La Revolución Rusa 9788420733692

Por sus consecuencias mundiales, la Revolución Rusa de 1917 es el acontecimiento político más importante del siglo XX. C

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Spanish Pages 96 [97] Year 1994

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La Revolución Rusa
 9788420733692

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Biblioteca Básica de Historia Monografías

!La Revolución M i Rusa Francisco Diez del Corral

or sus consecuencias mun­ diales, lo Revolución Rusa de 1917 es el acontecimiento político más importante del siglo XX. Como la Revolución Francesa de 1789, cierra una era, destruyendo definitiva­ mente la monarquía absolu­ ta como tipo de Estado, y creando uno nuevo: el Esta­ do socialista de economía planificada. Este libro, más allá de la mera narración cronológica de los hechos, examina las raíces de la Re­ volución al hilo de los aconte­ cimientos que hicieron posi­ ble el triunfo bolchevique.

P

FRANCISCO DIEZ DEL CORRAL, ISBN 8 4 - 2 0 7 - 3 3 6 9 - 5

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antiguo militante del FLP, ha publicado diversos trabajos directamente relacionados con la Revolución Rusa y, en general, con el fenómeno re­ volucionario.

1544015

Colección: Biblioteca Básica Serie: Historia (Monografías) Diseño: Narcís Fernández Maquetación: Juan Carlos Quignón Edición gráfica: Mercedes Castro Coordinación científica: Joaquina Prats i Cuevas (Catedrático de Instituto y Profesor de Historia de la Universidad de Barcelona)

© del texto, Francisco Diez del Corral Zarandona © de la edición española, Grupo Anaya, S. A.. 1988 Juan Ignacio Lúea de Tena, 15. 28027 Madrid Primera edición, junio de 1988 Segunda edición, corregida, julio de 1989 Tercera edición, julio de 1991 Cuarta edición, septiembre de 1994 I.S.B.N.: 84-207-3369-5 Depósito legal: M-21.442/1994 Impreso en ORYMU. S. A. C / Ruiz de Alda, 1 Polígono de la Estación. Pinto (Madrid) Impreso en España - Printed in Spain

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534 bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte, sin la preceptiva autorización.

Contenido Un nuevo m undo

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1

Rusia en la época zarista

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El ensayo general de 1905

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1914-1917: La agonía del absolutismo

30

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Febrero de 1917: el estallido revolucionario

40

5

El Gobierno provisional

48

6

El regreso de Lenin

60

7

Todo el poder a los Soviets

70

8

El asalto al poder

82

D atos para una historia

90

Glosario

92

Indice alfabético

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Bibliografía

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Un nuevo mundo

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Antes de Marx, la explotación del hombre por el hom bre se consideraba algo relacionado con las personas o, todo lo más, con las institucio­ nes o regímenes políticos. A partir de Marx, la explotación es un hecho social que, aunque rea­ lizado a través de personas, se considera deri­ vada de un sistem a y de un mecanismo econó­ mico en cierto modo independiente de la volun­ tad humana: un mecanismo ciego. La Revolu­ ción rusa, cuya finalidad última es la realización práctica del ideal de igualdad, sin cuya existen­ cia ninguna verdadera libertad ni dem ocracia re­ sulta posible, es la primera revolución en la his­ toria del mundo que considera la injusticia so ­ cial no com o una consecuencia de la distribu­ ción de la riqueza, sino, en primer lugar, com o una consecuencia de la form a de producción de esa riqueza. La primera, por tanto, que quiere conscientem ente cambiar de raíz no ya un go­ bierno o una forma de gobierno, sino todo un sis­ tema económ ico basado en la propiedad priva­ da de los medios de producción. La primera, en fin, que intenta no sólo la creación de una so ­ ciedad mejor por la acción de los hom bres, sino la transform ación del hom bre mismo m edian­ te la creación de una sociedad nueva y distin­ ta, realmente humana. Así, por sus consecuencias nacionales y m un­ diales, la Revolución rusa de 1917 constituye el acontecimiento político y económico-social más im portante del siglo xx. Com o la Revolución francesa de 1789, la Re­ volución rusa cierra una era de la Historia y abre una nueva época para la humanidad. Esta nueva situación constituye el punto final de un proceso de descomposición del zarismo que coincide, en Occidente, con el mom ento de máximo desarrollo del capitalismo puro. La vic-

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toria de la Revolución m arca así el m om ento cul­ minante de ese sistem a capitalista y la señal de su decadencia. Pero el proceso revolucionario ruso tenía en realidad raíces profundas y antiguas. Hay que te­ ner en cuenta que, desde m ediados del siglo XIX, eran frecuentes en Rusia los estallidos de violen­ cia popular —y populista se llamó el movimien­ to social que más radicalmente se enfrentó en­ tonces con el terror zarista—, seguidas de las consiguientes oleadas de represión. En pleno régimen zarista, y paralelamente a los avances de la industrialización, avanzó tam ­ bién la penetración de las aspiraciones liberales, que en la última década del siglo se habían con­ vertido ya en ideales igualitarios de em ancipa­ ción política y social de grandes masas de o b re­ ros y cam pesinos. Es un cambio. Y la fundación, en 1897, del Partido Socialdem ócrata ruso, cuyo program a se inspira en las ideas de Carlos Marx, de recien te penetración entonces en Rusia, constituye la expresión más avanzada de ese cambio. Así, la victoria de la Revolución rusa en 1917 significó, por una parte, la liberación del yugo zarista y, por otra, la creación de un nue­ vo orden social. Lo que a su vez significa la des­ trucción radical de un tipo de Estado, el Estado capitalista, y la aparición de un nuevo Estado hasta entonces desconocido en la historia de la humanidad: el Estado socialista, el Estado de lo que se llamaría la URSS, Unión de Repúbli­ cas Socialistas Soviéticas. Y aunque posterior­ m ente, en algunos mom entos, ese Estado deri­ vara a nuevas formas de opresión y dominio que sus fundadores no habían previsto, los avances El fam oso ca rtel de sociales y el progreso material de que se bene­ D. M oor que lleva fician hoy las clases trabajadoras de O ccidente por título «¿Te alis­ ta ste voluntario?» no hubieran sido posibles sin el terrem oto revo­ lucionario que conmovió al mundo en 1917. 6 (1920).

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■III

Rusia en la época zarista En 1896, en la ceremonia de coronación como zar de Nicolás II, último monarca de la dinastía de los Romanov, el arzobispo metropolitano de Moscú decla­ raba: «Esta corona visible es el símbolo de la corona invisible que Nuestro Señor Jesucristo te otorga como jefe y señor de todas las Rusias, acompañada de su bendición, al entregarte el poder soberano y su­ premo sobre todo tu pueblo». Así, el Zar no sólo era el jefe del Estado y de la Nación, sino la encarnación misma del propio Dios en la Tierra. Una Monarquía medieval en plena época de la industrialización mo­ derna, en la época de la máquina de vapor y del te­ légrafo. Algo así como si por las autopistas circula­ ran, hoy, diligencias. Lo cierto es que, desde su creación, Rusia no co­ noció otro sistema de gobierno que el poder absolu­ to ejercido por monarcas absolutos, sin ningún freno legal. El propio monarca hacía la ley. Hasta 1864, para poder aplicar una ley no se consideraba necesario darla a conocer previamente. Incluso en épocas pos­ teriores, las leyes se promulgaban como documentos internos confidenciales, conocidos tan sólo por los

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E scudo de los Rom a n o v , d in a s tía rusa, originaria de L ituania, que reinó e n R u s ia d e s d e 1613 a 1917. La fa­ milia tom ó el nom ­ bre de uno de sus m iem bros, Román, qu e vivió en la pri­ m era m itad del si­ glo XVI.

funcionarios, aunque obligaban a todos los ciudada­ nos, que podían ser castigados sin saber por qué. A principios del siglo XVI, Iván el Terrible (1533-1584) hizo del terror un instrumento de Estado al servicio del absolutismo, lo que tendría enormes consecuencias a lo largo de toda la historia rusa pos­ terior, incluso después de la Revolución. Pedro el Grande (1682-1725), símbolo de la voca­ ción occidental de Rusia, reforzó el absolutismo y ex­ tendió el dominio del Estado sobre la Iglesia, uno de los pilares del sistema de poder absoluto. Catalina II (1762-1796) perfeccionó aún más el sis­ tema colocando a la Nobleza en los puestos de la Ad-

Los zares

En m ayo de 1913, N icolás II y la em ­ p era triz A lejandra p resid iero n en San P ete sb u rg o la so ­ le m n e c o n m e m o ­ rac ió n del te rc e r c e n te n ario de la di­ n a s tía R o m an o v . En el m om ento de a c c e d e r al tro n o , N icolás II, sin nin­ g u n a p rep a ra ció n p o lítica, d esco n o ­ cía ab so lu tam en te los a s u n to s d e Es­ t a d o . Q u iz á p o r eso su esp o sa Ale­ ja n d ra , c o n fu so p erso n aje de ex al­ tad o tem p eram en ­ to, acab aría de h e­ ch o g o b ern a n d o Rusia y d e sca rg a n ­ do a N icolás de esa d u ra ta re a. Un zar débil y un a zarin a fren ética —el fre­ nes! del ab so lu tis­ m o— que una y o tra vez ac o n se ja­ ba a su m arido una m ayor firm eza en el ejercicio de ese p o d er ab soluto.

9

Los zares

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La d in astía Romanov, qu e reinó en Rusia d esde princi­ pios del siglo XVII h a s t a la a b d ic a ­ ción, el 2 de m arzo d e 1917, de N ico­ lás II, últim o de los z a r e s , r e c ib e su n o m bre de un n o ­ ble m oscovita d e la prim era m itad del siglo XVI, Román, cuya hija contrajo m a tr im o n io c o n Ivan IV el Terrible. En 1613 los E sta­ d o s g e n e ra le s (Z e m s k ij S a b o v ) elegían com o za r a M iguel R om anov, co n el q u e se ini­ ciab a una dinastía q u e ib a a d u r a r m ás de tre s siglos V que sólo produjo, a ex cep ció n de Ped ro el G r a n d e (1672-1735) (a rri­ b a ), p e r s o n a lid a ­ d e s m e d io c re s , am an te s del poder ab so lu to.

ministración del Estado, hecho también de enormes consecuencias futuras. Bajo el reinado de Nicolás I (1825-1855), llamado «el gendarme de Europa», el despotismo zarista al­ canzó quizás su punto más alto. Y aunque en 1861 Alejandro II (1855-1881) liberara a los campesinos rusos del régimen de servidumbre, en contra de las esperanzas de apertura que esa me­ dida despertó, el aparato del Estado y los mecanis­ mos del poder despótico permanecieron invariables. Tan invariables que, en su célebre manifiesto del 21 de abril de 1881, Alejandro III (1881-1895), cono­ cido como «el idiota coronado», proclamaba oficial­ mente el carácter divino de todas sus decisiones: «a partir de ahora, sólo con Dios discutiré los destinos del imperio». Por si acaso, ese mismo año se organi­ zó la Ochrana, policía política que desde este mo­ mento hasta 1917 jugaría un papel fundamental en la represión del movimiento revolucionario, aunque la propia eficacia de esa represión produjo la elevación del nivel de conciencia revolucionaria de las masas y su encuadramiento y organización. Es un fenóme­ no que siempre se repite: la contrarrevolución esti­ mula la revolución.

Un inmenso Imperio El imperio A mediados del siglo XIX y hasta 1867 —año en que Alaska, colonizada por el zarismo desde finales del si­ ruso glo XVIII, fue vendida a los Estados Unidos—, el Im­ perio Ruso se extendía por tres continentes: Europa, Asia y América. Un Imperio dividido entre las aspira­ ciones unitarias y europeístas de sus dirigentes y la resistencia de los territorios y poblaciones no euro­ peas a la unificación política y lingüística impuesta por el poder. Según el censo de 1897, el primero realiza­ do en Rusia, la población de ese Imperio se elevaba a 123 millones. Quince años después, en 1913, habría aumentado a 159 millones. Rusia era entonces el es­ M apa del Imperio tado más poblado de Occidente y, todavía, de pobla­ Ruso a finales del ción sobre todo campesina. siglo XIX.

El gigante dormido A m ediados del si­ g lo X IX , s ó lo un 12 % de la pobla­ ción ru sa habitaba en las ciudades. El re sto se com ponía de d e c e n a s de mi­ llones de cam pesi­ nos que vivían en m ise ra b le s condi­ ciones. R educidos a la situ ació n de s ie rv o s , c o n s ti­ tuían, com o la tie­ rra y los a p e ro s de labranza, una p ro ­ piedad m ás de los nobles.

Tradición y modernidad Una de las características fundamentales de la histo­ ria rusa es la lentitud de los cambios, la lenta evolu­ ción de las clases sociales y de la organización social. Desde el siglo XVII, por ejemplo, y hasta la víspera misma de la Revolución de 1917, la agricultura ape­ nas experimentó cambio alguno. En este sentido, Ru­ sia constituía una sociedad feudal o semifeudal en ple­ no siglo XX. Pero ai mismo tiempo, desde los prime­ ros años de ese siglo, la industria rusa había alcan­ zado ya el nivel de los países más avanzados e inclu­ so en muchos aspectos los superaba. Esta combinación de modernidad y atraso es el ras­ go más original de la situación de la Rusia prerrevolucionaria y lo que explica, en parte, que en el país quizá más feudal de Europa se produjera la revolu­ ción más moderna del mundo: la primera revolución proletaria de la época contemporánea. Sin embargo, a finales del siglo XIX sólo el 13% de la población rusa vivía en las ciudades y los campe­ sinos representaban el 80% de la población total.

Unos campesinos recién salidos del régimen de ser­ vidumbre, pero que conservaban todavía —y conser­ varían hasta 1906— su vieja forma de comunidad agraria tradicional, el Mir, especie de asamblea local con funciones económico-sociales que, si bien contri­ buyó a la formación de un espíritu comunitario, cons­ tituyó en definitiva un obstáculo para la moderniza­ ción de la agricultura. Desde principios del siglo XX se produjo un acele­ rado proceso de desarrollo de la población urbana que, de 1897 a 1913, aumentó en un 70%. Este desa­ rrollo urbano tuvo lugar al mismo ritmo que la indus­ trialización del país, acelerada sobre todo de 1910 a 1914. Urbanización, industrialización, modernización, desarrollo acelerado de la producción. Un proceso poco compatible con la persistencia, todavía en ple­ no siglo XX, de una organización social feudal o semifeudal. De la tensión que ese choque entre moder­ nidad y antigüedad produjo surgió el voltaje revolu­ cionario.

El gigante dormido P o r su e le v a d a c o n c e n tra c ió n de o b rero s, la a c e re ­ ría Putilov, donde tr a b a ja b a n m iles d e p e rs o n a s , d e ­ s e m p e ñ ó un im ­ p o rtan te papel en el d esarro llo de la huelga política y su u tiliz a c ió n co m o in s tr u m e n to fu n ­ dam ental de lucha. Es allí d o nde co ­ m enzó, en 1905, el g ran p ro ceso huel­ g u ístico in su rre c ­ cional.

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La «intelligentsia»

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C o n A. P u s h k in (1799-1837), poeta, novelista y d ram a­ tu r g o , c o m ie n z a en Rusia la gran li­ te ra tu ra de alca n ­ c e u n iv e rs a l. S u o b ra , p o r encim a d e lo n ac io n a l o p articu lar, plantea la c o n tr a d ic c ió n f u n d a m e n ta l que late en la n atu ra le­ z a m is m a d e la vida: la co n tra d ic­ ción e n tre el o rd en y el cao s, el a z a r y la necesidad. E uro­ p e o l i b r e e n la reaccio n aria E uro­ p a d e la S a n t a A lia n z a y p e r s o ­ nalm ente co m p ro ­ m etido en la lucha p o r la l i b e r t a d , P u sh k in , q u e s u ­ frió exilios y d e s­ tie rro s, pu ed e co n ­ sid e ra rse el gran lí­ rico de la literatu ­ ra rusa. A la d e re ­ c h a , e s tu d ia n te s rusos.

Un grupo muy especial En esta sociedad contradictoria y desgarrada por ten­ siones de signo opuesto, hay un grupo social que va a desempeñar un papel fundamental en el largo pro­ ceso revolucionario: la «intelligentsia», una palabra rusa inventada en el siglo XIX y que a partir de en­ tonces adquirió ya un significado mundial. Grupo so­ cial de composición diversa —periodistas, artistas, li­ teratos, pensadores—, la «intelligentsia» se define so­ bre todo por su rechazo radical del orden político constituido. Por encima de sus diferencias teóricas, los miembros de la «intelligentsia» comparten una convicción común: la de ser un grupo encargado de una alta misión moral, liberar al pueblo ruso. Y tie­ nen fe: fe en la justicia de su causa, fe en las ideas que la animan, fe, en fin, en la razón y en la ciencia. Hasta finales de 1860, este grupo reducido, pero cuyo radio de influencia y acción iba extendiéndose cada vez más, se consideraba a sí mismo como el ins­ trumento de la transformación de Rusia, como el «motor del cambio». En adelante, dejará de conside­ rarse protagonista del cambio, para ponerse al servi­ cio de los verdaderos protagonistas: el campesinado al principio, y el proletariado, después.

Los decembristas En la madrugada del 14 de diciembre de 1825, diez años después de la derrota de Napoleón en Waterloo, 3.000 soldados, al mando de 30 oficiales, ocupa­ ron la plaza del Senado, en San Petersburgo: trata­ ban de evitar que los senadores prestasen juramento de fidelidad a Nicolás I, nuevo zar tras la muerte de Alejandro. Fue un golpe de Estado de un grupo de oficiales miembros de la aristocracia dirigidos por Pa­ blo Pestel. Pero fracasó: los sublevados fueron dete­ nidos y los principales jefes de la conspiración, entre ellos Pablo Pestel, ahorcados. La acción de los decembristas, a pesar de su fra­ caso, constituye una fecha histórica. Abre paso en Rusia al período acción-represión, constante ya has­ ta 1917, e inicia un enfrentamiento con el poder que durará hasta el derrocamiento definitivo del zarismo. Los decembristas no querían cambiar el orden so­ cial, sino sólo el orden político. Eran nobles aislados de las masas que, al regresar a su país tras la derrota de Napoleón, introdujeron en Rusia, hasta entonces sin contacto con el exterior, las ideas liberales de la Ilustración. Pero el pueblo ruso no sólo deseaba li­ bertad, sino, sobre todo, igualdad. Más aún: única­ mente en 1825 la lucha contra el poder se hizo en nombre de la libertad.

El aviso de diciembre

La co n ju ra d ecem ­ b rista se proponía d e s tro n a r a N ico­ lás II y p o n er en su lugar a su h erm a­ no, el g ran d uque C o n stan tin o , p ara in tro d u c ir asi en Rusia un régim en c o n s titu c io n a l. P e ro la s tr o p a s leales al Z ar so fo ­ c a r o n in m e d ia ta ­ m en te el golpe de E s ta d o , p o r o tra p a rte mal organi­ zad o v planteado. C inco d e los conju r a d o s fu e ro n a h o r c a d o s y 120 d e p o r ta d o s a Siberia.

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¿Qué hacer?

N utrido de un c ris­ tianism o primitivo q u e im p re g n a su vida y su s novelas en un r ig u ro s o id e a lis m o m o ra l b ase, a la vez, de su co n d ena de las e s tru c tu ra s so cia­ les, eco nóm icas y políticas del m un­ do m oderno, y de las form as de a r­ te q ue ese m undo p r o d u c e , el c o n ­ d e L e ó n T o ls tó i (1828-1910) aplica su critica a to d o s los ám bitos de la v id a in div id u al y colectiva. En este s e n t i d o , la o b ra com pleta del a u to r de G uerra y P az p u e d e d e f in ir s e , com o una «crítica del sistem a».

Tras la ejecución de los decembristas, el fracaso de 1825, lejos de paralizar la lucha, sirvió de aguijón para nuevos y más radicales planteamientos. Los que eran sólo rebeldes, se convirtieron de este modo en revolucionarios. Es el momento en que la «intelligentsia» se consi­ dera el «motor del cambio». Pero, de acuerdo todos en la necesidad de un cambio radical, sus miembros no coincidían en la vía a seguir. Para unos, no había más camino que el de las sociedades occidentales, es decir, el desarrollo de una economía «capitalista», lo que significaba la desaparición de la comuna rural rusa, el Mir. Eran los occidentalistas. Para otros, los eslavófilos, había que evitar preci­ samente la contaminación de las sociedades occiden­ tales, que consideraban corrompidas, y buscar la sal­ vación en la recuperación de las virtudes tradiciona­ les —espiritualidad, solidaridad, generosidad— del pueblo ruso. Por tanto, al contrario que en el plan­ teamiento occidentalista, el progreso consistiría en el desarrollo de la comuna rural rusa tradicional, evitan­ do la etapa capitalista para pasar así directamente al socialismo. Una vieja disputa que, en una u otra forma, se re­ petirá a lo largo del proceso revolucionario y cuya huella permanece todavía hoy. ¿Qué hacer? Esa era la angustiosa pregunta que desde Pedro el Grande y Catalina de Rusia venían re­ pitiéndose, generación tras generación, las clases cul­ tivadas rusas. La misma que se planteó, a todo lo lar­ go del siglo XIX, la «intelligentsia». Qué hacer para mo­ dernizar y occidentalizar Rusia, qué hacer para librar­ la de la tiranía zarista, qué hacer para convertir la re­ belión en revolución, qué hacer, en fin, para forjar un instrumento que fuese capaz de llevar a cabo esa re­ volución. Una revolución que depende de los hombres y exi­ ge, por eso, la aparición de un nuevo tipo humano, como el popularizado en el «catecismo revoluciona­ rio» de Nechaev: el hombre entregado en cuerpo y alma a la causa y dispuesto en todo momento a sa­ crificarse por ella, el apóstol de la idea, el héroe re­ volucionario que renuncia a todo deseo, sentimiento o interés individual en nombre del interés de la co­ munidad. Un militante político que rompe con el pa­

sado para construir, mediante el testimonio violento de los hechos y a menudo utilizando el terror, un fu­ turo de justicia y fraternidad. Un racionalista frío y lú­ cido que reniega de la charlatanería «literaria» y hace de la ciencia utopía y de la utopía, ciencia. Nicolás Chernichevski fue uno de esos nuevos hombres. Y no es casual que su obra más conocida, el relato que se convertirá en «biblia» de todos los re­ volucionarios de la época, se llame precisamente así: ¿Qué hacer? Aunque Chernichevski, nacido en 1828, no hizo más que recoger rasgos y actitudes propias de su ge­ neración, e incluso rasgos comunes a toda la «intelligentsia», los héroes de su narración crean al mismo tiempo un modelo de comportamiento que tuvo una gran influencia entre la juventud universitaria. Algu­ nos años después, su lectura marcaría ya para siem­ pre a un joven marxista llamado Vladimir Illich Ulianov, Lenin, futuro destructor del imperio zarista y constructor del Estado Soviético. Tanto le marcaría, que una de sus obras fundamentales, aquella en que expone la teoría y la práctica del partido revolucio­ nario, se titularía también, como la obra de Cherni­ chevski, ¿Qué hacer? La respuesta a esta pregunta fue la creación del partido que llevó a cabo la Revo­ lución de 1917; sus miembros, los bolcheviques, se­ rían los herederos de aquel «hombre nuevo». 'ITO U.-1 \ 11»V ;i3s ?a-:k¿30Bí ohqbhtl j i p ivHJUtl»

H. r.MCPHbUUCBCKArO

¿Qué hacer?

N ic o l á s C h e r n i ­ ch ev sk i (1828-89), novelista y crítico literario, es el a r ­ quetip o mismo de ese «hom bre n u e­ vo» que va a p ro ta ­ g o n iz a r el m o v i­ m ie n to revolucio­ nario ru so del siglo XIX. En ¿Q ué h a ­ cer?, novela escri­ ta en 1863 d u ran te su e stan c ia en pri­ sión, C h ern ich ev s­ ki h ace algo más que n a rra r una his­ toria: pro p o n e un m o d e lo d e v id a, b asad o en la a u to ­ disciplina y la re ­ nuncia qu e rec o n ­ c ilia al h o m b re consigo mismo.

Los radicales

A lejandro H erzen (1812-1870), escri­ to r y filósofo, e stá co n sid erad o com o el c re a d o r del p o ­ pulismo. Eslavófilo al principio y p os­ te rio rm e n te occid en talista, a partir de 1850, d ecep cio ­ n ado p o r la Revo­ lución de 1848, re ­ niega de O ccid en te y re p la n te a su s c o n c e p c io n e s en u na céleb re a u to ­ b io g rafía: P asado y pensamiento. T r a s a d h e rirs e a las te sis an a rq u is­ ta s de P roudhon, H erzen ve en la com u n id a d a g r a ria eslava (obscina) el germ en de una o r­ g an iz a c ió n s o c ia ­ lis ta , a n tie s ta ta i. Su idea fundam en­ tal era e stab lece r u n p u e n te e n t r e la é lite ilu s tra d a y las m asas cam ­ pesinas.

El populismo A mediados del siglo XiX, tras la muerte de Nicolás I en 1825 y la humillación sufrida por Rusia en la Gue­ rra de Crimea, la «intelligentsia» en su conjunto pa­ recía estar de acuerdo en una cosa: en su fe en las virtudes del campesino ruso, el mujik, y en la convic­ ción de que el propio pueblo ruso, representado por esa clase campesina, había de ser el protagonista principal de la lucha. Según este planteamiento, que enlaza con las tesis de los eslavófilos, el capitalis­ mo es sólo un «accidente» en el desarrollo de la his­ toria rusa, que puede evitarse volviendo a las tradi­ ciones de la comuna campesina. Es entonces cuando apareció el «populismo», ex­ presión que se remonta a 1861, año en que Alejan­ dro Herzen, escritor y revolucionario exiliado en Lon­ dres, lanzó a los estudiantes rusos la consigna de acercamiento al pueblo: «id al pueblo». El populismo no era una organización particular ni un conjunto coherente de ideas, sino un movimiento radical y socializante compuesto de grupos diversos que alcanzó im portancia d u ran te la década 1860-1870, llegó a su punto más alto en 1881, con el atentado de Narodnaya Volia —la «Voluntad del Pue­ blo»—, que costó la vida a Alejandro II, y comenzó a decaer después dando paso, a finales de la década, a la aparición de las primeras organizaciones de ideo­ logía propiamente socialista. Aunque algunos popu­ listas, como Tkachev, uno de los primeros que dio a conocer en Rusia el materialismo histórico de Marx, y precursor del partido de tipo leninista, puedan con­ siderarse ya verdaderos revolucionarios socialistas. Lo cierto es que, durante años, los grupos popu­ listas fueron los grandes protagonistas de la lucha contra el zarismo. Su táctica osciló entre dos polos: el convencimiento del pueblo mediante un lento tra­ bajo de educación (vía recomendada sobre todo por Lavrov) y el empleo del terror como medio funda­ mental de lucha para quebrar el Estado zarista y pro­ vocar al tiempo la movilización del campesinado. Se­ gún épocas, grupos y circunstancias primó una u otra vía, sin que se excluyeran mutuamente. Pese a sus diferencias respecto a los medios, compartían fines úl­ timos semejantes y eran, por tanto, solidarios políti­ camente: pueden considerarse un solo movimiento.

Nihilistas y anarquistas Aunque por su radicalismo revolucionario y su ideal igualitario, los nihilistas, corriente aparecida hacia 1860, puedan incluirse dentro del movimiento gene­ ral populista, constituyen un grupo ideológico propio: se muestran críticos con la creencia en las virtudes revolucionarias del campesino y, frente a la liberación social, proclaman la liberación individual reafirmando la importancia de las «minorías pensantes». En la misma época, el anarquismo de Bakunin, que persigue la destrucción del Estado y, en general, de toda forma de vida social organizada, y que cree cie­ gamente en las posibilidades insurreccionales del campesinado, alcanzó también gran influencia.

Los radicales El 18 de febero de 1861 se publicaba el A c ta d e em a n ci­ pación, co n ced ien ­ do la libertad a los siervos. La em an ­ cipación, m ás for­ mal que real, no li­ b eró al cam p esin a­ do de la miseria.

El ensayo general de 1905 Tras el atentado de 1881, la «intelligentsia», decepcio­ nada por los nulos resultados de la desaparición físi­ ca de Alejandro II (al que sucede Alejandro III sin que se produzca ningún cambio), comienza a interrogar­ se sobre la eficacia del método terrorista. Es el mo­ mento en que, de la fe en el mujik va a pasarse a la fe en el proletariado, clase cada vez más numerosa y aureolada por el prestigio que le dieron los sucesos de la Comuna de París, que tuvieron lugar en el año 1871.

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En 1871 aparecía la p rim era tra d u c ­ ción al ru so de El C apital de C arlos M arx, au n q u e al­ g u n o s co n ocieran y a el s o c ia lis m o científico de Marx y Engels. U na d o c­ tr in a fu n d a d a en un optim ism o radi­ cal re sp e c to a las posibilidades de li­ b eración de la hu­ m anidad a trav és de la acción revol u c i o n a r i a y la ciencia. A la d e re ­ ch a , los fundado­ res de la «Unión de L ucha p ara la C la­ se O brera» , a n te ­ ce d en te del P arti­ do S ocialdem ócrata, e n tre los que se e n c u e n tra Lenin.

La penetración del marxismo Exiliado en Ginebra, George Plejanov, «el padre del marxismo ruso», había comprendido con claridad la nueva situación. Antiguo miembro del grupo populis­ ta «Tierra y Libertad», a partir de 1878 se alejó del populismo y tras el estudio de la obra de Marx y En­ gels fundó, en 1883, el grupo «Liberación del Traba­ jo», fundamentalmente dedicado a la difusión de las ideas de Marx y Engels. Una ideología «occidental» —y próxima, por eso, a algunos planteamientos de los occidentalistas— que definía a la clase obrera como la clase encargada de una «misión histórica»: la de suprimir por la revolución toda forma de explo­ tación humana y construir así un nuevo mundo: el co­ munismo o sociedad sin clases. Es entonces cuando se pasa del espíritu de rebe­ lión al espíritu de revolución.

En 1888 se creó el Partido Comunista polaco —Po­ lonia pertenecía entonces al Imperio Ruso— y, en 1895, la «Unión de Lucha para la Liberación de la Clase Obrera», en cuya fundación tuvo un destacado papel Vladimir Illich Ulianov, Lenin. Tres años después se creó también (Congreso de Minsk) el POSDR, Parti­ do Obrero Social Demócrata Ruso, núcleo primitivo del que saldrían los bolcheviques. Durante la misma época apareció asimismo el Par­ tido socialista-revolucionario, heredero de los popu­ listas y que compartía con ellos la confianza en el campesinado.

En busca de un Partido

Bolcheviques y mencheviques En 1903 tuvo lugar en Londres el II Congreso del POSDR, en el que verdaderamente se constituyó el Partido. En la discusión sobre el punto primero de los estatutos, en el que se definían los requisitos para poder ser considerado miembro del Partido, se pre­ sentaron dos proyectos: el de Lenin, que considera­ ba indispensable la «participación personal en una de las organizaciones del Partido», y el de Martov, que M i e m b r o d é l a «U nión de Lucha sólo exigía el «apoyo y adhesión personal». p a r a la C l a s e Tras un duro enfrentamiento verbal, la propuesta O b rera» , y unida a de Martov resultó vencedora por 28 votos contra 22 Lenin d esd e 1898, y una abstención. Al finalizar el congreso, y con los al q u e ac o m p a ñ a en su exilio inicial a Siberia y del que ya no se se p a ra rá —salv o p a s a je ro s a le ja m ie n to s — h a s ta su m u e rte en 1924, N adiezhda K ru p s k a ia (1869-1937) e n c a r­ na c o n la m ay o r p u rez a el ideal de la « co m p añ era re ­ volucionaria»: mili­ ta n te qu e co m p ar­ te co n su pareja, am o r y revolución fu n d ien d o in sep a­ rab lem en te am bos sen tim ien to s. A la iz q u ie r d a , L en in en el II C ongreso.

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C o n P le ja n o v y A x e lro d , M a rlo v (1 8 7 3 -1 9 2 3 ) fu e uno de los c re a d o ­ r e s d e l P a rtid o S o c ia ld e m ó c r a ta r u s o y fu n d a d o r, co n Lenin, del pe­ riódico «Iskra». Re­ p re se n ta n te en el co n g re so de 1903, e n c a b e z ó la frac­ ción m enchevique. E n 1905, tr a s la ten tativ a de reuni­ ficación de am bas co rrien tes, M artov defendió la tesis de la n e c e s id a d d e p a sa r a n te s por un a p rim era eta p a de d e m o c ra c ia bu rg u esa. En se p ­ tie m b re p articip ó c o n L e n in en la c o n fe re n c ia de Zim m erwald, para te rm in ar la guerra.

delegados divididos ya en dos campos, en el momen­ to de las votaciones para elegir la composición de los órganos centrales del partido —entre ellos el perió­ dico Iskra—, se produjo un vuelco de la situación y fue entonces Lenin quien consiguió la mayoría. Mar­ tov, que acusó a Lenin de haber eliminado injustifi­ cadamente de la redacción de Iskra a hombres indis­ pensables, rechazó los resultados de la votación. Era la ruptura. Ruptura entre «bolcheviques» (que en ruso quiere decir mayoritarios) y «mencheviques» (minoritarios), un episodio histórico que marcaría todo el futuro del movimiento obrero. Aunque en abril de 1906 el «congreso de la unidad», celebrado en Estocolmo, reunificara pasajeramente ambas ten­ dencias. En realidad, se trataba de una cuestión de fondo. Bajo las diferencias aparentemente formales se es­ condían dos concepciones opuestas de organización: la de un tipo de partido de vanguardia cerrado, clan­ destino, centralizado y militarizado, según el modelo expuesto por Lenin en su ¿Qué hacer? de 1902, y la de un partido de tipo parlamentario poco apto, se­ gún el mismo Lenin, para tomar el poder en las con­ diciones específicas rusas. Con el tiempo, estas dife­ rencias de concepción se convirtieron en diferencias ideológicas sobre la posibilidad o imposibilidad de pa­ sar directamente en Rusia del zarismo al socialismo, sin etapas capitalistas intermedias. Los hechos aca­ barían dando la razón a Lenin.

El «domingo sangriento» El 3 de enero de 1905, las tropas japonesas entraron en Port Arthur. La derrota de las tropas del zar en la Guerra Ruso-japonesa puso de manifiesto el desba­ rajuste e ineficacia del gobierno de Nicolás I. La hu­ millación va a actuar ahora como amplificador del desconcierto social y político: las masas sólo toleran sus muertos cuando éstos son vencedores, no cuan­ do son bajas de un ejército vencido. En San Petersburgo, el domingo 9 de enero, tras una oleada de huelgas, una manifestación de familias trabajadoras, encabezada por el pope Gapón, mar­ cha hacia el Palacio de Invierno. Los manifestantes no iban a exigir un cambio de régimen ni ponían en duda —menos aún— la soberanía del zar. Se trataba de una manifestación pacífica: la presencia de niños y los iconos que los manifestantes alzaban así lo prue­ ba. Sólo querían pedir al zar —suplicar— una mejora de sus miserables condiciones de vida. Y el cese de la guerra. Pero la multitud, aunque se manifieste pacíficamen­ te, siempre infunde miedo al poder y sus represen­ tantes. Los soldados abrieron fuego. Fue una carni­ cería. Una carnicería —el «domingo sangriento»— que provocó en las masas un cambio radical: de ob­ jetos pasivos del poder, se convierten ahora en suje­ tos activos de la revolución.

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Más de 70 m u er­ to s, 240 h erid o s y una ola de indigna­ ció n p o p u la r que pro v o có la m ayor o leada de huelgas q u e R u s ia h a b ía co n o cid o h a sta el m om ento: tal fue el saldo del «dom in­ go sangriento», 8 de en e ro d e 1905, en S an P e te rsb u r­ go. El principio de una revolución.

Fracaso y esperanza El 22 de junio de 1905, tra s la m uer­ te , a m anos de un oficial, de un m ari­ n ero que se queja­ ba del mal estad o de la com ida, la tri­ pulación del a c o ra ­ zado P otem kin se am o tin aba ap o d e­ rán d o se del barco: lo s a m o tin a d o s izaron la b an d era roja en la bahía de S eb asto p o l, en el M ar N egro, y d e s­ p u és de h acer e s­ cala en O d esa se dirigieron a Rum a­ nia, d o n d e se les concedió asilo p o ­ lítico.

Una revolución que fracasa Durante la primavera y el verano, un vendaval de huelgas sacudió los cimientos del régimen zarista. La concentración obrera en grandes fábricas facilitaba la huelga política, que se convirtió en el método funda­ mental de lucha. El 22 de junio se sublevó la marine­ ría del acorazado Potemkin (episodio que años des­ pués relataría el cineasta Eisenstein en una película destinada a hacerse famosa) y, en octubre, hubo huel­ ga general en toda Rusia. En agosto, obligado por la presión popular y siguiendo los consejos de su minis­ tro Witte, Nicolás II anunciaba la creación de una Asamblea representativa, la Duma, de base muy limi­ tada y con poderes puramente consultivos. Desde Gi­ nebra, Lenin seguía los acontecimientos. El 14 del mismo mes se constituyó en San Petersburgo, me­ diante la acción espontánea de grupos de obreros en huelga, un consejo de trabajadores: el Soviet de di­ putados obreros, el primer Soviet del movimiento re­ volucionario ruso y en el que Trotski —que en no­ viembre sería nombrado presidente de! mismo— iba a desempeñar un importante papel. Era un nuevo órgano político que, durante las se­ manas siguientes, se multiplicó por toda Rusia y que

en la Revolución de 1917 desempeñaría un papel fun­ damental. Fue el momento culminante del proceso. El 17 de octubre, el Zar firmaba un manifiesto con­ cediendo una Constitución: la proyectada Duma ten­ dría poderes legislativos, se ampliaría su representa­ ción y se garantizarían los derechos civiles. Witte fue nombrado primer ministro. Rusia dejaba de ser una monarquía absoluta para convertirse —por sólo tres meses— en una monarquía constitucional: una «re­ volución legal» para evitar la revolución de los revo­ lucionarios. El 8 de noviembre Lenin regresó a Rusia. Pero los bolcheviques, en esa época aislados todavía de las masas, seguían el movimiento, pero sin lograr dirigir­ lo. Los mencheviques, por su parte, no pensaban si­ quiera en tomar el poder. Y los socialistas-revolucio­ narios —los «eseritas»— estaban perplejos: confiaban

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El cin ea sta soviéti­ co E insenstein in­ m ortalizó la re b e ­ lión del P o tem kin en una película (El a co ra za d o P o tem ­ kin), realizada en 1925. N arra los su ­ ceso s d e 1905 y es una de las o b ras m a estra s del cine mudo.

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en el campesinado y la clase protagonista del movi­ miento había sido, en cambio, el proletariado. Sólo el Partido Constitucional, el Partido Cadete, constituido ese mismo año, y que en las elecciones a la primera Duma consiguió una tercera parte de los escaños, no parecía desbordado por la situación. Pero el Partido Cadete no era un partido revolucio­ nario, sino un partido liberal. Y los liberales no diri­ gen una revolución obrera: la frenan. Así, agotado por la aceleración de los primeros me­ ses de lucha, sin una conciencia clara de sus objeti­ vos últimos, el movimiento empezó a decaer. El 16, 17 y 18 de diciembre el gobierno aplastó en Moscú una huelga general insurreccional. Llegaba la hora de la represión. Antes de que finalizara el año, la revo­ lución había concluido. En diciembre de 1907, Lenin volvió al exilio. Antes M inistro del Inte­ rior en 1905 y P re­ de partir, pronunció esta frase: «Un poco de pacien­ sid en te del C o n se­ cia; 1905 volverá».

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jo d e M i n i s t r o s d esd e 1906, Stolyp in (1 8 6 2 -1 9 1 1 ), que se había dis­ tinguido por la re ­ p resión del movi­ m iento cam pesino, prom ueve una re ­ form a ag raria cuyo o b je tiv o fu n d a ­ m ental es, en defi­ nitiva, c o n te n e r la ten sió n social en el cam po m ediante la c r e a c ió n d e u n a ca p a de p eq u eñ o s p ro p ie ta rio s a c o ­ m o d ad o s, los k u ­ laks. Su asesin a to en 1911 po n e fin a la s re fo rm a s . A p artir de e ste m o­ m en to , el ab so lu ­ tism o vuelve al m é­ t o d o c l á s i c o : el ap lastam iento por la violencia del m o­ v im ie n to r e v o lu ­ cionario.

A favor de corriente La cifra de huelguistas, casi dos millones en 1905, des­ cendió a 650.000 en 1906, 540.000 en 1907, 93.000 en 1908, 8.000 en 1909 y 4.000 en 1910, año del periodo 1905-1917 en que menos huelgas se produjeron. Tras el retroceso primero y la derrota después del movi­ miento huelguístico insurreccional, el zarismo se re­ cuperaba. Divididos y perseguidos, los socialistas —bolchevi­ ques, mencheviques, socialistas-revolucionarios— acaban en las cárceles o toman de nuevo el camino del exilio. Por su parte, las masas obreras, desmoralizadas por la represión y sin líderes ni partidos, volvieron a la antigua indiferencia. Así, con la situación ya domi­ nada por el poder, de 1907 a 1912 la Duma cumplió íntegramente su tercer mandato. El régimen de Nico­ lás II, alternando las concesiones con la represión, se estabilizó. La reforma agraria de Stolypin —ministro del Interior y primer ministro tras la disolución, en 1906, de la primera Duma— desmanteló el antiguo sistema de propiedad comunal, el Mir, creando una nueva categoría de campesinos acomodados, los ku­ laks, en la que el régimen debería apoyarse. Se tra­ taba de diversificar la propiedad rural y crear nuevos

propietarios como antídoto del socialismo revolucio­ nario. El autor de la reforma lo vio con claridad: de esta forma «el gobierno se asentará en la propiedad individual destinada a desempeñar un importante pa­ pel en la reconstrucción de nuestro imperio sobre só­ lidos cimientos monárquicos». Como tantas otras ve­ ces, el poder intentaba evitar una revolución social lle­ vando a cabo una revolución legal, que se producía, además, a favor de corriente: en un momento de «re­ lanzamiento» de la economía rusa, propiciada por la favorable coyuntura económica europea de esos años. Relanzamiento de la economía agraria, relanza­ miento de la producción industrial. A favor de la re­ forma política, a favor de la expansión económica, el régimen de Nicolás II podía sentirse tranquilo. El fan­ tasma de la revolución se desvanecía. Aunque próxi­ mo, 1905 quedaba ya muy lejano.

Fracaso y esperanza El 7 d e a b ril d e 1906 se reu n ía la 1.a D um a elegida, en p rin cip io , p o r sufragio universal. De m ayoría ca d ete (180 diputados) y sin ningún re p re ­ s e n ta n t e c o n s e r ­ v a d o r ( z a r is ta s ) , fu e d is u e lta d o s m eses d esp u és. Aqui, Lenin y S talin r e u n i d o s en T am m erfors.

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T r a s el a p l a s t a ­ m ien to del m ovi­ m ie n to in s u r r e c ­ cional de 1905, el exilio. En 1907 hay en P a ris m ás de 25.000 em ig rad o s políticos de to d a s las ten d en cias, en ­ tre ellos Lenin. En la imagen, el Club d e los Em igrados R usos en París.

Las lecciones de una derrota Mientras tanto, los derrotados reflexionaban sobre las causas de la derrota. No todos sacan las mismas conclusiones. Pero todos, pese a la derrota final del movimiento revolucionario y a la amargura del exilio, miran, no obstante, al futuro. Porque, aunque frustrada, la Re­ volución de 1905 dio a las masas conciencia de su fuerza. Se dieron cuenta de que el zarismo era vul­ nerable, que podía ser derrocado. Para el Partido Cadete, las concesiones legales he­ chas por el poder mostraban la posibilidad de un ré­ gimen liberal en Rusia, que de hecho cuenta ya con un parlamento. Hay, pues, que profundizar en la vía parlamentaria. Su objetivo último es lograr un parla­ mentarismo de corte británico. Aunque para llegar a él haya que hacer las paces con el poder, negociar, consensuar, buscar algún acercamiento

Los socialistas-revolucionarios, ante el fracaso final de un movimiento obrero en el que por otra parte no confiaban, volvieron de nuevo sus ojos hacia el cam­ pesinado y las tradiciones de la lucha populista. Para los mencheviques, el desarrollo de los acon­ tecimientos confirmaba sus tesis: el movimiento de 1905 había fracasado porque, en las condiciones de Rusia, la revolución socialista era sencillamente im­ posible. Sólo cabía una revolución «democrático-burguesa», etapa histórica anterior y obligatoria, realiza­ da por la propia burguesía y en la que el proletariado tendría en definitiva un papel de comparsa. La tarea era, pues, impulsar a esa burguesía al poder. Pero los bolcheviques —aunque no todos— veían las cosas de otra forma. Aun admitiendo también la necesidad de pasar antes por una revolución «burguesa», Lenin negaba que la burguesía pudiera y quisiera hacer esa revolución; entendía el proceso y la transición de la etapa «burguesa» a la etapa «socialista» como una re­ volución «ininterrumpida» —la «revolución perma­ nente» que Trotski teorizaría— realizada por el pro­ letariado en alianza con los campesinos. Una revolu­ ción que empieza siendo «burguesa» y acaba siendo «socialista»: en definitiva, el proceso que tendría lu­ gar en 1917. Por eso, el fracaso de 1905 —que en todo caso re­ veló a millones de obreros y campesinos las posibili­ dades del combate político y no simplemente econó­ mico— no demuestra para Lenin la imposibilidad de una revolución socialista en Rusia, sino la debilidad organizativa de un instrumento revolucionario que no ha estado a la altura de las circunstancias y no ha con­ seguido dirigir el movimiento obrero ni lograr la uni­ dad de acción con los campesinos. Fortalecer, afinar ese instrumento y corregir esa alianza obrero-campe­ sina: tal es la tarea que durante esos años, a la espe­ ra del «Gran Día», se impusieron los bolcheviques bajo la dirección de Lenin. Mientras, la fosa que separa ambas fracciones se ahonda cada vez más y en enero de 1912 se produce la ruptura definitiva. La Conferencia de Praga, orga­ nizada por Lenin y a la que asistió un pequeño nú­ mero de sus fieles, declaró que los mencheviques se habían autoexpulsado del partido. A partir de ese mo­ mento, sólo ellos, bolcheviques, eran ya ese partido.

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El prim er núm ero de «Pravda» a p a re ­ ció el 12 de m arzo d e 1912, c u a tr o m eses d esp u és de la escisión definiti­ va e n tre bolchevi­ q u e s y m enchevi­ q u es en el C o n g re­ s o d e P r a g a . El n u e v o p e rió d ic o , ó rg an o de los b ol­ cheviques, su p eró in m e d ia ta m e n te , en tirad a e influen­ cia, las publicacio­ nes m encheviques. D e s a p a r e c id o al iniciarse la g u erra de 1914, re a p a re c i­ do co n la Revolu­ ció n d e F e b re ro ; en o c tu b re de 1917 se convirtió en el ó rg an o c e n tra l del C o m ité B o lch ev i­ q u e en M o scú . H a sta 1937 e s tu ­ vo dirigido p o r Bujarin.

1914-1917: La agonía del absolutismo El 4 de agosto de 1914, en medio de un delirante en­ tusiasmo, el Parlamento francés aprobaba en París la «unión sagrada» entre proletarios y burgueses. El mis­ mo día, en Berlín, los votos social-demócratas permi­ tían que el Parlamento alemán aprobara por unani­ El 28 de junio de midad el presupuesto para la guerra. En sólo unas ho­ 1914 el archiduque ras, uno de los pilares del movimiento obrero, el in­ F ran cisco F ern an ­ d o , h e r e d e r o del ternacionalismo, se desmoronaba aparatosamente. tro n o au stro -h ú n ­ garo, e ra a sesin a­ do en S arajevo, c a ­ pital de Bosnia. El te rro rista , un e s tu ­ d iante de 19 años lla m a d o G a v r ilo Princip, que decla­ ró h ab e r com etido el m agnicidio para lib e ra r a los se r­ bios de la opresión au stríac a, fue d e­ te n id o in m e d ia ta­ m e n te . El h e c h o d e s e n c a d e n ó la P rim e ra G u e rra Mundial.

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La guerra El 29 de julio, un día después de la declaración de gue­ rra del Imperio Austrohúngaro a Serbia, el ejército ruso se movilizaba. El 1 de agosto, Alemania decla­ raba la guerra a Rusia. Al día siguiente, en San Petersburgo —que va ahora a llamarse Petrogrado—, la multitud vitoreaba a la familia imperial, asomada a un balcón del Palacio de Invierno. La muchedumbre de súbditos, de rodillas, entona el himno nacional... El 6 de agosto, el Imperio Austrohúngaro declaraba a su vez la guerra a Rusia. En Moscú, Plechanov y los dirigentes del Partido Socialista Revolucionario, también ellos dominados por patriótico entusiasmo, animaban a sus seguido­ res a que se enrolasen en la ya inevitable contienda.

Un conflicto, indudablemente, al que la Rusia impe­ rial podía aportar mucho. Entre otras cosas, más de 85 millones de campesinos y tres millones de obreros como carne de cañón. En Suiza, Lenin condena, insulta, maldice, repren­ de. Pero ha adivinado, desde el primer momento, las posibilidades revolucionarias que la guerra —ese «acelerador de la historia», trae consigo. Una guerra imperialista y por intereses imperialistas que en prin­ cipio parecía más bien destinada a beneficiar al régi­ men zarista, desde meses atrás enfrentado de nuevo con movilizaciones y huelgas. Una ocasión, por tan­ to, para ahogar el movimiento de masas en la marea del patriotismo. Y una ocasión, además, legalizada por una Duma que desde el primer momento se de­ claraba dispuesta a apoyar al gobierno en defensa del país, al que la guerra brindaba la oportunidad —pro­ clamaba Miliukov, líder de los liberales— de realizar sus seculares aspiraciones nacionales: la conquista de Constantinopla. Sólo los social-demócratas—bolche­ viques y mencheviques— se oponían a una guerra im­ perialista expresando su decidida intención de no apoyar al régimen. En cualquier caso, una minoría en medio del general entusiasmo que habría sido segu­ ramente barrida si el desarrollo de la contienda hu­ biera sido favorable a las armas rusas.

El principio del fin

El 1 de ag o sto de 1914, Rusia d ecla­ r a b a la g u e rra a Alem ania. La casi t o t a l i d a d d e lo s p artid o s ap o y aro n al g o b iern o . Sólo los d ip u ta d o s soc ia ld e m ó c ra ta s —b o lc h e v iq u e s y m e n c h e v iq u e s — d ec la ra ro n que no apo y arían en p rin ­ cipio al régim en y se op o n d rían a una g u e rra im perialis­ ta . E n c u a lq u ie r caso , Rusia no e s ­ ta b a en condicio­ nes de en fren ta rse con las p o te n cia s cen trales.

El principio del fin

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Líder y uno de los fu n d a d o re s del P a rtid o C a d e te , Pavel N icoláievich M ilíu k o v (1 8 5 9 1943) fue m inistro de A suntos E xte­ rio res en el prim er G o b ie r n o P ro v i­ sional, co nstituido en m arzo de 1917. E n fre n tad o d esde el prim er m om ento co n el S oviet por su actitu d «continuista» re sp e c to a la g u erra y su d e ­ seo de m an ten er a to d a c o sta la alian­ za m ilitar con In­ glaterra y F rancia, lo que equivalía a p e rp e tu a r la políti­ ca im perialista de N icolás II, se vio obligado a dimitir.

El d esastre Pero ni el ejército ruso, insuficientemente equipado, ni el régimen, decrépito, ni la situación del país, con una red de transportes incomparablemente inferior a la alemana, estaban en condiciones de oponerse a la máquina de guerra de Guillermo II. Así, desde los pri­ meros momentos, tras unos pequeños éxitos, las tro­ pas rusas, tan mal equipadas como alimentadas, co­ secharán derrota tras derrota. El 30 de agosto, en Tannenberg, Hindenburg aniquilaba el II Cuerpo de Ejército, que sufrió 300.000 bajas. Un auténtico de­ sastre. En 1915, nuevo desastre: caída de Varsovia y penetración alemana en la Rusia blanca. El gobierno consideró la posibilidad de evacuar Petrogrado. L¡tuania, Polonia y Galitzia cayeron en poder de los ale­ manes. Un año después de empezado el conflicto, sin munición, sin fusiles y sin cañones, desmoralizadas y desorganizadas, las tropas del zar habían dejado de ser un verdadero ejército. Las bajas se elevaban a 150.000 muertos, 770.000 heridos y 900.000 prisione­ ros. En los últimos meses de 1916 hubo un millón de desertores, un millón de soldados «que con sus pies votaban por la paz». El entusiasmo patriótico de 1914 era ya sólo un jirón irreconocible por el barro y la san­ gre de la derrota. Con ella, el gobierno había perdido la ocasión de frenar el movimiento huelguístico, que en el primer semestre de 1914 había movilizado a 159.000 personas. El ejército, «espina dorsal de la pa­ tria», estaba doblemente «tocado»: por sus pérdidas y por las consecuencias del taponamiento constante de esas pérdidas. Nuevos y nuevos soldados cada vez más conscientes de la sinrazón de la carnicería y cada vez más rebeldes. En octubre de 1916 un delegado del gobierno, de inspección en el frente, anotaba: «El estado de ánimo de las tropas es realmente inquie­ tante; las relaciones entre soldados y oficiales son cada día más tensas... frecuentemente los oficiales se niegan a ponerse al frente de las tropas ante el temor de que sus propios soldados disparen sobre ellos.» Pero el miedo, a su vez, provoca el endurecimien­ to de la disciplina. En las Memorias del soldado Pireiko —citadas por Trotski en su Historia de ¡a Re­ volución Rusa— se lee: «cualquier falta, por pequeña que fuera, se castigaba a vergajazos». Por eso, sigue escribiendo Pireiko, «a la tropa, lo único que le intere­

saba era la paz. Cómo se produciría ésta y quién se­ ría el vencedor, eran cuestiones que le tenían sin cui­ dado. Lo que le importaba era que llegara cuanto an­ tes. Estaba harta de la guerra». Un ejército, se lamen­ taban los ministros de la autocracia, que «ya sólo se componían de cobardes y desertores». Por otro lado, parte de la antigua oficialidad tuvo que ser sustituida por jóvenes mandos de una nueva generación, simpatizantes con el progresismo e inclu­ so con la revolución. Así, la disciplina amenazaba también romperse por parte de quienes en principio debían imponerla. Paralelamente a la descomposición del ejército en los frentes de batalla, en el interior se descomponía también el poder civil y aumentaba la desorganiza­ ción de la economía. En menos de tres años se su­ cedieron más de quince «ajustes» de gobierno con mi­ nistros cada vez más impopulares y nombramientos cada vez más caprichosos y extravagantes. Así, en­ tre la corrupción y el vacío, aislado del pueblo y en medio de una agitación social cada vez más violenta, el régimen se desintegraba: locomotoras que no fun­ cionaban, fábricas que no producían, políticos que no gobernaban, soldados que no combatían. El desastre.

El principio del fin

Un añ o d esp u és de com enzada la gue­ rra, «sin munición, sin fusiles y sin c a ­ ñ o n e s » , tr a s las p rim eras p e n e tra ­ ciones en la P rusia oriental, el ejército r u s o , en p le n o cao s, se b ate en re ­ tirad a en to d o s los frentes: la d esb an ­ dada. Aqui, so ld a­ d o s ru so s c a p tu ra ­ d o s en la batalla de Lem berg, a finales de 1914.

El principio del fin

El «siniestro Rasputín» (1872-1916) fue en definitiva un a v e n tu re ro q u e, a p ro v e ch án d o se d e l d o m in io q u e ejercía so b re la za­ rin a , y h a c ie n d o valer su «m isterio­ sa» y benéfica in­ flu en cia so b re el za rev itc h , llegó a te n e r p o d e r real —n unca m ejor di­ c h o — en las d eci­ sio n e s políticas y m ilita re s d e u n a m o n a rq u ía d ec ré­ pita y envilecida.

Un régimen decrépito Para que exista una situación revolucionaria no sólo hace falta que una mayoría de la población ya «no pueda más», sino que la minoría en el poder pueda cada vez menos. Y este es el caso de Rusia en vís­ peras de la revolución: unas masas al borde de la de­ sesperación y un poder, el zarismo, al borde de la pa­ rálisis. Un régimen que, tras la engañosa recupera­ ción de 1907-1912, era un organismo decrépito y, an­ tes de morir, ya corrupto. Y que quizás por eso aca­ ba produciendo un zar «averiado», de escaso carác­ ter y nula energía, dominado por una zarina de ori­ gen alemán, la princesa Alejandra, exaltada y dese­ quilibrada. Un zar psicológicamente débil que com­ pensa su debilidad y la conciencia que de ella tiene autoconvenciéndose del papel de monarca absoluto que la historia le ha asignado y obrando en conse­ cuencia como tal —«el poder autocrático supremo pertenece al emperador de todas las Rusias», recuer­ da a la Duma— justo en el momento en que más se necesitaba el compromiso y la apertura. Un poder ab­ soluto ejercido precisamente por quien no tenía con­ diciones para ejercerlo y que acaba creando a su al­ rededor un inmenso vacío político. Esta contradicción entre la debilidad real y la obstinada dureza aparente

del «emperador» equivale en cierto modo a la contra­ dicción fundamental que venía minando al régimen: la de un poder absoluto que, sin dejar de serlo, se so­ mete a un parlamento, la Duma, por mínimo poder real que esa Duma tuviera. En este sentido, desde 1906 el régimen estaba ya «tocado». Así, la incierta pareja imperial y su confusa corte —picaros, traidores, iluminados y locos—, en la que destaca la sombría figura de Rasputín, son en reali­ dad la expresión visible del agotamiento histórico del régimen y la dinastía que desde siglos venía represen­ tándolo. Pero si esa desintegración general es consecuen­ cia directa de la derrota en los frentes de batalla, poco a poco las masas han ido tomando, cada vez más, conciencia de su fuerza y el movimiento de oposición a la guerra deja de ser un movimiento de resistencia para aparecer como un movimiento de acoso al po­ der. Paulatinamente, la palabra «paz» va asimilándo­ se a la idea de revolución, entendida ésta como des­ trucción del poder zarista. El mal menor En parte, este proceso es resultado de la propagan­ da bolchevique, pese a la deportación de la plana ma­ yor del partido a principios de 1915. Porque, a dife­ rencia de los mencheviques, cuya actitud no era en la mayoría de los casos diferente a la de los «patrio­ tas» partidarios de la guerra, la «traición» de los so­ cialistas occidentales no había mellado la voluntad ni las convicciones de Lenin, que desde el primer mo­ mento comprendió las posibilidades revolucionarias de la guerra y recomendó un esfuerzo propagandís­ tico en este sentido. Frente a las tesis de Martov, lí­ der de los mencheviques «izquierdistas», que procla­ maba la necesidad de concluir la guerra mediante una paz autodeterminada sin anexiones ni indemnizacio­ nes, el proyecto de Lenin se basaba en convertir la guerra en una revolución socialista que se propaga­ ría por toda Europa. Para esa estrategia, «paz» y «re­ volución» eran, en efecto, términos complementarios e inseparables. En septiembre de 1915, ambos asistirán a la con­ ferencia de Zimmerwald, la primera que se celebraba contra la guerra, y que daría lugar al enfrentamiento

Paz y revolución

En la c o r r e s p o n ­ d e n c ia m antenida co n el z a r d u ra n te la g u erra, cuando é s te se e n c a rg ó p erso n a lm e n te de la d irección de las o p e ra c io n e s mili­ t a r e s , A le ja n d r a F iodorovna, p resa d e ex tra v iad o fu­ ro r ab so lu tista, e s­ cribió a su m arido: «a Rusia, le g u sta q u e le a c a r ic ie n c o n la f u s t a , e s algo qu e e s tá en la p ro p ia n atu raleza d e s u s g e n te s» . P o co tiem po d e s­ p ués, esa s g en tes b arrían de la h isto ­ ria la m o n a rq u ía zarista.

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y revolución C on una d e s a s tro ­ sa red ferroviaria y d e te le c o m u n ic a ­ cio nes, la ca p aci­ d ad ofensiva y d e­ fensiva del ejército ru so era muy infe­ r io r a la de s u s enem igos. P ese a lo cual, en los pri­ m e ro s m o m e n to s la s tr o p a s r u s a s a v a n z a r o n en la P ru s ia o rie n ta l cre an d o la ilusión de una posible vic­ toria.

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entre «moderados» y «radicales», estos últimos parti­ darios decididos de una paz revolucionaria a través de la derrota del zarismo. Un año antes, nada más llegar a Berna tras su expulsión de Austria, Lenin leía a un grupo de sus fieles las después llamadas «tesis de septiembre», en las que afirmaba que era tarea de la social-democracia «denunciar implacablemente la mentira, los sofismas y las frases “patrióticas” propa­ gadas por las clases dominantes, por los terratenien­ tes y la burguesía en defensa de la guerra». En esa situación, concluía Lenin, «es imposible determinar, desde el punto de vista del proletariado internacio­ nal, la derrota de cuál de los dos grupos de naciones beligerantes constituiría el mal menor para el socia­ lismo. Pero, para nosotros, social-demócratas rusos, no puede caber duda alguna de que, desde el punto de vista de la clase obrera y de las masas trabajado­ ras de todos los pueblos de Rusia, el mal menor se­ ría la derrota de la monarquía zarista...».

Un «derrotismo» que podía resultar —y resultó— verdadera dinamita ideológica para esa muchedum­ bre de derrotados, esas masas hambrientas y decep­ cionadas que podían ahora liberar su rencor de ven­ cidos con el entusiasmo de llegar a ser vencedores de quienes les habían llevado al desastre. Al mismo tiempo, en los confines del Imperio, re­ surgen los nacionalismos, estimulados en parte por Alemania, que ve en el movimiento de las nacionali­ dades un factor más de desintegración de! enemigo. Un aprendizaje autogestionario Pero ademas de los efectos que la propaganda bol­ chevique, desde fuera, pudiera tener, y de las posi­ bles consecuencias de la agitación nacionalista, otro factor colaboró, desde dentro mismo del proceso de disolución del poder y sus instituciones, en la acele­ ración del proceso y el desplome final del régimen: la aparición de poderes paralelos, a consecuencia del vado político creado por las derrotas. En efecto, desde las primeras derrotas, ante la in­ capacidad por parte del poder civil, y la imposibilidad por parte del poder militar, de organizar eficazmente un aparato económico y administrativo capaz de en­ frentarse con la situación, se crearon múltiples comi­ tés privados que constituían de hecho poderes para­ lelos. Las primeras iniciativas en este sentido surgie­ ron para resolver el dramático problema de los refu­ giados, cientos de miles de personas que desde 1915 inundaban las ciudades. El caos en el aparato pro­ ductivo estimuló también el nacimiento de diversos comités para su reorganización. Esta multiplicación de comités y organismos de cooperación, si en algún momento pudo contribuir a una pasajera estabiliza­ ción, ahondó en definitiva aún más la fosa entre el po­ der y la población. Por una parte, ésta decubrió las posibilidades del autogobierno, lo que contribuyó a anular el secular reflejo de obediencia y creó, por con­ tra, el reflejo de desobediencia. Por otra, provocó aún mayor confusión entre los gobernantes, que no sa­ bían muy bien a qué atenerse, y estimuló, de recha­ zo, en los «cooperantes» la voluntad de invadir zo­ nas de competencia estatal cada vez más extensas. Un aprendizaje autogestionario, en resumen, que en 1917 daría todos sus frutos.

Paz y revolución

V la d im ir Illic h U lia n o v , L e n in (1870-1924), tiene 17 añ o s cu an d o su h e r m a n o A le ja n ­ d ro e s a h o rc a d o , a c u sa d o de c o n s­ p irar c o n tra la vida d e A le ja n d ro III. « N o so tro s no s e ­ g u irem o s e se c a ­ mino», afirm ó en ­ to n c e s Lenin, d an ­ do a e n te n d e r que el m ovim iento re ­ volucionario d eb e­ r ía s e g u ir o t r a s vías: la acción de m asas bajo la di­ recció n de un p a r­ tid o d e v a n g u a r­ dia. Su actu ació n com o líder revolu­ cionario ha o sc u ­ recido o tra im por­ tan tísim a faceta de s u l a b o r : la d e c o n s tru c to r de un n uevo E stado.

La desintegración

Enferm o de hem o­ f ilia , el p a d e c i ­ m ie n to del z a revitch Alejo influyó en alguna m edida en la devoción de la zarina po r el « te­ n e b r o s o » R asputin : u tiliz a n d o la h ip n o sis, éste lo­ gró, en o casiones, p asaje ra s m ejorías en la débil salud d el h e r e d e r o del trono.

¿Locura o traición? En agosto de 1915, en contra de la opinión de sus mi­ nistros, Nicolás II tomaba directamente el mando de las tropas dejando los asuntos del Estado al cuidado de la zarina, que se encargó con gusto de la tarea bajo la dirección y consejo de Rasputín, su amigo, confidente y mediador directo entre ella y Dios. Es el momento de mayor influencia del enigmático «mon­ je», que impuso como ministro del Interior a Protopov, desequilibrado personaje detestado por la pobla­ ción, y como Presidente del Consejo, en febrero de 1916, a Stürner, anciano corrompido e igualmente de­ testado. Así, el mito de un monje maléfico que habría embrujado a la familia imperial se propagaba de boca en boca por toda Rusia minando definitivamente el es­ caso prestigio que aún pudiera conservar la familia imperial. Los resultados de todo esto fueron tan ca­ tastróficos que el 17 de diciembre de 1916 miembros

de la nobleza de San Petersburgo, entre ellos el prín­ cipe Yussupov, asesinaron a Rasputín, que hubo de ser rematado a tiros tras haber resistido los efectos del cianuro. Aunque el complot no se organizara contra la mo­ narquía, sino, al contrario, para salvar a la monarquía de tan funesta influencia, fue un elemento más de confusión. Por lo demás, desde 1915 la ruptura entre el poder y la sociedad era ya total e irreversible. En la Duma, única institución que todavía conservaba cierto prestigio, todos los partidos sin excepción se enfrentaron con el zar. En agosto, bajo la dirección de Miliukov, líder del Partido Cadete, los liberales se unieron en un «bloque progresista» que canalizó la oposición legal. El bloque pretendió convencer a Ni­ colás II de la necesidad de un cambio de gobierno con el nombramiento de un nuevo equipo ministerial que gozara de la confianza de la nación. Sólo los so­ cialistas, social-demócratas y socialistas revoluciona­ rios, permanecieron fuera de la coalición, cuyo pro­ yecto era precisamente el cambio por arriba para evi­ tar la revolución desde abajo. Al mismo tiempo, se multiplicaban las «revoluciones de palacio», para for­ zar la abdicación del zar o alejar al menos del poder a la zarina. En esta atmósfera de conspiraciones, Miliukov de­ claraba en la Duma que se aproximaba la hora de la verdad y al pasar revista a los desastres del régimen, se preguntaba dramáticamente: ¿locura o traición?

desintegración

Las co n tin u as d e­ rro ta s qu e sufrió el e jé r c ito t r a s p o ­ n erse a su fren te N icolás II au m en ­ ta ro n aú n m ás la im p o p u larid ad de éste.

Febrero de 1917: el estallido revolucionario

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«Ningún partido se lo esp erab a . T odo el m undo reflexio­ n ab a , especulaba, p resen tía, se im a­ ginaba... ¿la revo­ lución? Imposible. Eso era un sueño, p en sab a la gente, una utopía. El su e ­ ñ o de los la rg o s a ñ o s d ifíc ile s, la e s p e ra n z a de va­ rias generaciones. Sin e m b arg o , sin llegar a creérm elo, re p e tía m aquinal­ m ente las palabras que me ac ab a b a de d ecir la joven m e­ can ó grafa —“creo qu e ha em pezado la revolución”— Sí, h a c o m en z ad o la revolución...». Así n arra el m em oria­ lista S ujan o v sus im presiones del 21 de febrero de 1917, a n te los prim eros in c id e n te s , d o s días a n te s del ini­ cio del p ro ce so r e ­ volucionario.

Es corriente hablar de la Revolución rusa como un proceso en dos etapas distintas y autónomas que im­ plicarían en realidad no una, sino dos revoluciones: la Revolución de febrero, «revolución burguesa», y la Revolución de octubre, «revolución socialista». Según esta visión de los hechos cada una de esas etapas ten­ dría un principio, un desarrollo y un final propios y respondería a metas diferentes. Pero lo cierto es que, en todo caso, ambas forman parte de un mismo pro­ ceso y que lo que se ha llamado «Revolución de oc­ tubre» no es otra cosa que la toma final del poder por un partido, el Partido bolchevique, en un momen­ to en que ese poder prácticamente ya no existía. Sin olvidar, por lo demás, que meses antes de la «insu­ rrección armada», masas de soldados armados esta­ ban ya en estado latente de insurrección. Así, más que dos revoluciones, lo que en realidad se produce es una revolución ininterrumpida que atraviesa por distintos momentos, luego agrupadas en las dos fa­ mosas etapas. Lo que verdaderamente distingue esas dos fases no es tanto su carácter «burgués» o «socialista», sino el hecho de que la primera es resultado de un movi­ miento espontáneo de masas que coge absolutamen­ te desprevenidos a todos los partidos y organizacio­ nes de la oposición, mientras que la segunda es con­ secuencia de una decisión política consciente de un partido, el bolchevique, que si al principio se vio des­ bordado por los acontecimientos, a partir de un cier­ to momento aparece como el único capaz de propo­ ner unas metas claras y concretas e interpretar lo que anhelan las masas y por lo que se han echado a la calle: «pan, paz y tierra». A lo largo de los siete meses que transcurren en­ tre febrero y octubre, en la sociedad rusa coexisten varios tipos de dinámicas revolucionarias que en cier­ to modo escapan a esas dos grandes definiciones: una revolución libertaria en las ciudades, una revolución de las nacionalidades en la periferia y una revolución campesina en el campo. Tres movimientos que el po­ der bolchevique, a partir de octubre, unifica y funde en la creación y construcción del Nuevo Estado, el Estado socialista.

WWU

Movimiento acelerado

« P e tro g ra d o d e s ­ p e rtó a Rusia», e s­ cribió Lenin tiem ­ po d esp u és del e s ­ ta llid o re v o lu c io ­ nario de febrero. A lo largo y lo anch o de Rusia, un p u e­ b lo s e d i e n t o d e cu ltu ra a rre b a ta b a en calles y plazas las p a la b ra s n u e­ vas que la Revolu­ c ió n tr a ía . A quí, b a r r i c a d a e n la avenida Liteini.

Los cinco días El 22 de enero de 1917, en una conferencia sobre la Revolución de 1905, Lenin afirmaba en Suiza, dirigién­ dose a un auditorio de jóvenes socialistas: «Tal vez nosotros, los de la vieja generación, no lleguemos a ver las batallas decisivas de la revolución que se ave­ cina». Lo mismo que pensaban todos los dirigentes revolucionarios, tanto los que estaban en el exilio como los pocos que quedaban en el interior. Más aún: no sólo nadie creía en el inminente advenimiento re­ volucionario, sino que se consideraba que las condi­ ciones no estaban todavía maduras para impulsarlo. Así suele suceder. En una revolución se pueden pre­ ver bastantes cosas menos una: el momento en que se va a producir. Sin embargo... En los primeros días del año, estimuladas por el ani­ versario de 1905, las masas salieron de nuevo a la ca­ lle. En conmemoración del «domingo sangriento», 150.000 obreros se manifestaron en San Petersburgo. Volvía a hablarse de «huelga general». Los pre­ cios seguían subiendo, el frío aumentaba, el carbón escaseaba y las reservas de harina se agotaban. El 16 de febrero el gobierno racionó el pan. El 22, tras un conflicto con los trabajadores, la dirección de la fá­ brica Putilov, el más importante complejo siderúrgi­ co de Rusia, decidió cerrarla, lo que equivalía a dejar en la calle a miles de obreros; pese a ello, el Comité bolchevique de la zona obrera de Vyborg, conside-

rando que las condiciones no estaban todavía madu­ ras, desaconsejó la organización de cualquier movi­ miento huelguístico para el día siguiente, 23 de febre­ ro, «jornada de la mujer». No obstante, el 23, contra la opinión de los propios dirigentes bolcheviques, las trabajadoras del sector textil se manifestaron espontáneamente por las calles de San Petersburgo. Era, en principio, una manifes­ tación no política, a la que se unirían los obreros des­ pedidos de los días anteriores. Sólo algunos manifes­ tantes gritaban «abajo la autocracia», limitándose la mayoría a corear consignas reivindicativas, como «queremos pan». Lo cierto es que la situación no lle­ gó a preocupar al gobierno, aunque al final del día la cifra de huelguistas ascendiera a 90.000. Pero al día siguiente, 24, el número de huelguistas se aproximaba a los 200.000 y, paralelamente a su nú­ mero, aumentaba también su audacia: la manifesta­ ción cruzó el helado Neva adentrándose en los ba­ rrios burgueses de la ciudad. Los manifestantes se­ guían pidiendo pan, pero los gritos de «abajo la au­ tocracia» y «abajo la guerra» se repetían cada vez más: el movimiento empezaba a pasar de lo reivindicativo a lo político, de la protesta a la sublevación. Al cruzar el Neva, al adentrarse en el espacio de la bur-

Movimiento acelerado

El invierno de 1917 fu e e x c e p c io n a l­ m e n t e f r ío , c o n te m p e ra tu ra s infe­ r i o r e s a lo s 40° b a jo c e r o . M ien­ tra s los p recio s s u ­ bían, el term ó m e­ tr o b a ja b a . A d e­ m ás d e la esca sez , a d e m á s del h am ­ bre, el frío. Y en las calles heladas, en ios cam p o s cu b ier­ to s d e n ie v e , la ten sió n social iba au m en tan d o . En la imagen, edificio del T ribunal del D istri­ to d e P etro g ra d o que fue incendiado los prim eros días d e la R evolución d e feb rero .

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La m ujer tuvo un papel muy im por­ ta n te en la Revolu­ ción. A rriba, Viera S lú ts k a ia , m iem ­ b ro d el p a r tid o d esd e 1902, activa p articip an te en la R e v o lu c ió n de 1905-1907; pereció en com bate en no­ viem bre de 1917. A la d ere ch a, «Igual­ d a d de d e re c h o s de la m ujer», ta r ­ je ta p o sta l de L. P e tu jo v ( P e tro grado, 1917).

guesía, la muchedumbre ha comprendido de golpe, ha «sentido» más bien, que «ellos», sus enemigos de clase, tienen los pies de barro. Ya han invadido su te­ rreno: ya no pueden retroceder. El 25, los huelguistas eran ya 240.000. Los bolche­ viques, ante el giro de los acontecimientos, convoca­ ron una huelga general. Aunque literalmente fuera tarde: en el momento en que se decidía la convoca­ toria, la huelga estaba ya en la calle y los huelguistas enfrentándose con la policía. En tres días se pasó de una manifestación de mujeres a una sublevación ge­ neral. Y aunque la policía a caballo —los «faraones»— interviniese sin miramientos, se produjeron los prime-

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ros movimientos de pasividad, previos a la «confra­ ternización» entre los sublevados y las fuerzas encar­ gadas de reprimirlos. El poder empezó a darse cuenta de la gravedad de la situación. Desde su cuartel general de Mohilev, Ni­ colás II envió un telegrama: «Ordeno que a partir de mañana cese el desorden, intolerable en estos mo­ mentos de guerra.» ¿Fortaleza o debilidad? Parece como si el zar, impotente ya para detener los acontecimientos, quisiera conjurarlos con la men­ ción de una palabra mágica: «ordeno». Lo que trai­ cionaba en realidad su contrario: el miedo a que las tropas ya no obedecieran. Quizás por eso, el gobierno intentó recuperar la ini­ ciativa: en la noche del 25 al 26 hizo detener a un cen­ tenar de militantes revolucionarios, entre ellos a cin­ co miembros del Comité bolchevique de Petrogrado. El 26 fue el momento crítico del proceso. Las tres jornadas anteriores fueron, en efecto, una escalada, produciéndose ya los primeros acercamientos entre los sublevados y las fuerzas zaristas. Pero en su con-

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Dibujo de N. Sam o k is h t i t u l a d o « C om bate fren te a la com isaria de po­ licía», de la serie « A c o n te c im ie n ­ to s de la Revolu­ ción de F ebrero» (1917).

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La poesía ex p resó de m anera profética el sentim iento de los cam bios in­ m in e n te s . En su poem a La nube de p a n ta lo n es, Maiak ó v s k i e s c rib ió a c e rc a de «la c o ro ­ na de espinas de la revolución». D ibu­ jo d e L. S h e jte l, realizado en 1913.

junto éstas seguían todavía obedeciendo. Entró en acción el ejército, con fusiles y ametralladoras: 200 muertos. Reunidos en Vyborg, los delegados obreros dudaban. Para algunos se había ido demasiado lejos y era el momento de dar marcha atrás. Se hablaba incluso de «continuar el trabajo de propaganda», lo que en definitiva significaba poner fin a la vía insu­ rreccional. Se empezó a reconsiderar el movimiento huelguístico. Pero un proceso insurreccional que se prolonga en el tiempo no puede dar un paso atrás. Si «frena», hace algo más que disminuir su velocidad: se paraliza. Y los huelguistas, por encima de sus di­ rigentes, en contra muchas veces de su opinión, lo ha­ bían comprendido. La represión de la tropa no les hizo abandonar, sino, al contrario, avanzar, seguir avanzando. Y esta actitud es la que precisamente va a hacer bascular la situación. Porque una tropa sólo «se pasa» a quienes reprime cuando comprende, por la decisión que éstos muestran, que realmente pue­ den alcanzar el poder, y cuando «siente» afectivamen­ te, por el valor que despliegan, que su causa es justa. Así, en la tarde del 26 se produjo el episodio que inclinó definitivamente la balanza del lado de la insu­ rrección popular: la IV Compañía del Regimiento Pavlovsky se sublevó. El progreso en el movimiento de masas se reprodujo en el progreso del movimiento de indisciplina entre las fuerzas gubernamentales. Era ya una revolución. El gobierno firmó el decreto de sus­ pensión de la Duma, preparado con anterioridad. Un error más, el último error: añadir leña política al fue­ go de la insurrección social. El Presidente de la Duma, Rodzianko, telegrafió por la noche al Zar: «La anar­ quía reina en la capital. El gobierno está paralizado. Los transportes de combustibles y el aprovisiona­ miento son caóticos. Hay tiroteos por todas las ca­ lles. Las tropas se enfrentan entre sí. Es absolutamen­ te indispensable encargar a alguien que goce de la confianza del país la tarea de formar un nuevo go­ bierno. Ya no se puede perder tiempo. Cualquier re­ traso es fatal.» Nicolás II comentó: «Ya está este gordo contándo­ me disparates. No merece la pena siquiera contestar­ le». Otros contestarán por él. Al día siguiente, 25.000 soldados y miles de obreros marchaban hacia la Duma.

La ocupación de la Duma En su libro sobre la Revolución Rusa, Trotski diría años después que, en la mañana de ese quinto día, los ya vencedores ignoraban en realidad su victoria. No se imaginaban que «habían realizado las nueve dé­ cimas partes del recorrido». Porque el 27 se produjo definitivamente la unión entre la tropa y los huelguis­ tas. Sin la conjunción de ambos movimientos (la in­ surrección obrera y el amotinamiento de las guarni­ ciones) la Revolución no hubiera triunfado, como ya había ocurrido en 1905. Pero a medida que los sig­ nos de insumisión de los soldados fueron aumentan­ do, la insurrección obrera fue avanzando; a la inver­ sa, paralelamente al avance y audacia del movimien­ to huelguístico, va madurando también en la tropa (por el aumento mismo de la represión que se les obli­ ga a llevar a cabo) la idea de amotinamiento. Son dos movimientos en cierto modo independientes, que el 27 se unen en una sola corriente revolucionaria. Por la mañana, los soldados del regimiento Volinia se niegan a obedecer a sus oficiales. Y queman las naves: salen del cuartel e incitan a otras guarniciones a la rebelión. A mediodía, 25.000 soldados confrater­ nizan con la población. La suerte está echada. La multitud abre las cárceles y se dirige, por la tarde, a la Duma, enterada desde las primeras horas del día del decreto de suspensión. Por la noche, la totalidad de la guarnición de Petrogrado se había unido a la insurrección. El 28 se rin­ dieron los últimos jirones de tropas leales al Zar.

Movimiento acelerado

El palacio d e Taur id a , s e d e d e la D u m a im p e ria l, co n stitu ía p ara las m asas un doble y c o n tra d ic to rio sím bolo: de la libera liz a c ió n q u e la D um a re p re se n ta ­ ba, y de la fru stra ­ c i ó n d e c a m b io real que esa «libera liz a c ió n » h ab ía p ro v o cad o . P or eso , la m arch a p o ­ pular hacia el pala­ cio y su p o ste rio r o cu p ació n el 27 de f e b r e r o al c o n o ­ c e r s e la s u s p e n ­ sión de la Dum a, tenía asim ism o un d o b le significado: la d e f e n s a d e la in stitu ció n y, p o r o tra , el rec h azo re ­ volucionario de lo que h a sta ese m o­ m en to había veni­ d o sie n d o . En la im agen « L ib ertad p ara Rusia», ta rje ­ ta de 1917.

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El Gobierno provisional En la mañana del 27 de febrero, tres días antes de la abdicación del Zar, el poder había dejado ya de exis­ tir. Era necesario crear uno nuevo. Es la última es­ peranza, para los liberales, de contener la marea re­ volucionaria que ha inundado ya la propia Duma.

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Calificado de p ro ­ visional por e s ta r co n stitu id o inicialm ente com o un ga­ b in e te de tr a n s i­ ción h a sta la re u ­ nión de la A sam ­ b le a C o n stitu y e n ­ te, el p rim e r g o ­ b iern o surgido de la R evolución de f e b r e r o e s ta b a c o m p u e s t o p o r: Lvov (progresista), P resid encia e Inter i o r ; M iliu k o v , A s u n to s E x te rio ­ re s ; N ek raso v , T ra n s p o rte s ; Manujlov, Educación; S ingarev, Agricul­ tu r a (to d o s ellos cad etes); Konovalov, C om ercio e Ind u s tria ; T e re sc h e n k o , F inanzas (p ro g re s is ta s ); G n ik o v (octobrista ) , G u e r r a ; Ker e n s k i ( o r ig in a l­ m en te laborista, se uniría a los so cia­ listas revoluciona­ r io s ) , V ic e p r e s i­ d encia y Justicia.

El doble poder Al enterarse del decreto de suspensión, la reacción de la Duma, una vez más, fue ambigua: se reunió en otra sala distinta a la oficial, lo que en principio equi­ valía a obedecer, y decidió crear un Comité provisio­ nal, lo que suponía, en cambio, rebelarse. Pero el nombre del Comité no deja lugar a dudas sobre su sentido y alcance político: «Comité para el restable­ cimiento del orden en Petrogrado y la relación con las instituciones y partidos políticos.» Qué paradoja: una revolución que finaliza con un comité para res­ tablecer el orden. Muy reveladora, por lo demás, del papel que los liberales han querido desempeñar en la insurrección de febrero: el de bomberos. Se trataba de evitar, mediante el cambio político, la revolución social. Es de notar, a este respecto, la evolución his­ tórica del Partido Cadete desde el radicalismo libera­ lizante de sus orígenes hasta el papel de apagafuegos que va a desempeñar en febrero. Pues si va a forzar la abdicación del zar, es precisamente para evitar la marea revolucionaria.

W* P

Pero tras la apertura de las cárceles, los excarce­ lados mencheviques marchan con la multitud a la Duma y, de acuerdo con un grupo de diputados, en­ tre ellos el joven Kerenski, deciden resucitar el So­ viet de Petrogrado, encarnación misma de la revolu­ ción desde 1905. El Soviet va a ahora a llamarse «So­ viet de obreros y soldados», sellando así la unión sa­ grada entre proletarios y tropa. El grupo crea un Co­ mité Ejecutivo Provisional compuesto de menchevi­ ques y del que forman también parte Kerenski, del Partido de los trabajadores, y algunos dirigentes del Partido socialista-revolucionario. Y aprovechándose de la indecisión del Comité Provisional de la Duma (CPD), antes de que éste pueda intervenir, dicta los primeros decretos revolucionarios: creación de una Comisión de Abastos, una Comisión Militar y Comi­ tés de Barrio, estos últimos verdaderos núcleos de poder popular destinados a jugar un importante pa­ pel en el desarrollo posterior de los acontecimientos. Los objetivos del Comité Ejecutivo Provisional (CEP) no coinciden con los del CPD. Cada uno representa intereses de clase distintos: el primero, los de la bur­ guesía y el segundo, los populares. Sin embargo, en cierto modo, aunque enemigos de clase, ambos se necesitan políticamente: el Comité de la Duma necesita del Comité Ejecutivo para que las masas no se «desmanden»; éste necesita de aquél como legitimador de su propio poder.

Enemigos paralelos

El p rín cip e Lvov, m iem bro de la pri­ m era D um a tra s la R e v o lu c ió n de 1905 y P resid en te, d u ra n te la g u erra d e l 14, d e lo s z e m s to v s (c o rp o ­ racio n es m unicipa­ les p ara suplir la caren cia de servi­ cio s oficiales), en m arzo de 1917 fue n o m b ra d o P r e s i­ d e n te del p rim er G o b ie r n o P ro v i­ sio n al, cargo que o cu p ó tam bién en el segundo G o b ier­ no. P e rte n e c ie n te a la d e r e c h a del P a rtid o C a d e te , tra s la victoria bol­ chevique en o c tu ­ bre Lvov se exilió en P a r ís , c iu d a d d o n d e m oriría en 1925. Débil políti­ co, él m ism o re c o ­ n o c ió «no dirigir los a c o n te cim ien ­ tos».

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Enemigos paralelos

C o m ité E jecutivo del Soviet de D ipu­ ta d o s, O b re ro s y S old ados de R etro­ g rado, en una re u ­ nión de febrero de 1917.

El manifiesto bolchevique Los bolcheviques emiten el mismo día 27 un comu­ nicado que supera, por su radicalismo, al del CEP. Entre otras cosas, el manifiesto declara explícitamen­ te que «la tarea más urgente del Gobierno provisional es entrar en relación con el proletariado de los paí­ ses beligerantes para entablar la lucha revolucionaria de los trabajadores de todos los países contra sus opresores y dominadores, contra los gobiernos zaris­ tas y sus camarillas capitalistas, para el cese inmedia­ to de la sangrienta carnicería en que se les ha meti­ do». Y termina con un «viva la República, viva el pue­ blo revolucionario y el ejército sublevado». Así, pese a la moderación —e incluso colaboración— que has­ ta la llegada de Lenin van a mostrar posteriormente los bolcheviques, el manifiesto del 27 marca de en­ trada las diferencias con los mencheviques, plantean­ do tajantemente el tema de la guerra y adelantando el espíritu revolucionario de octubre. En todo caso, desde el primer momento queda ya fijado el «argumento» y los personajes fundamen­ tales del drama político que va a desarrollarse de finales de febrero a las jornadas de octubre: la ten­ sión entre dos poderes paralelos —el famoso «do­ ble poder»— que en cierto modo se anulan y el aseen-

so de una tercera fuerza, el Partido Bolchevique, cuyo programa recoge las auténticas aspiraciones populares.

Enemigos paralelos

¿Negociación o regalo? El desplome del zarismo fue en definitiva resultado de la descomposición que desde muchos meses an­ tes de febrero, acelerada y profundizada por la gue­ rra, venía minando al régimen. Pero, en cualquier caso, el vencedor de febrero fue el pueblo; sólo él, con los soldados sublevados, hizo posible la revolu­ ción. Por eso, quien desde el 27 tiene realmente el po­ der no es el Comité Provisional de la Duma, sino el Soviet resucitado por el Comité Ejecutivo Provisio­ nal, que se sabe respaldado por las masas. Sin em­ bargo, en la noche del 2 al 3 de marzo, el CEP nego­ ciaba con el CPD la formación de un gobierno pro­ visional presidido por el muy moderado príncipe Lvov y compuesto casi exclusivamente por representantes de la burguesía. Más que negociación se trataba en realidad de un regalo: los vencedores devolvían el po­ der al enemigo de clase, que en el último momento, forzaría la abdicación del monarca para evitar lo peor.

E s tu d ia n te s mili­ cian o s en las p ri­ m eras jo rn ad as de la R evolución de febrero en P etrogrado.

Enemigos paralelos

P ese a la revolu­ ción política cum ­ plida, el sello del G o b ie r n o p r o v i­ sional, con su he­ ráldica y a risto c rá ­ tica águila bicéfala, m u e stra sim bólica­ m en te el c a rá c te r no ru p tu rista que en térm inos socia­ le s e s e g o b ie rn o rep rese n tab a .

¿Cómo se llegó a esta situación? Febrero había sor­ prendido a todos los dirigentes políticos. Nadie esta­ ba preparado. El poder estaba vacante y nadie se atrevía a cogerlo. La burguesía no se atreve —Miliukov intentará hasta el último momento salvar, si no al monarca, sí a la Monarquía—, entre otras razones, porque se considera rehén de esas masas, que han entrado ya en la Duma, aunque sea para apoyarla. El Soviet tampoco se atreve porque en realidad, sin líderes ni dirigentes, sin un verdadero proyecto re­ volucionario, no sabe muy bien qué hacer con ese po­ der que de buenas a primeras le viene a las manos. Por lo demás, la mayor parte de sus miembros son mencheviques y los mencheviques están convencidos —convicción compartida por los socialistas revolu­ cionarios, presentes también en el Soviet— de que el proletariado ruso, históricamente, no está todavía en condiciones de tomar el poder. Según su esquema teórico, es a la burguesía a quien corresponde la pri­ mera etapa de la revolución y burguesa ha de ser en principio esa primera fase. Cierto que los aconteci­ mientos contradicen en este caso la teoría, puesto que la revolución se ha producido y la burguesía y sus partidos no han tenido en ella ni arte ni parte. Pero a los mencheviques no les «interesa» contem­ plar la realidad. Sería reconocer el error de su teoría. Para ellos, entregar el poder a los representantes de esa burguesía es una cuestión de principios: de prin­ cipios teóricos. Y equivale a autoasegurarse de la ver­ dad de una teoría, la suya, que los hechos desmien­ ten en la práctica. En fin, hay también, además, otra explicación de ese regalo. Alejados del poder desde siempre —con excepción del corto paréntesis de 1905— y huérfa­ nos en ese momento de auténticos líderes, los repre­ sentantes del pueblo temen en realidad ese poder caí­ do del cielo, aunque sea del cielo de las masas. Sos­ pechan —aunque ni a ellos mismos se lo digan— que les viene grande, no confían en sus propias capacida­ des para ejercerlo. No están acostumbrados... En realidad, las negociaciones entre los dos pode­ res paralelos habían comenzado ya a partir del día 28. Y el 2 de marzo, el CEP acepta oficialmente que el Comité de la Duma se encargue de formar gobier­ no. Con ciertas condiciones: libertades políticas, am-

nistía y convocatoria de una Asamblea Constituyen­ te en el plazo más breve posible. «Esperamos —de­ clara el Comité del Soviet— que en la medida en que el Gobierno que se constituya cumpla sus promesas y combata efectivamente al Antiguo Régimen, la De­ mocracia le conceda su apoyo.» El litigioso punto de la forma de gobierno se dejaba en suspenso hasta la celebración de la Constituyente. Aunque la doble ab­ dicación de Nicolás II y el gran duque Miguel resol­ viera de hecho la cuestión. Naturalmente, el CPD acepta esas condiciones, de carácter puramente po­ lítico y que no le comprometen en las grandes cues­ tiones: la guerra, la reforma agraria, el cambio social, la cuestión de las nacionalidades. Sin embargo, y ésta es la originalidad de la situación, aunque el Soviet haya regalado el poder, el Gobierno provisional, por ser precisamente un regalo, queda obligado a acep­ tar el control de aquél: queda de hecho sometido. Y mientras el Soviet, poder de hecho, puede pero no quiere, el Gobierno provisional, poder de derecho, quiere pero no puede; ello va a ser causa, por la frus­ tración popular del vacío de poder que el doble po­ der, paradójicamente, crea, de la progresiva radicalización de las masas, cada día más decepcionadas por la frustración de sus esperanzas.

Enemigos paralelos

P ara los gen erales q u e e j e r c í a n el m ando en los dis­ tin to s fre n te s , la ú n ic a e s p e r a n z a de salv ar la d in a s­ tía R o m an o v y c o n tin u a r la gue­ rra e ra que N icolás a b d ic a se v o lu n ta­ riam ente. Un so n ­ deo realizad o por el g eneral A lexeiev en tal sen tid o dio e sa r e s p u e s ta de m an era unánim e.

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«Operación recambio»

El 2 d e m arzo de 1 9 1 7 e l C o m ité P ro v isio n al de la D u m a e n v ia b a a Pskov, donde e s ta ­ ba el Zar, a A. G uckov y V. Shulgin co n el en carg o de c o n v e n ce r al m o­ n arc a de la n ec esi­ dad de su abdica­ ción, com o últim o r e c u rs o p ara sal­ v ar la dinastía. En e s ta carica tu ra, el z a r a r r a s tra un par de águilas d esp lu ­ m adas.

La abdicación Si el Partido Cadete se había subido en marcha al tren de la revolución, era precisamente para impedir que llegase a su punto de destino: se trataba, en efec­ to, de forzar la abdicación del monarca para sustituir­ lo por su hijo, tras un período de regencia del gran duque Miguel Alexandrovich, hermano de Nicolás II. Pero ni la situación va a hacer posible ya esa «ope­ ración recambio» ni, por otro lado, el recien creado Comité Ejecutivo del Soviet estaba dispuesto a per­ mitirla. El día 28, cuando Nicolás II se dirigía desde su cuartel general de Mohilev a Petrogrado, su tren fue interceptado, a 150 km de la capital, por las tropas sublevadas. Obligado a retroceder, se dirigió a Pskov, cuartel general del frente norte. Allí se reunieron con él los dos diputados monárquicos encargados de ne­ gociar la operación. El ejército, entre la espada y la pared, dejaba ha­ cer. Entre su lealtad al zar y el peligro de desintegra­ ción definitiva que suponía el mantenimiento del mo­ narca, prefirió retirarle su apoyo y su fuerza, si algu­ na le quedaba. El 2 de marzo, Nicolás II firmó el acta de abdicación a favor de su hermano, aunque en el

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primer momento pensara hacerlo a favor de su hijo. Pero ante la presión del Soviet —una de cuyas con­ diciones para el «regalo» del poder al Comité Provi­ sional de la Duma había sido precisamente el aplaza­ miento de la forma de gobierno hasta la convocato­ ria de la Asamblea Constituyente— el Gran Duque firma el mismo día su propia abdicación, que se pu­ blicará, junto a la de Nicolás, el 3. La verdad es que no le quedaba otra salida. La existencia del Soviet, por una parte, y la realidad del país, por otra, no le permitían otra cosa. Es difícil imaginar, en efecto, que esas masas que habían derribado al zar permitieran su sustitución por otro... de la misma familia. Todo proyecto en este sentido era completamente utópico. «A mi alrededor todo es infamia, traición y cobar­ día», escribió en su diario Nicolás II, el último de los Romanov. Así, barrida por un movimiento popular que duró cinco días, una dinastía de trescientos años y la idea misma de Monarquía desaparecieron de la Historia: «Sin apenas lucha, como un órgano podrido al que bastaba empujar para que se desprendiera, el abso­ lutismo se ha desplomado», escribió por entonces Rosa Luxemburgo.

«Operación recambio»

A p rim eras h o ras d e la t a r d e d e l 2 de m arzo, el Z ar había recibido v a­ rios telegram as de s u s j e f e s m ilita ­ res proponiéndole com o «única salida p ara p o n er fin a la revolución y salvar a Rusia de los h o ­ rro re s de la a n a r­ quía», la renuncia al tro n o . N icolás II firmó el a c ta d e a b ­ dicación ese m is­ mo día. Aquí, las a c ta s d e a b d ic a ­ ción d e N icolás y Miguel.

El derribo Pese a la moderación de sus componentes, y siem­ pre a la espera de la convocatoria de una Asamblea Constituyente, las primeras medidas del gobierno acaban de desmantelar el régimen zarista: restableci­ miento de la Constitución de Finlandia, el 4 de mar­ zo; destitución, el 5 de marzo, de todos los antiguos gobernadores y vicegobernadores, cuyas funciones pasan ahora a los presidentes de las corporaciones locales, las zemusta; amnistía general, el 6, y aboli­ ción de la pena de muerte, el 12; reconocimiento del derecho de independencia para Polonia, el 16; supre­ sión de todo tipo de restricciones nacionales, jurídi­ cas o religiosas, el 20, lo que equivale a la implanta­ ción de la igualdad de derechos. Asimismo, crea co­ misiones para preparar la autonomía de otras nacio­ nalidades históricas. En el terreno social, sus iniciati­ vas no son tan decididas: sólo bajo la presión del So­ viet legaliza, el 10 de marzo, la jornada laboral de ocho horas. En cuanto al problema de la tierra, aun­ que un Comité Agrario Central prepare un proyecto E scena frente a la de ley para la Reforma Agraria, al estar ésta supedi­ C a ted ral de P etro- tada a la convocatoria de la Constituyente, la refor­ g ra d o , a co m ien ­ ma quedaba aplazada. Todas estas medidas suponían un auténtico derribo: el derribo del Antiguo Régimen. zo s de 1917. Las primeras medidas

La Orden del día n.9 1 El mismo 2 de marzo, curándose en salud, con la pu­ blicación de la famosa Orden del día n.Q 1, el Soviet se aseguraba el control del ejército. La orden decre­ taba la inmediata elección del Comité de Soldados, al que quedaban sometidas las órdenes de la Comi­ sión Militar de la Duma, que «sólo se ejecutarán siem­ pre y cuando no contradigan las decisiones del So­ viet de Obreros y Soldados». De hecho, la Orden del día n.9 1 implicaba una irrupción en el terreno del Eje­ cutivo, arrebatándole así la única fuerza real, el ejér­ cito, que aún pudiera apoyarle y haciendo de él un instrumento político, hecho que en el futuro tendría enormes consecuencias: el Ejército se convertiría en el Ejército Rojo.

Las primeras medidas

La O rd e n del día n .D 1 d esarm ab a li­ tera lm e n te a la ofi­ c i a li d a d , p u e s to q u e e n tre g a b a el co n tro l del arm a­ m en to d e cad a uni­ d ad a los com ités m ilitares «que en ningún ca so e n tre ­ g ará a los oficiales, a u n q u e e s t o s lo e x ija n » . D irig id a en un principio a la guarnición de Petro g ra d o , la O rd en a fe c ta ría inm edia­ tam en te a todo el ejército . E ra o tra rev o lu ció n : la re ­ volución militar.

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Parlamentos del pueblo

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Los S oviets, o C o n ­ s e jo s p o p u la r e s , en cu a n to form as de d em o cracia di­ re c ta , re p re se n ta ­ ban una nueva co n cep ció n políti­ ca fre n te a la «vie­ ja » c o n c e p c i ó n parlam entaria. Por lo d em ás, no eran sólo ex p resió n de la s o p in io n e s de las m asas, sino que c o n trib u ía n a su p o litiz a c ió n a la m anera de a u té n ti­ cas escu e las políti­ cas del pueblo.

Los Soviets Cuando el 27 de febrero el Comité Ejecutivo Provi­ sional, rememorando 1905, creaba el Soviet de Petrogrado, hacía algo más que resucitar una institu­ ción y crear un poder paralelo: daba un ejemplo. A partir de este momento, otros soviets se multiplica­ ron espontáneamente —de campesinos, de obreros, de soldados, de ciudadanos— por toda Rusia, crean­ do un auténtico tejido de poder e imponiendo sus de­ cisiones al propio Soviet Central de Petrogrado. Proliferaron así los soviets locales, regionales y provincia­ les al tiempo que se fusionaban los soviets de dipu­ tados obreros y los soviets de diputados soldados. El 29 de marzo se celebró en Petrogrado la Primera Conferencia de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, que confirmó como auténtica y legítima ins­ titución política al Comité Ejecutivo Provisional.

Estos nuevos «Consejos populares», Parlamentos del Pueblo, constituían sin lugar a dudas los órganos más fielmente representativos de la voluntad popu­ lar. Representaban, frente a los políticos profesiona­ les, una auténtica autoridad moral. Limitados al prin­ cipio a la defensa de los intereses de los trabajadores frente al Gobierno provisional e incluso frente a las vacilaciones del Soviet Central, su poder real e in­ fluencia fueron en aumento hasta convertirse, ya nucleados por los bolcheviques, en la verdadera pa­ lanca que haría posible la Revolución de octubre. Aunque, posteriormente, su papel se difuminó has­ ta desaparecer prácticamente justo cuando Rusia se convirtió en la Unión de Repúblicas Socialis­ tas Soviéticas... La explosión libertaria La «Revolución de febrero» fue fruto de un movimien­ to espontáneo que se desarrolló no sólo al margen de cualquier plan, sino en muchos momentos en con­ tra de la voluntad de los propios dirigentes revolucio­ narios: hombres de partido que, más que dirigentes, fueron en esta ocasión dirigidos por la revolución. De ahí la explosión libertaria que se produce durante las primeras semanas que siguen a la abdicación de Ni­ colás II. Algo así como el regalo que a sí mismas se hacen las masas por un triunfo que es suyo. Todos los oprimidos, los humillados, los marginados se sien­ ten de pronto hombres libres. Estalla la esperanza. El pueblo recupera la palabra y la elocuencia, patri­ monio hasta entonces de quienes tienen poder, se hace ahora revolucionaria. Una nueva pasión encien­ de el corazón de los desposeídos: la pasión de saber, de informarse, de comunicarse. Al liberarse por sí mismo del zarismo, el pueblo libera a la vez todo el enorme potencial democrático que como tal pueblo contiene. La libertad de expresión, la libertad de reunión de­ jaron de ser «derechos» para convertirse en vida mis­ ma, cotidianeidad vivida. Discursos, asambleas, con­ ferencias. Comités de fábrica, comités campesinos, comités de soldados, comités de ciudadanos. El aprendizaje autogestionario de los años anteriores da ahora nuevos frutos. Es el gran desahogo de la liber­ tad recién adquirida.

Parlamentos del pueblo

La lib ertad fue el g ran hallazgo del pueblo ru so tra s la abdicación del zar. Así se llam a e ste dibujo d e E. S hesto p á lo v : « ¡L ib e r­ tad!».

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El regreso de Lenin «Qué admirable espectáculo —escribe John Reed en su famoso libro Diez días que conmovieron al mun­ do— contemplar a los cuarenta mil obreros de la fá­ brica Putilov escuchando a oradores social-demócratas, socialistas revolucionarios, anarquistas o de otras tendencias, atentos a todos e indiferentes a la longi­ tud de los discursos. Durante meses, en Petrogrado y en toda Rusia, cada esquina era una tribuna políti­ ca... El cambio se manifestaba por mil signos aparen­ tes: la estatua de Catalina II frente al Teatro Alejan­ dro blandía en la mano una pequeña bandera roja; y banderas rojas, aunque algo descoloridas, flotaban también en todos los edificios públicos; el monogra­ ma y las águilas imperiales habían desaparecido; la te­ rrible gorodovoi (policía municipal) había sido susti­ tuida por una condescendiente milicia que patrullaba sin armas por las calles...» Un gran espectáculo, sí. Pero esos signos eran, en efecto, aparentes: la apariencia del cambio más que

el cambio social mismo. Cierto que el Gobierno pro­ visional, con su misma existencia, era prueba de la re­ volución política cumplida. Pero lo que las masas de­ seaban era más que eso: una revolución social. Jus­ to lo que el gobierno quería a toda costa evitar y lo que el Soviet Central de Petrogrado intentaba frenar, aunque en el drama político que se estaba desarro­ llando representara de hecho el papel de «oposición de izquierdas» al gobierno de derechas —y «consen­ suado», diríamos hoy— en el poder. Así, de marzo a octubre, mientras las grandes cuestiones —paz, pan y tierra— que habían movilizado a esas masas que­ daban a la espera de una Asamblea Constituyente que no acababa de constituirse, en medio del vacío de poder que el «doble poder» de hecho creaba, a me­ dida que la decepción popular crecía aumentaba tam­ bién su radicalismo. Cogido entre dos fuegos, con un ejército en el que los soviets de soldados se hacían cada día más numerosos, el Gobierno provisional, mi­ nado por la guerra, tenía sus meses contados.

¿Revolución o continuismo?

D u ra n te m eses, c a d a e s q u in a d e P tro g ra d o y de o tra s m uchas ciu­ d a d e s r u s a s e ra una trib u n a políti­ ca. En la fáb rica Putilov, su s o b re ­ ro s (40.000) p a rti­ c ip a b a n en m itines y escu c h ab an ate n ta m e n te a o ra ­ d o re s d e d istin to signo, sin te n e r en cu e n ta la longitud d e los d isc u rs o s, sin signos de ab u ­ r r im ie n t o . En la im agen, Lenin en la fá b rica Putilov d e P etrogrado en 1917, cu a d ro de L. B rodski.

¿Revolución o continuismo?

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La actitu d intran si­ g en te y expansion ista de G uillerm o II, asi com o su e s­ fu e rz o p o r incre­ m e n ta r el p o te n ­ cial m ilitar alem án, c o n tr ib u y e r o n al estallido de la P ri­ m era G u e rra M un­ d ia l. H a s ta 1916 co n tro ló de cerca la m a r c h a d e la g u e r r a . A b d ic ó co m o E m p e ra d o r tra s la d e rro ta de 1918.

Guerra y paz El problema más importante con que el nuevo Esta­ do tenía que enfrentarse era la guerra. La gran cues­ tión de la que dependían todas las demás. Más aún: la guerra era en realidad la clave de la revolución y, por eso mismo, motivo fundamental de tensión entre el Gobierno provisonal y el Soviet. ¿Continuar la guerra para salvar la revolución de los ejércitos del Kaiser o, por el contrario, firmar la paz para profundizar la revolución? Este era el dile­ ma que, en términos políticos, se planteaban men­ cheviques, socialistas-revolucionarios e incluso bolqueviques. Pero, en términos sociales, la cuestión era otra: continuar la guerra equivalía a retrasar, o impe­ dir, la revolución social mientras que para las masas firmar la paz era, en esos momentos, y a cualquier precio, el acto más auténticamente revolucionario. Naturalmente, fiel a los intereses que representa­ ba, el Gobierno provisional era «continuista», lo que hizo saber desde el primer momento: el 6 de marzo Miliukov, ministro de Asuntos Exteriores del nuevo gabinete, declaraba a la prensa, en nombre del go­ bierno, que la nueva Rusia estaba dispuesta «a res­ petar escrupulosamente los acuerdos suscritos con los aliados». Lo que significaba, lisa y llanamente, que Rusia continuaría su política zarista tras la abdicación del Zar. Por su parte, el Soviet vacilaba entre un vago pa­ cifismo —guerra exclusivamente defensiva, «paz sin anexiones ni indemnizaciones»— que no le compro­ metía mucho y un «patriotismo» que le impedía, en cambio, poner fin a la guerra y considerar la paz, de acuerdo con el deseo de las masas, como el primer objetivo revolucionario a cumplir. Una política teñida de ambigüedad que ni se atrevía a detener la carni­ cería ni osaba continuarla. No obstante, considerando que la nota dada a la prensa por Miliukov era inaceptable, el Comité eje­ cutivo del Soviet publicaba, el día 14, un «Llamamien­ to a los pueblos del mundo» en el que se declaraba dispuesto a «neutralizar por todos los medios la po­ lítica de las clases dirigentes de Rusia» expresando inequívocamente su desacuerdo con el Gobierno pro­ visional: «La democracia entabla la lucha contra la po­ lítica zarista. Entabla la lucha por la paz no sólo con-

tra los atentados de Guillermo, sino también contra Miliukov y sus aliados, contra una manera de actuar que supedita nuestro deber respecto a la democra­ cia, la paz y la fraternidad de los pueblos a los com­ promisos contraídos con el imperialismo franco-bri­ tánico». En fin, el manifiesto declaraba asimismo que «la Revolución Rusa no retrocederá ante las bayone­ tas de los conquistadores y no se dejará humillar por la fuerza militar». Lo que significaba, por otro lado, la decisión de no firmar una paz a cualquier precio. El radicalismo patriótico se imponía así sobre el radi­ calismo revolucionario.

¿Revolución o continuismo?

C a rte l d e p ro p a ­ g a n d a d el «Em ­ p ré stito d e la Li­ b e r ta d » , e m itid o p o r el g o b ie r n o co n fines m ilitares, p a ra co n tin u ar la g u e rra . El S o v iet de P e tr o g ra d o v o tó a su fav o r, co n la ex cep ció n del g ru p o bo lch e­ vique. En las b an ­ d e ra s hay escrita s inscripciones tales como «¡Guerra h a sta la victoria!», «V ictoria so b re el e n e m ig o » ... F u e r e a liz a d o p o r B. K ustódiev.

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Lenin

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A m e d ia d o s de m arzo de 1917 se celeb ró en Zurich, d o n d e e n to n c e s residía Lenin, una reunión de exilia­ d o s p ara estu d iar la form a de reg re­ sa r a Rusia. El líder m enchevique Marto v p ro p u so co n ­ v en cer al gobierno alem án de que les p erm itiera a tra v e ­ s a r A le m a n ia en tre n canjeándolos p o r un n ú m e ro igual de prisione­ r o s a u s tr í a c o s y a le m a n e s . El g o ­ b iern o del K aiser acep tó , co n ced ien ­ do al vagón de los ex iliad o s el d e re ­ cho de e x tra te rri­ torialidad. De ahí el n o m bre con que d esp u és se co n o ­ c e r á e s te vagón: «el vagón sellado». El tre n salió de Zu­ rich el 27 de m arzo y llegó a P etrogrado la n och e del 3 de abril. En él via­ jaban, ad em ás de L e n i n , o t r o s 29 ex ilad o s ruso s. En la im a g en , Lenin en E stocolm o con un gru p o de exila­ d o s políticos.

Cartas desde lejos Hasta marzo, el Partido Bolchevique, sin apenas con­ tacto con Suiza, donde estaba Lenin, y a falta de mu­ chos de sus dirigentes, deportados en Siberia, se en­ contraba en manos de un triunvirato: Shiliapnikov, Zalutski y Molotov, este último miembro también del Comité ejecutivo del Soviet. Estos tres hombres fue­ ron los autores del «Manifiesto bolchevique» del 27, que tan claramente se desmarcaba de los menchevi­ ques por su tono revolucionario y su actitud radical ante la guerra. Pero con la amnistía y el regreso de los exiliados y deportados, entre ellos Kamenev y Stalin, que llega­ ron a Petrogrado el día 13, el «espíritu del manifies­ to» del 27 iba a desaparecer. Obsesionados por el pe­ ligro que para la revolución pudiera representar la Alemania imperialista, la mayoría de esos hombres se alinearon en las vacilantes posiciones mencheviques, lo que significaba, pese a los desacuerdos, la no rup­ tura con el Gobierno provisional y la actitud «patrió-

tica» en la cuestión de la guerra. Así, en el número de «Pravda» —reaparecido el 5 de marzo— en que se incluía el «llamamiento a todos los pueblos del mundo», aparecía también, bajo la firma de Kamenev, un artículo declarando que, en esos momen­ tos, deponer las armas «no sería una política de paz, sino una política de esclavitud, que el pueblo no permitiría». No era ésta precisamente la posición de Lenin, que desde 1914 venía clamando y proclamando la nece­ sidad de poner fin a la guerra a cualquier precio. Este «derrotismo» revolucionario chocaba con las tesis ofi­ cialmente mantenidas por el Partido bolchevique en el interior. El 6 de marzo, ante el giro que tomaban los acontecimientos, desde Zurich, Lenin envió el si-

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