristas se sienten identificados con el retrato que de María hace Pablo VI en la Introducción a su Encíclica «Marialis cultus» (1974): 307

Dios ha colocado en su familia, la Iglesia, como en todo hogar doméstico, la figura de una Mujer, que calladamente y en espíritu de servicio, vela por ella y protege benignamente su camino hacia la patria, hasta que llegue el día glorioso del Señor». Recogió y presentó los textos: Heliodoro Casado, SM

PRESENCIA DE MARÍA EN LA ORDEN DE LA MERCED Luis Vázquez Fernández, O. de M.

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1. Pórtico Es la Merced una Orden originaria, esencial e históricamente mañana. En apretada síntesis, podemos ir viendo el origen y desarrollo, en sus múltiples facetas y en su honda riqueza vivencial, del marianismo mercedario. Hay una íntima correlación entre el origen de la Orden de la Merced y el origen de la advocación de Santa María de la Merced, o Mare de Déu de la Mercé. Se trata, pues, de una presencia originaria de María en la Orden, que —al tener origen en su nombre y por una especial inspiración suya a Pedro Nolasco— ha dado origen, a su vez, a la profundamente cristiana y teológica advocación de María de la Merced. Es la Orden de la Merced esencialmente mañana, puesto que María de la Merced forma parte del ser y quehacer, de la esencia y de la actividad redentora mercedaria. En su nombre realizaban los frailes de la Merced el apostolado redentor, en su nombre organizaron su propia vida comunitaria, y en su nombre adquirieron en la Iglesia carta de ciudadanía. La merced o misericordia que los mercedaños ofrecían a los cristianos cautivos era la concreción y actualización de la merced o misericordia de María, Madre de la Iglesia, que así velaba —eficaz y visiblemente— por aquel sector o parcela de sus hijos más necesitados, privados de libertad y en peligro inminente de perder su fe. A lo largo de sus casi ocho siglos de existencia, la Orden de la Merced ha sido fiel a su primigenio marianismo y ha ido produciendo una floración —si humilde, por el reducido número de sus miembros, intensa, por la honradez existencial— de escritos, actos cultuales, templos, movimientos, creación de nuevos Institutos, surgidos de la raíz y 311

manantial mismo de su ser mariano. Lo cultual y lo cultural, la pervivencia en el viejo mundo y el arraigo misionero y de implantación de la fe en el nuevo mundo, han estado históricamente marcados por la presencia de María, merced de Dios para los redentores y los redimidos, los liberadores y los liberados, los misioneros y los misionados, los europeos y los americanos, los «cristianos viejos» y los «indios cristianados», los mestizos y mulatos, los blancos y los de color. Si la Orden de la Merced es originaria y esencialmente mariana, no podía menos de serlo en su viva realidad histórica. Hasta tal punto esto es cierto que incluso su fundador, Pedro Nolasco, ha perdido relieve y ha quedado siempre en un segundo plano —hasta fechas recientes— en la conciencia y manifestaciones culturales y cultuales de la Orden, en relación con María: Ella dio el nombre a la Merced, al encarnarse históricamente como «Orden de Santa María de la Merced de la redención de los cautivos», y Pedro Nolasco pasó a ser como el primer miembro de esta orden redentora, sencillamente un hijo más de «nuestra santísima Madre».

2. Presencia de María en el origen de la Orden Si todos los fundadores de Ordenes religiosas han tenido especial devoción a María, en el caso de Pedro Nolasco debió de ser tan vivencialmente profunda que él desapareció para que ella figurara como la-que-da-nombre a la Orden. Sin duda que antes de la fundación sé había empapado de marianismo en la Cataluña medieval que veneraba a la Virgen de Montserrat, y en la ciudad de Barcelona, que se arracimaba en torno al templo de Santa María del Mar. Cuando este mercader renuncia a sus compra-ventas en beneficio propio y descubre el «mercado de los cautivos cristianos», privados de libertad, y oprimidos en su dignidad esencial de seres humanos, y se convierte en nuevo mercader de la libertad —entregando sus bienes y su vida para redimir a los cautivos, como obra máxima de misericordia— sabe que esta merced a la redención le identifica con Cristo Redentor, el hijo de María. ¡Ella será, pues, su madre! Esta experiencia íntima, liberadora —a partir de una praxis de liberación— lleva a este laico, que supo dar hondura a su acción con momentos de contemplación, a ver a Cristo en su ser de Redentor y a María, su Madre, como la que hizo posible esta gran obra de merced o misericordia. Sólo desde esta vivencia se comprende el paso definitivo que Nolasco va a dar: Comprometer en la acción redentora a un grupo de ca312

balleros catalanes y solicitar del Obispo Palou, con el apoyo del mismo Rey joven, Jaime I de Aragón, la fundación de una nueva Orden, para redimir cautivos (1218). Nolasco, hombre práctico, sabe que sólo así se garantiza una acción a largo plazo, eficaz, eclesial, realizada por hombres consagrados de lleno a esa labor, tan necesaria en la sociedad y en la iglesia del siglo xm. La historia diría que también en los siglos venideros. La Orden de la Merced nace como redentora —toda su razón de ser estará en función de esta merced o misericordia, generosa, humanitaria, radicalmente cristiana— y María no podía estar ausente de este proyecto que tan espontáneamente identificaba a estos frailes con el Redentor. Y esta Orden —que en sus inicios llaman los documentos papales «de San Agustín», por la Regla adoptada, y «de Santa Eulalia», por el lugar de su primer residencia en Barcelona— siguen llamando luego «de los cautivos» (1244), «de la Merced» (1248) y «de Santa María» (1258). Hasta reunir todos estos títulos en el Prólogo que Amer escribe para las Constituciones (1272) y que Gaver toma de códice primitivo en 1445 y nos transmite en su lengua original: «orde de la verge Maria de la merce de la redempcio deis catius de Sancta eulalia de Barchalona». Naturalmente, cuando se construye la primera iglesia mercedaria en terreno donado por Plegamáns, se dedica a Santa María. Y cuando los cofrades primeros recibían el hábito, según consta en documentos de la época, éste se denominaba «de Santa María». La merced o misericordia que los religiosos realizaban llegó a ser obra de los frailes de Santa María. El pueblo consagró ambos títulos, el de Orden de la Merced y el de María de la Merced, y ya la Orden y María quedaron para siempre unidas en estrecho abrazo expresivo.

3. Presencia de María en la misión originaria de la Orden Los cautivos cristianos, en plena situación angustiosa, invocaban a María pidiendo la merced, su propia redención y liberación. Y se acordaban de las imágenes que veneraban en sus pueblos o ciudades más cercanas: Guadalupe, Montserrat, Almudena, etc. Piénsese en aquel cautivo de que nos habla la Cantiga 83 del Rey Sabio: Jazía e en escura carcer e en gran ventura de morrer. Porén na pura

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Virgen tornou seus cuidados. Aos seus acomendados a Virgen tost'á librados.

Este pobre cautivo invoca a la Virgen de Sopetrán con gran confianza y ve cómo se le abren las puertas de la mazmorra y logra huir y recobra su libertad. Pues, a poco a poco, los cautivos fueron asociando la presencia de los mercedarios con María, de quien eran como enviados para hacer merced redentora. María se convierte, gracias a la acción mercedaria, en Virgen redentora, dadora de libertad y dignificadora de sus hijos más oprimidos. Desde que los mercedarios nacieron, la advocación que se iba a consolidar como más expresiva del poder liberador de María sería la de Madre de Dios de la Merced, en zona del reino de Aragón, y Virgen de la Merced, redentora de cautivos, en zona andaluza-castellana. Los mercedarios, frailes de Santa María, unieron estrechamente —y los cautivos redimidos así lo entendieron y proclamaron— acción liberadora y presencia de María que libera a través de sus mensajeros de liberación. El cuarto voto, de quedar en rehenes —si fuere necesario para salvar la vida y la fe del cristiano cautivo— convirtió a los redentores mercedarios en presencialización y actualización viva de Cristo Redentor, que entregó su vida para redimirnos, y a quien estaba íntimamente asociada su Madre, María. Los cautivos redimidos por los mercedarios guardaban para siempre el recuerdo agradecido de María de la Merced, ante quien se presentaban, en su iglesia de Barcelona, o en otros templos mercedarios, antes de regresar a sus propios hogares. A lo largo de la historia de las redenciones la devoción a María de la Merced llegó a ser algo consustancial al pueblo cristiano: ¡Estaba basada en hechos bien precisos y en la recuperación del don sagrado de la libertad! De este modo, la presencia de María en la acción originaria de la Orden de la Merced se fue consolidando a través de los siglos. Cada cristiano redimido era un testimonio de que María no desoye las súplicas de los cautivos. Cada mercedario redentor era, a los ojos del pueblo, un mensajero de la buena noticia de la liberación. Liberar con María —que se escogió como lema del Domund 1987— ha sido siempre la praxis mercedaria.

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4. Presencia de María en la dedicación de las iglesias mercedarias Ya desde sus comienzos, la Orden tuvo como expresión y signo de su mismo ser mariano la consagración de las iglesias, o de un altar privilegiado o capilla destacada en ellas, a María. Los fieles que acudían a nuestros templos podían sentirse acogidos en un ámbito de paz y sociego bajo la presencia blanca de María. El mismo templo era símbolo de su seno acogedor y dador de vida. María, que ofrece a Jesús, se ofrecía ella misma como Madre de la Merced. Quedaba así visualizada su presencia maternal-liberadora. En vida de Pedro Nolasco, los frailes laicos de la Orden aceptaron varios templos consagrados a María, prohijando las advocaciones ya existentes: Santa María de El Puig (Valencia), Santa María de la Guardia de los Prados (Tarragona), Santa María de Sarrión (Teruel), Santa María de Arguines (en Segorbe). Los frailes-caballeros de la Merced se sentían bien junto a Santa María, cuya devoción local recibían con cariño a la vez que se sentían acogidos como hijos de tal Madre. Y después del fallecimiento de Pedro Nolasco —acaecido en 1245, probablemente el 6 de mayo—, los mercedarios del convento de Santa Eulalia de 3arcelona consagraron a Santa María la capilla. Se conoce el documento del obispo Pedro de Centelles, autorizando dicha capilla el 29-4-1249. Después del siglo xiv —ya la Orden clerical— las iglesias mercedarias se van convirtiendo en lugares de especial culto mariano, donde los frailes presbíteros organizan la liturgia mercedaria y María de la Merced adquiere relieve propio, en imágenes expresamente talladas, como la misma de la actual basílica de Barcelona, obra, al parecer, del escultor Pere Moragues, de Mediados del siglo xiv. A medida que la Orden se extiende por Andalucía y Castilla va implantando, en sus iglesias propias, la presencia de María de la Merced, como puede comprobarse hoy día, en lugares donde ya no hay mercedarios, pero cuya huella mariana ha quedado hondamente arraigada en la conciencia popular. Cada templo mercedario ha sido, y sigue siendo, lugar mariano. Podíamos decir que la Orden convirtió en santuarios de María prácticamente todas sus iglesias. ¡Hasta tal punto la Merced y María son inseparables!

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5. Presencia de María en las Constituciones mercedarias Ya señalamos cómo el Proemio de las Constituciones primeras de la Merced, las del Maestre Pedro de Amer (1272), centrado en las decisiones trinitarias y en Cristo Redendor, que visita y redime, sitúa a la Orden de la Merced en el plan divino de misericordia liberadora: una especie de «presencia sacramental de Cristo Redentor», destacando lá presencia de María, que nos dio al Liberador y da ahora nombre a la Orden de la Merced. La Orden de la Virgen María de la Merced es, pues, Orden de María. En ella se encarna la presencia mañana como Merced de Dios para los hombres cautivos. Las siguientes Constituciones del Maestro Raimundo Albert (1327) —paso decisivo, en la concepción juridica de la Orden laical y cuasimilitar a clerical— sólo las conocemos a través del Maestro Nadal Gaver, en su Speculum fratrum (1445). En dicha obra se nos ofrece el Líber fundationis, siguiendo el Proemio del siglo xm. Se escenifica una aparición de María a Nolasco, en cuyo diálogo éste aparece como un nuevo Moisés, enviado para liberar a su pueblo cautivo. La sobriedad teológica originaria se transforma ahora en mensaje, visualizado y auditivo, dando forma literaria a una realidad transformante en la vida de Nolasco. María sigue estando presente en las demás Constituciones mercedarias: las del Maestro Salazar (1588), compuestas por el teólogo Zumel —y basadas en las de Gaspar de Torres, no promulgadas—, donde se organizan los elementos esenciales del carisma redentor mercedario, y se configura la caridad mercedaria como obra al servicio de la fe, en la que se ejercitan las demás obras de misericordia; las del Maestro José Linas (1691), donde se subraya que la caridad redentora es como el «carné de identidad de la Orden»; las del Maestro José Mezquía (1743), en concordancia con las anteriores; las del Maestro Pedro Armengol valenzuela (1895), que restauran y renuevan la Orden después de la supresión de Mendizábal, en donde aparece destacada la devoción a la Virgen María; las del Maestro Domingo Acquaro (1986), puesta al día de las exigencias del Concilio Vaticano II. En estas últimas y actuales se destaca, de manera intensa, la presencia de María en la Orden: Nolasco ha sido «inspirado» por la Virgen María para fundar su Orden; los mercedarios la llamamos «Madre de la Merced»:

no a los poderosos y enaltece a los humildes". Contemplando a María descubrimos el sentido de nuestra espiritualidad y la urgencia de nuestra acción apostólica» (núm. 7). En multitud de pasajes aparece María: como espiritual fundadora, madre, modelo, ejemplo de liberación, virgen fecunda, contemplativa, activa, pobre, obediente, llena de fe, espejo de esperanza, ejemplo de caridad, objeto atrayente de nuestra devoción y amor, modelo vivo de consagración a Dios y de servicio redentor a los hermanos. Se la nombra expresamente en la fórmula de profesión como titular de la Orden y Madre de la Merced. María transforma la actual legislación constitucional en jardín ameno, símbolo de esa consagración y exigencia carismática arraigada en la multisecular y siempre viva tradición mercedaria.

6. Presencia de María en la evangelización mercedaria de América

«Ella es madre de los cautivos a los que protege como hermanos queridos de su Hijo, y es igualmente madre de los redentores al ofrecer libertad a los cautivos, pues anima y promueve así la misión del Señor que "derriba del tro-

En esta hora, en que nos preparamos para conmemorar, creadora y solidariamente, el V Centeranio de la evangelización del Nuevo Mundo, debemos recordar que los mercedarios —ya desde el segundo viaje colombino— aportaron su experiencia liberadora a la evangelización. Ellos evangelizaron con María. Y esa «faz materna de Dios», esa «merced de Dios», supieron —como nadie— ofrecerla a los indígenas. Pensemos que, además de sus propios templos —en honor de María de la Merced—, habían regentado en España muchos santuarios marianos: Santa María de El Puig (Valencia), la Virgen del Olivar (Teruel), la Virgen de Aránzazu (Guipúzcoa), la Virgen de Guadalupe (Cáceres), Nuestra Señora de Bonaria (Cagliari). Y, ya en tierras americanas, se harán cargo de los santuarios de Nuestra Señora de Buenos Aires (Argentina) y Nuestra Señora del Consuelo (Arequipa. Perú. La Orden de la Merced, que contaba con unos 600 mercedarios a principios del siglo xvi, se volcó —a través de la Provincia de Castilla— en la evangelización de América, colaborando eficazmente a implantar la fe cristiana en las Antillas, Cuba, México, Panamá, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Honduras, Perú, Ecuador, Colombia, Chile, Argentina, Paraguay y Uruguay, Bolivia y Brasil. Parece imposible que una sola Provincia, de una Orden pequeña en número, que comienza en La Española hacia 1495 y establece su convento en Santo Domingo en 1514, un siglo después (1612) tuviese ya en América del Sur —Perú, Quito, Tucumán y Chile— 50 conventos con 72 doctrinas y unos 540 frailes.

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i on los mercedarios iba siempre María de la Merced, que llegó a modificar su sentido primigenio, singularmente redentor, para cobrar la forma plural: Nuestra Señora de las Mercedes. Al historiar el culto de María en Iberoamérica y reseñar sus imágenes y santuarios más célebres, el jesuíta Rubén Vargas Ugarte señala: «No se esforzaron menos los Mercedarios por difundir el culto de la Virgen de las Mercedes, cuya imagen se alza resplandeciente en los comienzos del Descubrimiento, allá en el Santo Cerro, donde Fray Juan Infante la propuso a Colón como prenda de la victoria. De ahí pasó a México y Guatemala, conducida por Fray Barlotomé de Olmedo, recibiendo en este último lugar el título de Conquistadora. Nada extraño, pues, que numerosas poblaciones se honren con el nombre de esta mariana advocación y, lo que es aún más digno de advertir, que naciones enteras, como Ecuador, Perú y Argentina, la hayan tomado como Patrona de sus Repúblicas o Generala de sus ejércitos. Al par que en México y Guatemala, Fray Miguel de Orenes introducía en el Perú, a raíz de la conquista, la devoción a la Virgen Blanca; y otro tanto hacía en Chile Fray Antonio Correa, miembro de la expedición de Valdivia». Otro mercedario, Fray Francisco Ponce de León, se interna con Diego Vaca de la Vega por el Marañón y el 8 de diciembre de 1619 funda Boria, la primera población. El mercedario bautiza más de 4.000 nativos y extiende la fe cristiana y el amor a María en esa zona brasileña, mientras Fray Diego de Porres evangeliza Santa Cruz de la Sierra. Los frutos pueden verse todavía hoy, al comprobar la devoción mariano-mercedaria que el pueblo iberoamericano mantiene viva y entrañablemente arraigada en Santo Domingo, Lima, Quito, Pasto, Pira, Chachapoyas, Portobelo, Tucumán, lea, Guatemala, Caracas, Sucre, La Paz, Chile, Maipú, Latacunga, Colombia, Paita, Guayaquil, Ibarra, Panamá, San Salvador, Potosí, Arequipa... Cada templo mercedario consagró su altar mayor, o una capilla destacada, a María de la Merced: Su presencia marcó para siempre la espiritualidad de los pueblos iberoamericanos, que —generosa y solidariamente— colaboraron también, con sus valiosas aportaciones económicas, a la redención de cautivos de la vieja Europa que les llevó la fe cristiana. La evangelización mercedaria de América dejó la huella de su ser mariano, y sólo quienes recibieron a Cristo en el regazo de María saben, sapiencialmente, que El es Redentor y Ella Corredentora, que la liberación integral no se podrá hacer sin ellos.

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7. Presencia de María en el culto mercedario y en la piedad popular Es significativo el que ya las Constituciones primeras determinen que «se cante Misa solemne de Santa María» al comenzar el Capítulo General. Y manda a los frailes clérigos que reciten diariamente el Oficio de Santa María. En siglos posteriores se irá consolidando una sólida piedad mariana en la vida litúrgica de los conventos mercedarios. Merece destacarse el hecho de que en un breviario mercedario, impreso en París en 1514, se halle una parte el Ave María —más de setenta años antes de que se generalizase, después de la reforma de San Pío V—, aquella con que finaliza dicha plegaria: «ahora y en la hora de la muerte. Amén». Se sabe, por testimonio documental, que a principios del siglo xix, ya era común en las iglesias de la Merced la celebración de la Misa sabatina y el rezo o canto de la Salve Regina cada uno de los sábados del año. Según señala Faustino Gazulla, en su obra La Patrona de Barcelona y su santuario (Barcelona, 1918), la Misa y salve sabatinas «se practicaban en los conventos de la Merced a principios del siglo xiv. El 19 de septiembre de 1307, Galcerán de Miralles legó a Fray Ferrario de Caldes, Comendador de Nuestra Señora de Belloch, y a los frailes de su encomienda, tres libras de cera, para que con ellas elaboraran un cirio, obligándoles a tenerlo encendido los días sábado, mientras se celebraba la Misa de la Virgen y durante el canto de la Salve». En bula papal de 1530, Clemente VII habla de la intervención de María en la fundación de la Orden, que venía celebrando su fiesta el día de la natividad. Pero es a partir de 1600, cuando Clemente VIII otorga —a petición del Capítulo General de Valladolid de 1599— la celebración del Oficio de la Virgen de la Merced, el 8 de septiembre, cuando el culto a María en su advocación de La Merced comienza a adquirir gran difusión. En 1616, Paulo V pasa el Oficio propio al domingo más cercano al primero de agosto. Nace entonces el breviario mercedario, en el que se destaca el «Domingo más cercano a las calendas de agosto, Revelación de la Fundación de nuestra Orden o Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de la Merced» (1617). La fecha precisa anduvo cambiando: Primero se celebra la Merced el 8 de septiembre, luego el domingo más próximo al 1 de agosto, después el 10 de agosto (1684); hasta que en 1696 queda fijada, para toda la cristiandad, con misa y oficio de rito doble, el 24 de septiembre. Es extraño que, siendo la primera fiesta de María, de origen «particular», que pasa a ser universal —después de la Virgen de las Nieves—, en la última reforma litúrgica haya sido suprimida del calendario universal. ¡Natu319

raímente, en la comisión de reforma litúrgica no había ningún mercedario, y sus miembros, más bien centroeuropeos —donde la Merced no tuvo desarrollo, por ser Orden «mediterránea» y latinoamericana— no debían de conocer demasiado el arraigo de esta advocación en los países de lengua hispánica! En 1774, Clemente XIV concede que se pueda cantar misa de medianoche la vigilia del 24 de septiembre en honor de María de la Merced, en ciertos conventos de España, gracia que se extendió después a los demás conventos mercedarios. Desde entonces la fiesta de María de la Merced va adquiriendo esplendor. Ya vimos cómo echó raíces en iberoamérica, y se conserva viva en nuestros días. Las novenas previas al 24 de septiembre forman parte del culto mariano de todas las iglesias de la Orden, así como la dedicación del sábado como día mariano, con su salve y misa en honor de María. La piedad popular nutrió su vida cristiana en la fuente clara de María de la Merced, Corredentora con el Redentor, liberadora con Cristo liberador, en aquellos lugares de influencia real de la Orden: Los signos externos de esta devoción se manifestaron en portar el escapulario de la Merced; pertenecer a asociaciones mercedarias de seglares, en honor de María; en imponerse el nombre de Mercedes o María de la Merced; en dedicar plazas, calles, capillas, parroquias, diócesis, lugares, etc., a la Merced; la práctica en iberoamérica del recorrido por los hogares de la imagen de María de la Merced, a quien llaman «visitadora o peregrina», abriéndole sus fieles devotos las puertas de sus casas y de su corazón; la invocación —por instinto y connaturalidad— de pueblos enteros a María de la Merced en momentos de especial opresión: Piénsese en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Francia, por ejemplo, multiplicó las imágenes de María de la Merced, con símbolos de liberación —unas cadenas rotas, una alambrada desecha—, a quien invocaron en el peligro y agradecieron su especial patrocinio luego. Otro indicio claro de la influencia de María en su advocación de la Merced, a nivel artístico, está en la abundancia de pinturas, esculturas, grabados, etc., consagrados a esta advocación, que pertenecieron a templos y capillas antiguas, y hoy se encuentran, en gran medida, en museos, y pasaron a formar parte del patrimonio artístico de la Humanidad. El pueblo siempre asoció a María de la Merced con la ayuda celeste en momentos de especial cautiverio o esclavitud, opresión o quebrantamiento de derechos humanos. En nuestra sociedad, tan violenta —donde siguen retoñando secuestros, torturas, invasiones, ocupaciones, desprecios de unas personas y unos pueblos a otros— tiene cabida, más que nunca, María de la Merced, como «presencia salvadora

Las leyendas —orales o escritas— forman parte de la manifestación y transmisión de realidades, en forma «mítica» o como escenificación de vivencias profundas, con base en la historia o intrahistoria que trasciende los cauces expresivos de la mera racionalidad lógica. Diríamos que cuanto más profunda es una vivencia menos puede ser expresada en la palabra racionante y necesita de la palabra ardiente, donde la llama de lo imaginario es fuego creador de energías y movilizador de actitudes. La Merced ha ido configurando su propio lenguaje mítico y su antología de tradiciones legendarias se nutre de la presencia de María, como vivencia profunda de sus hijos, en relación con acontecimientos que desvelan el cauce interior de su compromiso mariano. Estas tradiciones, con gran carga de simbolismo, centradas en María, parten ya de los mismos orígenes, en su contenido y en su intención referencial, pero han ido tomando forma literaria, sobre todo a partir del siglo xv y siguientes. La de mayor relieve es la escenificación y diálogo entre María y Nolasco «en medio del silencio de la noche del primer día de las calendas de agosto». Desde Nadal Gaver se va amplificando, pasa incluso a la bula papal de canonización de San Raimundo de Peñafort, y cobra diversas versiones, según corrientes de expresión mercedaria. Los pintores, más tarde, reproducen visualmente estos relatos. Aparece María con el Hijo en brazos (Cijar), o ella sola (Gaver), con un coro de vírgenes (Zumel), con tropas de vírgenes (Salmerón), gran número de ángeles y santos; entre ellos, Santiago —patrón de España— y los abogados de Barcelona —Cucufate, Severo, Paciano y Eulalia— serían la compañía de la Reina de los Angeles y Santos, cuando se aparece a Nolasco en la noche estrellada (Vargas). Puesto que Pedro Nolasco será la nueva piedra de esta religión, también acompañará a María, en la noche de su «descensión», San Pedro Apóstol y Santa Madrona, venerada en épocas antiguas (Colombo). Según corrientes literarias, se da una sola aparición a Pedro Nolasco, o la aparición es triple: A Nolasco, al joven Rey Jaime I y a Raimundo de Peñafort. Murillo pintó la aparición única a Nolasco. Otros se inspiraron en la triple aparición. En cualquier caso, María desciende en plena noche, dialoga, manifiesta la voluntad de su Hijo y

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de Dios», «Madre comprometida con la libertad y dignidad de los humanos» y «la que canta y celebra las maravillas del Dios liberador».

8. Presencia de María en las tradiciones legendarias de la Merced

suya de que una Orden sea fundada en su nombre, para la redención de los cautivos. No es obra humana la Merced, es obra divina, que —por gracia celeste— se manifestó en forma de mandato amoroso de la misma Reina de los Angeles. Es la Merced obra de María, orden de María: en el sentido de que ella dio la orden de que se fundase como tal, y, a la vez, en el sentido de que —ya organizada como institución eclesial— se configuró como Orden de María. Ella es, pues, «la Fundadora celestial» que adquiere un nuevo título: María de la Merced. Su Orden, que cumple lo ordenado por María, al servicio de la libertad de los cautivos cristianos, en poder de los enemigos de la fe de su Hijo, puede ser llamada de la Merced de María. Otro relato de tradición legendaria, protagonizado por María, en su presencia en el coro de Barcelona, acompañada de ángeles, y supliendo el rezo coral de maitines de los frailes mercedarios, que no asistieron al coro «en cierta fiesta solemne, por descuido del velador» (Melchor Rodríguez); o sucede una noche en que Nolasco va al coro solo y encuentra a María con dos ángeles rezando maitines, y se asocia a ellos; o —según versión distinta— Nolasco va al coro a rezar, pide ayuda a María en su empeño redentor y contempla cómo María y multitud de ángeles entonan el rezo coral de maitines, prolongado durante tres horas, durante las cuales Nolasco se siente en brazos de María, a quien acompañan también santos barceloneses —Eulalia, Madrona y Eulogio—, que agradecen al redentor de cautivos lo que está haciendo en su ciudad (Documento de los Sellos, siglo xvn). Los ángeles están vestidos de mercedarios. Hay variantes y cambios de escenificación en otros autores posteriores. Lo esencial consiste en esta delicadeza de María, que suple los fallos humanos de sus hijos, ocupados en el arduo trabajo redentor. Hasta tal punto caló en la conciencia mercedaria la vivencia de las finezas de María para con los mercedarios, que llegó a ser norma jurídica el que en todos los coros de la Orden quien preside, en trono central, no es el Comendador, sino una imagen sedente de María, a quien se denomina la Comendadora. Se conservan varias, muy bellas, en antiguas iglesias de la Merced, tanto en España como en América. En Quito, no sólo está María de la Merced presidiendo el coro, sino que todos los asientos altos tienen en relieve un ángel vestido de mercedario, con su escudo, en sintonía con la tradición legendaria. María, una vez más, aparece como la que cuida, solícita y delicadamente, de los hijos de su Orden, incluso cuando éstos tienen fallos humanos, supliendo ella misma la alabanza divina comunitaria, y ofreciendo la seguridad de su presencia materna. Todavía se encuentra otro relato, que da origen a un rito que se realizó durante siglos en los conventos mercedarios: María bendecía, por

La Orden de la Merced, por su marianismo esencial, sintió y consistió, al unísono, con el pueblo fiel, a la hora de proclamar y defender la concepción inmaculada de María, sintonizando también con la mejor tradición teológica de la Iglesia, cuando sólo era una «piadosa creencia» y había otras Ordenes e instituciones eclesiales que regateaban a María, como «hija de Adán», tal honor original. Por la presencia cordial de María, la Merced no dudó nunca —salvo algún caso de matización teológica, como Diego Tello— en su confesión y defensa, en primera línea, de la plenitud de gracia e inmunidad de todo pecado en la concepción de María.

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las noches —a la hora del sueño— los dormitorios de los frailes. Esta cercanía cordial, que sólo el relato «mítico» expresa con naturalidad —el relato lógico se «ruboriza» y distingue y contradistingue— es significativa de la presencia vivencial de María en la Orden de la Merced. Se trata de una palabra creadora, pues —a la vez que manifiesta una vivencia mariana— da origen a comportamientos, ritos, simbolizaciones, manifestaciones de piedad, realizaciones artísticas, etc., que ahondan y sacan a flor de sensibilidad los mejores resortes del corazón humano, siempre niño y carente del amor materno, que en María cobra consistencia y plenitud. Las «florecillas mercedarias» reciben su savia del manantial más hondo de la piedad mariana, y nacen y se desarrollan con espontaneidad, hasta el extremo de que la palabra se hace carne, el «mito» nutre vitalmente al propio «rito»; la leyenda —puesto que se lee— es creadora de actitudes y comportamientos; el símbolo crea un ámbito de cercanía y ternura donde florece la mejor piedad filial. Las leyendas, pues, que nacen de la piedad, nutren su propia vida y consistencia en realidades profundas, y son creadoras de ininterrumpidas formas de piedad. Cuando el espíritu ingenuo se convierte en espíritu crítico, las leyendas no se toman a la letra, sino que se aceptan en su espíritu. Entonces adquieren su auténtico valor, ofreciendo ese «suplemento de poesía» que hoy más que nunca necesitamos. La presencia de María en las tradiciones legendarias de la Merced revela los niveles de acercamiento a la sensibilidad mariana, mantenida y expresada con gran viveza y familiaridad. Diríamos que la Merced abrió todas sus puertas a María y ella estaba entre nosotros como en su casa.

9. Presencia de María en la defensa mercedaria de su Inmaculada Concepción

Siguiendo la liturgia de la catedral de Barcelona —donde desde el siglo xn se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada de María— la Merced conservó la antigua oración, tan clara y transparente, incluso al aceptar la nueva liturgia romana: «Oh Dios, que preservaste de toda mancha de pecado en su concepción a la Inmaculada Virgen María, para que fuera digna madre de tu Hijo, concede —te rogamos— que quienes creemos de verdad en la pureza de su inocencia sintamos también los efectos de su intercesión delante de Ti».

Tello (siglo xvm), así como el libro de cofrades en defensa de la purísima Concepción, en el que firman los frailes de los conventos mercedarios de Madrid y Toledo, entre ellos Fray Gabriel Téllez, tanto en toledo (30 de septiembre de 1618), como en Madrid (11 de agosto de 1623). Que los mercedarios, en esta firme defensa inmaculista, se distanciaron de la opinión oficial de los dominicos (debe ha*cerse notar que también ellos tienen grandes teólogos defensores del privilegio original de María) consta por multitud de anécdotas. Citemos una nota de la Junta de la Inmaculada, reveladora de posiciones encontradas: «A una mujer de Martín de Espeleta, que se confesaba con un P. Dominico, le dijo el Confesor que le pesaba de verla, porque se había de condenar; y preguntándole que por qué, le respondió que porque creía que la Virgen había sido concebida sin pecado original; la cual, afligida, se lo comunicó a un religioso de la Merced, que la desengañó y quietó» (JIC, año 1652). En todas las ciudades de España donde residían los mercedarios, y las Universidades y Villas hacían el «Voto Concepcionista», se unían a dichas celebraciones. Debe destacarse la fiesta de Madrid, al defender este voto en 1653, que duró varios días, y en la que figuraron como predicadores el franciscano Fray Juan de Villamar y el mercedario Fray Alonso Vázquez de Miranda (Libro de Actas del Ayuntamiento de Madrid, 1653).

En la formación teológica —aunque se partía de Santo Tomás y sus comentaristas dominicos— en el terreno inmaculista las mismas Constituciones mandaban seguir el pensar propio de «nuestros mayores» y la confesión nítida de la «inmunidad de toda culpa» en María, desde su mismo origen. Y se pedía incluso un juramento explícito de la hora de ser aceptado a los grados académicos y de recibir el título de Predicador. Los teólogos de los siglos x v i x v n se destacaron en esta línea: El P. Silvestre Saavedra (1580-1643), con su célebre tratado Sacra Deipara (Lyon, 1655) es uno de los grandes defensores de la Inmaculada. Pero ya antes el P. Pedro de Oña, en su obra Las postrimerías del hombre (Madrid, 1603; Pamplona, 1608) toma postura clara por la confesión y defensa de la purísima concepción de María. Y el P. Fernando de Orio escribió un tratado en 1640 sobre el mismo privilegio. Desde entonces, los diversos estudios, sermones, panegíricos, etc., en los que los mercedarios ensalzan la Inmaculada, son expresivos del común sentir de la Orden de la Merced. Puede verse una Bibliografía Mariano-Concepcionista Mercedaria, de Gumersindo Placer —que ofrece una visión panorámica del tema—, en La Inmaculada y la Merced (Roma, 1955). Es de destacar el puesto de relieve del mercedario P. Alonso Vázquez de Miranda (1592-1661) en la Quinta Junta de la Concepción. Y el P. Adarzo de Santander, formó también parte de una Junta teológica que analizó el dictamen de la Congregación del Santo Oficio (20 de enero de 1644) que prohibía hablar de la «Inmaculada Concepción», permitiendo únicamente la expresión «Concepción de la Virgen Inmaculada». El mercedario, y demás miembros de dicha Junta, deciden que, «en que derogue y anule dicho Decreto. Lo segundo, que declara que siempre que la Iglesia ha rezado y reza universalmente con autoridad apostólica de la Concepción de Nuestra Señora, ha rezado y reza de la Concepción Santa en el primer instante» (1649). En la Biblioteca Nacional de Madrid se conservan algunos manuscritos concepcionistas de Mercedarios: de los padres Francisco Pintre (siglo xvn), Fernando de Orio (copia del siglo xvm) y Diego

«No fueron las persecuciones pocas —siendo yo testigo— que se padecieron por algunos de la más aplaudida religión, que no quisieran fueran nuestras mejoras tantas. Especialmente, se introduxo en aquella ciudad y isla la devoción de la limpieza preservada de la Concepción purísima de nuestra Madre y Reyna, cosa casi incógnita en los habitantes de aquel pedazo de mundo descubierto. Tan a puerta cerrada tenían los aplaudidos lo contrario. Mandóse a todos los de nuestra religión, en el capítulo general de este maestro (Fray Francisco de Rivera), que se defendiese en la cátedra y los pulpitos esta verdad piadosa y ya más que opinable, siendo una de las principales instrucciones que llevábamos, y, cuando no lo fuera, la devoción por sí misma hiciera lo que los hijos deben por tal Madre. No es creíble el gozo con que abrazó aquel pueblo esta doctrina, nobles y comunes, hombres y mujeres, viejos y niños; parece que, industriados, la esperaban, pues con ser tan nueva a sus oídos, como he significado, se les asentó en las almas de manera que, aunque los opuestos eran señores de los auditorios y las voluntades de todos hasta entonces, desde que advirtieron su contumacia en defensa de la opinión contraria, totalmente los desampararon, y

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Muchos años antes, en 1616, nos relata Tirso de Molina en su Historia cómo fueron los mercedarios —y Fray Gabriel Téllez entre ellos— quienes defendieron el «misterio de la Concepción purísima de Nuestra señora» en Santo Domingo. He aquí las palabras de Tirso:

las noches y días, sin cesar, en procesiones y concursos, frecuentaban a centenares nuestra iglesia. Salían los marineros de sus naves, tendidas sus banderas y con hachas encendidas en las manos y instrumentos bélicos, parece que se ofrecían virtualmente a morir en el patrocinio de tan piadosa causa. Los muchachos, sin diligencia ni aun noticia de sus padres, se convocaban, y, gastando en velas y cirios lo que la amorosa importunación sacaba de sus madres, con estandartes de papel y estampas de este misterio compasivo, salían por las calles en cuadrillas a nuestro templo, cantando villancicos y motetes a la Privilegiada Virgen y Reyna de la original justicia. Religiosos hubo, entonces, de los que en España atribuyen a su orden esta devoción por hija de su celo —como si desde el primer día de los principios de la nuestra no nos la hubiera vinculado su Purísima Señora, aun hasta en la blancura de nuestro hábito—, que diciéndoles yo un día: "¿Cómo, Padres, han permitido que esté oculta tantos años en esta tierra verdad tan en servicio de la pureza impecable de María, pues en las demás provincias se atribuyen su defensa?", me respondió el más autorizado de ellos: "Padre, porque lo poderoso de los que predican lo contrario es tan válido que, a competir con ellos, nos faltaría el sustento". ¡Qué proposición tan temerosa y tibia, y qué contraria a los sucesos nuestros, pues siendo nuestra casa la menos aplaudida y frecuentada, y nuestra hacienda la más débil, creció con esta devoción de tal suerte su crédito, y la asistencia de la ciudad devota, que no se desembarazaba nuestra iglesia un solo instante, desde que amanecía hasta las medias noches! Y fue tan abundante la limosna con que acudieron, y hasta agora acuden todos, pobres y ricos, libres y esclavos, que es suficiente, no sólo para el adorno de aquella milagrosa copia de nuestra Redemptora, pero aun para sustentarse nuestros frailes, sus alumnos. Intentamos los recién venidos, conociendo el general afecto con que seguían todos esta piadosa verdad, y la fe con que abrazaban la inmunidad de su limpia Concepción, que la ciudad admitiese por Patrona a nuestra imagen milagrosísima, con voto expreso de su inmaculada preservación, y aunque el presidente gobernador de aquella Real Audiencia y isla lo contradijo, y con él algunos oydores y validos —tan poderosa fue con ellos la familiaridad de el superior de los contrarios—, pudo más el afecto y devoción de los restantes, y ansí la Real Audiencia y el Cabildo o Regimiento de aquella cristianísima República, con fiestas y demostraciones regocijadas, y otra vez no vistas semejantes, la víspera de su Natividad gozosa y también su día, vinieron en procesión a nuestra iglesia, y celebrando el incruento sacrificio, en que predicó el nuevo Vicario General, la juraron por Patrona el ya reducido Presidente y sus Oydores y Oficiales por su Cnancillería, y por su Ciudad los Regidores, ofreciendo costear perpetuamente, cada año, en semejante fiesta, las que con demostraciones generosas hizo y hace, que son las más festivas y regocijadas que en aquella isla se celebran. Este fue el primer fruto que se consiguió de nuestra ida en aquella ciudad y sus contornos, siguiéndose de él los demás, ansí en la reformación de nuestros monasterios, como en el lucimiento de las divinas letras y virtudes» (TIRSO: Historia, II, 357-358).

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10. Presencia de María en los teólogos, poetas, místicos y predicadores mercedarios Aunque la Orden prohijó —tardíamente— y canonizó a San Pedro Pascual, el Obispo de Jaén, cautivo y muerto en Granada (1300), autor de obras de gran interés doctrinal, polémico y catequético, en las que brilla la defensa de la Inmaculada, no podemos afirmar hoy día —pues no hay documentación que lo avale y sí muchos indicios en contra— que haya profesado en la Orden de la Merced. Lo que sí es cierto, y se puede hacer su historia, es que su influencia —desde que se aceptó como mercedario— ha sido decisiva para fundamentar la teología mariano-mercedaria ya en los orígenes (siglo XIII). Y en sus fuentes han bebido los teólogos mercedarios desde finales del siglo xvn hasta nuestros días. Además de los teólogos ya citados en la defensa inmaculista, deben ser destacados el P. Francisco de Caltelví (1626-1695), quien en un célebre «Sermón de el admirable y recóndito Misterio de la Concepción de Nuestra Señora...» (Alcalá, 1660) llamó la atención por su originalidad y defensa de la «concepción en Gloria»; el P. Francisco de Lizana, que en 1666 da a la imprenta una obra de contenido mariológico inicial: Tesoro descubierto en el espacioso campo de la Sagrada Escritura, Santos Padres y Doctores de la Iglesia; el P. Bernardo de Santander y Barcenilla, con su obra Marial de la Virgen Santísima, Nuestra Señora (1663); los PP. José Pintre y Francisco Pintre, hermanos de sangre y profesión, que escribieron tratados mariológicos: El primero, un Tratado sobre el Imperio Mariano (1665) y Opúsculos marianos, y el segundo un Marial en Alabanzas de la Concepción purísima de Nuestra Señora. Ocho discursos predicables (1616); el P. Melchor Rodríguez de Torres: Jornadas de Joséf y su Familia, María y Jesús (1628); el P. Marcos Salmerón: Tesoro escondido en el campo de la Humanidad del Hijo de Dios. Glorias de María... (1641) y otros tratados mariológicos; el P. Pedro de San Cecilio: Sobre la Concepción de la Virgen; el P. Hernando de Santiago: Marial; el P. Damián Estevan: Symbolo de la Concepción de María, sellado en la caridad y Religión Mercenaria (1728); el P. Juan Pérez de Rojas: En defensa de la Purísima Concepción (1618); el P. Miguel de Ulate: Virginis Mariae, Magnae Dei et Hominis Christi Jesu, dignisimae Matris (1714); Sacra Beatae Mariae Virginis ex Evangelio ad literam Epitheta (1707); etc. En todos los teólogos mercedarios conocidos —desde Jerónimo Pérez, Gaspar de Torres, Francisco Zumel, Pedro de la Serna— la presencia de María no sólo se deja sentir, sino que está hondamente arraigada, aunque no siempre dichos autores hayan dado a luz una obra 327

expresamente consagrada a María. La conciencia de pertenecer a una Orden mariana está patente en los escritos de sus teólogos, como se manifiesta a lo largo de su historia, hasta llegar a nuestra época, más crítica, pero también más lúcida y sugeridora. Piénsese en teólogos mercedarios recientes: Bienvenido Lahoz, Delgado Várela, Xabier Pikaza... Si de los entresijos doctrinales, a veces arduos, del pensamiento teológico nos acércanos a la palabra encendida y creadora de nuestros poetas, podremos ver hasta qué punto —dentro de la limitación numérica de nuestros frailes— destacan personalidades de renombre universal: Alonso Remón, Tirso de Molina, Suárez de Godoy, Pedro de la Serna, Interián de Ayala, etc. En ellos la presencia de María es luminosa e irradia fuerza de fe, de vivencia y de expresión y comunicación —tradicional y creadora, a la vez—, pasando de la palabra piadosa a la palabra integral, donde lo simbólico es cauce de transmisión profunda del misterio mariano. Remón ha dejado un tríptico de sonetos marianos, de gran belleza y justeza teológico-poética, como colofón de su obra Entretenimientos y juegos honestos. Los terceros finales revelan el contenido del poeta Remón, cuando pensó en María, toda llena de luz, «Madre del Sol»: Dijo: Mi Madre no es comprehendida, yo pagaré, muriendo, el exceptuada, quede mi eterno Padre satisfecho, pues, si es por preservada redimida, y el caso en estos términos se halla, donde hay poder y amor, ¿quién niega el hecho? Esta es la concepción de aquella Aurora, Madre de Sol, sin mancha concebida, que por preservación redimió Cristo. Ni jamás fue pechera ni deudora, ¿pues por qué es la pendencia tan reñida, ni qué se duda allá, si acá se ha visto? Niña de aquellos ojos del Dios hombre, estrella de aquel Sol que todo es día, zafiro que movió Dios con su aliento. Al concebiros, ¿quién os niega el nombre que al escogeros Dios os dio, María? Yo que os tengo en el alma así lo siento.

cantabo (1598), deja sembrada de deslumbrantes joyas poéticas, en honor y alabanza de María, las páginas del versículo segundo. Destacaré el canto del Magníficat, condensado en su esencia paradójica y en forma de soneto, con rima reiterativa de contraste perenne entre lo «pequeño» y lo «grande»: Haced grande, alma mía, al que pequeño se hizo en mis entrañas, siendo grande. Y, pues se abrevia un Dios en sí tan grande, engrandecedle vos, aunque es pequeño. Porque la grande estatua en pie pequeño, con un cuerpo y cabeza harto grande, quede deshecha por un Dios tan grande cifrado en carne y cuerpo tan pequeño. Alégrase mi espíritu, que es grande, y grande le hizo Dios, por ser pequeño, haciendo al temeroso rico y grande. En un brazo de carne tan pequeño mostró Dios su potencia y fuerza grande, burlando al grande, pues quedó pequeño. Fray Gabriel Téllez, el gran Tirso de Molina, llevó a María al teatro en obras como La Dama del Olivar, La Peña de Francia —íntegramente centradas en santuarios marianos— o en Doña Beatriz de Silva —seguramente creada para celebrar las fiestas concepcionistas de Toledo (1618)—, quien, además de fundar el monasterio de la Concepción, de Toledo, había dado origen a la Orden Concepcionista. En la Jornada tercera hay unos sabrosísimos diálogos entre Beatriz y la fundadora, y la Niña, María Inmaculada: BEATRIZ:

Ojo de Dios sois amores, pues con el blanco color y lo azul, sois niña zarca que me roba el corazón. No hay en vos, mis ojos, nube, que por eso os cerca el Sol, siendo sus rayos pestañas de su esfera guarnición. NIÑA:

Juan Suárez de Godoy, en su obra miscelánea Thesoro de varias consideraciones sobre el salmo de Misericordias Domini in aeternum

Yo soy la privilegiada, cuya candida creación

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hecha por Dios «ab initio», para su Madre eligió. Que habiéndose de vestir la tela que amor tejió, quiso preservar sin mancha en mí limpio este girón, al poner el pie en el mundo donde el hombre tropezó. Hacia el final de la obra, aparece don Jaime I, «armado con capa de la Merced y una tarjeta de sus armas», mientras Antonio de Padua explica: Don Jaime el Primero es éste, que a su Concepción dedica la Orden de la Merced, porque cautivos redima, en fe de que su Patrono jamás estuvo cautiva en la original prisión que a cuantos nacen obliga. Por razón de la pureza, de su célebre milicia se viste el manto que ves del candor que al alba envidia. Además de su creación dramática en honor de María, Tirso participa en Justas poéticas, como la de Santo Domingo, para cantar la pureza y gloria de María, con poemas de diversa métrica y contenido, profundos, doctrinales y en lenguaje popular, con la maestría que le es propia. Los recoge en Deleytar aprovechando. En uno de estos poemas exclama, siguiendo la imagen de la melodía: Y si hizo el son concertado de aquel dúo en un supuesto que el Verbum caro ha cantado, no es bien que en ella haya puesto disonancia de pecado. Otro, en lenguaje sayagués, tiene toda la gracia del decir popular y toda la densidad de su doctrina segura: Al concebirla su madre, diz que la quiso picar 330

ell alacrán de la culpa, más mamóla ell alacrán. Porque en aquel mismo instante viéndole el Reye llegar le dio tal pasagonzalo que le hizo rehurtir atrás. Y, como no la picó como a los otros de Adán, no llora, que no la escuece, y esto es la pura verdad. Uno de los pastores, que simboliza lo ingenuo y sediento de amor materno y puro de cada ser humano, se dirige a María con palabra tierna, bañada en corazón. Tirso es un maestro en captar las mejores esencias populares. Y, en este caso, como ofrenda cordial a María: Tamañuela de mi vida, yo vo por un recental, un tarro de natas lleno y una torta candeal. El recental branco todo, la leche como un cristal, y el pan limpio y sin neguilla, porque sé que en vos no la hay. Ni hubo mancha de pecado, ni neguilla original. Después de indicar que hay poemas marianos de Pedro de la Serna —conceptistas y basados en la libertad interior que se logra siendo «esclavos de María», como ella lo ha sido del Señor— y algunos dieciochescos de Interián de Ayala —que cultivó con más sapiencia la palabra latina que la castellana, en poesía—, quiero finalizar con un poeta mercedario del siglo xvi, de gran calidad, Fray Jaime Torres. Escribió una obra de autos sacramentales y de poesías religiosas, de perfecta factura y de exquisitez poco común: Divina y varia poesía (Huesca, 1579). Está publicada justamente el año en que nace Gabriel Téllez. Al cantar a la Encarnación dice su requiebro a María, Madre que adquiere, al serlo, su plenitud de ser: Paloma santa, ¿quién podrá alcanzaros volando tan subida y encumbrada, cuanto sólo Dios pudo levantaros teniéndoos en su mente preservada? Tanto quiso puliros y adornaros, 331

y en todo haceros tan aventajada, que creo, si El en vos no se encarnara, vuestro ser satisfecho no quedara. La Maternidad divina es fuente de todos los privilegios de María. Ella es anterior al pecado. Ella es tan semejante a Dios, que Dios quiso en su seno encarnarse para asemejarse a ella. Nuestros poetas saben que en María está la clave de las finezas redentoras del amor divino: ¡Mirarse en su espejo es descubrir la gracia en forma humana, panificando el ser, sediento de divinidad! Los escritos místicos de la Merced contemplan a María como modelo y Madre de misericordia. Elias Gómez ha destacado esta característica como nota esencial de la espiritualidad mercedaria, cultivada por nuestros escritores místicos. Y la misericordia divina se expresa en la merced, que es obra de redención, y en María de la Merced, que inspira, anima y, maternalmente, vivifica la acción redentora y el compromiso liberador. Piénsese en la obra Tesoro de las misericordias de Dios, de Falconí; en Reflexiones sobre la misericordia de Dios, de López Rubiños; en Empeños del alma a Dios y sus correspondencias, de Rodríguez de Torres; en Cielo espiritual uno y trino, de Pedro de la Serna; en los comentarios mercedarios al salmo Miserere mei Deus, de Jerónimo Gómez, Juan de Godoy y Antonio de Velasco; en la gruesa y sutil obra de Juan Suárez de Godoy sobre el mismo tema. En dichos escritos está María presente, aunque de modo implícito. Existe toda una bibliografía explícitamente mariana, de la que es bueno hacer memoria: Meditaciones sobre el Magníficat, de Jerónimo Calmell (siglo xvi); De laudibus Virginis Mariae, de Juan de Monluna (1600); Razón del pecado original, de Silvestre de Saavedra (1615-1617); Letanía de la Asunción, de Pablo Cenedro (1651); Estatutos y Constituciones que han de guardar los esclavos de Nuestra Señora de la Merced, de Pedro de la Serna (1615); Misericordias y Mercedes de María Santísima, José Rosell (1770); Sermones varios de María, de Alejandro de San Antonio (1735); Pláticas doctrinales, de Francisco Echeverz (1728); Versión de Las glorias de María, de Alfonso María de Ligorio, del mercedario Agustín Arques (1779); Escapulario de María santísima de la Merced, de Juan de la Santísima Trinidad (1762); Anuario de María, de Magín Ferrer (1841); Mercedes de la Virgen María, de José Reig (1859). Y ya en nuestro siglo, algunas de las publicaciones marianas destacables: La Virgen Redentora, de Luis Márquez (1925); María Sma. e i Mercedari, de Adolfo Ciuchini (1927); Secundo Congreso Mariano Sardo (1927); Devocionario de María de la Merced (1932); La mejor de las Madres,

de Avelino Ferreyra (1939); La Merced y España, de Carlos Silva (1938); La maternidad divina formalmente santificante, La Maríología en los autores españoles de 1600 a 1665, de José María Delgado Várela (1949 y 1951); Satisfacción y mérito corredentivo de la Madre de Dios, de Lucas Donnelly (1952); La Inmaculada y la Merced (Secciones Mercedaria y Sudamericana del II Congreso Mariológico Internacional de Roma. Dos gruesos volúmenes, 1955); Mira a tu Madre, de Germán García Suárez (1957); Miryam, la Nazaretana (hagiografía) y Miryam, la Esposa Inmaculada (Auto Sacramental mariano), de Antonio Vázquez (1955); La Cofradía de la Merced, de Mario de Tallei (1955); La Santísima Virgen María en la fundación de la Merced, de Ramón Serratosa (1952); Congreso Mariológico Mercedario de Barcelona (Actas en tres volúmenes, 1969); Varios estudios marianos, en revistas especializadas, de Xavier Pikaza, Jerónimo López, Elias Gómez, Antonio Vázquez, Eliseo Tourón, Gumersindo Placer, Manuel Rodríguez Carrajo, Germán García Suárez, Ernesto G. Castro, L. Vázquez, Juan Devesa, Santiago Crespo Pozo, Guillermo Hurtado, Samuel Montoya, Antonio Rubino, Sergio Vázquez, Alfonso López Quintas, Vicente Muñoz Delgado, etc. En esta época de renovación de Constituciones, la presencia de María ha quedado más hondamente reflejada en los textos legales de la Orden de la Merced, la Descalcez mercedaria y todas las Monjas, religiosas e institutos femeninos de la Familia Mercedaria. Lo jurídico ha quedado impregnado de un espíritu revitalizador en concordancia con el Concilio Vaticano II. La vuelta a los orígenes y la actualización —llevada a cabo con la colaboración de todos los miembros de la Orden y de cada uno de sus Institutos— ha supuesto una profundización de lo esencial mercedario y en su fundamentación mariana. Todas las ramas, masculinas y femeninas, de la oliva de Pedro Nolasco se nutren de la savia liberadora, desde la caridad y el servicio redentor, contemplativo o misionero, tomando a María de la Merced como Madre y modelo, cada cual desde su específica actividad diferenciadora, dentro de la unidad de base. Hay una mística mercedaria que no se puede entender sin la presencia de María. Ella es la Madre común y la inspiradora de nuestro ser y quehacer. La oratoria mercedaria, finalmente, ha desarrollado la piedad mariana en nuestros templos, en torno a la fiesta de María de la Merced y otras advocaciones y misterios marianos. Basta asomarse a la Bibliografía mercedaria, de Gumersindo Placer para darse cuenta de la riqueza de sermones impresos, en siglos pasados. Hoy día no se imprimen, pero siguen estando vivos —encuadrados en la liturgia eucarística— en novenarios o triduos mariano-mercedarios. También María, la

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que enseñó las primeras palabras al Verbo, está —matricialmente— salvando la palabra litúrgica, homilética, de su tendencia a la abstracción, para convertirse en palabra encarnada en su seno materno. Nuestra palabra religiosa, siempre balbuciente al referirse al gran misterio de Dios —Creador y Redentor— y a su ser trinitario, se libera de «mitologías» y oscuridades cuando no deja de ser lengua materna. María de la Merced da consistencia a la palabra mercedaria, siempre orientada hacia la defensa de la libertad integral del ser humano y de los hijos de Dios.

MISIONEROS DE LA CONSOLATA PRESENCIA DE MARÍA EN NUESTRA VIDA Y MISIÓN Manuel Grau San Andrés, Misionero de la Consolata.

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Para nosotros, misioneros de la Consolata, hablar de María, a la que veneramos con el título de Consolata es hablar de una presencia viva, familiar, entrañable en nuestros orígenes y en la historia de nuestra familia misionera hasta el día de hoy. María, la Consolata, está ahí, presencia viva, modelo, vínculo de comunión. Alguien que da un tono a nuestro modo de vivir la misión en las más diversas situaciones. Nacidos de un espíritu profundamente mariano, el del P. José Aliamano, nuestra característica mariana corrió el riesgo, en etapas posteriores, de reducirse a lo puramente devocional. La renovación conciliar y las nuevas perspectivas teológicas y de la praxis misionera nos han hecho redescubrir a María, y en ella, redescubrir temas centrales de nuestra vocación y de nuestro carisma. En esta comunicación vivencial vamos a ir siguiendo los pasos, desde las noticias más remotas, en que historia y leyenda se confunden, hasta el hoy de nuestra «misión con María».

1. Breve historia de la Consolata La devoción a la Consolata tuvo su origen en Turín, capital del Piamonte (noroeste de Italia). La Consolata está íntimamente ligada a la historia de su cuadro imagen y a la del Santuario. En el siglo iv de la era cristiana, San Eusebio, obispo de Vercelli, es desterrado a Palestina por el Empeador Constancio. A la muerte de éste, el obispo Eusebio vuelve a su diócesis. Como regalo, a su amigo 337

San Máximo, obispo de Turín, le trae una lámina de la Virgen con fama popular de haber sido pintada por el mismo San Lucas. San Máximo mandó construir una capilla en la iglesia de San Andrés de Turín y en ella expuso el venerado lienzo. Entre los habitantes de la ciudad, esto causó un gran impacto, promoviendo, en gran manera, la devoción a la Virgen. Los turineses, en los momentos más difíciles de sus vidas, se decían: «Vamos a la Iglesia a donde la IVirgen nos da tanto consuelo», y es así como empezaron a llamarla «La Consolata». Hacia el siglo ix llega a Italia, procedente de Oriente, la herejía de los iconoclastas, que consideraban supersticioso el culto a las imágenes y pretendían a todo trance purificar la religión destruyéndolas todas. Ante esta persecución de las imágenes, los monjes benedictinos del convento de San Andrés, a quienes se había confiado la custodia del lienzo, lo escondieron en los sótanos de la Iglesia. Más tarde, como consecuencia de una de las muchas guerras que asolaron Italia, el templo de San Andrés fue destruido, y el cuadro-imagen sepultado bajo los escombros. La imagen de la Consolata quedó abandonada y olvidada durante mucho tiempo. Transcurrieron tres siglos de tales acontecimientos. En Turín seguía latente el recuerdo de cuadro tan milagroso, pero nadie sabía su paradero. La tradición dice que una inspiración especial de la Virgen indicó el lugar donde se hallaba. En el año 1104, en Francia, en la ciudad de Brianco vivía Juan Ravais, ciego de nacimiento. El encontraba alivio y consuelo a su desgracia en una profunda devoción a la Virgen. Ella lo escogió para hacer salir a la luz el cuadro de la Consolata. Juan Ravais tuvo una visión en la cual la Virgen le prometió devolverle la vista si viajaba a Turín para excavar en el lugar que ella le indicase y que era precisamente allí donde se hallaba, bajo escombros, su sagrado lienzo. Después de muchas dificultades y desconfianza por parte de su familia, llegó a Turín. Allí contó todos los pormenores de la visión y la promesa de la Virgen al obispo Mainardo, hombre de piedad y de gran prudencia, quien comprendió que se trataba de algo extraordinario. Inmediatamente ordenó públicas oraciones y la inmediata iniciación de las excavaciones. La mañana del 20 de junio de 1104, el mismo obispo asistió a los trabajos. Los fieles, animados de gran entusiasmo, se dedicaron a excavar en las ruinas y, con gran sorpresa de todos, empezaron a encontrar los muros de la capilla que siglos antes había desaparecido. Debajo de los muros, intacto, encontraron el cuadro. El obispo lo extrajo personalmente, exponiéndolo a la vista de todos los fieles y

acompañando su gesto con la plegaria, popular aún hoy día, de «Ora pro nobis, Virgo Consolatrix, intercede pro populo tuo». En aquel mismo momento el ciego recobró la vista. Desde entonces, la historia de Turín ha ido sucediéndose alrededor del cuadro prodigioso.

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2. La Consolata y José Allamano En 1880, el arzobispo de Turín, Mons. Gastaldi, busca un rector para el santuario de la Consolata. Efectivamente, la vida del santuario, confiada a cuatro religiosos de avanzada edad, languidecía. El templo estaba tan deteriorado que los turineses lo llamaban «La Travá d'lla Consulá» (el andamio de la Consolata). Todo estaba mustio. El pasado esplendor del santuario, ahora se había eclipsado. Y esto no es todo, el Convictorio eclesiástico adjunto se mandó cerrar por discrepancias doctrinales. Este era el lugar al que los sacerdotes recién ordenados iban por dos años para hacer prácticas y estudios de moral antes de ser enviados a las parroquias, y que había sido dirigido años antes por San José Cafasso, tío materno de José Allamano. Del antiguo glorioso Convictorio no quedaba más que un asilo de sacerdotes ancianos. El arzobispo mandó llamar a José Allamano, que en aquel momento era director espiritual del seminario. «Te he llamado para notificarte que deseo nombrarte rector del santuario de la Consolata y del asilo anexo». «Soy demasiado joven para dirigir a los viejos», le respondió José Allamano, «no he cumplido aún los treinta y me falta experiencia...». «Ser joven es un defecto que se corrige con el tiempo, añadió el arzobispo, y este tipo de defectos, como eres joven, lo remediarás.» Desde aquel día no volverá atrás. José Allamano se toma la cosa con entusiasmo y junto a su amigo el P. Santiago Camisassa se lanza de lleno a devolver la vida al Santuario. Se entrega para restaurarlo completamente por dentro y por fuera, materialmente, y en cuanto al culto y pastoral. El Piamonte volvió a recuperar el centro de espiritualidad y oración que siempre había sido la Consolata. Y es aquí donde, isnpirado por el amor filial a la Virgen Consolata, años más tarde, el 29 de enero de 1901, fundará el Instituto de los Misioneros de la Consolata, y el de las Hermanas Misioneras de la Consolata, nuevo años más tarde. La fundación de los dos Institutos misioneros será como un fruto de la vitalidad espiritual y pastoral que surge en torno al Santuario de la Consolata renovado.

El P. Allamano aprendió a ser padre y maestro de misioneros a la sombra de la Consolata. Contemplándola, su corazón se fue dilatando para dar a su sacerdocio dimensiones universales. María fue la presencia unificante y estimulante de su sacerdocio y de su vocación misionera. Todas las circunstancias, más o menos providenciales, que confluyeron en la fundación del Instituto, él las verá como obra de la Consolata. No fue una intuición inmediata, ni fruto de un sueño profético, sino la maduración hasta su realización total de una personalidad sacerdotal plena. El contacto con hombres de Dios como su tío materno, San José Cafasso y D. Bosco, y con grandes misioneros, como el cardenal Massaia, fue determinante. Una personalidad sacerdotal abierta a las necesidades de la Iglesia y del mundo, sensible a lo quie hoy llamamos los «signos de los tiempos». La Consolata le dio un signo providencial en la curación de una grave enfermedad que lo llevó al borde de la muerte. De esta enfermedad, José Allamano se levantó con la convicción de que Dios y la Consolata querían la fundación misionera, y con la firme decisión de llevarla a cabo. En la formación de sus misioneros, José Allamano parte de la convicción de que el Instituto es obra de la Virgen, de que ella es la «Fundadora». Todos los acontecimientos de su vida, la fundación del Instituto, el comienzo y desarrollo de las primeras misiones, las vocaciones, los medios materiales, serán siempre, para él, gracia obtenida por medio de María. Dice así en una de sus conferencias espirituales: «¿No es realmente la Santísima Virgen nuestra Madre, bajo la advocación de Consolata, y no somos nosotros sus hijos? Sí, nuestra Madre tiernísima, que nos quiere como a las niñas de sus ojos, que ideó nuestro Instituto, lo sostiene todos estos años, tanto aquí en la casa madre como en África, y está siempre pronta a nuestras necesidades. Por los gastos enormes del Instituto jamás he perdido el sueño o el apetito. Digo a la Santísima Consolata: "Piénsalo tú! ¡Si haces buen papel, eres tú!". ¡Cuantos nos quieren bien porque nos llamamos "los Misioneros de la Consolata! Por eso, debemos corresponder y llevarlo dignamente".»

época. Lo que le caracteriza no es tanto la peculiaridad de la doctrina cuanto la carga de intensidad espiritual y de fecundidad apostólica que supo sacar de la devoción a la Virgen. El acogió tanto a María en su propia vida que sin ella sería una vida vacía por dentro.

3. En la vida e historia del Instituto Desde nuestros orígenes en 1901 hasta hoy, el camino de nuestra familia misionera, sus realizaciones apostólicas y también sus crisis y dificultades están siempre impregnados de la presencia de María. Hay que recorrer la vida de una comunida misionera repartida en cuatro continentes para descubrir esta realidad: los documentos oficiales y cartas de los superiores mayores, las cartas y testimonios personales de los misioneros, los diarios de misión, las obras apostólicas, las comunidades cristianas fundadas y acompañadas en sus inicios, los grandes templos y las pequeñas capillas de la selva dedicadas a María, la Consolata. Hay muchas realizaciones, muchas fatigas, mucha donación, bajo la mirada materna y consoladora de María. Dos testimonios de nuestra historia, escogidos entre otros muchos. El 20 de junio de 1942, fiesta de la Consolata, un misionero preso en un campo de concentración de Sudáfrica escribe así, lleno de la nostalgia de su misión del Kenya: «Los primeros misioneros comenzaron en el territorio de los kikuyu, el primer campo de apostolado de nuestro Instituto en nombre de la Consolata, y fue a ella a quien dedicaron la primera misión: Tusu. De ella fueron naciendo todas las demás, y quiso el Fundador que casi todas ellas fueran dedicadas a la Virgen... Y no sólo esto, sino que la Consolata fue llevada hasta las altas cumbres del monte Kinangop, y hasta las nieves perpetuas del monte Kenya, para que desde aquellas alturas dominara todas las misiones y cristiandades extendidas bajo sus pies.» El 1 de noviembre de 1951, día de la declaración del dogma de la Asunción de María, el Superior general escribe a todos los misioneros:

María será una presencia materna en el camino personal de búsqueda de la santidad: «Quien quiera llegar a la santidad sin la Virgen, quiere volar sin alas» María será propuesta como apoyo en las duras fatigas de los comienzos misioneros. María será estímulo en el ansia misionera, en la formación del apóstol, que debe imitar en ella actitudes concretas de cara a la misión. La enseñanza de José Allamano refleja la doctrina mariana de la

«Debemos reforzar la estrategia mariana de nuestra vida misionera. Lo que el P. Fundador ha hecho en los inicios de la fundación, lo debemos hacer nosotros con igual amor y en mayor escala donde quiera que seamos llamados a trabajar por el desarrollo del Instituto. El deseo de asociar a nuestra actividad misionera todos los pueblos de la tierra debe encontrar en la devoción a la Virgen su principio de energía y unidad...»

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4. 4.1.

lín nuestra vivencia de la misión hoy La enseñanza del Magisterio

La Iglesia, en la renovación comenzada con el Concilio Vaticano II, ha podido presentar a María con una luz nueva, permitiendo la renovación de la espiritualidad mariana. Nuestra vivencia mariana, como misioneros, también se ha enriquecido. El camino de los últimos años nos ha hecho descubrir riquezas más o menos ocultas en nuestra tradición y en nuestro carisma. El Concilio ha puesto de relieve el significado de María en la historia de salvación, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Nos la ha presentado en una perspectiva bíblica y de la más antigua tradición de la Iglesia, liberándola de deformaciones y reduccionismos que impedían comprender bien su papel en la vida cristiana. El capítulo VIII de la «Lumen gentium» termina proponiendo a María, imagen y principio de la Iglesia, como signo de esperanza segura y de consuelo» (LG 68). Consolación y esperanza, dos palabras que resumen nuestra vivencia de María en la misión. María y la Iglesia, una relación llena de riqueza para la espiritualidad y el proyecto misionero. La «Marialis cultus» de Pablo VI recuerda las actitudes de María que son modelo para el discípulo de Jesús. Invita a redescubrir las prácticas tradicionales de la piedad de la Iglesia. Pone de relieve el valor de María como discípula, que puede ser tomada como modelo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo (nn. 34-37). María contemplativa, inserta en la historia de su pueblo, esperando y anunciando que Dios «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Le 1,52). María es la llamada «Estrella de la Evangelización» por la «evangelii nuntiandi» de Pablo VI (n. 82). La «Redemptoris Mater» de Juan Pablo II, nos amplía todas las perspectivas de la «Lumen gentium». Encontramos a María, acompañando a la Iglesia en su itinerario misionero, que es una «peregrinación en la fe» (nn. 25-28). En el camino misionero de la Iglesia, María está presente como «la que ha creído» (Le 2,45). Desde la obediencia de la fe a la proclamación del amor preferencial de Dios por los pobres (n. 37): María creyente. María, Iglesia en camino, María del Magníficat, portadora de consuelo y esperanza para los pobres de este mundo. La misión, con María, es itinerario de fe, camino hacia las situaciones humanas necesitadas de liberación y de consuelo.

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4.2.

La perspectiva bíblica

La vuelta a los datos bíblicos sobre María es, tal vez, lo que más riqueza ha dado actualmente a la espiritualidad mariana. Desde el Nuevo Testamento vemos a María como: Primera creyente y primera discípula. Mujer contemplativa que, en la obediencia de la fe, pone en juego toda su vida para la realización del proyecto de Dios, perfectamente dócil a la acción del Espíritu (Le 1,26-38,45.2,19). María del sí a Dios. Mujer en camino para servir y para anunciar el cumplimiento de las esperanzas de Dios, las maravillas que hace en los pobres (Le 1,39-557: María del Magníficat. La madre que, llevando a Jesús, lo ofrece y lo presenta a aquellos hombre venidos de lejos siguiendo su estrella, desde pueblos y culturas diversas (Mt 2,10-11). María del encuentro con todos los pueblos. María atenta a las necesidades de los hombres, que intercede ante Jesús y que ayuda a los discípulos a creer en El (Jn 2,1-12). María de Cana. Madre de los redimidos, mujer fuerte al pie de la cruz, madre de la comunidad naciente, personificada en el discípulo que «la acogió en su casa» (Jn 19,25-27). María, madre de los discípulos. María en oración, presente en la primera comunidad, llena del Espíritu, para acompañarla en su misión (Hch 1,12-14). María de Pentecostés. Con María, la Consolata, la Consoladora de los afligidos, leemos también el Antiguo Testamento, y encontramos una rica fuente de inspiración para la misión: María, la hija de Sión, a la que se anuncia la venida del Salvador (Sof 3,14-17). Ella personifica al pueblo pobre, al resto de Israel en exilio, que es consolado por el profeta e invitado a ponerse en camino (Is 40,1611). A este resto fiel se le anuncia una liberación, un nuevo éxodo, que superará al antiguo. Al pequeño resto se le anuncia la salvación con los rasgos maternos de un Dios consolador (Is 66,10-16). Jerusalén, la nueva humanidad será reconstruida y ella será lugar de encuentro universal: «Los pueblos se dirigen hacia tu luz» (Is 60,1-10). La visión universalista del profeta no tiene límites. Es una invitación a mirar lejos, a ir al encuentro, a convocar a los hombres: Pero yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria; les daré una señal, 343

y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a l'arsis, a Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas, que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria! y anunciarán mi gloria a las naciones (Is 66,18-19). María, personificación del resto, del pueblo pobre, de la Iglesia, llevando en su seno la verdadera consolación, Jesús, el Señor. 4.3.

En el hoy de la misión

«Llevamos el nombre de la Consolata, y el Instituto es obra suya. Nos sentimos partícipes de la misión materna de María de llevar al mundo la verdadera consolación, Cristo Salvador, y con ella anunciamos la gloria de Dios a las gentes. Acogemos y presentamos a María como modelo de virtud, tenemos hacia ella un amor filial y auténtico» (Constituciones, n. 11). Hemos dicho muchas cosas en torno a María, a su presencia en nuestra vida y misión. Este número 11 de nuestras constituciones resume mucho de lo dicho hasta ahora. Tres aspectos expresan perfectamente lo que María es para nosotros: Modelo de consagración: Maestra en el seguimiento de Jesús, en el don total de nuestra vida a su causa, a la construcción y anuncio del Reino. «Haced lo que El os diga» (Jn 2,5). Maestra de oración y de escucha, de disponibilidad total al Espíritu que nos transforma. Vínculo de comunión: Vínculo propio de nuestra comunión es... la presencia materna de María Consolata... (Const. n. 21). Ella crea la comunidad fraternal entre nosotros, el espíritu de familia, ella es nuestra Madre. Presencia en la misión: La misión hoy requiere hombres fuertes, profundos, con actitudes de despojo y pobreza total, disponibilidad, fuerza y paciencia, universalidad. La misión hoy nos presenta urgencias y prioridades: la construcción de comunidades adultas, la opción por los pobres, la promoción de la justicia, el diálogo con las culturas y religiones... La referencia mariana es una llamada a movernos en la misión con las actitudes de María, a descubrir como ella las necesidades y urgencias de los hombres, a ver todo desde los pobres y los últimos, aportando consuelo y liberación. En muchos lugares de misión, María pertenece plenamente a la religiosidad de los más pobres. La Virgen Consolata entra como elemento constitutivo de nuestro carisma. En ella se inspira todo nuestro ser y nuestro obrar, y esto, de 344

una manera totalizante e íntima, propia de un espíritu que anima en profundidad y desde dentro. La Consolata cualifica nuestra consagración y nuestro servicio misionero. Lo que es la Consolata, debemos serlo también nosotros. Esto comporta un espíritu y un estilo. En esta dimensión muy interior interpretamos las palabras de las Constituciones: «Llevamos el nombre de la Consolata». No lo llevamos como algo externo. Queremos llevarlo en el espíritu, en el corazón, donde se concentran la vida y el amor. Quizá más que las ideas, los testimonios vivos reflejen mejor esta presencia de María. Nuestro Superior General escribía así a propósito del último Capítulo General y de la fiesta de la Consolata: «Me alegra que este mensaje mío coincida con una mirada dirigida a la Consolata: mirada contemplativa, mirada de intenso afecto, mirada de súplica confiada. ¿Cómo acallar nuestros sentimientos aproximándose la fiesta de la Consolata? ¿Cómo no rezar por el Capítulo, dirigiéndonos a Aquella que es la fundadora de nuestra familia? A su santuario iremos para confiarle la vida, el camino y las activides de nuestra familia. ¿Quién mejor que ella puede comprender todo lo que nos inquieta y nos empuja a la santidad personal y comunitaria para la misión? En su casa nos sentiremos hijos y hermanos. En su santuario nos sentiremos discípulos de aquel que la amó con una ternura inefable: el P. Allamano. Hijos, hermanos, discípulos... No es un intimismo introvertido... La Consolata es Madre misionera de misioneros. Ella corre por el mundo con la misma prisa con que fue a casa de Isabel. Su servicio es el de llevar la verdadera consolación, Cristo, el Señor... A todas partes la Consolata lleva dignidad a la gente, consuelo, transformación del ambiente, ayuda en las necesidades, alivio en el sufrimiento. La Consolata es misión...» Otro testimonio esta vez de una hermana misionera: «Estudiando la historia de nuestra familia, desde la fundación de las primeras misiones en Kenya hasta las últimas en Venezuela y Ecuador, es muy bello descubrir la constante atención de cada misionero y de cada misionera en el tomar siempre a María consigo a lo largo del camino fatigoso de la misión. La atención es espontánea, afectuosa, es propia del hijo que lleva consigo a la madre y, al mismo tiempo, es llevado lejos por ella. Es el trasfondo mariano de nuestra vocación misionera. Es el testimonio concreto de que los hijos e hijas de la Consolata no se van por los caminos del mundo dejándola en casa, en el tranquilo recinto de su hermoso santuario. La han acogido y la acogen consigo. Y por medio de ella la misión florece en gracia... ¿qué hijos suyos seríamos nosotros si no tomásemos con nosotros a María, en nuestro "ir a todos los pueblos"?...»

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Nuestra revista «Antena misionera» dedicó el siguiente editorial a la fiesta de la Consolata, titulado «El ciego de Briancon»: «Dicen que tu icono fue un regalo de Eusebio, obispo de Vercelli, a Máximo, obispo de Turín, en el lejano siglo iv. También leí que la contemplación de tu rostro oera tan ansiada por las gentes del Piamonte italiano que, en el 1016, después de tantos siglos, el Papa Benedicto VIII rubricó y promovió por bula pontificia este peregrinar hacia ti. Y dice la leyenda que, tras un derrumbe, quedasteis, tú y tu Jesús, bajo el peso sangrante de los escombros. Perdidos para siempre. Zajando tus tablas el cemento, las vigas y la arcilla. Y cuentan que muy lejos, en Briancon de Francia, alguien como tú sintió el astillarse de tu cara. Y partió para buscarte. Igual que el más íntimo de los amigos de tu Hijo, también él se llamaba Juan: Jean Ravais, el ciego de Briancon. Buscarte fue difícil. ¡Cuánto polvo!, ¡y cuánta cornisa cuarteada! ¡Y leños puntiagudos! ¡Y bóvedas destronadas! ¡Y frescos! ¡Y capiteles! ¡Y clavos! ¡Y barandas! ¡Ahí está Juan! Tropezando y cayendo. Tanteando. Sintiendo con sus manos el vibrar de tanta miseria. Abriendo camino con su vara y palpando con sus yemas la intuición de que allí estabas. Al fin te encontró. El 20 de junio de 1104. ¡Quién sabe cómo! ¿Qué tienes para que no te confundiera con otra tabla? Me dicen que se curó su vista al desenterrar tu mirada. No me extraña. ¡Quizá loco por verte! Como él: cuarteada, rota y desfigurada. Myriam Consolata, también a mí me gusta verte así de poco acicalada. ¡Qué poca gracia tuvo quien te puso orgullosa corona y restauró el tinte de tu cara! Te prefiero como te encontró Juan: sin brillos ni artificios, desvaída, rajada. ¡Porque eres más como él, y como yo! ¡Porque eres más cercana! ¡Porque eres más como tú, nazarena! ¡Porque eres más mujer! ¡Más africana! ¡Y más latinoamericana! Me gusta verte así, Myriam, porque tienes la mismita cara de aquella noche de Belén, que fuiste de casa en casa. ¡No había sitio para la mujer del carpintero! Sí, Myriam, viéndote veo tanta casa de lata, y tanta chabola, y tanto sin techo. Veo hermanos vagando, sin vivienda, sin asiento. Me gusta verte así, Myriam. Con la misma cara con que huíste, campo a través, camino de Egipto. Con los mismos ojos que miraban a José y, de reojo, al niño. Y, cada rato, atrás como quien siente entre los juncos el callado paso homicida del perseguidor de niños. Sí, Myriam, viéndote veo a tanta madre y tanto niño. Tanta huida y tanto prófugo, tanto exilio y llanto en el mundo. Me gusta verte así, Myriam. ¡Que no quiten las arrugas de tu cara! ¡Que me hablan del silencio de muchas madres! De niños desnutridos. De frugal comida al mediodía. De manos deshechas. De mandioca y de banana. De deudas. De veredas no asfaltadas. De velas y de entierros. De usurpación de tierras. De salarios de miseria. Y de casas de paja... Me gusta verte así, Myriam. ¡Porque hay alegría en tu mirada. Alegría con-

tenida y explotada. ¡Hay magníficat! ¡Y victoria! ¡Y canto de esperanza! Y sabiduría: "Derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes". ¿Dónde quedó el poder del faraón? ¿Dónde sus carros? ¿Y dónde su caballería? ¿Adonde fueron sus bancos? ¿Dónde terminó tanta lanza? A la orilla del mar Rojo lo desarmó el verte sentada. Con el pelo recogido, y aquella vara de olivo nuevo en tu palma. En la arena escribías un sueño, muy de mañana: "Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ensalza a los humildes, y a los hambrientos los colma de bienes, como había prometido a nuestros padres". Me gusta verte así, Myriam. Tal y como te encontró el ciego de Briancon aquel 20 de junio. ¡Por algo te llamaron Myriam Consolata!

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NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN José Antonio Rafael Soto, Misionero del Sagrado Corazón

En estas breves cuartillas se pretende hablar de un modo teológico vivencial de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Para ello se hará hincapié en la historia del título y de la devoción, a la par que se tendrán en cuenta los principales puntos doctrinales. Al final se hablará específicamente de esto último. Al abordar la historia se hablará también de la de los misioneros del Sagrado Corazón, porque ambas han crecido, se han desarrollado, íntimamente entrelazadas.

1. Historia del título y de la devoción a nuestra Señora del Sagrado Corazón 1.1. Nueva Guinea El 3 de diciembre de 1870 era consagrado obispo de Sidney por el Papa Pablo VI, Louis Vangeké, misionero del Sagrado Corazón. Nueva Guinea contaba así con el primer obispo nativo. En 1984 visita la isla Juan Pablo II y, ante la escalerilla del avión, pronuncia su primera alocución en inglés, motu y Pidgin. Un misionero del Sagrado Corazón, el P. Gabriel Pin, estudiante en Roma, le había iniciado en esas lenguas nativas. Había pasado mucho tiempo, llovido mucho, desde que en 1885 el Papa León XIII hubiera ofrecido al P. Chevalier, fundador de la Congregación, los vicariatos de Melanesia y Micronesia y desde aquel 28 de Junio de 1885 en que se pisó por primera vez tierra de Nueva Guinea. 351

lin ambas ocasiones entra en escena, y de qué modo, Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En la primera, cuando el P. Chevalier, consciente de la pequenez de la Congregación, se resiste a aceptar el ofrecimiento del Papa por los pocos miembros con que contaba, éste le responde: «Esa misión es difícil, lo sé, pero tenéis con vosotros a la Patrona de las causas difíciles y desesperadas: por eso quiero confiárosla.» En la segunda también estuvo Ella muy presente. En un episodio casi novelesco se hizo palpable su protección. En su camino hacia Nueva Guinea, la expedición compuesta por tres misioneros del Sagrado Corazón, llegó a la isla de York, después de muchas dificultades. Pero a partir de ahí nadie quiso acompañarlos. Los misioneros no sabían qué hacer; aventurarse sin piloto por aquel mar desconocido y tan peligroso era temerario. ¿Qué resolución tomar en estas circunstancias? Veamos cómo lo cuenta el P. Verius, uno de la expedición y que sería más tarde el primer obispo de Nueva Guinea: «Nuestra Señora del Sagrado Corazón nos conducirá. Bendigo el barco y, delante de mis hombres, nombro oficialmente a Nuestra Señora del Sagrado Corazón piloto del Gordon para Nueva Guinea. Coloco sobre el puente una • pequeña estatua de bronce, bendecida en Roma, recobramos la confianza y decidimos partir a pesar de todo. Al día siguiente nuevas dificultades: el barco no tenía brújula... Nuestra Señora, invocada nuevamente, vino otra vez en nuestro auxilio; llegó en aquellos momentos un barco que tenía dos brújulas y nos cedió una sin dificultad... Al anochecer, en el momento en que nos reuníamos para orar, el Hno. Gasbarra gritó ¡Nueva Guinea! ¡Nueva Guinea... Los ojos se nos llenaron de lágrimas y de reconocimiento». A través de estas palabras vemos a Nuestra Señora íntimamente unida a uno de los episodios y hechos fundamentales de la Congregación: las misiones. Allí comenzó el desarrollo misionero de la Congregación, bajo la protección de María. Pero Ella estuvo presente en esos momentos tan importantes y decisivos del caminar de la Congregación, porque lo había estado de una forma especial en su nacimiento.

1.2.

Issoudun 1854

Nos vamos a remontar muchos años atrás, a 1854, a una pequeña ciudad del centro de Francia: Issoudun. En ese mismo año dos jóvenes sacerdotes, Chevalier y Maugenest,

vicarios de la parroquia, con un amor particular al Sagrado Corazón desean fundar una Congregación de misioneros. Están totalmente convencidos de que será esa devoción el auténtico remedio a la descristianización que sufre la sociedad de entonces. Ellos serán sus apóstoles. No pensemos que esa idea se fraguó en ese mismo año, sino que le venía muy de atrás a este hijo de panadero, nacido en la localidad de Richelieu, en la Turema. Trasladémonos al seminario Mayor de Bourges. Allí se encuentra Julio Chevalier haciendo sus estudios de teología. El mismo nos dice que en esta época hubo un hecho que le marcó para toda su vida: la exposición que hizo el profesor de teología de la devoción al Corazón de Jesús. Dice en sus notas íntimas: «Al estudiar el misterio de la Encarnación, nuestro profesor añadió una tesis referente a la devoción al Sagrado Corazón. La desarrolló con inteligencia y piedad. Yo la copié íntegra e inmediatamente impactó mi corazón... Mi confesor me prestó la vida de Santa Margarita María, escrita por Mgr. Languet. Este libro despertó un gran deseo de convertirme en apóstol de esa devoción que Nuestro Señor mismo le había entregado al mundo como un medio poderoso de santificación y que deseaba que fuera difundido por todas partes. Para responder a su llamada pensé desarrollar el proyecto de que, cuando fuera sacerdote, reuniría un grupo de colegas piadosos para difundir al culto al Sagrado Corazón. Fijé mi atención en dos compañeros que pensé que cumplían con los requisitos exigidos.» Lo habló con esos dos compañeros del seminario, Maugenest y Piperon y se confirmaron en la idea de Chevalier, de fundar un grupo de sacerdotes que fueran misioneros del amor de Cristo. Sería el único remedio a la indiferencia religiosa que oprimía a gran parte de Francia. Lo habló con esos dos compañeros del seminario, Maugenest y Piperon y se confirmaron en la idea de Chevalier, de fundar un grupo de sacerdotes que fueran misioneros del amor de Cristo. Sería el único remedio a la indiferencia religiosa que oprimía a gran parte de Francia. ¿Dónde fundaría esta nueva comunidad? Desde el principio lo tuvo claro. Dice que de repente vino a su mente Issoudun con sus 14.000 almas. La conocía por haber vivido de niño muy cerca de ella. Era una ciudad que gozaba fama de gran indiferencia religiosa. ¡Issoudun! A partir de ahora estará intimamente unida a la vida de

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Julio Chevalier. Casi formarán una misma cosa. En Issoudun pasar^ cincuenta y tres años de su vida y, sobre todo, en ese lugar fundará i^ Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Allí, en su amada basílica del Sagrado Corazón, en la cripta, rep 0 ^ san sus restos, en el regazo maternal de Aquella a quien tanto amó e t l vida. Como hemos dicho, para comenzar esa obra contaba con esos do s seminaristas, pero pronto tuvieron que separarse: Maugenest fue ^ continuar sus estudios a S. Sulpicio, y Piperon, a su casa a resta. Mecerse. Por eso, cuál no sería su sorpresa cuando, al recibir su destino ^ Issoudun como vicario, ve que tendrá de nuevo como compañero a Maugenest. Esto fue para Julio Chavalier una señal evidente de la voluntad d e Dios. Sin duda, quería que pusiese en práctica la idea que hacía tanto s años estaba germinando en su mente y en su corazón: fundar un grup 0 de misioneros del Sagrado Corazón. Lo habló con Maugenest y tuvouna enorme alegría al comprobar que él compartía también esta idea. Esos eran sus sueños, pero la realidad era más dura, más prosaica. ¿Con qué recursos materiales contaban para llevarla a cabo? Pero no se desaniman. Si algo era Julio, era un hombre obsesionado por una idea, una idea que le venía trabajando desde hacía mucho tiempo, que le seguirá obsesionando toda su vida. Una idea que ha movilizado a miles de personas, después de él, y que pervive en nosotros. Esta idea era: «AMADO SEA EN TODAS PARTES EL CORAZÓN DE JESÚS».

En realidad, sólo vivió para eso. Hoy diríamos, en nuestro lenguaje, que estaba «chalado» con su idea. Gracias a Dios, de esa chaladura nacimos nosotros los Misioneros del Sagrado Corazón. El 8 de diciembre de aquel año, 1854, iba a proclamarse el Dogma de la Inmaculada Concepción. Esperaban que ese día la Virgen concedería favores especiales. Con ese fin comenzaron una novena que terminaría ese mismo día, para obtener de María su ayuda en esa obra que tenía entre manos. El mismo nos lo cuenta: «Si Dios quiere saldrá adelante esta obra a pesar de las intrincadas dificultades que se presenten... Las circunstancias no pueden ser más favorables. Estamos en vísperas de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. Ese día habrá una efusión de gracias sobre el mundo; pues bien, hagamos una novena preparatoria a esta fiesta y pidamos a la Santísima Virgen... el nacimiento de esta nueva Sociedad del Sagrado Corazón... Si somos escuchados, nos llamaremos misioneros del Sagrado Corazón. Nuestra misión pro-

pia será la de rendir al Corazón de Jesús un culto de amor, alabanza, adoración y reparación, propagar por todas partes su devoción... y hacer amar y honrar a María por todos los medios posibles, y de UNA MANERA PECULIAR». Fijémonos en las últimas palabras, porque no se puede explicar el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, el desarrollo rapidísimo de esta devoción, sin tenerlas muy en cuenta. Sabemos cómo su esperanza no quedó defraudada. Cómo el último día de la novena, una vez terminada la Misa, un señor les proporcionó lo necesario para comenzar la nueva obra. Sin duda de ninguna clase, María estuvo íntimamente unida al nacimiento de la Congregación. El mismo Chevalier dirá que el aniversario de la Inmaculada Concepción será, en lo sucesivo, el de la concepción de la nueva Sociedad del Sagrado Corazón. Pero pronto surgen otras dificultades y de nuevo acuden a María. «Nos volvimos a María diciéndole: Esta causa es la tuya, a ti te toca salvarla; llega hasta el final y demuestra que eres la verdadera fundadora de esta obra.». Hicieron con Ella un pacto. En él se comprometían, entre otras cosas, a dar una solemnidad especial a las fiestas de María, a considerarla como su Fundadora y Soberana, asociarla a todas nuestras obras y hacerla amar de MODO PECULIAR. Esos compromisos eran para ellos y para los futuros miembros de la Congregación. De todo lo dicho, queda bien claro que en los dos momentos más importantes de la Congregación se habla de honrar de modo especial a María.

1.3.

Gestación del título Nuestra Señora del Sagrado Corazón, 1855

El 9 de septiembre de 1855, fecha del Santo Nombre de María, se instalaban en la nueva casa y recibían oficialmente el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón. La capilla acababa de ser bendecida y, mientras oraba, Chevalier contempla detenidamente el cuadro del altar mayor. Se veía a María rodeada de esplendor y mostrando con su mano el Corazón de Jesús. La contempla como derramando todos los tesoros de gracia de que es dispensadora y es precisamente entonces cuando ve de repente el título que expresará y resumirá esta realidad: Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

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lil mismo dirá más adelante que la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón tuvo por cuna la capilla de los Misioneros del Sagrado Corazón. Sin embargo, no comunicó el título hasta más tarde. Conservó el secreto en el fondo de su corazón, meditándolo, buscando los principios en que reposa el poder inefable de la Madre sobre el Corazón de su Hijo. Si era claro que, según el plan de Dios, toda gracia nos llega a través de María, la gracia de las gracias de esos tiempos que era la devoción al Corazón de Jesús, no puede ser una excepción. También por Ella recibimos, sin duda, las gracias de misericordia que brotan de ese Corazón; escucha siempre nuestras oraciones. Por otra parte, estaba convencido de que la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón cumplía plenamente la promesa de honrar a María de una manera especial. Realmente era una devoción muy en consonancia con la época. En ella se hacía realidad aquella frase tan popular, a Jesús por María. Estamos en un siglo de gran realidad mariana. La infancia y la adolescencia de Chevalier estuvo muy marcada por ella. El dice que, después de ser bautizado, su madre lo llevó a la iglesia y lo consagró a la Virgen Santísima y al Corazón de Jesús. Jesús y María aparecían unidos en muchas prácticas piadosas. Cuando era estudiante fundó una asociación de seminaristas: «Caballeros del Sagrado Corazón y de María».

1.4.

Revelación del título, 1857

Será, en 1957, cuando Chevalier comunique el nuevo título. El marco, muy familiar e íntimo: la hora de la recreación, después de comer, bajo una bóveda de follaje, compuesta por cuatro tilos. Todo presidido por una imagen de la Inmaculada Virgen María. Se está construyendo la nueva iglesia y, como es lógico, la conversación va a parar a este tema. De pronto les pregunta con qué advocación podrá venerarse la Virgen en la nueva Iglesia. Cada uno va diciendo un título y las razones que cree que lo avalan. El les responde que en la futura iglesia el altar de María será dedicado a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Era la primera vez que lo oían y no sin cierta sorpresa. LEs parecía una novedad. Chevalier empezó a explicarles que ese título quiere decir que María, por su maternidad divina, posee un gran poder sobre el

Corazón de Jesús y es por Ella a través de quien nosotros debemos ir a ese Corazón. Los compañeros insistían en la novedad del título y si realmente era teológico. El les contestó que sin duda, y lo fue explicando. He aquí sus palabras: «En primer lugar, al usar este título, damos gracias y florificamos a Dios por haber elegido a María, entre todas las creaturas, para concebir en su seno virginal y de su propia sustancia el Corazón Adorable de Jesús. Después, honramos de una manera especial, los sentimientos de amor, de humilde sumisión, de respeto filial que Jesús sintió en su Corazón hacia su Madre. Por este título especial reconocemos el poder inefable que nuestro Señor amante dio a su Madre de conducirnos Ella misma al Corazón de su Hijo, de revelarnos los misterios de amor y de misericordia que contiene, de abrirnos los tesoros de gracia de los que es la fuente, y de distribuirlos pesonalmente a todos los que recurren a Ella e invocan su intercesión poderosa. Todo esto está contenido en esta amable y graciosa invocación: "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros".» Como el recreo tocaba a su fin, le dijo al más joven que aún parecía poco convencido: «Usted que parece un incrédulo, escribirá como penitencia en grandes y hermosas letras alrededor de esta imagen de María: Nuestra Señora del Sagrado Corazón, rogad por nosotros». Fue el primer homenaje exterior tributado a María bajo este título. Empezaba a cumplirse la promesa que había hecho Julio Chevalier de honrarla de una manera peculiar. Si analizamos sus palabras, notamos tres cosas fundamentales en la naciente devoción: — Las relaciones íntimas de María con el Corazón de su Hijo. — Entre estas relaciones sobresale con fuerza propia el poder inefable, que se le concedió a María, de conducirnos al Corazón de su Hijo, de revelarnos los misterios de amor y misericordia que contiene, de abrirnos los tesoros de gracia de que es fuente, y distribuirlos a los que acuden a Ella. — El fundamento de todas las relaciones con su Hijo es su Maternidad divina. — Ella nos lleva a conocer la profundidad del Amor del Corazón de Jesús. El es siempre el centro. María no es más que una humilde suplicante, aunque siempre escuchada. En los comienzos de esta devoción, y a lo largo de su desarrollo, se ha hecho mucho hincapié en María como Tesorera del Sagrado Corazón. Esperanza de los desesperados, con un poder inefable sobre el

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Corazón de su Hijo. Y de tal manera ha estado esto tan presente que algunos deducirán que la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón consistiría en su oficio de Mediadora de la gracia. Cierto que estos aspectos son fundamentales en la devoción y están, como hemos visto, clarísimamente en el Fundador, pero quedar sólo en eso sería contemplar únicamente la mitad del cuadro que integraba la visión total de él, como dice el P. Cuskelly. Dentro de esta contemplación entraban también otros aspectos: María era la Mujer revestida con el esplendor de las múltiples manifestaciones del amor de Dios, revelado en el Corazón de Cristo. Era contemplada en todas sus relaciones con el Corazón de Jesús. Pero una vez más hay que afirmar también el acento que puso Chevalier en el papel de intercesión de María. Para él, el Corazón de Jesús era como una fuente, un tesoro, y Ella era la puerta, el camino, la llave.

El mismo Fundador había dicho que en unos años verían una gran iglesia y los fieles vendrían allí en multitud de todos los países. Pero había comenzado el año 1860 y todavía no había imagen alguna que representara a la Virgen bajo el nuevo título. Será, en este mismo año, cuando aparezca la primera en una vidriera sobre el altar dedicado a Nuestra Señora. Esta primera imagen presenta a María de pie, con las manos extendidas hacia tierra, simbolizando todo el cúmulo de gracias que vienen de Ella. Ante María, también de pie, está el Niño Jesús a la edad de doce años, siguiendo el texto de S. Lucas. Con la mano izquierda señala su propio corazón y con la derecha a su Madre, como diciendo: Ella es la Madre de este Corazón; si queréis penetrar en El acudid a Ella. Por su medio de derramarán los tesoros de mi Corazón. Pronto se hicieron miles de reproducciones que se extendieron por todas partes. Muchos deseaban conocer un poco más en profundidad la nueva devoción y para ello se necesitaba un escrito, un libro que lo explicara. Para responder a esta demanda, el P. Chevalier compuso un folleto titulado Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que apareció por primera vez en las páginas del mensajero del Sagrado Corazón, en 1863, con la imagen. Aquí no podemos menos de hacer justicia al P. Ramiére, S.J., director del mensajero y del apostolado de la oración, y reconocer la im-

portancia que tuvo en la difusión de la nueva devoción. Las páginas que le dedicó en su revista fueron vitales en estos primeros años. En 1864 tuvo lugar un hecho de gran trascendencia para la nueva devoción. En ese año llega por primera vez a Issoudun el que sería su gran apóstol y propagandista, el P. Víctor Jouet, sacerdote de Marsella. Allí conoció la devoción a nuestra Señora y quedó fuertemente impactado. El mismo confesaría que recibió una fuerte gracia que le hizo comprender, ver claramente que debía dedicar su vida al servicio de Nuestra Señora. Más tarde escribiría el mes de Mayo y la novena del Acordaos, que es, sin duda, la publicación que más ha contribuido a difundir la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Ese mismo año tiene lugar otro hecho importante, la consagración de la basílica del Sagrado Corazón, uno de los sueños más queridos del P. Chevalier. Fue también en esa época cuando, vista la gran difusión que iba teniendo la devoción, se pensó en erigir una asociación. Lo pedía mucha gente desde hacía tiempo. Fue erigida canónicamente el 29 de enero de 1864. En los tres primeros meses ya contaba con 50.000 asociados y al final del año pasaban de 100.000. En 1879 se erigió en Archicofradía y contaba con unos quince millones. Hoy sería muy difícil dar un número exacto. Los últimos cálculos, realizados, hace ya bastantes años, arrojaban la cifra de treinta millones. Se deseaba también una revista que sirviese de puente entre los asociados y a la vez difundiera la incipiente asociación. Apareció por primera vez en 1866 y se llamó Anales de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Ese mismo año eran ya 4.000 los suscriptores. Hoy se evalúan en más de 300.000, de ellos unos 200.000 en Francia y Suiza. Desde 1864 Issoudun se había convertido en un centro de peregrinaciones, pero los fieles veían que el santuario de la Virgen era pobre y pequeño. Es entonces cuando el P. Chevalier proyectó levantar una capilla a Nuestra Señora, prolongando el ábside de la iglesia del Sagrado Corazón. El 8 de septiembre de 1869 tuvo lugar en Issoudun la coronación de Nuestra Señora en nombre de Pío IX, ante quince arzobispos y obispos, 500 sacerdotes y más de 30.000 peregrinos. Era algo muy esperado por el P. Chevalier, pero ese mismo día el arzobispo de Bourges le entrega una carta del Santo Oficio. Se le llamaba a Roma con todo lo escrito sobre la nueva devoción. Acudió a la Ciudad Eterna y se aclararon los malentendidos. En 1875 le parece a Roma oportuno que se cambie la imagen, a causa de algunas interpretaciones exageradas en las que, al parecer, se

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1.5.

Rápida propagación de la devoción, 1961

exaltaba demasiado el poder de María sobre el Corazón de su Hijo. En la nueva imagen el niño Jesús, en vez de estar de pie delante de la Virgen, debería estar en sus brazos, según se había representado siempre a María con su Hijo. Este cambio no afectaría a la imagen coronada en nombre de Pío IX en Issoudun, sino a las futuras reproducciones. Tampoco a las coronadas en los santuarios de Sittard (Holanda) e Insbruck (Austria) ni a todas las otras ya existentes. Tengamos presente que ya había más de 3.000 capillas o iglesias dedicadas a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En 1879 León XIII consagró a Nuestra Señora la iglesia de Santiago de los españoles en Plaza Navona, Roma, como centro de la archicofradía univesal. No podemos acabar este tema sin notar un hecho muy importante en la difusión de la devoción: el nacimiento de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en 1874, una obra muy querida por el P. Chevalier, su fundador. Como María, ellas debían ser misioneras del amor de Jesús. Como indica su nombre, nacieron con una gran dimensión de vocación mariana que habría de notarse fuertemente en su espíritu. Han sido, con los Misioneros del Sagrado Corazón, grandes pioneras en muchos campos de misión. Según el Fundador estarían siempre íntimamente unidos a ellos en el espíritu y las obras. 1.6. Difusión en España Sabemos que en 1867 había una imagen de Nuestra Señora en una capilla de las Damas Negras, en la barriada de Gracia. Y que en 1871 las religiosas de Jesús-María tenían un altar dedicado a Nuestra Señora del Sagrado Corazón en Tarragona. Precisamente serían estas religiosas, juntamente con el P. Jouet, las grandes propagandistas de la nueva devoción. Aún no había MSC en España. Aquí ocurrió como en casi todos los sitios. Ella sería la adelantada, la primera. En febrero de 1871 viene a España el P. Jouet. En marzo envía una carta a los obispos con las aprobaciones que había recibido la devoción en otros países. En este mismo año aparecen los Anales, en Tarragona, con una tirada de 4.000 ejemplares. También se erige canónicamente la Asociación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Durante medio año recorre España en todas las direcciones el P. Jouet y, entre otros sitios visita Zaragoza, Huesca, Lérida, Toledo, Madrid, Zamora, Santander, Bilbao, etc. El 8 de diciembre de ese mismo año, 1871, se venera por primera 360

vez, en la capilla del Colegio Jesús-María, la imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Fue la primera que recibió culto público en España, habiendo sido erigida ya canónicamente la asociación. En 1880 llegan a España los Primeros Misioneros del Sagrado Corazón, a Barcelona. Con su venida pasan a esta ciudad los Anales y la Asociación. Después de haber estado en varios lugares, adquieren, por último, un edificio, antiguo asilo de los Hermanos de San Juan de Dios, en la calle Rosellón, y allí, en 1883, se consagra la capilla a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Sería su primer santuario. 1.7. Nuestra Señora, adelantada, precursora de los Misioneros del Sagrado Corazón Como hemos visto, sería totalmente imposible explicar el nacimiento de la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón sin tener en cuenta el papel importantísimo de María. El mismo P. Chevalier la había tenido como la auténtica Fundadora. Pero también ha tenido un papel vital en su desarrollo, en su historia. Recordemos el episodio de la entrada en Nueva Guinea. Ha sido su adelantada, su precursora. Esto le hemos visto ya en el caso de España y podemos citar aún otros donde se ve claramente cómo Ella ha sido la primera, la que ha abierto el camino. Los primeros Misioneros del Sagrado Corazón que entraron en Holanda lo hicieron en 1880, después de su expulsión de Francia, pero ya hacía años que había un santuario a Nuestra Señora en la ciudad de Sittard. También existía la asociación. Todo esto contribuyó, en gran manera, a fundar en ese país. Lo mismo se puede decir de Inglaterra e irlanda. Antes de la venida de los Misioneros el Sagrado Corazón se había difundido ya la devoción a Nuestra Señora y varias diócesis mantenían correspondencia con Issoudun. En Estados Unidos y Canadá también fue Ella la precursora. Fue mucho antes y se establecieron allí los misioneros del Sagrado Corazón precisamente por lo conocida que era la devoción. De Italia ya hemos hablado. Sabemos cómo a partir de la bendición de la imagen de Issoudun, en 1969, entró la devoción a Nuestra Señora en Roma. En 1870 se constituyó allí una archicof adía. Ellos llegarían, siguiendo sus pasos, el año 1873. Un caso curioso es el del Brasil. María se adelantó muchísimos años a los Misioneros del Sagrado Corazón. La devoción data de 1875. 361

El P. Chevalier, en la cuarta edición de su libro «Nuestra Señora del Sagrado Corazón» (Issoudun), 1895, mandó publicar lo siguiente: «Curación instantánea de la hermana Rosa Hayden, hija de la caridad de San Vicente Paúl, obtenido al final de una novena del Acordaos ante una imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Río de Janeiro en 1875». Los misioneros del Sagrado Corazón entraron más tarde en el Brasil, en 1911. Podrían traerse más casos para ver cómo María ha sido a menudo la adelantada, la precursora, pero, dada la brevedad de este trabajo, baste con éstos.

2. Algunas reflexiones teológicas sobre el título y la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón 2.1.

Relaciones profundas, únicas, de María con su Hijo

Según Julio Chevalier, la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón consiste fundamentalmente en eso, en honrar e invocar a María en sus relaciones íntimas con su Hijo. Habla de los sentimientos de amor, humilde sumisión, respeto filial que sentía Jesús hacia su Madre. Sobre todo, se fija en dos que son capitales: la maternidad divina, relación única, y su asociación, cooperación a la obra de la redención. De éstas deriva, fluye directamente el poder de súplica. Dice el P. Cristo Rey respecto a esto que Ella tuvo relaciones de peculiar familiaridad y cercanía con Aquel a quien los creyentes reconocen como nuestro Salvador, su Hijo, Jesús de Nazaret. Fue testigo del origen de su vida y de su muerte. Fue una mujer con una peculiar experiencia de Dios y de su economía de Salvación. Hoy, siguiendo la teología mariana actual, podríamos hablar de María como la primera redimida, prototipo del creyente, testigo vivo de Dios y de las bienaventuranzas, peregrina de la fe, sierva de yavé, etcétera. Todos estos títulos, realidades, se fundamentan, brotan sin duda de las profundas relaciones de María con su Hijo. 2.2.

Poder de súplica de María

Chevalier hace especial hincapié en el poder suplicante. Dice que tiene el poder de conducirnos al Corazón de su Hijo, de revelarnos los 362

misterios de amor y misericordia que contiene, de abrirnos los tesoros de la gracia... y distribuirlos a todos los que acuden a Ella. Esta fue, sin duda, una de las principales causas de la rápida propagación de la devoción. El fundamento de esto es la mediación de María, algo que arranca desde los primeros siglos del cristianismo. María es mediadora de todas las gracias, con una mediación fundamentada y dependiente de la de Cristo. Lo expresa claramente la Lumen Gentium que el influjo de la Virgen sobre los hombres depende del divino beneplácito y de la superabundancia de méritos de Cristo; que se apoya en y depende de El. Chevalier se fija, sobre todo, en el papel de María en Cana y en el Calvario. Dos son para él los pasajes fundamentales del poder suplicante. Refiriéndose al segundo dice: «Es cuando da a María los derechos y un soberano poder sobre su Corazón que El iba a abrir con el hierro de la lanza, como una fuente de vida. Durante la Pasión y, sobre todo, durante las horas de agonía, el Corazón del Hijo y el de la Madre estaban tiernamente unidos y sufrían los mismos dolores; es también en ese momento cuando María adquiere un soberano poder sobre el Corazón de su Hijo». Es, en el Calvario ante la cruz, cuando María es constituida madre de todos los hombres y valedora de ellos. Su intercesora. Dice la Lumen Gentium que se mantuvo erguida sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrifio y que, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la cruz, como madre al discípulo. Sabemos que después de la ascensión de Jesús, la maternidad de María permanece en la Iglesia, intercede por todos sus hijos, continúa su mediación materna. Del poder suplicante de María y de su mediación sacó Chevalier el lema: Nuestra Señora del Sagrado Corazón, esperanza de los desesperados. Esto no es nuevo, lo encontramos ya en S. Efrén y en S. Bernardo. Dice éste que el que desespere siempre espere en Vos. Para Chevalier Nuestra Señora será, además de la que nos lleve a Jesús, abogada, mediadora, esperanza de los atribulados, etc. Hay unas frases en la Marialis Cultus que expresan maravillosamente este papel de María: «La misión maternal de la Virgen empuja al pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a Aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora, por eso, el pueblo de Dios la invoca como Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pe363

cadores, para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora en el pecado.» Esa misión maternal la ejerce Nuestra Señora, sobre todo con los más pobres. Dice Juan Pablo II que su amor preferencial por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat. María está impregnada profundamente del espíritu de los pobres de Yavé, proclama la venida del Mesías de los pobres. Sigue diciendo el Papa en la Redemptoris Mater que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús. Podemos traer también unas palabras de la Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación, donde se habla de María como de la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos, al lado de su Hijo. Quisiera terminar con unas reflexiones del P. Bovenmars, MSC. Hablando de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, dice que antes se prefería hablar de las muchas gracias que María nos obtiene, pero hoy se desea hacerlo en un sentido más bíblico, en el sentido de la vida de gracia, de una nueva vida de comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Va recorriendo los pasajes típicos de Cana y del Calvario y respecto al primero, dice que el vino fue una prefiguración, un signo del Espíritu de la nueva alianza, que se nos otorga a ruegos de María. En el pasaje del costado abierto y del agua que brota, dice que hay que leerlo en sintonía con Jn 7,37-39: Si alguno tiene sed, venga a mi y beba. El mismo S. Juan comenta que esto lo decía refiriéndose al Espíritu. Además de hablar de estos dos textos, clásicos para el P. Chevalier en la doctrina de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, el P. Bovenmars se fija en otro al que atribuye gran importancia: Hechos 1,14. Allí vemos cómo María por su oración obtiene la efusión del Espíritu. Es la Madre de la Iglesia. Por todo lo dicho sobre el poder de súplica de María, se ve claramente qué acento puso en ello el P. Chevalier. Para él es algo fundamental en la nueva devoción. Ella es la llave, el camino de ese tesoro, esa fuente que es el Corazón de Cristo. Pero, como hemos afirmado en páginas anteriores, su visión de Nuestra Señora era más amplia. Era contemplada en todas sus relaciones con su Hijo. Como dice el P. Bovenmars, el mismo título de

Nuestra Señora del Sagrado Corazón es un misterio de relación. Ella debe conducirnos a una relación más profunda con el Señor. 2.3.

Maternidad de María

El fundamento de todas las relaciones de María con su Hijo es su maternidad. Su grandeza está en el fíat, cuando dijo sí a la Palabra de Dios. Dice Juan Pablo II en la Redemptoris Mater: «Si la elección eterna de Cristo y la destinación a la dignidad de hijos adoptivos se refieren a todos los hombres, la elección de María es del todo excepcional y única. De aquí, la singularidad y unicidad de su lugar en el misterio de Cristo. Ella fue la que Dios había preparado desde siempre. Sería Madre de Dios, pero también una de nuestra carne, de nuestro pueblo, de nuestra raza, muy cercana a todos nosotros. Hemos visto cómo Chevalier, al hablar del nuevo título a sus compañeros, les dice que ese título quiere expresar que María, por su maternidad divina, posee un gran poder sobre el Corazón de su Hijo. A través de su maternidad se ha unido a El por un lazo nuevo y único. Ha sido elegida por su Hijo por amor. Es la más profunda unión y relación que existe entre ellos, las demás proceden de ahí. 2.4. Nuestra Señora del Sagrado Corazón Una de las razones más importantes de la difusión de la devoción es el unir las dos devociones. Para Chevalier era el modo más eficaz de llevar a cabo la misión de acercar a los hombres al amor del Corazón de Cristo. Dice en su libro, Nuestra Señora del Sagrado Corazón: «El título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón está íntimamente unido a la devoción al Corazón de Jesús, que brota como la flor de su tallo, como el arroyo de su fuente. Por esto, tiene un sentido cristo y teocéntrico». Para él la visión primera fue la de Cristo en su amor y en ella es donde encuentra su lugar María, enlazando con el mundo de la indigencia. Jesús es el Señor, el único Mediador y en María todo es referido, depende de El, como dice Pablo VI. Solamente se la puede entender como camino para conducirnos a una vida conforme a la voluntad de Dios. Nuestra Señora: Esta expresión significa que es soberana nuestra, pero no de Jesús. Esto lo recordó la Iglesia en 1875 a propósito de las interpretaciones del título que en Polonia se traducía por Reina del Co365

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razón de Jesús. Tiene poder suplicante. Distribuye las gracias como sierva, no como soberana. Sagrado Corazón: Hasta hace poco se hablaba normalmente del corazón físico como símbolo de los sentimientos de Jesús, en especial de su amor. Para la Haurietis Aquas simbolizaba todo el amor, tanto el divino como el humano espiritual a la vez que los sentimientos y emociones. Hoy día se ha estudiado mucho el término corazón en la Biblia y suele entenderse como centro de la persona, aquello que es origen y núcleo en la persona humana. Ya no se entiende simplemente como símbolo del amor. Teniendo esto presente, dice K. Rahner que el culto del Sagrado Corazón es a la persona de Jesús en sus actitudes más profundas, unificadas por el amor. Por tanto, el Sagrado Corazón más que un símbolo es el núcleo, el centro personal de Cristo. Añade que hoy, más que de la devoción o incluso de la teología del Sagrado Corazón, hay que hablar de la espiritualidad del corazón. De un Jesús que amó con un corazón humano. En la Gaudium et Spes el Vaticano II habla del misterio de la encarnación de Jesús con estas palabras: «Trabajaba con manos humanas, pensaba con mente humana, actuaba con voluntad humana y amaba con corazón humano». Hoy también se suele profundizar en el Corazón de Cristo como fuente del Espíritu Santo. Empezábamos este trabajo hablando de Nuestra Señora como avanzadilla de la Congregación, como pionera en la misión de Nueva Guinea. Ahora quisiera acabar con unas palabras de Pablo VI en la Marialis Cultus donde nos habla de María como modelo de nuestro tiempo. «La mujer contemporánea... se dará cuenta... comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret, aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisa o de religiosidad alienante, antes bien, fue una mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y oprimidos...; reconocerá en María, que sobresale entre los humildes y pobres del Señor, una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento. Aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y la eterna.» 366

PRESENCIA DE MARÍA EN EL CARISMA Y EN LA MISIÓN DE LOS MISIONEROS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA Joaquín Martínez Vega, OMI.

Introducción: a las fuentes del carisma y de la misión «¡Oblatos de María Inmaculada! ¡Qué nombre más bonito! Oblato, ofrecido, consagrado a María...» ¡Cuántas veces he oído yo esa exclamación espontánea! Y, si venía al caso, te improvisaban un fervorino... No han faltado oblatos, algunos hoy camino de los altares, que han orientado su vida interior a partir de esa misma intuición1. Y hasta un benemérito Superior General, en una extensa Carta Circular, define el espíritu de nuestra vocación desde ese mismo punto de vista2. Pero uno se siente incómodo ante ese planteamiento, porque, si bien a primera vista te halaga, tienes que reconocer que, hablando con rigor, no es la palabra oblato, sino el término misionero lo que mejor nos define; y que tampoco es la unión íntima con María, sino la estrecha relación con Jesucristo-Salvador la característica primordial de nuestra misión. En una palabra, que somos más «salvatorianos» («cooperadores de Cristo Salvador») que «marianos». Esto por delante, debemos afirmar con fuerza que, aunque haya primacía, no existe oposición alguna entre esos dos términos. Todo lo contrario, se reclaman recíprocamente. En la Carta Apostólica con motivo de la aprobación pontificia de nuestro Instituto, el papa León XII los armonizaba magistralmente, al definir nuestra vocación y nuestra misión en la Iglesia, partiendo de esa dimensión mariana: 1 Cfr. Emile LAMIRANDE, Esprií d'oblation. Aproche historique, en «Etudes Oblates», 15 (1956), 323-355. 2 Leo DESCHÁTELETS, Notre Vocation et notre vie d'union intime avec Maríe Immaculée, Circular núm. 191, Roma, 15 agosto 1951.

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«Llevar al regazo de esa Madre de misericordia a los hombres que Jesucristo quiso confiarle desde el árbol mismo de la Cruz». He ahí fusionadas la misión de nuestro Instituto y la presencia maternal de María. Nos resta ahora desentrañar esta consigna papal, contrastándola con la vivencia del carisma oblato. Para ello, recurriremos a las fuentes esenciales de éste, a saber, el Fundador, como hombre del Espíritu; las Constituciones y Reglas «que la Iglesia nos ha dado» como norma de vida; y la historia de la Congregación o, lo que es lo mismo, la vida de fe y la actividad apostólica de los misioneros oblatos.

1. Presencia de María en la vida del Fundador: Amarla y hacerla amar, impulso filial de toda su vida 1.1.

Más testigo que maestro

Pablo VI decía que hoy ya no se escucha a los maestros, sino a los testigos, y si se escucha a algún maestro es por ser testigo. Desde este punto de vista sobre todo quisiera esbozar un breve ensayo acerca de la presencia de María en la vida y carisma de Eugenio de Mazenod, Fundador de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. El mismo Papa Montini, al beatificarlo el 19 de octubre de 1975, lo definía certeramente con dos pinceladas: «apasionado de Jesucristo e incondicional de la Iglesia». Jesucristo y su Iglesia fueron los dos grandes amores de Eugenio. Serán también el tema de su última Carta Pastoral: «Amar a Jesucristo es amar a la Iglesia y viceversa». ¿Y María? Esos dos misterios —Jesucristo y la Iglesia— «realzan la función de la Santísima Virgen en la economía de la salvación», como magistralmente lo subrayó el Concilio en el capítulo VIII de la Constitución «Lumen Gentium». Esos dos amores —Jesucristo y la Iglesia— no son excluyentes, sino que incluyen y exigen el aspecto mariano en la vida y carisma del Fundador de los oblatos. ¿Cómo demostrarlo? La primera afirmación del Papa —más testigo que maestro—, nos da la clave para la mejor hermenéutica. El P. Leo Deschátelets, Superior General y gran conocedor de la biografía de Eugenio y de su honda vivencia de fe, decía de él que no era un teorizante, sino un hombre de acción, un apóstol. De ahí que no debíamos buscar en él una eclesiología determinada, sino su amor apasionado por la Iglesia. Podríamos decir lo mismo referente a María: más que una mariolo370

gía concreta, hay que estudiar en él su relación filial, íntima, con ella. Relación que dejará como legado a sus hijos, los oblatos, quienes «profesarán una tierna devoción (a la Virgen) y la tendrán siempre por Madre». 1.2.

Itinerario mariano del beato Eugenio

Cuando un padre, a punto de morir, dirige a sus hijos las últimas palabras, éstas son sagradas, son el testamento. En él se intenta expresar y concentrar lo que más se valora y a veces esa última voluntad constituye la síntesis de toda una vida. Este es el caso de Eugenio. Por eso, al intentar resumir su devoción mariana, nos bastará mirarla desde el final, desde la óptica de su testamento. Escribe en el mismo: «Invoco la intercesión de la Santísima e Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, atreviéndome a recordarle, con toda humildad pero también con consuelo, la devoción filial de toda mi vida y el deseo que siempre he tenido de procurar que sea conocida y amada y de propagar su culto en todas partes mediante el ministerio de aquellos que la Iglesia me ha dado como hijos y que se han asociado a mis planes.» Veamos, pues, en tres etapas, esa devoción filial de toda su vida. 1.2.1.

Primera etapa: 1782-18263

Abarca este período desde el nacimiento de Eugenio hasta el «nacimiento oficial» en la Iglesia de su familia religiosa. De su primera infancia en su tierra natal, Aix de Provenza, poco podemos decir. Su devoción mariana sería la normal de cualquier familia noble y cristiana del antiguo régimen. En el seno de su familia hay además dos sacerdotes, tío y hermano de su padre. Estos le acompañarán en los amargos días del destierro. Sí, porque toda la familia Manzenod tiene que huir de Francia a la desesperada para escapar de la guillotina. Su madre volverá pronto sobre sus pasos para intentar en vano recuperar los bienes confiscados por los revolucionarios. Eugenio, con sólo nueve años, prosigue con su padre y sus tíos rumbo a Venecia. Y aquí, sí, ya topamos con el primer jalón de su itinerario mariano. 3 En este apartado seguimos el estudio del P. Fernando Jetté, aparecido en «Etudes Oblates», 7 (1948), 13-45. Hay traducción española en «Selección de estudios oblatos», 16 (1985), 1-32.

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Llegan a la Serenísima de los canales y las góndolas en pleno bacanal carnavalesco de seis meses de duración. Pero la Providencia le depara un buen protector y guía espiritual en la persona de un joven sacerdote de la disuelta Compañía de Jesús. El P. Zinelli le impone un reglamento de vida casi monacal con marcado tinte mariano y Eugenio, pese a sus doce años, lo seguirá con fidelidad: diariamente, rezo del oficio parvo de la Virgen y rosario; los sábados, confesión y dormir sobre el duro suelo; en fin, ayuno riguroso las vigilias de las grandes fiestas marianas. «Este será mi ejercicio de la mañana: antes de salir de mi habitación, me volveré hacia una iglesia y pediré a Jesús que me bendiga (...). Me volveré hacia la imagen de María y le pediré humildemente su maternal bendición con estas palabras de San Estanislao: Madre verdadera del Salvador, Madre abogada del pecador, acógeme en el regazo de tu bondad materna. Tomaré luego agua bendita, besaré respetuosamente mi crucifijo (...) y la mano de mi Madre María y, una vez dispuesto todo a mayor gloria de Dios, saldré de mi habitación para ir a mis tareas.» Sin grandes teorías, este benemérito sacerdote, que le seguirá por carta cuando los abatares políticos ahuyenten a la familia Mazenod hasta Sicilia, lo está educando a familiarizarse con María, a convivir con ella a diario. El vacío de la madre natural, a la que no volverá a ver hasta después de haber cumplido los veinte años, se irá llenando, como en el caso de Santa Teresa a su misma edad, con esta otra presencia materna que lo marcará quizá para toda su vida. ¿No arrancará de esta vivencia infantil aquella exigencia que propondrá después a sus oblatos: «alimentarán en su corazón una singular devoción hacia ella y la tendrán siempre por Madre»? De vuelta a Aix, al decir de uno de sus biógrafos, el altar milagroso de Nuestra Señora de todas las gracias en la iglesia de la Magdalena y la capilla de Nuestra Señora de Seds serán los lugares de cita preferidos para discernir su vocación apostólica. Con 26 años ingresa en el seminario parisino de San Sulpicio. Permanecerá en él durante cuatro años, de 1808 a 1812. Años luctuosos para el pontificado de Pío VII, prisionero de Napoleón, y para los «cardenales negros», exiliados de Roma a París y por quienes el seminarista Eugenio corre serios riesgos, haciéndoles de intérprete y de enlace con Roma. Pero este arriesgado seminarista no descuida por eso su vida interior, al contrario, la vivirá tan intensamente que sus formadores, siendo él todavía diácono, no dudarán en dejarlo al frente del seminario 372

cuando los arranca de él la arbitraria decisión del emperador Bonapaf te. Es sin duda un gesto de confianza que deja claro hasta qué punto se ha identificado Eugenio con los sulpicianos. También con la espiri' tualidad que éstos proponían a sus alumnos. Y sabemos cómo trataban de inculcarles una sólida piedad mariana. De modo particular el señor Duclaux, en su método de oración, recomendaba recurrir a María como a la más poderosa medianera, «bajo cuya protección hay que ponerlo todo. ¿Qué cosa mejor podemos hacer que echarnos en los brazos de tan buena Madre y pedirle que nos presente a su Hijo?», decía él y recogía fielmente Eugenio en sus «Notes Intimes». El señor Duclaux era a la sazón director del Seminario de París y el seminarista de Mazenod lo había elegido como maestro de su vida de fe y seguía su método de oración y sus orientaciones al pie de la letra. «Una confianza recíproca transformará en amistad, léase en intimidad, sus relaciones espirituales», afirma el historiador Jean Leflon, su mejor biógrafo 4 . Por otra parte, Eugenio-seminarista nos ha dejado algunos textos marianos interesantes, en los cuales consta que creía firmemente en el misterio de la Inmaculada Concepción, cuarenta años antes de la definición del dogma, sin planteamientos teológicos: más vivencia que teoría. A ella le confía sus estudios. La invoca a menudo como la buena y tierna Madre a quien él se había consagrado de un modo especial5. Una carta escrita a su madre el 1 de mayo de 1810 nos deja entrever cómo relacionaba ya a Jesús y María: «... honrar al Sagrado Corazón de Jesús es beber el amor de Dios en su misma fuente, y honrar el de María es recordarle (a ella) toda la ternura que ella misma nos otorgó en el Calvario, cuando su divino Hijo nos confió a ella para que fuésemos sus hijos». Al llegar al sacerdocio, Eugenio, sin reflexionar mucho sobre sus relaciones con María, se dirige espontáneamente a ella como a la «Madre de todas las gracias» (su advocación favorita), y como a su Madre espiritual. En 1812 comienza a ejercer su ministerio sacerdotal en Aix. Además de los marginados de la sociedad: obreros, campesinos, empleadas de hogar..., su campo de acción será la juventud, presa favorita de ideólogos y políticos. Unos trescientos jóvenes emularán en generosidad y fervor con su animador espiritual, ese neosacerdote que vuelve a su terruño con imparable celo apostólico. Con ellos constituye la Con., 4 5

Jean LEFLON, Eugéne de Mazenod, Librairie Plon, París, 1957, vol. I, p. 332. Eugéne DE MAZENOD, «Notes intimes», primeros días de octubre de 1808.

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gregución de la Juventud Cristiana de Aix. La pone bajo la invocación de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Sus miembros «se consagraban de por vida a la Santísima Trinidad, ofreciéndole esa consagración de todo su ser por manos de la Santísima e Inmaculada Virgen María, su Madre y Patrona, a cuyo servicio se dedicarán de todo corazón» 6 . Consagración a Dios, no a María; pero por manos de ésta. En 1826, cuando reciban la aprobación pontificia sus oblatos, volverá sobre ello. «Por manos de María.» ¿Por qué esa insistencia? Por «el gran deseo que tiene la Santísima Virgen de cooperar a su salvación» porque «en las oraciones que queremos que sean escuchadas nunca podemos separar del Hijo a la Madre», al contrario, «hay que pedir con toda confianza a María cuanto queramos obtener de Dios». E Inmaculada, ¿por qué? Según el contexto 7 , porque el mayor enemigo de la juventud es «el enemigo impuro», cuya gran vencedora es la Virgen Inmaculada. En aras de la brevedad tenemos que sacrificar cualquier análisis; pero queda claro que Eugenio, en los albores de su ministerio sacerdotal, respira y contagia aires marianos. De la abundancia del corazón hablan los labios. En 1816 surge la «Sociedad de la Misión de Provenza». «Enseñar a los cristianos quién es Jesucristo» será su lema. Y la juventud, los prisioneros, los marginados, las misiones rurales... las parcelas sociales de su preferencia. «¡Qué inmenso campo se les abre! ¡Qué santa y noble empresa! Hay que intentarlo todo (nihil linquendum inhausum) para extender el Reino de Cristo (...), para llevar a los hombres a sentimientos humanos, luego cristianos y ayudarles finalmente a hacerse santos.» Pero un hombre solo no basta. Hay que convocar a «sacerdotes celosos de la gloria de Dios para que se esfuercen en reavivar, con la palabra y el ejemplo, la fe a punto de extinguirse en buen número de cristianos». La experiencia les dice que de poco sirve enfervorizar a los fieles con las misiones parroquiales, si luego no quedan al frente de esas comunidades cristianas pastores en sintonía con los misioneros. Hay que formar sacerdotes. En 1825 el reducido número de misioneros aceptará la dirección del seminario mayor de Marsella. En el artículo 45 de su «Reglamento» redactado por el propio Eugenio, se lee: 6 7

De los Estatutos de la Congregación de la Juventud Cristiana de Aix, 1813. Ibidem, cap. XII, art. 51.'

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«Todos (los seminaristas) tendrán una devoción muy grande a la Santísima Virgen, considerándola como Patrona y Madre. Sentirán como un deber el darle muestras inequívocas de piedad filial, no sólo imitando sus virtudes, sino también exaltando sus privilegios y tratando de propagar su culto. Con este fin, comentarán gustosos los títulos que la hacen acreedora de nuestra confianza y de nuestro amor. No dejarán pasar un solo día sin visitar la capilla a ella consagrada. Celebrarán sus fiestas con devoción y, para prepararse fervorosamente a ellas, la víspera harán algún acto de mortificación.» De estos dos textos clave (Estatutos de la Juventud y Reglamento del Seminario), se intuyen las coordenadas de la devoción mariana de Eugenio: María es una Madre para todos, que quiere nuestra salvación, y que es ante Dios la omnipotencia suplicante. Consecuencia: debemos ir siempre a Dios a través de ella. Otro jalón particularmente importante en esta primera etapa y muy significativo para nosotros los oblatos es la gracia extraordinaria que inunda el alma de Eugenio en la fiesta de la Asunción de María, el 15 de agosto de 1822. Se acababa de bendecir una imagen de la Inmaculada que presidirá el altar mayor de la iglesia de la Misión, cuna de nuestra familia religiosa. Talla que hoy preside la capilla principal de la casa general en Roma y que denominamos familiarmente con los nombres de «la Virgen del Milagro» o de «la Sonrisa». El mismo Fundador describe delicadamente el hecho. Pero antes de transcribir el relato, evoquemos someramente el contexto de ansiedad por la que estaban pasando los misioneros y de modo particular su Fundador. La Sociedad lleva ya seis años de vida y los miembros no se multiplican al ritmo que desaría el ardoroso apóstol de Mazenod: tan sólo cuenta con una docena de sacerdotes y otros tantos novicios. Muchos aspirantes llaman a las puertas de la Misión, es verdad; pero el porcentaje de abandonos y de expulsiones es también elevado: el Fundador es muy exigente. Para colmo de males, las dificultades externas se multiplican y agravan. No proceden tanto de la burguesía anticlerical que se opone a las misiones, cuanto del seno mismo de la Iglesia. La cruz más dura para Eugenio serán los párrocos de su propia ciudad natal: avanzados en años, «juramentados» o aceptando de hecho el status eclesiástico del régimen napoleónico, instalados en la rutina y salpicados de jansenismo, no verán con buenos ojos primero y atacarán abiertamente después a este incómodo equipo de misioneros jóvenes y lanzados, seguidores de la «permisiva» moral alfonsiana, que, con sus misiones y su «movida» de la juventud, hacen tambalearse las estructuras tradicionales de las parroquias y atiborra la iglesia de la Misión, con menoscabo, según ellos, de su propia feligresía. De hecho, Eugenio 375

tendrá que reconocer su intemperancia fogosa y su falta de mano izquierda. .. Otra cruz no menos pesada echarán sobre sus hombros algunos obispos directamente implicados en la naciente Sociedad. La penuria de sacerdotes y el miedo a esos misioneros «ultramontanos» decididamente fieles a la suprema autoridad del Papa, ellos, de formación galicana, temen ver disminuida su autoridad y mermadas las escuálidas filas de su presbiterio por el trasvase de sus mejores sacerdotes a la Misión. Algunos de estos prelados presionarán incluso a sus antiguos subditos para que regresen a sus diócesis, ofreciéndoles la dispensa de sus votos religiosos. El Gobierno de París se resiste a dar el visto bueno a la naciente asociación y el Arzobispado de Aix no acaba de dar una aprobación clara. Roma, por supuesto, no ha autentificado aún su posible carisma fundacional, sencillamente porque no se le ha pedido. Y no se había desatado la fuerte crisis interna del año siguiente... En esta crítica situación, Eugenio se siente profundamente cuestionado, duda de sí mismo: la Sociedad de Misioneros, ¿será cosa de Dios o puro montaje humano? En esta atmósfera cargada de nubarrones, amanece el 15 de agosto de 1822 y se abre paso un rayo de sol que inunda su alma. ¿Qué fue lo que ocurrió? Escuchemos al propio agraciado, que confía los sentimientos de su corazón al P. Tempier, su más valioso colaborador y mejor confidente. Le escribirá aquella misma noche: «He terminado el oficio, en la casa reina el silencio, perturbado tan sólo por el sonido de la campana que anuncia la salida de la gran procesión. Satisfecho de los homenajes sinceros que acabamos de tributar a nuestra Madre, al pie de la hermosa estatua que acabamos de erigir en su memoria en medio de nuestra iglesia, dejo a otros el cuidado de honrarla con la pompa externa de un cortejo que no ofrecería nada de edificante para mi piedad quizá demasiado exigente (...). ¡Ojalá pudiera comunicaros todo el consuelo que yo he sentido en este hermoso día consagrado a María nuestra Reina! No había sentido desde hace tiempo tanta dicha al hablar de sus grandezas y animar a los cristianos a depositar en ella toda su confianza como esta mañana en la instrucción de la Congregación (de la Juventud Cristiana). Tengo la esperanza de haber sido comprendido, y esta tarde he creído ver que todos los fieles que frecuentan nuestra iglesia han compartido el fervor que nos inspiraba la vista de la imagen de la Santísima Virgen, y, sobre todo, las gracias que nos alcanzaba de su divino Hijo, mientras la invocábamos con tanto afecto, ya que es nuestra Madre. Creo también deberle a ella un sentimiento particular que he sentido hoy, no digo precisamente más que nunca, pero sí más que de ordinario. 376

No lo definiré bien, porque encierra varias cosas que se refieren sin embargo a un solo objetivo: nuestra querida Sociedad (de Misioneros). Me parecía ver, tocar con el dedo, que (ésta) encerraba el germen de muy grandes virtudes, que podría hacer un bien inmenso; la encontraba buena, en ella todo me gustaba, me gustaban sus reglas, sus estatutos, su ministerio me parecía sublime, como en efecto lo es. Encontraba en su seno unos medios de salvación seguros, hasta infalibles, tal como se me presentaban. El único motivo de dolor que venía a disminuir y casi a sofocar por completo la alegría de la que me hubiese dejado embargar con gusto, era yo mismo. Me he visto como el único obstáculo al gran bien que se podría realizar, pero no veo sino confusamente lo que tendría que hacer para ser más útil a la Sociedad y a la Iglesia. La conclusión era que, con más virtud, tendría más luz y más habilidad para superar los obstáculos. Estaban presentes a mi vista, los veía como dispuestos a presentar batalla, y tanto más temibles, cuanto que aquellos de quienes dependemos se encuentran alineados en primera fila, y no precisamente al descubierto como los que quieren destruirnos, sino para neutralizar todos los esfuerzos que nos inspira el celo y para impedir, en nombre de Dios a quien representan, cuanto Dios exige que hagamos siguiendo las huellas de un San Carlos, San Francisco de Sales y de tantos otros. Insisto en mi insuficiencia, en mi escasa virtud: es sin duda este fallo, esta pobreza, esta miseria, la que me impide ver los medios para superar ese obstáculo que me parece invencible (...). Parece que el Señor se contenta con mostrarnos la posibilidad y que los hombres nos quitan casi la esperanza. Corto, porque cuando tomé la pluma, no tenía la idea de deciros una sola palabra de todo cuanto os he dicho»8. Esta carta, escrita bajo el impulso de una emoción espiritual muy intensa, deja en claro, entre otras cosas, que en esa fecha el Fundador tuvo una intuición muy particular, una especie de visión muy viva sobre el bien inmenso que podría realizarse a través de su querida Sociedad de Misioneros. Además, y aquí tocamos el núcleo de nuestra reflexión, es evidente que esa gracia clarificadora, iluminativa, le llega por medio de María Inmaculada. Es una auténtica «sonrisa» (al menos espiritual), una caricia materna que le conforta, le anima y lo marca de cara a su futura Congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Recordemos que entonces ni éramos aún Congregación, ni había aprobación eclesiástica (ni pontificia ni diocesana) formal de la Sociedad, ni había pensado Eugenio el nombre mariano que hoy llevamos. Con todo, aunque el Fundador no sea plenamente consciente de ello, ahí María Inmaculada se revela ya como verdadera Madre de la Con8 Bx. DE MAZENOD, Lettres aux Oblats de France, 1814-1825, Collection Ecrits Oblats VI, Roma, 1982, pp. 88-100. Existe traducción española.

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gregación. ¿No lo barruntaría él ya cuando, cuatro años antes, llamaba a María, «esta querida Madre de la Misión»? 9 . 1.2.2.

Segunda etapa: 1826-1854

Venciendo su repugnancia a presentarse como Fundador, empujado hasta físicamente por sus compañeros de la Misión, pero con la seguridad que sin duda le daba aquella vivencia de la «Virgen de la Sonrisa», en diciembre de 1825 Eugenio se encuentra en Roma para someter a la aprobación del Papa su Sociedad de Misioneros con el nombre de Oblatos de San Carlos. ¿Por qué ese cambio de nombre? Porque ya irradiaban su apostolado allende las fronteras de Provenza y Misioneros de Provenza se había quedado corto. Pero en Roma deberá buscar otro nuevo nombre, dado que ya existe en Milán otra sociedad con el título de Oblatos de San Carlos. Se estaba celebrando con todo fervor en Roma la novena de la Inmaculada. Eugenio participa en ella. En ese clima le aflora espontáneo el nuevo título y se apresura a pedirle al Papa «que la Sociedad tome el nombre de Oblatos de la Santísima e Inmaculada Virgen María». En una carta al P. Tempier, fechada en Roma el 22 de diciembre de 1825 y enviada «el santísimo día de Navidad», le dice: «Que nos renovemos sobre todo en la devoción a la Santísima Virgen, para que nos hagamos dignos de ser los Oblatos de María Inmaculada. ¡Pero si es un visado para el cielo! ¿Cómo no lo habíamos pensado antes? Confesad que será para nosotros tan glorioso como consolador el estarle consagrados de una manera especial y el llevar su nombre. ¡Los Oblatos de María! Ese nombre es agradable al corazón y al oído. Ahora debo confesaros que me extrañaba mucho, cuando decidimos tomar el nombre que yo creo debemos abandonar, que me dejaba indiferente, que no me agradaba, yo diría que casi sentía repugnancia a llevar el nombre de un santo que (por otra parte) es mi protector particular y al cual le tengo mucha devoción. Ahora me lo explico: violábamos el derecho de nuestra Madre, nuestra Reina, que nos protege y nos tiene que obtener todas las gracias, de las cuales la ha hecho dispensadora su divino Hijo. Alegrémonos de llevar su nombre y de ser sus servidores»10. «¡Oblatos de María Inmaculada! ¿Cómo no lo habíamos pensado antes?» La repuesta más sencilla podría ser la más lógica: al escoger el patrono de una institución se elige algún santo que encarne los objeti9 10

Carta al P. Mye, op. cit., p. 51. Op. cit., p. 234.

vos que dicha institución se propone. Ahora bien, si pensamos en María Inmaculada, este nombre nos sugiere espontáneamente la pureza. A Eugenio le resultó normal pensar en ella como titular de la Congregación de la Juventud: tenía que contar con la acérrima enemiga del «espíritu impuro». Al pensar en un patrono para su equipo de misioneros, le viene espontáneo San Carlos Borromeo: además de ser el nombre más familiar de los Mazenod (todos los varones, incluido Eugenio, se llamaban Carlos de primero), era el gran Obispo renovador de la Iglesia postridentina. En Roma se dará cuenta de que «hacían agravio a los derechos de la Madre». Su Madre, sí, porque con todo derecho, desde hacía tiempo, ya era María la verdadera Madre de la Misión. Por otra parte, ¿qué inconveniente había en que fuera la Inmaculada la titular de un Instituto Misionero? Ninguno. Aún más, este cambio de nombre no sólo estimulará a Eugenio personalmente y a los miembros de su Instituto a intensificar la relación filial con María (varias cartas lo atestiguan); sino que además será un fuerte revulsivo para la vida interior y la praxis apostólica. ¿En qué sentido? Al pensar en San Carlos se fijaban quizá más en su actividad apostólica que en su vida interior, aunque la viviera a fondo. Al ser suplantado por María Inmaculada, ésta los invita sobre todo a «vivir dentro», como ella, que vence a Satanás anclándose en Dios, «y no tanto por sus actitudes exteriores, que están tan lejos de ella con la tierra del cielo». «Vivir dentro y ofrecer al prójimo sólo la linfa que mana del cielo dentro de nosotros, para servirle verdaderamente y no escandalizarlo con nuestra demasiada poca santidad» 11 . «¡En nombre de Dios, seamos santos!», escribirá Eugenio desde Roma al día siguiente de la aprobación pontificia. De hecho, a partir de entonces, se nota un retorno, una insistencia especial sobre la necesidad de la formación permanente del oblato y una redoblada exigencia de ir más a fondo en su vida de fe. Las cartas de esta época rezuman entusiasmo por María. Hay una verdadera antología. Entresacamos un pequeño ramillete: «La primera casa que formemos estará bajo la advocación de la Inmaculada», escribe al P. Templier (26 de febrero de 1826). Y desde entonces, la mayoría de nuestras casas tendrán a María por titular. 11

Véase CHIARA LUBICH, María, corazón de la humanidad, Ciudad Nueva, Madrid, 1983, p. 30.

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«... que el Padre de familia nos envíe obreros para la viña que nos confió, lisia gracia le toca concedérnosla a nuestra buena Madre para la gloria de su divino Hijo: pidámosela con fervor y perseverancia» (13 de abril de 1826). Y al obispo de Digne que confía a los oblatos el santuario mariano de Laus: «Este santuario tiene el cariño de toda la Sociedad (de misioneros), porque todos nosotros profesamos una devoción especial a la Madre de Dios. La Iglesia nos ha impuesto el deber, bien dulce por cierto, pero no deja por eso de ser un deber, de propagar su culto» (10 de marzo de 1828). Y al P. Courtés, habiéndole de los cuatro primeros oblatos fallecidos, le dice: «Presumo que nuestra comunidad de arriba debe estar muy cerca de nuestra Patrona. Los veo al lado de María Inmaculada, y por tanto al alcance de Nuestro Señor Jesucristo a quien han seguido en la tierra» (22 de julio de 1828).

con su Madre. ¡Y qué Madre! La que nos dado a Aquel que es la vida y la salvación del mundo, la que espiritualmente nos dio a luz a todos al pie de la Cruz entre los dolores de la pasión y de la muerte del Hombre-Dios, fruto bendito de su vientre; la que con razón se llama la nueva Eva y la Corredentora del género humano. Su ternura vela sobre nosotros; nutre nuestras almas con gracias divinas, de las cuales es la Dispensadora, al decir de los Santos Padres; desde el Cielo las reparte a manos llenas entre sus hijos, tras habérselas conseguido del Corazón de su Hijo, nuestro Salvador. Nuestra misma existencia temporal está confiada al cuidado de su amor maternal, y los Angeles, cuya Reina por siempre exaltada y siempre obedecida es ella, son enviados desde su trono para dirigirnos en nuestros caminos»12. Basten estas pocas citas para dejar patente la intensidad de la devoción mañana de nuestro Fundador en la etapa madura de su vida. Aquí ve a María como la Patrona del Instituto, como la Madre de sus oblatos y de las almas que éstos deben evangelizar. 1.2.3.

Y en octubre de 1831 evoca en sus «Notes Intimes» el texto de la Regla: «La devoción a María también debe caracterizarnos. Por lo menos una vez al día visitarán a Cristo Señor para adorarlo. Irán también, en plan de visita, ante una imagen o altar de la Virgen, a la que profesarán una tierna y peculiar devoción y la tendrán siempre por Madre. Por eso rezarán diariamente el rosario y pondrán todo empeño en hacer que los pueblos honren con más fervor y confianza a la Santísima e Inmaculada Madre de Dios.» A este período pertenece también la petición al Papa del escapulario oblato que «nos distinga como tropa selecta de María» y la voluntad expresa de que sus oblatos encabecen siempre sus cartas y escritos con las iniciales de la invocación latina: «Laudetur Jesús Christus et Maria Immaculata» (Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada), y que la Virgen «sea siempre la primera Patrona de todas nuestras casas». Como colofón a esta etapa de su vida, un pasaje de su Pastoral sobre la Inmaculada: «Después de lo que se refiere directamente a Dios, nada hay tan valioso para la piedad clarificadora por la luz de la verdad, como lo que toca al honor de la Santísima Virgen María. Se pone en juego todo el interés de un hijo para 380

Tercera etapa: 1854-1861

¿Qué ocurre en estos siete últimos años de su vida? Hay un acontecimiento mariano histórico: la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Eugenio lo va a vivir con todo el entusiasmo de su corazón de hijo y con todo el peso de su episcopado. Robrecht Boudens, catedrático de historia de la Iglesia en la universidad de Lovaina, afirma: «La historia de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854 no podrá ser completa ni definitiva, si no se escribe sobre la base de estudios particulares que se refieran sobre todo a los diferentes personajes, que, de una manera u otra, prepararon el gran acontecimiento o que en él tomaron parte: sus opiniones, sus actividades, sus intervenciones, sus reacciones» y redacta a continuación catorce páginas «precisamente, para dar a conocer el papel de un obispo, cuyo nombre no figura en los volúmenes de la historia, dado que se limitan a recoger el acontecimiento a grandes rasgos. Se trata de Monseñor C. J. Eugenio de Mazenod, obispo de Marsella y fundador de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Además de su correspondencia, para esta época, tenemos de él un importante Diario, que nos permite seguirle día a día y conocer sus sentimientos y sus gestiones. Digamos de entrada que Mons. de Mazenod era un partidario entusiasta de la definición del dogma»13. 12

Eugenio DE MAZENOD, Pastoral prescribiendo oraciones pedidas por Pío IX de c ra 13 a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Robrecht BOUDENS, Mgr. de Mazenod et ¡a définition du dogme de l'Immaculé Conception, en «Etudes Oblates», 14 (1955), 10-24. 381

Pero tomemos desde atrás el hilo de su episcopado. En 1823 su tío, el canónigo Fortunato de Mazenod, acepta ser ordenado Obispo de Marsella a condición de que su sobrino Eugenio fuera su Vicario General. Aunque su equipo de Misioneros tergiversarán su recta intención, él acepta para buscar cobijo diocesano a su combatida Sociedad. En 1832, globo-sonda del Vaticano para sustraerse de las odiosas intromisiones gubernamentales en la elección de Obispos, el Papa lo promueve al episcopado como Auxiliar de su tío. Esto le convertirá en el blanco de las iras del Gobierno de París y será fuente amarga de duras purificaciones, que no es el momento de analizar. En 1837, cuando Eugenio lo tenía todo preparado para retirarse al silencio de una de sus comunidades religiosas, su tío, con la tenacidad y estrategida que le caracterizaba, le tiende una emboscada, anunciándole su propia dimisión como Obispo titular y presentándole ya el nombramiento papal de Eugenio para sustituirle. Ahora sí que tiene que ocuparse de lleno de la populosa diócesis de Marsella... Sigue también al frente de su Congregación misionera, que va a saltar al otro lado de los mares: Canadá, México, Tejas, Ceilán, África Austral... y que dará también un salto considerable en número: pasarán de cuarenta a cuatrocientos. Algunos de sus oblatos serán promovidos al episcopado y estarán al frente de lejanas diócesis misioneras. El Obispo de Marsella, al igual que Pablo, su apóstol favorito, «ejerce su solicitud por todas las Iglesias» a través de la correspondencia. ¿Qué está pasando con su fervor mariano? No, no va a disminuir por esto, al revés, a su pluma fecunda acude con frecuencia el nombre no sólo de María, sino el de María Inmaculada. En 1838, tras su fracaso a que todos los prelados de la provincia eclesiástica de Aix pidieran a la Santa Sede que declarase artículo de fe la Concepción Inmaculada de María, se documenta mejor y se lamenta de «no haber insistido más para que hubiésemos llegado a la manifestación de nuestros sentimientos al Santo Padre, hasta el voto de una definición dogmática». Es muy interesante seguir paso a paso hasta la definición del dogma cuanto el Obispo de Marsella hace y sobre todo cuanto vive en torno a la Inmaculada. Remitimos al artículo anteriormente citado de Boudens. Meses antes del histórico día, Eugenio se encuentra ya en Roma, huésped del Papa en el palacio del Quirinal. Desde allí asiste a las últimas sesiones sobre los retoques a dar a la bula definitoria. Confiesa en su diario su timidez en intervenir en la discusión por su dificultad a expresarse en latín. Pero cuando quieren refundir el documento pontificio o aplazar la definición, su inquietud, su ansiedad explota y escribe 382

un par de cartas a Pío IX. Su decidida posición ultramontana en favor de la infabilidad del Papa y su entusiasmo incontenido por la Inmaculada no lo podían tolerar: «De rodillas os pido, Santísimo Padre, que en vuestra proclamación seáis por lo menos tan explícito como en el proyecto de la Bula (Ineffabilis Deus). No siguiendo más que vuestras propias inspiraciones, que son las del Espíritu Santo, impediréis que venga a menos el aprecio de los fieles hacia la Santísima Virgen, como sucedería hoy con una decisión indirecta o incompleta.» Intentará hacer constar en la bula que ya existía un Instituto religioso aprobado por la Iglesia con el título de la Inmaculada Concepción. Recogieron veladamente la sugerencia. A medida que se acerca la gran fiesta de la Madre, el «joven» obispo de 72 años no cabe en sí de gozo. Parece un crío. Desea que la fiesta no sea aguada por nada ni por nadie. Para colmo de gozo, tendrá un lugar de privilegio, en calidad de Asistente al Trono Pontificio, al lado mismo del Papa 14 . La víspera por la noche anota en su Diario: «Ha estado lloviendo terriblemente todo el día, son las once de la noche y sigue lloviendo. El cielo está completamente encapotado. Exurgat Maria! Mañana hará bueno, hará buen tiempo mañana.» «A las cinco abro la ventana: ¡ni una nube! ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a María! ¡Qué bien! ¿No lo había dicho yo? Mi confianza en María Inmaculada, ¿ha quedado frustrada?» Pero ese entusiasmo cuasi infantil no le hará perder la cabeza. Se sabe presente allí no tanto a título personal, aunque se considere hijo predilecto de María y amigo personal de Pío IX, sino como pastor de la Iglesia de Marsella que tanto quiere a la Inmaculada, y sobre todo como Padre de una Congregación que está especialmente dedicada a Ella: «Personalmente, escribe, no me interesa ponerme sobre el candelero. Pero como estas notas tienen como destinatarios a aquellos que Dios me ha dado como hijos, quiero que sepan lo que pensaba y lo que ha hecho su padre en esta ocasión tan gloriosa para nuestra Madre Inmaculada»15. Y un año más tarde, evocando para sus hijos lo que él allí vivió, se expresaba así: 14 Véase el fresco de Podesti, Definición del Dogma de la Inmaculada, con el retrato de todos los participantes. El Obispo de Marsella está perfectamente visible. 15 5 de diciembre de 1854.

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«Si el Papa profundamente emocionado y enternecido derramó lágrimas, podéis imaginar si las mías se mezclaron a las suyas. Nadie en la augusta asamblea tenía el doble motivo que me hacía exultar de júbilo. Yo era obispo como los otros doscientos, más o menos, que allí estaban presentes. Pero, ¿quién podía presentarse en calidad de Padre de esta familia, extendida hoy por todas las partes del mundo, que enarbola sobre su estandarte, desde que lo puso en nuestras manos el Jefe de la Iglesia, el nombre de María Inmaculada, de María concebida sin mancha de pecado original? Por todas partes por donde los nuestros han aparecido, del mediodía al septentrión, de levante a poniente, ellos han proclamado esta preciosa prerrogativa de la Madre de Dios. No tienen más que dar su nombre y esto por sí solo testimonia y proclama la doctrina de la Iglesia y la gloria de María. ¿Creéis que estos pensamientos no iban a elevar mi alma y a inflamar mi corazón, que, como muy bien sabéis, no ha envejecido?» Si una cosa queda clara en toda esta vivencia, es que Eugenio sentía este acontecimiento como algo que le pertenecía a título particular. ¿Tendría entonces una visión grandiosa de la Iglesia universal a modo de la del Discípulo amado: «Una gran señal apareció en el cielo, una Mujer revestida del sol...» (Apoc 12,1), que luego plasmaría en sus dos Cartas Pastorales de 1855 y 1860? Algún autor se aventura a afirmarlo ,6 . A ejemplo de lo que hiciera el Papa en la plaza de España en Roma, para perpetuar la memoria de la definición, también él erigiría un monumento similar a la Inmaculada en Marsella. Y en la Pastoral de 1855 exhortará a los fieles a «adherirse a esta verdad divina, a inspirarse en los sentimientos de la Iglesia para honrar, invocar y celebrar dignamente a la Virgen concebida sin pecado y a realizar esfuerzos para levantarse de las caídas y mantenerse en la pureza de vida mediante la perseverancia en las plegarias confiadas a la intercesión de Aquella que los Santos Padres llamaron corredentora del género humano». Siempre con el fin de fomentar la piedad filial mariana en el corazón de sus marselleses, erigirá, como faro visible e iluminador, el espléndido santuario de Nuestra Señora de la Guardia. Esto en cuanto obispo de Marsella. Como Superior General de los Oblatos, prescribirá el rezo del «Tota pulchra» después de completas; solicitará del Papa la facultad de imponer el escapulario de la Inmaculada Concepción, dado que la Congregación tiene como fin particular difundir su culto, y reiterará a saciedad a los nuevos profesos la dicha que tienen «de consagrarse a Dios en la Congregación que tiene a 16 Véase H. CHARBONNEAU, Mon nom est Eugéne de Mazenod, Montréal, 1975, páginas 159-182. (Existe traducción española del P. Lázaro Sáez de Ibarra, SPM, Diego de León, 36 bis, Madrid.)

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María Inmaculada por Madre y de militar bajo los estandartes de María Inmaculada, que constituye una gracia de predilección en la tierra y una garantía de predestinación para el cielo». El 21 de mayo de 1961, después de una larga vida «por la mayor gloria de Dios, al servicio de la Iglesia y por la salvación de las almas más abandonadas», vida larga y densa, vivida en íntima y constante comunión con María, se presentará ante el Señor con su «visado para el cielo», «recordando a María, con toda humildad, pero con consuelo, la consagración filial de toda mi vida y el anhelo que siempre tuve de darla a conocer y de hacerla amar y de propagar su culto por todas partes mediante el ministerio de aquellos que la Iglesia me ha dado como hijos y que se han asociado a mis planes». Esta cláusula de su testamento, ¿no es un reflejo fiel de toda su vida? Cuando el anciano Obispo y Fundador estaba en el lecho de muerte a punto de expirar, lo arropaban el cariño y las lágrimas de sus oblatos rezando la Salve. Los acompañaba consciente moviendo los labios. A las palabras «O, clemens, o pia, o dulcís Virgo Maria», entregó su alma a Dios. Este contexto tan mariano, ¿no sería la última caricia materna en «este valle de lágrimas»? Creemos poder concluir este apartado afirmando que el itinerario espiritual de Eugenio fue una intensa vida ascendente en filial comunión con María Inmaculada. Convivió con ella. Como el Discípulo amado, «se la llevó a su casa», entendiendo aquí por casa tanto su vida personal como su familia religiosa.

2.

«La tendrán siempre por Madre»: Imperativo mariano de nuestra regla de vida

La aprobación pontificia de las Constituciones y Reglas no es, como algunos se sienten tentados a pensar, un afán físcalizador de la Iglesia-institución que intenta sofocar el impulso vital de la Iglesia carismática (¡como si no fueran una única y misma Iglesia!); sino una exigencia profunda fuertemente sentida por los fundadores, hombres del Espíritu, de someterse a la suprema autoridad de discernimiento para asegurarse de que aquello que está naciendo no es obra suya, sino de Dios, por un lado. Por otra parte quieren plasmar en unos cuantos artículos lo que han intuido, lo que ellos consideran sagrado, intocable. Al menos en el caso de Eugenio de Mazenod así fue.

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2.1.

Génesis de las Constituciones y Reglas de los Oblatos

En 1818, dos años después de la fundación, urgido por la coyuntura de desdoblar en dos la única comunidad de Aix, para garantizar la unidad de la Sociedad de Misioneros, Eugenio redacta las primeras «Constituciones y Reglas de la Sociedad de los Misioneros de Provenza»17. Cuando, en 1825, se dirige a Roma para obtener la aprobación de la Santa Sede, ese texto francés será refundido, ampliado y traducido al latín. No se ha encontrado el original que tuvo que dejar en Roma, en el «secretariado de Obispos y Regulares», según su testimonio. Hubiera sido interesante verificar en él las adiciones de su puño y letra (el manuscrito original tuvo como amanuense al P. Jeancard). Constataríamos fácilmente los tintes marianos del momento, debido, sobre todo, al cambio de nombre del Instituto. Conservamos, sin embargo, el manuscrito que en tres días copió el propio Fundador, con las modificaciones y añadidos de la aprobación incluidos, autentificado por la Sede Apostólica18. Centrándonos exclusivamente al tema que nos ocupa, en esas Constituciones y Reglas escritas por Eugenio y que «la Iglesia nos ha dado» como norma de vida, ocurre como en el Evangelio: no se habla mucho de María. Y tiene fácil explicación: por un lado, no intentan ser precisamente un «Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen», ni la Congregación surge como un Instituto específicamente mariano19, sino misionero; por otro lado, las Constituciones estaban ya completamente redactadas y en manos de la comisión de cardenales cuando Eugenio tuvo la intuición del nuevo nombre mariano para su Congregación. De ahí que, aunque con este motivo brote a borbotones la riqueza de fervor mariano que se encierra en su corazón, no podrá refundirlas ni añadir nuevos artículos: entorpecería la marcha de la aprobación. Unas adiciones indispensables serán más que suficientes. Ya se encargará él de ilustrar ampliamente el carácter mariano de nuestro carisma. El primer retoque será la titulación: «Constituciones, Regulae et Instituía Societatis Missionariorum Oblatorum Sanctissimae et Imma17 Constituions et Regles de la Société des Missionaires de Provence, Premier manuscrit trancáis, Ecrits du Fondateur 1, Roma, 1951. 18 Constitutiones, Regulae et Instituta Societatis Missionarioum Oblatorum Sanctissimae et Immaculatae Virginis Mariae (Primer texto oficial en latín), Ecrits du Fondateur 2, Roma, 1951. 19 Sobre Institutos «marianos», véase Marcel BELANGER, Réflexions sur notre vocation et notre sprit marial, en «Etudes Oblates», 19 (1960), pp. 221 ss. Traducción española en «Selección de estudios oblatos», 14 (1984), pp. 42 ss.

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culatae Virginis Mariae Gallo-Provinciae nuncupatarorum». La Sociedad de Misioneros llamados (hasta entonces) de Provenza, se denominará en adelante, de Misioneros Oblatos de la Sma. e Inmaculada Virgen María. Primer dato insignificativo que provocará el fervor mariano de Eugenio y contagiará a sus oblatos. Tendrá que retocar también el encabezamiento de la primera, segunda y tercera parte, así como el artículo primero sobre el fin «hujus parvae Societatis Missionarariorum Oblatorum Sanctissimae et Immaculatae Virginis Mariae...», y en varios artículos más. Sospechamos el regocijo de Eugenio en toda esa reiteración. Más tarde, en vida del Fundador, y conforme a ese primer impulso, reprimido en parte, se irán introduciendo artículos específicamente marianos. Nos limitaremos a citar uno tan sólo. «Nuestra Congregación ha sido constituida bajo el título y patrocinio de la Santísima e Inmaculada Virgen María. Por lo cual, los nuestros alimentarán en su corazón hacia esta celestial Patrona y Madre una devoción singular y la promoverán entre los fieles» (art. 10)20. Sobre esta doble vertiente, devoción personal y fomentarla entre los fieles, volverán a insistir siete artículos más21. 2.2.

María en las actuales Constituciones y Reglas

De estas Constituciones y Reglas renovadas se ha dicho que son más «mazenodianas» que las que escribiera el propio Mazenod, en el sentido que son más fieles a su espíritu, a su carisma. Y no podría ser de otro modo, si es verdad que la genuina renovación «supone y es un retorno a lo más original, una vuelta a los valores básicos de la uténtica vida religiosa y al espíritu propio de cada Instituto. Es un examen de conciencia para ver si se conserva intacto el espíritu genuino de los fundadores»22. No es otra la consigna que nos dejaba el Concilio: «Reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores» (PC 2b). ¿Cómo se ha explicado ese carácter mariano en ellas? Aparece María en seis constituciones y en dos reglas. También aquí, por razo20

Citamos la edición de 1928 que estuvo vigente hasta el Concilio Vaticano II, con pequeños cambios. 21 Art. 62, 78, 112, 221, 257, 258 y 778. 22 Severino M.a ALONSO, La Vida Consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid (1985), p. 35.

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nes de brevedad, citaremos solamente la constitución 10 como la más significativa y sintética: «María Inmaculada es la Patrona de la Congregación. Dócil al Espíritu, se consagró enteramente, como sierva humilde, a la persona y a la obra del Savador. En la Virgen que recibe a Cristo para darlo al mundo del que es única esperanza, los Oblatos reconocen el modelo de la fe de la Iglesia y de la suya propia. La tienen siempre por Madre. Viven sus alegrías y sufrimientos de misioneros en íntima unión con ella, Madre de misericordia. Y dondequiera que los lleve su ministerio, tratan de promover una devoción auténtica a la Virgen Inmaculada, que prefigura la victoria de Dios sobre el mal.» 2.3.

El propio Fundador, el mejor comentarista

El mejor comentario para una auténtica interpretación de ese espíritu mariano de nuestra Regla, la antigua y la actual, son las reflexiones del propio Eugenio a raíz del cambio de nombre del Instituto y de la aprobación pontificia. Escribía desde Roma el 20 de marzo de 1826:

sión glorificar a Dios engendrándole almas bajo los auspicios y la protección de nuestra poderosa Madre María» 23 . 2.4.

Oblatos de la Inmaculada

Este privilegio mariano, ¿añade algún matiz a nuestra relación con la Madre? A primera vista este pensamiento no aparece claro en el Fundador. El, más intuitivo que especualtivo, ya desde su juventud identificaba a la Inmaculada con la Madre de todas las gracias. Al igual que nuestros maestros de la pintura clásica, se fija más en la plenitud de gracia que en la privación de pecado, en lo positivo que en lo negativo. Así, por ejemplo, en una carta que dirigió a Pío IX para implorar, en nombre de la Congregación, la definición del dogma, Eugenio habla de ella como «la Santísima Virgen concebida sin pecado, que con razón y justicia es proclamada llena de gracia, y en quien Cristo Redendor puso la plenitud de todo bien». Y en la Carta Pastoral del 8 de febrero de 1855, a propósito de la definición del dogma, «manantial de gracias y bendiciones» que la Iglesia abrió con esa decisión, subraya que en esa línea iban todas las citas, tanto bíblicas como patrísticas, incluidas en la bula. Y así presenta a la Inmaculada como la «llena de gracia, bendita entre las mujeres, la sede, el tesoro, el domicilio, el santuario de los favores divinos». Inlcuso cuando presenta a María Inmaculada como la acérrima enemiga del Maligno, la ve desde la vertiente de su maternidad espiritual. Para él, la «inmaculatización» y la fecunda maternidad de María son inseparables. En este sentido, he aquí un texto que, por la fecha y el contenido, escribió, sin lugar a dudas, teniendo presente el gran privilegio:

«¡Oh sí, es preciso que nos lo digamos: hemos recibido una gracia inmensa! Cuanto más lo considero, más aprecio el beneficio. Nunca sabremos agradecerlo, si no es con una fidelidad a toda prueba, redoblando el celo y la entrega por la gloria de Dios, el servicio de la Iglesia y la salvación de las almas, especialmente las más abandonadas, conforme a nuestra vocación. Después de esto, pido a Dios que nos escoja y nos envíe las personas que necesitamos para llevar a cabo su obra. Tenéis toda la razón al afirmar que os parece a todos que os habéis transformado en otros hombres. Y es así. ¡Ojalá pudiéramos comprender bien lo que somos! Espero que Dios nos conceda esa gracia, con la ayuda y la protección de nuestra santa Madre, la Inmaculada María, hacia quien debemos tener una gran devoción en nuestra Congregación. ¿No os parce que es un signo de predestinación llevar el nombre de Oblatos de María, es decir, consagrados a Dios bajo los auspicios de María, cuyo nombre lleva la Congregación como un nombre de familia (apellido) que le es común con la Santísima e Inmaculada Madre de Dios? Hay motivos para que se nos envidie. Pero es la Iglesia la que nos ha dado este hermoso título. Nosotros lo recibimos con respeto, amor y gratitud, ufanos de nuestra dignidad y de los derechos a que nos hace acreedores a la protección de la Todopoderosa ante Dios. No tardemos más en asumir ese hermoso nombre.»

De este modo, el título de Oblatos de María Inmaculada, en la mente del Fundador, diría más que el de Oblatos de María a secas. Aunque la realidad sea la misma, ésta quedaría más definida con el título completo, puesto que por su Inmaculada Concepción María está

«Según esta página, que me parece central (los oblatos) somos en la Iglesia la familia particular de María Inmaculada, que tiene como mi-

Fernand JETTÉ, «Etudes Oblates», 7 (1948), 37. Instruction pastoral, 20 febrero 1854, citada por F. Jetté, op. cit., p. 45.

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«El odio del demonio contra la raza humana es tanto, más furibundo, cuando que la Serpiente infernal desde el principio vio en esa raza a esta Mujer bendita entre todas las mujeres, esta nueva Eva destinada a aplastarle la cabeza y a ser, por el fruto de su vientre, madre espiritual de una muchedumbre innumerable de hijos de Dios»24.

destinada a ser, no sólo Madre del Redentor, sino también y por eso mismo madre espiritual de una muchedumbre de hijos de Dios. Y es esto lo que nosotros estamos llamados a realizar con nuestra «oblación» o consagración. Porque, y siempre en el sentir de Eugenio, hacerse Oblato de María Inmaculada es incorporarse a María para «engendrar con ella a Jesús en las almas», «enseñando con la palabra y el ejemplo quién es Jesucristo». Hacerse Oblato de María Inmaculada es también interesar, comprometer a María en nuestra vida apostólica, obligándola, si se puede hablar así, a fecundar esa vida, ayudándonos con todo su poder a continuar la obra de Cristo Salvador, inspiración primigenia en torno a la cual se elabora y armoniza la visión de la fe de Eugenio de Mazenod y de su carisma fundacional25.

3.

¡Ojalá comprendamos bien lo que somos! Irradiación de María en la vida y la misión de los Oblatos

Hasta ahora hemos visto el carácter mariano del carisma oblato en dos fuentes principales: en la vida del Fundador y en las Constituciones y Reglas que él escribió, por más que piense, y con razón también, que «sólo Dios es indiscutiblemente su autor» porque «el que las ha escrito no reconoce en ellas nada suyo». «El origen y la motivación más profunda de cualquier familia religiosa hay que buscarlos en una intervención determinada de Dios en la vida del fundador.» De ahí que a la hora de buscar lo genuino de un carisma haya que recurrir al fundador y a los primeros tiempos de la fundación, porque ahí está todo, como toda la planta está ya en la semilla, germinalmente al menos. Sólo que esa inspiración primigenia «indica el comienzo de un proceso evolutivo que lleva hacia la realización gradual de lo que en ella se contiene»26. Y a veces ocurre que cuanto más luminosa es la intuición, tanto más oscura e imprecisa aparece en sus contornos. Los fundadores no saben muchas veces a dónde los quiere llevar el Espíritu. Este irá mostrando los pormenores en la medida que se va haciendo camino. Los oblatos tuvimos la suerte de tener al Fundador al frente de la Congregación durante cuarenta y cinco años. Esto lo consideramos co25

Véase Fabio OARDI, LOS Fundadores, Madrid (1983), p. 180. 26

CIARDI, op. cit.,

pp. 49 y 89.

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hombres del Espíritu,

Ed. Paulinas,

mo una gracia, porque la maduración definitiva del carisma tuvo lugar en gran medida en tiempo del mismo Eugenio. Pero cuando esa semilla germina y se desarrolla la planta, si la familia religiosa que de ella nace es medianamente fiel a sus orígenes, se puede ver mejor toda la riqueza que allí se contenía, tanto en lo referente a su núcleo central como en sus elementos esenciales. Veamos, pues, aunque sea sucintamente, ese «elemento esencial», la presencia de María, en la vida de los oblatos y en la tradición del Instituto. 3.1.

Vibrantes llamamientos de nuestros Superiores Generales

El P. Roger Gauthier en un estudio sintético sobre el carácter mariano de nuestra espiritualidad27, va señalando las «indicaciones mañanas de nuestra vida» en diversas vertientes: vida litúrgica, vida de familia, vida apostólica... Habla también del «instinto mariano del oblato», como intuición primera que sostiene toda nuestra tradición mariana. Analiza, en fin, la reflexión o «evolución teológica» desarrollada por nuestros Superiores Generales, sucesores y fieles seguidores de Mazenod. Nota que la intensidad mariana va in crescendo. Como resumen de esos «vibrantes llamamientos» concluye que la gracia de nuestra vocación oblata, es decir, «el llamamiento dirigido por Dios a cada uno de nosotros, logra su efecto en nuestras vidas por una intervención especial de la Virgen Inmaculada» y que «la última explicación, específicamente mariana, de tal intervención maternal de la Inmaculada, es que ésta nos hace participar en la manifestación de la redención a los pobres con un instinto maternal y más misericordioso; manifestación específicamente reservada a la Inmaculada Madre del Salvador, convertida en Madre de Misericordia28. Es una lástima que este autor aparque su análisis justo antes de la Carta Circular mariana más significativa... Esta aún no se había publicado. Me estoy refiriendo a la Circular 191 del P. Leo Deschátelets que lleva como título: «Nuestra vocación y nuestra vida de unión íntima con María Inmaculada» (Roma, 15 de agosto de 1951). Este solo documento, con sus densas 89 páginas, merecería un minucioso análisis; pero no cabría en el reducido espacio de esta publicación. Por otra parte, preferimos desarrollar nuestro estudio más en la línea vivencial que exhortativa. 27

Roger GAUTHIER, «Etudes Oblates», 7 (1948), 169-195. GAUTHIER, op. cit., en su versión española, «Selección de estudios oblatos», 18 (1986), 27. 28

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No puedo cerrar este apartado sin hacer mención del penúltimo Superior General, el P. Fernando Jetté, a quien hemos seguido ampliamente en la primera parte y con quien queremos cerrar este ensayo. Y como guinda sobre la tarta, mientras este trabajo entraba en imprenta, aparece un último documento mariano del actual Superior General, P. Macello Zago, una carta circular de once páginas dirigidas especialmente a los oblatos en formación primera: «María en la vida de la Congregación y, en particular, en la vida del oblato en primera formación» (Roma, 25 de enero de 1988). 3.2. Oblatos de María Inmaculada, ¿hemos comprendido bien lo que somos? Podríamos intentar responder a esa pregunta, eco de la consignadeseo de nuestro Fundador, desde la reflexión teológica, recurriendo a los mariólogos oblatos, porque los hay. Como botón de muestra baste recordar que cuando la Academina mariana internacional, con motivo del centenario de la definición del dogma de la Inmaculada, convocó en Roma el congreso mariológico extraordinario del año santo mariano, 1954, dicha Academina pidió a los oblatos que organizasen una sección especial y los portavoces de nuestra Congregación hablaron sobre el misterio de la Inmaculada «con competencia, convicción y una profunda piedad», al decir de un cronista. En dicho congreso tomaron parte alrededor de un centenar de oblatos, venidos de diversas partes del mundo, profesores de nuestros seminarios mayores. Entre los ponentes, citamos a los canadienses Jacques Gervais; Marcel Bélanger, miembro de la Academia Mariana internacional y Maurice Gilbert; Albert Strobel, alemán; Robrecht Boudens, belga; Giuseppe Morabito, italiano; y el español Olegario Domínguez, Secretario de la Sociedad Mariana y Mariológica de España29. Merece ser mencionado también un mariólogo actual, Jean-Marie Delgado, haitiano, miembro de la Academina Internacional Pontificia de Mariología y de la Academia Romana de Teología. Para no apartarnos de la vertiente vivencial, nos centraremos más bien en la relación íntima, personal, de los oblatos con María, tarea harto difícil, porque sólo Dios y María sabrán qué grado de relación materno-filial han vivenciado los más de 13.000 religiosos que «se han consagrado a Dios por manos de María» en nuestra Congregación. Espero que, en mayor o menor grado, todos hayan tenido (y tengamos) 29

Véase «Etudes Oblates», 14 (1955), 3-132.

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ese «instinto mariano» al que se aludía más arriba. Pero no cabe la menor duda que en algunos se ha notado con claridad meridiana. Además de lo que ya queda dicho del primer oblato, Eugenio de Mazenod, podríamos echar una rápida mirada sobre aquellos otros oblatos que van camino de los altares y que, por eso mismo, es de suponer que han vivido el carisma oblato más a fondo, también en su carácter mariano. Así, por ejemplo, el venerable Vidal Gradin, el gran apóstol del noroeste canadiense, que plantó heroicamente la Iglesia en un territorio más extenso que toda Europa. De joven, ante los reiterados fracasos en su empeño de llegar a ser sacerdote-misionero, se consagra a María para conseguirlo. Siendo ya obispo, ante la penuria de medios y las dificultades enormes, consagra su diócesis a «Nuestra Señora de las Victorias», su advocación favorita, para que sea ella quien lleve adelante el reino de Cristo en esa parcela que se le han confiado30. O el paciente y humilde Ovidio Charlebois, primer vicario apostólico de Keewatin (Polo Norte), que en su lema episcopal: «A Jesús por María» plasmó su «tierna devoción a la Virgen Inmaculada». O el P. José Gérad, apóstol de Lesotho, en el África Austral, que próximamente será beatificado por Juan Pablo II; el cual, a lomos de su caballo Artabán, en sus incansables correrías por los montes Muluti iba constantemente desgranando rosarios y a la hora de bautizar la más floreciente misión por el fundada, le vendrá espontáneo llamarla «Pueblo de la Madre de Dios», hoy Roma, nombre que despectivamente le darían los misioneros protestantes. O el P. Carlos Domingo Albini, el apóstol de Córcega, quien desde su tierna edad nutría ya una devoción hacia la Santísima Virgen, ante cuya imagen acudía todo los días antes de ir a la escuela31. Devoción que no vendrá a menos cuando va a la «escuela» de Eugenio de Mazenod. O el Hermano Antonio Kovalczyk, que pasó la mayor parte de su vida consgrada lejos de su Polonia natal, pero que emulará a sus compatriotas en su devoción a María. Su vida de silencio y de servicio «se distingue particularmente por su devoción a la Santísima Virgen». Como expresión de su amor filial, fatigosa, calladamente, con la ayuda de los júniores oblatos, le erigirá una gruta monumental. En fin, y para cerrar con brote de oro este apartado, terminamos con el «marianísimo» P. Anselmo Tréves, cuya biografía certeramente 30 Véase E. BRETÓN, La merveilleuse aventure de l'Evéque sauvage..., Librairie Arthéme Fayard, París, 1960, pp. 28 ss. 31 Véase Henri MAZURE, La vie merveilleuse du Pére Albini, Messager de Marie Iramaculée, Namur, 1950, p. 6.

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liiuló su compatriota el i*. Rossetti: «Una vita con la Madonna» 23 . Reden ordenado sacerdote, solicita el ingreso en los oblatos atraído por el nombre y carácter marianos de nuestro Instituto. Su Diario, recientemente publicado bajo el título: «Maria idéale di vita» 33 , es un coloquio ininterrumpido con la Madre y un rosario de pensamientos sobre ella. 3.3.

Darla a conocer y hacerla amar: irradiación mañana de nuestro ministerio

«Agitur sequitur esse», decía el axioma latino. Sí, también aquí, de la abundancia del corazón hablan los labios. Si en nuestra vivencia de fe María ocupa el lugar que le corresponde, ¿cómo no irradiarla en el ministerio? Dedicados a la evangelización y preferentemente a través del ministerio de la Palabra, es normal que el oblato haga continuas referencias a María. Es tradicional entre nosotros terminar las tandas de ejercicios espirituales o las misiones populares con María como tema obligado. Podríamos fijarnos en otros medios de irradiación mariana: nuestras emisiones radiofónicas o nuestras publicaciones periódicas: la mayoría de éstas llevan a María incluso en el título; pero, en aras de la brevedad, nos vamos a referir únicamente a la irradiación a través de los santuarios marianos que se nos han confiado 34 . Entre los diversos campos en que ejercemos el ministerio los oblatos, tuvo un lugar importante y privilegiado, desde los primeros tiempos, el servicio de los santuarios dedicados a la Santísima Virgen. La segunda comunidad de la Congregación se asentó precisamente en uno de ellos: Nuestra Señora de Laus en la diócesis de Gap. Seguirán varios más en vida del Fundador: Nuestra Señora de la Guardia en Marsella, construido por el propio obispo de Mazenod, N.D. de l'Osier (Grenoble), N.D. de Lumiére (Aviñón), N.D. de Bonsecours (Reims), N.D. de la Croix de Parménie, N.D. de Talence, N.D. de Cléry (Orleans), N.D. de Sion (Nancy), etc.

Actualmente, además de casi todos los anteriores, hay un rosario interminable. Citaremos algunos más conocidos: Our Lady of Lourdes, Limerick (Irlanda); Nuestra Señora de Guadalupe de Koden, Siedlce (Polonia); N.D. de Pontmain, Rennes (Francia); Maria Taferl, St. Pólten (Austria); Santuario Cuore Immacolato di María, Pescara (Italia); Santuario Nacional N.D. du Rosaire, Cap-de-la-Madeleine, Trois-Riviéres, Qué. (Canadá); O.L. of Snows, Belleville, Illinois (USA); Nuestra Señora del Valle de S. Juan, Brownsville (USA), obra del oblato vasco-español José Azpiazu; Nuestra Señora de la Carrodilla, Mendoza (Argentina); O.L. of Madhu, Jaffna (Sri Lanka)..., y, desde 1985, a petición del Obispo de Tarbes-Lourdes, un equipo internacional de oblatos se ocupa en este famoso santuario mariano de Lourdes de la acogida y animación de los miles de jóvenes que por allí pasan cada año. Después de esa abrumadora lista, que aún podríamos prolongar, se diría que este ministerio entraría entre los fines específicos del Instituto. Y, sin embargo, nuestras Constituciones y Reglas ni siquiera hacen mención directa de él. Sólo implícitamente se alude al recomendar a los oblatos que difundan la devoción y el culto a María «por todos los medios a su alcance». No era necesario decirlo, dado que ese apostolado está íntimamente ligado a los fines principales de nuestra Congregación. Si ésta surgió como una Sociedad de Misioneros cuyo principal ministerio consistía en las misiones rurales, los santuarios eran normalmente el cenáculo de estos nuevos apóstoles desde donde salían a dar las misiones populares y a donde acudían después los fieles misionados para renovar su fervor al lado de sus inolvidables misioneros y de su querida Madre común. He aquí el pensamiento del Fundador sobre este particular: «Es admirable que nos veamos encargados de los Santuarios más famosos de la Virgen. Parece que Dios nos proporciona el medio de cumplir los designios de su Providencia y de observar el deber que nos impuso el Jefe de la Iglesia al instituir la Congregación«35. Eso es una carta al P. Auber. Y en su Diario añadía:

32

A. ROSETT, Una vita con la Madonna: P. Anselmo Tréves o.m.i., Editrice Ancora, Milán, 1964. 33 Angelo MITRI, Anselmo María Tréves: Maria idéale di vita, Cittá Nuova Editrice, Roma, 1984. 34

Para mayor documentación, véase Emilien LAMIRANDE, La dessert dessanctuaires de la T. S. Vierge, «Etudes Oblates», 17 (1958), 97-111; y L'ApostoIat des pélerinages et Mgr. de Mazenod, del mismo autor, ibidem, 21 (1962), 41-56. Hay traducción española de ambos en «Selección de estudios oblatos», núms. 10 y 4, respectivamente. 394

«Nuevamente por una disposición admirable de la bondad de Dios nos confían un tercer santuario célebre de la Santísima Virgen [...], desplegando todos nuestros recursos temporales y morales para restablecer el culto de nuestra Santísima Madre y para propagar su devoción conforme a los fines de nuestro Instituto, me parecía volver a escuchar las palabras de la Carta Apostólica por 35

Carta al P. C. Aubert, 3 de junio de 1837.

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la que el Sumo Pontífice aprobaba nuestra Congregación: "In spem erigimur..." lira el Salvador, nuestro Jefe, quien nos entregaba esos santuarios y quien nos ponía en ellos como en una ciudadela desde donde nuestros misioneros debían extenderse por las diversas diócesis para predicar la penitencia y recoger los admirables frutos de conversión, objeto de nuestra incesante admiración y edificación de cuantos llegan a conocerlos»36. Las comunidades encargadas de estos centros de irradiación mañana siguen siendo esencialmente misioneras. Los oblatos son, también ahí, los misioneros de los pobres, los cooperadores del Salvador. «¿No es un espectáculo conmovedor? —deja escrito en el Fundador en el acta de visita de uno de esos santuarios—. Y cuando se considera que el Señor ofrece a nuestra Congregación en un solo lugar el medio de llevar a cabo tan eficazmente todos sus fines, pues de aquí salen también nuestros misioneros para evangelizar a todos los pueblos de alrededor e incluso a los que están lejos...»37. «La Congregación se instaló en (el santuario de) l'Osier precisamente, según el espíritu de su fundación, para evangelizar a las almas más abandonadas de esa extensa diócesis»38. «Somos los custodios de uno de los santuarios más célebres de la Santísima Virgen, donde Dios se complace en manifestar el poder que ha otorgado a esta querida Madre de la Misión. Cada año acuden más de 20.000 almas para renovar su fervor a la sombra de este santuario imponente y que inspira un no sé qué que lleva maravillosamente a Dios. Desde ahí, tras haber predicado la penitencia a esos buenos fieles y haberles proclamado las grandezas y glorias de María, nos esparcimos por las montañas para anunciar la Palabra de Dios a esa gente sencilla, mejor dispuesta para recibir esta semilla divina que los habitantes demasiado corrompidos de nuestras comarcas»39.

sobre todo, con su ejemplo, llevar al regazo de esta Madre de misericordia a todos los hombres que Jesucristo quiso darle como hijos desde el árbol mismo de la Cruz". Son literalmente las palabras de la Bula.» Como conclusión, queremos cerrar este modesto trabajo con las palabras del. P. Fernando Jetté, palabras doblemente autorizadas: por tratarse de un Superior General y de un estudioso del carisma oblato. Intentando responder a la pregunta: ¿Qué es un oblato?, escribía: «Es el hombre de Jesucristo..., el hombre de los pobres..., el hombre de la Iglesia..., y es, por fin, el hombre de la Virgen María. En su compromiso de seguir a Jesucristo, ha encontrado a su Madre, la Virgen Inmaculada, y, como el apóstol San Juan, la recibe en su casa. Para su vida, ella ha significado una ayuda y una presencia atenta y constante. Con ella vive sus penas y sus alegrías de misionero. Con razón pone todo su empeño en darla a conocer y hacer que se la ame» 40 . Y es que, como nos decía el P. Leo Deschátelets en 1951 y nos recordaba el P. Marcelo Zago en 1988: «Somos Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Esto no es sólo una etiqueta. El nombre nos define».

En fin, y para terminar con las palabras del Papa que pusimos en la introducción, he aquí el extracto de una carta del Fundador al Obispo de Gap (10-3-1928): «Este santuario es muy estimado por toda la Sociedad (de Misioneros), pues todos profesamos una devoción especial a la Madre de Dios. La Iglesia nos ha impusto el deber, gratísimo sin duda alguna, pero deber al fin, de propagar su culto: "Esperamos finalmente que los miembros de esta santa Familia que [...] se han consagrado al ministerio de la Palabra divina y que toman como Patraña a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios, procuren con todas sus fuerzas y, Diario, 2 de junio de 1837. Acta de visita de Nuestra Señora de Laus, 18 de octubre de 1835. ídem a Nuestra Señora de l'Osier, 16 de julio de 1835. Carta del P. de Mazenod al P. Mye, octubre de 1818. 396

& EUGENIO DE MAZENOD: Corazón grande como el mundo», Ediciones C21-Sadifa, París, 1985, p. 31. 397

PALOTINOS. SOCIEDAD DEL APOSTOLADO CATÓLICO Ángel Fernández de Aranguiz, Palotino.

María, Reina de los Apóstoles «Alguno tal vez creería que nadie pueda tener el mérito del apostolado sin tener el ministerio de predicar. Pero pensar así sería un error. Mirad, hermanos queridísimos, a nuestra inmaculada Madre María, que sin predicar no sólo tiene el mérito común de los Apóstoles, sino que de los mismos Apóstoles es Reina. Tal la saluda la Iglesia de Jesucristo. Porque, en cuanto ha podido, en su condición y circunstancia, ha cooperado para la propagación de la fe. También en esto ha obrado con tal perfección que ha superado ampliamente a los Apóstoles. Así, aquel Dios, que mira las disposiciones del corazón de sus criaturas, la ha ensalzado a la dignidad y a la gloria de Reina de los Apóstoles, porque la ha reconocido digna.» Tal vez con estas líneas se pueda condensar el ideal mariano del sacerdote romano San Vicente Pallotti (1795-1850), Fundador de la Sociedad del Apostolado Católico y otras comunidades, así como inspirador de otras que conjuntamente forman la Unión del Apostolado Católico. A nivel cristiano una imagen, además de inspirar y motivar, ha de ayudarnos a responder a nuestra realidad y a la del mundo que nos rodea. Así ha de ser en nuestra comunidad respecto de María, ya que «la fuerza simbólica de su figura y de su idea actúa formando comunidad».

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1. María, la Reina de los Apóstoles, en la vida de San Vicente Pallotti Nuestro santo Fundador ha venerado a María, la Madre del Señor, bajo muchos títulos. La invocó como la Madre de Dios inmaculada y virginal, como Madre y Señora, como Madre dolor osa, como Madre del amor, como Reina de los Apóstoles y bajo otras muchas advocaciones. Los muchos títulos que Vicente Pallotti da a María giran alrededor de su postura en la obra salvadora de su Hijo. En escritos y sermones considera el papel de María en la vida de Jesús y su permanente misión hacia los bautizados. Pallotti, en su amor personal a María, propaga su veneración entre los creyentes. Reparte muchos miles de oraciones, escritos, escapularios, medallas y rosarios. Siempre de nuevo encarga a pintores cuadros de María que regala a iglesias de Italia o a las misiones. Sus libritos del «Mes de mayo» en honor de María los hace imprimir varias veces. Aunque Vicente Pallotti haya venerado siempre a María bajo nuevos nombres, respecto de la Sociedad fija muy pronto el de María, la Reina de los Apóstoles, como patrona de la misma. Pallotti invoca, antes de su ordenación sacerdotal en la «Protesta genérale» a María la Reina de los Apóstoles, que está reunida con los discípulos en el cenáculo e implora el Espíritu Santo. Ya hacia el año 1835 formula el Fundador oraciones a la Reina de los Apóstoles para su Sociedad y, en su temprana fundamentación teológica, ve en María, la Reina de los Apóstoles, el modelo de cualquier apostolado, especialmente del apostolado seglar. Desde la primera mención de María, la Reina de los Apóstoles, en el año 1816, hasta su «Testamento espiritual» en el año 1840, cuando Pallotti confeccionó su legado espiritual a sus hermanos, existe una relación interrumpida. En su testamento a los hermanos escribe que, en la meditación de María y de los apóstoles que después de la venida del Espíritu Santo se pusieron en camino para anunciar el Evangelio en todo el mundo, ha reconocido la exacta singularidad y el carácter de la Sociedad del Apostolado Católico. Por este tiempo o inmediatamente después, Pallotti encarga al artista Serafino Cesaretti pintar el cuadro del Cenáculo según una representación de Overbeck: María reunida con los apóstoles, implora el Espíritu Santo. El Fundador mismo bosqueja el escudo de la Sociedad. Este muestra a la Santísima Trinidad en el centro, un poco más abajo María con el cetro y la corona. Ella indica con la mano izquierda hacia los apóstoles que la rodean y acoge sus peticiones y las de todo el mundo a tra402

vés de los trabajadores apostólicos para presentárselas a Dios. Escudo y sello, oraciones a María, la Reina de los Apóstoles, y la fundamentación de su patronazgo sobre la Sociedad del Apostolado Católico provienen de estos primeros tiempos hacia el año 1835. Ya entonces formulaba el Fundador: «La Sociedad... ha sido eregida en honor y bajo la protección de la Reina de los Apóstoles. Por eso, ella ha de serle sumamente agradable a la Madre común. Pero todavía más, para experimentar por su medio los mayores efectos de su poderosa protección y, al mismo tiempo, recordar a cada uno que no posee el ministerio de la predicación, que también él puede alcanzar el mérito del apostolado; él sólo ha de intentar hacer por la propagación de la santa fe aquello que pueda hacer en su estado y en sus circunstancias.» Ya al comienzo de su fundación estaba, pues, firme para Vicente Pallotti el patronazgo de María, la Reina de los Apóstoles, sobre la Sociedad del Apostolado Católico. En una impresionante continuidad da, hasta el fin de su vida, fundamentaciones en pro de este título e induce a los miembros de la Sociedad a invocar, en lo posible diariamente, a María como la Reina de los Apóstoles. Dio tanto significado al patronazgo de María sobre su obra, que dejó imprimir la oración a la Reina de los Apóstoles en el documento de ingreso y animaba a los miembros a rezarla con frecuencia.

2. Contenido de la imagen de la Reina de los Apóstoles Considerándolo de cerca, reconocemos en el cuadro de la Reina de los apóstoles una abundancia de lazos hacia los acontecimientos importantes de la misión salvadora de Jesucristo. Como en un foco se encuentran en él los acontecimientos del misterio de la Redención y forman una unidad. 2.1.

Com unidad prepen tecostal

Primeramente descubrimos en la imagen a la comunidad prepentecostal junta y orando. L o s discípulos reunidos alrededor de María, la Madre del Señor, esperan la venida del Espíritu Santo. El cuadro recuerda la promesa de J e s ú s de que el Padre enviará su Espíritu para recordar a los discípulos t o d o lo que él dijo e hizo. María vive con el 403

grupo de discípulos en oración y reza confiadamente por la promesa del Señor. 2.2.

Acontecimiento

pentecostal

La imagen de la Reina de los Apóstoles muestra también, el acontecimiento pentecostal mismo y su correspondiente comunidad, que recibe el Espíritu Santo. María, con la comunidad de los discípulos en el misterio de la emisión del Espíritu, se hace Iglesia; es decir, de aquella comunidad que es portadora en sí misma de la salvación donada por Jesús y que anuncia el mensaje al mundo. A partir de aquí, María obtiene su posición exclusivamente especial y única dentro de la Iglesia. Al mismo tiempo, arranca de ahí su singular relación hacia la comunidad entera de la Iglesia. En la «Protesta genérale» del año 1816, se refiere Vicente Pallotti a estas dos expresiones nucleares de la imagen de la Reina de los Apóstoles: El quiere unirse con ella y en comunión con los discípulos en oración e implorar la venida del Espíritu Santo.

2.3.

Salida de los Apóstoles

En su «Testamento espiritual» Vicente Pallotti recuerda otro acontecimiento expresivo: Precisamente el de los apóstoles, que salen hacia el mundo para propagar el mensaje del Señor crucificado y resucitado. Sin querer, el recuerdo camina a los capítulos de los Hechos de los Apóstoles que describen cómo Pedro, Juan y los demás apóstoles se presentan públicamente, y, por primera vez, predican el mensaje salvador de Jesucristo. Este fondo también ayuda a comprender el apostolado, como lo describe Pallotti: «"Cristo envió desde el Padre el Espíritu Santo a la Iglesia para socorrerla en el cumplimiento de su misión." El Espíritu Santo vierte su amor en los corazones de los hombres. El es el alma de la Iglesia y la mueve continuamente hacia el cumplimiento de su misión salvadora y la conduce en su apostolado. "Sin duda que el espíritu Santo ya actuó en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, en el día de Pentecostés bajó sobre los discípulos para quedar para siempre junto a ellos". Por eso, apostolado consiste en "que cada uno haga todo lo que pueda para que se encienda y extienda el fuego del amor. Esta es una obra que, por su naturaleza, está ordenada a continuar la obra para la que ha venido el Dios-Hombre...".»

404

2.4.

La comunidad primitiva de Jerusalén

Los elementos presentados de la imagen de la Reina de los Apóstoles penetran en la comunidad primitiva de Jerusalén, como la describe el decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa del Concilio Vaticano II: «La vida común, a ejemplo de la Iglesia primitiva, en que la muchedumbre de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, nutrida por la doctrina evangélica, la sagrada liturgia y, señaladamente, por la Eucaristia, debe perseverar en la oración y en la comunión del mismo espíritu». La comunidad primitiva de Jerusalén ha vivido con los Apóstoles y, según su ejemplo, la comunidad fraterna, y ha dado testimonio del Señor resucitado. Por eso, los compañeros de Pallotti se refieren en el llamado «Manual de la regla» a los primeros creyentes, quienes «iluminados por los ejemplos de nuestro Señor Jesucristo y de sus apóstoles han llevado una vida común perfecta». Los compañeros de Pallotti ven la comunidad de bienes en la comunidad primitiva. Pallotti recuerda el amor fraterno que hace «unánime y fiel» y lo refiere a la vida en comunidad, según el ejemplo de la primitiva Iglesia, en la que la muchedumbre era un corazón y un alma y tenía todo en común. Por eso, basados en la perspetiva de Pallotti y de la tradición palotina, está justificado buscar la imagen de la Reina de los Apóstoles incluso hasta en la comunidad primitiva de Jerusalén. La imagen no es unidimensional, sino múltiple y rica: Remite al Señor crucificado y resucitado, a la acción del Espíritu, a la fundación de la Iglesia, al apostolado como testimonio del Señor resucitado y a la comunidad primitiva como modelo de vida cristiana en comunidad.

2.5.

María y el apostolado

En la fundamentación de por qué Pallotti eligió a María, la Reina de los Apóstoles, como patrona de su fundación, vuelve el mismo Pallotti, junto a los contenidos descritos, ininterrumpidamente al apostolado. Cito un ejemplo de cómo suena el contexto de su fundamentación: «La asociación religiosa lucha bajo el patronazgo sobre manera efectivo de la inmaculada Madre de Dios, la Reina de los Apóstoles, por dos fines muy santos: primero, por alcanzar a través de los méritos y la intercesión de la inmaculada Madre de Dios todos los dones y todas las gracias para que la asociación religiosa, tanto global como también en cada uno de sus actuales y fu405

turos miembros, tenga con plena fecundidad la asistencia de Dios en la Iglesia y se extienda según las necesidades de las almas en todas las partes del mundo; segundo, para que todos los seglares y el clero diocesano, así como el clero regular de cualquier orden, de cualquier estado, de cualquier situación tenga según Jesús en María el más cumplido ejemplo del verdadero celo apostólico y del amor perfecto, ya que ella se entregó a las obras para la mayor gloria de Dios y para la salvación de las almas en una medida que, aunque a ella misma no se le había confiado ningún ministerio sacerdotal, ciertamente supera en mérito mismamente a los apóstoles. De tal manera que la Iglesia la saluda con razón como la Reina de los Apóstoles, y de hecho ella ha merecido serlo por su colaboración sin par en la extensión de la santa fe comparándola con los Apóstoles.» 2.6.

Apostolado seglar

Los modos cómo Pallotti junta los elementos para fundamentar el patronazgo de la Reina de los Apóstoles se repiten: Al apostolado no pertenece ningún poder sacerdotal o jerárquico. También los seglares están llamados a él. María, como signo para todos los seglares, ha sido apóstol en el verdadero sentido sin el ministerio de la predicación y sin potestades sacerdotales. Apóstol es aquel que, a su modo, se entrega por la extensión del Reino de Dios; y esto lo hizo María por su ardiente anhelo y amor que apresuraron la venida del Redentor. Además, ella imploró a los discípulos el Espíritu Santo con cuya venida comenzó todo apostolado de la Iglesia. Incluso mantuvo firme, por su íntima oración, la confianza de los apóstoles e hizo eficaces sus fatigas. Ahora también sostiene por su intercesión toda actividad apostólica. Aun su sufrimiento bajo la cruz se hizo fructífero para el apostolado de la Iglesia. En su maternidad divina se muestra como la fuente del apostolado. Así, por ejemplo: «quien en la Iglesia (por la administración del bautismo) aumenta el número de los hijos de Dios, imita a María de lejos». Ya que María, por haber sido más efectiva en su múltiple acción que todos los apóstoles en la obra salvadora, es la Reina de los Apóstoles; un título que no es una alabanza exagerada, sino que, como dice Pallotti, expresa la pura verdad.

3.1.

El sí de María

Primeramente, notemos el papel extenso de María en la hora de la Anunciación. Ya Tomás de Aquino dice, que el sí de María fue formulado «en lugar de toda la humanidad». Su sí no es ningún acontecimiento privado, tiene su trascendencia para toda la humanidad. Por tanto, se puede decir: «Entre los míseros hombres, María ha hecho la acción más decisiva en toda la historia de la salvación». En la escena de la Anunciación se ve ya claramente lo que es apostolado: Misión de lo alto. Es un servicio que no parte por propia iniciativa, sino que es provocado por la intervención de Dios. Por tanto, se puede decir que todo apostolado, en cuanto diferente de la misión de Cristo mismo, recibe de la postura de María en la hora de la Anunciación no sólo su carácter y su singularidad, sino en cierto sentido, también la participación de su sí. Igualmente nuestro apostolado, si no quiere verse reducido a una mera actividad, ha de partir de un sí semejante. Pallotti vio este contexto, cuando describe nuestro apostolado, como «continuación de la misión salvadora de Cristo». Y ésta sólo puede ser continuada cuando el hombre apostólico mismo está insertado en la vida de Jesús y en la salvación que él nos ha dado. 3.2.

La apertura de María

No se trata aquí de presentar una amplia mariología. Pero algunos pensamientos merecen mención.

Se puede mostrar todavía aquí otro aspecto tomado de la vida de María en comparación con nuestra propia experiencia: De lo profundo de nuestra existencia surge, a menudo, bastante oposición y desconfianza contra Dios. El impulso de cerrarnos a Dios nos acapara poderosamente. En las inescrutables profundidades de nuestro ser se hacen sentir duda y rechazo, sin que pueda impedirlo siempre nuestra libre voluntad. Estamos incitados a protegernos contra Dios, incluso a ponernos en situación de defensa en contra de él. Por el contrario, María tiene la mayor apertura ante el Espíritu Santo de Dios que pueda apropiarse un hombre. Ya en la hora de la Anunciación se le comunica por el ángel su acción ilimitada: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». Por tanto, María es quien ha quebrado la desconfianza, la oposición y las reservas de los hombres ante Dios. Ella es la límpida apertura, disponibilidad ilimitada para Dios. Por eso, sucedió en ella la en-

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3. Algunas bases para la veneración, personal y comunitaria, de María, la Reina de los Apóstoles en el tiempo actual

trada de Dios en nuestro mundo humano: Por la acción del Espíritu Santo el Hijo de Dios se hace hombre, nacido de María. Por este motivo, María no es sólo de amplio significado para la imagen cristiana del hombre, sino también para la vida del cristiano que se sabe salvado y, a la vez, no liberado del todo. La veneración de María no es, pues, para el cristiano creyente sólo un accesorio ornamental. Cuando la invoca y venera, quiere crecer, al mismo tiempo, en la apertura ilimitada al Espíritu y a la acción de Dios. Su postura ante Dios y Jesucristo permanece para él fiel modelo y ayuda a la vez. Modelo es aquí una palabra débil: «Para expresar el modo y la profundidad de la influencia que María ejerce sobre sus hijos e hijas. Aquí no se trata de una influencia superficial e incidental y, en cualquier caso, puramente externa que algún hombre pueda tener sobre alguien. El modelo de María pertenece a otro orden. María es instrumento que está en su totalidad a disposición del Espíritu Santo. El Espíritu mismo la ha "formado" en el sentido más profundo de esta palabra, es decir, "creado" sobrenaturalmente. Ella es y permanece su obra viva. El se sirve de ella ampliamente, dando que otros sean atraídos por ella. En cuanto que es una virtud para la conversión y la santificación de los hombres, el modelo de la Santísima Virgen no es otra cosa que el obrar del Espíritu de Cristo que, por medio de ella, quiere transformar los corazones a semejanza de Cristo mismo».

3.3.

Reflejo de los misterios de la salvación

Otro motivo, que habla en favor de la veneración de María y que ya he mencionado anteriormente, es el hecho de que se reflejan en su vida y en su actuar los mayores y más profundos misterios de la fe. «María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe.» Su maternidad es el testimonio más vivo de la Encarnación del Hijo de Dios. Su inmaculada Concepción es «anteproyecto» y «previa toma en cuenta» de la Redención que el Hijo de Dios ha traído a todos los hombres según la voluntad del Padre. En su Asunción al cielo con cuerpo y alma están contenidos la imagen y el comienzo del tiempo futuro y de la Iglesia a culminar en el mismo. En la santidad de María alcanza su plenitud la perfección de la Iglesia mientras los creyentes todavía se esfuerzan por vencer al pecado y por madurar en la plenitud de edad de Cristo. En María reconocemos, también, lo que es propiamente la Iglesia. Ella representa precisamente, como hombre redimido, la existencia cristiana con la mayor claridad. De ella sabemos mucho antes de que 408

se desarrolle una amplia teología de la Iglesia. Y mucho de lo que sabemos de la Iglesia, está deducido de nuestros conocimientos creyentes de la posición de María en la obra de la salvación. 3.4.

Papel de la Iglesia primitiva

Tal vez es provechoso iluminar un poco el papel de María en la «fundación de la Iglesia» y en la Iglesia primitiva. La constitución dogmática sobre la Iglesia establece expresamente una unión entre la hora de la Anunciación y la presencia de María entre los apóstoles antes del día de Pentecostés. María, unida con los apóstoles, implora con sus oraciones los dones del Espíritu Santo que ya, en la Anunciación, le había cubierto con su sombra. Ciertamente María queda incorporada plenamente a la comunidad de Pentecostés, pero al mismo tiempo, es su centro, pues en ella está ilimitadamente la apertura al Espíritu de Dios. Las referencias de los Hechos de los Apóstoles sobre la presencia de María en la comunidad de los discípulos resultan realmente escasas. Pero la reflexión teológica creyente sobre el significado de María en la comunidad de los discípulos descubre, no obstante, su papel sobresaliente. Claramente se ve a María como el «punto central» de la comunidad de Pentecostés. Ser punto central, sin poseer ningún «ministerio», puede serlo María ciertamente sólo porque ella está en una relación más profunda hacia Jesucristo y hacia el Espíritu Santo que todos los apóstoles. De aquí resulta, también, su especial posición en la Iglesia y su extraordinaria relación hacia la misma en todo su contexto. Estas deducciones dan al título de «Reina de los Apóstoles» nuevo peso específico y gran trascendencia; una afirmación, que aún es confirmada por las siguientes reflexiones. 3.5.

Fundamentación

teológica del apostolado a través de María

En la perspectiva teológica actual aparece la interpretación del apostolado seglar partiendo de María, la Reina de los Apóstoles —como la presenta Pallotti— en una cierta profundización y en una nueva luz. Pallotti fundamenta particularmente el apostolado (seglar) desde un punto de partida «negativa»: María es el modelo ejemplar para ello, ya que para el apostolado no hace falta ningún poder jerárquico. Los doce discípulos son llamados apóstoles incluso antes de tener tales potestades. Por eso, María puede ser, como signo para todos los segla409

res, apóstol en el verdadero sentido, aunque no haya tomado parte en la predicación y sin las potestades sacerdotales. Pues, apóstol es el que, a su modo, se entrega por la extensión del Reino de Dios. A este punto de partida «negativo» le siguen entonces, en Pallotti, los elementos positivos del apostolado de María. Pero, por la situación de su tiempo, estaba obligado a mostrar en María que el seglar está llamado al apostolado, incluso, sin ministerio eclesiástico y sin participación en la jerarquía. Según el Concilio Vaticano II, la fundamentación teológica no tiene que concentrarse tan exclusivamente en el apostolado seglar. María puede ser resaltada más fuertemente que en el tiempo de Pallotti como modelo del apostolado universal. Por eso, Karl Rahner pone sus reflexiones sobre las estructuras fundamentales del apostolado ante la imagen de María bajo el título: «La unidad del apostolado del clero y del seglar». Su fundamentación es muy instructiva. He aquí un resumen: El apostolado de María contiene primeramente la unidad del apostolado del clero y de los seglares. Aunque María es Reina de los Apóstoles, no pertenece al clero. Pues ella no es ningún sacerdote en el sentido ministerial. Pero no se le puede contar entre los «seglares». Pues ella ocupa entre los redimidos una posición sobresaliente. Su misión es, en cierto sentido, un «ministerio», si bajo ello se entiende su papel en la historia de la salvación. Se puede decir con razón: María es la unidad viva del apostolado del clero y de los seglares. Ella es, en cierto modo, la protesta viva contra todo exagerado clericalismo y seglarismo. A los clérigos ella les dice, que el ministerio sólo entonces está vivo cuando se vive y se sufre personalmente, cuando es «carismático». Ciertamente, la Iglesia siempre ha defendido la institución, pero al mismo tiempo reconoce que el supremo papel «ministerial» que se ha dado y se da en la Iglesia, precisamente el papel de María, es indisoluble con su santidad y está unido con su total entrega a Dios. En María es también rechazado el laicismo: aquella postura unilateral que rechaza el ministerio y se apoya en la libre acción del Espíritu. Ciertamente la salvación nos fue dado por la acción del Espíritu Santo en ella, en quien el Hijo de Dios tomó forma en la carne; así que, en cierto modo, tomó como propia una «forma» dada de antemano. La salvación no flota sobre el tiempo y el espacio, sino que se nos da en las concretas «estructuras» históricas a las que también pertenece el ministerio. La vida de María, además, puede ser ejemplo para la acción apostólica de los seglares. Su silencio, su aceptación de la reglamentada vida religiosa de su pueblo, su retirarse de la vida pública de Jesús, su es410

tar bajo la cruz, su incorporación sin pretensiones en la comunidad de Pentecostés permanece como indicativos para el seglar apostólico.

4.

Conclusión

La presencia de María, Reina de los Apóstoles, como Madre de Jesús el Apóstol del Eterno Padre, como madre de sus apóstoles y discípulos y como madre de todos los cristianos y nuestra, conlleva en nuestra comunidad una determinada y específica dedicación al reino de Dios a través del apostolado, tomando fuerzas y energías desde la escena del Cenáculo y aceptando los criterios básicos de toda convocatoria cristiana como son los de comunidad y persona. Y conscientes de que «cada uno que en su estado, según sus fuerzas y con la confianza en la divina gracia, se dedica en cuanto puede a la propagación de la fe, puede merecer el nombre de apóstol. Y todo lo que haga a tal fin, será su apostolado».

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REINA DE LA CONGREGACIÓN DE LA PASIÓN María en la vida y el mensaje de los Pasionistas Laurentino Novoa Pascual, CP.

María acompaña permanentemente a la Iglesia peregrina en su misión de anunciar la Cruz del Señor hasta que venga (LG 8) y «está constantemente presente en este camino de fe hacia la luz»'. Ella ha estado también presente en el corazón de esta pequeña parte del pueblo peregrino de Dios que es la familia de la Congregación de la Pasión2. Ella, permaneciendo firme al pie de la Cruz, se convierte en nuestra madre en el orden de la gracia (LG 61) y en «maestra de la vida para cada uno de los cristianos»3; por eso mismo, podemos decir que es ella quien ha formado y modelado la espiritualidad de los hermanos y hermanas que han recibido de Pablo de la Cruz la herencia de ser testigos y anunciadores de la Cruz salvadora. La Congregación Pasionista en sus dos siglos y medio largos de historia4 ha anunciado con la vida y el apostolado de sus miembros la cruz liberadora de Cristo y el sufrimiento solidario de María, la humilde sierva del Señor y reina de los mártires. Ella ha alentado toda la obra misionera de los y las Pasionistas y sigue presidiendo junto a su Hijo Crucificado todos los proyectos de la congregación, que se dispo1

JUAN PABLO II, Carta encíclica «Redemptoris Mater», 352. Dentro de esta amplia familia pasionista, heredera del carisma y la espiritualidad de Pablo de la Cruz, consideramos, además de los Religiosos de la Congregación de la Pasión (Pasionistas), a las Religiosas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, a las Hermanas Pasionistas de San Pablo de la Cruz, a las Hermanas de la Santísima Cruz y Pasión de Jesucristo, a las Hijas de la Pasión de N. S. Jesucristo y de los Dolores de María, a las Hermanas Pasionistas Misioneras y a las Siervas de la Pasión. 3 PABLO VI, exhortación apostólica «Marialis Cultus», 21. 4 Fecha fundacional de la Congregación es considerada el 22 de noviembre de 1720, cuando Pablo de la Cruz recibe el hábito y comienza la redacción de la Regla. La aprobación solemne de la Congregación tuvo lugar en 1741 por el Papa Benedicto XIV. 2

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ne, unida a toda la Iglesia peregrina y misionera, a entrar con esperanza en el tercer milenio de la historia cristiana. Queremos señalar y agradecer aquí, en el contexto de este Año Santo Mariano, la presencia de María en nuestros orígenes, en nuestra historia y en el mensaje que intentamos transmitir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

1. María en la vida y el mensaje de San Pablo de la Cruz 1.1.

Las grandes intuiciones de un profeta

San Pablo de la Cruz (1694-1775) ante todo fue un misionero 5 , un carismático de la Cruz 6 , un profeta de la Pasión de Cristo 7 y un gran místico 8 . Por eso, más que doctrina y tratados magisteriales, lo que nos hadejado es una gran lección de vida y experiencia espiritual. Hombre de grandes intuiciones, como misionero nos enseña a proclamar la fuerza liberadora de la Cruz de Cristo en un mundo lleno de problemas, cruces y preguntas; como carismático nos invita a abrir nuestras vidas a la inspiración del Espíritu Santo, con el que hemos sido sellados para el día de la liberación (Ef 4,30); como profeta interpela nuestras seguridades y conformismos bajo el criterio de la Cruz, signo de escándalo y contradicción; como místico nos anima a la experiencia gozosa del seguimiento de Cristo por el camino de la cruz, como único camino de vida y salvación. En el «siglo de las luces», que a él le tocó vivir, fascinado por las posibilidades de la razón humana y el culto al individuo, Pablo descubre en la «sabiduría de la Cruz» el remedio para todos los males de su tiempo, la clave de interpretación y vivencia cristiana para tiempos de crisis y tiempos de paz, como había hecho Pablo el apóstol ante el 5 Pablo de la Cruz predicó durante su vida unas 250 misiones populares entre 1720 y 1769, casi todas en las regiones más pobres y necesitadas de Italia (cf. F. PIÉLAGOS, Testigo de la Pasión, Biblioteca de Autores Cristianos, 1977, 169 ss.). 6 Bajo este aspecto carismático es presentada la vida y obra de Pablo de la Cruz por M. BIALAS en sus diversas obras de investigación y divulgación sobre el santo (cf. La Pasión de Cristo en San Pablo de la Cruz, Sigúeme, 1982; Pablo, carismático de la Cruz, Verbo Divino, 1979; la salvación está en la Cruz, Sigúeme, 1983). 7 Bajo este aspecto profético ha sabido presentar su vida y obra uno de los mejores conocedores de San Pablo de la Cruz en el ámbito de la cultura hispánica, el P. FERNANDO PIÉLAGOS, CP (cf. Pablo de la Cruz, testigo de la Pasión, Biblioteca de Autores Cristianos, 1977; Pablo de la Cruz, Profeta de la Pasión, PPC, 1987). 8 M. VILLER califica a San Pablo de la Cruz como «el místico más esclarecido del siglo xviu» (Dictionaire de Spiritualité, vol. II, 2.039).

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racionalismo griego y el milagrismo judío: «La Pasión es la obra del infinito amor; en la Pasión está todo» 9 . Con este mensaje, repetido hasta la saciedad en su predicación, colocó la Cruz en el centro de la vida cristiana y la liberó del mecanismo jurídico en el que la habían insertado las interpretaciones teológicas de la redención. Pablo de la Cruz es, pues, un misionero de la Cruz, un testigo privilegiado del acontecimiento redentor del Calvario; por ello, no podía dejar de ser devotísimo hijo de María que, como reina de los mártires, supo estar firme al pie de la Cruz de su Hijo en la «hora» de la redención, como señala el Evangelio de Juan y que supo comprender mejor que nadie esta obra de amor de Dios para el hombre. El mismo solía decir: «Si se va al Calvario, se encuentra a María al pie de la Cruz, y donde está el Hijo está la Madre» 10 . En este sentido podemos decir que Pablo de la Cruz se comprende dentro de la sólida tradición de la Iglesia, que «desde el principio miró a María a través de Jesús y miró a Jesús a través de María» 11 . La intuición y el mensaje específico de este insigne misionero y místico se resume en la memoria y el anuncio de la Cruz de Cristo, a la que unió la presencia alentadora e imprescindible de María, la Madre y Virgen Dolorosa. 1.2.

María en los orígenes y el desarrollo de la Congregación

Hay una serie de datos históricos que indican una presencia primordial de María en la vocación de Pablo de la Cruz y en los orígenes de la Congregación que él fundó. Nos cuentan los historiadores que a los veintiséis años, después de haber optado por una consagración radical a Dios y de haber recibido el carisma de hacer memoria permanente de la Pasión del Señor y los Dolores de María, dudaba si debía entrar en alguna congregación u orden religiosa de las ya existentes. En esos momentos se da una intervención singular de María en su vida; se le aparece la Virgen vestida de negro y con el «signo» de la Pasión 12 sobre su pecho y le dijo: «Hijo, ¿ves cómo voy vestida de luto? Es por la Pasión dolorosa de mi amado Hijo Jesús. Así te has de vestir tú y has de fundar una Congregación en 9

10 11

12

SAN PABLO DE LA CRUZ, Lettere, Roma, I, 558, 1924.

V. STRAMBI, LO spirito di S. Paolo della Croce, 229, 1951. JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, 26.

Se refiere al signo que ha caracterizado a los pasionistas y que forma parte del hábito religiosos: un corazón con una cruz grabada y las palabras «JESU XTI PASSIO».

417

la cual se vista de igual modo, donde se lleve continuo luto por la Pasión y Muerte de mi querido Hijo»13. Dejando a los especialistas el sentido o interpretación exacta de esta visión, lo que sí debemos aceptar sin ningún género de dudas, por este y otros testimonios, es que María estuvo muy presente en la fase clarificadora de la vocación de Pablo y en el nacimiento de la Congregación 14. María siempre se encuentra en los orígenes y la coronación de toda obra evangélica, como la encontramos en el inicio y la coronación de la obra redentora de Cristo. De hecho, las fechas claves del nacimiento de la Congregación, están casi todas vinculadas a la figura de María: Pablo tomó el hábito el 22 de noviembre, viernes, preparándose para ello con una novena a la Virgen; hizo por vez primera el voto de hacer memoria de la Pasión del Señor a los pies de María en la capilla Borghese de la basílica de Santa María la Mayor, de Roma 15 ; en la vigilia de la Asunción de María de 1769 recibió Pablo del Papa Clemente XIV el anuncio de la aprobación solemne de las reglas; el mismo día de la Asunción de 1775, poco antes de su muerte, recibe de Pío VI la noticia de la confirmación definitiva de las reglas16. El primer convento de la congregación, construido con la ilusión y el sudor de Pablo y los pioneros, en el monte Argentaro, junto a la costa del mar Tirreno, lo dedicó a la Presentación de María en el templo, pues ella misma le había inspirado el lugar, según la tradición. De los 12 conventos que dejó fundados a la hora de su muerte, cinco de ellos estaban dedicados a la Madre del Señor. María, como nueva Eva, estuvo presente y cooperó activamente con su amor y su fe al nacimiento de la Iglesia, que brotó del corazón abierto de Cristo en la Cruz17 y adquirió publicidad solemne con la venida del Espíritu en Pentecostés; del mismo modo María ha cooperado también con su amor materno y con su protección en los orígenes de esta «mínima Congregación de los pobres de Jesús», como el mismo Pablo gustó en llamar, convocados para recordar proféticamente el acontecimiento de la Cruz, signo inequívoco de salvación18. María que con su fe y su 13

Testimonio de Rosa Calabresi en el Proceso Ordinario de Roma (POR), 1999 s.; E. ZOFFOLI, S. Paolo delta Croce (Storia critica), Roma, 1967, t. I, 160-161. 14 Cf. F. GIORGINI, Historia de la Congregación, vol. I, 354-355, Bilbao-ZaragozaMadrid, 1984. 15 16

E. ZOFFOLI, op. cit., t. II, 1504. Cf. F. GIORGINI, op. cit., 355.

amor maternal contribuyó al nacimiento de la Iglesia en la hora suprema de la Cruz, ha alentado también el nacimiento de esta familia de testigos y misioneros del amor salvador de la Cruz de su Hijo Jesús. 1.3.

Fiestas mañanas en Pablo de la Cruz

El aspecto de María más destacado por Pablo de la Cruz es, sin duda, el que la hace más cercana al acontecimiento de la Cruz, que es su título de Virgen de los Dolores o Madre Dolorosa; pues si la Pasión de Jesús es la «obra más grande del infinito amor», los Dolores de María son la expresión de la inefable ternura de la Madre por su Hijo Crucificado y por sus hijos flagelados por los sufrimientos de la vida19. En el pensamiento de Pablo de la Cruz, María Dolorosa «es el mejor camino para entrar en el misterio de la Pasión» 20 . La pasión de Jesús y la pasión de María están tan íntimamente unidas en la vivencia cristiana que forman «un solo mar de amor» 21 . Quien más cerca está del corazón de Dios y de nuestra propia experiencia humana es María, por eso pudo decir que «la llave de oro para entrar en este misterio del amor divino se guarda en el corazón purísimo de la Virgen Dolorosa» 22 . Esta doble experiencia de amor a Jesús Crucificado y a su Madre Dolorosa, madurada en la meditación y la soledad, fue la que transmitió con gran fuerza y dinamismo en su obra misionera, invitando a la conversión y renovación de vida cristiana y sembrando por doquier el fruto de la devoción al viacrucis y a los siete dolores de María. El amor y la ternura de Pablo de la Cruz hacia la Madre que acompañó a Jesús en el camino hacia la Cruz y fue testigo de sus sufrimientos lo transmitió a sus discípulos a los que deja en el mundo bajo su protección amorosa. Esta fue su plegaria en el lecho de la muerte: «A vos, Virgen Inmaculada, reina de los mártires, os suplico por los dolores que padecisteis durante la Pasión de vuestro amado Hijo, que les déis a todos vuestra bendición maternal; a todos los pongo y dejo bajo el manto de vuestra dulce protección» 23 . pensamiento de San Pablo de la Cruz», publicados en Fonti Vive, nn. 26, 27 y 28 (1961) y 29 (1962); es de destacar a este respecto su trabajo «La Madonna agli albori della vocazione di S. Paolo della Croce», en Fonti Vive, 28 (1961), 477-492. 19 Cf. E. ZOFFOLI, op. cit., t. II, Amor a la Madre Dolorosa, 1503-1518. 20 Citado por N. GARCÍA GARCÉS, «Vivencia del misterio de María en San Pablo de la Cruz», en Teología Espiritual, 57 (1975), 465-472. 21

22

SAN PABLO DE LA CRUZ, Lettere, II, 447.

Así lo expresa el Vaticano II en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia (número 5), siguiendo la interpretación patrística de Jn 19, 34 y la tradición cristiana. 18 C. BROVETTO ha estudiado este aspecto en una serie de trabajos sobre «María en el

Ibidem, I, 477. 23 Citado por P. Basilio de San Pablo, «Mariología en el marianismo de San Pablo de la Cruz», en Ephemerides Mariologicae, VIII (1958), 125.

418

419

17

Aparte de su especial amor y veneración por María Dolorosa, Pablo celebraba con gran devoción algunas fiestas marianas. Tenía particular afecto a la Natividad de María, a la «Santa Bambina» como él solía decir, «cuyo corazón ha amado y ama más a Dios que todo el paraíso junto» 24 . Celebraba con especial solemnidad la fiesta de la Presentación de María en el templo, recordando la consagración total de María a Dios y la influencia de la Madre en la propia consagración; para él la Presentación era «dies celeberrimus atque sanctissimus»25; tal era la predilección que mostraba por esta fiesta, que en 1773 solicitó permiso para poder celebrarla en todos los conventos con solemnidad y octava 26 . El 2 de julio, con el inicio del verano, celebraba también con devoción la fiesta de la Visitación, introduciendo la curiosa costumbre de bendecir el agua, que llamaba «agua de Nuestra Señora» y de la que bebían todos para protegerse de las abundantes enfermedades estivales producidas por la contaminación de las aguas 27 . Finalmente, la fiesta de la Asunción. En un paralelismo con la preparación para la solemnidad de la Pascua, Pablo se preparaba para esta fiesta del triunfo glorioso de María con una «cuaresma de Nuestra Señora», que comenzaba el 30 de junio y consistía principalmente en privarse de comer fruta ejercitando el espíritu de penitencia; a sus religiosos les recomendaba también esta práctica, pero no durante tanto tiempo, sino sólo desde el 1 al 14 de agosto 28 . No cabe duda que esta privación de frutas en esta época estival en un país mediterráneo como Italia, suponía un ejercicio ascético muy grande. Como podemos apreciar, la memoria de la Virgen Dolorosa conforma el aspecto específico del mensaje mariano de San Pablo de la Cruz; pero él expresaba su amor y devoción a María a través de las grandes fiestas que de ella ha celebrado el pueblo fiel en toda la tradición. 1.4.

Características y valoración teológica de su devoción

mañana

En una época en la que «la mariología está determinada en alta medida por el sentimiento y la polémica bajo el principio del maximalismo mariológico "de María nunquam satis"» 29 , podemos decir que la

devoción y predicación mariana de Pablo de la Cruz se caracteriza ante todo por la solidez y la claridad teológica. Los rasgos más sobresalientes de su veneración han sido descritos por un gran mariólogo en los siguientes términos: «Su devoción era filial, afectuosa y tierna; su recurso a María fue constante, bien fundado y sin desvío alguno; quería una devoción eficaz que se tradujese en obras» 30 . Una anécdota tomada de su epistolario puede ilustrarnos en la importancia que él daba a las ideas teológicamente claras y ordenadas en este tema del culto mariano; escribía así a una de sus dirigidas: «He leído en alguna de sus cartas: "He rezado —dice usted— a la santísima Virgen, a la santísima Trinidad y a todo el Paraíso", etc. ¡Qué ignorancia! ¡Qué ceguera! ¡Cómo! ¿se puede rogar antes a la santísima Virgen que a la santísima Trinidad? La santísima Trinidad es Dios, la santísima Virgen no es más que purísima y santísima criatura; ella intercede por nosotros ante la santísima Trinidad. Por consiguiente, hay que rogar a la santísima Virgen para que interceda por nosotros miserables ante la santísima Trinidad»31. Pablo de la Cruz se atiene en sus ideas y sus devociones marianas a la tradición eclesial, al sentir de fe de los fieles, a la doctrina sólida de los Padres de la Iglesia y la enseñanza de los grandes autores escolásticos, dando siempre a todo lo aprendido y recibido el matiz propio de su experiencia carismática. Si en teología y espiritualidad mariana «la verdad fundamental es la maternidad virginal de María y de ella derivan las demás verdades mariológicas»32, Pablo podemos decir que vivió y experimentó esta maternidad virginal, el amor materno y la fidelidad virginal, desde la perspectiva de la Cruz de Cristo, pues «ella nos ha engendrado al pie de la Cruz» 33 . Si es cierto que la verdadera mariología debe considerarse inserta en el misterio de Cristo y de la Iglesia34, Pablo de la Cruz presenta esta veneración a María en el misterio de Cristo Cruficicado y en el misterio de la Iglesia que sigue las huellas de su Maestro por el camino de la Cruz y que acoge en su amor maternal a los hijos crucificados por los dolores y sufrimientos humanos, en el misterio de la Iglesia sufriente y compasiva. Por eso mismo, nunca nombra a María sin relacionarla con Cristo, ni habla jamás de los Dolores de María sin referirlos a la Cruz redentora de Cristo. Jesús y María forman para él un solo cora-

24

SAN PABLO DE LA CRUZ, Lettere, I, 231.

25

Proceso Ordinario de Roma (POR), 1427.

26

Cf. F. GIORGINI, op. cit., 357. Cf. E. ZOFFOLI, op. cit., t. II, 1194. Cf. E. ZOFFOLI, ibid., 1195 y P . BASILIO DE SAN PABLO, art. cit., 28-29.

30

N. GARCÍA GARCÉS, art. cit., 458-460.

31

SAN PABLO DE LA CRUZ, «Carta a Inés Grazi», en Lettere, I, 110.

32

M. SCHMAUS, María, en Sacramentum Mundi, Herder, 1984, IV, 432.

33

M. SCHAMUS, art. cit., 433. Citado por P. BASILIO DE SAN PABLO, art. cit., 30.

27 28

29

34

Cf. JUAN PABLO II, Rdemptoris Mater, partes I y II.

420 421

/c'in y por eso invita permanentemente a ofrecer al Padre «la sangre preciosa del Hijo y las lágrimas de la Madre» 35 . La verdadera devoción a María no consiste ni en sentimentalismos ni en vanas credulidades, sino en un amor filial y en la imitación de sus virtudes desde actitudes de auténtica fe (cf. LG 67). Pablo de la Cruz entendió este sólido principio mariológico, cuando plasmó en la Regla de los Pasionistas esta sobria pero sólida recomendación: «Rindan culto piadoso y ardiente a la Inmaculada Virgen Madre de Dios, procuren imitar sus excelsas virtudes y merecer en medio de tantos peligros su oportuno patrocinio» (cap. XV). Este santo, enamorado de la Cruz de Cristo y gran asceta, a la hora de aconsejar a sus hermanos religiosos los sacrificios con que podían honrar a María, el primero y el que con más frecuencia repite es el de la observancia de las Constituciones 36 , o dicho de forma más sencilla, el cumplimiento del deber. Su amor a María estuvo caracterizado por su talante místico y profético, reflejado en unas expresiones referidas a María llenas de ternura y de poesía y que le hace concebir a la Madre del cielo como «un piélago de perfecciones»37. Personalmente defendió con gran pasión y entusiasmo, siguiendo una sana y amplia tradición del pueblo creyente, las verdades de la Inmaculada Concepción de María y de su Asunción a los cielos, un siglo y dos, respectivamente, antes de ser definidas solemnemente por la Iglesia38. Pero dentro de su celo y convencimiento personal, la devoción que infunde a sus hijos en la Congregación y en la predicación al pueblo cristiano, está caracterizada y matizada siempre por la moderación y la sobriedad, frutos de la gran armonía teológica y espiritual de este hombre profético, que tanto aportó a la renovación de la Iglesia de su tiempo. Creo que con ello nos deja un gran ejemplo y un buen camino para una acertada pastoral y catcquesis mañana.

35 36 37

SAN PABLO DE LA CRUZ, Lettere, II, 290. Cf. F. GIORGINI, op. cit., 361. SAN PABLO DE LA CRUZ, Lettere, I, 349.

38 Pablo de la Cruz parece que hizo incluso voto de defender con su propia sangre la Inmaculada Concepción de María (cf. P. GAETAN, Esprít et versus de St. Paul de la Croix, 176-177, Tirlemont, 1950.

422

2.

María en la herencia espiritual de San Pablo de la Cruz

La vida y el testimonio carismático de la Cruz del Señor, madurado y proclamado junto a la Madre sufriente, fue la herencia más valiosa que dejó a sus hijos y hermanos espirituales. Sin duda que donde mejor se refleja esta herencia de una devoción a María sólida y tierna al mismo tiempo, es en la historia de esta Familia Pasionista en general y en la de sus Santos de manera especial. 2.1.

Familia reunida con María al pie de la Cruz

La familia religiosa fundada por Pablo de la Cruz tiene como fin específico «promover la memoria de la Pasión de Cristo con la palabra y con las obras» (Comí. 6). Por eso mismo debemos decir que es una familia reunida con María al pie de la Cruz, puesto que ella es, sin duda, testigo principal y cualificado del acontecimiento del Calvario. La Virgen Dolorosa es la patrona de la congregación {Estatutos, 1). A María deben honrar diariamente los religiosos a través de algún culto comunitario (Est. 23). Ella, que «entre las personas consagradas a Dios sin reserva es la primera» 39 , es para nosotros modelo de fe y donación en la vivencia de los consejos evangélicos (Const. 8). Ella, que es Madre virginal, es para nosotros también «modelo y auxilio en la vivencia del amor virginal» (Const. 19). Porque supo guardar con amor la palabra y los misterios de su Hijo Jesús (Le 2,19 y 51), porque es «virgen oyente, orante y oferente» 40 , es para nosotros maestra de vida espiritual y está presente de modo especial en nuestra vida de oración: «Siguiendo su ejemplo, conservamos en el corazón la palabra de Dios. Veneramos a María como madre nuestra, imitamos su oración perseverante y confiada, la amamos, participamos con ella en el misterior de la Cruz, principalmente durante la contemplación de los misterios del rosario, y la invocamos para obtener por su intercesión los dones de gracia que por nuestra condición de hijos necesitamos en nuestro caminar» (Const. 53). En este número, teológicamente denso, se resume adecuadamente la herencia mariana de los hijos de Pablo de la Cruz, que viven y predican el misterio de la Cruz en unión de quien recorrió con Jesús, en 39 40

JUAN PABLO II, Redemptionis Donum (exhortación apostólica a l o s religiosos). PABLO VI, Marialis Cultus, 16-21.

423

actitud orante y confiada, el camino que lleva a la luz pasando por el Calvario. Que María, Madre Dolorosa, ha estado en el centro de esta Congregación peregrina y misionera, es un dato histórico incuestionable, que ha impregnado de frescura toda nuestra trayectoria espiritual. A los misioneros pasionistas en sus labores de evangelización, generalmente en las zonas más pobres y necesitadas, acompañaba siempre la imagen y el aliento de María, Madre de la Esperanza41. En esta labor misionera difundían también en el puebo cristiano el amor a la Madre del Señor; la Regla primitiva del fundador decía al respecto: «A nuestros religiosos pertenece también de un modo especial aconsejar a los pueblos cristianos la piadosa devoción a la Madre de Dios» (cap. XXIII). La presencia de María en el esquema pastoral de las misiones populares pasionistas era muy importante y aparecía en dos momentos claves de la predicación: en el anuncio de la cruz y muerte como cooperadora del misterio redentor, y en la predicación de las verdades eternas como madre de esperanza. De hecho, los misioneros pasionistas han llevado en su predicación a un mismo tiempo la esperanza salvífica que brota de la cruz y el consuelo maternal de quien nos engendró en la fe a los pies de la cruz y nos acompaña en nuestro caminar peregrino hacia la ciudad celeste. Este amor a la Madre del Señor Crucificado se ha expresado en la historia de la congregación con una serie de prácticas y costumbres muy reveladoras, como: el comienzo de la oración diaria con el Ángelus, que además se rezaba al mediodía y al atardecer; el rezo diario del rosario en comunidad, el ejercicio de los Siete Dolores de María; las novenas solemnes en las grandes festividades marianas; el rezo del Avemaria al entrar y salir de la habitación para pedir su bendición; el saludo mutuo de los religiosos en la tradición de la congregación con las palabras «Alabados sean Jesús y María»; la celebración especial de los sábados, etc. Algunas de estas prácticas tradicionales, vinculadas a formas de espiritualidad de otras etapas históricas, han desaparecido; también se han introducido otras expresiones de culto y celebración mariana de carácter quizá más puntual, pero con una sólida fundamentación te41

La veneración en la Congregación de la imagen conocida como «Mater sanctae Spei», que se puede ver en todas las casas de los pasionistas y que presidía las habitaciones de los religiosos, se venera en el convento de S. Angelo, en Portano (Italia), y está ligada a la actividad misionera desde el tiempo del fundador [cf. L. ALUNNO, la «Mater sanctae Spei» —nota histórica sobre el origen y difusión de la imagen en la Congregación—, en Fonti Vive, 32 (1962), 468-475].

424

ológica y sentido pastoral. Es normal que varíen las expresiones cultuales y las formas devocionales según la evolución espiritual y cultural dentro del dinamismo histórico en que se desarrolla nuestra fe, pero podemos decir que lo más importante permanece siempre custodiado por la luz del Espíritu y el «sensus fidei»: la presencia de María en la vida espiritual, en el culto y en la predicación apostólica de todo religioso y toda comunidad pasionista. Ella ha sido y sigue siendo la Madre espiritual de todos los testigos de la Cruz de su Hijo42 y el modelo para quienes saben permanecer firmes con el testimonio de la fe ante la Cruz de Cristo, ante el sufrimiento propio y ante el dolor injusto o inevitable de los hermanos. Dentro de todas las transformaciones y renovaciones históricas, lo esencial del carisma pasionista sobrevive siempre, garantizado por la presencia de Cristo en su Pasión y Cruz, así como por la cercanía de la Madre Dolorosa en el misterio redentor. 2.2.

Santos forjados junto a la Madre del Crucificado

La herencia de Pablo de la Cruz encuentra su punto culminante de realización y expresión en los santos; ellos han vivido con generosidad total e inquebrantable fidelidad el don carismático que él vivió y que dejó a esta familia espiritual. Ellos podemos decir que entendieron y vivieron gozosamente el mensaje mariano que él transmitió a todos sus hijos y que se ha guardado celosamente en el espíritu de la congregación. Efectivamente, todos los santos pasionistas vivieron el carisma de la Cruz íntimamente unidos a la Madre del Señor y nos dejaron ejemplos estimulantes para nuestro propio camino espiritual. Aquí queremos señalar únicamente algunos rasgos más significativos en tres de los santos que más se destacaron en el amor a María, Virgen Dolorosa, dentro de la espiritualidad pasionista. 2.2.1. San Gabriel de la Virgen Dolorosa (1838-1862) La vida de este santo extraordinario, patrono de la juventud católica italiana y modelo de vida cristiana y religiosa especialmente para todos los jóvenes, fue breve e intensa; una vida caracterizada por su 42 A los jóvenes estudiantes pasionistas solía decir Pablo de la Cruz: «Esta es vuestra Madre muy amada. Habéis dejado a vuestro padre y vuestra madre. Tomadla por madre; ella nos ha engendrado al pie de la Cruz», cit. por P. BASILIO DE SAN PABLO, artículo citado 130-131.

425

calidad y no por su cantidad, por lo que resulta especialmente sugerente. Ingresó a los dieciocho años en la familia pasionista y vivió seis años como religioso sin llegar a conseguir la meta del sacerdocio. Su vida se caracteriza además por la humanidad y sencillez, por la sinceridad en la búsqueda de su camino, por la valentía con que acepta el riesgo de su vocación y por su santidad jovial 43 . Todos los testigos y biógrafos coinciden en señalar que la clave fundamental que explica su santidad y su simpatía es su devoción a María. Gabriel no sólo llevaba a María en su nombre religioso, sino sobre todo en su corazón y en su mensaje: «El amor a María es el principio y el coronamiento de su perfección extraordinaria» 44 . Alguien ha comparado con acierto la espiritualidad de San Gabriel con la «infancia espiritual» de la entrañable santa de Lisieux vivida en clave mariana: «Podemos hablar de un camino mariano corto trazado por San Gabriel: el de la intimidad, confianza y abandono en María, el del amor materno de la Dolorosa... Su característica más bella es este abandono en brazos de María» 45 . A su padre, preocupado por la tardanza en recibir noticias suyas, le escribe: «No os preocupéis tanto en recibir noticias más, pues tengo una Madre que me ama y cuida de mí» 46 . En otra ocasión escribe así a su padre y a sus hermanos: «Abandonaos totalmente en brazos de María Dolorosa y atended a la salud del único negocio necesario, el de la salvación de vuestra alma» 47 . Abandonarse en manos de la Madre es la mejor garantía para la paz interior, para la ausencia de todo temor y la confianza total, pues ¿dónde puede un niño estar más seguro que en los brazos de su madre? ¿por quién puede un hijo estar mejor defendido que por la propia madre? Ella nos llevará siempre a Jesús y nos conducirá por sendas de salvación: «¡Cuan dulce es abandonarse totalmente a su corazón! Si María pro nobis, quis contra nos?... ¿Puedo temer que la Señora no me lleve al paraíso cuando me ha concedido tantas gracias menos importantes?» 49 Gabriel con su juventud, su jovialidad y su alegría espiritual fue testigo fiel y audaz del misterio de la Cruz. Como buen pasionista, captó y vivió su sabiduría con una admirable sensibilidad y compromi43 Estas características son especialmente resaltadas por una de las más recientes biografías del santo, de F. PIÉLAGOS, Juventud de fuego, Barcelona, 1981. 44 S. BATTiSTELLi, S. Gabriele dell'Addolorata, 143, Teramo, 1958. 45 U. PALMERINI, «Una vita di abbandono in María», en Fonti Vive, 8 (1962), 23. 4 ¿4.

La devoción sincera a María va creando, cada vez más limpia, una atmósfera de paz, de seguridad, un sentimiento sosegado de confianza y abandono en María. Es el sentimiento del peregrino por este valle de lágrimas, que cuenta con la que es «vida, dulzura y esperanza nuestra». La confianza se apoya en las dos relaciones fundamentales de María: su intercesión ante Dios es todopoderosa, porque es su Madre; su protección a los hombres es absoluta, porque es nuestra Madre: «¡Cuan grande, por consiguiente, debe ser nuestra confianza en esta augusta Reina, sabiendo el mucho crédito que goza cerca de Dios, y que su misericordia es, a la vez, tan rica y abundante que no hay hombre alguno en la tierra que no participe de la bondad y de los favores de María»55. Alfonso se siente orgulloso y caracterizado por su confianza en la misericordia de María: «Quédese, pues, para otros autores el cuidado de pregonar las grandezas de María, que yo, en este libro, me propongo especialmente tratar de su gran piedad y de su poderosa intercesión»56.

49

SAN ALFONSO, La vocación religiosa, cap. III, consid. XV, Madrid, 1950. Regula novitiorum C.SS.R., p. 30, Roma, 1856. 51 SAN ALFONSO, Las glorias de María, parte I, cap. VI, § II, Madrid, 1950. Todo el capítulo VI insiste en la eficacia de la oración de María. 52 SAN ALFONSO, Las glorias de María, parte I, cap. I, § IV, Madrid, 1950. 50

454

53 54 55 56

SAN ALFONSO, Opere ascetiche, vol. VII, p. 433, Roma, 1937. ORESTES GREGORIO, Canzoniere Alfonsiano, p. 261, Angri, 1933. SAN ALFONSO, Las glorias de María, part I, cap. I, § I, Madrid, 1950. SAN ALFONSO, O. C, introducción.

455

4.3.

Mística de la perseverancia

La inquietud que acucia al discípulo de Jesús es si perseverará o no en su seguimiento; los buenos propósitos se derrumban, a veces, ante los tropiezos. Para el redentorista la inquietud se aquieta confiándose a María: «Oh María, ¿qué me decís? ¿Me condenaré? Me condenaré, si os abandono» 58 . «Quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es apto para el reino de los cielos»59. San Alfonso transmite a sus hijos la convicción de que María obtiene la perseverancia en la vocación religiosa y en la vocación cristiana: «El demonio puede tentar a alguno de nosotros contra la vocación, porque es el mayor empeño que tiene; que el que se vea tentado se encomiende a esta Madre de la perseverancia, y a buen seguro que no perderá la vocación» 60 . Una antigua tradición viene inspirando a los redentoristas hacer, incluso por escrito, la consagración a María Inmaculada en el día de su fiesta, 8 de diciembre, encomendándole especialmente la perseverancia en la vocación.

peregrinos por la tierra. Es Madre, es Reina de misericordia, es mediadora, y, por esto, es nuestra vida, nuestra salvación. De aquí que acudir a María y encomendarse a ella no es sólo piadoso, sino necesario 64 . Quien quiere salvarse lo consigue por medio de María. Son abundantes los textos con este sentido que siembra en «Las glorias de María»: «Sois la única esperanza, de la cual esperamos nuestra salvación; sois la única abogada nuestra para con Jesucristo, en la cual ponemos nuestros ojos» 65 . A una comunidad de religiosas escribía: «Rogad sin cesar a nuestra buena Madre María y, para asegurarnos sus favores, amadla, alabadla, honradla; que su bendito nombre esté siempre en vuestro corazón y en vuestros labios... La devoción a María es una prenda segura de predestinación» 66 . El Doctor de la Iglesia dedica el capítulo octavo de su gran obra mariana a este tema y lo comienza así: «El devoto de María, que fielmente la sirve e implora su socorro, no puede condenarse» 67 .

4.5. 4.4.

Mística de salvación

En Alfonso, misionero y escritor, trabaja fuertemente una idea clave: lograr la salvación eterna del hombre. Para esto vino Cristo al mundo: para que no perezca ninguno de los que le confió el Padre 61 , sino que «donde yo estoy, que estén ellos también» 62 . Las actas de concesión del título de doctor resaltan a Alfonso como doctor de la salvación: «Para llevar a las más almas posibles a la salvación y del modo más excelente posible» 63 . Esta intención es la que mueve su pluma y sus predicaciones sobre Cristo, las verdades eternas, las devociones, los mandamientos. En esta economía de salvación Alfonso cuenta con María como un factor decisivo. Dios es el que salva; María logra la gracia de la salvación como Madre que está preocupada en todo momento por sus hijos,

Mística del pueblo

Alfonso, el noble napolitano, hijo de capitán de galeras, se orienta existencialmente hacia el pueblo y desarrolla su ministerio en servicio al pueblo. Es una característica llamativa en el escritor, misionero, obispo y fundador: «Me envió a los pobres...» 68 . El pueblo humilde, sencillo y necesitado es el que enciende su celo69. El servicio al pueblo marca la mariología de Alfonso. «Las glorias de María» es verdaderamente «el libro de los humildes» 70 . Todos los elementos van dispuestos para que la gente sencilla entienda y se empape: conceptos teológicos, lenguaje, ejemplos y tradiciones populares, 64

Constituciones y Estatutos C.SS.R., est. 056, Madrid, 1983. SAN ALFONSO, Opere ascetiche, col. VII, p. 477. Oraciones para cada dia de la semana, miércoles, Roma, 1937. 59 Luc. 9, 62. 60 «Carta a los Padres y Hermanos de la C.SS.R.», 8 agosto 1754, Lettere di S. Alfonso, CLXXVI, Roma, 1887. 61 Juan 17, 12. 62 Juan 17, 24. 63 Concessionis tituli Doctoris in honorem S. Alfonsi Mariae de Ligorio Acta, p. 42, Roma, 1870.

SAN ALFONSO, Las glorias de María, parte I, cap. V, § I, Madrid, 1950. SAN ALFONSO, o. c, parte I, cap. III, § II, Madrid, 1950. 66 «Carta del año 1731», Lettere di S. Alfonso, I, II, Roma, 1887. 67 SAN ALFONSO, Las glorias de María, parte I, cap. VIII, § I, Madrid, 1950. 68 Luc. 4, 18. 69 JUAN PABLO II, «Carta apostólica a los redentoristas en el segundo centenario de la muerte de S. Alfonso María de Liguori», cfr. Ecclesia, 2333-2334 (22-29 agosto 1987), 21 ss. «La característica de su espiritualidad se puede resumir así: es una espiritualidad del pueblo... San Alfonso fue amigo del pueblo, del pueblo bajo, del pueblo de los barrios pobres, de los artesanos y, sobre todo, la gente del campo. Este sentido del pueblo caracteriza toda la vida del santo, como misionero, como fundado:, como obispo, como escritor. En función del pueblo repensará la predicación, la catequesis, la enseñanza de la moral y la misma vida espiritual». 70 Así titula Clément Dillenschneider el capítulo XI del volumen primero de su magna obra La mariologie de S. Alphonse de Liguori, Friburgo (Suiza), 1931.

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pi.micas de devoción, oraciones fáciles para la comunicación directa. Piensa en la gente más que en sí mismo, en cómo crear devoción en los demás más que en cultivar la propia. Ha querido ser útil más que brillante y novedoso. «Los devotos de María podrán, a poca costa y con toda comodidad, inflamarse, con su lectura, en el amor de esta gloriosa Virgen... Importa al bien particular y al del pueblo propagar la devoción a María»71. Lo hace al estilo de su tierra napolitana, cálida y efervescente en peregrinaciones, fiestas y manifestaciones piadosas. Los redentoristas se han sentido siempre fecundados por la savia de su fundador netamente popular y han sido y son misioneros marianos populares, por cercanía al pueblo, por estrategia popular. Hablan siempre y con sencillez de la Virgen, cultivando la aproximación ferviente a ella, proponiendo prácticas concretas de acercamiento y de comunicación. Enseñan las tres avemarias, las novenas, la peregrinación, la fiesta, la visita, la imagen, la medalla, la oración. Todo aquello que, partiendo de la sana teología, lleva directamente a la Virgen Madre. El pueblo necesita caminos trazados más que proyectos. Las misiones redentoristas son testimonio de la cercanía práctica entre María y la gente.

El icono del Perpetuo Socorro condensa la mística de la vivencia devocional del redentorista a la Virgen de Nazaret. Es María, la Madre de Dios, que lleva en brazos a su Hijo Redentor. Mira cariñosamente a quien llega a ella y le ofrece a Jesús con invitación maternal. Es icono de la pasión, de la redención. El Redentor muestra al hombre el amor de la cruz. El hombre se siente amado y redimido por Dios. Acercarse al icono es encontrar el camino de la redención. La Virgen acoge con dulzura. El icono del Perpetuo Socorro condensa la mística del ministerio pastoral. María colabora en la redención con su Hijo. Con ella el hombre llega fácilmente al Redentor. Es la convicción del misionero redentorista. Desde esta convicción lleva consigo y expone al pueblo su imagen. La misión ha estado siempre presidida por la Virgen del icono; a ella, las plegarias incesantes por la actualización de la redención. Estampas, medallas, cuadros grandes y pequeños, libros de oración continúan en las casas la redención que ofrece María en su Hijo. El icono es una prodigalidad de signos redentores.

5.

Actualidad de María en la comunidad redentorista

SAN ALFONSO, Las glorias de María, introducción. LEONARD BUYS, «Superior General y Rector Mayor de la C.SS.R.», en Pietas Alfonsiana, presentación, Lo vaina, 1951.

Las páginas precedentes recogen la historia dos veces secular de la presencia de María de Nazaret en la comunidad redentorista. Esta presencia ha seguido la línea mariológica de cada época en cuanto a teología, lenguaje, fuentes y formas concretas de expresión. Hay que reconocer también que la mariología vivida por San Alfonso y sus hijos ha dejado huellas en la mariología eclesial. Desde el Vaticano II y por influencia del mismo, se ha producido un giro en el planteamiento de la cuestión mariana. Pero algo sigue siendo indiscutible: María es inalienable en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Algo aparece nuevo: María es enfocada con otra sensibilidad teológica. Las constituciones y estatutos, renovados y aprobados tras el Concilio Vaticano II, mantienen y reafirman la rica herencia mariana de la congregación redentorista, aunque no descienden a detalles como en tiempos anteriores. La nueva concepción del misterio de María en la Iglesia y en la congregación se ha abierto a nuevos aspectos. Reafirma y consolida la necesaria presencia de María en el misterio de Cristo, de la Iglesia y de los redentoristas, la potencia desde base teológica más consciente y la propone en la vivencia particular y comunitaria y en el ministerio pastoral. Sin embargo, no se detiene tanto en precisar las

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4.6.

Mística del icono

En la devoción de los redentoristas a María ha impreso sello propio y profundo la Virgen del Perpetuo Socorro. Su icono ha creado y sigue creando la más genuina mística mañana de la congregación. En 1951 el Superior General escribía: «La devoción alfonsiana a María en ninguna imagen mejor que en esta del Perpetuo Socorro puede encontrar su expresión iconográfica; los caminos de la Divina Providencia son muy especiales y maravillosos: el Sumo Pontífice Pío IX, hace ahora ochenta y cinco años, entregó este venerable icono a la iglesia de nuestra casa generalicia. Desde esa fecha, no por determinación oficial, sino "de hecho y de verdad" la Madre del Perpetuo Socorro se ha convertido en la Patrona de nuestro apostolado y en la dulce Madre de la congregación; en esta forma concreta la devoción alfonsiana a María, esparcida por doquier, se ha convertido en admirable bendición para las numerosas gentes de los pueblos»72. 71

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aplicaciones concretas; éstas surgirán desde la espiritualidad mariana sincera, vivida en cada circunstancia. Así, dedican varios números a recordar y afianzar el misterio de María en el instituto, con la firme convicción, igual que San Alfonso, de que la congregación, bajo el patrocinio de la Virgen María, colaborará con la Iglesia en la obra de la redención73: — deben considerar a María como su modelo y socorro y venerarla como Madre con piedad y amor filial, celebrando sus fiestas con especial fervor; la honrarán a diario y a todos se les recomienda el rezo del santo rosario (const. 32), — el hábito propio del redentorista sigue manteniendo el rosario completo pendiente del ceñidor (const. 45, 5.°), — los redentoristas veneran a la Virgen bajo el título de Inmaculada Concepción como Patrona oficial de la congregación, y bajo la advocación de Madre del Perpetuo Socorro, cuyo culto deben fomentar por encargo de la Santa Sede (est. 05), — en el sello de la congregación figura el nombre de María en abreviatura (est. 06), — en el cultivo de la castidad confíen en el patrocinio de la Virgen del Perpetuo Socorro (est. 042), — amen y veneren con confianza a la bienaventurada Virgen María, Reina de los apóstoles (est. 056)74. Síntesis y conclusión de la relación redentoristas-María puede ser la constitución 32 de las Constituciones renovadas después del Concilio Vaticano II 75 : «Consideren a la bienaventurada Virgen María como su modelo y socorro, pues ella recorrió el camino de la fe y se abrazó de todo corazón a la voluntad salvífica de Dios. Como sierva del Señor se consagró por entero a la persona y a la obra de su Hijo, y cooperó y sigue cooperando al misterio de la redención, como Perpetuo Socorro en Cristo para el pueblo de Dios. Venérenla, por tanto, como a Madre, con piedad y amor filial. Sean generosos en honrarla, sobre todo mediante el culto litúrgico y celebren sus fiestas con especial fervor. Fieles a la tradición alfonsiana, todos los congregados honrarán a diario a esta Virgen bienaventurada. A todos se les recomienda el rezo del santo rosario, para rememorar e imitar, con ánimo agradecido, los misterios de Cristo en que María participó.» 73 «Origen y desarrollo de la congregación del Santísimo Redentor», al comienzo de las 74 Constituciones y Estatutos C.SS.R., Madrid, 1983. Constituciones y Estatutos C.SS.R., Madrid, 1983. 75 Constituciones y Estatutos C.SS.R., const. 32, Madrid, 1983.

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PRESENCIA Y ACCIÓN DE MARÍA EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA CONGREGACIÓN SALESIANA Antonio Escudero Cabello, SDB.

En la experiencia espiritual y pastoral de San Juan Bosco (18151888) aparece de forma constante la convicción de la presencia y acción de María, Inmaculada y Auxiliadora. En primer lugar, D. Bosco ha experimentado la intervención materna de María en su camino vocacional, desde sus comienzos y a lo largo de toda su vida. Tal como él mismo recuerda en el relato del sueño vocacional, que tuvo a la edad de nueve años, María es «la Maestra bajo cuya enseñanza puede llegar a ser sabio» y que le pide hacerse «fuerte, humilde y robusto»1. En segundo lugar, y en íntima conexión con lo primero, D. Bosco ve la mano de María que le conduce en cada una de sus iniciativas apostólicas entre los jóvenes, e incluso en las realizaciones materiales. Después de la consagración de la basílica de María Auxiliadora en Turín, responde a las felicitaciones diciendo: «Yo no soy el autor de estas grandes obras que decís; es el Señor, es María Santísima, que se ha dignado servirse de un pobre sacerdote para realizar tales obras»2. En tercer lugar, María ha guiado a D. Bosco en la fundación de la Congregación salesiana y otras fuerzas apostólicas que forman la Familia salesiana; es María quien lo ha querido para gloria de Dios y salvación de la juventud. La devoción a María, que D. Bosco siempre ha inculcado en toda ocasión, le ha empujado y sostenido para llevar a cabo proyectos audaces en favor de la juventud y de la Iglesia3. 1

G. B. LEMOYNE, A. AMADEI, E. CERIA, Memorie Biografiche di San Giovanni

Bosco, I, S. Benigno C , 1898, 124-125. (Utilizaremos en adelante la sigla MB para esta obra.) 2 MB, IX, 246. 3 Para el estudio de la devoción de Don Bosco a María Santísima remitimos a la documentada obra P. STELLA, Don Bosco nella storia della religiositá cattolica, II, Zurich, 1969, cap. VII.

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Esta experiencia original de presencia y acción de María, junto con el espíritu y la misión salesiana, ha tenido su prolongación, desarrollo y enriquecimiento en el tiempo. Don Egidio Viganó, actual Rector Mayor de la Congregación, escribía en su primera carta circular a los hermanos: «María es hoy un personaje realmente vivo, operante entre nosotros [...], no es una "teoría" religiosa o un modo "devoto" nuestro sentir, sino un "dato" verdadero, extrínseco de por sí a nuestro pensamiento subjetivo, y al cual se accede con la seriedad del conocimiento humano guiado por la fe»4. Acentúa, pues, con fuerza la realidad de la intervención materna de María que supera las actitudes superficiales del sentimentalismo. Con el presente artículo intentamos ilustrar el lugar que ocupa María en la vida y en la misión de la Congregación salesiana, fundándolo preferentemente en el texto de las Constituciones renovadas después del Concilio Vaticano II. La autoridad del texto constitucional está avalada, ante todo, por el largo período de reflexión y experimentación que ha precedido a su promulgación (9 de diciembre de 1984), trabajo que comenzó a partir del «motu proprio» Ecclesiae sanctae5. Por otra parte, las Constituciones se presentan con un carácter normativo, pues definen el proyecto de vida de los salesianos de D. Bosco, esto es, la trayectoria espiritual a la que es lanzado el profeso en un dinamismo de creatividad y libertad. Por último, la aprobación definitiva por parte de la Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares (25 de noviembre de 1984) garantiza, asimismo, su valor 6 . Para acercarnos a la riqueza de las relaciones de María y con María, abordamos inicialmente los modos preferidos de invocarla. Posteriormente tratamos la relación entre María y la misión salesiana; después, por último, consideramos la dimensión mañana del espíritu salesiano, o mejor, el espíritu salesiano como espíritu típicamente mañano. Todo ello servirá en la medida en que ayude a comprender y vivir la vocación salesiana en su profunda y sencilla originalidad.

4 E. VIGANÓ, María renueva la Familia salesiana de Don Bosco, en Actas del Consejo superior de la Sociedad salesiana, 289 (1978), 6-7. 5 Ecclesiae Sanctae. Normae quaedam ad exequenda Concilii Vaticani II decreta, en Acta Apostolicae Sedis, 58 (1966), 757-758, 758-787. 6 Sobre la presencia de María en las Constituciones renovadas, ha sido publicado recientemente el estudio A. VAN LUYN, María nel carisma salesiano. Studio sulle Costituzioni della Societa di San Francesco di Sales, Roma, 1987.

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1.

María, inmaculada y auxiliadora

En la fórmula de la profesión religiosa del salesiano, después de la invocación trinitaria, la manifestación del compromiso a una vida apostólica y la emisión de los votos, se solicitan las ayudas para realizar el proyecto de vida según el carisma salesiano, y entre éstas el profeso recuerda a María Santísima Auxiliadora que intercede en su favor. María invocada como Auxiliadora se halla presente desde el primer momento de vida religiosa y entrega apostólica de cada hermano. Esto que se afirma a nivel individual también se confiesa a nivel de conjunto de la Congregación; Ella, la Auxiliadora, es la patrona principal de la Congregación y de la familia salesiana7, con la que nos sentimos en comunión y necesitados de su ayuda. Esta convicción sobre la presencia e intercesión de María y la correspondiente invocación encuentra su punto de partida en la experiencia espiritual vivida por Don Bosco, y transmitida a los jóvenes y a los primeros hermanos. Es notoria la atención de Don Bosco centrada en el papel que tiene María en orden a la salvación de cada uno, recordando siempre su función subordinada respecto a su Hijo. De forma especial a partir del 1854, Don Bosco invoca a María como la Virgen Inmaculada, y progresivamente surge en él la opción mariana de la Auxiliadora, motivada por coyunturas de la vida eclesial del siglo xix y por la experiencia vocacional propia. Desde la construcción de la Basilica de María Auxiliadora en Valdoco, ésta será precisamente la expresión mariana que caracterizará el espíritu de Don Bosco. Su vocación, sus iniciativas y sus resultados serán considerados por él como realidades y obras queridas y sostenidas por la Auxiliadora. La invocación de María como Auxiliadora es acompañada por otras, que sirven de indicios para delinear la imagen y percibir los rasgos peculiares a los que somos especialmente sensibles. El artículo 92 recuerda a María en cuanto Madre de Dios, modelo de oración y de misión, maestra de sabiduría y guía de familia. Consideramos a continuación estas formas de dirigirnos a María, Madre, Maestra y Guía.

7 Cfr. Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, 1984 (Pondremos en adelante sólo el número del artículo del reglamento) 8 Cfr. art. 1. 9 Cfr. art. 21.

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II.

María, la Madre

Con el texto de las Constituciones, afirmamos que «el Espíritu suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco»10. Don Bosco ha experimentado la presencia materna de María en una vivencia consciente con asombro, confianza y alegría. Ella, la Madre, le va a acompañar durante toda su vida, y en los momentos decisivos su intervención será determinante. Por ello, la invocación de María Virgen y Madre aparece de forma constante en sus oraciones, palabras y escritos. María es Madre poderosa, Auxiliadora de la Iglesia y de cada cristiano en su camino hacia el Señor, por tanto, apelar a Ella es algo eficaz. Así junto con la Eucaristía, la devoción a María resulta uno de los pilares con que puede contar la Iglesia y el mundo". Las raíces en Don Bosco de la pieda mañana en general, y de esta invocación en particular se ponen en el ambiente familiar. La formación religiosa inculcada por su madre, mamá Margarita, le da una impronta característica, donde el elemento mariano ocupa un lugar preferente. La víspera de la partida al Seminario de su hijo Juan, Margarita le dice: «Juan, hijo mío [...] cuando viniste al mundo te consagré a la Virgen; cuando comenzaste los estudios te recomendé la devoción a nuestra Madre; ahora te recomiendo que seas todo suyo; ama a los compañeros que sean devotos de María; y si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María»; a estas palabras Juan responde: «Madre, os agradezco por todo aquello que habéis dicho y hecho por mí; estas palabras vuestras no habrán sido dichas en vano, sino que las conservaré con cariño durante toda mi vida» 12 . Margarita Occhiena es la mujer inculta y, al mismo tiempo, de enorme sabiduría, con una finura espiritual y un tacto pedagógico fuera de lo común. Ella imprimirá en Juan Bosco un sello imborrable, cuyas huellas se podrán apreciar en su vida y en su misión. María es, asimismo, una presencia materna en el camino de los jóvenes hacia el Señor, que descubren en él y en su Evangelio el sentido de la propia existencia y crecen como hombres nuevos 13 . Para los jóvenes la alusión a la presencia materna de María tiene un valor singular. Ante todo, sugiere acompañamiento en su nada fácil desarrollo y realización de un proyecto de vida que se moldea sobre el Evangelio; en segundo lugar, tiene el valor de una presencia delicada, en una etapa de la vida expuesta a la soledad, al desaliento y a las pruebas; finalmente >o Art. 1. 11 Cfr. MB, Vil, 583.586. ' 2 MB, I, 373. 3 1 Cfr. art. 34.

alude a un modelo de vida abierta a Dios, que es por sí misma una invitación para asumir idénticas actitudes. Con el artículo 8 de las Constituciones, hoy confesamos que «María está presente entre nosotros y continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos». El artículo propone, ante todo, la maternidad como misión mariana, emparejada con el auxilio, y referidas ambas, maternidad y auxilio, a la Iglesia, en su conjunto y en sus miembros. Ha precedido todo ello afirmando la presencia de María, porque la maternidad es vivida, ante todo, como cercanía. La maternidad de María lleva, pues, consigo unas características de relacionalidad interpersonal, de misión carismática, de lanzamiento cristológico y de apertura eclesiológica. Frente a la maternidad de María el salesiano corresponde con una actitud filial y fuerte. El adjetivo filial indica la ternura y la confianza en la relación14. La Congregación renovó este confiarse a María el 14 de enero de 1984 al comenzar el Capítulo General XXII, y a diario lo repite cada salesiano en su trabajo. Esta actitud lleva a otra, fuerte, de lanzamiento apostólico, tal como expresa Don Albera, tercer sucesor de Don Bosco: «Confiados en su protección acometemos grandes obras» 15 . El salesiano hereda el empuje misionero de Don Bosco, sostenido como él por la devoción a María, Madre de Dios y Madre nuestra.

1.2.

María, la Maestra

María es Maetra de Don Bosco maestro. En el ya recordado sueño de los nueve años escucha la voz de un personaje misterioso, que se presenta a sí mismo como «el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día», y que le dice: «Yo te daré la Maestra» 16 . María será la Pedagoga de un pedagogo, y Maestra de pedagogía. En las palabras del artículo 92 de las Constituciones, «María Inmaculada y Auxiliadora nos educa para la donación plena al Señor y nos alienta en el servicio a los hermanos». La afirmación es significativa, pues, por una parte, pone en relación la función educadora de María con las dos invocaciones preferentes en la Congregación; por otra parte, indica la finalidad cristológica y pastoral de aquella función. De 14 Tanto es así que las ideas de filiación y confianza se hallan agrupadas en el artículo 84: «El salesiano acude con filial confianza a María Inmaculada y Auxiliadora». 15 P. ALBERA, Circular del 31 de marzo de 1918, en Circolari, 286. 16 MB, I, 124.

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aquí sigue el reconocer el papel singular de María en la formación del salesiano. María en cuanto Maestra transmite unos contenidos, pero, sobre todo, invita a unas actitudes de vida. Siguiendo el testimonio neotestamentario, las Constituciones presentan a María como modelo de fe (cfr. Le 1,38), de solicitud por los necesitados (cfr. Le 1,39-40; Jn 2,3), de fidelidad en la hora de la cruz (cfr. Jn 19,25-27), y de gozo por las maravillas realizadas por el Padre (cfr. Le 1,46-56). María hace una propuesta educativa desde su misión y su actuación en la Historia de la Salvación, que lleva consiguientemente al salesiano a un compromiso para revivir y reactualizar aquellas mismas actitudes salvíficas.

1.3.

María, la Guía

La acción de María en cuanto Guía alcanza a la actuación carismática —porque es suscitada por el Espíritu— y característica del salesiano entre los jóvenes. Esta acción típica tiene su comienzo en Don Bosco, pero no se reduce a la persona de Don Bosco, sino que se prolonga en la Historia. María se hace Guía en el amor, y si lo fue para Don Bosco, lo es para cada salesiano. María conduce al salesiano en una entrega que continúa la entrega de Don Bosco. Es significativa la mención de María en el artículo 84 sobre los medios para conservar y crecer en la castidad, de modo que el capítulo sexto de las Constituciones, «Siguiendo a Cristo obediente, pobre y casto», se concluye con el recuerdo de María, Inmaculada y Auxiliadora. El centro y la síntesis del estilo original de vida de los salesianos es precisamente la caridad pastoral, que se define como «un impulso apostólico que nos mueve a buscar las almas y a servir únicamente a Dios» 17 . Este dinamismo aparece muy marcado en Don Bosco y en los orígenes de la Congregación. Siendo María la Guía del centro impulsor de nuestro espíritu, su función no es algo circunstancial, como no lo puede ser nuestra respuesta. Así puede afirmar Don Viganó, séptimo sucesor de Don Bosco: «Sin una sana vitalidad de la dimensión mariana, nuestra espiritualidad se resentiría en vigor y en fecundidad; mientras que, por el contrario, el cuidar oportunamente un profundo "relanzamiento" mariano hará reverdecer toda la vocación salesiana» 18 . Se hallan en conexión renovación mariana y renovación voca17 18

Art. 10. VIGANÓ, María renueva la Familia salesiana, 29.

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cional, pero nótese que en el texto se pide una renovación mariana para llegar a una renovación vocacional, y no viceversa. Don Bosco llamó «Sistema Preventivo» a esta experiencia espiritual y educativa de la que María es Guía. El último artículo de las Constituciones, el 196, vuelve a las fuentes del carisma de Don Bosco: el corazón de Cristo, su predilección, a la que los salesianos responden acogiendo el texto de las Constituciones. En esta acogida de la Regla de vida, María es la Guía de los salesianos, como lo ha sido para Don Bosco y a lo largo de la historia de la Congregación. Los salesianos meditan las Constituciones con la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios con las Constituciones; y las «meditan "como María", siguiendo su ejemplo de fe que acoge y que se compromete, y "con María" que les ayuda y acompaña con su presencia materna en el camino que conduce al Amor» 19 . De lo visto hasta ahora, y de acuerdo con el primer artículo de las Constituciones, el Espíritu Santo suscitó y formó, con la intervención materna de María, a Don Bosco como padre y maestro. Don Bosco es padre y maestro formado por María Madre, Maestra y Guía, que prosigue en su misión para dar continuidad histórica a la experiencia espiritual y pastoral de Don Bosco.

2.

María y misión salesiana

Con palabras de Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, María es la «Estrella de la Evangelización» (EN 82). Esta conexión existente entre la misión de la Iglesia y la presencia y función materna de María se verifica también en la experiencia de la Congregación. María está íntimamente vinculada con la misión salesiana, su guía constante señala ya a Don Bosco la naturaleza y los destinatarios de su trabajo; su ayuda materna sostiene en la entrega generosa a los jóvenes más necesitados; su solicitud por la salvación encomienda un sector de acción pastoral; su característica de Auxiliadora lanza al servicio en la sociedad y en la Iglesia, y en comunión con ésta; su sabiduría práctica enseña la criteriología pastoral, y su modelo de vida inspira un método típico de presencia entre los jóvenes. Abordamos la vinculación de María con la misión salesiana desde varios ángulos que iluminan su singularidad. Nos fijamos en la dimensión pneumatológica, en la dimensión cristológica y, por último, en el aspecto metodológico de nuestro trabajo pastoral, descubriendo a través de cada uno de ellos cuál es el papel de María. 9

VAN LUYN, María nel carisma salesiano, 82.

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2.1.

Llamados y enviados por el Espíritu

El hecho de nuestra vocación es fundamentalmente un fenómeno del Espíritu, es su voz la que nos llama y su fuerza la que nos impulsa. Las frecuentes referencias a la acción del Espíritu en el texto de las Constituciones no son sino el reconocimiento y la manifestación de la naturaleza carismática de la misión salesiana. Las Constituciones renovadas se mueven en una visión pneumatológica de la realidad salesiana El artículo primero de las Constituciones resalta tres aspectos de la acción del Espíritu en los orígenes de la Congregación: suscitó la persona de San Juan Bosco, le formó como padre y maestro, y le guió en la empresa de dar vida a diversas fuerzas apostólicas. La acción del Espíritu, verdadero protagonista, ha sido y permanecerá desde los orígenes hasta hoy «fuente permanente de gracia y apoyo en el esfuerzo diario de crecer en el amor perfecto a Dios y a los hombres» 20 . La presencia del Espíritu supone para el hermano energía para la fidelidad, apoyo en la esperanza y empuje en la caridad pastoral. Nuestra vida y la consagración que de nosotros hace el Padre no son sino el don del Espíritu. En definitiva, en el pasado, la misión de Don Bosco vivida y transmitida entre los jóvenes se pone bajo la acción del Espíritu que inspiró un estilo original de vida; en el presente, el Espíritu sostiene en la fidelidad —un pasado carismático que se revitaliza en el presente—, y en la esperanza —un futuro crístico que ha comenzado ya. El artículo primero recuerda, junto al Espíritu, a una persona humana, a María, que ha jugado un papel original en los momentos decisivos de la Historia de la Salvación. La relación de María con la misión salesiana se da precisamente porque Ella cointerviene con el Espíritu. En efecto, María no queda excluida como alguien ajena al hecho de nuestra vocación: «Ciertamente se da en la realidad, y nos sentimos profundamente agradecidos por ello, una íntima correlación entre la devoción a la Auxiliadora y nuestra vocación salesiana. No es difícil de comprobar, por lo que se refiere a su origen, en Don Bosco [...]. Pero los orígenes no son sino la primicia de su total realidad. Nuestro Fundador nos asegura que la Vocación salesiana es inexplicable —tanto en su nacimiento como en su desarrollo y siempre—, sin el concurso materno e ininterrumpido de María» 21 . El artículo 8 concreta la intervención materna de María sobre Don 20 21

Art. 25. VIGANÓ, María renueva la Familia salesiana, 27.

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Bosco, de la que hablaba en el artículo primero. María indicó a Don Bosco el campo de acción22, y le guió y sostuvo en la fundación de la Sociedad de San Francisco de Sales, tal como reconoce Don Bosco cuando afirma que «María Santísima es la fundadora y sostenedora de nuestras obras» 23 . María es la que indica, guía y sostiene (cfr. art. 87) a aquel que el Espíritu suscita, forma y guía (cfr. art. 1). Los papeles no se sustituyen; al contrario, se integran, complementan y potencian el uno en el otro, conservando cada uno su lugar propio. Existe una interrelación entre la presencia-acción del Espíritu, la renovación vocacional y la función materna de María. El nacimiento de la Congregación —ayer— y la renovación —hoy— como momentos privilegiados del Espíritu están ligados al papel especial de María. En otro orden, María es también modelo de docilidad a la voz del Espíritu en el momento crucial de la transición del Antiguo al Nuevo Testamento. El Espíritu y María no compiten sino que coactúan en una «sinergia». La coactuación no supone una paridad total de las acciones respectivas. El Espíritu es el agente principal, es El quien suscita, y cuenta con la intervención materna de María. Esta colaboración va dirigida hacia una misma meta; no existen dos finalidades, sino una, en favor de los jóvenes. 2.2.

Testigos del amor del Hijo

El centro de nuestro servicio educativo y pastoral, que irradia y da luz al conjunto, es la persona de Cristo. Por ello, el salesiano tiene la conciencia de ser un educador en la fe, y comprende la propia misión como una labor fundamentalmente de evangelización y catequesis24. Cuando el salesiano educa según un proyecto integral orientado a Cristo, no comunica algo completamente externo a él, a su vida; por el contrario, se convierte en testigo del amor de Cristo, que él mismo ha experimentado. No se distingue lo que vivimos de lo que anunciamos: «Nuestra ciencia más eminente es [...] conocer a Jesucristo, y nuestra alegría más intima, revelar a todos las riquezas insondables de su misterio (cfr. Ef 3,8-19)»25. Conocer a Jesucristo «es el trato y la profundidad de la relación personal y diaria con él; es la frecuentación de su 22

Recordamos el ya mencionado sueño de los nueve años, y que se repetirá en varias ocasiones durante su vida. Cfr. MB, I, 123-125; II, 243.298.406; III, 32. 23 MB, VII, 334. 24 Cfr. art. 34. 25 Ibid.

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palabra y de su misterio; es contrastar los problemas de nuestra vida personal y social con la visión que él tiene; es el estudio diligente de todo lo necesario para poderlo comunicar a los sencillos»26. Nuestra misión entre los jóvenes transmite con la vida, testifica, se dirige hacia Cristo, y realiza ya el amor liberador de Cristo, esto es, la misión salesiana se pone como presencia salvífica para los jóvenes. En este camino con los jóvenes se encuentra también María. «Es una verdadera "presencia": junto al Señor resucitado está su Madre de una forma real y personal, gracias a la participación en la Resurrección por su Asunción al cielo»27. María forma parte del Misterio de Cristo: la Madre inseparablemente unida al Hijo. En el opúsculo Maravillas de la Madre de Dios, Auxiliadora de los cristianos, publicado por vez primera en el 1868, Don Bosco pone de relieve en los capítulos segundo, tercero y cuarto la relación de la Auxiliadora con su Hijo en la Asunción, en las bodas de Cana y en el monte Calvario. Destaca Don Bosco cómo María es elegida y proclamada Auxiliadora, que manifiesta, además, su intervención sobre su Hijo Jesús. Nos ponemos en manos de María y nos confiamos a Ella para ser entre los jóvenes testigos del amor de su Hijo. El encomendarnos a María equivale a asumir su actitud responsable en el proyecto liberador del Padre realizado por el Hijo; nos lleva a ponernos —arrojarnos— al servicio de la Buena Noticia de Jesús. María es la guía en la respuesta que damos al Hijo: «Como respuesta a la predilección del Señor Jesús, que nos ha llamado por nuestro propio nombre, y guiados por María, acogemos las Constituciones como testamento de Don Bosco, libro de vida para nosotros y prenda de esperanza para los pequeños y los pobres» 28 . La iniciativa parte del Hijo, y María la Madre, sin ser causa ni meta, conduce en la respuesta vital y generosa. Caminamos con los jóvenes al encuentro del Señor resucitado. Este camino, que confiere sentido a la existencia y potencia todas las capacidades del joven, lo hacemos en compañía de María. Ella, pues, nos acompaña al encuentro con Cristo. 2.3.

Educadores con la presencia y el afecto de María

Nuestro modo de ser educadores es un estilo peculiar que incluye metodología, pastoral y espiritualidad. Don Bosco llamó a esta expe26 V. A., El proyecto de vida de los salesianos de Don Bosco. Guía de lectura de las Constituciones salesianas, Roma, 1986, 371. 27 VAN LUYN, María nel carisma salesiano, 72. 28 Art. 196.

472

riencia espiritual y educativa «sistema preventivo». Formalmente «el sistema preventivo es nuestra profecía, nuestro modo práctico de vivir según el Evangelio en cuanto educadores y de tender a la plenitud de la caridad. Da a la persona del salesiano una modalidad de pensar y de actuar, que inspira y distingue toda su existencia»29. El sistema se apoya en una triple inspiración conjunta que compenetra y anima todos los aspectos de la experiencia educativa. El educador salesiano no apela a imposiciones, sino a los recursos de la razón, del afecto y del anhelo de Dios. Educamos potenciando los dinamismos de la inteligencia, de la afectividad y de la religiosidad, todo ello con una presencia respetuosa de la libertad y amistosa. El salesiano es alguien que acompaña, y crea un ambiente de diálogo, de familia, de mutua estima. En línea con los artículos 1 y 8, recuerda también ahora en el artículo 20 la intervención de María, como guía y maestra en esta experiencia espiritual y educativa de Don Bosco. El sueño de los nueve años marca un hito, pues Don Bosco comprende, cuando lo relata en las Memorias del Oratorio, que en aquel momento se da ya la intuición fundamental —«no con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad tendrás que ganarte a tus amigos»30—, y desde aquel momento cuenta ya con el acompañamiento de María, a él que tiene por misión acompañar a los jóvenes. Con Don Bosco los primeros salesianos han aprendido, conducidos por María, a inspirarse «en la caridad de Dios, que precede a toda criatura con su providencia, la acompaña con su presencia y la salva dando su propia vida» 31 . En nuestro servicio pastoral nos proponemos dar a conocer a María, hacerla amar, e impulsar a confiar en Ella, como Mujer que ha creído, que auxilia e infunde esperanza. Por tanto, conocer, amar y confiar porque Ella es la Virgen de la fe, del amor y de la esperanza.

3. El espíritu salesiano como espíritu mariano Hemos considerado en la sección precedente el lugar de María en la misión salesiana. Ahora nos corresponde descubrir el lugar de María en la fisonomía y en la vivencia espiritual del salesiano. La dualidad de esta exposición, impuesta en parte por un intento de aportar dos ángulos visuales de la misma realidad, no quiere decir que se dé esta separación en la vida. Al contrario, la experiencia es 29 30 31

Proyecto de vida de los salesianos, 251. MB, I, 124. Art. 20.

473

una. I'or una parle, el salesiano educa y evangeliza desde su vida, transmitiendo como por osmosis su vivencia espiritual; por otra parte, cada hermano crece en su madurez cristiana por la entrega al servicio de la misión. Comenzamos descubriendo la dimensión mañana dentro de la experiencia global salesiana, y ponemos de manifiesto después cómo se trata de una experiencia espiritual típicamente «mariana». Concluimos con el estudio del culto mariano, dentro de toda la vida de oración, en la Congregación. 3.1.

Dimensión mariana de la espiritualidad salesiana

La colaboración con las Hijas de María Auxiliadora nos ha de llevar a «profundizar la espiritualidad y la pedagogía de Don Bosco y acrecentar la dimensión mariana del carisma salesiano»32. En efecto, la espiritualidad salesiana cuenta con la dimensión mariana como algo imprescindible, esto es, entra como elemento de un todo orgánico. «Lo mariano» no se puede suprimir sin traicionar al conjunto en su originalidad, pues impregna la fisonomía, da vida a los diversos componentes, e impulsa la renovación. La devoción mariana típica de Don Bosco no surge de forma casual, ni tampoco depende de alguna aparición local33, sino que se presenta como la maduración de toda una experiencia espiritual y apostólica, que se ha ido concretando y desarrollando en las situaciones históricas vividas a la luz de la fe, y en el reconocimiento de aquellas intervenciones mariana tan familiares en el devenir cotidiano durante la vida de Don Bosco. Su devoción a la Auxiliadora, Madre de Dios, es «la concretización práctica de aquella santidad de la acción que ha caracterizado la espiritualidad de Don Bosco»34. Asimismo, el hecho mariano vivido desde la espiritualidad salesiana adquiere unas tonalidades propias. Ante todo, se da la viva conciencia de la presencia personal de María en la Historia de la Salvación; aparecen inseparables la piedad mariana y el sentido eclesial; el reconocimiento de la actividad materna inspira la actitud de filiación y confianza, y la devoción mariana lleva a un compromiso operativo e infatigable. 32

Rg 37. Los hechos de Spoleto del 1862 pierden progresivamente su valor motivante para la devoción en Valdocco. Queda el hecho en sí que Don Bosco mandó pintar la imagen de María, bajo el título de Auxiliadora (cfr. STELLA, Don Bosco, II, 163-173). 34 VIGANÓ, María renueva la Familia salesiana, 12. 33

474

Los mismos artículos de las Constituciones leen con matices peculiares, que revelan una sensibilidad nueva, los textos neotestamentarios referentes a María: «Hacemos conocer y amar a María como a la Mujer que creyó (Le 1,45) y que auxilia e infunde esperanza»35; «nos confiamos a Ella, humilde sierva en la que el Señor hizo obras grandes (Le 1,48-49)»36; «como María acogemos la Palabra y la meditamos en nuestro corazón (Le 2.19.51)»37. De lo dicho hasta ahora no hemos de caer en el esquema de «la parte en el todo», que no se adecúa a la realidad. Hemos de romper pues, con esta simplificación. 3.2. La personalización de lo mariano No se puede hablar de una gran cantidad de referencias explícitas en el texto constitucional a la persona y a la figura de María. El espíritu salesiano es, sin embargo, un espíritu mariano, no ya porque se recuerde en repetidas veces a la Madre de Jesús, sino más bien porque se asumen actitudes típicamente marianas. El espíritu salesiano encuentra en María como Auxiliadora su inspiración y su modelo. Si queremos caracterizar al espíritu salesiano hemos de describir los rasgos definitorios de la vivencia evangélica que maduró en la escuela de Don Bosco, como síntesis de criterios de juicio y principios de acción. No se trata tanto de un análisis conceptual de las relaciones con Dios y con el prójimo, ni de la presentación doctrinal de la espiritualida de un estado, cuanto la descripción de los rasgos espirituales que caracterizan la vocación salesiana. Don Bosco es el modelo concreto del espíritu salesiano, un sacerdote profundamente humano, un piamontés rico en las virtudes de su pueblo, un apóstol de la juventud abierto a las realidades terrenas. En su nivel más profundo, el centro del espíritu salesiano es la caridad pastoral, esto es «un impulso apostólico que nos mueve a buscar las almas y servir únicamente a Dios»38. La acción lejos de ser disipación, se convierte en camino de santificación, en ascética. El salesiano es un contemplativo en la acción, pues vive en unión con Dios cooperando en la construcción del Reino. En consecuencia, se inserta en la Iglesia local para colaborar con todas las fuerzas apostólicas, y siente los problemas de la Iglesia universal. 35

Art. Art. 37 Art. 38 Art. salesiano. 36

34. 8. 87. 10. Este es el primer artículo del capítulo segundo que se ocupa del espíritu

475

( uando leemos el Evangelio somos más sensibles a algunos rasgos de la figura del Señor, como la gratitud al Padre, la predilección por los pequeños y los pobres, la solicitud en predicar, sanar y salvar, la actitud del Buen Pastor que conquista con la mansedumbre y la entrega, y el deseo de congregar a los discípulos en la unidad. El espíritu salesiano destaca por la iniciativa y la creatividad, por la confianza en el Padre, y, por ello, el salesiano no se desanima ante las dificultades. El convencimiento de vivir el momento de la Historia de la Salvación lleva al salesiano a un sentido cotidiano de fe, que aprecia las cualidades de su cultura, que lee los signos de los tiempos, que pondera las situaciones y aporta soluciones, que tiene sentido de lo concreto. El espíritu salesiano se distingue por la aceptación alegre de las renuncias y de las exigencias de la vida apostólica. Todo ello vivido en ambiente de familia, donde cada hermano se halla dispuesto siempre a dar el primer paso, capaz de crear correspondencia de amistad, abierto y cordial. Este cuadro ideal del salesiano no hace más que proponer unas actitudes típicamente marianas, tal como se expresan en el Magníficat. Vivir como María es una cuestión de autenticidad vocacional. El recuerdo explícito ha de manifestar una vivencia mariana, que desde luego no se reduce a aquél. Dentro de esta vivencia consideramos aparte el aspecto específico de la oración. 3.3.

Desde un culto mañano hacia una oración mariana: orar a María, orar con María, orar como María

La confianza especial en María se traduce en unas manifestaciones externas de devoción personales y comunitarias, que se detienen en indicar los artículos 92 de las Constituciones y 74 de los reglamentos. Oramos a María. En primer lugar, la meta más significativa y pedagógica consiste en saber expresar la devoción mariana a través de la participación viva en el año litúrgico, celebrando el misterio de María en el misterio de Cristo. En segundo lugar, subraya el rezo del rosario en ambos textos; aquí la oración a María se funde con el recuerdo y la meditación de los misterios de Cristo, para llegar a una inserción vital en ellos; recuerda también la festividad del 24 de mayo y la conmemoración mensual del 24, la oración cotidiana con que concluye la meditación y la «bendición de María Auxiliadora». Por último, estimula la difusión de la devoción y de la Asociación de devotos de María Auxi476

liadora. Además de todo esto, Don Viganó anima hacia el incremento del significado y alcance espiritual del Santuario de la Auxiliadora en Valdocco. Nos sentimos en comunión con los hermanos del Reino celeste, especialmente con María. Oramos con María, y no la sentimos distante, sino cercana. Aquella que reza con nosotros. Esta comunión de oración con Ella es riqueza espiritual y alimenta unas actitudes y un estilo de oración típicos. Nuestra utopía es, pues, orar como María. En efecto, el salesiano lee la Palabra como María, que desde el anuncio de la fe, llega al servicio de la fe y al testimonio de la fe. La contemplación de los misterios de la Anunciación, de la Visitación y de la Virginidad arrastra a la escucha y conversión. «Son tareas fundamentales para una comunidad salesiana y para cada uno de sus miembros: la Palabra debe llegar a nuestros oídos (escucharla), bajar a nuestro corazón (acogerla), pasar a las manos (practicarla), salir de nuestros labios (proclamarla). Lo cual lleva consigo cuatro exigencias serias: la obligación de acostumbrarnos al silencio, de reconocer nuestra pobreza radical, de testimoniar la palabra y de trabajo con celo en difundirla» 39 . Desde el ejemplo de María adoptamos unas actitudes de humildad en la escucha, de docilidad para recibirla, de coraje en el compromiso, y de claridad en el anuncio. El artículo 86 de las Constituciones presenta diez características de la oración del salesiano: humilde, llena de confianza, apostólica, gozosa, creativa, sencilla, profunda, abierta a la participación comunitaria, conecta con la vida y en ella se prolonga. La oración del salesiano es sencilla por su inspiración evangélica, por su cantidad y por su forma exterior. El salesiano rehuye las fórmulas rebuscadas, ritos complicados, manifestaciones demasiado exteriorizadas o emotivas, todo lo que podría convertir la oración en cosa de selectos. En cualquiera de las formas de oración —invocación, acción de gracias, petición, alabanza, súplica—, el salesiano reza con los jóvenes y por los jóvenes, en unión con Cristo y en obediencia al Padre. En conclusión, podemos hablar de una caracterización mariana de la oración personal y comunitaria del salesiano. Fijarse en María, lejos de ser un lujo espiritual, distingue una respuesta vocacional auténtica que se propone con seriedad el crecimiento en el proyecto de vida evangélico suscitado por el Espíritu, y al que nos llama el Padre.

39

Proyecto de vida de los salesianos, 751.

477

ÍNDICE

PRÓLOGO,

Alfredo María Pérez Oliver, CMF

7

MARÍA EN LA ESPIRITUALIDAD Y APOSTOLADO DE LOS AGUSTI-

NOS RECOLETOS, Ángel Martínez Cuesta, OAR Premisa 1. En el cauce de la tradición agustiniana 1.1. Tres precursores 1.2. Fervor mariano en las primeras comunidades 1.3. Las advocaciones del Rosario y de la Consolación 2. Con el pueblo de Dios 2.1. Advocaciones más comunes en España 2.2. El culto de los Recoletos colombianos a la Candelaria 2.3. Propagandistas del culto al Carmen y al Pilar en Filipinas . . . 3. Literatura mariana

11 13 14 15 17 20 25 26 29 30 32

PRESENCIA DE LA VIRGEN M A R Í A EN EL MONACATO BENEDIC-

1. 2. 3.

4.

TINO, Bernabé Dalmau, OSB

37

Observaciones preliminares El testimonio de la historia María y las virtudes monásticas 3.1. «Conservaba en su Corazón estos acontecimientos y los meditaba» 3.2. «Ha mirado la humildad de su Esclava» 3.3. «Engrandece mi alma al Señor» Conclusión

39 40 43

479

43 45 47 48

MARÍA EN LA ORDEN DEL CARMEN, Miguel María

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Arribas,

4.

O. Carm

49

Origen singular de la Orden Una capilla en honor de María Patrona, Madre y Hermana de la Orden (siglos x m y xiv) . . «Virgo Purissima» (siglos xiv y xv) La Virgen del Escapulario (siglo xvi hasta nuestros días) . . . Sentido íntimo del Escapulario La conmemoración solemne «Conservad estos tesoros»

52 53 55 57 59 61 62 64

L A VIRGEN M A R Í A EN LA VIDA Y MISIÓN DEL CARMELO REFOR-

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

MADO, Enrique Planas, OCD

65

El Carmelo, todo de María La Virgen María en la vida y experiencia de Santa Teresa . . . San Juan de la Cruz En la Historia del Carmelo Reformado La Virgen María en la teología carmelitana Legislación mariana Apostolado Conclusión

67 70 78 79 83 85 86 87

M A R Í A EN LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DE SAN ANTONIO M A R Í A CLARET Y DE LOS MISIONEROS CLARETIANOS, José Cristo Rey

García Paredes, CMF 1.

2. 3.

89

Obertura: Los orígenes 1.1. Mi Madre 1.2. Mi Madrina 1.3. Mi Maestra 1.4. Mi Directora 1.5. Mi todo después de Jesús Primer tiempo: La Revelación 2.1. La visión 2.2. El significado Segundo tiempo: Devorado por el celo 3.1. Le duele el mal del mundo 3.2. El Corazón de María 3.3. «Hijo y ministro vuestro formado por Vos» 3.4. Vocación apostólica compartida y filiación cordimariana . . . 480

94 95 95 96 96 97 98 99 100 105 105 106 109 110

Tercer tiempo: Místico en la misión 4.1. Palabras íntimas de la Madre 4.2. Palabras de Claret sobre María Final: ... Que tu música no tenga fin 5.1. Identidad carismática de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María 5.2. Dimensión cordimariana según las Constituciones renovadas

5.

PRESENCIA DE LA VIRGEN M A R Í A EN EL ORIGEN Y EN LA MISIÓN DE LA ORDEN DE PREDICADORES, Armando Bandera, OP. . .

A modo de Introducción 1. La Virgen María y el origen de la Orden de Predicadores . . . 2. La luz de Santo Tomás 3. Correspondencia de la Orden a la Virgen 4. Hacia las fuentes del marianismo dominicana 4.1. Osma 4.2. La primera predicación de Santo Domingo 4.3. Los modos de oración de Santo Domingo 4.4. La dispersión del primer grupo de religiosos 4.5. El beato Jordán de Sajonia, heredero y promotor del espíritu mariano de Santo Domingo 5. La fórmula de la profesión 6. El valor de una armonía 7. Y la historia continúa

112 112 114 114 115 117

121 123 124 129 130 132 132 134 136 138 139 141 144 i.45

PRESENCIA DE M A R Í A EN LA VIDA MISIÓN DE LAS ESCUELAS P Í A S ,

Miguel Ángel Asiaín, SchP 1. 2.

147

Presencia actual de María en el Instituto Presencia de María en San José de Calasanz 2.1. En su Obra 2.2. Con los niños 2.3. En su vida

149 153 154 159 160

PRESENCIA DE M A R Í A EN LA VIDA Y MISIÓN DE LOS HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS, Saturnino Gallego, FSC

165

Introducción 1. El Fundador 1.1. Escritos y doctrina 1.2. Episodios significativos

167 168 168 171 481

2.

3.

El Instituto 2.1. Prácticas de devoción 2.2. Acontecimientos 2.3. Devoción viva Conclusión

173 173 174 175 176

PRESENCIA DE M A R Í A EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA ORDEN FRANCISCANA, Gaspar Calvo Mor alejo, OFM

Introducción 1. El seguimiento de Cristo 1.1. Cristo y María 1.2. Cristo «pobre y crucificado» 1.3. La «Señora pobre» 1.4. El testimonio de la Hermana Clara 1.5. Intercesión de Madre 1.6. Prometo a la Bienaventurada Virgen María :. Misión de la vida franciscana y devoción a María 2.1. Vocación y misión 2.2. Ser «Madres» de Cristo . Conclusión

177 179 180 180 181 182 183 187 188 191 191 193 195

RESENCIA DE MARÍA Y MISIÓN DE LA TERCERA ORDEN REGULAR DE PENITENCIA DE SAN FRANCISCO, Pere Fullona, TOR 197 itroducción María en el culto, devoción y misión de la TOR en España. Recorrido histórico 1.1. Introducción 1.2. La devoción mariana en Mallorca 1.3. La Orden Franciscana y la Inmaculada en Mallorca. Algunos detalles 1.5. María es la historia y carisma de la TOR María en los orígenes y desarrollo de la Provincia Española de la Inmaculada de la TOR 2.1. Antecedentes remotos (1860-1873) 2.2. El grupo va tomando cuerpo (1873-1878) 2.3. Primer intento de vida comunitaria (1878-1887) 2.4. Congregación religiosa franciscana de carácter diocesano (1887-1893) 2.5. Constitución de la Provincia Española (1906) íclusión

199 200 200 200 202 205 207 207 209 211 213 216 217

PRESENCIA DE MARÍA Y MISIÓN DE LA ORDEN HOSPITALARIA DE SAN JUAN DE DIOS, Félix Lizaso Berruete, OH

219

1. La «siempre entera» de Juan de Dios 2. Lugar preferencia de María en la Orden 3. María, modelo de consagración hospitalaria 4. Espiritualidad mariana específica 5. El patrocinio de María, solemnidad característica 6. Vivencia mariana de los Hermanos de San Juan de Dios . . .

221 223 225 227 229 231

L A VIRGEN SANTA M A R Í A Y LOS JERÓNIMOS,

Fray Antonio de

Lugo, OSH

235

1. 2. 3.

«Tu rostro buscaré, Señor...» 237 Retazos de una historia 238 Amor y culto a la Virgen Santa María en la Orden de San Jerónimo 241 4. La Virgen Santa María, en la vida de los Jerónimos 243 5. Monasterios de monjas y de monjes 246 6. Los Jerónimos, hoy 247 MARÍA Y LA COMPAÑA DE JESÚS,

Luis González, SJ

1.

San Ignacio y el Instituto de la Compañía 1.1. La devoción de San Ignacio a nuestra Señora 1.2. Los Ejercicios Espirituales y la devoción a la Virgen 1.3. María y las Constituciones de la Compañía de Jesús 1.4. María en la legislación actual de la Compañía 2 . Más de cuatro siglos de historia 2.1. Los santos de la Compañía y María 2.2. Los escritores de la Compañía de Jesús 2.3. La pastoral de la Compañía y la devoción a la Virgen 2.4. Los jesuítas y la Inmaculada 2.5. Las Congregaciones Marianas y la Compañía de Jesús Conclusión

249 251 251 253 254 256 258 258 260 262 264 264 267

Los MARIANISTAS Y SU PIEDAD FILIAL APOSTÓLICA HACIA M A -

RÍA, José R. García-Murga Vázquez, marianista 1. Fundamentos y estructura 1.2. Cristocentrismo 1.2. Madre de Dios y Madre nuestra 1.3. Configurarnos con Cristo 1.4. Nos entregamos a Ella

482 483

269 273 273 273 276 277

1.5. Consagración apostólica 1.6. El voto de estabilidad y su carácter mariano a 2. Práctica de la piedad filial apostólica . . . . ~ apostó 'ico 2.1. Una actitud " 2.2. Imitar a María 2.3. Honrar a María ' 3. Prospectiva "

?7o |'« * * ~ 2 2§ 3 285 286

MISIONEROS DE LA CONSOLATA: PRESENCIA DE M A R Í A EN NUESTRA VIDA Y MISIÓN, Manuel Grau San Andrés, Misionero de

1. 2. 3. 4.

PRESENCIA DE MARÍA EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA S n r r c MARÍA

EDAD

(Padres Marianistas), Jean Coste, SM

°E 289

Introducción 1. Referencias históricas 1.1. El Fundador 1.2. Evolución posterior 2. En la actualidad " " 2.1. Cómo se formula 2.2. Cómo se vive Conclusión Apéndice: Algunos textos: Heliodoro Casado, SM.

291 292 292 296 298 299 301 l^t

PRESENCIA DE M A R Í A EN LA ORDEN DE LA MERCED,

quez Fernández, O. de M

Luis Váz-

'

1. Pórtico 2. Presencia de María en el origen de la Orden 3. Presencia de María en la misión originaria de la Orden . . . . 4. Presencia de María en la dedicación de las iglesias mercedarias 5. Presencia de María en las Constituciones mercedarias 6. Presencia de María en la evangelización mercedaria de América 7. Presencia de María en el culto mercedario y en la piedad popular S. Presencia de María en las tradiciones legendarias de la Merced ). Presencia de María en la defensa mercedaria de su Inmaculada Concepción ). Presencia de María en los teólogos, poetas, místicos y predicadores mercedarios 484

30