Los Africanos En El Nuevo Mundo

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LOS >4FRIONOS EN EL NUETO MUNDO El elemento negroide en la formación de las nacionalidades en Am érica

Editorial Progreso Moscú

Traducido del ruso por Pavel Boyko

Autores: Eduard Nitoburg (director), Eduard Alexandrénkov, Piotr Gribánov, Abram Dridzo, Alexandr Kozhanovski, M aría Kotovskaya, Natalia Kulakova, Serguéi Serov

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© H3MaTeJibCTBO «HayKa», 1987 © Traducción al español Editorial Progreso, 1991 Impreso en la URSS A 0505000000-144 U 091 014(01)91

ISBN 5-01-002856-5

INTRODUCCION

Las nacionalidades en los países del Hemisferio Occiden­ tal, como es sabido, son muy jóvenes y surgieron, por lo de­ más, no sólo reuniendo múltiples elementos étnicos, sino tam ­ bién en un proceso de mezcla física (miscigénesis) de personas que representaban, si bien en combinaciones diferentes, las tres razas hum anas principales: mongoloide, europoide y ne­ groide. Sin embargo, tanto los resultados de este proceso co­ mo el carácter de las relaciones raciales actuales, ante todo de las relaciones entre los descendientes de los europeos y de los esclavos negros, presentan rasgos diferentes en los distintos países. N o es casual la notoriedad que todavía a m ediados de nuestro siglo había cobrado la frase que decía: “ Si a una per­ sona en América Latina le basta tener una gota de ‘sangre blanca' para considerarse blanco, en Estados Unidos basta con tener una gota de ‘sangre negra’ para ser considerado ne­ gro” . ¿Cuáles son las causas de ello? ¿No radican en las diferen­ cias entre los sistemas de esclavitud negra en las distintas colo­ nias y países del Nuevo M undo? Claro está que semejante pro­ blema no pudo pasar sin atraer la atención de los estudiosos. Cierto interés por el cotejo de los sistemas esclavistas en las co­ lonias y países del Nuevo M undo puede apreciarse ya en los si­ glos XVIII-XIX en las publicaciones en pro y en contra de la esclavitud que aparecieron a am bos lados del Atlántico. En el siglo XX uno de los primeros en com parar los sistemas de es­ clavitud en el Hemisferio Occidental fue H arry Johnston, ad­ m inistrador británico que durante largo tiempo prestó servi­ cios en las colonias de ultram ar y autor del libro Los negros en el Nuevo M undo, publicado en Londres en 1910. Por la “ cruel­ dad en el tratam iento de los negros” ubicaba en el primer lu­ gar a los holandeses, luego a los ingleses, franceses, daneses, españoles y portugueses. Y esta opinión de que en América La­ tina existía un régimen de esclavitud supuestam ente más “ blando” fue com partida en ese período por m uchos autores, entre ellos estudiosos que habían investigado la esclavitud en sus propios países, como es el caso, por ejemplo, de los científi3

eos brasileños M. de Oliveira Lima y G ilberto Freyre. Los his­ toriadores, sociólogos y etnógrafos norteam ericanos antes de la Segunda G uerra M undial se dedicaban a estudiar el tema de la esclavitud de los negros principalmente en lo relativo a EE.U U . El análisis histórico com parativo de los sistemas es­ clavistas en los países del Hemisferio Occidental comenzó en esencia sólo a m ediados de los años 40 del presente siglo con la aparición del libro Capitalismo y esclavitud del historiador Eric W illiams (Trinidad) y, particularm ente, con la obra Es­ clavo y ciudadano. E l negro en las Américas del historiador y publicista norteam ericano Frank Tannenbaum . Este último sostenía que el carácter y las condiciones de la esclavitud en las colonias del Nuevo M undo se diferenciaban porque las leyes, institutos, tradiciones nacionales e incluso la religión traídos allí por los colonizadores europeos eran dife­ rentes. A firm aba que en las colonias españolas, y más aún en Brasil, donde dom inaban los portugueses, la situación del es­ clavo era significativamente menos dura que en las colonias in­ glesas y en EE.U U . En las primeras, a diferencia de las segun­ das, el esclavo, supuestamente, era reconocido como un ser hum ano dotado de un alma que merecía la “ salvación” , cosa que halló su reflejo en la limitación por ley de los poderes del amo al que se estimulaba a concederle al esclavo la libertad m ediante rescate. U na vez libre, este último se transform aba en un ciudadano jurídicam ente igual a todos los demás y podía ocupar un lugar digno en la sociedad, tal como lo alcanzaron en las colonias españolas y portuguesas muchos “ libertos de color” . A raíz de ello los esclavos tenían allí la posibilidad de conservar en cierta medida las particularidades culturales afri­ canas. Por eso la herencia africana se refleja ampliamente hoy día en la lengua y las danzas de muchos países de América La­ tina. N ada parecido hubo en las colonias de las naciones pro­ testantes, donde los esclavos en general no eran considerados com o personas. En calidad de prueba Tannenbaum alude a las diferencias en la legislación sobre los esclavos y el estado jurí­ dico de los negros libertos y personas de color en diferentes co­ lonias, a la influencia del catolicismo, así como a las largas tra­ diciones y la mezcla racial en Brasil. Tannenbaum form uló tam bién la tesis de que el carácter de las relaciones raciales en los países del Hemisferio Occidental después de abolida la esclavitud quedó determ inado por los rasgos principales de los sistemas esclavistas que en ellos re­ gían con anterioridad. Aquellos sistemas que contem plaban la condición del esclavo como la de un ser hum ano generaron las 4

premisas gracias a las cuales las chances de los libertos, des­ pués de abolida la esclavitud, de ser aceptados en la sociedad en calidad de iguales resultaron mayores. Con ayuda de esta tesis, que vincula de m anera directa las condiciones de la escla­ vitud con las actuales estructuras y relaciones socio-raciales de los países del Hemisferio Occidental, procuró explicar la causa por la que los prejuicios raciales, si bien existentes en América Latina, jam ás llegaron a adquirir allí form as tan abiertas y ju ­ rídicamente establecidas de discriminación y segregación ra­ cial como las que cobraron difusión en Estados Unidos. Según Tannenbaum , allí donde los amos y colonizadores eran “ bue­ nos” , las relaciones raciales después de abolida la esclavitud tam bién debían ser “ buenas” , y allí donde la esclavitud se de­ senvolvió en un “ ambiente m oral y jurídico” desfavorable, “ la propia naturaleza del instituto de la esclavitud generaba pre­ juicios políticos y éticos” que “ apartaban de m anera manifies­ ta a los Estados Unidos de otras partes del Nuevo M undo en ese sentido” l . El tom o nada voluminoso de Frank Tannenbaum , al igual que el libro de Eric Williams, cuando recién habían aparecido, no despertaron m ayor interés entre los historiadores y sociólo­ gos. M as el ascenso después de la Segunda G uerra M undial de la lucha liberadora de los pueblos de “color” en Asia, y luego, en los años 50 y 60, en Africa y las Indias Occidentales, así co­ mo el inusitado auge del movimiento negro y antirracista en EE.U U . cam biaron bruscamente la situación. En 1959 se editó un libro perteneciente al historiador norteam ericano Stanley M. Elkins intitulado La esclavitud en el que tam bién se afirm a­ ba que en las colonias anglosajonas el amo trataba al esclavo como a un objeto inanim ado o un animal, m ientras que en las colonias ibéricas la condición del esclavo dependía supuesta­ mente no sólo de la voluntad del amo, sino tam bién de la C o­ rona y la iglesia católica, cuyas políticas, si bien de doble ca­ rácter, de todos m odos tendían a aliviar la suerte de los escla­ vos. Elkins, siguiendo a Tannenbaum , cita los códigos españo­ les sobre los esclavos. M as a diferencia de este últim o subraya­ ba la vinculación entre el nivel de desarrollo del capitalism o en la m etrópoli y el deterioro de la situación de los negros en las plantaciones. Desde los años 60 comenzó una activa elaboración de este tema por historiadores, sociólogos, etnógrafos de EE. U U ., Inglaterra, Francia, H olanda, así com o en América Latina, donde por lo dem ás coincidió con la aparición de toda una se­ rie de fundam entales obras sobre la historia de la esclavitud 5

de los negros en Brasil, Venezuela, Colom bia, C uba y Repú­ blica Dom inicana. Com o resultado a comienzos de los años 70 se conform aron dos principales puntos de vista opuestos. Uno de ellos estaba representado por Frank Tannenbaum , Stanley M. Elkins, G ilberto Freyre, J.S . Taylor, Herbert S. Klein, Florestán Fernández entre otros. En sum a consistía en la ase­ veración de que, si bien los motines y protestas de los esclavos en las colonias españolas y en Brasil eran aplastados con el mismo rigor que en las colonias inglesas y en EE. U U ., el siste­ ma esclavista en América Latina, en su conjunto, de todos m o­ dos nunca fue tan cruel como en América del N orte, por cuan­ to los códigos españoles y portugueses, más “ blandos” , expre­ saban relaciones más hum anas entre los blancos, negros y m u­ latos. Y ese pasado determ inaba el carácter actual de las rela­ ciones raciales en los países del Hemisferio Occidental. El punto de vista opuesto tiene que ver con los nombres de Eric Williams, Sidney W. Mintz, David Brion Davis, Arnold A. Sio, M arvin Harris, Stanley Stein, Elsa V. Goveia, M agnus M órner, Charles R. Boxer, Cari Degler, Franklin W. Knight, Eugene D. Genovese y los representantes de la “ escuela de San Paulo” : los investigadores brasileños Fernando Henrique Cardozo, Octavio Ianni, Celso Furtado y otros. Pese a las dife­ rencias existentes entre ellos en muchos aspectos, todos se dis­ tinguían de los seguidores de Tannenbaum por el hecho de que su preocupación se centraba no en la “ letra de las leyes” , es de­ cir, en el cotejo de las legislaciones coloniales o en el significa­ do de la “ tradición nacional” de la metrópoli para las relacio­ nes raciales en el Nuevo M undo, sino en el análisis de las reales condiciones de la esclavitud. Procurando estudiarlas desde “ abajo” , subrayaban los rasgos análogos de la esclavitud en las colonias de todos los países europeos, buscaban las raíces de esta analogía en la naturaleza misma de aquélla como siste­ m a de explotación económica. Eric Williams, por ejemplo, y el etnosociólogo norteam eri­ cano Sidney W. M intz pusieron al descubierto (aunque no hasta el fondo) la falencia de la tesis de Tannenbaum que vin­ culaba las condiciones de la esclavitud con el carácter de las re­ laciones raciales, m ostrando que la misma en el Nuevo M undo fue ante todo una institución económica, y el carácter de las relaciones entre amos y esclavos, así como el grado en que a estos últimos se les concedió la libertad tenían que ver direc­ tam ente con un factor como el suministro de productos tropi­ cales y su dem anda en el m ercado europeo. N o es casual que la esclavitud en C uba haya sido más “ blanda” hasta el m om ento 6

en que la revolución de los esclavos de Santo Dom ingo trans­ form ara a C uba en el exportador mundial núm ero uno de azú­ car. Cambios semejantes tuvieron lugar en diferentes épocas en Jamaica y Trinidad, en Puerto Rico y EE. UU. De esa ma­ nera quedaban refutadas las tesis de Tannenbaum de que la “ blandura” de la esclavitud en América Latina y su “ cruel­ d ad " en Estados Unidos se debían a razones extraeconóm icas y que la “ blandura” y “crueldad” constituían un supuesto factor perm anente en toda colonia basada en las plantaciones. Lo erróneo de esta tesis fue dem ostrado tam bién en los trab a­ jos de David Brion Davis, Octavio Ianni y otros. David Davis (EE. UU.), en particular, suponía que las pruebas son demasiado contradictorias como para afirm ar que el tratam iento que recibían los esclavos era sustancialmen­ te m ejor en América Latina que en las colonias británicas en su conjunto e insistía en los rasgos comunes de todas las socie­ dades esclavistas del Nuevo M undo. También A m old A. Sio (Brasil) destacó que entre la esclavitud en EE. UU. y en Amé­ rica Latina hubo mucho más de común de lo que hasta el m o­ m ento se había pensado, y que esa identidad incluía un com­ ponente como los prejuicios raciales. Cari Degler en su libro N i negro, ni blanco señalaba que, si bien los prejuicios raciales en Brasil no adquirieron los mismos contornos que en EE. UU., estaban difundidos allí con bastante amplitud, y la suerte de los esclavos en m odo alguno era mejor que en Esta­ dos Unidos. “ Las afirmaciones de que la religión, nacionali­ dad o ciudadanía del amo lo hacían más hum ano o cruel res­ pecto al esclavo de ninguna m anera se ven corroboradas por los hechos” , expresaba el etnógrafo sueco M agnus M ó m e r2. Quien m ás fustigó en ese periodo la concepción de Frank Tannenbaum y sus seguidores fue M arvin H arris (EE. UU.). Al negar que en la práctica la esclavitud en las colonias espa­ ñolas y portuguesas haya sido más “ blanda” que en las britá­ nicas o que los esclavistas españoles o portugueses hayan teni­ do menos prejuicios que los ingleses, H arris escribió: “ El tra ­ tar de explicar por qué los esclavos en América Latina eran mejor tratados que en Estados Unidos es perder el tiempo en vano, por cuanto por ahora es inconcebible m ostrar con certe­ za que en un lugar los trataban m ejor que en otro... Es m ejor discutir cuántos ángeles pueden caber en la cabeza de un alfiler que el que la esclavitud en un país es superior a la de o tro ” 3. Los esclavistas en cualquiera de las colonias, en EE. U U . o en Brasil, siempre sostuvieron que sus esclavos eran los seres más felices de la Tierra. En cuanto a las diferencias en la condición 7

de los negros y m ulatos libertos, según Harris, las mismas te­ nían su origen no en la legislación o en la influencia del catoli­ cismo, sino en los factores económicos y sociales que incidían durante el respectivo período en el desenvolvimiento de la so­ ciedad esclavista dada. En los años 70 y 80 ya casi no hubo investigadores que se plegaran a los planteam ientos básicos de Tannenbaum . Pero en las nuevas obras no sólo continuó la crítica de esas tesis, si­ no siguió a la vez un estudio a fondo del conjunto de los pro­ blemas vinculados a la evolución de la esclavitud de los negros en el Nuevo M undo y de los factores que incidieron después de su abolición en las relaciones raciales en los países del Hemis­ ferio Occidental. Entre las obras en cuestión pueden mencio­ narse las compilaciones de artículos sobre estos problemas: N i esclavo, ni libre bajo la redacción de D. Kohen y D. Green, Raza y esclavitud en el Hemisferio Occidental bajo la redacción de S. Ingerm an y E. Genovese, Esclavitud y relaciones raciales en América Latina (redacción de R. Toplin), las monografías de R. C onrad, S. Rynn, M urdo J. M acLeod, Frederick Bowser, Sidney W. M intz, H arry Hoetink, Philip S. Foner, R olan­ do Mellafe, Richard Nelson Bean, Leslie Howard Owens, D a­ vid Sellin, Leslie B. Rout, Colin A. Palmer, William Sharp, Ira Berlin, G. V. Irwin, Michael C raton, Kenneth R. A n­ drews, H erbert Klein, R. L. Stein, Jan S. Hogendorn, Bridget Brereton y, por último, el volumen de la Academia de Ciencias de Nueva Y ork, bajo la redacción de la conocida etnógrafa norteam ericana Vera Rubin y de A rthur Tuden, con las po­ nencias que presentaron los participantes de la conferencia ce­ lebrada en Nueva York en 1976 sobre análisis com parativo de las sociedades esclavistas del Nuevo M undo basadas en las plantaciones. Dividido en ocho secciones, el tomo incluye las ponencias e intervenciones de 67 participantes procedentes de EE. U U ., América Latina y Europa. Tanto las compilaciones como las monografías mencionadas ofrecen un interesante m aterial factológico adicional, algunos nuevos enfoques, así como una crítica al tratam iento de algu­ nos aspectos no sólo por parte de Tannenbaum , sino también por parte de sus adversarios. En particular, todos los autores de la compilación N i libre, ni esclavo, dedicada al estudio de la situación de los “libertos de color” en las sociedades esclavis­ tas del Nuevo M undo, no sólo rebaten los argum entos de los partidarios de Tannenbaum sobre la situación favorable y la movilidad social en esas sociedades (con excepción de EE. U U .) de los negros libertos y m ulatos, sino que traen a co­ 8

lación concluyentes materiales que prueban la discriminación de que eran objeto las personas de color por parte del Estado y de la iglesia que limitaba su movilidad social incluso en Brasil. Sidney Mintz, al desarrollar su argum entación anterior, m ostró que la situación de los esclavos en las colonias susten­ tadas en las plantaciones siempre dependió del nivel de desa­ rrollo de sus economías, y hasta en los dominios de una misma potencia, pero en distintas regiones del Nuevo M undo y dis­ tintos períodos pudo presentar notables diferencias. En cierta medida ello dependía también del grado de control ejercido por la m etrópoli sobre la administración colonial local y los dueños de esclavos. El investigador holandés H arry Hoetink, en su m onografía Esclavitud y relaciones raciales en los países de América Latina y tom ando el caso de las sociedades esclavistas de Curazao y Surinam controladas por una misma m etrópoli m ostró lo erró­ neo de la tesis de la vinculación causal directa entre el régi­ men “ blando” de esclavitud con liberación relativamente fre­ cuente de los esclavos por rescate y la elevada movilidad social de los negros y m ulatos allí después de la abolición de la escla­ vitud. Con relación a ello subraya que para com prender co­ rrectam ente el carácter de una u otra estratificación social, uno u otro grado de integración y movilidad social de los ne­ gros libertos y m ulatos durante la esclavitud y después de su abolición es necesario tom ar en cuenta no uno o dos factores, sino toda la multiplicidad de los mismos en su acción tanto en lo interno como externo del instituto m encionado y vinculados con la estructura social y económica global de la sociedad. El conocido historiador norteam ericano Philip S. Foner, en su voluminosa m onografía intitulada Historia de los negros norteamericanos, sin negar cierto fundam ento a la tesis de T an ­ nenbaum y Elkins de que los prejuicios raciales arraigaron más entre la población blanca de las colonias británicas y EE. UU. que en las colonias españolas y Brasil, subraya a la vez que el carácter de tal o cual régimen de esclavitud en el Nuevo M undo, allí donde había plantaciones, lo definían ante todo los factores económicos. N o es casual que el núm ero y la envergadura de las insurrecciones de los esclavos en América española y Brasil no demuestre en m odo alguno que la esclavi­ tud haya sido allí más soportable que en las colonias británicas y EE. UU. Independientemente de las tradiciones y los institu­ tos de las m etrópolis, de la religión o nacionalidad de los due­ ños de esclavos, el sistema de las plantaciones en todas partes 9

estuvo basado en la violencia física y la reglamentación más severa de toda la vida de esos esclavos, sistema bárbaro y su­ m am ente despilfarrador de recursos hum anos. Y “en todas partes — term ina diciendo F o n e r— las tradiciones jurídicas, raciales y religiosas en la definición de las políticas respecto a los esclavos fueron relativamente insignificantes en com pa­ ración con los aspectos económicos, militares, sociales y políti­ cos del florecimiento de las colonias esclavistas” 4. La americanística soviética hizo un sustancial aporte al estudio de la historia y la cultura de los aborígenes del conti­ nente americano: los indios, esquimales y aleutianos. M as tal aporte al estudio de la historia y la cultura de la población ne­ groide de América es todavía relativamente m agro. El presente libro constituye un primer intento de análisis com parativo multifacético del “ problem a negro” , emprendido por los cien­ tíficos soviéticos en escala de todo el Hemisferio Occidental. El objetivo de los autores es proporcionarle al lector una idea so­ bre el papel del com ponente negro en la form ación y el desa­ rrollo de las nacionalidades en los países de América, diluci­ dar las diferencias en el carácter y las vías de la integración de la población negroide en la estructura de esas nacionali­ dades. El libro comienza con un capítulo destinado a m ostrar en escala continental los principales factores económicos, políti­ cos, ideológicos, sociales y etnorraciales que determ inaron las particularidades específicas del origen y el desarrollo de la es­ clavitud, así como el carácter de las relaciones raciales que se conform aron después de la abolición de esta última y en el si­ glo XX en los países de las Indias Occidentales, América del N orte y América del Sur. Un lugar especial se ha destinado, por otra parte, al problema del racismo y a los factores que con­ dicionaron las diferencias en la definición social de los con­ ceptos de “ negro” , “ m ulato” , “ hom bre blanco” en estos paí­ ses, así como las diferencias vinculadas a ello en las políticas oficiales. El papel, al igual que el aporte, de los africanos y sus des­ cendientes en la formación de la imagen etnocultural de los pueblos de América, como se sabe, no es uniforme. Mas para algunos de los países del Hemisferio el llamado problem a ne­ gro incluso hoy día sigue teniendo no un significado “ pu ra­ m ente” teórico, sino que en una u otra medida se halla vincu­ lado a las esferas más variadas de la vida de sus pueblos, desde la económica y política hasta la social y de la existencia coti­ diana. Precisamente esta circunstancia, junto con las limitacio­ 10

nes del volumen del libro, incidió en que no hayan sido inclui­ dos en el mismo ensayos sobre todos los países, sino sobre los más importantes y típicos desde el punto de vista del estado actual del “ problem a negro” en el Hemisferio Occidental. En la obra han sido utilizados varios térm inos que en dife­ rentes países tienen diferente significado. Por ejemplo, el lector debe recordar que los criollos era el nom bre que com únm ente se les daba en las colonias y países hispanoparlantes del conti­ nente, lo mismo que en Brasil, a los descendientes de los con­ quistadores y prim eros colonos europeos y que tenían mezcla de sangre india o negra. Al mismo tiempo, en las colonias insu­ lares y Estados de las Indias Occidentales se les decía criollos tam bién a los negros y m ulatos allí nacidos, incluidos los escla­ vos. En EE. UU . se daba la denominación de personas de co­ lor tanto a los negros como a los m ulatos (hubo un tiempo en que ellos mismos se daban este nombre). En los países de Amé­ rica Latina y naciones angloparlantes de las Indias Occidenta­ les personas de color a diferencia de los negros, eran por lo co­ m ún los individuos con rasgos raciales entremezclados: m ula­ tos, zambos y, a veces, mestizos. Los autores abrigan la esperanza de que el libro merecerá la atención de todos los que se interesan por la historia de la form ación de las nacionalidades y la situación actual de la población negroide en los países de América. 1. Tannenbaum F. Slave and Citizen. The Negro in the Americas. N .Y ., 1947, p. 42, 64-66. 2. Mómer M. Race Mixture in the History of Latin America. Boston, 1967, p. 118. 3. Harris M. Patterns of Race in the Americas. N. Y., 1964, p. 71, 74. 4. Foner P. S. History of Black Americans. From Africa to the Emergence of the Cotton Kingdom. Westport, 1975, p. 185.

LA ESCLAVITUD NEGRA Y LAS RELACIONES RACIALES EN LOS PAISES DEL HEMISFERIO OCCIDENTAL

Los prim eros negros esclavos fueron traídos a la Española (Haití) en 1502. Los habitantes de la Península Ibérica, ante todo los portugueses, fueron los primeros en explorar las cos­ tas occidentales del Africa y crear el instituto de la esclavitud de los africanos en Portugal y luego en España. Después del des­ cubrim iento del Nuevo M undo por Colón, los reyes de Portu­ gal, respaldados por la bula papal de 1455 que les permitió so­ m eter a la esclavitud a todos los pueblos paganos, proclam a­ ron sus pretensiones sobre las nuevas tierras. El Papa, en cali­ dad de árbitro, dictó en 1493 varias bulas mediante las cuales hacia el oeste de las islas de Cabo Verde se fijaba una “ línea de dem arcación” que dividía el globo terráqueo a lo largo del me­ ridiano en dos mitades: la oriental que “ pasaba” a Portugal, y la occidental que se confería a España. Pero Portugal no quedó conform e con tal decisión y en 1493 por el T ratado de Tordesillas España reconoció el dominio portugués sobre las tierras que después pasaron a ser el Brasil. En 1513 aparecieron en el Continente Americano (en Darién, Panam á) los primeros negros (pero no de España, sino negros bozales, es decir, recién traídos de Africa) para trabajar en las minas. Desde 1517 la ciudad de M adrid empezó a conce­ derles asiento (derecho para la introducción de esclavos) a los traficantes portugueses y ese mismo año fueron llevados a La Española, Cuba, Jam aica y Puerto Rico 4.000 esclavos africa­ nos. En 1525 éstos aparecieron también en Venezuela. Por cuanto los indios resultaron inaptos para los trabajos pesados en las minas y plantaciones y, además, m orían en m asa por la m alaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades traídas por los europeos y africanos contra las cuales los aborígenes no po­ seían inm unidad, la C orona prohibió en 1549 someter a los na­ tivos a la esclavitud. Al mismo tiempo la introducción y con­ centración de negros esclavos en la Española tomó tal incre­ m ento que el regente de Castilla, el cardenal Cisneros, llegó a considerarlos una amenaza real para el régimen colonial. En efecto, en 1522 en una de las plantaciones estalló una insurrec­ ción de esclavos dándose m uerte al gobernador. En los últimos 12

tres decenios del siglo se produjeron en América Española 14 sublevaciones de negros sometidos a la esclavitud. En el segundo cuarto del siglo XVII Inglaterra, H olanda, Francia y Dinam arca procedieron a la conquista de colonias en la cuenca del Caribe y muy pronto el enorm e C ontinente Americano apareció en m anos de unas cuantas potencias eu­ ropeas. En regiones densam ente pobladas como los Andes y la Mesa Mexicana los colonizadores im plantaron la m ita y las encomiendas, formas de trabajo forzado de los indios. En la zona tropical del Hemisferio la población indígena fue en par­ te casi exterminada, murió de las enfermedades traídas por los europeos o buscó refugio en las selvas y m ontañas. La relativa escasez de recursos laborales en tales zonas hizo necesaria la introducción de m ano de obra desde afuera y predeterm inó la conveniencia económica de la esclavitud africana com o medio único para los colonizadores europeos de resolver el problema. Precisamente esto es lo que explica la rápida difusión del insti­ tuto de la esclavitud, y ante todo, su forma más cruel, la escla­ vitud de las plantaciones, en todas las regiones bajas de los subtrópicos del Nuevo M undo, particularm ente en la periferia atlántica. El prim er cultivo para el m ercado que empezó a producirse en muchas colonias del Nuevo M undo, entre ellas y en especial en las Indias Occidentales, fue el tabaco. Por cierto, en las Antillas M ayores españolas durante el siglo XVI por algún tiempo se cultivó en pequeñas plantaciones la caña de azúcar, pero la empresa no resultó rentable y no tuvo en ese período mayor significado para las economías de esas colonias. Las plantaciones de tabaco, en cambio, no pasaban por lo común de 4 hectáreas y no requerían gran número de personas para trabajarlas. Y sólo en el noreste de Brasil, donde ya desde me­ diados del siglo XVI los portugueses obtenían la caña, apare­ cieron las prim eras grandes plantaciones de este cultivo (de 80 a 160 hectáreas en térm ino medio). Para labrarlas se requerían miles y, más tarde, decenas de miles de esclavos que eran traí­ dos por una com pañía m onopólica especialmente fundada pa­ ra tal fin desde los dominios portugueses en Africa. En los años 40 del siglo XVII la caña de azúcar fue llevada desde el Brasil a las colonias en las Indias Occidentales de In­ glaterra, Francia y D inam arca. Por lo demás, en las plantacio­ nes de caña, así como en las de tabaco, laboraban al principio, en su mayoría, los reos deportados a las Antillas M enores des­ de las m etrópolis y los desposeídos que venían de Europa a probar fortuna en el Nuevo M undo y que eran contratados 13

para trabajar en las Indias Occidentales, así com o en las Islas Vírgenes inglesas y Luisiana francesa. Sólo a las posesiones británicas de la Indias Occidentales y las Islas Vírgenes llega­ ron en tal condición durante los siglos XVII y XVIII alrededor de 150.000 personas. Después de com pensar con 6 ó 7 años de trabajo el costo de su travesía por el océano, tal “ sirviente a plazo” — identured servant (en inglés) o engage (en fran­ cés)— se transform aba en un colono libre: granjero, comer­ ciante o artesano. Entonces los esclavos negros en las Antillas M enores eran todavía pocos. En Barbados, por ejemplo, en 1637 vivían 37.000 blancos y sólo varios centenares de negros. Allí se culti­ vaban el tabaco, índigo, pimiento, cítricos, algodón y criaban anim ales domésticos. Pero los m ercados europeos aparecieron para ese entonces relativamente saturados de tabaco, su precio decayó, los colonos sufrían pérdidas y pasaron al cultivo de la caña. M ientras tanto, la ampliación de las superficies de caña y la escasez de “ sirvientes” que se produjo hizo necesario traer más esclavos del Africa. Al mismo tiempo empezó a reducirse la población blanca. Al dem andar grandes inversiones para la adquisición de equipos caros, tierras y esclavos, el azúcar, que pasó a ser la base de las economías de esas colonias, desplazó muy pronto a los pequeños granjeros, comerciantes y artesa­ nos blancos. Todos ellos quedaban en la ruina, eran expulsa­ dos de las tierras que ocupaban y obligados a emigrar a las zo­ nas vírgenes y a otras islas; muchos retom aban a Europa. Los propietarios de las plantaciones de Barbados ahora consideraban que el trabajo de tres negros era mejor y más ba­ rato que el de un blanco. Ya en 1660 el número de negros es­ clavos en la isla superó la cantidad de blancos, en 1680 ya eran el doble y, en 1754, incluso el triple. En Jam aica hacia 1700 ha­ bía 13 veces más negros que blancos. En el siglo XVIII las In­ dias Occidentales británicas dependían totalm ente del azúcar producida por los esclavos negros, cuyo núm ero p ara el año 1775 superaba allí en 10 veces el de la población blanca. Las colonias británicas en el Nuevo M undo en los siglos XVII-XVIII se subdividían en “ tabacaleras” en el Continente y en “ azucareras” en las Indias Occidentales y en Guyana. En el siglo XVIII en la economía y la administración de las mis­ mas dom inaban totalm ente los grandes dueños de plantacio­ nes y comerciantes. En ese siglo ya había plantaciones de azúcar y de otros cul­ tivos tropicales no sólo en Brasil, sino en otros lugares del con­ tinente: G uyana, Perú, en varias regiones de la costa del Cari­ 14

be, en México y Luisiana. Pero el m ayor desarrollo obtuvieron las plantaciones y la elaboración de azúcar para los m ercados europeos, en ese periodo, en las Indias Occidentales. Los escla­ vos se dedicaban en esas plantaciones no sólo al cultivo y cose­ cha de la caña de azúcar en el campo, sino tam bién a su trans­ porte, transform ación en azúcar, em paquetado, etc. En otras palabras, la economía de las plantaciones en el siglo XVIII com prendía no sólo las labores agrícolas, sino también las ins­ talaciones para la elaboración del azúcar, así como medios de transporte más o menos avanzados. Todo ello requería consi­ derables inversiones y una organización adecuada de la pro­ ducción, constituyó uno de los ingredientes del desarrollo del capitalismo en general y en Europa en particular. En esencia, el establecimiento de la economía de las plantaciones del N ue­ vo M undo, basada en la esclavitud de los negros y la violencia, constituyó un elemento integral del desarrollo del comercio y la industria en Europa en la época de la institución del capi­ talismo y, por lo tanto, de su poderío e influencia en los acon­ tecimientos mundiales de ese tiempo. La esclavitud de los negros en el Nuevo M undo estuvo vin­ culada estrechamente con la trata de esclavos en el Atlántico, y si en el siglo XVI la primacía en esto le correspondía a P ortu­ gal, ya en la segunda m itad del siglo XVII H olanda e Inglate­ rra pasaron a ocupar el primer puesto. A comienzos del siglo XVIII, con la firma del T ratado de U trecht en 1713 con el que culminó la G uerra de Sucesión, España le concedió el asiento o derecho para introducir anualmente 4.800 esclavos africanos en sus colonias americanas a G ran Bretaña, la cual gozó del mismo en form a m onopólica hasta 1734l . Y ahora los africa­ nos eran traídos a Barbados y Jam aica no sólo para trabajar en las plantaciones locales, sino también para ser vendidos en las colonias de otras potencias en el Nuevo M undo. Por ejem­ plo, de 90.300 esclavos que en 4 años (desde 1784 hasta 1787 inclusive) llegaron a las Indias Occidentales inglesas, 20.000 fueron reexportados2. Un papel aun m ayor desempeñó el su­ m inistro de esclavos del Africa para su reventa en las colonias de otras potencias en las actividades de la C om pañía H olande­ sa de las Indias Occidentales. Aunque en Surinam los holan­ deses habían establecido grandes plantaciones (de azúcar, algo­ dón, café, especias, etc.) en las que em pleaban a muchos miles de africanos, la m ayoría de los cautivos que la com pañía saca­ ba del Africa eran destinados a la reexportación. Las islas de Curazao y A ruba se convirtieron ante todo en m ercados mundiales para la trata de esclavos en com paración con los po15

eos que había en ellas trabajando en la producción agrícola lo­ cal y en las ciudades. La historia y el carácter de la llam ada trata atlántica de es­ clavos, relacionada con el establecimiento y desarrollo del ins­ tituto de la esclavitud negra en el Nuevo M undo, ha sido el te­ ma de una copiosa producción literaria publicada en muchos idiomas. La africanista soviética S. Y. Abrám ova, autora de la obra más com pleta sobre estos problem as en idioma ruso, al proponer una periodización de la historia de la tra ta de escla­ vos la divide en tres etapas principales: prim era etapa: desde m ediados del siglo XV, cuando en las costas de Africa Occidental aparecieron los portugueses, hasta mediados del siglo XVII; segunda etapa: desde mediados del siglo XVII, cuando el desarrollo del capitalismo condujo a la ampliación de las eco­ nomías de plantación en el Nuevo M undo y, particularm ente, en las Indias Occidentales, a un vertical incremento del ingreso de esclavos procedentes de Africa y a la form ación del sistema de esclavitud de las plantaciones, hasta comienzos del siglo XIX; tercer etapa: desde 1807-1808, cuando las dos potencias traficantes de esclavos más grandes de ese tiempo, G ran Breta­ ña y EE.U U ., se pusieron de acuerdo en prohibir la trata de es­ clavos africanos, y hasta la abolición de la esclavitud en Esta­ dos Unidos, C uba y B rasil3. Los españoles, no teniendo la posibilidad de proveer solos, sin el concurso de los portugueses, a sus colonias en el Nuevo M undo con esclavos africanos, hicieron un intento de organi­ zar el suministro a México de esclavos filipinos, de Malaya y otras islas del Pacífico, pero pronto desistieron de ello. La travesía desde el Africa hasta América era mucho más corta y, lo más im portante, el negro ya había dem ostrado su capacidad | para el trabajo en Portugal y España. Desde mediados del si­ glo XVI los traficantes portugueses habían empezado a abas- i tecer con esclavos africanos ya no sólo las colonias españolas del Nuevo M undo, sino tam bién a la “ suya” del Brasil. En el í siglo XVI el comercio de esclavos y la esclavitud de los negros ] se impusieron allí ya como institutos oficiales legales, en cuya vigencia estaban interesados la Corona, la administración co­ lonial y los esclavistas locales. , M as la introducción de cautivos al Nuevo M undo en el pri-i mer período del tráfico con seres hum anos siguió siendo esca­ sa (sólo eran traídos de la costa occidental del Africa), y el pro­ pio sistema de trata de esclavos no había entrado aún en pleno 16

desarrollo. Según estimaciones del historiador norteam ericano P. Curtin, durante el siglo XVI fueron introducidos en el N ue­ vo M undo 125.000 africanos, entre ellos 75.000 llevados a América Española y 50.000 al Brasil. Los datos de P. Foner indican una cifra de 180.000 africanos traídos al Nuevo M un­ do, correspondiendo 120.000 a México, entre 1519 y 1651, es decir, durante todo el primer período de la trata de esclavos4. S. Y. A brám ova estima que durante el primer período fueron traídos al Nuevo M undo más o menos dos millones y medio de esclavos africanos, lo cual, sin embargo, parece dudoso. Desde la segunda m itad del siglo XVII empezó la segunda etapa en el desarrollo de la trata atlántica. Ya no sólo los por­ tugueses practicaban el traslado violento en masa de africanos a través del océano hasta las costas del Nuevo M undo, sino también los holandeses, ingleses, franceses, bretones, daneses, vascos, suecos, prusianos, mercaderes de Nueva Inglaterra y hasta de Curlandia. En atención al carácter, la envergadura y organización del tráfico en su segunda etapa descuella el últi­ mo decenio del siglo XVII, cuando la trata la efectuaban pri­ m ordialm ente las compañías monopólicas, y el siglo XVIII, cuando fue sustituida por el llamado libre comercio de escla­ vos en el Africa. Precisamente fue en el siglo XVIII — “ siglo de oro” de los traficantes de esclavos — en que Africa se transfor­ mó en “ ...cazadero de esclavos negros” 5. Los primeros sucesores de los portugueses en el Africa fue­ ron los holandeses. Ya en 1619 trajeron esclavos negros a Nue­ va Amsterdam, y en 1621-1624, al Brasil (más de 15.000). En la segunda m itad del siglo XVII cedían en posición en el Africa sólo a los portugueses. Pero a comienzos del siglo XVII inten­ sificó Inglaterra su penetración en el Nuevo M undo. En 1607 y 1620 fueron establecidas las primeras poblaciones inglesas en las Islas Vírgenes y en Nueva Inglaterra, en 1623 fue ocupada Saint K itts y, en 1625, Barbados. En 1631 en la costa occiden­ tal del Africa apareció el prim er fuerte británico. M as hasta el momento en que en los años 40 del siglo XVII surgieran en los dominios ingleses de las Indias Occidentales las grandes plan­ taciones de caña de azúcar y entrara Jam aica a form ar parte (en 1655) de esos dominios, el comercio inglés de esclavos re­ vestía un carácter desordenado. Unicamente en 1660 se fundó la primera C om pañía africana de empresarios reales y, en 1672, la nueva Com pañía real africana. En dos decenios las ri­ quezas de los dueños de las plantaciones de Barbados crecie­ ron en 17 veces, y hacia 1680 la isla se transform ó en la colonia más opulenta y poblada de G ran Bretaña en América. Las ex17 2 - X87

portaciones anuales de esta pequeña isla a finales del siglo XVII superaban casi en el 50% el valor de las de todas las co­ lonias norteam ericanas de Inglaterra. Increm entaba tam bién con suma rapidez la producción de azúcar en Jamaica. En la segunda m itad del siglo XVII y comienzos del XVIII la esclavitud de los negros quedó oficializada, asimismo, en las colonias norteam ericanas de G ran Bretaña, pero los trafican­ tes de Nueva Inglaterra em pezaron a dedicarse a la trata de es­ clavos todavía en la prim era m itad del siglo XVII. En 1713 es­ te “ comercio” quedó abierto en Africa para todos los súbditos británicos, y el siglo XVIII se convirtió en la época del floreci­ m iento de las colonias “ azucareras” de Inglaterra y de su tráfi­ co de esclavos. El total de los ingresos provenientes de las plantaciones de las Indias Occidentales en 1798 superó en cua­ tro veces los proporcionados por el comercio de Inglaterra con el resto del mundo. Los británicos contaban ahora con las posiciones más fuertes en la costa occidental de Africa (Costa de Oro y Costa de los Esclavos) y hacia 1750 prácticamente era imposible ha­ llar en Inglaterra siquiera una ciudad comercial o industrial que no se encontrara de una u otra m anera vinculada con el comercio colonial “ triangular” o directo. El comercio “ trian­ gular” recibió esta denominación porque con él Inglaterra, Francia y las colonias británicas de América del N orte sumi­ nistraban m anufacturas para la exportación, Africa esclavos y, las Indias Occidentales, productos primarios coloniales. La nave partía desde la metrópoli o Nueva Inglaterra llevando artículos de la producción m anufacturera. En las costas de Africa eran cambiados a los jefes locales por negros esclavos. Luego la nave traía a estos últimos a las Indias Occidentales, donde eran vendidos a los dueños de las plantaciones propor­ cionando otra vez ganancias, por cargamentos de productos coloniales (azúcar, algodón, ron, etc.) que iban a la metrópoli. Para Inglaterra el tráfico “ triangular” de esclavos tenía un sig­ nificado de primer orden pues le proporcionaba a su industria un triple incentivo: los negros eran adquiridos por mercancías producidas en G ran Bretaña; en las Indias Occidentales los es­ clavos producían materias primas coloniales, cuya elaboración en Inglaterra contribuía al surgimiento de nuevas industrias. Además, la propia existencia de plantaciones y centenares de miles de negros esclavos en las Indias Occidentales proporcio­ naba un mercado adicional para la industria inglesa. Por últi­ mo, el comercio “ triangular” contribuía en grado enorme al desarrollo de la industria naviera. 18

Según datos traídos a colación por F. Pitm an, entre 1680 y 1786 los ingleses sólo en sus colonias de América introduje­ ron 2.130.000 africanos. Además, centenares de miles de escla­ vos fueron revendidos a otras colonias. En particular, medio millón fueron vendidos en el siglo XVIII a los propietarios de plantaciones de las colonias de Francia y España. Esta última, que atravesaba la época del estancam iento feudal, llevaba a sus dominios muchos menos esclavos que Francia o P ortu­ gal. Por otra parte, experimentando una escasez crónica de ca­ pitales, así como de las mercancías necesarias para la trata de esclavos hasta el siglo XIX dependió en este sentido de los extranjeros, ante todo de los ingleses. Sólo en 11 meses de ocupación británica fueron introducidos a Cuba al térm ino de la G uerra de los Siete Años más de 10.000 afri­ canos. Después de Inglaterra los Estados que más descollaron en la trata de esclavos durante el siglo XVIII fueron Portugal, Francia y, a principios del siglo XIX, tam bién EE.U U. H olan­ da pasó a ocupar un lugar secundario, y su papel en este tráfi­ co se redujo sustancialmente. La transform ación de Francia en una de las principales po­ tencias que practicaban el comercio de esclavos, al igual que Inglaterra, se debió en considerable medida al rápido desarro­ llo de sus colonias “ azucareras” , M artinica y G uadalupe, y de especial m anera Santo Domingo. Y si bien tal comercio fue permitido por París sólo en 1670, hacia comienzos del siglo XVIII los “sirvientes a plazo” blancos en las plantaciones de las colonias francesas de las Indias Occidentales habían sido sustituidos en todas partes por esclavos negros. Gracias a la cruel explotación de los mismos y a la excepcional fertilidad del suelo, ya hacia 1742 la producción de azúcar sólo en Santo Domingo superó el total de la misma en las Indias Occidenta­ les británicas. Su promedio anual en Santo Domingo era cinco veces m ayor que en Jamaica y resultaba 20% más b arata que la producción inglesa. Correlativam ente mayores eran los in­ gresos. En la segunda m itad del siglo XVIII la colonia de San­ to Domingo era denom inada con el nom bre de perla de los do­ minios franceses, habiéndose transform ado en el abastecedor de azúcar más grande del m undo. Particular envergadura adquirió la trata de esclavos francesa en los años 80 del siglo XVIII. Hacia 1790 la población negra y m ulata superaba en núm ero a la blanca más o menos en 6 veces en G uadalupe y M artinica y casi en 16 veces en Santo Domingo. Portugal, si bien había perdido la prim acía en la trata, se­ 19

guía conservando sus colonias tanto en el Africa, como al Bra­ sil. Por otra parte, en M inas G erais a principios del siglo XV III habían sido descubiertos ricos yacim ientos de oro y, va­ rios decenios después, de diam antes. La fiebre del oro, y luego la de diam antes requirieron la introducción de decenas de mi­ les de africanos para trabajar en las minas, y los traficantes de esclavos portugueses se preocuparon por no perder la ocasión. De los demás Estados que se dedicaban a la trata de esclavos sólo D inam arca logró conquistar y conservar colonias en el Nuevo M undo, teniendo desde finales del siglo XVII hasta 1917 en su poder parte de las Islas Vírgenes (San Juan, Santa Cruz y Santo Tom ás) donde en las plantaciones de caña de azúcar trabajaban miles de esclavos negros. En el segundo período de su historia la trata atlántica de esclavos alcanzó su máximo nivel. Según los datos de P. Curtin, sólo desde 1701 hasta 1810 fueron traídos al Nuevo M un­ do 6.052.000 africanos y alrededor de 1.000.000 más en la se­ gunda m itad del siglo XVII, distribuyéndose de la siguiente manera: alrededor de 2.000.000 en las colonias británicas; 1.500.000 en las francesas; 700.000 en las españolas; alrededor de 500.000 en las holandesas, 28.000 en las danesas y 2.200.000 en Brasil, perteneciente al Portugal. La m ayoría de los cauti­ vos fueron traídos de la costa occidental de Africa, aunque los portugueses los traían también, en parte, desde M ozambique, y los ingleses, desde M adagascar. M as sólo en el siglo XIX la trata de esclavos en el Africa Oriental adquirió amplia enver­ gadura 6. La segunda etapa en la trata de esclavos term inó form al­ mente en 1807-1808, mas de hecho m arcó su culminación la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII. La insurrección de los m ulatos libres y la revolución de los esclavos en Santo Domingo, el decreto del Convento jacobino disponiendo la li­ bertad sin indemnización de los esclavos en las colonias fran­ cesas y la concesión a los mismos de los derechos ciudadanos, así como la prohibición de la esclavitud y de la trata sacudie­ ron todo el sistema esclavista del Nuevo M undo. Las guerras revolucionarias y napoleónicas que después se sucedieron y que duraron tres lustros en los confines de los siglos XVIII y X IX redujeron bruscamente el tráfico de esclavos por parte de los Estados europeos. La guerra por la independencia de las colonias inglesas en América del N orte, la form ación de EE.U U . y la crisis allí de la esclavitud en los años 80 y 90 del siglo XVIII también hicieron bajar por un tiempo la actividad de los traficantes de N ueva Inglaterra. 20

En el prim er decenio del siglo XIX, cuando se inició la ter­ cera etapa en la historia de la trata atlántica de esclavos, el to­ tal de estos últimos, entre negros y m ulatos, en el Nuevo M un­ do, según datos de S. Abrám ova, ascendía a más de 4.600.000: había 800.000 en las colonias británicas, 250.000 en las france­ sas, 50.000 en las holandesas, 27.000 en las danesas, 600.000 en las españolas, 900.000 en EE.U U. y 2.000.000 en B rasil7. Des­ pués de Inglaterra y EE.U U., que prohibieron oficialmente la trata de negros en 1807-1808, ésta fue puesta fuera de la ley en 1813 por Suecia y en 1814 por Holanda. Dinam arca la prohi­ bió todavía en 1803. En las colonias francesas, en cambio, des­ pués de llegar Napoleón al poder, fueron restablecidas tanto la trata de esclavos como la esclavitud. Siguió conservándose ésta en las colonias de otras potencias y en EE.U U . Y por cuanto ninguno de estos países todavía no se hallaba en condiciones de suplantar el trabajo esclavo en las plantaciones por el de los obreros asalariados, siguió en vigencia tam bién el tráfico de cautivos. Sólo cam biaron sus formas y métodos: en lugar del comercio abierto con el “ cargamento negro” vino el contra­ bando que se distinguía por los procedimientos más rapaces y crueles de captura y transporte de los africanos. En ese perio­ do sus principales com pradores eran los propietarios de plan­ taciones de Brasil, EE.U U. y Cuba que se transform ó en el si­ glo XIX en el productor y suministrador más grande del m un­ do de azúcar de caña. En el prim er cuarto del siglo XIX, sin embargo, las naves con bandera de EE.U U. y Francia no eran sometidas a con­ trol, y las españolas y portuguesas sólo lo pasaban al norte de la línea ecuatorial. M as en 1820 EE.U U. equipararon la trata de esclavos a la piratería y enviaron sus buques patrulleros a las costas de Africa. En 1835 España y en 1839 P ortu­ gal aceptaron que sus naves fuesen inspeccionadas al sur de la línea ecuatorial. En esos años la trata fue prohibida por muchos Estados de América Latina (México, Argentina, Uruguay, Chile, Haití, etc.). Sin embargo, EE.U U . seguía porfiadam ente sin aceptar que los buques bajo su bandera fuesen inspeccionados, con lo que ésta en los años 40 y 50 del siglo XIX se convirtió en el único resguardo para los traficantes de esclavos contra las naves patrulleras ingle­ sas. D urante esos decenios se hallaban en W ashington en el po­ der los negreros de los Estados del sur, y los patrulleros de EE.U U ., como regla, trataban de hacer “ la vista gorda” ante los buques de los traficantes. Baste decir que desde 1843 hasta 2 )

1857 la escuadra inglesa detuvo a casi 600 embarcaciones que transportaban esclavos dando libertad a más de 45.000 africa­ nos, m ientras que la de EE.U U . procedió sólo contra 24 naves que llevaban a 5.000 personas. Aunque Estados U nidos iba a la zaga de Brasil en cuanto al núm ero de esclavos que entra­ ban al pais, precisamente EE.U U . desem peñaba en los años 40 y 50 el papel principal en el contrabando negrero, siendo N ue­ va Y ork su centro financiero. EE.U U . disponía entonces de las naves más veloces, y las 9/10 partes de los buques utilizados en el tráfico de esclavos eran norteam ericanos. Sólo durante el gobierno de A braham Lincoln, en el año 1862, EE.U U . acep­ tó, por fin, el control de las naves bajo su bandera que podían estar involucradas en el tráfico de esclavos, pero ya a los tres años la victoria de los norteños en la guerra civil puso fin a la esclavitud en el país. Francia prohibió la esclavitud en 1848, H olanda en 1863, E spaña la abolió en Puerto Rico en 1872 y, en Cuba, en 18801886, Brasil en 1888. Pero en la prim era m itad del siglo XIX, en la medida en que crecía la producción azucarera, Cuba necesitaba cada vez más esclavos. Es por eso que, pese al acuerdo de 1835 conclui­ do entre España e Inglaterra para prohibir la trata de esclavos, la introducción de los mismos a Cuba siguió creciendo sosteni­ damente. Las autoridades españolas se negaban allí a tom ar efectivas medidas para com batirla, ya que hacia 1861 el azúcar representaba el 85% del valor de todas las exportaciones cuba­ nas. Y si en la isla en 1792 había 44.300 esclavos, en 1841 su núm ero ascendía ya a 436.000, aum entando la participación de los mismos en la población del 32% en 1774 al 58% en 18428. Entre 1821 y 1846 ingresaban a Cuba en término medio no menos de 30.000 africanos por año, y La H abana se trans­ form ó, junto con Río de Janeiro, en el puerto más grande de m ediados del siglo XIX en el que se recibían y vendían legal­ m ente los esclavos que también se reexportaban a través del contrabando hacia EE.U U. (a veces hasta 10.000 personas al año) y de m anera casi abierta al Brasil. De acuerdo a los datos de diversas fuentes, entre 1770 y 1870 en Cuba fueron introdu­ cidos de 550.000 a 900.000 negros esclavos. En lo que se refiere al Brasil, allí entre 1821 y 1846 eran traídos anualm ente, en térm ino medio, unos 50.000 africanos sólo a través del puerto de Río de Janeiro, sin contar Pernambuco, Bahía y otros. Se­ gún los datos de P. C urtin, durante la tercera etapa del tráfico de esclavos en el Atlántico fueron conducidos al Brasil 1.145.400 esclavos9. 22

La esclavitud de los negros y sus descendientes se prolongó en el Hemisferio Occidental casi durante cuatro siglos. M as el núm ero exacto de los africanos sometidos en su tierra natal para ser vendidos a los negreros, sacados del Africa y llevados al Nuevo M undo, así como la cantidad de los que m urieron durante las cacerías y en las caravanas en las que eran conduci­ dos a la costa, al igual que en las embarcaciones que los lleva­ ban del Africa a América en el “ viaje interm edio” , jam ás será conocido. La trata de esclavos no disponía de semejantes esta­ dísticas, y los datos tanto sobre la salida de aquéllos del Africa como sobre su entrada en los países del Nuevo M undo siem­ pre fueron contradictorios, muy raras veces se basaban en do­ cumentos oficiales y, con mucha frecuencia, eran simples falsi­ ficaciones. Por eso las evaluaciones que hacen diferentes inves­ tigadores, basadas aparentem ente en unos mismos datos ini­ ciales, son m uy distintas. Por ejemplo, William Du Bois, b a­ sándose en los cálculos del publicista norteam ericano E. Dunbar, difundidos en 1861, llegó a la conclusión de que el total de esclavos introducidos en el Nuevo M undo ascendió “ posible­ mente a 15 millones” 10. Las pérdidas de Africa producidas por la trata de esclavos las estimó en 100 millones de personas, entre ellas 40 millones fueron víctimas del tráfico árabe de es­ clavos y 60 millones de la trata europea. Según las apreciacio­ nes de otros autores, esas pérdidas oscilan entre 50 y 200 millo­ nes de hom bres, y el número de africanos conducidos al N ue­ vo M undo, entre 9-10 y 20 millones. Particularm ente divergen­ tes son las estimaciones del núm ero de esclavos traídos al Bra­ sil: entre 3 y 18 millones. El dem ógrafo alemán Robert Kuczynski repitió en la m o­ nografía que publicó en 1936 las evaluaciones de W. D u Bois al determ inar que el total de los negros esclavos traídos al Nuevo M undo ascendió a 14.650.000, y esta cifra fue citada después por m uchos otros autores, incluidos Basil Davidson en su conocido libro Madre negra y David Davis en la m ono­ grafía E l problema de la esclavitud en la cultura occidental11. M ientras tanto Noel Deerr en su Historia del azúcar, de dos tomos, da un estim ado de 11.770.000. Existen tam bién otras opiniones 12. S. A brám ova considera que “ durante todo el tiempo de la trata de esclavos los negreros europeos y norteam ericanos tra ­ jeron del Africa a los países del Nuevo M undo no menos de 15-16 millones de personas” 13. Tal como lo hiciera con ante­ rioridad el historiador soviético B. Kosarev, critica en su m o­ nografía los intentos de los investigadores contem poráneos 23

norteam ericanos, en particular de P. C urtin, de dem ostrar sin apelar a nuevas fuentes serias que después de 1808 EE.U U . no introdujo en su territorio a esclavos del Africa, y la cantidad de los que fueron traídos ilegalmente desde las Indias Occiden­ tales no pasaba de 1.000 personas por año. En otras palabras, entre 1808 y 1861 EE.U U . aparentem ente no recibió más de 54.000 africanos y, hasta ese período, nada más que 345.000 (llegando la cifra a 373.000 si se añade Luisiana francesa in­ corporada a EE.U U . en 1803)14. S. A brám ova expresa que resulta difícil comprender, en ese caso, cómo es que a princi­ pios del siglo X IX se alcanzó a tener 900.000 esclavos en el país, con más razón que hasta la prohibición de la trata en 1808 los dueños de las plantaciones estaban en contra de que aquéllos form aran familia, y eran muy pocas las mujeres ne­ gras que hacían traer a la colonia. La autora considera que “ los cóm putos estadísticos de P. Curtin son tendenciosos” y sólo entre 1808 y 1860 ingresaron a EE.U U. no menos de 300.000 a 500.000 esclavos procedentes de Africa y Cuba. W. Foster y el historiador soviético M. Frenkel evaluaban en medio millón el número de negros ingresados durante el perío­ do señalado a E E .U U .1s B. Kosarev, haciendo notar que sus datos son incompletos, m encionaba la cifra de 220.000 y consi­ deraba “ más o menos objetivos” los cálculos de William Du Bois, así como de E. Franklin Frazier y Thom as R. Frazier, quienes suponían que entre 1808 y 1861 fueron introducidos en EE.U U . unos 250.000 ó 300.000 esclavos16. J. E. Inikori, profesor de la Universidad de Lagos (Nige­ ria), reprocha a Curtin el haber subvaluado la verdadera canti­ dad de cautivos llevados del Africa al Nuevo M undo, diciendo que este autor no se basó en datos originales, sino en la aplica­ ción de “m étodos cuantitativos de cálculo a datos publicados en diferentes trabajos” . Expresa su extrañeza por el hecho de que C urtin, después de obtener “ como resultado de minucio­ sos cóm putos la suma concreta de 9.566.000 esclavos” , no se sabe por qué saca la conclusión de que “ parece sumam ente in­ creíble el que la cifra total haya sido m enor de 8 millones o m a­ yor de 10,5 millones” 17. Más adelante, al acusar a Curtin de subestimar el núm ero de prisioneros conducidos al Nuevo M undo desde el Africa, Inikori apela a hechos concretos rela­ tivos a las Indias Occidentales francesas, particularm ente a Santo Domingo, así como a la América española y Brasil. Significativos errores, term ina diciendo, fueron cometidos tam bién al tratarse el ingreso de esclavos a EE.U U ., igualmen­ 24

te en el sentido de am inorar las verdaderas dimensiones de lo que tuvo lu g a r18. La m onografía de Philip Curtin atrajo con justa razón por su calidad científica la atención de los especialistas, mas un conjunto de evaluaciones y conclusiones del autor no parecen lo suficientemente fundados. A la vez hay que tener en cuenta otra circunstancia más: para que en el Nuevo M undo pudieran ser adquiridos unos 11 ó 12 millones de esclavos africanos, por lo menos unos 24 millones de personas tuvieron que ser pre­ viamente apresadas en Africa. Sumamente compleja es, asimismo, la cuestión referente al origen de los esclavos, de su procedencia étnica. Incluso no siempre resulta posible determ inar las regiones de Africa que, en tal o cual espacio de tiempo, estuvieron debilitadas en m a­ yor grado por las luchas intestinas, los puntos de la costa oceá­ nica desde los cuales fueron llevados unos u otros grupos de cautivos al Nuevo M undo y la nacionalidad de quien los adquirió, la composición étnica de los esclavos en uno u otro barco negrero en unos u otros años. Todas estas circunstancias variaban con el tiempo. Por otro lado, para prevenir los m oti­ nes, los traficantes mezclaban adrede a los prisioneros que ha­ blaban distintas lenguas antes de embarcarlos en una misma nave para atravesar el océano. A su vez los dueños de las plan­ taciones en América por la misma causa trataban de adquirir y tener en sus dom inios esclavos con procedencia étnica distin­ ta. Por últim o, en diferentes países del Nuevo M undo e, inclu­ so, en distintas islas de las Indias Occidentales los africanos de un mismo origen étnico recibían denominaciones disímiles y. en algunos casos, tergiversadas hasta lo irreconocible. M uchas veces tales o cuales grupos eran denom inados con los nom bres que les daban sus vecinos. En el proceso de la trata de esclavos surgían tam bién etnónim os falsos: en dependencia del lugar de la captura, la com pra o el em barque de los cautivos. Como ha sido señalado más arriba, la gran m ayoría de los prisioneros eran sacados por la costa occidental del Africa, principalmente por el sector com prendido entre los ríos Senegal en el norte y Angola en el sur, donde ya existían sociedades bastante desarrolladas en lo m aterial y cultural y socialmente estratificadas: el estado de los yoruba-oyo y los “ reinos” de Dahomey, Benín y Congo. La parte septentrional de esta re­ gión del continente se encontraba fuertem ente influenciada por el Islam. Pero en el siglo X IX fueron traídos num erosos 25

cautivos tam bién desde la costa oriental africana, principal­ m ente desde M ozam bique y Zanzíbar. Existen m uchos estudios en los que se analizan y descifran los etnónim os de los esclavos africanos, utilizados en los países del N uevo M undo. Casi en cada capítulo de la presente m ono­ grafía los autores emplean algunos de esos etnónimos. U na de las nóm inas más com pletas de los mismos, que contiene 160 denom inaciones y se basa en gran parte en el libro de Sigism und Koelle, editado todavía en 1854, se puede encontrar en la m onografía de P. C urtin sobre el tráfico de esclavos en el A tlántico. En ella se dan los siguientes datos (en % ) sobre la probable distribución de los africanos traídos a América del N orte, Jam aica (en 1655-1808) y Saint Dom ingo (1751-1800) según el lugar de salida del A frica:19 País o región de salida del Africa

Senegambia Sierra Leona Costa de Sotavento Costa de Oro Benín Biafra Angola Mozambique—Madagascar Sin datos

América del N orte

Jamaica

13,3 5,5 11,4 15,9 4,3 23,3 24,5 1,6 0,2

10,9 25,5 13,8 28,4 17,5 — 0,3

100,0

100,0

3,7 —

Saint Domingo

5,4 0,9 2,3 6,4 28,0 8,5 45,2 1,6 1,6 100,0

Los africanos traídos al Brasil procedían principalmente de Angola, así como del Congo y M ozambique, aunque cierto núm ero de ellos fue reexportado en el siglo XIX desde las In­ dias Occidentales. La población esclava, así como su correlación con la blan­ ca en las colonias europeas del Nuevo M undo, sufrió oscila­ ciones en diferentes épocas. Ello se debió a muchos factores, siendo los más importantes, claro está, los económicos. Los es­ clavos africanos ya en el siglo XVI habían m ostrado su supe­ rioridad física frente a los de origen nativo; poseían m ayor in­ m unidad o resistían mejor que los indios muchas de las enfer­ medades que los europeos habían traído al Nuevo M undo. Además, la “ selección” que hacían los traficantes durante el 26

trayecto que recorrían las caravanas de prisioneros en el A fri­ ca, así como durante la “ travesía interm edia” en que los débi­ les perecían aseguraba a los com pradores del Nuevo M undo la provisión de una especie de “élite biológica” negra. Los cautivos negros eran obligados a extraer oro y dia­ mantes, a trabajar en talleres, m anufacturas y fábricas, en las excavaciones y en toda clase de otras obras de construcción, ocuparse en la artesanía y el servicio doméstico, pero, sobre todo, en las plantaciones de productos tropicales para el m er­ cado y en la elaboración de esos productos. Sin em bargo, la in­ tensidad de la explotación del esclavo en diferentes áreas de trabajo e, incluso, en una misma esfera, pero en colonias de di­ ferentes potencias y en diferentes épocas era distinta. Las con­ diciones imperantes en las minas y las plantaciones a veces re­ sultaban tan atroces que los cautivos alcanzaban a soportar sólo unos cuantos años de trabajo en ese medio. El am o prefe­ ría con frecuencia sustituir al esclavo m uerto en el cam po por otro nuevo. Las mujeres no representaban por lo com ún más de un tercio de los africanos que ingresaban en las colonias. Claro está, no sólo los factores económicos, sino tam bién los vinculados con la situación política exterior y muchas otras circunstancias históricas determ inaban uno u otro nivel del núm ero de la población esclava y una u otra correlación de la misma con la población blanca en diferentes colonias del N ue­ vo M undo. M arvin H arris indica, por ejemplo, que en el trans­ curso de casi tres siglos, desde 1509 hasta 1790, emigraron a las colonias españolas de América sólo unos 150.000 españo­ le s2°. A ún menos fueron los portugueses que se trasladaron al Brasil, m ientras que los africanos que fueron llevados allí as­ cendieron a millones. Ya en 1786 en la provincia brasileña de M inas G erais la población negroide superaba en cuatro veces el núm ero de la población blanca; en todo Brasil aquélla en 1798 representaba el 61 % del total de los habitantes del país y, en 1818, alrededor del 66% 21. En C uba, donde hasta m ediados del siglo XVIII los escla­ vos eran pocos, entre 1764 y 1790 fueron introducidos 44.400 negros y, entre 1790 y 1805, cuando la revolución de los escla­ vos destruyó la industria azucarera de Santo D om ingo, ingre­ saron otros 91.000 africanos. A raíz de ello hacia 1841 la parte alícuota de los negros y m ulatos en C uba increm entó casi en un tercio, ascendiendo al 58% de total de la población; el nú­ mero de esclavos creció en más de dos tercio s22. En Puerto Rico, donde hasta el siglo X IX casi no había plantaciones grandes, los esclavos en 1775 no pasaban de 27

7.500 y eran cuatro veces m enos que los blancos. La produc­ ción de azúcar creció allí un tanto sólo al perder España sus plantaciones en el continente, y en 1820 el núm ero de aquéllos llegó a 21.700, pero de todos m odos eran cinco veces menos que la población b lan c a 23. En las colonias norteam ericanas de G ran Bretaña siempre hubo m ás blancos que negros. Además, durante el último cuarto del siglo XV III la esclavitud atravesaba allí una crisis. Em pero, después de inventada en 1793 la lim piadora de algo­ dón, en los Estados sureños de EE.U U . comenzó una “ nueva era” : cada decenio crecían las superficies ocupadas por las plantaciones del mismo y su producción. A la vez, fue aum en­ tando incesantemente, tanto por efecto del contrabando como del crecimiento vegetativo, el núm ero de esclavos negros ocu­ pados en las plantaciones. Por otra parte, antes de prom ediar el siglo XIX, los dueños de esclavos del “ viejo” o alto Sur, donde el algodón llegó paulatinam ente a agotar los suelos, pa­ saron a la “ reproducción” y suministro de negros a los Esta­ dos del “ nuevo” o bajo Sur, hacia donde se trasladaron a la sa­ zón los dom inios del “ rey de los cultivos” . M ientras que en 1790 en el alto Sur había 521.000 esclavos, y en el bajo Sur la cifra era de 136.000, en 1830 las cantidades eran 1.160.000 y 846.000 respectivamente y, en 1860, 1.530.000 y 2.423.500. Sin em bargo, la parte alícuota de los esclavos en toda la pobla­ ción estadounidense en rápido incremento se redujo del 17,7% en 1790 hasta 12,5% en 1860 24. U n cuadro diferente se creó en los dominios ingleses y franceses de las Indias Occidentales, donde, después de ha­ ber aparecido allí desde mediados del siglo XVII las grandes plantaciones de caña de azúcar, se produjo un rápido creci­ m iento del núm ero de esclavos con una reducción simultánea de la población blanca. Como resultado de ello a comienzos del siglo XIX en Barbados había 6 esclavos por cada habitante blanco, en Jamaica 10, en M artinica francesa 8, en Santo D o­ m ingo (en 1790) 1525. En lo que se refiere a las posesiones ho­ landesas, allí había, en Curazao, un promedio de 2,5 esclavos por cada habitante blanco en 1833 y, en Surinam, 17 en 1788 2el trabajo escla­ vo no pudo encontrar amplia aplicación, aunque tam bién fue utilizado. Una de las principales fuentes de riqueza de N ueva Inglate­ rra fueron las pieles, la explotación de bosques y la pesca que dieron comienzo a su comercio exterior, pero desde inicios del siglo XVIII la construcción de barcos pasó a ser una de las principales industrias. Cobró rápido desarrollo la navegación mercante. Sin embargo, los ingresos más grandes les reportaba a los comerciantes y dueños de naves locales la trata de escla­ 9S

vos. N o es casual que M arx la haya m encionado entre los fac­ tores fundam entales en el m ovim iento de la acum ulación ori­ gin aria4; la misma se convirtió en uno de los renglones más significativos de la econom ía de N ueva Inglaterra, contribu­ yendo al flujo de capitales e im pulsando el avance de la indus­ tria y la agricultura, del comercio interno y externo de las colo­ nias del norte. Precisamente en base a la esclavitud negra y al tráfico de esclavos con los ingresos que reportaban y que eran distribuidos entre los propietarios de plantaciones y los demás restos de la burguesía es que se constituyó la alianza de los es­ clavistas del sur y los comerciantes del norte, cuya esencia reaccionaria, variando con el tiempo en su form a, se hizo sen­ tir hasta la G uerra de Secesión de 1861-1865 y cuyos vestigios se conservaron hasta m ediados del siglo XX. En el siglo XV III en Nueva Inglaterra la población blanca crecía m ucho más rápidam ente que la negra. En vísperas de la guerra de las colonias por la independencia, cuando toda la población de Nueva Inglaterra ascendía a 659.500 personas, allí había sólo 16.034 negros. Los esclavos eran utilizados aquí en las granjas en calidad de criados, en las explotaciones fores­ tales, la artesanía, construcción de barcos, así como herreros, toneleros, cordeleros, curtidores, en las destilerías, la pesca y la navegación; los negros más cualificados trabajaban como he­ rreros, carpinteros, navieros, cordeleros, carniceros y panade­ ros. Por lo tanto, parte considerable de los negros de Nueva Inglaterra ya en la época colonial estaba radicada en las ciuda­ des. En las colonias norteñas había relativamente pocos grandes propietarios de esclavos. En las pequeñas granjas, donde sólo había dos o tres esclavos, los mismos debían saber trabajar los campos de maíz y el huerto, cuidar el ganado y las aves, repa­ rar los cercos, herrar caballos, m anejar una barcaza y ayudar en las labores de la casa. El propio carácter variado de la eco­ nom ía obligaba aquí al esclavo, lo mismo, por lo demás, que al am o granjero, a hacer muchas cosas, poseer determ inada ini­ ciativa y hábitos de distinta clase, ser “ m aestro en todo” . Los esclavos trabajaban con frecuencia junto con el granjero y vi­ vían bajo un solo techo, en muchos casos com partían la misma mesa y comían lo mismo que sus dueños. La m ayoría de los dueños de negros esclavos que residían en la ciudad tenían no más de uno o dos criados que vivían generalmente en la misma casa. Los trataban de m anera diferente, a veces los castigaban con brutalidad, pero en general y de todos m odos mejor que en el sur. En Nueva Inglaterra, gracias a lo específico de sus 96

condiciones económicas y políticas y el concepto puritano pa­ triarcal de la esclavitud basado en el Antiguo Testam ento, los negros esclavos eran vistos como m iembros de la familia en la que vivían. El carácter múltiple de la economía de las colonias del nor­ te y de la región atlántica media determ inaron el hecho de que aquí el peso de la m ano de obra más cualificada entre los escla­ vos resultó m ayor que en el sur. Los artífices negros ejecuta­ ban aquí las labores más variadas en diferentes ocupaciones artesanas y en las m anufacturas muchas veces hom bro a hom ­ bro con los obreros blancos. Los patronos, por otro lado, utili­ zaban el trabajo de los negros, en ocasiones, para rebajar el sa­ lario de los obreros blancos. Com o resultado, ya en el siglo XVIII la competencia de los esclavos negros conducía al fo­ mento de la animadversión de los obreros blancos hacia los africanos. En las colonias del sur el desarrollo de la economía tam ­ bién llevó a la diferenciación entre los esclavos. Aunque la pro­ ducción mercantil cobró allí mayor desarrollo que en el norte, las grandes plantaciones, a la vez, eran unidades económicas que se autoabastecían, y por eso necesitaban tener sus propios leñadores y carboneros, carpinteros y toneleros, curtidores, zapateros, albañiles, pintores, revocadores, tejedores, hilande­ ras y sastres. Además, había que m ontar su propia producción de envases para los cultivos de exportación. A raíz de la falta de artesanos blancos en el sur hubo que enseñar estos oficios a una parte de los negros esclavos, y muchos de ellos se convir­ tieron en especialistas de su rama. Claro está que eran más apreciados por los patronos, tratados de m anera menos cruel y su situación era mejor que la de los esclavos de las plantacio­ nes. Más llevadera era también la vida de los domésticos de to­ da clase; su alimentación, indum entaria y vivienda eran mejo­ res, y el trabajo no tan pesado como el de los esclavos en las plantaciones. Las diferencias en el trato de los esclavos en el norte y en el sur se debían ante todo a razones económicas y de ninguna m anera sólo a consideraciones morales. Los códigos sobre la esclavitud en las colonias del sur eran más severos que en la re­ gión atlántica media y, en Nueva Inglaterra, más suaves que en las unas y las otras. En esencia, aquí se estructuró un código jurídico dual sobre los esclavos único en su género, por cuanto la ley los encaraba por un lado como propiedad privada y, por el otro, como personas jurídicas. Como propiedad los negros podían ser vendidos, com prados, regalados y transm itidos por 7 — 887

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herencia. Pero a la vez, en calidad de personas jurídicas, ellos mismos podían com prar, vender, transferir y m anejar bienes. A diferencia de las colonias del sur y de la región atlántica me­ dia, en N ueva Inglaterra los esclavos podían apelar ante los jueces y el tribunal suprem o de la colonia, testim oniar contra los blancos incluso cuando la cuestión no se refería a los ne­ gros. H abía una im portante diferencia más. En las colonias de las plantaciones cuando un am o daba m uerte a un esclavo ello, com o regla, no se consideraba un crim en, puesto que se so­ breentendía que ningún dueño iría a dar m uerte a su esclavo de no haberse visto obligado a ello para defenderse. En Nueva Inglaterra la cosa se presentaba diferente: el negro esclavo te­ nía derecho a la vida, y darle m uerte significaba cometer un grave crimen. Por últim o, a diferencia de las colonias sureñas, en N ueva Inglaterra, donde los dueños, partiendo de conside­ raciones prácticas, estaban con frecuencia interesados en que sus esclavos tuvieron siquiera un mínimo de conocimientos, no había leyes que proscribiesen enseñar a los cautivos negros. Ya en el siglo XVIII aparecieron las primeras escuelas de benefi­ cencia para negros en Nueva York, Filadelfia, N ew port, Charleston y W illiamsburg. Los negros en las colonias no constituían en m odo alguno un grupo homogéneo (con más razón que, según algunos da­ tos, entre los esclavos había incluso aborígenes de Australia, Oceanía y N ueva Guinea). En los siglos XVII-XVIII la m ayo­ ría de los cautivos negros eran traídos de la costa occidental de Africa. Y sólo después de haber sido prohibido el tráfico de es­ clavos por convención internacional, en el siglo XIX, y cuando la costa occidental del Continente Negro apareció bajo la vigi­ lancia de los buques de guerra de Inglaterra, Francia y EE. UU . se produjo un notorio aumento de la afluencia de esclavos desde las costas de Africa Oriental: de Zanzíbar, Madagascar y M ozambique. Los traficantes de esclavos de Nueva Inglaterra escogieron para sí la parte central de la costa occidental africana: Sierra Leona, Costa de la Pimienta, Costa de Oro, Costa de los Es­ clavos, C osta de Marfil y delta del Níger. Tam poco se olvida­ ron de Angola y Congo. En particular, en Costa de la Pimienta se dedicaban a la trata de esclavos como intermediarios los pueblos del grupo guineo de los cru y las tribus vai del grupo mande; en C osta de Oro, las tribus fanti y ashanti: los akim, akwami, korom antin, mina, fetu, así como ga y ewe; en la Cos­ ta de los Esclavos, los zwe y fons (dagomeyanos); en las costas 98

de la actual Nigeria, los yoruba, ibo, bini, igo, idgo ibiobio, etc. M as el comercio de esclavos no se lim itaba a la zona coste­ ra, sino que se extendía a las profundidades del continente. M, Herskovitz considera que la m asa principal de cautivos era traída de lugares distantes de la costa en no más de 300-500 ki­ lóm etros5. Pero también eran apresados en regiones más pro­ fundas del continente y obligados a recorrer a pie y encadena­ dos hacia los puertos entre 1.000 y 1.500 kilómetros. Los Esta­ dos de la costa de Guinea superior en el siglo XVIII m antenían vínculos comerciales constantes con las regiones del interior de las que llegaban las caravanas de cautivos, con frecuencia a las desem bocaduras de los ríos Volta, G abón y otros, des­ pués de 60-80 días de travesía. M uchos de los prisioneros ha­ blaban lenguas desconocidas en el litoral, no se entendían en­ tre sí y durante el trayecto desde el interior del continente has­ ta los mercados de la costa pasaban por las m anos de varios traficantes intermediarios. Los propietarios de los esclavos, por lo general, no sabían el nombre correcto de los pueblos a los que pertenecían los cautivos adquiridos por ellos y con mayor frecuencia lo susti­ tuían con el nom bre del lugar donde los habían com prado. Por ejemplo, los africanos adquiridos cerca del río Gallinas en la Costa de Sotavento eran vendidos en América como “ galli­ nas” ; los de la región del río Cestos en Sierra Leona como “ cestos” ; de la región de W hydah y A rdra en la Costa de los Esclavos como “ whydas” , “ ardras” , “ popos” o “ nagos” (de­ nominaciones dagomeyanas de las tribus yoruba); los com pra­ dos en la C osta de Oro, donde se encontraban los fuertes cons­ truidos por los europeos de K orom antin y El M ina, como “ korom antinos” y “ minas” ; en el delta del Níger, como “ calabaras” ; en Bonny como “ bonnys” , y casi todos los africanos del grupo de tribus mande, adquiridos en las costas de Sierra Leona, iban en las subastas en el Nuevo M undo como “ m an­ dingas” . Todas esas denominaciones eran nom bres colectivos nue designaban a representantes de muchas tribus y pueblos, por cuanto en los mercados de esclavos de W hydah y Calabara, Bonny y Ardra, como en los fuertes europeos, aparecían cautivos procedentes de las regiones internas más distintas del Africa. Entre los pueblos africanos más numerosos cuyos re­ presentantes cargaban las cadenas de la esclavitud en las plan­ taciones de América del N orte se pueden m encionar los fula, korom antin, ibo, yoruba, ewe, ashanti, fanti y varios pueblos de Angola. Todos ellos hablaban idiomas distintos. Las insti tuciones so99

ciopolíticas en las zonas donde habían sido apresados igual­ mente eran distintas: desde las propias a las tribus errantes y sem ierrantes hasta las del feudalismo tem prano. En el nivel de vida y el nivel cultural tam bién había sustanciales diferen­ cias. Sin em bargo, entre los naturales de esas regiones había, asim ism o, m ucho de com ún, pues la economía de la m ayoría de los pueblos de Africa se basaba en la agricultura tropical a azadón con preponderancia del sistema de quem a de terre­ nos y la propiedad colectiva sobre la tierra. Tam bién había m ucho de com ún en su cultura espiritual: en la música, las danzas y el folklore oral. W. D u Bois señala, por ejemplo, que antes de llegar los europeos al Africa Negra la cultura de m u­ chos de los pueblos que la habitaban estaba bastante desarro­ llada. Algunos investigadores consideran que por cada esclavo que llegaba a América eran cinco o seis los que m orían en Afri­ ca durante las guerras por la caza de cautivos y el recorrido hasta la costa, en los corrales donde eran m antenidos hasta la llegada de los buques negreros y, por último, en las bodegas de esos barcos durante la “ travesía interm edia” de muchas sema­ nas de duración. Si además se tom a en cuenta que siempre los jóvenes y los más fuertes eran los que se procuraba someter al cautiverio, se podrá arribar a la conclusión de que llegaban a las plantaciones los más resistentes de los africanos, aquellos que habían podido soportar todas las penurias del terrible tra­ yecto hacia el Nuevo M undo. Pero aquí, en un medio ajeno, a miles de kilómetros de su patria, los esclavos traídos de dife­ rentes lugares de Africa que hablaban distintas lenguas y te­ nían muy variados antecedentes sociales, sumidos a la condi­ ción de animales de labranza en un país extraño, quedaban “ destribalizados” , es decir, sin raíces ni origen. La esclaviza­ ción en las colonias destruyó sus vínculos familiares y dioses domésticos, sus creencias y prácticas religiosas, los privó de identidad social. De hecho fueron anuladas las posibilidades de reconstruir una organización social que les permitiese con­ servar, desarrollar e inm ortalizar las tradiciones africanas y el legado de la cultura africana. Por lo demás, los amos daban preferencia al com prar a los jóvenes, y la juventud, como se sa­ be, es portadora inexperta de la herencia cultural. Privados de raíces geográficas, tradicionales y sociales, los negros esclavos, en un medio cultural extraño y opresivo, no se encontraron en condiciones de unirse, ya que las plantaciones se hallaban diseminadas en un enorm e territorio, y sobre todo por la razón de que, inmediatamente después de llegar y ser 100

vendidos, eran enviados en pequeñas partidas a diferentes plantaciones. Los esclavistas suponían no sin fundam ento que los esclavos se podían hacer más sumisos al no tener al lado a coterráneos suyos. En la plantación al novato lo ponían ju n ­ to con los esclavos que ya habían olvidado o recordaban muy poco su vida en Africa. Por la fuerza de las circunstancias aquel debía adaptarse al nuevo medio: aprender el idiom a in­ glés, asimilar los nuevos hábitos laborales, norm as de conduc­ ta, las costum bres americanas, etc. Así com enzaba el proceso de asimilación: en la vida corriente, cultural, social, pero ante todo en lo que se refiere al lenguaje. Desde el prim er m om ento el novicio se veía obligado a aprender el idioma de sus p atro ­ nos: el único en el que hablaban en la plantación y en el que podía comunicarse con otros esclavos. Las diferencias en el clima y la economía, en las relaciones socioeconómicas en distintas colonias determ inaban las que caracterizaban la ocupación y situación de los esclavos. Esto, a su vez, acondicionó las diferencias en el grado y los ritmos de asimilación por estos últimos de las formas exteriores de la cul­ tura angloam ericana y de aprendizaje del idioma inglés. Los criados, por ejemplo, copiaban más pronto la m anera de com ­ portarse de sus amos, participaban en su vida religiosa (inclu­ yendo la asistencia a la iglesia donde tenían asignado un sector especial) y, lo que es más im portante, adoptaban más pronto el idioma correcto de sus patronos, mientras que los esclavos que trabajaban en la plantación hablaban un dialecto. Claro está, es difícil determinar cuán elevado era el nivel en que se llegaba a dom inar el idioma inglés y cómo variaba de un lugar a otro. En todos casos, descontando algunas regiones aisladas, la m ayoría de los esclavos ya en la prim era generación se desa­ costum braban de la lengua y las tradiciones de Africa. Poco a poco avanzaba un proceso en el que se borraban las diferencias culturales y étnicas, una especie de “ destribalización” ; la anterior multiplicidad de las culturas tribales en las pesadas condiciones de una esclavitud de muchos años y de cruel opresión iba atenuándose y desaparecía. La segunda ge­ neración de esclavos que nunca vieron Africa y que hablaban sólo en inglés, que conocían únicamente el medio americano, su fauna, ñora y clima poco a poco olvidaba los recuerdos que les transm itían m adres y padres sobre la patria. La tercera, y con más razón la cuarta generación, recibían ya muchas ve­ ces con escepticismo los fragmentos de los relatos familiares sobre el Africa. De los hábitos y costumbres, esperanzas y te­ mores que despertaban la emoción de sus antepasados del 101

C ontinente Negro, ya nada les quedaba. Al mismo tiempo el destino, la lengua y los intereses comunes que se creaban en la experiencia de vida com ún en suelo am ericano, el trabajo y la lucha contra los esclavistas y el yugo racial, poco a poco los unían entre sí form ando la base objetiva para la aparición de un sentim iento de solidaridad de grupo y la constitución de elem entos de com unidad sociorracial. A ello contribuía en gran m edida no sólo el propio institu­ to de la esclavitud, sino tam bién la persistente política de fo­ m ento del racismo entre la población blanca de las colonias que im pulsaban los esclavistas y sus testaferros. La prohibi­ ción de los m atrim onios entre los blancos y los negros, los có­ digos sobre esclavos y toda la legislación relacionada con la es­ clavitud trazaron una nítida frontera social entre dos razas. El racismo se convirtió en ideología oficial de la cúpula gober­ nante de las colonias. Las leyes y los esfuerzos del aparato pro­ pagandístico estuvieron orientados a inculcarle al americano blanco la idea de la eterna “ inferioridad racial” de los negros. D ebido a que la diferenciación racial coincidía con la división en esclavos y amos, los intereses clasistas adoptaron el aspecto de prejuicios raciales en los cuales quedaba oculta la base so­ cioeconómica que les daba origen, apareciendo éstos como una especie de “ norm as” naturales y evaluaciones de los blan­ cos. Y, por cuanto cada generación de colonos blancos encon­ trab a ya estructurados un m odo de vida, estándares de com ­ portam iento y de cultura, no hacía más que adaptarlos asimi­ lando las form as y estereotipos característicos de las relaciones y las ideas. Los esfuerzos de la iglesia y de los sectores gobernantes dieron paulatinam ente sus frutos: hacia los tiempos de la gue­ rra de la independencia la ideología de la superioridad de los blancos y del racismo alcanzaron calar muy hondo en la con­ ciencia de las masas de las colonias. “ En lo concerniente a los negros — expresa el historiador progresista norteamericano H. A ptheker— , en América durante el siglo XVIII dom inaba un hondo racismo... Los negros eran considerados seres infra­ hum anos, y, si se los incluía en la especie hum ana, sólo como un com ponente inferior innato de la misma” 5. La esclavitud y el racismo dejaron, de esa m anera, un profundo rastro en la sicología de la nación americana que se estaba formando. Existieron, sin embargo, factores que coadyuvaron a la asi­ milación de los africanos. Entre ellos el más im portante fue el idiom a, el medio y la religión común con los americanos blan­ cos. Particularm ente notorio era su efecto allí donde los ne­ 102

gros esclavos entraban en contacto con la casa, los hábitos, el trabajo y toda la vida familiar de sus amos blancos, es decir, ante todo en las granjas y ciudades de N ueva Inglaterra, así como entre los ocupados en el servicio doméstico en las colo­ nias sureñas y de la región atlántica media. En cuanto a la religión, las diferentes iglesias existentes en las colonias no habían podido atraer a grandes cantidades de feligreses negros hasta que a finales del siglo XV III com enza­ ron a desarrollar entre ellos una intensa actividad m isionera los baptistas y metodistas. Según las palabras del sociólogo afroam ericano E. F. Frazier, “ lo más significativo en el proselitismo de los misioneros baptistas y metodistas era lograr pre­ sentar al cristianismo ante los esclavos como una sencilla y emocional apelación a que la providencia los liberase de las frustraciones y la opresión que sufrían en su vida. M ás que cualquier otra cosa ello contribuyó al establecimiento de lazos de unión entre los esclavos y dio sentido a su existencia en un m undo ajeno” 6. Un im portante factor que contribuyó a la asimilación fue­ ron las relaciones sexuales entre las razas. N o se puede negar que esas relaciones, señala Frazier, “ tendían a socavar los principios formales y legales en los que se apoyaba la esclavi­ tud... y hacían posible el camino de la asimilación... Los niños, que a veces casi ni se distinguían de los blancos, heredaban los ideales, sentimientos y ambiciones de sus padres blancos. Sus madres, m ulatas por lo general y poseedoras ya de cierta cultu­ ra y de la percepción de la raza maestra, eran asimiladas aún más por el grupo blanco gracias a su estrecha vinculación con las clases cultas en el sur” 7. El investigador norteamericano E. B. Reuter, que estudió este problema, consideraba que la mezcla racial durante el pe­ ríodo colonial se producía incluso de m anera más rápida que en el período 1783-1863. Según su opinión el núm ero de m ula­ tos en las colonias ascendía a mediados del siglo XVIII a 21.000 ó 22.000 personas, y en 1790, a 60.0008. Particular­ mente grande era la proporción de m ulatos entre los negros de la ciudad, y no sólo por el hecho de que la mezcla entre las ra­ zas estaba allí más difundida, cuanto por la circunstancia de que los dueños de las plantaciones dejaban a sus hijos m ulatos “ilegítimos” en libertad y éstos, al obtenerla, se iban a las ur­ bes. Por eso, por ejemplo, aunque la parte alícuota de los ne­ gros entre la población de Nueva Inglaterra era mucho m enor que en las colonias sureñas, la parte de los negros libertos allí era superior. Como resultado, la población de color de las co­ 103

lonias norteñas, y después de los respectivos Estados, siempre se distinguió por una m ayor presencia de “ sangre blanca” que en otras regiones del país. Y, sin duda, entre la capa de negros libres que apareció en las ciudades el proceso de asimilación pudo haber avanzado m ucho más rápido si desde un principio no le hubiera puesto trabas la discrim inación racial fom entada por los sectores gobernantes. El trabajo de los esclavos constituyó un factor de prim er orden en la acum ulación originaria de capital en las colonias, y la esclavitud de los negros, de esa m anera, representó un ele­ m ento indivisible de la génesis y el crecimiento del capitalismo am ericano. A unque los negros esclavos com ponían solamente el 20% de la población, significaban, como subraya acertada­ m ente H. A ptheker, una parte m uy grande de la fuerza pro­ ductiva del país, pues com enzaban a trabajar desde los nueve años y no cesaban de producir toda la vida hasta que no llega­ ba el agotam iento físico; también cabe tener en cuenta que prácticam ente todas las mujeres esclavas trabajaban. Por lo tanto, com o fuerza productiva el pueblo negro desempeñó un papel enorm e ya en los albores de la historia norteam ericana. M ás aún, según la opinión de Aptheker, la nación nortea­ m ericana difícilmente podría haber aparecido ante el m undo en el siglo XV III de no haber contado con la mano de obra ne­ gra. “ Los hechos dem uestran — escribe A ptheker— que las actividades del 20% de la población de América revoluciona­ ria que representaron los negros fueron de fundam ental im­ portancia... En el potencial laboral de esos 600.000 se asentaba en gran parte la capacidad económica de la naciente repúbli­ ca” 9. Pero los negros no sólo contribuyeron a multiplicar las ri­ quezas de América y a la aparición de la nación norteamerica­ na. Ya en el período colonial hicieron tam bién su aporte al de­ sarrollo de la cultura de la nación que emergía. Es sabido, por ejemplo, que los famosos muebles tallados de m adera fina, así como m uchas de las casas más hermosas adornadas con m ag­ níficas rejas que aparecieron en el siglo XVIII en las ciudades del sur fueron obra de esclavos artífices negros. Los contem ­ poráneos conocían muy bien los nombres de los matemáticos negros Thom as Fuller, Benjamin Banneker, del médico James D urham , etc. Los africanos dejaron su seña también en las letras y las ar­ tes de América colonial. En el siglo XVIII aparecieron los pri­ meros negros poetas y escritores: Lucy Terry, Jipiter Hamm on, George Moses H orton, Phyllis Wheatley, el poeta y com­ 104

positor N ew port G ardner, los músicos Zelah, de G roton, y Polidor G ardner, los pintores Scipio M oorehead y Joshua Johnson. Ya en ese tiempo los ritm os de Africa com enzaron a filtrarse al acervo musical norteam ericano: al aparecer en nuevas condiciones que revolucionaron su sicología, form a de pensar, los temas y fábulas de su creación artística, los africa­ nos entraron en contacto con otras culturas nacionales y en in­ teracción con ellas dieron origen a nuevos géneros musicales. Al confluir con la música y las canciones de los colonos blan­ cos, las melodías negras, las canciones y danzas de las planta­ ciones, los “ himnos espirituales” de los esclavos ingresaban poco a poco en el folklore oral y musical del lugar para con­ vertirse varios decenios más tarde en parte indivisible de la música popular norteamericana. De esa m anera, desde el principio mismo de la coloniza­ ción del territorio de las trece colonias inglesas de América del N orte por los europeos, la historia de los negros americanos se entrelaza estrechamente con la del resto de la población, y el aporte de los mismos a la formación de la nación norteam eri­ cana es bastante grande. V. I. Lenin llamó a la guerra de las colonias norteam erica­ nas de Inglaterra por su independencia (1775-1783) “ una de las grandes guerras verdaderamente... revolucionarias, tan es­ casas” l0. La misma sentó los cimientos de una nueva nación, llevó a la creación de un Estado independiente, los Estados Unidos de América, con form a republicana de gobierno, libe­ ró al m ercado nacional del dominio extranjero y abrió el cami­ no para un desarrollo más rápido de la industria y el comercio, particularm ente en el norte, eliminó en gran parte el sistema feudal de posesión de la tierra, separó a la iglesia del Estado y sentó las posibilidades objetivas para que la población tra b a ­ jadora blanca pudiera obtener los derechos básicos ciudada­ nos. Empero, estas medidas revolucionarias no se extendieron a la parte sur del país. Los dueños de las plantaciones siguie­ ron conservando aquí no sólo los latifundios, sino tam bién una forma precapitalista de explotación: el trabajo esclavo de los negros. La Constitución de 1787, fruto del com prom iso po­ lítico entre las clases de los propietarios de plantaciones del sur y de los comerciantes e industriales del norte, que ya entraron en competencia, partía no sólo del reconocimiento tácito de la esclavitud, sino también de la perspectiva de conservarla para un tiempo indefinido en el futuro. De hecho ajustó aún más el yugo de la esclavitud y falta de derechos que cargaba la pobla­ ción negra. 105

La revolución, al liberar al pais de la dom inación inglesa, abrió el cam ino para un desarrollo más rápido del comercio y la industria norteam ericanos. Pero al mismo tiempo en la evolución de la econom ía iban m anifestándose cada vez con m ayor nitidez dos tendencias: el rápido desarrollo de las rela­ ciones capitalistas en el norte y el afianzam iento de la econo­ mía esclavista de las plantaciones que trababa el desarrollo de esas relaciones en el sur. Ya en 1810 el valor de la producción industrial en el norte era el doble de la del sur, y con cada dece­ nio esta brecha iba en aum ento. En los años 70 y 80 del siglo XVIII la esclavitud en Améri­ ca del N orte había sufrido una crisis y era económicamente inestable. Prim ero Rhode Island, Connecticut y Delaware, y luego los demás Estados del norte optaron por aboliría. Pero la revolución industrial en Inglaterra y, particularm ente, en la industria textil que provocó un abrupto crecimiento de la de­ m anda de m ateria prima para ella, así como el invento de la lim piadora de algodón en 1793 por el mecánico Eli W hitney que elevó el rendim iento del trabajo de los esclavos en esa ope­ ración laboral prim ero en cien y luego, al introducirse la m á­ quina de vapor, en mil veces, cam biaron bruscam ente la situa­ ción. Si en 1790 en EE. UU . la producción de algodón fue de 3 millones de libras, en 1860 esa cifra ascendió a 3.800 millones de libras. Sus exportaciones en 70 años aum entaron en cente­ nares de veces. El sur norteam ericano se transform ó en un do­ m inio del “ rey de los cultivos” . Pero la economía esclavista de las plantaciones podía desa­ rrollarse y ser rentable sólo ensanchando incesantemente su superficie. El factor principal de la producción era la tierra ap­ ta por sus cualidades naturales para el cultivo del algodón, amén del trabajo primitivo de los esclavos que labraban los campos y recogían la cosecha. N o se utilizaban m áquinas ni fertilizantes. El capital se invertía no en la producción misma, sino en la adquisición de tierras y de esclavos. Y, por cuanto en América las tierras entonces abundaban y para los esclavis­ tas se vendían barato, las plantaciones de algodón avanzaban cada vez más y más lejos hacia la parte occidental del conti­ nente. Es por eso que la producción de algodón en M aryland, Virginia y Carolina del N orte, después de un breve ascenso a comienzos del siglo XIX, cayó muy pronto y dichos Estados se transform aron en “ fronterizos” que se especializaban en la reproducción de esclavos para su venta a los Estados “algodo­ neros” . En los años 30-40 el “viejo sur” cedió en el avance del algodón a los nuevos Estados próximos al Golfo de México: 106

Alabama, Mississippi y Luisiana a los que se trasladaron con sus cautivos gran parte de los esclavistas de la región atlántica del sur. Desde 1791 hasta 1808, cuando la trata de seres hum anos con Africa quedó oficialmente prohibida, de ahí fueron traí­ dos a EE. U U ., según los diferentes datos, de 70.000 a 100.000 esclavos, es decir, de 4.000 a 6.000 en térm ino medio por año. i Pero, aunque Estados Unidos habían asumido la obligación de patrullar, junto con Inglaterra, la costa africana y reprimir del m odo más severo semejante comercio, sus buques de gue­ rra le hacían de hecho el juego a los negreros norteam ericanos. I Como resultado de ello el tráfico de esclavos africanos en el si| glo XIX no sólo no menguó, sino que siguió aum entando de año en año. Conforme con datos de distinta clase (las cifras exactas se desconocen), entre 1808 y 1830 eran traídos anual­ mente a los EE. UU . entre 5.000 y 15.000 cautivos. Prim ero los llevaban a Cuba y, de allí, bajo el m anto de la noche, los tras­ ladaban a puntos secretos ubicados en los Estados algodone­ ros de la costa del Golfo de México. Diversas fuentes estiman que entre 1808 y 1860 fueron in­ troducidos ilegalmente en E E .U U . entre 270.000 y 500.000 africanos. Los dueños de plantaciones los com praban con ga­ nas, pues los esclavos traídos de Africa eran más baratos que los criados en EE. UU. y más “ sumisos” , ya que no conocían i el idioma inglés y no asimilaban pronto la nueva situación pa­ ra ellos desconocida; era más fácil explotarlos. Pero los negros im portados de contrabando no podían sa­ tisfacer las dem andas en constante aum ento de los Estados al! godoneros de mano de obra. La reserva principal en el siglo j XIX era el aum ento vegetativo de la población de color y la j tra ta interna. Los Estados de Delaware, M aryland, Virginia : del Oeste, Carolina del N orte y, después, Tennessee, Missouri y, en los años 50 también Carolina del Sur se transform aron en 1 los principales abastecedores de esclavos para las plantacio­ nes. En los mediados del siglo XIX salían de aquí el 80% del || total de cautivos que ingresaban en los Estados algodoneros (llegando a veces a 100.000 por año). Esos Estados, en cierto sentido, se transform aron en agentes de difusión del sistema esclavista. El traslado del centro de la economía algodonera de las plantaciones hacia el suroeste hizo que se produjeran conside­ rables cambios en el número de la población de color en las principales regiones del país. En particular, entre 1810 y 1860 ; la cantidad de negros en el “viejo sur” incrementó el doble y, 107

en el “ nuevo” aum entó en 10 veces. H acia los inicios de la G ue­ rra de Secesión la m asa principal de los negros esclavos estaba concentrada en territorio del “ cinturón algodonero” , denominado m uy pro n to precisam ente por esa causa con el nom bre de “ cinturón negro” . Este, com enzando en Virginia suroccidental y ocupando una parte de C arolina del N orte y casi toda C arolina del Sur, pasaba en diagonal por Georgia, la m itad sur de A labam a y, ensanchándose de golpe en Mississippi, se­ guía por Luisiana a la parte oriental de Texas. Para ese tiempo la población del sur rebasó los 12.200.000 habitantes, estando com puesta por 8.000.000 de blancos, 3.900.000 de negros esclavos y 250.000 negros libres. La pobla­ ción blanca se dividía en lo fundam ental en propietarios de es­ clavos, pequeños granjeros y “ desposeídos blancos” . Pero las contradicciones básicas de clase en el sur eran las contradiccio­ nes entre los esclavos y los amos. Estos últim os ascendían a cerca de 325.000. Unos 77.000 poseían un esclavo cada uno; alrededor de 145.000 contaban entre 2 y 9 esclavos; otros 90.000 tenían de 10 a 49; 10.000 de 50 a 99 y, 1.700, 100 y más esclavos cada u n o 11. Sin em bargo, la influencia y el poder económico y político se encontraban en m anos de un escaso grupo de grandes y supergrandes propietarios. “ U na oligar­ quía de sólo 8.000 dueños de esclavos — escribió W. E. B. Du Bois— gobernaba en realidad en todo el sur” 12. H abía ocu­ pado las mejores tierras, poseía el 75% de todos los esclavos y ante todo en sus bolsillos iban a parar las riquezas produci­ das por el trabajo de los negros. A unque la vida económica y política del sur se basaba en el sistema de las plantaciones esclavistas, sólo 1/6 de las propie­ dades podían ser clasificadas como plantaciones en el sentido cabal de la palabra. En 1850 en ellas estaban ocupados 2.500.000 negros esclavos (otros 400.000 vivían en las ciuda­ des, 300.000 atendían a las familias y residencias de los dueños de plantaciones). Alrededor de las 3/4 partes de las explotacio­ nes se dedicaban al cultivo del algodón y el 15% al del tabaco. M ás o menos la cuarta parte de los negros trabajaban en ex­ plotaciones que contaban hasta 10 esclavos cada una, la mitad en explotaciones que tenían de 10 a 49 y, la cuarta parte res­ tante, en explotaciones con 50 y más esclavos cada una 13. Las plantaciones norteam ericanas de la prim era mitad del siglo XIX se diferenciaban radicalmente de las que existieron en Virginia y otras colonias un siglo antes. Todo lo que produ­ cían estaba destinado en lo sustancial a ser vendido en el mer­ cado m undial, y toda su existencia tenía por fin único obtener 108

el máximo de ganancia. Com o había expresado Carlos M arx, “ a la par que im plantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, la industria algodonera servía de acicate para convertir el régi­ men más o menos patriarcal de esclavitud de los Estados U ni­ dos en un sistema comercial de explotación” 14. Los esclavos comenzaron a ser utilizados sobre todo en la producción de algodón, y ello permitió transform arlo en el producto principal de los Estados sureños. En lo que se refiere a las herram ientas de producción, la indum entaria y el calzado para los esclavos e, incluso, muchos productos alimenticios, todo ello empezó a ser adquirido en su m ayoría en el mercado. La división del trabajo en el mercado mundial fue precisam en­ te lo que les permitió a los Estados del sur producir un gran ex­ cedente, lo cual, por otra parte, no fue un resultado de la ferti­ lidad del suelo o de la eficiencia del trabajo de los esclavos, si­ no sobre todo del carácter unilateral de este trabajo. No es de extrañar que las plantaciones esclavistas hayan participado en | 1860 con un 88% de toda la cosecha de algodón de EE. U U ., j y las pequeñas granjas, con un 12% 1S. El cultivo y la producción de algodón exigían de los escla­ vos un trabajo mucho más intenso que el que reclam aban otros cultivos. Junto con el incremento incesante de la dem an­ da de algodón, ello condujo en los años 30-50 del siglo XIX ; a una explotación sin precedentes de los negros y a la implan­ tación de un sistema todavía más rígido de vigilancia y m ando de los mismos. “ Los torm entos bárbaros de la esclavitud, de la servidumbre, de la gleba, etc. — escribió C. M arx —, se ven | acrecentados por los torm entos civilizados del trabajo excei dente... Pero, tan pronto como la exportación de algodón pasó ( a ser un resorte vital para aquellos Estados, la explotación inj tensiva del negro se convirtió en factor de un sistema especulaj do y especulativo, llegando a darse casos de agotarse en siete : años de trabajo la vida del obrero. Ahora, ya no se trataba de : arrancarle una cierta cantidad de productos útiles. A hora todo i giraba en torno a la producción de plusvalía por la plusvalía misma” 16. Con semejante sistema, particularm ente en las grandes plantaciones de Carolina del Sur, Mississippi y Luisia' na, a los esclavos los obligaban a trabajar hasta el agotam ien­ to. Su m ortalidad incluso tom ando los datos de las estadísticas oficiales superaba su crecimiento vegetativo. La existencia de los negros esclavos era muy dura. Pero más dura era la de la esclava negra que no sólo tenía que tra* bajar en el campo a la par del hombre, sino educar a los hijos y, con frecuencia, ser el sostén principal de la familia. Ya en el ¡

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siglo XV III algunos am os, p ara aum entar el núm ero de sus es­ clavos, se ocuparon de la “ cría” de los mismos. E. F. Frazier escribe que “ se conocen casos cuando algunos negros varones eran utilizados com o reproductores” 17. En los años 30-50 del siglo X IX en los Estados “ fronterizos” que abastecían de es­ clavos las plantaciones del bajo sur, la “ cría de esclavos” se transform ó en un im portante renglón de ingresos, y “ a cada m ujer negra — según las palabras de F. L. Olmsted, corres­ ponsal del New York Times que en los años 50 hizo varios via­ jes por el sur — la m iraban com o a una yegua de raza” . T am ­ bién se refirió a ello A. Lakier, viajero ruso que visitó esos años los Estados del s u r 18. Adem ás, los amos obligaban a las esclavas al concubinato. Estas no tenían derecho alguno a la defensa contra los requeri­ mientos de sus dueños y de los hom bres blancos en general. Todavía en el período colonial, pese a las leyes que prohibían los m atrim onios y los vínculos extram atrim oniales entre los blancos y los negros, este último tipo de relaciones estuvo bas­ tante difundido. Pero a medida en que iba afianzándose en la m entalidad de los norteam ericanos la idea de la “ superioridad de los blancos” , fue haciéndose objeto de la condena social y del más duro castigo la simple vinculación del hom bre negro con la m ujer blanca. En cuanto a los varones blancos, el con­ cubinato de los dueños de plantaciones y de sus hijos, así como de los capataces y desposeídos blancos con las esclavas negras, tanto en el sur como en el norte, adquirió en los siglos XVIIIXIX considerables proporciones. Aunque son difíciles de esti­ m ar los casos de relaciones extramatrimoniales de los amos con sus esclavas, existen suficientes pruebas que m uestran la amplia difusión del concubinato e, incluso, de la poligamia de los patronos blancos. U n resultado corriente de tales relacio­ nes fue la existencia de familias negras con hijos m ulatos cuya cabeza era la madre. En las ciudades, particularm ente allí donde no existía un control cotidiano tan estricto sobre los esclavos como en las plantaciones y donde había muchos negros libres, las relacio­ nes entre los varones blancos y las mujeres negras revestían por lo común un carácter eventual. En las ciudades del sur no sólo en el siglo XVIII, sino también en el XIX la trata de ne­ gras y m ulatas, que después iban a parar a los prostíbulos, se transform ó en parte de la trata general de esclavos. En Charleston y luego en Nueva Orleans cosa común era el concubina­ to de los señores ricos de raza blanca con mulatas. En el período colonial los negros, libres y esclavos con mu­ 1 10

cha frecuencia contraían m atrim onio con mujeres indias. Se­ gún el testimonio de L. J. Greene, se puede n otar la presencia de sangre india en muchas familias negras de Nueva Inglaterra tam bién hoy día. Después de 1830, cuando decenas de miles de indios del sureste fueron expulsados a las praderas del territo­ rio que se les asignó al oeste del río Mississippi, los prim eros en ser trasladados allí fueron los chocktawes. Para ese tiempo entre ellos se había destacado ya una cúpula rica que poseía plantaciones de algodón en las que trabajaban negros escla­ vos. En la tribu había también negros libres que habían con­ traído m atrim onio con mujeres indias. M ucha “ sangre negra” tenían los pamunky, chickahominy, m urshphy y narrangansetts. Por último, grandes propietarios de esclavos eran los cherokes, chiekasawes, creeks y seminóles que tam bién se mez­ claron en singular medida con los negros. H asta mediados del siglo XIX en los censos norteam erica­ nos los m ulatos no se diferenciaban en m odo alguno de los ne­ gros. En los censos de 1850 (cuando fueron registrados aparte por prim era vez) y 1860 el término de “m ulato” quedó incor­ porado, pero sin ser definido de m anera especial; en los de 1870 y 1910 se aplicaba a los individuos con cualquier vestigio visible de sangre negra con excepción de los negros “ puros” ; en el de 1890 los negros con mezcla en la sangre eran clasifica­ dos como m ulatos, quadrones y octorones. En 1860 el núm ero de m ulatos alcanzó a 588.300 personas (13,2% de toda la po­ blación negra), incluidos 411.600 esclavos (10,4% del total) y 176.700 libres (36,2% de todos los negros libres)19. Por otra parte, según las palabras del presidente A. Lincoln, sólo “ un número muy insignificante de ellos descendían de hombres blancos y mujeres negras libres; casi todos habían nacido de esclavas negras y amos blancos” 20. A mediados del siglo XIX había en EE. UU. 2.800.000 es­ clavos viviendo en las plantaciones. Para entonces la estratifi­ cación social entre ellos ya era totalm ente clara y por su com ­ posición en m odo alguno representaban una masa hom ogé­ nea. Más de 1.500.000 esclavos de las plantaciones grandes y medianas estaban ocupados en el campo y casi no tenían contacto con los norteamericanos blancos si no se cuenta al capataz, el médico y, a veces, al dueño que asís tía a la iglesia. En algunas grandes explotaciones los negros que trabajaban en el campo veían a un hom bre blanco a veces con m enor fre­ cuencia que sus antepasados en el Continente Negro. Si ade­ más se tom a en cuenta la circunstancia de que muchos de ellos habían sido traídos a EE. UU. directam ente desde Africa, ha­ iii

brá que reconocer que ninguna asim ilación rápida por la na­ ción norteam ericana pudo haberse producido en ese período. En m uchas grandes plantaciones de G eorgia, Mississippi y Luisiana “ los esclavos — según E. F. F razier— aparecían en un estado de barbarie aún m ayor que la condición en que se encontraban en su p atria” . Lo mismo pasaba en otras regio­ nes. En calidad de ejemplo Frazier cita el caso de los esclavos de las “ plantaciones de algodón de las islas de la costa de C a­ rolina del Sur, los cuales en el aspecto cultural estaban muy a la zaga de los negros de la región de Piedemonte. Y los de las grandes plantaciones de la isla de Santa Elena — escri­ b e — eran todavía menos civilizados que los de las plan­ taciones más pequeñas de la isla de San Simón” 21. Claro está que en tales grupos de esclavos la lengua, las costum bres y tra­ diciones de su pasado africano se conservaban durante más largo tiempo. Sin em bargo, alrededor de la m itad de los propietarios de plantaciones tenían cuatro o menos esclavos. En tales casos es­ tos últim os trabajaban por lo común al lado del patrón, a ve­ ces vivían en una misma casa y comían con él. “ En Carolina del N orte, sin duda, lo notable era que la esclavitud... era aquí de un tipo más suave... Las granjas eran pequeñas. Los propie­ tarios disponían de varios esclavos. Estaban en trato perm a­ nente con ellos, juntos trabajaban en el campo hom bro a hom ­ bro. Las cabañas de los esclavos se encontraban en el mismo terreno que la sencilla casa del dueño. Los hijos de aquéllos y, de hecho, las familias esclavas siempre estaban a la vista del patrón o, con m ayor frecuencia, de la patrona” 22. En tales cir­ cunstancias los contactos permanentes entre los amos y los es­ clavos, sin duda, contribuyeron a una vinculación más estre­ cha entre ellos y a la formación de premisas más favorables pa­ ra la asimilación. Además, en las grandes y medianas plantaciones había una diferencia muy notoria en la posición social de una m ayoría abrum adora de esclavos que trabajaban en el campo y de los que atendían la familia del dueño y su finca. Claro está, las re­ laciones entre los amos y los esclavos domésticos estaban regi­ das por todo un sistema de reglas de etiqueta social que se ha­ bían instituido paulatinam ente a medida que la plantación se fue convirtiendo en una especie de institución social. Entre los servidores domésticos había muchos mulatos, y algunos de ellos se encontraban unidos por vínculos de san­ gre con el dueño. “ Muchos de los sirvientes de la casa — testimonia un viajero inglés que visitó EE. UU. en los años 60 112

del siglo X IX — son m ulatos, y es m ayor aún el núm ero de quarterones y octorones. Casi en todos ellos se ve la presencia de sangre inglesa o española; ello se nota en el color de la piel, en las facciones de la cara, en el porte. He aquí este pálido, blancuzco negro Pete que recuerda a un grande español. Mi amigo Eli se parece m ucho a un juez... Incluso en Richm ond hay en los negros m ucha mezcla de sangre sajona; Eli, Brown y Pete son m ulatos, y la m ayoría de los sirvientes en Estados U nidos son quarterones. Por eso es cierto, como expresaran los maestros de N ueva Inglaterra, que la miscigenación no es nada nueva para el sur, sino algo conocido desde hace m u­ cho” 23. A diferencia de los esclavos ocupados en el campo y aisla­ dos en su m ayoría de casi todo trato con los norteam ericanos blancos, los sirvientes se encontraban en contacto perm anente con el dueño y su familia. Ese contacto cotidiano ejercía una influencia dom inante no sólo en las formas exteriores de com ­ portam iento de los negros domésticos, sino también en su ho­ rizonte intelectual, en su sicología, m odo de pensar, ideas, cri­ terios, pureza del lenguaje inglés, etc. Claro está que todo crea­ ba im portantes premisas para su asimilación. Poco más baja que la de los sirvientes domésticos era la po­ sición de los esclavos artesanos de alta calificación que aten­ dían la plantación y la finca de los dueños: el curtidor, zapate­ ro, carpintero, herrero, etc. Eran tratados mucho mejor y ellos mismos generalmente se m ostraban menos serviles en las rela­ ciones con el patrón. Al mismo tiempo trataban más y de cerca que los sirvientes de la casa con los demás esclavos y, por lo común, gozaban entre éstos de bastante prestigio gracias a su arte y posición. A mediados del siglo XIX unos 400.000 negros esclavos vi­ vían en las ciudades de los Estados sureños. Parte de ellos ser­ vían a sus dueños, pero un número considerable trabajaban en las industrias textil y metalúrgica, en las fábricas de tabaco y de cáñam o, de estibadores en los puertos, en la construcción, en las minas, etc. La creciente competencia de los esclavos no sólo conducía al desempleo entre los obreros blancos, sino ten­ día a reducir fuertemente el nivel de sus salarios. Los periódi­ cos publicaban muchas notas diciendo que a raíz de la com pe­ tencia de los negros esclavos centenares de familias blancas en el sur padecían ham bre y privaciones. En las ciudades los esclavos se hallaban bajo un control m enor que en las plantaciones y disponían de tiempo libre. En las empresas, en la iglesia, las tiendas, cafés y otros lugares tra­ 8-887

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taban con los negros libres y los obreros y artesanos blancos, a veces con ayuda de los que estaban en libertad aprendían las letras y leían los periódicos, se enteraban de las luchas sociales y de la vida política en el país. Su visión de las cosas y su sico­ logía eran en m ucho distintas de las de sus herm anos en las plantaciones. N o es casual que F. Olm sted, al llegar en 1852 a Richm ond, señalaba que los periódicos allí se m ostraban muy preocupados por las múltiples quejas con respecto al “ com portam iento insolente” de los esclavos24. La vida urbana, el constante trato con los norteam ericanos blancos de distintos sectores de la población, el trabajo con­ ju nto con los obreros de esa raza en las grandes empresas en m ucho m ayor grado que incluso en el caso de los esclavos do­ m ésticos y artesanos de las plantaciones contribuyó al desarro­ llo en la conciencia de los esclavos negros de las ciudades el sentim iento de que eran parte de la población y del país en que vivían, form aba en ellos muchos criterios comunes con los tra­ bajadores blancos, así como normas de conducta, puntos de vista sobre algunas cosas y fenómenos. Esto, sin duda, acelera­ ba su asimilación mucho más en com paración con los esclavos de las plantaciones. Sin em bargo, el desarrollo de las premisas que favorecían la asimilación de los esclavos, quienes constituían en 1860 casi el 90% de la población negra de EE. U U ., se veía dificultado por todo un conjunto de factores y, ante todo, por su propia condición esclava. Com prendiendo que aquéllos harían todo lo posible para conquistar la libertad, los esclavistas trataban de m antenerlos en la condición que se encontraban con ayuda de un sistema de leyes, represalias y terror, minuciosamente elaborado todavía desde los tiempos coloniales. La violencia contra los esclavos era impulsada no tanto por la “ m aldad” de los amos como por la necesidad económica, y siempre fue un factor importantísim o en la vigencia de la esclavitud. El esclavo, aunque era reconocido como persona, repre­ sentaba tam bién una propiedad. Sus derechos hum anos que­ daban cercenados por el derecho de propiedad que sobre él ejercía su amo. En los censos no se incluía el nombre y apellido del esclavo, en lugar de ello se inscribía el apellido de su dueño. La descripción de aquél se reducía al registro de su sexo, edad y color de la piel (es decir, si era negro o m ulato). Tanto en 1850 com o en 1860 los censos incluían a los negros en el ren­ glón de bienes patrimoniales. Su humillante condición jurídi­ ca, con algunas modificaciones en diferentes Estados, estaba prescripta en las leyes especiales sobre esclavos o negros que 114

representaban en sí una variante más perfecta de los “códigos” heredados de la época colonial. En A labam a, Mississippi, Luisiana y C arolina del Sur la enseñanza de las letras a los negros se castigaba con la pena de muerte. Temiendo una rebelión, los esclavistas a la vez tra ta ­ ban de dem ostrar que los negros no tenían capacidad para na­ da y su destino era el de seguir siendo esclavos. Sin em bargo, ninguna clase de prohibiciones logró impedir que muchos ne­ gros aprendieran a leer y escribir, igual que ninguna clase de persecuciones pudo evitar que transmitiesen de generación en generación sus relatos y leyendas, o privarlos de sus adm ira­ bles dotes musicales que les perm itieron ya entonces, en la sombría época de la esclavitud, hacer un notorio aporte a la cultura y las artes norteamericanas. La asimilación cultural, como regla, es un proceso bilate­ ral, y los negros no sólo se adaptaban al idioma y las costum ­ bres de los norteamericanos blancos, no sólo accedían a la cul­ tura de la sociedad existente en América, sino la enriquecían también con elementos de la cultura africana. M ás aún, la pe­ culiar idiosincracia de los negros esclavos ejerció determ inada influencia en los norteamericanos blancos y, en particular, in­ cluso en la imagen de muchos esclavistas sureños. La entona­ ción cantarína al hablar, la pronunciación suave y hasta el sen­ tido específico del humor, todos estos eran rasgos típicos del “ gentleman” sureño del pasado originados por el influjo de un prolongado y constante trato con los negros sirvientes de la ca­ sa y allegados a ella. Pero semejante influencia recíproca no sólo se dio en el sur. Por ejemplo, muchos motivos folklóricos de los alemanes de Pennsylvania fueron tom ados de los ne­ gros. Empero, en el proceso de esta interacción cultural los negros se encontraban en condiciones de subordinación respecto a la sociedad blanca dom inante y su cultura y, además, estaban desprendidos de la influencia cultural africana. De las lenguas africanas se conservaron sólo algunas palabras y expresiones. En cuanto a la religión y creencias populares, en esta esfera sí se pueden notar las reminiscencias, pero de ninguna m anera en la medida en que ello se da en el Brasil o en las islas de las In­ dias Occidentales. El fetichismo está todavía presente en algu­ nos ritos, a veces, como señalara Du Bois, en algunos sacrifi­ cios secretos nocturnos, pero con m ayor frecuencia en los fes­ tejos religiosos abiertos que poco a poco se fueron transfor­ mando en ceremonias protestantes y católicas. “ El esclavo predicador reemplazó en cierto sentido al he­ 115

chicero africano y gradualm ente, más de un siglo después, sur­ gió la iglesia africana en calidad de centro y única expresión social de la vida de los negros en Am érica — escribió— . No obstante, algunos rastros de la herencia africana de los am eri­ canos negros se pueden encontrar no sólo en palabras y frases, sino tam bién en los usos, la literatura y el arte, y especialmente en la música y las danzas” 243. Sin em bargo, sean cuales fueren los elementos de la cultura africana que hayan sobrevivido en los negros norteam ericanos en el siglo X IX , la esclavitud los fusionó con la experiencia adquirida en la nueva situación, y los mismos perdieron su sig­ nificado inicial. La cultura popular de los esclavos negros se fue form ando en base a la experiencia adquirida en suelo am e­ ricano y m ucho de lo que se acostum bra designar como aporte específico de los negros a la cultura norteam ericana ha sido ge­ nerado por su esclavitud en América. Tam poco cabe olvidar que en el “ cinturón algodonero” , en el que vivía el grueso de la población negra de EE.U U ., los ne­ gros esclavos no estaban atados a la tierra en el sentido como estaban atados a ella los campesinos europeos que poseían su parcela o incluso los negros de Haití que por generaciones conservaron una herencia cultural que incorporó muchas cos­ tum bres y tradiciones africanas. El agotam iento de las tierras ocupadas por el algodón y el gradual desplazam iento de las plantaciones hacia el suroeste promovieron una considerable movilidad física de la población esclava. No obstante, precisa­ m ente ahí floreció en el siglo XIX la cultura popular de los ne­ gros norteamericanos. En el folklore oral norteam ericano quedaron incorporados refranes y relatos negros que encierran la sabiduría y agudeza del pueblo, ante todo los famosos “cuentos del tío Remus” so­ bre el herm ano conejo, el herm ano lobo y la cabra niñera. Ex­ traordinariam ente rico en cuanto a su género era el folklore musical. M as no todos los géneros de la música negra de Afri­ ca se conservaron en América del Norte. La ejecución instru­ m ental relacionada con las danzas y los ritos de hecho desapa­ reció, con más razón por la circunstancia de que el tam bor re­ sultó un instrum ento prohibido en las plantaciones, pues los dueños temían que sus sones podían significar una señal para la rebelión de los esclavos. Por eso obtuvieron amplia difusión las interpretaciones en un instrum ento primitivo como el ban­ jo. El canto, en cam bio, que se distinguía por una gran varie­ dad de géneros, adquirió entre los esclavos enorme im portan­ cia. 116

La música fue para ellos el medio m ás accesible de autoexpresión, de manifestación de sus sentimientos, y en las cancio­ nes trataban de hallar el sentido de su existencia, de expresar su posición frente a la vida, sus sufrimientos, esperanzas, aspi­ raciones y sueños. Las canciones “ de plantaciones” , “ de m ar” y otras que acom pañaban el trabajo con sus rasgos específicos en el ritmo y la entonación no surgieron de golpe. Al principio eran cánticos de labor que le sirvieron al esclavo novato en la plantación del hom bre blanco del mismo m odo que le servían en su cam po en el Africa. M ás tarde ya se transform an en “ afroam ericanos” com binando antiguas canciones africanas y palabras, frases, coplas escuchadas por aquél en América, y pasado otro tiempo se convierten, por fin, en americanos. Luego aparecieron no sólo canciones de trabajo, sino tam bién de lucha y protesta, bailables, de cuna y canciones líricas, los “ blues” (“ tristes” ) primitivos, predecesoras de los “ blues” ur­ banos de comienzos del siglo XX y, por último, los famosos “ spirituals” (himnos espirituales) negros. Estos recogieron las tradiciones de las canciones de coro de la población anglocelta de las colonias del sur, y por eso son un logro conjunto de dos culturas: la anglo-celta y la afroamericana. El gran com ­ positor checo A. Dvorak, quien vivió muchos años en EE.U U . y notó la síntesis nacional que contenían los himnos espirituales negros fue uno de los primeros en declarar que los mismos representan en sí el verdadero folklore norteam erica­ no, y no un estrecho arte negro. “ Las últimas investigaciones — escribió la musicóloga soviética V. Konen — desde el punto de vista puram ente científico corraboran que, con relación a los ‘spirituals’ negros, no se puede hablar ni de construccio­ nes africanas sobre un fundam ento europeo ni de influencias europeas sobre una base africana. Nos hallamos en presencia de un interesantísimo caso de síntesis artística lograda total­ m ente en el terreno social y cultural de E E .U U .” 25. Los himnos espirituales, que nacieron en las reuniones reli­ giosas, en las iglesias negras, que extraían con frecuencia sus imágenes y alegorías de la Biblia y que representaban en sí una especie de recopilación de la poesía popular la cual, en form a de codo plasmó la visión del m undo, las aspiraciones y sueños de los esclavos, ya desde finales del siglo XV III y la prim era mitad del XIX se transform an en parte indivisible de la música norteamericana. N o es casual que haya recurrido a ellos con tanta am plitud uno de los fundadores del arte nacional del canto norteam ericano, el popular com positor autodidacta Stephen Foster (1826-1864). 117

Poco antes de com enzar la G uerra de Secesión había salido del norte hacia el interior de los Estados sureños una expedi­ ción p ara estudiar la cultura y los hábitos de los negros escla­ vos. U no de sus resultados fue el libro de W. F. Alien y Ch.P. W are Canciones de los esclavos en Estados Unidos (1867), publicado ya después de la guerra y que reveló las ri­ quezas de la creación musical de los negros en el sur. W alter D am rosch, conocido musicólogo norteam ericano, en 1912 expresó: “ La única e inim itable música negra es la úni­ ca música de este país, exceptuando la de los indios, que puede pretender a ser música del pueblo” 26. En el Día de la Independencia (4 de julio) y en la N avidad a los esclavos, por lo com ún, se les perm itía descansar y diver­ tirse. La “ju b a ” , el “ Jim C row ” y otras danzas esclavas de las plantaciones dieron origen en EE.U U . a una form a específica de “ teatro errante” en el que artistas blancos con maquillaje de negros ejecutaban cantos y bailes difundidos entre estos últi­ mos. Y si bien esos grupos que daban funciones por lo común en las ferias presentaban el arte negro en form a grotesca y con frecuencia en la forma de parodias, el tipo de teatro que crea­ ron reunió y sintetizó los rasgos más característicos del teatro musical anglonorteam ericano y del folklore afroamericano. Los “ teatros errantes” jugaron un notorio papel en la difusión de la música negra en todo el país y, más tarde, en la form a­ ción del jazz. U na brillante expresión de los dotes artísticos de los negros norteam ericanos a mediados del siglo XIX fue la actuación de los representantes libres de esta raza: el director y trom petista Frank Johnson, de Filadelfia; la cantante de ópera Elizabeth Taylor Greenfield, llamada “el cisne negro” , así como Ira Aldridge, relevante intérprete del género trágico, y las pinturas de David Boyers, Robert Douglass, E. M. Bannister, etc. Estados Unidos de América desde un principio fueron cons­ tituyéndose como una sociedad plurirracial, multinacional y plurirreligiosa; por lo demás, desde el comienzo mismo la re­ pública se vio contagiada por prejuicios étnicos y raciales. Las clases dom inantes siempre utilizaron el racismo como una de sus arm as ideológicas principales, como una herramienta de sometim iento y explotación extrema de la población negra y, más tarde, como recurso para escindir el movimiento obrero. Los predicadores de la teoría de la “ superioridad blanca” se esforzaban por dem ostrar que la esclavitud de los negros en la sociedad americana no es el resultado de un orden estableci­ do por los hombres, sino prescripto por Dios o por la natura­ 118

leza, y la iglesia sostenía por todos los medios esta idea. En el segundo tercio del siglo XIX, en respuesta a la actuación de los abolicionistas que reclam aban la total supresión de la esclavi­ tud de los negros, los dueños de las plantaciones no sólo intro­ dujeron nuevas leyes más severas en el sur para afianzarla, si­ no reforzaron tam bién su defensa ideológica. John Calhoun, líder y principal ideólogo de la aristocracia esclavista y otros representantes políticos de la misma, al afir­ mar que sería un terrible error suponer que todas las personas, y con más razón los negros, tienen igual derecho a la libertad, se apoyaban en las “obras” de filósofos y sociólogos nortea­ mericanos defensores de la esclavitud como Thom as R. Dew, Henry Hughes, George Fitzhugh y otros. En sus intentos.de justificar ésta Hughes y Fitzhugh apelaban a la Biblia que se­ guía siendo una de las fuentes de las que se extraían argum en­ tos en pro de la esclavitud de los negros. Los pastores en todo el sur buscaban en ella citas para dem ostrar que los negros ha­ bían sido condenados por Dios para servir a los blancos. M as a mediados del siglo XIX los argum entos teológicos ya no re­ sonaban de m anera tan convincente como en los siglos XVII y XVIII, y los esclavistas procuraban utilizar en interés suyo a la ciencia. En particular, en la década de 1840 Samuel G. M orton, J. H unt, Gustav KJemm y otros afirm aban que las razas hum anas no son del mismo nivel, que la raza negra representa una variedad específica en la escala zoológica, ubi­ cada más cerca que cualquier otra respecto a los animales y to­ talmente distinta de la raza b lan ca27. El antropólogo nortea­ m ericano M orton en su libro Crania Americana lo form uló de m anera directa. En la década de los años 1850 la “ teoría” de la inferioridad biológica de los negros fue desarrollada por Joseph A rtur de G obineau en Francia, A dolf W uttke en Alema­ nia, por Josiah Clark N ott y George R. Gliddon, discípulos de M orton, en EE.UU. La esencia clasista de semejantes “ teo­ rías” fue puesta al descubierto todavía en el siglo XIX por el gran revolucionario, dem ócrata y filósofo ruso N ikolái Chemyshevski. “ Los esclavistas eran de raza blanca, los cauti­ vos, de raza negra; por eso la defensa de la esclavitud — escribió— adquirió la form a de teoría sobre una diferen­ ciación cardinal entre las razas de los hom bres” 28. Los historiadores racistas norteamericanos trataban, y al­ gunos siguen tratando hoy día, de sostener que los negros aceptaban su destino; escriben acerca de la supuesta “ sumisión innata” y “ fidelidad” de éstos hacia sus amos. Sin embargo, aunque ello pueda ser reconocido como cierto respecto a algu­ 119

na parte de los esclavos, particularm ente de entre los dom ésti­ cos, el grueso de la m asa nunca concilio con la esclavitud. La lucha se desplegaba con todos los medios al alcance de los oprim idos: desde las peticiones hasta los levantam ientos arm a­ dos en dependencia de las condiciones concretas y posibilida­ des, del grado de conciencia y de organización. La resistencia de los esclavos revistió carácter individual y colectivo, encu­ bierto y abierto, activo y pasivo y se m anifestaba en las formas más diversas. U na de las form as m ás difundidas y accesibles de resisten­ cia y protesta era la lucha encubierta. Bajo una aparente “ su­ m isión” personal se daba la batalla todos los días y en todas partes. Los cautivos trataban de disminuir el ritm o laboral, es­ tropeaban las herram ientas, descuidaban adrede el ganado do­ méstico y lo accidentaban, eludían el trabajo sim ulando diver­ sas enfermedades. A veces, llevados hasta la desesperación, daban m uerte al capataz tirano o al am o y luego se suicidaban. Pero más que nada tem ían los dueños a los incendios, pues el fuego, al extenderse por la finca y los depósitos con algodón o tabaco, podía en pocas horas destruir toda la ganancia del año. Tam bién se utilizaban distintas formas de lucha abierta, en particular, una especie de “ huelga” : el esclavo huía hacia los bosques, pantanos o m ontañas del lugar y desde allí daba a co­ nocer que regresaría voluntariam ente sólo obteniendo la pro­ mesa de que sería tratado mejor. La m ayoría de los esclavos que se fugaban de las plantaciones, empero, trataban de irse de allí para siempre y obtener la libertad. Huían del sur hacia M é­ xico y C anadá, a los Estados norteños, hacia el Oeste medio y, más tarde, el lejano, a los bosques y pantanos de las cercanías. D urante los siglos de esclavitud fueron descubiertos en distin­ tos lugares del sur alrededor de medio centenar de poblaciones de los esclavos fugitivos, los “m aroons” (cimarrones). Y aun­ que esta cuestión requiere un estudio especial, es posible supo­ ner que, si a los Estados norteños y C anadá huían principal­ mente no sólo los esclavos nacidos en EE.U U ., sino afectados en buen grado por el proceso de asimilación, entre los cim arro­ nes muchos eran, por lo visto, naturales directos de Africa. U no de los más sorprendentes y efectivos medios de lucha contra la esclavitud pasó a ser el famoso “ ferrocarril clandesti­ no” al que W. Foster definió como “ uno de los más grandes logros de las fuerzas democráticas” de EE.UU. de ese tiem­ po 29. Su historia se rem onta todavía a las postrimerías del si­ glo XV III y comienzos del XIX. N o menos de mil arrojadas 120

personas, negras y blancas, participaron en la labor de este “ ferrocarril” , gracias al cual alrededor de cien mil esclavos ob­ tuvieron la libertad. Com enzaba directam ente desde las plan­ taciones de algodón y atravesaba todo el país, desde el sur has­ ta el norte. Todos sabían de su existencia, pero nadie lo había visto. En Illinois, Indiana y Ohio, hacia donde conducían las rutas secretas desde los Estados sureños, existían centenares de “ estaciones” , y miles de esclavos fugitivos encontraban allí muchísimos amigos que les ayudaban llegar hasta Canadá. Ser detenido como “ operador” o “conductor” de este “ ferroca­ rril” en algún lugar del sur significaba la m uerte, el ser lincha­ do de inmediato. En el norte se castigaba con la enajenación de bienes y largos años de cárcel. La más famosa de las perso­ nas heroicas que tuvieron que ver con la labor del “ ferrocarril” fue H arriet Tubm an; nació en 1820 en una familia esclava en el Estado de M aryland y huyó en 1849 al norte. En el transcurso de sus diez años de actividad como “ conductora” sacó del sur a más de 300 personas sin haber sido descubierta ni una sola vez ni perdido un solo “ pasajero” . Su cabeza fue evaluada en una enorme suma: 40.000 dólares. Sus señas fueron publicadas en los diarios, pero en nunguna de las 19 veces que hizo el re­ corrido hacia el sur de ida y vuelta pudo ser reconocida por nadie y capturada. La form a más alta de lucha de los esclavos era la insurrec­ ción. Según las estimaciones de H. Aptheker, en poco más de dos siglos de existencia de la esclavitud en el territorio de los actuales EE.U U. hubo aproxim adam ente unas 250 tentativas de confabulación e insurrección en cada una de las cuales par­ ticiparon no menos de 10 personas. Era raro el año en que no se registraran tales intentos habiéndose intensificado por lo demás, en el último decenio del siglo XVIII y en el primer ter­ cio del XIX. Las más grandes fueron las insurrecciones de G a­ briel (1800) y Vesey (1822), así como la rebelión encabezada por N at Turner (1831) que provocó pánico entre los esclavis­ tas. H asta el comienzo mismo de la G uerra de Secesión, el “ so­ leado sur” parecía un campamento militar con sistema de pa­ ses, puestos de vigilancia, patrullas nocturnas, fuertes y depó­ sitos de armas. La lucha de los esclavos se manifestaba, por lo tanto, en las formas más diversas. Sin embargo, cabe reconocer que era es­ pontánea, revestía un carácter local y desorganizado y, lo más importante, no apuntaba contra el propio sistema de la escla­ vitud, sino contra los opresores directos. Incluso a la form a más alta de esta lucha, la insurrección, W. Foster la define co­ 121

mo “ actos heroicos de extrem a desesperación sin la m ás m íni­ ma perspectiva de éxito” . R espondiendo a algunos “ críticos” que afirm aban que los negros norteam ericanos no m ostraron el debido espíritu de rebelión contra el cruel sistema de esclavi­ tud, W. Foster señala, en particular, que “ aislados, analfabe­ tos, terrorizados y viviendo virtualm ente en la m itad del cam ­ pam ento arm ado de sus enemigos les resultaba en extremo di­ fícil organizar las insurrecciones. La historia dem uestra que todo intento de esa índole en EE.U U . fracasaba irrem ediable­ m ente y sus líderes eran ejecutados salvajem ente” 30. A nalizando a continuación las causas de ello, W. Foster indica que los negros esclavos de EE.U U . tenían que hacer frente a dificultades m ucho m ás grandes que sus herm anos de las colonias francesas, españolas, portuguesas (tam bién britá­ nicas, según nuestro parecer) en las Indias Occidentales y América del Sur. En prim er lugar, los esclavos en estas colo­ nias superaban considerablemente en núm ero (a veces en 1020 veces) a la población blanca, y ello com pensaba en alguna m edida la superioridad de sus enemigos en arm am entos. En el sur de EE.U U . representaban sólo la cuarta parte. En segundo lugar, el régimen establecido para los esclavos en las colonias francesas, españolas y portuguesas no fue tan terrorífico como en EE.U U ., y los mismos tenían mayores posibilidades para organizar la resistencia. En tercer lugar, los esclavos en dichas colonias enfrentaban a una autoridad mucho más débil y que contaba con un aparato punitivo inferior al de las clases dom i­ nantes de EE.U U. en los mediados del siglo XIX. A este análisis, seguramente, se le puede agregar el hecho de que, a diferencia de las Indias Occidentales, en EE.UU. los esclavos se encontraban diseminados en un inmenso territorio, geográficamente aislados y, en esencia, privados de contacto entre sí. Además, se encontraban afectados en grado diferente por los procesos de asimilación, y esto también dificultaba el logro de la unidad entre ellos. Los bozales tenían que invertir un tiempo considerable para adaptarse al nuevo ambiente en­ tre quienes ya habían olvidado su pasado africano. Por otra parte sigue siendo un hecho el que la m ayoría de las conjuras fueron traicionadas por los esclavos domésticos, apegados a sus amos y vinculados a ellos por unos u otros intereses. Y a en el siglo XVII, en la medida del crecimiento de la po­ blación de color, en las colonias fue apareciendo entre ésta una capa libre. En vísperas de la G uerra de la Independencia había alrededor de 50.000 negros libres. Ocupaban una posición in­ term edia entre los blancos y los esclavos. “ Estrictamente ha­ 122

blando — escribe L. J. C reene— no eran libres, ya que en el aspecto político, económico y social estaban proscritos, mien­ tras que los blancos que se hallaban en condición de sirvientes, al obtener la libertad, se transform aban en respetados miem­ bros de la com unidad; mas los negros, por el color de su piel, continuaban perm aneciendo en una condición social inferior incluso en el caso de haber adoptado la cultura de sus p atro­ nos” . O tros investigadores escriben lo m ism o31. La condición jurídica y política de los negros libres siguió siendo bastante inestable tam bién después de la G uerra de la Independencia. Pagando los mismos impuestos que los demás individuos libres, no tenían derecho a participar en las eleccio­ nes, tam poco en el jurado o llevar arm as, es decir, no gozaban de derechos civiles cabales. Su inferior condición civil y políti­ ca se veía agravada por las restricciones económicas. A raíz de los prejuicios raciales y la competencia de los obreros blancos, al negro le resultaba más fácil conseguir trabajo en calidad de esclavo, cuando el amo se lo proporcionaba o lo cedía en arriendo, que en calidad de hom bre libre. Por los bajos ingresos y la discriminación, los negros libres se veían obligados con frecuencia a vivir en los peores barrios de la ciudad: cerca de los puertos, a lo largo de los ríos y ba­ rrancos. T ratando de salir de allí se hacían víctimas de fre­ cuentes insultos y, a veces, de actos de violencia. En ocasiones no se les permitía aparecer en lugares públicos y sus hijos, sal­ vo raras excepciones, no podían asistir a las escuelas com una­ les. A pesar de estar bautizados, no tenían facultades para re­ solver los asuntos de la iglesia y no podían estar sentados en ella junto con los blancos. Después de la G uerra de la Independencia la población ne­ gra libre fue creciendo tanto por cuenta de los esclavos que re­ cibían la libertad y de la descendencia de los propios negros li­ bres, como de los hijos m ulatos nacidos de mujeres negras li­ bres, mujeres blancas y de los m atrim onios entre negros libres e indios. El incremento debido a los m atrim onios entre negros e indios, sin embargo, es muy difícil de determinar, aunque siempre tuvieron lugar tanto en territorio indio como fuera de él. La población negra libre en ese período creció principal­ mente por cuenta de la liberación de los esclavos. En 1790 los negros libres representaban el 7,9% de la po­ blación de color de EE.UU.; en 1810, el 13,9%; en 1860, el 10,9%. El censo de 1860 registró 488.070 negros y m ulatos li­ bres, lo cual constituía el 2% de la población del país. De ellos 258.300 vivían en el sur y 225.300 en el norte (principalmente 123

en las grandes ciudades: N ueva Y ork, Boston, Filadelfia, etc.). A lrededor de la tercera parte de la población de color libre eran m ulatos. Parte de ellos, especialm ente en M assachussetts y Florida, descendían de negros e in d io s32. En el siglo X IX se acentuaron considerablem ente las dife­ rencias sociales entre los negros libres. Sin em bargo, la m ayo­ ría abrum adora siguió ocupando en la sociedad norteam erica­ na los lugares más bajos de la escala social. En las zonas ru ra­ les la población negra libre local estaba com puesta en lo sus­ tancial por pequeños granjeros, arrendadores y jornaleros; en las ciudades, por jornaleros, sirvientes, carreteros, artífices, a r­ tesanos, pequeños comerciantes y otros representantes de la pequeña burguesía, más un escaso núm ero de profesionales y servidores del clero. En 1865 en los Estados sureños había 100.000 artesanos negros (y sólo 20.000 blancos)33. Las com unidades más grandes de negros libres en el sur se encontraban en Charleston y Nueva Orleans y estaban com­ puestos en lo sustancial por mulatos. En N ueva Orleans los m ulatos libres eran en su m ayoría descendientes de colonos es­ pañoles y franceses que entablaban lazos m atrim oniales con mujeres negras. Después de la revolución de los esclavos en H aití, a finales del siglo XVIII llegaron a Nueva Orleans desde allí pudientes refugiados mulatos. Las propiedades de los m u­ latos libres en Nueva Orleans en 1860 se estim aban en 15.000.000 de dólares. Algunos negros en el norte tam bién pu­ dieron reunir algún capital. Por ejemplo, ya en la época de la esclavitud entre los negros libres apareció una pequeña pero próspera capa empresarial, gérmen de la futura clase burguesa negra. Los obreros blancos veían en los negros libres a competi­ dores. En el norte, adonde afluía la corriente de esclavos fugi­ tivos y negros libres del sur, estallaban desórdenes y pogromes dirigidos contra estos últimos. Paulatinam ente se los fue pri­ vando del derecho de voto en uno tras otro de los Estados del norte, y hacia el m om ento de comenzar la G uerra de Secesión quedaron sin esos derechos en todas partes a excepción de los Estados de M assachussetts, M aine, New Hampshire y Verm ont, pero allí vivían muy pocos. La justificación y santificación de la esclavitud por todas las iglesias, la discriminación racial y segregación de los negros libres en los recintos de los templos e incluso en los cemente­ rios provocaban en ellos un sentimiento creciente de protesta y el ansia de fundar sus propias iglesias. En los años 70 del si­ glo XVIII en el sur apareció la prim era iglesia negra baptista y, 124

en 1794, en Filadelfia, la prim era iglesia negra m etodista. En 1816 las com unidades negras de la iglesia m etodista de distin­ tas ciudades se unieron en el seno de la Iglesia m etodista epis­ copal africana. En los años 20 del siglo XIX se produjo la uni­ ficación de las iglesias negras baptistas. Así se dio origen a las dos principales ram as de la actual iglesia negra de los EE.U U .: la baptista y la metodista. Las iglesias de los negros libres no eran unas simples organi­ zaciones religiosas. Se convirtieron en centros de la vida social y de resistencia de la población de color a la opresión. En los recintos de las iglesias, por lo común, se celebraban reuniones, mítines y conferencias de los negros libres. Con frecuencia esos templos servían como “ estaciones” del “ ferrocarril clandesti­ no” . En las ciudades en las que los negros no eran adm itidos a las escuelas, las iglesias servían como aulas, y los diáconos y síndicos, como maestros. La iglesia negra hizo un considera­ ble aporte al movimiento liberador de la población de color norteamericana. Sus líderes participaron activamente en el movimiento de los congresos negros de los años 20-40 del siglo XIX, y esos congresos se celebraban comúnm ente en las sedes eclesiásticas. Es grande el papel de la iglesia negra en las luchas de los es­ clavos. Los esclavistas, que no querían rezar junto con los es­ clavos y a la vez no se decidían por la prohibición total de las actividades de la iglesia entre éstos, trataban de m antener a los predicadores negros bajo una incesante vigilancia. Sabían que en la interpretación de los esclavos Cristo y los profetas se con­ vertían en los guías de la lucha de liberación, y la Biblia, en in­ vitación a esta lucha. Por eso en las plantaciones los oficios re­ ligiosos para los esclavos se im partían en presencia de algún blanco. Sin embargo, no eran pocas las veces en que se lograba convocar a reuniones religiosas clandestinas (razón por la cual los estudiosos dieron a la iglesia negra de las plantaciones el nombre de “ institución invisible” ). Este mínimo de organiza­ ción legal fue aprovechado por los esclavos como la única po­ sibilidad de discutir su penosa situación; pero a veces las con­ vocatorias para rezar se transform aban en reuniones de conju­ ra, y los predicadores, en agitadores. El ejemplo más brillante de ello fue N at Turner. Las iglesias no fueron en m odo alguno las únicas organiza­ ciones de los negros libres. En 1787 en Boston surgió la logia m asona negra, y en Filadelfia, la Sociedad africana libre. So­ ciedades de esta índole, que se planteaban como objetivo la ayuda m utua, aparecieron en 1795 en N ueva Y ork, en 1798 en 125

Boston y, m ás tarde, tam bién en otras ciudades. Por su origen la iglesia y estas “ herm andades” , com o las llam aban, se encon­ trab an estrecham ente vinculadas entre sí. Tras las sociedades de ayuda m utua en m uchas ciudades norteñas com enzaron a fundarse asociaciones literarias de negros libres. Y aunque los fines de todas estas organizaciones eran diferentes, el pro­ pio hecho de la unificación de los negros libres tuvo, según las palabras de A ptheker, un enorm e significado “ revoluciona­ rio” . N o es casual que todas esas organizaciones, que se dedi­ caban a la lucha contra el rapto de negros libres, a la agitación antiesclavista, etc., tarde o tem prano se incorporaban al cauce com ún por el que avanzaba poco a poco la cruzada general contra la esclavitud. Los negros libres influían fuertem ente en los esclavos y jugaron un im portante papel en la dirección de su m ovim iento, particularm ente en vísperas y en los años de la G uerra de Secesión. El odio hacia los negros libres, el miedo ante ellos y el de­ seo de deshacerse de su presencia fueron los principales m oti­ vos que incitaron a una parte considerable de los esclavistas a apoyar el proyecto de desalojar a estos “ sediciosos” al Africa con ayuda de la Sociedad norteam ericana de colonización (ACS) creada (como resultado de un compromiso concertado entre los dueños de plantaciones y la burguesía liberal) en 1817. Aunque fue creada como una organización social, el go­ bierno de EE.U U . desde un principio la apoyó y le asignó con­ siderables sumas. Con los recursos gubernamentales, en parti­ cular, en la costa occidental de Africa fue adquirido un territo­ rio denom inado Liberia adonde querían sacar a los negros li­ bres. La circunstancia de que la ACS y muchas figuras muy des­ tacadas del país durante decenios enteros estuvieran conven­ ciendo a su pueblo de que los negros representan a una raza in­ ferior y que es necesario erradicarlos de EE.U U. no pudo de­ ja r de imprim ir su sello en la conciencia de los norteam erica­ nos blancos. Esta propaganda contribuyó en medida enorme al afianzam iento de los prejuicios raciales y ánimos racistas en amplias capas de la población norteamericana. En los años 30-50 en EE.U U. se desplegó un amplio movi­ m iento abolicionista por la eliminación inmediata de la escla­ vitud. La Sociedad norteam ericana antiesclavista fundada so­ bre esta base en 1833 condenó reciamente en su program a no sólo la esclavitud, sino tam bién “cualquier plan de expatria­ ción” , es decir, de desalojamiento de los negros del territorio de EE.U U. Proclam ó abiertam ente la igualdad entre las razas 126

negra y blanca y expresó la convicción de que los negros pue­ den convertirse en ciudadanos con derechos plenos de los EE.U U . Su líder, W. L. G arrison, sometió a una aniquiladora crítica los planes de la Sociedad norteam ericana de coloniza­ ción y proclamó públicamente que los negros y los blancos son componentes con igualdad de derechos de la nación norteam e­ ricana. Los abolicionistas respondieron a la propaganda de los esclavistas y de la ACS con una potente contrapropaganda y un ataque a la esclavitud en todos los frentes. Participaron activamente en la organización y funciona­ miento del “ ferrocarril clandestino” , impulsaron una intensa labor educativa entre los negros libres. En los años 40 surgie­ ron en el movimiento organizaciones de abolicionistas parti­ darios de la acción política, y para finales de los años 40 apare­ cieron grupos de adeptos de la acción directa, incluida la vio­ lencia, que integraban tanto abolicionistas blancos como ne­ gros libres. Los representantes de este “ abolicionismo com ba­ tivo" más destacados fueron John Brown y Frederick Douglass. Este último había nacido de madre esclava y a mediados del 30 huyó al norte. W. Z. Foster, al definir al abolicionismo como un “ pode­ roso movimiento nacional de acción dinám ica", “ uno de los movimientos de masas más im portantes en la historia de Esta­ dos Unidos” , expresó que la lucha de los abolicionistas contra la esclavitud se desarrolló en el transcurso de toda una genera­ ción y no tuvo parangón ni en Estados Unidos, ni en la histo­ ria de cualquier otro país esclavista34. U n mérito enorme de los abolicionistas fue el hecho de que, en condiciones de hosti­ gamiento y persecución constantes, no sólo supieron con una va­ liente propaganda levantar la opinión pública contra la escla­ vitud, sino organizar un movimiento de masas por su prescrip­ ción total e inmediata. La fuerza y el ímpetu del movimiento abolicionista se de­ bieron ante todo al ascenso de las luchas de hberación de los propios esclavos. Extraordinariam ente activa fue la participa­ ción en él de los negros libres. En particular, un gran significa­ do político en este plano y para los destinos de la población negra en general tuvo en este período el movimiento de los lla­ mados “congresos nacionales negros” . Este dem ostró bien a las claras que ya para ese entonces la m ayoría de los negros libres se consideraban americanos y estaban dispuestos a lu­ char por ocupar un lugar propio en la sociedad norteam erica­ na. La intelectualidad negra, particularm ente sus representan­ tes de vanguardia (David Ruggles, Hosea Easton, William 127

Brown, W illiam C. Nell, M artin R. Delany, etc.), m ucho hi­ cieron en los años 30-50 del siglo X IX no sólo en la form ación de la ideología del m ovim iento liberador contra la esclavitud, sino tam bién en el desenm ascaram iento de los m itos y calum ­ nias racistas sobre la “ inferioridad” de la población negra. La evocación del pasado de la raza, de la historia de los negros am ericanos tenía por objeto rebatir las falsedades racistas y, por otra parte, inculcar en ellos los sentim ientos de orgullo por ese pasado y de solidaridad. En la lucha contra el racismo y el chauvinismo blanco hizo un enorm e aporte el líder del ala revolucionaria de los aboli­ cionistas, Frederick Douglass, hijo de esclava y que, como se dijo, huyó al norte. Brillante publicista, orador y organizador, m ovilizaba a las masas negras y a la opinión pública de avan­ zada a la lucha contra la esclavitud y la discriminación racial. Buscando la unidad de negros y blancos en esta lucha, Douglass denunciaba no sólo el chauvinismo blanco, sino también el racismo y separatism o “ negro” subrayando que uno y otro sirven a la escisión del movimiento abolicionista introducien­ do la división racial. “ Dam os por sentado — escribió D ouglass el 16 de noviembre de 1849 en el periódico The North S ta r — que el destino del hom bre de color se encuentra estre­ cham ente ligado al destino del pueblo blanco de este país” 3S. H enry W inston, al calificarlo de “ gran genio y estratega de la lucha contra la esclavitud” que propugnaba la “ creación de una amplia coalición de abolicionistas y otras fuerzas” y ex­ h ortaba a “ someter todas las formas a la consecución de este objetivo estratégico” , subraya la “ sorprendente coincidencia de los enfoques” entre F. Douglass y C. M arx en ese senti­ d o 353. En el período colonial los esclavos negros de América du­ rante muchos decenios, por lo visto, no se sentían de otra m a­ nera que pertenecientes a una raza común y a un grupo de gen­ te con destino común. La opresión infrahum ana y la circuns­ tancia de que procedían de diferentes tribus y regiones de Afri­ ca que se hallaban a niveles distintos de desarrollo económico y social, que hablaban en distintas lenguas y dialectos (al igual que el escaso número en ese entonces de los negros libres) retu­ vo por largo tiempo la formación de su conciencia. H asta la misma G uerra de Secesión de EE.UU. los negros esclavos, se­ gún nuestro punto de vista, constituían allí una comunidad so­ ciorracial. En lo que se refiere a los negros y m ulatos nacidos en su m ayoría en las colonias norteamericanos, y algunos re­ presentaban ya la segunda o tercera generación de tal gente, en 128

un ambiente de dom inación de los esclavistas blancos y de es­ clavitud de los cautivos negros, de opresión y discrim inación racial, entre esos negros libres no pudo dejar de aparecer tarde o tem prano el sentimiento de solidaridad de todo el grupo. En todo caso la fundación en el último cuarto del siglo XVIII y comienzos del XIX por iniciativa propia y por separado de iglesias, escuelas, sociedades y otras organizaciones testim onia que para ese tiempo en cierta parte de los negros libres apare­ ce, aunque fuese en forma embrional, la conciencia de la co­ m unidad de intereses como grupo específico, ya no simple­ mente racial, sino más bien étnicorracial. Un testimonio de ello, seguramente, puede ser la carta de la poetisa negra Phillis W heatley fechada el 19 de mayo de 1772 en la que ella, con motivo del bautismo de los negros en las colonias, escribió: “ Siento un gran placer al escuchar que tanta gente de mi na­ ción (cursiva nuestra, aut.) quiere m archar por la vía de la ver­ dadera felicidad” 36. En la prim era mitad del siglo XIX el movimiento de los con­ gresos negros y la aparición de la prensa negra señalan un avance ulterior en la conciencia étnicorracial de los negros norteamericanos. Por lo demás, esta nueva form a de concien­ cia no se limitaba a una o varias comunidades, sino que se di­ fundió ampliamente entre los negros de las ciudades norteñas. Por ejemplo, en un mensaje de la Sociedad africana de Boston publicado en 1808 se decía que los esclavistas “ ejercen la au to ­ ridad sobre nuestra nación (cursiva nuestra, aut.) como si fuese propiedad suya, privándonos de libertad como si tal fuese la voluntad de Dios. Pero, preguntam os nosotros, ¿acaso la li­ bertad es el derecho de una nación y no de todas las naciones de la tierra?” 37. Esta nueva forma de conciencia “ impregna — según las palabras de H. A ptheker— todo el contenido de la famosa Apelación a los ciudadanos de color del mundo de D a­ vid W alker publicado en 1829” 38. Se manifiesta en forma dife­ rente en los documentos de casi todos los congresos nacio­ nales y testimonia que, en el segundo tercio del siglo XIX, en cierta parte de los negros norteamericanos había una concien­ cia étnicorracial ya bastante desarrollada. La primera revolución americana despertó en los negros una creciente ansia de libertad y la esperanza de convertirse en ciudadanos con plenitud de derechos de la joven república. Sin embargo, esas esperanzas depositadas en la Constitución repu­ blicana cedieron su lugar a un hondo desengaño y, más tarde, en la medida en que se intensificaban la explotación de los es­ clavos en las plantaciones del sur y la discriminación racial de 129

los negros libres, al crecim iento del descontento con la apari­ ción a finales del siglo X V III y en el prim er cuarto del siglo XIX de sus propias iglesias, escuelas y sociedades negras. M ientras tanto, hacia el segundo tercio del siglo X IX la an­ terior diversidad de culturas tribales traídas del Africa por los antepasados de los negros norteam ericanos, en las duras con­ diciones de la esclavitud hizo tiem po ya para nivelarse llegan­ do casi a desaparecer (si no se tom a en cuenta un núm ero de­ term inado de esclavos que todavía ingresaban desde el Africa por vía del contrabando). Ya en los últim os decenios del siglo X V III sólo un 20% de la población negra de EE.U U ., y hacia 1860 sólo el 1% eran naturales del Africa, y la m ayoría de ella estaba representada por gente de la segunda, tercera, cuarta o quinta generación nacida en América y alejada de cualquier contacto directo con la cultura africana. Tam bién las huellas de las lenguas africanas iban desapareciendo poco a poco en todas partes, a excepción de algunas regiones apartadas como la costa de C arolina del Sur y Georgia, más las islas próxim as a ella. El folklore de los negros que habían nacido y vivían en el medio norteam ericano en la condición de esclavos ya se dis­ tinguía fuertemente del folklore de los distintos pueblos africa­ nos, aunque la influencia de este último podía ser apreciada en la m úsica y los relatos de los negros de EE.U U . Y si no hubiese sido por la esclavitud, el proceso de su asimilación en un siglo y medio o dos de permanencia en la nueva patria habría llega­ do bastante lejos. Empero, la brutal opresión y el aislamiento com o consecuencia de la esclavitud basada en el signo racial y de la segregación y discriminación de los negros libres hábil­ mente utilizadas por las clases gobernantes para atizar en el país la hostilidad entre las razas frenaron por largo tiempo este proceso: los negros eran considerados como una especie de ex­ tranjeros. Y algunos de ellos comenzaron a ver la única salida para alcanzar la verdadera libertad y la igualdad de derechos en el total alejamiento de la sociedad norteamericana y en el exilio de EE.U U . N o obstante, el proceso de asimilación siguió avanzando, y de m anera particularm ente activa entre los negros libres. M ientras el grupo de los negros esclavos, particularm ente de los que trabajaban en el campo, vivían en condiciones de aleja­ m iento máximo y carentes muchas veces de familia y descen­ dientes, siempre tenía en su composición a nuevos esclavos con­ stantemente traídos del Africa, la mayoría de los negros libres habían nacido para ese tiempo en EE.UU., y muchos de ellos re­ presentaban ya la segunda, tercera, cuarta generación y más en 130

tierra americana. Además, vivían principalm ente en las ciuda­ des, en contacto estrecho con la población blanca y, alrededor de la tercera parte eran mulatos. Por último, un sector de los negros libres, por encontrarse en una situación económica al­ go mejor y haber alcanzado un determ inado nivel cultural, ob­ tuvo acceso a la instrucción y formó su propia intelectualidad (por el m om ento muy escasa en número), lo cual aceleró la percepción de la cultura común con los norteam ericanos blan­ cos, las norm as de conducta, etc., y, por ende, el proceso de su asimilación cultural. Sin embargo, la segregación y discriminación racial de los negros libres que imponía la cúpula gobernante frenaba en grado determ inante el proceso de asimilación, y am bas cir­ cunstancias no pudieron dejar de imprimir su sello en la con­ ciencia y sicología de aquéllos. N o es casual que en los años 30 el movimiento de los congresos negros se haya dividido, inclu­ so en el enfoque de cuestiones como la expatriación de los ne­ gros de EE.UU. al Africa o las Indias Occidentales, la cuestión de si debían ellos luchar contra la esclavitud junto con los abo­ licionistas blancos o form ar para ello sus organizaciones pro­ pias, su prensa y su dirección representativa negra. Todo ello reflejaba la existencia de dos tendencias opuestas en el desarrollo de la conciencia étnicorracial de los negros li­ bres y, en particular, de la intelectualidad negra como los prin­ cipales “portadores” y exponentes en ese entonces de tal con­ ciencia. U na de las tendencias era la de la integración total en la sociedad norteamericana; la otra, el afán de constituir una comunidad étnica aparte. Este dualismo (ambivalencia) de la conciencia étnica se manifestaba en una especie de “ oscilacio­ nes” entre las dos tendencias señaladas en el curso de toda la historia de los negros norteamericanos de los siglos XIX y XX. Es por eso que, si bien a finales del siglo XV III y el primer cuarto del siglo X IX aparecieron las primeras instituciones y movimientos negros que presentaban un carácter separatista más o menos evidente, ya a finales de este período otra vez, al igual que en los años de la G uerra por la Independencia, co­ mienza a manifestarse y, luego, con el avance del movimiento abolicionista, a reforzarse cada decenio la prim era de las ten­ dencias señaladas. Hablan de ello las protestas de masas con­ tra la fundación de la Sociedad norteam ericana de coloniza­ ción y las ideas de expatriar a los negros al Africa que se hicie­ ron oír en enero de 1817 en el mitin de negros libres celebrado en Richmond (Virginia) y en su congreso de Filadelfia. Los asistentes al mitin de Richmond se pronunciaron decidida­ 131

mente en defensa de su derecho a vivir en el país en que habían nacido, contra los intentos de separarlos por la fuerza de la m ayoría de los norteam ericanos negros que arrastraban las ca­ denas de la esclavitud. La resolución ad o ptada por el congreso decía: “ Por cuanto nuestros antecesores (aunque no por su vo­ luntad) estuvieron entre los prim eros en cultivar exitosamente los desiertos de América, nosotros, sus descendientes, nos con­ sideram os con derecho a participar en los bienes que rinde este lujurioso suelo, profusam ente regado con la sangre y el sudor de nuestros padres; y por eso cualquier m edida o sistema de m edidas tendientes a echarnos de este país serían no sólo una crueldad, sino una violación directa de aquellos principios que constituyen el orgullo de esta república” 39. En 1827 el obispo de la Iglesia m etodista episcopal africa­ na, R ichard Alien, escribió: “ N os han raptado de nuestro país natal y traído aquí. Hemos labrado el cam po y am asado la for­ tuna de miles que hasta ahora no se han cansado de nuestros servicios... Miles de emigrantes extranjeros llegan a América cada año: y si hay tierras suficientes para que ellos las cultiven y pan para que com an ¿por qué se quiere echar a los prim eros labradores de estas tierras? Esta tierra que hemos regado pro­ fusam ente con nuestras lágrimas y nuestra sangre y que ahora es nuestro país...” 40 De esta m anera, los negros libres en su m ayoría se pronun­ ciaron contra la idea de la expatriación: el desplazamiento m a­ sivo hacia el Africa, considerando a los Estados Unidos como su patria y com prendiendo que el objetivo final de la Sociedad norteam ericana de colonización es el fortalecimiento de la es­ clavitud en el país. David W alker en la ya m encionada Apela­ ción, defendiendo el derecho de sus herm anos a la patria ame­ ricana y a la ciudadanía del país, escribió: “ N o retrocederemos un solo paso y no permitiremos que los esclavistas nos echen del país. América incluso es más tierra nuestra que de los blan­ cos, pues la hemos regado con nuestra sangre y nuestras lágri­ m as” 41. . Samuel E. Cornish, editor del primer periódico negro, el Freedom's Journal, al rechazar los planes de expatriación de los negros libres, decía: “ Somos americanos. M uchos quisie­ ran robarnos el derecho de llam am os americanos, en el que nosotros tanto enfatizamos y merecemos más que las cinco sextas partes de la nación y que jam ás cederemos” 42. El aboli­ cionista y pastor negro, James W .C . Pennington, en una de sus lecturas en Londres dijo: “ La población de color de los Es­ tados U nidos no tiene un destino separado del de toda la na­ 132

ción de la que es parte integral. Nuestro destino es indisoluble del de toda América. Su nave es nuestra nave; su timonel es el nuestro; sus torm entas son las nuestras; sus calm as son nues­ tras calm as” 43. Frederick Douglass siempre se pronunció por la igualdad de derechos, la asimilación e integración de los negros. Dem os­ traba que el negro en modo alguno es un elemento “ extraño” en EE.U U. puesto que “ sus lágrimas y su sangre se mezclaron con el suelo americano, y por eso su apego al lugar donde na­ ció es más fuerte que el hierro” . Estigm atizando los objetivos de la Sociedad norteam ericana de colonización, expresaba que “ emigran los individuos; las naciones, nunca” . Se enorgullecía de pertenecer a la población de color, pero al mismo tiempo en diferentes conferencias, en varios artículos, lecturas y expo­ siciones se pronunciaba de la manera más recia contra los na­ cionalistas y separatistas partidarios de la colonización a la que calificó de “ herm ana gemela de la esclavitud” 44. En enero de 1860 John S. Rock, médico y jurista, hablan­ do en Boston y dirigiéndose a los norteamericanos blancos les dijo: “ ¿Acaso ustedes han olvidado el hecho de que este país es tan nuestro como vuestro, que hemos conquistado nuestro de­ recho a él no sólo con el trabajo incesante, mas también con la sangre derram ada en su defensa? No hay campo desde Maine hasta Luisiana que no haya sido regado con nuestra sangre y cubierto con nuestros huesos... Este es nuestro país, hemos decidido quedarnos en él y tratar de hacer que sea digno de que se viva aquí...” 45 En 1862 el intento de expatriar a los ne­ gros libres del distrito federal de Columbia a América Central chocó con su decidida negativa a salir a cualquier parte. Y con relación a ello el abolicionista negro Robert Purvis le escribió al senador Pomeroy, partidario de la expatriación de los ne­ gros libres: “ Dicen que este es un país de hombres blancos. N o, señor. Es un país de hombres de piel roja por derecho na­ tural, y un país de hombres negros por el derecho que da el su­ frimiento y el trabajo” . “ Señor, este es un pais nuestro tanto como vuestro, y nosotros no lo abandonarem os” 46. Por lo tanto, comenzando por los años 30 y particularm en­ te en los últimos decenios que precedieron a la guerra de Sece­ sión, cuando la gran lucha contra la esclavitud en la que los negros jugaron un papel clave adquiría agudo y amplio carác­ ter, entre ellos volvió a acentuarse el ansia de integración, re­ surgió la esperanza de convertirse en miembros con plenitud de derechos de la nación norteamericana. Pero en el movi­ miento negro liberador, tanto en su etapa tem prana como en 133

los años 30-50, hubo grupos que enarbolaban ideas nacionalis­ tas racistas, de carácter separatista y que rechazaban la necesi­ dad de cooperar con los abolicionistas blancos e insistían en la fundación de iglesias, escuelas y organizaciones de otra índole, “ puram ente” negras, y exhortaban a “ volver al Africa” . Esta tendencia hacia el etnocentrism o fue una reacción natural a la discrim inación y segregación racial, al em peoram iento general de la situación de los negros norteam ericanos. T odavía a finales del siglo XV III y comienzos del X IX esta tendencia se m anifestó en los intentos de diferentes grupos de negros libres de N ueva Inglaterra de “ reto m ar” al Africa. El más conocido de los adeptos de tales planos fue el comerciante y arm ador de color Paul Cuffe, quien por cuenta suya envió en 1815 a 38 negros libres a Sierra Leona. Este ejemplo fue segui­ do en los años 20-30 por otros partidarios de la idea del “ retor­ no” a Africa. En otras palabras, cierto sector de los dirigentes negros de ánim os nacionalistas ya a comienzos del siglo XIX aprobaba la idea separatista de la colonización fuera de E E .U U . y la adquisición para este fin por la Sociedad nortea­ m ericana de colonización de un territorio en la costa occiden­ tal de Africa denom inado Liberia. Pero en los años 40 y 50 to­ do un conjunto de factores contribuyó a reforzar las tenden­ cias etnocentristas y separatistas: los reveses del movimiento abolicionista y las expresiones de racismo entre los abolicionis­ tas blancos, la privación del derecho de voto, la segregación creciente en los lugares públicos y el empeoram iento de la si­ tuación económica de los negros libres y, por último, el recru­ decimiento del terror contra los esclavos y los negros libres, particularm ente después de la adopción de la ley de 1850 sobre los esclavo?; fugitivos m ucho más dura que la de 1793 y que obligó a muchos ex esclavos que en el norte habían quedado li­ bres a buscar ahora refugio fuera de EE.U U. La situación se vio agravada por la decisión de la Corte Suprema de EE.UU. en 1857 sobre Dred Scott, esclavo que apareció en el norte y dem andó ser reconocido libre. En esencia, esa decisión de m anera casi oficial privaba a todos los negros libres en el país de derechos ciudadanos y admitía la posibilidad de convertir a cada uno de ellos en esclavo. Com o resultado de ello en los años 50 entre cierta parte de los negros libres, incluso entre conocidos abolicionistas negros (Alexander Crummell, Henry Highland C arnett, Samuel R. W ard, etc.), se acentuaron notoriam ente los ánimos nacio­ nalistas y las conversaciones sobre el “ retom o” al Africa o la salida hacia América Central, México, Haití y Canadá. “ De­ 134

bemos tener nacionalidad. Estoy por la salida adonde sea, pe­ ro de m anera que podam os transform arnos en pueblo libre” , dijo en 1849 George R. Williams, delegado a la Conferencia de ciudadanos de color de Ohio. “ Antes de que podam os ser alguien debemos adquirir nacionalidad” , lo apoyó el delegado John Mercer L angston47. Sin embargo, el representante más destacado de la tendencia etnocentrista y separatista en los años 50 del siglo X IX fue el médico, publicista y viajero M ar­ tin R. Delany (1812-1885). En su libro Condición, elevación, emigración y destino del pueblo de color de Estados Unidos (1852) escribió que los negros norteam ericanos son una “ na­ ción dentro de la nación” como “ los polacos en Rusia, húnga­ ros en Austria, escoceses, irlandeses y galeses en G ran Breta­ ña” 48. Delany y otros partidarios de la emigración y creación de un Estado negro independiente lograron un apoyo más grande que el iniciador del separatismo negro, Paul Cuffe, en los comienzos del siglo. Pero ahora también en todas las con­ ferencias nacionales de emigración se subrayaba que no se tra ­ taba de un éxodo masivo, sino de una salida individual volun­ taria y prem editada de comerciantes, agrónomos, médicos, mecánicos y maestros negros. Sin embargo, los líderes negros que abrigaban ánimos na­ cionalistas, al igual que los dirigentes de la Sociedad nortea­ mericana de colonización, sufrieron un desengaño. Sólo una cantidad insignificante de negros libres, los que totalm ente perdieron la fe en la posibilidad de obtener los derechos ciuda­ danos en EE.U U., dieron su consentimiento de viajar a Liberia. Baste decir que en los primeros treinta años y pico de acti­ vidades de la Sociedad, desde 1820 hasta 1852, salieron para Liberia sólo 7.836 negros (entre ellos únicamente 2.924 negros libres, integrando el resto los esclavos y libertos que obtuvie­ ron la libertad bajo la condición de que abandonarían EE.U U ., o rescatados de los buques negreros). Hacia 1900, es decir, en 80 años emigraron a Liberia poco más de 22.000 per­ sonas, y en 1925 vivían allí menos de 20.000 “ liberoamericanos” , aunque la población del país había rebasado el millón de habitantes. Como consecuencia de la sangrienta G uerra de Secesión de 1861-1865, el ejército del norte, del cual form aban parte 450.000 negros, logró aplastar militarmente a los esclavistas sureños. La burguesía norteña conquistó el poder político y a finales del año 1865 fue aprobada la enmienda 13 de la Constitución que prohibió la esclavitud en todo el territorio de EE.UU. La proscripción de la misma fue un acontecimiento 135

de enorm e significado progresista que influyó en el carácter del desarrollo ulterior del país y de la nación norteam ericana com o tal. Poco después de la guerra fue anunciada la llam ada Re­ construcción del sur. Los Estados sureños fueron ocupados por las tropas federales y, después, en base al derecho electoral para los hom bres de color y blancos desposeídos, fueron adop­ tadas allí las constituciones m ás dem ocráticas en la historia de EE .U U . Se prohibía toda segregación y discrim inación de los negros en la vida política y económica. Se adm itía su incorpo­ ración a las milicias. Se les reconoció el derecho a la familia: los m atrim onios de los esclavos y sus hijos quedaron legaliza­ dos. Fueron revocados los “ códigos sobre los negros” , las le­ yes que prohibían los m atrim onios entre representantes de dis­ tintas razas, etc. Centenares de hombres de color fueron elegi­ dos a las asam bleas legislativas de los Estados y miles a los ór­ ganos locales de poder. En tres Estados el puesto de vicegober­ nador fue ocupado por hom bres de color. Por vez prim era la población negra obtuvo la posibilidad de participar en la vida política y enviar a sus representantes al Congreso Federal. Em pero, viéndose forzada a concederles a los negros los de­ rechos ciudadanos, la burguesía norteña no les dio las tierras. Por cierto, en algunas partes los generales del ejército del norte por iniciativa propia transfirieron las plantaciones de los escla­ vistas a quienes habían trabajado en ellas como esclavos, y és­ tos supieron m antener estas tierras en sus m anos después de la guerra. Pero se trataba de casos aislados, y el más conocido de ellos tuvo lugar en las islas situadas a lo largo de la costa de Carolina del Sur y Georgia. Bajo la presión de los blancos desposeídos y las masas negras los gobiernos de la Reconstruc­ ción vendían por pequeñas parcelas las tierras de los dueños de plantaciones en bancarrota confiscadas por evasión de im­ puestos. Ello les permitió adquirir parcelas no sólo a los blan­ cos desposeídos, sino también a algunos negros. Pero la m ayo­ ría de los ex esclavos se vieron obligados a ir a trabajar otra vez a las plantaciones. Por cierto, muchas de ellas habían pasa­ do a m anos de empresarios norteños, quienes, junto con un sector de los viejos propietarios, form aron una nueva oligar­ quía terrateniente en el sur ahora no sólo no antagónica, sino en gran parte afín a la burguesía del norte. U na parte de los dueños de plantaciones empezaron a utili­ zar m ano de obra asalariada; la m ayoría, sin embargo, entre­ gaba la tierra en pequeños lotes en arriendo, lo cual hizo que aparecieran en el sur centenares de miles de explotaciones 136

arrendadas por blancos desposeídos y ex esclavos. Los arren­ datarios de color, por lo com ún, particularm ente en las zonas del “cinturón negro” , pasaban a la condición de cosechadores aparceros que trabajaban por la tercera parte de la cosecha y durante años perm anecían de hecho como esclavos por en­ deudamiento. De esa m anera, aunque en el sur se impuso después de la G uerra de Secesión y de la Reconstrucción la llamada vía norte­ am ericana de desarrollo del capitalismo en el agro, en algunas regiones, particularm ente en el “ cinturón negro” , las transfor­ maciones democráticas burguesas no llegaron a su culm ina­ ción, y siguieron jugando el papel decisivo las plantaciones tra ­ bajadas por aparceros. Esto no pudo dejar de imprim ir su sello al carácter de la agricultura y de las relaciones agrarias en el “cinturón negro” . Precisamente entonces fueron sentadas las bases económicas del cruel sistema de explotación de la pobla­ ción negra que se perpetuó en el sur hasta mediados del siglo XX. Ello se hizo posible por la circunstancia de que, después de derrotar políticamente a los ex esclavistas y obtener acceso a las fuentes de materias prim as y mercados de los Estados su­ reños, la burguesía del norte cambió su política con respecto al sur y a los negros. Con su consentimiento tácito los dueños de las plantaciones, valiéndose del Ku-Klux-Klan, organización racista que ellos crearon en los Estados sureños, así como de otras organizaciones semejantes, sofocaron entre 1872 y 1877 mediante un terror sangriento la resistencia de los negros y de los republicanos blancos radicales que se pronunciaban a su favor y conquistaron en esos Estados el poder. En 1876 se con­ certó un arreglo formal entre la cúpula de la burguesía del nor­ te, donde en ese tiempo ya había comenzado a desarrollarse el capitalismo m onopolista de Estado, y los propietarios de plan­ taciones, y en 1877 las tropas de ocupación fueron retiradas del sur. Los negros libres, como resultado de esta traición a sus intereses, no obtuvieron ni libertades y derechos verdaderos, ni tierra. Es por eso que V. 1. Lenin había escrito que, después de “ liberar” a los negros, la burguesía hizo todo lo posible y lo imposible para oprim irlos49. No obstante, la liquidación de la esclavitud y la Recons­ trucción del sur desempeñaron un papel im portantísim o en el proceso del desarrollo étnico de los negros norteamericanos. La esclavitud durante siglos trabó su asimilación social y cul­ tural. La Guerra de Secesión que le puso fin y movió de lugar a enormes masas esclavas acabó con el aislamiento en que se 137

encontraban, unió en la lucha conjunta con las arm as en m ano a negros libres y ex esclavos oriundos de los Estados más di­ versos, am plió repentinam ente sus contactos con el m undo ex­ terior im pulsando el proceso de su asimilación. Eso no pudo dejar de provocar cam bios en la sicología de los hom bres de color. Adem ás, en los años de la Reconstrucción éstos alcan­ zaron sorprendentes éxitos en la esfera de la instrucción pública. La burguesía norteña estaba interesada en que los negros, futuros obreros de las fábricas y empresas, minas y obras de construcción y que com ponían la m ayor parte de la población productora del sur, tuviesen siquiera un mínimo de instrucción. Entre 1865 y 1871 la Oficina para libertos fundó 4.238 escuelas diurnas, nocturnas y de fin de semana, 14 cole­ gios para la preparación de m aestros; en el sur aparecieron las prim eras universidades negras: la de Fisk, H ow ard y Atlanta. El analfabetism o entre la población de color se redujo de casi el 100% en 1860 al 70% en 1880. La instrucción contribuyó al ascenso de la prensa negra. Aparecieron los nuevos escrito­ res y poetas de color. D urante los años de la guerra y la Reconstrucción los ne­ gros norteam ericanos alcanzaron progresos más grandes en su desarrollo cultural, social y político que en dos siglos de escla­ vitud. Los antiguos esclavos pasaron a la unificación en un ni­ vel superior con los negros que obtuvieron la libertad todavía antes de la guerra y con los m ulatos, para quienes la abolición de la esclavitud tam bién significaba pasar a una nueva condi­ ción en la existencia. Aum entó no sólo la conciencia social, si­ no tam bién étnicorracial de la población de color. Al mismo tiempo fueron modificándose sus relaciones m utuas con dife­ rentes elementos étnicos de la población blanca, tendió a acele­ rarse el proceso de su asimilación cultural y social que había avanzado hasta entonces con mucha dificultad. En el último cuarto del siglo X IX en EE.U U . comenzó a de­ sarrollarse el capital m onopolista que no dejó de extender sus tentáculos hacia el sur. El norte industrial necesitaba de mano de obra barata, y el sur la tenía. El bajo nivel de vida de la po­ blación trabajadora, como consecuencia de la esclavitud secu­ lar de los negros, y las ilimitadas reservas de mano de obra existentes en el sur abrían ante los magnates financieros del norte amplias posibilidades de sobreexplotación del trabajo barato, casi gratuito de aquéllos. La burguesía norteña empe­ zó a invertir cada vez más capital en la economía de los Esta­ dos del sur. Los ferrocarriles, la industria hullera, metalúrgica, algodonera, forestal y del tabaco, así como una sustancial par­ 138

te de las plantaciones del sur, aparecieron poco a poco en m a­ nos de los magnates financieros de Wall Street. En el sector agrario del sur el capitalism o tam bién se desa­ rrollaba a ritmo acelerado. Crecía rápidam ente el núm ero de granjas y, a la vez, la pequeña producción era desalojada por la de escala. N o obstante, en el “ cinturón negro” , donde la for­ ma principal de arrendam iento de la tierra era la aparcería, la misma agotaba la fertilidad del suelo y trababa la aplicación de una agrotécnica progresiva. El predom inio de la aparcería en el “cinturón negro” por espacio de muchos decenios condu­ jo allí a una miseria tan grande entre la población de color co­ mo no se había visto en ninguna otra parte de los EE.U U . Al mismo tiempo, en las ciudades sureñas los obreros blan­ cos, contagiados por los prejuicios raciales, com enzaron a ver en los negros a competidores directos. A éstos los trataban de privar cada vez más del trabajo calificado y les cerraban el ac­ ceso a la industria textil, de construcción de m aquinaria y otras ram as “ blancas” con alta remuneración salarial. A co­ mienzos del siglo XX los negros en el sur representaban no más del 5% de los obreros calificados. La m ayoría de ellos es­ taba empleada en trabajos pesados y mal pagados en las mi­ nas, en la construcción y las empresas metalúrgicas, explota­ ciones forestales y plantaciones. Para ese tiempo la dirección de la Federación Americana del Trabajo (AFL) se ubicó en las posiciones del chauvinismo blanco, e incluso en el norte, parte de los sindicatos integrantes de la A FL no adm itían a los ne­ gros, y otros fundaron secciones para los afiliados de color. En 1902 en 43 sindicatos nacionales de la A FL no había un sólo afiliado negro y, en total, entre 1.000.000 de los obreros que agrupaba había sólo 40.000 de color. N o teniendo posibilidades de obtener trabajo con ayuda de los sindicatos que no lo recibían, el desempleado negro se veía obligado a transform arse en rompehuelgas y, cuando los obre­ ros blancos paraban, conseguía a veces trabajo bajo peores condiciones. Esto agravaba el alejamiento, la separación y hostilidad entre los obreros blancos y de color y conducía muchas veces a conflictos sangrientos. M uchos trabajadores blancos que abrigaban prevenciones contra los de color los consideraban competidores suyos y no hermanos de clase. A la vez, en la percepción del negro el obrero blanco se convirtió en el principal enemigo: era el que iba delante de la turba de linchadores, lo insultaba en la calle, le quitaba el pedazo de pan de la boca. Así la dirección reformista de la A FL introducía una cuña entre el movimiento obrero y los trabajadores de co­ 139

lor. A raíz de ello la “conciencia racial” alcanzó a dividir a los trabajadores antes de que la conciencia de clase pudiera unifi­ carlos. La burguesía atizaba por todos los m edios la hostilidad racial y se aprovechaba m uy hábilm ente de ella. Precisam ente p ara ese tiem po (finales del siglo X IX y co­ mienzos del XX) recae la adopción de nuevas constituciones en los Estados del sur y de todo un sistema de leyes y m edidas encam inadas a privar a los negros de los derechos cívicos de que gozaban, som eterlos con m ás fuerza para no perm itir la unidad con los blancos inculcando en las m asas de estos últi­ mos la pérfida idea de la superioridad de su raza. Tal sistema recibió el nom bre de Jim Crow. En particular, durante el pe­ ríodo com prendido entre los años 1890 y 1910 en los Estados sureños fueron sancionadas nuevas constituciones de acuerdo con las cuales casi todos los negros quedaban privados de de­ rechos electorales y, más tarde, de otros derechos ciudadanos. Se editaron leyes especiales para calcular la porción de sangre “ negra” ; según ellas, en algunos Estados del sur se considera­ ba “ negra” la persona con 1/8 de esta sangre; en otros, con 1/16; en los terceros, con 1/32 y, en algunos más incluso con 1/64. Quedó legalizada la desigualdad y segregación racial en el hábitat, la educación, relaciones m atrim oniales, en los luga­ res y locales públicos y, a veces, de trabajo, en el transporte. Entre las restricciones para los electores fueron introducidas las dependientes del grado de instrucción, tiempo de residen­ cia, etc. Hacia 1910 en la mayoría de los Estados sureños la población de color quedó prácticam ente apartada del proceso electoral, y desde 1902 hasta 1928 no hubo en el Congreso Fe­ deral ni un solo representante suyo. La segregación racial iba ganando terreno rápidam ente abarcando casi todos los aspec­ tos de la vida de esa población. En Nueva Y ork, Chicago y otras ciudades a comienzos del siglo XX aparecieron los pri­ meros ghettos para negros. Un conjunto de pequeñas ciudades del sur prohibió totalm ente el que éstos residan en ellas. La ba­ rrera del color aparecía a cada paso. Poco a poco en 29 de los 48 Estados norteam ericanos los matrimonios “ mixtos” volvie­ ron a ser prohibidos, y en otros no eran permitidos por los pre­ cedentes jiirídicos. Eran reprimidos con severos castigos inclu­ so los casos aislados de convivencia entre individuos de distin­ tas razas. Por cuanto en algunos Estados los jurados estable­ cieron la presunción de la imposibilidad de los matrimonios entre representantes de distintas razas, los mismos se conside­ raban ilegales desde un principio. De ahí emergía un instituto racista com o el concubinato norteamericano. Los jurados par­ 140

tían de la consideración de que, a diferencia del concubinato de individuos de una misma raza, el de diferentes razas no pue­ de generar efectos jurídicos de ninguna clase. Por eso los hijos en este caso se consideraban ilegítimos y sin el derecho de here­ dar los bienes de sus progenitores. A finales del siglo X IX y comienzos del XX el m ito de la “ superioridad” de los blancos y los prejuicios raciales em peza­ ron a difundirse ampliamente en el norte y el occidente, un tes­ tim onio de lo cual son los pogromes contra los negros que tu ­ vieron lugar en Nueva Y ork, Greensburg (Indiana), Springfield de Ohio y Springfield de Illinois. En el primer decenio y medio del siglo XX la propaganda racista en el país alcanzó, seguramente, su apogeo. Los politicastros interesados en el sis­ tema de Jim Crow en el sur y de explotación de la creciente po­ blación de color del norte apuntalaban una masiva cam paña demagógica destinada a dem ostrar la “ inferioridad” de los ne­ gros. Esta “ inferioridad” era subrayada con miles de letreros prohibiendo en todas partes la entrada de las personas de co­ lor a los lugares públicos y en los transportes, con caricaturas representándolas como a gorilas vestidos de hombres, en la prensa, en las etiquetas de pastas para el calzado, etc., en todo el país. La fotografía de un negro podía aparecer en los perió­ dicos sólo si se le acusaba de algún crimen. En la producción literaria la expresión más conocida de esta propaganda racista fue la novela negrófoba Clansman, de T. Dixon, en base a la cual en 1915 fue sacada la película El nacimiento de una nación. Todo eso debía afirmar en la conciencia de los norteam erica­ nos blancos el estereotipo del negro como un ser infrahum ano, casi un animal. Por último, contribuyeron mucho a la form a­ ción de la imagen del negro como la de un “ ser inferior” los trabajos de muchos historiadores, antropólogos, biólogos, si­ cólogos y sociólogos norteamericanos. Por otra parte, los in­ tentos de atribuirle al hombre de color rasgos “ genéricos” co­ mo la pasividad y sumisión, falta de iniciativa y voluntad para la acción independientes se com binaban por lo común con los esfuerzos por deform ar y denigrar su pasado, dem ostrar que su raza no tuvo historia y que todo lo logrado pudo ser alcan­ zado gracias a la ayuda de los norteamericanos blancos. Con frecuencia el papel de los negros en la historia de EE.U U . en general era ignorado. Se celebraban conferencias, publicaban “ obras” en las cuales se subrayaba el crecimiento de la crimi­ nalidad entre aquéllos en los tugurios, se afirm aba que iban degradando rápidamente en su m oral y conducta, salud y bie­ 141

nestar y, por eso, no tienen capacidad para m anejarse solos y no pueden pretender al derecho del voto. De esta m anera el sistema Jim Crow , que estuvo aplicán­ dose hasta los años 60 del presente siglo, de segregación y dis­ crim inación de la población de color fue en m odo alguno un producto de los instintos de raza y principios em anados de la naturaleza, sino del desarrollo del capitalism o norteam ericano en el período de su transición a la fase m onopolista. Para crear y afianzar este sistema de opresión se necesitó casi un cuarto de siglo: desde finales de los años 80 del siglo XIX y hasta la Prim era G uerra M undial. En el m edio siglo transcurrido entre la G uerra de Secesión y la Prim era G uerra M undial la población de color de EE.U U. creció de 4.400.000 de personas en 1860 hasta 9.800.000 en 1910, aunque su peso en el total de la población se redujo du­ rante ese tiempo del 14,1% al 10,7%. En 1910 las nueve déci­ mas partes de los negros norteam ericanos seguían viviendo to ­ davía en el sur, aunque cada decenio era cada vez m ayor el nú­ mero de los que se trasladaban de las zonas rurales a la ciudad y del sur al norte. Pero si en el sur en 1910 ascendía al 17,7% la población de color de todos los Estados sureños que residía en las ciudades, en los Estados de la región atlántica m edia ese ín­ dice alcanzaba el 81,2% y, en N ueva Inglaterra, incluso el 91,8% . Se elevó considerablemente el nivel general de cultura de la población de color. El analfabetism o entre las personas de 10 y más años de edad se redujo dél 70% en 1880 al 30,4% en 1910, o sea, al 36% entre la población de color del campo y al 17,6% entre la de las urbes. El desarrollo desigual del capitalismo en las principales re­ giones económicas del país y, en particular, el rezago del sur en el que vivían 9/10 de la población negra dificultaban su dife­ renciación en clases. N o obstante, después de abolida la escla­ vitud y a raíz de la migración al norte y, en general, a las ciuda­ des, el proceso de diferenciación clasista y socioprofesional en­ tre aquélla tendió a acelerarse bruscamente. En 1900 el 54% estaba ocupado en el agro, el 33% en la esfera de los servicios, el 6,9% en la industria y el 5,2% en el comercio y los transpor­ tes. M enos del 1% , o sea, 47.000 personas trabajaban como es­ pecialistas y profesionales50. La clase más numerosa entre la población de color de EE.U U . a comienzos del siglo XX era ya el proletariado. M as un sector m uy grande del mismo estaba representado en ese entonces por los obreros rurales, quienes se encontraban en los peldaños más bajos de la escala social del agro. La clase 142

obrera fabril negra sólo se hallaba en form ación, mas su nú­ mero crecía muy rápido ascendiendo hacia 1910 a 500.000 per­ sonas. En las ciudades una gran parte seguía ocupada en los servicios y el comercio, los transportes, obras viales, tendido de acueductos, canalización, etc. El destino de los obreros ne­ gros, a los que la “ barrera de color” cerraba el acceso al tra b a ­ jo calificado, eran las labores pesadas y la miseria. En particu­ lar, la m ortalidad por tuberculosis entre los negros era tres ve­ ces m ayor, y el promedio de vida en 1900, 16 años menor que entre los norteamericanos blancos. Los granjeros representaban, por su núm ero, el segundo grupo entre la población de color. En 1910 había más de 890.000 granjas, pero los propietarios ascendían sólo a 218.50051. En medio siglo creció mucho la burguesía de color. Esta clase se formó con diversos elementos. En Charleston, Nueva Orleans, Boston y otras ciudades de Nueva Inglaterra aún se­ guía integrada por los mulatos de tez clara, descendientes de la vieja “ clase alta” negra al servicio de los blancos pudientes. Pero en el período comprendido entre 1890 y 1914, es decir, junto con la afirmación del sistema de Jim Crow, se operó el proceso de formación de la clase burguesa negra, de los empre­ sarios de color cuyos intereses económicos estaban directa­ mente vinculados a la explotación de las masas negras urbani­ zadas. Pero, aunque a esta clase “ nueva” se incorporaron aho­ ra también elementos de piel más oscura, siguió vigente toda­ vía por largo tiempo durante el siglo XX una determ inada re­ lación entre los matices de la piel y los de la condición social. La discriminación racial practicada por los bancos y com pa­ ñías de seguros “ blancos” , la expulsión de negros de los hote­ les, restaurantes para blancos, etc., llevaron a la aparición de pequeños bancos y firmas de seguros, de crédito, constructo­ ras “de color” y otras, así como de hoteles, agencias de servi­ cios fúnebres, cementerios de la misma índole y abonaron el terreno para una proliferación relativamente rápida a comien­ zos del siglo XX de una burguesía de color m ediana y, particu­ larmente, pequeña. Un gran logro de los negros norteam ericanos fue la crea­ ción de una intelectualidad propia, a lo cual contribuyó en me­ dida enorme la fundación de colegios y universidades de color. En 1913 los había ya más de tres decenas, agregándose a las tres universidades sureñas las de Wilberforce y de Lincoln en el norte. Hacia 1914 el número de especialistas y profesionales negros alcanzó a 60.000 personas, pero las 9/10 partes corres­ 143

pondían a los m aestros, pastores y músicos que no tenían a ve­ ces no sólo instrucción superior, sino siquiera enseñanza me­ dia term inada. U nicam ente alrededor de 5.000 personas de co­ lor tenían diplom as expedidos por colegios y universidades, y sólo 14 ostentaban el grado de doctores en filosofía. Por lo tanto, en vísperas de la Prim era G uerra M undial en­ tre los negros norteam ericanos existían ya todas las clases y ca­ pas (a excepción de la gran burguesía) típicas, de la sociedad capitalista. Pero su desarrollo se veía trabado artificialm ente por el capital m onopolista y la cúpula gobernante de EE.U U . Para ese tiem po culm inó en lo esencial tam bién la división racial de la iglesia cristiana de E E .U U ., aunque algunas igle­ sias blancas del norte seguían m anteniendo aún sus puertas abiertas para los feligreses de color. El papel de la iglesia en la com unidad negra cobró un relieve ahora incluso más grande que en la época de la esclavitud. La misma no sólo respondía a las dem andas espirituales de sus parroquianos, sino que era el centro principal de su acción social que abarcaba muchos aspectos de la vida de las com unidades en el cam po y la ciu­ dad. Tam bién fue una institución de ayuda m utua, escuela de autogestión y, a veces, de actividad empresarial. El lugar espe­ cial de la iglesia predeterm inó la función peculiar del pastor. Este no sólo era un predicador, sino tam bién su reconocido lí­ der, árbitro y consejero en los más diversos asuntos m unda­ nos. Em pero, a comienzos del siglo XX sólo las iglesias presbi­ teriana y congregacionista tenían pastores que habían recibido instrucción. Las masas de negros pobres, en cambio, pertene­ cían a las iglesias baptista y m etodista, y esta circunstancia, por lo visto, mucho contribuyó a que el servicio religioso en las zonas más profundas del “cinturón negro” se distinguiera por su carácter extraordinariam ente emocional, con trances y exal­ taciones. Esta peculiaridad del rito religioso le permitió a M . Herskovits y algunos otros autores norteamericanos ha­ blar de reminiscencias africanas en la religión de los negros de EE.U U . Sin embargo, según la opinión de F. E. Frazier, a di­ ferencia de las Indias Occidentales o del Brasil, donde tal cosa efectivamente tuvo lugar, en la religión de los negros nortea­ mericanos no hay ninguna clase de resabios africanos. Frazier consideraba que lo que influyó en la iglesia de color aquí fue ante todo la específica experiencia de los propios negros en América, y que esta iglesia era producto del contexto nortea­ mericano. La iglesia, sin duda, ayudaba a m antener la solidaridad en 144

la com unidad, lograba a veces algunas concesiones locales, be­ neficios individuales en favor de unos u otros m iembros de la comunidad y atem perar la discriminación. Pero al mismo tiempo la división en diferentes parroquias y organizaciones religiosas se convirtió en un determ inado freno para la asimi­ lación cultural y social. En el último tercio del siglo XIX y comienzos del XX apa­ recieron nuevas fraternidades secretas y sociedades de ayuda m utua, a la vez que se ensancharon las ya existentes por cuenta de las filiales locales en el sur. En las universidades y colegios de color surgieron asociaciones estudiantiles y clubes. Se fun­ daron organizaciones y sociedades juveniles, femeninas y pro­ fesionales. En 1900 se creó la Liga nacional negra de negocios y, en 1906, la Asociación nacional de banqueros negros. La prensa de color contaba hacia 1914 con 398 publicaciones, en­ tre ellas 249 periódicos. Aumentó de manera inaudita el inte­ rés por el pasado de la raza negra, la historia de los negros en EE.U U., salió toda una serie de libros de autores de color so­ bre estos temas, se fundaron sociedades históricas de la misma índole. En 1915 se creó la Asociación para el estudio de la his­ toria y la vida de los negros. Desde 1916 comenzó a salir la Re­ vista de historia negra que sigue apareciendo hasta hoy. El cre­ ciente interés de los negros norteamericanos hacia su pasado revelaba el deseo de rebatir las afirmaciones en el sentido de que “ Africa no tiene historia” y m ostraba el ascenso que se producía en la conciencia étnico-racial. Por otra parte, en este acendrado interés hacia su historia, en su interpretación por distintos autores que en ocasiones se es­ forzaban en magnificar el pasado de la raza negra, incluso en el enfoque de las causas que los habían incitado a proceder a sus estudios y de los fines que con ello perseguían volvió a manifestarse con meridiana claridad el caracter ambivalente, dual de la conciencia tan típico del pensamiento negro en los siglos XIX y XX. Unos autores se esforzaban, en particular, en inculcarles a sus lectores los sentimientos de orgullo y soli­ daridad racial para fortalecer sus posiciones en la lucha colec­ tiva por la igualdad de derechos cívicos y, a la vez, convencer a los norteamericanos blancos en la igualdad de todas las razas y en la capacidad de los negros de ser ciudadanos como ellos. Otros autores subrayaban la pasada grandeza de la raza negra como un argumento en favor de que se conserve la segregación y la “ pureza racial” de los negros, en favor del separatismo, la emigración de EE.UU. y la fundación de una “ nación pro­ pia” . Es peculiar el hecho de que tanto los unos como los 10— 887

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otros, pese al orgullo por el pasado del Africa antigua y a su identificación con ella, en su m ayoría abrum adora com partían los estereotipos difundidos en ese tiem po en E uropa y EE.U U . sobre el “ prim itivism o” de la cultura actual de los pueblos africanos. La “ traición de 1876” y el gradual deterioro de la situación de la población de color a comienzos de los años 80 y en la dé­ cada de los 90 del pasado siglo generaron un creciente desen­ gaño con relación a la actividad política y a la reorientación que se había iniciado en el pensam iento negro. Poco a poco un núm ero cada vez m ayor de sus representantes renunciaban a la esperanza de integrarse en la sociedad norteam ericana y llega­ ban a la conclusión de que debían crear y fortalecer sus pro­ pias instituciones y com unidades y, tal vez, em igrar al Africa, pero m antenerse de cualquier m anera juntos, apoyarse en sus fuerzas y prestar ayuda unos a otros. Se hace cada vez m ayor hincapié en la necesidad de adaptarse a la grave situación crea­ da. La “ solidaridad racial” , la “ adquisición de bienes” y la “ autoayuda” y otros principios semejantes se transform an en com ponente de un conjunto más amplio de ideas que acepta­ ban la “ superioridad” de los blancos como un hecho irrebati­ ble, por lo menos en el futuro previsible, acallaban las dem an­ das del derecho de voto y otros derechos ciudadanos y hacían recaer la responsabilidad por la situación de los negros en ellos mismos. La idea de la adaptación a la situación creada y, por lo tanto, de conciliación con el sistema de Jim Crow fue expre­ sada de la m anera más cabal por Booker T. W ashington (1856-1915). El aspecto más im portante de su program a radi­ caba en el fortalecimiento y el apoyo al “ business” negro. La débil burguesía de color veía en la segregación una defensa contra la competencia del empresariado blanco y estaba hon­ dam ente interesada en el apoyo de “ su” negocio por toda la población de color. A unque B.T. W ashington cierta vez había declarado que “ somos una nación dentro de la nación” , a diferencia de M .R . Delany estaba en contra de la emigración de EE.UU. O bjetando contra la migración a las ciudades y hacia el norte, contra la agitación en favor de la igualdad social, la educación política de las masas de color y su ingreso a los sindicatos, B. T. W ashington lo hacía reflejando las posiciones del nacio­ nalismo burgués negro. Al exhortar a la sumisión y no resis­ tencia a los racistas, al afirm ar también que la población de color conseguiría más ganándose el favor de los sectores blan­ cos gobernantes, se pronunciaba como un partidario abierto 146

de la “colaboración” con ellos y de la renuncia a las tradicio­ nes de la activa lucha que los negros habían sostenido durante muchos decenios. La ideología y la actividad capituladora de B. T. W ashing­ ton, que recibió el nom bre de “ bookerism o” , fue enfrentada por los jóvenes intelectuales radicales encabezados por el pri­ mer hombre de color que obtuvo el grado científico de doctor en filosofía en la prestigiosa universidad de H arvard, W. E. Burghardt D u Bois (1868-1963), quien pasó a ser en el siglo XX una de las más destacadas personalidades que hicieron su aporte a la lucha de los afronorteam ericanos y al desarrollo de la cultura norteamericana. En 1903, siendo ya profesor de la Universidad de Atlanta, D u Bois publicó su libro El alma del pueblo negro, que después se reeditó más de 20 veces, en uno de cuyos capítulos sometió a demoledora crítica al “ bookerism o” y llamó a una decidida lucha contra el sistema de Jim Crow, por los derechos civiles y políticos iguales para la población de color norteamericana. En 1906 W. E. B. Du Bois y otros líderes radicales funda­ ron el llamado Movimiento Niágara, que formuló las dem an­ das de poner fin al sistema de Jim Crow y conceder a los ne­ gros todos los derechos civiles, demandas que H. Aptheker de­ finió como un “ program a decididamente revolucionario” 52. El M ovimiento Niágara preparó el terreno para la creación en 1909 de la Asociación nacional para el avance de la población de color (NAACP) que se pronunció abiertam ente contra el terror racista, la discriminación racial y la segregación. Su di­ rección durante largo tiempo se encontraba en manos de los li­ berales blancos; no obstante, ya en esa época la NA A CP hizo mucho por el movimiento negro en EE.UU. Su órgano perio­ dístico, el periódico The Crisis, estuvo bajo la dirección de W. E. B. D u Bois. La fundación de la NAACP, sin duda, con­ tribuyó al desarrollo de la conciencia y la solidaridad de la po­ blación negra y, por eso, representó su conquista más grande en ese período. No es casual que, asustados por la actuación política de la NA ACP, los sectores conservadores de color con el apoyo de John Rockefeller y otros magnates financieros or­ ganizaron en 1911 en contraposición a ella la Liga nacional u r­ bana. En 1913 pasó a integrar su dirección B. T. W ashington. D urante varios decenios fue la portadora de la influencia conservadora sobre las masas de color, se pronunciaba contra los sindicatos y se ocupaba del reclutam iento de rompehuelgas. La sicología de los negros norteamericanos, como ya se ha 10*

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señalado, fue form ándose bajo la influencia de factores que coadyuvaban a su asim ilación y de factores que la frenaban. Adem ás, tam bién hay que tener en cuenta que el proceso de asimilación en E E .U U . se caracterizaba por considerables ele­ m entos específicos. En prim er lugar, los africanos traídos del C ontinente N egro no pertenecían a un solo pueblo. En segun­ do lugar, ya en la época de la esclavitud habían perdido casi por com pleto la vinculación con su cultura, tradiciones, cos­ tum bres y lenguas anteriores. Y, en tercer lugar, la diferencia étnica se veía com plicada aquí por la racial. La ausencia de tradiciones culturales en los negros esclavos podría haber ace­ lerado sustancialm ente su asimilación cultural y social. Pero esto se veía dificultado tanto por el propio instituto de la escla­ vitud y la opresión racial, como la sistemática introducción en la conciencia de los norteam ericanos blancos de la sicología del racismo y de la hostilidad hacia los negros, es decir, toda la política de las clases gobernantes de EE.U U . que durante si­ glos frenaban el proceso de asimilación que, pese a todo, se iba operando. Después de la G uerra de Secesión este proceso fue avanzan­ do en una situación socioeconómica ya distinta. La esclavitud había sido liquidada, y en el período de la Reconstrucción sur­ gieron condiciones más favorables para la asimilación de los antiguos esclavos. Pero el sistema general de segregación y dis­ crim inación racial creado a finales del siglo XIX y apoyado por las clases gobernantes de EE.U U ., junto con la elimina­ ción de casi todos los derechos ciudadanos para la población de color, se transform ó en un nuevo freno en el camino de su ulterior asimilación. La visión de las cosas entre la población de color de las zonas rurales del sur cambiaba lentamente, y en la m ayoría de los casos seguían siendo aceptados los valores propugnados por las clases gobernantes. La conciencia racial aún no hacía a los negros parte de una com unidad histórica o étnica determ inada y no llevaba a la formación de tradicio­ nes raciales. Aquellos en su conciencia social se identi­ ficaban entonces más bien con las comunidades de las iglesias. Sin embargo, hacia el momento de estallar la Primera G uerra M undial decenas y, más tarde, centenares de miles de negros se trasladaron a las ciudades del norte y del sur. Por otro lado, en las urbes surgió una capa considerable de intelec­ tuales de color. Y precisamente esta capa social aparecía con m ayor frecuencia como la expresión de la conciencia nacional. Pero, además, la propia vida urbana introducía cambios en el ideario de los migrantes, imponía su sello a la sicología de es­ 148

tos últimos, al proceso de su ulterior asimilación física, cultu­ ral y social. La asimilación física de la población de color siguió avan­ zando y, según consideran algunos analistas, en proporciones aún mayores, a medida que se intensificaba la migración a las ciudades, que en la época de la esclavitud. Esto tuvo que ver con la creciente urbanización y los cambios en la estructura so­ cial. Claro está, las leyes sobre segregación en las relaciones fa­ miliares y matrimoniales incidieron en alguna medida en la disminución de los m atrim onios entre individuos de diferentes razas. Pero es difícil que pudieran haber frenado de m anera se­ ria el proceso de la fusión de razas, ya que ésta siempre se ope­ ró en los EE.U U . principalmente por la vía de las relaciones extramatrimoniales de las mujeres negras y m ulatas con los norteamericanos blancos, de las mujeres negras con los m ula­ tos y de los negros con las mulatas. La fusión de razas conti­ nuó, por cierto sobre otra base, incluso en las zonas rurales del sur, un testimonio de lo cual puede ser siquiera el hecho de que en las crónicas de la aplicación de la ley de Lynch aparecen continuam ente mujeres negras asesinadas por la m ultitud por su relación con hombre blanco. Pero de m anera particu­ lar contribuyó a la fusión racial la urbanización de la pobla­ ción de color. Por ejemplo, en Luisiana a finales del siglo XIX los juzgados locales no podían frecuentemente establecer si una persona era un negro de piel clara o un blanco de piel oscura. Se sabe que a comienzos del siglo XX entre 10.000 y 20.000 m u­ latos pasaban anualmente de m odo ilegal a form ar parte de la población blanca. La fusión de razas, igual que antes, también se producía por cuenta de los matrim onios y relaciones extramatrimoniales entre negros e indios. En particular, hacia el comienzo de la Reconstrucción sólo en cinco de las llamadas tribus civilizadas (criques, choktavos, seminólas, iroqueses, chikozavos) vivían más de 20.000 negros y m ultitud de perso­ nas con distinto grado de mestizaje. Sin embargo, ni el propio término de “ m ulato” , ni el nú­ mero de m ulatos en los Estados Unidos jam ás fueron defini­ dos científicamente y el número real de personas de sangre “ m ixta” , seguramente, siempre fue mayor que el que m ostra­ ban los censos. Pero incluso conforme a los datos subvaluados de esos censos el peso de los m ulatos en toda la población de color creció entre 1850 y 1910 del 11,2% al 20,9%. Sin em bar­ go, en realidad los ritmos de la mestización fueron, segura­ mente, más elevados aún. W. E. B. Du Bois, por ejemplo, ya a comienzos del siglo XX afirm aba que “ probablem ente una 149

tercera parte de los negros” de E E .U U . tienen cierta porción de “ sangre blanca” y, adem ás, una porción bastante grande de “ sangre negra” circula en las venas de los norteam ericanos b la n c o s53. Ju n to con el proceso en m archa de la asimilación física ten­ dió a acelerarse notoriam ente después de abolida la esclavitud tam bién la asim ilación cultural de la población de color. La afluencia de negros desde el Africa había cesado desde hace tiem po y el habla africana en el país de hecho desapareció. Só­ lo un núm ero relativam ente escaso de palabras, por lo demás muy m odificadas, y de nom bres quedó en el idiom a inglés de los aldeanos negros del sur. C onstituía una excepción sólo el lenguaje de un grupo relativam ente aislado de la población de color, por ejemplo, de los negros de las islas del M ar. Los ne­ gros que vivían en las ciudades del norte todavía antes de la G uerra de Secesión ya se habían integrado a la cultura urbana y perdido los restos de sus “ africanism os” . En esencia, a co­ mienzos del siglo XX casi toda la población negra había perdi­ do sus vínculos con la cultura y las tradiciones de los antepasa­ dos africanos. N o tenía lengua propia ni literatura, su religión y m odo de vida en su esencia poco se diferenciaban de m ane­ ra sustancial de la religión y el m odo de vida de los norteam e­ ricanos blancos de la misma condiciÍ9 129 al 243), de los cabildos locales en el año 1857. Algu­ nos de sus nom bres incluyen etnónimos. Figuran allí 5 cabil­ 258

dos gangá (sin subdivisiones), dos lucumí y, de a uno, gangáquiquí, carabalí, congo, congo-real, congo-m ainga, arará, mandinga, m in a 32. Un instituto con base étnica parecida al cabildo, por lo me­ nos en sus inicios, fue el de “ abacuá” que después perdió su carácter restringido no sólo en lo étnico, sino tam bién en lo ra­ cial. Se trata de una sociedad cuyos miembros llevaban tam ­ bién el nombre de ñañigos. Los autores cubanos han dem os­ trado que la misma fue fundada por naturales de C alabar a los que denom inaban carabalí. Su composición étnica no era ho­ mogénea: podía incluir portadores de las lenguas bantú, bantoides y sudanesas. Los cabildos carabalí se conocían en Cuba desde mediados del siglo XVIII, pero las primeras referencias sobre una sociedad del tipo abacuá datan de 1836, aunque se considera que pudieron haber existido a n te s33. A diferencia del cabildo, el ingreso a la organización abacuá revestía carác­ ter secreto y eran admitidos sólo los hombres dignos, según las nociones de la entidad, de considerarse como tales que cum ­ plían con un rito de iniciación. Esas nociones cambiaban con el tiempo de la misma manera como variaba, seguramente, la composición social de la comunidad. A finales del siglo XIX y comienzos del XX era muy preciado el sentimiento de digni­ dad personal y corporativa, lo cual conducía a choques entre diferentes grupos abacuá. Dichas sociedades se encontraban particularm ente en La H abana (en las zonas portuarias), así como en los puertos de M atanzas y Cárdenas. En 1863 se fundó una sociedad abacuá integrada únicamente por blancos. En M atanzas se conocía una form ada por chinos y sus descendientes. Las comunidades mencionadas hacían recordar a las aso­ ciaciones de varones conocidas en Africa occidental. Sin em­ bargo, resulta difícil advertir una vinculación directa entre ellas. A diferencia de los cabildos corrientes que integraban los esclavos, las sociedades abacuá eran constituidas (por lo menos al principio, según se desprende de los documentos) por ne­ gros libres nacidos en Cuba, es decir, por criollos. Pese a ello, la nómina bastante extensa de puestos (“ plazas” ) en estas tenía denominaciones africanas, m ientras que en los cabildos se utilizaban los títulos españoles: el rey, la reina, etc. En las sociedades abacuá con m ayor fuerza y, tal vez, con anterio­ ridad respecto al cabildo surgió el principio territorial en sustitución del étnico (con una continuidad muy estricta del rito de la iniciación). Nos referiremos ahora al palenque, según la denominación 259 17*

que se d aba en el período colonial al cam pam ento de los escla­ vos fugitivos. La lucha de los cautivos contra la opresión adquiría diversas form as: desde la desobediencia individual y la fuga hasta los m otines y las sublevaciones. Particularm en­ te tendió a agudizarse durante la intensificación de la trata. P o r ejem plo, desde 1796 hasta 1815 únicam ente en La H abana se registraron datos sobre la captura de 15.000 fugitivos34. En el archivo de M atanzas existen dos fondos, el de “ Sublevacio­ nes’’ y el de “ C im arrones” con centenares de expedientes. La Legislación colonial delim itaba bien claro las protestas indivi­ duales y las colectivas. Por ejemplo, la paga por la captura de un cim arrón solitario era de 4 pesos, distinguiéndose m ucho de la que se ofrecía por un “ apalencado” (“ palenques” eran los grupos de 6 y más fugitivos) que oscilaba entre 20 y 50 pe­ sos en dependencia de la form a de resistencia35. Los palenques revestían carácter poliétnico, pues allí se congregaban esclavos de diversa procedencia, tanto naturales del Africa com o criollos, hom bres y mujeres. Por lo com ún se instalaban de m anera tem poraria, pero los había tam bién que d uraban mucho. Con frecuencia los pobladores de un palen­ que destruido volvían a fundar otro. El G ran Palenque de F ri­ jol, en la zona de M oa, que se conocía desde 1815 tenía no sólo viviendas perm anentes, sino también campos con sembrados de caña y parcelas con tabaco y frijoles. Sus habitantes m ante­ nían vínculos con contrabandistas extranjeros y comerciantes locales. En este palenque que duró unos 2 años había más de 200 viviendas y 300 habitantes. Entre ellos había blancos, y a la cabeza se encontraba un negro nacido en La H a b a n a 36. El palenque fue el primer instituto social en el que se unifi­ caron para luchar contra su condición esclava los representan­ tes de diferentes etnos africanos y los nacidos en Cuba. Esta circunstancia, además de su significado político (la brega co­ m ún contra la esclavitud), no pudo dejar de repercutir también en los aspectos étnicos de los procesos que se operaban. A un­ que es poco lo que sabemos sobre la vida interna de los palen­ ques, es de suponer que ahí las diferencias raciales y étnicas quedaban de lado. La lengua para comunicarse entre sí debió ser común; las dificultades de la vida y la limitación de los me­ dios de existencia llevaban inevitablemente a la unificación de la cultura m aterial, a la activa influencia m utua en la esfera de la cultura espiritual con la formación de una conciencia co­ mún, si bien, seguramente, al nivel local, pero que contraponía a los miembros del palenque, independientemente de su origen étnico, al medio hostil que los rodeaba. El palenque como fe­ 260

nómeno perduró hasta la guerra de los Diez Años (1868-1878), la prim era de las guerras por la liberación de Cuba del dom i­ nio español, cuando se incorporaron orgánicam ente a la lucha contra los españoles. En lo que se refiere al “ barracón” , este térm ino significó al comienzo del tráfico de esclavos un local grande o casucha aparte donde se encontraban los cautivos hasta el m om ento de ser vendidos. Más tarde se le empezó a dar este nom bre a cual­ quier vivienda destinada para los esclavos en una u otra explo­ tación. A partir del tercer decenio del siglo XIX en el occidente de Cuba empezaron a construir albergues especiales para alo­ jar en ellos a grandes grupos de esclavos que trabajaban en los mayores ingenios y en las plantaciones de azúcar vecinas. El promedio de esclavos en estas plantaciones ascendía a unos 300 individuos. M ás de mil había en el ingenio Trinidad, de M atanzas. La concentración de los cautivos y el peligro cre­ ciente de rebelión dieron origen a un tipo especial de edifica­ ción que recordaba la cárcel: tenía una sola salida, y las de ca­ da compartimiento daban al patio. Las dimensiones medias de tales construcciones eran de 50 por 100 metros y, en algunos casos, llegaban a ser de 180 por 140 metros. Los dueños de las plantaciones de caña de azúcar y de café se reabastecian de esclavos en la medida en que necesitaban de mano de obra y en que los había en el mercado. Com praban intencionadamente, además, cautivos de diferente procedencia étnica37. Un análisis de la lista de esclavos ocupados en 1854 en la plantación del ingenio San Juan, de M atanzas, proporciona una idea concreta al respecto. En total ascendían a 234 entre adultos y niños; 135 eran varones y 99 mujeres, o sea, repre­ sentaban el 57,7% y 42,3% respectivamente. Había 66 criollos (32 adultos: 9 hombres y 23 mujeres); 59 lucumí (41 varones y 18 mujeres); 54 gangá (37 y 17); 29 carabalí (14 y 15); 21 con­ go (13 y 8); 3 mina (2 y 1); 1 arará varón y 1 varón mandinga. En la lista de otro ingenio, el Carmen, se advierte en 1858 el mismo cuadro poliétnico. El grupo de los criollos predom ina­ ba aquí también ascendiendo a 104 (34 varones, 26 mujeres y 44 niños). Luego iban: 55 gangá (40 hombres y 15 mujeres); 41 lucumí (22 y 19); 23 carabalí (13 y 10); 14 congo (7 y 7); 5 mandinga (4 y 1); 4 varones macua y 1 varón m in a 38. El bozal en lo social ocupaba la posición más baja, cosa que restringía sus posibilidades de acceso a muchas esferas de la cultura, incluso las más simples, de los sectores dominantes. En las plantaciones de caña podía tener un conocimiento su­ 261

perficial de la esfera cultural que lo rodeaba y que estaba rela­ cionada con su trabajo y su vida cotidiana: aprendía a dom i­ nar el uso de ciertos instrum entos de labranza, adquiría las norm as necesarias en lo que hace a la vestim enta y la alim enta­ ción, aunque sin posibilidad de opción. El acceso a la fe católi­ ca y los ritos de la iglesia tam bién era m ínim o. Incluso el dom i­ nio del idiom a de los am os no era en las plantaciones estricta­ m ente necesario. A la vez, el empleo de la lengua bozal debió ser intenso en el medio poliétnico del barracón al que ingresa­ ban constantem ente nuevos cautivos del Africa. Las lenguas africanas podían conservarse entre los bozales, pero no se transm itían, com o regla, a la nueva generación. Según la práctica existente y que llegó a legalizarse en 1842 se contem plaba que las m adres lactantes tam bién tenían que salir a realizar las labores de cam po quedando los niños du­ rante su ausencia al cargo de una o varias niñeras que daban el pecho. Si el pequeño llegaba a enfermarse, la m adre no iba al cam po. Fuentes de períodos posteriores dan cuenta que los hi­ jos de las esclavas se criaban juntos hasta los 6-7 años en las llam adas “ casas de criollitos” o “enferm erías” , después de lo cual eran trasladados a los barracones39. Cabe suponer que en tales condiciones la etnización del niño se producía fuera de la familia. Este últim o, privado del contacto con los padres (y los abuelos) no obtenía la información étnica africana respectiva o ella era muy fragm entaria. La alteración de la continuidad étnica debió ser favorecida tam bién por la inconstancia de los vínculos m atrim oniales señalada por los contem poráneos40, su mixación en lo étnico que se puede apreciar analizando la lista citada. En ella se hace mención de 37 casos en que casi la m itad (17) son m atrim onios mixtos. También es singular el he­ cho de que entre los 66 criollos de la lista 23 son de padre des­ conocido. La vida del esclavo en las plantaciones de caña de azúcar era mucho más pesada que en las de café o tabaco. Durante 6 ó 7 meses los cautivos descansaban sólo cuatro horas y me­ dia y, en algunas plantaciones, incluso 3 horas por d ía 41. En las fiestas, como se dijo más arriba, se les perm itía can­ tar y danzar. En tales ocasiones la juventud podía aprender las creencias, ritos y el folklore oral de los padres y sus coterrá­ neos. M ás aún, el escritor cubano Anselmo Suárez y Romero notificó en 1840 que los criollos aprendían las canciones de los bozales, y éstos, a su vez, las de los criollos42. Los datos arriba expuestos muestran que en las plantacio­ nes de caña de azúcar los cautivos africanos y sus descendien­ 262

tes difícilmente podían haber conservado su cultura espiritual en la forma en que ella constituye un factor de etnoconservación. Una u otra de sus expresiones perdían su univalencia ét­ nica transform ándose en patrim onio de todos los esclavos y, en primer lugar, de los criollos. Tales condiciones (seguramen­ te se las podrá calificar de favorables a la consolidación) eran: heterogeneidad muy grande de la composición étnica; trabajo agotador que dejaba poco tiempo para los ritos sociales; criollización forzada de los hijos de los cautivos. Debían contri­ buir a un proceso más acelerado de nivelación étnica en com ­ paración con las zonas urbanas. En las plantaciones de café se empleaba un núm ero menor de esclavos que en las de caña de azúcar. Por ejemplo, en 1844 en ocho explotaciones de los alrededores de Aguacate (provin­ cia de M atanzas) había 439 esclavos, es decir, un promedio de 55 en cada explotación43. Es posible que el predominio de un etnos u otro en tal o cual dotación imponía de todas m aneras su sello en la for­ mación de la cultura espiritual del grupo en su conjunto. Por lo menos A. Suárez y Rom ero consideraba que “ cada inge­ nio... cada cafetal tiene sus canciones particulares que se dife­ rencian no sólo en los tonos sino también en la letra” . Sin em­ bargo, más adelante daba cuentas de diferencias (más bien de contenido que de carácter funcional)44 que podían existir también en el marco de un sólo grupo. Es sabido que también eran poliétnicos los barracones de las ciudades. Por ejemplo, en una de las curtiembres de La H a­ bana en 1844 había 130 esclavos. Entre ellos 54 eran lucumí, 26 gangá, 19 congo, 6 criollos, 4 mandinga, 2 arará, 2 m acua y 1 m in a45. Pero en la ciudad había cabildos que guardaban las tradiciones africanas de distintos grupos étnicos. Junto con la posibilidad de conservar la autonom ía étnica de los distintos grupos africanos, existía también la hostilidad entre algunos de ellos (en particular, entre los lucumí y gangá)46. De lo expuesto se ve bien claro que si los cabildos contri­ buían en la ciudad a conservar la tradición africana en la esfe­ ra de las creencias y los ritos, en los barracones de la zona ru­ ral los descendientes de los cautivos se transform aban en crio­ llos privados de identidad étnica y dentro del grupo africano. No obstante, tal división persistió durante largo tiempo por la constante afluencia de esclavos del Africa. La vida de los negros del campo libres, a semejanza de los de Limonar, H anábana y El Cobre anteriorm ente m enciona­ dos, ha sido poco estudiada. De las notas de los viajeros se 263

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