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El mundo que se representa en la utopía agraria es el de las manifestaciones y visiones que se construyeron sobre la naturaleza y la población americanas en el horizonte que se abría tras los procesos independentistas. A esa mitología contribuyó una elite intelectual y política, seducida por los ideales del progreso y la modernidad, así como por la dialéctica civilización-barbarie, que se apropió de los nuevos símbolos que debían orientar la refundación del presente y las acciones del futuro. La obra se centra en estas experiencias discursivas, que tienen lugar en Argentina y Chile en el periodo comprendido entre 1810 y 1880 y que se difundieron a través de diferentes medios. En ellas se promovió una nueva cultura del agro y de sus pobladores, convertidos ahora en ciudadanos hacendosos e instruidos mediante la aportación de la inmigración, de la ciencia y de las innovaciones técnicas, estas últimas abanderadas por el ferrocarril y por su capacidad para articular el territorio. Como se pone de manifiesto en el estudio, la realidad social reveló, sin embargo, serios impedimentos para ver cumplidas de manera inmediata estas ensoñaciones. A la inestabilidad política y las luchas por el poder se unió la resistencia del nativo a una conversión que no entendía. La aceptación de las tesis del progreso no fue, pues, el resultado de una revolución pacífica, como pretendieron los intelectuales que confiaban más en los observatorios astronómicos y en el telégrafo que en las bayonetas.
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MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD
José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora
LA UTOPÍA AGRARIA POLÍTICAS VISIONARIAS DE LA NATURALEZA EN EL CONO SUR (1810-1880)
ISBN: 978-84-00-09931-2
GOBIERNO DE ESPAÑA
José Manuel Azcona Pastor es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, donde imparte la asignatura Historia del Mundo Actual. Director de la Cátedra de Excelencia Iberoamericana Santander Presdeia (Vicerrectorado de Investigación de la URJC) es experto en emigración española hacia Iberoamérica. Ha publicado más de cien trabajos científicos en España, Italia, Alemania, Francia, Estados Unidos, Uruguay, Brasil y China, en editoriales de prestigio y en revistas académicas con significativo factor de impacto. De entre sus publicaciones destacan: Los paraísos posibles, historia de la emigración vasca a Argentina y Uruguay, 1992; Basque emigration to Latin America (s. XVI-XX), 2004; Las dimensiones de la presencia española en Brasil, 2010; El alcance de la emigración y actividad empresarial española en Iberoamérica: el caso de Puerto Rico, 2012, y Cuba y España, procesos migratorios e impronta perdurable, 2014.
VÍCTOR GUIJARRO MORA
POLÍTICAS VISIONARIAS DE LA NATURALEZA EN EL CONO SUR (1810-1880)
51 Claude Debru Neurofilosofía del sueño 52 Néstor Herrán Agua, semillas y radiaciones: el laboratorio de radiactividad de la Universidad de Madrid, 1904-1929 53 Alberto Gomis Blanco y Jaume Josa Llorca Bibliografía crítica ilustrada de las obras de Darwin en España (1857-2008) (2.ª ed. amp.) 54 Juan Mainer Baqué La forja de un campo profesional. La pedagogía y la didáctica de las Ciencias Sociales en España (1900-1970) 55 Sandra Rebok Una doble mirada. Alexander von Humboldt y España en el siglo XIX 56 Aitor Anduaga Egaña Geofísica, economía y sociedad en la España contemporánea 57 Francisco Ortega El cuerpo incierto. Corporeidad, tecnologías médicas y cultura contemporánea 58 John Slater Todos son hojas: literatura e historia natural en el Barroco español 59 Paula Olmos Gómez Los negocios y las ciencias. Lógica, argumentación y metodología en la obra filosófica de Pedro Simón Abril (ca. 1540-1595) 60 Mercedes del Cura González Medicina y pedagogía. La construcción de la categoría «infancia anormal» en España (1900-1939) 61 Aitor Anduaga Egaña Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea 62 Xavier Calvó-Monreal Polímeros e instrumentos. De la química a la biología molecular en Barcelona (1958-1977) 63 Francisco Villacorta Baños La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el extranjero (1910-1936) 64 Antonio González Bueno y Alfredo Baratas Díaz (eds.) La tutela imperfecta. Biología y farmacia en la España del primer franquismo 65 Matiana González Silva Genes de papel. Genética, retórica y periodismo en el diario «El País» (1796-2006)
JOSÉ MANUEL AZCONA PASTOR
LA UTOPÍA AGRARIA
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ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA
CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Víctor Guijarro Mora, doctor en Filosofía, es desde 1999 profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad Rey Juan Carlos. Sus intereses se han centrado en el estudio de la historia cultural de la instrumentación científica y, en general, de la tecnología. Ha publicado Los instrumentos de la ciencia ilustrada, 2002 y, junto con Leonor González, La quimera del autómata matemático. Del calculador medieval a la máquina analítica de Babbage, 2010. Ha coordinado con Manuel Sellés el número monográfico «La ciencia y sus instrumentos» de la revista Endoxa y ha participado en diversos trabajos colectivos, como en Aulas modernas: nuevas perspectivas sobre las reformas de la enseñanza secundaria en la época de la JAE (1907-1939), 2014, editado por Leoncio LópezOcón.
Ilustración de cubierta: Plano de la Colonia de San José (Entre Ríos, Argentina). Museo Histórico Regional de la Colonia San José (Entre Ríos, Argentina).
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ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA, 66
Director José Luis Peset Reig (CSIC) Secretario Jon Arrizabalaga Valbuena (CSIC) Comité Editorial Rafael Huertas García-Alejo (CSIC) Mauricio Jalón Calvo (Universidad de Valladolid) Antonio Lafuente García (CSIC) M.ª Luz López Terrada (CSIC) Víctor Navarro Brotons (Universidad de Valencia) Miguel Ángel Puig-Samper Mulero (CSIC) M.ª Isabel Vicente Maroto (Universidad de Valladolid) Consejo Asesor Raquel Álvarez Peláez (CSIC) Emilio Balaguer Perigüell (Universidad Miguel Hernández, Alicante) Rosa Ballester Añón (†) Ricardo Campos Marín (CSIC) Nicolás García Tapia (Universidad de Valladolid) Thomas Glick (Universidad de Boston, Estados Unidos) Antonello La Vergata (Universidad de Módena, Italia) Leoncio López-Ocón Cabrera (CSIC) Marisa Miranda (CONICET, La Plata, Argentina) Luis Montiel Llorente (Universidad Complutense, Madrid) Jorge Molero Mesa (Universidad Autónoma de Barcelona) Francisco Pelayo López (CSIC) Juan Pimentel Igea (CSIC) M. Christine Pouchelle (CNRS, París) Julio Samsó (Universidad de Barcelona) José Manuel Sánchez Ron (Universidad Autónoma de Madrid) Javier Puerto Sarmiento (Universidad Complutense, Madrid) Manuel Sellés García (UNED, Madrid) Concepción Vázquez de Benito (Universidad de Salamanca)
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JOSÉ MANUEL AZCONA PASTOR VÍCTOR GUIJARRO MORA
LA UTOPÍA AGRARIA POLÍTICAS VISIONARIAS DE LA NATURALEZA EN EL CONO SUR (1810-1880)
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, 2015
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Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])
© CSIC © José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora ISBN: 978-84-00-09931-2 e-ISBN: 978-84-00-09932-9 NIPO: 723-15-074-8 e-NIPO: 723-15-075-3 Depósito Legal: M-18.639-2015 Maquetación, impresión y encuadernación: Gráficas Blanco, S. L. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado FCS, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.
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ÍNDICE Agradecimientos...................................................................................
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Introducción.........................................................................................
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Capítulo I. Manifestaciones y contextos de la utopía agraria...
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1. Utopías del progreso: el deber de ser perfectibles...................23 2. La construcción de la utopía agraria: precedentes...................27 3. Visiones de América en la utopía..............................................32 Capítulo II. El imaginario emancipador (1795-1820)................... 1. 2. 3. 4. 5.
De Salas y los lugares de la utopía............................................45 América, «suelo privilegiado»....................................................52 Belgrano: un país en la imaginación..........................................55 Instrumentos de la utopía: la prensa y los párrocos.................62 Dos miradas al campo................................................................74
Capítulo III. La apropiación estética y política del espacio natural............................................................................................. 1. 2. 3. 4.
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Belleza y utilidad........................................................................79 El Tempe Argentino....................................................................84 «Poesía metálica».......................................................................91 La pervivencia de la utopía naturalista.....................................94
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Índice
Capítulo IV. Experiencias institucionales, jardines de aclimatación y población nueva(1820-1845)......................................... 105 1. La aclimatación de la utopía......................................................105 2. Ensayos de colonización: sabios, artistas y familias indus triosas..........................................................................................112 Capítulo V. Imaginario civilizador y acción colonizadora (1845-1880)........................................................................................ 131 1. 2. 3. 4. 5.
Un proyecto modernizador........................................................131 Argirópolis o la reinvención del territorrio...............................134 La reconstrucción de la utopía agraria......................................147 1853, año cero............................................................................154 De las experiencias de colonización a la conquista del territorio soñado................................................................................159
Capítulo VI. Valores tecnocráticos en la utopía...................... 181 1. 2. 3. 4.
El valor de la educación práctica..............................................181 La fascinación por la tecnología................................................194 La utopía en exposición.............................................................206 El alcance de la tecnofilia..........................................................211
Capítulo VII. Qué es la utopía agraria......................................... 217 1. Naturaleza...................................................................................218 2. Población....................................................................................222 3. Saberes científicos y técnicos, signos de progreso....................226 4. Una contribución al utopismo...................................................229 Apéndices Apéndice 1. Geografía de la utopía: argentina y chile............ 243 Apéndice 2. Comparación entre movimientos migratorios........ 245 Apéndice 3. Alberdi: gobernar es poblar. Textos. ...................... 249 Apéndice 4. Canto a la fraternidad de la industria (Eduardo de la Barra)........................................................................................255 Bibliografía............................................................................................ 259
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AGRADECIMIENTOS Deseamos mostrar nuestro más sincero agradecimiento a quienes han contribuido con generosidad, ideas, oportunas observaciones y ánimo a que este trabajo, en esa larga andadura repleta de versiones parciales, pueda convertirse en una aportación tanto al conocimiento de los temas que aquí se exploran como a los lectores interesados en debatir sobre las paradojas de la utopía. Entre esas personas queremos mencionar a Leoncio López-Ocón, José Luis Peset, Leonor González, Ricardo Martín de la Guardia, Guillermo A. Pérez, Juan Carlos Pereira, José Luis Rodríguez, Sara Nuñez de Prado, Martín Ospitaletche, así como a los informadores que desde el anonimato aportaron acertados comentarios al texto original y a Editorial CSIC, en particular a José Manuel Prieto y Miriam Espelleta.
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INTRODUCCIÓN El momento histórico representado por el año 1810, momento de inicio de los procesos independentistas americanos, significó también un estímulo para la creación de una mitología de la refundación. Los nacionalismos emergentes inventaron un pasado en el que se denos taba la influencia española y, de igual manera, crearon un futuro ima ginario en el que los deseos se transformaban en representaciones utópicas. Ese era el propósito de unos personajes que alternaban el ejercicio intelectual con el político y el militar. La utopía agraria, re creada en este contexto, encarnó durante esos años y varias décadas después un ideal diferenciador de lo que se anhelaba para el territo rio americano. Comprendía, por un lado, el lirismo del mundo natu ral, semisalvaje e inexplorado, apacible y sosegado, el paraíso en la tierra con el que soñaba el europeo abrumado y, por el otro, la con cepción de la tierra como un recurso, como una fuente de riqueza sin la cual difícilmente podían cumplirse en su totalidad los propósitos que se pretendían con la emancipación, esto es, la libertad, la justicia y la igualdad. En esta visión, de igual manera, se superaban los anta gonismos clásicos entre una naturaleza acogedora e inocente y una civilización corruptora. Se buscaba «belleza y utilidad», expresión que resume adecuadamente la nueva actitud y que aparece reflejada en el poema de Andrés Bello, Silva de agricultura en la zona tórrida, de 1828. El americano, según se mantenía unánimemente, vivía en un territorio rico y fértil, de recursos inagotables, como ponían de ma nifiesto los estudios sobre flora, fauna y geografía realizados por cien tíficos extranjeros, como los de Alexander von Humboldt, y algunos autóctonos. Así pues, aplicando los instrumentos racionales, los pro cedentes de la ciencia y la técnica, se podía proceder a una explota ción ordenada y eficiente de los bienes naturales y, al mismo tiempo, era posible acatar las leyes del progreso, acciones que situarían a los países americanos en un lugar comparable al de las naciones más avanzadas. Un proceso que comprendía no solo la conquista técnica del paisaje, sino también una estrategia de apropiación del territorio mediante la expulsión del nativo y la promoción de la inmigración. Todos estos elementos son los que conforman la política visionaria de la naturaleza. 11
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Entre los miembros de la elite ilustrada argentina y chilena que se apropiaron de símbolos y referentes utópicos sobre la naturaleza, la población y los saberes científicos y técnicos para construir el idea rio político del progreso y la modernidad se encuentran figuras diversas, entre las que destacan los nombres de Manuel Belgrano, Manuel de Salas, Juan Egaña, Andrés Bello, Marcos Sastre, Juan Bau tista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento... Pero en esta labor des tinada a confeccionar el imaginario de gobernantes y ciudadanos no se encontraron solos, sino que contaron, como se pone de manifiesto en este trabajo, con la colaboración de científicos, técnicos, viajeros, legisladores, aventureros y empresarios que también reproducían la retórica del nuevo orden. Un orden que se presentaba compuesto de individuos industriosos, ciudades modélicas, comunicaciones maríti mas y terrestres y comunidades agrícolas asistidas por los avances técnicos y la experimentación científica. Examinaremos las manifestaciones utópicas que acompañaron a la acción política tanto en Argentina como en Chile (con alusiones al vecino Uruguay) en un período comprendido entre 1810 y 1880. La elec ción de este último año como referente del fin de la etapa estudiadase debe a que en torno a esa fecha se producen cambios contextuales relevantes, que afectan decisivamente a los fenómenos que se están con siderando. Así, a partir de esos momentos los flujos migratorios espon táneos se intensifican, dirigiéndose principalmente a las ciudades (la co lonización planificada por tanto se debilita); se advierten signos claros de la incorporación definitiva de estos países al mercado internacional y, por último, se aprecia la influencia de una generación nueva de inte lectuales formada en un ambiente diferente al de las personas que aquí tratamos. Otras utopías se anuncian en esos tiempos, como la que seña la la ciudad y el espacio urbano como centro definitivo del poder polí tico y económico, de la salud y el bienestar, idea mantenida por la elite dirigente que creó La Plata y que aparece prefigurada en la obra de Aquiles Sioen, Buenos Aires en el 2080. Historia verosímil (Buenos Aires, 1879).1 En Argentina, al menos, la llamada Generación del 80, bajo la presidencia del general Julio Argentino Roca, inicia un período 1 Un tema y una etapa estudiada por Gustavo Vallejo en Escenarios de la cultura científica argentina: ciudad y universidad (1882-1955), Madrid, CSIC, 2007, véanse especialmente las pp. 58-61.
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con una coherencia propia basada decididamente en ideales positivis tas y principios tecnocráticos. La atención a estas novedades, sin em bargo, desbordaría los presupuestos que se están manejando en este trabajo. A continuación presentamos el orden que seguiremos para tratar los variados recursos que formaron parte del horizonte en el que se desenvolvió esta variante del pensamiento utópico. Iniciamos nuestra exploración con alusiones a diferentes autores que se han ocupado de la historia de la utopía, así como, en particu lar, a dos manifestaciones visionarias que han atravesado nuestra cul tura con planteamientos propios sobre la vida en la comunidad: la utopía natural y la del progreso científico-técnico. La referencia a estas actitudes en nuestro estudio obedece a que conforman el ima ginario de la utopía agraria, convirtiéndola en un proyecto realizable y político. George Claeys habla del diálogo entre el primitivismo y el progreso en la época ilustrada, en el que se percibe una creciente nostalgia por la pérdida de la sencillez y del ritmo lento de la vida agrícola. Se citan como paradigmáticos distintos textos, entre ellos las anónimas Cartas privadas de un americano en Inglaterra a sus amigos de América (1769), donde el gobierno inglés se traslada a América por el lujo, el despilfarro, la vanidad y la ociosidad que se observa por doquier en Gran Bretaña.2 Por otra parte, según afirma Claeys en otro lugar de su historia de la utopía, la Revolución francesa pro porcionó el modelo para otras transformaciones sociales. En su ver tiente utópica, alentada en los escritos del marqués de Condorcet y de William Godwin, combinó la visión del progreso científico y mo ral con el ideal de una mejora política, una perspectiva, como man tenía el primero, que debía trasladarse a las naciones bárbaras o sal vajes y que no debía provocar una insistencia excesiva ni en el desprecio racial ni en la desigualdad de ricos y pobres.3 En este con texto de ensoñaciones creadas por componentes de la inteligencia europea, América fue desde el descubrimiento no solo un territorio vasto, rico e inexplorado, sino que por la existencia de un corte geo gráfico —el Atlántico— se convirtió en un símbolo de los proyectos realizables, como señala Fernando Aínsa en La reconstrucción de la
Claeys, Gregory. Utopía. Historia de una idea, Madrid, Siruela, 2011, pp. 93‑94. Ibidem, p. 110.
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utopía.4 Fue el espacio en el que podía conciliarse la naturaleza y la cultura. La utopía agraria, que no está vinculada ni a un producto cultural específico ni a un programa sino que está ligada a diversas manifestaciones que pretenden influir en el imaginario colectivo, es el concepto que aúna esas dos vertientes señaladas de los ideales humanos, el de la vuelta al jardín bucólico, rural o pastoril y el de la capacidad de mejora y perfección otorgada por el poder del conoci miento y la tecnología. Dos ideales que como se verá no siempre pu dieron armonizarse de manera pacífica, sobre todo teniendo en cuen ta que la población, eje de los cambios, no respondía con su diversidad a los planes homogeneizadores que exigía la modernización. En nuestro estudio hemos combinado las indicaciones de his toriadores clásicos de la utopía (como Franz E. Manuel y Fritzie P. Manuel, Lewis Mumford, Raymond Trousson, Pierre Luc Abramson, Gregory Claeys y Fernando Ainsa) con los textos y declaraciones de líderes intelectuales y políticos argentinos y chilenos, entre los que observamos diversos paralelismos y relaciones (como, en el primer período examinado, entre Manuel Belgrano y Manuel de Salas) y la referencia a una diversidad de acciones que tienen lugar en estos dos países. Destacan entre estos propósitos las labores destinadas a la apropiación geográfica de la naturaleza, a los cambios poblacionales (mediante una legislación que promoviera la colonización procedente de Europa) y al fomento de una nueva cultura técnica de la tierra (jardines de aclimatación) y de las comunicaciones (desarrollo del fe rrocarril, de la navegación a vapor y de la telegrafía). Aquí resonarán las propuestas de Tomás Moro (el orden urbano y la atención a la agricultura), las de Francis Bacon (estaciones agrícolas experimenta les), las de Saint-Simon (la importancia de las comunicaciones) y las de Charles Fourier (de nuevo, las microsociedades basadas en las ta reas agrícolas). Por ello, en este trabajo no nos ocuparemos de la des cripción de los elementos fantásticos del pensamiento utópico, como aparece en una parte de la literatura sobre estos temas, ni de las co munidades que se establecieron en un territorio atendiendo a concep ciones milenaristas (ampliamente tratado en el estudio de P. L. Abram son), sino que contemplaremos cómo se recrearon y experimentaron Ainsa, Fernando. La reconstrucción de la utopía, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1994, pp. 41-43. 4
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en distintos lugares y por diferentes personajes los cometidos e imá genes propias de la utopía mencionada. Comprobaremos en estas pá ginas cómo la cultura de la tierra adquiere otras connotaciones, ade más de ser una fuente de virtudes, mentalidad aún vigente en Estados Unidos a finales del siglo xviii, según nos describe Leo Marx en una obra altamente inspiradora: The Machine in the Garden. Technology and the Pastoral Ideal in America. Una forma de pensar, de acuerdo con la aproximación del autor, que se representa de manera patente en el texto elaborado por Thomas Jefferson, Notes on Virginia (1785). En las propuestas de las elites criollas que buscan la autonomía frente a la colonia encontramos los elementos básicos que forman parte de los proyectos utópicos del progreso. En el segundo de los capítulos que componen esta obra, cuando hablemos de las propues tas de Manuel Belgrano y Manuel de Salas, el pensamiento utópico, enmarcado en un período que comprende los años 1795-1845, tiene una dimensión político-liberadora; está concebido, confiando en las riquezas y la idoneidad de las tierras americanas, para conseguir una autonomía negada por la metrópoli. Dice Pablo F. Martínez que «los letrados y funcionarios ilustrados de fines del siglo xviii y comienzos del xix venían a discutir con un Estado colonial y una elite que no demostraba gran interés en el desarrollo agrario».5 En este marco se promueven visiones y acciones comprometidas con el ideario utópi co, que comprenden desde la creación del campesino instruido hasta la transformación de la población mediante la educación práctica (que incluye también contenidos científicos) y el fomento de la inmi gración. Tanto en Chile como en Argentina los signos de estos pro pósitos comenzaron a ser visibles, con algunas interrupciones, una vez que se alcanzó una cierta estabilidad después de la convulsión político-militar de los procesos independentistas. En el tercer capítulo se examinan otras estrategias propuestas por los ensayistas para superar la oposición naturaleza-civilización. Com probaremos que la asimilación estética del paisaje no significaba des cuidar los instrumentos de su explotación. De esta visión de la natu Martínez, Pablo F. «El pensamiento agrario ilustrado en el Río de la Plata: un estudio del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807)», Mundo agrario, 9, 18 (2009). Disponible en: http://mundoagrario.unlp.edu.ar [Consultado el 23 de agosto de 2012]. 5
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raleza se derivan manifestaciones que están en la base de la que emerge la utopía agraria. En este sentido, destacamos las aportacio nes del mencionado Andrés Bello, que escribe el poema citado en Londres, dedicada a la exaltación de una naturaleza prístina, pero que al mismo tiempo, sin perderse en la mera ensoñación poética, propone la explotación agraria como procedimiento básico para ase gurar la riqueza, en contra de las formas predominantes en el pasado colonial centradas en la minería. Se exalta aquí, como destaca Juan Durán Luzio,6 la intervención del trabajador en la naturaleza: Ya dócil a tu voz, agricultura, nodriza de las gentes, la caterva servil armada va de corvas hoces. Mírola ya que invade la espesura de la floresta opaca: oigo las voces, siento el rumor confuso; el hierro suena, los golpes el lejano eco redobla; [...] Mas el vulgo bravío de las tupidas plantas montaraces, sucede ya el fructífero plantío en muestra ufana de ordenadas haces. Ya ramo a ramo alcanza, y a los rollizos tallos hurta el día; ya la primera flor devuelve el seno, bello a la vista, alegre a la esperanza [...].
Estas mismas apreciaciones se reproducen en la obra dedicada al delta del Paraná de Marcos Sastre: El tempe argentino. Desde las pri meras líneas manifiesta un sentimiento de admiración por el paisaje y por la vegetación, una emoción que no le impide detenerse a describir la flora y la fauna de la zona ni a proponer cometidos provechosos derivados de su estudio. Bello y Sastre siguen en esta actitud a Alexan der von Humboldt, a quien el primero conoció personalmente en Ca racas. El naturalista alemán estaba a su vez influido por J. W. Goethe, Luzio, Juan Durán. Siete ensayos sobre Andrés Bello, el escritor, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1999, p. 72. 6
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de quien recibió la imagen de una naturaleza virgen como símbolo de lo sublime. Mantenía igualmente que el científico tenía que estar cerca del artista en su forma de apreciar el entorno.7 Más tarde, en el mismo capítulo, se comparan estas perspectivas con la que adopta Sarmiento cuando se interesa también por el potencial del mismo delta del Para ná, que describe entre 1855 y 1858 y que él denomina, siguiendo el guaraní, «Carapachay». En ella se observa, según se verá, un giro tec nologista en el que el presunto equilibrio contemplación-explotación de la naturaleza se inclina a favor del segundo de los componentes. En el cuarto capítulo la atención se centra en el trabajo realizado por instituciones inmaduras que acogen con entusiasmo los mensajes propios de la modernidad. El jardín de aclimatación, impulsado en un primer momento por Rivadavia en Buenos Aires, aunque de existencia efímera, y establecido finalmente en Santiago de Chile, adquiere aquí una importancia simbólica, puesta de manifiesto ya desde el siglo xvi: Entrando a formar parte del orden del saber y al propio tiempo del espacio de soberanía del príncipe, las especies [en el jardín] renacen a una segunda y más noble Historia, emprendiendo un proceso de civili zación y domesticación que puede leerse metafóricamente como una especie de homenaje y sumisión espontánea de la flora universal al po der cósmico del soberano.8
En este marco, donde la presencia de los despachos de los polí ticos adquiere una mayor relevancia, la utopía agraria se articuló so bre diversos principios que reforzaban el poder de quienes la promo cionaban, así como su autoridad moral sobre una población escasamente instruida. Estos principios eran: borrar el pasado, llevan do a cabo una campaña de desprestigio del período colonial; una educación que creara individuos integrados y útiles para los fines estatales (tema que se amplía en el capítulo sexto); uso y promoción de la ciencia y la técnica, siguiendo el modelo de los países avanzados y, el más importante, el reconocimiento y apropiación del territorio mediante dos medios: el fomento de la geografía, ya fuera la descrip Bowler, Peter J. Historia Fontana de las ciencias ambientales, México, FCE, 1998, p. 149. 8 Palabras de Alessandro Rinaldi citadas en Revilla, Federico. Diccionario de iconografía y simbología, Madrid, Cátedra, 2007, p. 320. 7
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tiva o la fantástica, y la colonización inducida, dirigida o artificial, que proporcionara a las diferentes regiones una población industriosa, virtuosa y con conocimientos superiores. Entre estos instrumentos, la geografía, como confirma Ainsa, tiene una gran importancia en las configuraciones utópicas, ya que en este saber abundan descripciones de islas, valles inaccesibles, mesetas inexplora das en el centro de selvas insalubres. Solo gracias a la condición de es pacio remoto y aislado en el que se escenifica la utopía puede garanti zarse su viabilidad teórica, difícilmente imaginable en el centro de la sociedad desde la que se proyecta.9
Pero, al mismo tiempo, la elaboración de obras enciclopédicas por parte de geógrafos foráneos al servicio de los gobernantes fomen ta los deseos de evasión entre quienes tienen acceso a sus imágenes y representaciones, especialmente atractivas para el europeo que vive las tensiones de una sociedad exigente y en muchos casos opresiva: La utopía como frontera es una esperanza de escapar del presente, no gracias a una confianza ilimitada en el futuro, sino gracias al viaje que permite el acceso a una tierra prometida, permeable, donde una nueva realidad puede ser forjada de inmediato a la medida de los deseos del emigrante. En general, toda emigración in terram utopicam se proyecta más allá de la res finita en base a la esperanza de encontrar lo «nuevoposible», el novum que está latente en la realidad del «otro lugar». Para fundar un pueblo feliz hay que irse «lejos de la tierra», al medio del mar, como propone Diderot en su Entretien sur le fils natural: «¡Ah! mis amigos, si nos fuéramos para siempre a Lampedusa a fundar, lejos de la tierra, en medio de las olas del océano, un pequeño pueblo feliz». Por esta razón, en la «terapia de la lejanía» se puede reconocer el distingo entre utopías de la evasión y utopías de la reconstrucción. Las primeras corresponden a la necesidad de huir de la realidad construyen do un mundo ideal, cuando no meramente fantástico, y las segundas, a la crítica política y social de un orden existente, a partir de la cual se propone un modelo alternativo de sociedad.10
En el Cono Sur, para ser más concretos, inmigración fue sinóni mo de la colonización y del colono (casi sin excepciones identificado Ainsa, F. La reconstrucción de la utopía, opus cit., p. 45. Ibidem, p. 46.
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con el inmigrante); se exigía que hiciera fértiles y productivas las tierras hasta entonces infructuosas. Se esperaba de él que llenara el país de las granjas que necesitaba. Estas tesis, que no encontraron una oposición teórica consistente, fueron plasmadas en una nutrida legislación promotora de la inmigración y colonización. En efecto, se intentaba poblar el desierto, que tiene una dimensión simbólica,11 con extranjeros que fueran pioneros y civilizadores a la vez. Este pro yecto se enriqueció con la idea de mejora de la «raza». La moderna motivación de formar una sociedad rural de granjeros-empresarios capaces de expandir la producción se unía a otra: ocupar fronteras peligrosas y mejorar, por presencia y empleo, a las poblaciones na tivas. Junto a la pervivencia de algunas ideas y prácticas del período anterior, en el quinto capítulo se estudia el giro que la utopía agraria experimenta dentro del fervor civilizador, modelo que orienta la re construcción del país entre los años 1845-1880, y que es impulsado por Domingo Faustino Sarmiento. En su visión lo importante era el dominio y transformación del territorio, pero ahora desde la dialéctica ciudad-campo y desde la tecnología. Su visión se despliega en varios textos, como en su conocido Facundo, Barbarie o Civilización, pero aquí prestaremos atención especial a una obra estrechamente ligada al pensamiento utópico, su Argirópolis, publicada en 1851, un año antes de la caída de Rosas y dos del comienzo de la fase constitucional en Argentina. En este texto aparecen diversos símbolos del proyecto ideal sarmientino no solo para Argentina, sino para toda Latinoamérica. Aparece la referencia a una nueva capital, situada en la isla de Martín García, que representa el predominio de lo urbano sobre lo rural y 11 Dice R. Bartra en El mito del salvaje (México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 52) que en la cultura judeocristiana el desierto era un «espacio de tentación y de prueba, de peligro y de éxtasis, de muerte y de promesas» y que el verdadero sufrimiento de vivir en este espacio salvaje no era físico, sino moral. Las formas de este dominio natural eran amenazadoras, ya fuera por el predominio de la soledad o por su vaciedad. En medio del desierto es donde, según el Antiguo Testamento, Yahveh coloca el jardín del Edén, del que son expulsados Adán y Eva al territorio agreste y que deben domesticar con pesadumbre; sobre este tema, Azcona, José Manuel y Guijarro, Víctor. «El imaginario tecnológico. Domingo Faustino Sarmien to: representaciones y arquetipos de América (1845-1885)», Anuario de Estudios Americanos, 70, 2 (2013), pp. 673-697.
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que se concibe como un ejemplo para el resto del país y como centro de poder. Participa de uno de los rasgos más comunes y evidentes, según Raymond Trousson, de las utopías, el insularismo, que no es solo una ficción geográfica, responde a la necesidad de preservar una comunidad de la corrupción exterior y ofrecer un mundo cerrado [...] El insularismo utópico es ante todo una actitud mental, de la que la isla clásica no es sino la representación ingenua. Corresponde a la convicción de que solo una comunidad al abrigo de las influencias di solventes del exterior puede alcanzar la perfección de su desarrollo; entraña, evidentemente, una autonomía casi absoluta [...].12
La tecnología es un complemento esencial del ideario propio del segundo período: en primer lugar, porque muestra el dominio del ingenio sobre la naturaleza, el poder de la civilización sobre la bar barie y, en segundo lugar, porque los avances en las comunicaciones permiten integrar todos los territorios y facilitar el flujo de personas, bienes e ideas por todo el país. Ya se venían señalando los ríos nave gables como un recurso vital para la economía, pero ahora el ferro carril, como aprecia Sarmiento con su habitual mirada exagerada, añadía ventajas evidentes sobre esos medios: «Incrementar el número de ferrocarriles es reconquistar para la civilización, la industria y la libertad la tierra que ha sido dominada lejos de nosotros por los bárbaros».13 Tampoco se olvidan los proyectos colonizadores de la etapa anterior, sino que asumiendo la experiencia de los ensayos que se pretendieron poner en marcha, durante la segunda mitad del siglo se establecieron, superando diversos contratiempos y situaciones es casamente planificadas, múltiples colonias agrícolas a lo largo de los ríos Paraguay y Uruguay, en Argentina, y en Valdivia, Puerto Montt y Llanquihue, en Chile. Es aquí donde la labor de los agentes colo nizadores, entre naturalistas, empresarios y aventureros, es funda mental. Se encargaban de promover los movimientos de personas hacia América, a quienes seducían con la visión de las ilimitadas po 12 Trousson, Raymond. Historia de la literatura utópica. Viajes a países inexistentes, Barcelona, Península, 1995, pp. 43-44. 13 Cit. en López del Amo, Fernando. «Ferrocarril, territorio y progreso en el proyecto liberal argentino», en J. L Peset. (coord.), Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, Madrid, CSIC, 1989, vol. III, pp. 179-198, especialmente p. 183.
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sibilidades del Nuevo Mundo y con las promesas de alivio a las ten siones de una sociedad compleja, así como una solución para una creciente población empobrecida y sin recursos. En esta categoría entran las figuras de Alexis Peyret y Auguste Brougnes. El prime ro escribió Una visita a las colonias de la República Argentina (1889) y el segundo La extinction du paupérisme agricole par la colonisation dans les provinces de La Plata (1854). En el sexto capítulo examinamos las relaciones entre la utopía y el imaginario popular, es decir, se estudia cómo se difunden entre un público muchas veces entusiasta y entregado las imágenes y propósi tos que componen el ideario utópico. Se tendrá en cuenta en este apartado el concepto de tecnología sublime (emociones colectivas derivadas de representaciones tecnológicas que favorecen la cohesión social), analizado por David E. Nye.14 Aquí consideramos estos pro cesos de asimilación simbólica, primero, en el marco de una educa ción con fines utilitaristas y, segundo, en los grandes acontecimientos científico-tecnológicos, como en las inauguraciones de túneles, puen tes, estaciones, líneas de ferrocarril, así como en las exposiciones de productos nacionales, que tienen lugar en Chile y en Argentina a fi nales de los años 1860. Se trataba de oportunidades memorables en las que las experiencias colectivas, como afirma Nye, afianzan valores sociales15 y, como comprobaremos, eliminan aunque solo sea provi sionalmente las brechas entre el poder y el pueblo. Nuestro propósito es, en diálogo con diversas aproximaciones parciales, sin duda de gran valor como punto de partida, examinar todos los elementos y agentes que en el Cono Sur contribuyeron a confeccionar un imaginario alternativo al propio del orden tradicio nal preindependista en la dialéctica naturaleza-civilización. Compro baremos que fue obra de una minoría y que en ese esfuerzo estuvie ron comprometidos letrados, funcionarios, intelectuales y empresarios, familiarizados con el reformismo ilustrado y con los preceptos de una utopía fundacional y regeneradora que situó a la tierra (el agro), sus pobladores y los saberes científico-técnicos en la base de sus proyec tos. Los informes que redactan, la prensa independiente que promo 14 Nye, David E. Amercian Technological Sublime, Cambridge (Massachussets), MIT Press, 1994. 15 Ibidem, p. xiii.
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vieron y los manuales que difunden tienen el cometido de com prometer a gobernantes, ciudadanos y productores. En esta obra atenderemos también a aquellas visiones y símbolos que surgieron en los dominios anteriores y que tenían el cometido de ayudar a los lec tores y observadores a imaginar las propuestas ideales. Prestaremos atención a la figura del campesino ilustrado y laborioso, a esos «al deanos filósofos» que trata el médico suizo Hans Kaspar Hirzel; a la ciudad de la sabiduría, imaginada por Juan Egaña; al país de Truptu, concebido por Manuel Belgrano en su búsqueda de vías de comuni cación que unieran el océano Atlántico con el Pacífico y al mismo tiempo convirtieran a la Patagonia en un territorio fértil y domestica do. Además, atenderemos a la reiterativa imagen del colono honesto y trabajador e igualmente al modelo del «jardín de aclimatación». También se evoca otro tipo de colonos que vienen del norte, los in genieros emprendedores, representados según Juan Bautista Alberdi por la figura del norteamericano W. Wheelwright, epítome del triun fo del ingenio sobre la adversidad natural, y ejemplo de la búsqueda de modelos en naciones y figuras foráneas por sociedades que sobre valoran lo externo frente a lo propio. Y, por último, sin ser menos importante, se contempla la ciudad modelo, ejemplo para todo un país, que aparece, como dijimos, en el Argirópolis de Faustino Sar miento. Aquí veremos los rasgos típicos asociados con el icono occi dental de la ciudad, entendida como un reducto que se contrapone a la naturaleza indómita, como una fortaleza que ofrece seguridad frente a un exterior amenazador y como un ámbito en el que el ser humano sin más remedio se vuelve solidario y progresa junto a sus semejantes.16 Al final de la obra, en el último capítulo, exponemos las manifestaciones e iconos que compusieron el imaginario de la utopía agraria, atendiendo a las tres dimensiones básicas que hemos consi derado a lo largo del trabajo: la de la naturaleza, la de la población y la de los saberes tecnocientíficos.
16 Revilla, Federico. Diccionario de iconografía y simbología, op. cit., pp. 140-141. Sobre la ciudad como utopía, Mumford, Lewis. «Utopia, the City and the Machine», Daedalus: Journal of the American Academy of Arts and Sciences, 94 (1965), pp. 271-292.
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Capítulo I MANIFESTACIONES Y CONTEXTOS DE LA UTOPÍA AGRARIA Reinaba una eterna primavera y los apacibles céfiros acariciaban con sus tibias brisas a flores nacidas sin semilla. Pero además la tierra, sin arar, producía frutos, y el campo, sin barbecho, emblanquecía de espigas cargadas de grano. Corrían entonces ríos de leche, ríos de néctar, y rubias mieles goteaban de la encina de verde follaje. (Ovidio, Metamorfosis, I)
1. Utopías del progreso: el deber de ser perfectibles En una utopía se plantea una tensión entre una sociedad ideal y una real, y su poder reside tanto en su capacidad de seducción o fas cinación como en su vigor crítico. El filósofo E. M. Cioran considera el primero de los atributos como el móvil principal de nuestras ac ciones: Solo actuamos bajo la fascinación de lo imposible: esto significa que una sociedad incapaz de dar a luz una utopía y de abocarse a ella, está amenazada de esclerosis y de ruina. La sensatez, a la que nada fascina, recomienda la felicidad dada, existente; el hombre la rechaza, y ese mero rechazo hace de él un animal histórico, es decir, un aficionado a la feli cidad imaginada.1
Para ello, el discurso que la sustenta contiene rasgos y perfiles desmesurados, así como imágenes cargadas de un efecto emotivo que facilita su evocación.2 Algunas utopías, las que persiguen su realiza Cioran, Emil M. Historia y utopía, Barcelona, Tusquets, 2011, p. 118. Dice Graciela Scheines, «La utopía es esencialmente imagen. Aunque la mayo ría de las utopías son piezas literarias (desde Platón a Marcuse, están en los libros), son descripciones detalladas de la ciudad ideal de modo que el lector puede imagi narla, conservarla en su memoria como una visión. De ahí tal vez el parentesco entre las palabras visionario en su uso corriente (que tiene visión de futuro) y utopía, que 1 2
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ción (como la utopía agraria), parten de una realidad insatisfactoria, proponen un procedimiento para su superación (al alcance de unos pocos o de la mayoría) y recurren al consentimiento colectivo.3 Entre estas utopías realizables se encuentran las que fusionan el ideario utópico con el del progreso y la práctica tecnológica. Estas aparecie ron, con algunos antecedentes, en la Ilustración4 y recibieron la for mulación más completa en la obra del marqués de Condorcet. El texto clásico de J. Bury, La idea de progreso, resume en estas palabras referidas al matemático y filósofo francés los términos básicos de este ideal: No habrá recaída en la barbarie. Las garantías contra ese peligro son el descubrimiento de los métodos verdaderos de las ciencias natu rales, su aplicación a las necesidades del hombre, las líneas de comuni cación interhumana, el gran número de los que las estudian y, finalmen te, el arte de imprimir. Y si estamos seguros de los progresos constantes de la ilustración podemos estar seguros de la mejoría constante de las condiciones sociales.5
En este planteamiento, la barbarie representa lo primitivo y lo arcaico, es decir, lo inhumano, imágenes indeseables en las premisas del progreso. Tampoco son admisibles, en un contexto de renovación que mira al porvenir, los prejuicios y supersticiones, que remiten al mantenimiento de privilegios y tradiciones. «A partir del siglo xviii es imagen deseada del futuro», en Graciela Scheines, Las metáforas del fracaso. Sudamérica, ¿geografía del desencuentro?, La Habana, Casa de las Américas, 1991, p. 38, n. 13. 3 Fernández Sanz, Amable. «Utopía, progreso y revolución como categorías explicativas en la historia del pensamiento», Anales del Seminario de la Historia del Pensamiento, 12 (1995), pp.165-189; véanse las pp. 170-171. 4 Citaremos a modo de ejemplo las aportaciones a la ideología del progreso de Turgot en Francia (Discours sur le progrès successifs de l’esprit humain, 1750), Kant en Alemania (Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, 1784) y una obra perteneciente propiamente a la literatura utópica, la de Louis Sébastien Mercier, L’An 2440, 1771, considerada la primera contribución a la descripción de una sociedad ideal situada en un tiempo futuro (ucronía) en lugar de en un espacio o lugar imagi nario. 5 Bury, John. La idea de progreso, Madrid, Alianza, 2009 (1.ª en inglés de 1920), p. 218.
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la utopía —afirma Fernando Ainsa— se proyecta en el futuro y se asocia con la idea de progreso, especialmente durante el siglo xix, en que los adelantos técnicos y los descubrimientos científicos for man parte de un crecimiento que parece no tener límite y al que se saluda con optimismo y confianza».6 El pasado inmediato (si bien no otro más remoto, como la edad de oro u otro estado anterior de inocencia natural) queda aquí reducido a un insignificante y molesto recuerdo, como se considera a la época de la colonización española en las proclamas de los próceres del independentismo americano. Los mecanismos cuyo ejercicio desplazan y anulan las realidades inaceptables son el progreso inevitable y la perfectibilidad humana. El Esquisse d’un tableau historique des progrés de l’espirit humain (1795), «la forma en que la idea de progreso del siglo xviii fue asi milada por el pensamiento occidental»,7 fue la propuesta esencial elaborada por Condorcet para liberarnos de las ataduras menciona das.8 En la obra, cada etapa en la que está dividida la exposición (diez en total) corresponde a un grado de civilización. Y cada uno de esos estados de progreso viene acompañado de logros variados en el campo de la técnica, del saber, de las relaciones sociales y de la moral. Se ha llegado a un punto de civilización, según Condorcet, en el que el pueblo se beneficia de las luces, no solo por los servicios que recibe de los hombres ilustrados, sino porque ha sabido hacer de ellas una especie de patrimonio y emplearlas inmediatamente para defenderse contra el error, para prevenir y satisfacer sus necesidades, para prote gerse contra los males o para dulcificarlos mediante goces nuevos.9
Ainsa, F. La reconstrucción de la utopía, opus cit., p. 38. Manuel, Frank E. y Manuel, Fritzie P. Utopian Thought in the Western World, Cambidge (Massachusetts), Harvard University Press, 1997, p. 491. 8 La suya se sumaba a otras que se habían propuesto en el siglo xviii, donde destaca la ley de los cuatro estadios; según esta las sociedades en su evolución pasaban por diferentes fases: la primera era la cazadora y recolectora; la segunda era la pasto ril; la tercera era la agrícola, y la cuarta era la comercial. 9 Condorcet. Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794), ed. de Antonio Torres del Mora, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004, p. 110. 6 7
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Aquí está aludiendo el autor al noveno estadio, el que comienza con Descartes y culmina con la Revolución francesa. El décimo era el de la ciencia y la razón, en el que los científicos y los tecnólogos constituirían una clase gobernante con poder sobre la ciudadanía. En resumen, el progreso en el ideario ilustrado se identifica bási camente con el fomento del conocimiento y de las habilidades. En este proceso las escuelas y las imprentas, así como otras vías que fa cilitaran la comunicación entre los seres humanos, son los instrumen tos básicos para consolidar y conseguir el consenso demandado por la utopía tecnológica. Condorcet, afirma el sociólogo R. Nisbet, «cuando hace una alabanza de los beneficios que proporciona la edu cación, indica que habría que enseñar a todos los individuos sin ex cepción las leyes y las técnicas para difundir el conocimiento cientí fico lo máximo posible entre toda la población mundial».10 El periódico, por su parte, contribuye a crear comunidades imaginarias, compuestas por lectores y suscriptores que reciben las novedades en los conocimientos y las artes, y que al mismo tiempo comparten los ideales del avance y el progreso. La imprenta, en este contexto, es un objeto de culto. La fascinación por esta tecnología se remonta a las declaraciones del filósofo inglés Francis Bacon a principios del si glo xvii (junto con la pólvora y la brújula, este invento había, según decía, «cambiado por completo la situación en todo el mundo»). O también a las del primer secretario de la Royal Society de Londres, Henry Oldenburg, quien afirmaba en 1659: «El Gran turco es ene migo de que sus súbditos se eduquen porque considera una ventaja tener un pueblo sobre cuya ignorancia pueda él imponerse. De aquí que se resista a la impresión [...]».11 ¿Y qué se debía enseñar para fomentar la actitud progresiva? Condorcet pensaba que era posible lograr ese cometido difundiendo el conocimiento útil o productivo. Así, eran pertinentes los saberes y 10 Nisbet, Robert. Historia de la idea de progreso, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 296. Recordemos que Condorcet escribió diversos proyectos para la reforma educa tiva francesa, que los «ideólogos» llevaron a la práctica a finales del siglo xviii y principios del xix; los proyectos fueron presentados ante la Asamblea Legislativa y se encuentran desarrollados en sus Memorias para la instrucción pública. 11 Briggs, Asa y Burke, Peter. De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación, Madrid, Taurus, 2002, pp. 28-29.
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técnicas que aportaban innovaciones y los que mostraban un dominio sobre la naturaleza o bien de un pueblo sobre otro. E igualmente eran provechosas las acciones que obedecían a una planificación y a un orden, precisamente el orden que aportaba el ejercicio del conoci miento científico. El último propósito de este mecanismo, conocido solo por una elite, era contribuir a la sociedad ideal. Y esto significa ba hacer compatible la felicidad y la igualdad con el fomento de las artes mecánicas y la cultura material. Como afirma Paul Hazard en El pensamiento europeo en el siglo xviii, la voluntad de ser felices, y de ser felices en seguida, reaparecería, pues, en esta forma, reaparecería siempre [...] El instrumento de la felicidad sería el progreso material. El empirismo exigía la transferencia de dig nidad que iba de la especulación a la práctica, del pensamiento a la acción, del cerebro a la mano.12
2. La construcción de la utopía agraria: precedentes
Los letrados ilustrados centraron su atención en el agro, en su cultivo y dominio, pero igualmente reprodujeron ideales de la tradi ción pastoril. Esta última remitía a la Antigüedad clásica, cuando di versos autores (Varrón, Rerum rusticarum, 37 a. C., entre otros) pen saban en una naturaleza domesticada, en «una simpática mezcla de naturaleza y arte: las aldeas de la costa mediterránea, la belleza de los campos cultivados, las viñas y los olivares en las laderas de las colinas, a veces junto a un río o cerca de un bosque».13 Por otra parte, también se reconocía un sentimiento de veneración por la Madre Tierra: En los mitos y ritos hay una clara preocupación por la fecundidad del hombre y de la tierra. Agricultura, cuidado del ganado, formación de rebaños de cabras y ovejas mantienen a los hombres cercanos a la 12 Hazard, Paul. El pensamiento europeo en el siglo xviii, Madrid, Alianza, 1998, p. 190. 13 Clarence, J. Glacken. Huellas en la playa de Rodas. Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental desde la Antigüedad hasta finales del siglo xviii, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1996 (1.ª en inglés de 1967), p. 48.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora tierra, labrada o no, recordándoles su fecundidad. De estas creencias de aquellos hombres surgieron gradualmente ideas racionales de fertilidad de los suelos y técnicas de cultivo y alimentación del ganado.14
En el Renacimiento se revitalizan los sueños e imágenes exagera das en torno al retiro rural; en ellas se mezclan los discursos ficticios con las referencias fantásticas a los territorios americanos, promovi das en especial por los colonizadores europeos. La «naturaleza ame ricana», como ya se ha mencionado, fue un símbolo con dimensiones míticas creado por viajeros, militares y religiosos con propósitos va riados. Durante el período ilustrado, la utopía agraria adquiere una dimensión política, social y económica en Europa y Estados Unidos. Se articula como teoría socioeconómica en las escritos e iniciativas de los fisiócratas (término que significa «gobierno de la naturaleza») o economistes, quienes pensaban que la sociedad mejoraría si la econo mía se ajustaba a las leyes que la Providencia había implantado en la naturaleza. Turgot, uno de los primeros ideólogos del progreso, in tentó llevar a la práctica los principios fisiocráticos cuando fue con sejero de Luis XVI. En estas teorías la población se dividía en tres clases: la productiva (agricultores, mineros y pescadores); los propie tarios (los dueños de la tierra y los que aportaban el capital) y los artesanos, clase «estéril» que fabricaba bienes a partir de las materias primas proporcionadas por la clase productiva. Para los fisiócratas, 14 Ibidem, p. 49; sobre la poesía bucólica, la interpretación lírica y estética del paisaje en las Églogas de Virgilio y la preferencia por la vida rural de Horacio (en contra de Fusco, amante de la ciudad), todo ello en el período helenístico, véase ibid, pp. 60-65. «El interés por la naturaleza, animado e intensificado por inspiraciones procedentes de Oriente (como el jardín) y combinado con el incremento de la vida urbana, agudizó la distinción entre naturaleza y arte, si nos atenemos al testimonio de hombre como Horacio, Varrón y Columela. Debe admitirse que es una generalización difícil de establecer, pero parece fundada la creencia en la aparición de una concien cia de agudo contraste entre la vida rural y la vida urbana. De hecho, aquel fue pro bablemente uno de los períodos de la civilización occidental en que el contraste ha sido más agudo. Este fenómeno no apareció por primera vez cuando la Edad Media taló bosques con fines de cultivo, ni con la ordenación de la naturaleza en el si glo xviii o con la revolución industrial. El mayor tamaño de muchas ciudades hele nísticas favorecía sin duda la toma de conciencia de la distinción y la presencia de jardines y alamedas sugiere un deseo de crear dentro de la ciudad un pequeño reino de naturaleza» (pp. 65-66).
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en el Estado ideal los productores debían representar la mitad de la población y las restantes clases, una cuarta parte cada una.
Ilustración 1. Lucas Cranach, el Viejo, La Edad de Oro, ca. 1530 (detalle). Wi kipedia.
En la segunda mitad del siglo xviii, diversos signos indican que la utopía bucólico-agraria dejó las fórmulas retóricas de rapsodas y ensayistas y se instaló en los despachos de los políticos, donde las declaraciones intentaban traducirse a proyectos viables.15 En España 15 Marx, Leo. The Machine in the Garden: Technology and the Pastoral Ideal in America, Nueva York, Oxford University Press, 1964, pp. 38 y 73; sobre los prece dentes, en particular sobre las aportaciones de Robert Beverley, autor de History and Present State of Virginia, 1705, ibidem, pp. 75-88. También es interesante para el caso norteamericano la obra de John F. Kasson, Civilizing the Machine. Technology and Republican Values in America, 1776-1900, Nueva York, Hill and Wang, 1999 (1976, 1.ª ed.), donde se examina la imagen de una América agraria y su conversión en un símbolo de las virtudes republicanas, ideas que se encuentran en las impresiones del
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destaca el ejemplo de Pablo de Olavide, cuyo plan destinado a esta blecer nuevas poblaciones en Sierra Morena estuvo guiado, según José Luis Abellán,16 por las ideas ilustradas de experimentación so ciológica y utópica. Allí pretendía crear sociedades rurales modelo con colonos alemanes que debían cumplir únicamente la condición de ser católicos; cada una de las poblaciones estaba situada a una legua de distancia y estaban compuestas por un número de familias que eran propietarias de las parcelas que debían trabajar. El ensayo, que muy probablemente fue conocido en América por los intelectua les criollos, salió adelante con numerosos contratiempos y en 1775 el número de colonos sobrepasaba los 13 000 individuos. Sin embargo, la maledicencia de algunos, capitaneados por el capuchino alemán fray Romualdo de Friburgo provocó que la Inquisición se ocupara de Olavide, hecho que fue motivo de su encarcelamiento en 1776. Su ideario en cualquier caso quedó recogido en El Evangelio en triunfo (publicada de forma anónima en 1797), donde reproduce la obsesión de los ilustrados por los beneficios de las prácticas agrícolas y al mis mo tiempo muestra su desprecio por la ganadería, llegando a afirmar que los ganaderos «no pertenecen a la clase de los labradores, ni son dignos de nombre tan honroso; son traficantes de carnes, que con una granjería tan útil para ellos como ruinosa para el Estado, sin te ner tierras ni labores, se ocupan en criar, vender y mantener ganados: en una palabra, son como los vampiros, que chupan la sustancia pública».17 Encontramos aquí pues un argumentario que posterior mente veremos reproducido, variando solamente algunos términos, en las proclamas de Domingo Faustino Sarmiento. Durante ese tiempo se configuró la imagen de una América aco gedora, desprovista de clases y en estado semiprimitivo, cuyos me dios de vida estaban ordenados en torno a las explotaciones agríco las. Leo Marx estudió en una obra ya clásica publicada hace algunas décadas la difusión de la tradición pastoril en Estados Unidos. inmigrante europeo J. Hector St. John de Crèvecoeur; véase especialmente, Marx, opus cit., pp. 7-9 y 16-18. 16 Quien a su vez sigue las ideas de M. Defourneaux (Pablo de Olavide, el afrancesado, México, Renacimiento, 1965), en Abellán, José Luis. Historia del pensamiento español, Madrid, Espasa, 1996, pp. 326-330. 17 Ibidem, p. 329.
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Como ya dijimos en la introducción, es en la obra escrita por Tho mas Jefferson, titulada Notes on Virginia (1785) donde se alienta esta forma de pensar.18 Marx advierte que la invocación del retiro rural en este texto tiene el propósito de ofrecer una alternativa a las ame nazas de la civilización que recupere y recree las virtudes de la na turaleza. Esta mentalidad está acompañada de tendencias estéticas interesadas en la reproducción del paisaje. Para Jefferson, Europa proporcionaba los modelos civilizatorios indeseables. Hablando en 1812 de la depravación de Francia e Inglaterra, afirmaba que «si la ciencia produce frutos no mejores que la tiranía, el asesinato, la ra piña y la desaparición de la moralidad nacional, prefiero que mi país sea ignorante, honesto y respetable de la misma forma que los son nuestros vecinos salvajes».19 Para el autor de Notes, los méritos de las tareas agrícolas no dependían de sus cualidades productivas ni de sus aportaciones económicas, de ahí que no piense en las explo taciones a gran escala, como habían hecho los fisiócratas, sino en las granjas familiares.20 La gran diferencia con los planteamientos que vamos a contemplar en el Cono Sur depende de que los promotores de esta versión de la utopía agraria no la percibieron como una es trategia escapista,21 sino como un proyecto de identidad nacional sustentado sobre una política económica y social determinada, así como en un imaginario futurista, que asegurara los principios de desarrollo, riqueza y bienestar. En este caso el ideario civilizador sí tenía sentido, y dentro de él, los presupuestos del progreso. Mien tras que para unos los países desacreditados eran Francia e I nglaterra, para estos últimos, el país exento de un estatuto modélico era España.
Marx, L.,The Machine in the Garden, opus cit., pp. 88 y ss. Ibidem, p. 121. 20 Ibidem, pp. 126-127. Para profundizar en este tema, véase Simal, Juan Luis, «El republicanismo agrario en Estados Unidos, 1785-1824», Historia Agraria, 49 (2009), pp. 73-100. 21 Con una excepción: sería una evasión solo para aquéllos que estuvieran en una situación de pobreza. Como veremos, este impulso de reencuentro con la naturaleza se produjo mas bien entre los identificados con el trascendentalismo norteamericano, como H. D. Thoreau (véase el cap. 3). 18 19
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3. Visiones de América en la utopía Como reconoce G. Scheines, hay un espacio especialmente desig nado por el europeo para la utopía: el continente americano. Añade, después de revisar las referencias históricas a islas imaginarias en medio de océanos amenazadores, que el descubrimiento de América representó la actualidad del mito. El pa raíso perdido estaba al alcance de la mano, el pasado se hacía presente. Pero también el futuro (la perfección como posibilidad futura) juega un papel en esta etapa. El mito de América como paraíso terrenal ya en los años del Descubrimiento y la Conquista está enmarañado con la imagen de América como espacio propicio para edificar la utopía.22
Pierre-Luc Abramson señala en su obra sobre las utopías sociales que «aun antes de nacer, América estaba cargada de mitos y de litera tura. El descubridor resultó ser víctima de ello [...] Sin embargo, tanto el concepto como la palabra utopía nacen [...] solo después del Descu brimiento y en relación directa con él».23 El continente americano se convirtió para el europeo del siglo xix en el lugar donde todo era po sible. En ese momento, en Occidente, como advierte Scheines, se «mantiene incólume la idea de progreso, que aún confía en la razón como instrumento eficaz al servicio de la sociedad».24 La distancia en tre los dos mundos fue lo que favoreció la idealización de uno de ellos. Esa lejanía es la que también facilitó la idea de que se vivía mejor en el otro, en un espacio que se llenaba de virtudes. Según opina Ainsa, en el caso de América, la fractura topográfica y topológica que separa el hemisferio de Europa permitió que la distancia lo convirtiera en alte 22 Scheines, G., opus cit., p. 16. Más adelante señala que «América, concebida por el europeo como espacio vacío y disponible, incita a la idea de utopía» (p. 33); en general, sobre la construcción de la idea de «América» desde su consideración como entidad geográfico-histórica hasta la actualidad, Abellán, José Luis. La idea de América. Origen y evolución, Madrid-Frankfurt Am Main-México, IberoamericanaVeuvert-Bonilla Artigas Editores, 2009. 23 Abramson, Pierre-Luc. Las utopías sociales en América Latina en el siglo xix, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 17. 24 Scheines, G., opus cit., p. 39.
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La utopía agraria ridad lejana. La diversidad americana, su diferencia cualitativa, se ha consagrado gracias a la barrera que establece el océano Atlántico entre Europa y América. La representación arquetípica elaborada a partir de ese corte geográfico convirtió al continente americano en isla simbólica de vastas connotaciones utópicas.25
En el siglo xviii, la presencia española contribuyó en una de sus vertientes, la del estudio y contemplación de la naturaleza, a la visión mitificadora del suelo americano. Esta procedió de las aportaciones promovidas por quienes desde la Iglesia se ocuparon no solo de cum plir con los cometidos propios de las tareas evangelizadoras, sino además de otros múltiples proyectos que inevitablemente surgían en el ajetreo de la vida social y económica de los territorios en los que se asentaban. Es oportuno aquí reproducir las palabras de Leoncio López-Ocón procedentes de su Breve historia de la ciencia española: Dado que muchos religiosos actuaron desde el comienzo de su pre sencia en las colonias americanas desde convicciones mesiánicas y, a veces, milenaristas, no tardó en extenderse entre los americanos la creencia en la excepcionalidad de América y de sus pobladores. Así, muy pronto surgió una literatura que enaltecía las maravillas y la singu laridad de la naturaleza americana. En el marco de esa tradición crista lizó una exaltación de lo propio y maduraron lentamente los principales ingredientes de la identidad criolla [...].26
De esta forma y en concreto mediante la redacción de obras apologéticas se contrarrestaban algunos juicios que procedentes de estudiosos europeos con prestigio e influencia, como el conde de Buffon, defendían la hipótesis de la inferioridad de la naturaleza americana.27 Ainsa, F. La reconstrucción de la utopía, opus cit., p. 43. López-Ocón, Leoncio. Breve historia de la ciencia española, Madrid, Alianza, 2003, p. 213; se trata ampliamente este tema en Antonio Lafuente y Leoncio LópezOcón, «Tradiciones científicas y expediciones ilustradas en la América hispana del siglo xviii», en Juan José Saldaña (coord.), Historia social de las ciencias en la América latina, México, UNAM-Porrúa Editor, 1996, pp. 247-281. 27 Sobre este tema, véase el texto clásico de Gerbi, Antonello. La disputa del nuevo mundo: historia de una polémica, 1750-1900, México, Fondo de Cultura Eco 25 26
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En el siguiente siglo, se extienden los preceptos propios de la utopía del progreso y la perfectibilidad. J. Bentham, en Inglaterra, y el saintsimoniano M. Chevalier, en Francia, pensaron en América como el lugar idóneo de sus proyectos. El primero tenía el propósito de establecer allí su utopía utilitaria, según se comprueba por la ex tensa correspondencia que mantuvo con líderes de esas regiones. Entre las propuestas concretas destaca un plan para la construcción de un canal, la «Junctiana canal», cuya finalidad era establecer una comunicación fluida entre las repúblicas recientemente emancipadas y Estados Unidos.28 Por su parte, el ingeniero Chevalier centró su interés en México y en su potencial. De este país pensaba que su desarrollo no sería posible sin la aportación de un importante núme ro de europeos técnicamente cualificados que pudieran establecerse allí.29 La imagen de una América virgen pero hospitalaria estaba en la mente de diversos simpatizantes del movimiento sainsimoniano. Jean-François Clouet era otro ejemplo. Profesor de física y química en la École du Génie, estableció un taller de cerámica y se dedicó a los trabajos experimentales con diferentes tipos de esmaltes; más tar de extendería sus investigaciones a los problemas metalúrgicos. Par ticipó activamente en la Revolución francesa y entró en contacto con el círculo de seguidores de Saint-Simon. En noviembre de 1799 par tió a la Guayana hastiado de la vida civilizada y con la intención de continuar sus ensayos en las regiones tropicales.30 Se marchó, después de proponérselo al propio Saint-Simon, con el matemático FrançoisGillaume Coëssin con el propósito igualmente de fundar una «repú
nómica, 1993, 2.ª ed. en español y González Montero de Espinosa, Marisa. La Ilustración y el hombre americano: descripciones etnológicas de la expedición Malaspina, Madrid, CSIC, 1992, sobre todo el primer capítulo. 28 Williford, M. Jeremy Bentham on Spanish America: An Account of His Letters and Proposals to the New World, Baton Rouge, Louisiana State U. P., 1980. Los deta lles del proyecto, ya pergeñado por los españoles en el siglo xvi, así como las razones de su abandono, Williford, M. «Utilitarian design for the New World. Bentham’s plan for a Nicaraguan Canal», The Americas, 27, 1 (1970), pp. 75-85. 29 Abramson. Las utopías sociales..., opus cit., p. 51. 30 Taton, René. «Clouet, Jean-François», en Charles Coulston Gillispie (ed.), Dictionary of Scientific Biography, Nueva York, Charles Scribner’s & Son, 1981, vol. 3, pp. 326-327.
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blica de hombres libres» y de «llevar la luz a los pueblos de la Amé rica del Sur».31 Hallaría la muerte solo dos años más tarde. El caso de Aimé Bonpland, compañero de Alexander von Hum boldt en las expediciones científicas por el continente americano, es también representativo de los viajeros, calificados por Leila Gómez como «iluminados», 32 que buscaron en el Nuevo Mundo el territorio propicio para sus representaciones visionarias. A principios de 1817 se estableció en Buenos Aires tras ser invitado por Bernardino Riva davia, una decisión que tenía que ver con los planes del mandatario argentino sobre la creación de entidades científicas en la capital con evidentes connotaciones simbólicas. La idea de Bonpland que llegaba acompañado de un herbario y numerosas plantas y árboles era orga nizar un jardín botánico, pero la inestabilidad impidió que los pro yectos se materializaran. Es durante esta etapa cuando se entusiasma con las descripciones de Misiones y Paraguay. En 1820, primero, se traslada a Corrientes, donde permanece ocho meses, y después em prende el viaje a Misiones para, finalmente, cruzar el río Paraná e internarse en territorio paraguayo. Allí pretendía constituir una colo nia dedicada al cultivo de yerba mate, sin embargo fue hecho prisio nero por el dictador Gaspar Rodríguez de Francia, quien desconfió de las verdaderas intenciones del viajero francés y pensó que realiza ba labores de espionaje para una eventual invasión del país galo. Per maneció retenido desde 1821 hasta 1831, momento en que es libera do cediendo a las presiones de científicos y políticos. Según expone Gómez, Paraguay es la tierra del «noble salvaje» y de las utopías de Tomás Moro y del Inca Garcilaso de la Vega, e igualmente es el es pacio en el que los filósofos desde Montaigne a Rousseau sitúan sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Allí se encontraba el an tagonista del europeo, el hombre primitivo, débil, dócil, inocente y sin ambiciones materiales. Bonplaand es un «tránsfuga», un sujeto que transita, como en el cuento de Borges «El guerrero y la cautiva», desde un mundo a otro, en este caso desde la civilización a la barba rie en busca de la sencillez. Encuentra pues en Paraguay «la arcadia Abramson, P. L., opus cit., p. 29. Gómez, Leila. Iluminados y tránsfugas. Relatos de viajeros y ficciones nacionales en Argentina, Paraguay y Perú, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana Editorial Ver vuert, 2009. 31
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idílica de los viajeros»; allí descalzo y vestido como criollo, dedicado a los cultivos y en contacto con la población del lugar, dejó de ser el «ciudadano Bonpland» para convertirse en el «buen salvaje».33 Visiones y proyectos ideales consistentes en comunidades regi das por administraciones racionales y paternalistas, así como por miembros venturosos, se mezclaban en las propuestas promovidas por los pensadores enmarcados en el llamado «socialismo utópico». Charles Fourier, que nunca viajó a América, situaba en el Nuevo Mundo, y más en concreto en México, la capital del «magnate» de la humanidad futura, la sociedad utópica perfecta y feliz que él bus caba configurar. Tal y como dio a conocer Domingo Faustino Sar miento, Fourier envió al dictador de Paraguay, Gaspar Rodríguez de Francia, en 1835 un ejemplar de sus obras, lo cual resulta, cuando menos, sorprendente.34 Y es que una obra de Fourier, La Fausse industrie (París, 1835-1836, 2 vols.), contiene numerosas referencias, tanto económicas como críticas, sobre la política mercantil de este caudillo. En opinión de Pierre-Luc Abramson: Fourier no ha de haber ignorado el período jesuítico de este mo narca [de Paraguay], aunque tan solo haya sido leyendo a Voltaire y Montesquieu. Así pues, es muy probable que quisiera saber qué ha ocu rrido más tarde con la región y sus habitantes. De hecho en La Fausse industrie, Fourier otorga al doctor Francia un diploma de utopista y hace de él una especie de precursor: el hombre cuya obra demuestra, a pesar de sus imperfecciones, la viabilidad de sus teorías.35
En realidad, el dictador quería hacer de su país un gigantesco falansterio, con desarrollo autárquico y basado en una red de granjas del Estado y gobierno absoluto. Pero, y por si esto fuera poco, dos de los mejores observadores del socialismo utópico francés y latino americano también hicieron referencia al dictador paraguayo. Char les de Mazade lo consideró «un gran socialista en su género» y Louis Deybaud vio en él al sucesor de la utopía jesuítica.
Ibidem, pp. 27, 109, 131-132. Abramson, P. L., op. cit., p. 31. 35 Ibidem, p. 32. 33 34
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Para Fourier, América es un ámbito industrial, societario y amo roso donde tratará de poner en activo la totalidad o parte de su pen samiento económico y social por tratarse de un territorio nuevo, don de la experimentación era del todo posible. Influyó su pensamiento en el discurso de Sarmiento, quien afirmó que el socialismo falanste riano era un acontecimiento del todo importante. Dijo de él: «Fourier es un pensador profundo [...] bañando de paso de torrentes de luz las cuestiones más profundas de la sociabilidad humana».36 El pensa dor francés verá en América también la posibilidad de desarrollar su idea según la cual la subsistencia y la felicidad del género humano siguen dependiendo de la agricultura, por lo que, en gran medida, permanece anclado al modelo de los fisiócratas. Nuestro autor se hace eco del mito, eterno por otro lado, de la inextinguible fecundi dad del suelo americano, donde las cosechas salen a pares. Abundan cia del terrazgo y armonía social iban a caracterizar a los miembros de los falansterios que allí se instalasen. Fourier no introdujo la reli giosidad católica como cemento ideológico que debía crear cohesión en los futuros falansterios americanos. Lo que podemos considerar como un elemento distorsionante, sobre todo si se tiene en cuenta la importancia adquirida del credo católico romano en aquellos terri torios. Por último, hemos de destacar la indiferencia de Fourier y sus seguidores hacia lo que acontece con el género y los regímenes polí ticos en vigor. Los fourieristas se adaptaron a la dictadura de Juan Manuel de Rosas, a la monarquía de Maximiliano de Habsburgo y a la república reformadora de Benito Juárez. Por ello, desde un punto de vista estrictamente político, la escuela falansteriana es escasamen te revolucionaria. Sin embargo, su dogma fue el que más influyó en Iberoamérica. El grupo fourierista, tras la muerte del maestro en 1837, siguió empeñado en la creación de falansterios durante todo el siglo xix. Algunos se crearon, sobre todo en América, pero todos fracasaron a los pocos años. El nuevo líder del fourierismo, Víctor Considérant (1808-1893), llevó al grupo francés a una participación política más decidida y llegó a ser elegido diputado. De todos los utopistas fran Citado en Abramson, P. L., Las utopías sociales..., ibidem, p. 33.
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ceses, fue este el que mejor conoció América ya que vivió en este continente por espacio de trece años. Fue, al igual que Michel Che valier, alumno de la Escuela Politécnica de París, y, como sostiene Pierre-Luc Abranson, se involucró en ese gran movimiento de delirio colectivo (donde la utopía se mezcla con lo sórdido), que fue la in tervención francesa en México. El aporte de Considérant al fourieris mo está totalmente ligado a su combate político. Porque ve la socie dad futura como una federación de comunas libres, de falansterios aunque no desdeña la lucha política, dentro del socialismo, que ha bría de contribuir al gran triunfo social de las ideas de Fourier. Así, en 1855, cuando en Texas, cerca de Dallas y a orillas del Río Negro creó el falansterio La Reunión, afirmó: Amigos, yo os lo digo, la Tierra de Promisión es una realidad. Yo no creía en ella. La hemos visto y recorrido durante cuatro días, y os la he descrito. La idea redentora dormita en el cautiverio de Egipto. ¡Que despierte! Creed, y la Tierra de las Realizaciones, la Tierra Sagrada será vuestra.37
Entre los maestros reconocidos del socialismo utópico, Robert Owen es el único que no es francés. Su reflexión sobre la armonía social proviene de un siglo xviii inglés rico en utopías literarias y de la aterradora miseria engendrada en su país por la Revolución Indus trial, más que por la tempestad ideológica provocada por la Revolu ción francesa. Para Owen, el socialismo es la comunidad igualitaria y fraternal que, por contagio, termina por englobar al mundo, toda vez que, en su opinión, el porvenir armónico de la ciudadanía mundial debe construirse alrededor de la producción industrial en masa. El Nuevo Mundo le interesaba, una vez más, por la superabundancia agrícola que pensaba confluía al otro lado del océano Atlántico y por la comunidad campesina que lo poblaba, base ideal para su experi mentación. Así que, en 1824, se embarca con destino a Nueva York y de allí se dirige a Indiana donde adquiere la comunidad religiosa luterana Harmony con sus tierras, edificaciones y talleres de hilado y tejido. La idea religiosa es transformada por la «comunidad de igual dad perfecta» y rebautizada con el nombre de New Harmony, pero Considérant, Víctor. Au Texas. Rapport à mes amis, París, 1854, p. 83.
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fracasa el experimento en 1827. En septiembre de 1828 se dirige al gobierno mexicano al que le solicita la cesión de las provincias de Texas y Coahuila para fundar una nueva sociedad que, según su pro pia expresión, «prepara los medios de poner fin a las guerras, a las animosidades religiosas y a las rivalidades mercantiles, entre las na ciones, y las disensiones entre los individuos». En esta petición, Owen se dirige a las autoridades de la República de México como «ciudadano del mundo». El encargado de negocios de México en Londres, Vicente Rocafuerte, transmite a su gobierno el proyecto con la petición formal de Owen y con una nota diplomática en la que dice que el proyecto le parece «simpático pero irrealizable». A finales de 1828, Owen emprende un viaje a México donde es presentado al presidente Guadalupe Victoria y al general SantaAnna. Según sus propias declaraciones, el gobierno mexicano con sideró seriamente su propuesta, pero la negociación fracasó porque él había exigido libertad religiosa para los territorios puestos bajo su administración, con el fin de hacer llegar allí un torrente de in migración anglo-germánica. El experimento social se pretendía ha cer en una zona fronteriza entre la colectividad de habla y costum bres inglesas y la otra de tonalidad hispánica. Asimismo, Texas contaba con el precedente de la existencia de la comuna de Campo de Asilo, fundada a comienzos del siglo xix, por exiliados bonapar tistas que soñaban con la evasión del emperador Napoleón Bona parte de Santa Helena para ofrecerle un trono en América. Después vendrían los proyectos del refugiado político Jean Czynski o aquel otro de febrero de 1848 cuando sesenta y nueve discípulos de Étienne Cabet se instalaron en Texas en la insalubre región de las bifurcaciones de Trinidad y fundaron la colonia Icaria. Cabet los alcanzó en enero de 1849 trasladando la comunidad de Icaria a Nauvoo en Illinois.38 38 Étienne Cabet recibió la influencia de Robert Owen durante su exilio en In glaterra. Regresado a Francia, predicó un comunismo pacifista, democrático y procli ve a la construcción de colonias de propiedad común. En la insistencia en la educa ción y la moral se nota la influencia de Owen. Su novela utópica Viaje a Icaria (1842) fue muy bien acogida en su tiempo y popularizó fuera de Francia la idea de construc ción de colonias igualitarias. En 1848, después de una campaña de reclutamiento de icarianos que abarcó toda Francia y varios países de Europa, partió a América, donde
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Desde España se concibieron proyectos destinados al continente americano con propósitos similares a los que hemos visto, aunque en este caso no se trataba de formar comunidades aisladas y protegidas de las influencias externas, sino de emplear la ciencia y la técnica para transformar la sociedad. Estos saberes ya difundidos en la metrópoli sirvieron a algunas personas, como Ramón de la Sagra, naturalista gallego, para desplegar un pensamiento utópico cuyo cometido era rescatar a un país del atraso, una idea que pretendía aplicar a Cuba. En un estudio sobre de la Sagra39 se pone de manifiesto que después de llegar a La Habana en 1822 y de ser nombrado director del Jardín Botánico en 1824, concibe la tarea de aplicar el saber científico a una realidad, la colonial, que se revela anárquica y caótica. La confianza ilimitada en la ciencia conduce a una voluntad de conocer el terri torio y su variedad poblacional, así como a proponer diferentes mo delos de cultivo, de cárceles, de sistemas de aclimatación de animales y plantas, de explotaciones y de máquinas. Su texto culminante fue la monumental Historia física, política y natural de la Isla de Cuba (París, 1832-1861), a la cual pertenece la siguiente afirmación: «Las regiones intertropicales parecen ser el laboratorio de la naturaleza, y las templadas y frías las manufacturas del arte».40 En la práctica, la mayoría de estos proyectos, que pretendían transformar la convivencia humana y crear sociedades perfectas a través de un urbanismo higienista impecable que nucleara el orden social sobre una base agropecuaria de intensa productividad, fueron un fracaso. Su gran error consistió en ofrecer soluciones teóricas in tachables e impolutas basadas en los vínculos existentes entre los programas de habitabilidad y el desarrollo general de las relaciones económicas y sociales. En su visión utópica de la realidad el orden urbanístico es el que garantiza el orden social. Llegaron a imaginar que la complejidad de la vida social podía simplificarse mediante proyectos urbanísticos que solo funcionaban en la mente de sus crea colaboró en diversos emprendimientos sucesivos de colonias agrícolas comunitarias, que fracasaron por diversos motivos. 39 Fraile, Pedro. «Ciencia y utopía. Ramón de la Sagra y la isla de Cuba», en J. Luis Peset (coord.), Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, Madrid, CSIC, 1989, vol. III, pp. 209-239. 40 Cit. en ibidem, p. 217.
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dores, como si se tratara de idílicos hábitats consensuados, autosufi cientes y pletóricos de paz y quietud. Sin embargo, muchas colonias agrícolas o centros urbanos fallaron por no poder evitar los desfases entre los valores morales del interior con aquellas otras pautas de convivencia y mercantiles del exterior. Por otro lado, las colonias necesitaban una fuerte inversión inicial y los capitalistas solían tener prioridades diferentes a las de los ideólogos. Asimismo, la hostilidad del medio natural y la dificultad de adaptarse a una vida lejos de la civilización urbana, fomentó la desestructuración de las colonias utó picas, al menos en términos relativos. A lo que se unió la baja renta bilidad de las actividades, la necesidad de contratación de mano de obra (con la consiguiente diferenciación salarial) y las exigencias im positivas del Estado receptor, o la necesidad de dinero en efectivo. Algunas colonias crearon un «dinero interno» que pronto se adaptó a la circulación del dinero oficial, convirtiéndose en dinero bastardo y sufriendo sus mismos avatares. Por completar la visión que desde Europa se tenía de América, hay que tener en cuenta dos imágenes predominantes y contrapues tas en la intelectualidad del Viejo Continente que se despliegan a lo largo del siglo xix. A mediados de la Ilustración, A. Turgot (17271781) afirmaba que «América es la esperanza de la raza humana». Pero no todos ni en ese período ni en el siglo xix compartían esta idea, y más bien creían en que el Nuevo Mundo se hallaba, en el mejor de los casos, en un estado de juvenil inmadurez, y en el peor, en una condición de inferioridad. Algunos representantes notables de esta última mentalidad fueron el naturalista conde de Buffon (ya citado anteriormente), el geógrafo especialista en América Corne lius de Pauw y el filósofo F. Hegel. En general, sobre estas ideas se definieron dos actitudes distintas. Una, que predominó en la Ilus tración, período en la que se defendía que la humanidad partía de los estadios más primitivos y que, siguiendo una lenta evolución progresiva y lineal, se encaminaba hacia la perfección, siendo una de las manifestaciones más elevadas de ese proceso la sociedad eu ropea. Según esta idea, cuando el viajero exploraba latitudes leja nas, realizaba un movimiento hacia el pasado, hacia los primeros estadios de la existencia humana. El atraso del «salvaje» podía re solverse gracias a la acción filantrópica del «hermano europeo», quien le transmitía el dominio de las técnicas y el valor del comer 41
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cio, unas acciones que impulsaban su evolución. La otra, que se extiende en el siglo xix, cuenta con defensores entre los antropólo gos físicos y los darwinistas sociales. En ese período se promovieron algunos cambios significativos en relación con las concepciones uni versalistas e igualitaristas de la Ilustración. La idea de una natura leza común a toda la humanidad comenzó a desvanecerse, al igual que las posiciones filantrópicas de los savants europeos. Se inventó el concepto de raza, entendida como la herencia de caracteres esta bles dentro de un grupo humano. Frente al monogenismo dominan te en etapas anteriores (origen común de todas las razas) desde la década de 1840 se estableció la distinción de colectivos humanos autóctonos, con orígenes independientes. Para los partidarios de esta perspectiva, las diferencias entre los seres humanos eran dema siado profundas. La fe en la epistemología cientifista, la creciente competitividad vinculada a la expansión industrial, el proceso co lonizador y migratorio incrementaron el interés por el uso de la raza como categoría de diferenciación humana. En este marco se exten dieron los presupuestos del darwinismo social, donde se entendía que las leyes sociales formaban parte de las leyes naturales y se colocaba en primer plano la lucha de individuos o grupos humanos como fuente de progreso social y biológico, basándose todo este andamiaje en los principios propuestos por Charles Darwin. Y eso que el creador de la teoría de las especies se opuso explícitamente a la aplicación brutal del mecanismo de selección natural a las so ciedades humanas, insistiendo en que la política social no podía guiarse por los conceptos de lucha por la supervivencia y selección natural.41 Los intelectuales americanos por su parte participaron en la re creación y redefinición de estas visiones utópicas, así como de los presupuestos que las justificaban. De acuerdo con el análisis de Lucas E. Misseri, primero son los europeos los que miraron a América con «ojos utópicos»; después, son los propios americanos quienes recu perarán su tierra como posibilidad. La característica primordial de la utopía americana es que «es eminentemente práctica, es una utopía-
Véase sobre este tema la referencia en el capítulo quinto a la relación de este pensamiento con el ideario de la exclusión sarmientino. 41
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proyecto, una utopía de la realización».42 Según Arturo Andrés Roig, el pensamiento utópico americano se divide en tres etapas: el «pen samiento utópico colonial» que, para él, se extiende desde 1492 a 1780; el de las Guerras de Independencia (entre 1780 y 1824), donde subsiste el pensamiento cristiano, pero en el que se incorporan rasgos propios del ideario defendido en la Revolución francesa, y finalmen te la etapa de la reconstrucción nacional y continental (entre 1824 y 1880).43 Además, en el estudio de Jorge Orlando Melo, centrado en el caso de Colombia, se pone de manifiesto que antes de 1780 la pa labra progreso solo aparecía asociada con avances y acciones concre tas (por ejemplo, cuando se afirma: «los progresos que hacen los jó venes en la aritmética» o «los progresos del colegio de Popayán»). Pero en años posteriores se encuentran ya casos en los que el término contiene una connotación distinta, ya que se entiende de un modo más general y abstracto. Según recuerda Melo, el naturalista y botá nico español establecido en Colombia José Celestino Mutis afirmaba que su preocupación era «el verdadero progreso de las ciencias». Anota como usos análogos los que aparecen en las siguientes senten cias: «el progreso de las luces» (Miguel Tadeo Gómez, 1802) o «el progreso de la agricultura y su comercio». También tienen interés las alusiones que hace al uso del término como sustantivo independien te, sin calificación, como cuando se habla de los «diferentes obstácu los físicos, morales y políticos que se oponen a su progreso». Cada vez más, añade Melo, la palabra progreso aparece vinculada tanto a los medios que conducen a su logro (fomento de la industria) como a los resultados que produce (felicidad, prosperidad, etc.). Así, «para 1810 el término evoca casi inevitablemente las ideas de felicidad y de prosperidad y en el siglo xix ya no será algo que buscan los actos de los hombres sino el resultado de sujetos hipostasiados y procesos abstractos que se imponen sobre la voluntad de aquéllos».44 42 Misseri, Lucas E. «Identidad y alteridad en el imaginario utópico americano», Agora Philosophica. Revista Marplatense de Filosofía, 19-20, 10 (2009), pp. 130-143, p. 141. 43 Roig, Arturo Andrés. El pensamiento latinoamericano y su aventura, Buenos Aires, Centro Editora de América Latina, 1994. 44 Melo, Jorge Orlando. «La idea de progreso en el siglo xix, ilusiones y desen cantos, 1780-1930», XVI Congreso de colombialistas, Charlotesville, 6 de agosto de
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Así pues, en América, unos, próximos a las ideas ilustradas, como quienes participaron en el proceso emancipador y en el de construc ción nacional, pensaban que las consideraciones de los geógrafos, naturalistas y sabios europeos eran inaceptables, que eran simplifica ciones y que bajo condiciones adecuadas las poblaciones aparente mente sumidas en el atraso podían mejorar. Proclamaban con orgullo que estaban rodeados de la naturaleza más fértil del orbe y que cual quier impedimento para su explotación era un obstáculo menor o era un problema que podría resolverse con un uso adecuado de los co nocimientos científicos. Este fue uno de los motivos que impulsaron algunos proyectos dedicados a fomentar la educación técnica. Otros, en cambio, con notable influencia política, que corresponden a una segunda generación de intelectuales activistas, reprodujeron los pre supuestos implícitos en la categoría de raza para clasificar la pobla ción de su territorio y crearon una «mitología de la exclusión», estra tegia que tenía como cometido aislar o expulsar a una parte de la población que no contribuyese a la identidad nacional o bien que no se acomodase al credo del progreso.45 Para Andrés Roig es esta una posición típica de las teorías liberales de esas latitudes: «frente a la tradición “aislacionista” que venía de las antiguas misiones y que ca racterizó, en general, a la cultura colonial, [ahora se apostaba por] un decidido aperturismo que implicaba una inevitable negación de lo americano, rechazado en bloque como barbarie». En este último caso, la política de inmigración tuvo como cometido compensar el escepticismo acerca de las posibilidades de mejora e integración que pudieran derivarse de un plan educativo generalizado. El cambio, según esta mentalidad, vendría de la imitación de las costumbres que mantenían los colonos. 2008 (conferencia no publicada, disponible en: http://www.jorgeorlandomelo.com) [Consultado el 31 de marzo de 2013]; para profundizar en el primer y parte del se gundo período, Silva, Renán José. Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Fondo Editorial Universidad, 2002. 45 Este tema ha sido ampliamente tratado en sus diferentes dimensiones en Quijada, Mónica; Bernard, Carmen y Schneider, Arnd. Homogeneidad y nación con un estudio de caso: Argentina, siglos xix y xx, Madrid, CSIC, 2000, especialmente las pp. 67-72.
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Capítulo II EL IMAGINARIO EMANCIPADOR (1795-1820) No más los campos de inocente sangre regados se verán, ni con horrendo bramido, llamas, y feroz tumulto por la ambición frenética turbados. Todo será común: que ni la tierra con su sudor ablandará el colono para un ingrato y orgulloso dueño. (Jovellanos, «Respuesta a una epístola de Moratín», en Biblioteca de Autores Españoles, XLVI, Madrid 1858.)
1. De Salas y los lugares de la utopía El intelectual americano de los siglos xviii y xix reconoce que la sociedad en la que vive se encuentra a una cierta distancia de la cul tura europea, pero no piensa con algunas excepciones que esta situa ción sea insalvable o resultado de un fatalismo insuperable. Las limi taciones naturales (biológicas y climatológicas) son superables porque los factores que conducen a los habitantes de estas tierras a una rela tiva desventaja son culturales y proceden de herencias institucionales y de políticas inadecuadas, así como del estado de ignorancia en el que se encuentra sumida la población. Es en este contexto, propio de la mentalidad utópica del reformismo ilustrado, en el que la educa ción práctica y la difusión de las técnicas constituyen los medios apropiados para reducir el atraso y asegurar los cimientos del desa rrollo socioeconómico, moral y político. Estos son los principios que compartían tanto el chileno Manuel de Salas (1754-1841) como el rioplatense Manuel Belgrano (1770-1820), dos representantes de la población criolla y de la elite intelectual latinoamericana familiariza dos tanto con los escritos de la economía política ilustrada1 como con Rasgo que comparten con otros representantes de la elite político-intelectual americana, que muestran un particular interés por las aportaciones de ilustrados es pañoles y franceses; en cuestiones políticas se interesan por los temas relativos a la administración y a la promoción de las ciencias y las artes. En Chile participaban de 1
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los presupuestos del utilitarismo. Participaban de la idea de emplear la educación para persuadir a trabajadores y artesanos de las excelen cias de los procedimientos científico-técnicos e igualmente seguían una visión economicista de la naturaleza (en este caso asentada en el modelo fisiocrático) donde no se consentía ni la impericia ni la falta de planificación. La finalidad de esta visión ideal, centrada en las explotaciones agropecuarias, era triple: primero, mejorar la produc tividad de un campo abandonado y conseguir la prosperidad general (un propósito económico); segundo, extender valores entre la pobla ción (un propósito moral) y, tercero, mediante la riqueza y la prospe ridad, impulsar la autonomía y reducir el tutelaje de la colonia (pro pósito político). De Salas, que nació en Santiago de Chile en 1754, fue enviado a Europa por su padre, al servicio de la Corona española como Fiscal de la Real Audiencia.2 El propósito de estos viajes iniciáticos era observar y aprender, así como establecer relaciones, en un Continen te que ofrecía diversas muestras de una civilización más avanzada. En Madrid se interesó por la obra de Campomanes y Jovellanos y trabó amistad con Manuel Belgrano. Según la biografía escrita a finales del siglo xix por Miguel Luis Amunátegui, en la capital española, recorrió con atención todos los establecimientos útiles que podían servir a la comodidad del hombre, como, por ejemplo, las fábricas, y en espe cial, las de tapices, de cristales, de anteojos. Fue a examinar con la mayor curiosidad un almacén de tocino. Fijó una particular atención en una bomba, con la cual vio apagar el incendio de la casa de un noble español. Asistió a un hospital para presenciar la autopsia de un cadáver.3
esta visión las siguientes figuras: Anselmo de la Cruz, José de Cos Iriberri, Juan Ega ña y José Antonio Rojas; véase Pacheco Silva, Humberto. «El aporte de la elite in telectual al proceso de 1810: la figura de Juan Martínez de Rozas», Revista de Historia, Universidad de Concepción, vol. 8 (1998), pp. 43-63, y Sagredo, Rafael. «Elites Chilenas del siglo xix. Historiografía», Cuadernos de Historia, 16 (1996). 2 Seguimos la aproximación biográfica contenida en la obra de Batory, Martín Pino. Nuestra cultura tecnológica. Desde sus orígenes hasta fines del siglo xix, Santiago de Chile, Universidad, 2003, pp. 59 y ss. 3 Notas basadas en el diario de Manuel de Salas, Amunátegui, Miguel Luis. Don Manuel de Salas, Santiago de Chile, 1895, Tomo 1, p. 31.
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Volvió a Chile en 1784 y una década más tarde iniciaba sus pro puestas alentadas por un espíritu reformista. Fue nombrado síndico del Tribunal del Consulado de Santiago en 1795 y un año después dirigía un escrito al Ministro de Hacienda que titulaba «Represen tación del estado de la agricultura, industria y el comercio del reino de Chile», donde exponía los medios que permitirían al país andino, el «más fértil de la América» y «el más adecuado para la humana felicidad», remontar su situación de atraso.4 Contiene el territorio, según afirma el autor, las mejores condiciones además de excelentes recursos, sin embargo su población es muy escasa para la cantidad real que podría admitir, hecho que da una idea de la situación de miseria en la que se encuentra. La explicación de esta realidad no es la «innata desidia», atribuida a los indios y extendida a toda la po blación, interpretación propia de los viajeros,5 sino «la falta de ocu pación». Una existencia triste, el abuso de la bebida, el celibato y una esperanza corta de vida son también consecuencias de esta si tuación. Efectos que también encontramos entre la población indí gena, perjudicada además por su «vida salvaje», «guerras intestinas», «supersticiones», «costumbres de todo pueblo errante y cazador», la «poligamia», etc.6 Si el dinero en lugar de emplearlo en combatir los, se hubiera utilizado en «civilizarlos, en hacerles sentir las como didades de la sociedad», habrían poblado el país y habrían contri buido a su riqueza.7 Cuando se refiere a las técnicas, el panorama no es más alentador que el escenario preocupante que presenta la po blación y el comercio: Solo hay las necesarias a la vida: las que no están en la infancia, aún les falta mucho para la perfección; carecen de los principios esenciales para su adelantamiento, dibujo, química y opulencia: esta madre de las 4 Salas, Manuel de. «Representación hecha al Ministro de Hacienda don Diego de Gardoqui por el Síndico del Real Consulado de Santiago, sobre el estado de la agricultura, industria y el comercio del reino de Chile». Escritos de Manuel de Salas y documentos relativos a él y a su familia, Santiago de Chile, Universidad de Chile, 1910, tomo 1, pp. 151-189, p. 152. 5 Ibidem, p. 153. 6 Ibidem, p. 155. 7 Ibidem, p. 156. Las ideas se repiten en otros informes, como el relativo a fo mento de artículos útiles al comercio, ibid., p. 190 y ss.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora necesidades artificiales y del lujo, que ni se puede extinguir, no convie ne a la metrópoli combatir, y es necesario dirigirlo al bien y mover este resorte que hace a los hombres industriosos y activos.8
Entre las propuestas, además del fomento de la agricultura y el establecimiento del libre comercio, se emplea la idea de ha cer avanzar las artes y la industria mediante el estudio de sus prin cipios, es decir, mediante el dominio de las disciplinas citadas, ade más del ensayo de metales. La mera práctica es ciega y el cultivo del conocimiento teórico es lo que asegura el progreso. De esta manera se justificaba la creación de un centro en el que los asisten tes no solo recibieran la instrucción científica adecuada, sino que también consiguieran elevar su sentimiento de utilidad hacia la so ciedad: Si por medio de una academia o Sociedad se les inspirasen conoci mientos y una noble emulación, ellos se estimarían, distinguirían desde lejos el término a que pueden llegar y emprendiendo el camino se sen tirían constantes, útiles y acomodados.9
La presencia de materias científicas en las enseñanzas estaba destinada en parte a compensar su desatención en instituciones pú blicas ya existentes, como la Universidad de San Felipe. Esta idea ya aparecía en la memoria de 1795 titulada «Representación a los señores de la junta de gobierno del consulado», donde, dicho de una manera sintética, venía a defender que para fomentar la indus tria y el comercio había que establecer y mantener la enseñanza pública del dibujo, la aritmética y la geometría.10 En el informe sugiere los medios que podrían emplearse para sufragar los gastos humanos y materiales que se generarían. La Junta de Gobierno, sin embargo, no aprobó el proyecto aduciendo razones económicas. De Salas intentó otras vías, en este caso las subvenciones de diversas instituciones (entre ellas las Junta de Minería). Finalmente, en 1797 conseguía abrir el centro previsto, que recibió el nombre de Aca Ibidem, p. 171. Ibidem. 10 Cit. en Amunátegui, M. L., opus cit., pp. 69 y ss. 8 9
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demia de San Luis en honor a Maria Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Para el autor, como se repite insistentemente, es algo evidente que el fomento de los «principios de geometría, aritmética y dibu jo» servirá para «tratar con acierto de la agricultura, comercio e industria».11 Asegura que sin la física no conoceríamos en toda su extensión la variedad de los productos de la tierra ni sus usos; sin la aritmética el comerciante no realizaría cálculos exactos; sin el dibujo, las técnicas no llevarían a cabo progresos. Para este fin se destinarán las salas del Tribunal, donde podrán acudir los alumnos por la noche. Para cubrir las necesidades docentes se recurrió a profesores extranjeros. Las clases de dibujo fueron impartidas por un profesor italiano (Martín Petri) y las de matemáticas, que no comenzaron de manera regular hasta 1799, por un ingeniero espa ñol, Agustín Marcos Caballero.12 La Academia contaba además con biblioteca y gabinete de física (en realidad una colección de mode los de dibujo, planos de arquitectura, cartas geográficas, microsco pios, esferas y un reloj). Permaneció en funcionamiento, con alguna interrupción y con un nivel de matriculación más bien escaso, has ta que se incorporó al Instituto Nacional en 1813. En su devenir tuvo que afrontar algunos contratiempos no insignificantes, como cuando Marcos Caballero fue reclamado, después de tres años de docencia, para los trabajos de construcción de un canal en el río Maipo. Una ausencia que no fue cubierta, cancelándose así las cla ses de «aritmética vulgar».13 Otro de los infortunios que marcaron la marcha del proyecto fue la imposibilidad de atender toda la do cencia prevista, en este caso la que estaba concebida para animar un sector estratégico del país, la minería. Para este cometido esta ban pensadas las clases de química y de ensayo de materiales, que no contaban con su correspondiente profesor. El problema no eran solo los alumnos sino también, como se ve, la insuficiencia de do centes.
Salas, Manuel de. «Representación al Consulado sobre la necesidad de esta blecer una aula de Matemáticas», 1795, en Escritos, opus cit., p. 567. 12 Amunátegui, M. L., opus cit., p. 80. 13 Escritos, op. cit., p. 594 y 597. 11
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora Niveles de educación
Número de estudiantes
Primeras letras
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Latinidad
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Matemáticas: curso inferior
6
Matemáticas: curso superior
6
Total
94
Tabla 1. Matrícula de la Academia de San Luis, 1813.14
A pesar de la andadura poco afortunada del proyecto, o quizás por ello, el discurso de Salas siguió abiertamente instalado en los ideales originales, como lo atestigua el «Informe sobre la Academia, presentado al presidente interino Don José de Santiago Concha» de 1801.15 En él comienza con una declaración determinante sobre la confianza en el conocimiento: «el remedio radical es la enseñanza de las ciencias naturales»; en realidad la afirmación se presenta como la solución para la economía, que representa la opulencia; porque lo importante son las cosas, pero las cosas tratadas científicamente. Así los pueblos serán felices.16 Con este aprendizaje, el de las ciencias, la mente asimila los hábitos de la exactitud, sinceridad y modestia y se libera de los vicios del «escolasticismo y espíritu de partido», llenos de arrogancia, que solo sirven para alterar y enquistar el juicio. Muy alejados, por tanto, de los «principios sencillos y ciertos» procedentes de la indagación científica.17 El resto del escrito es un ejercicio de 14 Datos de Aedo-Richmond, Ruth. La educación privada en Chile: Un estudio histórico-analítico desde el período colonial hasta 1990, Santiago, RIL editores, 2000, p. 23. 15 Planteamiento que también se observa en «Discursos escritos por el Director de la Academia para ser pronunciados por sus alumnos», 1801, donde comienza con estas palabras: «El siglo de las luces fue para la Península el de las verdades útiles, el que le sigue lo será para sus antípodas», ibidem, p. 602. 16 Salas, Manuel de. «Informe sobre la Academia, presentado al presidente in terino Don José de Santiago Concha», 1801, en Escritos, op. cit., p. 570. 17 Ibidem, p. 571.
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retórica dedicado a enfatizar la utilidad (concepto recurrente) que para el individuo, la comunidad y el Estado tiene el cultivo de las enseñanzas prácticas, que tendrían una inmediata aplicación en la mejora de las explotaciones mineras. Completa estas palabras un dis curso final destinado a elogiar la educación, el instrumento básico de los ideales propuestos, «que ha sido la política de las naciones que pretenden aventajarnos: honrar las ciencias, particularmente las que mejoran las profesiones lucrativas, convencido de que merece el nombre de sabiduría la que se consagra al bien y consuelo de los hombres».18 Las iniciativas llevadas a cabo, acompañadas de los escritos diri gidos a autoridades coloniales y metropolitanas, no representaban una simple reforma de la situación existente, sino en realidad la sus titución de un orden por otro. La sociedad ideal que se presenta en los informes se insinuaba como una realidad incómoda para una par te del público que recibía estos mensajes. Según refieren las notas biográficas de Amunátegui, la corte entendió que los proyectos em prendidos por Salas constituían una «innovación peligrosa» y, como consecuencia, ordenaron que suspendiera sus actividades. Salas, que siempre había mostrado un exquisito respeto por la Corona españo la, resolvió ante tales muestras de desidia «sostener cualquier empre sa que se maquinara contra ella [España]». Así, abrazó sin vacilar la causa independentista. Amunátegui le atribuye las siguientes pala bras: «Venga abajo un régimen social que es un obstáculo invencible para el bien; un régimen social que sujeta al hombre a la miseria en una tierra que es un verdadero paraíso».19 De su compromiso con el proceso emancipador no caben dudas, ya que entre 1814 y 1817, cuando Chile vuelve al sistema colonial, tras perder contra las tropas españolas (y los realistas), Salas fue confinado en la prisión de Juan Fernández. Después de la victoria de Chacabuco y la consiguiente derrota de los realistas, iniciándose el período de la «Patria Nueva», fue liberado y desempeñó diversos cargos públicos y políticos, entre ellos el de director de la Biblioteca Nacional, institución creada jun Ibidem, p. 586. Amunátegui, Miguel Luis. «Manuel de Salas: retrato y biografía», Galería nacional o Colección de retratos de hombres célebres de Chile, Santiago, 1854, 2 vols., vol. 1, pp. 44-56. 18
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to con el Instituto Nacional cuando Chile había entrado en la prime ra fase anticolonial. Más tarde, participó en la gestación de un pro yecto, el de la Sociedad Chilena de Agricultura y Colonización, que mantenía vivo el ánimo utópico, si bien su emergencia se produce en este caso en un marco político favorable, el de la reconstrucción na cional.
2. América, «suelo privilegiado» Otro de los rasgos del pensamiento utópico es que diversos re presentantes de la elite sociocultural americana comparten la firme convicción de que el lugar más apropiado para la humana felicidad y para la realización de los ideales concebidos es la tierra que ellos habitan. Es una certeza que defienden también algunos pensadores europeos, que veían escasas posibilidades para sus visiones en las complejas sociedades del Viejo Continente, incapaces de crear sueños e ilusiones. Ya habíamos señalado al hablar de Salas cómo se refiere a Chile, entre otras expresiones, como el «paraíso» o el lugar más fértil de América. Sergio Villalobos se ocupa en su Tradición y reforma en 1810 de esta circunstancia propia de la mentalidad ilustrada criolla.20 Salas, según el autor, repetía en sus escritos las idóneas con diciones de su país para las reformas propuestas. Cita de este las si guientes palabras pertenecientes a un texto de 1808: Chile, suelo privilegiado por la naturaleza, que había sido hasta esa época la residencia de la quietud, de la hospitalidad. En él era descono cida la ambición, o reducida a un círculo estrecho. Las autoridades eran más respetadas que en otra parte; y no invadían jamás ni las propiedades ni la seguridad de gentes que se contentaban con solo este bien, y la consideración de ser religiosos y españoles, calidades que concebían inmejorables y los dos polos de su felicidad. Era la única parte de Amé rica donde no se conocía aquella funesta rivalidad que produce el odio, desprecio y miedo entre los naturales, forasteros e indígenas.21
20 Villalobos, Sergio. Tradición y reforma en 1810, Santiago, RIL editores, 2006, pp. 49 y 50. 21 Ibidem.
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Alude Villalobos igualmente como ejemplo de esta actitud a Juan Egaña, autor de la Constitución Política de 1823 y figura fascinada por el progreso, partidario del uso de la experimentación para la re novación tanto de las artes como de las ciencias y de la educación como instrumento para la adquisición de valores públicos. En la «Oración inaugural para la apertura de los estudios de la Real Uni versidad de San Felipe en el año de 1804», Egaña habla de una «ciu dad de la sabiduría», de la que afirma: La idea de una ciudad formada para la sabiduría y habitada sola mente de sabios, si fuese capaz de realizarse, en ningún punto de la tierra podría colocarse mejor que en Chile. Distante por su situación a tres mil leguas de aquel gran mundo donde la guerra, la intriga y las necesidades urgentes ocupan la vida de más de un tercio de sus habi tantes y libre por su destino político de aquel tumulto de pasiones que excitan la ambición, las ideas de superioridad y el equilibrio del poder conservamos una existencia metódica y uniforme donde el nacimiento y la muerte regularmente forman un círculo que nos viene a dejar en el mismo punto de jerarquía. Por consiguiente, nuestras pasiones y deseos jamás pueden absorbernos los cuidados de toda la vida.22
En un trabajo posterior, en el que especula sobre el progreso y sobre lo que cabe esperar para el año 50 000, vuelve a aparecer el tema de esa ciudad ideal, sin embargo en esta ocasión no precisa un lugar para su establecimiento. Escrito en forma de diálogo, en un momento de la conversación entre los dos personajes imaginarios, Philotas y Polemon, declara el primero, después de criticar la falta de colaboración entre los científicos, que: Si se conviniesen los monarcas y jefes de las naciones en establecer una ciudad o provincia, destinada únicamente al estudio y progresos de las ciencias naturales y bellas artes; si allí se consignasen todos los auxi lios que tiene o puede proporcionar cada nación, y formasen allí sus clases y sociedades, con talleres y laboratorios amplísimos para cada facultad, y comunicaciones fáciles para observaciones en todos los pun tos de la tierra; seguramente cada diez años de este empresa, darían
Ibidem, p. 50.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora resultados más ventajosos, que dos o tres siglos de estudios y experien cias separadas.23
Las reflexiones corresponden al año 1826 aproximadamente, cuando, después de ser liberado de la prisión de Juan Fernández, se establece en la hacienda que llama, influido por Voltaire, la Quinta de las Delicias. Allí creó jardines, parques, glorietas y estanques, sur tidores, avenidas y miradores; trajo de Europa seis mil volúmenes para la biblioteca y diversas estatuas (la mitad vestidas y la mitad desnudas, para evitar suspicacias). Contaba también con una linterna mágica, un cosmorama y un faro para comunicarse con la casa de Santiago. De ambiente bucólico, fue lugar de tertulias donde se reu nieron notables e intelectuales (entre ellos, Andrés Bello, que consa gró un poema, Peñalolén, a la casa, del que seleccionamos algunos versos: «Boscajes apacibles de la Ermita/¡Oh cuánto a vuestra som bra me recreo/y con qué encanto celestial poseo/lo que en vano se busca y solicita/en el bullicioso corruptor del mundo/el sosiego pro fundo,/la deliciosa calma,/la dulce paz...[...]»). Aquí es donde escri bió Ocios poéticos y filosóficos, al que pertenece el texto sobre la ciudad ideal,24 cuyas alusiones recuerdan la utopía renacentista de la Nueva Atlántida escrita por Francis Bacon. Aunque se ha discutido acerca de la influencia de una tradición visionaria en las ideas de Egaña, es indudable que en sus planteamientos sociales y políticos encontramos trazas del pensamiento propio de la utopía agraria, muestras que podemos identificar cuando en las meditaciones de su retiro campestre confía en los efectos individuales y colectivos de la contemplación-explotación moderada de la naturaleza: En una palabra, más espero de las ciencias naturales, que de las morales. Sin embargo, la contemplación de la naturaleza, que es la sóli da sabiduría natural, conduce a la moderación de los deseos, a la con cordia, y a la honestidad de costumbres; y es muy probable, que si los hombres se hallasen con todos los recursos en la mano para subsistir cómodamente, se evitaría la mayor parte de los vicios a que provocan Egaña, Juan. «Progresos de la civilización del género humano», Ocios filosóficos y poéticos en la Quinta de las Delicias, tomo IV, Londres, 1829. pp. 88. 24 Hanisch, Walter. «La filosofía de Don Juan Egaña», Historia, 16 (1964), pp. 164-310 (el poema en p. 177). 23
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La utopía agraria las privaciones. La prosperidad es benigna, cuando no lucha con obs táculos.25
3. Belgrano: un país en la imaginación El Virreinato del Río de la Plata contaba en el período colonial con una institución altamente representativa, el Consulado de Co mercio, dedicada a la planificación de la política económica, a la di fusión de ideas y a la promoción de iniciativas educativas. El puesto de secretario lo tenía Manuel Belgrano, un intelectual, político y mi litar que estudió derecho en las universidades de Salamanca y Valla dolid y que conocía las obras de economía política26 de la época, las escritas por los fisiócratas (fue traductor de Quesnay) y, especialmen te, los trabajos de Campomanes y Jovellanos. Contribuyó decisiva mente a la creación de una escuela de náutica y a una academia de matemáticas, proyectos en los que se refleja, siguiendo el imaginario de su tiempo, la confianza que tenía en las posibilidades de la ense ñanza de las ciencias exactas como agente de cambio social.27 Belgrano es un representante de la elite intelectual que contribu ye, empleando la acertada expresión de Rafael Gagliano, a construir el imaginario social de futuro de un colectivo.28 La visión que propo 25 Egaña, Juan. «Progresos de la civilización del género humano», opus cit., p. 89. 26 Apuntes biográficos basados en Belgrano, Manuel. Fragmentos autobiográficos, Barcelona, Linkgua, 2007. 27 Miguel de Asúa cuenta que Belgrano, una persona que carecía de conocimien tos particularmente avanzados de matemáticas, concebía las maravillas de la Revolu ción Industrial como un resultado de las ciencias exactas; sobre esta «fe en las ciencias exactas» y el devenir de los proyectos relativos a la creación de academias matemá ticas, Asúa, Miguel de. La ciencia de Mayo. La cultura científica en el Río de la Plata, 1800-1820, México, FCE, 2010, pp. 21 y ss. El autor concluye al comparar estos centros que «lo que casi no varió, sino que se moduló de acuerdo con las circunstan cias, fue el discurso de los fundadores, directores y protectores de dichas institucio nes, que consistió en una glorificación de las matemáticas y de las ciencias exactas, en un tono iluminista» (p. 48). 28 Gagliano, Rafael. «Presentación», en Manuel Belgrano, Escritos sobre educación. Selección de textos, La Plata, UNIP, Editorial Universitaria, 2011, p. 13.
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ne está destinada a asegurar un país próspero, dominado por los in dividuos y no por las corporaciones, fueros o prerrogativas. En esto no se separa de los ideales ilustrados, como cuando mantiene que su plan tiene el cometido de garantizar la felicidad pública. Así lo admi te en su autobiografía: «En fin, salí de España para Buenos Aires; no puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nom brados por el rey de la Junta, que había de tratar de agricultura y comercio, y propender a la felicidad de las provincias que componían el virreinato de Buenos Aires; [...]».29 Y en la Memoria de 1796 con tiene una referencia inicial que completa las alusiones anteriores: Nadie duda que un Estado que posea con la mayor perfección el verdadero cultivo de su terreno, en el que las artes se hallan en manos de hombres industriosos con principios, y en el que el comercio se haga con frutos y géneros suyos, es el verdadero país de la felicidad pues en él se encontrará la verdadera riqueza, será bien poblado y tendrá los medios de subsistencia y aun otros que la servirán de pura comodidad.30
Es un término, el de felicidad, central que se repite constante mente en sus escritos, tanto en las memorias31 como en los artículos del periódico que fundó en 1810, el Correo del comercio, dedicado a los labradores, artistas (léase «artesanos») y comerciantes. Equivale a la idea de bienestar general y los agentes llamados a hacerla realidad son precisamente los colectivos mencionados, además de los párrocos y los criollos ávidos de novedades emancipadoras. Todo discurso encaminado a producir un cambio significativo en las representaciones del público se sustenta en la exaltación de los medios que lo hacen posible. El de Belgrano está centrado en la agricultura y la educación. La agricultura, el cultivo de la tierra, es el eje de su ideario,32 no solo por su aportación a la riqueza del país Ibidem, p. 34. Belgrano, Manuel. «Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria, proteger el comercio en un país agricultor», ibid., p. 45. 31 La Memoria de 1798, una de las cinco que se conocen (de un total de quince) se tituló: «El origen de la felicidad de estas Provincias es la reunión de los comercian tes y de los hacendados a la par del premio y de la ilustración en general». 32 «Ya no queda duda alguna, después que los hombres han vagado de opinión en opinión, que la agricultura debe ser preferentemente favorecida, y que hasta que 29 30
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(en sustitución de la acumulación de metal), sino igualmente por su dimensión moral y civilizadora. «Una mirada nostálgica, bíblica y también clásica nutre la visión idealizada y moralizante de la prác tica agrícola en la propuesta belgraniana», dice Gagliano.33 Sus con vicciones no son solo una adaptación mimética de los principios fisiocráticos procedentes del Viejo Continente y del círculo de Quesnay, sino una propuesta que contiene una misión redentora de la sociedad. Por otra parte, el instrumento esencial que hace posible la transición de una sociedad magra, dependiente y pobre a una sociedad próspera y meritocrática es la educación, a la que se le atribuye el poder de extender a la población la virtud, el amor al trabajo, la formación de ciudadanos honrados y la promoción de lo útil y ventajoso.34 Ser virtuoso y ser productivo se identifican en los pronunciamientos de Belgrano, y poner de manifiesto esa comple mentariedad es uno de los cometidos básicos de la escuela. En la Memoria de 1796, comprobamos cuál es su idea sobre la vía para mejorar los conocimientos prácticos, en este caso los agrícolas. Re firiéndose a estas labores, comenta que hay varios libros dedicados a este tema pero que jamás han llegado al labrador; si este los co nociese, añade, podrían aumentarse las riquezas y por tanto el bien estar del país.35 Sobre estos asuntos, argumenta en los siguientes términos:
la tierra no se haya poblado completamente de vegetales útiles, y hasta que los hom bres no hayan establecido un método de agricultura y de labor, sostenido y firme, no debe pensarse en darse exclusiva protección a otra rama alguna, por ser este el arte vivificador, y que más que otro alguno cimenta de un modo duradero y permanente la felicidad indestructible de los pueblos», Correo del Comercio, 10 de marzo de 1810, consultado en Belgrano, Manuel. Escritos sobre educación, opus cit., p. 74; sobre sus ideas en material agronómica y sus efectos sociales, Ledesma, Norma Noemí. «La Escuela de Agricultura de Manuel Belgrano y el Instituto Agrícola de la Provincia de Buenos Aires», Anales del Instituto Nacional Belgraniano, 12 (2008), pp. 89-100. 33 Gagliano. «Presentación», ibidem, p. 19. 34 Belgrano, Manuel. «Educación», Correo del comercio, 17 y 24 de marzo de 1810. 35 Belgrano, Manuel. «Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria, proteger el comercio en un país agricultor», Documentos del archivo de Belgrano, Buenos Aires, 1913, vol. 1, pp. 62-63.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora ¿Y de qué modo manifestar estos misterios y corregir la ignorancia? Estableciendo una escuela de agricultura, donde a los jóvenes labrado res se les hiciese conocer los principios generales de la vegetación y desenvoltura de las siembras, donde se les enseñase a distinguir cada especie de tierra por sus producciones naturales, y el cultivo convenien te a cada una, los diferentes arados que hay y las razones de preferencia de algunos según la calidad del terreno; el número de labores, su pro fundidad según la naturaleza del terreno; los abonos y el tiempo y razón para aplicarlos; el modo de formar sangrías en los terrenos pantanosos; la calidad y cantidad de simientes que convengan a esta o aquella tierra, el modo y necesidad de prepararlas para darlas en la tierra; el verdade ro tiempo de sembrar, el cuidado que se debe poner en las tierras sem bradas; el modo de hacer y recoger una cosecha; los medios de conser var sin riesgo y sin gastos los granos; las causas y el origen de todos los insectos y sabandijas.
En el resto de la memoria, que en realidad consiste en un manual de agricultura, se insiste en los beneficios de la aplicación de conoci mientos y reglas para mejorar la eficacia de las tareas prácticas. El texto contiene de igual manera alusiones al efecto moral de la ocupa ción laboral, así como al propósito de extender la mentalidad refor mista al comercio y a la industria. Belgrano pensaba, guiado por el supuesto universalismo de los valores científicos, que la población india conseguiría su plena integración social mediante la asimilación de esos principios en las prácticas de la escuela. Nadie debía quedar pues excluido del sistema educativo ni de esta utopía pedagógica que complementa a la agraria. En la Ilustración europea se empleó la educación como un ins trumento político. Aquí se defiende de igual manera que la aplicación sistemática de los conocimientos científicos a la mejora de los culti vos, establecimientos fabriles y artesanales y al estudio y ordenación del territorio impulsará el cambio a una sociedad mejor. El último de los propósitos mencionados, el del reconocimiento del territorio, fue un motivo para llamar la atención del público sobre el interés de la estadística.36 Pero la mirada del político osciló entre la reunión de 36 El artículo publicado en el Correo de comercio, 14 de abril de 1810 (en ibidem, pp. 81-83) está dedicado a persuadir sobre las ventajas que nos proporciona el ejer cicio de este saber, cuya utilidad queda ampliamente demostrada porque proporcio
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datos y las leyendas en torno a vastos territorios que permanecían inexplorados y que prometían inagotables riquezas. Destacaban en esta apreciación las zonas de los ríos Negro y Colorado, de gran im portancia, según se presumía, para la agricultura y la ganadería, oca sión que obligaba a los gobernantes a elaborar planes de colonización (véase Apéndice 1, «Geografía de la utopía: Argentina y Chile»). La información recibida en estos casos coexistió con la mitificación y el juicio crítico. Servía para estimular viajes y relatos que confirmasen representaciones utópicas, como la del país del Truptu en la P atagonia, que Belgrano cultivó en su imaginación, o la de la China laboriosa. El país de Truptu, que se extendía desde el sur de Mendoza has ta el Neuquén, y de este al río Negro, alcanzando el río Colorado37 atrajo poderosamente la atención del secretario del Consulado bo naerense, después de conocer las apreciaciones que geógrafos y pilo tos habían realizado de esas tierras, así como las crónicas que sobre sus maravillas hacían los indios. Era considerado como el verdadero paraíso terrenal. Belgrano había entrado en contacto con caciques y nativos para reunir información sobre el lugar y, especialmente, para encontrar un paso que cruzara la cordillera de los Andes y que co municara el litoral argentino con el chileno, es decir, el Atlántico y el Pacífico. Las especulaciones sobre estas tierras y sus posibilidades comenzaron en 1803, cuando un viajero identificado como José San tiago Cerro Zamudo, miliciano de la ciudad chilena de Talca, se pre sentó en Buenos Aires, en la casa del Consulado. Allí había mostrado que se había trasladado desde Talca a Mendoza atravesando la cor dillera por un paso desconocido para los españoles.38 Belgrano le na una información ordenada de los recursos y por consiguiente de la «riqueza y fuerza de los estados». Dice allí: «Ignoramos la superficie del territorio que ocupamos y su extensión, los bosques que hay, la calidad de sus maderas, los climas que goza mos; la naturaleza de las tierras, el estado de la agricultura, las producciones animales, minerales y vegetales que nos presenta la naturaleza, la población que tenemos, de la que ni aun noticias logramos de los nacidos y muertos; ignoramos... Pero ¿dónde vamos a parar, si hemos de apuntar cuanto es necesario saberse para formar los planos estadísticos de nuestro virreinato?». 37 Véase Apéndice 1, «Geografía de la utopía: Argentina y Chile». 38 Floria, Pedro Navarro. «Solo la crisis del Virreinato y Mayo impidieron que Belgrano llegara a la Patagonia», Anales del Instituto Nacional Belgraniano, 9 (2000), pp. 275-280.
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trasladó inmediatamente instrucciones precisas para que inspeccio nara la zona de confluencia de los ríos Negro y Neuquén y observa ra detenidamente los caminos, suelos, recursos, ríos, pasos y todo aquello que pudiera resultar útil. Todas estas informaciones, así como la posibilidad de contar con vías fluviales que permitieran transportar por barco los productos desde las montañas hasta la desembocadura del río Maule en el Pacífico, eludiendo a su vez el peligroso paso por el Cabo de Hornos, sirvieron para que el secretario diera forma a su proyecto y lo elevara en 1805 al virrey Sobremonte.39 En su forma ideal, Buenos Aires aparecía conectado con Talcahuano, Concepción y Valparaíso en Chile y desde allí con San Francisco (California) y hasta con China, país ya idolatrado por las posibilidades comerciales que brindaba y la admiración que producían sus habitantes y produc tos. Previamente sin embargo había que reducir a las naciones indias establecidas en los territorios mediante argumentos basados en la religión y el bien del Estado. Aunque se continuó en fechas posterio res reuniendo noticias sobre las excelencias del país del Truptu, los acontecimientos de 1810 y las prioridades políticas y militares in terrumpieron los propósitos. Como ocurriría con Salas, la visión de Belgrano representaba, según habíamos ya afirmado, el cambio de un orden por otro. Es este otro de los rasgos de la utopía, su carácter totalizador, donde no se atiende a cambios menores, sino que ofrecen manuales de prescrip ciones que afectan a todas las dimensiones de la vida, pero que están sobre todo diseñadas para subordinar lo individual a lo colectivo. Las autoridades coloniales no recibieron con indiferencia estos mensajes, que no consideraban como meros ejercicios fantásticos. La extensión de un sistema educativo permitía desmontar la estructura socio-eco nómica y las representaciones propias de la cultura mercantilista, sustituyéndola por una sociedad igualitaria basada en la explotación agraria y en labradores propietarios, instruidos y laboriosos. Según confiesa, había dedicado mucho tiempo a escribir memorias sobre las ventajas que proporcionaría el establecimiento tanto de escuelas de matemáticas como de conocimientos prácticos. Informes que eran rechazados por la Corte porque se consideraba innecesaria la presen Orsi, Cristina Minutolo de. «Belgrano y sus dos utopías: China y el país del Truptu (Patagonia)», Anales del Instituto Nacional Belgraniano, 12 (2001), pp. 129-159. 39
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cia de estos centros en las colonias.40 Los centros de enseñanza fue ron, pues, proyectos efímeros que no contaron con apoyo oficial. La última de las propuestas visionarias de Belgrano, que repre senta una contribución a su imagen del país y a la tradición de las ficciones indigenistas, fue la idea de instaurar una monarquía inca. La historia es suficientemente conocida y no entraremos por ello a relatar los detalles.41 Una vez proclamada la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, se convocó un congreso en 1816 en Tucumán para discutir cuál debía ser la mejor forma de gobierno para un territorio que abarcaba un área mayor que la ac tual Argentina. Es en ese momento cuando Belgrano defiende, des pués de viajar por Europa y contemplar otras posibilidades, la idea del estado monárquico. El proyecto fue rechazado en esa misma reunión. Pero lo que queremos destacar es que, como ya ha sido contemplado en otros trabajos, estas acciones se inscriben en pro cesos de apropiación del milenarismo andino con la finalidad de luchar contra la sociedad colonial occidental, en este caso por par te de los criollos revolucionarios.42 De igual manera, «en sus ciclos rioplatense y bolivariano el incaísmo sirvió como recurso retórico redentor de las masas indígenas para incorporarlas a la lucha eman cipadora, justificar moralmente a los criollos frente a los peninsula res y como fuente primordial en la invención de símbolos nacionales».43 Pero había diversos grupos, como los criollos ricos del Alto Perú (mineros, terratenientes y eclesiásticos), que no esta ban dispuestos a extender esas audacias revolucionarias a su servi dumbre indígena.44 Ibidem, pp. 13-14. Astesano, Eduardo. Juan Bautista de América. El Rey Inca de Manuel Belgrano, Buenos Aires, Ediciones Castañeda, 1979. 42 Véase en este sentido Bernard, Carmen. «Milenarismos incas: construcciones nacionales y republicanas», en Adeline Rucquoi et al., En pos del tercer milenio. Apocalíptica, mesianismo, milenarismo e historia, Salamanca, Ediciones de la Universidad, 2000, pp. 201-223. 43 Díaz-Caballero, Jesús. «El incaísmo como primera ficción orientadora en la formación de la nación criolla en las Provincias Unidas del Río de la Plata», A Contracorriente. Una revista de historia social y literatura de América Latina, 3, 1 (2005), pp. 67-113. 44 Ibidem, p. 87-88. 40
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4. Instrumentos de la utopía: la prensa y los párrocos
Un periódico era un proyecto destinado a crear una comunidad, una asociación virtual de personas comprometidas con ciertos idea les.45 Tanto el Telégrafo Mercantil, editado por Francisco Antonio Cabello y Mesa entre 1801 y 1802,46 como la publicación fundada por un amigo de Belgrano, Juan Hipólito Vieytes, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807) contienen signos de la men talidad utópica que impregnaba los proyectos reformistas de la épo ca.47 En el primero, el Telégrafo, colaboró por ejemplo Juan José Castelli, primo de Belgrano, con quien compartió propósitos eman cipadores y renovadores de la agricultura, comercio e industria. En Chile destaca el periódico creado por Camilo Henríquez, Aurora de Chile, en 1812, un año después de la llegada al país de la imprenta. Allí el editor plasmó su ideario independentista, que veremos más 45 Un público que, no obstante, debía reunir unas condiciones, lo que daba una idea del elitismo dominante en estas propuestas; como prueba, véanse las siguientes declaraciones insertas en el Telégrafo Mercantil: «Todos los que entren en esta sociedad, han de ser españoles nacidos en estos Reynos, o en los de España, christianos viejos, y limpios de toda mala raza; pues no se ha podido admitir en ella ningún Extranjero, Negro, Mulato, Chino, Zambo, Quarteron, o Mestizo, ni aquel que haya sido reconci liado por el delito de la Heregia, y Apostasía, ni los hijos, ni nietos de quemados, y condenados por dicho delito hasta la Segunda generacion por linea, y hasta la primera por linea femenina; porque se ha de procurar que esta Sociedad Argentina, se compon ga de hombres de honrados nacimientos, y buenos procederes, como se ilustran mas con entrar, y ser Cuerpo de ella» (Cabello y Mesa, Francisco. «Sobre el origen de las Academias y Sociedades Patrióticas», Telégrafo Mercantil, 4 de abril de 1802, p. 11). 46 También fue editor del Mercurio peruano (1791-1794). 47 El apartado no pretende ofrecer una información exhaustiva de la prensa con artículos científico-técnicos de la época, sino ejemplos destacados, a los que habría que añadir el Correo del Comercio, ya mencionado al hablar de Belgrano, y La Abeja Argentina (editada entre 15 de abril de 1822 y julio de 1823 por la Sociedad Literaria de Buenos Aires); para una exposición más amplia y detallada de este fenómeno, Asúa. La ciencia de Mayo, opus cit., cap. IV, pp. 93-116. También es de gran interés el trabajo centrado en la prensa rioplatense y en los proyectos presentados por Eu genio del Portillo de Tatiana Navallo: «Ideas ilustradas en el Río de la Plata: de los manuscritos al “Proiecto Geográfico” del Telégrafo Mercantil», Tinkuy, 14 (2010), pp. 159-197.
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tarde. Para Leoncio López-Ocón, estas publicaciones contribuyeron a crear un espacio público para el conocimiento del país y para el tratamiento de cuestiones científicas y técnicas, donde participaban los lectores enviando recetas o nuevos procedimientos agronómicos y surgían tertulias en las que se leían colectivamente los periódicos.48 De igual manera, como señala, sus artículos pretendieron revalorizar la naturaleza americana, como queda reflejado en el Mercurio Peruano, aunque pueda aplicarse al resto de los periódicos: Por su parte José Hipólito Unánue, cuando enfatizaba en las pági nas del Mercurio Peruano las virtudes de la coca y subrayaba su espe cificidad andina, estaba exaltando los valores telúricos al explicitar los rasgos sobresalientes de la geografía de Perú. Los mercuristas expresa ban así su convicción de habitar en un espacio desde el que era posible llegar al conocimiento de lo universal a partir del estudio de las condi ciones locales, y defendían el talento y las producciones culturales ame ricanas frente a las tesis de filósofos y naturalistas europeos, como Buffon, Raynal y De Pauw, que en diversas obras habían denigrado la naturaleza y el hombre americanos. 49
En la presentación del Telégrafo, Cabello y Mesa admitía que la publicación contribuiría a «poner a Buenos Aires a par de las pobla ciones más cultas, mercantiles, ricas, e industriosas de la iluminada Europa».50 A lo largo de sus páginas, entre artículos dedicados al co mercio, la política y la educación, aparecen alusiones a las bondades de la visión utilitarista, cuya base es una sabia combinación de teoría y práctica, y que se ofrece como instrumento idóneo al servicio de los productores y de la población en general. El cuadro económico ideal que aparece en esta visión está compuesto por explotaciones agrarias o agropecuarias, acompañadas de una conveniente atención a la silvi cultura, a los recursos metalúrgicos, a la caza y a la pesca, así como al fomento de la industria local. A una parte de esta representación es a la que se atiende en un artículo sobre las «cinco artes fundamentales que forman el nervio de una nación» (metalurgia, caza, pesca, agricul López-Ocón. Breve historia..., opus cit., pp. 218-219. Ibidem, pp. 220-221. 50 «El editor a los subscriptores», Telégrafo mercantil, rural, político-económico e historiográfico, 1801, tomo I, abril-julio, p. 19. 48 49
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tura y pastoreo), donde se habla de las riquezas y posibilidades de la privilegiada provincia de Buenos Aires.51 Aquí se considera a la agri cultura, en consonancia con el pensamiento fisiocrático, por encima de la «lentitud» con la que progresan las artes y las manufacturas. Una de las figuras destacadas de este paisaje es la del campesino ilustrado, el ideal al que debe tender el labrador actual que ignora los principios de la agricultura. Las ventajas de ese modelo de agricultor se descri ben con tono paternalista en las siguientes líneas del artículo: A este teatro sagrado y majestuoso en donde solo reina la paz y la alegría, que desconoce el Ciudadano, es al que convido a mis amados Compatriotas, para que con su industria y su talento emprendan los abo nos de que la tierra son susceptibles para que con su ejemplo vaya per diendo poco a poco el tímido Campestre el desorden que envuelve su labranza, y llegue a abandonar del todo las máximas erradas que hasta aquí no le habían dejado prosperar. Entonces, cuando el hombre ilustra do se le acerque y le ponga a la vista las mejoras que ignoraba, entonces conocerá en la práctica el Aldeano, el bien que le reporta el desprenderse de su bárbara costumbre: abandonará rápidamente su inacción, empren derá con empeño su trabajo, y no temerá ver en su vecino un enemigo poderoso que le haya venido a absorber su patrimonio: entonces digo, más alegre, pero menos supersticioso que el Romano, no dudará el esta blecer fiestas en honor del Buey destinado a la labranza [...]52
Cuando se alude al fomento de la educación popular se está pen sando en los individuos mencionados en el párrafo anterior. Por me dio de la adecuada instrucción experimentan una transformación anímica y se convierten en individuos provechosos para sí mismos y para la nación. Las escuelas de artes y oficios, cuyos programas com binaban los contenidos teóricos —dibujo, geometría, aritmética, me cánica, rudimentos de química— con las prácticas de taller, eran los centros que debían articular este cambio, el promovido por el «hom bre ilustrado». A este cometido está dedicada la información que se ofrece sobre historia natural, en la que se aprecia un especial interés «Manifiesto de la metalurgia, caza, pesca, agricultura y pastoreo de la provincia de Buenos Aires», Telégrafo Mercantil, 19, 11 de octubre de 1801, pp. 133-143. 52 Ibidem, p. 143. Véase más adelante la Ilustración 3: «Sobre las virtudes de las labores agrícolas». 51
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por subrayar sus aplicaciones en el campo de la medicina, de las ma nufacturas o la agricultura. De igual manera, se aceptan los anuncios relativos a innovaciones tecnológicas,53 se ensalza la importancia de promover las comunicaciones y desde agosto de 1801 aparecen tablas de observaciones meteorológicas. Las colaboraciones más destacadas de la publicación durante sus dos años escasos de existencia procedieron de Tadeo Haenke (17611816), investigador naturalista y explorador insaciable de las tierras americanas.54 Durante ese tiempo realizó diversas aportaciones dedi cadas a temas variados, que van desde las descripciones geográficas de áreas determinadas, con la intención de llamar la atención sobre sus recursos, hasta las referencias a minerales, como el nitro, consi derados una riqueza natural55 o los comentarios sobre «plantas úti les» y los consejos para establecer una manufactura.56 Descripciones que aparecen acompañadas de consideraciones generales sobre los beneficios de una naturaleza sometida al dominio de la acción huma na: «La agricultura ha adquirido infinitos campos nuevos, y donde antes la humedad, y la maleza sofocaba cualquier germen de alguna planta útil, se han formado campiñas, que en el día producen los frutos más útiles para la subsistencia humana».57 El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio se presentó como continuador de la labor del Telégrafo, si bien con la intención de centrar los propósitos excesivamente heterogéneos del segundo. Este objetivo no afectó, sin embargo, a las tesis básicas del ideario utópico que aquí se está examinando. Como prueba, véanse los ob jetivos que se citan en sus páginas, que no son otros que tratar sobre: 53 Por ejemplo, «Máquina para limpiar el trigo», ibidem, 1801, 12, agosto de 1801, p. 85. 54 Procedente de Bohemia, había llegado a Sudamérica cuando intentaba formar parte de la expedición Malaspina; no llegó a tiempo y se embarcó en un buque que naufragó frente a la costa de Montevideo. En abril de 1790 se uniría finalmente a Alejandro Malaspina en Santiago de Chile. 55 Afirma sobre esta sustancia: «Se observa aquí como el arte imita con feliz éxito la naturaleza en la formación de Nitro», Telégrafo, opus cit., 4 de octubre de 1801, p. 126. 56 Se cuentan hasta quince contribuciones al Telégrafo, que aparecen enumeradas en el Apéndice 2 de M. de Asúa, opus cit., pp. 217-219. 57 «Historia natural. Materiales para fabricar cristales», ibidem, n.º 19, 11 de oc tubre de 1801, p. 464.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora la agricultura en general, y los ramos que la son anexos [...] de todos los ramos de la industria que sean fácilmente acomodables a nuestra pre sente situación, del comercio interior y exterior de estas Provincias: de la educación moral: de la economía doméstica: de los oficios y las artes: de las providencias del gobierno para el fomento de los labradores y artistas: de los elementos de química más acomodados a los descubri mientos útiles, a la economía del Campo y a la mejor expedición de los oficios y las artes (Semanario, I, viii).58
Desde el comienzo, la publicación, en la que colaboraron diver sos representantes de la Ilustración argentina, tenía efectivamente la finalidad de contribuir a la «modernización técnica del agro riopla tense en el período colonial»,59 lo que equivalía a la extensión de las «ideas civilizatorias: educación de los labradores, libertad de comer cio, propiedad de la tierra y fomento de la industria artesanal y del comercio para elevar el nivel de vida general».60 El periódico era apropiado para esta tarea porque cumplía con el cometido que está en la base del progreso indefinido y del optimismo ilustrado, que es el de difundir los nuevos conocimientos con la confianza de que estos serán trasladados a los sectores productivos, como en este caso al agropecuario. Con su distribución se generaba un público (compues to por colaboradores y lectores) familiarizado con la modernización y se acercaban las novedades a los productores. Las evidencias dis ponibles apuntan, sin embargo, a que en alguna medida se cumplió el primero de los cometidos pero que se fracasó en el segundo; la ciudad con sus ilustrados permanecía aún lejos del campo. Había un inconveniente básico para que la información fluyera hacia los poten ciales receptores: los textos eran inaccesibles a una población rural iletrada. Para resolver esta situación se pensó en la colaboración de los sacerdotes a cargo de las parroquias, cuya aportación podía ser fundamental para transmitir las bondades de la aplicación sistemática de la ciencia y de la técnica a los cultivos.61 Durante la liturgia reli 58 Martínez, Pablo F. «El pensamiento agrario ilustrado en el Río de la Plata: un estudio del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807)», opus cit. 59 Ibidem. 60 Ibidem; aquí cita a Weinberg, Félix. Antecedentes económicos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Raigal, 1956. 61 Ibidem.
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giosa podían añadirse mensajes sobre las novedades útiles para me jorar la producción. De esta forma, la credibilidad que inspiraban los líderes espirituales podía anular la desconfianza cultural hacia una modificación sustancial de las tradiciones. Belgrano ya había pro puesto procedimientos similares para fomentar las prácticas agrícolas innovadoras en el campo. Por ejemplo, había sugerido que fueran los curas párrocos quienes certificaran si un labrador había experimen tado con alguna técnica, como la poda o el injerto. El premio, según indicaba, podía ser un instrumento o dinero en efectivo.62 Pero la idea que pretendía convertir a los curas en semifuncionarios públicos no tuvo la acogida esperada, a pesar de los esfuerzos del editor del Semanario.63 Probablemente uno de los motivos de la oposición de los párrocos a cooperar en el proyecto fue la percepción negativa que tenían de los propósitos implícitos en la difusión de conocimientos tecnológicos, cuya apuesta por el disfrute material se enfrentaba al desapego hacia este mundo que debía predicarse en los sermones. Se pone así de manifiesto el motivo principal de la atención a la educa ción como un tema recurrente a lo largo del siglo xix: sin la disposi ción de una población instruida el programa implícito en la versión americana de la utopía quedaba incompleto. El Aurora de Chile, por su parte, se publicó entre el 1 de febrero de 1812 y el 1 de abril de 1813, momento en el que pasó a llamarse El Monitor Araucano (1813-1814). Su fundador, Camilo Henríquez, era un entusiasta del pensamiento ilustrado y había leído entre otras la obra L’an 2440, rêve s’il en fut jamais, de Louis Sébastien Mercier.64 El prospecto que precede al primer número comienza con una decla ración acerca del poder redentor de la imprenta:
Ledesma. opus cit., p. 95. Un intento similar se había llevado a cabo en España a través del Semanario de agricultura y artes dirigido a los párrocos con resultados pobres, si bien existió al guna excepción, como la de Francisco Hernández González, de Alba de Tormes, que acogió la tarea con entusiasmo; véase Larriba, Elisabel «Un intento de reforma agra ria por y para las clases productoras: el Semanario de agricultura y artes dirigido a los párrocos (1797-1808)», Brocar, 23 (1999), pp. 87-117, pp. 94-95. 64 Novela de ficción futurista incluida en el Index librorum prohibitorum que llegó al país andino a finales de la década de 1770, Collier, Simon. Ideas and Politics of Chilean Independence, 1808-1833, Cambridge, CUP, 1967, pp. 41, 97 y 221. 62 63
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora ESTÁ ya en nuestro poder, el grande, el precioso instrumento de la ilustración universal, la Imprenta. Los sanos principios, el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas, y útiles van â difun dirse entre todas las clases del Estado. Todos sus Pueblos van a conso larse con la frecuente noticia de las providencias paternales, y de las miras liberales, y patrióticas de un Gobierno benéfico, próvido, infatiga ble, y regenerador. La pureza, y justicia de sus intenciones, la invariable firmeza de su generosa resolución llegará, sin desfigurarse por la calum nia hasta las extremidades de la tierra. Empezará a desaparecer, nuestra nulidad política; se irá sintiendo nuestra existencia civil: se admirarán los esfuerzos de una administración, sagaz, y activa, y las maravillas de nues tra regeneración. La voz de la razón, y de la verdad se oirán entre noso tros después del triste, e insufrible silencio de tres siglos. ¡Ah! en aquellos siglos de opresión, de barbarie, y tropelías Sócrates, Platón, Tulio, Séne ca, hubieran sido arrastrados a las prisiones, y los Escritores más célebres de Inglaterra, de Francia, de Alemania hubieran perecido sin misericor dia entre nosotros; ¡Siglos de infamia, y de llanto! La sabiduría os recor dará con horror, y la humanidad llorará sobre vuestra memoria. [...] Creed, Compatriotas, que no distan los días en que se abran las fuentes de la abundancia, de la riqueza, y prosperidad pública. Se esta blecerán, Fábricas, se hará con arte el trabajo de las Minas, florecerá la agricultura:-NIL DESPERANDUM.65
Como había ocurrido en Europa ya en el siglo xvii, la imprenta devino un símbolo de ilustración dentro del imaginario del intelec tual americano. Cuando en los primeros años del siglo xix se extien de por las diferentes colonias, se convirtió en un vehículo para la transmisión de nuevas ideas. El uso de este artefacto, que permitía la reproducción mecánica de textos, argumentos y proyectos, crea ba la impresión de contar con una comunidad, alimentada con un flujo de información permanente, que participaba de las inquietudes presentes en los fundadores de diarios efímeros. A continuación ofre cemos un cuadro con los datos aproximados de la llegada de la im prenta a diversos países latinoamericanos.66 65 Henríquez, Camilo. «Prospecto», Aurora de Chile, febrero de 1812. (Dispo nible en: http://www.auroradechile.cl) [Consultado el 25 de mayo de 2013]. La orto grafía ha sido revisada. 66 Datos procedentes de Hole, M. Cadwalader. «The Early Latin-American Press», Bulletin of the Pan American Union, 60 (1926), pp. 323-352.
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La utopía agraria Países y ciudades
Fechas de la primera imprenta
Primeros periódicos
Nueva España (México)
1539 (libros y folletos)
Gaceta mensual, 1728-1739 Diario de México, 1805
Lima (Perú)
1594
Mercurio peruano, 1791 Comercio de Lima, 1839
Guatemala
1660
Gaceta de Guatemala, 1801
Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina)
Córdoba, ca. 1700. Telégrafo mercantil, 1801 (Imprenta guaranítica, impulsada por jesuitas) Buenos Aires, 1780. (Imprenta Niños Expósitos)
La Habana (Cuba)
1723
El Papel Periódico, 1790
Nueva Granada (Colombia)
1750 (aprox.) 1777 (Imprenta Real)
Papel Periódico de Santafé, 1791 El Redactor Americano, 1805-1808 Alternativo del Redactor Americano, 1808-1809
Banda Oriental (Uruguay)
1807
The Southern Star, 1807
Brasil
1808 (aprox.)
Diario de Pernambuco, 1825 Journal do Commercio, 1827
Valparaíso (Chile)
1811
Aurora de Chile, 1812 Monitor Araucano, 1813
Panamá
1820
Estrella de Panamá, 1849
Costa Rica
1830 (Imprenta La Paz)
Noticiario Universal de San José, 1827
Tabla 2. El establecimiento de la imprenta en diversos países latinoamericanos.
Durante el poco más de un año de existencia de la publicación, en el que sufrió el acoso de la censura, se contemplaron en sus pági nas asuntos políticos, económicos, sociológicos, legislativos, morales 69
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Ilustración 2. Prensa con la que se imprimió La Aurora de Chile, restaurada sobre la base de algunas piezas que le pertenecieron. Se conserva en el Museo Nacional. Wikipedia.
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y educativos. Por mencionar algunos de los más significativos, según los temas aquí tratados, en el tercer número se insertaba un artículo dedicado a la población. Era esta una cuestión recurrente del perío do, ya que, como se mantenía en los tratados de economía política ilustrados, representaba un signo de la prosperidad de un país. En el texto, además, se aprecian los términos básicos del ideario del pro greso. Para su exposición, Camilo Henríquez antepone la moral a la abundancia, la felicidad al incremento de los habitantes de una na ción: «La población es siempre proporcional a esta felicidad. No se trata, decía un político, de multiplicar los hombres para que sean felices; basta hacerlos felices, para que se multipliquen».67 Pero ese estado de dicha se logrará cuando gobiernos y ciudadanos asuman la idea de pertenecer a una tierra privilegiada (con un clima incompa rable y de una fertilidad inagotable) y cuando los mandatarios fomen ten los instrumentos de estudio y explotación de los abundantes re cursos disponibles. Es suficiente, mantiene Henríquez, con que la política se adapte al orden de la naturaleza, porque lo contrario solo conduce al oprobio y a la catástrofe: Podemos pues concluir que no pudiendo alegar razón física para el atraso de la población de Chile, es necesario recurrir a las causas políti cas y morales que influyen en el aumento y decremento de la población. Desde luego las encontramos en la imperfección de la agricultura, en el atraso de la industria, comercio, policía, ciencias exactas y naturales, artes útiles, legislación & c.68
La educación vuelve a ser otro de los componentes esenciales de ese ideario. El cuadro ideal ya apuntado en el artículo anterior se completaba cuando a las bondades del clima y de la tierra se añadían las cualidades de sus habitantes. Sin embargo, estas últimas estaban lejos de haberse cultivado adecuadamente porque los instrumentos educativos no se habían implantado aún con la extensión deseada. Y ello impedía a su vez que los conocimientos prácticos, medio insus tituible para combatir la barbarie, no hubieran ejercido aún influen 67 Henríquez, Camilo. «Observaciones sobre la población del reino de Chile», Aurora de Chile, 3, 27 de febrero de 1812, p. 10. 68 Ibidem, p. 12.
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cia alguna en la población.69 Aconseja el autor que para cumplir estos cometidos hay que alejarse de las palabras huecas y sin sentido y acercarse, por el contrario, a la historia natural, geometría y mecáni ca. Con estos saberes, así como con la industria y el comercio se gana, además, civilidad y buenos modales: «Un hombre tosco y salvaje aborre ce la fatiga metódica».70 El mundo agrario recibió de igual manera una atención preferen te en la publicación. Además de la referencia vista, en los artículos se repitieron argumentos ya conocidos. Aparece la idea de una natura leza con recursos ilimitados, pero insuficientemente aprovechada de bido a la falta de instrucción. El avance de la agricultura, junto con el de la industria y el comercio, es una condición básica para garan tizar el paso de una sociedad ya caduca a una sociedad nueva.71 Para lograr este fin, junto al gobierno deben actuar otras instituciones, como el Instituto Nacional o una Sociedad Económica de Amigos del País, compuestas de letrados que guíen al pueblo: «Todos los Gobier nos, todas las naciones cultas que han conocido la agricultura y las artes necesitan sociedades políticas que las fomenten, y cuiden de su enseñanza, y perfeccionen».72 Y nuevamente se insiste en los efectos morales que tiene la dedicación a las labores agrícolas, hecho que se ilustra con una alusión a un pasado idílico, situado en los tiempos de la antigua Roma, donde el aprecio a la agricultura forjó héroes y con tribuyó al fortalecimiento tanto de las costumbres como de las leyes y el Estado.73 Se reproducen pues imágenes clásicas en las que las profesiones recibían valoraciones desiguales. Sobre estas considera ciones, el sociólogo Joseph M. Bryant74 defiende que la percepción negativa de los artesanos en la Antigüedad, al menos durante un im portante período, fue consecuencia de una sociedad fuertemente je rarquizada y, además, dependiente de los recursos agrícolas. A dife 69 Autor desconocido (posiblemente Manuel J. Gandanillas o Juan Egaña), «La importancia de la educación», Aurora de Chile, jueves, 9 de abril de 1812. 70 Ibidem. 71 Henríquez, Camilo. Aurora de Chile, jueves, 16 de julio de 1812. 72 Ibidem, pp. 93-94. 73 Ibidem, pp. 94-95. 74 Bryant, Joseph M. Moral codes and social structure in ancient Greece: a sociology of Greek ethics from Homer to the Epicureans and Stoics, Suny Press, 1996, pp. 113-114.
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rencia de los campesinos, los artesanos aparecían como personas que trabajaban para otros, de la misma manera que los individuos des provistos de tierras y los esclavos. El ideal de independencia y auto suficiencia estaba pues representado por los labradores, ya que quie nes no tenían vínculos con la tierra eran juzgados como personas exentas de compromisos permanentes con la comunidad.75
Ilustración 3. Sobre las virtudes de las actividades agrícolas: François-André Vincent, La Leçon de labourage, 1798. Wikipedia. 75 Recordemos en este contexto el discurso pronunciado por el diputado Eduar do Oliveira en la Cámara de la Provincia de Buenos Aires en 1867, cuya finalidad era apoyar la creación de un Instituto Agrícola: «El agricultor es el patriota más ardiente; él está ligado al suelo por el bosque que ha visto crecer a la par de sus hijuelos, por las flores que ha visto desarrollarse con la misma lozanía con que las afecciones se desarrollan en el corazón de su esposa, y este hombre ligado a la tierra por sentimien tos tan caros, defenderá el suelo hasta la última gota de sangre, será el más celoso de sus derechos y por consecuencia el republicano verdadero que tanto nos empeñamos en crear», cit. en Ledesma, Norma Noemí. opus cit., p. 98.
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5. Dos miradas al campo En la memoria dedicada al cultivo del lino y el cáñamo Belgrano aconsejaba la lectura de diversos textos, entre ellos los de Duhamel du Monceau, destacado impulsor de la agronomía en Francia, y el Sócrates rústico (1777), del médico suizo Hans Kaspar Hirzel, cuyo subtítulo rezaba Descripción de la conducta económica y moral de un aldeano filósofo, escrito en alemán y traducido al francés. Son verda deros ejemplos, junto con el Curso completo de Rozier que comenta remos aquí, de la visión que favorecía la práctica tutelada por la teo ría; de una técnica que no es ciega, sino que ha sido perfeccionada por medio de numerosos ensayos y de estudios metódicos. Aspiraban por ello a desplazar a prácticas y tratados como el de Tomás Grigera, autor de uno de los primeros textos publicados en Argentina dedica dos a las prácticas agrícolas, el titulado Manual de agricultura (1819).76 Los Grigera eran una familia de campesinos labradores que poseían varias explotaciones agrícolas situadas en los suburbios de Buenos Aires que servían para abastecer a la ciudad de frutas, vegetales y forraje. Tomás Grigera era una persona popular con una cierta cul tura que participó activamente en los combates de defensa de la ciu dad contra la invasión inglesa de 1806-1807 y posteriormente en las acciones independentistas de la Revolución de Mayo. El Manual tuvo una buena acogida entre el público, si tenemos en cuenta las cuatro ediciones que conoció (1819, 1831, 1854 y 1856). Pero no puede considerarse, como ya dijimos, un caso representativo del ideario impulsado en la mentalidad tecnoagraria que aquí estamos examinan do. Esa es la impresión que tenemos al leer el texto y también al compararlo con otra obra bien conocida, la del abate Rozier, Curso 76 Se dice en una de sus biografías: «Don Tomás nunca estudió las máximas generales de Francois Quesnay, pero supo muy bien cuales eran las riquezas que la labranza le podía dar. Este agricultor sabio, conoció las bondades de la tierra y se convirtió en su principal defensor. Aprendió a protegerla, a convertir en fértil el mon tículo infecundo, a pedir más hacienda para diseminar sus semillas, en definitiva, a expandir prosperidad junto a su esfuerzo», Riccardi, Carlos Nicolás A. Pesado. «Vida, obra y legado de Tomás Grigera», CITAB. Centro de Investigaciones Territo riales y Ambientales Bonaerense, Lomas de Zamora. Antología Histórica Lugareña, Alfredo H. Gras (dir.), Buenos Aires, Banco de la Provincia de Buenos Aires, 2011, pp. 40-51.
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completo o diccionario universal de agricultura teórica, práctica, económica y de medicina natural y veterinaria (Madrid, 1797),77 citado en diversas ocasiones en el Semanario. El Manual de Grigera, de 57 pá ginas, estaba desprovisto, como declara en la introducción, de eleva das pretensiones: No se crea que escribo para enseñar: sé que tengo que escuchar para aprender. Mucho hay escrito en la materia por plumas cortadas con finura, y llevadas por principios que no podré explicar. Comunico sola mente a mis conciudadanos, que educados en mejor tiempo que yo corren en pos de las ventajas y de la gratitud del cultivo de las tierras, lo que en el constante trabajo de esa madre común de los vivientes he aprendido. Para que puedan conseguirlo con algún desahogo es que me he propuesto contribuir con un breve resumen práctico sobre lo que corresponde haga el agricultor en los doce meses del año, y como es que se ejecuta entre nosotros, o debe hacerse. El resumen no es perfecto en su línea; pero podrá servir a algunos formados con mejor disposición que mía, o con los elementos que yo no tengo, para progresar con pron titud y perfeccionar el precioso ramo de la agricultura con utilidad de la Provincia de Buenos Aires, y de las demás de la nación de Sud Amé rica a que pertenece.78
El resto, distribuido en apartados correspondientes a cada uno de los meses del año, es una colección de consejos sobre el cultivo procedentes de la experiencia personal del autor. La obra de Rozier tiene en cambio otros propósitos. En corres pondencia con el racionalismo ilustrado, la retórica del texto del Diccionario nos conduce por la senda de la unión de la agronomía y los principios de la fisiocracia. En ella se establecen las pautas que con ducen a un uso más efectivo de los cultivos, según los recursos dis ponibles, e igualmente a aumentar la producción y a ser más compe titivo. Esto significaba básicamente tener en cuenta la información científica, conocer las leyes que regulaban la práctica agrícola y situar a la agricultura en el centro de la riqueza de una nación. De esta ma Versión española de la obra de Rozier, Cours complet d’agriculture..., publica da en 9 tomos entre 1781 y 1786; posteriormente se publicarían tres tomos más entre 1800 y 1805. 78 Grigera, Tomás. Manual de agricultura, Buenos Aires, 1831, p. 4. 77
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nera se sustituían las prácticas tradicionales, patrocinadas por el Es tado, por las normas de la naturaleza, que no solo eran una colección de experiencias sino que se sustentaban en principios teóricos. Tam bién representaba una contribución al definitivo abandono de la vida salvaje (nómada y pastoril) y a la aceptación de la vida civilizada (sedentaria), consejo que sigue los preceptos de Quesnay, el líder como se sabe de los fisiócratas.79 El «Discurso preliminar» de la edi ción española del Diccionario ofrecía diversas muestras de esta men talidad así como las formas de promover su práctica. Comenzaba este con las siguientes palabras: Mientras los hombres erraban tras sus rebaños, o vivían en a duares80 de los frutos espontáneos de la tierra, de la pesca y de la caza, era difícil que se sujetasen a la fatiga de labrar los campos; pero luego que forza dos por las circunstancias se fijaron en un terreno determinado, tuvie ron sin duda que suplir con su trabajo a la falta del sustento que diaria mente se disminuía. Tal ha sido el origen de la agricultura y aun de las sociedades: porque establecidos una vez en un país, y empleando en él su trabajo, no pensaron los hombres abandonar una subsistencia cierta por correr el riesgo de nuevas peregrinaciones.81
Como se mantiene en el «Discurso», en tiempos pasados los avan ces en este arte fueron lentos porque quienes se ocupaban de las ta reas agrícolas ignoraban los conocimientos procedentes de las cien cias naturales, así que el trabajo del labrador era «más prolijo y menos útil». Junto a la disposición de recursos científicos, otro signo de la prometedora situación actual y de la diferencia con épocas anteriores es la existencia de sociedades, academias, cátedras, gabinetes y jardi nes botánicos. En los últimos veinte años, estas novedades también se han fomentado en España, por tanto «ya no tiene tampoco el labrador a quien culpar de su ignorancia y desidia: a la más fácil salida y circu lación del producto de sus campos se le agrega la instrucción teórica 79 Véase Smith, Roger. The Fontana History of the Human Sciences, Londres, Fontana Press, 1997, pp. 318-320. 80 Pequeña población de beduinos, formada de tiendas, chozas y cabañas. 81 Rozier, François. Diccionario universal de agricultura teórica, práctica y económica, y de medicina rural y veterinaria, traducido por Juan Álvarez Guerra, Madrid, 1797, p. V.
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y práctica, que puede adquirir en las mejoras obras, [...]».82 El pro blema que surge ahora es cómo trasladar toda esta sabiduría al labra dor y cómo crear esa clase productiva. Según se expresa en esta sec ción, los motivos del agricultor para mejorar (y por tanto para interesarse por la instrucción) están directamente relacionados con la idea de que los beneficios del trabajo irán a parar al propio trabajador y no a un sujeto ajeno o al Estado.83 Pero, por otra parte, quien debe promover y sustentar la instrucción es el gobierno. Ahora bien, hasta el momento no se han logrado los objetivos, ya sea porque las cátedras se crean en lugares alejados de las prácticas o bien porque el lengua je de los textos es inaccesible para el labrador. Una manera de reme diar las inconveniencias es confiar en la labor de las sociedades eco nómicas, sin embargo por falta de personal, dinero, tiempo y espacios para experimentar no se obtienen los resultados esperados. El último de los recursos apuntados para facilitar la difusión de los conocimien tos son los periódicos y las cartillas rústicas (compendios de agricul tura práctica que variaban en su extensión, escritos a veces en forma de diálogo y obtenidos a partir de otras obras). La descripción de la utilidad de estos medios, realizada por el autor, nos muestra la des proporcionada confianza de sus promotores en la bondad del orden científico-técnico. Como el labrador está sujeto a la tradición y a la rutina y observa con suspicacia las teorías de los libros de agricultura, es necesario pues en las obras escritas para que ellos las lean, no solo hablarles con sencillez y buena fe, sino llevarlos de grado en grado, y de descubrimiento en descubrimiento, hasta que enterados por la utilidad de la imperfección de sus prácticas, adquieran confianza, y se atrevan a hacer ensayos desconocidos en su país. Entonces es el tiempo de pro ponerles nuevos recursos a su actividad, presentándoles nuevos cultivos, que sin esta preparación miran siempre como exagerados, cuando no los tengan por sueños de sus inventores.84
La mejor propuesta, concluye el autor, para erradicar los vicios ya citados son las escuelas de agricultura. La siguiente sección de la Ibidem, p. IX. Ibidem, pp. XXIX y XXX. 84 Ibidem, p. XXXI. 82 83
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extensa introducción es una exposición del proyecto de Rozier des tinado al establecimiento de este tipo de centros en Francia. En el próximo capítulo observaremos de cerca algunos ensayos, centrados en la nueva cultura del campo y en el incremento de una población laboriosa, que reflejan la confianza en la viabilidad de los propósitos que, como se ha visto en este capítulo, se presentaban en los mensa jes promovidos por los intelectuales americanos. La atención a la población (y, en particular, a la inmigración) se convirtió en los si guientes años en una preocupación obsesiva, cuya razón hay que contemplar a la luz de la desconfianza que suscitaban tanto los re cursos autóctonos como la efectividad de las políticas educativas. En el marco innovador que se deseaba promover, el jardín de aclimata ción, dedicado a la mejora de los cultivos por vía de la experimen tación y a las tareas educativas, aparecía como el símbolo de los nue vos tiempos.
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Capítulo III LA APROPIACIÓN ESTÉTICA Y POLÍTICA DEL ESPACIO NATURAL ¡Naturaleza! Por ella estamos rodeados y envueltos, incapaces de salir de ella e incapaces de penetrar más profundamente en ella. Sin ser requerida y sin avisar nos arrastra en el torbellino de su danza y se mueve con nosotros hasta que, cansados, caemos rendidos en sus brazos. Crea eternamente nuevas formas; lo que aquí es, antes aún no había sido jamás; lo que fue no vuelve a ser de nuevo. Todo es nuevo y, sin embargo, siempre antiguo. Vivimos en su seno y le somos extraños. Habla continuamente con nosotros y no nos revela su secreto. Actuamos constantemente sobre ella y, sin embargo, no tenemos sobre ella ningún poder. (Johann Wolgang von Goethe, Teoría de la naturaleza)1
1. Belleza y utilidad Dice G. Scheines que «La utopía de Manuel Belgrano no carece de ninguno de los ingredientes de este tipo de creaciones: es detallista, proclama la felicidad general, la bondad de sus habitantes, la abun dancia imperecedera y el destierro de todos los vicios».2 A estas apre ciaciones, con las que coincidimos, añadiríamos con el fin de enmar car su naturaleza que uno de sus pilares ineludibles es el poder que atribuye a la ciencia y a la técnica para lograr esos fines. Adapta al espacio americano las ensoñaciones tecnocráticas europeas, alimenta das por los relatos de la Nueva Atlántida de Bacon, el proyecto pan sófico de Samuel Hartlib y la visión futurista de Condorcet. Estos recursos permitieron articular una versión de la utopía agraria que pretendía superar la brecha cultural existente desde la Antigüedad Goethe, Johann Wolgang von. Teoría de la naturaleza, ed. de Diego Sánchez Meca, Madrid, Tecnos, 2007, 2.ª ed., p. 237. 2 Scheines, Graciela. Las metáforas del fracaso. Desencuentros y utopías en la cultura argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1993, p. 45. 1
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entre los nostálgicos de la naturaleza y los amantes de la ciudad. En la cultura greocorromana, además de los discursos de Varrón y Colu mela, que ya mencionamos en el primer capítulo, la visión nostálgica se fomentó entre los filósofos cínicos. Sus ideas habían emergido en un momento de crisis de la polis como comunidad libre y autosufi ciente, hecho que se produjo tras las conquistas de Filipo y Alejandro Magno. Algunos pensaron en esos momentos que el poder, antes en manos de las ciudades, quedaba ahora al arbitrio del caudillo militar. Uno de los más conocidos fue Diógenes de Sínope, contemporáneo de Platón y discípulo de Antístenes (c. 445 después del 366 a.C.), el considerado fundador de la corriente.3 Este último mantuvo la oposi ción de physis y nómos, así como el menosprecio hacia los conocimien tos meramente teóricos o científicos. Su modelo ideal, como el del resto de los cínicos, era el del héroe y trabajador Heracles, antítesis del taimado y vanidoso Prometeo, que con el fuego y las técnicas in trodujo en los hombres la lujuria y la corrupción. Diógenes, por su parte, abogó por la sencillez, por el rechazo de la pólis (modelo de civilización) y por la vuelta a la naturaleza. Los ejemplos a seguir no estaban, para ellos, en las elaboraciones artificiales, sino en la forma de vivir de los animales y en el hombre primitivo, actitud defendida en los poemas homéricos, donde se elogiaba a los nómadas del Norte, que se alimentaban de leche.4 La vestimenta, presentada en otras ver siones del mito de Prometeo como una conquista del hombre civiliza do frente a la indefensión natural, se convierte en este contexto en un símbolo.5 Hiparquia (hacia 300 a.C.), adoptó, como Diógenes, un manto basto, zurrón y báculo, después de aceptar una existencia erra 3 García Gual, Carlos. La secta del perro. Diógenes Laercio, vidas de los filósofos cínicos, Madrid, Alianza, 1993, p. 24; en general, Bracht Branham, R. y GouletGazé, M.-O. (eds.). Los cínicos, Barcelona, Seix Barral, 2000, Introducción y caps. I, III y IV. 4 Gomperz, Theodor. Pensadores griegos, Barcelona, Herder, 2000 (3.ª ed. ale mana 1910-1912), t. II, pp. 152-159; VV.AA. Historia de la Filosofía. La filosofía griega, Barcelona, Siglo XXI, 1984, vol. 2, pp. 258-266. 5 Cuando el hombre comenzó a participar de lo divino, una vez que Prometeo le entrega el fuego, «Después, rápidamente pudo articular con arte sonidos y nom bres, y se procuró vivienda, vestido, calzado, abrigo, así como alimentos de la tierra», Platón. Protágoras. Gorgias. Carta séptima, ed. de J. Martínez García, Madrid, Alian za, 2006, p. 59.
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bunda junto a Crates, con joroba y de aspecto cómico.6 De Crates son los siguientes versos utópicos, que ilustran las ideas que se vienen comentando:7 La ciudad de Pera está en medio de un vaho vinoso, hermosa y opulenta, rodeada de mugre, sin propiedad ninguna, hacia ella no navega ningún insensato parásito, ni el relamido que goza con las nalgas de puta. Pero produce tomillo y ajos, e higos y panes, cosas que no incitan a guerras recíprocas. Y no se tienen armas para lograr riquezas ni honores.
En los proyectos políticos que hemos visto y en los que se defen dieron posteriormente se intentaron superar los antagonismos inhe rentes a estas representaciones. La utopía agraria de la elite intelec tual no era simplemente una vuelta al campo para huir de una vida dominada por el exceso material y la depravación, sino la tentativa de construir una política de la naturaleza que conciliara arcaicas as piraciones con el nuevo poder que otorgaba el dominio de las cien cias y las artes. En lugar de una vuelta al pasado idílico, el discurso se proyectó hacia un futuro prometedor, muy apropiado en un con texto social emancipador. Este ideario se manifestó de dos formas: por medio de un racionalismo estético que pretende conciliar lo bello y lo útil, tema al que está dedicado este capítulo, y por medio de la acción institucional, que veremos en el siguiente. En la primera de las manifestaciones, la contemplación de la na turaleza, la asimilación en tonos líricos del paisaje americano, se con vierte en un programa político destinado a convertir el entorno en una fuente de recursos. Para ello tendremos en cuenta las visiones de Marcos Sastre y las de Domingo Faustino Sarmiento relativas al del ta del río Paraná.8 Como precedente de estas aportaciones, que de terminan diferentes enfoques de la utopía agraria, aludimos a un per 6 A Hiparquia se le atribuye la afirmación de haber dedicado su tiempo a su formación y no al trabajo en el telar, Diógenes Laercio. Vida de los filósofos, VI, en García Gual, C. La secta del perro, opus cit., pp. 144-145. 7 Cit. en ibidem, p. 77. 8 Se extiende desde Diamante, suroeste de la Provincia de Entre Ríos, hasta el noreste de la Provincia de Buenos Aires, donde se encuentra la desembocadura del Río de la Plata.
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sonaje también conocido, el mencionado Andrés Bello. Finalmente situamos estas ideas en el marco de las utopías europeas clásicas de la primera mitad del siglo xix, examinado algunas analogías y dife rencias. El venezolano Bello escribió La agricultura en la zona tórrida mientras se encontraba en Londres, donde residió entre 1810 y 1829, y tuvo la oportunidad de conocer de cerca a influyentes per sonalidades de las corrientes liberal y utilitarista, como José Blanco White, James Mill y Jeremy Bentham, entre otros muchos. Pos teriormente se estableció en Chile, lugar en el que estuvo vinculado al Instituto Nacional y otras instituciones, y fue un activo promotor de la creación de la Universidad de Chile, de la que fue rector. An tes de partir a Inglaterra, había recibido en Caracas a Humboldt y Bonpland, cuya obra tuvo una gran relevancia en su pensamiento.9 Como pone de manifiesto en su estudio Graciela R. Montaldo,10 Bello en las «Silvas americanas»11 construye el mapa de la patria contemplando a una naturaleza que deslumbra, pero también asu miendo la intervención tecnológica y científica que «convierten el paraíso en los campos ordenados». Por ese tiempo, Bello también está traduciendo a Delille, en concreto, sus Tres reinos de la naturaleza, y en el autor francés encuentra esa misma versión de lo natural que se resume en la expresión utile et dulce. Culturizar la naturaleza significa para él emplear la industria para cultivar. En definitiva, se gún Montaldo, «riqueza, exuberancia y orden conforman la utopía natural de Bello» que, sin embargo, está desvirtuada por los conflic tos; una vez que cesen estos se dará paso «a los talleres, la agricultu 9 Sobre la influencia de Alexander von Humboldt, López-Ocón, Leoncio. «Un naturalista en el panteón. El culto a Humboldt en el Viejo y el Nuevo Mundo duran te el siglo xix», Cuadernos Hispanoamericanos, 586 (1999), pp. 21-33, y Peset, José Luis. «Alejandro de Humboldt, héroe y científico en la Independencia americana», Debate y perspectivas. Cuadernos de Historia y Ciencias Sociales, 1 (2000), pp. 55-66. 10 Montaldo, Graciela R. «El cuerpo de la patria: espacio, naturaleza y cultura en Bello y Sarmiento», Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010 [edi ción digital en línea] (original en González Stephan, B. et al. (eds.). Miserias y esplendores del siglo xix. Cultura y sociedad en América Latina, Caracas, Monte ÁvilaEquinocio, 1996). 11 Compuestas por la Alocución a la poesía y A la agricultura de la zona tórrida, publicadas en Londres respectivamente en los años 1823 y 1826.
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ra y la cultura letrada en general, es la invocación a la sedentarización. Por esto para Bello el espacio es fundamentalmente un motivo esté tico e ideológico de construcción; los espacios naturales no represen tan el vacío, la nada, sino el lugar del que hay que apropiarse para sentar en él las bases de la organización».12 Esto lo podemos compro bar en la Silva I. La agricultura de la zona tórrida, poema de 373 ver sos, publicado en el Repertorio Americano de 1826. Allí, según se ha destacado, aparece todo un programa de acción política y de eman cipación cultural. A lo largo del escrito, se va profundizando de ma nera gradual en la visión del mundo americano que quiere ofrecer el autor. Según el análisis de Marco Aurelio Ramírez, [el] primer discurso tiene como trasfondo un discurso afectuoso por el terruño patrio marcado por el pasado personal del poeta. El segundo discurso, moral, defiende la virtud forjada en el campo y, por el contra rio, repudia el vicio que se anida en la ciudad. El tercer discurso, ma gistral, propone la agricultura como proyecto económico de bienestar social. El cuarto discurso, sacro, resalta la Providencia que viene en ayuda del campesino americano. Y el quinto discurso, político, propone el desarrollo agrícola en el marco de un Estado moderno republicano en el que la libertad y la ley, bajo un ambiente de paz, rijan a los ciuda danos de esos nuevos países.13
A continuación se ofrecen unos fragmentos del citado poema donde se reconoce a un tiempo la exaltación de la belleza natural y la llamada a la intervención técnica. Mas ¡oh! ¡si cual no cede el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, y como de natura esmero ha sido, de tu indolente habitador lo fuera! ¡Oh! ¡si al falaz ruido, la dicha al fin supiese verdadera anteponer, que del umbral le llama del labrador sencillo,
Montaldo, Graciela R. «El cuerpo de la patria...», opus cit. Ramírez, Marco Aurelio. Antología poética de Andrés Bello: desde el paisaje americano, Mérida, Universidad de los Andes, 2008, pp. 42-43. 12
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora lejos del necio y vano fasto, el mentido brillo, el ocio pestilente ciudadano! [...] Allí también deberes hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas heridas de la guerra; el fértil suelo, áspero ahora y bravo, al desacostumbrado yugo torne del arte humana, y le tribute esclavo. [...] Mas al vulgo bravío de las tupidas plantas montaraces, sucede ya el fructífero plantío en muestra ufana de ordenadas haces.14
2. El Tempe Argentino Marcos Sastre, el propietario de la librería donde se reunían los intelectuales integrantes de la Generación del 37, participa de los presupuestos que motivan el proyecto de Bello. Fue a través de El Tempe Argentino, un texto publicado en 1858 que alcanzó una nota ble popularidad y que contó con más ediciones que otro libro de amplio alcance en la época, el Facundo de Sarmiento. Su autor, nacido en Montevideo en 1808, había destacado en su país de origen por fomentar la educación popular y la formación de la mujer.15 Era una persona de profundas convicciones religiosas y con un notable interés por el estudio de las lenguas clásicas y la cultura. Debido a la inesta bilidad de la capital uruguaya se trasladó a Buenos Aires, donde abri Ibidem, pp. 108-132. Bernatek, Carlos. «Estudio preliminar», en Marcos Sastre, El Tempe Argentino, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2005; Cordero, Héctor Adolfo. Marcos Sastre, Buenos Aires, 1968; Katra, William H. The Argentine generation of 1837: Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Mitre, Cranbury, NJ, Associated University Press, 1996, pp. 47 y ss. 14 15
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ría la librería mencionada. La notoriedad alcanzada por el negocio le animó a buscar un local provisto de mayor espacio, que encontró en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen). Allí fue donde estableció el Salón Literario, el lugar donde se reunían Alberdi, Vicente Fidel Ló pez, Juan María Gutiérrez, y otros procedentes de los ambientes uni versitarios, y que constituyó al mismo tiempo un foco de recepción de las novedades literarias y culturales europeas. También se gestó en estos encuentros una cosmovisión que quedaría articulada en el Dogma socialista editado por Esteban Echeverría.16 Una mentalidad que ya se había anticipado en las lecciones de la sesión inaugural del Sa lón; en particular en la impartida por Marcos Sastre, quien llamó a estos actos «lecturas científicas». Sastre hablaba en las lecciones de un «progreso pacífico» en Argentina, construido sobre las bases de las virtudes republicanas, es decir, sobre la actividad industrial, las artes y las ciencias, alejado del ejemplo español y de su sistema de educa ción pública. En la década de 1840, Sastre, autoproclamado rosista y antiunitario (en contra, por ejemplo, de Sarmiento y Echeverría) se estableció en Santa Fe y continuó su cruzada pedagógica. En esta ciudad publicó un texto de amplia aceptación y difusión, la Autognosia: Método para enseñar a leer en pocos días (1849). Tras la batalla de Caseros, por su pasado rosista atravesó una breve etapa de dificulta des que superó con el auxilio de algunos conocidos. Obtuvo después diversos nombramientos y finalmente, durante la presidencia de Sar miento, ocupó el cargo de decano de la Facultad de Ciencias FísicoNaturales en la Universidad de Buenos Aires. En El Tempe Argentino, donde el autor cita a Humboldt, Bon pland, Buffon, Cuvier y Azara, estudia la flora, fauna y geografía humana y física del delta del río Paraná, labor que para algunos con tiene un elevado valor científico, comparable a las aportaciones de Francisco Javier Muñiz y Guillermo Enrique Hudson. Al mismo 16 En el ideario que allí aparece se insiste en los conceptos de libertad e igualdad, especialmente en el de igualdad económica y social, lo cual representa una legitima ción del derecho de asociación (Alberdi emplea el término sociabilidad); de igual manera se subraya la ley del progreso social indefinido, idea empleada junto a la de revolución; véase Milinani, Domingo. «Utopian Socialism, Transitional Thread from Romanticism to Positivism in Spanish America», Journal of the History of Ideas, 24, 4 (1963), pp. 523-538.
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tiempo, sin embargo, es «una novela de ficción sobre la búsqueda del Edén».17 El tono de simpática afección por la naturaleza que muestra en sus elaborados ejercicios literarios contaba ya con antecedentes, como vimos en la obra poética de Bello, así como en las actitudes de algunos ilustrados (como Diderot), aportaciones que se sumaban a la tradición pastoril clásica. Como ejemplo del período ilustrado, men cionamos, siguiendo al historiador Peter J. Bowler, a Gilbert White, en particular su The Natural History and Antiquities of Selborne, pu blicado en Londres en 1789, en el que el autor recrea la vida silvestre que encuentra a su alrededor, en su parroquia del sur de Inglaterra. Hablaba White de los elusivos habitantes de los bosques y del impor tante papel que tenía la lombriz de tierra, criatura humilde. Concluye Bowler que «aquí estaba una imagen idílica de la campiña en donde la humanidad parecía parte de un orden natural estable, mantenido por la incesante actividad de las demás especies».18 Es interesante añadir que este tipo de literatura conoció una mayor demanda cuan do comenzaron a extenderse los usos de la edad industrial en las primeras décadas del siglo xix. Sastre escribió su obra durante su apacible estancia en San Fer nando, al norte de Buenos Aires, próxima a una sección de islas que formaban el delta del Paraná. El título alude al Valle de Tempi, en la Tesalia griega, lugar en el que el río Pinios desemboca en el mar for mando un delta; es un emplazamiento de notable fertilidad próximo al monte Olimpo. En las primeras páginas de presentación, donde ya resuena la peculiar prosa repleta de lirismo característica de su tra bajo, hace una declaración que recuerda a la tradición pastoril, si bien como comprobaremos más adelante, el propósito último del texto no es detenerse en una admiración meliflua de la naturaleza ni procla mar un retorno a los estados prístinos: Una mansión campestre, en un clima apacible, embellecida con bosques umbrosos y arroyos cristalinos, animada por el canto y los amo res de las aves, habitadas por corazones buenos y sencillos, ha sido y será siempre el halagüeño objeto de la aspiración de todas las almas, en la edad en que la imaginación se forja los más bellos cuadros de una vida Bernatek, C. «Estudio preliminar», opus cit., p. 21. Bowler, Peter J. Historia Fontana de las ciencias ambientales, opus cit., p. 122.
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La utopía agraria de gloria y de ventura. Y después de la lucha de las pasiones, de los combates de la adversidad y los desengaños de la vida, en los términos de su carrera, es todavía la paz y solaz de una mansión campestre, la última aspiración del corazón humano; por la tabloza y la lira de los genios de Grecia consagraron los más bellos colores y armonías para pintar la amenidad de su valle del Tempe: y por eso también serán algún día celebradas por los ingenios argentinos y orientales las bellezas y excelencias de las islas deliciosas que a porfía acarician las aguas del Paraná, el Plata y Uruguay, y que, situadas casi a las puertas de la popu losa Buenos Aires, se encuentran solitarias y sin dueño.19
Estas proclamas recuerdan los ocios filosóficos y poéticos que promueve Juan Egaña en la Quinta de las Delicias, que tienen lugar, como ya vimos, cerca de Santiago; así pues, el de Sastre es un ejem plo más de un tipo de experiencias que se recrean en zonas próximas a las urbes. También constituye una muestra de la búsqueda de la exuberancia que no se encuentra en el interior del país y mucho me nos en el desierto. Comienza, después, la descripción al ritmo pau sado del viaje en la canoa: «Aquí el naranjo esférico ostenta majes tuoso su ropaje esmeralda, plata y oro; allí el cónico laurel de hojas lucientes, refleja el sol en mil destellos; allá asoman sus copas el ála mo piramidal, la esbelta palma [...]».20 Habla también de los habi tantes de las islas, que viven con nobleza y sobriedad en estos para jes, acostumbrados a alimentarse con lo proporcionado por la recolección, la cacería y la pesca, con un estilo de vida frugal. Segui damente la atención se dirige hacia la vía fluvial principal, el río Paraná («padre de la mar», en guaraní) cuya majestuosa presencia permite el desarrollo del comercio: «Extiéndese con sus afluentes caudalosos por miles de leguas sin obstáculos, brindando a la indus tria y al comercio inmensas regiones, las más salubres y fértiles del globo, donde algunos pueblos nacientes abren hoy sus brazos frater nales a todos los pueblos de la tierra»21 Representa esa referencia, como otras que se verán, una inclinación por una visión economicis
Sastre, Marcos. El Tempe Argentino, opus cit. (2005), pp. 25-26. Ibidem, p. 28. 21 Ibidem, p. 35. 19 20
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ta, si bien no depredadora,22 de la naturaleza. Dice Sastre que los habitantes de las tierras disfrutan solo de una pequeña parte de las producciones espontáneas, y que «si se emplearan el arte y el traba jo, serían incalculables los beneficios del cultivo de más de cuatro mil leguas cuadradas, abonadas periódicamente por sus aguas».23 Y más tarde añade: «La utilidad y la belleza se ven en él [en el sistema de riego del delta] admirablemente combinadas».24
Ilustración 4. Imagen del delta, Sastre, El Tempe Argentino, 1900, 11.ª ed. Por tada. Wikipedia.
Más tarde, añade una declaración que representa una clara acep tación de la visión utilitarista comentada: 22 «Siglos hace que estas islas preciosas están entregadas al hacha destructora del leñador indolente, y son sin tregua esquilmadas por la ciega codicia del hombre in culto, sin el coto de la ley y sin el correctivo reparador de la industria», ibidem, p. 40; véase igualmente p. 55 y cap. 18 «Continuación del camuatí». 23 Ibidem, p. 35. 24 Ibidem, p. 42. El subrayado es nuestro.
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La utopía agraria Así es como el hombre, por no observar las leyes de la naturaleza y creyendo muchas veces librarse de un animal nocivo o de un árbol in útil, destruye el equilibrio de la creación y ocasiona plagas que a la vez consumen su riqueza y su salud. Por el contrario, cuando aplica su razón a la explotación de las riquezas naturales, no procede a destruir sin el previo estudio necesario de las causas finales de los seres; y así saca de ellos el mayor provecho posible, sin exponerse a provocar futuros males. Se sujeta a reglamen tos en el desmonte, la caza y la pesca, en el interés de conservar estas riquezas para sí y sus descendientes. Asegura bajo las leyes protectoras la vida de todos los individuos de ciertas especies que le hacen sino beneficio [...].25
Una vez recorridos los diversos ejemplares del reino vegetal y animal del delta, deteniéndose en sus rasgos, utilidades y, en algu nos casos, como si de un bestiario medieval se tratase, en sus virtu des morales, dedica el último capítulo a la agricultura. Con ello se completan las aportaciones provechosas que pueden obtenerse de la naturaleza, además del deleite estético. De igual manera, significa una expresión más de los ideales vinculados a la utopía agraria (la utilidad y la belleza sabiamente combinadas),26 que sitúan el pensa miento de Sastre próximo al de Belgrano, de Salas o Juan Egaña. Cuando se centra en los problemas que conciernen a la agricultura, Sastre advierte previamente que no se ocupará de cuestiones mera mente rutinarias de la labranza, sino de las que provienen de la agronomía y el estudio científico.27 Esto significa básicamente que se van a emplear estos conocimientos para mejorar la efectividad del tratamiento de los recursos disponibles. Eso es lo que pretende demostrar al examinar algunas parcelas relevantes de la «geopó nica»28 del delta. Compárese el siguiente texto con las atribuciones que ya encontramos en el capítulo 2 relativas a la figura del campe sino instruido: Ibidem, p. 56. Véase, por ejemplo, ibidem, p. 42. 27 Sastre, Marcos. El Tempe Argentino, Buenos Aires, Ivaldi & Checchi, 1900, 11.ª, p. 240. 28 Hace referencia a una colección de textos reunidos en el siglo x sobre agrono mía y agricultura (literalmente significa empresa agrícola). 25 26
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora El labrador de hoy como el de ayer, el rústico como el instruido, cavan, aran, revuelven, desmenuzan la tierra, sin que lo preocupe la causa a que es debida la utilidad de la labor; causa cuyo conocimiento los conduciría a regularizar el empleo de la fuerza y los capitales de una manera ventajosa y económica.29
En el epílogo añade algunas reflexiones generales sobre la mane ra adecuada de trabajar una tierra que tienen sus propias leyes y que la acción humana, muchas veces ignorante, altera. La ciencia es la que ordena esas leyes y nos permite manejarnos más sabiamente. Sastre pone de manifiesto que la confianza y la fe en ese conocimiento no es algo coyuntural, sino que tiene un alcance más amplio; en el si guiente párrafo, en definitiva, identifica el dominio de las artes y las ciencias con formas de civilización más elevadas: La civilización es la economía de la fuerza, la ciencia nos da a co nocer los medios más sencillos para obtener con la menor fuerza posible el mayor efecto y utilizar los medios para obtener un máximum de fuer za. Toda manifestación y disipación inútil de fuerza, ora en la agricultu ra, ora en la industria, ora en la ciencia, ora por fin en el Estado, es un rasgo característico del estado salvaje y de la falta de civilización.30
Ilustración 5. Sastre, El Tempe Argentino, 1900, 11.ª, «Agricultura del delta». Wikipedia. Sastre, Marcos. El Tempe Argentino, opus cit. (1900), p. 245. Ibidem, p. 252.
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3. «Poesía metálica» En la descripción y las referencias de Sarmiento relativas al delta del Paraná, que él llama siguiendo el guaraní Carapachay, encontramos también signos del embelesamiento estético previo, pero en su enfoque se aprecia un interés más acusado por destacar los instrumentos técni cos y humanos de dominio y transformación de los recursos naturales. Muy pronto alude a uno de los elementos esenciales para llevar cabo esa intervención: las mejoras en las vías de comunicación, donde seña la como modelo, como en otras ocasiones, a Estados Unidos: Deben los Estados Unidos su grandeza a los ríos navegables y don de nos los puso la Providencia púsolos el hombre con sus canales arti ficiales y sus ríos de hierro que hacen andar más ligeros los productos del trabajo que las aguas y los vientos.31
Igualmente se refiere al interés de promover el tránsito de perso nas y productos desde las islas hasta Buenos Aires mediante barcos de vapor. Uno de los artículos está dedicado a la conveniencia de complementar este sistema, constituido por barcos sencillos y «casti llos flotantes», con la instalación de una línea de ferrocarril en la zona, un proyecto que se presenta indicando estimaciones sobre su rentabilidad (término que aquí se sustituye por el de «utilidad»).32 Reprocha a Rosas el haber dudado sobre la viabilidad de semejante sistema, especialmente teniendo en cuenta las ilimitadas posibilidades de la zona recientemente descubierta. Considerada comparable a la California de la fiebre del oro, le dedica las siguientes palabras: El vapor América va al descubrimiento de un vellocino de oro, de un país que se llamará Utopia, si no tuviese ya el nombre Guaraní del 31 Sarmiento, Domingo Faustino. «El camino del Lacio», en Obras completas, Gobierno Argentino, Buenos Aires, 1896, vol. 26, p. 24. La descripción del delta con el título de «Carapachay» apareció en El Nacional, en 1855-1858. 32 Sarmiento, Domingo Faustino. «Viaje del Asunción a las islas», El Nacional, 21 de septiembre de 1855, en ibidem, pp. 56-59. «Tratase nada menos que de poner mano inmediatamente al ferrocarril de San Fernando a San José de Flores, que según todos los datos acumulados puede producir desde el día de su apertura un veinte y aun un treinta por ciento de utilidad» (p. 56).
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora Carapachay, país encantado que todos han visto en los ríos, y nadie co noce; país de sueños, realidades, de poesía metálica, de felicidad y mos quito; Venecia Estado; Estado programa; Holanda sin diques, y tierra de promisión mejor que aquella a que llevó Moisés a su pueblo, que era un desierto.33
Todo esto será posible, como añade después, si el camino de ierro se dirige a San Fernando (en la zona del delta) porque de esta h forma Buenos Aires tendrá un astillero en el Tigre, y se unirán dife rentes puntos desde Las Conchas a la Boca. Así, se podrán «echar a Mercedes los productos de Europa y de los ríos, por aquella bifurca ción de ferrocarriles, que harán las veces de raíces de un poderoso árbol alimentado por tierra fecunda». Y simultáneamente la campaña en una línea paralela a la costa quedará poblada de «villorios, villas, ciudades y campañas floridas en un año, para recreo de los ricos, trabajo y bienestar de los pobres y solaz de todos».34 Los beneficios de este proyecto, asegura a continuación Sarmiento, se extenderán a otras provincias y la «pobre ciudad» de Buenos Aires se regenerará y se volverá la California por sus ferrocarriles, sus productos, sus muelles y su población. Solo hay que esperar, asegura, a los informes finales y a las reuniones de los responsables para que se apruebe el ferrocarril del oeste y finalmente se cumpla su sueño. Artículos posteriores muestran que si bien se había incrementado sensiblemente la actividad en la zona, además de la población, los proyectos en los términos planteados no se habían cumplido. Había en esos momentos algunos pormenores que debían resolverse y que preocupaban a Sarmiento, como los relativos a la ausencia de una legislación adecuada y la inexistencia de estudios cartográficos e hi drográficos, algo razonable si pensamos que la mera presencia de la tecnología no garantiza un cambio inmediato en los modos de vida. Advierte en dos ocasiones que antes de iniciar estos proyectos se ne cesita una carta fluvial, la «base de todo plan de ubicación y colonización».35 E igualmente insiste en consolidar y poner en prácti ca los mecanismos legales que regulan las propiedades: «Los tiempos Ibidem, p. 58. Ibidem. 35 Ibidem, pp. 35 y 52. 33 34
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heroicos han pasado para las islas de la embocadura del Paraná. El hacha y el cordel del agricultor hacen desaparecer por leguas la ruda y salvaje belleza de estas hijas primitivas de las aguas./La ley empieza a ejercer su imperio en este Farwest a las puertas de Buenos Aires».36 El incumplimiento de los planes no era en cualquier caso un proble ma para un siempre optimista Sarmiento (como se verá posteriormen te, pensaba que las utopías no eran meros productos de la imagina ción, sino que estaban fundados en la «naturaleza de las cosas»). Ya sabemos que en la utopía de la perfectibilidad los estancamientos son hechos insignificantes en el camino ineluctable del progreso. La posi ción de Sarmiento refleja y contribuye también a esa mentalidad. Pero para entender su pensamiento hay que tener en cuenta igualmente, como manifiesta Juan Bautista Alberdi en su distanciamiento del san juanino, que sus ideas están profundamente condicionadas por la di cotomía irreconciliable de la civilización y la barbarie. Alberdi no fue un defensor ortodoxo del dogma socialista de la generación del 37 y por tanto podía percibir con mayor claridad los efectos y contradiccio nes de los planteamientos políticos sarmientinos, que conducían a una obsesiva eliminación de aquello que pudiera perjudicar el avance de la civilización. Esa supresión de los elementos perturbadores del progre so se producía por medio de la inmigración inducida y por la ocupa ción humana y tecnológica del territorio: Para combatir la barbarie de las grandes extensiones abiertas, usa ban a los gauchos para luchar contra los indios, liberando así vastos terrenos que posteriormente eran divididos en parcelas, cercadas con alambre de púas y repartidos, algunos entre colonos pero la mayoría al mayor postor porteño. Para acabar con la barbarie de las distancias trajeron inversionistas e ingenieros, en su mayoría británicos, para cons truir líneas de telégrafo a todo lo largo y ancho del país y la red de fe rrocarriles más extensa en toda Latinoamérica. Para combatir la barba rie de los caudillos populistas implantaron una política electoral que permitía el debate y los comicios libres entre las élites, al mismo tiempo que «intervenían» siempre que las «arbitrariedades populistas» amena zaban con estropear sus planes.37 Ibidem, p. 46; véase igualmente p. 53. Shumway, Nicolas. The Invention of Argentina, Berkeley, University of Cali fornia Press, 1991, p. 165, cit. en Patrick L. O’Connell. «Peregrinación de Luz del 36 37
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Para Alberdi, la localización de la civilización en las ciudades y la barbarie en el campo era un error histórico. Su propósito era más conciliador, de ahí su aproximación a Rosas y al caudillismo como una forma transitoria hacia la democracia. Las ideas que terminaron imponiéndose después de 1852 fueron, no obstante, las provenientes de Buenos Aires. Cuando Alberdi escribió una de sus obras centrales, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (1852), lo hace en un período utópico con la intención de contribuir a una política racional que garantizara la paz, porque de aquí se derivaría la riqueza material y, como consecuencia, los valores de la libertad y la justicia. Pero los acontecimientos revelaron que ese proyecto había sido un fracaso: en el ejercicio del gobierno se había olvidado el interés general y solo se atendía a las luchas por el poder. Alberdi, desilusionado, escribió muchos años después la antiutopía Peregrinación de Luz del día y aventuras de la verdad en el Nuevo Mundo, que se publicó en 1874.38
4. La pervivencia de la utopía naturalista En la Ilustración europea existían básicamente dos formas de contemplar la naturaleza con una mirada utópica, ambas motivadas por una actitud nostálgica y por la pretensión de volver a una edad de oro primigenia. Una tenía que ver con el mundo de Gilbert Whi te visto anteriormente, en la que se exaltan los valores y virtudes de la vida sencilla y donde aparece la figura del agricultor apacible. En contramos también esta idea en la historia de los trogloditas recreada en las Cartas Persas de Montesquieu (1721). En otras versiones, la solución pasaba por negar la civilización y entregarse plenamente a las leyes de la naturaleza, el ideal al que se da vida en Supplément au voyage de Bougainville de Diderot (1772), donde un anciano tahitiano
Día: La desilusión de Juan Bautista Alberdi», Acta literaria [edición digital en línea], 2004, n. 29, pp. 93-104. 38 Véase Rodríguez Pérsico, Adriana. Un huracán llamado progreso: utopía y autobiografía en Sarmiento y Alberdi, Washington, OEA, Colección Interamer, 22, 1992, pp. 130-136.
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reprocha a los franceses los males que han introducido en la feliz isla donde habita con sus semejantes.39 En la primera mitad del siglo xix las visiones nostálgicas se con funden con otras tendencias predominantes que creen que el orden y el progreso, especialmente después de la convulsión que representó la Revolución francesa, se garantizan mediante la promoción de los instrumentos de la civilización. Así pues, la antinomia civilizaciónnaturaleza se incorporó de diferentes maneras al pensamiento utópi co: encontramos un influyente pensamiento que entiende la natura leza como fuente de virtudes; de igual manera, se extiende una idea de la naturaleza que refleja los requerimientos de los experimentos societarios y de las comunidades autárquicas; por último, la natura leza también es vista desde una mentalidad estrictamente economi cista y se concibe como una reserva de bienes. Seguidamente exami naremos la primera y la segunda de las mentalidades, para establecer posteriormente sus posibles conexiones con la utopía agraria. En torno a 1850, la resistencia a la pérdida de la imagen bucólica en Estados Unidos cedió ante el empuje de las «fuerzas del progreso» basadas en el modelo productivo industrial.40 Un modelo compues to no solo por fábricas con chimeneas humeantes de 20 o 30 metros, sino también por canales, puentes de hierro, ferrocarriles, puertos, barcos de vapor y ciudades en expansión. Puede afirmarse que alre dedor de ese año existía ya una ideología que creía firmemente en las ventajas de ese ideario y que era compartida por diversos profesiona les. Como respuesta a estas fuerzas civilizadoras del progreso algu nos, como el norteamericano Henry D. Thoreau, mantienen una ver sión de la «imagen bucólica» de la naturaleza. Centrándonos en el pensamiento utópico de Thoreau, el autor, en contra del recurrente utilitarismo dependiente de la producción, reclama una disposición estética, ética y metafísica hacia el mundo natural. Su principio bási co es que la naturaleza es una fuente de virtud, y que al seguir sus Trousson, Raymond. Historia de la literatura utópica, opus cit., p. 182 y ss. Marx, Leo. The Machine in the Garden: Technology and the Pastoral Ideal in America, Nueva York, Oxford University Press, 1964, pp. 26-27 y 191 y ss.; véase también sobre la extension de este modelo y su aceptación para la consolidación de los valores democráicos e igulaitarios, Meier, Hugo A. «Technology and Democracy, 1800-1860», The Mississippi Valley Historical Review, 43, 4 (1957), pp. 618-640. 39 40
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indicaciones accedemos a una moral más elevada. En una de sus obras más representativas, Walden, de 1854, Thoreau mezcla aventu ras, apuntes naturalistas y reflexiones filosóficas, pero su interés por la historia natural forma parte de un proyecto de reconciliación con la naturaleza, que no es una serena contemplación distante de certezas. Para él, la observación de los animales nos permite obtener conclusiones que no solo tienen un valor descriptivo, sino también simbólico.41 Su máxima en la economía es la simplicidad, una actitud en la que pretende sacudir los cimientos del sistema capitalista y de la sociedad basada en la opulencia material, contexto en que la pro moción competitiva de la tecnología es una tarea superflua. La vida en los bosques, fuera de la civilización, le permite descubrir cuáles son las necesidades básicas a las que hay que atender y cuáles son los procedimientos que deben seguirse para resolverlas.42 Una de las con clusiones es que ni el dinero ni el trabajo son necesarios. En Una vida sin principios, de 1863, Thoreau declaraba: «No hay más que trabajo, trabajo, trabajo. No es fácil conseguir un cuaderno para escribir ideas; todos están rayados para los dólares y céntimos. Un irlandés, al verme tomar notas en el campo, dio por sentado que estaba calcu lando las ganancias».43 Los elogios de la pereza, pronunciados en la época, tenían como cometido precisamente eludir los dictados de esa filosofía de la ocupación incesante.44 En definitiva, Thoreau, siguien Véase Baym, Nina. «Thoreau’s view of science», Journal of the History of Ideas, 26 (1963), pp. 221-234; Hoag, R. Wesley «Thoreau’s later natural history writings», en J. Myerson (ed.), The Cambridge Companion to Henry David Thoreau, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 152-170. 42 Schneider, Richard J. «Walden», en J. Myerson (ed.), The Cambridge Companion to Henry David Thoreau, opus cit., 92-106, p. 98. 43 Thoreau, Henry D. «Una vida sin principios», en Desobediencia civil y otros escritos, Madrid, Alianza, 2009, p. 51. 44 «El historiador inglés E. P. Thompson, en el clásico La formación de la clase obrera (1963), argumenta que la creación de empleo es un fenómeno relativamente reciente, nacido con la Revolución Industrial. Antes de la llegada de las máquinas de vapor y las fábricas a mediados del siglo xviii, el trabajo era algo más azaroso y menos estructurado. La gente trabajaba, sí, hacían “trabajos”, pero la idea de estar ligado a un patrón en concreto hasta el punto de excluir cualquier otra actividad que genera ra dinero era desconocida. Y cualquier persona corriente disfrutaba de un mayor grado de independencia que en la actualidad [...] Inglaterra, antes de la invención de las satánicas y sombrías fábricas, era un país de vagos. Pero esta tendencia caótica 41
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do los presupuestos del primer Jefferson,45 no pretende impulsar el ejercicio de la agricultura para conseguir riquezas y explotar los re cursos procedentes de la tierra a gran escala. Según se advierte en Walden, en el capítulo VI titulado «El campo de judías», su identifi cación con ese mundo rural-agrícola obedece a la intención de repro ducir el carácter sagrado que tiene el cultivo de la tierra; son unas operaciones o un arte que permiten al ser humano estar en contacto directo con la naturaleza.46 El único intermediario en esa relación, la única ayuda para llevar a cabo este trabajo es el azadón; por tanto, la tecnología o cualquier otra elaboración mecánica e instrumental más compleja representa un velo que impide la comunicación directa con el espacio natural. La disposición utópica recientemente descrita mantiene con las posiciones de la utopía agraria diversas analogías y diferencias. Los rasgos comunes son: la idea de una felicidad basada en un cierto as cetismo, la defensa de una economía natural y la promoción del equi librio entre el agro (fuente de riquezas) y las manufacturas. En cuan to a las diferencias, Leila Gómez en Iluminados y tránsfugas llama la atención sobre el contraste entre la visión de la naturaleza de los es critores románticos norteamericanos (en particular los vinculados al transcendentalismo, como Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau) y la de Sarmiento. «Para el trascendentalismo —según afir molestaba a los moralistas de la época, que creían que las personas debían permane cer ocupadas para que no hicieran maldades. En 1820, el observador de clase media John Foster se dio cuenta con horror de que los agricultores, tras finalizar el trabajo, les quedaban “muchas horas del día para pasarlas como mejor creyeran [...]”. Tem pranos artífices de la Revolución Industrial como Matthew Boulton y Josiah Wed gwood escribieron cartas quejándose también de la holgazanería de sus trabajadores», Hodgkinson, Tom. Elogio de la pereza. El manifiesto definitivo contra la enfermedad del trabajo, Barcelona, Planeta, 2005, pp. 25-27. 45 Jefferson era partidario de la producción a una escala reducida, ajustada a la explotación de una granja familiar; su visión no se basa en la aplicación de reglas productivas, más bien su concepción atiende a la preservación del estilo o de las vir tudes rurales, véase Marx, L. The Machine in the Garden, opus cit., pp. 126-127. 46 Thoreau, Henry D. Walden, ed. de Javier Alcoriz y Antonio Lastra, Madrid, Cátedra, 2009, pp 197-207; Buell, Lawrence. «Thoreau and the natural environ ment», en J. Myerson (ed.), The Cambridge Companion to Henry David Thoreau, opus cit., p. 179; Marx, L. The Machine in the Garden, opus cit.
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ma la autora—, la naturaleza del nuevo continente se presenta como un desafío intelectual y espiritual más que como una fuerza antagó nica y barbárica».47
Ilustración 6. «New Harmony» (Indiana), Estados Unidos, según un diseño de F. Bate (View of a Community), siguiendo la propuesta de Robert Owen de 1838. Wikipedia.
En Europa, una parte significativa de los teóricos de las socieda des ideales influidos por los efectos de las primeras fases de la indus trialización propusieron mecanismos diferentes. Algunos, como Ro bert Owen, centraron su interés en lo que el historiador de la tecnología Arnold Pacey denominó «inventos morales»,48 es decir, en formas de reparto más justo de las riquezas y mejora de las condi 47 Gómez, Leila. Iluminados y tránsfugas. Relatos de viajeros y ficciones nacionales en Argentina, Paraguay y Perú, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana Editorial Vervuert, 2009, p. 54. 48 Pacey, Arnold. El laberinto del ingenio. Ideas e ideales en el desarrollo de la tecnología, Barcelona, Gustavo Gili, 1980, pp. 239 y ss.
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ciones de los trabajadores. La solución era la creación de aldeas in dustriales o comunidades autárquicas, propuesta que aparece en «Re port to the Committee for the Relief of the Manufacturing and Labouring Poor» (1817). Allí las llama Aldeas de la Unidad y la Coo peración, estructuras sociales compuestas por entre quinientas y mil quinientas personas, donde había entre otras dependencias (dormi torios, escuela, biblioteca, iglesia, etc.), talleres e instalaciones agríco las. Al escrito acompaña una idílica imagen, donde se observan los edificios rodeados de campos de cultivo pertenecientes a la coopera tiva; a través de estos discurre un río que desemboca en una amplia extensión de agua navegable. Pero mediante estos experimentos so cietarios altamente regulados, el propósito final de Owen no era un reencuentro con la naturaleza, sino promover un cambio social, es pecialmente dirigido a la clase trabajadora. En 1825 se instalaron en Estados Unidos ochocientas personas en la aldea de Harmony, en Indiana; sin embargo a los dos años la comunidad se disolvió por las disputas y disidencias surgidas. La utopía social de Saint-Simon y de los saintsimonianos está plenamente influida por el lugar preeminente que ocupa la tecnología en su visión del mundo. Para él, la edad de oro no estaba en el pasa do ni en un territorio determinado, sino que estaba por llegar y se derivaba del perfeccionamiento de una sociedad que ponía en prác tica los recursos técnicos. Como hemos destacado en estas páginas, el sector que aportaba más evidencias para mantener estas creencias era el de las comunicaciones, en particular el de la construcción de canales. El mesianismo de Saint-Simon, sustentado en el análisis del devenir histórico, anunciaba un futuro prometedor en el que los pro ductores ostentarían el poder. Y esos mismos productores, en un estado centralizado, serían los que determinarían qué tecnología sería la más adecuada y qué obra pública debería acometerse. Solo así se podría «mejorar el destino moral, físico e intelectual de la clase más numerosa y más pobre» (la classe la plus nombreuse et la plus pauvre) es decir, sería posible cumplir el lema de Le Globe.49 El progreso era para los sansimonianos, por tanto, una filosofía de la historia en la que el ejercicio de la tecnología y la convivencia pacífica conver Periódico creado en 1824, a partir de 1831 se convirtió en el órgano de ex presión de la doctrina de Saint-Simon. 49
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gían.50 En este contexto, los problemas y las tensiones se resolvían no por acciones violentas, sino por medio de recursos científico-técni cos, los empleados habitualmente en el mundo productivo. La tecno logía era pues un signo distintivo de esa aproximación histórico-cul tural a la perfectibilidad humana. En la práctica, esto significaba básicamente una tecnología centralizada y planificada, dirigida por gobiernos transnacionales con ideas alejadas de los planteamientos liberales, la visualización de la tecnología en las grandes obras públi cas y la incorporación de los científicos al sistema productivo. Tras la muerte de Saint-Simon, la utopía se mantuvo en los proyectos de grandes obras sustentados por alguno de sus seguidores (Michel Chevalier),51 en las acciones de algunos banqueros,52 en L’Extincion du paupérisme (1844) de Luis Napoleón Bonaparte y, sobre todo, en las actitudes sectarias y religiosas de uno de los discípulos más repre sentativos, Barthélemy Prosper Enfantin (Padre Enfantin). Hay una parte del pensamiento someramente presentado que sedujo a los integrantes de la generación del 37 y que se instaló en su ideario.53 Así, en su versión de la utopía agraria, al menos en la de Saint-Simon, en el Catecismo político de los industriales (1823), escrito en co laboración con Comte, defendía en el período posnapoleónico que los industriales, con quienes, recordemos, estaban asociados los sabios positivos (los científicos), eran los únicos capaces de garantizar la estabilidad: «La tranquilidad pública no podrá ser estable mientras los industriales no se encarguen de dirigir la administración de la riqueza pública», Rouvroy, Claude Henry de, conde de Saint Simon. El catecismo político de los industriales (1823-1824), Barcelona, Orbis, 1985, p. 38. 51 El precedente de este interés lo estableció el maestro: El propio Saint-Simon supuestamente propuso durante su estancia en México al virrey la construcción de un canal que comunicara los océanos; en torno a 1788 propone a Cabarrús en España un plan similar, que consistía en este caso en una canal que uniera Madrid con el mar. 52 «La mayoría de los discípulos de Saint-Simon se convirtieron en los grandes industriales de Luis Bonaparte, teniendo un acceso directo al gabinete del dictador francés», Díaz, H. «Saint-Simon, del liberalismo al socialismo», Razón y revolución, 11 (2003), pp. 143-157, p. 154. 53 «La ideología, el tradicionalismo francés, el eclecticismo, el utilitarismo, la es cuela escocesa y el socialismo romántico de Saint Simon, ofrecen las armas ideológicas de la generación que pretende realizar la nueva emancipación hispanoamericana. Mu chos de ellos beben directamente en las corrientes de estas filosofías. Bello, durante su estancia de diplomático en Londres, conoce a Bentham y a James Mill, y la filosofía de estos pensadores deja honda huella en la del educador venezolano. El mismo pen 50
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Sastre y la de Sarmiento, hay una clara identificación entre el ejercicio de la técnica, la producción de riqueza y la mejora de la situación social. Por otra parte, como ya se indicó, también gozó de interés, especialmente en la etapa sarmientina, la implantación de un sistema de transporte y comunicación moderno como agente esencial para lograr el dominio territorial y la consolidación del poder. Después, a esas pretensiones de control se debían unir los planes de colonización inducida. La perspectiva de orden y progreso pacífico que se deriva ba del gran proyecto saintsimoniano igualmente se convirtió en un lema básico de la acción política y colonizadora de los pensadores americanos. El problema es que el orden debido a las disputas entre federalistas y unitarios en Argentina o los conflictos bélicos internos, externos o de fronteras, no terminaba de llegar. En el lado de los distanciamientos, no se asumieron, por ejemplo, las ideas de favore cer la constitución de una casta de gobernantes tecnócratas ni el pa pel secundario que en las consignas saintsimonianas se otorgaba a la agricultura. La agricultura sí mereció una atención preferente en las propues tas tanto de las Aldeas de la Unidad de Owen como de los falansterios de Charles Fourier, otro ejemplo del «socialismo utópico», según la expresión indeleble que popularizó Friedrich Engels. Mediante esta propuesta de una comunidad altamente regulada, Fourier buscaba una alternativa a las ideas que él consideraba quiméricas de SaintSimon;54 él prefería pensar en sociedades reducidas, en las falanges, samiento influye poderosamente en el mexicano José María Luis Mora. El argentino Esteban Echeverría vive cinco años en París, de 1825 a 1830, los cuales son suficientes para que reciba la influencia de las diversas corrientes románticas en boga. El roman ticismo social de Saint Simon, a través de su discípulo Pierre Leroux, se deja sentir en el Dogma socialista de Echeverría. Su influencia pronto se hace patente en varios de los miembros de su generación. Juan Bautista Alberdi asimila estas influencias junto con el utilitarismo, el idealismo y el eclecticismo. Sarmiento combina también todas estas influencias y lleva sus polémicas a la vecina República de Chile. Echeverría, Al berdi y Sarmiento difunden sus ideas en el Uruguay», Zea, L. «El romanticismo en Hispanoamérica», en El pensamiento latinoamericano, Barcelona, Ariel, 1976, IV; véase igualmente Rama, Carlos M. «El utopismo socialista en América Latina», prólogo a Utopismo Socialista, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1977, tomo XXVI, p. XI. 54 El primer encuentro con los sansimonianos tuvo lugar el 20 de mayo de 1829, en una reunión de la calle Taranne en París; véase sobre la reacción de Fourier, Bee-
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como él las llamaba. Según sus cálculos, estas unidades debían estar compuestas, para que pudiera funcionar el «mecanismo societario», por ochocientos diez individuos de cada sexo. Pero en sus planes no entraban los recursos del sistema industrial ni mucho menos los co merciales que despreciaba, sino los agrícolas. El rechazo de lo que llama «la civilización» y sus procedimientos de represión de los sen timientos, según se expone en la última parte de su Nouveau monde industriel (1829), es al mismo tiempo una crítica de la sociedad in dustrial, de la rampante anarquía económica y del protagonismo de los comerciantes.55 Fourier por ello otorga una mayor importancia a la organización, a los detalles estructurales que rigen la vida comuni taria, que a los mecanismos e iniciativas particulares. En este caso fueron las innovaciones relativas al diseño urbano, a la arquitectura y a la comunicación en esos falansterios o unidades autosuficientes las que concentraron la atención del autor. Más arriba se reproduce la imagen clásica del falansterio, donde el diseño refuerza la cohesión de la comunidad y garantiza la efectividad tanto de la explotación de los recursos agrarios como de las elaboraciones artesanales. En el capítulo anterior vimos la atención que dedica igualmente Sarmiento a los diversos elementos y detalles que componen los asentamientos de las poblaciones colonizadoras. En 1847 en la llanura de Sig, en Argelia, ya había conocido los primeros trabajos destinados a consti tuir un falansterio; sobre estos ensayos concluía: «No perdamos, pues, de vista el naciente plantel de Sig que puede llegar a ser un árbol frondoso cuya semilla sea posible transportar a América».56 La publicación en 1859 de la obra central de Charles Darwin El origen de las especies significó al mismo tiempo la difusión de una nueva imagen del mundo natural, así como una reinterpretación de las relaciones civilización-naturaleza.57 El progreso, en correspon cher, Jonathan. Charles Fourier. The Visionary and His World, Berkeley, UCP, 1986, pp. 413 y ss. Tampoco Owen se salvo de las críticas; le reprocha en su Falansterio (cap. 1) errores importantes de cálculo, entre otras insuficiencias. 55 Ibidem, pp. 197-204. 56 Cit. en Abramson, Pierre-Luc. Las utopías sociales en América Latina en el siglo xix, opus cit., p. 143. 57 Sobre este tema en el ámbito geográfico estudiado, Glick, Thomas F.; Ruiz, Rosaura y Puig-Samper, Miguel Ángel (eds.). El darwinismo en España e Iberoaméri-
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dencia con el nuevo pensamiento evolutivo y dinámico, podía conce birse no como una fuerza integradora, sino como una lucha que de terminaba la práctica socioeconómica y política. Ahora era asumible que una nación o un colectivo explotara al máximo sus ventajas por que de ello se derivaría el avance y el perfeccionamiento. La cons titución de microsociedades estáticas y aisladas quedaba ahora en entredicho. Para algunos, como Sarmiento, este argumentario pro porcionó legitimidad tanto a la metafísica de la exclusión como a la voluntad más específica de ocupar los territorios en manos de los nativos (fuerzas opuestas al progreso), como se verá en el capítulo 5. Para otros, en cambio, como Alfred Russel Wallace y Thomas Henry Huxley, el ser humano era capaz de intervenir en la evolución me diante los mecanismos de la cooperación, el altruismo o la tecnología (por ejemplo, modificando el entorno desviando el curso de un río o construyendo una vivienda). En esta perspectiva, el espíritu comuni tario reclamado en el socialismo utópico y en sus propuestas societa rio sí tendría sentido.58
ca, Madrid, UNAM-CSIC-Doce Calles, 1999, en particular el capítulo de Marcelo Montserrat, «La mentalidad evolucionista en la Argentina: una ideología del progre so», pp. 19-46. 58 Véase Olson, Richard G. Science and Scientism in Nineteenth-Century Europe, Chicago, University of Illinois Press, 2008, pp. 250-260.
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Capítulo IV EXPERIENCIAS INSTITUCIONALES, JARDINES DE ACLIMATACIÓN Y POBLACIÓN NUEVA (1820-1845) Tenemos grandes y variados huertos y jardines, donde más que de la belleza nos preocupamos de la variedad de la tierra y de los abonos apropiados para los diversos árboles y yerbas. En algunos muy espaciosos plantamos árboles frutales y fresas, de los que hacemos diversas clases de bebidas, a más de vino de las viñas. En ellos ensayamos también todo género de injertos y fertilizaciones, así de árboles salvajes como de árboles frutales, consiguiendo gran variedad de efectos. Y en estos mismos huertos y jardines hacemos, artificialmente, que árboles y flores maduren antes o después de su tiempo, y que broten y que se reproduzcan con mayor rapidez que según su curso natural. (Francis Bacon, La Nueva Atlántida)1
1. La aclimatación de la utopía Una vez superados los antagonismos implícitos en la relación naturaleza-civilización, desde los proyectos institucionales se inten tó impulsar la conversión del territorio en un bien económico. Uno de los más representativos fue el de las sociedades nacionales de agricultura, cuyo cometido más perentorio fue el fomento de una nueva cultura de la tierra, fin que comprendía también emprender políticas inmigratorias que facilitasen la conversión del suelo baldío en campos productivos y la transformación moral de los nativos, con la intención de convertirlos en individuos útiles a sí mismos y a la nación. Además de la versión belgraniana y la de su homólogo de Salas, había otras figuras entusiasmadas con las promesas contenidas en sus Bacon, Francis. La Nueva Atlántida, en Utopías del Renacimiento, México, FCE, 1976, p. 265. 1
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mensajes, discutidos en los espacios comunitarios creados por la prensa y las sociedades políticas y científico-técnicas. En Chile, algu nas de esas personas se reunieron en torno a la Sociedad de Amigos del País (1813), la Sociedad Filantrópica de Amantes de la Patria (entre 1825-1826), el Instituto Nacional y sobre todo la Sociedad Chilena de Agricultura y Colonización (1838). Esta última se había creado en 1838 por José Miguel de Barra2 (secretario de Manuel Egaña) y contaba entre sus miembros con personajes de notable pres tigio como Andrés Bello y el ya mencionado Salas. Mantenía un bo letín, El Agricultor, y un espacio dedicado a la experimentación, la Quinta Normal. Bello hablaba con entusiasmo sobre los variados y ambiciosos cometidos de esa Sociedad, que eran: Dar a conocer y propagar los métodos prácticos para mejorar el cultivo de las tierras y la cría de ganados; promover la formación de bosques y plantíos, su conservación, la aclimatación de árboles y plantas de utilidad y adorno, sea transportándolos de un punto a otro de la república, sea haciéndolos venir de otros países; recoger datos y presen tar planes para el establecimiento de una policía rural, que moralice la población del campo, proteja las propiedades, estimule el trabajo, haga fáciles y seguras las comunicaciones y acarreos, y de reglas para la mejor distribución de las aguas; favorecer y adaptar a las circunstancias de Chile las empresas de colonización que se formen en los países extran jeros; alentar la inmigración de pobladores, labradores y agrónomos, que introduzcan nuevos ramos de industria agrícola, o perfeccionen los que ya tenemos; y sobre todos estos puntos hacer accesibles al público y difundir a todos los ángulos de la república las luces adquiridas por la observación y experiencia de otros pueblos: tales son las materias prin cipales en que tendrá que ocuparse la Sociedad y no dudamos que esta desnuda enumeración de ellas será suficiente para granjearle una acogi da favorable.3
2 Sobre José Miguel de la Barra, Hidalgo Dattuyler, Rodrigo. «La ciudad con ojos de autoridad. El plan de reforma de Santiago del intendente José Miguel de la Barra, 1843-1849», Scripta Nova, X, 218 (2006). 3 Bello, Andrés. El Araucano, 402, Santiago, 11 de mayo de 1838, en Andrés Bello, Textos fundamentales. Construcción de Estado y Nación de Chile, Santiago de Chile, Cámara Chilena de la Construcción, 2010, p. 47.
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En las Provincias Unidas del Río de la Plata, Bernardino Rivada via, que fuera presidente entre 1826 y 1827, había creado en 1823 mientras era ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la pro vincia de Buenos Aires la Escuela de Agricultura Práctica y Jardín de Aclimatación. No era este el primer proyecto visionario del político: en 1812 se emitieron los primeros documentos relativos al Museo Público de Buenos Aires (en realidad un Museo de Historia Natural), que pretendía constituirse en depósito y referente de las produccio nes procedentes de diversos lugares del país.4 En cuanto a la Escuela de Agricultura, para su dirección se contrató a un francés, el profesor Pierre Baranger, sin embargo se cerró a los dos años por falta de alumnos, permaneciendo abiertas exclusivamente las dependencias del jardín hasta 1828, cuando Manuel Dorrego lo suprimió alegando falta de actividad. Hasta finales de la década de 1860 la Escuela no se estableció con un funcionamiento regular, esta vez asesorada por la Sociedad Rural Argentina.5 La Quinta Normal de Santiago, establecida en 1841, era, por su parte, la expresión tangible de una nueva visión de la agronomía, el espacio modélico de la futura cultura tecnológica del campo. Por ello, su planificación, encomendada al naturalista francés establecido en Chile Claudio Gay, debía reunir no solo disposiciones que facilitaran el trabajo experimental, sino también consideraciones estéticas.6 Lo bello y lo útil debían caminar juntos en el «jardín de aclimatación»:
4 Sobre la evolución del museo, Asúa, Miguel de opus cit., pp. 63-71; destaca mos no obstante las afirmaciones aquí recogidas relativas al «motivo ideal y decla mativo» del proyecto impulsado por Rivadavia: «la observación de la naturaleza en nuestro continente, en el reino mineral, vegetal y animal y en todos los artefactos, es sin duda hoy una de las más dignas ocupaciones de los sabios de todo el mundo» (cit. en p. 64). 5 Vallejo, G. Escenarios de la cultura científica argentina, opus cit., p. 164. 6 Saldivia M., Zenobio y de la Jara N., Griselda. «La Sociedad Nacional de Agricultura en el siglo xix chileno: su rol social y su aporte al desarrollo científicotecnológico», Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, vol. V, n.º 100, 1 de noviembre de 2001; sobre las aportaciones de C. Gay, en especial sobre la concepción de la geografía como aportación a la construcción social, Sagredo, Rafael. «Geografía y nación. Caludio Gay y la primera representación cartográfica de Chile», Estudios Geográficos, 70, 266 (2009), pp. 231-267.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora Junto a potreros y eras de distintas proporciones, cuyo destino era la crianza de ganado y el cultivo de hortalizas, viñas y otras plantas; el sabio francés distribuye entonces con armonía, senderos y caminos bordeados de naranjos, arrayanes y murtas de Valdivia, pilas de agua, monumentos y el llamativo jardín botánico. Solicita a la entidad traer semillas del extranjero y se encarga personalmente de las colecciones de plantas exóticas; las cuales aumentan, gracias a las generosas dona ciones de particulares. En este contexto, la Sociedad se encarga tam bién de traer al país diversas maquinarias agrícolas, como por ejemplo la Trilladora de Herrarte, modelo español, para las cosechas del trigo; o la más aceptada entre los agricultores: la trilladora portátil inglesa, más adecuada a la topografía de Chile y que ofrecía más ventajas sobre el método tradicional de trillar, tanto si se consideraba en tiempo como en costos.7
Según el testimonio de M. Miquel, que firma el artículo sobre el establecimiento publicado en el Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura del año 1856, la Quinta Normal aunque fue fundada en 1842, hasta 1849 no se constituyó de manera efectiva.8 Fue en ese momento cuando se concedieron las cantidades necesarias para la compra de terrenos, construcción de edificios, dotación de profeso res y adquisición de plantas. El propósito, según la retórica fundacio nal, era crear el principal centro del fomento y progreso de la agri cultura nacional y, por tanto, la base de otros sectores de la economía como el comercio y la industria. De igual manera, la intención era formar, de acuerdo con la expresión del escrito, «verdaderos agricul tores», esto es, «futuros jefes de empresas agrícolas, instruidos teóri ca y prácticamente en todo lo concerniente al arte que profesaban, y no únicamente destinados a injertar, podar y sembrar con más o me nos habilidad».9 Al describir su situación, el autor no desea detener se en un pasado que, como se infiere de declaraciones posteriores, debió ser ciertamente inestable y poco prometedor. Se va a ocupar pues del presente, en el que hay teinta y tres estudiantes matriculados que cursan las siguientes asignaturas: Agricultura, Religión, Aritmé Ibidem. Miquel, M. «La Quinta Normal de Agricultura, su estado actual i medios de mejorarlo», El Mensajero de Agricultura, 1 (1856), pp. 59-66. 9 Ibidem, p. 60. 7 8
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tica, Gramática castellana, Geografía y Teneduría de libros, y cuyas edades van desde los trece a los veintitres años. Los contenidos no merecen su aprobación porque —y aquí se comprende la expresión anterior— no son adecuados para formar los «jefes de empresas agrí colas» requeridos. Estos, entre gestores y emprendedores, deben do minar los principios generales de la química, botánica o de economía rural, algo no contemplado en una enseñanza excesivamente depen diente de materias prácticas, lo que conduce a que se descuiden con ceptos fundamentales que corresponden a su instrucción. Según los datos proporcionados por Miquel, en la Quinta existen diversas de pendencias con un uso desigual: un «jardín de multiplicaciones» (donde se cultivan plantas para vender y se realizan injertos); jardines de plantas frutales y herbáceas, hortalizas y gramíneas; un jardín bo tánico; un colmenar; un criadero de gusanos de seda; un museo de herramientas, y diversas estancias con poca o nula actividad, particu larmente las relacionadas con el ganado. Termina con una serie de recomendaciones para la mejora del centro, mejoras que comienzan con los cambios que habrían de aplicarse a la propia dirección. La Sociedad Chilena de Agricultura se disolvió en 1849. De ella se ha afirmado que al igual que en las Sociedades de Amigos del País, en este proyecto se unieron «utopistas y arbitristas» con pocos hom bres con sentido práctico, si bien hay que reconocer dos logros de interés científico, el boletín bimensual citado y el jardín de aclimata ción, dirigido finalmente por Luis Sada.10 En 1856 se abría la Socie dad Nacional de Agricultura, compuesta ahora, según declaraba Ben jamín Vicuña Mackenna (editor del Mensajero del Agricultor), por «jóvenes entusiastas». Sobre la Quinta, coincidía con las apreciacio nes de Miquel, apuntando que se había tratado más como un jardín botánico que como una «hacienda modelo de agricultura» (nada se había hecho, añadía, en experimentación y maquinaria).11 Teniendo en cuenta, además, que el progreso dependía de la agricultura y que, empleando una expresión suya, «Chile todo es un campo inmenso», 10 Villalobos, Sergio et al. Historia de Chile, Santiago de Chile, Editorial Uni versitaria, 1974, tomo III, p. 484. 11 Vicuña Mackenna, Benjamín. «La Sociedad Nacional de Agricultura. Pro tección del Gobierno a la agricultura nacional», El Mensajero de Agricultura, 1 (1856), pp. 1-18.
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la Quinta representaba un símbolo sobre cómo debía articularse la política de la naturaleza en el país. Como elemento sustancial de esta visión destacaba la labor de la citada Sociedad que, como ya se había comentado en ocasiones anteriores, debía centrarse en el estudio de las comunicaciones, del territorio, del clima y de la repoblación de Chile: En efecto, hay una convicción unánime en el país de que el gran resorte de nuestra transformación social está en la Inmigración europea. Ahora bien, solo la Sociedad Nacional de Agricultura puede dar a esta cuestión vital no solo su iniciación como lo ha hecho hasta aquí, sino su principal impulso; porque lo que el país necesita esencialmente desde luego es al emigrante agricultor, que no solo aumente nuestra produc ción sino que mejore nuestros sistemas de labranza y especialmente moralice con su ejemplo a los habitantes de los campos y cambie con su alianza de sangre, sus hábitos y su carácter.12
Para ello la Sociedad debía ser un microcosmos de la sociedad y, dada la trascendencia de las decisiones que debían tomar, en ella de bían coincidir representantes de los diversos sectores que conforma sen el poder tanto político como económico: La Sociedad de Agricultura no es pues solamente un grupo de ha cendados que se reúnen a discutir materias de campo; es una asociación de todas las capacidades del país tanto en la práctica como en la ciencia, es un conjunto general de todas las ilustraciones especiales que pueden contribuir a dilucidar y constituir el progreso bajo todas sus fases. El economista, el político, el jurisconsulto, pueden asociarse a ella tanto como el cultivador práctico, así como los sabios especiales sea en la química, en la geología, en la mecánica, en la economía política, etc. Que no se atribuya pues a la Sociedad Nacional de Agricultura el rol limitado y local que hasta hoy se le ha asignado; que se comprenda des de luego su espíritu, y que se la juzgue poco a poco por sus hechos y los resultados que debe realizar. Entonces la gran mayoría de los hombres inteligentes y capaces del país se enrolarán en sus filas junto con la ma
Ibidem, p. 7.
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La utopía agraria yor parte de los 5000 propietarios de fundos rurales [fincas rústicas] en que según el último censo está divido el país.13
Esta etapa conoció sin embargo una existencia efímera, solo has ta 1858. Los objetivos condicionados por la reunión de intereses di versos parecían en ese momento demasiado ambiciosos. Definitiva mente, en 1869 se refundó la Sociedad Nacional de Agricultura, que contó, esta vez sí, con representantes procedentes de diversos secto res del país, desde los intelectuales a los grandes terratenientes.14 Una de las acciones clave de la institución fue la organización de la Expo sición Internacional de 1875, situada en la Quinta Normal, sobre la que expondremos algunos detalles relevantes en el capítulo 6.
Ilustración 7. La Quinta Normal, El Correo de la Exposición, 1875-1876. Biblio teca Nacional de Chile, Patrimonio Cultural Común, en http:// memoriachilena.cl.
Como se ha visto, tanto en el discurso de Bello como en el de Mackenna el componente poblacional, como lo había sido para la Ibidem, pp. 12-13. Robles Ortiz, Claudio. «Julio Menadier: un ideólogo agrario en la esfera pública», en Julio Menadier: la agricultura y el progreso de Chile, Santiago de Chile, Cámara Chilena de Construcción, 2012, p. XII. 13
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generación anterior de intelectuales, era vital en los planes utópicos. Las visiones que proyectaban se trasladaron a la legislación, donde se debían atender no pocos pormenores sensibles, como el de la religión que profesaban los inmigrantes o bien el régimen de propiedad de los terrenos. Destacaban en estos experimentos colonizadores los agentes de inmigración, unos personajes entre comerciantes y aven tureros, provistos en algunos casos de elevados conocimientos cien tíficos, dedicados a persuadir a las autoridades de los países que vi sitaban sobre las bondades del territorio objeto del asentamiento. Llevaban consigo folletos publicitarios, algunos confeccionados por ellos mismos, y estaban ocupados en resolver todos los detalles de los viajes de quienes se trasladaban desde Alemania, Suiza, Inglaterra y Francia, países dotados supuestamente de un saber hacer superior, hacia zonas estratégicamente significativas de Chile, las Provincias Unidas del Río de la Plata y la Banda Oriental de Uruguay, como se verá a continuación en esta primera etapa, la comprendida entre 1810 y 1840.
2. Ensayos de colonización: sabios, artistas y familias industriosas
Expondremos en este apartado los rasgos generales de los pro yectos contemplados en Chile, en las Provincias Unidas del Río de la Plata y en la Banda Oriental de Uruguay para promover la renova ción de la población y de la nación a través de la inmigración, siguien do los postulados vistos en los capítulos anteriores. Prestaremos aten ción particular a los sujetos de esos cambios, tanto a los gobernantes, como O’Higgins y Rivadavia, imbuidos del espíritu ilustrado y mo dernizador, como a los intelectuales —legitimadores de los sueños— y los mediadores, cuya labor fue central para crear una imagen atrac tiva destinada a los pobladores potenciales. En esta primera etapa, la comprendida entre 1810 y 1850, comprobaremos que la realidad, en contraste con las pretensiones imaginarias, se presentó repleta de trabas y que las colonias eran mundos pendientes en construcción, particularidad que no se modificó sustancialmente en el período que trataremos en el siguiente capítulo. 112
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Desde 1810 ya hay en Chile15 iniciativas para colonizar los am plios territorios del país aún despoblados y evitar así que naciones vecinas o potencias extranjeras se quedasen con ellos. De ahí la idea —de la que venimos hablando en este libro— de atraer inmigrantes cualificados que ayudaran a la población nacional. El 9 de octubre de 1811, Francisco Antonio Pinto fue acreditado como diputado ante la Junta de Buenos Aires y también como representante del nuevo gobierno en Londres. Se trató del primer chileno que iba en una mi sión internacional. Su actividad era secreta y su objetivo era hacer que las potencias europeas apoyasen el proceso independentista en curso. De paso, se pretendía reclutar colonos para que defendiesen el territorio chileno frente a cualquier pretensión española por recu perar la soberanía sobre el país austral. Se le dieron instrucciones para que activase desde el Viejo Continente la emigración de irlande ses y suizos que deberían ser transportados en buques balleneros que viajaban habitualmente al Pacífico. También se le insistió, de forma expresa, en que podía reclutar a cuantos ingleses desease, sin tener en cuenta qué religión profesaban.16 Pero Pinto no tuvo éxito en su misión y de regreso a Buenos Aires en 1814 calificó su experiencia diplomática como la más nefasta de su existencia. En 1810, el número de extranjeros que había en Chile ascendía tan solo a 79 personas sobre un total de 500 000 habitantes. Así, el censo de 1809 da la siguiente distribución forastera: 21 portugueses, 18 italianos, 10 franceses, 10 norteamericanos, 7 ingleses, 4 irlandeses, 2 suecos, 1 ruso, 1 alemán, 1 austriaco, 1 danés, 1 maltés, 1 húngaro y 1 holandés. En lo que concierne a su religión, 75 de ellos afirmaron ser católicos y 4 protestantes. La población se componía de nativos indígenas, criollos y peninsulares. Estos últimos dirigían los espacios de gobernabilidad y administración de la colonia. Desde una perspectiva geográfica, Chile tenían unos condicionantes: la lejanía (como antigua Capitanía General) de los circuitos de navegación de la costa este de Hispanoamérica y la prácticamente infranqueable cordillera de los An des; véase Jover, Rafael (ed.). Historia General de Chile, Santiago de Chile, 1886, Vol. VIII, p. 453. 16 Véase Duchens Bobadilla, Myriam. Europeos para Chile: la reactivación de la política de colonización y el trabajo de los Agentes Generales en Europa, Santiago de Chile, 1995, tesis para optar al grado de Licenciatura en Historia, dirigida por Juan Ricardo Couyoumdjiam, p. 7 y ss., y también Villalobos, Santiago et al. Historia de Chile, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1974, pp. 437-456, así como Peri Fagerstrom, René A. Reseña de la colonización en Chile, Santiago, Andrés Bello, 1989. 15
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Entre los intelectuales partidarios de los estímulos a la inmigra ción destaca Camilo Henríquez, al que ya nos encontramos al hablar del Aurora de Chile. En consonancia con las ideas ya comentadas, mantenía por aquellos años que era necesario atraer extranjeros a América, en general, y a Chile, en particular, desde países más de sarrollados, con el concurso de leyes imparciales, tolerantes y pater nales que compensaran los sacrificios que los expatriados realizaban al abandonar su nación. Solo así se podría solucionar el problema de la despoblación de aquellas tierras y el atraso que presentaba su agri cultura e industria, según su propia opinión. Pensaba Henríquez que el influjo extranjerizante mejoraría las costumbres, algunas de las cuales consideraba perniciosas para el desarrollo local.17 La participación de las autoridades en este proceso repleto de planes truncados fue fundamental, dando origen a la conocida como colonización artificial o dirigida. El reflejo de las previsiones en la legislación era fundamental para otorgar consistencia jurídica a los movimientos de población. En 1819 y ante la llegada progresiva de inmigrantes irlandeses e ingleses, se permitió a la comunidad británi ca de manera excepcional la posesión de un cementerio bajo rito protestante. Este grupo jugó un papel importante en el nuevo comer cio con Europa, pero también estaba detrás el deseo de Londres por controlar el subcontinente americano tras su separación de Madrid. Como apunta Myriam Duchens, cuya tesis seguimos, el gobierno de O’Higgins tenía la convicción de que la despoblación del país y la falta de industrias eran motivos suficientes para promover la inmigra ción de hombres que reunieran aptitudes para el trabajo, laboriosi dad, ideas de libertad e ilustración y que profesasen la religión cató lica por ser la única válida y universal en el Chile del momento. Así que, siguiendo sus propios postulados, apoyó inicialmente tres pro yectos18 de colonización con europeos. En efecto, el 9 de marzo de 1819, el Senado comisionó a Adán Graaner para que gestionara la inmigración de europeos expertos en minería para explotar los yaci mientos existentes en el país. A quienes aceptasen se les darían los Amunátegui, Miguel Luis. Camilo Henríquez, Santiago de Chile, Imprenta Nacional, 1889, tomo II, y Silva Castro, Raúl. Escritos políticos de Camilo Henríquez, Santiago de Chile, Ediciones de la Universidad de Chile, 1960. 18 Duchens Bobadilla, Myriam. Europeos para Chile..., opus cit., p. 9 y ss. 17
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mismos derechos que a los connaturales. Después, el 31 de enero de 1821, O’Higgins envió al Senado, con recomendación especial para su aprobación, el proyecto del viajero suizo Peter Schmidtmeyer que proponía fundar colonias agrícolas con suizos católicos. El proyecto se aprobó el 9 de marzo de 1821, autorizándose a Schmidtmeyer a llevar a Chile a doscientas familias de agricultores y artesanos que ejercieran algún oficio o industria útil al país. Por último, citaremos otra propuesta que el libertador hizo llegar al Senado (7 de enero de 1822), esta vez del coronel Juan O’Brien, quien se comprometía a mandar desde Londres «artesanos y científicos para el adelanto del país». A pesar del apoyo gubernativo, ninguna de estas iniciativas prosperó por falta de recursos o porque pasaron a un segundo lugar en la agenda política. Pero este gobernante acarició la idea de fomen to de la inmigración toda su vida e incluso cuando ya no tenía res ponsabilidades de gobierno y residía en Perú trató de organizar el envío de irlandeses a la isla de Laja y para ello ofreció su propia ha cienda de «Las Canteras» como territorio de colonización. La práctica del proceso que pretendía convertir la tierra america na en un lugar idóneo para la prosperidad iba revelando diversos pormenores y problemas. Algunos eran de carácter cultural, como los que tenían que ver las cuestiones religiosas, que se manifestaban en particular con los colonos ingleses. Ya hemos mencionado anterior mente alguna medida precisa aprobada. Ahora nos referiremos a otro caso en el que el gobierno independentista daba instrucciones a su ministro plenipotenciario en Londres, Mariano Egaña, para que este, y al amparo de la nueva ley, enviase a Chile pobladores industriosos. En abril de 1825, Egaña firmó un contrato con una asociación de comerciantes de Londres, representados por el general español An tonio Quiroga, para que viajasen a Chile familias católicas irlandesas, suizas y alemanas. La sociedad se haría cargo de la instalación de los colonos y su manutención también correría por su cuenta ese tiempo. Como las familias debían ser católicas, la compañía representada por Quiroga se negó a poner esa cláusula dentro del contrato pues «esto se miraría con escándalo por el pueblo inglés, desacreditaría la com pañía y aún más a Chile cuyos proyectos de colonización arruinaría». Con el fin de evitar problemas, Egaña llegó a un acuerdo con sus asociados que no comunicó al gobierno que representaba. Autorizó que el artículo se omitiese pero a los candidatos se les comunicó cuál 115
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era la religión oficial del nuevo Estado para que se hiciese el recluta miento conforme a ley. Como compensación, el gobierno cedería suculentos lotes de tierra ubicados entre los ríos Imperial y Biobio en la delegación de Osorno o en otros lugares donde hubiese tierras baldías. Los primeros seis años no se cobrarían impuestos a los colo nos y los tres siguientes pagarían solo la mitad. Podrían integrar las colonias tanto nacionales como extranjeras y ambos grupos sociales obtendrían los mismos beneficios. Los foráneos adquirirían la nacio nalidad chilena y se regirían por las leyes de la República desde el momento que ingresasen al territorio nacional. El acuerdo era muy ventajoso para Chile, pues pretendía poblar un territorio peligroso, inexplorado y de difícil acceso sobre el cual apenas se tenía control político. El mismo Egaña llegó a afirmar: Yo verdaderamente me admiro cómo he podido conseguir tanto a la vista de las ventajas que se han anticipado a proponer los otros go biernos de América a sus colonos, y de lo incomparablemente más difí cil que es la colonización en Chile, por su distancia.19
Finalmente, el proyecto no se realizó porque, entre otras razones, no acudió el presupuesto prometido para el rescate de los inmigrantes y porque las tierras de asiento no reunían las condiciones de rotura ción básicas para una empresa de esta naturaleza. En torno a la obse sión de que todos los que debían acudir al llamamiento colonizador debían ser católicos, está la idea —sin duda alguna— de configurar una sociedad homogénea en el terreno espiritual y no múltiples micro cosmos de credos protestantes, con costumbres y tradiciones sociales que pudiesen traer complicaciones al nuevo ejecutivo. Complicaciones que incluso bien pudieran generar conflictos diplomáticos con el Rei no Unido. En verdad que este no era un problema menor, y no debe mos perder la perspectiva según la cual toda Iberoamérica había sido colonizada por españoles y portugueses bajo el dogma católico y bien es cierto que durante los tres siglos que duró esta iniciativa se confi guró una sociedad cohesionada e hilvanada por el rito romano. Otro de los agentes participantes, en este caso como instrumento de los intereses políticos fue la Sociedad Nacional de Agricultura, a Ibidem, p. 12.
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la que ya aludimos, centro que entre sus propósitos destacaba el fo mento de la colonización. En sus estatutos se estableció que había que «proteger por todos los medios que estén a su alcance la inmi gración de agrónomos y labradores que introduzcan nuevas ramas de industria agrícola o mejoren las que ya tenemos».20 Varias iniciativas migratorias llegaron a esta Sociedad pero ninguna se concretó. Así, el inglés Andrés Dow llegó a Chile en 1842 desde Perú por sugeren cia de O’Higgins y propuso introducir diez mil inmigrantes católicos para colonizar el baldío sur chileno. A estas propuestas hay que añadir las procedentes de esa figura a la que ya hemos aludido como vital en los proyectos, la del media dor, representado en este caso por el naturalista alemán Bernardo Eunom Philippi, quien visitó las costas de Chile por primera vez entre los años 1830 y 1832, pero solo en 1838 recorrió de forma sis temática el país junto al doctor Carlos Segeth, haciendo acopio de objetos de interés científico para el Museo de Historia Natural de Berlín. Y después de visitar en reiteradas ocasiones el sur del país, y emocionado con el paisaje zonal, se decidió a impulsar la coloniza ción del territorio con compatriotas. Para ello, en 1841 dirigió una carta al intendente de Valdivia, José Ignacio García, en la que le ex ponía su proyecto repoblador de alemanes. El Intendente elevó dicho plan al gobierno nacional el 12 de agosto de 1842, pero no obtuvo respuesta. Y en 1843, Philippi presentó otra proposición de coloni zación y obtuvo patrocinio del Ministerio del Interior a través de su representante, R. Irarrázaval, y también de la Sociedad Nacional de Agricultura. Tampoco ahora hubo suerte. En 1845, bajo el gobierno de Bulnes, el Congreso chileno elabo ró la ley que regularía la inmigración y por entonces Bernardo Phi lippi se asoció con Ferdinand Flint, cónsul prusiano de Valparaíso. Ambos adquirieron el campo «Santo Tomás», situado en la ladera sur del Río Bueno, cerca de Trumao. Por ese tiempo, encargó a su hermano, Rodolfo Armando, eminente naturalista que llegó a esta blecerse en Chile,21 que reclutara a nueve familias de artesanos para instalarse en dicha hacienda. También envió un manuscrito al profe Ibidem. Fue profesor de historia natural y dirigió el Museo Nacional de Historia Na
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sor-doctor J. E. Wappaus, de la Universidad de Gotinga, quien lo publicó en Leipzig en 1846, con el título Deutsche Answanderung und Kolonisation (Inmigrantes alemanes y colonización) y que recomen daba la creación de colonias libres, sin tutela gubernamental, en Bra sil y Chile, donde hacía una descripción del sur de este último país. Esta vez sí hubo éxito y las familias contratadas por Bernardo Philip pi salieron de Hamburgo el 19 de abril de 1846, en el bergantín «Catalina»,22 que pertenecía a Ferdinand Flint. Este grupo constituyó un hito, como sostiene Myriam Duchens, pues fueron los primeros colonos alemanes que llegaron al país. Más tarde, el campo «Santo Tomás» fue comprado por Franz Kindermann, quien lo rebautizó como «Bella Vista» por su magnífica ubicación y aspecto. El nuevo propietario respetó los compromisos adquiridos por el agente alemán y nombró administrador a Juan Renoux, quien adquirió extensísimas propiedades de terreno de los indios, gracias a las facilidades que la ley otorgaba para tal fin. Mientras tanto, en Stuttgart, el pintor ale mán Karl Alexander Simon formó una sociedad colonizadora para vender los terrenos adquiridos por Renoux e instalar allí a nuevos inmigrantes, otros quince de los cuales acabaron asentándose en aquella nueva colonia no exenta de problemas y disputas personales entre los propietarios. La ley de 1845 establecía el reparto de tierras entre los inmigran tes que cumpliesen los requisitos formales en ellas establecidos, tanto al norte como al sur del país. El 27 de julio de 1848, Bernardo Phi lippi fue nombrado Agente de Colonización de Chile en Alemania con el fin de poblar de compatriotas Valdivia, La Unión y Osorno. Fracasó inicialmente en la consecución de ciento ochenta o doscien tas familias que le había encargado el gobierno para repoblar los te rritorios citados. En 1849 publicó en Kassel (de mayoría protestante) varias opiniones ensalzando las bondades de Valdivia. Esta vez acer tó y en ese año salió el primer buque desde Hamburgo y después de muchas penurias y dificultades se comenzaron a repartir tierras a orillas del río Llanquihue. El hecho de que fueran protestantes causó malestar entre la clase política y en 1852 el ministro Antonio Varas se quejaba ante las Cámaras del escaso número de alemanes que lle Duchens Bobadilla, M., opus cit., pp. 14-15.
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gaban, pues el monto total de estos reclutados, hasta 1852, fue de 1041. Pese a todo, Philippi fue nombrado gobernador de Magallanes, donde encontraría la muerte junto al pintor alemán ya nombrado Alexander Simon a manos de los nativos de Tierra del Fuego. Este último, por su parte, era uno de esos personajes enardecidos por el espíritu romántico. Exaltado, caótico y errático, había participado en las revueltas políticas de su país y en 1848 decidió exiliarse. Llegaba a Chile en 1850 convencido de haber encontrado el reino de Icaria, la Nueva Atenas de la democracia (afirmaba que la «emigración es para un demócrata la única forma de ser ciudadano en un estado li bre»). Después de su paso por Valdivia y dispuesto a crear una co munidad mística cerca de las idílicas selvas del sur, se establece en Chiloé en 1851. Durante ese tiempo es cuando coincide con Bernar do Phillipi y se entusiasma con los bosques próximos a Punta Arenas, que refleja en sus diversos trabajos.23 En las Provincias Unidas del Río de la Plata, podemos considerar a Mariano Moreno (1778-1811) como el iniciador de la política de atracción de inmigrantes europeos. Moreno, que a partir de 1810 se había convertido en la gran figura de la Revolución, y que fue nom brado secretario de la primera Junta Gubernativa de la Independen cia, consideraba que uno de los peores males que sufría el país a comienzos del siglo xix era la desertización de su interior. El 9 de septiembre de 1810, da instrucciones concretas a Manuel Aniceto Padilla en misión europea para que procure traer a Argentina «sabios y artistas» de todos los países. La amplia región patagónica era objeto de diversas miradas que implicaban consideraciones también variadas. Por un lado, ya vimos que las tierras que se extendían al sur de Mendoza habían llamado la atención especulativa de Belgrano, que buscaba zonas fértiles y un paso que comunicara con las costas del Pacífico. Por otro lado, cons tituía una preocupación permanente para los gobiernos españoles en tiempos de la colonia, ya que el vacío poblacional no solo impedía ejercer adecuadamente la soberanía sobre el territorio, sino que, ade más, las fronteras se tornaban inestables tanto para las ansias con quistadoras de potencias extranjeras como para los indios nativos Blancpain, Jean-Pierre. Immigration et nationalisme au Chili 1810-1925: Un pays à l’écoute de l’Europe, París, Editions L’Harmattan, 2005, pp. 77-78. 23
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patagones. En 1810 la Primera Junta de Gobierno independiente de España mostró su preocupación por el problema y comisionó al co ronel español Pedro Andrés García para que realizase una inspección en el campo para determinar con precisión las condiciones en que se encontraban las poblaciones fronterizas.24 Andrés García, que abra za la causa criolla de la independencia y que elabora unos informes bien precisos sobre la cuestión fronteriza, insiste en que, con los in dios, debía llevarse a cabo una política pacífica y amistosa, que per mitiese su integración en la nueva sociedad. También habla de la ocupación efectiva de la Patagonia. Es decir, había que poblar el desierto como una manera de solucionar, mantener y aún incremen tar la ganadería y la agricultura en una bien extensa zona expuesta a las incursiones de los indios. Claro que, el primer problema con que se encontraba el nuevo Estado era su baja población pues, según es timaciones razonables, en 1810 la población de Buenos Aires y su campaña ascendía a 32 168 habitantes. El miembro de la Junta de Gobierno, Mariano Moreno, plantea como única solución al proble ma la necesidad de fomentar la inmigración y en 1812 aparecen ya las primeras medidas tendentes a concretar una política oficial en tal sentido. En efecto, un decreto del Primer Triunvirato, de septiembre de 1812, indicaba que: «Siendo la población el principio de la indus tria y el fundamento de la felicidad de los Estados, convenía promo verla en estos países por todos los medios posibles».25 Además, se ofrecía a los extranjeros, que quisieran afincarse en Argentina, segu ridad y garantías con lotes de tierras y reconocimiento de derechos ciudadanos. No hubo mucha suerte en la colonización patagónica, pues los primeros colonos se asentaron en Buenos Aires y su provin cia, especialmente por la seguridad de esta zona. Entretanto, el coro nel García continuaba estudiando la forma más factible de establecer una línea de frontera que diera alguna seguridad, por lo que, en 1813, remite al gobierno un plan en el que propone una primera etapa de 24 Sobre este tema, Cignetti, Ana M. et al. La inmigración española en la Patagonia, vol. IV, México, Organización de los Estados Americanos, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1989, p. 21 y ss; de igual manera, Halperín Donghi, Tulio. «¿Para qué la inmigración? Ideología y política inmigratoria y aceleración del proceso modernizador», Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 12 (1976), pp. 437-489. 25 Gaceta de Buenos Aires, 4 de septiembre de 1812.
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conquista hasta el río Colorado y una segunda fase que alcanzase el río Neuquén. Finalmente, por problemas de inestabilidad política y falta de recursos, la iniciativa no se llevó a cabo. En 1815, el brigadier Francisco Javier de Viana presenta un plan muy interesante para la ocupación de Río Negro, pero de forma pro gresiva, a largo plazo y concebido en tres etapas, cada una de ellas con su correspondiente colonización agrícola y poblamiento estable. Pero, y aunque el informe fue bien acogido por las autoridades, el gobierno debía hacer frente no solo a la guerra civil que encabezaba Artigas desde la Banda Oriental (Uruguay), sino también a los inten tos de la Corona española por recuperar los territorios del Río de la Plata. Pese a todo, la inseguridad de las poblaciones más alejadas, siempre expuestas a los ataques indiscriminados de los indios, pro vocó que el gobierno hiciese un llamamiento público en busca de soluciones. A este contestará, a comienzos de 1816, el infatigable Andrés García, quien, en un interesante memorial, reitera sus planes anteriores y plantea la cuestión del robo de ganado que perpetraban los indios para luego llevarlo a Chile para su venta, lo que provocaba nuevas pérdidas económicas para la zona y conflictos diplomáticos con el país andino. El coronel García precisaba los caracteres con los cuales debía ser acometida una auténtica y completa conquista de las pampas, «concibiéndola como una empresa militar, política y cientí fica que sirviera a los superiores intereses de la nación».26 Poco tiempo después, García y José de la Peña y Zazueta, otro español que se había pasado a la causa independentista, elaboran y presentan un informe de situación y los medios necesarios para al canzar la conquista del desierto de manera exitosa. Con una visión realista de las circunstancias del asunto que estaban tratando, los dos españoles señalan como posible el avance hasta las Sierras, dejando para una segunda etapa la llegada hasta los ríos Colorado y Negro, advirtiendo que sería inútil todo cuanto se intentase en este sentido si no se acompañaba por una colonización bien organizada que arrai gase en el suelo. Las guerras de independencia (de nuevo) y los con flictos civiles impidieron la concreción efectiva de estas ideas.
Cignetti, Ana M. et al. La inmigración española en la Patagonia, opus cit., p. 25. 26
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El presidente Rivadavia bien pronto se mostró profundamente preocupado por implantar medidas tendentes a favorecer y canali zar adecuadamente el proceso inmigratorio.27 Destacaremos el pro yecto del poder ejecutivo que, aprobado por la legislatura provin cial en agosto de 1821, le autoriza para «negociar el transporte de familias industriosas que aumentarán la población de la provincia». A la vez, se inician los contactos con la casa Hullet Hermanos de Londres (quienes proporcionarían las semillas para el Jardín de Aclimatación) y se comisiona a Sebastián Lezica y José Lizaur para promover en Europa el traslado de inmigrantes. De nuevo y por ley de 19 de agosto de 1822 se autorizaba al gobierno argentino a ne gociar un empréstito de tres a cuatro millones de pesos con el fin de construir el puerto de Buenos Aires, así como tres ciudades de nueva planta que se ubicarían en la costa entre Buenos Aires y Car men de Patagones. El proyecto incluía además el nacimiento de pueblos también de nueva creación. Por supuesto que había que llenar de pobladores europeos todos estos hábitats. Así, el 22 de noviembre de 1822 se negocia el envío a Argentina de doscientas familias europeas y se faculta a Rivadavia para hacer llegar a su país mil o más familias «morales e industriosas». Y, en abril de 1824, surge la llamada Comisión de Inmigración con la facultad, entre otras, de nombrar agentes encargados de efectuar propaganda y contactos en Europa. Su lema era «[...] proveer a la agricultura, artes y todo género de industrias en el país, de los brazos y aún capacidad porque claman [...]».28 La comisión tenía la facultad de designar en Europa a cuantos agentes considerara necesarios para difundir en el Viejo Continente las ventajas que ofrecían las zonas argentinas por colonizar. La «Co misión de Inmigración», fundada a instancias de Rivadavia pretendía promover el ingreso de extranjeros en el país, así como canalizar adecuadamente su permanencia y prestación de servicios en el Río de la Plata. Para conseguir estos fines los agentes comisionados en Eu
Para este tema, Azcona, José Manuel. «Cultura vasca contemporánea en los países del Cono Sur», en William A. Douglass et al. (eds.). La diáspora vasca, Reno, Universidad de Nevada, 1999, pp. 25-43. 28 Ibidem, p. 30. 27
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ropa pregonaban a los cuatro vientos lo que de ventajoso se ofrecía a aquél que quisiera instalarse en Argentina.29 Como consecuencia de la actividad llevada a cabo por la Comi sión, empezaron a llegar inmigrantes, sobre todo de procedencia an glosajona. A pesar de la buena voluntad que pusieron tanto Bernar dino Rivadavia como sus más estrechos colaboradores, la mayor parte de los estudiosos coinciden en señalar que la gestión de la Co misión fracasó. Y su fracaso se debió, en principio, al enorme atrac tivo que suscitaba la ciudad de Buenos Aires frente a las desangeladas nuevas colonizaciones de desiertos y nunca bien conocidos territo rios. En Buenos Aires uno podía encontrar rápida y remunerada ocu pación, además de cierta infraestructura urbana semejante a la que el recién llegado conocía en Europa. Por contra, el agro olvidado no significaba sino la lucha contra un medio físico hostil con todo lo que ello significaba de vida difícil. Además, los idiomas y los hábitos po lítico-religiosos que traían los europeos chocaban y contrastaban con los de los nativos y la adaptación se hacía difícil por no decir impo sible en no pocas ocasiones. En fin, que se pretendió llevar a cabo un programa de colonización agraria demasiado grandilocuente que se contradecía con la realidad socioeconómica del país. En 1830, bajo la dictadura de Rosas,30 la Comisión cerraba sus puertas; sin embar go, su experiencia y reglamentos serían aprovechados por otras legis laturas y políticas inmigratorias posteriores. Esta era en líneas generales la oferta: régimen de contratos de trabajo con su correspondiente remuneración mensual; cobertura asistencial a los recién llegados; exención del servicio militar argentino; trato fiscal preferencial (diferente al resto de los ciudadanos argentinos); libertad de cultos y posibilidad de acceso a la propiedad de la tierra (sistema de enfiteusis), en empresas colonizadoras apoyadas y amparadas por el Estado. 30 Este gobernante, en 1833, organiza una expedición al desierto que será la iniciativa más concreta de cuantas se habían realizado hasta la fecha. La campaña, concebida como una avanzada militar (y no bajo estructuras poblacionales) llega hasta Río Colorado donde deja puntos avanzados y fortines en este lugar y también en Choele o Choel, mientras que establece una serie de alianzas con los jefes indios. Cuando Rosas y su gobierno caen en 1852, todo lo conseguido se hunde ya que tan to la Confederación como Buenos Aires utilizarán a diferentes grupos de nativos para sus fines políticos y militares. En consecuencia, todos los pactos antes articulados terminan por convertirse en papel mojado. 29
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En cuanto a la Banda Orienta de Uruguay, la Constitución de 1830, inspirada en la ideología liberal, incorporaba una legislación adecuada a los intereses de la inmigración. En su artículo 147 decía: «Es libre la entrada de todo individuo en el territorio de la Repúbli ca, su permanencia en él y su salida con sus propiedades, observando las leyes de policía, y salvo perjuicio de tercero».31 En su artículo 126, la Constitución sugería a las llamadas Juntas Económico-Administra tivas (que sustituían a los cabildos) que su principal objeto fuese el de promover la agricultura con el fin de generar un poblamiento ci vilizador que articulase de forma concreta la utopía agraria que debía modernizar al recién estrenado país independiente. La primera ini ciativa para atraer inmigrantes hacia Uruguay corresponde a Francis co Aguilar,32 quien propuso al gobierno, en 1830, la llegada de agri cultores de las Islas Canarias (a diferencia de las tendencias vistas anteriormente). El gobierno uruguayo respondió que no disponía de fondos pero que protegería a quienes llegaran al país con tales fines. Como consecuencia del trabajo realizado por Aguilar, a mitad de 1833, fondeó una goleta en el puerto de Maldonado con 180 inmi grantes canarios. Todavía no existían relaciones diplomáticas con Es paña pero se autorizó el desembarque de los campesinos españoles en el puerto de Montevideo. En 1834, y según se desprende de los apuntes estadísticos de Andrés Lamas, entraron otros 640 canarios en el país. Y en el artículo 131 se declaraba la libertad de vientres (libertad para los hijos nacidos de esclavos) y se prohibía la introducción de esclavos en los siguientes tér minos: «En el territorio del Estado, nadie nacerá ya esclavo; queda prohibido para siempre su tráfico o introducción en la República». Lo cual no pudo impedir que del total de colonos introducidos en Uruguay en 1834, y según se desprende de los apuntes estadísticos de Andrés Lamas, 556 provenían de África, casi con toda segu ridad confirmando una tradición esclavista existente en el territorio desde el siglo xviii. Y es que la Constitución de 1830 dejó intacto el derecho de los amos sobre los esclavos que ya existían en el país, lo que sirvió para encubrir el crecimiento de la esclavitud, como acabamos de ver, basado generalmente en el contrabando ilegal o semilegal. 32 Véase Arteaga, Juan José y Puiggros, Ernesto. «Legislación y política inmi gratoria en el Uruguay: 1830-1939», en Hernán Asdrúbal Silva, Legislación y política inmigratoria en el Cono Sur de América, México, OEA-Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1987, p. 406 y ss. 31
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El 2 de octubre de 1833, se promulga un decreto firmado por el presidente interino Carlos Anaya y por el ministro Lucas José Obes, por el que se concedía al acaudalado comerciante británico, Samuel Lafone, el derecho de introducir colonos. Este empresario nombró un agente en España para gestionar la salida de colonos de Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, firmándose, tras su intervención, un acuerdo en Bayona a finales de 1835 por el cual las autoridades españolas permitían el paso a Montevideo de sus conciudadanos mediante la presentación de una fianza que asegurase de forma taxativa el cum plimiento íntegro del contrato. Para 1834, 597 habitantes de las pro vincias vascas, tanto españolas como francesas, habían llegado a Montevideo, incrementándose estas cifras en los años posteriores. Fue precisamente en esta fecha cuando nació en Montevideo la So ciedad de Agricultura, presidida por el general Manuel Oribe, quien entonces era ministro de Guerra y Marina. El objetivo, como bien narran Arteaga y Puiggrós, era estimular la producción agrícola, muy mermada desde los tiempos de la dominación española debido a con vulsiones políticas y guerras variadas que había sufrido el país. Se buscaba suplir la falta de agricultores autóctonos con la inmigración de brazos útiles. El cónsul de Francia en Montevideo dijo al respecto: A pesar de este fomento, es dudoso que se logre triunfar sobre los hábitos perezosos de la población nacional. Beneficiará probablemente solo a los inmigrantes, que desde hace algunos años han llegado en cre cido número de las Islas Canarias y se dedican con algún éxito a los trabajos agrícolas.33
Las diversas medidas legislativas, así como las facilidades ofre cidas por el gobierno son una buena muestra de la relevancia que el componente poblacional tiene en los planes de regeneración so cial y económica. Los presupuestos empleados en la Banda Oriental son similares a los que se asumieron en otros países, según vimos. El 26 de agosto de 1834 se publicaba un decreto por iniciativa del ministro Lucas José Obes en el que el Estado uruguayo indepen 33 «Informe del Señor Cónsul de Francia en Montevideo al Ministro de RR.EE. de Francia», Montevideo, 1834, en Revista Histórica, T. XXVIII, Montevideo, 1958, 82-84, p. 462.
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diente articulaba criterios selectivos para la inmigración. Porque, según dispone su contenido, debían ser preferidos los artesanos, los peones y las mujeres, quienes debían probar buena conducta acre ditada a través de los cónsules de sus respectivos países. El decreto establecía un fondo de diez mil pesos destinados a pasajes, aloja miento y gastos de alimentación, en calidad de anticipo y con obli gación de reembolsarlo al gobierno, para uso de cuantos inmigran tes europeos quisieran llegar a Uruguay en calidad de colonos. El mismo año se dispuso la fundación de la villa de Cosmópolis (hoy Villa del Cerro) con el específico fin de servir de residencia a los inmigrantes. Entre 1831 y 1838, Juan María Pérez buscó la introducción de colonos por su cuenta, sin la intervención del Estado, y José Torns quist actuó también en aquellas fechas como representante diplomá tico, con el fin de promover la inmigraron alemana. Su propuesta, que narra el historiador uruguayo Eduardo Acevedo, consistía en que el gobierno debía dar terreno en enfiteusis a los colonos germanos, víveres durante los primeros meses, útiles de labranza, materiales de construcción y alojamiento gratuito durante los primeros quince días de arribo al país, todo ello con cargo de devolución en cuotas anua les. También se eximiría a los colonos de impuestos por espacio de diez años.34 34 Por decreto de 17 de octubre de 1834 y de nuevo con la firma del presidente interino Carlos Anaya y del ministro Lucas José Obes, nace el primer censo de ex tranjeros. Podemos afirmar que la inmigración europea se mantuvo de forma restric tiva pero constante, aún desde los mismos momentos de la independencia; nosotros lo hemos comprobado para el caso vasco, véase Azcona, José Manuel. Los paraísos posibles. Historia de la emigración vasca a Argentina y Uruguay en el siglo xix, Bilbao, Universidad de Deusto, 1992. Así aconteció en Uruguay en los tiempos que fue Pro vincia Cisplatina dependiente de Brasil entre 1821 y 1825. Fue con la proclamación de la República en 1830 cuando da comienzo este proceso, que llegará a tener tales dimensiones tempranas que ya en el censo de 1852, el 51 % del total de los habitan tes son uruguayos, el 21,56 % extranjeros y el 27,27 % no declara nacionalidad, sobre un total de 131 969 habitantes censados. En 1843, Andrés Lamas realizó el Censo de Montevideo y sobre un total de 31 180 pobladores capitalinos, el 65 % eran extran jeros y de estos los franceses eran los más numerosos, el 26 %, seguidos de españoles, italianos, africanos y brasileños. En 1860, con un 33,53 % de extranjeros, los france ses ya han perdido la primacía poblacional extranjera.
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Uruguay era un país nuevo, con escasa población, poco desarro llado económicamente pero con alta potencialidad agropecuaria y un clima templado, similar al de Europa del sur y con una buena bahía y puerto de acceso que ofrecía grandes oportunidades de prosperi dad a quienes se embarcasen en la aventura ultramarina. Entre 1830 y 1852, año del primer censo oficial, la corriente inmigratoria, como hemos visto, fue parcialmente privada al principio aunque el decreto de 26 de agosto de 1834 y la creación de la Sociedad de Agricultura ese mismo año introducen ya la clara acción del Estado uruguayo. Se inició entonces el ánimo de lucro de los promotores privados con sus agentes de contratación («ganchos») y propagandistas que llegaron a abusar de los inmigrantes y a tratarlos, en ocasiones, de forma des honesta. Nació ahora una verdadera leyenda negra de lo que se llegó a considerar un indeseable tráfico humano que se equiparó con las prácticas esclavistas. El decreto de 4 de diciembre de 1852 y la ley número 317 de 6 de mayo de 1853 procuraba el control de todos los procesos y con tratos para atraer inmigrantes al país por parte de autoridades políti cas y judiciales. La ley número 320 de 3 de junio de 1853 es bien interesante e introduce el concepto de familias agrícolas. En su preámbulo se afirma: Considerando que la inmigración de familias agrícolas en grande escala, es un verdadero elemento de prosperidad material y moral para la República; que por consiguiente, hay conocida utilidad en el empleo de los medios conducentes a su atracción.35
Para lograr tales objetivos se ha dado todo tipo de facilidades a los inmigrantes en forma de familias agrícolas, de viaje, de materiales agrícolas y de asentamiento, y se les exime el pago por cuatro años de toda contribución personal que pudiera establecerse. Se conside raba como un factor alentador de la inmigración el dar garantías de que no se les exigiría a los extranjeros el servicio de las armas y, por tanto, no se les involucraría en conflictos internos o externos. Este aspecto no se trató en el texto de la ley pero sí se asumió en el dicta men previo. Se pretendía, a toda costa, el asentamiento en el solar Asdrúbal Silva. Legislación..., opus cit., p. 480.
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patrio de familias agrícolas que accediesen a la tenencia de la tierra. A pesar de gozar Uruguay de una geografía amable, caracterizada por ser una penillanura abundante en pastos y agua, y sin desiertos ni cordilleras que obstaculizasen la acción antrópica, el país, en térmi nos relativos, no abundaba en tierras de labor. Entre otras razones, porque esas tierras, desde tiempos de la colonia, se habían destinado a explotaciones fundamentalmente ganaderas y cuyas exportaciones tradicionales eran subproductos provenientes de esta ganadería como pieles, cueros, astas de toro o tasajo. La tierra no estaba, en conse cuencia, debidamente valorada aunque era el bien fundamental. Una diferencia importante con Chile y Argentina es que Uruguay careció de esa frontera interna que caracterizó de forma nítida la ex pansión colonizadora hacia el sur en los dos primeros países, donde convivían, además, importantes poblaciones indias. Los pioneros de estas fronteras móviles tenían por delante miles de hectáreas por des brozar e incorporar al circuito agropecuario productivo. En Uruguay, donde en 1835 existían 580 indios charrúas, no había nuevas tierras para introducir a los procesos mercantiles de explotación ni fronteras a conquistar. Por ello, el cambio que el país requería era cualitativo a la fuerza. Es decir, se debían transferir tierras de la ganadería ex tensiva con bajas densidades de población hacia la agricultura de poblamiento. * * * Según mantienen Luis Alberto Moreno y Lilia Ana Bertoni, cuya división temporal sobre los movimientos migratorios en el Cono Sur hemos seguido aquí,36 hasta 1830 no se logró una cierta estabilidad en las áreas estudiadas. En este primer período y unos cuantos años des pués, existió una versión de la utopía agraria sustentada por los ilus trados y los fisiócratas, como Henríquez, Vieytes y Belgrano, destina da a poblar el desierto rural, a estimular el desarrollo agrícola y a 36 Distinguen entre los «prolegómenos», entre 1810-1845; la «preparación», 1845-1875 y el «apogeo», 1875-1930, en Moreno, Luis Alberto y Bertoni, Lilia Ana. «Movimientos migratorios en el Cono Sur, 1810-1930», en Birgitta Leander (coord.), Europa, Asia y África en América Latina y el Caribe: migraciones «libres» en los siglos xix y xx y sus efectos culturales, París, UNESCO, 1989, pp. 160-216.
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promover el cambio social y cultural de regiones atrasadas y margina les. Sin embargo, los intereses económicos inmediatos contrastaban con las ensoñaciones utópicas atemporales, que permanecían latentes en las mentes de los políticos.37 Completando las referencias ya ofre cidas anteriormente, añadiremos algunas conclusiones de los autores sobre el perfil del inmigrante y su número. Según esas indicaciones, al principio se trató de unas migraciones de elite: los comerciantes británicos se instalaron en los puertos y junto a ellos encontramos a hoteleros, artesanos, profesores, músicos también procedentes de Francia, Norteamérica y Alemania. Estos se agrupaban en colonias respetadas. Desde 1830 se añadió una cantidad de migrantes más modesta, procedentes de las provincias gallegas y vascas, del sur de Francia, de las Canarias o del Piamonte. Eran trabajadores con cuali ficación nula o escasa, jornaleros vinculados a «las obras públicas y la construcción, changadores [porteadores] y carretilleros en el puerto, peones en los saladeros y hasta sirvientes domésticos y policías: tal es el destino inicial de los vascos o de esos gallegos contratados por las casas comerciales. En los alrededores de Buenos Aires o Montevideo surgieron las quintas, trabajadas por piamonteses o canarios, o los tambos,38 monopolizadas por los vascos; todos ellos prosperaban por la ampliación del consumo de una ciudad que diversificaba su dieta».39 El campo, salvo para unos pocos comerciantes que compraban tierras, «resultaba poco atractivo para el extranjero». En 1855, en la ciudad de Buenos Aires, con aproximadamente 93 000 habitantes, el 53 % eran extranjeros, mientras que en el campo representaban el 8 %. En cuanto a las razones que movían a estos desplazamientos al Nuevo Continente, Moreno y Bertoni aseguran que no había una única cau sa, más bien existía una amplia variedad. Republicanos, bonapartistas, liberales y algún socialista-fourierista, como Tandonnet, escapaban de la persecución política. También fueron motivos las guerras carlistas o el escamoteo del servicio militar. E igualmente la sobrepoblación, la miseria agrícola y el régimen de mayorazgo «explican buena parte de Ibidem, pp. 163-164. Establecimientos de ganado vacuno destinados a la producción y venta de leche. 39 Moreno, L. A. y Bertoni, L. A. «Movimientos migratorios en el Cono Sur, 1810-1930», opus cit., p. 166. 37
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la migración gallega y vasca».40 Por último, queremos señalar que la sociedad criolla tenía una buena imagen de los inmigrantes de elite, cuyos modelos de conducta eran asimilados más en los espacios de los salones de Buenos Aires y Valparaíso que en la agreste campiña. Sin embargo, esa percepción cambiaba, tornándose desconfiada tanto en el ámbito social como en el religioso cuando se trataba de inmigrantes pobres. Podemos concluir pues que según la información aquí reuni da la colonización espontánea predominó sobre la inducida. En el siguiente capítulo comprobaremos que la utopía agraria adquirió un nuevo sentido. Esto fue así porque las propuestas ilus tradas y filantrópicas, que abogaban además por una integración de toda la población en el proyecto reformista, se abandonaron parcial mente. Se asumieron, en sustitución, los valores derivados de la inci piente incorporación a la economía internacional y a una creciente competitividad industrial, al tiempo que se comprobaban las limita ciones de los proyectos educativos nacionales. Para muchos, el pro greso se convirtió en un término sacrosanto que no admitía debate o discusión. La acción civilizadora de una política de inmigración ge nerosa se convirtió ahora en una prioridad: había que defender las fronteras, conquistar el desierto, transformar a los habitantes rebel des y generar riqueza. En este marco se generó una metafísica de la exclusión asistida por determinados resultados de la antropología física y la craneometría, que establecían diferencias insalvables entre determinados grupos humanos. El político y ensayista Domingo Faustino Sarmiento, al que dedicaremos nuestra atención en el próxi mo capítulo, destaca especialmente por su retórica al servicio de esta versión de la utopía. Sarmiento se inventó un territorio (el que des cribe, según veremos, en Argirópolis), idealizó la tecnología y profun dizó en la dialéctica campo-ciudad. En algunas referencias que co mentaremos se comprobará que era consciente del carácter utópico de su posición, hecho que le diferencia de las actitudes de generacio nes anteriores que hemos visto. Pero igualmente pensaba que guiado por la inquebrantable marcha del progreso y en contra de las eviden cias que observaba a su alrededor tanto en Chile como Argentina, su utopía era realizable. Ibidem, pp. 165-166.
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Capítulo V IMAGINARIO CIVILIZADOR Y ACCIÓN COLONIZADORA (1845-1880) Venía [Droctulft] de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. (Jorge Luis Borges, «Historia del guerrero y de la cautiva», El Aleph)
1. Un proyecto modernizador Doris Sommers mantiene en Foundational Fictions. The National Romances of Latin America que después de la independencia, América necesitaba civilizadores, «padres fundadores en comercio e industria, no luchadores»: el heroísmo había cedido su lugar al utilitarismo.1 O, al menos, debía cederlo, porque junto al interés por instrumentalizar los conocimientos y experiencias hacia otras formas de prosperidad se desplegó un discurso, basado en el dominio racional de la naturaleza y en la disposición de una población hacendosa, con nuevos símbolos y valores. Quienes impulsaron esta mentalidad Sommers, Doris. Foundational Fictions. The National Romances of Latin America, Berkeley, Universidad de California, 1991, p. 15. 1
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fueron un elevado número de intelectuales americanos que se habían apropiado del ideario modernizador y que empleaban los recursos del discurso utópico para conformar la imaginación del público. El americanista F. Bradford Burns ofrece un cuadro de los individuos que como representantes de la elite intelectual y política promovieron las visiones que debían guiar el proceso de reconstrucción nacional.2 De Argentina aparecen mencionados Juan Bautista Alberdi, Pedro de Angelis, Luis L. Domínguez, José Esteban Echeverría, José Manuel Estrada, Juana Manuela Gorriti, Paul Groussac, Lucio Vicente López, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre, Ernesto Quesada, Adolfo Saldía, Domingo Faustino Sarmiento, Manuel Ricardo Trelles, Dalmacio Vélez Sarsfield y Antonio Zinny; de Uruguay, Francisco Bauzá y Carlos María Ramírez; de Chile, Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana, José Toribio Medina, Ramón Sotomayor y Valdés, Benjamín Vicuña Mackenna. Aunque entre ellos hubiera diferencias sensibles, compartían, según Bradford, además de su formación media o superior y su influencia en las esferas económica y política, el ideario del progreso. Esto significaba básicamente favorecer la prosperidad material; admirar los signos visibles de la tecnología, como las máquinas de vapor, el ferrocarril y la iluminación de gas; fomentar la industrialización; imitar a Europa (particularmente a Inglaterra, Francia y Alemania) y Norteamérica; condenar el pasado colonial y las dependencias hispano-lusas, y reproducir la dialéctica ciudad-campo. Con estas preferencias, en la sociedad latinoamericana se recreaba, empleando la expresión de Arthur M. Melzer, un «proyecto modernizador u occidentalizador». Como sostiene el profesor de ciencia política, la legitimación de la innovación tecnológica, junto con sus presupuestos y propósitos, se produce en sociedades que han asumido la idea de progreso, que viven con la mirada proyectada hacia el futuro y que contemplan el dominio de las técnicas como parte de un movimiento más amplio de liberación de las limitaciones impuestas por la tradición y por la naturaleza.3 Burns, E. Bradford. The Poverty of Progress. Latin America in the Nineteenth Century, Berkeley, University of California Press, 1980, pp. 18-49. 3 Melzer, Arthur M. «The problem with the “problem of technology”», en, Arthur M. Melzer et al. (eds.). Technolgy in the Western Political Tradition, Ithaca 2
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En esta versión de la utopía del progreso y la perfectibilidad, gestada en los años de dominio del caudillo Rosas en la Confederación Argentina (1835-1852), las imágenes y los proyectos aparecen mediatizados por la idea de vincular los valores del progreso material al plan de reconstrucción nacional, entendido este último como un proceso civilizador. No en vano, una de los temas más recurrentes de sus proclamas fue el contraste civilización-barbarie, que Sarmiento contribuyó a definir como una de las representaciones más perdurables y persistentes de los antagonismos inherentes a la América Latina del siglo xix. Un poco antes que Sarmiento, Francisco Bilbao en Chile había defendido en Sociabilidad chilena presupuestos similares. El proceso de reconstrucción o más bien —según pretendían algunos— de reinvención nacional era un plan ambicioso y complejo que se movió entre la retórica y los logros fragmentarios e incompletos. A las dificultades propias del inicio de proyectos novedosos había que añadir otras circunstancias determinantes, como el enfrentamiento con las oligarquías y los intereses eclesiásticos, los conflictos internos y de fronteras y la heterogeneidad de la población. De acuerdo con el proyecto modernizador, había que trabajar para remover los obstáculos que dificultaran ese proceso y garantizar el orden; había igualmente que impulsar la educación (la práctica en particular); había que favorecer la adquisición de maquinaria, equipos e infraestructura; había que racionalizar el campo y estimular la inmigración y la ocupación de tierras y fronteras. En este nuevo marco la utopía agraria se contempló no solo bajo el presupuesto de la emancipación, como se vio en el segundo capítulo, sino también como una manera de abandonar definitivamente el estado de barbarie. En lo que sigue examinaremos los elementos visionarios que según Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), citado en diversas ocasiones, debían componer esa nueva mentalidad. Más tarde aludiremos a otra figura central de la filosofía política de la segunda mitad del siglo xix: Juan Bautista Alberdi (1810-1884). En el caso de Sarmiento prestaremos atención a su producción en la década de 1840; en cuanto a Alberdi, destacaremos las ideas que aparecen en Bases y puntos de partida para
y Londres, Cornell University Press, 1993, pp. 287-321, en particular las pp. 298‑300.
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la organización de la República Argentina (1852) y en otros textos posteriores.
2. Argirópolis o la reinvención del territorrio En la «Semblanza» de Sarmiento, Virginia Gil Amate afirma que tras la Independencia los próceres de la emancipación no tardaron, mientras asistían al desorden de las nacientes repúblicas, en olvidar el ideario ilustrado.4 Las dificultades obligaron a repensar las categorías sociales y políticas defendidas en los proyectos reformistas del Siglo de las Luces, categorías aún presentes en las propuestas de Manuel Belgrano o de Manuel de Salas, según vimos. Añade la autora que el discurso del intelectual y político argentino se movió entre la sensatez y el radicalismo, y que esta última actitud se manifestaba especialmente cuando se trataban de eliminar los obstáculos, ejemplos de barbarie, que se presentaban en el camino inexorable de la civilización. Aquí atenderemos a las visiones y expectativas que Sarmiento alumbra en la primera etapa de su producción, la más creativa, influida por los vientos europeos del socialismo utópico y por las experiencias de su viaje a Estados Unidos. Este período culmina con Argirópolis (1850), obra que junto a Memoria sobre ortografía americana (1843) contiene, según Gil Amate, los rasgos más utópicos de su pensamiento. A ella pues prestaremos una especial atención. Después de formar parte del ejército unitario a finales de los años veinte, Sarmiento se había establecido en Chile. Esta primera estancia se prolongó hasta 1836, momento en que volvió a San Juan, su pueblo natal. En esos años Chile era un país relativamente estable, gobernado por un régimen republicano conservador y, lo más importante, en su capital, Santiago, circulaban varios periódicos. También había una 4 Gil Amate, Virginia. «Domingo Faustino Sarmiento. Semblanza», Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010. (Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com) [Consultado el 15 de agosto de 2013]; sobre Sarmiento, entre otras obras, Sorensen, Diana. «Introducción», en Diana Sorensen (ed.), Domingo Faustino Sarmiento. Obras selectas, Madrid, Espasa Calpe, 2002; Donghi, Tulio Halperín et al. Sarmiento. Author of a Nation, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1994.
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universidad cuyos dirigentes querían convertirla en un símbolo del espíritu renovador. Pero una de las instituciones más emblemáticas era el Instituto Nacional. Creado en 1813, había absorbido la Academia de San Luis y la Universidad de San Felipe y estaba destinado a aunar los ideales de la Academia y los propósitos independentistas iniciados en 1810. Su creación estaba prevista en el reglamento constitucional elaborado por Juan Egaña, cuyo artículo 215 decía: Se establecerá en la república un Instituto Nacional para las ciencias, artes, oficios, instrucción militar, religión, ejercicios que den actividad, vigor y salud, y cuanto puede formar el carácter físico y moral del ciudadano. Este será el centro y modelo de la educación nacional, grande obra de los principales cuidados de la Censura y de la protección del gobierno. Desde la instrucción de las primeras letras, se hallarán allí clases para todas las ciencias y facultades útiles a la razón y las artes: se hallarán talleres de todos los oficios cuya industria sea ventajosa a la república; y aún, en los que no permita la localidad o capacidad, por lo menos se aprenderán allí las teorías y elementos de aquella profesión, pasando después los pupilos a las fábricas, donde serán visitados, y cuidados por los ministros del Instituto. No solamente los pupilos, sino toda la juventud del territorio, serán llamados a las instrucciones morales, ejercicios de salubridad y milicias, a los certámenes y concursos de emulación sobre las ciencias, artes y costumbres. En los departamentos, provincias y ciudades principales se establecerán institutos, que siguiendo proporcionalmente los modelos del principal, tengan por lo menos instrucción para los primeros elementos de educación física, política, religiosa y moral, y para las artes más útiles y necesarias.5
El Instituto se cerró en 1814 y reabrió sus puertas ya bajo el gobierno de Bernardo O’Higgins en 1819. Pero su existencia durante varios años fue precaria, desprovisto de talleres y material, según refleja Manuel de Salas en un artículo del Mercurio de 1823.6 La in5 Cit. en Silva Castro, Raúl. Fundación del Instituto Nacional (1810-1813), Santiago, Imprenta Universitaria, 1953, p. 6. Título XI, sección I del Proyecto de Constitución para el Estado de Chile que por disposición del Alto Congreso Nacional, se escribió en el año de 1811, cit. en Bello, Emilio. «La fundación del Instituto Nacional de Chile en 1813. Discurso histórico», Santiago, 1863, p. 15. 6 Gutiérrez, Claudio. Educación, ciencias y artes en Chile, 1797-1843, Santiago, RIL editores, 2011, pp. 155 y ss.
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corporación de profesores con prestigio procedentes de otros países favoreció el relanzamiento del centro. Por mencionar los más destacados, formaron parte del centro Andrés Bello desde 1828, Sarmiento desde 1842 e Ignacio Domeyko desde 1847. Todos ellos compartían los valores defendidos en la política de reconstrucción nacional y el ideario liberal, que situaba al Instituto en un lugar preferente para formar ciudadanos modélicos. En ese proyecto, la instrucción científico-técnica contaba con una cierta atención, propósito en el que el magisterio de Domeyko7 fue especialmente destacado. Según el estudio de Gertrude M. Yaeger,8 el Instituto, que sigue el patrón del Institute Nationale francés de 1795, se había establecido para cumplir con la tarea concebida por Egaña-O’Higgins de formar las elites políticas y culturales del país (propósito que también defendía Bello). En particular, sobre el interés por promover las disciplinas científicas (Matemáticas, Ciencias Experimentales, Química y Contabilidad) afirma que en el centro se dedicaron importantes partidas del presupuesto a la adquisición de material apropiado para la formación del laboratorio de química así como del gabinete de física, matemáticas y geografía. El equipamiento para el laboratorio procedía de Alemania, mientras que los planos venían de Inglaterra y el resto del utillaje de Francia.9 Pero no conviene a la luz de las prioridades institucionales exagerar el protagonismo de los contenidos científico-técnicos; según Yaeger, estas materias probablemente sirvieron solo para otorgar al currículo general un barniz modernizador: 7 Ignacio Domeyko (1802-1889) había llegado a Chile procedente de Polonia, donde estudió en la Universidad de Vilna. Antes de instalarse en el país andino, pasó varios años en Francia asistiendo a cursos en diversos centros emblemáticos del país, como la Universidad de La Sorbona, el Jardín Botánico y la Escuela de Minas. En Chile fue contratado como profesor en el Instituto de Coquimbo, ocupándose de las asignaturas de Química y Mineralogía. También llevó a cabo trabajos de investigación geológica y fue requerido para organizar las enseñanzas de diferentes escuelas de minas, tema en el que actuó como un asesor del gobierno. Fue rector de la Universidad de Chile, donde transformó la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas en una escuela de ingenieros. Labores todas ellas que le condujeron a ser considerado un símbolo de los nuevos tiempos. 8 Yaeger, Gertrude M. «Elite Education in Nineteenth-Century Chile», Hispanic American Historical Review, 71, 1 (1991), pp. 73-105. 9 Ibidem, p. 87.
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en realidad lo que se proporcionaba era una formación preprofesional con preponderancia de las materias humanísticas.10 Sarmiento volvió a Chile en 1840 acosado por el ambiente opresivo del régimen dictatorial de Rosas. Los diez años siguientes fueron muy fructíferos para el autor; en ellos dio forma a las ideas clave de sus proyectos y pensamientos en artículos periodísticos y en diferentes obras. Formó parte, como se ha dicho, del Instituto Nacional, del que elogiaba el acierto de haber incorporado en su plan materias científico-técnicas.11 Además, el Ministro de Instrucción Pública le encargó la dirección de la que es considerada como la primera escuela latinoamericana dedicada a la formación de maestros, la Escuela Normal de Preceptores (1842). En 1845 aparecía en el país andino en forma de folletín el emblemático Facundo, civilización o barbarie. En este ensayo, verdadero manifiesto de las elites partidarias de la europeización de América, se describía la idiosincrasia del país argentino y se denunciaba al caudillo Juan Facundo Quiroga, convertido en el símbolo de la barbarie. El autor lo presentaba como una consecuencia del atraso de los pueblos del interior y de una vida gobernada por la ignorancia. Lo contrario pues del modelo ideal que allí deseaba promover, el conformado por los mitos de una Europa industrializada, emprendedora, defensora de los postulados de una sociedad basada en el conocimiento científico, donde lo urbano se imponía a lo rural. Para persuadir al público, Sarmiento no duda en emplear diversas imágenes, donde destacan las referencias a la figura del desierto (el suelo no cultivado) y a la del gaucho indolente, tema que ha sido objeto de estudio en otro lugar.12 En ese mismo año, el presidente chileno le encomendó que viajara a Europa y Estados Unidos para conocer sus métodos educativos. Los resultados del periplo se reunieron en el texto De la educación popular (1849) y también en Viajes (1850), obras en las que no se pierde esa característica visión personal siempre interesada en sobrevalorar los logros de las civilizaciones consideradas superiores. Pero aquí, y especialmente en las cartas que componen la segunda de las Ibidem, p. 88. Según las confesiones que publica en El Progreso (18 de abril de 1844). 12 Azcona, J. M. y Guijarro, V. «El imaginario tecnológico. Domingo Faustino Sarmiento: representaciones y arquetipos de América (1845-1885)», opus cit. 10 11
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obras citadas, el interés ya no está centrado en Europa, cuya sociedad real está lejos de vivir en la prosperidad; el país modélico iba a ser ahora Estados Unidos, foco de las virtudes que proclama. Antes de viajar a Nueva York había leído La democracia en América, la obra que Alexis de Tocqueville había publicado entre 1835 y 1840. Para ambos, el viaje por tierras americanas había significado un periplo de deslumbramiento y revelación. Sarmiento revela su admiración por medio de las descripciones de innumerables detalles cotidianos que se encuentra en sus desplazamientos. Pero lo más revelador para el sanjuanino es la visión del ferrocarril, dispositivo que junto con los vapores y los hoteles (confirmación este último de las teorías falansterianas de Fourier), representan los grandes emblemas del progreso y de la igualdad. La escritura de Tocqueville, sin embargo, no muestra una entrega incondicional, sino que está también ocupada en desvelar los lados ocultos, las consecuencias menos evidentes y las contradicciones posibles, como la «democracia despótica», de la realidad que percibe.13 En el escenario anterior se enmarca la obra a la que prestaremos atención seguidamente, la titulada Argirópolis, publicación de 1850, que cierra y quizás culmina esta etapa dominada por los propósitos ideales y abre otra en la que se impone una actitud más pragmática. Argirópolis,14 país imaginario, es una utopía con apariencia de proyecto político.15 En ella se recrea una Confederación Argentina integrando a Paraguay y Uruguay, cuyo propósito es acabar definitivamente con los conflictos y luchas territoriales. La capital está situada en la isla de Martín García, en la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay. De esta forma se reproduce el modelo norteamericano, en el que Washington, la capital, no depende de ningún estado. También se otorga una relevancia primordial a la comunicación fluvial como medio para unir el puerto con el interior y así favorecer el movimien13 Tatián, Diego. «Sarmiento y Tocqueville. En busca del animal político», en Marisa Muñoz y Patricia Vermeren (comps.), Repensando el siglo XIX desde América Latina y Francia: homenaje al filósofo Arturo A. Roig, Buenos Aires, Colihue, 2009, pp. 333-340; véase también en ibidem Susana Villavicencio, «Sarmiento lector de Tocqueville», pp. 315-323. 14 Etimológicamente, Ciudad de la Plata. 15 Ainsa, F. La reconstrucción de la utopía, opus cit., p. 164; dice más adelante: «Argirópolis es una hipótesis, un deseo» (p. 165).
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to de personas y bienes, los símbolos de la prosperidad. En las primeras secciones de la obra apunta que sus pretensiones son conseguir la paz por medio de leyes y geografía, un objetivo que nos recuerda al ideario liberal que insiste en la promoción de los conocimientos útiles para reemplazar a las bayonetas.16 Sobre las vías de comunicación como una de las prioridades del Estado afirma: Toda la vida va a transportarse a los ríos navegables, que son las arterias del Estado, que llevan a todas partes y difunden a su alrededor movimiento, producción, artefactos; que improvisan en pocos años pueblos, ciudades, riquezas, naves, armas, ideas.17
Y sobre la capital, situada en la isla de Martín García, explicaba: Martín García llenaría aun mejor que Washington entre nosotros el importante rol de servir de centro administrativo a la Unión. Por su condición insular está independiente de ambas márgenes del río; por su posición geográfica es la aduana común a todos los pueblos riberanos, entrando desde ahora en mancomunidad de intereses comerciales y políticos el Paraguay, Corrientes, Sana Fé, Entre Ríos y la República del Uruguay; por su situación estratégica es el baluarte que guarda la entrada de los ríos; y puesta bajo la jurisdicción del Gobierno General de la Unión, será una barrera insuperable contra todo amago de invasión.18
Añade otras razones para señalar el emplazamiento citado como centro político-administrativo de la Confederación: La riqueza de las naciones, y por consecuencia su poder, provienen de la facilidad de sus comunicaciones interiores, de la multitud de puertos en contracto con el comercio de las otras naciones. La Francia, por ejemplo, en Europa debe su esplendor a las vías de comunicación fluvial que le permiten explotar sus productos con poco recargo de costos de transporte por el Loire [...].19
Habla a continuación del caso inglés y de sus infraestructuras portuarias. Por su parte, Estados Unidos «son la maravilla de la fácil 16 Sarmiento, D. F. Obras Completas, Gobierno Argentino, Buenos Aires, 1896, vol. 13, p. 14. 17 Ibidem, p. 15. 18 Ibidem, p. 46. 19 Ibidem.
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comunicación de todos los extremos de la Unión con el comercio europeo, y de todos los Estados centrales con las costas por medios de canales, ríos, ferrocarriles y caminos».20 Cuando se ocupa de la geografía de Argentina, asegura que es sin excepción el país «más ruinosamente organizado para la distribución proporcional de la riqueza, el poder y la civilización».21 Destacan aquí las escarpadas cordilleras de los Andes, que impiden el paso al Pacífico (recordemos la utopía de Belgrano, ocupada en imaginar una travesía interoceánica). Al sur, es el abandono el que ha favorecido la «devastación de los salvajes»; por el norte, el desierto y las provincias del sur de Bolivia impiden el avance de cualquier industria.22 La intensificación de las comunicaciones, entendidas tanto para consolidar el Estado como para facilitar el flujo de personas, bienes e información fue un ideal promovido por los saintsimonianos en las primeras décadas del xix, como ya dijimos, que se fue consolidando a lo largo del siglo. Para ellos, como para Sarmiento, estas tecnologías mostraban nítidamente la capacidad del ser humano para salvar las barreras espaciales y temporales. Saint-Simon y sus seguidores sentían así una particular inclinación por la construcción de canales. El primero ya había ofrecido muestras de ese interés cuando después de la paz de Versalles (1783) escribió al virrey de México para proponerle la apertura de un canal por Tehuantepec. Su discípulo, M. Chevalier, se refirió a la posibilidad de un canal por el istmo de Panamá. Recordemos que otro de sus acólitos, Ferdinand de Lesseps, un visionario firmemente convencido del poder filantrópico de las comunicaciones, dirigió la construcción del canal de Suez, iniciada en 1859 y finalizada en 1869. B. Prosper Enfantin, también saintsimoniano, que había abandonado el lenguaje místico propio de la primera etapa, participó activamente en la constitución de sociedades para la instalación del ferrocarril en Francia e igualmente estuvo implicado en uno de los proyectos para la construcción del canal de Suez.23 Convencido de sus aportaciones, en algu Ibidem, pp. 46-47. Ibidem, p. 47. 22 Ibidem, p. 48. 23 Charléty, Sébastien. Historia del sansimonismo, Madrid, Alianza, 1969, pp. 281-287. 20 21
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na ocasión había afirmado: «Nosotros hemos unido el globo con nuestras redes».24 Para Sarmiento, la isla de Martín García como capital representaba, además, el triunfo del patrón urbano sobre el rural, convirtiéndose a su vez la urbe en el centro de la planificación nacional. Este cometido se llevaría a cabo mediante la concentración de organismos.25 La referencia que hace a continuación a Entre Ríos (situada entre los ríos Uruguay y Paraná), provincia a la que pertenece Martín García, nos permite conocer las posiciones del autor sobre la cartografía económica del país y comprobar la presencia de alusiones utópicas en su discurso. En un párrafo anterior se defendía frente a quienes pudieran desestimar sus pretensiones por considerarlas meras ensoñaciones. A esas insinuaciones responde: «¡Ah! sueños en efecto; pero sueños que ennoblecen al hombre, y que para los pueblos basta que los tengan y hagan de su realización el objeto de sus aspiraciones, y para verlos realizados. Sueño, empero, que han realizado todos los pueblos civilizados [...].26 Entre Ríos es, por tanto, «el pedazo de tierra más privilegiado» que la naturaleza jamás ha creado. «El día que haya leyes inteligentes de navegación, será el paraíso terrenal, el centro de poder y de la riqueza, el conjunto más compacto de ciudades florecientes».27 Pero para ello la tierra se ha de transformar, y aquí despuntan algunos elementos de la utopía agraria. En el 24 Sobre la apropiación del espacio geográfico en la mentalidad sansimoniana, Kerr, G. «Nous avans enlacé le globe de nos résaux...: Spatial Structure in Saint-Simonian Poetics», en L. Lyle y D. McCallam (eds.), Histoires de la terre: Earth sciences and French culture, 1740-1940, Ámsterdam-Nueva York, Rodolpi, 2008, pp. 91-104; sobre la dimensión y proyección internacional de la doctrina, Campillo Iborra, N. Razón y utopía, en la sociedad occidental. Un estudio sobre Saint-Simon, Valencia, Universidad de Valencia, 1992, p. 118. 25 «El Congreso, el Presidente de la Unión, el tribunal supremo de justicia, una sede arzobispal, el Departamento Topográfico, la administración de los vapores, la escuela náutica, la Universidad, una escuela politécnica, otra de Artes y oficios y otra Normal para maestros de escuela, el arsenal de marina, los astilleros, y mil otros establecimientos administrativos y preparativos que supone la capital de un Estado civilizado servirían de núcleos de población suficiente para formar una ciudad. Sarmiento, D. F. Obras Completas, Buenos Aires, Gobierno Argentino, 1896, vol. 13, p. 74. 26 Ibidem, p. 75. 27 Ibidem, p. 76.
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«jardín», afirma, solo «pacen hoy rebaños de vacas». En lugar de ganado deben disponerse hombres que cultiven los terrenos. «En Entre Ríos —dice Sarmiento— debiera prohibirse la cría de ganado, para entregarse sin estorbo a la cría de ciudades, al aumento de la población, y al cultivo esmerado del pedazo de tierra tan lujosamente dotado».28 Recordemos que el control social se ejercía eficazmente sobre las personas si estas estaban sujetas a una extensión de terreno cultivado. Precisamente en Entre Ríos es donde el general Juan Justo Urquiza encomendó en 1857 a un exiliado francés, Alexis Peyret, defensor de las ideas socialistas de la Revolución cuarentaiochista, la dirección y organización de la Colonia de San José, que debía ser modelo de inmigrantes saboyanos y suizos de lengua francesa. Peyret, del que hablaremos más adelante, llegó a ser nombrado Director General de Tierras y Colonias del gobierno argentino. Junto a la creación de una capital y la disposición de terrenos cultivados en torno a las urbes, la tercera condición para asegurar la prosperidad era el fomento de la inmigración: «La emigración del exceso de población de unas naciones viejas a las nuevas, hace el efecto del vapor aplicado a la industria, centuplicar las fuerzas y producir en un día el trabajo de un siglo. Así se han engrandecido y poblado los Estados Unidos, así hemos de engrandecernos nosotros».29 La utopía realizable de Sarmiento, a la que se añaden en las últimas páginas las alusiones a la exigencia de fomentar los conocimientos científicos y técnicos así como las innovaciones entre una población reticente, quedaría así completa. Junto al caso, promovido por el gobierno, de Peyret destaca el de Auguste Brougnes, doctor en Medicina por la Universidad de París e influido por las ideas de Charles Fourier. Este agente y empresario pensaba que la mejor solución para resolver el problema de la miseria del labriego europeo era fomentar la emigración hacia los territorios americanos. Brougnes, que cita los Viajes de Sarmiento en La extinction du paupérisme agricole par la colonisation dans les provinces de La Plata (1854), intentó con desmedido lirismo encender entre los labradores las visiones idílicas de la tierra prometida.30 Ibidem, p. 77. Ibidem, p. 86. 30 Blázquez Garbajosa, Adrián. «Auguste Brougnes y Alejo Peyret: dos iniciadores de la colonización agrícola argentina en la segunda mitad del siglo xix», Estu28 29
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Ilustración 8. Plano de la Colonia Agrícola de San José (1861-1862). Museo Histórico Regional de la Colonia San José (Entre Ríos, Argentina).
La dimensión utópica de Argirópolis ya había sido objeto de atención en otros estudios.31 Se advierte en ellos que el intelectual ameridios Rurales. Revista del Centro de Estudios de la Argentina Rural, Universidad Nacional de Quilmes, 1, 3 (2012), pp. 127-187. 31 Villavicencio, Susana. «Argirópolis: territorio, república y utopía en la fundación de la nación», Revista Pilquen-Sección Ciencias Sociales, 12 (2010), pp. 1-9;
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cano, después de la Revolución de Mayo, había recurrido al discurso utópico de manera insistente para conformar sus propuestas políticas. El lugar ya estaba elegido: como no podía ser menos, correspondía al territorio americano; el momento, situado en el futuro, permanecía indeterminado. En la visión sarmientina, previamente había que emprender diversas acciones: el territorio debía reordenarse, lo que supone disponer de un exhaustivo conocimiento cartográfico; había que favorecer e impulsar las comunicaciones y había que establecer «colonias agrícolas» (como la de Chivilcoy y San José en Argentina o bien, ya en Chile, la de Valdivia).32 De igual manera, Sarmiento antepone en Argirópolis el efecto mimético y civilizador que pueda representar la organización de la isla a la creación de un proyecto político o educativo específico. Sería pues suficiente para conseguir los propósitos con reproducir, comenzando de cero, los ideales del progreso, según el modelo creado por europeos y norteamericanos. Según se afirma, Se puede decir, entonces, que la utopía de Sarmiento es de tipo tecnológico y comercial [...] La persecución de modelos es, por lo demás, una manifestación clásica del pensamiento utópico. Hay que destacar, por cierto, que en la utopía los rasgos reales del modelo suelen ser estereotipados. Le sucede a Sarmiento, cuando se refiere a las bondades de California o a la situación europea, por ese tiempo desmedrada y convulsa.33 Amaro Castro, Lorena. «La América reinventada: notas sobre la utopía de la «civilización» en Argirópolis, de Domingo Faustino Sarmiento», Espéculo: Revista de Estudios Literarios, 25 (2003). Luis Padin, por su parte, insiste y profundiza en el carácter arquetípico que ostenta la isla de Martín García, cuya distancia, que asegura la neutralidad, permite construir una realidad supranacional, una visión que contrasta con la mostrada en Conflictos y armonías de las razas en América, una distopía influida por las premisas del positivismo etnocentrista y las aproximaciones cientificistas de la craneometría; véase Padin, Luis. Utopía y distopía en Domingo Faustino Sarmiento. De Argirópolis a Conflictos y armonías de las razas en América, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanús, 2013. 32 Sobre la cartografía argentina desde los tiempos de la reordenación nacional, Lois, Carla. «Técnica, política y ‘deseo territorial’ en la cartografía oficial de la Argentina (1852-1941)», Scripta Nova: Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, 10, 218 (2006) (Ejemplar dedicado a: Geografía histórica e historia del territorio. Número extraordinario dedicado al VIII Coloquio Internacional de Geocrítica). 33 Amaro Castro, L. op. cit.
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Sarmiento introduce algunos cambios con respecto a la etapa, ya estudiada, en la que se trataba el pensamiento utópico colonial. Allí se había presentado una visión de la utopía agraria que, derivada de los presupuestos fisiocráticos así como de los ideales emancipadores de la Revolución francesa, situaba a la instrucción técnica en el centro de la prosperidad y del cambio social. Aquí, el autor de Argirópolis concibe la utopía agraria en el marco más amplio de su proyecto civilizador y, por ello, requiere para su diseño de la participación del inmigrante europeo que amenazado por el infortunio y la pobreza se establece en las tierras americanas con la esperanza de encontrar una vida mejor. Su imagen del habitante europeo había cambiado desde la publicación de Facundo, donde la misión civilizadora de los ciudadanos consistía en difundir por territorios inhóspitos sus habilidades y conocimientos. Allí decía que de Europa anualmente emigraban medio millón de personas con «una industria o un oficio». Que hasta 1840 se habían dirigido a Norteamérica, pero el número tan elevado de emigrantes había provocado en algunas ciudades costeras un aumento de la población desproporcionado, factor que había desencadenado una situación similar a la que tenían en Europa. Los emigrantes por ello habían buscado otros destinos. Una vez descartados México y Brasil, habían recalado en Montevideo, primero, y en Buenos Aires, después. Sin embargo, aquí, según mantiene, eran empleados para reemplazar los miembros del ejército que mueren en los conflictos que mantiene Rosas. La «inmigración industriosa de la Europa» debía ocuparse en otras tareas, como en las obras de ingeniería. Si Argentina recibiera cien mil personas al año, especula Sarmiento, se establecerían en el país en diez años un millón de europeos industriosos:34 [...] enseñándonos a trabajar, explotando nuevas riquezas, y enriqueciendo al país con sus propiedades; y con un millón de hombres civilizados la guerra civil es imposible, porque serían menos los que se hallarían en estado de desearla. La colonia escocesa que Rivadavia fundó al sur de Buenos Aires lo prueba hasta la evidencia; ha sufrido de la g uerra,
Sarmiento, Domingo Faustino. Obras selectas, ed. de Diana Sorensen, Madrid, Espasa Calpe, 2002, pp. 781-782. 34
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora pero ella jamás ha tomado parte, y ningún gaucho alemán ha abandonado su trabajo, su lechería o su fábrica de quesos, para ir a corretear a la pampa.
Pero el viaje a Europa realizado en 1845 alteró su visión del continente. La percepción idílica del «europeo industrioso» cambió cuando contempló la situación de pobreza que sufrían partes importantes de su población. Según su testimonio, lo que vio fueron «millones de campesinos, proletarios y artesanos viles, degradados, indignos de ser contados entre los hombres».35 Estas son las personas que ahora, para el autor y también para Brougnes, como vimos, deberían formar parte de los asentamientos agrícolas que contribuirán a transformar la realidad del país, a reconducir la situación tras los conflictos, a evitar el avance del «desierto», así como de la ruralización y la barbarie. Formar una comunidad en torno a esas explotaciones era un requisito básico para recuperar el espíritu urbano. Como señala Roberto Cortés Conde, «en Argentina, el mundo rural que emergió con la independencia no era un mundo de granjeros; era un mundo de vaqueros, compuesto de asociaciones de ranchos a una distancia de cuatro leguas cada una, donde los únicos lugares que permitían la interacción social eran las tiendas y las tabernas o pulperías».36 En este contexto, el progreso significaba para Sarmiento, más que la mera idealización de modelos foráneos o la aplicación de un recetario económico específico, el establecimiento de las condiciones para el correcto funcionamiento de un gobierno nacional; y esas condiciones dependían de «poblar la pampa y desarrollar la agricultura»:37 sustituir la ganadería por la explotación agrícola y crear cinturones civilizados en torno a las ciudades.
35 Sarmiento, D. F. «Estados Unidos. Carta a Valentín Alsina. Noviembre 12 de 1847», en Sarmiento, ibidem, p. 476. 36 Cortés Conde, Roberto. «Sarmiento and Economic Progress», en Tulio Halperín Donghi et al., Sarmiento. Author of a Nation, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1994, p. 116. 37 Ibidem, p. 118; también era la vía que permitiría expulsar el sistema de dominación impuesto por el caudillismo, Katra, William H. «Rereading Viajes: Race, Identity, and National Destiny», en ibidem, p. 91.
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3. La reconstrucción de la utopía agraria Los años que Sarmiento pasó en Chile en su segunda estancia y su viaje a Europa y América del Norte fueron decisivos en la selección de los factores que debían componer la utopía de la colonización agrícola. Aunque inicialmente el propósito de su periplo eran los temas educativos, las observaciones y contactos que estableció tuvieron una influencia notable en otra de las realidades que formó parte de su ideario: la de los beneficios derivados de una inmigración masiva a las tierras americanas. En los artículos periodísticos escritos a finales de la década de 1840 se describen con un tono optimista y esperanzado los instrumentos que contribuirían a ese nuevo escenario. Su actitud junto con el lenguaje empleado, con imágenes y alusiones a un futuro prometedor, forman parte de la considerada por Gustavo Ferrari y otros como «utopía realista».38 Los textos publicados en La Crónica en 1849 son particularmente reveladores para conocer los detalles de los planteamientos sarmientinos. En esos escritos pretende llamar la atención sobre los antecedentes de la colonización del Río de la Plata, y para ello reproduce traducidos por él unos artículos de 1825 aparecidos en periódicos londinenses. Lo importante de estas colaboraciones era mostrar la visión que desde Inglaterra se tenía en esos años de los movimientos migratorios hacia el continente americano y también la buena imagen que en el extranjero se tenía de Argentina. Esos traslados de ciudadanos pobres a tierras americanas se habían planificado, como se ha visto, durante el gobierno de Rivadavia y aunque en principio sus puntos de partida eran acertados, ya no quedaban, asegura Sarmiento, sino «ruinas» de aquel esfuerzo.39 De acuerdo con la versión inglesa, en el país anglosajón había en esos primeros momentos «muchos filántropos ilustrados» que fomentaban la colonización. Igualmente se mantenía que mientras en Inglaterra sobraba población, en América faltaba, principio que se consideraba suficiente para
Ferrari, Gustavo. «Una utopía realista», prólogo a Domingo Faustino Sarmiento, Argirópolis, Buenos Aires, EUDEBA, 1968. 39 Sarmiento, D. F. Obras Completas, Gobierno Argentino, Buenos Aires, 1896, vol. 23, pp. 43 y ss. 38
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que el Nuevo Continente abriera sus puertas.40 Otra condición decisiva para facilitar la entrada de foráneos era la garantía ofrecida por el gobierno argentino sobre la libertad religiosa. Todos los detalles que iban a facilitar el establecimiento de los colonos se encontraban mencionados en el artículo, lugar en el que aparecen además alusiones a las virtudes del pueblo inglés, a su laboriosidad, inteligencia y deseos de progresar. Una sociedad creada al efecto se encargaría de organizar con primor los variados aspectos de la vida de los inmigrantes, desde el viaje y la estancia al régimen que determinaría su participación en la explotación. Llama la atención ese alto grado de programación, que queda reflejado en la imagen de una ciudad perfectamente ordenada, recordando así las descripciones de las cooperativas diseñadas por los socialistas utópicos.41 40 Un poco más adelante se afirma: «Cuando la población de un país aumente más allá de la demanda de trabajo, los pobres que no emplease tienen que pedir limosna o que robar, de lo que resulta un aumento deplorable de miseria y de crímenes. El remedio esencial de tamaño desastre es la emigración del sobrante de brazos inútiles, a países donde la población escasea», ibidem, p. 46. 41 «En el número precedente dimos el plan de las nuevas poblaciones inglesas en el Rio de la Plata. El que está al frente de este artículo representa la ciudad Capital que se edifica en este momento en la hacienda del señor Barber Beaumont, cerca de San Pedro. El mismo plan ha de seguirse en la capital de las tierras pertenecientes a la Asociación de Agricultura del Río de la Plata, situadas en la Calera Barquín. a. El espacio que debe ocupar cada una de estas ciudades es una milla cuadrada. En torno reinarán un foso bastante profundo, y calles y árboles, las cuales seguirán también en las principales calles de la población. Durante los tres o cuatro primeros años, solo se edificará una décima sexta parte del espacio señalado, y en el caso de no ser necesario mayor aumento de casas, el resto del terreno será dedicado a huertas, sembrados y jardines, en tanto que las calles de árboles servirán para el recreo de los habitantes, y para el refresco y salubridad de la atmósfera. Si la población crece, los nuevos edificios seguirán las líneas trazadas en el plan, y serán conformes en un todo a la parte antigua. Los árboles estarán ya crecidos, y ofrecerán una sombra agradable entre las casas. De este modo se evita el inconveniente que se observa en todas las ciudades de Europa, donde los edificios, lejos de seguir una distribución compuesta de antemano, solo han dependido del capricho de la conveniencia de los propietarios. El caso presente, cualquiera que sea el aumento de la parte edificada, la simetría y la comodidad de los habitantes serán las mismas que si todo el espacio estuviera cubierto, según el plan le designa. Rodearán a la ciudad, y la cruzarán en ángulos rectos, caminos de 100 pies de ancho, dividiéndola en cuatro cuarteles. Estos estarán también divididos por calles de 60 pies. Las de segundo orden serán de 40; los grupos
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Sin duda, eran estos discursos los que alimentaban la imaginación de Sarmiento y los que el estadista empleaba como modelo para conformar sus ideales relativos a los territorios chileno y argentino. En esos momentos, como miembro de la elite político-intelectual de Chile, contemplaba al país andino como el lugar de la utopía realizable. Como confesaba, para que este país se convirtiera en un «coloso» en América, debía infiltrarse la inmigración con sus artes en las ciudades y en los talleres; hasta que esas personas auxiliadas con la maquinaria moderna no estén presentes en el país, los campos incultos no se transformarán en urbes florecientes y los bosques primitivos no proporcionarán materiales de construcción.42 Junto a este cometido, las autoridades deberán también «importar el pensamiento, la ciencia y el arte europeos», una práctica ya iniciada en el Instituto Nacional del que formó parte. Aquí menciona como ejemplo al arquitecto M. Brunet, al artista Chicarelli y a los naturalistas-geógrafos Gay y Pissis.43 Particular importancia tienen las contribuciones a la geografía, uno de los instrumentos básicos de la utopía. Como ya había hecho anteriormente Belgrano, Sarmiento otorgaba una importancia decisiva a este saber, entendido como una ciencia al servicio del ordenamiento del territorio, a la clasificación de los recursos, al conocimiento de su población, a la estadística y a la propaganda. En particular, el francés Claudio Gay (1800-1873), a quien ya nos hemos encontrado anteriormente, que se había instalado en 1828 en Chile para estudiar su flora de casas separadas por estas comunicaciones, serán de 640 pies de largo, y 300 de ancho. De esquina a esquina de los cuadros se dispondrán andenes para la comodidad de la gente de a pie. En la plaza central estarán todos los principales edificios públicos, y en las cuatro calles que la atraviesan, las casas mayores, destinadas a los habitantes más ricos. En el centro de cada cuartel habrá una plaza destinada al mercado», ibidem, pp. 47-48. 42 Ibidem, p. 55. 43 Pedro José Amado Pissis (1812-1889) fue un geólogo francés contratado por el ministro del Interior Manuel Camilo Vial en 1848 para realizar la descripción geológica y mineralógica de la república de Chile. Empleó veinte años en este trabajo. Fue profesor de la Universidad de Chile y escribió diversas obras geográfico-geológicas, como Estructuras sobre la orografía y constitución geológica de Chile; su texto más importante la publicó en París en 1875 y se tituló Geografía física de la república de Chile.
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y fauna, realizó aportaciones relevantes a estas materias, ganándose un trato de favor entre las autoridades del país. Entre las obras elaboradas, destacamos una, financiada por el Estado y por medio de suscripciones promovidas por la Sociedad de Agricultura: la Historia física y política de Chile (publicada en 30 tomos entre 1844 y 1871), que reúne el trabajo realizado entre 1828 y 1843 y a la que acompañó el Atlas de la historia física y política de Chile. Gay fue también determinante en la creación de dos instituciones básicas: el Museo de Historia Natural (1830) y la Oficina de Estadística (1845). Este último organismo es una muestra más de esa voluntad de conocer y planificar; como afirma Luis Mizón: «El conocimiento se vincula a la planificación de la economía, pero también de la política. El Estado necesita su autoconocimiento como autosatisfacción, autorreferencia, confirmación y control de su acción en la evolución y progreso general del país».44 El naturalista conseguía así contribuir al ideal postilustrado y postindependentista al que ya nos referimos anteriormente y que ejemplificaban, entre otros, Juan Egaña y Manuel de Salas.45 Sarmiento vuelve a hablar de Gay a propósito de su visita a Alemania, país que recorrió entre mayo y junio de 1847. Aquí el interés no era solo conocer los sistemas educativos, sino conducir la emigración alemana hacia las tierras sudamericanas, si bien este propósito solo se conseguiría si previamente se cambiaba la imagen negativa que se mantenía de esa parte del Nuevo Continente.46 Mizón, Luis. Claudio Gay y la formación de la identidad cultural chilena, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2001, p. 34. 45 Ibidem, p. 13: «Las ideas en las que se inscribe la obra de Gay [...] representan el deseo de renovación de la sociedad, de la ciencia y del gobierno de los hombres por medio de una racionalización, que es la aplicación del conocimiento científico a las instituciones y a la sociedad en general. Una voluntad de conocimiento científico y de racionalización que alcanza la política y el derecho. Las nociones de progreso y de utilidad pública se asocian cada vez más a la ciencia y sus aplicaciones al servicio del bienestar y la felicidad de los hombres». 46 Que Sarmiento resume con estas palabras, fieles por lo demás a su estilo: Por desgracia la América para el pueblo alemán está solo al norte del trópico de Cáncer, la América del Sur no es la América remedio de los males presentes, aquel mito popular de un Edén terrestre, que conocen los alemanes desde niños, y da pábulo a una esperanza para los que desesperarían a no tenerla. Lo único que de la América del Sur saben los entendidos, es que hay en ella fiebre amarilla, calor sofocante, alimañas 44
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El autor argentino está recreando las dos versiones del mito americano, la favorable, donde se concibe el continente como tierra de promesas, y la desfavorable, en la que se presupone que perviven los efectos de la barbarie. La tarea que se propone es pues persuadir a los extranjeros47 sobre la vigencia del primero de los mitos. Con la ayuda, afirma, de los sabios foráneos, como Gay, Pissis o Domeyko, se apreciarán en su justa medida las riquezas autóctonas. Para ello, en Alemania, Sarmiento entró en contacto con una persona que podía ser de gran utilidad para esos propósitos: Johann Eduard Wappäus, el profesor de estadística y geografía de la Universidad de Gotinga, autor de obras sobre emigración y sobre los territorios sudamericanos, que conocimos al hablar de los cometidos de Philippi. Wappäus, según la información de Sarmiento, estaba preparando diversos trabajos que podían contribuir a animar al lector alemán a colonizar los terrenos baldíos de Chile. Para ello, como hacían los norteamericanos, afirma, había que preparar previamente a la opinión pública mediante el establecimiento de oficinas de emigración y la publicación de folletos, diarios y tratados de geografía, elaborados según la perspectiva alemana.48 La emigración y su capacidad para transferir su saber hacer,49 los conocimientos geográficos y los científicos en general, así como la tecnología, son los instrumentos que Sarmiento ensalza y convierte ponzoñosas, guerra interminable; y sobre todo este cúmulo de bendiciones, reinando no sé qué gigante espantable que como el Rey Busiris, mata o persigue sin tregua a los extranjeros que abordan a sus playas. Así, pues, la América del Sur es en la creencia popular, el mito del mal, el reino de las tinieblas y de la muerte, citado en Pablo Emilio Palermo, «Sarmiento en Alemania», en Proyecto Gutenberg-Ambas Américas, 2008, p. 5 (Disponible en línea en: http://www.ambasamericas.net) [Consultado el 21 de octubre de 2012]. 47 «Los emigrantes alemanes son además muy particularmente deseados por los nacionales, por su honradez proverbial, sus costumbres laboriosas y su carácter pacífico y tranquilo», D. F. Sarmiento, Obras Completas, opus cit., vol. 23, p. 157. 48 Sarmiento, D. F. Obras Completas, opus cit., vol. 23, pp. 104-110. 49 «La civilización del país depende esencialmente de las mejoras obradas en la industria, y estas mejoras cualesquiera que sean nuestros esfuerzos, no pueden obtenerse sino es facilitando la introducción y aclimatación de la industria extranjera, que no se nos ha comunicado a nosotros por los libros ni las escuelas, sino por el ejemplo de los que la poseen y su avecinadamiento en el país», Sarmiento, «Inmigración extranjera», El Progreso, Julio 8 de 1844, ibidem, p. 180.
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en los presupuestos insustituibles de su utopía. ¿Qué es lo que distingue a Estados Unidos de Chile, de momento solo una promesa?, se pregunta. «No es otra —contesta el autor argentino— que la aplicación de todos los medios conquistados por la ciencia, puestos en práctica allá, y la falta de capacidad industrial nuestra que nos quita todos los provechos, por no aplicar las fuerzas que las matemáticas han puesto en manos del hombre».50 Sigue una enumeración de las ventajas técnicas del primer país: el arado inventado en Europa y perfeccionado en América, el estudio de las semillas, máquinas para desgranar el maíz, aparatos para trillar el trigo, etc.51 Sarmiento se refiere a una institución que debe guiar los esfuerzos destinados a lograr estos propósitos, la ya mencionada Sociedad Chilena de Agricultura y Colonización. Afirma a propósito del centro que los impedimentos más severos para la expansión de los proyectos proceden de la acción del Estado, que se opone a los acuerdos libres y espontáneos entre particulares.52 En cuanto a la inmigración, reconoce que se presenta en el ánimo de los chilenos como una utopía, provista de su propia lógica y basada en la «naturaleza de las cosas»; que es realizable, a pesar de que algunos no lo vean así. La existencia de un ejemplo real, el de la colonización alemana de Valdivia, cuyos primeros pasos se han dado ya hace unos años, contradice las impresiones adversas y las decisiones perjudiciales a su expansión. Pero recuerda que estas empresas y logros son ya el resultado de otros motivos; en este caso las acciones obedecen al egoísmo, la industria y la especulación. No olvidemos, añade, que «ese espíritu es el que engendra las grandes cosas, el que crea los caminos de hierro, las grandes líneas de navegación, el generador de todos los adelantos de las naciones».53 Ibidem, p. 75. Ibidem, pp. 75-76. 52 Señala como ejemplo que la intervención del gobierno dificultó y finalmente impidió la puesta en marcha de un proyecto de sericultura en la Quinta Normal, Sarmiento, D. F. Obras Completas, opus cit., vol. 23, p. 131. Recordemos que Sarmiento estaba interesado en este tipo de industria: en 1838 envió a la Sociedad de Agricultura y Colonización su Memoria para la cría del gusano de seda, véase Aubone, Guillermo R. «Sarmiento y la sericultura», Ciclo de Disertaciones, Instituto Agrario Argentino, 3 de junio de 1942 (Disponible en línea: http://repositorio.educacion.gov.ar/dspace/) [Consultado el 22 de noviembre de 2013]. 53 Sarmiento, D. F. Ibidem, p. 127. 50 51
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Así pues, Sarmiento no tenía dificultades en hacer compatibles la actitud visionaria con la adopción de un discurso pragmático que valorara los resultados parciales y cuyos motivos fueran los intereses personales y estrictamente económicos. Probablemente, al realizar esas afirmaciones estaba pensando en personajes como el chileno Vicente Pérez Rosales (1807-1886), aventurero y comerciante, que emprendió algunos negocios de éxito desigual y viajó a California atraído por la fiebre del oro. De vuelta a Chile, como veremos más adelante, fue nombrado Agente de Colonización y pasó a colaborar con la Administración. Lo contemplado hasta ahora refleja una primera etapa que se cierra, al menos en Argentina, con la derrota de Rosas en la batalla de Caseros. El nuevo período se abrió en este país con un acontecimiento de amplia relevancia política, la Constitución de 1853. Esto no significó que los conflictos hubieran cesado, ya que aún debían afrontarse las guerras contra Paraguay y contra los caudillos. Sarmiento desempeñó diversos cargos políticos: fue diputado de la provincia de Buenos Aires, senador, gobernador de San Juan entre 1862 y 1864 (lugar en el que creó la Quinta Normal54) y por fin presidente en 1868. La aprobación de la carta magna representaba el inicio de un horizonte legal que, en principio, permitiría activar los medios específicos de la utopía realizable: cobertura legislativa para la inmigración, fomento de las inversiones y la tecnología extranjeras, redistribución de tierras, etc. Se facilitaba así la incorporación del país al mercado internacional y se ofrecía consentimiento moral al cumplimiento de intereses variados tanto particulares como colectivos, todos ellos primordialmente atentos a las leyes del mercado. Los exaltados elogios de Juan Bautista Alberdi hacia el ingeniero norteamericano William Wheelwright, que veremos en el siguiente capítulo, son una buena muestra de la mentalidad dominante. Pero Alberdi, que fue una figura central del pensamiento constitucional, no compartía, como ya se vio anteriormente, los presupuestos de la utopía sarmientina. Para cumplir con las exigencias de la fórmula Pretendió ser la base de una escuela de agricultura, sin embargo no tuvo el éxito esperado, Garcés, Luis. «San Juan: de Sarmiento a la búsqueda del sujeto popular», en Adriana Puiggrós (dir.), La educación en la provincia y los territorios nacionales (1885-1945), Buenos Aires, Galerna, 2001, pp. 393-444, pp. 432-433. 54
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«civilización contra barbarie», Alberdi no pensaba que hubiera que transformar la naturaleza, ya fuera la de la población mediante la mitología de la exclusión55 o la del territorio mediante la utopía del agro. Para él, como para otros, no existía tal dicotomía, había solo diferencias de grado, y los cambios deberían afrontarse mediante planteamientos económicos, decisión que igualmente comportaba una atención particular hacia la inmigración. Alberdi resumió su oposición a la cosmovisión reduccionista y maniquea sarmientina en un texto alegórico y distópico ya citado, Peregrinación de luz del día, escrito en su exilio europeo, donde murió pobre y desilusionado.56
4. 1853, año cero Para Alberdi, la población americana es el eje del sistema económico, así como de la prosperidad, y no de su ruina.57 Su pensamiento se articula en torno a medidas legislativas y económicas específicas, cuyo modelo son los presupuestos del liberalismo y el utilitarismo europeos, sobre todo los procedentes de Jean-Baptiste Say. Alberdi añade a estos principios las consideraciones relativas a la inmigración, que aparecen tanto en un texto ya citado, Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina (1852)58 como en Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, según su Constitución de 1853 (1854). En Bases no solo se comentan e invocan los efectos positivos del incremento de la población inmigrante, sino que de igual manera se examinan asuntos relativos al desarrollo tecnológico, sobre todo en 55 Que aún mantiene Sarmiento en Conflictos y armonías de las razas en América de 1883. 56 Sobre el texto, O’Connell, Patrick L. «Peregrinación de Luz del Día: la desilusión de Juan Bautista Alberdi», Acta Literaria, 29 (2004): 93-104. 57 Ciapuscio, Hector. El pensamiento filosófico-político de Alberdi, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1985, sobre este tema, Vázquez Rial, Horacio. «Una constitución poblacionista en la Argentina de 1852», Asclepio, Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 40 (1988), pp. 267-285. 58 Alberdi, Juan Bautista. Bases, Sección 15, Obras Completas, Buenos Aires, 1886, vol. 3, pp. 426-437.
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el terreno de los transportes. Como si todo ello formara parte de un sistema de elementos interrelacionados. Pretensión que se confirma cuando el autor en un momento emplea la expresión «método del progreso», cuyo cometido es resolver la cuestión de cómo conseguir en el menor tiempo posible y con suficientes garantías de éxito una transformación de la mentalidad y las costumbres autóctonas. Alberdi piensa que solo por medio de la experiencia directa, actuando en contacto con la población foránea, se asimilarán los valores propios de la civilización.59 Se descarta pues la instrucción para lograr este objetivo: «Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente».60 Por ello, para él, gobernar no es educar (ideal sarmientino), sino poblar. La política, como también se pone de manifiesto en Sistema económico, debe estar al servicio de este fin, despejando cualquier traba que pueda dificultar o retrasar su obtención. Con ese fin deben firmarse tratados perpetuos con países extranjeros, debe facilitarse la inmigración espontánea y debe garantizarse la tolerancia religiosa (véase Apéndice 3).61 Alberdi concede, pues, un menor protagonismo a la intervención estatal en la dirección de los asuntos económicos, en contra de los presupuestos de Sarmiento. El segundo gran instrumento para el cumplimiento de los proyectos alberdianos es el fomento de las vías de comunicación, consideradas «como medios de gobierno, de comercio y de industria»: «La planta de la civilización no se propaga de semilla. Es como la viña, prende de gajo», Alberdi, J. B., Ibidem, p. 427. 60 Ibidem, p. 427. 61 En el Sistema económico afirmaba, en el apartado dedicado a la instrucción, que: «La mejor escuela del productor argentino es el ejemplo práctico del productor europeo. Penetrada de ello, la Constitución misma ha trazado el método de educación que más conviene a nuestras clases industriales, encargando al Congreso de promover la inmigración (art. 64), y haciendo al Gobierno general un deber de fomentar la inmigración europea, y negándole el poder de restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes (art. 25)», Obras Completas, vol. 4, p. 170. En general, para un ejemplo de la aceptación incondicional del laissez- faire, ibidem, pp. 158 y ss. 59
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora Es preciso traer las capitales a las costas, o bien llevar el litoral al interior del continente. El ferrocarril y el telégrafo eléctrico, que son la supresión del espacio, obran este portento mejor que todos los potentados de la tierra. El ferrocarril innova, reforma y cambia las cosas más difíciles, sin decretos ni asonadas [...] El hará la unidad de la República Argentina mejor que todos los congresos. Los congresos podrán declararla una e indivisible; sin el camino de fierro que acerque sus extremos remotos, quedará siempre divisible y dividida contra todos los decretos legislativos.62
El logro de este fin no será posible, señala Alberdi, sin la petición de préstamos avalados por el Estado, sin el fomento de inversiones extranjeras en el país y sin la eliminación de aranceles. Similar atención, como indica más adelante, debe prestarse a la navegación fluvial.63 Como vemos, en Alberdi la libertad humana, materializada en la eliminación de los obstáculos mencionados, es una condición y un destino; es el componente esencial del nuevo orden, concepción que tiene sus raíces en los ideales románticos compartidos con otros intelectuales y políticos de su generación. Lo que se defendía era la política del laissez-faire llevada hasta sus últimas consecuencias. Un proyecto que, como sostiene N. R. Botana, «se desdoblaba, provisoriamente, en [hacedor] de habitantes y costumbres —volteando obstáculos, abriendo puertas al capital, la inmigración y la tecnología—, Ibidem, p. 432. Por otra parte, al comienzo del Sistema económico, afirmaba: «Todos los intereses contribuyen al bienestar general, pero ninguno de un modo tan inmediato como los intereses materiales. Este principio que es verdadero en Londres y París, el seno de la opulencia europea, lo es doblemente en países desiertos en que el bienestar material es el punto de partida y el resumen de la prosperidad presente. Por esta razón la Constitución argentina (artículo 64, inciso 16), dando al gobierno legislativo el poder de realizar todo lo que puede ser conducente a la prosperidad del país, al adelanto y bienestar de todas las provincias y al progreso de la ilustración, le demarca y señala terminantemente, como medios conducentes a esos fines de bienestar y mejoramiento de todo género, el fomento de la industria, la inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores, por leyes protectoras de estos fines», Alberdi, J. B. Obras Completa, opus cit., vol. 4, pp. 153-154. 62 63
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a fin de que estos, más tarde, hicieran el trabajo encomendado por la tradición de la libertad espontánea».64 Manteniendo el enfoque de defensa a ultranza de la iniciativa individual, otro de los focos de atención de las doctrinas de Alberdi, tomado igualmente de las doctrinas liberales europeas, fue la promoción de la invención mediante el establecimiento de un régimen jurídico que protegiese la propiedad intelectual de las novedades. El origen de este planteamiento, en el que se basaron tanto España como diversos países iberoamericanos, se remonta a la Ley de patentes de 1791 promulgada en Francia, primera creada por un gobierno liberal en Europa.65 Esta novedad significaba la sustitución del «privilegio» de invención, propio del Antiguo Régimen, que tenía un carácter arbitrario y que otorgaba al Estado la facultad de examinar su utilidad, por un «derecho natural» a la propiedad de las ideas, así como por un reconocimiento de la nueva información que se había generado. El mercado —no el Estado— era el que ahora regulaba la oportunidad de la novedad. Alberdi empleaba los siguientes términos para referirse a este derecho reconocido en la Constitución (adviértase que aún se utiliza el concepto de privilegio): Los privilegios exclusivos que la Constitución admite como medio de protección industrial son, más que privilegios, simples derivaciones o modos del derecho de propiedad intelectual. El artículo 17 de la Constitución, consagrando la inviolabilidad de la propiedad, declara que todo autor o inventor es propietario EXCLUSIVO de su obra, invento o descubrimiento, por el término que le acuerde la ley. Esta propiedad exclusiva por determinado tiempo recibe el nombre de privilegio temporal en el art. 64, inciso 16. Extendiéndose, por una jurisprudencia recibida universalmente, el sentido de la invención o descubrimiento, a la introducción de toda industria nueva y a la aplicación de todo mecanismo desconocido en el país, aunque no lo sean en otras partes, la Constitución considera como propietarios exclusivos de su introducción o aplicación a los empresarios o autores de semejantes empresas; y no es otra cosa que esta pro Botana, Natalio R. La tradición republicana: Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, p. 317. 65 Sáiz González, J. Patricio. Invención, patentes e innovación en la España Contemporánea, Madrid, Oficina Española de Patentes y Marcas, 1999, pp. 50-51 y 68-69. 64
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora piedad transitoria el privilegio temporal de que los inviste. Tal sería, por nuestra Constitución, el sentido de los privilegios exclusivos con que la ley protegiese los esfuerzos de las compañías y de los capitales que emprendiesen la construcción de ferrocarriles y canales, la colonización de nuestras tierras desiertas, y la importación de capitales extranjeros para fundar bancos particulares.66
Alberdi y Sarmiento, según se ha visto, contemplan modelos distintos para lograr la prosperidad, condición inexcusable para lograr mejores niveles de libertad y de justicia en la población. Para el primero, estos propósitos se consiguen mediante la atención a los problemas económicos, despejando aquellas trabas que impidieran su libre ejercicio, de ahí que fuera partidario de una inmigración espontánea. Sarmiento era, por el contrario, favorable a la intervención estatal para conseguir los cambios deseados según los arquetipos imaginados. Nada está determinado desde el principio y solamente desde una planificación adecuada se pueden conseguir los objetivos propuestos. Se trata de una actitud tecnológica guiada por una confianza ilimitada en la capacidad del ser humano para transformar la naturaleza, una fe propia del romanticismo en el poder de la mente sobre la materia. Para dar forma a su mensaje, Sarmiento se sirve de una simbología diversa, donde destaca la ciudad-capital (Argirópolis) que alberga los centros del poder, desde el político al tecnológico. También se sirve de la mitología de la exclusión, en la que son desplazados del territorio quienes por su naturaleza física y moral no están habilitados para vivir en una comunidad de personas industriosas, disciplinadas, ordenadas... y que representan un obstáculo o, mejor, una ralentización en el camino que conduce indefectiblemente al progreso. Por otra parte, el espacio vacío, desértico, debe llenarse con individuos (unos, la gran mayoría, pobres pero disciplinados y otros, los menos, emprendedores) cuya naturaleza contenga ya las virtudes de una cultura superior, seres venidos de otras tierras, que se ubicarán en colonias rodeando a las urbes y que de esa manera impedirán el avance de la barbarie y del desierto. La conquista de la Araucanía y las colonias de Valdivia y Llanquihue, en Chile, así como La Esperanza y San Juan, en Argentina, son los modelos a seguir. Por último, el sistema Alberdi, J. B. Sistema económico, opus cit., vol. 4, p. 181.
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de comunicaciones, compuesto de ríos navegables, puertos, ferrocarriles y telégrafos, constituirá una red que facilitará el constante flujo por todo el territorio, superando los accidentes geográficos, de bienes e información, recursos básicos de la modernidad. Como hicimos en el capítulo cuatro, seguidamente presentamos algunos detalles sobre los ensayos de colonización inducida llevados a cabo en el período 1845-1880, que alcanzaron unos resultados, en contraste con la etapa ya vista, algo más significativos, pero cuya práctica aparece alterada por innumerables problemas e imprevistos que escapan a las visiones totalizadoras y fantásticas de la utopía.67 Aquí se habilitan esos personajes directamente ocupados en recomponer las fisuras de la utopía, que son esos elementos fundamentales para hacer cumplir los planes políticos: los conocidos como agentes de colonización. Eran individuos como Vicente Pérez Rosales (en Chile), Alexis Peyret y Auguste Brougnes (en Argentina) que viajaban a los países de origen de los potenciales colonos, exploraban las tierras donde se debían asentar, resolvían cuestiones legales y escribían ensayos en los que reproducían el ideario utópico y describían las virtudes de los paisajes americanos.
5. De las experiencias de colonización a la conquista del territorio soñado
La búsqueda de colonos industriosos, de sabios y artistas se mantuvo en este período, así como la labor de quienes estaban dedicados a presentar imágenes sugerentes de las nuevas tierras y a contrarrestar las críticas de los desencantados o maledicentes. En esta nueva etapa, que iniciamos en 1850, la diferencia con los años anteriores consistió en un aumento sensible de los asentamientos en diversas zonas rurales, próximas a ríos y lagos, de los países que aquí se están tratando, variación que sin embargo no impidió que este fenómeno se mantu67 Para profundizar en las dificultades y altibajos que atravesaron los proyectos colonizadores en la Confederación Argentina, al menos en el período 1850-1880, véase Djenderedjian, Julio C. «La colonización agrícola en Argentina, 1850-1900: problemas y desafíos de un complejo proceso de cambio productivo en Santa Fe y Entre Ríos», América Latina en la Historia Económica, 15, 2 (2008), pp. 129-157.
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viera en unos niveles modestos.68 De igual manera, durante este tiempo se inició el definitivo asalto militar al desierto y la expulsión y eliminación de importantes contingentes de la población indígena que ocupaba esas tierras. En Chile, las zonas que el Estado se propuso controlar administrativamente se denominaron «Territorios de colonización» y quedaban bajo la jurisdicción de un gobernador que dependía directamente del Ministerio de Relaciones Exteriores y Colonización. En el caso de la Araucanía y debido a las acciones bélicas que hubo que realizar, el gobernador fue militar. La acción colonizadora del gobierno se concentró en lugares específicos, situados entre el río Biobio y Chiloé y en el enclave en torno a Punta Arenas. Debido a la enorme extensión del área acotada hubo de realizarse en dos fases. Así, durante los gobiernos de Bulnes y Montt, los trabajos se concentraron entre Valdivia y Puerto Montt, y desde 1860 a 1882 solo se realizaron ensayos parciales de colonización, especialmente en Magallanes. Desde 1882 hasta finales del siglo xix, se colonizó la Araucanía y Chiloé. Los terrenos ubicados al sur de esta última frontera fueron objeto de colonización durante el primer tercio del siglo xx. Veamos algunos pormenores del proceso de colonización en los enclaves mencionados. El 3 de noviembre de 1859 el ministro prusiano von der Heydt decretó la prohibición de la emigración alemana hacia Brasil, lo que trajo efectos negativos sobre Chile. Con posterioridad a esta fecha, solo se realizaron y con poca fortuna proyectos de colonización a pequeña escala en las haciendas de Las Canteras, Pullay y Catapilco. En los años que siguieron, el flujo de inmigrantes alemanes se mantuvo aunque de forma irregular. Aunque solo llegaron a representar el 5 % de la población de la región, fueron una comunidad muy activa en las labores industriales y agrícolas, cuya decadencia se produjo a principios del siglo xx. Para los gobernantes y agentes, durante esa época la colonia representó un modelo que había que aplicar a otras empresas. Durante el período considerado el Estado prestó apoyo a la colonización de forma parcial. El 16 de diciembre de 1864 el ejecutivo solicitó la formación de un comité de parlamentarios que estudiase Para la ubicación de las zonas mencionadas en el texto, véase Apéndice 1.
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la forma más adecuada de preservar la frontera con inmigrantes. Los parlamentarios Silvestre Ochagavía, Manuel Iranrázabal, Marcial González y Benjamín Vicuña Mackenna realizaron un informe que fue sometido a discusión en las Cámaras y donde llamaban la atención sobre la necesidad de incorporar los territorios baldíos y de indios nativos a la jurisdicción del Estado pero de forma efectiva debido a las diferencias limítrofes con Argentina. Por ello, había que colonizar estas zonas con extranjeros, lo cual se llevó en parte bajo la gobernación de Pérez en 1867 y 1868 con el otorgamiento de pasajes libres, propiedad de tierras, raciones alimenticias, pago de pensiones y utillaje agrícola. Entre enero de 1862 y marzo de 1864 llegó un grupo de inmigrantes alemanes procedentes de Westfalia. Eran un total de 157 personas procedentes de los pueblos de Wambel, Werl, Büderich y de las ciudades de Hamm y Menden que se instalaron en las cercanías de las otras colonias del lago Llanquihue y ocuparon terrenos otorgados por el Estado. A partir de 1871 se acentuó el proceso de colonización de la Araucanía. En 1873 se extendió el ferrocarril desde San Rosendo hasta Los Ángeles y luego hasta la frontera araucana en la ciudad de Angol. No se puede afirmar que la deseada inmigración a gran escala tuviera éxito, solo fue significativa en las tierras boscosas de Valdivia y del lago Llanquihue, donde los cerca de 3000 alemanes que se establecieron limpiaron los bosques, abrieron caminos y establecieron una «microsociedad pionera».69 En los movimientos descritos ocupaba un lugar central la labor de los intermediarios designados desde las esferas del poder político, como ya hemos señalado en otras ocasiones. Después de la muerte de Philippi, a quien ya nos encontramos en el capítulo anterior, en 1855 el gobierno chileno nombró Agente de Colonización en Hamburgo a Vicente Pérez Rosales (1807-1886). Poco después, el 29 de mayo del mismo año, se abrió un Consulado General de Chile en esa ciudad que iba a realizar el trabajo propio de una oficina de colonización. Pérez Rosales había entrado en Alemania en contacto con
69 «Seremos chilenos honrosos y laboriosos», dijo Carlos Andwandter, quien llegó con el primer grupo en 1850, Collier, Simon y Sater, William F. Historia de Chile, 1808-1994, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 94.
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hombres de ciencia como Wappäus, Eduard Poeppig,70 el barón de Bibra (presidente de la Sociedad Natural de Núremberg) y Alexander von Humboldt. Escribió Ensayo sobre Chile (Santiago, 1859), que fue publicado en Alemania, y numerosos artículos periodísticos que buscaban difundir las virtudes del país y contrarrestar lo que la prensa local definía como un mísero destierro y desierto; insistía en que no eran falsas las promesas de los agentes enganchadores y que era una perversión hablar de «la índole desgraciada de los habitantes que existen en las zonas de colonización».71 En particular, en el Ensayo sobre Chile se observa claramente la intención de promover con estilo enfático el territorio a partir de los conocimientos de geógrafos y naturalistas, como Gay, Domeyko, Philippi y Pissis, ahora protegidos por un gobierno —el de Montt— ilustrado.72 Junto al Ensayo redactó otros textos más breves y folletos dedicados a mostrar las bondades de Chile y atraer a los europeos, especialmente a los alemanes.73 En Recuerdos del pasado, obra autobiográfica en la que repasa la historia chilena en el período 1814-1860,74 ofrece algunas muestras de las polémicas y leyendas que circulaban en torno a su país y que contribuían a deslucir su imagen, entre ellas la del famoso comandante del HMS Beagle, Robert Fitz-Roy, quien decía que Melipulli (antiguo Puerto Montt y zona prevista para la colonización) era una playa atroz, «donde escasamente hallaría el hombre civilizado donde asentar su planta».75 Los agentes de inmigración de la época habían convertido estas manifestaciones despectivas en una estrategia más en el juego de intereses del que dependía la prosperidad de sus trabajos. Se hablaba de intolerancia religiosa, de continuas revoluciones políticas, de invasiones de indios antropófagos y de reptiles veneno70 Naturalista y explorador alemán (nacido en Plauen, Sajonia), fue apreciado por sus estudios del subcontinente americano, particularmente de Perú y Chile. 71 Cit. en Duchens Bobadilla. Europeos para Chile, opus cit., p. 20. 72 Pérez Rosales, Vicente. Ensayo sobre Chile, Santiago, 1859, p. 13. 73 Como ejemplo, citamos: «Memoria sobre colonización de la Provincia de Valdivia» (Valparaíso, 1852), «Memoria sobre emigración, inmigración i colonización» (Santiago, 1854) y «La colonia de Llanquihue: su orijen, estado actual i medios de impulsar su progreso» (Santiago, 1870). 74 Publicado en forma de folletín en 1882 en el diario santiaguino La Época. 75 Pérez Rosales, Vicente. Recuerdos del pasado, Santiago, Zig-Zag, 1958, 6.ª ed., p. 11.
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sos.76 Pérez Rosales ejercía las tareas publicitarias y diplomáticas entrevistándose, como hemos comentado, con los científicos alemanes, a quienes informaba sobre las novedades y ventajas que ofrecía Chile, como el establecimiento de un observatorio astronómico (acontecimiento transmitido a Humboldt) o les entregaba regalos consistentes en objetos de historia natural. Junto a estas labores mantenía alguna que otra disputa con escritores sin escrúpulos que se atrevían a cuestionar el proceso de colonización, escritores a los que respondía en estos términos: Valdivia, sépanlo alguna vez los ignorantes, no es una colonia. Valdivia es una provincia poco poblada, como lo son las demás de Chile, y que, por consiguiente, admite más habitantes que los que tiene, y nada más. A ella llegaron los primeros emigrantes que salieron para Chile, y como en ella no se encontraban terrenos para obsequiar, se echaron en el límite austral de esta provincia los cimientos de la colonia de Llanquihue, no con el pueril objeto de separar unos de otros a los emigrados para tenerlos sumisos, como se atreven a sentarlo, sino con el de colocarlos más juntos mejorando su condición. Curioso sería averiguar el fin que persigue el articulista cuando al comparar con la sajona la raza romana, parece lamentar que la primera vaya a degradarse en Chile con la mezcla de la segunda, que ni siquiera conserva, según él, su pureza primitiva, pues tercia en ella la de indígenas imbéciles y esclavos. ¿En qué consistirá para el sabio frenólogo, que gasta tanto tiempo y papel en escribir contra un país que no conoce, la primacía de la raza sajona sobre la romana? ¿Será acaso, porque esta, que ha sido por su saber y por sus armas, dominadora absoluta del mundo, no cuenta entre sus hijos a Cicerones, a Tácitos, a Horacios, a Virgilios, a Tasos, a Dantes, a Rafaeles, a Angelos y a Murillos, y a mil otras lumbreras del saber humano? ¿Será acaso porque la raza que tan en menos parece mirar mi buen contradictor no ha dejado ciudades monumentales, donde hasta ahora, sin excepción alguna acuden todas las naciones de la tierra a beber en tan puras fuentes las nociones más elementales de las artes y del buen gusto?77
Una parte significativa de Recuerdos está dedicada a destacar los dos casos más representativos en esos momentos de la colonización Ibidem, p. 422. Ibidem, p. 427.
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(de procedencia predominantemente alemana), los de Valdivia y Llanquihue. Es interesante observar en las referencias de Pérez Rosales un esfuerzo por transmitir los valores que ofrece el entorno natural, la excelencia climática que ya era objeto de aprecio en el mundo antiguo.78 Según confiesa el autor, la población procedente de la inmigración extranjera es el estímulo que necesita la región para despertar a las «aglomeraciones humanas amodorradas por la inercia». Estos últimos no sienten curiosidad por mejorar su vida con comodidades, con el espíritu de lucro que el autor identifica con las ideas liberales procedentes de los centros civilizados. La opulencia es la que para Pérez Rosales «enriquece al país donde se asila, que puebla los desiertos y forma estados que, aunque con el modesto nombre de colonias, asombran por su industria, por su comercio y por su bienestar, hasta a sus mismas metrópolis».79 Cuando se ocupa de Llanquihue, pretende Rosales igualmente trasladar al lector la artificial serenidad de un paisaje hospitalario, una imagen onírica que acoge y acompaña a la otra realidad, la provechosa y práctica de la «industria agrícola»: Encontrábame como por encanto en la margen occidental del gran lago de Llanquihue que, semejante a un mar, ocultaba en las brumas del norte y del sur, el término de las limpias aguas que tranquilas entonces, parecía que retozaban a mis pies, por entre las raíces de los robustos árboles que orlaban la playa donde nos detuvimos. La pura atmósfera del oriente hacía resaltar con el azul del cielo los más delicados perfiles de las últimas nieves que coronaban las alturas de Pullehue, de Osorno y de Calbuco, conos volcánicos que alzándose al poniente del Tronador, de donde se desprenden, parecía que alineados se miraban en las aguas del lago.
78 «Templado clima; ausencia de aterradoras enfermedades, así como de indígenas hostiles y de dañadoras fieras; territorio extenso y en general baldío; suelos arables y en muchas partes muy feraces; abundancia de materias primas fabriles e industriales; bosques inagotables de preciosas maderas de construcción, a cuya sombra se desliza profunda, tranquila y navegable la importante red de brazos tributarios del Valdivia, vía fluvial que, después de recorrer un extenso territorio mezcla sus aguas, sin embate, con las del mar, en uno de los puertos más seguros y cómodos del Pacífico: ¿qué podía faltar al olvidado Valdivia para dejar de estarlo?» ibidem, p. 335. 79 Pérez Rosales. Recuerdos..., opus cit., pp. 335-336.
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La utopía agraria El gran fango de humus vegetal que tenía todo el terreno que acababa de recorrer, aunque en muchas partes parecía aquello una marisma, descubría, tan sin esfuerzo, cuánto partido podría sacar de esos lugares la industria agrícola, que, a pesar del cansancio y la carencia de provisiones, resolví no regresar antes de explorar, siquiera durante un par de días más, tan interesantes campos.80
Aquí encontramos de nuevo los dos elementos básicos de la utopía agraria, el de la belleza y el de la utilidad, que ya examinamos en el capítulo tercero. En 1859 Pérez Rosales volvió a Chile desde Hamburgo para participar en la planificación de la ocupación de la Araucanía, zona al sur del país de alta conflictividad, pero también de gran interés comercial por sus recursos agrícolas, donde habitaba, entre otros nativos, la tribu de los mapuche. La dominación de estos era un signo para el gobierno de control sobre todo el territorio y de unidad nacional, ahora más urgente por la colonización alemana en Valdivia y Llanquihue, cuya pujanza recomendaba asegurar la continuidad geográfica. Según Sergio Villalobos, para la mentalidad de la época era una «lacra la existencia de una región ocupada por ‘bárbaros’, y era una tarea de civilización y progreso realizar su sometimiento».81 Domeyko había realizado un viaje a la región y había publicado La Araucanía y sus habitantes en 1845, hecho que había atraído la atención sobre el problema y cómo debía realizarse la incorporación, que en ningún caso debía ser violenta. Estas ideas fueron rebatidas por Andrés Bello, quien pensaba que no había otra forma de someter a los araucanos que con las armas, aunque en ningún caso de forma sangrienta y despiadada.82 Finalmente se iniciaron acciones militares en 1861 y la guerra se prolongó hasta 1883. Entre 1872 y 1875 llegaron al país alrededor de 400 austro-alemanes, que se asentaron en terrenos públicos entre Quilanto y Puerto Octay. Los últimos efectivos de este grupo llegaron en 1875 y fundaron la colonia Nueva Branan en honor de su pueblo natal en Ibidem, p. 356. Villalobos, Sergio. Araucanía: el mito de la Guerra de Arauco, Santiago, Andrés Bello, 1995, p. 202. 82 Ibidem, p. 203. 80 81
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Austria. Y se calcula que desde 1810 hasta 1870 un total de 7800 alemanes se habían radicado en Chile.83 Albert Conus fue un friburgués que contribuyó por su parte a impulsar la inmigración procedente en este caso de Suiza.84 Llegó a Chile entre 1871 y 1872 y en un primer momento se estableció en Valparaíso, aunque después siguió camino a Magallanes, donde logró cierto éxito como comerciante agropecuario, por lo que llegó a la conclusión de que era posible que la agricultura y ganadería se de sarrollasen en Magallanes pese a la climatología. Convenció, exagerando las condiciones, al gobernador para fundar una colonia de suizos en Punta Arenas, aunque solo pudo reunir a seis campesinos que llegaron a este lugar en octubre de 1873. En 1876, Conus logró enviar a ese lugar a 36 personas más y al año siguiente a 62. Muchos de estos pioneros acabaron muriendo en un motín militar que se produjo en la zona el 12 de noviembre de 1877. Por su parte, en 1873, varios grupos de franceses e ingleses (hasta 173 individuos) arribaron a Magallanes. La conquista de la Araucanía tiene mucho que ver, asimismo, con el nítido intento de impedir que Argentina llegase hasta el Pacífico. Por ello, a partir de 1880, se da pie a la construcción del ferrocarril, visto en estos años como un elemento modernizador y civilizador. Además, el tren permitía asegurar la defensa nacional en caso de invasión extranjera y las tierras que se habilitarían durante los trabajos de construcción darían ocupación y recompensa al ejército victorioso que regresaba de la Guerra del Pacífico. Después de la dictadura rosista, en la República Argentina se abría una nueva etapa, al menos para los partidarios de la modernización europeísta, que también afectó la inmigración. El artículo 25 de la Constitución de 1853 decía: «El Gobierno Federal fomentará la inmigración europea y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada al territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes». A este articulado se sumarán medidas promotoras y protectoras de los inmigrantes, entre ellas el pago de pasajes desde Montevideo a los puertos argentinos. Ibidem, p. 25. Peri Fagerstrom. Reseña de la colonización en Chile, opus cit., p. 93.
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En 1856, súbditos suizos y franceses se instalaron en la colonia argentina «La Esperanza», la primera en estabilizarse y modelo para futuras empresas agrícolas. Así lo reconoce el ya mencionado Peyret, a quien —recordemos— Urquiza había encargado crear una colonia modelo, la Colonia San José, en la provincia de Entre Ríos. Fue pues el homólogo de Pérez Rosales en Argentina. En 1889, después de más de 30 años dedicados a cumplir con más o menos fortuna los planes colonizadores del gobierno tenía a punto Una visita a las colonias de la República Argentina, en dos volúmenes, cuyo propósito era presentar de una forma amena sus conocimientos y experiencia en la Exposición Universal de París. Nos interesa esta obra porque el autor hace un recorrido por las diversas colonias con población extranjera que se establecieron a lo largo de los ríos Uruguay y Paraguay, así como en otros territorios, una vez aprobada la Constitución. En ella ofrece información relativa al número de asentamientos, procedencia de los habitantes, tipos de explotación y recursos técnicos empleados. Al mismo tiempo plantea «reflexiones sociológicas», como él mismo las denomina, donde encontramos alusiones al ideario utópico que aquí examinamos. En cuanto a la historia de la colonización, los dos casos emblemáticos para el autor son los de Santa Fe y San José. Santa Fe, donde se ubicó la colonia La Esperanza, es para el autor un ejemplo altamente representativo de un proyecto que ha conseguido consolidarse frente a otros ensayos que se desvanecían en su etapa inicial. Según su versión, quien dio los primeros pasos para su constitución en 1856 fue el médico Brougnes (y no Aarón Castellanos, como dicta la historiografía oficial) y desde ese momento ha experimentado una completa transformación, cambio que para Peyret ha significado para la comunidad santafesina el abandono de la Edad Media y la entrada en la Edad Moderna (el «silbido de los vapores y de las locomotoras» han sustituido al «silencio monacal» y los «modernos edificios» a las «casas de adobe» aisladas).85 Tres han sido los elementos que han impulsado este proceso: la inmigración, la colonización y el ferrocarril. La ciudad que ha surgido tiene los rasgos de una metrópoli ordenada según criterios racionales, y como muestra de esta visión nos describe su plaza central «con alamedas laterales y Peyret, Alejo. Una visita a las colonias de la República Argentina, Buenos Aires, 1889, 2 vols., vol. 1, p. 193. 85
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diagonales de paraísos frondosos». Allí se encuentra la casa municipal cuyo frontis griego está decorado con figuras alegóricas y con una inscripción en la que se lee «subdivisión de la propiedad», la verdadera base para el autor del bienestar material y moral. Por medio de las cifras que expone sobre la situación de la colonia86 pretende poner de manifiesto que el ensayo ha sido un éxito, aunque la vulnerabilidad ante algunas crisis aconseje la diversificación de los cultivos. Peyret veía en la conjunción de la utopía y la colonización una vía para el cumplimiento de sus ideas socialistas, inclinación que le alejaba sensiblemente de los propósitos de Pérez Rosales. Con Auguste Brougnes compartía, por otro lado, la idea de resolver el problema de la pobreza en Europa por medio de la emigración agrícola.87 Cuando se refiere a San José, de la que fue nombrado administrador y director en 1857, afirma que «ha sido la colmena de donde se han desprendido ya y seguirán desprendiéndose repetidos enjambres».88 No nos detendremos en la historia y las innovaciones introducidas en la zona,89 consistentes en el desarrollo de nuevos cultivos, en el uso de maquinaria agrícola y en la mejora de las comunicaciones, especialmente para permitir la salida al mercado de los productos, hecho que favoreció la construcción de una villa-puerto (villa Colón) en las riberas del río Uruguay. Sí aludiremos a que, como ya dijimos, en el trabajo citado se realizan reflexiones generales junto a los apuntes sociológicos y económicos de campo. Estas apuntan a la recreación del cuadro típico de la utopía, de los principios que harán posible Ibidem, pp. 220-221. Según se indica en el texto (ibidem, pp. 202-203), Bourgnes había escrito dos artículos sobre estos temas en 1851 y 1852 respectivamente: «Medio de enriquecerse por el cultivo del suelo en la República del Uruguay» y «Colonización agrícola en las provincias del Plata». Estas publicaciones, se asegura, llamaron la atención de los vencedores en la batalla de Caseros, quienes comprendieron el valor de la colonización por familias agrícolas europeas. Enseguida se le propuso a Bourgnes un vasto plan de colonización para la provincia de Buenos Aires. La obra que escribió después dedicada a la extinción de la pobreza era un instrumento de propaganda para atraer emigrantes interesados en trasladarse a América. 88 Ibidem, p. 21. 89 Ya tratadas en Blázquez, A. «Auguste Brougnes y Alejo Peyret...», opus cit. El propio Peyret escribió un opúsculo sobre las primeras fases de la colonización: Emigration et colonisation. La Colonie San José (Concepción del Uruguay, 1860). 86 87
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mantener la ilusión de una humanidad o de una nación próspera y libre. Son especulaciones que se presentan ya en las primeras páginas y que atienden a insistir en la importancia de la agricultura. Más tarde subraya la relevancia de los conocimientos técnicos, de la experimentación (en algún momento reclama la creación de un jardín de aclimatación en las colonias), de las comunicaciones («El ferrocarril es el gran conquistador de los desiertos...»),90 de la enseñanza (especialmente la manual, con el fin de crear individuos autónomos, independientes de la familia y del Estado), del fomento de la inmigración y de la incorporación del indígena a este proyecto, aunque sobre esta última cuestión mantiene notables reservas.91 Para explicar su adhesión al sistema de explotación agrícola sobre el régimen económico del estanciero (el pastoreo) emplea imágenes bíblicas y mitológicas: Un publicista moderno ha pretendido que esa lucha [agricultura contra pastoreo] es simbolizada por el mito de Caín y Abel; según él, la palabra Caín representa al agricultor que se rodea de postes para defender su sembrado, mientras que Abel es el vacío, el desierto, el espacio abierto que el pastor necesita para sus rebaños nómadas. Rómpense las hostilidades entre los contendientes, pues son inevitables: Caín, es decir, la agricultura mata, vence a Abel, es decir, al pastoreo: consúmase la gran revolución económica y social, ábrese una era nueva para la humanidad transformada; la prueba es que Caín, el matador de su hermano, funda la primera ciudad, y por consiguiente la primera sociedad civil, porque quien dice ciudad dice legislación, reglamento, gobierno; civitas, para valernos de la palabra latina, polis, para valernos de la palabra griega. 90 Cita, por ejemplo, al saintsimoniano M. Chevalier: «El estado de civilización de un pueblo, dice Miguel Chevalier, se mide por el número de sus caminos y rutas: ellos son para el cuerpo social lo que las venas y las arterias para el cuerpo humano», en Peyret, A. Una visita.., opus cit, p. 141. 91 En el párrafo donde habla sobre la conquista del desierto por el ferrocarril, dice: «El ferrocarril es el gran conquistador de los desiertos, el agente de población y de colonización por excelencia. La locomotora ha ahuyentado para siempre a los indios que paseaban impunemente por estos campos, no hace un cuarto de siglo», ibidem, p. 415. Más adelante, refiriéndose a la región del Chaco, expone los términos del debate: unos, asegura, son partidarios de atraerlos paulatinamente al trabajo y a la civilización; otros afirman que es preciso exterminarlos, porque son indomables, ibidem, p. 40.
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora La mitología griega está conforme con la mitología hebrea: dice también que Ceres, la diosa de la agricultura, dictó las primeras leyes.92
Obsérvese en el texto la vinculación entre el ejercicio de la agricultura y el establecimiento de un orden social representado por la emergencia de ciudades. Peyret pues reproduce un discurso que nos recuerda al de Sarmiento. En 1870, las iniciativas oficiales de emigración empezaban a dejar paso a las privadas, con diferente visión incluida. El 19 de octubre de 1876, bajo la presidencia de Nicolás de Avellaneda se promulga la «Ley de Inmigración y colonización». Por la Ley de Avellaneda de 1876 aparecía el Departamento de Inmigración. Dicha ley, asimismo, trató de resolver el problema de la adjudicación y posesión de las tierras argentinas. El mismo Avellaneda intervino en el asunto personalmente. Decidió vender a los colonos la totalidad del territorio de Misiones, además de parte de la Pampa, Chaco y la Patagonia. Se les estaba enviando al desierto, peculiaridad ocultada por los agentes de contratación que pululaban por Europa para atraer gentes hacia el país del Plata. Gran parte de los inmigrantes vieron la trampa y se sintieron engañados. Unos volverían a sus lugares de origen, otros se instalarían en ciudades rioplatenses. Por otra parte, la segunda estrategia gubernamental destinada a la consolidación territorial, pero en este caso ya no guiada por los preceptos utópicos, fue la articulación de campañas de acoso a la población indígena, a la que se acusaba de destruir el orden social y el progreso más allá de la provincia de Buenos Aires.93 Estas incluían misiones cuyo propósito era reforzar las líneas fronterizas.94 Sin em Ibidem, pp. 18 y 19. En 1869, el senador Nicasio Oroño, que había sido gobernador de la provincia de Santa Fe y había logrado el avance de la frontera con la colaboración pacífica de los indios, había publicado un opúsculo titulado Consideraciones sobre fronteras y colonias, en el cual insiste en que era necesario que la conquista se acompañase de una población estable y una colonización adecuada. En esta fecha, tiene lugar, precisamente, la elaboración del primer censo nacional que divide la población de la zona que estamos estudiando en civilizada, ubicada en el territorio patagonés con 2567 habitantes y la colonia galesa de Chubut con 153 personas, y salvaje, agrupando a unos 24 000 indios. 94 Se comisiona al general Paunero para organizar el territorio fronterizo y su adquisición efectiva. Al finalizar su misión, Paunero envía al ministro de Guerra y 92 93
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bargo, tras el estallido de la guerra con Paraguay, se retirará la mayor parte de las tropas asignadas a la defensa de la frontera para destinarlas al ejército que habría de llevar a cabo la contienda internacional. La mentalidad descrita queda bien reflejada en la obra del militar y político Álvaro Barros Fronteras y territorios federales de las pampas del sur, de 1872, donde, una vez más, se comentaba la necesidad de la conquista acompañada de la asimilación pacífica de los indios. Más tarde, el presidente Nicolás Avellaneda, suscribiría sus tesis cuando le escribió una carta al coronel Barros en la que le decía: La cuestión de la frontera es la primera cuestión para todos y hablamos incansablemente de ella aunque no la nombremos [...] No suprimiremos al indio si no suprimimos al desierto que lo engendra. La frontera habrá desaparecido cuando dejemos de ser dueños por la herencia del rey de España y lo seamos por la población que lo fecunda y por el trabajo que le apropia.95
En 1875, el ministro de guerra, Alsina, propone un sistema de conquista y colonización similar a los anteriores, con sucesivas líneas de fortines unidos en un sistema defensivo conocido como «la zanja Alsina».96 En diciembre de 1877, muere Alsina y el presidente Avella neda nombra ministro de Guerra a Julio Argentino Roca, que había ostentado el cargo de jefe de la frontera interior. Este general va a cambiar radicalmente toda la filosofía de avance poblacional hacia el interior desarrollada hasta entonces. En su opinión, la única solución efectiva de colonización consistía en la realización de una campaña militar ofensiva que llegase hasta Río Negro, eliminando totalmente a los indígenas o por lo menos arrinconándolos al sur de dicho Marina un estado de la cuestión con dos iniciativas. Una de carácter ofensivo y modalidad militar, operando con varias columnas hasta alcanzar el Río Colorado; la otra, buscaba la instalación de guarniciones permanentes para tener posesión efectiva del territorio. En 1864, se había comisionado a Emilio Ruta para reforzar la línea fronteriza y aumentar los fortines. 95 Véase Avellaneda, Nicolás. Escritos y discursos, Buenos Aires, 1910, pp. 181-182. 96 Recordemos que estas campañas estuvieron precedidas por las realizadas durante la presidencia de Rosas que, además de ser pacíficas, consiguieron resultados satisfactorios en los asuntos relativos a la integración del indio.
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río. Las razones que dio el general Roca para tal radical solución eran los continuos ataques de los indios a las poblaciones estables y el continuo robo de ganado que efectuaban. Íntimamente ligado con esto se encuentran las pretensiones chilenas en la Patagonia y el permanente conflicto de límites entre Chile y Argentina, pues el gobierno de Santiago insistía en que su soberanía se extendía hasta la ribera sur del río Santa Cruz, donde se asentaban los indios araucanos, originarios de Chile. Así que el general Roca afirmó con contundencia que la importancia política de la ocupación de la Patagonia debía ser comprendida y apoyada por todos los argentinos pues había que frenar las agresiones de los indios y de Chile. Como bien ha recogido Alfredo Serres Guiraldes, llegó a afirmar: Hasta nuestro propio decoro como pueblo viril nos obliga a someter cuanto antes, por la razón o por la fuerza, a un puñado de salvajes que destruye nuestra principal riqueza y nos impide ocupar definitivamente los territorios más ricos y fértiles de la República.97
Este militar hizo cálculos sobre el mantenimiento futuro de los nuevos territorios que había que incorporar pero sostuvo que las ventajas económicas serían positivas, al agregar al país como capital valioso las quince mil leguas cuadradas «que se iban a ganar para la civilización y el trabajo». El proyecto da lugar a prolongadas y variopintas discusiones en el seno del Congreso Nacional que, finalmente, fue aprobado y convertido en la ley n.º 947. Y basándose en la ley de 1867 se prescribe el establecimiento de la línea fronteriza en la margen izquierda de los ríos Negro y Neuquén. Se fija la medida y subdivisión de las tierras, estableciéndose incluso las condiciones y aún el precio de venta de las mismas. El plan del general Roca se lleva a cabo en dos etapas. La primera de ellas, llamada Campaña Preliminar, se inicia en julio de 1878 y consiste en operaciones militares de ofensiva bélica y exterminio de las poblaciones indígenas ubicadas en las tolderías.98 La segunda fase, la Campaña de Río Negro, da principio en los arranques de 1879 y en mayo de ese mismo año cumple sus 97 Serres Guiraldes, Alfredo M. La estrategia del general Roca, Buenos Aires, Pleamar, 1979, p. 288. 98 Campamentos nómadas de población indígena.
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objetivos llegando a Choele-Choel. El éxito obtenido por el general Roca, a costa de la desaparición prácticamente total de la población nativa, aseguró las posesiones de los territorios situados al norte y sur de Río Negro, eliminando las fronteras interiores e incorporando esas regiones al sistema político-económico nacional. En 1878 se crea la gobernación de la Patagonia, dependiente del ministerio de guerra y marina. En esta fecha, solo existían como población estable el fuerte que, a orillas del río Negro, fundara Viedma en 1779 y las poblaciones (a ambas márgenes del río) de Mercedes y Carmen de Patagones, además de la pequeña colonia galesa fundada en 1865 (Madryn) en el valle de Chubut y un asentamiento misional británico en Usuahía. En realidad, en Argentina, la conquista del desierto va a englobarse en una amplia y más general política poblacional, que afectará a toda la estructura socioeconómica de esta nación.99 Como hemos visto, entre 1860 y 1879 se lleva a cabo un ambicioso proceso colo99 En efecto, en este país, las zonas litorales comenzaron a tener hegemonía tras la creación oficial del Virreinato del Río de la Plata en 1776. Hasta entonces, el interior del territorio (la Argentina actual), se dedicaba a la explotación del olivo, viñedo, cereal variado y caña de azúcar. La cabaña ganadera existente estaba orientada a satisfacer las necesidades de mulas para el transporte. También contaba el virreinato con una cierta actividad artesanal. Cuando a finales del siglo pasado, el ferrocarril rioplatense se acercó más a las prósperas áreas costeras, y al interior olvidado, la fisonomía económica del país cambió. La Guerra de la Independencia había arruinado la cabaña ganadera de Uruguay y Entre Ríos, y, hacía 1815, esta se encontraba en desastroso estado. Los ganaderos bonaerenses, aprovechando esta favorable coyuntura, salieron beneficiados. Como consecuencia, las exportaciones argentinas de cuero y sebo aumentaron. Sin embargo, las graves sequías de 1830-1832, el bloqueo francés de 1838-1839, y la competencia iniciada en 1840 por los ganaderos brasileños y uruguayos, acabarán con el pingüe negocio de los argentinos. Para contrarrestar su adversa fortuna, algunos ganaderos introdujeron ovejas de raza merina en sus estancias, iniciándose así una trayectoria que abriría las puertas futuras exportaciones laneras. Querían por todos los medios, aumentar la calidad de lanas merinas así como mejorar las mismas razas. Se buscarán pastores bien capacitados y comenzará un proceso de cercamiento de campos que influirá de manera decisiva en la ulterior marcha de la economía del país. Entre 1865 y 1880, las lanas van a representar casi el 50 % del total de las exportaciones de esta nación. A su vez, y de manera simultánea, la frontera avanzará hacia el suroeste de la pampa. Las leyes de enfiteusis de 1822 y 1826, serán una fórmula legal de venta de tierras públicas. Entre 1820 y 1830 nacieron las principales fortunas terratenientes en torno a Buenos Aires. Desde 1840 a 1850, vascos, irlandeses y escoceses llegaron a Argentina en dosis mínimas. Sin em-
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nizador. Sus características más importantes han sido: el exterminio sistemático de indios del interior, así como la apropiación también sistemática de sus tierras, afianzándose una poderosa aristocracia latifundista. Es en este período cuando el gobierno local va a potenciar la colonización de la región de Santa Fe, dotando a los inmigrantes de pequeñas y medianas propiedades. La utopía agraria quedaba pues atrapada en la red de intereses de los grandes propietarios y lejos de la mente de los militares. A partir de 1880 se entra en un nuevo período de claro predominio de la emigración espontánea sobre la artificial o dirigida. El Uruguay de mediados del siglo xix100 no conocía, en términos absolutos, la actividad agrícola salvo en puntos aislados de los departamentos sureños de Colonia, San José y Canelones, o en los alrededores de Montevideo. Las primeras colonias agrícolas que se fundan en el país son pioneras en el sentido en que transforman físicamente el medio rural en el que se asientan y responden a experiencias de utopía agraria rebozada, en ocasiones, con modelos religiosos de sociedad perfecta. Así, la Colonia Valdense, de 1859, establecida junto al arroyo Valdense, en el departamento de Colonia, estaba integrada por piamonteses. A su lado se asentó la Colonia Suiza, 1869, y la bargo, su contribución al proceso expansivo de la ganadería ovina fue decisiva. Ayudados por sus conocimientos en la materia, se aliaron con la aristocracia local. 100 Ofrecemos seguidamente algunos datos demográficos. En 1829, Andrés Lamas realiza unos apuntes estadísticos donde da la cifra de 74 000 habitantes para toda la República de Uruguay, concentrándose en la capital 14 000 almas y 11 000 en Maldonado y Canelones, y 7000 en San José, Colonia, Soriano y Paysandú, mientras que Durazno y Cerro Largo tenían 5000 cada uno. El mismo Andrés Lamas, en 1835, indica que en el país hay 128 371 habitantes de los cuales dice que: 123 491 son blancos, 3500 son negros; 800 son mulatos y 580 son indios. Los blancos se dividían así: europeos 25 000; brasileños 4000; hispanoamericanos 3300 y uruguayos 91 191. Constata cómo de 1835 a 1842 entraron en aquel territorio 48 118 extranjeros, siendo las cantidades más numerosas los provenientes de: Francia 17 536; España 12 505; Italia 11 995; África 4540 y Brasil 1218. En 1852 hay en el país 131 969 habitantes de los cuales 28 586 son extranjeros, o sea, el 21,56 %. En 1860 ya hay 223 238 personas registradas, de las cuales 14 557 son uruguayos y 74 849 extranjeros (33,52 %), siendo las nacionalidades más abultadas: brasileños 1438; españoles 19 064; italianos 10 209; franceses 8924; argentinos 6362 y africanos 2390. Estadísticas sobre población y corrientes inmigratorias en Millot, Julio y Bertino, Magdalena. Historia económica del Uruguay, Montevideo, Fondo de Cultura Universitaria, 1991, tomo 1, pp. 123-131.
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Colonia Quevedo, 1878, compuesta por familias procedentes de las Islas Canarias. A medida que se desarrollan estas experiencias, van incorporando miembros de muy diversas nacionalidades, incluidos campesinos uruguayos. En un proceso de expansión permanente, originaron colonias nuevas en otras localidades, en la dirección del vecino departamento de San José. Con el paso del tiempo, darían lugar al nacimiento de pueblos que, ya en el siglo xx, y al quedar unidos por carreteras, llegaron a formar un relativo tejido urbano. Este fue el origen de Nueva Helvecia, Ombúes de Lavalle y Ercilda Paullier. Este último pueblo fue fundado en 1883 por iniciativa gubernamental. La segunda zona en importancia por el número de colonias fue Paysandú, en el litoral, con —entre otras— las colonias Porvenir, 1874, Rosalía y la malograda Guaviyú, 1889. La consolidación de las colonias fue, en general, difícil por la inexperiencia de los propios colonos, por el alto coste de instalación de estos en Uruguay, el alto interés de los créditos de la época, las malas comunicaciones y la hostilidad de los estancieros. No obstante, y pese a su fracaso relativo, finalmente otorgarían al país la creación de una agricultura avanzada, moderna y bien desarrollada, y una industria láctea puntera. Diversas iniciativas legislativas estuvieron estrechamente vinculadas con el fenómeno migratorio, prueba de la implicación del gobierno en el mismo. La ley número 321 de 4 de junio de 1853 establece una reglamentación de las disposiciones constitucionales sobre la ciudadanía de los extranjeros; y la número 344 de 7 de julio de 1853 determinaba normas para la adjudicación de solares y chacras en los pueblos recientemente fundados de Santa Rosa, Villa de Artigas y Queguay, determinándose que las familias nacionales fuesen preferidas en la distribución de los solares y las chacras. Es evidente que este texto tiende a favorecer a las familias indigentes uruguayas que habitaban las áreas rurales aunque los intentos de colonización, solo con el elemento criollo, fracasaron estrepitosamente. El decreto de 12 de enero de 1855 crea la Comisión de Inmigración y en su preámbulo dice: La República Oriental está llamada, por su riqueza territorial y por la benignidad de su clima, a ser el centro de una creciente inmigración europea. La paz que felizmente disfruta, la coloca en una situación ven-
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora tajosa para atraer a sus playas ese poderoso elemento de prosperidad y de bienestar futuro de la República.101
Las siguientes y numerosas leyes trataban de atender las reclamaciones de los extranjeros y regular las directrices inmigratorias y la ley número 837 de 2 de diciembre de 1865 crea la Oficina de Inmigración y vuelve a incidir en las virtudes del país: Siendo la repoblación de nuestro fértil y extenso territorio el medio más eficaz de propender al engrandecimiento del país, y teniendo el gobierno el deber de empeñar todos sus esfuerzos para alcanzar este resultado [...].102
En mayo de 1866, surgen los estatutos de la Comisión Central de Inmigración, cuyo objetivo fundamental era: «Promover y facilitar la inmigraron de Ultramar».103 La ley de 25 de julio de 1870 abría la puerta a la participación de los extranjeros en la elección de alcaldes y tenientes de alcalde. La penetración brasileña en Uruguay, a través de su dilatada frontera terrestre de alrededor de 1000 kilómetros y la toma de territorio uruguayo por parte del país vecino, fueron problemas que ocuparon la atención y preocupación de los gobernantes uruguayos después de 1851. En la década de los sesenta del siglo xix se levantaron las voces de varios parlamentarios, como Tomás Diago, Antonio de las Carreras y José Vázquez Sagastume, reclamando la nacionalización de la frontera y proponiendo la colonización y fundación de pueblos para oponer una valla a la penetración del imperio brasileño. Por ello, estas cuestiones llamaron la atención de un estadista como Francisco Bauzá (1849-1899), historiador, periodista y político, diputado, senador, diplomático y ministro, además de agudo ensayista. En 1876 publicó en Montevideo Colonización industrial. Ensayo sobre un sistema para la República Oriental del Uruguay y decía: 101 Asdrúbal Silva, Hernán (coord.). Legislación y política inmigratoria en el Cono Sur de América, Argentina, Brasil, Uruguay, volumen III, Serie Inmigración, Organización de los Estados Americanos ‑ InstitutoPanamericano de Geografía e Historia, México, 1987, pp. 480-481. 102 Ibidem, p. 483. 103 Ibidem, p. 425.
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La utopía agraria Nuestras fronteras, desiertas de pobladores nacionales, son diariamente invadidas por elementos vecinos, que no solamente se posesionan de nuestro territorio, sino que transforman nuestro idioma y revolucionan nuestras costumbres cambiándolas por sus costumbres.104
Así que, para Bauzá, la colonización es también un problema de soberanía. Debido a la debilidad demográfica de Uruguay, Bauzá insiste en traer población extranjera para crear industrias que el país no tenía y para establecer un dominio absoluto sobre la tierra de frontera. Era preciso, también, establecer colonias industriales sobre las fronteras terrestres. Afirmaba: Los vicios de que adolece nuestro sistema político y administrativo allí, indica de suyo que debemos reconquistar lo que se usurpa, poniendo lo que nos hace falta. Una civilización, un lenguaje, una raza que sea la nuestra, es lo que únicamente puede contrarrestar la influencia de la raza, el lenguaje y la civilización extraña que nos invade. Desde luego apunta por sí misma la necesidad de llevar colonos españoles a nuestras fronteras, para formar con ellos una muralla viviente a la invasión progresiva de la población brasileña.105
Y la elección del colono español para poblar la frontera uruguaya se fundamenta en que: Además de las condiciones del lenguaje, de las costumbres y de la raza que le hacen superior a cualquier otro colono y el único indicado para verificar la reconquista de aquellos nuestros territorios perdidos, tiene sobre el mismo hijo del país una notable ventaja que no puede pasar inapercibida. Nuestro hombre libre del campo o gaucho como le llaman es el ser más independiente y más nómada que hay sobre la tierra [...] no aprecia los goces de la quietud ni tiene arraigo en el hogar [...] El colono español traería por el contrario la condición de arraigo que le permitiría sacar todas las ventajas de su posición.106
Bauzá, sin excluir la iniciativa privada, se pronunció, en 1876, por la intervención del Estado en un plan de colonización de la frontera Bauzá, Francisco. Colonización Industrial. Ensayo sobre un sistema para la república oriental del Uruguay, Montevideo, 1876, pp. 136-137. 105 Ibidem, p. 141. 106 Ibidem, pp. 142-143. 104
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que estaba dirigido a afianzar la soberanía uruguaya. Intervención estatal que, por cierto, fue incorporada ampliamente en las leyes de 23 de noviembre de 1880 y de 19 de junio de 1890. El decreto de 25 de noviembre de 1882 consideraba que: Aparte de la incuestionable conveniencia de la fundación de centros agrícolas, su creación es con urgencia requerida actualmente en razón del número creciente de inmigrantes inteligentes y útiles, que acuden del exterior, pidiendo el amparo del Estado para dedicarse al cultivo de nuestras tierras.107
Con anterioridad, en el decreto de mayo de 1880 se señala como principal objetivo dar mayor impulso y coherencia al proceso agrícola colonizador ante la cada vez más frecuente llegada de gentes provenientes del Viejo Mundo. Para ello se crea una nueva «Comisión Honoraria de Inmigración y Agricultura». Dependerá directamente del Ministerio de Gobierno y tenía por misión promover el desarrollo de la agricultura y el bienestar de la población rural. Impulsará la formación de colonias, estableciendo el crédito agrario y fomentando la agricultura en general y la de regadío en particular. Proliferaron, a partir de ahora las granjas-escuelas para la formación de peritos agrónomos. Añadía en su texto que había que tener mucha prudencia en las cuestiones de inmigración ya que la impaciencia de aumentar la población a todo trance había ofrecido «perturbaciones sensibles, que ha costado mucho conciliar» [...] «Estos países sudamericanos (los del Plata), han pasado por un período de fiebre de inmigración que va pasando a medida que la práctica ha venido demostrando que no es dado a los hombres forzar la marcha económica, que el progreso tiene sus ventajas, sus épocas, de las que no es posible prescindir ni violentar» sigue diciendo la ley [...] «Si los estancieros, los agricultores, los industriales, y las Empresas de Colonización han de ser los que soliciten los pasajes, pidiendo estrictamente el número cierto de las personas que pueden colocar, todo está bien, pero si no es así, la perturbación tiene que producirse». Y echa la culpa del problema a los Agentes de Inmigración en Europa quienes «por regla general, no son los más a propósito para dirigir al Ibidem, p. 431.
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Plata buenos elementos de trabajo y de industria, un afán se manifiesta siempre por enviar muchos hombres o cabezas como ellos llaman, sin detenerse a examinar si pueden ser útiles, ni menos si al llegar pueden ser efectivamente colocables».108 Se dará paso en cambio a partir de 1890 y mediante la ley 2096, a la llamada «inmigración espontánea», es decir, aquella que llegaba atraída por las llamadas de los extranjeros que ya habían llegado con anterioridad (véase Apéndice 2). * * * Como resumen de los efectos sociales y económicos de esta segunda etapa, la que cubre el período comprendido entre 1850 y 1880 aproximadamente, seguimos como hicimos en el capítulo anterior las conclusiones principales de Moreno y Bertoni.109 Según estas, uno de los fenómenos más significativos de esta etapa, ya revelado anteriormente, es el nuevo marco que proporciona la integración de los países sudamericanos a la economía mundial (cobre y agricultura chilenas, explotación ovina argentina...). Las ciudades y centros de comercio se convierten en los ejes impulsores del cambio socio-económico, hecho que influye en la transformación de la fisionomía de las urbes, donde surgen grandes residencias, teatros, edificios públicos, clubes sociales, calles empedradas e iluminadas con gas. Son signos de riqueza y de europeización de las formas de vida. Sin embargo, no puede ocultarse que simultáneamente crece «otra ciudad», la de los conventillos y rancherías, la del hacinamiento y las pestes, fiebre amarilla y la viruela. La colonización, afirman estos autores y así lo hemos comprobado, tuvo éxito en aquellas zonas que estaban vacías o eran fronterizas (este último era otro objetivo de la inmigración, como se ya se indicó: ocupar las fronteras peligrosas e influir en la población nativa). De forma paralela tuvo lugar una inmigración espontánea dirigida principalmente a las ciudades. Esta se había visto favorecida por la creación de hoteles para inmigrantes, la actividad consular y una intensa propaganda, de la que aquí se han citado algunos ejemplos. Al mismo tiempo, en torno a estos movimientos de Ibidem, p. 436 y ss. Moreno y Bertoni. opus cit., pp. 168-181.
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población se generó un considerable y poco digno negocio, compuesto de especulación con los pasajes, estafas y viaje en condiciones degradantes. Dicen Moreno y Bertoni que «Los ensayos colonizadores fueron lo más característico del período. Se realizaron en todas partes, pero en pocos casos pudieron afianzarse y en casi ninguno —la provincia argentina de Santa Fe es la principal excepción— llegaron a operar una sustancial transformación en la sociedad».110 Cabe incluir también como enclave singular la colonización alemana de Valdivia y Llanquihue, a la que igualmente nos hemos referido. Pero esta «ocupó solo un área marginal de Chile y no se proyectó, con similares característica, a otras áreas, aunque de algún modo suministró el modelo para el frustrado intento de colonización de la Araucanía».111 Al menos en la zona pampeana, y pese a que la empresa colonizadora decae a partir de 1874 por el descenso de los precios internacionales, los asentamientos establecieron las bases para el desarrollo agrícola.
Ibidem, p. 174. En 1875 la población agrícola total de la República de Argentina era de 20 000 personas, una «cifra realmente insignificante», Dorfman, Adolfo. Historia de la industria argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, p. 250. 111 Ibidem, p. 175. 110
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Capítulo VI VALORES TECNOCRÁTICOS EN LA UTOPÍA Instruir a un salvaje en las técnicas más avanzadas no supone hacer de él una persona civilizada, sino un salvaje más eficiente. (Carlo M. Cipolla, Educación y desarrollo en Occidente, 1970)
1. El valor de la educación práctica En el mundo que se describe en las diferentes versiones de la utopía agraria hay un interés especial por destacar las ventajas que proporciona el ejercicio de la ciencia y la tecnología.1 Lo hemos visto en los artículos periodísticos comentados, en las obras recomendadas por los reformistas, en la imagen del agricultor instruido y en los proyectos de reconocimiento del territorio, de su flora y fauna. Uno de los rasgos de esta utopía, como ya se ha señalado, es que en ella pretendían aunarse las actitudes contemplativas y estéticas, rememorando mitos naturalistas, con un programa político identificado con el ideario del progreso, donde la práctica científica y tecnológica ocupaba un lugar preeminente. La ciencia aportaba el orden, y la tecnología era contemplada como la forma más eficaz de dominio de la naturaleza y de crear riqueza. De estas acciones se derivaría, en ese gran esquema del progreso, el bienestar material y la felicidad. Como veremos, mediante la difusión de la ciencia y la tecnología por vías formales (instituciones educativas) o informales (eventos y celebraciones) se transmitieron conocimientos, habilidades y también los valores citados.
Sobre la relevancia de la formación práctica en Iberoamérica en el período postindependentista, López-Ocón Cabrera, Leoncio. «Los primeros pasos de una ciencia republicana emancipatoria en la América andina», Historia de la Educación: Revista Interuniversitaria, 29 (2010), pp. 57-75. 1
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La difusión de la ciencia y la técnica a través de la educación pública fue contemplada por políticos e intelectuales, desde Juan Egaña2 y Domingo Sarmiento3 hasta José Covarrubias,4 como un poderoso agente de cambio y de formación de ciudadanos. Como se había mantenido en los proyectos reformistas de la Ilustración europea, el paso hacia una sociedad igualitaria pasaba por la extensión de las luces a toda la población; con unos habitantes sumidos en la ignorancia no era posible comprender el alcance de las transformaciones anunciadas por la elite. Grandes colegios dedicados a las ciencias y a las artes debían pues crearse y mantenerse por los estados para cumplir estos cometidos. Algunos de estos propósitos eran también asumidos explícitamente en las constituciones surgidas en los procesos independentistas. Además de estas ideas generales, recurrentemente anunciadas, se difundieron otros valores que legitimaban la promoción de la educación práctica y de la tecnología. Uno era el de la formación de ciudadanos útiles o socialmente integrados; otro era el del efecto moral beneficioso que dispensaba, ya que proporcionaba disciplina mental y constancia, y el tercero consistía en mostrar el poder de la inteligencia y el ingenio sobre la naturaleza. En el segundo capítulo ya aludimos al artículo sobre la educación atribuido a Juan Egaña en el que se destacaban los efectos civilizadores de la instrucción y, en particular, de las enseñanzas científicas, entendidas como un complemento necesario de la formación práctica de un individuo, a quien no se le consentía que se perdiera en abstracciones. Así lo explicaba el autor: Aunque las ciencias ya se hallan libres de la barbarie de los siglos precedentes, no han hecho con todo entre nosotros aquellos progresos, «Discurso sobre la educación», 1812, publicado en Aurora de Chile, pp. 9-10. Sarmiento, Domingo Faustino. De la educación popular, Santiago, 1849. 4 Díaz Covarrubias, J. opus cit.; además: Bello, Andrés. «Educación», El Araucano, 29 julio y 5 agosto de 1836 y «Observaciones sobre el Plan de Estudios de la Enseñanza Superior, Año de 1832». El Araucano, núm. 71, 21 de enero de 1832; Amunátegui, Miguel L. y Gregorio V. De la instrucción primaria en Chile, Santiago, 1856; decía aquí el autor: «La agricultura, la industria y el comercio necesitan para prosperar de seres dotados de razón, no de autómatas privados de ella. El progreso en el trabajo manual marcha acorde con el progreso en el orden intelectual» (p. 41); Varela, José Pedro. La educación del pueblo, 1874. 2 3
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La utopía agraria que podían esperarse de nuestra penetración, y que se ven en otras naciones que sin duda no son muy inferiores en la fuerza del ingenio, y en la viveza de la fantasía; duran todavía aquellos estudios bárbaros, antiguos, inútiles y perjudiciales; y lo peor es, que duran entre aquellos, que por su estado debían tirar á buscar los medios de la pública utilidad: se conserva en muchos una afición increíble a las sutilezas, y vanas investigaciones, y una pasión ciega a la pedantería, como si los estudios, que deben dirigirse a perfeccionar los conocimientos del hombre y a corregirlo, se hubieran establecido para disputar de voces è imaginaciones abstractas. El hombre es un ente real, y necesita de sólidos y prácticos conocimientos para vivir bien, no de ideas fantásticas, ni palabras huecas y sin sentido; y por esto se ve que las naciones que se versan en la buena física, en la historia natural, en la geometría, en la mecánica, y en otras muchas pertenecientes al hombre físico, y que estudian la ética, la política y otras ciencias, por lo que respecta al hombre moral, nos llevan grandes ventajas en la ilustración y la sabiduría.5
En el siguiente párrafo el autor asocia la cultura civilizada con la disciplina, la industria, la ciencia y el comercio, unas relaciones que se oponen al comportamiento del hombre «tosco y salvaje», que «se vanagloria de atropellar y hurtar e inquietar a la sociedad». Un mensaje dirigido a la población indígena de su propio país, cuya integración en el proyecto nacional era un tema extensamente debatido entre los responsables del gobierno, con las consecuencias que ya comprobamos en capítulos anteriores. En De la educación popular (1849), Sarmiento se interesa especialmente por la enseñanza primaria. Es un tipo de enseñanza que debe atenderse en el marco de la instrucción pública, «constituida en derecho de los gobernados, obligación del gobierno y necesidad absoluta de la sociedad», palabras que se mantienen fieles a los preceptos ilustrados relativos a la universalidad de la educación. La atención del autor a esta etapa inicial de la formación tenía el cometido de llamar la atención sobre la importancia de disponer de una población capacitada tanto técnica como moralmente. Un enfoque que contrastaba con aquellas visiones que, como la de Andrés Bello, estimaban que era a través de la atención preferente a las elites (impulsando la edu Atribuido a Egaña, Juan. «Discurso sobre la educación», Aurora de Chile, 9 de abril de 1812, n.º 9, t. 1, pp. 1-2. 5
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cación secundaria y universitaria) como se conseguían los propósitos del proyecto modernizador.6 Para Sarmiento, ocupaba un lugar fundamental lo que él denomina «el conocimiento aunque rudimentario de las ciencias y hechos necesarios para formar la razón».7 Las naciones poderosas se forjan, según expone, promoviendo su fuerza industrial, moral e intelectual, y la vía para conseguir estos propósitos es la educación pública.8 Compuesta cuatro años después que Facundo, en De la educación mantiene argumentos que son ya familiares, como cuando afirma que los países iberoamericanos están condicionados por su pertenencia a una raza que «figura en última línea» dentro de ese orden de civilizaciones impuesto por el progreso. España y su herencia —tampoco esto suena extraño— son los responsables de esa postergación. Los maniqueísmos y la retórica sarmientina se completan con los juicios sobre las desproporcionadas capacidades de otros países, atribuciones que contribuyeron a crear el mito de la nación modelo o del genio ideal europeo: Carecen [‘España y sus descendientes’] de medios de acción, por su falta radical de aquellos conocimientos en las ciencias naturales o físicas, que en los demás países de Europa han creado una poderosa industria que da ocupación a todos los individuos de la sociedad, la producción; hija del trabajo, no puede hacerse hoy en una escala provechosa, sino por la introducción de los medios mecánicos que ha conquistado la industria en los otros países; y si la educación no prepara a las venideras generaciones, para esta necesaria adaptación de los medios de trabajo, el resultado será la pobreza y oscuridad nacional, en medio del desenvolvimiento de las otras naciones que marchan con el auxilio combinado de tradiciones de ciencia e industria de largo tiempo echadas, y el desenvolvimiento actual obrado por la instrucción pública que les promete progresos y desarrollo de fuerzas productivas mayores.9
Las páginas que siguen a la extensa introducción están dedicadas a examinar casos que confirmen la relación entre la carencia de una 6 Labarca, Amanda. Historia de la Enseñanza en Chile, Santiago, Imprenta Universitaria, 1939, p. 103. 7 Sarmiento, Domingo Faustino. De la educación popular, Santiago, 1849, p. 16. 8 Ibidem, pp. 18-19. 9 Ibidem, p. 21.
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formación primaria y la ineptitud para las tareas industriales. Ofrece como ejemplo dos fábricas de Santiago de Chile, donde los herreros que deben reparar las máquinas no comprenden su funcionamiento y los extranjeros que sí son capaces piden cantidades exorbitantes. Según asegura, los testimonios de empresarios norteamericanos, británicos y franceses apoyan sus tesis. Destaca en las apreciaciones de Sarmiento el rasgo apuntado sobre los efectos morales que tiene la educación técnica, cuya relevancia para el empresario es tan grande como la supuesta adquisición de habilidades, que muy probablemente se consiguen, estas últimas, por medio de la experiencia en el seno de la fábrica y no por los conocimientos asimilados en las etapas iniciales de la formación. Cuando cita al inglés George Combe (17881858), especialista en frenología y educación, lo que le interesa especialmente son sus afirmaciones sobre la disciplina moral y mental que se logra mediante la educación. De él recoge, entre otras declaraciones, el siguiente comentario: «el alemán que ha pasado por la educación e instrucción de las escuelas prusianas, se [parece] a la condición de nuestros educados, inteligentes y enérgicos operarios de Manchester y Birmingham».10 De igual manera se pronuncian M. L. y G. V. Amunátegui en De la instrucción primaria en Chile (1856). Allí se alude a las naciones modelo: «Los Estados Unidos son en la actualidad el pueblo más rico, más próspero, más feliz del mundo. Inglaterra, Francia y Alemania son, después de los Estados Unidos, los países más adelantados».11 Obsérvese la secuencia empleada en el texto: riqueza-prosperidad-felicidad. Y la razón de esta prosperidad no es otra que la educación, que proporciona los principios que regulan la agricultura, la industria y el comercio. En páginas posteriores expone una visión idealizada de la agricultura, industria y comercio, procedente de los textos de economía política europeos, en la que estos sectores se presentan provistos de principios teóricos y prácticos que los operarios deben dominar para conducirse con éxito.12 No son, pues, mundos erráticos: una sociedad que aspire a promover la tec Cit. en ibidem, p. 32. Amunátegui, Miguel L. y Amunátegui, Gregorio V. De la instrucción primaria en Chile, Santiago, 1856, p. 3. 12 Ibidem, pp. 39-41 y 45-47. 10 11
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nología debe entender que esta depende de la fusión de la ciencia y el saber hacer. ¿Cómo podían trasladarse los presupuestos de la razón economicista, de una técnica con principios, a los «niños expósitos, huérfanos, hijos de militares y de pobres» con el fin de crear en ellos «aptitudes industriales y despertar hábitos de trabajo»? ¿Cómo se podían crear ciudadanos útiles? Desde el Estado se pensó que lo más apropiado era establecer una escuela central de artes y oficios que sirviera de modelo a una red de escuelas de ámbito local. El alcance del proyecto fue, como se verá, limitado, teniendo en cuenta las variadas demandas de los sectores productivos y otros factores que se comentarán seguidamente. En Chile, una vez asegurada la educación de las elites, otra manera de consolidar los cimientos del Estado moderno era proporcionando instrucción práctica a las clases populares y menos favorecidas, cometido que hubiera contado con la aprobación de Sarmiento. El plan nacional chileno puesto en marcha por el presidente Manuel Montt para formar ciudadanos cualificados y útiles para el país se materializó en la Escuela Nacional de Artes y Oficios en 1849. El centro, que seguía el modelo francés, se estableció en Santiago con la intención de servir de ejemplo a las iniciativas de otras provincias y coordinar sus programas (un sistema que ya se había empleado en España). Para cubrir la plantilla de profesores se recurrió a personal procedente de otros países, principalmente de Francia. Se contrató al ingeniero Julio Jariez, que fue su primer director y que ya había ejercido como docente en las escuelas de Artes y Oficios de Angles y Chalons. Las enseñanzas, como puede comprobarse en el Reglamento de 1864, contenían un componente teórico notable (con asignaturas como Álgebra, Aritmética, Geometría, Trigonometría, Dibujo, Mecánica, Nociones de Física y Química, Geografía, Religión, Historia de Chile...) y otro práctico, que se llevaba a cabo en siete talleres: mecánica, herrería, fundición, ebanistería, calderería, modelería y carrocería.13 El primer grupo se cursaba en los cuatro primeros años. De igual manera, en la Escuela se admitía la fabricación de objetos por encargo o por necesidades internas. Reglamento para la Escuela de Artes i Oficios, Santiago de Chile, 1864, pp. 24‑25. 13
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En 1850 la Escuela registró cuarenta matrículas y desde 1865 aproximadamente comenzó a contar con un cierto prestigio que se extendía allende las fronteras. Un indicador de ese relativo éxito fueron los premios recibidos en las exposiciones nacionales e internacionales celebradas entre los años 1870 y 1875.14 Pero otros indicadores apuntan a que el alcance de la instrucción ofrecida fue más bien limitado. Es posible que a partir de las enseñanzas recibidas pudieran formarse profesionales versátiles que comprendieran las tecnologías foráneas, se dedicaran a tareas docentes, accedieran a cargos intermedios, como capataces y mayordomos de minas, inspectores, etc. Sin embargo, su relevancia para transformar los hábitos de la población ocupada, según soñaban los reformistas, debió ser muy escasa. En torno a 1900, el 70 % de la población nacional vivía en el medio rural y su subsistencia provenía principalmente de la producción agropecuaria del territorio comprendido entre Coquimbo y Chiloé. No obstante, en relación con el total de la educación técnica, la instrucción agrícola significaba apenas el 0,13 %. Comparada con las otras ramas de nivel medio de la enseñanza técnica, que acogían en sus aulas un total de 1623 alumnos, los estudios de agricultura se aproximaban al 16 % de ese universo menor.15 Por otra parte, dada la configuración del currículo de las escuelas de artes y oficios, el acceso a estos centros requería, al contar con disciplinas teóricas, una formación básica previa adquirida en la enseñanza primaria; si en determinadas zonas o dentro del personal dedicado a las tareas agrícolas no se fomentaba ese nivel educativo, difícilmente podían posteriormente continuar su formación en los centros propiamente técnicos. En 1852, de 215 985 niños de 5-15 años de edad recibían instrucción primaria 23 131, es decir, un 11 %; en 1853 recibían enseñanza secundaria y especial, 4268 alumnos y la formación universitaria contaba con 295 alumnos.16 En 1885, el analfabetismo era del 71,1 %. El cambio más importante de esta situación se produjo con la aprobación de Ley de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920. Sarmiento tenía, pues, ra Ibidem, p. 106. Según los datos publicados por Amanda Labarca en su Historia de la educación en Chile, de 1901 y Pino Batory, Martín, opus cit., p. 179. 16 Jobet, Julio César. Doctrina y Praxis de los Educadores Representativos Chilenos. Santiago, Andrés Bello, 1970, p. 269. 14 15
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zón cuando reclamaba una atención prioritaria por parte del Estado a los niveles iniciales de la formación. De manera resumida, puede observarse en el siguiente cuadro la situación de la matrícula en 1895 en las diferentes escuelas con un perfil técnico.17
Escuelas e institutos técnicos
Matrícula
Instituto Agronómico
64
Escuela Práctica Agric. de Santiago
70
Escuela Práctica Agric. de Chillán
50
Escuela Práctica Agric. de Concepción
* (sin datos)
Escuela Práctica Agric. de Chiloé
24
Escuela Práctica de Viti-vinicultura, Cauquenes
25
Escuela Práctica de Minería de Copiapó
46
Escuela práctica de minería de La Serena
56
Escuela Práctica de Min. de Santiago
69
Instituto Técnico Comercial
127
Escuela de Artes y Oficios de Santiago
Porcentaje con respecto al total de la población (1 500 000 habitantes)
* (sin datos)
Laboratorio químico de Iquique
18
Escuela Profesional de Niñas de Santiago
189
Escuela Profesional de Niñas de Concepción
55
Tabla 3. Matrícula correspondiente a las escuelas técnicas (año 1895). Labarca, Amanda. Historia de la enseñanza en Chile, Santiago, 1939, p. 216.
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Escuelas e institutos técnicos
Matrícula
Escuela Profesional de Niñas de Valparaíso
150
Escuela de Dibujo Lineal e Industrial
55
Escuela de Dibujo Ornamental y Modelado
49
Escuela de Dibujo de Valparaíso
154
Escuela de Obreros electricistas, Santiago
25
Escuela de Pesca
Porcentaje con respecto al total de la población (1 500 000 habitantes)
* (sin datos)
Instituto de Sordo-Mudos
67
Escuela de Ciegos
7
Conservatorio Nacional de Música
410
Escuela de Bellas Artes
146
Total
1856
0,013 %
Tabla 3. Matrícula correspondiente a las escuelas técnicas (año 1895) (continuación).
De igual manera, al examinar la trayectoria de las matemáticas y de la física en el país chileno, se observa una tendencia a valorar los elementos que contaban con una aplicación inmediata en la construcción del país. Son los estudios que atienden al calificativo de «conocimientos útiles». Como ponen de manifiesto los autores que han estudiado el contexto en el que trabaja el matemático del país andino Ramón Picarte (1830-1884?), la matemática como ciencia ‘útil’ respondía a la hipótesis programática del Estado para el progreso del país, así como a las aspiraciones de las capas ilustradas de la sociedad que confiaban en la enseñanza de la
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora ciencia —entiéndase ciencias aplicadas e industriales— como único medio de engrandecer la nación.18
El cultivo de las matemáticas era interesante para la formación de agrimensores e ingenieros, como había ocurrido desde el Renacimiento. De hecho, en Chile en torno a 1850 ya existía un cuerpo de profesionales de este rango bien organizado. Había ahora demanda de esos empleos, ya que había problemas nacionales que resolver, como los de las explotaciones mineras, construcción de edificios, puentes y canales; medición de tierras y litigios derivados de la delimitación de los terrenos, y elaboración de planos y censos de la población. En concreto, para ser agrimensor se exigía haber superado materias cursadas en el Instituto Nacional (Álgebra, Aritmética, Trigonometría, Geometría, Topografía, Dibujo...), el que como ya dijimos estaba destinado a la formación de elites. Y el texto que se debía seguir era el de L-BenjaminFrancoeur, Curso Completo de Matemáticas Puras,19 según la traducción de Andrés Antonio Gorbea en dos tomos (1833 y 1845), precisamente el encargado de impartir esas clases. La presencia de Gorbea en Chile obedece a la política de captación de profesionales extranjeros familiarizados con las novedades científicas y técnicas para cubrir las vacantes de las instituciones de nuevo cuño. En este caso, fue Mariano Egaña, destinado en Londres, quien actuó como agente para conseguir los servicios de este ingeniero y matemático español. Había recalado en la capital inglesa después de su estancia en París, donde se había trasladado para evitar posibles represalias por sus inclinaciones liberales.20 En Chile se convertiría en una figura clave en el campo de la ciencia práctica y de la técnica, según 18 Gutiérrez Gallardo, Carlos y Gutiérrez Galiano, Flavio. «Ramón Picarte, la proeza de hacer matemáticas en Chile», Ars Medica, 5 (2003), pp. 119-149 y, de los mismos autores, «Física: su trayectoria en Chile (1800-1960)», Historia 39, 2 (2006), pp. 477-496. 19 Seguido también en Francia y en Rusia. 20 Antonio José de Isarri, desde Londres, manifestaba a Bernardo O’Higgins en carta fechada el 27 de mayo de 1817: «Jamás hubo una época más favorable para conseguir a poca costa hombres consumados en todas facultades, que descontentos con la opresión y miseria en que viven por sus opiniones y partidos desean abandonar una patria odiosa para hallar otra más benigna... un diputado astuto e inteligente puede trasladar a Valparaíso los más hábiles profesores del Instituto Nacional de
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los ideales implícitos en la reconstrucción. Está considerado como uno de los introductores de la matemática moderna en ese país, fue Decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile y Director del cuerpo de Ingenieros Civiles (18431852) antes mencionado y participó en diversas obras públicas. En Argentina, uno de los focos de interés fue también la instrucción de una población no cualificada hacia fines útiles y provechosos (que en este caso debía incluir los colectivos de inmigrantes) y, sobre todo, hacia la disposición de un cuerpo de ingenieros que contribuyera con sus obras y su asesoramiento a la articulación geopolítica e industrial del Estado. Sobre esta supuesta atención a la educación técnica seguiremos las conclusiones del estudio de Clementina Leonor Martínez de Lembo,21 cuyo trabajo pone de manifiesto que el establecimiento de un régimen estatal para este tipo de educación fue tardío, si lo comparamos con el chileno. La insistencia en la educación desde Belgrano a Sarmiento tenía la intención, según la autora, de producir por medio de la disposición de estudiantes cualificados una mejora de los sectores agrícola y manufacturero; era tratada como si fuera la variable independiente o la causa de la mejora en esos dominios. Esa visión, calificada de «optimismo pedagógico», condicionada más por las demandas políticas que por las sociales y económicas, determinó los resultados que se obtuvieron en la enseñanza, especialmente en el nivel técnico.22 Después de los proyectos de Belgrano vistos en el segundo capítulo, guiados por la actitud aquí descrita, la enseñanza técnica elemental y secundaria pública recibió un discreto impulso en 1863.23 En esa fecha se crearon las condiciones para la institucionalización de la enseñanza media con el estableParís, que están en desgracia por no ser del partido dominante», Hernández, B., opus cit., p. 133. 21 Martínez de Lembo, Clementina Leonor. La educación técnica en la Argentina moderna (1875-1930). Incidencia del Movimiento «Arts and Crafts» y el protagonismo salesiano, tesis leída en la Universidad de Sevilla, 2007; sobre este tema, Sobreviva, Marcelo Antonio. La educación técnica argentina, Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, 2003; Otegui, José María. La Escuela Técnica; su historia y su función social, Buenos Aires, Instituto Salesiano de Artes Gráficas, 1959. 22 Martínez de Lembo, Clementina Leonor. La educación técnica, opus cit., p. 315. 23 Ibidem, pp. 478 y ss.
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cimiento del Colegio Nacional de Buenos Aires,24 centro equiparable a la Escuela Nacional Preparatoria (México), el Instituto Nacional (Chile) o la Universidad Nacional (Colombia). Contenía divisiones dedicadas a los estudios técnicos específicos, si bien su aplicación se demoró hasta el año 1871. Durante la presidencia de Sarmiento se abrieron en los colegios nacionales departamentos de enseñanza profesional en agronomía en las provincias de Tucumán, Salta y Mendoza y de minería en las de San Juan y Catamarca (se suprimieron en 1876). En 1876 se cerraron los de Salta y Tucumán por las siguientes razones: Ignorancia relativa de las masas populares que no vislumbran el carácter y destino de la industria agrícola; un afán aristocrático que orienta la enseñanza hacia las profesiones liberales; la falta de directores agronómicos en número suficiente que impide acreditar esas escuelas; no fueron fundadas en las provincias más propicias para prestigiar y radicar la institución; la falta de alumnos trajo la consunción a la escuela y los mismos vecinos de esas provincias informaron al gobierno que su marcha era ya imposible.25
La de Mendoza sí se mantuvo y allí era posible obtener el título de agrotécnico, de capataz y de perito agrícola (viticultura, jardinería o ganadería). El panorama de la enseñanza en el sector agrario se completa con la creación después de varios años de maduración del proyecto y bajo los auspicios de la Sociedad Rural de Argentina del Instituto Agrícola en 1883, con «7 profesores —3 ingenieros y 4 médicos veterinario— y 17 alumnos, incrementándose estos últimos a 75 a cuatro años de su fundación».26 Por otra parte, la primera Escuela de Artes y Oficios estatal27 se creó en 1882 en San Martín, dentro de la Provincia de Buenos Aires,28 y tenía como propósito: Miguel Cané relata sus aventuras en el colegio en su novela Juvenilia. Cit. en Martínez de Lembo, Clementina Leonor. La educación técnica, opus cit., pp. 480-481. 26 Ibidem, p. 485. 27 En la enseñanza privada destaca la aportación de los salesianos, especialmente en San Nicolás de los Arroyos y en Buenos Aires. 28 Fue dirigida por Andrés J. Ferreyra, representante del positivismo pedagógico y se trasladó a La Plata, dentro de la misma provincia, en 1890. 24 25
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La utopía agraria Dar enseñanza teórica y práctica a niños expósitos, huérfanos, hijos de militares y de pobres, con el fin de desenvolver en ellos aptitudes industriales y despertar hábitos de trabajo, siendo condiciones para el ingreso, además de las mencionadas, las siguientes: ser natural de la Provincia de Buenos Aires, tener de trece a diez y seis años de edad, no padecer enfermedad contagiosa o defecto físico que lo inhabilite para dedicarse a un oficio y haber dado examen del segundo grado de la instrucción elemental.29
Dentro de este sistema de formación, la promoción del profesional utilitario de formación media y superior tuvo como consecuencia el fracaso de las titulaciones de ciencias puras, como las matemáticas, una situación similar a la vista con Picarte en Chile, dedicado preferentemente, como los profesionales de otros países, a la agrimensura. La enseñanza y la investigación estaban monopolizadas por los ingenieros, referentes simbólicos de los cambios modernizadores del país. Como afirma Lértora Mendoza, «El discurso de la época presentó al ingeniero como síntesis del científico y del técnico empírico, capaz de investigar, perfeccionar y transmitir la teoría, y aplicarla en obras de alta complejidad».30 En la educación técnica, por tanto, se emplearon como referencia las ideas y los modelos institucionales europeos, así como a profesores procedentes de países del Viejo Continente, particularmente de Francia. Los anhelos políticos orientaron estos proyectos institucionales hacia fines determinados. Uno de ellos fue contar con profesionales, provistos de una formación superior, que canalizaran los saberse prácticos, medio indispensable para asegurar las premisas del progreso y la modernidad, amenazadas por los vicios del pasado colonialista, los bajos niveles de alfabetización, las insuficiencias en la formación técnica, la diversidad étnica y la inestabilidad. El progreso y la modernidad otorgarían orden y prosperidad. Sarmiento y Alberdi, entre otros, pensaban que las instalaciones derivadas de las nuevas tecnologías y los bienes manufacturados eran más efectivos para la paz que los ejércitos y las bayonetas. Amplios sectores de la pobla Cit. en ibidem, pp. 497-498. Lértora Mendoza, Celina A. «Unión industrial, instituciones docentes de tecnología y revistas técnicas (Buenos Aires, 1860-1910)», Montalbán, 36 (2003), pp. 85-106, p. 97. 29
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ción así como del tejido productivo quedaron, sin embargo, excluidos de la promoción técnica. La falta de recursos humanos y económicos y la carencia de un sistema educativo integrado, con el nivel elemental, secundario y superior vinculados, lastraron las escasas iniciativas propuestas. ¿Estaba dispuesto un hacendado a enviar a sus trabajadores a una escuela primaria o de educación especial o técnica? Probablemente no. Sin alfabetización y nociones básicas de matemáticas y gramática no se podía acceder a unos estudios secundarios con una presencia destacada de contenidos teóricos, resultado de los intentos de asimilación del modelo francés. El proyecto ilustrado de Salas y Belgrano, con su correspondiente dosis de universalismo y optimismo, ajustado al entorno socioeconómico, había fracasado.
2. La fascinación por la tecnología La segunda vía para la asimilación de los símbolos del progreso y la modernidad era la participación en las celebraciones e inauguraciones, así como la organización de grandes exposiciones. Comenzaremos por el primero de los acontecimientos citados. El camino que unía Santiago con Valparaíso, ilustrado por Gay en su Historia física, era el más importante de Chile. En 1849 el Congreso Nacional aprobó la construcción del ferrocarril para unir las dos ciudades, un proyecto concebido por el norteamericano William Wheelwright, a quien dedicaremos una especial atención más tarde. La obra había comenzado en 1852 y cuando se llevaban instalados siete kilómetros, completando la línea que unía Valparaíso y Viña del Mar, el 16 de septiembre de 1855 se celebró la ceremonia de inauguración del primer tramo, un evento que tuvo lugar a las 10 de la mañana en la estación de Barón y que concentró a una gran cantidad de personas. La historiadora del ferrocarril chileno, María Piedad Alliende, nos ofrece además algunos detalles interesantes que nos acercan el efecto que tuvo entre el público este acontecimiento.31 Así, en él encontramos al obispo de Julópolis, quien desde el altar y acompañado de un Alliende Edwards, María Piedad. Historia del ferrocarril en Chile, Santiago, Pehuén Editores, 1993, pp. 27-33. 31
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pabellón de banderas traídas por los cónsules de las diferentes naciones invitadas, exclamaba entre otros ejercicios de oratoria: «Acercaos, acercaos, formidables máquinas, y venid a postraros a los pies de la religión». También se hallaban las flamantes nuevas locomotoras Empresa, Vencedora y Obstáculos. En el tren de gala viajaban en torno a cuatrocientos invitados que se dirigían a un banquete acomodados en vagones descubiertos. Viña del Mar se convirtió en un lugar de moda, a la que llegaron solo en tres meses 25 000 personas cuya intención era viajar en el convoy. Llegaban los curiosos desde Santiago, a caballo desde San Fernando o a pie desde Quillota, siendo su deseo «experimentar la emoción de la novedad que consistía en rodar en un duro carro y pasar a oscuras el túnel de Punta Gruesa, el cual tenía, para aquellos que nunca habían viajado bajo tierra, algo de fantástico y espectacular».32 Al día siguiente de la ceremonia El Mercurio de Valparaíso relataba: Llega el momento de atravesar el socavón y el tren penetra como celaje en esa tenebrosa caverna, y todos sumidos en la más completa oscu ridad. Se redoblan entonces las vivas a Chile pronunciadas por aquellas centenas de voces, bajo aquella bóveda subterránea, repiten sus ecos entu siastas las músicas, y luego aparece una pequeña luz en la parte opuesta. En un instante crece y el tren vuelve a aparecer majestuoso al aire libre. Mil vivas y hurras resuenan de nuevo en el espacio con doble entusiasmo.33
Al llegar al kilómetro 56 el capital se agotó y la obra estuvo paralizada cuatro años aproximadamente, hasta que en 1861 se hizo cargo de la misma Henry Meiggs, también estadounidense, que ya había dirigido la construcción de un puente para el gobierno. En enero de 1863 había diez mil obreros trabajando en la línea.34 En septiembre de ese mismo año tenía lugar la ceremonia de inauguración de la línea en la ciudad de Llay-Llay, donde se encontraron el tren con los invitados procedente de Santiago con el que había partido de Valparaíso. Esta
Ibidem, p. 27. Cit. en ibidem, p. 28. 34 «De estos, 669 eran mineros, 96 herreros, 64 carpinteros, 119 mayordomos y el resto peones. Entre los extranjeros, 62 eran estadounidenses, 38 ingleses, 22 alemanes, 9 franceses y 8 italianos», ibidem, p. 30. 32 33
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vez el acontecimiento estuvo a cargo del presidente chileno, a la sazón José Joaquín Pérez, de cuyo discurso extraemos las siguientes palabras: Parece que la naturaleza se oponía a que se realizara esta obra; pero la inteligencia del hombre, chispa imperceptible de la inteligencia divina, la ha avasallado, la ha vencido y el ferrocarril está terminado. Los ferrocarriles son la expresión del movimiento y de la industria y el desenvolvimiento de la cultura intelectual, facilitando la comunicación de los diversos pueblos de la tierra.35
Entre otros discursos que proclamaban el progreso de Chile, un grupo de intelectuales, entre los que se encontraban Francisco Javier Ovalle, Manuel Beauchef y Benjamín Vicuña Mackenna, dedicó un homenaje al ingeniero Meiggs, a quien prometieron la entrega de una medalla y que agasajaron con la siguiente dedicatoria: Sr. D. Los extraordinarios esfuerzos, el constante desinterés y la actividad verdaderamente prodigiosa con que el contratista de los ferrocarriles de San Fernando y Valparaíso, don Enrique Meiggs, ha llevado a cabo estas obras colosales y que contribuyen de una manera tan poderosa al engrandecimiento de Chile, no han podido por menos de conquistarle la justa estimación de todos los chilenos. Los abajo suscritos, convencidos de que ese sentimiento prevalece en esta capital con una honrosa unanimidad, no han trepidado en iniciar una suscripción popular destinada a costear un medallón de oro y brillantes con el objeto de obsequiárselo, como un testimonio de público aprecio, el día en que se abra oficialmente la comunicación por vía férrea entre Santiago y Valparaíso. Iguales sentimientos animan a nuestros compatriotas en favor del distinguido ingeniero en jefe del ferrocarril de Santiago a Valparaíso don Guillermo Lloyd, y bajo este concepto, la comisión se propone ofrecerle una muestra semejante a la indicada para el señor Meiggs, en señal del aprecio general que ha merecido de los chilenos. Siendo el tiempo apremiante y debiendo comenzarse la obra por un artista distinguido, a la mayor brevedad posible, rogamos a Ud. se sirva inscribir al pie de esta la cantidad que se dignase erogar, en el caso que nuestro propósito contase con sus simpatías.
Ibidem, p. 33.
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Ilustración 9. Locomotora La Copiapó, 1850, primera que realizó el trayecto desde Caldera a Copiapó inaugurado en 1851. Wikipedia.
Con este motivo tenemos el honor de suscribirnos de Ud. atentos servidores.36
En la reseña histórica de la línea Santiago-Valparaíso, publicada en 1863 y consistente en realidad en un homenaje a Meiggs, el periodista Ramón Rivera Jofré mezclaba en su relato las dificultades técnicas superadas con elogios entusiastas dedicados a la obra ya finalizada.37 Esta obra, que años atrás —aseguraba— era un sueño, una ilusión, viene a probarnos hoy que nada hay imposible para un pueblo, cuyas Disponible en: http://www.memoriachilena.cl [Consultado el 14 de mayo de 2012]. 37 Rivera Jofré, Ramón. Reseña histórica del ferrocarril entre Santiago i Valparaíso, Santiago, 1863. 36
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora tendencias hacia el progreso, vienen desarrollándose a vapor desde el día en que, disipada la nube que cegaba la inteligencia, pudo gritar: ‘¡Soy libre; atrás la ignorancia, adelante el progreso!’ El aniversario que hoy celebramos tiene por eso dos emblemas significativos: ‘Honor a los que nos dieron independencia; honor a la independencia que nos trae civilización’.38
El ingeniero norteamericano que cuenta con un apartado biográfico es considerado el principal artífice de la empresa y alcanza por sus desvelos la categoría de héroe, así como la de representante ilustre de los pueblos superiores: Desde ese momento [el del acuerdo entre Meiggs y el gobierno] todo mudó de aspecto en los trabajos del ferrocarril entre Santiago y Valparaíso. Los montes se horadaron como por encanto; las sinuosidades del camino se allanaron; la superficie se hizo, y hoy dos trenes salen a encontrarse en la mitad de la línea para inaugurar esta obra de gloria y progreso debida al hombre fuerte y enérgico que se llama Enrique Meiggs. El país no puede menos de estar agradecido a este hijo del Norte que ha sabido trasplantar aquí el genio de su raza para abrirnos una vía de progresos. Por eso es un justo homenaje el que se dispone a tributarle obsequiándole una medalla de oro. Es la medalla del triunfador.39
El autor relata las ceremonias festivas de carácter eminentemente popular que tienen lugar en Santiago, en torno a la gran estación central, antes de la partida del tren y de su encuentro con el procedente de Valparaíso en Llay-Llay: «En seguida los alumnos del Conservatorio de música hicieron escuchar un bello Himno a la Industria, y apenas concluía de vibrar su última nota, se hacía oír el cañón que anunciaba el momento de la partida y del embarque del Presidente de la República».40 Sobre el viaje, nos sigue ofreciendo la imagen cándida de la celebración en la que participaban invitados y curiosos: Durante tres horas los viajeros que conducía el vapor por cima de montañas y de precipicios, de laderas y de sinuosidades de toda especie,
Ibidem, pp. 5-6. Ibidem, p. 121. 40 Ibidem, p. 132. 38 39
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La utopía agraria caminaron de admiración en admiración y prorrumpiendo en estruendosos saludos a la ciencia, a la constancia y al trabajo que había allanado tantos imposibles.41
Entre tantas celebraciones y entusiasmo en las que todos se sentían iguales por «el gran paso de la patria en los rudos senderos de la civilización y el progreso», el único que parecía reclamar prudencia y actuar de conciencia de la sociedad era el arzobispo de Santiago, encargado de las bendiciones. En el discurso que pronuncia demuestra su erudición en asuntos de historia de la ciencia y la tecnología y previene, como si se tratara de rememorar el mito de Prometeo, contra los comportamientos desmedidos y endiosados a los que pueden conducir estos espectáculos de la industria moderna. Merece la pena transcribir algunas de sus palabras: Empero el hombre cuando es favorecido con los dones de la Providencia no debe olvidar que le es prohibido abusar de ellos, porque su autor puede retirárselos, dejando envueltos en la miseria y la ignorancia a los que habían iluminado los destellos de la ciencia y habían sido colmados por la prosperidad [...] Los que deslumbrados con la gloria de las conquistas de la inteligencia rebosan de orgullo y no cuentan con que ‘toda dádiva excelente y todo don perfecto es de lo alto, que desciende del padre de las lumbres en el cual no hay mudanza ni sombra de variación’ se hacen indignos de los favores de la Providencia.42
En lo que sigue hasta el final persiste en sus advertencias adornadas con citas bíblicas. Este lenguaje exuberante empleado cuando se alude al mundo de la tecnología, los inventos y sus artífices, muestra las expectativas que en torno a sus creaciones existía en la época y se mantiene en la retórica de los padres de la patria. En capítulos anteriores ya comentamos las ideas de Alberdi reflejadas en Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina (1852), donde hablaba sobre la importancia de traer las capitales a las costas, de vertebrar el interior y el litoral del país; en definitiva, de hacer política con la tecnología. Ibidem. Ibidem, p. 138.
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Tanto Alberdi como Sarmiento dedicaron, en edad avanzada, sendos homenajes a representantes (o modelos) prominentes de los proyectos que defendían. Mientras el primero escribía una biografía de William Wheelwright (1798-1873), emprendedor estadounidense dedicado al negocio de los transportes y las comunicaciones en América del Sur, el segundo se fijó en la figura del paleontólogo argentino Francisco Javier Muñiz (1795-1871). Nos centraremos en la primera porque en torno al ingeniero norteamericano Alberdi elabora su propia mitología del progreso, en la que destacan las figuras procedentes de una inmigración elitista y selectiva compuesta de científicos e ingenieros. En La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright en la América del Sud (1876), Alberdi construye la vida de un personaje, epítome del progreso y la modernidad, que desarrolla su labor heroica en el mundo técnicamente inexplorado de los países del Cono Sur. Wheelwright reúne las virtudes que se supone debían constituir la norma de gobiernos y sociedad. Más que un ejemplo, que las personas deben adaptar a sus funciones públicas, su forma de actuar constituye en sí misma una manera de gobernar o, dicho con otras palabras, una manera de hacer política. La tecnología nuevamente se convierte en el paradigma de un estilo de vida. Como dice Alberdi en un momento de la obra, «el vapor y la electricidad son, como la libertad, una educación, un estado de cultura, un progreso nacido de la necesidad sentida de grande rapidez».43 Con dieciseis años, Wheelwright dejó la Phillips Academy para trabajar en el negocio familiar de Newburyport, ciudad donde nació y que prosperaba gracias a la construcción de barcos y al comercio marítimo.44 Muy pronto se hizo a la mar en busca de nuevas rutas comerciales. Una de ellas como capitán y sobrecargo del Rising Empire le condujo a Buenos Aires, donde naufragó. A diferencia de otros miembros de la tripulación, Wheelwright permaneció en Argentina para buscar trabajo y compensar las pérdidas. Finalmente fue contra43 Alberdi, J. B. La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright, Obras completas, opus cit., vol. 8, p. 70. 44 Sobre Wheelwright, Fifer, J. Valerie. William Wheelwright, Steamship and Railroad Pioneer: Early Yankee Enterprise in the Development of South America. Newburyport, The Historical Society of Old Newbury, 1998.
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tado en un barco con destino a Chile y recaló en Valparaíso, la ciudad que un tiempo más tarde recibió los primeros beneficios de su labor emprendedora en América del Sur. De Valparaíso, recorriendo y examinando la costa, se trasladó a la ciudad de Panamá y terminó estableciéndose en Guayaquil (Ecuador). En esta última localidad, respondiendo a su propia solicitud, fue nombrado Cónsul General de Estados Unidos, cargo que le aseguraba una posición preeminente en los asuntos económicos. Después de unos pocos años, reveses comerciales motivaron su dimisión y su posterior decisión de embarcar de nuevo hacia Valparaíso, ciudad que en ese momento se beneficiaba de la estabilidad política de Chile, algo inusual si se compara con la situación de otros países. En ese lugar ya conocido para él se encontró además con la predisposición de las autoridades hacia las reformas modernizadoras. Comenzó dedicándose al transporte marítimo de personas y mercancías a lo largo de las costas de Chile, Bolivia y Perú. El interés por disponer de un sistema más competitivo y fiable fue el motivo que le impulsó a abandonar la navegación a vela en favor de la tecnología del vapor,45 propósito en el que seguía otros intentos similares ya probados sin éxito en la zona. A partir de ese momento inició una campaña destinada a atraer inversores. Lo conseguiría después de una intensa labor de persuasión en Inglaterra,46 donde influyó más el factor de la creciente fascinación general por la navegación a vapor que la confianza en la rentabilidad comercial del proyecto.47 De esta forma se mantenía el dominio del país inglés, que ocupaba con diferencia el primer lugar entre las naciones que llevaban a cabo operaciones comerciales e inversiones en América del Sur (el protagonsimo de Estados Unidos solo era efectivo en Centroamérica).48 Véase ibidem, p. 34. En Londres encontraría una buena acogida en la prensa, Un resumen de los comentarios de prensa se encuentran recogidos en Alberdi, J. B. La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright, opus cit., pp. 55-60. 47 Ibidem, p. 43. 48 Pletcher, David M. The diplomacy of trade and investment: American Economic Expansion in the Hemisphere, 1865-1900, Columbia, University of Missouri Press, 1998, pp. 180-183. 45 46
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En 1838 se crearía finalmente la Pacific Steam Navigation Company, de la que Wheelwright sería el accionista principal. Poco tiempo después, el 16 de octubre de 1840, el Mercurio de Valparaíso anunciaba la entrada en el puerto de la ciudad de los dos primeros buques de vapor, el Chile y el Perú, construidos en el astillero de Bristol. Un mes más tarde, el Comercio de Lima recogía la entrada de los barcos en el puerto de Callao, con la asistencia del presidente de Perú. Así se reproducía el trayecto que posteriormente, ya en el recorrido regular, seguirían habitualmente las embarcaciones, cuya capacidad media era de 300 pasajeros y 300 toneladas de carga en mercancías. En realidad, la empresa no comenzó a ser rentable hasta el período 1840-1855, momento en el que se produce su definitiva consolidación y expansión. Posteriormente realizó otras contribuciones en el país, como la instalación del primer ferrocarril sudamericano (línea Caldera-Copiapó), de la telegrafía eléctrica, del alumbrado con gas, y llevó a cabo proyectos para el fomento de la industria del carbón. Más tarde se trasladó a Argentina con la idea de promover la construcción de las líneas de ferrocarril. Alberdi en su biografía hace un repaso de las aportaciones y los efectos de las variadas obras de Wheelwright que comenzaron en la ciudad de Valparaíso y que contribuyeron a producir un cambio notable en las condiciones de vida de los habitantes. Las alusiones a la introducción del transporte a vapor representan en la obra una oportunidad para discutir las dificultades que esta empresa encuentra en su desarrollo. En el lado de los agentes que favorecieron su avance se cita a la ciencia y a la tecnología; en el lado de los agentes perturbadores estaban la política y la cultura. Los capitalistas formaban un tercer colectivo más próximo a los primeros que a los segundos. Todos ellos estaban implicados en el proyecto, porque, como afirma Alberdi, no se trataba solo de añadir un «agente motor a la navegación del Pacífico, sino también un cambio de su geografía política y social».49 Se consultó a gobiernos afectados por el proyecto; se solicitó libertad de uso de los puertos para recibir o dejar pasajeros y carga; se pidió permiso para establecer depósitos de carbón, con el Alberdi, J. B. La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright, opus cit., vol. 8, p. 39. 49
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fin de contar con el conveniente suministro de combustible. Cada una de estas demandas venía acompañada de una dificultad diferente. A su favor, Wheelwright contaba con una publicación, la de P. C. Scarlett, South America and the Pacific (Londres, 1838), que estudiaba la comunicación del Atlántico y el Pacífico por el istmo de Panamá. Para Alberdi, este hecho significaba contar con el soporte de una obra de carácter científico, que además conoció una importante repercusión en Inglaterra. La tecnología tal y como la practica Wheelwright es neutral, según Alberdi; no sirve a ningún partido político ni a personalismos locales, y consigue cambiar la realidad sin conflictos ni violencia.50 Sus aportaciones, como antes las de su compatriota Meiggs51 o las de Aspinwall,52 contribuyen por ello a una nueva forma de entender la historia no centrada ni en guerras ni en grandes mandatarios. En ella, por el contrario, hay que ocuparse del progreso material. Por ello los personajes que lo promueven, como los citados, merecen «el rango y el título de ser considerados por ella [la historia] como héroes de los Andes a la par de los Bolívar y San Martín».53 Las acciones de estos promotores de la innovación tecnológica son civilizadoras en la medida en que «la civilización está representada en estos tiempos por el desarrollo de los intereses materiales, es decir, del comercio e industria (agrícola o manufacturera), de las vías de comunicación y transporte, de la producción y riqueza». Pero aquí, como asegura el autor, no se están contemplando argumentos financieros o mercantiles, sino morales, entendiendo que las mejoras materiales traerán consigo «una elevación del nivel moral e intelectual del país».54 Ibidem, vol. 8, pp. 7-8. Henry Meiggs (1811-1877), empresario norteamericano dedicado a la instalación del ferrocarril en Chile y Perú; sus aportaciones contribuyeron igualmente a la transformación urbana de Santiago. 52 William Henry Aspinwall (1807-1875), empresario norteamericano dedicado al transporte marítimo (fue propietario de una flota de los famosos barcos «clipper») y a la instalación del ferrocarril en Panamá. 53 Alberdi, J. B. La vida y los trabajos industriales de William Wheelwright, opus cit., vol. 8, p. 11. 54 Ibidem, pp. 9-10. «Es que en Wheelwright se personifica la influencia y la acción del espíritu civilizador de los Estados Unidos, mejor y más eficazmente ejercida que por las obras de Tocqueville y Chevalier, inspiradas en ese gran país. Es el poder 50 51
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El segundo gran proyecto que concibió Wheelwright, que él sin embargo no llevaría a la práctica, fue el de la línea de ferrocarril, ya mencionada previamente, entre el puerto de Valparaíso y Santiago de Chile, centro destacado de recursos agrícolas. La referencia a la propuesta se convierte para Alberdi en una excusa para añadir algunas reflexiones sobre los problemas de las innovaciones y de su inserción social. Los inconvenientes que observa Alberdi son principalmente de orden cultural, heredados, según mantiene, de la etapa colonial y del excesivo protagonismo del Estado (la «industria-gobierno») en la dirección de los asuntos industriales y tecnológicos.55 El autóctono, según el autor, no ha adquirido los hábitos que demandan las iniciativas particulares en el terreno de la técnica. Por ello, incluso, ven con desconfianza las aportaciones de los empresarios extranjeros y reclaman desacertadamente el valor del «patriotismo americano».56 Lo opuesto al estancamiento es la legislación liberal, que ya comentó en el apartado anterior, y la aceptación del «inmigrante inteligente».57 Al final de la obra decía lo siguiente: Por el carácter y dirección de sus empresas, por su espíritu activo, perseverante, desinteresado, progresista, Wheelwright representa esa clase preciosa de hombres de que más necesita y de que más escasea la América del Sud, cuyo principal enemigo es el vasto territorio despoblado, que tiene aisladas y estériles a las raras poblaciones que lo habitan. No será el humo de las batallas, sino el humo de las locomotoras, el que liberte a la América de ese enemigo.58
En Argentina, también con capital británico, Wheelwright dirigió la construcción de la línea de ferrocarril entre Rosario y Córdoba, cuyos planes iniciales se remontan a 1853. La inauguración de la primera línea de ferrocarril en este país tuvo lugar, una vez superadas no pocas trabas, varios años más tarde, en mayo de 1870. Uno de los de la doctrina puesta en obra; es la economía liberal, traducida en medidas prácticas; es el progreso en acción, no en teorías» (ibidem, p. 66). 55 «Es la lucha del espíritu nuevo y progresista con el espíritu estacionario, que dejó el sistema colonial de siglos en los usos de los sud-americanos», ibidem, p. 94. 56 Ibidem, p. 95. 57 Ibidem, p. 95. 58 Ibidem, p. 147.
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motivos más decisivos de la demora fue la guerra entre Argentina, aliada con Brasil y Uruguay, y Paraguay. El conflicto había tenido otros efectos, uno de ellos derivado de la movilización de militares, lo que dejaba a las áreas ocupadas por los colonizadores indefensas. Este proceso colonizador formaba parte precisamente de los acuerdos de instalación de la línea, donde se reservaban tierras a ambos lados de las vías para los asentamientos de los inmigrantes extranjeros. Sin la seguridad proporcionada por la protección gubernamental, los programas emprendidos especialmente entre 1865 y 1870 podían irse al traste, como ocurrió en algunas ocasiones cuando se produjeron ataques de las poblaciones indígenas o de los «gauchos salvajes» contra las instalaciones, hechos que tuvieron una amplia repercusión en la prensa.59 Junto a los problemas mencionados en el texto,60 Alberdi quiere llamar la atención sobre la ausencia el día de la inauguración del presidente de la República, es decir, en esos momentos el propio Sarmiento. Para Alberdi fue un motivo más para avivar las discrepancias que desde hacía tiempo mantenía con el autor de Facundo. Entre reflexiones generales sobre la arbitrariedad de la política,61 Alberdi concluye este apartado destacando que las contribuciones de Wheelwright facilitarán sin duda la inmigración y la colonización, confirmándose así la fórmula que el autor había defendido en sus escritos: En todos los países llamados a poblarse con inmigrados extranjeros, después de la viabilidad, nada es más indispensable, que la multiplicación de buenos puertos, muelles, faros, balizas, como trabajos preparatorios de la inmigración y la colonización. En este sentido Wheelwright ha hecho más por la índole y carácter de sus trabajos, que todos los agentes de emigración establecidos en Europa por los gobiernos ignorantes del arte de poblar.62
Véase Fifer, J. V. William Wheelwright, opus cit., pp. 117-125. Además, después de la inauguración, el gobierno desvió los fondos destinados a la financiación de obras posteriores a la compra de buques blindados y de armamento en Londres, ibidem, p. 111. 61 Ibidem, p. 143. 62 Ibidem, p. 151. 59 60
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Para el historiador actual, ajeno al discurso romántico y enfático, la estrategia de Wheelwright no representaba algo nuevo, era un reflejo de la filosofía económica expansionista de Estados Unidos, puesta de manifiesto especialmente en la segunda mitad del siglo xix. El planteamiento del ingeniero americano, aplicado en este caso al sistema de transportes, es un ejemplo de enfoque tecnológico integrado a escala continental. Esto quiere decir que las líneas de barcos a vapor, de ferrocarriles que unieran el Atlántico y el Pacífico, y de telegrafía eléctrica, además de las obras portuarias y otras empresas, obedecían a un mismo proyecto que contenía elementos interrelacionados.63 El cumplimiento de los objetivos propuestos exigía salvar dificultades técnicas y políticas, convencer a los muy poco altruistas banqueros británicos y movilizar recursos humanos con diversa formación técnica, donde los más cualificados procedían del extranjero.
3. La utopía en exposición Los rituales sociales que se ponían de manifiesto en las celebraciones públicas ya vistas se reproducían con rasgos singulares en otro tipo de acontecimientos, las grandes exposiciones. Como la que tuvo lugar en Argentina en 1871 y que fue conocida como Exposición de Artes y Productos Nacionales de Córdoba.64 Este evento fue promovido durante la presidencia de Sarmiento y en él se podía observar, como recuerdan algunos estudios,65 cómo tanto en la concepción del 63 Fifer, J. Valerie. United States perceptions of Latin America, 1850-1930. A «New West» south of Capricorn? Nueva York, Manchester University Press, 1991, pp. 32-33. 64 Exposiciones similares habían tenido lugar en Río de Janeiro, 1861 y 1866, y en Chile, 1869. 65 Di Liscia, María Silvia y Lluch Fiorucci, Andrea (eds.). Argentina en exposición: ferias y exhibiciones durante los siglos xix y xx, Sevilla, CSIC, 2009; Nusenovich, Marcelo. «La Exposición Nacional de 1871 en Córdoba como espacio ritual: algunas consideraciones», Territorio teatral, 9 (2013) (Disponible en: http://territorioteatral.org.ar/html.2/articulos/n9_01.html) [Consultado el 20 de diciembre de 2013]; idem, «La inauguración de la Exposición Nacional de Córdoba en 1871: el discurso de Nicolás de Avellaneda», IV Encuentro de Ciencias Sociales y Humanas, 2009, CIFFyH y SelCyT. Sobre estos temas, véase Dussel, I. «La escuela como es-
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espacio expositivo como en los discursos se reproducía una iconografía visionaria que era a su vez un reflejo de los ideales políticos de esos tiempos. En ese momento, el imaginario sarmientino estaba ya influido por las exposiciones universales dedicadas a la industria que él había visitado en alguna ocasión. En ellas se había detectado una creciente participación de los países latinoamericanos, que había comenzado con la exigua presencia de 1855 y que conoció su culminación dentro del siglo xix en la celebrada en París en 1889.66 Después Sarmiento había querido emular estos acontecimientos en el territorio argentino, convencido de su valor para impulsar el credo civilizatorio y modernizador. En este caso, ese ideario se refleja en el artículo que el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción, Nicolás de Avellaneda (y futuro presidente) insertó en el Boletín Oficial de la Exposición Nacional, donde el progreso aparecía como el concepto estrella y donde se reiteraba la virtud democratizadora que tenía el ejercicio de la inventiva y la participación en la industria. Todas las ocupaciones y clases sociales, como allí asegura el autor, estaban invitadas a estas celebraciones; la única condición era que se acudiera con la intención de aportar algo útil. En cuanto a las instalaciones, el edificio en el que se exhibían los productos recibía el nombre de palacio o templo de la civilización; el recinto, por su parte, contaba con un lago, fuentes y jardines; en el interior los productos se distribuían según clasificaciones y categorías claras y definidas, reforzándose así la idea de su contribución a una idea homogénea de nación que elimina las peculiaridades locales. El conjunto, pues, responde a un propósito que ya se ha señalado, el de contribuir tanto a la utilidad, mediante la difusión de los productos nacionales, como a la belleza, que se muestra en el diseño de los entornos. pectáculo. La producción de un orden visual escolar en la participación argentina en las Exposiciones Universales, 1867-1900», en V. Hollman y C. Lois (comp.). Geografía y cultura visual. La construcción visual del territorio en Argentina, Buenos Aires, Ediciones de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (en prensa). 66 Sobre este tema y sobre la incorporación paulatina de los países latinoamericanas a estos espectáculos de la industria y la tecnología, López-Ocón Cabrera, Leoncio. «La América Latina en el escenario de las exposiciones universales del siglo xix», Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, 18 (2002), pp. 103-126.
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En Chile un poco antes, en 1869, se había celebrado una Exposición Nacional de Agricultura, en la que participaron otros países, como Inglaterra, Francia y Estados Unidos, con evidentes intereses económicos en la zona. Nos centraremos, sin embargo, por sus dimensiones y proyección en la Exposición Internacional de Santiago, que abrió sus puertas en 1875 y que recibió las aportaciones de numerosas naciones: Estados Unidos, México, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Uruguay, Brasil, Gran Bretaña, Italia, Francia, Bélgica, Alemania y Suiza. El órgano de comunicación oficial del evento fue El Correo de la Exposición, cuya primera página alude a la muestra de 1869, considerada como antecedente de la internacional y como «ensayo feliz limitado a una sola manifestación de las conquistas de la ciencia». De ella, asegura enfáticamente el autor, se derivaron notables efectos prácticos, como el de difundir bienes que eran considerados hace ocho años como «fabulosos mitos» (se refiere en realidad a «los portentos de la maquinaria de que actualmente se ven cubiertos nuestros campos»).67 En los discursos inaugurales, como cabía esperar, abundan las expresiones retóricas que pretenden relacionar estos acontecimientos con un movimiento más amplio, el relativo al progreso y al proceso civilizador. Se hacen alusiones a que definitivamente ha empezado una época nueva, dominada por la paz y el orden, y que atrás han quedado los tiempos de incertidumbre y conflicto. El evento, se insiste, proporcionará grandes beneficios a los países americanos, entre ellos los procedentes de la imitación de las naciones avanzadas. Es un acierto, se destaca, que esté dedicada tanto a la industria como a las bellas artes, ya que entre estas dimensiones hay una estrecha relación: el aumento de riqueza y bienestar ensancha los horizontes intelectuales y morales. Acompañan a estos pronunciamientos algún cándido relato, como el publicado en varios números por Guillermo C. de Larraya, titulado «Los de antaño y los de ogaño», en el que se enfrentan dos visiones antagónicas, la tecnófoba y retrógrada, que desconfía de inventos y novedades, y la tecnofílica, que los celebra y admira. Una muestra más del entusiasmo propio del evento es el
Larraya, Guillermo C. de la. «Algunos antecedentes sobre la Exposición Internacional», El Correo de la Exposición, 1, 16 de septiembre de 1875, p. 2. 67
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himno compuesto por Eduardo de la Barra,68 del que ofrecemos aquí varios fragmentos: ¡Salve! esplendor del arte ¡Segunda creación! Tremóle sobre América Tu augusto pabellón. Graves, solemnes cantos Escuche el firmamento: De un pueblo el libre acento Celebre en coro olímpico Los triunfos de la paz. Al templo de las Artes Acudan las naciones: Sus contrastados guiones En el soberbio pórtico Flamean en un haz. II A abrirse va el palenque; Los émbolos se agitan Y unísonos palpitan Los pechos y las máquinas En rítmico latir. Salve! triunfal Industria, Divinidad incruenta!En tu crisol fermenta, Obra de nuevos Cíclopes, Radiante el porvenir. III A préstanos las alas Del cóndor eminente,
Eduardo de la Barra Lastarria (1839-1900), ingeniero geógrafo y escritor chileno. Véase Apéndice 4 y su himno a la industria. 68
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora Y en tu taller ardiente Vigor halle el espíritu Y el pueblo libertad. Venid, naciones todas! La luz y la experiencia Del arte y de la ciencia En armoniosa síntesis Amigas desplegad. [...] La siempre sabia Europa En nuestro templo encienda Su luz, votiva ofrenda De sus antiguas fábricas A un mundo juvenil. Calor y vida vierte, Para decirle.: —¡Lázaro, Levántate a vivir! VI ¡Oh Watt, y Morse y Fulton ¡Oh Guttemberg glorioso! El carro victorioso Regís, y es nuestro Píndaro La lira universal.69 [...]
Según el programa,70 la Exposición comprendía las siguientes secciones: la primera estaba dedicada a las materias primas (sustancias no elaboradas para la alimentación, sustancias para la industria... la segunda a la maquinaria (donde se incluye un apartado dedicado a los instrumentos de física); la tercera a la industria y a la manufactura (productos elaboradas para la alimentación, tejidos, cueros, mue-
Ibidem, p. 6. Sociedad Nacional de Agricultura. «Programa jeneral de la Exposición Internacional de Chile en 1875», Boletín de la Exposición Internacional de Chile en 1875, Santiago, 1873-1876, 9 v., pp. [11]-21. 69 70
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bles, cristalería, etc.); la cuarta a bellas artes, y una sección especial dedicada a instrucción pública (material y métodos empleados en la enseñanza primaria, secundaria y universitaria). El discurso de clausura fue pronunciado por el responsable del himno citado, Eduardo de la Barra. El ingeniero y filósofo del progreso señalaba allí que el evento había sido un éxito y revelaba además otros efectos positivos que había producido. Así, destacaba que la exposición había representado un cambio histórico en el devenir de la nación, cambio representado por los beneficios derivados de los inventos de Fulton y de Morse, cuyos logros habían hecho posible la salida del aislamiento de un país y su incorporación a un movimiento general que unía a todos los continentes. Las novedades en las comunicaciones y los transportes confirmaban las dimensiones planetarias del progreso, así como la consecución del orden y la prosperidad en Chile mediante la asimilación de sus principios: «La civilización —afirmaba— avanza en razón directa de las facilidades y rapidez de intercambio de productos e ideas».71
4. El alcance de la tecnofilia La educación fue uno de los instrumentos que en las primeras manifestaciones de la utopía agraria se entendió que podía servir para transformar la población y cambiar sus hábitos según los principios de la ciencia y de la técnica. Crear una sociedad industriosa era uno de los propósitos de estos programas y la agronomía destacaba como una de las disciplinas capitales del cambio. Pensaban que la lógica y la bondad del mensaje eran suficientes —una de las características definitorias de las utopías— para persuadir en este caso a personas que solo por razones circunstanciales habían estado excluidas del acceso a la instrucción. Pervivía el mito del salvaje como sujeto representativo del pasado de la humanidad: personas perezosas, indolentes, inconstantes, belicosas, con costumbres chocantes para el viajero europeo, podían ser instruidas de acuerdo con el espíritu de la razón Barra, Eduardo de la. «Discurso de ceremonia de clausura», El Correo de la Exposición, 12 (1875), pp. 179-181, especialmente p. 179. 71
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ilustrada.72 Sus promotores, los criollos letrados formados en el ambiente urbano y familiarizados con las corrientes del pensamiento europeo, repetían las consignas del optimismo ilustrado y no cesaban de proponer proyectos o experimentos de duración efímera. Como comenta R. Trousson, para conducir a los hombres a ese punto de cohesión y unanimidad, los utopistas no han dejado de reservar un lugar importante a la educación. La pedagogía ofrecerá el mejor medio de acción directa sobre el material humano a fin de uniformizar las conciencias. Desde Platón, no hay utopía que no le reserve una función apreciable: en la mayoría de los casos, la educación queda confiada al Estado, custodio de la norma y del único modelo autorizado. Un ciudadano se forma desde la infancia y desde la infancia se infunde la gama de reflejos indispensables. Hay que sustituir su naturaleza primitiva, humana y, por tanto, individualista y anárquica, por otra, adecuada a su función.73
Sarmiento, sin embargo, representa un cambio: en sus presupuestos ya no se mantienen los ideales ilustrados. Su programa educativocivilizador es selectivo: de él están excluidos el indio americano por su «ineducabilidad» y los mestizos, y lo que pretendía básicamente era, como se pone de manifiesto en De la educación popular y en otros textos,74 que los estudiantes acostumbrándose a la rutina diaria y a la regularidad asimilaran, más que los contenidos disponibles en los libros, el orden que una sociedad necesitaba para poder progresar. En este modelo en el que se mitificaba la educación pública, la formación práctica tenía precisamente esa función: la de garantizar la integración social por la vía del aprendizaje de la laboriosidad. En otros casos, como el de Bello y el de Alberdi, ni siquiera se atendía a la educación popular como una prioridad. El segundo, como ya se 72 Sobre la imagen del salvaje en la cultura del viajero europeo decimonónico, Bolívar Ramírez, Ingrid Johanna. «Los viajeros del siglo xix y el ‘proceso de civilización’: imágenes de indios, negros y gauchos», Memoria y Sociedad, 19, 18 (2005), pp. 19-32. 73 Trousson, Raymond. Historia de la literatura utópica, opus cit., p. 49. 74 Véase Katra, William H. «Rereading Viajes: Race, Identity, and National Destiny», en Tulio Halperín Donghi et al. (eds.), Sarmiento: author of a nation, Berkeley, California University Press, 1994, pp. 82-83.
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indicó en un capítulo anterior, pensaba que era más eficiente para elevar los conocimientos de la población el fomento de la inmigración espontánea (en cien años de instrucción del gaucho, del «cholo» o del «roto», según decía, no se conseguirá un obrero inglés). Igualmente defendía que la inmigración, los ferrocarriles y las leyes eran más importantes que la instrucción formal. Y no era una excepción, en Argentina, en la etapa postrosista, la promoción de la tecnología constituía una forma de hacer política. El historiador Fernando López del Amo menciona las siguientes palabras del presidente Bartolomé Mitre pronunciadas durante el acto de inauguración del Ferrocarril Central Argentino (Rosario, 1863): Todo el mundo debe congratularse por la inauguración de esta línea, mediante ella se contribuirá a llevar la riqueza allí donde hay pobreza, y a instituir el orden donde hay anarquía.75
En el segundo apartado hemos examinado algunos ejemplos de la dimensión simbólica de la tecnología más que de su dimensión económica. Aquí la mirada hacia los artefactos está influida por la admiración o por lo que el historiador de la tecnología David E. Nye llamó «la experiencia de lo sublime», entendida como una configuración emocional que emerge y legitima nuevas condiciones sociales y tecnológicas.76 Uno de los lugares en los que se recrearon estas experiencias fue en las grandes inauguraciones, como se ha visto, donde el público tenía además acceso tanto a los logros tecnológicos como a las autoridades. En estos eventos el público se acercaba a las obras (las grandes estaciones y los trenes en movimiento, metáfora del progreso) en su fase definitiva, ya terminadas, lo que provocaba una espontánea muestra de admiración y sobrecogimiento. Al mismo tiempo, los asistentes escuchaban de las autoridades mensajes en los que se aludía al poder del ingenio humano, que era capaz de superar la adversidad natural y los obstáculos que se presentaban en el camino del progreso. La máquina quedaba así envuelta en el discurso civilizador que permitía su asimilación dentro del orden popular. 75 López del Amo, Fernando. «Ferrocarril, territorio y progreso en el proyecto liberal argentino», en Peset, opus cit., p. 183. 76 Nye, David E. American Technological Sublime, opus cit., p. xvii.
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De Sarmiento ya conocemos el interés por reproducir este ideario apegado a las visiones santsimonianas que ensalzaban la importancia de extender y aumentar la eficacia de las vías de comunicación. Su aprecio por la tecnología se reforzó además al comprobar su papel determinante en el proceso de conquista y dominio del territorio. Durante su presidencia adquirió fusiles Remington, ametralladoras Gatling, un cañón Krupp de 75 mm, lanchas, corbetas y buques de vapor. Algunas de las adquisiciones estaban destinadas a los conflictos que estaban abiertos y a contrarrestar las incursiones de los indios en la frontera. Y sobre ellas decía: «ningún paraguayo, guerrillero o indio puede resistirse a nuestros fusiles de repetición».77 En la primera versión de la utopía agraria, la que está reflejada en las manifestaciones descritas en el capítulo segundo, se presenta una visión integrada de la naturaleza y las explotaciones agrícolas en la que la tecnología, adaptada a las condiciones del terreno, se entiende como un modo racional y efectivo, basado en principios científicos y reglas, de obtención de recursos. Al depender de los conocimientos y los descubrimientos, estas acciones están sujetas al cambio, que es entendido en un sentido progresivo y, por tanto, beneficioso para la sociedad. Esta mentalidad estaba adecuadamente reflejada en los ideales de la Sociedad Nacional de Agricultura y Colonización de Chile. En la segunda versión de la utopía agraria, en cambio, la que en su versión extrema ejemplifica Sarmiento, la tecnología ocupa ahora un lugar central, porque es la que permite el flujo de mercancías y el control del territorio. De ahí el interés por difundir sus valores. Pero aunque se entienda como un agente que muestra claramente el poder de la inteligencia sobre la naturaleza, no se piensa, al menos en las sociedades argentina o chilena que los muy respetados expertos, los modélicos ingenieros, deban ostentar el poder político. La tecnocracia, pues, tenía algunos límites, los que imponían los letrados, juristas y militares.
77 Headrick, David. R.. El poder y el imperio. La tecnología y el imperialismo, de 1400 a la actualidad, Barcelona, Crítica, 2012, p. 274; sobre tecnología y colonización en Argentina y Chile, véanse las pp. 272-275.
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Ilustración 10. Obras del ferrocarril Santiago-Valparaíso, Puente de los Maquis, hacia 1870, en Chile ilustrado: guía descriptiva del territorio de Chile, de las capitales de provincia, de los puertos principales, por Recaredo S. Tornero. Valparaíso, 1872 (París, Impr. HispanoAmericana de Rouge Dunan i Fresne). Biblioteca Nacional de Chile, Patrimonio Cultural Común, en http://memoriachilena.cl.
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Capítulo VII QUÉ ES LA UTOPÍA AGRARIA El mundo es un jardín en el que crece todo lo que necesitamos. (Kate Petty y Jennie Maizels, Los secretos de la naturaleza, cuento infantil)1
En la utopía agraria están comprendidas aquellas manifestaciones que con un propósito eminentemente político pretendieron sustituir un orden por otro y crear nuevos valores para borrar el pasado inmediato, refundar el presente y establecer una visión de futuro. Los promotores de esta variante del utopismo combinaron dos actitudes: la reformista, tendente a cambiar tradiciones mediante la creación de instituciones que incorporan las novedades científicas y técnicas surgidas principalmente en Europa y la propiamente utópica, en la que se recrean arquetipos milenarios, épocas doradas, imágenes de comunidades autárquicas, ciudades modélicas al tiempo que se atribuyen efectos desproporcionados a las conquistas del conocimiento científico, la habilidad y el ingenio. Sus responsables fueron altos funcionarios, políticos, letrados y militares en contacto directo o indirecto con el Viejo Continente que participan en las luchas territoriales y emancipatorias y simultáneamente imaginan y reproducen la sociedad futura. Aunque las consignas propias de la utopía agraria ya se pronuncian en años anteriores, es en 1810, coincidiendo con las proclamas independentistas en América, cuando se activan y multiplican. No cabe identificarlas ni con obras literarias en las que se presentan situaciones y personajes inverosímiles (como La Nueva Atlántida de F. Bacon o El suplemento al viaje de Bougainville de D. Diderot) ni con planteamientos quiméricos imposibles, si bien, como veremos, mantienen semejanzas destacadas con elementos estructurales de estos relatos. Los rasgos específicos que la conforman hay que buscar Petty, Kate y Maizels, Jennie. Los secretos de la naturaleza, Barcelona, Beascoa, 2005. 1
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los en discursos, artículos periodísticos, ensayos, actos públicos, exposiciones, diseños urbanos y arquitectónicos, etc. Según lo examinado a lo largo del texto, las manifestaciones utópicas se despliegan básicamente en tres dimensiones: la de la naturaleza, la de la población y la de los saberes tecnocientíficos.
1. Naturaleza Los compromisos políticos y sus presupuestos utópicos determinaron visiones paradójicas de la naturaleza. Encontramos en los diversos autores mencionados la tendencia a exaltar la naturaleza visible, siguiendo en ello a los pronunciamientos del clero español en los tiempos coloniales, así como a las expresiones del romanticismo alemán (Schiller, Goethe y Novalis). Pero, de igual manera, se repudia la naturaleza considerada hostil, el paisaje desértico y los territorios áridos, así como a los pobladores que los habitan. En la primera de las posiciones, se recuerdan visiones clásicas y ancestrales que perviven en el imaginario colectivo, como el de una naturaleza objeto de contemplación y de disfrute estético. Dicen J. Lens Tuero y J. Campos Daroca en su estudio sobre la mitología grecorromana2 que esta disposición ya se encuentra en los textos más antiguos: en los mitos de los orígenes, la tierra, madre común y generosa, aportaba alimento suficiente para todos sin necesidad de trabajo. Como complemento de esta actitud, se defiende también la imbricación entre las condiciones ambientales y la fisiología, atendiendo al concepto de excelencia climática, que alude a unas condiciones en las que los humanos pueden vivir en un ambiente paradisíaco, sin vestido ni más lecho que la propia naturaleza. En el marco americano de finales del siglo xviii y primeras décadas del siglo xix, la defensa de la singularidad geográfica y climática americana, realizada por los prohombres de la independencia, tiene dos propósitos: uno político, que apunta a la consolidación de la identidad criolla frente a las potencias
Lens Tuero, Jesús y Campos Daroca, Javier. Utopías del mundo antiguo. Antología de textos, Madrid, Alianza, 2000, pp. 46-50. 2
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coloniales,3 y otro socioeconómico, que busca convertir la naturaleza en un recurso para la población y por tanto un medio para asegurar la autonomía y el control sobre las fuentes de riqueza. De este entusiasmo por lo propio y siguiendo la estela de Alexander von Humboldt, se deriva la acogida favorable a los tratados de Claudio Gay, José Amado Pissis, Ignacio Domeyko, Vicente Pérez Rosales y Víctor Martín de Moussy,4 que, auspiciados por los gobiernos, contienen abundante información sobre la geografía, flora y fauna de las regiones que aquí examinamos. Después, parte del contenido de estos trabajos servía para confeccionar textos y folletos con una intención eminentemente publicitaria. Pérez Rosales reconoce basarse en ellos en sus obras y Alexis Peyret cita a Martín de Moussy en Una visita a las colonias de la República Argentina.5
3 Leoncio López-Ocón destaca la relación entre los representantes de la Iglesia y la élite criolla: «El clero americano actuó como líder moral e intelectual de la sociedad colonial», en Breve historia de la ciencia española, opus cit., p. 213. 4 Escribió Description Géographique et Statistique de la Confédération Argentine, París, 1860-1864, 3 vols.; fue contratado en 1855 por Urquiza para llevar a cabo los estudios geográficos y naturales de la República Argentina, más tarde tras un paréntesis recibiría el apoyo de José María Gutiérrez y de Domingo Faustino Sarmiento. 5 Decía el primero en su Ensayo sobre Chile: «Afortunadamente, la luz de la ciencia comienza a iluminar los hechos que se relacionan a esta parte interesante del nuevo mundo, y a desterrar para siempre las fábulas que ha forjado la manía epidémica de escribir viajes insignificantes, porque Gay, Domeyko, Phillipi, Pissis, Moesta y los oficiales de la marina nacional, trabajan conjuntamente, bajo los auspicios de un gobierno ilustrado y protector, en fijar las ideas sobre geografía física de Chile. Empero, como la mayor parte de las relaciones de sus descubrimientos se encuentran todavía esparcidas en los actos del gobierno o consignadas en las memorias que pasan al dominio de los archivos o al de las grandes publicaciones muy costosas, se sigue de aquí que el error no sufre sino débiles ataques y la mentira tradicional continúa ocupando el lugar de la verdad. Lo mismo puede decirse de los juicios formados sobre el estado político y el progreso del espíritu humano de los países del nuevo mundo. Para la mayor parte de los europeos, las palabras América del Sur no tienen otro significado que Perú y México. Las primitivas riquezas de estos dos estados dejaron impresiones demasiado profundas para que su recuerdo pueda ser fácilmente borrado; y como, por una fatalidad nunca bien sentida, estas desgraciadas repúblicas parecen desde largo tiempo disputarse el premio de la inestabilidad y de las conmociones políticas, nada tiene de
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Recordemos que la primera edición de Ensayo sobre Chile, de Pérez Rosales fue publicada en Hamburgo, en el contexto de los esfuerzos por persuadir de las ventajas del territorio americano, en primer lugar, a los geógrafos y naturalistas alemanes y, en segundo lugar, al ciudadano común. Entre estos últimos se llegó a convencer a aproximadamente tres mil alemanes «honrosos y laboriosos» para que se ocuparan de los terrenos concedidos en Chile,6 no sin antes vencer numerosos imprevistos y decepciones. Al mismo tiempo, por la presión de las exportaciones de trigo, se facilitaban los movimientos y decisiones destinadas a la conquista de la Araucanía (en la que Pérez Rosales participó activamente). Por tanto, hay una idea de la naturaleza que surge de la admiración, pero hay otra que corresponde a los deseos de dominio y sometimiento del paisaje que se supone hostil. Es este último un resultado que emerge de las ansias civilizatorias. Ya lo vimos en el caso de Sarmiento, cuando se refería a la percepción que el extranjero tenía de sus tierras: «Lo único que de la América del Sur saben los entendidos —reproduciendo palabras ya vistas—, es que hay en ella fiebre amarilla, calor sofocante, alimañas ponzoñosas, guerra interminable [...]». Atrás había quedado el modelo, consagrado en la obra de Carl von Linneo Oeconomia naturae (1749), en el que la naturaleza se presentaba en un equilibrio estable que no era alterado por la intervención humana. De esta postura se derivaba fácilmente la creencia de que los recursos eran ilimitados. A finales del siglo xviii y principios del xix, los efectos de la creciente industrialización y las presiones demográficas comenzaron a poner en cuestión este supuesto. Es el momento en el que aparece la obra de Thomas Malthus, Essays on the Principle of Population (1797, 1.ª ed.), cuyos mensajes alarmistas pretendían socavar el optimismo de Condorcet, quien a su vez confiaba en las posibilidades de la ciencia y la tecnología para garantizar sorprendente que siempre se encuentre la idea de América estrechamente ligada a la de revolución y desorden. Existe empero, en el continente que Colón dio a la España una república modesta y tranquila, más conocida en los escritorios de comercio de los principales puertos de Europa que en la alta y baja sociedad del antiguo mundo [...]», Pérez Rosales, Vicente. Ensayo sobre Chile, Santiago, 1859, pp. 13-14. 6 Collier, S. y Sater, W. E. Historia de Chile, opus cit., p. 94.
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los propósitos del progreso. En los pronunciamientos de la elite intelectual americana postindependentista se advierte que junto a los entornos naturales paradisíacos existía una naturaleza amenazadora, juzgada en términos morales con el concepto de barbarie. El proceso de apropiación antropológica del espacio dio lugar a la formulación de antinomias en las que el desierto, la selva, la crueldad... se oponían a las tierras fecundas del litoral o bañadas por los ríos. En los primeros párrafos del Facundo de Sarmiento se transmiten estas impresiones: La inmensa extensión de país que está en sus extremos es enteramente despoblada, y ríos navegables posee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo. El mal que aqueja la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son por lo general los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra entre celajes y vapores tenues que no dejan en la lejana perspectiva señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo. Al Sur y al Norte acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y las indefensas poblaciones. [...].7
Contrástese este cuadro con el ofrecido en las descripciones del delta del Paraná. El símbolo de la nueva percepción de la naturaleza, que aspiraba a eliminar las imágenes anteriores, fue el jardín de aclimatación y la quinta normal, un establecimiento este último que junto a las escuelas para educar al campesino indolente contaba con maquinaria, terrenos para el cultivo y la experimentación y, además, con «parques, lagunas, acuarios y prados floridos, que hacen la delicia de los que gustan de la bella naturaleza y que nuestros paisajistas y fotógrafos se gozan en reproducir en variadas y hermosas vistas».8 La distribución con una cuidada geometría de las diferentes seccio-
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo, Buenos Aires, 1921, pp. 24-25. Chacón, Jacinto. La Quinta Normal i sus establecimientos agronómicos y científicos: paseo de estudio, Santiago, 1886, p. 5. 7 8
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nes que lo conformaba contribuía a mostrar las preferencias por una planificación racional, que era un signo de buen gobierno. En la segunda mitad del siglo xix, la percepción del mundo según los esquemas del progreso y el desarrollo, especialmente después de la publicación de El origen de las especies, sirvió para profundizar en los contrastes entre diversas visiones de la naturaleza. El modelo de lucha se extendió y la interferencia humana para eliminar los vestigios de la amenaza y el atraso fue aún más apremiante, sobre todo para asegurar el avance de los poderosos.
2. Población Es una realidad estrechamente vinculada con las preocupaciones e intereses mostrados en el apartado anterior. Hablar de población es hablar de civilización, de una condición esencial para despejar los impedimentos del progreso que provienen fundamentalmente de una naturaleza indómita. Marcial González, político chileno, decía en 1848: «una falange de emigrados pacíficos, de colonos laboriosos, trae en sus costumbres más civilización que los mejores libros, más riquezas que mil naves cargadas de manufacturas».9 Esta apreciación la habíamos encontrado antes en C. Henríquez, H. Vieytes, M. Belgrano y, más tarde, en B. Vicuña Mackenna, D. F. Sarmiento, F. Bilbao y J. B. Alberdi, entre otros. En la Ilustración, como habíamos visto anteriormente, había una visión conciliadora y amable de la naturaleza. Traducido a las concepciones antropológicas predominantes, esto significaba que los moradores de las áreas no civilizadas, los hombres salvajes, podían asimilar los preceptos de las sociedades avanzadas mediante la educación y la asociación de ideas. Se habían incluso realizado ensayos con nativos conocidos en los viajes y trasladados a la metrópoli. Había una creencia, acorde con la percepción de la naturaleza, en una unidad de la humanidad, unidad que se rompe en el siglo xix. Surgen dudas sobre el cumplimiento de los ideales ilustrados. Peyret, como 9 La Europa y la América o la emigración europea en sus relaciones con el engrandecimiento de las repúblicas americanas, 1848, p. 18, cit. en Collier y Sater, opus cit., p. 93.
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ya vimos, no se pronunciaba sobre cuál era la política más conveniente con los nativos, a los que agrupaba en dos clases: los que con procedimientos adecuados podían ser incorporados a las rutinas laborales del resto de la población y los que consideraba como individuos absolutamente irreductibles. Domeyko y Bello también participaron en estos debates, así como otros autores, como Nicasio Oroño, con obras dedicadas a estudiar la realidad de las fronteras. Sin duda, una de las posiciones más extremas o, al menos, que más resonancia tuvo fue la de Sarmiento. Para él, «salvaje» significaba «hombre primitivo», alguien que solo es parte de la naturaleza que no ha dominado; un término que también emplea para designar la naturaleza virgen, donde el hombre civilizado aún no ha dejado sus huellas. Por otra parte, «bárbaro» es aquel que no ha sido asimilado por la civilización o bien que ha abandonado las costumbres y hábitos de las ciudades, es rústico y manifiesta rechazo por la vida civilizada. El ser «civilizado» es el que ha asimilado los principios de la convivencia en los entornos urbanos, sus leyes, gobierno, moral, religión, artesanías y las industrias que surgen en estos marcos. Frente a los ataques e incursiones de los indios, mantenía que deberían ser expulsados más allá del río Colorado y que debería establecerse una línea de colonias militares y agrícolas, hecho que permitiría instalar a inmigrantes europeos al sur de la pampa.10 Con estas distinciones, el autor de Facundo pretende, borrando las dependencias del pasado y del mestizaje,11 construir un proyecto de futuro e inventar una identidad nacional en términos raciales, donde estaría justificado, si fuera necesario, recurrir al exterminio del indígena. Las divisiones derivadas de la retórica etnológica empleada en su última obra, no terminada, Conflictos y armonías de las razas en América (1883) están destinadas a 10 Zalazar, Daniel E. «Las posiciones de Sarmiento frente al indio», Revista Iberoamericana, 50, 127 (1984), pp. 411-427, pp. 413-414. Seguimos aquí las definiciones establecidas por el autor, si bien el artículo tiene la intención de aportar algunos matices a la idea mantenida tradicionalmente en la historiografía del desprecio de Sarmiento hacia la población indígena; según Zalazar este debe entenderse en el marco del rechazo más intenso del político argentino hacia el colonialismo español. 11 El asunto sobre la degeneración derivada de la fusión ya contaba con una cierta tradición; entre los autores defensores de esta tesis y de la pureza racial destaca J. A. de Gobineau, Essai sur l’inégalité des races humaines, París, 1853-1855.
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legitimar los supuestos anteriores. Aquí está presente la imagen dominante en la mentalidad de la elite: la del indio ocioso, indolente e incapaz de adaptarse a las demandas del progreso material y a los planes educativos.12 Podía haber discrepancias en torno a cómo debía llevarse a cabo el proceso de apropiación territorial inscrito en el proyecto identitario de la nación, pero en el asunto en el que había una amplia coincidencia era en el de la necesidad de poblar el país, recurso que J. B. Alberdi, a pesar de sus profundas discrepancias con Sarmiento, veía también como algo apremiante. La inmigración tenía diversos efectos —y aquí se muestran claramente los rasgos del pensamiento utópico—, todos ellos convenientes, según sus promotores, para resolver los problemas políticos y sociales más relevantes del país. Las ideas de Benjamín Vicuña Mackenna, el secretario de la Sociedad de Agricultura de Santiago, reunidas en Bases del informe presentado al supremo gobierno sobre la emigración extranjera, son una muestra altamente representativa del ideario de la época. Fijémonos en los ámbitos que según sus consideraciones salen beneficiados por la aportación migratoria.13 En la primera sección del texto, después de citar a Marcial González, señala que, con la incorporación de población, se compensaría el retraso en el incremento natural de esta, a pesar de las inmejorables condiciones climáticas, de raza, de producción y de moral del país. También se resuelven por esa vía las disputas territoriales y las cuestiones de límites (aquí menciona el caso de la Araucanía) más que mediante la diplomacia y la guerra. El tercero de los dominios favorecidos corresponde al desarrollo de un sistema de producción ajustado a las características del país, teniendo en cuenta que es un pueblo labrador y generador de materias primas. Otro de los efectos derivados de la inmigración estaría relacionado con un aumento de la seguridad y de la estabilidad en los campos, sobre el que afirma: Se lamentan otros de la inmoralidad que reina en las clases generales en campos y ciudades; y ¿cuál correctivo más eficaz que traer a esos Solodkow, David. «Racismo y Nación: Conflictos y (des)armonías identitarias en el proyecto nacional sarmientino», Decimonónica, 2, 1, (2005), pp. 95-121. 13 Vicuña Mackenna, Benjamín. Bases del informe presentado al supremo gobierno sobre la emigración extranjera, Santiago de Chile, 1864, pp. 10-13. 12
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La utopía agraria centros desmoralizados, sin estímulos ni ejemplos, el albergue, el hogar, el culto del sobrio emigrante, esa cartilla viva de laboriosidad, de espíritu doméstico, de higiene práctica, en la que el roto y el huaso, reacios a toda enseñanza teórica y especulativa, aprenderían a pesar suyo?14
Según Vicuña Mackenna, el colono ideal es por diferentes motivos el alemán.15 Después, las preferencias se inclinan por los italianos (lombardos y piamonteses) y suizos y, en tercer lugar, los vascos. Los argumentos ofrecidos para justificar esta clasificación son: su cosmopolitismo, la independencia del país de origen y, muy importante, el hecho de no pertenecer a una nación con pretensiones imperialistas.16 Esto con respecto a Chile, pero también dedica una atención preferente a la República Argentina, de la que destaca los inicios prometedores de Rivadavia y la paralización que sufrieron los proyectos durante la dictadura de Rosas. De la gestión de este último afirma: Pero no era la América la que él defendía: era el Desierto; y por esto, cerró con una cadena de fierro (histórico) el paso de Obligado en el Paraná para atajar allí al hombre europeo que traía al suelo argentino la idea, el trabajo, el progreso, simientes todas vivas de redención de un pueblo esclavizado.17
La situación cambió notablemente, subraya el autor, con la derrota de Rosas, el «odioso tirano», es decir, a partir de 1852. Termina su repaso de la emigración espontánea ofreciendo un escenario idílico sobre los efectos desmesurados de la llegada de la población europea a Argentina.18 Después hace una reseña de las principales colonias procedentes de la «emigración contratada» o inducida. Los últimos Ibidem, p. 13. Sigue en ello a la obra de Jules Duval. Histoire de l’émigration : européenne, asiatique et africaine au XIXe siècle, ses causes, ses caractères, ses effets, París, 1862. 16 Vicuña Mackenna, Benjamín. Bases, opus cit., pp. 25 y ss. 17 Ibidem, p. 66. 18 [...] El país todo recibe el raudal benéfico de una emigración laboriosa y activa, que enseña prácticamente los hábitos del orden y de la libertad, de la moral, de la religión; que crea con el ejemplo, hábitos políticos de tolerancia, de discusión y de democracia verdadera; que improvisa ciudades en los desiertos, donde ayer crecía el ombú salvaje, ofreciendo su sombra al gaucho errante, y que por fin, se beneficia a sí propia brindando hospitalidad y lucro a cien mil o más hijos desterrados del viejo 14 15
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apartados del trabajo están dedicados a poner de manifiesto la relevancia que tienen las labores dedicadas a la publicidad, la presencia en las exposiciones internacionales y la elaboración de mapas y obras con información geográfica. En la utopía agraria, la imagen más poderosa vinculada a la población extranjera es la que procede de las microsociedades que formaban las colonias en los bosques junto a los lagos o en los terrenos situados a lo largo de los ríos. Formaban colectivos que vivían en municipios con calles y tierras ordenadas uniformemente, con individuos laboriosos con propiedades o en régimen de arrendamiento dedicados a las explotaciones agrícolas, que empleaban maquinaria y otros avances técnicos y que poseían manufacturas y talleres artesanos subordinados a las tareas anteriores. Es un cuadro civilizador ideal que pretende seducir a gobiernos, moralizar a pobladores e igualmente cumplir con el plan de conquistar el desierto y crear una zona de asentamientos humanos estables en torno a las urbes.
3. Saberes científicos y técnicos, signos de progreso El tercer pilar de la utopía era el fomento de la actitud tecnológica, propósito que se conseguía con las ideas a favor del dominio de la naturaleza, como parte de un movimiento civilizatorio más amplio; con la defensa del progreso material; con la promoción de las innovaciones y con las demandas sobre la necesidad de contar con sujetos industriosos. El primero de los elementos ya ha sido comentado en el primer apartado. Cada uno de los logros en el campo de la arquitectura, de las comunicaciones y los transportes, como los puentes, viaductos, canales, túneles, barcos, ferrocarril y telégrafos, así como en el campo de la agronomía, eran contemplados como una victoria de la mente sobre la materia. Así se veían las novedades, ya que permitían alejar las amenazas de la naturaleza hostil y creaban un espacio de protección y seguridad en torno a la población. Hacia 1870 las obras dejaron en las áreas estudiadas varios signos de la mundo, que ahora encuentran, junto con una patria espléndida y generosas, derechos de hombres libres y una existencia pacífica y feliz», ibidem, p. 73.
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modernidad: por ejemplo, 1600 km de ferrocarril y una red telegráfica de 2500 km en Chile (en Argentina por esas fechas ambos medios tenían una menor extensión), una línea de telégrafo que unía Santiago y Buenos Aires, barcos de vapor de al menos 700 toneladas en los puertos más importantes y otros de menor envergadura en los ríos. La demanda del progreso material tenía varios cometidos: crear una ilusión para el futuro (recordemos que en esta utopía los logros en el conocimiento y las artes son acumulativos y se traducen en cotas más elevadas de perfección); justificar las conquistas e innovaciones tanto científicas como técnicas, desde el establecimiento de un observatorio astronómico y meteorológico hasta la importación de maquinaria y semillas,19 y, además, estaba relacionada con mayores niveles de prosperidad en los ciudadanos, ya que el bienestar debía ser medido en función del acceso y disfrute de bienes materiales. Por último, la exigencia de contar con personas «industriosas» significaba no tanto la idea de disponer de seres con inventiva, ocurrentes o habilidosos, sino más bien que fueran capaces de someterse al ritmo rutinario y repetitivo de la máquina o de las tareas campestres. Pero en la utopía agraria, la unidad que concentraba las mayores expectativas vinculadas al cultivo de las ciencias y las técnicas era la ya mencionada quinta normal (o granja modelo). Ya mencionamos a Bernardino Rivadavia y sus proyectos de reactivación del campo mediante la creación de colonias y el establecimiento de un jardín de aclimatación en Buenos Aires en 1823. Sarmiento promovió la creación de una quinta normal tanto en Mendoza como en San Juan.20 La mejor manera de conocer los contenidos y propósitos de estos centros de enseñanza y experimentación es acudiendo a la descripción de la Quinta Normal de Santiago realizada por Jacinto Chacón, a la que ya nos referimos en otro capítulo anterior. Allí el autor se refería a las diferentes secciones que comprendía, que él ordenaba de la siguiente manera:
La percepción social vinculaba instintivamente la ciencia a la técnica. Sobre la evolución del establecimiento, véase Gorelik, Adrián. La Grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires (1887-1936), Bernal, UNQ, 1998, especialmente las pp. 58 -75. 19 20
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora La Quinta se divide en dos clases de establecimientos, los agronómicos y los científicos: Los AGRONÓMICOS se dividen en docentes y prácticos. Los DOCENTES son: La Escuela de Agricultura y el Instituto Agrícola. Los PRÁCTICOS son: Los Invernáculos, el Huerto de los Perales y el Campo de Estudio. El CAMPO DE ESTUDIO comprende dos clases de mejoras agrícolas, a saber: Mejoras operadas en él. Mejoras operadas fuera de él. Los CIENTÍFICOS son los siguientes: El JARDÍN BOTÁNICO, EL MUSEO NACIONAL y el OBSERVATORIO ASTRONÓMICO. El MUSEO comprende tres ramos principales, a saber: Reino mineral. Reino vegetal. Reino animal. El OBSERVATORIO comprende cuatro secciones: La Astronómica, la Meteorológica, la Magnética y la Sismológica.21
La quinta normal era pues un complejo científico-técnico con una doble dimensión, una técnico-económica y otra simbólica. Su cometido principal era la formación de los sujetos industriosos aludidos según el puesto de responsabilidad en la explotación. Pero el entorno, como ya se comentó, contenía igualmente paseos, parques y edificios emblemáticos. No todo tenía un propósito meramente funcional. La presencia de la ciencia servía para recordar que todo obedecía a un orden, que no era casual (el orden físico se identificaba con el necesario orden moral),22 pero además tenía la finalidad de reforzar los lazos entre las disciplinas técnicas y teóricas, ya existentes en el pasado, como entre la agricultura y la astronomía. Se sobrentendía que para la agricultura era importante el conocimiento de los climas, las predicciones sobre el estado atmosférico y las Chacón, Jacinto. La Quinta Normal....., opus cit., p. 3. Ibidem, p. 164.
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mediciones geodésicas, que permitían determinar las posiciones relativas de valles, montañas, ríos y poblados, en definitiva, el trazado de mapas.23 En una época en la que los rasgos básicos de la civilización industrial aún estaban algo lejanos,24 el cuadro general de la utopía tendría estos componentes: un número importante de microsociedades agrarias ejemplares con acceso a las vías fluviales y conectadas por medio de modernas formas de transporte y comunicación entre ellas. De igual manera esos pequeños núcleos debían unirse a través de esa red a los puertos, así como también a los centros de poder, las ciudades y las capitales.
4. Una contribución al utopismo Raymond Trousson y Fernando Ainsa25 establecieron una relación de los rasgos característicos de las obras consideradas como representativas de la literatura utópica. Algunos de estos signos distintivos los hemos encontrado también en las manifestaciones de la utopía agraria. Veamos uno por uno estos caracteres. El primero de ellos es la insularidad, es decir, la elección de un espacio aislado para ubicar la utopía, ya sea una isla, como en el caso de Tomás Moro, o una población que está protegida del exterior por la vegetación, montañas o murallas. La convicción que se quiere transmitir es que «solo una comunidad al abrigo de las influencias disolventes del exterior puede alcanzar la perfección de su desarrollo».26 En el caso de la utopía agraria solo puede hablarse de una insularidad parcial, ya que hay propósitos como la vertebración Ibidem, p. 165. Según Chantal Beauchamp, no hay signos claros de este fenómeno (los modos de producción industriales dominan la economía y moldean las relaciones sociales) hasta aproximadamente 1870, y se limita a determinadas áreas geográficas, como Europa y Norteamérica (Beauchamp, Chantal. Revoluçao industrial e crescimento económico no séc. XIX, Lisboa, Ediçoes 70, 1998, p. 155). 25 Trousson, R. Historia..., opus cit., pp. 43-54 y Ainsa, F. La reconstrucción..., opus cit., pp. 22-25. 26 Trousson, R. Historia..., opus cit., p. 44. 23 24
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del país, la incorporación al comercio internacional y el estímulo del tráfico interior que planteaban una atención constante y casi obsesiva hacia la tecnología de las comunicaciones, a la proximidad a los ríos y a la superación de las barreras naturales. En este sentido no puede hablarse del mantenimiento de esta premisa. Sin embargo, cabe identificar la presencia de elementos de la insularidad en el proyecto imaginario de la isla de Martín García sarmientina o en las propuestas colonizadoras, cuyo planteamiento integrado y comunitario, que recuerda los ensayos falansterianos, apuntan a la búsqueda de ciertos niveles de autosuficiencia. El segundo es un rasgo importante señalado por Trousson: el culto a los sistemas agrícolas. Podríamos pensar que hasta cierto punto era razonable esta tendencia, teniendo en cuenta, como ya se ha señalado, que los usos derivados de la civilización industrial tardaron en imponerse de manera generalizada; que solo a partir de 1870 se percibieron de manera más evidente en determinadas regiones. Pero el interés por la agricultura y por la labranza no hay que entenderlo solo en el contexto de un sistema productivo que precede a otro o como una fuente de riquezas, sino como una invitación a una forma de vida que se juzgaba superior por reunir diversas virtudes: representaba una revalorización de la naturaleza, la consolidación de una clase productiva (los agricultores) y la contribución a una existencia civilizada (los fisiócratas en particular pensaban que el paso del nomadismo a las sociedades sedentarias, sujetas a los cultivos, fue uno de los momentos cruciales en la transición de las formas salvajes a la civilización). El tercero es el fervor por la regularidad, por la reglamentación minuciosa de las tareas diarias y también por los diseños urbanos simétricos. La improvisación, la fantasía y la imprevisibilidad son propias de poblaciones desordenadas (como la de los gauchos diseminados en la pampa), donde el gobierno no es posible y por tanto inviable la construcción de un proyecto nacional, según mantenían los próceres de la patria. Tomás Moro en Utopía describe cincuenta y cuatro ciudades perfectamente idénticas y unas calles trazadas con medidas precisas, y este planteamiento se repite en otros relatos como en el de Tommaso Campanella La ciudad del sol, donde la ciudad se extiende sobre siete círculos concéntricos. Según manifiesta Ainsa, en América Latina pueden encontrarse diversos ejemplos de este tipo 230
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de proyectos, tanto en la época colonial como en los diseños de capitales para las repúblicas independientes: Baste pensar en la ciudad de Argirópolis de Domingo Faustino Sarmiento para los países del antiguo Virreinato del Río de la Plata, en las capitales para el continente unido que proyectan Francisco de Miranda (la ciudad de Colombo) y Simón Bolívar (la capital de Las Casas), y en otras ciudades ideales como «la ciudad anarquista» de Pierre Quiroule y en otros pintorescos ejemplos como el de Francisco Piria en Uruguay. Pero también en la ambiciosa Brasilia de Niemeyer.27
Aquí además lo extendemos a las colonias, que han sido objeto de un estudio más detenido y que pueden confirmar esta mentalidad reflejada en la planificación del territorio. En la colonia Esperanza la distribución de la tierra se realizó según un esquema ortogonal y equitativo; el terreno estaba dividido en dos secciones, una alemana y otra francesa, teniendo cada sección cien concesiones de 33,4 hectáreas cada una; en el medio había una calle amplia donde se emplazaría el núcleo urbano.28 También en la provincia de Santa Fe, en la colonia San Carlos el empresario suizo Carlos Beck, su responsable, había planificado minuciosamente su organización, donde destacaba la configuración espacial, la existencia de una granja modelo en el centro y la elaboración de un reglamento interno. La granja modelo así como el control de la producción estaban a cargo de otro suizo, Enrique Vollendmeir. En particular, el centro experimental ocupaba ocho concesiones (cada una con las mismas dimensiones que las santafesinas) y estaba dedicado principalmente a ensayos de cultivos y a la enseñanza. Junto a esta quinta normal se disponían las casas de la administración y una iglesia. A continuación se reproducen las interpretaciones planimétricas de ambas colonias.
Ainsa, Fernando. La reconstrucción..., opus cit., p. 25. Martiren, Juan Luis. «Lógica del planeamiento y mercado inmobiliario en las colonias agrícolas de la provincia de Santa Fe. Los casos de Esperanza y San Carlos (1856-1875)», Quinto Sol, 16, 1 (2012), pp. 1-26. (Disponible en: http://www.fchst. unlpam.edu.ar/ojs/index.php/quintosol) [Consultado el 15 de julio de 2012]. 27
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Ilustración 11. Colonia Esperanza, según Juan Luis Martiren (a partir del plano original de la Colonia Esperanza de 1882-83, tomo «Notas, Solicitudes y Contratos», Archivo del Museo de la Colonización de Esperanza, ciudad de Esperanza, Santa Fe).
El cuarto rasgo que merece un comentario es el que trata sobre el carácter acrónico de muchas utopías, también señalado por los autores citados. Se refieren a que en estos relatos y descripciones no hay pasado, que las sociedades ideales no son el resultado de un devenir histórico y que en varias ocasiones ni siquiera tienen un porvenir; son pues unidades estáticas. La idea que se transmite es que se ha llegado 232
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Ilustración 12. Colonia San Carlos, según Juan Luis Martiren (a partir de «Mapa de la colonia San Carlos», ca. 1863, sin clasificar, Fondo Denner, Museo de la Colonización de Esperanza, ciudad de Esperanza, Santa Fe).
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a una réplica de la edad de oro y que por tanto la historia está detenida. Entre las manifestaciones de la utopía agraria observamos que hay una decidida voluntad a eliminar elementos de un pasado colonial que se considera abominable y por ello inservible para el presente. La herencia española es denostada y caricaturizada revelando una información falsa sobre sus procedimientos y aportaciones en campos como la ciencia y la técnica. Hay que comenzar pues, según sus defensores, de cero. Pero en este caso al tratarse de una utopía realizable y progresiva, sí está provista de un futuro esperanzador que se deriva de una sociedad dinámica. Esta particularidad procede de su carácter científico-técnico, que la imprime un sentido progresivo en el que las etapas de adquisición de conocimientos imprimen una dirección perfectiva a la sociedad. A lo largo de la obra no nos hemos propuesto, como tampoco es el objeto de este capítulo, demostrar si la utopía fue un fracaso o no. El argumento de la comparación utopía-hechos empíricos fue empleado por ciertas corrientes de la crítica marxista, que consideraba estos proyectos como quiméricos e idealistas, ajenos a la realidad socioeconómica y por ello contraproducentes; de ahí la asociación posterior de utópico con algo negativo. En este trabajo no hemos seguido esta atribución, sino que se ha atendido a su función en los contextos específicos en los que se formulaban propuestas de alcance político y que tenían como propósito influir en el imaginario del público. En el estudio se han identificado siguiendo este argumento los agentes que dieron sentido a esta utopía colectiva, desde los humanos hasta los discursivos y simbólicos. Entre los humanos, hemos distinguido tres categorías: quienes formaron parte de dos generaciones de formadores del imaginario (Belgrano, de Salas, Vieytes, los Egaña, Henríquez, Vicuña, Sarmiento, Alberdi y Rivadavia); a los agentes del proyecto utópico (los intermediarios de la colonización, como Pérez Rosales, Peyret, Brougnes y Bernardo Philippi) y a los colaboradores tecnocientíficos (Gay, Domeyko, Pissis, Martin de Moussy, Meiggs y Wheelwright). Estos diversos personajes actuaron en complicidad con las obras y las conquistas humanas, que eran elevadas a la categoría de signos de la utopía y del «hombre nuevo». Se ha comprobado igualmente que junto a los proyectos que aspiraban a una aplicación inmediata se articuló un discurso acompañado de imágenes cuya pretensión era difundir los valores de la racionali234
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dad práctica: voluntad de conocer para aplicar, eficacia, dominio y aprovechamiento de los recursos naturales y formación de una personalidad, por una parte, industriosa y rutinaria y, por la otra, emprendedora. Esta es la versión del utilitarismo que se presentó como alternativa —se pensaba— a la época de los caudillos, los héroes y el colonialismo. Al no poder relacionarse con un objeto cultural específico, un relato coherente en el sentido clásico, en ella conviven manifestaciones diversas y contradictorias. En el primer momento, donde domina el símbolo del gran jardín, la utopía agraria era un feliz encuentro con la naturaleza, el «lugar» en el que se establecían explotaciones agrícolas autosuficientes, pero abiertas a la experimentación científica y a sus innovaciones, que manejaban un número sostenible de individuos industriosos (procedentes en este caso de la inmigración). En el segundo momento, se pierde confianza en los efectos de la educación práctica, se excluye a una parte de la población del proyecto identitario, se refuerzan los efectos ejemplarizantes de las urbes sobre un desierto amenazador y se apuesta por una tecnología mitificada que, en realidad, representa una entrega a los intereses de las grandes potencias. Así lo expresa el historiador A. Pacey en El laberinto del ingenio, en la práctica, muchas de las líneas [de ferrocarril] que habilitaron a las pampas para la agricultura eran baratas y fáciles de construir. El terreno era casi horizontal, y los raíles se podían colocar en largos tramos rectos. Así que cuando la construcción de ferrocarriles llegó a su apogeo, después de 1880, la instalación se hizo muy rápida. Se colocaron unos 8500 km de raíles entre 1882 y 1892. Al mismo tiempo progresó la agricultura y la Argentina se convirtió en un importante exportador de cereales a Europa [...] Las exportaciones argentinas de carne no podían progresar tan fácilmente hasta que se encontraran medios adecuados para su conservación, y Argentina (junto con Uruguay) participó de algunas de las primeras aplicaciones de las nuevas tecnologías sobre alimentos [...] En la década de 1880, por tanto, las industrias argentinas para exportación de alimentos eran comercialmente eficaces y técnicamente avanzadas, consiguiéndose grandes ganancias. Sin embargo, los beneficios no fueron invertidos en un mayor desarrollo industrial. Buena parte del dinero volvió a los inversores extranjeros, pero los terratenientes argentinos, que también hicieron fortuna, con frecuencia gastaban su dinero fuera del país. Otro problema fue que la industria de exportación de alimentos se había hecho tan ventajosa que atrajo en
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora forma desproporcionada los limados fondos de inversión, así que también por esa razón la economía no se diversificó.29
Tampoco el trazado del ferrocarril respondió a las pretensiones vertebradoras del territorio que tenía Sarmiento: los empresarios tenían otras prioridades que respondían al acceso a las rutas enteramente comerciales y a los puertos. Mientras en Europa, después de la conmoción provocada por la Revolución francesa y por el Imperio, así como por las primeras fases de la industrialización, «hubo una profusión de teorías sociales generosas, imaginativas e inoperantes, que trazaron la fase heroica del socialismo antes de Marx», en el Cono Sur el ambiente pre y postcolonialista estimuló la retórica de la utopía agraria, compuesta de proyectos y visiones de diversos personajes que mantenían algunos elementos en común. Las contribuciones a esta actitud se han dividido en dos períodos. El primero de ellos, que podría extenderse hasta finales de la década de 1840 y coincidir con la caída de Rosas, está convenientemente resumido en el propósito de buscar mediante un discurso eficaz la belleza y la utilidad. Eso es lo que intentaron Andrés Bello y Marcos Sastre, los referentes principales de ese primer momento. Por un lado, se mostró un notable interés por exaltar la exuberancia natural, la abundancia que se descubría en el paisaje y el espectáculo de la vegetación («¡Salve, fecunda zona [...]», «el fértil suelo», «las tupidas plantas montaraces», etc.). Por el otro, desde los conocimientos del medio natural y entendiendo a la naturaleza como una reserva de bienes económicos, se promueven las acciones destinadas a ordenar y extraer sus recursos («sucede ya el fructífero plantío en muestra ufana de ordenadas haces»). Planteamientos similares encontramos en el texto examinado de Sastre, esta vez en Argentina. Estas contribuciones, que tácitamente han asumido la relación entre perfeccionamiento técnico y progreso, formaron el cuerpo central de la utopía y dieron sentido a determinadas acciones y discursos que la habían precedido, como los de Belgrano y de Salas, así como de otros que facilitaron la difusión de sus mensajes mediante la creación de periódicos. La Quinta de las Delicias, la Quinta Normal y la Socie Pacey, Arnold. El laberinto del ingenio. Ideas e idealismo en el desarrollo de la tecnología, Barcelona, Gustavo Gili, 1980, pp. 268-269. 29
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dad Nacional de Agricultura y Colonización son los elementos visibles de un proyecto visionario en el que se pretende ligar la contemplación estética, la sensación apacible del entorno natural, con la obtención de bienes. Recordemos el discurso elogioso que dedica Bello a esa última institución, cuya creación vino acompañada de elevadas expectativas. Debemos tener en cuenta que estamos en la época, entre 1810 y 1840, de la emancipación política y cultural y esta no será posible si no se promueve la autonomía económica. En esta utopía de figuras múltiples encontramos a personas instruidas, con una formación superior, que viajan a Europa y que cuentan con cargos en la administración pública de sus países (Consulado de Comercio, Instituto Nacional...), cargos desde los que se promocionan o contratan a científicos extranjeros para que renueven las enseñanzas o describan las excelencias de la flora y la fauna y descubran nuevos territorios que estimulen la imaginación de los gobernantes. Ese proceso de apropiación mental e imaginaria fue una consecuencia de otro proceso, el de colonización, cuyo propósito en principio pretendía consolidar el Estado y asimilar de manera paulatina a toda su población. En el segundo período de la utopía se conservan rasgos de la anterior pero se exacerban algunas tensiones que ya se plantearon en la primera etapa, además de promoverse la difusión de los recursos tecnológicos ya aludidos. En la interpretación de Sarmiento, debe abrirse un proceso de sustitución de la naturaleza, de transformación del territorio mediante diferentes medios. Los primeros pasos de esa negación de lo natural los encontramos ya en Facundo. En Argirópolis, una obra en la que resuenan las visiones fourierianas del falansterio y de esa ciudad altamente estructurada que extiende su influencia sobre el entorno, encontramos ya su visión del progreso inevitable, de la resolución de la dialéctica urbe-campiña en favor de la primera y de la necesidad de dominar el territorio mediante la colonización inducida: de la cría de ganados se debe pasar a la «cría de ciudades, al aumento de la población, y al cultivo esmerado del pedazo de tierra tan lujosamente dotado», afirma en esa obra, donde elogia también el efecto beneficioso de la ensoñación utópica. La tierra ya no es pues el espacio en el que culmina la utopía de la evasión, sino el complemento necesario de esas comunidades o «aldeas de la unidad» (empleando los términos de Owen) cuya suma conforma la riqueza 237
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de un país. En los artículos dedicados a Carapachay, «país de sueños, país de realidades», escritos posteriormente, se ilustra convenientemente esa idea, ahora reforzada por la presencia del ferrocarril que enlaza el vergel con Buenos Aires, permitiendo el flujo de personas y bienes. En 1857, como senador, Sarmiento logró que se aprobara una ley que convertía la tierra de Chivilcoy en pública y que permitía a los colonos allí establecidos adquirir extensiones de terreno. Sarmiento contempló esta transformación como una de sus grandes conquistas. En un discurso pronunciado en esta localidad siendo ya presidente de la República en 1868 se refería a estos hechos: Chivilcoy fue una utopía que seguía por largos años, y la veo ahora realidad práctica. [...] Chivilcoy es, a mi entender, la Pampa, habitada y cultivada, como lo será así que el pueblo descubra que este plantel norteamericano fue hecho anticipado para resolver graves cuestiones de inmigración, de cultura, de pastoreo y de civilización. [...] A los alrededores de Buenos Aires se extiende una esfera agrícola, que hace recordar los alrededores de París o Nueva York. Llegando el tren a Mercedes, la Pampa desnuda reaparece en seguida, vuelve a animarse la naturaleza y en Chivilcoy parece que principian ya los bosques de Tucumán. Digo, pues, a los pueblos todos de la República, que Chivilcoy es el programa del presidente don Domingo Faustino Sarmiento [...] A los gauchos, a los montoneros, a Elizondo y a todos los que hacen el triste papel de bandidos, porque confunden la violencia con el patriotismo, decidles que me den el tiempo necesario para persuadir a mis amigos, que no se han engañado al elegirme presidente y les prometo hacer cien Chivilcoy en los seis años de mi gobierno y con tierra para cada padre de familia, con escuelas para sus hijos [...].30
Mientras en la primera versión de la utopía, entre la civilización y la naturaleza se pretende mantener un cierto equilibrio, en la segunda la civilización en correspondencia con un marco de competitivi «Discurso de Domingo Faustino Sarmiento en Chivilcoy al ser elegido presidente de la República», 1868, en Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846-1880), en Biblioteca del Pensamiento Argentina, tomo II. Buenos Aires, Emecé, 2007. 30
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dad industrial internacional y de enconada defensa de intereses geoestratégicos, ha terminado por borrar del imaginario social los vestigios de lo salvaje y lo natural. Solo se mantenía tenuemente en el Martín Fierro y en otros textos de José Hernández, el enemigo de Sarmiento. Otras utopías llamarán a la puerta en el siglo xix, como la que proclamó la liberación final de los proletarios, cuando estos en un proceso históricamente necesario se hicieran dueños de los instrumentos civilizatorios, o las conservacionistas, como la de John Muir, que reclamaba, advirtiendo que el avance de la industrialización era irreversible, la creación de espacios naturales protegidos. * * * Parafraseando el título de la obra de Neus Campillo dedicada a Saint-Simon,31 el presente estudio admitiría también la denominación de «razón y utopía», pero en esta ocasión en «la sociedad agrícola». Las similitudes básicamente derivan de la coincidencia en el alcance del concepto de utopía, que no alude meramente a la descripción de un género literario ni se limita a aludir a un ejercicio imaginativo, sino que debe entenderse como un complemento necesario de una propuesta ideológica, en nuestro caso asentada sobre el republicanismo y el liberalismo. De esta forma, las manifestaciones utópicas, que proceden de diversas tradiciones aquí aludidas, se contemplan como empresas realizables, de ahí que sean calificadas como racionales. En diversas ocasiones hemos llamado la atención sobre ese rasgo de la utopía que empleaba Sarmiento y que, sin duda, otros componentes de la generación del 37 argentina o bien de los intelectuales chilenos también compartían. La ideología que legitima las aspiraciones de una parte de la sociedad ilustrada del Cono Sur se pretende articular en torno a un discurso rupturista con un orden, el tradicional, que representa la esencia misma del espíritu antimoderno. Quienes se apropiaron de ese discurso tenían influencia tanto en el aparato burocrático como en los órganos de poder, es decir, eran miembros de la elite de los países aquí examinados. Pero este ideario contenía elementos adicionales, reconocidos en el trabajo de Alfredo Campillo, Neus. Razón y utopía en la sociedad industrial. Un estudio sobre Saint-Simon, Valencia, Universidad de Valencia, 1992. 31
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Jocelyn-Holt,32 que otorgaban una proyección más amplia a las tesis doctrinarias. Como allí se afirma, en toda ideología hay un «horizonte utópico», un conjunto de valores transcendentales e ideales que, sin embargo, se exhiben como una realidad posible y próxima. Mientras que para las elites estos presupuestos servían para justificar su posición y sus prerrogativas, para los receptores o colectivos subordinados (silenciosos en este texto) funcionaban como una fuente de expectativas e ilusiones. Por tanto, los intereses de unos y otros no siempre eran antagónicos, si bien se vivían y experimentaban de forma diferente, es decir, existía una asimetría entre ellos. En ese horizonte es donde situamos las alusiones que a lo largo del texto hemos realizado a la naturaleza, la población y los conocimientos tecnocientíficos, como elementos centrales de la utopía de la modernidad y del progreso. Así, cuando la elite emplea en los espacios públicos los símbolos de las dimensiones citadas pretende desde su dominio reforzar los lazos de complicidad con esas otras personas que los perciben como componentes básicos de su bienestar futuro, pero que aún no los poseen. A lo largo de este trabajo hemos comprobado que ese cometido no se logró, al menos en una escala significativa. La población inmigrante, la procedente de Europa, no siguió los patrones previstos: una significativa mayoría no respondía al perfil demandado y sus preferencias se orientaban más a las zonas urbanas que a los idílicos pero inseguros parajes rurales. En otras ocasiones también se ha verificado que la educación científica y técnica conoció un escaso alcance, por lo que podemos pensar que los conocimientos tecnocientíficos —representados por la figura del campesino ilustrado— no excedieron de una manera perceptible el círculo de las elites. Al final, la transformación de una parte de la población se impuso por la fuerza, mediante campañas de expulsión y exterminio.
Jocelyn-Holt Letelier, Alfredo. La independencia de Chile. Tradición, modernización y mito, Madrid, MAPFRE, 1992, p. 215. 32
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APÉNDICES
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Apéndice 1 GEOGRAFÍA DE LA UTOPÍA: ARGENTINA Y CHILE
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Apéndice 2 COMPARACIÓN ENTRE MOVIMIENTOS MIGRATORIOS Bajo una perspectiva comparada de las migraciones transoceáni cas, entre 1840 y 1940, los emigrantes occidentales incrementaron en un 40 % la población argentina, en un 30 % la de Estados Unidos y en un 15 % las de Canadá y Brasil, por ejemplo. En el caso chileno, ocupa solo el 4,1 %.1 En este país, como ya hemos apuntado, las mi graciones no fueron masivas y pese a los intentos (antes estudiados) de atraerse población de tipología anglosajona, lo cierto es que —y pese al bombardeo de Valparaíso por la flota española en 1866— la colonia española era la más numerosa, tanto en 1895 como en 1930, tal y como se ve en el siguiente cuadro:
Nacionalidad
Año 1854
1865
1875
1885
1895
1907
1920
1930
Alemanes
1929
3619
4033
6808
7560 10 724 8950 10 861
Ingleses
1940
2972
4109
5310
6838 9845 7220 5262
Italianos
406
980
1926
4114
7797 13 023 12 358 11 070
Franceses
1650
2330
3192
4198
8266 9800 7200 5007
Españoles
915
1150
1072
2508
8494 18 755 25 962 23 439
Tabla A.1. Colectividades de inmigrantes en Chile entre 1854 y 1930. Fuente: Carmen Norambuena Carrasco et al. (eds.). Demografía, familia e inmigración en España y América, Universidad de Chile, 1992, p. 137.
1 Véase Broullon Acuña, Esmeralda. «El diario como testimonio de vida», en Elda E. González y A. Reguera, Descubriendo la nación en América, Buenos Aires, 2010, pp. 105 y ss.
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Así, entre 1882 y 1914, fueron los españoles el colectivo prepon derante, representando el 31 % de los sesenta mil europeos que lle garon al país austral. Y a medida que el siglo transcurría, la presencia hispana predominaba, al mismo tiempo que disminuía la de otros colectivos. Y eso que, como decimos, no hay parangón si se conside ran estos números con los dos millones de españoles que pasaron a Argentina.
Habitantes
N.º industrias
% habitantes/ industrias
Alemanes
13 933
442
31,5
Británicos
3303
85
38,8
Españoles
23 323
1164
20,0
Franceses
3644
233
15,6
Italianos
10 619
598
17,7
Nacionalidad
Tabla A.2. Colectividades de inmigrantes en Chile entre 1854 y 1930. Fuente: Censo de la República de Chile, 1940, Dirección General de Estadística, Censo Industrial y Comercial 1937, Universidad de Santiago, 1940.
En 1882 se creó la agencia general de Colonización que, en cola boración con la Sociedad de Fomento Fabril, auspició —aunque con variaciones temporales y espaciales— una proyección de atracción migratoria y la llegada de europeos estuvo estrechamente vinculada al procedo de industrialización y modernización del país, que creaba la ambientación ideal para nutrir el sueño migratorio. Como bien sustenta Esmeralda Broullon, el norte chileno fue ocupado masiva mente, a partir de la segunda mitad del siglo xix, por su atracción a causa de la explotación de la industria minera, sobre todo de cobre y plata, así como la salitrera. Y debido a estos procesos industriales, el puerto de Antofagasta tomó verdadero protagonismo con total empuje económico. Mientras tanto, en los territorios al sur, el proce so de colonización fue más lento debido a su peculiaridad geofísica 246
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y a los conflictos territoriales. Allí se estimuló una inmigración plani ficada que implicaba un proyecto colonizador, «civilizador», del terri torio que debía llevar a cabo una población selectiva de británicos, suizos y especialmente alemanes. Los españoles se ubicaron, sobre todo, en Santiago y, en 1920, el 42 % de esta colonia se asentaba en la capital. Y sustentamos las palabras de Esmeralda Broullon: La incorporación de migrantes a la sociedad receptora introduce una nueva urdimbre de relaciones y prácticas sociales a través de las redes sociales, tejidas en un significativo movimiento asociativo como espacio de sociabilidad. Si bien son variadas las funciones de las corpo raciones asociativas, puede afirmarse que, en cuanto a «mecanismo in tegrador», la identidad colectiva encuentra en tales espacios un marco idóneo para la reinvención y la fusión intercultural entre la sociedad de origen y la acogida. La negociación de las fronteras en la coyuntura corporativa revitaliza un interesante espacio compartido, con mayor o menor intensidad de liderazgos y hegemonía identitaria, reforzando la visión de la alteridad en América. El asociacionismo permite de igual modo mantener las coordenadas espacio-temporales del «extrañamien to» migratorio, cuya dimensión iconográfica reinterpreta el imaginario acontecido por la ruptura transoceánica. La dimensión afectiva y socioe conómica del individuo encuentra en estos medios, no sin fricción, por las diferencias etnonacionales, un mecanismo amortiguador de las estra tegias de supervivencia en cuanto a ser humano desplazado.2
Broullon, Esmeralda. «El diario...», p. 112.
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Apéndice 3 ALBERDI: GOBERNAR ES POBLAR. TEXTOS Gobernar es poblar en el sentido que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, como ha sucedido en los Estados Unidos. Mas para civilizar por medio de la población es preciso hacerlo con poblaciones civilizadas; para edu car a nuestra América en la libertad y en la industria es preciso po blarla con poblaciones de la Europa más adelantada en libertad y en industria, como sucede en los Estados Unidos. Los Estados Unidos pueden ser muy capaces de hacer un buen ciudadano libre, de un inmigrado abyecto y servil, por la simple presión natural que ejerce su libertad, tan desenvuelta y fuerte que es la ley del país, sin que nadie piense allí que puede ser de otro modo. Pero la libertad que pasa por americana, es más europea y extranjera de lo que parece. Los Estados Unidos son tradición americana de los tres Reinos Unidos de Inglate rra, Irlanda y Escocia. El ciudadano libre de los Estados Unidos es, a menudo, la transformación del súbdito libre de la libre Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica, de la libre Holanda, de la juiciosa y laboriosa Alemania. Si la población de seis millones de angloamerica nos con que empezó la República de los Estados Unidos, en vez de aumentarse con inmigrados de la Europa libre y civilizada, se hubiese poblado con chinos o con indios asiáticos, o con africanos, o con oto manos, ¿sería el mismo país de hombres libres que es hoy día? No hay tierra tan favorecida que pueda, por su propia virtud, cambiar la ciza ña en trigo. El buen trigo puede nacer del mal trigo, pero no de la cebada. Gobernar es poblar, pero sin echar en olvido que poblar pue de ser apestar, embrutecer, esclavizar, según que la población trasplan tada o inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada, pobre, corrom pida. ¿Por qué extrañar que en este caso hubiese quien pensara que gobernar es, con más razón, despoblar?1 1 Alberdi, Juan Bautista. Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, en Juan Bautista Alberdi, Obras Completas, Buenos Aires, 1886, vol. 3, p. 3.
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La inmigración espontánea es la mejor; pero las inmigraciones solo van espontáneamente a países que atraen por su opulencia y por su seguridad o libertad. Todo lo que es espontáneo ha comenzado por ser artificial, incluso en los Estados Unidos. Allá fue estimulada la inmigración en el origen; y la América del Sud, bien o mal, fue pobla da por los gobiernos de España, es decir, artificialmente. Concíbese que la población inglesa emigre espontáneamente a la América ingle sa que habla su lengua, practica su libertad y tiene sus costumbres de respeto del hombre al hombre; concíbese que la Alemania protestan te, laboriosa, amiga del reposo, de la vida doméstica y de la libertad social y religiosa, emigre espontáneamente a la América protestante, trabajadora quieta por educación, y, por corolario, libre y segura; pero no se concibe que esas poblaciones emigren espontáneamente a la América del Sud, sin incentivos especiales y excepcionales. La Euro pa del Norte irá espontáneamente a la América del Norte; y como el norte en los dos mundos parece ser el mundo de la libertad y de la industria, la América del Sud debe renunciar a la ilusión de tener inmigraciones capaces de educarla en la libertad, en la paz y en la industria, si no las atrae artificialmente. La única inmigración espon tánea de que es capaz Sud América, es la de las poblaciones de que no necesita: esas vienen por si mismas, como la mala hierba. De esa población puede estar segura América que la tendrá sin llevarla; pues la civilización europea la expele de su seno como escoria. El secreto de poblar reside en el arte de distribuir la población en el país. La inmigración tiende a quedarse en los puertos, porque allí acaba su larga navegación, allí encuentran alto salario y vida agradable. Pero el país pierde lo que los puertos parecen ganar. Es preciso multiplicar los puertos para distribuir la población en las costas; y para poblar el interior que vive de la agricultura y de la industria rural, necesita América embarcar la emigración rural de Europa, no la escoria de sus brillantes ciudades, que ni para soldados sirve. ¿Por qué razón he dicho que en Sud América, gobernar es poblar, y en qué sentido es esto una verdad incuestionable? -Porque poblar, repito, es instruir, educar, moralizar, mejorar la raza; es enriquecer, civilizar, fortalecer y afirmar la libertad del país, dándole la inteligencia y la costumbre de su propio gobierno y los medios de ejercerlo. Esto solo basta para ver que no toda población es igual a toda población, para producir esos resultados. Poblar es enriquecer cuando se puebla con gente inteli 250
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gente en la industria y habituada al trabajo que produce y enriquece. Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la Constitu ción que el gobierno debe fomentar la inmigración europea. Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de Asia y con negros de África. Poblar es apestar, co rromper, degenerar, envenenar un país, cuando en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta. Porque hay Europa y Europa, conviene no olvidarlo; y se puede estar dentro del texto libe ral de la Constitución, que ordena fomentar la inmigración europea, sin dejar por eso de arruinar un país de Sud América con solo poblar lo de inmigrados europeos [...] Ese tiempo no habrá pasado del todo mientras haya una Europa ignorante, viciosa, atrasada, corrompida, al lado de la Europa culta, libre, rica, civilizada, porque es indudable que Europa reúne ambas cosas, como se hallan reunidas en el seno mismo de sus más brillantes y grandes capitales. Londres y París en cierran más barbarie que la Patagonia y el Chaco, si se las contempla en las capas o regiones subterráneas de su población.2 ¿Cómo, en qué forma vendrá en lo futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo? Como vino en todas épo cas: Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe. Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civilizaciones en sus hábitos, que luego comunica a nuestros habitantes, que muchos li bros de filosofía. Se comprende mal la perfección que no se ve, toca ni palpa. Un hombre laborioso es el catecismo más edificante. ¿Que remos plantar y aclimatar en América la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y de Estados Uni dos? Traigamos pedazos vivos de ellas en las costumbres de sus ha bitantes y radiquémoslas aquí. ¿Queremos que los hábitos de orden, de disciplina y de industria prevalezcan en nuestra América? Llené mosla de gente que posea hondamente esos hábitos. Ellos son comu nicativos; al lado del industrial europeo pronto se forma el industrial americano. La planta de la civilización no se propaga de semilla. Es Ibidem, pp. 4-5.
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como la viña, prende de gajo. Este es el medio único de que América, hoy desierta, llegue a ser un mundo opulento en poco tiempo. La reproducción por sí sola es medio lentísimo. Si queremos ver agran dados nuestros Estados en corto tiempo, traigamos de fuera sus ele mentos ya formados y preparados. Sin grandes poblaciones no hay desarrollo de cultura, no hay progreso considerable; todo es mezqui no y pequeño. Naciones de medio millón de habitantes, pueden ser lo por su territorio; por su población serán provincias, aldeas; y todas sus cosas llevarán siempre el sello mezquino de provincia. Aviso im portante a los hombres de Estado sudamericanos: las escuelas prima rias, los liceos, las universidades, son, por sí solos, pobrísimos medios de adelanto sin las grandes empresas de producción, hijas de las gran des porciones de hombres. La población —necesidad sudamericana que representa todas las demás— es la medida exacta de la capacidad de nuestros gobiernos. El ministro de Estado que no duplica el cen so de estos pueblos cada diez años, ha perdido su tiempo en bagate las y nimiedades. Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformacio nes del mejor sistema de instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente [...] Tratados extranjeros. -Firmad tratados con el extranjero en que deis garantías de que sus derechos naturales de propiedad, de liber tad civil, de seguridad, de adquisición y de tránsito, les serán respe tados. Esos tratados serán la más bella parte de la Constitución; la parte exterior, que es llave del progreso de estos países, llamados a recibir su acrecentamiento de fuera. Para que esa rama del derecho público sea inviolable y duradera, firmad tratados por término inde finido o prolongadísimo. No temáis encadenaros al orden y a la cul tura [...] Plan de inmigración. La inmigración espontánea es la verdadera y grande inmigración. Nuestros gobiernos deben provocarla, no ha ciéndose ellos empresarios, no por mezquinas concesiones de terreno habitables por osos, en contratos alaces y usurarios, más dañinos a la población que al poblador, no por puñaditos de hombres, por arre glillos propios para hacer el negocio de algún especulador influyente; eso es la mentira, la farsa de la inmigración fecunda; sino por el sis tema grande, largo y desinteresado, que ha hecho nacer a California en cuatro años por la libertad prodigada, por franquicias que hagan 252
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olvidar su condición al extranjero, persuadiéndole de que habita su patria; facilitando, sin medida ni regla, todas las miras legítimas, to das las tendencias útiles. Los Estados Unidos son un pueblo tan ade lantado, porque se componen y se han compuesto incesantemente de elementos europeos. En todas épocas han recibido una inmigración abundantísima de Europa. Se engañan los que creen que ella solo data desde la época de la Independencia. Los legisladores de los Es tados propendían a eso muy sabiamente; y uno de los motivos de su rompimiento perpetuo con la metrópoli, fue la barrera o dificultad que Inglaterra quiso poner a esta inmigración que insensiblemente convertía en colosos sus colonias. Ese motivo está invocado en el acta misma de la declaración de la independencia de los Estados Unidos. Véase, según eso, si la acumulación de extranjeros impidió a los Es tados Unidos conquistar su independencia y crear una nacionalidad grande y poderosa. Tolerancia religiosa. -Si queréis pobladores mo rales y religiosos, no fomentéis el ateísmo. Si queréis familias que formen las costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia. La América española, reducida al catolicismo, con exclusión de otro culto, representa un solitario y silencioso convento de monjes. El dilema es fatal: o católica exclusivamente y despoblada; o poblada y próspera, y tolerante en materia de religión. Llamar la raza anglosajona y las poblaciones de Alemania, de Suecia y de Suiza, y negarles el ejercicio de su culto, es lo mismo que no llamarlas, sino por cere monia, por hipocresía de liberalismo. Esto es verdadero a la letra: excluir los cultos disidentes de la América del Sud, es excluir a los ingleses, a los alemanes, a los suizos, a los norteamericanos, que no son católicos; es decir, a los pobladores de que más necesita este con tinente. Traerlos sin su culto, es traerlos sin el agente que los hace ser lo que son; a que vivan sin religión, a que se hagan ateos.3 Al nuevo régimen le toca invertir el sistema colonial, y sacar al interior de su antigua clausura, desbaratando por una legislación con traria y reaccionaria de la de Indias el espíritu de reserva y de exclu sión que había formado esta en nuestras costumbres. Pero el medio más eficaz de elevar la capacidad y cultura de nuestros pueblos de situación mediterránea a la altura y capacidad de las ciudades marí Ibidem, pp. 39-41.
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timas, es aproximarlos a la costa, por decirlo así, mediante un sistema de vías de transporte grande y liberal, que los ponga al alcance de la acción civilizante de Europa. Los grandes medios de introducir Eu ropa en los países interiores de nuestro continente en escala y pro porciones bastante poderosas para obrar un cambio portentoso en pocos años, son el ferrocarril, la libre navegación interior y la libertad comercial [...] Ferrocarriles. El ferrocarril es el medio de dar vuelta al derecho lo que la España colonizadora colocó al revés en este con tinente. Ella colocó las cabezas de nuestros Estados donde deben estar los pies. Para sus miras de aislamiento y monopolio, fue sabio ese sistema; para las nuestras de expansión y libertad comercial, es funesto. Es preciso traer las capitales a las costas, o bien llevar el li toral al interior del continente. El ferrocarril y el telégrafo eléctrico, que son la supresión del espacio, obran este portento mejor que to dos los potentados de la tierra. El ferrocarril innova, reforma y cam bia las cosas más difíciles, sin decretos ni asonadas. Él hará la unidad de la República Argentina mejor que todos los congresos. Los con gresos podrán declarar una e indivisible; sin el camino de fierro que acerque sus extremos remotos, quedará siempre divisible y dividida contra todos los decretos legislativos [...] Tampoco podréis llevar hasta el interior de nuestros países la acción de Europa por medio de sus inmigraciones, que hoy regeneran nuestras costas, sino por ve hículos tan poderosos como los ferrocarriles. Ellos son o serán a la vida local de nuestros territorios interiores lo que las grandes arterias a los extremos inferiores del cuerpo humano, manantiales de vida. Los españoles lo conocieron así, y en el último tiempo de su reinado en América se ocuparon seriamente en la construcción de un camino carril interoceánico al través de los Andes y del desierto argentino. Era eso un poco más audaz que el canal de los Andes, en que pensó Rivadavia, penetrado de la misma necesidad.4
Ibidem, pp. 42-44.
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Apéndice 4 CANTO A LA FRATERNIDAD DE LA INDUSTRIA1 (Eduardo de la Barra) En 1875 la Academia de Bellas Artes, institución positivista que funda el escritor y político José Victorino Lastarria, participa en la Exposición Internacional de Santiago y convoca un certamen lite rario sobre el tema de la fraternidad en el trabajo. Eduardo de la Barra, yerno y seguidor de Lastarria, obtiene el premio con el poe ma que aquí transcribimos. Sobre la composición se ha afirmado lo siguiente: «Se trata de una especie de balada en que un coro de niños, otro de coro de jóvenes y otro de ancianos, elogian a la in dustria; luego —en la parte más extensa del poema— interviene la elogiada que se presenta como una fuerza invencible y como un agente del progreso humano. Paradójicamente, la personalización de la industria entraña una visión deshumanizada de la misma. Los grandes ausentes del poema, teniendo en cuenta que su lema era la fraternidad en el trabajo, son quienes participan en el proceso mis mo de la producción. La imagen de la industria como fuerza abs tracta y bienhechora, en que el esfuerzo del hombre no cuenta para nada, responde, qué duda cabe, a determinada cosmovisión y a intereses económicos harto diáfanos. Cosmovisión cuyo éxito se sustenta en el desarrollo de las capas urbanas y mineras que hacia 1870 incrementaron su influencia dentro del bloque de poder. Se trata de un sector que tiene divergencias con la oligarquía terrate niente, pero que al mismo tiempo comparte el poder y se interrela ciona económicamente con ella».2
Barra, Eduardo de. «Dos certámenes poéticos celebrados por la Academia de Bellas Letras», El Mercurio, Santiago, 1875, XI-XII. 2 Subercaseaux, Bernardo. Historia de las ideas y de la cultura en Chile, Santia go de Chile, Editorial Universitaria, 1997, Tomo 1, p. 208. 1
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora CORO DE NIÑOS Los cielos se tiñen De claro arrebol; ¿Quién manda esas luces? ¿De dónde esos tintes que anuncian un sol? CORO DE ANCIANOS ¡Oh! Industria, sabernos Quién eres; tu voz Despierta a los pueblos, Los llama, los mueve, los lanza a la acción! CORO DE JÓVENES Templad nuestros yunques. El brazo empujad, I grillos i espadas En combos i arados sabremos trocar. iOh! patria, tus valles, Tus montes, tu mar, Serán de los libres Futura grandeza, magnifico altar. LA INDUSTRIA (Todas las voces juntas.) Yo todos los pueblos Reuno en un haz, Empujo el progreso I afianzo en el mundo la unión i la paz Mi trono es el yunque, La fragua mi altar, Mi lei el trabajo, Mi imperio la tierra, i el aire i el mar La inerte materia Yo sé transformar,
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La utopía agraria I aduno en mis moldes La luz de las ciencias, del arte el ideal. Concentro los rayos En breve cristal, I fundo la lente Que el fondo del cielo permite tocar. Yo fijo en mis prensas La idea fugaz, I es chispa que envío, Creciendo, alumbrado, de edad en edad. Yo tiendo mi alambre I al habla ya están Las playas distantes, I así les preparo la unión fraternal. He creado un potente Moderno animal, Caballo en la tierra Se lanza a las aguas, novel Leviatán. Su hijar es el acero Su voz de huracán; Su altivo penacho Mi reino a las jentes se avanza a anunciar. Taladro los montes, Renuevo la mar, I cruzo los aires En frájiles barcas de leve cendal. I, acaso mañana Tras rudo lidiar, Desplegue a los vientos Las alas lijeras del águila real. Mis trojes abiertos A todos están:
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José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora ¡Oh! pueblos dispersos, Venid al banquete de union i de paz! ¿Buscais abundancia? ¿Quereis libertad? —¡Seguidme! —¡Yo toco La diana que anuncia su carro triunfal!
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La utopía agraria
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El mundo que se representa en la utopía agraria es el de las manifestaciones y visiones que se construyeron sobre la naturaleza y la población americanas en el horizonte que se abría tras los procesos independentistas. A esa mitología contribuyó una elite intelectual y política, seducida por los ideales del progreso y la modernidad, así como por la dialéctica civilización-barbarie, que se apropió de los nuevos símbolos que debían orientar la refundación del presente y las acciones del futuro. La obra se centra en estas experiencias discursivas, que tienen lugar en Argentina y Chile en el periodo comprendido entre 1810 y 1880 y que se difundieron a través de diferentes medios. En ellas se promovió una nueva cultura del agro y de sus pobladores, convertidos ahora en ciudadanos hacendosos e instruidos mediante la aportación de la inmigración, de la ciencia y de las innovaciones técnicas, estas últimas abanderadas por el ferrocarril y por su capacidad para articular el territorio. Como se pone de manifiesto en el estudio, la realidad social reveló, sin embargo, serios impedimentos para ver cumplidas de manera inmediata estas ensoñaciones. A la inestabilidad política y las luchas por el poder se unió la resistencia del nativo a una conversión que no entendía. La aceptación de las tesis del progreso no fue, pues, el resultado de una revolución pacífica, como pretendieron los intelectuales que confiaban más en los observatorios astronómicos y en el telégrafo que en las bayonetas.
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MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD
José Manuel Azcona Pastor y Víctor Guijarro Mora
LA UTOPÍA AGRARIA POLÍTICAS VISIONARIAS DE LA NATURALEZA EN EL CONO SUR (1810-1880)
ISBN: 978-84-00-09931-2
GOBIERNO DE ESPAÑA
José Manuel Azcona Pastor es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, donde imparte la asignatura Historia del Mundo Actual. Director de la Cátedra de Excelencia Iberoamericana Santander Presdeia (Vicerrectorado de Investigación de la URJC) es experto en emigración española hacia Iberoamérica. Ha publicado más de cien trabajos científicos en España, Italia, Alemania, Francia, Estados Unidos, Uruguay, Brasil y China, en editoriales de prestigio y en revistas académicas con significativo factor de impacto. De entre sus publicaciones destacan: Los paraísos posibles, historia de la emigración vasca a Argentina y Uruguay, 1992; Basque emigration to Latin America (s. XVI-XX), 2004; Las dimensiones de la presencia española en Brasil, 2010; El alcance de la emigración y actividad empresarial española en Iberoamérica: el caso de Puerto Rico, 2012, y Cuba y España, procesos migratorios e impronta perdurable, 2014.
VÍCTOR GUIJARRO MORA
POLÍTICAS VISIONARIAS DE LA NATURALEZA EN EL CONO SUR (1810-1880)
51 Claude Debru Neurofilosofía del sueño 52 Néstor Herrán Agua, semillas y radiaciones: el laboratorio de radiactividad de la Universidad de Madrid, 1904-1929 53 Alberto Gomis Blanco y Jaume Josa Llorca Bibliografía crítica ilustrada de las obras de Darwin en España (1857-2008) (2.ª ed. amp.) 54 Juan Mainer Baqué La forja de un campo profesional. La pedagogía y la didáctica de las Ciencias Sociales en España (1900-1970) 55 Sandra Rebok Una doble mirada. Alexander von Humboldt y España en el siglo XIX 56 Aitor Anduaga Egaña Geofísica, economía y sociedad en la España contemporánea 57 Francisco Ortega El cuerpo incierto. Corporeidad, tecnologías médicas y cultura contemporánea 58 John Slater Todos son hojas: literatura e historia natural en el Barroco español 59 Paula Olmos Gómez Los negocios y las ciencias. Lógica, argumentación y metodología en la obra filosófica de Pedro Simón Abril (ca. 1540-1595) 60 Mercedes del Cura González Medicina y pedagogía. La construcción de la categoría «infancia anormal» en España (1900-1939) 61 Aitor Anduaga Egaña Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea 62 Xavier Calvó-Monreal Polímeros e instrumentos. De la química a la biología molecular en Barcelona (1958-1977) 63 Francisco Villacorta Baños La regeneración técnica. La Junta de Pensiones de Ingenieros y Obreros en el extranjero (1910-1936) 64 Antonio González Bueno y Alfredo Baratas Díaz (eds.) La tutela imperfecta. Biología y farmacia en la España del primer franquismo 65 Matiana González Silva Genes de papel. Genética, retórica y periodismo en el diario «El País» (1796-2006)
JOSÉ MANUEL AZCONA PASTOR
LA UTOPÍA AGRARIA
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Víctor Guijarro Mora, doctor en Filosofía, es desde 1999 profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad Rey Juan Carlos. Sus intereses se han centrado en el estudio de la historia cultural de la instrumentación científica y, en general, de la tecnología. Ha publicado Los instrumentos de la ciencia ilustrada, 2002 y, junto con Leonor González, La quimera del autómata matemático. Del calculador medieval a la máquina analítica de Babbage, 2010. Ha coordinado con Manuel Sellés el número monográfico «La ciencia y sus instrumentos» de la revista Endoxa y ha participado en diversos trabajos colectivos, como en Aulas modernas: nuevas perspectivas sobre las reformas de la enseñanza secundaria en la época de la JAE (1907-1939), 2014, editado por Leoncio LópezOcón.
Ilustración de cubierta: Plano de la Colonia de San José (Entre Ríos, Argentina). Museo Histórico Regional de la Colonia San José (Entre Ríos, Argentina).
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