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LA VIA DEL SILENCIO
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INDICE
I
Ruido y silencio
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II
La realización del silencio interior
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III
Dejad vuestras preocupaciones en el umbral de la puerta
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IV
Un ejercicio: Comer en silencio
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V
El silencio, una reserva de energías
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VI
Los habitantes del silencio
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VII
La armonía, condición básica para el silencio interno
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VIII
El silencio, condición básica para el pensamiento
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IX
Búsqueda del silencio, búsqueda del centro
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X
El verbo y la palabra
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XI
La palabra de un Maestro
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XII
La voz del silencio, voz de Dios
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XIII
Las revelaciones del cielo estrellado
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XIV La cámara del silencio
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I
RUIDO Y SILENCIO Vais a visitar a una familia, y desde que entráis en la casa os sentís acosados por el alboroto: los perros ladran, los niños se pelean y lloran, la radio o la televisión suenan a todo volumen, los padres gritan, las puertas golpean... Viviendo constantemente en medio de todo este ruido, ¿cómo queréis que la gente no esté enferma del sistema nervioso? En las carreteras, en las ciudades, en las fábricas y lugares donde hay actividades no hay más que ruido. También en la naturaleza es cada vez más difícil encontrar el .silencio, ¡incluso el cielo se ha vuelto ahora ruidoso! Uno se pregunta a dónde hay que ir para encontrar por fin el silencio...
Dejar de hacer ruido, no es la principal preocupación de los humanos: habitualmente, hablan alto, gritan, empujan los objetos... Ni siquiera se les ocurre que este comportamiento puede ser perjudicial para ellos mismos, o para los demás. Los humanos se manifiestan tal como son, se sienten muy bien actuando así, y su entorno no tiene más remedio que soportarlos. Pues bien, he ahí una forma de egoísmo muy perjudicial para la evolución. ¡Así pues, cuidado! Hay que esforzarse en no molestar a los demás con nuestro ruido; de esta forma nos volvemos conscientes y desarrollamos en nosotros numerosas cualidades: la delicadeza, la sensibilidad, la bondad, la generosidad, la armonía... ¡y nosotros seremos los primeros beneficiados! Es preciso darse cuenta de la importancia de la conexión que existe entre una actitud y todo el resto de la existencia.
Yo, necesito del silencio. Sólo en el silencio me sereno y encuentro las condiciones adecuadas para mis actividades. El ruido es para mí algo insoportable, huyo de él. Cuando siento ruido, sólo deseo dejarlo todo y marcharme lo más lejos posible. El silencio no pertenece sólo a los conventos, pertenece a la naturaleza, a los sabios, a los Iniciados y a todas las personas sensatas.
Cuanto más evolucionada está una persona, más necesita del silencio. Ser ruidoso no es pues una buena señal. ¡Cuánta gente hace ruido para hacerse notar!
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Hablan fuerte, ríen, entran sin ningún cuidado en una sala cuando ya todo el mundo está sentado, dan portazos, arrastran o agitan objetos con el único fin de atraer la atención.
Yo observo a las personas, y su comportamiento me revela inmediatamente su educación, su carácter, su temperamento, su grado de evolución. Todo se evidencia por la forma en que se presentan y hablan. Algunos hablan para protegerse, para ocultar algo, como si temieran que el silencio pudiera revelar lo que ellos tratan precisamente de esconder. Apenas acabáis de conocerles, y ya empiezan a contaros toda clase de historias para dar una determinada impresión sobre ellos mismos, o sobre las otras personas o circunstancias que les rodean. Diréis: “Pero la gente habla precisamente para darse a conocer”. De acuerdo, pero para conocerse, el silencio es a veces más elocuente que la palabra. Sí, se conoce mejor a otra persona conviviendo con ella en silencio durante algunos minutos, que entablando una larga e inútil conversación.
Ciertamente, el ruido es la expresión de la vida, pero no precisamente de sus niveles superiores; revela más bien una imperfección en la construcción o en el funcionamiento de los seres y de los objetos. Cuando una máquina o un aparato empieza a fallar, éste hace toda clase de ruidos; y si cada vez abundan más fabricantes que se preocupan por conseguir aparatos silenciosos, es porque son conscientes de que con ello pueden aportar una verdadera mejora: el silencio es siempre un síntoma de perfeccionamiento.
El dolor, por si mismo, es un ruido que nos previene de algo que está deteriorándose en nuestros órganos. En un cuerpo sano, los órganos son silenciosos. Se expresan porque están vivos, pero lo hacen sin ruido. El silencio es la señal de que todo funciona correctamente en el organismo. Tan pronto como algo empieza a chirriar un poco, ¡cuidado! anuncia una enfermedad.
El silencio es el lenguaje de la perfección, mientras que el ruido es la expresión de un defecto, de una anomalía, o de una vida que está aún desordenada, anárquica, y que necesita ser dominada, elaborada.
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Cuando más adulto es el hombre, más comprende que el ruido es un inconveniente para sus labores, y que, por el contrario, el silencio es un factor de inspiración, y lo busca para dar a su corazón, a su alma y a su espíritu la posibilidad de manifestarse a través de la meditación, de la oración y de la creación filosófica o artística. Pero hay mucha gente que no soporta el silencio y que se siente a disgusto con él: son como los niños que sólo se sienten bien en medio de la animación y del ruido; lo que prueba que aún deben laborar mucho para conseguir una verdadera vida interior.
El silencio físico les obliga a tomar conciencia de sus disonancias y de sus desordenes interiores; y por eso les da tanto miedo: este grado de silencio, puede incluso volverles locos. Al no disponer de nada externo que les distraiga y atonte, ya no pueden escapar a sus demonios interiores.
El silencio es la expresión de la paz, de la armonía y de la perfección. Quien empieza a amar el silencio, quién comprende que el silencio les aporta las mejores condiciones para la actividad psíquica y espiritual, llega, poco a poco, a realizarlo en todo cuanto hace: cuando mueve objetos, cuando habla, cuando anda, cuando labora; en lugar de trastornarlo todo, se vuelve mas atento, más delicado, más flexible, y todo lo que hace queda impregnado de algo que parece proceder de otro mundo, un mundo que es poesía, música, danza e inspiración. Entonces, aprended a amar y a realizar el silencio; de lo contrario, aunque estéis aquí con vuestro cuerpo físico, vuestra alma y vuestro espíritu estarán siempre en otra parte.
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II
LA REALIZACIÓN DEL SILENCIO INTERIOR En el plano físico, es fácil conseguir el silencio, hasta con cerrar la puerta, las ventanas, o bien con taparse los oídos. Pero aquí no estamos hablando del silencio exterior.
Desgraciadamente, cuando se intenta explicar a los humanos que conseguir el silencio interior redundaría en su beneficio, y que incluso se les da los métodos para lograrlo, no escuchan, no quieren comprender, y ese ruido que albergan en ellos, se refleja en toda su conducta que es desordenada, cacofónica.
Cada día debéis intentar esforzaros en evitar el ruido que se prepara en vuestro interior: discusiones, desórdenes, peleas provocadas por los pensamientos, los deseos y los sentimientos mal dominados.
Cerráis los ojos, y todos vuestros problemas, preocupaciones y estados de ánimo, afloran a la superficie. En este, digamos, “silencio”, continuáis peleándoos con vuestra esposa, zurrando a vuestros hijos, ajustando cuentas con vuestro vecino que os ha ofendido, y exigiendo aumento de sueldo a vuestro jefe... ¡y a pesar de todo, llamáis a esto silencio! Pues no, esto no es silencio; es un estruendo!
Cuántos se equivocan al pensar que el silencio es necesariamente el desierto, el vacío, la ausencia de toda actividad, de toda creación, en una palabra: la nada. En realidad, hay silencios diversos, y por regla general, podemos decir que existen dos clases de silencio: el de la muerte, y el de la vida superior. Es precisamente este último silencio al que nos estamos refiriendo el que debemos comprender. Este silencio no es una inercia, sino una labor, una actividad intensa que se realiza en el seno de una armonía profunda. No es tampoco un vacío, una ausencia, sino una plenitud comparable a la que experimentan los seres unidos por un gran amor, y que viven algo tan intenso que no pueden expresar, ni con gestos ni
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con palabras.
En el hombre, el silencio es el resultado de la armonía en los tres planos: físico, astral y mental. Por lo tanto, para introducir el silencio en vosotros, debéis intentar crear la armonía en el cuerpo físico, en los sentimientos y en los pensamientos.
Ciertas actividades y ejercicios pueden ayudaros; cada uno de estos ejercicios tiene su propia naturaleza, su color particular, y el canto, por ejemplo, es uno de ellos. Cantar corno lo hacemos antes y después de nuestras reuniones, o antes y después de comer, produce un estado de armonía, de poesía y de inspiración, que si le añadimos nuestro pensamiento y nuestra conciencia, suaviza las tensiones interiores. Debéis comprender que no sólo cantamos por el placer de cantar: porque al hacerlo nos sentimos felices. No, cantamos porque el canto crea en nosotros un estado de vibraciones intensas favorables a la labor espiritual.
Escuchar música puede también acercarnos al silencio. Por esta razón, desde hace muchos años, he adquirido la costumbre durante nuestras reuniones, de haceros escuchar “misas”, “réquiems”, oratorios, pues esta música es la expresión, el reflejo de mundos situados más allá de las pasiones humanas, y nos proyecta con su poder, al menos durante algunos momentos, a este mundo superior.
Es inútil aspirar a grandes realizaciones espirituales mientras no consigáis interrumpir el curso ruidoso y desordenado de vuestros pensamientos y sentimientos, puesto que son ellos los que impiden que se establezca en vosotros el verdadero silencio, el que repara, calma, armoniza, renueva... Cuando llegáis a conseguir este silencio, comunicáis imperceptiblemente a todo aquello que hacéis, un ritmo peculiar, una gracia.
Otro de los métodos para restablecer el silencio en uno mismo, es el ayuno. Por ello, todas las religiones han preconizado el ayuno, y según los casos, también han fijado los periodos de duración y las modalidades del mismo. Ayunar implica paralizar el funcionamiento de ciertos mecanismos. Y esta paralización produce un gran apaciguamiento en todas las células. Pero antes de que esta paz se instale,
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debe hacerse toda una limpieza, y esta limpieza suele ir acompañada de mucho ruido pues la circulación se acelera, la sangre late en las sienes, se oyen zumbidos en los oídos, se siente vértigo y dolores en diferentes partes del cuerpo. “Todos estos síntomas, provienen de las fieras de nuestro parque zoológico interior, que rugen por la falta de comida. Pero pronto las fieras se calman, y un gran silencio, una gran paz comienza a instalarse en nosotros.
El ayuno, claro está, es una disciplina que debe
ser practicada
razonablemente y con prudencia para no crear perturbaciones de otra índole en el organismo físico e incluso psíquico. Por el contrario, cantar o escuchar música, es algo que podéis hacer todos los días sin ningún peligro.
Dedicad unos minutos, varias veces al día, a introducir el silencio en vosotros. Cerrad los ojos, esforzaros en liberar vuestros pensamientos de las preocupaciones cotidianas y dirigidlos hacia las cumbres, hacia las fuentes de la vida que nutren todo el universo. Cuando sintáis que habéis detenido la multitud de pensamientos y de imágenes que os invaden, pronunciad interiormente la palabra “gracias”. Ved qué palabra tan sencilla, pero que libera todas las tensiones; porque al agradecer, os conciliáis con el Cielo, salís del estrecho círculo de vuestro yo para entrar en la paz de la conciencia cósmica... Permaneced el máximo tiempo posible en este estado de silencio, y cuando volváis en sí, sentiréis que nuevos y preciosos elementos se han introducido en vosotros: la serenidad, la lucidez, la fuerza.
Así pues, varias veces al día, habituaros a restablecer el silencio en vosotros. Incluso si sólo podéis dedicar uno o dos minutos, hacedlo. Evidentemente, lo importante es conservar este silencio después de haberlo conseguido. De otro modo, ¿de qué sirve tanto esfuerzo si luego dejáis escapar los beneficios? Una vez hayáis logrado introducir el silencio en vosotros por medio de la oración, de la meditación, debéis manteneros vigilantes para no dejarlo escapar. La paz y la armonía que experimentáis durante las meditaciones, deben permanecer durante todo el día, e impregnar todos vuestros actos.
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Ya es hora de dejar de actuar como los niños, que obligados a estar quietos durante algunos minutos, sólo esperan el momento de poder gritar y gesticular de nuevo. Preservar el silencio.
No basta sólo con comprender. Hay que aplicar. Para muchas personas hay un abismo entre la comprensión y la aplicación. Comprenden, comprenden, pero cuando se trata de realizar, no pueden. Ahora bien, en la Ciencia Iniciática, la comprensión no está separada de la realización. Si no llegáis a realizar lo que creéis haber comprendido, es que no lo habéis comprendido realmente. Si hubierais comprendido, lo realizaríais. Sí, para los Iniciados, saber es poder. Si no podéis, es que no sabéis: a vuestro conocimiento le faltan aún ciertos elementos para llegar a su realización.
La realización del silencio interno, es un índice de evolución de los seres. Sólo aquel que, gracias a los conocimientos de las verdades Iniciáticas, ha sabido poner orden en sí mismo, realiza el verdadero silencio. Y no solamente este silencio le abre las puertas de la iluminación, sino que es, él mismo, una Fuente de bendiciones para toda la humanidad.
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III
DEJAD VUESTRAS PREOCUPACIONES EN EL UMBRAL DE LA PUERTA Los musulmanes, antes de entrar en una mequita, se descalzan y dejan los zapatos en la puerta. Pues bien, esto es lo que debéis hacer con vuestras preocupaciones,
a
fin
de
poder
entrar
en
el
silencio:
dejarlas
fuera
momentáneamente. Luego las recogeréis al salir, si creéis que debéis hacerlo, ¿por qué no? Hay personas que dan la impresión de no poder vivir sin inquietud: si no se atormentan, si no sufren, la existencia para ellas les resulta insoportable... Que no se preocupen porque los problemas y las penas nunca les faltarán. Pero de vez en cuando, ¡Dios mío, bien podrían olvidarlas!
Los humanos están tan acostumbrados a atormentarse, que cuando se les brinda la posibilidad de poder vivir durante algunos días en la paz, lo encuentran anormal. Para ellos, la vida debe estar hecha de preocupaciones, contrariedades y malentendidos. He ahí la prueba: frente a los conflictos y las tragedias, todos dicen: “¡Que le vamos a hacer, es la vida!” Pues bien, precisamente esto no es la vida, tan sólo es un grado inferior de la vida. No es la verdadera vida. La auténtica vida, la desconocemos. No la conocemos porque aún no hemos comprendido que hay una labor que debemos realizar para saborear su belleza, su pureza y su luz.
Es útil retirarse de vez en cuando durante unos días, con el fin de evadirse de las preocupaciones, de las contrariedades. Diréis: “Pero si buscamos la forma de evadir los problemas, no los resolveremos jamás!” ¡Ah! Ahí es precisamente donde os equivocáis. Permaneciendo obsesionados con vuestros problemas, no los resolveréis; al contrario, lo más probable es que los mantengáis. Y si no llegáis a resolverlos, es porque en lugar de olvidarlos de vez en cuando, los encontráis tan maravillosos, que os pasáis todo el día “acariciándolos, mimándolos y besándolos”, de esta forma crecen, se alimentan de vuestra substancia, al tiempo que vosotros os debilitáis.
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Cuando uno se atormenta, se intoxica, la sangre se llena de impurezas, y para que el organismo pueda eliminarlas, hay que dar un poco de respiro a las células; si son constantemente acosadas, no tienen tiempo de librarse de los venenos. Pues siendo así, ¿cuando os decidiréis a desembarazaros, por un momento, de vuestros problemas para dar a los obreros del Cielo, a los amigos que están allí, la posibilidad de recomponer, reajustar y equilibrar las cosas?
Desde ahora, tratad de aprovechar los momentos de silencio como una ocasión para dejar tranquilos a vuestros sentimientos y pensamientos. Es evidente que siempre hay en nosotros obreros que hacen su labor de organización, de armonización, pero si no conseguimos calmarnos, apaciguarnos, si no logramos entrar en el silencio, los perturbamos. El silencio debe ser, ante todo, un reposo, un respiro; es decir, la supresión de todas las malas condiciones que se oponen a la labor que realizan los obreros celestiales en nosotros.
Dejad pues vuestros problemas a un lado, en cualquier rincón, olvidadlos y, poco después, gracias a vuestra labor interior, recibiréis una luz que os permitirá encontrar la solución. Se dice a menudo, que la noche es buena consejera Y así es, porque durante el sueño nos olvidamos de todo, y se hace una labor en el subconsciente que permite ver más claro y encontrar soluciones. Entonces ¿acaso no podéis hacer lo mismo, conscientemente, por lo menos durante una hora? Sí, al menos durante una hora, dejad vuestras preocupaciones en la puerta como si fueran vuestros zapatos, y entrad en vuestro santuario interior.
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IV
UN EJERCICIO: COMER EN SILENCIO La gente se lamenta del ritmo de vida tan acelerado que lleva, de la polución del aire, de los alimentos contaminados por los productos tóxicos, ¡y ciertamente tienen motivos para lamentarse!
Muchas de las anomalías que padecemos, provienen de la forma en que nos alimentamos, y de las condiciones en las que comemos. ¡Cuántas veces os lo he dicho! Lo importante no es lo que coméis, sino el estado de ánimo en que lo hacéis, es este estado de ánimo una forma de considerarlo alimento.
¿Qué es comer? Es introducir en nuestro organismo los materiales que formarán parte de la construcción de nuestro cuerpo físico, pero también de nuestros cuerpos más sutiles. Es pues particularmente importante cumplir este acto que repetimos varias veces al día, en un estado de paz y de armonía. Este estado se prepara a través del silencio y la meditación.
Probablemente, en ningún lugar del mundo se ve a la gente permaneciendo, antes de comer, largo tiempo en silencio. La mayoría de las personas, ni siquiera rezan una oración; se precipitan rápidamente sobre los alimentos y los engullen mientras hablan, discuten o juegan con los cubiertos, y es por ello que no obtienen grandes beneficios. Sólo absorben los elementos más groseros de la comida; todos los elementos sutiles, etéricos, les son extraños, desconocidos.
Lo esencial para una buena nutrición, es comer en la armonía. Gracias a los cantos nos tranquilizamos, nos armonizamos. A veces, incluso comiendo en silencio, interiormente estamos siempre perturbados.
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Hay que permanecer en silencio durante todas las comidas: no sólo debéis tener cuidado de no hablar, sino también de hacer el menor ruido con los cubiertos. Sí, esto es importante. Haciendo ruido molestáis a los demás. Incluso si ellos no son conscientes y no se quejan.
No hacer ruido supone, ante todo, estar atento a los objetos situados frente a nosotros, a la forma en que han sido colocados, y a la distancia que media entre ellos. Y después, ser capaces de controlar nuestros gestos para no golpear esos objetos al desplazarlos, ni hacerlos caer con nuestra torpeza.
Sí, estos detalles aparentes son importantes, y si los tomáis en serio, llegará el día en que realizaréis estos gestos con tal libertad que todo vuestro cuerpo parecerá estar danzando. Efectivamente, existen seres así: no realizan gestos estudiados, no adoptan ninguna “pose”, y sin embargo cuando caminan, cuando cogen objetos, se diría que danzan.
Si la gente fuese un poco más consciente, más dueña de sí misma, y estuviese más atenta, habrían menos accidentes laborales, y especialmente, en las carreteras. Consideremos solamente los accidentes de coche que cada año ocasionan millares de muertos y de heridos. Si se producen, es porque las personas no están lo suficientemente habituadas en su vida cotidiana a mostrarse reflexivas, prudentes, atentas a los objetos y a las criaturas que están a su alrededor. Se muestran negligentes. Llueve, hay niebla, pero les da igual, continúan conduciendo a la misma velocidad. Hay otros coches circulando, no importa, actúan como si estuvieran solos. En la carretera hay árboles, zanjas, muros, pero ni piensan en ello, porque no han aprendido a tener en cuenta lo que tienen delante de ellos, a su alrededor, en qué lugar, y a qué distancia... Pues bien, las comidas son precisamente une ocasión para aprender. Todos los días, varias veces, tenéis esta oportunidad. Si os ejercitáis moviendo los objetos hábilmente, sin hacer ruido, adquirís esa atención y ese dominio tan indispensable en la vida, tanto para vosotros como para cuantos os rodean.
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El dominio que así adquirís, no sólo os sirve para controlar vuestros gestos, sino que os ayuda también a controlar vuestras palabras, vuestras reacciones ante todo lo que os rodea, logrando una mayor lucidez y psicología.
El día
que consigáis dominar vuestros gestos, seréis un auténtico Mago
Blanco. La verdadera magia no consiste en actuar sobre los demás, sino sobre uno mismo, y se basa en los gestos más insignificantes de la vida cotidiana.
Si lográis controlar cada vez más vuestros gestos, vuestros sentimientos y vuestros pensamientos, llegaréis a cambiar vuestro destino, ya que éste depende precisamente del control que somos capaces de ejercer sobre todo lo que hacemos. Precisamente, ¿qué es un Maestro? Es un ser que ha obtenido un perfecto control de sí mismo en los diferentes planos: físico, astral y mental. Por esta razón, las fuerzas de la naturaleza le obedecen, así como los espíritus, los animales, las plantas y las piedras. Este es el verdadero dominio, la verdadera realeza.
Pero volvamos al tema de la nutrición. Una vez adquirido el hábito de comer en silencio, notaréis poco después, grandes cambios. Tras las comidas, os sentiréis llenos de energía, sencillamente porque habréis asumido el control de vuestros gestos, y permanecido callados. Y vuestro pensamiento también será mucho más libre, porque dosificando vuestro deseo de hablar, lo reforzaréis.
El silencio es un condicionante que prepara el terreno para una tarea, pero no es la tarea en sí misma. La verdadera tarea es la concentración libre sobre la bondad infinita de Dios quien nos ha dado tantos beneficios a través de los alimentos. Coméis en silencio para complacerme, porque yo os lo he pedido.
La comida contiene fuerzas y materiales que no provienen únicamente de la tierra, sino del universo entero. Los alimentos, las legumbres, las frutas, son energías que se materializan exactamente como el espíritu del niño se materializa en el seno de su madre. Un ser humano es ante todo un espíritu, pero para estar presente y actuar aquí en la tierra, debe encarnarse. Nada puede hacer en el plano material si no posee un cuerpo físico. Lo mismo sucede con los animales y también con las plantas: todos son entidades. Aunque no están tan evolucionadas como el
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espíritu del hombre, las plantas son entidades que también han venido a encarnarse. Y cuando comemos, nos nutrimos con el cuerpo de estas entidades que está impregnado de sus cualidades. Ved pues, que la alimentación tiene mucha más importancia de la que os imagináis. Invierno, no vemos nada, la tierra está desnuda; ¿Dónde estaban en invierno los elementos que permiten de repente hacer visibles y palpables los frutos?...Llegan a nosotros llenos de vida cósmica y es importante para nosotros que los recibamos con conciencia física y psíquica. El que come encolerizado, maldiciendo a los demás, pensando mal de ellos, no sabe que está impregnando los alimentos de partículas envenenadas y que, al comerlas, él mismo se envenena. Y callarse, tampoco es suficiente: si al comer mantenemos activos los pensamientos y sentimientos hostiles y malévolos respecto a nuestro prójimo, el resultado será también totalmente negativo.
Liberar vuestro pensamiento de cualquier otro tema.
Debéis estar
suficientemente libres para prestar toda vuestra atención sobre la comida, enviándole vuestro amor. Será entonces cuando se producirá la separación entre la materia y la energía: la materia se disgregará mientras que la energía penetrará en vosotros y podréis disponer de ella.
Comer es aprender a desintegrar la materia y a repartir la energía así extraída entre todos los órganos del cuerpo: pulmones, cerebro, corazón... Masticar lenta y detenidamente los alimentos, representa una primera etapa de esta desintegración. La segunda etapa, es la tarea del pensamiento la cual, consigue introducirse hasta el corazón de la materia, liberando así las energías más sutiles, con la finalidad de que ellas sostengan el cultivo del alma y del espíritu. La pureza, la bondad, la sabiduría y todas las demás virtudes, están en el silencio y es allí donde se captan las energías psíquicas.
Pero es preciso reconocer la existencia de estos químicos y mostrar una actitud de respeto hacia ellos, ya que estos son quienes poseen los secretos de las energías vitales, y saben repartirlas entre los diferentes centros asegurando de este modo su abastecimiento y su funcionamiento; correctamente alimentado, todo funciona perfectamente.
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Para recibir del alimento las energías más sutiles que no pueden ser extraídas por el aparato digestivo, es preciso aprender a comer en silencio, pero sobre todo a comer con amor. El amor os permitirá extraer de los alimentos una energía que se remontará muy alto en vosotros: y será entonces cuando podréis utilizarla para vuestro cultivo espiritual con el fin de que las fuerzas psíquicas puedan actuar sobre los alimentos y transformarlos en pureza, en luz, en sabiduría.
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V
EL SILENCIO, UNA RESERVA DE ENERGÍAS Hoy en día, todo el mundo se siente obligado a correr, a moverse, porque es necesario producir, vender, comprar cada vez más... ¡Parece ser que así lo exige la economía! Así pues, en interés de la economía, se considera normal agotar a los humanos; y de esta forma la economía florecerá, será magnífica, mientras que los humanos, extenuados, abrumados, andarán por los suelos. En efecto, el sistema nervioso del ser humano se debilita, y no solamente el sistema nervioso sino que también sufren el corazón, el estómago, los pulmones, pues toda esa actividad, toda esa producción, ese consumo acelerado generan una polución que envenena la atmósfera, los mares, los bosques, el agua, la tierra, los alimentos, etc. Pues bien, yo afirmo que eso no es inteligente ni razonable. Una, digamos, “economía” que deteriora, que destruye, que ensucia, que derrocha... ¿es acaso la verdadera economía? Por ello, hay que encontrar el modo de restablecer el equilibrio, de recargar a los humanos de energía pura.
Lo primero que hay que hacer para recargarse, es aprender a detenerse. Sí, de vez en cuando, a lo largo del día, haced una pausa, dejad de correr, de moveros, de hablar. La inmovilidad, el silencio, sirven para recargar los depósitos. Así pues, en la primera ocasión que tengáis, deteneos, cerrad los ojos, uníos a la Fuente de la energía y de la luz: algunos instantes después, os sentiréis recargados y podréis reemprender tareas importantes, sin agotar vuestras reservas.
Para meditar en el silencio, realizamos ese mismo ejercicio: captar y acumular energías espirituales que nos reforzarán y que podremos utilizar para nuestras tareas. Pero para que el ejercicio aporte verdaderos frutos, debéis permanecer completamente inmóviles, sin que se oiga el más mínimo roce o crujido; primeramente porque conviene que el silencio no sea perturbado por ningún ruido, por imperceptible que éste sea, y en segundo lugar, porque si no sabemos estar absolutamente inmóviles, perdemos energías.
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La tarea del discípulo de una Escuela Iniciática, consiste precisamente en aprender a dominarse para poder entrar en el mundo del silencio y de la armonía, y es entonces cuando os sentiréis magnetizados, llenos de fuerza, dispuestos a emprender la tarea: de pronto, de una sola vez, las reservas se llenarán y las baterías se recargarán.
Vigilad también, de que los esfuerzos que hacéis para realizar el silencio y la inmovilidad no os ocasionen una tensión. Sí, muy a menudo el silencio va acompañado de tensiones, ya que para evitar hacer ruido, nos crispamos. No, hay que relajarse a fin de liberar el pensamiento, y sólo así podrá éste realizar su labor.
Ahora bien, hay que aprender a utilizar esas energías que captamos en el silencio, no sólo para nosotros mismos, sino con el fin de agruparlas para realizar una labor en bien de toda la humanidad: proyectar en el mundo ondas armoniosas, corrientes poderosas que serán captadas por todos cuantos vibren al unísono con este ideal del Reino de Dios sobre la tierra, y su conciencia se despertará un día para esta tarea.
¡Si se pudiera hacerles comprender que acumular conocimiento sin aplicación es inútil! El saber es bueno, pero lo esencial es lo que se puede hacer de bueno con este saber.
Desde el momento en que aprendéis una verdad de la Ciencia Iniciática, debéis preocuparos de llevarla a la práctica a través de vuestra voluntad. Sí, la voluntad es uno de los factores preponderantes de los verdaderos Iniciados. Y es quizá en ello en lo que más difieren de los intelectuales que leen libros y acumulan conocimientos, pero sin utilizarlos... ¡salvo para repetirlos a los demás! Es tiempo ya de que os sirváis de vuestros conocimientos para transformar y mejorar las cosas en vosotros mismos y en el mundo. Por otra parte, sabed que si no os decidís a hacer algo, serán las adversidades de la vida las que os obligarán a hacerlo. Los pensamientos y los sentimientos colectivos forman un “egregor”, es decir, un ser espiritual de gran fuerza. Durante los silencios, gracias a nuestra unión, a nuestro consentimiento, a nuestra voluntad de laborar por el Reino de Dios, también
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nosotros formamos un egregor que se alimenta, se refuerza y actúa para el bien del mundo entero. Así pues, decidíos a laborar durante las meditaciones para emanar y propagar el amor y la luz en el mundo; y así, un día, vuestro nombre se inscribirá en el Libro de la Vida eterna.
Estando con la Fraternidad, meditando, cantando, orando, permaneciendo en silencio, habrán sido los momentos más preciosos de vuestra vida. Ahora no lo veis, no lo sentís, pero un día, cuando veáis las cosas con mayor claridad, comprenderéis la clase de actividad en la que habéis participado. Entonces diréis: “¡Alabado sea Dios! ¡Bendito sea Dios que me ha permitido participar en esta obra grandiosa!” Y cuando se os muestren las consecuencias, los resultados, la belleza de esta actividad, las maravillas que se producen en el mundo entero a causa de ella, quedaréis deslumbrados. Pues esa labor en la que os pido que participéis, ya ha sido iniciada en lo alto por los ángeles, por las divinidades; y por nosotros, sobre la tierra. Sólo queremos abrir una puerta y dar nuestras energías para que esta labor divina pueda descender y realizarse también en el plano físico.
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VI
LOS HABITANTES DEL SILENCIO Necesitamos del silencio, y particularmente del silencio de la naturaleza, porque es en la naturaleza donde están nuestras raíces. Cuando uno se encuentra solo en el bosque, en la montaña, puede ocurrir que se sienta transportado a un pasado lejano, a la época en que los humanos vivían en comunión con las fuerzas y los espíritus de la naturaleza. Si se oye de repente el canto de un pájaro o el ruido de una cascada, se siente que estos sonidos participan del silencio. Pues a veces no somos conscientes del silencio, no nos damos cuenta de que existe. El crujido de una rama, grito de un pájaro o la sensación de silencio. Ni siquiera eI rumor ensordecedor de las olas.
Mucha gente confunde el silencio con la soledad, y es por ello que temen al silencio: tienen miedo de estar solos. En realidad, el silencio es un lugar habitado. Si no queréis ser pobres ni estar solos jamás, buscad el silencio, porque el verdadero silencio está poblado de innumerables seres. El Creador ha puesto habitantes por todas partes: en los bosques, en los lagos, en los océanos, en las montañas, y también sobre la tierra... Incluso el fuego está habitado, y el éter y las estrellas; todo está habitado.
Desgraciadamente, el ruido de la civilización, que poco a poco lo está invadiendo todo, y la existencia cada vez más materialista y mediocre de los humanos, han creado condiciones que impiden la permanencia entre ellos de entidades del mundo invisible, las cuales huyen lejos de los lugares que aquellos ocupan. No es que ellas odien a los humanos, pero, ¿cómo pueden quedarse en lugares en los que éstos no cesan de alborotar y saquear sin respeto, grosera y violentamente?... Estas entidades se retiran cada vez más hacia regiones inaccesibles a los humanos.
En Yosemite, he visto árboles magníficos que tienen cerca de 4,000 años, que estaban deshabitados: los devas se habían ido a causa de los numerosos
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visitantes, del exceso de ruido y agitación; por eso abandonaron esta región tan bella. En casi todos los árboles habita una criatura, pero en este parque, esos árboles gigantescos no tenían vida ni eran expresivos, porque ya no estaban habitados. Como los sabios que se aíslan en los desiertos, en las montañas o en las cuevas, a fin de escapar al ruido y a la agitación de los humanos inconscientes.
En la mayoría de las mitologías, la montaña es presentada como la morada de los dioses. Ello puede ser considerado como un símbolo, pero también es una realidad; las altas cimas de las montañas son como antenas gracias a las cuales la tierra alcanza eI Cielo, razón por la cual son habitadas por entidades muy puras y poderosas. Cuanto más se eleva eI hombre sobre las montañas, más percibe el silencio, y en ese silencio descubre el origen de las cosas, nos unimos a la Causa primera, y nos sumergimos en el océano de la luz divina. Debemos respetar el silencio de la montaña.
Así pues, está claro que si no vais a las montañas con un estado de ánimo conveniente, las criaturas invisibles toman precauciones, se alejan y ya no recibís nada de ellas. Y de esta forma, regresáis a casa tan limitados y pobres como antes; ni siquiera la estancia os resulta beneficiosa para vuestra salud, pues el estado físico depende mucho del estado psíquico.
¿De qué sirve, pues subir a la cima de las montañas, si no es para volver más puros, más fuertes, más nobles y más sanos?... ¿Si no hemos comprendido que la ascensión a las montañas físicas es una imagen de la ascensión a las montañas espirituales? Subir es liberarse, el silencio, la pureza, la luz, la inmensidad, y sentir cómo el orden divino se introduce en nosotros...
Allí donde vayáis, a las montañas, a los bosques, a la orilla de los lagos o de los océanos, si queréis manifestaros como hijos de Dios que aspiran a una vida más sutil, más luminosa, debéis ser conscientes de la presencia de las criaturas etéricas que habitan esos lugares. Acercaos a ellas con respeto y recogimiento, saludadlas y manifestadles vuestra amistad, vuestro amor, y luego pedidles sus bendiciones. Esas criaturas que os ven de lejos, quedarán tan maravilladas de vuestra actitud, que se prepararán para derramar sobre vosotros sus regalos: la paz, la luz, la
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energía pura. Os sentiréis entonces bañados, envueltos por el amor y la admiración de estos seres espirituales, y cuando descendáis a los valles, a las ciudades, llevaréis con vosotros toda esa riqueza, pero también revelaciones, ideas más amplias y vastas.
Sí, no olvidéis jamás que es en el silencio donde preparáis las condiciones favorables para la manifestación de entidades divinas, pues estas entidades tienen necesidad de silencio, esperan siempre esas condiciones que los humanos sólo les proporcionan muy raramente. Así pues, en lo sucesivo, aprended a amar este silencio, pensad en crear por todas partes, a vuestro alrededor, una atmósfera espiritual de silencio y de armonía, a fin de preparar la llegada de seres luminosos y poderosos.
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VII
LA ARMONÍA, CONDICION BÁSICA PARA EL SILENCIO INTERNO No llegaréis a realizar verdaderamente el silencio en vosotros, si no empezáis a laborar con la armonía. Cada día, varias veces al día, deteneros en observar lo que ocurre en vosotros y, cuando advirtáis la mínima confusión, la mínima disonancia, esforzaron en remediarla.
Así pues, observaros; es fácil. Si sentís que empezáis a poneros nerviosos, impacientes, irritables con respecto a los demás, es inútil que busquéis fuera de vosotros las excusas o las explicaciones: habéis permitido que la desarmonía se infiltre en vosotros y, en esas condiciones, nunca gozaréis del verdadero silencio. La armonía es la llave que os abre las puertas de la región del silencio: armonía en el plano físico, armonía en los sentimientos, armonía en los pensamientos. Mientras no os impregnéis de la palabra “armonía”, no debéis esperar nada del Cielo, porque siempre estaréis excluidos de sus bendiciones.
Oyendo hablar a ciertas personas, uno se siente abatido, como si recibiera golpes en el plexo solar, mientras que con otras, por el contrario, nos sentimos expandidos, liberados.
Aquel que labora para crear la armonía, es el primero en beneficiarse de ello, porque crea las condiciones para que pueda realizarse lo mejor. Mientras que la desarmonía, por el contrario, crea las condiciones para que fracasen las mejores cosas.
Sería tan deseable que se educara a los niños en esa idea de la armonía: cómo crearla, pero también cómo preservarla en sí misma, y no sólo para sí, sino también fuera de sí. Imaginaros que salís por la mañana de vuestra casa para ir a laborar y que en el camino os encontráis un centenar de personas que os envían cada una de ellas una mirada llena de amor y de luz..., ¿cómo os sentiríais
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después? Desgraciadamente, la realidad es que nos cruzamos por la calles con gente
que
nos miran
de forma
inexpresiva
y hostil, con
lo
que
nos
desmagnetizamos. Uno se pregunta cómo esta gente se comporta con su familia, y sobre todo, cómo ésta puede soportarles. ¿Por qué somos tan avaros con las sonrisas, las buenas miradas, con todo aquello que puede aportar armonía? ¿Qué perdéis si de vez en cuando dais algo de vosotros mismos? No conocéis vuestras riquezas si no sabéis cómo distribuirlas.
Sí, si no expresamos ni sabiduría, ni amor, ni respeto, alteramos algo en el funcionamiento del cuerpo universal, somos como un tumor en alguna parte de este cuerpo. Y, ¿qué se hace con un tumor? El cirujano lo extirpa. El día en que el hombre dejará de molestar al cuerpo del universo -no sólo su cuerpo físico, sino también su cuerpo etérico y astral- obtendrá la salud, la belleza, la fuerza, la riqueza, la felicidad. San Pablo dijo: “Vivimos y nos movemos en él: en él tenemos nuestra existencia”. Sí, somos como una célula en el cuerpo de la naturaleza que es el cuerpo del Señor. Por eso debemos pensar cada día en armonizarnos con el universo, con los habitantes de las diferentes regiones, aunque no los conozcamos, aunque no sepamos dónde se encuentran.
Armonizarse es abrirse, y esta apertura es la condición indispensable para que las fuerzas luminosas penetren en vosotros. Algunos dirán: Sí, pero, ¿cómo hay que abrirse? Es muy fácil: amando. Cuando se ama, se instala la armonía, y entonces las puertas se abren, las ventanas se abren, y todas las bendiciones celestiales penetran en vosotros. En realidad, existen por lo menos dos métodos para laborar con la armonía. El primero, es el pensamiento: os imagináis que reconciliáis con todos los seres que os rodean. Segundo método, es el amor. El primer método es bueno, pero no es muy rápido ni muy eficaz; necesitan años y años para llegar a pensar que se está de acuerdo con todas las criaturas. Mientras que con el amor, la armonía se consigue inmediatamente. Decís sencillamente: “Os amo”, y ya está, el acuerdo se produce instantáneamente.
Armonizarse es enviar una sonrisa, una mirada amorosa, una señal de amor, proyectiles de amor a todas las criaturas luminosas del espacio, diciéndoles: “A vosotros que pobláis la inmensidad, os amo, os comprendo, estoy en armonía con
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vosotros”.
Sobre la caja de vuestro violín (el cuerpo físico) hay fijadas cuatro cuerdas: el sol, el corazón; el re, el intelecto: el la, el alma; y el mi, el espíritu. Pero, ¿cómo tocaréis si está desafinado?... Si queréis ser un buen violinista capaz de conseguir sonidos melódicos de esas diferentes cuerdas que son el corazón, el intelecto, el alma y el espíritu, pensad cada día en introducir, en absorber y en respirar la armonía en vosotros. Cuando os haya penetrado en todas las regiones de vuestro ser, y afinado como si fueseis un instrumento, entonces será el espíritu divino, él mismo, quien vendrá a tocar en vosotros.
La armonía es el resultado de la unión del intelecto y del corazón, del alma y del espíritu. En el momento en que vuestra alma se fusiona con el Espíritu cósmico, saboreáis el éxtasis. Porque el éxtasis es eso: ese destello que se produce en el momento en que el alma humana se une al Espíritu. Voláis a través del espacio, os fundís con la armonía universal.
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VIII
EL SILENCIO, CONDICIÓN BÁSICA DEL PENSAMIENTO El verdadero poder del hombre, es el del pensamiento. Vosotros sabéis, y todo el mundo lo sabe, que es el pensamiento el que dirige, el que realiza, el que crea. Pero para laborar, el pensamiento tiene necesidad de ciertas condiciones, y una de las condiciones esenciales es el silencio. Esto es algo que aún no ha sido bien comprendido por la mayoría de la gente, porque a eso que generalmente llaman pensamiento, no es en la mayoría de los casos más que una agitación del intelecto.
También es un error creer que el pensamiento se desarrolla en las
discusiones, en los enfrentamientos y en las controversias.
La meditación es un ejercicio tan difícil para la mayoría de los humanos: porque desconocen lo que es realmente el pensamiento y cómo utilizarlo. Se imaginan que van a entrar en el mundo del silencio así como así, sin preparación, con un instrumento ruidoso que en realidad lo que hará será perturbar el silencio. Pues es precisamente esto lo que ocurre, es su pensamiento mal dominado quien perturba el silencio: va de un lado para otro atropellándolo todo a su paso. Cualesquiera que sean los esfuerzos que hagáis por meditar, no lo lograréis hasta que os hayáis esforzado por introducir el silencio en vosotros.
Pensar, supone ante todo ser capaz de liberarse de las preocupaciones cotidianas a fin de concentrarse desinteresadamente sobre un tema de naturaleza filosófica, espiritual. Pensar, debe servimos para progresar en la vía de la comprensión del ser humano, del Universo, de Dios mismo. Y esta comprensión no se adquiere a través de la lectura de libros o de las discusiones. Es en el silencio que el saber inmemorial, oculto en lo más profundo de nosotros mismos, llega poco a poco a la conciencia.
Lo más útil que un instructor puede enseñarnos, son los beneficios del silencio, así como las condiciones que puede damos para nuestra evolución. Así
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pues, hay que acostumbrarse a disfrutar de esas concentraciones, de esas meditaciones, Primero basta con muy poco tiempo, sólo algunos minutos, y luego, paulatinamente, iremos aumentando, prolongando este tiempo... hasta conseguir entrar verdaderamente en las regiones celestiales para realizar una tarea: tocar, remover, desplazar por el universo entero materiales y corrientes. El pensamiento, que nos permite comprender, nos permite también actuar, es algo más que una simple facultad que tiene como meta el conocimiento: es la clave de todo, es la varita mágica, el instrumento todopoderoso.
Así pues, cuando hayáis conseguido librar vuestro pensamiento de todo aquello que es susceptible de obstaculizarlo, y lo tengáis bajo vuestro control, entonces podéis orientarlo en la dirección que deseéis para que haga una tarea: ordenar, armonizar las partículas y las corrientes no sólo en vosotros, sino en el mundo entero. Dais las órdenes, os concentráis sobre una idea o sobre una imagen, la mantenéis y ella será la que laborará y encontrará nuevos materiales y los organizará.
Bienaventurados quienes hayan comprendido cuan necesario es aprender a abandonar las regiones inferiores de los pensamientos y de los sentimientos para acercarse a la fuente divina, porque es allí donde encontrarán los elementos para emprender una verdadera actividad y vivir la verdadera vida.
Aquellos que no trabajen para adquirir cualidades espirituales, se irán al otro mundo con las manos vacías; porque, como sabéis, al dejar la tierra, no nos vamos acompañados de nuestros coches, nuestras fábricas, nuestras ropas, nuestras joyas. Si no hemos hecho nada por adquirir riquezas espirituales, nos iremos completamente desnudos, pobres, miserables, y no serenos recibidos con demasiada consideración allá arriba. Sí, es vuestro fuero interior el que ahora debéis intentar explorar, porque en él encontraréis los elementos más preciosos para vuestro desarrollo y vuestra elevación.
Esta labor sólo podéis hacerla durante la meditación, en el silencio. Cuando consigáis eliminar los pensamientos y los sentimientos inoportunos e introducir en vosotros la calma, la armonía, permaneced quietos e intentad incluso de inmovilizar
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el pensamiento: que nada atraviese vuestra mente, ni un pensamiento, ni una imagen, como si todo se hubiese parado. Sólo vuestra conciencia debe estar ahí, vigilante.
El hombre está habitado por el Espíritu Divino, y si debe ponerse a su servicio, no es para reforzarlo, porque el Espíritu ya es fuerte; ni para instruirlo, porque es omnisciente; ni para purificarlo, porque es una chispa. Únicamente debe ocuparse de abrirle camino, y entonces el Espíritu divino le da su luz, su paz, su amor. He ahí la labor que debéis realizar en el silencio de la meditación.
Aquél que decide consagrarse con todo lo que posee, permite al principio divino la posibilidad de laborar y de manifestarse a través de él. Es por ello que Jesús decía: “Mi Padre labora y yo también laboro con Él”. Jesús podía pronunciar estas palabras porque lo había consagrado todo a su Padre Celestial, le había cedido su lugar a Él, por lo tanto podía asociarse a su labor. Y también decía: “Mi Padre y yo, somos uno”, lo cual significa lo mismo.
De la misma manera que participáis en la vida de vuestra familia, de vuestra ciudad, de vuestro país, y más aún para algunos en particular, debéis aprender a participar en la vida cósmica. Durante las oraciones, las meditaciones, los cantos, sabed que también vosotros podéis participar en la vida cósmica, pero con la condición de ser conscientes de las condiciones que se os dan para hacer una labor través del pensamiento.
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IX
BÚSQUEDA DEL SILENCIO, BÚSQUEDA DEL CENTRO No hacer ruido, no es un fin en sí mismo, sino sólo un paso preliminar, la condición necesaria para alcanzar otro silencio: el silencio interior, es decir, la armonización de las distintas voluntades que se expresan en nuestro interior. Estas voluntades son múltiples: el corazón, el intelecto, los ojos, los oídos, el estómago, el vientre, el sexo, los brazos, las piernas... Todas estas voluntades necesitan alguna cosa y la reclaman, y estas reclamaciones son, a menudo, contradictorias. Para restablecer el orden, es preciso invitar a un poder capaz de armonizarlas, de orientarlas hacia una tarea, es decir, una inteligencia, una cabeza, que gobierne y lo presida todo. Las células de nuestros órganos y las entidades que los habitan sólo obedecen a la cabeza, no reconocen a nadie más; entre ellas se devoran, se destrozan, pero como existe una ley en el universo según la cual el inferior debe obedecer al superior y someterse a él, ante la autoridad de la cabeza se inclinan.
Cada día debemos esforzarnos por reencontrar la cabeza, es decir, esta inteligencia divina momentáneamente prisionera en nuestro interior, y poder así devolverle la libertad. Después de haber realizado este magnífico silencio, nada puede impedirnos reemprender nuestra labor y de poner nuevamente en acción el corazón, el intelecto, las piernas, los brazos, ¡e incluso la lengua! Pero primero la cabeza, a fin de estar bien inspirados en todo cuanto emprendamos: que nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras sensaciones, nuestras emociones, se vean orientadas por una voluntad superior, por el Espíritu.
Así pues, mirando el sol, procurad encontrar en vosotros ese centro: vuestro propio Espíritu, que es todopoderoso, sabio, omnisciente, amor universal, y acercaros cada día más a él.
Ciertamente, a menudo nos vemos obligados a abandonar el centro, para proseguir las actividades de la periferia. Sí, pero si es bueno saber alejarse del
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centro en la medida en que ello es necesario, ello no significa que debamos cortar el vínculo con él. Al contrario. Cuantas más actividades realicéis en el mundo, -es decir, en la periferia- más intensamente debéis fortalecer ese vínculo con el centro, con el Espíritu, porque es de este centro de donde recibís la energía, la luz, la paz que necesitáis para llevar a buen término todas vuestras empresas. Algunos dirán: “¡Pero yo no puedo dejar a mi marido (a mi mujer) para ir a buscar ahora el centro! Estamos juntos, y no vamos a separarnos”. Está bien, seguid juntos, no os separéis jamás. Pero un buen día ya no tendréis nada que ofreceros el uno al otro, porque no habréis hecho nunca nada para renovaros, para enriqueceros: y entonces os separaréis, y ésta ¡será una separación definitiva, sí! ¿Cómo hacer entender a los humanos que el amor verdadero no consiste en permanecer pegados, sin poderse separar ni un segundo? Al contrario, el que quiere conservar su amor sabe que de vez en cuando necesita irse de viaje. Llamad a este viaje: oración, meditación, contemplación, búsqueda del silencio, de la cabeza, del centro, de la Fuente, de Dios... Ese viaje os permitirá traerles regalos a aquellos con los que estáis unidos: marido, mujer, hijos, amigos. Y, ¿cuáles son estos regalos? Una vida más pura, más armoniosa, más poética.
Cerca del sol os vivificáis, puesto que el sol es el fuego de la vida. Cada mañana acercaros al sol diciéndoos que podéis captar una chispa, una llama que esconderéis en vuestro interior y que guardaréis preciosamente como un gran tesoro. Gracias a esta llama, vuestra vida será purificada, sublimada, y aportaréis a dondequiera que vayáis, la pureza y la luz.
Acercándonos al centro, al sol, debemos encender nuestro cirio mediante el pensamiento, y así es como un día el mundo entero se iluminará. Frente al sol, que es tan luminoso, tan brillante, ¿cómo podemos permanecer en la oscuridad?
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X EL VERBO Y LA PALABRA A través de vuestras plegarias, de vuestras meditaciones, cada día añadís un elemento al edificio, un ladrillo cada día, algo de cemento, una tabla , un clavo, ¡es formidable! ¡Qué alegría sentir que se actúa, que se está avanzando! Pues, ¿qué es la palabra comparada con tales silencios?
La palabra es muy limitada, y la mayoría de las palabras del lenguaje han sido concebidas por seres humanos corrientes, para necesidades corrientes. Existen ciertamente algunos términos para expresar realidades filosóficas o místicas, ¡pero hay tan pocos! Entonces, para comunicar las experiencias espirituales, a menudo callamos, nos expresamos sólo con una mirada o con un gesto, pues sentimos que las palabras son impotentes.
El Verbo pertenece al mundo del espíritu, del pensamiento creativo. Aquél que piensa, crea. Cuando pensáis, en cierto modo ya habláis, y esta palabra silenciosa es activa, mágica: es el Verbo. El Verbo es pues una palabra que no ha descendido todavía al plano físico; está ahí, viva y real, pero inaudible; se manifiesta en el mundo invisible a través de colores, formas, sonidos inteligibles para todos, mientras que la palabra, la que se expresa en el plano físico con sonidos propios de una lengua en particular, sólo puede ser comprendida por aquellos que hablan esta misma lengua. ¡He ahí las dificultades!
El lenguaje universal es el del Verbo. Si habláis interiormente con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma, incluso las plantas, los pájaros, los insectos, los planetas, las estrellas, todos os comprenderán, porque el lenguaje del corazón y del alma, es comprendido universalmente en toda la naturaleza.
A menudo la palabra es el origen de todos los malentendidos: no sabemos cómo encontrar las palabras para expresarnos, incluso sucede que ni siquiera conseguimos ver claro lo que hay que decir. La palabra no puede convertirse en algo vivo, poderoso, mientras no se haya dejado impregnar por el Verbo a fin de expresar
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exactamente lo que el alma y el espíritu viven en ese momento.
Cuando un hombre sufre junto a vosotros sin deciros nada, sentís su dolor. Y cuando está lleno de felicidad, también lo sentís. El sufrimiento y la alegría son un lenguaje que captamos sin necesidad de palabras, y ese lenguaje no engaña.
El Verbo es la síntesis de todas las expresiones de la vida interior del hombre, de todas las emanaciones producidas por sus pensamientos, sus sentimientos. Y, en este sentido, puede decirse que el Verbo se opone a menudo a la palabra. Cuántas veces la palabra en lugar de ser el fiel reflejo de la realidad, es utilizada por algunos para despertar en la gente ciertas reacciones o sentimientos que tienen interés en suscitar para conseguir sus fines: confianza para con ellos, desconfianza hacia los demás, etc.
No pretendo subestimar la palabra, más bien al contrario, mi propósito es mostraros en qué condiciones puede llegar a ser eficaz, mágica. Primero, el pensamiento crea las cosas allá arriba; luego, la palabra las concreta según ciertas líneas de fuerza a cuyo alrededor se ordenan las partículas de materia. Por eso, la palabra es necesaria para la realización de vuestros pensamientos y de vuestros deseos en el plano físico. Sí, pero para que esos pensamientos y esos deseos se realicen por medio de la palabra, previamente debéis conocer una ley. Partamos de una imagen: la palabra es, por ejemplo, como el cañón de un fusil, y el pensamiento o el deseo, la pólvora. Si no ponéis la pólvora en el cañón, aunque apuntéis bien y apretéis el gatillo, no sucederá nada. Ahora bien, si el fusil no tiene cañón, no podréis tampoco dirigir la bala. El cañón da la dirección, y la pólvora la potencia. Hay que tener, en primer lugar, pensamientos y sentimientos poderosos, ardientes, y después, mediante la palabra, darles la orientación deseada. La energía psíquica y la palabra son ambas necesarias.
Sí, no hay que subestimar la palabra, pues también ella equilibra la tensión interior, lo que es muy importante. Cuando rezáis en silencio, cuando meditáis, acumuláis energías psíquicas, y conviene dar salida enseguida a esas energías mediante la palabra. Lo contrario podría generar turbaciones: un exceso de fuerzas acumuladas, demasiadas tensiones, pueden amenazar vuestro equilibrio.
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Acostumbraros pues a utilizar la palabra. Cuando sintáis que habéis conseguido entrar en contacto mediante el pensamiento con las más puras energías del mundo invisible, no os detengáis, queda aún una tarea por hacer. Pronunciad en voz alta algunas fórmulas, como: “que así sea en la tierra como en el Cielo”, o bien: “Que el Reino de Dios y su Justicia se realicen en la tierra”. De esta forma, daréis una orientación a esas energías, al tiempo que realizaréis una labor beneficiosa para el mundo entero. El conocimiento de esas leyes, es la base del cultivo espiritual.
Cuando un Iniciado medita en silencio, se recarga, acumula fuerzas, y así cuando toma la palabra, esta palabra es justa, viva. Antes de hablar, hay que unirse al Verbo divino, que es amor y poder. El Verbo es el origen de todo, la fuente de todo, el verdadero poder. Es por ello que la palabra debe siempre subseguir al Verbo. Es preciso que el espíritu esté siempre presente, vigilante: de este modo comprenderéis mejor las cosas y también las expresaréis mejor, sentiréis vivir en vosotros todo aquello que digáis.
XI
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LA PALABRA DE UN MAESTRO EN EL SILENCIO No se puede estar hablando siempre, sin parar, porque ello crearía algunos inconvenientes: resulta cansado para el que habla... ¡y doblemente cansado para quien escucha! El primero acaba agotado, y el segundo saturado. Ni lo uno ni lo otro, son aconsejables. Hablar tiene su utilidad, pero no hablar tiene otra. Cuando alguien os habla, determinadas facultades de vuestro cerebro se ponen en funcionamiento, y cuando se calla, son otras facultades las que entran en juego. Una mujer, por ejemplo, ve a su marido silencioso, pensativo, le mira, e intenta adivinar que es lo que está pasando por su cabeza: a dónde ha ido, qué le ha sucedido... y de este modo, ella se vuelve más sensible, más psicóloga...
El alma del discípulo ve, siente y graba todo cuanto emana del alma y del espíritu de su Maestro. Si el discípulo no sabe enseguida lo que ha captado su alma, es porque se necesita tiempo para que lo transmita al cerebro y lo imprima en la conciencia. Pero un día u otro, todo ello se manifestará bajo la forma de pensamientos, descubrimientos, reminiscencias, ignorando quizá el origen de este nuevo saber.
En realidad, cada ser humano es, sin saberlo, el depositario de todo el saber del universo. A aquellos que en anteriores reencarnaciones han seguido ya el camino de la Iniciación, les resulta mucho más fácil reencontrar este saber. Les basta con leer u oír ciertas ideas; entrar en contacto con un Iniciado o un Maestro espiritual, para que esas palabras, esta presencia, despierten en ellos un eco, como una reminiscencia. Sí, unas pocas palabras, una presencia, bastan para desencadenar el recuerdo. Ya no necesitarán tanta instrucción o guía, pues ellos mismos consiguen guiarse, e incluso son capaces, de conseguir que de las profundidades de su alma surjan conocimientos que su instructor jamás les reveló.
Naturalmente resulta mucho más difícil para los demás. Algunos de ellos, sin
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embargo, al oír algunas ideas, tienen el presentimiento de que algo verídico encierran; no saben que esos conocimientos ya los habían tenido, pero perciben en sí mismos como el murmullo de una voz lejana que les persuade para que los acepten. Mientras que otros (desgraciadamente, la mayoría), oigan lo que oigan, siguen indiferentes y no se mueven. Todo depende, pues, del grado de evolución. Se haga lo que se haga, sean cuales fueran los argumentos o los sistemas filosóficos que se les presente, no hay modo de convencer a los humanos si no están interiormente preparados.
El ser humano necesita ver, oír, relacionarse con otros, e incluso recibir shocks y sufrir, porque está tan inerte, tan embotado, tan inmóvil, que si no recibe impulsos del mundo exterior, si no se le despierta, si no se le zarandea, no haría nada. Es por esto que los instructores, los Maestros, son tan necesarios: gracias a la vida que llevan, a sus vibraciones, a sus pensamientos tan puros y luminosos, esos seres consiguen remover algo de lo que hay en nosotros.
Por lo demás, la labor del Iniciado podríamos compararla al de la naturaleza. ¿Qué hace la naturaleza? No cesa de hablarnos, de dirigirnos mensajes: no utiliza palabras, pero nos habla; el sol, las estrellas, los bosques, los lagos, los océanos, las montañas nos hablan comunicándonos sin cesar algo de su vida, de sus secretos. Estas comunicaciones se graban en nosotros sin que tengamos conciencia de ello. Sin embargo, gracias a ellas se enriquece poco a poco nuestra sensibilidad, y mejora nuestra comprensión. Ignoramos cómo se realiza esta comprensión, pero se realiza. Así es también como nos habla un Iniciado: nos envía corrientes, rayos, partículas. La palabra de un Iniciado en el silencio, es como un bombardeo cósmico.
Supongamos que no habéis podido entrar en contacto con un instructor, pues su cara, sus gestos, su actitud,-sus palabras nada han despertado en vosotros. Pues bien, a pesar de ello prepararon, ya que un día podéis encontrar a otro instructor con quien os sintáis en perfecta afinidad. Si no habéis realizado esta labor previa de preparación, nada ganaréis cerca de él.
Una vez establecido el silencio, estamos en condiciones de recibir la visita de los espíritus luminosos que nos hacen revelaciones. Para decir algo, no es
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indispensable hablar. Cuando ningún ruido nos distrae ni molesta, estamos preparados para oír voces más sutiles. Por más inaudible que sea, el pensamiento es una voz que puede ser oída y descifrada. Es durante el silencio cuando el alma tiene la posibilidad de aprender, de comprender las realidades espirituales, y yo prefiero hablar a vuestras almas que a vuestros oídos.
Por supuesto, la palabra es de cierta utilidad: sirve para dar explicaciones, aclaraciones, orientaciones, pero esto es todo; ¡y aún, a condición de que los humanos estén dispuestos a dejarse persuadir! De lo contrario, ninguna palabra sirve para nada. Pero cuando, preparados por la palabra, lleguemos un día a sumergirnos en esta profundidad, en esta inmensidad, en esa intensidad del silencio, vosotros mismos veréis y sentiréis que vivís algo mucho más vasto y poderoso.
En los santuarios del pasado, los Iniciados, que conocían la naturaleza humana, no sobrecargaban a sus discípulos con conocimientos, como sucede hoy en las universidades en donde los estudiantes deben memorizar tal cantidad de datos, que ni siquiera tienen tiempo de vivir ni respirar. Los Iniciados decían muy pocas cosas, revelaban algunas verdades esenciales y correspondía a los discípulos meditarlas en silencio, para impregnarse de ellas, para vivirlas.
Mientras que ahora, especialmente en Occidente, la gente carece de la sensibilidad que permite encontrar esta vida contenida en las palabras, para alimentarse, fortalecerse y transformarse gracias a ellas. Sólo tienen en cuenta las palabras, y de esta manera, fríamente, anotan sin haber sentido ni vivido nada. Así pues, pierden el tiempo; no pueden recibir toda esta vida escondida que podría iluminarles, curarles, resucitarles. No es el intelecto, sino el alma y el espíritu los que deben ocupar el primer lugar, y entonces, gracias a algunas palabras que habréis oído, podréis un día viajar por el espacio.
Estáis acostumbrados a profesores, a conferenciantes, de quienes cualquiera puede ver y apreciar su labor. Por el contrario, un Maestro espiritual tiene una actividad que escapa a nuestra comprensión ordinaria, pues ésta se ejerce sobre todo en los planos sutiles. Tanto si da conferencias, como si recibe a gente para reconfortarlas e iluminarlas, en realidad, donde un Maestro espiritual actúa
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verdaderamente, es en el mundo invisible, con su alma, con su espíritu, con su verbo. Todo su ser se proyecta en el espacio como si se pulverizara, y cada partícula entra como un elemento de luz y de paz en la construcción de la nueva vida.
XII
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VOZ DEL SILENCIO, VOZ DE DIOS Resulta a veces, que ciertas personas se encuentran frente a un ser que les supera en competencia, sabiduría y nobleza, y en lugar de guardar silencio y escuchar, se ponen a hablar o incluso a interrumpirle cuando habla. Pues bien, no es esta una actitud inteligente, porque nada se gana con ello, más bien se pierde. Frente a un ser superior a vosotros, es preferible escuchar. Incluso si no habla físicamente, habla directamente a vuestra alma a través del silencio que habéis creado en vosotros. Cuando el Espíritu divino habla, el cielo y la tierra callan para escuchar su palabra, pues ésta es una semilla que fertiliza.
Quien guarda silencio, demuestra que está dispuesto a escuchar, y por consiguiente, a obedecer. Quien, por el contrario, toma la palabra, demuestra con ello que desea tener la iniciativa, que quiere dirigir, dominar. El silencio es pues lo característico del principio femenino, la sumisión, se amolda al principio masculino. Si debemos conseguir restablecer en nosotros el silencio, es precisamente para dejar que el Espíritu divino trabaje en nosotros. Mientras permanezcamos insumisos, recalcitrantes, anárquicos, el Espíritu no puede guiarnos, y así seguimos débiles, miserables. Cuando conseguimos hacer el silencio en nosotros, nos ponemos en manos del Espíritu, el cual nos guía hacia el mundo divino.
Este estado, sin embargo, que llamamos receptivo, pasivo, no debe confundirse en absoluto con la pereza y la inercia. Sólo es pasivo en apariencia; en realidad, se trata de la mayor actividad que pueda pensarse. Es el estado de aquel que, a base de laborar, de paciencia, de esfuerzo, de sacrificio ha logrado realizar el silencio en sí mismo, y gracias a este silencio comienza a oír la voz de su alma que es la voz de Dios.
Debéis comprender el silencio como la condición absoluta para recibir la palabra verdadera, las verdaderas revelaciones. En ese silencio, sentís que paulatinamente os llegan mensajes, una voz que empieza a hablaros. Ella es quien
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os previene, dirige, la que os protege... Si no la oís, es porque hacéis demasiado ruido, no sólo en el plano físico, sino también en vuestros pensamientos y sentimientos. Para que esta voz os hable, es imprescindible instalar el silencio en vosotros. A esta voz se la llama con frecuencia “la voz del silencio”, incluso este es el título de algunos libros de la sabiduría oriental. Cuando el yogui consigue apaciguarse, e incluso parar su pensamiento -pues también el pensamiento hace ruido en su movimiento- entonces oye esta voz del silencio, que es la voz misma de Dios.
Poseemos un tercer ojo situado en el centro de la frente, tenemos también un tercer oído situado en la garganta al nivel de la glándula tiroidea. Los oídos están estrechamente unidos a Saturno, el planeta de la soledad, del recogimiento y de la introspección.
Todos sabemos que cuando necesitamos reflexionar para tomar una decisión, nos alejamos y cerramos la puerta porque es en el silencio donde tenemos más posibilidades de encontrar una solución. Pero incluso en ese silencio, todos podemos sentirlo, hay a menudo ruido, porque el interior de los seres humanos se parece a una plaza pública en donde una gran cantidad de gente se manifiesta a la vez para presentar sus reivindicaciones. Y esa es la razón por la que resulta siempre tan difícil recibir la verdadera respuesta a las preguntas que nos hacemos, esa respuesta que viene del Cielo, de la región del silencio. Sí, por más que nos aislemos, nunca estamos solos ¡hay tantos habitantes instalados en nuestro interior!
Estáis habitados por infinidad de entidades, y en particular, por espíritus familiares: los de los seres de vuestra familia que se han ido ya al otro mundo, y también de los que todavía viven. Todos ocupan una parte de vuestro ser: los que gustan de la bebida, los que quieren realizar negocios, los que buscan los placeres, están ahí, empujando para satisfacer sus variados deseos. Y al cabo de un tiempo cedéis... ¡a pesar del silencio!
El discípulo tiene otra forma de laborar; no se contenta con aislarse del ruido exterior, procura además acallar a todos aquellos que gritan, amenazan y exigen en su interior. Les dice: “Ahora, callaos”. Y en ese gran silencio, oirá una voz, pero una
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voz muy dulce, muy débil...Esta voz interior habla incesantemente en cada uno de nosotros, pero es muy suave, y son necesarios muchos esfuerzos para distinguirla en medio de toda clase de ruidos ... Como si se tratara de seguir la melodía de una flauta entre el estrépito de los tambores y los grandes timbales. Es preciso aprender a escuchar esa dulce voz que habla en nosotros. “Ten paciencia con este ser... Aprende a dominarte... Esfuérzate...” La voz de Dios no hace ruido, para oírla hay que estar muy atento. También el profeta Jonás oyó la voz de Dios, que le dijo: “Ve a Nínive y diles que destruiré la ciudad porque no me han obedecido”. Pero Jonás, atemorizado, no quiso ir a Nínive, y se embarcó en un navío que partía hacia Tarsis. Estando en alta mar, se alzó una gran tempestad. Estaban todos aterrorizados, y decidieron echar a suertes quién había atraído la tempestad. La suerte señaló a Jonás, quien fue arrojado al mar. Una ballena se lo tragó, y permaneció tres días en su vientre. Allí pudo reflexionar, y al fin dijo: “Perdóname Señor, ahora voy a cumplir lo que me pides”. Entonces fue vomitado por la ballena, y así se salvó... Como a Jonás, así le sucede a quién los caprichos y los temores le impiden oír la voz del Señor: encuentra ballenas y permanece en su vientre varios días hasta que, apaciguado el alboroto, acaba por oír esa voz. ¡Cuántas ballenas no habréis encontrado ya vosotros a lo largo de vuestra vida! Sí, ballenas de todos los tamaños y colores...
Si estuvierais más atentos, si tuvierais mayor discernimiento, sentiríais que antes de realizar alguna empresa importante de vuestra vida (ya se trate de un viaje, una actividad, una decisión a tomar, etc.) una suave voz os aconseja. Pero no ponéis atención en ella porque preferís el alboroto y las tempestades. Sin embargo, debéis saber que cuando os hablan los seres superiores, sólo os dicen algunas pocas palabras, y con voz casi imperceptible.
Dios habla de forma muy tenue, y sin insistir. Dice las cosas, una, dos, tres veces, y luego calla. Tampoco la intuición insiste mucho más, y si no escucháis atentamente, si no discernís esta voz porque sólo sois capaces de oír el ruido, os sentiréis perdidos constantemente. La voz del Cielo es extremadamente suave, tierna, melodiosa y breve, y hay criterios para reconocerla. Sí, la voz de Dios se manifiesta de tres maneras: a través de una luz que nace en nosotros; por una
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dilatación, un calor, un amor que sentimos en nuestro corazón; y finalmente, por una sensación de libertad que experimentamos, junto a la decisión de llevar a cabo acciones nobles y desinteresadas. Permaneced pues atentos...
Debiendo tomar una decisión importante, sólo en el silencio de los pensamientos y de los sentimientos recibiréis la respuesta del Yo superior, del Espíritu. Ese silencio, es la fuente de la claridad. El silencio, es la paz, la armonía, el silencio es vivo, es vibrante, habla y canta. Gracias a la contemplación, la oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz del silencio.
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XIII
LAS REVELACIONES DEL CIELO ESTRELLADO La vida moderna está organizada de tal forma, que los humanos pierden cada vez más el contacto con la naturaleza, sobre todo en las ciudades, donde a menudo ya no se percibe ni el cielo; y si se percibe, nadie piensa en mirarlo. Atrapados, preocupados por los problemas materiales, los humanos desvían cada vez más su atención hacia la tierra. Sí, se ve el sol, pero no lo miran. ¿Y cuántas personas disponen aún del tiempo suficiente para contemplar la noche, el cielo estrellado?
Ya sé que las condiciones de la existencia no favorecen demasiado la contemplación de las estrellas, pero siempre que tengáis ocasión, pensad en consagrarle algunos minutos... Imaginad que en el silencio de la noche abandonáis la tierra, sus luchas, sus tragedias, y que os convertís en un ciudadano del cielo. Meditad sobre la belleza de las estrellas, sobre la grandeza de los seres que las habitan. A medida que ascendéis por el espacio, os iréis sintiendo aligerados, liberados, pero sobre todo, descubriréis la paz, una paz que penetrará, poco a poco en todas las células de vuestro ser. Meditando sobre la sabiduría que ha creado esos mundos, y los seres de los que son un reflejo, sentiréis cómo vuestra alma desarrolla antenas muy sutiles que le permiten comunicarse con ellos. Estos son unos momentos sublimes que no se olvidan jamás.
Al pensar en el infinito, en la eternidad, empezaréis a sentir que planeáis por encima de todo, que ya nada puede alcanzaros, ninguna pena, ninguna tristeza, ninguna perdida, porque otra conciencia se despierta en vosotros; juzgaréis y experimentaréis las cosas de modo diferente. Ese es el estado de conciencia de los Iniciados y de los grandes Maestros: aun cuando se les haya lastimado o engañado, aun cuando se les haya infligido algún daño, nada de todo ello puede afectarles, pues están por encima de estas cosas.
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Acostumbraros, pues, en las noches serenas, a mirar las estrella y a beber esa paz que desciende lentamente del cielo estrellado. Uníos a cada una de ellas, y al igual que un alma viva, inteligente, cada una os dirá una palabra. Intentad encontrar una con la que sintáis afinidades particulares, uníos a ella, imaginad que vais hacia ella, o que ella viene a hablaros... Los astros son almas altamente evolucionadas. Escuchando su voz, hallaréis la solución a numerosos problemas, os sentiréis iluminados y tranquilos.
Todos los grandes Iniciados se han instruido contemplando el cielo nocturno, su alma entraba en comunión con las estrellas, y esos centros de fuerza inagotables les enviaban mensajes que transmitían luego a los humanos. La guerra existirá siempre en el universo, pues es el principio de Marte que está siempre ahí, (es decir, la necesidad de compararse con los demás, de demostrar ser el más fuerte), pero su influencia cambiará de naturaleza y de manifestación: en lugar de emplear armas mortíferas, las criaturas no cesarán de lanzarse rayos de luz y de amor. Eso es lo que también he aprendido de las estrellas: que es posible declararse la guerra con el amor y la luz.
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XIV
LA CÁMARA DEL SILENCIO Cuando le preguntan a un sabio qué es Dios, calla, responde con el silencio porque sólo el silencio puede expresar la esencia de la Divinidad. Ciertamente no basta con decir lo que es Dios, como tampoco decir lo que no es. Decir que Dios es amor, sabiduría, poder, justicia... es cierto, pero en realidad estas palabras apenas rozan la realidad divina, no pueden expresar el infinito, la eternidad, la perfección de Dios. No se conoce a Dios hablando u oyendo hablar de El, se Le conoce intentando penetrar profundamente en uno mismo, a fin de llegara esa región que es precisamente el silencio.
El verdadero silencio no es solamente ausencia de ruido. El verdadero silencio está por encima de la sabiduría, por encima de la música, es el mundo más luminoso, el más poderoso y bello, el centro de donde surgen todas las creaciones. Ese silencio es Dios mismo. Hay que unirse a él a menudo, sumergirse en él esforzándose incluso en detener el pensamiento. En medio de ese silencio, os invadirá una paz extraordinaria, y es posible incluso que Dios os hable. Pues solamente en el silencio y la paz, Dios accede a hablar.
Entrar en el silencio es, por consiguiente, una actividad que se sitúa más allá de los cinco sentidos, más allá del sentimiento e incluso del pensamiento. Cuando se alcanza esa región del silencio, se nada en un océano de luz, se vive la verdadera vida intensa, abundante. Algunas personas han realizado esta experiencia del silencio, tras grandes consternaciones o sufrimientos, después de crueles pérdidas. Como si el golpe recibido les hubiera proyectado fuera de sí mismas, allí donde vela esa entidad que la Ciencia Iniciática llama precisamente “Lo Silencioso”.
Para alimentar sentimientos inspirados por el amor divino, pensamientos inspirados por la sabiduría divina, para vivir estados de conciencia superiores, hay que esforzarse. Esos esfuerzos son el desinterés, el desapego, la renuncia...
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Solamente bajo esas condiciones es posible penetrar en la región del silencio.
Realizar el silencio es en cierto modo hacer el vacío en uno mismo, y es en ese vacío donde se obtiene la plenitud. Si, porque en realidad el vacío no existe. Si vaciáis el agua de un recipiente, entrará aire, si vaciáis el aire, entrará éter... Cuando intentamos hacer el vacío, la materia es substituida cada vez por una materia más sutil. Del mismo modo, cuando logramos expulsar los pensamientos, los sentimientos y los deseos inferiores, irrumpe la luz del espíritu: a partir de ese momento, vemos y sabemos.
El silencio es la región más elevada de nuestra alma, y en el momento en que logramos llegar a esa región, entramos en la luz cósmica. La luz es la quintaesencia del universo, todo cuanto vemos a nuestro alrededor, e incluso lo que no vemos, está atravesado e impregnado de luz. Y precisamente, la finalidad del silencio es la fusión con esa luz que es viva, poderosa y que penetra toda la creación.
Procurad tener en vuestra casa una habitación, por pequeña que sea, para dedicarla, precisamente, al silencio; que sea de colores agradables, decorada con algunos cuadros simbólicos o místicos. Consagradla al Padre Celestial, a la Madre Divina, al Espíritu Santo, a los ángeles y a los arcángeles; no dejéis entrar a nadie, ni siquiera vosotros mismos, si no sois capaces de hacer el silencio en vuestro interior, a fin de oír la voz del Cielo. De este modo daréis a vuestro espíritu, a vuestra alma, las posibilidades de expandirse y de atraer bendiciones que podréis luego distribuir a vuestro alrededor. Si aprendéis a conservar verdaderamente una buena actitud, algo armonioso emanará de las paredes y de los objetos de esta habitación, que atraerá a las entidades luminosas, pues dichas entidades se alimentan de armonía. Y si cuando estáis tristes o desanimados, entráis en esta habitación, como estará llena de buenos amigos que sólo esperan consolaros y ayudaros, al cabo de poco tiempo, os sentiréis totalmente restablecidos.
Pero a medida que vayáis preparando esta habitación del silencio, sed conscientes de que la preparáis también en vuestro interior, en vuestra alma y en vuestro corazón. Y entonces, dondequiera que os encontréis, incluso en medio del tumulto, podréis entrar en esta habitación interior para hallar en ella la paz y la luz.
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Vivimos en dos mundos al mismo tiempo: uno visible y el otro invisible, material y espiritual; por ello es aconsejable disponer de esta habitación del silencio dentro y fuera de uno mismo, y conservarla al abrigo de influencias maléficas.
Una vez tomada la decisión de entrar en esta vía del silencio, no os preocupéis por el tiempo que necesitéis para recorrerla. Lo esencial es vuestra decisión de entrar en esta vía y de perseverar en ella hasta escuchar la voz de Dios.
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