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Lectio divina para cada día del año
GIORGIO ZEVINI
y PIER
GIORDANO CABRA
(eds.)
Plan general de la colección
LECTIO DIVINA PARA CADA DÍA DEL AÑO *1. *2. *3. *4.
Adviento Navidad Cuaresma y Triduo pascual Pascua Ferial Ferial Ferial Ferial
- Tiempo - Tiempo - Tiempo - Tiempo
Ordinario Ordinario Ordinario Ordinario
- año - año - año - año
par par par par
(sem. (sem. (sem. (sem.
Ferial Ferial Ferial Ferial
- Tiempo - Tiempo - Tiempo - Tiempo
Ordinario Ordinario Ordinario Ordinario
- año - año - año - año
impar impar impar impar
1-8) 9-17) 18-25) 26-34)
(sem. (sem. (sem. (sem.
1-8) 9-17) 18-25) 26-34)
volumen 4
Tiempo de pascua
Domingos - Tiempo Ordinario (A) Domingos - Tiempo Ordinario (B) Domingos - Tiempo Ordinario (C) * Publicados.
EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. d e P a m p l o n a , 41 3 1 2 0 0 Estella ( N a v a r r a ) E s p a ñ a 2001
En este volumen han colaborado: Para la lectio divina (leccionario festivo):
La liturgia de la Palabra en el Tiempo de pascua
ANNA MARIA CÁNOPI y COMUNIDAD DE LA ABADÍA BENEDICTINA MATER ECCLESIAE, ISOLA S. GIULIO.
Para la lectio divina (leccionario ferial): GIORGIO ZEVINI (lectio del evangelio); PTER GIORDANO CABRA (todas las partes restantes) Para la presentación litúrgica de la Palabra: GIANFRANCO VENTURI
Traducción:
1. El misterio de La pascua e n el corazón del hombre actual
MIGUEL MONTES
La vida como «paso»: Siempre que ha sido posible, el texto bíblico se ha tomado de la Biblia de La Casa de la Biblia.
© 2000 by Editrice Queriniana, Brescia - © Editorial Verbo Divino, 2001 - Es propiedad - Printed in Spain - Impresión: GraphyCems, Villatuerta (Navarra) - Depósito legal: NA. 593-2001 ISBN 84-8169-457-6
morir-para-resurgir
La vida está marcada por el movimiento, es un continuo «pasar». Desde el estado embrionario pasamos al de feto: morimos como embrión y resurgimos como feto. Si no sucediera esto, estaríamos ante la muerte verdadera. Del mismo modo, llegamos a niños sólo cuando dejamos el seno materno muriendo a la condición de feto. Y lo mismo cumple decir de todos los sucesivos «pasos». Todo -el hombre, la naturaleza, la historia, el progreso...- está marcado por el signo del «pasar» desde una situación de partida a la siguiente. Es preciso abandonar u n a posición («morir» a ella) si queremos conquistar otra («resurgir», asumir la nueva posición): es una condición de vida, una ley a la que nada se sustrae. Lo que se define como «hilemorfismo pascual», pretendiendo dar a entender que la pascua, concebida como «paso», como un «morir-para-resurgir», está inscrito en todo, y nada se sustrae a su influjo.
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Tiempo de pascua
Cada hombre, sea creyente o no, vive marcado por la pascua. Con todo, existe un problema: ¿no será acaso este continuo paso el indicio de u n carácter incompleto por parte del ser humano? ¿Hasta cuándo continuará? ¿Tendrá un término? ¿Nos conduce el último paso a la muerte definitiva (el fracaso) o a la vida que no termina, es decir, a la plenitud?
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el paso definitivo a la vida eterna. En efecto -escribí" san Pablo-, «Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida» (1 Cor 15,21-23).
La fiesta, celebración de la vida El hombre confía a la fiesta la respuesta a estas preguntas. En efecto, «toda fiesta es u n a afirmación, u n sí a la vida, un juicio favorable sobre nuestra existencia y sobre la del m u n d o entero» (J. Mateos). Quien celebra u n a fiesta no dice: «Todo h a terminado», «Todo carece de sentido». Quien celebra u n a fiesta vive en la abundancia - d e alimento, de dones...-, ya n o le preocupa el tiempo... En la fiesta, y a través de varios signos, manifiesta el hombre la confianza que tiene en alcanzar y pregustar ya hoy como primicia la «plenitud de la vida». La fiesta es el lugar de la memoria y de la esperanza. En la memoria aparece la historia personal y colectiva en su designio orgánico y recibe la luz necesaria para sus distintos momentos. La memoria nos impulsa hacia el futuro y mantiene despierta la expectativa de la plenitud de la vida. La pascua de Cristo ilumina la vida del hombre El misterio de la pascua de Cristo brinda u n a respuesta a las preguntas del hombre. El Señor Jesús, con su resurrección, nos dice que el continuo «pasar» no tiene como término final la muerte, sino la vida. Y en la fiesta nos anticipa y nos hace vivir, c o m o primicia,
2. El misterio de la pascua, proclamado e n la liturgia E L LECCIONARIO DOMINICAL Y FESTIVO
El misterio del domingo de pascua: los evangelios En el segundo domingo de pascua, Jesús, que se hace presente de nuevo en medio de los apóstoles como el (primer) domingo de pascua, consagra el ritmo dominical y revela su sentido: es el día en que el Señor se hace presente en medio de la comunidad reunida, le habla para revelarle el sentido de las Escrituras, le hace experimentar - c o m o a santo Tomás- su misterio pascual y le da la paz. En el tercer domingo, prosiguiendo la revelación del misterio del «primer día después del sábado», se manifiesta Jesús en la fracción del p a n a los viajeros (ciclo A), en el acto concreto del comer (B) y en la preparación de la mesa a quienes echan la red porque él lo dice (C). En el cuarto, y siempre revelando el misterio del domingo, se manifiesta Jesús resucitado como Señor y pastor que habla a los suyos y los reúne (A) los salva (B), dando por ellos su propia vida (C). En este domingo se celebra el día de las vocaciones.
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Tiempo de pascua
En el quinto domingo se manifiesta Jesús como «Camino, Verdad y Vida» (A), como «Vid verdadera» (B) que da el mandamiento del amor (C). La Iglesia vive de este mandamiento (así en los tres ciclos: A-B-C). En el sexto domingo, Jesús resucitado da a la comunidad el mandamiento del a m o r (A-B-C) y promete el don del Espíritu (A) a todos (B), como guía de la Iglesia (C). El a m o r y el Espíritu hacen de la Iglesia la nueva Jerusalén, templo del Señor (C). El día de la ascensión, antes de subir al cielo, envía Jesús sus apóstoles al m u n d o como sus testigos. En este misterio revela el destino del hombre y de la historia. Como es sabido, esta solemnidad se celebra en España el séptimo domingo de pascua. En el Leccionario para la Iglesia universal, sin embargo, en el séptimo domingo, Cristo, glorificado por el Padre (A), no abandona a los suyos; les hace partícipes de sus dones; ora al Padre para que los guarde en la verdad (B) y en la unidad (C) mediante la fuerza del a m o r y del Espíritu. En Pentecostés, por último, el Espíritu Santo lleva a cabo la plenitud de la pascua de Cristo por medio de la Iglesia. Los apóstoles, empujados por el poder de Jesús resucitado y por la fe en Él, parten para su misión en el mundo. Las primeras lecturas: el misterio de la comunidad
pascual
Durante este tiempo no se lee el Antiguo Testamento. La razón de esto es que el tiempo de la «profecía» ha pasado y está presente la realización de la misma. La lectura continua de los Hechos de los Apóstoles traza el camino paradigmático de la Iglesia: su aparición, su organización, su desarrollo.
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Si quisiéramos reducirlo todo a u n esquema, podríamos presentar de este modo las diferentes etapas cine hemos perfilado: - la comunidad de los que creen en Cristo, muerto y resucitado, surge con unas características bien precisas, presentadas a través de los «compendios» de los capítulos 2 y 4 de los Hechos de los Apóstoles (segundo domingo); - la predicación de los apóstoles se centra en Cristo muerto y ahora resucitado (tercer y cuarto domingo); - la comunidad se recoge y se organiza: tiene lugar la elección de los diáconos y comienza el ministerio apostólico de Pablo y Bernabé (quinto domingo); - el anuncio de salvación se extiende a los paganos gracias a la acción del Espíritu Santo (sexto domingo). Las segundas
lecturas
Las segundas lecturas anuncian la resurrección de Cristo y su presencia en medio de los suyos (desde el segundo al quinto domingo), así como el don del Espíritu (sexto domingo y domingo de Pentecostés). Se leen la Primera carta de Pedro (A), que es la catequesis bautismal de Pedro, donde se presentan las exigencias morales que derivan del b a u t i s m o ; la catequesis de Juan sobre el mandamiento del amor (B), y la visión de la glorificación de Cristo según el Apocalipsis (C).
Lecturas para una
mistagogia
El conjunto de las lecturas, y en particular los evangelios y las segundas lecturas, constituye el esqueleto de
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la mistagogia pascual: el sentido del domingo; la eucaristía como presencia del Resucitado que explica las Escrituras y rompe el pan; Jesús, buen pastor, puerta del redil y guía para quien cree en Él; las exigencias que deben seguir quienes se han adherido a Cristo, el Señor, a través de la fe; escuchar-practicar su palabra: en particular, vivir el mandamiento del amor; la perspectiva final de la glorificación en Cristo.
E L LECCIONARIO FERIAL
En el Leccionario ferial se recogen los temas de los domingos. La primera lectura está tomada de los Hechos de los Apóstoles en forma de lectio semicontinua: se trata de la narración en clave teológica de la vida de la Iglesia, que se va implantando poco a poco. La primera y solemne revelación es que, tras la muerte y resurrección del Señor, se ofrece el Espíritu a todos {Pentecostés). El Espíritu guía a la Iglesia para que vaya rompiendo las numerosas barreras que los hombres levantan de continuo entre ellos. Se manifiestan diferentes resistencias, pero - a partir del primer concilio de Jerusalén- la Iglesia se hace autónoma del judaismo, aunque no sin que se produzcan continuas tensiones, para convertirse en luz de todo el m u n d o y en sal de la tierra. Los acontecimientos que se narran y los discursos que los acompañan hacen aparecer, como en filigrana, la fuerza del Espíritu. La historia, compuesta siempre a partir de odios, desencuentros y sangre, continúa. Pero aquellos que aceptan vivir a diario en la luz de la pascua pueden creer y participar ahora en esta tendencia de la historia humana, que camina contra corriente: en el Espíritu que hace germinar ya desde ahora un mundo de amor (R. Johanny).
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3. El misterio de la pascua, celebrado e n la liturgia En apariencia, el Tiempo pascual se presenta como un conjunto de fiestas. Sin embargo, en realidad es como una única gran fiesta, «el sacramento de los cincuenta días», esto es, un acontecimiento que comienza el día de pascua, resurrección de Jesús, pasa a través de su ascensión-glorificación y culmina con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Este día lo viven todos los cristianos, y en particular los neófitos y los penitentes, como una fiesta prolongada, anticipo de la fiesta sin fin, al son del canto del aleluya. A su luz, y partiendo de esta experiencia, los cristianos interpretan toda la historia como lugar donde tiene lugar el gran duelo entre la vida y la muerte, pero donde acaece también el triunfo de la vida. Por eso se convierte esta fiesta en afirmación de la vida, renovada por la resurrección de Cristo. El cristiano vive con la seguridad de que ahora es radicalmente libre, sin tener que temer ya nada por su vida. Esta fiesta se vive en una alegría prolongada junto a los otros hermanos en la fe y se explícita en muchos otros motivos de fiesta: fiesta de la comunidad parroquial, de las primeras comuniones, de la confirmación, de las ordenaciones, del final del año catequético, del mes de María, del día de la madre...
4. El misterio de la pascua, vivido en la vida de cada día Vivir la resurrección, hoy, significa proclamar con fe que Jesús, muerto por nuestros pecados» (1 Cor 15,20) «ha resucitado de entre los muertos» (1 Cor 15,20) y que «El que vive... vive por los siglos de los siglos» (Ap 1,17s). Ésa era la convicción de los primeros testigos: «Pues
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bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído» (1 Cor 15,11). Y resulta decisiva: «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» y «¡somos los hombres más dignos de compasión!» (1 Cor 15,14.17-19). Ésta es la predicación de los apóstoles que se nos propone de nuevo en las lecturas del tiempo pascual (primeras lecturas de los ciclos A-B-C y segundas lecturas del ciclo C). La resurrección de Cristo representa asimismo el paso obligado del hombre para llegar a la «esperanza viva» (1 Pe 1,3). Y se trata de una garantía (Hch 17,31). En efecto, «5/ hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él» (Rm 6,8s). E incluso: «Una vez resucitado con Cristo» debemos «buscar las cosas de arriba» (Col 3,1). Nuestra resurrección con Cristo encuentra en Él su fundamento y su cumplimiento, y se apoya en la certeza de que Cristo ha resucitado de entre los muertos de una vez para siempre. En Jesucristo hemos pasado nosotros de la muerte a la vida. Ahora bien, ese paso de la muerte a la vida -esta fe en Jesús, basada en una certeza- debemos vivirlo en la esperanza (véanse las segundas lecturas del ciclo A). El carácter problemático de la experiencia cristiana, el aspecto trágico de la existencia h u m a n a y la tensión entre el ya y el todavía no de la historia de la salvación nos sitúan entre esta certeza y el paso obligado por la esperanza en la vida. ¿Cómo vivir esta situación? ¡Con el amor! En efecto, «sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3,14; véanse las segundas lecturas del ciclo B). Una vez arraigados en la resurrección de Cristo, debemos vivir en el Resucitado toda la realidad humana, con sus alegrías, sus sufrimientos y sus luchas. Y, asimismo, en esa resurrección debemos descubrir el sentido
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de la existencia y también el de la creación, dado que la resurrección se extiende a toda la realidad cósmica. Este aspecto está muy bien expresado por el apóstol Pablo: «Sabemos, en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando por que Dios nos haga sus hijo y libere nuestro cuerpo. Porque ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza» (Rm 8,22-24a). Las actitudes fundamentales del cristiano durante este tiempo han de ser: - la alegría expresada en el canto del aleluya: esta actitud nace de la fe en que Cristo ha resucitado de verdad y que nos ha hecho partícipes de su resurrección, así como de la continua presencia del Resucitado en medio de los suyos, como indica el cirio pascual, que permanece encendido siempre durante estos cincuenta días; - la libertad vivida en los sacramentos pascuales: el cristiano da testimonio de ella y se compromete en la liberación de sus hermanos; - la comunión fraterna: Cristo, con su sacrificio, ha hecho de todos los hombres u n solo pueblo, derribando toda división, y ha purificado a su Iglesia. Todos los que han accedido a la fe pascual forman un solo corazón y una sola alma en la alabanza a Dios por su salvación y en el servicio a los hermanos. La celebración de la eucaristía, durante este tiempo pascual, significa en particular reconocer todas las manifestaciones del Jesús resucitado en su Iglesia: hacernos instrumentos de estas manifestaciones, como miembros del pueblo sacerdotal; dar gracias al Padre por la continua presencia entre nosotros de Jesús resucitado.
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LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43
Por lo que se refiere a las ferias del Tiempo Pascual, y durante las tres primeras semanas, daremos prioridad a la lectura de los Hechos de los Apóstoles en el enfoque de la lectio divina; durante las restantes semanas, en cambio, daremos prioridad al evangelio de Juan.
En aquellos días tomó Pedro la palabra y dijo: - Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas." Ya conocéis lo que ha ocurrido en el país de los judíos, comenzando por Galilea, después del bautismo predicado por Juan. 3S Me refiero a Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él. 39 Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. A él, a quien mataron colgándolo de un madero, 40 Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestase 41 no a todo el pueblo, sino a los testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos. 42 Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. 43 De él dan testimonio todos los profetas, afirmando que todo el que cree en él recibe el perdón de los pecados por medio de su nombre. »*• Pedro, lleno del Espíritu Santo, resume en un denso y escultural discurso todo el itinerario de Jesús de
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Nazaret. Por medio de Pedro, que ya ha dejado caer las barreras de la estricta observancia judía, llega por primera vez a los paganos el anuncio de la salvación -el -kerigma-. Muchos de estos paganos llegan a la fe porque su corazón está abierto a la escucha. Al relatarnos este discurso nos transmite Lucas algunos fragmentos auténticos del ministerio de la «primera evangelización» de la Iglesia naciente. El tema de la predicación es único: la persona misma de Jesús de Nazaret, el Mesías consagrado por Dios en el Espíritu Santo (v. 28). Los apóstoles pueden atestiguar que Jesús, durante su vida terrena, hizo milagros, curó a enfermos, liberó del maligno a los que estaban bajo el poder de Satanás. Con todo, la fe, el impulso misionero y la incontenible alegría de sus discípulos proceden de la experiencia del misterio pascual, del encuentro con Cristo resucitado, al que creían muerto para siempre. Y de eso mismo d a n testimonio: aquel Jesús que, rechazado, murió crucificado, «Dios lo resucitó», ratificando así la verdad de su predicación. Es importante señalar que la resurrección está atribuida aquí a Dios y no al propio poder de Cristo; eso es lo que atestigua la antigüedad de este fragmento kerigmático. Y Pedro insiste en su fogosidad: no se trata de fábulas o sugestiones, sino de u n a realidad tan concreta que puede ser descrita con dos términos muy cotidianos: «Comimos y bebimos con él». Jesús se ha manifestado a «a los testigos elegidos de antemano por Dios», pero esta elección está orientada a una apertura católica, universal. Los apóstoles han recibido el encargo de anunciar, porque todos deben saber que Dios ha constituido juez de vivos y muertos (cf. Dn 7,13; Mt 26,64) al Crucificado-Resucitado, que, mediante su propio sacrificio, ha obtenido la remisión de los pecados para todo el que cree en él (w. 42s).
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Segunda lectura: Colosenses 3,1-4 Hermanos: Así pues, ya que habéis resucitado con Cristi>, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado ;\ \:\ derecha de Dios. 2 Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. 3 Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; 4 cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros aparecéis gloriosos con él.
**• En la Carta a los Colosenses - u n a de las llamadas «cartas de la cautividad»-, la reflexión de Pablo, que parte como siempre del acontecimiento pascual (cf. Col 1,12-14), llega a captar las dimensiones cósmicas del misterio de Cristo, denominado con algunos atributos fundamentales. Es creador junto con el Padre (1,16), primogénito de la creación y nuevo Adán (1,15), cabeza del cuerpo que es la Iglesia y redentor del mundo (1,16-20). El cristiano, por medio del bautismo, que le hace partícipe de la muerte y resurrección del Señor, mediante una vida de fe que lleva a su pleno desarrollo el germen bautismal, se convierte en miembro vivo de Cristo. Esto trae consigo no sólo el compromiso de renunciar al pecado para caminar en una vida nueva, sino también una orientación resuelta a las realidades celestes, sostenida por la conciencia de nuestra propia identidad de hijos de Dios, peregrinos a la ciudad eterna, hacia la que, por una parte, tiende, mientras que, por otra - e n Cristo resucitado-, se encuentra ya. De ahí la necesidad de elegir bien y de buscar «las cosas de arriba», de acuerdo con una vida resucitada, celeste. De ahí procede asimismo la invitación a prescindir de todo lo que vuelve la vida demasiado exterior y vacua (3,3). El cristiano ha muerto «a las cosas de la tierra» y vive escondido en Aquel que vive. Cuando Cristo se manifieste en la gloria, entonces se revelará también, a los ojos de todos, la belleza espiritual de aquellos que, actuando por la fe en adhesión a Cristo
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en la vida diaria, han encontrado en él la unidad y la plenitud (3,4). O bien:
Segunda lectura: 1 Corintios 5,6b-8 Hermanos: ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? 7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. 8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.
**• El encuentro con Cristo resucitado y vivo determina la conducta moral del cristiano, libre ahora de u n sistema de normas más o menos severas o detalladas. Por eso, Pablo, sin forzar las cosas en modo alguno, puede remitirse al misterio pascual cuando considera que debe intervenir con autoridad firme en ciertas situaciones lamentables que se dan en la comunidad de Corinto. Pablo, refiriéndose al rito de la pascua judía, que Jesús llevó a cabo como memorial de su propia muerte salvífica, recuerda la costumbre de quemar antes de la fiesta toda la levadura vieja, en cuanto signo de corrupción que no debe contaminar la vida nueva (v. 7). Vosotros mismos -dice a los corintios- debéis ser pan puro, nuevo, que Cristo consagra con la ofrenda de sí mismo. Él es la verdadera pascua, el cordero inmolado, cuya sangre nos protege del exterminador (Ex 12,12s). El cristiano, consciente del alcance de ese sacrificio, está llamado a vivir en la novedad, eliminando de su corazón el fermento de las viejas costumbres, de los pequeños y de los grandes vicios con los que muestra connivencia,
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de suerte que pueda presentarse a Dios con piuvztt \ autenticidad, como el pan nuevo de la pascua (v. 8).
Evangelio: Juan 20,1-9 El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada, 2 se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: - Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto. 3 Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro. 4 Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él. 5 Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí, pero no entró. 6 Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro 7 y comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó. 9 (Y es que, hasta entonces, los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos.)
**• Los discípulos, antes de encontrar al Señor resucitado, pasan por la dolorosa experiencia de la tumba vacía: constatan la ausencia del cuerpo de Jesús. El cuarto evangelista subraya sobremanera este elemento, introduciendo una dialéctica de visión-fe-visión espiritual que recorre de manera creciente los capítulos 20-21, interpelando también al lector y a todos aquellos que creen sin haber visto (20,29). En esta perícopa se expresa esto mismo mediante el uso de tres verbos diferentes, traducidos en nuestro texto por «ver y comprobar», y que indican matices diferentes (w. 1.5; v. 7; v. 8). Los relatos de la resurrección se abren con dos precisiones cronológicas: «El domingo por la mañana» y
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«muy temprano, antes de salir el sol». El día inicial de una nueva semana se convertirá así en el comienzo de una creación nueva, en verdadero «día del Señor» (dies dominica), en el que la fe amorosa, no iluminada todavía por la luz del Resucitado, camina, a pesar de todo, en la oscuridad y va más allá de la muerte. María Magdalena es el prototipo de esta fidelidad. Al llegar al sepulcro -probablemente no sola, como muestra el plural del v. 2 b - «captó con la mirada» (blépei, v. 1) que la piedra que tapaba la entrada había sido rodada. Como dominada por la realidad que ve, no se da cuenta de nada más, y corre enseguida a denunciar la ausencia del Señor a Pedro -cuya importancia en los acontecimientos pascuales es realzada por toda la tradicióny «al otro discípulo a quien Jesús tanto quería», probablemente el mismo Juan a quien remonta la tradición del cuarto evangelio. Este último fue el primero en llegar al sepulcro, pero no entró enseguida; también él «captó con la mirada» (blépei, v. 5) primero las vendas mortuorias de lino. Llega Pedro, entra y «se detiene a contemplar» (theoréi, v. 6) las vendas «mortuorias» -lo que permite pensar que se habían quedado en su sitio, aflojadas por estar vacías del cuerpo que contenían- y el sudario que cubría el rostro, enrollado en u n lugar aparte. El evangelista nos suministra unas notas preciosas. Resulta significativa la diferencia entre estos detalles y los correspondientes a la resurrección de Lázaro (11,44). El lento examen a que somete la mirada de Pedro cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea u n clima de gran silencio, de expectante interrogación... «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó» (v. 8). El verbo usado aquí es éiden; para comprender su significado basta con pensar que de él procede nuestra palabra «idea». Ahora el discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. Pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida, llega a la fe, aunque se trata aún de u n a
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fe oscura, como muestran el v. 9 y la continuación del relato. De éste se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha tío ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita. O bien se pueden leer los evangelios de la vigilia pascual (véase vol. 3): Mateo 28,1-10; Lucas 24,13-35.
MEDITATIO «Mi alegría, Cristo, ha resucitado.» Con estas palabras solía saludar san Serafín de Sarov a quienes le visitaban. Con ello se convertía en mensajero de la alegría pascual en todo tiempo. En el día de pascua, y a través del relato evangélico, el anuncio de la resurrección se dirige a todos los hombres por los mismos ángeles y, después de ellos, por las piadosas mujeres a la vuelta del sepulcro, por los apóstoles y por los cristianos de las generaciones pasadas, ahora vivas para siempre en El que vive. Sus palabras son u n a invitación, casi u n a provocación. Esas palabras hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros la pregunta fundamental de la vida: ¿quién es Jesús para ti? Ahora bien, esta pregunta se quedaría para siempre como una herida dolorosamente abierta si no indicara al mismo tiempo el camino para encontrar la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al Autor de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas de los libros de historia o en las palabras de quienes lo describen como uno de tantos maestros de sabiduría de la humanidad. Él mismo, libre ya de las cadenas de la muerte, viene a nuestro encuentro; a lo largo del camino de la vida se nos concede encontrarnos con él, que no desdeña hacerse peregrino
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con el hombre peregrino, o mendigo, o simple hortelano. Él, el Inaprensible, el totalmente Otro, se deja encontrar en su Iglesia, enviada a llevar la buena noticia de la resurrección hasta los confines de la tierra. E n consecuencia, sólo hay una cuestión importante de verdad: ponernos en camino al alba, no demorarnos más, encadenados como estamos por los prejuicios y los temores, sino vencer las tinieblas de la duda con la esperanza. ¿Por qué no habría de suceder todavía hoy que encontráramos al Señor vivo? Más aún, es cierto que puede suceder. El modo y el lugar serán diferentes, personalísimos para cada uno de nosotros. El resultado de este acontecimiento, en cambio, será único: la transformación radical de la persona. ¿Encuentras a un h e r m a n o que no siente vergüenza de saludarte diciendo: «Mi alegría, Cristo ha resucitado»? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo. ¿Encuentras a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente dedicado a las cosas del cielo? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo... Sigue sus pasos, espía su secreto y llegará también para ti esa hora tan deseada. ORATIO Haz, Señor, que también nosotros nos sintamos llamados, vistos, conocidos por ti, que eres el Presente, y podamos descubrir así el valor único de nuestra vida en medio de la inmensa multitud de las otras criaturas. Danos un corazón humilde, abierto y disponible, para poder encontrarte y permitir que nos marques con tu sello divino, que es como u n a herida profunda, como u n dolor y u n a alegría sin nombre: la certeza de estar hechos para ti, de pertenecerte y de no poder desear otra cosa que la comunión de vida contigo, nuestro único Señor.
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A ti queremos acercarnos en esta mañana de pascua, con los pies desnudos de la esperanza, para tocarle con la m a n o vacía de la pobreza, para mirarte con los ojos puros del amor y escucharte con los oídos abiertos de la fe. Y mientras, angustiados, vamos hacia ti, invocamos tu nombre, que resuena como música y como canto en lo más íntimo de nuestro corazón, donde el Espíritu, con gemidos inefables, llora nuestro dolor y con dulzura y vigor nos envía por los caminos del amor. CONTEMPLATIO Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad. ¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara todo, no m e importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él, sólo entonces será perfecta en él la caridad (Guerrico de Igny, Sermo in Pascha, i, 5). ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado! Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se hab na marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porue no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defenernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia. Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!». Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero (P. Florenskij, // cuore cherubico, Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).
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Lunes de la octava de pascua
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32 El día de Pentecostés, Pedro, en pie con los once, levantó la voz y declaró solemnemente: - Judíos y habitantes todos de Jerusalén, fijaos bien en lo que pasa y prestad atención a mis palabras. 22 Israelitas, escuchad: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios acreditó ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que realizó por medio de él entre vosotros, como bien sabéis. "Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis. 24 Dios, sin embargo, lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera en su poder, 25 ya que el mismo David dice de él: Tengo siempre presente al Señor, porque está a mi derecha para que yo no vacile. 26 Por eso se regocija mi corazón, se alegra mi lengua 21 y hasta mi carne descansa confiada; porque no me entregarás al abismo, ni permitirás que tu fiel vea la corrupción. 28 Me enseñaste los caminos de la vida, y me saciarás de gozo en tu presencia.
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Hermanos, del patriarca David se os puede decir francamente que murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros. ,0 Pero, como era profeta y sabía que Dios le había jurado solemnemente sentar en su trono a un descendiente de sus entrañas, " vio anticipadamente la resurrección de Cristo y dijo que no sería entregado al abismo, ni su carne vería la corrupción. " A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros.
**• El discurso de Pedro en Pentecostés presenta el kerigma, el anuncio fundamental: Jesús, hombre acreditado por Dios en vida con milagros de todo tipo, fue rechazado por los hombres. Pero Dios ha confirmado la justedad de su causa y le ha expresado su aceptación exaltándolo con la resurrección. El sello de Dios sobre Jesús, tanto en vida como en su muerte, está completo. Es más, todo estaba previsto en el plan de Dios, como se deduce del Sal 15, donde expresa David su esperanza de no verse abandonado a la corrupción de la muerte. Lo que no llegó a realizarse en David, se realiza ahora en Jesús de Nazaret, al que Dios resucitó de entre los muertos. «Y de ello somos testigos todos nosotros.» Pedro anuncia hechos reales, como la vida ejemplar de Jesús; su muerte como obra conjunta de los presentes y de los paganos; su resurrección; el testimonio de los apóstoles. Todo ello forma parte del plan de Dios diseñado en las Escrituras. El pasaje ofrece, por tanto, un ejemplo de la primera predicación apostólica, centrada en Jesús de Nazaret, sobre su extraordinario acontecimiento humano, sobre la responsabilidad de quienes le rechazaron, sobre la absoluta presencia de Dios en su vida.
Evangelio: Mateo 28,8-15 En aquel tiempo, las mujeres salieron a toda prisa del sepulcro y, con temor pero con mucha alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos. " Jesús salió a su encuentro y las saludó.
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Ellas se acercaron, se echaron a sus pies y lo adoran ni, Entonces Jesús les dijo: - No temáis; id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán. 11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes todo lo ocurrido. 12 Éstos se reunieron con los ancianos y acordaron en consejo dar una buena suma de dinero a los soldados, " advirtiéndoles: - Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron su cuerpo mientras dormíais. '4 Y si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros le convenceremos y responderemos por vosotros. 15 Los soldados tomaron el dinero e hicieron lo que les habían dicho, y ésta es la versión que ha corrido entre los judíos hasta hoy. 10
*+• El pasaje bíblico narra dos encuentros diferentes: el primero, entre Jesús y las mujeres, cuando éstas iban de camino para llevar el mensaje de la resurrección a los discípulos (w. 8-10); el segundo, entre los sumos sacerdotes y los guardianes del sepulcro, que se dirigen a los jefes del pueblo para informarles de las cosas que han pasado (w. 11-15). El hecho central sigue siendo la tumba vacía, y, sobre ésta, Mateo nos ofrece dos posibles interpretaciones: o bien Jesús ha resucitado, o bien ha sido robado por sus discípulos. Al lector le corresponde la fácil elección, que no es, ciertamente, la de la mentira organizada por los sumos sacerdotes, sino la del testimonio dado por las mujeres. A ellas les dice Jesús: «Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán» (v. 10). El acontecimiento de la resurrección es un hecho sobrenatural, y sólo la fe puede penetrarlo, como es el caso de la fe de las mujeres, discípulas y mensajeras de Cristo resucitado. No es difícil ver en el texto el trasfondo de una polémica entre los jefes del pueblo y los discípulos de Jesús en torno a la resurrección de Jesús. Mateo escribió su evangelio cuando todavía estaba vivo el contraste cu lio
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la comunidad cristiana del siglo I, que con la resurrección del Señor ve inaugurados los tiempos del m u n d o nuevo e inaugurado el Reino de Dios basado en el amor, y las autoridades judías, que, una vez más, rechazan a Jesús como Mesías, esperando a otro salvador. La resurrección será siempre u n signo de contradicción para todos y cada uno de los hombres: para los que están abiertos a la fe y al amor, es fuente de vida y salvación; para los que la rechazan, se vuelve motivo de juicio y condena. MEDITATIO «Vosotros le matasteis, pero Dios le ha resucitado»: ésta es la primera predicación apostólica, y es y será la perenne predicación de la Iglesia basada en los apóstoles. Pedro y la Iglesia existen para repetir a lo largo de los siglos este anuncio. Un anuncio sorprendente, aunque no de u n a idea, sino de u n hecho inimaginable, imprevisible, que contiene toda la dimensión negativa de la historia y toda la dimensión positiva de la voluntad de Dios, que reasume todo el poder destructivo de la maldad h u m a n a y todo el poder de reconstrucción de la bondad ilimitada de Dios. Soy apóstol en la medida en que anuncio esta realidad, me siento identificado con este anuncio, tengo el valor de descubrir y de repetir, en las mil formas diferentes de la vida diaria, que el mal ha sido vencido y que será vencido, que el amor ha sido y será más fuerte que el odio, que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado, «pues era imposible que la muerte lo retuviera en su poder». Soy apóstol si anuncio la resurrección de Cristo con mi boca, con una actitud positiva hacia la vida, con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarme
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también a mí, también a nosotros, «de las aladmas y Juan no reaccionó a la primera persecución de la i|iii' fue objeto preparando estrategias humanas, sino con la oración. Esa oración -la más detallada del Nuevo Teslam e n t o - tiene una clara impronta veterotestamentaria. Como en muchas oraciones de los profetas, aparece, primero, la invocación a Dios creador; a continuación, el recuerdo de las maravillas y de los beneficios, y, por último, la petición. Interesa señalar, en primer lugar, que lo que se pide es poder anunciar la Palabra con toda libertad, es decir, sin estar condicionados por las amenazas. No es que les falte valor - n o tienen miedo a la persecución-; lo que piden es poder difundir la Palabra sin impedimentos. Hemos de señalar también, en segundo lugar, que la oración gira en torno al Sal 2, donde se habla de la conspiración de los poderosos de la tierra -paganos, como es n a t u r a l - contra el rey ungido. Una persecución que tuvo lugar, en principio, contra Cristo, el Mesías; Dios se ríe de estas persecuciones con su trepidante victoria de la resurrección. Los perseguidores son los poderosos, y entre ellos hay «gente de Israel» que se ha vuelto aliada de los paganos. La oración agrada a Dios, que la acoge con un signo visible, con un envío renovado del Espíritu y con la audacia del anuncio. Evangelio: Juan 3,1-8 1
Un hombre, llamado Nicodemo, miembro del grupo de los fariseos y principal entre los judíos, 2 se presentó a Jesús de noche y le dijo: - Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él. 3 Jesús le respondió: - Yo te aseguro que el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.
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Nicodemo repuso: - ¿Cómo es posible que un hombre vuelva a nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno materno para nacer? 5 Jesús le contestó: - Yo te aseguro que nadie puede entrar en el Reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu. " Lo que nace del hombre es humano; lo engendrado por el Espíritu es espiritual. 7 Que no te cause, pues, tanta sorpresa lo que te he dicho: «Tenéis que nacer de lo alto». 8 El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adonde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu.
nacimiento del Espíritu que sólo Dios puede poner on marcha en el corazón del hombre con la fe en la persona de Jesús (cf. Jn 1,12; Ez 36,25-27; ls 32,15; .11 3,ls). Para entrar en el Reino hacen falta dos cosas: el agua, esto es, el bautismo, y el Espíritu que permite hacer brotar la fe en el creyente. Nicodemo, para pasar de la le endeble a la fe adulta, debe aprender antes a ser humilde ante el misterio, a hacerse pequeño ante el único Maestro, que es Jesús.
MEDITATIO *•• El encuentro de Jesús con Nicodemo contiene el primer discurso del ministerio público del Señor y tiene una gran importancia en Juan. El tema fundamental es el camino de la fe. El evangelista lo presenta a través de un personaje, representante del judaismo, que, en realidad, por ser un verdadero israelita, cree sólo en los signosmilagros y, en virtud de esta débil fe, le resulta difícil elevarse para acoger la revelación del amor que propone Jesús (v. 11). Estamos frente a la doctrina de Jesús sobre el misterio del «nuevo nacimiento», sobre la fe en el Hijo unigénito de Dios y sobre la salvación o la condena del hombre que recibe o rechaza la Palabra de Jesús. La composición del fragmento se fija primero en la ambientación del coloquio (w. ls) y, a continuación, presenta el diálogo sobre el misterio del «nuevo nacimiento» (w. 3-8). El itinerario de fe de Nicodemo empieza en su disponibilidad, que llega incluso a captar algunas consecuencias a partir de los signos realizados por Jesús. Con todo, anda todavía muy lejos de captar su significado interior y el misterio de la persona de Cristo. Jesús, con una primera y una segunda revelaciones, desbarata la lógica h u m a n a del fariseo y lo introduce en el misterio del Reino de Dios, que está présenle y obra en su persona: «El que no nazca de lo alto... Si no nace del agua y del Espíritu...» (w. 3.5). Se trata de un
Frente a la persecución, los primeros cristianos se pusieron a orar. No para ser liberados de las molestias de la persecución, sino para no dejarse bloquear por los obstáculos y para no perder el valor de anunciar la Palabra. El resultado es la venida del Espíritu Santo, que les infunde energía y audacia. Para la evangelización se impone la oración, mucha oración. Y es que la evangelización es obra del Espíritu, que toca no sólo los corazones de los oyentes, sino también el corazón, a veces tibio y vacilante, de los anunciadores. ¿Rezo de verdad por la difusión del Evangelio? ¿Rezo para tener la misma parresía de los primeros apóstoles y discípulos? ¿Estoy verdaderamente convencido de que, sin el Espíritu Santo, resuena vacío el anuncio? Los santos oraban antes, durante y después del anuncio para que el Espíritu Santo tuviera libre curso. Otra pregunta: «¿Pertenezco yo también a esos que dedican una gran cantidad de tiempo a confeccionar planes y proyectos pastorales y "pierden" poco tiempo en la oración?». Hoy debería examinarme sobre el tipo de oración que practico: ¿está más orientada a la segunda o a la primera parte del Padrenuestro? ¿Está más orientada a mis necesidades o a las de las personas que conozco, o a la difusión del Evangelio, al «venga a nosotros tu lici
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no», a la difusión de la «Buena Noticia» en el mundo? El tipo de la oración que practico expresa la calidad evangélica de mis preocupaciones. ¿Hay sitio en ella para la difusión de la Palabra? ¿Incluso para la difusión en la que no participa mi grupo o yo mismo?
ORATIO Debo reconocer, Señor, que mi oración es poca, y ese poco más bien narcisista. Te hablo de mis cosas, de mis preocupaciones, de mi prójimo, de lo que me angustia o de lo que tiene relación conmigo. Pero te hablo poco del Reino, de la Palabra - q u e debería ser anunciada de modo menos endeble-, de mí y de los cristianos que están a la defensiva, de la evangelización de los pueblos y del pueblo en el que vivo. ¿No será porque me he resignado al ocaso de la fe? ¿No será acaso que me impresiona más la pobreza económica que la pobreza espiritual? ¿No será que también yo me he adecuado a ese modo de pensar, tan difundido en nuestros días, de que lo importante es «hacer el bien»? Señor, sé que eso es verdad, pero dame la profunda convicción de que también es insuficiente. En efecto, si no te anuncio, ¿quién te amará? Y si no te amamos, ¿qué vale la vida? Convénceme, Señor, del primado de la Palabra, de la necesaria prioridad que he de otorgarle a su anuncio, del hecho de que debo participar en la evangelización a partir de mi oración. Oh Señor, que amas a todos los hombres y toda la creación, dirige a ti y a tu Palabra mi pobre oración.
CONTEMPLATIO I .a oración, sea personal o eclesial, está preordenada a la acción: no debe ser considerada, en primera instan-
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cia, como fuente psicológica de fuerza («beber en las fuentes», «aprovisionarse» y otras fórmulas al uso), sino como el acto de adoración, debido al amor, que da gloria. En este acto busca el hombre, de manera prioritaria, responder desinteresadamente al amor de Dios, y de esle modo da testimonio de que ha comprendido la man i Testación divina del amor (H. U. von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Sigúeme, Salamanca 1990).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Venga tu Reino, Señor».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La Iglesia ha sido llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los pueblos y a todas las naciones. Además de las muchas obras de misericordia con las que la Iglesia debe hacer visible el amor de Jesús, debe anunciar también con alegría el gran misterio de la salvación de Dios, a través de su vida, del sufrimiento, de la muerte, de la resurrección de Jesús. La historia de Jesús ha de ser proclamada y celebrada. Algunos la escucharán y se alegrarán, otros permanecerán indiferentes, y otros aún se mostrarán hostiles. La historia de Jesús no siempre será aceptada, pero hemos de contarla. Nosotros, los que conocemos esa historia e intentamos vivirla, tenemos la gloriosa tarea de contarla a los otros. Cuando nuestras palabras nacen de un corazón lleno de amor y de gratitud, dan fruto, tanto si lo vemos como si no (H. J. M. Nouwen, Pane per il viagqio, Brescia 1997, p. 334 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).
Martes
Martes de la segunda semana de pascua
LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-37 12
El grupo de los creyentes pensaba y sentía lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas. 33 Por su parte, los apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el Señor, y todos gozaban de gran estima. 34 No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, " lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad. 36 Éste fue el caso de José, un levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa «el que trae consuelo». 37 Éste tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.
**• Éste es el segundo «compendio», o cuadro recopilador, donde Lucas presenta el nuevo estilo de vida de la Iglesia, fruto del Espíritu. Se subraya aquí la comunión de bienes, descrita de un modo más bien detallado. Aparecen dos prácticas de comunión: la primera consiste en poner en común los propios bienes o comunión de uso. Cada uno es propietario de sus bienes, pero se considera sólo administrador de los mismos, poniendo
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el fruto de los mismos a disposición de todos. La segunda práctica consiste en la venta de los bienes, seguida de la distribución de lo recaudado. Esta distribución la hacen los apóstoles después de que se deposita a sus pies el importe de la venta. Estas dos prácticas de comunión no son las únicas: los Hechos de los Apóstoles presentan otras. Pablo habla del trabajo de sus propias manos para proveer a las necesidades de los suyos y de «los débiles» (20,34s). Lo que le importa a Lucas sobre todo es mostrar que las distintas prácticas de comunión de bienes están arraigadas en una profunda comunión de espíritus y de corazones. Del conjunto se desprende que estamos en presencia de la comunidad mesiánica, heredera de las promesas hechas a los padres: «No habrá ningún pobre entre los tuyos, porque Yahvé te bendecirá abundantemente en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahvé tu Dios» (Dt 15,4s).
Evangelio: Juan 3,7b-15 En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «En verdad te digo: Tenéis que nacer de lo nuevo. 8 El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adonde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu». 9 Nicodemo replicó: - ¿Cómo puede ser esto? 10 Jesús le contestó: - ¿Tú eres maestro de Israel e ignoras estas cosas? " Yo te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto; pero vosotros rechazáis nuestro testimonio. 12 Si no me creéis cuando os hablo de las cosas terrenas, ¿cómo vais a creerme cuando os hable de las cosas del cielo? " Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre. 14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene ( que ser levantado en alto 15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
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*» El diálogo de Jesús con Nicodemo se transforma aquí en un monólogo ininterrumpido que el evangelista pone en los labios de Jesús. Nos encontramos frente a palabras auténticas de Jesús y a testimonios pospascuales fundidos por el autor en un solo discurso. Se trata de una profesión de fe usada en el interior de la vida litúrgica de la Iglesia joanea. En ella se contiene, en síntesis, la historia de la salvación. El tema desarrolla lo que vimos en el fragmento de ayer, centrado en el testimonio de Cristo, Hijo del hombre bajado del cielo, el único que está en condiciones de revelar el amor de Dios por los hombres a través de su propia muerte y resurrección (w. 11-15). El evangelista insiste ahora en la importancia de la fe. Si ésta no crece con la revelación hecha por Jesús sobre su destino espiritual, ¿cómo podrá ser acogida la gran revelación relacionada con su éxodo pascual? Los hombres deben dar crédito a Cristo, aunque ninguno de ellos haya subido al cielo para captar los misterios celestiales, ya que sólo él, que ha bajado del cielo (v. 13), está en condiciones de anunciar la realidad del Espíritu, y es el verdadero puente entre el hombre y Dios. Sólo Jesús es el lugar ideal de la presencia de Dios. Y esta revelación tendrá su cumplimiento en la cruz, cuando Jesús sea ensalzado a la gloria, para que «todo el que crea en él tenga la vida eterna» (v. 15). La humanidad podrá comprender el escandaloso y desconcertante acontecimiento de la salvación por medio de la cruz y curar de su mal, como los judíos curaron en el desierto de las picaduras de las serpientes mirando la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9). El simbolismo de la serpiente de Moisés afirma la verdad de que la salvación consiste en someternos a Dios y dirigir nuestra mirada al Crucificado, verdadero acto de fe que comunica la vida eterna (cf. Jn 19,37).
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El texto de Hechos de los Apóstoles es uno de los más frecuentados por parte de la tradición espiritual de la Iglesia. A partir del primer monacato, en todos los momentos de crisis o de dificultades en la vida cristiana se ha hecho referencia a este texto como a u n modelo fundador e insuperable de la vida de la Iglesia y, por consiguiente, como a una piedra sobre la que es posible construir formas auténticas de vida cristiana. En este fragmento aparecen toda la fascinación y la nostalgia de la fraternidad; más aún: de una Iglesia fraterna. En un momento en el que parecen desaparecer otras perspectivas, he aquí la posibilidad de r e t o m a r el camino del renacimiento a partir de la fraternidad, la fuente inagotable del estilo de vida cristiano. La novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a través de comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de una mentalidad fraternal que busca por encima de todo crear relaciones fraternas, como signo de la venida del Reino de Dios. ¿Qué lugar ocupa la fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia tiene la construcción de la fraternidad en mi vida espiritual? ¿Es acaso mi espiritualidad u n a espiritualidad individualista, de la que están prácticamente excluidos los hermanos y las hermanas?
ORATIO Señor, muéstrate bondadoso conmigo, que, de hecho, considero poco importante la fraternidad. Estoy preocupado de que las cosas «funcionen» y, así, encuentro el pretexto para olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los convierto en meros instrumentos. Estoy preocupado por mi salud y, así, me olvido de que
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los otros también tienen sus problemas, quizás mucho más graves que los míos. Estoy preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no me pregunto si lo hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos. Estoy preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca. Señor, concédeme unos ojos y un corazón fraternos. ¡Qué alejado ando de todo esto! Estoy alejado, y la mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me tomo en serio la fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace lucir, no enciende mi fantasía, no me hace sentirme u n héroe. Señor, para hacer que yo quiera ser de verdad hermano y hermana de mi prójimo, debes iluminarme de continuo con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos de tu Iglesia.
CONTEMPLATIO Nuestro Creador y Señor dispone todas las cosas de tal modo que si alguien quisiera ensoberbecerse por el don que ha recibido, debe humillarse por las virtudes de que carece. El Señor dispone todas las cosas de tal modo que cuando eleva a uno mediante una gracia que ha recibido, mediante una gracia diferente lo somete a otro. Dios dispone todas las cosas de tal modo que mientras todas las cosas son de todos, en virtud de cierta exigencia de la caridad, todo se vuelve de cada uno, y cada uno posee en el otro lo que no ha recibido, de tal modo que cada uno ofrece como don al otro lo que ha recibido. Es lo que dice Pedro: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 Pe 4,10) ((¡i t'i'orio Magno, Comentario moral a Job, XXVIII, 22).
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ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Reina, Señor, glorioso en medio de nosotros». PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El fin de una comunidad no puede ser sólo ofrecer a sus componentes un sentimiento de bienestar. Su objetivo y su significado son más bien hacer que todos los miembros puedan incitarse unos a otros, día a día, a recorrer juntos el camino de la confianza, con madurez, con lealtad y en medio de la afectividad; que p u e d a n aclarar los malentendidos que se producen; que p u e d a n resolver los conflictos y, sobre todo, que puedan arraigarse en Dios. Y es que, en una comunidad, sólo podremos vivir bien a la larga si dirigimos de continuo nuestra mirada a Dios como nuestra verdadera meta y causa última de nuestra vida (A. Grün, A onore del cielo, come segno per la tetra, Brescia 1999, p. 151).
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Miércoles de la segunda semana de pascua
*•• La Palabra de Dios no puede estar apnsion.id.i (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye uiin cicmnsii.i ción de la verdad de esta afirmación. La casta sacudí > tal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar «todo lo referente a este estilo de vida».
LECTIO
Dios protege a los anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición h u m a n a resulta inútil y ridicula. En efecto, el resto del relato está repleto de humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria comunitaria de los creyentes. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina: los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En efecto, ¿quién puede resistir a Dios?
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,17-26 17 En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los de su partido, es decir, el grupo de los saduceos, llenos de rabia ,s prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. 19 Pero el ángel del Señor abrió por la noche la puerta de la cárcel, los sacó les dijo: 20 - Id y anunciad al pueblo en el templo todo lo referente a este estilo de vida. 21 Dóciles a este mandato, entraron de madrugada en el templo y se pusieron a enseñar. Entre tanto, el sumo sacerdote y los de su partido convocaron al Sanedrín y a todos los ancianos de Israel y mandaron a buscarlos a la cárcel. 22 Pero, al llegar allá los alguaciles, no los encontraron; así que se volvieron y les dieron este informe: 23 - Hemos encontrado la cárcel bien cerrada y a los guardias custodiando las puertas, pero al abrir no hemos hallado a nadie dentro. 24 Al oír esto, el prefecto del templo y los jefes de los sacerdotes se quedaron perplejos, pensando qué habría sido de ellos, 25 hasta que alguien llegó diciendo: - Los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo. 2k Entonces el prefecto fue con los alguaciles y trajo a los ; i postóles, aunque sin violencia, pues temían que el pueblo los apedrease.
Evangelio: Juan 3,16-21 16
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. I7 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo,' sino para salvai I< > por medio de él. 18 El que cree en él no será condenado; p< n el contrario, el que no cree en él ya está condenado por no lialn'i creído en el Hijo único de Dios. 19 El motivo de esla ornid-na ción está en que la luz vino al mundo y los hombres piclh le ¡ ron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal. '" Todo el que
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obra mal detesta la luz y la rehuye por miedo a que su conducta quede al descubierto. 21 Sin embargo, el que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz para que se vea que todo lo que él hace está inspirado por Dios.
**• La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas clásicas: el amor y el juicio. Los w. 16s expresan una idea muy entrañable para Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que «es amor» (cf. 1 Jn 4,8-10). Ésta es la elección fundamental del hombre: aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v. 17). Con todo, el amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado (v. 18). Y la causa de la condena es u n a sola, a saber: la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a Nicodemo -y, con él, a todos los hombres-, al discípulo no le queda otra cosa que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad h u m a n a y todo orgullo, hasta el más rscondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja silii) a un a m o r que lo trasciende encuentra lo que nadie I Mu-tU- conseguir por sí mismo: poseer la verdadera vida.
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MEDITATIO ¿Quién puede detener la Palabra? Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de su Palabra porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: «¿Por qué no los hace también hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas para hacer salir la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no tan n u m e r o s o s fieles?». Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no preserva de la cárcel a los anunciadores, sino que los libera, con mayor o menor rapidez, de ella. La impotencia de la Palabra dura u n a noche, en ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra avanza irresistible «hasta los confines de la tierra». A los que gemían bajo la bola del comunismo les parecía que había terminado la época de la fe. En aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes parecían irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro. Después, de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha sucedido innumerables veces a lo largo de la historia. Constantino llegó después de la más violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en duda la misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de liberación. El Señor va a c o m p a ñ a n d o el camino de su palabra y, de diferentes modos, se hace presente a sus anunciadores, acamp a n d o j u n t o a ellos y liberándolos de las presiones externas e internas.
ORATIO Debo convencerme, Señor, de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero no debo inquietarme ni tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra
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parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de hoy. Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo geográfico y el mundo de los corazones. Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi aislamiento.
CONTEMPLATIO Las almas sencillas no necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mañana, durante mi acción de gracias, el Señor Jesús me dio un medio sencillo para llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los Canlares: «Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes». Oh Jesús, no es preciso decir por tanto: «Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo». Esta sencilla palabra, «atráente», basta. Señor, ahora lo comprendo: cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de I us perfumes, no puede correr sola, sino que todas las
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almas que ama son arrastradas tras ella. Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia natural de su atracción hacia ti (Teresa del Niño Jesús).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo. Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio. Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas (H. J. M. Nouwen, Pane per ¡I viaggio, Brescia 1997, p. 239 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, M a d r i d 1999]).
Jueves
Jueves de la segunda semana de pascua
LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27-33 27
En aquellos días, los guardias hicieron entrar a los apóstoles para que comparecieran ante el Sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó: 28 - ¿No os prohibimos terminantemente enseñar en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén con vuestras enseñanzas y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre. 29 Pedro y los apóstoles respondieron: - Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 30 El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. 31 Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados. " Nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto. 33 Ellos, enfurecidos por tales palabras, querían matarlos.
*• Es el cuarto discurso de Pedro, también delante del Sanedrín. En él responde a la doble acusación de haber desobedecido la prohibición terminante de «encalar en nombre de ése» y haber hecho a los notables del pueblo responsables de la muerte de Jesús. Es prei iso señalar la alergia que sienten los miembros del
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Sanedrín hacia «el nombre de ése», nombre en loi n ,il cual se está llevando a cabo el giro decisivo. Las características de este breve discurso pueden ser resumidas de este modo: en primer lugar, IVdro reafirma el deber de someterse a Dios antes que a los hombres, porque sólo a quien se somete a Dios se le concede el Espíritu Santo (v. 32). En segundo lugar, a Jesús se le vuelve a llamar, u n a vez más, «Príncipe» (o autor o iniciador) y «Salvador». Jesús es el nuevo Moisés que guía al pueblo hacia la liberación y la salvación. En tercer lugar, la obra propia y originaria de este Príncipe y Salvador consiste en «dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados». Se trata de u n a alusión a Jeremías: «Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (31,33). Gracias a Jesús, Príncipe y Salvador, h a n llegado los tiempos de este don sublime. Por último, el Espíritu Santo es el garante de la autenticidad del testimonio tanto en favor de la vida nueva como de la certeza y el valor que infunde y de los prodigios que realiza. La reacción, de rabia, es preocupante: tras la eliminación física del Nazareno, se piensa también en la de los apóstoles.
Evangelio: Juan 3,31-36 En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: " El que viene de lo alto está sobre todos. El que tiene su Qrigen en la tierra es terreno y habla de las cosas de la tierra; el que viene del cielo 32 da testimonio de lo que ha visto y oído; sin embargo, nadie acepta su testimonio. " El que acepta su testimonio reconoce que Dios dice la verdad, 34 porque cuando habla aquel a quien Dios ha enviado, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu. '"' l\l Padre ama al Hijo y le ha confiado todo. 36 El que cree en el Hijo tiene la vida eterna, pero quien no lo acepta no leiuln'i esa vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
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*» La perícopa con que concluye Jn 3 recoge en una síntesis la reflexión del evangelista, expresada con una sucesión de dichos de Jesús muy estimados por la Iglesia joanea. El tema central sigue siendo la figura de Jesús, único revelador del Padre y dador de vida eterna a través del Espíritu. El discípulo está invitado por la Palabra de Dios a comprobar su propia relación con Jesús. Esto se lleva a cabo a la luz del ejemplo del Bautista, que renunció a sí mismo y se abrió con alegría a Cristo. Cristo es «el que viene de lo alto» (v. 31a): pertenece al m u n d o divino y es superior a todos los hombres. El hombre, sin embargo, aun cuando sea un gran profeta como el Bautista, «es terreno» (v. 31b) y sigue siendo un ser terreno y limitado. En consecuencia, sólo Jesús puede hablar de Dios al hombre por experiencia directa. Ahora bien, incluso ante estas palabras de vida eterna que revela Jesús, se niegan los hombres a creer. Con todo, existe un «resto» que vive de la fe: son los creyentes que confiesan «que Dios dice la verdad» (v. 33). Su fe es la que confirma que el obrar de Jesús forma unidad con el del Padre. Ahora bien, Cristo no es sólo la revelación de la Palabra de Dios: es la Palabra misma, es «Espíritu y vida» (Jn 6,63). Esta realidad profunda del ser de Jesús hace que no sólo sea el que recibe todo del Padre, sino también el que transmite a su vez cuanto posee. Es el canal a través de cual se da el Espíritu. ¿Cómo comunica Jesús este don? A través de su Palabra, cuando se deja que ella penetre en el interior del hombre, es como se da el Espíritu de Dios de una manera sobreabundante. Las palabras de Jesús y el Espíritu de Dios están en perfecta correspondencia.
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conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí coi no la del iniciador y salvador destinado a dar a Israel la unid a de la conversión y de la remisión de los pecados. Esto nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de la conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los pecados está, por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para quien tiene el sentido de Dios, para quien se da cuenta de la importancia decisiva que tiene estar en comunión con él, para quien siente la experiencia de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma en serio el hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida. ¿Quién no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más «salvador» que aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra de Jesús como ligada al perdón de los pecados,significa presentarla como la de alguien que restablece la comunión filial, amistosa, tranquilizadora, beatificante, con Dios. Ése es el inicio de cualquier otro bien mesiánico. ¿Qué se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios, sentirnos no aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede llamar a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por Dios con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el angustiado corazón del hombre y el-ardiente corazón del Padre.
ORATIO MEDITATIO Todos los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados para aquellos que se
Te doy gracias, Señor, por haber hecho que me en contrara hoy con esta Palabra que me recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pn>nl< >
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di' las veces que me has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y contigo. En el intento de «actualizar» la palabra salvación para hacerla comprensible y aceptable por los otros, por los hermanos que considero distraídos por las excesivas cosas de este inundo, corro el riesgo de olvidarme de que la salvación, si bien se refleja también en este mundo, consiste fundamentalmente en estar y en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso incluye y presupone que tú perdonas nuestros pecados. Señor, ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero, al mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es estar unido contigo. Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte como amigo benévolo cuando, oprimido por mis culpas, me dirija tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y dame tu Espíritu «para el perdón de los pecados».
CONTEMPLATIO El vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu que es el perdón de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón de los justos, los purifica con gran poder de toda la impureza de sus pecados, porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de manera inefable el odio a los pecados y el amor a las virtudes. Hace que el alma odie de inmediato lo que amaba, ame ardientemente aquello por lo que sentía horror y gima intensanirnle por lo uno y lo otro, porque se acuerda de haber .uñado -para su condena- el mal y odiado el bien que .una. I ',n electo, ¿quién se atreverá a decir que un hombre, aunque esté cargado con el peso de todo tipo de pecados, pueda perecer si es visitado por la gracia del Espí-
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ritu Santo? (Gregorio Magno, Comentario al libro ¡>n mero de los reyes, II, 107).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurado el hombre que se refugia en el Señor» (cf. Sal 2,12c).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL ¿De qué modo trabajamos para la reconciliación? En primer lugar y sobre todo, reivindicando para nosotros mismos el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo. Pero no basta con creer esto con nuestra cabeza. Debemos dejar que la verdad de esta reconciliación penetre en todos los rincones de nuestro ser. Hasta que no estemos plena y absolutamente convencidos de que hemos sido reconciliados con Dios, de que estamos perdonados, de que hemos recibido un corazón nuevo, un espíritu nuevo, unos ojos nuevos para ver y unos nuevos oídos para oír, continuaremos creando divisiones entre la gente, porque esperaremos de ella un poder de curación que no posee. Sólo cuando confiemos plenamente en el hecho de que pertenecemos a Dios y podemos encontrar en nuestra relación con Dios todo lo que necesitamos para nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma, podremos ser libres de verdad en este mundo y ser ministros de la reconciliación. Esto es algo que no resulta fácil; muy pronto volvemos a caer en la duda y en el rechazo de nosotros mismos. Necesitamos que se nos recuerde constantemente a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos y del amor al prójimo que estamos reconciliados de verdad (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 385 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).
Viernes -
Viernes de la segunda semana de pascua
LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,34-42 En aquellos días, 34 un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley y respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera a los acusados unos momentos 35 y dijo: - Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con estos hombres. 3Ó Porque hace algún tiempo apareció un tal Teudas con la pretensión de ser alguien importante, y le siguieron unos cuatrocientos hombres, pero fue ejecutado y todos lo que lo seguían se dispersaron. 37 Después de éste, surgió Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y arrastró detrás de sí al pueblo, pero también él pereció y todos sus secuaces se dispersaron. 38 En este caso mi consejo es que no os preocupéis de estos hombres y los dejéis en paz, porque, si su empresa y su obra son humanas, se desvanecerán, w pero si proceden de Dios no podréis destruirlas. No corráis el riesgo de luchar contra Dios. 40 Hicieron llamar a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. 41 Ellos salieron de la presencia del Sanedrín gozosos de haber merecido tal ultraje por causa de aquel nombre.
*• Lucas presenta siempre a los fariseos bajo una luz favorable. De Gamaliel dice que es fariseo, es decir, uno de los que, además de llevar una vida observante, creen
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en la resurrección. La intervención del doctor de l.i les se muestra prudente y resulta decisiva. A parí ir de il\ ejemplos de rebeliones, citados asimismo por el bislo riador Flavio Josefo, que acabaron al poco de cnipr/ai, enuncia un principio de no intervención, en nombre de la constante intervención de Dios en favor de su pueblo. No se puede ir contra el obrar divino mediante una intervención humana. Los apóstoles quedan en libertad después de -como J e s ú s - haber sido azotados. Es digna de señalar la alegría que sienten por haber merecido ese ultraje por amor al Nombre. Aparece aquí un eco de la realización de la bienaventuranza de los perseguidos: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre» (Le 6,22). Pero hemos de señalar también que aquí se habla del Nombre en absoluto para indicar a Jesús. En el judaismo se empleaba la expresión «el Nombre» para decir «Dios». Los Hechos de los Apóstoles llevan a cabo está atrevidísima sustitución para expresar que Dios obra en Jesús, que Dios se identifica con él. Más aún: el hecho de que los apóstoles enseñen en el templo significa que, a pesar de las incomprensiones y los abusos de poder de las autoridades, la Iglesia de Jerusalén se consideraba aún en el ámbito del judaismo. Ahora diríamos: era aún u n a «corriente», una «secta» del judaismo. Éste, en aquel período, se mostraba, teniendo en cuenta todos los elementos, más bien tolerante. Hasta que llegó el ciclón Esteban, que obligó a dar un decisivo y doloroso giro, aunque vital.
Evangelio: Juan 6,1-15 1
Algún tiempo después, Jesús pasó al otro lado del lu(' de un estupor siempre renovado, en un estado de continua espera de sorpresas. Cada momento puede ser el de la revelación del misterio, porque nuestra vida está ahora ligada indisolublemente a Jesús, invisible a los ojos, pero realmente presente entre nosotros. Toda realidad es epifanía de su presencia como «Emmanuel». A nosotros nos corresponde purificar de continuo nuestra mirada en la adoración para poder vislumbrarlo en la dama de los acontecimientos más pobres y cotidianos. Es él, siempre él, el que viene a nosotros a través de todo aquello que acogemos con fe.
ORATIO Quédate con nosotros, Señor, porque sin ti nuestro camino quedaría sumergido en la noche. Quédate con nosotros, Señor Jesús, para llevarnos por los caminos de la esperanza que no muere, para alimentarnos con el pan de los fuertes que es tu Palabra. Quédate con nosotros hasta la última noche, cuando, cerrados nuestros ojos, volvamos a abrirlos ante tu rostro transfigurado por la gloria y nos encontremos entre los brazos del Padre en el Reino del divino esplendor.
CONTEMPLATIO Dos discípulos de Jesús se dirigen caminando hacia el pueblo de Emaús. Oh alma pecadora, detente un momento a considerar con atención los distintos aspectos de la bondad y de la benevolencia de tu Señor. En primer lugar, el hecho de que su ardiente amor no le permita dejar a sus discípulos vagar en medio de la desorientación y la tristeza. El Señor es, en verdad, un amigo lid y un amoroso compañero de camino [...]
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Y mira la humildad con que acompaña a estos dos: va con sus discípulos como si fuera uno de ellos, cuando, en realidad, es el Señor de todos. ¿No te da acaso la impresión de haber vuelto a la sustancia misma de la humildad? Nos sirve de modelo para que nosotros hagamos otro tanto [...]. Observa, alma cristiana, cómo tu Señor realiza el ademán de proseguir más allá, con objeto de hacerse desear más, de hacerse invitar y de quedarse como huésped de ellos; y, después, acepta efectivamente entrar en la casa, toma el pan, lo bendice, lo rompe con sus santas manos y se lo da, haciéndose reconocer así [...]. Mas ¿por qué se ha comportado de ese modo? Lo hizo para hacernos comprender que debemos practicar las obras de misericordia y la hospitalidad, esto es, para decirnos que no basta con leer y escuchar la Palabra de Dios si después no la llevamos a la práctica (anónimo franciscano del siglo XIII, Meditazione sulla vita di Cristo, Roma 1982, pp. 164-166, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¡Quédate con nosotros, Señor» (Le 24,29).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Mientras los dos viajeros se encuentran de camino hacia su casa llorando lo que han perdido, Jesús se acerca y camina con ellos, pero sus ojos son incapaces de reconocerlo. De improviso, ya no son dos, sino tres las personas que caminan, y todo se vuelve distinto. El desconocido empieza a hablar, y sus palabras requieren una seria atención. Lo que había empezado a confundir hasta hace un momento, comenzaba a presentar horizontes nuevos; lo que había parecido tan oprimente, comenzaba a hacerse sentir como liberador; lo que había parecido tan triste, empezaba a tomar el aspecto de la alegría. Poco a poco empe-
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zaban a comprender que su pequeña vida no era después do todo tan pequeña como pensaban, sino parte de un gran misto rio que no sólo abarcaba varias generaciones, sino que se extendía de eternidad en eternidad. El desconocido no ha dicho que no hubiera motivo de tristeza, sino que su tristeza formaba parte de una tristeza más amplia, en la que estaba escondida la alegría. El desconocido no ha dicho que la muerte que estaban llorando no fuera real, sino ue se trataba de una muerte que inauguraba una vida verdaera. El desconocido no ha dicho que no hubieran perdido a un amigo que les había dado nuevo valor y nueva esperanza, sino que esta pérdida había creado un camino para una relación que habría ido mucho más allá que cualquier amistad. El desconocido no tenía el más mínimo miedo de derribar sus defensas y de llevarlos más allá de su estrechez de mente y de corazón. El desconocido tuvo que llamarlos tontos para hacerles ver. ¿Y en qué consiste el desafío? En tener confianza. Alguien tiene que abrirnos los ojos y los oídos para ayudarnos a descubrir qué hay más allá de nuestra percepción. Alguien debe hacer arder nuestros corazones (H. J. M . Ñouwen, La forza della sua presenza, Brescia 1997, pp. 31-35, passim).
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LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19 En aquellos días, dijo Pedro al pueblo: ,3 El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha manifestado la gloria de su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que pensaba ponerlo en libertad. '" Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo; pedisteis que se indultara a un asesino 15 y matasteis al autor de la vida. Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. " Ya sé, hermanos, que lo hicisteis por ignorancia, igual que vuestros jefes. 18 Pero Dios cumplió así lo que había anunciado por los profetas: que su Mesías tenía que padecer. " Por tanto, arrepentios y convertios, para que sean borrados vuestros pecados.
*+• Pedro y Juan acaban de curar a un mendigo tullido de nacimiento -y, por eso, excluido del templo- con el poder del «nombre de Jesús». El episodio suscita u n lira 11 estupor entre la gente. En esas circunstancias, el primero de los apóstoles toma la palabra y explica con autoridad el significado del acontecimiento. I;.n la curación del tullido «el Dios de nuestros anteIHIMKIOS ha manifestado la gloria de su siervo Jesús». El
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apóstol Pedro, a la luz de las antiguas profecías (v. IH), en particular las del cuarto poema del Siervo de Ynwn (Is 53), ayuda a la muchedumbre a reconocer en Jesús al Mesías no reconocido por su pueblo, rechazado v condenado a una muerte injusta. Cuando se desconoce el designio de Dios, se subvierten también los valores luí manos: se indulta a un asesino y se condena a muerte al «Jefe de la vida» (w. 14-15, al pie de la letra). Sin embargo, la muerte no es más fuerte que la vida; no son los hombres quienes conducen la historia, sino Dios, que con su poder ha resucitado de entre los muertos a su Siervo fiel. Los apóstoles -y, en consecuencia, todos los creyentes- son testigos de este hecho y participan de la vida divina que les ha comunicado el Resucitado. Pero nada de esto obedece a un poder que tengan por sí mismos; sólo en nombre de Jesús pueden realizar prodigios y, sobre todo, exhortar con autoridad al arrepentimiento y a la conversión para que sean borrados sus pecados.
Segunda lectura: 1 Juan 2,1 -5a 1
Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el Justo. 2 Él ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero. 3 Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. 4 El que dice: «Yo lo conozco» pero no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. ' En cambio, el amor de Dios llega verdaderamente a su plenitud en aquel que guarda su Palabra.
**• Tras haber expresado, con el simbolismo de la luz y de las tinieblas, el contraste entre la justicia de Dios y de Cristo (1,5.9; 2,1), por una parte, y el pecado del hombre, por otra, Juan invita a los creyentes a considerar, con detenimiento, la orientación que deben dar a su propia vida. El apóstol, que ha visto con sus ojos y
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tocado con sus manos al Verbo de la vida, nos escribe a nosotros (2,1) con autoridad. Sus palabras son una exhortación a evitar el pecado y a reconocer la justicia divina, que es, ante lodo, amor y misericordia. Si es verdad, en efecto, que no hay nadie que no tenga culpa -verdad enunciada ya en el Antiguo Testamento (Prov 20,9; 28,13; Eclo 7,20)-, también lo es -y en esto consiste la Buena Noticia del Nuevo Testamento- que Dios, fiel y justo, nos ofrece el perdón y la purificación por medio de la sangre de su Hijo (1,7.3). El hombre, herido por el pecado, es «justificado» por medio del sacrificio de Jesucristo, el cual permanece para siempre como nuestro intercesor junto al Padre. En él se ha abierto de nuevo el camino del retorno a Dios y de la plena comunión con él. Ahora bien, no podemos hacernos la ilusión de amar a Dios -conocer en el lenguaje bíblico equivale precisamente a amar- si no guardamos sus mandamientos y no cumplimos su voluntad en las situaciones concretas de la vida. Humildad y obediencia son, por consiguiente, dos rasgos que deben caracterizar al cristiano. Ambas le hacen capaz de dar acogida al «amor perfecto» - o sea, al mismo Espíritu Santo-, que lo configura con Cristo, en total oblación y gratuidad (w. 3-5).
Evangelio: Lucas 24,35-48 En aquel tiempo, los discípulos [de Emaús] contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 36 Estaban hablando de ello, cuando el mismo Jesús se presentó en medio y les dijo: - La paz esté con vosotros. 37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma. 38 Pero él les dijo: - ¿De qué os asustáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? w Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona.
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Tocadme y convenceos de que un fantasma no liene imilP in huesos, como veis que yo tengo. 40 Y dicho esto, les mostró las manos y los pies. " IVro eoim > aún se resistían a creer, por la alegría y el asombro, les cllju: - ¿Tenéis algo de comer? 42 Ellos le dieron un trozo de pescado asado. " Él lo lomo \ lo comió delante de ellos. 44 Después les dijo: - Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que ei.i necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la lev de Moisés, en los profetas y en los salmos. 45 Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras 46 y les dijo: - Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día 47 y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas.
*» Estamos en la noche del día de pascua. Los Once, reunidos en el cenáculo, esperan la puesta del sol y la caída de las tinieblas. Sin embargo, ahora, con la resurrección de Cristo, la barrera entre el tiempo y la eternidad -entre la muerte y la vida- ha sido derribada. De improviso, el Resucitado, que ya se ha hecho reconocer por los discípulos de Emaús, aparece en medio de ellos; mejor aún, «está» entre ellos: dicho de otro modo, «se manifiesta» como el que está presente y trae la paz como don, o sea, él mismo una vez más (v. 36). El evangelio subraya de nuevo la dificultad que les supone a los apóstoles creer, así como la benévola comprensión de Jesús, que no se cansa de ofrecer distintos modos de reconocimiento: los signos inconfundibles de su crucifixión y la familiaridad de una comida compartida (w. 41-43). Hasta aquí el evangelista se ha limitado a presentar, por así decirlo, la «crónica» de los acontecimientos; ahora (w. 44-48) penetra en su significado bajo la guía de la Palabra de Dios. En efecto, este misterio de salvación es el cumplimiento de las Escrituras. De ellas se cita, en particular, algunos pasajes evocados también en
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el relato de la pasión. En este contexto, y por tercera vez, vuelve la afirmación de la necesidad de la muerte de Cristo (en griego déi: «era preciso», «era necesario» [v. 44]) para el cumplimiento del designio divino de salvación. Y llegamos así al tercer pasaje del fragmento: la experiencia viva y la comprensión de fe del acontecimiento de la resurrección abre la misión ante los apóstoles. Ellos son testigos directos y se les ha hecho capaces de dar razón de su fe y de anunciarla a todas las naciones (v. 47), predicando «en el nombre de Jesús» - o sea, con su autoridad- la conversión y el perdón de los pecados. Jerusalén, que es, en Lucas, el centro y la cima de la misión de Cristo, se convierte ahora también en el punto de partida de la irradiación del Evangelio.
MEDITATIO La alegría pascual crece y tendrá su plenitud en la vida eterna, en la resurrección futura. Por eso, nuestra alegría está motivada por la esperanza de llegar a ser herederos del Reino de los Cielos, por la esperanza de resurgir con Cristo también en cuerpo. Una alegría vivida, experimentada, pregustada en la tierra como peregrinos, aunque destinada a crecer hasta la meta de la eternidad bienaventurada. Esta alegría de peregrinos - q u e va unida siempre a la fatiga y al sufrimiento del c a m i n o - requiere de nosotros ascesis, conversión del corazón y empeño en su custodia, porque puede verse, fácilmente, turbada y abrumada por el espanto, por el cansancio, por la angustia... En una palabra, por todos los peligros que nos acechan mientras vamos de viaje. De ahí que tengamos necesidad de una fuerza interior, divina: eso que nosotros no seríamos capaces de guardar por nosotros mismos es confiado al Espíritu, al Espíritu consolador.
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¿Cómo es posible obtener un don tan precioso, gracias al cual podremos vivir como verdaderos testigos del Resucitado y alegrarnos siempre, vayan como vayan las cosas? Debemos desearlo con pureza de corazón y con humildad, pues así lo recibiremos, con gratitud, como don. Si existe esta disposición en nuestro interior, reside en nosotros verdaderamente la vida nueva: podemos ejecutar el testamento que el Señor Jesús nos ha dejado, ¡venga el canto nuevo, la alegría verdadera!
ORATIO Por este camino por el que andamos siempre peregrinos -con el peso de la soledad en el corazón- vienes tú, el Viviente entre los muertos, a nuestro encuentro y partes el pan del amor. En este largo camino, donde, a la puesta del sol, se extienden nuestras sombras, enciende, oh Viajero envuelto de misterio, el vivido vivaque de tu Palabra y sabremos, por su fuego ardiente, que nuestra esperanza ha resucitado más viva, más fuerte. Sí, abre nuestra mente para comprender la Palabra, porque sólo ella puede disipar las dudas que aún surgen en nuestro corazón. ¡Cuántas veces, incapaces de reconocerte, hemos renegado de ti también nosotros! Pero tú, el Justo, con manso padecer te has hecho víctima de expiación por nuestros pecados. No nos dejes ahora vacilantes y turbados: que tu presencia infunda en nosotros la paz, que tu espíritu despeje nuestra mirada y nos haga alegres testigos de tu amor.
CONTEMPLATIO Cuando «vino con las puertas cerradas y se plantó en medio de ellos, aterrados y llenos de miedo, creían ver un fantasma» (cf. Jn 20,26; Le 24,36s), pero él sopló sobre
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ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22s). Después les envió desde el cielo al mismo Espíritu, aunque como nuevo don. Estos dones fueron para ellos los testimonios y los argumentos de prueba de la resurrección y de la vida. En efecto, el Espíritu es la prueba que atesligua que «Cristo es la verdad» (1 Jn 5,6), la verdadera resurrección y la vida. Por eso los apóstoles, que habían permanecido también dudosos al principio, tras haber visto su cuerpo redivivo, «daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús» (Hch 4,33), después de haber gustado al Espíritu vivificador. De ahí que sea más provechoso concebir a Jesús en nuestro propio corazón que verlo con los ojos del cuerpo u oírle hablar; y de ahí también que la obra del Espíritu Santo sea mucho más poderosa sobre los sentidos del hombre interior que la impresión de los objetos corpóreos sobre los del hombre exterior. Ahora bien, por eso mismo, hermanos míos [...], vuestro corazón se alegra dentro de vosotros y dice: «He recibido este anuncio: ¡Jesús, mi Dios, está vivo! Y, al recibir esta noticia, mi espíritu, ya sumido en la tristeza, languideciendo por la tibieza o dispuesto a sucumbir al desánimo, se reanima» (Guerrico d'Igny, Sermo in Pascha, I, 4).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos» (cf. Hch 3,15). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La paz no es una situación; ni siquiera un estado de ánimo, ni tampoco es, ciertamente, sólo una situación política; la Paz es
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Alguien. La paz es un nombre de Dios. Es su «nombre, que se acerca» (Is 30,27) y trae con él la bendición que funda la comunidad, que toca personalmente y reconcilia. La paz es Alguien, el Traspasado, que aparece en medio de nosotros y nos muestra sus manos y su costado diciendo: «La paz esté con vosotros». La paz es verle a él: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28) y aceptar asimismo la muerte como algo que no puede ser separado de su amor. «El es nuestra paz. Paz para los que están cerca y para los que están lejos» (Ef 2,17). En este pasaje encontramos la identificación más fuerte de la paz con el nombre de Jesús. «El ha hecho de los dos pueblos uno solo» (Ef 2,14). A partir de toda dualidad, desorden y separación, a partir de toda división, ha hecho el «Uno», ha fundado el Uno y «fia anulado la enemistad en su propia carne» (Ef 2,14). Quien por medio de la oración busca la paz con todo su corazón, busca a aquel que es la paz, en el único lugar en que se entregan la reconciliación el perdón de los pecados y la paz: el lugar del sacrificio, e j Gólgota, el Moria eterno (B. Standaert, Pace e prighiera, e en G. Alberigo - E. Bianchi - C. M. Martini, La pace: dono e proftr 2 ezia, Magnano 1 9 9 1 , pp. 129s).
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Tercer domingo de pascua Ciclo C
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41 En aquellos días, " hicieron entrar a los apóstoles para que comparecieran ante el Sanedrín y el sumo sacerdote les preguntó: 28 - ¿No os prohibimos terminantemente enseñar en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén con vuestras enseñanzas y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre. 29 Pedro y los apóstoles respondieron: - Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 30 El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. " Dios lo ha exaltado a su derecha como Príncipe y Salvador para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados. 32 Nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen somos testigos de todo esto. 33 Ellos, enfurecidos por tales palabras, querían matarlos. 40 Hicieron llamar a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. 41 Ellos salieron de la presencia del Sanedrín gozosos de haber merecido tal ultraje por causa de aquel nombre.
**• El camino de la Iglesia es u n camino acompañado de luz y de tinieblas desde su origen: va creciendo
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entre el pueblo el favor de que goza la priiiu-r;» iinniinidad cristiana (w. 14-16), pero aumenta lanibicn el odio de las autoridades judías, que llegan incluso a la persecución. Mientras se suceden los arrestos, ¡IIUM rogatorios y amenazas, resplandece cada vez más la ol>i a del Espíritu Santo en los apóstoles. Llevados por segunda vez ante al Sanedrín, dan pruebas de libertad y de valentía (parresta). El criterio de sus acciones es único: obedecer a Dios, no anteponer n a d a a él ni a su testimonio (cf. w . 28s). Esta falta de miedo hace aún más incisiva y eficaz su confesión y su predicación. Pedro proclama u n a vez más el kerygma (w. 30-39) y atribuye de nuevo a los jefes del pueblo la responsabilidad de la muerte de Jesús (una responsabilidad que aquellos querrían declinar: v. 28b). Con todo, no se trata de una acusación estéril; es casi un proyectar sobre otros la propia culpa. En efecto, la parte fundamental del discurso hemos de buscarla en la afirmación que explica la finalidad del obrar de Dios: «Para dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados». Otras veces acusa Pedro al auditorio de la crucifixión de Cristo, pero el texto sagrado añade siempre que, al arrepentirse y acoger sus palabras, «muchos creyeron». Cuando el corazón queda traspasado por el arrepentimiento (2,37), el don de Dios se vuelve superabundante. Sólo cuando se rechaza la Palabra de manera obstinada, se endurece el corazón hasta llegar a la violencia (5,33.40). Es tarea de los apóstoles continuar con la predicación aun en medio de las persecuciones, fortalecidos por el Espíritu, que los confirma (v. 32) y los colma de alegría (v. 41). Desde ahora viven ya la bienaventuranza proclamada por el Señor Jesús y encuentran su recompensa en el amor a su nombre (Mt 5,10-12).
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Segunda lectura: Apocalipsis 5,11-14 Yo, Juan, " oí después, en la visión, la voz de innumerables ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos; eran cientos y cientos, miles y miles, 12 que decían con voz potente: - Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Y las criaturas todas del cielo y de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, oí también que decían: - Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes respondieron: «Amén», y los ancianos se postraron en profunda adoración.
*•• Ante nuestra contemplación se nos brinda una escena majestuosa y terrible: Dios omnipotente está sentado en el trono, tiene en su mano el libro sellado de sus inescrutables designios, pero nadie puede abrirlo. Momentos de silencio cargados de expectación y de temor. La situación parece desesperada. Pero, de repente, aparece victorioso un Cordero como inmolado (5,1-7: en arameo, talja designa tanto «siervo» como «cordero»). Con este símbolo expresa, por tanto, Juan la realidad de Cristo, verdadero Cordero pascual y Siervo de YHWH, que ha cargado con nuestras iniquidades, t o m a n d o sobre sí el castigo que nos da la salvación (Is 53, sobre todo el v. 7). El Cristo-Cordero inmolado está de pie en medio del trono (v. 6). En su presencia se entona el canto de la solemne liturgia cósmica: u n a escuadra innumerable de ángeles recuerda triunfalmente el «motivo» (w. l i s ) , repetido por el coro de todas las criaturas (v. 13), que alaban por los siglos de los siglos al Dios omnipotente y a Cristo, nuestra pascua.
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Cielo y tierra se encuentran unidos así en un movimiento circular: el h i m n o se inicia en el cielo, se ilcrní ma, desciende sobre la tierra, se propaga en ella y huyo vuelve a subir al cielo para concluir en el «Amén», acoi de final de los cuatro seres vivientes, símbolo de todas las realidades creadas. Se confirma así, de manera so lemne, la plena adhesión a la voluntad de Dios. Y el si lencio adorador de los cuatro ancianos, primicia celestial de todo el pueblo de Dios, prolonga la vibración del canto nuevo con la intensidad de la contemplación.
Evangelio: Juan 21,1-19 En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Cana de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. 3 En esto dijo Pedro: - Voy a pescar. Los otros dijeron: - Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca, pero aquella noche no lograron pescar nada. 4 Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron. 5 Jesús les dijo: - Muchachos, ¿habéis pescado algo? Ellos contestaron: -No. 6 Él les dijo: - Echad la red al lado derecho de la barca y pescaréis. Ellos la echaron, y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla. 7 Entonces, el discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: - ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua. 8 Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no era mucha la distancia que los separaba de tierra; tan sólo unos cien metros. 9 Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan. 10 Jesús les dijo: - Traed ahora algunos de los peces que habéis pescado.
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Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. 12 Jesús les dijo: - Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor. " Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió, y lo mismo hizo con los peces. 14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado de entre los muertos. 15 Después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos. 16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas. 17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas. ,8 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir. 19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sigúeme.
*» Jn 21, colocado detrás de una primera conclusión del cuarto evangelio, añade algunos elementos importantes al capítulo precedente: abre de nuevo la perspectiva sobre la Iglesia futura (w. 1-14), pone el fundamento del primado de Pedro entendido como servicio vicario
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(w. 15-19), enfoca la relación entre Pedro y el discípulo amado (w. 20-23). Los w. 1-14 hemos de leerlos recordando la vocación de los primeros discípulos (cf. Le 5,1-11). Los discípulos, cuando Jesús resucitado desaparece de sus ojos, atraviesan u n m o m e n t o de incertidumbre sobre la orientación que deben d a r a su futuro. La perspectiva más inmediata es la de volver a la vida de antes, iluminada por la enseñanza de Jesús, al que reconocen vivo. Aquí interviene la tercera aparición (v. 14), una aparición que suena para los discípulos como una nueva llamada al seguimiento (v. 19), centrada en la continua presencia del Señor, reconocido, no obstante, por la fe (w. 7.12), y al que e n c u e n t r a n concretamente en el pan partido y c o m p a r t i d o de la eucaristía (v. 13). En verdad, los apóstoles n o pueden hacer nada sin él (cf. 15,5), no tienen alimento (v. 5, al pie de la letra), mientras que gracias a la obediencia de la le (v. 4b) a su Palabra realizan u n a pesca superabundante, como el día en que los llamó p o r primera ve/. (Le 5,9). Sin embargo, la red no se r o m p e : la Iglesia católica debe permanecer indivisa a u n cuando recoja multitudes inmensas (v. 11). En la comunión de esta comida-con el Resucitado, éste rehabilita a Simón Pedro al frente de los discípulos: como tres veces renegó de Cristo, tres veces profesa que le ama. Y también por tres veces - d e manera solemne, por consiguiente- le confía Jesús el mandato de alimentar y guiar su rebaño con u n espíritu de servicio, en representación del buen pastor (w. 15-17). Como tal, Pedro deberá ofrecer la vida por las ovejas, glorificando a Dios con el martirio: la invitación al seguimiento tiene ahora para Simón Pedro u n sabor muy diferente a la que recibió «cuando era más joven»; tiene el sabor del amor (v. 17), que le llevará tras las huellas de Jesús (1 Pe 2,21), a amar «hasta el final» (Jn 13,1).
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ISO
MEDITATIO La liturgia de la Palabra traza hoy ante nosotros u n largo y apasionante camino que, partiendo del tiempo, desemboca en la eternidad: vamos a indicar, brevemente, las etapas del mismo y le vamos a pedir al Señor la gracia de recorrerlo. Al comienzo se encuentra la experiencia de u n encuentro que se intercala en nuestros días más ordinarios, en medio de nuestras actividades habituales: se trata del encuentro con el Resucitado, un encuentro para el que, con frecuencia, no estamos preparados, sino más bien «ciegos», como los apóstoles en el lago. «Los discípulos no lo reconocieron»; sin embargo, aceptaron el consejo, más tarde dan crédito a la intuición que se comunican de uno a otro y, por último, lo reconocen por medio de una certeza interior (no a través de una evidencia sensible). Del mismo modo que hizo Simón Pedro, también nosotros debemos dejarnos interpelar por la Palabra del Resucitado, que pone al descubierto nuestro pecado, nuestra fragilidad pasada y presente, aunque nos pide un consentimiento de amor. Sólo después de haberle reconocido a él y habernos reconocido a nosotros mismos bajo su luz, podremos ofrecérselo, ahora que ya no es obra de una autoilusión y sólo nos queda -¡aunque lo es todo!- el deseo ardiente de amarlo, como pobres. Ahora es cuando él nos confía su tesoro: nuestros hermanos; nos hace responsables de dar testimonio ante ellos, un testimonio que nos llevará muy lejos en su seguimiento, quizás a un lugar que -hoy al m e n o s - no querríamos. A la luz de este encuentro con Cristo, siguiendo el eco de aquella pregunta interior -«¿Me amas?»- y de nuestra humilde respuesta, es preciso proseguir el camino con alegre valentía y abrir a muchos el camino de la fe con nuestra confesión transparente del nombre de Jesús, crucificado por nuestros pecados y resucitado por el Padre para la salvación del mundo. No han de faltarnos los su-
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frimientos, la multiforme persecución, aunque lampón» la alegría de hacerle frente por amor a Jesús. Una alcj.'.i la que inundará todo el cosmos en el día eterno en una única confesión coral de alabanza al Dios omnipotente, a nuestro Creador, y a Cristo, Cordero inmolado, nuestro Salvador, en el Espíritu Santo, vínculo de amor.
ORATIO Manifiéstate de nuevo, Señor. También nosotros, como tus discípulos, deseamos ir contigo y desafiar la noche oscura. Sin ti no podemos hacer nada; nuestra red sigue estando vacía y no sirve de nada el esfuerzo de echarla al mar. Pero a tu palabra queremos repetir una vez más este gesto, pues tú nos quieres llevar más allá de nuestra lógica mezquina, que se detiene a calcular los riesgos de las pérdidas y las posibilidades de ganancia. Cuando tocamos el fondo de nuestra miseria, tú nos haces experimentar el poder de tu fuerza de Resucitado. Nosotros creemos que eres el Señor. Sin embargo, en medio de nuestra pobreza, que tú conoces tan bien, haz que al alba de cada nuevo día renovemos el deseo de seguirte, repitiendo humildemente: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo».
CONTEMPLATIO No hay mejor medio para estar unido a Jesús que cumplir su voluntad, y ésta no consiste en ninguna olía cosa que en hacer el bien al prójimo... «Pedro -pregunta el Seño-, ¿me amas? Apacienta mis corderos» (Jn 21,15). y, con la triple pregunta que le dirige, Cristo manifiesla de manera clara que apacentar los corderos es la prueba del amor. Y eso es algo que no se dice sólo a los sacerdotes, sino a cada uno de nosotros, por pequeño que sea el
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rebaño que le ha sido confiado. De hecho, aunque sea pequeño, no debe ser descuidado, puesto que «mi Padre -dice el Señor- se complace en ellos» (Le 12,32). Cada uno de nosotros tiene una oveja. Tengamos buen cuidado y llevémosla a los pastos convenientes. El hombre, apenas se levante de la cama, no debe buscar otra cosa, tanto con la palabra como con las obras, que hacer que su casa y su familia sean cada vez más piadosas. Vive de verdad sólo quien vive para los otros. En cambio, el que vive sólo para sí mismo desprecia a los otros y no se preocupa de ellos; es un ser inútil, no es un hombre, no pertenece a la raza humana [...]. Quien busca el interés del prójimo no perjudica a nadie, tiene compasión de todos y ayuda según sus propias posibilidades; no comete fraudes, ni se apropia de lo que pertenece a los otros; no da falso testimonio, se abstiene del vicio, abraza la virtud, reza por sus enemigos, hace el bien a quien le hace mal, _ no injuria a nadie y tampoco maldice cuando le maldicen de mil formas diferentes [...]; si buscamos nuestro interés, el de los otros irá por delante del nuestro (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 77,6).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo» (Jn 21,17). PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El amor de Cristo por Pedro tampoco tuvo límites: en el amor n Podro mostró cómo se ama al hombre que tenemos delante. I I. < dijo: «Pedro debe cambiar y convertirse en otro hombre anl> . 7
aún de su hogar» (2,11) en este mundo, y todos son .r.i mismo siervos de Dios. Por eso, Pedro, dirigiéndose a gente que desanoll.ili.i tareas humildes en la sociedad de entonces, les ofrece como modelo precisamente a Jesús, el verdadero Siervo de YHWH, que, con paciencia y mansedumbre, cargó sobre sí mismo el pecado, que él no había cometido, para destruirlo en su propia humanidad. Así, gracias a su ofrecimiento, la humanidad quedó liberada de la única esclavitud, la del pecado, y puede vivir «por la justicia», que es amor y misericordia. El cristiano se convierte por el bautismo en miembro de Cristo, y por eso mismo está llamado a compartir su pasión, a fin de participar también en su gloria en el cielo, junto a todos los hermanos a los que habrá cooperado a salvar con su vida. El grupo de los discípulos -y, por consiguiente, toda la Iglesia-, de rebaño disperso y desbandado, a causa del escándalo del sufrimiento (cf. Me 14,27s), vuelve a ser, en Jesús resucitado, un rebaño compacto que camina siguiendo sus huellas (v. 25).
Evangelio: Juan 10,1-10 En aquel tiempo, dijo Jesús: ' Os aseguro que quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino por cualquier otra parte, es ladrón y salteador. 2 El pastor de las ovejas entra por la puerta. ' A éste le abre el guarda para que entre, y las ovejas escuchan su voz; él llama a las suyas por su nombre y las saca fuera del redil. 4 Cuando han salido todas las suyas, se pone delante de ellas y las ovejas le siguen, pues conocen su voz. 5 En cambio, nunca siguen a un extraño, sino que liu yen de él, porque su voz les resulta desconocida. 6 Jesús les puso esta comparación, pero ellos no compren dieron su significado. 7 Entonces Jesús se lo explicó: - Os aseguro que yo soy la puerta por la que deben culi .n las ovejas. 8 Todos los que vinieron antes que yo eran huli i me. y salteadores. Por eso, las ovejas no les hicieron caso. ' Ye • •.< i\
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la puerta. Todo el que entre en el redil por esta puerta estará a salvo, y sus esfuerzos por buscar el sustento no serán en vano. 10 El ladrón va al rebaño únicamente para robar, matar y destruir. Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud.
**• El capítulo 10 del evangelio de Juan, u n capítulo dominado por la figura del buen pastor, deber ser leído en el contexto que le corresponde para comprenderlo más a fondo. En efecto, en el capítulo 9, se había revelado Jesús como «luz del mundo» a través de la curación del ciego de nacimiento, y, al realizar ese milagro, puso asimismo de relieve la ceguera espiritual de los jefes de los judíos (9,40s). Ahora bien, el Henoc etíope - u n texto apócrifo contemporáneo- describe toda la historia de Israel hasta la venida del Mesías como una alternación de momentos de ceguera y de posesión de la vista por parte de las ovejas, en virtud de los sucesivos representantes de Dios, los pastores de su pueblo. Eso significa que Jesús, después de haber mostrado que tiene el poder de devolver la vista, puede afirmar que es el único pastor que lleva las ovejas a la salvación, el Mesías esperado. Todo el pasaje está compuesto con materiales tradicionales y heterogéneos. En su origen debieron figurar fragmentos inconexos y unidos sólo con sistemas mnemónicos: eso explica la fluidez de las imágenes y la dificultad para coordinar los discursos en una secuencia lógica. En este primera perícopa se identifica Jesús, de manera implícita, con el pastor de las ovejas que entra en el recinto (en griego, aulé) pasando por la puerta. Dado que el término aulé significa también el patio del templo donde se reúne el pueblo de Dios, Jesús asume legítimamente la guía del mismo con una autoridad que le viene de Dios, a diferencia de los «ladrones y salteadores». Como los pastores de Palestina, que lanzaban una llamada característica para hacerse reconocer por
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cío para dejarte hablar a ti; concédeme un corazón humilde para escuchar la voz de tu Iglesia, que me orienta. Sobre todo, haz que no esté condicionado de tal modo por las indicaciones del mundo, que siga tus indicaciones a su luz. Si quiero ser luz del mundo, debo juzgar las soluciones del mundo a la luz que viene de ti. Unas veces mediante el proceso de un delicado discernimiento; otras, con la obligada nitidez. Purifícame e ilumíname, Señor.
CONTEMPLATIO No esperéis escuchar de nosotros las verdades que el Señor no quiso decir a sus discípulos por no estar aún en condiciones de comprenderlas. Aplicaos, más bien, a progresar en la caridad, que desciende a vuestros corazones por medio del Espíritu Santo que os ha sido dado. Gracias al fervor de vuestra caridad y al amor que alimentáis por las cosas del alma, podréis experimentar interiormente aquella luz, aquella voz espiritual que los hombres atados a la carne son incapaces de tolerar; y que no se presentan con signos que los ojos del cuerpo pueden ver, ni se hacen oír con sonidos que los oídos pueden oír. No se puede amar, ciertamente, lo que nos es del todo desconocido. Pero a m a n d o lo que conocemos en parte, por efecto de este mismo a m o r se llega a conocerlo cada vez mejor, cada vez de u n modo más profundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 96,4).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí» (Jn 16,14).
Miércoles
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Hace varios años, tuve la oportunidad de encontrar a la madre Teresa de Calcuta. Tenía en aquel momento muchos problemas y decidí aprovechar esta ocasión para pedir consejo a la madre Teresa. Apenas nos sentamos, empecé a mostrarle todos mis problemas y dificultades, intentando convencerla de lo complicados que eran. Cuando, tras haberle expuesto elaboradas explicaciones durante unos diez minutos, me callé, la madre Teresa me miró tranquilamente y me dijo: «Bien, si dedicas una hora cada día a adorar a tu Señor y no haces nunca lo que sabes que es injusto... todo irá bien». Cuando oí estas palabras me di cuenta de improviso de que había pinchado mi globo hinchado, un globo compuesto de complicada autoconmiseración, y me había señalado, mucho más allá de mí mismo, el lugar de la verdadera curación. En realidad, me quedé tan pasmado con su respuesta que no sentí ningún deseo o necesidad de continuar. Al reflexionar sobre este breve, aunque decisivo, encuentro, me doy cuenta de que yo le había planteado una pregunta por lo bajo y ella me había dado una respuesta por lo alto. De primeras, su respuesta no parecía adecuada con respecto a mi pregunta, pero, después, empecé a comprender aue su respuesta venía desde el lugar de Dios y no desde el lugar de mis lamentaciones. La mayoría de las veces reaccionamos a preguntas por lo bajo con respuestas por lo bajo. El resultado es que cada vez hay más preguntas y, con frecuencia, respuestas cada vez más confusas. La respuesta de la madre Teresa fue como una lámpara de luz en mi oscuridad. Conocí, de improviso, la verdad sobro mí mismo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spiríto, Brescia 1984'', pp. 81 s).
Jueves
Jueves de la sexta semana de pascua
LECTIO
Primera lectura: H e c h o s de los Apóstoles 18,1-8 En aquellos días, ' Pablo partió de Atenas y fue a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, el cual acababa de llegar de Italia con su mujer, Priscila, a raíz del decreto por el que Claudio había expulsado de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos 3 y, como eran del mismo oficio -se dedicaban a fabricar tiendas-, se quedó trabajando en su casa. 4 Todos los sábados conversaba en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos. 5 Pero, cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se consagró enteramente a la predicación de la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que Jesús era el Mesías. 6 Como ellos se oponían y no cesaban de insultarle, sacudió sus vestidos y les dijo: - Vosotros sois los responsables de cuanto os suceda. Mi conciencia está limpia. En adelante, pues, me dirigiré a los paganos. 7 Dicho esto, se marchó de allí, y fue a casa de un tal Ticio Justo, que adoraba al verdadero Dios y vivía junto a la sinagoga. 8 Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y muchos de los corintios que oían la predicación, creían y se bautizaban.
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*» Se trata de un fragmento de crónica que nos ofrece útiles indicaciones para comprender la vida cotidia-
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na de Pablo y de los primeros evangelizadores. Nos hace saber que Pablo tenía un oficio, un trabajo manual, y lo ejercía, cosa poco conveniente para un hombre culto, dedicado a la Palabra, entre los atenienses, pero c o m ú n entre los rabinos, que encontraban en el trabajo ocasiones de encuentro y, por consiguiente, de enseñanza. Pablo se aloja y trabaja con una pareja de judíos expulsados de Roma por Claudio. Información útil para la datación de este período: el decreto imperial remonta, efectivamente, a los años 49-50. La llegada de ayudantes permitió a Pablo dedicarse de manera exclusiva a la predicación. Lucas lleva buen cuidado en decir que Pablo parte siempre de los judíos: sólo tras el enésimo rechazo, esta vez más bien violento, declara que se dirigirá «en adelante» a los paganos. Ya lo había dicho en Antioquía de Pisidia (Hch 13,46s), y lo dirá asimismo más adelante. Se nota la preocupación del autor por explicar los motivos del paso a los paganos. Tampoco aquí hay sólo espinas, porque, frente a la oposición judía, se convierte nada menos que el ¡ele de la sinagoga con toda su familia. Y empieza una abundante cosecha también entre los paganos. Una observación: no hay síntomas de un cambio tic «estrategia evangélica», como si, tras el escaso éxito en Atenas, Pablo hubiera decidido no cambiar nada en su predicación, ni respecto al contenido ni respecto al lenguaje. El paso de Atenas a Corinto está presentado aquí m á s como una opción ulterior en favor de los paganos, que como un cambio de método, como si Pablo estuviera replanteándose su estrategia misionera.
Evangelio: Juan 16,16-20 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: " Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme.
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Al oír esto, algunos de sus discípulos comentaban entre sí: - ¿Qué significa esto? Acaba de decirnos: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme». También nos ha dicho: «Porque me voy al Padre». 18 Y se preguntaban: - ¿Qué quiere decir con eso de «dentro de poco»? No sabemos a qué se refiere. 19 Sabiendo Jesús que deseaban una aclaración, les dijo: - Estáis preocupados por el sentido de mis palabras: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme». 20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
**• Jesús consuela a los suyos de la tristeza por su partida. Les asegura que esa tristeza durará poco: «Dentro de poco dejaréis de verme, pero dentro de otro poco volveréis a verme» (v. 16). ¿Qué significan estas enigmáticas afirmaciones de Jesús? Se refiere a los dos tiempos a los que Jesús está a punto de dar cumplimiento. El primero se refiere a su vida terrena, que está a punto de acabar; el segundo se refiere a su vida gloriosa, inaugurada con la resurrección. Su retorno posterior no se limita a las apariciones pascuales, sino que se prolonga en el corazón de los creyentes mediante su presencia en ellos. Las palabras del Maestro no son comprendidas por los discípulos, que se plantean varias preguntas (w. 17s). Jesús, que conoce a los suyos por dentro y los acontecimientos que les esperan, intenta remover, a partir de las preguntas que le plantean, su tristeza, infundiéndoles la confianza en él con una nueva revelación: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (v. 20). La comunidad cristiana tendrá que hacer frente a todo un cúmulo de pruebas. Especialmente cuando le sea arrebatado el Esposo. Con su muerte, experimentará el llanto, la aflicción y el desconcierto, mientras que el
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m u n d o se sentirá alegre pensando que ha extirpado el mal. Estos momentos serán, para la comunidad, momentos de duda, de oscuridad y de silencio de Dios. Pero la historia se tomará su revancha y, cuando esto llegue, la comunidad de los discípulos experimentará el gozo. Jesús no habla de sus sufrimientos - y tenía motivos para ello-, sino que piensa en los suyos más que en él, como el buen pastor en su rebaño.
MEDITATIO El tiempo de la Iglesia es el tiempo en el que el discípulo se encuentra cogido entre dos gozos: el del m u n d o y el de Cristo. El gozo del mundo está ligado a la consecución de valores efímeros, como u n saber puesto al servicio de intereses materiales; de u n a carrera social, científica; de la fama; de la rentabilidad económica de nuestras opciones. Sin tener en cuenta la exasperación de la sensualidad y de las sensaciones fuertes e impulsadas al extremo. Con estas cosas suele gozar el mundo. El gozo que viene de Jesús deriva de ser sus discípulos, de saber que él está cerca en todo momento, que gastar la vida por él y por los hermanos es una inversión ventajosa y un honor grande; que lo único necesario es no perderle a él, sentir su proximidad, estar seguros de caminar hacia su posesión. Nuestro corazón se encuentra cogido entre estos dos gozos: el primero es más inmediato, aunque fugaz: el segundo es más paciente, pero, sin embargo, no decepciona. A veces ambos gozos se enlazan; otras, se oponen. El corazón del discípulo debe estar orientado siempre hacia el «todavía no», hacia el decisivo «dentro de otro poco volveréis a verme», cuando el gozo, frecuente-
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inenle querido y creído, se volverá felicidad plena y sin sombras.
ORATIO Te doy gracias, Señor, por tus visitas, que me llenan de alegría. Te doy gracias también por tus ausencias, que me hacen desear tu alegría. Bendito seas, ahora y siempre, porque sabes cómo gobernar mi corazón y atraerlo a ti. Permíteme pedirte hoy que no me dejes demasiado solo a merced de los gozos de este mundo, para que no quede conquistado por ellos. Que no me dejes tampoco demasiado solo en las pruebas que el mundo me procura, para que no desespere de tu consuelo. Sé que debería estar siempre alegre, «en todo tiempo», que siempre debería bendecirte y darte gracias. Sé que un discípulo tuyo no debería estar nunca triste. Pero tú socórreme cuando este m u n d o me parezca demasiado dulce, para que no me embriague, y también cuando me parezca demasiado amargo, para que no me aplaste. Ayúdame a buscar mi consuelo y mi gozo en ti. Y no dejes de hacerte sentir por este pobre corazón mío, tan frágil y titubeante.
CONTEMPLATIO La promesa del Señor, «dentro de otro poco volveréis a verme», se dirige a toda la Iglesia. El Señor no tardará en cumplir su promesa: un poco más y le veremos, allá arriba, donde ya no tendremos ninguna necesidad de dirigirle ninguna oración, de exponerle ninguna peI ición, porque ya no nos quedará nada que desear, nada escondido que queramos conocer. Este breve intervalo
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de tiempo nos parece largo a nosotros porque todavía debe transcurrir, pero cuando haya acabado nos daremos cuenta de lo breve que ha sido. Que nuestra alegría, por tanto, sea muy diferente a la que experimenta el mundo. Que tampoco durante el trabajoso parto de este deseo nuestro permanezca nuestra tristeza completamente sin alegría, porque, como dice el Apóstol, debemos mostrarnos «alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación» (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 101,6).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La alegría es esencial en la vida espiritual. Si pensamos o decimos cualquier cosa de Dios y no lo hacemos con alearía, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán estériles. Podemos ser infelices por muchas causas, pero podemos encontrar aún alegría, porque ésta procede de saber que Dios nos ama. Estamos inclinados a pensar que cuando estamos tristes no podemos estar contentos, pero en la vida de una persona que pone a Dios en el centro pueden coexistir el dolor y la alegría. No resulta fácil de comprender, pero cuando pensamos en alguna de nuestras experiencias más profundas, como asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, con frecuencia forman parte de la misma experiencia un gran dolor y una gran alegría, y descubrimos a menudo la alegría en medio del dolor. Recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como momentos en los que he llegado a ser consciente de una realidad espiritual mucho más grande que yo, y que me permitía vivir mi dolor con esperanza. Incluso me atrevo a decir: «Mi dolor fue el lugar en el que encontré mi alearía». La alegría no es cualquier cosa que simplemente nos sucede. Debemos elegir la alegría y seguir eligiéndola
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cada día. Se trata de una elección basada en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y que nada, ni siquiera la muerte, nos lo puede arrebatar (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 1 9 9 8 \ pp. 17s).
Viernes de la sexta semana de pascua
LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,9-18 Estando Pablo en Corinto, ' una noche, el Señor le dijo en una visión: - No temas, sigue hablando, no te calles, 10 porque yo estoy contigo y nadie intentará hacerte mal. En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo. " Pablo permaneció en Corinto un año y seis meses, enseñando la Palabra de Dios. 12 Bajo el proconsulado de Galión en Acaya, los judíos se confabularon contra Pablo y lo llevaron ante el tribunal '' con esta acusación: - Éste trata de persuadir a los hombres para cine den culto a Dios en contra de la Ley. 14 Pablo se disponía a hablar, cuando Galión dijo a los judíos: - Si se tratase de un delito o de un crimen gi ave, yo os escucharía como es debido, ls pero tratándose de cuestiones relerentes a vuestra propia ley, allá vosotros. Yo no quiero ser juez de estas cosas. 16 Y los echó del tribunal. " Entonces lodos ellos agarraron a Sostenes, el jefe de la sinagoga, y se pusieron a golpearle delante del tribunal. Pero Galión no hacía caso de lo que ocurría. 18 Pablo se quedó todavía bastante tiempo en Corinto. Después se despidió de los hermanos y se embarcó rumbo a Siria,
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acompañado de Priscila y Aquila. En Cencreas se había rapado la cabeza para cumplir un voto que había hecho.
*+• Otras informaciones de utilidad: los hechos se desarrollan hacia el año 51-52, que es cuando el procónsul Galión se encontraba en Corinto. Éste actúa de manera inteligente como «laico»: no quiere entrometerse en cuestiones religiosas. A su modo de ver, las cuestiones que le someten son discusiones internas al judaismo, cuestiones que no tienen nada que ver con su función. Lucas lo subraya adrede, y da muestras de apreciar tanto la neutralidad de Roma como el hecho de que las autoridades romanas en general no se mostraran hostiles, en los comienzos, a los cristianos. Hasta salvaron a Pablo en más de una ocasión del fanatismo de sus adversarios. Los judíos no se dan por vencidos y caldean en exceso la atmósfera: Pablo continúa llevando una vida difícil. Pero queda confortado y confirmado en su misión: está haciendo lo que quiere el Señor. Es el Señor quien quiere que se dedique también a los paganos. Estos continuos subrayados expresan - u n a vez m á s - la seriedad del problema del paso a los paganos para las primeras generaciones cristianas. Es casi una idea fija: ¿cómo explicar el hecho de que el pueblo de la promesa hubiera rechazado a Jesús, mientras que éste era acogido por los gentiles, esto es, por los tan depreciados paganos? Pero es el Señor -nos asegura Lucas- quien dice: «En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo», como en otras muchas ciudades, un pueblo constituido por algunos judíos y por muchos paganos. Y en Corinto, donde se encontraba lo mejor y lo peor de la cultura griega, la confrontación con el paganismo no iba a ser una broma: dieciocho meses en Corinto representan una verdadera iniciación en la evangelización de los gentiles.
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Finalmente, concluye Pablo, casi a hurtadillas, su viaje misionero, embarcándose con sus patronos de trabajo, Priscila y Aquila, primero con destino a Jerusalén y después hacia Antioquía. A un misionero como Pablo, quedarse durante dieciocho meses en un solo lugar, aunque fuera con provecho, pudo parecerle excesivo.
Evangelio: Juan 16,20-23a En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 20 Yo os aseguro que vosotros lloraréis y gemiréis, mientras que el mundo se sentirá satisfecho; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. 2' Cuando una mujer va a dar a luz, siente tristeza, porque le ha llegado la hora, pero, cuando el niño ha nacido, su alegría le hace olvidar el sufrimiento pasado y está contenta por haber traído un niño al mundo. 22 Pues lo mismo vosotros: de momento estáis tristes, pero volveré a veros y de nuevo os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar. 23 Cuando llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada.
**• Jesús, cuando apenas ha terminado de señalar una de las constantes de la experiencia cristiana (la dura espera del encuentro gozoso y definitivo con él: v. 20), se vale de la imagen eficaz y delicada de la mujer que va a dar a luz un hijo (v. 21) para expresar el paso de la aflicción a la alegría sobreabundante. La alegría de la mujer es doble: han terminado sus propios sufrimientos y ha dado al mundo un nuevo ser. La alegría cristiana va unida al dolor, pero desemboca en la vida nueva que es la pascua del Señor. A continuación, sigue Jesús explicando la comparación en sentido espiritual (v. 22). El dolor por la muerte oprobiosa del Hijo de Dios se mudará en gozo el día de la pascua, en u n a alegría sin fin que «nadie podrá quitar» a los discípulos, porque está arraigada en la fe en Aquel que vive glorioso a la diestra de Dios.
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Jesús ha hablado del tiempo inaugurado con su resurrección; en la continuación, añade: «Cuando llegue ese día, ya no tendréis necesidad de preguntarme nada» (v. 23b). La expresión «ese día» no se refiere sólo al día de la resurrección, sino a todo el tiempo que comenzará con ese acontecimiento. Desde ese día en adelante, la comunidad cristiana, iluminada plenamente por el Espíritu Santo, tendrá una nueva visión de las cosas y de la vida, y el Espíritu Santo iluminará interiormente a sus miembros y les hará conocer todo lo que sea necesario.
MEDITATIO Seguimos con la alegría. En las palabras que aquí pronuncia Jesús subyace la idea del sufrimiento misionero como condición necesaria y lugar privilegiado de la alegría eclesial. De esta alegría fue maestro y protagonista el apóstol Pablo. En medio de las persecuciones que le vienen a causa de la predicación del Evangelio, afirma: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo, los convertidos acogen «la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones» (1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra están «como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos» (2 Cor 6,10). Hoy como ayer, quien se compromete en el inmenso y minado campo de la difusión de la Palabra, en la tarea misionera, seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene garantizada la alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo un «hombre nuevo», de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar sentido y vitalidad a vidas marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en rostros sin esperan-
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za. Es la alegría de ver aparecer la vida allí donde sólo había ruinas. Ese es el milagro de la misión. ¿Por qué no superar el miedo al fracaso, para gozar de esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles generosos?
ORATIO Hoy me doy cuenta, Señor, de que mi escaso compromiso con la misión puede proceder asimismo del temor al fracaso. Es preciso poner la cara, con el peligro de alcanzar resultados escasos e incluso irrisorios. Me doy cuenta también, Señor, de que no siento compasión por mi prójimo, que camina en su cómodo, aunque insano, cenagal. Y me pregunto si he experimentado de verdad tu amor, si conozco de verdad tu amor por mí, tu compasión por mí, lo que has hecho por mí. ¿Es ésa, Señor, la razón por la que me encuentro a menudo árido y triste? ¿Es ésa la razón de que no conozca las alegrías que proporciona ver reflorecer la vida? ¿Se debe a eso que me sienta cansado y resignado? Concédeme, Señor, un corazón grande, lleno de compasión, que me mueva a llevar tu vida a mi prójimo. Muéstrame, más allá de tanto bienestar y despreocupación, la profunda necesidad que hay en tantas personas de algo más y mejor: la necesidad de ti. Ayúdame a superar mi aridez, para llevar un poco de alegría, para que también en mí vuelva a florecer tu alegría.
CONTEMPLATIO Que el que guía a las almas esté cerca de cada uno con la compasión y esté más dedicado que todos los demás a la contemplación, para asumir en él, con sus visceras de misericordia, la debilidad de los otros y, al mis-
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nio tiempo, para ir más allá de sí mismo en la aspiración a las realidades invisibles, con la altura de la contemplación. Y así, si mira con deseo hacia lo alto, no despreciará las debilidades del prójimo, o si, viceversa, se acerca a ellas, no descuidará la aspiración a lo alto. Como la caridad se eleva a maravillosas alturas cuando se arrastra con misericordia hasta las bajezas del prójimo, cuanto con mayor benevolencia se pliegue a las debilidades, con más potencia subirá hacia lo alto (Gregorio Magno, Regla pastoral, n,5).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La compasión consiste en tener el atrevimiento de reconocer nuestro recíproco destino, a fin de que podamos ir hacia adelante, todos ¡untos, hacia la tierra que Dios nos indica. Compasión significa también «compartir la alegría», lo que puede ser tan importante como compartir el dolor. Dar a los otros la posibilidad de ser completamente felices, dejar florecer en plenitud su alegría. Ahora bien, la compasión es algo más que una esclavitud compartida con el mismo miedo y el mismo suspiro de alivio, y es más que una alegría compartida. Y es que tu compasión nace de la oración, nace de tu encuentro con Dios, que es también el Dios de
todos. En el mismo momento en que te des cuenta de que el Dios que te ama sin condiciones ama a todos los otros seres humanos con el mismo amor, se abrirá ante ti un nuevo modo de vivir, para que llegues a ver con unos ojos nuevos a los que viven a tu lado en este mundo. Te darás cuenta de que tampoco ellos tienen motivos para sentir miedo, de que tampoco deben esconderse detrás de un seto, de que tampoco tienen necesidad de armas para ser humanos.
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Comprenderás que el jardín interior que ha estado desierto durante tanto tiempo, puede florecer también para ellos (H. J. M. Nouwen, A maní aperte, Brescia 1997 3 , 47s).
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LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 18,23-28 23
Después de pasar allí algún tiempo, salió y recorrió la región de Galacia y Frigia, fortaleciendo a todos los discípulos en la fe. 24 Había llegado por entonces a Éfeso un judío llamado Apolo, originario de Alejandría. Era un hombre elocuente y muy versado en la Escritura. 25 Había sido instruido en el camino del Señor y hablaba con gran entusiasmo, enseñando con exactitud lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26 Se puso a hablar también con valentía en la sinagoga. Cuando le oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron aparte y le expusieron con mayor precisión el camino de Dios. 27 Como él deseaba ir a Acaya, los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos para que lo acogieran. Su llegada aprovechó mucho a los que habían creído por la gracia de Dios, 28 pues refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Mesías.
**• Pablo empieza a viajar de nuevo desde Antioquía, que se ha convertido en el punto de partida y de referencia para la misión a los paganos, como lo era Jerusalén para los judíos cristianos. Sin embargo, la atención se dirige ahora a Éfeso, otra ciudad importante,
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donde se habían detenido Priscila y Aquila (nótese la precedencia otorgada a la mujer). Y aquí, en ausencia de Pablo, conocen a Apolo, un notable predicador, t e ó logo y misionero, que enseña exactamente lo que se r e fería a Jesús, aunque de manera incompleta, dado q u e sólo conocía el bautismo de Juan. Frente a estas afirmaciones debemos confesar q u e conocemos bastante poco sobre la situación de las c o munidades primitivas, sobre los circuitos de comunicación de la fe, sobre la geografía de la difusión, sobre las corrientes de pensamiento o sobre los grupos ligados a los distintos personajes. Apolo, que viene de Egipto, a donde ya ha llegado la Buena Noticia, ¿ha sido convertido por los discípulos de Juan que conocieron a Jesús? La vida de las primeras Iglesias debió de ser muy viva, y lo que se presenta en los Hechos de los Apóstoles es sólo una pequeña parte, una muestra, de la gran e m presa de la evangelización, aunque una parte autorizada -ciertamente- por estar centrada en las dos columnas que son Pedro y Pablo; con todo, debe andar m u y lejos de proporcionar un cuadro completo de la situación. Al mismo tiempo que tenían lugar los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles, u n gran número de misioneros, aptos y entusiastas c o m o Apolo, recorrían el mundo. También es digna de destacar la tarea de los laicos, que se permiten «corregir» a muchas personalidades, proporcionando una contribución de no poca m o n t a al arraigo del nuevo «camino del Señor» en Grecia, gracias a la cultura y a la dialéctica de u n Apolo «puesto al día». Toda la Iglesia participa en la empresa de la evangelización, cada uno con sus límites, aunque con el apoyo y la aportación fraterna de todos. Es verdaderamente m a r a villosa esta Iglesia fraterna, que parece tener en la c i m a de sus preocupaciones la difusión del Evangelio en todos los ámbitos.
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Evangelio: Juan 16,23-28 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: " Os aseguro que el Padre os concederá todo lo que le pidáis en mi nombre. 24 Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. 25 Hasta ahora os he hablado en un lenguaje figurado, pero llega la hora en que no recurriré más a ese lenguaje, sino que os hablaré del Padre claramente. 26 Cuando llegue ese día, vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre; y no es necesario que os diga que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros, " porque el Padre mismo os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios. 28 Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre.
**• El fragmento subraya el tema de la oración. La nueva era predicha por el Señor a los suyos consistirá en la comprensión de la relación recíproca que existe entre el Padre y el Hijo y en la manifestación de Jesús con el don de la oración eficaz, porque él es el único camino para la oración dirigida a Dios. Los discípulos no estaban acostumbrados a orar en el nombre de Jesús (v. 24). Ahora, sin embargo, por medio del Espíritu Santo enviado por el Padre, se ha inaugurado un tiempo nuevo en el que se pueden dirigir al Padre en el nombre de Jesús, porque su Señor, en virtud de su paso al Padre, se ha convertido en el verdadero mediador entre Dios y el hombre. E n consecuencia, Jesús, prosiguiendo el diálogo con sus discípulos, realiza una constatación sobre el pasado y, a continuación, proyecta una mirada sobre el futuro. Por lo que se refiere al pasado, que abarca toda su vida terrena, afirma que se ha servido de palabras y de imágenes que encerraban un significado profundo que ellos nos comprendían con frecuencia. Por lo que se refiere al futuro, desde el acontecimiento de la pascua en adelante, sus palabras dejarán de tener velos y llegarán al fondo de sus corazones (v. 25). En efecto, con la venida del Espíritu después de la pascua se inicia la nueva era en
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la que Jesús hablará abiertamente y todos podrán comprender la verdad sobre el Padre y lo que él pretende hacer conocer a los hombres. En la oración es donde los discípulos conocerán la íntima relación que existe entre Jesús y el Padre, y la de éstos con ellos. A continuación serán escuchados, porque existirá un entendimiento perfecto en el amor y en la fe con Cristo, con el que serán casi una sola cosa. Más aún, serán escuchados porque son amados por el mismo Padre a causa de su fe en el misterio de la encarnación del Hijo (w. 26s). La Palabra de Jesús es una palabra de vida que merece ser custodiada en el corazón.
MEDITATIO La comunión de los discípulos con Jesús y con su misión les garantiza que el Padre escuchará su oración como escucha la del Hijo. Del mismo modo que las obras y las palabras de Jesús no son suyas, sino del Padre, tampoco las obras y las palabras de los discípulos son suyas, sino de Jesús, presente dentro de ellos: la omnipotencia de Jesús es la omnipotencia de los discípulos. El gran mensaje contenido en esta página de Juan me provoca: ¿por qué obtengo tan poco? ¿Por qué soy tan poco eficaz? ¿Por qué mi alegría es tan raramente plena? Y aún: ¿por qué el misterio de la unión del Hijo con el Padre me atrae sólo de una manera débil? ¿Por qué siento tan pocas veces la omnipotencia de Dios en mi acción? ¿Y si estas preguntas estuvieran concadenadas? ¿No estarán por casualidad mis ojos demasiado vueltos a la realidad de este mundo y demasiado poco al misterio de Dios, al amor del Padre al Hijo y del Hijo a los discípulos? La mirada al mundo, aunque necesaria, no me ayuda ciertamente a salvarlo, a no ser que lo mire con los ojos y con el corazón del Padre, que ha dado al Hijo para la
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salvación del mundo y quiere implicarme en esta aventura decisiva, porque es una aventura que tiene que ver con la eternidad. El ojo de Dios me ayudaría a ver las necesidades - c o n frecuencia ocultas- de la gente, a encontrar el remedio «divino» y no sólo h u m a n o que debemos ofrecerles, la alegría plena que hemos de presentar, el amor que lo rescata todo. ¿Y si mi problema fundamental fuera la débil contemplación?
ORATIO ¡Pedir en tu nombre, oh mi amadísimo Salvador, no sólo pronunciar tu nombre, sino hacer mía tu causa, perseguirla con tu corazón, ver el mundo con tus ojos, comprender tu alegría, querer entregarme como te entregaste tú! ¡Qué lejos estoy de todo esto! Por eso me quedo en ocasiones decepcionado en mi oración; por eso pierdo el ánimo en mi compromiso con tu servicio; por eso, ante a la escasez de resultados, me viene la tentación de abandonar. Señor, mira con piedad mis veleidades al servirte, ven al encuentro de mis ilusorias esperanzas de gratificaciones, para sostenerme y purificarme. Forma en mí u n corazón semejante al tuyo. Dame el impulso desinteresado de tu amor. Átame continuamente con el amor del Padre, para que pueda amar a mis hermanos como él los ama, como tú los amas, como yo quisiera amarlos. Y los amaré si vienes en mi ayuda. Ven, Señor, no me abandones. Envuélveme con tu luz y con tu amor.
CONTEMPLATIO »Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24). Esta alegría plena no es la de los sen-
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tidos carnales, sino la alegría espiritual; y cuando sea tan grande que nada pueda añadirse a ella, será evidentemente completa. Así pues, cualquier cosa que pidamos y que tenga como fin la consecución de esta alegría plena es precisamente lo que debemos pedir en el nombre de Cristo, si comprendemos de manera justa el sentido de la gracia divina y si el objeto de nuestras oraciones es la verdadera felicidad en la vida cierna. Cualquier otra cosa que pidamos no tiene valor alguno, no porque sea inexistente por completo, sino porque, frente a un bien tan grande como la vida eterna, cualquier otra cosa que podamos desear fuera de ella es menos que nada (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 102,2).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL En el clima de secularización en que vivimos, los líderes cristianos se sienten cada vez menos necesarios y cada vez más marginados. Muchos empiezan a preguntarse si no habrá llegado el momento de abandonar el sacerdocio; a menudo responden que «sí» y se marchan, buscan otra ocupación y unen sus esfuerzos a los de sus contemporáneos para contribuir de manera eficaz a mejorar el mundo. Con todo, no hemos de olvidar que existe otra situación completamente distinta. Por debajo de las grandes conquistas de nuestro tiempo se esconde una fuerte impresión de desesperación. Si, por un lado, la eficiencia y el control son las grandes aspiraciones de nuestra sociedad, por otro hay millones de personas que, en este mundo orientado al éxito, tienen el corazón oprimido por la soledad, la falta de amistad y solidaridad, las relaciones rotas, el aburrimiento, la depresión y un profundo sentido de inutilidad. Es
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aquí donde se hace evidente la necesidad de un nuevo liderazgo cristiano. El verdadero líder del futuro será aquel que se atreva a reivindicar su propia extrañeza en el mundo contemporáneo como una vocación divina que le hace expresar una profunda solidaridad con la angustia que se esconde bajo el esplendor del éxito y le hace llevar la luz de Jesús (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesú, Brescia 1997 3 , pp. 25s. [trad. esp.: En el nombre de Jesús, PPC, Madrid 1997]).
Ascensión del Señor Ciclo A
LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11 1 Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio 2 hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado sus instrucciones bajo la acción del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. 3 Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y habiéndoles del Reino de Dios. 4 Un día, mientras comían juntos, les ordenó: - No salgáis de Jerusalén; aguardad más bien la promesa que os hice de parte del Padre; 5 porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días. 6 Los que le acompañaban le preguntaron: - Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel? 7 Él les dijo: - No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder. " Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra. 9 Después de decir esto, lo vieron elevarse, hasta que una nube lo ocultó de su vista. I0 Mientras estaban mirando atenta-
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mente al cielo viendo cómo se marchaba, se acercaron dos hombres con vestidos blancos " y les dijeron: - Galileos, ¿por qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir de vuestro lado al cielo vendrá como lo habéis visto marcharse.
**• Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra) de u n mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (w. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14). Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (w. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (w. 7s). Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (w. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de
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su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13). Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.
Segunda lectura: Efesios 1,17-23 Hermanos: " Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente. I8 Que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados, cuál la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo, 19 y cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, manifestada a través de su fuerza poderosa. 20 Es la fuerza que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su derecha en los cielos, 2I por encima de todo principado, potestad, poder y señorío; y por encima de cualquier otro título que se precie de tal no sólo en este mundo, sino también en el venidero. 22 Todo lo ha puesto Dios bajo los pies de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia, " que es su cuerpo, y, por lo mismo, plenitud del que llena totalmente el universo.
**• La Carta a los Efesios se abre con la magna bendición en la que se contempla el maravilloso designio de
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Dios («El misterio de su voluntad»: v. 9), que abarca a toda la humanidad desde la eternidad (w. 13s). Tras este exordio, la alabanza de Pablo se vuelve acción de gracias e intercesión por los cristianos de Éfeso, a fin de que se les conceda «un espíritu de sabiduría y una revelación», o sea, para que reciban -según el lenguaje apocalíptico- el don de comprender y gustar los misterios de Dios. En particular, pide para los fieles la luz espiritual, a fin de que vivan sabiendo lo que Dios ha predispuesto para ellos (v. 18) y va obrando con u n poder extraordinario e infalible (v. 19). La resurrección, la ascensión, la soberanía de Cristo sobre todas las realidades creadas, manifiestan la supereminente gloria de Dios, que, en él, ha vencido ya a la muerte y a cualquier potencia espiritual que se oponga al designio de la salvación (v. 21). El miedo ya no tiene razón de ser: Cristo, ascendido a la diestra del Padre, reina desde ahora. Él es la cabeza de toda la creación y, en particular, de la Iglesia, con la que forma una unidad indisoluble.
Evangelio: Mateo 28,16-20 En aquel tiempo, '" los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado. " Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado. 18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: - Dios me ha dado autoridad plena sobre el cielo y la tierra. " Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, 20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.
**• El evangelio según san Mateo concluye con la perícopa que narra la aparición del Resucitado a los Once cu Galilea. Mientras el recorrido terreno de Jesús llega
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a su término, comienza la misión de los apóstoles, y precisamente a partir de la «Galilea de los gentiles», donde había comenzado el ministerio de Jesús en favor de Israel (4,12). En el grupo de los Once conviven la adoración y la duda, y recuerdan, significativamente, el episodio de Pedro caminando sobre las aguas (14,31-33). Jesús, como entonces, se acerca a él para pedirle la fe. Jesús se presenta a los suyos como el Hijo del hombre glorioso (v. 18; cf. Dn 7,14) que, en virtud de su resurrección, sube a Dios y, con plena autoridad, deja a los suyos la encomienda final de continuar su propia misión, haciendo «discípulos a todos los pueblos» (v. 19). Ese «discipulado» se llevará a cabo mediante la inserción en la realidad viva de Dios -Padre, Hijo y Espíritu S a n t o - a través del bautismo y la observación de todo lo que Jesús ha mandado (cf. Jn 14,23). Precisamente este vínculo hace que entre la historia y el Reino eterno ya no exista barrera alguna, sino continuidad. Cristo, resucitado y ascendido al cielo, no está, sin embargo, lejos de la tierra; o, mejor aún, gracias a la ascensión de Jesús, la tierra ya no está lejos del cielo. Mateo se abre con la «buena nueva» del nacimiento del Salvador, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y se cierra no con la partida de Cristo abandonando a los suyos, sino con la promesa de su permanencia hasta el final de los siglos: Jesús seguirá siendo para siempre el compañero de camino de la humanidad, hasta que ésta llegue a su meta gloriosa, en el seno de la Trinidad divina.
MEDITATIO La atmósfera de la liturgia de la ascensión está penetrada siempre por una atormentadora nostalgia, porque nos pone en una fuerte tensión hacia el Cielo, verdade-
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i a patria del cristiano, y nos hace experimentar con mayor intensidad el deseo de la eternidad que también deberíamos sentir todos los días. En efecto, deberíamos consumirnos verdaderamente con la esperanza de contemplar sin velos el rostro de Dios. Sin embargo, con excesiva frecuencia advertimos que el peso de las realidades materiales nos mantiene pegados al suelo, nos despunta las alas, suscita en nosotros cansancio y duda. Así se plantea un interrogante: ¿cómo llegar a gozar de realidades que no son terrenas, que escapan a la experiencia sensible? Necesitamos un gusto especial suscitado en nosotros por el Espíritu Santo. La «santa alegría» que el Espíritu suscita en nosotros es muy diferente de la que se nos pasa de contrabando como tal. Es la alegría de las bienaventuranzas, fruto del sufrimiento, porque brota de la muerte y resurrección de Cristo. Se trata de una alegría santa, porque, en Cristo ascendido al cielo, nuestra humanidad ha sido ensalzada, elevada, mucho más allá de nuestros estrechos horizontes. Es preciso que nos dejemos educar para ver lo invisible. ¿Cómo? Se ve creyendo, se siente esperando, se conoce amando. El misterio de la ascensión, tan bello y gozoso por el hecho de que nos presenta a Cristo vuelto de nuevo al seno del Padre, nos colma al mismo tiempo el corazón de sentimientos de humildad y bondad: Jesús permanece entre nosotros hasta el fin del mundo. Sólo ha cambiado de aspecto: lo encontramos en el pobre y en el que sufre. Por ahora no lo vemos glorioso. Lo conseguiremos sólo si antes lo reconocemos con verdadero amor en su humillación, acogiéndonos los unos a los otros.
ORATIO Jesús, quisiéramos saber qué ha sido para ti volver al seno del Padre, volver a él no sólo como Dios, sino tam-
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bien como hombre, con las manos, los pies y el costado con esa llaga de amor. Sabemos lo que es entre nosotros la separación de las personas que amamos: la mirada los sigue todo lo que puede cuando se alejan... El Padre nos concede también a nosotros, como a los apóstoles, esa luz que ilumina los ojos del corazón y que nos hace intuir que estás presente para siempre. Así podemos gustar ya desde ahora la viva esperanza a la que estamos llamados y abrazar con alegría la cruz, sabiendo que el humilde amor inmolado es la única fuerza adecuada para levantar el mundo.
CONTEMPLATIO ¡Oh bondad, caridad y admirable magnanimidad! Donde esté el Señor, allí estará el siervo: ¿se puede dar una gloria más grande? [...] Ha asumido precisamente la naturaleza humana, glorificándola con el don de la santa resurrección y de la inmortalidad; la ha trasladado más arriba de todos los cielos y la ha colocado a su derecha. Ahí está toda mi esperanza, toda mi confianza: en él, en el hombre Cristo, hay, en efecto, una parte de cada uno de nosotros, está nuestra carne y nuestra sangre. Y allí donde reina una parte de mi ser, pienso que también reino yo. Allí donde es glorificada mi carne, allí está mi gloria. Aunque yo sea pecador, mi fe no puede poner en duda esta comunión. No, el Señor no puede carecer de ternura hasta el punto de olvidar al hombre y no acordarse de lo que lleva en él mismo. Precisamente en él, en Jesucristo, Dios y Señor nuestro, infinitamente dulce, infinitamente benigno y clemente, en quien ya hemos resucitado, en quien ya vivimos la vida nueva, ya hemos ascendido al cielo y estamos sentados en las moradas celestes. Concédenos, Señor, por tu santo Espíritu, que
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podamos comprender, venerar y honrar este gran misterio de misericordia (Juan de Fécamp, Confessio theologica 11,6).
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que se multiplica por toda la felicidad que dispensa en torno a sí, y por el misterio central de la efusión divina (A. Frossard, Ce un aitro mondo, Turín 1976, pp. 142s [trad. esp.: ¿Hay otro mundo? Rialp, Madrid 1981]).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La fidelidad del Señor dura por siempre» (Sal 116,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Existe otro mundo. Su tiempo no es nuestro tiempo, su espacio no es nuestro espacio; pero existe. No es posible situarlo, ni asignarle una localización en ningún sitio de nuestro universo sensible: sus leyes no son nuestras leyes; pero existe. Yo lo he visto lanzarse, con la mirada del espíritu, cual «fulguración silenciosa», como trascendencia que se entrega; en semejante circunstancia ve el espíritu, con deslumbrante claridad, lo que los ojos del cuerpo no ven, por muy dilatados que estén por la atención y a pesar de que subsista en ellos, después de todo, una especie de sensación residual. Existe casi una contradicción permanente en hablar de este otro mundo, que está aquí y que está allí, como del «Reino de los Cielos» del evangelio, que puede hacerse inteligible sin palabras y visible sin figuras, que sorprende totalmente sin confundir; pero existe. Es más bello que lo que llamamos belleza, más luminoso que lo que llamamos luz; sería un grave error hacernos una representación fantasmal y descolorida del mismo, como si fuera menos concreto que nuestro mundo sensible. Todos caminamos hacia este mundo donde se inserta la resurrección de los cuerpos; en él es donde se realizará, en un instante, esa parte esencial de nosotros mismos que se puso de manifiesto para unos por el bautismo, para otros por la intuición espiritual, para todos por la caridad; en él es donde volveremos a encontrar a los que creíamos haber perdido y están salvos. No entraremos en una forma etérea, sino en pleno corazón de la vida misma, y allí haremos la experiencia de aquella alegría inaudita
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LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11 (Cf. la primera lectura del ciclo A, p. 387.
Segunda lectura: Efesios 4,1-13 Hermanos: ' Yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados. 2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor. 3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. 4 Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados; 5 un solo Señor, una fe, un bautismo; 6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos. 7 A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. 8 Por eso dice la Escritura: Al subir a lo alto llevó consigo cautivos, repartió dones a los hombres. 9 Eso de «subió» ¿no quiere decir que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? I0 Y el que bajó es el mismo que ha subido a lo alto de los cielos para llevarlo todo. " Y l'ue él también quien constituyó a unos apóstoles, a otros
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profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores. 12 Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el cuerpo de Cristo, " hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo.
**• A partir de la contemplación orante del misterio de Dios realizado en Cristo (capítulos 1-3), puede ofrecer Pablo a la comunidad de Éfeso un itinerario concreto de vida, resumido en el v. 1: «Os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados». Esta vocación se caracteriza por la unidad, puesto que el aspecto más admirable del designio de Dios es la unificación de todas las realidades en Cristo (cf. 1,13.20-23; 2,14-18). En consecuencia, es preciso superar toda división con un comportamiento humilde, manso, paciente, misericordioso, cuyo resultado será la paz. El apóstol remacha con apasionamiento este tema de la unidad (w. 4-6) porque es precisamente la conducta cotidiana la que permite participar a los cristianos en el misterio divino y ofrecer al mundo la imagen del mismo en una Iglesia conforme al proyecto del Padre. El v. 5, probablemente, era una aclamación litúrgica bautismal. Pablo la amplía en sentido trinitario y eclesial. La mención de Cristo como único Señor autor de la fe, a quien nos adherimos con el bautismo (v. 5), está precedida por la del único Espíritu, que edifica la Iglesia como un cuerpo unido y la conduce hacia la única meta a la que están llamados todos los fieles (v. 4); por último, emerge la figura del Padre de todos como único Dios, presente en cada uno. Se está llevando a cabo, por tanto, una especie de gran gestación que tiende a la unificación de toda la realidad en Cristo. Pablo aplica a Cristo el Sal 68,19: en su ascensión llevó cautivas a las fuerzas del mal (cf. Col 2,15)
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y dio a los hombres una gran variedad de dones. El apóstol comenta, a continuación, el texto: la premisa de la ascensión de Jesús fue su bajada (Flp 2,7-9), la encarnación; por eso puede colmar ahora todas las realidades (w. 8-10). Todo esto lo lleva a cabo mediante los múltiples dones o ministerios eclesiales, otorgados por el Resucitado glorificado para hacer crecer su cuerpo místico en la unidad hasta la plenitud (w. 11-13).
Evangelio: Marcos 16,15-20 En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once l5 y les dijo: - Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura. I6 El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará. " A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, l8 agarrarán serpientes con sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán. 19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. 20 Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.
**• La perícopa presenta el segundo final del evangelio según san Marcos, obra, probablemente, de otro autor, donde se resumen las diferentes tradiciones evangélicas sobre el Resucitado (w. 9-20); los w. 15-20 recuperan, en particular, Mt 28,19s, añadiendo explícitamente el momento de la ascensión. Jesús se aparece a los apóstoles antes de la conclusión de su camino terreno para exhortarles a hacerse misioneros del Evangelio por todo el m u n d o (v. 15). Es preciso que la «buena noticia» de la resurrección de Cristo llegue a todos los hombres y p u e d a n recibir la salvación adhiriéndose a él libremente m e d i a n t e la fe y el bautismo
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(v. 16). Los creyentes experimentarán en sí mismos que Cristo está vivo y operante. En su nombre tendrán la misma autoridad, no sólo para vencer a las potencias del mal, sino también para realizar curaciones (vv. 17s). Tras esta encomienda, el Resucitado entra definitivamente en la gloria de Dios (v. 19), aunque no deja de estar con los suyos (cf. Mt 28,20). En efecto, el Señor acompaña por todas partes a la irradiación de la predicación, sosteniendo su eficacia y confirmándola «con las señales que la acompañaban» (Me 16,20). Su presencia viva, operante y salvífica continúa en la Iglesia de todos los tiempos. La ascensión no marca, por consiguiente, un final, sino u n nuevo inicio. Implica una separación, pero, a pesar de ella, proporciona una comunión más profunda con el Señor Jesús, una comunión que será plena al final de los tiempos.
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Los verbos de la fiesta de la ascensión tienen todos, de una manera implícita o explícita, el sentido de elevación y nos invitan de este modo a mirar a lo alto, a elevar el corazón, a dirigir los ojos al cielo, a trasladar nuestro corazón al lugar donde se encuentra Cristo a la derecha del Padre. Así, la solemnidad de la ascensión nos revela nuestra pertenencia, ya desde ahora, a la Jerusalén celestial, nuestro habitar en el cielo, «todavía no» con el cuerpo, pero sí «ya» con el espíritu y el corazón. Cristo, al ascender al cielo, se llevó consigo el trofeo de su victoria sobre la muerte: su humanidad glorificada, la naturaleza que tiene en común con nosotros, con sus hermanos de carne y de sangre. Nos ha hecho prisioneros, dice Pablo. ¿Cómo lo ha hecho? Ha hecho prisionero nuestro corazón ligando a Él nuestro deseo, nuestro amor; en efecto, el corazón se encuentra allí
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donde se encuentra el objeto que ama. «Si me amarais -afirma incesantemente Jesús-, os alegrarías de que suba al Padre». En la medida en que nos humillemos y muramos con él, ascenderemos con él al Padre, seremos liberados de la esclavitud y llegaremos a ser hombres cada vez más libres. La espera del Cristo glorioso puede resultar difícil si sólo tenemos en cuenta los acontecimientos dolorosos de la vida humana, de la historia; sin embargo, es preciso cultivar, como lo hacían las primeras generaciones cristianas, el sentido de la inminencia. Nuestros ojos deben saber mirar al cielo sin alejarse de la tierra; más aún, recogiendo a los hermanos de sus dispersiones, para hacer converger también sus miradas hacia lo alto. Nuestra manera de trabajar y de cansarnos debería permitirnos también reposar ya con Cristo en el cielo. Nuestro modo de vivir, de sufrir, de morir, debería manifestar con claridad que el misterio de la redención se va cumpliendo en nosotros.
ORATIO Nosotros, viajeros por los senderos del mundo, suspiramos por revestirnos con esa túnica de luz sin ocaso que tú mismo, Señor, nos has preparado en tu amor. Haz que no se pierda nada de todo lo que, por gracia, has derramado como don en nuestras pobres manos. Que la fuerza de tu Espíritu plasme en nosotros el hombre nuevo revestido de mansedumbre y de humildad. Te rogamos que no permitas que nos mostremos sordos a tus palabras de vida, porque si no te seguimos a ti y no nos confiamos al poder de tu nombre, nadie más podrá salvarnos. Que tu Espíritu triture todos los ídolos que todavía detienen y obstaculizan nuestro camino. Que nada ni nadie pueda aprisionar nuestro corazón
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en esta tierra. Haz que, dirigiendo la mirada a ti y a tu Reino, consigamos ojos para ver por doquier los prodigios de tu amor.
CONTEMPLATIO ¡Felices vosotros, que tenéis por abogado al mismo juez! Por vosotros ora aquel al que debemos adorar. Es natural que todo aquello por lo que ora Cristo se realice, porque su palabra es acto, y su voluntad, eficaz. ¡Qué gran seguridad para los fieles! ¡Cuánta confianza para los creyentes! [...] ¿Acaso no es fácil llevar el suave yugo de Cristo y sublime ser coronados en su Reino? ¿Qué puede ser más fácil que llevar las alas que llevan a aquel que las lleva? ¿Qué puede ser más sublime que volar por encima de los cielos donde ha ascendido Cristo? Algunos vuelan contemplando; tú, al menos, amando. Repróchate haber buscado en alguna ocasión lo que no es de arriba, sino de la tierra, y di al Señor con el profeta: «¿A quién tengo yo en el cielo? Estando contigo no hallo gusto en la tierra» (Sal 73,25). Con lo grande que es lo que me está reservado en el cielo y, sin embargo, lo desprecio [...] Cristo, tu tesoro, ha ascendido al cielo: que también ascienda tu corazón. En él está tu origen, allí está tu suerte y tu herencia, de allí esperas al Salvador (Guerrico de Igny, Sermón sobre la ascensión del Señor, ls; e n P L 185, 153-155).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Suscita en nosotros el deseo de la patria eterna».
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Es evidente que Cristo ha restaurado la dignidad humana de manera todavía más magnífica que como fue creada, que Cristo puede reunir en un inmenso haz de luz y de amor toda la creación, a fin de que ninguna criatura pueda quedar al margen de la alegría divina, a fin de que ninguna criatura se quede excluida del mundo consagrado, a fin de que toda criatura llegue a ser, en su propia modalidad, vida eterna. Precisamente cuando captamos la alegría hacemos eternas las criaturas. Por eso pienso que debemos habituarnos a procurarnos cada día la posibilidad de hacer una pausa en la que nos sea posible captar las alegrías del universo y de la humanidad, las alegrías del alma y del pensamiento, así como las alegrías de la ternura y de la amistad. Es preciso que nos concedamos esta pausa, para descubrir en ella una fuente que renueve todos nuestros horizontes. Detrás de todas las desventuras, a pesar de todo, está el amor. Si bien Dios no puede impedir lo que nuestra ausencia hace inevitable, no es menos verdad que la única manera de dar testimonio de su presencia es demostrar, de una manera sensible, a todos los que nos rodean, que Dios es verdaderamente para nosotros la vida de nuestra vida y puede llegar a serlo también para ellos (M. Zundel, Stupore e povertá, Padua 1990, pp. 151-155, passim).
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LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11 (Cf. la primera lectura del ciclo A, p. 387).
Segunda lectura: Hebreos 9,24-28; 10,19-23 Hermanos: M Cristo no entró en un santuario construido por hombres -que no pasa de ser simple imagen del verdadero-, sino en el cielo mismo, a fin de presentarse ahora ante Dios para interceder por nosotros. 25 Tampoco tuvo que ofrecerse a sí mismo muchas veces, como el sumo sacerdote, que entra en el santuario una vez al año con sangre ajena. 26 De lo contrario, debería haber padecido muchas veces desde la creación del mundo, siendo así que le bastó con manifestarse una sola vez, al fin de los siglos, para destruir el pecado con su sacrificio. " Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, después de lo cual vendrá el juicio, 28 así también Cristo se ofreció una sola vez para tomar sobre sí los pecados de la multitud, y por segunda vez aparecerá, ya sin relación con el pecado, para dar la salvación a los que esperan. 10 19 ' Así pues, hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de Jesús, 20 que ha inaugurado
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para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne, 2I y ya que tenemos un gran sacerdote en la casa de Dios,22 acerquémonos con corazón sincero, con una fe plena, purificado el corazón de todo mal del que tuviéramos conciencia y lavado el cuerpo con agua pura. " Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de fe.
*»• En los dos fragmentos que componen esta perícopa litúrgica se presenta a Cristo en su función sacerdotal, infinitamente superior a la instituida en la antigua alianza. En el primer fragmento (9,24-28), se compara el culto celebrado el día de la Expiación con el culto ofrecido por Jesús. Él no entró en el santuario, como hacía una sola vez al año el sumo sacerdote para expiar los pecados del pueblo con la sangre de las víctimas sacrificiales, sino que penetró nada menos que en los cielos - e n la trascendencia de Dios- para interceder eternamente en favor de los hombres, tras haber ofrecido de una vez por todas el sacrificio de sí mismo: una ofrenda cuyo valor infinito puede rescatar a la humanidad del pecado (vv. 24-26). Desde el cielo, como dice el símbolo de la fe, «vendrá a juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin»: precisamente por la eficacia de su sacrificio redentor podrá juzgar a cada hombre según la verdad y la misericordia, y dar la salvación eterna a cuantos le esperan (w. 27s). En el segundo fragmento se extraen las consecuencias de estas afirmaciones. En él se considera el misterio de la ascensión en relación con los creyentes: en virtud de la sangre de Jesús, quien crea puede confiar en que entrará en el santuario del cielo, en la comunión plena con el Dios santo, puesto que Cristo ha abierto el camino «a través del velo de su carne» (en el culto hebreo había una tienda que separaba el santuario del resto del lemplo). Para acceder al cielo no hacen falta, por consi-
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guíente, medios particulares (ritos complejos, prácticas ascéticas extenuantes): basta con seguir a Cristo, que ha dicho de sí mismo: «Yo soy el camino». El Señor, fiel a sus promesas, no abandona al hombre; gracias a él está llamado el hombre a acercarse al Padre con fe plena y sincera, con el corazón purificado, con una vida que es recuerdo constante del lavado bautismal y de sus exigencias (10,21s). Mantengámonos, pues, firmes en la esperanza que profesamos (v. 23), y que ella nos haga avanzar en la caridad (v. 24) hasta el día en que se abra definitivamente a toda la humanidad el acceso al cielo.
Evangelio: Lucas 24,46-53 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 46 Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar de entre los muertos al tercer día, " y que en su nombre se anunciará a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, la conversión y el perdón de los pecados. '" Vosotros sois testigos de estas cosas. 49 Por mi parte, os voy a enviar el don prometido por mi Padre. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza que viene de lo alto. 50 Después los llevó fuera de la ciudad hasta un lugar cercano a Betania y, alzando las manos, los bendijo. sl Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. " Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría. 53 Y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.
**• El relato de la ascensión de Jesús en el evangelio según san Lucas tiene muchos rasgos en común con el que se nos presenta en Hechos de los Apóstoles; con todo, los matices y acentos diferentes son significativos. El acontecimiento aparece narrado inmediatamente a continuación de la pascua, significando de este modo que se trata de un único misterio: la victoria de Cristo sobre la muerte coincide con su exaltación a la gloria por obra del Padre (v. 51: «Fue llevado al cielo»). Al apa-
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recerse a los discípulos, el Resucitado «les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras», mostrándoles a través de ellas que toda su obra terrena formaba parte de un designio de Dios, que ahora se extiende directamente a los discípulos, llamados a dar testimonio de él. En efecto, a todas las naciones deberá llegar la invitación a la conversión para el perdón de los pecados, a fin de participar en el misterio pascual de Cristo (w. 47s). Jerusalén, hacia la que tendía toda la misión de Jesús en el tercer evangelio, se convierte ahora en punto de partida de la misión de los apóstoles: en ella es donde deben esperar el don del Espíritu, que, según había prometido Dios en las Escrituras (cf. Jl 3,ls; Ez 36,24-27; etc.), les enviará Jesús desde el Padre (v. 40). Una vez les hubo dado las últimas consignas, Jesús llevó fuera a los discípulos, recorriendo al revés el camino que le había llevado a la ciudad el día de las Palmas. Sobre el monte de los Olivos, donde se encuentra Betania, y con un gesto sacerdotal de bendición, se separa de los suyos. Elevado al cielo, entra para siempre en el santuario celestial (Heb 9,24). Los discípulos, postrados ante él en actitud de adoración, reconocen su divinidad; a renglón seguido, cumpliendo el mandamiento de Jesús, se vuelven llenos de alegría a Jerusalén, donde frecuentan asiduamente el templo, alabando a Dios (w. 52s): el evangelio concluye allí donde había empezado (1,7-10). El tiempo de Cristo acaba con la espera del Espíritu, cuya venida abre el tiempo de la Iglesia, preparado en medio de la oración y de la alabanza, repleto de la alegría del Resucitado.
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das del corazón humano. Un corazón desgarrado entre su estar en la tierra y, al mismo tiempo, tener su casa ya en los cielos. Cuando Jesús anunció, durante la última cena, su propio «éxodo» ya próximo, predijo que ese acontecimiento produciría tristeza en sus discípulos. Lucas, por el contrario, describe a los apóstoles, que vuelven a Jerusalén tras haber visto desaparecer a Jesús de su mirada, «rebosantes de alegría». ¿No hay aquí u n a contradicción? Es preciso hablar de dos tipos diferentes de alegría o, por lo menos, de dos grados. Jesús ha dicho: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días», pero también nosotros podemos decir que, en cierto sentido, estamos siempre con él allí donde él h a «subido» con nuestra humanidad a la derecha del Padre, porque el bautismo nos ha incorporado profundamente a él. Por consiguiente, también nosotros tenemos el cielo como patria. Nuestra alegría será, en consecuencia, proporcional a la fe con que vivamos, a la certeza con que creamos que ahora, después de que Jesús ha llevado a cumplimiento la voluntad del Padre en el misterio pascual, ya nada es para el hombre como antes. Dios está con nosotros y nosotros estamos con él, siempre. Nos corresponde a n o s o t r o s mantener viva nuestra fe, gozando por el bien del a m a d o : Jesús, que, ahora asumido a la derecha del P a d r e , vive para siempre en la gloria. Allí, intercediendo en nuestro favor, hace que cada uno de nosotros lleve a cumplimiento el designio del Padre para vernos definitiva y eternamente consumados en el amor.
MEDITATIO ORATIO La solemnidad de la ascensión nos hace vivir uno de los muchos aspectos paradójicos de la vida cristiana, que la hacen tan adecuada a las exigencias más profun-
No permitas, Señor, que las tinieblas del olvido ofusquen la esperanza que hoy se h a encendido en nuestros
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corazones: que en la oscuridad de la noche su luz resplandezca más viva. Que las tempestades de la historia no obstaculicen nuestra carrera hacia ti y que tu mano nos sostenga. Haz de nosotros u n pueblo de peregrinos, pobres de todo, pero ricos de tu promesa y fieles custodios de tu secreto de unidad y paz. Nuestra resurrección ya se ha iniciado, y también ha comenzado nuestra ascensión. Que nuestro deseo, como hijos agradecidos, sea dejarnos atraer cada vez más hacia ti y hacia el Padre con el vínculo del amor.
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irán a su encuentro, aunque sea entre los últimos (Juan Crisóstomo, Homilía para la ascensión, 16s).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Cristo, tú que por amor descendiste hasta nosotros, haz que nosotros, por amor, ascendamos hasta ti».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL CONTEMPLATIO ¿Te maravillas de que el Espíritu Santo esté al mismo tiempo con nosotros y allá arriba, visto que también el cuerpo de Cristo está en el cielo y con nosotros? El cielo ha tenido su santo cuerpo y la tierra ha recibido el Santo Espíritu; Cristo ha venido y nos ha traído el Espíritu Santo; Cristo ha ascendido y se ha llevado consigo nuestro cuerpo. ¡Oh tremenda y estupenda economía! ¡Oh gran Rey, grande en todo, verdaderamente grande y admirable! Gran profeta, gran sacerdote, gran luz, grande desde todos los puntos de vista. Y, sin embargo, no sólo es grande según la divinidad, sino también según la humanidad. Del mismo modo que es grande como Dios, Señor y Rey por su divinidad, también es gran sacerdote y gran profeta [...] Tenemos, pues, en el cielo la prenda de nuestra vida: hemos sido asumidos junto con Cristo. Es cierto que seremos arrebatados también entre las nubes si somos encontrados dignos de ir a su encuentro entre las nubes. El reo no va al encuentro del juez, sino que se le hace comparecer ante él, y no se presenta a él nunca, como es natural, porque no se siente tranquilo. Por eso, carísimos, oremos todos para poder estar entre los que
Si Cristo nos ha dado la vida eterna, es para vivirla, anunciarla, manifestarla, celebrarla como la cima de todas las felicidades, como nuestra bienaventuranza. Hace dos mil años que Cristo habló del pan, de la paz y de la libertad. Pero lo que ha traído a la tierra es más: ha traído la vida eterna. Y es la vida eterna lo que nosotros con él, en la Iglesia, debemos continuar llevando. Si no somos nosotros quienes damos la vida eterna, nadie lo hará en nuestro lugar. Eso equivale a afirmar que ésta es la base de nuestra vocación cristiana; es distinguir de manera infalible nuestra vocación religiosa de una vocación política, de un sistema de pensamiento; es demostrar que a nosotros no nos interesa en absoluto la conquista del mundo; lo que nos apremia es que cada hombre pueda encontrar, como nosotros lo hemos encontrado, un Dios al que amamos y que antes ha amado a cada hombre. Necesitamos aprender, expresar la vida de un hombre invadido de vida eterna, y eso, tal vez, hasta nuestra muerte. Ahora bien, esta vida existe para ser cantada, cantada después o antes de la muerte; y a lo largo del camino no se canta con un folio de papel: se canta con el corazón. No debéis ninguna fidelidad al pasado en cuanto pasado; sólo debéis fidelidad a lo que os ha traído de eterno, es decir, de caridad (M. Delbrél, Indmsib'ile amore. Frammenti di ¡ettere, Cásale Monferrato 1994, pp. 27s).
Lunes
Lunes de la séptima semana de pascua
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8 1
Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo llegó a Éfeso después de haber recorrido las regiones montañosas. Allí encontró a algunos discípulos, 2 a quienes preguntó: - ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos respondieron: - Ni siquiera hemos oído hablar de que exista un Espíritu Santo. 3 Él les dijo: - ¿Pues qué bautismo habéis recibido? Ellos respondieron: - El bautismo de Juan. 4 Pablo les dijo: - Juan bautizaba para que se convirtieran, diciendo al pueblo que creyeran en el que iba a venir después de él, esto es, en Jesús. 5 Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor. 6 Entonces Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. 7 Eran unos doce hombres en total. 8 Durante tres meses, Pablo estuvo asistiendo a la sinagoga; allí hablaba del Reino de Dios con gran valentía y persuasión.
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*•• La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos, de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu. El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona -quizás porque carece de ellas- informaciones más precisas. No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan. Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.
Evangelio: Juan 16,29-33 En aquel tiempo, M los discípulos dijeron a Jesús: Cierto, ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado. 30 Ahora estamos seguros de que lo sabes todo y de que no es
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necesario que nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios. " Jesús les contestó: - ¿Ahora creéis? 32 Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo. " Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo: yo he vencido al mundo.
**• El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado» (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (w. 31s). Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el a b a n d o n o por parte de sus amigos. Éstos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro. Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (y. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo
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efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».
MEDITATIO La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo». La prueba y las tribulaciones pertenecen también a u n proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a m e n u d o como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.
ORATIO Ilumina, Señor, mis noches con la luz discreta de tu presencia. No me abandones en mis soledades, cuando
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todo parece hundirse a mi alrededor y cuando las presencias más familiares se me vuelven extrañas y son incapaces de consolarme. Tú también sabes, Jesús mío, lo terrible que es la soledad, cuando hasta el Padre se te hacía imposible de encontrar y te sentiste abandonado por él. Por esta terrible desolación por la que pasaste, ven en ayuda de mis desiertos, no me abandones cuando me siento abandonado por los otros. Tú que sudaste sangre, alivia mis heridas. Tú que has resucitado, haz fecunda de vida la sensación de inutilidad y abandono. Por tu santa agonía, por tu gloriosa lucha contra el sentido de la derrota, llena mis momentos terribles, las horas y los días de vacío, para que yo pueda experimentarte como mi dulce salvador.
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en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que guiaste!; ¡oh noche amable más que el alborada! ¡oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada! (Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 199414).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32b).
CONTEMPLATIO PARA LA LECTURA ESPIRITUAL En una noche oscura con ansias, en amores inflamada ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada; a escuras y segura por la secreta escala, disfrazada, ¡oh dichosa ventura!, a escuras y encelada, estando ya mi casa sosegada; en la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba más cierto que la luz de mediodía a donde me esperaba quien yo bien me sabía,
Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti. Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que
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de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que -aun siendo penoso- te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 1997 2 , pp. 58s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).
Martes de la séptima semana de pascua
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,17-27 En aquellos días, " desde Mileto, Pablo mandó a buscar a los responsables de la iglesia de Efeso. 1S Cuando llegaron, les dijo: - Vosotros sabéis cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo desde el primer día de mi llegada a la provincia de Asia. " He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, en medio de las pruebas que me han ocasionado las asechanzas de los judíos, 20 y no he omitido nada de cuanto os podía ser útil. Os he dado avisos y enseñanzas en público y en privado, 21 he tratado de convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús, nuestro Señor. 22 Ahora, como veis, forzado por el Espíritu, voy a Jerusalén, sin saber qué es lo que me espera allí. " Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en todas las ciudades por las que paso que me esperan prisiones y tribulaciones. 2A Pero nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el ministerio que he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios. 25 Ahora sé que ninguno de vosotros, entre quienes pasé anunciando el Reino de Dios, volverá a verme. 26 Por eso, quiero deciros hoy que no me hago responsable de lo que os suceda en adelante. " Porque nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios.
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** Tras la sublevación de los orfebres de Éfeso, reemprende Pablo sus viajes. Pasa a Grecia, se detiene en Tróade (donde devuelve la vida a un muerto durante u n a larguísima vigilia eucarística) y a continuación baja a Mileto, en las cercanías de Éfeso, desde donde manda llamar a los responsables de esta Iglesia. Con ellos mantiene una amplia conversación. Se trata del tercer gran discurso de Pablo referido por Lucas: el primero reflejaba la predicación dirigida a los judíos (capítulo 13); el segundo, la dirigida a los paganos (capítulo 17), y el tercero, la dirigida a los pastores de la Iglesia. Se trata de un discurso clásico de despedida o de un «testamento espiritual». Está dotado de una gran densidad h u m a n a y de una notable levadura espiritual. Es natural que haya sido muy comentado. En él emerge la estatura de un misionero dedicado en cuerpo y alma a la causa del servicio del Señor. Un servicio total, exclusivo y continuado, que usa como criterio no la aprobación de los hombres, sino el designio de Dios. Entre las muchísimas notas que podríamos comentar, hay tres características de la acción de Pablo que parecen llamar la atención de la mirada de manera evidente. La humildad en el servicio del Señor: se trata de una virtud desconocida en el m u n d o pagano, engrandecida y hecha apetecible por el ejemplo del Señor Jesús, que vino a servir y no a ser servido; el valor: Pablo ha anunciado el Evangelio «con lágrimas, en medio de las pruebas», sin dejarse condicionar por las oposiciones; el desinterés, no sólo trabajando con sus propias manos, sino impulsándose hasta decir: «Nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera». El valor más importante es el Evangelio, no la conservación de la propia vida; para Pablo, lo más importante es lo que recogen las últimas palabras de la perícopa: «Nunca dejé de anunciaros todo vi designio de Dios».
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Para él personalmente, para Pablo, se perfila un futuro oscuro, un futuro cargado de prisiones y tribulaciones, iluminado por la certeza de ser «forzado por el Espíritu». Lo importante es «llevara buen término mi carrera»: la evangelización es urgente, necesita impulso, empeño, concentración, dedicación exclusiva. Es demasiado importante como para no tomarla en serio. ¿Lo es también para mí?
Evangelio: Juan 17,1-1 l a En aquel tiempo, ' Jesús levantó los ojos y exclamó: - Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique. 2 Tú le diste poder sobre todos los hombres para que tu Hijo te glorifique. 2 Tú le diste poder sobre todos los hombres para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado. ' Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado. 4 Yo te he glorificado aquí en el mundo cumpliendo la obra que me encomendaste. 5 Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera. 6 Yo te he dado a conocer a aquellos que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han aceptado tu Palabra. 7 Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti. 8 Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos han aceptado mi enseñanza. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo he venido de ti y han creído que fuiste tú quien me envió. 9 Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque te pertenecen. '" Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. " Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti.
*•*• La primera parte de la «Oración sacerdotal» está compuesta por dos fragmentos (vv. 1-5 y w. 6-1 la), unidos entre sí por el tema de la entrega de todos los hombres a Jesús por parte del Padre. Los w. 1-5 se concen-
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lian en la petición de la gloria por parte del Hijo. Estamos en el momento más solemne del coloquio entre Jesús y los discípulos. Jesús es consciente de que su misión está llegando a su término, y, con el gesto típico del orante -levantar los ojos al cielo, es decir, al lugar simbólico de la morada de Dios-, da comienzo a su oración. Lo primero que pide es que su misión llegue a su culminación definitiva con su propia glorificación. Pero esa glorificación la pide sólo para glorificar al Padre (v. 2). Jesús ha recibido todo el poder del Padre, que ha puesto todas las cosas en sus manos, hasta el poder de dar la vida eterna a los que el Padre le ha confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en conocer al único Dios verdadero y a aquel que ha sido enviado por él a los hombres, el Hijo (v. 3). Como es natural, no se trata de la vida eterna entendida como contemplación de Dios, sino de la vida que se adquiere a través de la fe. Ésta es participación en la vida íntima del Padre y del Hijo. De este modo, al término de su misión de revelador, profesa Jesús que ha glorificado al Padre en la tierra, cumpliendo en su totalidad la misión que le había confiado el Padre. Jesús no quiere la gloria como recompensa, sino sólo llegar a la plenitud de la revelación con su libre aceptación de la muerte en la cruz. A continuación, piensa Jesús en sus discípulos, a quienes ha manifestado el designio del Padre. Éstos han respondido con la fe y así glorificarán al Hijo acogiendo la Palabra y practicándola en el amor.
MEDITATIO «La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3). Conocer al Dios de Jesucristo, conocer al Hijo y al Espíritu Santo, conocerlos no sólo con la mente, sino también con el corazón, conocerlos estando en comunión con ellos, conocerlos de modo que olvidemos
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todo lo demás: eso es la «vida eterna». Lo demás pertenece a las cosas que pasan, a la infinita vanidad del todo, a lo que carece de consistencia, a lo que tiene una vida efímera, a lo que no vale la pena aferrarse. Mi vida ha de ser un continuo progreso en el conocimiento del Dios vivo y verdadero, un progreso en la sublime ciencia de Cristo, un caminar según el Espíritu, porque esta vida es ya vida eterna. Una vida, a veces, poco apetecible, porque la condición h u m a n a hay que vivirla en la carne y en la sangre, porque el m u n d o me envuelve y me condiciona, porque mi fe es todavía titubeante e insegura. Pero basta con que me detenga un poco a reflexionar en las palabras del Señor, basta con que invoque su Espíritu, para que reemprenda el camino hacia el inefable m u n d o de Dios y llegue a comprender la fortuna de haber escuchado, también hoy, estas palabras que me unen al Padre y al Hijo, en el vínculo del Espíritu, para pregustar algunas gotas del dulcísimo océano de la vida eterna.
ORATIO Infunde en mi corazón, Señor, los dones de la ciencia y de la sabiduría, para que pueda conocerte cada vez mejor, para que pueda gustarte cada vez mejor, para que pueda amarte cada vez mejor, para que pueda poseerte cada vez mejor. Si me abandonas a mí mismo poco después de haber leído estas palabras luyas, consideraré más importante algo urgente que tenga que hacer y correré el riesgo de olvidarte. Concédeme el don del consejo, para que te busque y te conozca incluso en medio de las ocupaciones que me esperan dentro de poco. Concédeme el don del discernimiento, para que pueda optar por ti en todas las cosas, según la enseñanza de tu Hijo. Concédeme ver bri-
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llar la luz de tu rostro en todo rostro humano, para que siempre te busque a ti y sólo a ti. Concédeme el instinto divino de buscar que seas glorificado y conocido, antes y más de lo que pueda serlo yo. Y perdóname desde ahora si te olvido, si persigo de u n a manera impropia las cosas de esta tierra, si me lleno con frecuencia de nociones y sentimientos que no me unen a ti. No me abandones a mí mismo, Señor, porque tú eres mi vida, tú eres la vida eterna.
CONTEMPLATIO Nosotros ya hemos llegado a la fe, ya hemos creído en las cosas divinas que hemos oído, y amamos a aquel en quien creemos. Ahora bien, cuando estamos oprimidos por preocupaciones vanas, nos encontramos en la oscuridad y en la confusión. Y en semejante estado, cuando el Señor nos sugiere sentimientos justos respecto a él, es como si nos hiciera oír su voz desde una nube, pero a él no le vemos. Son, ciertamente, cosas sublimes las que aprendemos de él, pero a aquel que nos instruye con sus secretas inspiraciones no le vemos aún. Oímos las palabras de Dios dentro de nuestro corazón, sabemos con qué fidelidad y empeño debemos responder a su amor y, sin embargo, lábiles como somos, volvemos a recaer, desde la cima de nuestra reflexión interior, en las cosas de costumbre y nos sentimos tentados por la fastidiosa inoportunidad de nuestros pecados. Con todo, tampoco en esos momentos nos abandona Dios: enseguida vuelve a aparecer en la mente, disipa las nieblas de las tentaciones, infunde la lluvia de la compunción y vuelve a traer el sol de la inteligencia penetrante. Y así nos demuestra cuánto nos ama, porque no nos abandona ni siquiera cuando le rechazamos (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XXX,4s).
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ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado» (Jn 17,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La pregunta que orienta, durante nuestra breve existencia, gran parte de nuestro comportamiento es la siguiente: «¿Quién soy?». Es posible que nos planteemos en raras ocasiones esta pregunta de modo formal, pero la vivimos de una manera muy concreta en las decisiones que hemos de tomar todos los días. Las tres respuestas que solemos dar, por lo general, son éstas: «Somos lo que hacemos, somos lo que los otros dicen de nosotros, somos lo que tenemos» o, con otras palabras: «Somos nuestro éxito, nuestra popularidad, nuestro poder». Es importante que nos demos cuenta de la fragilidad de una vida ue dependa del éxito, de la popularidad y del poder. Su fragilidad eriva del hecho de que los tres son factores externos, unos factores que podemos controlar de un modo bastante limitado. Perder el trabajo, la fama o la riqueza depende a menudo de acontecimientos aue escapan por completo a nuestro control; ahora bien, cuando dependemos de ellos, nos hemos malvendido al mundo, porque somos lo que el mundo nos da. Y la muerte nos quita todo eso. La afirmación final se convierte en ésta: «Cuando muramos, estaremos muertos», porque cuando muramos no podremos hacer ninguna otra cosa, la gente ya no hablará de nosotros y ya no tendremos nada. Cuando seamos lo que el mundo hace de nosotros, no podremos ser después de haber dejado este mundo. Jesús vino a anunciarnos que una identidad basada en el éxito, en la popularidad y el poder es una falsa identidad: es una ilusión. Jesús dice alto y fuerte: «No seáis lo que el mundo hace de vosotros, sino hijos de Dios» (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 1998 4 , pp. 131s).
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Miércoles de la séptima semana de pascua
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38 En aquel tiempo, decía Pablo a los responsables de la Iglesia de Efeso: 28 Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño, pues el Espíritu Santo os ha constituido pastores para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su propio Hijo. 29 Yo sé que, después de mi partida, entrarán en medio de vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño. 30 Incluso de entre vosotros mismos saldrán algunos difundiendo doctrinas perniciosas, para arrastrar a los discípulos detrás de ellos. 31 Por eso, estad alerta y acordaos de que durante tres años, noche y día, no me cansé de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros. 32 Ahora os encomiendo a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados. i} A nadie he pedido plata, oro o vestidos. ,4 Bien sabéis que con el trabajo de mis manos he ganado lo necesario para mí y para mis compañeros. ,5 Siempre os he mostrado que es así como se debe trabajar para poder socorrer a los débiles, recordando las palabras de Jesús, el Señor, que dijo: «Hay más felicidad en dar que en recibir». ,IS Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. " Todos rompieron a llorar, abrazaban a Pablo y le besaban. 38 Estaban apenados sobre todo porque les había dicho que no le volverían a ver más. Después le acompañaron hasla el barco.
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**• Pablo se dirige a los responsables -presbíteros y obispos- de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia. Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden. El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor. Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis enlaje y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos. Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos. Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.
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Evangelio: Juan 1 7 , l l b - 1 9 En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró de este modo: " Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno. 12 Mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste. Los he protegido de tal manera que ninguno de ellos se ha perdido, fuera del que tenía que perderse para que se cumpliera lo que dice la Escritura. 13 Ahora, en cambio, yo me voy a ti. Si digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo es para que ellos puedan participar plenamente en mi alegría. 14 Yo les he comunicado tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo. ,5 No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno. 16 Ellos no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo. " Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad. 18 Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí. 19 Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti, por medio de la verdad.
**• El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo. El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el m u n d o (w. 1 lb-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (w. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe. En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su
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no pertenencia al mundo (w. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo» (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el m u n d o la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.
MEDITATIO Estamos frente a u n fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el m u n d o actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo. Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo", sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? E n efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo». Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayu-
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dan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo. Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.
ORATIO Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El m u n d o de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos. Pero es también el m u n d o donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación... Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.
CONTEMPLATIO «No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,14). Esta separación de los discípulos respec-
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to al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Éstos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado. La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario. La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras familias y nuestros
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amigos, las actividades y los proyectos, las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener ¡untos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás», que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafío que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto (H. J. M. Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 2000 2 , pp. 44ss).
Jueves de la séptima semana de pascua
LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11 2230
Al día siguiente, queriendo averiguar exactamente de qué le acusaban los judíos, el tribuno hizo que lo desatasen y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín; sacó después a Pablo y lo presentó delante de ellos. 236 Como Pablo sabía que parte de ellos eran saduceos y parte fariseos, gritó en el Sanedrín: - Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me juzgan por creer en la resurrección de los muertos. 7 Al decir él esto, se produjo una discusión entre los fariseos y los saduceos y se dividió la asamblea. * Pues los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos creen en todo eso. " Así que se produjo un griterío inmenso. Algunos maestros de la Ley del partido de los fariseos se pusieron en pie y afirmaron enérgicamente: - Nosotros no encontramos nada malo en este hombre. ¿Y si le ha hablado un espíritu o un ángel? 10 Como la discusión se hacía cada vez más fuerte, el tribuno tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y ordenó a los soldados que bajaran, para sacarlo de allí y llevarlo al cuartel. 11 La noche siguiente, el Señor se le apareció y le dijo:
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- Ten ánimo, pues tienes que dar testimonio de mí en Roma igual que lo has dado en Jerusalén.
*• Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitar a aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, u n a vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana. Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso. Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta u n furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es u n indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma. Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al d r a m a de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.
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Evangelio: Juan 17,20-26 En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y oró de este modo: 20 No te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra. 21 Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado. 22 Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros. 23 Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta y el mundo pueda reconocer así que tú me has enviado y que les amas a ellos como me amas a mí. 24 Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo. 25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo, en cambio, te conozco y todos éstos han llegado a reconocer que tú me has enviado. 26 Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándote a conocer para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté en ellos.
*+• En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (w. 20-26). Tras u n a invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (w. 21-23) y la oración por la salvación (w. 24-26). Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su
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Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión enlie las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se realiza, por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad. A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24). En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (w. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.
MEDITATIO «Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21): la «prueba» de que Jesús no es u n charlatán, ni uno de tantos profetas, sino el enviado de Dios, está confiada a la fraternidad entre los discípulos. La fraternidad es el signo por excelencia del origen divino del cristianismo: eso es lo que dicen las palabras del Señor. Construir fraternidad es la apologética más segura y autorizada. Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como
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hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo. Estas palabras han sido y son olvidadas con mucha frecuencia. Eso ha tenido como consecuencia que en la vida espiritual, en la misión, en la pastoral, se han cultivado otros ideales. Otra consecuencia ha sido el escaso carácter incisivo de esos programas, a los que el Señor no ha garantizado el valor de «signo probatorio» de su origen divino ni del origen divino de su mensaje.
ORATIO ¡Qué ciego estoy, Señor! Tus palabras pasan por encima de mí como si fueran piedras, sin dejar u n signo permanente. La razón de ello es que me he comprometido en mil cosas, y he olvidado lo que tú consideras prioritario para promover tu reino. He intentado hacer mucho, pero me he olvidado de sumergirme en la fraternidad, que es lo que tú, sin embargo, consideras como tu signo. He de reconocerlo, Señor: con frecuencia tu mensaje no emerge, y no lo hace porque no brotan comunidades fraternas perfectamente realizadas. Señor, abre mis ojos para comprender el misterio de la fraternidad, la fuerza misionera de la comunión, capaz de vencer los recelos y las resistencias. Ayúdame a creer en el milagro de la fraternidad como punto de partida para toda misión. Ayuda a los cristianos a redescubrir el alcance revolucionario de estas palabras tuyas, para que se comprometan en este proyecto, que es, con toda se-
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gui ¡dad, el tuyo. Otros proyectos son, probablemente, demasiado humanos.
CONTEMPLATIO Revestidos del hábito religioso a los ojos de todos, hemos venido desde situaciones sociales diferentes para vivir juntos nuestra fe y escuchar la Palabra del Señor omnipotente, y, pecadores en diferentes grados, nos hemos reunido hasta formar un solo corazón en la santa Iglesia, de tal modo que se ve realizado con claridad lo que dice Isaías anunciando la Iglesia: «Serán vecinos el lobo y el cordero» (Is 11,6). Sí, gracias a las entrañas de la santa caridad, el lobo vivirá junto al cordero, porque aquellos que en el mundo eran rapaces conviven en paz con los bondadosos y mansos. El leopardo se tumba junto al chivo porque u n hombre, abigarrado por las manchas de sus pecados, acepta humillarse junto con quien se desprecia y se reconoce pecador (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, II, 4,3).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Jesús nos revela que hemos sido llamados por Dios para ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amán-
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donos los unos a los otros como él nos ama. ¿Qué supone todo esto para el matrimonio, para la amistad, para la comunidad? Supone que la fuente del amor que sostiene las relaciones no son los que las viven, sino Dios, que los llama al mismo tiempo. Amarse el uno al otro no significa aferrarse al otro para estar seguros en un mundo hostil, sino vivir ¡untos de tal modo que cada uno pueda reconocernos como personas que hacen visible el amor de Dios en el mundo. No sólo toda paternidad y maternidad proceden de Dios, sino que también proceden de él toda amistad, toda asociación en matrimonio y toda comunidad. Cuando vivimos como si las relaciones humanas fueran sólo de naturaleza humana y, por consiguiente, sujetas a las transformaciones y a los cambios de las normas y de las costumbres, no podemos esperar otra cosa que la inmensa fragmentación y alienación que caracterizan a nuestra sociedad. Pero cuando invoquemos a Dios y lo reclamemos constantemente como fuente de todo amor, descubriremos el amor como un don de Dios a su pueblo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, 1998 4 , pp. 125s).
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Viernes de la séptima semana de pascua
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 25,13-21 13
Algunos días después, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesárea a saludar a Festo. 14 Como se detuvieron allí muchos días, Festo expuso al rey el asunto de Pablo: - Hay aquí un hombre que Félix me dejó encarcelado. 15 Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una acusación contra él pidiendo su condena. '6 Yo les respondí que los romanos no acostumbran a entregar a ningún hombre antes que el acusado comparezca ante los acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación. " Reunidos, pues, aquí sin demora alguna, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a ese hombre. 18 Los acusadores comparecieron, pero no presentaron ninguno de los cargos que yo sospechaba. " Sólo le acusaban de ciertas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, ya muerto y que, según Pablo, está vivo. 20 Perplejo yo ante cuestiones de este tipo, le dije si quería ir a Jerusalén para ser juzgado allí. " Pero entonces Pablo solicitó que se le reservara para el juicio de Augusto. Así que he ordenado que lo dejen en la cárcel hasta que se presente la oportunidad de remitirlo al César.
**• Han pasado dos años y Pablo sigue prisionero. Pero también ha llegado Festo, un magistrado mucho
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más honesto y solícito que el anterior. La lectura presenta una de las muchas vicisitudes por las que pasa el prisionero Pablo, que no pierde ocasión para anunciar lo que, para él, es lo más importante, incluso ante el rey y los príncipes, por muy indignos y poco ejemplares que sean, como la incestuosa pareja formada por Agripa y Berenice. El procurador Festo había comprendido bien el núcleo de la cuestión: lo que separaba a los judíos de Pablo no era una doctrina, sino u n hecho, mejor aún: el testimonio sobre el hecho de la resurrección de Jesús. Lucas parece un admirador del sistema jurídico romano e incluso saca a la luz algunos de sus principios rectores. Y pone de manifiesto la prontitud para explotar en favor del Evangelio este admirado ordenamiento jurídico. Pablo podrá ir a Roma gracias a su apelación al César. Irá como prisionero, es verdad, pero irá a Roma. Es interesante leer la continuación del relato, donde se presenta el encuentro de Pablo con la extraña pareja y con el representante del Imperio romano: también ellos están interesados en el asunto de Jesús y convierten la resurrección en tema de conversación. El valor de Pablo, que no teme exponerse, obliga a todo tipo de personas a ponerse frente al hecho de la resurrección, que ahora se ha convertido en el motivo fundador del nuevo camino de salvación.
Evangelio: Juan 21,15-19 En aquel tiempo, una vez se hubo manifestado a los discípulos, '5 después de comer, Jesús preguntó a Pedro: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis corderos. 16 Jesús volvió a preguntarle: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
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Pedro respondió: - Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: - Cuida de mis ovejas. 17 Por tercera vez insistió Jesús: - Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si le amaba, y le respondió: - Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: - Apacienta mis ovejas. 18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir. 19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: - Sigúeme.
*•• La perícopa está totalmente centrada en la figura de Simón Pedro. El evangelista, con dos pequeños fragmentos discursivos, especifica cuál es el papel del apóstol en la comunidad eclesial: ha sido llamado para desempeñar el ministerio de pastor (w. 15-17) y para dar testimonio con el martirio (w. 18s). De ahí que el Señor, antes de confiar a Pedro el encargo pastoral de la Iglesia, le exija una confesión de amor. Ésa es la condición indispensable para poder ejercer una función de guía espiritual. Y el Señor requiere el amor de Pedro tres veces (w. 15.16.17), con un ritmo creciente. La insistencia de Jesús en el amor ha de ser leída como condición para establecer la relación de intimidad filial que Pedro debe mantener con el Señor. Antes que en cualquier dote humana, el ministerio pastoral de Pedro se basa en una confiada comunión interior y no en un puesto de prestigio o de poder: una intimidad que no puede ser apreciada con medidas humanas, sino que es reconocida por el Señor mismo, que escruta el corazón. Y el Hijo de Dios, que conoce bien el ánimo del
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apóstol, le responde confiándole la misión de apacentar a su rebaño: «Apacienta mis ovejas» (v. 17c). Al ministerio pastoral le sigue después el testimonio del martirio. También Pedro debe refrendar su amor a Jesús con la entrega de su vida (cf. Jn 15,13). El fragmento concluye con algunas palabras redactadas por el autor sobre el tema del seguimiento. La misión de la Iglesia y de todos sus discípulos es siempre la del seguimiento de Jesús, único modelo de vida.
MEDITATIO El evangelio del «discípulo amado» recupera, por así decirlo, el papel de Pedro en clave de amor. Sólo quien ama puede apacentar el rebaño recogido por el Amor. Sólo quien responde al amor de Cristo puede estar en condiciones de ser puesto al frente de su rebaño, porque debe ser testigo del amor. La página que nos ocupa es de una enorme densidad y está empapada por el tema central de todo el evangelio de Juan: el amor. Por amor ha entregado el Padre al Hijo, por amor ha entregado el Hijo su vida, por amor ha reunido Cristo a los suyos; el amor es la ley de los discípulos, el amor debe mover a Pedro, y para dar testimonio de este amor ha escrito el discípulo amado su evangelio. Toda la historia divina y h u m a n a está movida por el amor, que nace del corazón de Dios, se revela en el Hijo, es atestiguado por los discípulos y se pide a quien «preside en el amor». Los acontecimientos humanos se iluminan y resuelven con esta pregunta: «¿Me amas?» y con esta respuesta: «Sí, te amo». La historia de la Iglesia está basada en la pregunta que dirige Cristo a todos sus discípulos: «¿Me amas?», y en la respuesta: «Sí, te amo». Que el Espíritu, que es el
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Amor increado, nos permita entrar en este diálogo iluminador y beatificante.
ORATIO No sé qué decirte, Señor, frente a este diálogo. En él se encuentra, simplemente, todo. Está toda la vida, todo su misterio, toda su luz, todo su sabor, todo su significado. Todas las demás cuestiones se convierten en simples ocasiones para expresarte mi «sí». ¿Y cómo podría ser de otro modo? Tú me has creado para decirme que me amas y para pedirme que te ame. Me lo pides como un mendigo, enviándome a tu Hijo como siervo, para que no te ame por miedo o estupor frente a tu grandeza, sino para tocar las fibras secretas de mi corazón, para herirme con tu benevolencia, para conquistarme con la belleza de tu rostro desfigurado en la cruz. Aunque como Pedro -pero más que él- siento a veces más de u n titubeo para decirte que te amo (porque soy un pecador que persevera en su pecado), a pesar de todo, ahora, en este momento, ¿cómo puedo dejar de decirte que te amo? ¿Cómo puedo dejar de decirte que quisiera amarte toda la vida? ¿Cómo puedo no decirte que quiero amar todas las cosas y a todas las personas en ti? ¿Cómo no decirte que prefiero perder todas las cosas con tal de no perderte a ti? Oh, mi amadísimo Señor, haz que lo que te estoy diciendo no sea fuego de paja, sino una llama que no se extinga nunca.
CONTEMPLATIO ¿Qué significan estas palabras: «¿Me amas?», «Apacienta mis ovejas»? Es como si, con ellas, dijera el Señor: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo. Apa-
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cienta, más bien, a mis ovejas por ser mías, no como si fueran tuyas; busca apacentar mi gloria, no la tuya; busca establecer mi Reino, no el tuyo; preocúpate de mis intereses, no de los tuyos, si no quieres figurar entre los que, en estos tiempos difíciles, se aman a sí mismos y, por eso, caen en todos los otros pecados que de ese amor a sí mismos se derivan como de su principio». No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino al Señor, y, al apacentar sus ovejas, busquemos su interés y no el nuestro. El amor a Cristo debe crecer en el que apacienta a sus ovejas hasta alcanzar un ardor espiritual que le haga vencer incluso ese temor natural a la muerte, de modo que sea capaz de morir precisamente porque quiere vivir en Cristo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 123,5).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «¿Me amas?» (Jn 21,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El misterio insondable de Dios consiste en que Dios es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: «Tú eres mi amado», sino que también nos dice: «¿Me amas?», y nos proporciona innumerables posibilidades para responder «sí». En eso consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder «sí» a nuestra verdad interior. Comprendida de este modo, la vida espiritual cambia radicalmente todas las cosas. El hecho de haber nacido y crecido, haber dejado la casa paterna y buscado una profesión, ser alabado o rechazado, caminar y reposar, orar y jugar, enfermar y ser curado, vivir y morir..., todo puede convertirse en expresión de la pregunta
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divina: «¿Me amas?». Y en cualquier momento del viaje existe siempre la posibilidad de responder «sí» y de responder «no». ¿A dónde nos lleva todo esto? Al «sitio» de donde venimos, al «sitio» de Dios. Hemos sido enviados a esta tierra para pasar en ella un breve período y para responder, a través de las alegrías y los dolores durante el tiempo que tenemos a nuestra disposición, con un gran «sí» al amor que se nos ha dado y, al hacerlo, volver al que nos ha enviado con ese «sí» grabado en nuestros corazones (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia 1999' 4 , pp. 108ss).
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31 16
Cuando entramos en Roma, se permitió a Pablo quedarse en una casa particular, con un soldado que lo custodiase. 17 Tres días después, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos. Cuando llegaron, les dijo: - Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, fui detenido en Jerusalén y entregado a los romanos. I8 Ellos, después de interrogarme, quisieron ponerme en libertad, ya que no había contra mí ningún cargo que mereciera la muerte. " Pero como los judíos se opusieron a ello, me vi obligado a apelar al César, aunque sin intención de acusar a mi pueblo. 20 Éste es, pues, el motivo de haberos llamado. Quería veros y conversar con vosotros, pues a causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas. ,0 Pablo estuvo dos años enteros en una casa alquilada por él, y allí recibía a todos los que iban a verle. 31 Podía anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno. *•• Entre la lectura de ayer y la de hoy está por medio el agitado viaje de Pablo: desde Cesárea a la isla de Creta, los catorce días de tempestad, la estancia en Malta, el
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viaje de Malta a Roma, la cálida acogida por parte de los hermanos. El fragmento de hoy es un resumen de su actividad en Roma, donde Pablo puede vivir en «régimen de libertad vigilada» en una casa privada. Comienza, como siempre, la predicación a los judíos con resultados alternos, podía «anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno». Lucas ha alcanzado su objetivo: la carrera de la Palabra es imparable; el Evangelio ha llegado al corazón del mundo, es predicado con toda libertad y sin obstáculo alguno «hasta los confines de la tierra». Nada ha podido ni podrá detenerlo. Pablo es uno de los muchos testigos de Jesús, u n campeón ejemplar, heroico y dotado de autoridad, pero no el único. Las vicisitudes personales de Pablo no parecen interesar demasiado a Lucas, que corta aquí su relato, sin informarnos sobre la suerte del campeón: lo que le importa de verdad es que Pablo haya culminado su propia misión, u n a misión que es la de todo cristiano, a saber: ser testigo de la resurrección, tener el valor de anunciarla por doquier, convertir cada situación, aun la más improbable, en una ocasión para decir que Jesús es el Señor y el Salvador. «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,8s). No hay ocasión en la que no pueda ser anunciada la Palabra de Dios.
Evangelio: Juan 21,20-25 En aquel tiempo, 20 Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». 21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: - Señor, y éste ¿qué? 22 Jesús le contestó:
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- Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sigúeme. 23 Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?». 24 Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad. 25 Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.
*•• El epílogo del evangelio de Juan está relacionado con la misión propia del discípulo amado. El fragmento está formado por dos pequeñas unidades, que también están subdivididas a su vez: predicción sobre el futuro del discípulo a m a d o (vv. 20-23) y segunda conclusión del evangelio (vv. 24s). El redactor de este capítulo 21, a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo, pretende identificar de m a n e r a inequívoca al «otro discípulo al que Jesús tanto quería» (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). La pregunta que Pedro plantea, a continuación, a Jesús sobre la suerte del discípulo a m a d o recibe de parte del Maestro u n a respuesta que no deja lugar a equívocos, en la que afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada h o m b r e . Pero quizás sea posible proyectar alguna luz sobre estos misteriosos versículos intentando poner de manifiesto cierto fondo histórico del tiempo en el que el autor los escribió. El texto no estuvo provocado realmente por las discusiones que tuvieron lugar en la Iglesia de los orígenes entre los discípulos de Pedro y los del discípulo a m a d o sobre el «poder primacial» del primero. Más bien fue introducido por el redactor del capítulo para demostrar, sobre una base histórica, dos cosas: a) que carecía de fundamento la opinión difundida de que el discípulo a m a d o no había muerto; b)
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(|iie esa muerte, una vez acaecida, tenía la misma importancia para el Señor que el martirio sufrido por el apóstol Pedro. Por último, los versículos finales (w. 24s) subrayan una cosa simple, pero verdadera: la revelación de Jesús, ligada al ministerio de su persona, es algo tan grande y profundo que escapa al alcance del hombre.
MEDITATIO - CONTEMPLATIO LECTURA ESPIRITUAL Podemos concentrar nuestra reflexión uniendo las tres partes en un espléndido fragmento de Agustín, donde el obispo de Hipona hace la comparación entre Pedro y Juan. La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divina le ha enseñado y recomendado. Una de ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra reina sin más contrastes; una es fuerte en las desgracias, la otra no conoce la adversidad; una lucha para mantener frenadas las pasiones carnales, la otra reposa en las alegrías del espíritu; una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria; u n a pide ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría en el seno mismo de aquel que le ayuda; una corre en ayuda del indigente, la otra vive donde no hay necesidades; una perdona las ofensas para ser, a su vez, perdonada,
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la otra no sufre ninguna ofensa que tenga que perdonar, no tiene que hacerse perdonar ninguna ofensa; una está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no contempla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está representada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan. El curso de la primera se extiende hasta la consumación de los siglos, y allí encontrará su fin; la realización cabal de la otra está remitida al final de los siglos y al m u n d o futuro, y no tendrá ningún término. Por eso el Señor le dice a Pedro: «Sigúeme», mientras que hablando de J u a n dice: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sigúeme». ¿Qué significan estas palabras? Según lo que yo puedo juzgar y comprender, éste es el sentido: «Tú sigúeme, soportando, como yo lo he hecho, los sufrimientos temporales y terrenos; aquél, sin embargo se queda hasta que yo venga a entregar a todos la posesión de los bienes eternos». Aquí soportamos los males de este m u n d o en la tierra de los mortales; allá arriba veremos los bienes del Señor en la tierra de los vivos para siempre. Que nadie, sin embargo, piense separar a estos dos ilustres apóstoles. Ambos vivían la vida que se personifica en Pedro y ambos vivirían la vida que se personifica en Juan. E n la imagen de lo q u e representaban, uno seguía a Cristo, el otro estaba a la espera. Ambos, sin embargo, por medio de la fe, s o p o r t a b a n las miserias de este m u n d o y esperaban, a m b o s también, la felicidad futura de la bienaventuranza eterna (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 124,5).
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Solemnidad de Pentecostés
Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus bienes en la tierra de los vivos.
Ciclo A
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú sigúeme» (Jn 21,22b). LECTIO
Primera lectura: H e c h o s de los Apóstoles 2,1-11 1
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. 2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban. 3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. 4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse. 5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra. 6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. 7 Todos, atónitos y admirados, decían: - ¿No son galileos todos los que hablan? 8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna? 9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia, ,0 Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos, " judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios. **• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión - a u n q u e el acontecimiento n a r r a d o tiene lugar
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Tiempo de Pascua
hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en u n contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaismo celebraba precisamente el día de Pentecostés (w. ls). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como u n viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de u n a palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (w. 3s). El acontecimiento tiene lugar en u n sitio delimitado (v. 1) e implica a un n ú m e r o restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones {«.todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b). Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (w. 17s). El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (w. 22s y 38s; cf. Ef 4,13).
Solemnidad de Pentecostés
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Segunda lectura: 1 Corintios 12,3b-7.12s Hermanos: 3 Nadie puede decir: «Jesús es Señor» si no está movido por el Espíritu Santo. 4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. 5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. 6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. 7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos. 12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. 13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también el mismo Espíritu.
**• Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v. 3b). ¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas -don del único Espíritu-, ministerios -servicios eclesiales confiados por el único Señor- y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (w. 4-6). ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los distintos caris-
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mas, ministerios y actividades presentes en la comunidad? Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4,13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (12,31-13,13).
Evangelio: Juan 20,19-23 19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con vosotros. 20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21 Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. 22 Sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá.
**• La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1,4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (19,3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los
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discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (w. 19.21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo. El Espíritu - c o m o repite la Iglesia en la fórmula sacramental de la absolución- fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del m u n d o (1,29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (cf. Col 2,13s; Ef 2,15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2,38s).
MEDITATIO El domingo de Pentecostés recoge toda la alegría pascual como un haz de luz resplandeciente y la difunde con una impetuosidad incontenible no sólo en los corazones, sino en toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo: todas las cosas tocadas por él quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, se vuelven incandescentes y transparentes ante la mirada de la fe. Ahora bien, ¿es posible decir que «Jesús es el Señor» sólo con la palabra? Que Jesús es el Señor sólo puede ser dicho de verdad con la vida, demostrando de manera concreta que él ocupa todos los espacios de nuestra existencia. En él, todas las diferencias se convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía de la unidad en el amor. Hemos sido reunidos conjuntamente «para formar un solo cuerpo» y, al mismo tiempo, tenemos dones diferentes, diferentes carismas, cada uno tiene su propio rostro de santidad. El amor, antes
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que reducirlo, incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don para los otros. Sin embargo, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos paz en el corazón y si no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos, testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.
ORATIO Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Ven, Espíritu enviado por el Padre, en nombre de Jesús, el Hijo amado: haz una y santa a la Iglesia para las nupcias eternas del Cielo.
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sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los sabios y a los prudentes de este mundo. Empezarán a resplandecer para ti aquellas cosas que la Sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la verdad completa. Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto, como dice la verdad misma, «Dios es Espíritu» (Jn 4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad. El Espíritu es -para los pobres de espíritu- la luz iluminadora, la caridad que atrae, la mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción, la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (Guillermo de Saint-Thierry, Speculum fidei, 46).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (de la liturgia).
CONTEMPLATIO Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca, viene con la abundancia de las bendiciones de Dios. Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios (cf. Sal 45,5) y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso ante la Palabra de Dios, reposará
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíri-
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tu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros «con gemidos inefables» y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña «toda verdad». A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como Iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: «¡Ven!» (Pablo VI, Discurso del 29 de noviembre de 1972).
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LECTIO Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11 (Cf. la primera lectura del ciclo A, p. 451).
Segunda lectura: Gálatas 5,16-25 Queridos hermanos: 16 Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados. " Porque esos apetitos actúan contra el Espíritu y el Espíritu contra ellos. Se trata de cosas contrarias entre sí, que os impedirán hacer lo que sería vuestro deseo. I8 Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley. 19 En cuanto a las consecuencias de esos desordenados apetitos, son bien conocidas: fornicación, impureza, desenfreno, 20 idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas, 21 envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes. Los que hacen tales cosas -os lo repito ahora, como os lo dije antes- no heredarán el Reino de Dios. 22 En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, " mansedumbre y dominio de sí mismo. No hay ley frente a esto. M Ahora bien, los que son de Cristo Jesús han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus pasiones y apetencias. 25 Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu.
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**• Pablo exhorta a los que ya han recibido la vida nueva en el Espíritu mediante el bautismo a caminar concretamente según el Espíritu (w. 16.25). Éste guía los pasos del hombre, es luz y fortaleza en el camino. Ahora bien, ¿por qué es necesaria u n a invitación tan afligida? Aunque el hombre «se sienta inclinado a amar», a este deseo que Dios ha puesto en su corazón se opone otra fuerza que Pablo llama bíblicamente «carne» y que en nuestro texto ha sido traducida por «apetitos desordenados». Este término expresa la fragilidad, debilidad e insuficiencia de la criatura, su innata inclinación al mal: el hombre tiende a satisfacer el egoísmo del que es esclavo (w. 16s). El Espíritu nos libera de esta tiranía, aunque no sin nuestra colaboración personal (v. 18). Pablo describe de manera clara e inequívoca a los gálatas diferentes comportamientos derivados de la opción de seguir el principio de la carne o dejarse guiar por el Espíritu. Llama «consecuencias» a lo que procede de la carne e impide el acceso al Reino de Dios (w. 19-21), mientras que define como «frutos» el resultado del seguimiento del Espíritu (w. 22s). De este modo afirma, implícitamente, que la carne es estéril y conduce a la dispersión del hombre; el Espíritu, en cambio, a través de muchas virtudes, produce como único fruto la santidad, que madura en el hombre unificándolo interiormente. Quien en el bautismo se ha unido al misterio pascual de Cristo ha crucificado en él su propia carne, para vivir con él resucitado, animado y guiado siempre por su mismo Espíritu (v. 24).
Evangelio: Juan 15,26-27; 16,12-15 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: l526 Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. 27 Voso-
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tros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio. 16,2 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora. " Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras. I4 Él me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.
**• En las palabras que dirige Jesús a sus discípulos con el fin de prepararlos para la separación, les plantea claramente la hostilidad y el odio del mundo, hasta la persecución (15,18-25), pero les promete el consuelo del Espíritu Santo. Jesús les enviará el «Paráclito», que está donde el Padre, en esa especie de «proceso» permanente del m u n d o contra los discípulos. En primer lugar, el Espíritu confirmará a los discípulos en lo íntimo y así podrán conocer más profundamente a Jesús, a la luz de cuanto han vivido con él «desde el principio». Apoyados de este modo por el divino Paráclito, que alienta e infunde vigor, los apóstoles, a su vez, podrán dar testimonio de Cristo en el mundo (15,26s). El Espíritu les enseñará, además, aquellas «muchas más cosas» que Jesús no pudo comunicarles porque estaban aún demasiado inmaduros en la fe y en el conocimiento de los caminos de Dios: por eso el Paráclito «se hará guía para el camino» (así al pie de la letra) hacia la verdad completa que le es completamente transparente (16,12s). Su tarea, por otra parte, se proyecta sobre el futuro: «Os anunciará las cosas venideras» (16,13b). Juan emplea aquí un verbo que, en el judaismo apocalíptico, no indicaba tanto la previsión del futuro como la comprensión profunda de lo que va a suceder y de los acontecimientos escatológicos. El Paráclito les dará esta «comprensión de los tiempos» a la luz de Cristo, haciéndoles in-
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luir el alcance temporal y eterno de la salvación que él ha llevado a cabo. En resumidas cuentas, actualizará en cada época la Palabra y la obra de Jesús, que son una sola cosa con la Palabra y con la voluntad del Padre (16,13b-15).
MEDITATIO Con la solemnidad de Pentecostés llega a su fin - o sea, llega a su plenitud- el tiempo pascual. Con el don del Espíritu se derrama el amor de Dios sobre toda la creación y baja a lo más profundo del corazón de cada persona, comunicándole vida y belleza. El «viento impetuoso» y las «lenguas como de fuego» son imágenes muy elocuentes para expresar la fuerza irresistible, la universalidad y la profundidad de lo que sucede. Es un trastorno comparable a una segunda creación; estamos frente a una verdadera inundación de gracia que derriba toda barrera entre el cielo y la tierra e instaura una comunión total. Nuestra tarea ahora es no hacer vana la gracia que nos ha sido dada, sino hacer que dé frutos abundantes. El misterio de pentecostés es misterio de santidad, esto es, de «entrega total» a Dios. ¿En qué sentido? La perícopa evangélica nos ofrece un marco iluminador y muy emblemático. Es la noche de pascua. Los Once se han encerrado en casa, desorientados y perdidos. ¿No nos pasa también a nosotros, a veces, que sepultamos nuestra fe entre las paredes de nuestra casa, probablemente con el pretexto de querer ser respetuosos con la libertad de los otros? Pero Jesús nos conoce, tiene la llave para abrir nuestros corazones. Silencioso e inesperado, fiel y misericordioso, viene y se da de nuevo a sí mismo: «La paz esté con vosotros. Recibid el Espíritu Santo». Y todo cambia.
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Los discípulos, inundados de vida, sienten arder en su corazón el deseo de convertirse en misioneros del Evangelio. Nace así la Iglesia, morada del Espíritu, llamada a suscitar vida. Nace de la pequenez, como la pequeña semilla de mostaza en u n campo sin límites, pero parece no darse cuenta de esta evidente desproporción: sabe que su secreto es la fuerza del amor. Es el amor el que da energía y hace proceder con la audacia del que se atreve a todo porque cree.
ORATIO Ven, Espíritu Santo, con tu brisa suave; despierta en el corazón de la Iglesia el amor del tiempo primaveral, el amor de la fresca juventud llena de impulso y entusiasmo, el amor capaz de hacer superar todos los obstáculos que presentan los miedos humanos, capaz de romper todas las barreras de la prudencia miope. Dale aquel amor a Dios y a los hombres capaz de desplegar las velas cada día y de navegar hacia alta mar para zarpar hacia todas las playas de la tierra reseca, hacia todos los lugares donde se espera la lluvia de la nueva estación. Desciende, Santo Espíritu, sobre la Iglesia y, tocando con tu suave brisa las cuerdas de su corazón, haz desprender de ellas el canto de la libertad y de la alegría que dé voz a todos los pueblos de la tierra y los conduzca hacia un futuro de verdadera fraternidad y paz.
CONTEMPLATIO Cuando el fuego divino, viniendo de lo alto, empieza a inflamar el corazón del hombre, inmediatamente disminuyen las pasiones y pierden su fuerza. El peso, gravoso como era, se hace más ligero y, en la medida en que
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crece el ardor, no es difícil que el corazón h u m a n o se sienta tan ligero que le salgan alas como de paloma. Oh fuego beatificante que no consumes e iluminas; y, si consumes, destruyes las malas disposiciones para que no se consuma la vida. ¿Quién me concederá poder estar envuelto de este fuego? Un fuego que me purifique quitando de mi espíritu, con la luz de la verdadera sabiduría, la oscuridad de la ignorancia, la oscuridad de una conciencia errónea; que transforme en amor ardiente el frío de la pereza, del egoísmo y de la negligencia. Un fuego que no permita a mi corazón endurecerse, sino que con su calor lo haga siempre maleable, obediente y devoto; que me libere del pesado yugo de las preocupaciones y los deseos terrenos y que, en las alas de la santa contemplación que alimenta y aumenta la caridad, lleve hacia lo alto mi corazón (R. Belarmino, «De Ascensione mentís in Deum», en: Roberti Cardenalis Bellarmini Opera Omnia, VI, Ñapóles 1862, p. 232).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo» (de la secuencia de la liturgia del día).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita». «El Señor me ha revelado -empezó el gran stárets- que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana... El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios...» «¿Cómo "adquisición"? -le pregunté al padre Serafín-.
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No comprendo del todo...» Entonces el padre Serafín me cogió por los hombros y me dijo: «Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?». «No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos.» «No tengas miedo, amigo de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme.» Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté los ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «¿Cómo "bien"? ¿Qué entiendes por "bien"?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables.» «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: "Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar" (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria.» «Es la delicia de que habla la Escritura: "Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el rio de tus delicias" (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón.» «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio» (Serafín de Sarov, Vita e colloquio con Motovilov, Turín 19892).
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Solemnidad de Pentecostés Ciclo C
LECTIO
Primera lectura: H e c h o s de los Apóstoles 2,1-11 (Cf. la primera lectura del ciclo A, p. 451).
Segunda lectura: Romanos 8,8-17 Hermanos: 8 los que viven entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios. 9 Pero vosotros no vivís entregados a tales apetitos, sino que vivís según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo. 10 Ahora bien, si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté sujeto a la muerte a causa del pecado, el Espíritu vive por la fuerza salvadora de Dios. " Y si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos hará revivir vuestros cuerpos mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros. 12 Por tanto, hermanos, estamos en deuda, pero no con nuestros apetitos para vivir según ellos. 13 Porque si vivís según ellos, ciertamente moriréis; en cambio, si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. 14 Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. n Pues bien, vosotros no habéis recibido un Espíritu que os haga esclavos, de nuevo bajo el temor, sino que habéis recibido
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un Espíritu que os hace hijos adoptivos y nos permite clamar: «Abba», es decir, «Padre». I6 Ese mismo Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios. " Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él.
**• En su Carta a los Romanos pone Pablo de relieve el carácter dramático de la condición humana, una condición sometida a la esclavitud del pecado (cf. 7,14b-25). Para indicar esta fragilidad congénita a la naturaleza emplea el término «carne», vertido en nuestra traducción por «apetitos». Los que se dejan dominar por este principio no pueden agradar a Dios, puesto que «el propósito de la carne es enemistad contra Dios» (v. 7 al pie de la letra). ¿Cómo escapar entonces de la ira divina? Hay otro principio que mora y actúa en los bautizados: el Espíritu Santo. El bautismo nos hace morir al pecado (6,3-6) para sumergirnos en la muerte salvífica de Cristo (w. 3s). Es tarea del cristiano, por consiguiente, dejar que actúe en él cada día el dinamismo de la muerte -al p e c a d o - inherente al bautismo, para vivir cada vez más de la misma vida de Dios (w. 10-12). Es el Espíritu quien hace al hombre hijo adoptivo de Dios, insertándolo en la filiación única de Cristo. Ahora bien, esta realidad no se lleva a cabo en u n solo momento. Es un germen que se va desarrollando a diario en la medida en que se muestra dócil a su «guía». En el centro de la carta aparece por primera vez esta espléndida definición de los cristianos: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios», que por eso son hijos de Dios (v. 14). El Espíritu confirma interiormente esta nueva adopción, dando la libertad de orar a Dios con la misma confianza que Jesús, con su misma invocación filial (w. 15s), y abriendo el horizonte ilimitado de la nueva condición: el que es hijo es también heredero del Reino de Dios junto con Cristo, primogénito entre los hermanos (v. 29).
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Ahora bien, esto significa aceptar asimismo compartir con Jesús la hora del sufrimiento, de la pasión, para pasar con él de la muerte a la vida y ser instrumento de salvación para la redención de muchos (v. 7; cf. 1 Pe 4,14).
Evangelio: Juan 14,15-16.23b-26 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 15 Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos l6 y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. 24 Por el contrario, el que no guarda mis palabras es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió. 27 Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; 26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.
^ En esta perícopa evangélica se presenta el discurso que dirigió Jesús a los suyos en el cenáculo antes de la pasión. En él se presenta al Espíritu Santo como «otro Paráclito» - o sea, como u n testigo a favor- que, después de Jesús y gracias a su oración, enviará el Padre a los discípulos para que se quede siempre con ellos (v. 16). El Espíritu es, por tanto, una realidad personal - n o es una energía cósmica impersonal- y divina que entra en comunión con el hombre y lo colma de amor. También aquí es preciso introducir una precisión: no se trata de un amor genérico, sino del amor a Jesús, que se realiza a través del cumplimiento concreto de sus mandamientos, de sus palabras; a través de la fe profunda en que él nos ha hablado según la voluntad de Dios, su Padre y - e n él- Padre nuestro (w. 15.23s). Guardar en el corazón y en la vida esta Palabra dilata la intimidad del que se hace discípulo y le vuelve ca-
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paz de acoger la presencia de Dios, que corresponde al infinitamente humilde amor del hombre poniendo en él su tienda (según la imagen bíblica de la shekhinah, la presencia gloriosa de Dios en medio de su pueblo) para habitar en él junto con Jesús (v. 23). Es la promesa de una comunión lo que Jesús nos ofrece a todos: «Si w amáis, obedeceréis mis mandamientos... y viviremos a él». Tras su partida, no permitirá que les falte a los suyos la enseñanza de vida eterna (6,68), puesto que el Espíritu Santo vendrá en su nombre a completar su revelación, haciéndosela comprender profundamente; haciendo que la recuerden, o sea, iluminando de mane ra constante el camino cotidiano, oscuro a menudo, con rayos de eternidad (w. 25-27).
MEDITATIO Como sedientos, acerquémonos a la fuente del agua viva. Reconociendo nuestras fatigas interiores, pidamos al Señor que encienda un fuego nuevo en nuestro corazón, cerrado a la alegría por motivos efímeros, por taños entusiasmos. Él está dispuesto a verter en nosotros el agua que apaga la sed profunda, que lava una vida ofuscada por los errores y los pecados. Quiere dárnosla llama que ilumina, calienta y purifica al hombre. Si amamos, si queremos aprender a amar únicamente en la escuela de Cristo, guardando sus palabras, se nos dará una nueva condición de existencia: el Espíritu de Dios vivirá en nosotros como en Jesús, haciéndonos en él hijos de Dios, liberados de la esclavitud del peca do y, por tanto, libres de elegir el seguimiento de Cristo como camino de vida. Como maestro interior, enseña al corazón la oración filial, el abandono-confiado del niño que se sabe amado y llevado por su padre. Como artista divino, transfigura el rostro interior de cada uno como imagen ine
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petible del Hijo unigénito. Como testigo veraz, nos hará comprender y recordar los secretos del Reino de los Cielos. Sí, nuestra vida puede ser transformada por este viento que se abate impetuoso, por este fuego celeste que baja y planta su tienda en el corazón; pero, entonces, será vida entregada, perdida por nosotros y reencontrada en Dios y en los hermanos, porque es hacia él hacia quien nos impulsa el Espíritu de manera inexorable. «Envía, Señor, tu Espíritu, y renovarás la faz de la tierra, invocamos en la liturgia. Envíalo, y renovarás también nuestro rostro, haciéndolo radiante con tu luz.»
ORATIO Espíritu Santo, esplendor de belleza, luz que brota del seno de la Luz, ¡ven! Espíritu Santo, candor de inocencia, infancia divina que renuevas el mundo, ¡ven! Espíritu Santo, fuerza creadora del infinito amor, dulce huésped de las almas, ¡ven! Espíritu Santo, artífice de paz, vínculo que une y nunca divide, ¡ven! Espíritu Santo, divino consolador, bálsamo que sana toda herida, ¡ven! Espíritu Santo, crisma celestial, tu que divinizas a la criatura humana, ¡ven! Espíritu Santo, divino Orante, tú que gritas siempre desde el corazón de los hijos «¡Padre!», ¡ven! Espíritu Santo, canto de alegría en el corazón de la Iglesia, Esposa siempre rejuvenecida por la gracia, ¡ven!
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CONTEMPLATIO El Espíritu Santo, aun siendo uno solo, único e indivisible en el aspecto, confiere, pese a todo, a cada uno la gracia según su voluntad (cf. 1 Cor 12,11). Como un leño seco del que salen brotes si está en agua, así sucede en el alma pecadora, que se vuelve digna del Espíritu Santo por medio de la penitencia y produce racimos de justicia. Aun siendo uno solo, a la señal de Dios y en el nombre de Cristo, el Espíritu Santo suscita las distintas virtudes. De unos se sirve para comunicar la sabiduría; ilumina la mente de otros con la profecía; a otros les confiere el poder de expulsar demonios, y a otros el poder de interpretar las Escrituras. A unos les corrobora la templanza (o la castidad), a otros les enseña cuanto conviene a la caridad (o bien a la limosna); a un tercero, el ayuno y los ejercicios de la vida ascética; a u n cuarto, por último, le enseña a prepararse para el martirio. Aunque diferente en los otros, el Espíritu es siempre idéntico a sí mismo... Llega con visceras de tutor fraterno: viene a salvar, a enseñar, a amonestar, a corroborar, a consolar, a iluminar la mente; primero en quienes lo acogen, después, y por obra de éstos, en los otros. Y del mismo modo que quienes, sumergidos antes en las tinieblas, han visto de improviso el sol que ilumina el ojo de su cuerpo, pueden ver lo que antes no veían, así quien ha sido hecho digno de recibir el Espíritu Santo queda iluminado en el alma y ve en el orden sobrenatural todo lo que antes no conseguía ver (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 16,1-24, passim).
ACTIO Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos» (de la secuencia de la liturgia del día).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
índice
Jesús nos envía al Espíritu para que pueda llevarnos a conocer del todo la verdad sobre la vida divina. La verdad no es una idea, un concepto o una doctrina, sino una relación. Ser guiados hacia la verdad significa ser insertados en la misma relación que tiene Jesús con el Padre; significa llegar a ser partneren un noviazgo divino. Esa es la razón por la que Pentecostés es el complemento de la misión de Jesús. Con Pentecostés, el ministerio de Jesús se hace visible en plenitud. Cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y habita en ellos, su vida queda «cristificada», esto es, transformada en una vida marcada por el mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. La vida espiritual, en efecto, es una vida en la que somos elevados a ser partícipes de la vida divina. Ser elevados a la participación de la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no significa, sin embargo, ser echados fuera del mundo. Al contrario, los que entran a formar parte de la vida espiritual son precisamente los que son enviados al mundo para continuar y llevar a término la obra iniciada por Jesús. La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos inserta de manera más profunda en su realidad. Jesús dice a su Padre: «Yo los he enviado al mundo, como tú me enviaste a mí» (Jn 17,18). Con ello nos aclara ue, precisamente porque sus discípulos no pertenecen ya al muno, pueden vivir en el mundo como lo ha hecho él (cf. Jn 17,15s). La vida en el Espíritu de Jesús es, pues, una vida en la cual la venida de Jesús al mundo -es decir, su encarnación, muerte y resurrección- es compartida externamente por los que han entrado en la misma relación de obediencia al Padre que marcó la vida personal de Jesús. Si nos hemos convertido en hijos e hijas como Jesús era Hijo, nuestra vida se convierte en la prosecución de la misión de Jesús (H. J. M. Nouwen, Invito alia vita spirituale, Brescia 2000 2 , pp. 42-44, passim [trad. esp.: Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular, PPC, Madrid 2000]).
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La liturgia de la Palabra en el Tiempo de pascua (GlANFRANCO VENTURl)
1. El misterio de la pascua en el corazón del hombre de hoy 2. El misterio de la pascua, proclamado en la liturgia El Leccionario dominical y festivo El Leccionario ferial 3. El misterio de la pascua, celebrado en la liturgia 4. El misterio de la pascua, vivido en la vida diaria
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TIEMPO PASCUAL Octava de Pascua Domingo de pascua Lunes Martes Miércoles
15 25 32 39
474
Jueves Viernes Sábado Segunda semana de pascua Segundo domingo de pascua Ciclo A Ciclo B Ciclo C Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
índice
46 53 60 66 66 76 83 90 96 102 108 114 121
índice
Viernes Sábado
475
244 250
Quinta semana de pascua Quinto domingo de pascua Ciclo A Ciclo B Ciclo C Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
257 257 266 274 282 289 295 300 307 314
320 320 328 337 346 352 359 366 373 380 387 387 396 403 410 417 424 431
Tercera semana de pascua Tercer domingo de pascua Ciclo A Ciclo B Ciclo C Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
127 127 136 144 154 160 167 173 180 187
Sexta semana de pascua Sexto domingo de pascua Ciclo A Ciclo B Ciclo C Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado
Cuarta semana de pascua Cuarto domingo de pascua Ciclo A Ciclo B Ciclo C Lunes Martes Miércoles Jueves
194 194 203 211 219 225 231 237
Séptima semana de pascua Ascensión del Señor Ciclo A Ciclo B Ciclo C Lunes Martes Miércoles Jueves
476
Viernes Sábado Solemnidad de Pentecostés Ciclo A Ciclo B Ciclo C
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438 445 451 451 459 466