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LA DESCONOCIDA QUE SOY Diarios íntimos. Volumen I.
Segunda edición: octubre de 2018 © Índigo Editoras, 2018 © Laura Freixas, por el prólogo. © Inés Vecchietti, Isabel García Cuesta, Giuliana Santoli, Susana Simavilla, Oriana Vázquez, Cristina López, Keiko McCartney, Elena Barrio, Agustina Bor, Diana Ferreriro, Jazmín Hollmann, Laura Bianchi, Mariela Cordero, Nathaly Ponce, Carol Milkewitz, Olivia Arocena, Valentina Riveiro, Sofía Pinto, Melanie Pérez Arias, Laura Liz Gil Echenique, Josefina Garzillo, Leyre Villate García, Joana Sánchez, Pricila Vallone, Sol Iametti, Laire Sur, Ana María Trujillo, Carmina Balaguer, Marta Herrero, Olga Hueso, Oriette D’Angelo, por los textos.
ISBN: 978-84-697-9683-2 Impreso en España. Corrección: Valentina Riveiro Edición: Carla Santángelo y Marina Hernández Maquetación: Sara Arroyo Arte de tapa: María Fernanda Cid Los derechos de esta obra pertenecen a Índigo Editoras y a las autoras de los textos que incluye. Si quieres reproducir parcial o totalmente alguno de estos textos, consúltanos primero. Gracias.
«Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que no conocí, pero que forjaron un suelo común, de aquellas que amé aunque no me amaron, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero.» Alejandra Pizarnik
Prólogo
2017 VIERNES 20 DE ENERO
Escribo menos en el diario porque no hay nada nuevo. Repetición de rutinas que amo, de placeres (ir al cine, al teatro, a conferencias, a cenar en amoureux o con amigas y amigos; vivir en el centro, poder ir a tantas cosas porque vamos a pie, volvemos a casa, volvemos a salir), y profundización en las reflexiones de siempre: sobre mí misma, y sobre los temas que me interesan. Los diarios de escritores (lo digo en masculino porque estoy pensando ahora mismo en el de Gide y el de Pániker, no recuerdo escritoras que los llevaran en la vejez) tienden a volverse diarios de pensamiento y lecturas; secos, abstractos. Pero claro, el escenario ya está dado, ya no cambia. El mío tampoco. Ha hecho un frío polar estos días y lo he disfrutado. Pero aparte de esos pequeños cambios, no hay novedad. Pierdo sensibilidad lírica, esa angustia incandescente que puede ser maravillosa como fuente creativa (pienso en algunas páginas de Umbral, o del diario de Pizarnik) pero que no lamento haber perdido, porque su precio en sufrimiento era excesivo. ∙∙∙ Ahora que lo pienso, sí hay un gran diario de vejez de escritora: el de Chacel. No es como Gide o Pániker (al que estoy 9
leyendo ahora), no; ella está viva, no está, como ellos, más allá del bien y del mal, en el reino del pensamiento puro, con ilotas resolviendo la vida cotidiana. Rosa Chacel tiene problemas de dinero, y quiere premios que no consigue, y sabe que en el fondo la ven como una «digamos lo que queramos, mujercita» (sic), y se siente fracasada en su vida personal, y teme que sus libros les gusten «a las señoras que compran perros de porcelana» (re-sic). Pániker, como Gide, es muy interesante e inteligente y además es simpático, más que Gide, pero no hace más que explicar sus triunfos (salas llenas, aplausos, le escuchan con atención, le leen con admiración, etc, ah, y tiene una amante entregada y a los setenta años, cuánto disfruta del sexo y qué bien follan). No hay conflictos, no hay angustia, sobre todo no hay, jamás, fracaso, ni dependencia de los demás. Cada vez entiendo mejor cuál es el problema para que las mujeres accedan al reconocimiento en el mundo de la cultura. No es solo una cuestión cuantitativa, eso de Groucho Marx: «Con mucho gusto le dejaría mi silla, si no fuera que estoy sentado en ella»; no, es eso, pero hay algo más: hay una subjetividad masculina (por razones sociales e históricas, claro, no biológicas ni metafísicas), que es la que la sociedad pone en un pedestal: la omnipotencia; eso es lo que se admira, lo que se desea, el traje de Supermán que los hombres quieren ponerse, con el que sueñan; y hay una subjetividad femenina (la que nos atribuyen), de calor humano y placer sexual pero también 10
de carencia, falta, debilidad, de cuidar y complacer pero no mandar ni amenazar ni destruir, de incompletud, y eso es lo que ellos no pueden soportar. Necesitan que exista, pero tienen que sacarlo de sí, atribuirlo a esos seres tan ajenos que son las mujeres, y dejar claro que lo desprecian. Entonces nosotras, no solo en la cultura sino en lo social, familiar, psicológico, estamos ante un dilema imposible. Si intentamos adoptar otra actitud: autoritaria, ambiciosa, conquistadora, nos riñen, fruncen el ceño, nos atacan, no gustamos, no nos creen, nos ven como insoportables, ridículas o impostoras. Si, por el contrario, asumimos el papel que nos han otorgado (chica sexy, gran dama, abuelita de cuento de hadas, Isabel Preysler, Melania Trump...), entonces sí que gustamos, pero claro, a condición de estar relegadas, mantenernos en el lugar que nos han asignado, y tratarnos con cariñoso desprecio. LUNES 23 DE ENERO
Estoy terminando el diario de Pániker. Me gusta. ¿Por qué? Primero: me interesan siempre los diarios íntimos, si son diarios e íntimos, es decir, no cuando son indistinguibles de los artículos en prensa, no cuando se convierten en puro pensamiento, especulación o notas de lectura. A este a veces le pasa: muchas páginas sobre filosofía, religión, literatura... que a veces me salto. Segundo motivo por el que me interesa: pertene11
ce a la misma clase social y generación que mis padres, la de la gauche divine, aunque mis padres estuvieran al margen de ese grupo (pero más o menos los conocen a todos); leyéndole conozco mejor mi ciudad, la historia de la que formo parte, los suquets de Pere Portabella y los veraneos en la Costa Brava, toda esa generación rica, liberal, cosmopolita, y que se considera de izquierdas, aunque realmente creo que solo eran izquierda si se comparaba con el franquismo... Por lo demás, veo en él lo cómodo y estimulante que resulta pertenecer al grupo, o a los grupos, que tienen el poder, y ser reconocido por los pares. Por varón, por burgués, por nacido en Barcelona, Pániker es un perfecto ejemplo, sin fisuras (no creo que haya habido ningún racismo en su contra: el racismo es contra los de otras razas si son pobres, si son ricos no, y menos si son medio catalanes) de ese privilegio, el de «pertenecer». Le llaman de aquí y de allá, le escuchan, los grandes (al menos los considerados tales, a escala nacional: Eugenio Trías, Fernando Sánchez Dragó...) le tratan como a un igual, y él habla de tú a tú, en la realidad o en su fantasía, con Edgar Morin o Wittgenstein o Freud. Eso es lo que no tenemos las mujeres (ni los provincianos, ni los pobres, etc, pero yo lo que he vivido en carne propia es la exclusión de las mujeres). Él se mueve en un mundo intelectual y político donde todos son hombres (salvo alguna anfitriona, u ocasionalmente alguna escritora, pero son casos raros), en la realidad y en el mundo de los referentes (cita a muchísi12
mos escritores, y casi ninguna escritora: Woolf, Lessing, Rosa Montero, Rosa Regàs y creo que ninguna más). Naturalmente, nunca lo comenta, le parece natural. Alguna vez muy de paso menciona a la cocinera, Rosa, a la ex asistenta, Adriana, a una tal Pilar a la que le dicta no sé qué... En fin, lo de siempre. Ayer pensaba que finalmente mi eterna sensación de ser medio excluida (siento que alguien como Pániker está cómodamente arrellanado en un sofá, rodeado de sus pares, mientras que yo estoy en un extremo, con medio culo fuera, siempre dudando de si me voy a caer) es una ventaja, porque cuando menos interesante es Pániker es justamente cuando cuenta (y lo cuenta constantemente) lo buen comunicador que es, la mucha gente que le escucha y la atención con que lo hacen, lo mucho que le aplauden, lo ocurrente que ha estado... Hay demasiada autosatisfacción y poco cuestionamiento en su autorretrato de hombre rico, culto, inteligente, creativo, guapo, seductor, exitoso. A la inversa, cuando más me gusta es cuando habla de la muerte de su hija. Cuando se muestra vencido, derrotado, humano. He observado, por cierto, cuánto me interesan y me gustan detalles que podrían parecer sin importancia, como cuando anota de paso que ha ido al Corte Inglés a recoger unos zapatos que le envían desde Inglaterra. Porque retrata al personaje, supongo. Y porque hace más creíble y emocionante todo lo demás, al enraizarlo en lo terrenal, en lo cotidiano. Realmente 13
el buen diario íntimo debe ser íntimo, y debe ser cotidiano; la profundidad, el pensamiento, el análisis, están muy bien, pero por añadidura. LUNES 13 DE MARZO
Acabo de terminar los diarios amorosos de Anaïs Nin. ¡Qué impresión!... Esta mujer me fascina, qué personalidad tan singular, tan intensa, tan marcada. Me fascina su aplomo. La intensidad de su deseo y de su placer, en el amor y el erotismo. Su ausencia de culpa. Su extraña mezcla de poesía, generosidad y cinismo. Su vida dedicada completamente, apasionadamente, al menos en estos años (1932 a 1937) a tres cosas: follar, mentir y escribir en su diario. ¡Ahora entiendo que esta parte no la publicara en vida! Yo ya había leído varios volúmenes de su diario: cientos de páginas, quizá dos o tres mil; la descubrí en los años setenta, la empecé a leer en francés, en un libro que tenía mi madre, y ya entonces me gustó muchísimo. Es un diario con mucha personalidad: hay algo de narración y descripción, poco, pero maravillosamente escrito, hay muchísima introspección, análisis psicológico propio y ajeno: personalidades y relaciones, pero lo más fuerte, de lejos, lo más verdadero, la capa más profunda, está en estos diarios amorosos de los que, claro, ahora entiendo lo imposible que era publicarlos en vida. Para empezar, a causa de un tal Hugh que en los diarios 14
que yo leí aparecía borrosamente, al fondo del escenario, pero ahora he sabido que fue su señor marido desde 1923, cuando ella tenía veinte años, hasta su muerte en 1977; que la mantenía (porque con su agitadísima vida amorosa y la escritura de miles de páginas de diario no tenía tiempo para hacer nada con que ganar dinero, suponiendo que hubiera tenido el más mínimo interés); y que aunque Anaïs, salvo el fin de semana, no estaba nunca en casa, ni siquiera de noche (et pour cause: solía tener dos amantes fijos y algunos más a ratos perdidos), creyó siempre en la «inocencia» de su esposa. Hay algunas escenas memorables, como aquella en que Hugh lee el diario que Anaïs ha dejado abierto en el dormitorio común mientras baja a la cocina a dar órdenes a la criada (cosa que Anaïs ha hecho expresamente por el délicieux frisson que le da jugar con fuego) y lee una «tórrida» (como se dice ahora) escena de sexo entre ella y Henry Miller, real, por supuesto; cuando ella vuelve al dormitorio, Hugh le pide explicaciones, y ella, sonriendo con condescendencia, le explica que es todo ficción, imaginación, vamos, que no sea patán, que entienda que una Artista como es ella vive en la fantasía, pero en la realidad, ella sabe muy bien que los hombres no respetan a las mujeres que se les entregan y por lo tanto, blablaba. O cuando su deseo de irse a follar con Gonzalo es tan ardiente que no puede esperar al lunes (los fines de semana se acuesta con Hugh) y tras la cena, le sirve a Hugh una tisana... en la que ha diluido un somnífero; Hugh 15
observa que el color está raro, turbio, pero se la bebe, se queda dormido y ella se escapa a la calle y no solo folla con Gonzalo sino que se queda con él hasta la madrugada. (Lo cuenta todo en su diario y anota: «Ningún sentimiento de culpa».) O cuando Hugh visita al psicoanalista que comparte con Anaïs, el doctor Rank, y se pasa la sesión hablándole de la «inocencia» de Anaïs; al terminar la sesión coge el tren a Londres (es director de la sucursal en París del National City Bank), y antes de que suba al tren Anaïs ya está en la cama con Rank. O cuando están dando una fiesta para inaugurar el lujoso piso, con paredes pintadas de color naranja unas y tapizadas de terciopelo negro otras, y alfombras blancas de lana traídas de Marruecos, en el Quai de Passy, con vistas al Sena, y ella baila con un hombre y se le antoja, y a él se le antoja ella, pero es un poco complicado follar allí mismo, en plena fiesta y siendo ella la anfitriona, entonces él dice que se va, ella, como exquisita anfitriona que es, le acompaña a la salida, llaman el ascensor, se meten en el ascensor... y me entero de que un polvo rapidito necesita ocho subidas y bajadas, desde un séptimo piso. Su manera de hablar de sexo es maravillosa, infinitamente mejor que aquello de Delta de Venus que era bastante cursi, la verdad, todo muy eufemístico; aquí hay un deseo franco, voraz, no duda en hablar de pene, de vulva, de orgasmo, pero a la vez está lleno de emoción, de belleza; es tan apasionada, 16
disfruta tanto, que no vacila, la pasión guía su escritura con una seguridad admirable. Su uso de la mentira es fascinante. Está siempre mintiendo, no solo a su marido sino a sus varios amantes: por supuesto miente a Hugh para ocultarle sus relaciones con Otto Rank, con Gonzalo, con Henry Miller; pero también miente a Gonzalo y a Otto para ocultarles que sigue acostándose con Henry; miente a Henry para ocultarle que se acuesta con su padre, etc; y como todos ellos sienten celos y sospechan, y están más de una vez a punto de cazarla, o hablan con amigos comunes que tienen otras versiones de las cosas, o leen su diario como alguna vez pasa con Hugh... Anaïs tiene que inventar nuevas mentiras. Obviamente, miente tanto para poder simultanear varios amantes. Pero no es el único motivo. Creo que mentir, fingir, hacer comedia, hacer trampas... se convierte para ella en una forma de arte, una variante del teatro o la literatura. Y le proporciona unas emociones, unos miedos, unos escalofríos rozando el peligro, una oportunidad de proezas con verdadero riesgo como si hiciera acrobacias en un circo sin red (si todos descubrieran la verdad se quedaría sin casa, sin ingresos, sin amor...), que la excitan (yo en cambio lo pasaría fatal). Creo incluso, y aquí juzgo por mi propia experiencia, que hay en su actitud un toque vengativo, una victoria que ella en el fondo paladea contra los hombres, como cuando yo engañé a E. 17
También por mi propia experiencia entiendo que a veces el deseo de follar es tan acuciante que una pierde el mundo de vista y comete las mayores imprudencias. ¿De qué me vengaba yo? De la indiferencia de E. Ella, no lo sé muy bien. No creo que tenga nada contra Hugh, que parece una buena persona, eso sí, aburrido... quizá lo que no le perdona es su propia sumisión a él (hay algún momento en que dice que las caricias de él la repugnan) porque necesita su dinero. También es un ejemplo de algo muy interesante de Anaïs Nin, y es cómo se somete a los roles de género pero a la vez los utiliza en su propio beneficio. Miente para proteger, para cuidar, para hacer felices a los hombres —cada uno se cree el único o por lo menos el favorito, el verdaderamente amado—. Miente porque la promiscuidad, que en un hombre se tolera (al parecer —ella lo menciona de paso— Henry Miller llegaba a llevarse a las putas al domicilio conyugal), en una mujer provocaría reacciones violentas. Pero claro, la mentira hace que ella, la única que sabe la verdad, tenga el poder... Sin duda las mujeres a lo largo de la historia han mentido mucho y tanto más cuanto menos igualitaria era la sociedad. Otro tema que me interesa: su actitud ante las cuestiones económicas, sociales y políticas. Le comenté a Josune que estaba leyendo su diario y me dijo: «Yo la leía hasta que un día 18
me di cuenta de que toda su vida Anaïs Nin estuvo casada con y mantenida por un banquero, y desde entonces ya no la puedo respetar», o algo así. Es verdad que su comportamiento con Hugh es muy cínico. Por otra parte, da la impresión de que él acepta, incluso quizá busca, ser engañado. Cuando lees el diario piensas: no puede ser que sea tan inocente este hombre... cuando ella por ejemplo, noche tras noche, le dice que se va a tomar el café después de cenar, y a hablar de libros, con su amiga Colette, y que luego se queda a dormir en su casa para no correr peligros volviendo a casa tan tarde (existen taxis en París, caramba), y un día él llama a casa de Colette preguntando por Anaïs y la criada dice que no conoce a ninguna Anaïs... Ella es abiertamente cínica, aprovechada, hipócrita. Por supuesto me parece mal... pero suspendo el juicio, lo dejo de lado, porque creo que para experimentar hace falta a veces suspenderlo (como hice yo misma cuando fui infiel). Y la experimentación de Anaïs Nin es tan apasionante, tan enriquecedora... Me ha sorprendido, por ejemplo, encontrar en su diario el relato de una experiencia que yo también tengo, y no sé si tendrán los hombres: te dejas seducir por un hombre que te atrae por su personalidad, vives grandes momentos eróticos con él... y luego algo se rompe, o se desvanece, y te encuentras en la cama con un señor del que de pronto lo que ves es el cuerpo con todas sus imperfecciones, y te llega a repugnar, y no sabes cómo romper porque no entiendes muy bien lo que 19
ha pasado. Eso le pasó a ella con Rank (cuando le conoce le ve feo, casi enano, con una dentadura horrible; luego se enamora de él, le sigue a Nueva York... y al cabo de un tiempo le vuelve a ver feo, casi enano, con una dentadura horrible y además con mal aliento...), a mí con M. ¿Se justifica que Hugh la mantenga?... No sé si una mujer podía encontrar un empleo que le diera ese nivel de ingresos. Por otra parte, ella, a cambio, se ocupa de la intendencia y de las relaciones sociales, hace de anfitriona de alta sociedad: organiza mudanzas, fiestas, acude a cenas, viste con elegancia, y hasta tiene el toque sofisticado de ser escritora; es como un escaparate para su marido. Él parece estar muy feliz con ella y no parece que le importe que ella se vaya durante meses a Nueva York dejándole a él en París, por ejemplo, o que esté fuera casi todas las noches entre semana... Ay, qué difícil es formular juicios morales... En fin, desde el punto de vista de Hugh no sé si está justificado, pero si tenemos en cuenta la obra que creó Nin y el ejemplo que también creó, experimentando y explorando, con su vida... Y, claro, esa experimentación a tumba abierta solo la puede expresar en la libertad que da el secreto: para eso sirve un diario.
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JUEVES 30 DE MARZO
Estoy leyendo los diarios de Paco Candel. Me cae simpático ese hombre, le veo sencillo, sin afectación, auténtico. Es un diario poco íntimo para mi gusto, pero interesante como testimonio de una cierta sociedad: el lumenproletariado, que Candel observa medio desde dentro (él paso su infancia en una barraca, en Can Tunis, en Montjuïc) y medio desde fuera (pues pronto se hace conocido como escritor y frecuenta el mundo intelectual), el lumpenproletariado, digo, charnego en general, en Barcelona, de los años 40 a los 70, y también los círculos intelectuales catalanistas y antifranquistas. Sus anotaciones tan detalladas: objetos, decoración, estado de las carreteras, precios de las cosas, y ese tipo de datos, que él consignaba para luego usarlos en sus obras (estamos en la época del realismo social, el del Jarama, La Barraca, Entre visillos…) me resultan a veces un poco cansinos, pero también interesantes. Me hace gracia ver cuando aparece por primera vez la palabra «yeyé» o «turista», o ver cuánto se habla de «rumores» (la gente no sabe lo que pasa realmente: ni cuántos parados hay, ni qué se cuece en el gobierno, ni qué intenciones tiene Franco o cuál es su estado de salud)… Tantas cosas de época, algunas que conocí (los chistes de Franco, el agua del Carmen, la censura, las octavillas, las manifestaciones prohibidas, los grises, el catolicismo progre que cantaba canciones como esa de «Sóc jo, sóc jo, sóc jo, Senyor, qui voldria amb Vós parlar»… que me hacían cantar en misa en 21
el colegio Betania; también el Cumbayá: todo eso de los curas obreros, los cristianos de base, la misa con guitarras, que creo que ya no existe), otras que no (por Semana Santa se cerraban todos los cines, hasta un año en que anota que ya no cierran sino que ponen películas religiosas). Me identifico con él porque es catalán y charnego a la vez, pertenece a la intelectualidad y la ve desde fuera, y vive de escribir artículos y libros y de dar conferencias, más o menos siempre la misma, por toda España (incluso en los mismos sitios que yo, como el Palacio de la Magdalena en Santander, dentro de la Universidad de verano Menéndez Pelayo); salvando las muchas distancias, claro. Me hace pensar que quizá yo debería poner más observaciones de este tipo en mi diario; no es que sea imprescindible, pero ayuda a revivir una época. (Por ejemplo, podría anotar que estos últimos años se han puesto furiosamente de moda las palabras «vulnerable», «precario», «dañar», «determinar» donde antes se decía pobre, marginado, perjudicar, decidir. También podría hablar de las primarias del PSOE. Alain apoya a Patxi. Yo no sé qué opinar. No me gusta Susana Díaz, no me gusta su manera de hablar tan enfática, suena a demagoga, y me dicen que su programa es muy conservador. Creo, eso sí, que una victoria de Pedro Sánchez dividiría irremediablemente el partido y eso sería malo para todos.) Volviendo a Candel: su mujer era analfabeta. Caramba, ¿cómo se debía sentir ella, rodeada de los escritores que frecuentaba su marido? Y él, ¿qué comunicación 22
podía tener con ella?, debía «dejar fuera provincias enteras de su alma», como les pasaba a los hombres cuando entraban en casa, según decía mi padre que decía Ortega (aunque una vez que lo mencioné ante un especialista de Ortega me dijo que él no conocía esa frase). En fin, en todo caso, me gustaría mucho tener la versión de ella de esta misma historia, el diario de ella, si lo hubiera podido escribir. VIERNES 31 DE MARZO
(...) Bien, luego fui a dar la conferencia en la Casa-museo Pérez Galdós, una casa canaria muy bonita (o sea, con patio, con los dinteles y demás de piedra negra, volcánica) que ya conocía de otra vez que estuve aquí, no recuerdo cuándo ni para qué. Era la de «Cómo quise ser escritor… pero me convertí en escritora». Justo antes de darla repasé el PowerPoint y quité un par de diapositivas, esas en las que citaba una entrevista a Javier Marías en que la entrevistadora le pregunta «¿le molesta que le consideren un escritor de moda?» y él contesta que no y que tal y que cual, y luego ella insiste: «De moda y de mujeres. Eso ya sí, eso ya le molesta, ¿verdad, Marías?», y otra en que citaba una entrevista a Antonio Gala en parecidos términos. Lo quité porque empiezo a estar cansada de protestar y quejarme del machismo en el mundo literario. De hecho, al dar la conferencia me fui dando cuenta de que era un recorrido por 23
las distintas etapas que he atravesado al respecto. Primera: yo quería ser escritor, bueno, decía escritora, pero nunca me había parado a pensar que podía existir alguna diferencia entre ser escritora y ser escritor. Segunda: cuando me quedé embarazada y descubrí que esa experiencia estaba ausente de la literatura, e hice Madres e hijas. Tercera: cuando empecé a darme cuenta de la escasez de escritoras (mientras la prensa pregonaba el supuesto «boom» de la literatura femenina) y a percibir cómo la crítica, los entrevistadores, los programas sobre libros, etc, ninguneaban, despreciaban, marginaban, desvalorizaban, ridiculizaban, a las escritoras, y me encendí de santa indignación. Cuarta y actual: eso lo sigo percibiendo y lo sigo denunciando (vía Twitter sobre todo) pero ya de forma mecánica y sin mucho interés. En parte porque ya lo he hecho durante muchos años, en parte porque ahora hay otras mujeres que han tomado el relevo: Clásicas y Modernas, On són les dones, el Observatori Cultural de Gènere… y hasta un académico (Luis Mateo Díez) en ABC declara que le «abochorna» la escasez de académicas, o La Vanguardia protesta de que haya tan pocas premiadas entre los premiados en el palmarés de tal o cual premio cultural. Y sobre todo porque ahora me interesa más entender lo cualitativo, el pensamiento patriarcal. Y descubrir el lado oculto: lo que han pensado, dicho en voz baja, escrito a escondidas, las mujeres. Hay ahí toda una veta: diarios, cartas privadas, libros póstumos. Una mujer en Berlín, las cartas de Pardo Bazán a 24
Galdós, el diario de Silvia Plath, los diarios amorosos de Anaïs Nin, Oculto sendero de Elena Fortún, las memorias de Victoria Ocampo… Tengo que hacer algo con todo eso. DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE
(...) En cuanto al diario, pienso que además del interés intrínseco que espero que tenga, también estoy haciendo una función de cronista. En la biografía de Vita [Sackville-West] me ha impresionado ver hasta qué punto estaba extendida entonces y en ese círculo la práctica del diario, además de la de las cartas. Vita lleva un diario, Harold lleva un diario, la madre de Vita lleva un diario, su hijo lleva un diario, Virginia [Woolf ] lleva un diario, Leonard lleva un diario, amigos, amantes y colegas llevan diarios, hasta el punto de que sabemos qué ropa llevaba Harold un determinado día (un suéter amarillo vivo, sin cuello, «muy amariconado») porque lo dice en su diario la amante del secretario de la madre de Vita, que ha ido a ver a Vita y Harold a Long Barn (lo de amariconado es el comentario de la señorita en cuestión). Eso además de las cartas que escriben todos los días constantemente, en una época en que apenas hay teléfonos (he leído que Virginia, por ejemplo, escribió unas 4.000...). ¿Alguna o alguno de quienes estaban ayer en la fiesta de Marta, por ejemplo, llevan diario? Por si acaso, lo llevo yo. 25
JUEVES 15 DE DICIEMBRE
En cierto modo me va muy bien profesionalmente. El martes presenté, en el Instituto Cervantes, junto con Carmen G. de la Cueva y Ángelo Néstore, que han creado una pequeña editorial llamada La señora Dalloway, el diario de Teresa Wilms Montt, una poeta chilena de los años veinte, con un título maravilloso: Preciosa sangre, el nombre del convento en el que la encerraron (no me ha quedado del todo claro quién —¿su marido, sus padres...?—, ni si con alguna base legal o simplemente por los pactos patriarcales tácitos) cuando decidió divorciarse. Un triste ejemplo de esas mujeres de clase alta, que tienen educación, sensibilidad, mundo, cierto aplomo por su clase, pero al mismo tiempo, sobre todo cuando la sociedad a la que pertenecen es tan reaccionaria como la clase alta chilena de finales del XIX, están completamente acogotadas. A mí me han acusado a veces de ser excesivamente racional, pero sigo pensando que prefiero pecar de racionalismo que caer en esta emoción desatada y cerril que lleva al sufrimiento masoquista (ese que la sociedad nos ofrece como modelo, casi único modelo, de grandeza en las mujeres: de las Vírgenes de los Dolores, de las Angustias y demás, a Julieta de Almodóvar, pasando por Madame Bovary, Ana Karenina y todas las heroínas suicidas del bel canto) y terminar suicidándose a los 28 años como esa pobre mujer, a la que habían castigado quitándole a sus hijas. Mucho mejor ser una Simone de Beauvoir, por mu26
cho que padeciera de «frigidez del corazón». Antes de la presentación había quedado con dos chicas que han fundado una editorial para publicar diarios de mujeres: Marina Hernández y Carla Santángelo. Tomé un café con ellas en la terraza del Círculo, ellas fumando, yo congelada, pero aparte de ese detalle, fue estupendo, me gustó mucho su proyecto, su entusiasmo (palabra que me recuerda el reciente ensayo de Remedios Zafra que explica, al parecer —no lo he leído— cómo el entusiasmo nos mantiene, a quienes trabajamos en la cultura, en activo, a pesar de unas condiciones cada vez más precarias y de explotación), y saber que hay muchas mujeres jóvenes, no solo españolas sino en varios países de América Latina, que al parecer participan en esto, lo siguen, les interesa... Ellas querían proponerme que prologara el primer volumen que van a publicar, una antología de diarios de mujeres (desconocidas, actuales). No solo acepté sino que les hice otra propuesta: que me publiquen un diario de lecturas, recopilando mis comentarios de libros dispersos en todo mi diario, y aceptaron. Por supuesto todo gratis (ni lo mencionamos, se sobreentendía; pero no me importa trabajar gratis, como ellas también hacen, para lo que me gusta y me interesa y en lo que creo). Luego tomé un café con Carmen y Ángelo; Carmen tan activa como siempre, con sus clubes de lectura, escribiendo una biografía divulgativa de Simone de Beauvoir... 27
Entusiasmo, sí. Ángelo un chico joven, muy guapo, muy feminista, encantador. Después de la presentación fuimos a Casa Manolo, ellos dos, Octavio, que acababa de presentar su libro, Autorretrato de un macho disidente (que estoy leyendo y me gusta mucho) y Marina y Carla. Hice las presentaciones; me encanta poner en contacto a personas que conozco aquí y allá y que sé que pueden simpatizar, intercambiar, colaborar, crear red. Luego me volví a casa, disfrutando del frío, de la noche, y de pasar una vez más por esos edificios: el Teatro de la Zarzuela, el Círculo con la Minerva de bronce en lo alto que me parece que me mira y me protege, el Metrópolis con la cúpula, las guirnaldas y el ángel de bronce, el otro edificio coronado por un templete de mármol, la fachada barroca, roja y gris, de San José, el Cervantes con sus cariátides... esos edificios que me gustan por sí mismos pero sobre todo por ser el escenario de estos años de mi vida desde el 2006 que vienen siendo tan felices. Laura Freixas.
Inés Vecchietti ∙ Argentina ∙
Sin título
Estar en el sol, por el alimento. En la luz. No me pertenece escribir, es solo un lugar que visito. Una forma redonda de decirte: te apagas. Ya no palpitas dentro de mí. Escalera, sube y baja. No desapareces, te evaporas. Te vas acortando: primero tus pies. Me escondo este momento porque duele, y también porque duele lo cuido y lo abrazo. Lo lleno de besos. Lo que duele, cuadrado con puntas debajo de la piel. Cuadrado queriendo encajar. Cerebro lleno de nudos unidos. Siempre descubro cariño al final de los pensamientos. Escribo un camino amarillo tierra que hoy soñé. Yo sé que también estoy ahí ahora. Múltiple. Ramificada. En otra dimensión mis brazos crecían, se creaba un puente. Amanecía despacio, por horas. Era parte, una parte de aquello. En la dimensión de arriba escondida. Ellos me miraban como una familia, brillando, coloridos. «Queremos los ojos para amarte». Detalles. Estrellas amigas avanzando por la garganta. Cuando soñé que nos reencontrábamos y tu cara era dulce. Los escalones de mi mente, uno tristeza, uno entereza. Todos. Estoy en todos. ∙∙∙ Isla habitable sin tesoros, de manto blanco entre las rocas y baba húmeda en las orillas. Ahí viviremos: en la madera. Los hilos que nos dirigen salen del mar y nos llaman. Yo quiero ser de colores, palpitar colores como una medusa. Fuimos volvien31
do a lo que somos, a la choza viva. Riqueza en el cielo, porque brilla. Vos sos mi hermano perdido, te imagino imitando serpientes, me siento a tu lado, te abro de a pedazos. Festejo una muerte. Ya estoy viva. Saber que en el horizonte los barcos caen. Me invento para no necesitar. Soy yo la criatura que ansío. Quisiera poder multiplicarme para besarme, entrar en mí como solo otro cuerpo puede hacerlo. Alucino. Ya lo sabía todo antes de que pasase. Yo lo fui creando todo. Llamas en mi pecho y yo acostada. La cama se mece a llamaradas. ∙∙∙ Creo que voy a irme mientras esté aún en la boca de alguien, mientras nombran que me aman, y voy a aceptar esa parte de mí que no entiendo, la de abandonarlo todo, y a todos. Decir: «gracias», y «te amo», pero necesito perderme, 32
que nadie sepa dónde estoy. Necesito una choza secreta, en algún lugar animal, necesito noche adentro mío y desconocerme. ∙∙∙ Dormí abrazada a una piedra y soñé que se me incrustaba una estrella marina en la mano o en la teta, y se lo mostraba a un hombre que no le daba importancia. Solo bastaba llorar para que se desprendiera. Qué simples son los remedios, agua caliente y llanto ahora que dejé todas las terapias,
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la psicología, la astrología, para intentar explicarme. Solo bastaba escuchar, reconocerme. Puedo estar sin parpadear mientras me atraviesa una idea por entremedio de los ojos. Es un truco que aprendí: quedarme abierta, dejarlo ir. Yo me despierto en mí quizá me vaya a dormir con ellos pero yo me despierto conmigo.
∙∙∙
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Salvaje de las piedras. Pensaba en los hilos invisibles entre nosotros. Lo demás es una fachada. Una forma más de encantamiento, seducción, supervivencia. Comernos los unos a los otros, como nos comemos a nosotros mismos. Todo el que me hablaba me estaba creando. Y yo le estaba creyendo que existíamos.
∙∙∙ En estos días, un dolor se puso a escalar mi cuerpo de las piernas a la espalda. Hinchado, por pisar la misma tierra que antes habíamos pisado juntos. Y volver a pasar por mi madre, por dentro de ella otra vez. 35
Descubrimos que el horario exacto de cuando yo nací es la fecha de su nacimiento. Me pareció vernos en otras vidas dando vueltas una alrede-
dor de la otra.
∙∙∙ Te conocí en la sombra de tu árbol. Ahora es toda tuya. Estuve encendiendo el fuego tal como me lo enseñaste. Vivir con vos ha sido el aprendizaje de mi yo desconocida y para vos fue conocer al pozo de agua un juego entre nuestros elementos. Ahora te imagino en los bosques de Noruega. Aclarándote con el paisaje. Con los días de solo luz. Purificándote nada más que con el sol. Para acunarte, que nunca sea oscuro. El descanso de la noche de nosotros. Imagino, quizá, a los animales hablarte. 36
∙∙∙ Dormir al sol y bajo la luna, caminar a escondidas, acariciar mi cara, decir «ya pasa, ya está pasando», usar los pantalones suaves, respirar, acercarme cada vez más, pinturas, rastros, construcciones, olvidar, rechazar, destruir, usar el traje, bailar los ángeles, sangrar rosado, ser toda rosada, conocerte, el mar, las estrellas, gritos, cómo escribo un grito, un virus, un abrazo todas las noches desde el cielo, plateado es tu muro, yo lo besaba creyendo que estabas del otro lado pero ya los dos nos habíamos ido, la creencia, la espera, el encierro, el invento, no hablar, mi proyecto es ya no hablar, la cintura, el pecho, las manos, los muslos, la garganta, la fuerza cuando llega el momento. ∙∙∙ Cuando soy un hombre me desarmo, acepto el fracaso. Cuando soy una planta no me importa dónde estoy, busco el sol, todo es para vivir, existir es el regalo y el oficio, mi cuerpo es un ramo de cuerpos que se abren a lo maravilloso y a lo simple. Milagrosa, río, somos el monstruo que también quiere vivir, a mí me gustaría amar a todos y que todos me amen, poder 37
recostarme sobre el agua, que no me pidan nada, adentro la riqueza necesaria y suficiente, compartir los labios, las manos, las horas en que dices «me muero». Cuando soy la muerte me alimento, juego en el desierto, una trampa se disuelve en la arena, los animales están cerca para beber de sus cuencos, acariciarlos desde el amor más puro, revivir la visión una y otra vez, relámpago, luciérnaga, todas las formas de la luz. ∙∙∙ Lo que me interesa es dejar de desear el amor. Estoy agotada. Prefiero recorrer una isla a pie y no recibir más que una orilla al otro lado. Esta es mi escritura: la transformación hacia lo simple. ∙∙∙ He tenido todo el tiempo del mundo para observar los cambios. Todas las líneas que tomaron mi cara. Cuántos sueños con el agua hasta las rodillas, cuánta pérdida de importancia, la entrega a pudrirse bajo lo húmedo. La retirada. Aprendí que «para siempre» es el momento presente. Una línea ondulada avanzando por el campo, entre los pastos, muy cerca del suelo y de la vibración. Solo me puedo explicar con símbolos porque yo soy un símbolo. Me gusta mucho lo que habla en silencio. 38
Tengo piedras dentro de mí, empapadas y líquidas. Nunca nadie las ha observado, solo ella. Se las mostré porque me asusté, y me dijo que la cura era sonreír más, estar más alegre. Mi alegría roja. Tengo tiempo de observar los colores, de teñirme el pecho y de explotar. Todos los textos de mi vida dedicados a una misma cosa. Si me tumbo en el suelo la escucharé acercarse. Quizá sea simplemente eso, y no haya nada más. Me gusta el alivio de lo gigante que me sobrepasa, y de lo chiquito que se me mete en el cuerpo. La piel se abre camino a cosas nuevas, busca también su historia y su continuación. ∙∙∙ Voy a desnudarme sola. Voy a acabar con la tradición. Por creer que siempre mi deseo es equivocado, incorrecto. Voy a acechar de cerca todo lo que me interese y saltarle encima como a una presa que pasará a ser parte de mí. Ya no querré gustar. Pediré cariño cuando lo necesite sabiendo que lo merezco simplemente por poder sentirlo. Por haber nacido. No me ahogo, solo soy yo la que me habla. No me siento culpable, odio la productividad. Nada será como yo dije. Creí que adivinaba el futuro, pero era una vez más llenarme la boca. Aprenderé de lo incierto, como cuando pienso en la muerte.
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Isabel García Cuesta ∙ España ∙
Sin título
Lunes, 30 de octubre
Hace varias semanas empecé una terapia de programación neurolingüística con Magda, una psicóloga que ya ayudó mucho a una de mis mejores amigas. Hablamos sobre las relaciones que he tenido, y no le costó mucho sacar la siguiente conclusión: «Dices que quieres una relación, pero huyes de los hombres». Además, me dijo que tengo unas expectativas sobre ellos que nadie puede cumplir. Magda trabaja con las afirmaciones, así que desde que comencé la terapia voy repitiendo en mi cabeza una y otra vez algunas frases, para que me ayuden a cambiar mi visión del mundo y a dejar de huir de los pobres hombres, que no me han hecho nada malo, la verdad. Miércoles, 1 de noviembre
Dejé mi trabajo de profesora hace un año para viajar por ahí, y desde hace varios meses me parece que mi vida es un inmenso paréntesis. Un paréntesis que alguien ensancha y ensancha como un globo hasta reventar, lleno de cosas que en conjunto no parecen muy importantes; si lo fueran, no estarían ahí. Hace poco, Magda me recomendó una afirmación que he repetido en mi mente hasta la saciedad, para ayudarme a cerrar este paréntesis: «Estoy en un proceso de cambios positivos». A veces me lío, y mi subconsciente dice: «Cambios políticos»; me pregunto si será porque Cataluña se ha declarado una repúbli43
ca independiente hace unos días. Ayer tuve una entrevista en Madrid, en una academia de español para extranjeros que lleva un mes abierta. Unos días antes ya había consultado el perfil de Facebook de su directora, gracias al cual pude comprobar que le gusta Albert Rivera y cree que Mariano Rajoy es un blando. Lo primero que hizo la directora fue preguntarme por mi experiencia laboral. Después de permitirme hablar durante varios minutos, comenzó a criticar el método comunicativo de enseñanza de idiomas —en el que yo me he formado—, y ejerció su derecho de jefa a hacer un monólogo sobre cómo enseña ella, por qué sus alumnos están encantados y cómo debe ser un profesor. Dio muchos ejemplos y fue bastante detallada: —Un profesor debe ayudar a los alumnos a conocer y a entender la cultura del país. Y no debe hablar solo de las cosas malas, aunque eso lo hacen sobre todo los que son muy de izquierdas. Pero eso es porque no han viajado mucho, porque en cuanto sales ves que los demás tampoco son perfectos. Yo admiro a Inglaterra, pero haciendo imperios no nos ganan. ¿Qué hay en la India ahora? Nosotros, en cambio, en quinientos años, ¡mira la cantidad de instituciones que hemos creado! Este es solo un extracto de su larga intervención. Hacia el 44
final, mostró interés por mi blog de viajes, y me confesó una cosa bastante inquietante: a ella también le gusta escribir —La gente que escribe es reflexiva— añadió, echándose un piropo a sí misma de forma indirecta. Seguramente me equivoque al juzgar a la gente, y puede que esta mujer guarde un alma muy sensible en su interior, pero la verdad es que no tengo ninguna gana de trabajar con un ego de tales dimensiones. Antes de irme, nos dimos la mano y me preguntó cómo se llama mi blog. Le respondí y me prometió, como una amenaza: —¡Lo miraré! Jueves, 2 de noviembre
El otro día fui a un restaurante de kebabs cerca de Hospitalet y, mientras esperaba mi shawarma de falafel congelado, me puse a leer un artículo en un periódico. Hablaba sobre unas cuantas librerías que se acaban de abrir en Barcelona, y mencionaba el caso de una que había sido fundada por tres amigos que apenas llegaban a los 30 años. «¿Cómo?», pensé, «¿son más jóvenes que yo, y han montado una librería?». No sé si esto le 45
pasa a más gente, pero desde que cumplí los treinta —hace ya dos años—, me parece que absolutamente todos los seres humanos de veintinueve para abajo son puros bebés (lo gracioso es que cuando yo tenía veintinueve, no sabía que era tan joven). Y ya, lo que más vergüenza me da reconocer, es que casi, casi me indigna que alguien menor de treinta tenga éxito, monte su propia empresa, se arriesgue. Por ejemplo, que una chica de veintiséis tenga un blog con miles de likes en Facebook y que le paguen por viajar y escribir sobre ciudades. O que un chico de veintisiete monte una librería con sus amigos. Cuando descubro casos así, admito que surge una pregunta en mi mente, como un corcho rebelde que salta a la superficie del mar: «Pero ¿quién le ha dado permiso a este o esta para tener éxito siendo joven? ¿No había que hacer lo que hace todo el mundo, que es estudiar algo que tenga salidas y buscar un trabajo normal y corriente?». Supongo que en el fondo envidio el arrojo de estas personas. Lo que ya no sé bien cómo tomarme es cuando la gente de mi edad tiene hijos. Hijos. Personitas cuya supervivencia depende totalmente de nosotros. ¿Cómo es realmente ser madre? Porque no me creo ni por un segundo que consista en esa aparente armonía y serena satisfacción que mis amigas y conocidas intentan transmitir con sus fotos y estados de Facebook. ¿Por 46
qué nadie habla de cómo se te queda la vagina después de dar a luz? ¿Se ensancha mucho? ¿O de cómo afecta un hijo a tu relación de pareja? ¿No deberíamos saber estas cosas? ¿No debería alguien avisarnos, por si acaso? El otro día, Magda me preguntó si me gustaría tener hijos; yo le respondí que sí, y añadí alguna cosa más que no recuerdo. Ella me sonrió, y me preguntó: —Isabel, ¿tú te das cuenta de las caras que has puesto al hablar de los hijos? Como si estuvieras tomando una horrible medicina, o un veneno. ¿Una horrible medicina o un veneno? ¡Si a mí me encantan los niños! Viernes, 3 de noviembre
Después de la entrevista con la mujer facha, he venido a Cuenca a ver a mis tíos. A mi tío le encanta hablar, y una cosa que ya me ha repetido varias veces es que todo tiende al desorden. —Es la segunda ley de la termodinámica: ¡todo tiende al desorden! ¿Ves esta cafetera? Si la dejamos aquí durante cien 47
años, empezará a romperse por su parte más débil, que es el asa. Si la dejamos doscientos años más, acabará de romperse por completo. Es como una casa. ¿A que siempre tenemos que estar ordenando nuestro cuarto, la ropa que nos dejamos por ahí, los cubiertos, los libros…? Si dejamos que los objetos sean libres, ¡se desordenan! Y el capitalismo es la expresión máxima del desorden: exprime los recursos de la Tierra hasta dejarlos hechos una mierda. Pienso en mi cuerpo y en mi cara; cada vez tengo más arrugas. A veces odio ver mis fotos, especialmente aquellas en las que se me ve más de cerca, porque siempre encuentro ese enorme pliegue debajo de mi ojo —ya no sé si el derecho o el izquierdo—, señal de que la segunda ley de la termodinámica funciona: mi cara se desordena. Pero no es solo mi cara; según mi experiencia, las relaciones también tienden al desorden y a la destrucción. Sábado, 4 de noviembre
Hace unas semanas vino Rafa a verme a Barcelona. Confesó que la noche anterior no había dormido nada, y que había tomado algo de anfetas. No me gustó oír eso, pero preferí no hacerle preguntas al respecto. Preparó algo rápido de comer y me puso al día de sus proyectos y las historias de su pueblo, 48
moviéndose de un lado a otro de la cocina con su energía habitual. Desde que lo conozco, me sorprende que alguien de cuarenta y cinco años tenga ese sentido del humor y esa imaginación hiperdesarrollada. En realidad, no conozco a nadie de ninguna edad que sea la mitad de creativo que él. Hacía un mes que no nos veíamos, y como siempre que nos hemos reencontrado, volví a analizar a este hombre que me ha dado tanto cariño: ¿cuánto me gusta? ¿Realmente es para mí? ¿Tendría hijos con él? Y así hasta que mi cerebro decidió parar en algún momento, de puro cansancio. Al cabo de un rato llegó su amigo, y entre un vinito y otro, los dos se hicieron una raya. Los observé, y se me encogió el estómago. Aquella noche, cuando los dos nos quedamos solos, no me apetecía besarle. Una vez más, había llegado mi momento estelar, ese momento en el que lo desordeno todo de un zarpazo. Le dije que yo no podría estar con alguien que se drogara. Ahora me doy cuenta de que en algún rincón de mi cabeza hay un universo paralelo. En este universo hay una Isabel paralela, que corre por unos verdes y perfectos prados, y es absolutamente feliz. ¡No puede ser más feliz! Pero atención, no corre por esos prados sola. De su mano va un buen mozo, lozano, inteligente y con un trabajo respetable, que la ama y al que ella ama también. Y lo más importante de este universo es 49
que aquí todo es mejor que en el mundo real: esa Isabel paralela es más feliz, está más enamorada, su hombre no puede ser más maravilloso, y así con todo, hasta el infinito. «Eres un misterio para mí», me escribió Rafa ayer de madrugada, cuando volvió de una cena con sus amigos. Desde la tarde en la que le vi drogándose, nuestra relación se ha enfriado. No sé qué hago cuando hablo con los hombres para que no me entiendan. Lunes, 6 de noviembre
¡Tengo trabajo! ¿Será gracias a haberme repetido decenas de veces que «estoy en un proceso de cambios positivos»? Se ha cerrado el paréntesis que parecía eterno, y he aterrizado de repente en la casa de mis padres, como un pájaro adulto que se choca con un árbol y cae desconcertado en el que era su nido en la infancia. Esta tarde he hablado con Magda, y al cabo de un rato tenía dos lagrimones salpicándome la cara. Hace ya varias semanas leyó mi blog de entrevistas a mujeres, y me dijo que era «una mina». No le hice mucho caso; creo que incluso me pareció un comentario sospechoso. Hoy hemos hablado de lo que está frenando mi prosperidad económica, y tras ayudar50
me a relajarme me ha pedido que me visualizara a mí misma. Me ha hablado de las extrañas creencias que tengo respecto a la riqueza económica, que están sorprendentemente influidas por la ideología de mi tío anticapitalista. Recuerdo que me ha dicho que también hay gente buena que es rica, y a la que pagan por hacer el bien a los demás. Que sí se puede vivir de escribir, y que sí hay gente dispuesta a pagar por lo que yo escriba. No sé exactamente cómo han funcionado sus palabras, pero su mensaje ha lavado la imagen más profunda que tengo de mí misma, hasta que por fin, después de muchísimos años escondida, la he encontrado. Tal vez sea la consecuencia de salir de un paréntesis.
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Giuliana Santoli ∙ Argentina ∙
El ojo del huracán
El comienzo (Diario vomitado en la computadora)
6 de agosto de 2016
Volví de viaje hace nueve días y aún no entiendo adónde es que volví. La sensación es la de flotar sin entender sobre qué. ¿Qué hay debajo de mis pies? ¿Ahora tengo una casa? ¿De verdad que ahora somos dos? De nuevo no tengo trabajo. De nuevo no sé si tengo dinero. Registro esta angustia: soy una adulta. En pocos días multipliqué mi admiración por los que son tan responsables sobre sus propios pasos. En pocos días entendí que algo aún amorfo empezó y no va a ser fácil. Crecer es esto. Crecer es entender que no todo es poesía. O no, más bien crecer es entender de dónde nace la poesía. Nace de este nudo en el estómago. De esta líquida falta de certezas que deberían convertirse en algo saludable. De este construir-nos. Somos una casa y deberíamos encontrarle el equilibrio. De esta sensación de estar corriendo desde atrás, esto que
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Fausto tantas veces dijo y ahora entiendo: eso nos iguala. Somos iguales en esto. Somos iguales que todos. Tengo miedo y el barro sale con ese tinte: el del insomnio y la envidia a la gente que camina tan tranquila por la calle. Yo caminaba tranquila por la calle hace algunas semanas… ¿Qué pasó? 7 de agosto de 2016
Algunos tienen un colchón o un hijo. Yo tengo una casa entera pero aún siento no tener nada. O mejor: repentinamente tengo una convivencia con un hombre que siento que desconozco. Solo me suena familiar la vibración de las cuerdas, el ritual del mate, el amor por las plantas. Mis plantas. Sus plantas. Verlo arriesgando con el coraje de los que arriesgan por su arte, esa gente que siempre admiré. ¿Cómo es que ahora padezco lo que siempre admiré? 8 de agosto de 2016
Tengo una convivencia con una mujer que siento que desco56
nozco. Y vive en mi mismo cuerpo. 9 de agosto de 2016
El sol entra por la puerta con una luz tan dura que casi hace ruido. Es mediodía. Alguien barre. Los dos tenemos miedo. La magia está en transformar el miedo en algo más parecido a las flores. «Si no hay lodo, no hay loto». 10 de agosto de 2016
Me despierto por la noche y me atacan más miedos. Nuevos, todos los días nuevos. Realmente me sorprende mi capacidad inventiva en esto. Tengo la sensación de que todo era tanto más fácil antes, y que también era menos real. O yo era más superficial o más infantil. Cualquiera de las dos cosas me da bastante vergüenza. 11 de agosto de 2016
No sé si estoy escribiendo algo con sentido. ¿Cómo fue que hice para lidiar con el miedo después de los ataques de ansiedad el año pasado? Hablar de él, escribirlo, en57
contrar mujeres inspiradoras que me den coraje y me compartan su calor valiente. Generar hábitos nuevos. Ir adueñándome del espacio que es mi cuerpo y los centímetros a su alrededor. 12 de agosto de 2016
Anoche encontramos un momento para la calma. Fausto estaba más tranquilo y eso me relajó a mí… Qué fácil es contagiarse del sentir del otro cuando se convive. Aún siguen los miedos. Me siento tan repetitiva, pero necesito escribirlo. Miedo a que finalmente no resulte. A quedarme con una casa-ancla. O a que cuando Fausto se vaya de viaje no me acostumbre a estar sola. O a que me acostumbre tanto que no quiera que vuelva. A seguir con ese sentimiento de remar sola.
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A encontrarme en una vida que no es la que deseo pero acostumbrarme. A nunca saber cuál es la vida que deseo. A no animarme a intentar saber qué es lo que deseo. El puente (Diario manuscrito)
4 de octubre de 2016
Día cero. Mi ciclo. Pido una señal al libro. El oráculo dice: «El crecimiento es un movimiento irregular hacia adelante: dos pasos hacia adelante, uno hacia atrás. Recuerda esto y sé muy paciente contigo misma». ¿Cuánto tengo para aprender en esta relación y en esta convivencia? ¿Cuánto seguiremos conociéndonos gracias a este espejo? Esta búsqueda puede durar un siglo y entonces ahí estaré, esperándome, mirándome llegar y buscando una nueva pregunta para borrar todas las líneas del camino. Si voy a vivir siempre con coraje entonces mejor rodearme de personas fuertes.
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14 de noviembre de 2016
Respirar. Bajar la luz. Algún aceite en el hornillo. Eso que deseo hacer salir a veces con amor, a veces con dolor, otras con alivio, nace de los pequeños rituales que abren la puerta que llevo dentro. Dejo fuera la mente. Me quito la ropa que recubre las palabras fáciles. Camino hacia ese rincón que conozco de memoria. Hay muchas formas de hacerse daño y una es pretender que sucedan cosas que no pueden ser. Adentro del adentro no podemos iluminar con luz porque entonces lo que hay allí no sobreviviría, como los animales del fondo del océano, como lo que debe subsistir dentro del tronco de un árbol. Ahí hay otras maneras de hacer que lo que existe nazca y crezca. No sé, probemos el tacto suave. Lo que nació (Diario manuscrito)
8 de abril de 2017
Es sábado y Fausto se fue de viaje el martes. Hay una verdad importante que se hace visible hoy: desapareció una tensión enorme. Algo sexual se desbloqueó, no sé si es solo mi cuerpo, o toda la casa, o es lo mismo.
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Cada atardecer es como un domingo. Si tuviese que ir al grano apresuradamente, hoy diría que no sé si al final va a valer la pena embarrarse así, con tanto compromiso en el camino del autoconocimiento, de buscar la plenitud a partir de ahí. Qué horror, de repente estoy hablando como mi mamá. 21 de abril de 2017
Desde que Fausto llegó hace tres días todo se tornó muy raro. No veo cómo todo puede volver a fluir y eso me da miedo. Es como si estuviéramos jugando a ver quién resiste más sin soltar la mano del otro. Me siento sacudida, admitiendo una parte de mí que casi no conozco. No quiero dejar ir este momento de sinceridad tan enorme, pero duele. No sé qué hacer. Creo que mañana me voy a ir de casa unos días, a ver si dejar de compartir este espacio me da un poco de claridad o al menos dejo de sentir esta tensión en el cuerpo que ya no puedo sostener. 25 de abril de 2017
Quisiera hacer poesía de todo esto pero no puedo. Puedo 61
hacer un diario que no voy a querer releer, puedo hacer en él un registro del tarot y mis sueños, pero no puedo hacer poesía con los abrazos que no quiero dar, con la culpa ni con la pena de dejarnos a los dos desprotegidos en el mundo. Desde que empezó el año redirigí el foco hacia mí y me di cuenta de que había olvidado lo fundamental: tengo infinito trabajo por hacer. 27 de abril de 2017
Llegó el día. Seguiremos nuestro camino separados. Me siento agotada pero sobre todo aliviada. Me siento bien. Tengo la espalda tensa y los pies cansados pero la garganta liberada, como si hubiese dejado de contraerla. Estoy dispuesta a todo, también a equivocarme. Quiero seguir siendo fiel a esto que sale del centro del estómago, la intuición, que casi desconocía. 2 de mayo de 2017
Extraño mi casa, aún no volví más que unos minutos para buscar alguna que otra ropa o abrigo. Evidentemente estuve construyendo en ese lugar un espacio para mí sola, sin ser 62
consciente de eso. Tengo para ella nuevos y buenos planes, me divierte muchísimo. Y presiento que cada vez van a ser más. 5 de mayo de 2017
Volvimos a hablar con Fausto. Con tanto amor aún en nuestra separación, con tanta calma. Somos fuertes juntos, hemos construido mucho en estos años. Lo que más espero es que podamos mantener esto siempre. En nuestra distancia, nos deseo amor. 17 de mayo de 2017
Estoy teniendo una premenstrualidad amable, como una celebración por hacer las cosas bien. Volví a casa, que es la casa de mis sueños. Porque también la soñaba así, en soledad. Descubro que la música está, aun cuando estoy sola. Descubro que la música también está en mí. Doy pasos firmes, camino derecho a convertirme en lo que deseo ser. Todo sucede justo a tiempo. Disfruto un vino y mi comida, y la música. Bailo sola en una habitación que ahora está casi vacía. ¿Será así todo el invierno? ¿Qué hago cuando estoy sola? El balcón, el viento, un tabaco 63
y las zambas acústicas de Drexler. Gané por todos lados. Tengo más confianza que nunca.
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Susana Simavilla ∙ España ∙
Sin título
Es extraño cómo las voces pueden provocarnos o no rechazo. Cómo algunas voces pueden ser una tabla de salvación. Melodía para los oídos o desdén absoluto. Algunas voces tan amadas pueden pasar a ser indiferentes. Es extraño. No sentir nada de repente. Que un espacio se muestre libre de emociones. Transitar el vacío y no encontrar nada. Ni rastro de lo que fui. Ni rastro de lo que sentí. Ni rastro de lo que pensé. ¿Dónde están las que ya no soy? Es extraño. Cómo ese vacío llega a mi vida como purgante, haciendo que me desplace de los lugares a los que ya no pertenezco. Que de repente el esfuerzo titánico por liberarme de algo se muestre sin más como algo innecesario, porque hay una parte de mí que se ha ido sola y por adelantado. Como emisaria de una nueva realidad. No pasa nada. Encontraré mi modo de estar en ese vacío. Aunque quede libre de todo. No pretendo llenarlo con nada. Por fin. ∙∙∙ Sigue el anhelo. ¿Pero de qué? ¿Realmente de qué? Supongo que de la primavera, del aire limpio, de la salud, de la edad, de las hojas verdes a punto de brotar, del anticipo de flores o de todas las causas perdidas. El anhelo devuelve a las palabras su lugar de honor en el tiempo, quizá tratando de explicar lo inexplicable. No hay nada que sea más ficticio que el conjunto de pensamientos que elaboro cada día, como una masa inusual 67
de excrecencias. Eso es. Los pensamientos solo son excrecencias. No tienen otra finalidad. No les concederé más importancia. A la sensación de vida la llamaré vida, así, a secas, y no competiré por darle forma. ∙∙∙ De la lectura de ese poemario dedicado a las voces de las mujeres se desprende que estamos todas locas, trastornadas al menos (me incluyo como aprendiz de poeta), que apenas nos quedó tiempo para la alegría ni para la contemplación. Que el capitalismo reflejará nuestras voces y solo quedará testimonio de las que publicaron, del resto apenas nada, apenas nunca, por lo tanto será el dinero el que determine el curso de la historia (nuevamente) y el que decida que las que sí llegaron eran representativas del resto. El capitalismo mantiene ese doble juego de engatusar con lo excepcional pero uniformar a la masa que produce. Que la mayoría fueron licenciadas en letras, y como tales, perdieron la frescura de decir sin seguir una corriente o paradigma, atrapadas en el academicismo, empeñadas en justificar su valía mediante la erudición, el camino marcado por los hombres. Que el tema central es el amor, sigue siéndolo, sigue pareciéndolo, como si orbitásemos todas las mujeres en torno a un Él, atrapadas como moscas que revolotean junto a un cántaro de miel. Dulce masculinidad que nos trastorna. 68
∙∙∙ Tantas misas en la infancia, escuchando «tomad el cuerpo de Cristo», viéndolo allá arriba, desnudo, el torso marcado, los músculos perfilados de las piernas, la hendidura del abdomen, los pliegues leves en la cadera, que se me encendió el deseo para confrontar con el deber. No desearás el cuerpo de Cristo ni el de ningún hombre, por muy hermoso que te parezca. Absurdo sinsentido. Todas queríamos encontrar un hombre como él, que levitara sobre las aguas y fuera dulce como el maná, que quisiese encargarse de los niños y fuese rotundo y revolucionario frente a la injusticia. Total. Reminiscencias de la infancia católica. Esa gripe ya pasó. ∙∙∙ Un dragón es el reverso de un pájaro. O un pájaro con su herida. Un dragón es un ave que cambió las plumas por escamas, el nido por la cueva y el aire en torno a las alas por el fuego en torno a las heridas. Todo lo demás es igual entre ambos. Un dragón es una herida latente, un pájaro que no encuentra reposo y que por eso duerme con un ojo abierto y otro cerrado. Vigilante, al acecho, esperando el siguiente golpe, la siguiente amenaza, la próxima herida. Un dragón es un pájaro que eligió la soledad en un retiro profundo y ya no quiere copas de árbo69
les ni peñascos en una cima. Está a la defensiva. Sobrevuela el mundo con su coraza. Está lleno de ira y no sabe cómo aplacarla. Un dragón rapta los sueños de otros y los suyos propios y luego los destruye. Todo en él es oscuridad y desasosiego. No hablemos de absolutos. Aparentemente todo en él es oscuridad y desasosiego. Un dragón es un pájaro experto en la intensidad de la vida, pero no quiere volver a exponerse. Tiene que sanar. Siente mucho. Ha sentido mucho. Continúa haciéndolo. Sigue deslumbrándose con todos los tonos del cielo, y con sus texturas. Con los brotes tiernos en primavera. Con la escarcha que cubre los campos en invierno. Con la familiaridad con que se hablan las piedras unas a otras y con la majestuosidad imperturbable de las montañas. Ellas, testigos de su historia, lo comprenden mejor que nadie y por eso le dan cobijo. Un dragón es un pájaro herido que necesita soledad y sosiego. Es un recipiente de amor que se ha roto. Un interrogante que no cesa. Un pájaro es un dragón que aún no sabe que le llegará la herida. Ambos se contienen. Se respiran. Se nutren del mismo vuelo. Un dragón tiene que ser dragón por un tiempo para luego no ser nada o serlo todo. Un pájaro tiene que ser pájaro por un tiempo para luego no ser nada o serlo todo. Sobrevolar los astros les enseña la dimensión de ese cambio. Ambos se contienen. Ambos se contienen. ∙∙∙ 70
Todo el tiempo que transcurre en esa ciudad inmensa me siento pequeña, pero al mismo tiempo soy consciente de lo particular e irrepetible de mi existencia. El pequeño milagro reflejado en mis manos de gota de agua, en mi mirada de travesía marítima, en mi piel de mapa indescifrable. Todo el tiempo soy diminuta pero contengo un universo. Soy viajera maga que recorre en dos horas y media la distancia entre Sevilla y Madrid, y en un segundo el no-tiempo entre una vida y otra. Todo el tiempo reflexiono sobre lo aleatorio de ser Susana y sobre el misterio de ser también una mujer de El Congo, el camarero con acento castizo, un emigrante en un país extraño, o un librero que ofrece libros usados. Todo al mismo tiempo. De todo ello solo hay un testigo imperecedero: la naturaleza. Los árboles que acumulan anillos y vuelos de pájaro, mientras nosotros los humanos aprendemos la lección de humildad ante lo definitivo e innegociable de la impermanencia. Y de nuevo me conmuevo. No sé qué clase de energías se están moviendo en mi interior. Y ya me tengo que ir a trabajar. No hice la cama. Hoy no hice la cama, ni ayer, y me compré unas sandalias blancas de piel, porque me hacían falta. ∙∙∙ De madrugada cantó un pájaro. Cantó una ola de color azul, una alerta de puertas y llaves, una señal acompasada y rítmi71
ca. El canto procedía de un árbol de más de cien años y se dirigía a todos los insomnes, a todos los que en ese momento dudábamos entre el movimiento terrestre o el aéreo. Cantó el pájaro su ola azul durante media hora, justo hasta que las primeras luces hicieron acto de presencia. Al terminar envolvió su propósito con silencio y le hizo una ofrenda al tiempo, que enredado se disponía a desplegarse. Sentada en la cama yo lo escuchaba y dudaba entre dejarme llevar por un sueño de tierra y alas o por un despertar lento… Solo en esta madrugada cantó el pájaro su ola de color azul, y tuve la fortuna de escucharlo. ∙∙∙ Por la mañana a la hora de los recados paseé dos ventiladores, uno, el que compramos, desde el centro hasta la casa, y el otro, el viejo, desde la casa hasta el contenedor de plástico. El ventilador estropeado no tenía arreglo. Estaba diseñado para morir a los tres o cuatro años, sin posibilidad de cambiar la pieza estropeada porque no fabrican repuestos. Se llama obsolescencia programada. He paseado los ventiladores por esta
ciudad abrasadora como en una procesión o en una oración para invocar el frío. He sido durante unos minutos una penitente especial, con mi ventilador a cuestas y mi andar cansado, 72
sopesando la posibilidad de que el tiempo sea benévolo, pero ya lo dijo el sabio: en invierno hace frío y en verano hace calor. ∙∙∙ Me asomo al mundo, y todavía siento en el vientre la garra del miedo. Miedo por la carencia, por lo que pueda pasar, por el dolor, por la locura de la soledad, por la soledad enloquecida, por no ser capaz, por la extinción del ser, por la realidad de los otros, los que solo hablan en términos de dinero y cantidad. Miedo por recibir un mazazo inesperado, otro, otro cualquiera, alguno que sea lo bastante contundente… ¡Para!, me digo, convierte el entripado en un beso de confianza, en una alerta con alas, que viene y se va, en una degustación de incertidumbre, en una libertad merecida, en un inventario de todo lo imperecedero. Repasemos la lección. Las copas de los árboles meciéndose bajo la brisa, el movimiento de las nubes en el cielo, el fluir del agua, la danza de las llamas en una hoguera… El latir de tu corazón, la sucesión de movimientos, el pensar sólido de las rocas. Todo es perecedero. Y esa percepción es la libertad. El instante. ∙∙∙ Intento estar de buen humor y positiva. Eso es todo lo que 73
cuenta. En el fondo estoy bien y confiada. Satisfecha de las decisiones que he ido tomando. Satisfecha de cómo he ido cambiando, aunque algunos cambios hayan sido motivados por fuerzas externas, por un «o aprendes así o no sabemos ya qué hacer contigo». Al final se aprende. Supongo que es una buena conclusión a la que estoy llegando. No tengo que hacer nada. Excepto ir al trabajo y cumplir con mi horario. Y cumplir con las tareas de la casa. No hay nada obligatorio. Leer, escribir, ser culta, comprender el mundo, aprender miles de cosas, desaprender otro montón más, tener buenas relaciones sociales, estar conectada, volver a conectarme, hablar otros idiomas, leerlos, escribirlos, saber sobre esto y aquello, estar en forma, no deformarme, ser atractiva, ser sexualmente activa, ser buena, cariñosa, comprensiva. Ser solidaria, ayudar en el cambio, ser parte de él, promoverlo. Tener actitudes ecológicas, solidarias, feministas, progresistas. Una avalancha de exigencias frente a muy pocas prioridades. Detenerme. Minimizarme. Desmontarme. Vaciarme. Pararme. Parar. Stop. Fin de la historia. Solo un instante. Y luego otro. Ni siquiera volar es una exigencia. Por supuesto que volar no es una exigencia. Ni tampoco la poesía. La poesía y volar son prioridades y la primera no puede existir sin la práctica de la segunda. ∙∙∙
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La mejor música para escribir este ahora es el silencio. Me basta con el sonido de la máquina que trabaja en la calle de al lado. Hace que mi calle parezca un puerto de mar. Hace que mi calle parezca una estación espacial. Hace que mi calle parezca un latido de auxilio. Lo demás puede esperar. La mañana trascurre en un conjunto de haces de luz. Desde algún rincón se han escapado las dudas y luego las pienso. El hambre que me agujerea la mente. Y el cuerpo que me pide explicaciones. ∙∙∙ ¿A qué le escribiría un verso? Al amor, al tiempo, a su paso, a la muerte, al deseo, a la evolución, a la involución, a los interrogantes, a las palabras, a los dedos de las manos, a los abrazos, a la enfermedad, a la distancia. A la sabiduría. A la rendición. A todo eso. O a nada. A las gasolineras y a los centros comerciales. A los pasos que parecen iguales. A las arrugas de una anciana y al vientre prominente que dan los años. A los semáforos en ámbar. A la confusión. Y a las sábanas frías. A la tristeza servida en tetrabriks de cien lágrimas. Al ciclo del agua. A mis ratos de lluvia. A que éstos tengan que ser a solas. A las canciones que ya no escucho. A que ya solo te recuerdo fragmentado. A 75
lo de publicar todo o nada. A no querer viajar a ningún lado y a todos. A mis sueños. A los disparates. A la emoción por la belleza. Al camino de la belleza y la bondad. A todo. O a nada.
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Oriana Vázquez ∙ Venezuela ∙
Diario salvaje
Montaña. Puede ser que en el fondo de la tierra exista una fuerza de gravedad particular que me atrajo hasta aquí, porque no creo que sea casual que me despierte y me encuentre con ese animal de astas gigantes mirándome fijamente, con esa severidad y esa elegancia de los que dicen con la mirada todo lo que no hace falta decir con las palabras. Animal tótem. Animal mantra. Animal amuleto. Todas las palabras se vuelven mágicas al ser traspasadas por el blanco perfecto de la nieve acumulada en la calzada. Me llegan regalos de todas las maneras, hoy una vela roja con olor a canela, ayer una palabra que empieza con A. La magia. Escribo porque cuando no encuentro las respuestas que necesito me siento absurda y diferente, como un comentario fuera de tono, como una nota musical que no encaja en su escala, como ese sentimiento incómodo cuando algo se nos queda trabado en la garganta. Vivir en la montaña fue primero que nada: el miedo. El vacío en el estómago, las preguntas.
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Nunca sé si seré capaz de pasar el siguiente nivel del juego. Aún así, me lanzo. Después del miedo llegó la certeza. Llegué aquí para adquirir levedad. No se puede pretender emprender grandes viajes llevando a cuestas una casa-cemento, hay que convertirla en una casa-pluma o en una casa-hilo. Prefiero ir uniendo puntos con finas costuras que recoger las sobras que quedan de las historias. La montaña no es solo el sonido del viento escapando por los recovecos, es también el crujido de los pies al caminar y la posibilidad infinita de apropiarse de los escondites. Y en cierto modo vine aquí para esconderme. Como cuando tuve que dejar un país tropical para poder separarme de J porque no era feliz. No sé si es necesario huir, pero a veces las obsesiones se apoderan tanto de mí que no tengo más escapatoria que poner océanos de por medio. Soy de fácil adicción, por eso me alejo del fuego cuando no tengo fuerzas para ser viento. Los puntos negros dentro de mí se convirtieron en grandes manchas, como cuando se desborda la tinta en una pluma y el reguero negro es incontrolable.
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Ahora trato de convertir esas manchas en dibujos. Esta casa al lado del bosque es mi hospital para muñecas. Agua. La inconsciencia fue la que me trajo hasta aquí. Un día se me ocurrió que una idea era posible y simplemente no pensé más. No evalué. No tuve una larga lista de pros y de contras ni busqué desesperadamente algo útil en todo esto. No tengo un plan de vida, solo soy. Y aunque ya no me interesa hacer cábalas acerca de meses y días, todavía siento una presión en el pecho cuando alguien me pregunta: Where are you from?, y no sé si limitarme a decir que soy de España o explicar toda mi vida en varias líneas que me definan. Así que después de mucho tiempo y de mucho pensar encontré en lo más profundo de mis recuerdos la respuesta: soy agua. Soy el mar Caribe en el que nací y que hizo que mi corazón sea templado e impredecible al mismo tiempo. Soy esa niña de siete años que sentía un profundo respeto por las olas y prefería quedarse en la orilla viendo cómo los pies se mezclaban 81
con la arena. Soy el mar Mediterráneo que conocí en Italia con sus piedras y sus medusas saliendo muertas en las manos de los niños con gafas de buceo y palos. El mar que despertó la chispa que hoy se transformó en hoguera y que se encarga de mantener viva la llama de un gran viaje que me cambia la vida a cada autobús que tomo. Soy el océano Atlántico y el mar de Alborán porque en el momento en el que visité por primera vez los acantilados de cabo de Gata, con sus calas perdidas y su agua transparente, fue cuando supe que podía quedarme en aquel país. Soy el océano Pacífico de la costa de California, su frío retador y sus ballenas apareciendo en la distancia. Soy los ríos que se cruzan con los pies descalzos y que nos cortaron el camino en Alaska, los ríos que nos enseñaron todo un mundo nuevo en México. Las cascadas en las que me baño, no como un hecho fortuito sino como un ritual para dar gracias y para aprender lo que el agua tenga que enseñarme a través de los poros. Prefiero definirme a través del lugar en donde más cómo82
da me siento, porque intentar decir que soy de Caracas o que mido un metro sesenta para mí no tiene ningún sentido. Prefiero pensar que soy cambiante y que dependo de la luna. Prefiero pensar que contengo ecosistemas enteros dentro de mí que actúan y que se relacionan de maneras armoniosas. Prefiero sentirme salvaje y llena de vida pero al mismo tiempo ser capaz de apaciguarme en la marea baja para que sea posible sumergirse sin tener miedo a quedarme sin aire. Así que si me preguntan: «¿Quién eres?», diré que soy agua. ∙∙∙ Soy un pequeño y helado copo de nieve. Efímero, relativo, liviano y sin ninguna pretensión individual. Solo soy existiendo en conjunto. Pero al mismo tiempo vivo en este espacio completamente diferenciado que existe entre el copo de nieve más cercano y yo. Es curioso cómo la nieve aparece para aplacar un poco el frío (y no al contrario), por eso me puedo pasar extensos minutos viendo cómo cae en todas las direcciones la nieve en mi castillo de mentira. 83
La absurda perfección de la palabra «Navidad» pronunciada a -20 ºC, como si hubiese sido diseñada para tener más sonoridad en esta parte del mundo. El tiempo se detuvo, y hubo gambas y salmón. Soy un pequeño copo de nieve y no hay nada de lo que tenga que preocuparme. He bajado del cielo para disfrutarlo. Lo que dura este camino entre lo azul y el cemento congelado es tan poco que lo mejor siempre es aprender a flotar. ∙∙∙ Pasé treinta y cuatro días durmiendo a la luz de la luna. Mi casa fue mirar las estrellas por la noche cuando estaba despejada. También fue la luz amarilla de la luna en las noches con nubes. Mi casa fue el ruido del hacha clavándose en la madera. Habitar fue escuchar el crepitar de mil fogatas, las llamas de colores naciendo de la nada.
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Mi casa fue un colchón inflable, un asiento de coche y una silla de lona. Mi casa fue el intenso olor a húmedo, fueron diez mil kilómetros de color verde. Mi casa fue la tierra, las partidas de cartas, las películas, los paseos por el bosque. Fue vivir la soledad acompañada. Mi casa fue el Denali entero, los cientos de ríos que nacen entre los árboles y nos cortaron el paso. Mi casa fue la elección de una canción, fue la bamba rebelde y El poeta Halley. Mi casa fue la lluvia, el viento y ese sol que solo se muestra en los días impares. Nos convertimos en un termómetro humano. Las noches no existen, vivimos encadenando los días. Mi casa fue el intento de una foto, la contradicción de extrañar. Mi casa fueron los libros, fue Roberto Bolaño, fue Siri Hustvedt, fuimos los últimos poetas real-visceralistas.
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Mi casa fue la distancia, fueron ellos, sus caras a través de una pantalla, sus siluetas en el lado derecho de mi pecho. Mi casa fue un fogón y dos cacerolas. Fue los desayunos, tés, hamburguesas y tacos. Aprender que el amor se refleja en cada pequeño gesto. Mi casa (sobre todo) fueron ellos, las risas, la paciencia, los silencios. La lección más valiosa fue aprender a decir que no. Mi casa.
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Cristina López ∙ España ∙
A vida lisboeta
1 de septiembre
Aquí estoy, no Largo de Santa Marinha absorta en el inocente juego de un grupo de niños y en la delicadeza con que una menina recoge del suelo as folhas mais bonitas. Espero tranquila las llaves de la que será mi casa por unos días. El cielo me ha regalado hoy un sol espléndido de agosto a pesar de que septiembre ya debuta con su primer día y lo primero que he hecho al llegar a esta casa ajena ha sido levantar las persianas del salón. La luz de la tarde-noche ha entrado implacable por el balcón. He abierto todas las ventanas. He llegado, todavía no tengo claro muy bien a dónde, pero tengo la certeza de estar aquí. No hace tanto que releí a Virginia Woolf y es interesante cómo esta idea otrora revolucionaria del cuarto propio ha dejado de ser determinante para mí. Supongo que los tiempos han cambiado y ya no es tan complicado contar con una habitación para una misma en la que poder desarrollar cualquiera que sea la actividad artística que a cada quien concierna. «…para escribir novelas una mujer debe tener dinero y un cuarto propio».
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Me he dado una ducha con otra agua mientras pensaba en cómo la sensación de extranjería es confusa y al mismo tiempo despierta en las personas pensamientos aletargados y actitudes que creemos extintas. Creo que es maravilloso cómo nos otorga la maravillosa oportunidad de ser en otro lugar, de reescribir nuestra historia en un espacio en blanco que solo tiene como condición la total dedicación y honestidad con uno mismo. 2 de septiembre
El simple hecho de estar en una habitación llena de recuerdos ajenos, de libros ajenos, de muebles ajenos, hace que me comporte de un modo distinto y por fin soy capaz de adoptar comportamientos, hasta ahora, ajenos, que poco a poco espero ir reconociendo como propios. ∙∙∙ No sé la historia de los edificios ni entiendo la mayoría de las conversaciones a mi alrededor; no estoy enterada de la actualidad política ni sé por que calle estoy caminando. Sou uma pesquisadora y mis propias impresiones son el principal objeto de este viaje. El pensamiento surge de forma natural y no cesa, al igual que no cesa mi asombro por todo aquello que voy desconociendo. 90
Pero ¿qué es auténtico descubrimiento y qué es simple autosugestión? ¿Dónde estaba escondido el impulso creativo que ahora parece sacudirme en tierras lusas? Reconozco mi cuerpo, poco ha cambiado en apenas cuarenta y ocho horas. No obstante, hace unas semanas yo misma lo definía en estas páginas como «un conjunto desordenado de extremidades y piel cansada luchando por mantener la verticalidad», mientras que ahora a pesar de estar dolorido lo siento suficientemente ligero como para pisar con fuerza sobre el empedrado lisboeta. ¿Cuál es su verdad y cuál su ilusión?, se preguntaría Virginia Woolf. Ambos son sendas, respondería yo. 3 de septiembre
La condición de extranjero es algo excepcional que nos permite ver desde fuera lo que para muchos pasa desapercibido, un privilegio al alcance de muy pocos que desaparece en una vorágine de tours organizados, locales recomendados, guías turísticas y todo tipo de impresiones sesgadas take away. Ser extranjero es difícil y lleva implícita la responsabilidad de lograr un entendimiento, ya sea lingüístico, cultural o afectivo, con el lugar de acogida. Eludiendo esta responsabilidad solo conseguimos volver a convertir en extraño al extranjero, transformándolo en invasor de un territorio hacia el que parece no 91
sentir respeto. 4 de septiembre
Qué diferente es la palabra poética cuando la cargamos de realidad. 5 de septiembre
Me inquieta este éxtasis de soledad, hacía tiempo que no era tan feliz, que no me sentía tan libre y capaz como durante estos últimos días. 6 de septiembre
Me odio por encontrar la inspiración más fácilmente en las teclas del ordenador que en los innumerables cuadernos que traje para llenar durante mi estancia en la ciudad. Definitivamente estoy condenada a hacer todo lo contrario de lo que se espera de mí, incluso de lo que yo misma espero de mí. ∙∙∙ Camino por o Largo da Graça y un hombre muy mayor llama mi atención. Alto y delgado, lleva una libreta encuadernada a 92
mano, con el lomo de tela verde y un papel que simula un césped verde, verdísimo, como cubierta. El caballero viste un traje gris que claramente tiene desde hace años y está mirando con curiosidad por la ventana de un edificio abandonado que hay al principio de la calle. Lo veo desde lejos y cuando paso por su lado, él reanuda su camino con la cabeza baja y el cuaderno bajo el brazo, como si ya hubiera concluido alguna importante reflexión. Probablemente madure la idea con paciencia y paso lento hasta llegar a su casa donde colgará la chaqueta y destapará una pluma tan antigua como su traje con la que escribirá un par de frases, recreándose en cada palabra, poniendo especial cuidado en la caligrafía. Satisfecho, cerrará el cuaderno y pondrá sus temblorosas manos sobre él pensando que mañana será otro día. Quizá sea escritor, quizá sea un antiguo profesor de universidad o un prestigioso historiador, claro que también cabe la posibilidad de que solo sea un octogenario curioso y yo le dé demasiada importancia a los pequeños detalles. Hago la compra pensando en el poder de la imaginación, en cómo hay detalles que impulsan torrentes literarios sin que nos detengamos a reflexionar sobre la certeza de nuestras impresiones. Supongo que esto no importa, que nos quedamos con el instante recordado en el que la verosimilitud no es relevante. 93
¿Cuántas cartas de amor habrá escrito aquel hombre a lo largo de su vida? ¿Cuántas le quedarán por escribir? ¿Escribirá alguna esta noche? 7 de septiembre
Hacía mucho tiempo que no sentía el mar del mismo modo que lo hice hoy. Sin embargo el cuaderno que llevaba en la mochila ha vuelto con las mismas páginas en blanco, no soy capaz de escribir lejos de este escritorio que ni siquiera me pertenece. ∙∙∙ Contemplar la ciudad desde la distancia que otorga la soledad es una experiencia reseñable. Las distracciones son mínimas y toda nuestra atención es captada por los pequeños detalles, las grietas en las paredes, las baldosas sueltas, las intervenciones artísticas, las personas extrañas, las personas corrientes, los lugares olvidados. Un viajero solitario es un espectador itinerante que asiste a la creación de su propia historia-pastiche. Mientras camina, lleva consigo un hilo argumental por definir. Confía en sus pasos para encontrar las imágenes y los personajes que relatarán la historia del lugar y los convertirán en protagonistas efímeros de lo que más tarde será un recuerdo.
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Mientras camino como invitada por este escenario, pienso que viajar sola es definitivamente la manera más sostenible de viajar. 8 de septiembre
Un acto tan impropio de mi persona como permanecer sentada frente al ordenador durante más de cuatro párrafos seguidos me hace pensar en todos aquellos literatos que relatan en sus escritos autobiográficos largas horas de dedicación a las letras en asépticas habitaciones de hotel o en cuartos de alquiler lejos de sus familias y otros seres queridos. Por fin comprendo el porqué. Pienso en Macedonio Fernández sozinho en su austero cuarto contemplando lo misterioso del universo y en Ricardo Piglia viajando de Mar del Plata a Buenos Aires y de vuelta a Adrogué con sus cuadernos en la maleta. Pienso en las privaciones habitacionales de Frederick Rolfe en Venecia y en las reflexiones de Marguerite Duras sobre la soledad del escritor. Y por supuesto pienso en cómo siempre he sentido el impulso de irme apenas pasados dos años de habitar una casa y cómo el misterio que para mí suponía esta necesidad aparentemente sin sentido comienza a dejar de serlo.
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Supongo que es la búsqueda desesperada de ajenidad. Supongo que ha llegado el momento de encontrarla. 12 de septiembre
Ahora vuelvo al punto de partida, costumbre, rutina y falta de autodeterminación en la toma de decisiones. Inactividad congénita. Solo escribir pero sin demasiada certeza de la finalidad de estos escritos. La enfermedad de la literatura, del divagar y de releer ensayos metaliterarios con el fin de regodearnos en nuestras propias miserias, de compartir con nuestros semejantes la autodiagnosis de patologías inventadas que insistimos en sufrir mientras fingimos buscar una solución o un remedio que aporte algo de luz a la oscuridad que se cierne sobre nuestra condición de mártires voluntarios. Bah. 27 de septiembre
Me mantengo siempre profundamente infeliz, arrastrada por sentimientos irreflexivos, por embistes de irracionalidad que nuevamente me dejan en la estacada. Imposibilidad de acción. Duerme. Simplemente duerme.
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6 de octubre
Me doy cuenta en la madrugada de hoy seis de octubre que desde que estoy aquí he comenzado a fechar los textos. Nunca antes me había parecido relevante concretar mes y día, pero ahora lo hago instintivamente y quizá pasados unos años agradezca esos pequeños apuntes numéricos que otorgarán al tiempo alguna importancia. 7 de octubre
Sigo dándole vueltas a la idea del cuarto ajeno, a la idea de encontrar inspiración en lo externo, en lo itinerante y nunca aprendido. El extrañamiento cataliza lo insignificante y nos devuelve un discurso de esencias, de auténtica abstracción. Pero el tiempo sigue siendo mi mayor distracción, siempre es la última presión que trae de la mano el desengaño, el desconcierto y la frustración. Aprender a vivir con esta condena es la tarea que nos concierne y nos inquieta, de ahí la obsesión por escribir diarios, por contar los días y nombrarlos a su paso, de marcar los escritos e identificarlos con momentos concretos de nuestro transcurrir.
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30 de octubre
De vuelta a mi cuarto pienso en el documental I would prefer not to de Ileana Dell’Unti y, más concretamente, en esa escena en que el escritor cambia pacientemente la cinta de la máquina de escribir. Un atisbo que me transportó a mi infancia, a las clases de mecanografía, a la casa de mis padres, a mi casa. Una simple imagen fue capaz de devolverme el sentido de todos estos días, del escribir y del vivir escribiendo. Y me doy cuenta de que definitivamente, yo preferiría seguir haciéndolo.
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Keiko McCartney ∙ España ∙
Diario de una ictericia
23 de septiembre de 2015
Es la una y veinte de la madrugada y la lavadora centrifuga. El fantasma del insomnio ha vuelto. El silencio suena a dolor de estómago. Vomito el amor que todavía me quedaba en la vorágine. La boca me sabe mal. El mes de octubre me pinta mal. Mamá se levanta a apagar la lavadora. La escucho bajar las escaleras. El reloj hace ruido. Lleva más de tres años con la misma pila. Tengo la tripa hinchada. Me toco las piernas y noto el vello. Me toco el pubis y noto el vello. La tripa hace ruidos. Mi cabeza hace ruidos. Mamá hace ruido al subir las escaleras. Todo es raro bajo lo negro. Todo es negro incluso cuando el sol es sol e ilumina y da calor. Hay mucha soledad aquí, hay mucho tiempo y espacio para pensar. No quiero pensar. No quiero nada. De repente recuerdo que el alcalde no puede atender ninguna de nuestras prioridades esta semana porque vendimia. Recuerdo que a mí también me han invitado a vendimiar. Mi tía me ha hecho flan. La gata me ha arañado la mano izquierda. Suena la caldera, pero no hay calor. No hay nada, salvo retortijones y gruñidos del estómago. Las sardinas no me han sentado bien. Quiero convertir mis párpados en amparos, provechos para las noches. Dejar de extrañar al amante. Dejar de extrañar la memoria. Dejar de extrañarme en lo cotidiano del día. Dejar que el presente se torne vicioso y procure relatar su virtud. Pero en vez de eso me hago un ovillo y recreo su imagen. Ahí está, tan serena, con las manos frías, la 101
cabeza aireada, la actitud tranquila y apaciguada. Lugar de paz y armonía. Lugar de amor. Credo referencial. Son las dos de la madrugada. Espero al sueño que nunca llega. Finales de marzo de 2016
I. Vuelve la lavadora de madrugada, el sonido de la caldera. Mañana despertaré y habrá oscuridad y también gritos. Hoy iba de paseo con papá y escuché el canto de un triguero. Hice dos fotos a la luna; clara luna, bella luna, luna lunera, falsa, terca. Dos de mis gatas están embarazadas. Una me reconoce: la vieja y solitaria, la fea. La otra huye, huye de mí, no dice nada, solo bufa. La paloma es la paloma, la paloma ya no mensajera, sino enferma. Portadora de miseria y bacterias. La paloma arrulla. Tomo café y mi piel muerta respira el aire fresco, limpio. Libre de males. Pienso: hace un año yo te evitaba, como si fueras el Diablo. Te evitaba y a la vez te deseaba. Ahora ya no estás ni yo tampoco. No estamos, quizá nunca estuvimos, quizá fue todo mentira, acaso, cuando nos llamábamos y decíamos: «tienes pinta de milenio». Dónde estarás ahora, con quién te acostarás. II. La tele se apaga, así de repente. Todo oscuro, luego intermitencia. Se escucha: «¡Dónde habréis leído esas palabras, para decirlas así!». Otra voz replica: «¿Qué palabra?». Vuelve la 102
primera voz: «¡Llamar a alguien loco, de esa manera!». Recuerdo que los que no estamos locos somos los que debemos ir al psiquiatra. Firmo libros para gente que no conozco y todo me parece raro. Canta el gallo, canta el perro, canto yo. Evito los espejos aquí también. En todas las casas evito los espejos. En todas las comidas evito las espinas. III. De pronto el dolor menstrual, puntiagudo. Grito. Ese era el grito del que hablaba. Grito y mamá dice: «No tienes fiebre, es la reacción de tu cuerpo.» Algo me está matando por dentro. Me duele. Grito. Vomito. Voy a la cama. La luz me molesta, hablar me molesta. Todo me molesta. IV. En un tiempo más alejado del dolor, papá me lleva y me compra ácido para intentar resucitar la piel. Me encuentro con gente que no saludo porque ya no forma parte de mi vida. Tengo antojo de chocolate, pero bebo un descafeinado. En un momento puntual en el supermercado veo mi rostro en un espejo y casi rompo a llorar. Quién soy. Qué ha pasado. Quién soy. Qué ha pasado. Pero papá dice: «Ya verás el día que falte». Yo digo: «Escribiré todos tus chistes». Y al día siguiente, mientras voy a la peluquería, escucho cosas sobre la violencia de género en la India: «Cuando se trata de una mujer, todos vuelven la cara. La mujer tiene que estar estigmatizada». Me miro las manos, ¿dónde están mis estigmas? Luego miro el sol, 103
que brilla mucho, y mi piel muerta absorbe su calor. Más tarde me hablan de la enfermedad: le habla la radio, la tele. Le habla la alucinación. Su mirada está muerta, es como si estuviera poseído. V. Pero Cristo no sufre, parece estar en éxtasis. El sufridor es el hombre, la estigmatizada es la mujer. VI. Se pegó un tiro un ex compañero de papá porque estaba pasado. El tiempo amenaza lluvia. Pasa el panadero. Yo espero. En la vorágine se despierta de nuevo esa sensación a la que no sé qué nombre atribuirle. VII. Adiós, digo adiós. Se acabó todo: la paz, el hogar. Vuelta a lo extraño, a lo perecedero, al territorio mudo. VIII. Mamá llora, siempre llora: «¿Mis niños? Mis niños echaron a volar». 6 de enero de 2017
Me puse triste al escuchar aquella canción. En mi cabeza solo se repetía la palabra dinero cuando la escuchaba. Me di cuenta de que volvía a estar pegada a ese maldito y superficial trozo de papel. Así que han vuelto las horas sin dormir, la so104
ledad a la que tanto estaba acostumbrada. Escucho a la vecina roncar, a su marido roncar. No puedo conciliar el sueño porque creo que hay algo en mi vientre, y tengo que matarlo. Acabar con él. Durante el día escuché decir: «cuando oyes la palabra fe, automáticamente empiezas a creer porque ese es su poder». ¿En qué creo yo? Ya no lo sé. Quizá esa sea la respuesta más sencilla después de «haga usted lo que le dé la gana». Estoy esperando, quizá, a que me vengan. ¿Está mi cuerpo muerto? ¿Es mi cuerpo real? Cierro los ojos y pienso: «Jesús, ven a mí». Pero solo viene el silencio, y la ausencia. Ya conocía esto de antes. 13 de julio de 2017
Digamos que ya no escribo si no es para verme libre. Hubo un tiempo en el que me creí Circe, Circe todopoderosa, ahora incluso he perdido la fuerza de los ojos. Sigo aquí, sin embargo, transmitiendo la ausencia de cariño, porque ha llegado el verano y ha desterrado a los muchachos. Solo se escucha a las cigarras, solo se escucha la breve biografía de un atardecer mientras yo escruto mi cuerpo con ropa de hace de tres años, mi cuerpo que ya no siente todas las cosas que sentía antes: la mano propia, la mano ajena, el torso, el agua, la verga. Qué callada la noche que pasa. Le doy la espalda a Madrid relatando pequeñas gotas de muerte, la paz del silencio que procede al canto de las cigarras; mi voz regada, levantando un muro de 105
reflexiones, avispando un banco de ideas, que veo, finalmente, desaparecer en el barrio. Cómo he sido capaz, alguna vez, de imaginar una vida contigo, cómo he podido contar tantas veces el bostezo de esa misma vida, que parece alejarse de nuestros ojos y de nuestro amor. Qué vacía la espera, los seres de tu mundo, mis manos que te ofrecen partir —si es posible— hacia otro lugar mejor. 11 de septiembre de 2017
Día 12 He temido enseguida —después de que se me ordenara desintoxicarme encerrándome en la habitación de mi infancia— que, en cuanto a mí misma, solo me queda amar lo que queda de mi cuerpo. Esto me resulta insoportable, puesto que desde hace un tiempo estoy en la búsqueda de un alma pura. Sin embargo, nunca, hasta ahora, cubierta de esta ictericia, he despreciado tanto la vida. Supongo que esto es el amor, o en su defecto una especie de carencia que necesita desaparecer por completo. Aplico violencia en mi memoria: no soy dueña de esta vida, no soy dueña de esta esperanza, tengo que matar la imagen que me devuelve el espejo, que afirma que yo soy, no sin antes haber descartado, en algún otro lugar, la idea que 106
tengo de mí misma. 15 de septiembre de 2017
Día 16 Palpar el cuerpo. Todavía hay algo de belleza en él antes de que se complete el triste sabor de la raíz contaminada. Observo mis ojos: ojos que antes brillaban, desesperados, que devoraban insaciables los huecos vacíos de los rostros, ojos que antes amaban las mañanas y los muchachos, y que se alimentaban de libros, secretos y silencios. Observo mi boca: boca que niega el alimento, que lo expulsa. Boca enferma. Boca del mal, de la herida. Boca que antes deleitaba con otras bocas, en partes del cuerpo. Boca que se adhería a la palabra y que ahora niega la vida a cada bocado. Observo mis manos: por los ojos y por la boca me he contaminado, pero por las manos llegó el ciego y la fiebre —ay, con estas manos he recogido la sangre y las heces—, por las manos llegó el gesto y el saludo al pasado, por las manos se transmitió la enfermedad del hígado —que habrá ido a parar a otras manos y que será visible por otros ojos, saboreado por otra boca—. «Qué harás cuando tú, que te has humillado, mueras…»
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17 de septiembre de 2017
Día 18 Fue la náusea la que me advirtió: «de esto no comerás. Tu cuerpo no quiere vivir, ¿no lo entiendes? —¿acaso llegué a hacerlo?—». Imagino dentro de mí un bosque contaminado por cenizas amarillas. Quizá acabe durmiendo sobre ellas. ¿Es posible resucitar un cuerpo muerto? 23 de septiembre de 2017
Día 24 Mi dolor no es de nadie, es mío y solo mío. Me pinto las uñas de color burdeos y así creo que estoy más bonita. Me escribo entera y el cuerpo responde rehaciéndose. Está volviendo a la vida. Yo lo observo. Nunca me había parado a pensar en lo caído que tengo el pecho. 1 de octubre de 2017
Día 32
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Renacer es así. Oscuridad y una oración. Enviar un mensaje recordando que eres de nuevo. Transformar la deformidad del cuerpo en algo hermoso. Asumir el riesgo. Dejarse vivir. ¿De qué color será esta nueva vida y su nueva muerte?
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Elena Barrio ∙ España ∙
Diario de migrañas y ansiedades íntimas
Viernes, 6 de octubre de 2017
De nuevo el temblor que para el tiempo. De nuevo la ráfaga eléctrica que oprime el lóbulo frontal, las conexiones neuronales que determinan mi identidad, sus contornos, su forma, irregular, pero mía. No puedo leer, no puedo escribir. Esperar. Esperar. Desesperarme mientras espero. Mientras el ibuprofeno llega al torrente sanguíneo. Paso un par de horas en la cama con la mano sobre la cabeza, intentando contener al monstruo invisible. Aunque no duermo, las pesadillas desgastadas me visitan y golpean el estómago desde el cerebro, ese cerebro que es mío pero ahora no. Ahora no. Necesito un vaso de agua. Hidratarse es bueno para las migrañas, dicen. Pero en este mini piso de Barcelona la cocina hoy me queda tan lejos… Me imagino mi cerebro como un pedazo de bizcocho seco que desea leche, saliva, algo que le calme. Me imagino mi cerebro como una pasa insalvable. Me imagino mi cerebro como un bistec deshidratado que se ha empezado a secar en la nevera al no haber cerrado bien la bolsa zip. Me acerco al baño, que está más cerca, y bebo a morro. El agua tiene cal pero no me importa. Ahora imagino cómo mi cerebro es una esponja natural, de las caras, que se va inflando, que dobla su volumen. Vuelve a las sábanas, me digo. Vuelve a 113
las sábanas, cancela tus planes para hoy. Vuelve a las sábanas y ríndete porque ella hoy ha ganado. Lunes, 9 de octubre de 2017
El domingo por la noche mi cuerpo me volvió a demostrar que mi cuerpo no es mío. Todos estos años previos a la ruptura, andaba por ahí tan feliz, pensando que controlaba mis células, mi conciencia, mis tejidos, mis músculos. Me divierte pensar que los demás aún lo creen y hacen sus vidas, cogen el metro, van al trabajo, tienen sexo, se emborrachan o compran billetes de avión, pensando que su cuerpo es infalible, que responde fiel y sumiso a sus órdenes. Aceptar que mi cuerpo no es mío evita el pánico aunque mina mi ego. Consigo relajarme dentro de la ansiedad. Aun así, sin que pueda hacer nada, en pocos segundos la maquinaria se pone en marcha: el pecho quema desde dentro, el corazón se desborda, las tripas y el estómago tiemblan y, si me descuido, los brazos y las manos también. Pero la respiración todavía es mía y la fuerzo. La fuerzo para que el aire salga y entre cuando yo quiero, para despistarme, para sentir que sigo aquí, al mando de este cuerpo que hace aguas.
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Viernes, 13 de octubre de 2017
La gente hace planes cuando llega un puente tan largo como éste. Compran los billetes y reservan habitaciones con meses de antelación para pasar unos días en alguna capital europea estupenda con su pareja o su amante, o con ambas. Hace un par de años que yo me dedico a esperarlos para descansar de mi cuerpo, para recibir a la bestia en pijama. El miércoles era fiesta y por la noche mi migraña ya daba toquecitos suaves en la puerta, como un gato al que has dejado encerrado fuera de la habitación y quiere entrar, pero necesita tu permiso porque quiere tocarte las narices, hacer que te levantes y recibirle, como a un rey. Me hice la loca y no me levanté a abrir. No quise tomar nada porque, si lo hacía, estaba reconociendo su existencia y su poder. Me dije que si me quedaba dormida, quizá, se aburriría y se marcharía. Ellos en París, Roma, Berlín, disfrutando del amor, de la vida, de esos días de vacaciones. Yo, aquí. Lunes, 16 de octubre de 2017
Hay un sueño recurrente que me persigue desde que tengo migrañas, desde los trece, más o menos. De hecho, más que un sueño, es una pesadilla que me hace feliz un rato. Quiero 115
escribirla para intentar fijarla en la memoria, como una foto extraña y valiosa que guardaría en un álbum: Mientras duermo de lado, una gota amarilla y espesa va cayendo sobre mi hueso temporal derecho. Podría ser mostaza, podría ser material radioactivo. Enrojece la piel y la empieza a erosionar lentamente pero yo sigo durmiendo, tan tranquila. Primero se ve la carne roja que hay debajo, porque sí, puedo verme desde fuera. Creo que en Cuarto Milenio uno de los expertos en lo paranormal llamaba a este fenómeno «autoscopia». Con los minutos la gota llega al hueso blanco, impoluto y perfecto. Parece que de ahí no pasará pero casi imperceptiblemente empieza a hacerse más fino y el blanco se convierte en blancuzco. La gota lo atraviesa y entonces las circunvalaciones de mi cerebro quedan expuestas. Puedo ver chispas saltando de una neurona a otra. Puedo ver pensamientos y olores olvidados en sus recovecos y puedo ver a la serpiente negra y roja enroscada en una esquinita, durmiendo tan plácidamente como yo. La gota empieza a caer sobre su cabeza y, sin oponer resistencia alguna, empieza a deshacerse, como si estuviera hecha 116
de chocolate. Me incorporo, ladeo la cabeza para dejar caer en el suelo ese líquido que una vez fue la serpiente y me vuelvo al sueño, ligera y feliz, muy feliz. Ahí acaba mi sueño. Lunes, 23 de octubre de 2017
Llevo un par de días limpia. Sin migrañas, sin ansiedades. El cuerpo olvida rápido y las fibras de mis tendones sienten que jamás padecí nada, que jamás me mediqué («¡Eso es cosa de débiles!», resuena en el fondo de mi conciencia), que siempre he sido una manzana gorda y reluciente que brilla tanto como las demás. Que los ataques son cosa de otra, quizá de una sombra que me acompañó, de una película que vi. Siempre, de otra persona. Intento recordar para saborear bien lo que significa la ausencia del dolor y de los temblores. Pero me cuesta mucho y me distraigo rápido. Esto es lo normal, aunque no sea la norma y mi cuerpo está en otras. Mis piernas quieren salir, pasear. Mi cerebro quiere combustible. Mis manos quieren escribir y, si es necesario, dejaré que la escritura automática me lleve. Respiro como si acabase de resucitar.
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3 de noviembre de 2017
Ayer un puñado de grillos saltaban de mi estómago a mi garganta y de vuelta sin descanso mientras yo fingía, como siempre, que todo estaba bien. Y no podía comer pero tecleaba y respondía e-mails, aparentando normalidad. Porque no puedes explicarle a nadie que una manada de grillos se ha metido en tu cuerpo y te irrita y te cabrea y te desgasta. Que sabes que no son grillos, que es la sensación, la manera que tienes de encerrar esa angustia, pero vete tú y explica y queda como una loca y una incompetente ante todos. Porque el mundo se divide en gente normal y gente débil, demente. Y, obvio, tú, que formas parte del segundo grupo desde el primer temblor, no tienes nada que decir. Te sabes fuerte y sabia por todo el dolor acumulado pero no tienes la palabra. No te la darán nunca. En silencio he superado la semana y ahora llega el sábado. Espero poder descansar de mi cuerpo, que me deje unas horas. Cambiaré las sábanas, abriré el ventanal y saldré a regenerarme. Mis células necesitan un oxígeno diferente, nuevo.
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Agustina Bor ∙ Argentina ∙
Cómo sobrehabitar un ciclón
6 de marzo de 2017
Costa de Baracoa. Veo la espuma blanca de mar avanzar y retraerse sobre la tierra negra. Veo la tierra negra pero nos veo en Vik un año atrás cuando sentí el límite del mundo. Recuerda mi cuerpo los rastros que le deja la sustancia, y de ellos destila lo demás. La orilla negra es mi frontera y el mar está congelado aunque estamos en el centro, cerca de los trópicos. El sol cae detrás de una hilera de troncos curvados en árboles. Están torcidas sus ramas, detenidas desde el suelo hacia sus límites que se bifurcan en sentidos opuestos. Junto a su quietud siento palpitar el resabio de la fuerza que les arrebató su figura compacta. Sé que el paisaje se imanta de la historia del tiempo. Apoyada totalmente en la arena extiendo mi mirada hacia atrás, hacia el cielo y, donde antes no había nada, ahora está la luna. Cierro los ojos y veo tres mujeres juntas en un cuarto que se llena lentamente de agua salada. Una sostiene en alto un televisor, la otra reza dando vueltas por la habitación y la última filma el recuerdo. Esta imagen se proyecta en mis ojos desde que Yaneisy me contó lo que hicieron cuando vino el ciclón. 10 de marzo de 2017
Estuve en la plaza mayor de Santiago de Cuba. Es un centro en espiral que se intenta imponer como en cualquier ciudad no muy grande. Dos chicos se sentaron a mi lado con uniforme de 121
camisa celeste y pantalón gris. El chico me miró de reojo, sonrió y bajó la mirada. Le contesté en todos los encuentros con una sonrisa. Tenía rulos castaños y una lapicera abrochada al bolsillo de su camisa. «¿Hablas español? ¿De dónde sos?», me preguntó Andy Luis. Le conté que era de Argentina y todavía recuerdo como AL me sonrió mientras abrazaba su mochila contra su panza. Al lado, Nathalie nos miraba atenta. Los dos tenían ojos celestes, muy claros. Ella tenía las pestañas largas pintadas de negro. AL me preguntó sobre películas y programas de televisión, de Chile y de Venezuela. Me perdí en el verdadero orden de su lista, y aunque se fue acercando geográficamente, no conocía ninguna. En realidad, no veo televisión hace mucho tiempo, pero no quise desistir en su intento por encontrarnos. Así que mientras practicaba caras que intentaban recordar busqué el momento en donde algo del relato que intentábamos unir se condensara. Sentí que quería estirar mi piel sobre la plaza y atraparnos en una zona donde no existiera la periferia. AL sacó un papel y me preguntó por mi nombre completo mientras escribía en cursiva prolijamente el suyo. No olvido su letra cursiva. Una letra que no veía desde la primaria, cuando la letra a era una letra redonda, que alcanzaba el alto de todo el renglón de mi cuaderno y yo siempre me olvidaba la doble z o la doble t que tiene mi apellido. Le conté que la palabra «cursiva» viene del latín curro, que significa correr, y que supone en su origen cierta escritura veloz. AL detuvo su pluma 122
en el rulo de la letra g de mi nombre y me sonrió sorprendido. 12 de marzo de 2017
Noche. Plaza central de Santiago de Cuba Los ojos: la huella en el rostro. Una imagen que sobreviene cuando el cuerpo ya no está. Apretar una mirada entre los ojos. Sostenerla en lo alto en un puño cerrado. Mirada que se reserva en una memoria mía que desconozco, como se reserva la piedra que figura espuma en el cuerpo tallado que tengo en frente. Impune al tiempo un ojo diestro se resguarda en una cavidad profunda que continúa en velocidad hacia un pómulo cuadrado. Es un busto, duro, incrustado. El labio superior se separa del inferior formando un triángulo rectángulo que encuentra el vértice en su comisura. El boceto de unos labios fundidos en un cuerpo de piedra que no les pertenece. Su cabeza tapa la mitad de la luna y la deforma en volutas de pelo. Mirar la piedra, y en la piedra, plasmar los ojos infinitos de la memoria. 28 de marzo de 2017
Ayer en Buenos Aires vi de nuevo a la misma mujer sentada en una esquina antes de llegar al gomero. Tenía la cabeza apo123
yada en sus rodillas y los dedos de sus manos entrecruzados. Me quedé viendo cómo su pulgar acariciaba a su par lentamente. Un roce ritualizado. Hace unas semanas que el peso de su cuerpo se depositó en las maderas del piso de la entrada de un bar. En unas maderas hinchadas por la lluvia que no cesa. La vi sentada en esa esquina pero sentí que en realidad se apoyaba sobre una raíz del gomero. En la plaza intenté imaginar el camino que siguen hacia abajo las raíces. El mundo de lo que pasa por lo bajo. Existe o no un linde oscuro a donde llegan. Con cuánta fuerza persisten en empujarse hacia el inframundo. Cómo hundirme en la tierra sin morirme. 2 de abril de 2017
En el gomero Las nubes están en tránsito hacia otra ciudad. Hacia mi derecha hay uno, dos, tres, cuatro bancos. Ocupa ahora el cuarto un hombre. Las raíces son altas y gruesas. Forman paredones que separan espacios donde pienso que la gente no se sienta porque le tiene respeto. Al árbol. Un hombre se acerca y palma las raíces con la mano. ¿Cuánto dura su asombro? Caen frutos, golpean contra el piso y me asusto. Un papel de diario 124
sobrevuela en círculos. El viento lo enreda. ¿Por qué gira en círculos y no se desploma errante? Tal vez solo haya viento debajo de este árbol. En el piso las hojas se mueven. Unos pétalos amarillos describen trayectos premeditados. Los llevan las hormigas. El suelo nunca está quieto. Todas las cosas las arrastra el viento. 10 de abril de 2017
Por qué se aparta tanto mi imaginación de mis manos. Mi lengua se tuerce y el viaje a la casa de S se escurrió en imágenes de cuerpos que se relacionan. Palabras que solo existen en los ojos de un cuerpo imaginado. Fui a lo de S a ver un cuarto a donde mudarme. A la tarde la vi a C y enfrentadas en la mesa volvió a mí la misma pregunta. Mientras sigo la conversación de un rostro quiero saber dónde miro. Quiero mirar los ojos pero siento extrañas las pestañas que tiemblan. Me estremece el contorno del cuerpo. Entonces miro tu boca. 10 de mayo de 2017
El tren Sarmiento Me siento en el escritorio de frente a la ventana que mira hacia las vías. A la altura de la mitad del marco vertical, justo 125
en el centro del eje donde se intersectan las dos hojas de vidrio, se alcanza a ver la casa de K. Vive en un espacio de dos metros cuadrados al lado de la vía. La puerta es de chapa roja con un círculo cavado a mano en la parte superior que está cubierto por un nylon transparente que veo tambalear por el viento. Conocí a K hace unas semanas en la verdulería de Raúl, yo llevaba varios libros y me preguntó si podía prestarle algunos. Hoy me levanté antes de las ocho y vi el paraguas negro de K asomarse por el agujero de su puerta. Se inclinó para mirar al sol y se escondió. Como un reflejo también ahora me inclino hacia abajo por la ventana para mirarla desde el escritorio. Alcanzo a ver cómo K descuelga a Osvaldo que duerme en un bolsillo de su sobretodo y le abre la puerta. Osvaldo sale con la cola en alto corriendo hacia mi ventana junto a K y su sobretodo de verano. Noche Algo avanza en la noche oscura. En la penumbra, el suelo se mueve. Unos pasos hacen crujir las maderas y el suelo se desarticula. Hay un rostro que se refleja en la ventana. Que los ojos pretendan tanto y en silencio se contemplen por horas. Que la imagen revele la historia y la historia no se cuente en silencio.
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18 de mayo 2017
Noche Cuando doblé en Rojas hacia casa, vi a K caminando adelante. Tenía su sobretodo de gabardina beige y los rulos negros le colgaban hasta la mitad de la espalda. Llevaba en su mano derecha una bolsa y en la izquierda la copia del libro de la clase de «Historia del arte del siglo XVIII» que le había prestado: Secretos de artes liberales y mecánicas. La alcancé en la verdulería de Raúl y le pregunté cómo había estado hoy la plaza. Mientras me contaba que alcanzó a vender diez secretos de azar por veinte pesos, Raúl le entregó la bolsa con las verduras que ya no le servían. Arreglé con K para visitarla mañana porque quiere que leamos juntas dos secretos: Para juntar y matar nuebos ratones en un barrio con facilidad (sic) y Para imitar el temblor de la tierra. En casa, la introspección es un océano espumante que comienza tapando mis pies y luego alcanza mis brazos. Hace días que por eso me fijo a la poesía de J. De noche me espera espesa en la mesa de luz como el peso del papel muerto. Apacigua la retención de las venas que se hinchan por los dientes que aprietan. Del puño cerrado que cuelga al lado de la pierna que camina. De la lengua que aglomera gruesa la palabra. Del cuerpo muerto, que pesa. 127
19 de mayo de 2017
A las ocho golpeé la puerta de K. No sabía cuáles eran nuestros secretos así que llevé una Grapa Miel que tenía en casa. K me contó que quería ahuyentar unas ratas que por la noche mordisqueaban su pan. Leyó sobre la posibilidad de atrapar tres o cuatro, meterlas en una olla, ponerlas a leña de fresno (pero como no tenía cortó unas ramas del limonero) y al prender el fuego todas chillarían, lo cual atraería a más ratas y todas morirían allí. Nos pareció un poco cruel, y sobre todo K me dijo que no quería que en el barrio se enterasen por los ruidos. Practicamos el segundo secreto juntas, una combinación de hierro limado y azufre, que convertimos en una masa mientras tomamos Grapa Miel a la luz verde de una bombita que colgaba en el centro de la mesa de K. Me contó que va a enterrar esta masa unos días en la tierra y que el temblor se produciría, según las instrucciones del libro, en unos diez días. Noche Siento algo que me toca en la cara. Por debajo del contorno inferior de mi mandíbula izquierda donde termina mi rostro y empieza mi cuello. O empieza el hueco que dirige a mi cuello. Me toco con un dedo y lo atrapo junto al índice. Rápido. La hoja está oscura, el ambiente está oscuro. Miro entre mis dedos. Es algo negro pequeño, pero desaparece. Es fácil sentir lo 128
que me recorre el cuerpo. No es fácil ponerle nombre. 25 de mayo de 2017
En la mañana S tocó la puerta de mi cuarto. Me dijo que una señora se acercó a avisarnos de que en unas horas iban a caer desperdicios sobre nuestra terraza. Pensé que tal vez era K, le gusta tocar los timbres del barrio y anunciar eventos que sabe que no van a suceder. Por las dudas busqué a Osvaldo y lo invité al cuarto. Lo creo lo suficientemente habilidoso para sortear cualquier tipo de proyectil que se ponga en su camino, pero el anuncio incluía que iban a tirar vidrios. Pensamiento de mediodía: imagino contándole a K sobre mi infancia. Me imagino muchas veces contando mi infancia. Pocas veces la cuento en voz alta con alguien más al lado. Nota de media tarde: dejar de martirizar el cuerpo con la mente. Noche En mi imagen en la ventana veo el reflejo luminoso que bordea el iris de mis ojos. Es el filo de la furia.
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27 de mayo de 2017
Me doy cuenta de que durante el día miento más veces de las que quisiera. No sé cómo es decir la verdad. No sé cuál es la verdad. Se reiteran pensamientos que tienen que ver con la pérdida y retención de los sentimientos: ¿Dónde se puede perder? ¿Cómo se sufre? Caso hipotético: si se derrumba la ciudad. Solo queda la lluvia que me moja la piel y no quiero moverme. Por el placer. Queda mi erizo y el de la chica de al lado que no quiere moverse. Quedan unas cenizas que se apaciguan al ritmo de la lluvia. Espacios donde nosotros no elegimos. Siento el frío y me da placer de sentir sin elegir si poder sentir. Cierro los ojos y queda un papel y mi mano, que en realidad no toco, ya que hace un tiempo aprendí que los átomos de nuestros cuerpos se repelen y lo que sentimos realmente es la presión de esa repulsión. Queda gente bajo la lluvia que desaparece y busca. Quiero acostarme en un témpano para sentir mucho frío y así quemarme la piel. 30 de abril
Llegué a casa con los ojos cansados del viento. Estuve cerca del río toda la tarde. En el cuarto me siento sobre textos que 130
ya no recuerdo y descubro que una mariposa se instaló en mi techo. Está quieta dentro de la luz que cuelga al centro del cuarto. Me siento acompañada. Apago la luz y abro la ventana pensando en que quiera escapar. Veo que K me hace luces desde su casa. Son dos parpadeos: Osvaldo duerme con ella. Noche Recuerdo que C me dijo hoy que ya era otoño y yo pensé el invierno. Quise extirparme el tiempo interno, quieto. Sacarme el recuerdo que está en el hueso. Afilarlo hasta la esencia para hacerlo polvo, y así, achicarme. Querer verterte. Exteriorizar el límite que te contiene y derramarte como agua fuera de mí. 1 de junio de 2017
A la mañana la encontré de nuevo. Estaba inmóvil, con las alas abiertas sobre mi escritorio. Entendí que vino a morir a mi cuarto. Me senté unas horas en el escritorio a observar la mariposa. El trazo negro en sus alas era perfecto. Sentí que mi mano se contraía en sí, apretando la birome. En mi boca se apilan palabras que se hunden debajo de la lengua como una sustancia que adormece. Si gesticulo palabras las escupo en formas pegajosas que se arrastran sobre el escritorio donde el silencio les presiona el jugo. Entre las vibraciones en mis dien131
tes, y la posibilidad de no, se extrema una forma. Una forma que figura el trayecto de mi letra porque pulsa en mis dedos una línea finita.
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Diana Ferreiro ∙ Cuba ∙
Desnuda y con sombrilla
Octubre
Siempre que caen los domingos —crueles bestias enfermizas— y despierto tarde, más tarde que de costumbre y se juntan horarios, me invade los huesos un cansancio inofensivo pero obstinado que se queda hasta la madrugada. Paso las horas acostada, leo un par de libros que he ido dejando en la mesa de noche y que de tanto tiempo allí se creen adornos, y me pongo al día con alguna serie. Duermo a ratos. O eso intento, porque La Habana es una ciudad desalmada cuando se trata de dejarte descansar los mediodías, y al poco me levanto y bajo a hacerme un café. Y pienso. Pienso todo el tiempo en cosas que ya no tienen remedio, en cosas que debería haber olvidado para estas fechas, o en cosas tan inútiles como un amante online, por ejemplo. A veces sueño con mis abuelos y entonces pienso también en ellos. De cómo siempre los sueño vivos y a un tiempo muertos. Otras veces un poco en ti. Porque me ha costado mucho descifrarte y aún no sé qué me ata. He pensado que pudiera ser la voz. Y sé que suena súper loco, pero así hablemos de béisbol en tu voz siento como un alivio, y se me antoja un lugar de descanso, un lugar donde perderme. 135
Y luego una tiene que pensar, por fuerza, en los lunes, que son unos bichos azules con otra clase de crueldad. Calculadora, inevitable. La de los domingos es más bien un poco inocente a inicios de la mañana, pero hacia la media tarde se torna sombría, husmeando dentro de una, poniendo a la vista recuerdos y nostalgias y creando fieros espejismos de almuerzos en familia y siestas con los sobrinos encima de ti, que te obligan a respirar muy despacio para no despertarlos. El domingo deriva entonces —como estas palabras— en un grito melancólico que comienza a menguar en la noche, con la cocina en orden y la misma lista de reproducción una y otra vez desde el cuarto. Y luego ya nada más. Uno menos. Seis días a partir de mañana. Enero
He querido contar y no me ha salido. Digo que he querido contar y he enviado la hoja a la papelera sin una palabra que reciclar.
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Digo que he querido amarrar unas cuantas perras negras de manera que cobren sentido —un sentido específico, se entiende—, y he terminado repasando los highlights de The wire, buscando ayuda. Y luego he vuelto a querer. Y me han dolido los ojos, porque ya no asimilo la vida sin estos +050-050×180° +050-050×45°. Y ahí vamos. He preguntado y le pasa a todo el mundo. Pero es difícil conformarse con una mierda de esas. Con ser igual a todo el mundo. He querido escribir algo. Y esto es lo que ha salido. Para que veas qué mal ando. Abril
Despiertas por tercera vez y aún no amanece. No lo hará por otras dos horas, no importa cuánto mires el teléfono. Hueles a sexo. Tus manos, tu aliento, tu entrepierna. Y huele mal, como el buen sexo, y no te quejas. Incluso cuando probablemente te acomodes la ropa encima y te vayas sin esperar el café, no vas a quejarte. Caminarás hasta la oficina bañada en el perfume que guardas en la cartera para estas ocasiones, quizá un poco 137
adolorida, pero por esto tampoco te quejas. Tu amiga siempre dice que si luego duele por todo el cuerpo es porque está bien hecho. Sonríes. Parece que te atropelló un puto maratón de educación física. Nada visible, siempre te aseguras antes de salir. Pero estás exhausta. Por delante ocho, nueve horas de oficina. Necesitas dormir. Necesitas que aparezca alguien, un alma caritativa que te acaricie la cabeza y te diga: anda, vete a casa, yo me ocupo de todo, toma un baño, descansa, no pienses demasiado en anoche, no pienses demasiado en nada, mucho menos en arrepentimientos, vamos, recoge tus cosas, dale, en serio, yo me encargo, no seas boba, muchacha, te prometo que el trabajo aún seguirá aquí mañana, deja de sentirte así, no es importante, nada lo es. Lo que el alma caritativa no sospecha es que en casa no estarás a salvo. La memoria se fue acumulando todo este tiempo y la casa es un arenal, canta Drexler. Lo que el alma caritativa no sabe es que es precisamente eso lo que te salta en el estómago: que no sea importante, que nada lo sea. La segunda vez que despertaste quisiste huir, recoger las ropas estrujadas del suelo y largarte de allí, antes de poder distinguir entre las sombras siquiera un detalle de la habitación, nada que te martille luego la cabeza y te haga querer regresar. Un libro, un disco, esa manera de disponer las cosas y la vida. 138
Ya bastante tienes con todo lo demás. Ya bastante tienes con la certeza de que nada de esto tiene significado para nadie. Ni siquiera para las personas que te tropezaste al intentar buscar la puerta de la calle para largarte de una vez. Buenos días y adiós, un placer conocerla, señora. Si lo piensas bien ni siquiera te acuerdas de ese rostro que te miró de arriba abajo con pena. Sí, era pena, estás segura. Pero qué le vas a hacer. Un último beso en la puerta y se fue todo el creyón, lo siento, siempre lo hago, y lo limpias torpemente antes de dar la espalda y bajar las escaleras. Por primera vez ninguno de los dos dice nada. Ni siquiera el «nos vemos en estos días» que tanto te exasperaba de sus mensajes de texto. Y te jode. Te jode mucho estar pensando en eso horas después, sentada en la oficina, con montañas de cosas por hacer. Sales al patio y enciendes un cigarrillo. Ha vuelto el temblor a la mano derecha. Es un temblor ligero, casi imperceptible a todo el mundo. Pero tú sí puedes sentirlo. Te recorre desde la punta de los dedos hasta los pulmones, mira a ver tú cómo es eso posible. Es el alcohol de anoche, es el tabaco de anoche, te dices, y lo olvidas hasta que desaparece. «You need to get your shit together», dice el chat y estás de acuerdo, completamente. «You are right my dear», eso es exactamente lo que pienso hacer, y te desconectas. Editas tres 139
textos, cuatro, cinco. Quemas las horas que te van quedando en internet buscando fotos para graficar esos textos. Repasas los highlights de la madrugada: sus manos, palabras. El miedo, viscoso, se adhiere a ti y esta vez no intentas despegarlo. Lo dejas hacer. «Si ha pasado tanto tiempo ya, es amor», dice el chat que has vuelto a conectar. Deberías escribir algo. Mayo
Puestos a olvidar, cada cual sigue sus rutas. Y está bien. A uno le funciona lo que a uno le funciona. Hay quien tiene un plan b, por ejemplo, que no le gusta tanto, pero que no le permite pensar demasiado. Hay quien borra contactos e historial de llamadas. Hay quien prefiere no volver a hablar del tema. Hay quien cambia de lugar favorito en la ciudad solo para no coincidir. Hay quien tiene mucho trabajo y eso le ayuda. Y hay quien no tiene nada y tarda demasiado en desprenderse. Yo, por suerte, tengo a Janis. Y es curiosa, esta relación nuestra, porque el resto de la vida Janis no es más que cuatro o cinco temas de las Essential songs en mi playlist. Pero cuando el ciclo me envuelve, de vez en cuando, siempre es ella. De arriba abajo. Últimamente he intentado también con Santiago Feliú, 140
pero hay algo en la garganta de esta mujer que me destruye cada vez y —voilà—, eso es lo que necesito cuando preciso olvidar. Janis Joplin tres veces al día, como los antibióticos. Descansar siete, y repetir. Esa es la fórmula. Aunque en realidad, yo quería empezar este post diciendo que leí hace poco en una novela de Juan Tallón que uno no llega jamás a donde quiere sin haber tocado fondo antes. Y ya ves. Agosto
Cuando uno se enamora es del carajo, me dijiste una madrugada, y yo apagué la luz, en silencio, porque no había mucho que decir a esas alturas y aun así tú acababas de soltar aquella barbaridad en la que yo nada tenía que ver. Recuerdo muy bien esa noche. Yo te había esperado con una saya corta y una camiseta negra, y comimos natilla con caramelo. Tú me dijiste que alguna vez habías pensado en llamar Santiago a un hijo tuyo. Y me leíste una canción. Yo dije que sin duda mis hijos se llamarían Ana y Santiago pero que era mejor cambiar de tema. 141
Continuamos como quien solo regresa al pueblo donde nació los fines de semana, con la misma mochila, que cada vez pesa menos. Hasta que una mañana, sin pertenecer todavía a otro sitio, abotonaste la camisa —era de flores, y dijiste que si alguien te preguntaba responderías que venías de tocar con algún salsero—, y te fuiste dejando las llaves en el suelo. Me pregunto si te acuerdas.
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Jazmín Hollman ∙ Argentina ∙
Sin título
Otra vez la sensación de estar mudando la piel, como la serpiente, de haberme quedado en carne viva, desnuda frente a un mundo que me espanta y me llama, me inspira y me hace llorar al mismo tiempo. Qué emoción tan grande sentirse de nuevo tan cercana a todo, aunque duela y las lágrimas se me escapen por cualquier cosa. Extrañaba tanto esta sensación de ser poesía o hacer poesía, de que la música te llegue al pecho y te deje sin aliento, de que una frase te nuble la vista porque se te clava ahí en el centro del corazón o de la emoción, vaya uno a saber. Me acuerdo entonces del mago y de esa charla que tuvimos una tarde cuando llegué al taller y le dije: «Javi, tengo la sensación de que se me afinó la piel que me separa del mundo y siento todo con más intensidad. Voy manejando y veo poesía en las calles, escucho música y no puedo dejar de pensar en la poesía, de escribirla mentalmente mientras camino». ∙∙∙ Aún sigo viendo el rostro de un cacique cuando miro hacia las sierras. 145
Un colchón de pinochas sigue oliendo a resina y a refugio. ¿Qué pienso cuando me pienso? Una aspiración aún inconclusa, un estar en tránsito hacia lo que deseo y aún no alcanzo. Cierta idea de mí misma que no es exactamente lo que soy, aunque un poco se le parezca y otro poco no. Confieso, en voz bajita, que me sigo pensando con esa idea de «lo que me gustaría ser cuando sea grande», como si con cuarenta años todavía no lo fuera. ∙∙∙ Tiene cinco pero cuando juega dice que tiene quince. Al menos dos o tres veces por día me dice que ella hace lo que quiere porque ya es grande. Al menos cuatro o cinco veces por día, aprieto mis dientes para que no salgan todas las palabras que se me atragantan en la garganta. Lo logro apenas dos o tres, si no una. Al menos una vez por día, más de eso los fines de semana que salimos a algún lado, discutimos por la ropa. Casi siempre
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terminamos peleando y nos metemos en el auto enojadas y cansadas de haber peleado tanto. Al menos una vez por día me pregunto qué es lo que estoy haciendo mal y de qué no me estoy dando cuenta. Al menos dos veces por semana lloro porque me siento impotente frente a la situación y siento que lo estoy haciendo fatal, otras dos lloro porque siento que no me tocó una hija fácil y no sé muy bien qué hacer frente a eso. Casi todos los días me pregunto qué será lo que le está pasando y por qué necesita reafirmarme que ella ya es grande. Al menos tres veces a la semana me gustaría poder decirle que ser chiquita es tan lindo, que está bueno que te cuiden y no tengas nada de lo que preocuparte, que después todo se vuelve más complicado, que ya va a haber tiempo, un montón de tiempo para ser grande, y que no hay manera de que el reloj vuelva para atrás cuando el tiempo pasa, que su tiempo es hoy, así con sus apenas cinco años. Casi todos los días pienso en cómo poder ayudarla en lugar de retarla y cuando logro reemplazar el grito y la amenaza por palabras amorosas y presencia, a veces funciona y a veces no.
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Al menos tres veces a la semana pienso que cuando pensaba en lo que significaba ser mamá y aún no lo era, no sabía nada en realidad. Muchas veces me doy cuenta de que las certezas que voy tejiendo sobre cómo criarla se me desvanecen antes de que llegue a la quinta vuelta del tejido y la manta se llena de agujeros y huecos vacíos que no sé cómo reparar. Y todo sucede el mismo día en que su hermano mayor compite en un torneo de gimnasia y yo escribo sobre ella en lugar de hacerlo sobre él, y siento que tal vez sea allí donde deba explorar para empezar a entender. ∙∙∙ Nunca te lo dije, pero a veces lloro cuando hacemos el amor. Me sobreviene una emoción profunda, difícil de describir con palabras. Y cuando me pasa eso, me gusta que te quedes encima de mí un rato, moviéndote despacio, como si todo tu cuerpo me acariciara. No quiero que te des cuenta de que tengo las mejillas mojadas porque entonces me preguntarías que qué me pasa, me dirías: «¿Estás bien, bonita?», y te tendría que explicar algo que yo no puedo explicarme ni a mí. Tal vez lo intentaría para que no te preocuparas. 148
Te diría que sí, que estoy bien, que no sé porque lloro pero que a veces me pasa y no lo puedo contener, que es más un llanto de emoción que de tristeza. Que es de alegría pero de una alegría distinta a las demás, que viene muy de adentro y que así como me estremezco entera y me abandono en ese instante de placer sublime, también al corazón le debe pasar lo mismo y entonces me llena los ojos de lágrimas. Pienso que en momentos así el cuerpo dice en el lenguaje que sabe y no hay palabras capaces de traducirlo. ∙∙∙ Quitarnos algunas ramas, dejarnos a la intemperie y que nos abrace el sol, que nos haga bailar el viento, que nos moje la lluvia, que nos nazcan brotes nuevos. Sin miedo. Con audacia, confiando. Seguimos siendo hogar para los pájaros, seguimos amarradas a la tierra, alimentándonos. De la poesía, de la música, de la palabra, del silencio, del amor. Siempre del amor. ∙∙∙ No sé qué quiero escribir y ando titubeando entre un pensamiento y otro. No me decido si quiero ser poesía, carta o 149
simplemente una frase arrojada sin pensar al centro de la hoja. No me decido porque tampoco lo hacen mis pensamientos y no encuentro emoción que decida nombrarse. Me disperso. Voy de una cosa a otra como si se tratara de piedras sobre un arroyo sobre las que hay que caminar para no mojarse. Para no mojarse… ¿Es eso? ¿De eso se trata? ¿De no mojarse? Pues entonces no quiero las piedras. Me descalzo de los miedos. Me deshago de la barrera invisible de lo que no quiere ser dicho ni nombrado. Respiro profundo por si lo que he de encontrar duele, quema o está demasiado frío. Cierro los ojos, abro las manos y las dejo mojarse de palabras como mis pies mientras caminan el agua. Ya veré qué hacer después con la ropa mojada. Ahora, en este instante, me urge zambullirme y comenzar a escribirlo todo. ∙∙∙ Quiero que la maternidad sea lo que me alimente y no lo que me consuma. ∙∙∙
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Hoy el padre Hugo dijo que «el amor no siempre acierta». Su frase me quedó reverberando durante todo el día. Creo que en el amor no acertamos la mayoría de las veces y, sin embargo, no podemos dejar de intentarlo porque no sabemos vivir si no es amando. Amamos como podemos, como sabemos, como nos sale y, hay que admitirlo, algunas veces nos sale mejor que otras. No siempre amamos de la manera en la que nos gustaría que nos amen y eso a mí me pasa muchas veces. Me siento un poco egoísta cuando me doy cuenta. Me digo que tengo que tratar de hacerlo mejor la próxima vez y lo intento. Lo intento una y otra vez porque la mirada cariñosa y encendida de N siempre saca la mejor versión de mí y esa sabe que el amor es la magia pero también todo eso que nos hace estar juntos cuando la magia parece que se nos esconde, y no hay mejor razón que esa para tratar de amarlo mejor cada vez. ∙∙∙ Empieza el invierno y yo siento que también necesito un nuevo comienzo. Uno en el que pueda aprender a susurrar en lugar de gritar.
Hay algo que sé desde hace tiempo pero que, en las últimas 151
semanas, se me reveló con la crueldad y la claridad con que se nos revelan, a veces, ciertas verdades: mis hijos no pueden aprender la calma si yo no la practico. Quiero que cuando me miren vean en mí un remanso y no a alguien con quien hay que librar batalla. No quiero ser escudo sino arrullo. No quiero ser muralla sino cobijo. Hoy suelto al viento mi deseo. Le pido al invierno serenidad y fortaleza. Le pido para la palabra dicha la reflexión que sí me permito para la palabra escrita. Le pido poder aprender a tomarme el tiempo necesario antes de decir. Le pido que me enseñe la sabiduría de la lentitud, esa que no es letargo sino pausa y pensamiento. ∙∙∙ Estoy tendida a orillas de las palabras que no me animo a decir: ¿quién se atreve a recorrer la distancia cuando está hecha de silencio?
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Laura Bianchi ∙ Uruguay ∙
Sin título
30 de septiembre de 2016
Baños de Agua Santa Hoy es luna nueva. Arranca otro ciclo muy intenso. Hace un par de días volví de Montevideo. Aún no logro procesar todo lo que ocurrió allí. Toda la magia. Fui a enfrentarme a uno de mis mayores miedos: la muerte de Chiche. Y la verdad es que no fue nada aterrador. Sí triste, sí movilizador. Pero más que nada me cargó de cosas bellas. De todo lo que fue. Para mí, para ella, para todos. Siento una gratitud enorme por todo lo que me enseñó y por haber podido estar ahí con mi madre, mis hermanos, Bea. Fue un regalo hermoso que me hizo. De hecho, sentí muy fuerte ese lazo que nos une a las tres: a mi abuela, a mi madre y a mí. En un momento sentí que toda la humanidad y luz de Chiche se trasladaban a mi madre (y un poquito también a mí). 10 de octubre de 2016
Baños Tengo la luna trancada y sé que no es casualidad. Está relacionado con esta tristeza que está ahí, que me quedará para siempre, como para siempre me quedará instalada la sonrisa 155
cuando piense en ella. Lo que más me duele es que mis hijos no la vayan a conocer. Que no tengan su primer ajuar hecho por ella. Es re loco que me duela algo que no existe y tampoco sé si va a existir. Capaz que es eso lo que en verdad me duele: mi soledad. La idea que tengo instalada de que ese estado será permanente en mi vida. Solo rondar la idea me angustia muchísimo y me da ganas de salir corriendo. De escaparme no sé a dónde. Lo peor es que no soy libre en ese sentimiento. Enseguida pienso que está mal. Que sé que su vida fue hermosa. Que se fue cuando quiso y de una manera sana y calma. Que no es justo para los otros a los que les pasa o les pasaron cosas tristes de verdad. Como si su dolor valiera más que el mío. Me pasa lo mismo con las cosas felices. Tengo la necesidad de pedir perdón cuando me animo a hacer algo que se acerca a materializar mis sueños. Como el de la escritura. Hoy le conté a la Ponti que mandé cosas mías a una página de noticias y no pude contarlo con orgullo. Fue todo muy rápido, como obligado. Lo peor es que tampoco sentí que lo recibiera con alegría. Me impido sentirlo y hago todo lo posible para, además, evitar recibirlo. No puedo sostener la sensación de que estoy haciendo algo bien. De que me lo merezco. Por un lado, espero todo el tiempo que los demás lo reconozcan. Y cuando lo hacen, 156
quiero salir corriendo. No lo aguanto. Y en esa contradicción, muchas veces aparece la violencia. Como le pasa a mi padre. Violencia hacia mí y hacia los otros. Ya no quiero más eso. Voy a poner mucha atención y cuidado para no hacerlo. Para darme y dar solo amor. 11 de octubre
Baños En el corazón, el Universo. 19 de junio
No me animo a tocarme. Estoy a la espera de que alguien más lo haga. 23 de junio
En una de las veces que me desperté hoy, confirmé una sospecha: que el sueño que tuve ayer, ese que reunía a mucha gente en Malvín por algo especial, era el funeral del Tata. Hoy me senté al sol a tomar mate (actividad que él ama) y miré el celular. Tenía un mensaje de mi padre avisándonos de 157
que el Tata se estaba yendo cada vez más rápido y que había pasado una noche muy complicada. Lloro y miro la pared de enfrente: aparece una lagartija verde y azul para levantarme el ánimo. Sonrío y recuerdo Las enseñanzas de Don Juan. Le pido que le mande un mensaje al Tata. Me doy cuenta de que tiene que haber otra, y ahí aparece una negra. La asocio de manera inmediata al inframundo. Se miran. Se miden entre ellas. No son indiferentes. Se quedan ahí un rato y después desaparecen. 7 de julio
Mientras leo los Diarios de Alejandra Pizarnik, en un segundo, tercer o infinito plano de mi mente, me empecé a ver en lo de Chiche. Volver y vivir ahí mi transición. Con el mate, inciensos y agua en la biblioteca. Leer. Escribir. Y aprender a tejer escuchando los pocos discos que tenía. Caminar. Ir a la feria y volver a la luz del living y el balcón. ¿Y de noche? Quizá, recibir la visita de algún amante. Pasamos mucho tiempo creyendo que los planes nos ayudan, nos preparan, nos vuelven más fuertes, nos dan colchones para amortiguar caídas. Y nadie nos dice que está bueno no saber. Que si logramos disfrutar de ese estado, vamos a estar de ver158
dad listos para todo. Hoy vi un rayo de luz mientras me bañaba y me emocioné. Hoy leí la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y me emocioné. Hoy sentí la sonrisa de Rodrigo y me emocioné. 21 de julio
La Antigua Al fin Guatemala nos muestra algo de su luz. Sus volcanes se presentan suaves. El sol se cuela entre las casas de colores. Los árboles crecen de sus ruinas, se van haciendo espacio entre su historia. Ayer hablamos mucho sobre el miedo, especialmente siendo mujeres. María Luisa decía que cada vez siente más. A mí me pasa igual. No sé si es que siento más o que soy más consciente del miedo que ya tenía. Y, si bien es una realidad, es un miedo al servicio de los otros. De los poderosos. Porque es un miedo a los otros, a los desconocidos. Así no se puede vivir.
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Gabriela hablaba de la necesidad de escribir para no olvidar. O para recordar. No es lo mismo. Una se centra en lo que falta y otra en lo que hay. Yo también escribo para las dos cosas. A veces más para una que otra. Hoy es para recordar. Recordar que soy. Que estoy. Que siento. Que pienso. Que puedo hacer lo que quiero porque lo elijo. Que soy muy afortunada. Que quiero amor. Que quiero amar. Que quiero encontrar una ventana con vistas a lo verde. Una ventana rodeada de libros, plantas y un escritorio. Que me dé la luz. Que me caliente el sol. Donde tomar mate y café. Donde amarme. Quiero llenar de poesía este cuaderno. Aún no puedo creer que lo hice yo. Que doblé sus hojas en una especie de trance. Que lo pegué, corté, marqué. Todo en medio de una pelea interior por esconderme o salir. Pelea que resultó un empate. Esta casa está llena de fotografías de las mujeres de la familia. Mujeres que fallecieron y mujeres que continúan vivas. Es hermoso reconocer rasgos de las que habitan la casa en ellas. Ver la continuidad. Tocarla. También quiero tener a las mías en mi ventana.
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16 de agosto
Mérida Ya hace varios días que estamos acá. Llegamos con la lluvia. Aquí mi bombilla dijo «basta». Vomité un mail. Saqué fuerzas para escribir otros. Recibí un agradecimiento que me agrandó el alma. Me consagré puente. Quise gustarle a alguien. Lloré con un libro. Me reí con una carta. Escuché reggaetones y fuegos artificiales. 28 de septiembre
Guanajuato La perfección no está bien. La fidelidad a lo inmutable no está bien. El que para no sentirme abandonada tenga que estar sola no está bien. Que para que me quieran tenga que ser invisible no está bien.
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Convencerme de que no tengo nada bueno para compartir para no sobresalir, para que me inviten a jugar, no está bien. No soporto saberme linda y menos que me lo digan. No soporto saberme interesante y menos que me lo digan. Enseguida callo, oculto, cuestiono. Me da miedo que si hablo bien fuerte se cansen de mí. Como pasaba cuando era chica y lloraba por todo. Bueno, no por todo. Lloraba porque mis padres no estaban bien y hacían como si nada. Constantemente tengo conversaciones con personas donde me explico, me narro, me lloro. Esa es mi obsesión. Por eso el psicoanálisis —así como este diario— es un desafío. Pero necesito algo más. Algo que me haga trabajar no solo la mente: también las emociones y el cuerpo.
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Mariela Cordero ∙ Venezuela ∙
Sin título
23 de junio de 2017
Suelo contrariarme, darme órdenes que no deseo cumplir o mandatos que quizá creo que no deseo cumplir. Soy mi propia dictadora. Cuando emprendí la ruta de siempre y retomé los gestos cotidianos sentí una vaga alegría, y hasta tuve el atrevimiento de sonreír. Me he vencido de nuevo. 24 de junio de 2017
Hoy el día irrumpió como una mezcla de luz y sombra. Es el cumpleaños de M y este día se parece a él, a su piel que es un tejido de luz y sombra, esa que a veces me recuerda a un tipo de arena pálida y no a aquella arena broncínea que grita con sus voces de trópico. Es una piel que permite que escriba en ella lo inconfesable, lo absurdo y lo perverso. Sabe perdurar en su mudez. Me permite borrar lo que he escrito sumida en la euforia o en la pena y siempre se vuelve a prestar dócil a mi escritura. El gesto de indolencia natural de M, sus ojos cerrados, su respiración pausada, el cigarrillo primero en sus dedos luego entre sus labios delgados y el humo girando con parsimonia en la habitación son pequeños signos de su permanencia. Son victorias mínimas que atesoro. Ha permanecido otro año asido a la tierra, y me creo reina por un segundo. Creo que él ha perdurado solo para mí.
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26 de junio de 2017
No he podido escribir poemas este mes y se acerca a su fin. Algunos días he sentido en mi interior leves señales, sin duda alguno quiere emerger de un pozo muy profundo y oscuro, pero el ímpetu natural y necesario no le acompaña. No me entristece este estado de página en blanco, de nada luminosa. El no-obrar lo ha construido todo. «Sin asomarse a la puerta se conoce el mundo», así lo dice el Tao-Te-King. Mi no-obrar ha construido un espacio vacío que es dulce e ingrávido. Este mes de silencio es también un poema. 27 de junio de 2017
El cielo se llenó de nubes oscuras, y lo único que quería era llegar a casa antes de la lluvia. Quería no solo estar en casa, también necesitaba leer algo, que me hiciera sentir que estoy en casa. No deseaba leer nada nuevo, pues sigo sin tener la fuerza necesaria para recibir al asombro y a sus respectivas consecuencias nefastas o venturosas. Hay días en los que lo único que quiero hacer es abrazar lo seguro, pasear por una historia tibia y entregarme a letras conocidas para conjurar el sobre166
salto. Releer versos que amo, volver a saborearlos como quien besa a un viejo amante. No quiero novedades que me aterren. A veces la felicidad no es embriaguez, es calma. 28 de junio de 2017
Puedo respirar el miedo de la gente en cada calle, también respiro el olor de la pesadumbre que se multiplica en cada paso. Bien sea bajo la máscara de la indiferencia o del sarcasmo, en todos los rostros la marca del miedo es un rictus que se repite. A veces siento que el miedo de tantos nutrirá mi miedo habitual y lo convertirá en pánico opresor. Mi pequeño miedo que es como un animal de costumbre, podría disfrazarse de atrocidad. 29 de junio de 2017
«La belleza es verdad y la verdad es belleza», eso dijo Keats. Yo susurro para mis adentros que la belleza es una verdad que vista muy de cerca sería capaz de devorarme. Se me viene a la mente el síndrome de Stendhal que suelen padecer algunos visitantes de Florencia. ¿Acaso la belleza puede matar? ¿Se puede vivir en una sucesión interminable de belleza plena y 167
rotunda? Es probable que no, la belleza interminable sin duda nos dolería. Hoy caminando por la calle solo pude encontrarme con la fealdad. Esa que antes era una incómoda invitada ocasional se ha convertido en una soberana junto la suciedad, el desorden, el caos, lo grotesco y la absoluta ausencia de la armonía. Entre tanto paisaje de chatarra y calles grises que sudan peligro quizá mi comedido deseo de belleza sea muy exuberante. 30 de junio de 2017
He vuelto a observar el cielo. Lo hice con detenimiento, en público y sin prisa ni vergüenza alguna. Cuando era niña miraba el cielo siempre a las cinco y media de la tarde. Me embargaba una sensación a medio camino entre el júbilo y el extravío al mirar los tonos naranja y rosa que lo atravesaban. Adivinar los movimientos lentos de las nubes me producía un gran placer. Lo absurdo de esa alegría pueril, la duplicaba. Ahora escudriño el cielo de nuevo, no para resucitar aquel gozo, el cual no he vuelto a sentir con aquella intensidad des168
bocada. Solo miro al cielo para no ver el asfalto que me produce vértigo. Lo hago para olvidar la tierra. 1 de julio de 2017
Anoche leí hasta muy tarde País de nieve de Yasunari Kawabata. Sentí mucho frío, y más tarde entreví en sueños la nieve, en forma de una extensión blanca y descomunal. El paisaje blanco transmitía no muerte y desolación sino pureza y amor. Kawabata me conmueve, ha sabido revelar la belleza como pocos. A diferencia de Mishima, que me lleva de la mano por un camino que bordea entre lo bello, lo angustiante y lo perverso, cada línea de Kawabata es serena belleza. 2 de julio de 2017
Otra vez he cruzado el umbral de la medianoche. La noche es mi aliada, la oscuridad me empuja a ser otra, más inasible, tenue pero al mismo tiempo más ágil. Amo la sensación de clandestinidad que me rodea, las sombras me protegen. Suenan mis dedos leves sobre el teclado, todos duermen y yo me encuentro con la desconocida que soy.
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Nathaly Ponce ∙ Venezuela ∙
Habitar el agua mansa
Febrero
Mi piel es color apio. Color de un tubérculo raro entre amarillo, beige y blanco. En este país no crece el apio, nadie lo conoce o refiere a otras significaciones más verdosas. Esa sensación de rareza debe de venirme de la piel. Siempre ha sido mi certeza: soy rara. Siempre pálida, mi padre me llama negra y ahora, en este otro país, me ven blanca. He sido extranjera en mi propio cuerpo, distinta a mi familia. Al menos ahora tengo a otros que me lo marcan: «No eres de aquí, ustedes dicen marico, nosotros ahuevao». A los extranjeros les toca hacer la fila en otra parte. Chamo, arepa, marico(a), coño, calma-pueblo, parchita, lechosa, patilla, cambur, miramijita, sifrino, pollina, burda, arrecho, arrechera, zapatos de goma, monedero, calabacín, colegio, bachillerato, tetero, plastilina, pizarrón, pote, pitillo, refresco, bolsa, guayoyo, torta, coñoelamadre, ladilla, caucho, engrapadora, morochos, perro caliente, agua echorro, colita, cintillo, espichar, tobo, coleto, cola, poceta, güevón, güisqui, curda, pea, ratón, nojoda, cotufas, marcadores, franela, estacionamiento, mantecado, carajo, hora y cuarto, un marrón oscuro, quebranto… Yo. 173
A veces me cansa mucho traducir. Marzo
Mi padre, inocente, no sabe el peso de las palabras. Es un hombre marcado por el despiste y el olvido; en cambio, yo tengo una facilidad particular para recordar lo dicho. Negra, salmón, belleza inaudita. Los sobrenombres también marcan. Será por eso que no me gustan los hombres con la piel negra ni el pescado, sus cuerpos brillantes, su olor insistente y su mirada siempre abierta, negra, vidriosa, distinta. Ir a contracorriente cansa. Es muy fácil perderse de sí yendo en contra. Un largo y fatigado camino para terminar en el mismo punto que las demás especies, si logras burlar la muerte. Reproducirse, aun yendo en contra. Yo he ido en mi contra. Extranjera en mi propio cuerpo. ∙∙∙ Belleza (in)audita. Cómo me ha costado encontrar mi propia 174
voz. Escucharme sin sentir que el rechazo me recorre el cuerpo. Voz de niña, aguda, temblorosa, dubitativa. Margerite Duras, Gisela Kozak, Buika, Virginia Woolf, Teresa de la Parra, Soledad Bravo, Adriana Varela, Clarice Lispector, La Lupe, Chavela Vargas, Hanni Ossott, Simone de Beauvoir, Ana Teresa Torres, Janis Joplin, Sor Juana Inés de la Cruz… He buscado hablar a través de otras voces, siempre roncas, arenosas, audibles. Ese sonido particular, inconfundible, de aquellas a quienes no les tiembla la voz para sostenerse en su deseo y su diferencia. En su dolor. Mi pregunta no es por la existencia, es todo lo contrario. ∙∙∙ Mudarse es un corte. Una ruptura que permite migrar a otro lado, a otro estado o a otra posición subjetiva. Estar fijos es una condena, aunque envidio la postre de los árboles. Toda mudanza trae consigo movimientos acompasados, cambios internos y externos, quitar el polvo viejo y renunciar a aquello que nos ha acompañado por un largo tiempo, a veces sin razón. Todo corte produce esa herida, física, psíquica, para 175
no olvidar nuestras marcas. Aquello que quedó fuera de las maletas. Corte Ruptura Mudanza Apartarse He sido un animal que ha buscado la mansedad burlando los cambios. Pero yo no echo raíces. Soy un animal cobarde de la pérdida. Aun así, he marcado mi cuerpo. Me fui. Abril
Inaudito(a). Que causa asombro, sorpresa y extrañeza. || Sinónimo de excepcional e inusual, por lo cual, a veces, puede no ser admitido o tolerado, rechazado. Inaudible. Que se oye confusamente, muy poco o que no se oye. || Adjetivo que marcó un silencio, y el llanto ante la pa176
labra. Menos mal que el cuerpo habla de muchas formas. Junio
«Para que una mujer escriba debe habitarse». Mi analista me devuelve esto; yo no lo veo, escucho y su frase me retumba en el cuerpo. Cuando se apaga la imagen escuchamos mejor. Hace rato tengo una habitación propia y más de quinientas libras al año. Lo verdaderamente difícil ha sido construir la cerradura y habitar mi voz. Los que me conocen saben que nunca me ha gustado mi voz. Voz aniñada, dulce, suave, bajita, de cachetes rosados y gordos. Voz de agua mansa. Hay un abismo entre ella y yo. ∙∙∙ Recuerdo a mi madre decirme: «Del agua mansa líbrame Dios», pero yo soy atea. No tengo Dios. No lo he encontrado.
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Yo no puedo librarme de mí. No quiero. Creo en el deseo. En el lenguaje. Creo en nuestro cuerpo-sexuado. En todo aquello que me permite devenir sujeto. Amén. ∙∙∙ Madre, me he convertido en ti. Me casé con un buen hombre, barbudo y miope. Ahora tú también estás tatuada. Julio
Hija, nosotros no somos de aquí. Salimos de un país en dictadura
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y cada vez es más incierto el regreso.
Tendrás dos registros de un mismo idioma. Yo te daré todas mis palabras, mi olor a mañana con rocío, capín melao y café colado. Sin saberlo, ya me has dado un lazo. La unión de ambas orillas sin desaparecer la hiancia. Lazo. Olor a sal, lluvia y guayacanes. No somos cobardes, no huimos. La libertad tiene un costo alto.
Yo te daré todas mis palabras, mi cuerpo entero. También te lo quitaré para que seas libre.
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Carol Milkewitz ∙ Uruguay ∙
Sin título
Semanas
Tengo el estómago revuelto entre toda la porquería que comí y viví y pensé. Estos días, que parecen semanas, me envejecen. El domingo pasado tenía veinticuatro años; ahora, treinta y cuatro. Lo que me consuela es que sigo siendo joven. Karma
Siento, en un punto, despersonalización. Estoy viviendo una historia que no me pertenece. A mí, joven, tranquila, buena persona, que voy a la facultad, que vivo en un barrio de casas antiguas por donde entra el sol, que soy vegetariana para no hacerle daño a las vacas, a los pollos, a los cerdos. Estoy pagando un karma que no merezco, como cuando vas al supermercado y te dan mal el vuelto. Los cerdos se burlan de mí. Gingivitis
Hoy me cepillé los dientes con tanta fuerza que me sangraron las encías. Pero con tanta, tanta fuerza que a la persona con las encías más sanas del mundo también le hubieran sangrado. 183
No sé si tengo gingivitis o rabia nomás. Tiempo muerto
Antes la gente vivía menos años. Ahora viven más, pero también trabajan más, toman más ómnibus, más taxis, aguantan más gente insoportable, inhalan más la contaminación de la ciudad, ven más gente morir. El tiempo cura las heridas. El tiempo lo cura todo. El tiempo es sabio. Hace mil no nos juntamos, tenemos que vernos más, sí, sí. Nos juntamos a tomar una un día de estos. Lástima que no tengo tiempo. Te juro que me encantaría, pero no tengo un segundo. La semana que viene. Bueno, el mes que viene mejor. O capaz al año. El jet lag. Ya es tiempo de. Los tiempos verbales. Te espero. Mientras me tomo un jugo exprimido, un jugo muy exprimido. Hay que exprimir el tiempo para que no se agote. Mala racha
Las malas rachas son geográficas, se recorren.
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Persianas
Desde la cama pienso en estas semanas y en la luz que entra por las rendijas de las persianas. Esos mínimos, rectangulares cuadros de luz son, para mí, los sábados. El cuerpo pesa menos, adelgazo, me aliviano, me estiro, entre el viernes y el sábado logro lo que la mayoría de la gente no consigue en años de gimnasio. La noche
Me acuerdo de cuando tener pesadillas era algo malo. O, por lo menos, inquietante. Me molestaba soñar que me quedaba desnuda en público, que corría rápido para escaparme y me alcanzaban, que volvía a mi casa de la infancia y estaba destrozada. Sí, me ponía nerviosa. A veces, en medio de la noche, me despertaba y volver a dormir requería minutos y minutos, no sé cuántos, pero más de lo que parecía lógico en la oscuridad. Estos días han sido tan perturbadores, surreales, destripantes que cuando estoy en la habitación, apenas iluminada por la lámpara del escritorio, con un saco viejo que funciona como pijama y tapada por mi acolchado reversible, sé que es inevitable, en pocos minutos, cerrar los ojos y dejarme arrastrar por la furia de mi inconsciente. Y, la verdad, ya no importa. 185
Estoy tan cansada que tener pesadillas lo considero descansar. Pila
Hacer una pila de ropa que contenga remeras, buzos, sacos. Fucsias, amarillos, verdes. Ordenarla con esmero. Construir una torre. Alta, por lo menos, como el Obelisco de Bulevar Artigas y 18 de julio, Montevideo, Uruguay. Volverme arquitecta de esta estructura céntrica, entre la ventana y la puerta de mi cuarto, justo sobre la silla blanca. Poner una remera de florcitas rojas sobre la silla, como la frutilla de la torta. Y ver el derrumbe. Algo así representa muy bien mis últimas semanas. Ese calambre
Los ojos se cierran y el cuerpo está a punto de temblar, de babearse en la almohada, de moverse zigzagueante hasta caer en la profundidad del tiempo. Es parecido a un ataque de epilepsia, conciliar el sueño. Conciliar significa hacer un acuerdo, como en guerra se hacen los armisticios. Vendría a ser una especie de pacto con el cuerpo: dejarlo desvanecerse con el fin de que mañana a la mañana o algún día estemos, seamos, por 186
fin lúcidos. Cuando pasen
Cuando pasen estas semanas voy a sacar toda mi ropa del placar. Voy a meter la mano en el fondo de cada estante y empujar para afuera hasta que las remeras, los pantalones, las bombachas caigan. La ropa se estampará sobre el piso como gotas que no se diluyen. Se doblará y se retorcerá y coloreará el suelo antes todo de madera. Pisaré la ropa y llegaré a la biblioteca. Mi mano les dará impulso a los libros, como quien le da un empujón a un hijo para que se anime a deslizarse por el tobogán del parque, un tobogán de pocos centímetros que le parece grande. Todos los estantes quedarán vacíos. Voy a volver al placar y agarrar mochilas y agarrar libros y agarrar bolsillos y darlos vuelta hasta que caiga la última moneda. Desde la esquina observaré.
Y, poco a poco, en una aproximación sigilosa, como de insecto con un plan, doblaré, arreglaré, limpiaré. Por último voy a pasar la aspiradora. Es necesario que renueve las energías de mi habitación. Creo que en eso estaría de acuerdo hasta el más 187
escéptico. Contractura
Siento como si cada microbio de la habitación en la que estoy, el cuarto de mi casa, estuviera contracturado. Vibra en el aire la energía tensa que provoco, sin darme cuenta, al concentrarme en tareas obligatorias entre el mediodía y la noche, que empieza siempre después de la noche, que empieza horas después de que haya oscurecido, cuando los ojos realmente pesan como bolsas del supermercado que me dejan marcas en los dedos. Los ojos tienen cubreojeras espesas y, abajo, mi verdad. El aire en esta habitación es pesado, lleno de huesos y músculos de mármol, pero ya lo voy a acariciar hasta domarlo. Y entonces, entonces voy a inhalar y exhalar a un ritmo saludable, hasta pacífico. Falta poco para que terminen estas semanas. Relajante muscular
El gusto a limonada, saboreado por una lengua casi animal, que olfatea hasta el último polvo que adormece y relaja. Tragar, sin prescripción médica, la salvación de este día. 188
De a poco el vaso se vacía, las piernas se vuelven pesadas, como en una hipnosis, pesadas como el tiempo que llevo en la espalda que ahora, quizá, por unas horas, se descontractura y me deja esperar tranquila el tedio de mañana. Cuando se terminen estas semanas voy a sentir el gusto ácido del sobrante que queda en el vaso tras tomar el relajante muscular y luego un alivio que no viene en sobrecito de a diez, a pocos pesos, que no se consigue en la farmacia.
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Olivia Arocena ∙ Uruguay ∙
Sin título
“A mí también alguien me mira, de mí también alguien dice, él duerme, dejémoslo dormir…” S. Beckett Jueves, 18 de mayo de 2017
No puedo más, estoy muy cansada, hoy fue un día con demasiado ruido, todo el mundo habla solo, todo va muy rápido. La ciudad te seguirá. Me angustia que mi abuela esté angustiada frente a la vejez, quiero organizarle una fiesta en donde le sirva un montón de merengues y la pueda escuchar cantar. Ella siempre se va de las fiestas temprano y sin saludar. La ciudad te seguirá. Viernes, 19 de mayo de 2017
Empiezo a pensar que estoy distrayéndome de algo importante. Prendo una vela y organizo el cuarto. Ahora que terminé puedo pensar en lo importante.
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Nada, mi vida hace clic cada segundo. Difícil frenar el discurso dialógico de mi mente. Soñé que me sacaba cero en un parcial y colapsaba de los nervios. La lógica del evaluadorevaluado, yo y yo, dos tiranos terribles. El himno de mi país dice que los tiranos deben temblar, más bien intenta obligarlos a que tiemblen, da igual. Yo estoy acá en mi casa y mañana no quiero seguir con esta rosca. Tengo que dejar las novelas mexicanas, me impiden ocuparme de mis asuntos. O bien tengo que meterme tanto en las novelas mexicanas que deje de existir el mundo y deje de tener asuntos de los cuales ocuparme. Pensar que hace cincuenta años las personas de mi edad ya tenían hijos y eran independientes. Otra vez comí demasiado. ¿Me estaré comiendo mis sentimientos? No tengo mucho más para decir. Sábado, 20 de mayo de 2017
Soy habitué de las ferias y de las farmacias. Las dos empiezan con f, lo cual no significa absolutamente nada. En el bullicio sensorial de la feria explotan chispas de magia, creo firmemente en que las entidades espirituales que viven con nosotros aprovechan para mostrarse ahí porque se creen que con tanto ruido no las vemos. Tengo derecho a creerme cualquier cosa. Ahora venden porro en las farmacias, yo no fumo porque me 194
pega fulero, probé cuando tenía catorce, muy chica; fumaba en la vereda de enfrente al liceo con «la gorda Ximena». ¿Será que me quedó la consciencia hecha mierda? Probablemente sí, pero ¿qué se le va a hacer? ¿Qué haremos esta noche, Cerebro? Lo mismo que todas las noches Pinky, escuchar La venganza será terrible hasta quedarnos dormidos entre lágrimas. Domingo, 21 de mayo de 2017
Te escribo a vos que hace unos días decidiste irte y ni siquiera puedo hacer referencia directa a eso en mi propio diario. Me escribo a mí y en forma simultánea escribo para nadie, solo escribo por escribir. Por la mañana fui a la feria de frutas y verduras, y hago un paréntesis para contarte que mientras escribo esto Filomena se sube a la cama y ronronea. En la feria charlé con un viejo que me arrancó a hablar de sus gatos, dijo que tiene tres en su casa, uno de él, uno de su mujer y otro de su hija. Dice que el suyo es el más grande y gordo y que su mujer siempre se queja porque se la pasa con «ese gato», a lo que él responde: —No es un gato, ¡es una mascota! 195
Yo pienso que una cosa no quita la otra, pero no le dije nada. Después me arrancó a hablar de jazz y de que ya nadie compra el periódico, a todo eso se sumó Ángel (el verdulero) a charlar y nos contó que estaba con sueño y que también le gustaba el jazz. Las paltas estaban a diez pesos, compré cinco. Después me fui a Tristán Narvaja con mamá y me compré un jean, me probé lentes y comí una arepa venezolana en un puestucho que no prometía nada pero que al final sorprendió. Después volví a casa y puse tus cosas en bolsas. Quiero desaprender todo. —¿Cómo se va a acabar esto?— me dijiste. Pero igual me dejabas. El futuro no existe. Lunes, 22 de mayo de 2017
Ahora pongo en segundo plano a la profe de «Literatura» que nos lee un texto de Beckett en voz alta, tomo las ideas principales y a la vez escribo sobre mi realidad paralela, piel adentro, mi imposibilidad-de-entrar-en-contacto-con-la-otredad. ∙∙∙ 196
Cuando estaba yendo a la parada te vi en la puerta de la EUM y se me estrujó el alma. Seguí por la vereda de enfrente para evitar cruzarnos pero con la oculta esperanza de que me vieras. Cruzaste y me alcanzaste en la esquina, casi me voy, nos quedamos un rato en silencio, me contaste que te estabas aguantando para no escribirme, caminamos hasta la parada del G y nos fuimos juntos, vos te bajaste en lo de Juleco y yo seguí para mi casa. No entiendo esto. Después me puse a imaginarme a distintas personas llorando. Otro día sin tocar el saxo. Ahora me dispongo a dormir no sin antes comer un sándwich de galletitas maría con dulce de leche. Rescato de este desagüe que hoy cuando llegué a casa había olor a tostadas recién hechas y entraba por las ventanas ese color amarillo que tienen algunos finales de la tarde. Nada más. Miércoles, 24 de mayo de 2017
Soy un puto lugar común. La ciudad te seguirá. Jueves, 25 de mayo de 2017
Sostengo en mi mano una fruta podrida.
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¡Ya conozco la realidad! En una pausa breve la despedazo. La fruta es igual a mí y mis amigos son los niños sin corazón de siempre, no son mis amigos. Viernes, 26 de mayo de 2017
Quiero escribir una novela que relate y encadene anécdotas que me cuentan otros. Sábado, 27 de mayo de 2017
La tolerancia es un deber terrible. Si dijera que nunca estuve tan de mal humor estaría mintiendo. Martes, 30 de mayo de 2017
Gané una entrada para el Cirque du Soleil en un sorteo. Fui y me senté con Nati y Alfonsina en cuarta fila. La historia transcurría en una isla tropical y entre número y número contaba sobre el amor entre una muchacha y un náufrago.
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Muchachas chinas pintadas de dorado andando en monociclos dorados, mujeres flacas y flexibles de seda blanca haciendo girar aros de a millones, música, agua, más muchachas chinas haciendo equilibrio apoyando sus brazos en soportes de madera, fuerza, belleza, la mujer turquesa cantando en el cielo de la carpa, toda la luz en sus rulos rubios, toda la luz en las gotas de agua ahora chispas y estrellas que salpica en la piscina, de la piscina hasta el techo bailando en un círculo vacío. Chiflidos y aplausos. Después del circo visité por primera vez la casa de Nati y sentí de nuevo la emoción de ganar un amigo, de conocer un corazón, una persona. Vi su barrio y a los perros más peligrosos de su cuadra, vi el almacén de su abuelo, el gesto de su madre, la disposición de su hogar, los signos de la vida vivida y los de la vida viviente, vi las cortinas, sus muebles, sus restos de comida, sus ventanas corredizas, las fotos de familiares ilustres en el fractal de singularidades cotidianas, ese caleidoscopio de casualidades. Mañana me voy a sacar el pasaporte. No tengo ningún viaje planeado pero si algún día se me ocurre ya voy a tener pasaporte.
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Jueves, 31 de mayo de 2017
Liber toca un cover de Coltrane (The night has a thousand eyes) y a mí me da la sensación de que mi letra se sincroniza con el ritmo en un continuum de cascada, y por un momento pienso en el significado que tendrán estas letras cuando yo me muera y pienso en el valor agregado de la muerte, en el sello de noche que imprime sobre las cosas que le sobreviven, pienso en todo lo que cada día tengo menos ganas de pensar, menos fuerza para pensar, pienso en que quizá se prendan las luces si me concentro un poco más. Ayer soñé que intentaba seducir a Roberto Suárez diciéndole que «la magia de la vida está en los eventos cotidianos que echamos al desagüe», y lo lograba. Hay días más fáciles y días más difíciles, supongo. La ciudad me seguirá.
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Valentina Riveiro ∙ Uruguay ∙
La (in)felicidad de escribir
Estoy asustada. Cuanto más escribo, más planas veo mis letras. Juraría que hace un tiempo era capaz de hacerlas bailar, teñirlas de colores, retocarlas y exprimir su aroma. Ahora me leo y la objetividad ha ganado mucho peso en detrimento de las metáforas y de los adjetivos que estallan. Empiezo a sentir el lado creativo de la escritura como un recurso finito al que debo dejar crecer, y para ello pausar el bolígrafo durante días o semanas. Solo me sale escribir como hablo, no como escribo, y tengo miedo porque no sé cómo llegar al paso siguiente. Ale me habla de la curva de aprendizaje: comienzas con fuerza joven, se te llena la cabeza de ideas como un cesto de frutas, cada milímetro es un avance y los sentidos se excitan por cada América descubierta. Hasta que llega el día en el que, con todo lo aprendido, comienzas a caminar en círculos. Una vez me contaron que el crecimiento personal es una espiral, no una línea ascendente. Cuando alcanzas el siguiente nivel es fácil sentir que retrocedes y volver a caer en el mismo círculo de antes. ¿Aprender será igual? Leo, converso, escribo, pruebo, pulo, practico sin parar y no deja de existir ese punto de estancamiento. Mis ríos de tinta ya 203
no tienen brillo ni forman corrientes. ¿Y si estoy hablando demasiado de mí? Tengo que ir hacia fuera, he vuelto a olvidar cómo hablar de los lugares. Debo darme un intento. San Cristóbal de las Casas. ∙∙∙ Sigo buscando mi conexión con la escritura. Me cuentan que aprendí a leer sola cuando tenía tres años. Yo solo me recuerdo en el autobús leyéndole a mi mamá los nombres de las tiendas estampados en los toldos. También me recuerdo en mi primera casa de España escribiendo en la esquina de una hoja palabras que tuvieran y. No tendría más de cinco. Cuando nos mudamos mamá fue a despedirse de mi profesora y ella le expresó su deseo de ver mi nombre sobre la portada de un libro algún día. ¿Llegará a verlo? Recuerdo leer fluido y sin pausa en voz alta a los seis. Recuerdo pasar mis noches de verano escribiendo poemas y cuentos; por la noche el ordenador y la tele estaban prohibidos, la radio también y yo ya estaba cansada de leer, así que escribía, rimaba, contaba sílabas.
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Nueve años. Recuerdo la adolescencia llegando y con ella las primeras tristezas sin aviso ni razón. Mi habitación siempre era un desastre. Un día, agarré un papel cualquiera y sin levantarme del suelo anoté de forma frenética un poema de desahogo. Sería la primera vez que escribiría por terapia. «Días tristes pasan frente a mis ojos», comenzaba. En tres versos condensé mi confusión y al leer lo escrito me sentí arreglada: había descubierto el poder terapéutico de la escritura. Milagroso. Efectivo. Mágico. Lo siguiente fueron textos para trasladar la depresión de mi pecho al papel. Canciones, diarios y cartas. Entonces, poco después, la escritura se alejó de mí, o yo de ella. Los años sin escribir se acumulaban, pero si me preguntaban qué haría si pudiera elegir, yo respondía «escribir». Veintidós años. Mamá se fue. Yo comencé a tapar el dolor con sexo, alcohol y drogas, hasta que empecé a escribirle cartas. «Soy tu huella en la tierra» le decía. Empecé un libro, creo que se fue con ella. ∙∙∙ Cargo con el cansancio de haber buscado la fuente de las letras en cada rincón y no hallar nada. Cabeza, corazón y plu205
ma no se alinean en este viaje y los engranajes crujen de tanto intentarlo. Ya perdí otras veces la capacidad de esculpir el humo pero nunca me abandonó cuando más lo necesitaba. ¿Cómo lo encuentro? ¿Espero? Ya no me basta solo con hacer, ya no me satisface simplemente trazar, ya no tengo paciencia de empezar a construir sobre la idea más vaga y ver a dónde me lleva, porque yo ya sé a dónde quiero llegar. Todas las historias de Canadá, Estados Unidos, México y Guatemala me golpean desde dentro y se ahogan en la prórroga, pero, ¿qué más formas hay de describir las calles, los olores, los mares, las pirámides, los bosques, los desiertos y las cadencias de cada sitio, sin que todos acaben siendo el mismo? ¿Cómo conservo la identidad de cada lugar y anécdota sin que pierda su individualidad? ∙∙∙ Estoy a unas horas de regresar a Madrid. Repito en mi cabeza una y otra vez todo lo que no ha salido bien. Salí de mi jaula a buscar historias y tener el tiempo necesario para encontrar la manera de contarlas. En letras, en vídeos, en fotos… Daba lo mismo. Yo solo quería tiempo y creación, evolucionar con cada 206
pieza terminada. Regreso bloqueada y rebosando relatos al mismo tiempo. Si de esta manera no he logrado que la escritura forme parte de mis rutinas de la misma forma que respiro y parpadeo, ¿qué más debo hacer? Esta parálisis se ha convertido en una habitación diminuta, gris, sin ventanas ni reposo. ∙∙∙ Hoy lo entendí. Y en mi revelación solo encuentro alivio. Lo que hace un año yo habría interpretado como una rendición hoy es una conclusión liberadora. Viajé para transmitir y volví queriendo ser esponja. Viajé para distanciarme y volví enamorándome de la gente. Viajé para ponerme a prueba y volví con la humildad restablecida. Ya no escribo porque es momento de callarme. Las horas frustradas en los distintos escritorios por los que he viajado estos meses, la pared contra la que no paro de chocar y a la que
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he bautizado como bloqueo creativo, son yo, pidiéndome que calle. No carezco de palabras, pero sí de ideas para darles nuevos significados. Cuando vi las estrellas en el agua de Chacahua o la selva de Campeche desde lo alto de sus ruinas como un piélago de árboles, supe que jamás podría verbalizar lo que estaba contemplando. En esos momentos me encontré con la expresión más vasta de la vida. Vi la cara de Dios, y no supe describirla. Hoy tampoco sé. Y necesito detenerme para encontrar la fórmula. Tengo sed de otras energías y padezco hartazgo de hablar, de contar, de meter ruido, de agitar los brazos pidiendo una atención que no sé gestionar. Me obsesiona el tiempo y hace años que vivo con miedo a morir infeliz o incompleta o en un lugar en el que no quiero estar. Con este miedo a irme sin haber dejado nada fuerzo una y otra vez mis motivaciones, porque no lograrlo antes de que llegue el domingo, o cumpla los veintisiete o acabe el año, será un fracaso (en mi cabeza). ¿Cómo puedo vivir constantemente con la sensación de que
hago todo lo que puedo pero si miro atrás siento que no hice todo lo que pude?
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Yo, hoy, me obligo a callar, hasta el día que el bolígrafo vuelva a fluir por el papel sin miedo. ∙∙∙ Leo a Juana de Ibarbourou y ella habla por mí: «Leer es hoy mi hobby, mi lujo, mi ir y venir por el universo. (…) realizo todos mis sueños de viajera inmóvil». Juana me habla de los que leyeron antes de los alfabetos, de los que extraían los códigos de la naturaleza, de los que jugaban con la ciencia de las cosas antes siquiera de nombrarlas. Habla de leer, en toda su extensión, como un cielo sin recortes. De interpretar los rostros, los gestos, las nubes, el timbre de las voces. Leemos el otoño en el cobre de las hojas, el deseo en la media sonrisa lanzada al vacío, el talento en la obra final. Aterra elegir callarse porque hablar es confirmar presencia. Aterra elegir callarse porque es dar un paso atrás y decir con mi gesto: soy la observadora que ve cómo todo sucede. Como los antropólogos en la Selva Lacandona. Como el urbanista que estudia nuestros ignorantes pasos conducidos por las lí209
neas del deseo en las ciudades, y nos trasladan como corrientes de un océano. Aterra elegir callarse, porque es recibir las flechas con la piel tocando el aire. «Comer, beber, dormir, significan vivir; leer significa existir». Quiero callar para releer el mundo y ver cómo lo hacen otros, para confirmar una vez más la posibilidad de múltiples verdades sobre una misma cosa, y amar los grises y las sombras y lo indefinido. No busco silencio ni tranquilidad. Al contrario. Deseo que lleguen tornados de palabras a mi habitación y fagocitar todas las hojas que se paseen entre mis dedos. Quiero que mi miedo a morir sin haber hecho nada se convierta en miedo a morir sin haber acabado todos los libros que quiero asimilar. Aunque olvide sus frases o sus argumentos en unos años. Ansío desgastar cientos de lápices subrayando frases y párrafos, para buscarlos algún día con gesto lunático porque sé que en ese libro hay algo que me robó una sonrisa o me golpeó el estómago. «He aprendido a amar el espíritu de la letra, más que a la letra». Que lleguen todas las señales sin más decodificador que mis 210
alfabetos, que a veces traducen y a veces inventan, pero es delicioso soñar con provocar deseo ajeno y es necesario el temor a no gustar. Yo, hoy, destruyo mi idea de hablar para existir, hasta que entienda que ser lo significa todo.
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Sofía Pinto ∙ Uruguay ∙
Sin título
4 de abril de 2015
Sillón gris de mi casa, Montevideo ¿Qué se hace cuando no se sabe qué escribir? Cuando las ideas son tantas que chocan, se superponen y pelean en vano por definir su forma, mas ninguna se completa. Tantas hay por atender que se metamorfosean hasta convertirse en una gran masa homogénea, uniforme e indescifrable. ¿Qué visión dar del mundo cuando no está claro con qué ojos se mira? Porque todo recae en eso, en quién observa. El objeto está ahí, aguardando a ser descubierto, analizado. Un universo colmado de subjetividades, vastas alternativas de interpretación. Por algo será que con nuestros ojos vemos todo, menos a nosotros mismos. Hay que comprender de qué manera tenemos que conocernos realmente. Averiguar la respuesta a la pregunta: ¿quién soy? Quizá por eso la humanidad se obsesiona con la imagen corporal. Tal vez es debido a ese irrefrenable e innato empeño por 215
conquistar lo que la naturaleza no dio posibilidad de controlar. El resto ve lo que uno muestra —y luego lo interpreta según su criterio—. ¿Uno ve realmente lo que muestra? Aunque no sé cómo vivir, vivo. Aunque no sé qué escribir, escribo. 9 de julio de 2015
Montevideo Momento de vomitarme, de sacar toda la bilis podrida que baila dentro de mí y no me deja vivir. Me llora el alma por los ojos y el cuerpo por los poros. No sé qué mierda es un pozo depresivo, pero esto debe de ser algo parecido. ¿Y por qué? Porque no me quiero y eso está mal. Porque sé que está mal, intento remediarlo y no me dejo. Ataque por dos frentes.
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Básicamente estoy en una espiral en la que yo soy el centro y las cuerdas que la rodean y la oprimen. Me hablo en tercera persona, me contradigo, me convenzo de algo y a los dos minutos ya hice caso omiso de lo que dije. Adopto posturas completamente opuestas con la misma seguridad, que se parece a un castillo de naipes en cualquiera de los casos, un soplo y se cae todo. Paso las veinticuatro horas del día sin cuidarme, no me quiero. No sé quererme. Lo intento pero, bueno, uno no elige a quién querer. De mañana, mientras camino a la parada, una parte de mí —entre la consciencia y la inconsciencia—, va pensando en si los cuatro seres humanos que andan en la calle me están mirando. Ya sentada en el ómnibus, cuestiono si es buena idea ir leyendo con el mate en una mano y la cartera en la otra, porque es difícil y tengo sueño; pero la gente seguro que piensa que soy inteligente. Y mientras leo, contra mi voluntad, haciendo malabares, mi cerebro gira para ver si la señora esa me está mirando, incluso sabiendo que nunca podré tener la certeza de qué carajo pasa por su mente. Seguro que está con la cabeza en su trabajo o en que dejó una barrida en el inodoro… Cosas más importantes para ella. La verdadera frustración viene cuando me planteo todo esto y la parte oscura de mí se ofusca, se cierra, se vuelve más es217
pesa, totalitaria y dolorosa. ¿Qué mierda se hace cuando ya intentó uno convencerse de que una actitud está mal? ¿Cómo se lucha con uno mismo sin salir lastimado? Quizá suene egocéntrico pensar que la gente del ómnibus va a gastar los minutos —que de todas formas pasan sin pena ni gloria— mirando qué estoy leyendo yo; también para mí lo parece. Pero sé que en mi cerebro no nace con esta intención, sino que surge desde la maldita necesidad de ser aceptada cada segundo, todo el tiempo. Sí, suena patético. No es necesario decirlo, lo tengo claro, por eso me frustro, porque lo tengo claro y no logro cambiar. «Querete» me vivo repitiendo, y suena como si le hablara a alguien más. Cuando voy a un concierto canto las canciones, aunque eso me impida disfrutarlas, para que los demás vean que me las sé. Entonces paro y me digo a mí misma: «Boluda, disfrutá, tu vida la llenás vos, no la mirada de un desconocido. Aparte nunca vas a saber qué mierda piensa», y sigo mirando, pero una parte de mí se quedó allá, prendida en los demás. Ni siquiera intento saber qué piensan, solo me urge demostrar cosas a extraños con papeles intrascendentes en mi vida. Típico. No me quiero y no hay otra. Es así. ¿Cómo carajo aprende uno a lamerse las heridas y no provocarse más? Estoy inten218
tando salvarme de mí misma y fallo en el intento. ¿Qué alternativa hay? Podría haber nacido en la época del Romanticismo. Escribía un par de vómitos como este pero preocupándome un poco más por la forma y el vocabulario. Sería un fracaso, me suicidaría, me volvería una gran artista de forma póstuma y fin. Pero no. Lleno mi mente de planes que después no llevo nunca a cabo pero tengo la excusa de que lo intenté (por «intenté» me refiero a planeé, como si mi cabeza fuera el mundo real). Después me pongo en víctima, cosa que me repugna, y mientras lo hago me observo desde afuera y me río y lloro lágrimas amargas por mi patética actitud. Así vivo, creyendo que pensando ya tengo mérito. Entonces freno, miro para atrás, miro para adentro y digo: «Pucha, no me dejo ser feliz». Y otra vez a razonar y razonar. A ver, Cortázar, decime cómo carajo se vive sin pensar. Un ingrediente que me faltó agregar: bailo en mi tristeza. Me baño en mis propias lágrimas como un niño que sale a saltar en los charcos después de una lluvia de verano. Me gusta estar triste. Lleva trabajo ser feliz y sería injusto afirmar que 219
me esfuerzo en ello. Por lo visto frenar mis pensamientos sentada en el bondi y decirme: «Che, no importa si la señora te mira o no», no funciona. ¿Hay alguna fórmula para quererse? Intenté irme de retiro espiritual dos días y hasta llegué a pensar que funcionó. Pero volví a mi entorno habitual y acá estamos de nuevo, vomitando palabras sin ninguna belleza, nada que invite a seguir leyendo. Empecé a escribir esto para mí y ya lo hice como si alguien más fuera a leerlo. Capaz se lo mando a mi madre. ¿Acaso no es esta redacción una excusa por mis actitudes? Al mejor estilo «miren mis defectos, los reconozco y no los puedo cambiar. Laman mi llanto y acéptenme así de indefensa y malherida». Una vez más en víctima. «Somos quienes somos», dice Bucay. «Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos», refuta Galeano. ¿Quién soy?
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2 de agosto de 2016
Patio de la universidad, Montevideo La profesora de debate dijo que merecía un aplauso de mis compañeros y compañeras. Cuando terminó el vitoreo, agregó: «Porque hoy se peinó». Me sentí tan inundada de rabia, de frustración. Lloré. Se sintió mal por verme así y su solución fue preguntar a los hombres de la clase: «¿No es verdad que es preciosa?». La señora no entendió que no me molestaba que marcara el estado de mi pelo, porque puedo hacer lo que tenga ganas con él, sino su actitud de exponerme frente a todo el mundo y creer que merecía un aplauso por «arreglarme», según su percepción. Siguiendo su esquema de pensamiento, obviamente, creyó que era una solución volver a poner los ojos en mí y subir mi ánimo por la mirada de otros, todos hombres, no vaya a ser que se le afloje el cinturón de la heteronormatividad. 5 de agosto de 2017
Sillón de casa de Nico, Palma Soy fuerte, soy una flor que sobrevive obteniendo su propio alimento, me hidrato, me cuido. Hoy me amo. Ojalá todos los 221
días sean hoy. 6 de agosto de 2017
Playa, Barcelona Por primera vez en muchos años, estoy en la playa sin pensar en cómo se verá mi cuerpo en bikini. Tampoco me importa la apariencia de los otros cuerpos. Después de tantos años haciendo fuerza para cambiar, parece que se dio de forma indirecta, cuando dejé de presionarme. Esto es resultado del ejercicio de la sororidad. Ser mujer es difícil; hacerse, mucho más. Pero se trata de eso, de hacerse, de moldearse. El feminismo, bien vivido en la esfera individual, es un valor que te lleva a la autonomía y a la construcción. Esa presión de estar hermosa, guiada por lo que muestran las revistas, siempre me hizo sentir demasiado flaca, un palo, un tero. Cuerpo que no encaja. Nos pasa a la mayoría de las mujeres. El feminismo vino a salvarme del terror de envejecer, de la presión de estar siempre depilada y siempre disponible para responder. Ahora veo cuerpos que son almas, fusiones de seres que quizá podrían cambiarme la vida, hermanas con las que luchar 222
codo a codo. 4 de noviembre de 2017
Balcón de casa, Pamplona Hay dos conceptos que bailan sin parar dentro de mi cabeza: libertad y amor compañero. El amor compañero es el que no ata, el que empodera, ayuda a crecer y fortalece la individualidad, mientras construye en equipo. Es el de la libertad. Acá empieza el conflicto. ¿Qué es ser libre? ¿Ser libre es ser individualista? No, eso es ser neoliberal. Vuelve a mí el asunto de la deconstrucción. ¿Qué de todo lo que nos enseñaron del amor hay que tirar a la basura? ¿Cómo elegir? Amar a alguien por lo que es, no esperar que cambie por nosotros, apoyarse mutuamente en todo; en eso estamos todos de acuerdo. Ahora, ¿es menos libre una pareja monógama que una que elige tener una relación abierta? Para amar libres hay que ser compañeros, con el contrato que a ambas partes, o a las que sea que estén involucradas, les haga bien. Nunca ataría a un compañero de forma explícita a 223
solo querer estar conmigo, de nada sirve, si los sentimientos andan libres, volando sin control. Sin embargo, amo esperando que me elijan día a día. No me haría feliz saber sobre la vida erótico-afectiva de mi pareja más allá de nosotros dos, pero nunca me opondría a que la tuviera. Si no somos como Simone y Sartre, que vivían en casas separadas, ¿no conseguimos la libertad? Deconstruir en base a modelos tiende a limitar. Cada persona debería cuestionar cada influencia, confiar en su criterio y elegir.
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Melanie Pérez Arias ∙ Venezuela ∙
Sin título
Los cuerpos El cuerpo es el lugar de las traiciones. Quieres aguantar, como los tuyos, pero tres veces al día te dice: «Aliméntame humano o te dejaré morir». Vivimos bajo su estado permanente de amenaza. Te contiene, pero no deja que te confíes. El cuerpo es un animal que ladra, que se retuerce. De hambre, de dolor, de placer. Escribo poco sobre el hecho de estar lejos de los cuerpos que amo, pero he llevado el mío hasta algunos extremos admisibles. El frío, por ejemplo, me ha curtido la piel, me ha secado. La humedad ha pasado a través de mí como una lluvia que no se ve, que irriga. Me ha crecido el pelo, alimento nuevas bacterias, solo no puedo no comer. El cuerpo se resiste a la invasión de lo nuevo, luego cede. Siempre cedemos. Algunos días me duele la espalda. Es un dolor viejo, como de chifonier. Un dolor que suena. Antes de dormir imagino que mi marido se para sobre mí, que me recorre. Es una fantasía más bien territorial, casi anodina. Estoy tendida boca abajo en la cama y él está de pie sobre mí, sus plantas se alinean con mi columna, me alivia escucharla crujir. Entonces me pregunto cuánto le tomaría ir hasta el Caribe sobre mi espalda para traerme eso que estoy esperando: los cuerpos gastados de los 227
míos. Su peso. El espacio que ocupan. Su hambre, también. ∙∙∙ En Venezuela, 4,5 millones de personas comen solo una vez al día. Todas las semanas mueren seis niños por no tener nada que comer. Octubre de 2017
Soy mujer y soy feminista Soy mujer y soy feminista. Me gusta decirlo en voz alta para observar las reacciones de la gente, ese rictus casi imperceptible en el rostro del otro, un ligero movimiento sobre la superficie del agua que delata la implosión interior. Antes necesitaba acompañar mi declaración con un pero: «Soy feminista pero no soy radical», «pero no estoy loca», «pero me depilo», como si aspirara a la remisión de un pecado que no cometí. Ya no me pasa. ∙∙∙
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Durante mi primera educación feminista podía jurar que casi cualquier cosa era una trampa del heteropatriarcado. Me sentía constantemente amenazada, en guardia, el blanco fácil de un sistema opresivo que en cualquier descuido podría arruinarme o, mucho peor, embarazarme como parte de su estrategia de dominación. En esa época no me quería casar porque era, ustedes saben, muy moderna. Renegaba de lo pop, me escandalizaba por el trato de objeto que le daban a Britney Spears en el video de I´m a slave 4 you mientras que secretamente tarareaba la canción en mi cabeza. El feminismo me generaba grandes conflictos. Olía a gaveta con naftalina, a tía abuela criticona con medias de nailon. La única militante feminista que conocía en persona era una brillante profesora de la universidad que se dejaba crecer los pelos de las axilas. La admiraba, pero no quería ser como ella. La mayoría de los escritores que me gustaban eran hombres. Alejandra Pizarnik y Virginia Woolf eran suicidas. La Maga me parecía un personaje desesperante. No encontraba en ninguna parte una idea de bienestar asociada con la emancipación. Quienes se atrevían a hacerlo diferente terminaban locas, muertas o deprimidas. Entonces empecé a hacerme preguntas.
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Dijo Simone De Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a serlo». Ocurre igual con el feminismo, llegas a serlo con intuición y perspicacia. No necesitas leer cientos de tratados, tampoco saber quién es Gertrude Stein, ni haber sufrido discriminación o acoso, solo preguntarte: ¿Haría esto un hombre? ¿Pasan por esto los hombres? ¿Diría esto si fuera un hombre? ¿Me preocuparía por esto si fuera un hombre? Entiendo la carga falocéntrica de tenerlos como unidad de medida porque reafirma nuestra «otredad», pero cuando exigimos igualdad de derechos lo hacemos con respecto a «algo». No podemos pararnos frente a la nada a gritar: «¡Exijo que me traten legalmente igual que a ti!». ¿Igual que a qué? Cuenta Leila Guerriero que una vez escribió una nota sobre mujeres en el rock y al poco tiempo se dio cuenta de que había sido un error. ¿Se escribe sobre los hombres en el rock como una novedad? La respuesta es no. Entonces es machismo. Todas hemos cometido ese error, porque el camino de la
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igualdad de derechos es empedrado, sinuoso. La discriminación se ha hecho cada vez más sutil, sofisticada. Una mujer debe preocuparse por cosas que un hombre jamás experimentará como, por ejemplo, si su colega le está mirando el escote o está escuchando sus ideas; si ese hombre que camina tras ella va a atacarla sexualmente; si debe reírse cuando acusan a alguien hipersensible de estar menstruando; si debe preguntar el sueldo de sus compañeros solo para asegurarse de que el pago es igualitario. Nuestros socios del género opuesto también tienen preocupaciones derivadas del hecho de vivir en una sociedad machista. No hablemos de la castración emocional a la que son sometidos con la vieja arenga de que los hombres no lloran. Pensemos en la salvaje presión productiva para ser buenos proveedores, quienes «llevan el pan a la mesa». La obligación social de pagar la cuenta, arreglar los carros, llevar las maletas, saber cómo cambiar una cerradura. ¿Por qué un hombre que se preparó para, digamos, trasplantar riñones o criar ovejas debe entender de cerraduras? Podríamos exclamar: «¡Pobres criaturas, necesitamos una revolución también para ellos!». La tenemos: se llama feminismo. Me harto de leer comentarios como: «¿Por qué no hay un Ministerio de los Hombres? ¿Por qué no hay leyes de pro231
tección para los hombres?» Amigos: la estructura de los Estados está diseñada para favoreceros, millones de años de cultura universal os respaldan, las religiones con más adeptos en el mundo excluyen a la mujer de sus jerarquías, están sobre representados en las cámaras del poder público, pero ustedes quieren un Ministerio propio para participar del rollo de la igualdad. Fabuloso. Afortunadamente millones de hombres han hecho suyo el feminismo. Lo hacen por sus madres, por sus esposas, casi siempre por sus hijas, pero también por ellos mismos. Entienden lo conveniente que es vivir en una sociedad donde cada individuo pueda desarrollarse según sus capacidades. Además, el feminismo trabaja para todos cuestionándose, incluso, cosas como los protocolos de seguridad que dictan «mujeres y niños primero». Estas son las conversaciones que tengo con mis amigas feministas: «imagina que eres Katie Ledecky y que tu marido no sabe nadar, ¿quién debería quedarse en la balsa con los hijos?» Visto así, el feminismo es una máquina global de hacer preguntas, por lo tanto, de producir conocimiento. Formo parte de un movimiento que me confronta, incómodo, que se arriesga a ser impopular. Me gusta. Tengo opiniones específicas sobre las ablaciones, el aborto, los sistemas de cupos. Me equivoco, me 232
atrevo. Soy feminista, voy a terapia, lidio como puedo con mis contradicciones. Me gusta Ariana Grande y soy feminista. Estoy casada, quiero tener hijos y soy feminista. Apoyo la prostitución independiente y soy feminista. Disiento de Madonna y soy feminista. Hay tantos feminismos como mujeres y hombres en el mundo. Todos válidos. Poderosos. Soy mujer, soy feminista, y esa explosión que ocurre cuando lo dices en voz alta son los prejuicios haciéndose pedazos. Es la rueda de la historia que no para de girar. Marzo de 2017
El cáncer y la trama interrumpida Los huérfanos de madre somos gente peligrosa. Si la perdimos en alguna etapa de la vida en la que podíamos experimentar el dolor con absoluta conciencia, crecemos con la idea de que nada —absolutamente nada— podrá lastimarnos tanto. Entonces, temerarios, vamos por la vida estrellándonos contra
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los afectos, buscando superar aquel umbral como un adicto que persigue el abismo de la primera patada de heroína. Perdí a mi madre a los dieciséis años. Murió de metástasis ósea después de luchar nueve años contra cánceres femeninos: de útero y de seno. Todos sus diagnósticos fueron tardíos. Cuando presentó problemas en el aparato reproductor le dijeron que era la menopausia. Cuando empezaron a dolerle los huesos le dijeron que debía bajar de peso. El de Ysabel fue uno de los 12,66 millones de casos de cáncer que se diagnostican anualmente en el mundo, de los cuales 1,38 millones, que es lo mismo que decir toda la población de Estonia, corresponden a cáncer de mama. Las estadísticas son crueles: el 98% de las mujeres pueden sobrevivir si la detección es temprana y el estadio de la enfermedad es localizado, pero solo 9,25 % de los casos cumple con ambos requisitos. Siempre sonrío cuando la recuerdo. Solía dar unos consejos terribles; era, ahora lo veo con claridad, profundamente ingenua. Para ella la resolución de los conflictos consistía en desbaratarlo todo y volver a empezar con un ímpetu desbordado. Le
encantaban los proyectos nuevos donde nada estuviera hecho, viajar a lugares a donde no tuviéramos mucha idea de cómo llegar, le aburría permanecer demasiado tiempo en el mismo 234
sitio e inventaba expediciones asombrosas que podían terminar en la Gran Sabana. Era sagitario y, como el centauro, podía patear muy lejos algún asunto que le disgustara para correr en la dirección contraria con los rizos al aire. Amaba su cabello. Cuando se le cayó tras la primera sesión de quimioterapia lloró como una niñita. Todos en casa lloramos juntos. Luego nos reímos a carcajadas por lo graciosa que se veía. Compramos unas pelucas que terminaron usando mis sobrinas en los actos escolares. Como sufría de calor, decidió llevar su calva-cáncer al viento. Probamos de todo: cirugía, quimioterapia, radioterapia, helados curativos de Yaritagua, brebajes milagrosos del Doctor Fulano, peregrinaciones a Betania, sanación de chakras, batidos de proteínas, terapia de abrazos, terapia de risas, psicoterapia, llorar hasta quedar vacías, preguntarnos por qué, todos los días, conocer otras pacientes, vernos en su dolor. Aceptar. Soltar. Morirnos. Hicimos de todo hasta morirnos, incluso los que quedamos vivos, porque nadie regresa incólume de la experiencia de la muerte. Desde entonces, las preguntas siguen allí. Qué pasa en ese cuerpo de mujer que no fue dócil, ni amable ni sabio cuando decide arremeter contra sí mismo. Por qué, justamente, los órganos 235
que definen el género. Por qué tanta rabia profunda, ancestral, anquilosada, contra lo femenino. Mamá se murió sin que pudiéramos averiguarlo y he pasado demasiado tiempo preguntándome cómo se recomponen emocionalmente las fibras de un tejido dañado, porque eso es el cáncer: una fibra rota. Decía Freud, con su particular misoginia, que el único invento destacable de la mujer en la historia de la humanidad había sido el tejido, que eso explicaba nuestra afinidad por el mundo de la moda. Quizá también explique la dolorosa realidad de miles de mujeres esclavizadas en maquilas, dedicadas al corte, la costura y la confección. La mano de obra barata de las grandes marcas de ropa es femenina y menor de edad, pero eso no lo previó el padre del psicoanálisis. El tejido nos oprime o nos libera. Por eso, si usamos el símbolo a nuestro favor, el huso, la rueca, la aguja y el hilo, funcionan para unir aquello que está separado, algo que las mujeres hacemos con maestría desde el inicio de los tiempos, aunque a Eva la hayan tratado de convencer de lo contrario. Si sabemos cómo unir, si uno de nuestros súper poderes es el enlace, entonces nos debería faltar muy poco para liberarnos del cáncer de mama. Bastaría con que tratáramos de conectar nuestro dolor con el dolor de los otros en una trama de apoyos concretos.
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Pero también de restituir el hilo que conecta a la mujer consigo misma. Con el reconocimiento, aceptación, hasta regocijo de lo que nos hace distintas, en el disfrute de nuestra capacidad de crear, sea un hijo, un proyecto, una empresa, un plato de comida, una obra de arte. ¿Podría tratarse de algo tan sencillo como aceptar que soy mujer, me gusta y no me pesa? No lo sé, pero como descendiente de una víctima de cáncer femenino es lo que estoy intentando. Los huérfanos de madre que murieron por estas razones somos legión, uno de cada cuarenta y dos pacientes muere dejando a un gentío herido por el mismo hilo roto. Porque, aunque todas las postales del día de la madre digan que los muertos viven, que te acompañan, que te protegen y hasta que guían las riendas del país, la ausencia es un hecho físico. Hondo. No puedo levantar el teléfono para preguntarle a mi mamá que haría ella en alguna situación o si quiere salir a tomarse un café. Tampoco puedo verla envejecer para hacerme una idea de las transformaciones que me esperan. Hablo del cuerpo y de los sentidos. De una proximidad que me fue negada. No puedo sentir su temperatura, apenas puedo recordar la textura de sus manos, ya no sé muy bien qué tan alta era. Y el problema no es que nada duela más que esto, sino que todo duele exactamente igual.
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Días antes de que mamá muriera, mi hermana mayor descubrió que había heredado sus manos. «Cuando mis hermanas te extrañen yo les diré que tengo tus manos», le dijo. Eso es lo único que tengo, las manos de mis hermanas a las que tejerme. Pero también estoy yo aquí, me tengo como prueba viviente de que mi mamá pasó por la tierra. Tengo mi voz para decir: soy mujer, me gusta y no me pesa. También tengo mis manos para tocar a los otros y tocarme a mí misma, porque nunca un eslogan fue tan acertado: «¡Tócate!» Para detectar algo a tiempo. Tócate para reconocerte. Tócate: tente contigo, no permitas que el hilo se rompa. No te separes de la trama.
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Laura Liz Gil Echenique ∙ Cuba ∙
Sin título
Día 26, Madrid
Amigos sobre el pasto, otro elefante. Anoche dormir con la cama de al lado vacía, limpiar los platos, desayunar con los amigos y ser feliz. Esta noche se abre una botella de ron cubano, ensalada y bolitas de pollo por tres euros. Me preocupa mi letra cuando escribo para mí. Llego adelantada a la cita con la amiga chilena que conocí hace dos años en Buenos Aires, me siento en el paseo de la Reina Victoria. Pienso: en un minuto alguien podría teclear en la máquina de escribir Olympia que desde hace unos días me acompaña. Mientras tanto, muy lejos de ese sonido alguien sueña palabras que terminarán siendo silencios. Un árbol pierde sus hojas y la cocina se llena de olor a café que no será compartido. Estas últimas acciones parecieran repetirse en bucle; sin embargo, todo cambia. Hay luna llena, tortilla de patatas, pisto, hummus, ron cubano, vino tinto, acento madrileño, acento chileno. He perdido mi acento cubano.
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Día 48, Buenos Aires
Regresar en el subte. Sandwichito de miga, niebla. Hacer listado de actos fallidos. Intentar encontrar la Buenos Aires de hace dos años y sentir que no es la misma. Hacerse preguntas sobre el futuro y que nadie responda al otro lado de la pantalla. ¿Estar acompañado o estar solo? Tumbarse en todos lados para mirar el cielo. Dibujar a tu amiga y que te salga vieja. Dibujar almas y energías. Dibujar rutas para regresar a una ciudad que la próxima vez que visites tampoco será la misma… Dejar algo… Dejar algo… Dejarse en algo… Día 49, Buenos Aires
Estoy pensando en el amor: el amor que se muestra, que se expone, que se ridiculiza en una vitrina, en un intento fallido de obra teatral feminista escrita por un hombre esnob. A diferencia de la historia que me cuenta una chica que recibió mis cartas, ese «teatro» no me produce nada. Me obsesiona la fragilidad. En mi cabeza la imagen de una chica con piernas desnudas y cabeza ensangrentada en medio de la calle, otro cuerpo muy cerca, no lo veo, me escapo. Queda la curiosidad. El enfermizo voyerismo de la muerte… No sé, nadie sabe, cómo saber a ciencia cierta la variable de la tragedia. Se lanzaron en un pacto con la muerte, se cayeron, 242
se amaron demasiado hasta precipitarse al vacío, se odiaron, se extraviaron sobre el pavimento y el aire. Me pregunto si algún corazón sobrevivió al impacto, ¿a quién tendrán que darle la noticia? ¿A dónde podría conducir esta narrativa estallada como los cuerpos sobre la acera? ¿Cómo rescatar con el amor la imagen de una ciudad a la noche con sonido de ambulancias? ¿Cómo encontrar y no poseer y no apresar? ∙∙∙ Tengo miedo, después. Encuentro a mis amigos de antes, parece que no ha pasado el tiempo. El chico dice que no viene pero aparece como una sombra con sonrisas y me invita a comer milanesas en su piso. Conversar, conversar, otra copa de vino, un par de orgasmos, un pato para la bañadera en el lavado y una taza de café rota. Después de las caricias siempre es más fácil soportar la cercanía de la muerte. Día 50, Buenos Aires
Exorcizar. Olor a tiempo. Tambor que suena a multitud en euforia. Una máquina para escribir cartas sobre recibos de supermercado. Llovizna en la mirada de la mujer azul. Antigua fábrica de aceite convertida en fábrica de alternativas a la soledad. Estar conjugada en presente y que hoy no se me muevan 243
las caderas como suele suceder. Estar y decidir cerrar los ojos, dejar la piel al ritmo de las baquetas. El silencio está escondido en las ranuras entre los adoquines. Algo acaba de ser conjurado: la mujer naranja y yo vamos a escribir cronogramas de visitas guiadas a la Antártida. Día 51, Buenos Aires
Olor a palo santo. Sabor a mermelada de naranja. Violín de fondo, desafinado, roto, victimario de un niño que aspira dominar las cuerdas antes de dominarse a sí mismo. Escuchar la nostalgia prematura de los que ya no están antes de haberte ido. Necesitar volver para entender que aún habita algún tango en la memoria caprichosa de una mujer con alma. Día 55, Edimburgo
Llego veinte minutos adelantada y tomo té con leche. La puerta del salón de ensayos dice algo que me tranquiliza; el teatro parece un laberinto. Habito la constante obsesión de escribir el mundo para sobrevivirlo. Hoy hablaron en el estudio sobre la muerte y la nada, pero nunca he sentido ese tipo de angustia. Incluso en los lugares en los que todo parece estar muerto, algo me recuerda que la 244
vida es permanecer. ∙∙∙ Hace 3.000 años sobre estas piedras se fundó una historia. ¿Cómo lograr contar en el palimpsesto el no tener ya ideas propias? Cazar las instantáneas y describir la realidad de forma objetiva a veces nos hace parecer talentosos. Esto que hago no me convierte en dramaturga, sino en fotógrafa. Día 57, Edimburgo
¿Qué es lo que gritan las aves que sobrevuelan mi cabeza? ∙∙∙ Me mira, solo por unos segundos. Voy detrás. Ambas caminamos rápido. Es tan blanca que pareciera transparentarse a verde. Su rostro está inundado de aritos de plata, labios oscuros, ojos de océano profundo o río helado. No hay nada más electrizante que la expresión del conjunto: la chica tiene miedo. No sé de qué o por qué, desde cuándo y hasta cuándo. Solo lo huelo y en el deseo de poder comprenderlo dejo de verla. Olfateo mi propio terror, el laberinto del tiempo en esta ciudad es también un reflejo de las rutas por las que a ratos 245
busco al minotauro. Mi temor no es el encuentro o el riesgo sino la ausencia. La audiencia. El silencio. Día 70, La Habana
Alguien me ha contado que hay que aprender a dejarse acariciar. Día 73, La Habana
El huracán es una patria en la que todos somos indocumentados. Este será el tema de mi próxima obra. Día 75, La Habana
Hoy me duele el horizonte de mirar y las ideas de pensarlas, siento que estoy muriendo con cada palabra no dicha, con cada silencio que debí haber poblado de gritos.
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Josefina Garzillo ∙ Argentina ∙
Fragmentos de La Buena Estrella
Trueno 1 - La búsqueda ¿De qué están hechas estas historias? De agua y truenos, de campos reverdecidos y mares revueltos y deseo… …escritas en cuadernos pequeños, en buses de corta y larga distancia, en decenas de camas y cuartos y playas y sierras y ríos. Transcripción de sueños y de historias que escucho, recetas de cocina, sabores nuevos que regala el camino y las guías del I Ching y la intuición como abrigos. Recorriendo Latinoamérica, pueblos de vida sencilla, reafirmo que ninguna persona quiere las bombas de la guerra, ni la dinamita de la megaminería, ni la imposición del miedo de algunos gobiernos. No conocí un solo lugar donde alguien me diga que es feliz en medio de la contaminación, de la hostilidad y de la competencia que las grandes empresas plantan en sus barrios y pueblos, siempre que haya agua y tierra para cultivar. Este viaje entonces es una revaloración de las energías da-
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doras de vida: agua, aire, tierra, fuego. Es también un ejercicio para desprenderme de las pieles viejas y reforzar aún más mi identidad verde, hija de agua dulce del sur, de mamá fuerte, campesina y laburante. Que existe por la poesía y por la música, por todas las formas de creatividad que nuestra especie inventa para no vernos tragados por el propio caos. Trueno 2 - Antes de la partida 28 de diciembre
La Plata, Buenos Aires, Argentina Cuatro y media de la mañana. Vito despierta por la luz del velador de mi bisabuela que le dejo al cuidado. Hoy me aguanta todo con una dulzura que me cuesta recibir. Ella es más consciente de este todo que yo. Termino de pasar unas notas, pido un taxi, Vito salta del sueño, armamos un cigarrillo disfrutando la fresca de la madrugada, suena una bocina. Me abraza, desde el auto la veo llorar. 24 de diciembre
El amor circula como una espiral. Me duermo tarareando algo del disco plateado de Shaman. Hoy amanezco oyendo 250
su tema La niebla con la noticia inabarcable de que apareció Clara Anahí, una de las bebas apropiadas por la dictadura. La búsqueda de Chicha, su abuela, se convirtió en emblema. Y muchos nos abrazamos llorando, diciendo: «2015, una buena». El veinticinco fue perverso y gris. No era cierto. Todavía no recuperamos a Clara Anahí. El cuerpo tarda en entender, en recuperarse. Demasiado ingrata la decepción. Seguimos caminando con el pecho de par en par… 25 de diciembre
En tres días salgo a un viaje deseado con paciencia durante años. No tiene estructura ni tiempo. Puede durar dos meses o tres años o que esa medida de tiempo pierda toda validez, si llega a transformarse en una cosmovisión para la que ya no me haga falta recorrer kilómetros. El viaje es una procesión interna, que se activa con estímulos muy diversos. Vito me enseñó una vez que trata de vivir cada día como si estuviera de viaje. Y este es un ejercicio nomás para salir del piloto automático para siempre.
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Trueno 3 – Bolivia 29 de diciembre
En una frontera al sur de Sudamérica Otra vez acá. La Quiaca-Villazón, tierra de trabajo para quienes viven a uno y otro lado de la frontera. Conocí algo del pulso comercial de ese puente internacional en un viaje anterior, en 2011, cuando andaba relatando historias de distintos pueblos del interior del noroeste argentino. Y ahora estoy otra vez acá. Para llegar desarmé la casa, vendí y regalé la cocina y los pocos muebles que tenía, mi humilde tallercito de encuadernación, mucha ropa y libros. Villazón es —otra vez— un puente. Su tierra me sella el pasaporte. Siento que algo se cierra y algo se abre en esa hoja entintada. 10 de enero
Hoy, en La Paz, el cielo se revuelve, se pone gris, mientras anoto la dirección donde encontrar a Silvia Rivera y a la Colectiva Chixi: «gris» en idioma aymara. Chixi es lo que se interrelaciona, lo que se mezcla y se funde.
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La casa es amplísima; hay una parte en plena construcción. Gabriel, el hombre con el que hablé para llegar hasta acá, es el maestro de la obra. Lo encuentro ahí mismo, serruchando unos listones de madera. Eugenia y Marina me reciben. Las dos hacen danza, vienen de Santa Fe, Argentina, a tomar el curso «Oralidad andina, imagen y narrativas». A ella la encuentro cortando el pasto a tijeretazo limpio. Con mirada cálida me invita a acercarme y ayudarla. Salto el alambrado, me siento a su lado y agarro otra tijera. Nos conocemos en ese silencio compartido. Silvia tiene unas trenzas largas que se unen en una sola punta sobre el final con lanas; igual a la mayoría de las doñas que veo por la calle. Cuando levanta la vista hacia mí, lo hace con la misma calidez con que dio la bienvenida. Sus ojos grises hablan clarito. Por eso, ahora, la palabra sobra. Antes de almorzar compartimos una ronda de coqueo y nos presentamos. De regreso al alojamiento con los compañeros peruanos intercambiamos sentires sobre América Latina: los progresismos que se van alejando y las derechas que arremeten, que tememos por Venezuela y el futuro de las revoluciones que soñamos. Que habla muy mal de nuestras universidades nacionales tener que hacer estos talleres en verano porque muchas academias de nuestros países no las reconocen como 253
cursos formativos, y entonces hay que invertir las vacaciones institucionales si queremos transitar experiencias educativas profundas e integrales como las del Tambo u otros colectivos de educación popular. ∙∙∙ Tres animales sagrados de la cultura andina. Cada uno habita y representa un nivel de poder. Lo divino, lo terrenal, lo subterráneo. Cóndor, Puma, Serpiente repito mientras me despido de esta ciudad. Estoy enamorada de La Paz. 11 de enero
Camino a Coroico Soy la viajera número diez de un transporte pequeño. Al lado, en el nueve, un chico saluda a secas. No recuerdo en qué momento dejo de ser «la gringa» que hace turismo en el lugar de su vida y se abre, al punto de que el camino se transforma 254
en tres horas de diálogo ininterrumpido. Carlos cuenta que su abuela sabe que los antiguos hablaban con las piedras: «Por eso dice que existen esas grandes construcciones en Tiwanaku» (sitio sagrado e histórico del altiplano andino, muy cerca del lago Titicaca). Vive detrás de El Alto, en un valle que se llama Achacoral, con dos lagunas muy grandes. Detrás del barrio más gigante y popular del país, detrás de ese mercado donde se consiguen desde papayas hasta partes de auto, está su pueblo. Otro de los surrealismos de Bolivia. Las nubes se condensan y no dejan ver la marca de la ruta en el camino de cornisa hacia arriba. Todo es agua y niebla. El aviso de Carlos me da algo de temor. Cierro los ojos y siento que todo va a estar bien. Sonrío. Lo percibe todo: es un hombre sensible y además tiene madre y abuela brujas. Ninguna mujer que no haya despertado su poder interno, su intuición, podría haber entendido que los antiguos hablaban con las piedras. A los pocos minutos el cielo se abre. La magia de ir camino 255
arriba. Puede llover torrencialmente y, al instante, que el sol queme. Comento que desde que fui por primera vez al norte argentino en 2010, llueve siempre que llego a un lugar. Que al principio protestaba hasta que una mujer me enseñó a agradecerlo, porque el agua en muchas zonas es un bien preciado y por eso significa abundancia y buen augurio. Ahora, mientras escucha, el que ríe es él. —¿Qué? ¿Qué? —Mi interrogación parece hacerle cosquillas. Ríe más y largo. —Vos venís llorando, por eso traés el agua. Eso dice mi abuela. 20 de enero
Viajo de Coroico a La Paz para conectar con Copacabana. La primera noche sobre el Lago Titicaca duermo largo y descansado. Al otro día recorro el mercado: un sinfín de hileras de cocinas donde las doñas fritan trucha, papa, pollo y churrasco. Los mangos son de un dulzor increíble. Las pibas se van a la Isla del Sol. Yo decido quedarme. Me 256
ofrecen trabajo en un restaurante familiar y, sin pensarlo mucho, lo agarro. Estoy a solo dos horas de Puno (ciudad peruana al otro lado del lago); otra vez, casi al borde de otra de las fronteras que se trazaron hace más de doscientos años en estas latitudes. La simple idea trae una sensación de algo que se cierra y se abre nuevamente. 22 de enero
Los bolivianos y las bolivianas son silenciosos hasta que entran en confianza. Sonríen mucho. La mayoría no pierde ese ritmo tranquilo, como de tiempo circular que los caracteriza, aunque estén cambiando dólares sobre una mesita en pleno centro de La Paz. Nada tiene precio fijo, salvo los helados de la marca nacional de lácteos Pil. Ni hoteles, ni alimentos, ni transportes de larga distancia. La economía del regateo duele un poco. No sé bien a quién le estoy dando o quitando. Un grupo de diez chicos entra al mercado de Copacabana, preguntan a una mujer el precio de las baratísimas bananas y comentan entre ellos en voz alta para que ella escuche: «Es claro que por cantidad nos va a bajar bastante». La chica sonríe; está acostumbrada. Soy yo la que se incomoda un poco, tengo 257
que admitirlo. Me quedo a un costado con mi bolsita esperando a que termine la secuencia. Hay mandamientos que se pasan entre ciertos turistas y viajeros (algunos, con bastantes menos códigos que otros) y para Bolivia la afirmación es: «Regateá todo». Sí, es cierto. Pasa. El pulso de la economía en este suelo tiene mucho de eso. Las vendedoras mismas lo practican, pero ¿todo lo que naturalizamos está bien? 27 de enero
Titicaca Va anocheciendo, me acerco a un muelle y hago de mi cuerpo una bolita, flexionando las piernas y sujetándolas con los brazos. Soñé con este momento. Miro ese manto negro-azulado completo, mientras el frío del agua me araña la cara. Así, hecha un bollito diminuto frente a tanta inmensidad, lloro a los pies de ese misterio ondulante. Ofrenda de agua para el agua. Agradezco haber llegado. Recuerdo las tardes en que imaginé este momento desde el sur del sur y disfruto el silencio. A mis espaldas, los comedores abiertos de par en par 258
ofrecen trucha y otros menús por veinte bolivianos. La calle está luminosa y colorida. Mientras, de cara al lago el mundo es otro.
*Esta es una selección de mis cuadernos por Bolivia, preparada especialmente para sumarse a la rueda de voces de mujeres reunidas por Índigo y pertenece a un proyecto más amplio llamado La Buena Estrella: relatos tejidos en viaje por América Latina, que comprende crónicas por Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala y México.
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Leyre Villate García ∙ España ∙
Sin título
16 de febrero
Pasé la mayor parte del día en la National Library. Me apetecía, ahora que por fin tengo la tarjeta, y cuando Aritra me lo propuso acepté enseguida. Era justo lo que estaba pensando. Hacía años que no iba con un chico a una biblioteca. Es como el colmo del romanticismo, y todavía más con esta lluvia. Me fui armada con hojas para escribir, pero me sentí extraña escribiendo mientras los demás leían. Me daba vergüenza pensar que Aritra me miraría escribir, me preguntaría qué estaba escribiendo, me daba miedo el juicio ajeno. Escribir es una actividad muy íntima, y la idea de que alguien me observe mientras escribo me paraliza. De hecho tenía toda la disposición para escribir esta mañana. Tenía ganas, había anticipado el domingo como día de escritura, por fin, después de agobiantes semanas de papeleos, trámites burocráticos y traducciones que me habían agotado. Tanto tiempo sin escribir nada decente, ni unas líneas, no me da la cabeza para pensar. El presente, con sus demandas rutinarias, me ahoga, el no escribir me frustra y entro en una espiral de estrés. Siento que me fallan las palabras, que me falla el español, mis neuronas no se conectan como antes. Necesito leer más y tener más tiempo para mí misma, para descansar y calmar mi mente, para imaginar. Para escribir. Hace meses que no soy capaz de imaginar nada. 263
21 de febrero
Creo que soy yo la que se condena al ostracismo. Ayer quedé con los de la ONG que conocí el año pasado, y compartiendo una cerveza tras otra, por fin participando activamente en una conversación en grupo, me sentí menos sola, más eufórica y, tras despedirme, triste y desolada. El problema del idioma tomó un fulgor de cuchillo, yo nunca podría tener una experiencia así en bengalí, me falta habilidad, conocimientos de gramática, conocimientos culturales para entender cómo fluye una conversación aquí. Pero luego nunca quedo con españoles, no me interesan, en cuanto llego a España ya estoy deseando volver a Calcuta. ¿Por qué? La necesidad de comunicar, de compartir, pero también la necesidad de estar sola, incluso aislada, se debaten. Como que necesito estar sola y con calma pensar y después compartir esas experiencias de estar sola con otras personas. Quizá no sea tan raro. A veces pienso que mi necesidad de estar sola es incompatible con mi deseo de conectar con los demás, que conectar con gente no es para mí, que se me da mejor estar sola, y cosas así, pero como sufro por ello igualmente me voy a sitios nuevos a empezar de cero y crear nuevas relaciones sociales para siempre acabar dándome cuenta de que todo se repite porque hay 264
algo que no cambia, que soy yo, que por muchos lugares a los que vaya y por mucho que evolucione yo soy yo, y aún encima elijo culturas e idiomas tan extranjeros que me lo pongo todo mucho más difícil. ¿Lo hago para tener una excusa donde refugiarme si me descubro incapaz de relacionarme socialmente? Ya lo dijo Paz: «No hay nada en mí sino una larga herida, una oquedad que ya nadie recorre, presente sin ventanas, pensamiento que vuelve, se repite, se refleja y se pierde en su misma transparencia, conciencia traspasada por un ojo que se mira hasta anegarse de claridad». Quizá sea yo la que se condena al ostracismo. Condena de no sé qué crimen. ¿Del de desear escribir? Es decir, ¿al desear escribir me castigo con soledad y aislamiento precisamente para escribir? ¿Es una estrategia o un premio? Tú quieres escribir, rodéate del ambiente adecuado, de tu habitación propia, de independencia, de silencio, de soledad y escribirás, sacrificarás tu bienestar social por la pasión literaria, sin traicionarte, siempre te gustó más la compañía de los libros que la de las personas, ¿no? Porque estando tan aislada por fin puedes conectar contigo misma, para estar sola pero sola contigo en la palabra, intentas descubrir quién eres o quién es éste tú/yo al que hablas y con quien discutes. El exilio te permite encontrarte a ti misma, estar en tu ser que es tu verdadera patria.
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7 de junio
Me he pasado las dos últimas semanas enferma. Psicológica y físicamente. Los tres últimos días apenas he salido de esta habitación cuadrada en la que llevo muriendo tres años. Tres días como tres años, enloqueciendo. Una habitación cuadrada, con una sola ventana que da a la parte trasera de otros edificios, a sus ventanitas minúsculas cerradas por contraventanas de madera que me impiden ver si hay algún tipo de vida en su interior. Siempre están cerradas. Da lo mismo. Desde mi habitación no se ve vida humana. La única vida que se ve desde aquí son los cuervos y los gatos que merodean por los muros. Gatos saltando, gatos durmiendo, gatos maullando en celo, cuervos planeando y posándose en la farola, oteando el suelo en busca de algún ratón muerto. Odio la farola con toda mi alma. Los meses más felices de mi estancia aquí fueron los que estuvo fundida. Durante esos meses tenía el privilegio de la oscuridad, de la noche. Aquí todas las noches son naranjas, no un naranja pálido, sino intenso como el azafrán o la cúrcuma. Empieza a encenderse a eso de las seis de la tarde, hasta las seis del día siguiente: doce horas naranjas, doce horas de locura por exceso de luz. Echo de menos las persianas. ¿Por qué las persianas solo existen en España? 266
Entre la farola y mi dolor, no hay quien duerma. No descanso, tengo sueños pesados como el plomo, me levanto como si tuviera resaca. La habitación está, además, recargada de cosas. Me sobra todo. Estoy deseando vaciarla, volverme ligera. Yo soy mi habitación, demasiado llena de cosas, de recuerdos inútiles que no me valen de nada pero me resisto a tirar por… ¿Romanticismo? Están todos desordenados, son incoherentes, y me hacen a mí incoherente. Me tropiezo con las cosas, cuando las busco nunca aparecen. Es difícil vivir así, rodeada de desorden. Si pudiera poner orden en mi habitación, en mis recuerdos, en mi vida, me curaría. Es difícil vivir, de cualquier manera. Recuerdos. Recuerdos. Siempre me ha gustado esta palabra. La memoria era la madre de las musas griegas. El poder creativo tiene su origen en los recuerdos, en nuestra memoria. En aquello que nos ha llegado al corazón una vez, lo suficiente como para dejar una huella. Desde el siglo XX —y perdona que me ponga académica aquí, aunque vaya a decir muchas inexactitudes—, los filósofos
han insistido en que el ser humano «deviene», que él se construye a sí mismo a medida que vive, que su propia existencia es la continua creación de su esencia. Me encanta como suena en 267
inglés: A-self-in-the-making. El caso es que ya estaba muy claro cuando lo dijo Beauvoir: «Una no nace mujer, se hace». Una de las ideas que más me interesa de los existencialistas es que ser un self es constituir una historia, una narrativa, en la que haya una consistencia y coherencia general. Es decir, para ser auténticos, hay que observar la integridad de nuestras narrativas personales. Es nuestro pasado —nuestra memoria—, lo que interpretamos y reinterpretamos y volvemos a interpretar para conservar esa integridad, para ser nosotros mismos. Todos los patrones con los que damos forma a esa amalgama ilógica y absurda que es la vida humana para convertirla en una historia me fascinan.Yo siempre imaginé la mía en torno al motivo de la búsqueda, de la quest. Aún recuerdo la sorpresa que sentí el día que lo dimos en clase de literatura en la facultad. Qué joven era entonces, qué inexperta e inocente. No sabía nada de las entretelas con las que la literatura estaba tejida, y descubrirlas me cambió la vida. No hay nadie más peligroso para mí que un buen profesor de literatura. No soy yo especialmente inmune a los encantos de la literatura. Aún recuerdo un par de profesores de los que me enamoré locamente en la facultad. Uno era mayor, el otro joven. Uno era un profesor experimentado; el otro, un recién doctorado, alto, con gafas, de nariz prominente, rostro delgado, pálido de biblioteca y pelo que nunca había visto un peine. 268
Lo que más me gustó del joven profesor no fue su nariz ni su pelo intratable, sino su manera de enseñar literatura. Hasta entonces no sabía que la literatura era filosofía, psicología, sociología, estética y eso indefinible que llamamos «lo literario», o «lo poético», todo mezclado. Antes de que me diera clase, la literatura era para mí tan solo un montón de nombres y fechas. Total, que yo iba por la quest. El héroe protagonista sale de casa inocentemente, se encuentra problemas inesperados en su camino, se monta un lío terrible, lo soluciona como buenamente puede, y vuelve la tranquilidad y la paz de su hogar para el resto de sus días, o hasta que vuelva a salir de casa. Vamos, el argumento del 80 % de todas las películas y novelas que existen. Pues esta búsqueda, este motivo que ha seducido a la especie humana para tejer millones de historias a su alrededor, siempre me ha fascinado de una forma innata. Salir de casa en busca de aventuras, meterme en problemas, arreglármelas como pueda, y volver a casa un mes al año, lo suficiente para recobrar fuerzas y volver a salir de nuevo al inhóspito mundo del no-hogar. ¿Cuántas novelas no escritas llevo ya vividas? Tantas vivencias y yo sin escribirlas, sin ordenarlas, sin darles coherencia ni consistencia…
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Julio, creo
La ciudad blanca. La ciudad una página en blanco. La ciudad sin recuerdos ni formas ni significados. Como un montón de arcilla a la que dar forma, página en blanco sobre la que escribir su historia, la de mi relación con la ciudad. Entiendo que esto es un privilegio. Y sin embargo, soy incapaz de escribir en ella algo que valga la pena. He escrito mal todos los recuerdos. Me he empeñado inútilmente en escribirlos acompañada, y escribir un libro a dos manos es muy complicado. Por otra parte, para mí, el pasado siempre es incierto. Nunca estoy cien por cien segura de que lo que recuerdo sea real, si no es que otra persona lo recuerda y corrobora. Me parece todo un sueño, terrible. Las cosas que imagino estando despierta y las cosas que recuerdo se funden. Por eso quizá me empeño tanto en compartirlo todo con gente, porque si hago las cosas sola me parece todo irreal, una ficción más como otras tantas, que mi vida es pequeña e insignificante. La ciudad contiene una celda desde donde esto se escribe. Se escribe la historia de una mirada sobre una ciudad, de una experiencia sobre una ciudad. Se dibujan las conexiones entre los lugares y las ideas y las emociones, hasta crear un mapa de experiencias. Aquí es donde uno se ríe, allí donde uno ve fantasmas, aquí es donde te enamoraste, allí es donde conoces siempre a alguien nuevo, aquí es donde pasear es introducirse 270
en la mente de la ciudad, allí es donde siempre encontrarás a un amigo, una silla y medio café solo. ¿Escribimos solo para hablar con el futuro? ¿Para seguir siendo escuchados después de nuestra muerte? ¿Por qué nos empeñamos tanto en sobrevivir a la vida? ¿Por qué rechazamos la idea de desaparecer para siempre? ¿Será porque, en ese caso, nos parece que no hemos existido realmente? ¿Será que escribimos para compartirnos y cerciorarnos de que existimos? ¿Qué más da que existamos o no? ¿Por qué queremos ser tan importantes, que generaciones futuras sepan quiénes fuimos nosotros? ¿No sería más sensato escribir para el placer de los contemporáneos? ¿Para ayudarles a pasar este ratito de vida con entretenimiento y conocimiento? Yo escribo porque escribir me hace sentir bien. Me calma. Las cosas así de inútiles son todo lo que tenemos. Después de la entrada anterior Decía Nietzsche que «cuando uno tiene carácter, uno también tiene unas experiencias típicas que ocurren una y otra vez». Tal cual. Me pasa mucho, cosas que se repiten. Como lo de empezar libretas y no terminarlas nunca. Como lo de empezar diarios y dejar de llevar la fecha. Como lo de los hom271
bres. Esta es una verdad de esas que no hacen la vida más llevadera, pero ayudan a aguantarse mejor a uno mismo. ¿Qué hacer con el carácter de uno? Cuando hablo con mi familia parece que existo, o más bien que ellos existen porque yo, lo que es hablar, hablo poco, y ellos todo lo contrario. Quizá sea que ellos no existen, y que los imagino yo para engañarme a mí misma diciéndome que debo existir porque tengo padres. Pero solo los oigo a veces por teléfono, que bien podrían ser voces en mi cabeza. ¿Qué parte de lo que creo que recuerdo es cierto? ¿Quién me puede asegurar nada? ¿Otras voces en el teléfono, palabras de otros en el e-mail? Mucho más que aire que respirar, me hace falta contacto, calor humano. Pierdo la noción de la realidad al no tocarla. Por ejemplo este papel tiene tacto. Este bolígrafo. El papel es rugoso y flexible, el bolígrafo es suave y sólido. No son cosas que creo ver, o que creo oír, son cosas que puedo tocar. No sé por qué el tacto me parece el menos engañoso de los sentidos. El tacto y el sabor. El café está caliente y tiene un delicioso toque a chocolate con leche, existe, y mi lengua existe al saborearlo. ¿Por esto me gusta escribir en cafeterías? ¿Porque en esto sitios soy más consciente de mi existencia? El tacto, el sabor, las palabras… ¿Es esta la prueba que necesito para saber que existo?
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∙∙∙ Ayer pensé, sin escribir nada. Pensé que me acordaría, pero fue un error, porque no recuerdo nada de lo que pensé. Puedo ver todo lo que vi, pero no lo que andaba dentro de mi cabeza. Algo relacionado con la existencia, seguramente, últimamente no pienso en otra cosa. ¿De la relación entre la (in)existencia y la (in)visibilidad? Lo invisible existe a pesar de. Los cristales de los escaparates. «De la transparencia a la invisibilidad, hay un paso», pensó el cristal del escaparate, «y de la invisibilidad a la inexistencia, apenas otro». Solo cuando se rompen parecen que existen. Ayer pensaba en darme la vuelta al mundo, y hoy pienso en quedarme dos años más. Ambas cosas las pienso con la misma seriedad, con la misma con la que cada mañana me digo que será un buen día, que haré ejercicio, que haré algo, y todas las tardes deseo matarme o matar a alguien, acabar con todo, con la misma seriedad. No escribir me hace daño, pero también cuando era más feliz no escribía nada. Esa es la mentira que me he estado contando todos estos años. No escribía ficción, pero ¿las cartas, el blog? Llevo un mes sin trabajar, inmersa en tormentos personales, y no he descansado nada, ha sido un doloroso cerco de fuego que cruzar. ¿Lo he cruzado? ¿Dónde estoy ahora? 273
Una acción no es el comienzo de algo, sino de alguien. Pero en mi caso, la acción de terminar una libreta solo significa que empezaré otra. Y otra. Y otra. Es como menstruar. ¿Terminaré esta libreta al mismo tiempo que me bajará la regla? Es luna nueva. Todas estas cosas me parecen llenas de inocencia. Llevo demasiado tiempo encerrada en Calcuta y, sin embargo, menstrúo. La naturaleza permanece en mí pero yo no la veo. La ciudad me inunda.
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Joana Sánchez ∙ España ∙
Feliz día del padre
3 de diciembre de 2015
—Papá, el martes es mi cumpleaños ¿qué me vas a regalar? —¿Ha sido ya? —No, la semana que viene… —Ah, pues te puedo dar algo de dinero… —No, no me des dinero, ¿podrías «regalarme» a Alberto? (Me mira.) —Alberto me gusta. —Y a mí, papá. Se lo he enviado por correo porque me ha parecido de lo más tierno. Pero ya no contesta a mis correos. Simplemente ha desaparecido de mi vida. Mi padre me produce ternura y mucho amor. Estoy agotada. Por las noches es complicado dormir porque a veces grita, esas pastillas no sé para qué sirven. Hoy ha dado un paseo, hemos ido de la mano y despacito ha bajado los ventiséis escalones y ha llegado a la portería. Ha mirado al cielo entornando los ojos pero al rato ya quería subir. Pero bien. Bien por él, y a mí también me ha sentado 277
bien un poco de aire. 17 de junio de 2017
Son casi las tres de la madrugada. Mi padre pelea contra la muerte desde las once. He venido asustada y entera. Ahora le observo en esta gélida habitación de hospital, muerto, pero con respiración asistida. Gana él. No quiere dejar la vida. Parece dormido. Con su pelo rubio, sus rizos y su torso atlético. Oigo las máquinas de oxígeno. Mi madre, a mi lado, rota por el dolor y el cansancio de cuatro años duerme apoyada en la pared. No quiere dejarlo solito. Miro a mi padre y me dan ganas de acurrucarme a su lado. Y que me diga pesada por pedirle más besos. Creo que no me lo creo. Quiero que esto acabe y, por otro lado, no. Que no se vaya. Le he dicho te quiero cuatro veces al oído. Y le he llamado: «Papá», y él ha levantado las cejas. Yo sí le dije te quiero muchas veces. 6 de mayo de 2017
Noche en blanco. Ya no sé lo que significa dormir. Pero estoy 278
guapísima con mi pelo zanahoria, mi padre me dijo la primera vez que lo vio: «Parece un pimiento», y me hizo reír. Hoy quiero salir. Es sábado y ya no me acuerdo de bailar. He duchado a papá, he limpiado el cuarto de baño y Esther, que ha venido con mi hermano, me ha secado el pelo. Qué sensación más buena. Ya no me acuerdo de lo que significa que alguien cuide de mí. Esther me ha dejado la primera parte de Guardianes de la galaxia. Hace unos años jamás habría ido a ver una película de este tipo, ahora agradezco que nos escapáramos al cine con los descuentos, me entretuvo mucho. Pienso siempre en la frase de Allen: «Me gustaría vivir en una película». Estoy agotada. Esto de ser yo sola la cuidadora es demasiado. Y no puedo y no debo caer enferma pero la puta alergia en el cuello y en los ojos no se me va. Miguel dice que es el estrés. Será, porque jamás he tenido alergia a nada. 15 de febrero de 2017
Hoy no me apetecía cambiar a mi padre. No tengo ganas de hacer nada. Estoy cansada. Solo quiero hacer el vago por una 279
vez. Un día. 30 de enero de 2017
Nueve de la mañana. Visto a papá y le doy el desayuno, recojo la ropa, ayudo a mamá, friego, barro y doblo la ropa. Me voy a llevar a papá a dar un paseo. El paseo de hoy, regular. Él no quería, y un tonto a las tres me dice desde la montaña por dónde debía pasearlo y que tuviera cuidado. Dios… Me ha puesto nerviosa la situación. ¿Ese hombre qué sabe? Hacemos las cosas tal y como nos dice la fisioterapeuta y yo lo llevo bien agarrado, jamás se ha caído. Yo no me meto en la vida de los demás. Estoy agotada. 12:43, voy a trabajar. Después de fregar me he tomado dos cápsulas de amapola de California. No entiendo a la gente que no tiene ni idea de lo que significa cuidar de una persona como mi padre. Me paso las veinti-
cuatro horas pegada a él como si fuera mi hijo. Ahora es como mi niño pequeño, como el niño que no tengo y lo hago todo lo mejor que puedo y viene este hombre a darme lecciones. Igual he sido exagerada con él pero estoy al límite.
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17 de enero de 2017
Hoy está nublado. Ayer fue un día muy bueno. Bajé a dar un paseo y fui a casa de Rachida. Hablamos mucho. Le di el regalo a la niña y después ella subió con fruta. Mis padres fueron a San Juan por la mañana y yo he preparado la comida. Algo ha hecho clic en mi cabeza y me siento animada y con confianza. Hablé con Valentín pero nada más. No podemos quedar. Él dice que entiende mi situación porque trabaja en una residencia, pero cuando termina el trabajo se marcha a casa. Yo no. Yo paso veinticuatro horas con él. Mi madre tiene el brazo todavía mal. Yo soy quien lo mueve, quien lo limpia, quien lo cuida, quien le canta… Pero él no es un extraño, es mi padre. No creo que jamás quede con este chico y parece majo. En el fondo creo que me da igual.
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5 de noviembre de 2016
Hoy, por fin, he dormido bien. Sin ruido en los oídos, vértigo o ansiedad. Estoy triste por mi padre y por salir tan poco. He colocado la compra de Carrefour. Pero no quedo con Esther. Ánimo. Es normal estar así. Adelante. 2017
Propósito de Año Nuevo: despertar a la mujer luchadora y seguir con mi vida. No me la quiero perder. Ayer noche tomé las doce uvas, me puse algo rojo y brindé con Coca-Cola. J.Ángel me felicitó, creo que me gusta. Mi padre se acostó aunque cuando no estaba enfermo tampoco le gustaba esto de tomarse las uvas, pero mi madre ha preparado dos platos para nosotras y hemos tratado de sonreír y de hacer como si todo fuera normal. Mañana iré con Esther a comprar los regalos de Reyes y lo pasaremos bien. Con ella haciendo cualquier cosa me lo paso genial. Antes también, pero ahora valoro más esos pequeños momentos. Tengo muy buenos amigos.
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22 de junio de 2017
Son las cinco y media de la mañana. Mi padre se aferra a la vida. Le he acariciado un millón de veces. Estoy a su lado. En este hospital helado con personas con la profesionalidad en el corazón. Le quiero. Ya no almorzaremos juntos. Ni habrá paseos. Ni canciones. Solo queda esperar que al alba te vayas. Y no sufras. Eso es amor. 25 de junio de 2017
Mi padre ha muerto. Ayer fue el funeral. Vinieron personas que ni avisamos y que se habían enterado por otras. Le han visitado en el hospital donde ha permanecido siete u ocho días. Hemos pasado la noche con él. En mi caso, le he cantado, le he puesto música y chistes de Gila. Algo poderoso nació en mí cuando él comenzó a convertirse en un ser dependiente, cuanto más grande era su debilidad física, más grande la fortaleza mental mía. Estoy entera. Orgullosa de mi labor. Orgullosa de mi madre, de mi tía, de Esther, de mi hermano y de todos los que nos han acompañado en este viaje. Ley de vida: las personas mueren, lo sé. Pero, a pesar de ello, el 283
amor y el buen ambiente que hubo (dentro de la tristeza) me hizo comprender y creer aún más en la importancia de llevarte lo mejor posible con tus semejantes y admirar la entrega sin esperar nada a cambio. Mi padre era «raro» como tú. No le gustaban los actos sociales. No creo que estuviera a gusto en su funeral y yo traté de que todo fuera como a él le hubiese gustado. Nada más. Le quiero. Le querré y he aprendido mucho de esta experiencia. Sobre todo a dejar el rencor atrás y la importancia de ser cuidadora. Cuídate y sigue escondido. Joana
Le he mandado este correo a Alberto, ¿para qué? No lo sé. Lleva tanto tiempo desaparecido que mis palabras se quedarán ahí flotando en la red de redes pero debía hacerlo. Me salió del alma. Ahora el haber roto con él y tantos problemas me parecen una estupidez. Todo el mundo me dice que soy fuerte, 284
que estuve muy entera tanto en el hospital como en los días posteriores. La gente, incluso la buena gente, no sabe lo que tengo por dentro.
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Priscila Vallone ∙ Argentina ∙
Sin título
Nota de diario XIV Cuando aparece una estela anaranjada asomando por la ventana. Cuando la tibieza del cielo tiñéndose de azul a dorado te moja las piernas. Cuando el borde de la piel pierde su carne para ser momento. Plenitud. Contemplación. Cuando salir de la cama no es más motivo que quedarse en ella. Cuando todo este momento se vuelve en un segundo y sin aviso tristeza sin sentido. Y el cuerpo paréntesis pregunta silencio. Intimidad. Calma etérea. A veces los ojos hundidos en la nuca. A veces amanecer sin pausa. Qué es pensar cuando no hay pausa. Cuando la razón se dobla a la mitad de su mitad y se desenvuelve en otro espacio paralelo —donde te ves— anocheciendo. Haciendo eco. Desmenuzando entre sol y sol cada partícula de ausencia. De luz para que no se vaya. A veces anochecer en pausa. Donde todo está quieto menos la huida interna. Querer salirse por los bordes y rebalsarse de presencia. Crear un yo múltiple y permeable que no sepa ya qué es. Dejar algo móvil en su deriva. A veces corporizar la nada. Otras hacer del cuerpo un verbo. Desintegrar un espacio y luego otro hasta configurar este universo: donde el sol que aún no nace moja los labios y la espalda. Donde ya/no/hay/ca(l)ma de donde entrar o salir. Donde no hay motivo ni razón aparente. Donde no hay espacio posible salvo aquel del que te querés ir.
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Nota de diario XII (Te oía ir de una habitación a otra. Paso por paso hacías puente de un tiempo a otro. A cada sonido una huella y cada huella un barro. Para secar. Para encontrar endurecido en mitad de la noche. Y pensar quién estuvo allí acumulando presencia sin agotar sus símbolos. Cuántos pasos han sonado. Así de espeso es el tiempo. De ayer a hoy, veinticinco pasos. Cada uno encontrándose con el sonido de los pasos de la noche anterior. El tiempo es un eco que multiplica la huella. Desata los cuerpos del barro y los vincula a los cuerpos que vienen detrás. La presencia es un símbolo y el tiempo un recurso. Una cualidad maleable donde depositar cada esencia. Todas las posibilidades de hacer barro o hacer hueco. De hoy a hoy, doce pasos. Paso por paso te oía marcando tu existencia. De un tiempo a otro camino huellas hasta encontrar su sonido. Voy de una habitación a otra contando pasos para preguntarme cuántos son los míos y cuántos pasos ha sonado mi otro cuerpo que viene detrás.)
Sobre el suicidio (A veces me siento al borde del balcón como si estuviera al 290
borde del universo. Me pregunto cosas que me anulan. Me reducen lo concreto para ampliar el vacío en el que toda vida es un abismo. Por qué esto me genera una nostalgia sin fuerza. Por qué miro con atención. Por qué bailo. Por qué compongo imagen. Por qué coreografío. Fotografío. Por qué me pregunto. Indago. Por qué cuestiono. Dudo. Por qué nunca estoy a la altura. Por qué siento tanto. Por qué me parece poco. Cuál es la búsqueda. Qué sigo. Hacia dónde. Por qué voy. Por qué vuelvo. Cuánto hay de real en lo que decido. Qué propone lo que digo. Lo que callo. Lo que hago, lo que no hago. Cuánto modifica. Cuántas veces tiemblo. Cuánto el tiempo que merezco. Por qué lloro cuando está todo perdido. Cuando encuentro sentido. Cuando el horizonte se vuelve piel. Cuando recuerdo. Cuando amo. Por qué quiero germinar amor y hacer raíz en la vida del otro. Por qué me empeño en guardar la experiencia en el cuerpo y así revivir desde cada órgano, cada pelo erizado, cada hueso. Por qué quiero escuchar aquello más allá de lo que se dice. Por qué la densidad del silencio. Por qué me importa la mirada. Por qué el vínculo. Por qué deseo. Por qué preguntarme dónde es casa en lugar de cuándo. Por qué me siento inerte. Pausada. Fuera de eje. De lugar, de tiempo, de espacio. Dónde estoy cuando me ausento. Por qué me cuesta. Por qué quiero dejar ir a la vez que quiero que se quede. Por qué quiero. Cuándo termina. Cuánto fue. Por qué no me pregunto cuánto será. Cuánto dura la permanencia. Por qué mi despedida frágil. 291
Por qué el hastío. Por qué a veces la sombra de mi sombra. Por qué la moral. La culpa. Discernir entre lo que uno haría y eso que uno haría si no fuera uno. Por qué esta construcción y no otra. Por qué el dolor como la carne propia. Por qué si no escribo cada cosa significativa siento que se pierde, que pesa tanto en el mundo que lo merece, que si no lo hago estoy en falta. Y me falta. Siempre estoy en falta. Dónde reside la sensación de estar completo. Qué llena un cuerpo. ¿Es la vida una búsqueda infinita? ¿Puedo dejar que la existencia transcurra como un tránsito en su tiempo? ¿Qué hay después de alguna respuesta? Qué es seguir. Qué es parar. Se termina cuando muero. O cuando dejo de hacer. De pensar.)
Amanecer en vigilia (Cinco horas. Ese es el tiempo que duerme mi cuerpo. Mi cuerpo como si no fuera yo, a las cinco horas de sueño me despierta. Desde que tengo catorce duermo al reverso del sueño, me pasaba la noche leyendo y luego me dormía en la escuela; el 292
último año me dejaban dormir en enfermería. De a cinco horas voy durmiendo en el día, y si quiere dormir por la tarde mi madrugada es desvelo. Una vez de dieciocho a veintitrés. Luego de once a dieciséis. Anoche logré dormirlo a las dos. Hace diez minutos me despertó. Mi cuerpo como si no fuera yo, como si todavía el día manejando mi naturaleza me llevara aquí o allá. Sueño cosas. Sufro de múltiples parálisis. A veces me ahogo, a veces logro gritar. Controlo algunos sueños, algunos fragmentos de sueños. Sueño cómo pasó alguna cosa o pasará. Sueño en otro tiempo, doblemente denso, en el que el yo se ve desfasado en el espacio. Sueño con los muertos donde tienen voz. Sueño cosas que no son sueños. Despierto. Como quien me abriera los ojos al día hipnotizada. La mañana gris entre las sábanas. Buen día cuerpo. Buen día otra voluntad.)
Retrato de un insomonio (Me quedé despierta hasta las diez de la mañana. Me quedé 293
dos horas mirando a la nada. Mis ojos se caían, mi mente permanecía plana, inerte. La habitación del todo gris y la lluvia azotándose en la ventana. Me quedé ingenuamente esperando algo parecido a la poesía. Así yo no hubiera estado ahí, así ninguna cosa hubiera estado, la poesía igual estaba empujando desde el subsuelo, obligando su existencia, siendo la fuerza cuya consecuencia es el mundo. Contemplar es una forma de estar en la vida y escribir es una forma de mediarla: el estado de poesía es un oasis en el tiempo. O es el hueso ardido. O es la médula del espíritu. O la pupila penetrando el espacio de la nada. O el tiempo mismo, o quizá no es nada que se le parezca. Pero es. Y es anterior: anticipa el universo: cada fruto-atmósfera-destino: ¿cuántas horas tiene un cuerpo hasta quebrar su piel helada? Me quedé quieta y no encontré nada. De tan inmóvil en mi oído agudo un golpeteo resonaba. Era mi sangre en estado de ebullición. Era mi cuerpo que me encontraba.)
Nota de diario XI Yo tenía un hermano físico, de huesitos largos y poca carne. 294
Hoy venía por la ruta cuando de repente tuve que bajar la velocidad: dos nenes se me cruzaron, tranquilos, mirando para un solo lado, que era el contrario al que venía yo. Tendrían diez años, uno cruzaba con una bicicleta a su lado. Recién cuando pisaron la vereda, sentí que mis latidos se calmaban y un alivio profundo de existencia. Los vi alejarse como un cuchillo atravesándome lentamente el pecho, hasta perderse entre las casas. En cuestión de segundos imaginé mi vida si mi hermano físico hubiera tenido ese tiempo, si hubiera sucedido tal cual sucedía ahora. Y en lo que duró mi llanto incontrolable que se llevó toda mi fuerza, sentí cómo yo dejaba de existir, nublada, intermitente. Yo tenía un hermano físico, que también cruzó una calle pero dejó de ser. Ahora tengo un hermano etéreo que me desafía a percibir su luz. La imagen de estos niños se repite en mi mente sin que pueda frenarla. Sin que pueda dejar de pensar mi vida ahora si él hubiera llegado a pisar la vereda.
Sobre la conducta y el cementerio (Llego al cementerio y no sé por qué estoy ahí. Por qué este sentir que le debo una visita a los muertos. Como si ellos pudieran sentirlo, llego visitándolos a todos. Me acompañan en mi camino recto hacia el fondo y luego a la derecha. Saludo a 295
Belén y le pido permiso para sentarme en su banquito. Lo más perturbador del cementerio es la quietud. Cada tanto un soplo hace resonar campanitas en el silencio. Y otra vez quietud. Algunos adornos que se mueven dentro de los lechos como si quisiéramos que externamente la quietud no alcanzara nunca a nuestros muertos. Yo presencio breves minutos de esta quietud. Imagino este estado en permanencia cuando no hay nadie para atestiguarlo. El cementerio solo, sus campanitas, adornitos que se mueven, el sol posándose siempre sobre los mismos muertos, mi hermano tiene poco sol pero él no se da cuenta. No sé realmente qué mirar. Cómo mirarlo. Hay cosas que estaban en mi casa y ahora están acá. Tengo fragmentos de memorias, imágenes que no sé cómo contener. Acá parece que las cosas y la vida se aíslan de su contexto. Es la sensación de un tiempo detenido, de todo aquello que no transcurre. El cementerio se me aparece como un vacío que venimos a llenar de incertidumbre y espera. De memoria y lágrima. Del gesto que nos lleva a revivir brevemente el último lugar al que cedimos a nuestros muertos. Y cuando nos vamos, el cementerio también se nos viene dentro.)
Nota de diario III
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18 de junio de 2014, 3:45
Llevamos lo que traemos. Ahora puedo imaginar un lugar luminoso. Donde hay un contorno visible y amorfo que se llena de nuestra esencia. Imagino que seremos recibidos con amor. Quizá hay un amor que aún desconocemos, doblemente profundo, oscuro al punto de no distinguir ninguna forma, sombra, detalle. Si hay un tránsito, quizá nos lo dé. Y todos nuestros viajes sean para recibirnos del otro lado y recibir lo que traemos. Donde permanezcamos, llevaremos nuestra crudeza. Cada una y en sí mismas las esencias se sofocan y dispersan. Hay un subsuelo para todas las existencias que no nos contienen. Y quizá también haya un amor inimaginable. Una fuerza que late ad infinitum. En los que están acá y en los que están allá. Donde el estado de todas las cosas convergen, donde se vinculan nuestros tiempos y personas. De ahí algo me tira del sueño y me exige que entienda: no hay nada que simplemente desaparezca ni nada que pueda desprenderse de tal amor. Los lugares luminosos que imaginamos son lo que traemos. Ahora concibo este vaivén de universo. Que nos lleve. A habitarlos.
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Sol Iametti ∙ Argentina ∙
La canción de la ternura
El ejercicio inequívoco de la poesía, la palabra como antídoto. Bostezo de desvelo que acaricia la piel mientras todo lo mío se hace tuyo, y desvanece. El temblor cachorro que avanza, abriendo un espacio donde todo se hace música.
Marzo de 2015
Yo canto a través de los muros «Por la fisura yo murmuro.» —Julio Miranda ∙∙∙ Hay algo que puedo asegurar: de todos mis pasados insolentes, he aprendido. ∙∙∙ Soy una ciudad invisible de atardeceres de fuego, un murmullo vital; una extremidad fantasma de amor y poesía, de magma y palabras, que trasciende del papel a la bocanada del mundo. ∙∙∙ 301
Yo canto a través de los muros. Junio de 2015
Hubo un otoño. Viernes. Ha salido el sol, pero no sé la hora exacta en la que escribo. Se ha caído el reloj de la mesa, se ha quebrado el cristal, se ha perdido el minutero: atisbo de revolución contra el tiempo. Encuentro el espacio azul que va de la causalidad hasta mí misma y avanzo. Color que cae como el agua, y lluvia. Color que cae. Augurio que avanza como el sol sobre el otoño. Hubo, extenso, alguna vez. Julio de 2015
Corazón de pájaro I. Soy el lugar que se mueve en las ciudades; las notas en inglés abandonadas en París; el llanto en Sacre Coeur. Los hospitales a las tres de la mañana. 302
II. Escribiré poemas en inglés y en francés austero y los sembraré en cada puente; o no, transcribiré la poesía y me despojaré de setenta y nueve secretos a la vez. III. Me regalaré un cielo de nostalgia. Octubre de 2015
El significado de todas las cosas Busco con la poesía aromar el aire al borde de una infinidad sostenida. Por ejemplo, decir: en dónde fuimos. Por ejemplo: esconder la herida. Por ejemplo: un lugar al que llamar hogar. Hay una presencia que mora en la canción del retorno, quiero decir, la canción de las cosas ansiosas de ser que se repite una y otra 303
vez, incesantemente sin puntos ni pausas, como manos lluviosas de prosa, como boca viva en la que nace la poesía. Noviembre 2015
Rastro de existencia Te digo: «¿Cuánto pesa el cuerpo de un hombre sobre una mujer?» —Hagamos silencio para oír el sonido del mar —respondes con los ojos cerrados y una mano en el pecho. Cierro los ojos y siento cómo nos vamos convirtiendo en el rumor de las ciudades que hemos visitado; la infancia que hemos transitado, algunos días cabizbajos y otros con la certeza de que todo iba a cambiar para mejor. Al abrir los ojos te digo: «¿Existe una salida para todo lo que hemos aprendido, para las creencias y las medidas de caución?» —Sí. Oye el sonido del mar. El mar ES. Aquí está la respuesta. 304
Te miro confundida porque todavía estoy aprehendiendo los movimientos del mundo y el ritmo lunar. Y aun así poso una mano en mi pecho, cierro los ojos y me imagino en la orilla. Repito la frase hacia adentro: «EL MAR ES». Repito la frase y luego mi nombre. Te pido: «Pregúntame cuánto pesa el cuerpo de un hombre sobre una mujer». —¿Cuánto pesa el cuerpo de un hombre sobre una mujer? —El mar. Diciembre de 2015
Oración sin pausa «Cada día tu nombre fue mi oración sin pausa. En el principio dije y luego dije y dije. Mi voz golpeando contra el silencio helado.» —Florencia Walfisch Te escribo desde la anulación de la distancia y los relojes, desde su ausencia. Escribo el silencio de fronteras que, inmi305
nentemente, constituye la voz del poema. Abril de 2016
Frontera Sentir que entre lo que era y lo que soy hay un renglón de distancia. Mayo de 2016
La noche eterna «En el centro de todo está el poema / intacto sol / ineludible noche.» —Blanca Varela Hoy el amor tuvo rostro de fusión entre la tierra y el cielo; la inmensidad del cuarto oscuro de una ciudad ardida, de presagio de invierno, de pulsión y de vértigo. Ventana al vacío; signo de miedo que suscita la vida, margen que me acerca al amor. Una voz blanca me dice: hay que saber elegir con quién esperar a que rompan las olas; hay que saber esperar por quién 306
dejarse empapar. Estremecimiento y placer del corazón que busca. El viento de la costa me trae recuerdos de un índice posándose en los surcos de mi boca como dócil jilguero, hoja de otoño que cae sobre su lecho familiar. Me digo a mí misma: «No es fácil escribir una pulsión, pero no liberarla es agonía secreta». La intimidad golpea las puertas de la jaula para salir a jugar, contigo, conmigo, con la sombra de nosotros. Te escribo erótica, danzando sobre la tumba de la hija, colmada de acordes salvajes, y el hambre perpetuo de rebalsar como garganta del Nilo. En las tinieblas del Mar estallan mis átomos en estrellas indómitas. Las estrellas no duermen. Escribo agitada con las piernas cruzadas para frenar la cadencia de los ecos de tu cuerpo, pero las palabras y la tinta no me dejan mentir. Escribir es responder a un llamado a la acción. Escribir es intentar la libertad en mí misma.
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Junio de 2016
Ebria de aire «Hasta la raíz», repito hacia adentro con los ojos cerrados, con la súbita intención del océano. Voy, ebria de aire, como Emily Dickinson. Tuve que viajar a la raíz para entender-me. Tuve que virar la mirada hacia mi tierra natal para aprender a aprehender, como quien mira su tórax y se abre al medio con voracidad en las manos para ver de qué está hecho. Pienso en mis padres. Comprensión honda de los hechos: hicieron lo que pudieron con lo que aprendieron. Asimilar. Agradecer. Aceptar. Padre, madre: me estoy haciendo mujer. Escribo la voluntad, la dicha. Escribo mi propia forma de consumación. Junio de 2016
Estremecimiento del corazón que busca 308
Voy a nombrar todo lo que ha logrado filtrarse por debajo de mi piel para darle identidad a este miedo de dejarme querer. Todo lo que sucede nos excede. Todo lo que sucede es parte de lo que somos. Todo lo que fuimos es parte de este aprendizaje de ser. Me hago testigo de mi propia religión: renacer siempre. En mi capacidad de renacer está mi libertad. Pero el renacimiento no sabe de ciudades. Sabe de serpientes que vibran en el cuerpo, experiencias que se filtran por debajo de la piel. Lo siento mucho, bonita: la vieja voz debe morir para habitar una nueva… Para no temerle a la raíz. Estoy en plena revolución contra mí misma. He iniciado una búsqueda: encontrar la melodía del temblor que me posee. Estoy cambiando de piel len ta mente.
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Julio de 2016
Madre La capacidad de crear. La capacidad de traerme al mundo.
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Laire Sur ∙ España ∙
Sin título
Último día de mayo de 2017
Freiburg Ayer salí al balcón y me quedé en paz contemplando el tenue olor a vida, lo ligero, la oscuridad que se pierde en el puntito de un cigarrillo por allá, de una cocina, de mi vela. De mi paz. Los sonidos de la noche me traen recuerdos a los que no sé poner nombre. Solo sé que es la mezcla del olor, la temperatura y esos ruiditos de que el día ya quiere descansar. En momentos así pienso en la gente que amo, en su extrañamiento, en la fortuna. En estas cosas tan del alma. Me beso la palma de la mano para saber la dirección a casa. 313
4 de agosto de 2017
Un cuarto de infancia Escapan de mí. Todos estos alientos de mujer. Mujer sexual. Cuerpo de mujer sexual. Todos estos alientos de cuerpo de mujer sexual me embadurnan el interior. No puedo pararme y reflexionarlos: se me dobla el físico y me hace trizas; se me apelmazan los nervios y me despistan. Ni siquiera está siendo fácil escribir estas palabras. Es como si me sintiera lejana a la escritura, así, de repente, por mis migrañas, mi dolor de vientre y mi extrañamiento (y vértigo). Tengo unas fantasías agotadoras. Quiero devorarlos y que me devoren. Hay un ritmo que no puedo frenar. Un sexo continuo palpitándome en el pecho. Y yo disimulo. Nadie sería capaz de descubrir este deseo de fuego con tan solo mirarme a los ojos. Hay que escarbar más. Me muero en acentos. Mi fantasía, sí, se llega a morir en acentos de otras bocas. En los labios hablando con el tono del origen, de la raíz. Quiero besar los acentos porque eso supone crear un hilo de coherencia entre mi mundo interno y la saliva. ¿Dónde está la incongruencia entre un único amor y tantos sexos? 314
5 de agosto de 2017
Nos reconocemos en el dolor Ayer me desmayé por ser fértil. Quiero decir, que un dolor punzante me recordó que era mujer y mi cuerpo decidió perder el conocimiento por ello. Al cobrar el conocimiento me miré las manos, deseaba con todas mis fuerzas que mi muerte de tres segundos no se debiera a mi cuerpo de mujer. Pero lo dijo la médico: «¿Sospechas de embarazo?», y palpaba mi vientre. «¿Tienes sangrado regular?», y acariciaba mi vientre. «¿Tomas anticonceptivos?», deseaba que parara de aprisionar mi vientre. Volver a la consciencia fue como desahogarme del mar. Siempre he tenido un poco de miedo al agua pero nunca lo digo muy alto. Despertar después de tres segundos fue como
escupir agua salada y encontrarme a mis padres tirados en la arena. Gritando. 315
20 de agosto de 2017
Barrio de Barracas, Buenos Aires Por fin. La primera sensación de enormidad. La vista hacia arriba. El cosmos. Buenos Aires es magnética. En estos días me he dado cuenta de que: Uno: ahora necesitaría besar unos labios lentos (ya demasiado deprisa voy yo como para encontrar un amor que lleve deportivas). Dos: no he comprado naranjas para el zumo (y eso me hace débil en una ciudad tan exigente). Tres: mi relación con el deseo es irracional, pasional, impulsiva, errante (y, eh, no me pasa solo a mí, sino a la inmensa mayoría). Cuatro: tomo decisiones en relación a lo anterior (a mi re-
lación con el deseo, digo) y esto me da la vida (a veces me la quita) y ansiedad y salud. Y vida, otra vez. 316
Y cinco: hace mucho que no escribo. Hace mucho que no puedo soltarlo todo. Y así lo siento: todo lo que hay dentro de mí está apelmazado en mi cerebro. Sin embargo, hoy me he puesto música y he mirado al techo. Y en ese momento de quietud he sido niña. 23 de agosto de 2017
Me siento en la calle que lleva el nombre de mis destrozos. Hay bullicio y nunca antes en la ciudad de M lo hubo. Sin embargo pienso en ella a tantos ratos. Aun consciente de mi idealización, me evoca momentos dulces. Dejo atrás los tiranos. Creo que no escribo por esto: la no concentración. El cúmulo de tantas tantísimas cosas pululando. Cambio de humor ya no solo de la noche a la mañana, sino de hora a hora. Tengo deseos de tantas cosas mezcladas, frustraciones de tanto, amores, a su vez, por la enormidad y lo chiquito. Creo que no escribo por esto: el no encontrar un espacio que me satisfaga definitivamente; también por la búsqueda insa317
ciable por un compromiso real que no llega o al que no logro acceder. Amo ser pájaro pero a veces siento que pierdo de vista mirarme más fuerte. Ayer Martín me dijo que él considera importante el tener tanto ramaje expuesto, pero a veces yo siento que me quedo enredada, enredada, enredada. 25 de agosto de 2017
Era mañana gris (sin ser gris de verdad). Ambos con las cabezas en la almohada, escuchando los pájaros, el bajo, su voz amiga. Unos instantes de muerte para resucitarnos el uno al otro. Me había contado tanto la noche anterior; pequeñas confesiones que suele hacer a gritos pero que ahí compartía conmigo, en susurros.
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Le configura, le hace, le rehace. Algo impensable y que llega como una verdad insalvable. Al besarle le traigo hacia mis límites, le hago comprensible porque toco su boca con mi boca, y entonces aparece el lenguaje que hasta ese momento estuvo dormido. Una habitación vieja en San Telmo; dos Kid Casino tumbados, mirándose y con unos deseos de traducción que se nutren. 3 de septiembre de 2017
Septiembre llega. Arrebatador, como tantas veces. Casi como siempre. Siento que desde hace días no piso la casa: no me piso a mí misma. No me piso. Me corté el pelo, fuerte, con rabia, con las palomas blancas volando a mi alrededor. Dije adiós. Dije adiós a una de las palomas más puras que jamás me ha acompañado. Pura, pero con el ala rota junto a mí. Creo que es mejor que eche a volar y conozca nuevos continentes. Todo pasa rápido, cambia, se reconvierte, lo autóctono ya no lo es, mi geografía (geopoética, leí a Marina) ya no es la misma. Me reinvento en cada lugar, cada abrazo, cada una de las zancadas que decido tomar.
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Así empieza septiembre, tan frenético como la ciudad que habito. 3 de octubre de 2017
Ahora tengo miedo a salir de casa. Ayer, sin avisar, la parte más de adentro, más del rayo, recogió la tormenta del sábado y la sembró en mi útero. Quedé muerta por unas horas. Qué personal es el dolor, tan íntimo e inverbalizable. Se agolpa y deja grietas por donde se apelmaza de nuevo. El dolor transcurre sin prisa y disfruta del paseo. Ayer morí —tuve esa sensación de pisar mis pasos como si estuviera toda entera descalza, del corazón a los pies—. Un frío soberbio mordiéndome y arrancando de cuajo cualquier calidad y salud de mi cuerpo. «Esto por ser mujer», me decía el frío. «Esto por tener senos», me decía el dolor. Y yo no podía parar de refugiar el lugar en donde criaturas podrían, si me dejase, encontrarse con la vida. Si no hubiera sido por la presencia de M, el dolor se habría apoderado, junto al miedo, de toda mi virtud vital. Es difícil de explicar cuando estás metida en el enredo, nadie es capaz de palpar dedo a dedo cada víscera de nervios que te hace sacudirte. 320
Le expliqué la diferencia entre temblar y tiritar en español. Me la inventé. Siempre entendí que tiritar involucra una concepción más enferma, más caótica. Mientras, él me contaba historias de acampadas y paredes para escalar. Mientras, me besaba cada oreja, cada comisura, cada cuello, cada gemido. Se quedó ahí. Me preparó toallas en agua caliente para mi vientre. Y me besó. Se quedó allí. Me puso música. Blue boy. Ese es él. Un chico azul. Hizo que la tarde fuera pasando sin que yo tuviera una mirada obsesiva en mi dolor. El dolor, al final, decidió marcharse. Nos dormimos sin separar los labios. 8 de octubre de 2017
Hablar con Juana, dos años después, muchas vidas vividas en esos dos años, en la plaza Dorrego en san Telmo, con dos latas de Brahma, un cigarro y dos chicos que esperan a que el señor termine de recoger su puesto para ayudarle. Dos años después, hablar con Juana supone un cubo de agua fría sobre la cabeza, y un descomponerse y recomponerse de ideas, estados, futuros y viajes. Me pregunto sobre mi lugar constantemente, también sobre 321
mi lucha. ¿Quién soy? Siempre estoy entre unos y otros, vagando como un agua de lago recién nacido. ∙∙∙ Otra vez, la relación con el dolor: esa verdad insalvable. 26 de octubre de 2017
Buenos Aires Ahora más que nunca quiero abrazar a todas las mujeres. Agarrarme a su ombligo y descifrarles el camino más certero. Quiero hablar de ese nacimiento y no de la decisión mortal del no-derecho. Eso me entristece. Mamá se ha portado tan bien estos días. Hemos hablado del fuego muchas veces. Solo con mirarnos. Y al decir adiós, por enésima vez, me ha abrazado con forma 322
de nido. ¿Merezco todo esto? ¿Merezco toda esta paz? ¿Todas las palomas? ¿Todo el azul de mar concentrado en dos ojos? ¿Merezco esta sabiduría de las manos amigas? ¿Merezco el faro de camino a casa, de camino al sí?
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Ana María Trujillo ∙ Colombia ∙
Sin título
Mayo de 2011
Varada en algún lugar remoto entre Francia y Bélgica, acompañada por la voz metálica de Leonard Cohen, de golpe entendiéndolo todo. Pero no, no de golpe. Entender nunca ha sido el problema. El problema es esa masa pegajosa adentro, ese revuelto de decepción, rabia, indiferencia y hastío. Un corazón no partido, entero, sano, latiendo. La ausencia de sorpresa. Hay que volver a acomodarse. Hay que limpiar, arrojar lejos los objetos en desuso, arrancar la postalita obsoleta, silenciar la mentira tantas veces repetida, sacar las esquirlas de memoria que ya no sirven para construir nada nuevo. No tengo dolor ni pena, no me decepciono de la vida, pero no escapo de la sensación de extrañeza. Como si despertara en una casa ajena donde los retratos y los espejos ya no me reflejan. De golpe sé que nada sirve salvo la tranquilidad y la fuerza. Que la masa pegajosa se hará moldeable. Que este tren retomará su curso y pronto estaré de nuevo entre canales y callecitas que huelen a marihuana, pensando en mis caminos recorridos, en mi buena suerte, en los nuevos comienzos. 30 de junio de 2011
¿Qué pasaría con esos días muertos si de antemano supiéra327
mos que los vamos a olvidar? ¿Qué hace a un día memorable? ¿Qué nos hace sacar la cámara, la filmadora, el lápiz? Hoy ha sido un día mío. De mi (des)memoria depende. Con nadie lo puedo realmente compartir. A nadie le consta. A nadie le pertenece como a mí que escribo hoy, en el jardin de ville de Montpellier, que me veo impelida a escribirlo para que sea un llamado futuro a este aquí y ahora, sentada sobre una piedra y con una leve molestia en el culo. 27 de septiembre de 2011
Confirmo una sospecha de momento crucial, revolución de sí: lo que veo y lo que vivo ahora que he vuelto se queda corto. Podría ser capricho. Hoy amanecí melancólica, muchas veces me dejo ganar por sentimientos estúpidos. Pero me paré e hice cosas. Y la vida siguió. Y mañana se supone que debo prepararme a celebrarme, a que me celebren. Al desfile anual de caras conocidas. ¿Una que otra sorpresa? ¿Alegría? ¿Nostalgia? Hace un año exactamente pasaba mi primera noche en París. Quisiera recordarla, aunque no fue nada memorable. La sensación sí. K. El apartamento.
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Un año.
Quiero irme a Cali. Quiero vidas posibles. Quiero un talento. Recordar esas frases cortas, contundentes, de la película-nostalgia en blanco y negro. No, nostalgia no. Melancolía. Ingenuidad, omnipotencia e impotencia a la vez. Rara combinación, tan bien lograda. Caminatas anónimas por callecitas sin nombre. La insolente belleza de la juventud, la bella insolencia juvenil. 1968. 1969. La contestación. El egoísmo. Las transmutaciones por el humo. Los cómplices. La derrota del idealismo. Toi, tu es dans la vie. Moi, je cours après. Perderse a través de una pantalla en esa vida que una vez viví. Ahuyentar la certeza de incompatibilidad, de desencuentro. Sincronizar el marasmo interno y la materia, encontrar las imágenes, las palabras adecuadas. Con uno mismo basta. Transformaciones inagotables. Y sin embargo se esperaría que cada hoy, que cada ahora, tuviese más que ofrecer. Que no hubiese tantos presentes muertos. 2013
Entender que los amores no se repiten y son bendiciones. Aprender a celebrarlos. Realmente lo quiero. Todos esos y esas con quienes hemos jugado a vibrar presentes y fraguar futuros, sin saberlo, nos van impulsando hacia amores nuevos. Y los 329
amores no deberían repelerse, sino celebrarse. 2015
Nuestro mal generacional es la impaciencia. 7 de mayo de 2016
Noche. Casi las diez. Ay vida, vida. Euforias y tempestades, unas enmascaran a las otras. La ola golpea hacia ambos lados. ¿Se puede vivir así? Creo entender por qué la gente prefiere la medianía, los contratos con todo y la letra pequeña. Comprendo también de dónde salen los que recurren a un revólver, incluso los que desdoblan la intensidad de sus tormentas y las hacen sevicia. El voltaje es voltaje. El amor y el odio tienen una misma base: ese yo, esa afirmación de estar vivo y de tomar esa vida en las manos. 10 de mayo
Hago muchas pausas entre líneas. Hablo con amigos. Me desbordo. Como galletas. Me pongo a imaginar cosas. La vida retoma un curso entre los extremos del bien y del malestar. Me enfoco, o lo intento. La marea calma deja escapar una que otra ola, esas como rebeldes y solitarias que salen de la nada e igual 330
se hacen espuma. Ahora que he podido expresarme, descanso. Ahora que no hay otro camino que seguir, sigo. Es extraño, pero hay algo bello en esta tristeza cuando uno la deja ser, cuando la suelta, porque se comprende que hay un dolor y una intención genuina que la producen, no hechos malintencionados sino la consciencia de un deseo que no se corresponde al momento, de una historia posible que se resiste a suceder según expectativas. Tiene más fuerza que los lugares comunes, es la vida. Dará vueltas, se silenciará, nos explotará en las manos. Todo eso, o nada, o algo más: algo que aún no tiene nombre. Yo tengo un nombre: Ana María Trujillo Ordóñez. Tengo una abuela, padre y madre, hermano y hermana, sobrina y sobrinos. Tengo buenos amigos. Tengo a Mano, el perro. Tengo suerte, o algo que se le parece. Un desenvolvimiento en varios campos sin enormes obstáculos o fuerzas en contra. Yo soy la fuerza que más se me opone. A veces me hago nudo. He sido cruel, desconsiderada, injusta. He sido dulce, colaborativa, dispuesta. Hoy hago conscientes dos pulsiones: una intelectual, expansiva; una emocional, intensa, profunda. No las controlo del todo, pero quizá pueda intentarlo. Intentar comprender sin juzgar, sin suponer ni erigir verdades. Intentar sentir y experimentarlo todo sin desbocarme, sin hundirme.
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22 de mayo
Es que no hay nada nuevo por decir. La gran virtud es darse cuenta de eso más temprano que tarde. Quitarse de encima pretensiones, un oficio de pocos en el mundo que funciona a punta de eso. A la vez, qué más da, uno vive su personaje. Entonces deslizo una carta en una mochila, como tentando una historia, y hablo empoderada de experiencias, y el valor real en juego, casi siempre, es el de seducción. Soy mis vaivenes, mis amores y odios. Ambos existen en la misma cuerda. Yo voy afinando, tiro y aflojo. Algo se queda y otro tanto se va. Buscar respuestas en la vida de los otros nunca trae nada bueno a menos de que uno dé con esos personajes, esas historias que, más allá de sí mismos, le ayuden a uno a vislumbrar el valor del propio camino. Yo miro el mío y aprendo a disfrutar de echarme en ese patio a ver pasar las nubes. De bailar pésimo, pero bailar. Sola.
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De estar sola, llevarlo bien y a veces no, pero estarlo y afianzarme. Me abrazo a un perro. Miro el reflejo del mundo en sus ojos y me pregunto qué ve. Me aferro a lo bueno y lo malo lo vivo y lo suelto. O intento. Intento mucho. Y quisiera confiar y creer, porque me parece el único camino humano, digno y decente. Aunque me abrume, como ahora, sentir que mi relación con la tía está en el peor momento de su historia, que prefiero hacer mil cosas (entre ellas ver Gilmore Girls. Compulsivamente. Mal.) a trabajar en ese proyecto, que me siento sin dirección ni propósito, que voy remando los días porque total cualquiera de estos me muero… Me abrumo. Me abrumo pero luego eso pasa y no pasa nada. O pasa todo: desde pincharse hasta encontrar un nuevo enemigo, enamorarse platónicamente o adoptar dos perros, abortar, viajar, perder, ganar, rendirse. Creer siempre que hay nuevos comienzos, nuevos entusiasmos. 12 de mayo de 2017
Leer a Porchia y encontrarte, saber que seguro ya has pasado 333
noches de humo con sus voces. Tener una necesidad imprecisa y constante de decirte algo. No poder. Haberlo anticipado todo: saber que mi voluntad esquiva dolía. Que quizá lo único que podía hacer fue lo único que no hice. Ser presencia. Y soprenderme —y no— ante el hermetismo que por fin apareció a darme una respuesta muda. Confiar, de alguna manera, en lo que subyace. Encontrar razones aunque no me sean concedidas. Yo te sé siempre. No lo digo con soberbia, con prepotencia, con soltura. Te sé porque me eres, así sea en una versión fragmentaria y, por qué no, injusta. Llevo meses tratando de darle forma a la justicia. Me siento
déspota.
Aunque cuesta, trato de creer con algún fervor que lo úni-
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co posible es confiar. Confiar en todo, dudar un poco de uno mismo. Dudar de sus razones, de sus conclusiones, de sus recuerdos. Qué difícil es. Escribo porque sí. Porque no puedo hacer otra cosa. Por los sedimentos de palabras y pensamientos y abrazos que fui confeccionando en mi propio silencio, que condené al polvo de lo no dicho. Porque de pronto uno se sienta y son los dedos los que saben y las palabras salen casi solas. Porque Porchia. Porque tú, el silencio, yo. La tristeza. La decepción. Quizá son solo proyecciones y no me sorprendería sumarlas a mi colección. Y lo lamento. Quiero confiar en que el tiempo y el espacio y tantas cosas son solo trampas, que en el fondo me sabes como yo nos sé.
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Carmina Balaguer ∙ España ∙
A ocho cuadras de Cortázar
7 de noviembre de 2017
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mañana. Me levanto sin saber si soy amante o mujer. Por tercera vez, el viento se escurre por la ranura de una ventana rota, me rompe los labios, los agrieta como solían hacer los besos de madrugada, desbocados. Antes de. Por tercera noche, en la cuarta ciudad, en el año 32. Casi 33. Soy mujer —tal vez sea siga siendo amante—, pero hoy me levanto en solitario, con un placar desorganizado y una ventana añosa, después de una noche de viento, después de un sueño generoso que me llevó hasta Formentera, a esa primera vez, esa primera isla. Tal vez para decir adiós, tal vez para empezar de nuevo. Tal vez para volver a amar. Durmiendo, recuperé las noches al aire libre arraigada bajo los árboles, o en playas arrinconadas; entrando al Mediterráneo sin ropa, recorriendo los faros del lado norte, enamorán339
dome del poder de vacacionar sin techo. Pasaron once años, doce casas y cuatro ciudades. Pasó la adolescencia tardía. Dejé de jugar, de añorar los faros, las islas. Dejé de sentir culpa por haber olvidado el sonido del mar al moverse, por olvidar incluso que el agua tiene sonido propio; por haber recorrido los Andes sin ningún otro proyecto que el de sincronizar los latidos con el mal de altura. Por haberme quedado. Por haber perdonado tarde. Por no amar suficiente. 12 de diciembre de 2015
En Val d’Aran «A la añoranza se le hace caso una vez», me dijo. 340
Habló en catalán, como hicimos siempre. Recuerdo pocas frases de mi padre porque nuestro vínculo comenzó ya de adultos. De la infancia quedan solo escenas inconclusas de viajes, muchas fotografías —tengo hasta dieciséis álbumes clasificados— y cinco películas musicales que amábamos mirar juntos. Pasados varios años, recorrimos los valles de Arán en auto. Llegamos a él de noche, franqueando La Franja y parando en cuatro de los pueblos cuyos nombres aún me sonaban: Vielha, Arties, Salardú, Bagergue. A la mañana, le pedí volver al pasado y él concedió mostrarme todos sus rincones: la estación de esquí en la que me deslicé por primera vez; los campos en los que solía escuchar hablar aranés; la curva en la que aquel día nos detuvimos enojados, pasando miedo. Estuvimos toda la mañana abocados al vértigo del valle — desde sus observadores naturales— poniendo nombres a las cimas, a las veces que acampamos en verano, aquí, allá, aquella vez. —Eras muy pequeña. 341
Mientras, el vaho helado se abría frente a nosotros, consintiendo todas las preguntas que yo me atrevía a pronunciar. Sin contarme demasiado, entendí todo: que quien se va lo hace por miedo a no saber amar. Cuando terminó la ruta, volvimos a Bagergue y recorrimos sus calles empedradas como hace veintidós años. Los portones eran los mismos, también el establo de la segunda esquina a la derecha, o la hostería que estaba al final del pueblo, aquella en la que dormíamos los viernes de invierno antes de adquirir una casita en las laderas de la población. Solo que ahora la pensión quedaba ubicada en medio de todo el circuito de viviendas. La intrepidez inmobiliaria había convertido Bagergue en otra estampa, la había manchado, la había hecho crecer, con el doble de casas y el doble de vidas. En la nuestra nos esperaba otra mujer que no era mi madre. Encendimos la chimenea para almorzar todos juntos. Segundos antes, acordamos que el paseo de la mañana no se repetiría, pues a la añoranza solo se la debe mirar una única vez, me dijo.
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«Fuiste muy valiente», añadió. Se refería a mi regreso (y, tal vez, también al suyo). 21 de abril de 2017
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tierra. Desde hace cinco horas arde en mí una corriente que circula de la garganta a los ojos. Nunca fui de tener fiebre. Más bien, siempre fui de no llegar a estar mal del todo aun estándolo. Descubro, por primera vez, que este estado de transición alberga dos secretos. Uno. Vuelvo a Cabrils, a mi árbol de algarrobos frente al mar. A la osadía de subir hasta su tercera rama y experimentar el vértigo por primera vez. A la mano de uno de mis hermanos, quien subió hasta la segunda para explicarme que siempre hay vuelta atrás. Teníamos ocho, él, y yo, seis. Después, el otro «Él» se fue y yo dejé de veranear frente al mar. Al algarrobo nunca más lo tocaron. Lo volvería a ver a los treinta. Le aplicaría una palma sobre su corteza y lloraríamos juntos.
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Hoy descubrí que el algarrobo también lloró los veinticuatro años anteriores. Dos. Cuando llovía, las baldosas se impregnaban de un color sabio. El olor a raíz subía tres metros y medio y, si me dejaban, salía a correr bajo la lluvia para jugar a alcanzarlo con los brazos alzados. Hoy entendí que la lluvia siempre fue sin Él. Que toda la sensibilidad que recorrí después de su partida la aprendí en solitario. Que, tal vez, nunca fui de tener fiebres porque Él —mi padre— no estaba para cuidarlas. 7 de noviembre de 2017
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tarde. Tener casa nueva me lleva a querer pisar tierra, a querer volver al césped, a ensuciarme los pies y rasgar sus plantas con las esquinas salidas de un parquet gastado. Prefiero pasar frío en los pies, comer acurrucada en medio del living, sin la espalda apoyada, con el plato en la falda y las piernas cruzadas. Elijo esta vida de movimientos cortos, encogidos, cuidados. «Es la fase del cansancio», me digo a mí misma, «es bueno respetarla».
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Es la cuarta vez que me separo, pero la primera que lo hago a medias, sin saber si es un final del todo. Estoy a trece mil kilómetros de la que fue mi primera casa, a dos barrios de la que fue la última. Ahora mi hogar es este: el de los dos espejos, el del placar pendiente de abrir y el de las ventanas escacharradas. El de la luz por la mañana, el de Formentera por la noche y el de las grietas en la piel, como si el océano no quedara tan lejos y su brisa me irrumpiera feroz como un aliento de madrugada, invadiendo mi voz como antes lo hacía el amor. También encuentro grietas en las manos, en las caderas, los tobillos y las comisuras. Mi piel llora por mí, pienso. Y le doy las gracias. Ella llega donde yo no puedo. 14 de febrero de 2014
Cusco Llegó el día. Hoy es catorce de febrero y llego a Cusco por primera vez. Ya no sufro de mal de altura, porque llevo dos 345
meses apunada, matizada por los tiempos lentos. Me esperan cinco semanas de tierra andina, donde desembocaré mi ansiedad para desmenuzar la cosmovisión del altiplano, recopilando testimonios y observando el río Urubamba. Cruzo la plaza de Armas cuatro veces sabiendo que es demasiado pronto, así que abandono el encuentro pasional y me dirijo al hotel. Nos encontraremos en el salón; escucharé su voz intrépida, abrirá la puerta sin vergüenza, dejando caer alguno de sus rulos sobre el ojo izquierdo, mientras yo aprovecharé las teclas de una computadora para escribir frenéticamente sobre lo que vendrá. Dejaré una frase a medias. Nos abrazaremos. Nos ducharemos juntos, pero no haremos el amor. Nos miraremos en silencio y él me entregará una carta. «Es catorce de febrero», pensaré, y la primera vez que recibo una carta de amor.
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7 de noviembre de 2017
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Noche. Una plaza con nombre de autor hizo que amara esta ciudad y que quisiera vivir en ella. El impacto ocurrió durante los últimos días de un viaje corto por las Américas, exactamente cuando una cámara de cartón con carrete de usar y tirar sustituyó a mi cámara fotográfica rota y me guardó las esquinas de Palermo hasta mi regreso a Barcelona. Era el año 2010 y, lo que en ese momento entendía como libertad —libertad de elección—, se convertiría en un dictamen. De los recuerdos de ese barrio, fotografiados en analógico, nunca volví a saber nada. De Buenos Aires, hice lo imposible para saber de todo. Pasé años buscando yerba mate en las artesanías de Gràcia; me carteé con antiguos compañeros de viaje cuyas vidas estaban inmersas en el conurbano porteño; y, desde entonces, busqué la cadencia argentina todos los viernes por la noche. Hoy, ya llevo más de cuatro años en esta ciudad pero solo hace tres días que duermo en Palermo. A ocho cuadras de plaza Cortázar.
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Separada —separada a medias— vuelvo a la vida de barrio, al inhalar pequeño, al bajar en zapatillas, a los paseos nocturnos en solitario y al saber que todo tiene un tempo propio. Con sabor analógico. Y que, con él, todo llega. Que todo va adquiriendo ritmo en esta casa; los pies descalzos, las ventanas entreabiertas, los silencios frente al espejo, la espalda mojada, frotándose en el muro del salón, las yemas deslizadas en los vidrios, los mates sobre el colchón, las palabras escritas como cataratas. ∙∙∙ Cumplo tres días en este nuevo espacio y me voy a dormir lejos de Formentera, de Barcelona, de las cartas de amor que yo nunca escribí. Abro la ventana por completo, dejando que el viento abandone la ranura para arrasar el cuarto y cualquier remordimiento que quede.
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Me acuesto, convencida de que el amor es una suma de «él» y de «ellos», pero sobre todo una oda a un latir propio. De que siempre existe una plaza a pocas cuadras. De que los reencuentros con ellos —y ellas— siempre son posibles. Y de que vivir en solitario, en pleno Buenos Aires, es vivir en poesía.
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Marta Herrero ∙ España ∙
Sin título
Martes, 31 de octubre de 2017
Cuando leí de adolescente las obras de Santa Teresa lo que más me conmovió fue su compromiso radical con la sinceridad. Ella reconocía en El libro de la vida, por ejemplo, haber sido vanidosa en la juventud, y lo hacía por humildad. Las páginas de la primera de sus grandes obras la ayudaban a ella a comprenderse a sí misma, la ayudaban a clarificarse y a intentar discernir si sus experiencias visionarias tenían que ver con Dios o con el demonio, e iban destinadas a su confesor para que él mismo juzgara su verdad. Por eso, porque fue sincera hasta el fondo, su experiencia concreta se volvió universal. Por eso, porque vivía entregada a lo real, murió pero no murió. Porque quiso, habría que añadir, poner toda su capacidad al servicio de Dios o del Amor, o del absoluto, sus páginas laten todavía hoy, y quinientos años después sigo escribiendo yo sobre ella: «Mi intento es que no estén ocultas sus misericordias, para que más sea alabado y glorificado su nombre» (7M 1, 1), dijo Teresa en Las Moradas. Y: «¿No es linda cosa que una pobre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos?» (C 19, 4), escribió en Camino de Perfección. Teresa se volvió mi referente literario fundamental, pero también vital. Yo quería escribir, pero quería hacerlo sobre algo que mereciera la pena. En los años de universidad guardé silencio. Me había cansado de la ficción. La modernidad había 353
separado la imaginación de la realidad y lo primero parecía muy interesante pero mentiroso, y lo segundo estrecho y aburrido pero verdadero. Por eso Cervantes necesitó volver loco a su protagonista: el ansia de aventuras (imaginación) de un hidalgo venido a menos no podía medirse ya con esa vida plagada de campesinos rechonchos, porqueras sucias y molinos de viento. Y yo cerré el cuaderno y me puse a buscar. Debía de existir aventura con cordura en alguna parte. Debía de haber verdad. Debía de existir el Amor con mayúscula. Debía de haber un silencio previo a la palabra que preñara a la palabra de sentido. Quería encontrar el manantial, eso era lo primero. La literatura se quedó en un segundo plano. La literatura ha de quedarse en un segundo plano para latir. Eso, Teresa también lo sabía. ∙∙∙ Lo recuerdo bien. Viaje iniciático en avión hasta Estambul y de Estambul a Ercan y de Ercan a Lefke, un pueblecito del norte de Chipre, la parte turca de Chipre, ni siquiera reconocida por la ONU. Recuerdo llegar de noche a una casa blanca con una puerta grande de madera azul en la que solo había mujeres, venidas 354
de todo el mundo para visitar al maestro. Recuerdo la casa abarrotada, dormir en un sillón, mujeres compartiendo experiencias y té, una cocina que se abría como templo que abraza el mundo; recuerdo soñar la primera noche con el maestro diciéndome que fuera a llevar flores cada día de estancia allí a la tumba de su mujer. La última noche de estancia en la isla el maestro nos recibió, el maestro con ochenta años pasaba doce horas al día recibiendo gente que llegaba con sedes diversas a la puerta de su casa, y me enteré de que aquel día, justo aquel día, era el aniversario de la muerte de su mujer, y yo había estado cuidando de su tumba, y el maestro me miró a los ojos como nadie me había mirado nunca: con un amor que no esperaba nada, con un amor que perdonaba cada culpa, con un amor que no proyectaba nada sobre mí, con un amor que iba hasta el fondo de mi individualidad, con un amor que se tomaba mi vida más en serio que yo. Y ese amor que procedía del silencio, ese manantial que brotaba, puso la certeza en mi corazón de que jamás me dejaría sola («Estaré cuidándote», decían sus ojos), y luego habló. Y no me dijo que escribiera. Solo me dio un nombre nuevo, Mardía, que habla del alma que está satisfecha de Dios y a la vez contenta y satisface a Dios; y me dijo que me casara. Nada más. Yo no debía acabar mi libro, sino casarme. 355
Efectivamente, me casé. Me casé y él era escritor. Y me quedé embarazada al momento y toda mi energía se fue de mi intelecto a mi útero. Y cuando nació mi primer hijo casi morí. Pasé cinco días en la UVI por infección generalizada y los médicos dudaban si sobreviviría. Y luego comprendí que la maternidad era un paso radical en mi vida. Mi amor se focalizó en mi hijo. Mi atención se centró en él. Cuando cumplió un año me embaracé otra vez y sentí que no volvería a escribir. Había dejado a la literatura en un segundo plano. Había puesto mi vida al servicio del silencio. Y el silencio me habitaba. Y era feliz. Escribí a mi directora de tesis para disculparme porque no la acabaría y le dije de alguna manera adiós a mi vocación. El camino sufí era demasiado atrayente. Me lo pedía todo. Pero Dios no quiere que abandones tus dones. Al contrario. Lo único que te pide es que los pongas a su servicio, y entonces les da valor real, entonces florecen, entonces inseminan el mundo. Jueves, 2 de noviembre de 2017
Aún me queda un mes de baja maternal antes de volver al instituto. Estoy disfrutándola como pocas cosas. Por la mañana despertamos temprano, preparo los desayunos, meto boca356
dillos en las tres mochilas, peino y ayudo a vestir a Fátima, le doy un poco el pecho al bebito, y nos marchamos hacia el cole. Cuando me despido de ellos a las nueve de la mañana y me quedo a solas con Moisés, se abre una especie de ventana interestelar: me cuelo como en otra vida. Una vida nueva que es a la vez como pasada. De repente soy madre primeriza y estamos solos. Para darle mi amor todo el tiempo. Para contemplar su rostro sin prisas. Para ponerle música bella y hablarle de mis cosas y explicarle lo que cocino mientras lo sostengo en el portabebés. Tengo cuatro hijos que no paran, pero durante cinco horas cada día solo tengo uno. Uno que se duerme, además, a media mañana, y me deja un espacio para escribir. Hay amigas que se asustan cuando se quedan embarazadas del segundo hijo porque de repente sienten que a lo mejor no lo podrán atender bien. Cada niño necesita tanto… Pero he aprendido a responderles, y siento que eso les alivia: no te preocupes, no hay que dividir el corazón cuando nace un hijo nuevo. Porque el corazón no se divide, sino que se multiplica. Y el tiempo también. Se multiplica. Y el espacio también. Se multiplica. Claro que para entenderlo hay que sumergirse en la aceptación y la gratitud, y todo en este sistema en el que vivimos está puesto para que critiquemos y nos quejemos. No es fácil conectar con la belleza de saber que cuatro, en cuanto al trabajo que implican, no son más que tres, ni diez hijos más 357
que uno, porque para el que vive entregado a lo que le concierne, el milagro se vuelve hecho cotidiano. Pero a ratos yo lo experimento, y mi corazón quiere contarlo. Viernes, 3 de noviembre
Es verdad que no solo soy mamá veinticuatro horas al día con cuatro niños muy pequeños, sino que encima sigo un camino espiritual sufí que ha reconfigurado completamente mi concepción de mí misma como mujer y valorado entre otras cosas el pudor y la discreción femenina. El pudor es de una belleza sobrecogedora. Y alrededor ayer vi a muchas mujeres (¿liberadas u obligadas?) posicionadas ante el mundo con agresividad y la necesidad de ser, aunque más mayores que yo la mayoría, permanentemente sexis. El tacón alto, por ejemplo, ¿es señal de una liberalidad mayor que el velo musulmán o el velo de las monjas? Ese tema me ha estado rondando en sueños, y quiero ponerlo en relación, hoy, con eso de la literatura de la intimidad femenina. ¿Para qué escribimos diarios de repente tantas mujeres? ¿Por qué se está volviendo casi un nuevo subgénero? ¿Son todos los diarios literatura? ¿Es literatura lo que hago yo? ¿Cómo se relacionan expresión de la intimidad y regreso al pudor? Sé que Dios se cuela por la brecha que abre la paradoja, 358
así que creo en la fecundidad de las contradicciones. Se está haciendo público cada vez más lo privado porque las mujeres necesitamos espejos en los que reconocernos como tales. La sociedad consumista, tan avasalladora del alma, ha dictado que nos liberaríamos pero a costa de dejar de ser. Dejar de ser: nos hemos masculinizado. Hemos salido al mundo y el mundo es como una jungla y hemos tenido que sacrificar nuestra sensibilidad y nuestra ternura para integrarnos como guerreros solventes en la batalla. Dejar de ser: hemos tenido que creernos que lo de la maternidad era una esclavitud y que el trabajo en una oficina nos realizaba más que el cuidado de la familia y el ejercicio del amor. «El paraíso está a los pies de las madres», dijo el profeta Muhammad (la paz sea con él). Y nos hemos individualizado. Hemos cortado los lazos con la tribu, hemos cortado los lazos con una sabiduría femenina ancestral que comunicaba de madre a hija y de vecina a vecina la sacralidad de la vida. Podríamos ser templo. Nuestros hijos nos necesitan templo. El mundo necesita espacios en los que descansar para que la violencia no acabe por triunfar. Pero preferimos ser funcionarias. ¿Lo preferimos realmente? Explorar nuestra intimidad es un modo de separar hierbajos para volver a descubrir quiénes somos. Quiénes somos como mujeres. Quiénes somos como seres individuales, más allá de 359
nuestro sexo. Quiénes somos. El frontón del templo de Delfos lanzaba un único consejo para la vida:«Conócete a ti mismo». Conócete a ti misma. Quiénes somos. Los sufíes danzan alrededor de una frase parecida: «Conócete a ti mismo y conocerás a Dios». Quiénes somos. Esa es en realidad la meta fundamental de la vida. Saber quién. Saber para qué. Colocarnos en la frecuencia precisa que nos sienta vivir cada día como si al fin estuviéramos en casa. Para saber quiénes somos y para leer quiénes son otras personas por la relación especular que podemos establecer, leemos y escribimos sobre lo íntimo. Relatado de abuelas a nietas en los mundos tradicionales, pero disuelto en el océano de caos que son la modernidad occidental y el nihilismo y la desacralización de la vida. «Tradición de la destrucción», dijo Octavio Paz. Sábado, 4 de noviembre
Ha llovido toda la noche. Moisés y yo la hemos pasado tosiendo. Ha venido un hermano sufí a ayudarnos a poner una puerta de acceso a la habitación grande que tenemos para organizar encuentros. Los niños pelean a ratos. Fátima se duerme en mi regazo mientras escribo estas palabras. Limpiamos entre todos la casa. Recolocamos el sofá del salón. Cuando era pequeña y empecé a inventar poemas mi pa360
dre me dijo que intentara escribirlos con el corazón. Sembró entonces una semilla preciosa. Para escribir con el corazón es necesario vivir con el corazón. Ojalá mi oración vaya remontando el silencio. Ojalá sepa convertir mi vida en servicio a Dios, destino más ambicioso de un ser humano. Ojalá mi palabra se purifique lo suficiente como para no tener trampa ni cartón, como no lo tiene cada uno de los actos al parecer contingentes de mi maestro. Quiero vivir de verdad, como corre el agua limpia del manantial al que van a poner sus huevos las libélulas.
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Olga Hueso ∙ España ∙
Sin título
En realidad, yo tampoco me acuerdo de para qué nací… Por eso nazco, crezco, aprendo, escribo, sano, sueño, recuerdo, decrezco y me despido cada día. I. NACER ¡Han nacido los cachorros de Sara! Ayer por la noche, cuando llegamos, estaba rara, tiritaba, se subió al sofá de lluvia, estaba empapada… N la envolvió en una manta, fue precioso… Subí y hablé con ella. Los hombres decían que estaba mala, que era una pulmonía, pero yo sabía que se estaba preparando para ser mamá. Comió y bebió y después se quedó paralizada en el sofá respirando fuerte. Decidí bajarla a mi habitación por si se ponía a llover otra vez… La tumbé en la cama y estaba tan llena de amor. Abrí un círculo mágico, le di reiki… Inspiraba y espiraba, como en las pelis, a veces tranquila y a veces más rápido. Yo quería quedarme allí… Y también tenía mucho miedo de estar las dos solas. «¿Y si prefiere intimidad?». Muchas dudas y a la vez una sola certeza: va a parir. Estábamos tranquilas y a la vez sobresaltadas, una paz desasosegada, un desasosiego pacífico. Sabía que era un momento muy importante, sentía la muerte cerca. Era como una ceremonia. El nacimiento es como una brecha de vida y muerte. 365
Cantando me quedé dormida… Y al despertar al amanecer vi la manta vacía… ¡Ah! Me puse triste hasta que oí un gemido… ¡Allí estaba! Bajo la cama. Sara con un perrito recién nacido. Era como una bola extraña, húmeda, quieta. Me puse a temblar, no veía al perrito moverse, pensé: «¡Está muerto!», sentí culpa por dormirme. Sentí terror de que algo tan bello y tan vulnerable no tuviese vida, tenía que apartar la mirada, quería llamar a alguien y a la vez no podía, quería unos segundos más de presenciar aquel milagro yo sola. Oí gemir a Sara, ¡seguro que está muerto, el perrito! ¡El corazón a mil por hora! Gimoteaba ¿Y si le duele? Entré en una especie de trance pavoroso. ¿Qué hago? «Nada. Mira. Presencia», me dijo una voz. Y sin poder pensar más salió otro, ¡y otro! La mamá apretaba y salía mucha sangre y una bolsa. Como una peli de ciencia ficción. El bebé-perro quieto dentro de esa tela semitransparente, líquida y pegajosa, aún no ha nacido. ¿Es real? La mamá lame al bebé y ¡lo despierta a la vida! Respira. Presencio la primera respiración de un ser. Me quedo ahí petrificada. No comprendo nada. Es un Misterio. ¿Cómo ha podido ocurrir? Cuando los lame y salen de la bolsa… Sara se come la bolsa y toda la sangre. Me entran náuseas. No quiero mirar pero miro. No quiero oler pero huelo cuerpos, entrañas, líquidos. Nunca he olido nada igual. No me puedo hacer cargo de la bestialidad, de la animalidad que es parir. La muerte está siempre presente, la siento mirándonos. Tomando nota… Tengo ganas de llorar. 366
Salen más, han llegado los hombres, ha cambiado la energía y el tercero y el cuarto y el quinto bebé-perro es más rutinario. Estoy verdaderamente paralizada. No es solo «qué bonito». Es mucho más. Me ha dado asco, vergüenza, tristeza, euforia, miedo, confianza, es un milagro. Estoy llorando. II. CRECER Cumplí años y sueños y promesas. Y estoy más cerca de algo, no sé de qué. Pero más cerca. Del sol. De la luna. Más cerca de lo realmente importante. Más cerca de los que quiero, aunque más lejos que nunca, más cerca. Llegué profundo y vi que no todo estaba bien y aún así, era perfecto. Sencillamente era. Lo mejor fue, por el camino, conocer a personas maravillosas. Lugares maravillosos. En lo real. En lo inconsciente. En lo cósmico. Y estoy más cerca de algo, no sé de qué. Quizá sea de mí. III. APRENDER Elevar preguntas y permanecer ahí, sin recibir respuesta: ¿Las piedras nacen, y después crecen y al final mueren? ¿Qué pasa arriba de las montañas que nunca jamás nadie ha escalado? ¿Las serpientes se besan con lengua? ¿Por qué las hormigas están tan ocupadas? ¿Cómo es la casa de la lagartija por dentro? ¿Por qué cuándo abrazo a un árbol siento el abrazo 367
de vuelta? ¿Qué hay dentro de los cocos que nadie ha abierto? ¿Por qué el fondo del mar tiene arruguitas? ¿El desierto a veces se siente solo? ¿Las cataratas de Iguazú están siempre encendidas? ¿Quién eligió los colores del arcoiris? […] Cuando se mueren las luciérnagas, como las bombillas, simplemente… ¿Se funden? IV. ESCRIBIR Me obligo a ser un ser escribiente a pesar de todo aunque pique duela duerma huela. Hay que hacerse cargo. Hay que llevar los procesos hasta las últimas consecuencias. TENGO SUEÑO(s). Y digo «hay que», no como sinónimo de obligación. Aunque me obligo. Antes pensaba que solo había que escribir cuando te apetecía pero no es verdad. Hay que escribir siempre. Hay que escribir por la mañana, lo primero, los sueños. Hay que escribir por la noche, lo último, los hechos. O viceversa. Hay que escribir. Hay que escribir en el metro, hay que escribir mientras otros hablan y mientras otros leen, mientras bostezan. Hay que escribir incluso mientras escribes, mientras
escribes hay que seguir escribiendo. Siempre escribir y hay que desmitificar las palabras y a los escritores y a los poetas. Especialmente a ellos. Porque nos describen a los demás en secreto. 368
¿Ser importante es escribir cosas importantes? Se puede ser o un escritor muy preciso describiendo a unos pocos (TOP VENTAS de alguna sección, planta -1) o se puede ser un escritor muy generalista describiendo a muchos (Bestsellers, expositor de entrada, planta 0). Yo siempre que veo a gente escribir, me pregunto: «¿Qué tramarán ese y su diario?» Y me lo invento: «Un plan de sostenibilidad para racionar mejor los táperes», o «Sobre el árbol de su casa, que extraña», o «Sobre la ansiedad que le produce abrazar a su madre enferma», o «Lo que siente cuando se besan (supernova) y que él la escucha como si escuchara el mar, como una caracola…». ¿Y si me viese yo a mí? ¿Qué pensaría que estoy escribiendo? Seguro algo gigante y épico. Bueno, pues en realidad estoy escribiendo: «He olvidado tomar la Onagra». Ahora me estoy riendo. Quiero dejar un legado revolucionario, pero en realidad, ¿qué permanecerá de mí? Un totum revolutum literario. Servilletas firmadas con planes de amor eterno y negocios grandilocuentes, algunos librillos de poesía libre y feliz. Y sobre todo una montonera de prosa cotidiana: Moleskines y Leuchstrumms colmadas de preocupaciones, de ideas a medias, de frases de otros, de pasajes febriles, de paisajes amorosos… Mails de agradecimiento, mensajitos a medianoche de 369
WhatsApp y un puñado de estados bonitos de Facebook. V. SANAR Estoy en esta montaña, Sierra Nevada, que es el corazón del mundo. Esta mañana mientras desayunábamos, la chamana vio al padre de M. Cuando ella pronunció su nombre, dijo: «Es como un rompecabezas, un laberinto, y suelo entrar en él cuando me dicen el nombre». Hoy M llevaba una camiseta blanca, grande, como de hombre, como de padre. La chamana le dice: «Ese día él llevaba una camiseta así». Nos emocionamos. Lágrimas silenciosas. «Él murió corriendo una carrera. Murió como vivió, feliz, con los ojos cerrados al viento». La chamana cierra los ojos y siente el viento. No sé. Lloramos todos. La dimensión mágica de la vida aquí se puede tocar. Cuando sana uno, sanamos todos… Me siento aliviada. M creía estar enfadada con su padre por morirse, por irse «tan pronto», pero realmente estaba enfadada porque tenía que empezar a vivir su propia vida. Deja su trabajo de diseñadora y se muda al campo del padre, donde construye su propia casa y empieza a cultivar la tierra. La chamana no es especial ni más importante que los demás, simplemente encuentra en otras dimensiones palabras que sa370
nan… VI. SOÑAR Llevo seis años soñando, literalmente, con volver a Buenos Aires. En mis sueños todo es bizarro y no hay esquinas (como pasa en los sueños), pero yo soy feliz. Sueño que salto por los tejados esquivando humo de chimeneas. Sueño que voy a un museo inventado en Recoleta, repleto de cuadros pintados por mi subconsciente. Y hay visitantes, y les gustan los cuadros. Aplauden. Así, delante de los murales, en un happening porteño cualquiera. Sueño que cruzo a pie la 9 de Julio en el intervalo de un solo semáforo. Y entonces me digo: «Imposible, esto es un sueño». Sueño que la feria de San Telmo la pasan al lunes. Que en migraciones los trámites demoran «cinco minutitos», que el Obelisco es un enorme palillo de dientes. Y también, dentro de otro sueño, sueño que hay un piquete cortando Avenida de Mayo, pero esta vez para celebrar, sin excusas, que estamos vivos. Sueño que en vez de helicópteros dejando la Casa Rosada, un helicóptero vuelve. Y es Gardel. Sueño que me quedo para siempre. Que los de Fuerza Bruta me fichan. Sueño barra libre de espectáculos en Corrientes. Sueño… Y por fin me llega el turno y va Dios y me atiende en Buenos Aires. Y de golpe todo se vuelve preciso. Deshago la mochila. Me quito el sombrero. Me desato los cordones. 371
Encuentro pieza en San Telmo. Mi calle se llama Piedras y me hace gracia. Mento a Neruda: «Traigo del sueño, otro sueño». Así ocurre. Miro al cielo. Y estoy despierta, estoy despierta, estoy despierta. VII. RECORDAR Hoy me reencontré con F y me decía: «¿Te acuerdas de cuándo…? ¿Te acuerdas?», y la verdad que yo no me acordaba de nada. Y a la vez me acordaba no de detalles sino de una neblina. De un colchón, de un sillón, de cerrar los ojos, del sol. De cosas blancas y blandas. De cuando vives dos semanas como si fueses a vivir así toda la vida. Y me decía: «¿Te acuerdas?», bueno, en realidad me decía: «¿Te acordás?», y yo no me acordaba de nada. Solo que le quería mucho, como se quiere a esa gente que sabes que vas a volver a ver dos, o a lo sumo tres veces más en tu vida. Querer tranquilamente. Sin agobios, sin prisas, sin cuotas. Sin esforzarse demasiado en recordar. Solo un sillón. Blanco. Cerrar los ojos. VIII. DECRECER Querido diario… Porque cuando muera, detrás de mí quedarás tú, por eso escribo
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—¿para permanecer? Para que se sepa que viví—. Fui feliz. Fui este cúmulo de moléculas cambiantes. Fui vacío, información. Sobre todo fui mutante, tormenta, transformación. Yo fui: cambiándome, dejándome cambiar, respirando, dejándome respirar. Esculpir palabras del silencio, mi medicina. Escupí palabras de rabia y susurré palabras de amor. Que se sepa: fui promesa, pacto, oferta, inocencia, salvación. Fui ofrecimiento y compromiso. Fui primero una voz, después un canal… Todos nos matamos un poco cada día y qué bellos somos haciéndolo así, tan apasionadamente, matarnos. Qué eternos nuestros besos y qué breves nuestros huesos. Qué pueril creer que durará para siempre (lo bueno) (y lo malo). No dura nada para siempre, ni siquiera las montañas. Ni siquiera las palabras sobre este papel. Aunque, sin duda, durarán más que yo. Diario, he descubierto que la vida solo es un chiste que aún no hemos pillado. ¡Lo que nos vamos a reír después! Escribo: «¡CRUCI!», y me quito este peso de encima: no tengo que salvar al mundo. Como mucho, tendré que salvar al mundo de mí. IX. DESPEDIRSE Sobre conocer a las mujeres y después leer a las escritoras y no al revés. 373
Comimos arroz integral y leímos poesía, tal y como prometimos… Éramos nueve y uno en camino. Un libro que está por nacer, un viaje, una renuncia, una revolución. Una vida. La nuestra. Porque ya está bien. «Hay que habilitarse», me dice Sol alrededor de las cuatro de la mañana. Después de eso a ver quién es la valiente que se duerme. Yo solo quería escribir. No hay tiempo que perder cuando se trata de habilitarse a una misma. Ya no hay grandes verdades que absorber, ahora la lucidez está en los detalles. Cierro los ojos y confío por primera vez en la intención y no en mi deseo personal. «Entiendo mi propio lugar en el esquema universal de las cosas». Antes o después me regala su libro a cambio de que envíe el mío, próximamente, a esta dirección: La Casa de las Poetas.
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Oriette D’Angelo ∙ Venezuela ∙
Sin título
30 de mayo de 2014, 7:47
Caracas Vivo en una ciudad que maltrata. Una ciudad de caminar rápido y pensamiento fugaz. Una actitud impulsiva puede salvarte la vida, un paseo te la puede quitar. En esta patria, renunciar a la nacionalidad es un acto de fe. 10 de junio de 2014, 6:00
Caracas Abro el periódico: «Mataron a chofer de una línea en Carapita para robarle.» «Ultimaron y robaron a un joven durante un velorio en Petare.» «Se han encontrado cuatro cadáveres en El Guaire en lo que va de año.» «Hallan muerta y con signos de tortura a estudiante en Táchira.»
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Cierro el periódico. Salgo a la calle. 16 de diciembre de 2014, 20:15
Caracas Rafael Castillo Zapata dice que «solo lo difícil es estimulante». Lo dijo hoy, cuando estábamos en el taller de poesía del CELARG. Tenemos que quitarnos la idea de que somos poetas y dejar que lo real venga. De no ser así, nos volveremos prepotentes. Tenemos que frenar las palabras y quitarnos el título de poetas. Tenemos que crearnos una dificultad. Toda facilidad es sospechosa. «Solo lo difícil es estimulante». 28 de diciembre de 2014, 22:07
Caracas Recuento 2010-2014 Me dedicaron canciones en piano.
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Me regalaron chocolates suizos. Me maltrataron. Me dejaron por otra. Dejaron a otra por mí. Me bloquearon del MSN. Me pidieron matrimonio por Skype. Me cantaron The Police. Me acusaron de spam. Se autolesionaron con mi nombre. Tomé ansiolíticos. Leí a Pío Baroja. Hice llamadas a larga distancia. Me quedé sin amigos. Hice amigos nuevos. Conocí padres, madres, abuelos. Hice nuevos grafitis. 379
No me tatué. Mandé indirectas a través de Twitter. Le mandé una solicitud de amistad a un ex novio. Entré a escondidas en una casa ajena. Me fui de Caracas. Volví. Me despedí de quien me hirió. Le terminé. Me terminó. Me apretaron la garganta. Me engulleron. Me acariciaron. Dijeron que fue mi culpa. Se bañaron en la playa conmigo. Me abandonó. Me buscó de nuevo. 380
Colonizó mi exilio. El psicólogo dice que no es mi culpa. Me acosó (de nuevo). Duele (de nuevo). No más. No más. 5 de febrero de 2015, 7:04
Caracas Pienso en que debo hacer dinero. Pienso en lo difícil que es hacer dinero en este país. Pienso en las redes sociales en las que estoy trabajando y en lo mucho que me aburren. Todo se vuelve mecánico. Todo es una mentira. ¿En realidad necesitamos que nos digan lo que queremos comer, lo que queremos usar? ¿En realidad necesitamos que alguien venga a vendernos propaganda programada? Todo lo mecánico deja de ser bello.
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A veces siento que debo recuperar la noción de belleza que tenía del mundo. ¿En qué momento me convertí en esta pequeña máquina que lanza contenidos programados e inútiles? 12:00
H. T. acaba de llamarme arrogante en el taller que estoy tomando con él. No así, tan directo. Solo dijo que los jóvenes autores, entre «los que me incluía», tendían a volverse arrogantes (como yo). Lo dijo mientras me miraba. Lo dijo mientras se reía con los otros. Todos me miraron. Acabo de googlear cómo se puede dejar de ser arrogante. Esto es lo que conseguí: Paso 1: Escuchar más y hablar menos. Paso 2: Darse cuenta de cuando se sienta la necesidad de inflar el ego para así detenerlo. Paso 3: Aceptar cumplidos de forma modesta, no hablar más sobre el elogio. Paso 4: Utilizar un lenguaje que se enfoque en la palabra «nosotros» y menos en «yo». 382
Paso 5: Sentirse aprendiz de por vida, no pensar que uno lo sabe todo. Paso 6: Observar cuál es la actitud de los demás mientras uno habla. Si la persona está aburrida, se está siendo arrogante. Ahora que tengo esta lista, podré indagar más sobre mi comportamiento. 17 de septiembre de 2015, 10:43
Caracas Escribir un diario. Ya no recuerdo cuántas veces he comenzado este archivo. Termino borrándolo. No tengo tiempo para guardar registro de estas cosas. Además, siempre he asociado los diarios que se publican deliberadamente como un gesto de narcisismo. Ser narcisista en la literatura está bien, al menos un poco. Cuando eres joven, sobrevives a esto con narcicismo. Al principio, si no eres tú mismo el que habla de tu obra, ¿quién lo hace? No deberíamos negarlo. Si no nos gustara el reconocimiento, no mandaríamos obras a concursos. Ser escritor es un trabajo y como trabajo lleva lograr ciertos objetivos, y no hablo de fama, hablo de que la escritura sea ese medio por el cual la gente sepa que existes. 383
∙∙∙ Escribir un diario. Hace unos días le decía a Enza que estaba en contra de los diarios que se escribían para publicarse. He tenido malas experiencias con la lectura de diarios de este tipo. El primero que leí fue el de Alejandra Pizarnik, escritos en hojas sueltas, desordenadas, pero escritos para publicarse luego de su muerte. Los diarios son monólogos, son textos que conforman la escritura del yo, un de mí para mí. Cuando escribes un diario con el objetivo de ser publicado, hay algo que se desfigura: es de mí para la imprenta, un de mí para las masas. He tenido malas experiencias con este tipo de diarios porque todos parecen escritos para complacer a los demás. Hay censura, y no hay nada peor que una intimidad que se devela desde la censura. En ellos no hay discusiones, fracasos, franqueza, posiciones. Al menos no en los que he leído. Suele haber mucho padecimiento, sí. El escritor es un ser que sufre, y hay que dejar constancia de ello. No me interesa que te levantes y tomes café. No me interesa que hoy no tengas hambre. Me interesan tus reflexiones, lo que te gusta, lo que odias, los libros que te atrapan, los que no. El amigo que te traicionó, el amor que no puedes olvidar. Las pasiones que hacen que te despiertes a las tres de la mañana. Lo que te da miedo. Eso. Hacen falta diarios escritos con pasión. Menos mecánicos. Sin 384
embargo, tengo veinticinco años y esta es mi apreciación. Puede que esto cambie con el tiempo. No tengo por qué saberlo todo y tengo buenos amigos que publican diarios así. Los diarios de Rafael Castillo Zapata, por ejemplo. Son joyas, en ellos no hay complacencias. A eso me refiero. Entonces, escribir un diario. Todavía no sé si esto se mantenga, pero lo intentaré.
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Índice
Laura Freixas. Prólogo.
[7]
Inés Vecchietti. Sin título.
[ 29 ]
Isabel García Cuesta.
Sin título. [ 41]
Giuliana Santoli.
El ojo del huracán.
[ 53 ]
Susana Simavilla.
Sin título. [ 65 ]
Oriana Vázquez.
Diario salvaje.
[ 77 ]
Cristina López.
A vida lisboeta. [ 87 ]
Keiko McCartney
Diario de una icteria.
Elena Barrio
Diario de migrañas y ansiedades íntimas.
389
[ 99 ] [111 ]
Agustina Bor
Cómo sobrehabitar un ciclón.
Diana Ferreiro
Desnuda y con sombrilla.
[ 119 ] [ 133 ]
Jazmín Hollman
Sin título. [ 143 ]
Laura Bianchi
Sin título. [ 153 ]
Mariela Cordero
Sin título. [ 163 ]
Nathaly Ponce
Habitar el agua mansa.
[ 171 ]
Carol Milkewitz
Sin título. [ 181 ]
Olivia Arocena
Sin título. [ 191 ]
Valentina Riveiro
La (in)felicidad de escribir.
390
[ 201 ]
Sofía Pinto
Sin título. [ 213 ]
Melanie Pérez Arias
Sin título. [ 225 ]
Laura Liz Gil Echenique
Sin título. [ 239 ]
Josefina Garzillo
Fragmentos de La Buena Estrella.
[ 247 ]
Leyre Villate García
Sin título. [ 261 ]
Joana Sánchez
Feliz día del padre.
[ 275 ]
Priscila Vallone
Sin título. [ 287 ]
Sol Iametti
La canción de la ternura.
Leire Sur
[ 299 ]
Sin título. [ 311 ]
391
Ana María Trujillo
Sin título. [ 325 ]
Carmina Balaguer
A ocho cuadras de Cortázar.
[ 337 ]
Marta Herrero
Sin título. [ 351 ]
Olga Hueso
Sin título. [ 363 ]
Oriette D’Angelo
Sin título. [ 375 ]
392
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