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Spanish Pages 270 [271] Year 2020
Los castellanos del Perú
Este libro reúne contribuciones de destacados investigadores de la lingüística hispánica para ofrecer un panorama integral de los castellanos del Perú, incluidos algunos que han sido tradicionalmente objeto de discriminación, como el castellano andino, el amazónico y el afroperuano. Los capítulos se concentran en diferentes variedades habladas en el Perú desde distintos enfoques teóricos y metodológicos, atendiendo a su formación, su contexto social e histórico y los fenómenos de contacto que las caracterizan. De este modo, aunque el volumen tiene un foco regional muy específico, los problemas que aborda son de interés y relevancia para el estudio de otras variedades del español, para el tratamiento de otros problemas derivados del contacto lingüístico y para la dialectología e historia de los castellanos latinoamericanos en general. Escrito en castellano, este volumen será de interés para estudiantes graduados en lingüística hispánica e investigadores dedicados a la dialectología, la sociolingüística y la lingüística del contacto. Luis Andrade Ciudad es profesor asociado de lingüística en el Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sandro Sessarego es profesor asociado de lingüística en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Texas en Austin.
Routledge Studies in Hispanic and Lusophone Linguistics Series Editor: Dale Koike University of Texas at Austin
The Routledge Studies in Hispanic and Lusophone Linguistics series provides a showcase for the latest research on Spanish and Portuguese Linguistics. It publishes select research monographs on various topics in the field, reflecting strands of current interest. Titles in the series: Dialects from Tropical Islands Caribbean Spanish in the United States Edited by Wilfredo Valentín-Márquez & Melvin González-Rivera Interface-Driven Phenomena in Spanish Essays in Honor of Javier Gutiérrez-Rexach Edited by Melvin González-Rivera and Sandro Sessarego Spanish in the United States Attitudes and Variation Edited by Scott M. Alvord and Gregory L. Thompson Spanish in Health Care Policy, Practice and Pedagogy in Latino Health Glenn A. Martínez Los castellanos del Perú historia, variación y contacto lingüístico Luis Andrade Ciudad y Sandro Sessarego (eds.) Language Patterns in Spanish and Beyond Structure, Context and Development Edited by Juan J. Colomina-Almiñana and Sandro Sessarego For more information about this series please visit: https://www.routledge.com/ Routledge-Studies-in-Hispanic-and-Lusophone-Linguistics/book-series/RSHLL
Los castellanos del Perú
historia, variación y contacto lingüístico Luis Andrade Ciudad y Sandro Sessarego, eds. Series Editor: Dale A. Koike Spanish List Advisor: Javier Muñoz-Basols
First published 2021 by Routledge 2 Park Square, Milton Park, Abingdon, Oxon OX14 4RN and by Routledge 52 Vanderbilt Avenue, New York, NY 10017 Routledge is an imprint of the Taylor & Francis Group, an informa business © 2021 selection and editorial matter, Luis Andrade Ciudad and Sandro Sessarego; individual chapters, the contributors The right of Luis Andrade Ciudad and Sandro Sessarego to be identified as the authors of the editorial material, and of the authors for their individual chapters, has been asserted in accordance with sections 77 and 78 of the Copyright, Designs and Patents Act 1988. All rights reserved. No part of this book may be reprinted or reproduced or utilised in any form or by any electronic, mechanical, or other means, now known or hereafter invented, including photocopying and recording, or in any information storage or retrieval system, without permission in writing from the publishers. Trademark notice: Product or corporate names may be trademarks or registered trademarks, and are used only for identification and explanation without intent to infringe. British Library Cataloguing-in-Publication Data A catalogue record for this book is available from the British Library Library of Congress Cataloging-in-Publication Data Names: Andrade Ciudad, Luis, editor. | Sessarego, Sandro, editor. Title: Los castellanos del Perú : historia, variación y contacto lingüístico / Luis Andrade Ciudad y Sandro Sessarego, eds. Description: New York : Routledge, 2020. | Series: Routledge studies in Hispanic and Lusophone linguistics | Includes bibliographical references and index. Identifiers: LCCN 2020014786 (print) | LCCN 2020014787 (ebook) | ISBN 9780367538279 (hardback) | ISBN 9781003083412 (ebook) Subjects: LCSH: Spanish language—Dialects—Peru. | Spanish language—Variation—Peru. Classification: LCC PC4901 .C37 2020 (print) | LCC PC4901 (ebook) | DDC 467/.985—dc23 LC record available at https://lccn.loc.gov/2020014786 LC ebook record available at https://lccn.loc.gov/2020014787 ISBN: 978-0-367-53827-9 (hbk) ISBN: 978-1-003-08341-2 (ebk) Typeset in Times New Roman by Apex CoVantage, LLC
Per un vecchio amico, Diego Celauro S. S. Para mi querida prima Mirtha Monge L. A. C.
Contenido
Introducción: una mirada contemporánea a las variedades del castellano peruano
1
SANDRO SESSAREGO Y LUIS ANDRADE CIUDAD
1
La percepción de los castellanos del Perú
8
ROCÍO CARAVEDO Y CAROL A. KLEE
2
El español peruano amazónico: aportes al conocimiento de su perfil lingüístico
36
PILAR VALENZUELA Y MARGARITA JARA
3
El español norteño: las hablas del litoral de Tumbes, Piura y Lambayeque
80
CARLOS ARRIZABALAGA
4
El castellano afroperuano hablado en Chincha: una perspectiva histórica y lingüística
97
SANDRO SESSAREGO
5
La construcción del castellano andino en el Perú
118
LUIS ANDRADE CIUDAD
6
La gramaticalización de la subjetividad en el español andino: el pretérito perfecto compuesto con valor evidencial
156
ANNA MARÍA ESCOBAR Y CLAUDIA CRESPO DEL RÍO
7
Clíticos de objeto en castellano andino: precisando la influencia del quechua LUIS ANDRADE CIUDAD Y JORGE IVÁN PÉREZ SILVA
206
viii Contenido 8
Panorama de los estudios sobre el subjuntivo en el castellano peruano
243
CLAUDIA CRESPO DEL RÍO
Índice temático255
Introducción Una mirada contemporánea a las variedades del castellano peruano Sandro Sessarego y Luis Andrade Ciudad
Este libro tiene como fin destacar el valor y la importancia de la diversidad lingüística entre las variedades del castellano peruano, resaltando, al mismo tiempo, tres formas de hablar que tradicionalmente han sido objeto de estigma en este país: el castellano afroperuano, el amazónico y el andino.1 El volumen quiere ofrecer una mirada contemporánea e integradora sobre los castellanos en el Perú, una que trate de entender los fenómenos que caracterizan dichas hablas desde su propia lógica y organización, sin asumir como punto de referencia las variedades estándares de Lima y de las principales ciudades hispanohablantes, que, como entendemos, ha sido lo habitual en los acercamientos tradicionales. Decidimos invitar a participar en esta obra a especialistas de quienes sabíamos que se encontraban trabajando en acercamientos a diversos aspectos de las variedades castellanas en el Perú que podían ser de interés para un volumen de autoría colectiva. Pensamos en trabajos que compartieran una mirada contemporánea de los asuntos lingüísticos, integrando determinadas características vinculadas con la historia, la descripción y la teorización de los fenómenos del lenguaje, para acercarse desde distintas perspectivas a las diferentes variedades del castellano peruano.2 En primer lugar, nos interesaba reunir trabajos que supieran conjugar la descripción de los fenómenos actuales de estas variedades con los datos aportados por la historia, y con ello nos referimos no solamente a la historia de los fenómenos en cuestión (lo que tradicionalmente ha sido distinguido mediante la etiqueta saussu reana de “historia interna” de los “hechos de lengua”), sino también a la historia contextual en que se han formado dichas variedades. En este sentido, las dife rentes aproximaciones disciplinarias congregadas en la naciente rama de la sociolingüística histórica (Nevalainen y Raumolin-Brunberg 2012) resultan pertinentes para resumir este primer rasgo que proponemos como parte del tipo de mirada que nos interesaba. En el ámbito hispanoamericano, los trabajos de Germán de Granda, Klaus Zimmermann y José Luis Rivarola dieron testimonio temprano de la productividad de enfoques que hoy en día podrían ser fácilmente incluidos dentro de esta área para entender mejor fenómenos concernientes no solo a la historia del castellano en la región sino también a la de las lenguas originarias y, mejor aún, al contacto entre ellas.3
2 Sandro Sessarego y Luis Andrade Ciudad En cuanto a la “historia interna” de los fenómenos lingüísticos, un acerca miento contemporáneo a los mismos no debería desechar los enfoques del pasado por consideraciones tales como las insuficientes precauciones metodológicas de parte de los autores o los errores en las explicaciones propuestas, debido, por ejemplo, a limitaciones en los marcos teóricos de partida, sino que, más bien, debería tratar de integrar los datos aportados por dichos enfoques – muchas veces, informaciones insustituibles, como sucede con los datos registrados por Benve nutto Murrieta (1936) –, tomando la distancia apropiada, a fin de obtener una mirada temporal más amplia de los rasgos estudiados. Respecto a la historia contextual de los hechos lingüísticos, hace buen tiempo que los factores de contacto con otras lenguas y variedades dejaron de ser vistos como la última opción a la que los analistas debían recurrir en la búsqueda de explicación para los fenómenos estudiados, por privilegiar enfoques más “internos”, siguiendo el paradigma estructuralista clásico. Hace varios años, Germán de Granda (2001) mostró que desestimar el peso del contacto con las lenguas indígenas en la explicación de los rasgos del castellano americano podía tener consecuencias empobrecedoras en la comprensión de dichos fenómenos. Asimismo, expuso con claridad los condicionamientos ideológicos que tenían tanto las posturas hispanistas, que descartaban este tipo de explicaciones, como los enfoques indigenistas, que las privilegiaban muchas veces de manera forzada. Una conside ración equilibrada y sobre todo precisa del aporte de las lenguas originarias en el desarrollo de las variedades analizadas nos parecía, pues, otra característica importante por considerar en las miradas contemporáneas que estábamos pensando reunir. Por último, nos interesaban aproximaciones que pudieran estar basadas en modelos o discusiones teóricas contemporáneas, sí, pero con una mirada siempre alerta ante las limitaciones o sesgos que implican dichas aproximaciones, así como ante la forma en que los mencionados modelos representan la realidad de los hechos del lenguaje, orientando muchas veces la mirada de la analista hacia problemas determinados y desviándola de otros posibles intereses. En este punto, hay que recordar que muchos de los enfoques prevalecientes en la actividad disciplinaria actual han sido elaborados sobre la base de lenguas indoeuropeas y alejados de la realidad multilingüe e históricamente compleja que el espacio hispanoamericano ha supuesto para el desarrollo de las variedades de castellano. En este sentido, resulta útil el llamado reciente que ha hecho Anna María Escobar a desarrollar una lingüística “hispamerindia”, alejada de las dicotomías habituales entre “preocupaciones de hispanistas” e intereses propios de los “expertos en lenguas indígenas”.4 De esas convicciones y motivaciones está formada la mirada contemporánea que quisiéramos promover mediante este libro, que presenta contribuciones que se pueden agrupar en dos tipos: en primer lugar, acercamientos panorámicos a algunas variedades de castellano habladas en el Perú, y, en segundo término, análisis específicos de algunos fenómenos clásicos presentes en dichas variedades. En el primer grupo de trabajos se encuentra un útil panorama sobre una variedad subinvestigada como es el castellano amazónico, preparado por Pilar Valenzuela
Introducción 3 y Margarita Jara; un recuento sobre el castellano de la costa norte, redactado por Carlos Arrizabalaga; un repaso de la historia que dio lugar al castellano afrope ruano de Chincha, a cargo de Sessarego; y un análisis de la manera como se ha construido el concepto de castellano andino, por parte de Andrade. Los capítulos del segundo tipo son cuatro, y abordan cinco fenómenos que han sido trabajados con cierto detalle por la bibliografía, de manera que, además de proponer soluciones a los problemas que tratan, pueden tomarse como estados de la cuestión para guiar la investigación futura. Se trata de un acercamiento al problema de la percepción de dos fenómenos contrastantes entre dos variedades peruanas, uno de orden fonético-fonológico y otro morfosintáctico, realizado por Rocío Caravedo y Carol A. Klee; un análisis de la función evidencial del pretérito perfecto compuesto en castellano andino, por Anna María Escobar y Claudia Crespo; un estudio de la influencia quechua en el sistema de clíticos de la misma variedad, por Jorge Iván Pérez Silva y Andrade, y un recuento de las investigaciones realizadas sobre el subjuntivo en diversas variedades castellanas del Perú, por Crespo. Desde el enfoque que resalta la importancia de la percepción como un meca nismo cognitivo central en los procesos de cambio lingüístico (Caravedo 2014), Caravedo y Klee estudian dos fenómenos relevantes para la diferenciación de variedades regionales en el Perú: la producción del fonema /s/ (como [s], como [h] y como ø) en posición de coda silábica, preferentemente ante consonante, como en el caso de basta, y el comportamiento de los pronombres objeto en relación con las diferencias de género, número y caso. A partir del análisis de la percepción de ambos rasgos en tres grupos de hablantes residentes en Lima (migrantes andinos de primera, de segunda y de tercera generación o “neolimeños”), las investigadoras encuentran diferencias entre la percepción del primer y el tercer grupo respecto a los dos fenómenos revisados. En contraste, no encuentran distinciones mayores en torno a la valoración global de las variedades limeña y andina entre los tres grupos, salvo una intensificación de la valoración positiva de la primera variedad y de la valoración negativa de la segunda entre los más jóvenes. Valenzuela y Jara efectúan una revisión integral de los fenómenos atribuidos al castellano amazónico en la literatura e identifican algunos otros rasgos a partir de su propio trabajo de campo en diversos puntos de la amplia región amazónica. Concentrándose en la versión monolingüe de dicha variedad, las autoras abordan también las condiciones históricas de su formación y enfocan sus relaciones con lenguas indígenas como el quechua, sin dejar de lado la influencia del portugués, cuyo papel en la formación de esta variedad solo se ha tratado hasta el momento desde el punto de vista léxico. Un hecho cuya importancia destacan para la formación del castellano amazónico es el período del boom del caucho (fines del siglo XIX-primera década del siglo XX), con las modificaciones de asentamiento poblacional y contacto dialectal y lingüístico que supuso. Arrizabalaga efectúa una presentación pormenorizada del castellano del litoral norteño (Tumbes, Piura y Lambayeque) tomando en cuenta la pronunciación, los fenómenos morfosintácticos y el léxico. Para ello, se basa en la literatura previa, en su propia observación de campo y en textos periodísticos y literarios. Propone
4 Sandro Sessarego y Luis Andrade Ciudad una caracterización histórica de esta variedad como una de tipo periférico respecto al polo de prestigio que constituye Lima y en una situación intermedia entre otros centros medianos de prestigio como Trujillo y Guayaquil (Ecuador). De cualquier modo, el relativo aislamiento que caracterizó a la región hasta el siglo XIX, con el advenimiento del ferrocarril, entre otros procesos, determinó una serie de desa rrollos particulares en su castellano junto con la retención de una serie de rasgos gramaticales y léxicos que, en mayor o menor grado, se mantienen hasta hoy. Desde el campo de la criollística, Sessarego revisa los principales rasgos del español afroperuano de Chincha y repasa las circunstancias bajo las cuales se efectuó la introducción de los esclavos en la región, así como su participación en la producción de las haciendas. A partir de este análisis, el autor concluye que Chincha no pudo haber constituido un espacio ideal o un “criadero canónico” para la formación de una lengua criolla, en contra de lo postulado previamente por McWhorter (2000). Especial atención se le brinda en el capítulo a la presencia de los jesuitas, su involucramiento en el régimen esclavista en esta región ubicada al sur de Lima y los indicios existentes sobre su interacción con los esclavos (Macera 1966). Con un enfoque historiográfico y partiendo de la noción de paradigma de Kuhn (2004 [1971]), Andrade busca explicitar cómo se ha construido el concepto de castellano andino y precisar cuáles han sido los énfasis y sesgos analíticos y regionales en la comprensión de esta variedad, que, en realidad, es un conjunto de variedades regionales. Encuentra que, como planteaba Mackenzie (2001), la caracterización del concepto ha privilegiado rasgos de tipo fonético-fonológico y morfosintáctico. En cuanto al eje regional, identifica un claro sesgo a favor del sur andino en la recolección de las muestras en que se han basado los estudios. A fin de contribuir a equilibrar este programa de investigación en el futuro, presenta algunas sugerencias basadas en ambas comprobaciones. Desarrollando una intuición ya presente en trabajos anteriores de Anna María Escobar (2000, 1997, 1994), Escobar y Crespo presentan dos argumentos a favor de la atribución de una función evidencial para el pretérito perfecto compuesto en el castellano andino peruano: el primer tipo de evidencia es el análisis cuantitativo de esta forma verbal en tres corpora de castellano peruano: uno de bilingües ayacuchanos recogido a finales de los años sesenta, otro de migrantes andinos asentados en Lima y de “limeños tradicionales” recopilado en los años ochenta, y otro de “nuevos limeños” entrevistados en el 2015. El segundo tipo de evidencia es de orden cualitativo y se basa en el examen preliminar de narrativas de experiencia personal, desde el modelo de Labov y Waletzky (1967). Las autoras proponen, además, un camino evolutivo del pretérito perfecto compuesto en castellano andino distinto del seguido en la mayor parte de variedades de español. La propuesta tiene la virtud de tomar en cuenta la diferente función evidencial (reportativa) que tiene esta forma verbal en español andino ecuatoriano. Andrade y Pérez Silva, también basados en una revisión de la literatura y en su propio trabajo de campo, identifican cinco como los rasgos principales vinculados con el uso de los clíticos de objeto en el castellano andino, un tema ya clásico en
Introducción 5 el estudio del contacto entre quechua y español. Se trata del empleo invariable de un clítico de tercera persona (¿Lo sancochaste las papas?); el uso de un clítico con función no pronominal para expresar aspecto, meta, beneficio o cortesía (Lo llegó a Chorrillos, ejemplo de meta); la coaparición irrestricta del clítico y la frase de objeto posverbal (Lo compré chocolates); el uso de construcciones que, aun sin presentar clítico, permiten establecer la referencia con un tópico introducido previamente (A Juan ø vi en el parque); y el uso de doble clítico, es decir, proclítico y enclítico (Ya te voy a llamarte). Los autores también precisan cuál es la contribución específica de la gramática quechua en cada uno de estos casos, diferenciando los fenómenos que han sido generados por los hablantes bilingües sin este aporte. Crespo propone un estado de la cuestión sobre otro rasgo morfosintáctico, el uso del modo subjuntivo, que ha sido bastante abordado por la literatura sobre los castellanos del Perú, incluida su tesis doctoral del 2014. Los estudios han tratado principalmente tres fenómenos: la alternancia entre -ra y -se como formas del subjuntivo pasado, el uso del subjuntivo presente en cláusulas subordinadas a una frase con verbo principal flexionado en tiempo pasado y la alternancia entre indicativo y subjuntivo. Estos tres rasgos han sido observados de manera genérica en corpora formales de castellano peruano o en variedades específicas que incluyen las de Lima, la costa norte, la región andina, la región amazónica y la de los grupos afroperuanos. La autora identifica, además, algunos usos peculiares del subjuntivo reportados por la literatura en Lambayeque y el norte de Áncash. De este modo, el libro engarza preocupaciones diversas sobre los castellanos peruanos, priorizando los ejes de variación regional y social. Al margen de los diferentes focos geográficos y de los distintos intereses teóricos, los capítulos tienen en común, como hemos adelantado, el buscar miradas contemporáneas a los problemas presentados sin dejar de lado, de la manera más exhaustiva posible, los acercamientos previos realizados por la literatura. Las zonas abordadas por el conjunto de capítulos incluyen Lima, la región andina en su conjunto, la región amazónica también tomada como un todo, el litoral norteño y, de manera más específica, Chincha, en la costa surcentral. Somos conscientes de que los Andes y la Amazonía presentan una variabilidad regional interna que solo recientemente está despertando el interés de los investigadores. Reconocemos también que el libro deja sin tratar algunas zonas largamente desatendidas o subinvestigadas: resaltamos de manera particular el litoral sureño, incluida su zona andina aledaña (lo que incluye Arequipa, nada menos que la segunda ciudad más importante del Perú en términos demográficos), y la región central de los Andes (departamentos de Áncash, Lima, Huánuco y Pasco), donde el castellano se ha desarrollado en contacto con variedades centrales del quechua. Con las limitaciones señaladas y entendida la contemporaneidad de los enfoques como una mirada que engarza preocupaciones teóricas y descriptivas actuales con el acercamiento crítico a los datos y las lecturas del pasado, confiamos en haber reunido en este volumen ocho estudios que, en su conjunto, ofrecen un panorama contemporáneo y bastante amplio de los castellanos del Perú.
6 Sandro Sessarego y Luis Andrade Ciudad
Notas 1 Preferimos utilizar la etiqueta de “castellano”, más común en el Perú y América Latina, pero respetamos las preferencias de algunos autores por el significante “español”. Esta variación entre significantes para la denominación del diasistema nos parece parte interesante del panorama léxico. 2 En abril del 2017, como parte de las celebraciones por el centenario de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), los autores de esta introducción participamos en el conversatorio “Los castellanos del Perú: balance y perspectivas”, en el Auditorio de Humanidades de la mencionada casa de estudios. En esa ocasión, Sessarego abordó el castellano afroperuano, Pilar Valenzuela y Margarita Jara trataron sobre el castellano amazónico y Rodolfo Cerrón-Palomino se ocupó del castellano andino. Andrade fue organizador y moderador del evento. Fue en esta ocasión que decidimos crear el presente libro, y así nos animamos a contactar a otros especialistas cuya investigación pudiese enriquecer y complementar los artículos presentados en la conferencia. Rodolfo Cerrón-Palomino se excusó de participar en el volumen debido a compromisos académicos asumidos con anterioridad. 3 Pueden verse, por ejemplo, Granda (2002, 2001, 1994), Zimmermann (2009, 1995) y Rivarola (2000, 1990). 4 Participación en el III Simposio Internacional “Desafíos en la Diversidad. Lenguas indígenas vivas: múltiples contextos, diversas miradas . . .”. Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 26–29 de noviembre del 2019.
Referencias Benvenutto Murrieta, Pedro. 1936. El lenguaje peruano. Lima: Sanmartí. Caravedo, Rocío. 2014. Percepción y variación lingüística. Enfoque sociocognitivo. Madrid and Frankfurt: Iberoamericana, Vervuert. Crespo del Río, Claudia. 2014. Tense and Mood Variation in Spanish Nominal Subordinates: The Case of Peruvian Varieties. Tesis doctoral, University of Illinois at Urbana-Champaign. Escobar, Anna María. 1994. “Evidential uses in the Spanish of Quechua speakers in Peru.” Southwest Journal of Linguistics 13 (1–2): 1–23. Escobar, Anna María. 1997. “Contrastive and innovative uses of the present perfect and the Preterite in Spanish in contact with Quechua.” Hispania 80: 859–870. Escobar, Anna María. 2000. Contacto social y lingüístico. El español en contacto con el quechua en el Perú. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Granda, Germán de. 1994. Español de América, español de África y hablas criollas hispánicas. Cambios, contactos y contextos. Madrid: Gredos. Granda, Germán de. 2001. Estudios de lingüística andina. Lima: Fondo Editorial de la PUCP. Granda, Germán de. 2002. Lingüística de contacto: Español y quechua en el área andina sudamericana. Valladolid: Universidad de Valladolid. Kuhn, Thomas S. 2004 [1971]. La estructura de las revoluciones científicas. México, DF: Fondo de Cultura Económica. Labov, William y Joshua Waletzky. 1967. “Narrative analysis: Oral versions of personal experience.” In Essays on the Verbal and Visual Arts, J. Helm, ed., 12–44. Seattle: University of Washington Press. Macera, Pablo. 1966. Instrucciones para el Manejo de las Haciendas Jesuitas del Perú, ss. XVII–XVIII. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Introducción 7 Mackenzie, Ian. 2001. A Linguistic Introduction to Spanish. Múnich: Lincom Europa. McWhorter, John. 2000. The Missing Spanish Creoles: Recovering the Birth of Plantation Contact Languages. Berkeley: University of California Press. Nevalainen, Terttu y Helena Raumolin-Brunberg. 2012. “Historical sociolinguistics: Origins, motivations, and paradigms.” En The Handbook of Historical Sociolinguistics, Juan M. Hernández-Campoy y Camilo Conde-Silvestre, eds., 22–40. Oxford: Blackwell. Rivarola, José Luis. 1990. La formación lingüística de Hispanoamérica. Diez estudios. Lima: Fondo Editorial de la PUCP. Rivarola, José Luis. 2000. Español andino: textos bilingües de los siglos XVI y XVII. Madrid and Frankfurt: Iberoamericana, Vervuert. Zimmermann, Klaus. 1995. “Aspectos teóricos y metodológicos de la investigación sobre el contacto de lenguas en Hispanoamérica.” En Lenguas en contacto en Hispanoamérica, Klaus Zimmermann, ed., 9–34. Frankfurt: Vervuert. Zimmermann, Klaus. 2009. “Migración, contactos y nuevas variedades lingüísticas: refle xiones teóricas y ejemplos de casos de América Latina.” En Contacto lingüístico y la emergencia de variantes y variedades lingüísticas, Anna María Escobar y Wolfgang Wölck, eds., 129–160. Madrid and Frankfurt: Iberoamericana, Vervuert.
1 La percepción de los castellanos del Perú Rocío Caravedo* y Carol A. Klee**
1 Objetivo En lo que sigue, presentaremos una visión de las variedades del español peruano desde la perspectiva de la percepción de los hablantes, más que de la producción objetiva de un conjunto de fenómenos que singularice cada una de estas. Adoptaremos el enfoque desarrollado en Caravedo (2014), que privilegia el estudio de la percepción como mecanismo cognitivo central en los procesos de variación, con la finalidad de aplicarlo a la diferenciación de variedades distintas del caste llano hablado en el Perú, que constituye el tema central del presente volumen. Sostendremos que estas no son entidades objetivas identificables en el mundo exterior. Así, las supuestas variedades no contienen características claramente definidas y privativas de cada una en un sentido topográfico, sino que son resultado de conceptualizaciones de los hablantes, dependientes de una percepción subjetiva de carácter social. En este sentido, la introducción de la percepción supone la adopción de un enfoque básicamente cognitivo de naturaleza social, más que individual, que llamaremos sociocognitivo. Para el efecto, nos valemos del análisis del discurso producido por hablantes que han confluido en Lima a través de la migración interna de pobladores principalmente de la región andina, que revelan una percepción colectiva relativamente uniforme de las variedades.
2 Justificación y principios básicos del enfoque de percepción ¿Por qué es importante abordar los fenómenos de variación partiendo de la percepción? Antes que nada, la percepción es, por excelencia, un instrumento de cognición. No existe modo de acceder al conocimiento si es que no se pone en juego la percepción, un mecanismo complejo que consiste en el establecimiento de una conexión entre la mente y la realidad externa y que está presente en toda la actividad cognoscitiva del individuo, una de las cuales, quizás la más importante, está ligada a la adquisición y al uso del lenguaje. Obviamente, la percepción implica la puesta en funcionamiento de la sensorialidad, que permite captar elementos de la realidad externa. En el caso de la percepción dirigida al lenguaje, entra en función el canal auditivo-oral, que permite la captación de una lengua en toda su
La percepción de los castellanos del Perú 9 complejidad antes de acceder a la escolaridad. Esto no significa que sea el único medio disponible para acceder al lenguaje, pues cuando los seres humanos no pueden, por diferentes razones, utilizar la audición (el caso de las personas sordas de nacimiento), la percepción se proyectará hacia otro canal sensorial, a saber, el visual-gestual, como ocurre en las lenguas de señas, lo que no hace sino reforzar el postulado de la prioridad de los recursos perceptivos, de cualquier naturaleza, en la adquisición y la utilización del lenguaje. La percepción es, pues, un meca nismo central en cualquier tipo de aprendizaje. En este trabajo nos centraremos en la percepción auditivo-oral. ¿Cómo se pone en juego la percepción en relación con las lenguas específicas? Un principio general convencionalmente aceptado reside en la no homogeneidad de las entidades o procesos reconocidos como lenguas, de modo que cada una de ellas posee una cuota de variación en los diferentes planos de su organización. Al centrarnos en este trabajo en las variedades del español hablado en el Perú, nos preguntaremos cómo actúa la percepción en relación con los fenómenos de varia ción que se dan dentro de un espacio nacional como el peruano. Sostendremos que la existencia de variación en las lenguas constituye la prueba más palpable de la intervención de la subjetividad del hablante en la determinación de las carac terísticas lingüísticas. Sin embargo, la variación ha sido mayormente estudiada como un fenómeno objetivo, teniendo en cuenta básicamente la producción de los hablantes.1 Teniendo en cuenta el proceso mimético que se desarrolla durante la adquisición y utilización socializada de una lengua, la variación tiene que ver con la heterogeneidad de la percepción más que de la producción misma entre los hablantes de una lengua. En otras palabras, la producción no es sino la exteriorización de un modo de percepción. Así, respecto de lo que se considera una misma lengua, la variación sigue un ritmo distinto en cada comunidad. Se sabe que la coordenada espacial constituye un factor importante en la determinación de las variedades de una lengua. De hecho, la percepción más saltante de las diferencias de una lengua para los hablantes comunes está asociada a distinciones geográficas. Tradicionalmente, estas eran objeto de la dialectología, y fueron estudiadas de modo objetivo como características reales que se dan en la geografía, a través del concepto de isoglosas representadas en la cartografía lingüística (cf. Coseriu 1965). Hoy en día se sabe que no se pueden encontrar fronteras definidas para los fenómenos lingüísticos, que estos se extienden y hasta se superponen de modo arbitrario, de modo que se hace difícil entrever una organización partiendo de la dimensión espacial. Es más, casi no existen rasgos absolutamente privativos de un lugar. Sin embargo, es indudable que, en la hetero geneidad de una lengua, el espacio desempeña un papel central. No obstante esto, en la propia noción de espacio entra en juego la percepción, lo que exige un replanteamiento de esta. La dialectología tradicional se basaba en la identificación de la variación de una lengua con las diferencias espaciales, correspondientes a regiones, zonas o países. Se ha establecido, así, una relación simbiótica entre el origen del hablante y su modalidad de habla. Esta visión se ha extendido incluso a los enfoques sociolingüísticos tradicionales, que no cuestionaban el concepto de espacio al abordar
10 Rocío Caravedo y Carol A. Klee las características sociolingüísticas de las ciudades (Labov 1972). En la visión dialectológica, el espacio es, pues, una dimensión objetiva, externa, en la que la función de los hablantes se limita a la reproducción de patrones prestablecidos que se dan en un locus determinado. Pero la concepción de espacio ha sido reformulada a partir de la visión de la geografía humanística, en la que se diferencian los conceptos de space, en el sentido de espacio abstracto y estático independiente de sus pobladores, y de place, en el que el espacio es una dimensión real ligada a las experiencias de quienes habitan en él. Cresswell (2004) hace un recorrido de la evolución del concepto de espacio desde los filósofos griegos hasta los más modernos planteamientos de los geógrafos humanistas. Según este autor, en la nueva noción de lugar (place) está implicada no solo la materialidad o el escenario físico de un espacio, sino una dimensión semántica construida a partir de las experiencias vivenciales de los pobladores. Se trata, pues, de una concepción subjetiva del espacio. La visión humanística reformulada tiene en cuenta que los espacios no son fijos y cerrados, sino más bien dinámicos, en constante movimiento y cambio a partir de los continuos desplazamientos y migraciones de los pobladores. Estos dejan de ser, pues, entes estáticos atados a lugares específicos (Eckert 2004; Johnstone 2004). De acuerdo con esta constatación, Urry (2007) propone un cambio de paradigma en las ciencias sociales centrado en la movilidad (the mobility turn) real y virtual propia de la globalización. En lo que respecta al lenguaje, la movilidad de los seres humanos afecta obviamente a las variedades en situaciones de migración, lo que conduce al relajamiento de la asociación estática entre espacio y variedad, y exige el manejo de conceptos distintos que capten el dinamismo de las variedades y el cambio lingüístico entre los hablantes, más que la fijación y la estabilidad. La ubicuidad de los fenómenos característicos de las llamadas variedades consideradas de modo impreciso como propias de un espacio, y su distinta percepción y valora ción respecto de los diferentes grupos de una sociedad hacen necesario replan tear lo que se entiende por variación espacial. Así, en Caravedo (2001a, 2001b, 2002, 2009, 2010a, 2010b, 2012) se desarrolla el concepto de espacio mental, partiendo de la comprobación de que los espacios no tienen un valor meramente objetivo o independiente de los hablantes, como tampoco lo tienen las modalidades en que estos se expresan. En el terreno lingüístico, los individuos elaboran, sobre la base de creencias colectivas transmitidas generacionalmente, un conjunto de ideas sobre el espacio tanto propio como ajeno, en relación con el cual identifican y evalúan modalidades diversas de las propias. Según este enfoque, compatible con la visión humanística replanteada que acabamos de comentar, los espacios adquieren un valor simbólico y tienen un carácter subjetivo, lo cual no significa negar la base material de un espacio, sino reconocer que este no se limita a la territorialidad (cf. Caravedo 2012). Esta distinción es fundamental porque permite entender el aspecto subjetivo en el reconocimiento de las diferencias lingüísticas en relación con el espacio. Así, por ejemplo, un rasgo material de la variación fonética del español, aparentemente objetivo, es la presencia de una variante asibilada de las vibrantes que se puede encontrar en diferentes regiones del mundo hispánico. Hay asibilación en España, en la Rioja,
La percepción de los castellanos del Perú 11 y dentro del continente americano, la encontramos en determinadas zonas de México, Costa Rica, Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Argentina, para citar solo de modo generalizador algunos países. Tradicionalmente, se identifica el fenómeno objetivamente y se da su distribución espacial como si se tratara de lo mismo. Sin embargo, esta misma unidad material, aparentemente homogénea y objetiva, tiene un valor distinto en cada uno de los espacios en que ocurre, de modo que no puede considerarse como el mismo fenómeno, aunque lo sea materialmente. Así, la asibilación en México es considerada propia de todos los grupos sociales, de modo que no está estigmatizada y, más aun, en las ciudades argentinas de Rosario y Tucumán es incluso valorada como prestigiosa (para México, Peri sinotto 1972; Moreno de Alba 1972; Rissel 1989; Lastra y Martín Butragueño 2006; para Argentina, Donni de Mirande 1992). En cambio, en el Perú recibe una valoración negativa y está socialmente indexada (Caravedo 1992; Paredes 1992; De los Heros 1999). El fenómeno no es, pues, idéntico, desde el punto de vista subjetivo en cada uno de los lugares mencionados. La razón de la evaluación negativa en el Perú se relaciona con el modo como se concibe el espacio peruano y, específicamente, se interpreta el andino, al que se asigna prototípicamente la asibilación, a partir de una visión procedente de los hablantes peruanos no andinos, de modo que cualquier característica atribuida a la variedad considerada como propia de esta zona ha sido devaluada y calificada negativamente, como incorrecta o desviada por quienes no utilizan la variante asibilada. Esto muestra cómo los espacios están conceptualizados por los hablantes, que imaginan la existencia de variedades globales, a partir de una asociación perceptiva, intuitiva e imprecisa, de ciertas características hiperpercibidas con un locus geográfico. No se trata, pues, de la existencia real de las variedades, que muchas veces están diseminadas por múltiples espacios, además de los prototípicos, dada la movilidad de los hablantes; antes bien, se trata de variedades imaginarias a partir de prejuicios o preconcepciones. En otras palabras, la variedad existe solo como realidad mental entre determinados grupos sociales, que normalmente no perte necen al espacio en cuestión. Adoptaremos, pues, el concepto de espacio mental, en que está implicada la percepción subjetiva, en reemplazo de un concepto objetivo y estático de espacio, para abordar la problemática del reconocimiento de las variedades del castellano peruano.
3 Conceptos ligados a la percepción De acuerdo con el enfoque ya mencionado, las características de la percepción aplicada a la variación lingüística, que constituirán las premisas del presente trabajo son: 1 2
Carácter subjetivo. Implica que la percepción no es un hecho objetivo y que, por lo tanto, depende del hablante.2 Las demás características presuponen la subjetividad. Carácter selectivo. Implica que el hablante no capta todas las características de la variación, sino que enfoca solo determinados fenómenos, mientras
12 Rocío Caravedo y Carol A. Klee
3 4
que otros pasan desapercibidos. Esta selección es aparentemente arbitraria y parcializada. Carácter orientado. Implica que la percepción de la variación es un hecho social, no individual, transmitido de generación en generación, y compartido por los grupos en determinadas comunidades.3 Carácter diverso. Supone que, a pesar de ser orientada, la percepción no se desarrolla de modo idéntico en todos los grupos y comunidades. No existe, pues, una sola percepción respecto de la variación de una misma lengua. La diversidad implica el carácter relativo de toda percepción.
En el estudio de la percepción, es necesario hacer ciertos deslindes adicionales que han sido desarrollados en Caravedo (2014, 108–113). Según este estudio, hay que diferenciar entre la percepción interna, externa y la autopercepción. La percepción interna supone la captación de la primera variedad que el hablante adquiere desde su nacimiento, y que constituye la pauta referencial, respecto de la cual percibirá todas las demás. La percepción externa es aquella que se desarrolla cuando el hablante entra en contacto, a través del proceso de socialización, con otras variedades diferentes de la propia. Finalmente, la autopercepción consiste en la captación consciente de la propia variedad, que surge al confrontar la percepción interna con la externa y observar sus diferencias. Para percibir la variación lingüística, el hablante se vale de estrategias lógicas elementales; a saber, el análisis y la síntesis. De acuerdo con estas, la percepción analítica supone la capacidad de aprehender rasgos discretos o aislados de una totalidad, mientras que la sintética implica la capacidad de percibir de modo global las variedades lingüísticas sin la determinación de elementos aislados (Caravedo 2014, 113–122). Como resulta obvio, la percepción sintética es la protagonista en el reconocimiento de variedades ligadas a los espacios. Sin embargo, ambas operaciones son complementarias. Así, la síntesis presupone haber identificado algunas características de la variedad, mientras que el análisis implica el reconocimiento de una totalidad. Nos valdremos de estos conceptos básicos para organizar diferentes tipos de enunciados de los hablantes, que revelan la percepción de la variación del español peruano.
4 Los castellanos del Perú Respecto de las anteriores premisas conceptuales, toca definir lo que entendemos por castellanos del Perú4 en relación con la noción de espacio mental y con el funcionamiento de la percepción, presentados en los subcapítulos anteriores. Postularemos que las diferencias entre las distintas variedades del español peruano se basan en su ligazón con un espacio mental, que corresponde a una conceptualización colectiva, aunque se atribuyan a espacios reales y se hagan coincidir con estos.5 En primer lugar, es necesario distinguir entre la percepción del hablante común y la del especializado. Sostendremos que ambas, de acuerdo con las características señaladas, son básicamente subjetivas y, por lo tanto, no tienen correspondencias
La percepción de los castellanos del Perú 13 exactas con la realidad. Empezaremos por la segunda. La más antigua se encuentra en Benvenutto (1936, 109), que distingue para la fonética peruana cuatro zonas dialectales: (1) el litoral norte; (2) el litoral central y sur; (3) la región serrana que incluye el litoral sur y (4) la región de la montaña (selva amazónica). El autor identifica la variedad modélica en el litoral central, donde se encuentra la capital, parangonándola curiosamente con la pronunciación de Castilla. Esta última comparación revela de modo notable la subjetividad de la percepción, en la que indudablemente influye la formación académica del autor en determinado periodo temporal, que lo lleva al reconocimiento de la variedad de Castilla como modelo referencial. Debemos a Escobar (1978) una clasificación apoyada en el descubrimiento de isoglosas, según la cual se reconocen dos grandes variedades: la ribereña (en la que quedan agrupadas tanto la costa norteña y central como la selva), y la andina, a partir de la identificación de un solo fenómeno de orden fonológico; a saber, la distinción entre palatales sonoras laterales y no laterales (andina) frente a su indistinción en el yeísmo (variedad ribereña). Esta bipartición coincide con la antigua delimitación de Wagner (1949) entre tierras bajas (variedad ribereña) y tierras altas (variedad andina), referida a la dialectología americana. A partir de esta primera gran división, se establecen subdivisiones que se relacionan con la identificación de ciertos rasgos fonéticos. Así, el castellano andino se subdivide en tres subzonas: las variedades andina, altiplánica y del litoral y Andes occidentales sureños, mientras que el ribereño, en otras tres: las variedades del litoral norteño y central y la variedad amazónica (Escobar 1978, 37–51). Las propuestas de zonificación mencionadas constituyen modos de conceptualizar la variación del español hablado en el Perú, que, aunque partiendo de fenómenos objetivos, la mayor parte de índole fonética, y apoyándose en datos reales, no dejan de ser subjetivos, en la medida en que implican una selección de ciertos rasgos en corres pondencia con determinadas clasificaciones geográficas. En estudios posteriores se ha asociado de modo grueso la identificación de variedades globales correspondientes a las clásicas tres regiones geográficas (Caravedo 1992; Caravedo y Rivarola 2011), si bien tales correspondencias se han considerado explícitamente referenciales para identificar en cada una de ellas fenómenos que ocurren de modo notable, aunque no exclusivo, en esas regiones.6 Sin embargo, también en este caso se pone en juego una percepción científica subjetiva, aunque asociada más explícitamente a la percepción colectiva del hablante común, la cual reconoce la existencia de un español andino que, por contraste, se distingue del costeño y del amazónico, aunque estos no estén delimitados en la realidad. En este trabajo, partiremos de esta misma diferenciación de modo referencial y crítico, reconociendo que no se trata de variedades objetivas con perfiles definidos, sino de generalizaciones globales de un conjunto de fenómenos de variación que se superponen en distintos grados cuantitativos y contextos situacionales en las diversas comunidades peruanas, algunos de los cuales son objeto de la percepción tanto de legos como de científicos. Por lo tanto, asumiremos la subjetividad de nuestras propias caracterizaciones, aunque buscaremos refrendarlas empíricamente.
14 Rocío Caravedo y Carol A. Klee En conclusión, lo que queremos destacar al mencionar algunas de las propuestas más generales sobre las variedades del español peruano es que las diferencias entre cada uno de los supuestos castellanos regionales provienen de una percepción científica selectiva, y serán utilizadas solamente como pautas referenciales que se apoyan en la percepción analítica de un conjunto limitado de rasgos, no necesariamente privativos de las regiones aludidas, sino que se pueden encontrar fuera de los espacios supuestamente originarios. En Caravedo (1990, 1992) se propuso una distinción meramente organizadora de los datos, cuyo único objetivo era el estudio de la variación del español peruano en un sentido dinámico, teniendo en cuenta los desplazamientos de los pobladores hacia la costa y la expansión de muchos fenómenos atribuidos a regiones específicas. Con ello, se quería mostrar cómo la movilidad de los hablantes rompía la supuesta relación entre variedad y espacio. De acuerdo con este criterio se distinguió entre modalidades originarias, consideradas in situ, i. e. en los propios espacios regionales, de las modalidades derivadas, producto del contacto entre hablantes de las distintas regiones del país en la migración hacia la capital costeña. El objetivo de estas diferencias era la propuesta de un programa de investigación que profundizara en el estudio empírico tanto de las diferencias regionales in situ, cuanto del modo como estas se transformaban con el desplazamiento de los hablantes hacia otros espacios. No se trata de un proyecto terminado, de modo que en la actualidad es de destacar la insuficiencia de datos de las primeras, mientras que comparativamente el estudio de las modalidades derivadas, en el que se parte de los inmigrantes recién llegados a la capital, está mucho más avanzado (Klee y Caravedo 1998). Esto no excluye la necesidad de extender la investigación para incorporar las variedades habladas en las diferentes regiones y localidades del país, que se presenta como una tarea de investigación urgente. Solo así podrán obtenerse datos que permitan la comparación entre estas y sus transformaciones internas y externas en el contacto con los demás hablantes en la capital. La superposición de rasgos de todas las modalidades se da básicamente (aunque no exclusivamente) a través de los movimientos demográficos internos que han puesto en contacto las variedades asignadas a las regiones. Los más significativos son los que tienen como meta la capital, que provienen de las olas migratorias a partir de los años cincuenta del siglo XX, lo que no implica que no se hayan producido desplazamientos anteriores, durante la Colonia y en toda la vida republicana, que han puesto en situación de contacto las distintas variedades en formación (para la Colonia, cf. Rivarola 1990). En este trabajo nos referiremos exclusivamente a las migraciones del siglo XX, para las cuales contamos con datos de primera mano recogidos en diferentes periodos que van desde 1999 hasta 2013. Respecto de la percepción no científica, una de las motivaciones para consi derar las variedades regionales (costeña, andina y amazónica) como pautas refe renciales ha sido su reconocimiento por parte de los hablantes comunes que no poseen la variedad objeto de percepción. Así, la variedad andina es claramente identificada por los hablantes costeños y amazónicos, y la variedad amazónica, por los andinos y costeños, mientras que la costeña es percibida por los andinos y
La percepción de los castellanos del Perú 15 amazónicos, si bien estos últimos consideran de modo selectivo la variedad limeña como referencial y representativa de la costa. Se resalta con esto que la percepción tiene como foco la variedad de quien no es representante de ella; es decir, la varie dad ajena. Esta percepción es generalmente globalizadora y no tiene en cuenta las micro-diferencias entre las distintas modalidades de la misma región, como las que existen en la propia región andina entre ciudades como Cajamarca, Huancayo o Cuzco, o entre microrregiones como la norteña frente a la central o sureña, o en la amazónica, entre Iquitos, Moyobamba, Pucallpa o Puerto Maldonado, para mencionar solo algunos puntos. Sin embargo, los pobladores de cada una de las ciudades son capaces de percibir diferencias mínimas entre modalidades lugareñas. Se da aquí una relación de tipo escalar que tiene que ver con la distancia del hablante respecto del objeto observado.7 Obviamente, la percepción científica tendría que partir del conocimiento de la microvariación de los lugares, más allá de la clasificación regional gruesa y llena de imprecisiones que, a falta de estudios pormenorizados, nos vemos obligadas a adoptar provisionalmente. Pero no podemos considerar en este trabajo una realidad hasta el momento poco conocida,8 de modo que inevitablemente el foco de nuestra atención se dirigirá a las variedades ligadas de modo subjetivo a la clasificación tripartita de las regiones, cuyas características han sido parcial y asimétricamente estudiadas, pero que tomamos como punto de partida provisional para analizar la coexistencia de las variedades en el espacio migratorio de la capital. Al hacerlo, adoptaremos una visión dinámica del español peruano, en constante transformación en la microdiacronía generacional, visión que resulta compatible, aunque no idéntica, con los enfoques de “movilidad”, utilizados para el estudio de la variación lingüística y translingüística en situaciones de contacto por migración (García y Wei 2013; Bonomi 2018). Es obvio que las situaciones migratorias, que ponen en contacto variedades distintas de la misma lengua, propician cambios en cada una de ellas, sin duda estrechamente vinculados con las diferencias perceptivas de los grupos que se encuentran. Tales cambios no constituyen transformaciones abruptas de las variedades de inmigrantes y no inmigrantes. Antes bien, se definen como procesos de larga duración que se concretan gradualmente en el decurso temporal a través de las distintas generaciones de hablantes y de las continuas y variadas interacciones comunicativas entre estos. El cambio espacial se conecta, pues, con el cambio en el orden temporal; de allí la necesidad de partir de un enfoque histórico-social que involucre tanto la macro como la microdiacronía. La pregunta central que formularemos en este trabajo es cómo se actualiza la percepción analítica (de rasgos aislados) y sintética (de variedades globales) entre los hablantes inmigrantes de primera, segunda y tercera generaciones en Lima. Nuestro estudio tendrá una limitación adicional, aparte naturalmente de las inevitables en toda investigación: el hecho de que se centre en el español andino respecto del costeño (en la modalidad limeña), y no considere el amazónico. Esta exclusión no es de ningún modo valorativa, sino que se debe al hecho de que la investigación cuyos resultados presentamos tiene como foco el español andino en contacto con el limeño. Queda pendiente, pues, como tarea urgente el estudio de la evolución del español amazónico. Sin embargo, en observaciones aisladas
16 Rocío Caravedo y Carol A. Klee fuera del corpus, se constata la hiperpercepción de parte de costeños y andinos de la modalidad amazónica, de modo que esta última está claramente reconocida en la percepción ingenua.
5 La percepción analítica del español andino Como se ha mencionado, la percepción analítica alude a la captación de rasgos aislados, generalmente estereotipados, que identifican un modo de hablar de parte de quienes no poseen esa variedad como vernácula. La percepción científica, en la que nos basamos, ha identificado analíticamente los rasgos caracterizadores del español andino, frecuentemente sin diferenciar con claridad los que se presentan entre hablantes bilingües y los que son propios de hablantes monolingües de español. Sin embargo, debemos a Alberto Escobar una clara diferenciación entre los rasgos propios de los hablantes que tienen como lengua materna el quechua o el aimara en el concepto de interlecto, como dialecto social, y la variedad andina de hablantes maternos de español (Escobar 1978). Posteriormente, Rivarola (1987, 1988) estableció diferencias conceptuales entre el interlecto, como variedad transitoria del proceso de aprendizaje de orden psicolingüístico más que dialectal, y la variedad andina como variedad dialectal estable con determinadas características, desarrollada a lo largo de la historia. Han ahondado en estas diferencias, aunque con matices diversos, A. M. Escobar (1988, 1994) y Cerrón Palomino (1988, 2003). Particularmente, A. M. Escobar separa entre una variedad producto de un bilingüismo asimétrico y el español andino, propiamente dicho, como variedad estable (que agruparía no solo a los monolingües, sino también a los bilingües coordinados), señalando rasgos diferenciadores en cada una de las variedades.9 En cambio, Cerrón-Palomino propone un concepto de español andino como un continuo, no necesariamente ligado a un espacio determinado, aunque producto del contacto de lenguas, que se presenta compatible con nuestro enfoque, en el sentido de que pone en primer plano la movilidad de los rasgos andinos en todo el espacio nacional. Entre los hablantes capitalinos, la supuesta variedad andina resulta la más reconocida. Considerada tanto analíticamente como en su caracterización sintética, no solamente es percibida (como percepción externa subjetiva), aunque no tenga existencia real, sino además valorada negativamente, de modo que esta adquiere un significado indexical. Esta precisión es importante porque no toda percepción implica valoración, si bien toda valoración presupone la percepción. De acuerdo con su carácter selectivo, la percepción analítica se dirige a determinados rasgos, mientras que otros pasan inadvertidos. Se trata de rasgos que han sido estudiados como salientes o prominentes, más que por sus propias características, por el hecho de que el hablante los ha asociado a determinadas categorías sociales, y ha terminado por atribuirles un valor indexical. En la situación de contacto entre variedades percibidas, como la andina y la limeña, que reflejan distintos órdenes de indexicalidad, utilizando el concepto de Silverstein (2003), solo algunos rasgos atribuidos al habla andina se convierten en salientes para la percepción de los limeños clásicos,10 con efectos negativos en la evaluación.11
La percepción de los castellanos del Perú 17 Asimismo, resulta obvio que ciertos rasgos limeños se convertirán en salientes para los andinos, aunque con efectos contrarios en lo que respecta a la valora ción. Lo interesante de la asignación de valores reside en su proyección en el propio comportamiento lingüístico. Así, no es sorprendente que los rasgos andinos reconocidos por los limeños hayan tendido a desaparecer entre los propios andinos en su progresivo asentamiento migratorio, probablemente percibidos por ellos mismos (autopercepción) como no prestigiosos en la ciudad receptora (Caravedo 2009, 2014). Sin embargo, existen otros rasgos también característicos del español andino que pasan inadvertidos por los limeños, manteniéndose entre las nuevas generaciones con ascendencia andina y que incluso, según algunos autores (Caravedo y Klee 2012; Cerrón-Palomino 2003; Escobar 2011; Jara 2013), pueden transmitirse a los limeños. Por otro lado, los rasgos limeños salientes para la percepción andina son considerados de modo positivo y adoptados por los andinos, mientras que los no salientes no logran ser reproducidos. Ahora bien, la saliencia o prominencia depende de una dirección perceptiva de carácter subjetivo entre los hablantes (Caravedo 2010b, 2014).12 Pero la saliencia de determinados rasgos que se convierten en indexicales no es una condición inherente a estos, sino que es propia del modo como son percibidos y, por consiguiente, no se mantiene inalterable. Así, los cambios de la sociedad peruana de los últimos años han dado lugar a una evolución en el desarrollo de la percepción de lo limeño y de la autoconciencia de lo andino, que tiene que ver con el grado de inserción del migrante en la ciudad, lo cual depende de cuán arraigado se sienta el individuo en la nueva sociedad, y cuán satisfecho de su desempeño personal en ella, lo que está directamente relacionado con el tiempo de residencia en la capital, con el hecho de sentirse originario de esta y de mantener vínculos fuertes con los pobladores locales a través de las relaciones laborales, amicales, institucionales, económicas, de diverso orden. En consecuencia, la evolución generacional constituye un aspecto clave para aproximarse a los fenómenos que se desarrollan en las sociedades globales. Esta abarca una nítida separación entre los primeros grupos migrantes (primera generación), los hijos de inmigrantes (segunda generación) y los nietos de inmigrantes (tercera generación), nacidos en la ciudad y, por lo tanto, limeños originarios que en su mayoría no tienen contacto con las poblaciones de origen. La mutación generacional refleja el cambio que se produce en las variedades en contacto, las cuales responden a órdenes jerárquicos de indexicalidad. Tal cambio se da a través de una microdiacronía observable sincrónicamente. Sin embargo, este aspecto tan evidente no ha sido foco de atención central en muchas investigaciones sobre el español andino en Lima, que al estudiar los fenómenos no suelen diferenciar entre las diferentes generaciones migratorias. Dada la relevancia de la diferencia generacional en una concepción sociohistórica del español peruano, esta constituye el foco del proyecto de investigación Language Change as a result of Andean Migration to Lima, Peru, que emprendimos en 1999. En este trabajo de largo alcance hemos distinguido tres generaciones de ascendencia andina a las que denominamos, adoptando el término de los sociólogos Arellano y Burgos (2004), neolimeños: una primera gene ración, correspondiente a los migrantes que llegaron a Lima de las provincias
18 Rocío Caravedo y Carol A. Klee andinas; una segunda generación, los hijos de migrantes andinos; y una tercera generación, los nietos de la primera. Esta distinción generacional, que no ha sido tenida en cuenta en los estudios sobre el español peruano, resulta determinante para diferenciar los grados de arraigo en la ciudad y para captar la progresión evolutiva de los fenómenos en este espacio. Los fenómenos analizados se comparan en los estratos generacionales mencionados, integrando en la comparación la variedad de los limeños clásicos (Arellano y Burgos 2004), poco estudiada y dada por consabida (a excepción de los estudios restringidos a lo fonético, de Caravedo 1990), que incluye por lo menos cuatro generaciones de originarios de la capital. Esto significa que incluso este grupo podría tener antepasados migratorios, aunque lejanos. Al abordar diacrónicamente los principales fenómenos considerados característicos de ambas variedades, ha sido posible establecer el modo como estos se han ido modificando en el proceso de inserción de los pobladores andinos en la ciudad. Esta modalidad de investigación fenoménica, que se ha valido de métodos cuantitativos probabilísticos elaborados, tiene la ventaja de organizar la observación, con la finalidad de seguir de modo ordenado la dirección de los fenómenos. Un análisis meramente cualitativo de las variantes lingüísticas habría deformado y desorganizado la observación de la realidad, abandonándola a la intuición o a la excesiva conceptualización. A la luz de las diferencias generacionales, nos planteamos las siguientes cuestiones, que no pretendemos resolver en el presente trabajo, dado que forman parte de nuestro proyecto general: (1) ¿Existe una tendencia hacia la eliminación o mantenimiento de fenómenos considerados propios de los grupos de inmigrantes andinos? (2) ¿En qué medida la supuesta variedad de los limeños clásicos ha terminado absorbiendo algunos rasgos correspondientes a las supuestas variedades periféricas como la andina? Es indudable que el fenómeno de la globalización pone en juego un aspecto mimético social, que se manifiesta en una dirección de la percepción hacia los usos que aproximan al individuo a los grandes grupos sociales considerados subjetivamente prestigiosos o dignos de imitación. Sin embargo, ese aspecto mimético no constituye en modo alguno una contradicción.13 Por un lado, se da un reacomodo hacia los usos de la sociedad global, pero, por otro, se conservan algunos usos originarios de la variedad del lugar de origen. En la primera parte del proyecto mencionado, hemos separado los principales rasgos salientes de cada una de las variedades (Klee y Caravedo 1998) que corres ponden al plano sonoro. Entre ellos se encuentran los siguientes rasgos atribuidos a las supuestas variedades andinas, en contraposición con las atribuidas a la supuesta variedad limeña: • • •
las alternancias vocálicas indiferenciadas entre i/e y o/u en las variedades andinas frente a los patrones diferenciadores en la variedad limeña; la presencia del fonema lateral, palatal, sonoro en la variedad andina frente a su inexistencia (yeísmo) en la limeña; la pronunciación fricativa no vibrante (asibilación) de la /r/ simple en posición de coda silábica, y de la múltiple en posición intervocálica o de inicio de
La percepción de los castellanos del Perú 19 palabra como rasgo de la variedad andina frente a la pronunciación vibrante (simple o múltiple en los mismos contextos) de la variedad limeña. Cuando nos referimos a los rasgos salientes, es imprescindible diferenciar los focos perceptivos, que implican el supuesto de que el hablante orienta su percepción hacia algún punto específico de una variedad dada. Pero tales focos varían según se trate, ya sea de los hablantes originariamente andinos y de sus descendientes, los neolimeños, ya sea de los limeños clásicos sin ascendencia andina. Curiosamente, los focos perceptivos suelen coincidir entre los hablantes cuando se trata de rasgos asignados a la variedad andina: en este caso, los rasgos fónicos enumerados son subvalorados y, por consiguiente, percibidos tanto por los limeños como por los andinos mismos y sus descendientes. La prueba de esto último es su desaparición en la cadena generacional y su valoración negativa explícita de parte de los hablantes capitalinos. En nuestra investigación, hemos comprobado que tales rasgos desaparecen en algunos hablantes de la primera generación y en casi todos los de la segunda. Sin embargo, no faltan hablantes, en clara minoría, que mantienen esas variantes como marcas de identidad. Finalmente, en la tercera generación de descendientes de inmigrantes, tales fenómenos desaparecen totalmente (Klee y Caravedo 2005, 2006; Klee et al. 2011; Klee y Caravedo 2019). En cambio, los focos perceptivos pueden coincidir o no, cuando se trata de los rasgos considerados limeños. Así, un rasgo como la aspiración de /s/ en posición de coda silábica y, preferentemente, ante consonante se comporta de modo distinto en las diferentes generaciones andinas que hemos investigado. En la pri mera generación se da una tendencia a conservar con mayor fuerza la /s/ en estos mismos contextos, aunque después de varios años de residencia en Lima, en concomitancia con las variantes aspiradas y elididas, usadas con escasa frecuencia. No obstante, cuando se comparan estas variantes, la primera generación tiende a usar con mucha mayor frecuencia la elisión que la aspiración (76% vs. 24%) (Klee y Caravedo 2006), aun cuando la aspiración es un rasgo característico de los limeños de todos los sectores sociales. Al parecer, este rasgo no constituye un foco perceptivo de los andinos en la identificación de los rasgos limeños, de modo que no es adquirido por muchos de los primeros. Según nuestras indagaciones (Klee et al. 2018; Klee y Caravedo 2019), entre los neolimeños se da una disminución del uso de la sibilante, mientras que se incrementa tanto la aspiración como la elisión, como se puede apreciar en la tabla 1.1. Es probable que este comportamiento implique una acomodación gradual hacia los moldes limeños, y toda acomodación supone algún tipo de percepción.
Tabla 1.1 La producción de /s/ por generación de migración a Lima (Klee et al. 2018, 47) Generación
# de hablantes
[s]
%
[h]
%
Ø
%
N Total
2.a 3.a
15 11
2171 1444
72,0% 65,3%
510 441
16,9% 19,9%
334 326
11,1% 14,7%
3015 2211
20 Rocío Caravedo y Carol A. Klee Los resultados anteriores revelan la progresión, si bien contenida, de la aspiración y la elisión conforme se avanza generacionalmente. Es un hecho que los fenómenos ligados al debilitamiento de /s/ no constituyen un foco perceptivo pronunciado, si los comparamos con la asibilación de las vibrantes o con las alternancias vocálicas. En este sentido, es necesario admitir una gradualidad en la fuerza de la percepción: hay rasgos que son más percibidos que otros. En definitiva, la percepción no es categórica, sino matizada, gradual y de variada intensidad. Si hacemos una comparación con la percepción visual, en que se dan distintos planos de visualización de los objetos, diríamos que la percepción auditiva identifica algunos rasgos en primer plano y otros, en segundo y tercer planos hasta llegar a la no percepción. Esto implica que habrá rasgos más nítidamente perceptibles que otros. Así, la asibilación o la alternancia vocálica son fuertemente percibidas, mientras que las realizaciones de /s/ no, en relación – claro está – con los diferentes grupos perceptores. En relación con el plano no sonoro, los fenómenos gramaticales característicos de la variedad andina se comportan de modo diferente respecto de la percepción, en el sentido de que son menos perceptibles que los sonoros, como ya lo había apuntado Cerrón-Palomino (1988). Es particularmente relevante el compor tamiento de los pronombres objeto en relación con las diferencias de género, número y caso propias del habla limeña clásica (Klee y Caravedo 2005, 2006). Los hablantes andinos no parecen orientar el foco de percepción hacia estas diferencias y, por lo tanto, no se sigue el principio de concordancia verbo-objeto del español limeño, como en los siguientes ejemplos:
Le • •
Dile que venga, quiero hablar con ella, me dijo, le llevé, uy la mamá se privó Mi mamá se enteró que él tenía otra y entonces le agarró y le dijo . . . (Klee y Caravedo 2005, 16).
Lo • •
Lo pintan la calle, lo ponen la piedra pa jugar (Klee y Caravedo 2005, 18) Lo ayudaba yo todo [a la esposa] porque desde que se operó de la cadera, yo lo atendía. . . . (Klee y Caravedo 2005, 19)
En los ejemplos anteriores, tanto le como lo ocurren en contextos que no van de acuerdo con el sistema etimológico, que es casi categórico en la modalidad de los limeños clásicos. Así, le no representa el caso dativo, y lo, aunque desempeña la función acusativa, no concuerda en género con el referente léxico. Es necesario destacar que esto no implica que el hablante andino produzca siempre la no concordancia de caso y de género o de número. En investigaciones previas sobre el comportamiento pronominal entre quechuahablantes que hablan el español como segunda lengua y monolingües en contextos bilingües, se ha encontrado la no categoricidad de los fenómenos de no concordancia, que pueden alternar con los
La percepción de los castellanos del Perú 21 que se adaptan a la concordancia (Klee 1990; Caravedo 1997). En la evolución generacional en el contexto migratorio se continúa presentando la alternancia, de modo que se manifiesta tanto la no concordancia, como la concordancia canónica, solo que la frecuencia de la discordancia va disminuyendo conforme se avanza en la evolución generacional. Esto supone el desarrollo de un sistema híbrido compuesto que incorpora ambos patrones, andino y limeño, pero que gradualmente parece ir en la dirección del modelo limeño. El siguiente ejemplo proviene de un hablante de la segunda generación: • •
Mi suegro también . . . se buscó otra y se fue a vivir con otra. Mi suegra se murió y ahí mismo se casó él con otra. [. . .] Entonces ya la casa lo dejó . . . [. . .] entonces lo repartió pa’ sus cinco hijos. (Klee y Caravedo 2005, 19). Él se le llevó ahí . . . y la casa de mi mamá que está en Villa María, la dejó. (Klee y Caravedo 2005, 19)
Se trata del mismo hablante que alterna en construcciones análogas entre la secuencia organizada atendiendo a la concordancia, como en el sistema limeño, y a la no concordancia, como en el andino. ¿Qué es, entonces, lo que define a la variedad andina respecto de los pronombres? Por lo pronto, no parece ser la exis tencia positiva del rasgo de no concordancia lo caracterizador de esta variedad, sino más bien su alternancia con la concordancia. Se trata de una conversión de un sistema categórico como el etimológico, en el cual no se admite la variación, en un sistema en que se conservan las unidades pronominales de referencia en forma binaria (básicamente le/lo, y con escasísima frecuencia la), pero desprovistas de las funciones del modelo limeño. Los pronombres adquieren el valor de variantes porque no establecen las diferencias de caso ni de género en relación con el objeto léxico referencial. Aquí interviene de modo claro la percepción de las unidades desligadas de su función, lo que permite la ocurrencia de cualquiera de ellas indistintamente. Sin embargo, podría darse que haya surgido una función distinta de las propias del modelo de referencia, pero este supuesto no ha sido comprobado en nuestra investigación.14 Lo interesante de resaltar es que, desde el punto de vista tanto de la percepción científica como de la del hablante común limeño que utiliza el sistema etimológico, la atención capta exclusivamente los valores discordantes, mientras que los concordantes pasan desapercibidos. Por ello, la discordancia pronominal es catalogada como característica de la variedad andina. En conclusión, los hablantes andinos inmigrantes no adoptan el sistema limeño en su totalidad, sino que lo asimilan parcialmente y, eventualmente, lo reinterpretan de modo no correspondiente con el original que sirve de modelo. Así, en el habla incluso formal, algunos de los neolimeños no reconocen las diferencias de género y de número, desarrollando más bien un sistema de no concordancia opcional, con tendencia a privilegiar el masculino como valor neutro. No descartamos la posibilidad de que existan casos en que los hablantes descendientes de andinos con escolaridad alta hayan asimilado el sistema de concordancia limeño, pero no abandonen el sistema de no concordancia, reservándolo para un estilo diafásico coloquial doméstico entre familiares y amigos que comparten la misma variedad.
22 Rocío Caravedo y Carol A. Klee En este caso hipotético, el hablante contaría con un sistema binario, mediante el cual separaría conscientemente los ámbitos de uso de cada una de las modalidades y, en ese sentido, percibiría separadamente ambos sistemas y los conectaría con las situaciones discursivas. Sin embargo, por el momento no tenemos datos que avalen esta conjetura. En lo que atañe a la percepción de los limeños clásicos, el foco perceptivo cambia según se trate de los pronombres lo o le. Cuando se trata del primero, el foco se orienta a la discordancia de género en el objeto directo (la papa lo cultivan). En cambio, el leísmo no parece ser percibido con la misma intensidad por los limeños clásicos como representativo de la variedad andina cuando se refiere a seres humanos. De hecho, puede presentarse en algunos contextos con determinados verbos entre los limeños (como, por ejemplo, en el leísmo de cortesía: le invitan), lo cual puede parecer compatible, aunque sea parcialmente, con el leísmo andino y, por lo general, no genera actitudes negativas al referirse a seres humanos. No sorprende, pues, que el uso del le como objeto directo en estos contextos se encuentre no solo en el habla de los inmigrantes de primera generación, sino también en la de sus descendientes (Klee y Caravedo 2005). Para comprobar cómo actúa la percepción analítica sobre distintos fenómenos fonéticos y morfosintácticos considerados por la percepción científica como salien tes y representativos del español andino, entre los hablantes de las tres generaciones de inmigrantes y los limeños clásicos, administramos un test de percepción a una pequeña muestra de 34 personas incluidas en el corpus: 12 de la primera generación, 10 de la segunda generación, 2 de la tercera y 10 limeños clásicos (adoptando el término de Arellano y Burgos 2004). El test incluía veinte oraciones grabadas que contenían diferentes características fonéticas y morfosintácticas del español andino, pero comentaremos solamente dos de las oraciones, enfocadas en el leísmo (#8 y #17). En la primera se usaba le en función de complemento directo para referirse a un objeto inanimado:15 “La papa le cocina, después le machacan con un batán”. En la segunda, el complemento directo se refería a un ser humano de sexo femenino: “Después le llevaron a su prima al hospital”. Los hablantes escuchaban una cinta con las formas investigadas y debían identificarlas y calificarlas. La percepción y la valoración del leísmo en estos dos contextos varían según la generación de inmigración. Los doce participantes de la primera generación llegaron a Lima cuando tenían entre ocho y treinta y un años y habían estado en Lima un mínimo de seis años; ninguno era recién llegado a la capital. Quizás por eso había cierta diversidad en sus respuestas y en su percepción del fenómeno de leísmo. En primer lugar, separamos la percepción de la valoración. Como sabemos, esta última implica la percepción, pero no a la inversa. En el primer caso,
La percepción de los castellanos del Perú 23 el hablante podía percibir o no percibir el fenómeno en cuestión (en este caso, el leísmo) sin valorarlo, y en el segundo, percibirlo y, además, valorarlo sea positiva o negativamente. Obtuvimos algunas diferencias según se trataba del leísmo inani mado o del animado, que consideramos significativas. Así, respecto del primero, la mayoría (8/12) no solamente lo percibió, sino que lo valoró como incorrecto. Pero 4 de ellos, corrigieron el pronombre le, por lo, aunque se trataba de un objeto léxico femenino (la papa lo cocinan, después lo machacan), lo que implica hasta qué punto el pronombre preferido para este grupo es lo, que no reconoce la concordancia con el femenino. Solamente dos participantes valoraron el leísmo inanimado como correcto. Los dos restantes no percibieron el fenómeno. En cambio, respecto del leísmo animado, referido a una persona femenina, solo dos participantes lo consideraron incorrecto. Seis no lo percibieron en absoluto, mientras que 4 lo calificaron como correcto. La no percepción del leísmo en 6 participantes implica que este no está valorado por el hablante, de modo que puede agruparse con los fenómenos no incorrectos. En conclusión, en este grupo encontramos una mayor percepción del leísmo inanimado y una valoración negativa de este, al lado de una menor percepción del leísmo animado como incorrecto, lo que implica una mayor tolerancia hacia este uso. De los diez participantes de la segunda generación, solo una aceptó el leísmo con un objeto inanimado. Los otros parecen estar más conscientes de la norma costeña y modificaron la oración cambiando el pronombre le a la o a se. En contraste con los participantes de la primera generación, solo una propuso el uso de lo. En cuanto a la oración en que el complemento directo es animado, la mayoría percibió el leísmo; solo dos no lo percibieron. De los ocho que lo percibieron, cinco lo evaluaron negativamente, corrigiendo le a la o eliminando el pronombre clítico. En cambio, al aplicarse el test a la tercera generación y a los limeños clásicos, las respuestas fueron muy consistentes, en la medida en que ninguno de los doce aceptó la oración con el pronombre le referido a un objeto inanimado. De estos, siete hablantes llegaron a corregir el pronombre, reemplazándolo con la, en concordancia con el objeto léxico femenino de acuerdo con el sistema etimológico, a diferencia de los hablantes de la primera generación. Una de los participantes dio la siguiente explicación: “Si habla de femenino, tiene que terminar con femenino”,16 poniendo en juego una lógica de tipo explicativo. Con respecto a la segunda oración que tenía un referente humano, ninguno de la tercera genera ción y solo uno de los limeños clásicos la aceptó como correcta, lo que implica que para todos los demás, incluidos los participantes de la tercera generación, era inaceptable el uso de le como objeto directo, independientemente del tipo de refe rencia léxica: humana o no humana. Incluso, cinco participantes prefirieron una versión sin pronombre (“Llevaron a su prima al hospital”) y cinco cambiaron el pronombre a la y en tres casos mantuvieron la duplicación (“Después la llevaron a su prima al hospital”). Estos resultados tendrían que corroborarse con la aplicación del test a un mayor número de informantes. En resumen, los resultados de estas limitadas observaciones son compatibles con una gradación en la saliencia de los fenómenos ligados a la concordancia
24 Rocío Caravedo y Carol A. Klee pronominal, que separa una mayor percepción de la discordancia de caso con objetos inanimados frente a una percepción relativamente menor del leísmo entre las generaciones de inmigrantes, con menos tolerancia hacia el leísmo con objetos inanimados, que se incrementa en la tercera generación. En cambio, entre los limeños clásicos de nuestro corpus existe una homogeneidad perceptiva casi absoluta, en el sentido de que los investigados perciben negativamente el leísmo tanto con objetos inanimados, como, en leve menor medida, con objetos humanos, lo que parece ir en consonancia con la admisión restringida del leísmo en algunos contextos de parte de los limeños clásicos. No obstante, el corpus que sirvió de base al test de percepción resulta bastante limitado y requeriría una indagación a gran escala.
6 La percepción sintética del español andino La percepción sintética implica el reconocimiento de variedades en un sentido total, sin individualización de rasgos o de características separadas. Aquí entra en juego directamente la noción de espacio mental, desarrollada más arriba, como conceptualización colectiva que corresponde, a menudo, a moldes homogéneos, sin variaciones, que se relaciona con el grado de distancia o proximidad del perceptor respecto de la variedad percibida. La percepción sintética implica una supuesta correspondencia geográfica, en este caso, regional, de la variedad percibida, que en determinados casos da lugar a evaluaciones positivas o negativas de ciertas variedades. En Caravedo y Rivarola (2011) se exploran las evaluaciones respecto de las variedades regionales en un corpus de 100 informantes, a través de la presentación de mapas vacíos para que los hablantes identifiquen el lugar en que se ubican las variedades percibidas por ellos mismos. En esta investigación se comprueba una coincidencia notable de las valoraciones positivas hacia la percepción de una supuesta variedad limeña frente a valoraciones negativas tanto de las hipotéticas variedades andinas como de las amazónicas, de parte de los grupos indagados; a saber, andino y limeño. En el corpus analizado en nuestro proyecto de investigación, hemos propiciado entre los hablantes discursos valorativos sobre la propia variedad y la variedad ajena, para exteriorizar tanto la percepción interna como la externa. Al diferenciar entre las distintas generaciones de inmigrantes, pretendemos determinar si el arraigo en la ciudad ocasiona un cambio perceptivo entre los pobladores que, a la larga, lleve a modificar la percepción de las supuestas variedades originarias. Los resultados coinciden, en líneas generales, con los obtenidos en el estudio mencionado arriba. En la gran mayoría de casos, los hablantes de primera generación, originarios de la zona andina y mayormente quechuahablantes, han manifestado una percepción externa positiva hacia la supuesta variedad limeña, que normalmente no pueden identificar de modo analítico a través del reconocimiento de sus rasgos característicos. La variedad limeña y, de modo más general, la costeña, exceptuando la costa norte, específicamente Piura, han sido consideradas como las
La percepción de los castellanos del Perú 25 representativas del español mejor hablado en el país. En contraste con esto, se manifiesta entre los hablantes una evaluación negativa de las variedades representativas de la zona andina, lo que genera una autopercepción negativa de la propia modalidad, como lo revelan los siguientes enunciados: LR: [los limeños] hablarán bien pues porque, bueno los que venimos de allá, de, provincia, para nosotros así hablan los limeños, no, bueno, [. . .] porque, no hay, no no, no se equivocan así como nosotros que hablamos allá, algunas palabras [. . .], o formas de hablar, [. . .] mejor que nosotros, pero nosotros creemos, bueno por lo menos yo, me siento, m, poca cosa, que a la, a la a la gente de acá de Lima, [. . .], yo, me siento así, [. . .] Me siento así, porque yo sé que ellos, yo creo que para mí, digo, esa gente es más educada, y, más estudioso, y hablan bien, m, así, así decía ¿no? (TDLR, 1.a generación) L: Ah sí, [los limeños] hablan bonito pero, hablan rápido no? ja, a comparación de nosotros, los provincianos que llegamos de allá, o sea somos más lentos creo hablando no?, o sea, sí hablan bonito pero, o sea hablan rápido ¿no? como que me enriedo yo para hablar así (TL, 1.a generación) S: [los limeños] de, hablar bien, ahí, hablan bien, claro más bien a, algunos, los que venimos de allá, no sabes la palabra bien no? algunas palabras, eso es la, lo- que vinimos de allá más que nada ¿no? a veces no ha, no hablamos bien, los que han, nacido, que han nacido acá claro hablan bien, claro, bien, [. . .] bien claro, pues, en cambio nosotros no, nos venimos allá, hay veces algunos nos sale el, mote pe- no? como decir es, mote, pues no, no hablan, no pronunciamos bien las palabras, así es (SS, 1.a generación) M: Bueno, [los limeños hablan] normal, no? sino que a nosotros nos parece porque nosotros eh, allá tenemos un dejo, no hablamos muy perfectamente el caste llano, ¿no? porque acá por ejemplo hay varias palabras que, porque acá, como decir que, como dialecto le dicen . . . cuando venimos- acá ya, interpretamos de otra manera [. . .], yo tenía amigos con, que he conversado con ellos, siempre tiene, siempre le sale su dejo, nunca es, perfecto, no son como los limeños que los limeños ya pues, dominan bien el idioma pues Entrevistadora: ¿y, y dónde cree usted que hablan mejor el castellano? M: Yo pienso acá en Lima, sí, porque acá, en todos, en todos los departamentos tienen su dejo (EMR, 1.a generación) En los enunciados anteriores se muestra con nitidez la autopercepción negativa, expresada en la explicitación del propio origen, a través de expresiones, como “nosotros, los provincianos, los que venimos de allá” en contraste con la percepción externa del habla de los limeños, valorada positivamente a través de expresiones como “hablan bonito”, “no se equivocan como nosotros”, “esa gente es más educada, más estudioso”, “hablan bien”. Es de destacar el discurso contrastivo entre los limeños y los que vienen de fuera: “los provincianos somos más lentos”, “no se equivocan así como nosotros que hablamos allá”, “hablan mejor que nosotros”, “yo me siento poca cosa que a la gente [comparada con] la gente de acá de Lima”, “no son como los limeños, que dominan bien el idioma”. Como
26 Rocío Caravedo y Carol A. Klee hemos sostenido, el contraste entre la percepción interna del vernáculo y la percepción externa de la variedad ajena tiene como consecuencia una autopercepción negativa, que se expresa en la devaluación de la propia variedad global definida espacialmente. La diferencia entre variedades diatópicas se manifiesta con el uso constante de los adverbios: acá/allá para singularizar la distancia espacial, que a su vez recibe una valoración. Resulta particularmente notorio el uso entre los hablantes de la palabra dejo para indicar no solo las variaciones diatópicas, sino una actitud negativa ante ellas. Esta palabra se aplica a los que hablan – según los evaluadores – de manera incorrecta o desviada. Así, para estos hablantes, quienes hablan la variedad central o prestigiosa no tienen dejo. Resulta interesante observar que esta modalidad de percepción no varía en las nuevas generaciones, sino que se intensifica. La única diferencia reside en que se modifica el contenido de la autopercepción, porque los hablantes no se consideran representativos del habla andina, sino más bien de la limeña. Se da, pues, un cambio de la autodefinición del origen de los hablantes, que pasan de ser andinos a limeños. Por lo tanto, no es que cambien las valoraciones preconcebidas de estas variedades (estas, más bien, se mantienen inalterables), sino que los hablantes se consideran pertenecientes al grupo valorado como superior, como se ve en los siguientes enunciados: Entrevistadora: ¿Qué personas hablan bien el castellano? C: ¿Quién? ¿Quién habla bien? ¿No somos nosotros pues que hablamos bien? (CC, 2.a generación) B: Claro aquí nosotros los limeños hablamos bien el castellano (RBdL. 2.ª generación) T: Nosotros los limeños hablamos bien, el problema es en el interior del país que los provincianos tienen sus dejos horribles a los menos los selváticos que hablan mal (IdlT, 2.ª generación) Nótese la reiteración de la alusión a los limeños mediante la utilización del pronombre de primera persona plural. A pesar de este desplazamiento, los valores siguen siendo los mismos, de modo que el espacio mental referido a la capital no se altera en lo más mínimo, lo cual no significa que los fenómenos lingüísticos se mantengan intactos. Así, es indudable que el comportamiento de muchos fenómenos se ha modificado en el español limeño, pero estos rasgos no son percibidos por muchos de los hablantes, que siguen imaginando la existencia de un modo de hablar global o uniforme correspondiente al espacio limeño, como si fuera una totalidad homogénea. Nótese, en el tercer ejemplo, la alusión peyorativa al habla de los provincianos que, según el participante, “tienen dejos horribles” y, en este caso, se singulariza el habla de los hablantes de la región amazónica en sentido totalizador. La palabra “provinciano”, que alude a los que no son de la capital (aunque esta pertenezca también a una provincia), adquiere una connotación negativa, incluso cuando es autorreferencial. No faltan, sin embargo, apreciaciones, aunque minoritarias en nuestro corpus, que reconocen la heterogeneidad lingüística de Lima. Hemos seleccionado los
La percepción de los castellanos del Perú 27 siguientes comentarios, teniendo como eje la diferencia generacional entre inmigrantes y descendientes de estos. 1.a generación; al contestar la pregunta “¿Cómo hablan los limeños?” –
Los limeños ¿a quiénes le llamamos limeños? ¿A aquel que nació aquí en Lima? ¿Que sus padres son de provincia? ¿O aquel que toda su familia es limeña y que ya no existen esas familias? Esos hablan un poquito de aquí y un poco de allá, ya no hay limeños, somos mestizos como dice el dicho, si no tienes de inga tienes de mandinga. Los limeños son como una fuente que le llega agua de todas partes (EM) – Los limeños depende ya que a veces sus padres son de la sierra y ellos como que se les pega los motes de sus papitos. Entonces, no se puede decir que limeños son los que hablan bien o mal. Pero si sus padres son netamente limeños seguramente hablan mejor; ahora usan las jergas como si nada (BR) – Hay limeños y limeños, sabes, por ejemplo, sus padres son de la selva pero como sus hijos ya nacieron aquí ya son limeños, pero su lengua, su raza y hasta su color son de la selva, entonces ellos ya hablan entrecruzado (LR) – Mire, señorita, el Perú que tenemos ahora ya es un complejo de gente de aquí y de allá, gente extranjera que se nacionaliza, gente provinciana como yo que vive muchos años en el Perú, no hay un buen español, todo es una mezcla de todo un poco (CM) Como se puede observar, en los anteriores comentarios de algunos hablantes de la primera generación, existe la conciencia de que Lima reúne a distintos grupos y que no puede identificarse un modo de hablar limeño. Pero es interesante observar que la causa de esta heterogeneidad reside en el fenómeno migratorio, lo que hace suponer que existía para los hablantes, aunque sea imaginariamente, una modalidad limeña previa a la migración. Nótese la razón del cambio, que no es considerado positivo (se alude a “motes” como influencia de los padres “que vienen de la sierra” o de la selva, “gente provinciana como yo [. . .] no hay un buen español”, etcétera), se encuentra en la confluencia de los distintos pobladores, lo que significa que existe una valoración negativa de las mezclas que vienen de fuera y, por lo tanto, subyacentemente, una evaluación positiva del espacio mental limeño. 2.ª generación –
Claro aquí nosotros los limeños hablamos bien el castellano, lo único que desde que hay tanto paisano se ha entreverado todo (RMdL)
El enunciado anterior, proveniente de un hablante de segunda generación, merece comentario aparte. Revela un cambio claro de identidad autorreconocida como limeña. A pesar de tener padres originarios de la zona andina, él se considera
28 Rocío Caravedo y Carol A. Klee limeño y, por lo tanto, manifiesta una autopercepción positiva (“nosotros los limeños”), respecto de la cual la variedad andina de sus padres se reconoce a través de una percepción externa: no la considera suya sino ajena, y además se concretiza en una evaluación negativa (“desde que hay tanto paisano se ha entreverado todo”). Esto demuestra hasta qué punto en una sola generación se da un cambio profundo en el modo de autopercibirse, si bien se sigue manteniendo la percepción negativa de lo andino. 3.a generación –
Eh que mira, hablar de limeños, limeños, no pues, ahora el, eh, esto, el castellano de acá es el castellano de los provincianos, porque hay más, gente de provincia o descendiente de provincia, que de limeños mismos, no? entonces, un, yo no te puedo decir ahorita qué tal es porque, no no, al menos a, los círculos donde uno se mueve, uno no sabe quiénes son, limeños limeños, pero, al menos, ja (MCT)
En lo que respecta al testimonio de un hablante de la tercera generación, se presenta nuevamente un distanciamiento de la persona respecto de “los provincianos”, que a su juicio son los causantes de la formación del nuevo castellano. Es evidente que el hablante activa una percepción externa de la variedad de los inmigrantes, que considera diferente de la propia.
7 Conclusiones Enumeramos los siguientes enunciados sintéticos de las reflexiones desplegadas en el presente trabajo. 1
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La identificación de variedades de los llamados castellanos del Perú, tanto desde el punto de vista del científico como del lego, se basa en una conceptualización correspondiente a un espacio mental, dirigida por una percepción subjetiva que se despliega analítica o sintéticamente. La percepción analítica se apoya en una selección subjetiva de ciertos rasgos considerados salientes (o prominentes) que se asignan de modo generalizado a variedades regionales, aunque no sean privativas de estas. Esta percepción incide sobre la producción, expresada en una tendencia a eliminar los rasgos salientes de las variedades, cuando el hablante percibe que no corresponden a la modalidad valorada como superior. La percepción analítica no va dirigida a todos los fenómenos, y no se mani fiesta con la misma intensidad en relación con los fenómenos percibidos. Antes bien, identifica focos perceptivos, como ciertos rasgos fónicos atribuidos a los andinos. Dado que la percepción es gradual, algunos rasgos fonéticos, como el debilitamiento de la sibilante propio de los limeños clásicos, son menos percibidos por los andinos y sus descendientes. Lo mismo ocurre con
La percepción de los castellanos del Perú 29
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fenómenos morfosintácticos como la concordancia pronominal, en que el foco perceptivo recae sobre las unidades materiales como los pronombres lo/le, pero no sobre sus funciones diferenciadoras de caso, género y número. Existe una gradación de los rasgos salientes o prominentes, según se trate de los andinos y sus descendientes, y de los limeños clásicos. Respecto de la percepción analítica, hasta donde lo hemos podido comprobar, no es posible determinar una tendencia unificada hacia los patrones de la sociedad, en relación con todos los fenómenos por igual, pues estos no son necesariamente percibidos por los hablantes de una y otra variedad, en la medida en que, como lo hemos afirmado, una característica central de la percepción es su carácter selectivo (Caravedo 2014), el cual no está regido obligatoriamente por la aparente prominencia de la sonoridad, pues existen fenómenos gramaticales, como el de la concor dancia de género en los pronombres objeto de tercera persona, cuya no actualización sigue siendo un fenómeno altamente perceptible para los hablantes limeños (percepción externa), no así para los andinos, dado que la concordancia no se muestra compatible con el patrón que estos poseen. La percepción analítica es un mecanismo fundamental en los procesos de cambio, que debe indagarse teniendo en cuenta los diferentes grupos de perceptores, los cuales atienden a fenómenos distintos y los evalúan de diversas maneras. La percepción sintética identifica variedades globales en bloque y, en el caso del español peruano, les asigna diferentes valoraciones que han sido transmitidas a través de la historia. A diferencia de la percepción analítica, existe una coincidencia de parte de todos los grupos en los valores asignados a las supuestas variedades en su totalidad, aunque los límites entre ellas sean imprecisos o no correspondan a la realidad. El arraigo en la ciudad de parte de los neolimeños, que se sienten originarios de esta, no contribuye a un cambio perceptivo en el sentido sintético, y los valores siguen privilegiando una supuesta variedad limeña en desmedro de la variedad propia de los antepasados andinos. Se da aquí un contraste entre percepción interna de la propia variedad y percepción externa de la variedad ajena, que ha generado una autopercepción negativa cuando el hablante se autoidentifica como andino. Como hemos mostrado en el análisis de los enunciados, el hablante cambia su autopercepción en la segunda y tercera generaciones, cuando se reconoce como limeño. Finalmente, es de destacar la diferencia entre percepción analítica y sintética ligada al espacio peruano. Mientras la primera registra una evolución respecto de la adopción y mantenimiento de los fenómenos, la segunda sigue privilegiando el español de Lima como el modelo nacional y diferenciándolo de un español andino, aunque estos no puedan ser claramente delimitados en la realidad. Obviamente, lo dicho se refiere al momento en que se sitúa este estudio y no tiene un valor predictivo, pues los patrones podrían cambiar en el futuro con la evolución de la sociedad peruana.
30 Rocío Caravedo y Carol A. Klee
Notas * Pontificia Universidad Católica del Perú. ** University of Minnesota. 1 Cabe una precisión. Nos referimos a la línea tradicional de estudios labovianos que, aunque han tenido en cuenta el estudio de las actitudes, no han modificado el enfoque central de la variación como hecho objetivo. No obstante, los estudios en la perspectiva de la dialectología perceptiva representados por Preston (1989, 1999) se han centrado directamente en el modo como se perciben los hechos variables entre los hablantes. Ver un amplio desarrollo de esta cuestión en toda la historia de la lingüística en Caravedo (2014). 2 Utilizamos el concepto de subjetividad elaborado por Searle (1995) en la aplicación a la realidad social, y al lenguaje como parte de ella, claramente diferenciado del concepto de objetividad. Este autor define la subjetividad como relativa al observador (observer relative), donde “observador” implica, en nuestra aplicación del concepto, al hablante. 3 Este carácter orientado sin duda se relaciona con ideologías transmitidas como conjunto de creencias sociales que encaminan la percepción en una dirección definida. No obstante, en este estudio no nos centraremos en cómo se estructuran las ideologías desde el punto de vista del discurso (cf. Woolard 1998; Blommaert 1999; Kroskrity 2000; Irvine y Gal 2000; Van Dijk 2000; Zavala 2016) sino en el mecanismo cognitivo básico de la percepción, que subyace a la construcción de ideologías. 4 Utilizamos los términos castellano y español indiferentemente, como sinónimos sin ninguna connotación ideológica, aunque sabemos que en el contexto peruano está más difundido el primero para denominar la lengua. 5 Nos referimos a un conjunto de conceptos compartidos entre los miembros de la comunidad acerca de las diferencias espaciales. 6 En efecto, el punto de partida no excluye el reconocimiento de diferencias dentro de cada región. Por ejemplo, la costa norte, particularmente Piura, presenta rasgos carac terísticos distintos respecto de la costa central y la sureña (Arrizabalaga 2008). Lo mismo ocurre en lo que respecta a las regiones restantes. Bajo español andino se encubren diferencias notables entre las distintas zonas, como las del norte, centro y sur andino (cf. Caravedo 1992; Pérez Silva 2004; Andrade 2016). Lo mismo ocurre en relación con el espacio amazónico. Obviamente, la tripartición por regiones constituye una generalización gruesa, aunque respaldada en la percepción colectiva. 7 La escalaridad se ha propuesto como unidad de medida en los enfoques sobre las modalidades móviles en los contextos migratorios y de globalización. Los fenómenos de variación dejan de ser unidimensionales, y adquieren distinto valor y significado cuando las variedades abandonan su espacio original. Así, si la variedad limeña es percibida como modélica en el espacio peruano, cuando esta se traslada a un espacio migratorio ajeno, como, por ejemplo, el peninsular, adquiere otro valor y no es percibida como modélica sino como marginal (cf. Bonomi 2018). Lo mismo ocurre con las lenguas: el español en Estados Unidos no tiene el mismo estatuto del español hablado en el Perú. En el primer caso, es una lengua subvaluada respecto del inglés, mientras que en el segundo es la lengua considerada como base referencial. Para los conceptos de escalaridad, ver Blommaert et al. (2014). 8 La situación de la investigación del español del Perú, afortunadamente, no se ha mantenido estancada, sino que se cuenta con contribuciones al conocimiento de la varia ción microrregional como la de Godenzzi (1991) en Puno, o la de Andrade (2016), que analiza la variación lingüística en los Andes norteños. 9 Ver Zavala (1999), para un replanteamiento de las diferencias entre las variedades propuestas por Escobar (1988). 10 Utilizamos el término de limeños clásicos, introducido por Arellano y Burgos (2004) en su análisis sociológico sobre la migración a Lima, para referirse a los hablantes nacidos en la capital, siempre y cuando no tengan antepasados andinos. Esto nos permite
La percepción de los castellanos del Perú 31 identificar las diferencias lingüísticas, si las hay, con los hablantes descendientes directos hasta la tercera generación de originarios andinos inmigrantes en Lima, que pueden haber nacido en esta ciudad y que los autores llaman neolimeños. 11 De los Heros (1999) coincide con esta evaluación en el análisis de las actitudes hacia las variedades peruanas, tipificadas regionalmente y a través de la selección de rasgos estereotípicos como la asibilación de las vibrantes y la conservación de la lateral palatal sonora. 12 Una precisión respecto del concepto de prominencia (saliencia) utilizado en Caravedo (2014, 116–117). Este concepto tiene un contenido distinto al atribuido por otros autores, como Trudgill (1986, 11), en que la saliencia de un rasgo depende de sus condiciones naturales independientemente de la percepción. En nuestra concepción cualquier rasgo puede convertirse en saliente, incluso si se trata de un hecho esporá dico, si el hablante lo reconoce perceptivamente. La determinación de la prominencia es subjetiva y depende de las asociaciones que hagan los hablantes. 13 Así lo revelan estudios como los de Blommaert (2010). Ver también Klee y Caravedo (2019). 14 Ver Camacho et al. (1995), Godenzzi (1985) y Kalt (2012) para el análisis de algunas de las funciones de los pronombres clíticos en el español de quechuahablantes. [Para una revisión general de la influencia quechua en el sistema de pronombres clíticos, ver el cap. 7. Nota de los editores]. 15 El test consistía en la presentación de una grabación en que se ofrecía al hablante un conjunto de enunciados cortos, cada uno de los cuales contenía exclusivamente la variable que se quería investigar. No se indujo al hablante a identificar un fenómeno preciso sino a expresar su percepción del enunciado y su eventual corrección, si lo consideraba anómalo o incorrecto. Había enunciados en que se exploraba la percepción de un solo fenómeno de tipo fonético, como, por ejemplo, la fricatización o asibilación de la vibrante, o, en el caso de los fenómenos morfosintácticos, solamente la concor dancia de género o el leísmo, etcétera. Cada enunciado era escuchado por separado y se pedía inmediatamente la opinión del hablante acerca de este enunciado. El juicio del hablante era transcrito y analizado posteriormente. A veces se desarrollaba un pequeño diálogo a propósito de las observaciones del hablante. Se consignaba no solamente la percepción y la evaluación del hablante, sino también la no percepción del fenómeno indagado y la detección de fenómenos no relacionados con el indagado. Posteriormente, todos los enunciados de los hablantes se sometieron a comparación, con el propósito de observar si había coincidencia o no coincidencia, ya sea perceptiva, ya sea no perceptiva, evaluativa o no evaluativa entre sus respuestas, confrontándolas en todo momento con la propia historia migratoria. 16 Uno de los evaluadores externos ha hecho notar que las diferencias en la percepción análitica de la primera generación en contraste con la segunda y la tercera pueden deberse no solo al factor generacional, sino también al mayor acceso a la educación formal de las generaciones que nacieron en Lima, lo cual resulta en mayor conciencia metalingüística. Sin embargo, en el análisis de la educación formal en el Perú hay que hacer muchas matizaciones, dado el hecho de que la escolaridad está muy estratificada en este país y no impide la presencia de rasgos no estandarizados incluso entre los hablantes que alcanzan un nivel de educación superior.
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2 El español peruano amazónico Aportes al conocimiento de su perfil lingüístico1 Pilar Valenzuela* y Margarita Jara**
“. . . el misionero apostólico, no sólo debe atender á los infieles, sino también á los fieles, que residen en el territorio de las Misiones; y como la mayor parte de los moradores cristianos del Ucayali son de Mainas, y muchos no hablan con perfección el Castellano, y por el contínuo rose y comercio de éstos con los infieles, ha resultado que los últimos hayan aprendido el Quechua primero que el Español, el misionero debe imponerse bien de ambos idiomas, si desea hacer fruto en las almas y ser útil y provechoso á las Misiones”. (Navarro 1927, vii)
1 Introducción El “español peruano amazónico” (EPA) engloba un conjunto de variedades del español habladas en las tierras bajas al este de la Cordillera de los Andes peruana. En efecto, lejos de una entidad lingüística uniforme, encontramos diversos castellanos amazónicos al interior de nuestro país.2 El EPA “cons tituye una de las modalidades más ricas y menos estudiadas en el dominio de la dialectología hispánica” (Caravedo 1995, 119). Es más, especialmente en su versión rural, puede plantear retos de comprensión nada desdeñables para hispanohablantes de otras regiones. Es probablemente debido a ello que conocidos inventarios de las lenguas del mundo han asignado al EPA estatus de idioma independiente.3 En 1908 se publica la obra Loreto: Apuntes geográficos, históricos, estadísticos, políticos y sociales por el intelectual y político limeño Hildebrando Fuentes, quien fuera nombrado prefecto de tan vasto departamento en 1904. En un capítulo dedicado a la mujer loretana, a quien evalúa “bajo muchos respectos superior al hombre”, Fuentes nos ofrece el que parece ser el primer registro escrito del EPA (tomo I, 190–192). Así, revela que la mujer loretana “del pueblo” (y, por extensión, la población ribereña de Loreto) posee un castellano “que es de lo más suyo”, con entonación, ritmo, vocabulario y morfosintaxis muy particulares. Precisa que “[g]olpean las sílabas al pronunciar, como si todas fuesen acentuadas”. A modo de ilustración, Fuentes incluye cinco “conversaciones típicas” (probablemente construidas por él mismo en base a sus observaciones)
El español peruano amazónico 37 entre una mujer loretana y un hombre limeño que la pretende. Aquí reproducimos una de ellas.4 • ¿Vamos á Punchana, Risho? • ¿Qué [a] hacer?5 • A ver la fiesta. • Ima fiesta. ¿Y mis guaguas? • Déjalas con su abuela. • ¡A pucha! Mi madre está dementa con el Fuan de la Manuela su hombre . . . . (Fuentes 1908, I, 192; las porciones resaltadas aparecen así en el original) Acerca de este corto diálogo, Tovar (1966) explica lo siguiente: “Ima es quechua y significa qué. Guagua es rorro. Apucha, interjección de enfado. Dementa es enamorada, enredada, loca. Fuan es Juan” (15). (En cuanto al apelativo Risho, véase 3.1.6). Respecto a los orígenes de la variedad lingüística que nos ocupa, Ramírez afirma que “[e]l dialecto amazónico [. . .] debió formarse durante el siglo XVI en los primeros centros urbanos de fundación y población española en la selva alta: Borja, Moyobamba, Rioja, Lamas, Tarapoto, Tabalosos, Saposoa, con alguna influencia quechua y de allí se extendió a los llanos de la selva baja . . .” (2003, 16–17). A nuestro entender, es necesario distinguir la llegada del español a la región amazónica del proceso de formación del español peruano amazónico. La primera tuvo lugar relativamente temprano, con las primeras exploraciones de Pizarro y Orellana (1541), Ursúa y Aguirre (1560), Texeira y Acuña (1637), y luego con la labor misionera. Como es conocido, la evangelización de la antigua Maynas fue conducida por jesuitas y franciscanos. Los primeros ocuparon las cuencas del Napo, Marañón y Amazonas; los segundos, las del Putumayo y Ucayali. El avance jesuita se dio desde dos frentes: Moyobamba y Borja. El primero estuvo activo desde el siglo XVI debido a las correrías que realizaban los vecinos de Moyobamba con el fin de capturar indígenas y esclavizarlos. Esto motivó la huida de los pueblos originarios hacia las tierras bajas amazónicas. Borja es fundada en 1619 en pleno territorio de los indígenas mayna. La llegada de los primeros misioneros a esta zona se produce en 1638, tras la cruel represalia que arremetieron los españoles ante una sublevación indígena en 1635 (San Román 1994, 50; Rumrill et al. 1986, 40–41). La cantidad y variedad de lenguas indígenas habladas en Maynas, a veces por grupos étnicos bastante reducidos numéricamente, fue motivo de gran asombro para los sacerdotes jesuitas (Veigl 1768 [2006]; Maroni 1738 [1988], 118). Frente a esto, optaron por promover en las misiones el uso del quechua como vehículo de evangelización y aculturación de la población originaria. Impartieron la enseñanza diaria del catecismo en la “lengua del Ynga” y en la lengua materna (Figueroa 1904, 68–69), y crearon internados donde se instruía a los niños y niñas, en quechua, la doctrina cristiana y la cultura española (Chantre y Herrera 1901,
38 Pilar Valenzuela y Margarita Jara 139). Así, pues, la tradición existente en los Andes desde el siglo XVI de recurrir al quechua para evangelizar y adoctrinar a los indígenas fue reproducida por los jesuitas en la Amazonía (Zariquiey 2006, 54–57). Fueron diferentes las razones que llevaron a los españoles a seleccionar el quechua en lugar del español. Por un lado, al momento de la invasión europea, la lengua andina ya se hallaba diseminada en lo que hoy es territorio peruano y ecuatoriano.6 De hecho, parece ser que el quechua ya era hablado en el piedemonte que sirve de entrada a la selva y quizás también en las cercanías de Borja. Posteriormente, el uso del quechua se extendió “no solamente entre los indios y los esclavos negros, sino también entre los hijos del país de noble abolengo español” (Veigl 1768 [2006], 153). Por otro lado, entre los misioneros predominaba la creencia de que los indígenas amazónicos aprendían el quechua con suma facilidad debido a una supuesta similitud estructural entre este y sus lenguas propias (Valenzuela 2000a; véase igualmente la cita de Figueroa 1661 [1986], 307; en Zariquiey 2006, 61). El escasísimo número de hispanohablantes en las misiones tuvo también que influir en la decisión de adoptar el quechua como lengua principal de evangelización y aculturación. Ni siquiera los misioneros jesuitas eran todos hablantes nativos del castellano, dado que “no eran todos españoles, en la orden habían españoles, holandeses, alemanes y de otras nacionalidades” (Bendayán 1994, citado por Marticorena 2010, 42). Una forma de contar con quechuahablantes en las misiones era por medio de los llamados “indios amigos”, quienes probablemente tenían a su cargo la enseñanza del idioma andino a los jóvenes. A punta de sanciones y amenazas se llevó a cabo la quechuización forzada de la población indígena. Se castigaba a los padres cuyos hijos no aprendían bien las lecciones de quechua, y se advertía a niñas y niños que no podrían casarse hasta aprender dicha lengua (Uriarte 1986 [1775]). Como se señaló arriba, se ha propuesto que la formación del EPA tuvo lugar en el siglo XVI en los asentamientos urbanos de ceja de selva tales como Borja, Moyobamba, Rioja, Lamas, etcétera. A nuestro entender, dicha aseveración es cuestionable. Es cierto que estas ciudades fueron espacios en los que inicialmente confluyeron el español de andinos bilingües y el de amazónicos bilingües para dar paso a una nueva variedad que serviría de modelo lingüístico a las poblaciones amazónicas cuyas lenguas maternas eran aún las lenguas indígenas. Sin embargo, creemos que fue en realidad en el periodo cauchero cuando estas hablas emergentes se trasplantaron a la Selva Baja donde se produjo un mayor contacto dialectal hasta dar nacimiento al EPA. Conjeturamos, pues, que el EPA debió de haberse formado mucho más tarde de lo propuesto por Ramírez y con el concurso decisivo de quechuahablantes bilingües. De hecho, numerosas características del EPA son compatibles con un aprendizaje incompleto del español. En los siglos XVIII y XIX se produjo un contacto regular entre la selva baja y la costa vía Chachapoyas y San Martín, que se intensificaría durante el auge gomero de finales del siglo XIX y principios del XX. Entonces llegaron a la selva baja personas de diversa procedencia, principalmente de Moyobamba y el Alto Huallaga, formándose así numerosos pueblos ribereños (Marticorena 2010, 43).
El español peruano amazónico 39 Es revelador que entre 1876 y 1928 la población de Iquitos pasara de 1475 a 22 575 personas; fue entonces que el español empezó a funcionar como lengua de comunicación regional. Además del contacto dialectal, principalmente entre variedades de español amazonense y andino, es necesario resaltar la huella del contacto lingüístico entre aquellas y la nueva variedad que se formaba y expandía entre los bilingües cuya lengua materna era una lengua amazónica o el quechua. Con relación a la fuerte presencia quechua en el EPA y la participación de hablantes de dicho idioma en su formación, es elocuente la siguiente afirmación del moyobambino Chávez Villaverde: “Enriquecido con ambos idiomas los medios de expresión, fué natural entre la gente común apelar indistintamente a los términos [de ambas lenguas] para expresar sus pensamientos” (1929, 13). Igualmente, el autor se refiere al quechua como la “heredad de nuestros abuelos”. En la misma línea, Benvenutto Murrieta sostiene que la causa de que exista una abundante influencia quechua en el español de Iquitos reside “sin duda en la colonización cauchera de amazonenses y otros serranos de habla runa simi que prefirieron su antiguo idioma para la denominación de vegetales y animales, especialmente” (1936, 94). Es pertinente señalar también que el contacto del español con la lengua portuguesa se produjo desde épocas tempranas. Como se verá más adelante en este artículo (acápite 3.4), el español peruano amazónico ha incorporado en su reper torio léxico diversos lusismos. Hasta qué punto influyó el portugués en otros aspectos lingüísticos del EPA es materia de futuras investigaciones. El principal objetivo de este artículo es ofrecer un panorama general y sucinto del EPA en su versión monolingüe, enfocándonos en una selección de rasgos del “español loretano”; es decir, de las variedades habladas en San Martín, Loreto y Ucayali.7 Así, a menos que se indique lo contrario, en el presente trabajo el significado del glosónimo EPA tendrá las restricciones descritas. Es evidente que un tratamiento exhaustivo de la variedad de español que nos ocupa supera largamente los alcances de esta obra. Junto a la limitación geográfica, debe tomarse en consideración que el estudio del EPA se encuentra en una etapa inicial, de manera que es esperable que nuestra descripción omita propiedades que estudiosos futuros (e incluso actuales) consideren particularmente relevantes. Así y todo, esperamos que nuestro aporte contribuya al mejor conocimiento del EPA y el avance de los estudios dialectológicos del español peruano y latinoamericano. Luego de esta introducción, el presente estudio prosigue de la siguiente manera. La sección 2 da cuenta de las diferentes clasificaciones del EPA en el contexto del español peruano. El primer autor que citamos es Benvenutto Murrieta (1936), quien considera que el EPA por sí mismo constituye una de las cuatro variedades principales en las que divide el español peruano. Décadas más tarde, a partir de una isoglosa fonológica de gran relevancia para la dialectología hispánica, Escobar (1978) clasifica al EPA como una subvariedad de español ribereño y lo contrasta con el español andino. Esto es disputado por Caravedo (1992a, 1992b) y Ramírez (2003), quienes proponen una partición del español peruano en tres dialectos de primer orden: costeño o del litoral norte y centro, andino y amazónico. Ramírez, en particular, llama la atención hacia la significativa afinidad del EPA
40 Pilar Valenzuela y Margarita Jara con el español andino. Concordando con este último autor, Marticorena (2010) pone de relieve la influencia quechua en el EPA, e inclusive afirma que este último forma parte del castellano andino. A continuación, la sección 3 se centra en una selección de rasgos lingüísticos destacados del EPA organizados según los dife rentes niveles de análisis: fonético-fonológico, morfológico, morfosintáctico y sintáctico, léxico y pragmático. Para esto, echamos mano de trabajos que ofrecen una visión integral de esta variedad (Ramírez 2003; Marticorena 2010), dicciona rios o vocabularios que recopilan el léxico loretano (e. g., Tovar 1966; Castonguay 1987; Rodríguez Linares 2001; Chirif 2016) y artículos que se enfocan en temas específicos como la realización de las palatales sonoras, la entonación o los usos pragmáticos del marcador ya vuelta (Caravedo 1995; García 2014; Jara y Valenzuela de pronta publicación, etc.). Concluyendo este estudio, la sección 4 presenta consideraciones finales y sugerencias sobre algunos temas por priorizar en estudios futuros.
2 Clasificaciones del español peruano amazónico 2.1 Benvenutto Murrieta (1936) Al discurrir acerca de la pronunciación del español peruano, Benvenutto Murrieta (1936, 109) distingue cuatro áreas dialectales: a) región del litoral norte, b) región del litoral centro y sur, c) región serrana, que comprende también el extremo sur del litoral, y d) región de la montaña (es decir, amazónica). Esta última, estima el autor, posee una fonética especialmente compleja debido a las diferentes influen cias lingüísticas que habría experimentado. Así, la lengua cocama “ha influido intensamente en la fonética vulgar” de su área geográfica (157), tanto en el habla de indígenas como de no indígenas. Dichos cambios habrían afectado sobre todo a las consonantes, como es el caso de que se manifiesta, según el autor, como ch, de tal manera que allá se pronuncia achá. Mediante esta observación, muy probablemente Benvenutto Murrieta se refiere a la presencia de la africada alveopalatal sonora /dʒ/ característica del EPA. Asimismo, afirma que y son sustituidas en la pronunciación por sus correspondientes sordas. Con este último comentario el autor aludiría a la ausencia de espirantización de las oclusivas sonoras en posición intervocálica, lo que constituye otra singularidad de esta variedad lingüística. En consecuencia, a oídos del autor, llover se realiza como lloper, mientras que nada has dicho resultaría en nata has ticho (128). Benvenutto Murrieta menciona, adicionalmente, dificultades en la pronunciación de ciertas consonantes y tipos de sílaba en el español adquirido como segunda lengua por individuos pertenecientes a pueblos indígenas. En cuanto al ámbito léxico, Benvenutto Murrieta afirma que “el lenguaje de la floresta está muy matizado de quechuismos, tanto y más que el de algunas zonas andinas” (93–94). Critica asimismo el prescriptivismo a ultranza en el trata miento del EPA por parte de Chávez Villaverde (1929) y en cambio estima que términos propios de esta variedad (como tacacho) constituyen “voces insustituibles”. Benvenutto Murrieta también alude a la existencia de palabras compuestas
El español peruano amazónico 41 híbridas quechua-español, peculiares diminutivos en los nombres propios (16) y remanentes del voseo en el habla de San Martín (139).8 2.2 Escobar (1978) En su influyente estudio Variaciones sociolingüísticas del castellano en el Perú, Alberto Escobar (1978) presenta un panorama integral del español hablado en nuestro país. Echando mano de un rasgo fonológico de gran relevancia en la dialectología hispánica, la distinción o indistinción de las consonantes palatales sonoras /ʝ/ y /ʎ/,9 el autor propone una primera división del español peruano materno en dos tipos: Tipo 1 o castellano andino y Tipo 2 o castellano no andino o ribereño. Solo el Tipo 1 presentaría contraste funcional entre las consonantes en cuestión, en tanto que el Tipo 2 se caracterizaría por la indistinción en favor de /ʝ/ o yeísmo. Prosiguiendo con su subclasificación, Escobar divide el castellano Tipo 2 en a) castellano del litoral norteño y central y b) castellano amazónico (38–40). Este último, que corresponde al EPA, comprende las variedades habladas en los departamentos de Loreto, Ucayali, San Martín y algunas zonas de Amazonas y Huánuco (58).10 Como realizaciones fonéticas del supuesto fonema único /ʝ/ en el EPA, Escobar registra los alófonos [ʒ] y [d͡ʒ], siendo el segundo el predominante. Por consiguiente, olla y hoya tendrían la misma pronunciación, ['oʒa] ~ ['od͡ʒa], encontrándose la segunda forma más difundida que la primera (42). Más adelante, el autor incluye el alófono [j] y registra realizaciones como ya [ʒa] ~ [ja] ~ [d͡ʒa], gallos ['gad͡ʒos] ~ ['gajos] (69). En publicaciones posteriores, Escobar (1981, 1992) ratifica este análisis. Si bien es cierto que Escobar postula la desfonologización de /ʎ/, a la vez afirma que el cambio que conduce a la indistinción funcional de las palatales en la Amazonía no solo es tardío (en relación con el litoral norteño y central),11 sino que se trata de un proceso aún no concluido en su totalidad (69–70). 2.3 Caravedo (1992a, 1992b) A diferencia de Escobar, Caravedo distingue tres variedades mayores al interior del español peruano: español costeño, español andino y español amazónico. Cuestiona la hipótesis de Escobar (1978, 1981, 1992) acerca del supuesto yeísmo del EPA, pues considera que realizaciones como [j], [ʝ], [ʒ], [d͡ʒ], analizadas por Escobar como simples alófonos de un fonema único, corresponden a dos valores funcionales distintos. Retomaremos este tema en 3.1.2. Nuevamente en discrepancia con Escobar, Caravedo reporta la presencia de “asibilación de R en regiones no andinas, propiamente la selva peruana” (1992b, 293).12 Este hallazgo tiene repercusiones para la zonificación del español peruano propuesta por Escobar, quien sostiene que la asibilación de vibrantes es exclusiva del español andino y su ausencia sirve como criterio adicional para reunir a las variedades amazónica y del litoral norteño y central. Hasta donde sabemos, ninguna otra descripción del EPA alude a esta característica (pero véase 3.1.7). Otros rasgos de carácter fonético mencionados por Caravedo son el reforzamiento de
42 Pilar Valenzuela y Margarita Jara segmentos oclusivos incluso en contextos intervocálicos, la aspiración de /p/, /t/, /k/ (Caravedo 1992a, 734) y la realización bilabial de /f/ que puede venir acompañada de labiovelarización (véase 3.1.3). Caravedo también nota la presencia de importantes características morfosintácticas en el EPA tales como leísmo y loísmo, orden de constituyentes distinto del exhibido por el español general, y uso de construcciones particulares como “estar de hambre” (Caravedo 1992a, 735) y “en mi delante” (Caravedo 1992b, 296). Algunos de estos temas serán abordados en 3.3. Finalmente, la autora alude a vocablos exclusivos del EPA (Caravedo 1992b, 298) (véase 3.5). 2.4 Ramírez (2003) En su obra de publicación póstuma El español amazónico hablado en el Perú (Hacia una sistematización de este dialecto), Ramírez ofrece la primera descripción en conjunto de esta variedad lectal, buscando dar cuenta de sus características fonético-fonológicas, morfológicas, sintácticas y léxicas. El autor expresa su desacuerdo con la clasificación de Escobar (1978) y, considerando aspectos fonéticos y fonológicos, arguye que el español amazónico “tiene más coincidencias con el dialecto andino que con el costeño o del litoral” (2003, 16). Desafortunadamente, Ramírez no trata el tema del posible yeísmo en el EPA, sino que apenas se ciñe a ilustrar las realizaciones fonéticas de calle en el español costeño, andino y amazónico: ['kaʝe], ['kaʎe], ['kaʒe],13 respectivamente (p. 17). Al parecer, Ramírez no tuvo acceso a los trabajos de Caravedo sobre la materia. Ramírez clasifica el español peruano en tres dialectos de primer orden: castellano andino, castellano costeño o del litoral y castellano amazónico (16). En cuanto a la zonificación del último, incorpora no solo los departamentos de San Martín, Loreto y Ucayali, sino también Madre de Dios, ciertas provincias de los departamentos de Cajamarca y Amazonas, la provincia cuzqueña de La Convención, y la llamada Selva Central, constituida por las provincias amazónicas de los departamentos de Huánuco, Pasco, Junín y Ayacucho (15). Una particularidad de Ramírez que cabe destacar aquí es su calidad de “hablante nativo del dialecto amazónico” (15). Tras pasar los primeros dieciocho años de su vida en su natal Moyobamba, capital de San Martín, el autor recopila durante los siguientes cuarenta años un “vasto y desordenado corpus” con datos provenientes de diferentes zonas donde se habla el EPA. En la sección 3 retomaremos dife rentes puntos tratados por Ramírez. 2.5 Marticorena (2010) Marticorena divide el español peruano en “castellano Tipo 1 o andino” y “caste llano Tipo 2 o no andino”. Al EPA lo ubica dentro de la primera categoría, junto con el castellano andino propiamente dicho, el castellano altiplánico y el caste llano del litoral y Andes occidentales sureños (2010, 29). El criterio argüido por Marticorena es la supuesta ausencia de yeísmo; es decir, su convicción de que en
El español peruano amazónico 43 el habla amazónica “se diferencia perfectamente el fonema /ʎ/ del fonema /ʝ/” (29, 33). Desafortunadamente, los únicos ejemplos que ofrece son adjudicados de forma conjunta a hispanohablantes nativos de Huancayo, Pucallpa e Iquitos (siendo la primera una ciudad andina y las dos últimas ciudades amazónicas). Estos incluyen vocablos como: caballo /ka'baʎo/, mayo /'maʝo/, gallo /'gaʎo/, payaso /pa'ʝaso/ (p. 29). Es necesario aclarar que en el EPA no se atestigua la consonante [ʎ], como podría concluirse a partir de estos ejemplos. A semejanza de Ramírez (2003), Marticorena no trata las palatales sonoras en su descripción del plano fonético-fonológico.14 Marticorena advierte que el EPA, tal como se describe en su obra, es usado especialmente por las capas popular y rural de la sociedad amazónica, en tanto que viene siendo desplazado entre los sectores más favorecidos de los centros urbanos que cuentan con mayor escolaridad. Asimismo, nota que el habla de las generaciones nacidas después de la década de 1970 exhibe una marcada influencia del castellano Tipo 2 (litoral norteño y central) debido al impacto de medios de comunicación masiva como la radio y la televisión (47–48, 50).15 La demarcación geográfica del EPA propuesta por Marticorena es la más extensa, pues abarca, además de la Selva Baja (incluyendo Madre de Dios) y la Selva Central, provincias de Cajamarca (Cutervo, Jaén y San Ignacio), Amazonas (Bagua, Bongará, Rodríguez de Mendoza y Condorcanqui), La Libertad (Bolívar, Sánchez Carrión y Pataz), Cuzco (La Convención y Paucartambo) y Puno (distritos de San Gabán y San Juan del Oro, provincia de Carabaya) (38– 41). Queda implícito en el trabajo de Marticorena que el criterio lingüístico que sirve de base a esta amplia zonificación es la ausencia de yeísmo. Es necesario que estudios futuros indaguen si nos encontramos, en efecto, ante una zonificación delimitada lingüísticamente, en vez de una basada en criterios geográficos en algunos casos.16 Marticorena, quien se desempeña como docente en la región amazónica desde hace varias décadas, manifiesta en diferentes puntos de su trabajo la ventaja que le otorga el ser hablante de quechua, dada la gran influencia de esta en el EPA.
3 Rasgos estructurales del español peruano amazónico Esta sección trata de forma sucinta un conjunto de rasgos característicos del EPA correspondientes a los planos fonético-fonológico, morfológico, morfosintáctico y sintáctico, pragmático y léxico. 3.1 Rasgos fonético-fonológicos “El sonsonete o dejo – que recuerda bastante el modo de hablar de los brasileños de la misma cuenca amazónica – es imposible de describir y sería necesario emplear un pentagrama y signos musicales para expresarlo” (Tovar 1966, 17).
44 Pilar Valenzuela y Margarita Jara 3.1.1 Entonación y duración vocálica Cada lengua posee un número limitado de patrones de entonación que producen efectos semánticos distintos. Más aún, existen diferencias entonacionales al interior de una misma lengua (Sosa 1999, 29, 177). Empleando el modelo métrico y autosegmental, García (2011) examina la entonación de construcciones de foco ancho, foco estrecho y foco contrastivo en el español de Pucallpa, en la región Ucayali. El hallazgo más notable es la coexistencia de dos patrones entonacio nales tritonales en esta variedad. Anteriormente solo se había reportado un patrón tritonal para el español bonaerense (Gabriel y otros 2010; en Vásquez 2017, 37). Posteriormente, Vásquez (2017) analiza la entonación del foco estrecho en el español de Iquitos y concluye que, aunque existen ciertas diferencias con cons trucciones similares en el español de Pucallpa, ambas variedades amazónicas presentan acento tritonal (L+H*+L). Vásquez hipotetiza que este rasgo del EPA podría haber surgido a partir del contacto con el portugués brasileño, cuyo acento tonal presenta muchas similitudes con los de Pucallpa e Iquitos (2017, 78).17 Otro hallazgo notable de García (2011) sobre la entonación en el EPA, más tarde confirmado en García (2016a), es la alineación del pico F0 dentro de los límites de la sílaba tónica como el patrón de entonación más común en las oraciones declarativas. García (2014) examina la duración vocálica en las declarativas del español pucallpino, tomando en cuenta el acento y la posición dentro de la oración. Encuentra que en esta variedad amazónica las vocales son fonéticamente
Figura 2.1 Configuraciones tonales del enunciado Daniel vendió un manguaré, con foco estrecho en el objeto, respuesta a la pregunta ¿Qué vendió Daniel? (Vásquez 2017, 63)
El español peruano amazónico 45 más largas que en la variedad limeña, encontrándose la mayor diferencia en las vocales tónicas y en posición final de la oración. Al interior de la palabra, las vocales pretónicas duran menos que las tónicas, y las tónicas duran más del doble que las postónicas. Por el contrario, en el español limeño, las vocales al interior de palabra presentan más o menos la misma duración. García (2014) propone que la duración vocálica gravitaría en la entonación al contribuir a ubicar el pico de la F0 dentro de la sílaba tónica. Es decir, al tener segmentos más largos, el contorno de la F0 tendría más tiempo para alcanzar su pico al interior de la sílaba tónica. Esta hipótesis será rechazada posteriormente por el mismo autor (García 2016b, 218). 3.1.2 Las palatales sonoras Con respecto a la distinción o indistinción de las palatales sonoras en el EPA, encontramos posiciones distintas e incluso contradictorias. Escobar (1978, 1981, 1992) considera que esta variedad es yeísta, siendo el fonema único realizado como [d͡ʒ] ~ [ʒ] ~ [ʝ]. Algunos ejemplos son ['oʒa] ~ ['od͡ʒa], que podría designar tanto olla como hoya; ya [ʒa] ~ [ʝ a] ~ [d͡ʒa]; gallos ['gad͡ʒos] ~ ['ga ʝos] (1978, 42, 69). A diferencia de Escobar, Marticorena sostiene que el EPA distingue “perfectamente el fonema /ʎ/ del fonema /ʝ/” (2010, 29, 33). Esta también habría sido la posición de Ramírez (2003) a decir de Marticorena. Desafortunadamente, ninguno de los dos autores discute realmente el estatus de las palatales sonoras en el EPA.18 Una tercera posición es la representada por Caravedo (1995), quien arguye que en el EPA pervive una distinción funcional dual de las palatales sonoras, aunque se atestigua simultáneamente un cambio en marcha hacia el yeísmo. La autora recurre a un “continuum fónico” con diferentes puntos que van de lo menos tenso a lo más tenso. Las realizaciones fricativas débiles o aproximantes serán [-tenso], mientras que las fricativas rehiladas o africadas serán [+tenso]. Caravedo identifica una regularidad según la cual en los contextos léxicos correspondientes a /ʝ/ (como vayan, yema, yo, inyección) se observa siempre fonos [–tenso], mientras que en aquellos asignables a /ʎ/ (como calle, llave, ellos, gallina) predominan los fonos [+tenso] (el énfasis en “siempre” y “predominan” es nuestro).19 Crucialmente, los hablantes son conscientes de estos dos espacios funcionales (131). Las fluctuaciones en la realización de las palatales sonoras, continúa Caravedo, se atestiguan tanto a nivel interindividual como intraindividual, y tienen correlaciones sociolingüísticas. Así, pues, con respecto a los contextos asignables a /ʎ/, en el habla de los sujetos de sectores menos privilegiados y con menos escolaridad, las realizaciones tensas exceden considerablemente a las no tensas; en cambio, en el habla de los sujetos de los grupos más favorecidos y con mayor escolaridad, las realizaciones débiles sobrepasan a las tensas. En conclusión, el yeísmo es patrocinado por el grupo sociocultural alto. Los hallazgos de Caravedo han sido recientemente corroborados por Vigil (de pronta publicación). Esta autora afirma, por ejemplo, que en los
46 Pilar Valenzuela y Margarita Jara contextos adscritos a /ʎ/, un mismo hablante puede presentar alternancias del tipo [kaste'd͡ʒano] ~ [kaste'ʝano] castellano, [ape'd͡ʒido] ~ [ape'ʝido] apellido, ['ed͡ʒa] ~ ['eʝa] ella, ['kad͡ʒe] ~ ['kaʝe] calle.20 En cambio, no se encontró ningún caso de realización tensa en contextos canónicos de /ʝ/. Vigil también sugiere que al estudiar las palatales sonoras en el EPA podría resultar relevante tomar en cuenta el factor género, además de aquellos considerados por Caravedo.21 Por nuestra parte, en datos recogidos en Moyobamba, hemos atestiguado casos de ensordecimiento de [d͡ʒ]: ['be.t͡ʃau̯. 'ɾo.ɾa] Bella Aurora (Valenzuela y Jara, notas de campo, 2016). 3.1.3 Las fricativas /f/ y /x/ En el EPA las fricativas sordas /f/ y /x/ suelen realizarse como [ɸ] y [h], respectivamente. Escobar (1978, 44–45) propone la existencia de un archifonema que neutraliza ciertas funciones de estas consonantes e involucra procesos de labiovelarización y deslabiovelarización. A esto se agrega la inestabilidad o variabilidad en las realizaciones resultantes. Los siguientes ejemplos combinan datos proporcionados por Escobar (1978), Ramírez (2003) y Marticorena (2010).22 familia fácil café fértil fecha fino forma fósforo fumar fuerte fuego paujil juane jueves Joaquín jugar
[ɸa'milia] ~ [ɸwa'milia] ~ [hwa'milia] ['ɸwasil] ~ ['hwasil] [ka'ɸe] ~ [ka'ɸwe] ~ [ka'hwe] ['hweɾtil] ['hwetʃa] ['hwino] ['hwoɾma] ['hoshoɾo] [hu'maɾ] ['ɸeɾte] ~ ['hweɾte] ['ɸego] [pau'ɸil] ['ɸwane] ~ ['ɸane] ['ɸwebes]~ ['ɸebes] [ɸa'kin] [ɸu'gaɾ]
Ramírez (2003, 28–30) trata casos como fácil ['hwasil] en un acápite sobre “Diptongación de vocales”. Análogamente, bajo “Vocalización de diptongos”, incluye palabras como fuego ['ɸego], así como casos que involucran /j/, como quieto ['keto]. Un indicador de lo generalizados y sobresalientes que resultan los cambios que atañen a las fricativas sordas es el hecho de que algunos vocabularios o glosarios, por ejemplo, Castonguay (1987), incluyen entradas como fana (Juana), Fanfuí (Juanjuí), febes (jueves), fego (fuego), ficio (juicio), fudío (judío), furo (juro), jonda (fonda), juácil (fácil), juamilia (familia), jueliz (feliz), juijar (fijar), juilo
El español peruano amazónico 47 (filo), etcétera. Chávez Villaverde (1929, 22) ilustra las consecuencias de pronunciar “erróneamente” /x/ y /f/ mediante oraciones como la siguiente: “Mariquita, he invitado al fez y al compadre Fan a un cajué en el hotel de don Marcelo” (‘Mariquita, he invitado al juez y a Juan a un café en el hotel de don Marcelo’) (en Escobar 1992, 94–95). 3.1.4 Las oclusivas Otra característica sobresaliente del EPA consiste en la no espirantización de las oclusivas sonoras en posición intervocálica como ocurre en el español general. Como vimos en 2.1, esto llevó a Benvenutto Murrieta a interpretar las oclusivas sonoras en este contexto como sordas, de manera que, a oídos del autor, llover se realiza como lloper, y nada has dicho como nata has ticho (1936, 128). Dentro del Perú la característica en cuestión es compartida por el español andino, especialmente por su versión bilingüe (Escobar 1978, 35). Escobar se refiere a un peculiar esquema de entonación y ritmo del EPA, con un marcado silabeo o stacatto que parece segmentar el enunciado. “Este corte tajante y repetido nos lleva a postular que la frontera silábica equivale, en la variedad amazónica, a una suerte de real frontera, análoga a la inicial después de pausa” (1978, 72). Esta observación es compatible con la realización oclusiva de /b/, /d/, /g/ en posición intervocálica. En lo que atañe a las oclusivas sordas, Caravedo (1995, 133) observa una tensión adicional de /p/, /t/, /k/, así como una aspiración de las mismas (1992a, 743). Este último rasgo puede apreciarse en: [tʃaŋ.'kʰa::.ka] ‘chancaca’. 3.1.5 La sibilante prepalatal sorda El inventario fonológico del EPA consigna la consonante /ʃ/, ausente en el español general y el de la costa peruana. La fricativa sorda ocurre ya sea como arranque o como coda silábica. En los siguientes nombres /ʃ/ aparece ante las cinco vocales: shansho ‘esp. de ave’, shebón ‘esp. de palmera’, shiringa ‘esp. de árbol del cual se extrae goma’, posheco ‘pálido’, shushupe ‘esp. de víbora’. Palabras en las que /ʃ/ ocurre como coda incluyen: patarashca ‘platillo consistente en pescado envuelto en hoja y asado al fuego’, mutishco ‘de ojos verdes o azules’, cushma ‘especie de túnica que visten los hombres en algunos pueblos indígenas’. Ramírez (2003, 34) recoge diferentes vocablos en los que /ʃ/ alterna con otra consonante. Especialmente interesantes son los casos de alternancia con la fricativa glotal sorda: aguaje ~ aguashi ‘esp. de palmera de frutos comestibles (Mauritia flexuosa)’, añuje ~ añushi ‘especie de roedor (Dasyprocta fuliginosa)’, dejado ~ deshado ‘inútil’, jicra ~ shicra ‘bolsa de fibras’, ojotas ~ ushutas ‘sandalias’, pijuayo ~ píshuayo ‘especie de palmera de frutos comestibles (Bactris gasipaes)’. Al menos en el caso de dejado ~ deshado ‘inútil’ podríamos estar frente a rezagos del cambio /ʃ/ > /x/ ocurrido en el español general y que en la Amazonía peruana se atestigua también en la mudanza del etnónimo shiwiru ~ shevero > jebero (Valenzuela 2012, 27–28).
48 Pilar Valenzuela y Margarita Jara 3.1.6 Fonosimbolismo de la palatalidad Un posible rasgo areal de la zona de transición Andes-Amazonía en el centronorte del Perú consiste en el uso de la palatalidad para indicar las funciones afectiva y diminutiva (Valenzuela 2018, 666–667). Entre las lenguas que participan de este rasgo tenemos el quechua central (Adelaar 1977; CerrónPalomino 2016), el shiwilu (idioma de la familia kawapana, Valenzuela 2015) y el EPA.23 En el EPA este rasgo suele venir acompañado del acortamiento de la palabra y/o la sufijación de un diminutivo. Por lo general, la consonante afectada es /s/, que pasa a realizarse como /ʃ/. Un ejemplo de este proceso es el hipocorístico Risho en el corto diálogo de la sección 1, el cual probablemente se deriva del antropónimo Resurrección. En la siguiente oración imperativa, el adverbio “así” recibe un marcador diminutivo y presenta palatalización de /s/: Ashishito nomás dame. La palatalidad suele combinarse con el diminutivo -co ~ -ca, de manera especial (mas no exclusiva) en hipocorísticos y gentilicios: Meneleo > Meñeco, Isaías > Ishaco, brasileño > brashico, serrano > shishaco, celendino > shilico, mise rable > mishico (‘tacaño’). En el siguiente hipocorístico femenino se aprecia la palatalización de /s/ y la sufijación de una secuencia de diminutivos: Asunción > Ashu > Ashuca > Ashuquita. Marticorena (2010, 61) ofrece ejemplos adicionales que apoyarían la propuesta del fonosimbolismo de la palatalidad. En algunos casos la terminación diminutiva se realiza como -isho, en lugar de -ito: manquito > manquisho ‘que no tiene brazo o mano’, pancito > pandisho ‘pan de árbol’. En otros casos se observa solo palatalización: gato > gasho, ñato > ñasho, César > Shesha, portugués > portusho (Rodríguez Linares 2001). Este proceso también parece afectar al aumentativo -azo, especialmente en ejemplos en los que cumpliría función afectiva: amigo > amigasho, cuñado > cuñadasho, testigo > testigasho, narcotraficante > narcasho (Marticorena 2010, 57, 61–62; Rodríguez Linares 2001). 3.1.7 Otros rasgos fonético-fonológicos El EPA posee varios rasgos fonético-fonológicos adicionales. Entre ellos tenemos: alternancia vocálica de /e/ con /i/ y /o/ con /u/ en posición inicial o final de palabra (entuerto > intuerto, enjundia > injundia, tunche ~ tunchi ‘espíritu del difunto’, casharu ~ casharo ‘pelo lacio’) (Ramírez 2003, 26; Marticorena 2010, 53–54); diptongación de hiatos (bijao > bijau, almohada > almuada) y monoptongación de diptongos (achiote > achote, aunque sea > anque sea, fatuo > fato) (Ramírez 2003, 27–29, 31); presencia de frases contraídas como ¿quedisté? < ¿qué dice usted?, yamboy < ya me voy y quetón < quieto hombre (Chávez Villaverde 1929, 17; Ramírez 2003, 30–31); alternancias relacionadas a la estructura silábica del tipo tamshi ~ tamishi ‘especie de liana’, shapshico ~ shapishico ‘espíritu del monte’, puchco ~ puchuco ‘ácido’ (Ramírez 2003, 27). Al menos en el caso de puchco ~ puchuco se trata de la adaptación de un vocablo quechua (puchqu) a la estructura silábica española.
El español peruano amazónico 49 Las vibrantes y la fricativa alveolar sorda, que manifiestan gran variación en posición de coda en los dialectos americanos (Lipski 2006), tienen realizaciones disímiles en el EPA. Por un lado, se suele suprimir la vibrante al final de formas infinitivas con posible alargamiento vocálico: [a.ka.'ři̯ a:] ‘acarrear’, [xu'ga:] ‘jugar’. Por otro lado, se mantiene la /s/; es decir, no se velariza o aspira como ocurre en el español de Lima y otros dialectos de las tierras bajas. Finalmente, en datos de primera mano recientemente recogidos en Moyobamba por las autoras del presente trabajo, se atestigua la presencia de ciertos rasgos considerados típicamente andinos. Se trata de la reducción de vocales postónicas y la asibilación de la vibrante múltiple: [e na'sio el on . . . el 'trese de no'bi̯ e:mbre de nobe'si̯ en̪ ts siŋ'ku̯en̪ tai̯ ’siŋko] ‘He nacido el onc . . . el trece de noviembre de mil novecientos cincuenta y cinco’, [a la 'řón̪da] ‘a la ronda’, ['nu̯estřs 'xu̯egs pɾefe'ɾids] ‘Nuestros juegos preferidos’ (Moyobamba, grabación 702_0060) (Valenzuela y Jara, notas de campo, 2016). Recuérdese que la asibilación de vibrante fue reportada por Caravedo (1992b, 293) (véase 2.3). 3.2 Rasgos morfológicos 3.2.1 Compuestos nominales A diferencia del español general, los compuestos del EPA suelen presentar el orden modificador-modificado, característicamente asociado a las lenguas del tipo OV como las pertenecientes al conjunto quechua (véase, por ejemplo, Coombs et al. 1976, 104). Al examinar la etimología de los componentes, hallamos distintos patrones (C1 = componente modificador, C2 = componente modificado).24
C1 y C2 son de origen quechua (1) inchicapi inchik ‘maní’ + api ‘sopa, mazamorra’ = ‘sopa regional hecha de maní, arroz y gallina’ (Chirif 2016, 154) (2) pucacuro puka ‘rojo’ + kuru ‘gusano, insecto’ = ‘esp. de hormiga roja (Solepnosis invicta)’(Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (3) uchpa poroto uchpa ‘ceniza’+ purutu ‘frejol’ = ‘esp. de frejol (Casia occidentalis L)’ (Herrera 1939) (4) huayrauma huayra ‘viento’ + uma ‘cabeza’, (lit. ‘cabeza de viento’) = ‘olvidadizo, sin juicio, loco’ (Castonguay 1987, 61)
C1 es de origen español y C2 es de origen quechua (5) loro machaco loro + machakuy ‘víbora’ = ‘esp. de serpiente venenosa de coloración verde (Bothriopsis bilineatus)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (6) lagarto caspi lagarto + kaspi ‘palo, árbol’, (lit. árbol lagarto) = ‘palo María, árbol de corteza profundamente fisurada (Calophyllum spp.)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018; Chirif 2009) (7) Caballococha caballo + qucha ‘lago’ = ‘nombre de pueblo’
50 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (8) lobo-siso lobo + sisu ‘sarna’ = ‘tipo de sarna de difícil curación’ (Castonguay 1987, 78) (9) jabón-huasca jabón + waska ‘soga, liana’ = ‘liana cuyas hojas dan espuma’ (Castonguay 1987, 69) (10) tijera chupa tijera + chupa ‘cola, rabo’ = ‘gavilán de cola tijeriforme (Elanoides forficatus)’ (Chirif 2016, 280) (11) vacio shimi vacío + shimi ‘boca’= ‘desdentado’
C1 es de origen quechua y C2 es de origen español (12) yacu-jergón yaku ‘agua’ + jergón ‘esp. de víbora’ = ‘esp. de víbora acuática no venenosa (Helicops angulatus)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (13) ushpa-gallo ushpa ‘ceniza’ + gallo = ‘gallo de color cenizo’ (Chirif 2016, 295) (14) yana-vara yana ‘negro’ + vara = ‘esp. de árbol pequeño de corteza negra (Pollalesta)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (15) chishi-baile chishi ‘noche’+ baile = ‘baile que se celebra en San Martín la víspera de la fiesta de bodas’ (Chirif 2016, 101)
C1 y C2 son de origen español (16) Bombobaile (lit. baile con bombo) = ‘conjunto de música típica con bombo, redoblante y quena; baile típico que se interpreta con esta música’ (Chirif 2016, 72) (17) Vacamuchacho (lit. muchacho de la vaca) = ‘esp. de ave que suele alimentarse de garrapatas y otros parásitos de animales de pastoreo, y andar tras las vacas (Crotophaga ani)’ (Ramírez 2003, 56) (18) Canoa Puerto = ‘nombre de una comunidad shawi en el Distrito de Balsapuerto (Alto Amazonas)’ Además, el EPA posee compuestos que siguen el patrón modificado-modificador, como en el español general: pejetorre ‘esp. de pez bagre (Phractocephalus hemio lipterus)’, vacamarina ‘manatí’, palisangre ‘árbol cuya madera es de color rojo intenso (varias especies)’. 3.2.2 Reduplicación adjetivizadora de intensidad Un proceso adicional de formación de palabras consiste en la reduplicación, especialmente de nombres de origen quechua, para formar adjetivos con el significado de ‘poseer una cualidad en cantidad o con intensidad’: huira-huira ‘muy mantecoso’ (wira ‘grasa’), tuta-tuta ‘muy oscuro’ (tuta ‘noche’), cocha-cocha ‘bien mojado’ (qucha ‘laguna’), chahua-chahua (chawa ‘crudo’) ‘carne poco cocida’, churo-churo (churu ‘caracol fluvial comestible’)25 ‘con cabello muy ensortijado’, chuya-chuya ‘limpio, limpísimo’ (chuya ‘limpio’), bola-bola ‘mediocre’, ñati-ñati ‘bien asado o cocinado’ (ñati ‘hígado, entrañas’), mela-mela ‘espesito,
El español peruano amazónico 51 cremosito, viscoso’ (del castellano melado), ñucñu-ñucñu (ñukñu ‘dulce’) ‘muy dulce’, ñupo-ñupo ‘suavizado’ (ñupu ‘suave’), sipo-sipo ‘con pliegues’ (sipu ‘pliegue’), milla-milla ‘repugnante’ (milla ‘feo’). 3.2.3 Reduplicación y derivación de nombres Acabamos de ver que la reduplicación nominal cumple una función adjetivizadora en el EPA. Además de esto, la reduplicación es usada en la formación de nombres. Con frecuencia los elementos que participan en este procedimiento son de etimología desconocida. En algunos casos, como peque-peque, se trataría de onomatopeyas. (19) dale-dale = ‘fruta pequeña comestible (Calathea alouia)’ (Castonguay 1987, 41) (20) camu-camu = ‘fruta con alto contenido de ácido ascórbico usada para hacer bebidas (Myrciaria dubia)’ (Chirif 2016, 82) (21) naca-naca = ‘esp. de víbora (Micrurus lemniscatus)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (22) piri-piri = ‘plantas con poderes especiales empleadas para modificar el comportamiento de las personas u obtener algún beneficio’ (23) llevo-llevo = ‘buses o botes de transporte público (del verbo llevar)’ (24) peque-peque = ‘motor de bajo caballaje para mover embarcaciones; embarcación movida por este tipo de motor’ (Chirif 2016, 213) (25) shica-shica = ‘especie de fruta’ (26) callu-callu = ‘sanguijuela’ (Castonguay 1987, 26) 3.2.4 Verbalización denominal Se observa en el EPA un proceso de verbalización denominal más extendido que el del español general. Los verbos derivados suelen ser asignados a la conjugación -ar y verbalizarse mediante el sufijo -e, como es el caso de masato > masatear (*masatar) ‘tomar masato’. Sin embargo, también se atestigua casos de derivación cero, como icaro > icarar (*icarear) ‘proteger a una persona o cosa a través de un icaro o canto mágico’. Asimismo, se halla alternancias como leña > leñar ~ leñear. Digna de mención es la facilidad con la que se derivan verbos a partir de nombres de instrumentos. Las terminaciones -ar ~ -ear se añaden tanto a bases de origen español como quechua. Veamos algunos ejemplos: (27) flecha > flechar ‘disparar una flecha, cazar o pescar con flecha’ (28) anzuelo > anzuelear ‘pescar con anzuelo’ (Ramírez 2003, 38–39) (29) tarrafa > tarrafear ‘pescar con tarrafa’ (Ramírez 2003, 38–39) (30) red > redear ‘pescar con red’ (31) virote > virotear ‘enviar virotes (tangibles o mágicos)’ (Ramírez 2003, 38–39) (32) pucuna ‘cerbatana’ > pucunear ‘disparar la pucuna, cazar con pucuna’
52 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (33) ishanga ‘ortiga’ > ishanguear ‘golpear con las ramas de la ishanga’ (34) chapana ‘tarima que los cazadores hacen y colocan en las ramas de los árboles desde donde esperan escondidos al animal > chapanear ‘espiar a un animal desde la chapana para cazarlo’ (Ramírez 2003, 38–39) (35) huicapa ‘pedazo de madera, semilla o piedra que se tira’ > huicapear ‘tirar la huicapa’ (Ramírez 2003, 38–39) (36) ushati ‘cuchillo filudo y curvo con el que los shipibo cortaban en la parte posterior de la cabeza a sus rivales > ushatear ‘cortar con ushati’ (37) linterna > linternear ‘alumbrar con linterna’ (38) hacha > hachear ‘cortar con hacha’ (39) pichana ‘escoba’ > pichanear ‘barrer’ (Ramírez 2003, 38–39) (40) pusanga ‘brebaje, amuleto, hechicería para atraer el amor y/o vengarse de alguien’ > pusanguear ‘usar una pusanga hacia alguien’ (Ramírez 2003, 38–39) (41) icaro ‘cantos del chamán para invocar la ayuda de los espíritus’ > icarar ‘proteger a una persona u objeto con icaros’ (42) shicshina ‘pluma de gallina para el escozor del oído > shicshinear ‘usar la shicshina, motivar, provocar’ (Rodríguez Linares 2001, 45) La relativa facilidad con la que se produce la verbalización denominal en el EPA es, de alguna manera, reminiscente de la existencia en quechua de varias raíces que pueden funcionar ya sea como verbos o como nombres sin requerir morfología derivativa adicional. Por ejemplo, tamya- ‘llover’ y tamya ‘lluvia’ (Coombs et al. 1976, 54). Un caso distinto lo constituyen verbos como ñahuinchear ‘observar’, donde la base no es el nombre quechua ñawi ‘ojo’ sino, probablemente, el verbo quechua nawichi- ‘observar’. De manera análoga encontramos en el quechua sanmartinense ñakcha ‘peine’ > ñakcha-chi- ‘peinar’, donde el sufijo -chi es un causativo (Park et al. 1976, 71). 3.2.5 Ilegitimizador sachaEl nombre quechua sacha ‘monte’ funciona en el EPA a modo de prefijo añadiendo el sentido de ‘silvestre, del monte’ (ejemplos del (43) al (49)). Típicamente, sacha- deriva nombres de animales y plantas naturales del bosque amazónico a partir de su percibida semejanza con especies más ampliamente conocidas. En los ejemplos que siguen, sacha- ocurre con un nombre español (ejemplos (43)-(46)), quechua (ejemplos (47) y (48)) o de otra lengua indígena (ejemplo (49)). (43) sachavaca sacha + vaca = ‘tapir’ (Tapirus terrestris) (Grupo BioinfoIIAP 2018) (44) sachaajo sacha + ajo = ‘esp. de planta medicinal con fuerte olor a ajo’26 (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (45) sachaculantro sacha + culantro = ‘hierba de sabor parecido al del culantro’ (Castonguay 1987, 125)
El español peruano amazónico 53 (46) sachamango ~ sachamancua sacha + mango = ‘fruto comestible (Grias neuberthii MacBr)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) (47) sachapapa sacha + papa = ‘esp. de planta de tubérculos comestibles (Dioscorea trifida)’ (Castonguay 1987, 125) (48) sachainchi sacha + inchik ‘maní’ = ‘esp. de planta semileñosa y perenne’ (Plukenetia volubilis) (Chirif 2016, 248) (49) sachacasho sacha + kashu (del tupí acajú) = ‘esp. de fruto comestible (Anacardium occidentale)’ (Grupo Bioinfo-IIAP 2018) Según Ramírez (2003, 45), del significado ‘silvestre’ se ha derivado el de ‘falso, mediocre, empírico’. Así, sacha- es usado de manera irónica para referirse peyorativamente a personas que desempeñan las funciones de ciertas profesiones, ocupaciones o cargos, pero que legítimamente no poseen el entrenamiento, la capacidad, la autoridad y/o la certificación necesarios. Algunas instancias de este uso son sachaingeniero, sachacura, sachadoctor, sachadiputado, sachaperiodista, sachabogado, sachapoeta. 3.2.6 Adjetivizador frecuentativo -tero/a~ -dero/a ~ -ero/a ~ -ndero/a Según la Nueva gramática de la lengua española (2009, 464), el sufijo -dero/ -dera (del latín – torĭus, a, um) típicamente deriva nombres en función de agente (panadero, tejedera), de instrumento (perchero, llavero) y de lugar (basurero, embarcadero). La mayoría de estos nombres se forman a partir de verbos. La NGRAE señala también que este sufijo ha perdido terreno a lo largo del tiempo y ha sido desplazado progresivamente por -dor/dora (en función instrumental: triturador), -torio/-toria (en función locativa: lavatorio) y -ble (en función pasiva: prorrogable). Sin embargo, en el EPA los sufjijos -dero/a, -tero/a y -ero/a son muy productivos. Se añaden a raíces nominales o verbales con el fin de obtener adjetivos que describen a alguien que realiza una acción o participa en un evento de manera habitual o con frecuencia, ya sea por el gusto de hacerlo (la mayoría de ejemplos en (50)-(63)) o involuntariamente, porque no se puede evitar (ejemplos (64)-(70)). Se agrega tanto a bases quechuas como españolas (Ramírez 2003, 48). Menos comunes son las variantes -ndero/a (ejemplos (59) -(62)). (50) yanasero (yanasa ‘amigo’ + ero) = ‘amiguero’ (Rodríguez Linares 2001, 55) (51) hijero (hijo + ero) = ‘que hace hijos a cada rato’ (Rodríguez Linares 2001) (52) bailetero (baile + t-ero) = ‘que le gusta bailar’ (Chirif 2016, 65) (53) mushatero (mucha ‘beso’ + t-ero) = ‘que le gusta besar, besuqueador’ (54) huarmitero (warmi ‘mujer’+ t-ero) = ‘que le gustan las mujeres, mujeriego’ (Ramírez 2003, 48–49) (55) uchutero (uchu ‘ají’ + t-ero) = ‘que le gusta y come mucho ají’ (Ramírez 2003, 48–49) (56) ñucñutero (ñucñu ‘dulce’+ t-ero) = ‘que le gusta el dulce’ (Chirif 2016, 199) (57) comidero (comida + ero) = ‘que le gusta comer’ (Marticorena 2010, 75) (58) danzantero (danzante + ero) = ‘que danza, danzante’ (Chirif 2016, 122)
54 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (59) peleandero (pelea + n-d-ero) = ‘que le gusta pelear, pleitista’ (Chirif 2016, 214) (60) mozandero (moza + n-d-ero) = ‘que le gusta los jóvenes’ (Chirif 2016, 191) (61) shayandera (shaya- ‘estar parado’ + n-der-a) = ‘inquieta, coqueta’ (Chirif 2016, 258) (62) cushpandero (kushpa- de etimología incierta27 + -n-d-ero) = ‘madrugador’ (63) pichero (picho ‘vagina’ + ero) = ‘adicto al sexo femenino’ (Rodríguez Linares 2001, 38) (64) ishpatero (ishpa ‘orina’+ t-ero) = ‘que orina frecuentemente’ (ishpateru aparece como entrada en Park et al. (1976: 46) con el significado de ‘uno que orina a cada rato, un niño que se orina en la cama’) (65) supitero (supi ‘pedo’ = t-ero) = ‘que se tira pedos frecuentemente, pedorrero’ (Ramírez 2003, 48–49) (66) quichatero (kicha ‘diarrea’ + t-ero) = ‘que sufre de diarreas’ (Ramírez 2003, 48–49) (67) ismatero (ismay ‘hez’ + t-ero) = ‘que defeca con frecuencia’ (Chirif 2016, 157) (68) huashero (washa ‘atrás, detrás, después de todos’ + ero) = ‘el último en todo; una persona sin iniciativa (quedada)’ (Rodríguez Linares 2001, 23; Chirif 2016, 148) (69) izquierdero (izquierda +t-ero) = ‘zurdo’ (Rodríguez Linares 2001, 25) 3.2.7 Aumentativo -sapa En quechua encontramos el sufijo nominal -sapa, que guarda sentido aumentativo, como en umasapa (uma ‘cabeza’) ‘cabezón’ (Coombs et al. 1976, 99). En el EPA la terminación -sapa se añade a bases nominales, especialmente partes del cuerpo, para derivar adjetivos que mantienen un sentido aumentativo. Marticorena (2010, 70) observa que el significado de -sapa se aproxima al de los sufijos aumentativos – ón (barrigón) y – udo (suertudo) del español. En el caso de maquisapa abajo, se observa la creación de un nombre a partir de una expresión calificativa, por metonimia; es decir, se parte de una característica perceptible y saliente de una especie de mono (sus brazos y manos largos) para denominar al animal entero. (70) maquisapa (maki ‘mano’) = (lit. ‘de manos o brazos largos’) ‘mono araña (Ateles belzebuth)’ (Ramírez 2003, 47) (71) cungasapa (kunka ‘cuello’) = ‘de cuello largo’ (Rodríguez Linares 2001, 14) (72) cususapa (qusu ‘tos’) = ‘que tiene fuerte tos, que tose mucho’ (Rodríguez Linares 2001, 15) (73) chuchusapa (chuchu ‘senos’) = ‘que tiene senos grandes’ (Ramírez 2003, 47) (74) chucchasapa (chukcha ‘cabello’) = ‘con abundante cabellera’ (Chávez Villaverde 1929, 52) (75) buchisapa (buche) = ‘barrigón’ (Ramírez 2003, 47) (76) lenguasapa = ‘chismoso’ (Ramírez 2003, 47) (77) usasapa (usa ‘piojo’) = ‘piojoso’ (Chávez Villaverde 1929, 68) (78) suertesapa = ‘suertudo’ (Ramírez 2003, 47) (79) cullquisapa (kullki ‘dinero’) = ‘adinerado, ricachón’
El español peruano amazónico 55 3.2.8 Otros adjetivizadores Esta sección presenta otros marcadores que derivan un adjetivo, generalmente a partir de un nombre. En el EPA algunos adjetivos derivados presentan la terminación -cho o su contraparte femenina. Con frecuencia estos tienen un cierto sentido negativo. Algunos ejemplos son: (80) pelacho ‘calvo, sin pelo, pelado’ (Ramírez 2003, 51) (81) tablacho ‘plano, extendido’ (Ramírez 2003, 51) (82) plastacho ‘aplanado, aplastado’ (Ramírez 2003, 51) (83) bolsacho ‘demasiado ancho, persona que usa ropa demasiado ancha’ (Chirif 2016, 71) (84) suciacho ‘muy sucio’ (85) flautacho ‘alguien delgado y flaco como una flauta’ (Chirif 2016, 32) (86) huairacho (wayra ‘viento’) ‘que se olvida pronto’ (Rodríguez Linares 2001, 22) (87) teplecho ‘persona torpe y débil’ (Marticorena 2010, 85) (88) lapacho ‘que tiene orejas grandes’ (Rodríguez Linares 2001) (89) sipucho (sipu ‘pliegue’) ‘lleno de arrugas’ (Castonguay 1987, 129) (90) rupacho ‘raído, arrugado, raspado’ (Ramírez 2003, 51) (91) picshacho ‘arrugado, flojo, flaco, caído’ (Rodríguez Linares 2001, 31) (92) potocho ‘encorvado’ (Rodríguez Linares 2001, 39) (93) pucacho ‘de cara roja’ (puka ‘rojo’) (Ramírez 2003, 51) (94) patacho ‘con los dientes fuera de sitio’ (Rodríguez Linares 2001, 37) (95) pacucho ‘que tiene cabello rubio’ (Ramírez 2003, 51) (96) sarracho ‘sarnoso’ (Chirif 2016, 253) (97) yarcacho ‘hambriento’ (del quechua yarqa-y ‘hambre, tener hambre’) (Chirif 2016, 32) (98) sunincho (suni ‘largo’) ‘alargado’ (Chávez Villaverde 1929, 69) El marcador -sho, variante de -cho, ocurre en adjetivos como roncosho ‘que tiene voz distorsionada’ (Rodríguez Linares 2001, 42). Se constata igualmente la presencia de -cho ~ -sho en la formación de gentilicios: (99) Cajacho > natural de Cajamarca (100) lacusho > natural de Lagunas (101) moyocho ~ moyosho > natural de Moyobamba (102) colosho > natural de Colombia (103) portusho > natural de Portugal Otros adjetivos llevan la terminación -ncho ~ nsho, siendo la primera bastante más común: (104) bolansho ‘cabeza pelada, soldado raso’ (105) larguncho ‘muy largo’
56 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (106) flacunsho ‘flaco en demasía’ (107) irquinsho ‘llorón’ (irqi ‘niño’) (108) tullunsho ‘flaco, huesudo’ (tullu ‘hueso’) (109) upinsho ‘que no oye ni ve bien’ (upa ‘sordo’) (110) racansho ‘hombre que habla mal de las mujeres’ (raka ‘vagina’).28 (111) rutunsho ‘sin cola’ (rutu- ‘pelar, cortar el pelo’) (112) huinsho ‘hijo menor’ (113) killansho ‘haragán, inútil’ (qilla ‘ocioso’) (114) loquinsha ‘medio loca’.29 Agregado a nombres, el sufijo -lla deriva adjetivos con el significado ‘que tiene, que está con’ aquello que indica la base (Ramírez 2003, 47). Su origen lo encontramos, probablemente, en el limitativo quechua -lla ‘nomás, solamente’. Veamos ejemplos del EPA (tomados de Chávez Villaverde 1929; Ramírez 2003). (115) cachilla (kachi ‘sal’) = ‘salado; con mala suerte’ (Chávez Villaverde 1929, 49; Ramírez 2003, 47) (116) misquilla (miski ‘dulce, sabroso’) = ‘con sabor agradable o sabroso’ (Ramírez 2003, 47) (117) huiralla (wira ‘grasa, cebo’) = ‘gordo, aceitoso’ (Chávez Villaverde 1929, 57) (118) curulla (kuru ‘gusano’) = ‘gusaniento’ (Ramírez 2003, 47) (119) uchulla (uchu ‘ají’) = ‘picante’ (Ramírez 2003, 47) (120) yaculla (yaku ‘agua’) = ‘aguanoso, aguado’ (Ramírez 2003, 47) (121) mantecalla = ‘con manteca o mantecoso’ (Ramírez 2003, 47) (122) puntalla = ‘con punta o puntiagudo’ (Ramírez 2003, 47) (123) filulla = ‘con filo o afilado’ (Ramírez 2003, 47) (124) sombralla = ‘lugar o sitio con sombra’ (Ramírez 2003, 47) 3.2.9 Diminutivo -illo/-illa Se constata en el EPA el uso extendido del diminutivo español -illo/-illa. Este aparece sufijado a raíces nominales y adjetivales de la lengua quechua o española, y también a adverbios. Por lo general, su empleo lleva una carga expresiva y emotiva. (125) huambrilla (wamra ‘adolescente, muchacho, chiquillo’) = ‘niña’ (126) bonitilla (bonita) (127) ultimillo (último) (128) auritilla (ahora) A continuación vemos el diminutivo en cuestión sufijado a nombres propios: (129) Fana (< Juana) > Fanilla (< Juanilla), Lolilla ( Pedrín). Es bastante extendido el uso de – illo ~ illa para mitigar una cualidad negativa expresada por la base o para dar a la expresión un matiz irónico (Bendayán 1994, citado por Marticorena 2010, 73). Veamos: (130) buchisapillo (del español ‘buche’ y el sufijo aumentativo quechua sapa) = ‘barrigoncito’ (131) mozanderillo = ‘mujerieguito’ (132) tomadorcillo = ‘borrachín’ (133) mentirosillo = ‘mentirosito’ (134) cacherillo = ‘promiscuo, que practica mucho sexo’ (Rodríguez Linares 2001, 12) Sin embargo, también puede emplearse el sufijo -illo/-illa con vocablos que denotan características positivas, como en el caso de letradillo ‘hombre que sabe de leyes’. 3.2.10 Diminutivo -co/-ca Como vimos al tratar el fonosimbolismo de la palatalidad, los diminutivos -co/ -ca se atestiguan con frecuencia en la formación de hipocorísticos y gentilicios, además de otras palabras. Suelen coocurrir con el acortamiento de la base y la palatalización especialmente de /s/: Esteban > Ishtico, Isolina/Isodora > Ishuca, Salomón > Shaluco, guayaco > natural de Guayabamba. Igualmente hallamos esta terminación en adjetivos como eteco ‘debilucho’, shameco ‘tonto’, shepleco ‘inútil, sin fuerza’. 3.2.11 Nominalizador -chado El sufijo -chado involucra el participio español -ado. En los datos a disposición -chado se agrega a nombres terminados en vocal para designar un licor preparado por maceración en aguardiente del fruto, planta, animal o sustancia a la que se refiere la base. (135) abejachado (de miel de abeja) (Ramírez 2003, 46) (136) uvachado (del fruto llamado ubo) (Ramírez 2003, 46) (137) colmenachado (de colmena, miel de abeja) (Ramírez 2003, 46) (138) huitochado (del fruto llamado huito) (Ramírez 2003, 46) (139) canelachado (de canela) (Ramírez 2003, 46) (140) viborachado (de la planta llamada víbora) (Ramírez 2003, 46) (141) indanochado (del fruto llamado indano) (Ramírez 2003, 46) (142) ajinjibrichado (de la raíz jinjibre, ajinjibre, jengibre, kion) (Ramírez 2003, 46)
58 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (143) naranjachado (de cáscara de naranja) (Ramírez 2003, 46) (144) ñucñuchado (‘licor dulce’ de ñucñu ‘dulce’) (Rodríguez Linares 2001, 34) La africada -ch- que precede a -ado podría corresponder al sufijo factitivo quechua -cha. Este cumpliría una función verbalizadora derivando el tipo de base que puede alojar -ado. Veamos un ejemplo del uso de este sufijo en quechua: ‘yaku ‘agua’ > yakucha- ‘regar, remojar, poner agua en’ (Park et al. 1976, 107). Asociada también a bebidas, aunque no alcohólicas, tenemos -ina, como en aguaje ‘fruto de una palmera’ > aguajina ‘refresco hecho de aguaje’ (Ramírez 2003, 46). 3.2.12 Resultativo -shca En quechua el sufijo -shka se agrega a los verbos para obtener un nombre con sentido resultativo (Coombs et al. 1976, 98). Por ejemplo: rima- ‘hablar’ > rimashka ‘lo hablado’. Algunos préstamos quechua que han ingresado al EPA llevan la terminación -shca, también con sentido resultativo. Sin embargo, a diferencia de lo observado en quechua, las bases no son siempre verbales (véanse (145) y (146)).30 Los siguientes ejemplos ilustran este proceso: (145) cushnishca (del quechua kushni31 ‘humo’) ‘carne o pescado ahumado’ (Rodríguez Linares 2001, 15) (146) cuñuscha (asociado a kunu-chi- ‘calentar’) ‘masato caliente’ (Rodríguez Linares 2001, 14) (147) cutirimushca (kuti-ri-mu- ‘volver’ + inceptivo + venitivo)32 ‘gallina enferma o desganada’ (Rodríguez Linares 2001, 15) (148) chirriashca (chiri ‘frío) ‘inguiri guardado y frío’ (Rodríguez Linares 2001, 17) (149) micushca (miku- ‘comer’) ‘comido por partes, perforado, roto’ (Rodríguez Linares 2001, 32) (150) pucushca (puku- ‘madurar’) ‘plátano demasiado maduro’ (Rodríguez Linares 2001, 39) (151) machashca (macha- ‘emborracharse’) ‘borracho’ (Rodríguez Linares 2001, 30) 3.2.13 El sujifo -cur Se ha registrado en el EPA el sufijo -cur que, según Ramírez (2003, 48), “hace referencia en el derivado a un acto inminente o que se proyecta o se propone realizar inmediatamente”. Entre los ejemplos proporcionados por este autor tene mos: chapanacur (chapana ‘escondite en lo alto desde donde el cazador espera a su presa’) ‘que va a rebuscar, husmear u observar’; cazacur ‘va a cazar’, leñacur ‘que va a leñar o cortar leña’; orinacur/pishicur ‘que va a orinar o pishar’,33 rucricur ‘que va a llorar’, pihuicur ‘que va a poner su primer huevo (ave de corral)’. Asimismo, Rodríguez Linares (2001, 38) consigna pichicur ‘desear sexo femenino’, mientras que Chávez Villaverde (1929, 68) recoge yupacur ‘llorar’.
El español peruano amazónico 59 Lamentablemente, ningún autor ofrece ejemplos en los que vocablos terminados en -cur aparezcan insertados en un contexto que permita comprender su funcionamiento. 3.2.14 Habitual -siki Algunas variedades quechuas, como la hablada en el Napo, poseen un sufijo habi tual o reiterativo -siki que ingresó al EPA con la misma función. Los siguientes ejemplos muestran que -siki se añade a bases verbales: puñuysiki (puñu- ‘dormir’) ‘dormilón’, mikusiki (miku- ‘comer’) ‘glotón’, machaisiqui (macha- ‘emborra charse’) ‘bien borracho’34 (Ramírez 2003, 48, Rodríguez Linares 2001, 30). 3.2.15 Género Se producen casos de extensión de los sufijos nominales de género -o (masculino) y -a (femenino) a palabras del español terminadas en -e o a préstamos del quechua. Por ejemplo, la palabra demente no se emplea en el castellano loretano. Se usa en su lugar demento (masculino) o dementa (femenino) con el significado de ‘alocado/a, atolondrado/a’; otra acepción de dementa es ‘mujerzuela’. Por otro lado, la palabra quechua yanasa ‘amigo’ se usa en el EPA en forma femenina, yanasa ‘amiga’, y masculina, yanaso ‘amigo’. Igualmente, se observa la modificación del sufijo derivativo -ista, cuya /a/ final es interpretada como indicador de género femenino, de tal manera que es reemplazada por /o/ al ser aplicado a entidades masculinas: peleísto ‘buscapleitos, hombre pleitista’ (Rodríguez Lina res 2001, 37), motoristo ‘motorista, hombre que opera embarcaciones a motor’. 3.2.16 Conjugación verbal Ramírez (2003, 39–40) reporta lo que llama peculiaridades relacionadas a la conjugación de verbos. Además de formas como dijistes por ‘dijiste’ y siéntesen por ‘siéntense’, que están presentes en diferentes tipos de español popular, encon tramos que, en el modo subjuntivo, verbos de la segunda y tercera conjugación (hacer, venir, poner, tener, salir, etc.) se conjugan como si pertenecieran a la primera. Así pues, tenemos haguen (‘hagan’) y vengue (‘venga’). Ramírez también indica que al menos con ciertos verbos pertenecientes a la primera conjugación es común emplear la forma subjuntiva en contextos que requieren la indicativa: saquemos (‘sacamos’), lleguemos (‘llegamos’). Asimismo, se dan ocurrencias de verbos en el modo indicativo en contextos que requieren subjuntivo (ver (176)).35 3.3 Rasgos morfosintácticos y sintácticos El español hablado en la Amazonía peruana reúne una miríada de rasgos morfo sintácticos que lo identifican. Entre ellos tenemos: un orden sintáctico con tendencia a ubicar el núcleo en posición final, leísmo, discordancias de género y número, construcciones peculiares que involucran el reflexivo, pronombres indefinidos
60 Pilar Valenzuela y Margarita Jara negativos y diversas estructuras posesivas. Asimismo, encontramos construcciones antiguas que persisten en el EPA a pesar de haber ya caído en desuso en otras variedades de español; es decir, arcaísmos. 3.3.1 Leísmo En la Amazonía peruana es bastante extendido el uso del pronombre le/les en función de objeto directo para sustituir nominales con referentes animados e inanimados. El leísmo amazónico ha sido descrito por Caravedo (1992a, 735), quien señala que este rasgo convive con el loísmo (el uso de lo en lugar de le, véase el ejemplo (158) en la siguiente sección). Esta última característica es compartida por el español andino. Veamos algunos ejemplos tomados de nuestros propios datos. (152) De ahi le velaron y, ya pues este le velaron, sus familiares han llorado, sus hijos todo, las señoras han quedado viudas, sus hijos se han quedado sin padre. . . (Jeberos, 8M27) (153) . . . ahí le vi a la serpiente (Iquitos E2HJI2) (154) . . . total no me he dado cuenta que le había levantado más de la plancha su cosita y le pongo para planchar, le pongo. Total le he huequeado su pantalón. (Iquitos, E25MJST25) 3.3.2 Lo polivalente Además del leísmo, se observa en el EPA el empleo del pronombre lo para reemplazar objetos directos (155, 156, 157) e indirectos (158), tanto animados como inanimados. (155) . . . y a la niña lo apretamos. . . (Iquitos, E7MJI7) (156) En algunas cositas, palabritas, ahí recién, pero así de hablar cualquier cosita no casi, no casi se lo entiende [el dialecto de la sierra] (157) Y de verdad me lo hacía a mano la camisa ella. (Iquitos, E12HMI12) (158) Yo no lo he pagado (a él) (Iquitos, E10HMI10) El español amazónico comparte este uso polivalente de lo con el español hablado en los Andes, según reporta A. M. Escobar (2000, 104) para esta última variedad.36 3.3.3 Discordancias de género y número En el EPA se observa diferentes tipos de discordancia de género y número. Por ejemplo, en los enunciados (159) y (160) encontramos, respectivamente, discor dancia de número y de género entre sustantivos y adjetivos. La falta de concordancia de número puede manifestarse también en el verbo, como se ilustra en (161), donde “gustar” no concuerda con “los animales”.
El español peruano amazónico 61 (159) a mi hermana, a mí y a mi hermanita nos dejaba en su casa pues. Y hay veces parábamos triste [= tristes] (Iquitos, E21MJST21) (160) . . . tenía hermanitas chicos (= chicas) . . . (Iquitos, E2HJI2) (161) . . . como al profesor no le gusta los animales. . . ( . . . como al profesor no le gustan los animales. . .) (Iquitos, E25MJST25) Con respecto a frases nominales posesivas, Ramírez (2003, 36) afirma que “los posesivos se usan correctamente pero el sustantivo poseído se inmoviliza en singular”. Esto da como resultado la falta de concordancia, como en la expresión digan sus nombre. Retornaremos a este punto en 3.3.7. Enunciados que contienen una forma singular ahí donde el español general presenta una plural, así como enunciados donde ocurre una forma masculina en vez de femenina son comunes en el habla de aprendices de español como segunda lengua. Sin embargo, para el EPA se reporta también casos de discordancia menos usuales, como aquellos donde se emplea la forma plural ahí donde se espera la singular. (162) El torito eran bueno (163) Ha ido a mis chacra (Ha ido a mi chacra). (Chávez Villaverde 1929, 22) 3.3.4 Indefinidos negativos En el EPA las construcciones indefinidas negativas exhiben la estructura [ni] + [pronombre interrogativo] dando lugar a los equivalentes de ‘nadie’, ‘nada’, ‘en ningún lugar’, ‘nunca’, ‘de ninguna manera’ y ‘de ningún tipo’. (164) ni quién = ‘nadie’ La Mashica no tiene ni quién le acarree agua (= . . . no tiene nadie que le traiga agua) (165) ni qué = ‘nada’ ¡Van ya, cho! Aquí no hay ni qué para comer. (= no hay nada para comer) (166) ni dónde = ‘en ningún lugar’ Se ha escapado mi chancho. No lo encuentro ni dónde (= no lo encuentro en ningún lugar) (167) ni cuándo= ‘nunca’, ‘¡Quién sabe!’ . . . no salía ni cuándo. (= . . . no salía nunca) (Iquitos, E12HMI12) (168) ni cómo =‘de ninguna manera’ A: ¿Cómo se puede conseguir eso? B: ¡Ni cómo! (= de ninguna manera, no hay manera de conseguirla) (Chirif 2016, 196) (169) ni qué tipo/clase = ‘ningún tipo/clase’ . . . habíamos engañado que teníamos trabajo y no nos habíamos ido a hacer ni qué tipo de trabajo (= . . . habíamos engañado que teníamos trabajo y no nos habíamos ido a hacer ningún tipo de trabajo (Iquitos, E10MJI10)
62 Pilar Valenzuela y Margarita Jara En ciertas construcciones indefinidas negativas del EPA es posible que el pronombre interrogativo ‘qué’ lleve marca de diminutivo, como se aprecia en el siguiente intercambio: – ¿Qué tienes para comer? – Ni quesito tengo. (= no tengo nadita) (producido en el distrito de Tiruntán, Loreto; Leonardo Valles, c. p., julio del 2018). 3.3.5 Orden de constituyentes El orden de constituyentes de la cláusula exhibe gran variación en el EPA. Gene ralmente se observa inversiones del orden típico, tales como la anteposición al verbo de frases adverbiales (170–172), atributos (173 y 174) y objetos directos (175). Este orden preverbal ha sido atribuido al sustrato indígena en estudios de español andino en contacto con el quechua (cf. Escobar 2014, 73 sobre castellano andino: frases adverbiales y objeto directo en posición preverbal). (170) De mi casa su puerta con el viento se abrió. (= La puerta de mi casa se abrió con el viento) (Marticorena 2010, 93) (171) De esa enfermedad de los bronquios mi mamá me cura con, me ha curado con ese jarabe de huito (Jeberos, 6F44) (172) Pa’ ventear mi arroz me he ido, solito me he ido (Jeberos, 7M53) (173) El paiche bien rico es. (= El paiche es bien rico) (Marticorena 2010, 93) (174) Sí pues, esa víbora es mala, cascabel es. (Jeberos, 4F45) (175) La yuca hemos ido a traer (Jeberos, 5F42) Nótese que en la mayoría de ejemplos citados arriba el verbo ocurre en posición final de cláusula. Como es conocido, esta es una característica sintáctica del quechua, mientras que el español se caracteriza por el orden VO. 3.3.6 Pronombres “usted” y “vos” En la Amazonía peruana se encuentra bastante difundido el empleo del pronombre formal “usted” en combinación con la forma verbal informal correspondiente a “tú”. (176) Y me dijo mi abuelita. . . “No es bueno que usted estás andando, en este día andan ellos (los wanpis) . . .” (Jeberos, anónimo) Por otro lado, también se reporta el uso del pronombre “vos” en el EPA. Según Kany (1969) y Benvenutto Murrieta (1936), el voseo es una característica dialectal del norte peruano que se atribuye a la población indígena. Ramírez (2003, 35) señala que se trata de un rasgo de baja frecuencia en la Amazonía. Lo interesante es que en dicha variedad “vos” reemplaza al pronombre “usted” en vez de “tú”. Esto contrasta con lo atestiguado en otros dialectos americanos, como los hablados en Argentina, Chile, Nicaragua, Bolivia, entre otros (de Jonge y
El español peruano amazónico 63 Niewuwenhuijsen 2014, 255–260). El ejemplo a continuación muestra el uso de “vos” en un registro formal: (177) A vos le pedimos, señor alcalde (‘a usted le pedimos, señor alcalde’) (Ramírez 2003, 35) 3.3.7 Estructuras posesivas El EPA exhibe una gama de estructuras posesivas que presentan tanto un orden sintáctico típico como órdenes innovadores. Los siguientes datos provienen de nuestro propio corpus. a. Construcción posesiva estándar: [artículo definido] + N + de + FN (178) Los ancestros de mis abuelos b. Construcción con doble posesión: [adjetivo posesivo] + N + de + FN (179) sus almas de sus amigos. (180) Mi corazón de mí se asustó. c. Construcción con doble posesión e inversión: de + [FN] + [adjetivo posesivo] + N (181) De mi mamita su cara. d. Construcción con [artículo indefinido] + [adjetivo posesivo] + N (182) . . . a uno mi amigo le picó la serpiente. e. Construcción con ([artículo definido] +) ‘otro/a’ + [adjetivo posesivo] + N (183) (la) otra mi hijita me regaló esto. f. Construcción con [su] + N y [sus] + N (184) Su padre [de mi hijo]. (185) Sus padre [de mis hijos]. La estructura en d., que comprende [artículo indefinido] + [adjetivo posesivo] + N parece ser un remanente del español antiguo que ha persistido hasta nuestros días. Según Jara y Valenzuela (de pronta publicación), esta forma es más frecuente en las zonas rurales que en las zonas urbanas de nuestra Amazonía. Algunos estudios históricos sobre el español americano reportan el uso de esta estructura. Según Company (2006), en el español medieval existían las formas el su amigo, este su amigo, un su amigo. De estas, la más antigua, que era el su amigo, se perdió a pesar de haber sido la más frecuente. Coincidentemente, estudios sobre el español contemporáneo hablado en los Andes también dan cuenta de estos tipos de cons trucciones. Escobar (2014, 72) señala que formas como este su amigo perviven en el español andino (esos mis hijos). Company (2005, 136) asevera que la forma
64 Pilar Valenzuela y Margarita Jara un su amigo no solo pervive en dialectos americanos sino que su frecuencia ha aumentado. En cuanto a la distribución de los posesivos de tercera persona en “su padre” y “sus padres” mencionados en f., esta ocurre según el número del poseedor y no del poseído. Así, en el ejemplo (185), “sus” concuerda con el poseedor ‘mis hijos’.37 Esta regla es compatible con la distinción existente en quechua (y muchos otros idiomas) entre un marcador posesivo de tercera persona singular (wasi-n ‘su casa de él/de ella’) y uno de tercera persona plural (wasi-nku ‘su casa de ellos/ellas’). La característica en cuestión se puede apreciar también en otras variedades de español en contacto con lenguas indígenas y otras lenguas romances. Por cierto, en el español en contacto con el náhuatl este rasgo ha sido atribuido a la influencia de la lengua indígena: “Fueron a sus casa”. ‘They went to their house’ (each to their own house) (Flores Farfán 1992, 64; en Escobar 2014, 77). Asimismo, de acuerdo con Hernández (2001, 4), en judeo-español se utiliza la forma plural del posesivo “sus” acompañando a un sustantivo en singular, en concordancia con los poseedores y no con lo poseído: “sus comportación”, “sus directriza”, “sus laboro”. Hernández puntualiza que construcciones de esta índole se deben a la influencia del francés y el italiano, lenguas que establecen diferencias según el número de poseedores (leur, loro). De manera similar, Benaim (2011, 162) halla evidencia que muestra que “su” concuerda generalmente con el poseedor en lugar de hacerlo con el objeto poseído. Más aún, Benaim encuentra apenas nueve casos en los que “sus” concuerda con lo poseído, entre ellos “sus manos”, “sus cuentas”. 3.3.8 Imperativo formado por haber + de + infinitivo Otra estructura del español antiguo que persiste en el EPA es la que involucra el verbo haber + de + infinitivo. En datos de principios del siglo XX, que reproducimos parcialmente abajo, se documenta esta estructura con sentidos de obligación (186: ‘me he de ir a Sachachorro’), imperativo en mandatos directos (187a y 187b) o indirectos en cláusulas de complemento (187c: ‘mi madre me manda que le he de traer agua’), y probabilidad (188a: ‘tú has de tener mala lengua para decir esas cosas’). Es posible que el sentido de obligación se haya perdido; sin embargo, en nuestros datos del 2014 y el 2015 se documenta los valores de probabilidad (188a y b) y de incertidumbre (189). El sentido imperativo es confirmado por Tovar (1966), así como por Marticorena (2010, 97, 100). (186) Obligación – Te pregunto que a dónde vas. – Me he de ir á Sachachorro. (Fuentes 1908, I, 192). (187) Imperativo Mandato directo a) No has de hablar. Yo no tendré enamorado; si me voy es porque diz que mi madre no gusta otra agua, porque diz que todas las demás son sucias. (Fuentes 1908, I, 192–193).
El español peruano amazónico 65 b) – Pucha, me he ido al monte, le dice. – Ya has de dejar tu carga aquí y vamos a mi casa. (Jeberos, 2B35) Mandato indirecto en cláusula de complemento c) No me voy por nada malo, sino porque mi madre me manda que le he de traer agua y por eso me estoy yendo. (Fuentes 1908, tomo I, 192–193). (188) Probabilidad a) – ¡Ave María! Tú has de tener mala lengua para decir esas cosas. . . (Fuentes 1908, I, 192–193). b) . . . ya pues he dicho – Algún día ha de aparecer su padre – Y era comentario porque él ha tenido varias mujeres ¿di? pero él nunca podía tener hijos. (Iquitos, MMST35). (189) Incertidumbre Poco duran, profesora. Poquito. Duran tres años. Nada más. Lo que es de aquí cuántos años me ha de durar. Así, profesora, así vivo yo acá (Lagunas, F69). 3.3.9 Clíticos en verbos pronominales y no pronominales Los verbos pronominales y no pronominales suelen presentar variabilidad o redundancia con respecto al uso de clíticos. Se observan cuatro patrones: a) empleo invariable del clítico se, b) adición innecesaria del pronombre clítico, c) omisión del pronombre clítico requerido y d) repetición del pronombre clítico. A) EMPLEO INVARIABLE DEL CLÍTICO SE
Ramírez (2003, 40) reporta que el pronombre reflexivo “se” puede mantenerse inva riable para las tres personas gramaticales: voy a bañarse, vas a bañarse, va a bañarse. B) ADICIÓN INNECESARIA DEL PRONOMBRE CLÍTICO
Nuestros datos contienen casos en los que el pronombre clítico es añadido cuando el verbo no lo requiere, como en los siguientes ejemplos: (190) Un día, este me, me caí enfermo pue [= Un día caí enfermo, pues] (Jeberos, 8M27) (191) Todos me miraban. La gente, que yo estoy colgada. Me he saltado. [= He saltado] (Jeberos, 2F35) C) OMISIÓN DEL PRONOMBRE CLÍTICO REQUERIDO
Por otro lado, también se presentan ocurrencias en las que el pronombre obligatoriamente requerido por el verbo se omite. En (192) y (193) el pronombre de
66 Pilar Valenzuela y Margarita Jara tercera persona “se” de los verbos bañarse y caerse el bebe (‘abortar’), respectivamente, se omiten. (192) Y así, estaban bañando dos jóvenes, estaban bañando [= se estaban bañando] (Jeberos, 2F35) (193) Sí hace poco. Casi me muero. Casi me muero yo en el monte. Me, este, tengo una hemorragia, bien fuerte. Ha caído mi bebe [= se ha caído mi bebe]. Ajá. ha caído mi bebe en el monte [= se ha caído mi bebe en el monte] (Jeberos, 2F35) En (193) se puede apreciar que el hablante no efectúa la operación sintáctica cono cida como “ascensión del poseedor” (possessor raising), tal como lo requeriría el español general: se me ha caído el bebe. El no codificar al poseedor como dativo en estos contextos es también una característica del habla de los aprendices de español como segunda lengua. D) REPETICIÓN DEL PRONOMBRE CLÍTICO
Por último, los clíticos de los verbos pronominales (194, 195) o no pronominales (196, 197) pueden duplicarse. (194) Se ha ido a bañarse (Iquitos, e30MMST30) (195) Ahí sí me acuerdo. Cómo he gritado, mirándole a mi hermana que se estaba ahogándose. He gritado ¿di? (Iquitos, e30MMST30) (196) Y me dice mi mamá, y así te voy hacerte . . . . (Jeberos, 4F45) (197) Y. . . te quiere llevarte. Y, y así pues. (Jeberos, 7M53) Una instancia de arcaísmo sintáctico consiste en no desplazar el clítico a la posición preverbal con algunos verbos conjugados no imperativos. Nos referimos a expresiones como voyme (en lugar de me voy), donde el clítico permanece en posición posverbal, tal como ocurría en el castellano antiguo. Veamos una oración ilustrativa. (198) Ya vuelta mañana voyme a mi chacrita. Como se acaba de mostrar, el uso de los clíticos en el EPA es una veta de estudio que futuras investigaciones podrían explorar. 3.4 Aspectos léxicos “El lenguaje de la floresta está muy matizado de quechuismos, tanto y más que el de algunas zonas andinas. El aporte de los dialectos regionales, en comparación resulta pequeño. La causa de que haya una influencia quechua tan fuerte en Iquitos, v. gr., está sin duda en la colonización cauchera de amazonenses y otros serranos de habla runa simi que prefirieron su antiguo idioma para la denominación de vegetales y animales, especialmente”. (Benvenutto Murrieta 1936, 93–94)
El español peruano amazónico 67 Contamos con diferentes glosarios, vocabularios, diccionarios que recogen términos propios del EPA. Algunos de estos son Chávez Villaverde (1929), Tovar (1966), Castonguay (1987), Rodríguez Linares (2001) y Chirif (2016). Diferentes autores llaman la atención hacia la ubicua influencia quechua, que Benvenutto Murrieta atribuye a la migración hacia Iquitos de quechua-hablantes procedentes de Amazonas y San Martín. Incluso hoy en día, al dar a conocer el significado de algunos quechuismos, no es inusual que personas mayores recurran a su conocimiento de la lengua andina. Así, por ejemplo, no es raro escuchar que pucacunga se compone de puca y cunga, cuyos significados en quechua son ‘rojo’ y ‘cuello’ respectivamente. Es más, en muchas zonas rurales (como Jeberos o Achual Tipishca), los lugareños suelen afirmar que sus abuelos o bisabuelos habla ban la lengua “inga” o “quechua”.38 Todo esto indica que no nos encontramos frente a simples préstamos del quechua que inicialmente ingresaron al vocabulario de hispano-hablantes monolingües. Por lo contrario, los vocablos de etimología quechua habrían formado parte del léxico de individuos bilingües con dominio tanto del español como del quechua. En las secciones anteriores se presentaron abundantes términos de origen quechua que forman parte del léxico del EPA y se podría agregar un sinnúmero más. En la sección 3.2 se examinaron diferentes estrategias de formación léxica, como la composición nominal, bastante usada para clasificar animales y plantas,39 por ejemplo. Así, tenemos la participación como núcleo de compuestos o C2 de los siguientes nombres de origen quechua: yacu (yaku ‘agua, río’) para nombres de ríos, cocha (qucha ‘laguna, estanque’) para nombres de lagos y lagunas, caspi (kaspi ‘palo, árbol, madera’) para diferentes especies de árboles y huasca (waska ‘soga, liana’) para tipos de lianas o bejucos. Los componentes modificadores o C1, pueden o no ser de origen quechua. (199) yacu: Escalerayacu, Cachiyacu, Yanayacu, Loretoyacu, Huitoyacu (200) cocha: Yarinacocha, Quistococha, Moronacocha, Caballococha, Sungarococha, Cashibococha (201) caspi: lagartocaspi (palo María, Calophyllum spp.), chullachaquicaspi (Tomovita sp.), remocaspi, lechecaspi, anacaspi, paucarcaspi, tornillocaspi (202) huasca: clavohuasca, ayahuasca (Banisteriopsis caapi), boahuasca, carahuasca Adicionalmente, el vocabulario del EPA comprende una variedad de préstamos procedentes de distintas lenguas amerindias, además del quechua. Algunos de ellos arribaron con el español de los colonizadores. (203) Del cumanongoto (lengua de la zona del Caribe): masato, paujíl, totuma (Mejías 1980, citado en Marticorena 2010, 86) (204) Del guaraní: mandioca, ananá, piraña (DRAE 2017) (205) Del tupí: acarahuasú, huasaí, tucunaré, copoazú, copaiba (Chirif 2016) (206) Del pano: Contamana, ushatear y tal vez shebón (especie de árbol) (207) Del mapuche: maloca (DRAE 2017)
68 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (208) Del náhuatl o azteca desde el siglo XVII: achiote (achiotl), petate (petlatl), zapote (tzapotl) (209) Del caribe: piragua, curare, anona, bejuco, batey, caoba (DRAE 2017) (210) Del cuna: chaquira, chicha (DRAE 2017) (211) Del taíno: caimán, ají, barbacoa, bijao, bojío o bohío, canoa, carey, guabo, guacamayo, guanábana, hamaca, maíz, mamey, maní, yuca, huracán (DRAE 2017) (212) Del arahuaco: caimito, comején, guayaba, iguana (DRAE 2017) Otra lengua que ha aportado al vocabulario del EPA es la portuguesa. Algunos lusismos o portuguesismos son: virote ‘dardo’, bayuca ‘gusano de la yuca’, cachimba ‘pipa’, cabasiña ‘globo con agua’, caipiriña ‘licor’, caipora ‘mala suerte’, estrada ‘árboles de caucho cuya extracción puede ser trabajada en un día’, fariña ‘yuca podrida, seca y tostada para alimento’, guaraná ‘fruta y gaseosa’, mandioca ‘tapioca’, Rosiña ‘Rosita’, sherete ‘galán enamorado’, tishela ‘taza, jarro o pocillo’ (Ramírez 2003, 60), cachaza ‘aguardiente’ (Fuentes 1908, 105 sostiene que al aguardiente en la región de Loreto le dicen cachaza), farofa ‘platillo en base a fariña’, fregués ‘persona al servicio de un patrón’ (Ramírez 2003, 60), bucilar ‘relampaguear’, machadiño ~ mashadiño ‘hacha del cauchero para hacer incisiones en la corteza de los árboles’, shiringa ‘variedad de caucho’ (Ramírez 2003, 60); galocha ~ galosha ‘zapato de jebe’ (Ramírez 2004), cashuera ‘cascada, catarata, rápido’ (port. cachoeira), sharuto ‘cigarrillo hecho con las hojas del tabaco envueltas’ (Chirif 2016, 258). Otro aspecto interesante en el léxico del EPA es la presencia de arcaísmos o términos que han caído en desuso o resultan anticuados en otras variedades de español. Algunos de estos son saber con sentido habitual equivalente a ‘soler’ (213), recordar con el sentido de ‘despertar’ (214), alagar (215) con el significado de ‘inundar’ (ver también Marticorena 2010, 45), lamber (del latín lambĕre), que no presenta la asimilación de la bilabial postnasal que la convirtió en lamer en muchas variedades de español contemporáneo (216) y balista con el significado de ‘arco’ (217). (213) Cuando uno no sabe trabajar uno no tiene el sustento del diario, hijita, sufre el niño. (Lagunas, F69) (214) Y él se ha ido. Yo me he quedado dormida. Un sueño. A las once ha venido él, me ha venido a recordar (Jeberos, 8M27) (215) Y eso se ha alagado y hoy que está seco (Iquitos, E26HMST26) (216) Lamber ‘lamer’ (Ramírez 2003, 52) (217) Lleva tu flecha y tu balista. = Lleva tu flecha y tu arco No es de sorprender que el EPA posea un sinnúmero de nombres para designar diferentes tipos de plantas (chacruna, yarina, ishpingo, lupuna), animales (añuje, canero, jergón, pihuicho), hábitats (chupadera, tahuampa, tiphishca, restinga, colpa), comidas (tacacho, timbuche, patarashca), prendas de vestir (cushma,
El español peruano amazónico 69 pampanilla, cotón), partes de la casa (cumbrera, horcones, emponado), seres espirituales (yacumama, sacharuna, chullachaqui), etc. Se observa, asimismo, términos hispanos con significado distinto del que guardan en el español general. Algunos ejemplos son: centro ‘monte, selva’; quebrada ‘riachuelo, afluente de un río’; dañado ‘flojo, inútil’; cultivar ‘deshier bar, librar de maleza’; bellaco ‘esp. de plátano’; bocón ‘esp. de pez de boca grande’; coto ‘esp. de mono’; crisneja ‘hojas de palmera entretejidas usadas en el techado de las casas’; montería ‘pequeña embarcación con borda’; cabezón ‘mayordomo de una fiesta’; pandilla ‘baile típico’; prender ‘insertar’; botarse ‘lanzarse’; etc. Por último, podemos mencionar particularidades asociadas a la valencia de algunos verbos. Un ejemplo es prestar, empleado con el sentido de ‘pedir pres tado algo a alguien’ y ‘prestar algo a alguien’. Es también frecuente el uso transitivo del verbo morir, específicamente mediante el giro haber muerto a alguien. (218) Yo he sabido que mi hijo ha muerto, este este, le han muerto los este . . . los terros, terroristas (Jeberos, 4F45) 3.5 Aspectos discursivo-pragmáticos Como otras características lingüísticas del EPA, también los fenómenos pragmático-discursivos han sido apenas explorados. Un tema de investigación en esta área son los marcadores discursivos. A saber, el único estudio de esta índole es el de Jara y Valenzuela (de pronta publicación) sobre el marcador discursivo ya vuelta, el cual cumple una serie de funciones pragmáticas de valor mirativo; es decir, ya vuelta es usado para indicar sorpresa (y otros significados derivados como incredulidad y sarcasmo) por parte del hablante. A manera de ilustración se presenta a continuación el enunciado (219), donde la narradora expresa su sorpresa al darse cuenta de que se encontraba embarazada de la que meses después sería su segunda hija. Esta información no es solo nueva sino también inesperada, pues la mujer creía que ya no podía quedar encinta. (219) ¿Cómo ya vuelta me he embarazado de ella? (Iquitos, E16MMI16) Pero ya vuelta no es el único marcador discursivo que ocurre con frecuencia en el castellano amazónico. La forma imperativa del verbo decir en segunda persona singular (di) se emplea al final de un enunciado como pregunta coletilla; esta sirve para confirmar que el interlocutor se encuentra alineado con la información que le trasmite el hablante. En (220) la participante confirma con la entrevistadora que esta última posee información específica considerada de conocimiento general; en (221) la información es nueva para la entrevistadora y el participante busca garantizar que aquella esté siguiendo el hilo de su historia; finalmente, en (222) el participante emplea di para corroborar el nombre de la entrevistadora y establecer una relación de confianza entre ambos.
70 Pilar Valenzuela y Margarita Jara (220) Desde chiquito yo le veía que él era casi medio que iba a ser homosexual. Chiquititos se los conoces, pues, ¿di? (Iquitos, MMI17) (221) O sea, antes de llegar al colegio, nos íbamos caminando de acá ¿di? Caminando hasta el colegio, pero no llegaba al colegio sino me iba por otro rumbo (Iquitos, E8MJI8) (222) Te voy a decir, este, ¿Margarita, di?, Margarita, te voy a decir, ¡pucha! ¡Que me agarró un cólico! (Iquitos HMI14) También, el hablante puede recurrir al marcador discursivo ¡Ah, bruto! para enfatizar el tamaño, cantidad, calidad o algún otro aspecto de una entidad que desee destacar. Por ejemplo, en (223) la hablante narra acerca de una tarde que pasó con sus amigos en el complejo turístico de Quistococha en Iquitos. Ella desea resaltar que pasó una tarde muy divertida disfrutando de la belleza de aquel lugar, los animales del zoológico, la hermosa vegetación y la playa de arena frente a la laguna también llamada Quistococha. (223) . . . Ya. Allí. Los animales, las plantas, la playita. . . ¡Ah, bruto! Me he divertido. (Iquitos, E7MJI7) En el EPA son también de uso frecuente las onomatopeyas. El siguiente texto (224) ilustra su uso en referencia al golpe de un cuchillo (a), la extracción de monedas del bolsillo (b), el sonido de las monedas al caer regadas al suelo (c) y (d), y la acción repentina de huir corriendo (e) y (f). (224) Pucha, vinieron así, ve. Con un cuchillo vinieron. (a) “tac” me dan acá. “Trae todo, todo lo que tienes trae” me dice. Uno me rebusca. “Espera” le digo, (b) ta. Yo saqué así unos sencillos de mi casaca, (c) “sac” le riego, (d) “sho, toma”. “Tan juntando” he dicho, (e) “Bam” he corrido. Hasta que ellos juntan mi sencillo, yo (f ) “bam” me he corrido ya. O sea, solamente mi sencillo me han robado. De mi cheque no. (Jara y Valenzuela 2013) Además de las onomatopeyas, encontramos en el castellano amazónico interjecciones de origen quechua como añay, añau ~ añañau ‘qué bonito’; achachau ‘qué miedo’; acacau ‘cómo duele, cómo arde’; alalau ‘qué frío’; allafa, allahua, allau ~ llau ‘qué hermoso, qué lindo’; aulaucito ‘pobrecito/a’ (Chávez Villaverde 1929; Chirif 2016). Por último, entre las características que se manifiestan a nivel discursivo, se encuentran usos innovadores de formas verbales de pasado. El uso del pretérito perfecto compuesto (PPC = he comprado) en lugar del pretérito perfecto simple (PPS = compré) para codificar situaciones que avanzan la secuencia narrativa se halla bastante extendido en variedades rurales, como se observa en el siguiente extracto: (225) Temprano me he levantado. Me he levantado a taquear el almidón, comprar desayuno a que se vaya. De ahí [mi esposo] se ha ido, yo me he ido a
El español peruano amazónico 71 ver a mi mamá, he venido, he venido a cocinar, de ahí he hecho mi juane, de ahí me he ido a bañar tardecito ya. [. . .] Eso es todo ya. (Jara y Valenzuela 2013) Se trata, pues, de la incursión del PPC en posiciones usualmente desempeñadas por el PPS, un cambio lingüístico similar al que se ha experimentado en la lengua francesa (cf. passé composé).
4 Consideraciones finales El presente trabajo constituye un esfuerzo por sintetizar las principales características formales del español peruano amazónico (EPA) deteniéndonos en los planos fonético-fonológico, morfológico, morfosintáctico y sintáctico, léxico y pragmático-discursivo. Sin embargo, insistimos en que los estudios de tal código lingüístico son todavía escasos, por lo que esta presentación no está exenta de vacíos y, probablemente, otros defectos. Asimismo, hemos defendido la hipótesis de que el español peruano amazónico debió de haberse consolidado durante la época del auge gomero, con la decisiva participación de quechuahablantes bilingües. En efecto, la ubicua influencia quechua no solo en el ámbito léxico sino también en los demás niveles de la lengua no puede ser explicada como el resultado de simples instancias de préstamo que inicialmente ingresaron en el habla de hispanohablantes monolingües. Por lo contrario, sugiere un alto grado de bilingüismo al menos en los inicios de la formación de esta variedad. Por cierto, varios rasgos particulares del EPA son reminiscentes del habla de quienes adquieren el castellano como segunda lengua, e inclusive de patrones lingüísticos del quechua. A continuación sugerimos una serie de investigaciones de distinta naturaleza que consideramos podrían llevarse a cabo con respecto al EPA. En primer lugar, es necesario construir corpus lingüísticos recogidos siguiendo una estricta metodología que permita identificar rasgos extralingüísticos (sexo, edad, ocupación, nivel educativo, distancia social, procedencia geográfica, marco situacional, etc.) y lingüísticos (géneros discursivos como narración, conversaciones, etc.). La digitalización de estas colecciones de datos de primera mano y su accesibilidad en línea facilitarían el trabajo a potenciales investigadores de todas partes del mundo y permitiría la aplicación de distintas aproximaciones teóricas a los datos, así como la colaboración interinstitucional e interdisciplinaria. Otro aspecto importante por considerar es la investigación de materiales de archivos y su digitalización. Existen numerosos documentos dispersos que son de difícil acceso. Es urgente recopilarlos y convertirlos a formato electrónico con el fin de guardarlos en repositorios seguros de acceso a distancia. El archivo digital resultante podría agrupar documentos lingüísticos, históricos, geográficos, legales y de otra índole, de manera que sirvan para explorar la formación y las características dialectales del EPA, entre otros temas. Se necesitan igualmente estudios descriptivos, sociolingüísticos y pragmáticos de las distintas subvariedades del EPA que permitan esbozar una zonificación dialectal
72 Pilar Valenzuela y Margarita Jara clara de esta panvariedad, así como estudios lexicográficos generales. En efecto, hacen falta investigaciones sobre campos semánticos específicos relativos a la pesca, la agricultura, la construcción de la casa, la vida cotidiana, las fiestas, la cosmo visión, los animales y plantas, etc., que contribuirían enormemente al conocimiento de las culturas amazónicas. En particular, constituiría un gran aporte conducir estudios de corte pragmático que permitan conocer cómo el contexto influye en la interpretación de los significados en el EPA, las onomatopeyas, las interjecciones, los marcadores discursivos y la gestualidad en las interacciones comunicativas. En los últimos años se han efectuado investigaciones en lo tocante a actitudes lingüísticas con población indígena bilingüe y monolingüe, y en menor medida trabajos sobre ideologías lingüísticas. Sin duda, estas dos perspectivas de investigación constituirían áreas centrales de estudio que permitirían una mejor comprensión de las prácticas sociales y la construcción de identidades en el Perú. En este aspecto, el análisis del discurso es una disciplina desde la cual se pueden conducir exámenes sistemáticos de los discursos escritos y hablados que sobre el EPA y sus hablantes circulan en el Perú. Esto, sin duda, contribuiría a una mejor comprensión de los procesos sociales, políticos, históricos y culturales en la Amazonía y el país. Por último, se requieren investigaciones interdisciplinarias que integren los análisis de lingüistas, científicos sociales y especialistas de otras disciplinas. Esperamos que los próximos años vean desarrollarse muchas propuestas en los distintos ámbitos mencionados.
Notas * Chapman University. ** University of Nevada, Las Vegas. 1 Deseamos expresar nuestro sincero agradecimiento a las mujeres y hombres (de Iquitos, Jeberos, Lagunas y Moyobamba) que aceptaron participar en las entrevistas que componen el corpus del presente estudio. Agradecemos, asimismo, a Luis Andrade Ciudad y Sandro Sessarego por invitarnos a contribuir en este volumen, así como a dos evaluadores anónimos por sus útiles comentarios y sugerencias. Expresamos también nuestras gracias a Alberto Elías-Ulloa por ayudarnos con el espectrograma, a Alonso Vásquez por cedernos un ejemplo de entonación tritonal en el castellano de Iquitos y a Daniel Mata por observaciones preliminares sobre parte de nuestro corpus moyobambino. 2 Las diferencias, particularmente léxicas, se deben parcialmente al contacto con lenguas indígenas distintas (véase también el comentario de Gustavo Solís en la Presentación de Ramírez 2003, 13). A modo de ilustrar esta afirmación de forma sencilla, comparemos los términos majás/majaz, samaño/zamaño y picuro, empleados para designar a la misma especie de roedor (Cuniculus paca) en Loreto, la Selva Central y Madre de Dios, respectivamente. En asheninka, idioma perteneciente a la rama preandina de la familia Arawak, el nombre samani designa al animal en cuestión, por lo que concluimos que esta lengua fue probablemente la donante del vocablo samaño. En cuanto a picuro, este término parece haber sido el favorecido en la Moyobamba de principios del siglo pasado (Chávez Villaverde 1929, 64). 3 Este es el tratamiento que recibe dicha variedad de español en el Ethnologue (Simons y Fennig 2018) donde se le asigna el código ISO 639–3: spq (Simons & Fennig 2018). Lastimosamente, el Ethnologue denomina a esta variedad Charapa Spanish ‘español charapa’. El término “charapa” es considerado despectivo por muchos pobladores
El español peruano amazónico 73 amazónicos. Por su parte, el Glottolog llama a la misma variedad Loreto-Ucayali Spanish y le asigna el código lore1243 (www.language-archives.org/item/oai:glottolog. org:lore1243. Accessed June 20 2018). 4 Se han introducido ligeras modificaciones con el fin de aclarar la transcripción o puntuación. 5 El autor registra: ¿Qué a ser? 6 Respecto a la variedad de quechua que se introdujo en la Amazonía peruana, hay que considerar que los jesuitas aprendían este idioma en Quito o Cuenca antes de llegar a Maynas. Esto significa que traían aprendido el quechua ecuatoriano o quichua, es decir, una variedad de filiación Chinchay Septentrional (Zariquiey 2006, 62). Sobre la difusión del quechua en el norte, Zariquiey (2006, 55) distingue cuatro etapas (ver también Cerrón-Palomino 1987, 54). La primera corresponde a los contactos de pobladores amazónicos con mercaderes chinchas y pobladores norteños cuya mayoría era costeña; la segunda, a la llegada de los incas y la expansión del proceso de quechuización a nuevas zonas; la tercera, a la evangelización jesuita, cuando la lengua se difunde en la región del río Napo; y la cuarta, a la explotación del caucho y los movimientos migratorios entre Perú y Ecuador. 7 Estos territorios pertenecían al antiguo departamento de Loreto de principios del siglo XX, el cual limitaba “por el norte con las repúblicas de Ecuador y Colombia; por el este con el Brasil; por el sur con el departamento del Cuzco; y por el oeste con varios departamentos: Cajamarca, Amazonas, Libertad, Ancash y Huánuco” (Fuentes 1908, I, 155). Sus provincias eran seis: Moyobamba, San Martín, Huallaga, Alto Amazonas, Bajo Amazonas (que incluía la capital departamental, Iquitos) y Ucayali. 8 Los comentarios referentes a la sintaxis provienen del trabajo de Fuentes (1908). 9 Escobar emplea los símbolos /y/ y /ʎ/ respectivamente. 10 El autor clasifica el habla de Madre de Dios como un tipo de castellano andino “por razones migratorias” (57, 64). 11 Ya en el siglo XVII hay indicios de la pérdida de esta distinción fonológica en el Perú (Escobar 1992, 92). 12 Es más, la autora atestigua este rasgo en el habla de sujetos limeños, de padres limeños y con un alto nivel de escolaridad. 13 El símbolo utilizado por Escobar para representar la realización fonética de la palatal es [ž]. 14 A decir de Marticorena (2010), Ramírez habría clasificado al EPA dentro del caste llano andino. En la p. 29, Marticorena hace referencia a Ramírez (2002, 1–4), en tanto que en la p. 33 se refiere a Ramírez (2004, 44–53). Lamentablemente, Marticorena no consigna la referencia al primer trabajo de Ramírez en su bibliografía. En cuanto al segundo trabajo, solo accedimos a una versión incompleta en línea; esta nos lleva a suponer que se trata de Ramírez (2003). Como se mencionó en 2.3, Ramírez sostiene que “[e]l dialecto amazónico es una de las tres variantes bien definidas que tiene el español peruano” (2003, 16). 15 Observaciones similares las ofrecen Caravedo (1995), así como Jara y Valenzuela (de pronta publicación), quienes mencionan que el estatus socioeconómico, el nivel de escolaridad, la oposición urbano vs. rural y el contacto con la capital influyen en el mayor o menor mantenimiento de rasgos característicamente amazónicos. 16 En cuanto a la subvariedad hablada en La Libertad, Marticorena menciona un artículo de su autoría publicado en “Los Shamiros Decidores”, en 1997, donde se mostraría que ciertos personajes de La serpiente de oro de Ciro Alegría serían hablantes del EPA (40). Lamentablemente, no nos fue posible acceder a este trabajo. 17 Esto coincide con la opinión informal de algunos observadores, quienes encuentran que la peculiar entonación del castellano iquiteño es semejante a la del portugués brasileño. Sin embargo, véase también Koops y Vallejos (2014), quienes proponen la posible presencia de un sustrato kukama-kukamiria en la entonación y el alargamiento vocálico del EPA.
74 Pilar Valenzuela y Margarita Jara 18 Más bien, Marticorena alude al avance del yeísmo en la Amazonía debido a la influen cia que ejerce el “castellano del litoral norteño y central” a través de los medios de comunicación masiva y la migración (Marticorena 2010, 60–61). 19 La pervivencia de la distinción funcional entre las consonantes palatales manifestada mediante la realización de una no lateral rehilada en contextos adscritos a /ʎ/ también ha sido reportada en el español de Santiago del Estero y de la sierra ecuatoriana. Esto ha sido atribuido al contacto con variedades quechuas norteñas en las que el fonema *ʎ del protoquechua devino en una no lateral fricativa rehilada o africada. Entre estas variedades tenemos las de Ecuador, Chachapoyas y Lamas (De Granda 1992; en Caravedo 1997, 121–122). 20 Vigil observa que después de /i/ acentuada solo ocurren las versiones tensas en sus datos (excepto en los casos en los que la palatal se elidió): Trujillo [tru'xid͡ʒo], rodilla [ro'did͡ʒa], sentadilla [senta'did͡ʒa]. 21 Los resultados de Caravedo se basan en un corpus recogido principalmente en la ciudad de Iquitos, pero parecen corroborarse al analizar datos de Chachapoyas, Yurima guas y Pucallpa (1997, 128–131). Los datos de Vigil fueron recogidos en Iquitos. 22 Con esto no afirmamos que se trate de las únicas realizaciones posibles. Marticorena (2010, 51–53, 59–60) emplea los símbolos [f], [fu], [χ] y [χu] que aquí reemplazamos por [ɸ], [ɸw], [h] y [hw], respectivamente, aunque este punto requiere un análisis detallado. Lastimosamente, Ramírez (2003, 30) ofrece tan solo transcripciones ortográficas. 23 En varias lenguas de la Amazonía peruana, así como en quechua y aimara, los marcadores diminutivos incluyen un rasgo palatal (Valenzuela 2018). Asimismo, cabe traer a colación la siguiente observación de Escobar (1978) con respecto a una variedad de español andino: “En los Andes del norte y específicamente de Cajamarca hacia abajo, hay un fono ʃ que interviene en los morfemas diminutivo, hipocorístico y gentilicios: shemi, shilicos que es usado del acro- al basilecto y no se confunde con el propio del interlecto en la vibrante final, asibilada y ensordecida, del quechua” (Escobar 1978, 56). 24 Para ello, se han consultado varios diccionarios y vocabularios del quechua (Soto 1976, Landerman 1973, entre otros), español amazónico (Castonguay 1987; Rodrí guez Linares 2001; Chirif 2016, entre otros) y guías de flora y fauna (Grupo BioinfoIIAP 2018). No se brindan referencias para los datos obtenidos por las autoras de este artículo durante sucesivas estadías en diversos puntos de las regiones Loreto y Ucayali entre los años 1988–1993 y 1994–2017, así como en innumerables interacciones con pobladores iquiteños durante los años en que vivieron en dicha ciudad (1988–1993). 25 La forma en espiral del caracol denominado churu es comparable a la de los rizos de cabello. 26 También existe la variante ajosacha, con el mismo significado. 27 Véase la explicación de Chirif (2016, 120). 28 Un sinónimo en el EPA es huarmishco, formado a partir del nombre quechua warmi ‘mujer’. 29 Marticorena (2010, 69) se refiere a un supuesto sufijo aumentativo quechua de forma -unsho que habría ingresado al EPA; como ejemplo cita carunsho ‘carón, de cara grande’. Un análisis morfológico alternativo parte de una segmentación distinta del término en cuestión: carón ‘de cara grande’ + -sho diminutivo. Nosotras nos inclinamos por este último análisis. 30 En la lengua amazónica kukama-kukamiria (familia tupí-guaraní) los préstamos verbales del español ingresan tomando el sufijo -shca: lea-shka ‘leer’, sufri-shka ‘sufrir’ (Faust 1978, 91, 131, 135). 31 En su vocabulario del quechua del Pastaza, Landerman (1973) consigna los términos cushni ‘humo’ y cushnichina ‘ahumar carne, pescado, etc.’ 32 El inceptivo quechua -ri indica que la acción recién se inicia o es de poca duración, mientras que el venitivo -mu indica que la acción involucra un movimiento hacia el hablante o centro deíctico (Coombs et al. 1976, 126, 130–131).
El español peruano amazónico 75 33 Nuestros colaboradores jeberinos prefieren la forma infinitiva pishir, en lugar de pishar. 34 La traducción ‘bien borracho’ la proporciona Rodríguez Linares. Probablemente, esta frase se aplica a alguien que bebe con frecuencia, y no a alguien que se encuentra en estado de embriaguez. 35 Sobre este tema, véase el cap. 8. Nota de los editores. 36 Sobre este tema, véase el cap. 7. Nota de los editores. 37 Como se comentó en 3.3.3, Ramírez (2003, 36) caracterizó la expresión digan sus nombre como una instancia de discordancia de número, siendo la supuesta versión concordante digan sus nombres. Sin embargo, es posible que la selección de sus en este caso se deba a la pluralidad del poseedor, de manera que el sentido de la expresión en cuestión sería digan sus nombre (de cada uno de ellos). 38 En general, las personas entrevistadas desconocen que “inga” y “quechua” designan a la misma lengua. 39 Para un ejemplo de este proceso en la lengua indígena shipibo-konibo, véase Valenzuela (2000b).
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3 El español norteño Las hablas del litoral de Tumbes, Piura y Lambayeque Carlos Arrizabalaga*
1 Introducción En su segundo viaje de exploración Almagro tomó dos jóvenes tumbesinos: Martinillo y Tomasillo, como intérpretes.1 Así también Pizarro, en tierras de la Capullana, “rogó a los principales que allí estaban que les diese cada uno de ellos un muchacho para que aprendiesen la lengua y supiesen hablar para cuando volviesen”, relata Cieza de León (1989, 68). Dirá luego Cabello Valboa que “aprendieron muy bien la lengua castellana y servian de interpretes en este viage: por declaracion de estos, iban entendiendo la magestad de la tierra, donde estavan: y comenzaron a hallar unas naciones, llamadas Tallanas, que los recivieron pacificamente: y les dieron lo necesario para su camino” (1951 [1586], 467). En la costa norte se hablaba además otra lengua particular en Sechura (que sería la que Calancha llama sec) y otra más (quizás emparentada con la segunda) en Olmos.2 Brüning (1922 [1989], 72) registró dos palabras en Olmos comunes con el sechura: silluque ~ sillique y llagal ~ llacala, que designan elementos del telar, además de un término común de ambos con el mochica: tésgam ~ terlán ~ tasila. La lengua tallán, tallana o atallana, como se quiera llamar,3 era sin ninguna duda la que hablaban los naturales – junto a otros grupos étnicos probablemente mitimaes – que formaron las poblaciones de San Lucas de Colán y San Juan Bautista de Catacaos, y la misma que, ya en su declive, recogerá Martínez Compañón en su “Tabla de 40 vocablos”. Efectivamente, el obispo visita la provincia en 1783, y menciona “la lengua de Colán” y la “lengua de Catacaos”, pero el análisis del vocabulario aportado (Torero 1986) demuestra que son dialectos estrechamente emparentados de una misma y sola lengua (tal vez fragmentada en los dos siglos y medio transcurridos). Los tallanes eran un grupo más en esa diversidad de lenguas de la costa norte del Perú – según Jerez, “unos valles muy poblados” (1985 [1534], 91) –, justamente el espacio que imprimió la imagen inicial de mosaico idiomático o “situa ción babélica” (Cerrón-Palomino 2005, 1) en la imaginación de los españoles. Las referencias proporcionadas por los cronistas son abundantes. Fernández de Oviedo señalaba que “cada población tiene su lengua” (1959, 98). Agustín de Zárate, refiriéndose a la costa norte peruana, afirma: Divídense en tres géneros todos los indios destos llanos, porque a unos llaman yungas, y a otros tallanes y a otros mochicas; en cada provincia ay diferente
El español norteño 81 lenguaje, caso que los principales y gente noble, demás de la lengua propia de su tierra, saben y hablan entre sí todos una mesma lengua, que es la del Cuzco (1995 [1555]), 39). De todas ellas, la lengua mochica fue la única que alcanzó carácter de gene ral, al ser reducida a arte por Fernando de la Carrera, cura de Reque, en 1644. También se conserva un catecismo y otros documentos escritos en mochica, que perduró mucho tiempo más que las otras (Arrizabalaga 2008). Según María Rostworowski, “la dominación incaica de la costa fue de corta duración y no dejó huellas profundas” (1961, 44), pero el quechua se había difundido ya antes de la llegada de los incas (dialectos de quechua sureño), gracias al comercio (Torero 1984–1985). Sea como fuere, lo cierto es que el litoral norteño se caracteriza, entre otras cosas, por una menor presencia de términos de origen quechua, y la presencia de vocablos mochicas y de otros orígenes inciertos, como más adelante veremos. Los primeros trabajos que estudiaron la historia lingüística norteña son los de Jorge Zevallos Quiñones (1948), Paul Rivet (1949) y especialmente Josefina Ramos de Cox (1950), que intentó recopilar un vocabulario con los materiales disponibles. Zevallos (1948) se ocupó del mochica (al que llama yunga), recogiendo noticias de todas las lenguas costeras. Rivet (1949) y Ramos de Cox (1950) pensaban que el sec y el tallán eran dialectos de una misma lengua. Posteriormente, Alfredo Torero (1986) planteó que se trataba de lenguas diferentes, aunque influidas mutuamente (seguramente nada más que algunos préstamos léxicos) por un antiguo contacto, idea que comparte Cerrón-Palomino (1995, 2005). En trabajos anteriores señalo algunos datos que indican la evangelización en lengua tallán durante el siglo XVI (Arrizabalaga 2008) y también la difícil filiación de estas lenguas (Arrizabalaga 2018). Piura había sido la primera ciudad fundada por Pizarro, en 1532, pero la rápida conquista del territorio peruano, a partir de la prisión y muerte de Atahualpa, hizo posible la fundación de ciudades más ricas y prósperas: Trujillo, Lima, Cuzco, Arequipa, etc., por lo que la región norteña quedó pronto en un estado de relativo abandono, destino con el que las autoridades coloniales castigarían a los inconformes o molestosos. Una vez descubiertas las fabulosas minas de plata del cerro de Potosí (actual Bolivia), y las de mercurio de Huancavelica, se organizó un lucrativo comercio con la metrópoli. Perú se convirtió en un floreciente virrei nato, pero la costa norte, sin interés minero, quedaría postergada por el dilatado desierto, con sus puertos demasiado expuestos a los ataques piratas y con pocas tierras fértiles y periódicos eventos lluviosos. La vecina ciudad de Saña fue abandonada luego de unas lluvias catastróficas en 1720. El alejamiento4 permitirá la perpetuación de las comunidades indígenas tallanes y mochicas, que mantuvieron buena parte de sus idiomas y costumbres, hasta que, en el siglo XIX, la explotación capitalista de las haciendas de azúcar y algodón, la explotación del petróleo (precedida por la industria ballenera), la migración europea consiguiente (también china y japonesa) y la llegada de los ferrocarriles (Puerto Eten-Chiclayo, Pimentel-Chiclayo y Piura-Sullana-Paita) transformarán profundamente su fisonomía económica y social, con la brusca irrupción de las haciendas capitalistas y una
82 Carlos Arrizabalaga minoritaria pero muy influyente migración europea, especialmente de familias inglesas asociadas a la administración de las casas comerciales. Pero para entonces el castellano hablado en la región ya había adquirido una fisonomía propia, marcada especialmente por la entonación.
2 El dejo norteño La modalidad norteña, conocida generalmente como “dejo”, se ha tratado de explicar como una herencia andaluza, como influencia de México y Centroamérica o como sustrato de las lenguas tallanes (Arrizabalaga 2012a, 15–16). No suele mencionarse, por lo que hay que destacarla aquí, la fuerte presencia de población africana, reflejada en Piura en los nombres de barrios urbanos: gallinacera, mangachería.5 El escritor López Albújar intentó retratar los rasgos de su modalidad dialectal en Matalaché (1928), especialmente en la velarización de la bilabial,6 pero carecemos de estudios que hayan profundizado en este aspecto. A rasgos generales, es posible aceptar la existencia de “continuidad fonética entre las costas de Perú, Colombia y el Ecuador” (Boyd-Bowman 1953, 222), pero en ese continuum hay variaciones que merecen trabajos más detenidos. Las hablas norteñas no establecen fronteras definidas, pero cabe distinguir esta región dentro de las tierras bajas del Pacífico por la manera como se acentúan algunos rasgos fonéticos y muy especialmente por el vocabulario regional. Pedro Benvenutto Murrieta (1936) distingue un “dialecto litoral norteño”, aunque no es muy preciso en su delimitación y apenas señala que “se diferencia muy particularmente en la entonación” (Benvenutto 1936, 113).7 Aunque en el presente trabajo atendemos al español hablado en la costa de los departamentos de Tumbes, Piura y Lambayeque, reconocemos que los límites dialectales no están bien definidos, y muchos de los datos señalados son válidos también para la costa de La Libertad y la ciudad de Chimbote. En cualquier caso, no tanto es la presencia o ausencia de rasgos, sino, más bien, como veremos, la “mayor intensidad” de los mismos lo que identifica las hablas norteñas en el marco de esa continuidad de las tierras bajas del Pacífico. No todos concuerdan con esta distinción: Mendoza (1976) y Escobar (1978) no señalan ninguna variedad norteña en sus planteos sobre la dialectología peruana. Tampoco lo hace Rocío Caravedo (1992). En cambio, John Lipski (1997, 340–345) considera nuevamente la costa norte del Perú como variedad diferenciada, basándose en rasgos fonéticos y etnolingüísticos, y por la mayor presencia afroperuana. Los estudios suelen priorizar las descripciones de las modalidades andinas o amazónicas del español en que se comprueba una situación de contacto más intensa y se da por sentado que “el castellano costeño es el más próximo al español peninsular” (Calvo 2008, 206). La realidad demuestra, sin embargo, que las hablas costeñas tienen fenómenos de indudable interés y posibles huellas de anti guos contactos. Piura cuenta con una temprana descripción detallada, la misma que fue elaborada por Martha Hildebrandt en 1949. Le valió como tesis para optar al título de doctora en Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.8 Sin pretender un estudio exhaustivo, en apenas setenta páginas hace observaciones muy interesantes de la fonética, caracterizada por “arcaísmos” y “vulgarismos”,
El español norteño 83 señala la presencia ya terminal de voseo y recopila un rico vocabulario, analizándolo según su procedencia. Hay otras fuentes que no describen directamente el dialecto norperuano, pero sí revelan la conciencia metalingüística de los peruanos, en general, respecto de su divergencia. Me refiero a alusiones como la de Gerardo, el hijo del comandante recién llegado al colegio de Abancay, el niñito piurano que Ántero presenta a Ernesto, el protagonista de Los ríos profundos (1958). Arguedas lo destaca claramente, y no solo porque “el costeño caminaba con más donaire” o porque miraba “vivazmente” a las muchachas, sino también y sobre todo porque hablaba “al modo de los costeños, pronunciando las palabras con rapidez increíble” y además de que “cantaba algo al hablar” (2001 [1958], 204). Mario Vargas Llosa vivió en Piura dos breves periodos en su infancia y adolescencia y siempre guardará cariño por el cantandito de los piuranos. Casi al inicio de La Casa Verde, presenta a un personaje enigmático que recién llega a Piura y nadie reconoce su procedencia: “Su dejo era distinto, muy musical y un poco lánguido” (1979 [1966], 53). Anselmo viene de Bagua, en la selva peruana, pero se acostumbra fácilmente a Piura: “Pronto aprendió las fórmulas del lenguaje local y su tonada caliente, perezosa: a las pocas semanas decía ‘guá’ para mostrar asombro, llamaba churres a los niños, piajenos a los burros, formaba superlativos de superlativos, sabía distinguir el clarito de la chicha espesa y las variedades de picantes” (1979 [1966], 55).9 En esta presentación me apoyo en mis propias observaciones, además de los estudios etnográficos de Ramírez (1950) y los datos aportados por los repertorios y diccionarios regionales de Robles Rázuri (2012), Puig (1995), Arámbulo Palacios (1995), Arellano (1996), Arrunátegui Novoa (1996) y Cumpa Pizarro (1997). No faltan en ellos juicios erráticos sobre “deformaciones” o “flojera” (Puig 1995, 16), y más descripciones subjetivas de “la graciosa, vivaz y cantarina forma de hablar de los piuranos” (Arámbulo 1995, 12), pero todos ellos brindan al investigador indicios relevantes.10
3 Pronunciación La entonación norteña se caracteriza por el alargamiento y el cambio de tono generalmente ascendente de la sílaba tónica, en especial al final del turno. La sibilante, generalmente predorsal, tiende a aspirarse en posición implosiva, gene ralmente ante consonante velar: ehkondido, buhkando, pihco . . ., pero es sentida como reciente, más propia de los jóvenes de clases acomodadas por imitación del habla limeña difundida principalmente a través de noticieros y de las novelas televisivas, especialmente las dirigidas a los jóvenes. El habla popular debilita, aunque pocas veces pierde la implosiva en posición final y en las partículas pue (‘pues’), entón (‘entonces’), a menudo con aféresis: ‘ntons. El trueque de implosivas es posible en el habla de zonas rurales, donde pueden aparecer casos de rotacismo: arquilar, arfiler, “sarchichas con yuca y plátano verde” (Cruz de Acha 1966, 81). Está lexicalizado el término sarsa (por “salsa”), para referirse a una preparación a base de cebolla y ají.
84 Carlos Arrizabalaga El fenómeno más señalado, sin duda, es la pérdida de la palatal en contacto con la vocal anterior: cucharía, mantequía, servieta, granadía, rodía, gaína. Aunque es común a la costa del Pacífico, en el litoral norteño parece más frecuente.11 Estaba registrado en un menú: “Asado, filete de res, criadías”. Aparece por escrito: “cuchía” (Garcés 1988, 92). Encuentro “hornías de carbón” en un concurso de relatos. En el periódico: “Cabría subió de precio”. Arámbulo consigna la pérdida de la palatal del diminutivo en el término “cagarrutía de golondrina” (1995, 38). Cruz de Acha la registra en un arcaísmo “aflójenla la cotía” (1966, 63). Spruce consignaba el nombre del petirrojo o cardenal con su denominación más popular: putías (1864, 36).12 Aparece en Matalaché: “ña Casilda me había respasado media cartía” (López Albújar 1973 [1928], 57). El fenómeno da lugar a ultracorrecciones como sandilla, sembrillos o Mariya. En un examen registro: “dientes, encillas, paladar”, o en otro lugar alguien recomendaba en una nota: “dejar bien cerradas las ventanas y las celosillas” (en lugar, evidentemente, de encías y celosías). En las descripciones publicadas por José Ignacio de Lecuanda en el Mercurio Peruano se consigna zandilla (Frago 1999, 210), por sandía. Confluye a veces con la tendencia a romper el hiato con epéntesis palatal: reveseyo, maliceyo, correya, registrado con profusión por los escritores costumbristas: “volvamos a terminar la tareya, porque si no, no habrá buena tarja” (Espinoza 1991, 28). También en formas verbales: “¡Ventéyenla . . .! (Cruz 1966, 63).13 En Sechura se llama chirimiya el grupo de músicos que recorre las calles, mientras que la danza típica de Nochebuena era la mariquía.14 También es común la pronunciación velar de la final. Las sonoras intervocálicas se pronuncian con poca tensión, y sobre todo la puede perderse, aunque no de forma consistente: toitito, pelao, terminao, parao, abogao. Es sentido como vulgar el cierre de la vocal: pelau, robau, majau o tuitas. La final se pierde siempre, lo que provoca disgrafías: verdá, vitalidá, ciudá, salú. La extensión de esta pérdida se comprueba en la aparición de la consonante escrita, incluso entre universitarios, en palabras que no la conocen: hábitad, búsquedad, espíritud. . ., por ultracorrección. El vocalismo del habla piurana se caracteriza por diptongar los hiatos, hecho que afecta de modo general a los verbos en -ear y similares: golpiar, pasiar, bloquiar, voltiar, peliar, huaquiar, gasiosa, coloriado, petrolio. Este rasgo es general y se prolonga a todo lo largo de las costas del Pacífico, pero en la región parece acentuarse más que en Lima. Carlos Camino Calderón (1996 [1941], 43) presenta a unos haraganes que no saben yuntiar, ni lampiar ni barretiar. Justino Ramírez señalaba en Morropón como término usual faina por faena (1950, 145). Están registradas por Arámbulo las formas asoliar (1995, 20), campiar (1995, 40), curiosiar (1995, 61), chispia y chispiar (1995, 77), fresquiar (1995, 110), pior (1995, 222), regodiar (1995, 243), sombriar (1995, 261). Esteban Puig anota, por su parte, chamuliar (1995, 62) y ojiar (1995, 161).15 Por ultracorrección podemos encontrar las incorrecciones: vacea, vacear, en vez de vacía, vaciar, así como negocear en lugar de negociar. En el periódico local
El español norteño 85 se registra “100 mil metros cúbicos de vaceados” o también “palear el momento”. En el Club Grau indicaban a los socios: “rosear la cancha”. Por supuesto, se trataba de “rociarla” con agua al final. Registro en conversación espontánea: “Sube un poco los medicamentos y la gente está que rabea”, en lugar de “rabia”. Cobra vitalidad en neologismos como paltiarse por “paltearse” con el sentido de ‘confundirse’. Una expresión de valor pragmático es ¡y diay! (“y de ahí”), con el sentido de no refrendar una intervención. Con menos frecuencia se puede dip tongar el hiato reduciendo la en : tualla en lugar de toalla. Arámbulo regis tra el término cuantuá, (diptongación con aféresis) de “cuánto ha que”, usual en expresiones como “Desde cuantuá te estoy esperando” (1995, 57). Los participios se diptongan normalmente en el habla de zonas rurales: “prepárate unos picaus” (Ramírez 1950, 69). En el bajo Piura la reducción es generalizada: comechau, colorau, condenau (Arrunátegui 1996, 34). Es frecuente la aféresis: estamos [ˈta.mos], estaba [ˈta.ƀa], dónde [ˈon.de]. En Sechura detectamos imagínese [ma.ˈxi.ne.se] y “se lo pedazó”. También se han detectado prótesis por tendencia popular a añadir prefijos en afusilar, ajuntar, arrecostarse, arrequintar, arraigambre. También por analogía: *dentrar . . . Existe en la región un coleóptero pelotero llamado comúnmente rempujo (Are llano 1996, 21). Otros cambios esporádicos son por diptongación o disimilación: *enriedo, *enjuria (Puig 1995, 99), *disvariar (Puig 1995, 91). Es común la asi milación de *engrampador. He registrado *rebundancia, *redundancea o *redondancia (etimologías populares por “abundar” o por “redondo”). Las consonantes implosivas pueden sufrir cambios también esporádicos: *ocjeciones (por “objeciones”), *insectivándolos, *obcisa (por “occisa”), *ocservar (por “observar”). Mi impresión personal es que la pérdida de la implosiva tiende a reponerse con un sonido velar, pero no parece un fenómeno regular consistente. Es extendida la simplificación del grupo en tamién, por asimilación, ya registrada por Hildebrandt (1949a, 20).16 Hildebrandt resaltaba la “admirable tenacidad” con la que el habla popular de Piura mostraba formas arcaicas o “evoluciones fonéticas retardadas”. En las hablas rurales hay restos de aspiración de la labiodental: jediondo, jerir, jijuna (Arámbulo 1995, 146–148), así como enjorguetar (derivado de “horca”), que aquí recibe la acepción de “colgar a las personas algún objeto o encargar un niño para que los transporten” (Arámbulo 1995, 99).17 También ante semivocal: “por juerza tiene que estar de mi parte” (Borrero 2007, 8), y se detecta juir (o juyir). Hildebrandt destacaba el caso de jarto, que en la actualidad no se registra; lo mismo hoy se han retirado a hablantes ancianos formas como agora, velay, escuro, ñudo, también señalados por Hildebrandt (1949a, 19). Son en cambio muy frecuentes naides, endenantes. El término lambiojos (Arámbulo 1995, 153), en lugar de lameojos – minúsculo insecto volador –, muestra la conservación esporádica del grupo -mbque era común en español clásico. Aparece en lamber, y en el regionalismo lambido, aplicado a la persona confianzuda y atrevida (Puig 1995, 131). También corres ponde a este origen la epéntesis en mogoso, que se dice como eufemismo por ‘sucio’, ‘desaseado’ (Hildebrandt 1949a, 18; Robles 2012, 216).
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4 Morfosintaxis La falta de una presión normativa se percibe en la región especialmente en la morfosintaxis. Está muy extendida en todas las clases sociales la confusión de la segunda persona del pretérito perfecto: tuvistes, comistes; y el cambio de por por la semejanza de la flexión verbal con el pronombre: estábanos, cantábanos. Se mantienen todavía formas arcaicas de la conjugación: vide, semos, truje, en hablantes mayores. La forma haiga es general. Seguramente se explican por analogía: enriedan, dean (y deyan), en lugar de enredan y den. Hildebrandt señalaba “rezagos, aunque muy débiles, de voseo” (1949a, 58), detectando usos ocasionales de “tú sos”, “pa vos”, etc., pero han desaparecido en las variedades actuales (Arrizabalaga 2001). Suele destacarse la reduplicación de los superlativos: “feyisísimo” (Hildebrandt 1949a, 59), que es un fenómeno expresivo con ocurrencia informal poco constante. A Vargas Llosa le llamó la atención y caracteriza a los piuranos con este rasgo hasta en seis ocasiones: “Estamos felicisísimos de verlo aquí” (1979 [1966], 419). Los piuranos lo defienden como una forma castiza, porque “nos complace tener nuestro propio sello de ser y hacer”, y para ello “usamos nuestro archiconocidísimo buenisisísimo” (Robles 2012, 287). Aunque menos llamativa, la reduplicación del aumentativo es algo más frecuente: grandazazazo. Arámbulo registra “sesaza” (1995, 257) y “solasasazo” (1995, 261). La intensificación de los apreciativos se muestra igualmente en la profusión de los diminutivos en el habla popular norteña. Lo mismo que en México, Centroamérica y buena parte de Colombia,18 la partícula hasta no indica límite, y adquiere un valor localizador intensivo: “La reunión será hasta las seis” quiere decir que “será a las seis”. El estatus del fenómeno es conflictivo, puesto que aquí se confronta con la norma nacional, apegada en este punto al estándar, por lo que resulta más difícil registrarlo en la lengua escrita. Son ejemplos de la prensa: “¿Hasta cuándo las borrarán?”, “Reportan casos de dengue hasta después de un mes”, “¿Hasta cuándo las autoridades tomarán cartas en el asunto? A pocos días de iniciar las clases escolares, las aulas del colegio Víctor Rosales Ortega se encuentran en estas [fotografía] lamentables condiciones”.19 Pero el fenómeno norperuano más relevante es la aparición de una perífrasis de contenido concomitante con el verbo estar y una construcción subordinada: “está que estudia para su examen”, “está que se baña”, “está que dice sonseras”. En efecto, remplaza a la perífrasis con gerundio, cuyo empleo se ha desplazado para indicar eventos duraderos o permanentes: “Ya no está estu diando en la privada”. La forma simple se emplea si no hay alusión al tiempo: “Pedrito estudia mucho”. Empleado en frases interrogativas, denota actividades: “¿Qué estás que haces?”, pero a menudo la construcción tiene un valor simplemente descriptivo, válido para un estado de cosas: “La computadora está que falla”. Se distingue de otras perífrasis en que los incrementos pronominales se anteponen al verbo principal: “Está que se duele de su herida”, “¿Qué estás que le fastidias?”.20
El español norteño 87 Dado que la estructura es homónima al esquema fraseológico con que aparecen expresiones fijas del tipo “está que arde” (muy extendidas por todo el español), resulta interesante que en el dialecto norperuano se emplea el gerundio en frases expresivas para ocupar ese valor ponderativo: “Un sector de apristas está echando chispas porque (. . .) en el Tribunal Regional no les hicieron caso y siguieron adelante con el proceso”.21 La perífrasis concomitante norperuana no tiene valor ponderativo alguno: expresa simplemente la temporalidad vinculada con la experiencia inmediata. El fenómeno está en expansión y es posible detectarlo ocasionalmente en Trujillo y en Lima, donde aparece vacilante aún. En varias ocasiones lo he registrado en migrantes norteños asentados en la capital, pero hay indicios que revelan su difusión en el habla popular limeña.22 En la literatura regional aparece caracterizando personajes populares: “Esa blanca está que nos aguaita” (Cruz 1966, 42). Aparece una vez en La casa verde: “Chunga, chunguita, la venganza es dulce. ¿Lo oyes? Está que grita y no se atreve a mirar” (Vargas 1966, 193). El más antiguo testimonio aparece en un relato del padre Miguel Justino Ramírez: “Eso es, agregaron todos, doña Márgara, descubre ya el hornau, ya está que huele” (1950, 40). Lo emplea Rómulo León en sus relatos: “está que suena el agua de la laguna” (1958, 169). Parece reciente, de todos modos, porque no lo registra Hildebrandt (1949a), con lo que podemos suponer que todavía en los años cuarenta del siglo XX no advertían aún su existencia. De hecho, hasta ahora los mismos hablantes emplean la construcción con naturalidad y no la sienten como incorrecta, aunque evitan su empleo en el habla escrita. En contadas ocasiones se filtra a través del lenguaje periodístico: Ahora la modalidad del mototaxi existe porque tenemos usuarios, porque no se da la capacidad del tránsito, pero dicen que debe ser como en Lima donde están que hacen un servicio a la periferia conforme a ley.23 Hildebrandt (1949a, 60) señalaba algunos otros rasgos sintácticos como el uso de de no condicional: “Apúrate, de no, te dejo” y el empleo adversativo de no más: “Es inteligente, no más muy distraído”, que se emplean en general en todo el español costeño y también en países como Chile o Argentina. Igual que México y Centroamérica, el norte del Perú emplea mero como intensivo: “el mero Piura”. Otros usos todavía no muy bien estudiados son el uso comparativo: “Lo hacía mismo misión imposible” y la construcción ponderativa: “¡Qué churre para melindroso!”. Hay una reducción del diptongo y disimilación de la postónica en contimás (procedente de cuanto más), y así se forma un marcador intensivo “que indica desprecio” según Arámbulo (1995, 54), aunque su vitalidad se ha reducido. Garcés Negrón ilustra este vocablo en el habla de zonas rurales: “¡Matar a un cristiano dormido, contimás siendo su jefe!” (1988, 91). Al contrario, en cuanto a elementos de función pragmática o discursiva, en Lambayeque y en menor grado en Piura y Sullana se está extendiendo la expresión conativa ¿di?, que se emplea para confirmar lo dicho: “Hará 15 días, ¿di?” (Andrade 2016, 299). El fenómeno parece originarse en la región andina norperuana, lo que supondría una expansión
88 Carlos Arrizabalaga desde Cajamarca hacia Chiclayo y su provincia. Hace veinte años los piuranos lo sentían como una expresión propia de los lambayecanos, pero los jóvenes lo emplean extensamente y por toda la región. Otro marcador discursivo regional es el uso de ¡ve!, para mostrar asombro, lo que antes se expresaba con el arcaísmo ¡gua!, con el que los viejos piuranos se identificaban (Robles 2012, 181). También está abandonándose el uso de ¡che!, el mismo que, según Hildebrandt, tenía “los más variados y aun opuestos significados” (1949a, 42).24
5 Léxico La diversidad lingüística que presentaba la región a la llegada de las huestes castellanas no permite identificar fácilmente la procedencia de los numerosos indigenismos locales, especialmente los referidos a flora y fauna, los mismos que se registran en las relaciones de Lecuanda y en las acuarelas de Martínez Compañón (Arrizabalaga 2007b). Enrique López Albújar recordaba los odiosos castigos que empleaba el maestro en la Piura de principios de siglo, que les “hacía hincar sobre saquetes de checos o boliches a los que sorprendía jugando con estos objetos” (1966 [1924], 39). Las semillas del arbolito llamado checo (Sapindus saponaria), en Lambayeque se llaman choloques, en la selva chocollos, choruros, y en Tacna y Moquegua, chololos. Algo similar ocurre con el nombre de la soña (Mimus longicaudatus), que desde Lambayeque hacia el sur se llama chisco y en la costa sur chaucato. En Piura (y en el Oriente) llaman charán el árbol que en Lambayeque y Trujillo se conoce como paipai, del que se extraía un tinte color negro (Brüning 2017, 81). Entre los numerosos nombres de probable origen mochica o tallán están también faique, cuncún, chilco, lito, overal, pasayo (árboles o plantas); macanche, colambo pacazo, cañán, jañape25 (reptiles); cololo (‘sapo’); soña, chilalo, chiroca, chiclón, choqueco, gunza, chisca, cucula, bichauche, cachul (aves);26 jolopo, tuluy, churumbo, pichilingue, puluche, pulula (insectos). También hay otros términos de interés: yucún (‘polvo finísimo’, de donde se deriva yucunal), chope (‘matorral’), coloche (‘talud de tierra’), nicula (‘vara flexible’), lapa (‘cala baza grande’), chante (‘hoja de plátano o soga hecha con su fibra’), chicope (variedad de papaya), yupisín (‘concentrado de algarrobas’).27 En Lambayeque tenemos loche (variedad de zapallo) y chinguirito (‘tollo salado y desmenuzado’). A veces los nombres locales generan nuevas acepciones y así se le dice en Sullana pichilinga (‘hormiga con picadura dolorosa’) a la persona molesta o molestosa (Arellano 1996, 20). La región constituye frontera de algunos americanismos. Hasta el sur del Ecuador hay clara preferencia por aguacate, en lugar de palta, que es usual en Piura, como en todo el Perú y el resto de países andinos. Desde Centroamérica hasta Piura es usual llamar bocana a la desembocadura de un río (en Lambayeque es el nombre de una laguna en el distrito costero de San José). La misma vinculación tiene la denominación de guineo para el plátano. En toda la región se emplea guaba, mientras que en el resto del Perú se dice pacae. Lo mismo ocurre con sólido (‘solitario’), usual en Piura, igual que en Ecuador y parte de Colombia.
El español norteño 89 Se oyen aquí menos quechuismos que en Lima, y muchos menos que en la sierra, aunque en los últimos años se nota un proceso igualador que desplaza, por ejemplo, el arcaísmo majar en favor de chancar. Se conoce chacra, pero eran más usuales fundo o parcela. Solo en Piura se dice taraya, nombre local de la panca (‘hoja que envuelve el choclo o mazorca de maíz’).28 En la región se empleaban, sin embargo, algunos indigenismos históricos, como camarico (‘ofrenda de comida’), jora (‘maíz fermentado para hacer chicha’), umás (‘calabazo grande con mango’); barbacoa (‘camastro’), canoa (‘batea’) y otomía (‘ritual chamánico’). Este último podría ser tal vez africanismo o incluso un arcaísmo con aféresis de “notomía” por “anatomía”, que se aplicaba en español clásico al esqueleto humano. La influen cia británica se muestra en vocablos ya en desuso, como pepelma (caramelo de menta) y jabón sulay (de Sunlight, marca registrada en 1884). Los niños piuranos decían chale (de Charles) a todo extranjero (Hildebrandt 1949a, 39). Del inglés americano proviene queche (de catcher), nombre regional de un juego similar al baseball, muy habitual entre niñas (Arellano 1996, 87). “El habla popular conserva en Piura – decía Martha Hildebrandt – voces y acepciones castellanas que no se hallan en Lima” (1949a, 26). Siete décadas más tarde, muchas se han retirado al habla de zonas rurales o se han perdido: cotilla (‘corpiño interior’), recocho (‘ladrillo resistente’), sieso (‘trasero’), forano (‘forastero’), con lo que también se han hecho arcaicas para los propios piuranos. Pero se conservan otras muchas: alferecía (‘enfermedad’), aguaitar (‘mirar’), rancho (‘vivienda campestre’), laya (‘manera’), aliño (‘aderezo’), dejuro (‘seguro’), chamiza (‘ramitas’), horcón (‘poste que sostiene un techado’), noque (‘depósito de agua’), con lo que la impresión de extrañeza no se desvanece del todo. Algunos vocablos de origen náutico han adoptado acepciones nuevas: tablazo se dice de la llanura que alcanza hasta la silla de Paita y médanos son tanto las dunas arenosas como las colinas de baja altura, en las zonas semiáridas del medio Piura (Reparaz 1979). Pueden calificarse como neologismos por derivación varios vocablos empleados metafóricamente para expresar calificativos populares: ardido y ardiloso (‘fingido’, ‘astuto’), faltoso (‘insolente’), manudo (‘ladrón’), huecudo (‘con huecos’). También son derivados reveseo (‘chisme’), componedor o huesero (‘traumatólogo’), cangrejera (‘rajadura o desmoronamiento de las pistas’),29 algarrobina (‘extracto de algarrobas’), pelamiento (‘fiesta del primer corte de pelo’). Hay otras denominaciones imaginativas como borrachera,30 arrebiatado31 y encalavernarse (derivado de calabrina, ‘olor putrefacto’, con metátesis), que puede significar ‘perderse’, ‘confundirse’ o también ‘enamorarse’: Francisco está tan encalavernado con la Purísima que no tiene cuándo llegar a su casa (Robles 2012, 166).32 Por formación regresiva aparece inverna (de invernar) y paña (de apañar). El primero se aplica a terrenos dedicados a pasto de ganado y el segundo designa la cosecha de algodón. Cambios semánticos se han producido en churre
90 Carlos Arrizabalaga (‘niño’), chifle (‘tajada fina de plátano frito’),33 postura (‘toma de riego’), majado (‘preparación culinaria’), zarandaja (‘variedad de legumbre’), pachucho (‘varie dad de chicha’) y perecido (’hambriento’). Son eufemismos cascarones por huevos. Parece metonimia el uso de vistas por ojos, y otros. Neologismos por composición son guardacaballos (pájaro negro, chiclón), negrofino (similar al mirlo), manaturaloso (‘malvado’), majarisco (‘majado de marisco’), solaltearse (‘levantarse tarde’ o también ‘marearse por deshidratación’) y matacojudos (árbol ornamental).34 Pedro Benvenutto Murrieta señalaba que “el litoral norte presenta los mayores y más pintorescos” casos de envilecimiento, como denomina él a ciertos términos “cuyo uso se evita ante personas de respeto” (1936: 109) e incluía entre estos a piajeno (‘asno’): “Venía yo de mi chacra, en mi piajeno, perdóname la palabra” (Benvenutto 1936, 112). El término lo testimonia López Albújar desde algunos años antes, en 1927: “No hay como el piajeno” (Arrizabalaga 2012a, 127). Suele considerarse una composicion de pie ajeno (Hildebrandt 1949a, 34); sin embargo, habría que considerar que podría tratarse de una falsa etimología, la que habría producido una metátesis de baquiano (guía, veterano), americanismo que desde el siglo XVIII se aplicaba también a los animales de carga.35 En Sechura, finalmente, aparece una composición verbal curiosa, consignada por Arrunátegui: mitadéyelo o mitadéyeme, con el sentido de ‘dividir algo en dos mitades’ (Arrunátegui 1996, 78). Hay algunas expresiones fraseológicas locales: “En corral viejo, no falta guano” (para decir que siempre hay recursos para todo), “hijo de macanche, culebrita fina” (Robles 2012, 336 y 343).
6 Conclusiones La región costeña norperuana (Tumbes, Piura y Lambayeque) constituye una región periférica con cierto aislamiento, caracterizada por su cercanía a un centro administrativo principal (Lima) y a su situación de puente entre dos secundarios, Trujillo y Guayaquil, y con una apertura al comercio por medio del puerto de Paita. Combina las tendencias arcaizantes del español de las regiones periféricas y presenta vocabulario de sustrato local muy resistente, pero estandariza el sistema pronominal (se remplazó el voseo por el tuteo a inicios y hasta mediados del siglo XX), y supone una región de frontera de diversas isoglosas léxicas. El estudio temprano de Hildebrandt (1949a) permite justamente esbozar algunos análisis diacrónicos; además de cambios semánticos (cangrejera), parece evidente la pérdida de rasgos diferenciales y el desuso de los arcaísmos en un franco proceso de estandarización, con el español costeño limeño como foco irradiador. Los jóvenes norteños cada vez hablan más como los personajes del cine y novelas de televisión nacionales y cada vez menos como sus padres y abuelos. Al mismo tiempo, este espacio dialectal ha desarrollado algunos fenómenos propios de notable interés, principalmente la perífrasis concomitante, el empleo intensivo de hasta y la intensificación de los apreciativos. Es posible que algunos rasgos puedan responder a un antiguo pero duradero contacto de lenguas, pero la extinción de los idiomas norteños impide por ahora llegar a mayores
El español norteño 91 conclusiones, especialmente por la pérdida o desconocimiento de la documen tación que podría abonar estudios de historia lingüística. El vocabulario registra numerosos cambios semánticos y diversos neologismos, lo que refuerza la idea de separación con respecto de la norma limeña. La fonética presenta una intensificación de rasgos comunes a las regiones costeras del Pacífico junto con una entonación característica, marcada por el alargamiento y el cambio de tono de las vocales tónicas. En definitiva, una región en la que confluyen de manera diversa las “ondas lingüísticas” de los centros administrativos y las rutas comerciales, al mismo tiempo que revela un carácter periférico y arcaizante, con comunidades indígenas cerradas y fuerte población afroamericana, que se transforma rápidamente en la segunda mitad del siglo XIX con la presencia anglosajona asociada al petróleo y el capitalismo agroexportador. Los distintos factores de los que la dialectología hispánica, especialmente desde Menéndez Pidal (1962, 142), se ha servido para delimitar las zonas del español americano encuentran en la costa norperuana un lugar donde poner a prueba sus diversas hipótesis. Será de especial interés el desarrollo de estudios que profundicen en los distintos aspectos señalados, especialmente en la fonética, la entonación y las variaciones sociolingüísticas de la región para confrontar la validez de estas tesis.
Notas * Universidad de Piura. 1 Del Busto (1969) consideraba que Martinillo no era de Tumbes, sino de Poechos (Arrizabalaga 2018). Sobre noticias tempranas en las crónicas, ver Arrizabalaga (2007a). 2 Fue Clements Markham (1910, 220) quien difundió el término sec como el nombre del idioma propio de toda la región: “another language in the northern coast”, atendiendo solamente a las distinciones que hiciera Calancha, seguramente porque su Crónica moralizada (1638) ofrecía en muchos aspectos informaciones más detalladas. Markham presume sin motivo que por aquel entonces la lengua se conservaba igualmente en Colán y Catacaos, confundiendo, por esta falsa presunción, a autores como Albán Ramos (1985), entre otros. 3 Me parece más adecuado el primero de los términos (en plural, “los tallanes”), porque el segundo, aunque es la forma que registra la crónica de Estete: “río Tallana” (1968 [1535], 365), luego solo reaparece como moción de femenino y el tercero parece una mala lectura de Rivet (Arrizabalaga 2008, 48). 4 Piura y Lambayeque, en el extremo norte del país, siempre fueron regiones distantes por las extremas condiciones que imponía el desierto. Había que caminar de noche y descansar de día, bajo la sombra de unas lonas improvisadas. Y no faltaban los bandoleros que asaltaban los caminos. Así que no es de extrañar el desaliento de los comuneros de El mundo es ancho y ajeno, la gran novela de Ciro Alegría: “Piura quedaba más allá de los últimos cerros, después de cruzar un gran desierto de arena. Estaba, pues, muy lejos. No querían convencerse y, en la primera oportunidad, preguntaban a otro que conociera. La respuesta era la misma. ¡Qué lejos!” (Alegría 1983 [1941], 372). 5 El barrio norte era de los mangaches, gentilicio dado a la población procedente de Madagascar. A los del barrio sur les decían gallinazos por el color y por hallarse en ese lugar el camal, donde era fácil avistar esas aves. Los núcleos de mayor concentración afroamericana son las poblaciones de Zaña y Yapatera, en los departamentos de Lambayeque y Piura, respectivamente.
92 Carlos Arrizabalaga 6 “Pero golviendo a lo q’íbamos, si nos diera por sacudirnos e nuestro amo, ¿quién iba a unirse con nosotro pa regolvé la cosa y ponela a nuestro gusto? ¡Naides! ¡Semos una caste e malditos!” (López Albújar 1973 [1928], 93). 7 Al mismo tiempo, reconoce que es “pobrísimo” el material con el que cuenta para hacer su estudio. Rivarola opina que “no ofreció en verdad ninguna justificación vale dera” a su zonificación y que su propuesta obedecía “a una intuición parcialmente acertada, pero carecía de sustentación” (1986, 31). 8 Se publicó solamente la parte del léxico (Hildebrandt 1949b). 9 Casi al final de la novela, la integración dialectal parece completa: “Hasta en la manera de hablar, las pocas veces que hablaba, cualquier piurano reconocía en él a un mangache” (1979 [1966], 244). En sus recuerdos, el escritor señala: “Nunca volví a vivir en Piura [. . .] de alguna manera seguí siempre en ella, llevándomela conmigo por el mundo, oyendo a los piuranos hablar de esa manera tan cantarina y fatigada – con sus ‘guas’, sus ‘churres’, y su superlativo de superlativo, ‘lindisísima’, ‘carisisísima, borrachisísimo’, contemplando sus lánguidos desiertos y sintiendo a veces en la piel la abrasadora lengua de su sol” (Vargas Llosa 1993, 228). Su viejo profesor Carlos Robles Rázuri diría que el escritor tenía a Piura “en su corazón” (1976, 6). Ver también Enguita (1998, 2002) y Arrizabalaga (2012b). 10 Agradezco especialmente a la profesora Shirley Cortez González por sus atinadas observaciones y sugerencias. 11 Ya había llamado la atención a Henríquez Ureña: “En la costa del Perú no es descono cida la asimilación y desaparición de la ye” (1921, 369). Lo encontramos en un periódico del siglo XIX: “se conforma la Junta Municipal de Tumbes con Juan de Dios Noblecia como síndico procurador” (El Firme, Piura, 18 de abril de 1859, p. 1). 12 Richard Spruce (1817–1893) fue un botánico inglés que fue comisionado para estudiar el cultivo del algodón en los valles de Piura, en 1863. Recogió un pequeño vocabulario (38 palabras) del idioma que se había hablado en Sechura; muchas de las palabras coinciden con las que recogió Martínez Compañón (Rivet 1949). Ver también Torero (1984–1985) y Cerrón-Palomino (1995, 28). 13 Esteban Puig registra la pronunciación en varios modismos del habla popular: afijéyese en el suelo, por “asiéntese en el suelo” (1995, 27), más que seya (1995, 146), pa que no seya porfiado (1995, 237), además de la expresión interjectiva arreia (1995, 39). Edmundo Arámbulo registra también apeyarse por “apearse” (1995, 16). 14 Benvenutto Murrieta señalaba que la epéntesis “se observa con mayor intensidad en el litoral norte”, donde igualmente “se relaja la hasta el extremo de que el vulgo la suprime enteramente en el medio de las palabras, pronunciando gaína, caudío, gamarría, botea (1936, 118–119). Hildebrandt trae otros casos: criyatura, feyo, fideyo, paseyo, piqueyo, y señala que es “uno de los procesos fonéticos más constantes en el habla popular de Piura” (1949a, 22). 15 Aunque no hay estudios diacrónicos, en un documento del siglo XVIII parece leerse: “olla de cobre aujeriada” (Arrizabalaga 2012a, 159). Ver también Andrade (2018). Para un análisis de documentos notariales, ver Cortez (2018). 16 Parece metátesis el regionalismo nicles (de “níquel”, aplicado a la moneda de menor valor tal vez por influencia del inglés americano hablado por los empleados de la International Petroleum Company en Zorritos y Talara desde los años veinte hasta los años sesenta del siglo XX). Lo registra Edmundo Arámbulo (1995, 190), pero ya está en desuso. 17 El vocabulario local registra también jerguir “vara que termina en forma de horqueta en la que se amarra el copo de lana o algodón” y juyo “interjeción de susto, sorpresa” (Puig 1995, 127). 18 Rufino José Cuervo lo señaló por primera vez en Bogotá: “Para cualquiera persona de otra tierra, la frase ‘hasta el veinte trabajo’ significa que el trabajo cesa el veinte; un bogotano no sabrá al oírla si el trabajo cesa o comienza” (1947, 76). En Piura fue detectado por las encuestas realizadas por Rocío Caravedo como parte del proyecto del Atlas Lingüístico de Hispanoamérica (Caravedo 1992).
El español norteño 93 19 Ejemplos tomados del periódico El Tiempo, Piura, viernes 5 de mayo de 2000, p. 6; sábado 7 de agosto de 2008, p. 22; y 6 de marzo 2018, p. 13. 20 La primera noticia la dio un profesor del colegio San Miguel de Piura, en 1966, al denunciar como “solecismos por construcción incorrecta” a estas construcciones (Arrizabalaga 2010, 71). Fue detectado en el habla infantil de Piura por Rojas, Minaya, Mendoza y Miranda (1974). Cumpa Pizarro lo tildaba de “adefesio con que se reemplaza el gerundio” (1997, 58). Ofrece ejemplos del ámbito escolar: “Señorita . . . el Jonhatan está que fastidia. sí, sí . . . hace rato estoy que lo veo. es que, señorita, ése está que me pone chapas” (Cumpa 1997, 58–59). 21 El Tiempo, Piura, 13 de enero de 2010, p. 3. 22 Un titular de las páginas deportivas de un periódico nacional lo manifiesta: “Waldir se defiende ante acusación de robo: ‘Están que manchan mi nombre’ ”. El Popular. Lima, 13 de noviembre de 2002, p. 12. 23 “Mototaxistas se niegan a acatar ordenanza y harán marchas”, Diario Correo. Lambayeque, 1 de mayo de 2018. Edición digital. Especialmente se puede detectar cuando la prensa transcribe audios policiales: “Este pata está que se mete a joder, está que mete sus narices donde no debe ser, está que jode y a este queremos que lo maten. Sí, porque a los demás está que les hace levantamiento (comunicaciones) y nosotros estamos haciendo cositas por allí. Ojo, si tú cuentas algo de esto, tu vida corre peligro”. “Chiclayo: ‘Hermandad’ tenía sicarios de ‘La Jauría’ de Trujillo”, Diario Correo. Lambayeque, 25 de noviembre del 2016. Edición digital. 24 Es común con toda la costa el empleo de ¡pucha!, eufemismo que se emplea a menudo con aféresis en composición con otros términos: [pu]cha máquina. 25 En Lambayeque se le conoce como saltojo. 26 Es probable que choqueco, chigüisa y otros sean de origen onomatopéyico (Hildebrandt 1949a, 55). 27 Es fácil registrar el vocabulario en la literatura costumbrista: “lo empujan y el hombre cae de la bestia al yucún” (Garcés 1988, 10). Sobre el origen mochica de varios términos como faique, ver Brüning (2017) y Salas (2008). También son pertinentes los trabajos de López Arangurí (1994). 28 “La panca se llama en Piura i Huancabamba taraíya” (Brüning 2017, 83). 29 El término ha pasado del ámbito rústico al de las vías de transporte, porque Hildebrandt lo definía como “Brecha o rajadura hecha en los ‘coloches’ al construir sus nidos las lagartijas” (1949a, 38). 30 Es el nombre local de la Ipomea carmea, arbusto tóxico de vistosas flores que produce la pérdida del equilibrio en los animales (Arámbulo 1995, 30). 31 Gusano especialmente dañino para la yuca y el camote (Puig 1995, 183). Brüning lo ubicaba en Olmos (2017, 100). 32 Es también usual en Cuba (Arrizabalaga 2012a, 87–94). 33 Algunos de los vocablos locales norteños se emplean también en el sur del Ecuador, como ocurre con chifle (Lemos 1920, 71) y churre (Toscano 1953, 87). En el norte peruano los registra primero Brüning (2017). 34 Es el nombre local de la kigelia africana, de mediana altura y frutos duros y pesados, especie introducida para parques y jardines. 35 En los desiertos norteños, los viajes se hacían de noche y las acémilas servían de principal medio de transporte (Arrizabalaga 2012a, 125–130).
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4 El castellano afroperuano hablado en Chincha Una perspectiva histórica y lingüística1 Sandro Sessarego* 1 Introducción Los orígenes de las variedades afrohispánicas de América han estado durante mucho tiempo en el centro de un debate lingüístico para el que, hasta el momento, no se ha alcanzado un consenso (véase Schwegler 2010 para una panorama gene ral). Tal discusión se debe al hecho de que existen muy pocas evidencias de lenguas criollas de base española en América Latina. Esta situación contrasta con la relativa abundancia de los criollos de base francesa e inglesa en las respectivas excolonias. De hecho, los únicos dos idiomas tradicionalmente clasificados como criollos del español son el papiamento, que se habla en las Antillas Holandesas, y el palenquero, utilizado en la antigua comunidad cimarrona de San Basilio de Palenque, cerca de Cartagena de Indias, Colombia. La trayectoria evolutiva de estas lenguas ha generado controversia entre varios estudiosos. Por ejemplo, McWhorter (2000) indica que el papiamento y el palenquero podrían ser lenguas criollas del portugués que se relexificaron con léxico del español solo en una segunda fase de su evolución. Al no haberse alcanzado un consenso general sobre el asunto, coexisten numerosas propuestas acerca de los orígenes de dichas variedades (véanse Goodman 1987; Schwegler 1993; Bickerton 2002; Kramer 2004; Jacobs 2009; Moñino 2012; Gutiérrez Maté 2012, entre otros). Durante los últimos cincuenta años, se han formulado hipótesis para explicar esta situación (veánse Granda 1970, 1978, 1985, 1988; Megenney 1993; Schwegler 1993, 1999). Sin embargo, se acepta de manera generalizada que la ausencia de criollos de base española, al menos en el Caribe español, tiene que ver con una concomitancia de factores demográficos y económicos que diferenciaron esta región de las Antillas francesas y británicas. Estos factores les permitieron a los esclavos españoles aprender la lengua hablada por sus amos (Laurence 1974; Mintz 1971; Lipski 1993; Chaudenson 2001; Clements 2009). Aunque McWhorter (2000) reconoce que en el Caribe español no se dieron las circunstancias necesarias para el desarrollo de una lengua criolla, también admite la inexistencia de lenguas criollas en ciertas colonias como el Ecuador (Valle del Chota), el Perú (costa sur de Lima), la costa de Venezuela, México (Veracruz) y Colombia (Chocó), a pesar de que, según este autor, las condiciones
98 Sandro Sessarego sociodemográficas eran favorables para la formación de dichas variedades lingüísticas. McWhorter afirma que la razón de la escasez de lenguas criollas del español en América no debe buscarse en las colonias españolas, sino más bien en África. De acuerdo con esta idea, todas las lenguas criollas que se encuentran actualmente en América se habrían desarrollado a partir de pidgins, que se formaron en los castillos esclavistas de África occidental a partir del contacto entre los comer ciantes europeos y los africanos involucrados en la trata de esclavos (hipótesis de la afrogénesis). Puesto que España era la única potencia colonial europea que no comerciaba directamente con cautivos africanos, no se podían suscitar ni la formación de un pidgin español en la costa de África occidental ni el desarrollo de un criollo español en América. Debido a las restricciones de espacio, el presente artículo no entrará en detalles sobre la hipótesis de la afrogénesis. En cambio, se centrará en lo que concierne a la costa colonial del Perú, al sur de Lima, para demostrar que, contrariamente a lo que ha indicado McWhorter, esta región nunca presentó las condiciones sociodemográficas ideales para que el español pudiera criollizarse. Este artículo se centra en el español afroperuano contemporáneo (EAP), variedad vernácula hablada en las zonas rurales de la provincia de Chincha, departamento de Ica, más precisamente en las comunidades de San Regis, San José, El Guayabo y El Carmen. En línea con los recientes hallazgos sobre las condiciones socioeconómicas que caracterizaron a la costa de Venezuela (Díaz-Campos y Clements 2005, 2008), el Valle del Chota, Ecuador (Sessarego 2013a), y Los Yungas, Bolivia (Sessarego 2011, 2013b, 2014), el presente artículo demuestra que el Perú colonial no representaba el lugar perfecto para el desarrollo de una lengua criolla de base española. Este estudio,por lo tanto, contribuye, por un lado, a esclarecer el meollo del debate académico que gira en torno a la evolución de las variedades afrohispánicas en América al añadir una pieza adicional al rompecabezas que representan las lenguas criollas del español. Por otro lado, este trabajo se centra principalmente en el EAP en el contexto de su origen y evolución. Hay que mencionar que a lo largo de los últimos años se han llevado a cabo trabajos de campo que han examinado esta variedad ofreciendo análisis de tipo dialectológico, así como de actitudes lingüísticas (Gutiérrez Maté 2018; Jiménez et al. 2018). Estos temas no se analizan en el presente trabajo, pero se invita al lector interesado a consultar dichos estudios y las referencias bibliográficas allí mencionadas. Este artículo está dividido en seis secciones. En la primera, se introduce brevemente al lector en el debate sobre el origen de las lenguas afrohispánicas en el continente americano. La segunda sección proporciona una visión general de la morfosintaxis del EAP. La tercera sección presenta el análisis de McWhorter sobre la ausencia de lenguas criollas del español en América. La cuarta sección ofrece un recuento sociohistórico de la esclavitud negra en el Perú. La quinta sección se centra en el entorno de plantación que caracteriza a la región de Chincha. Finalmente, la sexta sección resume el presente estudio y ofrece conclusiones.
El castellano afroperuano hablado en Chincha 99
Mapa 4.1 Provincia de Chincha, Perú
2 Rasgos morfosintácticos del español afroperuano El trabajo de campo para este estudio se llevó a cabo a fines del 2012 y principios del 2013 en las localidades rurales de El Guayabo, San José, San Regis y El Carmen, ubicadas en la provincia de Chincha, departamento de Ica. Unos sesenta colaboradores participaron en este estudio. En la recolección de entrevistas, se seleccionaron hablantes de diferentes generaciones y con antecedentes sociales y educativos diversos. Esta muestra heterogénea de chinchanos me permitió comprender que solo los colaboradores mayores y con menos educación formal hablaban un dialecto que presentaba diferencias significativas respecto al español costeño peruano estándar. Cabe destacar que los colaboradores jóvenes y más educados que participaron en este estudio usan un dialecto del español que puede ser considerado el estándar local. A pesar de que algunos colaboradores no hablaban la variedad afrovernácula tradicional, todos parecían tener al menos una competencia pasiva de ella. Así, los participantes corroboraron con
100 Sandro Sessarego sus intuiciones gramaticales los datos espontáneos recogidos al hablar con los miembros de mayor edad de la comunidad. Aun cuando todavía no se han explicado la génesis y la evolución del EAP en su totalidad, parece bastante claro que este dialecto, como se habla actualmente, no presenta una reestructuración gramatical tan radical como la encontrada en ciertas lenguas criollas del español, como el papiamento (Kouwemberg y Ramos-Michel 2007), el palenquero (Schwegler 2007) o el zamboangueño (Lipski y Santoro 2007). Si bien el EAP actual muestra reducciones fonológicas y morfológicas, elementos léxicos de origen africano y algunas otras trazas de estrategias de adquisición de una segunda lengua, carece de una reestructuración gramatical más compleja, la cual sí puede darse en las variedades de contacto mencionadas aquí. En esta sección presento un recuento de los rasgos morfosintácticos más destacados del EAP según los datos extraídos durante mi trabajo de campo en el invierno de 2012–2013. Estos rasgos son: concordancia variable de género (1a) y número (1b) en la frase nominal; presencia esporádica de sustantivos escuetos (bare nouns) (1c); falta de concordancia entre el sujeto y el verbo (1d); omisión de cópula y confusión entre los verbos ser y estar (1e); uso no estándar de preposiciones (1f ); uso de pronombres explícitos no contrastivos (1g); falta de inversión sujeto-verbo en las preguntas (1h); eliminación de /ɾ/ en las formas verbales infinitivas (1i). (1) a. Había todo [toda] una plantación de algodón b. Los trabajador[es] internacional[es]. c. Mi tía prepara [un] plato tradicional. d. Eyas comía[n] lo que yo cocinaba. e. Eyas [son] mayó. f. Hay que ver [de] dónde son. g. Paco fue a casa. Él se tomó una botella de cerveza y después él se fue al bar de fiesta. h. ¿Cómo uté se llama? i. Yo va [a] trabajá[r] Es de interés ver cómo estos elementos gramaticales aparecen también en una variedad de textos peruanos históricos en los cuales los escritores colonia les reproducían muchas veces el habla negra con la intención de burlarse de los esclavos (Lipski 1994a). Otro intento de representar el discurso negro peruano se encuentra en la novela de Gálvez Ronceros (1975), Monólogo desde las tinieblas, que consiste en una colección de historias de Chincha contemporánea. Algunos de estos rasgos también fueron reportados por Cuba (2002), uno de los pocos autores, hasta la fecha, que ha publicado resultados lingüísticos basados en investigaciones de campo en comunidades afrochinchanas (véase también Sessarego 2015). Los ejemplos de (2) proporcionan una visión general de las características
El castellano afroperuano hablado en Chincha 101 presentadas en (1), tal como se encuentran en las obras de Lipski (1994a), Gálvez Ronceros (1975) y Cuba (2002). (2) a. La mula está flacucho [flacucha] (Lipski 1994a, 192). b. Santa María tiene sus ola[s] como un río (Cuba 2002, 37). c. Niño no responde nara (Lipski 1994a, 209). d. Yo queré [quiero] ve[r]la (Lipski 1994a, 208). e. No son [están] juntas, son [están] distanciadas las casas (Cuba 2002, 34). f. Padre [de] familia (Cuba 2002, 36). g. Cuando yo ta la congreso, yo neglo, yo va dicí . . . (Lipski 1994a, 208). h. ¿Ves cómo tú no crees? (Cuba 2002, 37). i. Pa pone[r]se a nadá[r] (Gálvez Ronceros 1975, 17). Además, hay que mencionar que, en un estudio reciente basado en trabajo de campo en las comunidades de El Carmen y el Guayabo, Gutiérrez Maté (2018) ha reportado más rasgos lingüísticos de interés para el EAP. Los mismos que han sido detectados en otras variedades no estándares del español americano (Lipski 1994b). En (3a–3c) se ejemplifican algunos de estos rasgos: la presencia del ser focalizador; el uso de también en lugar de tampoco y la doble marca de posesivo. (3) a. ¿Ya echó una poesía jue? b. También no contamos con movilidad a disposición. c. Su suegra de Rosana. Los ejemplos proporcionados en (1), (2) y (3) confirman que el EAP tradicional es un dialecto afrohispánico bastante divergente del español peruano estándar. Procede del español hablado por los esclavos negros en épocas coloniales y preserva rasgos vernáculos que, en algunos casos, también se encuentran en otras variedades vernáculas del español americano. Sin embargo, sus características no deben tomarse como indicadores de una etapa criolla anterior del EAP. De hecho, estos elementos gramaticales también parecen encontrarse frecuentemente en una serie de variedades avanzadas de L2, lo que indica que no deberían explicarse necesariamente postulando una hipótesis criolla (véase Sessarego 2011, 2013c). Las comunidades afroperuanas en discusión no están geográficamente aisladas, ya que, tras el fin del sistema de hacienda en la década de 1960, los afroperuanos adquirieron más movilidad y pudieron entablar un amplio contacto sociolingüístico con hablantes monolingües de español de las áreas circundantes. Es posible así que el EAP haya sido más reestructurado/criollizado que lo que es hoy en día. Este es un punto valioso y podría muy bien describir lo que sucedió en estas comunidades de Chincha. Sin embargo, como no se dispone de datos lingüísticos diacrónicos escritos para estos pueblos específicos, no sabemos prácticamente nada acerca de las primeras fases del dialecto afrochinchano. En consecuencia,
102 Sandro Sessarego nunca estaremos completamente seguros de que una lengua criolla no haya sido utilizada hace siglos en esta región. No obstante, mantengo la postura de que se deben proporcionar pruebas sociohistóricas y lingüísticas claras para construir una teoría convincente de la (des)criollización. La reconstrucción de hechos históricos es siempre una aproximación. La mejor manera de proceder es intentar dar sentido a los datos que tenemos. Por esta razón, no pretendo decir que mi interpretación de la historia sea perfecta o la correcta. Más bien, basándome en la información disponible, intento reconstruir una historia que parezca ser la más probable. En la literatura referente al EAP nunca se ha propuesto una hipótesis de descrio llización. Sin embargo, todavía existen muchas dudas sobre el origen de esta variedad. En las secciones siguientes, nos basaremos en los datos sociohistóricos disponibles para esclarecer la génesis y evolución de esta variedad afrohispánica.
3 El español afroperuano y la hipótesis de la afrogénesis La estructura socioeconómica del Caribe colonial español, así como la evolución de sus cifras demográficas a lo largo del período colonial, han sido tomadas como evidencia que socava una posible hipótesis criolla para esta región (Mintz 1971; Lipski 1993; Chaudenson 2001; Clements 2009). McWhorter (2000) admite que estos datos pueden explicar la falta de una lengua criolla del español en las Antillas. Sin embargo, a su juicio, si aceptamos las suposiciones actuales sobre la formación de las lenguas criollas, quedaría por explicar por qué en las excolonias latinoamericanas no se hablan lenguas criollas del español, donde, según el autor, hubo importaciones masivas de esclavos africanos. De hecho, McWhorter sostiene que, para varias de estas regiones, se había establecido un sistema agrícola a gran escala que debería haber proporcionado el ambiente óptimo para que se desarrollaran lenguas criollas en las plantaciones. El libro de McWhorter (2000), The Missing Spanish Creoles, consiste en una crítica de ciertos supuestos sobre la génesis y la evolución de lenguas criollas. En particular, el autor critica lo que llama el “modelo de acceso limitado” (2000, 1), o la idea de que las lenguas criollas se formaron en las plantaciones porque los esclavos tenían poco o ningún acceso a la lengua colonial. Según McWhorter (2000), el modelo de acceso limitado de la génesis criolla es simplemente erróneo. Sin embargo, si sus propuestas fueran correctas, el Chocó colonial (Colombia), el Valle del Chota (Ecuador), Veracruz (México), el litoral sur del Perú y la costa de Venezuela habrían sido lugares idóneos para el desarrollo de lenguas criollas del español. No obstante, este no fue el caso. En lo que respecta al contexto peruano, McWhorter (2000, 12, 35, 37) afirma: Large forces of African slaves also worked sugar plantations in Peru, in coastal valleys south of Lima [. . .] a given estate usually cultivated a variety of crops at one time and thus immediately required much more than a handful of slaves [. . .]. In Peru, manumission of plantation slaves was rare, corporal punishment was common, and religion was withheld even to the point of denying slaves their last rites.
El castellano afroperuano hablado en Chincha 103 (Grandes números de esclavos africanos también trabajaban en plantaciones de azúcar en el Perú, en los valles costeros al sur de Lima [. . .] las haciendas usualmente cultivaban una variedad de productos a la vez y de este modo necesitaban mucho más que un puñado de esclavos. En el Perú, la manumisión de los esclavos de las plantaciones era rara, los castigos corporales eran comunes y la religión era retenida hasta el punto de negarles los ritos de la extremaunción a los esclavos). Según McWhorter, si la falta de acceso a la lengua colonial no fue la razón que motivó la formación de variedades criollas, entonces los factores en juego deben de haber sido otros. A diferencia de Mufwene (1996), que ve las lenguas criollas como versiones reestructuradas de las lenguas europeas lexificadoras; y de Chaudenson (2001), quien describe su evolución como el resultado de aproximaciones de las lenguas de las potencias coloniales, McWhorter propone que las lenguas criollas empezaron como pidgins y que solamente en un segundo momento se desarrollaron hasta llegar a ser lenguas más completas (McWhorter 1997, 2000). Consecuentemente, los marcos de referencia de Chaudenson y Mufwene, así como los propuestos por los criollistas que adoptan alguna versión del modelo de acceso limitado, serían seriamente defectuosos. Esto se debe a que no tienen en cuenta la etapa del pidgin que sería fundamental para la formación de las lenguas criollas en el análisis de McWhorter. De acuerdo con este modelo, la falta de lenguas criollas del español en América sería la consecuencia lógica de la falta de pidgins españoles en el otro lado del Océano Atlántico, ya que, a diferencia del resto de las potencias coloniales europeas involucradas en la colonización de América, España no comerciaba directamente con esclavos africanos. Por lo tanto, no había estaciones esclavistas españolas en África que propiciaran la formación de un pidgin español en la costa africana y que pudiera ser transferido así a las plantaciones americanas para que se transformara en una lengua criolla. McWhorter no sostiene que la desproporción demográfica entre negros y blancos en las plantaciones americanas no desempeñara un papel en la criollización. Lo que afirma es que este desbalance podría haber conducido a la criollización solo si un pidgin anterior hubiera estado ya formado. El autor proporciona datos adicionales para respaldar su modelo, en el que ofrece un análisis lingüístico e histórico de la evolución de las lenguas criollas del Océano Atlántico y del Océano Índico. También afirma que todas las variedades criollas inglesas y francesas se habrían derivado, respectivamente, de un único pidgin inglés y otro francés que habrían nacido en África y luego se habrían trasplantado a varias colonias europeas alrededor del globo (McWhorter 2000, cap. 4 y cap. 5). McWhorter indica que los africanos en las plantaciones americanas desarro llaron los pidgins ingleses y franceses en lenguas criollas no porque no tuvieran acceso a las lenguas europeas lexificadoras. Más bien, crearon nuevos medios de comunicación porque las lenguas criollas llegaron a representar un símbolo de identidad negra para los esclavos que trabajaban en los campos. Por esta razón, los trabajadores africanos de las plantaciones coloniales habrían tenido dos
104 Sandro Sessarego lenguas-objetivo diferentes: el pidgin y la lengua europea. Adquirirían el pidgin, participando así en la creación de una lengua criolla, para expresar su identidad negra y, en algunos casos, también adquirirían una variedad vernácula de la lengua europea para interactuar con los blancos. Por el contrario, dado que los pidgins españoles no se formaron en África, no pudieron convertirse en una lengua-objetivo en las plantaciones americanas y, por esta razón, en las colonias españolas de ultramar nunca se desarrollaron lenguas criollas del español. Entonces, la única lengua-objetivo en las plantaciones españolas era el español. Según esta teoría, los africanos adquirieron esta lengua y lograron codificar su identidad negra en ella recurriendo a la variación fonológica y a los préstamos africanos (McWhorter 2000, 203–204). En consecuencia, en la actualidad, las variedades afrohispánicas serían relativamente similares al español y no mostrarían las diferencias radicales que se pueden observar claramente en las lenguas criollas inglesas y francesas. La hipótesis de la afrogénesis no ha encontrado mucha aceptación entre los lingüistas (Lipski 2000, 2005; Díaz-Campos y Clements 2005, 2008, etc.). A pesar de que el esfuerzo de McWhorter por proporcionar un marco unificado para explicar la génesis de las lenguas criollas ha sido elogiado (Schwegler 2002, 121; Lipski 2005, 286), su modelo y análisis de datos han sido criticados a menudo. Por ejemplo, Lipski (2005, 9) señala que según el análisis de McWhorter, no está claro por qué los pidgins se habrían formado en las estaciones esclavistas africanas, pero no podrían haberse desarrollado en las plantaciones hispanas de América Latina, si las condiciones sociodemográficas de tales plantaciones eran realmente las que McWhorter describe. Schwegler (2002) también cuestiona algunos aspectos de la hipótesis ofrecida por McWhorter. En particular, clasifica como “radical” la sugerencia de que todas las lenguas criollas inglesas y francesas se habrían derivado de un único pidgin del inglés y del francés, respectivamente (2002, 117).
4 Un análisis sociohistórico de la esclavitud negra en el Perú La esclavitud africana en el Perú duró más de tres siglos (desde las primeras décadas del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX). Sin embargo, después de su abolición formal en 1854, los afrodescendientes no alcanzaron el mismo grado de libertad del que gozaban los sectores blancos y mestizos de la población. De hecho, hasta la reforma agraria, que tuvo lugar durante los años 1963–1679, la mayoría de los afroperuanos que trabajaban en fincas rurales vivían como peones, en un sistema semifeudal: se les obligaba a trabajar gratis cuatro días a la semana en las haciendas, no poseían tierras y recibían un pequeño lote para trabajar para su propio beneficio durante su tiempo libre. Para facilitar el análisis de la posición de los afroperuanos en la sociedad a lo largo del tiempo y la consiguiente evolución de su lenguaje hasta nuestros días, el presente estudio examinará la esclavitud africana en el Perú en tres fases principales. El primer período se caracteriza por la llegada de afrodescendientes, esclavos negros y libertos, que participaron con los españoles en las muchas campañas de invasión y conquista durante los siglos XVI y XVII (aproximadamente
El castellano afroperuano hablado en Chincha 105 1530–1650). Estas personas procedían principalmente de España y de otras colonias americanas bajo control español (por ejemplo, el Caribe). Los primeros negros que entraron en el territorio andino fueron identificados típicamente con el término de ladinos, lo que significaba que habían aprendido las costumbres españolas, eran cristianos y podían hablar español bastante bien. La segunda fase (1650–1767) registró un aumento en el número de cautivos introducidos en el Perú. El principal actor esclavista durante esta fase fue la Compañía de Jesús, que utilizó principalmente a los cautivos africanos en haciendas y llegó a ser dueña de hasta 5,224 esclavos en el Perú al momento de su expulsión en 1767 (Macera 1966). Por último, la tercera fase (desde 1767 hasta el presente) describe la adquisición progresiva de derechos civiles por parte de los afroperuanos, quienes se convir tieron en personas libres en 1854 pero que hasta el presente siguen luchando contra la injusticia social y la discriminación. 4.1 Primeras llegadas (1530–1650) Desde el comienzo de la colonización peruana, en las primeras décadas del siglo XVI, los conquistadores españoles trajeron consigo un número considerable de esclavos negros que fueron utilizados como soldados en las muchas campañas de exploración y asentamiento. Estos primeros negros que entraron en la región andina eran generalmente cristianos, podían hablar español y tenían una buena comprensión de las costumbres españolas. Por lo general, habían nacido en la península ibérica o, si habían nacido en África, generalmente habían pasado algún tiempo con sus amos en España o en colonias latinoamericanas ya establecidas, de modo que eran en su mayor parte ladinos (Bowser 1974, 3). La dinámica de comercio de esclavos hacia Hispanoamérica no estaba regulada por una economía de libre mercado. Por el contrario, la Corona limitó fuertemente este comercio concediendo solo un número reducido de asientos o “licencias de importación” a pocas empresas comerciales y cobró a los compradores almojarifazgos o ‘impuestos de importación’ y alcabalas o ‘impuestos de venta sobre las siguientes transacciones esclavistas’. Esta regulación tan estricta jugó un papel importante en la limitación de la introducción de los africanos en la América española (Bryant 2005, 31). Esto mantuvo la proporción entre las poblaciones negra y blanca relativamente baja en varias colonias (véase, por ejemplo, Díaz-Campos y Clements 2008 para Venezuela; Sessarego 2011, 2013a para Bolivia y Ecuador; y Clements 2009, 68–101 para Cuba). Los esclavos importados al Perú provenientes de África y de España eran transportados al puerto de Cartagena en la costa caribeña de Colombia. Desde allí, eran llevados al lado caribeño del istmo de Panamá. Después de cruzar el istmo, eran embarcados de nuevo a los puertos de Piura y Callao, y luego revendidos y distribuidos en la región peruana. Otra ruta que se hizo común desde 1605 fue la de Buenos Aires. En este caso, los esclavos llegaban a la Argentina, eran llevados a través de la región del Río de la Plata a la costa chilena, y luego de allí enviados al Callao (Mellafe 1959; Romero 1987, 82). Esta segunda ruta era ilegal y, por
106 Sandro Sessarego tanto, exenta de derechos reales. Los comerciantes lograban introducir esclavos de Argentina y Chile corrompiendo a los funcionarios del gobierno local (Studer 1958, 87–100) y aunque el gobierno hizo varios intentos para eliminar este tráfico, el comercio parece haber continuado durante la mayor parte del siglo XVII. La importación de esclavos al Perú no fue una tarea fácil y hubo muchas pérdidas humanas entre los cautivos debido a las condiciones extenuantes en las que estos se veían obligados a viajar desde Colombia y Argentina. Esta situación implicaba inevitablemente que el precio de un esclavo fuera más alto en Lima que en Cartagena o Buenos Aires. Incluso, podía ser tres veces más alto (Bowser 1974; Colmenares 1997; Brockington 2006). Debido a sus altos costos, los comer ciantes españoles no podían permitirse el lujo de comprar esclavos en grandes cantidades. De hecho, los documentos legales muestran que las transacciones de esclavos se referían principalmente a uno o dos esclavos a la vez, y que muy esporádicamente se llevaban a cabo transacciones que involucraran a más de diez cautivos (Lockhart 1994). Por esta razón, siempre que fuera posible, los españoles preferían explotar a la población nativa. Los indígenas no podían ser esclavizados, pero podían ser forzados a trabajar duro por un salario mínimo a través de un sistema rotatorio llamado mita. La mita era un sistema de trabajo precolombino usado por los incas, en virtud del cual cada hombre de una comunidad indígena tenía que trabajar por un cierto período en una tarea dada. A nadie se le pedía que trabajara de nuevo hasta que todos cumplieran un turno. La mita establecía extenuantes jornadas de trabajo para los nativos. Las duras condiciones de trabajo, combinadas con la introducción de enfermedades europeas en la región, hicieron que la población peruana nativa se redujera de 6,000,000 a 1,500,000 individuos entre 1525 y 1571 (Bowser 1974, 18). Bowser estima que, a fines de la década de 1540, el noventa por ciento de la población costera nativa probablemente había muerto (aproximadamente 1,000,000 de individuos). Esto llevó a los colonos españoles a forzar a comunidades indígenas enteras a mudarse de las frías tierras altas a las regiones costeras más cálidas para trabajar en plantaciones y abastecer con cultivos a los centros urbanos cercanos. El traslado forzado de trabajadores indígenas de las regiones frías a las cálidas aumentó aún más el número de víctimas entre los nativos. Este hecho empujó al rey español a prohibir en 1563 el uso de nativos en regiones con un clima dife rente de aquel en el cual solían trabajar. Esta regulación pasó inadvertida por varios años porque no usar a los nativos habría implicado depender más de los africanos, que representaban una inversión costosa y arriesgada. Con el tiempo, sin embargo, los negros llegaron a poblar las costas más cálidas y gradualmente complementaron la fuerza laboral indígena en las plantaciones. De todas formas, este proceso nunca tomó dimensiones masivas, especialmente durante esta primera fase. Después de hacer un análisis de las haciendas costeras peruanas, Bowser concluye que, aunque los habitantes negros eran numerosos en algunas regiones, el tamaño de la población esclava residente en la mayoría de las haciendas durante este período era relativamente modesto y rara vez excedía cuarenta esclavos de todas las edades (1974, 94). Este hecho parece contradecir el escenario imaginado por McWhorter (2000, 12, 35), en el
El castellano afroperuano hablado en Chincha 107 que masas de esclavos habrían trabajado en grandes plantaciones desde principios del siglo XVII. En resumen, la información sociohistórica disponible para el período comprendido desde la temprana colonización del Perú (primeras décadas del siglo XVI) hasta 1650, no parece indicar que una lengua criolla hubiese podido surgir entre la población afrodescendiente de esta región. De hecho, las restricciones logísticas y económicas no permitieron la introducción masiva de africanos; más bien, su introducción ocurrió gradualmente, ya que los esclavos eran generalmente ladinos procedentes de España u otras colonias establecidas y los amos usualmente adquirían no más de uno o dos esclavos a la vez (Lockhart 1994). La información relativa a esta primera ola de importación es de importancia fundamental para comprender la evolución de los dialectos afroperuanos en los años siguientes. De hecho, los datos sociohistóricos parecen sugerir que, con toda probabilidad, el idioma hablado por estos esclavos no era una lengua criolla, sino una variedad relativamente cercana al español. Esta fue la lenguaobjetivo para la siguiente ola de esclavos que sirvió como base para el desa rrollo de las variedades del EAP formadas durante la siguiente fase. De acuerdo con el principio del fundador, una gran proporción de la estructura de las lenguas de contacto actuales fue determinada por las variedades de las lenguas de las poblaciones fundadoras (Mufwene 1996). Por esta razón, el análisis sociohistórico mencionado puede ser visto como un factor importante que reduce la posibilidad de que una lengua criolla del español se formara en el Perú colonial. 4.2 Desde la transición hacia las plantaciones a gran escala hasta la expulsión jesuita (1650–1767) Los factores políticos, logísticos y económicos que limitaron la introducción de los africanos en el Perú durante la primera fase también persistieron durante la segunda: el monopolio de la Corona española sobre la trata de esclavos, los impedimentos al transporte y el alto costo de los africanos. Sin embargo, la reducción constante de la población indígena obligó a los españoles a utilizar más la mano de obra africana que gradualmente llegó a complementar y sustituir a los trabajadores indígenas en los valles costeros del Perú (Flores Galindo 1984, cap. 2). Cushner (1980, 82) sugiere que los esclavos negros formaron el grueso de la mano de obra estable a partir de mediados del siglo XVII. No obstante, es importante señalar que, aunque hubo algunas haciendas grandes en el Perú colonial, la mayoría de los esclavos trabajaban en plantaciones medianas de 20–50 trabajadores (Aguirre 1997, 501), incluso durante esta fase. Las plantaciones más grandes eran generalmente aquellas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar. Durante este período, los cultivos de caña de azúcar se hicieron más generalizados debido a la creciente demanda de azúcar en bruto y aguardiente en los mercados extranjeros (por ejemplo, Panamá y Chile). La caña de azúcar era difícil de cultivar y necesitaba trabajadores expertos que pudieran hacerse cargo de un trabajo de alto mantenimiento. Tales trabajadores tenían que ser entrenados y se tendía a preferir a los ladinos más que a los bozales, ya
108 Sandro Sessarego que los ladinos podían aprender el trabajo sin demasiados problemas. Después de realizar un análisis del tipo de fuerza de trabajo empleado en estas haciendas peruanas de caña de azúcar, el historiador Flores Galindo (1984, 28) concluye: La caña de azúcar llevó a la formación de algunas haciendas extensas, pero sobre todo hizo imperativo disponer de trabajadores estables. La siembra de la caña debía realizarse cuidadosamente [. . .]. Este proceso era imposible si no se disponía de una fuerza de trabajo, para los términos de la época, “calificada”. Ante la escasez de población indígena en la costa y ante la imposibilidad de sujetar a los mestizos, la caña exigió el recurso a la fuerza de trabajo que podían proporcionar los esclavos. Dado el aprendizaje que requería el cultivo, se prefirió a los negros que conocían el español y estaban habituados a las costumbres del país: los “ladinos” en lugar de los “bozales”. Lo que revela Flores Galindo en este párrafo es fundamental para entender el tipo de variedad lingüística que se introdujo en estas primeras plantaciones. Esto sugiere que las bases para la formación de una lengua criolla del español probablemente no existían en estas haciendas, debido a que sus trabajadores podían hablar variedades del español relativamente avanzadas. Muy pocos tenían los recursos materiales para desarrollar un comercio agrícola a gran escala basado en mano de obra esclava. La única organización que podía permitirse depender de un número considerable de cautivos negros era la Iglesia católica, en particular, la Compañía de Jesús. Los jesuitas se convirtieron en los mayores esclavistas de la colonia. De hecho, en 1767, año de su expulsión de los territorios españoles, la Compañía de Jesús poseía 5,224 esclavos negros en el Perú (Macera 1966). Cushner (1980, cap. 4) muestra que, incluso en las plantaciones jesuitas más grandes, la introducción de cautivos negros nunca fue masiva ni abrupta esta fase. Al contrario, consistía generalmente en una compra sistemática de cinco o menos esclavos por año. Macera (1966) ofrece un análisis detallado de las hacien das jesuitas en el Perú, donde muestra cómo la Compañía de Jesús fue capaz de implementar un sistema demográfico, religioso y de trabajo capaz de maximizar el resultado productivo de los esclavos, minimizando costos mientras infundía obediencia y sumisión entre los cautivos. En cuanto a los patrones demográficos, la Compañía de Jesús hizo todo lo posible para apoyar a las familias nucleares y la reproducción de esclavos. Por esta razón, siempre que fuera posible, las haciendas tenían un número casi igual de hombres y de mujeres (Macera 1966, 39). En cuanto al aspecto religioso de la empresa jesuita, podemos decir que tomaron muy en serio la cristianización de sus obreros proporcionando un riguroso adoctrinamiento católico, que se percibió como clave para su misión. Por ejemplo, los esclavos criollos tenían que catequizar e instruir en la fe a los bozales y las misas semanales tenían que ser celebradas para niños y adultos. Asimismo, se hacían oraciones colectivas, se ofrecían diez misas por la muerte de cada esclavo, se respetaban las celebraciones religiosas (Semana Santa, Navidad, etc.) y había confesiones, comuniones y clases diarias
El castellano afroperuano hablado en Chincha 109 de religión para los niños (1966, 30). Todos estos datos contradicen las afirmaciones de McWhorter (2000, 37), quien señala que en las plantaciones peruanas la religión se retuvo hasta el punto de negarles los ritos de la extremaunción a los esclavos. Dicha afirmación no parece ser exacta, al menos en el caso de las haciendas dirigidas por los jesuitas, quienes eran los mayores esclavistas en el país. Para obtener su obediencia y retenerlos en la hacienda, los esclavos en las plantaciones jesuitas recibían generalmente chacras de esclavos, que eran pequeños terrenos donde podían cultivar sus propios productos y criar sus propios animales. En ciertos casos, estas chacras se hicieron tan productivas que los esclavos vendían sus productos en los mercados cercanos a las haciendas (Macera 1966, 45). Esto va perfectamente en línea con lo reportado por otros estudiosos sobre las haciendas jesuitas en otros países latinoamericanos (véase, por ejemplo, Bouisson 1997 para el caso de Ecuador). La información proporcionada por Macera ofrece una imagen de la empresa jesuita como un complejo de haciendas donde las condiciones de vida y de trabajo de los esclavos probablemente no fueron tan adversas como las de los negros cautivos en otras colonias americanas. Las actividades gerenciales implementadas por la Compañía de Jesús, en particular su dedicación a la educación religiosa, pudieron haber favorecido la adquisición del idioma español.2 Además, el hecho de que en algunos casos los esclavos pudieran viajar a los mercados locales para vender sus propios productos indica que, en cierta medida, estaban expuestos al español hablado fuera de las plantaciones. Todos estos elementos parecen debilitar la hipótesis de McWhorter sobre la naturaleza de las haciendas peruanas. En resumen, los datos encontrados para la segunda fase (1650–1767) parecen sugerir que, por lo general, no existían las condiciones para que se desarrollase una lengua criolla en la colonia. De hecho, varios factores geográficos y finan cieros parecen haber limitado la introducción de esclavos en el Perú, por lo que su importación nunca fue masiva. Además, la presencia en el país de miles de otros negros que llegaron durante la primera fase, y su descendencia nacida en el país, pueden verse como un factor adicional que reduce la posibilidad de formación de una lengua criolla (Mufwene 1997). Si bien en las plantaciones costeras rurales aumentó el número de esclavos (Cushner 1980), la introducción de estos trabajadores ocurrió gradualmente, ya que los proprietarios de esclavos adquirían solo unos pocos cautivos a la vez (Flores Guzmán 2003). Aguirre (2005) señala además que la mayoría de las haciendas costeras no eran plantaciones a gran escala, sino pequeñas y medianas, que usaron un número limitado de esclavos negros, usualmente combinados con mano de obra indígena y española. Como ya se ha mencionado, los empresarios que utilizaban el mayor número de esclavos en las haciendas eran los jesuitas, que en algunos casos llegaron a emplear cientos de ellos. A pesar de estos números, se debe cuestionar también la posible evolución de un criollo en estos casos, en particular si consideramos que incluso en las plantaciones más grandes la adquisición de nuevos trabajadores no fue abrupta ni masiva (Cushner 1980; Aguirre 2005), y que los hacendados costeros generalmente preferían usar a ladinos y no a bozales para el cultivo de caña
110 Sandro Sessarego de azúcar (Flores Galindo 1984). Además, las condiciones de vida de los negros eran probablemente menos adversas en las haciendas jesuitas peruanas que las de los esclavos en otras colonias europeas en América (Macera 1966). Las prácticas de gestión adoptadas por los jesuitas pudieron haber favorecido la adquisición del español por la población esclavizada. Todos estos elementos combinados parecen debilitar la hipótesis de que la costa del Perú colonial era el lugar ideal para el desarrollo de una lengua criolla. 4.3 Expulsión de los jesuitas y adquisición gradual de derechos civiles (1767–1980) Poco después de la expulsión de los jesuitas en 1767, la Corona asignó la adminis tración de sus haciendas (incluyendo a los esclavos) a la Junta de Temporalidades, el órgano encargado de vender las antiguas propiedades jesuitas. Aguirre (2005, 151) informa para este período de la existencia de varias revueltas que tuvieron lugar en las antiguas haciendas jesuitas de todo el país. Las razones de estos levantamientos tenían que ver con los cambios administrativos introducidos por la Junta que impuso condiciones de trabajo más duras e incluso quiso arrebatarles a los cautivos las porciones de tierra que usaban como chacras de esclavos. En 1854, Ramón Castilla, presidente de la República durante los años 1845– 1851, inició una revolución contra el nuevo gobierno, dirigido por José Rufino Echenique. Para inscribir soldados en su ejército, Echenique proclamó que cualquier esclavo que se uniera a sus tropas sería libre. Poco después, el 3 de diciembre de 1854, Ramón Castilla declaró libres a todos los afrodescendientes con una sola condición: no deberían servir en el ejército de Echenique. Al mismo tiempo, Castilla garantizó a los esclavistas el reembolso del por el valor de los esclavos perdidos. Castilla ganó y la esclavitud negra fue abolida. Sin embargo, la verdadera libertad no fue concedida a los negros peruanos. En una ley de enero de 1855 se estableció que tenían que trabajar forzosamente para sus antiguos dueños por un salario mínimo. Unos meses más tarde, el gobierno asignó a un grupo de hacendados la tarea de diseñar un conjunto de reglas para regular la mano de obra negra en las haciendas. Según los observadores de la época, el resultado de tal esfuerzo legislativo fue peor que el sistema de esclavitud recientemente abolido (Távara 1855, 34; Aguirre 2005, 187). Los negros peruanos vivieron en estado de servidumbre forzada hasta la reforma agraria (1963–1979) que los convirtió en pequeños terratenientes. Sin embargo, aún hoy, la condición social de estas personas está lejos de ser óptima, ya que representan el sector más débil y discriminado de la sociedad peruana (Aguirre 2005).
5 Enfoque en las plantaciones de Chincha La información sociohistórica proporcionada hasta ahora no parece indicar que, en general, fuera probable que se desarrollara una lengua criolla en las plantaciones
El castellano afroperuano hablado en Chincha 111 coloniales peruanas, aunque tampoco excluye que en la región de Chincha la situación podría haber sido diferente. En esta sección se presenta un análisis del entorno de la plantación que caracterizó a las comunidades de afrodescen dientes estudiadas durante la presente investigación (San José, San Regis, El Carmen y El Guayabo) para ver en qué medida una hipótesis criolla pudo haber sido factible. La primera documentación disponible para estos pueblos data de 1688. Consiste en un acta de boda en la que se dice que Josefa Rosa de Muñatones se casó con don Andrés de Salazar, trayendo como dote la hacienda San José, que luego se transformó en una plantación de azúcar con 87 esclavos (CHSJ 2012, 4). También sabemos que, hacia fines de siglo, tal propiedad estaba rodeada de haciendas jesuitas. Una de esas haciendas era San Regis, dedicada al cultivo de la caña de azúcar y viñedos. De hecho, Macera (1966, 21) muestra que los jesuitas comenzaron su empresa agrícola en la región en 1692, cuando adquirieron las primeras tierras de San Regis y luego aumentaron sus propiedades comprando la hacienda cercana Betlem en 1724 y Guachaquio en 1744. En 1735, San José se vendió a don Augusto de Salazar y Muñatones, primer conde de Monte Blanco. Más tarde, durante la década de 1760, esta propiedad creció, ya que la familia compró la hacienda San Regis, previamente expropiada a los jesuitas por la Junta de Temporalidades (CHSJ 2012, 4). Esta incluía 302 esclavos de los que 166 estaban en el intervalo de edad permitido para la explotación completa de su trabajo (18–50 años de edad), mientras que 77 eran demasiado jóvenes (0–18 años de edad) y 55 eran demasiado mayores (más de 51 años) (Macera 1966, 43). La presencia de un número tan elevado de jóvenes esclavos sugiere que probablemente habrían nacido localmente. De hecho, por lo general, los niños bozales no eran enviados al Perú puesto que el viaje extenuante desde África muy probablemente los habría matado (Sessarego 2013a, cap. 2). Además, la presencia de un buen número de cautivos ancianos sugiere que la esperanza de vida de los esclavos era bastante larga y, por lo tanto, las condiciones de vida podrían no haber sido tan duras como en otras sociedades de plantación, donde la edad promedio de los esclavos no sobrepasaba los 30–35 años (véase, por ejemplo, Migge 2003 para Surinam). Flores Galindo (1984, 108) también ofrece un informe de los esclavos encontrados en San Regis durante este período. Su número coincide con el indicado por Macera (1966, 43): 302 esclavos. Por otra parte, cuando se habla de esta región, Flores Galindo constata que estos cautivos, así como la mayoría de los esclavos introducidos en las plantaciones costeras, eran probablemente criollos (1984, 109): Los grandes propietarios de la costa [. . .] preferían a los negros criollos: con ellos era más factible desarrollar los lazos paternales y, además, se podía esperar que estuvieran entrenados en cultivos tan laboriosos como la caña o tan delicados como la vid.
112 Sandro Sessarego Esta información, además de los datos proporcionados por Macera (1966) sobre el adoctrinamiento religioso y la flexibilidad de trabajo y movilidad relacionada con las chacras de esclavos, reduce aún más la probabilidad de que una lengua criolla fuera hablada en la región. Después de la reforma agraria (1963–1979), la educación básica y la movilidad llegaron a casi todas las comunidades afroperuanas, de modo que hoy en día muchos jóvenes afroperuanos no trabajan más en los campos, sino que prefie ren estudiar y trasladarse del campo a los centros urbanos para buscar mejores empleos. el aumento en la movilidad y la educación han dado lugar a una disminución gradual del uso de la variedad tradicional que está perdiendo terreno a favor de la variedad más prestigiosa del español peruano costeño. De hecho, en algunas de las conversaciones más espontáneas que pude registrar entre miembros de la misma familia, los abuelos se dirigirían a los más jóvenes usando patrones fonológicos y morfosintácticos notablemente tradicionales. Sin embargo, incluso en esas circunstancias, los hablantes más jóvenes normalmente respondían usando la norma costeña prestigiosa. Esta aparente falta de uso de la variedad tradicional por las generaciones más jóvenes ilustra un contexto sociolingüístico que sugiere que en dos generaciones, o tal vez en una, el EAP podría perderse completamente.
Mapa 4.2 San Regis, San José, El Guayabo y El Carmen, Provincia de Chincha, Perú
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6 Conclusiones Contrariamente a lo que sugiere McWhorter (2000), la información sociohistórica encontrada en el Perú costero colonial no parece indicar que esta región representara el lugar ideal para que una lengua criolla del español se desarrollara. Los datos indican que, en general, el sistema agrícola peruano se basaba principalmente en haciendas pequeñas y medianas y que la introducción de esclavos se produjo gradualmente. Esto se debió a las restricciones económicas y logísticas que limitaban el tráfico de esclavos. Solamente unos pocos individuos laicos del sector privado, al igual que los jesuitas, tenían los recursos financieros para explotar significativamente la mano de obra esclavizada. Sin embargo, incluso en estos casos, la introducción de esclavos nunca fue masiva ni abrupta. Además, muy probablemente un alto porcentaje de cautivos nacidos en el país hablaba un español vernáculo relativamente cercano a la variedad costeña de prestigio. Por otra parte, el análisis del sistema jesuita de plantación en el Perú parece indicar que los patrones demográficos, morales y laborales implementados por la Compañía de Jesús probablemente favorecieron la adquisición de la lengua española entre los miembros de la comunidad esclava. Los datos encontrados para la región de Chincha no sugieren que tales plantaciones representaran un “criadero canónico” (McWhorter 2000, 7) para que se formara una lengua criolla. En cambio, la presencia de los jesuitas y su concentración en la educación religiosa (Macera 1966), así como las observaciones de Flores Galindo (1984, 109) sobre la preferencia en el uso de los cautivos criollos, parecen estar en línea con las tendencias peruanas generales con respecto al sector agrícola. Ni los rasgos lingüísticos recopilados durante mi trabajo de campo, ni los datos comunicados independientemente por los lingüistas Cuba (2002), Lipski (1994a) y el literato Gálvez Ronceros (1975) sugieren una hipótesis criolla para el EAP. Como se indicó anteriormente en este artículo, ya que no tenemos datos lingüísticos diacrónicos sobre la naturaleza de la variedad utilizada en estas comunidades rurales específicas durante la época colonial, nunca estaremos completamente seguros de que no se hablara una lengua criolla en la región. Sin embargo, basándonos en la información disponible, parece razonable decir que el EAP presenta características comúnmente encontradas en las variedades vernáculas y en segundas lenguas avanzadas del español.3 Dichos rasgos gramaticales no implican necesariamente una etapa criolla anterior de este dialecto afrohispánico (véase Sessarego 2011, 2013c). Todas estas consideraciones no solo esclarecen el origen del EAP al mostrar que la costa peruana no debe analizarse como un lugar ideal para que se formara una lengua criolla (contra McWhorter 2000). También contribuyen a lograr una mejor comprensión del origen y de la evolución de las otras variedades afrohispánicas de América.
114 Sandro Sessarego
Notas * The University of Texas at Austin. 1 Las ideas presentadas en este trabajo no son nuevas; han sido expuestas por el autor en varios estudios anteriores. En particular, un análisis histórico y lingüístico del español afroperuano se ha ofrecido – en inglés – en una monografía, intitulada Afro-Peruvian Spanish, dedicada a esta variedad afrohispánica (Sessarego 2015). 2 Un revisor anónimo sugiere que para futuros estudios sería de interés llevar a cabo un trabajo más detallado sobre las prácticas educativas de los jesuitas para así averiguar la posible existencia de tratados etnográficos que describan las lenguas y culturas de los esclavos bozales empleados en sus haciendas. No se puede no estar de acuerdo con este comentario. 3 Un revisor anónimo clasifica de “ingenuo” este comentario porque existen en Europa y en América Latina varios archivos históricos que podrían ayudarnos a descubrir más información acerca de este tema y así cerrar el debate. Como ya he indicado en la nota pie de página anterior, no se puede no estar de acuerdo con quien afirma que una investigación más amplia podría ayudarnos a entender mejor. Eso me parece bastante obvio, y no solo se aplica al campo de la lingüística afrohispánica, sino a toda disciplina. Hasta el momento, de todas formas, no he encontrado estudios sobre el EAP que lleven a cabo trabajos históricos de dicho tipo en relación con el desarrollo de las variedades afrohispánicas en el Perú. Por eso, no me parece tan ingenuo decir que la información que hasta el momento está a disposición de la comunidad lingüística parece indicar que el EAP nunca fue una lengua criolla. Me queda muy claro que los hipotéticos trabajos futuros de los cuales habla este revisor anónimo podrían revelar que me equivoco; pues, como dijo Alberto Crespo (1995, 7) en su estudio sobre la esclavitud negra en Bolivia, “la historia es siempre una aproximación”. Por eso, cuanto más se investigue el tema, más nos aproximaremos a la verdad. Por el momento, solo puedo basar mis hipótesis sobre la información que tengo a mi disposición en el presente, y entonces no me parece ingenuo sugerir que probablemente el EAP no es el resultado de un proceso de descriollización.
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5 La construcción del castellano andino en el Perú Luis Andrade Ciudad*
1 Introducción El término castellano andino o español andino goza ahora de amplia difusión en la lingüística hispánica. Definido técnicamente a mediados de la década de 1970 (A. Escobar 1978) y sujeto a redefiniciones posteriores (Calvo Pérez 2008; Caravedo 1996a, 1996b; A. M. Escobar 2000; Cerrón-Palomino 1981; Godenzzi 1991; Rivarola 2000a, 2000b), el concepto ha ganado aceptación en la comunidad académica, pero, al mismo tiempo, ha terminado expresando nociones muy distintas según las diferentes aproximaciones teórico-metodológicas de los estudiosos. En otro lugar he argumentado que estas diferentes aproximaciones se pueden dividir, según sus énfasis, en tres ejes: un eje que privilegia la caracterización regional de esta variedad, otra aproximación que pone el acento en su caracterización social y un tercer enfoque que subraya su carácter de variedad de contacto (Andrade 2016, 49–70). Más allá de estas diferencias, en esta oportunidad me interesa determinar, de manera más específica, cuáles son los rasgos que ha privilegiado en conjunto la comunidad académica para la construcción de la categoría. Propondré que si observamos con detalle este conglomerado de características, podremos inferir de manera más fundamentada cuáles son los alcances y énfasis, pero también los sesgos y limitaciones, asociados con el programa de investigación del castellano andino. Resultará útil para esta aproximación el concepto de paradigma, entendido como el “conjunto característico de creencias e ideas preconcebidas”, incluidos compromisos metodológicos y procedimentales, que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica determinada (Kuhn 1978, 12, 2004 [1971]). Este conjunto conceptual orienta de manera importante, según Kuhn, la definición de cuáles son los problemas que una comunidad académica debe investigar, mostrándolos como “particularmente reveladores”, al mismo tiempo que excluye otros del campo de visión (Kuhn 2004 [1971], 52). Me interesará observar estas predilecciones y prioridades desde dos perspectivas: una regional y otra referida a la naturaleza de los fenómenos estudiados según su ubicación en los diferentes niveles de análisis lingüístico, sea este fonético-fonológico, morfosintáctico o pragmático-discursivo. Me preguntaré
La construcción del castellano andino en el Perú 119 cómo se ha construido la categoría de castellano andino desde el punto de vista empírico; en términos más concretos, qué clase de hablas regionales y qué tipo de fenómenos se han enfatizado en el desarrollo de esta noción. Para responder a esta interrogante, utilizaré una matriz que especifica cuáles son los rasgos identificados como característicos de esta variedad en una selección de estudios especializados.1 En la siguiente sección presentaré un breve recorrido histórico sobre la denominación de castellano andino y sus formas asociadas. En la sección 3 detallaré el procedimiento seguido, así como los alcances y limitaciones de este ejercicio. En la sección 4 identificaré cuáles han sido los fenómenos más frecuentes en la caracterización del castellano andino y los clasificaré según el nivel de análisis lingüístico al que corresponden. En la sección 5 expondré los resultados vinculados con el origen regional de estos fenómenos. La sección final presentará, además de las conclusiones, un conjunto de sugerencias para profundizar de manera más equilibrada, en los dos sentidos antes mencionados, el estudio de esta variedad.
2 Del lenguaje cholo al castellano andino En la lingüística hispánica contemporánea, el término castellano andino o español andino hace referencia a un conglomerado dialectal caracterizado por haberse construido en contacto con las lenguas andinas, incluyendo entre estas no solo al quechua y al aimara – idiomas que siguen vigentes hoy en día y que desde la colonia han sido considerados como las “lenguas mayores” de los Andes –, sino también otras que hoy se encuentran extintas (Godenzzi 1991, 107–108), como el culle de la sierra norte del Perú (Adelaar 1990; Adelaar y Muysken 2004; Torero 1989). Desde el punto de vista regional, se ha enfatizado, con más o menos rigidez, el anclaje geográfico de estas hablas en las regiones de Sudamérica marcadas por la presencia de la cordillera de los Andes. Algunos autores han postulado una localización muy estricta de esta variedad en la región “propiamente andina” (Calvo Pérez 2008; Rivarola 2000a); otros han sido más permeables a considerar los fenómenos de migración conducentes a la diseminación de esta variedad fuera de las mencionadas áreas, hasta alcanzar las principales localidades de la costa y de la Amazonía (A. Escobar 1978; Caravedo 1996a, 1996b; Cerrón-Palomino 1981). La primera definición técnica del castellano andino justamente hace referencia a la difusión de esta variedad hacia Madre de Dios, un departamento amazónico del sur del Perú, por razones migratorias. El académico que la planteó, a mediados de los años setenta del siglo pasado, Alberto Escobar (1978, 57), transformaba de este modo una denominación que hasta entonces había sido puramente geográfica en una noción propiamente lingüística. Al mismo tiempo, Escobar consi deró que el castellano andino se diferenciaba, en tanto variedad materna, de una entidad dialectal y social que denominó interlecto, un castellano característico de los bilingües que, con lengua materna quechua o aimara, habían aprendido la segunda lengua fuera de los espacios de educación formal, y habían migrado principalmente de las zonas rurales de los Andes a las ciudades más grandes de
120 Luis Andrade Ciudad la sierra y la costa. La validez de esta división – posteriormente profundizada y afinada por Anna María Escobar (1994, 2000), hija del mencionado estudioso, bajo las denominaciones de español andino y español bilingüe – fue discutida posteriormente con evidencia regional procedente del noroeste argentino (Granda 2001a, 199) y el valle del Mantaro (Zavala 1999, 69). Asimismo, fue debatida con argumentos de índole más teórica por Caravedo (1992a, 129) y Pérez Silva (1999). En sus trabajos recientes, Anna María Escobar ha presentado versiones revisadas de la división (p. ej. A. M. Escobar 2011), de manera que esta discusión sigue vigente. Antes del trabajo pionero de A. Escobar, el castellano que mostraba influencia de las lenguas andinas, sea en el lenguaje de hablantes bilingües o monolingües, recibió denominaciones diversas tanto en los trabajos especializados como en obras literarias de temática andina. Sin la pretensión de hacer una revisión exhaustiva, he podido registrar, en los trabajos técnicos previos a 1978, las etiquetas de Sierra Spanish (Lozano 1975, 299), serrano speech, mestizo dialect of Peru (Gifford 1969), Peruanisches Spanisch (Schneider 1952), español de las regiones montañosas del Perú (Kany 1951 [1945]), así como denominaciones más específicas y atomizadoras como español de Ayacucho (Stark 1970) y español de Calemar (A. Escobar 1993).2 Como se ve, las denominaciones previas al trabajo de A. Escobar (1978) también se anclaban en la geografía, pero usaban más bien el significante sierra o sus derivados, o bien la toponimia propia de cada localidad estudiada, o – más escasamente – aludían al proceso de mestizaje, como en mestizo dialect of Peru. Una alternativa aislada, en la hispanística británica, echó mano del adjetivo Andine, de corta duración frente a Andean, en la expresión Andine Spanish (Entwistle 1951 [1935]). Esta última es la denominación más antigua que he encontrado en la literatura técnica sobre la base del significante Andes para denominar este conglomerado dialectal. La referencia, sin embargo, era puramente geográfica. En el terreno propiamente literario, es interesante observar los esfuerzos desplegados por denominar estos castellanos en los principales creadores de obras con temática andina. Por ejemplo, Ciro Alegría presenta, en Los perros hambrientos, una etiqueta paralela a la de mestizo dialect of Peru: “En el lenguaje cholo”, dice él, “algunas palabras keswas superviven injertadas en un castellano aliquebrado que sólo ahora comienza a ensayar su nuevo vuelo” (Alegría 1939, 22, énfasis mío). En 1939, el escritor José María Arguedas anunciaba, en términos más dramáticos, la agonía del mestizo-bilingüe por forjar, a partir del quechua, un “español quechuizado”, un castellano con la “sintaxis destrozada” en cuya morfología íntima se reconocería “el genio del quechua” y que estaría muy alejado del “castellano puro” propugnado entonces por diversos intelectuales como la mejor alternativa para las escuelas rurales del país (Andrade y Panizo 2013; Arguedas 1986 [1939]; Landreau 2004). Está pendiente una revisión pormenorizada de las maneras como se han representado estas hablas en la literatura andinista del siglo XX, así como un análisis de las posibles relaciones entre estas representaciones y los antecedentes que condujeron a la etiqueta y a la concepción académica del castellano andino o español andino.
La construcción del castellano andino en el Perú 121 Por ejemplo, se podría estudiar si el énfasis que pusieron tan tempranamente Arguedas y Alegría en destacar el papel del quechua en la gestación de este castellano tuvo alguna influencia en el desarrollo posterior de la categoría analítica. Este énfasis no sorprende en un escritor que, como Arguedas, basó largamente su proyecto estético en el vínculo con el quechua, idioma al que estaba estrechamente ligado por razones biográficas e identitarias (Andrade y Pollarolo 2018; Bernabé 2006; Forgues 1991). En cambio, este énfasis resulta llamativo en el caso de Alegría, quien retrata en su obra, más bien, un escenario lingüístico que, como hoy sabemos, estuvo marcado por la influencia del culle y no centralmente del quechua (Adelaar 1990; Adelaar y Muysken 2004; Torero 1989).3 Posteriormente, en la década de 1970, con la influencia política del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado y con el énfasis disciplinario en el bilingüismo quechuacastellano y aimara-castellano, se terminaría por ocultar el interés de aquellas variedades regionales andinas monolingües que no mostraran los efectos del contacto con las “lenguas andinas mayores”.4 En este trabajo me concentraré en la producción académica realizada en las décadas posteriores al establecimiento de la categoría castellano andino por parte de Escobar (1978). Sostengo que es a partir de este trabajo, y de un antecedente casi olvidado por la literatura – el estupendo estudio de Cutts (1973) sobre el castellano de Puno –, que se inicia la consolidación del estudio científico de este conglomerado dialectal. En las décadas siguientes la etiqueta se estabilizaría, y se observaría solo una competencia entre las denominaciones castellano andino y español andino, siendo esta última la opción más frecuente entre los autores que publican mayormente en inglés.5 Como puede suceder con toda categoría analítica, la noción corre ahora el riesgo de reificarse (véase Andrade y Pérez Silva, en este volumen) y pensarse como una entidad uniforme y homogénea, con lo cual se invisibilizan los énfasis y los sesgos que han marcado su gestación y su historia. Justamente a desempaquetar estas prioridades disciplinarias se aboca este capítulo. Antes de hacerlo, detallaré el procedimiento que he seguido.
3 Procedimiento La matriz en la que se basa este examen ha sido construida de la siguiente manera: se eligieron cuatro influyentes estudios panorámicos sobre el castellano andino (A. Escobar 1978; A. M. Escobar 2011; Godenzzi 1996a, 2005; Zavala 1999) y se identificaron los rasgos que describen sus autores como característicos de esta variedad. Cada estudio fue desagregado en una columna de la tabla y cada rasgo constituyó una fila. Los rasgos fueron agrupados según su ubicación en los dife rentes niveles de análisis lingüístico: diferenciamos el nivel fonético-fonológico, el nivel morfosintáctico y el terreno pragmático-discursivo. Además, tomamos en cuenta los aspectos léxicos. Las diferencias entre un nivel y otro se marcaron mediante tramas. Es claro que la división entre un nivel y otro no siempre es consensual. Por ejemplo, para la matriz consideré los morfemas como unidades morfosintácticas y, por tanto, los coloqué en el nivel morfosintáctico. Desde otras perspectivas, se
122 Luis Andrade Ciudad concebirían como parte del léxico. Asimismo, algunos elementos que han sido tratados tradicionalmente como parte del léxico, podrían ser vistos como manifestaciones externas de estructuras sintácticas particulares. Es el caso de con . . . más en expresiones como con su yapa más y con mi hermano más. En casos como este último, he priorizado las caracterizaciones hechas por los autores revisados. El resultado final de este ejercicio permitió observar claramente si solo uno, dos, tres o los cuatro autores consideraron cada rasgo como distintivo de esta variedad. De esta manera, se pudo diferenciar los rasgos más consensuales (aquellos que contaron con cuatro o tres menciones) de aquellos menos consensuales (aquellos que contaron con una sola mención). De manera complementaria, en una quinta columna, se registraron los estudios específicos que eventualmente hubieran sido dedicados a cada uno de los rasgos identificados. Esta fue una manera adicional de aproximarse al carácter consensual de cada rasgo, más allá de los cuatro autores inicialmente considerados. Seleccioné los cuatro estudios debido a su carácter panorámico (el hecho de que se propusieran cubrir los diferentes niveles de análisis lingüístico), a su concentración en el castellano hablado en los Andes y a la influencia que han tenido en el desarrollo de este programa de investigación. Hay otros estudios panorámicos del castellano en el Perú igualmente valiosos e influyentes, pero que tienen un foco más amplio que la variedad andina. Tal es el caso, por ejemplo, de los estudios de Caravedo (1996a, 1996b, 1992a) y Calvo Pérez (2008). Por su parte, el trabajo de Klee y Lynch (2009) enfatiza los fenómenos de contacto en los Andes, pero no pretende cubrir otros usos, no atribuibles al contacto, que pudieran ser característicos de las variedades andinas, como el uso de vuestro y vuestra en el Cusco y Abancay.6 Asimismo, las descripciones desarrolladas por Inés PozziEscot (1972, 1975) se concentran solo en el terreno morfosintáctico y su único trabajo panorámico más amplio sobre el español de Ayacucho (Pozzi-Escot 1981) tuvo una difusión muy restringida: por alguna razón que no logro entender, casi no ha sido citado por los trabajos posteriores. Hay otros autores muy influyentes que han dedicado una serie de trabajos específicos al castellano andino, incluyendo acercamientos históricos a distintos fenómenos, pero que no cuentan con un estudio sincrónico con un panorama de los rasgos de la variedad (Cerrón-Palomino 2003; Rivarola 1990). Por esta razón, sus estudios no han sido considerados para la elaboración de la matriz, excepción hecha de la quinta columna de la tabla. La misma razón vale para un autor tan importante como Germán de Granda, cuyos únicos trabajos panorámicos sobre el castellano andino se centran en la variedad del noroeste argentino (Granda 2001b, 2001d). Sin embargo, este autor es ampliamente citado en la quinta columna, dada su vasta y erudita producción sobre distintos fenómenos específicos del castellano andino. Como se detalló en la sección anterior, tanto A. Escobar (1978) como A. M. Escobar (2011) diferencian el español andino de otra categoría sociodialectal, denominada interlecto en el caso del primer autor y español bilingüe en el caso de la segunda. Para ellos, se han tomado en cuenta todas las características atribuidas a ambas categorías, pero diferenciándolas: en el caso de A. Escobar se
La construcción del castellano andino en el Perú 123 especifica en la tabla si el rasgo en cuestión fue solo atribuido al interlecto y, en el de A. M. Escobar, si fue solo asignado al español bilingüe. Si no se hace esta especificación, se asume que ambos autores asignaron el rasgo al español andino en el sentido restringido que postulan. En el caso de A. M. Escobar, su estudio más influyente fue publicado en castellano en el año 2000, pero elegimos otro para la matriz, publicado en inglés en el 2011, porque mientras que el primero trata exclusivamente de fenómenos morfosintácticos y pragmático-discursivos, sin abordar los de orden fonético-fonológico, el estudio más reciente sí lo hace. De cualquier modo, hemos considerado el libro del 2000 en el detalle brindado en la quinta columna. Antes de su pionero trabajo de 1978, A. Escobar había presentado una tesis doctoral sobre el castellano representado en La serpiente de oro de Ciro Alegría, novela ambientada en Calemar (Bolívar, La Libertad), un puerto fluvial en el río Marañón, en una zona que, sabemos ahora, tuvo influencia culle. Sin embargo, este trabajo no se publicó sino hasta inicios de los años noventa (A. Escobar 1993) y extrañamente el manuscrito no es citado una sola vez en el texto de 1978. Diera la impresión de que A. Escobar no encontró continuidad entre sus intereses iniciales en el castellano de la mencionada novela y sus posteriores esfuerzos por caracterizar la variedad andina. En cuanto a los trabajos específicamente dedicados a los diferentes rasgos identificados (los de la quinta columna), he intentado ser exhaustivo en cuanto a la cobertura del castellano andino peruano. En esta columna, además, he creído oportuno considerar algunos estudios referidos a otras variedades andinas, como la del noroeste argentino y la de la sierra ecuatoriana, pero, como se comprenderá, sin pretensiones de exhaustividad en estos últimos casos, dada la amplitud y dispersión de la producción académica sobre este conjunto dialectal. Una vez armada la matriz, se distinguieron los rasgos más consensuales de los menos consensuales y luego se observó a qué nivel de análisis pertenecían con mayor frecuencia los primeros y los segundos (sección 4). Posteriormente, se determinó el origen regional de las muestras empleadas por los cuatro autores seleccionados en sus respectivos análisis. Se complementó este dato con una evalua ción del origen regional de los datos usados por los estudios complementarios que estuvieran centrados en el Perú (sección 5). Además de los objetivos planteados en este examen, la matriz presentada en el anexo puede ser útil como una guía introductoria para el examen de cada rasgo identificado. Si bien no se debe considerar que la tabla cubre toda la bibliografía relevante para cada rasgo, el esfuerzo puesto en identificar, en la última columna, estudios específicos para cada característica ayudará a los estudiosos y estudiosas a dirigirse a las fuentes más enfocadas en sus intereses, y en estas seguramente podrán encontrar la bibliografía adicional relevante. Por ejemplo, si a alguna estudiosa le interesara el uso particular de los pronombres reflexivos con ciertos verbos que no los llevan en otras variedades hispánicas (p. ej. Su primera esposa se está en Cochabamba, Muntendam 2005), observará en la matriz que esta es una característica abordada y ejemplificada por Zavala, quien la describe como una extensión del reflexivo de compromiso emocional
124 Luis Andrade Ciudad castellano a verbos que no lo llevan en la variedad estándar (Zavala 1999, 66). En la última columna podrá notar, asimismo, que hay dos trabajos adicionales dedicados específicamente al tema: Solís (1988) y Muntendam (2005), y otro panorámico que también lo aborda (A. M. Escobar 2000, 105–106). Si bien hay otros estudios que tratan este fenómeno y que no han sido recogidos en la matriz por no presentar tratamientos específicos del mismo, la interesada podrá llegar a ellos mediante la lectura de los cuatro textos señalados. En el caso propuesto, estos trabajos adicionales son Mendoza y Minaya (1975), Miranda (1978), Soto (1978) y Benavente (1988), y estas cinco fuentes son citadas por Muntendam (2005), Zavala (1999) y Solís (1988). Una posible limitación del procedimiento utilizado es que toma en cuenta estudios realizados en muy distintos momentos en el tiempo. Esto podría verse, sin embargo, como una ventaja, ya que permite observar el desarrollo del programa de investigación en un arco temporal bastante amplio. Estudios posteriores podrían afinar la mirada y concentrarse en distintas etapas de este desarrollo. De cualquier modo, hay que tomar en cuenta que el estudio más reciente que se ha considerado en las cuatro primeras columnas corresponde al 2011. Esto probablemente me ha llevado a dejar de lado fenómenos lingüísticos que han cobrado interés solo en trabajos recientes. Por supuesto, no debe tomarse la matriz presentada como un catálogo cerrado de las características atribuidas al castellano andino peruano. Otra limitación de la matriz es que, por los objetivos del análisis, he tenido que simplificar en diversas ocasiones los planteamientos de los distintos autores sobre determinado tema. Por ejemplo, la función del pretérito perfecto es interpretada de maneras muy específicas y diferentes por A. M. Escobar (2011) y Zavala (1999). Sin embargo, para poder incluir estas menciones en una sola fila, he tenido que abandonar el detalle de ambas descripciones y abstraerlas de manera muy simple como “usos particulares del pretérito perfecto”. De este modo, la matriz debe considerarse solo como una guía, pues es poco sensible a las interpretaciones específicas de cada fenómeno por parte de los distintos autores. Finalmente, he podido observar algunos pocos fenómenos que han sido registrados para el castellano andino y que no han sido cubiertos por la matriz elaborada, dado que ninguno de los cuatro autores que han servido de base los han mencionado en sus respectivos panoramas dialectales. La ausencia más importante que he notado hasta el momento es el gerundio con valor perfectivo (Vine comiendo ‘Vine habiendo comido’).7 Asimismo, hay usos pragmático-discursivos especiales de también y pero que se han estudiado en la literatura, pero que ninguno de los cuatro autores ha consignado (Cerrón-Palomino 1996b para también; Calvo Pérez 2001 para también y pero). De cualquier forma, considero que la matriz ofrece un panorama bastante completo y amplio de la forma como se ha caracterizado esta variedad a lo largo de las cuatro décadas en que viene siendo estudiada sistemáticamente.8
4 Énfasis y sesgos analíticos En una introducción a las distintas variedades de castellano en el mundo destinada a un público angloparlante, el lingüista británico Ian Mackenzie (2001)
La construcción del castellano andino en el Perú 125 afirmó que el estudio del castellano andino ha enfatizado los fenómenos de orden fonético-fonológico y sintáctico. La revisión de los datos aportados por la matriz confirma este planteamiento. A continuación, presento los rasgos más consen suales que se identifican en la matriz como característicos del castellano andino; es decir, aquellas características que han sido resaltadas por lo menos por tres de los cuatro estudios analizados:
Cuadro 5.1 Rasgos característicos del castellano andino según tres o cuatro estudios Rasgo
Nivel de análisis
Particularidades referidas al timbre vocálico de /i/, /e/, /o/, /u/ Monoptongación o alteración de secuencias vocálicas /r/ asibilada Mantenimiento de la oposición /ʎ/ – /ʝ/ Fricativización de oclusivas en final de sílaba y contacto con consonante Cambios en consonantes /b/, /d/, /g/, /f/ Alteraciones acentuales Ausencia de artículo Doble marcación en la frase posesiva Orden posesor-poseído en la frase posesiva Omisión de pronombre de tercera persona objeto obligatorio en estándar Lo polivalente para femenino y plural Discordancia de género en la frase nominal Discordancia de número en la frase nominal Discordancia de número en la oración Desviaciones en el uso de las preposiciones: omisión Diciendo como subordinador citativo Dice con valor reportativo
Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo
Si bien a partir de esta tabla podría pensarse que son más los fenómenos morfosintácticos consensuales que los de orden fonético-fonológico, debe tomarse en cuenta que el total de fenómenos del primer tipo es mayor que el del segundo. Los fenómenos consensuales de orden fonético-fonológico son siete de veintiuno (33,3%), mientras que los de naturaleza morfosintáctica son nueve de cincuenta (18%), de manera que, en términos relativos, se puede afirmar que ha existido más consenso entre los especialistas en cuanto a los rasgos fonético-fonológicos como característicos de esta variedad. Los fenómenos que son claramente poco consensuales son los de orden pragmático-discursivo, que suman dos de dieciséis. Aún más escasos como fenómenos consensuales son los rasgos de tipo léxico. Ninguno de los diez rasgos de este tipo ha sido identificado por los cuatro o cuando menos tres de los autores estudiados. De hecho, si listamos los fenómenos que cuentan con una sola mención entre los cuatro autores, veremos que los menos consensuales son los fenómenos de este tipo.
126 Luis Andrade Ciudad Cuadro 5.2 Rasgos característicos del castellano andino según uno solo de los cuatro estudios Rasgo
Nivel de análisis
Diptongación por hipercorrección (Zavala 1999) Ensordecimiento y retracción de la /r/ asibilada ante pausa (A. Escobar 1978) Articulación oclusiva de /b/, /d/, /g/ entre vocales (A. Escobar 1978) Ese apical sibilante (A. Escobar 1978) Palatalización de /s/ ante /i/ (A. Escobar 1978) Grupo /ks/ pronunciado como [x] (A. Escobar 1978) Articulación de /ʧ/ con énfasis en el momento fricativo (A. Escobar 1978) Diminutivos, hipocorísticos y gentilicios con /ʃ/ (A. Escobar 1978) Tempo pausado, tono grave (A. Escobar 1978) Diminutivo con -ecito, -ecita (A. Escobar 1978) Pluralizador -kuna como préstamo del quechua (A. M. Escobar 2011) Marca de primera persona posesora -y como préstamo del quechua (A. M. Escobar 2011) Regularización de marcación de género para palabras masculinas terminadas en -a y femeninas no terminadas en -a (Zavala 1999) Regularización de formas verbales (A. M. Escobar 2011) Posesivo con frase preposicional de mí (A. M. Escobar 2011) Uso redundante del determinante posesivo con sustantivos inalienables (Zavala 1999) Doble marca de complemento indirecto: Te voy a preguntarte (A. Escobar 1978) Leísmo para objetos animados (A. M. Escobar 2011) Lo por le, la por le, los por les (A. Escobar 1978) Lo aspectual (Zavala 1999) Lo que como nominalizador (Zavala 1999) Reflexivo de compromiso emocional (Zavala 1999) Frases preposicionales tienden a aparecer al inicio del enunciado (por foco) (A. M. Escobar 2011) Adverbios tienden a aparecer en posición preverbal y al inicio del enunciado (por foco) (A. M. Escobar 2011) Orden determinante-posesivo-nombre (A. M. Escobar 2011) Uso mirativo del pluscuamperfecto (Zavala 1999) Desviaciones en el uso de las preposiciones: alteración semántica (Zavala 1999) Superlativo con muy antepuesto: Muy riquísimo (A. Escobar 1978) Uso del subjuntivo presente para eventos pasados en cláusulas subordinadas (A. M. Escobar 2011) Usos especiales del dequeísmo (A. M. Escobar 2011) Uso generalizado de que como subordinador (A. M. Escobar 2011) Presente usado como pasado con más frecuencia que en variedades no andinas (Zavala 1999)
Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Fonético-fonológico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico
La construcción del castellano andino en el Perú 127 Rasgo
Nivel de análisis
Usos particulares de estar + gerundio (A. M. Escobar 2011) Hacer + infinitivo con valor causativo (A. M. Escobar 2011) Saber + infinitivo con valor habitual (A. M. Escobar 2011) Usos especiales del futuro sintético (A. M. Escobar 2011) Usos especiales del futuro perifrástico (A. M. Escobar 2011) Ausencia de discurso indirecto (Godenzzi 1996a, 2005) Nomás como suavizador de la expresión (Zavala 1999) Ya con valor sustitutorio (Zavala 1999) Doble aparición de ya (Zavala 1999) También + No (Godenzzi 1996a, 2005) Usos especiales de siempre (A. M. Escobar 2011) Usos especiales de sí (A. M. Escobar 2011) Usos especiales de así (A. M. Escobar 2011) Valores discursivos del diminutivo: cortesía (A. M. Escobar 2011) Uso de títulos y grados con el nombre de pila (A. M. Escobar 2011) Adición del adverbio más al final de la expresión: Con su yapa más (A. Escobar 1978) Expresiones por su tras, por su delante (A. Escobar 1978) ¿Qué te llamas? (vs. ¿Cómo te llamas?) (A. Escobar 1978) Expresiones mi mayor, mi menor (A. Escobar 1978) Expresiones del tipo Estar de hambre (A. Escobar 1978) Mantenimiento de la tripartición este/a(s), ese/a(s), aquel/la(s) (A. Escobar 1978) Mantenimiento del posesivo vuestro (A. Escobar 1978) Expresión de eso por por eso (Godenzzi 1996a, 2005) De ahí por luego (Godenzzi 1996a, 2005)
Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Morfosintáctico Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Pragmático-discursivo Léxico Léxico Léxico Léxico Léxico Léxico Léxico Léxico Léxico
Los rasgos léxicos que han sido mencionados por solo un autor son nueve de diez (el 90%); los de orden pragmático-discursivo, diez de dieciséis (62,5%); los de índole morfosintáctica, veintiocho de cincuenta (56%), y los de tipo fonéticofonológico, nueve de veintiuno (42.8%). Esto sin duda se relaciona con el carácter no estructurado del léxico, en contraste con los aspectos gramaticales y fonéticofonológicos en el saber de los hablantes. Sin embargo, considero que ello también se vincula con una desatención de este tipo de elementos en la literatura especializada, salvo que se trate de quechuismos y aimarismos en el castellano, tema sobre el cual existe un amplio conjunto de estudios (véase, por ejemplo, Calvo Pérez 2001; Fernández Lávaque 1998f, 1998g; Rodas 1998b; Vargas Orellana s. f.). Este último énfasis sugiere, a mi modo de ver, que los fenómenos de contacto han sido privilegiados en el estudio del castellano andino frente a expresiones de origen castellano o peninsular pero que son igualmente distintivas de este conglomerado dialectal.9 El segundo lugar entre los tipos de fenómenos que han gozado de menos consenso entre los especialistas lo ocupan los de orden pragmático-discursivo. Ello se relaciona con la propia historia de la disciplina: la dialectología estructural, marco en el cual se inicia el estudio del castellano andino, enfatizó desde sus
128 Luis Andrade Ciudad inicios las isoglosas de orden fonético-fonológico (Rona 1964) y ese fue precisamente el énfasis de A. Escobar (1978) en su primera caracterización del interlecto y el español andino. Desde un enfoque sociolingüístico, se empezaron a tomar en cuenta después, en la década de 1980, en mayor medida las características de tipo morfosintáctico, mientras que los fenómenos pragmático-discursivos, si bien observados e identificados ya desde las descripciones pioneras de Cutts (1973) y Escobar (1978), empezaron a ser abordados con instrumentos y procedimientos adecuados recién en la década de 1990. Hay una salvedad que hacer entre los fenómenos de orden fonético-fonológico y se relaciona con el estudio de la prosodia. La caracterización tan preliminar de los patrones andinos de entonación por parte de Escobar (“tempo pausado, tono grave”) no fue en absoluto profundizada en los estudios posteriores, sino hasta la década del 2000 con los trabajos de Delforge sobre el debilitamiento y caída de vocales (Delforge 2008, 2012) y de O’Rourke sobre los patrones entonacionales (O’Rourke 2012, 2008, 2004).10
5 Énfasis y sesgos regionales En el cuadro 5.1 notamos que entre los fenómenos listados como más consensuales se encuentran algunos que han sido reportados solo para el castellano andino del sur y el sur central, pero no para los Andes norperuanos. Así, las particularidades referidas al timbre vocálico de /i/, /e/, /o/, /u/ – el conjunto de usos denominado motoseo en la literatura – ha sido identificado como ausente en mi trabajo de campo en las provincias serranas de La Libertad, el sur de Cajamarca y el norte de Ancash (Andrade 2016, 224–227). En cuanto a la alteración de secuencias vocálicas, esta solo se ha encontrado parcialmente en dicha región peruana: si bien se han identificado estrategias diversas de disolución de hiatos, no se ha registrado la aversión a los diptongos que se encuentra en el sur (Andrade 2016, 227–229). Diciendo como subordinador citativo es otro rasgo ausente en los Andes norteños, donde el discurso reportado se engarza en el diálogo mediante estrategias que echan mano del verbo decir conjugado, como en las variedades costeñas (dijo, dice, digo, etcétera) (Andrade 2016, 287–290, 2017). Otro rasgo presente en el cuadro 5.1 y que solo ha sido descrito para el sur andino, especialmente para el Cuzco, es la fricativización de oclusivas en final de sílaba y contacto con consonante (proyexto < proyekto, afto < apto, aθlas < atlas). De hecho, Cerrón-Palomino (1996a) lo explica como el resultado de un complejo camino sustratístico que va, en primer lugar, desde el aimara hasta el quechua sureño y, luego, de este al castellano. Si bien hay otros fenómenos en el cuadro 5.1 que también son compartidos por el castellano andino norperuano – el mantenimiento de la oposición entre /ʎ/ y /ʝ/ entre los de índole fonético-fonológica y la doble marcación de las frases posesivas entre los de tipo morfosintáctico –, la fuerte presencia de usos característicos de los Andes sureños muestra, a mi modo de ver, la existencia de un sesgo regional en la construcción de este objeto de estudio: una sureñización marcada en la elaboración académica del castellano andino. Si nos detenemos en el origen
La construcción del castellano andino en el Perú 129 de las muestras que dieron lugar a las descripciones panorámicas resumidas en el anexo, podemos observar mejor esta tendencia: Cuadro 5.3 Origen regional de las muestras utilizadas por los cuatro estudios base Estudios panorámicos elegidos
Origen regional de la muestra
A. Escobar 1978 A. M. Escobar 2011 Godenzzi 1996a, 2005 Zavala 1999
No especifica (énfasis sureño y surcentral) No especifica No especifica (énfasis: Puno) Ayacucho
En otro lugar he argumentado que la muestra en que se basó A. Escobar para su estudio de 1978 debe de haber privilegiado el sur andino, el sur central y la costa peruana, en desmedro de los Andes norperuanos (Andrade 2016, 54–55). A. M. Escobar (2011), por su parte, presenta un estudio panorámico que recoge datos de diferentes estudios, pero en su trabajo del 2000 ella ha afirmado que se basa en entrevistas llevadas a cabo en Cuzco y Lima. Finalmente, si bien Godenzzi (2005) no especifica el origen geográfico de los datos con los que trabaja, el grueso de su trabajo académico, como se puede observar en la bibliografía, se ha basado en datos obtenidos en Puno. De este modo, los cuatro trabajos tomados como base para la matriz muestran una orientación clara hacia el sur andino en su caracterización de la variedad. Podría suponerse que involuntariamente he sesgado la selección de estudios para la matriz en función de la hipótesis de la sureñización defendida en este trabajo. Sin embargo, en la sección 2 se mencionaron otras publicaciones que hubieran podido ser elegidas para el mismo fin, pero que suponían diferentes desventajas. Si miramos el origen regional de sus datos, se reafirma la tendencia mencionada: mientras Caravedo (1996a, 1996b, 1992a) es la única que utiliza datos obtenidos de diferentes zonas de los Andes, Calvo Pérez (2008) trabaja con datos del Cuzco y Pozzi-Escot (1972, 1975, 1981) con informaciones recabadas en Ayacucho. A fin de contar con una muestra más amplia de trabajos para evaluar esta hipótesis, recogí en el siguiente cuadro los orígenes regionales de los datos con los que han trabajado los estudiosos citados en la última columna de la matriz. Para ello, solo tomé en cuenta los estudios referidos al castellano andino peruano, pues es la variedad cuya construcción se busca analizar aquí. He descartado, asimismo, los trabajos de índole histórica. En el gráfico 5.1 comparo la frecuencia con que cada región mencionada en el cuadro 5.4 fue elegida para recoger el material de análisis. En el caso de que los autores hayan dado el detalle de la localidad elegida, además de la región, simplificaré el dato tomando solo esta última, para una mayor claridad expositiva. El gráfico ilustra con claridad el sesgo regional favorable al sur andino, así como a Lima, la capital, como lugares de origen para las muestras en que se ha
130 Luis Andrade Ciudad Cuadro 5.4 Origen regional de las muestras en que se basaron los estudios complementarios Estudios complementarios
Origen regional de la muestra
Alvord et al. 2005 Andrade 2017 Andrade 2007 Benavente 1988 Calvo Pérez 2001 Calvo Pérez 2000 Calvo Pérez 1999 Camacho et al. 1995 Caravedo 1999
Calca, Cuzco Oyón, Lima; Pampas, Huancavelica; Otuzco, La Libertad Pampas, Huancavelica Puno No especifica No especifica No especifica Sur andino del Perú (sin especificar) Sur andino del Perú (Cuzco, Apurímac, Huánuco y Ayacucho) y norte andino del Perú (Cajamarca) Lima (toma en cuenta migrantes andinos) No especifica (argumento orientado al castellano de Cuzco, Puno, Moquegua y Arequipa) No especifica No especifica Zonas rurales del Valle del Mantaro No especifica Huancayo y Cuzco Cuzco Cuzco Lima (migrantes andinos) y Ayacucho Lima (migrantes andinos) y andinos no migrantes (sin especificar región de origen) Cuzco y migrantes andinos en Lima Cuzco y migrantes andinos en Lima No especifica Cuzco y migrantes andinos en Lima Cuzco y migrantes andinos en Lima Cuzco Cuzco Cuzco Chinchero, Cuzco Chinchero, Cuzco Chinchero, Cuzco
Caravedo y Klee 2012 Cerrón-Palomino 1996a Cerrón-Palomino 1996b Cerrón-Palomino 1992 Cerrón-Palomino 1976 Cerrón-Palomino 1975 Coronel-Molina 2011 De los Heros 2001 De los Heros 2000 De los Heros y Jara 2015 A. M. Escobar 2009 A. M. Escobar 2001 A. M. Escobar 2000 A. M. Escobar 1997 A. M. Escobar 1994 A. M. Escobar 1992 Delforge 2012 Delforge 2008 García Tesoro 2017 García Tesoro 2015 García Tesoro 2014 García Tesoro y Fernández Mallat 2015 García Tesoro y Jang 2018 Godenzzi 2010 Godenzzi 1998 Godenzzi 1996b Godenzzi 1991 Granda 2001b Jara Yupanqui 2013 Klee 1990 Klee y Caravedo 2006 Klee y Caravedo 2005 Klee y Ocampo 1995 Lozano 1975 Manley 2007
Chinchero, Cuzco Puno Puno Puno Puno No especifica (argumento orientado al castellano del sur andino peruano, Bolivia y el noroeste de Argentina) Lima Calca, Cuzco Lima (toma en cuenta migrantes andinos) Lima (toma en cuenta migrantes andinos) Calca, Cuzco Ayacucho Cuzco
La construcción del castellano andino en el Perú 131 Estudios complementarios
Origen regional de la muestra
Mayer 2017 Merma Molina 2008a Merma Molina 2008b Merma Molina 2008c O’Rourke 2008 O’Rourke 2004 Ocampo y Klee 1995 Paredes 1989 Paredes y Valdez 2008 Pérez Silva y Zavala 2010 Pérez Silva et al. 2008 Pozzi-Escot 1972 Schumacher de Peña 2009 Schumacher de Peña 1980 Solís 1988 Valdez Salas 2002 Villa Frey 2017 Zavala 2001 Zavala 1994 Zavala y Córdova 2010
Lima (toma en cuenta migrantes andinos) Cuzco Cuzco Cuzco Lima y Cuzco Lima y Cuzco Calca, Cuzco Lima Lima y Chota, Cajamarca Cuzco, Lima y Ayacucho Cuzco y Lima Ayacucho Tauribara, Áncash Puno No especifica Chota, Cajamarca Lima Ayacucho Ayacucho Ayacucho y Cuzco
1. Cuzco, 2. Lima, 3. No especifica, 4. Ayacucho, 5. Puno, 6. Cajamarca, 7. Junín, 8. Huancavelica, 9. “Sur Andino”, 10. La Libertad, 11. Apurímac, 12. Huánuco, 13. Áncash
30 25 20 15 10 5 0
1
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3
4
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7
8
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Gráfico 5.1 Frecuencia de cada región como fuente de datos del castellano andino
basado el análisis del castellano andino. De todas las regiones, Cuzco ocupa el primer lugar, con 28 estudios que lo han elegido como localidad de análisis; Lima, el segundo lugar, con 19 casos; la no especificación de la localidad ocupa el tercer lugar, con 10 casos; Ayacucho, el cuarto lugar, con 8 casos; y Puno, el
132 Luis Andrade Ciudad quinto lugar, con 5 casos. Recién aparece una localidad norteña (Cajamarca) en el sexto lugar, con tres casos, y una localidad del centro (Junín) con dos casos. El resto de regiones (“Sur Andino” tomado como un bloque, Apurímac, Huánuco, La Libertad y Áncash) solo fueron elegidas como lugar de análisis por un estudio. Si retiramos los estudios que no especifican el lugar de donde obtuvieron los datos y agrupamos las regiones del sur andino (Cuzco, Ayacucho, Puno, Huancavelica, Apurímac y “Sur Andino”) frente a Lima, las regiones del centro (Junín, Huánuco, Ancash) y las del norte (La Libertad y Cajamarca), obtenemos el panorama presentado en el gráfico 5.2. La visualización agregada de los datos muestra con mayor claridad el sesgo favorable al sur andino como fuente de datos para el estudio de esta variedad. Las 45 ocasiones en que esta región fue elegida por los estudiosos constituyen el 62,5 por ciento del total (45 de 72 casos). Lima ha sido seleccionada por 19 estudios, lo que representa el 26,4 por ciento del total, mientras que las localidades del norte y del centro, juntas, han sido elegidas por 8 estudios, lo que constituye el 11,1 por ciento del total. Esta revisión muestra, así, que el sur andino, y en particular la región del Cuzco, ha constituido el prototipo desde el cual se ha modelado la noción de castellano andino. Esto se ilustra con claridad en la definición de esta variedad que ha sido propuesta por uno de sus principales estudiosos: En el Perú se registran por lo menos tres dialectos diferentes del español: uno influenciado por las lenguas indígenas quechua y aimara, se habla en la sierra (español andino); otro, más general o menos marcado, se habla en la costa (español costeño). El prototipo del primero es Cuzco, Arequipa y su ámbito. El prototipo del segundo es Lima y el suyo. [. . .] Un tercer dialecto,
4
4
19
Sur andino 45
Lima Centro andino Norte andino
Gráfico 5.2 Grandes regiones del Perú como fuentes de datos del castellano andino
La construcción del castellano andino en el Perú 133 menos extendido en cuanto a hablantes (apenas un 10 %), pero muy extendido geográficamente, es el español amazónico (Calvo 2008, 189). Sin embargo, en contraste con esta definición, llama la atención la ausencia de Arequipa, cuya capital es la segunda ciudad más grande del Perú, entre las regiones donde se han recogido datos para la construcción de la categoría de castellano andino. Otras regiones que tampoco aparecen representadas en la revisión bibliográfica son Piura, Lambayeque, Tacna, Moquegua, Cerro de Pasco e Ica. Sorprende la ausencia de estudios sobre el castellano de las serranías de Lambayeque, Cerro de Pasco, Moquegua y Tacna, regiones donde existen zonas de habla quechua o aimara. Por otra parte, Ica, como una región con un sector de sierra, pero también como un importante polo de migración de las regiones surcentrales – Ayacucho, Huancavelica y Apurímac –, podría ser un escenario de mucho interés para el estudio del castellano andino en un contexto de contacto dialectal.
6 Observaciones finales Espero haber mostrado que la construcción del castellano andino en el Perú ha estado marcada por algunos énfasis, pero también por sesgos analíticos y regiona les. En cuanto a lo primero, se han favorecido los fenómenos inscritos en los niveles fonético-fonológico y morfosintáctico, dejándose de lado los aspectos léxicos y pragmático-discursivos. Esto confirma el planteamiento realizado por Mackenzie (2001) al respecto. En cuanto a lo segundo, las muestras en las que se ha basado la elaboración de esta categoría han privilegiado el sur andino del Perú, dejando de lado las zonas centrales y norteñas. El énfasis fonético-fonológico y morfosintáctico en el análisis del castellano andino se puede entender si se revisa la historia de este programa de estudio. Tenemos aquí, a mi modo de ver, una muestra del peso que tuvieron primero la dialectología estructural, con su énfasis en las isoglosas formales y abstractas, en el nacimiento del concepto (A. Escobar 1978; Rona 1964) y, posteriormente, la sociolingüística variacionista en la consolidación de la variedad analizada (Caravedo 1992a, 1996a, 1996b; A. M. Escobar 1994, 2000; Klee y Ocampo 1995). El sesgo regional sureño en el estudio de esta variedad se puede interpretar como el resultado de varios factores: en primer lugar, el énfasis en el estudio de los fenómenos de contacto producidos por el bilingüismo quechua-castellano y aimara-castellano que acompañó la historia de este programa analítico desde su nacimiento. En segundo término, la importancia política y simbólica que cobraron las lenguas andinas, especialmente el quechua, en el momento histórico en el que nació este programa de estudio.11 En tercer lugar, se debe mencionar la sureñización que ha acompañado la comprensión de lo andino en el Perú, tendencia que se puede observar también en las aproximaciones geográficas (Gade 1999) y que se puede asociar a la homogeneización en el estudio de la cultura material (Sillar y Ramón Joffré 2016).
134 Luis Andrade Ciudad La combinación de estas explicaciones permite entender algunas ausencias llamativas en la matriz de rasgos presentada. Por ejemplo, la pronunciación de algunas palabras, como doce y trece, con la sibilante interdental /θ/ en el caste llano cuzqueño y apurimeño fue mencionada ya por Benvenutto Murrieta (1936) y ha sido estudiada posteriormente por Caravedo (1992b). Se esperaría que este uso formara parte del abanico de características atribuidas al castellano andino, dado el sesgo sureño con que se ha construido la categoría. Sin embargo, ha sido obviado en los estudios revisados, tal vez por ser una característica vinculada directamente al español peninsular, y que difícilmente podría asociarse al contacto lingüístico con el quechua o el aimara. Algo similar podría haber sucedido con la retención del posesivo vuestro en el castellano sureño. Entre los cuatro estudios analizados, este importante elemento léxico fue identificado solamente por A. Escobar (1978), pero fue dejado de lado en las descripciones posteriores, a pesar de ser un rasgo fuertemente percibido por los hablantes cuzqueños y apurimeños como parte de su variedad, en contraste con el su de segunda persona plural usado en la costa, por ejemplo.12 Las ausencias más notorias en la matriz adjunta están en aquellos fenómenos que se presentan en los castellanos hablados en otros lugares de los Andes y que no tienen estrecha relación ni con el quechua ni con el aimara, como, por ejemplo, varios usos del castellano andino norperuano (Andrade 2016). El sesgo regional con que se ha construido la variedad analizada ha dejado de lado sistemáticamente estos rasgos, salvo cuando se trata de fenómenos paralelos o idénticos a los identificados en el sur, tal como sucede con el uso particular de los clíticos de objeto en Cajamarca (Valdez Salas 2002). Tenemos aquí, desde mi punto de vista, un ejemplo de cómo el paradigma disciplinario de algunas corrientes de la lingüística moderna, en el sentido de Kuhn (1978, 2004 [1971]), tal como ha sido traducido en el estudio del castellano andino, excluye cierto tipo de fenómenos y propone otros como especialmente reveladores: en el caso analizado, se han priorizado los fenómenos de contacto, entendido este de manera restringida como el contacto con las “lenguas andinas mayores”, el quechua y el aimara, a pesar de que, como se ha reconocido ya hace buen tiempo (Godenzzi 1991), el castellano ha estado en los Andes en contacto con otras lenguas andinas y bien puede haber recibido influencia de estas. Ello permite proponer una explicación a la falta de diálogo entre el trabajo realizado por A. Escobar con La serpiente de oro (A. Escobar 1993) y sus propios estudios pioneros sobre el interlecto y el español andino (A. Escobar 1978). Producido el primero desde un paradigma filológico, que encontraba en la literatura una fuente válida para los estudios lingüísticos, y dedicado a un territorio en el que la presencia del quechua y el aimara resultaba borrosa, el estudioso no parece haber encontrado puentes para conectar estos hallazgos con su elaboración posterior, guiada por otro paradigma: el enfoque estructural de la dialectología contemporánea. El examen realizado me lleva a sugerir que para enriquecer el programa de estudios del castellano andino, sería conveniente, en primer lugar, ampliar la mirada regional, prestando atención a diferentes variedades monolingües, no
La construcción del castellano andino en el Perú 135 necesariamente influidas por el quechua y el aimara, pero que son tan andinas como las sureñas y surcentrales. En segundo término, en aquellas zonas en las que el desarrollo del castellano ha estado marcado por la influencia de estas lenguas, sería importante prestar atención equilibrada tanto a los posibles cambios inducidos por contacto como a aquellas características que hayan podido surgir, o ser retenidas por las sucesivas generaciones de hablantes, al margen del contacto con los mencionados idiomas. Asimismo, se requiere un trabajo más pronunciado en el terreno léxico y en los aspectos pragmático-discursivos, a fin de alcanzar la misma profundidad descriptiva y analítica lograda en los niveles fonético-fonológico y morfosintáctico. En el terreno fonético-fonológico, los aspectos prosódicos han sido largamente descuidados, vacío que empieza a ser cubierto en los últimos años mediante las aproximaciones al debilitamiento y caída de vocales (Delforge 2008, 2012; Sessarego 2012), a los patrones entonacionales (O’Rourke 2012, 2008, 2004; Sessarego 2011) y a la interacción entre estos y el foco (Muntendam y Torreira 2016) y las enumeraciones en el discurso (Dankel y Soto Rodríguez 2018). Finalmente, conviene recordar una idea simple pero que puede pasar inadvertida cuando las categorías se estabilizan y comienzan a reificarse: las variedades lingüísticas son producto de procesos de abstracción realizados por los estudiosos, quienes trabajan dentro de comunidades académicas guiadas por paradigmas que a veces generan preguntas relevantes, pero que también pueden ocultar problemas igualmente interesantes, incluso muy importantes para los propios hablantes, pero poco significativos para las teorías hegemónicas. Buscar un sano equilibrio entre la observación abierta de los datos, las prioridades de la comunidad académica y las propias intuiciones de la investigadora o investigador puede resultar fructífero para avanzar en el conocimiento de las realidades estudiadas.
A. Escobar 1978, 34 (interlecto)
Monoptongación o alteración de secuencias vocálicas Diptongación por hipercorrección /r/ asibilada
Ensordecimiento y retracción de la /r/ asibilada ante pausa Mantenimiento de la oposición /ʎ/ – /ʝ/ Fricativización de oclusivas en final de sílaba y contacto con consonante Cambios en consonantes /b/, /d/, /g/, /f/ Articulación oclusiva de /b/, /d/, /g/ entre vocales
A. Escobar 1978, 33–34, 47 (interlecto)
Particularidades referidas al timbre vocálico de /i/, /e/, /o/, /u/
A. Escobar 1978, 35 para /f/ A. Escobar 1978, 35 (interlecto)
A. Escobar 1978, 45–46
A. Escobar 1978, 36
A. Escobar 1978, 44
A. Escobar 1978, 36
A. Escobar (1978)
Rasgo
Anexo
A. M. Escobar 2011, 331 A. M. Escobar 2011, 331
A. M. Escobar 2011, 331
A. M. Escobar 2011, 328 (español bilingüe)
A. M. Escobar (2011)
Godenzzi 2005, 168
Godenzzi 2005, 168–169
Godenzzi 2005, 169
Godenzzi 2005, 168
Godenzzi 2005, 167–168
Godenzzi (2005)
Zavala 1999, 42
Zavala 1999, 42
Zavala 1999, 42
Zavala 1999, 41–42
Zavala 1999, 40
Zavala (1999)
Cerrón-Palomino 1996a
De los Heros 2000; De los Heros 2001
Alvord, Echávez-Solano y Klee 2005; De los Heros 2000; De los Heros 2001; Klee y Caravedo 2006; Paredes 1989 Caravedo 1999
Cerrón-Palomino 1975; Fernández Lávaque y Del Valle Rodas 1998; Pérez Silva et al. 2008; Pérez Silva y Zavala 2010; Zavala y Córdova 2010
Otros trabajos especialmente relevantes sobre el rasgo
A. Escobar 1978, 50
A. Escobar 1978, 49, 109
Uso frecuente del diminutivo, incluso en gerundios, numerales, adverbios y pronombres -cha como préstamo del quechua Diminutivo con -ecito, -ecita
A. Escobar 1978, 50
A. Escobar 1978, 46
A. Escobar 1978, 46
A. Escobar 1978, 47
A. Escobar 1978, 44
A. Escobar 1978, 36 A. Escobar 1978, 43 A. Escobar 1978, 44
A. Escobar 1978, 35 (interlecto) A. Escobar 1978, 43
Pronunciación asibilada del grupo tr Simplificación o alteración de grupos consonánticos Debilitamiento o caída de vocales no acentuadas Grupo /ks/ pronunciado como [x] Articulación de /ʧ/ con énfasis en el momento fricativo Diminutivos, hipocorísticos y gentilicios con /ʃ/ Tempo pausado, tono grave
Mantenimiento de la -s a final de sílaba Ese apical sibilante Palatalización de /s/ ante /i/ /x/ fuerte, velar y estridente
Alteraciones acentuales
Godenzzi 2005, 172–173 Godenzzi 2005, 166
A. M. Escobar 2011, 330
Godenzzi 2005, 168
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 331
A. M. Escobar 2011, 331
A. M. Escobar 2011, 331
Godenzzi 2005, 168
Zavala 1999, 42
Zavala 1999, 43
A. M. Escobar 2000, 134
(Continuado)
A. M. Escobar 2000, 87–89, 95–96, 2001; Fernández Lávaque 1998a, 2001
O’Rourke 2004, 2008
Delforge 2008; Delforge 2012
A. Escobar 1978, 36 (interlecto), 108
A. Escobar 1978, 108
A. Escobar 1978, 108
Doble marcación en la frase posesiva
Posesivo con frase preposicional de mí Orden posesor-poseído en la frase posesiva
A. Escobar (1978)
Ausencia de artículo
Pluralizador -kuna como préstamo del quechua Marca de primera persona posesora -y como préstamo del quechua Regularización de marcación de género para palabras masculinas terminadas en -a y femeninas no terminadas en – a Regularización de formas verbales
Rasgo
(Continuado)
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 329 (español bilingüe) A. M. Escobar 2011, 328 (español bilingüe) A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 330 A. M. Escobar 2011, 330
A. M. Escobar (2011)
Godenzzi 2005, 171
Godenzzi 2005, 171
Godenzzi 2005, 169
Godenzzi (2005)
Zavala 1999, 61
Zavala 1999, 62
Zavala 1999, 44–45
Zavala 1999, 47
Zavala (1999)
A. M. Escobar 2000, 69–74; Fernández Lávaque 1998b, Godenzzi 1998, 1995 A. M. Escobar 1992, 1994, 2000, 99–102, 163–173; Godenzzi 2010; Granda 1997; Lozano 1975; Merma Molina 2008a; Pozzi-Escot 1972; Risco 2012; Rodríguez Garrido 1982; Soto Rodríguez y Fernández Mallat 2012 A. M. Escobar 1992, 2000, 99–102, 163–173 A. M. Escobar 1992, 1994, 2000, 163–173; Granda 1997; Lozano 1975; Merma Molina 2008a; PozziEscot 1972; Risco 2012; Rodríguez Garrido 1982
A. M. Escobar 2000, 78–81
A. M. Escobar 2000, 77–78
Otros trabajos especialmente relevantes sobre el rasgo
A. Escobar 1978, 110
A. Escobar 1978, 111
A. Escobar 1978, 111
Doble marca de acusativo
Doble marca de complemento indirecto: Te voy a preguntarte Leísmo para objetos animados
A. Escobar 1978, 109
Lo polivalente para femenino y plural
Uso redundante del determinante posesivo con sustantivos inalienables Omisión de pronombre de tercera persona objeto obligatorio en estándar
A. M. Escobar 2011, 331
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 331
A. M. Escobar 2011, 331
Godenzzi 2005, 151, 166, 154
(Continuado)
A. M. Escobar 2000, 74–75, 149–152; De Granda 1996; García Tesoro y Fernández Mallat 2015; Klee 1990; Lozano 1975; Merma Molina 2008b; Pozzi-Escot 1972; Schumacher de Peña 2009; Valdez Salas 2002; Zavala 1994 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen) A. M. Escobar 2000, 83–85; Fernández Lávaque 1998d; Klee 1990; Klee y Caravedo 2005, 2006; Lozano 1975; Mayer 2017; Merma Molina 2008b; Palacios 2005; Pozzi-Escot 1972; Valdez Salas 2002; Vargas Orellana 1998a; Zavala 1994 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen) A. M. Escobar 2000, 104–105, 154–155; Lozano 1975; Merma Molina 2008b; Pozzi-Escot 1972; Schumacher de Peña 2009 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen) A. M. Escobar 2000, 89–90 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen) Klee 1990; Klee y Caravedo 2005; Klee y Caravedo 2006; Lozano 1975; Palacios 2005; Paredes y Valdez 2008; Pozzi-Escot 1972; Valdez Salas 2002 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen)
Zavala 1999, 49
Zavala 1999, 50
A. M. Escobar 1994, 2000, 102, 171–172; Camacho et al. 1995
Zavala 1999, 61, nota
Godenzzi 2005, 166, 173
Orden adjetivo-nombre en la frase nominal Oración subordinada precede a la principal Frases preposicionales tienden a aparecer al inicio del enunciado (por foco) Adverbios tienden a aparecer en posición preverbal y al inicio del enunciado (por foco) A. M. Escobar 2011, 333–334
A. M. Escobar 2011, 333–334
Godenzzi 2005, 172
Godenzzi 2005, 171
Godenzzi 2005, 172
Zavala 1999, 59
Zavala 1999, 60
Zavala 1999, 66
Zavala 1999, 58–59
Zavala (1999)
Lo que como nominalizador Secuencia -me-lo como marca de cortesía Reflexivo de compromiso emocional Orden objeto-verbo A. M. Escobar 2011, 332
Godenzzi (2005)
Zavala 1999, 51
A. Escobar 1978, 110–111
Lo por le, la por le, los por les
A. M. Escobar (2011)
Lo aspectual
A. Escobar (1978)
Rasgo
(Continuado)
A. M. Escobar 2000, 51
A. M. Escobar 2000, 51–52
A. M. Escobar 2000, 105–106; Muntendam 2005; Solís 1988 A. M. Escobar 2000, 49–51; Haboud 1998; Ocampo y Klee 1995; Vargas Orellana 1998b A. M. Escobar 2000, 55
Kalt 2012
Klee 1990; Klee y Caravedo 2005; Klee y Caravedo 2006; Lozano 1975; Palacios 2005; Paredes Valdez 2008; Pozzi-Escot 1972; Valdez Salas 2002 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen) Cerrón-Palomino 1976, nota 2; CerrónPalomino 1992; Fernández Lávaque 1998c; Granda 1993; Granda 1996; Palacios 1998; Palacios 2005 (ver Andrade y Pérez Silva, este volumen)
Otros trabajos especialmente relevantes sobre el rasgo
Desviaciones en el uso de las preposiciones: omisión Desviaciones en el uso de las preposiciones: alteración semántica Deícticos espaciales con la preposición en (en acá)
Uso mirativo del pluscuamperfecto Usos particulares del pretérito perfecto
Uso reportativo del pluscuamperfecto
A. Escobar 1978, 111
A. Escobar 1978: 36 (interlecto)
Discordancia de número en la frase nominal
Discordancia de número en la oración
A. Escobar 1978, 36 (interlecto)
Orden determinanteposesivo-nombre Discordancia de género en la frase nominal
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 328 (español bilingüe)
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 332 A. M. Escobar 2011: 329 (español bilingüe) A. M. Escobar 2011, 328–329 (español bilingüe) A. M. Escobar 2011, 329 (español bilingüe) A. M. Escobar 2011, 332
Godenzzi 2005, 166, 169–170
Godenzzi 2005, 149–152, 166, 170 Godenzzi 2005, 153–154, 166, 170 Godenzzi 2005, 154, 170
Zavala 1999, 53
Zavala 1999, 52
Zavala 1999, 58
Zavala 1999, 55
Zavala 1999, 54
Zavala 1999, 48
Zavala 1999, 47–48
Zavala 1999, 46–47
(Continuado)
A. M. Escobar 2000, 109–110; Fernández Lávaque 1998c; Godenzzi 1990; Godenzzi y Fernández Mallat 2014
A. M. Escobar 2000, 126–127, 218– 225; Klee y Ocampo 1995; García Tesoro 2015; Granda 2001b; Merma Molina 2008c; Schumacher de Peña 1980; Stratford 1991 A. M. Escobar 1997; Granda 2001b; Merma Molina 2008c A. M. Escobar 1997, 2012, 2000, 235–248; Caravedo y Klee 2012; García Tesoro 2017; García Tesoro y Jang 2018; Godenzzi 1996b; Klee y Ocampo 1995; Jara Yupanqui 2013; Schumacher de Peña 1980; Stratford 1991 A. M. Escobar 2000, 66–69; Dikker 2008; Fernández Lávaque 1998b; Gómez 2014 A. M. Escobar 2000, 130–131; Dikker 2008; Gómez 2014
A. M. Escobar 2000, 59–60; Godenzzi 1991; Martínez 2012
A. M. Escobar 2000, 56–59; Godenzzi 1991
A. M. Escobar 2000, 168: 163–173; Granda 1998a A. M. Escobar 2000, 60–63; Godenzzi 1991
A. M. Escobar 2011, 332 A. M. Escobar 2011, 334 A. M. Escobar 2011, 334 A. M. Escobar 2011, 333 A. M. Escobar 2011, 333
Saber + infinitivo con valor habitual Usos especiales del futuro sintético Usos especiales del futuro perifrástico
A. Escobar 1978, 49, 108
A. M. Escobar 2011, 334 A. M. Escobar 2011, 334
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 332
A. Escobar 1978, 50
Cambio de régimen de soñar, pensar, abusar, colaborar Superlativo con muy antepuesto: Muy riquísimo Uso del subjuntivo presente para eventos pasados en cláusulas subordinadas con sujeto no agente Usos especiales del dequeísmo Uso generalizado de que como subordinador Presente usado como pasado con más frecuencia que en variedades no andinas Usos particulares de estar + gerundio Hacer + infinitivo con valor causativo
A. M. Escobar (2011)
A. Escobar (1978)
Rasgo
(Continuado) Godenzzi (2005)
Zavala 1999, 56
Zavala (1999)
A. M. Escobar 2009; A. M. Escobar 2000, 125 A. M. Escobar 2000, 128–129; García Tesoro 2014; Granda 1995; Pfänder y Soto 2002 A. M. Escobar 2000, 128–129
Stratford 1991
A. M. Escobar 2005
A. M. Escobar 2000, 63–64 (ver Crespo del Rio, este volumen)
A. M. Escobar 2000, 97–99
A. M. Escobar 2000, 123
Otros trabajos especialmente relevantes sobre el rasgo
A. M. Escobar 2011, 333
Usos especiales de siempre
También + No
Zavala 1999, 65
A. M. Escobar 2011, 333
Zavala 1999, 62–63 Zavala 1999, 63–64 Zavala 1999, 64
Usos especiales de todavía
Godenzzi 2005, 174–175
Godenzzi 2005, 176
Zavala 1999, 63
Zavala 1999, 63
Zavala 1999, 64
A. M. Escobar 2011, 333
A. M. Escobar 2011, 332
Godenzzi 2005, 176
Doble aparición de ya
Ausencia de discurso indirecto Usos especiales de pues, pe, pue, ps Nomás como suavizador de la expresión Ya con valor sustitutorio
A. Escobar 1978, 109
Dice con valor reportativo
A. M. Escobar 2011, 332
A. M. Escobar 2011, 329–330 (español bilingüe)
A. Escobar 1978, 36 (interlecto)
A. Escobar 1978, 109
A. M. Escobar 2011, 331
A. Escobar 1978, 111
Diciendo como subordinador citativo
Condicional tanto en la prótasis como en la apódosis de las oraciones condicionales Incorporación de morfemas quechuas en construcciones castellanas
(Continuado)
Calvo 1999; Calvo 2000; Manley 2007
A. M. Escobar 2000, 136; Calvo 2000; Villa Frey 2017; Zavala 2001 A. M. Escobar 2000, 137; Calvo 2000; Haboud 1998 Calvo 1999, 2000; Cerrón-Palomino 1996b; Granda 2001d A. M. Escobar 2000, 138; Calvo 1999; Cerrón-Palomino 1996b; Palacios y García Tesoro 2013 A. M. Escobar 2000, 138; CerrónPalomino 1996b Granda 1999, 1998b
Andrade 2017; A. M. Escobar 2000, 135; Calvo 2000; Coronel-Molina 2011; Valle Rodas 1998a Andrade 2007; A. M. Escobar 2000, 135–136; Babel 2009; Calvo 2000; Chang 2018; Coronel-Molina 2011; Fernández Lávaque 1998e; Granda 1994; Granda 2001e; Merma Molina 2008c; Olbertz 2005 Fernández Lávaque 2000
Granda 2001c; Moya 2014
Adición del adverbio más al final de la expresión: Con su yapa más Expresiones por su tras, por su delante ¿Qué te llamas? (vs. ¿Cómo te llamas?) Expresiones mi mayor, mi menor Expresiones del tipo Estar de hambre Mantenimiento de la tripartición este/a(s), ese/a(s), aquel/la(s) Mantenimiento del posesivo vuestro Expresión de eso por por eso De ahí por luego
Expresiones léxicas como préstamo del quechua
Valores discursivos del diminutivo: cortesía Uso de títulos y grados con el nombre de pila De repente con valor modal de posibilidad
Usos especiales de sí Usos especiales de así
Rasgo
(Continuado)
A. Escobar 1978, 50
A. Escobar 1978, 109 A. Escobar 1978, 50
A. Escobar 1978, 49, 108 A. Escobar 1978, 50
A. Escobar 1978, 50
A. Escobar 1978, 50, 109
A. Escobar 1978, 49
A. Escobar (1978) A. M. Escobar 2011, 333 A. M. Escobar 2011, 333 A. M. Escobar 2011, 332 A. M. Escobar 2011, 332 A. M. Escobar 2011, 333
A. M. Escobar (2011)
Godenzzi 2005, 176–177 Godenzzi 2005, 177
Godenzzi 2005, 164–166, 175
Godenzzi (2005)
Zavala (1999)
A. M. Escobar 2000, 163–173
Calvo Pérez 2001; Fernández Lávaque 1998f, 1998g; Valle Rodas 1998b; Vargas Orellana s. f. A. M. Escobar 2000, 163; Calvo Pérez 2000
A. M. Escobar 2000, 139; Manley 2007 A. M. Escobar 2000, 139; De los Heros y Jara 2015; Manley 2007 A. M. Escobar 2001
Otros trabajos especialmente relevantes sobre el rasgo
La construcción del castellano andino en el Perú 145
Notas * Pontificia Universidad Católica del Perú. 1 Para elaborar una versión inicial de la matriz presentada en el anexo, conté con la colaboración de los estudiantes que participaron en dos seminarios a mi cargo: el Seminario de Interlingüística de la Maestría de Lingüística de la PUCP (2009) y el Seminario de Español del Perú de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la misma universidad (2010). Agradezco la colaboración de dichos estudiantes, varios de ellos ahora destacados colegas: Jorge Acurio Palma, Lizbeth Alvarado, Carolina Arrunátegui Matos, Roberto Brañez Medina, Roger Gonzalo Segura, Alanna Hochberg, Marco Lovón Cueva, Arturo Martel, Nilton Michuy, José Neyra, Natalie Povi lonis, Pilar Ríos, Tabea Storz, Patricia Temoche, Margaret Tokarski, Keivy Valdez, Nicolás Vargas Ugalde e Isabel Wong Fupuy. 2 A. Escobar (1993) es un libro publicado a inicios de la década de 1990, pero que recoge, casi sin modificaciones, la tesis presentada por este estudioso en la Universidad de Múnich en 1960. 3 Hay que considerar, sin embargo, que las noticias sobre el culle se empezaron a difundir recién a mediados de la década de 1940, cuando Alegría ya había publicado sus obras más famosas: La serpiente de oro data de 1935 y Los perros hambrientos de 1936. 4 Para un desarrollo de este argumento, véase Andrade (2016, cap. 2). 5 Sin embargo, no se puede afirmar esto de manera tajante, ya que tanto Rivarola (1990) como Zavala (1999), por ejemplo, optan por español andino. 6 Como se verá (sección 6), han sido justamente los fenómenos de contacto aquellos que han recibido mayor atención por parte de la comunidad académica en la caracterización de esta variedad. Sobre vuestro y vuestra, ver Dankel y Gutiérrez Maté (en prensa). 7 A. M. Escobar, sin embargo, aborda la estructura estar + gerundio, cuya función está estrechamente relacionada con este rasgo (A. Escobar 2011, 332; A. M. Escobar 2009). 8 Ejercicios similares no han faltado en la literatura previa: pueden verse tablas comparables en A. M. Escobar (1992, 1994). 9 Véase una reciente recopilación de estudios sobre léxico y contacto lingüístico en los Andes en Andrade et al. 2019. 10 Para el castellano boliviano, en la década del 2000 también se han visto avances sobre este tema. Los estudios también son pertinentes para el castellano andino peruano, pues varios de los fenómenos parecen ser comunes: Sessarego (2011) y Sessarego (2012). 11 Este argumento se desarrolla en Andrade 2016, 39–40. 12 El rasgo ha sido incluso objeto de estigmatización. Entre los especialistas, Martha Hildebrandt, por ejemplo, ha calificado su empleo de artificioso e incorrecto, sin reparar en la posible existencia de diferencias regionales en la percepción de este elemento (Hildebrandt 2000, 310).
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6 La gramaticalización de la subjetividad en el español andino El pretérito perfecto compuesto con valor evidencial Anna María Escobar* y Claudia Crespo del Rio** 1 Introducción La forma del paradigma verbal del español conocida como antepresente (he cantado, terminología de Bello 1928) o pretérito perfecto compuesto (que llamaremos PP en este trabajo) es la expresión verbal que presenta más variación en el mundo hispanohablante (cf. Kany 1951; Moreno de Alba 1978; Alarcos Llorach 1980; Harris 1982). No obstante, la función evidencial, foco de este trabajo, solo la encontramos en el macrodialecto conocido como español andino. Esta función hace referencia al uso del PP para marcar un evento que expresa una experien cia vivida por el hablante (variedades peruana y boliviana) que, además, tiene todavía relevancia en el presente amplio subjetivo (cf. Alarcos 1980, 32–33) de la hablante (1). (1) estuve un mes no más [en mi tierra] después me regresé/me enfermé [mientras estaba allá]/mi garganta se ha cerrado y todo me ha pasado/no no se abrió mi garganta/todo enfermedad me agarró gripe todo y total amarilla m’ he vuelto (ejemplo 15a, tomado de Escobar 1997) En el ejemplo (1) encontramos que la hablante, que se encuentra en Lima, recuenta una experiencia que tuvo mientras visitaba su lugar natal en la región andina. Estos eventos pasados se presentan en esta variedad en pretérito y en PP, mientras que en otras variedades aparecen generalmente todas en el pretérito. Los verbos en PP, se ha cerrado, me ha pasado y m’ he vuelto, hacen referencia a situaciones que le ocurrieron a la hablante en su tierra cuando me enfermé. Estos tres verbos hacen referencias a experiencias específicas vividas por la hablante. Nótese que si bien los tres están en PP, los eventos referidos son además consecutivos (por el efecto pragmático): ‘se le cierra la garganta’, seguido de ‘se le pasa’, seguido de ‘se vuelve amarilla por estar enferma’. Esta función de ‘experiencia vivida’ del PP en el español andino peruano y boliviano (Mendoza 1991, 1992) contrasta con el pluscuamperfecto (había comprado), que expresa la función evidencial de reportativo (Schumacher 1975, 1980; Escobar 1994; Klee y Ocampo 1995). En el español andino ecuatoriano, en cambio, el PP expresa la función evidencial de reportativo (Bustamante 1991;
La gramaticalización de la subjetividad 157 Dumont 2013; Pfänder y Palacios 2013). Pfänder y Palacios (2013) sugieren que, en la variedad ecuatoriana, el PP contrasta con el pretérito, que aparece con eventos de los cuales el hablante ha sido testigo. El PP evidencial ha sido bastante estudiado desde los noventa (Stratford 1991; Escobar 1993, 1993, 1994, 1997; Klee y Ocampo 1995; Sánchez 2004; Jara Yupanqui 2006, 2013, 2017; Howe 2006, 2013; Howe y Schwenter 2008; Rodríguez Louro y Jara Yupanqui 2011; Álvarez Garriga 2012), generalmente en contraste con el pretérito porque históricamente el primero se gramaticaliza como un perfectivo, reemplazando al segundo en muchas lenguas (e. g. francés estándar, italiano del norte).1 Si bien hoy la función evidencial es aceptada como característica diferenciadora del español andino, no sabemos cómo emergió ni la trayectoria evolutiva que siguió ni la supuesta influencia del quechua (y del aimara) que se le atribuye. Lo que sí sabemos es que las lenguas amerindias mencionadas tienen un sistema evidencial complejo e importante en la interacción verbal, que distingue entre experiencia vivida, reportativo, y conjetura o inferencia (Cerrón Palomino 1987; Faller 2002). En este capítulo, analizamos el PP en datos diacrónicos del español peruano con el objetivo de indagar sobre los contextos semántico-gramaticales en los que aparece, delinear los factores lingüísticos que lo favorecen y así facilitar las hipótesis sobre su evolución histórica en las variedades peruanas. En un estudio comparativo entre el dialecto mexicano y el peninsular, Schwenter y Torres Cacoullos (2008) proponen que el PP mexicano y el peninsular están en etapas evolutivas distintas. Mientras que la gramaticalización como perfectivo en el español de la Península está avanzada y expresa una función de pasado perfectivo hodiernal (evento pasado que ocurre en el mismo día del evento comunicativo), el mexicano expresa una función durativa en la cual el evento pasado continúa hasta el momento del habla. Se interpreta que el PP peninsular se encuentra en una etapa avanzada, ya que cuando la forma verbal aparece en contextos sin expresiones temporales adverbiales, esta es interpretada por los hablantes como hodiernal. Proponen los autores que esta trayectoria de gramaticalización habría estado favorecida en una etapa anterior por la presencia de expresiones adverbiales temporales con referencia temporal indeterminada. Nuestros resultados muestran que el PP evidencial también es favorecido por contextos temporalmente indeterminados, como también los son el PP rioplatense (Rodríguez Louro 2016) y el salvadoreño (Hernández 2013). Sin embargo, mientras que el PP rioplatense expresa perfectividad, los PP evidencial (andino) y hondureño muestran una relación con el ‘presente’ que se reinterpreta a través de factores lingüísticos conectados a la subjetividad del hablante, i. e., a la perspectiva del hablante en el discurso (cf. Benveniste 1966; Lyons 1977, §17.2, 1982; Traugott 1989, 1995; Langacker 1990, 1991). Proponemos que la gramaticalización del PP andino como la función evidencial es semejante a lo que encuentran Bybee et al. (1994, 95) en otras lenguas del mundo. El caso andino es evidencia de que el PP puede seguir diferentes caminos evolutivos de gramaticalización en una misma lengua (cf. Escobar 1997, 2012; Howe y Schwenter 2003, 2008; Howe 2006, 2013; para el portugués, Amaral y Howe 2010), de manera que, en este trabajo, analizamos la posible trayectoria de esta evolución.
158 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio El ensayo que sigue es una indagación en el PP andino empleando datos diacrónicos del español andino y de la norma limeña, que se considera la norma peruana (Escobar 2014). Dividimos el trabajo en las siguientes secciones: una mirada a la evolución del PP del latín al español (sección 2), una descripción detallada del corpus diacrónico que empleamos en este estudio (sección 3), los componentes semántico-gramaticales y su análisis cuantitativo (sección 4) y un análisis cualitativo y narrativo de los datos (sección 5). Estas secciones nos llevan a la sección final (sección 6), donde planteamos una propuesta más detallada de la gramaticalización de la subjetivización del PP evidencial peruano y de su relación con los procesos de gramaticalización del PP en español.
2 Evolución del PP en la historia del español En un estudio tipológico que compara 76 lenguas de distintas familias lingüísticas (y de contextos culturales y regionales diferentes), Bybee et al. (1994, Cap. 3) encuentran que el PP puede emerger de la gramaticalización de una frase verbal compuesta por un verbo de estado marcado en presente y un verbo en forma de participio pasado, como es el caso del español. Encuentran que la frase verbal adquiere inicialmente la función gramatical de resultativo (función que ya no es posible en el español moderno con haber, como se muestra en el ejemplo 2), donde el foco es el resultado presente de un evento pasado. En una siguiente etapa evolutiva, el resultativo adquiere una función que denominan “anterior”, en la cual el evento pasado se mantiene (o continúa) en el presente, lo que le da una lectura durativa o continuativa. La tercera etapa lleva a que el PP se gramaticalice en un perfectivo o pasado, semejante a la función que tiene la forma verbal de pretérito en el español moderno. Los autores encuentran que las lenguas que tienen un PP de un verbo posesivo (haber), siguen estas etapas evolutivas: función resultativa (2) > función anterior (3) > función perfectiva/pasado (4). (2) Resultativo: foco en el estado resultante Tengo abierta la puerta todavía. = *He abierto la puerta todavía. (3) Anterior: foco en la acción misma He abierto la puerta (*todavía). (4) Perfectivo/Pasado a. Me ha llamado mi madre. = Me llamó mi madre. b. Ha ganado el premio en 1990. = Ganó el premio en 1990. (en algunas variedades)2 En un estudio sobre la gramaticalización del PP del latín al español antiguo, de Acosta (2011, 179) distingue dos etapas dentro de lo que Bybee et al. (1994) llaman la etapa de la función “anterior”, partiendo de la propuesta de Harris para las lenguas romances (1982). En la primera, el PP marca un evento pasado durativo
La gramaticalización de la subjetividad 159 Cuadro 6.1 Gramaticalización del PP (basado en de Acosta 2011; Harris 1982; Bybee et al. 1994) Etapa
Evolución diacrónica
I Siciliano, calabrio
x: situación durativa presente V. atélico: x continúa una situación pasada y V. télico: x es resultado de y (y + x) evento durativo (o repetido) que empezó en el pasado y se extiende hasta el presente y: situación pasada (con relevancia en el presente) V. atélico: y continúa en la situación presente. V. télico: y tiene un resultado presente. y: una situación pasada (perfectiva o no)
II Gallego, leonés, portugués III Castellano, variedades de langue d’oc y langue d’oil IV Italiano del norte, francés y rumano estándar
Cambio de una etapa a otra
Situación presente x ya no es diferente de la situación y: y = x. Situación pasada y se extiende hasta el presente. Situación pasada y ya no requiere extenderse hasta el presente x. La situación pasada está conectada al presente porque tiene relevancia en el presente. Situación pasada y ya no requiere tener conexión con el presente
(o continuativo) que se extiende desde el pasado hasta el presente (etapa II en el Cuadro 6.1). Luego, marca un evento pasado y terminado que está conectado a un resultado en el presente (etapa III en el Cuadro 6.1). De Acosta encuentra que, mientras en la etapa II el anterior solo aparece con verbos durativos, en la etapa III se extiende a verbos télicos y el evento pasado tiene relevancia en el presente (Bybee et al. 1994, 54). Las etapas II y III marcan, entonces, un cambio de foco interpretativo de la situación presente, desde el resultado de un evento pasado que se extiende hasta el presente, al de una situación o evento pasado que tiene relevancia en el presente del acto verbal. En la etapa II, la situación pasada y la presente son la misma, por lo que el foco es el resultado presente de un evento pasado que se interpreta como durativo o continuativo (Alarcos 1980, 46; Harris 1982, 50; Detges 2000, 362). De Acosta (2011) explica que la evolución del PP de etapa a etapa supone el relajamiento de un requisito semántico-gramatical que define cada etapa anterior. Propone que la gramaticalización de la etapa I a la II ocurre cuando la situación presente X deja de ser diferente de la situación pasada Y, por lo que se identifican como la misma. Esto lleva a que el evento se entienda como durativo y que se extienda desde el pasado hasta el presente. La gramaticalización de la etapa II a la III ocurre cuando la situación pasada Y ya no requiere extenderse hasta el presente X, pero mantiene una conexión con el presente. Esta conexión es la que se denomina relevancia en el presente y se expresa con la presencia de expresiones adverbiales temporales. Si bien los verbos atélicos (de estado y actividad) todavía dan una lectura durativa en que la situación pasada Y continúa en el presente, la
160 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio prueba estaría en la presencia del PP con verbos télicos (de accomplishment o realización: construir, encontrar; de achievement o logro: emigrar, llegar). Ejemplos como el que aparece en (5), sin expresiones adverbiales temporales, tienden a interpretarse como perfectivos en la literatura. Nuestro análisis refuta esta interpretación para el caso de las variedades peruanas. (5) Sí. Pero de Ayacucho han emigrado muchos hermanos ayacuchanos y de habla quechua (español andino, migrante en Lima, datos de los ochenta) Propondremos aquí que si bien los verbos télicos expresan un evento finito, por su naturaleza también expresan un cambio de situación (cf. Detges 2006, 62; véase la “ambiguedad pragmática” del PP, Nishiyama y Koenig 2010). Propondremos que este cambio o resultado que se infiere del evento pasado y télico (e. g. se ha gra duado → ‘está diplomado’, ha llegado → ‘está aquí’) es al que se le asigna la rele vancia en el presente en la narrativa del hablante. En el ejemplo (5), el hablante resalta que se habla quechua ayacuchano en Lima porque muchos ayacuchanos han migrado a esa ciudad. Nótese que la frase locativa de origen aparece antes del verbo y el sujeto aparece después del verbo. La función “anterior” (etapas II y III en el cuadro 6.1) es definida como “una función que señala que la situación [el evento pasado] ocurre antes del momento del tiempo referencial [el momento del habla] y es relevante a la situación refe rencial [al presente]” (Bybee et al. 1994, 54; traducción y énfasis nuestro). Es decir, el PP hace referencia a un evento que tuvo lugar antes del momento de habla, pero cuya relevancia se mantiene en el presente o tiene relevancia con respecto a lo que dice el hablante en el momento presente. Alarcos (1980, 32–33) agrega que esta relevancia en el presente puede ser subjetiva. De Acosta (2011) y Harris (1982) presentan como rasgos principales del PP el foco en la situación pasada y la restricción temporal (a través de expresiones temporales de presente). La gramaticalización de la etapa III a la IV ocurre cuando la situación pasada Y ya no requiere estar conectada con el presente y la especificación de relevancia en el presente se pierde (Bybee et al. 1994, 86). Este es el caso del español peninsular según los estudios de Schwenter (1994) y Schwenter y Torres Cacoullos (2008), en que el PP es favorecido por una indeterminación temporal. Nuestro análisis sugiere, en cambio, que el PP andino surge de una reinterpretación de componentes semántico-gramaticales que hacen referencia a ‘contexto temporal’ y a ‘relevancia en el presente’, pero también al hablante. Partimos de la premisa de que si bien el PP evidencial sugiere una trayectoria diferente de otras variedades (Escobar 1994; véase también Howe 2013, 2018), esta se enmarca dentro de los caminos evolutivos del PP en las lenguas del mundo (Bybee et al. 1994, 95–105).
3 Corpora Los resultados preliminares que presentamos aquí son parte de un estudio diacrónico del español peruano con colegas de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad de Illinois en Urbana. El proyecto CLoTILdE o
La gramaticalización de la subjetividad 161 “Contacto Lingüístico o Trayectorias de Influencia Lingüística en variedades del Español peruano” tiene como objetivo enfocarse en los últimos sesenta años de la historia peruana mediante un estudio sociolingüístico que compara el habla de diferentes grupos, separados por al menos una generación. Un análisis detallado de los componentes semánticos y gramaticales relevantes para el estudio del PP puede ayudarnos a identificar cuáles son relevantes en la gramaticalización del PP evidencial. El corpus incluye datos del español andino y el español limeño, de personas nacidas y crecidas en la región andina o en Lima, respectivamente. La inclusión de la variedad limeña se debe al estudio de Jara Yupanqui (2013), que encuentra que el PP evidencial se ha propagado a esta variedad. Los corpora del español andino incluyen datos de los años sesenta y ochenta. Los corpora de la variedad limeña incluyen datos de los ochenta y del 2015. En la figura 6.1 presentamos las tres comparaciones que nos permite hacer el corpus que empleamos, dos longitudinales dentro del mismo dialecto (flechas hacia abajo) y otra sincrónica o comparativa entre el dialecto andino y el limeño de los ochenta, y entre el andino de los ochenta y el limeño del 2015 (flechas hacia la derecha). Cada grupo de grabaciones incluye el habla de seis individuos. Los datos de los años sesenta provienen de un corpus recogido en la ciudad de Ayacucho a finales de esa década como parte del primer estudio sociolingüístico sobre las actitudes de diferentes tipos de bilingües hacia el quechua y el español (Proyecto BQE – Bilingüismo Quechua Español), dirigido por Wolfgang Wölck. Este corpus incluye grabaciones de bilingües que han crecido con el español y el quechua desde la niñez (llamados 2L1 en la literatura lingüística) y de bilin gües que eran nativo-hablantes del quechua y habían aprendido el español como segunda lengua (llamados L2 en la literatura lingüística). Para este estudio, solo incluimos a los hablantes bilingües 2L1, que son hablantes nativos del español andino. El formato de las grabaciones consiste en conversaciones que siguen una secuencia de pregunta y respuesta bastante fija, ya que tenían como intención reco ger la misma información de todos los hablantes (véase el cuestionario en Wölck ESPAÑOL ANDINO
ESPAÑOL LIMEÑO
Español Andino 60 [6 hablantes 2L1] Español ol Andino 80 a ablant es 2L1] [6 hablantes
Español L Lima 80 hablant a es, 3ra g generación nacida en [6 hablantes, Lima] Español Lima 15 E ñ lL [6 hablantes, hijos de migrantes, 1ra generación nacida en Lima]
Figura 6.1 Estudio sociolingüístico diacrónico y comparativo
162 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 1975; para mayor información sobre el proyecto, véase von Gleich y Wölck 1994). Por otra parte, los datos del español andino de los ochenta provienen de un corpus recogido en el departamento del Cusco y en la ciudad de Lima bajo la dirección de la primera autora; incluye también los dos tipos de bilingües antes mencionados. Los seis hablantes incluidos en este estudio son todos nativos del español y el quechua (2L1), y provienen de la región central y sureña andina. Las grabaciones no siguen un patrón estructurado, si bien el propósito era recoger información sobre las historias personales de los hablantes con respecto a sus experiencias con el español y el quechua. Los dos corpora del español limeño representan el habla de individuos nacidos y crecidos en Lima con educación postsecundaria. Representan la norma limeña de los ochenta y el 2015. El primer corpus (Caravedo 1989) fue recogido bajo la dirección de Caravedo (1977) como parte del proyecto PILEI (Programa Intera mericano de Lingüística y Enseñanza de Idiomas), que buscaba comparar el español normativo de las capitales y ciudades más importantes de Latinoamérica y España, centrándose en variables fonético-fonológicas (Lima, Caravedo 1983, 1990). Las grabaciones son de hablantes con al menos tres generaciones nacidas y crecidas en Lima. Estas grabaciones semiestructuradas buscaban recoger historias personales. El segundo corpus limeño no representa hablantes con tres generaciones nacidas en Lima. En cambio, busca representar la población limeña del siglo XXI. Estos datos fueron recogidos en el 2015 como parte del proyecto CLoTILdE,3 que se centra también en la norma limeña. Sin embargo, se diferencia del proyecto PILEI en que los hablantes debían pertenecer a la primera generación de nacidos y crecidos en Lima, teniendo en consideración que en el 2015 cerca del 60% de la población limeña está representada por migrantes andinos y sus descendientes, mientras que quienes provienen de tres generaciones nacidas y crecidas en Lima solo representan el 12% (cf. Arellano y Burgos 2010). Estas grabaciones fueron hechas entre personas que se conocían, al igual que los datos de Lima de los ochenta. En estas entrevistas semiestructuradas, se buscaban historias personales y las impresiones de los hablantes sobre posibles cambios en Lima (e. g. el transporte, la migración, las celebraciones religiosas). Además del análisis diacrónico dentro de cada variedad de español peruano, los corpora también nos permiten comparar la posible trayectoria de la influencia del español andino en la norma limeña. Pasamos a considerar los factores lingüísticos del estudio.
4 Componentes semánticos El proceso de gramaticalización que lleva a la subjetivización tiene lugar cuando el elemento gramatical va expresando gradualmente el punto de vista del hablante. Benveniste (1966) lo describió como un proceso mediante el cual el “sujet d’enonciation” (el emisor del enunciado) coincide más y más con el sujeto gramatical del enunciado, que más frecuentemente es la tercera persona. Cuando decimos aquí que el PP evidencial andino se ha gramaticalizado y expresa
La gramaticalización de la subjetividad 163 subjetivización, estamos proponiendo que el PP evidencial aparece más frecuentemente con la primera persona gramatical. Sin embargo, cuando decimos que el PP evidencial expresa no solo la perspectiva del hablante, sino que hace referencia a una experiencia vivida por este, estamos postulando un grado mayor de gramaticalización. Bybee et al. (1994) encuentran que la función evidencial del PP, derivada de la función “anterior”, no es tan frecuente en las lenguas del mundo, pero es posible (turco, tucano, entre otros; 1994, 95). Consecuentemente, incluimos la persona del sujeto gramatical como factor en el estudio. Como nos centramos en el análisis de la gramaticalización del PP desarrollado por Alarcos Llorach (1980), Harris (1982) y de Acosta (2011), que definen el PP “anterior” por su expresión de ‘relevancia en el presente’, nuestro estudio también considera factores que expresan el contexto temporal del evento pasado y su conexión con la ‘relevancia en el presente’ (e. g. Escobar 1997; Schwenter y Torres Cacoullos 2008; Hernández 2013; Rodríguez Louro y Jara Yupanqui 2011; Rodríguez Louro 2016). En el Cuadro 6.2, presentamos los factores lingüísticos que hacen referencia a estos componentes macrosemánticos que pasamos a describir a continuación. Notará el lector que sugerimos un nuevo entendimiento del “contexto temporal” (7–10) y de la “relevancia en el presente” (10). Consideramos también tres factores iniciales (4–6) que representan la subjetividad del hablante. La polaridad es considerada aquí solo en los casos en los que aparece para poder contrastar con otros estudios que la incluyen (mexicana y peninsular, Schwenter y Torres Cacoullos 2008; salvadoreña y mexicana, Hernández 2013; rioplatense y limeña, Rodríguez Louro y Jara Yupanqui 2011; rioplatense, Rodríguez Louro 2016). Nuestro trabajo no contrasta el PP con el pretérito; en cambio, busca definir la gramaticalización del PP evidencial mediante un análisis diacrónico y sincrónico de factores lingüísticos específicos en dos dialectos peruanos.4 Las 24 grabaciones dieron un total de 690 casos de PP. El análisis que sigue busca revelar si hay un patrón de uso, según el grupo de factores lingüísticos, que perfila la aparición del PP en el discurso. Se miran los PP en conjunto, sin atribuir una función específica a cada uso, con el propósito de indagar qué factores lingüísticos los favorecen. Cuadro 6.2 Componentes semánticos y gramaticales para el estudio de la subjetivización del PP evidencial COMPONENTE MACROSEMÁNTICO
FACTOR SEMÁNTICO-GRAMATICAL
Verbo del participio y enunciado
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.
Hablante y sujeto gramatical Contexto temporal
Aktionsart Tipo de cláusula Negación (polaridad) Persona del sujeto gramatical Agentividad del sujeto gramatical Rol sintáctico del hablante en el enunciado Tipo de expresión temporal Referencia temporal: tiempo Referencia temporal: indeterminación Grado de relevancia en el presente
164 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio Partimos de los factores lingüísticos considerados en estudios anteriores del PP, así como proponemos otros nuevos; algunos conectados a subjetividad y otros a un entendimiento de “contexto temporal” más detallado. Seguidamente, pasamos a definir los factores semántico-gramaticales y describir los valores que les damos, así como las hipótesis correspondientes que se postulan. En la sección 4.9, se presenta el sumario de los resultados preliminares de este proyecto y se compara con resultados encontrados en otros dialectos de español. 4.1 Verbo: Aktionsart El Aktionsart nos ayuda a diferenciar entre verbos durativos (o atélicos) y télicos. Los verbos durativos permiten una lectura continuativa de una situación pasada, mientras que los verbos télicos son puntuales o finitos, por lo que no pueden expresar una lectura continuativa. Para el análisis del aspecto lexical del verbo en participio pasado, partimos de la diferenciación clásica de Vendler (1967). Reducimos las diferencias a tres grupos según el tipo de aspecto: durativo, télico y una combinación de ambos, i. e. durativo-télico (6). Los verbos durativos incluyen los de estado y los de proceso o actividad. (6) Aspecto lexical del verbo en participio Durativo: Estado: vivir, ver, poseer, querer, saber Proceso o Actividad: caminar, hablar, cuidar, hacer, usar Durativo-télico: llevar, ir a, decir, construir, aprender Télico: darse cuenta, fallecer, entrar, sentarse, empezar Siguiendo a Vendler, si un verbo de proceso (e. g., hacer) aparece con una cons trucción o expresión que lo limita aspectualmente (hacer la entrevista, trabajar por dos días), lo codificamos como télico. Schwenter y Torres Cacoullos (2008) encuentran que el Aktionsart no es relevante en el español peninsular, porque el PP se ha expandido a los contextos perfectivos del pretérito. En los datos mexicanos, en cambio, encuentran que el PP no aparece con verbos télicos, lo cual sugiere que, en esa variedad, el PP se emplea solo con eventos durativos (Schwenter y Torres Cacoullos 2008, 22). En Escobar (2012), el uso del PP y otros perfectos (haber, estar y ser) en documentos coloniales andinos escritos por indígenas y españoles se diferencia en el aspecto lexical del verbo en participio. Las expresiones perfectas en los documentos indígenas favorecen los verbos télicos (de cambio). Si estos resultados representan una tendencia andina, entonces los datos modernos deben mostrar el mismo patrón, es decir, el PP aparecerá tanto con verbos atélicos como télicos. El gráfico 6.1 sugiere que los contrastes diacrónicos y sincrónicos no son diferentes. Todas las variedades tienen entre 44 y 55% de verbos télicos, lo que confirma que el uso del PP evidencial no está condicionado por el aspecto lexical del verbo. Los datos andinos de los años sesenta provienen de grabaciones mucho más cortas, con menos casos de PP (42), lo que es insuficiente para un resultado
La gramaticalización de la subjetividad 165 100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%
And 60
And 80
And 80
Lim 80
Lim 80
Lim 15
atélico
58.5
48
48
51.6
51.6
44.1
télico
41.5
52
52
48.4
48.4
55.4
Gráfico 6.1 Telicidad y el PP en variedades andinas y limeñas
representativo, si bien el PP se encuentra tanto en verbos télicos como en atélicos. El chi cuadrado no fue significativo en ninguna de las tres comparaciones. 4.2 Tipo de cláusula y negación Siguiendo estudios anteriores del PP (e. g. Schwenter y Torres Cacoullos 2008; Rodríguez Louro 2016), distinguimos el tipo de cláusula en la que aparece. Este factor diferencia entre cláusula principal (7a), cláusula subordinada (7b), pregunta (7c) y presencia de negación (7d), sea en cláusula principal o subordinada. (7) a. yo desde que me junté con mi esposo he vivido en la casa de un tío de él (Andino 80) b. . . . es la actividad que ha desarrollado hasta que se ha jubilado (Lima 80) c. Me encantan tus maderas. ¿Dónde las has sacado? (Lima 15) d. . . . . y no he terminado la carrera completa (Lima 15) Los estudios anteriores consideran que en contraste con el pretérito, el PP aparece más frecuentemente en oraciones subordinadas (Weinrich 1974, 279). Con respecto a las interrogativas, solo hubo diez ejemplos en todo el corpus, por lo que no se consideran en el análisis. Las cláusulas con negación se contaron de manera separada a las principales y subordinadas, si bien hubo más casos de negación en cláusulas principales que en subordinadas. Schwenter y Torres Cacoullos (2008) hipotetizan que los contextos subordinados, las interrogativas y los enunciados con negación favorecen el PP. La
166 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio polaridad del enunciado se considera importante, porque la negación afecta la interpretación temporal del enunciado dándole una lectura durativa (No, todavía no ha llegado, Squartini y Bertinetto 2000, 415). Como el PP evidencial aparece con verbos télicos y atélicos, no se espera que la polaridad sea relevante. Nuestros datos muestran que el PP aparece en todos los tipos de cláusulas (7), si bien en porcentajes más altos en las principales, seguidas de las subordinadas y finalmente las negativas. Como se ilustra en el gráfico 6.2, no hubo gran diferencia entre las distintas variedades con respecto al uso del PP en cada tipo de cláusula. Tanto dentro de las cláusulas principales como de las subordinadas, no hay gran diferencia entre el uso del PP en enunciados negativos y positivos. El gráfico 6.2 señala tendencias semejantes dentro de cada tipo de cláusula. Schwenter y Torres Cacoullos (2008) encuentran que la negación no favorece o afecta el PP en la variedad mexicana, así como Rodríguez Louro (2016) encuentra lo mismo en la variedad rioplatense. En la variedad peninsular, en cambio, encuentran que la polaridad negativa solo favorece el PP en contextos hodiernales, que son compatibles con una lectura durativa (Schwenter y Torres Cacoullos 2008, 19). En un estudio sobre las formas verbales en la estructura narrativa, Weinrich (1974, 132–133; cf. Bull 1971, 65) observa que las formas verbales se agrupan en dos bandos según se trate del mundo narrativo o del mundo comentado en la narrativa. El autor menciona que el PP del español se ve favorecido en las secciones que presentan comentarios (por lo que clasifica el PP como tiempo del comentario, 1974, cap. 2), pero no así en las secciones donde aparecen los eventos narrados, que favorecen el pretérito. Esta diferenciación entre el mundo narrado y el del comentario resulta ser más importante en el estudio del PP evidencial que los tipos de cláusulas, como veremos en la sección 5.
100 90 80 70 60 50 40 30 20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
princ-pos
71
82
87
86
sub-pos
83
85
94
89
princ-neg
29
18
13
14
sub-neg
17
15
6
11
Gráfico 6.2 Tipo de cláusula y negación en las variedades andinas y limeñas
La gramaticalización de la subjetividad 167 4.3 Persona gramatical del sujeto Como ya hemos mencionado, la subjetividad del PP hace referencia a la pers pectiva del hablante. La expresión máxima de la subjetividad, por lo tanto, se da cuando el sujeto del enunciado es la primera persona (Lyons 1977, 739; cf. Traugott 1989, 1995, 2003; Langacker 1990). La perspectiva subjetiva también se expresa en el uso de verbos de percepción (ver, escuchar) y cognitivos (pensar, recordar), que representan la experiencia del hablante y cuyo sujeto gramatical tiene función de experimentante (cf. Traugott 2010) (8), en cuyos contextos la agentividad del sujeto sería [-agente]. (8) Me he contentado simplemente, bueno, con poder entenderlo, leer un poco (Lima 80) Si bien muchos estudios del PP incluyen la persona gramatical como factor, no ocurre así con la agentividad del sujeto. Incluimos estos dos factores en nuestro análisis por la relación estrecha que hay entre la primera persona y los verbos de experiencia en la función evidencial. Schwenter y Torres Cacoullos (2008) toman en cuenta la persona gramatical del sujeto en su estudio, pero no encuentran que favorezca el PP en ninguna de las dos variedades que estudian (peninsular y mexicana). En el presente estudio, se espera que sí lo favorezca, como en la variedad salvadoreña, en la cual el PP tiene una función subjetiva (Hernández 2013). El gráfico 6.3 muestra que el PP aparece preferentemente con primera persona, entre 50% y 58% en las diferentes variedades. Estos resultados preliminares no son sorprendentes. La semejanza relativa dentro de cada grupo (And 60 y And 80; And 80 y Lim 80; Lim 80 y Lim 15) explica por qué el chi cuadrado no es significativo en ninguna de las tres comparaciones.
100 90 80 70 60 50 40
30 20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
Primera
57
50
56.3
57.6
Otra
43
50
43.7
42.4
Gráfico 6.3 Primera persona gramatical y el PP en variedades andinas y limeñas
168 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio Centrándonos en la subjetividad expresada en el sujeto, Hernández (2013) encuentra que en la variedad salvadoreña, cuando el sujeto está en primera persona, la presencia del sujeto expreso también favorece la subjetividad del PP; se encontró 51% de casos de sujeto explícito. En el caso del PP evidencial, encontramos en nuestros datos que el PP se ve favorecido por un sujeto no expreso en el 76% de casos. Sin embargo, cuando nos centramos en todos los sujetos de primera persona, encontramos que el 54% son sujetos expresos. La expresión del sujeto en primera persona en porcentajes tan altos y en estos contextos de evidencialidad parece ser un dato relevante que merece mayor investigación. 4.4 Agentividad del sujeto En un estudio sobre el uso del PP y otros perfectos (haber, estar y ser) en documentos de queja de la época colonial escritos por indígenas y españoles, Escobar (2012) encuentra que los escritos de indígenas favorecen los sujetos no agentivos. Estos aparecen en los pasajes donde el demandante describe las acciones de agresión que había sufrido. Esta diferencia en los textos coloniales podría señalar los inicios de la emergencia del PP evidencial. Por tanto, incluimos este factor en el análisis. Distinguimos tres grados de agentividad, siguiendo las diferenciaciones de los roles semánticos que proponen Van Valin y LaPolla (1997, cap. 4). Los autores diferencian cinco grados de agentividad que aquí reducimos a tres. El Ag1 es el agente propiamente dicho; el Ag2 representa un grado más alejado de un sujeto agente e incluye al sujeto experimentante, conocedor, perceptor y posesor; el Ag3 representa al sujeto tema o paciente de los verbos de cambio. Agregamos el Ag0 para separar los sujetos de los verbos de estado. En (9), incluimos ejemplos de verbos cuyos sujetos ilustran estas distinciones. (9) Agentividad del sujeto Ag1: V. de actividad: hablar, trabajar, comer V. de movimiento: ir, llevar, caminar, subir V. de localización controlada por el agente: arrodillarse, pararse, sentarse Ag2: V. cognitivo: entender, considerar, pensar, saber V. de percepción: ver, escuchar, tocar, mirar V. de experiencia: asustarse, sentirse mal, preocuparse, gustar V. de posesión: tener, poseer Ag3: V. de cambio de estado: romperse, morir V. de cambio de lugar: llegar, entrar, caerse V. de cambio de postura: sentarse, levantarse V. de cambio mental: darse cuenta, olvidarse Ag0: V. de estado: ser, existir, estar
La gramaticalización de la subjetividad 169 La función evidencial de ‘experiencia vivida’ se centra en la experiencia de los hablantes y la primera persona. Por lo tanto, el PP evidencial sería favorecido por un sujeto en primera persona y un sujeto no agentivo (Ag2 o Ag3), experimentante o paciente. Los verbos cognitivos (10a), perceptivos (10b) y psicológicos (10c) tienen sujetos de experiencia; esta experiencia se resalta cuando aparece con primera persona. (10) a. Los hijos de los migrantes han aprendido también ciertas ciertas, este, formas de expresarse (Lima 15) b. palabras que de repente nunca lo he escuchado. (Lima 15) c. y . . . a mí me llamó la atención, o sea, me llama la atención eso, no podría decir que es lo que más me ha impresionado de Alemania. (Lima 80) Los verbos de cambio también aparecen con primera persona, como en (11). (11) a. Sí, secundaria comercial he tenido [cuando he llegado a Lima] (Andino 80) b. Entonces, no (he) encontrado diferencia entre los distritos tradicionales (Lima 15) Todas las variedades tienen solo un 10% de verbos de estado, excepto la variedad Lima 80, que tiene un porcentaje más alto (30%). Esta diferencia parece sugerir una presencia mayor de descripciones en los datos de Lima 80. El gráfico 6.4 solo incluye los casos con los otros verbos (de no estado, i. e. durativo, durativo-télico
100
90 80 70
60 50 40 30
20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
ag1
39
37.5
40.6
Lim 15 17.6
ag2-3
61
62.5
59.4
82.4
Gráfico 6.4 La agentividad del sujeto gramatical y el PP en variedades andinas y limeñas
170 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 100 90
80 70 60 50 40
30 20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
ag2
64
44
42.7
54
ag3
36
56
57.3
46
Gráfico 6.5 El uso de sujetos no agentivos en las variedades andinas y limeñas
y télico) y se los diferencia entre Ag1, que representa un sujeto agente, y Ag2–3, que representan un sujeto experimentante y paciente. Los resultados muestran que, en todas las variedades, el sujeto no agentivo favorece el PP evidencial, especialmente en la variedad limeña del 2015 (Lim 15). El contraste de cada par diacrónico (And 60 y And 80; Lim 80 y Lim 15) y sincrónico (And 80 y Lim 80) es estadísticamente significativo solo en la compara ción diacrónica entre las variedades limeñas del 80 y el 2015 (χ2, p = 0,0052). La función subjetiva del PP evidencial sugiere que especialmente los verbos de experiencia o tipo Ag2 (verbos de percepción y cognitivos) favorecen esta función verbal (gráfico 6.5). Sin embargo, solo la variedad andina 60 emplea los verbos Ag2 más frecuentemente. La variedad limeña 2015 los favorece también, mostrando una preferencia opuesta a la variedad limeña 80. Solo el contraste sincrónico entre las variedades andina y limeña del 80 tiene significancia estadística (χ2, p = 0,006308). 4.5 El rol sintáctico del hablante Además del rol semántico del sujeto, incorporamos el rol sintáctico que ocupa la referencia al hablante en el discurso, si bien este factor tampoco se incluye en estudios sobre el PP. Argüimos que como el PP evidencial enfatiza la experiencia vivida por el hablante, es importante considerar la presencia del hablante en el enunciado enfocándonos en el rol sintáctico de este. Diferenciamos este factor según se trate del sujeto (12a) o aparezca en una función de no sujeto (objeto directo, objeto indirecto, objeto de complemento o modificador nominal) (12b-f). Los casos en los que no aparece una referencia explícita al hablante en el enunciado se marcan como cero.
La gramaticalización de la subjetividad 171 (12) a. Nosotros hemos nacido en Huánuco. Todititos. (Andino 80) b. Ah, no puedo decir que habido descuido en nosotros. (Andino 80) c. ahí algunos juzgados donde nos ha tocado estar en Carabayllo (Lima 15) d. me ha ido siempre tan bien que el recuerdo que guardo de la ciudad es muy muy positivo (Lima 80) e. Cuando salí de Ayacucho, el deseo mío ha sido regresar allá. (Andino 80) f. uno de los personajes que más ha atraído mi interés ha sido F.S.S. (Lima 80) Se postula que la presencia de un referente nominal del hablante en el enunciado favorecerá el PP más que cuando no hay una referencia a este. Igualmente, el PP se favorecerá más si la referencia tiene función de sujeto gramatical y no otra función sintáctica. El gráfico 6.6 muestra la presencia del hablante en el enunciado [+hablante] en función de sujeto y otra función sintáctica juntas, y la ausencia del hablante en el enunciado [-hablante]. Los resultados muestran que el PP aparece con el hablante mencionado en el enunciado entre 70% y 73% de casos en los cuatro corpora. Este resultado es consistente tanto en las variedades andinas como limeñas. Es así que los contrastes entre cada par diacrónico o sincrónico no son estadísticamente significativos. Esta no diferenciación entre las variedades (diacrónica y sincrónica) sugiere que la gramaticalización del PP ya estaba presente en la variedad limeña de los ochenta. La identificación alta del PP con la presencia del hablante en el enunciado, en función de sujeto u otro rol sintáctico, sugiere que la perspectiva del hablante (o la subjetividad) expresada en el PP está aún más gramaticalizada, por lo que ya no es solo una conexión con el sujeto gramatical de primera persona. El gráfico 6.7
80 70 60 50
40 30 20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
[+ hablante]
71.4
72.7
70.7
70.3
[- hablante]
28.6
27.3
29.3
29.7
Gráfico 6.6 La presencia y ausencia de una referencia al hablante en el enunciado en las variedades andinas y limeñas
172 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 100 90 80 70 60 50 40 30 20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
Habl-Suj
77
68.8
79.6
Lim 15 81.9
Habl-Obj
23
31.2
20.4
18.1
Gráfico 6.7 Presencia del hablante según función sintáctica en las variedades andinas y limeñas
se centra en la presencia de un referente del hablante en el enunciado y nos ayuda a distinguir si el hablante aparece como sujeto o en otra función sintáctica. En todas las variedades, el referente del hablante aparece más frecuentemente como sujeto gramatical (entre 69% y 82% de casos). Esto puede deberse al hecho de que los corpora coinciden en ser narrativas personales, si bien los datos del sesenta son un poco diferentes. La función de hablante-objeto es más alta en los datos andinos de los ochenta y más baja en los datos de Lima 15. Sin embargo, es solo en la comparación sincrónica entre los datos de las variedades andina 80 y limeña 80 donde encontramos significancia estadística (χ2, p = 0,045). Este resultado confirma la gramaticalización del PP en las variedades limeñas. 4.6 Tipo de contexto temporal En este trabajo entendemos el contexto temporal de una manera más amplia que en trabajos anteriores; es decir, el factor contexto temporal incluye adverbios temporales, pero también expresiones nominales de pluralidad o referentes genéricos, así como expresiones adverbiales de espacio. Encontramos que todas pueden afectar la interpretación de un evento pasado con relevancia en el presente. Encontramos referencias a significados temporales tanto en expresiones de adverbios (hoy, ayer, esta semana, el año pasado, como en 13a), como en expresiones nominales con plurales y expresiones colectivas (13b), incluidas ambas en trabajos anteriores (Schwenter y Torres Cacoullos 2008; Rodríguez Louro 2016). Sin embargo, también encontramos otras expresiones no temporales que aportan una interpretación temporal dentro del espacio narrativo. Se trata del uso de expresiones nominales genéricas (13c), que hablan de una ocupación o estado que
La gramaticalización de la subjetividad 173 ya no se tiene, con lo que marcan un tiempo pasado. Igualmente, tienen referencia temporal las expresiones espaciales (13d) que marcan otro lugar y, por tanto, otro tiempo. Por último, incluimos secuencias verbales en pretérito que marcan claramente (pragmática y gramaticalmente) instancias temporales sucesivas anteriores a la situación expresada con el PP (13e).5 (13) a. adverbio temporal Pero ha descubierto ahora que es mejor trabajar que estar en la casa (Lima 80) b. nominal plural . . . y me ha enseñado algunas cosas que son importante (Andino 60) c. nominal genérico De cajera he trabajado. (Andino 80) d. expresión espacial Sí va venir . . . pero acá acá a Bayóvar no ha llegado. (Andino 80) e. secuencia verbal anterior Lo botamos al río al cuy y de eso se sanó. Se ha curado así. (Andino 60) Con respecto a este factor, se espera que el contexto temporal indeterminado favorezca el PP, como en los estudios del PP peninsular y rioplatense, que expresan una función más gramaticalizada. La indeterminación se expresa especialmente en los plurales, colectivos y genéricos (e. g. tipo de ocupación), pero también en los adverbios temporales indeterminados, la expresión espacial y la secuencia espacial porque en ninguno se hace referencia a un tiempo específico. También se espera que si el PP está más gramaticalizado, el contexto temporal dependa menos de la presencia de un adverbio temporal. Los resultados muestran que solo el 8% de los datos no incluye al menos una expresión de las que se ejemplifican en (13). Los porcentajes de secuencias verbales (13e) fueron menores a 6%, por lo que se retiraron del análisis cuantitativo, si bien se encontraron en los cuatro corpora. Jara Yupanqui (2013, 2017) también las encuentra en sus datos de Lima (13f). (13) f. Creo que mi pata se estaba olvidando una casaca y fui y se la dejé. Entonces mientras yo entraba en la casa de nuevo, ellos subían al carro, y en ese momento, los han asaltado con pistola, los han tirado al piso, han robado, han manoseado a la chica y era complicadísimo no poder hacer nada. (ejemplo 6, tomado de Rodríguez Louro y Jara Yupanqui 2011, 59) Como el plural y colectivo (13b) y el genérico (13c) hacen referencia a una indeterminación temporal por la referencia cuantitativa, se analizaron de manera conjunta. El gráfico 6.8 presenta porcentajes encontrados en los cuatro corpora según la expresión temporal (13a), la espacial (13d) y la que llamamos plural (13b, c). Las expresiones temporales propias llevan a una lectura temporal de presente o pasado. Las expresiones plurales, como se dijo, expresan indeterminación temporal. Se arguye que el adverbio espacial, si bien hace referencia a otro
174 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 100
90 80 70 60 50 40 30 20 10
0
And 60
And 80
Lim 80
Temp
20
42
38.7
Lim 15 31
Espac
37.5
27.7
31.4
19.6
Plural
42.5
30.2
29.9
49.4
Gráfico 6.8 Tipo de expresión temporal y el PP en las variedades andinas y limeñas
lugar y tiempo, no nos dice nada específico sobre cuándo ocurrió la situación. Por tanto, las expresiones espaciales también las clasificamos como expresiones de indeterminación. Los resultados, presentados en porcentajes en el gráfico 6.8, muestran que en la variedad andina 60 las expresiones plural y espacial cumplen un papel más importante en el uso del PP que los adverbios temporales propiamente dichos. En la variedad Lima 15, por otro lado, vemos que el plural es el que cumple el rol más importante en el uso del PP. Las variedades de los ochenta, en cambio, muestran una preferencia por las expresiones temporales, como se encuentra más comúnmente en otras variedades de español, si bien los datos también sugieren que las dos variedades de los ochenta hacen bastante uso de las expresiones espaciales y plurales con el PP. Sin embargo, solo los contrastes diacrónicos entre los corpora Andino 60 y Andino 80, así como entre Lima 80 y Lima 15, son estadísticamente significativos (χ2, p = 0,0047 y χ2, p = 0,0001, respectivamente). En la etapa III de la gramaticalización del PP, el foco es en el evento pasado que tiene relevancia en el presente y está inicialmente circunscrito temporalmente con la presencia de expresiones adverbiales temporales (Alarcos Llorach 1980, 20–24, 42–43; Detges 2000, 362–365). Los estudiosos proponen que las expresiones adverbiales enfocadas en el presente acercan el evento pasado al presente. En el caso del PP evidencial, que estudiamos aquí, la presencia de adverbios temporales es baja (31%), así como la no presencia de una expresión que cumpla una función temporal (8%). Los estudios sobre otras variedades de español muestran entre 73% y 77% de presencia de adverbios temporales. En nuestros datos, el
La gramaticalización de la subjetividad 175 61% de los casos con significado temporal representan expresiones que no son adverbios temporales. Se trata, más bien, de expresiones adverbiales espaciales (23%), expresiones plurales (plurales, colectivo, genérico, total: 34%) y secuencias verbales (5%). Como en otros trabajos (Schwenter y Torres Cacoullos 2008; Rodríguez Louro 2016), todas estas otras expresiones favorecen la interpretación de tiempo indeterminado. 4.7 Referencia temporal e indeterminación Un análisis más detallado del contexto temporal según las expresiones adverbiales temporales específicas es importante para propósitos comparativos con estudios anteriores. Schwenter y Torres Cacoullos (2008) presentan una dife renciación exhaustiva de las expresiones temporales. Distinguen las expresiones temporales según varias diferenciaciones. La primera se refiere a la cercanía del evento pasado con el presente (2008, 16). Diferencian entre expresiones adverbiales próximas (e. g., ahora, últimamente, este mes) y aquellas que son frecuentativas, pero que también incluyen el presente (a veces, en ocasiones, cada año). Estas son diferenciadas, a su vez, de las que hacen una clara referencia al pasado (ayer, anoche, el mes pasado); el objetivo con el pasado era indagar si el PP es compatible con una lectura hodiernal (hoy), hesternal (ayer) o anterior al día de ayer (prehesternal: el mes pasado, la semana pasada) (2008, 16–17). Por otro lado, el adverbio ya es analizado de manera separada porque, como explican, puede aparecer con otras expresiones temporales (2008, 16). Los autores también diferencian aquellas expresiones temporales que llaman irrelevantes e indeterminadas. La referencia temporal irrelevante consiste en contextos en los cuales no se puede preguntar “¿Cuándo ocurrió el evento?”, como en el ejemplo de la variedad mexicana de Schwenter y Torres Cacoullos (2008, 18): Lo invitamos a comer muchas veces. Los mencionados autores definen la referencia temporal indeterminada como “situaciones pasadas [. . .] en las cuales ni el investigador ni el interlocutor, probablemente, pueden definir la distancia temporal de la situación pasada referida con respecto al momento de la enunciación” (2008, 18, traducción nuestra), como en y ahora le he comprado a mi nieto uno (2008, 19, ejemplo 25). Los resultados del estudio de Schwenter y Torres Cacoullos (2008, 28ss) muestran que las referencias temporales irrelevante e indeterminada son estadísticamente significativas. Encuentran que estas referencias temporales favorecen el PP en la variedad peninsular, pero no en la mexicana, ya que esta última se encuentra en la etapa II de la gramaticalización del PP (con función durativa, figura 6.1). Sin embargo, cuando se compara el PP con el pretérito en la variedad mexicana, los contextos irrelevantes e indeterminados favorecen el primero (2008, 20). Schwenter y Torres Cacoullos (2008, 31, 33) proponen que la indeterminación temporal es la vía por la cual el PP hodiernal se convierte en un perfectivo en el español peninsular. Por otra parte, en su estudio sobre el español rioplatense, Rodríguez Louro (2016) encuentra también que el PP es favorecido por referencias temporales indeterminadas y pasadas, como en Yo he hecho linda cerámica, linda para mí, ¿no? (2016, 638, ejemplo 17). De otro lado, Howe (2006) y Jara Yupanqui
176 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio (2006, 2013) afirman que la referencia temporal indeterminada también favorece el PP en sus análisis del español andino y limeño. En nuestro estudio, diferenciamos la referencia temporal según la situación haya tenido lugar en el presente o antes del presente (el pasado), así como según si la referencia temporal es específica (o definida) o indeterminada (que incluiría la llamada irrelevante por Schwenter y Torres Cacoullos 2008). Estas diferenciaciones se ilustran en (14) y (15). (14) Referencia temporal en el presente a. presente específico (cercanía al presente): hoy, ahora, últimamente, recientemente, esta semana, este mes, este año b. presente indeterminado (frecuencia que incluye el presente): siempre, en mi vida, durante el presente, algunas veces, en diversas ocasiones. (15) Referencia temporal en el pasado a. pasado específico: ayer, anteayer, anoche, el mes pasado, aquel día, dos años enteros, hace cinco años, durante mi niñez b. pasado indeterminado: en el pasado, en diversas ocasiones (en el pasado), algunas veces (en el pasado), antes, antiguamente La distinción entre la referencia temporal específica o indeterminada alude cognitivamente al grado de especificidad que provee el contexto narrativo para la interpretación de la referencia temporal. Dahl y Hedin (2000) distinguen dos tipos de interpretaciones de la referencia temporal: el primero, token-focusing ‘foco de caso’, describe los casos del pretérito que refieren a un evento puntual en un tiempo pasado y definido (John winked. ‘Literal: Juan guiñó’, ejemplo de Dahl y Hedin 2000, 387; cf. Henderson 2010); el segundo, type-focusing ‘foco de tipo’, describe eventos con más de una ocurrencia dentro de un periodo pasado no determinado (John has winked, ‘literal: Juan ha guiñado’, ejemplo de Dahl y Hedin 2000, 387; cf. Henderson 2010). En nuestro análisis, todos los casos no específicos fueron clasificados como indeterminados; por tanto, incluyen los irrelevantes también (véase también specificity, type vs. instance, Langacker 1991, 55ss, 2008, 55, 264–266). Así, en consonancia con los estudios de Schwenter y Torres Cacoullos (2008) y Rodríguez Louro (2016), se espera que el PP evidencial aparezca prefe rentemente en contextos temporales, pasados y presentes, con referencia temporal indeterminada, por su condición hipotetizada de estar en una etapa avanzada de gramaticalización, si bien diferente de la peninsular y la rioplatense. En la sección 4.6, se vio que, cuando se consideran otros tipos de expresiones que afectan la lectura temporal (plural, colectivo, genérico, espaciales y secuencia de verbos), además de los adverbios temporales, solo el 8% de los casos no contiene una expresión temporal. Si comparamos los adverbios temporales con los espaciales y la categoría de plurales (y excluyendo los casos de secuencias de verbos y cero), los adverbios temporales solo aparecen en un promedio de 31% en los datos. En el gráfico 6.9, nos centramos en estas últimas expresiones. En
La gramaticalización de la subjetividad 177 100 90 80 70
60 50 40 30 20
10 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
indet
52.6
61.4
62.2
81.6
esp
47.4
38.6
37.8
18.4
Gráfico 6.9 Especificidad en el adverbio temporal presente en las variedades andinas y limeñas
las variedades de los ochenta y el 2015, la preferencia es que el PP aparezca con adverbios temporales indeterminados, si bien solo la comparación diacrónica de las variedades limeñas de los ochenta y el 2015 es estadísticamente significativa (χ2, p = 0,002). La preferencia del PP por aparecer con expresiones indeterminadas es consis tente con los estudios del español peninsular y rioplatense antes mencionados, excepto el mexicano. Sin embargo, el gráfico 6.10 muestra que a diferencia de las variedades peninsular y rioplatense, el PP andino no es favorecido por expresiones pasadas. Si bien el porcentaje de expresiones pasadas es más alto que el de las presentes en todas las variedades andinas y limeñas, diacrónicamente la diferencia entre las expresiones pasadas y presentes se reduce, lo que sugiere que la referen cia temporal de presente/pasado se está neutralizando y perdiendo fuerza predictora en la variedad limeña del 2015. Esta diferenciación es estadísticamente significativa solo en la comparación diacrónica entre las variedades limeñas (χ2, p = 2,59204E-05). Los gráficos 6.9 y 10 se centran en los adverbios temporales, que son los más analizados en otros estudios. Los resultados sugieren que los factores “determinación temporal” (indeterminado o específico) y “referencia temporal” (presente o pasado) no se comportan en estas variedades como en otras de español. Mientras la indeterminación temporal favorece el PP evidencial, la referencia temporal no es relevante, como en otras variedades. La indeterminación temporal, tanto en el presente como en el pasado, apoya el análisis de un PP con función evidencial que se enfoca en resaltar la experiencia del hablante y la relevancia del evento
178 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 100 90 80 70 60
50 40 30 20 10 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
pres
18.8
32.5
26.5
56.1
pas
81.2
67.5
73.5
63.9
Gráfico 6.10 Expresiones adverbiales temporales según tiempo en las variedades andinas y limeñas
(o situación) marcado con el PP en la narrativa; es decir, la función evidencial, en tanto expresa función modal y discursiva (cf. Chafe y Nichols 1986), no responde a factores de tiempo determinado. 4.8 Relevancia en el presente La diferenciación más importante entre la función anterior (etapas II y III del cuadro 6.1) y la función perfectiva (etapa IV) tiene que ver con el componente semántico conocido como la relevancia en el presente (Harris 1982, 44). El PP anterior con lectura durativa o continuativa (etapa II), en el cual el evento pasado continúa en el presente, es considerado el PP por excelencia. En esta etapa, el foco es la situación en el presente, como resultado de un evento pasado que continúa hasta el presente (Alarcos Llorach 1980, 46; de Acosta 2011, 176). La definición de la relevancia en el presente se vuelve compleja cuando queremos ubicarla en la etapa III. Sabemos que, en la etapa IV (el PP perfectivo), la conexión con el presente ha desaparecido, como es el caso del español peninsular (Schwenter 1994; Schwenter y Torres Cacoullos 2008) y el rioplatense (Rodríguez Louro 2016). Bybee y Dahl (1989, 77) proponen que, para la emergencia del perfectivo, “the sense of relevance to the current moment disappears altogether”, pero ¿cómo se debilita (de Acosta 2011), se pierde o se generaliza el componente semántico que representa la relevancia en el presente (cf. Bybee et al. 1994, 86)? Además, ¿cómo surge el PP evidencial y cómo se vincula con la relevancia en el presente? Estos no son temas claros todavía.
La gramaticalización de la subjetividad 179 Mientras que la emergencia del PP perfectivo se atribuye a la pérdida de la conexión de la situación pasada con el presente, Bybee et al. (1994, 86) agregan que también ocurre cuando la especificación de relevancia con el presente se pierde; es decir, cuando la referencia temporal en el enunciado es indeterminada. El PP peninsular ejemplifica esta evolución en que la relación temporal pierde su especificidad en el presente, lo que lleva a que solo pueda interpretarse como un hodiernal: Mi mamá me ha llamado solo puede significar que la llamada tuvo lugar ‘hoy’ (Schwenter 1994). Bybee et al. (1994, 101) sostienen que este camino de gramaticalización se reporta para diferentes lenguas romances, como el francés, cuyas gramáticas en el siglo XVII ya describían al PP con una función hodiernal. Los autores proponen que el hodiernal se convierte en un perfectivo a medida que la restricción al ‘hoy’ deíctico desaparece. La variedad rioplatense, en cambio, no pasa por una etapa hodiernal en su gramaticalización a un perfectivoaorístico (Rodríguez Louro 2016), lo que sugiere un camino evolutivo diferente. La trayectoria de la función evidencial del PP también es diferente y revela un tercer camino evolutivo. Bybee et al. (1994, 104) proponen que, si bien la función evidencial hace referencia a un evento pasado, el foco está en la conexión de ese evento pasado a resultados presentes (1994, 96). Ese “resultado”, sin embargo, no es la extensión de un evento durativo que se inicia en el pasado y continúa en el presente. Se trata, más bien, de un resultado inferido (1994, 97). Por ejemplo, en el caso del verbo morir, como en Mi padre ha muerto en el 2000, se infiere que, si bien el acto de morir (verbo télico) ocurrió en el pasado, la persona ‘está muerta’ y ahora solo ‘existe’ en nuestro recuerdo.6 En el caso de Juan se ha graduado hace dos años, si bien el acto de graduarse (verbo télico) ocurrió en el pasado, el resultado inferido es que ahora Juan tiene un diploma y un título. El ‘resultado’, entonces, no tiene que ser la continuación del evento pasado en el presente, como en la etapa II. En la etapa siguiente, el ‘resultado’ puede ser inferido y atribuido indirectamente a la situación pasada. Esto es lo que permite que verbos télicos puedan aparecer con el PP. La conexión del evento pasado con el presente se vuelve entonces subjetiva (o afectiva, Alarcos Llorach 1980, 17, 19, 32–33). Seguidamente, pasamos a analizar la gramaticalización del PP evidencial mediante una deconstrucción del componente semántico que llamamos relevancia en el presente. La diferencia en los caminos de gramaticalización que sigue el PP en las varie dades peninsular, rioplatense y andina, respectivamente, nos lleva a reflexionar sobre la oportunidad que ofrece el español para estudiar el PP de manera más profunda. Estas tres trayectorias evolutivas que encontramos en estas variedades son postuladas por Bybee et al. (1994, cap. 3) para el PP que surge de auxiliares estativos (ser/haber/tener). De estos caminos evolutivos, el más común es aquel en el que el anterior va directamente a convertirse en un perfectivo luego de que el evento pasado ya no es durativo y, por tanto, ya no está conectado al momento del habla. Este parece ser el caso del PP rioplatense (cf. Rodríguez Louro 2016). Los caminos tomados por el español peninsular (PP hodiernal; Bybee et al. 1994, 87) y el español andino (PP evidencial; Bybee et al. 1994, 97) no son los más comunes, según Bybee et al. (1994, 104; cf. Bybee y Dahl 1989, 73), pero son posibles y se
180 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio encuentran en las lenguas del mundo que toman un verbo auxiliar ser/haber/tener y pasan primero por la etapa resultativa, como es el caso del español. Las dife rencias entre estos tres caminos evolutivos parecen estar conectadas a la telicidad del verbo en el participio, a la relación del evento pasado con el presente deíctico y a la subjetividad de la relevancia del evento pasado en el presente deíctico y en la narración. Para poder medir el factor relevancia en el presente, empezamos considerándolo como un concepto gradual (Dahl y Hedin 2000, 391) y complejo que incluye una combinación de factores lingüísticos. Por ejemplo, la función de la relevancia en el presente se enfatiza cuando el hablante es el sujeto del enunciado, así como el presente deíctico se resalta cuando una expresión temporal presente (adverbial u otra, véase §4.6) aparece en el enunciado. Por lo tanto, en este trabajo, entendemos la “relevancia en el presente” como un factor gradual que incluye componentes semánticos conectados al hablante y al contexto tempo-aspectual del enunciado (cuadro 6.3). Con respecto al hablante, diferenciamos entre la persona gramatical del hablante y el rol sintáctico en el que aparece el hablante en el enunciado, cuando este está mencionado. Con respecto al contexto temporal, diferenciamos entre el aspecto lexical del verbo en participio (Aktionsart), la referencia temporal (tiempo verbal) y la determinación de la referencia temporal. La persona gramatical se centra en la primera persona, con valor 1, mientras que las otras personas, sean de segunda, tercera o impersonal, llevan valor 0. El rol sintáctico del hablante mencionado en el enunciado diferencia entre sujeto (valor 2), otra función sintáctica (e. g. de objeto o complemento) (valor 1) y no presente en el enunciado (valor 0). El Aktionsart diferencia tres posibilidades: el durativo (que incluye los verbos de estado y de proceso/actividad), con valor 2; el durativo-télico, con valor 1; y los propiamente télicos, con valor 0. El tiempo verbal distingue entre el presente, con valor 1, y el pasado, con valor 0. La determinación temporal diferencia entre la indeterminación temporal (valor 1) y la referencia temporal específica (valor 0). La “relevancia en el presente” puede expresarse, entonces, desde un valor máximo de 7 a uno mínimo de 0. El diagrama de cajas en el gráfico 6.11 muestra que todas las variedades andinas y limeñas tuvieron valores de 0 a 7. Sin embargo, todas también mostraron una preferencia de combinación de componentes semánticos en los valores de 3 y 5,7 que pueden darse en una serie de combinaciones, que merecen un análisis separado.
Cuadro 6.3 Dimensiones semánticas que definen la relevancia en el presente del PP
Hablante Contexto Temporal
Factor lingüístico
[+ relevancia en el presente]
[- relevancia en el presente]
1. Persona gramatical 2. Rol sintáctico 3. Aktionsart 4. Tiempo verbal 5. Determinación temporal
primera Sujeto Durativo Presente indeterminado
otra persona no aparece no durativo pasado específico
La gramaticalización de la subjetividad 181 Nótese en el gráfico 6.12a que la comparación diacrónica entre las variedades andinas muestra que son semejantes con respecto a los valores altos 3 y 5. Sin embargo las tendencias son opuestas. Mientras la variedad andina 60, la más antigua, prefiere el valor 3 más que el 5, la variedad andina 80 prefiere el valor 5 sobre el 3. De manera semejante, en el gráfico 6.12b, la comparación diacrónica de las variedades limeñas muestra las mismas tendencias en las dos variedades, de favorecer los valores 3 y 5. Si bien ambas prefieren el valor 5 sobre el 3, los valores de Lima 15 son más altos que la variedad limeña del 80. Diferencias entre los valores específicos ameritan un estudio más detallado.
45 40 35 30
25 20 15 10 5
0
0
1
2
3
4
5
6
7
Gráfico 6.11 Gradación del factor relevancia en el presente en las variedades andinas y limeñas
45 40 35
30 25 20
15 10 5
0
0
1
2
3
4 And 60
5
6
7
8
And 80
Gráfico 6.12a Gradación de la relevancia en el presente en el uso del PP en las variedades andinas
182 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 30
25 20 15
10 5 0
0
1
2
3 Lima 80
4
5
6
7
Lima 15
Gráfico 6.12b Gradación de la relevancia en el presente en el uso del PP en las variedades limeñas
En vista de que la escala de 7 grados para medir el factor relevancia en el presente muestra los valores 3 y 5 como los más altos, pasamos a analizar los componentes semánticos que están incluidos en estos valores. El análisis de los casos con valor 3 y 5 de relevancia en el presente se ilustra en los gráficos 6.13 y 6.14 según los factores relacionados al hablante y al contexto temporal, respectivamente. En el gráfico 6.13, los datos muestran que la primera persona gramatical aparece en porcentajes altos, entre 65% y 86%, como sujeto del enunciado, siendo el valor más bajo el de la variedad limeña 80. Con respecto a la aparición del hablante dentro del enunciado como sujeto u objeto, los porcentajes son altos, entre 91% y 97%, y más cercanos entre las variedades. La presencia del hablante en la oración (sea como sujeto u objeto) parece preceder a la presencia del hablante como sujeto pronominal. La no presencia del hablante (Habl-cero) en los enunciados con PP representa porcentajes bajos (entre 3% y 9%), lo cual es revelador y sugiere que este factor de ‘hablante en el enunciado’ es importante en el estudio de la subjetivización y del PP evidencial. La primera persona gramatical y el hablante como sujeto u objeto en el enunciado muestran significancia estadística en las comparaciones diacrónicas y sincrónica (Andino 60 y Andino 80: χ2, p = 0,054; Andino 80 y Lima 80: χ2, p = 6,16685E-08; Lima 80 y Lima 15: χ2, p = 1,68849E-06). Los factores relacionados al contexto temporal aparecen en el gráfico 6.14. La presencia de un verbo durativo (el total del durativo-télico entre 2% y 7%) muestra una relativa baja importancia cuando se le compara con la presencia de un referente temporal presente y con la indeterminación temporal. Estos dos últimos factores muestran un incremento en importancia, especialmente en la variedad Lima 15.
La gramaticalización de la subjetividad 183 120 100 80 60 40 20 0
And 60
And 80
Lim 80
Lim 15
86.4
83.1
65.2
82.7
Habl-suj/obj
91
97
96
95
Habl-cero
9
3
4
5
Pers-1
Gráfico 13 Factores relacionados al hablante en los valores 3 y 5 de la relevancia en el presente en las variedades andinas y limeñas
80
70 60 50 40
30 20 10
0
And 60
And 80
Lima 80
Lima 15
[+dur]
70
60.5
53.5
44.3
[+pres]
0
9.8
30
50
[+indet]
30
21.1
40
71.4
Gráfico 6.14 Los factores relacionados al contexto temporal en los valores 3 y 5 de la relevancia en el presente en las variedades andinas y limeñas
184 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio Las comparaciones diacrónicas y sincrónica entre las variedades andinas y limeñas tienen todas significancia estadística (And 60 y And 80: χ2, p = 0,0105; And 80 y Lim 80: χ2, p = 0,00014; Lima 80 y Lima 15: χ2, p = 0,0197). Como se mencionó, la “relevancia en el presente” es un macrofactor gradual con valores del 0 al 7, que se compone de los valores dados a los factores semánticos que lo componen. Proponemos aquí que está compuesto de factores lingüísticos individuales que hacen referencia al hablante (persona gramatical, rol sintáctico del referente del hablante en la oración) y al contexto temporal (el Aktionsart del participio del PP, el tiempo verbal del enunciado, la indeterminación del referente temporal). Estos factores en su conjunto dan valor al concepto de “relevancia en el presente”, como se ha argüido aquí y en las secciones 2 y 4. 4.9 Resumen de los factores lingüísticos El análisis preliminar y descriptivo sugiere que el PP aparece tanto con verbos atélicos como télicos (a diferencia del español ecuatoriano, según Dumont 2013); incluso, los verbos télicos favorecidos son los de cambio de estado y cambio de lugar, que sugieren pasajes específicos de las narraciones, tema que exploramos en la sección 5. También, el PP puede aparecer en cualquier tipo de cláusula: no está restringido a las subordinadas, como la variedad mexicana (Schwenter y Torres Cacoullos 2008), ni a la negación. El contexto temporal tiende a incluir expresiones no adverbiales en un 61%, preferentemente con una expresión plural, colectiva, genérica o espacial. Además, el PP es favorecido en contextos temporales indeterminados, como en las variedades mexicana, peninsular y riopla tense. Sin embargo, cuando aparecen expresiones adverbiales temporales, si bien la expresión pasada es mayoritaria en todas las variedades andinas y limeñas, la comparación diacrónica entre la variedad limeña del 80 y del 2015 muestra que la referencia temporal se está neutralizando. El PP también se ve favorecido en nuestros datos por verbos con sujetos no agentivos (cognitivos, perceptivos, psicológicos y de cambio) y en primera persona. Esto sugiere que el sujeto del verbo en PP tiende a ser el hablante y aparece con verbos en los que el sujeto es experimentante o paciente/receptor del evento (a diferencia del PP reportativo ecuatoriano, Dumont 2013). El pronombre de primera persona aparece expresado en estos contextos en un 54% de las veces. Estas tendencias las encontramos en los cuatro corpora, si bien con algunas diferencias. El PP también es favorecido cuando el hablante aparece en el enunciado ya sea en posición de sujeto o en otra función sintáctica. En los enunciados que tenían valores de 3 y 5 en la escala de la “relevancia en el presente”, el hablante aparecía en el enunciado en un 95% a 97% de casos. La comparación de los resultados de los factores lingüísticos empleados en este trabajo con los resultados de otros estudios dialectales del PP se presenta en el cuadro 6.4. Recuérdese que el PP de la variedad mexicana se encuentra en la etapa II, en la cual un evento pasado continúa en el presente. El PP mexicano presenta una preferencia por verbos durativos, una alta presencia de adverbios temporales que
La gramaticalización de la subjetividad 185 Cuadro 6.4 Comparación de los factores que favorecen el PP en el español andino peruano y otras variedades de español MEX a CONTEXTO TEMPORAL Aktionsart durativo (+) Tipo de cláusula + Polaridad – Cercanía al presente + Restricción a hoy – Adverbio temporal ya – % Adverbios temporales 77 Tipo expresión N plural/colectivo/gen. + Indeterminación temp. + HABLANTE Persona sujeto: 1 Agentividad del sujeto Rol sintáctico: hablante % sujeto 1s expresado Hablante en enunciado a e
–
SALV b
+
+ + + +
AND c, f
PEN a, d
RIOPL e
– – – – – – 31 + + +
– – – + + + 76
– – – – –
+ +
– +
+ + + 54 +
–
–
73
Schwenter y Torres Cacoullos (2008, 20–21); b Hernández 2008, 2013; c este estudio; d Copple 2011; Rodríguez Louro 2016; f véase también Howe 2006; Howe y Schwenter 2008
expresan cercanía al presente e indeterminación expresada por el plural y otras expresiones de referencia temporal. En esta variedad, el PP no se ve favorecido por ninguno de los factores lingüísticos en el análisis comparativo con la variedad peninsular. En esta última, así como en la rioplatense, el PP tiene una función perfectiva (hodiernal en la variedad peninsular), pero ambas se diferencian con respecto a los factores lingüísticos que favorecen el uso del PP. Los factores rele vantes para el PP hodiernal peninsular están conectados a expresiones de tiempo hodiernal y a la indeterminación temporal en los otros contextos. Por otro lado, Rodríguez Louro (2016) explica que el PP rioplatense se comporta como un perfectivo-aorístico, sin ninguna conexión con el presente deíctico y, por tanto, diferente del peninsular. Sus resultados sugieren que el rioplatense se encontraría en una etapa más avanzada, según el proceso de cambio lingüístico propuesto en Bybee et al. (1994). El cuadro 6.4 también sugiere una semejanza entre la variedad salvadoreña y la andina peruana con respecto a la expresión de subjetividad. Por eso, en la sección 5, hacemos un análisis narrativo detallado de las variedades andinas y limeñas, con el objeto de compararlas con los resultados de Hernández acerca de la salvadoreña. Está claro, sin embargo, que de las cinco variedades comparadas en el cuadro 6.4, solo la salvadoreña y la andina tienen un PP con función subjetiva. Como propondremos en la sección 6, el PP evidencial andino está, sin embargo, más gramaticalizado que el PP salvadoreño. En vista de que la función subjetiva del PP incluye una función pragmática y discursiva, pasamos al
186 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio análisis cualitativo de las narrativas andinas y limeñas siguiendo la metodología de Labov y Waletzky (1967), y comparando nuestro análisis especialmente con el de Hernández (2006, 2013) del PP salvadoreño.
5 Análisis cualitativo de las narrativas La literatura hispánica describe el PP como una expresión verbal que aparece en las narrativas en contextos de comentario sobre los eventos narrados (llamado tiempo del comentario, Weinrich 1974, cap. IV, 132; cf. Moreno de Alba 2000). Esta función se opondría al pretérito, que tiende a aparecer en los contextos donde se narran los eventos (tiempo narrativo). Así, varios estudios del uso del PP en narrativas en español (cf. Weinrich 1974) encuentran que el PP se emplea en estos contextos de comentarios para resaltar la perspectiva del hablante, mediante la expresión de opiniones, inferencias, actitudes, etcétera, hacia los eventos antes narrados. En estos contextos, el PP estaría favorecido en las oraciones subordinadas y fuera de las narraciones propiamente dichas de los eventos. Si, en cambio, el PP es usado para narrar los eventos completados, entonces esta se postularía como evidencia de una función perfectiva. Seguidamente, buscamos aclarar si el PP andino está restringido también a las secciones de comentario. Se trata de un análisis exploratorio de una etapa posterior del estudio, ya que son pocas las narra ciones desarrolladas en el corpus analizado aquí. De tal manera, solo realizamos en esta sección un análisis cualitativo sin considerar frecuencias. La función narrativa del PP la encuentra Hernández (2006, 2013) en el español salvadoreño, variedad que se asume tradicionalmente como una en la que predomina el uso del pretérito, similar a la mexicana. El autor estudia el vínculo semántico-pragmático que se establece entre el hablante y su enunciado, mediante el estudio de la gramaticalización del PP y la noción de subjetividad. La investigación detallada en ambos artículos de Hernández se basa en un corpus compuesto por cerca de 40 horas de entrevistas sociolingüísticas semiestructuradas realizadas a hablantes residentes de San Sebastián, una comunidad a dos horas de San Salvador, la capital. El estudio de 2006 de Hernández parte de considerar que, en otras variedades cercanas, como el español mexicano, autores como Lope Blanch (1972) notan que el PP en su uso perfectivo aparece a veces en cláusulas con un alto contenido afectivo, lo que también parece observarse en la variedad salvadoreña, como muestra el ejemplo (16). (16) no pos si [. . .] y yo sin zapatos me jui [. . .] todita me espiné llegué como si los puches me‘bían dado una XXX [. . .] entonces le dije a una señora [. . .] a pos llega la cipota, cuando no me halló a mí se fue y de noche, y no pudo, llorando allí, y yo a XXX vi llegar, ¡los puches me han rebanado! Después . . . (ejemplo 4b de Hernández 2006, 299) El corpus de Hernández muestra mayor prevalencia del pretérito que del PP (90 versus 10 por ciento, respectivamente). Sin embargo, al desmenuzar secciones
La gramaticalización de la subjetividad 187 Cuadro 6.5 El análisis de narrativas orales según Labov y Waletzky (1967; cf. Labov 1972) ETAPA NARRATIVA
DESCRIPCIÓN
Abstracto o sumilla
Expresiones formulaicas al inicio de una narración, que pueden o no estar presentes (e. g. érase una vez). Provee información preliminar que sirve para orientar al oyente con respecto al protagonista o actores, el dónde, el cuándo y los eventos preliminares que están ocurriendo antes de la complicación (la “acción” central de la narración). Consiste en la presentación de la “acción” o problemática que surge de los eventos anteriores descritos en la orientación. Se introduce con un cambio temporal (e. g. y entonces, de repente, repentinamente). Presenta una evaluación de lo descrito en la complicación. Es un intermedio antes de la resolución que toma la forma de reflexión o expresión de actitudes, opiniones, inferencias, predicciones, etcétera. Representa la perspectiva emotiva de la narración. Presenta cómo el protagonista o los actores “resuelven” la problemática que se plantea en la complicación. Marca que la narración está en su final. Presenta cambio al presente o a generalizaciones.
Orientación
Complicación
Evaluación
Resolución Coda
específicas dentro de las narraciones, surgen hallazgos relevantes. El autor se basa en la estructura narrativa propuesta por Labov y Waletzky (1967), que se compone de diferentes etapas, descritas en el cuadro 6.5. De las etapas de una narrativa es relevante destacar la evaluación, porque representa la perspectiva emotiva de la narración o el por qué el evento narrado es importante, de modo que se incluyen valoraciones subjetivas que evidencian el punto de vista del que narra. Este sería propio del mundo del comentario de Weinrich (1974). El estudio de Hernández (2006) propone que el uso perfectivo del PP en narra ciones sobre todo se halla en las secciones de evaluación y no tanto en las de complicación de las acciones, en las que predomina el pretérito, debido a que tales acciones son vistas como eventos completos y objetivos. Además, también se pronostica que el PP aparece más en las evaluaciones puesto que es vinculado a las repeticiones de eventos. Se repiten eventos que son parte de la complicación de las acciones con el propósito de resaltar los efectos de los eventos narrados de manera aún más intensa. El análisis consideró ejemplos tales como (17), fragmento tomado de Hernández (2006, 304). (17) [el narrador está con un amigo que estaba tomando cerveza] (CDA: complicación de la acción, EV: evaluación) 26. Eh, de allí a lo que él estaba tomando cerveza, 27. yo me tomé tres sodas.
[CDA]
188 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio 28. Fue que después que, como dos horas que estuvimos ahí. Cuando le dice él a la [EV] 29. señora, ya él ya estaba bastante carboncito. Cuando él le dice a la señora, seño, le dijo, este, 30. la cuenta por favor, le dijo, y la señora le dijo cuánto era, ¿va? Ah pues, le dijo, 31. ahí se las va a pagar él, le dijo. Yo quería que le cancelara la cerveza, ¿va? Mire le dije yo, 32. yo no lo he invitado a usté, le dije yo. E incluso, le digo, 33. usté es el que me está invitando a mí que viniéramos a pasear aquí, y la soda 34. usté me ha invitado, le digo yo. Pero bien, le digo yo, las sodas las voy a cancelar yo 35. porque yo me las he tomado, pero las cervezas no. 36. Así es que cancelé yo, yo las sodas y . . . ya se levantó él y canceló las sodas él, [CDA] 37. las, las, las cervezas. Bueno, me dijo de todos modos, me dijo, no me quisiste pagar la, [EV] 38. la cerveza, me dijo. Hernández encuentra que el PP aparece 79% en pasajes de evaluación y 9% en los de complicación de las acciones. Por su parte, el pretérito es usado 53% en casos de evaluación y 41% en la complicación de las acciones. Propone que el PP es preferido en las secciones que rodean a la complicación de las acciones, pero su expansión hacia la complicación ocurre en la medida en que se gramaticaliza. Por otro lado, el mismo autor, en su artículo de 2013, busca enfocarse con mayor precisión en las características que evidencian la tendencia de usar el PP para expresar contenidos subjetivos también en las narraciones mismas. De este modo, basándose en Traugott (1988), propone que es posible demostrar el vínculo del PP con el punto de vista del hablante mediante el análisis de factores lingüísticos específicos, los cuales comprueban el involucramiento que este crea con lo que está narrando. Estos factores, posibles de ser cuantificados, son cuatro, según el autor: la expresión del sujeto, el discurso reportado, la semántica lexical (cf. Aktionsart) del verbo y la persona gramatical del sujeto. Citando a Davidson (1996), la expresión de sujeto permite agregar subjetividad al contenido pragmático de los enunciados cuando hace referencia al sujeto de primera persona. Así, para Hernández, resulta relevante cuantificar las expresiones explícitas, tanto nominales como pronominales, y compararlas con los sujetos nulos. Por otra parte, la persona gramatical del sujeto debe coincidir con mayores frecuencias de la primera persona singular, ya que se trata del centro deíctico explícito de la narración y la manera en que el hablante hace evidente que hay más en riesgo para él o ella en ese momento. Hernández encuentra que la conexión entre el PP y la primera persona singular ocurre en “casos de mayor tensión y confrontación” (2013, 271), incluso cuando se emplea discurso reportado o citado. De esta forma, este último factor ayuda a conectar la subjetividad y la etapa narrativa, pues se
La gramaticalización de la subjetividad 189 trata de un mecanismo estilístico que implica alto grado de subjetividad e involucramiento del hablante. Finalmente, la semántica lexical (o Aktionsart) del verbo es presentada a partir de una división de seis clases: sufrimiento y emociones, movimiento, estados, comunicación, acciones generales y otros verbos. De estas, los datos de Hernández muestran que el primer grupo es el que se correlaciona con el uso del PP, de modo que se confirma el vínculo de este con expresiones de subjetividad.8 Los resultados del estudio de 2013 apoyan las hipótesis correspondientes a cada factor, lo que indica que, en efecto, el PP tiene una conexión muy cercana con los contenidos subjetivos en la variedad salvadoreña. En Rodríguez Louro y Jara Yupanqui (2011), las autoras presentan un análisis narrativo del PP comparando los usos de la variedad rioplatense y la limeña. En su análisis, el PP es utilizado en la variedad peruana para expresar una evalua ción personal del evento descrito, lo que ejemplifican con narraciones en las que sostienen que “los hablantes toman distancia [de los eventos narrados], ya sea para ‘ver’ nuevamente la escena o para evaluar lo narrado” (2011, 59), de manera que aquello que ocurrió en el pasado sea visto como relevante para el momento en que es contado. En otro artículo de 2011 (cf. 2017) sobre la variedad limeña, Jara Yupanqui ahonda la propuesta de la función evidencial del PP al conectar su análisis narrativo con los criterios utilizados por Hernández en 2006 y 2008 para subjetividad. Con grabaciones con hablantes limeños jóvenes y adultos de clase alta y media alta, y siguiendo las etapas de la narración planteadas por Labov y Waletzky, ella observa que el PP aparece en las evaluaciones, principalmente para otorgarle “vivacidad” a las historias. Los hablantes eligen el PP para señalar su posición con respecto a la historia que están desarrollando, de manera que enfaticen los momentos de intensidad y emoción de sus narraciones mediante la evaluación, síntesis o comentario de los acontecimientos. Esto se hace posible cuando se trata de una experiencia sensorial directa del hablante o una inferencia obtenida de una experiencia sensorial, o cuando el narrador quiere reproducir el discurso de otro (reportativo) dentro de la historia. Sin embargo, también sostiene Jara Yupanqui que la fuente de la que se recibe la información puede no ser el propio hablante sino otra persona, y esto también es marcado por el narrador a través del PP. Al no desarrollar nuevos hechos propios de la narración, el uso del PP supone hacer una pausa en el desarrollo de la historia. De ahí que el PP aparezca sobre todo en evaluaciones (117 veces, 72,7%) o en la sumilla o abstracto (12 veces, 7,4%), es decir, en etapas periféricas de la narración. Asimismo, la clase semántica verbal resulta relevante en el análisis de Jara Yupanqui, puesto que diversos tipos de verbos permiten indicar que existe una fuente de información o el tipo de experiencia vivida. Estos son verbos de percepción, emoción y estados mentales, actos físicos, posesión y comunicación. La autora concluye que más de la mitad de los PP en sus narraciones son producidos para expresar la perspectiva del narrador, que cabe dentro del concepto de “subjetividad” sobre el que estamos argumentando. Además de Jara Yupanqui, los valores subjetivos del PP también son encontrados en otros datos peruanos, como los recogidos por García Tesoro y Jang (2018),
190 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio provenientes de variedades cuzqueñas rurales y urbanas. Los autores concluyen que el PP permite resaltar experiencias de primera mano, que son importantes para el narrador, y enfatizar momentos de emoción y otros valores discursivos en la narración. El estudio de Caravedo y Klee (2012), mediante análisis cuantitativo y cualitativo, se enfoca sobre todo en la complicación de las acciones y confirma la presencia del PP, principalmente en los datos de aquellos migrantes andinos que llegaron a Lima a los 13 años de edad o más. Teniendo en cuenta los estudios citados, pasamos a presentar las etapas narrativas en las que aparece el PP en nuestros datos. Tomamos en cuenta los factores de Hernández que confirmarían la subjetividad del PP en las narraciones de nuestros corpora. Se trata del discurso reportado o citado, la persona gramatical del sujeto, la expresión del sujeto y la semántica lexical del verbo. Como dijimos anteriormente, nuestro análisis de factores es primordialmente cualitativo. Con respecto al primer factor, discurso reportado, es necesario recordarlo como un elemento importante para Jara Yupanqui (2011), debido a que la autora aduce que el PP limeño es usado para reproducir el discurso de otros. Para empezar, encontramos que el PP es favorecido en los pasajes de evaluación, tal como se aprecia en el pasaje de (18). (18) (Fragmento tomado de Lima 80) [años de estudiante del hablante] Narración
Etapa
#1 Entré a la N.N. al año cincuenta y uno. A estudiar Derecho. En el ingreso mismo decidimos Letras, tanto que en el primer año, en vez de llevar dos electivos, que eran los obligatorios, yo llevé tres para llevar dos literaturas y el curso de filosofía, que era requisito para Derecho. #2 Al pedir un certificado de estudios me . . . he encontrado muy . . . admirado de que las notas no eran tan malas como yo creía que eran . . . No diría que era un buen alumno, ni mucho menos, pero siempre andaba leyendo algo más, fuera de lo que me correspondía. #3 Así fue como mis conocimientos en historia del Perú creo que han sido bastante grandes.
CDA
Factor
EV
[– sujeto expl] 1s – sujeto 1s – objeto Exp. directa
EV
[+ sujeto expl] 1s – pos (N-suj) creer – 1s Exp. directa
En el ejemplo (18), se desarrolla una narración acerca de los años de estudiante del hablante. Este, luego de precisar la secuencia de acciones en #1 (entró a la universidad, optó por el área de Letras, llevó algunos cursos), añade su opinión acerca de su desempeño como estudiante: me he encontrado muy admirado de que las notas no eran tan malas como yo creía que eran. Es precisamente en el inicio de esta sección #2 de evaluación que se produce el primer uso de PP.
La gramaticalización de la subjetividad 191 También, más adelante en #3, un nuevo PP surge en otro pasaje evaluativo: así fue como mis conocimientos en historia del Perú creo que han sido bastante grandes, que si bien no tiene el verbo en primera persona, incluye referencia a los “conocimientos” del hablante (con “mis”). En el ejemplo (18), podemos observar algunas características relacionadas con la subjetividad. En cuanto a la persona gramatical, se espera que sea la primera persona singular la que aparezca con el PP. En el primer ejemplo de PP resaltado en #2, esto se confirma: he encontrado; en el segundo en #3, el sujeto no es la primera persona, pero se vincula al hablante con el posesivo al hacer referencia a mis conocimientos en historia del Perú. Observamos que el vínculo con el hablante se da de diversas maneras, no solo a través de un pronombre de primera persona (explícito o no), sino también mediante otras expresiones gramaticales, como los posesivos. Esta última observación es útil al centrarse en el factor de expresión del sujeto. En este segundo factor, Hernández sostiene que el sujeto explícito expresa un mayor involucramiento del hablante, siguiendo a Traugott (cf. Davidson 1996). En la frase del ejemplo en #3, vemos que el sujeto de la oración subordinada está presente, se trata de un sujeto nominal (mis conocimientos en historia del Perú) y, por último, se vincula directamente al hablante a través del posesivo (mis). Vimos en §4.5 que esta presencia del hablante en el enunciado, sea como sujeto u otra, es relevante en las variedades que estudiamos. Encontramos en #3 una carga subjetiva explícita con el agregado del verbo de opinión creo. No solo se trata de un verbo cognitivo, relevante al uso del PP evidencial (véase la sección 4.4), en un contexto de evaluación dentro de una evaluación, sino que también está en primera persona. Si bien el ejemplo (18) sugiere coincidencias con el estudio del español salvadoreño con respecto a factores lingüísticos que favorecen la expresión de la subjetividad, encontramos que el PP también es usado para enfatizar la repetición de eventos, lo que resalta la intensidad de estos. Esta característica también es mencionada por Jara Yupanqui (2011) para el español limeño, en el contexto de experiencias tanto físicas como psicológicas. En el ejemplo (19), se observa una repetición. (19) (Fragmento tomado de Andino 80) Narración #1 A: Y hace un año. Y usted está bien envuelta con lo que se hace aquí en la comunidad, ¿no? Me dijo N.N. que. . . #2 B: sí, más desde que he llegado/sí, desde que he llegado prácticamente estoy en eso. #3 Estamos o sea en abril/no más, o sea marzo abril/en mayo empezamos a/en abril ha sido/formamos una organización.
Etapa
Factor
CDA
[- sujeto expl] 1s – sujeto Exp. directa [+ sujeto expl] Exp. directa
CDA
192 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio Como se ve en (19), la hablante responde a la pregunta a partir de la repetición de su afirmación, lo que se enfatiza a través del uso del PP (desde que he llegado) y la presencia de la primera persona del plural en otros verbos en pretérito. Incluso, vemos que este patrón ocurre en la complicación de las acciones. Esta tendencia de repetir un verbo en PP también en la complicación de las acciones debe ser confirmada a medida que incorporemos más datos al corpus. Nos permitiría determinar si, así como lo hace Hernández para la variedad salvadoreña, el PP evidencial puede estar también expandiéndose a las secciones de complicación. La presencia de un sujeto explícito en estas secciones narrativas, asimismo, resulta un factor muy relevante en nuestros datos, ya que se comprueba tanto en los pasajes de evaluación (20), como en los de complicación de la acción (21). (20) (Fragmento tomado de Andino 80) Narración
Etapa
Factor
#1 Ya tienen que hacer posible, por [el] verano no hemos aceptado trabajar. Que se quedan otros personal.
CDA
#2 Nosotros nunca nos hemos quedado.
EV
[– sujeto expl.] 1pl – sujeto Exp. directa [+ sujeto expl.] 1pl – sujeto Exp. directa
(21) (Fragmento tomado de Lima 80) Narración
Etapa
Factor
#1 Recuerdo también que pregunté por . . . el Banco Centroamericano de Integración Económica, y me contestaron en Tegucigalpa: “Huy, eso queda en Comayagüela”. Entonces yo he calculado que iba a tener que pagar veinte dólares de taxi, #2 y Comayagüela quedaba como a ocho cuadras, porque la ciudad en general es tan pequeña, el sitio es tan insignificante, que eso les parece sumamente lejos.
CDA
[+ sujeto expl.] 1s – sujeto Exp. directa
EV
En (20, #2) y (21, #1), el sujeto no solo es explícito, sino que además es pronominal, un rasgo que Hernández destaca, siguiendo a Davidson (1996). Este autor halla que los pronombres de primera y segunda persona usados como sujetos explícitos están cercanamente vinculados con el peso pragmático de los enunciados. Así, el factor de expresión de sujeto parece estar muy relacionado con el primero que tomamos en cuenta, la persona gramatical. En ambos, se refleja indudablemente el involucramiento del hablante con el evento.
La gramaticalización de la subjetividad 193 Otras expresiones vinculadas a la primera persona las encontramos también en la referencia a primera persona a través del posesivo, como lo mencionamos en el ejemplo (18) y lo encontramos en (22), con un referente animado. (22) (Fragmento tomado de Lima 2015) Narración
Etapa
#1 y la segunda, a mi hijitaaa . . . a las dos ¿no? les dio sed, porque habíamos ido después de almorzar. #2 Le dio sed y bueno, normalmente uno toma y paga ¿no?, en ciertas ocasiones ¿no? Si tienes mucha sed en un supermercado. #3 Entonces, como mis hijitas han tomado su gaseosa y se acercaron al toque una chica con un policía que por qué teníamos que estar abriendo los empaques de la gaseosa. . . #4 como acusándonos ya de un robo ¿no?
CDA
Factor
EV CDA EV
[+ sujeto expl.] 1s – pos (N-suj) Exp. directa
En (23), por otro lado, vemos que la primera persona también puede vincularse con el pronombre de objeto. En la etapa de evaluación (#2), se señala la referencia a primera persona a través del modificador posesivo en el sujeto (mi mamá) y del pronombre de objeto indirecto (me ha enseñado); este último también está presente en un fragmento del pasaje anterior de complicación de la acción (me han contado). A partir de este último caso, vale la pena subrayar que se trata de un caso en el que lo contado es de experiencia personal de otro hablante, pero “el que le hayan contado” fue experiencia vivida por el hablante; es decir, mientras lo contado es discurso reportado, el PP en me han contado señala la experiencia vivida por el hablante con respecto a que se “lo hayan contado a él”. (23) (Fragmento tomado de Andino 80) Narración
Etapa
Factor
#1 fui y a la señora le simpaticé/la señora me dijió/yo te voy a dar tu estudio como tú quieras/tú quieres estudiar bueno/pero yo yo le dije pe a la señora a mí no me importa la plata le dije/lo que yo quiero es que me usted me tenga buen trato porque no estoy costumbrada a los gritos/ni como hay otras empleadas que me han contado que les grita/les hace la vida imposible/a veces yo voy/sé hacer mis cosas perfecta le digo #2 porque siempre mi mamá me ha enseñado pe que nunca había trabajao/ese fue el primer trabajo que había conseguido
CDA
[– sujeto explic.] 1s – pron. Objeto Disc. reportado
EV
[+ sujeto explic.] 1s – pos (N-suj.) 1s – pron. obj Exp. directa
194 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio Jara Yupanqui (2011) concluye que aunque la fuente de información puede hacer referencia a experiencias directas o indirectas del propio hablante, el hincapié es en el hablante. Estamos de acuerdo con su foco en el hablante. Por eso consideramos que no se trata de experiencias directas o indirectas, sino de experiencias del hablante de eventos expresados en el verbo: que le contaron algo (23, #1), semejante a que le enseñaron algo (23, #2). Estas experiencias directas también serían similares al recibimiento de una llamada como en el ejemplo (24, #1). (24) (Fragmento tomado de Andino 80) [hablante cuenta de ofrecimiento de empleo] Narración
Etapa
Factor
#1 Descanso, almuerzo, y me voy a la noche a trabajar. Y en la noche, yo le pregunté a Soto, este colega, le digo, “Oye, mira me han llamado del Colegio América”. #2 Le pregunté, por[que] él trabaja aquí en el Don Bosco, en Salesianos. Allá. #3 Tonces, me dice en “XXX High School”. “Mira” me dice “Lucho, olvídate”, me dice. . . “ni lo pienses dos veces”; me dijo “acéptalo [el trabajo]” #4 porque me dice “si mi colegio no es XXX Salesiano, el América es así”.
CDA
[– sujeto expl.] 1s – objeto Discurso reportado
EV CDA EV
Como se ve, el PP en (24, #1) forma parte de una llamada que recibe el hablante y que luego reporta a su interlocutor: el ofrecimiento de un empleo en el colegio América. Es decir, se trata de una experiencia vivida por el mismo hablante, pues cuenta (en la continuación de la narrativa) el proceso de contratación que pasó para iniciar el nuevo empleo como profesor de ese colegio. La presencia de la primera persona en diferentes categorías y funciones sintácticas (sujeto pronominal, posesivo, objeto directo, objeto indirecto) revela un involucramiento alto del hablante con su narración y que va más allá del uso de primera persona como sujeto (expreso o no), pero apoya nuestro argumento de la expresión de subjetividad en el PP evidencial andino. Esto representa un punto interesante si queremos subrayar diferencias con respecto a los datos de la variedad salvadoreña de Hernández, puesto que este no menciona el uso del PP con otras expresiones con funciones sintácticas de primera persona. Por ejemplo, hay un caso en el que cita no me quisiste pagar como un caso de pretérito, debido a que se trata de un sujeto de segunda persona gramatical. Sin embargo, no hay mención de la presencia del pronombre de objeto directo en primera persona indirecto (2013, 271; véase también el ejemplo 17 más arriba), rasgo que argüimos como importante en este estudio. Hernández propone que el discurso reportado o citado constituye un tipo de discurso que representa un área favorable para expresar contenidos subjetivos; es decir, la presencia del PP en estos contextos discursivos señalaría una posible conexión a la subjetividad.
La gramaticalización de la subjetividad 195 El análisis cualitativo presentado en esta sección confirma la relevancia de algunos de los factores lingüísticos presentados en la sección 4, como la pri mera persona gramatical (en diferentes funciones sintácticas), el sujeto explícito y el aspecto lexical del verbo. Otro factor considerado por Hernández y Jara Yupanqui, el seguimiento del discurso reportado y el directo, sugiere también una conexión importante con “subjetividad”. La presencia del PP en nuestros datos en diferentes pasajes de la narración, tanto en las etapas de evaluación como en las de complicación de la acción, y en discursos de distintas variedades de nuestros corpora sugiere que factores conectados al hablante, como la presencia de la pri mera persona gramatical, no se deben al tipo de preguntas realizadas durante las entrevistas, como ya notamos antes. De hecho, las preguntas de 2015 indagaban principalmente acerca de los cambios que han ocurrido en Lima en los últimos años, por lo que no se creaba un contexto que forzara al entrevistado a centrarse en su propia vida. De esta manera, nuestros primeros análisis sobre las narraciones producidas en las variedades andinas y limeñas indican que el PP aparece en diferentes pasajes narrativos (sobre todo evaluación y complicación de la acción) y con factores lingüísticos que favorecen el involucramiento del hablante con el evento narrado. Estas observaciones van de la mano con las conclusiones halladas por Jara Yupanqui (2011) en su análisis de narrativas de hablantes limeños, así como con el análisis de Hernández (2006, 2013) para el español salvadoreño.
6 La gramaticalización de la subjetivización Traugott (1995) define el proceso gramatical de la subjetivización como un proceso semántico y pragmático mediante el cual la perspectiva subjetiva del hablante se hace cada vez más relevante con respecto a lo que dice (cf. Langacker 1991, 211, 2008, 77). “subjectification” refers to a pragmatic-semantic process whereby ‘meanings become increasingly based in the speaker’s subjective belief state/attitude toward the proposition’, in other words, towards what the speaker is talking about (1995, 36) La autora explica que la subjetivización debe entenderse como un reforzamiento pragmático-discursivo de la postura subjetiva del hablante (“subjective stance of the speaker”, Traugott 1995, 49), a través de una combinación de diferentes factores lingüísticos (cf. Traugott 1988, 1995, 2003, 2010). En el caso del PP evidencial, los resultados del análisis cuantitativo y cualitativo en variedades andinas y limeñas sugiere que algunos de los factores lingüísticos que convergen en resaltar “la perspectiva del hablante” dentro del enunciado son factores conectados al ámbito del hablante y del contexto temporal. Los factores que hacen referencia al hablante son tres: el hablante como sujeto gramatical, el hablante en un rol sintáctico en el enunciado, y verbos que expresan
196 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio la experiencia y perspectiva del hablante. El primero muestra valores del 50–58% (según la variedad peruana, sección 4.3), que también son altos en el PP salvadoreño: 42% (Hernández 2013, 271).9 El hablante como sujeto gramatical no es relevante en las variedades mexicana (en la etapa II), peninsular y rioplatense, como se presenta en el cuadro 6.4. Adicionalmente, la presencia del hablante en otros roles sintácticos en el enunciado también es relevante en el análisis del PP evidencial, ya que se cuenta en 70–73% de casos (sección 4.5). Finalmente, el PP andino y el salvadoreño también aparecen más frecuentemente con verbos que tienen sujetos de experiencia y perspectiva del hablante con valores cercanos: 59–80% en la variante evidencial y 56% en la salvadoreña (Hernández 2013, 278). Hernández agrega el sujeto explícito como otro factor importante en realzar la perspectiva del hablante, siguiendo la propuesta de Davidson (1996) para el estudio de la subjetividad en español, considerando que el español es una lengua que tiende a no expresar el pronombre sujeto (cf. Carvalho et al. 2015) y el español andino en particular muestra porcentajes bajos, alrededor de 15,1% (Huancayo, Perú; Cerrón Palomino 2018) y 15,9% (Quito, Ecuador; del Carpio 2018). El PP salvadoreño aparece con sujetos explícitos, sea pronominales o nominales, en un 51% de los casos (Hernández 2013, 274). El PP evidencial, en cambio, va acompañado de un sujeto no explícito en el 76% de casos. Sin embargo, dentro de los sujetos explícitos, el sujeto-hablante representa el 32% y, dentro de todos los sujetos de primera persona, sube a 54% (sección 4.3). Hernández también incluye la presencia del sujeto explícito con el PP en pasajes reportados como factor que realza la perspectiva del hablante. En el análisis narrativo, encuentra la presencia del sujeto explícito en un 66% (2013, 277). El PP evidencial no muestra este patrón en el análisis narrativo (sección 5), si bien necesitamos más datos para este tipo de análisis. Los resultados comparativos del PP entre las variedades andina y salvadoreña sugieren que ambas expresan subjetividad, pero no del mismo tipo. Proponemos que el PP evidencial andino se encuentra en una etapa más avanzada de gramaticalización que el PP salvadoreño. Es más, proponemos seguidamente las dos trayectorias de gramaticalización del PP que parecen seguir el PP salvadoreño y el andino y que, además, estarían en una trayectoria diferente de la que comparten las otras variedades mencionadas aquí (mexicana, peninsular, rioplatense). Los resultados de los factores relacionados con el contexto temporal hacen referencia al tipo de expresión temporal (propiamente temporal o de otro tipo), la indeterminación en la referencia temporal y la relevancia en el presente, que tratamos como un macrofactor gradual (sección 4.8). Todas las variedades citadas en este estudio (mexicana, salvadoreña, peninsular y rioplatense) encuentran que el PP es favorecido por la indeterminación temporal. Excepto en la variedad rioplatense, que ya se encuentra en la etapa perfectiva-aorística, todas las otras variedades también encuentran que la presencia de expresiones plurales favorece la aparición del PP. Sin embargo, mientras que en estas la presencia de adverbios temporales es mayor que lo que llamamos expresiones plurales, la indeterminación que define el PP evidencial es más compleja: incluye la presencia de expresiones con función temporal que no son adverbios temporales. Se trata de
La gramaticalización de la subjetividad 197 expresiones como adverbiales espaciales, plurales, colectivos, genéricos y secuencias verbales (véase las secciones 4.6 y 4.7). La presencia de “hoy” es mínima, por lo que no hay restricción a cercanía al presente, como en cambio se encuentra en las variedades mexicana, salvadoreña y peninsular. Podría argüirse, además, que hay indeterminación aspectual, ya que el PP evidencial puede aparecer con verbos atélicos y télicos, así como también se puede hablar de indeterminación sintáctica, ya que el PP evidencial puede aparecer en cualquier tipo de cláusula y con polaridad positiva o negativa. El factor de relevancia en el presente presentado en este trabajo es innovador. Lo interpretamos con un concepto complejo y gradual, que deriva de la combinación de varios factores (véase la sección 4.8). Los valores altos se expresan primordialmente en la referencia temporal indeterminada, acompañada del hablante en primera persona y en otra posición sintáctica en el enunciado. Proponemos que el entendimiento de “indeterminación” es diferente en el caso del PP evidencial, ya que no está ligado primordialmente a adverbios de tiempo, como es el caso en las otras variedades citadas. De igual manera, la presencia del hablante no solo en posición de sujeto sino también en otra posición sintáctica es esencial en el caso del PP evidencial y consideramos que responde a una gramaticalización mayor de esta forma verbal andina. Bybee et al. (1994, 105) encuentran que los PP que emergen de “ser/estar/ haber” pueden tomar tres caminos evolutivos: (1) resultativo > anterior > perfectivo-aorístico, (2) resultativo > anterior > perfectivo-hodiernal y (3) resultativo > (anterior >) modal. Los dos primeros entran en lo que llamaremos aquí el proceso tempo-aspectual. El tercero entra en lo que llamaremos aquí el proceso pragmático-discursivo, que lleva a la inferencia de los resultados y luego a la expresión de evidencia directa o indirecta (evidencialidad). Estos caminos propuestos por Bybee et al. para procesos de gramaticalización en diferentes lenguas del mundo reflejan también los patrones de uso que encontramos en el PP evidencial andino y el PP salvadoreño, por un lado, y en las otras variedades de español citadas aquí: el PP mexicano, el peninsular y el rioplatense, por otro lado. Proponemos que las tres últimas siguen el primer proceso, mientras que el PP andino y el salvadoreño siguen el segundo. Presentamos esta diferenciación como una hipótesis que deriva de la investigación que se desarrolla en este capítulo. Bybee et al. (1994, 98–104) encuentran que, en algunas lenguas, el anterior se gramaticaliza en un hodiernal. Este cambio ocurre a medida que la referencia temporal de relevancia en el presente se debilita y pasa a expresar un grado específico de distancia con el presente deíctico, ya sea hodiernal o hesternal, si bien el hodiernal es más común (1994, 98). Explican que este proceso se encuentra en varias lenguas romances, incluyendo el francés, el catalán y el occitano, así como en el español de Alicante, estudiado por Schwenter (1994, 101–102). Proponemos que el proceso tempo-aspectual refleja la trayectoria de cambio semántico que se ha postulado para el español peninsular (Schwenter 1994; Schwenter y Torres Cacoullos 2008) y el español rioplatense (Rodríguez Louro 2016). En el caso del español rioplatense, el PP parece haberse gramaticalizado directamente de un anterior a perfectivo aorístico, como explica Rodríguez Louro. El PP del español
198 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio mexicano todavía está en la etapa II (del cuadro 6.1), pero las características de los factores lingüísticos (cuadro 6.1, Schwenter y Torres Cacoullos 2008, 20) que lo favorecen sugieren un proceso de cambio semántico compatible con el proceso que denominamos “tempo-aspectual” (véase el cuadro 6.6). Recordemos que el PP mexicano, el rioplatense y el peninsular no son favorecidos por la primera persona gramatical y ese factor los diferencia de las variedades salvadoreña y andina. Esta diferencia entre los dos grupos de variedades también es consonante con los caminos evolutivos que encuentran Bybee et al. (1994). En el cuadro 6.6, incluimos las variedades de español cuya forma verbal PP se ha gramaticalizado dentro del proceso que llamamos tempo-aspectual. En un estudio sobre la gramaticalización del PP en el francés y español antiguos que trata de indagar sobre el paso de la etapa I (resultativa) a la etapa II (continuativa) propuestas por Harris (1982) para las lenguas romances, Detges (2006, 50–51) propone dos tipos de resultativos. El resultativo A se enfoca en el resultado presente de un evento pasado, pero es acompañado de sujetos no agentivos conectados al resultado (2006, 50). El resultativo B también se enfoca en el resultado presente, pero el sujeto es el agente del evento pasado (2006, 51). Explica que, mientras la etapa II de Harris se enfoca en la “persistencia temporal” (que encontramos en la variedad mexicana), la etapa III se enfoca en la relevancia en el presente. Agrega que el resultativo A es poco frecuente en los textos antiguos que estudia y que es el resultativo B el que se encuentra más frecuentemente en el francés y español antiguos. Detges no sugiere que el resultativo B da origen a los PP modernos del español. Más bien, detalla que la presencia de estos dos resultativos en sus datos históricos es prueba de que la etapa II y etapa III de Harris (véase cuadro 6.1) no son etapas diacrónicas sucesivas (2006, 68), y sugiere que estos dos resultativos pueden haber evolucionado en diferentes tipos de PP. Consideramos que es materia de futuro estudio determinar si estos dos resultativos que propone Detges (2006) están de alguna manera relacionados con los diferentes caminos evolutivos del PP que encuentran Bybee et al. para las lenguas del mundo. ¿Qué resultativo tuvo lugar en el español del Virreinato del Perú? ¿De cuál surge la función subjetiva del PP que encontramos en las variedades Cuadro 6.6 Proceso tempo-aspectual del PP en español (basado en Harris 1982; Bybee et al. 1994, 95–105; Detges 2006; de Acosta 2011) PROCESO Tempo-Aspectual I → Relevancia en el → Resultado de evento presente pasado que continúa en el presente. II → Evento Pasado A) → Foco en evento pasado B) → Evento cercano al presente del acto verbal a
FUNCIÓN
VARIEDAD
→ Continuativo (etapa II, Cuadro 6.1)
Mexicanaa
→ Perfectivo Rioplatenseb (etapa IV, Cuadro 6.1) → Hodiernal Peninsulara (etapa IV, Cuadro 6.1)
Schwenter y Torres Cacoullos 2008; b Rodríguez Louro 2016
La gramaticalización de la subjetividad 199 salvadoreña y andina? Llama la atención que el resultativo A de Detges evoca la alta presencia de sujetos no agentivos que encontramos en las variedades modernas andina y salvadoreña. No obstante, queda claro que los PP de las diferentes variedades de español moderno pueden representar diferentes caminos evolutivos, como proponemos aquí. El proceso pragmático-discursivo sugiere una reinterpretación de la relación entre el resultado y el evento pasado. El resultativo expresa un resultado que existe debido a un evento pasado. Una lectura inferencial puede surgir cuando el hablante establece una conexión entre el resultado presente y un evento pasado que conoce o que infiere a partir de ese resultado (Bybee et al. 1994, 96). Nuestra investigación sugiere que la inferencia de la relación entre el resultado y el evento pasado es después reinterpretada como evidencial, es decir, como conocimiento del evento pasado de primera mano (PP andino peruano) o reportado (PP andino ecuatoriano). La función evidencial describe una perspectiva del hablante; por tanto, es compatible con el proceso de gramaticalización llamado subjetivización (propuesto originalmente por Benveniste 1968 y desarrollado especialmente por Traugott y Langacker desde los años ochenta). Traugott (2003) encuentra que el proceso de subjetivización puede expresar gradaciones de subjetividad, de manera que ciertas expresiones pueden estar más o menos subjetivizadas. Sin embargo, estas también pueden gramaticalizarse más y derivar en un proceso que llama de intersubjetivización (2003, 124), que entiende como una extensión de la subjetivización (2003, 134). En este proceso más avanzado, el significado gramatical se centra cada vez más en la comunicación entre los interlocutores, particularmente en la atención del hablante a su interlocutor (2003, 129), resaltando una perspectiva modal y/o social (2003, 130). Esta definición nos lleva a clasificar la función evidencial del PP andino (peruano y ecuatoriano) como un ejemplo del proceso de intersubjetivización (II en el cuadro 6.7) y la subjetividad del PP salvadoreño como un ejemplo del proceso de subjetivización (I en el cuadro 6.7). Cuadro 6.7 Proceso pragmático-discursivo: (inter-)subjetivización del PP en español: relevancia en el presente → subjetivización → evidencial (basado en Traugott 1989, 1995, 2003, 2010; Langacker 1990, 1991, 211 ss, 242 ss; Bybee et al. 1994, 95ss; Traugott y Dasher 2002, 89 ss; Detges 2006; de Acosta 2011) PROCESO Pragmático-discursivo I → Subjetivización II → Intersubjetivización
a
→ Perspectiva del hablante A) → Realidad conocida por el hablante B) → Realidad no conocida por el hablante
Hernández 2013; b este estudio; c Dumont 2013.
FUNCIÓN
VARIEDAD
→ Subjetividad
Salvadoreñaa
→ Evidencial: experiencia vivida → Evidencial: reportativo
Andino-Perúb AndinoEcuadorc
200 Anna María Escobar y Claudia Crespo del Rio Si bien la trayectoria del PP evidencial no se ha reportado (hasta ahora) en otras variedades del español, el análisis de factores lingüísticos y el examen narrativo que presentamos en este trabajo señalan que la gramaticalización del PP andino es favorecida por un conjunto de factores que expresan la subjetividad, primero, y luego un reforzamiento de relevancia discursiva que toma en cuenta la interacción entre el hablante y su interlocutor. Este proceso está documentado en las lenguas del mundo y se hace más claro con un análisis que parte de un estudio de la subjetividad y del proceso de subjetivización, como hemos empezado a desa rrollar aquí. Sin embargo, ¿qué significa decir que hay distintos caminos evolutivos del PP en español? ¿Cómo tienen lugar estas trayectorias? ¿Lleva la trayectoria andina finalmente a la función perfectiva del PP también? Estas preguntas no están respondidas aquí ni en los estudios citados. Sin embargo, es una dirección que necesitan tomar los estudios sobre el PP en español y sobre el PP evidencial en las diferentes variedades andinas. Otra pregunta que no hemos respondido aquí es el papel que cumple el sistema evidencial (Cerrón Palomino 1987; Faller 2002; Haan 2013) y la expresión de eventos (Molina Vital 2018) de las lenguas andinas en la gramaticalización del PP evidencial andino. Estos son temas por explorar. Mientras tanto, los resultados presentados aquí señalan nuevos caminos por seguir en los estudios andinos y los procesos tempo-aspectual y pragmático-discursivo propuestos para el español plantean un reto por investigar en los estudios hispánicos.
Notas * University of Illinois at Urbana-Champaign. ** Pontificia Universidad Católica del Perú. 1 Harris (1982, 61) considera que la evolución del PP y el pretérito representa un solo fenómeno cuya oposición se basa en la relevancia en el presente. 2 Basado en Bybee et al. 1994. 3 El equipo del proyecto CLoTILdE-2015, dirigido por la primera autora, incluye a las dos autoras y (en orden alfabético) a Jorge Acurio, Luis Andrade, Piero Costa, Jorge Iván Pérez Silva, Paloma Pinillos, Giovanna Raico y Miguel Rodríguez Mondoñedo. 4 Las comparaciones hechas aquí con los estudios citados, sobre el PP de otros dialectos de español, son posibles en tanto comparamos nuestros resultados con los resultados que se asignan al PP en esos datos y no incluye los resultados comparativos con el pretérito. 5 Nótese en (13e) que “de eso se sanó” es resultado de “lo botamos al río al cuy”. “Se ha curado así”, en cambio, es un resumen posterior del proceso que representan el “botar al cuy” y “el sanarse”. Howe & Schwenter (2003) señalan que, para el caso del español peruano, el PP no aparece en la narración con eventos que hacen referencia a situaciones secuenciales. Sin embargo, encontramos ejemplos del PP en eventos secuenciales en nuestros datos, así como también los encuentra Jara Yupanqui (2013, 2017) en sus datos de Lima. 6 Recordemos que la ‘presencia’, en el mundo de los vivos, de los seres queridos muertos es importante en muchas culturas, incluyendo la hispana y la andina. 7 Dependiendo del enunciado, los valores expuestos arriba para determinar el grado de “relevancia del presente” variarán entre 0 y 7. A continuación se presenta un enunciado con PP con un valor total de 5. (a) he tenido la oportunidad de . . . estar con ese tipo de de personas de estos niveles altos (Lim 15) [Primera persona:] 1 + [hablante-sujeto:] 2 + [Aktionsart durativo:] 1 + [tiempo presente:] 0 + [referencia temporal indeterminada:] 1 = [valor total] 5
La gramaticalización de la subjetividad 201 8 Estos verbos caen dentro de los verbos de experiencia (Ag2) que vimos en la sección 4.4. 9 Para poder comparar cuantitativamente los resultados del PP con esta función en el presente estudio y en el de Hernández, se calculan los porcentajes del total numérico en cada estudio.
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7 Clíticos de objeto en castellano andino Precisando la influencia del quechua Luis Andrade Ciudad* y Jorge Iván Pérez Silva* A Rocío Caravedo
1 Introducción La reificación de las lenguas es una falacia en la que se suele caer desde el sentido común. Se piensa que palabras como castellano, inglés o quechua hacen refe rencia a entidades bien delimitadas. La experiencia habitual de las personas de conocer una o más lenguas, así como la existencia de libros como los diccionarios (más raramente las gramáticas), las convencen de la existencia de “algo” estable que puede ser aprendido, utilizado o registrado. Normalmente, además, la idea es que la lengua es una sola úsela quien la use. Los lingüistas, en cambio, estamos advertidos, casi desde el inicio de nuestra formación, del carácter abstracto de la noción de lengua. La realidad concreta es el hablante individual. Su posibilidad de interacción verbal con otros (la “inteligibilidad mutua”) permite trazar ciertos límites lingüísticos que rápidamente se tornan borrosos cuando pensamos en casos como el portugués y el gallego, el serbio y el croata, el danés y el noruego o el yaminahua y el sharanahua. Más aún, sabemos de la naturaleza histórica, cambiante, de las lenguas, que las lleva siempre a diversificarse en un mosaico de dialectos, variedades o modalidades. Sin embargo, podemos observar la misma falacia de reificación en algunos acercamientos efectuados por los especialistas con respecto a este último tipo de nociones, las variedades o dialectos. El reconocimiento de que la lengua es un diasistema, como dijera Weinreich (1954), los lleva a afirmar que las lenguas no son homogéneas, pero están constituidas por entidades que sí lo son: las variedades lingüísticas (diacrónicas, diatópicas, diastráticas y diafásicas). Nada más lejos de la verdad. Las variedades son tan abstractas como las lenguas; son aproximaciones, conceptos que intentan delimitar conjuntos de prácticas lingüísticas realizadas por individuos. Así es la noción de castellano andino que asumimos en este trabajo. La varie dad estudiada está relativamente delimitada – si cabe el verbo – geográfica e históricamente, no lingüísticamente; esto quiere decir que los datos que examinamos a continuación provienen de hablantes que viven en la zona andina, tomada en un sentido amplio, y que tienen una herencia sociocultural determinada, y no de hablantes que comparten un sistema homogéneo, interiorizado y
Clíticos de objeto en castellano andino 207 utilizado de manera idéntica por ellos. Esto último está incluso más alejado de la realidad andina que de otras áreas lingüísticas por el hecho de ser el castellano andino una variedad de contacto, en la que “los fenómenos [. . .], normalmente considerados propios de los bilingües, se dan también entre los monolingües, incluso entre los que no tienen ningún contacto con quechuahablantes, de modo que se puede asegurar que no constituyen rasgos privativos de los bilingües ni tampoco de los no bilingües en las zonas andinas de bilingüismo extendido” (Caravedo 1996–1997, 551).1 En este trabajo nos proponemos examinar cinco usos de los clíticos de objeto que, a nuestro modo de ver, caracterizan centralmente al castellano andino, y precisar cuáles de dichos usos son resultado de la influencia del quechua en la formación histórica de esta variedad y, para aquellos que sí lo son, de qué manera. La bibliografía sobre los clíticos en castellano andino peruano ha privilegiado las variedades surcentrales (Ayacucho, principalmente) y sureñas (Cuzco y Puno, principalmente) (véase el cap. 5). Por ello, nuestros datos privilegian las hablas de estas regiones con el fin de evitar generalizaciones inadecuadas. Hemos complementado esta información con ejemplos registrados por nosotros mismos en nuestras propias experiencias de campo, cuyos detalles precisaremos según sea pertinente. Por razones de coherencia analítica, hemos intentado restringir nuestros ejemplos a las zonas mencionadas anteriormente, aunque, como se verá, algunos ejemplos aislados pero importantes provienen de otras variedades como la ecuatoriana (Montaluisa 2018), la del noroeste argentino (Nardi 1976–1977) y la de Chota, Cajamarca (Valdez 2002).2 En la sección 2.1, describimos el uso invariable de un clítico, principalmente lo (pero también le), que se emplea sin distinción de género, número o caso. En la sección 2.2 abordamos el uso de lo invariable con funciones no pronominales: expresar aspecto, meta, beneficio y cortesía. En la sección 2.3, presentamos el fenómeno conocido como “doblado de clítico” y mostramos que su principal característica en el castellano andino es su uso irrestricto, esto es, el hecho de que coaparezca independientemente de las propiedades de la frase objeto. La sección 2.4 estudia las construcciones que, aun sin presentar clítico, permiten establecer la referencia con un tópico introducido previamente, lo que también se ha llamado “ausencia” u “omisión del clítico”. En la sección 2.5, se trata del uso simultáneo de proclítico y enclítico en las perífrasis verbales (Te voy (a) pegarte), fenómeno que proponemos nombrar, de manera más simple, como uso de doble clítico. La sección 3 ofrece nuestra explicación del papel que ha jugado la gramática del quechua en la génesis de estos usos. Entendemos que el castellano andino es una variedad de contacto y, en esa medida, los rasgos que lo caracterizan han sido producidos por hablantes bilingües a través del paso de las generaciones. La bibliografía de contacto lingüístico suele explicar este tipo de fenómenos como “interferencias” (De Granda 2001; Weinreich 1974) o resultados del “aprendizaje imperfecto” de la lengua meta (Thomason y Kaufman 1988; Thomason 2001) o de una “adquisición incompleta” (Klee y Lynch 2009, 136), términos que
208 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva podrían tener connotaciones negativas respecto a las capacidades de los hablantes. Nosotros preferimos resaltar la agencia de los hablantes bilingües y describir los rasgos de las variedades de contacto como producto de la experimentación creativa efectuada históricamente por ellos y ellas. Como ha destacado Caravedo (1996–1997), muchas de las características del castellano andino han surgido en las prácticas comunicativas de los bilingües para luego estabilizarse y pasar a formar parte de los repertorios lingüísticos de los monolingües. Siguiendo esta línea, creemos importante determinar en qué casos existe una influencia concreta (directa o indirecta) de la gramática quechua en la génesis de estos rasgos, y en qué casos, aun tratándose de fenómenos de contacto, los usos se pueden explicar, más bien, por la experimentación creativa del bilin güe con elementos de la lengua meta, no derivados de la gramática de su idioma materno. Así, argumentaremos que el uso invariable de un clítico, típicamente lo (pero también le) es un caso de influencia indirecta de la gramática quechua, en el sentido de que es producto, principalmente, de la inexistencia de género gramatical y de la lógica más laxa del número en ella. En cambio, entendemos como resultados de una influencia directa el uso no pronominal de lo invariable para expresar aspecto, meta, beneficio y cortesía, así como la referencia sin clítico al tópico introducido previamente. Estos dos últimos usos se derivan de sendos rasgos de la gramática quechua, a saber, la presencia de sufijos que portan estos significados y la inexistencia de una marca de objeto de tercera persona en el sistema gramatical quechua. La influencia directa es entendida como la adaptación de rasgos de la gramática quechua por parte del hablante bilingüe al utilizar el castellano; el hablante se apoya en estos rasgos que le son familiares para su performance en castellano; en este sentido, es cercana a los conceptos de copia (Escudero 2005; Johanson 2008), transferencia (Odlin 1989; Schwartz y Sprouse 1996) e imposición (Winford 2003; Van Coetsem 1988), utilizados en la literatura sobre adquisición de segundas lenguas y contacto lingüístico. En cambio, entendemos que, en el caso del uso invariable del clítico, la influencia de la gramática quechua es indirecta porque al bilingüe solo le son familiares algunos de los rasgos que caracterizan el sistema de clíticos (como la referencialidad o la persona) pero desconoce otros (como el género) o en su lengua de base los rasgos tienen una lógica más laxa (como el número) y, al no encontrar ese apoyo, su performance es más errática. Así, la experimentación del bilingüe con el sistema de clíticos del castellano se ha visto moldeada por la gramática de su propia lengua en un sentido más específico en el caso de la influencia directa y en un sentido más general en el de la influencia indirecta. Por último, proponemos que el uso irrestricto del “doblado de clítico” (¿Lo sancochaste las papas?) y el uso de doble clítico (Te voy (a) pegarte) también surgen de la experimentación del bilingüe, pero solo con elementos del castellano y, así, no resultan de una influencia ni directa ni indirecta de algún rasgo o característica general de la gramática quechua.
Clíticos de objeto en castellano andino 209
2 Los usos de los clíticos de objeto característicos del castellano andino Los usos que analizamos a continuación constituyen una selección efectuada por nosotros a partir de las descripciones presentes en la literatura sobre clíticos de objeto en esta variedad. Proponemos que los siguientes cinco usos son los más característicos del castellano andino, tomando en cuenta la frecuencia con que los autores los mencionan en distintos trabajos académicos publicados desde la década de 1970, período en que se inicia el estudio sistemático de esta variedad (Cutts 1973; A. Escobar 1978). Hemos descartado de nuestro examen las nuevas funciones descritas para el pronombre se en el castellano andino – función benefactiva, afectiva o emotiva, causativa y habitual –, dado que se relacionan con el sujeto, y no con el objeto (Muntendam 2005; Pozzi-Escot 1981; Solís 1988; Zavala 1999).3 Por razones de espacio y ausencia de datos, tampoco nos detendremos en la valoración social de estos usos.4 En las siguientes subsecciones describimos y ejemplificamos cada uno de estos usos, para después, en la sección 3, detenernos en su relación con el quechua. 2.1 Uso invariable de un solo clítico El castellano andino se caracteriza por utilizar un solo clítico de objeto de tercera persona, típicamente lo (pero también le), correspondiente a frases nominales con función de objeto. En comparación con el sistema etimológico (también llamado “diferenciador” o “hiperdiferenciador”), las únicas dos propiedades gramaticales del clítico invariable del castellano andino son la de objeto, en oposición a los pronombres de sujeto (él, ella, ellos, ellas), y la de tercera persona, en oposición a los clíticos de objeto de primera y segunda (me, te, nos). El clítico invariable no se caracteriza gramaticalmente por presentar género (ni masculino ni femenino) o número (ni singular ni plural) porque no presenta oposición con respecto a estos rasgos, a diferencia de lo que ocurre en el sistema etimológico, en el que sí se encuentra oposición de género en los objetos directos (lo versus la) y de número en los objetos directos (lo/a versus lo/as) e indirectos (le versus les). Asimismo, a diferencia del sistema etimológico, que distingue caso acusativo (lo/a) de dativo (le), el castellano andino presenta un clítico invariable tanto para objetos directos como para indirectos. Este uso invariable del clítico, en el caso de lo, ha recibido distintas denominaciones en la bibliografía, entre las cuales encontramos “lo neutro” (Soto 1978), “lo generalizado” (Zdrojewski y Sánchez 2014), “lo invariante” (Mayer 2017), “lo polivalente” (Zavala 1999), “loísmo” (Caravedo 1992, 1996– 1997; Valdez 2002), “archimorfema” (Klee y Caravedo 2006; Klee y Lynch 2009) y “neutralización” (Escobar 2000; Klee y Caravedo 2006). A continuación ofrecemos algunos ejemplos: (1) Ejemplos de uso invariable de lo a. lo correspondiente a objeto directo masculino singular “Lo matamos al cuye . . .” (Caravedo 1996–1997, 561)
210 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva b. lo correspondiente a objeto directo masculino plural “No lo vi a sus hermanitos” (Pozzi-Escot 1981, 12) c. lo correspondiente a objeto directo femenino singular “Fui a ver la carretera. Ya lo habían arreglado . . .” (Pozzi Escot 1975, 325) d. lo correspondiente a objeto directo femenino plural “Allí lo tengo varias plantas” (Lozano 1975, 303) e. lo correspondiente a objeto indirecto masculino singular “Lo rogó a su papá para salir” (Zavala 1996, 38) f. lo correspondiente a objeto indirecto masculino plural “¿Qué querían hacerlo con esta clase de represión [a ellos]?” (Godenzzi 1986, 195–196) g. lo correspondiente a objeto indirecto femenino singular “Lo hablo . . . a veces a mi sobrina lo hablo” (Caravedo 1996–1997, 561) lo correspondiente a objeto directo inespecífico h. Lo ha buscado a alguien para que lo ayude (Luján 1987, cit. por Zdrojewski y Sánchez 2014). lo correspondiente a objeto directo indeterminado i. Se lo llevó una caja (Luján 1987 cit. por Zdrojewski y Sánchez 2014). lo correspondiente a objeto directo sin determinante j. Se lo llevó caramelos (Luján 1987 cit. por Zdrojewski y Sánchez 2014). Como se puede observar, en (1a) el clítico lo se usa en correspondencia con la frase nominal masculina singular “(e)l cuye” y en (1b), con la frase nominal masculina plural “sus hermanitos” (véase la sección 2.3 sobre el uso simultáneo del clítico y la frase nominal objeto). En (1c), el clítico lo se usa en correspondencia con la frase nominal femenina singular “la carretera” y en (1d) aparece simultáneamente con la frase nominal femenina plural “varias plantas”. Todos estos ejemplos presentan clíticos y frases en función de objeto directo, mientras que los ejemplos (1e-1g) muestran el clítico lo en correspondencia con objetos indirectos (no hemos encontrado un ejemplo de lo correspondiente a objeto indirecto femenino plural). En (1e) el clítico lo aparece simultáneamente con el objeto indirecto masculino singular “mi papá”. En (1f) el clítico lo corresponde a una tercera persona plural presupuesta.5 En (1g) el clítico lo aparece en correspondencia con el objeto indirecto femenino singular “mi sobrina”. Además de por sus propiedades gramaticales, el clítico también es invariable en castellano andino por sus propiedades semánticas. En efecto, en esta variedad se encuentran usos del clítico invariable en correspondencia con frases nominales animadas o inanimadas, definidas o indefinidas, específicas o inespecíficas. En cuanto al rasgo de animicidad, los ejemplos (1a, b, e, f, g) presentan objetos animados y los ejemplos (1c, d), objetos inanimados. Nótese que, con respecto a este rasgo semántico, el uso de los clíticos en castellano andino no es distinto del que presentan otras variedades. Con respecto a la definitud, todos los ejemplos (1a-1g) son definidos, excepto (1d), que es indefinido. Finalmente, en relación con la especificidad, en el ejemplo (1h) encontramos el uso del clítico invariable lo correspondiente al objeto directo inespecífico “alguien”. Los ejemplos (1i, j)
Clíticos de objeto en castellano andino 211 muestran el clítico invariable lo en correspondencia con objetos directos específicos pero indeterminados; de hecho, el último ejemplo presenta un objeto sin determinante. La particularidad del castellano andino con respecto a otras variedades se encuentra en la posibilidad de usar el clítico en correspondencia con objetos indeterminados e inespecíficos. Ahora bien, también es frecuente en el castellano andino el uso invariable de le, como muestran los ejemplos de (2). (2) Ejemplos de uso invariable de le a. le correspondiente a objeto directo masculino singular “el cuy . . . varias veces traigo. . . le comen ellos” (Caravedo 1996–1997, 562) b. le correspondiente a objeto directo masculino plural “le bendice la virgen a todos los fieles. . .” (Caravedo 1996–1997, 562) c. le correspondiente a objeto directo femenino singular “Mi mamá me dijo que yo también me levantara para ayudarle en la cocina” (Pozzi-Escot 1981, 9) d. le correspondiente a objeto directo femenino plural “Las menestras . . . tenemos que hacer remojarle” (Caravedo 1996, 162) e. le correspondiente a objeto indirecto masculino singular “Va una chica a confesarse con el cura y le dice pues que había hecho el acto sexual”6 f. le correspondiente a objeto indirecto masculino plural “Y después en allá le daban unos escritos, testimonios a ellos” (Godenzzi 2009, 60–61; citado por Kalt 2012, 167) g. le correspondiente a objeto indirecto femenino singular “A mi hija, ¿por qué le están haciéndole eso?”7 h. le correspondiente a objeto indirecto femenino plural “(A mis hermanas) le daban duro y le pegaban” (Caravedo 1996–1997, 565) Los ejemplos de (2) muestran cómo el clítico le puede corresponder de manera invariable a objetos directos e indirectos con distintos rasgos gramaticales y semánticos. En (2a) el clítico corresponde a la frase nominal masculina singular “el cuy” entendida de manera no específica. En (2b) el clítico corresponde al objeto directo masculino plural “todos los fieles” y en (2c) a un objeto directo femenino singular que tiene como antecedente a la frase nominal “mi mamá”. (2d) presenta al clítico invariable le en correspondencia con el objeto directo femenino plural “las menestras”. Los ejemplos (2e-h) presentan el uso del clítico invariable le en correspondencia con objetos indirectos de ambos géneros y ambos números. Cabe señalar que el sistema etimológico de clíticos no distingue femenino de masculino en los objetos indirectos y que en el castellano general del Perú, así como en muchas otras variedades del idioma, es frecuente el uso del clítico le en correspondencia con objetos indirectos plurales.8 Nosotros preferimos no designar estos fenómenos del castellano andino como loísmo o leísmo, como se ha hecho en ocasiones en la literatura, debido a que estos
212 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva términos, usuales en la dialectología del español, se utilizan típicamente para aludir a sistemas en los que se encuentra una variación del sistema etimológico solamente con respecto a la marcación de caso, pero no con respecto a otras propiedades gramaticales. Así, algunas variedades de español peninsular son caracterizadas como loístas, porque utilizan el clítico lo(s) en correspondencia con objetos indirectos: “Cuando criaba conejos, los tenía en jaulas y los echaba pienso compuesto”, o como leístas porque utilizan el clítico le(s) en correspondencia con objetos directos: “Al niño le llevaron al hospital y le hicieron una radiografía” (los ejemplos son de Fernández-Ordóñez 2001, 404). En contraste, a diferencia de las variedades loístas o leístas, el castellano andino, como hemos visto, se caracteriza por usar un solo clítico invariable (típicamente lo o le) en correspondencia con los objetos independientemente de sus rasgos gramaticales o semánticos.9 Pensamos que esta propiedad del castellano andino lo diferencia claramente de las otras variedades aludidas, las cuales presentan distinciones sistemáticas en el paradigma de clíticos que el castellano andino no tiene.10 El uso de un clítico invariable refleja, según Caravedo (1996–1997), una situación de variación lingüística funcional en la que han sobrevivido históricamente las formas etimológicas (en parte, por acción de la educación formal), pero que se utilizan como manifestación de un sistema que, en general, solo distingue objeto (en oposición a sujeto) y tercera persona (en oposición a las demás). La autora sostiene que se trata de “una fase de variación desorganizada donde se entrecruzan los restos del sistema diferenciador con la pérdida de las diferenciaciones” (Caravedo 1996–1997, 566).11 Por esta razón, Caravedo reconoce que, si bien el castellano andino privilegia el uso de los clíticos lo y le, esta variedad también presenta una utilización asistemática de las formas femeninas o plurales de los clíticos. A continuación algunos ejemplos: (3) Ejemplos de uso invariable de otros clíticos a. la correspondiente a objeto directo masculino singular “a veces uno no la conoce bien a un hombre cómo es” (Valdez 2002, 47) b. los correspondiente a objeto indirecto masculino plural “Él los dio las instrucciones [a ellos]” (Lozano 1975, 298) c. les correspondiente a objeto indirecto femenino singular “iba avisarles a mi mamá” (Caravedo 1996–1997, 565) Más aún, muchos hablantes de castellano andino alternan en un solo enunciado clíticos distintos, lo que muestra claramente “la pérdida de las distinciones”, como apunta Caravedo (1996–1997, 565). Los siguientes ejemplos ilustran este fenómeno: (4) Ejemplos de alternancia de clíticos a. le en alternancia con lo y la “Trigo le botan así nomás, por encima del terreno lo botan así nomás, ni usan animales pero la botas trigo” (Caravedo 1996–1997, 565)
Clíticos de objeto en castellano andino 213
b. la en alternancia con lo “Bueno la tejen (las sillas) . . . este . . . con unas . . . parece . . . unas pancas, no sé no me acuerdo su nombre, con eso lo tejen . . .” (Caravedo 1996–1997, 565)
Como muestran los ejemplos de (3) y (4), al castellano andino no le es ajena la utilización de todos los clíticos del sistema etimológico, pero, como resulta evidente, no se usan en esta variedad de la misma manera que en las variedades que utilizan el mencionado sistema. En el sistema etimológico, los clíticos pueden analizarse morfológicamente como conformados por tres morfemas – persona + género/caso + número –, correspondientes a las distinciones gramaticales que posee. En cambio, la forma variable y asistemática con que se utilizan los clíticos en el castellano andino sugiere que en su sistema no están activos los rasgos de género, número y caso.12 Son, en palabras de Caravedo, “residuos de un sistema en disolución que el hablante utiliza en mera alternancia con los demás usos, despojado ya del valor funcional primigenio” (Caravedo 1997, 155).13 En el presente artículo, adoptamos el enfoque de Caravedo (1996–1997, 1997) para explicar este complejo sector de la gramática del castellano andino. Ahora bien, aunque encontramos una diversidad de formas invariables, el clítico predominante en el castellano andino es lo, seguido de le, como lo muestran los datos de Caravedo (1996–1997). En su corpus, de 1048 formas, 582 (55,53%) son lo, mientras que 420 (40,07%) son le (y 46 o 4,38% son la). Zdrojewski y Sánchez coinciden con esta apreciación: a su modo de ver, las distinciones de género y número “se pierden en castellano andino en favor de una forma invariable lo”, aunque “en algunas variedades de castellano andino la forma que emerge no es lo sino le”, y también reconocen que “estas dos formas pueden coexistir en el habla de algunos hablantes” (Zdrojewski y Sánchez 2014, 163, traducción nuestra). Mayer también defiende el predominio de lo. Aunque también reconoce el uso de le, para esta autora, los hablantes de castellano andino muestran “una prefe rencia por lo invariante con frases determinantes femeninas al margen del número y el género” (Mayer 2017, 184, traducción nuestra). Zavala (1996, 1999) subraya el predominio del “lo polivalente” correspondiente a objetos directos e indirectos sin distinción de género ni número (1999), aunque sostiene que “[d]e manera no sistemática, [ha] comprobado que algunos informantes, tanto del campo como de la ciudad, utilizaron la forma le para reemplazar a un objeto directo, sobre todo, en el contexto semántico de objetos animados” (Zavala 1996, 36–37). En su artículo más abarcador sobre los rasgos del castellano andino (Zavala 1999), la presencia de le es pasada por alto frente a la importancia de los otros fenómenos característicos del sistema de clíticos. Asimismo, resulta interesante notar que también en el origen del castellano andino el clítico invariable predominante posiblemente fue lo. Esto se desprende del análisis que ofrece Cerrón-Palomino de la Relación escrita por Francisco Tito Yupanqui en el siglo XVI. De acuerdo con Cerrón-Palomino, “en todos los casos se advierte la neutralización de las formas pronominales del castellano modélico (le/les, para el indirecto; lo/los y la/las, para el directo) en una sola:
214 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva lo, indistintamente del tipo de objeto, así como del género ([me hichora] me lo sacaron in el sacristía ‘[mi hechura (mi obra)] me lo sacaron en la sacristía’) y del número (anduvimos merándolo los Eclesias ‘anduvimos mirándolo las Eclesias’) de la FN pronominalizada” (Cerrón Palomino 2003, 156). Por otro lado, al analizar la adquisición de los clíticos en una pequeña muestra de hablantes bilingües de Cuzco, Klee (1989, 404) encuentra que, en general, lo es el primer clítico del sistema castellano en ser adquirido por los quechuahablantes: este es el único clítico de tercera persona que utiliza la hablante bilingüe que muestra el menor dominio de castellano entre sus colaboradores. Finalmente, otro hecho que apunta fuertemente al predominio de lo sobre le como forma invariable del sistema de clíticos en el castellano andino es la extensión de lo, y no de le, para codificar distintos significados no pronominales (como veremos en 2.2). En resumen, hay un conjunto de argumentos, tanto sincrónicos como diacrónicos, que invitan a quitarle protagonismo a la presencia de le en el caste llano andino peruano y a postular lo como el clítico invariable predominante. En ocasiones, el argumento para privilegiar la presencia de le sobre lo invariable en el castellano andino ha sido la consideración de una supuesta direccionalidad en la evolución general del castellano. Así, se ha tomado a algunas zonas andinas como puntas de lanza en esta solución diacrónica; por ejemplo, la sierra de Ecuador, donde le invariable predomina o tiene mayor prestigio (Palacios Alcaine 2005, 370), y Chota, Cajamarca (Valdez 2002, 91, 127, 136). También Caravedo (1996–1997, 554) parece inclinarse hacia el futuro predominio de le como una solución más acorde con las “tendencias históricas del español”, porque en sus datos el “leísmo”, entendido como el uso de le para el objeto directo, predomina sobre el “loísmo”, entendido como el uso de lo para el objeto indirecto, con una elevada proporción de 34,04% sobre 5,84%. Nosotros no compartimos la idea de que existan tendencias generales en los idiomas hacia las que se dirijan en el tiempo las distintas variedades. Pensamos que es la dinámica sociolingüística de cada comunidad de hablantes la que determina la suerte de los elementos gramaticales, de modo que no existen direccionalidades únicas entre las distintas variedades de un diasistema. De hecho, los datos de variación que presenta Caravedo (1996–1997) difícilmente permiten predecir una evolución histórica hacia el predominio de le, como vere mos a continuación. El porcentaje de leísmo que reporta Caravedo (como hemos visto, 34,04%) corres ponde al número de casos en que le es usado como objeto directo con respecto al total de usos del clítico le – 143 de 420 – y el porcentaje de loísmo (como hemos visto, 5,84%) corresponde al número de casos de lo usado como objeto indirecto con respecto al total de usos del clítico lo – 34 de 582 – (también se consigna un 6,5% de laísmo, correspondiente a 3 casos de 46). Pero estos datos no muestran, en nuestra opinión, las elecciones que realizan los hablantes para marcar los objetos directos e indirectos. Si examinamos la forma en que se codifican estas relaciones gramaticales mediante clíticos, encontramos que los objetos directos se marcan 74,25% de las veces con lo y solo 19,48% con le (también 6,26% con la), mientras que los objetos indirectos se marcan 88,21% de las veces con le y
Clíticos de objeto en castellano andino 215 10,82% con lo (y 0,95% con la). Como se ve, la diferencia entre leísmo y loísmo no es tan alta como afirma Caravedo: 19,48% frente a 10,82% (y no 34,04% frente a 5,84%).14 Pero esto no es lo central: el punto que queremos enfatizar es que estas cifras no permiten predecir de modo alguno qué clítico desplazará al otro en el futuro, si acaso alguno llegara a hacerlo, porque la variación no equivale al cambio. Lo máximo que estos datos nos permiten afirmar es el predominio sincrónico de lo con respecto a le en la variedad de castellano andino estudiada, porque, como hemos visto, en el conjunto de clíticos de este corpus, 55,53% son lo, mientras que 40,07% son le. 2.2 Usos no pronominales del clítico invariable lo El castellano andino se distingue notoriamente de otras variedades por el uso invariable del clítico lo con funciones no pronominales, específicamente, para expresar aspecto, meta, beneficio y cortesía. Cerrón-Palomino (2003, 157–158) ofrece ejemplos de oraciones en que el clítico lo aparece con verbos copulativos, ecuativos o de movimiento para mostrar que no “parece[n] responder a ningún proceso de pronominalización”. Este autor señala que los usos no pronominales de lo ya aparecen en textos escritos en castellano andino del siglo XVI y XVII, como lo muestran los siguientes ejemplos pertenecientes a Francisco Tito Yupanqui y Joan de Santa Cruz Pachacuti, en los que se utiliza lo con usos verbales que no admiten objeto: (5) Ejemplos de usos no pronominales del clítico invariable lo a. “Lo topamos con on maestro” (Cerrón-Palomino 2003, 170) ‘Nos topamos de pronto con un maestro’ b. “Dicho Tunupa, a la despedida, lo han llegado” (Cerrón-Palomino 2003, 157, nota 24)15 ‘Dicho Tunupa, a la despedida, ha llegado’16 Para ilustrar el uso del clítico invariable lo con valor aspectual, Cerrón-Palomino ofrece los ejemplos del castellano del valle del Mantaro que aparecen en (6a-c), los cuales presentan verbos intransitivos tanto inacusativos como inergativos. De acuerdo con Cerrón-Palomino (2003, 158), este uso del clítico sirve para presentar el evento como un “proceso realizado en forma rápida, total y definitiva, como si un estado previo de contención encontrara su liberación”. Calvo (2008, 198), por su parte, sostiene que el clítico lo expresa “aspectualidad acabada” y ofrece como ilustración el ejemplo (6d). (6) Ejemplos de uso invariable de lo para expresar aspecto a. “Lo durmió” (Cerrón-Palomino 2003, 195–196, nota 2) b. “Lo iré” (Cerrón-Palomino 2003, 195–196, nota 2) c. “Lo rió” (Cerrón-Palomino 2003, 158) d. “Todo lo muere” (Calvo 2008, 199)
216 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva El ejemplo (6a) es glosado por Cerrón-Palomino (2003, 195–196, nota 2) como ‘acabó de dormir’ y el ejemplo (6b) como ‘iré ahora mismo’. El significado aspectual que expresa el clítico lo en el primer ejemplo permite entender que el evento ya ha culminado y su contribución semántica en el segundo enfatiza la inminencia de la realización del evento. Aunque el autor no lo hace explícito, podemos suponer que el ejemplo (6c) describe una risa “explosiva”, que se libera de pronto. Por otra parte, según Calvo (2008, 199), el valor de lo con verbos intransitivos es el de “acción acabada”, lo que, en el caso específico del ejemplo (6d), se manifiesta como la realización de un evento de forma definitiva. Ahora bien, el ejemplo (5d) permite vincular el significado aspectual de lo con el de meta. Si bien Cerrón-Palomino ofrece este ejemplo para ilustrar el significado aspectual, el verbo llegar implica semánticamente una meta del movimiento y cabe pensar que el clítico, de algún modo, la está codificando (Palacios Alcaine 1998, 123). Algo semejante ocurre con los ejemplos (7a, b), en los que el clítico lo acompaña verbos de movimiento, pero en los que la meta del movimiento sí está explícita: Sicaya y Bolivia, respectivamente. (7) Ejemplos de uso invariable de lo para expresar meta a. “Al un mes y cinco días todavía lo hemos llegado a Sicaya” (A. M. Escobar 2000, 85) b. “Casi lo he entrado a Bolivia pero no lo he entrado” (Godenzzi 1986, 196) Así pues, el uso invariable del clítico lo con verbos de movimiento se presta a dos tipos de análisis. En el primero, la función del clítico es expresar un sig nificado aspectual, de compleción del movimiento. En el segundo, el clítico corresponde al complemento verbal que explicita la meta del movimiento. Hay que notar que en este análisis, el clítico sí sería pronominal, pero en una función que no encontramos en otras variedades de castellano.17 El tercer uso no pronominal del clítico invariable lo del castellano andino indica que el evento descrito por la oración beneficia a alguno de los participantes. Los siguientes ejemplos muestran este uso: (8) Ejemplos de uso invariable de lo para expresar beneficio a. “Ana me lo barre mi casa” (Kalt 2012, 177) b. “¿Quieres que te lo teja una honda?” (Cusihuamán 1976, 215; citado por Calvo 1996–1997, 525) En estos ejemplos, la acción de barrer y la de tejer tienen como beneficiarios al hablante y al oyente, respectivamente, lo que está codificado por los clíticos me y te. En esto el castellano andino coincide con otras variedades (Ana me barre la casa y ¿Quieres que te teja una honda?). En lo que difiere claramente es en la aparición del clítico invariable lo, que refuerza la expresión del beneficio.
Clíticos de objeto en castellano andino 217 Si bien la presencia del clítico podría explicarse simplemente como un caso de coaparición con el objeto directo (fenómeno que exponemos en la siguiente sección), sin ninguna contribución semántica, lo cierto es que la bibliografía sobre el tema sí le atribuye el significado de beneficio al clítico (por ejemplo, Calvo 1996–1997; Cerrón-Palomino 2003).18 Así, Nardi (1976–1977, 148; citado por Cerrón-Palomino 2003, 158) sostiene que en este tipo de construcciones el clítico invariable lo expresa que “la acción no es en beneficio del actor” sino de otro participante. En (8a), como se puede observar, el beneficio de la acción de barrer no recae sobre la agente Ana, sino sobre el hablante. De manera similar, en (8b), el beneficio de la acción de tejer no redunda en el hablante, que es el agente de la acción, sino en el oyente. Nardi (1976–1977, 148) ofrece, entre otros, los siguientes ejemplos del castellano andino del noroeste argentino para ilustrar el uso del clítico lo con valor de beneficio: (9) Ejemplos de uso invariable de lo para expresar beneficio a. “Atajámelo la yegua” (Nardi 1976–1977, 148) b. “Me lo querían abrir la puerta” (Nardi 1976–1977, 148) Ahora bien, ejemplos como (9a), en los que se solicita la realización de una acción por parte del oyente en beneficio del hablante, permiten que la secuencia de clíticos me lo se cargue de un matiz de cortesía, como han observado Godenzzi (2009) y Kalt (2012). Otros ejemplos de este fenómeno son los siguientes: (10) Ejemplos de la combinación me lo para expresar cortesía a. “Tocámelo la chacarera” (Nardi 1976–1977, 148) b. “Escríbamelo una carta” (Nardi 1976–1977, 148) c. “Dímelo [a ella] que me llame” (Godenzzi 2009, 67–70; citado por Kalt 2012, 176) Como se puede observar, los ejemplos (10a-c) presentan verbos en imperativo con la secuencia clítica me lo invariable. El acto de habla de solicitud, como en el castellano general, está expresado por el modo verbal, pero la expresión de cortesía corre por cuenta de la secuencia me lo, lo que constituye una característica propia del castellano andino.19 En la literatura, este último uso se ha descrito, además del noroeste argentino, para Puno (Godenzzi 2009) y para Potosí, Bolivia (Kalt 2012). Por nuestro trabajo de campo, sabemos que el fenómeno es productivo también en Ayacucho y Cuzco. 2.3 Uso irrestricto del clítico y la frase objeto en la misma oración La coaparición del clítico y su objeto correspondiente en la misma oración – conocida como “duplicación” o “doblado del clítico” (clitic doubling) – es un fenómeno característico de distintas variedades del castellano.20 La particularidad que muestra este fenómeno en el castellano andino es que no se encuentra restringido por los
218 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva mismos condicionamientos que los hablantes aplican en otras variedades; de ahí que lo caractericemos como uso irrestricto del clítico y la frase objeto en la misma oración. Entre las restricciones que rigen la coaparición del clítico y la frase objeto en otras variedades, se encuentran (a) el carácter no pronominal del objeto, (b) su posición con respecto al verbo, (c) su función gramatical o (d) sus rasgos semánticopragmáticos (especificidad, determinación o animicidad). A continuación, presentamos ejemplos de los tipos de coaparición del clítico y la frase objeto que sí están permitidos en variedades no andinas y posteriormente ofrecemos ejemplos del castellano andino que muestran la coaparición irrestricta del clítico y la frase objeto. Los ejemplos de (11) muestran que en distintas variedades de castellano un pronombre personal tónico que aparezca como objeto debe ir acompañado de su clítico correspondiente, sea preverbal o posverbal. (11) Ejemplos de uso simultáneo de clítico y objeto directo pronominal a. Me golpeó a mí. b. Te saluda a ti. c. La vi a ella/usted. d. Lo encontré a él/usted. e. Nos denunciaste a nosotras. f. Os llamé a vosotros. e. Las convocaré a ellas/ustedes. g. Los despidió a ellos/ustedes. Si el objeto no es pronominal, existen algunas condiciones para la coaparición del clítico y la frase objeto. Una de ellas es la posición de esta con respecto al verbo: en muchas variedades de castellano no andino, cuando la frase objeto se antepone al verbo (en posición de tópico), debe aparecer un clítico correspon diente, como muestran los siguientes ejemplos: (12) Ejemplos de uso simultáneo de clítico y objeto antepuesto al verbo a. A los gatos les encanta el atún (*A los gatos encanta el atún). b. A mi hermana le ha llegado una invitación para la ceremonia (*A mi hermana ha llegado una invitación para la ceremonia). c. El pomo lo dejé sobre la mesa (*El pomo dejé sobre la mesa). d. A María la han asaltado saliendo de la universidad (*A María han asaltado saliendo de la universidad). También hay casos en variedades no andinas de uso simultáneo del clítico y la frase objeto cuando esta aparece pospuesta al verbo. El uso más extendido es el de la coaparición del clítico con una frase pospuesta en función de objeto indirecto, fenómeno ilustrado por los siguientes ejemplos adaptados de Patriau (2007, 3): (13) Ejemplos de uso simultáneo de clítico y objeto indirecto a. Roberto le envió un libro a Luisa. b. Roberto le puso vino al risotto.
Clíticos de objeto en castellano andino 219 c. Polly les preparó comida a los invitados. d. El mecánico les sacó las tuercas a las llantas. Si bien estos ejemplos muestran concordancia de número entre el clítico y el objeto al que corresponden, en variedades no andinas de castellano está muy extendido el uso del clítico invariable le, de modo que también se encuentran en ellas oraciones como Polly le preparó comida a los invitados y El mecánico le sacó las tuercas a las llantas (véase la nota 8 sobre este tema). Mucho más restringido está en el castellano general el uso simultáneo del clítico con frases posverbales en función de objeto directo. Entre las variedades en que este fenómeno se encuentra extendido, se cuentan las de Buenos Aires, Lima y Santiago de Chile. Sin embargo, no cualquier tipo de frase puede coaparecer con su clítico: ello depende de sus rasgos semántico-pragmáticos. Si bien el fenómeno es bastante más complejo de lo que presentamos aquí, podemos decir que la coaparición del clítico y la frase posverbal en función de objeto directo se ve favorecida cuando esta es específica, determinada o animada (Jaeggli 1986; Silva Corvalán 1980; Suñer 1988; Zdrojewski y Sánchez 2014). Así, por ejemplo, existe una diferencia en el grado de aceptabilidad de las siguientes dos oraciones en el castellano de Lima, de modo que la primera, que incluye un objeto directo con el rasgo animado, es más aceptada que la segunda (lo que no significa que esta no pueda también encontrarse): (14) Ejemplos de uso simultáneo de clítico y objeto directo animado a. La encontré a Susana en la esquina. b. La encontré la escoba en la esquina. De hecho, el siguiente subtítulo de un diario limeño, escrito por un periodista de clase media alta, en escritura formal, muestra lo extendido que está este fenómeno al margen del estilo o registro, el estrato social o la procedencia regional: (15) “¿Keiko lo habrá grabado al presidente Martín Vizcarra?” (Augusto Álvarez Rodrich. “Casas de citas”, Claro y Directo, 30 de agosto de 2018. https:// larepublica.pe/politica/1308026-casas-citas) Habiendo revisado brevemente las restricciones que rigen el uso simultáneo del clítico y la frase objeto en variedades no andinas del castellano, pasamos a examinar cómo ocurre este fenómeno en la variedad que nos ocupa. Como ya adelantamos, la característica más saltante es la coaparición irrestricta del clítico y la frase objeto. De esta manera, además de los casos atestiguados en otras variedades, encontramos en el castellano andino la presencia de clíticos acompañando simultáneamente a frases (a) no pronominales, (b) en posición posverbal, (c) en función de objeto directo y (d) sin restricciones semántico-pragmáticas. Debemos señalar, además, que el clítico que aparece es, la gran mayoría de veces, invaria ble, de acuerdo con lo visto en la sección 2.1. A continuación, ofrecemos algunos ejemplos que muestran el fenómeno (algunos de ellos también aparecen en la sección 2.1).
220 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva (14) Ejemplos de uso simultáneo de clítico y objeto directo pospuesto a. Con objeto determinado y animado “Todos le queremos a nuestro profesor” (Pozzi Escot 1975, 328) b. Con objeto indeterminado e inanimado “Mi mamá me lo compró dos trusas” (Pozzi Escot 1975, 325) Con objeto directo inespecífico c. Lo ha buscado a alguien para que lo ayude (Luján 1987, cit. por Zdrojewski y Sánchez 2014). Con objeto directo sin determinante d. Se lo llevó caramelos (Luján 1987, cit. por Zdrojewski y Sánchez 2014). El fenómeno del uso irrestricto del clítico y la frase objeto en la misma oración se integra perfectamente a la propuesta de variación lingüística de Caravedo (1996–1997), según la cual los clíticos en castellano andino han perdido las dife renciaciones presentes en otras variedades salvo las de tercera persona y función de objeto. Yendo un paso más allá, la presencia de los clíticos junto al objeto permite suponer que estos se encuentran en el proceso de volverse marcas de concordancia de objeto, semejantes a las que presenta el verbo para el sujeto (Franco 1993; Givón 1979; Rini 1990). De hecho, este proceso de gramaticalización no es exclusivo de la variedad de castellano que nos ocupa. Nótese que el hecho de que los clíticos funcionen como marcas de concordancia no excluye que también tengan una función pronominal. Si bien gramaticalmente ya no podrían ser considerados pronombres plenos (como sus contrapartes tónicas), semánticamente conservan su valor referencial, en el sentido de que su presencia es suficiente para remitir a un referente, como también ocurre con las marcas de concordancia de sujeto. Asimismo, su función gramatical tampoco impide que su aparición simultánea con la frase objeto adquiera diferentes valores pragmáticos, como sugieren Caravedo (1996–1977), A. M. Escobar (2000), Godenzzi (1986), Mayer (2017) y Valdez (2002), entre otros. 2.4 Referencia sin clítico a un tópico introducido previamente En castellano andino, a diferencia de lo que ocurre en otras variedades de castellano, el tópico introducido en una cláusula anterior o en la misma cláusula no requiere ser retomado o recuperado con un clítico de objeto. Reconocemos que este fenómeno no es, stricto sensu, un caso de “uso del clítico”, ya que, precisamente, este tipo de construcciones no presenta clíticos. Sin embargo, en la bibliografía es tratado junto con los otros fenómenos del castellano andino relacionados con estas partículas gramaticales, debido a que, cuando se lo compara con otras variedades, salta a la vista que estas presentan clíticos justamente en el contexto en que la variedad que nos ocupa no lo hace. Por esta razón, en la bibliografía se lo conoce como “ausencia” u “omisión de clítico” (p. ej., Klee y Lynch 2009, 140–142).
Clíticos de objeto en castellano andino 221 La referencia sin clítico a un tópico introducido previamente puede darse tanto cuando el tópico ha sido presentado en una cláusula anterior como cuando aparece en la misma cláusula. Los siguientes ejemplos ilustran ambos casos; los ejemplos en (a) presentan los textos reales de castellano andino y los ejemplos en (b), textos que podrían corresponder a ellos en otras variedades en las que los clíticos son obligatorios en estos contextos. (15) Ejemplo de tópico introducido en una cláusula anterior a. Castellano andino “ – ¿Traes la mercadería del Cuzco? – No, acá mismo saco” (A. M. Escobar 2000, 150) b. Castellano no andino “ – ¿Traes la mercadería del Cuzco? – No, de acá mismo la saco” (16) Ejemplos de tópico introducido en la misma cláusula a. Castellano andino “A Juan he pegado fuerte” (Lozano 1975, 298) b. Castellano no andino “A Juan le he pegado fuerte” En el ejemplo (15a), observamos la introducción de un tópico mediante la frase “la mercadería” presente en una pregunta. En la respuesta, se predica de la mercadería que es sacada por el hablante de cierto lugar, pero en la cláusula no hay clítico, a diferencia de lo que muestra (15b), donde aparece la, que retoma el tópico. Los ejemplos de (16) muestran una situación similar: en ambos ejemplos vemos una oración con objeto prepuesto (topicalizado o dislocado a la izquierda), pero mientras que (16a), la oración del castellano andino, no presenta clítico, (16b), la oración equivalente en otras variedades, presenta el clítico le, que recupera el tópico. Nótese que en otras variedades no andinas de castellano no siempre es obligatoria la presencia de un clítico de objeto para evidenciar la continuidad de la referencia al tópico. Así ocurre, por ejemplo, en el castellano de Lima cuando el tópico es no específico o no contable, como muestran, respectivamente, los ejemplos (17a, b): (17) Ejemplos de referencia al tópico sin clítico en castellano no andino a. He buscado un lápiz por toda la casa y te juro que no encuentro. b. Limonada venden allá. Una manifestación interesante del fenómeno andino de la referencia sin clítico al tópico introducido previamente es la presencia del clítico se correspondiente a un objeto indirecto sin estar seguido de un clítico de objeto directo. Los siguientes ejemplos lo muestran:
222 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva (18) Ejemplos de tópico introducido en una cláusula anterior a. Castellano andino “El director pide estas llaves. Mándase con el mensajero” (Lozano 1975, 300) a’. Castellano no andino El director pide estas llaves. Mándaselas con el mensajero. b. Castellano andino “Un tal Pedro de Vergara vivía a costa de los cañaris [. . .] y pretendió usarlos en su proyectado viaje de conquista de los territorios amazónicos [. . .], ante lo cual intervino el Cabildo de Quito para impedirse” (Montaluisa 2018, 248) b’. Castellano no andino Un tal Pedro de Vergara vivía a costa de los cañaris y pretendió usarlos en su proyectado viaje de conquista de los territorios amazónicos, ante lo cual intervino el Cabildo de Quito para impedirselo. Como se sabe, otras variedades del castellano no admiten la secuencia de clíticos *le la(s), *le lo(s) y, en su lugar, utilizan la secuencia se la(s), se lo(s), como muestran los ejemplos (18a’, b’). La posibilidad del castellano andino de retomar el tópico sin un clítico de objeto directo permite la llamativa estructura que observamos en (18a, b), que, por la presencia del clítico se (en lugar de le), parecería sugerir que ha sido construida tomando en cuenta una suerte de clítico de objeto directo “nulo”. Una descripción alternativa es afirmar que, en realidad, no hay un elemento lingüístico luego del clítico se; de hecho, esta es la forma en que hemos descrito los otros ejemplos de esta sección. Argumentar a favor de una u otra opción requeriría un análisis empírico y teórico que va más allá del objetivo del presente capítulo. 2.5 Uso de doble clítico Otra característica de los clíticos del castellano andino es la utilización repetida del mismo clítico antes (proclítico) y después (enclítico) de una perífrasis verbal (también llamada “reduplicación de pronombre” por A. M. Escobar 2000, 89 o “redundancia” por Valdez 2002, 47). Mientras que otras variedades de castellano admiten en estas posiciones la presencia alternativa de un solo clítico, el castellano andino permite su presencia simultánea. Esto se ilustra en los siguientes ejemplos: (19) Ejemplos de uso simultáneo de proclítico y enclítico a. Castellano andino “Te vamos a apoyarte con las personas que no saben hablar quechua”21 a’. Castellano no andino Vamos a apoyarte con las personas que no saben hablar quechua. a’’. Castellano no andino Te vamos a apoyar con las personas que no saben hablar quechua.
Clíticos de objeto en castellano andino 223 b. Castellano andino “A mi pelo me voy peinarme” (A. M. Escobar 2000, 89) b’. Castellano no andino El pelo me voy a peinar b’’ Castellano no andino El pelo voy a peinarme c. Castellano andino “La voy a consultarla con mi prima” (A. M. Escobar 2000, 89) c’. Castellano no andino Voy a consultarla con mi prima. c’’. Castellano no andino La voy a consultar con mi prima. d. Castellano andino “¿Ya lo va a cancelarlo?”22 d’. Castellano no andino ¿Ya va a cancelarlo? d’’. Castellano no andino ¿Ya lo va a cancelar? e. Castellano andino “A mi hija, ¿por qué le están haciéndole eso?”23 e’. Castellano no andino A mi hija, ¿por qué están haciéndole eso? e’’. Castellano no andino A mi hija, ¿por qué le están haciendo eso? Los ejemplos (19a, b, c, d, e) muestran, respectivamente, los clíticos te, me, la, lo, le, usados simultáneamente antes y después de una perífrasis verbal. Los otros ejemplos (19a’, a’’, b’, b’’, c’, c’’, d’, d’’, e’, e’’) muestran las versiones equivalentes en otras variedades de castellano en las que solo se acepta un clítico a la vez. Si bien en (19a) y (19b) resulta evidente que me y te solo pueden referir al hablante y al interlocutor, respectivamente, y en (19c) contamos con la descripción de A. M. Escobar (2000, 89) del ejemplo como una “reduplicación”, en los demás ejemplos nos hemos asegurado de que lo y le tienen el mismo referente, a saber, una cuenta por pagar en (19d) y la hija mencionada previamente en (19e). El uso simultáneo de proclítico y enclítico también se encuentra en otras variedades de castellano. Kany (1970, 160), por ejemplo, encuentra este fenómeno en “el habla coloquial o vulgar de algunas regiones” de Hispanoamérica y especifica que es frecuente en el castellano de Chile. Sostiene que se usa “por motivos de claridad, en ocasiones con fines cómicos, y frecuentemente para imprimir valor afectivo”. El castellano de algunos grupos afroperuanos también parece presentar esta construcción, como muestra el siguiente ejemplo de los años sesenta del valle de Chancay, en la costa norte limeña: (20) “Últimamente me comenzó a dolerme el brazo del mismo lado” (Matos Mar y Carbajal 1974, 132)24
224 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva Tal vez por ser un uso no muy frecuente en los corpus analizados en la literatura, así como por estar presente en variedades no andinas del castellano, este fenómeno no ha sido destacado como característico del castellano andino. Sin embargo, nosotros pensamos que, desde el punto de vista dialectológico, es un uso digno de resaltarse dada su ausencia en la mayoría de variedades estándares.
3 Precisando la influencia quechua La descripción sincrónica de los fenómenos que hemos expuesto puede ser complementada por una propuesta sobre su origen histórico. Dado que el castellano andino es una variedad construida en una situación sociocultural en la que entran en largo e intenso contacto histórico el castellano y el quechua (Cerrón-Palomino 2003; De Granda 2001, 2002; Rivarola 2000), pensamos que la influencia de esta lengua en su formación es indudable.25 El aprendizaje del castellano, impuesto a comunidades de quechuahablantes, tiene que haber estado mediado por los procesos naturales de adquisición de una segunda lengua, uno de los cuales – el más importante quizá – es la utilización de los recursos de la lengua materna cuando solo se cuenta con escasas herramientas de la lengua meta.26 Si bien en situaciones individuales y típicamente de instrucción formal, algunos aprendices pueden llegar a dominar una segunda lengua casi como un hablante nativo, esto no es lo que ocurre normalmente. Más bien, en situaciones de bilin güismo social, donde no hay un acceso rico a input de la lengua meta, lo que suele ocurrir es que los miembros de las comunidades muestren diferentes grados de dominio de la lengua meta y que los rasgos propios de la lengua materna sean utilizados con normalidad en razón de que son compartidos y entendidos por todos. Consideramos que esto es lo que ha ocurrido a lo largo de siglos en la formación histórica del castellano andino, por lo que la influencia del quechua se encuentra hasta el día de hoy tanto en quienes son bilingües como en quienes solo hablan el castellano andino como su lengua materna. Incluso en lugares donde en la actualidad ya no se habla el quechua, se utilizan variedades de castellano en las que se encuentran las huellas de la influencia de aquella lengua en esta, como han mostrado Valdez (2002) para Chota (Cajamarca, Perú) y De Granda (2001) para el noroeste argentino. Aunque no dudamos de la influencia del quechua en el castellano andino, lo que buscamos en esta sección es observar de una manera más fina de qué modo dicha influencia se evidencia en esta variedad de castellano. Más en concreto, proponemos explicaciones para la gestación de los cinco usos de los clíticos que hemos examinado en la sección anterior. En general, la forma más evidente de influencia de una lengua en otra es el uso de un elemento lingüístico de aquella al hablar esta. Ejemplos de este tipo de influencia son los préstamos léxicos – pañar ‘cosechar algodón’, cancha ‘terreno cercado’, yapa ‘añadidura’ en diversas variedades de castellano en el Perú – o la utilización de un morfema originario de una lengua mientras se habla la otra – el uso de -cha como diminutivo afectivo en hipocorísticos como Mariacha y Manuelcha en el castellano andino sureño y surcentral en el Perú –. Detrás de este tipo de influencia, se encuentra el uso cotidiano de
Clíticos de objeto en castellano andino 225 la lengua materna como un fino instrumento de representación y comunicación: el aprendiz, al no contar (aún) en su segunda lengua con las herramientas para realizar estas funciones, echa mano de aquellas que conoce y utiliza cotidianamente. Si su innovación resulta exitosa – lo que suele ocurrir en comunidades bilingües –, su uso puede extenderse y, finalmente, estabilizarse como parte de la variedad de contacto. Otro ejemplo de influencia de una lengua en otra, aunque un poco menos evidente, es la adaptación de un elemento de la lengua meta a una función propia de la lengua materna. Este tipo de fenómeno, conocido como calco (Escudero 2005; Johanson 2008) y como transferencia (Odlin 1989; Schwartz y Sprouse 1996) en la literatura sobre adquisición de segundas lenguas y contacto lingüístico, se puede ver en los usos de dice y dizque, estudiados por Babel (2009), De Granda (2001) y Andrade (2005, 2007), entre otros. Estas palabras del castellano calcan las funciones reportativas que tiene el sufijo evidencial quechua – s/ – si, lo que incluye, en el caso de dice, su uso como marcador discursivo en las narraciones tradicionales, de infancia temprana y de sueños. Otro tipo de influencia de una lengua en otra, menos obvia aún, es la utilización de una estructura de la lengua materna mientras se habla la lengua meta. Este es el caso de la construcción posesiva del castellano andino que presenta el orden poseedor + poseído, como en la frase De mí mi papá. En efecto, en quechua el orden de esta construcción sigue el mismo patrón: Huwan-pa wasi-n ‘la casa de Juan (lit. Juande casa-su)’. Nótese que la estructura del quechua no se utiliza de manera idéntica, sino que sufre una adaptación: en este caso particular, vemos que la estructura morfológica sufijante del quechua (los morfemas de caso y persona) es reemplazada por la estructura sintáctica del castellano (la preposición y el posesivo, respectivamente). Consideramos que los cinco usos de los clíticos examinados en la sección anterior son el resultado de la experimentación creativa de los hablantes durante la historia de la convivencia del quechua y el castellano. De estos, tres muestran en su origen la influencia del quechua en distintos grados y dos son el resultado de innovaciones operadas en su segunda lengua por los aprendices, pero sin influen cia de su lengua materna. En nuestra opinión, los usos no pronominales del clítico invariable y la referencia sin clítico a un tópico introducido previamente son resultado de la influencia directa de la gramática quechua. Por su parte, el uso invariable pronominal de un solo clítico también resulta de una influencia de la gramática quechua, pero de una manera indirecta. De otro lado, pensamos que el uso simultáneo irrestricto del clítico y la frase objeto en la misma oración, así como el uso del doble clítico, son fenómenos del castellano andino que no evidencian influencia del quechua. La bibliografía suele utilizar términos como “aprendizaje imperfecto” (Thomason y Kaufman 1988, 38) o “simplificación” (Klee 1996, 75; Klee y Lynch 2009, 138) para explicar fenómenos como los que aquí examinamos, y creemos que no son conceptos inadecuados en la medida en que describan de manera objetiva, por ejemplo, el uso de un sistema con un menor número de distinciones gramaticales, y no sugieran ninguna limitación cognitiva por parte de los aprendices. Sin embargo, a fin de evitar estas potenciales connotaciones, preferimos una
226 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva formulación que pone el foco en las capacidades de los hablantes y que representa el proceso de aprendizaje de una segunda lengua como una actividad productiva: en tal sentido, inspirados en Zavala (1999, 50), utilizamos la frase nominal experi mentación creativa para nombrar los mismos procesos. Por experimentación creativa entendemos la diversidad de fenómenos de adaptación de elementos de la lengua meta sobre la base de la gramática de la lengua materna y de procesos cognitivos de adquisición, realizados por los aprendices para satisfacer sus necesidades comunicativas en un contexto social de bilingüismo extendido. Los resultados de estos procesos se suelen consolidar a través de las generaciones y, por ello, se siguen usando a pesar de que la situación de bilingüismo haya concluido. 3.1 Usos derivados de la influencia del quechua Presentamos a continuación los resultados de la experimentación creativa realizada por los hablantes bilingües quechua-castellano que se derivan directa o indirectamente de la gramática quechua. Los casos de influencia directa resultan de la incorporación, por parte de los hablantes bilingües, de un elemento formal de la lengua de base a la segunda lengua o de la atribución de un rasgo de la lengua de base a la lengua meta (como la necesidad de marcar evidencialidad, por ejemplo). Los casos de influencia indirecta se derivan de la performance de los hablantes bilingües basada en un subsistema gramatical de su lengua de base parcialmente coincidente con uno de la lengua meta; la coincidencia es parcial porque, crucialmente, la lengua de base carece de algunas propiedades presentes en la lengua meta. Así, pues, una influencia de este tipo deviene de las características estructurales de la primera lengua, sin constituir un caso de calco o transferencia de un rasgo presente en la gramática de esta. Dado que la influencia indirecta tiene como base la ausencia de una propiedad en la primera lengua, se manifiesta como casos de pérdida de distinciones o simplificación de paradigmas de la lengua meta. 3.1.1 Usos no pronominales del clítico invariable lo como influencias directas del quechua En línea con la literatura, consideramos que los usos no pronominales del clítico invariable lo en castellano andino deben explicarse como producto de la influen cia directa del quechua. Con respecto al uso del clítico con valor aspectual, Cerrón-Palomino (2003, 158–160) sostiene que puede deberse al calco de dos sufijos quechuas: -rqu, que “significa que la acción del verbo debe ser ejecutada rápida y repentinamente” (Middendorf [1890] 1970, cap. X, 169, 188; citado por Cerrón-Palomino 2003, 159), y -pu, “que expresa una acción repentina o inesperada (wañu-pu- ‘morirse rápidamente, de una vez’)” (Cerrón-Palomino 2003, 159). De acuerdo con este autor, el clítico lo “habría podido henchirse del mismo significado a partir de formas diferentes” y apoya su propuesta en el hecho de que lo sucedido con esta partícula “no sería el único caso en el que una forma castellana deviene insuflada de una carga semántica quechua o aimara” (CerrónPalomino 2003, 159–160). Calvo (2008, 198–199) coincide con atribuir el origen de este uso al sufijo quechua – pu.27
Clíticos de objeto en castellano andino 227 Azucena Palacios (1998) ha estudiado este uso con ejemplos de la Relación de Santa Cruz Pachacuti y los ha comparado con casos de español medieval en que los clíticos le y les aparecen usados con verbos intransitivos como salir, fallecer y entrar. A partir de estos ejemplos, la autora aboga por una explicación multicausal, en virtud de la cual sería la convergencia entre la mayor flexibilidad pronominal del español antiguo y las necesidades comunicativas de los hablantes bilingües la que cobraría protagonismo. Si bien tenemos que reconocer, con Palacios (1998, 142), “que la pronominalización en castellano antiguo se regía por parámetros menos restrictivos de los empleados en el español actual”, el hecho de que todos sus ejemplos de español medieval sean con le, les y las, y no con lo, nos inhibe de adoptar su propuesta.28 Ciertamente, se podría pensar que los posibles usos antiguos del clítico le con verbos intransitivos fueron transformados en el castellano andino a lo por el predominio creciente de esta forma, como vimos en 2.1. Sin embargo, habría que documentar y elaborar esta intuición. En lo que respecta al uso del clítico lo con valor de meta, A. M. Escobar (2000, 85) remite a Puente (1979), quien lo relaciona con los sufijos quechuas -ta, -man y -kama, “que involucran una significación adicional de direccio nalidad”. Aunque con una explicación multicausal, Palacios (1998) apunta hacia los mismos sufijos. Zdrojewski y Sánchez (2014, 169–170), por su parte, también consideran que se trata de un caso de influencia del quechua y vinculan el clítico invariable lo en su interpretación de meta con el sufijo quechua -ta, que, según estos autores, puede marcar diferentes constituyentes internos de la frase de “verbo pequeño” (vP-internal constituents), no solo objetos directos, sino adverbios y constituyentes direccionales, como el que muestra la oración quechua que aparece en (21).29 (21) Tarata-ta ri-saq Tarata-AC ir-FUT.1.S “Iré a Tarata”. De este modo, el uso del clítico lo correspondiente a objetos directos se extiende fácilmente al de complementos de meta a partir de la marcación idéntica que ambos presentan en quechua gracias al sufijo -ta. El tercer uso no pronominal del clítico invariable lo, el que sirve para expresar el valor semántico de beneficio, también se deriva directamente del quechua y nuevamente a través del calco del sufijo -pu. Esto es lo que sostiene Calvo (1996– 1997) basado en el hecho de que distintos autores traducen al castellano andino oraciones quechuas que incluyen el sufijo -pu mediante el clítico invariable lo. Más aún, este autor cita a Cusihuamán (1976, 215–216), quien ofrece como uno de los sentidos propios de este sufijo quechua el de beneficio. De hecho, nuestro ejemplo (8b) es la traducción que Cusihuamán (1976, 215) ofrece de la siguiente oración quechua: (22) Warak’a-ta awa-ra-pu-sqa-yki-taq-chu honda-AC tejer-ASP-BEN-FUT-l>2-CONT-INT “¿Quieres que te lo teja una honda?”.
228 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva Similar estrategia sigue Kalt (2012), quien ofrece traducciones al castellano andino de las siguientes oraciones quechuas: (23) Ana maki-n-ta maylla-pu-ø-n Ana mano-3POS-AC lavar-BEN-3O-3SUJ “Ana se lo lava las manos”. (24) Ana maki-y-ta maylla-pu-wa-n Ana mano-1POS-AC lavar-BEN-1O-3SUJ “Ana me lo lava mi mano”. (25) Ana wasi-y-ta picha-pu-wa-n Ana casa-1POS-AC barrer-BEN-1O-3SUJ “Ana me lo barre mi casa”. Siguiendo a Godenzzi (2009), Kalt (2012, 176) sostiene que “el morfema -pu por sí solo o en combinación con el morfema -wa hace surgir interesantes grupos de clíticos en el uso del bilingüe, entre ellos el modal cortés”.30 De acuerdo con su propuesta, “el hablante de castellano andino reconfigura la categoría verbal benefactiva” del quechua y la expresa como “me lo, te lo, se lo variando el primer miembro del grupo clítico de acuerdo a la identidad del beneficiario” (Kalt 2012, 176). La autora concluye, finalmente, que la “expresión me lo también tiene un significado modal cortés en castellano andino” (Kalt 2012, 176). Así, pues, el último de los usos no pronominales del clítico invariable lo también se deriva de la influencia directa del quechua. Este argumento debería profundizarse desde un punto de vista dialectal, porque el uso cortés de la secuencia me lo se documenta en Cuzco, Puno, Are quipa, Ayacucho y sus regiones aledañas, Bolivia y el noroeste argentino. En cambio, dicho uso no ha sido documentado desde el Valle del Mantaro hacia el norte. Cerrón-Palomino afirma, con mucha precisión, que en el quechua del Valle del Mantaro -pu no está vigente con el significado aspectual que tiene en el sur, pero sí funciona justamente como un benefactivo y malefactivo (CerrónPalomino 2003 [1992], 159, 1976, 196–198), tal como en el sur. Sin embargo, la secuencia modal cortés del castellano andino solo se ha registrado en las regiones sureñas. He aquí un punto para dilucidar con más datos de campo en la investigación futura. 3.1.2 La referencia sin clítico a un tópico introducido previamente como una influencia directa Consideramos que este fenómeno también debe explicarse como un caso de influencia directa de la gramática quechua. Sin embargo, a diferencia de los usos no pronominales del clítico invariable lo, en los que un morfema segmental del castellano es utilizado para expresar significados propios del quechua, las construcciones en que se hace referencia a un tópico introducido previamente sin utilizar un clítico se basan en que el quechua carece de un morfema segmental para marcar la concordancia de tercera persona objeto. Esto quiere decir que lo que se
Clíticos de objeto en castellano andino 229 transfiere de una lengua a otra es la ausencia de marcación de la concordancia de objeto de la tercera persona o, alternativamente, la marcación de este tipo de concordancia mediante un morfema “nulo”. Así, pues, lo que sostenemos es que el quechua presenta un sistema de concor dancia de objeto semejante al que constatamos en castellano andino y que es precisamente este el que le sirve de base al aprendiz para la construcción del sistema de su lengua meta. Para sustentar nuestra propuesta, presentamos a continuación, de manera sintética, las principales marcas del sistema de concordancia de objeto del quechua sureño. En el cuadro siguiente observamos que, en las tres variedades presentadas, corres pondientes al grupo Quechua II o Yúngay en la terminología de Torero (2002), existen marcas explícitas (e idénticas) para la primera persona objeto y para la segunda persona objeto, mas no para la tercera persona objeto. Planteamos que es esta característica del quechua la que se ha trasladado a la marcación de personas Tabla 7.1 Marcas de objeto de las tres primeras personas en tres variedades sureñas del quechua Quechua ayacuchano (Soto 1976)
Quechua cuzqueño (Cusihuamán 1976)
Quechua boliviano, variedad de Potosí (Plaza 1987)
Primera persona objeto Con segunda -wa persona sujeto Ejemplo: uyariwanki ‘tú me escuchas’ Con tercera -wa persona sujeto Ejemplo: uyariwan ‘él me escucha’
-wa Ejemplo: quwanki ‘tú me das’ -wa Ejemplo: quwan ‘él me da’
-wa Ejemplo: tapuwanki ‘tú me preguntas’ -wa Ejemplo: tapuwan ‘él me pregunta’
Segunda persona objeto Con primera -yki persona sujeto Ejemplo: qawayki ‘yo te veo’ Con tercera -sunki persona sujeto Ejemplo: qawasunki ‘él te ve’
-yki Ejemplo: quyki ‘yo te doy’ -sunki Ejemplo: qusunki ‘él te da’
-yki Ejemplo: tapuyki ‘yo te pregunto’ -sunki Ejemplo: tapusunki ‘él te pregunta’
-ø o sin marca Ejemplo: quni ‘yo le, les doy’ (cf. = quni ‘yo doy’)
-ø o sin marca Ejemplo: rikuni ‘yo lo, la, los, las veo’ (cf. = rikuni ‘yo veo’)
-ø o sin marca Ejemplo: qunki ‘tú le, les das’ (cf. = qunki ‘tú das’)
-ø o sin marca Ejemplo: rikunki ‘tú lo, la, los, las ves’ (cf. = rikunki ‘tú ves’)
Tercera persona objeto Con primera -ø o sin marca persona sujeto Ejemplo: qawani ‘yo lo, la, los, las veo’ (cf. = qawani ‘yo veo’) Con segunda persona sujeto
-ø o sin marca Ejemplo: qawanki ‘tú lo, la, los, las ves’ (cf. = qawanki ‘tú ves’)
230 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva objeto en las oraciones objeto-verbo del castellano andino, donde tenemos, como en las demás variedades del idioma, A mí me ves, A mí me ve Juan, A ti te veo y A ti te ve Juan, pero, a diferencia de la mayoría de variedades no andinas, también la posibilidad de construir A Juan veo y A Juan ves, junto con A Juan lo veo y A Juan lo ves.31 Antes de finalizar esta sección, es necesario decir algo sobre una característica de los fenómenos del castellano andino examinados que puede resultar sorprendente. Por un lado, encontramos construcciones en las que se puede hacer referencia sin clítico a un tópico introducido previamente y, por otro, encontramos construcciones en las que el clítico aparece simultáneamente con una frase objeto. En la sección 3.2.2 intentaremos aclarar esta aparente paradoja. 3.1.3 El origen del uso invariable de un clítico Pensamos que el uso invariable de un solo clítico en castellano andino también es producto de la influencia de la gramática del quechua, pero de manera indirecta. No podría ser resultado de una influencia directa del quechua, en tanto que, como acabamos de ver, en esta lengua no existe un elemento lingüístico, equivalente al clítico, que marque concordancia de tercera persona objeto. Podemos aproximarnos a la manera indirecta en que la gramática del quechua influye en la gene ración del uso invariable del clítico si intentamos entender cómo los aprendices del castellano como segunda lengua se apropian del sistema de concordancia de objeto de esta lengua. Como muestra Klee (1989, 404), la adquisición de los clíticos de primera y segunda persona ocurre incluso en bilingües con un dominio incipiente de castellano. Esto puede entenderse porque el quechua es una lengua que también presenta, a su manera (tabla 7.1), marcas de concordancia de objeto equivalentes a estos clíticos. En cambio, en los niveles iniciales de adquisición solo se domina un clítico invariable de tercera persona objeto (lo en la colaboradora cuya habla reporta Klee). Así, mientras que los clíticos de primera y segunda persona objeto, que son menos y encuentran elementos correspondientes en la lengua materna, se aprenden de manera más eficiente, los clíticos de tercera persona, que son muchos y morfológicamente complejos (por marcar género, número y caso), y que, además, no tienen elementos correspondientes en la lengua materna, no llegan a dominarse con la misma rapidez y en la misma medida.32 En ese sentido, el uso de un clítico invariable de tercera persona objeto tiene su origen en una influencia indirecta del quechua, pues deviene, en cierta medida, de las características estructurales de esta lengua, pero no constituye un caso de transferencia de un rasgo presente en la gramática quechua. Este es un caso paradigmático que la bibliografía clásica sobre contacto lingüístico describiría como “aprendizaje imperfecto” (Thomason y Kaufman 1988, 38) o “simplificación” (Klee 1996, 75; Klee y Lynch 2009, 138) y que nosotros preferimos remitir a los procesos de experimentación creativa por parte de los hablantes bilingües. En este caso en particular, los hablantes habrían experimentado con
Clíticos de objeto en castellano andino 231 el sistema de clíticos del castellano guiados por una propiedad de su gramática de base, a saber, la ausencia de género gramatical y el carácter más laxo del número gramatical. Entendemos que es esto lo que está en el origen del uso invariable de un clítico en castellano andino. 3.2 Usos no derivados de la influencia del quechua Como ha mostrado Germán de Granda (2001), en una situación de contacto histórico intenso como el del quechua y el castellano, es muy difícil ser tajante al afirmar que determinado uso no se deriva de la influencia de una lengua en contacto con otra, debido, entre otras razones, a que siempre es arduo descartar la causalidad múltiple (Malkiel 1967) en la generación de un uso lingüístico. También lo es debido a que existen cambios que tienen que ver no con la transformación de una estructura o la adopción de un rasgo de la lengua de base sino con la frecuencia (mayor o menor) en el empleo de un elemento. De cualquier modo, nos parece útil distinguir de los anteriores casos aquellos usos para los que no se podría argumentar de manera convincente que tengan origen en un rasgo específico o en una característica general de la lengua de base y postularlos como posibles usos no derivados de la influencia del quechua. Los criterios que resultan más útiles para identificar este último tipo de usos son (1) la posibilidad de explicarlos como resultado de procesos gene rales de aprendizaje de una segunda lengua y (2) la existencia de estructuras o rasgos idénticos en otras variedades regionales o diacrónicas del diasistema en cuestión. 3.2.1 El origen del uso de doble clítico Consideramos que este fenómeno no se origina por influencia de la gramática quechua, sino que es producto de la experimentación creativa de los aprendices con elementos de la lengua meta. Como sabemos, las distintas variedades de castellano permiten colocar los clíticos antes o después de las perífrasis verbales. No es extraño, pues, que, ante estas dos posibilidades, los aprendices experimenten con una tercera, a saber, colocarlos simultáneamente como proclíticos y enclíticos. Como suele suceder en las lenguas, la utilización de formas diferentes suele generar significados diferentes. Esto es lo que parece haber sucedido con el uso simultáneo de dos clíticos en oposición al uso de uno solo: A. M. Escobar (2000, 90) sostiene que este uso en el castellano andino cumple la función pragmática de enfatizar lo enunciado.33 El hecho de que en otras variedades de castellano también se utilice esta estructura para expresar significados de índole pragmática, como vimos en la sección 2.5, fortalece la propuesta de que la presencia de este fenómeno en el castellano andino no tiene su origen en la influencia del quechua. Este es, pues, un caso de no influencia del quechua en el castellano andino que podemos explicar a partir de la existencia del mismo uso en otras variedades del castellano.
232 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva 3.2.2 El origen del uso simultáneo irrestricto del clítico y la frase objeto Al igual que respecto al uso de doble clítico, pensamos que el uso simultáneo irrestricto del clítico y la frase objeto en la misma oración no tiene su origen en la influencia de la gramática quechua. Sin embargo, esta afirmación requiere de algunas precisiones. Lozano (1975, 303), quien estudia el castellano de Ayacucho, sostiene que el fenómeno que analizamos en esta sección, al que llama “doble objeto directo” y “objeto directo redundante”, es construido por los hablantes “por analogía con la redundancia de los pronombres de objeto indirecto en castellano estándar” y que esto se ve “reforzado por la fusión de los pronombres de objeto directo e indirecto en el castellano [de Ayacucho]”. Pensamos que Lozano acierta en sostener que la coaparición del clítico y la frase en función de objeto directo tiene como modelo lo que ocurre con los objetos indirectos. Es más, como vimos en la sección 2.3, las oraciones con objeto indirecto no son las únicas en las que aparecen simultáneamente un clítico y una frase objeto en diferentes variedades del castellano: esto también ocurre obligatoriamente con objetos directos cuando son pronominales y se ve favorecido por objetos directos específicos o animados. Así, pues, los hablantes de castellano andino habrían creado un sistema en el que se ha genera lizado el uso de una frase objeto acompañada de su clítico correspondiente, que estaría funcionando como una marca de concordancia. Esto, como se ve, no sería producto de la influencia del quechua sino una generalización, proceso habitual en el aprendizaje de una segunda lengua. Ahora bien, el otro componente de la explicación de Lozano es que este fenómeno se ve reforzado por la indistinción de los pronombres de objeto directo e indirecto en el castellano andino, es decir, parte de lo que nosotros hemos llamado en la sección 2.1 “uso invariable de un solo clítico” y que sí consideramos resultado de la influencia del quechua, como vimos en la sección 3.1.1. ¿Es contradictorio sostener que el uso simultáneo de un clítico y una frase objeto no es producto de la influencia del quechua y que, sin embargo, este fenómeno se haya visto reforzado por un uso que sí ha surgido por influencia de esta lengua? No lo creemos así. Como hemos dicho, la generalización que conduce al uso simultáneo del clítico y la frase objeto encuentra suficiente motivación en construcciones que se registran en distintas variedades del castellano. Una de estas construcciones es la de objeto indirecto, pero no es necesario que ocurra la pérdida de distinción entre las marcas de concordancia de objeto directo e indirecto para que los hablantes puedan generalizar la coaparición. De hecho, eso es lo que ocurre en las variedades de Buenos Aires, Santiago y Lima, que conservan la distinción y presentan uso simultáneo de clítico y frase en función de objeto directo. Otra construcción que ha servido de base para la generalización es la que presenta objetos pronominales (Me vio a mí, Nos vio a nosotros) y, como resulta claro, no es necesario que se pierda la distinción entre pronombres y nombres para la generalización. De este
Clíticos de objeto en castellano andino 233 modo, podemos concluir que la existencia de la indistinción derivada del quechua no es una condición necesaria para el surgimiento de la coaparición irrestricta del clítico y la frase objeto, aunque ciertamente sí pueda constituir un elemento que la haya reforzado en el sentido de De Granda (2001). Un fenómeno muy interesante sobre el que ha llamado la atención Caravedo (1996) vincula dos de los usos del castellano andino que hemos examinado en este trabajo: el uso irrestricto del clítico y la frase objeto en la misma oración, y la referencia sin clítico a un tópico introducido previamente. De acuerdo con esta autora: parece existir una relación interna entre el orden de los constituyentes y la presencia u omisión del pronombre [. . .]. Tal inversión se expresa de la siguiente manera: cuando se realiza la construcción con el orden verbo-objeto, este último se marca dos veces con el pronombre y con el objeto léxico. En cambio, cuando la construcción presenta el orden objeto-verbo, se elide el pronombre (Caravedo 1996, 162–163). En efecto, siempre en medio de la variación que caracteriza a toda lengua y en especial a las variedades de contacto, hemos observado que el castellano andino se caracteriza por presentar oraciones en las que coaparecen un clítico y una frase objeto posverbal (Todos le queremos a nuestro profesor). Por otro lado, las oraciones en las que el objeto antecede al verbo en esta variedad son aquellas en las que los hablantes transfieren la marca “nula” o la ausencia de marca del sistema de concordancia de objeto del quechua (A Juan he pegado fuerte). Pérez Silva (1999, 281) propone una explicación de este fenómeno sobre la base del Principio de Transferencia, de acuerdo con el cual los aprendices transfieren rasgos con más confianza, en algún aspecto de la gramática, cuando encuentran similitudes entre su lengua materna y la lengua meta, pero se frenan de hacerlo cuando identifican diferencias. Al transferir un rasgo similar, también pueden transferir un rasgo que no lo sea pero que se halle muy asociado a aquel en la gramática de la lengua materna. Para el caso que nos ocupa, la marca “nula” o la ausencia de marca del sistema de concordancia de objeto se transfiere del quechua a la interlengua que dará forma al castellano andino junto con el orden objeto-verbo del quechua – de ahí que uno de los rasgos más característicos del castellano andino sea, precisamente, este (Ocampo y Klee 1995) –. Por ello, las oraciones que presentan el orden objeto-verbo tampoco presentan clítico. En cambio, al construir oraciones con el orden verbo-objeto – orden ajeno a su lengua – los aprendices no transfieren confiadamente las características de su lengua materna, sino que se abocan a aprender los rasgos de las nuevas estructuras que buscan dominar. En su intento por hacerlo, reconocen y aplican el orden de constituyentes verbo-objeto y empiezan a utilizar los clíticos de su nueva lengua, con la consiguiente generalización de la que ya hemos hablado.
234 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva
4 Discusión A lo largo de este capítulo, hemos intentado describir cada uso revisado en función de su lógica dentro de la gramática castellana de la que forma parte. Aunque somos conscientes de que las variedades son abstracciones a partir de las hablas individuales, nos parece preferible efectuar las inevitables generalizaciones y simplificaciones que exige el estudio dialectal prescindiendo de ideales dictados desde afuera por las variedades prestigiosas. Muchas veces hemos observado, por el contrario, que las denominaciones asignadas a los usos anteriormente descritos han surgido de una comparación constante con modelos procedentes del estándar limeño de los sectores letrados en función del cual dichos usos se han visto bien como carencias, bien como redundancias. No quisiéramos que nuestro esfuerzo por proponer renombrar los usos descritos se vea exclusivamente como una iniciativa terminológica. Pensamos que detrás de los nombres que usamos para describir los fenómenos muchas veces subyacen concepciones ideológicas sobre la lengua y sobre los usuarios. Aunque no nos ubicamos como personas inmunes a las influencias de este tipo, parte de nuestro trabajo ha consistido en repensar las descripciones habituales de los usos estudiados e identificar los supuestos de los que ellas han partido. Por ello, creemos necesario explicitar este esfuerzo en esta sección. Desde luego, somos conscientes de que las descripciones que ofrecemos seguramente podrán irse depurando aún más de interferencias ideológicas, que sin duda nos afectan a nosotros mismos, en acercamientos posteriores. De este modo, preferimos describir el uso presentado en la sección 2.1 como el uso invariable de lo o le antes que como “lo no concordante”, como una “simplificación” o, en opciones más discutibles, como “leísmo” o “loísmo”. Optamos por describir el uso desarrollado en la subsección 2.2 como un conjunto de usos no pronominales de lo invariable antes que como usos “pseudopronominales” o como “falsos pronombres”. Decidimos formular el uso presentado en la sección 2.3 como el uso irrestricto del clítico y la frase objeto coexistente en la misma oración, antes que como el “doblado de clítico”. También preferimos representar el uso ejemplificado en la subsección 2.4 como la referencia sin clítico al tópico introducido previamente, antes que como la “ausencia del clítico” y, finalmente, el uso expuesto en 2.5 como el uso de doble clítico y no como una “redundancia”. Desde un punto de vista histórico, hemos concluido que estamos, en los cinco casos revisados, ante cambios inducidos por contacto que resultan de la experimentación creativa realizada por generaciones de hablantes bilingües en quechua y castellano. Sin embargo, hemos requerido estudiar el origen de cada fenómeno de manera pormenorizada, a fin de evitar conclusiones demasiado generales. Así, mientras que el uso de un clítico invariable se explica como resultado de una influencia indirecta de la gramática quechua, sus usos no pronominales se entienden como el efecto de una influencia directa de la gramática quechua, tal como la referencia sin clítico al tópico introducido previamente. La coaparición irrestricta del clítico y la frase objeto y el uso de doble clítico no muestran influencia de la gramática quechua y resultan, más bien, de la experimentación creativa con
Clíticos de objeto en castellano andino 235 Tabla 7.3 Influencia del quechua en los cinco usos de clíticos de objeto analizados Usos
Influencia del quechua Directa
Uso de un clítico invariable Usos no pronominales Referencia sin clítico al tópico previo Coaparición irrestricta del clítico y la frase objeto Uso de doble clítico
X X
No influencia del quechua
Indirecta X
X X
los recursos gramaticales del castellano. Esquematizamos en la tabla 7.3 estas conclusiones. El concepto de experimentación creativa, inspirado en Zavala (1999, 50), permite poner el acento en la agencia histórica de los hablantes bilingües antes que en los déficits de aprendizaje, énfasis que podría inferirse de algunas denominaciones habituales en la teoría del contacto, tales como “aprendizaje imperfecto” (Thomason y Kaufman 1988, 38), “adquisición incompleta” (Klee y Lynch 2009, 136) y “simplificación” (Klee 1996, 75; Klee y Lynch 2009, 138). Desde un punto de vista histórico, hablar del resultado de una experimentación que ha sido heredada por las nuevas generaciones de hablantes y fijada por ellos en su gramática permite también evitar conceptos como el de fosilización, que suponen el traslado acrítico de nociones del aprendizaje de segundas lenguas al terreno más bien sociocultural del contacto lingüístico. Este estudio se ha basado principalmente en datos y ejemplos recopilados por la literatura previa sobre el uso de los clíticos en el castellano andino, así como en ejemplos extraídos de nuestro propio trabajo de campo. Como se sabe, el programa de estudio de esta variedad tiene sesgos regionales marcados que hemos preferido mantener en este acercamiento preliminar, siendo conscientes de los problemas que supone (ver el cap. 5). Ello nos ha permitido, sin embargo, acercarnos de manera más consistente a las gramáticas quechuas que han estado en contacto con el español en las regiones enfatizadas por los distintos estudios. Aproximaciones futuras deberán preguntarse por las diferencias que muestran variedades habladas en regiones que tienen historias de contacto diferentes, como los Andes norperua nos, donde la influencia se ha dado no solo con el quechua sino principalmente con el culle, y las zonas de contacto con el aimara y el jacaru.
Notas * Pontificia Universidad Católica del Perú. 1 Véase A. Escobar (1978) y A. M. Escobar (2000) para una visión más restringida del castellano andino, que lo opone al “interlecto” o al “español bilingüe”, respectivamente; en la misma línea, puede verse también Klee y Lynch (2009, 136), que
236 Luis Andrade Ciudad y Jorge Iván Pérez Silva distinguen entre “el habla de individuos bilingües que se encuentran en distintas etapas de adquisición del castellano” y la de “hispanohablantes monolingües que conforman la norma del español regional”. Para una primera división regional del castellano andino así entendido, véase A. Escobar (1978, cap. 2). Andrade (2016) sugiere una división del castellano andino peruano en dos variedades, norteña y sureña, claramente diferenciadas por razones históricas y estructurales. Para una propuesta general de zonificación del español peruano, pueden verse Caravedo (1992, 1996) y Calvo (2008). 2 Las reflexiones que condujeron a este trabajo deben mucho a los talleres realizados en el marco del proyecto Contacto Lingüístico o Trayectorias de Influencia Lingüística (en variedades) del Español Peruano (CloTILdE). Agradecemos en especial a Anna María Escobar, quien dirige el proyecto, y a Jorge Acurio Palma, quien nos acompañó en la revisión de parte de la literatura pertinente y en el análisis de muchos ejemplos similares a los presentados acá. Véase más sobre el proyecto en www.annamariaescobar.org/clotilde-project.html. Agradecemos también a los dos revisores anónimos y a Sandro Sessarego por sus comentarios y sugerencias que mejoraron sustantivamente el texto. Todos los errores que subsistan son de nuestra responsabilidad. 3 Los ejemplos que presenta Muntendam (2005, 175–176) son los siguientes: Ahí yo me estudiaba, después acá he venido en la ciudad (función benefactiva), Me trabajaré en mi chacra si no hay empleo (función afectiva o emotiva), Cuando ella también se hace casar sus hijos (función causativa) y Con los dos (quechua y castellano) lo que yo me bromeo, me hablo (función habitual). 4 Pueden verse algunas ideas de interés al respecto en Klee y Lynch (2009, sección 4.3) y De los Heros (1994). 5 Godenzzi (1986, 195) señala que la interpretación de lo en este ejemplo es ambigua, porque puede corresponder al objeto directo (qué) o al indirecto (a ellos). 6 Pampas, Huancavelica, julio del 2004. 7 Melgar, Puno, abril del 2018. 8 El siguiente ejemplo de la prensa escrita limeña muestra lo extendido que está este fenómeno diatópica, diastrática y diafásicamente: “derogaron de facto la Constitución y la sustituyeron por un engendro que le acomoda al fujimorismo y al Apra” (Rosa María Palacios. “El último apague la luz”, Contracandela, 11 de marzo de 2018. https://larepublica.pe/politica/1209598-el-ultimoapague-la-luz). 9 Con mucha razón, un revisor anónimo señala que es un poco confuso hablar de clítico “invariable” para caracterizar una situación de variación en la que hay dos variantes. El uso de los clíticos de objeto en castellano andino, en efecto, es bastante variable. Nosotros estamos mostrando dos tendencias dentro de esta variación: (1) que los hablantes utilizan un único clítico no concordante y (2) que dicho clítico es lo o le (y no la, por ejemplo, o las formas plurales). 10 Esta propiedad es compartida por otras variedades del castellano, como las que están en contacto con las lenguas mayas (García Tesoro 2002). 11 Caravedo no descarta que, como parte de esta variación, estén surgiendo nuevas dife renciaciones de tipo pragmático. De hecho, esto también es lo que propone Mayer (2017). En un nivel más teórico, no estamos negando la posibilidad de que en el terreno del uso de los clíticos exista una variación estructurada, como sugeriría un enfoque sociolingüístico clásico (Labov 1972; Meyerhoff 2006). Sin embargo, encontrar esta sistematicidad excede los propósitos de este artículo. Para una aplicación de este principio relacionada con la variación de género en los clíticos del castellano afroboliviano, véase Sessarego y Gutiérrez-Rexach (2011). 12 Otro caso en el que se utiliza una forma aparentemente flexionada, pero que resulta mejor describir como morfológicamente inanalizada, es el del pronombre relativo la cual, en ejemplos como el siguiente: “La detención preliminar judicial se encuentra prevista en el artículo 261° del Código Procesal Penal, en la cual se señala que, aun cuando no haya flagrancia, el juez
Clíticos de objeto en castellano andino 237 puede dictar esta medida cuando existan razones plausibles para considerar que una persona ha cometido un delito. . . ” http://idehpucp.pucp.edu.pe/notas-informativas/analisis-sobre-la-detencionpreliminar-de-keiko-fujimori/ En este caso, la cual tiene como antecedente la frase nominal masculina el artículo 261° del Código Procesal Penal, lo que muestra que el relativo, a pesar de su forma, no porta el rasgo de femenino. He aquí un fenómeno que hace falta documentar y analizar apropiadamente en la variedad estudiada. 13 Si bien esta afirmación se refiere al español amazónico, Caravedo (1996–1997, 554, 1997) encuentra semejanzas básicas en el uso de los clíticos en las variedades andina y amazónica. Este sería un tema por ahondar en el futuro. 14 El número total de clíticos en función de objeto directo es de 734, calculado de la siguiente manera: se han sumado los 143 casos de le usado para el objeto directo con los 548 casos de lo usado como objeto directo más los 43 casos de la usados como objeto directo. Por otro lado, el total de clíticos en función de objeto indirecto es de 314, calculado de la siguiente forma: se han sumado los 34 casos de lo usado para el objeto indirecto, los 277 casos de le usados como objeto indirecto y las 3 instancias de la usada como objeto indirecto. 15 Véase Palacios (1998) para una interpretación distinta de este ejemplo. 16 Estamos proponiendo las glosas de los ejemplos (5a) y (5b) a sugerencia de uno de los evaluadores anónimos. 17 Mayer (2017, 3) incluye esta función del clítico, a la que llama “doblado locativo” (locative doubling), dentro de su “lo invariante” (invariant lo), que corresponde al “lo invariable” que nosotros hemos examinado en la sección 2.1. 18 Sin embargo, no hay acuerdo entre los expertos con respecto a este análisis. Kalt (2012, 177), por ejemplo, considera que la carga semántica de beneficio solo recae en el clítico me en el ejemplo (8a) y que el clítico lo “es marcador de concordancia [de] tercera persona objeto sin rasgos de género” en correspondencia con el argumento acusativo mi casa. De hecho, uno de los revisores anónimos nos invita a explicitar que estamos asumiendo como válidas las glosas que ofrecen los diferentes autores acerca de los ejemplos presentados. En efecto, este es un riesgo que asume toda revisión bibliográfica, por crítica que sea. 19 Este fenómeno requiere mayor estudio, con instrumentos de elicitación que permitan delimitar adecuadamente los valores semántico-pragmáticos de la secuencia de clíticos. 20 Pozzi Escot (1975, 328) llama a este uso “repetición del mismo objeto directo como pronombre y nombre”. Mayer (2017, 154–155) denomina “duplicación leísta” (leísta doubling) a uno de estos casos. Klee y Lynch (2009, 143) utilizan el término “duplicación de clíticos” para este fenómeno. 21 Ayacucho, octubre del 2018. 22 Ayacucho, octubre del 2018. 23 Melgar, Puno, abril del 2018. 24 El castellano de Chincha, tal como es descrito por Sessarego (2015, 52), más bien presenta un proceso contrario: los hablantes no usan pronombres reflexivos en construcciones que los exigen en las variedades estándares, como en Ella llama Juana ‘ella se llama Juana’. Las otras descripciones disponibles del castellano afroperuano (Cuba 1996; Gutiérrez Maté 2018) no reportan la duplicación del clítico. 25 Es habitual considerar que lo mismo que sucede con el castellano en contacto con el quechua ocurre con el castellano en contacto con el aimara. Aunque esta es una hipótesis razonable, debido a los antiguos e intensos paralelismos semánticos y gramaticales entre ambas lenguas (Cerrón Palomino 2008), nosotros consideramos que es preferible dejar este punto pendiente para el análisis empírico. 26 La influencia de la lengua materna en el aprendizaje de una segunda lengua ha sido objeto de investigación tanto del estudio de la adquisición de una segunda lengua como
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del contacto lingüístico. Véase para el primero, entre muchos otros trabajos, Grosjean (2008) y Odlin (1989) y, para el segundo, Hickey (2013), Matras (2009), Thomason (2001), Thomason y Kaufman (1988) y Weinreich (1974). Según Calvo (2008, 198), este uso también se puede atribuir al sufijo aimara -rapi en las zonas correspondientes. En este grupo de ejemplos, Palacios (1998, 141–142) también presenta tres casos con la marca –l unida a no y a sí, en los que no se puede determinar la naturaleza de la vocal acompañante: “. . . e el otro nol debe sallir de su poder [al cautivo]”, “. . . o sil yoguiere con la mugier [al padre]”, “. . . sil muriere [a él la bestia]”. Ya Paredes (1996) había apuntado al sufijo quechua -ta como fuente de una “sobrege neralización” que explica algunos usos de lo en castellano andino. Como ya afirmamos en la nota 18, estamos siguiendo las glosas que proponen los diferentes autores. En este caso, un revisor anónimo nos sugirió explicitar que los autores citados “simplemente estipulan, sin realmente demostrar, que el uso de lo en contextos así tiene connotaciones de cortesía”. Asumimos que Godenzzi y Kalt presentan una lectura adecuada de sus ejemplos. Sería importante emprender un estudio de corte cuantitativo para observar las diferencias entre las frecuencias de estas últimas estructuras en las oraciones objeto-verbo de esta variedad. Sobre este punto, resulta interesante la noción de “inseguridad” de Pozzi-Escot (1981, 8–9), pues, según ella, este estado mental llevaría a los bilingües al “uso indiscriminado” de los pronombres. Esto sugiere que Pozzi-Escot coincidiría en que el origen de este uso está en procesos cognitivos de aprendizaje de una segunda lengua, aunque después dicho uso pase a formar parte de una variedad social estabilizada. Se podrían discutir, con todo, las implicancias ideológicas del concepto. Concordamos con uno de los revisores anónimos en que hace falta precisar qué se entiende por enfatizar en este planteamiento. Nuevamente, un acercamiento empírico más detallado a este fenómeno permitiría deslindar los matices semánticos asociados a él.
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8 Panorama de los estudios sobre el subjuntivo en el castellano peruano Claudia Crespo del Río*
1 Introducción El uso del modo subjuntivo en las diferentes variedades del castellano peruano muestra interesantes variaciones que son reflejo de la evolución que las formas verbales de subjuntivo han seguido en otros dialectos hispanos. Ello lo prueban estudios actuales y otros que incluso se enfocan en el castellano hablado en tiempos coloniales en territorio peruano. Por otra parte, también, a través de diversos autores, se observa que otros fenómenos vinculados a ese modo gramatical se han desarrollado a partir de la intensa situación de contacto entre el castellano y las lenguas originarias peruanas, en especial, el quechua. De esa manera, se propone una revisión de los estudios que se han realizado con respecto a la producción del subjuntivo en el castellano peruano, tomando en cuenta todo tipo de cláusulas en las que aparece. Además, se indica específicamente a qué áreas geográficas o grupos sociales pertenecen las muestras de habla consideradas en cada análisis. El artículo pone especial énfasis en algunos fenómenos específicos, entre ellos, dos situaciones de alternancia: la variación entre indicativo y subjuntivo, y entre las terminaciones –ra y –se en las formas de pasado. Junto con estos dos, un tercer fenómeno que también ha sido objeto de interés en el español peruano es la ausen cia de Consecutio Temporum entre el verbo de la cláusula principal y el verbo (en subjuntivo) de la cláusula subordinada. Finalmente, la última sección presenta los hallazgos acerca de formas inusuales de subjuntivo en variedades peruanas.
2 Alternancia entre –ra y –se en el castellano costeño Este primer fenómeno es frecuente en el castellano peruano desde tiempos coloniales. Así lo demuestra el estudio correspondiente al castellano del siglo XVI de Branza y Van Heuven (2005). Aquí es relevante tomar en cuenta que se trata de variedades peruanas en formación o de mucha influencia externa, pues el caste llano era una lengua de reciente llegada al territorio de lo que hoy es el Perú. Así, el uso del pretérito imperfecto subjuntivo es analizado en un corpus de 648 cartas (1540–1616) escritas por migrantes de primera generación. Se considera que esta es probablemente la colección más antigua de textos que muestran el uso informal
244 Claudia Crespo del Río del español americano. Los autores son 476 hombres y 51 mujeres pertenecientes a estratos altos y medios. Branza y Van Heuven buscan confirmar que la preferencia por el imperfecto subjuntivo con terminación en –ra se ha extendido completamente en las variedades latinoamericanas en detrimento de la forma verbal con terminación en –se. Recordemos que la primera se forma a partir del pluscuamperfecto indicativo del latín (lat. cantāverāmus > lat. cantārāmus > esp. ant./mod. cantáramos) y la segunda, a partir del pluscuamperfecto subjuntivo (lat. cantāvissēmus > lat. cantāssēmus > esp. ant. cantássemos > esp. mod. cantásemos). La terminación en –ra pasa de ser pluscuamperfecto indicativo a tener valor condicional y, finalmente, en el siglo XIX, a ser equivalente al imperfecto subjuntivo en –se (Penny 2002, 201–203). Los autores parten de la hipótesis de que la mayor parte de los países sudamericanos, al estar más alejados de España, desarrollan un contacto menos intenso con este país, así que serán más conservadores en sus usos lingüísticos, i. e. el cambio de –se a –ra será menos notorio; aquí ubican a Chile, Perú, Quito (actual Ecuador) y el Río de la Plata. Los resultados lo confirman: la terminación –ra aparece en 28% de casos, mientras que la terminación –se, en 72%. Esto difiere en las áreas consideradas más próximas a España: 34% de formas verbales en –ra y 66% de formas verbales en – se. Tales áreas guardan menor distancia geográfica con la Península Ibérica, como Centroamérica, Venezuela, las Antillas, Nueva España (actual México) y Nueva Granada (actual Colombia). De esta manera, una primera observación sobre el castellano peruano en formación durante el siglo XVI es su tendencia conservadora en cuanto a la forma verbal del imperfecto subjuntivo. Con respecto al siglo XIX, Frago (2012) analiza la variedad de castellano de Camaná, Arequipa, a partir de un texto satírico de un autor probablemente arequipeño, que presenta rasgos lingüísticos arcaicos provenientes del español peninsular culto. Acerca del uso del subjuntivo, se observan más bien rasgos propios del español americano, como la alternancia ya avanzada entre las terminaciones –ra y –se para el pretérito imperfecto. El autor sostiene que el análisis confirma el progreso del cambio hacia la forma –ra, que se expandió mayoritariamente en el español latinoamericano. Así como Frago observa alternancia entre las terminaciones –ra y –se en el siglo XIX, este fenómeno también ha sido estudiado en el castellano peruano contemporáneo. Dunlap (2006) toma en cuenta textos de prosa periodística provenientes del Corpus de Referencia del Español Actual entre los años 1975 y 2001. Los resultados señalan que la diferencia es notoria, pues solo se cuenta un caso de –se con cada una de las frases adverbiales consideradas. Otros estudios vuelcan su atención sobre las variedades habladas en zonas costeñas. Así, con respecto al castellano afroperuano, Cuba (1996) incluye una mención al uso de subjuntivo en su estudio del español hablado en Chincha. Esta describe una preferencia del pluscuamperfecto subjuntivo con terminación en –se por sobre –ra (“Yo hubiese sembrado dos parcelas”)1, lo que lo distingue de otras variedades mencionadas en el presente artículo, tal como se verá a continuación. Para Cuba, se trata de un rasgo arcaico, que también caracteriza a la variedad
El subjuntivo en el castellano peruano 245 dialectal hablada en Chincha, y que, en el castellano estándar, tiende a relegarse a la lengua escrita. Cabe señalar, no obstante, que la autora no precisa a qué se refiere al hablar de estándar. La preferencia por –se en lugar de –ra encontrada por Cuba en Chincha no coincide con lo que en la actualidad se observa en Lima. En su tesis sobre esta alternancia en limeños con estudios superiores, Samamé Rispa (2018) busca confirmar la hipótesis de que –ra gana terreno a –se. A partir de diversos instrumentos de producción, la autora encuentra que –ra aparece en la mayoría de casos (29,2% con imperfecto y 28% con pluscuamperfecto), mientras que –se es menos frecuente (4,6% con imperfecto y 10% con pluscuamperfecto). Asimismo, el análisis estadístico aplicado a cada una de las variables consideradas muestra que una variable social y una lingüística resultaron estadísticamente significativas: la edad y el tiempo del verbo en que aparece la forma. De esta manera, la preferencia por –ra se observa principalmente entre los jóvenes y con tiempos simples del verbo, i. e. imperfecto. El resto de respuestas lo conforman otras formas verbales, entre ellas el presente subjuntivo (7,2%). Esta alternancia entre presente e imperfecto subjuntivo señala, además, la alta frecuencia con la que ocurre el incumplimiento del principio de Consecutio Temporum, tal como se detalla en la siguiente sección.
3 La preferencia por el presente en detrimento del pasado Lipski (1996), en su descripción de variedades del español de América, menciona como un rasgo resaltante del castellano peruano, incluso en estilos formales, la producción de cláusulas subordinadas con verbos en subjuntivo que no siguen la concordancia de tiempo con los verbos de la cláusula principal. Por ejemplo, “quería que duerma” en lugar de “quería que durmiera”, en donde duerma es una forma verbal de presente subjuntivo, lo que contrasta con el pretérito imperfecto de quería. De acuerdo con el principio de Consecutio Temporum, la forma esperada sería durmiera, pretérito imperfecto subjuntivo (Gili Gaya 1948; Suñer y Padilla-Rivera 1987). Este fenómeno es estudiado por Sessarego en dos artículos diferentes el 2008 y el 2010. En el primero, se revisan 865 cláusulas subordinadas nominales en el castellano del Perú y de Bolivia. Tales cláusulas fueron extraídas del Corpus de Referencia del Español Actual, por lo que se trata principalmente de oraciones incluidas dentro de artículos periodísticos y libros. Para comprobar que las variedades andinas tienden a producir violaciones del principio, según lo que el autor afirma al inicio del estudio, este se concentra en los casos en que el tiempo de la comunicación exige que sí haya una concordancia de tiempo; por ejemplo, quería que durmiera se esperaría en el contexto en que, para el momento del habla, la acción de dormir ya no es posible, e. g. María planeaba estudiar para un examen importante durante la madrugada del jueves. Para ello, quería hacer dormir a su bebé, pero este no se llegó a dormir, sino hasta casi el amanecer. Dos días después, cuando el examen ya pasó, si María cumple con el principio de Consecutio Temporum, ella produce un enunciado en
246 Claudia Crespo del Río una conversación con una amiga en el que incluye esa oración: “quería que durmiera”. La acción de dormir del bebé ya no es relevante para el estudio de María dos días después del examen. De acuerdo con los resultados, al comparar globalmente la producción de presente subjuntivo en contextos en que el principio de Consecutio Temporum exigiría pretérito imperfecto subjuntivo, el castellano boliviano mostró una frecuencia estadísticamente más alta que el castellano peruano (37% y 9%, respectivamente). El autor propone que tal diferencia puede estar relacionada con que los autores de los libros peruanos incluidos son autores renombrados que suelen cumplir con las normas prescriptivas del español. Por otro lado, cuando se analizan los resultados específicamente en el castellano peruano, se toman en cuenta tres factores lingüísticos identificados en la cláusula principal: la forma verbal, la clase verbal y la agentividad. De estos tres, los dos últimos evidencian diferencias estadísticamente significativas. Así, para clase verbal, los verbos de creación (los que expresan creencias, deseos, suposiciones) favorecen el presente subjuntivo en casi 50% de los casos. Luego, en cuanto a agentividad, los sujetos no agentes son los que favorecen la violación del principio de Consecutio Temporum con 65% de casos. Como conclusión general, Sessarego señala que el tipo de verbo en la cláusula principal representa un parámetro muy fuerte para los hablantes, de manera que la preferencia por el presente subjuntivo en contextos en que se espera el pretérito imperfecto aún no es tan frecuente. En el estudio posterior de 2010, Sessarego analiza las violaciones de Consecutio Temporum extraídas también del Corpus de Referencia del Español Actual, esta vez considerando diversos dialectos latinoamericanos identificados por país. En algunos casos, el número de ítems analizados es muy alto (por ejemplo, en México y Argentina se consideran más de 200 para cada país) y en otros, muy bajo (Cuba y Honduras tienen menos de 40 casos cada uno). Así, el autor presenta las conclusiones como preliminares. De acuerdo con los resultados, el castellano peruano se ubica entre los cinco primeros dialectos que producen el cambio a presente subjuntivo, lo que indica una diferencia estadísticamente significativa con otros países que aparecen debajo en la tabla. Además, los resultados, nuevamente, como en 2008, confirman que el español boliviano se ubica por encima de los demás dialectos, seguido de Paraguay, Ecuador, Uruguay y Perú. Con respecto a factores lingüísticos, como en el estudio del 2008, se confirma que los sujetos no agentes y los verbos de creación favorecen el presente subjuntivo en el español peruano. Como conclusión de este nuevo estudio, Sessarego sugiere que, en los dialectos que presentaron más alta frecuencia de presente subjuntivo, se está desarrollando un caso de simplificación, ya que la referencia temporal de la cláusula subordinada depende de la referencia temporal de la principal. Al depender de esta, no es necesario incluir tiempo pasado en la subordinada, pues ya está señalado en el verbo principal. Por otro lado, cabe mencionar estudios que se concentran específicamente en variedades peruanas de español. De esta manera, con especial énfasis en el caste llano de la costa norte (ejemplos seleccionados de diarios piuranos), Arrizabalaga
El subjuntivo en el castellano peruano 247 Lizárraga (2009) analiza el caso de la simplificación del principio de Consecutio Temporum, al que el autor se refiere como una neutralización de los tiempos del subjuntivo. Esta neutralización muestra que la distinción de tiempo en el subjuntivo de la cláusula subordinada funciona en relación con el tiempo que indica el verbo de la cláusula principal, no en relación al momento del habla. Tal fenómeno es común en cláusulas subordinadas completivas, finales y relativas, y parece seguir el mismo camino que el subjuntivo francés, según Arrizabalaga Lizárraga. El autor revisa casos concretos hallados en corpus diversos, por lo que sostiene que aparece principalmente en textos periodísticos, además de en la redacción de estudiantes universitarios. Esto difiere, más bien, de lo que se observa en textos literarios, ya que en estos últimos parece haber una preferencia por cumplir con la normativa. Quienes han producido estos textos, además, no son hablantes de castellano piurano o de la costa norte necesariamente. De la misma manera, Arrizabalaga Lizárraga menciona que los casos de neutralización en el habla culta de Lima son aún escasos en contraste con las cláusulas en que sí se evidencia una concordancia de tiempo. Finalmente, en términos sociales, se menciona que su mayor frecuencia parece identificarse en los años ochenta en jóvenes de clase media, en mujeres de esta misma clase con formación profesional y en hablantes de estratos bajos. Por otro lado, Arrizabalaga Lizárraga añade que el imperfecto subjuntivo parece mantenerse en otros contextos, como en la apódosis de las cláusulas condicionales (“Si no, no viviera ahí tampoco”)2 y con valor de antepréterito (“El fallo favorable a los trabajadores lo ratificó la Sala Civil de Piura, después que el procurador Jorge Luis Soyer apelara la sentencia”)3. También, se usa en cláusulas subordinadas concesivas (“y por más que uno la cubriera, siempre a la hora de servirse tenía que colarse”)4. Finalmente, con respecto al fenómeno de simplificación del tiempo en las subordinadas, Crespo del Río (2014) se concentra en el caso de las cláusulas nominales con tipos de verbos específicos en la cláusula principal (verbos factivoemotivos, volitivos y de falta de conocimiento). Además, la autora busca comparar tres diferentes variedades de castellano peruano a fin de identificar dónde se encuentra la frecuencia más alta de cambio del pretérito imperfecto por el subjuntivo. Los tres grupos peruanos considerados representan una variedad andina (hablantes bilingües quechua-castellano residentes en Huamanga, Ayacucho) y dos variedades limeñas que se diferencian en su mayor o menor grado de influencia migrante andina. Así, según las hipótesis planteadas, si la preferencia de presente por imperfecto tuviera alguna influencia del español andino o del quechua, los resultados mostrarían que el grupo ayacuchano produciría más este cambio y el grupo limeño menos migrante sería el de menor producción. Los resultados muestran que los tres grupos peruanos (en comparación con el grupo mexicano incluido como grupo de control) producen el cambio, pero es el grupo limeño no migrante el que lo hace más, incluso en mayor porcentaje que los bilingües. Por el contrario, este último grupo muestra una tendencia a hacer un cambio distinto: producen respuestas en indicativo. Así, incluso con verbos volitivos – querer, desear – en los que se espera el uso del subjuntivo, los hablantes
248 Claudia Crespo del Río bilingües producen un 8,7% de respuestas en indicativo, mientras que los grupos monolingües limeños producen menos de 1% de este tipo de respuestas. Esta diferencia, según la autora, puede explicarse considerando una subdivisión en el grupo bilingüe de acuerdo con los resultados de un test de dominio de español. Así, se obtienen dos subgrupos: menos dominante y más dominante. Es el primero el que produce los porcentajes más altos de indicativo, tal como otros estudios con aprendices de nivel intermedio (correspondiente al menos dominante) han mostrado. Según las respuestas del subgrupo menos dominante, la mayoría aprendió el español como segunda lengua y no simultáneamente. Además, Crespo del Río afirma que los rasgos sintácticos y pragmático-discursivos del subjuntivo son adquiridos en etapas avanzadas por aprendices. Estos últimos hallazgos sugieren que la influencia de otras lenguas peruanas en el castellano de diferentes hablantes resulta determinante para observar de qué modo se emplea el subjuntivo. Así, en hablantes bilingües, un fenómeno relevante es la alternancia o la sustitución de formas del subjuntivo por otras del indicativo. Diversos autores se han enfocado en este aspecto, como lo muestra la siguiente sección.
4 Alternancia entre indicativo y subjuntivo en el castellano bilingüe y en el castellano andino La alternancia entre indicativo y subjuntivo en variedades peruanas es vinculada comúnmente con hablantes bilingües quechua-castellano. Silva-Corvalán (2001) considera que se trata de un fenómeno de variación muy común en diferentes varie dades de español; en el caso peruano, sostiene que la sustitución del subjuntivo por formas del indicativo se encuentra en estadios avanzados por influencia de “una situación de bilingüismo intenso” (138). Esta variación se evidencia también en datos coloniales. Un estudio que analiza el castellano del siglo XVI es el de Rosario Navarro Gala (2016). En este, la autora se enfoca en los documentos de dos notarios cuzqueños de la última veintena del siglo XVI: Pedro Quispe (notario indígena) y Pedro de la Carrera (notario criollo o español). En el caso del primer notario, Navarro Gala anota que hay preferencia por el indicativo en contextos lingüísticos en los que se esperan formas del subjuntivo, como en cláusulas subordinadas de finalidad. Estos usos están presentes en las partes de los documentos en que se echa mano de fórmulas y se expresa mayor distancia comunicativa; ello sucede en documentos como autos de venta y contratos. La autora, acerca de este hallazgo, señala dos puntos importantes: por un lado, son formas verbales arcaizantes que tienen su origen en el castellano medieval; por otro lado, el hecho de que tales usos aparezcan sobre todo en las partes más formularias de los textos sugiere que no se trata de usos propios del notario mencionado, sino que pueden ser fórmulas comunes en los tipos de textos notariales de la época. Así, Quispe podría haber empleado tales usos de manera memorística como parte de su formación profesional, en vista de que en otras partes de los textos no aparecen. Sin embargo, Navarro Gala sí resalta que, en los documentos
El subjuntivo en el castellano peruano 249 que forman parte del libro de protocolo de este mismo notario, se identifican algunos escribientes españoles que muestran más parecido en su escritura con Quispe que con escribanos españoles o criollos: “en sus escritos presentan una mayor permeabilidad a los usos informales-orales [. . .]: futuro de indicativo en lugar de subjuntivo para expresar mandato” (66). Es interesante considerar estas coincidencias entre esos autores y el notario considerado indígena, que se asemejan a algunos usos del castellano andino contemporáneo, tal como se menciona en los siguientes párrafos. Para el siglo XX, la preferencia por el indicativo es también descrita por Alberto Escobar en su estudio sobre las diferentes variedades de castellano peruano (1978): este propone una lista de características propias del castellano hablado en diferentes regiones peruanas. En relación con el subjuntivo, Escobar señala que, en Piura y Jaén, se produce un reemplazo del subjuntivo en la prótasis de una oración condicional (“Si yo sabría que no viene, no lo esperaría”)5. Este mismo rasgo se encuentra en Cerro de Pasco y Huancavelica en 62% y 50% de los casos analizados, respectivamente. Finalmente, en la zona sur, Cusco y Tambopata, los porcentajes de sustitución son 63% y 50%, respectivamente. Por otra parte, Anna María Escobar (1980) realiza un estudio con hablantes bilingües nativos y no nativos, esto es, aquellos que adquirieron ambas lenguas desde el nacimiento y aquellos que aprendieron castellano después del quechua, respectivamente. Al comparar las características sintácticas del habla de cada uno de estos grupos, la autora encuentra pocos casos de un uso no estándar del subjuntivo en el grupo de hablantes que son considerados bilingües nativos. En los tres casos concretos que cita, la autora sostiene que ocurre una neutralización del tiempo, número y persona gramatical hacia la forma verbal de tercera singular del presente, e. g. “En las chacras también me gustaría que enseña castellano/Es necesario que ellos habla su quechua, pues/Yo hablo a mis hijitos quechua y castellano para que va acostumbrando”.6 Al respecto de este fenómeno, Rocío Caravedo (1992) también confirma la preferencia por el indicativo en contextos de subjuntivo en el español andino en contacto con el quechua: “para que los invita”.7 Asimismo, con respecto a la producción característica de los bilingües, Carranza Romero (1993) incluye, entre los rasgos lingüísticos que considera resultantes del contacto entre el quechua y el español, la preferencia por el indicativo en contextos en los que un hablante nativo usaría el subjuntivo. Esta característica es observada a partir de analizar canciones y textos tanto orales como escritos producidos por bilingües; por ejemplo, “Cualquiera que tú deseas puedes comerlo”.8 Posteriormente, Anna María Escobar (2000), en su libro sobre contacto entre el quechua y el español en el Perú, incluye características del uso del subjuntivo en hablantes bilingües de la región andina. Así, como los autores anteriores, menciona la ausencia de concordancia temporal como un rasgo saltante (“allí se estacionó el camión para que se bajen”)9, además de confirmarlo a través de las referencias a autores como Inés Pozzi-Escot (1972) y Clodoaldo Soto (1978). Por otro lado, con respecto al cambio de modo (de subjuntivo a indicativo), Escobar también menciona que existe esa tendencia de sustitución, tal como lo describe anteriormente en su trabajo de 1980. En el 2000, agrega que esta
250 Claudia Crespo del Río preferencia se ubica en cualquier cláusula subordinada (nominal, concesiva, de anticipación temporal, de propósito) y en contextos en los que el subjuntivo es obligatorio sintácticamente. De acuerdo con la autora, se trata de una regularización hacia las formas menos marcadas, es decir, el indicativo. Calvo Pérez (2009) contribuye también a la afirmación de que el indicativo es preferido en contextos de subjuntivo, al mencionar que se produce una reducción de tiempos verbales en las cláusulas subordinadas: “Lo llamo para que viene mañana”.10 El autor la atribuye, citando a Klee (1996), a la influencia de lenguas andinas, que no tienen formas de subjuntivo. Una forma distinta de sustitución en variedades andinas es presentada por De Granda (2001), quien hace referencia al reemplazo del imperfecto subjuntivo por la forma verbal del condicional en la prótasis de las oraciones que expresan condición (“si yo querría. . ., si tendríamos tiempo . . .”) en la región andina. Así, se apoya en estudios realizados por Alberto Escobar (ya mencionado en esta sección) y por Rocío Caravedo acerca del castellano limeño, en los que se evidencia el cambio promovido por la influencia del castellano hablado por migrantes andinos, según De Granda. Caravedo (1992), además, hace mención al reemplazo del subjuntivo por el indicativo, pero en variedades amazónicas. La investigadora indica que el subjuntivo presenta un “uso anómalo” en el español amazónico peruano (735). Luego, en una descripción de tipo cualitativo que se concentra en 120 hablantes de Tambopata y Tahuamanu (Madre de Dios), Dueñas-Linares et al. (2014) señalan que la expresión “para que pueden” es común (“le dio 45 indios para que pueden venir a trabajar acá”)11 en hablantes de Iñapari y en otras regiones de la selva. Los autores afirman que este es un caso de preferencia del indicativo en lugar del subjuntivo y que puede ser atribuido a las variedades adquisicionales desarrolladas por hablantes de lenguas amazónicas. Así, se ve que, aunque la mayoría de los autores se concentra en la región andina, el reemplazo de subjuntivo por indicativo es hallado en otras variedades peruanas. También, la alternancia entre ambos modos gramaticales es analizada por Dunlap (2006) en el estudio descrito en la sección 2. Esta autora describe la variación dialectal en la selección de modo (alternancia entre indicativo y subjuntivo) después de las frases adverbiales “después de que” y “luego de que” en oraciones en tiempo pasado. Para el caso peruano, según los datos del CREA, la autora encuentra 17 casos para cada forma, los que muestran una preferencia por el subjuntivo sobre el indicativo: 41% de indicativo y 59% de subjuntivo para “luego de que”, mientras que “después de que” tiene 38% de verbos en indicativo y 62% de verbos en subjuntivo.
5 Formas inusuales del subjuntivo Además de la alternancia entre modos gramaticales, es posible encontrar formas distintas de las comunes en algunas variedades. Para ello, es relevante citar a Pedro Benvenutto Murrieta, autor de El lenguaje peruano (1936), considerada la primera descripción del castellano peruano. Al referirse al uso del voseo en
El subjuntivo en el castellano peruano 251 Arequipa, Benvenutto señala que el uso de vos aparece con formas verbales diversas, entre ellas el imperfecto subjuntivo y el presente subjuntivo. En el caso de este último, el autor llama la atención sobre el hecho de que se usen formas arcaicas en el plural, como seias. Por otro lado, centrándose en usos del departamento de Lambayeque, el autor menciona que se observan formas del presente subjuntivo como haiga, háyamos, quiéramos y otras que, en la actualidad, son estigmatizadas (Benvenutto no hace referencia a su valoración en la década de publicación de su obra). Por último, especificando que se refiere al habla de “los indios de Eten”, el autor sostiene que el presente subjuntivo reemplaza a las formas de indicativo (“Diga mi chiche nativa que lo haga ‘sté el favor de emprestarlo so Santo Cristo”)12. Otras formas no usadas comúnmente son también halladas en la actualidad por Schumacher de Peña (2009), quien describe el castellano hablado en Tauribara, provincia de Pallasca, Áncash. La autora señala que, en esta variedad, se reconocen ejemplos como “Todos nos poniéramos de acuerdo”,13 es decir, resultados de analogías con formas de verbos regulares como comer (comiéramos).
6 Conclusiones Como se puede ver, es posible identificar algunos fenómenos principales que son constantes en las variedades peruanas de español, inclusive aquellos vinculados con los cambios en proceso que siguen otras variedades de castellano u otras lenguas romances. Ello, por ejemplo, se observa en el caso de la preferencia por el presente subjuntivo en reemplazo de las formas de imperfecto (es decir, en el incumplimiento del principio de Consecutio Temporum), que aparece también en otros dialectos latinoamericanos. Lo mismo sucede con la tendencia a reducir los contextos de uso del subjuntivo (en el caso del castellano, en favor del indicativo); este fenómeno se observa también en otras lenguas descendientes del latín, como el francés, en el que el subjuntivo presenta un uso limitado en registros orales (Harris 1974; Poplack 1992). De esta manera, resulta imperativo que se desarrollen estudios que muestren en qué estadio del cambio se encuentran las variedades peruanas con respecto a otras, de modo que contribuyan a los estudios dialectológicos y diacrónicos tanto del castellano como de las lenguas romances en general. También en relación con la tendencia a emplear indicativo en contextos de subjuntivo, es relevante analizar este y otros fenómenos descritos a la luz de la situación de contacto lingüístico y dialectal que se vive en el Perú, puesto que las lenguas originarias peruanas aportan una considerable influencia. Así, por ejemplo, se consideran escasos los estudios psicolingüísticos de adquisición del subjuntivo en el castellano como segunda lengua. En otros casos de bilingüismo y aprendizaje del español, se ha hallado que la preferencia por el indicativo se explica porque el subjuntivo es un modo gramatical que no se desarrolla en etapas tempranas del proceso de adquisición (Geeslin y Gudmestad 2008; Gudmestad 2012; Lubbers Quesada 1998). Por esa misma razón, llama la atención que haya pocos estudios o menciones al uso del subjuntivo en el castellano por parte de
252 Claudia Crespo del Río hablantes de lenguas amazónicas, e incluso de hablantes de variedades nativas y/o monolingües de la región amazónica. Finalmente, si bien los trabajos incluidos en esta revisión se enfocan en la producción de las formas verbales del subjuntivo, se hace necesario insistir en la ausencia de estudios de percepción y valoración de estos usos. Tomando en cuenta el evidente panorama de discriminación lingüística que existe en el país, es indispensable contar con más estudios de corte sociolingüístico que aborden estos aspectos.
Notas
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4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Pontificia Universidad Católica del Perú. Ejemplo tomado de Cuba (1996, 34). Ejemplo tomado de Arrizabalaga Lizárraga (2009, 297). Ejemplo tomado del diario Correo de Piura, 28 de agosto de 2008, incluido en Arrizabalaga Lizárraga (2009, 302). Ejemplo tomado de Caravedo (1989, 194), incluido en Arrizabalaga Lizárraga (2009, 308). Ejemplo tomado de Escobar, Alberto (1978, 111). Ejemplos tomados de Escobar, Anna María (1980, 48). Ejemplo tomado de Caravedo (1992, 733). Ejemplo tomado de Carranza Romero (1993). Ejemplo tomado de Pozzi-Escot (1972), incluido en Escobar, Anna María (2000, 34). Ejemplo tomado de Calvo Pérez (2009, 105). Ejemplo tomado de Dueñas-Linares et al. (2014: 84). Ejemplo tomado de León Barandiarán, Augusto D. y Rómulo Paredes. 1934. A golpe de arpa: Folklore lambayecano de humorismo y costumbres, incluido en Benvenutto Murrieta (1936, 146–147). Ejemplo tomado de Schumacher de Peña (2009, 323).
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Índice temático
Nota: Los números seguidos de n indican notas. Números seguidos de t y f indican tablas (o cuadros) y figuras (o gráficos) respectivamente. Los números en cursiva indican mapas. adquisición incompleta 207 – 208, 235 adverbios: uso constante de 26 adverbios temporales presentes 177 – 178, 177f aféresis 85 afrodescendientes 110 – 111 afrogénesis 102 – 104 afrohispánicas 97 afroperuanos 101 – 102 agentividad del sujeto gramatical 168 – 170, 169f aimara 74n24 Aktionsart 164 – 165 Alegría, Ciro 120, 123, 145n3 Amazonía 37 – 38 Amazonía peruana 74n24 amazónicos bilingües 38 americanismos 88 – 89 Andes 119 andino 13 andinos bilingües 38 antepresente 156 aprendizaje imperfecto 207 – 208, 225 – 226, 230 – 231 arahuaco 68 Arámbulo, Edmundo 92n13 arcaísmos 82 – 83 Arguedas, José María 120 aspecto 215 – 216 Atlas Lingüístico de Hispanoamérica 92n18 aumentativo -sapa 54 autopercepción 12, 17 azteca 68
basta 3 beneficio 216 – 217 Benvenutto Murrieta, Pedro 82, 250 – 251 calco 225 calificativos populares 89 carácter diverso 12 carácter orientado 12 carácter selectivo 11 – 12 carácter subjetivo 11 Caribe 68 Carrera, Pedro de la 248 caspi 67 castellano (término) 30n4 castellano afroperuano 237n24; hablado en Chincha 97 – 117; rasgos morfosintácticos 99 – 102; véase también español afroperuano castellano amazónico: clasificaciones del 42; interjecciones de origen quechua 70; véase también español peruano amazónico castellano andino 133 – 135; alternancia entre indicativo y subjuntivo 248 – 250; clasificaciones 42 – 43; clíticos de objeto 206 – 242, 235t; construcción 118 – 155; definición técnica 119 – 120; énfasis y sesgos analíticos 124 – 128; énfasis y sesgos regionales 128 – 133, 129t – 131t, 131f, 132f; establecimiento de 119 – 121; estudios complementarios 130t – 131t; estudios panorámicos elegidos 129t; influencias directas del quechua 226 – 230; pronunciación 134; rasgos característicos 125 – 128, 125t – 127t, 136t – 144t; rasgos fonético-fonológicos 125, 125t, 126t,
256 Índice temático 127 – 128; rasgos léxicos 125, 127; rasgos morfosintácticos 125t – 127t, 127; rasgos pragmático-discursivos 125t, 127 – 128, 127t; referencia sin clítico a un tópico introducido previamente 220 – 222, 228 – 230, 234 – 235, 235t; subzonas 13; uso característico de los clíticos de objeto 209 – 224, 234 – 235, 235t; uso de doble clítico 222 – 224, 231, 234 – 235, 235t; uso derivado de la influencia del quechua 226 – 231, 234 – 235, 235t; uso invariable de un solo clítico 209 – 215, 230 – 231, 234 – 235, 235t; uso no derivado de la influencia del quechua 231 – 233; uso no pronominal del clítico invariable lo 215 – 217, 226 – 228, 234 – 235, 235t; uso simultáneo de proclítico y enclítico 222 – 223; uso simultáneo irrestricto del clítico y la frase objeto 217 – 220, 232 – 235, 235t; véase también español andino castellano andino peruano 145n10; factores que favorecen el PP 184 – 186, 185t; véase también castellano peruano castellano bilingüe: alternancia entre indicativo y subjuntivo 248 – 250; véase también español bilingüe castellano boliviano 145n10; véase también español boliviano castellano costeño o del litoral 82 – 83; alternancia entre –ra y –se 243 – 245; clasificaciones 42; véase también español costeño castellano cuzqueño 134 castellano no andino: clasificaciones 42 – 43; uso simultáneo de proclítico y enclítico 222 – 223 castellano peruano: preferencia por el presente en detrimento del pasado 245 – 248; subjuntivo 243 – 254; variedades 1 – 7, 8 – 35; véase también castellano andino peruano; español peruano castellanos del Perú 8 – 35 castellano Tipo 1 42 – 43 castellano Tipo 2 42 – 43 Castilla, Ramón 110 – 111 celebraciones religiosas 109 chacras de esclavos 109 – 110 “charapa” 72n3 Chincha, Perú: castellano 237n24; castellano afroperuano 97 – 117;
plantaciones 111 – 113, 112; ubicación 99 clítico invariable le: uso invariable 211 – 212 clítico invariable lo: para expresar aspecto 215 – 216; para expresar beneficio 216 – 217; para expresar meta 216; uso invariable 209 – 211; uso no pronominal 215 – 217, 226 – 228 clíticos: adición innecesaria 65; alternancia 212 – 215; ausencia u omisión del 65 – 66, 207, 220 – 222, 228 – 230, 234 – 235, 235t; combinación me lo para expresar cortesía 217; duplicación o doblado 66, 207 – 208, 217 – 220, 222 – 224, 231, 234 – 235, 235t, 237n20; de objeto 206 – 242, 235t; pronombre 65 – 66; uso característico del castellano andino 209 – 224, 234 – 235, 235t; uso de doble clítico 222 – 224, 234 – 235, 235t; uso invariable de un solo clítico 209 – 215, 230 – 231, 234 – 235, 235t; uso irrestricto con la frase objeto 217 – 220; uso no pronominal 234 – 235, 235t; uso simultáneo de clítico y la frase objeto 217 – 220, 232 – 235, 235t; uso simultáneo de clítico y objeto antepuesto al verbo 218; uso simultáneo de clítico y objeto directo animado 219; uso simultáneo de clítico y objeto directo pospuesto 220; uso simultáneo de clítico y objeto directo pronominal 218; uso simultáneo de clítico y objeto indirecto 218 – 219; uso simultáneo de proclítico y enclítico 222 – 223; en verbos pronominales y no pronominales 65 – 66 clítico se 65 CLoTILdE (Contacto Lingüístico o Trayectorias de Influencia Lingüística en variedades del español peruano) 160 – 161, 200n3, 236n2 cocha 67 colonizadores 67 combinación me lo para expresar cortesía 217 Compañía de Jesús 108 – 109 compuestos nominales 49 – 50 con . . . más 122 concordancia de género y número 60 – 61 concordancia pronominal 23 – 24 concordancia verbo-objeto 20 conjugación verbal 59
Índice temático 257 contexto temporal 172 – 173, 180; factores relacionados con la relevancia en el presente 182, 183f; tipo de 172 – 175 cortesía 217 la cual 236 – 237n12 Cuervo, Rufino José 92n18 cuna 68 de: imperativo formado por haber + de + infinitivo 64 – 65 dejo 26 derechos civiles 110 – 111 determinación temporal 177 – 178 dialecto amazónico 37, 42; véase también español amazónico dialecto litoral norteño 82 diminutivo -co/-ca 57 diminutivo -illo/-illa 56 – 57 discordancia de género y número 60 – 61 discordancia verbo-objeto 20 – 21 diversidad lingüística 88 doblado locativo 237n17 doble objeto directo 232 duplicación o doblado del clítico 66, 207 – 208, 217 – 220, 234, 237n20; origen 231; uso 222 – 224 duración vocálica 44 – 45, 44f educación religiosa 113 El Carmen (hacienda) 112 El Guayabo (hacienda) 112 enclíticos 207, 222 – 223 énfasis y sesgos analíticos 124 – 128 entonación 40, 44 – 45, 44f enunciado: hablantes en 182 EPA. véase español peruano amazónico esclavitud negra 104 – 111 Escobar, Alberto 16, 41, 119 – 120, 250 Escobar, Anna María 249 español: de los colonizadores 67; factores que favorecen el PP 184 – 186, 185t; historia del 157 – 160; lenguas criollas del 102; proceso tempo-aspectual del PP 197 – 198, 198t; términos hispanos con significado distinto del que guardan en el español general 69 español (término) 30n4 español afroperuano 102 – 104; véase también castellano afroperuano español amazónico 41 – 42; véase también español peruano amazónico español americano 101
español andino 30n6, 39 – 42; adverbios temporales 177 – 178, 177f; agentividad del sujeto gramatical y el PP 168 – 170, 169f; estudio sociolingüístico diacrónico y comparativo del 161, 161f; expresiones adverbiales temporales 177 – 178, 178f; gramaticalización de la subjetividad 156 – 205; percepción analítica 16 – 24; percepción sintética 24 – 28; presencia del hablante según función sintáctica 171 – 172, 172f; primera persona gramatical y el PP 167 – 168, 167f; proceso pragmáticodiscursivo del PP 199, 199t; referencia al hablante 171, 171f; relevancia en el presente 180, 181f, 182, 183f; tipo de cláusula y negación 165 – 166, 166f; tipo de expresión temporal y el PP 173 – 174, 174f; uso del pretérito perfecto 181, 181f, 182f; uso de sujetos no agentivos 170, 170f; véase también castellano andino español andino ecuatoriano 156 – 157 español andino peruano. véase castellano andino peruano español antiguo 198 – 199 español bilingüe 120, 122 – 123, 235n1; alternancia entre indicativo y subjuntivo 248 – 250 español boliviano 156; véase también castellano boliviano español costeño 41 – 42; véase también castellano costeño o del litoral español ecuatoriano 184 español limeño: adverbios temporales presentes 177 – 178, 177f; agentividad del sujeto gramatical y el PP 168 – 170, 169f; concordancia verboobjeto 20; estudio sociolingüístico diacrónico y comparativo del 161, 161f; expresiones adverbiales temporales 177 – 178, 178f; presencia del hablante según función sintáctica 171 – 172, 172f; primera persona gramatical y el PP 167 – 168, 167f; referencia al hablante 171, 171f; relevancia en el presente 180, 181f; tipo de cláusula y negación 165 – 166, 166f; tipo de expresión temporal y el PP 173 – 174, 174f; uso del pretérito perfecto 181, 181f, 182f; uso de sujetos no agentivos 170, 170f
258 Índice temático español mexicano: factores que favorecen el PP 184 – 186, 185t; función narrativa del PP 186; proceso tempo-aspectual del PP 198 – 199, 198t español norteño 80 – 96; léxico 88 – 90; morfosintaxis 86 – 88; pronunciación 83 – 85; rasgos sintácticos 87 español peruano: clasificaciones del 42 – 43; modalidades derivadas 14; modalidades originarias 14; variedades 1 – 7, 8 – 35; variedades mayores al interior 41; véase también castellano peruano; español peruano amazónico español peruano amazónico 36 – 79; adición innecesaria del pronombre clítico 65; aspectos discursivopragmáticos 69 – 71; aspectos léxicos 66 – 69; aumentativo -sapa 54; clasificaciones del 40 – 43; clíticos en verbos pronominales y no pronominales 65 – 66; compuestos nominales 49 – 50; conjugación verbal 59; demarcación geográfica 43; diminutivo -co/-ca 57; diminutivo -illo/-illa 56 – 57; discordancias de género y número 60 – 61; entonación y duración vocálica 44 – 45, 44f; estructuras posesivas 63 – 64; fricativas /f/ y /x/ 46 – 47; género 59; habitual -siki 59; ilegitimizador sacha- 52 – 53; imperativo formado por haber + de + infinitivo 64 – 65; indefinidos negativos 61 – 62; leísmo 60; nominalizador -chado 57 – 58; oclusivas 47; omisión del pronombre clítico requerido 65 – 66; orden de constituyentes 62; palatales sonoras 45 – 46; palatalidad 48; polivalente 60; pronombres “usted” y “vos” 62 – 63; rasgos estructurales 43 – 71; rasgos fonético-fonológicos 43 – 49; rasgos morfológicos 49 – 59; rasgos morfosintácticos y sintácticos 59 – 66; reduplicación y derivación de nombres 51; repetición del pronombre clítico 66; resultativo -shca 58; sibilante prepalatal sorda 47; sujifo -cur 58 – 59; verbalización denominal 51 – 52; vocabulario 67 – 68; véase también español peruano español ribereño 39 – 40 español salvadoreño: factores que favorecen el PP 184 – 186, 185t;
función narrativa del PP 186; proceso pragmático-discursivo del PP 199, 199t estar: confusión entre ser y estar 100 estigmatización 145n12 estructuras posesivas 63 – 64 experimentación creativa 226, 235 expresar aspecto: uso invariable de lo para 215 – 216 expresar beneficio: uso invariable de lo para 216 – 217 expresar cortesía: me lo para 217 expresar meta: uso invariable de lo para 216 expresiones adverbiales frecuentativas 175 expresiones adverbiales próximas 175 expresiones adverbiales temporales según tiempo 177 – 178, 178f expresiones temporales 173 – 174, 174f expulsión jesuita 107 – 110 falacia de reificación 206 falsos pronombres 234 flojera 83 foco de caso (token-focusing) 176 foco de tipo (type-focusing) 176 focos perceptivos 19 fonema /f/ 42 fonema /k/ 42 fonema /p/ 42 fonema /s/ 3, 19, 19t fonema /t/ 42 fonética peruana 13 fonosimbolismo 48 francés 198 – 199 frase objeto: uso simultáneo del clítico y 217 – 220, 232 – 233 fricativas /f/ y /x/ 46 – 47 género 59; concordancia variable de 100; discordancias 60 – 61 gerundio: con valor perfectivo 123 globalización 18 gramaticalización: del pretérito perfecto 158 – 159, 159t, 198 – 199; de la subjetividad 156 – 205; de la subjetivización 195 – 200 guaraní 67 haber + de + infinitivo 64 – 65 habitual -siki 59 hablantes: en el enunciado 182; factores relacionados con la relevancia en el presente 182, 183f; presencia según
Índice temático 259 función sintáctica 171 – 172, 172f; referencia al 171, 171f; rol sintáctico del 170 – 172 hasta 86 hechos de lengua 1 Hildebrandt, Martha 82 – 83, 89, 145n12 historia interna 1 – 2 huasca 67 Iglesia Católica 108 imperativo: formado por haber + de + infinitivo 64 – 65 imperfecto subjuntivo 247 incorreciones 84 – 85 indefinidos negativos 61 – 62 indeterminación temporal 175 – 178 indicativo: alternancia entre subjuntivo e 248 – 250 infinitivo: formas verbales infinitivas 100; imperativo formado por haber + de + 64 – 65 influencia quechua 222 – 223, 226 – 231 inmigrantes andinos 27; 2.ª generación 27 – 28; 3.ª generación 28; descendientes 27 – 28; fenómenos propios de 18 inteligibilidad mutua 206 interjecciones de origen quechua 70 interlecto 16, 235n1 jesuitas 37 – 38, 73n6, 107 – 111, 113 kukama-kukamiria 74n30 la cual 236 – 237n12 ladinos 105 La Libertad 73n16 Lambayeque, Perú: hablas del litoral de 80 – 96 Language Change as a result of Andean Migration to Lima, Peru (investigación) 17 – 18 leísmo 22 – 23, 42, 60, 234; véase también clíticos lengua del Ynga 37 – 38 léxico: castellano andino 125, 127; español norteño 88 – 90; español peruano amazónico 66 – 69; préstamos léxicos 224 – 225; términos hispanos con significado distinto del que guardan en el español general 69 Lima, Perú 3 – 4 limeños 27; cómo hablan 27; percepción sintética 25
limeños clásicos 18, 30n10 limeños tradicionales 4 lo. véase clíticos loísmo 234 Loreto 73n7 lusismos 68 Madre de Dios, Perú 119 – 120 mangaches 91n5 mapuche 67 Markham, Clements 91n2 Maynas 37 – 38 meta: uso invariable de lo para expresarla 216 misiones 38 mitadéyelo o mitadéyeme 90 morfosintaxis: castellano andino 125t – 127t, 127; español afroperuano 99 – 102; español norteño 86 – 88; español peruano amazónico 59 – 66 Muñatones, Josefa Rosa de 111 náhuatl 68 narrativas 186 – 195 narrativas orales 186 – 187, 187t Navarro Gala, Rosario 248 negación, pretérito perfecto 165 – 166 negros peruanos 110 – 111 neolimeños 3, 17 – 18 neologismos 85, 89 nicles 92n16 no concordancia verbo-objeto 20 – 21 nombres: de probable origen mochica o tallán 88; reduplicación y derivación de 51 nominalizador -chado 57 – 58 nuevos limeños 4 número 60 – 61, 100 objeto antepuesto al verbo 218 objeto directo, doble 232 objeto directo animado 219 objeto directo pospuesto 220 objeto directo pronominal 218 objeto directo redundante 232 objeto indirecto 218 – 219 oclusivas 47 onomatopeyas 70, 93n26 orden de constituyentes 62 orden fonético-fonológico 125, 125t, 126t, 127 – 128 orden pragmático-discursivo 125t – 127t, 127 – 128
260 Índice temático palatales sonoras 40, 45 – 46 palatalidad 48 pano 67 pasado: preferencia por el presente en detrimento del 245 – 248 percepción: autopercepción 12, 17; de los castellanos del Perú 8 – 35; conceptos ligados a 11 – 12; esclavitud negra 104 – 111; justificación y principios básicos del enfoque de 8 – 11 percepción analítica 12, 16 – 24, 28 – 29 percepción externa 12 percepción interna 12 percepción sintética 12, 24 – 29 perfectivos: gerundio con valor perfectivo 123 pero 123 persona gramatical del sujeto 167 – 168, 167f Perú: castellanos del 8 – 35; dejo norteño 82 – 83; litoral central y sur 13; litoral norte 13, 80 – 96; litoral sur 13; región de la montaña (selva amazónica) 13; región serrana 13; zonas dialectales 13 pidgins 98, 103 – 104 Piura, Perú: hablas del litoral de 80 – 96 plantaciones 107 – 113, 112 Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) 6n2, 160 portugués 39, 68 portuguesismos 68 postura subjetiva 195 Pozzi-Escot, Inés 122, 249 PP o PPC. véase pretérito perfecto compuesto preguntas 100 preposiciones: uso no estándar 100 presencia del hablante según función sintáctica 171 – 172, 172f presente: preferencia en detrimento del pasado 245 – 248; relevancia en 178 – 184, 197, 200n7 préstamos léxicos 224 – 225 pretérito perfecto compuesto (PP o PPC) 70 – 71, 156; agentividad del sujeto gramatical y 168 – 170, 169f; análisis cualitativo de las narrativas 186 – 195; componentes semánticos 162 – 186, 163t; evolución en la historia del español 157 – 160, 197; factores lingüísticos 184 – 186; factores que favorecen 184 – 186, 185t; función evidencial 179; función narrativa 186; gradación de
la relevancia en el presente en el uso del 181, 181f, 182f; gramaticalización 158 – 159, 159t, 174 – 175, 198 – 199; primera persona gramatical y 167 – 168, 167f; proceso pragmático-discursivo 199, 199t; proceso tempo-aspectual 197 – 198, 198t; referencia temporal e indeterminación 175 – 178; relevancia en el presente 180, 180t; rol sintáctico del hablante 170 – 172; de ser/estar/haber 197; subjetividad 167; (inter-) subjetivización del 199, 199t; telicidad y 164 – 165, 165f; tipo de cláusula y negación 165 – 166, 166f; tipo de expresión temporal y 173 – 174, 174f; con valor evidencial 156 – 205, 170f pretérito perfecto compuesto (PP o PPC) evidencial 156 – 205; función subjetiva 170, 170f; trayectoria 200 primera persona gramatical 167 – 168, 167f primera persona objeto 229t, 230 proclíticos 207, 222 – 223 prominencia (saliencia) 31n12 pronombre relativo la cual 236 – 237n12 pronombres clíticos: adición innecesaria 65; omisión 65 – 66; repetición del 66; véase también clíticos pronombres explícitos no contrastivos 100, 238n32 pronombres usted y vos 62 – 63 pronunciación: castellano cuzqueño 134; español norteño 83 – 85 Proyecto BQE – Bilingüismo Quechua Español 161 – 162 Pucallpa, Perú 44 PUCP (Pontificia Universidad Católica del Perú) 6n2, 160 Puig, Esteban 92n13 quechua 74n24, 120; compuestos nominales 49 – 50; influencia del 224 – 235, 235t; interjecciones de origen quechua 70; marcas de objeto de las tres primeras personas 229t, 230; variedades 73n6; vocabulario 74n31 quechuismos 89 Quispe, Pedro 248 Quistococha 70 R: asibilación 41 – 42 Ramos de Cox, Josefina 81 reduplicación adjetivizadora de intensidad 50 – 51
Índice temático 261 reduplicación y derivación de nombres 51 referencia a un tópico introducido previamente: en una cláusula anterior 221 – 222; sin clítico 220 – 222, 228 – 230; en la misma cláusula 221 referencia temporal 175 – 178; en el pasado 176; en el presente 176 referencia temporal específica o indeterminada 176 Reforma Agraria 111 – 112 regionalismos 92n16 reificación de las lenguas 206 relevancia en el presente 178 – 184, 197, 200n7; definición 178; dimensiones semánticas que definen 180, 180t; factores relacionados al contexto temporal 182, 183f; factores relacionados al hablante 182, 183f; gradación 180 – 181, 181f, 182f repetición del pronombre clítico 66; véase también duplicación o doblado del clítico resultativo -shca 58 ribereña 13 Rivet, Paul 81 sacha 52 – 53 Salazar, Andrés de 111 Salazar y Muñatones, Augusto de 111 saliencia (prominencia) 31n12 San José (hacienda) 111, 112 San Regis (hacienda) 111 – 112, 112 segunda persona objeto 229t, 230 selva alta 37 selva amazónica 13 Selva Baja 38 ser: confusión entre ser y estar 100 shipibo-konibo 74n39 sibilante prepalatal sorda 47 simplificación 225 – 226, 230 – 231 Soto, Clodoaldo 249 Spruce, Richard 92n12 subjetividad 30n2, 189; gramaticalización de 156 – 205 subjetivización: gramaticalización de 195 – 200; del PP 199, 199t subjuntivo: alternancia entre indicativo y 248 – 250; alternancia entre –ra y –se 243 – 245; castellano peruano 243 – 254; formas inusuales del 250 – 251; preferencia por el presente en detrimento del pasado 245 – 248
sujeto: agentividad del 168 – 170, 169f; persona gramatical del 167 – 168, 167f sujetos no agentivos 170, 170f sujifo -cur 58 – 59 sustantivos escuetos 100 taíno 68 también 123 Tauribara, Perú 251 tercera persona objeto 229t, 230 terminación –ra 243 – 245 terminación –se 243 – 245 términos hispanos con significado distinto del que guardan en el español general 69 token-focusing (foco de caso) 176 Torero, Alfredo 81 transferencia 225, 233 Tumbes, Perú: hablas del litoral de 80 – 96 tupí 67 type-focusing (foco de tipo) 176 ultracorrecciones 84 Universidad de Illinois (Urbana) 160 usted y vos 62 – 63 Vargas Llosa, Mario 83 variedad amazónica 13 variedades andinas 13, 18 – 19; adverbios temporales presentes 177 – 178, 177f; agentividad del sujeto gramatical y el PP 168 – 170, 169f; expresiones adverbiales temporales 177 – 178, 178f; presencia del hablante según función sintáctica 171 – 172, 172f; primera persona gramatical y el PP 167 – 168, 167f; referencia al hablante 171, 171f; tipo de cláusula y negación 165 – 166, 166f; tipo de expresión temporal y el PP 173 – 174, 174f; uso de sujetos no agentivos 170, 170f variedades limeñas: adverbios temporales presentes 177 – 178, 177f; agentividad del sujeto gramatical y el PP 168 – 170, 169f; expresiones adverbiales temporales 177 – 178, 178f; presencia del hablante según función sintáctica 171 – 172, 172f; primera persona gramatical y el PP 167 – 168, 167f; referencia al hablante 171, 171f; tipo de cláusula y negación 165 – 166, 166f; tipo de expresión temporal y el PP 173 – 174, 174f; uso de sujetos no agentivos 170, 170f
262 Índice temático variedad ribereña 13 verbalización denominal 51 – 52 verbos: clíticos en verbos pronominales y no pronominales 65 – 66; confusión entre ser y estar 100; conjugación verbal 59; falta de concordancia entre el sujeto y 100 verbos durativos (o atélicos) 164 – 165, 165f, 184 verbos télicos 164 – 165, 165f, 184 vocabulario 67 – 68 voces insustituibles 40 – 41
vos 62 – 63, 250 – 251 voseo 250 – 251 vuestro y vuestra 122 Wölck, Wolfgang 161 – 162 yacu 67 ya vuelta 40, 69 Zevallos Quiñones, Jorge 81 zonas dialectales 13