Los helenismos del español : historia y sistema
 9788424927103, 8424927109

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LOS HELENISMOS DEL ESPAÑOL

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G RE DOS BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA

BIBLIOTECA ROM ANICA HISPANICA FUNDADA POR

DÁM ASO ALONSO III. MANUALES. 83

© JORGE BERGUA CAVERO €> EDITORIAL GREDOS, 2004 Sánchez Pacheco, 85, Madrid www.editorialgredos.com

Diseño gráfico e ilustración: Manuel Janeiro

Depósito Legal: M. 14096-20CT4 ISBN 84-249-2710-9 Im preso en España. Printed in Spain Encuadem ación Ram os Gráficas Cóndor, S. A. Esteban Terradas, 12. Polígono Industrial. Leganés (M adrid), 2004

LOS HELENISMOS DEL ESPAÑOL HISTORIA Y SISTEMA

G R E D OS BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA

A mis padres

SÍMBOLOS FONÉTICOS Y SIGNOS DIACRÍTICOS

> < * {} // [] : /c / N /0/ /kh/ /kw/ /]/ /ph/ /r/ /§/ /s/ /th/ /‘s/ /ü/ /w/ /xJ lyl Izl /z/ [b, g]

da como resultado (por ejemplo lat. apicula > esp. abeja) procede de forma no atestiguada o hipotética grafemas (signos gráficos) fonemas realizaciones fonéticas vocal larga (por ejemplo en /i:/) palatal africado sordo, como ch en chico predorsal africado sonoro, como z en ant. esp. amenaza fricativo interdental, como z en zapato oclusivo velar aspirado (del griego antiguo) consonante labiovelar indoeuropea (y latina) palatal lateral, como 11en calle oclusivo labial aspirado (del griego antiguo) vibrante tenso, como en perro prepalatal fricativo sordo, como sh en inglés shine dental sibilante velarizado (en árabe) oclusivo dental aspirado (del griego antiguo) predorsal africado sordo, como z en alemán Zeit vocal central alta labializada (u francesa, ü alemana) semiconsonante, como en inglés wash fricativo velar sordo, como j en jamón palatal africado sonoro, como y en mayo silbante sonoro, como 5 en francés poison prepalatal fricativo sonoro, como j en francés jardín realización fricativa de las oclusivas correspondientes

ABREVIATURAS BIBLIOGRAFICAS MAS FRECUENTES

DCECH = Coraminas, J. & Pascual, J. A., Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, 6 vols., Madrid, 1980-91. DELG = Chantraine, P., Dictionnaire étymologique de la langue grecque. Hisloire des mots, 2 vols., París, 1984. DELL = Emout, A. & Meillet, A., Dictionnaire étymologique de la lan­ gue latine. Hisloire des mots, París, 1985. DESE - Pharies, D., Diccionario etimológico de los sufijos españoles y de otros elementos finales, Madrid, 2002. GDLE = Gramática descriptiva de la lengua española, 3. Entre la ora­ ción y el discurso/Morfologia, dir. por I. Bosque y V. Demonte, Madrid, 1999. OED = The Oxford English Dictionary, 2.a ed. preparada por J. A. Simpson & E. S. C. Weiner, 20 vols., Oxford, 1989. TLF = Trésor de la langue frangaise. Dictionnaire de la langue du XlXe et du XXe siécle (1789-1960), CNRS, París, 1971-1994.

INTRODUCCIÓN

Es ya un tópico ampliamente difundido y profusamente repetido destacar la importancia que han tenido las lenguas clásicas para el en­ riquecimiento del léxico de las lenguas europeas modernas, incluido el español. No creemos, por tanto, que haga falta justificar el interés de un estudio riguroso sobre los helenismos del español y en general sobre la influencia del griego en esta lengua a todos los niveles, como aquí nos proponemos — aunque somos muy conscientes de que es un poco arbitrario separar lo griego de lo latino, hasta tal punto la histo­ ria de los helenismos españoles está incardinada dentro del latín. El único trabajo de cierta extensión que se ocupa de una forma coherente de este aspecto de la lengua española — que es también, huelga decirlo, un aspecto de la propia lengua grieg a— es la exce­ lente contribución de Manuel Fernández Galiano en la Enciclopedia Lingüística Hispánica (vol. II, Madrid, 1967, p. 51-77); allí se trazaba una breve historia de los helenismos españoles, además de dar atina­ das indicaciones relativas a la transcripción y adaptación al español de palabras griegas. Nuestra intención en un primer momento fue, sobre la base de es­ te trabajo pionero, elaborar una historia de los helenism os léxicos españoles mucho más completa y circunstanciada, pues sin duda el asunto da para un libro considerable. Pero pronto nos encontramos con un escollo infranqueable: para escribir una obra de este tipo se necesita ante todo tener una gran cantidad de material previo, es de-

Los helenismos del español cir, contar con un trabajo lexicográfico tan abundante y exacto como sea posible, cosa de la que, desgraciadamente, carece el español. Con un diccionario del estilo del Oxford English Dictionary — pro­ bablemente el mejor que se haya escrito nunca de lengua alguna— y las técnicas modernas de búsqueda informática, la labor sería bastante más sencilla, pues podría disponerse, de partida, de un corpus com­ pleto de palabras de origen griego, con su fecha de entrada en el idioma y abundantes citas que den cuenta de su evolución fonética, morfológica y semántica, cuando las haya habido. Pero de momento nuestra lengua carece de una obra de esta natu­ raleza, y según parece habrá que esperar bastantes años hasta que se complete el Diccionario histórico de la lengua española, proyectado por Julio Casares y empezado a publicar por la Real Academia Espa­ ñola en 1960 (todavía va por la letra B). Y la verdad, causa cierto sonrojo que una lengua como el español, cuyas autoridades políticas y lingüísticas no se cansan de vocear sus muchos millones de hablantes repartidos por el orbe, carezca de una obra de este tipo, indispensable para el historiador de la lengua1. Es verdad que ya hay a disposición de los investigadores algunas colecciones de textos informatizados, como el A D M Y T E (Archivo digital de manuscritos y textos españoles, C D -R O M , M adrid, M icronet, 1992-), o com o el fichero inform ático relativo a historia del español (el C O R D E o «Corpus diacrónico del español», que se puede consultar en www.rae.es), pero de ahí a un diccionario bien organizado y redactado (incluyendo la redacción de entradas correspondientes a prefijos y sufijos) hay todavía un abismo. Por otra parte, contamos con la obra monumental de J. Coram i­ nas, el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, en seis volúmenes (Madrid, Gredos, 1980-91; hay también una versión abre­ viada), que es siempre de gran utilidad pero que tiene un gran pro­ blema para nuestros intereses: aunque suele dar fechas de la primera 1 No se entienda con esto, ni mucho menos, que menospreciam os la parte publica­ da de dicho diccionario; al contrario, se trata de unos m agníficos fascículos, cuyo mé­ rito es todavía m ayor si se tienen en cuenta las precarias condiciones en que se han llevado a cabo.

documentación (fechas que en muchos casos hay que adelantar bas­ tante), no presta apenas atención a los cultismos, cuyas etimologías suelen ser transparentes y no ofrecen los problemas de identificación que plantean muchas voces de origen vulgar o prerromano (aunque, como veremos, en realidad los cultismos griegos presentan muchas particularidades fonéticas, morfológicas y semánticas que merecen comentario); tampoco ofrece entradas para prefijos y sufijos, que, como veremos en el caso de los de origen griego, plantean a veces ar­ duos problemas históricos al lingüista. Somos, asimismo, conscientes del peligro que se corre al escribir una obra sobre historia de los helenismos léxicos del español, y es el de estar presentando largas listas de palabras, según las épocas en que dividamos convencionalmente nuestra historia (el artículo menciona­ do de Fernández Galiano tampoco se libraba de ello; aparte de que su idea de seguir un orden de aparición cronológica de los helenismos en el latín de Hispania o en el castellano quizá sea menos útil que una distinción general por vías de entrada, que pueden explicar mejor las particularidades fonéticas de los helenismos, y que es lo que hemos intentado hacer en §§ 6-9). Hay que poseer la maestría expositiva y los conocimientos de un Rafael Lapesa para ir describiendo de una forma coherente y a la vez amena los aportes de vocabulario que ha recibido en una época determinada de su historia el español (nos referimos cla­ ro está, a su Historia de la lengua española). Siguiendo con las obras de lexicografía, también cumplen su fun­ ción los diccionarios de helenismos publicados en español; pero ha­ bría mucho que decir al respecto. El más voluminoso que conocemos, el de J. M. Quintana Cabanas (Raíces griegas del léxico castellano, médico y científico, Madrid, Dykinson, 1997), recoge más de 28.000 helenismos, y está concebido como una herramienta pedagógica de gran utilidad, con índices de diversas clases; pero no está escrito por un filólogo, y sus errores son numerosos y en ocasiones graves2. Además, tanto esta obra como otras varias de este tipo (por ejemplo el 2 Remito a mi reseña de este libro en Epos 14 (1998), p. 709-11

Diccionario etimológico de helenismos españoles de C. Eseverri, Burgos, 4.a ed., 1988, o el ya veterano de R. Mendizábal, incluido en su libro Lengua griega, M adrid, 1963, por no m encionar los de ca­ rácter más elemental), presentan serias lagunas, y es que, más allá de su utilidad principal — indicar qué significa miriápodo, p. ej., o cuá­ les son los helenismos españoles en los que aparece una raíz griega determ inada— , se suelen desentender de otras cuestiones fundamen­ tales para el historiador de la lengua, como son, además de la fecha de la primera documentación en español: ¿un helenismo español com­ puesto o derivado está tomado como tal del griego antiguo o se ha formado modernamente a partir de dos elementos griegos?; en el c a ^ de que el resultado español no se atenga a las normas comunes transcripción, ¿cuál ha sido su vía de transmisión: evolución popu, medieval, mediación árabe o de otras lenguas, etc.?; la palabra espa­ ñola, ¿ha sufrido algún tipo de evolución o cambio semántico respecPor todo ello, y a la espera de contar con un buen diccionario histórico del español, pensamos que sería más coherente abordar el estudio razonado de los helenismos españoles por niveles lingüísticos (incluyendo la escritura o grafemática), adoptando en principio un planteamiento sincrónico, aunque, claro está, haciendo referencia cons­ tante a cuestiones históricas, cada vez que el asunto lo requiera (por ejemplo, al tratar de las variantes que presenta la transcripción de un grafema griego). Se puede decir que, hasta ahora, casi todo lo que se ha hecho en este terreno se ha referido a los problemas de transcrip­ ción, generalmente desde un punto de vista puramente descriptivo y normativo, pero prestando poca o ninguna atención a los problemas específicos — gráficos, fonotácticos, morfológicos, sintácticos, léxi­ cos, pragmáticos— que plantea la incardinación de los helenismos en el sistema de la lengua española. En este sentido, llama la atención el desconocimiento casi abso­ luto en los trabajos mencionados de la bibliografía básica relativa al p r é s t a m o lingüístico, un campo que, tras superar el estigma que le infligió de Saussure al condenarlo al ámbito de la «lingüística externa»

y diacrónica, ha experimentado un gran desarrollo en los últimos de­ cenios y en el que, a grandes rasgos, se pueden distinguir dos tenden­ cias principales. De un lado estaría la «escuela europea», de tendencia histórico-cultural y centrada sobre todo en el préstamo léxico entre las grandes lenguas de cultura de Europa; el libro más completo y re­ presentativo de esta tendencia es probablemente el de L. Deroy, L ’emprunt linguistique, 2.a ed., París, 1980, muy rico en datos y que cualquiera que se ocupa de préstamos (en este caso los helenismos) haría bien en leer para tener una visión general del asunto. De otro lado, hay que mencionar a la «escuela norteamericana», desarrollada a partir de los años 50, que adoptó un método rigurosa­ mente estructural-sincrónico, desentendiéndose, por lo menos al prin­ cipio, de cuestiones de tipo histórico-cultural y «extralingüístico». Los lingüistas más destacados de esta escuela fueron E. Haugen y U. Weinreich, a quienes se debe, entre otras cosas, el desarrollo del im por­ tante concepto de «interferencia». El problema fundamental es que la escuela americana se ha centrado en el estudio de las situaciones de contacto de lenguas y sobre todo de bilingüismo propias de los Esta­ dos Unidos y el Canadá, situaciones que tienen bastante poco que ver con la del griego y el latín — lenguas ante todo escritas, de tradición culta— con relación a las lenguas europeas, en nuestro caso el espa­ ñol. Eso hace que la aplicación de la metodología estructural de estos autores resulte bastante problemática en el caso que nos ocupa, aun­ que sin duda ha de ser fructífera aplicada a situaciones de auténtico bilingüismo en las que ha estado involucrado el griego antiguo, con­ cretamente el caso de Italia en época imperial romana; sólo que esto es algo que cae lejos de los intereses inmediatos de este libro (aunque hagamos alguna referencia a ello en la parte dedicada al estudio de la fonética). Otro problema que plantea la metodología estructural mencionada al estudioso de los cultismos griegos es que, en sentido estricto, un helenismo se define por su historia, es decir, por el hecho de ser una palabra de origen griego, y ello va en contra del dogma básico de di­ cha escuela, para la que hay que estudiar los préstamos «en función

de los rasgos estructurales que los separan de las palabras patrimonia­ les y [...] no en función de criterios etimológicos e historicistas»3. De todos modos, en algunas secciones (ver sobre todo § 4, § 5, § 11.1.5) hemos intentado, en la medida de lo posible — pues no hay apenas trabajos en que apoyarse— , cum plir con dicho requisito estructuralista, tratando de aislar las particularidades fonotácticas, prosódicas o de otro tipo que denuncian per se el origen foráneo de algunos hele­ nismos, pero no de todos, ni mucho menos. Pero, en todo caso, esta forma de ver las cosas por fuerza ha de verse complementada con un tratamiento propiamente diacrónico, histórico, del problema, por las razones que ya hemos apuntado. Por poner un ejemplo: no basta con consignar la alternancia de {j} y {x} en helenismos como paradoja y ortodoxo, cuyo segundo elemento es la misma palabra griega (8ó£a «opinión»), sino que hay que explicar esa alternancia, y la única explicación posible es la que acude a la historia fonética del español (§ 6.3), no la que busca criterios de tipo estructural-sincrónico. Además, resulta que bastantes aspectos de los helenismos espa­ ñoles están muy lejos de haber sido investigados en profundidad; a veces ni siquiera es posible encontrar una exposición aunque sea es­ colar de determinados procesos histórico-lingüísticos. Pensemos en el caso de los prefijos y sufijos españoles de procedencia griega, cuyos orígenes, trasplante al latín y desarrollo histórico en el español y otras lenguas europeas son aspectos muy mal descritos en general, aunque, por lo que se refiere en concreto a la sufíjación, podemos contar ahora con el útilísim o D iccionario etimológico de los sufijos españoles y otros elementos jinales de David Pharies (Madrid, Gredos, 2002)4; en cambio, en el plano estrictamente sincrónico contamos con muy bue­ nas obras en este campo, sobre todo la impresionante monografía de

3 Gómez Capuz, 1998, 123 (este libro es una introducción muy recom endable al problema general del préstamo lingüístico y sus métodos de estudio). 4 Cf. nuestra reseña en Epos 18 (2002), 413-419, centrada en los sufijos de origen griego.

Rainer (1993)5. Así, nos encontramos con que algunos sufijos de ori­ gen griego son mal identificados de forma reiterada en obras lexico­ gráficas serias (incluso en el propio diccionario de la R A E ; ver p. ej. § 12.2.6 sobre -ido); y que, en general, para tener una información his­ tórica medianamente completa sobre prefijos hay que acudir a obras extranjeras, especialmente al O E D y al T L F (donde, lógicamente, se describe la situación en inglés y francés, respectivamente, que suele ser parecida a la del español pero nunca exactamente igual). Noso­ tros, aprovechando también la aparición del D E SE , hemos tratado de remediar un poco esta situación, dentro de nuestras enormes limita­ ciones en lo que al manejo de material fechado se refiere (recuérdese lo dicho antes sobre la falta de un diccionario histórico del español; también esperamos que se publique pronto la segunda parte del ma­ nual de gramática histórica española de P. M. Lloyd, que deberá ocu­ parse de la formación de palabras y la sintaxis). Creemos que tanto este como otros apartados del libro, como el que se refiere a la historia de las letras y de la notación prosódica, o el relativo a fonotáctica, son una novedad en el panorama de estudios sobre los helenismos españoles, y que pueden ser de utilidad tanto pa­ ra hispanistas como para helenistas interesados en esta «segunda vi­ da» del griego clásico en las lenguas modernas; y esperamos que puedan espolear la investigación en este campo, donde hay todavía mucho por hacer. Así, en este libro no se aborda la consideración propiamente so­ ciológica de los cultismos greco-latinos, es decir, una exposición que, más allá de la consabida reivindicación de la «aportación de las lenguas clásicas al enriquecimiento del español», dé cuenta de los condicio­ nantes sociales que han hecho posible ese flujo de cultismos grecolatmos a las distintas lenguas europeas, y del papel que estos cultismos han desempeñado y desempeñan — a todos los niveles: ortográfico, fo­ nético, léxico, prag m ático— en la «economía de los intercam bios 5 Sin olvidar tampoco la gran monografía de Peytard (1975) sobre la prefijación en francés.

lingüísticos», entendidos éstos no sólo como actos de comunicación destinados a ser descifrados por medio de un código determinado (Saussure), sino también y ante todo como «relaciones de poder sim­ bólico donde se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores y sus respectivos grupos»6. No sólo hemos tenido que prescindir de una perspectiva socioló­ gica en el estudio de los helenismos españoles. Tampoco ha sido po­ sible — por limitación de tiempo y espacio— prestar la atención debida a la sintaxis y a la semántica y lexicología, de las que quizá podamos ocupamos algún día. Hay que advertir, de entrada, que la parte de sintaxis presenta problemas muy arduos (nosotros, al menos, no sabemos muy bien cómo podría abordarse), y la de lexicología y terminología es tan amplia que lo más lógico es que recibiera un tra­ tamiento particularizado para cada campo o especialidad (aparte de que para abordar los campos específicamente científicos — biología, zoología, etc.— haría falta una formación de la que carecemos); para la léxico-estadística, puede verse el breve trabajo de Quilis (1984). En cambio, para la parte de semántica sí puede y debe intentarse al me­ nos esbozar una tipología general de los cambios semánticos experi­ mentados por los helenismos, un asunto que ha de dar sin duda bas­ tante de sí. Por lo demás, este libro pretende ser ante todo una obra de síntesis y de introducción al estudio de los helenismos, razón por la que, en las notas, nos hemos limitado en general a dar las referencias bibliográfi­ cas básicas, apoyándonos siempre en los manuales y monografías más acreditadas y accesibles de las distintas especialidades involucradas: la lexicografía clásica (Buck-Petersen, D E L G , D E L L , Gradenwitz, Kretschmer-Locker), española (Bosque-Pérez, D C E C H , D E SE ; Corriente para los arabismos) o de otras lenguas (O E D , T LF; Lüdtke para el léxico ro­ mánico en general); la fonología (Alarcos, Alcina-Blecua) y la fonéti­ 6 P. Bourdieu, ¿Qué significa hablar? Econom ía de los intercambios lingüísticos, trad. esp., Madrid, 1999, p. 11 (la traducción es tan deficiente que resulta más aconse­ jable acudir al original francés, del que hay una nueva edición en el volumen titulado Langage et pouvoir symbolique, París, 2001).

ca y morfología históricas españolas (Alvar-Pottier, Lloyd); la forma­ ción de palabras (Alemany, Almela, G D L E , Rainer) y la historia de la lengua española (Lapesa); la formación de palabras en griego (Chantraine, D E L G ) y en latín (André, D E L L ); el préstamo lingüístico (Deroy, Weinreich; Weise y Biville, 1990-95, para helenismos dei latín); los helenismos españoles (ante todo F. Galiano, 1967 y 1969; R. Adrados, 1999, añade poco a lo aportado por aquél); los galicismos en español (García Yebra). En cuanto al estudio de los helenismos en otras lenguas moder­ nas, la verdad es que no hemos encontrado mucha ayuda en Ja biblio­ grafía extranjera, y lo que hay está casi siempre centrado en el nivel léxico. Apenas podremos mencionar aquí alguna breve contribución sobre los helenismos del francés (Biville, 1985, 1995), el librito de Dornseiff sobre helenismos del alemán (1950) o el interesante trabajo de Janni sobre los helenismos en el italiano contemporáneo, espe­ cialmente en los medios de comunicación (1994); para el inglés he­ mos manejado la aceptable síntesis de Kent, ya más que veterana (la primera edición data de 1926). Finalmente, el volumen editado por Munske y Kirkness (1996) contiene algunas interesantes contribucio­ nes sobre helenismos del ruso, alemán, inglés y francés. Nuestra intención al escribir este libro ha sido doble: por un lado, intentar que los helenistas y estudiantes de filología clásica en general descubran un aspecto de la historia del griego que no suele tener ca­ bida en los planes de estudio de la especialidad, y que ofrece un cam­ po de investigación muy rico y poco menos que inédito en muchos aspectos. Por otro lado, ofrecer a los estudiantes de hispánicas o ro­ mánicas una visión oblicua del español y su historia, centrada en los cultism os7, además de proporcionar a cualquier interesado un reperto­

7 Nos permitimos recordar la observación de R. Menéndez Pidal: «en el estudio histórico-cultural del idioma los cultismos tienen una importancia principalísima, siendo lamentable que su conocim iento esté hoy tan atrasado. La ciencia habrá de aplicarse cada vez más intensamente a investigar la fecha, causas de introducción y destinos ulteriores de cada uno de estos préstamos, para que la historia lingüística ad-

rio manejable de fenómenos y de elementos lingüísticos relacionados con el griego (prefijos, sufijos, etc.). Como se podrá comprobar en seguida, lo único que se requiere para leer este libro con provecho es un conocim iento elem ental de la fonética y la m orfología griegas y latinas y unas cuantas nociones de lingüística española (histórica y estructural; en general se utiliza una terminología accesible a cual­ quier filólogo); contamos, por lo demás, con que su lectura también pueda servirle al estudiante para familiarizarse e interesarse por fe­ nómenos y procesos histórico-lingüísticos más o menos comunes. La primera versión de este libro, que llevaba por título Introduc­ ción al estudio de los helenismos del español, se publicó en 2002 co­ mo número 15 de la serie «Monografías de Filología Griega» que pu­ blica el Area de Filología Griega (Departamento de Ciencias de la Antigüedad) de la Universidad de Zaragoza; aprovechamos para dar aquí las gracias a los responsables de la serie, Carlos Schrader, José Vela y Vicente Ramón, por haber acogido el libro en su colección. También queremos reiterar nuestro más profundo agradecimiento a M aría Antonia Martín Zorraquino, catedrática de Lengua Española en la Universidad de Zaragoza, que tuvo la amabilidad de leer minucio­ samente el manuscrito de esta obra; sus numerosas críticas y observa­ ciones, tanto sobre la forma como sobre el fondo, ayudaron sin duda a que el resultado final de este trabajo sea mucho menos imperfecto. Para esta segunda edición del libro hemos podido leer algunas re­ señas (aún en prensa) de la primera, cuyo texto nos han facilitado amablemente sus autores: David Serrano-Dolader en Verba, Ramón Almela en Myrtia y Raquel Martín Hernández en Cuadernos de Filo­ logía Clásica (E. Griegos e indoeuropeos). A todos ellos, gracias.

quiera su pleno valor» (Manual de gram ática histórica española, 13.a ed., Madrid, 1968, p. 14-15; ef. también el estudio de Bustos Tovar, 1974).

Ca

p ít u l o

I

GRAFEMÁTICA ALGUNAS RELACIONES ENTRE EL SISTEMA GRÁFICO DEL GRIEGO ANTIGUO Y EL DEL ESPAÑOL ACTUAL

En esta primera parte — que también podría ser la última o figurar en apéndice— vamos a tratar de exponer una serie de hechos que afectan no a la lengua propiamente dicha (el español en este caso), si­ no a la escritura, a los grafemas o signos gráficos con los que refle­ jam os por escrito el español. Se trata de hacer ver, por un lado, cómo algunas incongruencias gráficas de nuestra escritura — y de otras len­ guas de nuestro entorno— remontan en último término al griego an­ tiguo, a través del alfabeto y los usos gráficos latinos; y por otro, de esbozar brevemente los problemas que plantea el reflejo por escrito del acento y otros elementos prosódicos o suprasegmentales, pues también aquí los antecedentes griegos ayudan mucho a entender los hechos modernos del español.

§ 1. G

e n e r a l id a d e s s o b r e e s c r it u r a y f o n o l o g ía

Empezaremos por dejar clara la diferencia entre escritura y fono­ logía: una cosa son las convenciones ortográficas de una lengua de­ terminada (si las tiene, pues hay muchas lenguas sin tradición escri­

ta), y otra su sistema fonológico en un momento dado. Debido al ca­ rácter esencialmente conservador de la escritura, el grado de adecua­ ción entre ésta y la fonología de una lengua puede ser muy variable, como demuestra sin ir más lejos el caso de la notación de las vocales y diptongos en el inglés o el español: mientras en el segundo caso la equivalencia entre escritura y fonología es casi total — debido en gran parte, probablemente, al gran parecido entre el sistema vocálico latino y el español— , en el caso del inglés el desajuste es tan grande que, por poner un solo ejemplo, la vocal larga /u:/ puede verse reflejada en la escritura hasta de siete formas diferentes: boot, move, shoe, group, flew , blue, rude, con el consiguiente problema para niños autóctonos y adultos de todo el orbe. Lo mismo se puede decir, en un plano diacrónico, del propio griego: lo que en su origen fue un alfabeto casi perfectamente fonemático acabó, en época bizantina y moderna, por el conservadurism o ya m encionado, convirtiéndose en un enorm e abismo entre la escritura consagrada por el uso clásico y la pronun­ ciación efectiva de vocales, diptongos, acentos, etc. (la introducción oficial, hace unos decenios, de la dhimotikí o griego hablado en la es­ critura de todo tipo de documentos — prensa, adm inistración— no ha cambiado demasiado esta situación). Centrándonos aquí en el mundo de escritura alfabética — pues los sistemas de tipo ideográfico o silábico, como el chino y el japonés, plantean problemas muy distintos— , es bien sabido que nuestro abe­ cedario latino deriva de una variedad occidental del alfabeto griego, por mediación del etrusco; la adaptación por parte de los griegos, allá por el siglo x a. C., del alfabeto consonántico fenicio añadiendo sig­ nos específicos para las vocales (que en las lenguas semíticas como el fenicio o el hebreo no tienen un estatuto fonológico comparable al de las consonantes, y así las breves no se escriben), fue un hecho de im­ portancia capital para la historia cultural de Europa y de sus lenguas, y por extensión para el mundo entero1. La gran virtud del primitivo alfabeto (o mejor, de las variedades de alfabeto) griego era precisa­ 1 Cf. Haarmann, 2001, 303 ss.

mente que cumplía en gran medida el ideal económico de cualquier escritura de este tipo, a saber, que a cada fonema le corresponda un solo grafema y que cada grafema represente siempre el mismo fone­ ma, con las ventajas para el aprendizaje y el manejo del alfabeto que ello supone. En este sentido, el español, lo mismo que todas las lenguas euro­ peas, tiene una gran deuda con el griego clásico — ha de quedar claro, en todo caso, que esta deuda es exterior a la lengua, puesto que la es­ critura como tal no forma parte del sistema de las lenguas. Sin embargo, es bien sabido que en la escritura del español hay una serie de inconsecuencias, en el sentido antes apuntado de falta de correspondencia biunívoca entre fonemas y grafemas; pues bien, si nos preguntamos por el origen o la causa de estas irregularidades de nuestra ortografía española, veremos que buena parte de ellas tienen su explicación última en el griego antiguo, o mejor dicho, en el tras­ vase de una lengua a otra a través del paso intermedio por el latín. Vamos a tratar de explicar con la mayor claridad posible estos proce­ sos históricos, centrándonos en aquellos grafemas o letras que tienen una relación directa con nuestro tema.

§ 1.1. E l

d íg r a f o

{ch}

Empezaremos por el dígrafo {ch} — incoherente en la medida en que se utilizan dos grafemas o letras para representar un único fone­ m a2— , que procede en última instancia de la trascripción latina culta de la oclusiva velar aspirada griega /%/, por ejem plo en monarchia < jiovap^íot. A partir del siglo n a. C., el latín literario recurrió a este procedimiento por carecer la lengua de este tipo de fonemas, las oclu­ 2 Además, hasta hace poco se lo ha alfabetizado como letra independiente, detrás de la {c} (lo que no dejaba de ser coherente, pues al fin y al cabo representa un fone­ ma distinto de la {c}), pero esto ya ha cambiado en el propio DRAE (ya antes en el Diccionario de María Moliner) para adaptarse a los usos generales en los demás paí­ ses, cf. Lodares-Salvador, 1996, 47 ss.

sivas aspiradas, que, por cierto, en algunas variedades alfabéticas grie­ gas ya se habían escrito de forma similar (como {KH}, es decir, con la oclusiva en cuestión seguida de la marca de la aspiración)3. Al pasar al español, las palabras latinas de origen griego que te­ nían esta {ch} perdieron la {h}, recuerdo lejano de la aspiración en griego y en la pronunciación culta en latín clásico (así, por ejemplo, monachalis, derivado del griego |iOvaxó lo que explica la pre­ sencia de palabras como archiduque frente al cultismo regular arqui­ tecto1.

§ 1.2. E l

grafem a

{x }

En el caso de la {x} pasa lo contrario de lo que hemos visto para la {ch}: la notación en un solo grafema de dos fonemas, uno velar y otro silbante (/k/+/s/). La anomalía de utilizar un solo signo para dos fonemas se remonta al alfabeto helénico (£, E en su versión clásica; X, X en alfabetos occidentales), que probablemente tomó el signo de la fenicia samek pero atribuyéndole el valor fonológico de shin (/§/), que debía de ser muy parecido a la pronunciación jónica del grupo /k s/8. El latín adoptó — de un alfabeto griego occidental, a través del etrusco—^ el grafema {%} con la misma función (y ocupando la mis­ ma posición en el alfabeto que la letra griega), y de ahí procede nues­ tra inconsecuente equis. En las palabras patrimoniales españolas esa secuencia latina /ks/ se palatalizó y se convirtió en /s/, notada como {x} hasta el siglo xvn (fixo, texer, Quixote); pero cuando, en el curso de ese siglo, tanto la /§/ de fixo (< lat.fiixus) como la /z/ de hijo (< \2X .f 1 lius) convergieron en la fricativa sorda actual /x/, poco a poco se adoptó para todos los casos el grafema {j} (fijo, hijo, tejer). El grafema {x} quedó en prin­ 6 En este caso la pronunciación III se debe a que el prefijo (sobre el cual ver § 12.1) se extendió a otros países a partir de Italia (cf. ital. arciduca, etc.), conservándo­ se en España la grafía original {ch}, que ya servía para sim bolizar ese fonema leí. 1 Y, además, la evolución esperada en el español medieval en arcipreste, arzobis­ po, argidiano (< lat. archidiaconus). No explica mucho Corominas en este caso; cf. DCECH s. v. archi-. 8 Cf. Jeffery, 1990, 32. Otros alfabetos griegos arcaicos escribían simplemente {KZ}, que es en principio lo más lógico; también en latín se encuentran grafías como lucs (= lux) o legs (= ¡ex).

cipio vacante, y hubiera desaparecido de no ser por los numerosos cultismos latinos (máximo, inconexo, explicar, etc.) y en menor me­ dida griegos (galaxia, ortodoxo), cuya secuencia /ks/, por lo demás, sigue siendo más o menos ajena al sistema fonotáctico español (cf.

§ 4.4) 9.

§ 1.3. E lg rafem a {z } La {z}, equivalente de la C mayúscula griega (procedente a su vez de la fenicia zayin), se usaba en latín clásico exclusivamente para transcribir palabras de origen griego (zona, Amazones, zephyrus, etc.); este uso marginal la relegó al último lugar del abecedario, don­ de sigue. Durante la Edad Media este grafema {z}, de tan poco rendimiento en latín, se utilizó para notar la predorsal africada sonora /dz/, pro­ ducto de la palatalización de diversas secuencias del latín vulgar (por ejemplo, en amenaza < lat. m inada, o en rozar < lat. *ruptiare). Cuando, en tomo al 1600, tanto esta P tJ como su correlato sordo /'s/ (por ejemplo, en plaga < lat. platea) se convirtieron en la fricativa sorda actual /0/, se produjo un caos considerable en el uso escrito de {c}, {z} y {q} (que en su origen era mera variante gráfica de {z}),

g Es sintomático que {x} sea el únieo grafema del alfabeto español cuyo nombre («equis») no contiene el sonido en cuestión (/ks/). La {x} da lugar, además, a pinto­ rescos malentendidos, como cuando la grafía arcaizante México incita a más de uno a pronunciar [Méksiko], cuando lo cierto es que en su origen esa {x}, pronunciada /s/ en el siglo xvi, trataba de reflejar un sonido del náhuatl que nada tenía que ver con /ks/; cf. Lodares-Salvador, 1996, 243-45. Cf. tam bién Alcina-Blecua, 1975, i¡ 2.5.20, donde se recuerda que, hasta 1927, en la ortografía chilena se escribía {s¡ y no {x } ante con­ sonante (esplicar). m ientras la r a e se negó en 1864 a tom ar esa medida porque «so color de suavizar la pronunciación de aquellas sílabas se desvirtúa y afemina» (c f también A. Rosenblat, «El fetichismo de la letra», en Nuestra lengua en ambos m un­ dos, Barcelona, 1971); y que en algunas partes de Am érica (M éjico, Perú, Ecuador) la pronunciación /ks/ se ve favorecida por la existencia de esa com binación de consonan­ tes en lenguas indígenas.

hasta que en 1726 acabó por instituirse la norma actual —Tan simple como arbitraria— de usar {z} ante vocal /a/, /o/, fu/ o en final de síla­ ba o palabra, y {c} ante /e/, /i/ (son incongruentes las grafías como Zeus, zeugma, e tc .!0; aunque a veces puede servir para distinguir dos palabras distintas que suenan igual, como el adverbio encima de la enzima de la biología). Mientras tanto, los cultismos y semicultismos de origen griego entrados a través del latín se seguían escribiendo en español con {z} (bautizar, etc.; aunque en textos muy tempranos pueden encontrarse grafías como Amasón). Pero, mientras en la Edad Media la pronun­ ciación de esta {z} era bastante parecida a la original de la C (que de­ bió de oscilar en época arcaica griega entre /zd/ y /dz/), con la evolu­ ción comentada de la /dz/ española y la introducción de gran número de helenismos se llegó a una situación extraña; pues mientras en fran­ cés, por ejemplo, la {z} de zoologie se pronuncia como una silbante sonora /z/, con valor fonemático en francés y muy cercana a la pro­ nunciación helenística y moderna de la £, o en alemán como /s/, tam­ bién cercano a /dz/, en español la conversión en una fricativa sorda /0/ resulta bastante paradójica, aunque comprensible por la evolución fo­ nética comentada.

§ 1.4. E l

g rajfem a

{y}

La {y} o «i griega» (u, Y), que otras lenguas europeas — a imita­ ción del latín— utilizan por prurito culto para notar la u etimológica de palabras de origen griego (fr.physique, ing. Physics, a partir de lat. Physica < (pixnicri), se acabó por convertir, en español, por un lado en notación de la consonante fricativa o africada /y/ (en mayo, conyugal, etc.), resultando así muy útil; y por otro en mera variante gráfica — y como tal innecesaria— de la semivocal /i/, limitada hoy en día a los 10 Estaríamos ante lo que Humbley (1974, 53-54) llama «préstamo grafemático»: la grafía Zeix; provoca la española Zeus, que conculca las normas habituales de la or­ tografía de esta lengua.

diptongos finales del tipo de rey, muy, hay, hoy y a la conjunción co­ pulativa y 11.

§ 1.5. E l

grafem a

{k}

La {k}, descendiente directa de la kappa griega, desapareció pronto del alfabeto latino en beneficio de la {c}, quedando su uso re­ legado a alguna que otra palabra del vocabulario oficial, como kalendae, o en topónim os com o K arthago. El rom ance hispánico, tras usarla en los primeros textos (por ejemplo, en las Glosas Silenses y Emilianenses, del siglo x, aparecen grafías como ke, karreira, Urraka), prescindió a partir del siglo xn de esta letra perfectamente inútil, a pesar de algunos intentos frustrados por rehabilitarla y extenderla, como el de Gonzalo Correas — o K orreas— en el siglo xvn; sin em­ bargo, se conservó viva en la escritura de las lenguas germánicas, ya desde el alfabeto gótico creado por Ulfilas en el siglo iv de la E ra 12. Su reaparición en español en tiempos modernos se debe precisa­ mente a algunos helenismos. El despropósito se remonta, según creo, a 1795, cuando los franceses instituyeron el sistema métrico vigente y acuñaron kilométre, kilogramme, etc.; puesto que se trata de deriva­ dos de xíAioi «mil», debería haber resultado quiliom étre o chiliométre, en vez del desafortunado — por su ortografía y su formación— kilométre, que fue no obstante el que acabó imperando en todas las lenguas europeas (aunque en algunas haya variantes que prescin­ dan de la {k}, así ital. chilometro junto a kilometro; en español, en todo caso, sería mucho más razonable — y así lo aconseja la Acade­ m ia— escribir quilo-, igual que escribimos quimera o quelonio). Además, esta inopinada {k} sirvió para abrir la puerta a muchas otras venidas de otros países; y si es más o menos justificable su uso en ad­ jetivos derivados de nom bres propios, como krausista, kantiano,

11 Cf. para más detalles Lodares-Salvador, 1996, 251 ss. 12 Cf. Haarmann, 2001, 463 ss.

A ello viene a añadirse el dígrafo {qu}. El origen de nuestra {qj es la koppa griega (la qoph fenicia), utilizada en los alfabetos griegos arcaicos para notar la oclusiva velar /k/ ante vocales de timbre /o/, /uf, pero abandonada poco a poco durante el siglo vi a. C. en beneficio de la kappa, de forma que ya no aparece en el alfabeto jónico-ático clá­ sic o 14. Los romanos aprovecharon este signo griego para escribir, junto con la {u}, su fonema Jabiovelar /kw/, heredado del indoeuropeo (quis, equus, etc.) y perdido en el griego, y lo conservaron incluso después de que /kw/ dejara de ser un solo fonema y pasara a se r sim­ plemente /k /+ /u /15. El español y otras lenguas románicas conservaron por prurito etimológico esta grafía, al principio de forma regular (quatro, cinquenta, quales, etc.) y limitada hoy en día a los grupos -que- y -qui-. Así tenemos en español hasta tres formas diferentes ({c}, {qu}, {k}) de representar por escrito un único fonema, / k l l6.

Finalmente, la {h}. Este grafema del alfabeto fenicio (heth) fue adoptado por gran parte de los alfabetos griegos arcaicos para repre­ sentar la aspiración inicial de palabra, pero en áreas psilóticas — es decir, en las que se había perdido dicha aspiración inicial— se lo uti­ lizó para notar la /e/ larga y abierta (eta), que es el uso clásico; final­ mente, del grafema {H} se desgajó una m itad para la aspiración ini­

13 Por no hablar de las concesiones al nacionalism o en grafías como eu sk era , ex. Sobre otros usos (festivos, contraculturales) de la {k}, c f Lodares-Salvador, 1996. I23-24. 14 Jeffery, 1990,33-34. 15 Sobre el carácter monofonem ático de /kw/ latino, cf. las explicaciones de S. Mariner, en su apéndice a Bassols, 1962, § 316. 16 Véase la curiosa defensa que hace G. Salvador del grafema {q}, pensando sobre todo en «algún futuro reajuste fonológico», en Lodares-Salvador, 1996, 169 ss.

cial y la otra para la ausencia de aspiración, es decir, para lo que lla­ mamos respectivamente «espíritu áspero» y «espíritu suave» (que acabaron adquiriendo su forma redondeada actual en la minúscula bi­ zantina del siglo x i) 17. Sin embargo, ya se ha dicho que otras variantes del alfabeto grie­ go conservaron la {H} con su valor original de aspiración, y de ahí lo tomó el latino para representar su fricativa laríngea, resultado de la evolución de varios fonemas indoeuropeos (así en homo, veho, etc.; nótese que, a diferencia del grafema griego, el latino también podía aparecer en posición interior de palabra). Pero este fonema latino dejó de pronunciarse como muy tarde en el siglo i a. C., y sólo por conser­ vadurismo gráfico se siguió escribiendo en las palabras que lo habían tenido; del mismo modo que dejó de pronunciarse la aspiración ini­ cial en griego, a pesar de lo cual en el griego bizantino y moderno se siguieron escribiendo espíritus ásperos durante siglos, hasta hace po­ cos años. Algo similar ha ocurrido en el castellano. En época medieval son normales las grafías como omne (hombre), aver (haber), etc., que re­ flejan la pronunciación real de esas palabras; caso distinto es el de la /h-/ procedente de lí-l (hacer < lat.facere, hijo < \al.filius, etc.), pues durante mucho tiempo esa {h} representó una aspiración efectiva­ mente pronunciada, y conservada todavía hoy en ciertas partes de Es­ paña y América. Pero una vez perdida esa aspiración en la m ayor parte del castellano peninsular, el grafema {h} era y sigue siendo francamente inútil, lo que no impidió que el impulso cultista y etimologizante del siglo xvm restituyera en la escritura la mayor parte de estas haches, incluidas algunas que nunca hubo en latín (huevo < ovum, hueso < ossum, e tc.)18, mientras lenguas como el italiano procedían con mayor coherencia al suprimirla casi por completo (cf. abitare, uomo, onore, ipotesi, etc.).

17 Jeffery, 1990, 28-29. IK Aunque en estos casos la inserción de la h- responde a la voluntad de señalar el carácter vocálico y no consonántico de esa u- inicial.

§ 1. 7. R e c a p i t u l a c i ó n

Estas son las incongruencias gráficas del español que tienen una relación más o menos directa con el griego, como se ha visto, mien­ tras que las demás tienen orígenes distintos y por tanto caen fuera del interés de este libro (/g/ representado tanto por {g} como por {gu}; /x/ por {g} y por {j}; f b / por {b} y por {v }; el grafema {w} en voces de origen germánico; /[/ y Ir/ representados respectivamente por los dígrafos {11} y {rr} )19. De entre todas estas anomalías, por otra parte, es claro que unas son más graves que otras; el hecho de que, por ejemplo, /k/ pueda re­ flejarse en la escritura de tres formas distintas ({c}, {k}, {qu}), pare­ ce cosa bastante más arbitraria que el uso de un dígrafo para notar un fonema simple, por ejemplo /c/ por {ch}, pues al menos en este caso hay siempre correspondencia biunívoca (el dígrafo en cuestión siem­ pre representa el mismo fonema y viceversa, el fonema en cuestión sólo puede escribirse por medio del dígrafo), mientras que IkJ puede escribirse de tres formas y por ejemplo {c} puede representar tanto /k/ (casa) como /0/ (cirio). Estas incongruencias, por otra parte, son la que están detrás de los numerosos y muy diversos proyectos de reforma ortográfica que se han propuesto desde Nebrija hasta ayer mismo, pasando por Gonzalo Correas en el siglo xvn, Andrés Bello en el xix o Jesús Mosterín hace pocos años. Proyectos que, al menos en los últimos dos siglos (desde la última reforma académica importante, la de 1815), no han encon­ trado apenas eco en las autoridades encargadas de estos asuntos, es decir, la Real Academia española; lo que no ha impedido que algunos

19 Respecto a la /f/, Alarcos (1965. § 104 ss.) considera que en español se traía de un fonema propiamente dicho; en cambio, en el caso del latín se considera /rr/ sim ­ plemente como la forma geminada de la /r/ (cf. el Apéndice de fonem ática Iatina de S. Mariner, en Bassols, 1962, § 318), y lo mismo dice de /pp/ Lejeune (1972, § 139). Si esto es asi, la incoherencia gráfica sería sólo asunto del español.

escritores hayan aplicado algún tipo de reforma parcial por su cuenta (el caso más notorio es el de Juan Ramón Jim énez)20. En todo caso, parece que tanto los reformistas acérrimos (afectos al principio fonológico) como los defensores del actual status quo ortográfico (en que se mezcla el etimologismo con la mera sanción del uso establecido) tienen sus buenas razones; podríamos decir, pa­ rodiando el refrán, que a veces la escritura tiene razones que la razón fonológica ignora. Es indudable que el peso de la tradición — y tam­ bién de la inercia— es muy fuerte en toda escritura, pero nunca estará de más recordar las observaciones de F. de Saussure, que, aun sin ser partidario de generalizar el uso de una escritura fonológica, reconocía que cuando hay desacuerdo entre la lengua y la ortografía, «la forma escrita obtiene casi fatalmente el triunfo, porque toda solución que se atenga a ella es más cómoda; la escritura se arroga de esta ventaja una importancia a que no tiene derecho», y así «la escritura vela y empaña la vida de la lengua: no es un vestido, sino un disfraz»21; en este or­ den de cosas Julio Casares (académico, por cierto) hablaba del «ridí­ culo fetichismo de la escritura».

§ 2. C

u e s t io n e s d e n o t a c ió n p r o s ó d ic a

Aparte de estas anomalías gráficas que hemos señalado — debi­ das, como se ha visto, casi más a la evolución del latín y el español que al propio alfabeto griego— , hay otro aspecto de la herencia grá­ fica griega que conviene destacar, y es el de la notación, aun parcial, de elementos prosódicos de la lengua, como son los acentos de pala­ bra — por medio del signo {'} (tilde)— ; y también la notación de las pausas sintácticas (comas, puntos, etc.), entonaciones de frase (inter­ rogativa), etc. 20 Se puede encontrar amplia información sobre las propuestas mencionadas y so­ bre muchas otras en M artínez de Sousa, 1991. 21 Saussure, 1983, 95, 97 y 103.

§2.1. A centos

La introducción de acentos en la escritura del griego se debe a los gramáticos alejandrinos, en el siglo ni a. C., aunque lo cierto es que hasta el siglo x de la era no se empezó a aplicar de una forma más o menos sistemática; Aristófanes de Bizancio (c. 255-C.180 a. C.) fue con toda probabilidad el primero en acentuar los textos homéricos y otros, creando los tres tipos de acento (circunflejo, agudo y grave) con que se editan tradicionalmente los textos clásicos griegos. Se trata de una invención de gran importancia, que rompe la figuración uni­ dimensional de la escritura — de izquierda a derecha en nuestras len­ guas— y refleja en parte, como hace la música al subir y bajar en el pentagrama, la dimensión melódica del lenguaje, con subidas y baja­ das en el tono o la intensidad. El latín ignoró por completo este tipo de signos prosódicos (los acentos), lo que es comprensible si se tiene en cuenta que su acento era «fijo», pues dependía estrictamente de la cantidad de la penúltima sílaba; lo que no es tan comprensible es que no se notaran las canti­ dades vocálicas (aunque hubo varios intentos en este sentido, por ejemplo, escribir las vocales largas como dobles)22. En todo caso, la mayoría de lenguas europeas modernas se escribieron durante toda la Edad Media sin acentos ni signos para la cantidad (en el caso de que esta última fuera fonológica), y muchas de ellas han heredado hasta hoy esta desidia prosódica, con los problemas que ello acarrea al lec­ tor, especialmente si es extranjero (pienso sobre todo en la acentua­ ción inglesa). Pero a partir del siglo xv empezaron a circular de nuevo los textos griegos, primero por Italia y poco a poco por el resto de Europa, al principio manuscritos y después en ediciones impresas. Las lenguas modernas descubrieron en el sistema de escritura griego una forma de remediar sus deficiencias en la notación prosódica, aunque los resul­ 22 Cf. Bassols, 1962, § 3 8

tados fueron bastante diferentes. El francés, por ejemplo, dada la po­ sición fija de su acento al final de palabra, adaptó los tres acentos griegos con fines diversos: el agudo para distinguir /e/ cerrada de /e/ muda (ble, me), el grave en varios tipos de situación (voilá, á, pére, etc.) y el circunflejo, entre otros usos, para notar la desaparición de una /s/ (tete < teste, etc.)23. El español, por su parte, se limitó a adoptar el acento agudo (tilde) para notar el acento prosódico de palabra. Tras muchos años de uso caótico, se acabaron por instituir las normas vigentes hoy en día, ar­ bitrarias pero bastante sencillas y económicas: poner tilde en todas las palabras esdrújulas, en las llanas acabadas en consonante excepto /n/, /s/, y en las agudas acabadas en vocal, diptongo, /n/, /s/; decimos ar­ bitrarias porque lo lógico sería, com o hace en general el griego, acentuar gráficamente todas las palabras que efectivamente llevan acento de palabra. Y si bien es cierto que el sistema español es proba­ blemente el más desarrollado y coherente de las lenguas de nuestro entorno, también es verdad que aún se podría mejorar algo, sobre to­ do en lo referente a distinguir entre usos de la misma palabra como átona o tónica — por ejemplo, entre el pues átono de Pues me voy y el tónico de A sí pues-, entre puesto (que) conjunción y puesto participio de poner o sustantivo; palabras que pueden ser preposiciones (átonas) o formas verbales (tónicas), como entre, para, bajo, etc.— , del mis­ mo modo que a veces se utiliza para distinguir monosílabos tónicos de átonos (te/té, mas/más, de/dé, etc.).

§ 2 .2 . S i g n o s d e p u n t u a c i ó n

y

d e m o d a lid a d d e o r a c ió n

Por otra parte, no hay que confundir la acentuación — que forma parte del aparato o sistema de la lengua— con la puntuación o interpunción (separación de sintagmas, de frases, de párrafos; notación de modalidades oracionales: interrogación, exclamación, etc.), ya pre­ 23 Grevisse, 1991, 90 ss. y 2754 ss.

sente en parte en algunas de las más antiguas inscripciones griegas, aunque también mejoró considerablemente en época alejandrina (ya Aristóteles, en Retórica 1407b 12, señala su importancia para la com­ prensión de textos difíciles, como el de Heráclito). Así que, por influjo griego, también en las lenguas europeas se fueron introduciendo poco a poco signos de puntuación no menos importantes que los acentos: F. Gregh ha llamado acertadamente a la puntuación «la respiración de la frase»24. En el siglo xvi se usaban ya la coma (gr. KÓwia, «corte, cesura», introducida en la minúscula griega del siglo ix), el punto (gr. aTiyiifi, «punción»), los dos puntos, el paréntesis, las comillas y el signo de interrogación (ya existente en griego desde el siglo ix, aunque con otra forma); en el xvu se intro­ dujeron el punto y coma y el signo de exclamación (desconocido en griego clásico), así como, algo más tarde, los puntos suspensivos y algunos otros signos de menos uso. Todo ello sin contar con otras propuestas que no llegaron a en­ contrar aceptación, como la pintoresca de Alcanter de Brahm de un «point d ’ironie» — aunque si un lector no detecta por sí solo la ironía en un texto, su explicitación por medio de un signo sería como expli­ car un chiste a quien no lo ha entendido a la prim era25.

24 Cit. por Grevisse, 1991, 2754 (también aquí sobre el «point d ’ironie» que se m enciona en seguida). 25 Si se considerase pertinente, también sería mucho lo que se podría mejorar en este sentido en español, sobre todo en lo referente a las distintas m odalidades de ora­ ción (mando, ruego, amenaza, etc.). Véase por ejemplo, aplicado a un texto latino, el «Ensayo de puntuación fiel a las prosodias de la lengua hablada», recogido ahora en García Calvo, 1989, 229-37. El libro de M. B. Parkes, Pause and Effect. An Introduction to the History o f Pimctuation in the West, Aldershot, 1992, sólo trata de la pun­ tuación en el mundo latino (a partir del siglo vi) y europeo, pero desgraciadamente no dice nada de los antecedentes griegos.

C

a p ít u l o

II

FONOLOGÍA HUELLAS DEL SISTEM A FONOLÓGICO DEL GRIEGO ANTIGUO EN EL ESPAÑOL

En este segundo capítulo vamos a estudiar el préstamo lingüístico desde el punto de vista de la fonología, viendo, por un lado, cómo y por qué algunos fonemas griegos existentes en el latín culto no tuvie­ ron continuación en el latín vulgar y por tanto tampoco en castellano; y, por otro lado, estudiaremos las importantes consecuencias que ha tenido la llegada masiva de helenismos cultos para la conformación de la fisonomía fonotáctica del español, fundamentalmente en lo que se refiere a la silabación de grupos de consonantes.

§ 3. G

e n e r a l id a d e s s o b r e e l p r é s t a m o d e f o n e m a s

Como se ha dicho, una cosa es la escritura y otra el sistema fono­ lógico de una lengua. Por cierto que éste, contra lo que pueda pensar­ se a veces, no es ajeno a las influencias foráneas, y si las lenguas se prestan entre sí elementos pertenecientes a todos sus niveles (morfo­ lógico, sintáctico, léxico, incluso prosódico), los fonemas no son una excepción 1 Cf. en general Davis, 1994, 2273-76; Deroy, 1980, 87-91 y 239 ss.; W einreich, 1974, 41 ss. («interferencias fónicas»).

Pues bien, cuando una lengua recibe de otra un p r é s t a m o — una palabra, un prefijo, un sufijo— que contiene un fonema desconocido para ella2, tiene básicamente tres opciones: puede eliminarlo sin más; puede sustituir dicho fonema por alguno similar de que disponga en su sistema (por ejemplo, al convertir el inglés shilling, con /§/ inicial, en chelín, con /c/), o puede conservar dicho fonema, añadiéndolo a su lista (por ejemplo, el inglés antiguo tomó del francés el fonema Izl a través de préstamos como rouge, beige; el francés medieval tomó del fráncico germánico la aspiración inicial de palabra /h/, que luego fue desapareciendo poco a poco). Lo normal en este último caso es que esos nuevos fonemas queden restringidos a las propias voces foráneas tomadas en préstamo, sin llegar a ser productivos en la lengua. En condiciones de bilingüismo «equilibrado» (por ejemplo, entre las clases cultas romanas), lo lógico es que los préstamos entre las dos lenguas en cuestión mantengan sus fonemas intactos, mientras que la adaptación sistemática es más propia de situaciones m onolingües3; tal fue siempre el caso del griego, muy reacio a adoptar palabras forá­ neas sin adaptarlas previamente a su fonología (y a su morfología). También el español ha mostrado siempre una fuerte tendencia a asimilar los fonemas extranjeros a los propios — otra cosa es que la escritura refleje esa asimilación o conserve la grafía original— , in­ cluso tratándose de nombres propios, aunque en los últimos tiempos esta tendencia está en franco retroceso, al menos en el español están­ dar de los medios de comunicación, invadido a diario por palabras 2 Como señala Weinreich (1974, 30), en realidad, desde un punto de vista estruc­ tural ista coherente, todos los fonemas de una lengua son en sentido estricto «descono­ cidos» para la otra lengua, pues, por poner un ejem plo sencillo, fkJ griega (escrita {k}) y /k/ latina (escrita {c}) no son el «mismo» fonema, ya que cada uno de ellos se define por oposiciones distintivas propias dentro de su sistema fonológico (la f\ü sorda griega se opone, además de a la sonora /g/, a la oclusiva sorda aspirada que escribimos {x}, mientras que la /k/ latina no conoce esta oposición; etc.). Claro que, de hecho, los hablantes de latín identificaban ambos fonemas por encima de los límites de los dos sistemas fonológicos, y en este sentido sí se puede decir con toda razón que, en los préstamos, fkJ griega = í\ü latina. 3 Cf. W einreich, 1974, 67.

procedentes de los idiomas más diversos del globo; recuérdese cómo antiguamente se españolizaban sistemáticamente los nombres de ciu­ dades o países para hacerlos fácilmente pronunciables (Mastrique por Maustricht, Perusa por Perugia, etc.), e incluso se traducían nombres de pila (Luis Bccthoven, Juan Jacobo Rousseau) y excepcional mente también apellidos (como cuando Quevedo llamaba a Montaigne «el Sr. de M ontaña»)4. Algo parecido puede decirse de las combinaciones de fonemas (lo que en ingles se llama Phonotactics); si un préstamo conculca las combinaciones normalmente admitidas en la lengua receptora, una de dos: o bien se modifica su silabación para adaptarla (como en Es-trasbur-go, con vocal inicial y final ausentes en Stras-bourg, o en el anti­ guo nombre español de Frank-furt am Main, Fran-co-for-te del M e­ nú), o bien se mantiene tal cual la secuencia, que revela así el carácter foráneo de la palabra (por ejemplo, en sandwich, pronunciado con frecuencia en español con una /c/ final que va contra la norm a5). Y lo mismo puede ocurrir con el acento: el préstamo puede adaptarse a las norm as acentuales de la lengua de llegada (como ocurría norm al­ mente con los helenismos en latín, cf. § 6.7) o puede conservar la acentuación original, que por ser anómala en ¡a lengua receptora de­ nuncia el origen foráneo de la palabra. Pero claro, en todos estos casos se trata de contacto entre lenguas vivas, habladas, mientras que en el caso de la inmensa mayoría de los helenismos españoles, que es el que nos ocupa, estamos ante un fe­ nómeno diferente, pues los préstamos vienen de una lengua escrita, 1 Algo sim ilar ocurría en francés, cf, Deroy, 1980, 249-50. En los últimos tiempos el delirio identitario de los nacionalism os «periféricos» ha llevado a excesos algo ridi­ culos, corno la pretensión del Parlamento español de que el nombre oficial en español de algunas ciudades contenga un fonema desconocido para sus hablantes (caso, por ejem plo, de Girona, que no habrá más remedio que pronunciar Yirona o incluso Chi­ vona. con los chuscos m alentendidos que puede propiciar esta última variante). No pa­ rece que sea competencia de un parlamento la introducción de fonemas extraños en una lengua, aunque sea en un nombre propio; cf. tam bién l.azaro Carreter, 1997, 674. ' Aunque la tendencia natural, sobre todo si el hablante desconoce el inglés, es a pronunciar sangüis. En Sudam érica se utiliza (y se escribe) el plural sánguses

ya no hablada; de ahí que no quepa hablar de préstamo de fonemas griegos al español, sino más propiamente de transcripción, como se verá (§ 6). Muy diferente era la situación en la Antigüedad, pues el latín en­ tró en contacto directo con la población hablante de griego, primero en el sur de Italia y después en la Grecia continental e insular (y en la propia Roma); y, dado que el bilingüismo estuvo bastante extendido entre los rom anos6, no es de extrañar que, al menos en un nivel culto y a partir sobre todo del siglo n a. C., se adoptasen varios fonemas ajenos a la lengua latina: así las oclusivas aspiradas, transcritas como {ph}, {ch}, {th} y pronunciadas como tales oclusivas seguidas de as­ piración; la u, transcrita como {y} y pronunciada de forma similar a la {u} francesa; la {z}, representando una silbante sonora perdida ya en latín por efecto del rotacismo. Pero todos estos préstamos no tuvieron consecuencias duraderas en la fonología latina, y el latín popular ignoró estas distinciones, co­ mo demuestran tanto las inscripciones y algunos textos tardíos como la propia evolución y resultado de numerosas palabras románicas; veámoslo en cada caso concreto (aun a costa de repetir parcialmente algunos puntos señalados en § 1).

§ 3 . 1. L O S FONEM AS / t h/, / k h/

Las oclusivas aspiradas dental (/th/) y gutural (/kh/), escritas como {th} y {ch} respectivamente, como se ha dicho, se pronunciaban en los círculos cultivados romanos con su aspiración original; esta aspi­ ración acabó por convertirse en algo de buen tono, lo que provocó que, en el habla de algunos indoctos, se extendiera incluso a palabras latinas en las que nada tenía que hacer (de ello se burla Catulo en su poema 84, que empieza Chommoda dicebat, si quando commoda...). Pero en el habla popular esas palabras griegas simplemente perdieron 6 Ver fCaimio (1979); y la bibliografía que cita Laguna, 1995, 10-14,

la aspiración7, comportándose en latín vulgar como meras oclusivas sordas: cf. axoA.f| > sc(h)ola > escuela (fr. école, it. scuola, etc.), 0r|CTaupóc; > t(h)esaurus > tesoro, etc.

§ 3.2. E l

fo n e m a

/ph/

La oclusiva aspirada labial /ph/, escrita como {ph}, perdió tam­ bién la aspiración en algunas palabras como KÓtaxqxx; > colap(h)us > golpe (fr. coup, it. colpo, etc.) o como pácpavoc; > rap(h)anus > rá­ banos. Sin embargo, ya desde el siglo i a. C. hay pruebas de pronun­ ciación fricativa de /ph/ en algunas partes del Imperio (grafías como Dafne en vez de Daphne en Pompeya), y esta pronunciación fricativa líl, favorecida por la existencia en latín de este sonido en palabras in­ dígenas — y quizá por la propia evolución contemporánea de todas las aspiradas griegas hacia fricativas— , es la que acabaría imponién­ dose para los helenismos en todas las lenguas europeas, tanto para los patrimoniales (como esp. huérfano < lat. orphanus < ópcpavóc;) como para los cultismos modernos (como, p. ej., filología), independiente­ mente de cuál sea la grafía elegida ({f} en español e italiano, {ph} etimológica en francés, alemán e inglés). Esta evolución fonética explica la anomalía de que, teniendo tanto el griego medieval y moderno como el español fricativas interdenta­ les, labiodentales y velares (/0/, líl, /x/)9, los helenismos españoles modernos presenten por un lado la fricativa líl y por el otro las oclu­ sivas /t/ y Ikl, en vez de las fricativas correspondientes; de no ser por el proceso histórico descrito, encontraríamos en español o bien toda la serie fricativa (es decir, *zeólogo, *antízesis, *brajicéfalo, que es, por lo demás, como se pronuncian estas consonantes al leer hoy los textos clásicos griegos; y como se suelen transcribir en nombres propios del 7 Así ocurría también en los préstam os más antiguos; ver § 8. 8 Para la cronología de este fenómeno, ver § 8. 9 Tanto la /0/ como la /x/ estaban plenamente impuestas a principios del siglo xvn (cf. Lapesa, 1981,374, 379).

griego moderno, como Zeodorakis, Janiá, Jristodulos, etc., cf. § 6.5), o a la inversa, toda la serie oclusiva (en cuyo caso, junto a antítesis y braqui- tendríamos *acépalo, *pilosopía, etc.).

§ 3.3.

E l

fonem a

/üJ

La vocal griega u, escrita {y} y pronunciada en registro latino cul­ to como /vi/ (es decir, como la {u} francesa o la {ü} alemana), en el habla popular de época imperial se asimiló en la mayoría de casos a la /i/, según demuestran grafías como misteriis (gr. jiuaifipiov), y tal es la pronunciación que ha prevalecido hasta hoy en las lenguas euro­ peas, independientemente de que escriban {i} o {y} (la única excep­ ción es, creo, el alemán, donde Physik suena [fuzík], frente al francés physique que suena [fízík]). En algunos casos la vocal griega se asimiló a la /u /10, lo que ex­ plica palabras castellanas com o tumba (< TÓ|ipo lat. /oe/ (> esp. /e/) au > lat. /au/ (> esp. /au/, /oí) eu > lat. /eu/ (> esp. /eu/, /oí) ou > lat. /u :/ (> esp. luí).

Como decíamos, hay algunas excepciones aisladas (algunas en préstamos preliterarios, sobre los cuales cf. § 8), no siempre fáciles de explicar; algunas de ellas no afectan al resultado final español (como el caso de lat. scaena > e sc e n a /1, otras sí: KpavnáXr\ > lat. crapula, Tioivf] > lat. puniré, (poíviE, > lat. Punicus, 5ioücr|au; > lat. diócesis, Tiapoucía > lat. par(r)ochia,8. Pero, aparte de esos casos, se observan las correspondencias men­ cionadas, de tal forma que es claro que en el latín vulgar tampoco hu­ bo ningún diptongo griego que no se adaptara al sistema vocálico la­ tino, y de ahí los resultados españoles. Un caso especial es el de /au/ y /eu/: el prim ero m onoptongó en /o/ en las voces patrim oniales (Griaaopóc; > lat. thesaurus > tesoro), siendo reintroducido después por los cultismos latinos (claudicar) o griegos (traumático); /euI era un diptongo prácticamente inexistente en latín, y también monopton17 Ver BiviIle, 1990-95,11, 326 ss. 18 Cf. Biville, 1990-95, II, 320 ss., 334 ss.

gó en /o/ en castellano en algún que otro helenismo temprano (como romadizarse, romadizo < lat. rheumatizare < gr. peunaTÍ^co), pero aparece sin monoptongar en bastantes helenismos entrados por vía culta (terapeuta, seudónimo, etc.). Todos estos procesos fonéticos del latín vulgar — que, como se ha visto, no contó con ningún fonema de importación griega— son, en definitiva, los que explican la forma habitual de transcribir las palabras o lexemas griegos al castellano (el caso de la {z}, como se ha visto, es bastante especial; también el de los diptongos /au7, /eu/). Hay que tener en cuenta que en los siglos medievales muchos de los cultismos de origen griego alojados en el latín de la Iglesia pasaban fácilmente al lenguaje común, donde los fonemas en cuestión (escritos como {ph}, {ch}, {th}, etc.) se pronun­ ciaban como se ha dicho (es decir, como /f7, /k/, líl, etc.); incluso el propio latín eclesiástico se pronunciaba, lógicamente, de acuerdo con la fonética vulgar, y así se ha hecho siempre en la misa católica en la­ tín (con variantes según los países). Así se entiende que, con estos precedentes, los numerosos cultismos llegados por vía escrita al espa­ ñol a partir del siglo xiii se hayan amoldado en general a estos princi­ pios y, en el caso de los griegos, se hayan transcrito como se especifi­ ca en § 6 .

§ 4. C o m

b in a c io n e s d e f o n e m a s o f o n o t á c t ic a

Hay un terreno en el que los helenism os sí han m odificado en parte la situación del español — del español estándar culto— , y es el de la «fonología combinatoria» o fonotáctica (en ing. Phonotactics), especialmente en lo que se refiere a la estructura silábica, que, como señaló Diego Catalán, es uno de los capítulos de la fonología más descuidadosl9. Y es que los numerosos cultismos griegos, indisociables en este aspecto de los latinos, reintrodujeron en la pronunciación

19 Cf. Catalán, 1971,77.

del español culto (y en su ortografía) una serie de combinaciones fonemáticas que habían desaparecido de la lengua hablada en la Edad Me­ dia, y que en muchos casos siguen resultando ajenas a la pronunciación coloquial castellana, a pesar de «la presión normativa y etimologizante ejercida por la Academia desde el siglo xvjii» 20. Intentaremos dar un repaso sistemático a todas estas combinaciones, distinguiendo — de una forma algo rudimentaria si se quiere— entre «grupos no proble­ máticos» (aquellos que, aun en el caso de que hayan desaparecido en las palabras patrimoniales del idioma, no parecen ofrecer ningún pro­ blema articulatorio al hablante común) y «grupos problemáticos» (aquellos que se mantienen, mejor o peor, por la mencionada presión normativa; algunos, de uso casi siempre escrito, virtualmente impro­ nunciables).

§ 4 .1 . D

is t r ib u c ió n d e v o c a l e s y c o n s o n a n t e s

Por lo que respecta a la distribución de vocales en la palabra, hay que señalar que, por la evolución de las vocales finales en el castella­ no medieval, es muy rara la presencia de /i/ o /u/ en sílaba final átona, y que una gran parte de las palabras que presentan /i/ en esa situación son helenismos, especialmente los sustantivos en -sis como crisis, síntesis, neurosis, etc., o los términos médicos con el sufijo -itis (fa­ ringitis, otitis, etc.)21. Y respecto a la distribución de consonantes se puede decir algo similar: que los cultismos latinos y griegos han Jhecho que aumente considerablemente el número de oclusivas sordas intervocálicas con­ servadas en español, frente a la tendencia general a la sonorización en los primeros siglos del idioma (cf. infra, § 4 . 5 ) ; basten como ejemplo los cientos de sustantivos o adjetivos griegos o latinos en -/co, como

20 M arcos, 1965, § 163. 21 Alarcos, 1965, § 95; puede comprobarse fácilmente lo que decim os consultando el Diccionario inverso de Bosque & Pérez Fernández, 1987.

lógico o político (frente al resultado medieval: amicus > amigo, toxicum > tósigo, etc.). También se podrían señalar numerosas palabras de origen griego que, entre otras cosas, denuncian su carácter de cultismos por su ex­ tensión anormal (paralelepípedo, biocitoneurología) o por presentar secuencias consonanticas de difícil pronunciación, propias casi de un trabalenguas (tetrástrofo; cf. en cambio lo ocurrido en trastocar < trastrocar).

§ 4.2.

G

r u p o s d e c o n s o n a n t e s e n p o s ic ió n in ic ia l

No ofrecen problema articulatorio las combinaciones de oclusiva o /fí seguidas de /l/ o /r/, aunque lo cierto es que la mayoría de las palabras que empezaban por /pl/, /k1/, /fl/, íb\l y /gl/ sufrieron en el tránsito al castellano la pérdida de la oclusiva, con o sin palataliza­ ción de la N (cf. lat. pluvia .■ lluvia; clamare .' llamar; jíam m a .' llama; blastemare > lastimar; glattire > latir). Así, tenemos casi to­ dos estos grupos iniciales representados en helenismos españoles: /br/ (bromatología), /pr/ (pragmático), /ir/ (frase), /dr/ (drama), /tr/ (trau­ ma < xpaüna, trombo < 9pó(i3° KpÚTtiri), /bl/ (blenorragia), /pl/ (plástico), /fl/ (flema), /gl/ (glosa), ftd! (clero < K>apoAiov), /kt/ (ctenóforo), /ft/ (Ftía, nombre propio), /tmI (tmesis); quizá haya alguno más en nom­ bres propios. Finalmente, todos los grupos iniciales griegos de /s/ más oclusiva o /m/ han desarrollado en español una /e/ protética para facilitar la ar­ ticulación, excepto alguna que otra palabra de penetración temprana en que ha caído la /s/ (como cncnTtTpov > getro > cetro\ craaajió pasm o, ya en lat. vg.pasmus; cisma < etc.). Así, tenemos re­ presentados grupos iniciales griegos como /ene/ (escéptico), fa x / (es­ quizofrenia), /(J0/ (estenógrafo), /ctt/ (estático), lo n l (espasmo), /ccp/ (esfera), /crup/ (estrofa); también el grupo /aji/ (esmeralda < ajiápay8o omne > hombre). Casi todas estas combinaciones aparecen en helenismos españo­ les, aunque algunas pocas sólo están atestiguadas en nombres propios

24 En final de palabra, en realidad, sólo el nasal /n/, el lateral ¡M y la /r/ fricativa, adem ás de /s/ y /0/; cf. Alarcos, 1965, § 115 ss. (para el concepto de arebifonema, § 26). Por lo demás, entiéndase que la situación descrita se refiere al español estándar del norte de la Península Ibérica, pues en toda la parte meridional lo normal es la neu­ tralización de /s/ y /0/ implosivas, por un lado (realizada como aspiración /h/)> y tam ­ bién la de /r/ y t\l implosivas (realizada como /vi), con tendencia latente a la desapari­ ción de todas las implosivas; cf. Catalán, 1971.

o en tecnicismos de muy poco uso: /Np/ (emporio), /Nb/ (trombosis), /Nf1 (ánfora), /Nt/ (síntesis < aúvGeaic;, antítesis < áviíGeau;), /Nd/ (espondeo), /N0/ (quiromancia), /Nc/ (concha), /Ns/ (pansofismo), /Nk/ (ornitorrinco), /Ng/ (laringólogo), /NxJ (ángel), /NI/ (panléxico)25, /Nr/ (panrománico); /Lp/ (Melpómene), /Lb/ (Olbia), /Lf/ (alfabeto), /Lt/ (peristáltico), /Ld1 (polialdo), /L0/ (helcistro), /Ls/ (alsófilo), /Lk/ (Cólquide), /Lg/ (algofobia), /Lx/ (analgésico), /Lm / (platelminto); /Rp/ (carpo), /Rb/ (euforbio), /Rf/ (morfema), /Rt/ (carta), /Rd/ (cuer­ da), /R0/ (hipercinesia), /Re/ (archivo), /Rs/ (tirso), /Rk/ (sarcófago), /Rg/ (ergonomía), ÍRxJ (metalurgia), /Rm/ (fármaco), /Rn/ (cibernéti­ ca), /RJ/ (hiperlipemia); /sp/ (espora), /sb/ (asbesto), /sf/ (asfixia), /st/ (místico), /sd/ (disdipsia), /s0/ (discinesia), /sk/ (menisco), /sg/ galactia), /sx/ (disgenia), /sm/ (cosmos), /sn/ (disnea), /si/ (dislexia), /sr/ (disritmia). Por las propias posibilidades fonotácticas del griego, no están re­ presentados en helenismos españoles grupos como /Ln/, /Lr/; tampo­ co combinaciones con /0/ cerrando silaba (sí en palabras de otros orí­ genes: alnafe, alrededor, bizco, juzgar, jazmín, rebuzno), a no ser en algún caso aislado y temprano en que ha habido alteraciones fonéticas de importancia, como en bizma < bidma < lat. epithema < éní0e|ia «em plasto»26.

§ 4 .4 . G

r u p o s in t e r io r e s p r o b l e m á t ic o s

(h e t e r o s il á b ic o s )

Junto a estos grupos interiores, perfectamente adaptados a la fonotáctica española, hay otros mucho más problemáticos, fundamen­ talmente las combinaciones con una oclusiva como cierre de sílaba, 25 Ya se entiende que algunos de estos grupos sólo aparecen en com puestos mo­ dernos, a veces híbridos de latín y griego (como panrománico), pero serían imposibles en griego (donde grupos consonánticos como -vX-, -vp-, etc., se asimilaban y daban como resultado -XX-, -pp-, etc.). 26 Quizá también en gazpacho, si se acepta la etimología propuesta por Corriente, 1999, s. v. (vendría de yaCocpuXátaov «cepillo de iglesia»).

entre las que las más frecuentes son probablemente /Bt/, /Gt/ /G0/ y /Gs/. Todos estos grupos desaparecieron muy pronto de las palabras castellanas patrimoniales — en ciertos casos ya en el latín tardío—■, en virtud de diversos procesos fonéticos: palatalización (noctem > no­ che; texere > texer [teser] > tejer), caída de la oclusiva (scriptum > escrito), vocalización de la oclusiva (captivum > cautivo, civitatem > cibdad > ciudad), metátesis (catenatum > cadnado > candado), etc. Y la tendencia a resolver este tipo de grupos inestables era tan fuerte que afectó también a los cultismos latinos o griegos introduci­ dos en la baja Edad M edia y los siglos xvi y xvn; así nos encontra­ mos constantemente en la literatura del siglo de Oro, en escritores po­ co sospechosos de «vulgaridad», con palabras como lición (lección), afición (afección), efeto (efecto), conceto (concepto), dino (digno), etc., que reflejan la pronunciación habitual de estos cultismos, quizá a veces con una geminación similar a la que se produce en italiano (que no vio mayor problema en reflejarlo así por escrito: concetto, massimo, esatto, soggetto, etc.). Pero tras la fundación de la Real Academia en 1713 se va impo­ niendo la restitución etimológica — no sólo en la ortografía, sino también en la pronunciación de las clases cultivadas— de gran canti­ dad de estos grupos cultos, aunque de una forma arbitraria y desorde­ nada27; en parte eso explica, por ejemplo, que los derivados españoles del verbo latino iacio «lanzar» presenten formas tan diversas como objeto, sujeto, abyecto (obiectum, subiectum, abiectus), objeción, su­ jeción, proyección. interjección (obiectio, subiectio, proiectio, interiectio)2%y lo que provoca inevitables dudas en el hablante y explica también las formas hipercorrectas (es frecuente oír y leer cosas como discrección < lat. discretio, concrección < lat. concretio, etc.). Diego Catalán ha descrito este proceso general con toda claridad:

27 Cf. Lapesa, 1981, § 102; cf. también M artínez de Sousa, 1991, 146 ss.; o el Manual del español correcto de L. Gómez Torrego, Madrid, 1988. 28 Una lista más completa en DCECH s. v. abyecto.

En el siglo xvin las minorías cultivadas aceptaron el principio de que la «corrección» lingüística debía prevalecer sobre la costumbre. En consecuencia, intentaron sujetar su habla a las normas de pronun­ ciación recomendadas por la erudición. La escritura impuso su impe­ rio sobre la palabra. Este predominio de la letra vino a minar, en la lengua culta, la norma estructural que limitaba a -n, -l, -r, -s y -z el inventario de los fonemas con valor distintivo en el margen implosivo de la sílaba. Los hispano-hablantes cultivados del s. xvin comenzaron a pronunciar los «grupos cultos» de consonantes en los préstamos la­ tinos (y en otros extranjerismos); después, la progresiva democratiza­ ción de la cultura ha conseguido difundir esta nueva norma de pro­ nunciación entre un número cada vez mayor de usuarios de la lengua española. Creo, sin embargo, que las nuevas consonantes implosivas no se hallan perfectamente integradas en la estructura de la lengua y que en una descripción fonológica del español es preciso seguir dis­ tinguiendo entre las implosivas tradicionales y las «cultas». Estas, por lo general, siguen estando adscritas a unas secciones del léxico de empleo muy restringido29. En efecto, hasta el día de hoy todos estos grupos siguen repug­ nando al sentido de la silabación del hablante común (que es, por cierto, quien acaba conformando a la larga la gramática de una len­ gua); y cualquier fonetista reconoce que en la lengua hablada la ma­ yoría de los sufridos hispanohablantes evitan estas combinaciones de una forma o de otra: prescindiendo por completo de la oclusiva ([esplicar], como escribía Juan Ramón Jiménez, [ausilio]), pronuncián­ dola en el «habla esm erada» como fricativa ([esagto], [concebto]), vocalizándola ([káusu!a]=eá/«w/a), recurriendo a la geminación ([ténnica], [ammóffera], muy frecuente en Andalucía) o incluso sustitu­ yendo la oclusiva por una de las consonantes comunes como cierre de sílaba: así se explica, por ejemplo, que los antiguos sustantivos en -adgo (< lat. -aticu) terminen hoy en día en -azgo (mayorazgo, har­ tazgo, etc.); se observa que la /©/ tiende a neutralizar en algunas par­

29 Cf. Catalán, 1971,84.

tes a /B/, /D/ y /G/, así en pronunciaciones «vulgares» como [azvertir], [esazto], [helicóztero], [aztitud], [corruzto], etc.)30. Claro que tampoco faltan pronunciaciones recalcitrantes del tipo de [eksakto], y numerosas formas hipercorrectas como [ekspektador] (lat. spectator) o, en ciertos países americanos, [auktomóbil]; pero todo esto, por decirlo con palabras de Saussure, entraría ya dentro de la categoría del «caso teratológico» (o sea, de la galería de mons­ truos)31. Pues bien, en los cultismos de origen griego hay una nutrida re­ presentación de estos grupos «intrusos» con oclusiva en final de síla­ ba, algunos más pronunciables que otros: /B t/ (helicóptero), /B d/ (molibdeno), /Bs/ (elipsis, ábside), /Bn/ (hipnosis); /DmI (cadmio, ritmo), /Dn/ (étnico, equidna), /DI/ (atleta); /Gp/ (ecpiesis), /Gb/ (ec­ bólico) , /Gf/ (sinecfonesis), /Gt7 (práctico), IGáJ (amígdala, sinécdo­ que), /G0/ (eccema), /Gs/ (exótico), /Gm/ (enigma, dracma), /GwJ (diagnóstico, técnica). A ellos habría que añadir combinaciones como /mn/ (himno; simplificado en Agamenón < ’AyajiSiivcov) y los muy raros /ft/, /fn/ (difteriaf Dafne); no están representados, afortunada­ mente, los grupos /Gk/, /Gg/, /Gx/. Por otra parte, las geminadas griegas (141, vv, XX, a a , nn, t t , kk) no suponen problema ya que se simplifican siempre en español, ex­ cepto en el caso de /r/ (catarata/catarro), ver infra, § 6 .5 .

§ 4 .5 . G

r u p o s f n t e r io r e s t a u t o s il á b ic o s

El español admite los mismos que hemos visto a principio de pa­ labra, por más que algunos de ellos sufrieran cambios en el tránsito al castellano (por ejemplo, la sonorización de oclusivas sordas en lat. capra > cabra, patre(m) > padre, lucrare > lograr). Así, tenemos re­ 30 Puede verse la descripción detallada de muchos de estos casos en T. Navarro Tomás, M anual de pronunciación española, Madrid, 26.a ed., 1996. 31 Saussure, 1983, 99; sobre la tendencia general a la hipercorrección como algo típicamente «pequeño-burgués», cf. Bourdieu, 1999, 37.

presentados en helenism os españoles: /pr/ (lepra), /p 1/ (omóplato), /br/ (tríbraco), PoV (problema), /fr/ (perífrasis), /fl/ (endojlebitis), /kr/ (policromía), /kl/ (heteróclito32), /gr/ (pentagrama), /gl/ (diglosia), /tr/ (metro), /dr/ (hipódromo). El grupo /ti/, como se ha visto en § 4.4, es muy poco frecuente y tiende a ser heterosilábico en español (at­ leta, at-las, etc.; en la pronunciación común es frecuente suprimir la /t/, como en Ale ti, por AtlétifcoJ de Madrid). Conviene señalar, por otra parte, que el griego antiguo no siempre coincidió con este tipo de silabación en los grupos de oclusiva segui­ da de nasal o lateral. Así, los textos métricos más antiguos demues­ tran que el límite silábico se sentía entre ambas consonantes, de for­ ma que la primera sílaba, aunque tuviera vocal breve, contaba como larga: nax|póc;, ánó n |p o 0ev (como si el español dividiera cab-ra o chic-le, o más bien cah-bra, chf-cle). Y si bien en el ático y en el griego helenístico la silabación de estos grupos era en general como la latina y española — lo que suele llamarse correptio Attica, «abre­ viación ática», por contar como breve la sílaba que precede al grupo en cuestión, siempre que tenga vocal breve— , hay que señalar que algunas combinaciones con IV se seguían sintiendo normalmente co­ mo heterosilábicas (así -3X-, -yX-), mientras que, a la inversa, podían funcionar como tautosilábicos grupos que en español nunca podrían serlo (así, algunas com binaciones con /m / y / n/, por ejem plo en xéicvov)33.

§ 4.6.

G

r u p o s in t e r io r e s d e t r e s

C O N SO N A N T E S ( h E T E R O S IL A B IC O S)

De entre los que tolera sin problemas el español, aparecen en he­ lenismos los siguientes (muchos sólo en compuestos de uso muy es­ 32 En algún caso muy raro puede sentirse como tal el prefijo, y hacerse la división silábica: ec-lampsia (< EK>.amja pueblo, cóm(i)te > conde, etc.)37, desplazamiento del acento a la penúltima sílaba (íntegrum > entero, cáthedra > cadera; a veces por analogía con el verbo simple, como en rétinet > retiene, cóntinet > contiene), etc.38. Así que tanto los cultismos latinos como los griegos han cambia­ do un tanto el paisaje prosódico del español, sobre todo del culto y científico, pues lo cierto es que en el habla común las palabras es­ drújulas siguen teniendo una presencia muy limitada; el tipo más fre­ cuente de esdrújulo, el trisílabo (como lógico), apenas supone un 0,95% del total de tipos léxicos acentuales, a enorme distancia de las 36 Los finales en /ps/ están limitados a nom bres científicos y técnicos de muy poca circulación, como fó rcep s o triceratops (nombre de un dinosaurio). 37 Excepto si se trataba de la vocal /a/: huérfano, órgano, rábano, cantábamos, cantaríamos, etc. 38 Cf. Lloyd, 1993, 191 ss. '

palabras átonas, llanas y agudas. Esto explica, por otra parte, que los esdrújulos gocen del prestigio de lo raro (o, en términos sociológicos, que sean portadores de un gran capital simbólico), lo que, unido a otros factores com plejos que entran dentro de lo que se llama el «campo asociativo», puede dar cuenta de desplazamientos acentuales esporádicos como el d e périto (cf. médico, químico, etc.)39. Sobre las normas de acentuación de los helenismos cultos españo­ les, véase después, § 6.7.

39 Cf. Alcina-Blecua, 1994, § 2.8.1.5. y 2.8.1.6. De la tendencia a abusar del cul­ tismo esdrújulo (de origen griego o latino) ya se burló amablem ente Tomás de Iriarte en el siglo xvrn, en el conocido poema que empieza así: Ello es que hay anim ales muy científicos/ en curarse con varios específicos,/y en conservar su construcción orgáni­ c a ,/ como hábiles que son en ¡a botánica,/pues conocen las hierbas diuréticas, / catár­ ticas, narcóticas, em éticas,/ febrífugas, estípticas, prolíficas,/ cefálicas y también su ­ doríficas.

C

a p ít u l o

III

CLASIFICACIÓN DE LOS HELENISMOS ESPAÑOLES SEGÚN SUS VÍAS DE ENTRADA Y SU FORMA FONÉTICA

Una vez abordadas las cuestiones generales que afectan a la fo­ nología, tanto desde el punto de vista de los fonemas individuales como de la silabación y la prosodia, pasamos en esta tercera parte a exponer una clasificación de los helenismos españoles atendiendo a su vía de entrada en el idioma, es decir, a si han entrado por vía escri­ ta o por vía oral, y a través de qué lengua o lenguas intermediarias (latín clásico y vulgar, árabe, italiano, francés, etc.), pues en general se puede decir que apenas hay en español helenismos llegados direc­ tamente del griego antiguo: nó los hay llegados por vía oral, por razo­ nes evidentes (cuando empieza a existir conciencia del castellano, en tomo a los siglos ix-x, hace mucho que el griego antiguo o clásico ha dejado de ser tal), y apenas los hay llegados por vía escrita porque, para nuestra vergüenza, la gran mayoría de helenismos técnicos y científicos adoptados o creados en los últimos siglos (como teletipo, fonología o fotografía) lo han sido primero en las lenguas de los paí­ ses europeos o americanos que han estado y siguen estando a la cabe­ za de la investigación en casi todos los campos (es decir, fundamen­ talmente el francés, inglés y alemán), de tal modo que palabras como las recién citadas han llegado al español procedentes no de los pro­ pios textos griegos, sino de las lenguas de nuestros industriosos veci­

nos del Norte (y por eso mismo son tanto helenismos como anglicis­ mos o galicismos). Por otra parte, si incluimos aquí — entre la fonología y la morfo­ logía— esta sección de carácter ante todo histórico, es porque, como vamos a ver, el aspecto fonético de un helenismo español está direc­ tamente condicionado por el camino — escrito u oral, a través de una u otra lengua— que ha recorrido hasta Llegar a alojarse en nuestro idioma; de ahí que, para dar cuenta de ello, necesitemos hacer un po­ co de historia cultural y lingüística.

§ 6.

Los

CU L T ISM O S DE O R IG E N G R IE G O ! P R IN C IP IO S

DE T R A N S C R IP C IÓ N Y DE A C E N T U A C IÓ N

La gran mayoría de los helenismos españoles son c u l t i s m o s puros, es decir palabras que «se atienen con fidelidad a la forma [...] escrita, que guardan sin más alteraciones que las precisas para aco­ modarla a la estructura fonética o gramatical rom ance»'. Esta adapta­ ción o peaje mínimo es lo que distingue a un cultismo latino (que aquí llamaremos simplemente «latinismo») como lapso de un lati­ nismo «en crudo», por usar la expresión de Américo Castro, como humus, rictus, lapsus, por no hablar de las numerosas expresiones la­ tinas utilizadas con frecuencia en nuestra lengua, como sine die, in extremis y mil más; o, en el caso del griego, distingue a un cultismo como epiceno (¿7Ú k o i v o balom-pié; ing. tele-vision > al. Fem-sehen), es un fenómeno no tan raro como podría pensarse, y que, para el caso concreto de los helenismos, se verá en su lugar, al tratar de la formación de palabras (§ 12.6, calcos de formación). Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de palabras españolas de origen griego no han recurrido a este procedimiento, en muchos casos por pura imposibilidad; pues, si es posible al menos imaginar amalenguas o lenguamante en vez de filólogo, parece más problemático «tradu­ cir» al español palabras culturalmente tan pregnantes como música, drama, teatro, comedia o lírico. Lo cierto, decíamos, es que la mayo­ ría de esas voces españolas han tomado la palabra o la raíz griega, adaptándola al español, como se verá a continuación5. 4 F. Galiano, 1969, passim , y 1967, § 74-83. 5 Sobre traducción de nom bres propios, cf. F. Galiano, 1969, § 2; se puede dar en el caso de apelativos, epítetos, etc. (que estarían a m edio cam ino entre los nombres propios y los comunes), cf. las observaciones de A. García Calvo en el prólogo a su versión de la Iliada, Zamora, 1995.

Dejar la palabra o la frase en cuestión en el a l f a b e t o g r i e g o es un recurso lógico y recomendable cuando se cita, con la finalidad que sea, en libros y artículos destinados en principio a helenistas, filó­ sofos, estudiantes de lenguas clásicas, etc.; pero ya se entiende que, si se pretende que una palabra tenga curso normal en español, lo prime­ ro será despojarla de su ropaje alfabético exótico y vestirla a la mane­ ra del país. En cuanto a la t r a n s l i t e r a c i ó n , consiste en trasladar al al­ fabeto latino (normalmente en letra cursiva) la fonética exacta — o casi— de la palabra en cuestión, según un sistema de equivalencias previamente establecido (y, en gran medida, tan convencional como es la forma en la que se pronuncian en clase los textos griegos anti­ guos o la propia edición de éstos). En el caso del griego, y dejando aparte aquellos fonemas que no presentan problema alguno (a = { a }7 3 = {b}, etc.), lo normal es atenerse a las equivalencias £= {z}, 0 = {th}, x={k}, £={*}, u = {y} ({u} en diptongo), (p={ph), x={ch} (0 {kh}), V={ps}. Se señalan también el espíritu áspero (con una {h} delante de la vocal o diptongo que lo lleva en griego) y las cantidades largas de T| y a) ({§}, {5}); se distinguen gráficam ente los tres tipos de acento (grave, agudo y circunflejo), e tc .6. De este modo, un sintagma como 7to8ápKT| {a}. Ejemplo: Kaxá7tA.aana > cataplasm a — e > {e}. Ejemplo: aúvGeau; > síntesis — r| > {e}. Ejemplo: npó(3X.r|}ia > problem a11 — o > {o}. Ejemplo: cpiXoX.óyo filólogo — co > {o}. Ejemplo: 0pó|J.(3coCTi trombosis — i (larga o breve) >{i}- Ejemplo: A.í0o lito-grafía, mono-lito — u (larga o breve) > {i}. Ejemplo: cpuaiicfi > física [lat. physica\

* F. Galiano, 1969, § 9. 9 Por eso, cuando el español moderno recibe del inglés un helenism o, hace caso omiso de su acentuación o de sus peculiaridades m orfológicas, y lo adopta como si lo hubiera recibido directam ente de latín. 111 Prescindimos de hacer mención de grafías antiguas o modernas «aberrantes», así como de palabras que, por su peculiar historia y evolución fonética, se apartan de estas normas (cf. §§ 7-9); entiéndase como las normas unánim emente aceptadas en el español del siglo xx. 11 Sobre las terminaciones en /-a/, /-e/ (silaba/ágape), véase la parte de morfología

(§ 11.1.1).

En alguna ocasión se ha planteado, respecto de la u (ípsilon), la posibilidad de transcribirla como {u} cuando se trata de nombres que aparecen en textos dialectales no jónico-áticos (como los poemas de Safo y Alceo, en cuyo dialecto lesbio esa letra sonaba todavía como /u/); por la misma razón Agustín García Calvo ha llegado incluso a traducir (magníficamente, por cierto) la Iliada transcribiendo siempre los nombres propios con {u} (Olumpo, Oduseo, Lucia, etc.). Pero cree­ mos que esto, si se aplica de forma coherente, llevaría a un callejón sin salida, pues habría que tener en cuenta, en cada texto traducido, la pronunciación exacta de cada vocal, cada diptongo y cada consonante en la época del autor en cuestión, y ello — en caso de que fuera posi­ b le— daría lugar a varias transcripciones diferentes para cada nom­ bre; aparte de que se plantearían problemas insolubles de cronología (por ejemplo, cuándo hay que empezar a transcribir la r| como {i}, etc.). Con tales experimentos se olvida algo fundamental, y es que el sistema de transcripción que utilizamos es en gran medida conven­ cional y no corresponde a ningún estadio determinado de la fonética griega, ni siquiera al de la koiné helenística, sino que responde histó­ ricamente a la adaptación latina regular de las palabras griegas y a la posterior evolución del latín al españoll2. En cuanto a la transcripción de la i (iota), una excepción de cierta importancia la constituye el caso de palabras griegas con iota inicial ante vocal, que en griego clásico funcionaba como sílaba autónoma: ’IcoviKÓg (tetrasílabo), ’láacov (trisílabo). La transcripción más apro­ piada en español — donde es insólita esa silabación— sería con la consonante más cercana, la {y}, de lo que hay algunos ejemplos (yambo < íaiipog, yatromancia, Yocasía), pero también los hay de {i}, lo que resulta cuando menos anómalo, como en iota, ión, hierático (pronunciado [yerático], etc.). Pero junto a ello tenemos el uso de {j} en palabras como jónico, jaspe, jerarquía, jeroglífico o Jasón. La explicación de esta anomalía parece ser la siguiente: dado que algunas de estas palabras entraron bastante pronto en español (jaspe, galicismo más que probable, está 12 Cf. F. G aliano, 1969, § 32. Sobre un caso excepcional com o glucosa (gr. yXutax; «dulce»), cf. García Yebra, 1999, s. v.

documentado ya en el siglo xui, jerarquía y jerarca en el xv, aparte de nombres propios como Jesús o Jerónimo), es probable que su con­ sonante inicial se pronunciara como la de voces castellanas del tipo de juego (> lat. iocum), es decir, como una /z/ que posteriormente evolucionó hasta convertirse en la fricativa /x/ actual. Si a ello añadi­ mos la gran vacilación que hubo durante siglos en la escritura entre {j-} e {i-} (de hecho, en su origen la letra {j} no es más que una variedad gráfica de la { i} )13, se com prenden resultados como los mencionados (aunque en el caso de algunos nombres propios, como Jasón, Jápeto, entrados en fecha más tardía en español, esa transcrip­ ción parece más desidia que otra cosa). Así, en algún caso una misma raíz (tepo-) tiene dos transcripciones distintas, una de origen medieval (jer-arquía, jero-glífico) y otra moderna (hierático, hiero-fante) l4. Tenemos también un caso aislado en que la u inicial ha resultado {j} en español: jacinto (atestiguado en el siglo xv), del gr. üczkivGoí;, lat. hyacinthus, frente a la transcripción culta de, por ejemplo, hiena, pronunciado [yéna] (gr. üaiva). En cuanto a las vocales largas con iota suscrita, se transcriben sin que quede rastro de la iota: J/úov > zoo-logia, 0páiao tracio, etc. (recuérdese que en casos como trocaico o estoico no había en griego ni diptongo ni iota suscrita, sino división silábica por medio de la dié­ resis: aT(úÍKÓ reuma (o reúma) 15 ou > {u} (lat. /u:/). Ejemplo: jjouaucn > música — au > {au}. Ejemplo: Tpaujaa > trauma 13 Puede leerse su historia en Lodares-Salvador, 1996, 107 ss. 14 También palabras o raíces latinas con y o d inicial seguida de vocal tienen un do­ ble resultado en el español m edieval: y a (< iam)/janiás (< iam-magis). yunta/junta (< ¡uñeta), etc. Cf. Lloyd, 1993. 398 ss. 15 Pero /-eo/ en los nombres propios en -eug, para adaptarse a la morfología espa­ ñola: Aquileo. Odisea. Ante vocal, consonantiza en {v¡: evangelio (eúayyéXiov); lo mismo con el diptongo /au/ en Agave.

— ei — 01 — ai — ui

> > > >

{i} (lat. /i:/). Ejemplo: Eeipf)v > sirena16 {e}. Ejemplo: oi8r|jia > edema [lat. oedema] 17 {e}. Ejemplo: aí'viyjia > enigma [lat. aenigma] 18 {i}. Ejemplo: "Aprtuia > (h)arpía [lat. Harpyiá]

Es decir, que también la transcripción de los diptongos responde a la transcripción regular latina19 y el posterior resultado en castellano de estas secuencias (cf. por ejemplo, para /od ,fo e te r e > heder, para /ae/, faenum > heno), con la excepción de /au/ y /eu/. El primero de estos diptongos monoptongó en /o/ en español, como atestigua algún helenismo entrado en fecha muy temprana (tesoro < thesaurus); el diptongo /eu/ era muy raro en latín y también monoptongó en algún semicultismo medieval de origen griego, como romadizarse, romadi­ zo < lat. rheumatizare < gr. peujiaií^co (incluso en español parece que hay cierta tendencia a deshacer este diptongo cuando lleva el acento: re-ú-ma, E-ú-frates, etc.).

§ 6.3.

Co nso nantes

Se observan las siguientes correspondencias (para el caso de {b}. Ejemplo: paicxipiov > bacteria — n > {p}. Ejemplo: rcoíriau; > poesía — (p > {f}. Ejemplo: (pitaxrocpía > filosofía [lat. philosophia] — Y > {g} (/g/, 1x1). Ejemplos: yaXa^íac; > galaxia; yépwv > geronto-cracia ---K > {c} (/k/, /0/). Ejemplos: Ká0o8o cátodo; KecpaA.fi > cefaló-podo20 > {qu} (ante timbre Id , /i/). Ejemplo: ppa^úc; > braqui-céfalo [lat. brachy-]21 > {c} (/k/, ante timbre /a/, /o/, /u/). Ejemplo: xáoc, > caos [lat. chaos] — 8 > {d}. Ejemplo: 8épjia > dermató-logo — x > {t}. Ejemplo: xéxavoc; > tétanos — 0 > {t}. Ejemplo: 0eoA.oyía > teología [lat. theologia] — H > {m}. Ejemplo: )iínr|ai m imesis — v > {n }. Ejemplo: veüpov > neur-osis — X > {1}. Ejemplo: XaX.iá > dis-lalia — P > {r}. Ejemplo: 7iepí)iexpo perím etro [en posición inicial, lat. rh: pr|Xopitcf| > lat. rhetorica\ — a > {s}. Ejemplo: ctgictjíóí; > seísmo — ' (espíritu áspero) > {h }. Ejemplo: ójióAx>yo h o m ó lo g o 22. Una excep ción de cierta importancia para la tau la constituyen palabras en las que figuran las secu en cias - n a , -xicx; o -xeia, -xeicx;, transcritas con la fricativa {c } (/0/) en v o ces com o 8rp oicp axía > de20 Alguna excepción aislada debida a influjo francés (cf. Garcia Yebra, 1999, s. v.) com o anquilosis, anquilosar (gr. üytcú/VüXTu;), queratina, queroseno, esqueleto, quiste (frente al regular cisti-tis < kúotu;), autarquía (también existe la forma regular autarcía). 21 Ver § 1.1 sobre casos excepcionales con {ch} (archivo, archi-); algún caso aislado con /9/ debido a calco del francés, como selacio, trocisco, batracio (debería ser *batraqueo < paxpáxeiot;), cf. García Yebra, 1999, s. v. 22 Se ha perdido la hache en casos como armonía, arpía, endecasílabo, etc. En in­ terior de palabra se pierde, excepto en algún caso aislado como an-hídrido (con esta grafía irregular ya en inglés y francés).

mocracia (y otras como aristocracia, plutocracia, etc.), nspiTreTeia > peripecia, jiavTSÍa > quiro-mancia, carto-mancia, etc.;setrata de ca­ sos en los que la terminación se ha asimilado a la detantos cultismos latinos — también nombres de abstractos— acabados en -acia, -ecia, -icia, -ocia, -ucia, -ncia: gracia (< gratia), justicia (< iustitia), argu­ cia (< argutia), ciencia (< scientia), etc.23. Finalmente, la digamma (/w/), letra y fonema desaparecidos muy pronto del jónico-ático, no figura en ningún helenismo español; tan sólo se plantea el problema de su transcripción cuando se trata de tex­ tos micénicos o de inscripciones dialectales arcaicas, en cuyo caso se suele transliterar como {w} (wa-na-ka, gr. clásico áva!;, etc.).

§ 6.4.

Co nso nantes

dobles

— E, > {x}. Ejemplo: to^ ikóc; > tóxico > {j}. Ejemplo: rcapáSo^a > paradoja. En principio — y prescindiendo de algún semicultismo temprano como tósigo (< to ^ ik ó v )— , encontramos la transcripción con {j} en palabras incorporadas antes del siglo xvn, época en que se consumó el paso de /z/ y /§/ a la fricativa velar actual /x/ (cf. 1.2); tal es el caso de palabras como paradoja, paralaje, apoplejía, algunos nombres propios, etc. Pero hay que contar, por un lado, con muchas vacilacio­ nes en la grafía por lo menos hasta 1825 (por ejemplo, durante todo el siglo xvin se sigue escribiendo Xenofonte (< Hsvotpwv) en vez del moderno Jenofonte, Alexandro, etc.)24. Por otra parte, también ha po­ dido haber alguna que otra refección debida al influjo culto latino, co­ mo en ortodoxo (documentado ya en el xvi; esperaríamos ortodojo, 2i Son cultism os pues el resultado popular era justeza, pereza, etc. En algunos nombres propios y gentilicios nos encontram os con el mismo fenómeno con las se­ cuencias -9io {ps}. Ejemplo: carcovj/ia > autopsia. En posición inicial la grafía suele simplificarse en {s}: seudópodo, (p)sicología, etc. (cf. § 4.2) — C > {z} (ante timbre /a/, /o/, /u/). Ejemplo: pl^a > poli-rrizo, rizó-podo > {c} (ante timbre Id , /i/). Ejemplo: Zé aticism o ÍTnuKÓg > hípico 8KKXr) eclesi-ástico ypajijiaxiKT| > gramática 3Xévva «mucosidad» > bleno-rragia CTuXXoyiauÓQ > silogism o Ttepiaaóg «impar» > periso-dáctilo

Los grupos -T0-, -7up- y -kx-, que suelen ser resultado de una ge­ minación de tipo expresivo, también se simplifican, ateniéndose a la transcripción que corresponde a la oclusiva aspirada: Icmtpcb > Safo, sáfico; Batcxucóc;, Bátcxai > báquico, bacantes-, üiiGeóc; > Piteo. La excepción la constituye la {rr} intervocálica, debido a que, en español, en esa situación se da la oposición con valor distintivo, fo­ nológico, entre /r/ y ¡x! (pero/perro)21\ núppot; > Pirro, pírrico [lat. Pyrrhus] / rcupóg (gen. de rcüp «fuego») > piró-mano. Recuérdese, por otra parte, que la grafía {yy} no representa en griego una geminada (sí en latín: agger), sino que es la forma con­ vencional de representar la combinación del archifonema /N/ ante una oclusiva velar (como en 6YkukXo lat. ángelus > ángel. Estas son las normas que afectan a los cultismos derivados del griego clásico28. En cuanto a la transcripción del griego moderno

27 Cf. Alarcos, 1965, § 104-106. 28 Para otras combinaciones de consonantes, cf. supra, § 4; y también F. Galiano, 1969, § 105-136 y 1967, § 71-73.

— que afecta básicamente a nombres propios, pues los préstamos de esta fase de la lengua griega en español son escasísim os29— , es asun­ to que no vamos a tratar aquí. Diremos simplemente que, como es ló­ gico, se suele seguir un sistema distinto al que hemos visto, reflejando la pronunciación moderna de la lengua (así Kapá(pr|c; = Cavafis o Kavafis, Xax^i6áKr|c; - Jalsidakis, ©co6oipátcr|c; = Zeodorakis, etc.); como límite entre ambos sistemas se suele tomar como referencia el Diyenís Akriias (Aiyevric; ’AKpíxac;), poema épico del siglo x-xi d. C., considerado como el primer testimonio de la literatura neogriega, aunque el límite de aplicación entre un sistema y otro por fuerza ha de tener algo — o m ucho— de arbitrario30.

§ 6 .6 . C o n v e r g e n c i a

u h o m o n im ia

En virtud de los principios recién expuestos, es lógico e inevitable que se den casos de convergencia fónica y gráfica (hom onim ia)31 en castellano de palabras o lexemas griegos claramente distintos, con los consiguientes problemas para el no iniciado; pues si en el caso de palabras españolas corrientes el contexto suele despejar cualquier ambigüedad (¡Oué cara [tienes]'./¡Qué cara [es esta camisa]\), los compuestos y derivados de origen griego pueden resultar más pro­ blemáticos: así, por ejemplo, cenotafio y cenozoico, tanto por ser voces técnicas o poco frecuentes, como por carecer el español del correlato simple de sus lexemas homónimos, de forma que en principio al ha­ blante común o incluso al culto ceno- «no le suena a nada» (esto es,

29 Caso aparte es el de los bizantinismos. llegados al español medieval general­ mente por vía oral; ver § 9.2. 3U Véanse las normas de transcripción propuestas por Goyita Núñez en su versión española de la Historia de la literatura griega moderna de L. Politis, Madrid, 1994, pp. 13-15. Cf. también Bádenas (1984) y Egea ( 19 9 1-92). 31 El término «homofonía» se reserva para aquellos casos en que dos palabras, aunque suenan igual, se escriben de forma distinta: por ejemplo, en español, vo­ lar/botar.

por lo demás, un problema general de los helenismos, convergentes o no). Sirvan como ejemplos de homonimia lexemática los siguientes: kevóc;

« v a c ío » > c e n o - ta f io

koivóc ;

« c o m ú n » > c e n o - b io

kcuvóc;

« r e c ie n te » > c e n o - z o ic o

f ilo - g é n e s is

(púXkov « h o ja ( v e g e ta l) » > f ilo - x e r a )iü m io - c a r d io HÚco « c e r r a r » > m i - o p í a 32 ja e io v « m e n o s » > m io - c e n o kcdXo v

« c o lo n ( p a r te d e l in te s tin o ) » > c ó lic o

XoA.f) « b ilis » > m e la n - c ó l i c o , c o l- e s te r o l y o v f | « c r e a c ió n » > c o s m o - g o n ía y c o v ía « á n g u lo » > g o n ió - m e tr o o ÍK o g « c a s a » > e c o - n o m ía f)X(b « e c o , r e s o n a n c ia » > e c o - g r a f í a 33.

Este tipo de homonimias pueden provocar a veces curiosos ma­ lentendidos, como es el caso de policlínica, compuesto moderno que en su día (a principios del siglo xtx) se acuñó en alemán con el senti­ do de «hospital ciudadano» (de rcóXu; «ciudad»); pero en algún m o­ mento a su primer elemento se lo asoció con el elemento poli- (< noXix; «mucho») tan frecuente en los helenismos modernos (polígrafo, polígono, etc.), y así hoy en día una policlínica es un «estableci­ miento privado con diversas especialidades médicas y quirúrgicas» (D R A E )34.

32 Aquí no se puede hablar, en sentido estricto, de «convergencia de lexemas»; pe­ ro en la práctica, al no saber el hablante común dónde hay que cortar el compuesto (mio-cardio/mi-opía), el resultado es el mismo. 33 Más casos, aunque no siempre bien explicados desde el punto de vista lingüísti­ co, en Quintana, 1997, 29 ss. 34 Cf. Janni, 1994, 132.

Un caso especial, aunque poco frecuente, sería el de algunas pala­ bras que ya en griego, partiendo de orígenes etimológicos distintos, presentaban en su raíz la misma secuencia de vocales y consonantes, diferenciándose sólo por el acento o por la terminación gramatical (o por ambos), y que lógicamente también convergen como lexemas de compuestos modernos, como es el caso de: o ü p o v « o r in a » > u r ó - lo g o o ú p ó « r a b o , c o la » > a n - u r o , u r o - d e lo

Es, en fin, rarísimo que se dé la homonimia total entre dos pala­ bras tomadas del griego (escolio «comentario erudito» < axóX.iov/ escolio «poema simposíaco griego» < ctkóA.iov); o entre dos com­ puestos castellanos modernos — y no sólo en uno de sus formantes, como en los casos anteriores— , es decir, casos como homofilia («afi­ nidad -(piX.ía- entre personas del mismo sexo») y homofilia («paren­ tesco genético -(püA.ov- entre dos organismos»).

§ 6.7.

P r in

c ip io s d e a c e n t u a c ió n d e

LOS H E L E N IS M O S C U L T O S E S P A Ñ O L E S

Decíamos antes que en los helenismos cultos españoles hay que contar con un paso intermedio, efectivo o teórico, por el latín. Una de las consecuencias de esta m ediación es la que afecta a la acentua­ ción35. Es bien sabido que el acento latino, a diferencia del griego o el español, no era «libre», sino que estaba rígidamente condicionado por la configuración prosódica de la penúltima sílaba: si ésta tenía vocal larga, diptongo o era sílaba trabada, recibía el acento y por tanto la palabra era llana; si tenía vocal breve y no era sílaba trabada, el acento se desplazaba a la antepenúltima, siendo esdrújula la palabra; no había palabras agudas, ni sobresdrújulas. Los cultismos españoles de origen latino han conservado en general el acento clásico: 35 Algo sobre los préstam os y la acentuación (en general) en Deroy, 1980, 243-44

b e l l í c ó s u s > b e lic o s o m e r ltu m > m é r ito m o m e n t u m > m o m e n to

Recuérdese que, en el caso de los sustantivos de la tercera decli­ nación latina, la forma española deriva de la forma del acusativo, con o sin pérdida ulterior de la vocal final: v e r ita te m

> v erd ad (e)

p e r v e r s ió n e m > p e r v e r s ió n ( e ) a m a n te m > a m a n te

Pues bien, al adoptar las palabras griegas, el latín culto se atenía de forma escrupulosa a sus propias tendencias acentuales, y ello ex­ plica la acentuación regular española: p h y s i o l ó g u s > f is ió lo g o 7 ip ó p x .rin a > p r o b le m a > p r o b le m a n p ó y p a n n a > p ro g rá m m a > p ro g ra m a y íy a q , a c . y í y a v x a > g ig á n te m > g ig a n te

Un caso especial es el que constituyen las palabras cuya penúlti­ ma vocal era breve e iba seguida de una oclusiva más una «líquida» (/l/, /r/) o nasal (/m/, /n/). Ya se ha visto en § 4.5 que en griego había diferencias en la silabación de esas secuencias, considerándose en unos casos como sílaba trabada y en otros como sílaba libre. En latín parece que la silabación de los grupos de oclusiva seguida de /l/ o /r/ era en general como en español (es decir, como en ca-ble, pie-dra, etc.), en cuyo caso el acento, de acuerdo con las leyes latinas antes expuestas, debía ir en la antepenúltima sílaba: génetrix, cáthedra, íntegrum, etc. La escansión de los textos métricos apoya esta idea; sirva como ejemplo el hexámetro con que empieza el De rem m natura de Lucrecio: Aeneadum genetrix... (dos dáctilos y la mitad del tercero). Ahora bien, todos los indicios apuntan a que en el latín popular ese tipo de palabras se pronunciaban como llanas, como demuestra su

evolución al español (cathedra > cadera, integrum > entero, tenebrae > tinieblas), cf. también § 7.1 (sección 9). Pues bien, en el caso de los helenismos en los que aparecen di­ chas secuencias, esperaríamos la acentuación esdrújula propia del la­ tín culto, y así ocurre en una gran parte de los casos (cf., por ejemplo, todos los compuestos esdrújulos en -metro < (iéipov: cronómetro, p e ­ rímetro, etc.; nombres propios como Sófocles, etc.). Sin embargo, no son pocos los casos en que se da la acentuación llana: hemiciclo, te­ traedro; y especialmente en nombres propios como Pericles, Cleopatra, Meleagro, Patroclo, etc.36 Esto por lo que se refiere a los grupos de oclusiva seguida de /l/ o /r/. En cuanto a los grupos con /m/ o /n/, ya en griego tenían una fuerte tendencia a constituir sílaba trabada; grupos como yn, yv, 5ja, 8 v siempre se comportaron así, mientras en otros casos (como k v en létcvov) es más frecuente que se sientan como sílaba no trabada. Por lo que hace al latín y al español, semejantes combinaciones habrán de considerarse siempre como sílabas trabadas, y por tanto la acentua­ ción normal será la llana, como en equidna (exiSva), tetradracma (xeTpá8paxJiO ju ez > juez), con lo que la palabra esdrújula se convierte en llana: Iliada/Iliada, amoniaco, zodiaco, olimpiada, etc.37. La segunda consecuencia es la ausencia casi total de helenismos con acentuación aguda; el único grupo de cierta importancia son los sustantivos de tema en -cov, como Platón (gen. n^áxcovoc;, lat. Platónis), Solón, Partenón, guitón, etc., cuyo acento agudo se ha extendido a veces analógicamente en español a temas en -ov como Jasón (gen. ’lácovot;), Ixión, Hiperión y otros. Aparte de este grupo, hay algunas excepciones aisladas, que se pueden explicar por su origen peculiar (diapasón > 8tá rcaacov se. xovcóv «a través de todos [los tonos]»), por influencia de la acentuación francesa (cf. infra) o por otras razo­ nes, como dragón (gr. Spáiccov, SpctKOVTOc;) y león (gr. A¿cov, A¿ovtoc;), que se explican por haber tomado esas palabras ya en latín las formas draco, -ónis y leo, -dnis); y tampoco hay que olvidar, en gene­ ral, la abundancia de la terminación -ón en español, siendo en cambio inusitados los finales en -on. En todo caso, no deja de resultar curioso, aunque comprensible, que una lengua como el español, con acento libre en cualquiera de las tres últimas sílabas38, renuncie por este tipo de razones históricas, im­ puestas por la prosodia latina, a incorporar palabras agudas a su cau­ dal léxico; con ello el desequilibrio es enorme entre el porcentaje de agudas en griego (bastante elevado) y el que hay en el vocabulario español de origen griego (prácticamente nulo, si prescindimos de nom­ bres propios)39. 37 Cf. F. Galiano, 1969, § 144; García Yebra, 1999, s. v. -iaco, sospecha que hay influencia francesa en la term inación -iaco, en vez de la etim ológica -iaco. 38 Aunque la m ayoría de los agudos en español son «tardíos», pues en latín no ha­ bía: proceden de la pérdida de -e en canción(e), capital(e), amar(e), partir(e), etc.; de locuciones perifrásticas como en cantaré, cantará; de la productividad de sufijos pro­ pios como cabez-ón, etc.; todo lo cual supuso una reorganización de la prosodia espa­ ñola. 39 Cf. A. García Calvo, en el prólogo a su versión de la lliada, Zamora, 1995, p. 49; el propio García Calvo ha intentado, en los nombres propios, contrarrestar algo di­ cha tendencia con audaces transcripciones com o H eraclés ( ’HpaKXf^), Patroclés, Letó, Safó (Zam pá).

Respecto a las incongruencias en la acentuación de cultismos griegos (para los helenismos populares o semicultos, que han podido sufrir diversas alteraciones acentuales, cf. § 7.1, secc. 9), se trata a veces de excepciones sin más, debidas a simple descuido o a razones coyunturales de otro tipo. Ahora bien, hay ciertos fenómenos que me­ recen comentario por afectar a sufijos determinados o a compuestos Uno de los más notables es el que afecta al sufijo -ía para formar abstractos femeninos, donde observamos una situación francamente caó­ tica (también en los nombres propios, cf. F. Galiano, 1969, § 73-74): en unos casos nos encontramos con la acentuación esperada (8rpoKpcma ^ lat. democratía ' democracia, CtjiVT](JiCt ' amnesia, iQTOpíCt > historia), en otros muchos se acentúa aparentemente «a la griega» haciendo caso omiso del latín ((piAocxxpía > lat. philosóphia > filo so ­ fía , (piAoXoyía > filología, ópSoypatpía > ortografía). Y en el caso especial de los sustantivos en -eia, que deberían terminar siempre en -ía (a través del latín -ia, con /i:/), ocurre lo mismo, tenemos trans­ cripciones correctamente acentuadas (é^eyeíci > elegía, éTUtpáveia > epifanía) junto a otras en principio injustificadas (0epa7teía > terapia, Desde luego, dada la importancia y frecuencia de esta terminación -ia, es lógico que haya habido en las lenguas modernas influjos ana­ lógicos o igualaciones entre los dos grupos, así como con los cultis­ mos latinos (formados en latín con el mismo sufijo indoeuropeo -ia / -ia), como malicia, milicia, justicia (y sus correlatos vulgares en -eza: justeza, maleza), soberbia, audacia, etc. Y así en otras lenguas se ha impuesto una regularidad más o menos estricta: en italiano este tipo de helenismos acaban casi siempre en -ía (democrazía, filosofía, ele­

40 Algo parecido pasa con telescopio (debería ser telescopio) y otras palabras en -scopio, seguramente por influjo de las que term inan en scopia (como estetoscopia, c f gr. -aKOTÚct).

gía, terapia, frente a milizia, audacia); en francés, como era de espe­ rar, en -i(e) (philosophie, pron. [filozofi], etc.); lo mismo en alemán; en inglés, de acuerdo con sus tendencias acentuales, resultan siempre esdrújulos (philólogy, élegy, thérapy, demócracy). Frente a esta re­ gularidad, resulta desconcertante el caos del español; de todos modos, la posible explicación histórica de esta vacilación se verá al hablar del sufijo -ía (§ 12 .2 .1.9). Hay muchos otros casos de palabras aisladas, cuya mala acentua­ ción hay que achacar bien a simple incuria o ignorancia de quien la puso en circulación, bien a influjos «perversos» de la acentuación de otras lenguas, ante todo la francesa (lo que para algunos sería otra mo­ dalidad de incuria). Por una razón o por otra, son bastante numerosas las palabras y nombres propios de origen griego que andan acentual­ mente «desfigurados» en español. En unos casos se trata de llanas que deberían ser esdrújulas, como por ejemplo anatema, anodino, ateo, ba­ tiscafo, cancerbero, diatriba, esqueleto, monolito, prototipo, Doroteo, Edipo, Elena, Esquilo, Timoteo. También frecuente es el caso inver­ so, debido sobre todo a la pedantería esdrujulista (a veces puede de­ berse a imitación de la acentuación griega): así, entre otras muchas, polígono, teléfono y demás compuestos en -fono (dictáfono, gramó­ fono, alófano, etc., pero en cambio interfono), síntoma, filántropo, cerámica, plétora, Arquímedes, Heráclito, Arístides; en muchos casos el D R A E registra con buen sentido las dos formas, llana y esdrújula, así en atmósfera, cíclope, exégesis, exégeta, osmosis, políglota, etc., que deberían ser todas llanas. También, como ya se dijo, hay un pequeño grupo de helenismos agudos en los que hay que suponer también el influjo francés (lengua que, como es bien sabido, acentúa siempre la última sílaba): acmé, argón, electrón, fo tó n (cf. § 12.2.1 sobre -ón y -trón), enquiridión, odeón, neón, orfeón, panteón, frenesí, peroné y algunos otros. Tampoco falta algún ejemplo de lo que García Yebra clasifica co­ mo «acentuación de élite», es decir, que una palabra reciba su acento en español dejándose llevar no por la pronunciación real en francés, como en los ejemplos agudos anteriores, sino por la ortografía de esa

lengua, en la que el acento agudo no tiene una función prosódica sino fonológica (distingue, en sílaba abierta, la /e/ cerrada de la /e/ muda): así se explica un helenism o com o catéter, que debería ser agudo (< gr. genitivo Ka0eTfjpo lat. ecclesia > eclesia > iglesia; y asimilación progresiva (o dilación), el caso contrario, también aquí con la sonoridad: évtu(3o

endibia45;

ambos tipos se dan al mismo tiempo en el caso de la sonorización de consonantes sordas intervocálicas — todas las vocales son por definición sonoras— , como en: lat. clericus (de KrXfjpoc;) > clérigo póupavoc; > lat. rapanus > rábano á7io0fiicr| > lat. apot(h)eca > bodega; 43 El francés del siglo xvn tam bién sufrió num erosos «retoques» para acercar grá­ ficamente determ inadas palabras a su origen latino (así claire, antes cler; doigt, antes doit, etc.), cf. Deroy, 1981, 124. 44 Seguimos fundamentalmente a Lloyd, 1993, 9-15; puede verse también el librito de J. Jim énez (1993) recogido en la bibliografía. 45 Ver DCECH, s. v.; es dudoso que la forma española venga realmente del griego (a través del latín).

un caso especialmente importante de asimilación es la palataliza­ ción, responsable en buena medida de la reorganización del siste­ ma consonántico romance; consiste en que una consonante adopta el carácter palatal de un sonido vecino, generalmente una /i/ o /y/,

también las geminadas latinas podían convertirse en palatales sim-

b) Disimilación: un sonido pierde un rasgo articulatorio que com­ parte con otro vecino para parecerse menos a él (como en (3ajma|íóq > bautismo, o en jiáp|aapov > lat. marm or4b > mármol); otras veces el sonido disimilado desaparece por completo, como en el caso de la simplificación de geminadas, de otros grupos consonánticos o la desaparición de consonantes intervocálicas:

la dismilación también puede producirse a distancia, como hemos visto en el caso de mármol, o como ocurre con la segunda lál, di-

c) Metátesis: simple si es un solo sonido el que cambia de posición en la palabra (como en la pronunciación vulgar prespectiva, en

Jí' Ver § 8, sobre el parentesco y la posible dependencia entre la palabra griega y la latina.

vez de perspectiva), recíproca si son dos sonidos los que inter­ cambian su posición, como en: 7iapaPoA.ii > lat- parábolo > palabra YAutcúppi^a > lat. liquiritia > regaliz(a); d) Síncopa: es la pérdida de un sonido o de varios en el interior de la palabra. Podemos distinguir aquí la síncopa de vocales postónicas y protónicas, fenómeno general en el paso del latín al español: epr||ioq > lat. vg. éremus (postón.) > yermo épnnÍTriq > lat. eremita (protón.) > ermita 8iápoXxDq > lat. diábolus (postón.) > diablo; la síncopa puede afectar de rebote a una consonante, al quedar en una situación que dificulta su articulación: énÍCTKonoq > lat. episcopus > obispo; e) Apócope: es la pérdida de algún elemento al final de la palabra, como en: ánóaxoXoQ > lat. apostolus > apostólo (Berceo) > apóstol47; f) Aféresis: es la pérdida de elementos fónicos en principio de pala­ bra, muchas veces por deglutinación por parte del artículo (como en el lumbral > el umbral); así tenemos aféresis de la vocal inicial en: Ó7to0TiKT| > lat. illa apotheca > la bodega á7ió£e|ia > lat. apozema > pócima; g) Prótesis: adición de algún elemento a principio de palabra, muy frecuente en español para permitir la silabación de ciertos grupos 47 Sobre la importancia de este fenómeno en relación con la m orfología, ver § 1 1.1.3. y sigs. Para el posible origen francés o provenzal de apóstol y ángel, cf. DCECH, s. v. (y tam bién § 9 .2 .3 ).

iniciales del griego (y no sólo en voces patrimoniales, sino en to­ das: cf. § 4.2), como en: escuela > e s p a d a 4*;

crxoA.ii > la t. sc h o la > O T iá0r| > lat. sp a lh a

en algunos casos el grupo consonántico inicial se funde por palata­ lización en una sola consonante, con lo que no es necesaria la pró­ tesis: aK T |7iTpov > lat. s c e p ir u m > ^ e p tro , c e tr o ;

h) Diferenciación: cuando se rompe la continuidad articulatoria en el curso de la emisión de un sonido o grupo de sonidos. Se puede dis­ tinguir aquí entre epéntesis y anaptixis; la primera consiste en la inserción de algún elemento consonántico nuevo en el interior de la palabra para facilitar 1a. articulación de un grupo problemático, como en UeX.íutiX.ov > lat. melimelum > *m em rillo > m em brillo 49;

aunque a veces ocurre sin razón aparente (se habla entonces de consonantes intrusas o parásitas), como en estos ejemplos: (páar|A.o lat. phaseolus > frijol 0r|actupó lat. ihesaurus > fr. trésor;

se prefiere el nombre de anaptixis cuando es una vocal la que se inserta en la palabra, como en: Tct x p o v u r á > la t.

chronica

> c o r ó n ic a ( g r a f ía c o m ú n m e d ie v a l

y re ­

n a c e n tis ta ) ;

48 En realidad se trata de un fenómeno ampliam ente atestiguado ya en el latin im­ perial, cf. Biville. 1990-95, 11.338-41. jg Ver D C E C H s. v. membrillo (sobre la posible influencia de otras palabras, como mimbre); también s. v. frijol para la /r/ «parásita» que se menciona a continuación.

un caso especial de diferenciación es la que tiene como consecuen­ cia la diptongación de una vocal, que en español afecta de forma sistemática a Id , /o/ tónicas, convirtiéndose en /ue/, í\d , respecti­ vamente: eprinog > lat. vg. éremus > *¡ermo > yermo ópcpavóg > lat. órphanus > huérfano KÓ(pivo lat. cóp(h)inus > cuévano; i) Alteraciones prosódicas, es decir, que afectan a la posición del acento, como es el desplazamiento de éste en palabras como: tcaBÉSpa > lat. cáthedra > lat. vg. *catédra > cadera; en este contexto hay que decir que el reforzamiento del carácter intensivo del acento latino en época imperial (siglos iii- iv ) y la pérdida gradual de la oposición cuantitativa (entre sílabas largas y breves) tuvo como consecuencia que algunas palabras griegas con­ servaran en latín el acento en su lugar original, produciéndose ade­ más abreviamientos de vocales largas átonas (a veces con poste­ rior síncopa), así en eprino lat. ér(e)mus > yermo ei'SwXov > idólum (abrev.) > ídolo50. A estos tipos más o menos bien definidos habría que añadir una serie de fenómenos cuya explicación no es puramente fonética, sino que tiene que ver con cruces entre palabras de origen etimológico di­ ferente, pero en las que el hablante común — que no sabe de etimolo­ g ías— siente que hay una relación. Así se explica, por ejemplo, la palabra asco: antiguamente era usgo «odio, tirria» (< lat. *osicare, de odi «odiar»), pero la presencia en el idioma del adjetivo asqueroso (
la t .

coemeleriwn > cementerio (cf. fr. cimiliére),

donde parece que, ya en el latín tardío, se ha relacionado el lexema (gr. Koipáco «dormir, descansar»), sin paralelos en el idioma, con caementum\ el caso de tifón, procedente según parece del portugués tufao (< chino tafong «gran viento»), con deformación por recuerdo del personaje mitológico Tifón o Tifoeo52; o el muy moderno consis­ tente en pronunciar telesférico en vez de teleférico (que, por cierto, bien formado sería telefoneo), sin duda por asociación de ideas con esférico.

§ 8. H

e l e n is m o s t e m p r a n o s e n l a t ín

Hasta ahora hemos visto, por un lado, los principios que han regi­ do la transcripción regular de los cultismos de origen griego al caste­ llano, sin entrar apenas en consideraciones cronológicas (§ 6); por otro, las alteraciones fonéticas que han experimentado en la Edad Media aquellas palabras de origen griego que estaban alojadas en el 51 Ver

s. v. asco. Algunos de estos cruces y a se habían producido en latín: > aurichaicum (> esp. oricaico), por influencia de aurum «oro»; lanterna (de donde esp. linterna) es posible que sea un cruce entre gr. Xan7iTT]p y lat. lu­ cerna', o panaricium (de donde esp. panadizo), alteración de paronychium (> rcapeov u ^ í a ) por influencia probable de pamts «absceso», cf. Biville, 1990-95, II, 2 17. 52 Cf. Deroy, 1980, 288, quien señala con razón que esto, más que una etimología popular, es una deformación «pseudo-savante» («seudo-erudila»). asi

DCECH

ópEÍxct^-KO g

latín vulgar hablado en Hispania (palabras patrimoniales) o que se in­ corporaron al romance hispánico en fecha muy temprana, sufriendo al menos parte de dichas alteraciones (semicultismos) (§ 7). Pues bien, ahora es momento de hacer alusión a un grupo, relativamente peque­ ño pero históricamente significativo, de palabras de origen griego que presentan características especiales — y son en principio difíciles de reconocer como helenism os— por haber entrado en el latín por vía oral y en una fecha muy temprana, anterior al siglo 111 a. C. Los contactos de los habitantes del Lacio, y de los pueblos itálicos en general, con el mundo de habla griega deben de remontarse al 11 milenio a. C., es decir, hasta época micénica, aunque estos contactos tan tem pranos son poco menos que im posibles de dem ostrar en el plano lingüístico (ver infra). Lo que es seguro es que las relaciones del Lacio con el mundo griego se intensificaron enormemente a par­ tir del siglo vm a. C., época en la que empieza el gran movimiento de colonización griega por todo el Mediterráneo y asistimos a la fun­ dación de todas las colonias situadas en lo que llamamos la Magna Grecia (Sicilia y parte meridional de la península italiana). A partir, pues, de estas fechas, algunos de los términos que anda­ ban en boca de los marinos y colonos griegos empiezan a difundirse entre las rudas lenguas itálicas (incluidas las no indoeuropeas como el etrusco), y la lengua de Roma no había de ser una excepción. Y, aun­ que el latín contaba con un alfabeto — adaptado del etrusco— desde por lo menos el siglo vn a. C., todos los préstamos griegos de que vamos a hablar penetran en la lengua por vía exclusivamente oral, adaptándose por tanto a la fonología latina sin ningún tipo de prurito ortográfico (como será, en cambio, la norma en el latín culto a partir del siglo i a. C.) y experimentando algunos cambios fonéticos impor­ tantes, hasta el punto de quedar muchas veces enmascarado su origen griego y ser por ello consideradas por el hablante de la época republi­ cana avanzada como voces puramente latinas, totalmente integradas en la lengua. No será hasta los siglos ii - i a. C. cuando, embarcados los latinos en la tarea de forjar una gran literatura escrita sobre el modelo de la

griega — recuérdese que el comienzo simbólico de la literatura latina se asocia con la figura de Livio Andronico, a mediados del siglo m a. C .— , los helenismos empiecen a entrar en tropel en la lengua, pero casi siempre respetando de forma escrupulosa la ortografía y la pro­ nunciación del griego (aunque no la acentuación, como se ha visto), aun a costa de introducir nuevas letras en el alfabeto y nuevos fone­ mas en el latín de las clases cultivadas (ver § 1 y 3). Esta actitud ro­ mana hacia los helenismos ha sido de importancia trascendental para el futuro de todos estos términos en las lenguas europeas, y, como se ha visto, así se explican las líneas fundamentales que presiden la transcripción culta de palabras griegas al español (ver § 3 y 6). Sin embargo, a medida que avanza la época imperial y que el Im­ perio va dando señales de descomposición, encontramos, por debajo de la transcripción culta, literaria, «oficial», de los helenismos, nume­ rosos testimonios de cómo se adaptaban y pronunciaban realmente muchas palabras de origen griego en el latín hablado común. De esa forma podemos constatar, por un lado, la pervivencia de ciertos fe­ nómenos ya conocidos en época preliteraria (antes del siglo iv-m a. C.), como la conversión de x y 0 en /k/ y /t/ respectivamente; por otro, la aparición de fenómenos nuevos en la evolución del latín y también del griego, como el itacismo o la conversión de cp en líl latina. Lógicamente, aquí lo que nos interesa son sólo aquellas palabras griegas que, entradas en latín en época preliteraria, han seguido utili­ zándose a lo largo de los siglos y están por tanto representadas tam­ bién en español; éstas no son más que un pequeño porcentaje del to­ tal, que en todo caso tampoco alcanza una cifra elevada (quizá unas 150). Para esta cuestión de los helenismos preliterarios en latín, que plantean problemas arduos tanto de identificación como de cronolo­ gía — estamos hablando de siglos en los que no hay apenas testimo­ nios escritos en latín— y que han sido campo abonado para las hipóte­ sis más fantásticas, seguiremos ante todo el gran trabajo de F. Biville, Les em pnm ts du latín au grec. Approche phonétique, 2 vols., Lovaina-París, 1990 y 1995.

¿Cuáles son los criterios fonéticos que, sumados a criterios de otro tipo, como el semántico o la fecha de los primeros testimonios, per­ miten atribuir fecha preliteraria a un helenismo del latín? Fundamen­ talmente se pueden señalar los siguientes: — sonorización de oclusivas sordas griegas o viceversa, ensordeci­ miento de oclusivas sonoras (se trata de un fenómeno esporádico y de difícil explicación), como en yÓYYPOi; > c o n g e r (>

congrio)

K u P ep v áco ( « p ilo t a r u n a n a v e » ) > g u b e m a r e (>

gobernar);

— las oclusivas aspiradas (desconocidas en latín) pierden su aspira­ ción, quedando reducidas a la sorda correspondiente, como en álicpopeíx; > a m p u ll a ( d im i n u ti v o ) (> ampolla ) 53 X aX ácü ( « s o lta r » ) > c a l a r e (>

calar);

— la C (silbante sonora en época helenística) se reproduce por medio de una doble /s/ en latín, como en Jiá^a > massa (esp. masa); — resolución de ciertos grupos consonándoos griegos, ya sea por anaptixis (inserción de una vocal de apoyo), ya por eliminación de una de las consonantes, como en | i v a ( n o m b r e d e u n a m o n e d a ) > m in a (> id .)

7maávr| > tisana (> id.); — síncopa de vocales breves que siguen a la sílaba inicial acentuada, como en P a A a v e ü o v > b á l( i ) n e u m ( c o n a p o f o n ía ) > b a ln e u m (>

baño);

— el fenómeno más característico y mejor atestiguado en los hele­ nismos preliterarios — según Biville afecta a más de una tercera parte de ellos— es sin duda la apofonía (alteración del timbre vo­ 53 Frente al cultismo latino posterior amphora (> esp. ánfora).

cálico), que, probablemente a causa del fuerte acento inicial de palabra, afecta a las vocales y diptongos en interior de palabra54, y que es responsable, entre otros muchos, de casos como sA.aíwa > lat. oliva, c o n / i : / (> oliva) icpauráA.r| > crapula ( > crápula) p a x a v á ( d o r .) > m a c ( h ) in a (> m á q u in a )

> s c o p u l u s (> escollo, a tr a v é s epístola) KaTCOTéA.Tr| c a t a p u l t a (> catapulta) TÓXavTOv > t a le n tu m (> talento); ctkÓ71e A.oc;

d e l it.

scoglio)

¿7tiC7ToA.fi > e p i s tu l a (>

— a ello podríamos añadir diversas alteraciones del timbre de las vo­ cales, ya sea en sílaba inicial, caso de éX.alwa > o liv a ( v e l a r iz a c ió n e n c o n ta c to c o n !\í) > b u l b u s (> bulbo) ( c ie r r e a r tic u la to r io ) ;

3oA.pó lat. ancora (> ancla) (esperaríamos lat. *ancura); — en el tratamiento de las vocales griegas destaca sobre todo la re­ producción de u siempre por luí latina (todavía no se había arbitra­ do el expediente de la {y}, pronunciada /ü/, cf. § 3.3), como en K u P ep v áco > g u b e r n a r e 55;

— por lo que respecta a los diptongos, en sílaba inicial encontramos evoluciones distintas de /oi/, como en Ttoivf)

> p o e n a (> pena ‘c a s t i g o ’) > p u n ir é (>punir, impune. punición)ib.

íJ Cf., en general, Bassols. 1962, § 122-128. S5 Directamente del griego (a través del inglés) procede el cultismo moderno ci­ bernética. 5I’ Cf. Bassols, 1962, § 104.

Como se ve, abundan los términos asociados con el mar y la na­ vegación (conger, gubernare, calare, scopulus, ancora, etc.), como no podía ser menos teniendo en cuenta que la colonización griega fue ante todo marítima; también está bien representado el mundo vegetal y agrícola (oliva, quizá vinum, etc.) y los términos técnicos (catapul­ ta, machina, quizá norma, etc.). Todos estas palabras pueden adscribirse con mayor o menor segu­ ridad a época preliteraria, antes por tanto del siglo in a. C.; algunos investigadores han intentado precisar más la cronología de ciertos prés­ tamos, e incluso ha habido quien se ha empeñado en fechar en época micénica (n milenio a. C.) un grupo relativamente nutrido de pala­ bras, aunque en general estos intentos no hayan podido ir mucho más allá de las especulaciones57. No menos especulativos han sido muchas veces los intentos de explicar un helenismo del latín asumiendo el paso intermedio a través de otra lengua itálica, indoeuropea o no (se trata en todos los casos de lenguas con testimonios exclusivamente epigráficos, a veces en nú­ mero exiguo, con lo que las posibilidades de demostración son escasí­ simas). Sin pretender entrar en detalle en esta cuestión — entre otras cosas porque el número de palabras españolas involucradas es míni­ m o— , mencionaremos aquellas casos de lenguas en las que es por lo menos probable que hayan servido de intermediarias entre el griego y el latín. a) E t r u s c o . Como es bien sabido, los etruscos ejercieron una profunda influencia sobre la Roma primitiva, especialmente entre los siglos vil y v a. C., siendo, entre otras cosas, su escritura la interme­ diaria entre el alfabeto griego y el latino; por otra parte, los etruscos habían experimentado una intensa helenización desde muy pronto, así que en principio nada tiene de extraño que pudieran transmitir cierto número de helenismos a la lengua latina. Ahora bien, en la práctica,

57 Nos referimos (para los posibles micenismos) sobre todo a E. Peruzzi, cuyos trabajos se reseñan y discuten en Biville, 1990-95, II, 384 ss.

son muy pocas las palabras que se pueden atribuir con visos de pro­ babilidad a esta transmisión, y con mucha frecuencia la hipótesis de una mediación etrusca no ha sido más que la confesión de nuestra ig­ norancia ante palabras de difícil explicación ; «el papel del etrusco en la transmisión de palabras griegas al latín se reduce a muy poca cosa, si nos atenemos a las hipótesis fundadas lingüísticamente sobre crite­ rios fonéticos o m orfológicos»58. Los criterios que pueden apuntar a esta mediación etrusca son fundamentalmente el ensordecimiento de oclusivas (el etrusco carecía de oclusivas sonoras), la sustitución de /n/ por /r/, la confusión entre Jo/ y /u/y la síncopa de vocales breves en interior de palabra. Las pa­ labras que a nosotros nos interesan aquí (por estar representadas en español) son: 0 7rupí8a (ac. de orcupú;) > lat. sp o r ta (con sín c o p a de /i/, e n s o rd e c i­ m ie n to de /d/ y c o n v e rsió n de /u / en /o /) (> e sp u e rta ); 7tp ó o co 7 to v > etr. /persu > lat. p e r s o n a (> p e r s o n a ) 59.

Tam bién vale la pena m encionar, aunque se trate de casos bas­ tante más dudosos, los de y v < i)|io v a (ac. de yvcbiicov) > lat. n o rm a « e sc u a d ra , re g la , regla de

c o n d u c ta » (con c aíd a de la c o n so n a n te in ic ial, sín c o p a de la /o / b re v e , d ism ila c ió n de / n/ en /r/ y m e tá te sis d e /m r/ e n /rm /), de d o n d e esp. n o rm a . (iopcpfi > lat. fo r m a (al p rin c ip io con el se n tid o c o n c re to de « h o rm a, m olde»), fo rm u la , fo rm o s u s (> esp .fo r m a , horm a, fó rm u la , h e r ­ m oso. etc.).

Para otras palabras latinas de origen griego a las que se ha atri­ buido mediación etrusca, pero que se pueden explicar de otra forma Biville, 1990-95. 11,482. La relación entre la voz griega y la etrusca (que debió de ser un tecnicismo con el sentido de «m ás cara de teatro») no es d em asiad o clara; por otra p an e, en lat. perso­

na es posible que haya habido una asociación de ideas con el verbo p e rso n o «reso­ nar». cf. D E L L , s. v.

más lógica (por el origen dialectal griego, por la evolución del propio latín, por ser préstamos «mediterráneos»), sin recurrir a dicha media­ ción, remitimos a Biville (II, 476-77), donde se discuten casos como caduceus (> caduceo), cupressus (> ciprés), cisterna (> id.), lanterna (> linterna), urtica (> ortiga), littera (> letra), etc.). b) S í c u l o . Tenemos tres palabras involucradas, aunque, en vista de lo poco que se sabe sobre esta lengua indoeuropea hablada en Si­ cilia, es muy difícil determinar si el parecido entre una voz latina y otra griega (del griego de Sicilia) se debe a que el latín la ha tomado del griego siciliota, sin más; a un préstamo paralelo del sículo al grie­ go y al latín; o a la mediación del griego siciliota entre el sículo y el latín. Los términos que nos interesan aquí son carcer (> cárcel) nummus ( q u e h a in f lu id o g r. v ó tiic ru a , d e d o n d e e s p . numismática) K Ú P n o v , la t. cubitus (> codo).

K Ó p K ap o v , la t.

v ó jio g , v o ü u h o í;, la t.

a su v ez en

numisma
la t.

ballaena (> ballena)

( la t.

ballaena

ta m b ié n p o d r ía

s e r s i m p le m e n te u n p r é s ta m o m e s a p io ) T Ú ppu; > la t.

turris (> torre).

d) P r é s t a m o s o r i e n t a l e s y « m e d i t e r r á n e o s » . Con fre­ cuencia se da el caso de que encontremos en griego y en latín palabras con formas muy similares o incluso idénticas, pero a las que no se pue­ de encontrar ninguna etimología indoeuropea convincente; si estas pa­ labras hacen referencia a objetos y productos que históricamente han procedido de Oriente o del Mediterráneo oriental, se puede suponer con cierta verosimilitud que esas palabras se han tomado de una tercera lengua, y en algunos casos esto se puede verificar en alguna lengua oriental (fenicio, hebreo, egipcio, etc.), en cuyo caso se habla de «prés­

tamos orientales». Cuando no se encuentra ningún punto de apoyo en otras lenguas, se suele recurrir a un hipotético «sustrato mediterráneo» que explicaría la presencia de esas palabras en griego y en latín (sin que sea posible muchas veces determinar si el latín la tomó directa­ mente de dicho «sustrato» o la recibió por mediación griega). En cuanto a los préstamos «orientales» — algunos de los cuales, por cierto, caen en realidad fuera del límite cronológico de este apar­ tado— , está claro que muchos han pasado efectivamante a través del griego, ya procedan de lenguas de la India (como beryllus > berilo, costum > costo, zingiber > jengibre, etc.), del iranio (como arsenicum > arsénico, tigris > tigre), del egipcio (como ibis, nitrum, sinapi «mos­ taza») o de lenguas semíticas (sesamum > sésamo, canna > caña, etc.). En otros casos, en cambio, la mediación griega es dudosa o im­ posible de demostrar, según Biville, como ocurre en KÓjijii, lat. gum m i., c u m m i (> esp. g o m a ) (o rig e n e g ip c io ) rcopcpúpa, lat. p u r p u r a (> p ú rp u r a ) (o rig en in cierto );

en algunos se impone la conclusión de que se trata de préstamos in­ dependientes en griego y en latín, como en XITCüv, lat.

túnica

(>

túnica)

(o rig en fe n ic io p ro b a b le ).

En el caso de los préstamos «mediterráneos», que carecen de eti­ mología indoeuropea ni camito-semítica, la situación es todavía más oscura, teniendo en cuenta lo difuso que resulta el concepto mismo de «sustrato mediterráneo»; lo que no quita para que pueda atribuirse con cierta verosimilitud este origen a determinadas parejas de pala­ bras griegas y latinas, especialmente si hacen referencia a objetos, plantas, animales, etc., que, por su distribución geográfica en el mun­ do mediterráneo, debieron de carecer de designación en el indoeuro­ peo común, y que pudieron muy bien entrar en el griego y en el latín de forma independiente y en fechas muy distintas (y a veces también con sentidos algo distintos). Nos referimos a casos como jiívGct, lat. m e n ta (> m en ta )

cedro), la t. citrus (> e s p . cidro, cítrico) cupressus (> ciprés) c tü k o v , \i\l.ficus (> higo, hígado, e tc .) n ú ^ o c ;, la t. buxus (> boj) kcúPióc;, la t. gobio, gobius (> gobio, n o m b r e d e u n p e z ) ó p u i;, la t. orea (> orea) ( e s p o s ib l e la m e d i a c ió n e tr u s c a ) p u x ri, la t. ruta (> ruda, n o m b r e d e p la n ta ) oívo vino) p ó 8 o v , la t. rosa (> rosa) 8á< pvr|, Axi laurel). KÉSpoc; (> e s p .

K u n á p i a a o c ;, la t.

Para terminar con este apartado, se pueden mencionar, por un la­ do, algunas palabras latinas que es posible que tengan un étimo grie­ go, pero es imposible demostrarlo de forma categórica; por otro, al­ gunas parejas griego-latín que deben de rem ontar a una etim ología indoeuropea común; finalmente, una serie de palabras latinas a las que se ha solido atribuir etimología griega, pero que Biville (II, 376-77, para la lista) descarta con razones más o menos fundadas. En el primer caso estarían voces como gr. áyxóvri, lat. angina (> angina), gr. Ttúpycx;, lat. burgus (muy dudoso; esp. burgo), gr. KÍpicoc;, KpÍKOc;, lat. circus, circa (> circo, cerca), gr. 07107711, acpóyYO hongo). En el segundo, algunas como gr. epeóp, lat./w r (> hurto, furtivo), gr. 7taXá|iT|, lat. palma (> palma), gr. ápáxvri, lat. aranea (> araña) o gr. év8oyevfi indígena). En el tercero, palabras latinas como amuletum (> amuleto), bucina (> bocina), calx, calcis (> cal), cáncer (> cáncer, cangrejo), colubra (> culebra), ele­ menta (> elemento), fucus (> fuco ‘alga’, fucí-voro), funda (> funda, honda), gibbus (> giba), pulmo (> pulmón), rapum «nabo» (> rabo), taeda (> tea), tus, turis «incienso» (> turiferario), urtica (> ortiga). Lo que es claro, en todo caso, es que el griego ha tenido un papel muy importante en la transmisión al latín de numerosas palabras, mu­ chas del tipo de las «palabras viajeras», tanto de origen oriental como del sustrato mediterráneo pre-indoeuropeo. Volviendo ahora al esbozo cronológico que hacíamos al principio de este apartado, ya hemos dicho que en el latín culto de finales de

época republicana y de la era imperial los helenismos se adoptaron casi siempre respetando de forma escrupulosa la ortografía y la pronun­ ciación del griego, por lo que, lógicamente, no plantean problemas de identificación. Pero por debajo de la transcripción culta, «oficial», de los helenismos, tenemos pruebas de que el latín hablado común siguió ateniéndose en gran medida a las tendencias que hemos visto en épo­ ca preliteraria (antes del siglo iv -iii a. C.), como son: — la conversión de x Y 0 en M y /t/ respectivamente, que se han mantenido en el latín vulgar — aunque hay testimonios esporádi­ cos de fricativización— y en la transcripción común del griego al español (tesoro, escuela, etc.; cf. § 3.1); — la simplificación de ciertos grupos consonanticos (como en thisicus < gr. cpSiCTiKÓ^), metátesis y disimilaciones varias; — la transcripción de u por /u/, típica de época preliteraria, todavía se documenta en fechas bastante tardías, a pesar de que la trans­ cripción con /i/ empiece a aparecer a partir del siglo i d. C. Así podrían explicarse algunos casos como esp. onza, it. lonza (< *luncea < «lince») o tumba (< lat. tumba < TÚjjpo*;; lat. tum­ ba debe de ser un helenismo cristiano y no está atestiguado antes del siglo iv), aunque, lógicamente, que una palabra no esté docu­ mentada antes de cierta fecha no significa que no haya podido en­ trar mucho antes en la lengua. Junto a estos rasgos de mera continuidad con la época preliteraria, asistimos a la aparición de fenómenos nuevos en la evolución del griego y del latín, y que van a empezar a reflejarse en los helenismos del latín hablado, como son, ante todo: — la conversión de (p en líl latina, frente a la /p/ de los préstamos preliterarios (ver supra) y la esmerada {ph} del latín culto. El primer testimonio epigráfico de esta fricativización — que debió de verse favorecida por la existencia en latín de este fonema labial fricativo— data del año 88 a. C., aunque no empezará a ser fre­ cuente hasta el siglo siguiente; poco a poco se hará general, lo que

explica que esta líl sea lo que encontremos tanto en los helenis­ mos patrimoniales españoles (huérfano, etc.) como en la trans­ cripción de los cultismos (fdosofia, etc.), cf. § 3.2; — también el itacismo, es decir, la pronunciación como /i/ de una se­ rie de vocales y diptongos griegos, empezará a manifestarse en los helenismos del latín desde comienzos de la época imperial (por lo tanto, no es ni mucho menos un rasgo exclusivo de los «bizantinismos», cf. después, § 9.2). Según Biville, puede establecerse cierta precisión cronológica entre las distintas vocales y diptongos involucrados: el itacismo de u podría fecharse a partir del siglo i d. C. (p. ej. panadizo < panaricium < gr. rcapcovuxíci), el de r) a partir sobre todo del m d. C. (limosna lat. elemosina ^ gX£I]^io_ oúvri) y el de oí a partir del iv d. C. (fr. cimitiére < tcoi|if]Tr|piov). Por otra parte, los resultados concretos no serán siempre los mis­ mos en todas las lenguas románicas, registrándose además doble­ tes según la fecha de adopción o el origen dialectal de la voz en cuestión (p. ej. bodega/botica < árcoGritcr], tapiz/tapete < táriric;., TamriTiov); por lo demás, a diferencia de lo que ocurre con la líl, el itacismo no tendrá reflejo en la transcripción de los cultismos griegos del español, con la excepción de la u (cf. § 6.1 y 6.2); — las síncopas de vocales átonas, que serán de capital importancia en la fisonomía de las lenguas rom ánicas, y que tam bién suponen cierta continuidad con la época preliteraria, sólo que ahora (a partir del siglo m-rv d. C.) estarán íntimamente unidas a la desaparición de las oposiciones de cantidad en latín (cf. § 7.1 para el español); — otro fenómeno que habrá de marcar la evolución fonética de las lenguas románicas es la palatalización de determinadas consonan­ tes en contacto con vocales de timbre /i/, /e/ (constatable ya en el siglo II d. C. para te y y), lo que permite hacer inferencias crono­ lógicas respecto a la fecha de entrada en el latín hablado de de­ terminadas palabras griegas. Por ejemplo, por lo que respecta a la te seguida de u, su palatalización en una palabra española indicará su entrada en latín a partir del i d. C. (aproximadamente), como en cima (antes gima) < lat. cyma < KÜjia; mientras que su conserva­

ción como oclusiva / k/ indicará una entrada más temprana en la­ tín, como en codeso < lat. cutisus < KÍmooq (fr. cyíise remonta a ]a variante culta latina cvtisus). Sobre Ja pronunciación palatal de la C, cf. § 3.4. Con todos estos fenómenos entramos ya de lleno en la historia fo­ nética del español, que, para lo que a los helenismos se refiere, hemos visto ya en otro lugar (§ 7 y 7.1). Si nos hemos internado en este apartado en el latín imperial ha sido sobre todo para mostrar cómo buena parte de los fenómenos que afectan a los helenismos del latín de esta época no hacen sino continuar las tendencias que estuvieron vigentes en el latín preliterario (lo que, por otra parte, hace que las dataciones sean muchas veces muy problemáticas). En todo caso, algunos fenómenos nuevos como ej itacismo o la fricativización de

lat. sporta > espuerta); finalmente, algu­ nas desaparecieron del latín hablado y por tanto del español primitivo. 60 Record am os al lector que se puede co m p rob ar rápidam ente si una palabra latina ha tenido descenden cia en español consulta ndo el Romonisches etymologisches Wórterbuch de W. Meyer-Lübke.

pero entraron más tarde como cultismos, caso por ejemplo de máqui­ na (siglos xv-xvi) o de norma, documentado en español a principios del siglo xvri (en ocasiones tenemos dobletes del tipo de hor­ ma/forma, la primera por vía popular y la segunda por vía culta o semiculta).

§ 9 . H e l e n is m o s

§9.1. H

m e d ie v a l e s n o p a t r im o n ia l e s

e l e n is m o s l l e g a d o s a t r a v é s d e l á r a b e

Un grupo importante y relativamente numeroso de helenismos medievales en español es el constituido por las palabras llegadas a través del árabe escrito y sobre todo del hablado en la Península Ibé­ rica a lo largo de la Edad Media. Se trata de una parcela que, lógica­ mente, resulta difícil para quien no conoce el árabe (como es nuestro caso); afortunadamente, contamos ahora con el excelente Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance de F. Corriente (Ma­ drid, 1 9 9 9 ) , y la lista de palabras griegas que aparece al final nos ha sido de enorme utilidad para la redacción de este apartado (sin olvi­ dar, claro está, a J. C oram inas)61, en el que nos limitaremos a las pa­ labras castellanas (en la obra de Corriente se incluyen también el ca­ talán, portugués, aragonés, etc.). Por las razones antes señaladas, no será posible dar cuenta de una forma razonada y sistemática de los principios fonéticos que presiden el paso del griego al árabe y de éste (en su variedad andalusí) al cas­ tellano62. Además, hay que tener en cuenta que el paso del griego al árabe se ha verificado, en la mayoría de los casos, a través de otra lengua intermedia, que ha sido el arameo o el siriaco. La explicación histórica de este hecho es sencilla: el arameo (lengua semítica occi­ 61 Ni tampoco A Diclionary o f A ndalusi Arabic de F. Corriente, Leiden-N. York, Brill, 1997, con lista de palabras griegas en p. 593-99. 62 Para esta cuestión remitimos ante todo a Alvarado e Ivanova, 1995.

dental, por tanto pariente cercano del árabe) y su alfabeto fueron, desde el siglo v a. C. hasta por lo menos el v-vi d. C\, la lengua y la escritura más importantes y difundidas por todo el Oriente Próximo y Medio, desde las costas de Fenicia hasta el actual Paqujstán; esta len­ gua, por otra parte, adoptó muchas palabras griegas, pues a partir de las conquistas asiáticas de Alejandro Magno (siglo ív a. C.) tuvo que convivir con la lengua y la cultura griegas en aquellas zonas que es­ tuvieron bajo control griego — y después romano y bizantino— más o menos directo (Fenicia, Siria, Palestina, Mesopotamia durante un tiempo). Así que, cuando el árabe, ya antes de Ja expansión islámica, entró en contacto con la lengua de prestigio internacional que era el arameo, éste tenía ya alojadas en su léxico buena cantidad de voces de origen griego. Algo similar ocurre con el siriaco, que, por lo demás, en su origen no es más que una variedad del arameo, concretamente la hablada en la zona de Edesa (hoy Urfa, Turquía sudoriental). El siriaco es im­ portante por haberse generado desde muy pronto (siglo n d. C.) una abundante literatura en esta lengua, y no sólo literatura cristiana, aso­ ciada al impulso evangelizador, sino también numerosas traducciones de autores griegos clásicos. Pues bien, cuando, en el curso de los si­ glos viii y ix sobre todo, los califas de Bagdad se propusieron traducir a su lengua aquellas parcelas del saber griego que más les interesaban (fundamentalmente la filosofía y las ciencias), resultó mucho más cómodo traducir las obras de Aristóteles, Galeno, Euclides o Tolomeo del cercano siriaco que no directamente del griego (por ejemplo, de Galeno sólo se tradujeron directamente del griego nueve obras, frente a las 130 vertidas a partir del siriaco)6'. De este modo entraron en el léxico árabe gran cantidad de términos griegos, especialmente de bo­ tánica, como veremos; y estas palabras no tardaron en llegar a la Pe­ nínsula, pasando algunas de ellas al romance andalusí y luego al cas­ tellano. Cf. Walzer. 1962: F. Rosenthah Das Fortleben dcr Am ike in Islam. Z ú nch Stuttgart. 1965: y sobre todo Vernci. 1999. 1 17 ss. («la técnica de las traducciones»)

Según los datos que hemos recogido del diccionario de Corriente, son poco más de cien los helenismos españoles llegados a través del árabe, lo que supone un porcentaje muy pequeño sobre el total de he­ lenismos (decenas de miles); y hay que decir además que no pocos de ellos están ya en franco retroceso o en total desuso (cosa que ocurre en general con el léxico español de origen árabe). Si nos fijamos en la distribución de estas palabras por campos se­ mánticos, el grupo más abundante es el constituido por los nombres de plantas, tanto las cultivadas como las silvestres: acelga, acemite, adelfa, ajenabe, albaricoque, alberge/albérchigo, alcamonías, alcanería, alcaparra, alcaravea, alfóstigo, alharma, alhuceña, almáciga, aimaro, altramuz, azufaifa/o, anfión, arroz, bellota, cazuz, estragón, sán­ dalo, zanahoria (cf. después sobre esta palabra). También son numerosos los términos técnicos relacionados con la construcción, nombres de objetos e instrumentos, etc.: abitaque, ación, alcaduz, alcántara, alcartaz, alconcilla, alcribís, aliara, aljez, almo­ cárabe, azulaque, balate/albalate, calibre, candil, carrazón, colcótar, corma, falquía, fanal, gálibo, matraz. Otros grupos menos abundantes serian los relacionados con el mundo animal, especialmente los peces (atiin, calamón, chema, jibia, jurel), con las pesas y medidas (adarme, almudín, alquez, arrale, cahíz, quilate, quintal), con la indumentaria y las telas (albornoz, alcorque, botarga, cendal, enjalma, jamete, mandil, marlota, zaragüelles), con el mundo militar y náutico (alcázar, alefriz, almajaneque, almirante, carcaj, carraca, tifón), con las ciencias (alambique, álcali, alquimia, amalgama, calamita, elixir, guarismo y algoritmo, jaqueca, mazacote, natrón, safena), con las piedras preciosas (abalorio, abenuz, talismán, zafiro), con los alimentos (albóndiga, arroz, azúcar, gazpacho, maza­ pán, mazamorra, zumo), con la música (guitarra, tambor, quizá tecla) o con el comercio y las profesiones (albéitar, alcaicería, albóndiga); sin contar con algunos gentilicios como copto, quizá andaluz, o nom­ bres propios como Almagesto (nombre de una obra de Tolomeo). Hay que decir que no todas las palabras mencionadas tienen una etimología segura; hay bastantes casos dudosos, y el lector podrá en­

contrar no pocas divergencias si consulta las dos obras de referencia que hemos utilizado, es decir, los diccionarios de Corominas y de Co­ rriente. En todo caso, no es ni mucho menos nuestra intención co­ mentar una por una Jas etimologías de todas esas voces, sino más bien tratar de establecer una t i p o l o g í a entre los helenismos españoles de transmisión árabe (o al menos relacionados de algún modo con esta lengua), pues los orígenes y vías de llegada de todas esas pala­ bras ofrecen bastante variedad. Creemos que, a modo de ensayo, se podrían distinguir los siguientes casos: a) Palabras de origen griego adoptadas por el árabe (normalmente por intermedio del arameo o siriaco, ver supra) y llegadas así al romance peninsular (ya sea por vía oral o escrita), ocasionalmente también a otras lenguas europeas, a través de España. Ejemplos64: XUjisíct > ár. el. fámiyá (a t r a v é s chemy, fr. alchimie, e tc .)

d e l s ir .)

>

and.

> al-quimia

(in g . al-

píppoc; > ár. el. h u m u s > a n d . a lb u rn ú s > a lb o r n o z .

Este es sin duda el grupo más importante y numeroso, aunque, como se ha dicho, hay bastantes casos en los que puede plantearse la duda de si una palabra castellana de origen griego ha llegado a través del árabe o del latín vulgar (caso, por ejemplo, de zumo, gr. Cco|íóq, neoárabe züm, pero la palabra no está atestiguada en árabe andalusí; veáse Corriente y Corominas s. v. zumo). Por otro lado, algunos de los étimos griegos involucrados son de origen semítico u oriental, por ejemplo acemite (‘flor de harina’, ár. el. samid < gr. aejaíSaXu;, de origen acadio). En otros casos, F. Corriente desmiente categóricamente el su­ puesto origen griego de la palabra árabe de la que procede la cas­ tellana; véanse por ejemplo las entradas correspondientes a ala­ crán (‘ictericia’), alcofa, algaderas, andrómina. M Abrev iatura s para lo que sigue: ár. el. = árabe clásico; aram. = arameo; and. árabe andalusí; sir. - siriaco; romand. ■=■ rom ance andalusí; cast. = castellano; blat. bajo latín.

b) Palabras de origen griego adoptadas por el árabe y entradas en castellano a través de otras lenguas europeas (francés, portugués, italiano, etc.). Sirva como ejemplo talismán, tomada del francés en el siglo xvm (la voz francesa procede del neopersa, que la to­ mó del árabe y éste del griego TÉ^xana «rito religioso»)65. c) Palabras de origen griego en las que se ha supuesto el paso por el árabe, pero que en realidad es más probable (según F. Corriente) que hayan entrado en castellano a través del latín vulgar o de otras lenguas románicas (como el italiano); tal sería el caso de endibia (gr. evTUpoc;), gúmena (gr. fiYOU)iévr| scilicet «cuerda») o tecla (< thecula, dim. de 0tikt| «caja»; pero cf. DCECH 5. v.). d) Palabras de origen griego entradas en el latín vulgar y cuya forma castellana refleja la pronunciación o la morfología (o ambas) de dicha palabra en el árabe andalusí o en el romance andalusí; así se explicaría, por ejemplo, la variante jibia, frente a sepia (< ar|7Úa), o también voces como almorranas (< *haemorreuma < aijióppoia), alcaparra (gr. ícárcrcapu;; la conservación de la /p/ de­ muestra que el préstamo no se hizo en Oriente), alcaneria (‘alca­ chofa’, gr. tcivápa), ju re l (and. suríl, formado sobre saurus < aaüpoc;), enjalma (formado sobre blat. salma < sagma ' gr. ckíyuu ) o la discutida gazpacho (según Corriente, procedente de un romand. gazpelaco que derivaría en última instancia del gr. yai¡ocpuXáiciov «cepillo de iglesia», ver Corriente, v. para la evolu­ ción semántica). e) Palabras de origen árabe que han entrado en castellano (y normal­ mente también en otras lenguas) a través del griego medieval; se­ ría el caso por ejemplo de almirante < blat. amiratus < gr. med. ámpót; < ár. el. amlr «coman­ dante» 0 Latinismos del griego que han llegado al castellano a través del árabe (con paso intermedio por el arameo o siriaco), como es el h- Ver Corriente, 1999, s. v. anfión, natrón, calibre, estragón (entre otras)

caso de quintal (lat. centenarius), almudín (lat. modius), alquez (lat. sextarius > gr. ^éairic;), candil (lat. candela), alcaicería (lat. Caesar > gr. K a ia áp eia) o a lc á z a r < ár. el. qa$r < gr. m ed. i c a a ip o v < lat. c a stra « c a m p a m e n to m ilita r» 66.

g) Palabras de origen griego que están doblemente representadas en español — a veces con sentidos distintos— , según hayan entrado a través del griego/latín, de otras lenguas románicas o a través del árabe: fo n d a /a lb ó n d ig a < gr. 7i a v 80K£L0 v (fonda a trav é s p rob. de la lingua franca, a lb ó n d ig a del ár. oX .funduq).

En algunos casos se trata de palabras de origen latino (como mantel/mandil, la primera directamente del lat. mantele, la segun­ da a través del griego y después del árabe); en otros se trata de vo­ ces de origen oriental, como es el caso de berilo/abalorio (la pri­ mera tomada directamente del gr. PrpuXXoc;, de origen dravídico; la segunda es de origen árabe en español, aunque no es seguro si el árabe lo tomó del griego o de otra lengua, en todo caso remonta al mismo étimo dravídico) o de ébano/abenaz (la primera del gr. é'Pevoc;, de origen africano, quiza nubio; la segunda tomada por el árabe al griego). h) Palabras de origen oriental, a veces no bien conocido (en todo ca­ so ni griego ni árabe), cuya vía de entrada en Europa no siempre se conoce con detalle y que son con frecuencia del tipo de lo que se ha dado en llamar «palabras viajeras», por estar atestiguadas en numerosos idiomas (algunas son tecnicismos, por ejemplo en rela­ ción con la joyería y otras técnicas). Aquí entrarían voces españolas como arroz (gr. opu^a, and. arráwz\ ambas proceden en última instancia del tamil, lengua drávida), sándalo (gr. aávxaXov, ár. sandal; ambos de origen sáns­ b6 Sobre esta palabra ver tam bién Lüdtke. 1974, 158-59

crito), berilo (ver apartado anterior), azúcar/sacarina (gr. ctó k%o.~ pov, ár. sukkar, ambas de origen indio), zafiro (gr. aá7i(peipo lat. parabola > palabra, parábola); la otra, conservarlos como temas en -e, confundiéndose así con la categoría de sustantivos de origen latino com o parte, nave, etc. (por ejem plo, SiaaxoXri > diástole, sístole, etc.). En algún que otro caso coexisten ambas posibilidades, con sig­ nificados distintos: así hipérbole (en retórica) e hipérbola (en mate­ máticas), ambas de ürcppoXr), o síncope (en medicina) y síncopa (en gramática y música), ambas de CTuyK07iri. A veces se ha producido cambio de género, como en avárcri (fem.) > ágape (mase.), favoreci­ do sin duda por el comienzo por /a/ tónica (cf. el águila, etc.). En estos temas en -a tampoco faltan casos en que lo anómalo de la terminación española se debe a influjo de la voz francesa correspon­ 11 Véase para más detalles la parte relativa al sufijo -ita, -isla, § 12.2.1.1.

diente, por ejemplo molibdeno (gr. noA.úp8cava, fr. molybdéne), ocre (gr. &XPa ! fr- ocre), omóplato (gr. ctyKmA.áTr|, fr. omoplate), e tc .I2. § 11.1.2. Temas en -o Los t e m a s en -o, masculinos, femeninos o neutros, pasan en español a ser temas en -o masculinos: ó ecpripoq > el efebo, ij ^eOoSoq • el método, TÓ CTKrjTiTpov > el cetro. Hay unos cuantos cultismos (neutros en griego) que han conser­ vado su -n final del singular: asíndeton, colon, épsilon, hipérbaton, isquion, polisíndeton, tetragrámaton y algunos más; sobre la acentua­ ción aguda anómala (en casos como enquiridión, cronicón, panteón, esternón), véase § 6.7.1. Otros se utilizan sólo en plural, y así no pre­ sentan problemas en la terminación: propileos, Paralipómenos, pro­ legómenos. En cuanto a los masculinos, hay bastantes casos en que, por in­ fluencia francesa, nos encontramos con la terminación -a o -e. Algu­ nos ejemplos en -a: estratega (gr. CTTpaTriyót;, fr. stratége), rapsoda (gr. paycoSóq), psiquiatra y demás compuestos en -iatra (gr. icrcpóq «médico»), Rodas (gr. 'PóSoc;, fr. Rhodes); hay casos más bien raros, como navarca o polemarca (gr. vaúapxoc;, TtoXóiapxoc;), en que se cruza la influencia francesa (navarque, polémarque) con la analogía con otras palabras terminadas en -arca (monarca < lat. monarcha < ^ovápxriQ, etc.). Ejemplos con -e: Chipre (gr. KÚTtpoq), etc.; muchos de ellos son muy antiguos, y algunos como golpe pueden incluso re­ montar a época galorrománica (cf. § 9.2.3). Hay también una serie de nombres propios, la mayoría de ciuda­ des o islas, que han conservado (con vacilaciones) la -s original del nominativo, probablemente por imitación del francés: Amorgos, Lesbos, Tartesos, Claros, Pafos, Cronos, Helios, etc. El único nombre común que presenta esta particularidad es cosmos (fr. cosmos) u . '■ Cf. García Yebra. 1999. bajo las voces correspondientes. 13 Para los n o m b r es propios, cf. F. Galiano. 1969, § 190-92; cf. tam bién García Yebra. 1999. s. v. Amorgos y cosmos.

Finalmente, tampoco faltan ejemplos de temas en -o cuyos plura­ les neutros en -a han acabado por convertirse en singulares femeninos en español (cf. lat .folia > hoja, ligna > leña, etc.), como en el caso de xa pipXía > Biblia, de xa. ctvéxSoTa > anécdota, de xá xpovixá > crónica, o de x e p á a ia (pl. de xepácnov) > cereza. 14 De los temas contractos (como voüg) no ha quedado rastro en español. § 11.1.3. Temas en oclusiva Los sustantivos españoles descendientes de los temas de la tercera declinación latina sufrieron en la Edad Media apócope de la -e, fenó­ meno casi general durante los siglos xn y xm (cf. vite(m) > vid, pace > paz, mare > mar, solé > sol, mense > mes, pane > pan), del que sólo se salvaron aquellos en los que la -e iba precedida en castellano de dos o más consonantes (hombre, puente, muerte, orbe, carne). Los temas griegos e n o c l u s i v a , por su parte, deberían aco­ modarse en principio a la categoría española de sustantivos en -e, mas­ culinos y femeninos, sin sufrir apócope — que provocaría un incómo­ do fmal en oclusiva— más que en algún que otro caso excepcional (como áspid; hay variantes antiguas como aspe y áspido, cf. § 4.7). Como ocurre con las palabras patrimoniales, se toma como base de derivación el acusativo singular en su forma latina; así tenemos: yíyctt;, -vxoc; > ac. gigantem > gigante (mase.) X^-Ctuíx;, -úSot; > ac. chlamydem > clámide (fem.). Pero lo cierto es que muchos de estos femeninos, que deberían terminar en -e, se han pasado a los temas en -a, como es el caso de égida (aiyíc;, ac. lat. aegidem), siringa, nereida, carótida, olimpiada, miríada, mónada, tríada, algún masculino como nómada, etc. Tenien­ do en cuenta que algunas de estas voces están atestiguadas ya en épo­ ca medieval, hay que descartar la idea de que haya podido influir en ello el hecho de que el acusativo griego termine en -a (aiyí8a); en 14 Tam bién algunos nom bres de fiestas antiguas (pero siempre en plural en espa­ ñol), como Dionisios, Panaleneas, etc., cf. F. Galiano, 1969, § 203-5.

realidad, como casi siempre, la explicación hay que buscarla en el francés, cuya terminación habitual -e (tríade, Olvmpiade) es muy fre­ cuente que se convierta en -a en español. También el francés debe de ser responsable de algún que otro sustantivo que se ha pasado a los masculinos en -o, aunque fuera originalmente femenino en griego (como eA.|iiV(;, -ivOoc; «gusano» > plat-elminto, en vez de *platelminte; o como bólido, gr. poAÁc; «objeto arrojadizo»)l5. Respecto a los temas en gutural torpemente transcritos del nomina­ tivo, con el consiguiente problema para la articulación (0(bpa£, > tórax, etc.), ya hablamos de ello en § 4.7. No suponen problema articulatorio, en cambio, otras formas excepcionales tomadas del nominativo de los temas en -8 o - v t y ya muy aclimatadas en español, como iris (< tpu;, ipiSoc;), Artemis (mucho más común que Artémide y en todo caso pre­ ferible a Artemisa), atlas (con otro sentido, atlante), etc. Finalmente, mencionaremos el caso de los compuestos de rcoúc; («pie»). Por un lado tenemos dos casos en los que ya la declinación latina seguía los temas en -o, como no^únouc;, gen. rcoA.úrco8o(; > lat. polvpus, -i > pólipo, pulpo; lo mismo con el nombre de Edipo (Oedipus, -i, «el de los pies hinchados»). Por otro lado, en los compuestos cultos esperaríamos en general la terminación que vemos en trípode < Tpírcouc;, Tpírco8o(; (lat. tripus, tripodis), pero lo cierto es que casi to­ das estas palabras terminan en -podo (artrópodo, cefalópodo, miriápodo, etc.), sin duda por influjo, una vez más, del francés (arthropode, etc.), influjo que, con otro resultado, también se puede detectar en antípoda(s) 16 § 11.1.4. Temas en nasa! y en /r/ Dado que en español ha habido apócope generalizada en las pala­ bras derivadas de temas latinos en -n (canción, pan, fin , etc.), los cul­ tismos griegos se atienen a la misma norma (sobre el acento cf. § 6.7):

kcivcüv, - ó v o q > la t.

canónem > canon Parthenónem > Partenón

ria p G e v c b v , -covoc; > la t.

Hay algunas excepciones en que ha habido paso — por hipercaracterización— a los temas en -o y -a, muy arraigadas: sirena (ya en latín tardío; gr. Ieipr]V, -f¡vo baptizare/baptidiare > bautizar/batear; e^opicíC® > exorcizar; catequizar, evangelizar, helenizar, hebraizar y unos cuan­ tos más). De todas formas, la importancia de estos préstamos léxicos, más que en su número, radica en que a partir de ellos se haya exten­ dido, tanto en español como en otras lenguas europeas, el sufijo -izar, que como tal sufijo español se estudiará más adelante (§ 12.2.3). Aparte de esto, apenas hay algún que otro verbo de otras conjuga­ ciones griegas representado en latín (también con la terminación en -are) y después en español, como el contracto P>.acj(pr|^éco > lat. blasphemare > blasfemar/lastimar (véase DCECH para la explicación de este último). § 1 1 .4 . L a s

dem ás cla ses d e pa la b r a s

De las restantes clases de palabras, ya se ha dicho que son rara vez objeto de préstamo; nada hay que decir de artículos ni de pro­ nombres (sobre el uso de aüxót; en compuestos cf. § 12.1.2 y 12.3). En cuanto a las preposiciones y adverbios, el único préstamo no­ table del griego al latín vulgar — y de ahí a las lenguas rom ances— es el uso distributivo de la preposición r a i á , origen del español cada. Según el modelo de construcciones del tipo de k c it ’ sviauxóv («a lo largo del año»), tcaxá xpsü; («cada tres», «de tres en tres»), etc., se usaron en el latín popular construcciones paralelas como annum cata annum o unum cata unum, frente a las del latín culto del tipo de quinto quoque anno «cada cuatro años», tem os equos habent «tienen

tres caballos cada uno», cotidie «cada día», quotienscum que «cada vez que», etc.; con el tiempo las construcciones como cata unum aca­ baron por conferir a cada el valor de adjetivo que tiene hoy, aunque el hecho de que no admita variación de género ni de número denuncia a las claras su origen preposicional, con un uso a veces no muy dis­ tinto del de la preposición por en frases como «toca a tanto por cabe­ za/por persona», «se baña una vez por semana». En otras lenguas la construcción con cata sufrió contaminación con quisque: asi fr. chacun, it. ciascuno (y las antiguas formas españolas quiscadaitno, cadascuno, cascuno)2*. También podría mencionarse el caso del adverbio encima, que remonta a la locución en cima (el sustantivo cima < lat. cyma < gr. KÜna «ola, hinchazón, brote, renuevo»); o el del adverbio cerca < lat. circa (si es que el grupo latino de circa, circum, circus es realmente un préstamo del griego tcíptcoc;, Kpíxo «Aunque sea verdad...». El uso de maguer o maguera (maguer es grafía errónea y moderna) fue abundante hasta el siglo xiv, pero ya en el xvi era una auténtica rareza26. " Cf. DCF.CH s. v. cada: R. J. Cuervo, Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana. Bogotá. 1994. vol. II. s. v. cada. 26 Ver D C E C H s. v.; F. Galiano ( 1967. i¡ 12) menciona también, siguiendo a Corominas. la antigua interjección ¡aba!, que vendría de lat. apage (< gr. a7taye «quita»), pero cf. Corriente. 1999. s. v., que la hace derivar del árabe.

LA APORTACIÓN DEL GRIEGO ANTIGUO A LA FOR­ MACIÓN DE PALABRAS EN ESPAÑOL PREFIJOS, SUFIJOS, COM POSICIÓN

§ 12. L a

f o r m a c ió n d e p a l a b r a s

Una vez vistas las distintas clases de palabras como tales (es de­ cir, lo que se llama «préstamos léxicos» o «de vocabulario»), corres­ ponde ahora estudiar los sufijos y prefijos griegos productivos en es­ pañol, así como el problema especial de la composición y el calco. Convendrá antes de nada aclarar una serie de cuestiones básicas. Prescindiremos de los morfemas flexivos (los que marcan catego­ rías gramaticales como el género y el número en el nombre, o el tiempo, la persona, etc., en el verbo), pues, como queda dicho, no ha habido trasvases entre el griego y el español que afecte a esta clase de m orfem as1. Sí lo ha habido, en cambio, de afijos (sufijos y prefijos), es decir, de aquellos morfemas derivativos que, en número limitado en una lengua, sirven para formar nuevas palabras a partir de otras ya 1 Con la única excepción, si se quiere considerar asi, del sufijo de femenino -isa/ -esa, cf. infra, § 12.2.1.8. La posible influencia de ciertas formaciones perifrásticas griegas en las lenguas románicas entraría más bien en la parte de sintaxis (cf. por ejemplo Lapesa, 1981, § 11.4 y el artículo de E. Coseriu, 1977).

existentes, por ejemplo — en el caso de los sufijos— sustantivos a partir de sustantivos (sombra > sombr-ero), de adjetivos (negro > negr-ura), de verbos (cocer > coci-miento); verbos a partir de sustan­ tivos (saco > saqu-ear), de adjetivos (blanco > blanqu-ear), etc.

§ 1 2 .1. P r e f i j o s

Para el estudio de los prefijos y sufijos españoles de origen griego nos guiaremos por el criterio de lo que es — o se considera habitual­ mente que es— prefijo y sufijo en español, y no por lo que se entien­ de por tal en el caso del griego antiguo; nuestras guías principales pa­ ra el español serán la GDLE (vol. 3, capítulo 76, por Soledad Varela y Josefa Martín García), Almela (1999, 50-70) y sobre todo Rainer (1993, 299-379, el que ofrece una casuística más com pleta)2. Los rasgos más destacados de un prefijo español son: que no se integra en la base (no se funde con la raíz, se mantiene claramente delimitado respecto de ella, hasta el punto de mantener incómodos hiatos, al menos en la escritura: anti-imperialista)2; que no cambia ninguna de las características formales de la base y que preserva la categoría gramatical de aquélla (atacar, contra-atacar; ataque, con­ tra-ataque). En griego antiguo la situación era similar, pero con algunas dife­ rencias dignas de mención. Respecto a los casos de hiato entre el pre­ fijo y la base, a veces ambos elementos se mantienen claramente se­ parados, como en español (cf. ávTi-áveipa «equivalente a un varón»), pero lo normal es que haya elisión en el prefijo para evitar el hiato (7iap-áA.A.r|A.o noifipiov «copa»); pero, en jó ­ nico-ático, vemos cómo pronto se independiza un sufijo autónomo -n p io v , que se aplica a campos diversos: nombres de objetos o ins­ trumentos (Guiiicmpiov «incensario», Kpirnpiov «instrumento del que uno se sirve para juzgar algo», etc.), de lugares (SucaaTfipiov «juzga­ do», icoi|ií)Tr|piov «cementerio», el humorístico (ppovnaTipiov o «pensadero» de Aristófanes, etc.), de actos relacionados con las fies­ tas o los sacrificios (jiucuipiov, etc.), etc., hasta un total de cerca de 300 palabras76. En latín hay unos trienta préstamos de este tipo (cauterium, dicterium — en realidad un híbrido greco-latino— , ergasterium, criterium, monasterium, mysterium, psalterium, etc.), y del latín algunos pasa­ ron a las lenguas románicas, a veces con alteraciones en su forma o su significado (como filatería, filatero < lat. phylacterium magister-ium, minister > minister-ium, cuyo sen­ tido concreto de «edificio» es reciente)77.

76 Cf. Chantraine, 1933, 62-64; Buck-Petersen, 1945, 47 y 101-104. 77 Cf. Alemany, 1920, 118-19; Rainer, 1993, 484 (-erio, con segm entación y ejem plos muy discutibles); DESE s. v.

De todos modos, no se puede descartar que este uso relativamente frecuente de -terio para nombres de lugar, algunos de tanto uso como cementerio, haya influido en parte en el gran desarrollo del adjetival -torio (< latín -torius, desarrollo paralelo al del griego -Tipiov) para designar modernamente nombres de lugar (crematorio, ambulatorio, locutorio, auditorio, tanatorio con raíz griega)78; el correlato «vul­ gar» de -torio sería -dero (lavadero, abrevadero, etc.); sobre calcos e influencias indirectas, cf. § 12.6. § 12.2.1.8. - i s a / - e s a . Es el único caso en que un sufijo griego específicamente gramatical — puesto que sirve para derivar sustanti­ vos femeninos a partir de un m asculino— ha tenido algún rendi­ miento en español y en otras lenguas europeas, por lo que creemos que vale la pena explicar su origen y evolución79. El origen de este sufijo en griego hay que buscarlo en ciertos gentilicios de tema en gutural, en cuyos femeninos, formados con el sufijo común /ya/, se producía una palatalización cuyo resultado era -croa: KÍA.IÍ;, K íXikoí; «natural de Cilicia», fem. *KiXix-ya > KíXiaaa dJoívii;, Ooi.vn.K0c; «fenicio», fem. *í>oiviK-ya > «JJoíviaaa. A partir de aquí, se creó analógicamente un sufijo -icrcra, cuyo primer testimonio es pacríX iaaa «reina», que sustituye a pacríXeia y otras voces (aparece ya en Jenofonte, en el siglo iv a. C.). Este sufijo conoce cierta expansión en la koiné, crece ampliamente en época bi­ zantina y se generaliza en griego m oderno80. En latín están atestiguadas, a partir del siglo iii d. C., unas cuantas palabras con esta terminación, algunas ya acuñadas en griego (diaconissa); pero hay otras en las que el latín ha aplicado por su cuenta el

78 Cf. Rainer, 1993, 660. 79 Almela (1999, 104) excluye de su listado los «alom orfos específicos de gén ro», por tanto tam bién el que nos ocupa. 80 Cf. Chantraine, 1933, 109; Buck-Petersen, 1945,741-43.

sufijo, ya sea a palabras griegas (como haemorrhoissa, pythonissa, prophetissa, abbatissa)Hl, ya latinas (sacerdotissa, fratrissa). Su ren­ dimiento en latín, en todo caso, ha sido muy limitado, como lo ha si­ do también en griego antes de la época bizantina, y aparece circuns­ crito al ámbito religioso — cristiano o pagano— para designar generalmente a una mujer que ejerce una función análoga a otra ejer­ cida por un hombre. Pero el uso del sufijo -issa sigue creciendo lentamente en la Edad Media latina, y aparecen ducissa, archiducissa, baronissa, comitissa, marchionissa, canonissa, minorissa, etc.; el sufijo acaba resultando bastante productivo en lenguas como el italiano, el rumano y el fran­ cés (cf. para este último princesse, poétesse, déesse, etc.; a través del francés ha pasado al inglés: shepherdess, mistress, etc.)82. En español, aparte de unas cuantos cultismos heredados que con­ servan la terminación -isa (diaconisa, pitonisa, sacerdotisa, profetisa, canonisa; algunas creaciones o préstamos de fechas diversas como papisa, clarisa, poetisa), es la variante vulgar del sufijo (-esa) la que ha tenido algún rendimiento, como demuestran los casos de juglaresa (siglo xni), princesa (< fr. princesse, siglo xv), deesa (ant.), alcalde­ sa (1780), abadesa (siglo xn), baronesa, canonesa, duquesa, conde­ sa, guardesa, diablesa, consulesa, tigresa, sastresa, infantesa, choferesa, vampiresa y alguno m ás83. De todos modos, no parece que sea un sufijo activo en español, a pesar de que en los últimos tiempos son muchas las profesiones antes exclusivamente masculinas que son ejercidas por la mujer, y por tanto muchas las posibilidades potencia­ les de uso del sufijo -esa*4.

81 Para los detalles de cada una de ellas, cf. André, 1971, 107 ss. 82 Cf. TLF s. v. -esse y OED s. v. -ess; también Deroy, 1980, 77-78. 83 En el caso del reptil llam ado salamanquesa el sufijo es sólo aparente, al existir el gentilicio salamanqués ( = salmantino); sobre la relación entre el animal y Sala­ manca, cf. DCECH s. v. salamandra. 84 Cf. Alemany, 1920, 62-63; Rainer, 1993, 494 (-esa) y 553 (-isa); DESE, s. v. -esa e -isa.

§ 12.2.1.9. -ia. También merece breve comentario el sufijo espa­ ñol -ía. El sufijo /ia/, /iá/, ampliamente conocido en las lenguas in­ doeuropeas, servía, tanto en latín como en griego85, para derivar sus­ tantivos o adjetivos femeninos: CTOcp-ó- ao (iéXaLva «negra» lat. miles, militis «soldado» > milit-ia «milicia».

Como ya vimos en § 6.7.1, la acentuación de los helenismos es­ pañoles con esta terminación es muy irregular: en unos casos nos en­ contramos con la acentuación esperada, a través de la prosodia latina (8r|jiOKpaTÍa > democracia, ájavr]aía > amnesia, ío io p ía > historia), en otros muchos se acentúa «a la griega» haciendo caso omiso del la­ tín (cpi^OCTOcpía ■’philosophia filosofía, (piXoXoyLCi ' filología, op~ Goypacpía > ortografía); en el caso especial y menos numeroso de los sustantivos en -eia, que deberían terminar siempre en -ía (a través del latín -ia, con ív.í), ocurre lo mismo, tenemos transcripciones regulares (éXeyeía > elegía, émcpáveia > epifanía) junto a otras anómalas (0epcmeía > terapia, jiávTeia > quiro-mancia). También se explicó en § 6.7.1 que, en realidad, la proliferación de esas terminaciones paroxítonas en -ía en voces en que esperaríamos -ia se debe, según parece, a dos causas o momentos históricos distin­ tos. El primero sería aquel en el que «sobre todo el Cristianismo hizo que del griego entraran en el latín escrito y en la lengua habitual de las personas cultas gran cantidad de palabras en -ía acentuadas [...] como as tro logia » 86, de forma que pudiera acabar sintiéndose como un sufijo latino y por extensión romance (de hecho se puede constatar su desarrollo en castellano, italiano y francés).

85 Para el griego, véase la lista (unas 7.500 palabras) en Buck-Petersen, 1945, 120-69. 86 W. Meyer-Lübke, Grammaire des langues romanes, II, París, 1895, p. 497; cit. en DESE s. v. -ia.

A ello habrá que añadir seguramente, en una segunda fase, un fuerte influjo francés que empezó ya en época muy temprana, en tor­ no al siglo xi (el francés exhibe el sufijo -ie en helenismos como théologie, géométrie, etc., así como en voces de otros orígenes como compagnie, garande, etc., siempre con acento en la /i/)87. El caso es que este -ía acabó por convertirse en un sufijo vivo y muy productivo en español, utilizándose pronto para derivar sustanti­ vos abstractos a partir de adjetivos (alegría, cortesía, villanía) o de sustantivos (hombría, señoría), designando tam bién «nom bres de cargos, senaduría, alcaldía, y, por metonimia de éstos, de lugar, al­ caldía, tesorería, vicaría, extendido a otros nombres, confitería, mon­ jía; caballería del nombre de cargo ha pasado al colectivo y éste al individual; es rara la derivación verbal, valía»u . Hasta aquí los sufijos sustantivadores de origen griego que nos ha parecido que merecían comentario. Quedan fuera de los intereses de este libro (y de los conocimientos de su autor) los sufijos científicos especializados que aparecen en series terminológicas y cuyo rendi­ miento, por tanto, es muy limitado (pero cf. supra, sobre -ido, -orna y -em a)89. A modo de ejemplo ilustrativo, mencionaremos el caso de -ón y -trón, utilizados en la física. El primer término involucrado fue ión,

87 Cf. García Yebra, 1999, 99-120 (que, sin embargo, no m enciona la primera fase de la que hemos hablado, y por ello se equivoca al atribuir este sufijo -ía exclusiva­ mente a la influencia francesa medieval). El sufijo en cuestión tam bién se difundió en alemán (cf. Abtei «abadía», Báckerei «panadería», etc.), véase Lüdtke, 1974, 216. 88 García de Diego, 1951, 264-65 ; los prim eros ejem plos de productividad de -ía en el castellano pueden verse en D. G. Pattison, Early Spanish Sujjíxes. A Functional Study o f the Principal Nominal Sujjixes o f Spanish up to 1300, Oxford, 1975, p. 122­ 23. Cf. tam bién Alemany, 1920, 70-73 (con explicación errónea de la acentuación); Alvar-Pottier, 1983, § 285 (lo mismo); Rainer, 1993, 511-13; GDLE, § 69.2.21 (útil pa­ ra los aspectos sem ánticos); DESE s. v. -ía. 89 Alm ela (1999, 113) los excluye a todos de su listado; por cierto que también habrá que excluir de él -oteca, que es claram ente un segundo elem ento de compuesto. En DESE puede verse la entrada correspondiente a -ona (cf. acetona, testosterona, etc.), relacionado hasta cierto punto con el griego.

creado en inglés por Faraday en la década de 1830 (gr. ióv, participio de íévai «ir»), y a finales del siglo xrx aparece electrón en su acep­ ción moderna (gr. fíXeicrpov «ámbar»; electro se había usado ya en español en la acepción griega). A partir de estos dos términos se crean, utilizando el «sufijo» -ón, protón, neutrón, fotón; y a partir de elec-trón se desgaja un «sufijo» -trón perceptible en posi-trón, ciclo­ trón, etc. El acento agudo que llevan en español todas estas palabras podría deberse a varias causas: al hecho de que la primera — crono­ lógicamente— de ellas se pronuncie a veces como un monosílabo (ión, pronunciado [yon]), a la influencia más que probable de la acentuación francesa90 y finalmente al hecho de que los finales en -on átonos, si exceptuamos el paradigma verbal, son muy raros en espa­ ñol, mientras que son frecuentísimos los en -ón (varios miles de en­ tradas en Bosque-Pérez, 1987). También tenemos que aludir brevemente a unas cuantas termina­ ciones que Pharies incluye en su D E SE ; se trata de una curiosa serie de terminaciones átonas de orígenes muy heterogéneos, como son -ago, -alo, -ano, -aro, terminaciones que han conseguido «extender­ se, por analogía, a un pequeño grupo de palabras en las que parecen desem peñar el papel de una am pliación sem ánticam ente vacía» 91. Entre los diversos antecedentes de esas terminaciones españolas apa­ recen algunos helenismos latinos (espárrago, estómago, piélago y tár­ tago; búfalo, címbalo, crótalo, escándalo, sándalo y algunos más; rá­ bano, cuévano, huérfano, órgano y varios m ás; ásaro,, bárbaro, cántaro, cítara, lámpara, etc.). Desde el punto de vista adoptado por el diccionario de Pharies quizá esté justificado dedicarles una entrada propia; pero desde el punto de vista histórico del griego, se trata o bien de terminaciones relativamente poco productivas, y cuya presen­ cia en unos pocos helenismos españoles difícilmente hubiera bastado para hacer de ellos sufijos propiamente dichos, como -aXo- (cf. ánakóq, ójiaXóc,, jie y-ako-, 8i8ácnc-aXog, etc.), -a v o - (cf. Pox-ávri,

90 Cf. García Yebra, 1999, s. v. electrón. 91 Cf. DESE, p . 82.

ru0-avó arábigo. P o r e ll o , la p r e s e n c ia e n e l e s p a ñ o l d e h o y d e g r a n c a n tid a d d e a d ­ je tiv o s

en

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1 .7 0 0

en

el

d ic c io n a r io

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B o sq u e -P é r ez ,

1 9 8 7 ) 95 s e d e b e , p o r u n la d o , a la e n tr a d a p r o g r e s iv a d e c u lt is m o s e n la le n g u a , ta n to g r ie g o s (y a e n e l s i g l o x m e n tr a n e n c a s t e lla n o h e l e ­

dialéctica, retórica, aritmética, lógica, música, e tc .; métrico, silábico, yámbico, e t c .) c o m o la ­ t in o s (clásico, famélico, público, e tc .). P o r o tr o la d o , e l s u fij o -ico, q u e , c o m o h e m o s v is t o , tu v o u n r e n ­ n is m o s c o m o

d e s p u é s m u c h ís im o s o tr o s:

d im ie n t o lim ita d o e n la tín (a l m e n o s c o m p a r a d o c o n e l g r ie g o ) , h a r e ­ su lta d o e n o r m e m e n te p r o d u c tiv o e n e l e s p a ñ o l m o d e r n o ( y e n o tr a s le n g u a s e u r o p e a s ), d o n d e s u e le fo r m a r a d je tiv o s d e r e la c ió n , y a se a a p lic a d o — a r a íc e s g r ie g a s : p o r e j e m p lo e n e l c a s o d e p a la b r a s c o m p u e s t a s q u e , s ie n d o a d je tiv o s e n g r ie g o , s e u s a n n o r m a lm e n te s u s ta n tiv a ­ d a s e n e s p a ñ o l, p o r l o q u e s e r e c u r r e a l s u f ij o - / c o p a r a c r e a r e l a d j e tiv o c o r r e s p o n d ie n te (p o r e j e m p lo ,

pedófilo

y

pedofilico, sicó-

95 Claro que el hecho de que una palabra esdrújula term ine en -ico no significa forzosamente que se haya formado con este sufijo; por eso se equivoca Almela (1999, 115) al incluir en su lista científico (un compuesto donde -jico representa el verbo fa ­ ció, lo mismo que en magní-fico, paci-fico, etc.); lo mismo en DESE s. v. -ico.

pata

y

sicopático, autócrata/autocrático,

e tc .; c f . § 1 1 .2 p ara lo s

atómico, higiéni­ co, oceánico, misantrópico, automático, eufónico, paradójico, e tc .; a r a íc e s la tin a s c u lta s: genérico, numérico, desértico, púbico, es­ cultórico, pictórico, carbónico, lúdico, vírico, volcánico, e tc .; a r a íc e s d e c u a lq u ie r o tr a le n g u a : algebraico, cúfico, totémico, rabínico, rúnico, cárstico, e tc .; d o s ú lt im o s t ip o s ). O tr o s m u c h o s c a s o s a is la d o s :

— —

— a n o m b r e s p r o p io s o é t n i c o s ( s ig u ie n d o e l e j e m p lo d e l p r o p io g r ie ­ g o : platónico, jónico, ático, e tc .): mahomético ( s i g l o x v ) , satáni­ co, maquiavélico, napoleónico, sádico, pantagruélico, dravídico, mongólico, gaélico, balcánico, e tc . E n to d o c a s o , s e trata d e u n s u f ij o n e ta m e n te c u lt o e n e s p a ñ o l, q u e rara v e z s e a ñ a d e a v o c e s c o m u n e s , y q u e , a u n e n e s e c a s o , s u e l e te n e r u n u s o r e s tr in g id o al r e g is tr o e le v a d o , c u a n d o n o a b ie r ta m e n te e s p e ­ c ia liz a d o ( c f. p o r e j e m p lo

carne

>

cárnico)96.

P o r lo q u e r e s p e c ta a a lg u n o s s u b t ip o s d e e s t e s u f ij o , c o n v i e n e d e ­ c ir lo s ig u ie n t e so b re :

-iaco/íaco.

C o m o h e m o s v is t o a n te s , e s t a v a r ia n te p r o c e d e d e l

p r o p io g r ie g o , y a p a rte d e u n o s c u a n t o s h e le n is m o s h e r e d a d o s (c o m o

heliaco, cardiaco, demoniaco, dionisiaco, isiaco,

e t c .) , s e ha

a p lic a d o e n a lg u n o s o tr o s c a s o s , f u n d a m e n ta lm e n te a n o m b r e s d e p e r s o n a y d e p a ís e s t e r m in a d o s e n -ía(s) o -ia (jeremiaco, siriaco, egipciaco, policiaco, bosniaco, austríaco, e t c . 97). R e s p e c t o a la a c e n tu a c ió n , e l e s p a ñ o l tie n e u n a fu e r te te n d e n c ia a h a c e r d ip to n ­ g o e n e s t o s c a s o s , p o r lo q u e e s m á s c o m ú n p r o n u n c ia r

amoniaco

96 Cf. Alemany, 1920, 74-75; Rainer, 1993, 520-26 (con clasificación sem ántica y adem ás am plio tratam iento de las cuestiones form ales de derivación); GDLE, repartido entre 70.3.1 (adjetivos de relación derivados de nombre común, deonom ásticos de persona y de lugar), 70.3.2 (adj. de semejanza: cadavérico), 70.3.3 (adj. de posesión: abúlico) y 70.3.5 (adj. de efecto: simpático); DESE s. v. (tam bién para su uso especia­ lizado en la química). 97 En estos dos últimos casos no sé hasta qué punto se cruza el sufijo en cuestión con el -acó tan frecuente en países eslavos: polaco, eslovaco, cosaco, valaco, etc.

que

amoníaco,

a u n q u e e l d ic c io n a r io d e la A c a d e m ia s u e l e r e c o ­

g e r la s d o s f o r m a s p ara e s t a s p a la b r a s 98.

-ístico.

E s ta te r m in a c ió n , y a p r e s e n te e n g r ie g o (-K m K Ó q ) e n a d je ­

t iv o s a s o c ia d o s a v e r b o s e n -ü¡a>, a s u s ta n tiv o s e n - i c t t t k y a a b s ­ tr a c to s e n -iO |ióc; ( c f.

helenístico, heurístico,

e t c .) , h a c o n o c id o

t a m b ié n u n g r a n é x it o e n e s p a ñ o l, h a s ta e l p u n to d e q u e R a in e r c o n s id e r a q u e , d e s d e u n p u n to d e v is t a s in c r ó n ic o , s e c o m p o r ta e n m u c h o s c a s o s c o m o u n a u té n t ic o s u fijo .

-ístico n o -ista d e la q u e h u b ie r a p o d id o (característico, silogístico, memorístico, escrituristico,

E n e f e c t o , e n c o n tr a m o s c a s o s e n q u e e l a d je t iv o e n s e c o r r e s p o n d e c o n n in g u n a b a s e e n d e r iv a r s e

e t c . " ) ; y p o r o tr o la d o , a u n e n e l c a s o d e q u e h a y a u n s u s ta n tiv o en

-ista,

h a y c a s o s e n q u e e s tá c la r o q u e e l a d j e tiv o s e r e fie r e n o a

a q u é l s in o a su b a s e ( c o m o e n « b e l le z a p a is a j e y n o a lo s p a is a jis ta s ; e n « s e c to r

paisajística», r e fe r id a al automovilístico», e tc .; e n

o tr o s c a s o s e s im p o s ib le d e te r m in a r si s e r e fie r e al s u s ta n tiv o o a la b a s e : « e s t i lo

periodístico»,

p r o p io d e lo s p e r ió d ic o s /d e lo s p e ­

r io d is ta s ) 10°. P o r o tr a p a r te , h a y q u e d e c ir q u e , a u n q u e s e trata d e u n s u f ij o a d ­ j e t iv a l, la fo r m a f e m e n in a e n -i c a h a d a d o lu g a r , y a d e s d e la A n t i­ g ü e d a d , a s u s ta n tiv o s , e s p e c ia lm e n t e d e s ig n a n d o a r tes y c ie n c ia s . A s í, m u y p r o n to ( e n P ín d a r o , s i g l o s v i - v a. C .) a p a r e c e e n g r ie g o j í o u c t u c t i u tiliz a d o c o m o s u s ta n tiv o ( « m ú s ic a » ) , y le s e g u ir á n p r o n to m u c h o s o tr o s , q u e o r ig in a lm e n te e r a n a d je tiv o s a c o m p a ñ a d o s d e l s u s ta n tiv o T¿Xvr| « a r te , c ie n c ia » (p rixop iicfj,

7roir|TiKT), ypan/iccnKTi,

e t c .) . D e a h í

la e x is t e n c ia e n e s p a ñ o l d e m u c h o s n o m b r e s d e a r te s, c ie n c ia s y d i s ­

98 Cf. Rainer, 1993, 514; GDLE, § 70.3.1.1-2-3; DESE s. v. (es erróneo lo que se di­ ce acerca de la doble acentuación). 99 Aunque en griego ya existen x a PaKTnplaTlKó correspondientes (xaponcrr|pí£a>, üL'XXoyí^a)), como memorístico lo es de memorizar. 100 Cf. Rainer, 1993, 573-74: GDLE, § 70.3.1.1; DESE s. v. -ístico (da com o prim e­ ra forma con base no griega estadístico, en 1765).

c ip lin a s d iv e r s a s c o n e s ta te r m in a c ió n , y a e s t é n b a s a d a s e n p a la b r a s

fisica, dinámica, genética, ci­ bernética, acústica, terapéutica, óptica, estética, patrística, balística ( 1 7 0 9 ) , casuística, estadística, lingüística, robótica, e tc . g r ie g a s o e n v o c e s d e o tr o s o r íg e n e s :

P o r o tr a p a r te , a l c o n v e r tir s e e n s u s ta n tiv o s , a lg u n o s d e e ll o s h a n e x p e r im e n ta d o — e n o c a s i o n e s y a e n la t ín — u n a n u e v a s u f ij a c ió n p a ­ ra c re a r e l a d je tiv o c o r r e s p o n d ie n te a la c ie n c i a o arte e n c u e s tió n :

gramatic-al, music-al,

e t c ., p e r o e n e s p a ñ o l, e n g e n e r a l, n o s e h a d a d o

e s t e f e n ó m e n o , c o in c id ie n d o la fo r m a d e s u s t a n tiv o y d e a d j e tiv o

gico/Lógica, óptico/Óptica,

s is t e m á t ic a m e n t e a e s ta n u e v a s u f ij a c ió n a d je tiv a l:

physical, historical,

logical, technical,

e tc .

P o r lo d e m á s , e s t a p r o life r a c ió n d e s u s ta n tiv o s e s d r ú ju lo s e n

-tica, -ística,

(ló-

e t c .) . E n c a m b io e l i n g lé s h a r e c u r r id o

ica.

j u n to c o n la a f ic ió n a lg o p e d a n te s c a a la s p a la b r a s lar­

g a s , d e b e d e s e r la r e s p o n s a b le d e la a p a r ic ió n e n e s p a ñ o l, e n t ie m p o s m u y r e c ie n t e s , d e a lg u n o s m o d is m o s b a s ta n te r id íc u lo s , a u n q u e c a d a v e z m á s c o m u n e s ( e n p a r te p o r in flu jo a n g lic is t a ) , c o m o s o n e l u s o d e

problemática e n v e z d e problema(s), analítica e n v e z mática p o r tema, e tc . (ta m b ié n e l m u n d o a c a d é m ic o

de

análisis, te­

h a a p o r ta d o su

g r a n o d e a r e n a a e s t e f e s t iv a l e s d r u ju lis ta , h a b la n d o d e « la n o v e lís t ic a i n g le s a » , « la c u e n t ís t ic a la tin o a m e r ic a n a » y d e c o s a s p o r e l e s t i l o ) ,01. § 1 2 .2 .2 .2 .

-esque

- e s c o, -i s e o.

L a h isto r ia d e l s u fijo p a n e u r o p e o

-esco/

e s b a s ta n te c o m p lic a d a , y n o e s t á d e l t o d o c la r a la p a r te q u e le

c o r r e s p o n d e a l g r ie g o e n su d if u s ió n . R e m o n tá n d o n o s a l g r ie g o a n ti­ g u o , v e m o s q u e e n e s ta le n g u a e l s u f ij o -icnccx;, s in d u d a d e o r ig e n in ­ d o e u r o p e o ( d o n d e d e b ía d e s ig n if ic a r « d e l g é n e r o d e , q u e s e p a r e c e a » ) , s e u t i l i z ó s o b r e t o d o p a r a fo r m a r s u s t a n t i v o s c o n v a l o r d i m i ­ n u t iv o , h i p o c o r í s t i c o y a v e c e s d e s p e c t i v o , e n c o n c u r r e n c ia c o n 101 No m uy distinto es el uso de climatología en vez de clima, sintomatología en vez de síntomas, etc.; véanse los estim ulantes com entarios al respecto de F. Lázaro Carreter, 1997, 607-8, entre otros lugares; cf. tam bién Janni, 1994, 153-56 (sobre tec­ nología). Sobre -ística con valor sustantivados Rainer, 1993, 572-73 (cita ejemplos tan pintorescos com o «la operística argentina»); DESE, s. v. -ístico, -ística.

- i o v ; a p artir d e é p o c a h e le n ís t ic o - im p e r ia l s e u s ó b a s ta n te p o c o l02.

C o m o h e r e n c ia d ir e c ta d e l g r ie g o t e n e m o s e n e s p a ñ o l lo s s u s ta n tiv o s

asterisco (« e s t r e llit a » ) , obelisco, menisco, lemnisco, trocisco, centrisco, basilisco, e n lo s q u e , l ó g ic a m e n t e , e l h a b la n te c o m ú n n o p e r c ib e y a la e x is t e n c ia d e s u f ij o a lg u n o ( c o n la p o s ib le e x c e p c ió n d e asteris­ co, r e la c io n a b le c o n astro). E s te s u f ij o g r ie g o , s e g ú n p a r e c e , c o n o c ió c ie r ta d if u s ió n e n e l la ­ tín p o p u la r , e s p e c ia lm e n t e e n e l l é x i c o r u r a l103, y d e a h í a rran ca lo q u e M a lk ie l lla m a la p r im e r a f a s e d e su h isto r ia e n la s le n g u a s e u r o ­ p e a s , la « p a le o - r o m a n c e » , e n la q u e e l s u f ij o t ie n e u n v a lo r p u r a m e n te r e la c io n a l, s in c o n n o t a c io n e s d e n in g ú n tip o , y q u e e s t á a m p lia m e n te a te s tig u a d a e n le n g u a s c o m o e l r u m a n o , e l sa r d o , e l ita lia n o , e l p r o v e n z a l, e l fr a n c é s m e d ie v a l y lo s d is t in to s r o m a n c e s h is p á n ic o s d e la E d a d M e d i a l04. P o r lo q u e r e s p e c ta a l c a s t e lla n o m e d ie v a l y m o d e r n o , q u e e s lo q u e n o s in te r e s a a q u í, e n c o n tr a m o s e s t e s u f ij o , a p a rte d e u n

parentesco ( 1 2 7 5 ; p o s ib le ita lia n is m o s e g ú n morisco ( s i g l o s x - x i ) , berberisco, levan­ tisco, ponentisco, serranisco, arenisco (1490), e t c . 105. s u s ta n tiv o a is la d o c o m o

P h a r ie s ), e n a d je tiv o s c o m o

L o p r im e r o q u e lla m a la a t e n c ió n d e e s ta s p a la b r a s e s la c o n s e r ­ v a c ió n d e la / i / la tin a , e x c l u s iv a d e l r o m a n c e h is p á n ic o , c u a n d o la f o ­ n é t ic a r o m a n c e n o s h a r ía e sp e r a r / e / ( - esco); u n a p o s ib le e x p lic a c ió n e s la in f lu e n c ia d e lo s a d j e t iv o s d e o r ig e n á ra b e e n

-í,

e x c l u s iv o s ta m ­

b ié n d e la P e n ín s u la . O tra c o s a q u e lla m a la a t e n c ió n e s la a b u n d a n c ia

102 Cf. Chantraine, 1933, 406-413; Buck-Petersen, 1945, 637-8 y 675-6. 103 Por cierto que varios nombres latinos de plantas y árboles term inados en este sufijo son de etim ología muy difícil, probablem ente «m editerránea» (lentiscus, malvaviscus, tamariscus, turbiscus, todos ellos representados en español), lo que no deja de plantear problemas; cf. Malkiel, 1972, 371, nota 17; DELL, s. v. correspondientes; y Orioles, 1980-81. 104 Cf. M alkiel, 1972, 361-72. 105 Más ejem plos en DESE s. v. -isco. No podemos com entar aquí en detalle voces como ventisca, pedrisco, por no hablar de la relación de -isco con sufijos aparente­ mente afines como -asco (chubasco, peñasco; cf. DESE s. v. -asco) o -usco (pedrusco) o con sufijos verbales como -iscar, -uscar (ventiscar, etc.; a veces sin relación con el sustantivo, como oliscar, lamiscar, mordiscar, etc.); cf. M alkiel, 1972, 370-71.

d e g e n t i li c io s o s im ila r e s , u n d a to q u e h a h e c h o q u e s e p la n te e la c u e s t ió n d e la p o s ib l e in f lu e n c ia d e l s u f ij o g e r m á n ic o

-isk(o).

E n e f e c t o , e n e l a n t ig u o a lto a le m á n y e l a n t ig u o s a jó n v e m o s e l

-isk(o) e n a d je tiv o s , s u f ij o q u e h a d a d o c o m o -isch e n a le m á n (Franzós-isch, prakt-isch, e t c .) e (lavish, Engl-ish, e t c .) . E s te s u f ij o g e r m á n ic o -isk(o),

a b u n d a n te u s o d e l s u f ij o r e s u lta d o m o d e r n o

-ish

e n in g lé s

q u e ló g ic a m e n t e s e r á d e h e r e n c ia in d o e u r o p e a y p o r ta n to e sta r á e m ­ p a r e n ta d o c o n e l -icncoc; g r i e g o 106, te n ía u n u s o e s p e c íf ic a m e n t e g e n ­ t i l i c i o e n l e n g u a s g e r m á n i c a s a n t i g u a s , l o q u e h a c e p l a n t e a r s e la c u e s t ió n d e s u p o s ib le in f lu e n c ia e n la s le n g u a s r o m a n c e s , d o n d e s e

-iscus d e o r ig e n g r ie g o Etimologías ( X V I I I , 6 , 9 )

h a b ría c r u z a d o c o n e l

q u e h e m o s v is t o . A s í , y a

S a n I s id o r o e n s u s

d e c ía d e l a d j e t iv o

ciscus,

Fran-

l u e g o c o n v e r t id o e n n o m b r e d e p ila :

Secures [...] quas Hispani ab usu Francorum per derivationem Franciscas vocant. [Unas hachas [...] que los hispanos, por el hecho de usarlas los francos, llaman por derivación franciscas] 107. N o s e r ía d e s c a r r ia d o , p o r ta n to , p e n s a r q u e e n c a s o s d e l tip o d e

mor-isco ( < lat. Maurus « h a b ita n te d e la M a u r ita n ia » ), q u e a p a r e c e y a e n e l Cid e in c lu s o a n te s ( e n d o c u m e n t o s d e lo s a ñ o s 9 6 6 y 1 0 9 5 c o ­ m o M aurisco y Mauriskelo), e s t a m o s a n te u n i n f l u j o g e r m á n ic o m u y te m p r a n o d e d ic h o s u f ij o g e n t i li c io , o e n t o d o c a s o a n te u n c r u c e o a m a lg a m a c o n e l

-iscus

g r e c o -la tin o ; y a s í lo h a n d e f e n d id o s a b io s

c o m o M e y e r - L ü b k e , R o h lf s o M a r o u z e a u . S in e m b a r g o , r e s u lta q u e e n e l la tín ta r d ío s e c o n o c e n y a a lg u n o s e j e m p lo s d e

-iscus

c o n v a lo r g e n t i li c io

(Syríscus

« s ir io » ,

Threciscus

106 Así se afirm a en OED, s. v. -ish. 107 Cf. tam bién Ch. du Cange, Glossarium mediae et infimae Latinitatis, París, 1843, s. v. Francisci: «Hanc vero enuntiationem mutuati videntur populi orrmes a Longobardis aut Sclavis, qui gentilitia et appellativa nom ina efferebant plerum que in isc. [...] A Sclavis Anglo-Saxones hauserunt eum morem, apud quos Romanisc est Romanus».

« t r a c i o » ) 108; y , p o r o tr a p a r te , e n c o n t r a m o s e l s u f ij o e n c u e s t ió n e n le n g u a s q u e , p o r r a z o n e s h is tó r ic a s y g e o g r á f ic a s , n o e x p e r im e n ta r o n u n a in f lu e n c ia g e r m á n ic a p e r c e p tib le e n su v o c a b u la r io ( c o m o e l sa r ­ d o ). P o r e s o , c o m o s e ñ a la b a M a lk ie l e n 1 9 7 2 , « h o y , la in f lu e n c ia g e r m á n ic a s e d e ja d e la d o o e n to d o c a s o s e v a lo r a e n té r m in o s b a s ­ ta n te m á s m o d e s t o s » 109. S ig u ie n d o c o n la h is to r ia d e l s u f ij o , e n tr a r ía m o s e n la s e g u n d a f a ­ s e , e n la q u e , c o m o c o n s e c u e n c ia d e l R e n a c im ie n t o , la in f lu e n c ia it a ­ lia n a h a c e q u e e l s u f ij o

-esco,

q u e h a te n id o u n n o ta b le d e s a r r o llo e n

e s a le n g u a , c o n o z c a u n g r a n é x it o e n m u c h a s le n g u a s d e E u r o p a , n o s ó l o r o m á n ic a s s in o ta m b ié n g e r m á n ic a s ( c f . g lé s ,

-esk

-esque

e n fr a n c é s e in ­

e n a le m á n , e t c .) . D e e s a é p o c a ( s i g l o s x v - x v u ) d a ta n ita lia -

mercantesco ( 1 4 9 0 ) , soldadesco ( 1 5 1 7 ) , arabesco ( 1 5 6 7 ) , burlesco (e n L o p e d e V e g a ) , ca­

n is m o s c a s t e lla n o s c o m o

grotesco ( 1 5 5 0 ) , balleresco ( 1 6 0 5 ) ,

e t c . 110, q u e m a r c a n e l c o m ie n z o d e la h is to r ia

m o d e r n a d e l s u f ij o , m ie n tr a s

-isco

d e ja d e s e r p r o d u c tiv o .

E n e l e s p a ñ o l a c tu a l, s ig u ie n d o a R a in e r , p o d e m o s d is tin g u ir d o s u s o s fu n d a m e n ta le s d e

-esco

( a m b o s d e o r ig e n ita lia n o ), a sa b e r , u n o ,

la f o r m a c ió n d e m e r o s a d j e t iv o s d e r e la c ió n , e n p r in c ip io s in c o n n o ­ t a c io n e s d e n in g u n a c l a s e , d e r iv a d o s d e n o m b r e s p r o p i o s , e s p e c i a l ­ m e n te d e e s c r ito r e s , p e r s o n a j e s lite r a r io s o a r tista s ( « e s t u d io s

celesti­

nescos», « la o b r a valleinclanesca», e tc .; ta m b ié n h a b r ía q u e a q u í dieciochesco, juglaresco, trovadoresco, e tc .); y d o s , la

fo r m a ­

in c lu ir

c ió n d e a d je tiv o s d e s e m e j a n z a e n l o s q u e e s p e r c e p tib le , si n o u n m a tiz a b ie r ta m e n te p e y o r a t iv o , sí p o r lo m e n o s la id e a d e a lg o q u e e s e x tr a v a g a n te , c ó m ic o , p in t o r e s c o o c a p r ic h o s o , r a z ó n p o r la q u e q u iz á p o d r ía in c lu ir s e e l s u f ij o e n tr e l o s e n d o c é n t r ic o s o a p r e c ia tiv o s ( c f. § 1 2 .2 .4 ) . E n tr e e s t o s a d j e t iv o s d e s e m e j a n z a p o d e m o s d istin g u ir :

108 G. Rohlfs, Grammatica storica della lingua italiana e dei suoi dialetti. III. Sintassi e form azione delle parole, Turín, 1969, p. 437-439, creía que había que contar aquí con un influjo «ilirio». 109 Malkiel, 1972,359. 110 Lista más completa en DESE s. v. -esco.

— d e r iv a d o s d e n o m b r e s p r o p io s , y a s e a n d e a r tis ta s r e a le s o d e p e r ­

(churrigueresco, dantesco, goyesco, perogru­ llesco, sanchopancesco, e tc .);

s o n a je s d e f i c c ió n

— d e r iv a d o s d e n o m b r e s d e o f i c i o s o tip o s s o c i a le s , y a s e a n o f i c i o s e n s í m is m o s « n e u t r o s »

(cancilleresco, frailesco, oficinesco,

e tc .; to ­

ta lm e n te le x ic a liz a d o y s in a p e n a s c o n n o t a c io n e s n e g a t iv a s e n



pintoresco), y a a c t iv id a d e s m a r c a d a s d e p o r s í n e g a t iv a m e n t e (ce­ lestinesco, rufianesco, bufonesco, e tc .); d e r iv a d o s d e n o m b r e s d e a n im a le s (gatesco, simiesco, e tc .);

— d e r iv a d o s d e b a s e s n o a n im a d a s , e s p e c ia lm e n t e e n e l á m b ito d e l arte y la lite ra tu ra , y a s e a n b a s e s e n p r in c ip io s in c o n n o t a c io n e s e s p e c ia l e s (novelesco, libresco, noventayochesco, m á s d u d o s o e n folletinesco, sainetesco, e t c .) , y a s e trate d e p a la b r a s q u e e v o c a n d e p o r s í a l g o p i n t o r e s c o , l l a m a t i v o o e x t r a v a g a n t e (burlesco, grotesco, carnavalesco, e t c ., q u e , c o m o h e m o s v i s t o , e n tr a r o n m u y p r o n to e n e l c a s t e lla n o , y a a c u ñ a d o s e n i t a li a n o ) 11'. A s í q u e e s t e s u f ij o e s in te r e sa n te p o r v a r ia s r a z o n e s . H is tó r ic a ­ m e n t e , p o r lo q u e h e m o s v i s t o d e su p o s ib le a m a lg a m a c o n s u e q u i­ v a le n te g e r m á n ic o (ta m b ié n in d o e u r o p e o ), y p o r p o d e r e s tu d ia r s u s a v a ta r e s a l o la r g o d e v a r io s m i le n i o s y d e m u c h a s le n g u a s . D e s d e o tr o p u n to d e v is t a , e l d e s u c la s if ic a c ió n , p o r q u e p u e d e p la n te a r s e la d u d a d e s i e s t a m o s a n te u n s u f ij o a p r e c ia t iv o ( e n c u y o c a s o s e r ía d e l o s p o c o s s u f ij o s d e e s t e tip o q u e c a m b ia n la c la s e d e la b a s e , d e s u s ta n tiv o a a d je tiv o :

burla > burlesco).

E n r e a lid a d , e l p r o ­

apreciación morcom istrajo, d o n d e la in fo r m a c ió n n e ­ s u f ij o ) y apreciación lexémica ( c o m o

b le m a q u e s e p la n te a a q u í e s e l d e d is tin g u ir e n tr e

fémica

(co m o en

comid-ucha

o

g a tiv a la a p o r ta c la r a m e n te e l en el ca so de

pega-j-oso,

e n q u e la s c o n n o t a c io n e s d e s i g n o n e g a t iv o

v i e n e n d e la b a s e , n o d e l s u fijo ; c f.

esplendor-oso).

111 Más ejem plos en Rainer, 1993, 494-96, en el que nos basam os para la clasifi­ cación propuesta; cf. también Alemany, 1920, 63 y 89; GDLE, § 70.3.1.3 (gentilicios como tobosesco) y 70.3.2 (adjetivos de semejanza).

En el ca so de

-esco,

p a r e c e q u e n o a c a b a d e en tra r e n n in g u n a d e

la s c a te g o r ía s d e lo s s u f ij o s a p r e c ia tiv o s ( c f .

infra,

1 2 .2 .4 ); h a y m u ­

c h o s c a s o s e n lo s q u e e l s e n t id o n e g a t iv o p a r e c e q u e p r o c e d e m á s b ie n d e la b a s e

-esco

(rufianesco, chulesco)

y p o d r ía n h a c e m o s p e n s a r q u e

e s u n m e r o s u fij o fo r m a d o r d e a d j e t iv o s d e s e m e ja n z a . P er o

ju n to a e ll o t e n e m o s c a s o s c o m o

libresco,

e n lo s q u e p u e d e p la n te a r se

la d u d a d e s i s u c a r á c te r d e s p e c t iv o p r o c e d e d e u n a d e p r e c ia c ió n c o y u n tu r a l d e u n a b a s e e n p r in c ip io n e u tr a ( e l c ia b le ) o s i e s e l p r o p io s u f ij o

-esco

libro

c o m o a lg o d e s p r e ­

e l q u e a p o r ta e s a in f o r m a c ió n n e ­

g a tiv a . § 1 2 .2 .2 .3 .

-eo.

O tra te r m in a c ió n a d je tiv a l t íp ic a d e p a la b r a s d e

o r ig e n g r ie g o , p e r o q u e n o h a te n id o a p e n a s r e n d im ie n to e n e s p a ñ o l, es

-eo

( c o n a c e n t u a c ió n lla n a ), q u e p u e d e c o r r e s p o n d e r ta n to a l g r ie g o

arameo, hime­ museo, asclepiadeo, gine-

-c a o g c o m o a -eio desratizar; carne > encarnizar (se), e t c .) , lo q u e e s sin d u d a u n a p r u e b a d e la v it a lid a d d e d i c h o s u f ij o , q u e h e m o s v i s t o e n § 1 2 .2 .3 161. P e r o s i s e s ig u e u n c r ite r io m á s a m p lio ( y s in c r ó n ic o ) d e lo q u e e s p a r a s ín t e s is , c o m o e s l o m á s fr e c u e n te , e s tá c la r o q u e te n d r ía m o s m u ­ c h í s i m o s c a s o s e n l o s q u e e sta r ía n in v o lu c r a d a s b a s e s (lib r e s o l ig a ­ d a s ), p r e fij o s y s u f ij o s d e o r ig e n g r ie g o :

ex-céntr-ico, para-polici-al,

anti-pirét-ico, anti-grip-al,

e tc .; h e m o s s e ñ a la d o e l r e q u is ito d e q u e

s e o b s e r v e u n c r ite r io s in c r ó n ic o , p u e s d e s d e e l p u n to d e v is t a d ia c r ó n ic o e s c la r o q u e l o s e j e m p lo s c it a d o s n o s o n m á s q u e a d j e tiv o s s u f ij a d o s a l o s q u e s e a n te p o n e u n p r e f ijo , y e s te n o e s s in o u n tip o e n tr e o tr o s v a r io s q u e s e p o d r ía n c it a r 162. P o r o tr a p a r te , n o e sta r á d e m á s r ec o r d a r q u e e n e l p r o p io g r ie g o a n tig u o h a b ía u n tip o d e a d j e t iv o s q u e s e a tie n e n e x a c t a m e n t e a l c r ite ­ r io e s tr ic to d e p a r a s ín te s is q u e h e m o s m e n c io n a d o (a u n q u e lo s lib r o s d e g r a m á tic a g r ie g a n o s u e le n h a c e r r e f e r e n c ia e x p r e s a a e s t e c o n ­ c e p to ). N o s r e fe r im o s a lo s a d je tiv o s d e d o s te r m in a c io n e s e n -rig,

-te,

d e l tip o d e 8uayevTi lat.

c ia e x a c t a e n tr e p r e v e r b io s (Ttpó,

n a c ió n d e lo s c o m p o n e n t e s d e la p a la b r a n o e s tan e str ic ta c o m o e n e l c a s o a n te r io r , p o r e j e m p lo c u a n d o e l a le m á n c o n v ie r t e

ma­

míferos ( c o m p u e s t o d e r e c c ió n v e r b a l, « q u e lle v a n m a m a s » ) e n Sáugetiere (sáugen « c h u p a r , m a m a r » , Tier « a n im a l» ); y c ), la c r e a c ió n in d u c id a (Lenhschópfung), q u e e s u n a « im it a c ió n ib re, to ta lm e n te fo r m a l, d e u n m o d e lo e x tr a n je r o , c o m o , p o r e j e m p lo , e l n e o l o g is m o d e l a n tig u o a lto a le m á n findunga , q u e r e p r o d u c e e l la ­ tín

experimentum »

2 ) E l c a lc o s e m á n tic o

170.

(Lehnbedeutung),

c o n s is t e n t e e n q u e u n a p a la ­

bra y a fo r m a d a e n u n a le n g u a c o b r a u n n u e v o s e n tid o p o r in f lu e n ­

los sufijos españoles (este autor lo llama Tilgung «cancelación», cf. en general p. 171­ 75 de su libro). 169 Sobre el procedimiento llamado «sustracción» y la posibilidad de incluir en él com puestos en -ólogo, -ógrafo y otros, cf. Rainer, 1993, § 6.2, p. 694-97. 170 Lüdtke, 1974, 23.

c ia d e u n a p a la b ra e x tra n je r a ; p o r e j e m p lo , c u a n d o lat.

ars, artis

se

e m p e z ó a u tiliz a r p ara tr a d u c ir gr. x é x v r |, c o b r a n d o a sí e l s e n tid o e s p e c ia liz a d o d e « d is c ip lin a , tr a ta d o , m a te r ia d e e s t u d io »

tica, artes liberales,

(ars p o é­

e t c . ) 171.

3 ) E l c a lc o f r a s e o l ó g i c o

(Lenhwendung),

c u a n d o s e tr a d u c e to d a u n a

e x p r e s ió n o fr a se h e c h a , y e l s in tá c tic o

(Lenhsyntax),

c u a n d o se

c o p ia u n t ip o d e c o n s t r u c c ió n p r o p io d e la le n g u a e n c u e s t ió n (p o r e j e m p lo , e l « a c u s a t iv o g r ie g o » e n e l v e r s o d e G a r c ila s o

los ale­

manes, el fiero cuello atados . . . ) 172. E l tip o q u e n o s in te r e s a a q u i e s e l 1, e n s u s d is tin ta s m o d a lid a d e s (q u e n o s ie m p r e s e p u e d e n d e lim ita r c o n ta n ta c la r id a d ); m ie n tr a s q u e lo s t ip o s 3 y 2 c o r r e s p o n d e r ía n m á s b ie n a la s p a r te s d e d ic a d a s a la s in t a x is y la s e m á n t ic a , r e s p e c tiv a m e n te . E l c a lc o d e f o r m a c ió n e s , e n c u a lq u ie r c a s o , u n p r o c e d im ie n to m á s e n tr e l o s v a r io s d e q u e d is p o n e n la s le n g u a s p ara a c r e c e n ta r su l é x i c o , y q u e s e d is t in g u e d e l p r é s ta m o p r o p ia m e n te d ic h o ( o p r é s ta ­ m o l é x i c o ) e n q u e e n e s t e c a s o la in f lu e n c ia e x tr a n je r a n o e s p e r c e p ti­ b le a s im p le v is ta , s in o q u e e stá p o r a sí d e c ir la te n te e n la c o n s tr u c c ió n d e l n u e v o té r m in o . D e a h í q u e e l c a lc o d e f o r m a c ió n s e h a y a p r a c ti­ c a d o so b r e to d o e n a q u e lla s le n g u a s q u e , p o r r a z o n e s d iv e r s a s (s o b r e to d o p o lít ic a s , e n s e n t id o a m p lio ) , h a n m a n t e n id o p o s tu r a s d e f e n s iv a s (p o r p u r is m o , p o r n a c io n a lis m o ) fr e n te a lo s p r é s ta m o s ; e l c a s o m á s c la r o e n tr e la s le n g u a s d e n u e s tr o e n to r n o e s e l d e l a le m á n , d e l q u e s e p o d r ía n c ita r c e n te n a r e s d e c a s o s , d e s d e e l a n tig u o a lto a le m á n h a sta h o y m is m o , y a s e trate d e c a lc a r v o c e s d e o r ig e n g r ie g o ( c f . 8 ió - |í£ -

Durch-messer), la tin o (manualis (liber) > Hand-buch), (court-ois > hóf-lich), e t c . 173.

xpov > cés

fr a n ­

171 Cf., para el ámbito grecolatino, Nicolás, 1996; en general, Deroy, 1980, 93 ss. 172 Sobre el influjo griego en la sintaxis latina, cf. Brenous, 1895; en general sobre el calco sintáctico y fraseológico, Deroy, 1980, 102-110 y 222-23. 173 Véase, por ejemplo, el m agnífico ejem plo de una frase aparentem ente en «puro alem án» que cita y comenta Lüdtke, 1974, 153-55. Para el inglés antiguo, cf. Scheler, 1996 (cita ejem plos del siglo xi com o syllaba > staefgefeg, etc.).

C e n tr á n d o n o s e n lo q u e e s n u e s tr o te m a , el la tín r ec u r rió e n u n a m e d id a c o n s id e r a b le a e s t e p r o c e d im ie n t o p a ra n a tu r a liz a r m u c h o s c o n c e p t o s g r ie g o s — q u e le e ra n n e c e s a r io s para la f ilo s o f ía , la g r a ­ m á tic a , la c i e n c i a — , e v ita n d o d e e s e m o d o q u e la in v a s ió n d e h e l e ­ n is m o s l é x i c o s r esu lta ra d e m a s ia d o a b r u m a d o ra . E s d e c ir , q u e m u ­ c h a s p a la b r a s q u e s o n a p a r e n te m e n te « p u r o la tín » n o s o n e n r e a lid a d s in o c a lc o s d e v o c e s d e l g r ie g o c lá s ic o y h e le n ís t ic o . D e to d a s fo r m a s, n o p o d e m o s e x te n d e r n o s d e m a sia d o e n e s te a s u n to p o r q u e , al fin y al c a b o , el c a lc o la tin o d e p a la b r a s g r ie g a s e s u n f e n ó m e n o q u e c a e fu e r a d e lo s lím it e s d e e s t e lib ro ; y e s q u e , a d i­ fe r e n c ia d e l la tín , e l e s p a ñ o l (y la s le n g u a s r o m á n ic a s e n g e n e r a l) n o ha r ec u r r id o a p e n a s al c a lc o d e h e le n is m o s — sí a v e c e s al d e g a l i ­ c is m o s o a n g l i c i s m o s ( c f .

foot-ball > balom-pié)

— , s in o q u e lo s h a

t o m a d o c o m o p r é s ta m o s , c o n la s a d a p ta c io n e s g r á fic a s , f o n é t ic a s y m o r f o ló g ic a s n e c e s a r ia s e n c a d a c a s o . H a y v a r ia s r a z o n e s im p o r ta n te s p a ra e llo . L a p r im e r a e s q u e lo s h e le n is m o s c u lt o s e m p e z a r o n a en tra r e n c a s t e lla n o — e n t o m o al s i ­ g l o x m — c o m o m e r o s la tin is m o s , p u e s s e n c illa m e n t e e s a s p a la b r a s (c o m o

geometría , teología ,

e t c .) fo r m a b a n p arte d e l l é x i c o la tin o p r e ­

s e n te e n lo s a u to r e s a n t ig u o s y m e d ie v a le s , y n o h a b ía r a z ó n p ara a p lic a r le s u n a p o lít ic a d istin ta d e la q u e s e o b s e r v a b a c o n lo s c u l t is ­ m o s la t in o s ( c o n lo s q u e , p o r r a z o n e s d e c e r c a n ía lin g ü ís it ic a y ta m ­ b ié n d e p r e s t ig io , n o r m a lm e n te n o h a b ía lu g a r a l c a lc o , s in o a la m e r a a d a p ta c ió n ); ap a rte d e q u e e l p r o p io a n te c e d e n te d e l la tín , d is p u e s t o a a lo ja r n u m e r o s o s h e le n is m o s l é x i c o s , p r e d is p o n ía a la s le n g u a s m o ­ d e r n a s a h a c e r lo p r o p io . A d e m á s , s e h a d e s ta c a d o a m e n u d o q u e e l c a lc o , f e n ó m e n o e s tr e ­ c h a m e n t e e m p a r e n ta d o c o n la tr a d u c c ió n , e s m u c h o m á s fr e c u e n t e e n s it u a c io n e s d e b ilin g ü is m o m u y a c e n tu a d o , c o m o fu e p o r e j e m p lo e l c a s o d e la R o m a ta r d o -r e p u b lic a n a e im p e r ia l (u n g r a d o e le v a d o d e b ilin g ü is m o e s im p r e s c in d ib le p o r la s e n c illa r a z ó n d e q u e , d e lo c o n ­ trario, n o e s p o s ib le c o m p r e n d e r c a b a lm e n te la e str u c tu r a d e la p a la ­ bra q u e s e trata d e c a l c a r ) l74; e n e s t e s e n tid o , p o c a s p o s ib ilid a d e s h a -

h a b ía d e q u e se c a lc a r a n h e le n is m o s e n lo s s i g l o s x m , x r v y x v , d a d o q u e e l g r ie g o e r a u n a le n g u a v ir tu a lm e n te d e s c o n o c i d a e n e l O c c i ­ d e n te la tin o ( e n E sp a ñ a la p r im e r a c á te d r a d e g r ie g o , e n la U n iv e r s i ­ d a d d e S a la m a n c a , d a ta d e 1 4 9 5 ). O tro fa c to r s in d u d a im p o r ta n te e s d e o r d e n t i p o l ó g ic o , y e s q u e , a d if e r e n c ia d e l g r ie g o , c o n su e n o r m e f a c ilid a d p ara la c o m p o s i c ió n , e l c a s t e lla n o y d e m á s le n g u a s r o m á n ic a s s o n s o b r e to d o le n g u a s d e r iv a ­ tiv a s , c o n p o c a in c lin a c ió n a la c o m p o s ic ió n ; e l l o p u e d e e x p lic a r q u e , a n te u n o d e lo s m u c h o s h e le n is m o s c o m p u e s t o s (p . e j. p p a x u X o y ía ) ,

(braquilogía) y n o breviloquium). T a m b ié n

la r e s p u e s ta m á s « n a tu r a l» s e a e l p r é s t a m o ta l c u a l e l c a lc o

(*cortidicho

o

*breviloquio,

c f . lat.

a s í s e e x p lic a , a l m e n o s e n p a r te , la te n d e n c ia d e l a le m á n a l c a lc o , d a ­ d a su g r a n fa c ilid a d p ara la c o m p o s ic ió n . P o r lo q u e r e s p e c ta a lo s c a lc o s la tin o s d e l g r ie g o , n o s in te r e sa r e ­ c o r d a r q u e a fe c ta n e s p e c ia lm e n t e a l v o c a b u la r io f i l o s ó f i c o , g r a m a ti­ c a l, r e tó r ic o y c ie n t íf ic o ; p o r n o a la r g a m o s d e m a s ia d o , n o s lim ita r e ­ m o s a m e n c io n a r u n o s c u a n to s c a s o s d e c a lc o ( m á s o m e n o s e x a c t o ) e n la t e r m in o lo g ía g r a m a tic a l, q u e lo s r o m a n o s e n c o n tr a r o n y a m u y d e sa r r o lla d a e n g r ie g o (la lis ta p o d r ía a la r g a r se fá c ilm e n te ) :

xcx m>u- ac-centus (< *ad-cantusj f) kXí-ou; > de-clina-tio fl ou-^uy-ía > con-j uga-tio ¿irí-Geiov > ad-jectivum aína-TiKfi > accusa-tivus rcXr|0i)v-TiKÓ plur-alis il ávT-covuuía > pro-nomen tó fipGpov > articulus TtpocnaK-TiKfi > impera-tivus ó oúv-Seo-uog > con-junc-tio. Y , m á s a llá d e l o s m u c h o s e j e m p l o s q u e s e p o d r ía n c ita r e n d i s ­ tin to s á m b it o s l é x i c o s , e l c a lc o d e l g r ie g o tu v o u n a e s p e c ia l im p o r ta n ­ c ia p ara e l d e s a r r o llo d e l s is te m a s u fija l la tin o , y p o r e x t e n s ió n e l d e las le n g u a s r o m á n ic a s (e n su r e g is tr o c u lto ); m ie n tr a s q u e , c o m o y a

s e ñ a la m o s , e l la tín n u n c a p u d o a s im ila r y h a c e r s u y a la fa c ilid a d d e l g r ie g o para la c o m p o s i c ió n (a p e s a r d e lo s in te n to s d e lo s p o e ta s ro ­ m a n o s y d e lo s c a s o s r e la tiv a m e n t e a b u n d a n te s d e c a lc o , c o m o

parus

< cp0-TÓK0

communitas).

qualitas ,

TioaÓTTy; >

P o d r ía n i n c l u i r s e t a m b i é n

a q u í o t r o s s u f ij o s l a t in o s c o n f u n c i ó n s im ila r , c o m o - tus ( g e n .

-tutis), -tudo, -itia/-ities. -tio , -sio, -xio (d e d o n d e e s p . -ción, -sión, -xión),

c o m o fo r m a d e r e ­

p r o d u c ir l o s a b s tr a c to s v e r b a le s g r ie g o s e n -ene; (c f. p o r e j e m p lo

sensatio, 7cp ó0scn g > praepositio); e n o tr o s c a s o s s e -(nt)ia (a s í e n a u v -e íS r |-a i< ; > con-scient-ia o e n T cepí-ara-O K ; > circum-stant-ia). -men, -minis ( y -mentum, -i, e s p . -mentoZ-miento), e q u i v a l e n t e s d e g r. - |i a , - iiclto cogitamen, T c a íS e u jia >erudimentum, e tc .) . — e l c a s o d e lo s a d je t iv o s e n - icus y -ticus y s u r e l a c i ó n c o n e l g r i e g o aia0r|

accusa-tivus),

c o n trib u y e n d o a sí al d e s a rr o llo d e e s to s s u fijo s ,

ig u a lm e n te a b u n d a n te s e n e s p a ñ o l

{-tivo, -ble, -torio).

— lo m is m o p u e d e d e c ir s e d e

-osus

(e s p .

-oso),

m u y fa v o r e c id o p o r

e l c a lc o p a r c ia l o to ta l d e m u c h o s a d j e t iv o s e n -ó e u ; y s o b r e to d o

leprosus; t o ta l e n dolorosus, (p>x3cb8r|

e n -tó&ry; ( c a lc o s ó l o d e l s u f ij o e n XerrpcoSric; > KapKiV(ó8r|

venosus,

cancerosus,

ó8uvco8r|

e tc .).

— p o r lo q u e r e s p e c ta a la d e r iv a c ió n v e r b a l, n o h a y m u c h o q u e d e ­ c ir , e x c e p t o q u e e n a lg u n a o c a s i ó n s e h a a tr ib u id o a la in f lu e n c ia d e l o s n u m e r o s ís im o s v e r b o s g r ie g o s e n -í£cd e l g r a n d e s a r o llo d e l o s la tin o s e n

tificare,

-ficare (magnificare, sanctificare, amplificare, gra­

e t c .) , e s p e c ia lm e n t e e n e l la tín c r is tia n o , q u e lo s e n c o n ­

tra b a e x p r e s i v o s 175. B a s t e n e s t a s p o c a s o b s e r v a c io n e s p a r a d e s ta c a r la g r a n im p o r ta n ­ c ia q u e tie n e e l c a lc o d e c o n s t r u c c ió n p ara u n e n te n d im ie n to c a b a l d e la e str u c tu r a d e l l é x i c o la tin o y p o r e x t e n s ió n d e l l é x i c o c u lto e u r o ­ p e o , c u y o s o r íg e n e s h a y q u e b u s c a r c o n m u c h a f r e c u e n c ia e n la

koiné

h e le n ís t ic a ; s e trata, p o r lo d e m á s , d e u n p r o c e s o m u c h o m á s d if í c i l d e d e te c ta r q u e e l p r é s ta m o l é x i c o c o n v e n c io n a l, n o s ie m p r e id e n t if ic a b le c o n to ta l s e g u r id a d (a v e c e s e s im p o s ib le a se g u r a r q u e ta l v o z la ­ tin a s e a r e a lm e n te u n c a lc o d e o tr a g r ie g a ) y q u e , e n to d o c a s o , lo s d ic c io n a r io s h is t ó r ic o s y e t im o l ó g i c o s rara v e z s e p r e o c u p a n d e in ­ c lu ir e n la h is to r ia d e la v o z c o r r e s p o n d ie n t e , a p e s a r d e q u e , s in e l e s t ím u lo d e la p a la b r a e n c u e s t ió n , n u n c a h u b ie r a n lle g a d o a e x is t ir (y e n e s e s e n t id o e s p e r fe c ta m e n te le g ít im o a fir m a r q u e , p o r e je m p lo , lat.

conscientia

e s u n a p a la b r a q u e

procede de

gr. a u v e íS r ic r u ;)176.

175 Cf. DELL, s. v. fació (aunque aquí no se alude a esa posible influencia griega). 176 Para los calcos latinos del griego, cf. sobre todo André, 1971, 129-33, con bi­ bliografía; en general, cf. Deroy, 1980, 215-23 (con ejem plos de otras lenguas); y W einreich, 1974, 114 ss.

C O N C L U S IO N E S

L le g a m o s a s í a l fin a l d e e s t e r e c o r r id o p o r lo s d is t in to s n i v e le s l in g ü ís t ic o s e n q u e s e h a v e r if ic a d o — g e n e r a lm e n te a tr a v é s d e otra l e n g u a — la in f lu e n c ia d e l g r ie g o so b r e e l e s p a ñ o l. C o m o y a d ijim o s e n la in tr o d u c c ió n , q u e d a r á n p a r a m e jo r o c a s ió n la p a rte d e d ic a d a a la s i n t a x i s , d e m u y d i f í c i l a b o r d a j e , y q u e e n g r a n m e d i d a h a b r ía d e c e n tr a r se e n e l in f lu jo s in t á c t ic o d e l g r ie g o e n la p r o s a y la p o e s ía la ­ tin a s , y d e é s t a s e n e l e s p a ñ o l; y la p a r te d e d ic a d a a la s e m á n tic a y la le x i c o lo g í a , e n la q u e s e trataría d e e s t a b le c e r al m e n o s u n a t ip o lo g ía d e lo s c a m b io s s e m á n t ic o s e x p e r im e n ta d o s p o r lo s h e le n is m o s ( in c lu ­ y e n d o p r e fij o s y s u fijo s ): p é r d id a d e m a t ic e s , s im p lif ic a c ió n d e l s e n ­ tid o o r ig in a l, tr a n s fe r e n c ia a o b j e t o s o n o c i o n e s s im ila r e s , e v o lu c i ó n s e m á n tic a d e n tr o d e la le n g u a d e lle g a d a , e tc .; e n e l c a m p o d e la l e x i ­ c o lo g í a , h a b r ía q u e in te n ta r al m e n o s v a lo r a r e n u n p la n o g e n e r a l la im p o r ta n c ia d e l l é x i c o g r ie g o e n la c o n s t it u c ió n d e lo s l é x i c o s e s p e ­ c ia liz a d o s d e la s d is tin ta s c ie n c ia s , d e s d e la s q u e h a n h e c h o y s ig u e n h a c ie n d o u s o c o n s t a n t e d e a q u é l ( c o m o la z o o lo g í a o la m é tr ic a ) h a s ta la s q u e , p o r r a z o n e s d iv e r s a s , r ec u r re n p o c o a la « r e s e r v a » g r e c o la tin a (p o r e j e m p lo la in fo r m á tic a ). P o r lo d e m á s , e s t e e s t u d io tie n e p o r o b je to p r in c ip a l h a c e r v e r q u e e l g r ie g o o c u p a u n a p o s ic i ó n ú n ic a e n la h is to r ia lin g ü ís t ic o -c u ltu r a l d e O c c id e n te : n o s ó l o e s la le n g u a c o n la m á s la rg a c a d e n a d e d o c u ­ m e n t a c ió n e s c r ita ( d e s d e e l s i g l o x i v a. C . h a sta h o y ) , s in o q u e e l e x ­ tr a o rd in a rio c r e c im ie n t o y d e s a r r o llo d e su l é x i c o e n la A n t ig ü e d a d

fu e u n f e n ó m e n o c a s i to ta lm e n te a u tó n o m o ; e l g r ie g o c l á s i c o e s p r o ­ b a b le m e n t e , e n tr e la s g r a n d e s le n g u a s d e c u ltu r a d e l m u n d o , la q u e c u e n ta c o n m e n o r n ú m e r o d e p r é s ta m o s e x tr a n je r o s , g e n e r a lm e n te d e t ip o t é c n ic o o r e fe r id o s a o b j e t o s e x ó t ic o s (a u n q u e m u c h o s d e e ll o s d a ta n d e t ie m p o s p r e h e lé n ic o s y s o n p o r ta n to m u y d i f í c i l e s d e id e n ti­ fic a r c o n se g u r id a d ). E l e s t u d io s o d e la h is to r ia d e l g r ie g o a n t ig u o p u e d e a s is tir a la c r e a c ió n y d e s a r r o llo s in a p e n a s in f lu e n c ia s fo r á n e a s d e u n s is t e m a s u m a m e n te f l e x i b l e d e c o m p o s i c ió n y d e r iv a c ió n q u e p e r m itió e l su r­ g im ie n t o d e u n e x t e n s o y c o m p le j o v o c a b u la r io f i lo s ó f ic o , r e tó r ic o l in g ü ís t ic o y c ie n t í f i c o , e l d e la

¡coiné h e le n ís t ic a ,

q u e ib a a s e r la b a s e

d e t o d o e l l é x i c o c u lt o e u r o p e o ( y , e n g r a n m e d id a , m u n d ia l) d u ra n te v e in t e s i g l o s . E n e s te s e n tid o , l o m is m o q u e s e h a b la a v e c e s d e l e n ­ g u a s q u e s o n « p a r a ís o s d e l p r é s t a m o » ( c o m o e l r u m a n o o e l tu r c o ), ta m b ié n la s h a y q u e s o n e x p o r ta d o r a s m a s iv a s d e e le m e n t o s lin g ü ís t i­ c o s ( y p o r ta n to c u lt u r a le s ), y e l g r ie g o a n t ig u o , c o m o e l s á n s c r ito e n e l á m b ito d e la s le n g u a s in d o a r ia s y d r á v id a s , e s tá s in d u d a e n tr e la s m a y o r e s d e e s ta c la s e , c o n u n á m b ito in te r n a c io n a l d e d ifu s ió n ; y se d a a s í la c ir c u n s ta n c ia in s ó lit a d e q u e e l g r ie g o m o d e r n o s ig a e n r iq u e ­ c ié n d o s e h o y c o n p a la b r a s c lá s ic a s ( o fo r m a d a s c o n e le m e n t o s y p r o ­ c e d im ie n t o s c lá s ic o s ) q u e le lle g a n a c u ñ a d a s d e fu e r a d e G r e c ia . E n c o m p a r a c ió n c o n e s ta so r p r e n d e n te a u to n o m ía d e l g r ie g o a n ti­ g u o , la h is to r ia d e l l é x i c o c u lt o d e la s d e m á s g r a n d e s le n g u a s e u r o ­ p e a s e s e n g r a n m e d id a la h is to r ia d e su a b s o r c ió n d e e s a

¡coiné

h e le ­

n ís t ic a , y a s e a p o r p r é s ta m o d ir e c to , y a p o r c a lc o s ( y n o c r e o q u e h a g a fa lta d e s ta c a r e l p a p e l c e n tr a l q u e la s tr a d u c c io n e s h a n d e s e m p e ñ a d o e n e s e p r o c e s o '); y e l l o e m p e z a n d o c o n e l la tín y s ig u ie n d o d e s p u é s c o n e l fr a n c é s , e s p a ñ o l, ita lia n o , in g lé s , a le m á n , e t c ., c a d a u n a d e e lla s c o n c a r a c te r ís tic a s y te n d e n c ia s p r o p ia s. 1 En el caso del castellano, em pezando por las del taller alfonsí, en las que vemos aparecer m uchos helenismos del latín acom pañados de su definición castellana, para así poder luego usarlos com o algo ya conocido: «fizieron los príncipes de Roma un corral grand redondo a que llamaban en latín teatro», etc. (ejemplo citado por Lapesa, 19 8 1 ,2 4 4 ).

E n g e n e r a l, e sta p r o fu n d a h e le n iz a c ió n y la t in iz a c ió n n o s ó lo d e l lé x ic o d e la s le n g u a s m o d e r n a s , s in o ta m b ié n e n g r a n m e d id a d e su s is t e m a o r to g r á fic o (§ 1 -2 ), fo n o t á c t ic o y p r o s ó d ic o (§ 4 - 5 ) , a s í c o m o d e su s is t e m a d e r e c u r s o s p ara la fo r m a c ió n d e p a la b ra s (§ 1 2 ), s e ha c o n s id e r a d o c o m o u n e n r iq u e c im ie n to in d u d a b le d e e s t a s le n g u a s , q u e d e lo c o n tr a r io , s e s u p o n e , n o h u b ie r a n p o d id o sa lir d e su « in f a n ­ c ia » c o n c e p t u a l y n u n c a h u b ie r a n lle g a d o a se r g r a n d e s le n g u a s n a ­ c io n a le s d e c u ltu ra . P e r o la c o s a ta m b ié n p u e d e v e r s e d e s d e o tr o p u n to d e v is ta , c o m o u n a in te r fe r e n c ia , o in c lu s o c o m o u n a i n v a s ió n d e lo q u e , d e a c u e r d o c o n d e S a u s s u r e , e s la e str u c tu r a d e u n a le n g u a d a d a . P o r e j e m p lo , si p e n s a m o s e n la s c o n v e n c io n e s o r to g r á fic a s (q u e s o n e x t r a - lin g ü ís t i­ c a s , al m e n o s h a s ta e l m o m e n to e n q u e la im a g e n g r á fic a e m p ie z a a c o n s t it u ir s e e n m o d e lo d e l h a b la ), r e s u lta q u e e l c a s t e lla n o d e la é p o ­ c a d e A l f o n s o X te n ía u n s is t e m a d e e sc r itu r a c a s i to ta lm e n te f o n é m ic o , a d a p ta d o a la f o n o l o g í a c o n te m p o r á n e a d e la le n g u a (q u e p a r e c e lo l ó g ic o e n u n s is t e m a d e e sc r itu r a ), y q u e , e n e s t e s e n tid o , u n o n o v e m u y b ie n e n q u é s e n t id o p u e d e c o n s id e r a r s e la in tr o d u c c ió n p o s te r io r d e u n a o r to g r a fía m á s la tin iz a n te , d e o r ie n ta c ió n e t im o l ó g i c a ( c o n su s h a c h e s in ú tile s , s u s e q u is , s u s in c o n g r u e n c ia s e n e l u s o d e { g } y { j } , { c } y { z } , e t c .) c o m o u n a v a n c e o u n e n r iq u e c im ie n t o . L o m is m o p u e d e d e c ir s e d e la in tr o d u c c ió n p r o g r e s iv a e n la p r o n u n c ia c ió n e s p a ­ ñ o la d e lo s g r u p o s c u lt o s q u e h e m o s d e s c r ito e n § 4: p u e d e v e r s e c o ­ m o u n e n r iq u e c im ie n to , si s e q u ie r e , p e r o ta m b ié n c o m o u n a tr a ic ió n fa ls a m e n te ilu str a d a a lo m á s ín tim o d e u n a le n g u a ( y u n a tr a ic ió n n a ­ d a in o c e n t e , p o r s u p u e s to , p u e s d e s d e e l p u n to d e v is ta s o c ia l e s o s g r u p o s d e d i f í c i l p r o n u n c ia c ió n s o n u n in d ic a d o r p r iv ile g ia d o d e e s ­ ta tu s s o c ia l, c o m o lo e s ta m b ié n la o r t o g r a f ía 2).

2 Decía Unamuno: «Si se adoptase una ortografía fonética sencilla, que, aprendida por todos pronto, hiciera imposibles, o poco menos, las faltas ortográficas, ¿no des­ aparecería uno de los modos de que nos distingam os las personas de buena educación de aquellas otras que no han podido recibirla tan esmerada? Si la instrucción no nos sirviera a los ricos para diferenciam os de los pobres, ¿para qué nos iba a servir?»

D e s d e e l p u n to d e v is t a d e l l é x i c o , la e n tr a d a m a s iv a d e h e l e n is ­ m o s y l a t in is m o s e n e l e s p a ñ o l ta m b ié n p u e d e v e r s e — s in q u e e s o s u p o n g a c a e r n i r e m o ta m e n te e n a c titu d e s n a c io n a lis t a s — c o m o u n p r o c e s o e s e n c ia lm e n t e lim ita d o r , c a s i d ir ía m o s c a str a d o r , d e la c a p a ­ c id a d e x p r e s iv a d e la le n g u a . P o r e j e m p lo , R a fa e l L a p e s a n o s r e c u e r ­ d a c ó m o e l ta lle r d e A l f o n s o X , e n fr e n ta d o c o n la n e c e s id a d d e te n e r un m ín im o v o c a b u la r io a b s tr a c to y c ie n t íf ic o , r ec u r re a m e n u d o a p r é s ta m o s d e l á r a b e o d e l la tín ,

pero siempre que pueden aprovechan las disponibilidades del caste­ llano, y las incrementan foijando derivados sobre la base de palabras ya existentes, como ladeza ‘anchura, latitud’, longueza ‘longitud’, asmanza ‘opinión, creencia’, eñadimiento ‘aumento’, paladinar ‘pu­ blicar’, procedentes de lado ‘ancho’, luengo, asmar ‘creer’, eñader ‘añadir’, paladino 3. T a m p o c o h a n fa lta d o e s t u d io s o s d e o tr a s le n g u a s q u e h a n s e n t id o e s ta in v a s ió n g r e c o - la t in a c o m o u n a m e r m a , m á s q u e c o m o u n e n r i­ q u e c im ie n t o d e s u l é x i c o ( y y a h e m o s c ita d o e n m á s d e u n a o c a s i ó n e l c a s o d e l a le m á n , c o n s u fu e r te te n d e n c ia a l c a lc o c o m o d e f e n s a a n te e s a in v a s ió n ) . P a ra n o e x t e n d e m o s , n o s lim it a r e m o s a c ita r a L o u is D e r o y a p r o p ó s ito d e la la t in iz a c ió n c a s i c o m p le t a d e l s is t e m a d e d e ­ r iv a c ió n fr a n c é s:

Nous n’avons presque ríen gardé du magnifique provignement de l’ancien franjáis qui, de plante, avait tiré planter, planteur, planteresse, plantement, plantance, plantis, plantier, plantin, plantelete, plantoison, plantón, etc. II y avait lá les outils linguistiques nécessaires pour créer des mots nouveaux. Mais il était tellement plus facile et mieux consideré de transposer mécaniquement des mots latins tout préparés et riches du prestige d’un long passé litteraire4.

(«Observaciones sobre la reform a de la ortografía», 1896, cit. en M artínez de Sousa, 1991,37). 3 Lapesa, 1981, 244. 4 Deroy, 1980, 122-23.

E n e s te s e n tid o , la u tilid a d p a lp a b le d e c ie r to s p r e fijo s o s u f ij o s d e o r ig e n g r ie g o n o d e b e h a c e m o s cerrar lo s o j o s a n te lo s m u c h o s a b u ­ s o s a q u e d a n p i e c o tid ia n a m e n t e . A m e n u d o su u s o n o r e s p o n d e m á s q u e al p e d a n t e s c o a fá n p o r a la r g a r in n e c e s a r ia m e n t e la s p a la b r a s ( c o ­ m o s e ñ a la c o n g r a c ia L á z a r o C a rreter, « d e s d e e l la tín v u lg a r , la d e s ­ n u tr ic ió n id io m á t ic a p r e fie r e lo la r g o a lo c o r t o » ) , y d e s d e lu e g o , e s d if íc il a le g r a r s e d e la p r o life r a c ió n e n e l e s p a ñ o l a c tu a l d e c r e a c io n e s com o

alertizar

(« lla m a r la a t e n c ió n » ) ,

c id o e n la C o n s t i t u c ió n » ) ,

riferizar,

vehiculizar

constitucionalizado

(« r e c o n o ­

( « s e r v ir c o m o v e h í c u l o » ) ,

pe-

e t c ., p e n o s o s h o m e n a j e s a l p o lis íla b o y a la e x p r e s ió n s in t é ­

t ic a e n v e z d e la a n a lít ic a , m u c h o m á s a c o r d e c o n e l e s p ír it u d e la l e n g u a 5. P ero

-izar

e s u n s u f ijo c u lto , d e o r ig e n g r ie g o , y e s o le c o n f ie r e

sin m á s u n g r a n p r e s t ig io . Y a h í e s tá la c la v e , e n el p r e s t ig io c u ltu r a l d e l la tín y a n te s d e l g r ie g o . P o r e s o h a y q u e d e s ta c a r u n a y otra v e z q u e la v e r d a d e r a im p o r ta n c ia d e l g r ie g o c lá s ic o e n la h is to r ia lin g ü ís ­ tic a d e O c c id e n t e n o r a d ic a ta n to e n la c a n tid a d d e p a la b r a s, le x e m a s y s u f ij o s q u e n o s h a le g a d o , a u n q u e s e c u e n t e n p o r d e c e n a s d e m ile s e n e s p a ñ o l, s in o , a n te s q u e n a d a , e n el h e c h o d e q u e e l g r ie g o , y m á s c o n c r e t a m e n te la

¡coiné h e le n ís t ic a ,

fu e la p r im e r a le n g u a d e p r e s tig io

in te r n a c io n a l p r o v is ta d e u n a g r a m á tic a n o r m a tiv a « q u e tie n d e a la u to p ía o id e a l d e fija r la l e n g u a » 6; e l la tín n o h ará m á s q u e im ita r e s te id e a l im p o s ib le , y d e s p u é s lo h arán a q u e lla s le n g u a s q u e , p o r r a z o n e s p o lít ic a s , lle g u e n a c o n v e r tir s e e n le n g u a s n a c io n a le s im p o r ta n te s. D e s d e e s t e p u n to d e v is ta , s e p u e d e d e c ir e n b u e n a ló g ic a q u e , d e s p u é s d e la c o n s t it u c ió n d e l g r ie g o h e le n ís t ic o , n o h a h a b id o e n E u ­ r o p a m á s q u e u n a le n g u a y u n a c u ltu r a q u e , al tr a d u c ir s e , s e r e p ite a sí m ism a :

En la medida que ha recibido el griego, lo propio es decir que el latín es el griego mismo, con mucha más razón que la que habría para 5 Cf. Lázaro Carreter, 2003, 242 (para la frase citada; para las voces en -izar cita­ das, véase el índice de palabras). 6 López Eire, 1998, 7.

decir que el griego moderno es el griego antiguo [...] Y en efecto, el latín, convertido en lengua de cultura, con todas las adaptaciones se­ mánticas y sintácticas que tal cosa requiere, no sería sino la forma en que el griego se ha transmitido para el Occidente, y sería el griego bajo su forma latina lo que habría servido de fundamento a la actual icolvi] de las lenguas europeas1. E s im p o r ta n te e n te n d e r e s t o s i s e q u ie r e h a c e r u n a v a lo r a c ió n c a ­ b a l d e lo q u e h a n s u p u e s to la s le n g u a s c lá s ic a s p a ra e l d e s a r r o llo d e l e n g u a s m o d e r n a s c o m o e l e s p a ñ o l. N o s e trata, d e s d e n u e s tr o p u n to d e v is ta , d e r e c h a z a r e n b lo q u e e l e le m e n t o c u lt o g r e c o - la t in o (a to d o s lo s n i v e le s lin g ü í s t i c o s ) e n n o m b r e d e u n a s u p u e s ta le n g u a p o p u la r o p r im id a , p u e s e s t o , e n c a s o d e q u e fu e r a p o s ib le , n o d e ja r ía d e se r , c o m o d ir ía u n s o c i ó l o g o , u n « e f e c t o d e d o m in a c ió n » ( e s d e c ir , o p e r a r u n a in v e r s ió n d e v a lo r e s q u e , e n r e a lid a d , c o n s i s t e e n la a s u n c ió n d e l e s t ig m a c o m o s i g n o d e i d e n t id a d ) 8. P e r o ta m p o c o s e trata d e lo c o n tr a r io , e s d e c ir , d e sa c r a liz a r e s e e le m e n t o g r e c o - la t in o , c o m o s e h a c e ta m b ié n c o n ta n ta fr e c u e n c ia e n lo s e s t u d io s d e tr a d ic ió n c lá s ic a , la s tr a d o s p o r c ie r to t o n o a p o lo g é t ic o . E l o b j e t iv o d e b e r ía s e r c o m p r e n d e r e n to d a s s u s im p lic a c io n e s — q u e n o s o n « m e r a m e n te l in g ü ís t ic a s » p o r u n la d o y « s o c i a l e s » p o r o tr o , s in o to d o a l m i s m o t i e m p o — la p r e s e n c ia y la in f lu e n c ia d e l o g r e c o la tin o e n n u e s tr a s le n g u a s ; e s d e c ir , e n n u e s tr a s v id a s .

7 García Calvo, «Apuntes para una historia de la traducción», § 48 (incluido en García Calvo, 1973). 8 Cf. P. Bourdieu, «Los usos del pueblo», en Cosas dichas, trad. esp., Barcelona, •996, p. 152-57.

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icauna, 109, 161 KÉ6po