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lectio divina para cada día del año Ferias del Tiempo ordinaria (semanas 9-17, años impares)
Lectio divina para cada día del año
GIORGIO ZEVINI
y
PIER GIORDANO CABRA
(edg*)
Plan general de la colección
LECTIO DIVB^C PARA CADA DÍA DEL AÑO *1. *2. *3. *4.
Adviento Navidad Cuaresma y Triduo pascual Pascua
*5. *6. *7. *8.
Ferial Ferial Ferial Ferial
- Tiempo - Tiempo - Tiempo - Tiempo
Ordinario Ordinario Ordinario Ordinario
- año par (semanas 1-8) - año par (semanas 9-17) - año par (semanas 18-25) - año par (semanas 26-34)
*9. *10. 11. 12.
Ferial Ferial Ferial Ferial
- Tiempo - Tiempo - Tiempo - Tiempo
Ordinario Ordinario Ordinario Ordinario
- año impar - año impar - año impar - año impar
(semanas 1-8) (semanas 9-17) (semanas 18-25) (semanas 26-34)
*13. Domingos - Tiempo Ordinario (A) *14. Domingos - Tiempo Ordinario (B) 15. Domingos - Tiempo Ordinario (C)
volumen 10
Ferias del Tiempo ordinario (semanas 9-17, años impares) TRADUCCIÓN: MIGUEL MONTES
16. Propio de los santos - Primera parte (enero-junio) 17. Propio de los santos - Segunda parte (julio- diciembre) SEGUNDA EDICIÓN * Publicados.
EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. de Pamplona, 41 31200 Estella (Navarra) España 2004
r Man colaborado en este volumen: a BKIINO MAGGIONI (9 semana: lectio). MONASTERIO DELLA VISITAZIONE, SALÓ
(9 a semana: todas las
Disposición de las lecturas en las ferias del Tiempo ordinario
demás partes). LUIGI M. DE CANDIDO (10 a y 11 a semanas). GIOVANNA DELLA CROCE -
ABADÍA BENEDICTINA
(de la 9a ala 1T semana
del ciclo
impar)
«MATER
ECCLESIAE», ISOLA S. GIULIO (12 a y 13 a semanas). ANGELO PASSARO (14 a semana). JOAN MARÍA VERNET
(15 a y 16a semanas: lectio, meditatio y
oratio). ANNA MARÍA CÁNOPI Y COMUNIDAD DE LA ABADÍA BENEDICTINA «MATER ECCLESIAE», ISOLA S. GIULIO (15 a y 16a semanas:
todas las demás partes). a GIORGIO ZEVINI (17 semana: lectio, meditatio y oratio). a MONASTERIO «S. CHIARA», CORTONA (17 semana: todas las demás partes).
i
El editor agradece la amable concesión de los derechos de los textos reproducidos y permanece a disposición de los propietarios de derechos que no ha conseguido localizar.
Siempre que ha sido posible, el texto bíblico se ha tomado de la Biblia de La Casa de la Biblia.
2a edición f']) 2001 by Editrice Queriniana, Brescia - © Editorial Verbo Divino, 2003 - Es propiedad - Printed in Spain - Impresión: GraphyCems, Villatuerta (Navarra) - Depósito legal: NA. 2.904-2003 ISBN 84-8169-494-0 t
Semana
Primera lectura
Evangelio
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Tobías
Marcos 12
10
2 Corintios 1-5
Mateo 5
11
2 Corintios 6-12
Mateo 5-6
12
Génesis 12-18
Mateo 7-8
13
Génesis 18-27
Mateo 8-9
14
Génesis 28-50
Mateo 9-10
15
Éxodo 1-12
Mateo 10-12
16
Éxodo 14-24
Mateo 12-13
17
Éxodo 32-40 Levítico 23-25
Mateo 13-14
Cf. Tabla III del Ordo Lectionum
Missae
Lunes 9 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Tobías l,la.2; 2,1-9 11
Historia de Tobit, de la tribu de Neftalí,2 que en tiempos de Salmanasar, rey de Asiría, fue deportado, pero aunque se encontraba en el exilio no abandonó el camino de la verdad. 2,1 Una vez, durante nuestra fiesta de pentecostés, la santa fiesta de las siete semanas, me prepararon un buen banquete y yo me senté a comer. 2 Cuando me habían puesto la mesa, con abundantes manjares, dije a mi hijo Tobías: -Hijo mío, ve y, cuando encuentres a un pobre entre los hermanos nuestros deportados en Nínive que sea fiel al Señor de todo corazón, te lo traes para que coma conmigo. Anda, hijo mío, te espero hasta que vuelvas. 3 Tobías salió a buscar un pobre entre nuestros hermanos y, cuando volvió, dijo: -Padre. Yo le contesté: -Dime, hijo mío. Y él me dijo: -Mira, padre, uno de nuestro pueblo ha sido asesinado y está tirado en plena plaza; ahora mismo acaba de ser estrangulado.
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9a semana
4 Me levanté y dejé la comida sin haberla probado. Lo retiré de la plaza y lo puse en una habitación pequeña hasta que se pusiera el sol para enterrarlo. 5 Cuando regresé, me lavé y me puse a comer todo apenado. 6 Entonces me acordé de las palabras que había pronunciado el profeta Amos contra Betel: «Vuestras fiestas se cambiarán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones».
Y me eché a llorar. 7 Cuando se puso el sol fui, cavé una fosa y lo enterré. 8 Mis vecinos me criticaban diciendo: -Todavía no ha escarmentado. Y eso que lo buscaron para matarlo por una cosa así, y tuvo que huir. Pues mira, ya está de nuevo enterrando muertos. 9 Tobit, sin embargo, como temía más a Dios que al rey, continuaba sacando los cuerpos de lo muertos y los escondía en su propia casa para enterrarlos en la noche cerrada.
**• El nombre Tobit significa al pie de la letra «mi bondad». Pero puede tratarse de la abreviatura de una frase en la que el sujeto de la bondad no es Tobit, sino el Señor; por consiguiente, significaría «el Señor es bueno» o, también, «el Señor es mi bien». El libro de Tobías no es una narración histórica, sino didáctica y de carácter edificante. Abundan en ella los rasgos maravillosos y las exhortaciones morales. El propósito del libro es transmitir una enseñanza moral a través de u n relato ficticio y parabólico. Aparecen perfiladas dos figuras. En primer lugar, la de u n Dios que no cesa de proveer a sus fieles y que si los somete a prueba es para premiarles después. Y, en segundo lugar, la figura del verdadero creyente, que se señala por la observancia rigurosa de la Ley del Señor y por la caridad con sus hermanos. Al héroe de la narración se le presenta de inmediato i (tino un judío que, aunque se encuentra en el exilio, no ha abandonado «el camino de la verdad» (1,1). En el exilio, enliv personas de cultura diferente y de costumbres distintas, hostiles por lo general, resulta fácil olvidar (o
Lunes
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esconder) la propia identidad moral y religiosa. A Tobit, no: él permanece firmemente instalado e n las tradiciones de los padres. Tobit se muestra hospitalario y, en las solemnidades, acostumbra invitar a c o m e r a algún indigente de su pueblo. Su familia es, por consiguiente, u n a familia abierta, tal como la Biblia recomienda con frecuencia. Durante una de estas solemnidades, cuando ya está preparada la comida, su hijo le dice q u e ha sido estrangulado un judío y han echado su cadáver en la plaza. Al enterarse de la noticia, corre a recoger el cadáver para poder enterrarlo dignamente cuando se haya puesto el sol. Se trata de un gesto peligroso. Tobit ya ha sido amenazado de muerte por realizar otros gestos similares. Sus parientes se lo reprochan, no quieren que se exponga, pero Tobit obedece a Dios antes que al rey. La observancia de la ley es lo primero. La fe de Tobit está presentada como una fe valiente.
Evangelio: Marcos 12,1-2 En aquel tiempo, ' Jesús les contó a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos esta parábola: -Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. Después, la arrendó a unos labradores y se ausentó. 2 A su debido tiempo, envió un siervo a los labradores para que le dieran la parte correspondiente de los frutos de la viña. 3 Pero ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías. 4 Volvió a enviarles otro siervo. A éste lo descalabraron y lo ultrajaron. 5 Todavía les envió otro, y lo mataron. Y otros muchos, a los que golpearon o mataron. 6 Finalmente, cuando ya sólo le quedaba su hijo querido, se lo envió, pensando: «A mi hijo lo respetarán». 7 Pero aquellos labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Matémoslo y será nuestra la herencia». 8 Y echándole mano, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. 9 ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los labradores y dará la viña a otros. 10 ¿No habéis leído este texto de la Escritura:
II)
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I AI piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular; " esto es obra del Señor, y es admirable ante nuestros ojos? 12 Sus adversarios estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que Jesús había dicho la parábola por ellos. Sin embargo, lo dejaron y se marcharon, porque tenían miedo de la gente.
**• Esta parábola de Jesús, si queremos comprenderla, hemos de leerla a la luz de un doble fondo. En primer lugar, u n fondo literario, a saber: la alegoría de la viña de Is 5,1-7. Con ella, el profeta sintetiza toda la historia de Israel: por una parte, el asiduo cuidado de Dios; por otra, el obstinado pecado del pueblo, una historia que no puede continuar así indefinidamente y que acabará con u n veredicto de condena («Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada»). Y, en segundo lugar, un fondo histórico: el pueblo de Dios ha rechazado siempre a sus profetas. La parábola, leída desde este doble contexto, se convierte en una interpretación de lo acontecido con Jesús, rechazado por Israel y acogido por los paganos. Entre la suerte corrida por los profetas y la suerte corrida por Jesús existe, pues, u n a lógica común, una continuidad. Pero existe también u n a profunda diferencia: Jesús no es simplemente uno de los siervos, sino el Hijo amado, y su misión es la última. Frente al canto de la viña de Isaías, la parábola se precia de una novedad decisiva: Dios ha enviado a su Hijo, no sólo a los profetas; el pueblo ha rechazado al Hijo, no sólo a los profetas. El dueño es paciente y se muestra tan obstinado que incluso envía precisamente a su hijo. Espera hasta el final: «A mi hijo lo respetarán» (v. 6). Ahora bien, su paciencia también tiene u n límite, y no puede aceptar que la violencia de los labradores continúe de manera indefinida.
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Lunes
Si bien el tema principal de la parábola es cristológico, también va unido a él el tema del juicio: la parábola se convierte en advertencia. Dios es fiel y paciente, pero no carece de verdad: los labradores son castigados y la viña pasa a otros (v. 9). El juicio muestra que Dios toma en serio la responsabilidad del hombre, su libertad. Y, sin embargo, tampoco es aquí la amenaza, sino la esperanza, la última palabra: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular» (v. 10). Esta cita no pertenece a la parábola, sino al comentario de la misma realizado por Jesús o por la comunidad. Es una clara alusión a la resurrección y a la fidelidad de Dios: la última palabra de la historia de Jesús no es el rechazo que padeció, sino la intervención de Dios en solidaridad con su profeta. Y precisamente aquel a quien los hombres han rechazado se transforma en instrumento de salvación. Dios escoge a aquel a quien los hombres descartan.
MEDITATIO «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandamientos». Tobit es este hombre dichoso «que no abandonó el camino de la verdad». Su servicio a Dios, su temor de Dios, no es cobardía, no es miedo a un juicio severo por parte del Altísimo. Tobit tiene un corazón grande porque está orientado siempre al bien y, como no se preocupa por el juicio de los hombres, actúa con libertad y rectitud de intención. Tobit no es capaz de gozar solo y, por otra parte, siente como suyo el drama del pueblo. Es capaz de sufrir en su propia carne las consecuencias del mismo. No vacila frente al riesgo - r e a l - que supone la persecución. Su fidelidad no es integrismo -mientras no están en juego los valores en que cree, está al servicio «del rey»-, ni legalismo exterior, sino práctica asidua de la acogida, de la misericordia, de la benevolencia respetuosa con la dignidad de todo hermano.
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I\
Lunes
Señor, tú conoces nuestra debilidad innata y nuestra incapacidad para perseverar en el bien que deseamos. Concédenos la fuerza de tu Espíritu para que seamos capaces de ser fieles, a pesar de toda presión en sentido contrario, a través de todas las vicisitudes de la vida, a tu verdad, a tu voluntad. Abre nuestro corazón a u n a compasión universal que se traduzca en gestos concretos de acogida y de amor. Concédenos u n sentir abierto a la captación de todas las vibraciones del dolor y de la esperanza humana. Haz surgir de la conciencia de nuestra pequenez la santa audacia de dar testimonio de ti con un amor intrépido.
te harás insufrible, que te haces vieja antes de tiempo y que todo lo pagarán los negocios de tu casa. «En el m u n d o - d i r á n - se ha de vivir como en el mundo, y no son menester tantos misterios para salvarse.» A este tenor te dirán otras muchas frioleras. Filotea mía, todas son habladurías necias y vanas, pues a todas esas gentes lo que menos les importa es tu salud y tus negocios. Si fueseis del mundo, el m u n d o amaría lo que era suyo -decía el Salvador-, pero como no sois del mundo, por eso él os aborrece. ¡A cuántos caballeros y señoras hemos visto pasar una noche, o quizá muchas noches seguidas, jugando al ajedrez o a los naipes, que es la ocupación más cansada, melancólica y triste que puede haber, y con todo nada han tenido que decir los mundanos ni que sentir sus amigos! ¡Y porque ven que tenemos una hora de meditación o que madrugamos u n poco más de lo acostumbrado para prepararnos para comulgar, ya quieren llamar al médico para que nos cure la hipocondría y la ictericia! Se pasarían treinta noches continuas bailando sin que ninguno se queje y, por haber velado sólo una noche de Navidad, todos toserán y se quejarán al día siguiente (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, IV, 1, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 344-345).
CONTEMPLATIO
ACTIO
Apenas vean los mundanos que quieres seguir u n a vida devota, descargarán sobre ti mil habladurías y murmuraciones: los más malignos calumniarán tu mudanza de hipocresía, superstición y artificio, y dirán que te ha puesto mala cara el m u n d o y, a falta de él, te acoges a Dios; tus amigos se empeñarán en hacerte muchísimas reconvenciones, muy prudentes y caritativas a su parecer; te dirán que estás expuesta a llenarte de hipocondría, que perderás el crédito con todo el mundo, que
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo» (cf. Sal 111,6).
El evangelio nos presenta, en la persona de los labradores, primero infieles y homicidas después, otro modo de hacer frente a la vida: acapararla y explotarla al máximo para su propio beneficio. Ni Tobit ni los labradores de la parábola navegan, evidentemente, en otra galaxia. Están muy cerca. A lo largo de nuestros caminos cotidianos, en cada bifurcación que la vida nos presenta de continuo, están presentes las dos imágenes: a nosotros nos corresponde elegir. ORATIO
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Honorable señor director de La Provincia di Brescia. En el número 188 de su periódico leo lo que sigue: «El Rvdo. Tovini
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Martes
representa a la secta clerical en todo lo que ésta tiene de más antipatriótico y más antiitaliano. Él es la lanza rota de la curia episcopal reducida, como ya vimos, a manipulaciones de tristes agitadores, fanatizados por el odio contra las instituciones y contra la misma integridad de la patria». A estas acusaciones de ser antipatriota y antiitaliano responde mi vida privada y pública. N o disimulo que en el día de hoy, al parecer de algunos, para ser patriota es preciso ser contrario al papa, a los obispos, a la Iglesia e incluso a la religión y que, por consiguiente, basta con que alguien se muestre católico para ser calificado enseguida de antipatriota y antiitaliano. Y si también su señoría se hubiera visto inducido a formularme esa acusación, le declaro que en este caso su acusación me honra, porque el catolicismo fue profesado por los más grandes italianos; y me consuelo porque me proporciona la ocasión de tener que ser despreciado por amor a esa fe por la que también daría la vida. El ser católico nunca me ha impedido ser italiano ni querer como tal la libertad, independencia y grandeza de la patria, como tampoco el ser católico me impide, por otra parte, querer y desear la libertad e independencia absoluta deí sumo pontífice, sin la cual considero imposible el bien veraz y estable tanto de Italia como de la sociedad [...]. Éstas son mis convicciones, y las sostengo siempre a cara descubierta y ningún puesto de consejero me haría sacrificarlas. Confío en que su señoría tendrá la amabilidad de publicar esta carta mía como respuesta a cuanto escribió sobre mí, contra lo que, con la debida consideración, protesto (Quella fede per la quale ¿arel anche la vita. Carta de Giuseppe Tovini al director del periódico La Provincia di Brescia, 10 de junio de 1882).
9 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Tobías 2,10-23 Un buen día, Tobit, 10 cansado de tanto enterrar, regresó a su casa, se tumbó al pie de la tapia y se quedó dormido; 11 mientras dormía, le cayó en los ojos excremento caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego. 12 Dios permitió que le sucediese esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia. " Como desde niño había temido a Dios, guardando sus mandamientos, no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera, H sino que siguió imperturbable en el temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida. 15
Y lo mismo que a Job le insultaban los reyes, también los parientes y familiares de Tobit se burlaban de él y le decían: - ,6 Te ha fallado la recompensa que esperabas cuando dabas limosna y enterrabas a los muertos. 17 Pero Tobit respondía: -No digáis eso, l8 que somos descendientes de un pueblo santo y esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe. 19 Ana, la mujer de Tobit, iba todos los días a hacer labores textiles para ganarse el sustento con el trabajo de sus manos. 20 Un día le dieron un cabrito y se lo llevó a casa. 21 Su marido, al oír los balidos, dijo:
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9a semana
-¿No será acaso robado? Devuélveselo a sus dueños, porque no podemos comer, ni siquiera tocar nada robado. 22 Su mujer replicó, enfadada: -Sí, tu esperanza se ha visto Ilustrada; ya ves de lo que te ha servido hacer limosnas. 23 Y continuó ofendiéndole con estas palabras y otras por el estilo.
**• Tobit es hospitalario y observante y practica la Ley de Dios, aunque esto ponga en peligro su vida. En consecuencia, es un hombre al que Dios debería proteger y premiar. Sin embargo, no es así. Las cosas de la vida parecen suceder frecuentemente sin sentido, indiferentes al tipo de justicia que nosotros desearíamos. Ya le pasó a Job y ahora le pasa lo mismo a Tobit. Tras haber perdido la vista, sometido a la prueba, es insultado y escarnecido por sus amigos: ¿de qué te h a n servido tu caridad y tu obediencia? ¿Vale la pena poner en peligro la propia vida por la Ley del Señor? Sin embargo, Tobit no se lamenta; permanece firme en su fe e incluso en la prueba sigue dando gracias al Señor. Justamente como Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!». También su mujer se burla de él: ¿éste es el fruto de tus limosnas? Está claro que tu fidelidad ha sido inútil. Así le sucede con frecuencia al justo en la prueba: sufre golpes y es incomprendido. Al dolor de la desgracia se le añade el dolor de la soledad. Es el momento de la tentación, que procede de sus propios amigos, que son precisamente quienes deberían apoyarle. Es en estos momentos cuando se verifica la solidez de la fe y la fuerza de la paciencia. Esta última es la virtud de la roca: puedes pisotearla, golpearla, pero no se deja modificar. Así es la fe de Tobit.
Martes
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Evangelio: Marcos 12,13-17 En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos 13 le enviaron unos fariseos y unos herodianos con el fin de cazarlo en alguna palabra. '" Llegaron éstos y le dijeron: -Maestro, sabemos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas, sino que enseñas con verdad el camino de Dios. ¿Estamos obligados a pagar tributo al cesar o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos? 15 Jesús, dándose cuenta de su mala intención, les contestó: -¿Por qué me ponéis a prueba? Traedme una moneda para que la vea. 16 Se la llevaron, y les preguntó: -¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le contestaron: -Del cesar. 17 Jesús les dijo: -Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta los dejó asombrados.
*•• Los fariseos y los herodianos -enviados por las autoridades-, quieran o no, trazan u n cuadro muy positivo de Jesús. Han venido para someterle a insidias, pero se ven obligados a reconocer su fuerte personalidad (w. 13ss). Jesús es u n hombre «sincero» y transparente, sin trampas ni hipocresías. Es alguien que dice lo que verdaderamente piensa. No es parcial con nadie. Justo lo contrario es la figura de las autoridades que les envían y la de los mismos que le interrogan. Fingiendo interés, intentan poner a Jesús en una situación embarazosa: son unos hombres astutos, hipócritas, dedicados a poner trampas. Pero vayamos al asunto.
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La afirmación central está constituida por estas palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). Los fariseos y los herodianos plantearon a Jesús u n a cuestión candente. Si respondía de manera negativa, habría suscitado la reacción de la autoridad romana. Si respondía afirmativamente, habría perdido la simpatía de las muchedumbres. En torno a si era o no lícito pagar los tributos al emperador romano había posiciones diferentes: los herodianos eran favorables a los romanos; los celotas, por el contrario, predicaban abiertamente el rechazo y la resistencia armada; los fariseos rechazaban la rebelión abierta y pagaban los tributos para evitar lo peor. La respuesta de Jesús es completamente inesperada y coge por sorpresa a sus interlocutores, porque se sustrae a la lógica de las diferentes formaciones. No se trata de una respuesta evasiva. Escapa al dilema, pero no por miedo a comprometerse. Lleva el discurso más hacia atrás, justo al lugar donde se encuentra el centro inspirador, es decir, la concepción justa de la dependencia de Dios y, por consiguiente, la justa libertad frente al Estado. Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al cesar en el mismo plano. En las palabras: «Pues dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios», el acento recae en la segunda parte. Lo que le preocupa a Jesús es, antes que nada, salvaguardar los derechos de Dios en cualquier situación política. El Estado no puede erigirse en valor absoluto: ningún poder político - r o m a n o o no, cristiano o n o - puede arrogarse derechos que sólo competen a Dios, no puede absorber todo el corazón del hombre, no puede reemplazar a la conciencia. El hombre del Evangelio se niega a hacer coincidir su conciencia con los intereses del Estado. Se niega a caer en la lógica de la «razón de Estado» y es por eso, en su raíz, un posible «objetor de conciencia».
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MEDITATIO Una desgracia, u n accidente... algo que, sea como sea, quiebra las ya frágiles seguridades de una vida experta en dolor. Y todo esto le pasa al hombre fiel, a alguien que «temía a Dios». ¿No es acaso u n escándalo, una provocación, una injusticia? ¿Cuántas veces se habrá presentado el mismo espectáculo ante nuestros ojos? ¿Cuántas veces nos habremos encontrado nosotros mismos en u n a situación semejante? A nuestras reacciones de m u r m u r a c i ó n y de rebelión, a nuestros sobresaltos de desconcierto y de angustia, a la vacilación de nuestra misma fe le suena desconcertante la respuesta de Tobit, que casi nos parece de otro mundo: «Dándole gracias todos los días de su vida». Los amigos se burlan de él, su mujer le insulta, la ceguera le reduce a la impotencia, le sitúa entre la incomprensión y el escarnio de sus más allegados, pero él bendice a Dios. Nuestra tentación consistiría en archivar el asunto como algo absurdo, imposible. Sin embargo, si hacemos callar el tumulto de los sentimientos y de las reacciones de defensa y nos ponemos a escuchar en u n clima de verdad en el fondo de nuestro corazón, podremos volver a encontrar u n acuerdo con la armonía de Tobit. Comprenderemos que ese hombre, h u m a n a m e n t e hablando destruido, se encuentra en el punto justo cuando no se rebela y bendice a Dios. A buen seguro, esta actitud no se improvisa: Tobit «desde la niñez había temido a Dios y observado sus mandamientos». Una fe débil, «dominical», podríamos decir, no basta para permanecer firmes en los momentos difíciles. Sin embargo, una fe madura, purificada en el crisol de la cruz, vivida en fidelidad a las cosas pequeñas de cada día, en el «sí» disponible repetido en cada situación, nos permite llegar incluso a gestos extremos.
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ORATIO Señor, Dios justo, purifícanos para que en nuestro obrar no nos mueva la búsqueda del favor o de las complacencias humanas, sino sólo el deseo de hacer tu voluntad y complacerte. Ilumina y fortalece nuestro corazón con tu Espíritu para que, a través de las pruebas de la vida, pueda permanecer firme en tu santo temor. Cuando el sufrimiento, la soledad, el peso y la fatiga del camino diario nos resulten más pesados, enséñanos a dejarnos ayudar por ti, a unirnos más a ti, sin hacerte preguntas, sin exigir explicaciones, fiándonos de ti cuando más oscuro se vuelva nuestro cielo. Entonces también en nuestra oscuridad brillará la luz de la esperanza que no defrauda y el canto silencioso de la acción de gracias a ti, Dios bueno y fiel.
Murles
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la humildad, la modestia y la mansedumbre de espíritu y de corazón. Debemos llevar, por consiguiente, gran cuidado, como la suegra de Pedro, en conservar nuestro corazón en la mansedumbre, sacando provecho, como ella, de nuestras enfermedades. En efecto, «ella se levantó» en cuanto nuestro Señor hizo que desapareciera su fiebre, «se puso a servirle» (Mt 8,15). No cabe duda de que en esto demostró u n a gran virtud y el provecho que había obtenido de la enfermedad. En efecto, u n a vez liberada de aquélla, quiso usar la salud sólo para servir a nuestro Señor (Francisco de Sales, / trattenimentti XXI, 6ss, Roma 1990, p. 352 [edición española: Obras de san Francisco de Sales, BAC, Madrid 1954]).
ACTIO CONTEMPLATIO Sin embargo, no quiero decir que no se pueda pedir [la curación] a nuestro Señor como a aquel que nos la puede dar, con la condición de que digamos: si ésa es tu voluntad; en efecto, siempre debemos decir: «Fiat voluntas tua» (Mt 6,10). No basta con estar enfermos y padecer sufrimientos porque Dios lo quiera, sino que es preciso estarlo como él quiera, cuando lo quiera, durante el tiempo que lo quiera y del modo en que le plazca que lo estemos, sin elegir ni rechazar el mal o la aflicción, sea el que sea, aunque pueda p a r e c e m o s abyecto o deshonroso; en efecto, el mal y la aflicción, sin abyección, hinchan el corazón, en vez de humillarlo. Sin embargo, cuando sufrimos u n mal sin honor, o incluso con deshonor, envilecimiento y abyección, son m u c h a s las ocasiones que se nos presentan de ejercitar la paciencia,
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El corazón del justo está firme en el Señor» (del salmo responsorial).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»: son las palabras con las aue Jesús pone voz a su actitud de ofrenda, de rendición ante el misterio; más allá y dentro de la oscuridad del misterio. Esta entrega de sí mismo, que nada quita a la oscuridad en que se vive, no libera del miedo a los elementos amenazadores que sentimos a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, pero expresa en nuestra vida el absoluto de Dios. Tal vez no exista en el vocabulario humano palabra más universal ni más censurada que la palabra «sufrir»: es universal, porque la experiencia del sufrimiento pertenece a todos los hombres, pero es también un término censurado, porque el sufrimiento evoca dentro de nosotros la conciencia de nuestra fragilidad.
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Del vocabulario del sufrimiento forman parte palabras como «enfermedad» y «muerte», con sus corolarios ae «debilidad», «miedo», «decadencia», «impotencia». Está la experiencia de la fraternidad traicionada: el hambre, la injusticia, la violencia [...]; éstas se manifiestan en formas antiguas, aunaue también a través de formas típicas de este tiempo nuestro: el dolor de los niños, la soledad de los ancianos y de los pobres, el aislamiento de muchos jóvenes que no consiguen insertarse en la sociedad... En el misterio del corazón humano, es la conciencia del dolor y de sus razones lo que, a veces, hace más agudo el sufrimiento: tocamos con la mano la conciencia de nuestra propia fragilidad; con frecuencia, las preguntas sobre el sufrimiento representan un dolor más profundo aue el mismo dolor; perforan la conciencia, engendran un sentido de soledad que nos hace tocar con la mano el misterio: porque el sufrimiento es también siempre experiencia del misterio. Es inútil pretender descifrar y explicar el misterio; éste sólo puede ser custodiado en el corazón, con la expectativa de que un día se revele (P. Bignardi, // vangelo del quotídiano, Roma 2000, pp. 113ss).
Miércoles 9 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Tobías 3,1-11.24-25a Kn aquellos días, Tobit se echó a llorar; rezaba entre solloza >s y decía: Señor, tú eres justo y justas son tus sentencias; actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia. Señor, acuérdate de mí; no me castigues por mis pecados, no tengas cu cuenta mis culpas ni las de mis padres. Por desobedecer Ius mandamientos nos entregaste al saqueo, al destierro y a la muerte; nos hiciste refrán y burla de las naciones donde nos dispersaste. Señor, tus sentencias son graves, pues no cumplimos lus mandamientos ni nos portamos lealmente contigo. Nehor, haz de mí lo que quieras, hazme expirar en paz, que prefiero la muerte a la vida. Aquel mismo, día Sara, hija de Ragüel, vecino de Ragés, ciudad de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; en efecto, Sara se había casado siete veces, y el demonio Asmodeo había ido matando a todos sus maridos apenas se acercaban a ella. Pues bien, Sara regañó a la criada con razón, pero ésta replicó así: ¡Oue no veamos nunca sobre la tierra hijo ni hija tuya, asesina de tus maridos! ¿Es que quieres matarme también a mi, lo mismo que mataste ya a siete hombres?
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Al oír esto, Sara subió al piso de arriba de su casa y estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber; lloraba y rezaba sin cesar, pidiéndole a Dios que la librase de semejante baldón. Por entonces llegaron las oraciones de los dos a la presencia gloriosa del Dios Altísimo y fue enviado el santo ángel Rafael a curarlos a los dos, que habían elevado sus oraciones a Dios al mismo tiempo.
Wd'n.i/.".
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No sH-mpie acaban bien las cosas en la vida. Esta ulliinn conoce también el silencio - a p a r e n t e - de Dios. IVio ;u|iií, en el relato edificante, todo acaba bien. Dios ¡u < >)'.c la oración de Tobit y de Sara y les envía a su ángel pura socorrerles.
*• Ambas oraciones -la de Tobit y la de la joven S a r a figuran entre las cosas más bellas de todo el libro. La oración de Tobit nace del dolor, es una oración hecha entre lágrimas (¡ante Dios también se puede llorar!); en cierto modo, es la plegaria de un hombre desanimado, que ve cerrado su futuro. La oración es estar ante Dios con nuestra propia verdad: a veces en medio de la alegría, a veces en medio del dolor, a veces sumergidos en el desánimo. Pero enseguida aparecen dos notas que hemos de señalar en la oración de Tobit. Aunque su vida carece de salidas, continúa creyendo que Dios es justo, misericordioso y leal. A Dios no hay que reprocharle nada. La segunda nota que caracteriza la oración de Tobit es que le pide a Dios lo único que le parece posible: en su dolor sin salidas, pide la muerte, como hizo también el profeta Elias (1 Re 19). Pero Dios es más grande y va más allá de las peticiones del hombre. Dios no le da a Tobit la muerte, sino la vida. Para Dios, nunca hay u n a situación sin salidas. Y, afortunadamente, no siempre nos da lo que le pedimos.
Kvangelio: Marcos 12,18-27
La oración de Sara, desesperada e insultada, también sin futuro en la vida, se produce al mismo tiempo que la de Tobit. Tampoco Sara cae en la desesperación, sino que se pone ante el Señor, le suplica entre lágrimas y le pide ser liberada de su desgracia, una desgracia que parece acompañarle como una maldición: se ha casado siete veces y todas ellas ha muerto su marido en la noche de bodas. Sara no pide la muerte -tal vez era demasiado joven para hacerlo-, sino la liberación.
*+• Los saduceos - q u e tenían la mayoría de sus seguidores en las filas de la aristocracia sacerdotal- se distinguían de los fariseos, desde el punto de vista religioso, en dos temas: en primer lugar, negaban todo valor a las tradiciones - a las que los fariseos, en cambio, estaban muy apegados- y afirmaban que sólo era vinculante la Ley escrita; y, en segundo lugar, negaban la resurrección de los muertos, citando a este respecto algunos textos bíblicos, como por ejemplo Gn 3,19 («eres polvo y al polvo
En aquel tiempo, 18 se le acercaron unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: '" -Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si el hermano de uno muere y deja mujer, pero sin ningún hijo, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia al hermano difunto. 20 Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y al morir no dejó descendencia. 21 El segundo se casó con la mujer y murió también sin descendencia. El tercero, lo mismo, 22 y así los siete, sin que ninguno dejara descendencia. Después de todos, murió la mujer. 23 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella. 24
Jesús les dijo: -Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. 25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como ángeles en los cielos. 26 Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? " No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.
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volverás»). En este último punto echaban mano también de la ironía (w. 19-23): si una mujer se ha casado con siete maridos, ¿de quién será la esposa en la resurrección? Los fariseos, sin embargo, afirmaban la resurrección, citando también ellos textos bíblicos muy conocidos, como por ejemplo Ez 37,8 y Job 10,11. Arrastrado a la discusión, Jesús -como de costumbreno se deja encerrar en los términos en que se planteaba el debate: los rompe, los hace estallar desde dentro. La resurrección está afirmada en la Escritura -y de ahí que los saduceos cometan un grave error al negarla-, pero no es cuestión de citar un texto u otro. Para Jesús, hemos de captar la Escritura en su centro, allí donde atestigua que Dios es el Dios de los vivos, el Dios de la vida y no de la muerte (Ex 3,6). Ésta es la razón que autoriza la fe en la resurrección: Dios es fiel y ama la vida, y no se puede pensar que haya creado al hombre con sed de vida para abandonarlo, después, a la muerte. Hasta aquí, la respuesta de Jesús va contra los saduceos. Pero - e n p a r t e - va también contra los fariseos, porque algunos de ellos concebían la resurrección en unos términos supersticiosos, materiales, prestándose así a la ironía de los saduceos. La vida de los resucitados -declara J e s ú s no tiene que ser pensada según los esquemas de este mundo presente. Se trata de una vida diferente: «M ellos ni ellas se casarán».
bajo una capa que le sofoca. Entonces se debate, se siente perdido, se agita como u n pez sacado del agua y echado sobre la arena, exige respuestas, busca caminos de salida -tal vez en la distracción o en la búsqueda del «culpable» de la situación-... y si levanta la mirada al cielo es, en ocasiones, incluso para lanzarle a Dios u n a requisitoria, quizás para acusarle y pedirle una reparación. El comportamiento de Tobit y de Sara es diferente. Y precisamente por ser tan universal y estar tan cerca de cada uno de nosotros la experiencia del dolor y la perspectiva de la muerte, es bueno para nosotros observarlos de más cerca. Para aprender.
MEDITATIO
ORATIO
Una vez u otra o tal vez muchas, nos encontramos todos en el límite extremo del dolor o en un punto en el que lo sentimos como tal. Como Tobit, como Sara. Sin embargo, ¡qué diversidad de comportamientos, de intentos de solución, de reacciones, podemos encontrar! Está la del que vive el sufrimiento como algo que atenaza el alma, como algo que se cierne hasta encerrarle
Dios de piedad, rico en compasión, enséñanos a orar, a orar siempre, a orar incluso cuando todo parece perdido para nosotros y ya no podemos contar con nada para vivir. Tú, que estás cerca de quien tiene el corazón abatido y escuchas el deseo de los pobres, concédenos la capacidad de abandonarnos a ti y poner en ti nuestra confianza, más allá de toda h u m a n a esperanza.
Tobit y Sara oran. Primera indicación preciosa. Se abren al Otro, a ese Otro de quien saben que dependen como criaturas. Se dirigen a Dios, y no precisamente para contarle en primer lugar su dolor, sino para expresarle su adoración, la admiración que sienten por su grandeza y justicia, su ilimitada confianza en él; para confesar su propio límite, su pecado. Saben que Dios tiene el corazón «más grande», que es el Dios de la vida. Su oración no es individual, privada. Viven profundamente su drama, pero sienten que se inserta en el drama más general del pueblo. Esta apertura constituye una segunda y preciosa indicación para nosotros, que nos encerramos con tanta frecuencia en el círculo de nuestros problemas.
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Tú, que respondiste de una vez por todas a toda nuestra desesperación enviando a tu Hijo hasta el abismo último de nuestra muerte, haz que cuando la vida se vuelva insoportable y demasiado amarga para nosotros seamos capaces de mirar a él clavado en la cruz por amor a nosotros. Mirándole y entregándonos a él, también nosotros experimentaremos entonces que «sólo el llanto más profundo conoce la alegría». Y sobre las ruinas de todo nuestro morir surgirá el alba de la vida resucitada, porque tú nos amas, en Jesús, desde siempre y para siempre.
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la paz si Dios los suprime (Francisco de Sales, Tutte le lellere, Roma 1967, III, 848 [edición española: Cartas a religiosas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988]). ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia» (cf. Tb 3,2). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
CONTEMPLATIO Quien pretenda pertenecer del todo a nuestro Señor debe examinar con frecuencia su propio corazón, para ver si está apegado a algo de esta tierra; y, si descubre que no hay nada que no esté dispuesto a dejar para cumplir la voluntad de Dios, será señal de que ha alcanzado una gran fidelidad, gracias a la cual debe permanecer en paz, ocupándose sólo de tomar con sencillez todo lo que le pase, como si le viniera de la mano de Dios. Lo único que está siempre en nuestro poder es el simple acto de fe. Por consiguiente, no debemos turbarnos cuando no podamos hacer más que esto: debemos esperar todo de la voluntad de Dios. Por lo que respecta a la confianza, basta con que reconozcamos nuestra debilidad y digamos a nuestro Señor que pretendemos volver a poner toda nuestra confianza en él. La medida de la Providencia divina con respecto a nosotros es la confianza que tengamos en ella. ¡Oh Dios! Reposamos enteramente en esta Providencia sagrada y permanecemos entre sus brazos como u n niño en brazos de su madre. Es preciso adherirnos al fin, que es Dios, y a su voluntad, y no a los medios: los medios deben ser amados de una manera suficiente, pero no hasta el punto de perder
Dios no tiene nada que ver; Dios no quiere el sufrimiento de los hombres; Dios no quiere la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida. Me enfado cuando oigo implicar a Dios: «Te envía el cáncer...». ¡Pero si es imposible! «Sea lo que Dios quiera»... ¡Pero si Dios no quiere el cáncer de ninguna manera! Lo que quiere es que yo esté sano y viva. No auiere la muerte; quiere la vida. Ciertamente, queremos comprender y encontrar respuestas y cuando nos encontramos sumidos en el dolor, en el sufrimiento, no siempre razonamos como es debido, por lo que todos deben ser respetados, pero sobre todo hay que respetar a Dios. Porque Dios manifiesta - p a r a quien cree- que su único modo de respuesta a todas estas problemáticas más que dramáticas y trágicas es que te envía a Jesucristo. Y éste viene a decirnos: «Vengo a sufrir contigo, vengo a compartir tu condición, vengo a llevar la cruz contigo». Por consiguiente, Dios participa. Más aún, Dios asume en sí mismo el dolor. «Varón de dolores», experto en el sufrimiento [...]. Por eso, a pesar de que haya gritado hacia él, continúo componiendo, predicando, infundiendo fe y esperanza en el Reino que debe venir, con la trepidante expectativa de saber si El me acogerá con una sonrisa o me abrazará contra su pecho como al hijo después de su prolongadísima ausencia (texto de D. M. Turoldo recogido en Allegato Lettera END 109 [2000] 8).
Jueves 9 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Tobías 6,10-11 a; 7,1.9-17; 8,4-10 En aquellos días, Tobías dijo al ángel: -¿Dónde quieres que nos quedemos? El ángel respondió: -Aquí vive un tal Ragüel, de tu tribu y pariente tuyo; tiene una hija que se llama Sara. Y fueron a casa de Ragüel, que los recibió encantado. Después de cruzar las primeras palabras, mandó Ragüel que mataran un carnero y preparasen un banquete. Cuando les invitó a sentarse a la mesa, dijo Tobías: -Yo no pienso probar bocado si antes no me concedes lo que te pido y me prometes la mano de Sara, tu hija. Ragüel se asustó al oír esto, sabiendo lo que les había pasado a los siete hombres que se habían acercado a ella; le entró miedo de que a éste le fuera a suceder lo mismo. Ragüel se quedó cortado, sin soltar prenda. Entonces intervino el ángel: -Puedes darle la mano de tu hija sin reparo; a éste, que teme a Dios, le corresponde como esposa; por eso ningún otro ha podido tenerla. Entonces dijo Ragüel: -No cabe duda, Dios ha acogido en su presencia mis rezos y mis lágrimas; creo que precisamente por eso os ha traído a
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mi casa, para que mi hija se case con un pariente suyo, según la ley de Moisés; así que no lo dudes un momento: te concedo a mi hija. Tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, diciendo: -El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob está con vosotros; que él os una y os llene de bendiciones. Cogieron papel e hicieron la escritura matrimonial. Acto seguido, celebraron el banquete, bendiciendo a Dios. Luego, Tobías le dijo a la novia: -Levántate, Sara; vamos a rezar a Dios hoy, mañana y pasado; estas tres noches las pasamos unidos a Dios y luego viviremos nuestro matrimonio. Somos descendientes de un pueblo santo y no podemos unirnos como los paganos, que no conocen a Dios. Se levantaron los dos y, juntos, se pusieron a orar con fervor, pidiendo a Dios su protección. Tobías dijo: -Señor, Dios de nuestros padres, que te bendigan el cielo y la tierra, el mar, las fuentes, los ríos y todas las criaturas que en ellos se encuentran. Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda. Ahora, Señor, tú lo sabes: si yo me caso con esta hija de Israel, no es para satisfacer mis pasiones, sino solamente para fundar una familia, en la que se bendiga tu nombre por siempre. Y Sara, a su vez, dijo: -Ten compasión de nosotros, Señor, ten compasión. Que los dos, justos, vivamos felices hasta nuestra vejez.
**• Las aventuras que leemos en el libro de Tobías -unas veces agradables, otras veces repletas de h u m o r y otras (¿por qué no decirlo?) también repetitivas y aburridassiguen el ritmo de largas oraciones, que revelan, tal vez más que las otras páginas, la verdadera enseñanza del libro. En la primera lectura de hoy encontramos dos oraciones: la primera de ellas, más breve, es la que acompaña a la celebración del matrimonio; la segunda, más
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extensa, es la oración de ambos esposos. La celebración del matrimonio es de lo más sencillo. Ragüel, el padre: «Tomando la mano derecha de su hija, la puso en la derecha de Tobías, diciendo: 'El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob está con vosotros; que él os una y os llene de bendiciones'» (7,15). Puede sorprender el hecho de que el matrimonio sea considerado en Israel u n acontecimiento laico y profano. Su celebración no tiene lugar en el templo o en la sinagoga, sino en familia, y no requiere la mediación de sacerdotes ni u n ritual litúrgico. Sin embargo, el matrimonio es vivido como u n acontecimiento profundamente religioso, en el que se renueva la acción creadora de Dios. El valor religioso no se añade al matrimonio desde el exterior, sino que brota de su íntima estructura creacional: el amor h u m a n o entre el hombre y la mujer es el lugar del Amor de Dios. Una vez solos, ambos esposos oran, y esto es ya algo importante: la comunidad familiar es una comunidad de amor, pero también de oración. Los esposos no están nunca solos, porque Dios está siempre con ellos. Y el proyecto que realizan no es suyo, sino de Dios. No se puede excluir a Dios de la relación matrimonial, ni de la relación de amistad, ni del proyecto de vida. Pero además del hecho de que rezan, también es interesante cómo rezan. Se trata de una oración que pide, como es justo que suceda en toda oración: los dos jóvenes esposos piden la salvación y piden que su amistad llegue hasta la vejez. Sin embargo, es sobre todo una oración en la que ambos esposos recuerdan lo que Dios realizó al comienzo de la creación. A través de este recuerdo es como comprenden el sentido de su matrimonio. Para la Biblia, el significado más profundo de una cosa se encuentra en su origen. Fue en la primera pareja donde Dios creó la estructura esencial y perenne del matrimonio, que revive desde entonces en cada uno de ellos. La estructura del matrimonio es ante todo el amor, pero no sólo el amor de la esposa por el esposo y vice-
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versa, sino el de Dios, que ha hecho nacer -de u n a manera gratuita- el amor entre ambos. El matrimonio ha de ser vivido como u n don: «Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda» (8,8). Este amor profundo, don de Dios, es muy diferente a la simple pasión: «Si yo me caso con esta hija de Israel, no es para satisfacer mis pasiones» (8,9). Ahora bien, la estructura natural del matrimonio incluye también el deseo de los hijos (la pareja está constituida para convertirse en familia), recordando, no obstante, que los hijos son para el Señor, no para los padres: «Fundar una familia, en la que se bendiga tu nombre por siempre».
hacer un resumen de la Ley, sino más bien indicar su centro y su esencia. Jesús, al responder a la pregunta del maestro de la Ley, cita dos textos que se repiten con I iccuencia en la oración y en la meditación de Israel; un pasaje del Deuteronomio («Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas») y un pasaje del Levítico {«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»). El Maestro invita al hombre a no perderse en el laberinto de los preceptos, porque la esencia de la voluntad de Dios es simple y clara: amar a Dios y a los hombres. Es justo que la ley se ocupe de los muchos y Variados casos que se presentan en la vida, a condición s j n embargo, de que no pierda de vista el centro que da impulso a toda la estructura. Este centro es el amor.
Evangelio: Marcos 12,28b-34
Jesús responde al maestro de la Ley que el primero de los mandamientos no es uno solo, sino dos: estrictamente unidos, como las dos caras de una misma realidad.. En la capacidad de mantener unidos los dos amores -el amor a Dios y el amor al prójimo- reside la medida de la verdadera fe y de la genialidad cristiana. Hay quien n a r a amar a Dios se aparta de los hombres, y hay quien para estar al lado de los hombres se olvida de Dios. La experiencia bíblica se declara convencida de que estas dos actitudes introducen en la vida de los hombres y de las comunidades una profunda mentira: allí donde se separan los dos amores hay siempre falsedad e idolatría. En consecuencia, es importante captar el vínculo entre las primeras palabras («Escucha, Israel, el Señor, nuestro Djos es el único Señor») y las que siguen («Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón»). La afirmación de que Dios es el único Señor constituye la base de donde brota el deber de amarle. Un deber que se reviste inmediatamente de dos cualidades: la totalidad y la gratitud.
En aquel tiempo, '" un maestro de la Ley se acercó y le preguntó: -¿Cuál es el mandamiento más importante? 29 Jesús contestó: -El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. 30 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 3I El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos. 32 El maestro de la Ley le dijo: -Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él;33 y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 34 Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.
**• El intento de recoger los muchos preceptos en una síntesis no es nuevo. El objetivo de este intento no es
La totalidad: Dios es el único Señor, y esto incluye e l rechazo de cualquier otro que -sustituyéndole- pretendiera nuestro asentimiento incondicional; la pertenencia al Señor no es divisible con la pertenencia a cualq U j e r
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otro; no se va a Dios con algo de nosotros, sino enteramente, con todas nuestras raíces. Y la gratitud: Dios es nuestro Señor, Aquel que nos ama, nos libera y nos espera. Si bien es verdad que el hombre pertenece a Dios, también lo es que Dios pertenece al hombre. El señorío de Dios no es extraño a nuestro ser, a nuestra libertad o a nuestra identidad. Es, al contrario, la meta a la que tiende nuestro ser, y de la que tenemos una irreprimible nostalgia. Por todo esto, el amor a Dios (precisamente en el sentido de una adhesión incondicional) no es esclavitud, sino gratitud y recuperación de nuestra propia identidad. Los dos amores (a Dios y al prójimo) están, tal como hemos visto, estrechamente unidos: el uno es la verificación del otro. Sin embargo, también son diferentes. La medida de nuestro amor a Dios es la totalidad; la medida del amor al prójimo, no («como a ti mismo»). A Dios le corresponde la pertenencia total e incondicionada; al hombre, no. El prójimo no es el Señor, no es la razón última de nuestra búsqueda.
MEDITATIO ¿Un cuadro de vida de otros tiempos? ¿Una meta imposible de proponer o que incluso no se debe proponer? ¿La colocación exacta del amor entre el hombre y la mujer? Probemos a tomar estas páginas del libro de Tobías y a someterlas a u n a comparación con las muchas -incluso demasiadas- páginas que se extienden ante nuestros ojos. Desde la televisión a la prensa, al cine, a Internet, al lenguaje, a la publicidad más trivial de cualquier producto, estamos amenazados por u n a avalancha de imágenes y de palabras, por u n verdadero mercado en el que el sexo, mezclado con todos los posibles ingredientes, se ha convertido en u n a moneda ahora de-
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valuada. Hasta tal punto que quien desea obtener cierto efecto «hiriente» recurre a la presentación de las más aberrantes desviaciones. Y todo ello en nombre de la libertad, de la madurez, de la autonomía del hombre... Ahora bien, ¿dónde está el hombre en esta zarabanda de pésimo gusto? ¿A qué ha quedado reducido? También el matrimonio se resiente de ello, incluso el sellado con el sello del sacramento. Una vez venido a menos el sentido de la indisolubilidad, los contrayentes acceden a él reservándose una puerta de salida para tomarla en la primera dificultad: y todo se hunde. Ningún creyente, ninguna persona recta, puede permanecer indiferente. Sin embargo, el remedio no puede consistir sólo en organizar cruzadas puritanas o en restablecer deberes y prohibiciones. La propuesta que presentan hoy Tobías y Sara se plantea en otro ámbito, el de las motivaciones profundas, y suena cautivadora como un reclamo y provocadora como un desafío. Ambos se sitúan, en el umbral de su vida de pareja, con el respeto, la ansiedad y la admiración de quien sabe que recibe u n don inestimable. No buscan la realización de un proyecto suyo, sino que se ofrecen, como instrumentos dóciles y responsables, a la realización de un designio que está por encima de ellos y, al mismo tiempo, les interpela y les compromete. Se saben pensados el uno para la otra por u n amor más grande, son conscientes de que su amor recíproco, que florece en el tiempo, es eco y respuesta a u n amor más grande que les ha precedido. Su relación se abre con la bendición de Dios, el «tercero» presente y operante en su acontecer.
ORATIO Bendito seas, Dios, Señor y autor de la vida, vida y belleza eterna. Bendito seas por todo lo que vive
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y muestra u n reflejo de tu belleza y de tu sabiduría. Bendito seas por habernos otorgado el don de la vida. Bendito seas por habernos llamado a ser tus colaboradores conscientes en tu continua obra de creación y de redención. Bendito seas por habernos creado a tu imagen y semejanza, capaces de entregar y de recibir amor, capaces de abrirnos al otro y de acogerlo en la veneración de su misterio. Bendito seas por haber depositado en nosotros una chispa de aquella energía viva, de amor, que arde en tu eterno secreto. Tú nos la diste para que, con la alegría de los hijos, fuésemos sus administradores fieles y responsables. Bendito seas, Padre, fuente de todo amor fecundo, bendito seas, Hijo, esposo ardiente de la humanidad, bendito seas, Espíritu Santo, sello de caridad y de unión.
CONTEMPLATIO Con el mayor encarecimiento posible exhorto a los casados a que se profesen el mutuo amor que tanto os encomienda el Espíritu Santo en las divinas Escrituras. Deciros que os améis uno a otro con amor natural es lo mismo que nada, porque otro tanto hacen las pareadas tortolillas; ni basta decir que os améis con amor humano, pues también los gentiles se profesan este amor. Yo os diré con el apóstol de las gentes: Esposos, amad a vuestras esposas como ama Jesucristo a su Iglesia, Esposas, amad a vuestros maridos como la Iglesia ama a Jesucristo. Dios, que llevó a Eva a la presencia de nuestro primer padre, Adán, y se la dio por esposa, es quien, con su invisible diestra, ha echado el nudo de las sagradas ataduras de vuestro matrimonio, amados míos; Él es quien os ha entregado unos a otros, ¿pues cómo no os amáis con u n amor enteramente santo, sagrado y divino?
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Es el primer efecto de este amor la unión indisoluble de los corazones. Cuando se encolan dos pedazos de pino uno con otro, si es buena la cola queda tan firme la unión que más presto se partirá la madera por otras partes que no por la pegadura; así pues, como Dios une con su propia sangre el marido a la mujer, por eso es tan firme la unión, que antes se ha de separar el alma del cuerpo de uno u otro que no el marido de su mujer, pero esto se entiende no tanto de la unión del cuerpo cuanto del corazón, del afecto y del amor. Ha de ser el segundo efecto de este amor la inviolable fidelidad de uno a otro consorte. Antiguamente se grababan los sellos en los anillos que se llevaban en el dedo, como la misma Escritura Santa lo acredita, y ve aquí la significación de u n a ceremonia que se hace en las bodas; bendice la Iglesia, por m a n o del sacerdote, u n anillo que se le entrega primero al esposo en testimonio de que sella y cierra su corazón con este sacramento para que en adelante jamás pueda entrar en él ni el nombre ni el amor de alguna otra mujer mientras viva la que Dios le ha dado; después, el esposo pone el anillo en la m a n o de su esposa para que ella igualmente entienda que jamás ha de entrar en su corazón afecto a otro hombre mientras viva sobre la faz de la tierra el que nuestro Señor acaba de darle. El tercer fruto del matrimonio es la procreación y crianza de los hijos. Grande honra es para vosotros, casados, el que Dios, queriendo multiplicar las almas que pueden bendecirle y alabarle por toda una eternidad, os hace cooperadores de obra tan digna, por medio de la producción de los cuerpos, en los que Él reparte, como gotas de celestial rocío, las almas que cría e infunde dentro de ellos (Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, III, 38, Ediciones Paulinas, Madrid 1943, pp. 319-321).
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ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que temen al Señor» (del salmo responsorial).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL ¿Qué significa amar a otra persona? El afecto recíproco, la compatibilidad intelectual, la atracción sexual, compartir unos ideales, un contexto financiero, cultural y religioso común: todas estas cosas pueden ser un factor importante para engendrar una buena relación, pero no pueden garantizar el amor. Conocí una vez a dos jóvenes que querían casarse. Los dos eran guapos, muy inteligentes, sus marcos familiares eran muy semejantes y estaban muy enamorados. Habían pasado muchas horas con psicoterapeutas expertos para indagar sobre su pasado psicológico y afrontar directamente sus fuerzas y sus debilidades emotivas. En todos los aspectos parecían estar bien preparados para casarse y vivir ¡untos felices. Sin embargo, la pregunta seguía en pie: ¿serán capaces de amarse estas dos personas mutuamente del modo adecuado, no sólo durante un tiempo o durante algunos años, sino para toda la vida? Para mí, que recibí la petición de acompañar a estas dos personas, la cosa no era tan obvia como para ellos. Se conocían desde hacía bastante tiempo y estaban seguros de sus recíprocos sentimientos de amor, pero ¿habrían sido capaces de hacer frente a un mundo en el que hay tan poco apoyo para las relaciones duraderas? ¿De dónde sacarían la fuerza necesaria para permanecer fieles el uno a la otra en el momento del conflicto, de la presión económica, de un dolor profundo, de la enfermedad y de las necesarias separaciones? ¿Qué significaría para este hombre y para esta mujer amarse como marido y mujer hasta la muerte? Cuanto más reflexiono, más me percato de que el matrimonio es, antes que nada, una vocación. Dos personas son llamadas al mismo tiempo para realizar la misión que Dios les ha dado. El matrimonio es una realidad espiritual, o sea: un hom-
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bre y una mujer se unen para la vida no sólo porque experimentan un profundo amor el uno por la otra, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. A m a r significa encarnar ef infinito de Dios en una comunión fiel con otro ser humano (H. J. M . Nouwen, Vivere nello spiríto, Brescia 1995, pp. 123ss [edición española: Aquí y ahora: viviendo en el espíritu, San Pablo, M a d r i d 1998]).
Viernes 9 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Tobías 11,5-17 En aquel tiempo, Ana iba a sentarse todos los días en la cima de un otero, junto al camino, desde donde dominaba el paisaje. Un buen día, mientras estaba allí, mirando a ver si venía su hijo, lo divisó a lo lejos y lo reconoció al instante. Echó a correr y le dijo a su marido: -Oye, tu hijo está llegando. Rafael le había dicho a Tobías: -Nada más entrar en tu casa, adoras al Señor, tu Dios, y le das gracias; te acercas a tu padre y le besas; luego le frotas los ojos con la hiél de ese pez que llevas contigo. Ten la seguridad de que en seguida se le abrirán los ojos a tu padre y podrá ver la luz del cielo, y al verte se pondrá muy contento. Entonces el perro que llevaban durante el viaje salió corriendo delante de ellos y, como si fuera un mensajero llegado a su destino, exteriorizaba su alegría haciendo carantoñas con el rabo. El padre de Tobías, ciego como era, se levantó y echó a correr a trompicones. De la mano de un criado salió al encuentro de su hijo. Él y su mujer le recibieron con besos y rompieron a llorar de alegría. Luego adoraron a Dios, le dieron gracias y se sentaron. Tobías frotó los ojos de su padre con la hiél del pe/.. Aguardó cosa de media hora y empezó a salir de sus ojos una telilla
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blanca, como la fárfara de un huevo. Tobías la cogió y se la extrajo de los ojos, y así recobró la vista. Entonces él, su mujer y todos los vecinos glorificaron a Dios. Tobías dijo: -Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo Tobías.
Viernes
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y humanísima, consoladora: el Señor pone a prueba, pero no para castigar, no para destruir, sino siempre y sólo para purificar y dar más.
Evangelio: Marcos 12,35-37 *+• La página que nos propone hoy la liturgia es, a buen seguro, una historia edificante, hermosa, pero el lector podrá objetar que no siempre sucede así en la vida. La Biblia es un libro sincero, a veces incluso rudo, repleto de preguntas inquietantes. No es uno de esos libros religiosos edificantes en los que siempre salen bien las cuentas. Hacer que salgan las cuentas es el deseo del hombre, pero no siempre el verdadero modo de manifestarse de Dios. Con todo, también en la Biblia, como ocurre precisamente en el libro que estamos leyendo estos días, hay páginas espléndidas de hagiografía edificante. No constituyen la osamenta del discurso bíblico, pero lo embellecen. También las páginas edificantes tienen su verdad y su poesía. No siempre captan la vida en lo que tiene de problemático, pero sí dicen, ciertamente, cómo la quisiéramos. También el soñar puede form a r parte de una auténtica relación con el m u n d o y con Dios, y tanto más por el hecho de que también es verdad -si se tiene la mirada profunda de la fe- que Dios siempre hará que las cuentas salgan bien. Tal vez no a nuestra manera, quizás no siguiendo nuestros tiempos, pero es seguro que saldrán. El cristiano sabe que las cuentas no han de salir, necesariamente, en este mundo. Pero volvamos al relato que hemos leído. Su primera característica es la alegría, la alegría coral de una familia que explota cuando el hijo que se había ido lejos vuelve y cuando el anciano padre se cura. Se trata de una alegría sana, humanísima, que se expresa con lágrimas de alegría, con abrazos afectuosos y, lo más importante, con la oración de agradecimiento al Señor. También la lección que subyace en el relato es límpida
En aquel tiempo, 35 Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo: -¿Cómo dicen los maestros de la Ley que el Mesías es hijo de David? 36 David mismo dijo, inspirado por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. 37 Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo? La multitud lo escuchaba con agrado.
**• En el debate de hoy es Jesús el primero en pasar al ataque. Ya no son los otros quienes le interrogan, sino él quien plantea la pregunta. Se trata de u n a pregunta decisiva, u n a pregunta que no se pierde en aspectos secundarios, sino que va al centro de la fe cristiana: ¿quién es Jesús? Esta pregunta ya había sido planteada en 8,27ss, pero allí sólo a los discípulos; ahora la hace a todos, especialmente a los maestros de la Ley y a los fariseos. Y la plantea Jesús en el templo, en el corazón del judaismo. Seguimos estando en el terreno de las Escrituras. El Mesías no puede ser simplemente hijo de David, dado que el mismo David le llama «mi Señor» en el Sal 110. La argumentación es apretada. Pero ¿qué es lo que hay detrás de este debate? ¿Por qué es tan importante? Porque la expresión «hijo de David» era u n título mesiánico que no sólo evocaba el origen (el origen del Mesías, de la estirpe de David), sino también u n proyecto mesiánico
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(una restauración religiosa y política que habría llevado de nuevo a Israel al esplendor de los tiempos de David). Lo que está en juego, por tanto, no es sólo si Jesús es Mesías e Hijo, sino qué Mesías y qué Hijo.
MEDITATIO La historia de Tobías y Sara llega ahora a su conclusión. Llega el día en que, desde lo alto del otero, la mirada de Ana, que ardía en deseos, recorriendo el horizonte percibe unas figuras que avanzan. Su corazón reconoce al hijo. Y se pone en marcha todo u n movimiento de exultación: corre Ana, corre el ciego Tobit; la misma naturaleza -corre también el perro moviendo la cola- participa en la fiesta de estos pobres de Israel que ven colmada, por encima de toda esperanza, sus expectativas. En efecto, Tobías vuelve con Sara liberada del espíritu maligno, Tobit recobra la vista, se recompone la unidad de la familia: u n final feliz, como no hay muchos en nuestras crónicas. Incluso demasiado bello para ser verdad, podría objetar alguno... «Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado»: la oración que eleva Tobit a Dios en la reapaciguada intimidad familiar, mientras sus ojos vuelven a ver a su hijo, nos permite penetrar más allá de las imágenes vivaces e ingenuas para captar su significado profundo. Sí, Dios ha escuchado la oración de Tobit, no ha defraudado su confianza, una confianza que ha sido capaz de perseverar -y hasta de crecer- en la prueba. La vida de Tobit se había visto sacudida por u n a tempestad de acontecimientos trágicos, destructores, desde el punto de vista humano. Pero él supo verlos como una prueba enviada por Dios, supo ver en ellos la presencia de su Dios, que quería poner a prueba su fidelidad.
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Tobit no ha defraudado a Dios: le «hizo quedar bien», para usar una expresión de san Francisco de Sales. Tobil, traqueteado por las olas y los vientos contrarios, ha sido capaz de confiar y creer, más allá de la sensatez humana. Y no se encontró en sus labios más que palabras de bendición y de alabanza al Dios justo. Ahora le toca ¡i Dios. Y Dios, que no defrauda la esperanza humilde, confiada, orante de su siervo, le recompensa con su divina largueza.
ORATIO Te bendigo, Señor, porque después de haberme probado me has curado. Te adoro presente en mi historia. Sé que me amas. Eres tú, mi Dios, quien me visitas en el dolor; eres tú, mi Dios, quien me das la alegría. Eres tú quien me visita en la oscuridad de la noche sin estrellas, en la mañana risueña de las promesas. Eres tú quien me visita en la angostura del camino y tú, también, en los claros horizontes. Tú eres el apoyo del débil, la luz del ciego. Tú eres la patria del desterrado, el consuelo del que está solo. Que mi vida, visitada por tu bendición, pueda alabarte y bendecirte por siempre.
CONTEMPLATIO Bendecir a Dios y darle las gracias por todos los acontecimientos, que su Providencia ordena, es, en verdad, una ocupación muy santa, pero, cuando dejamos a Dios el cuidado de querer y de hacer lo que le plazca en nosotros, sobre nosotros y de nosotros, sin atender a lo que ocurre, aunque lo sintamos mucho, procurando
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desviar nuestro corazón y aplicar n u e s t r a atención a la bondad y a la dulzura divina, bendiciéndolas no en sus efectos ni en los acontecimientos que ordenan, sino en sí mismas y en su propia excelencia, entonces hacemos, sin duda, un ejercicio mucho más eminente [...]. Oh Dios, ¿qué almas son esas que, entre tantos inconvenientes, siempre son capaces de conservar su atención y su afecto dirigidos a la eterna bondad, para adorarla y amarla por siempre? [...] Mandó Dios al profeta Isaías que se desnudase, y así lo hizo, y anduvo caminando y predicando de esta guisa durante tres días enteros, como dicen algunos, o durante tres años, como creen olios; después volvió a tomar sus vestiduras, una vez transcurrido el tiempo que Dios le había señalado. También nosotros nos hemos de desnudar de nuestros afectos, pequeños y grandes, y debemos examinar con frecuencia nuestro corazón, para ver si está dispuesto a despojarse, c o m o hizo Isaías, de todas las vestiduras; mas, después, a su debido tiempo, hemos de volver a tomar los afectos convenientes para el servicio de Dios, a fin de morir en cruz, desnudos, con nuestro divino Salvador, y de resucitar, después, con Él, en hombre nuevo. El amor es fuerte como la muerte, para hacer que lo dejemos todo, p e r o es magnífico como la resurrección, para revestirnos de gloria y de honor (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IX, 15ss, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 551-559, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste ahora me has salvado» (cf. Tb 11,17).
Viernes
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Tú creaste, oh Señor, todas las cosas «en número, peso y medida», y lo que sucede acaece en el orden de tu sabiduría. Le diste al hombre la libertad, para que actúe por su propia voluntad. Pero en cuanto ha realizado su obra, ésta se hace realidad; ya no puede quitarla de en medio; debe ir más allá. Tú has tejido así su existencia. En todo deben resplandecer tu justicia y tu bondad; sin embargo, el hombre se ha desviado de ti y ha cambiado el orden de tu amor por la oscura imagen del destino. Ahora bien, en Cristo, tu Hijo, nos has revelado, oh Padre, tu rostro y has empezado una obra nueva. El ha vencido al destino y nos ha mostrado tu providencia en los acontecimientos. Ahora todo debe ser para nosotros una disposición de tu amor. Esto nos ha sido dado como consuelo, pero también como tarea. El mensaje no es un permiso para dejar discurrir las cosas con indolencia o para cerrar los ojos ante su gravedad, sino amonestación para un santo obrar. Tu Reino debe ser para nosotros lo único necesario. Que venga tu Reino y que se cumpla tu justicia: eso es a lo que deben tender nuestros propósitos y nuestras preocupaciones. Entonces podremos estar seguros de que todo, hasta las cosas más oscuras, nos ha sido dado para que nos salvemos. Debemos elevar con fe en el marco de tu providencia cualquier experiencia que nos depare el destino, superar nuestra ignorancia con confianza y colaborar en tu obra con amor. Ayúdame, oh Señor, a ¡luminar la confusión de las cosas con la claridad de la fe y a transformar con la fuerza de la confianza la dificultad de todo lo que pesa sobre mí. Y que tu Espíritu Santo pueda atestiguar en mi corazón que soy verdaderamente hijo tuyo y que hago bien al aceptar todos los acontecimientos de tu mano. Haz que encuentren respuesta en la certeza de tu amor aquellas preguntas a las que ninguna sabiduría humana puede responder. Que tú me amas es la respuesta a cualquier pregunta; haz que lo sienta cuando llegue la hora de la prueba. Amén (R. Guardini, Preghiere teologiche - La Prowidenza, Brescia 1986, 47ss [edición española: Oraciones teológicas, Ediciones Cristiandad, Madrid 1966]).
Sábado 9 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Tobías 12,1.5-15.20 En aquellos días, Tobit llamó a su hijo y le dijo: -¿Qué podríamos darle a este santo varón que ha venido contigo? Le llamaron aparte, padre e hijo, y le rogaron que aceptara la mitad de todo lo que habían traído. Y él les dijo en secreto: -Bendecid al Dios del cielo y proclamadle ante todos los vivientes, porque ha sido misericordioso con vosotros. Es bueno guardar el secreto del rey, y es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Buena es la oración con el ayuno. Mejor es hacer limosna que atesorar dinero, porque la limosna libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Los que cometen pecados y maldades son enemigos de sí mismos. Os diré toda la verdad, no os ocultaré ningún hecho: Cuando tú orabas con lágrimas y dabas sepultura a los muertos; cuando dejabas la comida para esconder de día los muertos en tu casa y sepultarlos de noche, yo presentaba tu oración al Señor. Eras agradable al Señor, por eso tuviste que pasar por la prueba. Ahora el Señor me ha enviado para que te cure y libre del demonio a Sara, la mujer de tu hijo. Yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que estamos en presencia del Señor. Pero ya
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es hora de que regrese al que me envió. Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas.
*•• La historia de Tobit y de su hijo Tobías es un canto a la divina providencia. Pero es también un canto a la generosidad, como indica la palabra «limosna», que se repite más veces aquí y en todo el libro. Oración, ayuno y limosna eran las tres prácticas esenciales de la piedad judía. Pero la más importante de las tres era la limosna, que expresa la atención a los necesitados, la compasión y la simpatía respecto a ellos, la ayuda activa y generosa. Tres son las ventajas de la limosna o, como se dice en muchos otros pasajes bíblicos, de la caridad: libra de la muerte y limpia de pecado, alcanza la misericordia y la vida eterna. Tres ventajas que, tal vez, se reducen a una. Podemos expresarla así: la generosidad nos hace vivir y respirar, arranca al hombre del cercado de sí mismo y lo lleva al aire libre. Se trata de una experiencia profundamente verdadera. No es sólo cuestión de vida eterna, sino de la vida en toda su extensión. La generosidad es el mejor modo de vivir en el presente. En nuestra lectura de hoy hay también u n a segunda enseñanza importante: la benevolencia de Dios tiene que ser contada, para que todos puedan alegrarse, esperar y alabar al Señor: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (v. 20). Los dones de Dios no son nunca sólo para nosotros: debemos darlos a conocer. No se trata de contar lo que tú has hecho por Dios, sino lo que Dios ha hecho por ti.
Evangelio: Marcos 12,38-44 En aquel tiempo, 38 decía Jesús a la muchedumbre mientras enseñaba:
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-Tened cuidado con los maestros de la Ley, que gustan do pasearse lujosamente vestidos y de ser saludados por la calle. "' Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lagares en los banquetes. 40 Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso. 41 Jesús estaba sentado frente al lugar de las ofrendas y observaba cómo la gente iba echando dinero en el cofre. Muchos ricos depositaban en cantidad. 42 Pero llegó una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor. "3 Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: -Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás. 44 Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.
**• El pasaje evangélico de hoy está compuesto por dos cuadros contrapuestos: por una parte, el comportamiento de los maestros de la Ley; por otra, el comportamiento de una viuda pobre. Los dos cuadros representan la falsa v la verdadera religiosidad. «Tened cuidado con los maestros de la Ley» (v. 38): vanidad, ostentación, u n a práctica religiosa contaminada por la avidez y por la hipocresía, éstas son las tres deformaciones de los maestros de la Ley contra las que Jesús quiere ponernos en guardia. La expresión «tened cuidado con» pone de relieve la gravedad particular del peligro en el que pueden caer los discípulos. Marcos, en 8,15, usa la misma expresión para poner en guardia contra la levadura de los fariseos y de Herodes, y en 13,15, para poner en guardia contra los falsos profetas. «Sentado frente al lugar de las ofrendas» (v. 41): en el atrio del templo, al que también podían acceder las mujeres, estaban alineadas las cestas en las que se echaban las monedas. Probablemente, los oferentes declaraban en voz alta al sacerdote que estaba de servicio la entidad del don y la finalidad para la que lo ofrecían. De
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este modo, el gesto se hacía público y se prestaba a la vanidad. «Jesús llamó entonces a sus discípulos» (v. 43): hay muchos ricos que hacen opíparas ofrendas, y hay una viuda pobre que ofrece sólo dos monedas de escaso valor, todo lo que posee. Jesús se da cuenta y llama la atención de los discípulos con unas palabras que el evangelio reserva para las enseñanzas más importantes: «Os aseguro que». Jesús ha encontrado u n gesto auténtico y quiere que sus discípulos lo aprendan. Lo que ha sorprendido a Jesús no es sólo la falta de ostentación, sino sobre todo la totalidad del don: esa mujer no ha dado lo superfluo - e s decir, lo que le sobra después de haber asegurado su vida dentro de unos amplios márgenes de seguridad-, sino «todo lo que tenía para vivir» (v. 44).
MEDITATIO Tobit nos sale al encuentro en esta página del evangelio con toda su plenitud h u m a n a . Su prolongada costumbre de llevar u n a vida abierta al otro, atenta a sus necesidades, generosa y olvidada de sí; la práctica asidua de la caridad, de esa limosna que «libra de la muerte» pagada con la propia sangre; la constante disposición a vivir remitiéndose a Dios en la oración -bendición, alabanza, súplica o lamento-: todo esto ha ido m a d u r a n d o en él u n a profunda capacidad de gratitud y la necesidad de expresarla en gestos concretos. No se había cerrado antes, replegado en su dolor; no se cierra ahora, satisfecho, en su felicidad. El dolor que había experimentado en primera persona le había vuelto capaz de u n a compasión más amplia. La alegría, acogida como don de Dios, le impulsa ahora al
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agradecimiento al que había sido el i n s t r u m e n t o y mediador. Las palabras solemnes del ángel -todavía de incógnito- ponen el sello al reconocimiento divino de «Ioda esta vida» objeto de la misericordia de Dios y en la que Dios puede llevar a cabo sus obras. Tobit sabe dar las gracias porque sabe reconocer que ha recibido la gracia. No siente nada como si le fuera debido, p a r a él lodo es don. Y sabe decir «gracias» no sólo a Dios, fuente de «todo buen regalo», sino también al hermano, al c o m p a ñ e r o de viaje, al que se ha hecho dócil ministro de este don. Se trata de u n a dimensión que hemos de redescubrir o, en cualquier caso, mantener viva para nosotros, que, con frecuencia, atrapados en los engranajes de la prisa, de la eficiencia, encallados en la superficialidad, corremos el riesgo de olvidar esta capacidad de gratitud que es como la otra cara de la gratuidad. Sólo quien sabe recibir todo como don y da gracias por ello es capaz a su vez de ofrecerse gratuitamente como don al otro.
ORATIO Adoramos, oh Dios, tu inaprensible misterio y bendecimos tu inagotable misericordia. Tú, con sabia providencia, quieres tejer la trama de nuestra vida como una historia de amor y nos invitas, a través de los acontecimientos del tiempo, a u n a perenne mañana de fiesta, junto a ti, en la luz. Que tu Espíritu abra nuestros ojos, para que sepamos leer ya desde ahora las situaciones de la vida desde tu punto de vista y configure nuestros corazones a imagen del tuyo: unos corazones anchos, abiertos, compasivos y fecundos en bien para nuestros hermanos. De suerte que de la comunión de nuestras vidas, empapadas de
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misericordia, suba incesante la alabanza a ti, el Misericordioso que realiza grandes cosas para quienes se confían a él.
CONTEMPLATIO Es tan débil el espíritu h u m a n o que, c u a n d o quiere investigar con excesiva curiosidad las causas y las razones de la voluntad divina, se embaraza y enreda entre los hilos de mil dificultades, de los cuales, después, no puede desprenderse. Se parece al h u m o que, conforme sube, se hace más sutil y acaba por disiparse. A fuerza de querer remontarnos con nuestros discursos hacia las cosas divinas, por curiosidad, nos envanecemos en nuestros pensamientos y, en lugar de llegar al conocimiento de la verdad, caemos en la locura de nuestra vanidad. Pero, de un modo particular, respecto a la Providencia divina somos caprichosos en lo que atañe a los medios que ella reparte para atraernos a su santo amor y, por su santo amor, a la gloria. Porque nuestra temeridad nos impele siempre a indagar por qué Dios da más medios a unos que a otros, por qué no hizo entre los tirios y sidonios las mismas maravillas que en Corozaín y en Betsaida, pues tan gran provecho hubieran sacado de ellas; en una palabra, por qué atrae a su a m o r a unos con preferencia a otros. ¡Ah, amigo mío, Teótimo!, jamás, jamás hemos de permitir que nuestro espíritu sea arrebatado por el torbellino de este viento de locura, ni hemos de pensar en encontrar una razón mejor de los designios de la voluntad de Dios que su voluntad misma, la cual es soberanamente razonable; mejor dicho, es la razón de todas las razones, la regla de toda bondad, la luz de toda equidad. Y aunque el Espíritu Santo, hablando en la sagrada Es-
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11 'llura, da en muchos lugares la razón de casi todo lo que podemos desear acerca del proceder de su Providencia en la dirección de los hombres hacia el santo ÍIIIKM y hacia la salud eterna, es cierto, sin embargo, que en muchas ocasiones declara que, en manera alguna, nos liemos de apartar del respeto debido a su voluntad y que hemos de adorar sus propósitos, sus decretos, su beneplácito y sus resoluciones, cuyos motivos, c o m o supremo y justísimo juez que es, no es razón que maniI ¡esle, sino que basta con que los dé a conocer. Si debemos tanto honor a los fallos de los supremos tribunales, ((impuestos de jueces corruptibles de la tierra, y ellos mismos terrenos, de suerte que hemos de creer que no se han pronunciado sin motivo, aunque no sepamos cuál sea éste, ¡oh Dios mío!, ¡con cuánta reverencia no hemos de adorar la equidad de vuestra suprema providencia, la cual es infinita en justicia y en bondad! (Francisco de Sales, Tratado del amor a Dios, IV, 7, Editorial Balmes, Barcelona 1945, pp. 251-252).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros bendecid al Señor y divulgad sus obras maravillosas» (Tb 12,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Nuestra inteligencia no está en absoluto en condiciones de aferrar en su totalidad esta única e infinita perfección de Dios. Estamos frente a un misterio insondable, que nos exige adoración: «Que todo espíritu alabe al Señor, dándole todos los nombres más excelsos que se pueda encontrar; y sea cual sea la alabanza que estemos en condiciones de tributarle, confesemos que nunca podrá ser alabado de manera suficiente». Cada vez
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que recitamos el «Padre nuestro» y decimos: «Santificado sea tu nombre», proclamamos la grandeza de Dios y nos ponemos frente a él tal como somos, en nuestra pequenez, con toda confianza. La adoración nos pide aún más. N o se trata de reconocer la grandeza de un Dios disperso entre las nubes; se trata más bien de proclamar su presencia activa en el mundo y de confesar su soberanía tanto en la tierra como en el cielo. En efecto, Dios es creador, pero la creación no tuvo lugar de una vez por todas al comienzo de los tiempos: Dios sigue siendo creador también hoy, y mañana, y para la eternidad. Existe una fuerte tentación de ignorar esta acción creadora de Dios que se prolonga en el tiempo. Sabemos bien que muchos hombres y mujeres están prisioneros de una visión estrechamente materialista del mundo. La investigación científica tiende a descubrir, cada vez mejor, cómo se ha ido constituyendo el mundo y a comprender, de un modo cada vez más profundo, las leyes que lo regulan, pero se muestra impotente para tener en cuenta el sentido de las cosas. Dios ha sido expulsado por completo de la existencia de los que se declaran ateos y no encuentra sitio en su explicación del mundo material. Ahora bien, «si el hombre existe es porque Dios lo ha creado por amor, y por amor no cesa de hacerle existir. Esto vale para el hombre y para todo el universo, fruto del amor de Dios creador» (Cl. Morel, // nostro é un Dio di gioia, Milán 1993, pp. 1 óss).
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LECTIO
Primera lectura: 2 Corintios 1,1-7 1
Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los creyentes de la provincia entera de Acaya. 2 Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor. 3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. 4 Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados. 5 Porque si es cierto que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, no es menos cierto que Cristo nos llena de consuelo. 6 Si tenemos que sufrir es para que vosotros recibáis consuelo y salvación; si somos consolados es para que también vosotros recibáis consuelo y soportéis los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. 7 Y lo que esperamos para vosotros tiene un firme fundamento, pues sabemos que si compartís nuestros sufrimientos compartiréis también nuestro consuelo.
*»• La segunda carta de Pablo a los Corintios sale de Éfeso a finales del año 57. Esa fecha se sitúa en un pe-
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riodo afligido por repetidas preocupaciones, desilusiones, angustias, gravísimas persecuciones sobre la aguda y vibrátil sensibilidad de Pablo, entre las que figura la sublevación que le obliga a huir de Éfeso y el primer arresto en Jerusalén en la fiesta de Pentecostés del año 58. También la comunidad de Corinto -al menos algunos personajes de la m i s m a - tuvo reprobables responsabilidades en las tristezas del apóstol, fundador de esta Iglesia: denigraciones, malentendidos, conflictividad, crisis éticas. De ahí que también la actual segunda carta a los Corintios pueda considerarse escrita - c o m o u n a precedente que se da por p e r d i d a - «con gran congoja y angustia de corazón, y con muchas lágrimas» (2 Cor 2,4). Con todo, los corintios también le habían procurado alegrías, en particular el «éxito» de aquella carta dura, o sea, la respetuosa reconciliación y recuperación de la confianza recíproca. Por eso reconoce el consuelo que le viene del mismo Dios y que es posible transmitir a los hermanos. Los versículos que siguen (8-11, omitidos en el leccionario) enumeran algunos sufrimientos padecidos y liberaciones obtenidas también a través de la oración de muchos.
Evangelio: Mateo 5,1-12 En aquel tiempo, ' al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. 2 Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras: 3 Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos. 4 Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará. 5 Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra. 6 Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará.
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Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. 8 Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios. 9 Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios. 10 Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 11 Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. 12 Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
*+• Según la redacción del evangelista Mateo, el llamado «sermón del monte» constituye el auténtico exordio de la enseñanza del joven rabí itinerante Jesús de Nazaret. En él anticipa el estilo de su magisterio, innovador, promocional, explosivo, que configura el germen de posteriores erupciones y maduraciones. Admitiendo que las bienaventuranzas y el comentario a las mismas pertenezcan a una sola acción didáctica, se trataría del primer discurso articulado de Jesús y del informe más extenso de los cronistas sinópticos (en efecto, sólo Jn 13-17 lo supera en amplitud de lenguaje). Las notas de Mateo refieren palabras anteriores pronunciadas por Jesús en público, fundamentales aunque sucintas, como las iniciales del «arrepentios, porque está llegando el Reino de los Cielos» (Mt 4,17), y aquellas con las que llamó a los primeros discípulos: «Seguidme» (4,19); se trata de un esbozo del seguimiento: «discípulo» coincide con «bienaventurado». Esta interpretación de los desarrollos magisteriales de Jesús, en la línea de las conexiones o de la progresión, equivale a afirmar que, en el principio de t o d a vocación cristiana, se encuentra la conversión a las bienaventuranzas evangéli-
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cas (prescindiendo de si el discípulo tiene o no mucha conciencia y de la calidad del seguimiento, que irán progresando). Que el adjetivo sustantivado «bienaventurado» equivale a la denominación de «discípulo» que aparece en el evangelio es algo que se puede deducir también de la estadística lexical. De los tres sinópticos, Mateo y Lucas emplean no menos de catorce veces cada uno la palabra traducida al griego por makários y al latín por beatus (que aparece en singular y plural, masculino y femenino) y la sitúan en contextos compatibles con los atributos y el carácter visible del seguimiento (excepto en u n par de situaciones paradójicas). Las nueve bienaventuranzas enumeradas por Mateo configuran la pluralidad de los aspectos de la identidad del discípulo, unificada en la unicidad de la referencia a Dios (y en primer lugar al Espíritu, que hace comprender y obrar), así como a su Reino.
tol de Jesucristo por voluntad de Dios»; el otro es el desafío de la identidad del discípulo evangélico, colocado por Jesús, más allá de lo ordinario, en la dimensión de la bienaventuranza. El comienzo de la carta de Pablo y el del sermón de Jesús coinciden asimismo en el anuncio y en la experiencia de una felicidad. El apóstol Pablo identifica la felicidad con el consuelo recibido como don de Dios, Padre misericordioso, y compartido con los hermanos. El maestro Jesús identifica la felicidad con la bienaventuranza como conciencia de unos dones confiados a él en cuanto persona h u m a n a convertida en «discípulo». Esta felicidad se puede traducir mediante los matices de algunos sinónimos: alegría, serenidad, exultación, bienestar, fortuna, consuelo y bienaventuranza precisamente. La felicidad es anhelo inagotable e insaciable del corazón humano: u n corazón individual, colectivo, universal.
En la continuación del sermón se encuentran una serie de explicitaciones operativas preanunciadas en los nueve aforismos de presentación del proyecto evangélico.
ORATIO
MEDITATIO Esta semana litúrgica y la siguiente están iluminadas por los pensamientos que el apóstol Pablo nos confía en la segunda carta a la comunidad cristiana de Corinto; y están animadas por el desafío lanzado por Jesús a los discípulos con el «sermón del monte», o sea, con las nueve bienaventuranzas y el comentario a las mismas según la redacción del evangelista Mateo (capítulos 5-7). Precisamente el estilo de desafío constituye el elemento de convergencia entre los dos mensajes: u n desafío parte de la imagen paulina del siervo del Evangelio, trazado con el robusto orgullo autobiográfico del «após-
«Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él» (del salmo responsorial). Te bendecimos, Señor, en todo momento porque tú mismo has querido ser nuestro refugio y en ti encontramos nuestro consuelo. En nuestra boca, Señor, florece siempre tu alabanza, porque tú nos has enseñado los caminos de las bienaventuranzas, un camino que recorre el que se refugia en ti. Te damos gracias, Señor, Dios nuestro, por el camino de la pobreza iluminada por el Espíritu; gracias por el camino de la aflicción serenada por los consuelos recibidos; gracias por el camino de la mansedumbre y de la paz frecuentada por tus hijos; gracias por el camino de la justicia espaciada por la experiencia de tu gracia que nos sacia; gracias por el camino de la misericordia ale-
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grada por el compartir la misericordia; gracias por el camino de la pureza de corazón orientada a visiones divinas; gracias por el camino de las cruces custodias de las huellas de tu Hijo crucificado, Jesucristo el resucitado, que ahora vive glorioso por los siglos eternos. Amén.
CONTEMPLATIO Aquellos que anhelan y desean ser consolados por Dios [...] poseen ya, sin duda, un gran motivo de consuelo en el solo hecho de que piensan desear y anhelar ser consolados por Dios. Este propósito suyo puede ser muy bien causa de gran consuelo por una razón especial. Antes que nada, están buscando el consuelo donde no tienen más remedio que encontrarlo, puesto que Dios puede darles el consuelo y se lo quiere dar. Lo puede, porque es omnipotente; lo quiere, porque es bueno y porque él mismo lo ha prometido: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7). El que tiene fe -y el que quiere ser consolado debe tenerla por fuerza- no puede dudar de que Dios mantendrá su promesa. Por eso, digo, tiene u n firme motivo de consuelo al pensar que anhela ser consolado por Aquel que, como le garantiza su fe, no dejará de consolarle (Tomás Moro, // dialogo del conforto nelle tribolazioni, 3 [edición española: Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, Ediciones Rialp, Madrid 1988]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará» (Mt 5,4).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La opción por la pobreza, con la renuncia a la ambición del tener, implica la pérdida de nuestra propia reputación. En un sistema basado en la posesión del dinero, el pobre sólo merece desprecio; por consiguiente, a quien voluntariamente elige la pobreza se le considera sólo como un loco. Ahora bien, precisamente en eso que, a los ojos de la sociedad, es considerado como escándalo e insensatez se manifiesta «el poder de Dios» (cf. 1 Cor 1,18-23). La cruz se convierte así en el paso inevitable e indispensable para los «pobres-perseguidos» que permanecen fieles a Jesús en el camino de la verdad hacia la libertad [cf. Jn 8,32). Sólo quien es completamente libre puede amar de verdad y ponerse al servicio de todos (cf. 1 Cor 9,19; Mt 18,1 -3). Perder la propia reputación es el único modo de ser totalmente libres y, en consecuencia, animados plenamente por el Espíritu (cf. 2 Cor 3,17). Y el leño de la cruz, de estéril instrumento de destrucción del hombre, se transforma en el vivificante «árbol de la vida» (Ap 2,7; cf. Gn 2,9) que alimenta en el creyente la savia vital que le permite llevar a cabo el proyecto de Dios sobre el hombre: «Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48; cf. Ef 4,13) (A. Maggi, Padre dei poveri..., Asís 1995, pp. 182ss).
Martes 10 a s e m a n a del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: 2 Corintios 1,18-22 Hermanos: 18 Dios es testigo de que nuestras palabras no son un ambiguo juego de síes y noes. " Como tampoco Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien os hemos anunciado Silvano, Timoteo y yo, ha sido un sí y un no; en él todo ha sido sí, 20 pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él. Por eso el amén con que glorificamos a Dios lo decimos por medio de él. 2I Y es Dios quien a nosotros y a vosotros nos mantiene firmemente unidos a Cristo, quien nos ha consagrado, 22 nos ha marcado con su sello y nos ha dado su Espíritu como prenda de salvación.
**• La perícopa de hoy constituye un fragmento reducido del contexto autobiográfico en el que Pablo vuelve ;> evocar hechos recientes conocidos de los corintios y, sobre todo, reivindica la corrección y la honestidad de su propio comportamiento en todas partes y cada vez más respecto a ellos (w. 12-17, omitidos por el leccionario). El incipit del fragmento se conecta con el amago de orgullo de hace poco, referido a la criticada modificación del viaje a Corinto: «Al proponerme esto, ¿obré
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con ligereza? ¿Creéis que me lo propuse con miras humanas, jugando arteramente con el sí y el no?». El estribillo de los adverbios inconciliables «sí»-«no» parece agradarle a Pablo, convencido de que el eco no resbalará de manera ineficaz sobre la receptividad de sus lectores. Es probable que el apóstol aprendiera de Jesús este aforismo recogido del evangelio: «Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37: en las lecturas del sábado próximo). También el apóstol Santiago emplea el mismo dicho de Jesús (cf. Sant 5,12). El orgullo de Pablo se levanta sobre constataciones realistas relativas a su propia identidad. Él es «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios» (2 Cor 1,1); en la comunidad de Corinto es un colaborador, no u n déspota (v. 24); comparte la confirmación por parte de Dios en Cristo (v. 21), hecha visible en el bautismo que transformó su propia personalidad, como él mismo recuerda (Hch 22,16; 26,15ss y contextos); hace uso de su patrimonio personal de la «unción», del «sello», de la «prenda del Espíritu» (v. 21ss). Estas tres palabras perfilan - a la luz de pasajes paralelos, por otra parte no apodíctic o s - la misión de la evangelización injertada en la de Cristo (Le 4,18), la participación en la identidad sacerdotal del mismo Cristo (Jn 6,27: interpretación «eucarística»), algunos carismas en los que el Espíritu se muestra generoso y que para Pablo son el apostolado, el ministerio, la Palabra, la enseñanza (Rom 12,5-7), así como el carisma más grande, a saber: la caridad (1 Cor 13,13). Esa caridad que el apóstol muestra precisamente también a los hermanos de Corinto (2 Cor 2,8-11: versículos no recogidos por el leccionario).
Evangelio: Mateo 5,13-16 B
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se
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salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. '" Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. ,6 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres, para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.
**• Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y ejemplificación -en la que el mismo Jesús se c o m p r o m e t e - de los nueve aforismos introducidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben tener los discípulos de ser «5a/ de la tierra» y «luz del mundo». El «vosotros» con el que comienzan los dos períodos interpela precisamente a los discípulos, interlocutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la muchedumbre. El «sermón del monte», a diferencia de otros contextos, es el único sitio en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su discípulo. Y es también el único contexto en el que emplea el vocablo «5a/». La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la enseñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo Testamento, señaladamente en la perspectiva cristológica, en la que resultan esenciales al menos un p a r de citas: la autobiográfica de Jesús («Yo soy la luz del mundo»: Jn 8,12; cf. 12,35.46), y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas. Así pues, la alegoría de la 5a/ parece tener una identidad autónoma. Forma parte de la responsabilidad autónoma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, Iransfe-
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rir al orden de las acciones h u m a n a s y evangélicas las características de la sal: dar sabor, conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es u n a responsabilidad autón o m a con riesgo: la sal puede perder su propia cualidad (si seguimos el aviso de Jesús, en verdad u n tanto forzado, puesto que, de por sí, la composición química de la sal permanece íntegra si no es manipulada)y, al perder también su propia utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguridad de ser reverbero de una luz que no se extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad del iluminar: el discípulo es reverbero de la luz verdadera que es Cristo. Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza de bienaventuranza para los discípulos: «Bienaventurados vosotros, que sois sal de la tierra y luz del mundo».
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apóstol Pablo en sintonía discipular con Cristo, el cual no fue «sí» y «no», es decir, ambigüedad, penumbra, incoherencia, sino que «en él todo ha sido sí». La prueba evidente de que damos testimonio de la luz del Espíritu es la custodia y la activación de esos dones a los que Pablo alude como cualidad de la propia personalidad que los ha recibido como prenda del Espíritu. En nuestros días, el testimonio radical perfilado en el marco de la perícopa paulina y la identidad discipular ejemplificada en la alegoría evangélica de la sal y de la luz se concentra en la frecuentada y preciosa palabra «visibilidad». Ahora bien, la Palabra de Jesús no permite equívocos: no se trata de la visibilidad de ti mismo o de tus bondades, sino que la visibilidad del Padre que está en el cielo - o sea, de cuanto es él y de él recibe la vida, empezando por Cristo- es el servicio que te cualifica como discípulo y te premia con la bienaventuranza evangélica.
MEDITATIO ORATIO «Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8) es la bienaventuranza sobre la que se desarrolla la alegoría evangélica de la luz. El ver tiene necesidad de la luz. Jesús, el Señor, es luz (cf. 1 Jn 1,5.7). Del corazón -la interioridad individual- purificado e iluminado procede la interpretación de nosotros mismos como testigos de la luz que es Dios, que es Cristo, que son los dones divinos (Sant 1,17). La conciencia de tal testimonio nos exhorta a la vigilancia del siervo evangélico, de modo que no se demore en saborear elogios dirigidos a sí mismo; no ha de orientar la atención de los otros a él, sino a la Fuente de la luz y al origen de todo don. Una evidencia de que damos testimonio de la luz de Cristo es la coherencia, ese ser «sí» escandido por el
«Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo» (del salmo responsorial). La visión de tu rostro, Señor, es maravillosa: reflejar en él nuestro rostro es nuestra nostalgia cotidiana. Te damos gracias porque, con la Palabra de Jesús, tu I lijo, nos animas a hacer visible en esta tierra, a través ile nuestras obras buenas, tu gloria, Padre que estás en el cielo, que eres amor y misericordia, que iluminas con lu Palabra revelada y que inundas de alegría a cuantos aman tu nombre. Salvaguárdanos de la despreocupación y del indiferentismo insípido, de la ambigüedad enredadora y de la incompletitud opaca en nuestro servicio al Evangelio. Perdónanos la estimación excesiva de nuestra personalidad de creyentes y la valoración maxi-
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malista de nuestras buenas acciones. Escucha estas invocaciones, para que, a través de Jesucristo, suba a ti, oh Dios, nuestro «amén», nuestro «sí».
CONTEMPLATIO ¿Acaso está dividido Jesucristo? (1 Cor 1,13). A b u e n seguro que no, puesto que es u n Dios de paz y no de división (1 Cor 14,33), como iba e n s e ñ a n d o san Pablo por todas las iglesias. E n consecuencia, no es posible que en la verdadera Iglesia haya discordia o que esté dividida a causa de la credibilidad y de la doctrina, porque, de este modo, Dios dejaría de ser el artífice y el esposo y, como u n reino dividido en sí m i s m o (cf. Mt 12,25), tendría fin. E n cuanto Dios se adquiere u n pueblo, como h a hecho con la Iglesia, le concede de inmediato la unidad de corazón y de camino. La Iglesia n o es m á s que u n cuerpo del que los fieles, bien t r a b a d o s y unidos por medio de todos los ligamentos (Ef 4,16), son miembros; n o hay más que una fe y un espíritu q u e anima a este cuerpo. Dios se encuentra en su lugar santo, hace que su casa esté habitada por personas del m i s m o género e inteligencia (Sal 68,6ss); por consiguiente, la verdadera Iglesia de Dios debe estar unida, ligada, conjuntada y estrechada al mismo tiempo por u n a m i s m a doctrina y u n mismo depósito de la fe (Francisco de Sales, Controversie, Brescia 1993, p. 122).
ACTIO Repite con frecuencia y vive h o y la Palabra: «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres para que den gloría a vuestro Padre» {cf Mt 5,16).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL ¿Habéis pensado alguna vez que lo primero que se puede decir de la sal es que se disuelve, que se funde, que se con-funde? Es más, si no se funde, la comida no está buena. «Vosotros sois la sal», debéis desaparecer, confundiros. Primero está la imagen de lo que desaparece y después de lo que se ve: vosotros sois la sal que desaparece, vosotros sois la luz que aparece. ¿Veis la mecánica, la dialéctica? Lo primero que puede decirse de la sal es que se disuelve, y cuanto más se disuelve más sabor da, más da sentido a la vida, más da gusto; del mismo modo que el gusto de la comida, el gusto d é l a vida depende siempre de la sal. A continuación, conserva, preserva, desinfecta, mata los microbios, cicatriza las heridas, purifica. «Vosotros sois la sal de la tierra». Señor, ¡qué valor! Cuanto más se cumple esto, más se cumple la segunda imagen: «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria». He aquí apenas una huella de las indicaciones para reflexionar, para meditar y para esperar que todo esto se cumpla (D. M. Turoldo, Oltre la foresta aelle feai, Cásale Monf. 1996, pp. 139ss).
Miércoles 10 a s e m a n a del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: 2 Corintios 3,4-11 Hermanos: 4 Esta confianza que tenemos en Dios nos viene de Cristo. 5 Y no presumimos de poder pensar algo por nosotros mismos; si algo podemos, se lo debemos a Dios, 6 que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, basada no en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu, porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. 7 Y si aquel instrumento de muerte que fue la ley, grabada letra a letra sobre piedras, se proclamó con tal gloria que los israelitas no podían mirar fijamente el rostro de Moisés a causa de su resplandor -que era pasajero-, 8 ¡cuánto más gloriosa será la acción del Espíritu! 9 En efecto, si lo que es instrumento de condenación estuvo rodeado de gloria, mucho más lo estará lo que es instrumento de salvación. 10 Y así, lo que fue glorioso en otro tiempo ha dejado de serlo, eclipsado por esta gloria incomparable. " Porque si lo pasajero fue glorioso, mucho más lo será lo permanente. **• Tras sobrevolar la totalidad del capítulo 2 y los tres primeros versículos del capítulo 3 - u n a perícopa marc a d a m e n t e autobiográfica y confidencial, sobre todo en lo referente a los sentimientos y emociones personales-,
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la partida ex abrupto del leccionario exige el pensamiento del apóstol Pablo inmediatamente precedente: «Sois una carta de Cristo redactada por nosotros y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón» (v. 3). Semejante conexión ilumina la naturaleza de la confianza que tiene Pablo, que permanecería incierta en la incertidumbre del adjetivo «esta» que abre el pasaje de hoy. Se trata de una confianza compuesta, entremezclada: con lianza en sí mismo en cuanto servidor del Evangelio; confianza en los hermanos de la comunidad de Corinto, más dúctiles y disponibles para recibir los mensajes -pese a las incomprensiones transitorias- que un pergamino con tinta, y con u n corazón palpitante y sensible; confianza en el Dios vivo, en Cristo, en el Espíritu. En este punto abandona Pablo - p o r a h o r a - la aspereza y la insistencia en volver a abrir heridas, y emprende un vuelo alto - p o r ahora-, exteriorizando la convencida y ventajosa comparación entre la alianza antigua (la de la «letra que mata») y la alianza nueva (la del «Espíritu que da la vida»). Pero no desmiente el orgullo que le proporciona su identidad. Es consciente de sus propias capacidades y de la relevancia de su personalidad de «ministro apto»; con todo, reconoce que esa individualidad ha sido plasmada por Dios. Semejante consideración de sí mismo, junto con la admisión de una evolución personal, recuerda el paso del monolitismo perentorio, conquistado con mucha escuela y un enorme celo por aquel que fue Saulo, al realismo humilde de aquel en que se ha transformado Pablo. Él mismo confiesa de manera repetida su paso o «conversión»: recurriendo a las fuentes autobiográficas, además de a otros recuerdos (incluso a esta segunda carta a los Corintios: capítulos 11-12, referidos en parte en las lecturas de los próximos días), queda iluminada la identidad del «Dios» - n o m b r a d o en el v. 5 - del que procede
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la «capacidad» del apóstol. Dios es el Padre que le llamó con su gracia y le reveló a su Hijo (Gal l,15ss): Dios es Jesús, el Señor que le deslumhra, le fascina, le envía como testigo (Hch 22,8.21; 26,15ss); Dios es el Espíritu Santo que t a m b i é n le reserva para sí, en vistas a su obra de apostolado (Hch 13,2ss). Pablo activa la «capacidad» que le h a sido dada dedicándose enteramente al apostolado de la nueva alianza, permanente y definitiva, consumación de la antigua, gloriosa pero efímera.
Evangelio: Mateo 5,17-19 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: " No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. ls Porque os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, la más pequeña letra de la ley estará vigente hasta que todo se cumpla. " Por eso, el que descuide uno de estos mandamientos más pequeños y enseñe a hacer lo mismo a los demás será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.
*•• El respeto a la ley por parte de Jesús corresponde a la actitud normal de cualquier judío. En su casa paterna (y materna) aprendió desde pequeño a someterse a la ley (Le 2,22-24.39-40.41-42.52). Su postura en la función de rabí confirma su propia «cultura», respetuosa con todos los detalles de la ley. La perícopa de hoy constituye una confirmación verbal de lo que decimos. Si esta perícopa fuera un dicho aislado de cualquier docto rabino, éste habría sido etiquetado de tradicionalista, fariseo, legalista, maximalista. Las palabras de Jesús, engastadas en el proyecto evangélico de las bienaventuranzas, tienden precisamente al maximalismo. Este vocablo es moderno, no pertenece al lenguaje bíblico; sin embargo, en un sen-
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tido positivo, algunos aforismos como los que constituyen estas palabras evangélicas están impregnados claramente de maximalismo. El género literario de la contraposición entre lo «mínimo» y lo «grande», y la evidente preferencia por lo «grande» no dejan dudas sobre la filonomia (amor a la ley) por parte de Jesús, que se manifiesla aquí como un verdadero «máximalista». En efecto, Jesús no teorizó nunca sobre la desobediencia a la ley, nunca instigó a la transgresión de la misma. Personalmente, nunca fue cogido contraviniendo lo más mínimo los preceptos de la Tora, a diferencia de sus discípulos, acusados de no lavarse las manos tal como mandaba la ley (Mt 15,2), o cogiendo espigas y comiendo sus granos en el día inviolable del sábado (12,lss). A decir verdad, se alegaron contra Jesús acusaciones de subversión y sublevación, por otra parte genéricas y en absoluto detalladas (Le 23,2.14); fue descalificado también como alguien que no observaba el sábado y que, por consiguiente, no podía venir de Dios (Jn 5,16.18; 9,16), pero los que hicieron esas cosas no sabían que «el Hijo del hombre es señor del sábado», no querían admitir que no es el hombre el que ha sido hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf. Mt 12,8; Me 2,27). No existe contradicción entre las palabras y los hechos de Jesús. La posición innovadora de Jesús en relación con la ley es su consumación. El texto griego del v. 17 (traducción más antigua) utiliza la forma verbal plerósai (en latín, adimplere), que transmite u n proyecto de plenitud, de maximalismo precisamente. La «consumación» de la ley, con la convicción y con el estilo de Jesús, es el empleo de ésta, dentro de los límites de una libertad madura, para el servicio de la persona humana, para la consumación de u n proyecto de vida, en vistas a la realización de nuestra propia persona y de u n a comunidad social.
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El apóstol Pablo afirma de una manera decidida: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). El rabí Jesús afirma de un modo resuelto: «Ato penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la Ley y los profetas; no he venido a abolirías, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias» (Mt 5,17). La contradicción verbal entre ambas posiciones magisteriales es evidente. La convergencia entre ambas se sitúa en la superación de la dicotomía formal, más allá de la superficie lexical, en la profundidad esencial del Evangelio, del que primero Jesús y, después, Pablo son pregoneros. La esencia del Evangelio es la Buena Noticia (o «noticia de lo bueno»). Ambas expresiones -concisas, según el estilo rabínico- contienen un elemento positivo: lo bueno que hemos de salvaguardar como viático sustancial y como esencia del proyecto existencial. La Buena Noticia de Jesús es ésta: «Yo voy a llevar hasta sus últimas consecuencias, a su consumación»; la Buena Noticia de Pablo es ésta: «El Espíritu da vida». El lado oscuro -el negativo- que hemos de señalar como función pedagógica y propedéutica por parte de Jesús es: «No he venido a abolir», y por parte de Pablo: «La letra mata». La clave que deshace los nudos de la tensión entre la letra y el espíritu, entre la libertad y la observancia, entre la ley y la gracia, es el acontecimiento irreversible y renovado de la nueva alianza de la que Dios es protagonista. Pablo cuenta con una experiencia personal de la vitalidad y la plenitud del Espíritu {cf., por ejemplo, Hch 9,17: el día de la «conversión»; 2 Cor 3,17ss: en las lecturas de m a ñ a n a ) . Jesús es, verdaderamente, consumación y plenitud: en la plenitud del tiempo, y nacido bajo la ley, fue enviado por el Padre para rescatar a los que estaban sometidos a la ley y concederles la filiación (cf. Gal 4,4ss); su existencia discurre como consuma-
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ción de las Escrituras (Mt 2,23; 26,24; Le 4,21...); en su último aliento susurra: «Todo está consumado» (Jn 19,30); una vez resucitado, se interpreta a sí mismo como u n ser obediente bajo la guía de la Ley y de los profetas (Le 24,25-27.44-48; Hch 1,16). Esta paráfrasis del axioma de Pablo podría resultarle agradable a la mentalidad de hoy: «Si te quedas en la superficie de la letra, corres el riesgo de bloquear la vitalidad del Espíritu, y, por consiguiente, remitido a la profundidad de la creatividad espiritual». Y lo mismo cabe decir del axioma de Jesús: «Ve siempre más allá, madurando en la libertad de quien, en obediencia y con su testimonio, sirve al Reino de los Cielos».
ORATIO «Santo es el Señor, nuestro Dios» (del salmo responsorial). Reconocemos, Señor, tu santidad en tu amor por la justicia y en tu voluntad, que ha establecido lo que es recto. Te damos gracias por la paciencia con que perdonas nuestras superficialidades, los usos despreocupados y los abusos de nuestras míseras libertades, la presunción de abolir detalles e incluso fragmentos sustanciosos de leyes y profetas. Fortalece nuestra disponibilidad, unas veces tímida y otras enérgica, para seguir a quienes nos vas enviando como guías que reflejan en su rostro el fulgor del Espíritu y como testigos de la gran importancia que tiene perseverar en la custodia laboriosa de tu alianza con nosotros y de nuestra alianza contigo, que eres el Santo, Señor, Dios nuestro. Que nos acompañen Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor, en el cumplimiento del servicio en el Reino de los Cielos, y el vigor de tu Santo Espíritu, en la maduración de la vida verdadera que él nos da.
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CONTEMPLATIO Qué admirable es el Espíritu Santo y qué grande y poderoso se muestra en sus dones. Vosotros, que estáis reunidos aquí, pensad u n poco cuántas almas somos. Y él obra en cada una de la manera apropiada: presente en medio de vosotros, ve las disposiciones de cada uno, conoce los pensamientos y la conciencia, todo lo que decimos y lo que pensamos. Considerad, vosotros que tenéis u n a mente iluminada por él, cuántos cristianos hay en esta parroquia, cuántos en toda la provincia y cuántos en toda Palestina. Extended ahora la mirada a todo el Imperio romano y, desde el Imperio, a todo el mundo: persas, indios, godos, sármatas, galos, hispanos, moros, libios, etíopes y todos los otros cuyo nombre ignoramos. Ved ahora en cada uno de estos pueblos los obispos, sacerdotes, diáconos, monjes, vírgenes y otros laicos, y fijaos en el gran Pastor dispensador de las gracias. Fijaos cómo, en todo el mundo, a uno le da la pureza, a otro el amor a la pobreza, a otro aún el poder de expulsar a los espíritus. Y del mismo modo que la luz ilumina con un solo rayo, así ilumina el Espíritu a todos los que tienen ojos para ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL ¡El testimonio! Aquí se encuentra el verdadero desafío que se pide al hombre de hoy para ser creíble. No se pide hoy grandes «maestros», sino más bien «testigos» válidos, en la realidad
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del tejido familiar, eclesial, cultural y social [...]. Hoy nos viene desde más partes la invitación a que seamos creíbles y a que demos testimonio con la vida de aquello en que creemos [...]. Jesús dijo varias veces a sus discípulos que fueran a anunciar la paz y se sentaran a la mesa con los otros en nombre de la paz, compartiendo los bienes. Aquí se encuentra el núcleo esencial del testimonio cristiano, que tiene como raíz el compartir con los pobres nuestros propios recursos, pensando que somos hijos del mismo Padre y tenemos derecho a alimentarnos de las mismas cosas, fruto del amor de Dios. Y sobre esto seremos juzgados un día: sobre cómo hemos tratado a los pobres, a los necesitados, a los olvidados, a los marginados, a los prófugos, a todos los que han sido golpeados por las injusticias y se ven obligados a languidecer en la pobreza más negra (A. Bertacco, La vita come awentura nel perímetro della nostra storia, Vicenza 2 0 0 0 , pp. 182-184, pass/m).
Jueves 10a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: 2 Corintios 3,15-4,1.3-6 Hermanos: 315 Hasta el día de hoy, en efecto, siempre que leen a Moisés permanece el velo sobre sus corazones; 16 sólo cuando se conviertan al Señor desaparecerá el velo. " Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad. IS Por nuestra parte, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa, como corresponde a la acción del Espíritu del Señor. 41 Por eso, sabiendo que Dios, en su misericordia, nos ha confiado este ministerio, no nos desanimamos. 3 Y si la Buena Nueva que anunciamos está todavía encubierta, lo está para los que se pierden, 4 para esos incrédulos cuyas inteligencias cegó el dios de este mundo para que no vean brillar la luz del Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios. 5 Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús. 6 Pues el Dios que ha dicho: Brille la luz de entre las tinieblas, es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones, para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro de Cristo.
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**• El leccionario prosigue la escucha de la interpretación con la que el apóstol Pablo desentraña la historia corriente de Israel y el futuro: «sólo cuando se conviertan al Señor [Jesucristo]» (3,16), desaparecerá el velo que cubre el corazón de los israelitas, o sea, que también ellos reconocerán que ha sobrevenido la nueva alianza, la que ha perfeccionado la alianza antigua dada con la mediación de Moisés, «el hombre del velo sobre el rostro» (cf. Ex 34). Esta visión paulina se hace más comprensible leyendo asimismo 2 Cor 3,12-14 y 4,2 (versículos omitidos por el leccionario). La alegoría o metáfora de la cara cubierta/descubierta sirve de base a toda la argumentación del apóstol. De una manera no excesivamente velada, Pablo se imagina a sí mismo como un Moisés, aunque mediador del glorioso «Evangelio de Cristo» (4,4). Su orgullo está forjado a partir de un sano realismo: la misericordia de Dios está en el origen de su propio ministerio de evangelización. Su determinación se ha ido forjando a partir de dificultades y no pierde el ánimo. El método del servicio apostólico se basa en el radicalismo: anuncia de u n a m a n e r a abierta la Verdad -cueste lo que cueste-, lejos de subterfugios, manipulaciones, protagonismos personalistas. El contenido del Evangelio-verdad es abierto y luminoso: si permanece velado, la responsabilidad recae sobre los que están ciegos y son súcubos del «dios de este mundo»: ésos son los «rebeldes» en quienes obra el «enemigo» de Cristo y del Evangelio, el Satanás que concentra todas las contrariedades contra la nueva alianza, el fautor de muerte mediante los pecados (cf. Ef 2,lss). La argumentación se inserta entre una autobiografía gratificante y u n a teología trinitaria (más alusiva que orgánica esta última). La articulación de esta teología trinitaria se explícita a través de los nombres divinos. En primer lugar, está el Dios de la creación, aquel que dijo «brille la luz» (Gn 1,3), en cuya presencia se descubre
Jueves
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toda conciencia (Rom 8,27). A continuación, está Cristo, el Señor, en cuyo rostro brilla la gloria divina, o sea, aquel que lleva en sí mismo como mesías la presencia divina (Is 40,2), sustancia del anuncio evangélico y él mismo Evangelio-palabra (Jn 1,1.14). Por último, esté, el Espíritu, el Señor que actúa en libertad descubriendo el conocimiento de la gloria divina y llevando a cabo la transformación del hombre, modelado progresivamente en la misma gloria divina.
Evangelio: Mateo 5,20-26 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 20 Os digo que si no sois mejores que los maestros de la Ley y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. 21 Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: No matarás, y el que mate será llevado a juicio. 22 Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio; el que le llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que le llame impío será condenado al fuego eterno. " Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego, vuelve y presenta tu ofrenda. 25 Trata de ponerte a buenas con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. 2Ó Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
*•• La conexión de la perícopa de hoy con el fragmento precedente (Mt 5,17-19) acompaña, como sobre un itinerario nivelado, al discípulo de Jesús que escucha el desarrollo del mensaje de su Maestro concerniente a las bienaventuranzas. Éste se irá desarrollando, sucesivamente, siguiendo u n a secuencia de resortes autónomos que encuentran, no obstante, su motivación en estas premisas. Quien sigue a Jesús - q u e no pretende abolirnada de la ley ni de los profetas, sino, al contrario, llevarlos hasta sus últimas consecuencias-, no puede hacer
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otra cosa más que superar los tipos de «justicia» - o bien la relación con el proyecto que se rige por las sumision e s - precedentes, exteriores y superficiales, selectivas y anacrónicas, como las exaltadas por los maestros de la Ley y los fariseos: quien sigue a Jesús deberá activar su conciencia de haber entrado en el «Reino de los cielos» - a saber: en el discipulado progresivo del Evangelio y en el seguimiento definitivo de Cristo- a través del don de la justicia-justificación. El proyecto radical de Jesús se perfila a través de la confrontación entre un mínimo y u n máximo. El verbo español «superará» traduce el término perisséuse(i) del texto griego y el abundaverit del latino, reforzados ambos por el adverbio pléion / plus: los dos manifiestan la superación en cantidad y en calidad. Es la sobreabundancia de justicia (dikaiosyné: legalidad, rectitud, corrección, pietas), ese tot en más y en mejor que identifica no a cada hombre, sino al discípulo de Jesús, lo que asegura que el que tiene hambre y sed de justicia será saciado (Mt 5,6). Los tres escalones sucesivos presentan tres ejemplos de la sobreabundancia de justicia, que es como el estatuto del Reino de los Cielos; prosiguen además estos escalones la manifestación de las bienaventuranzas evangélicas. Éstas se mueven entre el sentido común y el radicalismo. Aislar al asesino o arreglar las controversias con u n compromiso, antes de arriesgarse a las consecuencias de perder una causa en el tribunal, son soluciones de sentido común, o sea, de cálculo ventajoso para la colectividad y para cada uno en particular. El estatuto del Reino de los Cielos sobrepasa esas convenciones del sentido común: exige el radicalismo de un mensaje y de una apropiación de éste motivadas por la autoridad de quien afirma: «Habéis oído que se dijo... pero yo os digo», así como una confianza total en esa autoridad y en el valor del mensaje.
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Los discípulos han conservado el carácter radical del mensaje de Jesús. Y han dicho, entre otras cosas: «La caridad no se irrita» (1 Cor 13,5); «que vuestro enojo no dure más allá de la puesta de sol» (Ef 4,26); «bendecid, no maldigáis» (Rom 12,14); «procura practicar la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de todo corazón» (2 Tim 2,22); «un siervo del Señor no debe ser buscapleitos, sino condescendiente con todos» (2 Tim 2,24). No basta sólo con el «no» a la fraternidad cainita (no matar), con el «no» a la injuria y a la denigración (es un estúpido, es un loco), con el «no» a la culpabilización del otro (si tiene algo contra ti), con el «no» a la soberbia (ponte de acuerdo con tu adversario), sino que hace falta, sobre todo, el «sí» a lo positivo, que induce al discípulo de las bienaventuranzas a buscar y a secundar una «mayor justicia». Un ejemplo de esa dimensión positiva es la humildad. El hombre humilde es lo contrario de la casuística ejemplificada por el mismo Jesús. El fin que persigue Jesús no es, qué duda cabe, la humildad, o bien un gesto, un signo, una «cosa»; su objetivo es que lleguemos a ser mansos. La humildad es u n ámbito del proyecto del Reino de los Cielos sembrado en la tierra, que sigue siendo herencia de los humildes, de aquellos a quienes Jesús llamó «bienaventurados». Jesús no dio ninguna descripción de la humildad ni definió al humilde, porque él mismo se ofreció como testimonio vivo: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29). Sin embargo, la humildad es algo visible, es la presencia de una gracia: en efecto, uno de los frutos del Espíritu es la humildad (cf. Col 5,22). Pablo afirma que «el Señor es el Espíritu» (la teología trinitaria conoce la distinción entre las personas y la igualdad entre ellas); dice que «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17). Este aforismo es fascinante y preocupante.
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La apropiación indebida del vocablo corre el riesgo de servirse de la libertad para encubrir la malicia (1 Pe 2,16). La docilidad a la acción del Espíritu de la verdad nos encamina hacia la libertad (Jn 8,32), hacia la verdadera libertad que Cristo -el Hijo- está en condiciones de darnos (Jn 8,36). La conciencia de poseer la justicia/justificación nos revela que ya no somos esclavos sometidos a la ley, sino hombres libres bajo la gracia (Rom 6,14). Sin el Espíritu del Señor no hay libertad: él es libre, «el Espíritu es la libertad».
ORATIO «La gloria del Señor habitará en nuestra tierra» (del salmo responsorial). Danos, Señor, ojos para verla. Espíritu Santo de Dios, ilumina mi conciencia y hazla dócil a tu voluntad hasta el punto de que secunde la misericordia y la salvación que me das, para que desaparezca el velo que ofusca la visión de la divina gloria. Señor Jesucristo, guía mis pasos por el camino de la justicia, y que ésta se haga visible en signos de amor, de servicio, de devoción. Padre bueno, perdona mi lentitud en la conversión al Evangelio, los egoísmos de mi libertad, los desánimos, los disimulos, las falsificaciones de tu santa Palabra, todas las ocasiones que he perdido de hacer obras de justicia como los «justos» evangélicos en el seguimiento del «justo» Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.
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de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural, comunicándoles muchas gracias y dones naturales, haciéndolas acabadas y perfectas, según se dice en el Génesis (1,31) por estas palabras: Vidit Deus cuneta, quae fecerat, et erant valde bona («Miró Dios todas las cosas que había hecho, y eran mucho buenas»). El mirarlas mucho buenas era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo; y no sólo les comunicó el ser y gracias naturales, como habernos dicho, mirándolas, mas también con sola esta figura de su Hijo las dejó vestidas de hermosura, comunicándoles el ser sobrenatural; lo cual fue cuando se hizo hombre, ensalzándole en hermosura de Dios, y por consiguiente a todas las criaturas en él, por haberse unido con la naturaleza de todas ellas en el hombre. Por lo cual dijo el mismo Hijo de Dios (12,32): Et ego si exaltatus fuero a térra, omnia traham ad me ipsum; esto es: «Si yo fuere ensalzado de la tierra, levantaré a mí todas las cosas»; y así, en este levantamiento de la encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podemos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad (Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 5).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17).
CONTEMPLATIO
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Según dice san Pablo (Heb 1,3), el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia: Qui cum sit splendor gloriae, et figura substantiae ejus. Es, pues,
En Jesús, la esperanza que tenemos en Dios de una sociedad no violenta ejemplificada en el «sermón del monte», en los resúmenes de los Hechos de los apóstoles y en los paréntesis apos-
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tólicos, se nos da como posible, como signo y germen del Reino plenamente esperado de la paz, de la alegría y de la justicia (Rom 14,17). De ahí se sigue que la afirmación de nuestra propia identidad cristiana, entendida rectamente, nunca puede producir ni opresión ni muerte. Las categorías amigo-enemigo, bueno-malo, ¡usto-injusto, varón hembra, judío-griego, religioso-ateo, rico-pobre... han sido superadas, y la orientación procede de un Espíritu que no conoce otra categoría más que la de un agápé que se convierte en lavado de los pies sin poner excepciones, que se hace don de vida más bien que rapiña de la vida de los otros. Sin embargo, la historia do la Iglesia prueba ue nuestra propia identidad ha sido y sigue siendo a menudo esatendida (G. Bruni, en A A . VV., Al di lá del «non uccidere», Liscate 1989, p. 57).
Viernes 10a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: 2 Corintios 4,7-15 Hermanos: 7 Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros. 8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; 9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. 10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. " Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. 12 Así que en nosotros actúa la muerte y en vosotros, en cambio, la vida. 13
Pero como tenemos aquel mismo espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos, H sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros. 15 Porque todo esto es para vuestro bien, para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.
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** En el incipit de la lectura de hoy, Pablo nos habla de «este tesoro» que llevamos en vasijas de barro. Pablo tiene identificada en su mente la ivalidad precisa del «tesoro». Por consiguiente, éste no se queda en algo genérico, en algo que debamos adivinar de una manera arbitraria: se refiere a la luz que Dios hace brillar en nuestro corazón para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria divina que brilla en el rostro de Cristo (4,6, el versículo anterior a la lectura de hoy), liste «tesoro» es el conocimiento/experiencia de Cristo; la «vasija de barro» es la personalidad global del hombre («corazón» equivale a interioridad, conciencia, sentimiento, identidad total). El cursus de la exposición de Pablo vuelve a la autobiografía, aunque el «nos» puede implicar, paradigmáticamente, a muchos otros, incluidos los hermanos de la comunidad de Corinto. En efecto, las situaciones bosquejadas a través de las automemorias paulinas cubren la historia de las Iglesias y la peripecia evangélica de muchísimos discípulos del Señor, de aquel tiempo y de todas las épocas. El símbolo del «tesoro en vasijas de barro» es muy eficaz -hasta el punto de que se ha convertido en proverbio- a la hora de sintetizar las distancias entre la preciosidad y la modestia del recipiente, entre la seguridad del valor y la fragilidad de la conciencia, entre la «fuerza extraordinaria» que viene de Dios y la desnudez de la impotencia humana. Las insistencias y el recurso a la polaridad para establecer u n contraste constituyen un medio estilístico en la didáctica de Pablo. Tiende esta última a dar de inmediato en el signo y a cautivar, de una m a n e r a casi provocativa, u n a atención admirada. Semejante metodología no se abandona al pesimismo ni a la desconfianza respecto a la persona humana, sino que exalta la genialidad divina. El caso personal de Saulo/Pablo explica semejante opción, en parte espontánea y en parte deliberada.
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La letanía de las situaciones enumeradas pone de manifiesto lo que decimos. Cada u n a de ellas presenta verificaciones autobiográficas y narrativas documentadas {cartas: por ejemplo, los capítulos 10-12 de esta misma carta; Hechos de los apóstoles). En medio de tanta agitación, en el itinerario de una vida que podría parecer sumamente desgraciada, la «invulnerabilidad» es una especie de salvavidas conceptual y existencial vencedor. Ese término moderno, invulnerabilidad, no forma parte del vocabulario paulino; sin embargo, pinta de maravilla la convicción y la vida diaria de Pablo: la «invulnerabilidad» es como el ámbito «cultural» más firme en la mentalidad del dinámico y monolítico apóstol. Está convencido y sabe por experiencia que, por llevar en el cuerpo la muerte de Jesús, también su vida se manifestará en el mismo cuerpo. La fe fundamental en Cristo resucitado convence de la propia resurrección, como él y con él. La «fuerza extraordinaria» de Dios es razón y certeza de nuestra propia invulnerabilidad.
Evangelio: M a t e o 5,27-32 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: " Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. n Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno. 30 Y si tu mano derecha es ocasión de pecado para ti, córtatela y arrójala lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser arrojado todo entero al fuego eterno. 31 También se dijo: El que se separe de su mujer que le dé un acta de divorcio. 32 Pero yo os digo que todo el que se separa de su mujer, salvo en caso de unión ilegítima, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una separada comete adulterio.
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**• Los dos aforismos, el inicial y el final, del cuadrinomio didascálico de la perícopa de Maleo constituyen una amonestación que, tomada al pie de la letra, afecta al hombre, al varón. Ni Jesús, al hablar, ni los evangelistas, al escribir, se apartaban de la mentalidad machista hegemónica en su tiempo. El «caso serio» del adulterio, analizado a través de las acciones gloriosas y las ignominias de la condición masculina, al igual que en el Antiguo Testamento, encuentra un puesto relevante y una sensibilidad (innovadora, por olía parte) en la «cultura» neotestamentaria. El mismo Mateo nos referirá la posición y el pensamiento de Jesús sobre el matrimonio y el adulterio, así como sobre la castidad y el celibato, animados por la pureza de corazón, la justicia y la misericordia (Mt 19,1-12). Tanto el adulterio como el divorcio, también según Jesús, son un fracaso e incluso pecado en cuanto violación del mandamiento divino. Ahora bien, el radicalismo (o maximalismo) de Jesús conduce a la raíz del «caso serio» más allá del resultado relacional y de las implicaciones jurídicas: cala en la interioridad, revela la intención, verifica los presupuestos motivacionales y las finalidades morales e inmorales, predice los resultados nefastos. Esa raíz ha de ser sondada y, en su caso, sanada de nuevo. No detenerse en el exterior, sino calar en el interior constituye una constante en la enseñanza de Jesús {cf. Mt 15,11.18ss), a quien no le faltaban conocimientos psicológicos (Jn 2,25b). El caso es «serio» porque infringe una porción del proyecto de Dios, secundado e incluso potenciado por el Evangelio de Jesús. Las palabras de Jesús graban una novedad sustanciosa con caracteres indelebles: se trata de la atención a la mujer, de la valorización de su identidad, de la liberación del sometimiento y de la servidumbre a la tiránica y egoísta sensualidad masculina. Se trata de u n a sensibilidad, la de Jesús, que, por otro lado, considera asimismo a la mujer como capaz de prevaricación y, al
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mismo tiempo, como merecedora o digna de misericordia, con la que él mismo se inclina en favor de la mujer pecadora (Jn 8,1-11). Jesús está al servicio de todos, de toda persona.
MEDITATIO Prosigue el exigente proyecto del radicalismo: ni Jesús ni Pablo ceden a medidas a medias o a compromisos. Los dos aforismos evangélicos centrales ratifican este radicalismo: el éxito definitivo de u n a vida es la realización integral de nosotros mismos salvaguardando los valores, aunque esto nos cueste amputaciones y podas {cf. Jn 15,2). Estas últimas son acciones de misericordia porque salvaguardan la totalidad antes que el detalle; son acciones de justicia porque hemos de preferir lo definitivo a lo provisional, los valores a las prevaricaciones. La paradoja de Mateo es traumática como u n ultimátum: para no precipitar a nadie en el escándalo, suprime y corta las porciones peligrosas de ti mismo. Jesús, como terapeuta, prescribe u n a operación quirúrgica en las situaciones de riesgo. Más aún, el radicalismo evangélico incentiva las intervenciones preventivas: suprime y corta las células proclives a enfermar. Esta intervención preventiva no es un castigo: si enfermas, el Señor te cura; si pecas, la misericordia paternal de Dios te perdona. Jesús exige propiamente la prevención. En efecto, «escándalo» y «escandalizar» son dos vocablos que, en el lenguaje de Jesús, indican un máximo de malicia y de daño {cf. el logion casi idéntico de Mt 18,8ss, que marca con una condena a muerte a quien escandalice a uno de los pequeños evangélicos). Según el Jesús de Mateo, «escándalo» y «escandalizar» equivalen a contigüidad en obrar la iniquidad (13,41); a interrumpir la maduración de la Palabra de Dios por miedo o fatiga
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Jesús, tú sólo eres el Señor, el que tiene palabras de vida eterna. ¿A quién podremos ir a pedir ayuda y salvación? Gracias, porque tu voz resuena cada día en nuestro corazón y nos repite tu Palabra, siempre viva y siempre nueva. No permitas que nos escondamos detrás de nuestros cálculos mezquinos; concédenos seguirte por tus caminos de libertad y de amor, puesto que echas al fondo del m a r todos nuestros pecados y cada día nos ofreces la posibilidad de resurgir como criaturas nuevas, como santos y amados por Dios Padre.
Cristo Jesús, Verbo encarnado, colma el abismo cine separaba al hombre de Dios; en él y por él derrama Dios sobre nosotros las bendiciones celestes de la gracia, que nos hacen vivir como verdaderos hijos del Padre celestial. Jesús fue constituido rey y cabeza de la herencia divina, y él, con su sangre, nos restituye el derecho a poseerla. Si permanecemos en él con la fe y el amor, él estará en nosotros con su gracia y sus méritos; nos ofrecerá al Padre y el Padre nos encontrará en él. ¿Cómo, entonces, no hemos de abandonarnos, seguros, a la voluntad omnipotente, que es toda amor? (C. Marmion, Cristo idéale del moñaco, Cásale Monf. 2000, II, c. Í3>,passim).
CONTEMPLATIO
ACTIO
La voluntad divina es siempre amante, porque «Dios es caridad» (1 Jn 6,16). No sólo posee el amor, sino que es el Amor infinito, indefectible. Todo lo que Dios hace por nosotros está motivado por el amor, por u n amor que es también Sabiduría eterna y Omnipotencia. Dios nos ama como a hijos, y es el Padre por excelencia, del que deriva toda paternidad. Él nos guía, durante toda nuestra vida, con la luz de su incomparable amor paterno. Nos amó tanto que nos hizo hijos adoptivos suyos, haciéndonos partícipes de su misma felicidad y haciéndonos entrar en comunión de vida con la Santísima Trinidad. Pero eso no basta. Las maravillosas manifestaciones de la caridad divina son inagotables; ésta resplandece también en el camino admirable elegido por Dios para atraernos hacia él. Para hacernos hijos suyos, nos da a su Hijo unigénito, Cristo Jesús, don supremo del amor; y nos lo da a fin de que sea para nosotros sabiduría, santificación, redención, justicia, luz y camino seguro, para que sea alimento y vida; en u n a palabra, para que se convierta en mediador entre él y nosotros.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo, como un olivo verde en la casa de Dios, confío en el amor de Dios para siempre jamás» (Sal 51,10). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El que en nuestros días habla de demonios y potencias malignas tiene que enfrentarse con el escepticismo y la aversión. Por otro lado, precisamente también en los días que corren, se acentúa cada vez más la viva impresión de que, con el creciente control de la vida en la tierra, avanza, de una manera amenazadora, algo incontrolable. ¿De qué sirve la ciencia si alqo de lo que no puedo disponer dispone de mí y me hace la vida plana, mísera y temerosa? El contacto con las potencias demoníacas supone siempre para el hombre el contacto con el límite invisible, inexpresable, profundo y oscuro de sí mismo y de su mundo. Pero estas po tencias que se apoderan incesantemente del mundo y de los hombres para corromperlos, han sido vencidas -según afirma el Nuevo Testamento- por Jesucristo, que destruyó su poder de una manera definitiva.
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Esto lo saben ellas; por eso, precisamente ahora recurren a todo para enmascarar su impotencia con una fuerza aparente. De ahí que la historia sea una gran lucha que se desarrolla, en primer lugar y sobre todo, a peaueña escala, en el corazón del hombre. El mundo no ha sido liberado del dominio de las potencias malignas ni vuelve a aparecer como creación buena de Dios, a no ser de un modo indirecto por medio de este o aquel corazón humano y, en primer y último lugar, por medio de mi corazón. En él, y no en ninguna otra parte, se decide la historia del mundo. La lucha para hacer visible y dar eficacia al destronamiento del espíritu demoníaco que ya ha tenido lugar puede ser desarrollada, en principio, siempre y únicamente luchando contra nosotros mismos (H. Schiier, Riflessioni sul Nuovo Testamento, Brescia 1976, pp. 189-204, passim).
Jueves 13 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Génesis 22,1-19 En aquellos días, ' Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y le llamó: -¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy. 2 Y Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré. 3 Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió la leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado. 4 Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar. 5 Entonces dijo a sus siervos: -Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros. 6 Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hij< > Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos junios. 7 Isaac dijo a Abrahán, su padre: -¡Padre!
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Él respondió: -Aquí estoy, hijo mío. Dijo Isaac: -Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? 8 Abrahán respondió: -Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío. Y continuaron caminando juntos. 9 Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar, preparó la leña y, después, ató a su hijo, Isaac, poniéndolo sobre el altar encima de la leña. I0 Después, Abrahán agarró el cuchillo para degollar a su hijo, " pero un ángel del Señor le gritó desde el cielo: -¡Abrahán! ¡Abrahán! Él respondió: -Aquí estoy. 12 Y el ángel le dijo: -No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único. 13 Abrahán levantó entonces la vista y vio un carnero enredado por los cuernos en un matorral. Tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Abrahán puso a aquel lugar el nombre de «El Señor provee», y por eso todavía hoy se llama «monte del Señor provee». 15 El ángel del Señor volvió a llamar desde el cielo a Abrahán 16 y le dijo: -Juro por mí mismo, Palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo " te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos. 18 Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido. " Abrahán volvió luego junto a sus siervos y todos partieron hacia Berseba. Abrahán se quedó a vivir en Berseba.
**• La belleza de este relato, u n a de las obras maestras del arte narrativo bíblico, esconde en sí misma u n
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extenso trabajo de composición. En efecto, la crítica literaria distingue en su interior, por lo menos, cuatro vetas, que contienen la etiología de un lugar de culto, identificado, posteriormente, con la colina del templo de Jerusalén; la crítica de los sacrificios humanos; la prueba de la fe y, por último, la ratificación de la promesa hecha por Dios a Abrahán. Ahora bien, más allá de todo esto, el relato se presenta siempre vivo, actual, comprometedor. Antes que nada, el lector debe saber que se trata de u n a «prueba» en la que Dios verifica la fe y la obediencia de Abrahán, el cual, con prontitud {cf. su «aquí estoy»: v. 1), toma a su amadísimo hijo para ejecutar la paradójica petición de Dios. La habilidad del narrador consiste en describir u n a escena altamente dramática con pocos toques, sin expresar de una manera directa los sentimientos de los protagonistas. Abrahán camina durante tres días: esto demuestra que su obediencia ha sido ampliamente sopesada y ponderada. La tradición judía ha subrayado en particular, entre los diferentes gestos y diálogos que marcan el profundo dramatismo del momento, la «atadura» (literalmente, 'aqeda) de Isaac, quien se dispone al sacrificio de u n a manera voluntaria. La interpretación cristiana ha visto siempre en esta inmolación del amadísimo hijo la figura del único y perfecto sacrificio de Cristo muriendo en la cruz. En los w . 13ss, tiene u n a importancia particular el verbo «ver». De él se puede deducir que Dios «se deja ver» cuando «ve» el corazón del hombre que le busca, y que el hombre, tras la noche oscura de la fe, llega a saber que Dios «provee» siempre. La intervención del ángel del Señor, que sustrae a Isaac de la consumación del sacrificio, le ratifica en su papel de hijo de la fe que abre la descendencia de la promesa de que «todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición».
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Evangelio: Mateo 9,1-8 En aquel tiempo, ' subió Jesús a la barca, cruzó el lago y fue a su propia ciudad. 2 Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: -Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados. 3 Algunos maestros de la Ley decían para sí: «Éste blasfema». 4 Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: -¿Por qué pensáis mal? 5 ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados quedan perdonados», o decir: «Levántate y anda»? 6 Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió al paralítico y le dijo: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. 7 Él se levantó y se fue a su casa. 8 Al verlo, la gente se llenó de temor y daba gloria a Dios por haber dado tal poder a los hombres.
*» Jesús, después de haber estado en territorio pagano, vuelve a Cafarnaún, «su» ciudad, en la que desarrolla ahora el ministerio. Le llevan a u n paralítico. La descripción del episodio en el relato paralelo de Marcos (2,1-12) -integrado en una disputa de Jesús con los maestros de la Ley sobre el poder de perdonar los pecados- es muy rica en detalles particulares. Los camilleros, en efecto, abren el techo y bajan al enfermo para que llegue a Jesús. Mateo omite todo esto. Centra su atención en la palabra autorizada de Jesús: «Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados» (9,2), donde el uso de la pasiva divina identifica a Jesús con Dios, el único que puede perdonar. Los maestros de la Ley captan de inmediato la grave «blasfemia», puesto que perdonar es una prerrogativa divina (Ex 34,6ss; Sal 25,18; 32,1-5). Sin embargo, Jesús, desenmascarando la maldad de sus corazones, afirma con claridad la razón de sus milagros: son un signo para mostrar el poder que tiene Dios de perdonar los pecados, u n ges-
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to con el que el hombre que está bloqueado en la parálisis - u n a parálisis que anticipa ya la muerte- puede recobrar su identidad de viator, llamado a caminar para llegar a su verdadera casa: el amor del Padre, único lugar en el que puede saborear la paz y el reposo. En efecto, el Hijo del hombre ha venido a dar a los hombres (cf. 9,8) el poder de Dios, para que en el perdón recíproco entre los hermanos se manifieste la gloria del Padre en la tierra. A nosotros, comunidad cristiana, nos ha sido confiada, por tanto, la prerrogativa de perdonar como somos perdonados por Dios, de amar como somos amados por él, para llevar a cabo desde ahora el Reino para el que él nos ha creado y redimido. MEDITATIO E n la vida de todo creyente, llega u n momento en el que Dios le «pone a prueba». Es la hora dolorosa en la que Dios deja de ser para nosotros el Dios bueno y amante que nos ha colmado de favores y bendiciones, para convertirse - d e u n a manera inexplicable- en el patrón exigente de sus dones a quien hemos de devolverle todo. Es el momento crucial en el que, faltándonos toda seguridad, nos queda sólo la fe, u n a fe pura y exigente, que nos pide «esperar contra toda esperanza», devolviéndole -en una adhesión incondicionada- todo lo más querido que nos había dado: tal vez la vida, los talentos que hemos recibido, las personas queridas. Nos queda sólo él, convertido en «Otro». Dichoso quien sepa reconocer la «hora» y recorra con Abrahán, en silencio, el camino hacia el lugar del sacrificio. Dichoso quien pueda subir como él, sin proferir un solo lamento, sin u n a sola protesta, la montaña de la ofrenda. Dichoso quien sea capaz de creer - c o m o élque Dios puede hacer resucitar también a los muerlos. Dichoso el que recorra hasta el final, con u n a deleiini-
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nación firme y ponderada, el camino de la obediencia y de la fe, porque se configurará plenamente con aquel Dios que, por amor a nosotros, sacrificó a su Hijo amado, al verdadero Isaac. ORATIO Virgen santa, tú conociste -como ninguna otra criatura en el m u n d o - la hora oscura en que Dios nos somete a prueba para verificar nuestra fe como oro en el crisol. Tú, de pie en el monte del sacrificio, consumaste de una manera generosa la ofrenda de tu Hijo, el verdadero Isaac, inmolado por nosotros en la cruz. Allí pronunciaste, de una manera tácita, tu nuevo e imposible «sí», convirtiéndote en madre de todos los creyentes. Acompáñanos en la hora de la prueba, para que no dudemos de que Dios es fiel y capaz de dar vida incluso a los muertos. Que la alegría de la resurrección que gustaste, después de la tragedia del viernes santo, sea para nosotros prenda y certeza de la gran sonrisa que contemplaremos en el rostro del Padre cuando la obediencia de la fe nos haya configurado plenamente con el verdadero cordero ofrecido, Jesús, tu Hijo y Señor nuestro. Amén. CONTEMPLATIO Érase una vez un hombre que, de pequeño, había oído la bella historia de Abrahán, el cual, puesto a prueba por Dios, superó la prueba y conservó la fe [...]. Cuando aquel hombre llegó a adulto, leyó el relato aún con mayor admiración. Cuanto más crecía, con tanta mayor frecuencia se demoraban sus pensamientos en aquel relato; su entusiasmo iba en aumento; sin embargo, cada vez le resultaba más difícil comprenderlo. Al final, este relato le hizo olvidar todo lo demás [...]. Aquel hombre no era un
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pensador: no tenía ninguna necesidad de ir más allá de la fe. Cada vez que volvía a su casa después de haber dado un paseo por el monte Moría, se desplomaba por el cansancio; unía las manos y decía: «Nunca ha habido nadie tan grande como Abrahán, ¿quién puede comprenderlo?». Si no hubiera en el hombre una conciencia eterna, ¿qué sería la vida, sino desesperación? Si así fuera, si no hubiera ningún vínculo sagrado que uniera a los hombres; si las generaciones fueran pasando por el mundo como el viento por el desierto, sin que la vida tuviera un sentido, un fruto; si hubiera u n olvido eterno que acecha a su presa y no hubiera poder alguno lo suficientemente fuerte para arrebatársela, ¡qué vacía y escuálida estaría la vida! Pero no es así. ¡No! Nadie, si ha sido grande en el mundo, será olvidado; ahora bien, cada uno ha sido grande a su modo, cada uno lo ha sido en proporción a la grandeza de lo que amó. Quien se amó a sí mismo se hizo grande a través de sí mismo, pero quien amó a Dios se hizo más grande que todos. Cada uno permanecerá en el recuerdo; ahora bien, cada uno se hará grande en relación a lo que esperó. Uno se hizo grande esperando lo posible, otro esperando lo eterno, pero el que esperó lo imposible se volvió el más grande de todos. Cada uno permanecerá en el recuerdo; ahora bien, cada uno se hará grande según la grandeza contra la que luchó. Puesto que quien luchó contra el mundo se hizo grande venciendo al mundo; y quien luchó consigo mismo se hizo más grande superándose a sí mismo, pero quien luchó con Dios, se hizo más grande que todos (S. Kierkegaard, Jimore e tremore, Milán 1986 [edición española: Temor y temblor, Ediciones Altaya, Barcelona 1995]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Sé en quién he puesto mi confianza» (2 Tim 1,12).
13a semana
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Viernes
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Quien ha encontrado a Cristo ha escuchado su llamada a la conversión del corazón y de la vida. N o es posible encontrar a Cristo y seguir como antes: si lo encuentras de verdad, él no te deja indiferente y no se cansa de llamarte a que salgas de ti para ir allí a donde su amor te preceda. En el rondo del corazón del creyente resuena sin parar la invitación a acoger al Dios que viene y hace nuevas todas las cosas, dejando que nos reconciliemos con él. La reconciliación es el sacramento en el que Cristo viene en socorro de la debilidad del hombre, del hombre que había traicionado o rechazado la alianza con Dios, y lo reconcilia con el Padre y con la Iglesia, lo vuelve a crear como criatura nueva con la fuerza del Espíritu Santo. La reconciliación también recibe el nombre de penitencia, porque es el sacramento de la conversión del hombre; además del sacramento del perdón de Dios, es el encuentro del corazón que se arrepiente con el Señor que le acoge en la fiesta de la reconciliación. Este encuentro con Cristo, Salvador del mundo, que abrió las puertas del paraíso al buen ladrón, se lleva a cabo por medio de la confesión: toda la vida del pecador se ofrece a la bondad del Señor para que la sane de la angustia, para que la libere del peso de la culpa, para que la confirme en los dones de Dios y para que la renueve con el poder de su amor. A la confesión le responde el perdón divino, obtenido mediante la aplicación de los méritos del sacrificio de Cristo, que se hace presente él mismo en el acontecimiento sacramental con su obra de reconciliación y de paz, y viene a unir al pecador perdonado con el Padre del amor. El Señor, que quiso ser llamado amigo de los pecadores, no desprecia las debilidades ni las resistencias del hombre, sino que las toma en serio hasta el fondo, haciéndose cargo de ellas y ofreciendo, a quien se la pida, la ayuda necesaria para vivir una existencia reconciliada y ser así instrumento de reconciliación entre los hombres (B. Forte, Piccola introduzione ai sacramenti, Cinisello B. 1 9 9 4 , pp. 6 7 - 7 2 , passim).
13 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Génesis 23,l-4.19;24,l-8.10b.62-67 23
' Sara vivió ciento veintisiete años. 2 Murió Sara en Quiriat Arbé, o sea, Hebrón, en el país de Canaán. Abrahán fue a llorar a Sara y a hacer duelo por ella. 3 Y cuando se levantó de junto a su difunta habló así a los hititas: 4
-Yo soy un emigrante que reside entre vosotros. Dadme una sepultura en propiedad para enterrar a mi difunta. 19
Después Abrahán enterró a Sara en la cueva del campo de Macpelá enfrente de Mambré, es decir, en Hebrón, en tierra de Canaán. 24
' Abrahán era ya muy viejo, y el Señor le había bendecido en todo. 2 Un día, dijo Abrahán al criado más antiguo de su casa, el que llevaba la administración de todos los bienes: -Pon tu mano bajo mi muslo. ' Quiero que me jures por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito, 4 sino que irás a mi tierra, donde reside mi familia, y allí tomarás mujer para mi hijo, Isaac. 5
El criado le respondió:
-Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tendrá que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? 6 Abrahán le replicó:
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-De ninguna manera lleves allá a mi hijo; 7 el Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi familia, y que me juró: «Yo daré esta tierra a tu descendencia», enviará su ángel delante de ti para que tomes allí mujer para mi hijo. 8 Y si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento que me haces, pero a mi hijo no lo lleves allá. 10 Después, el criado partió hacia la tierra de los dos ríos [De allí trajo a Rebeca, hija de Betuel, pariente de Abrahán]. 62 Mientras tanto, Isaac había vuelto del pozo de Lajai-Roí, y estaba viviendo en el Négueb. " Una tarde, salió a dar un paseo por el campo y, levantando la vista, vio que se acercaban unos camellos. 64 También Rebeca levantó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello 65 y dijo al criado: -¿Quién es aquel hombre que viene por el campo hacia nosotros? El criado respondió: -Es mi señor. Ella entonces tomó el velo y se cubrió. 66 El criado contó a Isaac todo lo que había hecho. 67 Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la muerte de su madre.
Viernes
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Hemos leído los versículos iniciales y finales del extenso y delicado relato del capítulo 24, que tiene el sabor de una novela. En él se nos muestra la obra de YHWH, que guía la historia llevando adelante su acción de elección y de bendición dirigida a Abrahán. Éste, llegado al final de su vida, confía a su anciano siervo con u n j u r a m e n t o sagrado la tarea de buscar una mujer que sea de su parentela para su hijo, Isaac. Abrahán continúa creyendo firmemente en la promesa de YHWH y m a n d a a su siervo a buscar esposa para su hijo en Aram Naharáin: no quiere que Isaac abandone la tierra de la promesa. La misión del siervo concluye felizmente, porque Dios cumple no sólo la promesa de la tierra, sino también la de la descendencia. En efecto, el corazón de Rebeca se abre de u n a m a n e r a dócil a la acción de Dios en ella, convirtiéndose en madre de Israel, en instrumento de la perpetuación de la bendición divina.
Evangelio: Mateo 9,9-13 **• La muerte de Sara plantea el problema de encontrarle u n a sepultura, dado que Abrahán es u n a «emigrante» y no posee ninguna parcela de tierra en el país de Canaán, la tierra de la promesa. En consecuencia, tiene que tratar con el Consejo de la ciudad de Hebrón para tener una propiedad sepulcral en aquel territorio, posesión que le habría hecho ciudadano con plenos derechos de aquel lugar. Dios, en efecto, le proporciona la posibilidad de comprar a u n precio elevado la cueva de Macpelá para sepultar a Sara, y esta posesión se queda, en la historia de Abrahán, como la «señal» de la promesa para la posesión de todo el país. El patriarca recibe una vez más la llamada a vivir de la fe, con la esperanza de los bienes futuros que sólo le son dados como prenda (cf. Heb 11,13-16).
En aquel tiempo, 9 cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sigúeme. Él se levantó y lo siguió. 10 Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publícanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos. 11 Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos: -¿Por qué come vuestro maestro con los publícanos y los pecadores? 12 Lo oyó Jesús y les dijo: -No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. " Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
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*+• «Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Así podemos sintetizar, con las palabras mismas de Jesús, el pasaje que hemos leído hoy. Prosigue éste el tema iniciado con la curación del paralítico. Se articula a través de tres momentos: Jesús llama a un publicano -identificado con M a t e o (v. 9); después va a comer con los suyos a la casa del nuevo llamado (v. 10) y, por último, responde a la objeción de los fariseos declarando su misión de salvador (w. 11-13). Mateo (nombre que significa en hebreo «don del Señor») está sentado en la oficina de impuestos. El autor de este evangelio, aunque habitualmente sigue de forma fiel el relato de Marcos, aquí - y sólo a q u í - cambia el nombre de Leví, hijo de Alfeo, por el de Mateo. Éste constituye, por así decirlo, su firma y su identidad de pecador perdonado. En efecto, Mateo ejercía u n a profesión que tenía mala fama. Los recaudadores de impuestos eran al mismo tiempo colaboracionistas de los odiados ocupadores romanos y oprimían a sus compatriotas. Se comprende, por tanto, el escándalo de los fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con semejantes pecadores públicos, que se le acercaban en plan familiar. Jesús les responde presentándose como u n médico venido a curar a los enfermos. En efecto, Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, me cuido de ti» (Ex 15,26). ¿Qué enfermedad puede haber más grave que el pecado (cf. Sal 103,3), que nos aleja de sentirnos amados por Dios? Cuanto más pecadores seamos, tanto más se acerca el Señor a nosotros, porque tenemos necesidad de él y viene a buscarnos. «Entended, dice Jesús, lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6,6)». A él debemos volvernos todos, porque no será el culto exterior, los sacrificios y las expiaciones lo que nos cure, sino el descubrimiento de su amor. Su misericordia, en efecto, enviará a Jesús a sacrificarse en la
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cruz, porque ninguno de nosotros es justo. El único justo ha entregado su vida para que todos nosotros fuéramos sanados.
MEDITATIO La lectura del libro del Génesis nos presenta a Abrahán como padre en la fe, que continúa creyendo, más allá de toda evidencia sensible, en la Palabra del Señor. Prosigue el proyecto divino esperando contra toda esperanza; más aún, su adhesión a Dios se vuelve, con el tiempo, cada vez más convencida, más audaz, más animada por una certeza inquebrantable. También a Mateo se le dirige u n a invitación: «Sigúeme». Y también él lo deja todo y se pone a seguir inmediatamente a Jesús, renunciando a su propia posición, a sus propias comodidades, para seguir a u n rabí que no tiene dónde reposar la cabeza. También nosotros nos ponemos en camino, cada día, a la voz del Señor, que resuena en la Iglesia a través de la Palabra proclamada en la liturgia. El itinerario es siempre el mismo: dejarnos a nosotros mismos, dejar nuestras seguridades, nuestras ganancias, para emprender el camino siguiendo la voz de Cristo, que nos llama. Abrahán acaba siendo propietario no de toda la tierra prometida, sino de u n a cueva sepulcral. Mateo está llamado a dar la vida por su Señor, porque el discípulo no es más que el maestro. ¿Y nosotros? ¿Somos conscientes de que hemos sido llamados a dejarlo todo? El Señor ha venido a ofrecerse a sí mismo para hacernos capaces de entrar en su movimiento oblativo de ofrenda. Sólo aceptando el riesgo de esta pérdida, de esta muerte en favor de la vida, se nos permitirá entrar en la tierra de la gratuidad, engendrar una posteridad sin número, porque siguiendo al Mnes tro estaremos llamados cada vez más a ser una sola cosa con él y con el Padre en el Amor que les une.
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ORATIO Danos, Señor, u n a viva experiencia de ti, capaz de ponernos en u n camino sin retorno, u n camino que conozca únicamente el deseo cada vez más apasionado de contemplar tu rostro. Purifícanos con el fuego de tu amor, para que nuestro pecado, el egoísmo, no nos encierre más en la estrechez de nuestras seguridades. Aferrados por ti, haz que podamos correr detrás de ti cumpliendo todas tus palabras, seguros de que sólo en ti podremos encontrar la plenitud de la paz y de la alegría.
CONTEMPLATIO ¡Padre del cielo! Tu gracia y tu misericordia no cambian con la mutación de los tiempos, no envejecen con el transcurrir de los años, como si fueras, al igual que u n hombre, u n día más misericordioso que otro, más misericordioso el primero que el último. Tu gracia no cambia, dado que eres inmutable, que eres siempre el mismo, eternamente joven, nuevo en cada nuevo día, porque cada día dices: «Hoy mismo». Oh, mas si u n hombre toma en consideración esta palabra y, cogido por ella, se dice seriamente a sí mismo con santa determinación: «Hoy mismo», entonces eso significa para él que desea ser cambiado juntamente ese día, desea que precisamente ese día pueda llegar a ser para él significativo con respecto a los otros días, significativo por el renovado refuerzo en el bien que u n a vez eligió, o tal vez incluso significativo porque escoge el bien. Tu gracia y tu misericordia consisten en esto: en que tú, inmutable, dices cada día: «Hoy mismo». En electo, tú eres el que da «hoy mismo» el tiempo de la gracia; el hombre, sin embargo, es alguien que debe coger «hoy mismo» el tiempo de la gracia. Así es nuestro hablar contigo, oh Dios; existe una diferencia de len-
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guaje entre nosotros; sin embargo, nos esforzamos por comprenderte y por hacernos comprensibles a ti, y tu no te avergüenzas de ser llamado nuestro Dios. Eso que -dicho por ti, oh Dios- es la eterna expresión de tu gracia y de tu misericordia inmutables, eso mismo -repetido en su justo sentido por u n h o m b r e - constituye la máxima expresión del cambio y de la decisión más profunda; sí, como si todo estuviera perdido si el cambio y la decisión no tuvieran lugar hoy precisamente. Concédenos, pues, que este día pueda ser u n día de verdadera bendición, que podamos escuchar la voz de aquel a quien tú enviaste al m u n d o y podamos seguirle (S. Kierkegaard, «Esercizi di cristianesimo», enMicromega 2 [2000], pp. 103-105, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación» (2 Cor 6,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Siempre resulta ilusorio creerse convertido de una vez por todas. N o , no somos más que simples pecadores, aunque pecadores perdonados, pecadores-en-perdón, pecadores-en-conversión. N o se nos da otra santidad aquí abajo [...]. Convertirse significa comenzar siempre de nuevo este cambio radical interior mediante el cual nuestra pobreza humana se vuelve hacia la gracia de Dios. De la Ley de la letra pasa a la Ley del Espíritu y de la libertad, de la ira a la gracia. Este vuelco no acaba nunca, porque no hace otra cosa que volver a comenzar constantemente. Antonio el Grande, patriarca y padre de todos los monjes, lo decía de una manera lapidaria: «Cada mañana me digo: hoy empiezo».
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La conversión, efectivamente, es siempre una cuestión de tiempo: el hombre necesita tiempo, y también Dios quiere tener necesidad de tiempo con nosotros. Nos haríamos una imagen del hombre absolutamente errada si pensáramos que las cosas importantes en la vida de un hombre se pueden llevar a cabo de inmediato y de una vez por todas. El hombre ha sido hecho de tal modo que necesita tiempo para crecer, madurar y desarrollar todas sus propias capacidades. Dios lo sabe mejor que nosotros, y por eso espera, no desiste, es indulgente, longánimo: «La bondad de Dios te empuja a la conversión» (Rom 2,4). Benito, en el prólogo de su Regla, nos brinda un comentario de una gran riqueza: Dios sale cada día a la busca de su obrero, y el tiempo que nos da es una dilación, un don, un tiempo de gracia aue se nos otorga de una manera gratuita. Es un tiempo que podemos emplear para encontrar a Dios una vez más, para encontrarle cada vez mejor en su estupenda misericordia (A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Magnano 1990, pp. 11-13, passim).
13 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Génesis 27,1-5.15-29 1
Cuando Isaac era ya viejo y había perdido la vista, llamó a su hijo mayor, Esaú, y le dijo: -¡Hijo mío! Él respondió: -Aquí estoy. 2 Continuó Isaac: -Ya ves que soy viejo y no sé cuándo moriré. 3 Así que toma tu aljaba y tu arco, sal al campo y tráeme algo de caza." Prepárame un guisado como a mí me gusta, tráemelo para que me lo coma, y te bendeciré antes de morir. 5 Rebeca había estado escuchando lo que Isaac decía a su hijo Esaú. Éste se fue al campo en busca de caza para su padre. '5 Tomó después Rebeca la ropa de Esaú, la mejor que tenía en casa, y se la puso a Jacob. l6 Con las pieles de los cabritos cubrió sus manos y la parte lisa de su cuello, " y puso en las manos de Jacob el guiso y el pan que había preparado. 18 Jacob entró adonde estaba su padre y le dijo: -¡Padre! Él respondió: -Sí, ¿quién eres, hijo mío?
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Jacob dijo: -Soy Esaú, tu primogénito. He hecho lo que me mandaste. Ven, siéntate, come lo que he cazado y después me bendecirás. 20 Isaac preguntó a su hijo: -¿Cómo la has encontrado tan pronto, hijo mío? Él respondió: -Porque el Señor, tu Dios, me la ha puesto en las manos. 21 E Isaac le dijo: -Acércate, hijo mío, para que te palpe, a ver si tú eres mi hijo Esaú o no. 22 Jacob se acercó a su padre, Isaac, que lo palpó y le dijo: -La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú. 23 No lo reconoció, porque las manos eran velludas como las de su hermano Esaú, y se dispuso a bendecirlo. 24 Pero aún insistió: -¿Eres tú de verdad mi hijo Esaú? Él contestó: -Sí, yo soy. 25 Entonces le dijo: -Acércame la caza, hijo mío, para que coma, y te bendeciré. Jacob se la sirvió, y él comió; le trajo también vino, y bebió. 26 Después, Isaac, su padre, le dijo: -Ahora acércate y bésame, hijo mío. 27 Él se acercó y le besó. Y cuando Isaac olió su ropa lo bendijo diciendo: El aroma de mi hijo es como el de un campo bendecido por el Señor. 28 Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra y trigo y mosto en abundancia. 29 Que los pueblos te sirvan y las naciones se inclinen ante ti. Sé señor de tus hermanos y que se postren ante ti los hijos de tu madre.
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249 Maldito sea quien te maldiga y quien te bendiga sea bendito.
*•• El capítulo 27, del que están tomados los versículos que hemos leído hoy, es una obra maestra del arte narrativo y dramático, capaz de implicar profundamente al lector, que se siente cautivado por u n relato en el que se funden rasgos de humor y de piedad, de astucia y de mezquindad: aspectos que chocan a nuestra sensibilidad moral, pero que también nos ofrecen el tejido que nos permite entrever - m á s allá de toda previsión h u m a n a - el designio de Dios. Isaac representa, en el relato bíblico, u n personaje de transición entre dos grandes figuras: Abrahán y Jacob. El autor sagrado se detiene en el m o m e n t o final de su vida. Rebeca, madre de Jacob, se muestra injusta con el hijo mayor, pero esto pone de manifiesto a ú n con mayor claridad la «justicia de Dios». En efecto, YHWH ama a todos, pero no a todos del mismo modo, y hasta cuando los hombres desarrollan u n juego deshonesto los unos con los otros, poniéndose «zancadillas» (para recoger la etimología del n o m b r e de Jacob), Dios, por su parte, sigue el puro juego de la gracia, cuya economía no está atada ni condicionada por la naturaleza. La gracia es gratuita y no puede ser merecida por el hombre; es producto de Sus decisiones y no de las nuestras. Jacob aparece, pues, como alguien que transgrede e invierte la costumbre oriental de la precedencia del hijo mayor sobre el menor, sonsacándole la bendición a su padre ciego. Por tres veces le miente; sin embargo, el Señor se sirve precisamente de esta mentira para llevar adelante su proyecto. Jacob lo pagará amargamente con veinte años de alejamiento y de servidumbre junto a Labán.
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También la bendición - q u e tiene aquí u n valor casi mágico-, una vez arrebatada por Jacob, dará testimonio del misterio y de la gratuidad de los dones de Dios. El pueblo elegido, a lo largo de su historia, reconocerá más en Jacob-Israel que en Abrahán su destino plagado de luces y sombras, tejido de santidad y de pecado, de bendición y de lucha incesante.
Evangelio: Mateo 9,14-17 En aquel tiempo, '" se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: -¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan? 15 Jesús les contestó: -¿Es que pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos? Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán. 16 Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tirará del vestido y el rasgón se hará mayor. " Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y se pierden los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos, y así se conservan los dos.
**• En casa de Mateo, el publicano, además de otros colegas suyos, hay también fariseos. Estos últimos - c o m o hemos visto en el fragmento de ayer- se muestran escandalizados por el comportamiento de Jesús porque come -índice de comunión de vida- con los publícanos y los pecadores. La polémica vuelve a encenderse ahora con u n grupo de discípulos - n o mejor identificados- del Bautista. Éstos, como su maestro, llevaban u n a vida de austeridad y penitencia, y se muesIran sorprendidos de que los discípulos de Jesús no practiquen el ayuno.
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Jesús toma entonces la defensa de los suyos, que, en este momento, son «los hijos de las bodas», es decir, los i nvitados a estar junto al Esposo, a gozar de su voz (cf. Jn 3,29), porque Jesús está con ellos. Ya llegará el momento en que el Esposo será «arrebatado de la tierra de los vivos» (cf. Is 53,8), y entonces vendrá el tiempo del ayuno. Vienen, a continuación, dos ejemplos en los que se subraya que la alegría de las bodas, de la festiva novedad lraída por Jesús, no puede mezclarse con las antiguas prácticas ascéticas. Se trata de realidades irreductibles: la venida de Cristo contiene una novedad absoluta. Los tiempos se han cumplido, las cosas de antes han pasado para dejar sitio a unos cielos nuevos y a una tierra nueva, mientras que los de antes se han enrollado como un vestido viejo e inservible sobre el que no se puede poner ningún remiendo. Con todo, lo antiguo no ha sido abolido, sino recuperado, porque los odres nuevos están hechos para contener vino nuevo, pero el vino envejecido también es bueno. La realidad nueva, significada por la presencia de Jesús, el Emmanuel, el Dios con su pueblo, es el tesoro que lo hace todo precioso.
MEDITATIO Al leer el relato del Génesis se queda uno desconcertado. Sin embargo, Dios -el S a n t o - «pasa» a través de las intrigas y de las bajezas humanas. Pasa por ellas dejándose herir profundamente; las atraviesa, no obstante, de u n a manera soberana, como vencedor. A pesar de tanta miseria, u n día florecerá de la humanidad el santo Brote, manará la Fuente de agua viva: nos nacerá un Salvador, Dios con nosotros, en nosotros. Esto representará, para cada hombre, la novedad, la juventud sin ocaso, la posibilidad de vivir eternamente con Dios. Por consiguiente, en vez de lamentarnos por la jornada de ayer, que añadió su peso al fardo que ya llevábamos,
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acojamos con admiración el día de hoy, esta mañana, esta noche, el don extraordinario que Dios nos ha hecho, la novedad de su vida en nosotros, su perdón, que nos transfigura en hijos de Dios. Su amor, que ha sido más fuerte que los pecados de muchos hombres obstinados en el mal, ¿no saldrá victorioso también sobre nuestros pecados? A buen seguro que sí, y precisamente por eso necesitamos ayunar y hacer penitencia, puesto que a través de la penitencia y la oración apresuramos la venida del Esposo y la fiesta que supone estar siempre con él.
ORATIO Señor Jesús, con tu nacimiento, por fin, ha habido algo nuevo bajo el sol. Tú has venido a prepararnos el banquete nupcial del que nadie es excluido. Llegamos a él con nuestras vidas más o menos atormentadas, más o menos marcadas por ambigüedades y compromisos con los que hemos intentado vencer el aburrimiento, la soledad, el miedo a la muerte. Tú, Señor de la vida y Esposo de la humanidad, invitas a todos y reservas a cada uno u n puesto de honor, puesto que para ti todos somos únicos e insustituibles. Concede a todos los hombres gustar con corazón grato la bienaventuranza de ser comensales tuyos en el banquete eucarístico, ese mismo en el que tú dispensas el vino nuevo del amor y de la alegría: el cáliz de tu sangre derramada por nuestra salvación.
CONTEMPLATIO Oh tiempo deseable, tiempo favorable, tiempo que todos los santos anhelan pidiendo todos los días al Señor
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en la oración: «Venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10). Toda la tierra está llena de su gloria. Veo esta tierra que piso, siento esta tierra que soy yo: tanto en u n a como en otra fatigas, tanto en u n a como en otra gemidos. Sin embargo, toda la tierra está llena de su gloria. Sé, en efecto, que esta tierra que piso será liberada de la esclavitud de la corrupción y habrá u n a tierra nueva y unos nuevos cielos. Entonces cantaremos u n cántico nuevo, y se oirá la voz de alegría y de exultación. Entonces conoceremos cómo será nuestra transformación. Será motivo de alegría para nosotros la contemplación del Creador en la criatura, el amor del Creador en sí mismo, la alabanza del Creador en sí mismo y en la criatura. «El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,17), dice el apóstol. Precisamente, éste es el templo en el que, una vez transferidos al Reino del esplendor eterno, cuando Dios nos enjugue toda lágrima de nuestros ojos, ofreceremos a Dios el sacrificio de alabanza, como él mismo dice por medio del profeta: «El sacrificio de alabanza me honra» (Sal 49,23). Oh Señor, que te sea agradable en el tiempo presente el sacrificio de nuestra contrición, a fin de que, cuando te sientes en tu trono alto y elevado, te honre el sacrificio de alabanza (Elredo de Rielvaux, Sermón sobre la venida del Señor, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual» (Ef 1,3).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La maternidad de Rebeca es una maternidad de amor que está dispuesta a salvar, a proteger, a defender a su propio hijo, incluso incurriendo en la amenaza de su misma muerte: «Recaiga sobre mí su maldición...». Una página inmensa, si la consideramos a la luz de su cumplimiento último, a la luz de la Virgen M a r í a , en cuanto que ella tuvo un Primogénito en el que le fueron dados otros hijos innumerables. N o es que Esaú fuera rechazado, pero sí es verdad, sin embargo, que la madre obra de modo que también el segundo de sus hijos, que también nosotros, nos revistamos con la ropa del Hijo mayor y nos presentemos al Padre para obtener la misma bendición que el Primogénito. M a r í a , la Virgen M a d r e , está dispuesta a sacrificarse por completo, no por el Primogénito, que no tiene ninguna necesid a d de su sacrificio, sino por el segundo. Nosotros debemos considerar precisamente lo que María hace con el segundo de sus hijos, con Jacob, que somos nosotros: no, la M o a r é no soporta que su hijo más débil sea privado de la bendición. Nosotros somos hijos suyos en Cristo, y ella quiere que todos formemos en él un solo hijo, que vivamos con él una misma vida, que disfrutemos de una misma bendición. Por eso nos recubre con la ropa de su Primogénito y nos lleva ante Dios así vestidos. Ya no hay un primero y un segundo; ya no formamos todos más que un solo hijo. Se interpone ella, la Virgen, para que el castigo que nosotros merecemos no recaiga sobre nosotros, para que la pena que debe recaer sobre nosotros no pueda lastimarnos nunca. Rebeca es virgen, esposa y madre. Como virgen, ya está toda llena de gracia; como esposa, renueva ya la alegría de la creación; como madre, conoce un amor que verdaderamente da la salvación, obtiene para sus hijos todos los dones de la gracia [...]. En efecto, el amor de la madre se dirige, sobre todo, a los hijos más débiles, a los que más necesidad tienen de este amor. Por ella tienen que ser protegidos, salvados y, en cierto modo, incluso amados con un amor preferencial, que puede parecer injusto, pero no lo es, porque el amor de la M a d r e , como el amor de Dios, es un amor gratuito, es un amor
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que se entrega no porque los otros lo merezcan, sino sólo porque lo necesitan (D. Barsotti, í.e donne dell'alleanza, Turín 1967, pp. 2 7 - 3 4 , passim).
Lunes 14a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Génesis 28,10-22a En aquellos días, '" partió Jacob de Berseba camino de Jarán. " Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, se la puso de cabezal y se acostó. I2 Entonces tuvo un sueño: Veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor. " De pronto, el Señor, que estaba en pie sobre ella, le dijo: -Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo te daré a ti y a tu descendencia la tierra sobre la que estás acostado. 14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. Todas las naciones recibirán la bendición a través de ti y de tu descendencia. ,5 Yo estoy contigo. Te protegeré adondequiera que vayas y haré que vuelvas a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido. 16 Al despertar Jacob de su sueño, dijo: -Ciertamente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía. 17 Y todo tembloroso añadió: -¡Qué terrible es este lugar! ¡Nada menos que la casa di' Dios y la puerta del cielo! 18 Y levantándose temprano tomó la piedra que se luibln
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puesto por cabezal, la erigió a modo de estela y derramó aceite sobre ella. K Y llamó a aquel lugar Betel -es decir, Casa de Dios-; antes, la ciudad se llamaba Luz. 20 Jacob hizo también esta promesa: -Si Dios está conmigo, si me protege en este viaje que estoy haciendo y me da el alimento y la ropa necesarios, 21 y si puedo volver sano y salvo a casa de mi padre; entonces el Señor será mi Dios,22 y esta piedra que he levantado a modo de estela será la casa de Dios.
**• El relato del sueño de Jacob pretende celebrar el santuario de Betel asociándolo a la figura del patriarca e insertándolo en el marco de su historia. Con la salida de Berseba comienza la peregrinación de Jacob hacia un futuro cuyos contornos es difícil perfilar al principio, u n futuro custodiado siempre, no obstante, por la presencia de Dios, que se revela y ofrece la esperanza de una promesa (w. 12-15). Aparecen contrapuestos el motivo de la fuga de Jacob y las palabras de protección pronunciadas por Dios (v. 15). El compromiso asumido, de u n a manera solemne, por Dios convierte la fuga de Jacob en u n camino que podrá tener motivos y atracaderos objetivamente identificables, pero cuyo sentido reposa en la presencia penetrante de Dios, que cumple cuanto ha dicho. En efecto, Dios acompañará y custodiará a Jacob incluso en el triste momento en el que huyó de Labán (31,1-21) y se revelará de nuevo, como presencia amiga y bendecidora, a su regreso a Betel (35,1-15). Este contexto general sirve de marco a u n a serie de elementos de naturaleza cultual que constituyen la columna vertebral del relato. El primero es el término «lugar» (máqóm). Nada en el texto parece sugerir que se esté hablando de u n lugar sagrado: se trata simplemente de u n lugar en el que pasar la noche. Como Moisés con la zarza que ardía (cf. Ex 3,5), también Jacob experimenta que la presencia divina va por
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delante de la conciencia del hombre: es YHWH el que elige y consagra el espacio sagrado. El lugar que Dios ha elegido como espacio de su presencia es también el lugar de su revelación. El sueño en el que Jacob «ve» la escalera que «apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo» expresa el conocimiento de la fe, a través del cual es posible «ver» al Dios trascendente, que se hace presente para dialogar con el hombre y volver a comunicarle su bendición. Como a Abrahán, también a Jacob le promete Dios la tierra y la descendencia. La oración final de Jacob (w. 20-22) indica la única respuesta posible del hombre de fe, que experimenta «terror» frente al misterio de una presencia santa y terrible, una presencia que encuentra morada en el ámbito del hombre y, al mismo tiempo, une cielo y tierra.
Evangelio: Mateo 9,18-26 En aquel tiempo, 18 mientras Jesús les decía esto, llegó un personaje importante y se postró ante él diciendo: -Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá. 19 Jesús se levantó y, acompañado de sus discípulos, lo siguió. 20 Entonces, una mujer que tenía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, 21 pues pensaba: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada». 22 Jesús se volvió y, al verla, dijo: -Animo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquel momento. 23 Al llegar Jesús a casa del personaje y ver a los flautistas y a la gente alborotando, 24 dijo: -Marchaos, que la niña no ha muerto; está dormida. Pero ellos se burlaban de él. " Cuando echaron a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó. 26 Y la noticia se divulgó por toda aquella comarca.
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**• La perícopa de Mateo sitúa el relato de la curación de la hemorroísa dentro del de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún. Dos relatos que, según la intención del evangelista, h a n de ser leídos de una manera complementaria para que se comprenda el significado de los milagros realizados por Jesús. En efecto, la sección en que está situada la perícopa es la delimitada por los capítulos 8-9, en los que el evangelista presenta diez milagros realizados por el Señor. En el centro sobresale el relato de la hemorroísa, en el que se indica que la fe consiste en «tocar» al Señor de la vida. Tocar es una forma de conocer, la posibilidad dada al hombre de encontrar al Señor y de entrar en comunión con él a través de la humanidad de una presencia en la que habita la «plenitud» de la divinidad (Col 1,19). Frente a la dramática situación de «perder la vida» a que está sometido todo ser vivo, la única salvación de la que dispone es el Señor: «Con sólo tocar su vestido quedaré curada-salvada [...]. Animo, hija, tu fe te ha salvado» (w. 21ss). A esa mujer que ha tocado su túnica «por detrás», le habla Jesús «cara a cara» {«Jesús se volvió y, al verla, dijo: v. 22), y en su rostro y en su palabra revela la presencia poderosa y misericordiosa del Padre, Dios de vivos. La fe en él, por tanto, hace pasar de la muerte a la vida, como atestigua el relato de la hija de Jairo. E n la niña que yace muerta se manifiesta la imagen de una vida joven, u n a vida que imaginamos proyectada naturalmente hacia u n futuro de vida, y, sin embargo, ya inerte, marcada por la trágica inmovilidad de la muerte. La actitud de fe del padre de la joven, atestiguada por la petición de la presencia del Señor (v. 18), motiva la solicitud de que el Señor «toque» la vida de su fiel y la muerte deje de ser u n a experiencia hacia la nada, u n camino sin retorno. La presencia de Dios Padre, que, en la persona de su Hijo unigénito, se inclina sobre la historia h u m a n a marcada por el límite, nos libera del miedo
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y de la angustia de la muerte y nos abre a la esperanza de la resurrección. Con u n a profunda sobriedad en los dos breves relatos, Mateo, al mismo tiempo que señala la proximidad de Dios a su pueblo, nos explica que, en el diálogo con el Señor Jesús, podemos experimentar ya la salvación, porque creemos en su Palabra antes de que el signo le confiera la evidencia. En consecuencia, el don de su presencia sólo puede ser recibido en la fe, porque no se puede otorgar ningún don a quien no lo acoge.
MEDITATIO «Por eso se me alegra el corazón, exultan mis entrañas, y todo mi ser descansa tranquilo; porque no me abandonarás en el abismo, ni dejarás a tu fiel sufrir la corrupción. Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal 16,9-11). Las palabras del salmo expresan espléndidamente la certeza de la presencia de Dios, Señor de la vida, que no permite que su fiel sea conducido al lugar donde no se puede gustar la dulzura de su rostro. En efecto, en su Hijo Jesús, Dios ha venido a visitar a su pueblo (Le 1,68), a tomar de la m a n o (Mt 9,25) y a levantar a la humanidad que yace en la sombra de la muerte: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Con él nos ha otorgado el Padre, a nosotros, que estábamos muertos por nuestros pecados y por la incircuncisión de nuestra carne, el don de la vida, «perdonándoos todos vuestros pecados. Ha destruido el pliego de acusaciones que contenía cargos contra nosotros» (Col 2,13ss). Por Cristo «vemos» al Dios de la vida; en Cristo, presencia misericordiosa y poderosa del Padre, podemos vivir la
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vida nueva de aquel que murió y resucitó por nosotros, como está escrito: «Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no vuelve a morir, la muerte no tiene ya dominio sobre él» (Rom 6,8ss). El compromiso que Dios adquirió con Abrahán (Gn 15) ha encontrado en Cristo su pleno cumplimiento: en Cristo, todas las promesas de Dios se h a n convertido en u n «amén» (2 Cor 1,20). Siguiendo al Hijo, cada hombre, hecho discípulo, será custodiado durante la peregrinación de su propia vida, caminará hacia la patria de su deseo y gustará para siempre su presencia. Cada uno le verá cara a cara: «Si alguien quiere servirme, que me siga, y donde yo esté estará también mi siervo» (Jn 12,26).
ORATIO Señor Dios, luz vivida y fecunda, nada en ti es oscuro, nada en ti es muerte. Tú das la vida a cada criatura y provees el pan para toda hambre, calmas toda sed ardiente, eres paz para quien busca tu rostro y lo contempla en la desnudez de su propia carne. Señor, Dios de la historia, sentido cabal de toda nuestra andadura, tú eres la alabanza de los creyentes, la invocación de los moribundos, la vida nueva de cada afán humano. No hay ninguna miseria ante ti, ninguna pobreza que resista el esplendor de tu Shekhinah, porque tú iluminas cada rostro con la luz de la mañana, cada llaga con la luz alegre de tu Hijo. Él, el siervo maldito por los impíos, es tu bendición para el hombre; su cruz es la casa de la puerta estrecha, templo de tu fulgor donde todo hombre encuentra a su Dios.
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Qué dulce es vivir en tu casa, oh Padre, tu siervo la prefiere. Tú eres bendición perenne: te bendigo porque has vuelto a nosotros y no nos ha dejado a merced del enemigo; cómo águila que vuela sobre sus polluelos y vela sobre su nidada, nos custodias con el calor de tu Espíritu. Amén. Maranathá.
CONTEMPLATIO El hombre deberá volver a empezar con una ilimitada humildad, deberá mirar de nuevo en su interior y sumergirse de nuevo en su origen. Y todo ello a través de la vida y la pasión de nuestro Señor Jesucristo: cuanto más fielmente le imite, tanto más se elevará, tanto más esencial, divina y verdadera será la imitación. Y todo a través de la mortificación y de la total aniquilación de sí mismo. Debemos actuar y pensar como aquella pobre mujer enferma que dijo: «Con sólo tocar la orla de su manto quedaré curada». La franja o la orla de su manto significa lo mínimo que haya podido emanar de su santa humanidad. En efecto, el manto significa su sagrada humanidad, mientras que la franja puede ser entendida como una gota de su santa sangre. Ahora debe reconocer el hombre que no puede tocar la mínima de estas cosas por su indignidad; porque, si en su debilidad pudiera hacerlo, curaría a buen seguro de todos sus males. Así, en primer lugar, el hombre tiene que establecerse en su nada. Incluso cuando llegara el hombre a la cima de toda perfección, aún le sería más necesario sumergirse en el fondo más íntimo, hasta llegar a las raíces de la humildad (Juan Tauler, / Sermoni, Milán 1997, p p . 527ss [edición española: Obras, Fundación Universitaria Española, Madrid 1984]).
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ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio» (cf. 2 Tim 1,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El acontecimiento de la salvación, a través del cual accede el hombre a la relación salvífica con Dios, se lleva a cabo en la historia: Dios no plantea ni comunica un signo o una palabra al hombre, sino que convierte al hombre mismo, con toda su inseguridad, su debilidad y su carácter incompleto, en el lenguaje en el que expresa la Palabra de la plena salvación. Dios se sirve también de una existencia extendida en el tiempo como de un escrito en el que se expresa, para el hombre y para el mundo, el signo de una eternidad supratemporal. El Hombre Jesús, cuya existencia constituye este signo y esta palabra para el mundo, debe vivir por eso, al mismo tiempo, la trágica diástasis de la temporalidad y el dominio victorioso sobre ella (Agustín), a través de la obediencia consciente y querida a la voluntad del Padre Eterno, a fin de realizar, de una manera misteriosa, precisamente en el esencial carácter incompleto de lo fragmentario, aquella tarea esencialmente imposible de disgregar [...]. Ya está claro desde ahora que, si esto ha tenido lugar, la existencia histórica ha sido colocada, sin ser desprovista de valor ni reducida a pura apariencia, ni sin que tengamos que renegar de ella, en el movimiento de retorno a Dios [...]. Desde el momento en que el anuncio cristiano, desde el comienzo, se ha concentrado en este único punto y ha expuesto a partir de este centro todo lo demás, a saber: la encarnación, vida, doctrina y pasión de Jesús, la ascensión y la efusión del Espíritu, éste debe valer sin más como centro del kerygma. Es imposible desplegar aquí la iluminadora verdad de este realizar la síntesis en tomo a ese centro, así como su fecundidad; para nuestra argumentación es suficiente con establecer que el cristianismo, con su anuncio de la resurrección, puede avanzar la
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pretensión de ofrecer la única, completa y satisfactoria soluM U a o n del problema antropológico (H. U. von Balthasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, pp. 61 ss)
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LECTIO
Primera lectura: Génesis 32,23-33 En aquel tiempo, 23 por la noche se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres, a sus dos criadas y a sus once hijos y pasó el vado de Yaboc. 24 Los tomó, los hizo pasar el vado y llevó consigo todo lo que tenía. 25 Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta despuntar la aurora. 26 Viendo el hombre que no le podía, le tocó en la articulación del muslo y se la descoyuntó durante la lucha. " Y el hombre le dijo: -Suéltame, que ya despunta la aurora. Jacob dijo: -No te soltaré hasta que no me bendigas. 28 Él le preguntó: -¿Cómo te llamas? Respondió: -Jacob. 29 El hombre dijo: -Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido. 30 Jacob, a su vez, le preguntó: -Dime tu nombre, por favor. Pero él respondió:
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-¿Por qué quieres saber mi nombre? Y allí mismo lo bendijo. 31 Jacob llamó a aquel lugar Penuel -es decir, Cara de Dios-, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida». 32 Salía el sol cuando pasó por Penuel e iba cojeando del muslo. " Por esta razón los israelitas, aun hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón.
*• El celebérrimo fragmento de la lucha entre Jacob y Dios necesita ser contextualizado para que manifieste toda la fuerza de su significado. Jacob, tras el acuerdo con Labán (31,43-54), y encontrándose ahora cerca de la tierra de sus padres, envía mensajeros a su hermano Esaú «para encontrar gracia a sus ojos» (32,6). La respuesta es la noticia de la próxima llegada de Esaú con cuatrocientos hombres (v. 7): una situación que sumerge a Jacob en el temor y en la angustia de la espera. En este contexto de angustia, se abre Jacob a la oración: «Sálvame de la mano de mi hermano, Esaú» (cf. w. 10-13). La angustia que le produce el pensamiento de que el encuentro con su hermano pudiera tener un desenlace diferente al esperado, no queda eliminada por la palabra de la promesa; por otra parte, sin embargo, ésta no produce en Jacob un repliegue sobre sí mismo, sino que le abre a la esperanza - n o se trata aún de una certeza- de una presencia cercana, que custodia a su fiel. Con su resultado, la lucha nocturna asume el significado de anticipación de la victoria de Jacob sobre todas las fuerzas hostiles, incluso sobre su angustia; es la confirmación de que la esperanza es cierta, de que Dios no falta nunca a sus promesas; por consiguiente, no ha de ser el miedo, sino la confianza, la actitud de quien ha recibido la promesa divina. La interpretación del nombre «Israel», que a partir de este momento asumirá Jacob (v. 29: «porque has luchado contra Dios y contra los hom-
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bres y has vencido»), habla de un pasado victorioso contra las fuerzas hostiles: YHWH ha custodiado a Jacob de Esaú y de Labán. Jacob-Israel, del mismo modo que Abrahán, tiene consigo la bendición divina, por eso puede esperar con confianza incluso en los momentos de profunda angustia, cuando el miedo a perder lo que es don de Dios le atenaza el corazón y busca respuestas en estrategias inteligentes (32,14-22). El combate nocturno supone para Jacob la entrada en el misterio de Dios: «He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida» (v. 31). Es un misterio encontrado de una manera «dramática», por medio de una lucha en la que se pregunta, se ruega, se confía en las manos del antagonista nuestra propia persona (frente a su misterioso contendiente, Jacob se ve obligado a revelar su propio nombre, mientras que este último esconde su identidad: sólo su palabra le revela). Jacob debe medirse con un Dios presente y, al mismo tiempo, misterioso, oscuro. Sin embargo, con insistencia, con la fuerza y la tenacidad de la paciencia, a través de la serena acogida de la propia condición de criatura, «obliga» a Dios a bendecirle, a acoger su oración, a hacer apuntar para él, tras la noche de la angustia, un nuevo día de salvación para un «hombre nuevo»: «Pues ya no te llamarás Jacob, sino Israel» (v. 29a). Evangelio: Mateo 9,32-38 En aquel tiempo, 32 le presentaron un hombre mudo poseído por un demonio. 33 Jesús expulsó al demonio y el mudo recobró el habla. Y la gente decía maravillada: -Jamás se vio cosa igual en Israel. 34 Pero los fariseos decían: -Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios. 35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
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Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor. 37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos. 3S Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
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fin de aprender a ser hijos capaces de continuar la misión del Hijo.
MEDITATIO *»• La perícopa que hemos leído hoy une el relato de la curación del hombre mudo endemoniado con u n resumen de la actividad de predicación y curación de Jesús. La primera sección concluye la serie de diez prodigios realizados por Jesús y está inmediatamente precedida por la curación de dos ciegos; la segunda sección anticipa el tema de la misión de los Doce, que queda asociada así a la de Jesús. A los ciegos que, con una actitud de fe, se le dirigen con el grito: «Hijo de David, ten piedad de nosotros», Jesús les devuelve la vista; al mudo que le habían llevado a causa de la fama que le habían procurado los prodigios que había realizado, le devuelve la palabra. E n estos relatos paralelos muestra Mateo que la fe es, al mismo tiempo, visión y palabra. Es capacidad de «entre-ver» la historia con los ojos del Hijo, es libertad en la palabra que comunica el sentido dado a nuestra propia vida. Todo lo que dice y hace el Señor nos abre a la luz de la vida y al don de contar lo que hemos visto y oído: su amor materno (cf. el verbo splanchnízó en el v. 36), que vuelve a levantar a cuantos están «echados en tierra», lacerados y divididos, sin rumbo, extraviados; la buena noticia de un señorío que se pone al servicio y se hace cargo de la historia h u m a n a (v. 35). Jesús pide a sus discípulos que tomen parte en esta historia de com-pasión, en la cual se revela el juicio misericordioso del Padre sobre el acontecer humano. La oración que les confía (v. 38), le evita al discípulo pensar su propia misión en términos exclusivos de eficacia en relación con la cantidad de la mies. Más bien es necesario entrar en comunión con Jesús en la oración, a
«Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias; invocamos tu nombre, proclamamos tus maravillas» (Sal 75,2). El prodigio de la Palabra nos impulsa a penetrar en el misterio de la ternura de Dios, que se revela como fuerza-en-la-debilidad, capaz de revestir con su nueva luz al «pueblo que caminaba en tinieblas» (Is 9,1), de cambiar, junto con el nombre, el r u m b o de la existencia del siervo, de cambiar el rostro de la vieja en el joven de la santidad {cf. El Pastor de Hermas). Dios se hace presente en el momento del combate interior. Deja el trono de su gloria en los cielos, para sentarse en el trono de su benevolencia: el hombre vivo, gloria de Dios. En su Hijo Jesús, a cuya luz vemos la luz, nos revela el Padre su amor materno; en Cristo, Palabra que penetra como espada de doble filo, «que adiestra mis manos para la batalla, mis dedos para el combate» (Sal 144,1); en él ha sido engullida la muerte, vencido el miedo, cancelados los cálculos y las estrategias oportunistas del hombre; el pecado se ha convertido en ocasión para encontrar, en nosotros mismos, la impronta de la mano de Dios creador, porque «lo que en Dios parece locura es más sabio que los hombres, y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1,25). En efecto, Dios envió a su Hijo al mundo (Gal 4,4) para hacernos hijos y renovar su promesa, que encuentra su plenitud no ya en u n a tierra, sino en el tiempo de la salvación para todos los confines de la tierra. Por eso los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los dubitativos y los medrosos son consolados: «Dios ha visitado y redimido a su pueblo» (Le 1,68).
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ORATIO Señor, ¿qué es el hombres, para que te ocupes de él? ¿Qué es un hijo de hombre, para que pienses en él? Tu amor es como los montes más elevados, tu ternura como un gran abismo. Tú eres el Dios que lo sabe todo, conoces a cada hijo por su nombre. Has creado al h o m b r e c o m o u n prodigio, lo has plasmado con tus manos, has infundido en él tu sabiduría y tu aliento de vida. Tú eres el Dios bueno que no goza con la muerte del pecador: lo que quieres es que se convierta y viva. Por eso, Dios mío, te cantaré u n canto nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas, porque tu fidelidad dura para siempre y tu amor por todas las generaciones. Que tu alabanza se extienda hasta los confines de la tierra, que tu belleza renueve la faz de toda la tierra, porque sólo en ti, oh Señor, se encuentran el poder y la fuerza, sólo en ti la belleza y el esplendor; tú eres el Dios que lo sabe todo, y tus obras son rectas. Bendito seas, oh Padre, roca mía, en tu Hijo Jesús, mi hermano y Señor: tú das plenitud al t i e m p o de mi existencia, das nuevo vigor a mi lengua seca, vuelves a abrir mis ojos, refuerzas mis rodillas debilitadas, porque he combatido contigo, Señor, y has prevalecido; me has seducido y yo me he dejado seducir. Tú eres mi bendición: bendíceme, Señor, mi Dios y mi todo. Te amo, Señor, fuerza mía.
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ciegos se vuelve clara la economía de toda la prefiguración anterior. E n efecto, la hija del jefe aparece relacionada con ellos, que son los fariseos y los discípulos de Juan, reunidos ya anteriormente para poner a prueba al Señor. Dado que no conocían a aquel a quien pedían la salvación, la Ley les ha indicado y mostrado a su Salvador en el cuerpo procedente de David. Y dado que estaban ciegos por u n pecado antiguo, que les impedía ver a Cristo si no hubiera sido atraída su atención, infundió en ellos la luz del Espíritu. El Señor les muestra que no hay que esperar la fe de la salvación, sino la salvación de la fe. E n efecto, los ciegos vieron porque habían creído, no creyeron porque habían visto. De esto debemos comprender que es preciso merecer con la fe lo que pedimos, y no hacer depender nuestra fe de lo que obtengamos. Él les prometió que verían si creían y, dado que habían creído, les ordenó que callaran, puesto que era a los apóstoles a quienes les correspondía predicar (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, R o m a 1988, pp. 113ss).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha enviado a llevar la alegre noticia a los pobres» (Is 61,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL CONTEMPLATIO Mientras el Señor se aleja de allí, de i n m e d i a t o le siguen dos ciegos. Ahora bien, ¿cómo p u d i e r o n saber unos ciegos la salida y el n o m b r e del S e ñ o r ? Más aún, le llaman hijo de David y le piden que les salve. E n los
El hombre curado por la salvación de Dios, íntegro, y en este sentido simplemente santo, permanece en una situación de incertidumbre sorprendente, incomprensible para sí mismo, y, precisamente por eso, capaz de darle, de una manera misteriosa -por así decirlo-, alas. Aunque, evidentemente, está convencido de la imposibilidad de alcanzar la perfección en esta tierra, esa
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imposibilidad no se transforma, sin embargo, en él en una cárcel opresora, ni tampoco el pensamiento de tener que alcanzar su propia perfección se le convierte en una idea obsesiva. Puesto que sabe, en efecto, que su morada tiene que ser construida ¡unto a Dios en la gracia, habita confiado en su cabana destinada a la destrucción y prosigue caminando libre a través del tiempo. Al consentir padecer misteriosas privaciones en vistas a un más allá inaccesible, da también su consentimiento a las misteriosas misiones que le han sido confiadas de lo alto; precisamente cuando pensaba que no podría disponer ya de fuerza alguna, aumentan las fuerzas en él, las alas le sostienen y lo que le na sido confiado para que lo administre es incluso más de lo que él mismo podía imaginarse. De ahí que pueda repartirlo, aunque sea sólo como algo que pertenece a otros, llegado de una manera incomprensible a sus manos (H. U. von Baltnasar, // Tutto nel Frammento, Milán 1990, p. 94).
Miércoles 14a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24a En aquel tiempo, 4 ' " cuando el hambre se hi/.o sentir en Egipto, el pueblo pedía pan al faraón. Entonces el faraón dijo a todos los egipcios: -Acudid a José y haced lo que él os diga. 56 José, viendo que el hambre se había extendido por todo el país, abrió los graneros y vendía el grano a los egipcios. El hambre se fue agravando cada vez más en Egipto. " De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra. 425 Fueron, pues, los hijos de Israel, como hacían otros, a comprar trigo, porque había hambre en la tierra de Canaán. 6 José era quien gobernaba el país y el que vendía el trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de José, se postraron ante él rostro en tierra. 7 En cuanto José vio a sus hermanos, los reconoció, pero fingió no conocerlos y los trató duramente. Les preguntó: -¿De dónde venís? Ellos respondieron: -Venimos de la tierra de Canaán, para comprar grano. " Y los metió a todos en la cárcel por espacio de tres días.
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Al tercer día les dijo: -Yo soy un hombre que teme a Dios; haced esto para salvar la vida: 19 Si sois gente de fiar, uno de vosotros quedará aquí preso y los demás irán a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras familias. 20 Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor: así se demostrará la sinceridad de vuestras intenciones y no moriréis. Ellos aceptaron, 21 y se decían unos a otros: -Estamos pagando lo que hicimos con nuestro hermano, pues vimos la angustia con la que nos pedía clemencia y no le escuchamos. Por eso nos ha venido esta desgracia. 22 Entonces intervino Rubén: -¿No os dije yo que no hicierais ningún mal al muchacho? Pero no me escuchasteis, y ahora se nos pide cuenta de su muerte. 23 Ellos no sabían que José entendía lo que estaban diciendo, pues hablaba con ellos por medio de un intérprete. 24 Entonces se retiró y se puso a llorar.
*+• Esta perícopa se inserta en el último ciclo de los relatos patriarcales del Génesis (capítulos 37-50), en el que predomina la figura de José. Se trata de u n a extensa sección del libro, que presenta características diferentes respecto a los ciclos de relatos que la preceden: ésta presenta temas y motivos que le conectan con la magna tradición sapiencial de Israel. La figura de José está esbozada siguiendo los cánones clásicos del sabio: es un hábil consejero político; está dotado de una inteligencia que le permite escrutar en la trama de la historia el «consejo», el proyecto de Dios; teme al Señor (cf. 42,18) y lleva una vida honesta, marcada por u n a profunda sensibilidad ética que acompaña a su actitud confiada respecto a Dios (cf. 39,7-20). En esta sección se perfila u n a reflexión sobre la presencia de Dios en el acontecer de la humanidad, una presencia que no recurre a las grandes acciones poderosas o a las teofanías. Dios se revela en el interior del acontecer humano, en las opciones que realizan los
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hombres y las mujeres, en la maraña, con frecuencia inextricable e incomprensible, de la historia de cada persona. José es imagen de todo hombre que, por la fe, sabe que Dios no abandona a su fiel. Éste es el contexto general que ilumina la perícopa clel primer encuentro entre José y sus hermanos después de que éstos le vendieran a los ismaelitas. José, en la plenitud de su éxito personal (41,57: «De todos los países venían a comprar trigo a José, porque el hambre era enorme por toda la tierra»), no se sirve de su poder para llevar a cabo algún tipo de venganza contra sus hermanos. Su acción, que se desarrolla entre dos polos -«fingió no conocerlos» (42,7) y «yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18)-, tiende a provocar en los hermanos la pregunta por lo que habían hecho (42,22), para que se den cuenta de que la vida no puede ser vivida recurriendo a determinados tipos de violencia o, lo que es peor, asumiendo la violencia como criterio en vista a la obtención de un «beneficio» {cf. 37,26: «¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte?»). De este modo, queda descrito el itinerario que es preciso realizar para reapropiarse de lo que es necesario para la vida, el «pan» al que remite la ambientación de la perícopa. Por eso se ha convertido José en figura de Cristo y en imagen del creyente en la tradición litúrgica. Es figura de aquel que, anunciando la misericordia del Padre, muestra que el beneficio de la propia vida consiste en hacer la voluntad del Padre; es imagen del creyente que, en Cristo, verdad del hombre, busca y realiza la fraternidad.
Evangelio: Mateo 10,1-7 En aquel tiempo, ' Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias. 2 Los nombres de los doce
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apóstoles eran: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago el hijo de Zebedeo y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el hijo de Alfeo, y Tadeo; 4 Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. 5 A estos doce los envió Jesús con las siguientes instrucciones: -No vayáis a regiones de paganos ni entréis en los pueblos de Samaría. 6 Id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. 7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos.
**• La perícopa traslada la atención del ministerio de Jesús al de sus discípulos. La transición se lleva a cabo en los w. 35-38 del capítulo 9, que cierran la magna sección de los capítulos 8-9 e introducen el capítulo 10, donde se presentan los aspectos y las modalidades esenciales de la misión de los discípulos-apóstoles. La misión de Jesús está sintetizada en tres verbos: instruir, predicar y curar (9,35); la de los discípulos está definida por su estatuto: haber sido llamados (10,1) y enviados (10,5). Han sido llamados como discípulos y son enviados como apóstoles para continuar el anuncio y la obra del Maestro. Su misión es, por consiguiente, participación en la de aquel que es el único Maestro y Señor; su misma «autoridad» es participada. La vocación, por tanto, precede a la misión, la hace posible. Los Doce -los únicos que han sido enviados- representan simbólicamente, en la solemne presentación de sus nombres, conectada por Mateo con las instrucciones respecto a la misión, el tiempo nuevo y la nueva obra de Dios en la historia de los hombres. Una acción nueva que, sin embargo, no olvida el pasado. En efecto, a los discípulos se les pide que se dirijan a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (v. 6). De este modo, la misión de los discípulos se caracteriza y se modela a partir del ministerio de Jesús (cf 15,24). Este particularismo «temporal» de la misión de los Doce (cf., en efecto,
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28,18-20) hace resaltar la continuidad de la obra de Jesús y de sus discípulos con la promesa hecha por Dios a los padres y muestra, al mismo tiempo, que la comunidad de los discípulos es el nuevo Israel.
MEDITATIO «En este día te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar» (Jr 1,10). El discípulo experimenta a diario una llamada que le impulsa en los meandros de la historia humana, enriquecido con aquella sabiduría que no es motivo de orgullo, porque está escrito: «Que el sabio no alardee de su sabiduría, que el soldado no alardee de su fuerza, que el rico no alardee de su riqueza; el que quiera alardear que alardee de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor, el que implanta en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas» (Jr 9,22ss). Ha sido enviado, en efecto, a anunciar la necedad de la cruz, la Buena Nueva de la misericordia y el perdón, que él mismo ha experimentado, y en la que se manifiesta que el sentido de todo radica en hacer la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, primogénito de loda criatura: «Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17).
ORATIO Dios nuestro, cuánta hambre hay en el fondo de mi humanidad, cuánta sed ardiente en el fondo de mis deseos, cuánto deseo de amor en el fondo de mi corazón... Quisiera el bien por el que suspiro, quisiera la respiración y el calor de tu presencia, que caldea toda fría
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cavidad, toda absurda pretensión de mi corazón destrozado. Mi amor, mi bien, tú me sacias con pan de lágrimas, me haces beber lágrimas en abundancia. Tú, oh Dios mío, me darás el pan de tu cielo. Tú, oh Dios mío, me das a tu Hijo en la cruz. Tú, oh Dios mío, me sacias de mi debilidad, para que, también en la hora del abandono, pueda recuperar la fuerza de la memoria y gritar con toda la verdad de mis fibras: Abbá, Padre.
CONTEMPLATIO Jesús exhortó a los discípulos a que se mantuvieran alejados de los caminos de los paganos no porque no fueran enviados también a ofrecer la salvación a los paganos, sino para que se abstuvieran de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Tienen prohibido entrar en las ciudades de los samaritanos. Ahora bien, ¿acaso no curó el mismo Cristo a una samaritana? En realidad, les exhortó a que no entraran en las iglesias de los herejes. En efecto, la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Por consiguiente, fueron enviados a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Sin embargo, ésta se encarnizó contra él con u n a lengua viperina y fauces de lobo. Con todo, dado que la Ley hubiera debido obtener el privilegio del Evangelio, Israel hubiera sido tanto menos excusable por su primer crimen, por el hecho de que había experimentado una solicitud mayor en la exhortación [...]. Los apóstoles deben predicar que el Reino de los Cielos está cerca, es decir, que ahora recibimos la imagen y la semejanza de Dios por medio de u n a comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de «cielos», reinar con el Señor. Deben curar a los enfermos, resucitar a los muertos, sanar a los le-
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prosos, expulsar a los demonios. Todos los males ocasionados al cuerpo de Adán por instigación de Satanás debían sanarlos ellos por medio de su participación en el poder del Señor (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. l l ó s s ) .
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios conducirá a Israel con alegría al resplandor de su gloria» (Bar 5,9).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL José no odió nunca a sus hermanos; nunca le cegaron los celos. Por eso pudo reconocerlos: «Vio a sus hermanos y los reconoció» (Gn 42,7). Pero ellos están pegados todavía a las tinieblas de su odio fratricida y no pueden reconocerle. Para ellos, José está muerto, ya no existe. N i siquiera se plantean la pregunta de si existe o no su hermano. Sólo un duro y sincero camino de purificación y de conversión les permitirá abrir los ojos y reconocerle. José los somete entonces a prueba, acusándoles de espías. Ellos se defienden declarando: «Nosotros, tus siervos, éramos doce hermanos, todos hijos de un mismo padre, en la tierra de Canaán. El más joven se ha quedado con nuestro padre y el otro desapareció» (42,13). Entonces comienza su cambio: reconocen que forman una sola familia, se sienten todos hermanos, incluyen también entre los hermanos al que desapareció. Es preciso «ponerlos a prueba» (42,15) para verificar si se ha producido verdaderamente un cambio en ellos [...]. Tienen que volver a su padre, pero uno de ellos se quedará encarcelado en Egipto: «La situación es perfectamente análoga a la del pasado: deben volver una vez más a la presencia de su padre sin uno de ellos, pero lo que antes habían contemplado sin piedad en José, cuando éste era adolescente - e l desgarro del corazón-, lo sienten
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ahora como algo enormemente insoportable para ellos mismos» (G. von Rad). Los hermanos, que buscaban víveres (42,7), son conducidos por José a un descubrimiento aún mayor: la fraternidad y la responsabilidad frente a Dios (A. Bonora, La storia di Ciuseppe, Brescia 3 1995, pp. 43-45, passim).
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Primera lectura: Génesis 44,18-21.23-29; 45,1-5 En aquellos días, 44p'8 Judá se acercó a José y le dijo: -Por favor, señor, permite a tu siervo hablar en tu presencia sin que te enfades conmigo, porque tú eres como el faraón. '9 Mi señor preguntó a sus siervos: ¿Tenéis todavía padre, o algún hermano? 20 Nosotros respondimos a mi señor: Tenemos un padre ya anciano y un hijo que le nació en su vejez; un hermano de éste murió. Es éste el único que le queda de su madre, y su padre lo quiere mucho. 2 1 Entonces tú dijiste a tus siervos: Traédmelo para que lo vea. " Tú insististe: Si vuestro hermano menor no baja con vosotros, no volveréis a ser admitidos en mi presencia. 24 Entonces nosotros regresamos donde vive tu siervo, nuestro padre, y le referimos las palabras de mi señor. 25 Y cuando nuestro padre nos dijo: Volved para comprarnos alimentos, 26 le dijimos: No podemos bajar si no viene con nosotros nuestro hermano menor, porque no seremos recibidos por aquel hombre si nuestro hermano menor no viene con nosotros. 2? Entonces tu siervo, nuestro padre, nos dijo: Vosotros sabéis que mi mujer no me ha dado más que dos hijos. 28 Uno desapareció de mi lado y seguramente fue devorado, pues no lo he vuelto a ver más;2* si os lleváis también a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, daréis con mis canas en el sepulcro.
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No pudiendo contenerse ya José delante de los que le rodeaban, ordenó: -Salid todos de mi presencia. Y no quedó nadie con él cuando se dio a conocer a sus hermanos. 2 Entonces rompió a llorar a voz en grito, de modo que lo oyeron los egipcios y la noticia llegó hasta la casa del faraón. 3 José dijo a sus hermanos: -Yo soy José, ¿vive todavía mi padre? Sus hermanos no pudieron responderle, pues estaban asustados ante él. 4 Entonces él les dijo: -Acercaos a mí. Ellos se acercaron, y él les repitió: -Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis y que llegó a Egipto. 5 Pero no estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas.
**• La primera parte de la perícopa (44,18-21.23-29) presenta a Judá, ignaro de que se encuentra frente a su hermano José, vendido a los ismaelitas, que intenta persuadirle de que le tome a él en vez de a Benjamín, dada la promesa que le había hecho a su padre, Jacob: «Deja al muchacho bajo mi custodia, y pongámonos en camino; es la única manera de sobrevivir y de que no perezcamos ni nosotros, ni tú, ni nuestros hijos. Yo me hago responsable de él; a mí me pedirás cuentas» (43,8ss). La segunda parte (45,1-5) narra cómo reveló José su propia identidad a sus hermanos, después de haberlos humillado y tratado con dureza para someterlos a prueba (42,15). Las palabras de Judá sellan un itinerario auténtico de cambio, de conversión: tanto él como sus hermanos -que, en un tiempo, no sintieron escrúpulos en vender a José, en buscar algún tipo de ganancia con su desaparición-, ahora, delante de José, no están dispuestos por ningún motivo a dejar lejos de su padre al pequeño Benjamín. El alegato de Judá muestra que el pasado no debe determinar ya ni el presente ni el futuro. La res-
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puesta de José es la revelación de su identidad, junto a una comprensión de la historia que recurre a la providencia divina: «No estéis angustiados, ni os pese el haberme vendido aquí, pues Dios me envió delante de vosotros para salvar vuestras vidas» (45,5). E n la trama de los acontecimientos interviene u n a mano poderosa que dirige los senderos de la vida: lo que había sido objetivamente u n hecho cruel es releído e interpretado ahora en el horizonte más amplio de la historia de la salvación. Dios engendra salvación incluso del mal; hasta en las contradicciones, en las amarguras de la historia h u m a n a interviene Dios para traer luz. La reconciliación de José con sus hermanos, su acto de perdón, descansan en la relación que tiene con Dios. «Yo soy un hombre que teme a Dios» (42,18): estas palabras proporcionan el horizonte en el que sitúa José el encuentro con sus propios hermanos. El temor del Señor abre el corazón del creyente a la reconciliación y a la fraternidad que se restablecen en el diálogo vivido en la paz.
Evangelio: Mateo 10,7-15 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 7 Id anunciando que está llegando el Reino de los Cielos. 8 Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratis. * No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo; 10 ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento. 11 Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, averiguad quién hay en ella digno de recibiros y quedaos en su casa hasta que marchéis. 12 Al entrar en la casa, saludad, 13 y si lo merecen, la paz de vuestro saludo se quedará con ellos; si no, volverá a vosotros. 14 Si no os reciben ni escuchan vuestro mensaje, salid de esa casa o de ese pueblo y sacudios el polvo de los pies. '* Os aseguro que el día del juicio será más llevadero para Sodoma y Gomorra que para ese pueblo.
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*+• Este fragmento de Mateo es una instrucción sobre las tareas y la práctica misioneras. Está precedido por la vocación y la presentación de los Doce y por su misión (respectivamente en los w. 1-4 y 5ss: cf. la perícopa de ayer). Los que son llamados son también enviados. Existe un vínculo necesario entre vocación y misión. Los discípulos han sido llamados para estar con el Señor (cf. Me 3,12) y ser enviados por los caminos de los hombres a hacer resonar la Buena Noticia que el Señor ha venido a proclamar: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). Son enviados a dar testimonio y a poner voz a la Palabra de misericordia y de salvación (v. 7) -presentada en los capítulos 5-7 y 8-9-, a contar la novedad de Jesucristo, que cuida del débil, libera de la muerte y de la mentira, restituyendo al hombre a sí mismo. En esto continúa el discípulo la obra del Maestro. Y el discípulo, al ponerse al servicio del Evangelio, como el Maestro, otorga el primado al don: «gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (v. 8b). La gratuidad y la pobreza en la misión constituyen el testimonio de que el discípulo cuenta con u n a sola seguridad y tiene u n único objetivo, su Señor y su palabra: «No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo» (Mt 6,25). De este modo, la misión se convierte en ocasión para crear una circulación de gracia y de vida entre el que anuncia y atestigua y el que acoge. Una circulación que hace visible la conciencia de la filiación divina de cada creyente, abre a la fraternidad y da cumplimiento a la promesa de la paz (shalóm) mesiánica en la comunidad. Al ser enviado, el discípulo «aprende» («discípulo» viene del verbo latino discere, «aprender») la alegría y la fatiga de participar en la realización de la promesa, de convertirse en instrumento eficaz, a u n en medio de la debilidad, de la misión del Hijo de Dios entre los hombres.
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MEDITATIO «Señor, tú nos concederás la paz, pues todo lo que hacemos eres tú quien lo realiza» (Is 26,12). La paz del discípulo es el resultado de su adhesión y fidelidad al contenido del anuncio de Jesús: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). El discípulo, en su caminar, vive la certeza de haber recibido y tener que custodiar un don precioso -el Reino de Dios, Jesucristo m i s m o por el que vale la pena dejarlo todo -padres, trabajo, el propio pasado y el propio presente- enseguida, de inmediato, venciendo la tentación de mirar atrás, confiando más bien su propio futuro a u n a Palabra que exige obediencia: «Seguidme, os haré pescadores de hombres» (Me 1,17). La palabra del seguimiento, acogida en un clima de obediencia, nos introduce en la diakonía de Cristo con el m u n d o y el hombre y se caracteriza por la configuración con el Hijo, que le hace perder al enviado cualquier tipo de temerosa sujeción, permitiéndole desarrollarse en la libre dignidad de una relación filial regalada (Gal 4,7). La naturaleza cristiforme de la misión desarrollada por el discípulo interpreta y despliega al mismo tiempo el ejemplo de Cristo, sin pretender asignar al servicio de la Palabra ninguna connotación voluntarista, propia de quien pretende celebrar en el obrar virtuoso y comprometido la superioridad de su propio estatuto moral. El discípulo sabe, en efecto, que la Palabra del Reino ha sido confiada a los pequeños y, en la medida en que él sea capaz de volverse como u n niño, tendrá en sus labios la Palabra de vida, para anunciarla desde los tejados y llevar la salvación al mundo, hasta el último rincón de la tierra (cf. Is 49,6). El discípulo, enviado a anunciar con hechos y con verdad la Palabra de salvación, a contar que Dios dirige en Cristo su mirada providente sobre la historia humana,
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no desea «plata, oro o vestidos» (Hch 20,33), no desea «ganancias ilícitas» (1 Tim 3,8; Tit 1,7), porque ha aprendido que «allí donde está su tesoro está también su corazón» (Mt 6,21). La adhesión al Señor, la participación en su misión, es lo que llena el corazón del discípulo, porque él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). ORATIO En la tierra de mi exilio te alabo, oh Señor, y manifiesto la fuerza y la grandeza de tu paternidad a todo el pueblo de tu creación. En la oscuridad de mi nada, oh Señor, te alabo porque, incluso en medio de la oscuridad de la tristeza, contemplo en mi carne la impronta de tu dedo poderoso. En la noche de mi errar te grito mi súplica y mi agradecimiento porque, en medio de la incertidumbre de mi creer, veo la Luz de la Esperanza, al Anhelado y al Esperado, a Cristo, tu luz gozosa que inunda de santo fuego los pasos de mi errar y me permite reposar en el Misterio. CONTEMPLATIO Desnudez y pobreza es destierro de los cuidados, seguridad de la vida, caminante libre y desembarazado, muerte de la tristeza y guarda de los mandamientos. El monje desnudo es señor de todo el m u n d o , porque todos esos cuidados puso en Dios: y mediante la fe posee todas las cosas. No tiene necessidad de revelar a los hombres sus necesidades. Todas las cosas que se le ofrecen toma como de la m a n o del Señor. Este obrero desnudo se hace enemigo de toda affición demasiada; y assi mira las cosas que tiene como si no las tuviesse; y si se pasare a la vida solitaria, todas las cosas tendrá por estiércol. Mas el que se entristece por alguna cosa
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transitoria, no sabe aún quál sea la verdadera desnudez. El varón desnudo hace puríssima oración: mas el iobdicioso padece muchas imágenes en ella. Los que perseveran humildemente en la sanctíssima subjectión, muy apartados están de cobdicia: porque qué cosa pueden tener propia los que su propio cuerpo offrescieron por a m o r de Dios al imperio del otro? Verdad es que u n solo daño padescen éstos, que es estar muy promptos y aparejados para la m u d a n z a de los lugares, que no siempre es provechosa. Vi yo algunos monjes que por la occasión que tuvieron de trabajos en algún lugar alcanzaron la virtud de la paciencia: mas yo tengo por mas bienaventurados a aquellos que por a m o r de Dios procuraron diligentemente alcanzar esta virtud. El que ha gustado de los bienes del cielo fácilmente desprecia los de la tierra: mas el que aún no los ha gustado alégrase con las cosas de acá. El que procura alcanzar esta desnudez, y no con el fin que debe, en dos cosas recibe agravio, pues caresce de los bienes présenles y de los futuros (Juan Clímaco, La escala espiritual. Con anotaciones de fray Luis de Granada, XXVI, versión electrónica). ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Está llegando el Reino de Dios. Convertios y creed en el Evangelio» (Me 1,15). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El Señor ha muerto y ha resucitado: éste es el último acontecimiento. Esta es la última hora. Frente a todos los tiempos y todos los momentos [...]. Puesto que Cristo es el último acontecí-
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miento, el modo como el cristiano mira la historia, mira los tiempos y se plantea los interrogantes no es el de quien espera una novedad que no conoce, sino el de quien sabe que, en todo caso, la novedad no superará este acontecimiento. Será una novedad auténtica si tiene el perfil de este acontecimiento: así, mientras camina en el tiempo, el cristiano permanece vuelto hacia este acontecimiento que es el último, que es el único y que está puesto en un sentido verdadero entre los tiempos. De ahí, pues, el paradójico modo cristiano de leer la historia [...]. El cristiano sabe que todo reposa en este acontecimiento, conocido ya en sus líneas esenciales. Es el modo paradójicamente sereno con que el cristiano mira los tiempos y vive entre los tiempos frente a los interrogantes y a los desarrollos de los tiempos. En nombre de esta conciencia, es importante no buscar certezas sobre el futuro, no pretender disponer del futuro. Esto no es cristiano no porque sea inmediatamente diabólico, sino porque no responde al sentido de la fe en la «ultimidad» de Jesucristo. No tenemos necesidad de ninguna otra cosa para vivir en un clima de confianza, de esperanza, entre los tiempos y en sus momentos cruciales. De aquí procede asimismo el paradójico modo cristiano de ser creativos, de realizar sus acciones en el mundo, en las situaciones de los tiempos, entendiendo el mundo no precisamente como el cosmos, sino como una realidad humana, cultural. Es el modo paradójico de quien no se pone nunca en relación con el presente, con la situación, con los tiempos, con las culturas, con los mundos, sin referirse al mismo tiempo a un acontecimiento que ya ha «tenido lugar» (G. Moioli, // discepolo, Milán 2000, pp. 61-63).
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Primera lectura: Génesis 46,1-7.28-30 En aquellos días, l partió Israel con todo lo que tenía y, al lie gar a Berseba, ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac. 2 Y Dios habló a Israel en una visión por la noche: -¡Jacob! ¡Jacob! Él respondió: -Aquí estoy. 3 Y Dios continuó: -Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí haré de ti un gran pueblo. 4 Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí. José te cerrará los ojos. 5 Al partir de Berseba, los hijos de Israel hicieron subir a su padre Jacob, a sus niños y a sus mujeres en los carros enviados por el faraón para transportarlos. 6 Llevaron también con ellos sus ganados y todo lo que habían adquirido en la tierra de Canaán, y Jacob y todos sus descendientes con él se vinieron a Egipto. 7 Llevó consigo a Egipto a todos sus hijos y nietos, sus hijas y sus nietas: todos sus descendientes. 28 Israel envió por delante a Judá, para que anunciara a José su llegada y preparara un lugar en Gosen. Cuando llegaron a la región de Gosen, 29 José hizo enganchar su carro y se dirigió a Gosen al encuentro de su padre. Cuando se encon-
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traron, se echó a su cuello y estuvo llorando un largo rato abrazado a él. 30 Israel dijo a José: -Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo. **• Los elementos que caracterizan este fragmento (llegada de Jacob a Berseba, ofrenda del sacrificio, oráculo divino, salida de Berseba) recuperan las historias patriarcales y lo asocian a ellas. El itinerario de Jacob, conectado con el de Abrahán, se convierte en otra etapa decisiva de la historia de salvación de Israel. Si Abrahán salió de Ur para llegar a la tierra de Canaán, ahora es Jacob quien sale de la tierra de Canaán y se dirige a Egipto, acompañado, como Abrahán, por la promesa: «allí haré de ti un gran pueblo» (v. 3). Se trata de u n camino que espera su consumación en el retorno a la tierra de Canaán. El libro del Éxodo abrirá esta nueva etapa. La importancia de esta última está subrayada por el hecho de que Jacob, a diferencia de lo que ocurría en el capítulo 28, «conoce» a su interlocutor (v. 3: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre»), recibe u n a revelación que enmarca su acontecer en la historia que Dios ha preparado para su pueblo (cf. la revelación a Moisés). Una historia que él custodia y dirige: «No temas [...]. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí» (w. 3ss). La esperanza, en su continua presencia incluso en tierra extranjera, es lo que da sentido a u n itinerario que, de otro modo, sería incomprensible, puesto que aleja a Jacob para siempre de la tierra de la promesa, ya que para él ya no habrá retorno (v. 4: «José te cerrará los ojos»). En Jacob está descrita la parábola de todo creyente que, siguiendo la Palabra que Dios le ha dirigido, se deja conducir allí donde Dios quiera llevarle, al encuentro con u n hijo, siempre deseado, que se encontrará solo en el abandono a la voluntad divina: «Israel dijo a José: Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo» (v. 30).
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I evangelio: Mateo 10,16-23 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 16 Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas. " Tened cuidado, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas. " Seréis llevados por mi causa ante los gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los paganos. '" Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo hablaréis, ni de qué diréis. Dios mismo os sugerirá en ese momento lo que tenéis que decir,20 pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros. 21
El hermano entregará a su hermano a la muerte y el padre a su hijo. Se levantarán hijos contra padres y los matarán. " Todos os odiarán por causa mía, pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. 23 Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.
*+• Este fragmento, con la recuperación del verbo de la misión (apostéllein) en el v. 16, prolonga el discurso dirigido a los discípulos enviados, anunciando la hostilidad y la persecución a los enviados como algo inevitable y necesario para la misión. Mateo había señalado ya en otros textos la situación de persecución en la que tendrían que vivir los enviados (cf. Mt 5,1 lss). Y de una manera coherente subraya constantemente que la respuesta del discípulo a la prueba es la fidelidad y la perseverancia. Una respuesta que encuentra su razón y su posibilidad en las palabras dichas por el Maestro: ellas son la única referencia autorizada y la única clave de lectura para seguir siendo fieles en el tiempo de la prueba. Esas palabras recuerdan al discípulo la «sabia simplicidad» que debe caracterizarle en el tiempo de la perseverancia. Discreción y simplicidad, coherencia y realismo perspicaz configuran el estilo del discípulo enviado al mundo, siguiendo el ejemplo del Maestro. En este contexto se explica la invitación a la huida de las ciudades
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que no reciban a los enviados (v. 23); la persecución que obliga a los discípulos evangelizadores a dejar u n a ciudad bajo el apremio de la persecución se vuelve ocasión para proseguir la misión evangelizadora en la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre, el único a quien corresponde el juicio final: «Os aseguro que no recorreréis todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre» (v. 23). De este modo, queda motivada la perseverancia de los discípulos y subrayada la urgencia de su obra misionera. Así, de modo paradójico, la conflictividad violenta y la persecución, manifiestan el estatuto del discípulo que, en su acontecer, comparte el destino histórico de su Señor. La cruz marca la historia del discípulo, la condición del Crucificado marca la vida del evangelizados Ahora bien, para la actividad evangelizadora tenemos también la promesa del Espíritu del Padre (v. 20), de suerte que el enviado participa a través de su testimonio en el estado del Resucitado. La misión viene a situarse en el horizonte de la esperanza y se comprende la razón de que al discípulo que persevere se le prometa la salvación (v. 22).
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rico del servicio del discípulo, que prosigue en el tiempo la acción salvífica de su Señor en cada hombre. En consecuencia, en Cristo, tanto la vida como la misión del discípulo están situadas bajo el signo de la cruz gloriosa: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,6ss). Hasta en el m o m e n t o del a b a n d o n o y el fracaso, del miedo que nos lleva a mirar atrás, a dirigir la mirada hacia el pasado, en el que pensamos encontrar protección, confía el discípulo su propia historia a la memoria de una Palabra consoladora: «Soy yo en persona quien os consuela. ¿Por qué has de temer a un ser mortal, a un hombre que pasa como la hierba? ¿Olvidarás al Señor, tu creador, que desplegó el cielo y cimentó la tierra?» (Is 51,12ss). El anuncio del Evangelio queda sustraído de esta manera a los criterios de evaluación mundanos y es entregado, definitivamente, al discernimiento de la Palabra del Señor: «Hermanos, no actuéis como niños en vuestra manera de juzgar; tened la inocencia del niño en lo que se refiere al mal, pero sed adultos en vuestros criterios» (1 Cor 14,20).
MEDITATIO La gracia de la llamada a compartir la misión del Hijo configura a aquel que, despojándose de su naturaleza divina, se hizo hombre y vivió entre los hombres como siervo (Flp 2,7), viviendo entre los suyos «como el que sirve» (Le 22,27). Esta conformidad con Cristo «siervo» la otorga el Espíritu, que permite al discípulo unir, en una existencia renovada, el obrar y el ser, y en virtud de ello unificar el amor a Dios y al prójimo en el servicio prestado según la verdad (cf. Mt 9,13). La misión y la kenosis se reclaman recíprocamente, revelando, con la humillación de Dios en Cristo, el signo histó-
ORATIO Condúceme tú, luz amable, condúceme en la oscuridad que me estrecha. La noche es oscura, la casa está lejos; condúceme tú, luz amable. Guía tú mis pasos, luz amable. No pido ver muy lejos; me basta con u n paso, sólo con el primer paso. Condúceme adelante, luz amable. No siempre fue así, no te recé para que tú me guiaras y me condujeras. Quise ver por mí mismo mi camino, y ahora eres tú quien me guía, luz amable. Yo quería certezas; olvida aquellos días, para que tu amor no me aban-
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done; hasta que pase la noche tú me guiarás con seguridad a ti, luz amable (J. H. Newman, Lead, kindly ligth).
CONTEMPLATIO El Señor Jesús preanuncia que habrían de ser muchos los que se ensañarían contra los apóstoles con un furor insensato cuando dice que los envía «como ovejas en medio de lobos». Les recomienda que sean «sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes». La sencillez de las palomas es evidente. Sin embargo, es preciso examinar qué es la prudencia de la serpiente. Yo no sé si hay algo de prudente o de sensato en ellas, a pesar de que algunos autores nos hayan transmitido a este respecto que, cuando comprenden que han caído en manos de los hombres, apartan de todos los modos posibles su cabeza de los golpes, o bien escondiéndola en el cuerpo enrollado en espiral, o bien hundiéndola en u n hueco y abandonando la otra parte del cuerpo a la matanza. Así también nosotros, siguiendo este ejemplo, debemos esconder, en caso de persecución, nuestra cabeza, que es Cristo, para defender, exponiéndonos a todas las torturas, con el sacrificio de nuestro cuerpo, la fe que hemos recibido de Cristo [...]. Seremos conducidos además ante los jueces y ante los reyes de la tierra con el propósito de arrancar nuestro silencio o nuestra complicidad. Seremos, en efecto, testigos para ellos y para los paganos. Con nuestro testimonio debemos arrebatar a los perseguidores la excusa de la ignorancia de la divinidad, y, en cambio, debemos abrir a los paganos el camino de la fe en Cristo, predicado por las confesiones de los mártires, que perseveraron entre los suplicios de los que les torturaban. Por eso nos advierte Cristo que es preciso que nos a r m e m o s de la prudencia de la serpiente (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 122ss).
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ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa y os recordará todo lo que os he dicho» (Jn 16,13; 14,26).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Para los monjes, Jesucristo es el modelo de la humanidad por excelencia. El hecho de soportar los sufrimientos, los insultos, las acusaciones, la humillación por amor a Cristo -se trata del contenido de una de las bienaventuranza (Mt 5 , 1 0 - 1 2 ) - es un ideal luminoso para quien vive en el desierto; es expresión de humildad. A h o r a bien, lo que proyecta su sombra de un modo impresionante a lo largo de toda la literatura de los apotegmas es el ejemplo de humildad que Cristo ofrece personalmente, su kenosis, su vaciarse de sí mismo (Flp 2). Los padres del desierto intentaron seguir a Cristo recorriendo su camino de humildad, compartiendo sus sufrimientos, p a g a n d o su deuda de amor a quien sufrió por ellos. Este aspecto de la vida de Cristo es, de modo evidente, uno de los rasgos más conmovedores y marcados de los monjes del desierto. Sus dichos reflejan el empeño inagotable puesto por ellos para realizar su sentido en su propia vida. De este modo, esperaban llevar a Cristo a la vida del desierto. Para el padre Poemen, el objetivo d e la vida del monje en el desierto sólo se puede entender, en su totalidad, en referencia a las bienaventuranzas. «¿Acaso no hemos venido a este lugar para la fatiga (cf. M t 5,1 Oss)?», se pregunta el anciano. De modo análogo, el padre Pafnuncio le indicó el camino de la humildad trazado por las bienaventuranzas a un hermano que le pidió una palabra: «Ve v ama las tribulaciones más que la quietud, el desprecio más que la alegría, dar más que recibir» (D. BurtonChristie, La Parola nel deserto, M a g n a n o 1998, pp. 350ss).
Sábado 14 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Génesis 49,29-33; 50,15-24 En aquellos días, Jacob m-29 les dio estas instrucciones: -Yo estoy a punto de reunirme con los míos; sepultadme junto a mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón, el hitita, 30 en la cueva de Macpelá, frente a Mambré, en la tierra de Canaán, la que compró Abrahán al hitita Efrón como sepulcro en propiedad. 31 Allí fueron sepultados Abrahán y su mujer, Sara; allí, Isaac y su mujer Rebeca; allí también sepulté yo a Lía. 32 El campo y su cueva los compró Abrahán a los hititas. 33 Cuando Jacob acabó de dar estas instrucciones a sus hijos, encogió los pies en la cama, expiró y fue a reunirse con los suyos. sois j ^ v e r j o s hermanos de José que su padre había muerto, se decían: «Quizá ahora José empiece a odiarnos y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos». 16 Por eso mandaron a decir a José: -Tu padre ordenó esto antes de morir: " Decid a José que perdone el delito y el pecado de sus hermanos, el daño que le hicieron. Así que, por favor, perdona el delito de los siervos del Dios de tu padre. José, al oírlos, se echó a llorar. ,8 Después, sus mismos hermanos vinieron a postrarse ante él y le dijeron:
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14a semana
-Aquí nos tienes, somos tus esclavos. 19 Pero José les dijo: -No temáis, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios? 20 Ciertamente, vosotros os portasteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien, para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo. 21 Así que no temáis: yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos. Así los consoló hablándoles al corazón. 22 José siguió viviendo en Egipto con la familia de su padre; vivió ciento diez años. 21 Vio a los hijos de Efraín hasta la tercera generación. También recibió sobre sus rodillas, al nacer, a los hijos de Maquir, hijo de Manases. 24 Luego dijo a sus hermanos: -Yo estoy a punto de morir, pero Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.
**• Este fragmento une la petición de Jacob de ser sepultado en el lugar donde yacían sus padres con la perícopa conclusiva del libro del Génesis, en la que se contraponen el miedo de los hermanos a la posible represalia de José respecto a ellos después de la muerte de su padre y la reacción de José en la que se confirma el perdón, junto a la conciencia de que, aun siendo u n hombre poderoso, nunca podría sustituir a Dios, el único a quien pertenecen el juicio y la vida. En el regreso de los restos de Jacob-Israel a la tierra de sus padres, se preanuncia el itinerario de retorno del pueblo de Israel tras el doloroso paréntesis de la opresión egipcia. Y en las palabras de José -«Dios vendrá a buscaros y os llevará de este país a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob» (v. 24)- se evoca el compromiso (la alianza, berith) que Dios asumió con los padres y que da sentido a la esperanza del pueblo. Esta esperanza encuentra respuesta en la «visita» de Dios a su pueblo, que será para éste la salvación definitiva, la posesión de los bienes prometidos, esperados y anhelados. Se trata de una visita que abrirá u n a nueva fase de la
Sábado
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historia e inundará de alegría toda la tierra, u n a fase que se cumplirá en el Hijo, el cual tendrá poder para dirigir los pasos de todo hombre «por el camino de la paz» y hará u n pueblo único encaminado hacia la patria de su deseo: Dios Padre.
Evangelio: Mateo 10,24-33 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 24 El discípulo no es más que su maestro; ni el siervo más que su señor. 25 Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebú, ¡más aún a los de su familia! 26 Así pues, no les tengáis miedo, porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse, ni nada secreto que no haya de saberse. 27 Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que escucháis al oído proclamadlo desde las azoteas. 28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden quitar la vida; temed más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno. 29 ¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. 30 En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. 3' No temáis; vosotros valéis más que todos los pájaros. 32 Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial, 33 pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre celestial.
**• Mateo recuerda, de una manera decididamente explícita, las coordenadas esenciales entre las que el discípulo «permanece» en su vocación. Lo hace a través de algunas situaciones que caracterizan el acontecer de los enviados. E n primer lugar, se trata de ser como el Maestro (v. 25), de encontrar en él el único motivo y el único modelo de nuestra propia existencia y de nuestra propia misión; de tener, como él, fe en el Padre, de abandonarnos
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con confianza a su voluntad. La adhesión al Señor crucificado y la confianza en la providencia divina constituyen los términos de la relación vital que libera al discípulo de todo miedo (cf. el triple «no temáis»: w. 26.28.31) y de los condicionamientos humanos, y dirigen su libertad a optar por servir al Evangelio. El valor de anunciar públicamente con franqueza (parresía) la presencia de Dios, que trae en Jesucristo la paz y hace estallar, no obstante, las contradicciones que habitan en el corazón del hombre y en las estructuras de vida que éste ha creado, da la medida de la libertad del discípulo y de su adhesión a Jesucristo. El discípulo sabe que el servicio al Evangelio no es u n proyecto de vida irénico o, peor aún, marcado por las componendas, en el que desaparecen ingenuamente - o se esquivan con hábiles cálculos- la conflictividad y las rupturas. Éstas podrán llegar incluso a las relaciones familiares, porque sólo es posible anunciar el Evangelio en la medida en que vivimos el seguimiento y la adhesión a Cristo de una manera radical (cf. Mt 10,37). Anunciar el Evangelio es «confesar a Jesús ante los hombres», una actitud exactamente contraria a la de Pedro, que la noche del arresto renegó del Maestro (cf. 10,33), jurando que no le conocía (27,74). El don de la comunión con él, ofrecido por Cristo a sus discípulos («Eligió a doce para que estuvieran con él»: Me 3,12)-, es algo que no debemos olvidar, ni siquiera frente al peligro de perder la vida. De esta solidaridad con el Hijo del hombre, un don que viene de lo alto, depende el juicio sobre la vida del discípulo (w. 32ss).
MIS
Snhado
salida de la boca del Altísimo (cf. Is 55,11), se difunde como testimonio del Señor Jesús hasta los últimos confines de la tierra (Hch 1,8). E n este itinerario diseñado por la voluntad del Padre, el discípulo está apoyado y acompañado por la presencia de su Señor: «Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y hautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,19ss). Se trata de u n a compañía que nos libera del miedo a la muerte, que nos impulsa a mirar más allá de ésta. Y es que, en Cristo, ha sido destruida la muerte y ha triunfado la vida. Está escrito, en efecto: «Es doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él ríos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2,11-13). Es el nuevo comienzo de la vida del creyente, porque Jesucristo, al vencer a la muerte, construye la historia a partir del nuevo comienzo de su resurrección. De ahí que el discípulo se construya sobre Cristo (Col 2,7) y esté «asociado a su plenitud» (Col 2,9) en virtud de que «habéis sido sepultados con Cristo en el bautismo, y con él habéis resucitado también, pues habéis creído en el poder de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos» (Col 2,12). La misión del discípulo encuentra en este acontecimiento su «comienzo» y la certeza de que está acompañada por la presencia providente del Padre. Él custodia a su fiel.
MEDITATIO
ORATIO
En su misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio, el discípulo participa del dinamismo de la Palabra que,
Te alabo, Señor, y te bendigo, oh mi todo, porque luis completado tu obra en mí. Tú eres un Dios prodigioso,
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tú realizas maravillas. En las entrañas de tu amor te has acordado de mí, tu siervo. Señor, me has vuelto a dar la vida. Por eso cantaré tu nombre entre la gente, sonarán en las cítaras las suaves vibraciones de mi corazón y susurrará en tu oído mi canto de amor: Yo soy narciso de Sarón, un lirio blanco de los valles. Tú, amado mío, me has introducido en la celda de tu embriaguez, m e has imprimido como sello en tu brazo, en tu corazón; tu estandarte, sobre mí, es amor. Te doy gracias en medio de tu pueblo; tú me inundas con tu gracia, porque me has hecho hijo tuyo en el Espíritu. Amén.
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Sábado
sido vendido es el pecado, puesto que Cristo nos ha rescatado del pecado y es redentor del alma y del cuerpo. Por consiguiente, los que venden dos pájaros por muy poco dinero se venden a sí mismos al pecado al precio más bajo. Éstos han nacido para volar y deben elevarse al cielo con alas espirituales. Sin embargo, por ser esclavos del precio de los placeres presentes y estar vendidos al lujo del m u n d o , con esos comportamientos regatean sólo consigo mismos (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 126-128).
ACTIO CONTEMPLATIO «¿No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» [...]. La expresión «ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre» parece contradecir las palabras del apóstol: «Dios no se preocupa de los bueyes». Y se quitaría mucha credibilidad a esta última si se constatara que ha expresado una opinión diferente de la transmitida en los evangelios. Tampoco se confiere, ciertamente, mucho prestigio a los apóstoles por el hecho de ser antepuestos a los pájaros. Este pasaje se explica a partir de la idea precedente. Llegan al colmo, en efecto, las injusticias de los que nos entregarán, nos perseguirán, nos obligarán a la huida. Para ésos es necesario odiarnos a causa del nombre del Señor, a fin de ejercitar todo su poder sólo sobre el cuerpo, puesto que no tienen poder sobre el alma. Éstos son los que venden dos pájaros por muy poco dinero. Y, en verdad, lo que ha sido vendido como esclavo del pecado lo ha rescatado Cristo de la Ley. Así pues, lo que ha sido vendido es el cuerpo y el alma. Aquel al que ha
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino» (Le 12,32).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Jesús entrega a los discípulos su Espíritu a fin de que tengan fuerza, confianza, entusiasmo al compartir con él la misión recibida, en cualquier situación en la que puedan encontrarse. Frente a las dificultades y a las decepciones, a las fatigas y a las arideces, a los miedos y a las tentaciones de abandono que pesan sobre nuestro compromiso de vida cristiana y de anuncio del Evangelio, estamos llamados a descubrir de nuevo la absoluta fidelidad de Cristo a la promesa: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20). Precisamente, en los momentos de fatiga y de aparente fracaso personal y pastoral es cuando debemos orar al «Consolador», al Espíritu Santo que el Padre nos envía en nombre de Cristo. Le debemos rezar para que nos recuerde todo lo que dijo el Señor Jesús (cf. Jn 14,26): la promesa de su presencia; más aún, la realidad de su victoria: «En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido
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al mundo» (Jn 16,33). San Ambrosio nos invita a cantar. «Que Cristo sea nuestro alimento, nuestra bebida la fe; bebamos alegres la sobria embriaguez del Espíritu» (himno Spiendor paternae gloriae). Con esta sobria embriaguez que el Espíritu creador infunde en nuestro corazón, tanto la vida cristiana como la acción pastoral de la Iglesia podrán experimentar no sólo un sentido de serena seguridad, sino también una profunda alegría: la alegría de quien trabaja en el Reino de Dios, por y con el Señor. Precisamente, como los discípulos de los que hablan los Hechos de los apóstoles, que «estaban llenos de alegría y de Espíritu Santo» (Hch 13,52) (D. Tettamanzi, // tempo della missione delta Chiesa, Cásale Monf. 2 0 0 0 , pp. 106-108, passim).
15 a semana del Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: Éxodo 1,8-14.22 En aquellos días, 8 subió al trono de Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José, 9 y dijo a su pueblo: -Mirad, el pueblo israelita se ha hecho más numeroso y potente que nosotros. l0 Hay que actuar con cautela para que no sigan multiplicándose, pues, si se declara una guerra, se aliarán con nuestros enemigos, lucharán contra nosotros y se marcharán del país. 11 Entonces pusieron sobre ellos capataces que los oprimiesen con rudos trabajos, mientras edificaban Pitón y Rameses, ciudades-almacén del faraón. 12 Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y aumentaban, de suerte que los israelitas se convirtieron en un motivo de preocupación para los egipcios. 13 Por eso, los egipcios los sometieron a una dura esclavitud u y les hicieron la vida imposible, obligándoles a realizar trabajos extenuantes, como la fabricación de mortero y ladrillos y toda clase de faenas agrícolas. 22
Entonces, el faraón dio esta orden a todo su pueblo: -Arrojad al río a todos los niños que nazcan; a las niñas dejadlas vivir.
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**• El libro del Éxodo es uno de los grandes libros del Antiguo Testamento. Nos describe, en primer lugar, la magna epopeya de la salvación de Israel, arrancado de la esclavitud de Egipto, y con el que Dios establece una alianza. El Éxodo es u n canto al Dios que salva, un poema dirigido al Dios de Israel, que, tras oír el llanto de su pueblo, «baja» a liberarlo. Este pueblo, una vez liberado, estará destinado no al servicio del faraón, sino al servicio del Señor {cf. Dt 4,20). La lectura de hoy nos presenta la situación de los hebreos en Egipto bajo «un nuevo rey». El faraón de Egipto ya no era el que había elevado a José a primer ministro del país, sino otro que no le había conocido (v. 8). Sospechando de aquel pueblo que crecía y se multiplicaba en su tierra, pensó que tal vez u n día esos hombres podrían levantarse contra el verdadero pueblo egipcio o incluso aliarse con sus enemigos (w. 9ss). Y tomó medidas contra ellos: decretó que se impusiera a los hebreos trabajos forzosos extremadamente duros, con el propósito de agotar sus fuerzas, y los empleó en la construcción de dos ciudades-almacén en el delta del Nilo (v. 11). Los egipcios les amargaron la vida a los israelitas, los convirtieron en esclavos y les obligaron con una gran dureza a fabricar ladrillos de arcilla. Pero cuanto más le oprimían, más se multiplicaba el pueblo (v. 12). Viendo que este sistema no funcionaba como él quería, el faraón pensó en otro método, absolutamente inhum a n o y cruel, destinado a reducirlo a la impotencia y a la aniquilación de Israel: nada menos que la eliminación de los hijos varones que nacieran (v. 22). Desde el punto de vista histórico, debemos situar estos acontecimientos en tiempos del Imperio Nuevo egipcio (decimonovena dinastía), en el siglo XIII a. de C. Sobre este fondo de injusticia y sufrimiento se desarrollará la magna acción salvadora de Dios, tanto más excelsa cuanto más triste y desesperada era la situación del pueblo.
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Evangelio: Mateo 10,34-11,1 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 1034 No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino discordia. 35 Porque he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; 36 los enemigos de cada uno serán los de su casa. 37 El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí, y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. 38 El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. 39 El que quiera conservar la vida la perderá, y el que la pierda por mí la conservará. 40
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me envió. 41 El que recibe a un profeta por ser profeta recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo recibirá recompensa de justo; 42 y quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío os aseguro que no se quedará sin recompensa. 111 Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue a enseñar y a proclamar el mensaje en los pueblos de la región.
**• El texto que acabamos de leer del evangelio de Mateo es uno de los pasajes más difíciles de comprender por la aparente contradicción que presenta. Jesús, que un poco más adelante dirá que debemos aprender de él porque es «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29), dice ahora que ha venido a traer la discordia y no la paz a la tierra (cf. 10,34). ¿Cómo podemos conciliar estos dos extremos? ¿En qué sentido debemos interpretar sus palabras? En casos como éste, es el contexto literario el que nos ayuda a comprenderlo de una manera adecuada. El pasaje que hoy nos ocupa está situado en un contexto de persecución a causa de la fe en Cristo. En efecto, Jesús dice en Mt 10,32: «Si alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a su favor delante de mi Padre celestial». Esto nos ilumina el camino y nos muestra que la división entre personas de la misma familia no surge por cuestiones de tempera-
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mentó, de disidencias o luchas personales, sino por su fidelidad o infidelidad a Cristo. Algunos creerán en él, otros no. En este caso, Jesús ha venido a traer la división; es decir, se convierte en motivo de discordia entre los hombres, entre los que creerán y los que rechazarán la fe. El Evangelio habla claro. El Evangelio, que predica la paz y la concordia, cuando trata el tema de la verdadera fe en Cristo o de nuestra adhesión a él prefiere la división, el contraste, la intolerancia -diríamos incluso-, en favor de los que le han seguido y han creído en él. Por eso, y siempre en la misma línea, Jesús se pone por encima de todos los valores, incluso por encima de los más sagrados valores de la familia. Y añade que, para seguirle, es preciso cargar con la cruz, echar mano de la renuncia, estar dispuesto a dar la propia vida. Estas exigencias pueden parecer excesivas, a no ser por la verdad que contienen y por la excelencia de Aquel que las formuló y las pretendió, signo de su autoridad y de su supremacía sobre todas las cosas.
MEDITATIO El fragmento del evangelio que hemos leído nos muestra una vez más la importancia de la fe en Cristo y, en especial, de su persona. Esta fe, tal como era considerada por el mismo Jesús y por la comunidad primitiva, está por encima de las cosas más sagradas y más grandes de la vida. Sería una fe falsa aquella que, para no romper los vínculos familiares o amistosos, permaneciera en un nivel superficial o lo fuera sólo de nombre, sin ninguna exigencia. La verdadera fe, para los evangelios, significa un corte en lo vivo y, si se da el caso, la renuncia a los sentimientos más profundos del corazón, porque lo que cuenta es la opción por Cristo frente a todos los demás valores e ideales de la vida.
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El mensaje del evangelio de hoy es que debemos reforzar en nosotros la adhesión total, profunda, a Cristo, prefiriéndole a todo, y prefiriendo nuestra fe a cualquier otra fe, religión o ideal humano, especialmente en el mundo de hoy, que vive dividido entre los poderosos desafíos de la técnica, de las incesantes conquistas, del bienestar y de otras realidades que son, muchas veces, los ídolos de la humanidad moderna. Ser capaz de reafirmar la fe en Cristo y en el Evangelio es una necesidad vital para el hombre creyente de nuestros días, porque de otro modo esta fe se oxidará y se perderá.
ORATIO «.Pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo» (Flp 3,7). Señor, haz que nuestra adhesión a ti, como la de Pablo, como la de los apóstoles, como la de tantos santos y tantos fieles de la Iglesia, sea total, absoluta; que esté por encima de todo vínculo, de todo sentimiento y afecto, por encima de todo valor humano. Porque sólo tú eres la verdad, la luz, el camino, el alimento, la paz, la alegría y la esperanza de nuestro corazón. Entonces podremos orar con las palabras de u n autor moderno como F. Dostoievski, nada sospechoso de u n a devoción excesiva, que nos ha dejado u n testimonio impresionante de fidelidad a Cristo. Escribía así en una de sus cartas: «A veces, Dios me envía momentos de lucidez. En estos momentos, amo y siento que soy amado. Fue en uno de esos instantes cuando compuse para mí mismo u n Credo, donde todo es claro y sagrado. Helo aquí: "Creo que no hay nada más bello, más profundo, más agradable, más viril y más perfecto que Cristo. Y me digo a mí mismo, con u n amor celoso, que no hay ni puede haber nadie más grande que él. Más aún, si alguien llegara a probarme que Jesús está fuera de la ver-
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dad y que la verdad no se encuentra en él, yo preferiría permanecer con Cristo antes que con la verdad"» (F. Dostoievski, Corrispondenza con la baronesa Von Wisine).
CONTEMPLATIO En cuanto el grano de trigo cayó en tierra y murió, salió de él toda la mies de los fieles y los hijos de Israel se multiplicaron y se volvieron muy poderosos. Así pues, también en ti, si muere José, es decir, si acoges en tu cuerpo la mortificación de Cristo y haces morir el pecado en tus miembros, se multiplicarán en ti los hijos de Israel. Por hijos de Israel se entiende los sentidos buenos y espirituales. Por consiguiente, si hacemos morir los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren en ti cada día los sentidos de la carne, crecen los sentidos del espíritu, y, mientras mueren cada día en ti los vicios, crece el número de las virtudes. Tú, que escuchas estas cosas, si por casualidad ya has recibido la gracia del bautismo, has sido contado entre los hijos de Israel, has acogido en ti al Dios-rey y, después de esto, has querido desviarte, realizar las acciones del mundo, llevar a cabo actos terrestres y trabajos con el barro, has de saber y reconocer que se ha levantado en ti otro rey que no conoce a José; es un rey de Egipto, que te obliga a hacer sus obras, te hace trabajar para él con ladrillos y barro. Es él quien, poniendo sobre ti instructores y vigilantes, te empuja con golpes de vara a las obras de la tierra, para construirle ciudades. Es él quien te hace correr de u n lado para otro en el m u n d o y hace turbar, por la codicia de la ganancia, los elementos del mar y de la tierra. Es este rey de Egipto el que te hace recorrer el foro con las lides, atormentar a los parientes con las disputas por unos cuantos terrones de tierra, por no hablar de lo demás: tender insidias a la castidad,
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engañar a la inocencia, cometer porquerías en privado, crueldades en público, perversiones en lo íntimo de la conciencia. Y puesto que son muchos los maestros y doctores de malicia que el faraón nos ha puesto, el Señor Jesús creó otros maestros y doctores que nos enseñaran a ver a Dios con el alma, a abandonar por completo al hombre viejo con sus acciones y a revestirnos del nuevo, que ha sido creado según Dios (Orígenes, Omelie sull'Esodo, Roma 1981, pp. 45-52, passim [edición española: Homilías sobre el Éxodo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Los dos primeros capítulos del Éxodo preparan la escena de la magna irrupción de YHWH en la historia, pintando con fuertes tintas la situación de los hijos de Israel en Egipto. Los hijos de Israel, durante su estancia en Egipto, dan la impresión de haberse olvidado casi por completo del Dios de sus padres. Cuando Dios irrumpa en la historia, lo hará con un acto absolutamente gratuito. La iniciativa es suya por completo. Dios se ve inducido y solicitado a salvar no en virtud de mérito alguno por parte de Israel, sino por la situación de miseria en la que su pueblo se encontraba. Durante el éxodo, empezó Israel a comprender la misteriosa predilección de YHWH por los humildes y los débiles. Reconoció que su propio título de elección no se lo habían proporcionado sus méritos, sino su pequenez e impotencia (cf. Dt 7,7ss). Dios so revelará, a lo largo de toda la historia de la salvación, como al
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guien que «exalta a los humildes» y que, para llevar a cabo sus obras más grandes, escoge «lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los o/os del mundo, para anular a quienes creen que son algo» (1 Cor 1,27ss). La esclavitud que padecieron los israelitas es mucho más que un hecho simplemente material. En un sentido profundo, fueron los mismos israelitas los que quisieron permanecer en la esclavitud. Es cierto, los judíos gemían en medio de la opresión, deseando ardientemente ser liberados de ella, pero eso es algo perfectamente humano y no significa que estuvieran dispuestos a seguir la ardua llamada a la libertad. Se habían convertido en gente de ánimo servil, poco dispuesta a renunciar a esa pesada seguridad que es la recompensa de quien se rinde a un régimen totalitario (J. Plastaras, // Dio dell'Esodo, Cásale Monf. 1977, pp. 2 8 - 3 1 , passim).
Martes 15 a semana del Tiempo ordinario
ECTIO Primera lectura: Éxodo 2,1-15a En aquel tiempo, ' un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de otro levita. 2 Ella concibió y dio a luz un hijo, y al ver que era muy hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. 3 No pudiendo ocultarlo más, tomó una cesta de papiro, la calafateó con betún y pez, puso dentro de ella al niño y la dejó entre los juncos de la orilla del río. 4 La hermana del pequeño se quedó a poca distancia para ver lo que sucedía. 5 Entonces, la hija del faraón bajó a bañarse al río y, mientras sus doncellas paseaban por la orilla, vio la cesta en medio de los juncos y envió a una de sus doncellas para que la recogiera. 6 Cuando la abrió y vio al niño, que estaba llorando, se sintió conmovida y exclamó: -Es un niño hebreo. 7 Entonces, la hermana del pequeño dijo a la hija del faraón: -¿Quieres que vaya a buscarte una nodriza hebrea para que te críe este niño? 8 La hija del faraón le respondió: -Vete. La joven fue a buscar a la madre del niño, 9 a quien la hija del faraón encargó: -Toma a este niño y críamelo; yo te pagaré. La mujer tomó al niño y lo crió.
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Cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés, diciendo: «Yo lo saqué de las aguas». 11 Cierto día, siendo ya mayor, Moisés fue a donde estaban sus hermanos. Vio sus duros trabajos y observó cómo un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos hebreos. 12 Echó una mirada a su alrededor y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena. 13 Salió también al día siguiente, vio a dos hebreos riñendo y dijo al agresor: -¿Por qué golpeas a tu compañero? 14 Pero éste le replicó: -¿Quién te ha constituido jefe y juez entre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? A Moisés le entró miedo, pues se dio cuenta de que la cosa se sabía. 15 El faraón se había enterado también de lo sucedido y trataba de matar a Moisés.
*• La historia que nos cuenta hoy el libro del Éxodo es u n a de las más conocidas del Antiguo Testamento, es una escena inmortalizada por muchos pintores y directores de cine. La orden del faraón ha sido puesta en práctica: todos los recién nacidos varones son ahogados en las aguas del Nilo. Sin embargo, la Providencia, que lo dirige todo, vela en particular por uno de estos niños, que será salvado de las aguas de una manera sorprendente. Éste era el designio divino: el niño salvado será más tarde el salvador de su pueblo. El presente relato, similar a otros que hemos encontrado en las diferentes literaturas sagradas del Medio Oriente, tiene u n a gran importancia para la fe cristiana, y es que el pequeño Moisés se ha convertido en la figura de otro Niño que, ya en sus primeros días, también será perseguido por Herodes, rey de Judea, para darle muerte. Poniéndose de acuerdo la madre y la hija, abandonan al niño, introducido en u n a cesta de papiro, sobre el agua (w. 3ss). Pero ese sitio es el lugar donde suele bañarse la hija del faraón. Ésta, tras descubrir al niño,
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se enternece y quiere tomarlo como hijo. Entretanto, la hermana, María, ha convencido a la hija del faraón para que le permita buscar u n a nodriza para el niño. Ésta será su verdadera madre (w. 7ss). Tras el destete, la hija del faraón se lleva al niño a su palacio: ésta «lo adoptó» (v. 10). Le impuso un nombre, Moisés, que ha llegado a nosotros como simple abreviatura, en la que falta la primera parte, donde seguramente se encontraría (como muestran muchos antiguos n o m b r e s egipcios análogos) el nombre de alguna divinidad del Nilo. En la segunda parte de la lectura, Moisés, que ya ha llegado a la edad adulta, se da cuenta de la suerte que corren sus hermanos hebreos y se pone a favor de ellos. Su celo, demasiado impetuoso, le induce después a la huida y al autoexilio; se va a tierras de Madián, en las cercanías del m a r Rojo (v. 15b), donde empezará otro tipo de vida y se hará pastor de los rebaños de su suegro, Jetró.
Evangelio: Mateo 11,20-24 En aquel tiempo, 20 Jesús se puso a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: 21 -¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en vosotras, hace tiempo que, vestidas de saco y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido. n Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que para vosotras. 23 Y tú, Cafarnaún, ¿te elevarás hasta el cielo? ¡Hasta el abismo te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, hoy seguiría en pie. 24 Por eso os digo que el día del juicio será más llevadero para Sodoma que para ti.
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*+• El fragmento evangélico de Mateo que hemos leído hoy es una lección sapiencial como muchas otras que podemos encontrar en el Antiguo Testamento; a saber: un hecho concreto explicado sobre la base de una semejanza de términos opuestos (como la de los dos caminos: el bien y el mal; los dos árboles: el plantado en terreno árido y el plantado junto al agua). La expectativa frustrada es u n a realidad h u m a n a desconcertante, aunque frecuente en la vida. El evangelio nos presenta el duro reproche de Jesús contra las ciudades que no acogen su Palabra. Se trata de tres ciudades de Galilea -Corozaín, Betsaida y Cafarn a ú n - que, aun habiendo oído la predicación de Jesús, acompañada por tantos milagros, permanecen frías e insensibles, sin abrir su ánimo. Para acentuar aún más su culpabilidad, Jesús emplea la comparación con otras ciudades paganas especialmente conocidas por sus pecados, como Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra. Y nos hace ver que estas ciudades, aun corrompidas por tantos vicios, habrían tenido un comportamiento diferente, más acogedor y respetuoso, aunque sólo hubiera sido por haber visto los milagros realizados por Jesús. Sin embargo, las ciudades «creyentes» de Galilea, a pesar de sus acciones milagrosas, se niegan a escuchar, prefieren su dureza de corazón y se cierran al mensaje de salvación que se les ha ofrecido.
MEDITATIO Moisés, salvado de las aguas, salvará después a su pueblo. Existe siempre u n a estrecha relación entre lo que se es y lo que se hace, entre lo que se experimenta y lo que se comunica. También el cristiano conoce esta experiencia fundamental. Se trata de algo que nos habla de u n a lógica humano-divina que no admite excepciones. Dirá san Pablo: «En otro tiempo erais ti-
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nieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Portaos como hijos de la luz, cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad» (Ef 5,8ss). E n el Nuevo Testamento aparece con frecuencia esta relación: si somos u n a cosa, de ahí se deben seguir una serie de consecuencias, o sea, el fruto de ese ser. Como decían los antiguos, «agere sequitur esse» («el obrar sigue al ser»). Si somos cristianos, debemos irradiar la luz propia de los cristianos, que no es otra que la de Cristo. Por consiguiente, si somos amados, debemos amar; si somos dichosos, debemos hacer dichosos a los otros, y si se nos ha anunciado la Palabra, nosotros debemos comunicarla asimismo a los demás. Esta lógica procede de nuestra unión con Cristo: somos en él u n a nueva criatura, nos hemos convertido en hijos de Dios, y esto supone u n nuevo estilo de vida que deriva de la nueva realidad que hemos adquirido por gracia divina. Nos han sido perdonados nuestros pecados; por consiguiente, también nosotros, como Cristo, debemos perdonar; hemos sido salvados por Cristo, de ahí que, como Cristo nos ha salvado a nosotros, también nosotros debamos procurar la salvación de los demás. La dignidad cristiana, procedente de nuestra inserción en Cristo Jesús, nos mueve a convertirnos para los otros en lo que Cristo ha sido para nosotros, nos induce a extender a los otros lo que nosotros hemos recibido.
ORATIO Señor Jesús, tú dijiste una vez: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Haz que nosotros podamos ser también, aunque sea en u n a medida mínima, u n reflejo del Padre celestial, u n pequeño rayo de luz que emana de su persona divina, y que así también nosotros podamos irradiar un poco de bondad, de perdón,
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de esperanza, de alegría, de confianza y de servicio generoso a los otros. Haz que siempre podamos recordar nuestra vocación, nuestra dignidad, el insigne privilegio de estar verdaderamente insertados en la Trinidad divina, y que esta conciencia nos ayude a vivir intensamente las realidades que la fe nos ofrece, de tal modo que los otros, tal vez menos privilegiados que nosotros, p u e d a n recibir un influjo benéfico del tesoro de gracia que nos ha sido concedido. Te pedimos asimismo por aquellos a quienes llegará esta irradiación nuestra, a fin de que, no tanto con la palabra, como con nuestra vida y nuestras obras, puedan percibir la belleza de la vocación cristiana, de la fe, de la esperanza y de la caridad de Cristo y puedan sentir la fascinación de la filiación divina. Amén.
CONTEMPLATIO Por la fe, Moisés, apenas nacido, fue mantenido escondido durante tres meses por sus padres. ¿Cómo esperaron salvar a su hijo los padres de Moisés? Por la fe. ¿Qué fe? Vieron, dice, que era gracioso, y esta visión les indujo a creer. Así, ya desde el principio, desde la cuna, se vertió u n a gran cantidad de gracia sobre este justo no en virtud de u n sentimiento natural, sino por obra de Dios. En efecto, mira: apenas nacido, el niño aparece bello y absolutamente nada deforme. ¿Por obra de quién? No de la naturaleza, sino de la gracia de Dios, que conmovió y estimuló a aquella mujer egipcia -la hija del faraón- para que lo tomara y lo tuviera como hijo. Esto vale para los padres; Moisés no contribuyó en nada a ello. Sin embargo, «renunció Moisés al título de nieto del faraón cuando se hizo mayor, prefiriendo compartir los
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sufrimientos del pueblo de Dios». No sólo dejó la realeza, sino que «renegó» de ella, la odió, la despreció. Le había sido ofrecido el cielo, y no valía la pena admirar el palacio real de Egipto. Estaba convencido de que ser ultrajado por Cristo era mejor que encontrarse entre comodidades, pues esto era ya de por sí u n a recompensa, «prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios». Vosotros, en efecto, sufrís en vuestro propio beneficio, pero él lo hizo por el de los otros; y espontáneamente se lanzó a unos enormes peligros, siendo que podía vivir entre los honores y gozar de las ventajas de la corte. Para él, el pecado era no asociarse a los sufrimientos de su pueblo. Así pues, si consideraba pecado no sufrir espontáneamente con los otros, debió ser verdaderamente u n gran bien el sufrimiento al que se expuso abandonando la realeza. Y, previendo algo grande, estimó «los ultrajes de Cristo como una riqueza superior a los tesoros de Egipto». ¿En qué consiste el ultraje de Cristo? En ser maltratados porque confiamos en Dios. Todo esto tuvo lugar porque Moisés perseveró en la fe como si viera al Invisible. Igualmente, también a nosotros, si vemos siempre a Dios con nuestra mente, si nos m a n t e n e m o s ocupados con su recuerdo, todo nos parecerá fácil, todo soportable; lo podremos tolerar todo con buen ánimo, seremos superiores a todas las tentaciones (Juan Crisóstomo, Omelie sull'Epistola agli Ebrei, Roma 1965, pp. 366-371, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes» (1 Cor 1,27).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
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Aunque sin saberlo, todos los hombres sirven a los planes de Dios. Las obras de Dios empiezan en la humildad, en lo escondido, y en estas circunstancias no sabemos nunca qué es lo que puede servir al Señor: tal vez sus enemigos son sus mejores colaboradores, tal vez colaboren en sus planes más de lo que lo hacen sus amigos. También hoy sigue siendo así: ¡qué misterio se desarrolla a través de la historia! Es Dios quien conduce los acontecimientos; todos ellos responden al designio divino, y los hombres sirven todos a este designio: lo quieran o no, todos entran en este plan. ¿Quién nos dará ojos para saber descubrir, en los acontecimientos más humildes, el comienzo de las obras más grandes? No son la grandeza y el poder el instrumento de las obras divinas, sino precisamente la humildad, la pobreza, la debilidad, la impotencia. Hoy como ayer, y siempre. Sólo en la medida en ue los hombres se mantengan en la humildad y en lo escondio, en la pobreza y en la impotencia, servirán al Señor. Moisés, instrumento de Dios, es un pobre niño. Pero salvará a Israel contra el poder del faraón, y lo salvará precisamente a través del mismo faraón. El mundo, el enemigo de Dios, se ensañará contra un poder opuesto al suyo, no se ensañará contra la debilidad, contra la impotencia. La hija del faraón salva la vida del pequeño Moisés. El faraón se pone duro contra Israel porque éste se muestra recalcitrante a sus órdenes; sin embargo, contra este niño pequeño que nada hubiera podido oponerle si le hubiera matado, el faraón se encuentra sin poder, y es él mismo quien lo salva [...]. N o son el poder, la grandeza, la riqueza, los ue deben dar miedo a los enemigos de Dios, sino la humildad e los pobres, de los que aún confían en Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1,967, pp. 25-27, passim [edición española: Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sigúeme, Salamanca 1968]).
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LECTIO
Primera lectura: Éxodo 3,1-6.9-12 En aquellos días, ' Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios, 2 y allí se le apareció un ángel del Señor, como una llama que ardía en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía. 3 Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la zarza». 4 Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la zarza: -¡Moisés! ¡Moisés! Él respondió: -Aquí estoy. 5
Dios le dijo:
-No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado. Y añadió: 6
-Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios. Y el Señor le dijo:
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El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a la que los egipcios los someten. 10 Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. 11 Moisés dijo al Señor: -¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas? 12 Dios le respondió: -Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte.
**• Si la página de la infancia de Moisés es una de las más conocidas, ésta de hoy - q u e narra su llamada- es u n a de las más importantes del libro del Éxodo. Moisés, integrado en la familia de Jetró, el sacerdote madianita que le había dado a su hija Séfora como esposa, se adapta al nuevo tipo de vida, se hace pastor en aquella tierra y, siguiendo a su rebaño, llega un día al monte de Dios, el Horeb, en el Sinaí (v. 1). En aquella soledad es donde Dios le saldrá al encuentro para una revelación trascendental que marcará no sólo su vida, sino también -y de manera especial- la vida de su pueblo, Israel, y la de la Iglesia de Cristo. En efecto, Dios le envía a salvar a sus hermanos de la esclavitud, figura de la opresión de la humanidad, que será salvada y redimida por el enviado de Dios, Cristo Jesús. La acción parte de un hecho sorprendente, nunca visto: una zarza que arde sin consumirse (v. 2). Atraído por este espectáculo, Moisés se acerca y, cuando se encuentra cerca de la zarza, oye la voz del Señor. Dios se muestra sensible al dolor, al clamor del sufrimiento, y más aún cuando este sufrimiento es el de los pequeños o el de los oprimidos. No ha habido ninguna oración por parte del pueblo que haya movido a Dios a intervenir; es simplemente «el clamor» de la aflicción de aquella gente oprimida lo que ha llegado a él como una súplica (v. 9).
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Y Dios responde. De él procede la iniciativa: es YHWH quien da el primer paso. Sin embargo, para actuar de modo concreto entre los hombres, quiere unos hombres elegidos que colaboren en su plan de redención: «Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo» (v. 10). El hombre, ante u n a tarea tan grande y difícil, experimenta miedo, se siente pequeño, incapaz, y presenta a Dios sus limitaciones (v. 11). Pero Dios le tranquiliza: «Yo estaré contigo» (v. 12). La obra es de Dios, él la ha comenzado, él la llevará a término. La fe del hombre se entrelaza con esta iniciativa divina. De este modo, llevará Dios a cabo, con la cooperación humana, su gran designio de salvación de Israel.
Evangelio: Mateo 11,25-27 25
En aquel tiempo, dijo Jesús: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. 26 Sí, Padre, así te ha parecido bien. " Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
*•• El fragmento evangélico de hoy nos transmite u n a de las pocas oraciones explícitas de Jesús recogidas en los evangelios. Esta oración es una breve berákhah, o sea, «bendición» dirigida a Dios (del mismo modo que tantos salmos del Antiguo Testamento). El motivo, si nos fijamos bien en la traducción del texto original, es éste: haber revelado las cosas del Reino de Dios a los pequeños antes que a los sabios del mundo. Jesús no bendice al Padre en primer lugar por haber escondido estas cosas a los sabios del mundo, sino antes que nada porque las h a «dado a conocer a los sencillos» (v. 25). Eso es
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lo que ha complacido al Padre, tal como lo ve el amor filial de Jesús. A continuación, fuera ya de la oración, Jesús hace unas afirmaciones impresionantes sobre sí mismo: dice, en primer lugar, que todo le ha sido entregado por su Padre (v. 27a), palabras que veremos ratificadas y completadas por aquel solemne «Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra» (Mt 28,18). Jesús era consciente del gran poder que tenía, que era un don del Padre. En segundo lugar, Jesús afirma que «nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (v. 27b), indicando de este modo su realidad divina y mesiánica, cosas que escapaban absolutamente a cualquier observación o deducción h u m a n a privada de la luz de la revelación. Por último, dice Jesús de manera semejante que «al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v. 27c). Aquí tenemos una explicación clara de la imposibilidad en la que se encuentra el hombre de conocer verdaderamente a Dios como Padre. Y precisamente Jesús se presenta como el revelador del Padre: que el hombre pueda llegar al conocimiento del Padre del cielo depende enteramente de él, de Jesús.
MEDITATIO Hoy hemos escuchado dos maravillosas revelaciones divinas, u n a del Antiguo y otra del Nuevo Testamento. En la primera, Dios se revela como el Dios vivo, cercano, que escucha el grito del oprimido, que salva, porque ama a los hombres y a su pueblo. El Dios de la revelación, de la fe, es asimismo u n Dios que está al lado de su pueblo, que le sigue y no puede tolerar el sufrimiento injusto con que es oprimido. Y por eso decide salvarlo. Para llevar a cabo esta salvación, se sirve de circunstancias históricas; se servirá de hombres, incluso débiles y
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pobres; se servirá de las reacciones de la mente y del corazón humano, variable y mezquino. Y llevará a puerto su designio. En la revelación del Nuevo Testamento vemos que Jesús nos revela al mismo Dios del Antiguo Testamento, pero yendo mucho más allá de cuanto hubiera podido comunicarnos la primera fase de la revelación. Para revelárnoslo Jesús emplea el más bello de los nombres: Padre. Nos muestra que Dios es ante todo Padre, Padre eterno del Hijo unigénito, engendrado antes de todos los siglos. Y, con la venida de su Hijo al mundo, también los hombres se convertirán en hijos suyos, en herederos de su misma gloria. Es «Padre», por tanto, no en u n sentido alegórico, tampoco en u n sentido moral (como para indicarnos su bondad o su providencia), sino de una manera real: «Padre» en sentido propio, porque nos ha comunicado su misma vida divina y nos ha hecho herederos de su misma gloria.
ORATIO Señor Jesús, luz verdadera del Padre celestial, irradiación de su gloria, ¿cómo podremos agradeceros adecuadamente a ti y al Padre este don inmerecido de ser hijos del Padre y hermanos tuyos? Éste ha sido el designio eterno de la bondad divina, que, desde siempre, ha pensado en nosotros para hacernos entrar en la esfera de su misma divinidad y compartir con nosotros su vida y su gloria eterna. Gracias al Espíritu Santo - q u e es Espíritu de la verdad y de la vida-, este prodigio se renueva cada día cuando, en virtud de su poder y mediante el sacramento del bautismo, llega a ser el hombre hijo de Dios. Deja el hombre viejo con sus pecados y se convierte en el hombre nuevo a semejanza de Cristo, revistiéndose de él.
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Ante este prodigio inaudito de la bondad divina, no podemos dejar de hacer nuestra la oración de Pablo contenida en el himno de la carta a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia. Llevado de su amor, él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo...» (Ef 1,3-5).
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sidad tan viva que, con todo, quería mirar dentro, aunque, atenazado por el miedo, no se atrevía a mirar al interior. Imagina entonces cuánto más ardiente debía ser su deseo de ver físicamente el rostro del Señor, mientras iba diciéndose cómo aquel rostro estaba lleno de luz, lleno de gloria, lleno de poder, lleno de Dios. Sobre Dios no puedo decir o pensar más. Cuando el hombre ha llegado a la cima, entonces está en los comienzos (Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118, VIII, 17ss, passim).
ACTIO CONTEMPLATIO Moisés oró a fin de que Dios se le mostrara y él pudiera verle cara a cara. Ciertamente, el santo vate del Señor sabía que no era posible ver cara a cara a Dios, que es invisible. Ahora bien, la santa devoción a Dios supera todos los límites y considera que también esto era posible a Dios, a saber: hacer a los ojos del cuerpo capaces de captar lo que es incorpóreo. Este error no es criticable; más bien, fue incluso u n deseo agradable e inexhausto el desear apretar, casi con la mano, a su Señor y verle con la vista de los ojos. Sabía que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuando fue elegido por el Señor como liberador del pueblo y fue colmado de espíritu de sabiduría, pudo contemplar al ángel y su rostro glorioso. Esto es tan verdad que experimentó terror frente a la luz resplandeciente y vio arder la zarza pero no convertirse en ceniza. Experimentó maravillas frente a aquella visión y aquel resplandor. Se acercó, impulsado por el deseo y por la belleza, para mirar dentro con mayor atención. Entonces, después de haber visto al ángel entre las lenguas de fuego que salían de la zarza, experimentó en él un calor tan grande, se vio subyugado por u n a curio-
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La venida de Dios es repentina, imprevista. Moisés no fue conscientemente a la búsqueda de YHWH: fue YHWH el que se presentó de una manera imprevisible a él. Este dato de la revelación ha sido subrayado de una manera repetida tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Israel había comprendido que el contacto con el Dios vivo no es algo que el hombre pueda obtener mediante técnicas de contemplación. La revelación es siempre efecto de la intervención soberanamente libre de Dios. Es siempre Dios quien comienza el diálogo con el hombre. En el caso de Moisés, el encuentro tiene lugar en el momento en que Dios le llama por su nombre (Ex 3,4). Cuando Dios llama, lo que se le pide al hombre, en primer lugar, es prontitud y disponibilidad para acoger la Palabra de Dios. La respuesta de Moisés en esta circunstancia es concisa, una sola palabra hebrea, hinnem, que implica la misma respuesta franca e inmediata: «¡Aquí estoy! ¡Á tu servicio!». Existe, no obstante, una inequívoca ambivalencia en la reacción de Moisés ante la presencia de Dios. Si la experiencia de
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lo sagrado atrae al hombre con su fascinación misteriosa, le colma al mismo tiempo de temor y temblor, puesto que la experiencia de lo sagrado es para él, simultáneamente, experiencia de su propia naturaleza profana y de su indignidad. Entonces toma el hombre conciencia de que ni el hecho de quitarse las sandalias ni las purificaciones rituales pueden prepararle de una manera adecuada para entrar en la presencia del Dios vivo. Así le sucede a Moisés: su primera reacción frente a la zarza ardiente fue de audaz y profana curiosidad, mas ahora se cubre el rostro y tiene miedo de mirar para no vislumbrar al Dios absolutamente santo. Moisés no intenta huir ni esconderse, pero se cubre el rostro para no ver a Dios. Israel, en efecto, estaba convencido de que Dios era demasiado santo para ser visto por el hombre, como Dios mismo dirá de inmediato a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo» (Ex 33,20) (J. Plastaras, // Dios dell'Esodo, Cásale Monf. 1976, pp. 53ss).
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Primera lectura: Éxodo 3,13-20 En aquellos días [al oír la voz del Señor desde la zarza], " Moisés replicó a Dios: -Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros. Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé? '" Dios contestó a Moisés: -Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: «Yo soy» me envía a vosotros. 15 Y añadió: -Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación. 16 Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: «Me he conmovido al ver cómo os tratan los egipcios " y he determinado sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, jeveos y jebuseos, tierra que mana leche y miel». 18 Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le diréis: «El
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Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; permítenos hacer una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios». " Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará marchar, a no ser obligado por una gran fuerza. 2" Pero yo desplegaré mi fuerza y castigaré a Egipto, realizando prodigios en medio de ellos. Después, os dejará salir.
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que, seguramente, se había olvidado de la promesa de la tierra. Pero aparece también la nueva y sorprendente revelación de u n rostro de Dios que está cerca de los suyos y quiere la salvación de su pueblo.
Evangelio: Mateo 11,28-30 *• Moisés, en su diálogo con Dios, le pregunta su nombre, y Dios responde: «Yo soy el que soy» (v. 14). Es el nombre nuevo que será venerado por el pueblo, u n nombre repleto de significado. Durante mucho tiempo hemos oído esta definición del nombre de Dios (YHWH) como si fuera una definición metafísica del ser eterno de Dios, «Aquel que existe» desde siempre por el hecho de ser Dios. Sin embargo, los estudios bíblicos nos han hecho ver que el sentido del nombre nuevo es éste: «Yo soy el Dios que está contigo para salvarte», revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios comprometido con la salvación de su pueblo. Con todo, este Dios con nombre nuevo es el mismo Dios de los patriarcas, que se había aparecido a Abrahán, a Isaac y a Jacob; por consiguiente, el Dios de la promesa, que ahora, frente a la esclavitud de su pueblo, quiere actuar como salvador; por eso emplea otro nombre. En las palabras de Dios se alude, en efecto, a la tierra prometida como u n a tierra «que mana leche y miel» (v. 17), que será la meta del largo viaje que emprenderá Israel caminando hacia la libertad. Dios preanuncia a Moisés lo que sucederá: el pueblo le escuchará, pero el faraón presentará resistencia al plan de Dios. Sin embargo, toda esta oposición no servirá más que para hacer resaltar el poder de Dios. Él actuará en favor de su pueblo con prodigios -las diez plagas de Egipto- que acabarán por doblegar el corazón del rey de Egipto. Se da, pues, una continuidad por parte de Dios, de su proyecto, de su fidelidad al pueblo,
En aquel tiempo, dijo Jesús: «28 Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
**• La brevísima perícopa evangélica de hoy es u n a alhaja que se encuentra sólo en Mateo. Se trata de uno de los fragmentos más consoladores, más alentadores y más esperanzadores del mensaje de Jesús y del ejemplo de su vida. Se trata de una invitación que está dirigida a todos los que se encuentran «fatigados y agobiados», una condición humana, material o espiritual, en la que se puede hallar cualquier hombre, hasta aquel que se considera más libre y más perfecto. La fatiga acompaña al hombre a lo largo de toda su vida, y la opresión, en sus mil formas diferentes -moral, psicológica, social, familiar-, no permite que el hombre goce plenamente de la perenne libertad a la que ha sido llamado. Por eso, la invitación de Jesús va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos: se trata de una invitación maravillosa, la más necesaria de todas. Jesús nos facilita el motivo de su invitación: él mismo nos aliviará, nos consolará, nos reanimará. Viene, a continuación, una orden: la de imitarle en aquello que constituye el fondo de su corazón, la expiv sión de su persona: su sencillez y su humildad. Jesús n