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Spanish Pages 74 Year 2017
JORGE PEÑA HEN Gabriel Canihuante Maureira Colección Biografía Breve ISBN Edición impresa 978-956-7052-21-9 ISBN Edición digital 978-956-7052-73-8 Julio 2017 © Editorial Universidad de La Serena Los Carrera 207 - Fono (51) 2204368 - La Serena [email protected] www.editorial.userena.cl Diagramación digital: ebooks Patagonia www.ebookspatagonia.com
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ÍNDICE Extractos de una carta de jorge peña hen a su esposa e hijos Orígenes, familia y primeros estudios Definición de su presencia en el mundo Artista en lo colectivo Inicio de las orquestas de niños Educador infatigable El creador musical, el intérprete El hombre y su entorno El golpe de Estado y la muerte colectiva Homenaje y reconocimiento a su obra Después de Jorge Peña Hen Referencias bibliográficas Sobre el autor
EXTRACTOS DE UNA CARTA DE JORGE PEÑA HEN A SU ESPOSA E HIJOS
Siempre tuve el sentimiento premonitorio que mi vida terminaría a los 45 años. Siempre pasó por mi mente esa idea, fugazmente, sin definir qué, cómo, y sin intuir las circunstancias en que ello podría ocurrir. Presiento que mi fin está próximo, que mi fin material no tardará en llegar, así como el fin de mi atormentada vida interior ya ha sucedido. He querido por tanto, escribirles este póstumo mensaje, lo cual creo que me aliviará y me permitirá afrontar con entereza la dura prueba. Me aliviará, pues me queda la esperanza de vuestra comprensión y perdón. Hoy he tenido información del fusilamiento de algunos compañeros, que no han hecho en su vida otro daño que luchar por sus ideales. Sabemos y sé que muchos de nosotros estamos marcados y sentenciados por el delito de amar a la humanidad, al hombre histórico, a través de la construcción de un nuevo orden, de real libertad, igualdad y justicia social. Pienso que, si me cogen, mi escapatoria de la muerte física, sería sólo un milagro. Cuando uno llega a una situación así, ve distinta la vida. La ve distinta, pues sólo se vive un presente incierto y se revive críticamente el pasado. De cuanto he hecho en mi vida laboral, artística y doméstica, nada más deseo o habría deseado realizar. Si debo morir, afronto ese paso sin la frustración de haber necesitado más tiempo de vida para realizar cosas. ... La Serena, 13 al 14 de Septiembre de 1973.
ORÍGENES, FAMILIA Y PRIMEROS ESTUDIOS El pequeño Jorge pasó su primera infancia jugando en su hogar, rodeado de amor y tranquilidad. Su padre, médico de profesión, escuchaba música clásica en discos de vinilo, y su madre era una culta dueña de casa que tocaba piano. La vida sosegada del niño transcurría en la ciudad puerto de Coquimbo en los años 30 del siglo XX. Jorge Washington Peña Hen nació el 16 de enero de 1928 en una familia de clase media formada por Tomás Peña Fernández y Vitalia Hen Muñoz. El padre era un gran amante de la música y ella provenía de una familia de músicos. La madre de Vitalia -Irene Muñoz- tocaba piano y su tía Anita era instructora de ese instrumento. Mientras que su abuelo, Daniel Hen, era un músico ciego que tocaba violín y afinaba pianos y órganos en la ciudad de Ovalle, donde era conocido por su actividad. Jorge Washington nació en un hogar en que la música estaba siempre presente y desde sus primeros días de vida oyó música docta, melodías diversas, distintos instrumentos que fueron modelando su futuro. La pareja Peña Hen había contraído matrimonio en 1927 y vivía en esa época en Coquimbo, pero Vitalia decidió viajar a Santiago, a la casa de su madre, para recibir a su primer hijo. El segundo, Rubén, llegó en 1929 y Silvia nacería varios años después. Jorge siempre se sintió coquimbano, no le gustaba que se le dijera santiaguino porque había nacido en la capital solo “por accidente”, pero vivió la mayor parte de su niñez en el puerto de Coquimbo y en la ciudad de La Serena, donde estudiaba. Se dice que en su infancia fue un niño muy dominante. Alguna vez contó su madre que cuando jugaba al circo, él era el domador y sus hermanos eran las fieras. También su hermana Silvia ha dicho que Jorge fue el que siempre armó los juegos entre los tres hermanos. “Él era el capitán de todas las cosas, inventaba juegos”. Pero al mismo tiempo, desde niño tuvo un carácter más bien introvertido, serio, algo nostálgico, como si viviese en un conflicto interior, una cierta contradicción, un pesar inexplicable.
En la segunda mitad de la década de 1920, Chile vivió un periodo de cierta estabilidad económica, basada en una expansión del gasto público realizado por el primer gobierno de Carlos Ibañez del Campo, cuyo objetivo era modernizar la infraestructura productiva del país. Este auge no duraría mucho tiempo porque se generaba a partir de un alto endeudamiento externo y llegaría a su fin con la crisis mundial del año 1929. La economía chilena, centrada principalmente en las exportaciones de salitre y cobre, se desplomó y la Gran Depresión afectó muy fuerte al país en los años siguientes. Un ejemplo de la situación económica deprimida y de la situación política inestable, fue la sublevación de la Escuadra de Chile protagonizada por la marinería de la Armada, entre el 31 de agosto y el 7 de septiembre de 1931, provocada por una fuerte rebaja de salarios. Tras apoderarse de los buques y bases, la marinería presentó a las autoridades un petitorio, que el gobierno tramitó y negoció durante algunos días, pero en el proceso, los sublevados aumentaron sus demandas, relacionándolas con la crisis del país. En apenas una semana, el movimiento tuvo sus fases de auge, desarrollo y caída. El día 4 de septiembre, tras el ultimátum del gobierno y en la víspera de ser atacados, los sublevados manifestaban abiertamente su deseo de que el movimiento adquiriera características de revolución social. Al día siguiente, los marinos fueron atacados por fuerzas del Gobierno, intentaron una breve resistencia y, luego de combates en Coquimbo y Talcahuano, los rebeldes se rindieron, fueron enjuiciados y condenados a prisión. Pocos meses después, en junio de 1932, estalló otro movimiento revolucionario, esta vez en la jefatura superior de la Fuerza Aérea. Se instauró, por la vía de un golpe cívico-militar de izquierda, la “República Socialista” -de breve existencia- y se concedió inmediato indulto y amnistía a los marineros presos por causa de la sublevación de septiembre. De reos pasaron a ser héroes populares, y su insurrección quedó registrada como un hito de la lucha obrera en Chile. La profesión del padre de Jorge le permitió salvar este duro periodo sin mayores dificultades y la familia no sufrió penurias en lo económico y su vida transcurrió de forma tranquila en Coquimbo. En esos años, la ciudad de La Serena tenía cerca de 20 mil habitantes. Sus primeros estudios los hizo en Coquimbo, pero en su infancia tuvo experiencias extraordinarias -para el Chile de esa época-, ya que junto a su
familia, cuando tenía 10 años, viajó a Europa y permaneció allá durante un año. Viajar desde la pequeña ciudad de Coquimbo a una capital del mundo, el París de los años 30, le abrió sin duda una nueva visión de la vida. Al volver al país, su familia se radicó por unos años en Santiago y Jorge ingresó al Instituto Nacional en 1939, con 11 años, y permaneció allí hasta 1944, cuando la familia se trasladaría nuevamente a Coquimbo. Antes de ese viaje a Francia, Jorge tuvo lecciones de piano, motivado por sus padres. Sin embargo, esas primeras escaramuzas frente al piano no resultaron bien. Quizás fue la metodología de su profesor o tal vez el niño aún no tenía las condiciones para ese aprendizaje. En uno de sus viajes a Europa, su padre le trajo de regalo un tren eléctrico, juguete con el cual el pequeño Jorge se entretendría largas horas de su infancia. En esa época, viajar desde Santiago a La Serena implicaba usar principalmente el ferrocarril, que era el medio de transporte más importante del país y para todo niño tener un tren eléctrico era una aspiración que no todos conseguían. Jorge pasó muchas horas de su niñez haciendo viajes y visitando estaciones imaginarias, transportando la carga y pasajeros de sus fantasías. Muchos años más tarde, cuando era ya el maestro, casado y padre de familia, compraría un juguete similar a su hijo, Juan Cristian, pero quien más se divertiría con él sería el padre, quien volvía a su infancia echando a andar esa máquina que arrastraba vagones. Compró carros y otros implementos para completarlo, con más estaciones, más recorridos. El hombre seguía siendo niño, no solo con el tren, por cierto. Al regreso de Francia, Jorge estaba en su pre adolescencia y entonces su hermana Silvia recibe clases de piano, pero el más interesado en las lecciones fue, ahora sí, el futuro maestro. Se manifestaron sus deseos de aprender a tocar este instrumento que sería, a partir de entonces, parte esencial de su vida. La profesora de Silvia dio también clases a su hermano y enseguida se dio cuenta de las capacidades del muchacho, razón por la cual lo presentó al Conservatorio Nacional como alumno particular. En su primer año de estudios consiguió aprobar los cuatro primeros niveles de teoría y solfeo y al año siguiente, en 1943, aprobó los exámenes de piano de primer y segundo niveles del ciclo básico. Ya en esos años el joven compuso sus primeras piezas musicales, las cuales fueron revisadas por el maestro Pedro Humberto Allende, quien sería su maestro durante un breve tiempo, dado que la familia Peña Hen se
trasladó nuevamente a Coquimbo. Algunos de esos ensayos se conservaron y están fechados en los años 1945 y 1946 cuando los dio por concluidos, pero los inició mientras vivía en la capital y asistía a clases en paralelo al Instituto Nacional y al Conservatorio Nacional. Cuando la familia del doctor Peña se traslada a Coquimbo, Jorge tiene 16 años y completa sus estudios de 5° y 6° de Humanidades (hoy equivalentes a 3° y 4° medio) en el entonces Liceo de Hombres de La Serena, hoy Liceo Bicentenario Gregorio Cordovez, de carácter mixto. Este establecimiento educacional tiene una larga historia y una importancia relevante para la ciudad y también para el país. Es el segundo liceo más antiguo de Chile, fundado por el propio Bernardo O’Higgins en su calidad de Director Supremo en 1821, en los albores de la Independencia. En un comienzo se denominó Instituto Nacional Departamental de Coquimbo, similar aunque no igual al Instituto Nacional de Santiago. Un par de años más tarde cambió su nombre a Instituto Departamental San Bartolomé de La Serena. Desde 1869, el liceo ocupó el edificio de estilo Neo Clásico del sector Norte de la planta actual del establecimiento situado entre las calles Cantournet y Gandarillas y entre Infante y Rodríguez, abarcando una manzana completa del sector nororiente del casco histórico de La Serena. Hasta ahí llegó el adolescente Peña Hen a estudiar y a socializar con sus profesores y compañeros de curso. Solo estuvo dos años en este lugar, pero dejó una huella imborrable entre sus pares que cariñosamente lo apodaban “el Chopin”, porque ya manifestaba su inclinación y pasión por la música clásica. El liceo es considerado un alma mater de la educación del norte de Chile, toda vez que esta institución fue la cuna de otras destacadas casas de estudio a nivel regional, como la Escuela de Minas de la Universidad Técnica del Estado, y la Universidad de Chile, Sede La Serena. Entre sus docentes siempre se menciona con orgullo a figuras que forman parte de la historia nacional tales como Ignacio Domeyko, Juan De Dios Pení, Alfonso Calderón, Pedro Cauntornet, Bernardo Osandon, José Ravest, Elier Tabilo Buzeta, Felipe Herrera y Jorge Miranda. Pero la lista es más larga. Y entre sus ex alumnos se destaca a Pedro Pablo Muñoz, Isauro Torres Cereceda, Pedro Regalado Videla, Bartolomé Blanch, Carlos Roberto Mondaca, José Joaquín Vallejo, Hugo Miranda Ramírez, Julio Mercado Illanez, Eduardo Urizar Ireland, Enrique Molina Garmendia, Gustavo Rivera Flores, René Larraguibel Smith, entre muchos otros que se
han destacado a nivel nacional o regional en la política, la literatura, la educación y otros planos de la sociedad. El Liceo durante muchos años fue una de las instituciones más importantes de la ciudad y de la entonces Provincia de Coquimbo en términos de difusión cultural. Desde allí se producía cultura a través, por ejemplo, de los “Ateneos Literarios” y se publicaban revistas como Eco Liceano, entre otras. Peña Hen en esos años (1944 y 1945) encontró en el establecimiento el espacio, el soporte y las personas necesarias para realizar su propio aporte cultural. Expresión de esto fueron diversas revistas que circulaban en esos años como por ejemplo “Impulso”, órgano del Sexto año del Liceo, cuyo primer número data de junio de 1944, cuando Peña Hen aún no llegaba a ese colegio. “El Liceano” fue lanzada en 1946 por los alumnos de cuarto año de humanidades con el apoyo de sus profesores y ex estudiantes, con el objetivo de “superarnos y despertar del letargo a nuestra juventud serenense”, además de financiar su tradicional viaje de estudio al sur de Chile. De ese mismo año es también “La Aurora Liceana”, pero publicada por los alumnos del Tercer Año A de Humanidades del Liceo. El año 46 marca también la creación de su Centro cultural, cuyo principal objetivo era “un mayor acercamiento cultural entre los alumnos del Colegio y los demás Establecimientos Educacionales de la ciudad”. Entre las actividades que se propusieron entonces los jóvenes figuraban los Ateneos Estudiantiles, primero de forma interna y luego de forma abierta al público. La buena acogida a la iniciativa se manifestó en la concurrida asistencia a las primeras reuniones de este Ateneo. El Liceo en todo caso tenía una ya larga tradición en cuanto a publicaciones; baste citar que en 1907 surgió la revista “Penumbras”, quincenario ilustrado de ciencias, artes y literatura, órgano del Ateneo, fundado por sus alumnos. Esta publicación se mantuvo vigente en forma mensual hasta fines de 1914. En 1934, cuando Peña Hen tenía seis años, surgía la revista “Vertebra” como órgano de la Academia científica del Liceo. Este contexto le permitió al joven estudiante Peña Hen realizar sus proyectos, aprovechando esas condiciones y circunstancias. Fue así que aportó una cuota importante en esa relación entre el liceo y la sociedad mediante la música, con sus coros y orquestas.
En esa época, Jorge vivía en Coquimbo y se trasladaba en tren desde el puerto hasta La Serena. El traqueteo del tren de trocha angosta que se movía a carbón y echaba humo gris por su chimenea, le imprimía un ritmo lento al viaje, mecía a sus pasajeros y entre ellos al joven músico, al casi siempre ensimismado Jorge. El tren paraba en algunas estaciones entre ambas ciudades y el estudiante se bajaba pasada la Avenida Francisco de Aguirre, donde hoy se encuentra la carretera Panamericana. Al bajarse, lo primero que veía era la torre campanario de la Iglesia Santo Domingo, situada de espalda al mar sobre la entonces calle de la Barranca (hoy Pedro Pablo Muñoz). Un poco más arriba, Peña Hen podía divisar el campanario de la Catedral, situada en la Plaza de Armas. A lo lejos, al fondo a la derecha, salvo que estuviese muy baja la niebla, se veía el Cerro grande, entonces sin las antenas que hoy lo afean bastante. Desde allí, con su uniforme azul (de invierno) o color caqui (de verano), el estudiante del Liceo de Hombres de La Serena, junto a decenas de niños y adolescentes, subía caminando hasta la desaparecida casona de la calle Cantournet. En esos traslados, a pie o en tren, desde el puerto a La Serena, desde la estación al Liceo o viceversa, el joven pensaba en música, organizaba en su cabeza no solo notas musicales, sino que ponía en acción a miembros de un equipo de trabajo, miembros de una orquesta, instrumentos para formar un conjunto y todos los factores que le permitieran realizar un concierto. Se le veía caminar concentrado, a veces tarareando, a veces moviendo su mano en el aire, como quien dirigeuna orquesta. El joven estudiante, caminaba y en él viajaba la música, con él se trasladaba la melodía que estaba surgiendo en su mente de compositor temprano. Solo él podía oír las notas, solo él oía los compases. Solo él podía disfrutar de esa creación que estaba naciendo y que en poco tiempo más inundaría los espacios de diversos teatros, plazas y calles. Eso lo veían sus compañeros de Liceo y por eso el apodo de “Chopin” tenía sentido para ellos. Es en esta época que se empieza a delinear con claridad el organizador que es y seguirá siendo años más tarde, el músico y profesor. Siendo aún un adolescente pone en tensión toda su capacidad de persuasión y planificación para integrar el Coro Polifónico del Ateneo de La Serena y ser parte de una presentación en 1944, con un concierto realizado en la Sala Centenario, bajo la dirección del profesor Gustavo Galleguillos y del propio Peña Hen, cuando tenía 16 o 17 años. Un pequeño conjunto instrumental de
aficionados participó también en el desarrollo de esa actividad cultural. Lo más probable es que Peña Hen haya sido integrante de ese grupo. Desde entonces, sostiene el profesor Juan Zepeda Pérez, dirigía con cortas y delgadas batutas que el mismo elaboraba con varillas de naranjo o membrillo. Con sus capacidades y el respaldo del Liceo, el joven había realizado lo que puede considerarse hoy impensable (a nivel de estudiantes de enseñanza media): formó un coro mixto de 70 voces, en el que reunió estudiantes del Liceo de Hombres y del Liceo de Niñas, con el que se desarrollaron diversas presentaciones para reunir fondos con el objetivo de financiar una gira estudiantil al sur del país. Era el 5° año de las humanidades. Pero además, del mismo joven Peña Hen se estrenaron en esos días su Canción de Otoño, obra sobre un poema de Verlaine, escrita para coros y orquesta; y el Concierto en Do menor, para piano y pequeña orquesta. Se evidencia, de esta manera, la multiplicidad de funciones y habilidades de Peña Hen, porque sin dejar de ser alumno del Liceo, participa activa e intensamente como compositor, como intérprete y como organizador cultural. No era común verlo con un libro en sus manos, salvo que fuera una partitura; pero sabía de los libros más leídos y de los autores más solicitados. En esos mismos días, en el Teatro de la Escuela Modelo de Coquimbo se presentó el Coro Polifónico del Ateneo de La Serena, donde se interpretó el motete O vos omnes de Tomás Luis de Victoria, corales de Juan Sebastián Bach y el Ave verum de Mozart, junto a otras composiciones de músicos románticos y modernos. El joven estudió piano con la profesora de su hermana Silvia, Olga Cifuentes, y tuvo algunas lecciones de composición con el maestro Allende y en su adolescencia asistió por un corto tiempo al Conservatorio. Pero él había nacido para ser músico. Su infancia y adolescencia las vivió de manera bastante cómoda en lo material y también en lo espiritual. A diferencia de la gran mayoría de los muchachos de su época, para quienes era difícil viajar, salir desde la Provincia a otros destinos, Jorge tuvo por la profesión de su padre, ese acceso abierto. No solo los cambios de domicilio entre Santiago, Coquimbo y La Serena, sino también su estadía en el extranjero.
Las condiciones y las circunstancias que vivió en esos primeros 17 años de vida, lo condujeron a descubrir sus potencialidades como músico, como compositor e intérprete, y al mismo tiempo su capacidad de organizar y conducir a un grupo de muchachos que más tarde se convertirán en coros y orquestas, que cambiarán la forma de educar musicalmente en Chile. Cuando egresa del Liceo de Hombres en diciembre de 1945, claramente direccionado a las artes, sabe que sus pasos lo llevarán a Santiago, a estudiar música. Al momento de egresar del Sexto año de Humanidades, Jorge recibió de manos de sus padres una pluma de marca Parker de metal. Con esa pluma escribió toda su obra y la llevó consigo hasta poco antes de morir.
DEFINICIÓN DE SU PRESENCIA EN EL MUNDO El médico Tomás Peña era un admirador de la música clásica; cultivaba en su entorno familiar, social y político, esa predilección. Cuando se dio cuenta que su hijo tenía ciertas dotes musicales, le pareció bien. Sin embargo, esa no era una opción laboral bien vista en esos años -a fines de la II Guerra Mundial- y por eso no esperaba que Jorge tomara ese camino profesional. Su padre quería que fuera abogado, una profesión tradicional que en cierta forma podría asegurarle un buen futuro en lo económico. A inicios de 1946, Jorge rinde exámenes de Bachillerato en Humanidades (Mención Letras) y bajo presión familiar ingresa a la Escuela de Derecho, donde solo tiene clases en la mañana, lo que le permite por las tardes asistir al Conservatorio Nacional, donde ya lo conocían por sus estudios básicos anteriores. Esta doble jornada duró apenas unos meses. En el segundo semestre decide retirarse de sus estudios de abogacía y le comunica a la familia que a partir de entonces consagrará todo su tiempo a la música. A partir de allí, estudiará en el Conservatorio entre 1946 y 1950, pero en paralelo desarrollará una intensa actividad musical destinada a su Provincia de Coquimbo. Cuando el joven Peña Hen llega al Conservatorio Nacional, se integra a un colectivo en el que también participan estudiantes provenientes de La Serena o Coquimbo, entre los cuales destacan Alfonso Castagneto y Patricio del Río. Este pequeño grupo se hace conocido en la institución como “los serenenses” y pasan a jugar un rol importante en esos años de posguerra. Los jóvenes comparten el amor por la música, también una preocupación por lo social y se proyectan como intensos organizadores de actividades extra muros, algo inusual en esos años. La mística y la capacidad organizativa que Jorge había mostrado en el Liceo en La Serena, se proyectarían ahora con más fuerza e impacto. Con su grupo de amigos coterráneos y otros estudiantes organiza conciertos en colegios de Santiago, invitando a grupos de cámara y a solistas para que lleven su música a esos niños. Esto implica a veces el
traslado de pianos y otros instrumentos y todo lo que se necesita para realizar un concierto. La labor de extensión musical del Conservatorio marca en esos años un hito, provocado por Peña Hen y sus compañeros. Se visitarán también campus universitarios. Para los compañeros de estudios de Peña Hen de esa época, como el futuro maestro Agustín Cullell, el trabajo del coquimbano fue vital para las transformaciones registradas en esa institución y lo que se conocería como la segunda “Época dorada” del Conservatorio Nacional. Además de las visitas a colegios y escuelas universitarias, Peña Hen impulsó cambios en los planes de estudio, así como la formación de diversos grupos de cámara que proyectaban la labor institucional más allá de sus muros. Peña Hen no solo movilizó a los estudiantes, sino que también impactó a sus maestros y a las propias autoridades académicas para que apoyaran esos esfuerzos por llevar la música a nuevas audiencias, a nuevos públicos, especialmente a niños y jóvenes. La población de Chile, en 1940, era aproximadamente de 5 millones de habitantes. De ellos, el 55.5% eran considerados pobres. Entre éstos, un 33.4% eran indigentes. Éramos un país subdesarrollado, dependiente de un solo producto de exportación, el cobre, luego que el salitre había dejado de ocupar ese lugar en los años 30. Con muy poca industria, con una agricultura casi medieval, asentada en el latifundio y la clave de “mucha tierra sin gente y mucha gente sin tierra”, con altos índices de desempleo y mucho empleo informal. Es en este entorno en que el joven Peña Hen, hijo de un médico de izquierda y activo dirigente del Partido Socialista, adopta una preocupación por lo social, desde su propia perspectiva, la música. Por otro lado, a nivel nacional, a partir de la década de los años 40, empezó a haber una mayor preocupación por la población infantil y esto se notó, por ejemplo, en la literatura con la especialización y la difusión de autores como Marcela Paz y Hernán del Solar, y la amplia distribución de las revistas para niños, siendo la más exitosa El Peneca. Estos cambios los percibe el joven Peña Hen y busca no quedarse al margen, sino comprometerse con las transformaciones, con la sociedad de la que forma parte. Chile, aunque a la distancia, había participado de la II Guerra Mundial, quedándose después de algunos titubeos de parte de los Aliados (EEUU, URSS y parte de Europa) y oponiéndose a los países del Eje: Alemania, Italia y Japón. El conflicto repercutió negativamente en Chile ya que había
menos recursos para destinar a mercados alejados como el nuestro de los grandes centros del comercio mundial. La principal exportación, el cobre, se vendía a los países Aliados (Estados Unidos principalmente) a precios bajos y, en contraste, Chile importaba manufacturas caras. La preocupación social de Peña Hen se reveló en diversas formas, pero una manera concreta de participar fue su actividad como dirigente estudiantil en el Conservatorio, institución en la cual fue Presidente del Centro de Alumnos de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales (de la Universidad de Chile). Sucedió en esa responsabilidad -en 1947- a quien llegara a ser un famoso compositor: el maestro Gustavo Becerra. El mismo Becerra reconoció años después, que la labor de Jorge como dirigente dejó una huella profunda. El joven organizó conciertos con sus compañeros de Conservatorio, cuyas familias vivían en La Serena o Coquimbo y estudiaban en la capital. En las vacaciones viajaban para dar vida a esos planes. Memorable es la primera gira de la Orquesta del Conservatorio a La Serena y Coquimbo en 1947. Ese año, el 16 de septiembre en Coquimbo y el 17 de septiembre en La Serena, -mientras la mayoría de los estudiantes aprovechaba sus vacaciones para descansar- el joven Peña Hen, acompañado de los “serenenses” y de un grupo de 30 estudiantes del Conservatorio se trasladaban a la Provincia de Coquimbo para realizar sus conciertos. El viaje entre ambas ciudades era sacrificado porque tomaba un día completo; debían trasladar sus instrumentos, incluyendo algunos solicitados en préstamo a la institución. Esos conciertos fueron patrocinados por la Sociedad de Música de Cámara de La Serena y Coquimbo, creada un año antes y que tuviera entre sus impulsores al propio Peña Hen. Con una capacidad organizativa excepcional, él entendía que no bastaba con tener una idea y echar a andar una iniciativa, era necesario ir tejiendo una red de organizaciones e instituciones con las cuales sumar fuerzas, potenciarse, tener mayor poder de presión ante las autoridades y también aumentar su poder de convocatoria, no solo a los músicos, sino de manera especial ante el público que, por cierto, no estaba acostumbrado a estas actividades. Meses antes de esa primera gira, en febrero de 1947, también en vacaciones, la Sociedad de Música de Cámara había ofrecido un concierto en el Teatro Nacional de La Serena, oportunidad en que habían dirigido el profesor Gustavo Galleguillos y Peña Hen, estudiante de 2° año del
Conservatorio Nacional. No era la primera vez que ellos compartían escenario, lo hicieron en 1945 junto al Coro polifónico del Ateneo del Liceo de Hombres y lo mismo en presentaciones en Ovalle y en Coquimbo. En los conciertos de septiembre de 1947 compartieron batuta Agustín Cullell y Peña Hen, compañeros de estudios del Conservatorio, para dirigir un grupo de cámara formado por treinta músicos que interpretaría obras de autores como Haendel, Bach, Mozart y Tchaikovsky, y también autores chilenos, entre ellos Gustavo Becerra, Santiago Pacheco y Ramón Hurtado; preocupación especial de Peña Hen fue dar espacio a los creadores nacionales. El país vivía una época especial, con la agudización de la Guerra Fría, periodo que afectó a nuestro país de una forma particular. Entre 1946 y 1952 gobernó Chile el Presidente Gabriel González Videla, quien fue el último mandatario del Partido Radical desde Pedro Aguirre quien había sido electo en 1938 por el Frente Popular, formado por fuerzas de centroizquierda: el Partido Radical, Partido Socialista, el Partido Comunista, sindicatos obreros agrupados en la Central de Trabajadores de Chile (CTCH), la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) y el movimiento mapuche organizado en el Frente Único Araucano. Presionado por el gobierno de Estados Unidos, el Gobierno del radical González, electo con el apoyo de los comunistas y el Partido Demócrata y los Liberales (el Frente Popular se había disuelto en 1941), toma un giro a la derecha y luego de instaurar la llamada “Ley de Defensa Permanente de la Democracia” (o Ley Maldita), en 1948, deja a los comunistas en la ilegalidad. En el plano regional, independientemente de la cuestión política, González Videla lleva a cabo el denominado “Plan Serena”. Entre las muy diversas obras llevadas a cabo se contempló la construcción de la Carretera Panamericana, en el tramo Santiago-La Serena, iniciado en 1946 y durante todo ese gobierno, lo que dio a la región una vía de comunicación más económica y rápida (siete a ocho horas), sustituyendo el sistema incómodo y lento, de doce a diecisiete horas en el Ferrocarril Longitudinal Norte, y dieciocho horas por el camino interior: Ovalle, Combarbalá, Illapel y Cabildo. Las obras de este proyecto fueron considerables en número y calidad de las edificaciones de carácter educacional, además de incorporar un museo de esculturas al aire libre -en la Avenida Francisco de Aguirre- único
en esa época a nivel latinoamericano. Junto a otros edificios de servicio público se une el Museo Arqueológico. La Serena pasa a ocupar un lugar especial en el escenario nacional y se transforma, en cierta manera, en un Centro Regional de la Cultura y del Arte, a través de las sedes universitarias (Técnica del Estado y de Chile) y los Liceos y Escuelas Técnicas. Un lugar especial ocupa el Conservatorio de Música y la Escuela de Danzas. El 31 de octubre de 1951 se inauguran las obras del “Plan Serena”, con la presencia del Presidente González Videla y el entusiasmo y la participación de gran parte de la ciudadanía y de vecinos del puerto de Coquimbo y otros pueblos cercanos. Una de las construcciones emblemáticas del Plan y con un significado particular para Jorge Peña Hen, fue el entonces llamado Liceo de Niñas, ubicado en una de las siete colinas de la ciudad. En estilo neocolonial, es un imponente edificio, con un valor agregado: un hermoso teatro con platea alta y baja. A partir de entonces, se haría posible la representación de teatro, ballet, y también de coros y orquestas sinfónicas. Para el periodista Raúl Pizarro Illanes, ex alumno de Peña Hen en el Liceo de Hombres (hoy Gregorio Cordovez), dicho teatro fue la piedra angular del movimiento artístico y cultural impulsado por el maestro. Un lugar que sería ocupado intensamente, todos los días del año, por ensayos y representaciones de todas las disciplinas . En La Serena existía el Teatro Nacional, situado sobre la calle Balmaceda a media cuadra entre las calles Brasil y Prat, donde el propio Peña Hen se presentó y se presentaría después de sus estudios en el Conservatorio de Santiago. El Teatro Nacional desapareció en los años 80, demolido ante los ojos impávidos de la población, producto de la avaricia de quienes pretendían lucrar con la especulación inmobiliaria. Hasta ahora el sitio está vacío. A sus 22 años, Peña Hen vivía para la música y ya era un profesional formado por la Academia, pero también amaba a las mujeres y a una en especial: Nella Camarda. Ellos compartían clases en el Conservatorio y Peña Hen la integró a sus diversas actividades, luego que fuera seleccionada como pianista para actuar en el “Festival Bach de La Serena”, a mediados de 1950. En julio de ese año iniciaron un romance, se casaron en 1952 y tuvieron dos hijos: María Fedora y Juan Cristián. “Éramos compañeros en el Conservatorio Nacional. Él en Composición, yo en Piano. Ambos con condiciones de líder, participábamos
en el Centro de Alumnos. Pero nuestra relación sentimental comenzó realmente después de una actuación conjunta: él en su tarima de director y yo en el piano en el Concierto Branderburgués N° 5 de Juan Sebastián Bach en la ciudad de La Serena”, recordó alguna vez Nella. En otra ocasión, Nella relata que durante el pololeo, salieron a pasear en Santiago. Los dos iban en una bicicleta por un sector del barrio alto, cerca de donde vivían. “Y por ahí nos sentamos, y ahí me pidió que nos casáramos. Si yo quería casarme con él. Yo le dije al tiro que sí (ríe). Llegué a la casa con la novedad”. Mientras pololeaban y también una vez casados pasaron distanciados algunas temporadas, por viajes de trabajo del maestro, las giras de conciertos o sus incansables búsquedas de apoyo y recursos para sus proyectos. En esos tiempos la pareja se escribía cartas, de intenso y sincero amor. El vínculo legal se mantuvo hasta la muerte de Peña Hen, pero la pareja enfrentó algunos periodos difíciles. De hecho, cuando el músico fue asesinado en La Serena, ella vivía en Santiago hacía ya dos o tres meses. Ella era también músico, intérprete de piano. Se enamoraron en ese ambiente y vivieron en ese mundo durante muchos años. Constituyeron una pareja singular, formada por dos personas especiales que vivieron vidas extraordinarias, una vida de pareja totalmente fuera de lo común. Durante muchos años, el trabajo de ella se vio opacado por la figura del Maestro, pero actualmente se conoce que fue más que una colaboradora: fue parte importante de la enorme tarea de Peña Hen, acompañándolo durante décadas. Jorge estaba siempre colocándose nuevas metas, desafíos más exigentes, cuyos objetivos eran llevar la música clásica a nuevos auditorios, -a públicos que no habían tenido oportunidad de oírla- y, crear nuevos grupos, preparar conjuntos y orquestas, ponerlos a trabajar en función de una o varias presentaciones públicas. Uno de los desafíos mayores de esa época fue la presentación de la obra de Juan Sebastián Bach, El Magnificat, en La Serena, para lo cual llevó la orquesta del Conservatorio Nacional y formó los coros de hombres y mujeres, en la misma ciudad. Actividades de este tipo requieren de un trabajo organizativo de largo plazo y Peña Hen lo planifica y se apoya en todos quienes le pueden prestar una colaboración. Por ejemplo, para el coro permanente femenino, se integran las niñas del Liceo de La Serena, con la profesora Eudocia
Carmona, clave en ese trabajo. Mientras que los coros masculinos los organiza con sus amigos que van de vacaciones desde Santiago. El Magníficat es una obra musical compleja, de carácter polifónica vocal religiosa. Bach escribió su versión basándose en el famoso texto bíblico escrito por el Evangelista San Lucas. Bach orquestó este canto bíblico en cinco partes para dos sopranos, alto, tenor y bajo, acompañados por una orquesta barroca que incluía trompetas y timbales. De este modo, le daba mayor gloria a la celebración de la Visitación. En la historia de la música esta obra es considerada la mayor composición litúrgica de Bach en latín. Hijo de un socialista y ateo como era su padre, Jorge se consideró siempre un no creyente, pero hay quienes sostienen que él creía en un ser superior y eso lo demostraba en su labor, especialmente cuando dirigía las obras de Bach. Luego de un año de preparación, Peña Hen decide que la presentación de El Magnificat se hará en La Serena, durante las vacaciones de invierno del año 1950 y busca una fecha que coincida con la presencia del entonces Presidente Gabriel González. El escenario fue el Teatro Nacional de La Serena que tuvo un lleno total. Una anécdota que se recuerda de esa noche, señala que 30 minutos después de la hora marcada para el inicio del concierto (21 horas), el mandatario no llegaba, y Peña Hen y su equipo directo estaban muy nerviosos, ya que el público comenzaba a impacientarse. Jorge Peña y Alejandro Jiliberto (serenense, estudiante de Derecho y uno de sus principales asesores), salieron caminando a buscar al gobernante que estaba comiendo en el Club Social de La Serena, situado a dos cuadras. Llegaron allá y le explicaron que lo estaban esperando. González y su séquito salieron inmediatamente. Una vez más Peña Hen mostraba que era del tipo de personas que cumple el viejo dicho: “Si la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña”. Con diversos antecedentes de acciones realizadas en Santiago y en la Provincia de Coquimbo, con el desarrollo de múltiples redes de apoyo, tanto en la capital como en su provincia de origen, (desde su época de estudiante secundario a sus estudios superiores), Peña Hen junto a un grupo de destacadas personalidades locales, crean el 25 de mayo de 1950, la “Sociedad Juan Sebastián Bach”, de la cual fue su primer presidente. Esta agrupación desarrolló una labor trascendente en el plano de la difusión y de la educación musical en la zona norte de Chile, y tuvo incluso algunas proyecciones hacia otras regiones del país y también en el exterior.
Su primera directiva estuvo conformada además de la presidencia de Peña Hen, por Gustavo Galleguillos, vicepresidente; Alfonso Castagneto, secretario; Eudocia Carmona, tesorera y, entre sus directores, figuran Barak Canut de Bon, María Teresa Slaibe, Santiago Peña, Fernando Binvignat y Alfredo Vivanco. Otros nombres que aparecen en el Acta de fundación de la sociedad, en cargos directivos, son Raúl Larraguibel; Alejandro Jiliberto; Juan Ochoa; Lautaro Rojas; Max Muñoz y Nella Camarda. Su amigo Alejandro Jiliberto fue presidente de la Sociedad Bach en ocasiones posteriores y fue un reflejo de cómo el músico era capaz de aunar fuerzas y recursos tras una causa fundamental que era la música. Jiliberto no era músico y aunque cantaba, participaba poco en el coro; sin embargo, estaba allí por su capacidad organizativa, entre las cuales estaban las cuestiones legales que debían enfrentar según el desarrollo de la Sociedad. Entre los primeros acuerdos que adoptó la Sociedad Bach, estuvo la celebración de un Festival en conmemoración a los 200 años de la muerte del compositor alemán, el más admirado por la gran mayoría de los integrantes de dicha agrupación. En julio de 1950, se recordó la muerte de Bach en diversas capitales del mundo. También en Santiago y La Serena. A través de la Sociedad Bach, organizó durante esa semana una serie de actividades conmemorativas. Peña Hen en función de sus proyectos unió no solo a quienes eran músicos, sino también a quienes eran amantes de la música. Con aficionados formó primero una orquesta de cámara. Y así echó las bases de la sociedad que se crea con la intención de constituir en algún momento un Instituto de Extensión Musical. “Nuestra meta era crear la Orquesta Sinfónica del Norte -cuenta Lautaro Rojas, violinista y profesor de violín, uno de los colaboradores cercanos al Maestro en los años 50 y siguientes- y en torno a esa orquesta fundar un Ballet, la Ópera y el Teatro y llevar todo esto al norte del país”. La Orquesta Sinfónica de la Sociedad Bach realizó, en sus 13 años de vida, muchas giras por ciudades del norte, desde Vallenar hasta Arica. Los comentarios elogiosos a sus conciertos están registrados en notas de prensa de distintos medios. En julio de 1960, cuando la Sociedad Bach cumplía 10 años de actividades, El Mercurio de Santiago reconocía que “La Serena es un centro de difusión musical de extraordinaria importancia. La Sociedad Juan Sebastián Bach ha superado las expectativas”. En esa misma nota de
prensa titulada: “Es hoy La Serena el centro musical más importante del país”. El Mercurio cita al compositor y académico Alfonso Letelier: “No es la profunda admiración y aprecio que siento por Jorge Peña lo que me induce a calificarlo como un hombre realmente extraordinario. La mejor afirmación de esto es la obra desarrollada por la Sociedad Bach, lo que sin su concurso habría sido imposible alcanzar”. Un retrato parcial, pero interesante, de esos años lo pinta con pluma potente el escritor y profesor del Liceo de Hombres de La Serena, Alfonso Calderón, quien fuera designado Premio Nacional de Literatura en 1998. Este era el ambiente que respiraba Jorge Peña Hen: “Ustedes se preguntarán cómo era La Serena, al comenzar los años cincuenta Todavía quedaba en pie la mitad de la antigua ciudad. Uno caminaba por las calles Brasil, Rengifo o Colón, y se iba llenando de esos polvillos que desnegaban de los derrumbes; salía el larguísimo y lento olor de la cebada en la cervecería. Las luces eran oscuras y servían para esas parejas que por ningún motivo querían llegar a la iglesia, sino a otras partes. Las viejas pelambreras, cotorronas y chupacirios, se asomaban, entreabriendo los visillos, a ver qué pasaba, pesando la honra de las parejas que no trepidaban en zarandearse cómo y según fuese el cariño. El jugo de papaya le salía a uno hasta en la sopa. La plaza servía de paseo a los jóvenes que aún no pasaban de las tomadas de mano y a los viejos que no se tomaban de ninguna parte, porque el matrimonio los tenía hasta donde ustedes imaginan. El arzobispo, un tipo harto reaccionario, saludaba a las gentes de acuerdo el rango, lustre y condición, seleccionando la clientela…” (Alfonso Calderón, 1971, en “Casi elegía por el colegio antiguo”, Revista Eco Liceano).
ARTISTA EN LO COLECTIVO Con la misma pasión que organizó actividades como alumno del Liceo de Hombres de La Serena, Peña Hen hizo notar su presencia como estudiante durante su permanencia en Santiago. Para su ex compañero de clases, el hoy director Agustín Cullell, debería marcar un hito en la trayectoria del Conservatorio Nacional de Música de la Universidad de Chile, el inolvidable Ciclo Histórico de Conciertos que organizó el Centro de Alumnos bajo la presidencia de Peña Hen en 1949, en el primer centenario de la institución. “Se trató de un Festival de presentaciones programadas a lo largo del año, con participación de los estudiantes y conjuntos más destacados; presentaciones abarrotadas de público y comentadas por Gustavo Becerra, hoy eminente Catedrático de la Universidad de Oldenburg, pero una lamentable pérdida para el país”, describió Cullell en 1991, en un homenaje al músico coquimbano. Para Cullell, también debería quedar en los anales de la Historia Musical de Chile, el célebre Festival Bach, organizado en La Serena en 1950. Terminados sus estudios en el Conservatorio Nacional en Santiago, en 1952 Jorge vuelve a la Provincia de Coquimbo a instalarse ya como un hombre independiente. Trabaja como profesor en el Liceo de Niñas, en el Liceo de Hombres y en la Escuela Normal, en La Serena. Los seres humanos desarrollan su vida en determinados escenarios. Para Peña Hen, el Teatro del Liceo de Niñas de La Serena fue un lugar muy especial, porque allí, él y su gente hacían de todo un poco: ballet, coros, teatro, conciertos. Ese espacio constituía su territorio. Porque era un hombre creador y de mentalidad estratégica, estuvo atento a esa obra porque sabía que en ese espacio se podría desarrollar parte importante de su obra musical. A inicios de la década de 50, el músico ya gozaba de cierto prestigio y reconocimiento, se entendía con las autoridades, incluido el propio Presidente de la República. Fue a Peña Hen a quien le consultaron qué piano comprar para ese Teatro, que hasta ahora sigue siendo un sitio importante para las expresiones artísticas locales. Le comunica a su mujer que será ella quien estrenará el nuevo piano del Liceo
de Niñas. “El teatro que está precioso se ve muy lujoso y sobrio a la vez” comenta Peña Hen, pero sabe que la obra está incompleta, pues a fines de 1951 lo entregan sin butacas y confía en la promesa de parte del ingeniero jefe de instalarlas en febrero o marzo de 1952. En 1953, Peña Hen funda la Orquesta de Cámara de la Sociedad J. S. Bach y en 1955 crea el Coro Polifónico. Son años de intensa actividad en los cuales despliega su talento de músico y su capacidad de organizador, su carisma de líder, sus condiciones de gestor que lo hacen único en este ambiente hasta entonces más bien tranquilo y apagado de esa Serena de la primera mitad del siglo XX. Las diversas acciones que Peña Hen emprendió junto a decenas de personas que lo acompañaban, tanto músicos como otros profesionales y personas de distinto tipo y oficio, fueron asentando en la Provincia y especialmente en la ciudad de La Serena un ambiente propicio a las artes, en particular a la música. Se podría decir que hubo una suerte de maduración del ambiente cultural, que se basaba por un lado, en acciones concretas como los conciertos, recitales y otras presentaciones artísticas, así como en políticas de mayor alcance, como fue el Plan Serena para la ciudad y, a nivel nacional, una mejoría en las condiciones económicas. Estas condiciones explican que la Universidad de Chile haya decidido crear la primera unidad académica en una provincia: el Conservatorio Regional de La Serena fue fundado en 1956 y su organización y dirección estuvo a cargo de Peña Hen. Año tras año, el maestro concreta nuevas ideas. No se conoce -ni entonces ni ahora- un programa general o una estrategia, pero se pone en acción “el Plan de Extensión Docente” planteado por la Sociedad Bach y cuyo objetivo, en síntesis, es crear música y difundirla para educar musicalmente a los más diversos sectores sociales. Por eso, si antes estuvo en los colegios, liceos y otros establecimientos educacionales para llevar la música de sus distintos grupos, a partir de cierto momento, inicia una tarea para que desde las propias escuelas surjan grupos que hagan música. En 1957, por ejemplo, crea el Coro de la Escuela de Niñas de La Serena, institución en la cual era profesor. Similar tarea realiza en el Liceo de Hombres y en la Escuela Normal de La Serena, donde también hace clases. Esas tres instituciones eran, a nivel secundario, las más importantes de la provincia, y el trabajo de organizar los coros y sus numerosas
presentaciones públicas, pasaría a formar, por un lado, un cuerpo numeroso de cantantes de coros y, por otro lado, poco a poco, formaría un público de todas las edades y condición social, que sería una nueva audiencia para la música clásica en la provincia. No se trataba sólo de presentaciones escolares simples, sino de conciertos con programas complejos, verdaderos espectáculos del mejor nivel que incluían como escenarios diversos, desde teatros a establecimientos como el hospital o la cárcel de La Serena. El día a día del Maestro era de agitación permanente, su jornada laboral era intensa. Tenía ensayos de sus coros en la Escuela Normal, en los Liceos, y a veces, en un mismo día, ensayaba con la orquesta. Podían ser hasta seis horas seguidas de ensayos, a lo que había que sumar el traslado de un establecimiento a otro. Por la noches, después de comer, podía tener reunión con la Sociedad Bach. Y además de los ensayos había hecho clases varias horas al día. Su energía era poco común y llamaba la atención en una ciudad todavía tranquila y apacible. Al año siguiente, en 1958, cuando Peña Hen tenía 30 años de edad, es invitado a dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, un hito importante en su carrera. Así lo reconoció en declaraciones a la prensa de la época, el diario El Sur de Concepción: “Dirigir la Orquesta Sinfónica de Chile fue siempre una aspiración máxima en mi carrera” y agradeció la oportunidad que para él representó “la coronación de este deseo y un valioso aliciente parta continuar mis estudios y perfeccionamiento”. Poco tiempo antes él había postulado al cargo de director adjunto de dicha orquesta, pero no obtuvo un buen resultado. El concurso era muy exigente, pues se debían rendir pruebas teóricas y prácticas sobre diversos contenidos: orquestación de una pieza de piano, repertorio sinfónico, historia de la música, lectura de partitura orquestal en piano, reconocimiento auditivo y técnica de la batuta. Peña Hen quedó seleccionado entre los cinco finalistas, pero fue Héctor Carvajal quien obtuvo el nombramiento. Luego de este fracasado intento, Peña Hen tuvo en mente realizar estudios de perfeccionamiento en dirección orquestal y varios músicos lo apoyaron en su postulación para que trabajara con distintos maestros. “Las demostraciones de evidente capacidad como conductor orquestal y la condición de músico de elocuente talla, constituyen en el joven Maestro don Jorge Peña Hen, un peldaño necesario que nuestro medio artístico requiere”, sostuvieron, por ejemplo, dos connotados músicos de la época,
Carlos Romero Almarza y José Arias Berríos, principales directivos del Centro de Profesores de la Orquesta Sinfónica. Sin embargo, estos esfuerzos no prosperaron. En 1959, el Maestro funda la Orquesta Filarmónica de La Serena, la que tiene como base a una serie de músicos que se han venido formando con él en los últimos años y a los que se suman algunos profesionales. Poco a poco, Peña Hen va captando músicos con los cuales formaba pequeños grupos, reunía a las personas, los invitaba a los ensayos, los iba preparando hasta que pudieran integrarse a un grupo específico. En algunos casos, por ejemplo, contactó a miembros de la Banda del Regimiento Arica de La Serena, específicamente a los instrumentistas de vientos, les consiguió permisos con sus superiores para que pudieran participar de estos grupos y finalmente de la Orquesta. Alejandro Sabando, ex trompetista de la Orquesta Juan Sebastián Bach y de la banda del Regimiento Arica cuenta como conoció al Maestro: “A Jorge lo conocí en el Regimiento. Estábamos ensayando una mañana con el jefe de la Banda, don José Marín Fuenzalida, de repente se abre la puerta de la sala y entra el Comandante con el ayudante y un caballero. Y nos dijo, les voy a presentar a un señor que tiene un sueño muy grande: formar una Sinfónica aquí en La Serena porque hace mucha falta porque es una ciudad muy culta”. Este plantel trabajará en Coquimbo y en la región norte de Chile hasta 1964, siendo financiado -de forma algo irregular- por la Universidad de Chile, de la cual dependía, y la Municipalidad de La Serena. Para hacer funcionar esta orquesta, Peña Hen no solo se preocupaba de contar con músicos competentes, de trabajar las distintas composiciones que llevarían ante el público, de contar con los instrumentos, etc., sino que debía preocuparse incluso del financiamiento. En ese incansable trabajo de gestor y de organizador, parecía que el Maestro no tenía techo, no veía límites. Alguien dijo de él alguna vez que no era de esos hombres que se detienen ante los límites o las barreras, sino que estaba hecho para romperlos, para superar las barreras, para ver e ir más allá. Por eso sus desafíos -que a ojos de otros resultaban sencillamente inalcanzables- para él no lo eran. Y claro, a cada reto propuesto correspondía una tarea más o menos difícil, y un tiempo razonable para poder lograrla. Es el caso de la presentación de La Pasión según San Mateo
en julio de 1960, la que estaba pendiente desde 1952, cuando se lo había comunicado a su flamante esposa, Nella Camarda. A juicio de algunos estudiosos, esta es la más grande obra religiosa de la historia de la música: texto y música, fidelidad al relato evangélico y elevada creación poética, piedad, se unen de modo tal que no se podría destacar ningún aspecto como el más sobresaliente. Compuesta por Bach entre 1727 y 1729 -se desconocen el año exacto y las circunstancias de la composición-, requiere de un enorme trabajo de preparación pues se trata de una pieza de tres horas de duración (la más extensa de Bach) en la que deben participar dos coros adultos y un coro de niños, dos orquestas y solistas. Su puesta en escenario en La Serena fue un acontecimiento nacional que concitó la atención de las autoridades y de la crítica musical que se expresaba en la prensa. “Allí está un director que logra sacar de la nada lo fundamental en una obra capital de la historia de la música” sostuvo, por ejemplo, el crítico Daniel Quiroga en el diario La Nación, el 3 de agosto de ese año. Ese concierto, a juicio de muchos observadores de la época como el periodista y ex alumno de Peña Hen, Raúl Pizarro, resultó inolvidable e histórico para Chile. Lo que sería excepcional y prestigioso para cualquier gran capital europea, se hizo acá con medios modestos, en una ciudad alejada de los grandes centros culturales y artísticos, pero con una espiritualidad que alcanzó insospechados límites gracias al empuje creador del maestro Peña Hen. Esa fue la primera vez que dicha obra se presentaba en forma completa, o casi, porque le faltó una breve parte. Antes de eso se habían presentado algunas partes en Santiago y luego de eso se haría de forma completa en la capital. Ese año 1960 es distinguido con el título de “Ciudadano Ilustre de la Ciudad de La Serena” por el Alcalde Jorge Martínez, quien había apoyado diversas iniciativas del Maestro. No se trataba de un reconocimiento puntual a lo realizado en ese año, sino un homenaje a una trayectoria que se había iniciado tempranamente cuando Peña Hen era aún estudiante en el Liceo de Hombres, en los años 40 y que, nadie podía saberlo, se extendería por casi tres décadas con las variadas manifestaciones. En vida, sin embargo, fue una de mayores formas de reconocimiento de la llamada “Ciudad de bronce” como la nombrara el poeta coquimbano
Fernando Binvignat Marín (1903 - 1977) en alusión a sus numerosas iglesias y a sus sonoras campanas.
INICIO DE LAS ORQUESTAS DE NIÑOS El músico de la Universidad de Talca, Américo Giusti, ha dicho que si hay algo que distinguió el proyecto musical educativo de Peña Hen es que “implementó la orquesta como un sistema, una herramienta de trabajo, un método sistemático válido como sistema pedagógico”, lo que representó en esos años un “cambio total en el discurso”. Ese cambio no fue bien visto por muchos detractores de Peña Hen, en Santiago y otras ciudades de Chile, quienes consideraban “nefastas” las orquestas de niños con las que trabajaba el Maestro. Se criticaba, por ejemplo, que los integrantes aprendían solo una parte de una pieza, aquella que cada uno, según su instrumento, debía interpretar. Y cuando esa parte era muy compleja para un niño, entonces Peña Hen la arreglaba para que el estudiante pudiera interpretarla sin mayor dificultad. Pero el Maestro tenía claros sus planes, y con ellos su propia forma de hacer las cosas. No quería formar talentos excepcionales, sino más bien, acercar a los niños a la música a través de la ejecución musical; una práctica que no estuviese cargada de frustración por largas horas de ensayo, en los que no siempre se llega a la correcta interpretación. Es más, como era realista, se adecuaba a una situación en la que no había instrumentos suficientes y que no estaban en las mejores condiciones. Al principio de esta etapa de formación de orquestas de niños, se usaban instrumentos de dudosa calidad o condición porque no había mejores, porque para el Maestro lo importante era que, por ejemplo, en el caso de los violines, los niños aprendieran las posturas y cómo pasar el arco. El sonido perfecto lo van a conocer después, decía, cuando tengan un buen violín. Como lo manifiestan diversos compañeros de trabajo, ex alumnos y sus propios familiares, cuando Peña Hen tenía un propósito en mente era capaz de superar todos los obstáculos que se le presentaran, por más complejos que estos fueran con tal de avanzar hacia su meta que, no eran deseos personales, sino aspiraciones siempre empapadas de un carácter social. Un buen ejemplo de su carácter perseverante e incluso obstinado es el cambio de una ley que promovió en el Congreso Nacional. “Era
porfiado, capaz de romper una roca por conseguir un objetivo, pero un buen objetivo”, dijo alguna vez el periodista de La Serena, Fernando Moraga, quien lo acompañó en diversas actividades. La Orquesta Filarmónica de La Serena -creada en 1953- se mantuvo intensamente activa durante algunos años, pero vio interrumpido su funcionamiento por falta de financiamiento y debió poner fin a su existencia a comienzos de 1963. Para la Sociedad Bach se trataba de un retroceso inesperado en su labor de difusión musical, pero como contrapartida reorganizaron la Orquesta de Cámara de la misma Sociedad y de ese modo mantuvieron en parte su actividad. La creación de una orquesta de niños fue un proyecto que nació también con este telón de fondo y como una respuesta de más largo plazo a la tarea de difusión de la Sociedad Bach y siendo un pilar fundamental en la obra de Peña Hen. Con el propósito de obtener recursos para la compra de instrumentos con los cuales dotar a las orquestas infantiles, Peña Hen emprendió una campaña de presión hacia los parlamentarios, con lo cual consiguió cambiar una ley de impuestos a los espectáculos en las provincias de Coquimbo y Atacama, para que parte de los impuestos cobrados a esas actividades (el 10% de los ingresos generados) se quedara en La Serena para la compra de instrumentos en el extranjero. Lo que actualmente, y desde 2004 es algo normal a través de una política pública, tiene su origen en Peña Hen y su trabajo. El auge de las orquestas infantiles llegó a su fin en 1973 con la muerte del Maestro, pero felizmente tuvieron un renacimiento a partir de los años 90. En 1991, el maestro Fernando Rosas viajó a Venezuela, junto al entonces Ministro de Educación, Ricardo Lagos y allá apreciaron la envergadura y éxito del Programa de Orquestas Juveniles en dicho país que se había inspirado en la obra de Peña Hen algunas décadas antes. Sucedió que, después del golpe de Estado en Chile, algunos exiliados políticos llegaron a Venezuela, donde colaboraron con José Antonio Abreu, ganador del Premio Right Livelihood (Nobel alternativo) por su labor con orquestas juveniles, que surgieron por decenas en ese país a partir de 1974. Dieciocho años más tarde, con apoyo del Ministerio de Educación, Rosas inició en Santiago un Programa de Orquestas mediante el cual se capacitó a profesores y directores de orquestas de diversas zonas del país y cuyo objetivo principal era crear la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil.
Cuando Ricardo Lagos llegó en el año 2000 a la Presidencia se hizo posible la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile, que presidida por su esposa, Luisa Durán, atrajo interés del público y generó un aumento de orquestas en diversas iniciativas ciudadanas. El objetivo fundamental que perseguía Peña Hen con las orquestas infantiles era que los niños pudiesen disfrutar la música; no buscaba formar talentos descollantes, sino difundir la música clásica a través de las escuelas. Que la educación musical fuese masiva y estuviese presente en todos los niveles, era una idea que había manifestado en sus años de estudiante del Conservatorio Nacional cuando presidía el Centro de estudiantes. Que de las escuelas salieran las orquestas y que de las orquestas salieran los solistas, un camino inverso al tradicional. La idea era que cualquier niño, con una adecuada estimulación, podría aprender a tocar un instrumento y llegar a tocar en una orquesta. Su propósito fundamental era el desarrollo cultural masivo y para ello formuló una nueva forma de docencia musical en la que educar para la belleza se entendía como una necesidad ineludible en la formación integral del ser humano. Por cierto, el proyecto nació de la forma más básica posible, ya que en esos años no se contaba con recursos para formar orquestas infantiles. La Serena y Coquimbo sumaban en esos años una población de 100 mil habitantes y los profesores de música no pasaban de media docena entre ambas ciudades. Peña Hen fue realizando entonces una labor de hormiga, un esfuerzo infatigable que llevó adelante con esos profesores del Conservatorio Regional de La Serena, que funcionaba desde 1956. El Plan de Extensión docente propuesto por el Maestro y que tuvo el respaldo de la Sociedad Bach buscaba seleccionar a un centenar de alumnos de 4° básico en cinco escuelas de La Serena para enseñarles lo básico de un instrumento. El proyecto experimental ponía la educación musical fuera del Conservatorio y la situaba en las escuelas básicas. Por la falta de recursos, el plan debió llevarse a cabo de forma muy precaria: con un instrumento, cada maestro atendía a seis niños por cada escuela. Cada pupilo tenía entonces un tiempo limitado de contacto con el instrumento. Los niños, por ejemplo, no estaban familiarizados en lo más mínimo con un violín. “Se distribuyeron los niños en 16 cursos de seis alumnos cada uno, dentro del marco de una orquesta sinfónica. Los alumnos de ambos sexos
comenzaron a tocar instrumentos, permitiéndoseles escoger a ellos mismos el instrumento que deseaban tocar y llegando poco a poco a familiarizarlos con la teoría, el solfeo y la ejecución del instrumento elegido. En diciembre de 1964, después de solo siete meses de estudio, la Orquesta Sinfónica de Niños de La Serena ofreció su primer concierto en la ciudad”. El relato aparece en la Revista Musical Chilena, en el número de enero-marzo del año 1966, en su página editorial. Pero esos siete meses de estudio fueron un tiempo de organización y gestión de la orquesta para el maestro Peña Hen y sus amigos de la Sociedad Bach quienes tuvieron que hacer tremendos esfuerzos para concretar la iniciativa. Como no había recursos para comprar instrumentos nuevos, Peña Hen decide adquirir instrumentos usados, algunos incluso en mal estado. De ese modo, se puso en contacto con maestros de la Escuela de la Providencia en La Serena, que había tenido una Banda de huérfanos algunos años atrás, y también con maestros del Colegio Salesianos que siempre habían tenido bandas de colegio. De ambos establecimientos obtuvo algunos instrumentos con los cuales fue dotando a la futura orquesta. Este Plan Docente Musical creado por el Maestro y respaldado por la Sociedad Bach dio origen a las Orquestas Infantiles y Juveniles en Chile y América Latina, y fue recogido por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) como “Plan para la Erradicación de la Pobreza”.
EDUCADOR INFATIGABLE Por su capacidad, conocimiento y dedicación a todo cuanto hacía, Jorge Peña Hen pudo haber sido un excelente director de orquesta y haber dirigido las principales agrupaciones del país; también pudo haber sido un compositor de primera línea, cuyas obras se hicieran conocidas en el país y en el extranjero; pudo haber sido una autoridad en el ámbito de la educación, no solo en la educación musical, sino a nivel nacional. Sin embargo, su principal foco de desarrollo personal y profesional no fue ni la dirección orquestal, ni la composición, ni tampoco la gestión educacional en el área de la administración. Su mayor pasión fue la labor educativa en el contacto directo con los niños y jóvenes con quienes trabajó, tanto en la formación de coros como de orquestas, así como en la preparación y presentación de recitales, conciertos y actividades multiculturales. El maestro veía la música como una vía de formación cultural. Para él la música no era una meta en sí, sino más bien una forma de entregar a los estudiantes elementos formativos en cuanto a disciplina para el aprendizaje, actitudes frente al trabajo en equipo, la responsabilidad individual y, por cierto, una manera también de educar estéticamente, en cuanto a la apreciación de un arte complejo como puede serlo la música docta. Tenía el maestro una habilidad para captar alumnos que pudieran dedicarse a la música o a alguna otra actividad artística: el teatro, la danza, la ópera. Y tenía ese instinto para descubrir sus potencialidades; al mismo tiempo era un hombre persuasivo, capaz de convencer -a grandes y chicosde sumarse a un esfuerzo colectivo para realizar una actividad concreta, primero, y luego fomen-tar su permanencia en un colectivo artístico. Desde que el joven Peña Hen era estudiante en el Liceo de Hombres de La Serena, en los años 40, hasta su asesinato en 1973, la labor de educador fue la espina dorsal de toda su actividad. Y en función de eso trabajaba sin descanso, de lunes a domingo. Diversos testimonios dan cuenta de su calidad en este ámbito. Sus ex alumnos lo describen como un profesor exigente, que siempre estaba
presionándolos a sacar el mayor provecho de sus sesiones de ensayo, pero al mismo tiempo lo reconocen como un hombre paternal, capaz de entender las debilidades y limitaciones de sus alumnos, respecto de los cuales “podía tensar la cuerda” sin hacer sentir mal a sus pupilos. Sabía ser cariñoso y estricto, paciente y exigente, y muy disciplinado. Lo que para algunos directores de orquesta o músicos profesionales era una debilidad en su forma de educar musicalmente, para otros era parte de una metodología distinta, más comprensiva y más incluyente. Cuando un niño no se sabía su parte de una obra, tomaba el atril con la partitura correspondiente y separaba al niño del resto para que estudiara y aprendiera su participación, “era una de las vergüenzas más grandes que un niño podía pasar”, reconoce un ex alumno, pero así el maestro conseguía el objetivo. Peña Hen educaba sobre la base de valores como la perseverancia, el esfuerzo, la disciplina, pero para conseguir metas concretas. Lucrecia Brito es una de sus tantas ex alumnas que lo recordó en un breve y emotivo texto de 2003: “Una llo vizna densa me nubló el día ése, en que mi madre aterrada me prohibió acercarme a la escuela: -“Tomaron a tu profesor”-, venía diciendo, y agregó que a Jorge Peña Hen lo tenían en la cárcel, que lo acusaban de haber traído armas para terroristas en los estuches de sus instrumentos. Eso me dijo. -“¡No, no es cierto!”- Lloré y grité. -“No vi nada de eso, sólo trajimos habaneras que íbamos a aprender”. - Durante días deambulé triste, no me conformaba. Pensé en ir a verlo, me lo prohibieron. Teníamos tanto miedo… En octubre, la Serena moría en su cielo gris y, en uno de esos días, no recuerdo cuando, vi su rostro sonriéndome, no podía hablar, logré eso sí tararear la melodía que inició mi vida de artista y terminó injustamente la suya”. La profesora normalista y ex alumna de Peña Hen, Susana Pacheco Tirado, recuerda algunos pasajes de su niñez en la Escuela Normal de La Serena adonde el maestro había llegado para organizar el Coro: “Lo conocimos el año 1957, él tenía 29 años, lo recibimos como aquel aire límpido y renovado que tanta falta hacía en el internado. Él era sensible a nuestros intereses; nos escuchaba y se daba tiempo para reflexionar sobre nuestras incertidumbres”. Susana, también escritora, cuenta que esas niñas de la Normal sentían admiración por el Maestro y atribuye a eso, en gran parte, que el coro haya tenido tan buen desempeño. Peña Hen no solo cuidaba los aspectos
musicales, sino que también se ocupaba de que las jóvenes del coro tuvieran un trato especial: “comida distinta el día del concierto” y además, como suceso completamente extraordinario para esa época, consiguió “autorización de la Dirección (de la Normal) para organizar el Coro mixto con alumnos del Liceo de Hombres…” La ex profesora normalista y aún directora de coros recuerda en su libro Escuela Normal de La Serena. Testimonios de una vocación (2007), los momentos previos a los conciertos en que participaba el coro: “Se paseaba por el pasillo lateral al Salón de Actos, sumergido en no sé qué pensamientos, mascullando una melodía o tal vez solfeando. Era como transparente y tenía la perfección en sus manos. Sentíamos que nos prestaba atención a cada una y también nos transmitía su satisfacción cuando todo iba resultando en extremo perfecto lo que solía emocionarlo hasta las lágrimas”. Este coro de niñas, formado por 50 voces, realizó varios conciertos, algunos de los cuales fueron registrados por la prensa local. El diario El Día del 28 de mayo de 1959 recoge la noticia de que por primera vez en Chile se presentaría una obra del compositor británico Benjamín Britten, la “Ceremonia del canto de Navidad”, la que se ejecutó con un arreglo preparado por el propio Maestro Peña Hen. “Dirigido por el maestro Jorge Peña Hen, tuvo (el coro) el año pasado varias actuaciones públicas, que han merecido encomiásticos elogios del público en general y de notables personalidades de Santiago que han tenido palabras de mucho mérito para alabar sus condiciones de conjunto”, reseñaba la nota del matutino. El recuerdo de sus ex alumnas de la Normal se grafica en las palabras de Laura Pizarro Alcayaga, de la misma generación de Susana: “Don Jorge se sentaba al piano y tocaba hasta inundar de bellos sonidos la sala de música. Y él se transportaba. Nosotras silencio absoluto. La que iba llegando entraba en puntillas hasta su lugar. De repente él miraba y preguntaba ¿están todas? Sí señor. Y empezaba el ensayo… Lo recuerdo jovial, amable y siempre con la sonrisa en los labios”. La profesora Pacheco sostiene en el libro mencionado que Peña Hen tenía “el pleno convencimiento de que la música y la cultura llegan a través de la enseñanza”. En un texto entre comillas que se puede atribuir al propio Maestro señala: “la música llega con la pedagogía porque tiene que alcanzar a todos los sectores y la pedagogía es la única que llega a todos los rincones del país y es ella la que puede trabajar para defenderse de la
garra de la comercialización, de la falsa propaganda, de los ídolos de barro. Por eso era importante la buena y completa formación de la maestra”. Los pequeños músicos, miembros de diversos conjuntos, recuerdan que luego de los conciertos el Maestro hablaba con ellos. A veces les hacía breves entrevistas para conocer su estado de ánimo el que generalmente era muy positivo. Los niños respondían con alegría, se manifestaban contentos y orgullosos de las funciones. Se oyen aún las risas de esos niños músicos que afortunadamente están grabadas y se pueden escuchar en el documental de Guillermo Milla: “Jorge Peña Hen. Su música y sus niños”, video accesible en Youtube. El Maestro organizó conciertos, recitales, actividades diversas; formó coros y orquestas, promovió sus presentaciones y giras en distintas ciudades, pero además fue capaz de fundar instituciones formales de educación. En este sentido, destacan dos de sus principales realizaciones. El 27 de junio de 1956 es la fecha oficial de creación del Conservatorio Regional de Música en La Serena. Durante años el Maestro ejerció presiones para que se concretase esta institución que surge como una dependencia de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile. Esta fue la primera vez que la Universidad de Chile, desde su fundación en 1843, extendía sus labores más allá de Santiago y Valparaíso. El decreto firmado por el Presidente Carlos Ibáñez del Campo y del Ministro de Educación René Vidal, sostiene en parte que el Conservatorio tendrá como finalidad “impartir enseñanza en los ramos de Piano, Violín, Violoncelo, Canto y Ramos Complementarios, y cuyos Planes de Estudios se ajustarán a los aprobados para el Conservatorio Nacional de Música de Santiago”. En la inauguración formal del Conservatorio Regional, el Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, Alfonso Letelier, destacó la importancia de la Sociedad Juan Sebastián Bach, a través de la cual Peña Hen había presionado para este fin. Asimismo, llamó la atención a que “esta primera escuela que la Universidad crea en provincia reviste especial importancia, por tratarse de un establecimiento que imparte enseñanza musical gratuita, viniendo a llenar una importante necesidad educacional y cultural…” Era, sin lugar a dudas, una gran realización personal y profesional del Maestro.
El primer grupo de estudiantes del Conservatorio estuvo formado por 66 jóvenes seleccionados en un examen de admisión aplicado por profesores del Conservatorio Nacional, entre ellos Juan Pablo Izquierdo, Alfonso Letelier y María Cristina Pequenino. De esta forma se iniciaba la descentralización de la educación musical en Chile. La entidad regional se mantendría en actividades hasta 1968 cuando se transforma en el Departamento de Música de la Universidad de Chile, Sede La Serena. Su forma de trabajo fue muy similar a la de Santiago y eso lo analizó críticamente el propio Peña Hen en una exposición que realizó ante el Consejo de la Reforma universitaria en La Serena: “Durante sus primeros nueve años, hasta 1964, realizó sus labores dentro de los moldes del Conservatorio Nacional de Santiago y durante ese mismo periodo se mantuvo en un lentísimo crecimiento vegetativo, con resultados absolutamente insatisfactorios. Los índices de deserción e inasistencia durante el año y los índices de abandono de los estudios de un año a otro así lo establecen”. Reconoció, en ese mismo mensaje, el valor del trabajo pionero desarrollado por el Conservatorio en un ambiente difícil, poco propicio, “en el cual se hicieron muchas cosas a base de espíritu y esfuerzo, sin recursos, sin antecedentes culturales…” Su otra gran obra que, con cambios, permanece hasta nuestros días, es la Escuela Experimental de Música de La Serena, fundada en 1965, entidad que serviría para promover algunos cambios en el Conservatorio hasta 1968, año en que, producto de la Reforma Universitaria -cuando las ocho universidades que componían el sistema universitario chileno experimentaron un profundo cambio- el Centro Universitario de La Serena, al cual pertenecía el Conservatorio, pasaría a ser la sede La Serena de la Universidad de Chile y el Conservatorio pasó a ser el Departamento de Música de la sede. Peña Hen tenía una visión crítica de la educación musical chilena desde los años 50, pero plasmó esa mirada recién en 1970, en un documento en el cual expone esta perspectiva con la propiedad de quien tiene una experiencia de décadas como formador de músicos y de audiencias. En ese texto plantea que la educación musical nacional tiene una contradicción fundamental. Por un lado existe “una educación musical general escolar muy deficiente -debido a la insuficiencia de profesores y a la mala, y en muchos casos ninguna preparación musical y pedagógica del personal docente especializado… Por otra parte, la educa ción musical
especializada que se imparte en conservatorios y academias desde niveles elementales es cualitativamente muy buena, pero no llena las necesidades del país por su carácter reducido, selectivo y clasista; todo ello condicionado por motivos socio-económicos, culturales y geográficos”. Para ser aún más explícito en su crítica, en el mismo documento, el Maestro resume: “… existe una educación musical general deficiente y una educación musical especializada de alto nivel, condenada a encerrarse en sí misma, destinada a un público de élite y, por eso mismo, sin posibilidades de proyección ni de continuidad”. Contra estas deficiencias es que había levantado su proyecto de formación de orquestas de niños y en el cual habían colaborado los profesores del Conservatorio Regional. Teniendo en cuenta esas limitaciones y con la disolución de la Orquesta Filarmónica de La Serena, que dejó de tener financiamiento al comienzo de 1963, Peña Hen impulsó con mayor fuerza el proyecto de creación de la Escuela Experimental. Le servía como gran argumento, por lo demás, el que a fines de 1964 se conformaba la primera orquesta infantil con gran parte de aquellos cien niños que había seleccionado en cinco escuelas primarias de La Serena. Los resultados concretos que obtenía el Maestro y, que eran parte del Plan de Extensión Docente impulsado por la Sociedad Bach, sirvieron para convencer a las autoridades del Ministerio de Educación para que finalmente se crease la Escuela Experimental cuyo objetivo era impartir educación básica en paralelo a la formación musical. El 18 de mayo de 1965 nace la “Escuela Experimental Urbana de Primera Clase”, como era su categoría legal. La matrícula quedó formada por 43 niños y 43 niñas que pertenecían a dos cursos de 4° preparatoria y a un 5° preparatoria. La mayor parte de estos niños eran los que se habían instruido un año antes y que habían pasado a formar parte de esa primera orquesta infantil. “Desde el punto de vista sociológico el experimento ha sido tan importante como en el plano musical: estos niños, hijos de obreros en su inmensa mayoría, han logrado enriquecer el bajo nivel educacional de sus padres, y es frecuente ver a las madres ir a la Escuela a escuchar a su hijo tocar obras de Haendel, Corelli y Vivaldi”, decía en parte una crónica de la Revista Musical Chilena en uno de sus números de 1965. En la calle Arturo Prat N° 410, esquina con la calle Los Carrera, funcionó durante varios años este establecimiento, cuyo ciclo básico fue
también considerado experimental por la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile. En 1966, la Escuela Experimental de Música creó un Conjunto de Arte Dramático con la intención de avanzar hacia la educación artística integral. Se contrataron nuevos profesores, pues se contaba con financiamiento. El Ministerio de Educación recibió en 1969 un anteproyecto elaborado por Peña Hen en el cual se contemplaba la creación de escuelas de música para Santiago, Valparaíso, Concepción y Valdivia, y que se sumarían a las ya existentes en La Serena, Antofagasta, Copiapó y Ovalle. El Maestro concebía en paralelo el funcionamiento de un Departamento (a nivel del Ministerio) de Enseñanza Artística que tendría cobertura nacional. El sentido social de la obra del Peña Hen lo destaca el propio profesor, cuando en 1971, en el décimo quinto aniversario del Conservatorio Regional, sostiene que “El arte y el espíritu del hombre son las primeras víctimas de una sociedad que lucha por no sucumbir ante la avalancha de la tecnología, el confort y la deshumanización”. Este discurso lo pronunció en el Teatro del Liceo de Niñas de La Serena ante las autoridades de la época, entre ellos el rector de la Universidad de Chile, Edgardo Boeninger. Estas palabras, proyectos como los tantos que había realizado hasta entonces, estaban marcando quizás su destino. Porque Peña Hen no era un docente cualquiera, no era un funcionario más, no era, como lo hemos dicho, una persona común. Era -con seguridad- mucho más revolucionario que quienes, en esos años de polarización política y de extrema intolerancia, se proclamaban como los llamados a dirigir la Revolución, los “iluminados” para cambiar el mundo. A inicios de los años 70, Chile vivía un periodo de profundos cambios impulsados por el gobierno de la Unidad Popular y su llamada “Revolución Chilena”, la que contó con adeptos y adversarios. En esos primeros años de la década, Peña Hen con su equipo de académicos y músicos consiguió la creación de la Escuela de Cultura y Difusión Artística de Copiapó, la Escuela de Cultura y Difusión Artística de Ovalle y la Escuela de Desarrollo Artístico de Antofagasta, todos establecimientos dependientes del Ministerio de Educación. La labor educativa y formadora de Peña Hen no se limitó a la Provincia de Coquimbo. Con su activa participación, ya en 1972, funcionaban dos orquestas en Copiapó, una orquesta en Ovalle y numerosos
conjuntos de cámara en distintas ciudades, concretándose el resultado de un trabajo iniciado 10 años antes. El análisis de este proceso lo realiza él mismo en un documento de 1972. Señala allí que la necesidad de una docencia musical diferente tuvo una respuesta en la experiencia de La Serena, que requirió de esfuerzo para dotarse de una infraestructura acorde, pero que también significó luego la creación de nuevas metodologías de trabajo para lo cual se hacía imperativo investigar. Peña Hen tenía claro el proceso completo de la educación, no había llegado a hacer docencia de tiza y pizarrón limitando sus clases a una mera de copia de lo que otros habían dicho y hecho antes. Él estaba destinado a provocar el cambio integral de la educación musical (y cultural en general) en Chile. “En los últimos años -se refiere a las décadas de 60 e inicios de los 70- se han iniciado y desarrollado actividades de investigación en diversas direcciones relacionadas con el proceso docente: metodología general, conceptos de técnicas sobre la iniciación del estudio instrumental, creación de material didáctico adecuado, estudios sobre técnicas de tratamiento de materias primas autóctonas para la fabricación de instrumentos y accesorios (especialmente cañas para oboe, clarinete y fagot, y arcos). Todo este trabajo constituye en conjunto un proyecto de investigación y experimentación sobre la docencia musical”. El documento es parte del Archivo Jorge Peña Hen (AJPH) citado por Miguel Castillo. Durante más de dos décadas, el músico fue el gran profesor para cientos y miles de estudiantes. Fue el querido, admirado y respetado Maestro de diversas generaciones de niños y jóvenes que estudiaron en escuelas básicas, en liceos, en escuelas especiales (Experimental de Música) y en el Conservatorio Regional. La gran mayoría de ellos no llegaron a ser instrumentistas profesionales, pero sí se hicieron amantes de la música, admiradores de los grandes compositores y también, por cierto, fueron mejores personas gracias a los valores que supo transmitirles el profesor Jorge Peña Hen.
EL CREADOR MUSICAL, EL INTÉRPRETE Una de las deudas que la sociedad chilena tiene con Jorge Peña Hen es que se realice una recopilación exhaustiva de sus obras, un trabajo en el que se rastree todas sus composiciones y se arme un registro de sus partituras, de sus archivos sonoros, con las fechas correspondientes a la creación e interpretación de cada pieza. Ahí deberían estar sus conciertos para orquestas, sus piezas para grupos de cámara, para coros, así como otras piezas compuestas para el cine y para la formación musical y, por supuesto, sus principales obras, como la ópera La Cenicienta. A falta de ese trabajo es conveniente presentar aquí una lista de algunas de sus composiciones. Uno de los primeros registros es el Concierto en Do Menor para piano y pequeña orquesta, el cual habría sido compuesto en 1944, aunque no hay una fecha específica de creación. Esta pieza fue interpretada, pero su partitura no ha podido ser recuperada. No es la única pieza perdida y esta situación se explica, en gran parte, por las condiciones en que el autor vivió sus últimos días y por el contexto político, generado por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, y la situación en que quedaron los familiares y amigos de quienes fueron encarcelados y asesinados. El terror generado desde el Estado tuvo también repercusiones en este plano, de carácter irreversible. Su Canción de Otoño (Chanson d’Automne) para coro mixto y orquesta fue terminada y firmada por Peña Hen el 13 de abril de 1945, cuando tenía 17 años. Esta sería su primera obra fechada. Estas dos primeras composiciones fueron presentadas en un concierto en La Serena en 1945 y la Revista Musical Chilena registró este hecho aludiendo a un Jorge Peña Hen de formación autodidacta, porque hasta ese momento el autor había podido asistir a muy pocas clases de composición de su maestro Pedro Humberto Allende en el Conservatorio en Santiago. Hay registro de una Sonata, en Fa Menor, un solo movimiento, que fue compuesta el 19 de abril del mismo año.
El 15 de febrero de 1946, Peña Hen concluyó el primer movimiento (Allegro Molto Moderato) de la Sinfonía N°1 en Do menor, obra inconclusa. El 30 de septiembre de ese mismo año escribió un Ave María a cuatro voces a capella. En 1947 compuso la Suite para cuerdas, mientras era estudiante de 2° año del Conservatorio Nacional. También se fecha en 1951 el año de creación de esta Suite. Pero lo relevante es que la primera vez que pudo ser interpretada en Chile fue recién en 1998, medio siglo después de nacer, en un concierto realizado en La Serena. El maestro Agustín Cullell dirigió la orquesta y luego de analizar la pieza, en su momento, se preguntó “¿Cómo es posible que una obra tan lograda, bella de verdad, no se haya ejecutado anteriormente?” Los filmes chilenos Tierra fecunda y Salitre, ambos de 1948, tuvieron música compuesta por el Maestro. Y cuando Peña Hen tenía 21 años (1949) compuso la música para la película Río Abajo (puede verse en www.cinechile.cl), uno de los primeros largometrajes de factura nacional. Producto de ese trabajo recibió el Premio Caupolicán de la Sociedad de Cronistas de Cine, Teatro y Radio. Basado en el cuento “Sandías ribereñas” de Mariano Latorre, este largometraje del director Miguel Frank, no logró interesar mayormente al público. El filme fue rodado en película de nitrato, material muy inflamable que dejó de ser fabricado en los años 50. Carmen Barros, voz del tema principal, conservó por décadas los negativos que permitieron al restaurador Gabriel Cea recuperar la obra completa y reestrenarla en 2007. En 1950 compuso el Ballet La Coronación, cuya coreografía fue preparada por Octavio Cintolesi, y que fue estrenada por la Orquesta Sinfónica de Chile durante las fiestas primaverales de ese año. Esta es una de las partituras que se han perdido. Peña Hen compuso otras diversas piezas, como la música incidental para teatro que elaboró para los “Retablos de Navidad”. Fernando Moraga, Alfonso Calderón y el propio Peña Hen escribieron los textos que acompañaban dicha música, cuyas partituras están perdidas. El Himno del Liceo de Hombres de La Serena, también de su autoría, data de 1953. El Concierto para piano y orquesta, es otra obra temprana, creada en 1952. A juicio de Castillo Didier es la “obra de mayor envergadura del Maestro”. Escrita en el año de su casamiento, la obra fue dedicada a Nella. Hasta 2015 no había interpretada nunca, quizás esto se explica porque
según Castillo, la obra que consta de tres movimientos presenta grandes dificultades para el ejecutante. Peña Hen quiso que la música docta llegara a todos los rincones de la ciudad, concibió entonces una especie de carnaval o de corso, es decir una obra en la que participasen muchas personas alrededor de la una serie de obras musicales. Nacieron así los “Retablos Navideños”. Alejandro Jiliberto, el abogado que colaboró con el Maestro durante tantos años fue, además de ser compañero de curso en el Liceo de Hombres, uno de los tantos que recuerda su participación en esas actividades. “El primero lo hicimos en la Plaza (de Armas) de La Serena. Y yo recuerdo que en el segundo que hicimos, me parece que sobre la base de la música de Pedrito y el Lobo, lo presentamos en el estadio de La Serena que estaba en la Cancha de la Vega, en ese tiempo, y donde es hoy el Parque Pedro de Valdivia”, declaró al periodista Raúl Pizarro Illanes. Fernando Moraga, quien actuó como director de escena en algunas de estas presentaciones y en uno de los montajes de la Cenicienta, cuenta que en la primera versión de los Retablos no fueron más que unos cientos de personas al espectáculo, pero en la última fueron más de 4.000 asistentes. “¿Cómo llegábamos a esa cifra?”, se pregunta Moraga y se responde: “Prácticamente participaba toda la ciudad”. Para estos programas, Peña Hen compuso distintas piezas, algunas para solistas, coro y orquesta que se iban intercalando con trozos de piezas conocidas de autores célebres. Nella Camarda relata que estos “oratorios fueron escritos para espectáculos de mucha complejidad basados en un libreto de gran contenido filosófico y entregados a la comunidad en presentaciones al aire libre durante varios años a partir de 1955”. Se trataba de representaciones del tipo teatro de la calle, en que se montaba una gran obra, de larga duración, con participación de numerosos personajes y en que la puesta en escena era lo más realista posible. Para representar el nacimiento de Cristo, todos los personajes del reino animal, la oveja, la mula, etc., eran animales vivos. Y el Niño Dios era un bebé de pocos meses. Elaborar las escenografías, los vestuarios y todo lo que era necesario se hacía prácticamente sin recursos. Y, por supuesto, a los músicos y actores no se les pagaba. “Todo era por amor al arte”, relata Moraga. En 1958 Peña Hen compuso la primera parte de su Cuarteto de cuerdas, pero sus otras actividades no le permitieron terminarlo sino hasta
1962, cuando lo envió por presiones expresas y reiteradas de su señora, al 8° Festival de Música Chilena, realizado entre noviembre y diciembre de ese año. De 20 obras que concursaron, la pieza de Peña Hen obtuvo el cuarto lugar, lo que le valió una Mención Honrosa. Para el autor, era lo mejor que había compuesto hasta la fecha, según declaró a un diario de Valparaíso. A partir de 1964, sostiene Nella Camarda, Peña Hen comienza a aplicar su Plan Docente Renovado (hay que recordar que en esos años era el director del Conservatorio Regional) y como compositor dedica su talento creativo a apoyar la enseñanza. En ese año se registran: “Ocho piezas para niños”; “Dos piezas para niños: Estudio y andante”; “Tocata para orquesta”. “Prácticamente todo el repertorio musical que se emplea en las orquestas y los pequeños conjuntos de cámara de la escuela brotan de su mano, ya sea en arreglos de melodías conocidas, en orquestaciones de trozos para piano, en adaptaciones de grandes obras como en propias composiciones”, sostiene Nella Camarda. Entre sus diversas composiciones de música sinfónica con solista, se registra entre 1964 y 1965, el Concertino para Piano y Orquesta (basado en una melodía tradicional), obra que fue estrenada en La Serena por su hijo Juan Cristián Peña como solista, en noviembre de 1964. El 11 de noviembre de 1966, se estrenó en el Teatro del Liceo de Niñas de La Serena, su ópera La Cenicienta, basada en el cuento de Charles Perrault con textos del poeta chileno Oscar Jara Azócar. Sin duda, esta fue una de las principales obras del Maestro. Su hija, Fedora, se ha referido a esta pieza que ha tenido diversas representaciones, antes y después de su muerte: “Concibió esta obra musical para ser tocada y cantada por niños; por instrumentos en manos infantiles, por registros vocales infantiles, de manera que interpretarla fuera una fiesta, una siembra, un deleite musical, tanto para aquellos niños que estuvieran en el foso de la orquesta, como para los que cantaran sobre el escenario”. La Cenicienta fue ejecutada en diversas ciudades de Chile entre 1967 y 1972, y luego de su deceso -como homenaje a su autor- volvió a ser puesta en escena en 1998 bajo la dirección del maestro Agustín Cullell, con dirección escénica de Fernando Moraga y coordinación general de Lautaro Rojas. (Hay un video de esta presentación -publicada en julio de 2013- en un canal de Youtube). El maestro Cullell tuvo palabras muy elogiosas para esta composición, “tal vez la única ópera para niños escrita en el
continente iberoamericano”. Es una obra muy atractiva en la que “Jorge revela su gran oficio y versatilidad para identificarse con el mundo infantil”, afirmó. La figura del Maestro trascendió su muerte. Algunas de sus obras se han vuelto a presentar muchos años después de su asesinato. La recuperación de su memoria fue más lenta de lo que se hubiese deseado, pero con el fin de la dictadura militar, en 1990, se han realizado diversas acciones de recordación, de homenaje y de reconocimiento. En el caso de La Cenicienta, esta obra se volvió a interpretar en el año 2000 en La Serena, con la participación de alumnos y profesores de la Escuela de Música Jorge Peña Hen, como homenaje al desaparecido compositor. Gracias a un concurso del FONDART del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Fedora pudo montar nuevamente esta ópera infantil. Y el montaje y puesta en escena lo hizo según ella misma relata, fiel al Plan Docente Musical de su padre, enfocándose “en niños de escasos recursos, que no hubieran tenido la oportunidad de participar en un proyecto de tales características”. Para su cometido, trabajó con alumnos del Liceo San Francisco, en la comuna de San Ramón, Región Metropolitana, niños considerados en riesgo social y con los cuales formó un coro mixto. Otro coro, así como solistas, fueron convocados de otro establecimiento (Trewhela’s School de Providencia) y participó también la Orquesta Sinfónica Estudiantil Metropolitana y el apoyo de otras instituciones. En total, luego de un arduo trabajo de preparación y selección, se armó un elenco de 53 niños en escena. El relato detallado de esta puesta en escena está hecho por Fedora en la Revista Quinchamalí. Artes, letras, sociedad, N° 16, publicada en diciembre de 2016 por el Taller de Cultura Regional de la Universidad del Bío-Bío. Primer Semestre de 2016, accesible en internet. Esta versión de La Cenicienta se estrenó en el Teatro de la Universidad de Chile en septiembre de 2005, con cuatro funciones. Fedora cuenta emocionada cómo la vida de muchos niños y padres cambió a partir de esta experiencia. “Se cumplió el sueño del Maestro Jorge Peña Hen”, concluye. La obra ha sido también presentada en Colombia y en Italia. Los textos de la versión montada en Europa fueron producto de un trabajo de traducción de Nella Camarda. Aunque no es de extrañar, este hecho cultural de nivel internacional relevante no tuvo mayor repercusión en Chile.
Las Canciones de Monte Patria, diez piezas para barítono y piano, es probablemente su última composición y tampoco su partitura ha sido hallada. Al menos dos estudiosas han hecho un esfuerzo de recopilación de las obras de Peña Hen. Una de ellas es la profesora Lina Barrientos, académica del Departamento de Música de la Universidad de La Serena (ULS), quien listó 28 composiciones del Maestro, y la también docente Elizabeth Cortés, quien investigó sobre Peña Hen en su Tesis para obtener el título de Profesora de Estado en Educación Musical, también en la ULS. Castillo Didier explica por qué la composición de Peña Hen no fue más voluminosa. “Competía ésta (la creación) con una también intensa vocación interpretativa. Quería ser un buen director de orquesta y todavía a los 32 años de edad ésa parecía ser una aspiración personal muy importante. Y muy luego comenzó también la pasión pedagógica a competir con la pasión creadora e interpretativa”. La pedagogía y formación musical le fue ganando terreno a sus otros talentos y “por la brevedad de su vida, segada en los años de su plena madurez, la obra de Jorge Peña como compositor no pudo ser muy extensa”, añade el académico en su libro ya citado. Peña Hen también ejerció el oficio de director, ya sea al mando de coros, de grupos de cámara y de orquestas sinfónicas y filarmónicas de niños y de adultos. Casi siempre fue él mismo quien organizó o fundó estas agrupaciones y luego las dirigió, para concretar con dichos conjuntos, conciertos, programas de conciertos y giras por Chile y el extranjero. Desde los 16 años y prácticamente hasta poco antes de su muerte, Peña Hen estuvo dirigiendo, labor a la que se entregaba con la misma pasión que ejercía la docencia o con la que organizaba las diversas actividades de difusión musical. Mediante la Sociedad Bach pudo dirigir la Orquesta Sinfónica de dicha sociedad en La Serena, pero también dirigió las orquestas formadas en Copiapó, Antofagasta e Iquique. Su mayor realización personal fue tal vez haber dirigido, como invitado, la Orquesta Sinfónica de Chile cuando en 1958 ésta realizó una gira de 13 conciertos por el sur del país. En 1959, 1963 y 1968 volvió a tener oportunidad de dirigir la Sinfónica, así como también la ocasión de dirigir -en alguna oportunidad- la Orquesta Filarmónica Municipal de Santiago.
Al mando de la Filarmónica de La Serena y luego de la Sinfónica de Niños visitó gran parte del país, especialmente el norte, y pudo también realizar giras a Buenos Aires, Lima y La Habana. Siempre hubo excelente acogida del público y buenas críticas de la prensa. Al menos 11 orquestas fueron dirigidas por el Maestro: las ya citadas Sinfónica y Filarmónica de Chile; la Sinfónica de Viña del Mar; la Interuniversitaria de Valparaíso; la de Cámara de la Universidad de Concepción; la Filarmónica de Antofagasta; la Sinfónica de Tucumán (Argentina); las de Cámara de la Sociedad Bach: la Filarmónica de La Serena; la Orquesta de la U. de Chile - La Serena) y la Sinfónica de Niños de La Serena, llamada también Sinfónica Juvenil Pedro Humberto Allende. Ex alumnos, ex compañeros de orquestas y algunos de sus familiares coinciden en señalar que la pasión con que el Maestro dirigía a veces lo llevaba a llorar en los ensayos y a veces plena ejecución de una obra. Un recuerdo muy emotivo es el de los ensayos de la Pasión Según San Mateo, cuando en los momentos más dramáticos de la Pasión, le brotaban las lágrimas, expresando un sentimiento que se transmitía a quienes estuvieran en ese momento con él. El coro no podía cantar producto de la emoción y a más de un cantante se le apretaba la garganta porque lo veían llorar.
EL HOMBRE Y SU ENTORNO Jorge Peña Hen no fue un hombre común. Tenía un aura especial, parecía flotar por las calles de la ciudad, por las cuales transitaba como poseído por alguna melodía... Su esposa recuerda que cuando él llegaba a casa sentía una especie de rumor melódico. La música y Peña Hen se trasladaban juntos donde quiera que fuese. Pero por más que cultivase -consciente o no- esa imagen de “hombre en las nubes” que suele caracterizar a las personas creativas, a los artistas, Peña Hen no dejaba de vivir con los pies en la tierra, conocedor de su entorno y de la realidad que le tocó vivir. Hijo de padre militante y fundador del Partido Socialista en Coquimbo, Jorge fue también una persona de izquierda, que figuró nominalmente en el mismo partido de su progenitor. Y aunque no fue un hombre activo en las filas partidarias, su acción profesional lo colocó clara e indiscutiblemente en esa línea política. Y cuando vivió la polarización de la política -en los años de la Unidad Popular, hasta septiembre de 1973-, Peña Hen nunca renunció a su militancia ni dejó de identificarse con el mandatario socialista. La forma en que concretó su pensamiento progresista fue en la práctica cotidiana, a través de su vocación de maestro. No quiso ser solo profesor de niños de una elite, que por educación formal y especializada cultivasen el talento individual y, por esa vía, llegasen a ser músicos miembros de las escasas orquestas profesionales del país. Buscó la forma más masiva de formarlos, a través de las orquestas infantiles, y siempre tuvo el empeño de ser inclusivo en lo social, dando posibilidad a los niños de escasos recursos de contactarse con la música docta, que conocieran a los grandes compositores, que aprendiesen a tocar un instrumento, que cantasen todo tipo de piezas, en coros y como solistas en las más diversas obras. Sus ideas sobre cómo ejercer la educación musical se gestaron probablemente en su adolescencia mientras era alumno del Liceo de Hombres de La Serena, a mediados de los años 40, cuando dio muestras de su capacidad de convocatoria para formar una orquesta.
Durante años el Maestro continuó con sus esfuerzos, en Santiago y en la provincia, de hacer un cambio en la creación y difusión de la música docta en Chile. En 1963 tuvo la oportunidad de viajar a Estados Unidos donde visitó centros de instrucción y conoció algunos métodos diferentes usados allá. Acerca de este viaje, la profesora y pianista Olivia Concha narra lo siguiente: “En su reciente viaje a La Serena el maestro y compositor Juan Orrego-Salas manifestó lo siguiente: “Jorge fue mi alumno de composición durante un par de años; creo que el único Cuarteto de cuerdas que se conserva lo hizo durante ese período. Luego lo heredó como alumno Gustavo Becerra. Mi último encuentro con Jorge fue en Estados Unidos; el año 1963 él había recibido una invitación del Departamento de Estado para ir a visitar Escuelas de Música y una de ellas fue la de Indiana en Bloomington donde yo era profesor. Llegó Jorge Peña a nuestra casa y conversando con él -ahora lo recuerdo- noté que una de las iniciativas que más le interesaba investigar era el desarrollo de las orquestas infantiles en las diferentes ciudades de USA, auspiciadas muchas veces por las escuelas de música. Y ahí -creo yo- nació la inspiración de Jorge para establecer la orquesta de niños aquí en La Serena”. Con esos insumos académicos siguió trabajando en Coquimbo, a nivel de las escuelas y liceos y también a nivel de la Universidad. Pero no era un combatiente solitario, una especie de Quijote de la Mancha, luchando contra molinos de viento. Al contrario, gran parte de sus logros fueron posibles porque supo rodearse de personas que creían en él y que lo admiraban y también de aquellos que entendían que lo que hacía era positivo y por tanto, le daban su apoyo. En esa labor, en diversas oportunidades organizó reuniones de académicos -las Conferencias de Reforma de la Educación Musical- en las que participaron profesores de las Universidades de Chile y Católica y funcionarios del Ministerio de Educación. Ahí Peña Hen mostraba su entusiasmo y lograba inquietar a sus pares. Los años 60 y comienzos de los 70 fueron una época de cambios a nivel internacional y también en lo nacional. Se vivía un periodo de profundización de la democracia y de ampliación de algunos derechos ciudadanos. Baste recordar la Reforma Universitaria y la Reforma Agraria. Para Peña Hen la principal meta era lograr cambios que hiciesen posible que la música docta llegase a toda la población y que dejase de ser el privilegio de una elite.
El Ministro de Educación en el gobierno de Aylwin, el socialista Jorge Arrate, fue uno de los que supo sintetizar la simbiosis que Peña Hen vivía en su calidad de persona política y su profesión de educador y maestro de música. Dice Arrate “…fue también un artista plenamente comprometido con la transformación de la realidad social de Chile. Sus ideas políticas son parte indispensable de su biografía política, porque fueron parte indispensable de su ser”. En un homenaje al Maestro realizado en 1993, en Santiago, Arrate destacó su figura y la fuerza de sus convicciones y acciones: “Transmitió energía y vitalidad. Desarrolló esas virtudes, pienso, porque intentó siempre hallar el equilibrio aquel que nos hace insuperablemente humanos. Ese equilibrio que nos impulsa a suprimir las injusticias de nuestra vida social y, al mismo tiempo, a sentir emoción ante las creaciones del alma”. Si bien tuvo un pensamiento político de izquierda supo relacionarse como ocurría en Chile en general hasta los inicios de los 70- con autoridades de muy distinta posición, para conseguir sus objetivos en torno a la educación y difusión de la música. No hay fotos conocidas de Peña Hen con Salvador Allende, pero se sabe que apoyó su administración. Existen fotos con Eduardo Frei Montalva, bajo cuya presidencia Peña Hen concretó parte de sus proyectos. Una de sus proezas políticas fue introducir su propuesta en una ley, lo que fue posible por su relación con parlamentarios de diversas corrientes. La Ley 16.433, publicada el 16 de febrero de 1966, fijaba el valor de la hora de clase de 2ª categoría, pero el Congreso Nacional aprobó el Proyecto de ley -incluyendo por presión expresa de Peña Hen- el Artículo 14 que estableció “un impuesto adicional del 10 por ciento sobre el valor efectivo de las entradas de cines y teatros de las provincias de Atacama y Coquimbo que se cobrará en la misma forma que los impuestos establecidos por la ley número 5.172 y su reglamento. El producto de este impuesto se depositará en cuenta especial, centralizada en la Tesorería Provincial de Coquimbo, y se entregará a la Universidad de Chile para que lo destine al funcionamiento de actividades docentes y de extensión musical a través del Conservatorio Regional, dependiente del Centro Universitario de La Serena”. A propósito de su pragmatismo en este ámbito, hay una anécdota relatada por el músico Américo Giusti, profesor de la Universidad de Talca. Cuenta el académico que una vez en 1972 acompañó a Peña Hen a
conversar con miembros del Comité Central del Partido Socialista, donde le pedirían que volviese a militar activamente. El Maestro -como siempregestionaba recursos y en esa ocasión buscaba contar con un espacio más grande para la Escuela de Música de La Serena. Estaba en esos días en disputa la Rectoría de la Universidad de Chile y Edgardo Boeninger -que siempre apoyó a Peña Hen en sus iniciativas- era candidato a la reelección como representante de la oposición democratacristiana a la UP. Jorge Peña promete volver a ser un militante socialista, los socialistas le prometen que van a expropiar una casa para que ampliara su escuela. Disgustado por haber tenido que hacer esta opción (que lo oponía a Boeninger, de quien estaba agradecido) el Maestro se sentía mal y con cierta ira contenida, después de haberse despedido de sus correligionarios se paseaba por una cancha vecina a la escuela. “De repente Don Jorge -cuenta Giusti- detiene sus pasos. Está justo en el centro del patio, levanta su puño en alto y grita con todos sus pulmones y con un recuerdo de proyectos fallidos y de esperanzas que envejecen: ¡MI ÚNICO CANDIDATO ES JUAN SEBASTIÁN BACH!” Es que para él claramente lo principal era la música. Por supuesto que no lo vieron así sus adversarios dentro de la propia Universidad de Chile, sede La Serena, ni menos lo pondrían entender después del golpe sus falsos acusadores que, basados en mentiras, lo condenaron a muerte. Peña Hen era un ser especial en varios sentidos, pero al mismo tiempo era un hombre común. Por ejemplo, le gustaba el tango, escuchaba a Carlos Gardel en cassettes que había comprado con toda su obra, tocaba algunos en el piano y aprendió a bailarlo, lo que hacía de vez en cuando con su mujer. También le gustaba la samba brasileña y la interpretaba muy bien. En su casa, a veces tocaba el piano largo rato, incluyendo todo tipo de ritmos. Pero, no le gustaban Los Beatles y en un caso excepcional de intolerancia de su parte, apagaba la radio para que su hija Fedora no los escuchara. La propia Fedora así lo ha contado. Los “cuatro de Liverpool” no eran bienvenidos a la casa del Maestro y la niña tenía que esperar a que él no estuviese para poder oírlos. Sin embargo, ella misma cuenta que una vez pilló a su papá cantando una canción del grupo inglés. Le dijo “!Te pillé, estás cantando una de los Beatles”, pero él lo negó. Después lo sorprendió su hermano varias veces. “Yo creo que no los encontró tan malos, pero nunca lo reconoció”, recuerda María Fedora.
Entre sus preferencias personales, su esposa contó que le gustaba el mar, tomar baños en la playa de Peñuelas, donde a veces iban juntos en el verano. También paseaban de noche por aquella playa situada entre Coquimbo y La Serena. Otro paseo que el Maestro disfrutaba -en los años 50 y 60- era al Valle del Elqui; la tranquilidad de esos paisajes le atraía. Sin embargo, hay una anécdota que se cuenta de Peña Hen y la playa donde él aparece como un ser fuera de este mundo. El que narra la historia es el profesor Américo Giusti: “Me contaron alguna vez los esfuerzos de algunos profesores llamados amigos que deseaban ayudar a Jorge Peña a transformarse en un ser normal; lo invitaron a un viaje a la playa, pensando que el sol, el mar, las gaviotas lo ayudarían a una mejor relación. ¿Resultado? Fracaso total, Jorge Peña se mostró absolutamente incapaz de evadirse de su realidad, solo estaba su mundo, su proyecto y sus alumnos, solo reaccionaba a los estímulos de ese carácter, no existía el resto del mundo para él, por lo tanto, se concluyó por parte de los invitantes que el pobre no tenía remedio, estaba irremediablemente loco, era un caso perdido, ¡no tenía vuelta!”. El Maestro, al parecer tenía esas dos o más facetas. Podía disfrutar con su esposa y sus hijos de un paseo a Peñuelas o al valle del Elqui, podía entretenerse en su casa tocando tangos y sambas en el piano; podía concentrarse y emocionarse leyendo la poesía política de Pablo Neruda, con quien se conoció en los años 50 (Peña Hen escribió un discurso de saludo al vate cuando visitó La Serena); en fin, podía vibrar con el cine, la literatura, la música como un ciudadano cualquiera. Y al mismo tiempo, en su trabajo tenía un tal concentración y pasión que parecía entrar en una especie de éxtasis y cortar lazos con el mundo externo, con todo aquello que estuviese más allá de la obra en que estuviese trabajando en ese momento. Era etéreo a veces, parecía flotar por el aire, arrastrando tras de sí una melodía, pero en otras estaba en pleno contacto con su entorno, y era un hombre práctico y pragmático, que sabía relacionarse con las instituciones y los hombres que las formaban.
EL GOLPE DE ESTADO Y
LA MUERTE COLECTIVA Situada en pleno centro de La Serena estaba la antigua Cárcel. Una serie de edificios, patios y otras dependencias ocupaban toda esa gran manzana. La mayor parte de las construcciones fueron demolidas el 2010, pero todavía se conservan sus muros externos. La ley obliga a mantener las fachadas de todos los edificios y casas que forman parte del Casco histórico de la ciudad, porque se trata de un sitio patrimonial. En este lugar estuvo detenido Jorge Peña Hen desde el 27 de septiembre de 1973 -después del Golpe de Estado- hasta el 16 de octubre, fecha en que fue trasladado al Regimiento Arica, (situado sobre una de las colinas de la ciudad, hoy Regimiento Coquimbo). Su detención se produjo el 19 de septiembre y durante tres días permaneció incomunicado en una Comisaría de Carabineros, luego fue llevado a la unidad militar donde permaneció -siempre sin contacto con el exterior- otros cinco días. “En los días de incomunicación que terminaron con mi declaración al Fiscal, comencé a ver la vida diferente y a desear vivir y rehacer mi existencia, lejos de La Serena”, escribiría el 6 de octubre en carta a sus familiares. La antigua cárcel fue utilizada para la detención, procesamiento y tortura de los presos políticos de la entonces Provincia de Coquimbo. Testimonios de la época señalan que la tortura era rutinaria. Según el Informe de la Comisión Rettig (1990-1991), la Cárcel fue el centro de detención más importante. En noviembre de 1973, albergaba a 474 detenidos por esta causa. Un informe de la Cruz Roja Internacional señalaba la sobrepoblación como un problema serio en este recinto. Los prisioneros alojaban en colectivos, cinco en total, que albergaban un promedio de 90 personas cada uno. Al hacinamiento se sumaba la falta de condiciones higiénicas y la escasa y mala alimentación. En esa cárcel hubo personas recluidas desde septiembre de 1973 hasta principios de 1989, pero el mayor número corresponde al año 1973. Entre ellos, estuvo el maestro y músico.
En esa edificación, situada a poco pasos de campus universitarios, del Hospital y de otras instalaciones, Peña Hen compartió jornadas de incertidumbre junto a otros presos, allí vivió los últimos días de su vida y hasta allí llegaron algunos de sus familiares y amigos para visitarlo. En esos días de la primavera del 73, muchos padres salieron a buscar a sus hijos que no llegaban a casa. Los suponían muertos, detenidos o prófugos, porque eso estaba ocurriendo no solo en Santiago, sino también en varias ciudades de provincia. Don Tomás Peña salió a hacer gestiones ante un Fiscal en La Serena y pudo visitar a su hijo en la cárcel, los días 14, 15 y 16 de octubre. En las conversaciones se entendía que como no podía haber cargos contra el Maestro, porque no había cometido delito alguno, se esperaba que fuera liberado en cualquier momento. Relata su padre: “Yo había hablado con el fiscal militar, mayor (Manuel) Cazanga, quien me dijo que aún no sabía cuándo mi hijo sería llamado a juicio. Y Jorge no me demostró ninguna inquietud e incluso me hizo varios encargos, pagar cuentas y entregar cartas”. En ese (mal)entendido se dió la última visita de Tomás a su hijo, en la mañana del martes 16 de octubre. Pocas horas más tarde sería llevado al Regimiento. El relato de otras personas que pudieron visitar al Maestro o que como él estaban detenidos, dan cuenta de su tranquilidad y del convencimiento que tenía de que sería dejado en libertad muy pronto. ¿Por qué fue detenido Jorge Peña Hen? Hay voces que sostienen que Jorge Peña Hen habría sido detenido por un error, que no debía haber sido arrestado porque no era un extremista, violentista o un fanático, sino un maestro, un hombre moderado. Sin embargo, otros observadores sostienen que su detención fue la demostración de que el Golpe de Estado contemplaba, desde antes de su consumación, un plan minucioso de represión a los opositores, para provocarles una paralización y desarticulación total. Para conseguir ese objetivo se arrestaría, se torturaría, se fusilaría y se castigaría -en general- a todos quienes hubiesen sido partidarios del gobierno de Salvador Allende o quienes pudieran oponerse a un gobierno castrense. El Golpe debía ser tan despiadado que no dejase duda de que no habría oposición posible. Durante los tres años de gobierno de la Unidad Popular, la sociedad se polarizó políticamente y aunque nunca estuvo en peligro el sistema político democrático, se vivía un ambiente de exasperación, de gran tensión que se
evidenciaba en casi todo orden de cosas, incluyendo los lugares de trabajo, las escuelas, los barrios y las más diversas organizaciones sociales. El diálogo se hacía difícil y lo que primaba era la desconfianza y la descalificación. La prensa de la época -diarios como Puro Chile y Clarín, por la izquierda, y Tribuna y La Segunda, por la derecha, dieron cuenta de esta polarización. El matutino Tribuna fue uno de los que alimentó la odiosidad contra el maestro a partir de su viaje a Cuba con una orquesta de niños en 1973. Peña Hen nunca respondió a esos ataques pues consideraba inadecuado responder a “una campaña insidiosa y chacotera”, pero reconoció que tanto a él como a sus compañeros les había afectado ese tipo de infundios. A esa campaña por la prensa, se sumaba la oposición que tenía Peña Hen como director del Departamento de Música de la Universidad de Chile, sede La Serena. El propio maestro lo alcanzó a manifestar mediante una carta al entonces Rector de la Universidad de Chile y uno de sus principales aliados en dicha casa de estudios, Edgardo Boeninger: “…un grupo de profesores, a quienes yo traje a La Serena, para integrarse a nuestra experiencia docente-artística, están promoviendo desde hace más de un año un movimiento tendiente a frenar esta experiencia renovadora y volver este Conservatorio o Departamento a una orientación tradicional. Sin considerar los antecedentes concretos que tengo, se desprende obviamente que la única forma de lograr dicho cometido es alejándome de la dirección del Departamento”. El golpe de Estado y los profundos cambios que se podían preveer serían la ocasión propicia para que esos académicos pudiesen finalmente hacer a un lado a Peña Hen. Se puede suponer que no quisieron que su final fuese la muerte, pero de una u otra forma contribuyeron a que el maestro resultara uno de los 15 nombres marcados para morir. Contra Peña Hen se levantaron dos cargos: Haber traído armas desde Cuba en la gira que la Orquesta de niños realizó al país caribeño en 1972, escondidas en los estuches de los instrumentos. Hoy se sabe, era una descabellada acusación que se deslizó entre sus propios compañeros de trabajo, calumnias producto de la envidia y de las rencillas políticas exaltadas al máximo en esos años, y quetuvo recepción entre los golpistas. La otra acusación era que el músico estaría involucrado en un plan terrorista: el denominado “Plan Z”. Acusaciones similares se hicieron a los
otros 14 ciudadanos que fueron asesinados en el Regimiento Arica. Esos cargos, por supuesto, nunca fueron probados. No hubo juicio alguno; simplemente se trató de una decisión que tomó el General Arellano Stark y que tenía relación con una campaña de amedrentamiento, para impedir cualquier forma de reacción al Golpe de Estado. La “Caravana de la Muerte” -con 72 víctimas en seis ciudades- cumplió con su objetivo y es hoy reconocida como una acción brutal de terrorismo de Estado. Relatos de diversas personas, algunas que estuvieron cercanas a Peña Hen en sus últimas horas, sostienen que el Maestro no fue fusilado por un pelotón de soldados, sino que su muerte habría sido en realidad producto de una serie de golpizas y torturas. Una de esas versiones sostiene que Peña Hen fue “flagelado por horas y luego baleado en el cráneo, el mentón y ametrallado por la espalda”. “Yo los vi como estaban amarrados, cómo los sacaron de la fosa. Los sacaron envueltos en alambre de púa y algunos sin cabeza, sin brazos” relató Marina Vergara, ex secretaria de la Comisión de Derechos Humanos, cuando reconoció a las 15 víctimas del paso de la “Caravana” por La Serena. El recuerdo lo contó a algunos medios de prensa tras la reconstitución de escena de esas muertes realizada en abril de 2016, acción llevada a cabo a partir del procesamiento del ex comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre y otros 8 uniformados. Las dudas existentes respecto de la forma en que los detenidos fueron asesinados se sostiene en el hecho de que en 1973 no hubo autopsia ni reconocimiento de los cadáveres por parte de sus familiares. El registro de la defunción de las víctimas se realizó de manera oculta y también la sepultación de los cuerpos en la mencionada fosa común del Cementerio de La Serena. “Esto fue una masacre, no tuvieron siquiera el ‘privilegio’ de ser fusilados”, afirmó, durante la reconstitución de escena de dichos crímenes, la abogada Carmen Hertz. Fue en la Cárcel de La Serena, entre el 27 de septiembre y el 16 de octubre, que el maestro compuso sus últimos compases: sobre una pequeña hoja de papel dibujó un pentagrama y nota a nota -marcadas con un fósforo quemado- fue registrando esos sonidos que le venían a su mente creadora. Una mente en esos momentos perturbada, como él mismo lo manifestara en algunas cartas a su esposa y en otros apuntes. Ya no tenía en su poder la pluma marca Parker de metal que le regalaran sus padres al momento de egresar del Liceo. La lapicera se había
roto y él se la devolvió a su madre para que la guardara. La familia Peña Camarda la mantuvo en su poder durante muchos años hasta que la donó junto a otras pertenencias- al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, pero fue retirada en noviembre de 2016. Este Museo posee en sus archivos una colección dedicada al Maestro que contiene una muestra de folletos, fotografías, partituras, afiches, discursos y documentos personales, donados por la familia Peña Camarda. Hay un reloj de pulsera de Jorge Peña Hen, encontrado durante la exhumación de sus restos (La Serena, noviembre de 1998); una grabadora Magnetophon 75 - Telefunken de sobremesa, usada para registrar una gran cantidad de conciertos en el teatro del Liceo de Niñas de La Serena; un par de insignias metálicas, una del Partido Socialista y otra de la Unidad Popular, y también un corbatín de tela negra con humita que usaba el director en sus conciertos. Con la muerte, tampoco el Maestro encontró la paz. Sus restos permanecieron ocultos durante varios años y luego pasaron de un lugar a otro. La solitaria sepultura en que estaban los restos del Maestro -desde 1998- se había transformado en el año 2003 en el “Memorial por los Detenidos desparecidos y Ejecutados Políticos de la Región de Coquimbo”. El jueves 25 de marzo 2004 los restos del Maestro -que estaban depositados en dicho Memorial-, fueron removidos por sus familiares en una acción que no fue bien evaluada por otras personas que habían sido cercanas e Jorge Peña Hen. Su viuda, Nella Camarda, explicó su decisión en una carta a un periódico de La Serena. El sitio público donde descansaban sus restos era también un homenaje no solo a su figura sino a otras víctimas de la dictadura y por eso se había colocado allí una inscripción en un muro en que figuran los nombres de decenas de “Detenidos desparecidos y Ejecutados Políticos” de la Región de Coquimbo, pero eso no fue consultado con los familiares del Maestro y por eso su viuda decidió sacar de allí sus vestigios y dio paso a lo que habría sido la última voluntad de Peña Hen, ser cremado y que sus cenizas se lanzasen al río Elqui. “No permitiremos que, debido a las desgraciadas circunstancias de su horrible muerte, pase a la posteridad como el principal de los asesinados como consecuencia del golpe militar de 1973, lo que constituiría una distorsión de su figura de músico. Para nosotros, esas personas cuyos
nombres figuran, pero que no están enterrados allí, son igualmente importantes y valiosas como vidas humanas que fueron tronchadas insensatamente. Personas con cuyos familiares solidarizamos plenamente y que con seguridad, en el caso de los Ejecutados Políticos, descansan tranquilos en sus tumbas sin que nadie les construya alrededor subrepticiamente un monumento”, señala parte de una carta que Nella hizo llegar al periódico Tiempo de La Serena, en abril de 2004. Lo que la viuda siempre se ha preocupado de destacar respecto de la memoria de Peña Hen, es su labor de músico, de maestro, de educador, por sobre cualquier actividad política que él hubiese podido realizar. Por cierto, es una visión discutible y por eso hay quienes creen que es imposible disociar la muerte de Peña Hen a un acto represivo de los primeros tiempos de la dictadura militar y en cuyo trasfondo siempre estará el contexto político en que se dio su muerte colectiva. Peña Hen no murió por error, no hubo confusión de nombre ni nada parecido, fue una víctima seleccionada por una de las principales autoridades del gobierno militar. Esos 15 asesinados, al igual que Peña Hen, vivían dedicados a diversas actividades, ninguno era extremista, o terrorista, o un opositor clandestino que pudiese poner en peligro la estabilidad de la Junta de Gobierno.
HOMENAJE Y RECONOCIMIENTO A SU OBRA Ya sea depositados en una fosa clandestina del Cementerio Municipal de La Serena o puestos en un Mausoleo de cara al mar, o transformados en cenizas lanzadas al río y llevadas inevitablemente al mar, sus restos no son lo más importante que nos deja la muerte de Peña Hen. Su legado es imborrable, sus obras musicales no se pueden esconder como sus huesos, sus lecciones no se pueden depositar bajo tierra, su trascendencia no se disolverá ni en el agua del río ni en el océano, sino que perseverarán en cada uno de sus cientos de alumnos y en los discípulos de estos. Su ejemplo de vida sigue y seguirá presente en las escuelas, en los coros y en las orquestas, y en la música en general. Apenas semanas después de asesinado, el Maestro fue recordado por uno de sus pares en la Revista Musical Chilena. En un acto de valentía sin igual para esos días, el profesor Luis Merino publicó en el número 123-124 del segundo semestre de 1973, un texto (In Memoriam) en que destacaba la figura y trayectoria de Peña Hen. “La desaparición de este gran músico, creador y organizador, afecta en forma irreparable a la vida musical chilena”, concluía dicho homenaje. Durante varios años no volvió a hablarse de Jorge Peña porque el silencio obligado y el temor generalizado hacían imposible hablar de estos muertos. Recién en 1986, cuando el país se sacudía en una serie de movilizaciones populares contra el gobierno militar, en el Teatro Municipal de Santiago se hizo un concierto con música interpretada por jóvenes serenenses. La viuda de Peña Hen intentó presentar un breve saludo en que explicaría que, a través de un ramillete de flores -entregado a la Orquesta Sinfónica Juvenil de La Serena-, rendía un homenaje a Jorge Peña Hen en el décimo tercer aniversario de su muerte. El mensaje sin embargo no fue leído y el nombre del Maestro solo fue mencionado porque Enrique von Baer -autoridad en esa época- rompió el silencio y se atrevió a elogiar al Maestro, luego de lo cual los asistentes, incluida la orquesta, se pusieron de pie para aplaudir al desparecido músico.
Pocas fueron las ocasiones en que el nombre de Peña Hen fuera dicho en un acto público durante los años 80. Solo después de que el Plebiscito de 1988 diera un resultado negativo a la continuación de Augusto Pinochet en el poder, se volvió a oír su nombre, tal como ocurrió en la Catedral de La Serena el 13 de enero de 1990, cuando el director Fernando Rosas aludió al Maestro como “un hombre extraordinario de esta ciudad de La Serena” e hizo una síntesis de lo que fue su vida de músico. Los asistentes ovacionaron largamente, incluida la Orquesta Sinfónica Juvenil. Con el retorno de la democracia y la instalación del gobierno de Patricio Aylwin, se hizo posible empezar a conocer la realidad respecto de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante los 17 años de dictadura militar. El 25 de abril de 1990 el Presidente Aylwin había creado la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. La llamada Comisión Rettig, presidida por el jurista y político Raúl Rettig y formada por otros nueve importantes representantes de las ciencias sociales y jurídicas, en febrero de 1991 pudo entregar al gobierno el informe que concluye que “2.279 personas perdieron la vida en este período, de los cuales 164 los clasifica como víctimas de la violencia política y 2.115 de violaciones a los derechos humanos”. En abril de 1991 se realizó una ceremonia fúnebre, un funeral masivo y simbólico, que partió desde la Catedral, situada en la Plaza de Armas de La Serena, y continuó con una romería hasta el Cementerio Municipal situado en la parte alta, camino del Aeropuerto de La Florida. Allí se congregaron cientos de personas, entre ellos algunos de sus antiguos colaboradores. El homenaje fue para el Maestro y las otras 14 víctimas de octubre de 1973. La Universidad de Chile, alma mater del maestro, rindió también un homenaje a Peña Hen en octubre de 1991, con una exposición sobre la “Vida y Obra de Jorge Peña Hen”, preparada por su viuda, en la Casa Central universitaria. En la inauguración, el maestro Agustín Cullell habló de su ex compañero de clases en el Conservatorio Nacional: “A Jorge Peña no lo mataron; tan sólo acallaron su voz pero no su presencia, y un artista cuya obra, cuyo mensaje está presente y, por el contrario, adquiere a través del tiempo una mayor dimensión, nunca puede morir; continuará siempre vivo después de efectuar el salto mortal. Ciertamente, cabría formularnos la gran interrogante sobre a qué lado del puente habita en realidad el hombre; porque el hecho plantea, además, una
grande y dramática paradoja: Jorge Peña está vivo y quienes silenciaron su voz y con ello inmortalizaron su figura fueron, desde aquel mismo instante, en realidad los verdaderos muertos”, dijo ese día el entonces director de la Orquesta Sinfónica de Chile. Y agregó: “…Jorge Peña fue toda su vida un hombre de grandes inquietudes vivenciales; un luchador de sólidos principios, un verdadero humanista que entregó siempre sus mejores esfuerzos al servicio de las viejas causas que han intentado encontrar, aun infructuosamente, un destino mejor, de auténtica justicia social para el ser humano”. En ese mismo discurso sostuvo que “Jorge Peña fue un creador y un visionario, un espíritu tenaz; uno de esos seres que en la humanidad no aparecen con frecuencia, pero que dejan a su paso una huella imborrable de grandes realizaciones.” En 1998 fueron exhumados los restos de Jorge Peña Hen y de las otras víctimas de la Caravana de la Muerte que habían sido enterrados de forma clandestina (sin ningún registro, inscripción o marca) en una fosa común en el Cementerio Municipal de La Serena. Ese año, en el vigésimo quinto aniversario de su muerte, la figura del Maestro fue objeto de diversos homenajes. Castillo Didier dedica un capítulo completo (el XII) de su libro de Memorias sobre Peña Hen a lo que llamó “El acto final de la tragedia: los funerales de un maestro”. Relata lo que presenció en La Serena como testigo directo. La Coordinadora para los Derechos Humanos de la IV Región pidió legalmente la exhumación y entrega de los restos de los fusilados 25 años antes. Dice el biógrafo que era el primer punto de un programa de homenaje a esos 15 mártires, que continuaría con una exposición en el tradicional mercado de La Recova, un acto político cultural y una velatón. Al día siguiente se realizó una liturgia y un acto cívico con familiares procedentes de diversas ciudades y el domingo 18 se llevó a cabo una romería desde La Recova hasta el Cementerio municipal donde rendirían un homenaje frente a la fosa común. En paralelo, la Universidad de La Serena, realizó también varias actividades conmemorativas, entre ellas una Exposición sobre la vida y obra del maestro, organizada por Nella Camarda y su hijo Juan Cristián. Se trataba de la misma muestra realizada en 1991 en Santiago, en la Casa Central de la Universidad de Chile. Diversos conciertos con obras de Peña Hen, entre ellas, la ópera La Cenicienta se llevaron a cabo por los músicos de la Universidad, así como también otros actos culturales.
Finalmente, el sábado 12 de diciembre de 1998, los restos del Maestro fueron depositados en una sepultura especial, junto a un antiguo árbol, en el Parque Pedro de Valdivia que se extiende a partir de la Avenida Pedro Pablo Muñoz, uno de los límites de casco histórico de la segunda ciudad más antigua de Chile. Allí hablaron diversas autoridades, familiares y personas que habían sido cercanas a Peña Hen. Uno de ellos fue José Urquieta, ex alumno del Maestro, miembro de la primera Orquesta sinfónica de niños quien habló a nombre de todos los músicos que habían sido formados por él. “Sepa usted, Maestro -dice en parte de su discurso- que todo no fue en vano; que su obra ha trascendido la frontera de nuestro país, y es así como orgullosos nos sentimos cuando sabemos que hay compañeros repartidos a lo largo del país y en el extranjero, haciendo música; que hay otros países, como Venezuela, México, que han adoptado su proyecto y que éste se ha difundido con gran éxito en otras latitudes…” En la ocasión también habló Juan Cristián, el hijo del Maestro: “Te veo, padre, lúcido, creativo, con energía, consecuente con tu pensamiento hasta el límite de lo humano, dándonos una lección trascendental de vida, de justicia humana, de respeto mutuo entre los hombres hasta en la más mínima actitud, en donde allí nace la verdadera democracia; usando nuestra capacidad cerebral al servicio del hombre, pero con un sentido profundamente humanista”. El 22 de noviembre de 2009 se celebró el día de Santa Cecilia, patrona de la música en el mundo, con una serie de conciertos dedicados al Maestro Jorge Peña Hen, llevados a cabo en diversas ciudades de sur a norte del país, pero los principales homenajes se realizaron en La Serena, Santiago y Talca. En 2012 se realizó un homenaje muy especial: la Orquesta Juvenil de las Américas (Youth Orchestra’s America, YOA) con sus 80 integrantes de 20 países, entre los cuales figuran 15 jóvenes chilenos, fijaron a Chile “como sede de su gira de conciertos 2012 con el propósito de conmemorar el papel de Chile en el origen del movimiento social de Orquestas Juveniles en las Américas y el legado del Maestro Jorge Peña Hen”. Esa gira se realizó entre el 29 de junio y el 28 de julio y partió con la residencia en La Serena con apoyo de la ULS y de la Intendencia de Coquimbo. Además de los ensayos parciales, se efectuaron talleres, tutorías, conferencias y conciertos. Luego prosiguió hacia el sur del país a las ciudades de Valparaíso, Santiago, Talca, Concepción y Frutillar.
En octubre de 2014, el emblemático Liceo Gregorio Cordovez -el antiguo Liceo de Hombres donde Peña Hen fue alumno y profesororganizó el primer Encuentro de Orquestas Infanto Juveniles, actividad que llevó por nombre “Tras el legado de Jorge Peña Hen” y cuyo objetivo fue promover un espacio de intercambio de experiencias entre los niños y jóvenes músicos. Ese primer encuentro de orquestas infanto juveniles se realizó los días 14, 15 y 16 de octubre y consideró actividades en toda la ciudad de La Serena, con la participación de las Orquestas Sinfónicas de las comunas de Paihuano y La Higuera, la Orquesta Básica de la Escuela de Artes y Música de Ovalle, la Banda Instrumental de Salamanca, todas de la Región de Coquimbo, y la Banda Instrumental de la Escuela Gabriela Mistral de Arica, además de la Orquesta del propio Liceo Bicentenario Gregorio Cordovez. El día jueves 16, cuando se cumplían 41 años del asesinato del maestro Peña, todas las agrupaciones se trasladaron al centro de la ciudad para llenar diversos espacios públicos con notas musicales y sonidos sinfónicos. A media mañana, distintas melodías se apoderaron de las calles serenenses, con presentaciones aleatorias de media hora en varias esquinas para el deleite de los transeúntes. Al medio día, todas las agrupaciones se trasladaron a la Plaza de Armas para tocar juntas. Finalmente, a las 19 horas, en el teatro del Liceo, todas las actividades cerraron con el “Gran Concierto Homenaje a Jorge Peña Hen”. Los conciertos de homenaje al Maestro no han parado de repetirse y no podría ser de otro modo porque las instituciones culturales y las personas que conocieron a Peña Hen y quienes han conocido su obra después de su muerte, saben que se trata de una figura inolvidable. Por eso el 16 de octubre de 2015, cuando se cumplieron 42 años desde su muerte, su obra fue conmemorada por la Fundación de Orquestas Infantiles (FOJI) y el Museo de la Memoria. El concierto fue ofrecido en Santiago por la Orquesta Sinfónica Estudiantil Metropolitana (OSEM), dirigida por Felipe Hidalgo. La agrupación interpretó piezas del maestro Jorge Peña Hen, entre ellas, la melodía que él escribió en la cárcel, antes de morir. Uno de los homenajes más recientes es una pieza de teatro elaborada por una de sus nietas, la cual se puede ver completa en Internet. Se trata de “Jorge Peña Hen, las últimas horas del maestro”, una obra de teatro no tradicional que es actuada y puesta en escena por María Belén Espinosa
Peña, hija de Fedora Peña. Se trata de una obra “Butoh”, un lenguaje escénico, que nació en Japón después de que cayó la bomba nuclear en Hiroshima. Es un lenguaje que está -más o menos- en el centro entre el teatro y la danza. En la pieza la actriz representa “las últimas horas de Peña Hen, el último mes antes de ser asesinado, y lo que pasó después de su muerte, cuando él trasciende”, contó. Junto a su actuación, hay una pantalla con proyección de imágenes, a cargo de Álvaro Riquelme y el diseño sonoro de Simón Olea, quien hizo un trabajo con algunas composiciones de Jorge Peña. La mayor parte de las imágenes proyectadas se filmaron en La Serena, en los lugares más icónicos los últimos días del Maestro: la cárcel, el regimiento, el cementerio y el río Elqui, que es a donde finalmente llegó, contó la propia nieta a un periódico de La Serena. Otro homenaje al Maestro es la canción “Quadrivium. El sueño de un hombre” con letra de Carolina Araya y música de Tomás Olmedo, a la cual también puede acceder en Internet. En otras disciplinas artísticas, su figura y obra también ha sido rescatada. Es el caso de Audé Gutiérrez, quien pintó una serie de 20 cuadros imaginados como una interpretación artística de la vida, obra y legado del músico. A través de su exposición Tierra fecunda, Gutiérrez buscó rescatar la relevancia del artista como gestor de cultura en amplios sectores sociales, pero también, su labor pedagógica como formador de músicos a temprana edad. La muestra ha sido expuesta -en 2017- en distintos centros culturales de La Serena y Coquimbo. Diversos espacios llevan su nombre como el Teatro del Liceo Gregorio Cordovez y la Escuela experimental de música de la ULS, por nombrar dos en La Serena, pero hay otros espacios como teatros, bibliotecas, salas de conciertos, etc. en distintas ciudades que han sido bautizadas con el nombre del Maestro como una forma de preservación de su memoria. Por ejemplo, la Orquesta Sinfónica Juvenil de La Serena hoy llamada “Jorge Peña Hen”, que fuera fundada por el maestro en 1964, siendo la primera Orquesta Sinfónica de Niños de Chile y de Sudamérica. Actualmente su director es el profesor Hugo Domínguez Cruzat y está integrada por alumnos de la Escuela Experimental de Música que cursan entre 1° y 4° Medio, y por estudiantes de las Carreras de Pedagogía y Licenciatura en Música del Departamento de Música de la Universidad de La Serena.
DESPUÉS DE JORGE PEÑA HEN Con Gabriela Mistral, poeta del Valle del Elqui y del planeta Tierra, ha ocurrido lo que no debería pasar con Peña Hen, y es que su obra sea vea opacada por aspectos de su vida personal, episodios que, reales o inventados, oscurecen lo que debe ser el principal foco de atención de un trabajo biográfico. Sin embargo, la vida de los mejores hombres y mujeres pasa a ser, por decirlo de alguna manera, propiedad de todos. Todos se sienten interesados en escudriñar en las cartas personales que Gabriela escribió a sus amigas y muerde la curiosidad por conocer detalles, secretos, pasajes desconocidos de las vidas ajenas. Es parte de nuestra actual cultura, con su morbo voyeurista. De Peña Hen se podrán revelar algunos detalles de su vida personal en otras obras, pero no ha sido nuestro objetivo en este breve texto. Lo que sí parece relevante destacar es qué ocurrió después de la muerte del músico. ¿Qué pasó con esas orquestas? ¿En qué quedó ese hermoso y titánico esfuerzo de Peña Hen? ¿Qué ocurrió con esos músicos? Esas y otras muchas preguntas pueden ser respondidas si se hace el trabajo de investigación, por ahora pendiente. Una de los que estuvo en el círculo cercano al Maestro fue el periodista Fernando Moraga, fallecido en 2010, quien acompañó al músico en diversas actividades y en especial en el montaje de los Retablos de Navidad en los que era un activo colaborador, escribiendo textos, apoyando en el diseño de los escenarios y en otras tareas. “Es evidente que hay una ciudad de La Serena después de Peña Hen. Hay una Serena después del 73, sin Peña Hen, que experimentó un apagón”, aseguró Moraga algunos años después del golpe de Estado. Y agregó que “No siguió el proyecto de Arte escénico; no siguió el proyecto Danza; no siguió el proyecto de Artes aplicadas y no siguió el gran proyecto de un teatro musical… que hasta ahora no se tiene”, dijo en 2004 el periodista y también historiador regional. “Con la trágica muerte del maestro Jorge Peña Hen el año 1973, y el consiguiente éxodo de algunos profesores, la orquesta seguiría funcionando
con profesores y alumnos avanzados de la Escuela Experimental de Música. Con la reestructuración del Departamento de Música el año 1982, los nuevos programas no contemplaron la existencia de una orquesta, sin embargo, ésta siguió funcionando por el deseo de los músicos de mantener vivo este organismo artístico y gracias al valioso apoyo institucional de La Universidad de La Serena. Desde el año 1994, este apoyo continuó a través de la Fundación Educacional Musical Cultural Universidad de La Serena. Finalmente, esta orquesta extendería su quehacer musical hasta el año 2008, integrada siempre por académicos del Departamento de Música de la ULS y por alumnos aventajados de la Escuela de Música “Jorge Peña Hen” y del Departamento de Música”, señala Carolina Miranda, miembro del equipo de comunicaciones de la Orquesta Sinfónica de la ULS, en su sitio web oficial. Por cierto, una situación de “apagón cultural” se vivió a nivel nacional ya que, en general, las actividades artísticas tuvieron una merma durante los primeros años del régimen militar. El panorama lo ha descrito, entre otros, Gonzalo Leiva Quijada, académico del Instituto de Estética, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, autor de El Golpe Estético. Dictadura militar en Chile 1973-1989, junto a Luis Hernán Errázuriz: “… La cultura nacional se vio fuertemente afectada, muchos artistas exiliados, torturados, reprimidos, censurados. Al respecto, es necesario recordar que las escuelas de arte de las principales universidades fueron cerradas, prácticamente desmanteladas y algunas claramente intervenidas como la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado. En algunos ámbitos específicos es notoria la represión, como por ejemplo en la docencia, donde se calcula que un 30% de los profesores fueron exonerados de las universidades chilenas entre 1973 y 1978. Lo mismo ocurre en el ámbito artístico como el teatro ya que parten sobre un 25% al exilio. En concreto, en la Universidad de Chile, el 90% de los miembros de la compañía de Teatro fueron despedidos”, señala en parte un artículo de Leiva titulado “El Golpe Estético de la dictadura”, que publicó The Clinic en septiembre de 2013. La ex alumna de Jorge Peña Hen en la Escuela Normal de La Serena, Susana Pacheco Tirado, maestra y directora de coros, investigadora y escritora sobre temas patrimoniales de la Región de Coquimbo, recuerda que “La Ofrenda Musical” de Johann Sebastián Bach fue la última obra que interpretó la Orquesta serenense bajo la dirección del maestro Peña
Hen. Luego vino el desconcierto, el desconsuelo y la complicación de seguir trabajando entre las desconfianzas y las recriminaciones mutuas. “Transcurrió el tiempo y la música de nuevo empezó a tomar consistencia. Los que habían sido por siempre colaboradores y cercanos a la obra de Jorge Peña tomaron la dirección de coros tanto de niños como de jóvenes, se reactivaron las orquestas básica, intermedia y juvenil. El sello de Jorge Peña, comenzó a recuperar sus afanes; la Música salió a las calles, la Banda a participar en desfiles y retretas que el público disfrutaba agradecido; pues en cada acorde se encontraban con la presencia del Maestro”, afirma Susana Pacheco. Y relata que “en 1983, cuando había un plan docente bien consolidado, y las carreras estaban muy bien planificadas, todos los profesores que habían sido base y sustento del sueño visionario de Jorge Peña, fueron llamados a Santiago para que rindieran un “examen de competencia”. El examen, en realidad, fue una excusa para desmembrar el equipo de maestros que habían adherido por tantos años a tan valioso proyecto. De 25 profesores, sólo quedaron ocho. Dos de los profesores que trabajaron en el proyecto de Peña Hen, no pudieron soportar el ambiente de inseguridad que se vivía y decidieron buscar trabajo en Venezuela. Allí pusieron su importante contribución y experiencia para dar vida al movimiento de orquestas infantiles y juveniles del que hoy goza Venezuela. Jorge Peña Hen seguía así viviendo en el nuevo enfoque de lo que debe ser el cultivo de la música tanto en Chile como en Latinoamérica”, concluye la ex alumna. Muchas otras personas han manifestado su admiración por la figura del Maestro. Una recopilación de esas declaraciones podría transformarse en una tarea sin fin. A continuación, citamos a unas pocas personas, quizás las más cercanas a Peña Hen, sea por sus lazos familiares, sea por su cercanía en el trabajo: Luis Merino, musicólogo, académico de la U. de Chile y director de la Revista Musical Chilena: “Se destaca la proyección social de sus actividades como director y maestro. Así la temporada de 1967 de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile, en La Serena, de la que fuera director titular, consulta aparte de la Temporada Oficial de abril a septiembre, una temporada de conciertos educacionales dirigida
especialmente a los alumnos de la Universidad de Chile y Universidad Técnica y los alumnos de enseñanza media de La Serena y Coquimbo. Incluye además conciertos de primavera y verano, con actuaciones en los centros mineros de Potrerillos y El Salvador, y en sindicatos en La Serena. Su sensibilidad social se evidencia particularmente en la Orquesta Sinfónica Infantil de La Serena, que él fundara en 1964, y la que fuera la primera orquesta de su género en el país…” (diciembre de 1973). Agustín Cullell, ex compañero de Peña Hen en el Conservatorio Nacional, director de orquesta: “…es de lamentar que en su momento nuestros medios musicales, salvo excepción honrosa, no se percataran de la extraordinaria importancia que tenía para el futuro desarrollo musical del país apoyar con fervor una iniciativa de esta naturaleza; como asimismo el hecho de desconocer, por otra parte, la dimensión de sus alcances a nivel internacional, en los que tuve la oportunidad de participar o ser testigo presencial de sus brillantes resultados” (octubre de 1991). Miguel Castillo Didier, académico de la U. de Chile, autor del libro “Jorge Peña Hen (19281973) Músico, maestro y humanista mártir”: “Sin duda que fue una personalidad de las que muy de tarde en tarde se dan en el país y en el mundo. De una amplia concepción universal y humanista; con privilegiadas dotes como artista; de una generosidad increíble para darse a la noble pasión de enseñar; de una tenacidad sin límites para hacer realidad empresas artísticas casi imposibles; con una extraordinaria capacidad para organizar y aunar voluntades y esfuerzos para y por el arte; intérprete de varios instrumentos musicales, compositor de alta inspiración; hombre para quien eran fundamentales los valores de la paz, la tolerancia, la justicia, la fraternidad, traducidos en un compromiso nunca desmentido con el ideal de una sociedad más justa y fraterna” (diciembre de 1999). Maria Fedora Peña, hija: “…siempre tengo recuerdos de la transformación que se producía en mi papá cuando dirigía. Y es una cuestión que me emociona hasta ahora. Porque, siendo chiquita yo lo miraba, y yo decía, cómo su cara, o sea todo su ser se transformaba cuando él estaba dirigiendo eso. Y esa emoción él se la transmitía yo creo a todos los que estaban actuando ahí…” (septiembre de 2000). Raúl Pizarro Illanes, ex alumno de Peña Hen en el Liceo de Hombres de La Serena, periodista: “Un estudio sobre el Maestro demuestra que no estuvo en sus planes instaurar una aristocracia del talento; sino
lucidamente formar seres humanos capaces de florecer en sociedad y de enaltecerla tomándose de las manos a la luz del día. La música despertará en el niño, me explicaba, los valores de la solidaridad. Le mostrará caminos de amor. Sabrá decir sí a las expresiones que lo dignifican, y decir no cuando algo amenace su integridad” (abril de 2004). Alejandro Jiliberto, ex compañero en el Liceo de Hombres de La Serena, abogado: “Esos retablos eran maravillosos. Esa era la capacidad de Jorge, entender que existía una tradición católica de la Navidad. Apoyarse en eso. Él que no era católico. No profesaba ninguna religión. Sin embargo respetaba eso, y sumándose creativamente a esa celebración universal, realizaba una obra de extensión cultural sin parangón en Chile, al menos en la forma que se realizaba, es decir como parte de toda una actividad múltiple realizada a través de todo el año. Y, efectivamente, toda La Serena participaba en eso, y naturalmente toda La Serena escuchaba Pedrito y el Lobo, y veía una escenificación de un nivel diferente a una cosita hecha en un escenario pequeño. Toda La Serena veía algo que se proyectaba. Ese era el objetivo que perseguía Jorge a través de estas manifestaciones, y que poco a poco íbamos ampliando, digamos, la meta, los objetivos. Estos Retablos de Navidad fueron una forma en que se puede decir se realizaba este objetivo. Esa organización multidisciplinaria de efectos multidireccionales hicieron de su trabajo una verdadera súper nova que hasta la fecha no sabemos hasta donde va a llegar...” (abril de 2004). Nella Camarda, viuda de Peña Hen, compañera del Conservatorio Nacional, pianista: “Sus grandes condiciones de director de orquesta, evidenciadas en 1958, al quedar como finalista en el concurso para director de la Orquesta Sinfónica de Chile, fueron incentivadas por las opiniones de Domingo Santa Cruz Wilson, gran autoridad musical chilena y las de Robert Whitney y Luis Herrera de la Fuente (directores extranjeros), sobre su “talento, brillo y musicalidad” según expresiones vertidas en un documento escrito. Esto fue recogido por el Instituto de Extensión Musical, que lo propuso para una beca de estudios de dirección al maestro Hermann Scherchen en Suiza, quien lo aceptó como alumno. Sin embargo, el viaje no se realizó porque por sobre su progreso personal, primó su preocupación centrada en la obra de la Serena, aún en ciernes” (diciembre de 2016). Juan Cristian Peña, hijo, artista plástico: “Ya se acerca la hora, fierros verticales paralelos apenas le permiten robar la luz de vida que le
resta, para componer recluido pero inmenso, sus 9 compases de la eternidad; ya llega la hora maldita, vestida de ordenado gris, indicando con dedo desafinado el destino inmerecido a mi padre y a otros 14 compañeros de la lucha, por ser todos de estirpe distinta, de la que concibe lo social a digna altura, como hoy reclama clarito la población mundial” (diciembre de 2016).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Castillo Didier, Miguel (2015). Jorge Peña Hen (1928 - 1973): Músico, maestro y humanista mártir. Lom Ediciones, Santiago. Cortés Mendoza, Elizabeth (1994). “Jorge W. Peña Hen, vida y obra”. Tesis para optar al título de Profesor de Estado en Educación musical, Universidad de La Serena, La Serena. Cullell, Agustín. Discurso en el homenaje que la Universidad de Chile rindió al músico Jorge Peña Hen. En Revista Musical Chilena. Año XLV, julio-diciembre, 1991. N” 176. pp. 5-8. Pacheco Tirado, Susana (2007). Escuela Normal de La Serena. Testimonios de una vocación. Imprenta Silva, Coquimbo. Pizarro Illanes, Raúl (2004) “Juan Sebastián Bach en la ciudad de bronce (o la Pasión de Jorge Peña Hen)”. (En una entrevista de 2005 a El Mercurio de Valparaíso, el autor daba como título a su libro pronto a publicar: “Amor y Fuego en la ciudad de Bronce”) La obra permanece inédita.
OTRAS FUENTES CONSULTADAS Canción “El sueño de un hombre un día” en https://www.youtube.com/watch?v=LVuU-KOfhlQ Concha Molinari, Olivia. Artículo “El legado de Jorge Peña Hen: Ias orquestas sinfónicas infantiles y juveniles en Chile y en América Latina”, en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S071627902012000200004 Documental “Jorge Peña Hen, su música y sus niños” de Guillermo Milla en https://www.youtube.com/watch?v=W7WmANkHtQA Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile http://www.orquestajuvenilchile.com/fundacion/ Museo de la Memoria http://www.archivomuseodelamemoria.cl/index.php/43964;isad
Opera La Cenicienta en https://www.youtube.com/wat-ch? v=iX5N3eCJW2I Orquesta Sinfónica de la Universidad de La Serena http://www.sinfonicalaserena.cl/ Periódico The Clinic http://www.theclinic.cl/2013/09/06/el-golpe-esteticode-la-dictadura/ Revista Eco Liceano (Liceo de Hombres de La Serena) N° especial del sesquicentenario 1821-1971 http://www.bibliotecanacionaldigital.cl/bnd/635/w3-article-316820.html Revista musical chilena http://www.revistas.uchile.cl/index.php/RMCH/article/viewFile/13895/14177 Revista Quinchamalí. Artes, letras, sociedad N°16 https://issuu.com/edicionesicd/docs/quinchamali_16_sitio_web Sitio de memoria histórica de Chile http://www.lashistoriasquepodemoscontar.cl/
SOBRE EL AUTOR Gabriel Canihuante (1953). Periodista, docente en educación superior, escritor y editor. Bachiller en Comunicación Social por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro; Magíster en Ciencias Geográficas por la Universidad de La Serena y Diplomado en Comunicación y Políticas Públicas por la Universidad de Chile. Como narrador de ficción ha publicado La súplica del Dr. Solís y otros cuentos, Premio Fondo literario empresa ESSCO (2003) de La Serena; La historia de don Crispín, doña Anita y el guaripola y otros cuentos. Editorial Universidad de La Serena (2010) y Cuentos para Manuel, Premio Fondo Manuel Concha 2012, Ilustre Municipalidad de La Serena. Como ensayista es autor de Turismo en Chile: Paisajes y culturas del pasado, presente y futuro, Premio Fondo Editorial Municipalidad de La Serena (2006. Reedición, 2008); Crónicas ambientales del sur del mundo (2012) Edi-torial Académica Española (EAE), y coautor de Entre duendes y churrascas. Rescate de mitos y leyendas Zonas rurales La Serena (2016),obra financiada por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura. Como académico ha publicado diversos artículos en revistas y libros de Chile y el exterior: “Diario El Día: 60 años en la historia del periodismo regional” (coautor del libro, 2004), Editorial del Norte. La Serena; Diagnóstico crítico del desarrollo turístico de La Serena: 1979 1998”, Universidad de La Serena, (libro-revista, 2001); “Paisaje y turismo en la formación de la identidad de Chile”, Revista Aportes y Transferencias, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina, (2005); “Formación Ciudadana y Educación Geográfica Informal: construcción de una ciudadanía participativa en dos conflictos ambientales de la Región de Coquimbo, Chile”, (artículo) en Formación ciudadana desde la Educación geográfica (2013), Editorial Universidad de La Serena. En la gestión cultural ha elaborado y ejecutado proyectos diversos, entre otros: “Mediadores en los medios”, programa de radio financiado por el Fondo Nacional de Fomento de la Lectura y el Libro (2009); Miembro
del equipo organizador del “III Encuentro con el libro chileno: “El libro mira a Chile desde la Región de Coquimbo” (2013), organizado por Editorial Universidad de la Serena; Foro “Periodismo y literatura: un diálogo permanente”, en el marco del Festival ARC 2016. CNCA Región de Coquimbo; “III Concurso de cuentos para estudiantes de Ens. Media de La Serena (2016), auspiciado por Municipalidad de La Serena y Diario El Día; Foro “Literatura y política: conversaciones de dos siglos”, actividad del Festival ARC 2017, CNCA Región de Coquimbo. Como periodista, desde el 2014 a la fecha, publica entrevistas culturales en la edición dominical del diario El Día de La Serena (como periodista freelance) y es columnista ad honorem en el diario digital www.elobservatodo.cl Participa en la Sociedad de Escritores de Chile (SECh) Región de Coquimbo y en el Colegio (y Círculo) de Periodistas de la Región de Coquimbo. Jorge Peña Hen ha sido finalmente reconocido -tardíamente quizáscomo uno de los pilares de la educación musical chilena. Su labor infatigable por acercar la música docta a los niños, a la gente del pueblo, queda de manifiesto en su mayor legado: las Orquestas de Niños, y que posteriormente se retomó como un gran movimiento nacional en torno a las Orquestas Juveniles. El músico Américo Giusti, de la Universidad de Talca, dice que si hay algo que distinguió el proyecto musical educativo de Peña Hen es que “implementó la orquesta como un sistema, una herramienta de trabajo, un método sistemático válido como sistema pedagógico”, lo que representó en esos años un “cambio total en el discurso”. Director, compositor, organizador incansable, fue un artista completo, un personaje imprescindible en la historia de Chile, que supo combinar las alturas etéreas de la composición musical con la pragmática del quehacer cotidiano para conseguir sus elevados fines sociales.