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Spanish Pages [52] Year 2002
Los contextos informativos Mario Pérez Gutiérrez P01/79006/00606
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Índice
Introducción .............................................................................................. 5 Objetivos ..................................................................................................... 9 1. La noción de flujo informativo ....................................................... 11 1.1. Elementos del contexto de flujo informativo .................................. 12 1.2. Regularidades sustentadoras de flujo informativo ........................... 12 2. Fiabilidad, falibilidad y flujo informativo .................................. 14 2.1. La fiabilidad de las regularidades responsables del flujo informativo ........................................................................ 14 2.2. Falibilidad de las regularidades responsables del flujo informativo ........................................................................ 17 3. La objetividad de la información ................................................... 20 3.1. La objetividad de la información ..................................................... 20 3.2. El carácter relativo de la información: la eficacia informativa ........ 21 4. El almacenamiento de la información .......................................... 24 5. Las leyes que rigen el flujo informativo ....................................... 26 6. Agentes y adquisición de información .......................................... 28 6.1. Hechos internos y hechos externos ................................................. 29 6.2. Sintonización con una regularidad informativa .............................. 30 7. El cerebro y el procesamiento de la información ....................... 34 7.1. La actividad mental y la ciencia cognitiva ....................................... 34 7.2. Las neuronas como unidades físicas responsables del procesamiento informativo ........................................................ 36 7.3. La estructura cerebral ........................................................................ 38 7.4. El lenguaje como fundamento de la representación ........................ 43 Actividades ................................................................................................. 47 Bibliografía ................................................................................................ 48 Anexo ........................................................................................................... 49
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Introducción
El módulo con el que iniciamos el curso tiene por objetivo dar una respuesta clara e intuitiva a la siguiente pregunta: ¿en qué consiste el fenómeno de la información? La primera reacción que puede tener un estudiante que se enfrenta a esta pregunta parece clara: ¿para qué necesito saber en qué consiste el fenómeno de la información? La pregunta no es tan inocente, ni la respuesta tan obvia. A partir de este punto intentaremos contestarla proponiendo dos razones principales que apoyen y justifiquen la necesidad de acercarse a este fenómeno. La primera razón es de orden académico-profesional. Lo que en la actualidad se conoce como gestión de conocimiento (Knowledge Management, en inglés), se está convirtiendo en una de las actividades desempeñadas por los documentalistas que las empresas solicitan más a menudo y, por lo tanto, con más salidas profesionales. Si las cosas son tal y como las planteamos, tiene mucho sentido que la formación de los futuros documentalistas incluya una asignatura en la que se intente tratar el tema de la representación y el procesamiento del conocimiento para ofrecer así un sólido fundamento para afrontar con garantías la posterior formación en los temas de gestión cognitiva. Sin embargo, a causa de la estrecha relación entre los fenómenos de la información y del conocimiento, es imposible abordar este último sin tener antes bien claro en qué consiste el primero. Por lo tanto, ofrecer una respuesta adecuada a la pregunta con la que abríamos esta introducción se convierte en un punto de partida sólido para desarrollar los contenidos del resto de los módulos que forman parte del curso, en especial de aquellos (el tercero, el cuarto y el quinto) que tratan de forma más explícita y directa el tema del conocimiento. La segunda razón sobrepasa el ámbito académico y entronca de forma directa con múltiples parcelas de nuestras vidas. De manera clara y resumida, podríamos decir que el interés por el estudio del fenómeno de la información se justifica por sí mismo: se ha convertido en el principal fenómeno vertebrador de nuestro tiempo. Sin embargo, merece la pena que nos detengamos brevemente en este punto para captar todo lo que realmente está en juego. Empecemos señalando que desde los orígenes de la historia de la humanidad, las civilizaciones se han transformado y estructurado en torno a los éxitos conseguidos a partir del aprovechamiento de una tecnología particular. El impacto de las técnicas de transformación derivadas del fuego, el carbón o el petróleo, en el campo de la energía, o el continuo progreso que ha tenido lugar en el ámbito de la producción industrial con el descubrimiento de nuevos y mejores ma-
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teriales como el plástico o los superconductores, constituyen claros ejemplos de este fenómeno estructurador y transformador. No obstante, hoy en día nuestra sociedad, a diferencia de otras anteriores, no se articula ya exclusivamente en torno a algo tan material como una fuente energética o un conjunto de materias primas, sino que protagoniza un proceso vertiginoso en el que todo se empieza a estructurar a partir de una serie de avances técnicos –de naturaleza más etérea, por así decirlo– que los expertos han convenido en denominar tecnologías de la información. La influencia de este tipo de tecnologías en nuestras vidas alcanza proporciones considerables. Nuestras relaciones políticas, económicas, sociales e, incluso, personales se encuentran cada día más mediatizadas por lo que ha venido en denominarse información. Centenares de empresas se dedican a la compra, la venta, el almacenamiento y la gestión de información. Los gobiernos invierten muchos recursos para conseguir el control administrativo y policial de la población haciendo acopio de información personal. Millones de personas se relacionan laboralmente de forma estrecha con algún tipo de proceso en el que se ve envuelta la gestión de flujo informativo. Y en una carrera obsesiva por el progreso en el campo de estas tecnologías, continuamente aparecen nuevos avances que han llegado a provocar profundos cambios en nuestras estrategias comunicativas personales y colectivas, en nuestro tiempo libre y, en definitiva, en nuestra realidad más cotidiana. Este proceso se ha instalado de tal manera en nuestra cultura que incluso ha llevado a que la civilización contemporánea empiece a identificase como la “sociedad de la información”. Sin embargo, el impacto de estas tecnologías y, en general, del fenómeno de la información no sólo se suscribe a estas parcelas de la actividad humana que acabamos de mencionar, sino que también se ve reflejado en el ámbito teórico y de la investigación. De un tiempo a esta parte, en especial desde el comienzo de la década de los cincuenta, el tema de la información ha despertado el interés de los científicos de tal manera que, en cierto modo, ha llegado a vertebrar el panorama académico e intelectual contemporáneo. No existe ninguna disciplina, ya sea del ámbito de lo que tradicionalmente se ha considerado como las ciencias de la naturaleza o de la parcela de las ciencias sociales, en la que no se apueste por un tratamiento o una mirada hacia este lugar común. En las ciencias de la computación y en la inteligencia artificial, debido a su especial naturaleza, el interés dedicado a la información parece obvio: intentar crear modelos conceptuales y físicos que representen, reproduzcan y, por qué no, mejoren las estrategias que los seres vivos utilizamos para producir y procesar flujo informativo. Sin embargo, también se encuentran ejemplos de esta translación del punto de interés que en un principio no parecen tan obvios. En biología, por ejemplo, se dedican grandes esfuerzos económicos y de personal para desentrañar y descifrar el papel crucial que juega la información en el interior de los organismos considerados como conjuntos de mecanismos bioló-
Corren auténticos ríos de tinta... ... sobre el tema de la sociedad de la información. Entre toda esta literatura destacan los tres valiosos y exhaustivos volúmenes de Manuel Castells, profesor de la Universidad de Berkley: M. Castells (1997). La era de la información. Economía, sociedad y cultura (vol. I, II, III). Madrid: Alianza.
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gicos con capacidad de procesamiento de información. Incluso en psicología, por señalar sólo un ejemplo más, el esfuerzo se dedica a la descripción y explicación de los procesos mediante los cuales los organismos codifican y transmiten información. No obstante, aunque el interés por este fenómeno haya llegado, en mayor o menor medida, a casi todas las parcelas del panorama intelectual, en el centro de todo este movimiento académico y conceptual de comienzos de un nuevo siglo, la disciplina científica de la Documentación –y, por extensión, la Biblioteconomía– aparece ubicada en un lugar teórico privilegiado. Considerada con buen criterio por algunos como la genuina ciencia de la información (Information Science, en inglés), esta disciplina tiene como principal objetivo el tratamiento científico de aquellos temas que se relacionan con la gestión de la información. En este sentido, debido a su especial naturaleza, la documentación no puede dar la espalda a aquel torrente caudaloso que fluye en torno al fenómeno de la información y que recorre el panorama intelectual que nos ha tocado vivir. La disciplina de la Documentación debe hacerse eco de los frutos de las propuestas de análisis que se realizan sobre la noción de información para encontrar, así, un territorio cada vez más sólido desde donde abordar de forma explicativa y con garantías los cambios que se aproximan de la mano de la implantación global de las tecnologías de la información y las consecuencias que éstas puedan comportar en el campo de la gestión documental. Por este motivo, creemos que cualquier persona que desee introducirse o completar su formación en temas de documentación matriculándose en unos estudios denominados Información y Documentación (la inclusión de la palabra información en el nombre de los estudios no es gratuita) en una universidad virtual como la UOC, que confía su sistema docente al constante flujo electrónico de la información, necesariamente debe tratar de tener claras algunas ideas sobre ésta. Con esta intención presentamos este primer módulo del curso, con el que pretendemos acercar a los estudiantes a una serie de ideas intuitivas que permitan tener una imagen clara de lo que es la información. Para cubrir este objetivo, desdoblamos nuestra tarea en siete apartados. Por una parte, en el primer apartado intentamos describir cuáles son los elementos básicos que intervienen en un contexto de flujo informativo y presentamos la noción de contenido informativo. En el segundo introducimos las principales características de las regularidades sustentadoras de flujo informativo: la fiabilidad y la falibilidad. En el tercero, mostramos en qué consiste la objetividad de la información y su carácter relativo dando a conocer las dos características relacionadas con la eficacia informativa. En el cuarto, explicamos cómo se debe entender la posibilidad del almacenamiento de la información al distinguir entre el carácter físico de las señales y el carácter conceptual de dicha información. En el quinto apartado mostramos que los episodios de flujo se rigen por leyes, de entre las cuales destaca el principio de la copia. En el sexto, introducimos una explicación de cómo son capaces los agentes de utilizar y adquirir información mediante un proceso de
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sintonización con la regularidad informativa. Para finalizar, el módulo acaba con el apartado séptimo, en el que describimos la estructura del órgano cerebral como sistema que encarna la mayoría de los recursos o procesos cognitivos que fundamentan el procesamiento informativo.
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Objetivos
1. Describir cuáles son los elementos básicos que intervienen en un contexto de flujo informativo, haciendo especial hincapié en la noción de contenido informativo. 2. Introducir las principales características de las regularidades sustentadoras de flujo informativo. 3. Conocer las dos características relacionadas con la eficacia informativa: su objetividad y su carácter relativo. 4. Mostrar en qué sentido puede entenderse la posibilidad del almacenamiento de la información. 5. Poner de manifiesto la existencia de leyes relacionadas con la información. 6. Explicar la posibilidad de que los organismos sean capaces de reunir y utilizar la información. 7. Introducir una descripción de la estructura del cerebro como sistema que encarna la mayoría de los recursos o procesos cognitivos que fundamentan el procesamiento informativo.
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1. La noción de flujo informativo
En la introducción, acabamos de poner sobre la mesa la pregunta que articulará los contenidos de este primer módulo del curso: ¿en qué consiste en realidad el fenómeno de la información del que todo el mundo habla?
Si nos detenemos a pensar en esta pregunta, la primera impresión que tenemos consiste en que podemos decir muchas cosas al respecto. Sin embargo, enseguida nos damos cuenta de que tras nuestras propuestas suele encontrarse un confuso conjunto de ideas desarticuladas que se refieren, en la mayoría de los casos, a entidades como los emisores, las señales, los mensajes y los receptores. El objetivo de este primer apartado del módulo es tratar de coordinar y articular esas ideas que todos tenemos dentro de una clara propuesta que nos permita responder a esta pregunta inicial y entender de forma intuitiva el fenómeno de la información.
Para conseguir nuestro objetivo, como punto de partida utilizaremos un recurso que suele dar buenos resultados. Siempre que se intenta describir una entidad (o fenómeno), ya sea de naturaleza conceptual o material, resulta una buena estrategia empezar con la revisión de la etimología y el significado de la palabra que utilizamos para referirnos a esta entidad (o fenómeno) que pretendemos caracterizar. En el caso que nos ocupa, si consultamos el diccionario etimológico de Joan Corominas (1984, pág. 932) vemos que la palabra información proviene del término original latino informare, cuyo significado original es ‘dar forma’. Si revisamos, además, el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (1992, pág. 822) nos encontramos que en una de sus acepciones la palabra informar significa ‘enterar’, ‘dar noticia’. Esta manera de entender esta palabra es precisamente la que adoptaremos a lo largo de todo este curso.
En este sentido, podemos decir que el universo está poblado de información: algunos acaecimientos del mundo informan o dan noticia sobre lo que sucede en otras parcelas de la realidad. Así, por ejemplo, el cartel con la palabra escrita “recién pintado” que encontramos sobre el banco del parque informa o da noticia de que aquel banco se acaba de pintar, la columna de humo informa o da noticia de la existencia de fuego, la huella dactilar dejada sobre el arma utilizada en un homicidio da noticia o informa de la identidad del asesino, el termómetro informa o da noticia de que el cuerpo del paciente se encuentra a determinada temperatura, o la sirena de la fábrica informa o da noticia de que la jornada laboral ha acabado. En todos estos casos decimos que se ha producido un contexto o episodio de flujo informativo.
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1.1. Elementos del contexto de flujo informativo
En términos generales, en todo contexto o episodio de flujo informativo podemos distinguir una serie de elementos. Principalmente dos: la señal y su contenido informativo.
La señal se puede identificar como el acaecimiento o la parcela de la realidad (algo que ocurre) que transporta (lleva o indica) determinada información, como el soporte material de la información. El contenido informativo, en cambio, debe ser entendido como la información que transporta la señal. Sin embargo, ¿con qué podemos identificar esta información transportada por una señal? O, dicho de otra manera, ¿cómo podemos describir esta noticia que nos ofrece un acaecimiento sobre una parcela de la realidad y que se identifica como su contenido informativo? Estrictamente hablando, el contenido informativo es una proposición o una idea (verdadera, como veremos a continuación) asociada a una señal y en la que se afirma que en la realidad ha ocurrido –o que en un futuro ocurrirá– algo en concreto.
Si nos preguntamos por la naturaleza de estos dos elementos que forman parte de cualquier contexto de flujo informativo, podemos indicar que la señal es un elemento de naturaleza material y la proposición o idea identificada como contenido informativo de la misma está dotada de una naturaleza conceptual.
Para ilustrar estas ideas sólo tenemos que recurrir a uno de los ejemplos introducidos hasta ahora. Gracias a nuestra experiencia, hemos podido comprobar que siempre (o al menos en la mayoría de las ocasiones) que se produce una columna de humo hay fuego. En este sentido, podemos decir que la columna de humo informa de que hay fuego. Imaginemos ahora que en la colina que se avista desde nuestra casa se puede observar una gran columna de humo. En esta situación, se produce un episodio de flujo informativo. Sin embargo, ¿cuál es la señal involucrada en este episodio? La columna de humo que se avista en la colina. ¿Y el contenido informativo transportado por aquella señal? La proposición o idea que afirma que se está produciendo fuego en la colina.
1.2. Regularidades sustentadoras de flujo informativo
Una vez identificados los principales elementos que intervienen en un contexto o episodio de flujo informativo, conviene preguntarnos: ¿por qué razón las señales pueden transportar información?
Las proposiciones De momento, en términos técnicos podemos decir que una proposición se tiene que identificar como un objeto abstracto no lingüístico dotado de un valor de verdad. En el módulo 3 volveremos a tratar este concepto.
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La propiedad que poseen las señales de transmitir cierta noticia –o de transportar asociada una determinada proposición identificable como su contenido informativo– no puede considerarse una propiedad que éstas tengan o dejen de tener de una manera caprichosa, sino que deriva de la forma de la realidad, del orden que ésta presenta. Este orden exhibido por la realidad y que permite que una señal transporte determinada información se concreta en la existencia de un vínculo o regularidad que pone en relación la señal y el acaecimiento sobre el que ésta informa. Por lo tanto, para afirmar que una señal transporta determinada información conviene que haya algún tipo de relación, un vínculo o regularidad, entre la señal y el acaecimiento sobre el que ésta da noticia. A partir de ahora nos referiremos de manera genérica a este tipo de vínculos o regularidades utilizando la expresión regularidades (o vínculos) habilitadoras (o sustentadoras) de flujo informativo (o información) (o simplemente regularidades informativas, para abreviar).
Volvamos a nuestro ejemplo de la columna de humo y fuego para ilustrar estas ideas. La señal, aquella columna de humo que se avista en la colina, es capaz de transportar como contenido informativo la proposición que afirma la presencia de fuego gracias a la existencia de un vínculo o regularidad que conecta la columna de humo y el fuego, cuya presencia se afirma por esta proposición; no sólo es suficiente con que haya fuego por un lado y una columna de humo que no tenga nada que ver con aquel fuego. Dicho en otros términos: la señal transporta esta información gracias a la existencia de una regularidad o vínculo que habilita o sostiene este flujo informativo. De la misma manera, la huella dejada sobre la arena mojada transmitirá la información de que una persona ha caminado por la playa, gracias a que entre la huella y el hecho de que alguien haya pisado la arena existe cierta regularidad que los conecta. El termómetro indicará la información de que el cuerpo del paciente se encuentra a determinada temperatura debido a que entre que el paciente esté a dicha temperatura y la disposición del termómetro existe una regularidad o vínculo que sostiene este flujo informativo. Si proferimos el enunciado “el ordenador está encendido”, éste transportará la información de que el ordenador funciona gracias a la existencia de una regularidad o vínculo que conecta dicha frase con la situación descrita por ésta.
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Algunos autores... ... han intentado describir estas regularidades habilitadoras del flujo informativo. Así, por ejemplo, F.I. Dretske, en Knowledge and the flow of information (1981). Cambridge, Massachusetts: The MIT Press / Bradford Books, lo ha hecho en términos probabilísticos, y J. Barwise y J. Perry, en Situations and attitudes (1983). Cambridge, Massachusetts: The MIT Press / Bradford Books, sobre todo, lo han hecho apelando a la existencia de lo que ellos han llamado restricciones entre tipos de situaciones. Yo mismo, en M. Pérez Gutiérrez (2000). El fenómeno de la información. Una aproximación conceptual al flujo informativo. Madrid: Editorial Trotta, he intentado explicar estos vínculos o regularidades en términos de canales de información.
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2. Fiabilidad, falibilidad y flujo informativo
Como se desprende de las ideas presentadas hasta el momento, si el objetivo de este módulo consiste en ofrecer algunos elementos para la caracterización del fenómeno de la información –o dicho de otra manera: ayudar en la identificación de las condiciones que se deben cumplir para poder afirmar que cierta señal transporta un determinado contenido informativo– y si, además, el hecho de que una señal transporte cierto contenido informativo depende de la existencia de un vínculo o regularidad que habilite este flujo, conviene entonces que nuestro interés se concentre sobre la descripción de estos vínculos o regularidades. Cuando intentamos describir las características presentadas por lo que aquí hemos denominado regularidades (o vínculos) sustentadoras del flujo informativo, observamos que éstas ejemplifican dos propiedades que en un principio podrían parecer contrapuestas e incompatibles: por una parte, estos vínculos son fiables, pero por otro lado también son falibles.
2.1. La fiabilidad de las regularidades responsables del flujo informativo Veamos primero a qué nos referimos cuando decimos que las regularidades sustentadoras del flujo informativo ejemplifican la propiedad de la fiabilidad. La fiabilidad de este tipo de regularidades se deriva de forma directa de una de las características que nosotros consideramos esenciales de la información: el contenido informativo asociado a una señal es siempre una proposición verdadera. Dicho de otra forma: toda información es siempre información verdadera, ya que la falsa no puede considerarse como genuina –de la misma manera que los gatos de yeso tampoco se pueden considerar gatos genuinos–, ninguna proposición falsa puede determinarse como el contenido informativo de una señal. La razón que justifica esta propiedad se encuentra en el mismo significado de la palabra información: si, como ya vimos con anterioridad, informar es dar noticia de algo, estrictamente hablando nunca se podrá dar noticia de algo que no ha ocurrido. Esta misma propiedad puede expresarse también de forma directa de la siguiente manera: si una señal transporta un contenido informativo P, entonces es cierto que ocurre lo que se ha afirmado en P. Nunca, en ningún caso, podemos decir que una señal transporta la información de P cuando no es cierto lo que se ha afirmado en P. Esta característica esencial de la información que consiste en su verdad, también puede entenderse en términos de vínculos o regularidades (entre acaeci-
El uso de la palabra información Tenemos que reconocer que el uso de la palabra información que se deriva de esta afirmación se aparta un poco de uno de los usos habituales que le damos. En muchas situaciones, de forma habitual, escuchamos y leemos la expresión información falsa. Consideramos que aunque esta manera de hablar es corriente, resulta inadecuada: la utilización de la palabra información dentro de la expresión información falsa puede provocar que pensemos que existe algo de información. Sin embargo, defendemos que en estos casos en los que cotidianamente utilizamos esta expresión no existe ningún tipo de información (ni verdadera, ni falsa) y que tienen que considerarse simplemente como episodios en los que, como veremos a continuación, se produce desinformación.
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mientos) atribuyéndoles la propiedad de la fiabilidad cuando sustenten un flujo informativo.
Con esto sólo queremos señalar que para considerar que cierta señal transporta un determinado contenido informativo debe existir un vínculo entre aquella señal y un acaecimiento (el acaecimiento cuya ocurrencia se afirma por la proposición que se corresponde con este contenido informativo) que sea fiable, que garantice la ocurrencia de este acaecimiento una vez se ha producido la señal. De esta manera, por ejemplo, si la columna de humo que avistamos a unos kilómetros de donde nos encontramos transporta la información de que hay fuego, podemos concluir que es cierto que se ha producido fuego –no podremos afirmar lo mismo de la columna de humo cuando no haya fuego– y que aquella señal transporta esta información gracias a la existencia de una regularidad o vínculo que sustenta o habilita este flujo y que garantiza la existencia del fuego una vez se ha producido aquella señal, la columna de humo.
En definitiva, para considerar que una regularidad entre acaecimientos es habilitadora de un flujo informativo, ésta debe ser lo bastante fiable como para asegurar que cuando se produzca la señal sea posible concluir que se ha producido lo que se ha afirmado en la proposición identificada como contenido informativo de ésta. Así, si identificamos una regularidad que sustenta el hecho de que determinada señal transporta un contenido informativo P, la regularidad tiene que asegurar que en la mayoría de los casos, cuando se produce la señal, tiene lugar lo que se ha afirmado en P.
Así, por ejemplo, la regularidad que existe entre el hecho de que la altura de la columna de mercurio de un termómetro alcance los 3,5 cm y el hecho de que determinado paciente –en cuya boca se ha mantenido este termómetro el tiempo necesario– alcance una temperatura corporal de 40°C tiene que ser lo bastante fiable como para que podamos decir que este termómetro aporta la información de que el cuerpo del paciente se encuentra a tal temperatura. Y decimos que esta regularidad ejemplifica la propiedad de la fiabilidad –y que, por lo tanto, ejemplifica una de las principales propiedades de las regularidades sustentadoras de información– cuando en la mayoría de los casos en los que la columna de mercurio del termómetro alcanza los 3,5 cm, el paciente que ha tenido el termómetro puesto se encuentra a una temperatura de 40°C.
Este tipo de fiabilidad ejemplificada por las regularidades sustentadoras de flujo informativo contrasta con la escasa o nula fiabilidad ejemplificada por otros tipos de vínculos o relaciones entre acaecimientos (como, por ejemplo, el de las correlaciones accidentales o casuales) que, aunque pueden llegar a respetar la exigencia de la coocurrencia de la señal y del acaecimiento sobre el que ésta
El grado de fiabilidad... ... que conviene exigir a una regularidad sustentadora de flujo informativo no tiene que ser absoluto. Esto significa que para que una regularidad se pueda considerar como sustentadora de flujo informativo no es necesario que todos los casos en los que ocurre la señal se produzca lo que se ha indicado como contenido informativo. Basta con que esto se produzca en la mayoría de los casos en los que tenga lugar la señal. Como veremos a continuación, a propósito de la falibilidad, puede suceder que haya casos en los que una señal se produzca en ausencia de la ocurrencia de lo que se ha afirmado por su supuesto contenido informativo y que esto no sea suficiente para excluir la regularidad que está en juego del conjunto de las regularidades sustentadoras de flujo informativo.
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aparentemente informa o da noticia, no ejemplifican la suficiente fiabilidad para considerarse regularidades habilitadoras de información. Ilustremos este contraste mediante un ejemplo en el que se ven implicadas correlaciones casuales o accidentales en lugar de regularidades sustentadoras de flujo informativo. Imaginemos que el señor Josep Lluis Núñez, el ex presidente del FC Barcelona, posee una corbata con los colores del equipo (azul y grana). Movido por alguna oscura razón o superstición, este directivo se pone la corbata en cuestión única y exclusivamente los días en que el Barcelona juega contra su eterno rival, el Real Madrid. Imaginemos por un momento también, –aunque en realidad las cosas no han ocurrido de esta manera– que desde que el Sr. Núñez completó su vestuario con dicha corbata (que él considera que le trae buena suerte), el Barcelona ha acabado goleando al Madrid. Si las cosas pasaran así, podría pensarse, en principio, que el hecho de que el Sr. Núñez lleve esa corbata es una señal que transporta la información de que el Barcelona derrotará al Madrid. Sin embargo, en ningún caso podemos extraer esta conclusión. Aunque hasta el momento cada vez que ha habido la señal, el contenido informativo que se le ha supuesto se ha producido, no existe nada (ninguna regularidad) que asegure que a partir de ahora las cosas continuarán igual. Para poder afirmar que una señal transporta determinada información, debe haber una regularidad entre la señal y el acaecimiento sobre el que informa. Claramente, después de esta aparente regularidad que vincula el hecho de que el ex presidente del Barcelona luzca la corbata de la suerte y las victorias de su equipo sobre el Madrid y que parece asegurar la concurrencia de ambos acaecimientos, no subyace nada más que una simple correlación casual o arbitraria que no se acerca al grado de fiabilidad exigido a las regularidades habilitadoras de información. El comportamiento de las correlaciones accidentales o casuales en cuanto a la fiabilidad también contrasta con el comportamiento de ese tipo especial de regularidades habilitadoras de información que utilizamos y de las que nos aprovechamos los seres humanos para comunicar y extraer información: las convenciones lingüísticas. Cuando, dirigiéndome a determinada persona, profiero asertivamente que “mi ordenador está encendido” y es cierto lo que digo, la mayoría de las veces mi comunicación transporta la información de que mi ordenador está funcionando, no sólo gracias al hecho de que mi ordenador realmente funciona (esta coincidencia podría ser accidental o fruto de la casualidad), sino también, y entre otras cosas, gracias a la existencia de una regularidad que, al poner en relación mi oración y la situación que ésta describe, mantiene el flujo informativo. Estas convenciones lingüísticas, las conexiones entre una oración usada de manera asertiva y la situación descrita por ésta, aunque están lejos de ser infalibles, a diferencia de las correlaciones accidentales o casuales, son lo bastante fiables como para soportar el flujo y para que nosotros nos aprovechemos de la información que transmiten, ya que obtenemos la mayoría de las cosas que llegamos a conocer a partir de estas regularidades convencionales.
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De esta manera, podemos concluir que las regularidades sustentadoras de flujo informativo (tanto las que no son convencionales como las que sí lo son) ejemplifican cierto grado de fiabilidad que las caracteriza y que asegura, en la mayoría de los casos, la verdad del contenido informativo cuando ocurre la señal, al menos en un grado que no se alcanza por la mera correlación casual o accidental.
2.2. Falibilidad de las regularidades responsables del flujo informativo Trataremos ahora el tema de la falibilidad de las regularidades sustentadoras de flujo informativo. Cuando analizamos los contextos informativos nos damos cuenta de que, además de ejemplificarse la propiedad de la fiabilidad por parte de la regularidad informativa, en determinadas circunstancias se produce también un fenómeno muy curioso. Este fenómeno consiste en que lo que hasta un determinado momento se ha comportado como una señal genuina que da noticia de que la ocurrencia de un acaecimiento deja de comportarse como tal (como una señal) y deja de dar esta noticia, deja de transportar este contenido informativo. La señal ya no transporta ese contenido informativo porque éste tiene lugar sin que también se produzca el acaecimiento sobre cuya ocurrencia daba noticia. Cuando esto sucede diremos que se ha producido un episodio de desinformación. En estos casos, afirmaremos que la señal desinforma, que se ha producido el acaecimiento cuya ocurrencia se afirma por la proposición identificada como presunto contenido informativo. Notad que hemos decidido denominar este fenómeno con la expresión desinformación y no con expresiones en apariencia sinónimas del tipo información falsa o información errónea. La causa de esta elección terminológica reside en que el uso de estas últimas expresiones podría llevarnos a pensar que existe algo como los contenidos informativos falsos o erróneos. Sin embargo, esto no es así, como ya hemos indicado: la información falsa o errónea no existe. No debemos confundir el hecho de que una señal desinforme de P con un tipo especial de transmisión de información. La desinformación es un fenómeno en el que no se ve implicado ningún contenido informativo y, por lo tanto, no puede considerarse como información genuina. El contenido informativo, a diferencia de otros contenidos como el representacional, conforma una proposición que no es susceptible de ser verdadera o falsa: si es informativo, tiene que ser verdadero. Por lo tanto, un acaecimiento transporta la información de P o no, pero en ningún caso transporta la información falsa o errónea de P. Los episodios de desinformación no se pueden considerar como un fenómeno excepcional o que rara vez ocurran. A lo largo del día, sobre todo cuando se ven involucradas señales convencionales, se nos presentan situaciones en las que podríamos identificar con claridad fenómenos de este tipo. Así, por ejem-
Desinformación Con este término sólo intentamos presentar el contenido semántico de la palabra inglesa misinformation, que se utiliza en la literatura especializada en el tema, principalmente en J. Barwise; J. Perry (1983). Situations and attitudes. Cambridge, Massachusetts: The MIT Press / Bradford Books.
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plo, a causa de un accidente o un descuido, la sirena de la fábrica puede sonar sin que haya llegado la hora de finalizar la jornada laboral; o alguien (un bromista) con ánimo de engañar y asustar a su auditorio puede gritar de forma desgarradora “¡fuego!”, cuando de hecho no hay ningún incendio. No obstante, también podemos encontrar episodios de este tipo incluso en aquellos contextos en los que se ven implicadas señales no convencionales. Así, por ejemplo, en la mayoría de las situaciones una columna de humo suele transportar la información de que hay fuego. Cuando esto sucede, cuando el humo actúa como una señal, es cierto que hay fuego. Sin embargo, en determinadas circunstancias (cuando se produce la columna de humo, pero no existe fuego; cuando el humo no ha sido provocado por fuego, sino por una máquina de efectos especiales, por ejemplo), podemos decir que aquella columna de humo transporta la información de que hay fuego. En estas circunstancias, la columna de humo no puede considerarse como una señal que transporte este contenido informativo, sino que sólo se trata de un episodio de desinformación. En términos de vínculos o regularidades sustentadoras de flujo informativo, podemos entender este fenómeno de la desinformación y atribuir a las regularidades la propiedad de ser falibles, la propiedad de no garantizar en todo momento la ocurrencia de lo afirmado por el contenido informativo una vez se ha producido la señal. En este sentido, podemos atribuir a la mayoría de las regularidades sustentadoras de flujo informativo la propiedad de poder soportar excepciones, la propiedad de presentar cierto grado de falibilidad: si P es el contenido informativo que se supone a una señal, la regularidad que habilita este flujo (y asegura que en la mayoría de las ocasiones se produzca lo que se ha afirmado en P una vez se ha producido la señal) puede permitir, en algunas situaciones concretas, que se produzca una ocurrencia de una señal sin que tenga lugar lo afirmado en P, y sin que por ello tenga también que concluirse –como ocurriría en el caso de que identificáramos las regularidades informativas única y exclusivamente con las que garantizan correlaciones exactas entre acaecimientos, por ejemplo– que el resto de las ocurrencias de aquella señal no transportan el contenido informativo P. Con ello no queremos decir que sea posible afirmar que una ocurrencia S de la señal contenga la información de P cuando se ha producido S y no ocurre lo que se ha afirmado en P. Lo que diríamos en estos casos es que la ocurrencia concreta S no contiene la información de P, aunque no por eso dejaríamos de afirmar que el resto de las ocurrencias de la señal, si respetan la condición de que también ocurre P, transportan tal contenido. En el ejemplo de la columna de humo, el hecho de que algunas veces (en las que el humo no ha sido causado por fuego, sino por un aparato de efectos especiales, por ejemplo) ésta no transporte la información de la existencia de fuego puede explicarse recurriendo a la falibilidad de esta misma regularidad, que en otras circunstancias es la responsable de que las columnas de humo suelan indicar la existencia de fuego. La falibilidad ejemplificada por esta regularidad se concreta en permitir
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que en algunas circunstancias determinadas, bajo ciertas condiciones, se produzca una columna de humo sin que haya un fuego.
Así, para recapitular, podemos decir que de lo expuesto hasta ahora se sigue que una regularidad o vínculo sustentador de flujo informativo ejemplifica la propiedad de ser fiable y puede ejemplificar, a su vez, la de ser falible. Ejemplifica la propiedad de ser fiable porque en las ocasiones en las que una señal transporte cierta información, la regularidad debe garantizar la ocurrencia de lo que se ha afirmado por la proposición que se identifica como contenido informativo. Sin embargo, una regularidad de este tipo no tiene que ser siempre fiable, también puede ser falible: en algunas ocasiones concretas, cuando se produce un episodio de desinformación, puede permitir que se produzca el acaecimiento indicador en ausencia de la ocurrencia de lo afirmado por el presunto contenido informativo.
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3. La objetividad y el carácter relativo de la información
Abandonemos las características de las regularidades sustentadoras de flujo y concentremos nuestra atención en dos de los principales rasgos de la misma información: su objetividad y, al mismo tiempo, su carácter relativo.
3.1. La objetividad de la información
La objetividad es uno de los rasgos principales que presenta el fenómeno de la información. Esta característica viene determinada por el hecho de que la información es una magnitud objetiva, algo natural que depende de las condiciones que se producen en la realidad e independiente de los esfuerzos interpretativos de un posible agente, o dicho de otra manera, que depende de las condiciones que se producen fuera (en el exterior) de los estados mentales de un posible agente.
Antes de continuar, pensamos que conviene aclarar un poco más el sentido de la idea de esta independencia de la información con respecto a los procesos o esfuerzos interpretativos de un agente. No debemos confundirnos y pensar que la objetividad de la información se basa en su independencia con respecto a cualquier proceso cognitivo (conocimientos, creencias, intenciones, ideas, pensamientos, etc.) protagonizado por un agente. Para evitar esta confusión, primero tenemos que distinguir, entre todos los procesos cognitivos susceptibles de estar relacionados con la información, los procesos cognitivos protagonizados por los posibles receptores de una señal, por una parte, y los protagonizados por los posibles emisores de ésta, por otra. Con esta distinción en la mano, ya podemos aclarar la posible confusión. Pensar en la información como en algo que depende del esfuerzo interpretativo de un posible receptor es ubicar de forma errónea la información exclusivamente en la cabeza de quien la recibe. En cambio, concebir la información como algo que en determinadas circunstancias depende de algunos estados mentales protagonizados por el emisor no debe considerarse como una manera de violar la idea de que la información es un elemento natural que depende de las condiciones de la realidad. Existen razones para justificar que la información constituye algo cuya existencia es independiente de los procesos interpretativos de un posible receptor, pero que puede depender, en algunos contextos, de determinados estados mentales del emisor. Mientras que siempre podemos hablar de la existen-
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cia de información aunque no haya un receptor que pueda recibirla, en ciertas circunstancias, cuando la información está asociada a señales convencionales, sólo cuando el emisor tiene la intención (o dicho de otra forma: cuando experimenta determinados estados mentales que se corresponden con esta intención) de transmitir esta información y utilizando la señal convencional, podemos decir que ésta transporta dicho contenido informativo. Así, por ejemplo, el repique de la campana de la iglesia de un pueblo de Castilla informará de que ya son las doce del mediodía (la hora del ángelus) sólo en aquellos casos en los que, entre otras cosas (que sean de verdad las doce del mediodía, por ejemplo), el campanero (o la persona que haga sonar la campana en aquel momento) tenga la intención de transmitir esta información con dicho repique. Cuando el campanero no tenga la intención de transmitir esta información, sino la de gastar una broma a sus vecinos del pueblo, por ejemplo, no podremos decir que este repicar de campanas transporte la información de que ya es la hora del ángelus. De esta manera, en los casos de las señales convencionales, sólo si consideramos como condición del flujo informativo la intención de transmitir información por parte del sujeto que utiliza una señal de este tipo, puede ofrecerse una definición satisfactoria de contenido informativo asociado a las señales convencionales. Se podría pensar que existen situaciones que pueden considerarse contraejemplos de la idea que defiende que la intención de transmitir determinada información por parte del sujeto que utiliza una señal convencional es una condición de este flujo informativo. Así, por ejemplo, es posible pensar en la siguiente situación: imaginemos que Luis, ajeno a la hora del día en que se encuentra y movido tan sólo por las indicaciones que recibe de Juan, quien sí tiene la intención de transmitir la información de que son las doce del mediodía, hace sonar la campana. En esta situación, diríamos que el sujeto que utiliza la señal convencional no tiene la intención de transmitir ninguna información y, sin embargo, aquella señal contiene la información de que ha llegado la hora del ángelus. Sin embargo, si nos detenemos en esta situación descubriremos que no puede considerarse un contraejemplo la idea de la intención como condición del flujo: el genuino emisor de la señal no es Luis (que es el simple ejecutor físico), sino Juan y, por lo tanto, la señal transporta la información gracias a que existe la voluntad de transmitir la información que Juan proyecta. Si Luis no actuara a las órdenes de Juan y no tuviera la intención de transmitir esta información, el repique de las campanas que Luis provoca no aportaría la información de que ya son las doce del mediodía.
De esta manera, entendemos que la intención de transmitir información protagonizada por el emisor de una señal convencional es una condición necesaria, pero no suficiente, para que esta señal transporte un contenido informativo: si S es una señal convencional, S transportará la información que sólo se le supone en aquellos casos en los que, entre otras cosas, el sujeto que utiliza esta señal tenga la intención de transmitir esta información al utilizar S. Si no existe dicha intención, no podemos decir que S transporte la información que se le supone.
3.2. El carácter relativo de la información: la eficacia informativa Una vez hemos aclarado que la información es una magnitud objetiva y que esta objetividad proviene de su independencia con respecto al esfuerzo inter-
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pretativo de un receptor potencial y no de su dependencia o independencia con respecto a la intención del emisor, conviene destacar otra característica esencial de la información: su carácter relativo. En un principio, se podría pensar que la información, además de ser una magnitud objetiva, puede considerarse también como una propiedad intrínseca y esencial de la señal que la transporta. Sin embargo, la realidad y nuestras intuiciones al respecto nos indican que las cosas no son así: la información no es algo absoluto, sino que tiene una naturaleza relativa. Esta naturaleza relativa puede observarse mediante una de las características básicas del fenómeno informativo: la eficacia de la información. La eficacia de la información consiste en que una misma señal puede transportar varios contenidos informativos. Así, por ejemplo, el sonido del timbre de la puerta de una casa transporta la información de que hay alguien al otro lado de la puerta, pero además indica, entre otras cosas, el contenido informativo de que el circuito eléctrico sobre el que está montado el timbre se ha cerrado. Una luz roja puede transportar la información de que debemos detener nuestro coche, o de que debemos guardar silencio porque se está grabando, según si dicha luz está integrada en un semáforo que regula el tráfico en un cruce o si preside la puerta de entrada de un plató de televisión. En este sentido, el contenido informativo no puede considerarse como una propiedad intrínseca de una señal, sino como una magnitud que depende de algo diferente de la misma señal. Esta dependencia que sufre la información es lo que le imprime su carácter relativo. Sin embargo, ¿con respecto a qué es la información una magnitud relativa? O dicho de otra manera: ¿con respecto a qué tiene que relativizarse la información para dar cuenta de los diferentes contenidos informativos transportados por una misma señal? Podemos encontrar la respuesta a esta pregunta si recuperamos uno de los elementos que participan en el flujo informativo: las regularidades o los vínculos habilitadores de información. En estos términos, una señal no transportará una información de manera absoluta, sino que lo hará siempre con respecto o relativamente a una regularidad o a un vínculo o de forma relativa a ésta. Ahora, si tenemos claro que la información transportada por una señal es siempre relativa a la regularidad implicada en el contexto, ya podemos explicar la eficacia informativa en términos de regularidades: una misma señal en un contexto en el que se ve involucrado cierto vínculo o regularidad aportará una información diferente de la que presenta cuando se evalúa de forma informativa con respecto a otras regularidades. De esta manera, el mismo sonido del timbre transmitirá la información de que hay alguien al otro lado de la puerta si evaluamos este flujo con respecto a la regularidad que conecta el sonido con el acaecimiento consistente en la presencia de alguien tras la puerta. También indicará la información de que
El carácter relativo y objetivo de la información Es importante señalar que el carácter relativo de la información no es incompatible con su carácter objetivo. La información se puede presentar como una magnitud relativa a algo diferente del esfuerzo interpretativo de un receptor y mantener así aquel carácter objetivo descrito con anterioridad.
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el circuito eléctrico se ha cerrado con respecto al vínculo establecido entre el sonido del timbre y el acaecimiento consistente en que el circuito se ha cerrado. Podemos argumentar de la misma forma en lo referente al caso de la luz roja: transmitirá la información de que detengamos nuestro coche con respecto a la regularidad que conecta la luz con el hecho de tener que detener el coche, e indicará la información de que tenemos que callarnos en relación con la regularidad que conecta la luz con el hecho de tener que vernos obligados a mantener silencio. Sin embargo, el fenómeno de la eficacia de la información no se agota en la posibilidad de que una misma señal pueda transportar diferente información. Existe otro fenómeno característico y estrechamente relacionado con el que acabamos de describir que puede considerarse como la otra cara de la misma moneda: la posibilidad de que un mismo contenido informativo sea transportado por diferentes señales. Así, dos señales diferentes, como por ejemplo un semáforo en rojo y un agente de la policía municipal apostado en un cruce sin semáforos con el brazo en alto y con la palma de la mano extendida, pueden transportar el mismo contenido informativo, es decir: que debemos detener nuestro coche. Para explicar este nuevo fenómeno sólo tenemos que volver a recurrir a la idea de que la información que transporta una señal es relativa a una regularidad. De esta manera, es posible justificar que diferentes señales, con respecto a una misma regularidad o a una diferente, puedan transportar un mismo contenido informativo. Así, en el caso del semáforo y del policía, ambas señales, en lo que concierne a sus respectivas regularidades sustentadoras de flujo informativo, transportan un mismo contenido informativo.
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4. El almacenamiento de la información
Como hemos señalado en la introducción de este módulo, es muy habitual que nos sintamos cómodos al hablar del fenómeno de la información, incluso cuando en la mayoría de las situaciones no estemos seguros de a qué nos referimos cuando utilizamos el término información. Sin embargo, más allá de nuestras limitaciones y confusiones, todos estaríamos dispuestos a admitir lo siguiente: tenemos la posibilidad de almacenar la información.
Para encontrar situaciones que den apoyo a la idea de la posibilidad de almacenamiento informativo no es necesario que hagamos un gran esfuerzo. Nuestra vida cotidiana está salpicada de episodios en los que se almacena información. Sin ir más lejos, cuando grabamos en el disco duro de nuestro ordenador el documento que acabamos de editar con un procesador de textos, realizamos una operación de almacenamiento de información: la información contenida en el documento queda almacenada en el disco duro para que, de forma eventual, podamos recuperarla más adelante. Cuando un analista da de alta un registro en una base de datos establece un almacenamiento de información: la información del registro queda almacenada en la base de datos para que cualquier usuario, utilizando los recursos adecuados (sobre todo a partir de un lenguaje de interrogación) pueda conseguirla y satisfacer así determinada necesidad informativa.
Cuando completamos nuestro álbum fotográfico con las fotografías que hicimos en las últimas vacaciones, almacenamos información: la información que contienen las fotografías (paisajes, personas, animales, etc.) queda almacenada en el álbum para que en un futuro podamos recuperarla y revivir de nuevo aquellas sensaciones de las que disfrutamos en su momento. O, para no extendernos más, cuando la cajera del supermercado pasa nuestra tarjeta de crédito por una máquina que es capaz de leer bandas magnéticas, activa un proceso de almacenamiento de información: determinada información (los datos de nuestra cuenta bancaria y el importe de nuestra factura, entre otros) se almacena en el ordenador central de la entidad bancaria para que después puedan realizarse las operaciones pertinentes.
Ilustrada esta posibilidad del almacenamiento informativo, nos sobreviene una nueva pregunta: ¿cómo podemos explicar esta posibilidad?
En primer lugar, para encontrar una respuesta adecuada a esta pregunta, es importante empezar señalando que, estrictamente hablando, sólo es posible el almacenamiento directo de las señales; los contenidos informativos, en cambio, no están sujetos a dicha posibilidad.
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La razón que justifica esta afirmación es que las señales son acaecimientos físicos y, por lo tanto, pueden ser susceptibles de almacenamiento, mientras que la información (los contenidos informativos), dado que tiene una naturaleza abstracta, intangible, conceptual (el hecho de ser proposiciones), no es susceptible de ser directamente almacenada.
Si tenemos en cuenta este hecho, podemos ofrecer ya nuestra explicación del fenómeno del almacenamiento de la información: una señal conservará la información que transportaba antes de su almacenamiento si después de ser almacenada continúa estando afectada por las mismas regularidades sustentadoras de flujo informativo que habilitaban la información originaria.
Para ilustrar esta posibilidad, sólo tenemos que recurrir a un ejemplo sencillo. Imaginemos que Jackie, un simpático cachorro hembra pastor alemán, se rompe una pata al ser atropellado por un niño que iba en bicicleta. Su dueño, alarmado, lo mete en el coche y lo lleva urgentemente al veterinario. Una vez en la consulta, el veterinario sigue el protocolo médico más habitual y le hace una placa. La radiografía en cuestión transporta la información de que el perro al que se le ha hecho la placa tiene la pata rota en el momento de tiempo T (en el momento en el que se le ha hecho la radiografía) gracias a la existencia de una regularidad que conecta la disposición cromática de la radiografía con el hecho de que el perro sometido a la exploración radiográfica tiene la pata rota en T. Después, la radiografía se guarda en el archivador. Un año más tarde, el veterinario recupera la radiografía y comprobamos que la información que consiste en que el perro al que se le realizó la placa tenía la pata rota en T se ha conservado (la señal la continúa transportando), ya que todavía está en vigencia la regularidad que la sustentaba en T.
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5. Las leyes que rigen el flujo informativo
De todo lo que hemos introducido hasta ahora podemos extraer una idea clara: en lo que concierne a la información, las cosas no ocurren de cualquier manera o de una forma arbitraria. Todo lo contrario: dentro del fenómeno de la información existe una serie de leyes que rigen los episodios de flujo informativo y provocan que los acaecimientos ocurran de acuerdo con ciertos patrones. Así, por ejemplo, sin ir más lejos, una señal no transporta de forma caprichosa o arbitraria cualquier contenido informativo, sino que lo hace respetando una ley o patrón: una señal transporta como información sólo aquellas proposiciones que afirmen que se ha producido algo en la realidad, y entre lo que ha ocurrido y la señal existe una regularidad que los conecta. Otro ejemplo de ley que rige el fenómeno de la información, es decir, que las cosas no suceden de cualquier manera en los episodios de flujo informativo, lo encontramos en que si una señal informa de que ha ocurrido algo en concreto, entonces necesariamente es cierto que ha ocurrido tal acaecimiento. Entre todas estas leyes que rigen el flujo informativo destaca una en especial que no se desprende directamente de las ideas introducidas hasta el momento. Esta ley se conoce como “principio de la copia” y puede expresarse en los siguientes términos:
(a) Principio de la copia: si A informa de B y B informa de C, entonces A informa de C.
Este principio de la copia apela en concreto a la transitividad de la información, al hecho de que la información se conserva de señal a señal. La estructura lógica del principio nos indica que siempre que se produce el antecedente (que A informe de que B y B informe de que C) es cierto que se obtiene el consiguiente (es cierto que A informa de que C). O dicho de otra forma: si es cierto que una señal A informa de que ha ocurrido B y que la señal B (lo que ha ocurrido) informa de que se ha producido C, entonces también es cierto que la señal A transporta la información de que ha ocurrido C. Para ilustrar esta idea cambiaremos de escenario y nos trasladaremos momentáneamente al dormitorio de una persona justo en el momento en que amanece. Para completar la situación señalaremos que esta persona no bajó del todo la persiana de su dormitorio cuando fue a dormir la noche anterior y empiezan a entrar algunos rayos de luz por la persiana. De esta manera, por ejemplo, si la luz (señal A) que entra en la habitación por el resquicio de la persiana informa de que ya ha salido el sol (de B) y que haya salido el sol (señal B) in-
F.I. Dretske (1981). Knowledge and the flow of information (pág. 57).
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forma de que la noche ha pasado y que ya es de día (de C), entonces aquella luz que entra por la persiana (señal A) también transporta la información de que la noche ha pasado y que ya es de día (de C). Hasta aquí, el hecho que nos señala el principio de la copia parece intuitivo. Sin embargo, ante todo esto, de nuevo surge la pregunta: ¿cómo podemos explicar este principio o ley que rige el fenómeno de la información? La respuesta puede ser sencilla si recuperamos la noción de regularidad sustentadora de flujo informativo, es decir, si volvemos a recurrir al hecho de que las señales transporten la información con respecto a una regularidad sustentadora de flujo informativo. A partir de este hecho, podemos reformular el antecedente del principio de la copia (A informa de que B y B informa de que C) de la siguiente manera: A informa de que B gracias a la existencia de una regularidad R que conecta A con B, y B informa de que C gracias a la existencia de una regularidad R’ que conecta B con C. No obstante, obtener el consecuente del principio en términos de regularidades no es una tarea excesivamente complicada si aceptamos que una regularidad puede ser el resultado de la composición de otras dos regularidades: A informará de que C gracias a la existencia de una regularidad R’’ (que es la composición de R y R’) que conecta A con C. Así, en términos de regularidades, el principio de la copia quedaría reformulado de la siguiente manera:
(a’) Principio de la copia: si A informa de que B con respecto a la regularidad R, y B informa de que C con respecto a la regularidad R’, entonces A informa de C con respecto a la regularidad R’’ (que es la composición de R y R’).
Ilustremos ahora esta nueva versión del principio de la copia mediante el ejemplo de la habitación que no tenía la persiana bajada del todo. La luz que entra por la persiana (la señal A) transporta la información de que ya ha salido el sol (de B). Transporta esta información gracias a que existe una regularidad (que llamaremos R) que pone en conexión los hechos de que entre luz por la persiana y de que haya salido el sol. Además, que haya salido el sol (señal B) informa de que la noche ha pasado y que ya es de día (de C). Transporta esta información gracias a la existencia de una regularidad (que llamaremos R’) que conecta el hecho de salir el sol con que sea de día y que haya pasado la noche. Para finalizar, podemos afirmar que aquella luz que entra por la persiana (señal A) transporta también la información de que la noche ha pasado y que ya es de día (de C). Transporta esta información gracias a la existencia de una regularidad (que llamaremos R’’) que es la composición de R y R’ y que conecta que entre luz por la persiana con que sea de día y que haya acabado la noche.
Figura 1. El principio de la copia en términos de regularidades informativas.
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6. Agentes y adquisición de información
Como ya hemos apuntado, es conveniente que la información se considere como una magnitud objetiva residente en el mundo e independiente de la existencia de un agente que pueda interpretarla o utilizarla. Sin embargo, existe un hecho que no es posible obviar: si bien el flujo es independiente de los receptores, los organismos tienen la posibilidad de utilizar esta información. De hecho, la mayoría de los animales que pueblan la tierra basan sus estrategias de actuación y utilizan como criterio la información que tienen sobre el mundo. Los girasoles, por ejemplo, modifican sus movimientos según la posición del sol, o nosotros mismos salimos de casa con el paraguas cuando observamos que se acercan amenazadoramente grises nubarrones de tormenta. Nadie puede negar que la información invade el universo y que los organismos (o agentes) son capaces de utilizarla. De todas formas, aunque la información haya pasado a formar parte de nuestro entorno más cotidiano y del de otros organismos, es incorrecto pensar que nos encontramos ante un fenómeno exclusivamente contemporáneo. Si decidimos echar un vistazo al pasado en términos evolutivos, podemos afirmar que la existencia de flujo informativo precedió la de sus potenciales receptores. Primero surgió la información –al menos la transportada por las señales no convencionales– y más tarde aparecieron sobre la superficie terrestre los organismos (o agentes) capaces de aprehenderla o de hacerse con ella. La existencia de flujo informativo ha permitido que aquellos receptores que han conseguido captarlo obtengan beneficios ventajosos. Desde el principio de los tiempos, y gracias a la evolución biológica, los organismos han desarrollado la capacidad de extraer información o inferirla del entorno que los rodea. El hombre, dotado de ciertas habilidades cognitivas, ha sido capaz de convertirse en el alumno más aventajado de este proceso interminable de aprendizaje. Consciente del flujo informativo que inunda la realidad, el ser humano se ha lanzado en busca de esta información asociada a las señales que pueda serle útil, que pueda reportarle determinados beneficios. Así, por ejemplo, no debemos extrañarnos de que los agricultores preocupados por sus cosechas hayan logrado aprender a descifrar el aspecto que presentan las nubes para predecir si lloverá o si, por el contrario, lucirá el sol; que los cazadores persigan a sus presas aprovechando el rastro que éstas dejan con sus huellas; que se construyan relojes de sol y se utilice para ello la sombra que el sol proyecta sobre una varita; o que, incluso, desde hace unos años y con el objetivo de conseguir un método para la predicción de los terremotos, en algunas universidades californianas y japonesas se esté estudiando el aumento de las emisiones de gas radón que provienen del subsuelo como indicador químico
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de la actividad sísmica. El mecanismo es siempre el mismo: tratar de descubrir el flujo informativo que nos rodea para realizar, así, determinados procesos de inferencia con los que se consigue extraer información ausente a partir de señales presentes. El hecho que acabamos de describir nos suscita de nuevo una pregunta: ¿cómo podemos obtener una explicación satisfactoria de esta facultad cognitiva ejemplificada por los agentes que consista en la capacidad de extracción o inferencia de información ausente a partir de señales presentes?
La explicación de esta capacidad de inferencia está relacionada de nuevo con el tema de las regularidades informativas. En este caso, diremos que un agente u organismo es capaz de extraer determinada información a partir de la señal que la transporta cuando este agente sintoniza con la regularidad que sostiene este flujo informativo. De manera intuitiva, un agente sintoniza con una regularidad cuando éste alcanza el reconocimiento (al menos tácito) o cuando es consciente de la regularidad informativa que está en juego.
Así, por ejemplo, una persona, observando la columna de humo (la señal) que divisa desde su casa, puede extraer la información de que en la colina se produce fuego gracias a que este sujeto sintoniza (la reconoce o es consciente de ella) con la regularidad sustentadora de flujo que conecta la columna con el fuego sobre el que ésta informa. Sin embargo, es posible ofrecer una descripción más amplia de los aspectos que conforman este proceso en el que un agente sintoniza con una regularidad y le permite tomar o inferir determinado contenido informativo transportado por una señal. O dicho en otros términos: conviene profundizar un poco más para explicar cómo esta magnitud objetiva e independiente de la existencia de cualquier organismo, la información, puede adquirirse e influir de forma positiva en la conducta de los agentes que se dedican a conseguirla y a hacerla suya.
6.1. Hechos internos y hechos externos Para cubrir este objetivo, tenemos que empezar señalando un aspecto que consideramos central: la realidad se constituye por hechos que ocurren. Ahora bien, junto con el resto de los hechos que intuitivamente diríamos que pueblan y constituyen la realidad (las columnas de humo, los fuegos, las sirenas, la salida del sol, las sillas, las mesas, mi ordenador, etc.) también conviene considerar los estados mentales de los agentes –aunque tengan unas características especiales– como otro tipo más de hechos que ocurren y que conforman la realidad. Como el resto de los hechos, los estados mentales son susceptibles de transportar un contenido informativo, de comportarse como señales. Esta propiedad les viene
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dada, como al resto de las señales, porque se encuentran relacionados con otros hechos mediante una regularidad informativa.
Para facilitar la exposición, consideraremos los estados mentales como hechos internos, como situaciones que se producen en los centros de procesamiento de información de un agente determinado; en contraste con los hechos externos, con las situaciones que se producen fuera del agente.
Los estados mentales o hechos internos acostumbran a tener un correlato o una contrapartida en un hecho externo. Así, por ejemplo, si un agente A observa concentrado la fachada del edificio modernista de la Pedrera, seguramente A tendrá un estado mental o hecho interno que se corresponde en algún sentido con esta escena exterior que se produce frente a él. En general, podemos decir que cuando un agente A discrimina un hecho externo, se produce un estado mental en su interior. En este sentido, podemos decir que este estado mental es una señal que informa sobre el hecho externo, ya que existe cierta regularidad que conecta el estado mental con su correlato externo. Así, y volviendo a nuestro ejemplo del observador de la arquitectura modernista, podemos afirmar que el estado mental que el agente ejemplifica delante de la fachada de la Pedrera, en circunstancias normales, contiene como contenido informativo la existencia de lo que él observa gracias a la existencia de una regularidad que conecta el estado mental y este paisaje urbano en concreto.
6.2. Sintonización con una regularidad informativa Una vez introducidas estas ideas, estamos ya preparados para ofrecer una explicación de lo que puede significar que un agente sintonice con una regularidad informativa y adquiera información a partir de una señal concreta. Supongamos que una señal S (hecho externo 1), transporta la información P (que se ha producido el hecho externo 2). Según la definición de contenido informativo, de todo esto se desprende la existencia de una regularidad, R, que conecta S (hecho externo 1) con el hecho descrito por P (hecho externo 2) y que sustenta este flujo informativo.
Figura 2. Una señal (hecho externo 1) informa de que ha sucedido un hecho externo 2 por medio de una regularidad.
Que un agente A sintonice con esta regularidad y extraiga la información P a partir de la señal S se puede explicar en los siguientes términos. Tenemos que
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partir de la idea de que es preciso que se produzcan al menos dos condiciones para que la adquisición de información sea posible. Por un lado, el agente A debe ser capaz de discriminar los hechos externos 1 y 2 involucrados en la regularidad externa de la que se extrae la información. Si un agente no fuera mentalmente sensible a la presencia del hecho externo 1 y a la del hecho externo 2 podría extraer con dificultad, a partir de una señal S, la información P. Por lo tanto, A tiene que desarrollar un estado mental 1 en presencia del hecho externo 1, y un estado mental 2 en presencia del hecho externo 2. En este sentido, el estado mental 1 debe considerarse como una señal que informa de que en el exterior se ha producido el hecho externo 1 gracias a la existencia de una regularidad R’ que los conecta, y el estado mental 2 debe considerarse como una señal que informa de que en el exterior se ha producido el hecho externo 2 gracias a la existencia de una regularidad R’’ que conecta ambos hechos. Por otro lado, es imprescindible que en el agente se haya desarrollado, gracias al hecho de haber presenciado infinidad de ejemplificaciones de la regularidad externa R, la regularidad interna R’’’ entre los estados mentales 1 y 2, de tal manera que siempre que se produce un estado mental 1 se produce también un estado mental 2 en la mente del agente. Una vez asumidas estas dos condiciones, ya podemos explicar el proceso de la adquisición de información. En presencia de la señal S (hecho externo 1), el agente desarrolla un estado mental 1, cuyo contenido informativo consiste en la existencia del hecho externo 1. El objetivo que perseguimos es el hecho de ver como, en presencia de S y a partir del estado mental 1, A es capaz de llegar al contenido informativo de que existe un hecho externo 2. La existencia de la regularidad R’’’ provoca que el estado mental 1 lleve, además de este contenido con respecto a la señal S, la información de que existe un estado mental 2. Para terminar, la regularidad R’’ provoca que el estado mental 2 lleve como contenido informativo con respecto a esta regularidad que existe un hecho externo 2.
Ahora ya sólo nos queda aplicar el principio de la copia para alcanzar nuestro objetivo: puesto que el estado mental 1 lleva el contenido informativo con respecto a R’’’ de que existe un estado mental 2 y como, además, el estado mental 2 contiene la información de que existe un hecho externo 2 gracias a la regularidad R’’, podemos concluir que el estado mental 1 contiene la información de que existe un hecho externo 2 con respecto a la regularidad R’’’’, regularidad que se obtiene a partir de la composición de las regularidades R’’’ y R’’.
De esta forma, es fácil comprobar que en los procesos de extracción de información por parte de los agentes se ven implicadas tres clases de regularidades informativas.
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Por una parte, encontramos el tipo al que pertenece la regularidad externa R. Como ya vimos en su momento, este tipo de regularidades estructuran el mundo y existen más allá de la necesidad de la existencia de un agente que sea capaz de percibirlas o interpretarlas. Por otra parte, nos encontramos con el tipo de regularidades R’ y R’’. Este tipo de regularidades conecta al agente con su entorno poniendo en relación los estados mentales que este individuo ejemplifica con los hechos externos de estos estados que son contrapartidas internas. En definitiva, estas regularidades son las que hacen significativos los estados mentales 1 y 2 con respecto al entorno exterior del agente y las que permiten que el agente sea capaz de discriminar los hechos externos 1 y 2. Por último, habría que destacar las regularidades del tipo R’’’. Estas regularidades son conexiones puramente internas que conectan de forma sistemática dos estados mentales dentro de un mismo agente. Cuando un agente es capaz de desarrollar una regularidad interna de este tipo y, además, ésta tiene un correlato en una regularidad externa, podemos decir que este individuo está sintonizado con dicha regularidad interna. Así, si un agente A ejemplifica la regularidad interna R’’’, y además ejemplifica las regularidades R’ y R’’, podemos afirmar que A está sintonizado con la regularidad externa R. De esta manera, la interacción de estos tres tipos diferentes de regularidades dentro de un mismo contexto informativo puede posibilitar que un agente llegue a extraer información de su entorno. Regularidad conectora agente-entorno R’ Hecho externo 1
⇒
Hecho externo 2
Regularidad interna R’’’
Estado mental 1
⇒
Estado mental 2
Regularidad resultante R’’’’
Estado mental 1
⇒
Hecho externo 2
⇒
Regularidad externa R
Regularidad conectora agente-entorno R’’
⇒
Regularidades involucradas en la sintonización
Figura 3. Regularidades involucradas en el proceso de sintonización.
Para ilustrar brevemente el mecanismo de extracción de información a partir de las señales, sólo tenemos que reanudar nuestro ejemplo de la columna de humo y suponer, además, la existencia de un agente A. Imaginemos que a lo lejos se produce una columna de humo, una señal S (o hecho externo 1). Esta señal S está relacionada mediante una regularidad R con el hecho externo 2 en que hay fuego. Con respecto a esta regularidad, la señal S informa de que hay fuego. Imaginemos, además, que A es capaz de discriminar las situaciones en las que hay humo del resto de las situaciones en las que este humo no aparece, es decir, A ha sido capaz de desarrollar un estado mental 1 en presencia de las situaciones en las que se produce humo. El contenido informativo de un estado mental de este tipo es que en torno al agente se produce humo. Este contenido infor-
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mativo será relativo a la regularidad R’ que conecta el estado mental 1 y el hecho externo 1. De la misma forma, A es capaz de discriminar las situaciones en las que hay fuego del resto de las situaciones en las que éste no aparece, es decir, A ha sido capaz de desarrollar un estado mental 2 en presencia de las situaciones en las que se produce fuego. El contenido informativo de un estado interno de este tipo es que en torno al agente se produce fuego. Este contenido informativo será relativo a la regularidad R’’ que conecta el estado mental 2 y el hecho externo 2.
Supongamos, además, que gracias a su experiencia y al hecho de presenciar de forma reiterada episodios de la regularidad externa R en los que el humo se ha visto siempre acompañado de fuego, A ha desarrollado un correlato mental de esta regularidad. Esta contrapartida mental sólo consiste en el establecimiento de una regularidad R’’’ entre los estados mentales 1 y 2, basado sobre todo en la costumbre y en el hábito de que siempre que A ha experimentado un estado mental 1, nuestro agente ha acabado experimentando un estado mental 2.
Supongamos ahora que A está en presencia de una columna de humo y que desarrolla, por lo tanto, un estado mental 1 cuyo contenido informativo es que existe una columna de humo en el entorno. El hecho de experimentar un estado mental de este tipo, además de llevar un contenido informativo externo –que existe una columna de humo–, comporta el contenido informativo de que existe un estado mental 2 en nuestro agente gracias a la existencia de la regularidad R’’’. Sin embargo, a su vez, este estado mental 2 tiene como contenido informativo que existe un hecho externo 2, es decir, el estado mental 2 transporta la información de que en el contexto del agente se produce fuego. Este último contenido informativo se sustenta por la regularidad R’’, que, como hemos visto, deriva de las capacidades discriminatorias de A.
Ahora, a partir de la transitividad que ejemplifica el flujo informativo, podemos observar que el agente es capaz de adquirir información: dado que el estado mental 1 de nuestro agente –que se produjo en presencia de una situación en la que había humo– contiene el contenido informativo con respecto a R’’’ de que existe un estado mental 2 en A, y puesto que, además, el estado mental 2 contiene la información de que existe un hecho externo 2 en el que hay fuego gracias a la regularidad R’’, podemos concluir que el estado mental 1 de nuestro agente contiene la información de que existe una situación externa en la que se produce fuego (de que se ha producido el hecho externo 2) con respecto a la regularidad R’’’’, regularidad que se obtiene a partir de la composición de las regularidades R’’’ y R’’. En este sentido, gracias al hecho de que el estado mental 1 del agente sólo es una contrapartida mental de la situación externa en la que se produce el humo, podemos decir que A, al presenciar una situación en la que se produce humo, puede extraer la información de que también hay un fuego.
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7. El cerebro y el procesamiento de la información
Desde una perspectiva evolucionista, el ser humano ha sido capaz de distinguirse del resto de las especies que pueblan el planeta porque posee, entre otras cosas, una serie de capacidades que lo convierten en un organismo único y privilegiado: su actividad cognitiva o mental. Esta actividad mental surge en el hombre como fruto de un largo proceso evolutivo (todavía inacabado) dirigido sobre todo a un intento de adaptación al entorno que lo rodea. Esta adaptación no sólo ha consistido en ofrecer una respuesta a este entorno y a sus condiciones, sino que ha ido más allá buscando una representación del mismo (mediante el conocimiento) y la posibilidad de transformarlo en beneficio propio (mediante las acciones individuales o colectivas). Todos estos éxitos obtenidos por el ser humano a partir del aprovechamiento de sus capacidades cognitivas se fundamentan sobre la función básica de un procesamiento altamente adecuado de la información. Como ya vimos en el apartado anterior, la información existe en la realidad y los organismos son capaces de tomarla y procesarla gracias a un proceso de sintonía con las regularidades que la sustentan. El ser humano, como un organismo más, ha sabido sintonizar con estas regularidades y aprovechar la información obtenida y procesarla a partir de sus recursos cognitivos. Si tenemos en cuenta todo esto, no tiene nada de extraño que acabemos el módulo dedicando un apartado a tratar este tema. En este último apartado intentaremos completar nuestra reflexión en torno al fenómeno de la información y mostraremos, sobre todo, cómo se estructura el órgano que encarna en los seres humanos la mayoría de estos recursos o procesos cognitivos que fundamentan el procesamiento informativo: el cerebro. Para cubrir este objetivo, y con la intención de definir el marco teórico en el que nos situamos, empezaremos centrando nuestra atención sobre los diferentes niveles de estudio o aproximación al tema de la actividad cognitiva. A continuación realizaremos una descripción de la estructura de las unidades físicas básicas que constituyen el cerebro y que son las responsables últimas del procesamiento de la información: las neuronas. Además, explicaremos las principales características y la estructura del órgano cerebral, atendiendo en especial a su modularidad. Para finalizar, intentaremos mostrar en qué sentido el lenguaje puede considerarse como el fundamento de gran parte de nuestras representaciones del entorno que nos rodea.
7.1. La actividad mental y la ciencia cognitiva Desde los orígenes de la historia del pensamiento, todo lo que se ha relacionado con la actividad mental ha despertado el interés de los hombres que se han dedi-
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cado, con sus contribuciones, a desarrollar lo que en la actualidad consideramos ciencia. Este interés se ha mantenido constante a lo largo de todo el desarrollo histórico de la ciencia, y ha desembocado, al final de la década de los sesenta, en la consolidación de esta disciplina científica que conocemos con el nombre de ciencia cognitiva. Esta disciplina científica tiene como principal objetivo la explicación de los aspectos relacionados con la actividad mental o cognitiva. En la última década es posible distinguir una serie de modelos o propuestas científicas que han intentado afrontar el estudio de la cognición.
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Como se señala,... ... por ejemplo, en R.J. Stemberg (1991). Metaphors of Mind: Conception of the Nature of Intelligence, Cambridge: Cambridge University Press, y como se presenta más tarde en E. García García (1999). “Epistemología y neuropsicología cognitiva”, en: E. García García; J. Muñoz (ed.) (1999). La teoría evolucionista del conocimiento. Madrid: Editorial Complutense.
De esta manera, por ejemplo, el modelo geográfico se encarga de describir el mapa mental y las rutas que siguen los humanos para desempeñar las actividades cognitivas. El modelo computacional, en cambio, centrado en el corpus de la psicología cognitiva, apuesta por la imagen del ordenador como modelo teórico para estudiar la mente y la cognición. El modelo epistemológico, que se fundamenta en parte sobre los estudios de psicología epistemológica empezados por Piaget, identifica el desarrollo de la cognición como un proceso adaptativo en el que se producen unas fases de asimilación, acomodación, adaptación y organización. Por otra parte, animado sobre todo por las ideas de Vigotski y Leontiev, el modelo socioantropológico entiende el desarrollo de los procesos cognitivos superiores como una interacción con el entorno físico y el sociocultural. En último lugar, y por citar sólo un ejemplo más, el modelo neuropsicológico, fundamentado en las ideas de Luria, propone el estudio físico de las estructuras cerebrales como camino para la explicación de la actividad mental.
En términos generales, la mayoría de estas propuestas teóricas comparten la idea de que queda del todo claro que para explicar el funcionamiento del aspecto mental y de la cognición es imperiosamente necesario suponer la existencia de representaciones mentales (conceptos, ideas, imágenes, esquemas, etc.) que pueden ser estudiadas, y conviene que lo sean, más allá de los aspectos biológicos o físicos. Dicho de otra forma, para explicar el funcionamiento mental adecuadamente, conviene tratar el nivel de la representación, además del estudio del nivel físico o de su instancialización biológica. Nuestras representaciones mentales y nuestro conocimiento no suelen ser sólo un simple y fiel reflejo de la realidad que nos rodea, sino que se encuentran mediatizados por factores culturales y por el background personal de cada individuo. Esta naturaleza especial justifica, por sí misma, el estudio del nivel de la representación.
Sin embargo, si bien esto es cierto, también es verdad que no podemos abandonar el estudio del nivel físico o biológico. Este nivel, con sus estructuras biológicas determinadas, puede considerarse como el elemento a priori que sustenta todo lo cognitivo. Por lo tanto, su estudio se presenta, junto con el de las representaciones, como uno de los caminos que pueden ayudarnos a dar un poco de luz en el territorio de la cognición.
El modelo computacional Es importante señalar que es posible distinguir dos perspectivas dentro de la propuesta que defiende el ordenador como modelo del aspecto mental. La perspectiva fuerte apuesta por el estudio de los sistemas inteligentes en general (independientemente de su soporte biológico o no biológico), e identifica la mente humana como un subconjunto de estos sistemas inteligentes. La perspectiva débil, en cambio, defiende la mente humana como principal objeto de estudio y relega el estudio del resto de los sistemas no biológicos a un simple punto de apoyo o a un simple instrumento para cubrir este objetivo.
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Por esta razón, a partir de ahora trataremos este nivel físico o biológico de la actividad cognitiva. En el último subapartado, a partir del tema del lenguaje, trataremos los aspectos más cercanos al nivel de la representación.
7.2. Las neuronas como unidades físicas responsables del procesamiento informativo
Estrictamente hablando, el sistema nervioso puede considerarse, entre otras cosas, como el sistema encargado de detectar la información del entorno que nos rodea, de procesar esta información y de ofrecer una respuesta a este entorno. El cerebro, como parte fundamental de este sistema nervioso, se puede identificar como el centro básico de esta actividad cognitiva.
El cerebro está formado, sobre todo, por células neuronales, también llamadas simplemente neuronas. Estas células son las unidades físicas responsables del procesamiento de la información. Son como las piezas de menor tamaño del engranaje nervioso responsable de nuestra actividad mental. Sólo como hecho indicativo, diremos que el ser humano tiene aproximadamente cien mil millones de células neuronales. Las neuronas se caracterizan porque no están capacitadas para cubrir por sí mismas muchas de las funciones vitales encaminadas a garantizar su supervivencia. Existe otro tipo de células en el sistema nervioso, las células gliales, que actúan de soporte para las neuronas. Es decir, son las encargadas, entre otras cosas, de suministrar muchos de los alimentos y las sustancias químicas que, como veremos más adelante, se utilizan en la transmisión de información, de comportarse como una especie de “basurero” que elimina las neuronas muertas e, incluso, de actuar como una zona de aislamiento y protección. La principal función de la neurona es la de transmitir información, la de permitir la circulación de determinadas señales por medio de su estructura. En relación con esta función, y aunque haya diferentes tipos, formas y tamaños, la mayoría de las neuronas muestran una estructura básica compuesta por los siguientes elementos: el cuerpo celular o soma, las dendritas, el axón y los botones terminales.
El cuerpo celular o soma es la parte de la neurona que incluye el núcleo de la célula y la responsable de sus funciones vitales (encaminadas a la supervivencia de ésta). Las dendritas son las terminaciones arborescentes del soma y tienen la función básica de actuar como aparato receptor informativo de la neurona. Son algo así como el lugar de la neurona donde se recibe la entrada informativa.
Lecturas complementarias Algunas de las ideas que aparecen en este subapartado y en el siguiente, sobre todo, aparecen en las obras que a continuación se indican: C. Junqué; J. Barroso (1995). Neuropsicología. Madrid: Editorial Síntesis. García García, E. (1999). “Epistemología y neuropsicología cognitiva”. En: E. García García; J. Muñoz (ed.) (1999). La teoría evolucionista del conocimiento. Madrid: Editorial Complutense. A. Tobeña (1999). Sintonies neuronals. Les golfes del cervell humà. Barcelona: Edicions de la Magrana. El lector que quiera profundizar en el tema propuesto puede dirigirse a cualquiera de éstas.
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El axón es el cuerpo de la neurona por donde circula el flujo informativo hacia una segunda neurona. Para finalizar, los botones terminales son las terminaciones del axón que permiten que la información que circula por una neurona pase a una segunda; son, por decirlo de alguna manera, el lugar de la neurona donde se ofrece el output informativo. Todos estos elementos de la neurona aparecen representados en la figura 4.
Las neuronas no son células aisladas, sino que se encuentran conectadas con otras células del mismo tipo que se transmiten información unas a otras y forman redes neuronales. Dentro de estas redes, las células neuronales están situadas una a continuación de la otra, de manera que los botones terminales de una neurona coincidan con las dendritas de la siguiente. Dentro de una neurona, el flujo informativo circula describiendo la dirección y el sentido que va desde sus dendritas hacia sus botones terminales. Esta disposición entre las neuronas y la dirección del flujo se presenta en la figura 5. Figura 4. Elementos de una neurona.
Figura 5. El flujo informativo entre neuronas.
El proceso por el que se transmite información de una neurona (la denominada neurona emisora o neurona presináptica) a otra (la neurona receptora o neurona postsináptica) se conoce como sinapsis. Existen dos tipos de sinapsis: la eléctrica y la química. La sinapsis eléctrica se produce cuando no existe discontinuidad física entre la neurona emisora y la receptora o, dicho en otros términos, cuando se encuentran en contacto los botones neuronales de la célula emisora con las dendritas de la célula receptora. Esta disposición permite que la señal eléctrica de la primera neurona pase a la segunda de una manera directa, sin intermediarios. En cambio, cuando se produce la sinapsis química no existe contacto físico entre aquellos botones y estas dendritas que acabamos de describir. En este caso, podemos hablar de que se produce una transmisión química de la señal que va de una célula neuronal a otra o, dicho de otra manera: el espacio que separa aquellas dos células, el espacio intersináptico, se cubre o se supera mediante un mecanismo o proceso de tipo químico.
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De una manera somera, podemos señalar que este proceso funciona de la siguiente forma. En primer lugar, la señal eléctrica que circula desde las dendritas por el axón de la neurona emisora provoca que los botones terminales de aquella misma célula segreguen una serie de sustancias químicas, lo que se conoce como neurotransmisores. Estos neurotransmisores activan eléctricamente las dendritas de la neurona receptora de tal manera que se crea una reproducción o una copia, por así decirlo, de la señal eléctrica original, pero en este caso ya en la célula receptora. El proceso acaba repitiéndose en toda la cadena que forma la red neuronal. La figura 6 intenta reproducir de forma gráfica este proceso.
Figura 6. Sinapsis neuronal.
7.3. La estructura cerebral
En términos generales, podemos decir que, en su conjunto, el sistema nervioso puede dividirse en dos subsistemas: el sistema nervioso central y el sistema nervioso periférico.
El sistema nervioso periférico está compuesto, sobre todo, por los nervios espinales y craneales, y por los ganglios periféricos. Dentro de este sistema nervioso es posible distinguir el sistema nervioso somático, encargado de canalizar la información procedente de los órganos sensoriales y de controlar los movimientos de los músculos esqueléticos, y el sistema nervioso autónomo, formado por la musculatura lisa, la cardiaca y las glándulas.
En cambio, el sistema nervioso central está formado, principalmente, por el cerebro y la médula espinal. La médula espinal se caracteriza por poseer la doble función de canalizar la información que proviene del cerebro hacia el resto de los órganos y músculos del cuerpo y la de recoger la información que proviene de estos dos últimos puntos y de enviarla hacia el cerebro.
Sin embargo, lo que nos interesa en este subapartado es el órgano del cerebro, ya que éste es el núcleo del procesamiento de la información. Desde un punto de vista fisiológico, la estructura craneal está formada, como se describe en la
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figura 7, por el hemisferio cerebral, el diencéfalo, el mesencéfalo, la protuberancia, el cerebelo, el bulbo raquídeo y la médula espinal.
Si centramos nuestra atención en el hemisferio cerebral, podemos destacar que éste posee una superficie, conocida como corteza cerebral, donde se centra en gran parte toda la actividad cognitiva. Esta corteza o superficie, que supone las tres cuartas partes de la masa cerebral, posee un grueso de 3 mm, una superficie total de 2.360 cm2 y
Figura 7. La estructura craneal.
presenta un color grisáceo que ha provocado que a menudo el cerebro se conozca como materia o sustancia gris.
Si decidimos dividir imaginariamente el cerebro y realizamos un corte vertical que vaya desde la frente hasta la nuca, es posible identificar dos grandes regiones o hemisferios: el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo, como se ilustra en la figura 8. De la misma forma, es posible distinguir cuatro lóbulos diferenciados en el cerebro como se muestra en la figura 9: el lóbulo frontal, el parietal, el temporal y el occipital. Si combinamos ambas distinciones (la de hemisferios y la de lóbulos) obtenemos una clasificación más exhaustiva de la superficie cerebral. En concreto, esta superficie cerebral podría dividirse en ocho zonas: la zona del lóbulo frontal derecho, la del lóbulo frontal izquierdo, la zona del lóbulo parietal derecho, la del lóbulo parietal izquierdo, la zona del lóbulo temporal derecho, la del lóbulo temporal izquierdo, la zona del lóbulo occipital derecho y la del lóbulo occipital izquierdo.
Figura 9. Los lóbulos cerebrales: vista lateral.
Abandonemos la estructura física del cerebro y pasemos a analizar ahora la estructura organizativa.
Figura 8. Los hemisferios cerebrales.
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Antes de nada, empezaremos por señalar dos aspectos. El primero consiste en poner de manifiesto que el cerebro del que en la actualidad disfrutamos los humanos es el resultado de la influencia de una dotación o herencia genética innata (que es a su vez el fruto de un lento proceso de adaptación al medio) combinada con una serie de efectos o estímulos ambientales que provocan determinados cambios en aquel órgano justo a partir del nacimiento de la persona. Sin embargo, esta idea no tiene que llevarnos a pensar que nos encontramos ante un órgano que, en virtud de estos estímulos ambientales, puede modificarse de forma ilimitada. La herencia genética y la disposición física actúan de restricción o limitación. Además, la estimulación ambiental no siempre causa el mismo efecto en el cerebro, sino que, dependiendo del momento de la vida en el que nos encontremos, estos estímulos pueden provocar unos cambios u otros o, incluso, no afectar en nada al cerebro. Un claro ejemplo de esta dependencia de la estimulación con respecto a la fase del desarrollo de una persona lo encontramos en el aprendizaje de una segunda lengua. Se han hecho investigaciones que apoyan la idea de que la edad límite para que un individuo adquiera una segunda lengua es la etapa de la pubertad. De esta manera, un niño que se ve expuesto a una segunda lengua durante un tiempo prudencial puede adquirirla y convertirse en un niño nativo de las dos lenguas. En cambio, una persona que haya superado la pubertad puede aprender de forma detallada una segunda lengua, pero por mucho que se empeñe nunca podrá llegar a dominarla tanto como un nativo. La segunda consiste también en destacar que ya desde el comienzo la investigación sobre el cerebro, en especial la que intenta identificar cuáles son las zonas físicas de aquel órgano que sustenta cada una de las actividades cognitivas, se ha encontrado con un grave problema que ha limitado en gran medida el avance de sus resultados. El problema en cuestión consiste en la limitación a la hora de realizar experimentos con el cerebro de las personas por miedo a ocasionarles daños o lesiones que puedan provocar consecuencias fatales. Se ha tratado de reparar esta limitación estudiando el funcionamiento de las actividades cognitivas en aquellas personas que, por desgracia, han sufrido algún accidente que ha dañado una zona específica de su cerebro. La mayoría de los resultados que expondremos a continuación con respecto a la estructura organizativa del cerebro provienen en gran medida de la investigación sobre este tipo de sujetos. Teniendo en cuenta todos estos aspectos, partiremos de una idea que creemos ampliamente compartida. La idea es la siguiente: en relación con la estructura organizativa del órgano cerebral, las investigaciones que se efectúan en la ciencia cognitiva –y en especial en neuropsicología– encaminadas a rendir cuentas de forma explicativa del territorio de la cognición apuntan hacia la confirmación de la hipótesis que defiende que el cerebro presenta una clara organización modular. En concreto, según esta hipótesis, el órgano cerebral no se comporta como un todo unitario, como una inteligencia única, que trata todos los problemas de la misma manera, sino que está constituido por una serie de módulos o subsistemas
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semiindependientes que en muchas ocasiones actúan en paralelo y al margen de la conciencia, y que están especializados en el tratamiento de determinados tipos de actividades mentales. De esta forma, cada módulo suele encargarse de una clase especial de funciones cognitivas. Cuando vemos una película, leemos el periódico o mantenemos una conversación telefónica, por ejemplo, nuestro cerebro no está concentrado en una actividad única y homogénea, sino que simultáneamente, para llevar a cabo estas tareas está activado y en funcionamiento un número concreto de estos subsistemas o módulos especializados. Para describir estos subsistemas y las funciones que desempeñan recuperaremos las dos divisiones anatómicas (la de los hemisferios y la de los lóbulos) que establecimos anteriormente. Comencemos mostrando cuáles son las funciones cognitivas que gestionan los hemisferios cerebrales. Los hemisferios cerebrales presentan dos características peculiares que llaman la atención. Por una parte, presentan una asimetría anatómica. Es decir, a diferencia de lo que sucede en otros órganos como los pulmones o los riñones, cada uno de los hemisferios presenta características anatómicas (físicas) propias que lo distinguen. Por otra parte, también presentan una asimetría funcional, es decir, cada uno de los hemisferios se encarga de unas funciones diferentes.
En este sentido, por ejemplo, los hemisferios ejemplifican la propiedad de la lateralización, esto es, cada hemisferio se encarga de controlar, con respecto a las actividades sensoriales y motores básicas, la parte contraria del cuerpo.
La relatividad de las correspondencias cerebrales También es importante recalcar que la investigación científica en torno a este tema se está desarrollando en la actualidad y que todavía existen muchas lagunas y preguntas sin respuesta. En este sentido, parece que las correspondencias entre zonas cerebrales y actividades cognitivas que aparecen a continuación no son del todo unívocas, sino que son relativas. Es decir, no se producen en todos los sujetos de esta manera (como, por ejemplo, en las personas zurdas). De todos modos, es posible defender que existe una determinada tendencia a ejemplificar el patrón de correspondencia que introducimos a continuación.
Así, el hemisferio derecho se encarga de controlar la parte izquierda del cuerpo y el izquierdo, la parte derecha. Esta lateralización se justifica porque las fibras nerviosas que surgen de las áreas sensoriales y motores del cerebro se prolongan y pasan al lado opuesto del sistema nervioso. Podemos añadir también que, en términos generales, el hemisferio izquierdo opera de una manera más analítica y lógica, analizando y abstrayendo lo relevante, y clasificando la información que le llega, mientras que el derecho tiende más a sistematizar esta información de manera global. Por otro lado, el hemisferio izquierdo, además de controlar la parte derecha del cuerpo, suele encargarse de los procesos mentales secuenciales como el de la capacidad lingüística y también del procesamiento de los sonidos involucrados en el habla, el comportamiento compulsivo, la memoria verbal y las operaciones aritméticas. El hemisferio derecho, en cambio, además de gestionar la parte izquierda del cuerpo, acostumbra a encargarse de los procesos mentales en paralelo como el de la representación visual y espacial, incluyendo el reconocimiento de caras, así como del procesamiento de los sonidos ambientales no lingüísticos y la música, la expresión emocional, la memoria visual, la rotación mental espacial, el sentido de la orientación y las operaciones geométricas. A continuación indicaremos cuáles son las funciones cognitivas que habitualmente gestiona cada uno de los cuatro lóbulos. Así, por una parte, el lóbulo
Todo esto suele ocurrir en personas diestras.
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frontal se encarga de gestionar las intenciones y los movimientos voluntarios diferenciados del cuerpo, los movimientos oculares conjugados, la producción del lenguaje, la motivación, la resolución de problemas, los juicios, las emociones y el olfato. Por otra parte, el lóbulo parietal en general gestiona las sensaciones somestésicas (discriminación entre puntos, por ejemplo), el gusto y el procesamiento de la información somática y visual, en especial la derivada del uso de las manos. En tercer lugar, el lóbulo temporal se encarga por lo general de la audición, la comprensión y formulación del lenguaje (en lo que se conoce como área de Wernicke), del almacenamiento de la información presentada visual y auditivamente y de la memoria reciente. Para finalizar, el lóbulo occipital acostumbra a ser el responsable, entre otras cosas, de la visión y la asociación visual. En la figura 10 aparecen de manera sintética las funciones que suelen asociarse a cada una de las zonas del cerebro.
Área o zona cerebral Hemisferio izquierdo
Funciones cognitivas – Control de la parte derecha del cuerpo – Capacidad lingüística y sonidos involucrados en el habla – Comportamiento compulsivo – Memoria verbal – Operaciones aritméticas
Hemisferio derecho
– Control de la parte izquierda del cuerpo – Representación visual y espacial – Reconocimiento de caras – Procesamiento de los sonidos ambientales no lingüísticos y de la música – Expresión emocional – Memoria visual – Rotación mental espacial – Sentido de la orientación – Operaciones geométricas
Lóbulo frontal
– Intenciones y los movimientos voluntarios del cuerpo – Movimientos oculares conjugados – Producción del lenguaje – Motivación – Resolución de problemas – Juicios – Emociones – Olfato
Lóbulo parietal
– Sensaciones somestésicas – Gusto – Procesamiento de la información somática y visual
Lóbulo temporal
– Audición – Comprensión y formulación del lenguaje – Almacenamiento de la información presentada visual y auditivamente – Memoria reciente
Lóbulo occipital
– Visión – Asociación visual
Figura 10. Áreas cerebrales y funciones cognitivas.
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7.4. El lenguaje como fundamento de la representación Acabaremos este apartado, y por lo tanto este módulo, aportando de forma breve algunas ideas sobre el importante papel que tiene el lenguaje en el proceso de representación de la realidad. Esto nos ayudará a completar el tratamiento de la estructura cerebral y las funciones cognitivas relacionadas con el procesamiento de la información que hemos intentado presentar a lo largo de todo este apartado. Nadie puede poner en duda que el lenguaje es el medio más eficaz de comunicación que poseemos los humanos. Así, por ejemplo, por un lado, el lenguaje nos sirve, entre muchas otras cosas, para expresar conceptos abstractos. Palabras como amistad, esperanza o solidaridad nos permiten expresar conceptos e ideas que con seguridad sería imposible transmitir y comunicar si no dispusiéramos de un lenguaje. Por otro lado, también nos ayuda claramente a categorizar el mundo que nos rodea y a introducir cierto grado de orden en esta realidad que se presenta como un desorden aparente, continuamente cambiante e indiferenciado. Sin embargo, además, el lenguaje nos ofrece otro orden de beneficios cognitivos: nos permite agrupar diferentes conceptos bajo un mismo símbolo, con la consiguiente economía cognitiva que esto significa, y nos habilita para componer o crear conceptos o ideas cada vez más complejos a partir de conceptos simples recurriendo sencillamente a la combinación de símbolos lingüísticos. De esta manera, por ejemplo, bajo la palabra (o signo lingüístico) manzana, somos capaces de agrupar, de una manera económica, una serie de conceptos que hacen referencia a la textura, el color, el sabor o el olor de esta fruta, entre otros; y simplemente si combinamos las palabras discriminación y positiva obtenemos el símbolo lingüístico discriminación positiva, que nos sirve para representar un concepto complejo que no se presenta individualmente en ninguna de las dos palabras que lo forman. Sin embargo, no debemos obviar un hecho incontestable: el lenguaje se materializa en las producciones o proferimientos lingüísticos. Es decir, el lenguaje se materializa en sonidos (palabras pronunciadas) cuando lo utilizamos de forma oral, o en grafías (palabras escritas) si lo utilizamos de forma escrita. Esto significa que nuestro uso comunicativo del lenguaje se gestiona por medio de la utilización de señales (sonidos y grafías). Como hemos visto a lo largo de este módulo, las señales son acaecimientos físicos, pequeñas parcelas de la realidad, estímulos externos a nosotros mismos. Como el resto de los estímulos que provienen de nuestro exterior, el cerebro se encarga de procesarlos. En este sentido, sin abandonar la línea de la hipótesis de la organización modular de la mente, podemos afirmar que el cerebro se encarga de representar el lenguaje (esos estímulos externos, esos sonidos y grafías) por medio de tres subsistemas o módulos neuronales interrelacionados. El primero de estos módulos o subsistemas neuronales suele localizarse de forma simultánea en los dos hemisferios e interviene en la mayoría de los procesos ge-
Lecturas complementarias Algunas ideas que aparecen en este subapartado se presentan, sobre todo, en dos de las obras de los neurólogos Antonio y Hanna Damasio: A. Damasio (1996). El error de Descartes. Madrid: Drakontos. A. Damasio; H. Damasio (1992). “Cerebro y lenguaje”. Investigación y Ciencia (noviembre, págs. 59-66). Para continuar leyendo, encontrar bibliografía secundaria y profundizar en el tema propuesto, podéis dirigiros a estas mismas obras.
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nerales de percepción del entorno, no sólo en la percepción de los sonidos y las grafías relacionados con el lenguaje. En concreto, el módulo se encarga de realizar dos funciones. Por una parte, se encarga de representar las sensaciones básicas (formas, colores, olores, sabores, etc.) que provienen del exterior y, por la otra, establece una agrupación de estas sensaciones hasta obtener representaciones de un segundo nivel como la de objetos o la de acontecimientos. El segundo de aquellos módulos o subsistemas neuronales se localiza, por lo general, en el hemisferio izquierdo, y se encarga de representar los fonemas, las combinaciones y las reglas sintácticas que rigen el lenguaje que utilizamos. En función del lugar de procedencia del estímulo que recibe, este complejo neuronal o módulo suele reaccionar de dos maneras diferentes. Si el estímulo (sonidos –palabras escritas– o grafías –palabras escritas–) proviene del exterior, del entorno que nos rodea, el módulo se encargará de procesar aquellas señales lingüísticas. Por el contrario, si el estímulo proviene del interior del cerebro, el módulo se encargará de generar las frases que se acabarán pronunciando (de forma oral o por escrito). Para finalizar, el tercer módulo o subsistema neuronal se ubica, por lo general, en el hemisferio izquierdo y actúa como intermediario entre los dos módulos que acabamos de describir. En concreto, el módulo se encarga de ofrecer dos respuestas diferentes. Por una parte, elige una serie de conceptos y, a partir de éstos, estimula una producción lingüística. Por la otra, a partir de la recepción de una señal de tipo lingüístico evoca una serie de conceptos. Como vemos, una parte nuclear de todo este proceso protagonizado por estos tres subsistemas neuronales es la representación física de los conceptos en el cerebro. Para acabar, aportaremos brevemente una serie de ideas al respecto. Tradicionalmente se había defendido la idea de que aquella representación física se materializaba a partir de imágenes “pictóricas” sobre objetos del mundo, que residían de manera estable en el cerebro. Ya en su época, algunos filósofos de la talla de Hume o Locke defendían una idea parecida. Sin embargo, las investigaciones actuales apuntan hacia otro lado. Lejos de esta hipótesis de las imágenes pictóricas, hoy día se apuesta por una explicación de la representación física como un proceso que se produce en dos pasos. Empecemos con el primero. El ser humano, constante y cotidianamente, interacciona con objetos y situaciones que forman parte del entorno que lo rodea. El cerebro se encarga de registrar las sensaciones que obtiene este individuo a partir de esta interacción. En concreto, se encarga de registrar percepciones y acciones con respecto a aquel objeto con el que interacciona. En definitiva, si estas sensaciones se repiten un número determinado y suficiente de veces, en el cerebro puede llegar a crearse de forma material una serie de conexiones neuronales
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o conexiones sinápticas entre neuronas. Estas conexiones se corresponden con estas sensaciones. Pasemos ahora al segundo paso. Estas conexiones, a su vez, están relacionadas o conectadas con otras agrupaciones neuronales. Esta disposición en forma de red permite que ante un estímulo exterior se active la conexión que se correspondía con la representación del objeto y que, a su vez, el resto de las agrupaciones neuronales que están relacionadas con ésta finalmente también se activen. Acabemos por ilustrar todo este proceso con un sencillo ejemplo. Imaginemos que un sujeto tiene ante sí una suculenta manzana. Si el sujeto en cuestión no padece ninguna limitación cognitiva, mantendrá una interacción perceptiva con aquel objeto. Es decir, percibirá su olor, color, le atribuirá un sabor, una textura, etc. El cerebro del sujeto se encarga de registrar las sensaciones que obtiene a partir de esta interacción perceptiva. Si este sujeto se ve expuesto a un número determinado de interacciones perceptivas con una manzana, en su cerebro puede llegar a crearse una serie de conexiones neuronales o conexiones sinápticas entre neuronas que se corresponderán con estas sensaciones que experimenta siempre que tiene delante una manzana. Además, estas conexiones, a su vez, estarán relacionadas o conectadas con otras agrupaciones neuronales. Una de estas agrupaciones puede tener como contenido la activación de la sensación de hambre. Esta disposición en forma de red permite que cuando el sujeto esté de nuevo ante una manzana se active la conexión que se correspondía con la representación de ésta y que, a su vez, el resto de las agrupaciones neuronales que están relacionadas (incluso la relacionada con la sensación de hambre) finalmente también se activen.
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Actividades 1. A partir de la lectura de la introducción del libro de J. Echeverría (1999), Los señores del aire: Telépolis y el tercer entorno, ediciones Destino, describid en qué consiste el fenómeno del tercer entorno y mostrad cuáles son las principales teorías que intentan explicar este fenómeno (consultad la introducción del módulo). 2. Señalad al menos cinco contextos en los que se produce un flujo informativo (consultad el apartado 1). 3. Identificad las señales y sus contenidos informativos en cada uno de los ejemplos propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 1.1). 4. Identificad las regularidades que sustentan la información en los episodios propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 1.2). 5. Imaginemos la situación siguiente: alguien, sin querer y por error, activa la sirena de la fábrica cuando todavía no es la hora de acabar la jornada laboral. En cuanto a todo lo que hasta ahora hemos visto: ¿el sonido de la sirena de la fábrica transporta la información de que la jornada de trabajo ha acabado? Razonad la respuesta (consultad el apartado 2.1). 6. Ilustrad con un ejemplo este contraste entre la fiabilidad de las regularidades informativas y la nula fiabilidad de las correlaciones casuales (consultad el apartado 2.1). 7. Proponed tres ejemplos de episodios de desinformación en los que se vea implicada una señal de tipo convencional y tres ejemplos en los que dicha señal no sea convencional. Identificad en cada uno de éstos el presunto contenido informativo (consultad el apartado 2.2). 8. Plantead en términos de falibilidad de regularidades los episodios de desinformación propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 2.2). 9. Ilustrad mediante un ejemplo la independencia de la información con respecto a los estados mentales de un receptor y su dependencia en relación con la intencionalidad protagonizada por un emisor (consultad el apartado 3.1). 10. Proponed cinco señales que ilustren el fenómeno de la eficacia informativa indicando los posibles contenidos informativos (consultad el apartado 3.2). 11. Explicad en términos de regularidades los cinco ejemplos de eficacia informativa propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 3.2). 12. Proponed cinco pares de contenidos informativos que ilustren este fenómeno también derivado de la eficacia informativa e indicad las señales que los transportan (consultad el apartado 3.2). 13. Explicad en términos de regularidades los cinco ejemplos de eficacia informativa propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 3.2). 14. Proponed cinco ejemplos en los que se produzca una operación de almacenamiento de información (consultad el apartado 4). 15. Explicad en términos de regularidades los cinco ejemplos de almacenamiento informativo propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 4). 16. ¿Seríais capaces de pronunciar dos leyes que rijan el fenómeno del flujo informativo (relacionadas, por ejemplo, con la eficacia de la información) (consultad el apartado 5)? 17. Proponed cinco ejemplos en los que se ejemplifique el principio de la copia (consultad el apartado 5). 18. Explicad en términos de regularidades los cinco ejemplos propuestos en la actividad anterior en los que se ejemplifique el principio de la copia (consultad el apartado 5). 19. Proponed cinco ejemplos en los que se muestre que algunos organismos utilizan el flujo informativo en beneficio propio (pueden proponerse ejemplos en los que estos organismos sean seres humanos) (consultad el apartado 6). 20. Explicad en términos de sintonización los cinco ejemplos propuestos en la actividad anterior (consultad el apartado 6). 21. Explicad los cinco ejemplos propuestos en la actividad anterior e indicad las regularidades, los estados mentales y los hechos externos involucrados (consultad el apartado 6).
Nota Consultad el anexo al final del módulo.
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Anexo
PRÓLOGO Desde que Marshall McLuhan propuso la metáfora de la aldea global, los avances científicos y tecnológicos han hecho plausible la audaz idea de una “ciudad de la Tierra”1. La influencia de algunos medios electrónicos de comunicación, como la radio y la televisión, sin olvidar las redes telefónicas, ha ido creciendo. En las sociedades avanzadas se han convertido en instrumentos de uso común, al igual que las tarjetas de crédito y, más recientemente, los ordenadores. La posibilidad de ver y oír en directo lo que sucede en cualquier otra parte del mundo y la expansión de esas tecnologías por muchos países han hecho real la idea de que todos los seres humanos vivimos en un espacio común, el globo terráqueo, que sería el gran solar de la aldea global. Paralelamente, la globalización de la guerra y la economía, junto con los alarmantes procesos de cambio climático, deforestación, residuos radiactivos y destrucción de la capa de ozono han llevado a muchas personas, empresas e instituciones a pensar globalmente aunque siguieran actuando localmente. Las nuevas tecnologías de la información y la telecomunicación están teniendo un profundo impacto social en todo el planeta, sobre todo en los países más desarrollados. El veloz crecimiento de la red telemática Internet supone un paso importante hacia la construcción de una ciudad global, electrónica y digital, a la que hace unos años propuse denominar Telépolis2. Muchos indicios señalan que vamos en ese camino, pese a que la ruta no está trazada de antemano. Este libro trata de contribuir a dar una orientación a este proceso de cambio, que muchos comparan con las grandes revoluciones técnicas que ha habido en la historia de la humanidad. Mi pretensión consiste en mostrar que no hay transformaciones tecnológicas profundas sin cambios radicales en la mentalidad social. Telépolis y el tercer entorno son marcos conceptuales que pueden contribuir positivamente a ello. La administración Clinton y su vicepresidente Al Gore lanzaron la metáfora de las autopistas de la información y luego la sustituyeron por las denominaciones más precisas de Infraestructura Mundial de la Información (IMI) e Infraestructura Nacional de la Información (INI). El lanzamiento de auténticas flotillas de satélites de telecomunicaciones, la instalación de grandes infraestructuras tecnológicas sobre la tierra para la transmisión de datos y mensajes (antenas parabólicas, torres de telecomunicaciones, redes de repetidores...), el cableado con fibra óptica de muchas ciudades y territorios y otras muchas iniciativas semejantes forman parte de la construcción de esas grandes infraestructuras mundiales y nacionales de la información, hoy en día en pleno desarrollo. Desde el informe Bangemann, la Unión Europea prefirió hablar de una Sociedad de la Información, insistiendo en la importancia social de todas estas acciones e innovaciones. No cabe duda de que una de las transformaciones mas importantes de finales del siglo XX ha tenido lugar en estos sectores, suscitando cambios económicos, sociales y culturales muy profundos. Otros autores prefieren hablar de una Sociedad del Conocimiento, insistiendo en la importancia enorme que tiene el conocimiento y su transferencia a través de redes para el progreso económico, social y cultural. Ello es cierto, pero hablar de una sociedad del conocimiento me parece un tanto pretencioso, motivo por el cual apenas utilizaré esa denominación. La aparición de una cibercultura de carácter libertario en Internet ha añadido picante cultural a todo este proceso, hasta el punto de que en sólo diez años la red de redes se ha convertido en un fenómeno social de primer orden. La literatura sobre la globalización, las redes telemáticas y la economía de la información ha proliferado, surgiendo múltiples propuestas intelectuales para interpretar estos cambios. La polémica entre
los defensores y los detractores de la red ha hecho correr ríos de tinta en los medios impresos más prestigiosos, así como torrentes de bits en las redes electrónicas. Algunas empresas dedicadas a la informática y las telecomunicaciones se han convertido en las más ricas y poderosas del mundo, sustituyendo en el ranking a los antiguos reyes del acero, del petróleo, del automóvil, del ferrocarril o de la aviación civil. También la guerra ha cambiado, hasta el punto de surgir una nueva forma de acción bélica, la infoguerra o ciberguerra. Sobre todo, ha cambiado la vida cotidiana, que está fuertemente influida por el teléfono, la televisión, el dinero electrónico y la informática. Esta obra afronta todas estas cuestiones proponiendo un nuevo modelo, el del tercer entorno, para interpretar y explicar estos cambios. Parto de que las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones (NTIT) están posibilitando la emergencia de un nuevo espacio social que difiere profundamente de los entornos naturales y urbanos en los que tradicionalmente han vivido y actuado los seres humanos. La metáfora del tercer entorno no contradice mi anterior propuesta, sino que complementa y perfecciona la noción de “Telépolis”. De llegar a ser, esa ciudad telemática sería una de las principales manifestaciones del tercer entorno, pero no la única. Si consideramos que el nuevo espacio social engloba todo el planeta, entonces estamos ante la idea de Telépolis. Sin embargo, el tercer entorno también puede ser pensado en ámbitos más locales, por ejemplo en las casas, en las escuelas, en las oficinas, en los hospitales, en las empresas o en las ciudades. Cuando esto sucede, hablaremos de tele-casas, tele-escuelas, tele-oficinas, tele-hospitales, tele-empresas o tele-ciudades, es decir, de un conjunto de redes locales que se superponen a los recintos tradicionales y tienden a integrarse en la futura ciudad global. La tesis central de Telépolis, así como la de mi obra ulterior Cosmopolitas domésticos3 puede resumirse en el prefijo “tele”: la diferencia más importante entre el tercer entorno y los otros dos estriba en la posibilidad de relacionarse e interactuar a distancia. Frente a los escenarios naturales o urbanos, en los que los seres humanos están presentes físicamente y próximos los unos a los otros, lo cual les permite hablar, verse y comunicarse entre sí, los escenarios del tercer entorno se basan en la tele-voz, el tele-sonido, la tele-visión, el tele-dinero y las tele-comunicaciones, siendo posible imaginar en un futuro más o menos lejano incluso un tele-tacto, un tele-olfato y un tele-gusto, en cuyo caso la propuesta del tercer entorno iría perdiendo su carácter heurístico, deviniendo descripción precisa de lo que sucede en el nuevo espacio social. El tercer entorno puede insertarse en nuestro propio cuerpo, y no sólo en el sentido genérico de los cyborgs, sino de una manera que me parece más precisa y concreta, los telecuerpos, a los que me refiero brevemente en la primera y la segunda parte, y más ampliamente en la tercera. Aparte de seguir afirmando que uno de los grandes desafíos de la humanidad en el siglo XXI será la construcción de Telépolis, la nueva propuesta del tercer entorno permite plantear la misma tesis básica, pero no sólo a nivel global, sino también en lo pequeño, lo mediano y lo grande. La segunda parte de esta obra está dedicada a analizar, en algunos casos con bastante detalle, cómo las diversas actividades humanas y sociales se están adaptando al nuevo espacio social. Por ello cabe hablar con rigor de teleguerra, telesalud, telemedicina, teledinero y otros muchos vocablos a los que se les añade este prefijo para sistematizar y concretar la tesis general. Existen otras propuestas para conceptualizar lo que aquí denomino tercer entorno (aldea global, tercera ola, ciberespacio, so-
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ciedad de la información, frontera electrónica, realidad virtual, mente interconectada, etc.). En este prólogo me limitaré a enumerar las que me parecen más importantes, sin entrar en grandes debates, con el fin de contextualizar mi propia propuesta. A lo largo de este libro podrán encontrarse comentarios más amplios sobre algunas de estas denominaciones y metáforas alternativas. McLuhan puede ser considerado como el primer representante de una concepción tecnologicista. Para él, las tecnologías cambian el mundo y el desarrollo de los nuevos medios de comunicación está dando lugar a la aparición de una aldea global, que supone un cierto retorno a la tribalidad y al mundo audiotáctil por parte de los países más desarrollados. En el momento en que esta hipótesis se enunció, resultó enormemente sugerente. Sin embargo, no veo que se esté produciendo ese retorno a las culturas tribales ni mucho menos un crecimiento de lo audiotáctil. Hoy por hoy, el tercer entorno es bisensorial y en él siguen predominando las imágenes. Por otra parte, la noción de “aldea global” me parece claramente insuficiente, por bella que sea literariamente. En la tercera parte trataré de mostrar que la cuestión central es constituir Telépolis en el tercer entorno, es decir, acordar una constitución ciudadana en el nuevo espacio social. El principal discípulo y continuador de McLuhan, Derrick de Kerckhove, es un buen representante de lo que podríamos denominar concepción mentalista (o cognitivista) del tercer entorno. Retornando una vieja idea de su maestro, según la cual las tecnologías de las telecomunicaciones y la informática son una extensión del cerebro humano, De Kerckhove concibe la red Internet como una especie de cerebro global que interconecta los cerebros individuales. Numerosos gurús de Internet como Barlow y Sterlarc piensan en términos similares, e incluso más radicales. Algunos parecen entender la red como la máxima manifestación del espíritu absoluto hegeliano, como el nuevo espacio para la religión universal. Según ellos, Internet sería una nueva forma de espiritualidad, comparable a la Ciudad de Dios, o incluso al Cuerpo Místico de Cristo. Es cierto que Internet da cabida a ese tipo de experiencias, en función de las creencias de cada cual. Pero una cosa es que la religión se desarrolle también en el tercer entorno y otra muy distinta que el nuevo espacio social se reduzca a ser una Iglesia virtualmente universal. Denominaremos místicas y espiritualistas a este tipo de concepciones. Una manera muy distinta de analizar estas transformaciones es la mercantilista, con sus diversas variantes. Para este tipo de autores, Internet es ante todo un mercado, y otro tanto cabe decir de las redes telefónicas y de los medios de comunicación. Bill Gates y George Sooros son buenos representantes de esta tendencia. La desregulación debe avanzar en el sector de las telecomunicaciones en todos los países con el fin de fomentar el desarrollo de ese mercado global y para ello hay que romper todo régimen de monopolio o dependencia estatal. Estas posturas representan a la corriente neoliberal intentando aplicar sus teorías al tercer entorno. Dyson, Keyworth y Toffler son sus representantes más prominentes y proponen una nueva metáfora, la de la frontera electrónica, aunque Toffler también habla alguna vez de un nuevo entorno electrónico, punto en el que coincidimos. Sin embargo, a lo largo de esta obra, y en particular en el apartado III.6, critico este tipo de posturas, por motivos semejantes a los anteriores. En Telépolis hay y habrá telemercados importantes, pero aparte de la actividad empresarial y mercantil es importante que en el tercer entorno se desarrolle una vida civil en todos los sentidos del término (cultura, ocio, entretenimiento, información...). Civilizar el tercer en-
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torno, urbanizarlo y constituir en él una ciudad global son algunos de los leit-motiv de este libro. Frente a los teóricos del neoliberalismo en el tercer entorno, hay autores que consideran que el nuevo espacio social es una creación de las grandes multinacionales para dominar el mundo y maximizar sus beneficios. Chomsky, Ramonet y muchos otros representan esta tendencia. Castells, un sociólogo que ha estudiado profundamente casi todos los temas vinculados a la sociedad y economía de la información, parte de una perspectiva crítica similar, pues considera que la sociedad de la información es un producto del capitalismo avanzado, pero señala que el capitalismo ha entrado en una nueva fase, la de la economía de la información, cuyas particularidades analiza con detalle. Las tesis de Castells son convergentes en gran medida con las que defiendo en este libro, pero también hay divergencias significativas, que se irán mostrando a lo largo de las páginas que siguen. Tampoco faltan los que analizan la emergencia del tercer entorno en términos de colonización norteamericana. Este tipo de autores suelen pensar que estamos ante una progresiva americanización del planeta (tesis defendida en España, por ejemplo, por Verdú) y que Internet representa el mayor peligro de homogeneización cultural y política que ha afrontado la humanidad a lo largo de la historia. Virilio es un buen representante de las posturas más apocalípticas, ampliamente expuestas en su obra El cibermundo, política de lo peor, en donde asume el papel de abogado del diablo contra Internet. Sus tesis son criticadas en el apartado II. 3, aunque sin entrar a fondo en el debate. En el polo opuesto se sitúan quienes piensan que Internet prefigura el nuevo orden democrático mundial, que supondrá un gran progreso porque potenciará la democracia directa y hará decrecer la importancia de los nacionalismos y de los Estados. Otros autores se dicen ciberanarquistas y ven en Internet la realización histórica del anarquismo, afirmando que no debe haber regulación alguna en la red, aparte de las propiamente tecnológicas. Por diversos motivos, también me opongo a estos tipos de planteamientos. La razón más relevante se expone al analizar en el apartado III. 3 la actual estructura de poder en el tercer entorno, que no permite ser nada optimistas sobre el nivel de democratización del nuevo espacio social. Entre los gurús del ciberespacio hay que mencionar a Negroponte, quien afirma que entramos en el mundo y en la era digital. Sus tesis son muy simplificadoras y no tienen presentes otros muchos aspectos del tercer entorno. John Perry Barlow es otro de los grandes teóricos del ciberespacio, además de ser un activista plenamente comprometido en la defensa de los derechos de los internautas. Fue fundador y es vicepresidente de la Electronic Frontier Foundation, una de las organizaciones más destacadas por su lucha en pro de la libertad en Internet. Este tipo de posturas son dignas de apoyo, pero adolecen del defecto de pensar en Internet únicamente como un nuevo medio de comunicación, y por ello defienden la libertad en la red en base al principio fundamental de la libertad de expresión. Por mi parte, pienso que las redes telemáticas son bastante más que un medio, de comunicación, porque permiten actuar en el tercer entorno, y no sólo informarse o comunicarse. Por ese motivo me distanciaré de algunas de las tesis de BarIow y sus seguidores, coincidiendo mucho más con las de otras organizaciones cívicas en la red, como Computer Professionals for Social Responsibility, cuyas propuestas serán comentadas en el apartado III. 6. No hay que olvidar el origen militar de la red y de buena parte de las tecnologías que posibilitan su funcionamiento. Aunque en el momento actual no parece existir ese riesgo, lo cierto es que las concepciones militaristas del tercer entorno también son activas, y de hecho fueron las dominantes en su
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origen. Lo que aquí denomino tercer entorno fue concebido al principio como un escenario para las acciones militares, y aún ahora lo sigue siendo, como lo prueba la aparición de una nueva forma de hacer la guerra, la infoguerra o ciberguerra, de la que me ocupo en el apartado III. 3. El tercer entorno no sólo puede ser concebido como un cerebro, un mercado o un Estado, sino también como un telecastillo global.
El segundo argumento parte de otro registro y consiste en afirmar que la distinción entre ámbitos públicos, privados e íntimos es constitutiva de cualquier pólis que merezca tal nombre. Puesto que en el tercer entorno es posible mantener esa distinción, y de hecho es efectiva, aunque no sin problemas, concluyo de nuevo a favor de la hipótesis del tercer entorno como ciudad.
Habría otros muchos autores y posturas a mencionar, pero con las recién mencionadas los lectores y lectoras pueden disponer de una primera aproximación a los debates más importantes. A la hora de estudiar este proceso de cambio hay autores que mantienen tesis tecnologicistas, mentalistas, espiritualistas, místicas, economicistas, neoliberales, neocomunistas, neoanarquistas, antiimperialistas, militaristas, apocalípticas y nihilistas, entre otras muchas que se podrían mencionar. Por mi parte, pienso que el tercer entorno puede y debe ser pensado en términos de ciudad, recurriendo a la metáfora de la polis para organizar ese nuevo espacio social. En ello coincido con otros autores, como Mitchell, Mathias o Florin Rötzer4 En la medida en que la ciudad es una forma social que ha mostrado tener una gran capacidad integradora de múltiples formas sociales, pensado como ciudad global y a distancia (Telépolis), el tercer entorno se convierte en un escenario que integra actividades y conflictos de todo tipo (políticos, militares, económicos, jurídicos, morales) y que ofrece posibilidades para el despliegue de múltiples formas culturales, religiosas, artísticas, etc. Desde esta perspectiva ciudadana, muchos de los análisis llevados acabo por otros autores pueden quedar integrados en la perspectiva de Telépolis.
La tercera parte está dedicada al segundo gran problema, democratizar el tercer entorno, del que se derivan otras muchas cuestiones, algunas de las cuales son tratadas con detalle, otras esbozadas y las más simplemente mencionadas, por incapacidad del autor para darles respuesta o simplemente por abreviar un ensayo que ya de por sí es voluminoso. Aquí se incluyen algunas tesis novedosas y polémicas, en particular las relativas a la identidad y los cuerpos en el tercer entorno (apartado III. 2) y la afirmación de que el tercer entorno, lejos de ser un espacio democrático, como muchos ingenuos piensan, puede ser comparado desde el punto de vista de su actual estructura económica y de poder con un espacio social en situación neofeudal, ampliamente dominado por las grandes empresas transnacionales de teleservicios, a las que denominamos teleseñores o señores del aire. Tras un análisis más bien pesimista al respecto, se plantea como alternativa la democratización progresiva de dicho espacio social en tanto proyecto a realizar, que llevará tiempo y cuyo éxito no está ni mucho menos garantizado. El apartado III. 7 está dedicado a proponer una serie de principios generales para una futura constitución de Telépolis, que no pretenden ser cerrados ni exhaustivos, sino que quedan como cuestiones abiertas al debate. El libro termina indicando un tercer objetivo, humanizar el tercer entorno, que tiene todavía mayor calado. También me limito a hacer una serie de sugerencias al respecto, dejando el tema abierto para el análisis y la discusión.
Una precisión metodológica. Partiendo de un análisis de la estructura del nuevo espacio social, en la primera parte se plantea una hipótesis general. En la segunda se extraen las consecuencias de dicha conjetura (método hipoteticodeductivo) para cada una de las actividades sociales más relevantes y se contrastan esas consecuencias con los cambios reales que se están produciendo, con el fin de poner a prueba la conjetura general y contraponerla a otras interpretaciones. En la tercera parte se señalan algunos de los principales problemas suscitados por la aparición del nuevo espacio social y se proponen vías de solución de gran calado, por medio de las cuales el autor concreta su propia postura ante el nuevo espacio social, que pretende ser crítica e integradora. La estructura de esta obra es sencilla. En la primera parte se introduce la hipótesis del tercer entorno, tras un breve excursus sobre la filosofía de la técnica de Ortega y Gasset, con algunas de cuyas tesis coincido. Ulteriormente se analizan con bastante detalle las veinte propiedades estructurales que permiten distinguir al tercer entorno de los otros dos (la naturaleza y la ciudad), las cuales desempeñan una función muy importante en esta teoría porque permiten explicar gran cantidad de fenómenos aparentemente heterogéneos. Finalmente se propone una cierta “visualización” de Telépolis, rectificando en este punto a nuestra obra de 1994, y se enuncian los dos problemas principales: ¿es posible construir una ciudad en el tercer entorno?, ¿es posible que esa ciudad (Telépolis) sea democrática? Para responder positivamente a la primera cuestión hay dos grandes argumentos. El primero ocupa prácticamente toda la segunda parte, que es la más extensa. En ella se muestra que casi todas las actividades sociales relevantes en una ciudad se pueden desarrollar y se están desarrollando ya en el tercer entorno. Considerando una pólis en el sentido de Platón, es decir, como un sistema social complejo capaz de integrar un conjunto amplio y variado de actividades humanas, y no simplemente como un conjunto de edificios y elementos urbanísticos, concluyo que está justificado hablar de una posible teleciudad en el tercer entorno.
En su práctica totalidad, el presente libro es resultado directo de los múltiples diálogos y discusiones que he mantenido durante los cuatro últimos años con ocasión de diversas ponencias y conferencias que he ido pronunciando en múltiples ciudades españolas y en algunas extranjeras ante públicos muy diversos. Conste pues mi agradecimiento, ante todo, a las numerosas personas que me escucharon o me leyeron y se tomaron el trabajo de comentar, objetar o criticar las tesis que había publicado en los dos libros ya mencionados de 1994 y 1995, así como en varios artículos que han ido apareciendo en revistas científicas y medios de comunicación, incluida la propia Internet. El correo electrónico me ha permitido dialogar con numerosas personas de todo el mundo a lasque no tengo el gusto de conocer personalmente, pero que sin embargo han aportado mucho a mis reflexiones5. Ello me ha llevado a trabar relaciones intelectuales estrechas con diversas personas que han aportado mucho a mis reflexiones, tanto antes como ahora, entre las cuales mencionaré a Andoni Alonso, Francisco Álvarez, Jesús Arpal, Iñaki Arzoz, Félix de Azúa, Fernando Broncano, Luis Angel Fernández Hermana, Fernando Golvano, Víctor Gómez Pin, Francisco Jarauta, Rosa Mora, Javier Muguerza, Miguel Angel Quintanilla, Luis Racionero, Manuel Rivas, Roberto Rodríguez Aramago, Concha Roldán, Antonio Rodríguez de las Heras, Javier Sádaba, Jaime de Salas, Fernando Savater, Javier Villate y otros muchos cuyo nombre lamento no mencionar. Asimismo agradezco a aquellas revistas en donde he anticipado algunas de las ideas que aquí se exponen su autorización para retomarlas6. Sin embargo, la redacción final de esta obra ha sido unitaria, de manera que todo el texto tiene su sistematización propia. Esta publicación se hubiera demorado mucho más si no hubiera sido por los ánimos recibidos en todo momento por Eduardo Gonzalo, quien desde Ediciones Destino me impulsó varias veces a proseguir la línea iniciada con mi libro Telépolis. Confío en que esta nueva obra tenga tan buena acogida por parte del público como la que se dispensó a las dos anteriores que he publicado sobre estos temas.
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1. Expresión que también usó McLuhan, aunque muy de vez en cuando. Z. Brzezinski siempre prefirió la expresión “ciudad global”. 2. En un artículo publicado en 1992, cuyas tesis fueron expuestas más ampliamente en el libro Telépolis (Destino, Barcelona, 1994). 3. Anagrama, Barcelona, 1995 4. Rötzer publicó en 1995 un libro en alemán titulado Die Telepolis (Mannheim, 1995), cibra que todavía no he tenido opor-
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tunidad de leer. En Luxemburgo existe un portal de Internet llamado “telepolis” (www.lzrmuenchen.de/MLM/telepolis) en el que colabora Rötzer, al igual que en Barcelona, donde Eudald Domenech creó en 1996 un portal en lengua española con la misma denominación. 5. Animo desde ahora a los lectores y lectoras de esta obra a remitir sus comentarios a mi actual dirección electrónica: [email protected]. 6. Véase bibliografía.