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Spanish; Castilian Pages 350 [352] Year 2005
Luis Millones Figueroa, Domingo Ledezma (eds.) El saber de los jesuítas, historias naturales y el Nuevo Mundo
teci Textos y estudios coloniales y de la Independencia Editores Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt) Sonia V. Rose (Université de Paris-Sorbonne)
Vol. 12
Luis Millones Figueroa Domingo Ledezma (eds.)
El saber de los jesuítas, historias naturales y el Nuevo Mundo
Vervuert - Frankfurt - Iberoamericana - Madrid 2005
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ISBN 84-8489-201-8 (Iberoamericana) ISBN 3-86527-211-8 (Vervuert) Reservados todos los derechos Diseño de la portada: Fernando de la Jara Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro Impreso en Alemania
índice Domingo Ledezma y Luis Millones Figueroa Introducción: los jesuítas y el conocimiento de la naturaleza americana Luis Millones Figueroa La intelligentsia jesuíta y la naturaleza del Nuevo Mundo en el siglo xvu
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Domingo Ledezma Una legitimación imaginativa del Nuevo Mundo: La Historia naturas, máxime peregrinae del jesuíta Juan Eusebio Nieremberg 53 Luís Miguel Carolino Historia, Natureza e Conhecimento na Cosmovisao Pro/ética de Antonio Vieira
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Carlos Ziller Camenietzki O Paraíso Proibido. A censura á Chronica de Simao de Vasconcelos em 1663
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Alian Greer The Exchange of Medical Knowledge between Natives and Jesuits in New France
135
Carmen Salazar-Soler "Obras más que de gigantes". Los jesuítas y las ciencias de la tierra en el Virreinato del Perú (siglos xvi y xvu)
147
Luis Fernando Restrepo Los límites de la razón occidental: La 'naturaleza' muisca y los proyectos intelectuales de los jesuítas en el Nuevo Reino de Granada, siglo xvu
173
María Cristina Torales Pacheco Los jesuítas novohispanos y la naturaleza en el siglo xvm
195
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Silvia Navia Méndez-Bonito Las historias naturales de Francisco Javier Clavijero, Juan Ignacio de Molina y Juan de Velasco
225
Eilleen Willingham Locating Utopia: Promise and Patria in Juan de Velasco 's Historia del Reino de Quito
251
Kristin Huffine Raising Paraguay from Decline: Memory, Ethnography, and Natural History in the Eighteenth-Century Accounts of the Jesuits Fathers
279
Margaret Ewalt Father Gumilla, Crocodile Hunter? The Function of Wonder in El Orinoco ilustrado
303
Sobre los autores
335
Indice de ilustraciones
339
índice onomástico
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Agradecimientos A Karl Kohut y Sonia Rose por acoger la idea de este volumen dentro de la colección Textos y estudios coloniales y de la independencia. A todos los autores de los ensayos por su interés, paciencia y respuestas a nuestras sugerencias. A Colby College y Wheaton College por su apoyo en las distintas etapas de la investigación y la edición del libro. A The John Cárter Brown Library que nos facilitó la consulta de originales y la reproducción de la mayoría de ilustraciones, muy especialmente a Leslie Tobias Olsen y Heather Jespersen, del Servicio de Fotografía y Reproducción de la JCBL, por su esmero y cuidado en la preparación de las imágenes digitales. También a la Brown University Library por permitirnos reproducir las imágenes del libro Arca Noe de Athanasius Kircher, de la colección de la John Hay Library. Los editores quieren además reconocer la ayuda en diversos aspectos del proyecto de las siguientes personas: Blanca Figueroa, Marilyn y George Majeska, Justin Dubois, James Barrett, y Pedro Schachtt Pereira. Su generosidad ha contribuido a mejorar el libro de forma valiosa.
Introducción: los jesuítas y el conocimiento de la naturaleza americana Domingo Ledezma Luis Millones Figueroa Los jesuitas llegaron al Nuevo Mundo a convertir y educar. La comprensión de las sociedades nativas y la naturaleza que los rodeaba contribuía a realizar sus propósitos. Dada su preparación intelectual, los misioneros e intelectuales jesuitas fueron historiadores e intérpretes privilegiados de la naturaleza americana. Los ensayos reunidos en este libro, sin pretender ser un examen exhaustivo del tema, ofrecen una aproximación al corpus de historias naturales sobre el Nuevo Mundo escritas por jesuitas durante el periodo colonial. Los ensayos exponen, desde diferentes puntos de vista y disciplinas, de qué maneras el saber de los jesuitas se interesó en ordenar, explicar, modelar y narrar la novedad del mundo natural americano. La Compañía de Jesús que organizó Ignacio de Loyola se fundó con una profunda vocación misionera, diferenciándose de las órdenes religiosas de origen medieval porque no se proponía una vida comunitaria monástica ni conventual, y porque exigía un cierto rigor intelectual de sus integrantes. Fue justamente la búsqueda de miembros preparados espiritual y académicamente una de las motivaciones que llevó a la Compañía a centrarse en la enseñanza, lo que se convirtió rápidamente en una de sus tareas más importantes. Para los jesuitas el estudio no era un mero apéndice de la vida espiritual sino también una forma de participar en los debates intelectuales de la época y el modo de desarrollar un proyecto científico propio, lo que se manifestó especialmente durante el siglo XVII. Asimismo, los jesuitas se interesaron más, a diferencia de las órdenes, por el conocimiento de las ciencias prácticas y el manejo de asuntos mundanos. Estudiar la naturaleza americana contribuyó a los diferentes aspectos de su misión. El saber de los jesuitas debe entenderse como una combinación de, al menos, tres coordenadas: la herencia del conocimiento aristotélico y de la tradición hermenéutica cristiana; la orientación humanística de su régimen educativo (Ratio Studiorum)\ y sus prácticas institucionales (o cultura corporativa). Debe añadirse que la sólida formación que recibía cada hermano jesuita se beneficiaba, en su afán por desarrollar sus conocimientos, de adherirse a una posición dinámica. La versión final de la Ratio Studiorum de 1599, que autorizaba a los profesores de filosofía a adaptar o desviarse del modelo inicial dominado por el neoaristotelismo, dejó en claro que la Compañía adopta-
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ba una posición flexible para desarrollar las áreas de conocimiento que le interesaban. Así, primero a través de un eclecticismo filosófico, y luego dando espacio a posturas como el neoplatonismo y el sincretismo hermético, fueron aceptadas otras formas válidas de indagación de una realidad que se había hecho cada vez más compleja. Para esta apertura debió influir de no poca manera el Nuevo Mundo, ya que se entendía que presentaba una realidad empírica y argumentos que no habían sido contemplados por el Filósofo. Por otro lado, la cultura corporativa de la Sociedad le permitió contar con recursos confiables para la investigación de la realidad más alejada de los centros tradicionales de estudio (Harris 1999). De esta manera, los jesuítas no sólo desarrollaron su propio proyecto científico sino que sus aportaciones fueron significativas aun para quienes no compartían sus posturas intelectuales. A la importancia que dieron los jesuítas a la formación académica de sus miembros y a la educación como forma de apostolado, se añadió el interés que como corporación religiosa prestaron en la difusión de los conocimientos producidos en sus colegios, así como a los resultados de las observaciones del entorno natural y moral de sus misiones. Testimonio de ello es el vasto corpus de obras escritas por jesuítas, o por laicos formados en sus escuelas. Además de disciplinas académicas como la teología y la filosofía, se destacaron también como historiadores, lingüistas, naturalistas, etnólogos, geógrafos. Antes de que ocurriese la expulsión de la Compañía de Jesús de las colonias americanas en 1767, sus miembros habían escrito un conjunto de tratados notables, de los que se pueden mencionar grosso modo obras como la Historia natural y moral de las Indias (Sevilla 1590) de José de Acosta; el Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas (Madrid 1641) de Cristóbal de Acuña; la Historia del Nuevo Mundo (1657) de Bernabé Cobo; y El Orinoco ilustrado, historia natural, civil y geográfica de este gran río (Madrid 1741) de Joseph Gumilla. Todas estas obras se convirtieron en libros de referencia para el conocimiento de la naturaleza y cultura de las Indias. El aporte de los jesuítas en la comprensión de las culturas no europeas y en el desarrollo de las ciencias humanas en general, desde la fundación de la Sociedad hasta su supresión, demuestra el empeño puesto por la Compañía en el conocimiento y la enseñanza (Harris 1999: 213). El encuentro con una flora y fauna novedosa, y la necesidad para sus fines evangélicos de entender la historia y costumbres de los habitantes de las misiones, fueron para los jesuítas un estímulo intelectual que enriquecía su misión apostólica. Los frutos de su labor intelectual se hicieron palpables en tratados cosmográficos y de astronomía, diccionarios de lenguas no europeas, historias naturales, gabinetes de curiosidades y rarezas, compendios de geografía y botánica, que fueron aprovechados, dentro y fuera de la Compañía, como fuente de estu-
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dio y debate en las cátedras académicas. Asimismo, la actividad intelectual de los jesuítas se vio beneficiada por el constante intercambio de noticias, cartas e informes sobre la cultura, naturaleza, y cosmografía de las regiones donde se asentaban las misiones, gracias a la deliberada creación de una vasta red de información dentro de la Compañía (Ibíd.: 215). Las contribuciones de los jesuítas abarcaron diversas disciplinas, tanto de las humanidades como de las ciencias, y han venido recibiendo un renovado interés (O'Malley et alii; Feingold), pero este libro es el primer aporte (que sepamos) que se centra en sus historias naturales sobre el Nuevo Mundo. Un grabado que se halla en la edición príncipe de la Chronica da Companhia de Jesv do estado do Brasil: e do qve obrarao sevs filhos nesta parte do Novo Mvndo [...] e algvas Noticias antecedentes curiosas, e necessarias das cousas dequelle estado (Lisboa 1663), del jesuíta portugués Simao de Vasconcellos, ilustra simbólicamente los temas tratados en este libro (ver figura 1). Se trata de una imagen emblemática que representa la vocación misionera de los jesuítas y el interés de la Compañía en la indagación y conocimiento de la naturaleza de las remotas regiones donde se asentaban sus miembros. El grabado muestra en su centro un galeón trasatlántico con las velas henchidas por el viento. Encuadrando la figura del galeón se hallan algunos motivos pictóricos representativos de una fauna y flora exótica y peregrina. En el extremo superior del grabado pueden verse un ave, un insólito animal y un enorme reptil, todos enlazados por una copiosa sucesión de frutos exóticos. En los extremos laterales hay sendos árboles que en sus ramas llevan, el de la derecha un ave apacible, y el de la izquierda un animal antropomórfico portando en su mano un fruto. Junto a estos motivos de una naturaleza pródiga de recursos, pero enigmática y misteriosa, aparecen incorporados, en la parte inferior del grabado, una representación iconográfica del saber. Sobre un sólido escritorio se encuentran, caprichosamente colocados, un instrumento de navegación, un libro, posibles cartas geográficas, un globo terráqueo y, a la izquierda, entre un extraño objeto y un reloj de arena, un enorme libro empastado, que tal vez simbolice las Sagradas Escrituras. En la parte frontal del escritorio se lee: Chronica da Provincia do Brasil pello P Simam (sic) de Vasconcellos. El galeón, que navega en un mar agitado, es una representación emblemática de la corporación jesuíta. En la proa de la nave puede verse la divisa de la Compañía de Jesús;1 en la cubierta se halla un grupo de misioneros con el estandarte de la orden; y en las velas hinchadas por el viento se ve inscri-
1 El monograma trílitero IHS proviene de la abreviatura griega del nombre de Jesús, IHZOYZ (Iesous), cuya letra sigma 'B' fue sustituida por la 'S' latina. Fue usado en los
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to el lema: "Un solo mundo no es suficiente" (Unus non sufficit orbis).2 Más que a una ambición de política imperial, la frase alude a la voluntad de los jesuítas como soldados de Cristo de expandir su obra misionera, y de investigar lo que guardaba ese "otro mundo nuevo" que había permanecido ajeno al mundo europeo. Subraya también la búsqueda de un conocimiento primigenio de la naturaleza que, creían algunos jesuítas, se hallaba oculto en las remotas regiones de las Indias occidentales. El interés de la Compañía de Jesús por la indagación del saber natural y moral del Nuevo Mundo, y de otras regiones no europeas, sentaba las bases de una visión ecuménica del conocimiento e insertaba una particular vocación que no desdeñaba adaptarse y aprender de nuevos escenarios. La imagen emblemática de la crónica de Vasconcellos es una representación alegórica de la vocación intelectual de la Compañía y de la búsqueda de un saber que ya no se hallaba confinado por los angostos límites de la cosmografía ptoloméica, o por las carencias del conocimiento legado por la Antigüedad clásica.3
primeros siglos cristianos, y durante la Edad Media lo divulgaron los dominicos y franciscanos. Ha sido asociado con los jesuítas porque Ignacio de Loyola lo utilizó como sello en un importante documento fundacional; además, solía colocarlo como encabezamiento de sus cartas. Nunca se declaró oficialmente como escudo de la Compañía de Jesús, pero la práctica de colocarlo en sus iglesias y casas, así como en las portadas de los libros de los escritores jesuítas, lo convirtió, de hecho, en divisa de la Sociedad (Domínguez y O'Neill 1992). 2 El lema proviene de un verso de la Sátira X del poeta latino Juvenal: "Al joven Peleo un solo orbe no es suficiente / por ello se agita infeliz en el angosto límite del mundo" (Unus Pellaeo juveni non sufficit Orbis /Aestuat infelix augusto limite mundi). 3 El grabado recuerda el conocido frontispicio del libro Instauratio Magna (1620) de Francis Bacon. En ambos casos se utiliza el galeón, figura alegórica de la búsqueda del conocimiento, que traspasa los límites del mundo europeo y, en los lemas que acompañan los grabados, se expresa la idea de ir más allá. En el caso de Bacon se emblematiza la idea de traspasar la columnas de Hércules, que fijaban los límites del mundo antiguo, mientras que en el caso de Vasconcellos no se traspasa sino se arriba a un mundo nuevo. El lema en el libro de Bacon: Multi pertransibunt & augebitur scientia (Muchos pasarán más allá & el conocimiento aumentará) propone superar los límites de la hermenéutica escolástica para que la ciencia se enriquezca saliendo de los métodos tradicionales de estudio. También dentro de esta misma tradición iconográfica se encuentra la imagen de frontispicio del libro Regimiento de Navegación (Madrid, 1606) de Andrés García de Céspedes. La imagen del galeón trasatlántico atravesando las columnas de Hércules representa en la tradición ibérica, como señala Pimentel (Pimentel 2001: 24), la idea de que es posible alcanzar el saber y la ciencia a través del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo. Y, al mismo tiempo, "Se deben contar las sciencias entre los instrumentos políticos de Reinar" (Saavedra Fajardo 1642, citado por Bustamante García 1998) o, en el caso de los jesuítas, entre los instrumentos de la evangelización.
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Tomando como marco de referencia la producción textual de la Compañía, las primeras noticias sobre la naturaleza de lugares desconocidos surgieron en las cartas que los misioneros jesuítas escribían para informar de sus actividades (los hechos piadosos y sobresalientes, así como el progreso de la misión en general). El mismo Ignacio de Loyola dio un primer impulso para que sus hermanos jesuítas investigaran el mundo natural, como puede comprobarse en una conocida carta fechada en Roma el 24 de febrero de 1554, dirigida a Gaspar Berze, misionero en Goa: Algunas personas principales, que en esta ciudad leen con mucha edificación suya las letras de las Indias, suelen desear, y o piden diuersas uezes, que se scriuiese algo de la cosmographía de las regiones donde andan los nuestros, como sería quán luengo[s] son los díes de verano y de yuierno, quándo comen9a el verano, si las sombras uan sinistras, ó á la mano diestra. Finalmente, si otras cosas ay que parescan estraordinarias, se dé auiso, como de animales y plantas no conocidas, ó no in tal grandeza, etc. Y esta salsa, para el gusto de alguna curiosidad que suele hauer en los hombres, no mala, puede uenir, ó en las mesmas letras, ó en otras de aparte (Ignatius 1903: 358). Aunque Gaspar Berze no recibió la carta, porque para entonces había muerto en cumplimiento de su misión, el deseo de los curiosos de la naturaleza de regiones exóticas se realizó, no sólo en las cartas que se siguieron recibiendo de los misioneros jesuítas, sino también, más adelante, en las historias que documentarían las dificultades y conquistas espirituales de la Compañía en las diversas partes del mundo. En los primeros cincuenta años de la Compañía, los jesuítas recopilaron lo que sería una valiosa fuente de información cultural y científica. Pero hasta entonces no contaban con historias completas y detalladas de los hechos virtuosos, sacrificios y peligros vividos por sus misioneros. En 1598, Claudio Acquaviva, general de la Compañía, dio instrucciones a todos los provinciales jesuítas para que ordenaran la producción de textos historiográficos sobre sus misiones (O'Malley 1999: 7). Con el fin de orientar a sus lectores y para dar una idea verdadera de los retos que significaba la labor misionera en aquellas regiones lejanas, las crónicas incluían información sobre la historia y cultura de los pueblos visitados y, con mayor o menor detalle, las particularidades de la naturaleza de la región. Esta nueva producción narrativa significó un segundo impulso para los temas del mundo natural en el corpus textual de la Compañía.
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En la historiografía jesuíta la descripción de la naturaleza desempeñó una función encomiástica. Los enigmas, prodigios y curiosidades proveyeron el contexto adecuado para la apología de los hechos edificantes y ejemplares de la Compañía. Lo extraño y fabuloso se rodeaba de un aura de veracidad gracias a su propósito apologético. Teniendo como antecedente a la tradición hagiográfica cristiana, las historias jesuítas buscaban exaltar las virtudes y destacar los sacrificios y milagros de sus misioneros, así como reclutar a nuevos soldados de Cristo.4 Se insertaba así la actividad misionera de la Compañía dentro un plan de Dios; martirios, sacrificios y fenómenos prodigiosos de la naturaleza eran señales y pruebas de una revelación divina. Por ejemplo, el conocido caso del árbol en forma de crucifijo en la Histórica relación del Reino de Chile (1646) de Alonso de Ovalle (ver figura 2).5 Del mismo modo, con las historias de las misiones la Compañía ponía de manifiesto su presencia en todo el orbe, y mostraba con orgullo los trabajos cumplidos por su apostolado en las regiones más apartadas y en medio de culturas de las que, hasta entonces, no se había tenido noticias.6 Una de las más importantes contribuciones tempranas de los jesuítas a la historia natural fue la obra de José de Acosta (1540-1600). Primero con De natura Novi Orbis, escrito en América y publicado en 1588 junto con su tratado misional De procuranda indorum salute, donde se trata de la cosmografía y poblamiento del Nuevo Mundo. Y, luego, con su admirada y popular Historia natural y moral de las Indias de 1590, cuyos primeros capítulos son su propia versión traducida al castellano de De natura Novi Orbis. La Historia de Acosta se convirtió rápidamente en referencia obligada para los escritores sobre el Nuevo Mundo y para los jesuítas en par-
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Sin embargo, la escritura encomiástica de los hermanos de la Compañía debía manejarse con cuidado ya que, a partir de 1625, el Papa Urbano VIII había decretado la censura de textos que promovieran la fama de mártires y de santidad de las personas. Para un ejemplo de cómo se insiste en este objetivo, a pesar del decreto (y su posterior ratificación en 1635), ver el caso de Alonso de Ovalle y su Histórica relación del Reino de Chile (1646) en Millones Figueroa 2004. 5 Ver Ovalle [1646] 2003: 105. El Capítulo XXIII: "En que se da fin a esta materia y se trata del prodigioso árbol que en forma de crucifijo nació en una de las montañas de Chile". 6 Durante el siglo xvn fueron publicadas la mayoría de las historias jesuítas. En 1604 se publicó la primera relación de las islas Filipinas; en 1634 se inició la publicación de las relaciones sobre las misiones de la Nouvelle France; en 1645 apareció el volumen sobre las misiones de Nueva España; en 1636 el de las misiones de Chile; en 1639 el de las provincias del Paraguay, Paraná y Uruguay; en 1653, el de Asia; en 1660, el de Japón; y en 1663, el de Brasil y China respectivamente.
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ticular, tanto por la autoridad con que se trataban el mundo natural y moral como por la estructura del texto.7 Según Acosta, la naturaleza del Nuevo Mundo ofrecía un material digno de haber sido abordado por Plinio, Teofrastes o Aristóteles. No trataba en su historia sobre cosas ya conocidas o escritas, o aquellas que necesitaban "más especulación de las que yo les he podido dar" (Acosta [1590] 1954: 53). Su historia se limitaba a narrar y comentar sobre lo que vio o supo de personas de crédito, pero logró modelar una visión sistemática y metódica del conocimiento del mundo natural y de los habitantes del Nuevo Mundo, posible de ser integrada en las coordenadas del pensamiento europeo. Para quienes experimentaron el mundo natural americano y para sus lectores, Acosta establecía tres modos de apreciación: Quien holgare de entender verdaderos hechos de esta naturaleza, que tan varia y abundante es, tendrá el gusto que da la historia, y tanto mejor historia cuanto los hechos no son por trazas de hombre, sino del Criador: Quien pasare adelante y llegare a entender las causas naturales de los efectos, tendrá el ejercicio de la buena filosofía: Quien subiere más en su pensamiento y, mirando al sumo y primer Artífice de todas estas maravillas, gozare de su saber y grandeza, diremos que trata excelente teología (Acosta [1590] 1954: 52-53). La Historia natural y moral de las Indias está llena de pasajes que responden directamente a cada uno de estos modos de gozar del mundo natural: las pintorescas descripciones de plantas y animales, las complejas explicaciones y las exclamaciones de alabanza a Dios. La Historia expresaba con claridad el beneficio de la escritura naturalista y daba un modelo a seguir, pero no limitaba a los futuros autores jesuítas. Como puede verse en los ensayos de este libro, las experiencias de cada jesuíta fueron muy distintas, y quienes se aventuraron en la escritura tenían muchas veces una geografía, flora y fauna nueva que presentar, explicaciones que proponer (de acuerdo a sus posibilidades) y, acaso lo más importante, dirigir el placer y la admiración hacia la alabanza de Dios. A medida que se consolidaban las misiones y se fundaban colegios de estudios mayores, la difusión de la nueva información geográfica, etnoló-
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La obra de Acosta ha sido objeto de muchos y conocidos estudios. En cuanto a la estructura del texto y su consideración como iniciador del género de historias naturales y morales, ver Del Pino 2000.
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gica y natural incentivó aún más el interés por lo exótico y desconocido. Para los jesuítas el contacto con el mundo natural de las tierras lejanas ofrecía oportunidades para reflexionar y participar en muchos asuntos: prácticos y cotidianos, como el valor medicinal de las plantas o las cualidades de los minerales; interrogantes sobre la cosmografía, como la observación de nuevas estrellas y cometas o el trazado de las distancias y fronteras de los nuevos territorios; o temas relacionados con la exégesis bíblica, como la ubicación del lugar exacto donde se hallaba el Paraíso Terrenal o la explicación de la diversidad de la flora y fauna del Nuevo Mundo. Asimismo, acercarse de manera efectiva a los nativos, cuya salvación era el objetivo de las misiones, implicaba conocer el mundo natural del cual derivaban sus prácticas culturales. Y, a su vez, acercarse con provecho al mundo natural pasaba por una dinámica de comunicación e intercambio con las sociedades nativas. Un ejemplo de este proceso de intercambio cultural y científico puede leerse en el ensayo de Alian Greer en este volumen. Analizando el intercambio de conocimientos médicos y terapéuticos entre los nativos de las regiones canadienses de la Nueva Francia y los misioneros jesuítas, Greer explica cómo este canal de comunicación facilitó principalmente el aprendizaje y posterior difusión por los jesuítas de las propiedades curativas de hierbas, plantas y raíces usadas por los indígenas. El intercambio de información médica y la catalogación de plantas curativas fue una práctica sistemática entre los misioneros jesuítas del Nuevo Mundo. Recuérdese, por ejemplo, su participación en la difusión de la quinina ("corteza jesuita") y el prestigio de sus farmacias en los puestos mejor establecidos de las misiones. Con el paso del tiempo surgieron, entre los escritos de los jesuítas interesados en temas naturalistas, textos dedicados a aspectos específicos de flora y fauna, o enfocados en materias prácticas del tipo de los herbarios médicos o tratados de medicina propiamente. El exitoso Florilegio medicinal de todas las enfermedades (México 1712) del jesuita Juan Steinhóffer es un ejemplo de un texto médico, que incluye información sobre plantas medicinales y su modo de prepararlas, que se difundió a lo largo de las misiones en el Nuevo Mundo y hasta en Europa. Asimismo, las aportaciones jesuítas a la cartografía o las observaciones y descripciones de fenómenos naturales como los eclipses o terremotos, eran esperadas en los centros del saber europeos como fuentes confiables de información científica.8
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Las contribuciones de los jesuítas a la cartografía del Nuevo Mundo han recibido especial atención: ver Godlewska 1997; Buisseret 1997; y también el artículo de Torales en este volumen.
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El intercambio de noticias e informaciones, que la vasta red de la Compañía de Jesús diseminaba en las misiones del Nuevo Mundo y Asia y que luego circulaban en las ciudades, tuvo un efecto notable en la obra de aquellos jesuítas que escribieron en las bibliotecas y aposentos de sus centros académicos en Europa. La presencia del Nuevo Mundo en las obras de los jesuitas Juan Eusebio Nieremberg (1595-1658) y Athanasius Kircher (1601-1680), es analizada en el ensayo de Luis Millones Figueroa en este volumen, como resultado de los recursos que los ambientes académicos de la Compañía les ofrecían, pero sobre todo como producto del aprovechamiento de la circulación de textos, objetos, y noticias de la extensa red jesuíta de América. Millones presenta también las diferencias y similitudes entre Kircher y Nieremberg para explicar y comentar diversos eventos y curiosidades de la naturaleza del Nuevo Mundo. En su ensayo destaca cómo estos dos miembros de la elite intelectual jesuíta asumieron principios de filosofía natural opuestos, con respecto a la mutabilidad de la naturaleza, para intentar explicar el mundo natural americano. El interés en toda esta clase de novedades y problemas, que la autoridad de filósofos y teólogos antiguos no había podido satisfacer, incentivó aún más el contacto con la nueva realidad y motivó un cuestionamiento del pensamiento escolástico tradicionalmente eurocéntrico. El jesuíta Bernabé Cobo (15801657), por ejemplo, al observar que las descripciones del elemento simple aire y el supuesto ciclo vital de las plantas (legadas por el saber de los antiguos), no se correspondían con sus observaciones en los Andes, escribió sobre la posibilidad de producir "otra nueva filosofía" natural.9 El impacto del conocimiento del Nuevo Mundo propició en muchos jesuitas esa necesidad de crear o replantear nuevos sistemas de comprensión, aunque no siempre ello estuvo ligado a la observación de procesos naturales como el descrito por Bernabé Cobo. En no pocos casos se trató de ver en el arribo de los europeos al Nuevo Mundo y en el esplendor de su naturaleza, la realización del plano divino en la historia humana. Algunos jesuitas plantearon de nuevo, estimulados por las noticias de las Indias, que el mundo natural no era más que un repertorio de significados simbólicos, y que su estudio e interpretación conduciría, sin duda, a que se descifrasen los enigmas y secretos ocultos en el, así llamado, libro de la naturaleza. Un ejemplo de estas tendencias puede verse en el ensayo de Domingo Ledezma, en este libro, sobre la Historia Naturce del jesuíta español Juan Eusebio Nieremberg, quien sostenía que las noticias sobre la naturaleza
9 Sobre la historia natural de Bernabé Cobo y sus relaciones con el saber legado por la tradición clásica y contribuciones a la exégesis bíblica, ver Millones Figueroa 2003.
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enigmática del Nuevo Mundo proporcionaban la pieza faltante que completaba un conjunto de significados simbólicos que había permanecido fragmentado. Sobre una tendencia similar puede leerse el ensayo de Luis Miguel Carolino sobre la cosmovisión profética del jesuíta portugués Antonio Vieria (1608-1697). En su trabajo, Carolino apunta cómo la presencia del Nuevo Mundo y de los fenómenos de su naturaleza son vistos por Viera como el cumplimiento del designio divino en la realidad histórica. Al igual que Nieremberg, para Viera, en la naturaleza podía leerse un plan ya esbozado por Dios, pues ella no era más que la imagen refleja de un plano superior. Varios fenómenos de la naturaleza debían entonces estudiarse en su aspecto metafisico para vislumbrar en ellos la manifestación concreta de la intervención divina. En la colonización europea del Nuevo Mundo Viera veía el cumplimiento de las Escrituras y la iluminación del sentido oculto de las profecías. Carolino destaca igualmente cómo la obra de Viera, en particular en Historia do Futuro, ejemplifica la diversidad de posiciones filosóficas eclécticas y divergentes del neoaristotelismo escolástico, así como el carácter multifacético de las disputas intelectuales, entre los miembros de la Compañía de Jesús. Entre los jesuítas, las disputas filosóficas e incluso las teológicas, en algunos casos tuvieron como argumento explicaciones e interpretaciones del mundo natural del Nuevo Mundo. Un ejemplo notable es el caso estudiado en el ensayo de Carlos Ziller Camenietzki sobre las implicaciones políticas de la censura de los siete últimos párrafos de las Noticias Curiosas e Necessárias das Cousas do Brasil publicados como primera parte de la Chronica da Companhia de Jesv do estado do Brasil, del jesuíta criollo Simao de Vasconcellos (1597-1671). La razón que se adujo para la censura del libro de Vasconcellos fue que, en el breve tratado de historia natural que servía de preámbulo a la crónica de los hechos de los jesuítas de Brasil, Vasconcellos afirmaba que la América meridional era el asiento mismo del Paraíso Terrenal. Ziller estudia las vicisitudes de este caso y plantea cómo las disputas políticas y filosóficas entre los jesuitas criollos brasileños y la metrópoli ponían de manifiesto la formación de una identidad colonial brasileña, que se manifestaba en la exaltación y el orgullo por el mundo natural americano. Es necesario recordar también que, para mantener sus proyectos educativos y misioneros, los jesuitas se integraron plenamente a la vida económica del Nuevo Mundo. La Compañía se distinguió por la administración de sus haciendas en las que su relación con la naturaleza consistía en el aprovechamiento de las tierras de cultivo y la explotación de recursos naturales. Por eso, en las cartas e historias de los jesuitas hay referencias tanto a sus empresas como a variados aspectos de la agricultura, ganadería o minería del Nuevo Mundo que llamaron su atención. El propio Acosta en su Historia natural y
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moral de las Indias se interesó en describir aspectos técnicos del funcionamiento de las minas de Potosí, como puede leerse en el análisis que hace Carmen Salazar-Soler de la contribución del jesuita en el conocimiento de las técnicas de explotación de los metales en el Cerro Rico. Salazar-Soler contrasta el aporte de Acosta en materia minera y ciencias de la tierra, poniendo en diálogo su obra con un importante tratado de minería del siglo XVII, el Arte de los metales del clérigo español Alonso Barba (1569-1661). Subraya asimismo cómo Acosta adapta la filosofía natural del escolasticismo neoaristotélico para explicar el desarrollo y grado de las prácticas mineras del Potosí; y cómo con elaboradas resoluciones hace coincidir la lógica aristotélica con la fe cristiana, al explicar otros fenómenos de las ciencias de la tierra como terremotos y erupciones volcánicas. Un punto de contacto entre los jesuítas y el mundo natural que resultó problemático fue el hecho de que para las sociedades americanas la naturaleza formaba parte de su universo religioso. Concepciones como éstas entraban en contradicción con los fines evangélicos de los jesuítas y su determinación de someter a los nativos del Nuevo Mundo bajo la concepción religiosa de las fuentes de poder metropolitano. El ensayo de Luis Fernando Restrepo muestra un ejemplo de la relación conflictiva que se daba entre las sociedades indígenas y la práctica evangelizadora de los jesuítas. Restrepo estudia las cartas anuas de los jesuítas que realizaron labor misionera en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo xvn. Analiza cómo el proyecto de colonización y evangelización jesuita implicaba una reinserción de la noción de la naturaleza de los indígenas muiscas bajo parámetros occidentales, con el propósito de redefinir las nociones andinas de identidad y pertenencia al mundo natural, propias de la idiosincrasia indígena. Restrepo trata de singularizar en qué modos específicos era diferente la visión muisca de la naturaleza y cómo los jesuitas abordaron esa diferencia para hacerla compatible con el proyecto colonial. El autor sostiene que el trabajo misionero de los jesuitas en las comunidades muiscas tenía como fin último la creación de los sujetos ideales que el Estado y la economía colonial demandaban. Para ello era preciso la exclusión y subordinación de las formas de pensar del "otro", dado que no se ajustaban a ningún molde europeo, y sustituirlas por un tipo de sujeto que se amoldara a la representación hegemónica. Por ejemplo, Restrepo ve la labor evangelizadora jesuita entre los muiscas, y el consiguiente dominio del conocimiento indígena del mundo natural, como un intento de despojar la naturaleza indígena de nociones religiosas y simbólicas para sujetarlas a la autoridad del saber y capital occidental. La labor misionera y educadora de los jesuitas se enmarcaba, como ya hemos señalado, dentro de un proyecto intelectual que pretendía colmar el espacio geográfico y cultural no europeo con una particular visión del mundo.
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Para lograr estos fines comprendieron que era necesario abarcar y apropiarse de un conocimiento exhaustivo del mundo natural y moral de las nuevas tierras y culturas. Por ello no sorprende encontrarse con un plan detallado no limitado a la "conquista espiritual", sino que se extiende al dominio intelectual de los diferentes campos del saber que la naturaleza del Nuevo Mundo les ofrecía. Un análisis del esfuerzo intelectual jesuita de apropiarse del conocimiento del mundo físico y de su epistemología lo ofrece María Cristina Torales Pacheco en su ensayo en este libro. Ella ofrece un detallado recuento de las iniciativas y trabajos de los jesuítas en las ciencias naturales y las matemáticas, desde los inicios de su labor misionera en la Nueva España hasta su expulsión de los dominios hispánicos en el siglo XVIII. La coherencia y continuidad de este plan intelectual, que la cultura corporativa de la Compañía de Jesús había seguido a lo largo de dos siglos, permitió, según Torales Pacheco, que tal esfuerzo intelectual persistiera y rindiera sus frutos aun cuando los hermanos jesuítas conocieron el exilio y la defenestración. La solidez del acervo científico y cultural, que la Compañía había reunido hasta el momento de su supresión en 1767, fue divulgado por los expatriados y ex alumnos en el espacio público ilustrado americano y europeo, constituyendo un discurso apologético del Nuevo Mundo que ha sido estudiado como manifestación del espíritu criollo y germen de las ideas de identidad nacional americana. Con la expulsión de la Compañía de España y sus posesiones y la difusión de las ideas naturalistas de Buffon y De Pauw, que dieron origen a la llamada "disputa del Nuevo Mundo", surgió un nuevo impulso y estímulo para los jesuítas expatriados por describir e interpretar la naturaleza americana. A esta tarea se añadía la necesidad de argumentar y defender contra los filósofos europeos ilustrados, las nociones sobre el conocimiento del mundo natural americano que la corporación jesuita había recabado en los dos siglos de experiencia misionera e intelectual americana. El ensayo de Silvia Navia Méndez-Bonito examina comparativamente esta disputa en las historias de los jesuítas Juan Ignacio de Molina (1740-1829); Francisco Javier Clavijero (1731-1787); y Juan de Velasco (1727-1792), considerados los tres más importantes impugnadores de las ideas antiamericanistas desarrolladas por los filósofos europeos del siglo XVIII. Navia compara las tres historias naturales y determina las diferencias entre ellas, de acuerdo a los métodos de estudio y modelos que cada uno siguió en la exposición de sus ideas sobre la naturaleza de las regiones americanas. Navia ve en Molina un reconocido naturalista, conocedor de las tendencias de filosofía natural contemporáneas, que aplica en su Compendio della storia geográfica, natural e civile del regno de Chile (1776), para producir una obra elogiada por sus acertadas observaciones y por su calidad científica. Por otra parte Navia analiza, en la Storia
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Antica del Messico de Clavijero, las nueve disertaciones, incluidas al final de su historia natural, que refutan las ideas y teorías derogatorias de los filósofos europeos sobre el Nuevo Mundo. Navia subraya cómo, en muchos casos, el jesuíta novohispano utiliza como argumento el mismo razonamiento que los europeos empleaban en detrimento de las Américas para obtener las mismas conclusiones deterministas sobre la naturaleza del Viejo Mundo. De la obra de Juan de Velasco Historia natural del Reino de Quito Navia se interesa en lo que ha sido llamado el carácter acientífico de esta obra. La presencia de elementos fantásticos y elementos propios de la tradición indígena, Navia los explica por el entrenamiento misionero del jesuíta, su conocimiento de las lenguas de los indígenas del Reino de Quito, y por su interés en un proyecto historiográfico con el que se proponía crear un archivo exhaustivo del conocimiento natural y moral de la región quiteña. Un análisis más in extenso de la obra de Juan de Velasco lo ofrece Eileen Willingham en su ensayo en este libro. Willingham analiza la utilización del discurso de la historia natural y civil por parte de Velasco para trazar una imagen de la región quiteña como tierra de promisión, cuyos recursos físicos y espirituales corren el riesgo de perderse o no ser aprovechados debidamente, a causa de la expulsión de los jesuítas del reino. Para desarrollar su análisis Willingham se apoya en los postulados teóricos de Higgins sobre el sujeto criollo. El discurso de Velasco, según Willingham, se enmarca en el contexto de la formulación de un saber criollo que se erige como el instrumento válido para la comprensión del entorno natural y social de las colonias. Se trata de un conocimiento que ha sido ganado por los jesuitas en sus colegios del Nuevo Mundo, y a través de la actividad misionera y el contacto con la naturaleza y la cultura de los habitantes amerindios. En oposición a las tesis de naturalistas europeos que sostenían la inferioridad del Nuevo Mundo, Velasco argumenta la singularidad y riquezas de su patria, y la competencia intelectual de los criollos. Sus argumentaciones provienen del conocimiento de la geografía y naturaleza de la región quiteña, así como de la interacción que, como misionero nacido y educado en Quito, había tenido con los nativos. Velasco representa el Reino de Quito como un espacio natural privilegiado, similar al jardín edénico. Willingham argumenta que el propósito de Velasco con sus elogios del Reino es mostrar cómo el conocimiento jesuíta puede ser aprovechado para una mejor explotación de los recursos, y por tanto de la mejora de las condiciones económicas del Reino de Quito. El sujeto criollo jesuíta aparece entonces como el calificado por excelencia para interpretar la abundancia de la naturaleza americana, y facilitar la evangelización y conquista pacífica de los pueblos de las regiones fronterizas e inexploradas. La configuración utópica del Reino de Quito como un espacio pró-
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digo, y el manejo de las herramientas intelectuales para comprenderlo y explotarlo es, según Willingham, la llave del conocimiento que el jesuita expulso presenta para remediar los males de su patria. También dentro del contexto de "la disputa del Nuevo Mundo", el ensayo de Kristin Huffine analiza tres historias naturales de mitad del siglo xvin, escritas por los padres jesuitas del Paraguay, exilados en Italia, José Cardiel (17041781), José Sánchez Labrador (1717-1798) y José Jolís (1728-1790). El ensayo de Huffine subraya un cambio importante que se da en la percepción de la naturaleza por parte de los jesuitas. El mundo natural deja de ser un espacio de interpretación exegética de la voluntad divina, para convertirse en un espacio de observación y análisis. Huffine analiza cómo los jesuitas del Paraguay han dejado los argumentos de la naturaleza maravillosa, llena de portentos y señales, escenario de la lucha contra el demonio, para iniciar la formulación de un pensamiento ilustrado y crear así sus propias nociones etnográficas y científicas del mundo americano. Huffine sostiene la tesis de que este cambio en la percepción y estudio del mundo natural es asimismo un medio a través del cual los jesuitas expulsos subrayan su control y posesión intelectual de las regiones del Paraguay y de sus naciones indígenas. Asimismo, resalta cómo los padres jesuitas del Paraguay, en sus historias naturales, señalaron una pauta en la creación de un conocimiento científico americano, basado en la observación de los hechos y en una interpretación que decididamente pretendía ser objetiva. De este modo los jesuitas se oponían a un conocimiento sobre el Nuevo Mundo, producido en Europa durante la Ilustración, que carecía del fundamento de la observación y de la experiencia, acentuada por ellos en sus obras. Al tiempo que los jesuitas refutaban la tesis de la inferioridad natural del Nuevo Mundo, del mismo modo enfatizaban su particular experiencia, conocimiento y control sobre la naturaleza americana y sus habitantes. En las historias naturales jesuitas del siglo xvrn sobre las regiones americanas, sus autores, como hemos visto, incorporaron y asimilaron paulatinamente las ideas y métodos de estudio de la Ilustración. Esto no significó, sin embargo, un rechazo absoluto del estudio de la naturaleza inspirado por la maravilla y el asombro que infundían las complejidades y misterios del mundo natural americano; la producción de un conocimiento basado en la observación y la experiencia no ensombreció la fascinación por los misterios de la naturaleza. El detallado estudio que hace Margaret Ewalt en su ensayo, y con el que se cierra este libro, analiza la presencia de la estética de lo sublime y de la maravilla en la historia natural El Orinoco ilustrado del jesuita Joseph Gumilla (1686-1750). Ewalt subraya el uso de tropos literarios y de una retórica persuasiva por parte de Gumilla para resaltar sus descripciones de las regiones del Orinoco y de sus habitantes. En la obra de Gumilla, según Ewalt, la razón (logos) no se contra-
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pone ni contradice la emoción (pathos); por el contrario, esta última sirve de recurso retórico que inspira la indagación de las causas de los fenómenos naturales. Ewalt resalta en Gumilla, heredero de la tradición humanística clásica enseñada en los colegios jesuitas, el rol de la maravilla (admiratio) como ímpetu para la búsqueda del saber. Las obras producidas por los jesuitas son un vivo testimonio del rol fundamental que la Compañía de Jesús concedió a las ciencias humanas y a la cultura en general. Como muestran los ensayos aquí presentados, en el vasto corpus de las historias naturales del Nuevo Mundo, los jesuitas crearon, en los dos siglos previos a su expulsión, un saber idiosincrásico del mundo natural y moral de las colonias americanas, fundamental para el estudio y comprensión de la historia y cultura del periodo colonial americano.
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Figura 1. Galeón, emblema jesuíta (Vasconcellos 1663) Cortesía de la John Carter Brown Library at Brown University
Figura 2. Árbol prodigioso (Alonso de Ovalle 1646)
La intelligentsia jesuíta y la naturaleza del Nuevo Mundo en el siglo xvn* Luis Millones Figueroa Si bien el Nuevo Mundo recibió a esforzados y capaces soldados de Dios, lo cierto es que los integrantes de la clase intelectual jesuíta, aquellos que tuvieron influencia cultural y política dentro y fuera de la Compañía de Jesús, permanecieron en Europa. La experiencia americana era percibida como una tarea ante todo misional —con alto riesgo— y era lógico querer aprovechar y proteger en los centros de mayor importancia a los miembros destacados. Por supuesto, esto no significa que no hubiera jesuítas distinguidos en América. En primer lugar, porque la curiosidad intelectual podía surgir y desarrollarse en quienes se hubieran mudado al Nuevo Mundo. Pero, sobre todo, porque la Compañía llevó a cabo un proyecto educativo que contribuyó a la creación de elites intelectuales locales, y algunos de sus más brillantes pupilos eligieron seguir el camino diseñado por San Ignacio de Loyola. Sin embargo, desde el punto de vista cultural y político de la Compañía, así como con referencia a los avances científicos de la época, no cabe duda que las provincias americanas formaban parte de la periferia intelectual. Aunque los científicos e intelectuales europeos, laicos o jesuítas, bien podían olvidarse del Nuevo Mundo en muchas de sus indagaciones, esto era imposible si el tema de estudio era el mundo natural. Desde el primer viaje de Cristóbal Colón, la naturaleza americana venía ofreciendo una avalancha de datos y objetos que no sólo servían para satisfacer la curiosidad del coleccionista y el suministro de regalos exquisitos entre la aristocracia, también representaban un reto para los estudiosos de la época. Durante el siglo xvii en particular, el trabajo científico de los jesuítas —según Feldhay (1999)— constituía una alternativa clara e influyente en el mapa cultural europeo. Por lo tanto, no es de extrañar que las más reconocidas figuras de la intelligentsia jesuíta en Europa reflexionaran sobre la naturaleza del Nuevo Mundo, y no sólo aquellos misioneros que la conocieron de primera mano. Es más, en lo que se refiere a la ciencias naturales de la época, los hermanos jesuítas de
* Las investigaciones para este ensayo se beneficiaron de las becas de investigación de la Interdisciplinary Studies Division de Colby College. Asimismo, para la redacción final ayudaron mucho los acertados comentarios de mi colega Domingo Ledezma.
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la periferia le daban a la Compañía una ventaja indiscutible. En este ensayo —tomando dos casos como ejemplo— me interesa comentar cómo circulaba y qué tipo de reflexiones generaba la información sobre la naturaleza del Nuevo Mundo entre la intelligentsia jesuíta del siglo XVII en Europa.
La red jesuíta y la naturaleza americana Un buen punto de partida es retomar la propuesta de Steven Harris que describe a la Compañía de Jesús como una corporación de largo alcance. Para Harris (1999), los jesuítas desarrollaron su conocimiento de las ciencias naturales gracias a la red de agentes viajeros de la Compañía. La presencia y movimiento de sus hermanos a lo largo y ancho de los territorios bajo dominio europeo aseguraron la constante circulación de gente, informes y cartas. Y, también, de todo tipo de objetos que eran transportados por un grupo calificado y confiable de jesuitas alrededor del mundo. Así, aunque los jesuitas viajaran en primer lugar para cumplir con una labor religiosa, el éxito de su cultura corporativa de largo alcance les permitía extender sus indagaciones más allá de sus fines evangélicos. En este proceso era clave la producción de conocimiento a nivel local, que luego se transmitía a través de la red y ayudaba a la Compañía de muchas maneras. Por ejemplo, Luis Martín ha descrito cómo la circulación de agentes y bienes en la red jesuíta de la Provincia del Perú permitía mantener e incrementar con nuevas hierbas medicinales las farmacias de sus colegios y misiones, así como aumentar y difundir los libros para sus bibliotecas.1 Pues no sólo se trataba de transportar bienes, sino de acumular y poner al servicio de la Compañía todo tipo de información útil. Una adecuada comunicación meteorológica sobre lugares remotos, por ejemplo, permitía la organización de nuevos viajes de manera más efectiva. Las redes de cada provincia nutrían a su vez la red internacional, que satisfacía la curiosidad de maestros y estudiantes en los colegios jesuitas de las ciudades importantes de Europa. Y de esta manera, relatos y objetos del Nuevo Mundo, aun de los lugares más remotos, quedaban a disposición de la Compañía para deslumhrar y obsequiar a señores poderosos que ayudaban a financiar las misiones. Para comprender el rol que el conocimiento de la naturaleza americana tuvo entre la intelligentsia jesuíta europea del XVII hay dos personajes contemporáneos de indiscutible importancia: Juan Eusebio Nieremberg
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Ver Martín 1968, capítulos 4 y 5.
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(1595-1658) y Athanasius Kircher (1602-1680). Primero, mencionaré su participación en la red jesuita relacionada con el Nuevo Mundo. En segundo lugar, mostraré cómo, a pesar de que propusieron diferentes maneras de entender la idea del cambio en el mundo natural, ambos produjeron explicaciones coherentes sobre las novedades americanas. Juan Eusebio Nieremberg nació en Madrid, hijo de una pareja de nobles que formaron parte del séquito de la emperatriz María de Austria. Antes de cumplir los veinte años ya tenía clara su vocación religiosa y se unió a la Compañía. Su padre, que estaba en contra de esta decisión, lo obligó a dejar el noviciado. Pero Nieremberg persistió y finalmente volvió a Madrid donde no sólo profesó como jesuita sino que allí se estableció por el resto de su vida. Nieremberg llevó una vida ejemplar, dedicándose por entero a la religión, la enseñanza y la escritura. Dejó una extensa obra, más de setenta publicaciones, la mayoría dedicada a temas teológicos. La corte española tuvo mucho aprecio por este jesuita y lo requirió para que sirviera de guía espiritual a importantes miembros de la monarquía (como la duquesa de Mantua, nieta de Felipe II). Desde 1629 enseñó en los llamados Estudios Reales del Colegio Imperial de Madrid, donde fue el primer profesor de historia natural. En numerosas ocasiones solicitó ser enviado al Nuevo Mundo como misionero; nunca se le otorgó el permiso.2 Las publicaciones de Nieremberg sobre historia natural siguieron dos caminos. Por un lado, trabajó en un libro erudito lleno de referencias y citas: Historia Naturce, Máxime Peregrines (Historia de la naturaleza, especialmente de la exótica y sorprendente), publicado en una lujosa edición ilustrada en Amberes en 1635.3 Este libro comienza con una justificación del estudio de la historia natural, su utilidad y provecho, y luego se embarca en describir: "[...] rarísimos secretos de la naturaleza, incluidos los astronómicos, los desconocidos animales de las Indias, los cuadrúpedos, las aves, los peces, los reptiles, los insectos [...] las plantas y sus propiedades medicinales, los metales, las piedras y otros minerales [...] y se desentrañan con erudición muchos lugares de las Sagradas Escrituras". Ésta fue sin duda su gran obra de historia natural. Al mismo tiempo, desde que comenzó a enseñar esta disciplina, se le pidió que publicara las lecciones que impartía en el Colegio Imperial, escritas en castellano. Nieremberg
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Sobre la biografía de Nieremberg puede consultarse Didier 1976 y Zepeda-Henríquez 1957. Para el contexto de la labor científica de los jesuítas en España, ver Navarro 2003. 3 En adelante Historia Naturce. Para una lectura de Historia Naturce, ver el ensayo de Domingo Ledezma en este volumen, del cual tomo la traducción del título al castellano.
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mandó sus notas a la imprenta "tal como las leo", dando a entender que no tenían el rigor académico de un trabajo como la Historia Naturce.4 Varias ediciones de estas lecciones fueron apareciendo con variantes en el título— desde 1630. En este ensayo me refiero a la edición que reúne la colección más completa de estas lecciones, la de 1649 (tercera impresión, añadida por el mismo autor). Se titula: Curiosa y Ocvlta Filosofía. Primera y Segunda Parte de las Marauillas de la Naturaleza, examinadas en varias questiones naturales (figura l). 5 Muchos pasajes de la Historia Naturce y de la Curiosa y Oculta Filosofía se corresponden de manera directa, pero una comparación detallada está pendiente. En todo caso, mientras las lecciones, en tono persuasivo, son una lectura más accesible, la Historia Naturce nos provee su disquisición sobre el mundo natural con debates sofisticados y colmados de referencias a sus fuentes. Athanasius Kircher, nacido en Geisa, tuvo también una temprana vocación religiosa e ingresó a la Compañía antes de cumplir los veinte, después
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En la lección inaugural (19 de febrero de 1629) de Nieremberg ("Prolusión a la doctrina, y historia natural") para los Estudios Reales del Colegio Imperial (en Curiosa y Oculta Filosofía pp. 370-397) se dice que entre los asistentes se encontraba el famoso Lope de Vega, quien habría acudido a las lecciones inaugurales para tomar notas y después componer su poema laudatorio "Isagoge a los Reales Estudios de la Compañía de Jesús" (publicado en la Vega del Parnaso (1637) y también en Simón-Díaz 1952, tomo I, pp. 99-115). Aquí los versos (modernizados) reproducidos en Curiosa y Oculta Filosofía pp. 370-371, que corresponden a los versos 384-423: "cesó el rumor confuso, / y subiendo a la cátedra propuso, / corriendo la cortina / a la lengua latina / de dos rojos corales, / una lición gustosa / de plantas, y animales, / donde naturaleza prodigiosa / mostró mayor belleza, / que es bella en variar naturaleza. / Esta pintura hermosa, / que del pincel divino / en la tabla del mundo / miró desde su esfera luminosa / recién nacido el sol, cuyo camino / apenas retrataba el mar profundo, / más digna del primero protoplasto / fuera de que ningún humano ingenio / aunque presuma de Bassan Teofrasto, / y a la naturaleza imite el genio / con que la tierra esmalta / desde la verde superficie al viento / en la región más alta, / y en su generación partes y aumento / escriba el de Estagira / cuanto pisa la tierra, el aire gira, / aunque vieran los dos del mar la arena / hurtando al sol los ojos con la pena / de intrépido joven Prometeo, / y Dédalos del aire descansaran / donde jamás sus ciudadanos paran. / Con este igual deseo / trató la docta Musa / materia tan difusa / digna pues aumentó la verde oliva / del alma del laurel vegetativa. / Pero apenas cesó, cuando dijeron / cuantos su voz oyeron, / que Eusebio Nerembergio la dictaba, / o que el mismo Aristóteles hablaba". 5 En adelante Curiosa y Oculta Filosofía. La portada agrega un subtítulo explicativo para atraer lectores y aumentar las ventas: "Contienen historias muy notables. Averiguanze secretos, y problemas de la naturaleza, con Filosofía nueva. Explicanse lugares dificultosos de Escritura. Obra muy útil, no solo para los curiosos, sino para doctos Escriturarios, Filosofos, y Médicos".
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de estudiar en varias instituciones jesuítas. Destacó rápidamente en la labor intelectual y, gracias a ello, consiguió un trabajo en el Colegio Romano, dejando atrás una juventud llena de avatares en regiones plagadas por guerras. En Roma, centro político y cultural de los jesuítas, comenzó como profesor de matemáticas y filosofía natural y continuó sus investigaciones de la escritura jeroglífica, uno de sus temas preferidos. Kircher se convirtió con el tiempo en uno de los hombres de más importancia en la escena científica de Roma y un personaje clave en la relación entre los intereses de los jesuitas y el poder laico. Una vez terminado su contrato con el Colegio, Kircher se dedicó por completo a sus investigaciones y a producir publicaciones que extendieron su fama por toda Europa y más allá. Llegó incluso a recibir una importante suma de dinero como adelanto de futuras publicaciones de la editorial holandesa Jansson (Baldwin 2003: 313-314). Acaso fuera Kircher el primer intelectual en vivir de su pluma. Kircher, a diferencia de Nieremberg que fue un personaje más retraído, tuvo una actuación pública que ayudó aún más a su fama, ya que fue nombrado director del Museo del Colegio Romano. El "Museo de Kircher" se convirtió en el paradigma del espíritu científico de la Compañía así como en un modelo del afán coleccionista de la época.6 Todas las publicaciones de Kircher fueron escritas en latín y variaron mucho en sus contenidos. Comenzando por su primer texto sobre magnetismo (tema también tratado por Nieremberg en una de sus lecciones), pasando por tratados de medicina, lingüística, acústica y el lejano Oriente, hasta el muy apreciado Mundus subterraneus, considerado su principal obra de historia natural y, entre otras cosas, un tratado precursor de la geología moderna. Con toda razón, Kircher gozó de fama de sabio que —gracias a una larga vida— le permitió esforzarse para producir ediciones lujosas y rebosantes de grabados. A su vez, estos libros, que dedicaba y obsequiaba con calculada astucia, le sirvieron para mantener convenientes relaciones con miembros de la nobleza y personajes influyentes alrededor de Europa que facilitaban y promocionaban su trabajo (Baldwin 2003: 308-315).7
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Sobre la importancia del Museo del Colegio Romano, ver Findlen 2003. Bibliografía y exposiciones recientes sobre Kircher y su obra (a raíz del 400 aniversario de su nacimiento) han contribuido a una renovada atención sobre este personaje. Ver, por ejemplo: Lo Sardo 2001 y Stolzenberg 2001. 7 Por ejemplo, recién salido de la imprenta, Kricher envió su Arca Noe al rey Christian V de Dinamarca. Para la correspondencia de Kircher, ver The Athanasius Kircher Project at Stanford University en el sitio de Internet: .
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En 1675 Kircher publicó Arca Noe, un texto escrito en un estilo accesible, en donde daba a conocer muchos detalles sobre la construcción del Arca y el diluvio universal que le siguió (figura 2). Kircher basó sus ideas sobre el Arca en datos bíblicos y estableció su proporción con el cuerpo humano y la historia de los descendientes de Noé. Su propuesta se distancia de un Arca como instrumento simbólico de la fe; desarrolló, en cambio, la interpretación histórica del Arca como un verdadero barco que permitió la salvación de los hombres (Fernández González 2001: 31). Desde el principio, Kircher deseó visitar las provincias más lejanas de los jesuítas que más adelante discutiría en sus libros —aunque en su caso estuvo más atraído por Asia—, pero tampoco él obtuvo el permiso de la Compañía. Si bien ni Nieremberg ni Kircher viajaron fuera de Europa, esto no los detuvo en su esfuerzo intelectual por dar significado al mundo natural americano. En primer lugar, porque eran parte de la red jesuíta, lo que les permitía acceder a todo tipo de recursos académicos, así como a informes, testimonios y objetos, ya sea que estuvieran a la mano o que procedieran de lejos. En segundo lugar, porque eran miembros de la elite intelectual, escribiendo sobre filosofía natural e interpretando para los centros de poder las novedades del Nuevo Mundo. Me detendré en estos dos puntos. Un aspecto que destaca en la Historia Naturce de Nieremberg es el abrumador número de citas y referencias, tanto de fuentes antiguas como contemporáneas. Era posible esperar que conociera y tuviera al alcance la literatura antigua, lo que sí sorprende es su manejo de fuentes sobre América, pues da la impresión de haber leído todo (de Pedro Mártir al Inca Garcilaso, pasando por Fernández de Oviedo, Francisco Hernández, Nicolás Monardes, André Thevet y Cieza de León, por mencionar algunos). Su lectura de las contribuciones de otros jesuítas, y en particular de obras conocidas como las de José de Acosta, no llama la atención. Pero a lo largo de su historia, Nieremberg parece haber consultado cada libro existente sobre cada rincón del Nuevo Mundo. Estar situado en Madrid debió ayudarlo en su objetivo de echar mano a la información sobre Indias y otros lugares exóticos, aunque no cabe duda que fue la red jesuíta —que nutría las bibliotecas particulares y de los colegios— la que contribuyó de manera decisiva a que el material a su alcance pareciera inagotable. Nieremberg no sólo revisó los libros que de manera directa trataban temas de historia natural (como muchas de las crónicas de los jesuítas sobre sus misiones alrededor del mundo), sino todo lo referente a América donde pudiera encontrar algo que le sirviera o interesara. Así lo muestran los capítulos en los que presenta algunos aspectos de la religión y costumbres de
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los incas y de los aztecas.8 Asimismo, Nieremberg añadió a sus fuentes textuales la información oral que recibía de sus hermanos viajeros, dándoles a estos testimonios el mismo valor que a los escritos. Un ejemplo claro del provecho que sacó Nieremberg, tanto de la red jesuíta como de su posición en Madrid y sus relaciones con el mundo cortesano, fue su extenso uso de los manuscritos de Francisco Hernández. La expedición y escritos que Hernández produjo sobre Nueva España en la década de 1570 están considerados como uno de los momentos claves para la historia natural de Indias. Los múltiples aspectos de esta obra (y sus muchos avatares editoriales) vienen recibiendo una nueva atención en los últimos años, pero ya en su época fue muy apreciada por quienes pudieron revisarla9. Estudios recientes han confirmado que Nieremberg consultó dos diferentes manuscritos de la historia natural de Hernández: los que se encontraban en el Colegio Imperial, donde era profesor, y los que Hernández había entregado a Felipe II (que contenían ilustraciones) y que se hallaban en la biblioteca de El Escorial. Nieremberg incorporó capítulos enteros de plantas, así como descripciones de animales y minerales escritos por Hernández, y mandó a hacer copias de algunas ilustraciones para su Historia Naturce, como por ejemplo la planta "Atatapalacatl" (ver figura 3).10 En consecuencia, aunque el objetivo último de la Historia Naturce no fuera la exhibición enciclopédica del mundo natural americano sino su contribución a las claves simbólicas del conocimiento cristiano, un texto tan ambicioso no sólo nos permite admirar el resultado final, sino que también revela los recursos y la compleja red de relaciones que lo hicieron posible.11 En el caso de Kircher hay varias maneras de comprobar la utilización de la red jesuíta para acceder a la historia natural del Nuevo Mundo. El
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En la Historia Naturce tal es el caso del Libro Octavo, en los cap. 13 (Religio Perüanorum) y cap. 15 (De scientiä & Astrologia Ingarum) sobre los incas y cap. 22 (De septuaginta & octo partibus maximi templi Mexicani), cap. 23 (De caerimoniis Mexicanorum), cap. 24 (De effiisione sanguinis sperstitiosä), cap. 25 (De variis superstitionibus), cap. 26 (De ministris deorum), cap. 27 (De votis, iuramentis & nuptiis), cap. 28 (De noui Mexici moribus), sobre los aztecas. 9 Jesús Bustamante García (1992, 1997 y 1998) ha analizado diversos aspectos de la obra de Hernández. 10 Para los detalles del uso que hizo Nieremberg de los manuscritos de Hernández ver López Pifiero y Pardo Tomás 1994 y 1996; Somolinos d'Ardois 1954 y 1960; Varey 2000. 11 Sobre la utilidad del estudio de la naturaleza en Nieremberg para fines cristianos ver el ensayo de Domingo Ledezma en este libro.
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mejor punto de partida es el Museo del Colegio Romano, que se hizo conocido como el "Museo de Kircher". Allí se reunieron y exhibieron innumerables objetos venidos de todas partes, entre los que estaban decenas de cosas de América; como una desconcertante iguana que le llegó desde Nueva España. La propia fama del Museo, que se constituyó en uno de los atractivos científicos y culturales de Roma, motivaba para que se le ofrecieran piezas de los más alejados rincones. Esto atraía a naturalistas y nobles de toda Europa; a su vez, dichos contactos abrían nuevas oportunidades (en 1656, por ejemplo, la reina Cristina de Suecia realizó dos visitas al Museo y dejo un supuesto cuerno de unicornio).12 Además, el Museo tenía la ventaja de estar situado en Roma, el centro mismo de la Compañía, lo que garantizaba que cada jesuíta que llegaba a la ciudad proveniente del Nuevo Mundo podía surtirlo de novedades. Kircher no se limitaba a esperar en su museo, por el contrario, fue un activo perseguidor de objetos y noticias del Nuevo Mundo, como lo denota su correspondencia con hermanos jesuítas que le escribieron desde Brasil, Chile, Perú o México.13 En ella se puede comprobar que se mantenía en contacto con la red de jesuítas en América, y que incluso enviaba sus hermosos libros como regalos a personas que lo informaban y colaboraban con sus investigaciones (sin descuidar hacer llegar reliquias religiosas para los monasterios). Un buen ejemplo de este intercambio, beneficioso para ambas partes, se observa en su relación con el jesuíta Francisco Ximénez (François Guillot) y otros miembros de la comunidad intelectual de Puebla y de la Ciudad de México.14 A lo largo de los años, Kircher les envió sus libros, inventos e instrumentos científicos de reciente aparición (como un microscopio). Del Nuevo Mundo le llegaban a Kircher animales, plantas, y obras de arte indígenas tanto antiguas como modernas. El interés de Kircher por materiales del Nuevo Mundo puede rastrearse a lo largo de varias de sus obras y muestra que, al igual que Nieremberg, no se limitó al mundo natural sino que, por ejemplo, investigó con interés aspectos de las religiones americanas comparándolas con la egipcia, estu-
12 Para una descripción detallada de la visita de la reina Cristina y su importancia para entender el papel del Museo ver Findlen 2003. 13 En el sitio The Athanasius Kircher Project at Stanford University es posible seleccionar la correspondencia de acuerdo a varios criterios, entre ellos, lugar. Al momento de escribir este ensayo el sitio seguía incorporando más cartas a su base de datos. 14 Para un comentario detallado de esta relación epistolar y los intereses de ambas partes ver Osorio Romero 1993: XV-LIII.
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diados en Oedipus aegyptiacus (1652-1654) (Kramer 1997). La información y materiales de América eran analizados y, cuando servían a sus proyectos, terminaban incluidos en sus libros o exhibidos en su museo. Diversos temas del mundo natural del Nuevo Mundo tienen un papel importante tanto en Magnes sive de arte magnética (1641) como en Mundus subterraneus (1664-1665) (Ibíd.). La atención de Kircher a estos materiales no fue pasajera y hay muestras de que se interesó mucho en más de una ocasión. Por ejemplo, en su Magneticum naturae regnum (1667) se discute el caso, relacionado con el tema del magnetismo, de unas curiosas conchas que recibió de uno de sus corresponsales (el novohispano Alexandro Favián a quien está dedicado el libro). Luego de citar la carta de Favián, Kircher analizó el objeto y determinó que los efectos notados por su amigo novohispano se debían a las características del pez torpedo (una especie mítica de pez que se adhería por debajo a los barcos en alta mar y los detenía) (citado y traducido en Osorio Romero 1993: 115-128). Por su parte, la influencia intelectual de Kircher en la Nueva España fue importante.15 Baste recordar que tanto Carlos Sigüenza y Góngora —que tenía dos juegos completos de las obras de Kircher— como Sor Juana Inés de la Cruz, siguieron con atención las publicaciones y propuestas del jesuíta. Y en el caso de Sor Juana, como ha señalado la crítica repetidas veces, es clara la relación entre el Itinerarium exstaticum (1656) de Kircher y el Primero Sueño. Sin duda, la perseverancia del jesuíta por encontrar las claves para entender el mundo, encontró una buena lectora en Sor Juana y sus reflexiones sobre los límites de la mente para alcanzar el conocimiento de todo lo que nos rodea. La mejor prueba está en que Sor Juana creó el neologismo "kircherizar" para referirse al método presentado por el jesuíta en su Ars magna sciendi (1669), un texto que aspiraba a explicar las claves para entender todas las artes y ciencias.16 Además de mantener una correspondencia intelectual, los contactos mexicanos de Kircher se preocupaban por su bienestar (el jesuíta vivió hasta los casi ochenta años) y le enviaban productos americanos para favorecer su buena salud. Entre otros, chile y chocolate. Al final de una carta escrita por su amigo Francisco Ximénez puede leerse:
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Para un estudio más detallado sobre la influencia intelectual de Kircher en Nueva España ver Findlen 2004. 16 Osorio Romero 1993: XLI-XLVI, propone una influencia más allá de lo que hasta ahora se ha reconocido del Ars magna sciendi (1669) de Kircher en el Primero sueño de Sor Juana.
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Para reanimar las fuerzas de Vuestra Reverencia, debilitadas por largas y gloriosas jornadas, envío 25 libras de chocolate de la mejor clase, pues prohibí que fuera mezclado con azúcar para que por el viaje no se dañara con la podredumbre; también mezclado un poco de nuestro picante, que llamamos chile, para que no se dañase; con gran cuidado impulsado por mí fue hecho para que pueda aprovechar a Vuestra Reverencia y que su vida, larga para mí, más amada que la mía, se alargue para que pueda dar a la luz de la humana celebridad los otros productos de su ingenio, que prometió, para la mayor gloria de Dios y la óptima de nuestra Compañía (Ibíd.: 135-136). La carta anterior no sólo muestra el aprecio de un hermano jesuíta a un destacado intelectual de la Compañía, también se observa que uno de los retos para naturalistas y aficionados a los productos del Nuevo Mundo fue encontrar las fórmulas para que éstos resistieran el viaje a Europa.
La filosofía natural y el Nuevo Mundo Luego de haber mostrado cómo Nieremberg y Kircher se sirvieron de la red jesuita para informarse y mantener contacto con América, ahora comentaré de qué manera esta información encontraba un lugar en sus proyectos intelectuales. Conviene recordar que ambos jesuítas basaban su idea del conocimiento sobre un contexto religioso. En su época, y tomando en cuenta el ambiente generado por el Concilio de Trento, esto significaba que la búsqueda de conocimiento estaba justificada en tanto contribuía al conocimiento de Dios, o como lo expresaba la Compañía de Jesús en su lema: ad majorem Dei gloriam. Con el paso del tiempo, y de acuerdo a la particular visión de quienes decidían intervenir en el debate, se defendieron diferentes ideas de qué era lo que constituía una búsqueda de conocimiento apropiada. Kircher, por ejemplo, se encontraba en un extremo del debate, ya que asumía el estudio de todas las disciplinas no sólo como totalmente justificado sino que lo juzgaba complementario para un pleno conocimiento de Dios. Entre las diversas disciplinas, el estudio de la naturaleza era generalmente aceptado como un objeto de investigación que permitía acercarse al creador. La metáfora de la naturaleza como un libro complementario a la Biblia, moneda común en la cultura del Renacimiento y del Barroco, implicaba en la interpretación de muchos intelectuales que estudiar sus páginas era un ejercicio válido y deseable. Sin embargo, si en algún momento la observación de la naturaleza pareciera contradecir a las Sagradas
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Escrituras, el objetivo de todo esfuerzo intelectual debía consistir en reparar esas grietas. De este modo, es posible generalizar que los intelectuales y exploradores de la época reaccionaron de manera diferente con relación a los paradigmas que eran cuestionados por los descubrimientos. Así, mientras que cada aventurero que cruzaba la línea ecuatorial se sentía motivado para dejar constancia de haber sobrevivido, y con ello poner en ridículo una vez más el conocimiento heredado de los antiguos, no sucedía lo mismo con asuntos que involucraban a la Biblia. Por ejemplo, frente a la pregunta sobre la diversidad y la diseminación de plantas y animales del Nuevo Mundo, era imposible prescindir del conocimiento heredado por la tradición bíblica. En este caso, el trabajo intelectual consistía en formular explicaciones que conciliaran, de manera armoniosa, las novedades que ofrecía la naturaleza americana con interpretaciones que se ajustaran al relato del Génesis (el libro de la creación sobre el que muchos lamentaban su falta de detalles). Tanto Nieremberg como Kircher utilizaron material del Nuevo Mundo para realizar reflexiones más amplias. Ambos comprendieron que su trabajo intelectual debía producir un conocimiento más abarcador del que ofrecían las narraciones de una región del mundo (por ejemplo, los capítulos sobre la naturaleza del Reino de Chile, por su hermano jesuíta Alonso de Ovalle) e inclusive superar esfuerzos más ambiciosos y comparativos como los de Bernabé Cobo y José de Acosta, jesuítas estudiosos de los Andes y Nueva España. Para la intelligentsia jesuíta el reto consistía en dar sentido a todas las observaciones sobre la naturaleza que no habían sido tomadas en cuenta, no importaba de dónde vinieran. Y si bien, en algunos momentos, podía ser precisamente la naturaleza del Nuevo Mundo la que jugara un papel central en sus reflexiones, el objetivo último era —según Paula Findlen (1994: 81)— desarrollar un marco de referencia moral, religioso y filosófico que relacionara a todas las distintas regiones del mundo. Al final, surgiría un conocimiento que permitiría comprender la naturaleza total y revelar sus misterios, lo que abriría las puertas para la mejor alabanza del creador. Una de las consideraciones claves en el proceso de establece/un marco de referencia para entender el mundo natural en general, y el americano en particular, fue decidir sobre la mutabilidad o inmutabilidad de la naturaleza. El asunto implicaba muchos interrogantes para el intelectual de la época. Por ejemplo: ¿había sido creado el mundo natural tal como era ahora, incluyendo aquellas partes que nos eran desconocidas? Si fue así, ¿qué había pasado con aquellas especies, como el unicornio o la sirena, mencionadas por los antiguos? ¿Habían desaparecido por completo? ¿Podía la naturaleza perder especies pero no aumentar ninguna? ¿Eran los
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animales del Nuevo Mundo especies diferentes o las mismas que se conocían pero con variaciones accidentales? ¿Era necesario considerar acaso más de un acto de creación? ¿Cómo se las arregló Noé para salvar a todas las especies que se habían venido a conocer hasta nuestros días? La primera lección de la Curiosa y Oculta Filosofía se ocupa de investigar la mutabilidad en la naturaleza. Para examinar el tema, Nieremberg pasó revista a una serie de minerales, plantas y animales que pudieran haber desaparecido o aparecido desde la creación, terminando por negar tanto una como otra posibilidad: "Todo esto no me persuade que sea el mundo monstruo con algún miembro menos o sobrado, ni con menos naturalezas ni con más, de aquellas con que fue aseado y salió de la mano poderosa de su Creador. Hízole hermosísimo y entero, no era menester troncharle por ninguna parte ni añadirle por otra" (Nieremberg 1649: 9).17 Nieremberg admite que un elemento de la naturaleza, de gran demanda y a causa de la explotación de los hombres, podía perderse de vista y ser difícilísimo de hallar, pero niega la posibilidad de extinción. Tal había sido el caso de la púrpura (caracola; Purpura haemostoma y otras especies) de la cuál habían abusado los antiguos para teñir las ropas de personajes importantes y servir de tinta a emperadores romanos, y que no se encontraba más.18 Pero ni la púrpura ni ningún otro ejemplo de la flora o fauna había desaparecido por completo porque "distinta cosa es perecer a perderse: perdiólos el uso humano no la naturaleza" (Ibid.: 9-10). Para Nieremberg —siguiendo a San Agustín y otras autoridades— la garantía estaba en que Dios había encargado cada especie del mundo natural a un ángel de la guarda, lo que aseguraba su existencia. Sin embargo, Nieremberg aceptaba que ciertos cambios podían ocurrir a lo largo de la historia, gracias a lo que llamaba la "dependencia de la naturaleza con la gracia" (Ibíd.: 11). Según esta idea, la ausencia o presencia de la gracia divina tenía influencia en el mundo natural de lugares específicos. En la isla La Española —según información de Pedro Mártir— se sufría la constante presencia de terribles huracanes que arrancaban de cuajo los árboles y destruían las casas; pero desde la llegada de la fe cristiana y "que se frecuentó comulgar a menudo" (Ibíd.: 12) los huracanes habían ido cesando. Un caso inverso se había dado en las riberas del Nilo, donde la presencia musulmana había ocasionado que los cocodrilos se hi-
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He modernizado todas las citas de los textos antiguos. Cada caracola produce una cantidad pequeñísima del tinte, de manera que era necesario destruir un gran número para teñir un manto. 18
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cieran más feroces. Los olivos se volvieron abundantes en España y se extendieron a otros países europeos con mayor fertilidad desde que el aceite de sus frutos se usó en los sacramentos y, en general, la virtud medicinal y saludable de las aguas aumentó desde que se instauró el bautizo. Y "semejante maravilla ha pasado con el Mar Adriático, después de que Santa Elena echó en él uno de los clavos con que Cristo estuvo enclavado en la Cruz. [Porque] ha amainado aquel bravo e inquieto seno, muy contrario antes a los navegantes, como dice San Gregorio Turonense" (Ibid.: 13). Todos estos cambios eran una muestra de las diferentes maneras en que la gracia divina se hacía notar en el mundo natural. Asimismo, Nieremberg reconocía la posibilidad de cambios insustanciales debidos al clima y situaciones circunstanciales. Por ejemplo, el hecho que ciertas islas aparecieran o desaparecieran de la superficie de los océanos no se trataba ni de un cambio sustancial de la naturaleza ni de un caso en el que la gracia divina estuviera involucrada. Las ideas de Juan Eusebio Nieremberg sobre el Nuevo Mundo eran consecuentes con su postulado de la inmutabilidad del mundo natural, desde la creación. Según el jesuíta, Dios había creado a todos los animales en un sólo momento y había ubicado a cada especie en el ambiente que mejor correspondía a sus cualidades. Era por esta razón que algunos animales eran conocidos en unos lugares y no en otros. Y aquellos animales que podían encontrarse en varios lugares debieron haber viajado por su cuenta o haber sido transportados por humanos. La explicación completa —basada en la Biblia y presentada con claridad en la Historia Naturce— consistía en el milagroso transporte de los animales por ángeles que, en viajes de ida y vuelta, habían llevado desde sus lugares originales hasta Adán en el Paraíso, y luego al Arca de Noé, a todas las especies. Primero, para recibir un nombre y luego para salvarse del Diluvio Universal. Finalmente, ya que los ángeles devolvían a los animales a sus ambientes naturales, en ambas ocasiones se reproducía la escena de la creación. El mundo natural del Nuevo Mundo (y de cualquier otra parte) era nuevo sólo porque los europeos ignoraban lo que había estado allí desde siempre.19 Athanasius Kircher tenía una opinión diferente. La hipótesis que manejaba Kircher era que una naturaleza mutable había sido parte del designio de Dios. En su libro Arca Noe, Kircher —usando datos bíblicos, de sa-
19 En la Historia Naturce el tema está disperso en varias partes. En lo que respecta a este punto puede verse: Libro Quinto (capítulos 1-2 y 25-27).
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bios antiguos y de la tradición de exégetas— determinó las dimensiones exactas del Arca y reprodujo grabados que daban cuenta tanto de su forma exterior como de las divisiones e instalaciones interiores.20 Asimismo, Kircher dejó escrito e ilustrado qué animales entraron y su distribución en los tres pisos y cuartos del Arca (figura 4). Aunque el Arca era de proporciones suficientes para transportar a una pareja de elefantes y muchas parejas más, en aquel espacio era obvio que no cabían la totalidad de animales conocidos. Por lo tanto, Kircher debió presentar —además de un diseño del Arca— una explicación compleja sobre el mundo natural, incluyendo la pregunta sobre la mutabilidad. La propuesta de Kircher en Arca Noe partía por dividir a los animales en cuatro grupos: reptiles, cuadrúpedos, aves y peces. Los peces no necesitaron entrar en el Arca. Tampoco todos aquellos reptiles infectos, pues —tal como habían demostrado sus experimentos— nacían de la materia putrefacta y podrían reproducirse después del Diluvio. ¿Qué animales entraron en el Arca? Según Kircher, no fue indispensable que se salvaran todas las especies porque el mundo natural se había ido multiplicando como consecuencia de mutaciones de distinto grado. En el Arca entraron "solamente aquellas primeras especies de animales que, o bien estaban en la región del Edén, o bien habitaban en regiones muy remotas, pero que, conducidas por los ángeles lograron introducirse en el Arca. Dios solamente trató de conservar las especies que podían desaparecer con el Diluvio... puesto que no tenían una especie original. Queda claro que en el Arca solamente entraron las especies primigenias, para albergar a las cuales el Arca era totalmente suficiente" (Kircher [1675] 1989: 134). En varios capítulos de Arca Noe pasó revista a aquellos reptiles, cuadrúpedos y aves que constituían las especies primigenias, así como a algunos otros casos especiales, como los an-
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El punto de partida de las reflexiones sobre la construcción del Arca era el siguiente pasaje de la Biblia: "Hazte un arca de maderas resinosas, divídela en compartimientos, y la calafateas con pez por dentro y fuera. Hazla así: trescientos codos de largo, cincuenta de ancho, y treinta de alto; harás en ella un tragaluz, y a un codo sobre éste acabarás el arca por arriba; la puerta la haces a un costado; harás en ella un primero, un segundo y un tercer piso, pues voy a arrojar sobre la tierra un diluvio de aguas que exterminará cuanto bajo el cielo tiene hálito de vida. Cuanto hay en la tierra perecerá. Pero contigo haré yo mi alianza, y entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo. De todos los animales meterás en el arca parejas para que vivan contigo, de las aves de las bestias y de toda especie de animales, macho y hembra, y todos vendrán a ti de dos en dos. Recoge alimentos de toda clase, para que a ti y a ellos os sirvan de comida" (Génesis, 6: 15-22), citado por Gómez de Liafio 1990: 46.
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libios. Por ejemplo, luego de describir a casi cincuenta aves con sus respectivos grabados y explicaciones Kircher concluye: "Además de las referidas, hay otras series innumerables de aves en la India Oriental y en América Occidental, que se diferencian de las nuestras, tanto por la variedad de sus colores, como por la forma del cuerpo, pero que tienen su origen en las de aquí y a las que se pueden reducir si tenemos en cuenta sus dotes naturales, sus propiedades y operaciones" (Ibíd.: 131). Con lo cual debemos entender que tanto el cóndor, como el colibrí o el papagayo derivaron de las especies reseñadas por Kircher. En el caso de los anfibios, el jesuíta afirma —frente a opiniones contrarias— que también tuvieron su lugar dentro del Arca, donde no les faltaron los acuarios con cataratas y comida apropiada. Incluida la sirena, de cuya existencia no se debía dudar, ya que —afirmaba Kircher— "su cola y huesos están expuestos en nuestro museo" (Ibíd.: 102). En la teoría de la mutabilidad en la naturaleza de Kircher, los animales podían sufrir transformaciones que los afectaban de manera accidental (cambios de apariencia) o sustancial (dando origen a una especie nueva). Por ejemplo, el jesuíta identificó cuatro causas en la transformación de los cuadrúpedos. La primera causa sería la influencia de los astros y el clima en las distintas regiones. La segunda causa, la fuerza de la imaginación de la hembra durante la unión sexual (potencia que era responsable de muchas formas monstruosas). La tercera causa, cuando en una unión homogénea (misma especie), en la que intervenía la potencia imaginativa, surgían variedades con apariencia distinta (como era el caso de animales con distinto color de piel, según la región que habitaban). Cuarta causa, la unión heterogénea (especies distintas), que daba lugar a una especie de lugar intermedio entre las que le dieron origen (Ibíd.: 133). La cuarta causa explicaba al armadillo (otra pieza expuesta en el museo), pues Kircher dedujo que se trataba de la mezcla de la tortuga y el erizo; "y no lo digo forzado, sino que lo considero del género de las tortugas por su cuerpo teselado y perteneciente a los erizos, porque el resto de sus miembros y sus costumbres pertenece a los erizos, con excepción de la cabeza que es propia de los puercos" (Ibíd.: 97) (figuras 5, 6 y 7). La primera causa explicaba al búfalo de América del Norte (a quien Kircher llama "Corcobado"), ya que se trataría de cambios ocurridos a un animal de la especie bovina, por influencia de los astros o el medio ambiente. Esto era también, según Kircher, lo que había ocurrido a la mayoría de los animales del Nuevo Mundo (Ibíd.: 98-99), a pesar de que ya desde 1590 en su Historia natural y moral de las Indias, el también jesuíta José de Acosta protestaba contra quienes explicaban la diversidad de los animales de
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Indias de manera semejante. A partir de su amplia experiencia en el Perú, Acosta desestimaba la idea de que las llamas fueran carneros de Indias y "quien por esta vía de poner sólo diferencias accidentales pretendiere salvar la propagación de los animales de Indias y reducirlos a las de Europa, tomará carga que mal podrá salir con ella. Porque si hemos de juzgar de las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas, que querellas reducir a especies conocidas de Europa será llamar al huevo, castaña" (Acosta [1590] 1954: 131). Pero para el jesuita en Roma el objetivo principal de su argumento era reconciliar sus precisiones sobre las dimensiones y el relato del Arca, con la avalancha de noticias de nuevas especies que llegaban con los informes y crónicas de nuevos territorios. Si las llamas o vicuñas eran consecuencia de modificaciones ambientales o mezcla de especies distintas importaba menos, siempre y cuando quedara establecido que su origen era el Arca (ya sea como pasajero o descendiente de las especies primigenias). Tanto para Kircher como para Nieremberg —que ofrecían propuestas para una filosofía natural y no sólo un conocimiento enciclopédico— el relato del Arca seguía siendo la pieza clave de la explicación de las sorpresas que les presentaba la fauna del mundo. La diferencia estaba en la forma de resolver posibles conflictos entre el Libro de la Palabra (la Biblia) y el Libro de las Obras (la naturaleza) de Dios. Nieremberg colocaba énfasis en la idea de la creación de un mundo perfecto y deducía la condición inmutable de la naturaleza, dando más trabajo a los ángeles en el transporte y salvaguarda de las especies de animales, para explicar el mundo natural en Indias y la aparente extinción de recursos naturales. Kircher privilegiaba la idea de un mundo natural que había recibido de Dios lo necesario para transformarse y desarrollar su potencial; al reconstruir el pasado del Arca e identificar a los animales originales, resultaba obvio que el mundo natural de Indias era consecuencia de la mutabilidad de la naturaleza.
Conclusión Para estudiar la contribución de los jesuítas a la historia natural del Nuevo Mundo es necesario prestar atención a la intelligentsia de la Compañía de Jesús en Europa. Estudiosos del mundo natural como Nieremberg y Kircher no sólo dispusieron de los muchos recursos de los ambientes académicos que los rodeaban, también aprovecharon la circulación de textos, objetos y personas de la extensa red jesuita en América. Y si bien ninguno de los dos jesuítas tuvo como centro de sus investigaciones el mundo americano, ambos sintieron la necesidad de incorporar en sus reflexiones las
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noticias del Nuevo Mundo. Para explicar las novedades del mundo natural de Indias, y de la fauna en particular, Nieremberg y Kircher optaron por diferentes posiciones sobre el tema de la mutabilidad en la naturaleza después de la creación, pero ambos mantuvieron sus interpretaciones dentro de un marco de hermenéutica cristiana, donde el relato del Arca de Noé jugaba un papel clave. Finalmente, resulta revelador que tanto Nieremberg como Kircher eligieran dedicar sus respectivas explicaciones del mundo natural a las figuras políticas más importantes, al momento de publicarse sus obras: el conde-duque de Olivares y el rey Carlos II. Debió parecer lógico y necesario para estos intelectuales de la Compañía que quienes mandaban sobre el Nuevo Mundo comprendieran —a la manera jesuíta— los secretos de su naturaleza.
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