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Spanish Pages 223 Year 2015
Miguel Castillo Didier
Jorge Peña Hen (1928-1973) Músico, maestro y humanista mártir
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL
© LOM Ediciones Primera edición, 2016 ISBN Impreso: 978-956-00-0595-3 ISBN Digital: 978-956-00-0917-3 Diseño, Composición y Diagramación LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88 www.lom.cl [email protected]
«Llevar la belleza a todos, llevar la música a todos
y a todas partes, y hacer a través del arte más hermosa
y plena la vida y mejor y más fraterno al ser humano:
por esto vivió y murió Jorge Peña Hen». Caín, ¿qué has hecho? La sangre de tu hermano
clama a Mí desde la tierra. En La Serena fue el crimen:
¡en su ciudad! Todo libro se escribe con trabajo y amor.
Este libro se ha escrito además con lágrimas.
El autor dedica su trabajo a la memoria de los 72 mártires del Norte, de octubre de 1973, en los nombres del artista Jorge Peña Hen, de los abogados Carlos Berger Guralnik y Roberto Guzmán Santa Cruz, del doctor Jorge Jordán Domic, del profesor Mario Ramírez Sepúlveda, de José Saavedra, colegial de 17 años; y al recuerdo de todos los mártires de Chile en la persona de Carlos Fariña, niño de 13 años, cuya vida segaron seis balas que le dispararon por la espalda. Y a las madres, padres, esposas, hijos y hermanos de los mártires, mártires también ellos, en la persona de la doctora Dora Guralnik de Berger, cuya vida aniquilaron quince años de buscar los restos de su hijo. El autor expresa sus agradecimientos a Nella Camarda, viuda de Jorge Peña Hen, sin cuya colaboración este libro no habría sido posible; a María Fedora y Juan Cristián Peña Camarda, Silvia Peña Hen, Agustín Cullell, Gustavo Becerra, Raúl Pizarro, que contribuyeron generosamente a este trabajo; a Elizabeth Cortés, que recopiló importante documentación para su memoria universitaria sobre la vida y obra del Maestro.
Presentación
Historiar una vida siempre es difícil. Tratar de describir con palabras lo que fue acción, pasión, sentimiento, anhelos, inquietudes, alegrías, tristezas, esfuerzos, logros, fracasos, trabajos, lucha, no puede ser sino arduo. Y mucho más ardua resulta la tarea cuando se trata de una vida tan singular como fue la de Jorge Peña Hen; vida para la cual los calificativos quedan siempre descoloridos. Extraordinaria, excepcional, ejemplar, pero paradojalmente «inimitable». Inimitable en el sentido de que resulta casi imposible que se dé una persona capaz de desarrollar en el lapso de veintitrés años las actividades que cumplió este artista. Cuando se trata de seguir la trayectoria vital de Jorge Peña Hen, en las impresiones que se tienen se mezclan la admiración y el asombro. Sin duda que fue una personalidad de las que muy de tarde en tarde se dan en el país y en el mundo. De una amplia concepción universal y humanista; con privilegiadas dotes como artista; de una generosidad increíble para darse a la noble pasión de enseñar; de una tenacidad sin límites para hacer realidad empresas artísticas casi imposibles; con una extraordinaria capacidad para organizar y aunar voluntades y esfuerzos para y por el arte; intérprete de varios instrumentos musicales; compositor de alta inspiración; hombre para quien eran fundamentales los valores de la paz, la tolerancia, la justicia, la fraternidad, traducidos en un compromiso nunca desmentido con el ideal de una sociedad más justa y fraterna. Su obra, en una vida segada a los 45 años, asombra. El formidable movimiento musical del Norte, con sus repercusiones en la vida musical del país y aún de varias naciones hermanas, fue fruto de sus anhelos y sus esfuerzos: la Sociedad Juan Sebastián Bach, la primera y segunda Orquesta de Cámara Bach, la Orquesta Filarmónica de La Serena, el Coro Polifónico de aquella institución, el Conservatorio Regional de La Serena, la Escuela Experimental de Música, la primera Orquesta Sinfónica Infantil de Chile y
del continente, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena, la renovación de la enseñanza musical, la formación de centenares de músicos, los centenares de conciertos realizados en los más distintos lugares del Norte. Llevar la música a todas partes y a todos y hacer a través del arte más hermosa y plena la vida y mejor al ser humano. Por esto vivió y murió Jorge Peña Hen, músico, maestro y humanista mártir. Miguel Castillo Didier
Diciembre de 1999
I
La música en Chile en la década del cuarenta
Los comienzos del siglo xx marcan una época de inquietudes renovadoras en el panorama musical de Chile. En la segunda década, se crean organismos como la Sociedad Orquestal de Chile y la Sociedad Musical Santa Cecilia, instituciones de vida breve pero activa; y surge el grupo de Los Diez, «el primer núcleo de avanzada de la cultura chilena, en la síntesis fraterna que acometieron de poesía, música y artes plásticas»1. Entre Los Diez, los primeros Diez, estuvieron los músicos Alfonso Leng (1884-1974), Acario Cotapos (1889-1969) y Alberto García Guerrero (1886 –1959). En 1917 nació la Sociedad Bach, en la forma de un coro de jóvenes estudiantes, animados por el deseo de ampliar la limitada vida musical chilena, con la voluntad de cantar y difundir principalmente obras vocales de las épocas de la polifonía y del barroco. Las inquietudes de ese grupo, liderado por Domingo Santa Cruz Wilson (1899-1987)2, se canalizaron a partir de 1924, al tomar la Sociedad Bach el carácter de una organización pública. Los jóvenes salieron a la palestra de la acción con objetivos ambiciosos: «Fiscalizar el movimiento musical de Chile y auspiciar la formación de un cuarteto, una orquesta y la creación de una revista musical». Se imponían la tarea de «dar a conocer el pasado musical para comprender el arte del presente». Para ello proclamaban que harían «obra apostólica» [...] «creando los organismos musicales sinfónicos, corales, de música de cámara y auspiciando todos aquellos medios que harán que no nos sea necesario salir del país ni esperar la casual venida de artistas extranjeros para poseer una completa y equilibrada cultura musical»3. Una parte importante de la acción de la Sociedad Bach se centró en el tema de la modernización de la enseñanza musical, para lo cual postuló la
transformación del Conservatorio Nacional en una Escuela Superior de Música y la renovación total de sus métodos y planes de estudios. El Conservatorio Bach, creado por la Sociedad en 1926, quiso ser un modelo en este sentido. Sabido es que la disolución de la Sociedad Bach en 1932 fue la natural consecuencia del cumplimiento de algunas de sus principales metas, como la reforma del Conservatorio, en 1928; la creación en 1929 de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, a la cual se integró aquél; y la fundación, en 1931, de la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos, que formó, con apoyo gubernamental, una orquesta estable (que sería antecedente directo de la futura Orquesta Sinfónica de Chile). La Sociedad Bach al disolverse había contribuido al nacimiento del movimiento coral chileno, a la renovación de la enseñanza musical especializada, y había abierto el camino hacia la creación, en la década del cuarenta, de instituciones nacionales dedicadas al quehacer musical y de conjuntos musicales estables sostenidos con apoyo estatal4. En realidad, no hay duda de que 1940 marca también el inicio de una serie de hechos que cambiarían la «fisonomía institucional» de la música en el país. Ese año, en octubre, la promulgación de la ley 6696, que creó el Instituto de Extensión Musical, abrió paso al nacimiento de varios organismos y conjuntos musicales estables, fundamentales para el desarrollo de la vida musical de Chile. La Revista Musical Chilena, al hacer el recuento de la labor del Instituto de Extensión Musical hasta 1950, lo caracterizaba calificándolo como «una de las iniciativas más novedosas y originales que se hayan fundado en país alguno para fomentar y sostener la vida de la música»5. Dos años después de su creación, el Instituto se integró a la Universidad de Chile y en 1962 quedó bajo la dependencia de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales. La década del cuarenta fue la que vio nacer instituciones y conjuntos fundamentales, dependientes o ligados al Instituto de Extensión Musical: la Orquesta Sinfónica de Chile, en 1941; el Instituto de Investigaciones
Folklóricas en 1943; el Coro de la Universidad de Chile6, del que fuera creador y alma Mario Baeza Gajardo (1916-1998), en 1945; la Revista Musical Chilena y el Ballet Nacional, también en 1945; el Instituto de Investigaciones Musicales en 1947. En 1948 nace la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, al dividirse la antigua Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Ese mismo año se inicia la serie de los Festivales de Música Chilena. La creación de estos organismos, el inicio de sus actividades, así como de otras instituciones públicas y privadas, tuvieron una gran importancia. Entre los organismos privados, hay que mencionar la Escuela Moderna de Música, creada en 1940 por Juan Orrego-Salas, Alfonso Letelier, René Amengual, Elena Waiss y Zoltan Fischer, todos ellos profesores del Conservatorio Nacional. Es de destacar en todo este proceso la labor de la Universidad de Chile. Samuel Claro (1934-1994) la resumía con estas palabras: La acción de la Universidad de Chile en el desarrollo de la música nacional ha sido determinante, con el concurso de sus organismos especializados, tales como el Instituto de Extensión Musical, el Conservatorio Nacional de Música y el Instituto de Investigaciones Musicales, incorporando así la extensión musical, la docencia y la investigación al quehacer artístico y cultural del país. Ésta y la labor de otras universidades, de organismos privados y de personas [...] han dado a nuestro país un sitio destacado entre las naciones del continente7. Veremos más adelante que estudiantes de la Universidad de Chile, como Alfonso Castagneto y Jorge Peña, encabezaron el movimiento que habría de complementar en el Norte la obra gruesa que se estaba creando en el centro del país. Como Presidente del Centro de Alumnos del Conservatorio Nacional, Jorge Peña reconocerá en 1949 el valor fundamental de las tareas hasta entonces cumplidas, pero, a la vez, señalará las falencias principales: todo lo realizado beneficiaba esencialmente a la capital y la región central y a sectores sociales acomodados y medios. Faltaba mucho por hacer para que la música llegara a las regiones y a los vastos sectores populares. En
una entrevista publicada en Valparaíso, en 1962, Jorge Peña respondió así a la pregunta «¿Qué opina del movimiento musical chileno?»: Vive un momento interesantísimo. De 1925 a 1930 hubo lo que se llamó el movimiento depurador. Quiso renovar la enseñanza musical y crear una tradición de música sinfónica, de cámara, todo lo cual implicaba dar a conocer la música que en Chile no se conocía por estar el ambiente impregnado de la ópera italiana. Este movimiento llegó en 1940 a grandes realizaciones. Entre ellas se cuenta en primer lugar la creación del Instituto de Extensión Musical. Éste realizó una importante labor en la década del cuarenta al cincuenta; en ese momento comenzó un insospechado florecimiento de iniciativas musicales, no sólo en Santiago, sino en provincias. Así nos encontramos con la creación de orquestas en diversas partes de Chile y con la aparición de conjuntos corales en todas partes. Todo esto [en provincias] se desarrolla en base del empuje privado y con la carencia de elementos técnicos, instrumentistas y directores8. Y una vez que aquellos jóvenes, secundados por un grupo de personas idealistas y abnegadas, iniciaran en La Serena un pujante movimiento artístico, sería también la Universidad de Chile la que captaría el significado de dicha iniciativa y la que iba a prestar su patrocinio institucional. Es de justicia señalar que los avances logrados en la década del cuarenta tuvieron antecedentes en anteriores esfuerzos de músicos, profesionales y aficionados, y de personas amantes de la música. Hemos visto lo que significó la acción de la Sociedad Bach en la década del veinte y de la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos en la del treinta. También, aún ya desde el siglo pasado, hubo en diversas ciudades organizaciones privadas que surgieron con el noble afán de hacer música y difundirla. Entre esas instituciones se mencionan el Club Musical de Santiago, creado en 1871; la Sociedad de Música Clásica, nacida en 1879; la Sociedad Cuarteto, fundada en 18859; la Sociedad Italiana Musical de Copiapó, en 1877; la Sociedad Filarmónica de Copiapó, fundada hacia 1883 por Isidora Zegers (1803-1889); el Club de la Unión de Valdivia, creado en 1879; la Sociedad Musical Reformada de Valparaíso, en 1881. Éstas y otras organizaciones
tuvieron por lo general una vida más bien breve, pero aun así desempeñaron un papel importante. En nuestra centuria, también se crearon asociaciones de ese tipo, como la Sociedad Orquestal de Chile, en Santiago, en 1921; el Grupo Musical Palestrina de Temuco, en 1933. En La Serena se menciona una orquesta, creada por Alfredo Berndt, en 1927. En la misma década del cuarenta, paralelamente a las nuevas instituciones que surgían en el centro de Chile, nacieron organismos privados para el cultivo y difusión de la música en provincias: en 1943 la Sociedad Musical de Osorno; en 1946 la Sociedad Santa Cecilia de Chillán y la Sociedad Musical de Puerto Montt. Y precisamente en el filo de las décadas del cuarenta y del 50, nacerá en La Serena la Sociedad Juan Sebastián Bach. Tres años después, en 1953, surgirá la Sociedad Musical de Ovalle «Dr. Antonio Tirado Lamas». Más al norte funcionará la Sociedad Musical de Antofagasta. Es precisamente en la década del cuarenta, en una época tan importante para el desarrollo de la música en el país, cuando estudiará en las aulas de la Universidad de Chile, en el Conservatorio Nacional, un adolescente Jorge Washington Peña Hen, al tiempo que el joven músico Mario Baeza Gajardo iniciará su labor con el Coro de la Universidad. Cincuenta y tres años después, el maestro Fernando Rosas diría que ellos «son los hombres más relevantes de la vida musical chilena en la segunda mitad del siglo XX»10.
1 Samuel Claro Valdés, «La música en el siglo xx», en S. Claro Valdés y J. Urrutia Blondel, Historia de la música en Chile (Santiago: Editorial Orbe, 1973), 123. Sobre la música en las primeras décadas de la centuria, pueden verse los capítulos «El pasado inmediato y el ambiente a comienzos de siglo», «Actividades y agrupaciones musicales en la década de 1910-1920» y «La obra de la Sociedad Bach», en Vicente Salas Viu, La creación musical en Chile (Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1952), 19-26, 26-36 y 36-46, respectivamente. 2 Luis Merino Montero, Centenario del Natalicio de don Domingo Santa Cruz Wilson 1899-1999. Santiago: Facultad de Artes, Universidad de Chile, 1999. El autor caracteriza a Santa Cruz como
«el organizador de la música chilena», y a este aspecto de la obra del músico dedica la primera parte de su estudio. 3 S. Claro Valdés, Panorama de la música contemporánea en Chile (Instituto de Investigaciones Musicales, Colección de Ensayos N° 16, Santiago 1969), 10-11. 4 S. Claro Valdés, «La música en el siglo xx», en Historia de la música..., 124. Entre las grandes obras que la Sociedad Bach logró presentar, hay que recordar el Oratorio de Navidad, cuya primera audición en Chile se realizó el 12 de diciembre de 1925; y la ejecución completa del Clavecín bien temperado por Claudio Arrau, en conciertos efectuados del 18 al 29 de julio de 1924. 5 «El Instituto de Extensión Musical, su Origen, Fisonomía y Objeto», Revista Musical Chilena VI/40 (verano 1950-1951). 6 El Coro se organizó el 30 de junio de 1945 y ofreció su primer concierto en el Teatro Municipal el 4 de noviembre de ese año. 7 Claro Valdés, Panorama..., 130. Sobre el papel desempeñado por la Universidad de Chile, pueden verse los capítulos «La Universidad de Chile y la música» y «El Instituto de Extensión Musical», en Vicente Salas Viu, op. cit., pp. 46-56 y 56-76 8 Entrevista publicada en el diario La Estrella de Valparaíso, 14. X. 1962. 9 Ver Eugenio Pereira Salas, Historia de la Música en Chile, 1850-1900 (Santiago: Publicaciones de la Universidad de Chile, 1957), 132-135, 187-192, 200-211. 10 Fernando Rosas, «Jorge Peña Hen. A los 25 años de su muerte», Periódico Tiempo, Coquimbo, 17-23.X.1998.
II
Infancia y primeros estudios
No tenemos bastante información acerca de la familia de Jorge Peña Hen. La hermana del músico, la señora Silvia Peña Hen, cree que el apellido de su madre es de origen inglés. Las primeras noticias que tiene acerca de la familia se remontan a su abuelo, don Daniel Hen. Era músico y ciego. Vivía en Ovalle y era bien conocido por su arte. Tocaba el violín, afinaba y arreglaba pianos y otros instrumentos. Murió joven, en 1902. En un álbum, Silvia Peña conserva un recorte de diario con un aviso fechado el 12 de julio de 1898, en La Serena, en que ofrece sus servicios como «afinador y compositor de pianos» y dice recibir órdenes en «la Librería América i Nacional». También declara dar «clases de violín». Existe asimismo una tarjeta suya, en la que figura su nombre y la mención «Afinador de pianos i órganos . Calle de Colón Nº 71». La esposa de Daniel Hen, Irene Muñoz, tocaba el piano, así como también una hermana de ésta, Anita, quien daba clases de ese instrumento. Hija del matrimonio Hen-Muñoz fue Vitalia Ester, quien nació el año en que murió su padre, 1902. Nella Camarda la recuerda como una «distinguida y hermosa dama» a la que «caracterizaba una manera de ser suave y controlada, que infundía respeto y cariño». Como su madre y su tía, tocaba el piano. El año 1927 contrajo matrimonio con el médico don Tomás Washington Peña Fernández, quien había nacido en 1899. La pareja se instaló en Coquimbo, pero el primer hijo, Jorge Washington, nació en Santiago, el 16 de enero de 19281, pues Vitalia quiso venir a recibir al primogénito a casa de su madre2. Después, en 1929, nacería Rubén, y algunos años más tarde, Silvia. En Coquimbo, Jorge recibió algunas lecciones de piano, pero al parecer los métodos empleados no eran los más apropiados para un niño pequeño;
de manera que pronto dejó el instrumento. A los 10 años le tocó vivir, junto a sus hermanos, una experiencia importante. Don Tomás Peña viajó con su familia a Francia para seguir un curso en la Clínica Baudelocque de París, establecimiento especializado en ginecología y obstetricia. Los Peña vivieron en el Barrio Latino. Ya a esa edad, Jorge mostraba espíritu de iniciativa y mucha independencia. Pronto estableció comunicación con el medio. Su hermana recuerda que salía solo a hacer compras para la casa. De ese viaje y estadía, además de algunas fotografías de toda la familia en el Bois de Boulogne, se conserva una nota con un pensamiento escrito por el niño Jorge en su libreta de apuntes. La idea de la paz, que será una constante en su vida, aparece aquí expresada: «Soy soldado, pero no amo la guerra. Me gusta la paz»3. Al regresar a Chile, la familia se instaló en Santiago. Jorge ingresó al Instituto Nacional en 1939 y allí continuaría sus estudios hasta 1944. Por esos años, doña Vitalia quiso que Silvia estudiara piano y tomó como profesora a una jovencita, Olga Cifuentes, alumna muy destacada del profesor Alberto Spikin (1898-1958), quien había estudiado con Tobías Matthay, al igual que nuestro gran pianista Arnaldo Tapia Caballero, y había ingresado al Conservatorio como docente en 1928, luego de la reforma de ese año4. Cuando su hermana comenzó sus estudios de piano «a Jorge le vino la locura por la música». Quería tocar el piano y hacerle las tareas de teoría a Silvia. Hubo que acceder a que Olga Cifuentes le diera también clases. Así pues, con la adolescencia se despertó en Jorge la vocación por lo que sería la razón y pasión de su vida: la música. La profesora comenzó enseguida a presentar al muchacho al Conservatorio Nacional, como alumno particular. En 1942 dio exámenes de Teoría y Solfeo de 1er, 2º, 3er y 4º años. En 1943 aprobó los exámenes del 1er y 2º curso de piano del ciclo elemental. Desde un principio, se manifestó en el adolescente un gran afán por componer, por crear música, además de interpretarla. Realizó algunos ensayos que el maestro Pedro Humberto Allende (1885-1959) revisó. Bondadosamente, el destacado compositor aceptó recibirlo como alumno. Pero sólo por breve lapso pudo
el muchacho recibir las sabias lecciones de Allende. De sus primeras composiciones se conservan algunos trozos: diecinueve páginas de una pieza sinfónica en mi bemol, cuyo comienzo falta, terminada el 10 de junio de 1945; el primer movimiento de una Sinfonía Nº 1 en do menor, «Allegro Molto Moderato», terminado el 15 de febrero de 1946, en Coquimbo (450 compases); y parte inconclusa de un segundo movimiento «Andante Maestoso». El 30 de septiembre de 1946 está fechada una Ave María, a cuatro voces, a cappella. Pero esta primera etapa de estudios musicales fue interrumpida por el traslado de la familia a Coquimbo, por motivos de trabajo del doctor Peña. Esto significó, sin duda, un gran contratiempo para el joven escolar de 16 años, pues en ese tiempo parecía claro que sólo en Santiago se podía aspirar a recibir una buena y completa formación musical. Con todo, el muchacho debió someterse a la autoridad familiar. Debía terminar sus humanidades en el Liceo de Hombres «Gregorio Cordovez» de La Serena. Allí cursaría quinto y sexto años. Y sería allá, en La Serena, ciudad a la que viajaría cada día, y en Coquimbo, que podía ser considerado su ciudad natal, donde comenzaría a manifestarse y concretarse su generoso afán por difundir la música; por no encerrarse en el placer espiritual personal que el arte le proporcionaba, sino por darlo también a los demás, por proyectarlo hacia sus compañeros de colegio e incluso más allá, hacia la sociedad. También empezarán a hacerse manifiestas sus dotes de organizador, sus cualidades de líder, su facilidad para el trabajo en grupo. Tomará enseguida contacto con algunas personas que en La Serena se ocupaban de la música y mantenían alguna actividad artística y cultural, pública o semipública. Ya desde las primeras noticias conservadas sobre actividades musicales del liceano Jorge Peña Hen, vemos que éstas están ligadas a la ciudad de La Serena. Así, en 1944, mientras cursa el quinto año de humanidades, participa como solista en piano, interpretando la Fantasía en re menor de Mozart, en el homenaje organizado por el Ateneo de La Serena al Cuarto Centenario de la fundación de la ciudad, en el mes de junio. La solemne sesión se realizó precisamente en el salón de conferencias del Liceo de
Hombres. Antes, seguramente, había participado en otros actos o veladas en el liceo y debe haber mostrado preferencias por tocar obras de Chopin, pues precisamente ése fue el apodo cariñoso con que pronto lo distinguieron sus compañeros de colegio. El 1º de diciembre del mismo año, el Ateneo presentó en el Teatro Nacional al Coro Polifónico de la institución, en cuya creación había tenido entusiasta participación Jorge Peña. Dirigieron el coro el profesor Gustavo Galleguillos y el joven estudiante. Además de dirigir a los coristas, el muchacho canta como tenor y, como pianista, toma parte en la presentación de la Quinta Sinfonía de Beethoven, transcrita para dos pianos, a ocho manos. Tocan Margarita Cora, María Plaza, Gustavo Galleguillos y Jorge Peña. La posibilidad de formar una orquesta en la ciudad parecía en aquella época simplemente remotísima. Pero había que tratar de difundir la música sinfónica, aunque fuera en transcripciones. A propósito de estas actuaciones, un comentarista, que firma como Argos, escribe el 11 de diciembre: «Dirigieron los coros el doctor Galleguillos y el joven Jorge Peña, alumno del Liceo, uno de nuestros valores musicales que en el futuro unirá su nombre a lo mejor de la producción musical de Chile»5. Lo que podría parecer un cumplido de ocasión, resultarían ser palabras proféticas. El último año de Jorge como liceano, 1945, aparece lleno de actividades musicales, en las que el joven actúa como director y como ejecutante. También es el año de las primeras audiciones de composiciones suyas. Al repasar los diarios de la época, reconstruimos una serie de programaciones de conciertos. En La Serena se presenta una pequeña orquesta, formada ad hoc junto al Coro Polifónico del Ateneo del Liceo de Hombres. Dirigen el profesor Galleguillos y el estudiante Peña, el que, además, toca el piano. El programa se repite también en el Liceo de Niñas de la ciudad y en Ovalle. Otro recital se traslada asimismo a Coquimbo y a Ovalle. En ambas ciudades, dirigen profesor y alumno, como lo anota el diario El Siglo de la última ciudad, el día 23 de octubre. Entre las obras ejecutadas está la obra coral Chanson d’Automne, sobre texto de Verlaine, primera composición del músico colegial que se interpreta en público, según las noticias que
hasta ahora se tienen. En sesión solemne del Ateneo, maestro y alumno aparecen como solistas al presentar en transcripción para dos pianos el Bolero de Ravel. En un recital de obras para orquesta y coros, en que dirigen Galleguillos y Peña, se vuelve a presentar la Chanson d’Automne. Sabemos por la reseña de la Revista Musical Chilena, que citaremos luego, que también el joven Peña estrenó, interpretándolo él mismo, un Concierto para piano y pequeña orquesta, el martes 22 de octubre de 1945. La obra debió presentarse con la parte orquestal reducida para piano, de modo que el autor y solista fue acompañado por su profesor, en un segundo piano. El profesor Barak Canut de Bon, respetada figura de la intelectualidad serenense, escribía el 25 de octubre6: Nuestro franco aplauso para Jorge Peña Hen, que ha debutado magníficamente como compositor musical, dándonos a conocer un Concierto en do menor para piano y su Chanson d’ Automne, con letra de Paul Verlaine, y que nos dejó plenamente contentos por su factura, contextura y modernidad. Es una obra de la cual puede sentirse tranquilo y feliz un autor tan joven como lo es este coprovinciano nuestro, a quien le auguramos un buen porvenir artístico. Más adelante podremos recordar otros escritos del profesor Barak Canut de Bon, en los que se aplaude al joven artista y se estimulan sus esfuerzos por difundir el arte musical. Como Gustavo Galleguillos, Flavio Zepeda, Rubén Paredes y otras figuras, que iremos conociendo al tratar de seguir los pasos de la carrera de Jorge Peña, Canut de Bon pertenece al grupo de nobles y selectos espíritus que captaron la valía y el generoso impulso de aquel colegial que había llegado desde Santiago y entrevieron las proyecciones que tendría su pasión por la música. Aquellos eran los inicios de lo que sería el inmenso movimiento musical que iba a desarrollarse en La Serena y en el Norte a partir de 1950 y que transformaría el panorama artístico no sólo de la zona, sino del país, como podremos comprobarlo. Y ya entonces, en el Santiago centralista que concentraba casi exclusivamente el movimiento cultural, y por lo tanto también el musical, los esfuerzos del grupo de idealistas de La Serena comenzaron a llamar la
atención. Y esto, a pesar de la distancia y las poco rápidas comunicaciones de la época. Es un mérito de quienes dirigieron la Revista Musical Chilena7, dependiente del Instituto de Extensión Musical, el haber registrado desde el comienzo las actividades del grupo de serenenses. Así, ese órgano de un servicio de la Universidad de Chile, nuestra Universidad nacional, con sede en la capital, fue llevando en su sección de crónica una especie de historia de ese núcleo de artistas, de cuyos esfuerzos debería brotar la primera extensión de la Universidad a provincias, diez años después, y el formidable movimiento musical del Norte. Así pues, en el número 9 de la Revista Musical Chilena, en enero de 1946, leemos esta reseña sobre uno de los conciertos ofrecidos en La Serena y ciudades vecinas en el año anterior. Se hace mención en ella de los estudios que brevemente había alcanzado a hacer Jorge Peña con el maestro Pedro Humberto Allende en Santiago, antes del traslado de la familia a Coquimbo, en 1944. Transcribimos parte de la reseña: Los Coros Polifónicos del Ateneo de La Serena se han presentado en un concierto realizado en la Sala Centenario, bajo la dirección del profesor Gustavo Galleguillos y del señor Jorge Peña Hen. Un pequeño conjunto musical de aficionados participó asimismo en el desarrollo de este acto cultural. La crítica destaca con elogio el estreno de Canción de Otoño, sobre un poema de Verlaine, escrito por Jorge Peña Hen para coros y orquesta. De este mismo joven compositor se interpretó Concierto en do menor para piano y pequeña orquesta [...]. Jorge Peña nació en Coquimbo el año 1928 y en la actualidad sigue los estudios de Humanidades en el Liceo de Hombres de La Serena. Estudió composición con el maestro Pedro Humberto Allende, aunque por corto tiempo, siendo casi en absoluto de autodidacta su formación musical8 Del año 1946 nos queda una mención de Peña como novel compositor. En la presentación anual de alumnos de piano de la profesora Teresa Sleibe de Bullard, en la Escuela Normal de La Serena, figura Jorge Peña como autor de un Minuet. Los dos años en el Liceo de Hombres, 1944 y 1945, bastaron para que la personalidad del estudiante se impusiera no sólo por sus conocimientos
musicales, sino también por su inquietud por difundir ese arte y no sólo entre sus compañeros y amigos, sino en la ciudad y en otros lugares cercanos, en los cuales las oportunidades de escuchar música eran rarísimas o simplemente nulas. Jorge ingresó al Ateneo de La Serena, organismo que desarrollaba actividades de difusión cultural y artística, y en el que halló generosa acogida para sus inquietudes. Elizabeth Cortés destaca, con razón, la relación que enseguida se estableció entre el estudiante que venía de Santiago y el profesor Gustavo Galleguillos, distinguido médico de Ovalle y pianista apasionado por su arte. Escribe Elizabeth Cortés: A pesar de las diferencias de edad, establecieron una estrecha amistad. El doctor Galleguillos sentía por Jorge Peña un muy especial aprecio, influyendo positivamente en su personalidad, orientándolo y proyectando en él todos sus conocimientos y experiencias, constituyéndose en un gran apoyo para todas sus actividades musicales9. Es digna de ser destacada la generosidad de espíritu del profesor Galleguillos, quien desde las primeras presentaciones en que participó el joven estudiante, lo invitó a dirigir él también. Y es así como en los programas de los recitales ofrecidos durante los años 1945, 1946 y 1947, vemos constantemente alternarse en la dirección de coros y de conjuntos instrumentales al estudiante y al profesor. 1946 es el año del ingreso de Jorge Peña al Conservatorio Nacional de Música. A sus años de estudio en esa institución nos referiremos más adelante. Pero ahora, adelantándonos un poco en el tiempo, recordemos que en 1947, mientras sigue cursos por segundo año en Santiago, no sólo aparece dirigiendo la Orquesta del establecimiento, alternándose en esto con Agustín Cullell, sino que también ejecuta la parte de viola, en presentación de esa agrupación instrumental, el 16 de septiembre en Coquimbo y el 17 en La Serena. En esos mismos conciertos, se ejecuta otra obra suya Variaciones y fuga sobre el tema de la Chanson d’ Automne, para flauta y trío de cuerdas10. Ese mismo año, en febrero, había actuado como celista en un concierto de la Sociedad de Música de Cámara de La Serena y
Coquimbo, en el Teatro Nacional; y también dirige el grupo orquestal, alternándose con el profesor Galleguillos. En esa ocasión se estrena en el país una obra de Juan Cristián Bach. También en ese concierto se presentó una versión orquestal de Pavana para una infanta difunta de Ravel, realizada por Peña. La orquestación será una de las actividades frecuentes del músico, por motivaciones principalmente pedagógicas. Las Variaciones y fuga se presentarán, asimismo, en Ovalle, en 1948. Veremos más tarde como constante en la carrera de Jorge Peña su actividad musical múltiple; sus actuaciones como director, compositor, ejecutante, profesor y organizador. Pero volvamos al año 1946. En el mes de diciembre de 1945, el joven había terminado sus estudios secundarios. Ahora, al comenzar el año 46 rinde los exámenes para obtener su título de Bachiller en Humanidades con mención en Letras11. Ya puede hacer realidad su sueño de años: ingresar al Conservatorio Nacional a estudiar composición; a seguir todas las disciplinas regulares de una formación musical académica seria. Pero otra vez debió ceder a la presión familiar. Se trataba de que también siguiera una carrera que le pudiera «servir para ganarse la vida». Ésta fue la de Derecho, que en aquel entonces sólo contemplaba clases en la mañana. Así el muchacho podía dedicar las tardes a los cursos del Conservatorio. Pero poco después de la mitad del año, la experiencia terminaba. El joven notificó a su familia que dedicaría todo su tiempo a la música. Y esta vez los familiares tuvieron que ceder. Ya para entonces, sus padres, doña Vitalia y don Tomás, admiraban al hijo artista. Esta admiración se profundizó con los años, amalgamada con un hondo sentimiento de amor. La relación de Jorge con ellos fue muy hermosa, de gran comprensión mutua12. Don Tomás, quien con su activa lucha por justicia para los trabajadores influyó, sin duda, en la formación de la inquietud social y los ideales humanistas de Jorge, lo ayudó en sus actividades artísticas y, en los primeros años, le facilitó el conocimiento de personas que podrían compartir sus proyectos musicales y apoyarlos. Comenzaba así lo que sería su vida: desde entonces hasta el día fatal de su asesinato en octubre de 1973, Jorge Peña Hen
entregó su alma y su vida íntegramente a la música, a su cultivo, a su enseñanza y a su difusión.
1 El siguiente es el certificado de nacimiento: «Oficina Providencia Dirección General del Registro Civil Nacional. / El Oficial civil que suscribe certifica: que en los libros de esta Circunscripción de Providencia Nº 16 del Departamento de Santiago con fecha 28 de enero de 1929 y signado con el Nº 279 se halla inscrito el nacimiento de Jorge Washington Peña Hen sexo masculino nacido el dieciséis de enero de mil novecientos veintiocho a las 10:40 horas en el lugar Pensionado Salvador. Hijo de Tomás Peña y de Vitalia Hen de Peña. Requirió la inscripción don Marcos Schiattin. / Providencia, 5 de mayo de 1951». 2 Información de la señora Silvia Peña Hen, quien supo por la señora Vitalia que ella había estado delicada de salud durante el embarazo. 3 Cuaderno manuscrito en poder de Juan Cristián Peña Camarda. 4 Samuel Claro Valdés, Rosita Renard, pianista chilena (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1993), 146. 5 Recorte de periódico de fecha 11.XII.1944. En Archivo Jorge Peña Hen, organizado y conservado por su esposa Nella Camarda. En adelante AJPH. 6 Barak Canut de Bon en El Chileno de La Serena. Recorte en AJPH. 7 Fundada en 1945, hoy es la revista de musicología más antigua de América Latina. Creada por Domingo Santa Cruz, su primer Director fue Vicente Salas Viu. 8 Revista Musical Chilena (en adelante RMCh) II/ 9 (enero 1946), 40. 9 Elizabeth Cortés Mendoza, Jorge W. Peña Hen, vida y obra. Requisito parcial para optar al título de Profesor de Estado en Educación Musical, Profesor Patrocinante Lina Barrientos Pacheco, Universidad de La Serena, Facultad de Humanidades, Departamento de Música, La Serena, 1994 (mecanografiada), 6. 10 El Regional, 10.IX.1947. Recorte en AJPH. 11 Un certificado de bachillerato, con fecha 23.7.1958, se conserva en el AJPH. 12 En una carta fechada en Santiago el 26 de marzo de 1957, doña Vitalia expresa fe en la obra de su hijo y preocupación por las dificultades que debe salvar: «Mi querido hijo: Recibí con tanta alegría tu cartita, pero no dejó de darme pena y preocupación lo que en ella me cuentas con respecto a tus actividades. La vida es así, hijo mío. Por donde quiera que vayas sólo encuentras incomprensión y egoísmo; es por eso que hay que tener grandes fuerzas morales, para poder hacer frente a la lucha, para conseguir el ideal y llegar a la meta que uno se ha propuesto. Tú tienes esto y vas a triunfar [...]. Yo quiero verte feliz y con tus ambiciones realizadas y lleno de gloria. Entonces, ya nada me importaría de lo mío y abrazaré la tierra llena de felicidad y emoción. Tengo fe en esto. Tú nunca te desanimas, mi hijo querido; todo lo haces con tanto entusiasmo y cariño y tienes que recibir la gran recompensa». Texto de la carta en AJPH.
III
En el conservatorio nacional
Hemos esbozado, en una síntesis muy apretada en nuestro primer capítulo, el panorama de la música en Chile en el momento en que Jorge Peña hizo ingreso al Conservatorio. A pesar de los avances institucionales logrados desde 1928 y en especial desde 1940, con la creación del Instituto de Extensión Musical, todo propósito de estudio serio de la música significaba trasladarse a Santiago e ingresar al Conservatorio Nacional . En el plano de la música, y a pesar de la creación de algunas instituciones de carácter privado en dos o tres ciudades de provincia, el centralismo dominaba ampliamente. La institución creada en el siglo xix bajo el gobierno de Manuel Bulnes, era el primer y el único gran plantel de enseñanza musical. Precisamente durante el tercer año de sus estudios, en 1949, el joven coquimbano tendría oportunidad de participar activamente en las celebraciones del centenario del Conservatorio Nacional. Santiago era también la sede de la Escuela Moderna de Música. Al entrar Jorge Peña al Conservatorio, era Decano de la Facultad de Bellas Artes Domingo Santa Cruz, el músico que había liderado la Sociedad Bach y sus campañas en la década del veinte. Se desempeñaba como Director del Conservatorio Samuel Negrete, quien había sucedido a Armando Carvajal. A su vez, sería sucedido por René Amengual, en 1947. Compañeros de cursos del joven Peña eran, entre otros, Agustín y María Clara Cullell y Gustavo Becerra, jóvenes que enseguida trabaron amistad con el inquieto estudiante venido del Norte. Entre quienes estudiaban piano estaba Nella Camarda, con la cual también pronto se harían amigos. Había, igualmente, algunos coprovincianos de Peña, como Alfonso Castagneto (coquimbano) y Patricio del Río, quienes forman el grupo de «los
serenenses», todos inquietos y entusiastas también, y quienes experimentan la influencia de la mística y el afán organizativo de Peña Hen. Por sus condiciones de carácter, su verdadera pasión por la música, su inquietud por organizar grupos instrumentales no sólo para hacer música en el Conservatorio, sino para salir a hacer música afuera, se destaca rápidamente el joven coquimbano. Desde un comienzo se vio en él un afán generoso por tratar de llevar el arte a la gente más lejana, a la más modesta, a la menos «iniciada». Los recuerdos del maestro Agustín Cullell son a este respecto iluminadores: Lo conocí en 1946 [...], cuando llegó a Santiago desde Coquimbo para estudiar en el Conservatorio Nacional de Música la carrera de Composición y perfeccionar sus conocimientos instrumentales. Éramos de la misma edad y recuerdo aún la impresión que nos causara a todos los estudiantes de entonces el contacto con una personalidad de naturaleza tan vital, inquieta y cautivante como la suya. No vino solo. Junto a él se incorporó al Conservatorio un importante grupo de jóvenes norteños, de La Serena y de Coquimbo, cuyos integrantes se distinguían por su excepcional dinamismo y al que pronto le otorgamos el calificativo de «los serenenses»1. Los serenenses en verdad removieron el ambiente [...]. Hasta entonces, nosotros vivíamos un poco como en una ínsula, con poca proyección hacia afuera. Salvo algunos conciertos que se hacían en determinados niveles, que presentaban los profesores, el resto era poco o nada en cuanto a proyectarse hacia afuera. ¿Qué es lo que organiza Peña? Organiza conciertos en colegios. Digamos que se las ingenia para que los colegios inviten a algunos grupos de cámara nuestros, a solistas, a veces con traslados de piano y todo, para llegar a distintas partes; y nosotros comenzamos a hacer una labor de extensión [...]. La ley del Instituto de Extensión Musical se cumplía ciertamente, pero no en la dimensión en que fue pensada2. A este respecto, Nella Camarda recuerda varios conciertos realizados en escuelas universitarias, como la de Ingeniería, así como en el local de la Federación de Estudiantes de La Universidad de Chile, presidida entonces por José Tohá3.
En el homenaje que la Universidad de Chile rindió a Jorge Peña Hen, a los 18 años de su asesinato, el 1º de octubre de 1991, el maestro Agustín Cullell se refirió también a la importancia de la labor de aquel estudiante del Conservatorio, poco más de cuatro décadas atrás: Jorge Peña fue, sin lugar a dudas, un factor esencial en este importante proceso de transformaciones y cambios que dio origen a lo que bien podría llamarse hoy como una segunda «Época dorada» del Conservatorio Nacional de Música, luego del impulso renovador que en 1928 experimentara todo el movimiento musical chileno bajo la guía de Domingo Santa Cruz y Armando Carvajal. Como Presidente del Centro de Alumnos, en el que me correspondió ejercer la misión de Asesor Artístico, Jorge Peña llevó a cabo una actividad impresionante, que comprendía desde la promoción de cambios en planes de estudios hasta la formación de múltiples conjuntos de cámara, organizados por el Centro e integrados por estudiantes, con el fin de proyectar la institución hacia la comunidad, mediante conciertos, recitales, charlas y conferencias de toda índole. También giras al Norte y al Sur del país. Memorable fue aquella primera gira de la Orquesta del Conservatorio, organizada por él, a La Serena y Coquimbo, en 19474. Por su parte, el compositor Gustavo Becerra recuerda la labor de Jorge Peña en la presidencia del organismo estudiantil: Como muchos de nosotros [Jorge Peña] fue movido por sus compañeros de estudio a tomar responsabilidades directivas. Me sucedió en la Presidencia del Centro de Alumnos de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, donde yo había desarrollado una labor breve y carente de importancia. Él, sin embargo, se demostró como un verdadero líder de las aspiraciones estudiantiles y pudo conmover la actitud del profesorado y las autoridades académicas, dejando una huella profunda que ha acompañado a la ahora Facultad de Artes de la Universidad de Chile, hasta el presente»5. Todas esas actividades estaban inspiradas por las ideas que expresara Peña, como Presidente del Centro de Alumnos, en su discurso en el Teatro Municipal, el 26 de octubre de 1949. El maestro Cullell afirma a este respecto que «él tenía muy claras las ideas de lo que debía ser a esas alturas
el desarrollo musical en Chile»6. Veremos enseguida que ya el proyecto de constituir un organismo musical que fuera herramienta de desarrollo musical en el Norte estaba germinando en el estudiante. Y las dos líneas de ese desarrollo estaban en el fondo comenzando a esbozarse: una Orquesta Sinfónica para el Norte, no una sola para todo el país; y un cambio radical en la educación musical. Más adelante podremos examinar la opinión del maestro Fernando Rosas, acerca de esas líneas fundamentales que el joven Jorge Peña empezaba a bosquejar. El profesor Danilo Salcedo recuerda las inquietudes de aquel joven amigo suyo en esos años de estudiante: Nosotros tuvimos el privilegio de conocer y afianzar –a lo largo del tiempo– la amistad de uno de los más destacados luchadores por la música en Chile: Jorge W. Peña Hen. Entre los años 1948 y 1949 compartimos la misma habitación del pensionado que la Universidad de Chile mantenía en una casona de la calle Compañía, de Santiago. Desde entonces, Jorge Peña ya estaba sensibilizado por la idea de abrir más espacio para la música en nuestro medio, para ampliar la obra iniciada – entre otros– por Domingo Santa Cruz, el patriarca de la Facultad de Artes [y Ciencias] Musicales de la Casa de Bello7. Ya en el segundo año de sus estudios, Jorge Peña logra organizar actividades musicales para su provincia. Es la gira a la que alude el maestro Cullell. Peña ya era dirigente del Centro de Alumnos del Conservatorio y en esa calidad firma este documento: «13 de septiembre de 1947. / Certificado / Certifico, a nombre del Centro de Alumnos del Conservatorio Nacional de Música, que el Centro, previa autorización del Director, llevará a Coquimbo un arpa y un contrabajo de propiedad del Establecimiento, durante la semana de Fiestas Patrias. / (Fdo.) Jorge Peña Hen»8. Los instrumentos mencionados en aquel certificado se utilizaron en los conciertos dados en Coquimbo el 16 de ese mes y en La Serena el 17, y que el diario El Regional anunciaba el día 10. Aparece patrocinando los recitales la Sociedad de Música de Cámara de La Serena y Coquimbo,
formada el año anterior, teniendo entre sus impulsadores precisamente a Jorge Peña. Y ya a comienzos de 1947, el 21 de febrero, esa asociación había ofrecido un concierto en el teatro Nacional de La Serena. Habían dirigido el profesor Galleguillos y el estudiante Peña, quien había viajado desde Santiago. Al anunciar ese recital de febrero, el profesor Barak Canut de Bon se refería a la idea de ambos músicos de formar una organización para el estudio y difusión de la música. Sin duda, ahí estaba el núcleo de la inquietud que tres años después se materializaría con la creación de la histórica Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena. Escribía Canut de Bon: «Nuestros parabienes al Dr. Galleguillos y a Jorge Peña por su constante labor de organización y estudio de la buena música; y que triunfe la idea que les asiste de formar una Sociedad de Música de Cámara con efectivos de Coquimbo y La Serena». Como anotamos en otro capítulo, en este concierto Jorge Peña actuó como director y también como celista. El programa contempló obras de Haendel, Juan Cristián Bach, Mozart y Tchaikovsky. Hay que decir que por primera vez se tocaba en el país una obra del Bach de Londres. También se interpretaron las Variaciones y fuga sobre el tema de Chanson d’ Automne, para flauta y trío de cuerdas, de Peña. Pero volvamos al programa de Fiestas Patrias de ese año 47, para el que se trasladaron un arpa y un contrabajo desde Santiago. Esos dos conciertos, el del 16 de septiembre en Coquimbo y el del 17 en La Serena, merecen recordarse por varias razones especiales. Toca allí la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música y dirigen Agustín Cullell y Jorge Peña Hen. Es el comienzo de la que será la brillante carrera como director del maestro Cullell. Entre los ejecutantes figuran María Clara Cullell en continuo (un pequeño armonio), Gustavo Becerra y Jorge Peña en viola; Agustín Cullell en violín; Teresa Höfter en arpa y Ramón Hurtado en piano. Estos últimos se desempeñaron como solistas en el Concierto para arpa y orquesta en si bemol de Haendel y en el Concierto para piano y orquesta, opus 7, Nº 5, de Juan Cristián Bach, respectivamente. Se interpretaron también obras breves de jóvenes autores chilenos: de Gustavo Becerra, Santiago Pacheco y Ramón Hurtado. Asimismo, el programa contempló
piezas cortas de Bocherini, Ravel y Granados. Vemos también aquí otra línea que será constante en la labor posterior de Peña en el Norte: el tratar de dar a conocer obras de autores nacionales. Revisando la lista de obras ejecutadas en Coquimbo y La Serena en ese mes de septiembre de 1947, diríamos ahora «qué tremendo programa». Tras él había un enorme esfuerzo y una gran voluntad. La preparación de las obras; el traslado de músicos e instrumentos a La Serena –viaje entonces de unas veinticuatro horas– la coordinación para asegurar locales, horarios, anuncios, programas; etc. El grupo estaba formado por jóvenes sin duda llenos de mística. Pero además estaba allí la capacidad organizativa y la tenacidad del joven Peña, cualidades que serán características suyas toda la vida. Y el concierto en La Serena, al día siguiente del anterior, contemplaba también dos obras grandes: el Concierto de Navidad (Concerto Grosso Nº 8) de Corelli y el Concierto en re menor para dos violines y orquesta de Bach. Los solistas fueron en este caso Sofía González y Armando Aguilar. La segunda parte del programa fue igual al ejecutado en Coquimbo; es decir, contempló la siguientes obras: Anónimo: Tres canciones catalanas; Gustavo Becerra: Suite Nº 1 para cuerdas; Santiago Pacheco: Intermezzo; Ramón Hurtado: Dos danzas burguesas; Ravel: Pavana para una infanta difunta; Bocherini: Adagio para cello y orquesta; Granados: Danza española Nº 5. Treinta jóvenes integraban la Orquesta del Conservatorio en esta gira al Norte Chico, entonces más lejano que hoy. De ellos, eran de La Serena y Coquimbo Alfonso Castagneto (fagot), Patricio del Río (flauta) y Jorge Peña (viola y uno de los directores). Con el Director Organizador de Conciertos del Centro de Alumnos, Santiago Pacheco Condell, el total de integrantes del grupo era de 31 personas9. Para serenenses y coquimbanos la visita de la Orquesta del Conservatorio Nacional fue un acontecimiento extraordinario, que debía ser memorable. A las provincias no llegaban sino las noticias acerca de las brillantes figuras del arte musical mundial que los santiaguinos tenían oportunidad de
escuchar. Ese mismo año 1947, una pléyade de artistas participaron en la temporada de conciertos de la Orquesta Sinfónica de Chile y en la de ópera: Fritz Buch Hermann Scherchen, Wilhelm Backhaus, Arturo Rubinstein, Zino Francescatti, Tito Schipa, Paul Paroy, Bernard Michelin... No pocas deben haber sido las dificultades que debieron superarse en 1947 para llevar al Norte a la Orquesta del Conservatorio. Parece ser que en 1948 las cosas se presentaron aún más difíciles. Pero los esfuerzos de Peña y sus compañeros de la directiva del Centro lograron que al menos el Conjunto de Cámara de la institución llegara nuevamente a la provincia. Esta vez el Conjunto, en el que Peña se desempeñaba como violista, llevó música, en este caso a Bach, también a Ovalle. En esta ciudad se presentó el Concierto Brandeburgués Nº 5 y en La Serena el Nº 1. El año 1949 es el tercero de Jorge Peña en el Conservatorio Nacional y es el centésimo de la primera institución de enseñanza musical del país. El estudiante coquimbano es ahora Presidente del Centro de Alumnos. En tal calidad, le toca participar en los actos de celebración de tan importante aniversario. En dos textos escritos por el joven músico aquel año, y que se han conservado, vemos muy clara su inquietud social; su inquietud por extender la instrucción musical a los más vastos sectores; por llevar la música a la gente modesta; a la gente lejana de las provincias; su inquietud por crear una organización que apoyara y estimulara la enseñanza, el cultivo y la difusión de la música en las regiones. En un manifiesto que imprimió como Presidente del Centro y que está fechado el 1º de agosto de 1949, Jorge Peña aborda estas materias; y no sólo las tareas inmediatas referentes a la orientación que en ese momento tenían los estudios en el Conservatorio. Se refiere a problemas «mediatos e inmediatos»: Entre los primeros ocupa un lugar importantísimo el de la Educación y Extensión Musical en Chile y el de la orientación de los estudios del Conservatorio Nacional de Música, de suerte que guarden relación con nuestro medio social y cultural; es decir, que nuestro plantel se preocupe de formar elementos que sean útiles no sólo al mercado ya existente, sino que aún más, constituyan una reserva de la cual se pueda echar mano una vez que las condiciones económico-sociales y culturales de
nuestro medio hagan posible que contemos con una sólida y verdadera organización musical, no sólo en la capital, sino a través de toda la República. Entre los segundos, tenemos muy próximo el I Centenario de la Fundación del Conservatorio, ocasión que debemos aprovechar no sólo para celebrar conciertos extraordinarios y mil y una otra actividad, sino que mejor que ello, debemos hacer que en esta fecha memorable un eslabón más se sume a los que hasta ahora constituyen la base de la cultura nacional, impulsando a nuestra Facultad de Ciencias y Artes Musicales a luchar ante los Poderes Públicos del Estado hasta que obtenga una ley que cree una Orquesta Sinfónica en el Norte o Sur del País, que se financie con un impuesto a las excesivas ganancias de las grandes empresas capitalistas, o que se lance una campaña intensa pro construcción de un edificio para el Conservatorio Nacional de Música10. El 26 de octubre tuvo lugar en el teatro Municipal un acto solemne de celebración del Centenario del Conservatorio, con asistencia del Rector de la Universidad de Chile don Juvenal Hernández. Presidió el acto el Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales don Domingo Santa Cruz. Naturalmente, se encontraba presente todo el cuerpo de profesores, encabezados por el Director don René Amengual, la directiva del Centro de Alumnos y gran cantidad de estudiantes. El Mercurio reseñó ampliamente la solemne ceremonia; y en la parte dedicada a la intervención que le cupo al dirigente estudiantil, vemos destacada la idea de que, a pesar del avance de las instituciones musicales, hecho innegable en especial a partir de la creación del Instituto de Extensión Musical, tal progreso no alcanzaba a las grandes capas de la población. Así escribe el cronista, citando también literalmente algunas expresiones del discurso de Peña: El Presidente del Centro de Estudiantes del Conservatorio, señor Jorge Peña, habló a nombre de los alumnos, y expresó que este plantel ha dado un empuje cultural a la República. Hizo notar que el avance que experimentan nuestras instituciones no guardan concordancia con la cultura artística del pueblo, y que la masa popular queda al margen de muchas iniciativas y manifestaciones del arte, que bien podrían servir como patrimonio cultural de la Nación. «Frente a esto –dijo–, los
estudiantes del Conservatorio consideramos que el Instituto de Extensión Musical puede irradiar con mayor intensidad su acción hacia el pueblo, para hacer sentir que él tiene una vida espiritual que conocer y gozar; es decir, es indispensable dirigirnos al pueblo mismo, para crearle un sentimiento de amor a la música y cultura en general». Agregó que para intensificar este sentimiento era necesario que los educadores chilenos den mayor importancia a la enseñanza musical en las escuelas11. Comentando aquellos conceptos del joven estudiante, Nella Camarda expresa: «En cada momento de su existencia quedó demostrada la autenticidad de tal anhelo, que se hizo carne en su ser sensible y fuerte hasta constituir un apostolado»12. Y, en efecto, como podremos verlo a través de este libro, el mejoramiento de la enseñanza musical, su extensión a los niños más modestos, el organizar instituciones y agrupaciones para llevar la música a los más vastos medios, serían los objetivos constantes de los esfuerzos del futuro músico maduro. Su anhelo personal más profundo –el seguir una carrera como director de orquesta– y su vena como creador, como compositor, fueron sacrificados en aras de aquellos otros objetivos. Los estudios de composición en el Conservatorio los realizó Peña principalmente con René Amengual. Sabemos ya, que, siendo casi niño, alcanzó a recibir algunas lecciones del maestro Pedro Humberto Allende. Ahora, como alumno regular del establecimiento, debía seguir clases con Domingo Santa Cruz. Pero, según nos ha relatado Agustín Cullell, compañero de curso de Jorge Peña, hubo diferencias de criterios con el consagrado maestro. Don Domingo Santa Cruz era un hombre un tanto conservador para muchas cosas. Muy respetable. Pero no coincidíamos con él. Detestaba la ópera y aceptaba el vanguardismo que no fuera más allá del neoclasicismo de Hindemith. Más o menos llegaba hasta ahí [...]. Nos echó de su clase prácticamente. Lo estábamos «jorobando mucho». Pero él mismo nos recomendó a René Amengual y éste nos recibió13. También recuerda el maestro Cullell que en esos años, 1950 ó 51, Jorge Peña le habló de su Suite para cuerdas y del interés que tenía en que su
compañero y amigo, como violinista, la viera y le diera su opinión. Pero la cosa no se concretó y casi medio siglo después, Cullell la conocería y la dirigiría en La Serena, el 18 de octubre de 1998, en el concierto de gala en homenaje al músico, a veinticinco años de su asesinato. La Suite para cuerdas había sido compuesta en 1947, en el segundo año de estudios en el Conservatorio. Al año siguiente, escribió la música incidental para dos películas, Tierra fecunda y El salitre. Y en 1949 compuso la música para el film Río Abajo, que merecería el premio «Caupolicán» de la Asociación de Cronistas de Cine, Teatro y Radio a la mejor música de película. El galardón lo recibiría oficialmente en 1950. Pero a estas y otras composiciones nos referiremos en la sección dedicada a la creación musical de Jorge Peña Hen. Antes de cerrar este capítulo dedicado a los años de estudio del joven Peña en el Conservatorio Nacional, tenemos que recordar que es en ese período cuando el músico encuentra a quien será la compañera de su vida y de su trabajo por la música. Una de sus condiscípulas, Nella Camarda, será la elegida en un concurso realizado en 1950, con el objeto de encontrar una pianista para integrar el grupo instrumental que actuaría en el Festival Bach, en La Serena. Nella era hija de ciudadanos italianos, del profesor don Juan Camarda Paratore y de la cantante doña María Valenza Lamacchia, quienes le transmitieron el amor por la música y por las humanidades. Como Jorge Peña, Nella había mostrado desde pequeña condiciones de organizadora y líder además de un carácter emprendedor y tesonero. En su colegio actuó en el Centro de Alumnos, organizó actos artísticos y culturales en los que recitaba y tocaba el piano. Hizo estudios regulares en el Conservatorio Nacional y también tuvo clases durante un año en Buenos Aires, con el maestro José Resta. El 28 de julio, en el día del bicentenario de la muerte de Bach, los jóvenes comenzaron a pololear. Desde entonces, la amistad entre ellos se hizo más estrecha y un año después, el 25 de agosto de 1951, Jorge y Nella se pusieron de novios. Se casarían en 1952. 1 RMCH, XLV/176, 1991, 5. 2 Entrevista concedida por el maestro Cullel al autor en La Serena el 17 de octubre de 1998 3 José Tohá será, como Jorge Peña Hen, víctima de la Dictadura. 4 RMCH citada, 6.
5 Carta-fax gentilmente enviada desde Oldenburgo. 6.IX.1999. 6 Entrevista antes citada. 7 Danilo Salcedo, «Jorge W. Peña Hen», La Época, 3.XI.1992. El subtítulo es el siguiente: «En estas líneas deseamos rendir nuestro homenaje al amigo mártir, al músico y forjador de un proyecto de enorme trascendencia para la juventud chilena» 8 Documento en AJPH. 9 La nómina de los integrantes de la Orquesta del Conservatorio que viajó al Norte Chico en 1947, es la siguiente: violines I: Ilia Stock, Norma Kokisch, Mario Prieto, Carlos Dubinovsky, Sofía González, Armando Aguilar, Agustín Cullell; violines II: Mario Valenzuela, Celia Herrera, Mario Castra, Abraham Frenkel, Manuel Quinteros, Manuel Bravo; violas: Abelardo Avendaño, Lorenzo Recabarren, Isis Muñoz, Gustavo Becerra, Jorge Peña; violoncellos: Arnaldo Fuentes, Alicia Fuentes, Wagner Ruiz, Lucy Jara, Jorge Román; contrabajo: Ramón Bignon; flauta: Patricio del Río; arpa: Teresa Höfter; Oboe: Oscar Marín; fagot: Alfonso Castagneto; continuo y armonio: María Clara Cullell; solista en piano: Ramón Hurtado Jorquera. Director Organizador de Conciertos del Centro de Alumnos del Conservatorio: Santiago Pacheco Condell. 10 Documento en AJPH. 11 El Mercurio, 27.X.1949. 12 Nella Camarda v. de Peña y Juan Cristián Peña Camarda, Jorge Peña Hen 1928-1973. Folleto realizado con motivo de la Exposición llevada a cabo en el Museo Arqueológico de La Serena desde el 16 de enero de 1991, Santiago, 1991, 6. 13 Entrevista citada. Santa Cruz no perdió por ello su estimación por Jorge Peña y sus cualidades como músico. Un certificado firmado el 24 de abril de 1958 por la Inspectora General del Conservatorio doña Cristina Herrera de Moreno, da cuenta de todos los ramos cursados y aprobados por Jorge Peña hasta su egreso en 1951.
IV
La sociedad Juan Sebastián Bach
Hemos visto cómo en el año 1944, el adolescente Jorge Peña, contrariando todos sus deseos, hubo de interrumpir sus estudios en el Conservatorio Nacional y partir a Coquimbo con su familia. También nos hemos referido a sus actividades organizativas de conjuntos musicales en el Liceo de Hombres de La Serena durante los dos años que hubo de cursar allí. El año 1946, de nuevo en Santiago, y en el Conservatorio, donde seguirá estudios durante un lustro, su amor por la música está matizado por el amor por su región y por la idea de trabajar por la descentralización del arte musical en el país. En su comentado discurso en el Teatro Municipal, en 1949, con motivo del Centenario del Conservatorio, pronunciado en su calidad de Presidente del Centro de Alumnos, es ésta una de las ideas centrales: se ha avanzado en la enseñanza musical y en la creación de organismos tan importantes como la Orquesta Sinfónica de Chile, el Ballet Nacional y el Instituto de Extensión Musical; pero falta mucho por hacer. La música está al alcance de Santiago y de capas reducidas de la población. Hay que llevarla a las regiones y a la gente modesta, a los trabajadores, a todos los chilenos. Esta idea no sólo la expondrá y la repetirá más adelante en distintos lugares y ocasiones. También el joven quiere él hacer algo concreto y comenzar a hacerlo por su zona, por el Norte del país. Como lo recuerda el maestro Agustín Cullelll, éste era uno de sus propósitos al volver a La Serena en 1950: lograr la creación de una Orquesta Sinfónica del Norte. Cuando se plantean estos anhelos, ¿qué había en La Serena en el campo musical? Recordaremos enseguida algunos testimonios. Pero es justo, además, remontarnos un poco hacia atrás y valorar actividades que, aunque no lograron formar un movimiento masivo, representaron un esfuerzo por dar vida artística a la ciudad. Alfredo Pinto Durán recordaba la labor de
Claudio Carlini, músico italiano que se avecindó en La Serena y formó una orquesta, en la que participaron, entre otros, Aurelio del Río y Nogueira, Eduardo Young, Pedro Lucio Pinto Durán, Vicente Zorrilla Solar, Alejandro Núñez Lama, Ángel Henríquez, Alfredo Berndt Vivanco, Lorenzo Álvarez y Julio Zepeda Escudero. En la época que Alfredo Pinto ubica en la década del veinte, actuó también un conjunto de bronces del Regimiento Arica. Uno de los integrantes de la vieja orquesta de Carlini, Ángel Castillo, formaría parte, mucho más tarde, de la Orquesta Filarmónica de La Serena, y tocaría bajo la dirección de Jorge Peña. Después de Carlini, llegó a La Serena el músico Mario Mura, devoto de la lírica, quien fue inspirador y organizador de veladas en el viejo Teatro Serena, en las que brilló la soprano Mercedes Azócar1. ¿Qué había tras el propósito de Peña y sus compañeros de formar una Orquesta Sinfónica del Norte? El amor ardiente por la música junto al generoso anhelo de hacerla llegar a los demás, a la gente modesta, a las ciudades y pueblos del Norte. ¿Qué base concreta había para intentar materializar tal anhelo? Había un grupo de personas, profesores y jóvenes estudiantes, que compartía esa aspiración. Estaba el precedente de lo que se había conseguido realizar entre los años 1945 y 1949, en parte cuando Jorge cursaba sus últimos estudios secundarios en el Liceo de Hombres y en parte cuando, como alumno del Conservatorio Nacional, había logrado llevar la Orquesta de estudiantes a La Serena y Coquimbo y la Orquesta de Cámara a esas ciudades y a Ovalle. A esas actividades habían estado decisivamente ligados los profesores Barak Canut de Bon y Gustavo Galleguillos, quienes con generosidad acogieron, encauzaron y estimularon las inquietudes del adolescente. Fue así como en 1945 nació el Coro Polifónico del Ateneo de La Serena; y en 1947, la Sociedad Musical Coquimbo-La Serena. Hemos visto ya cómo la Revista Musical Chilena, en su número 9, de comienzos de 1946, consignó algunas de las actividades del Coro Polifónico del Ateneo, efectuadas el año anterior. El otro antecedente importante de la creación de la Sociedad Juan Sebastián Bach podemos verlo en el grupo de «los serenenses», aquellos
estudiantes que en Santiago animaron la vida artística del Conservatorio; la llevaron a colegios y otros lugares de la capital y hasta el Norte Chico; y compartieron la idea de volver a la tierra natal a levantar la actividad cultural y musical, en particular. Entre ellos estaban Alejandro Jiliberto, Alfonso Castagneto y Patricio del Río. A este grupo hay que añadir otro: el de personalidades del ambiente cultural de La Serena y Coquimbo, quienes, con el mismo espíritu idealista y generoso de los profesores Galleguillos y Canut de Bon, acogieron las inquietudes de los jóvenes que estaban por volver o volvían ya de sus estudios en la capital. Es justo recordar aquí a Eudocia Carmona, María Teresa Slaibe, Alejandro Bernt, Humberto Banda, Fernando Binvignac, Santiago Pena, Alfredo Vivanco. El periodista Raúl Pizarro, quien fue alumno de Jorge Peña en el Liceo de Hombres de La Serena, traza un panorama de lo que era la ciudad a finales de la década del cuarenta y comienzos de la del cincuenta. Con sus poco más o menos treinta mil habitantes, en su mayor parte católicos observantes, La Serena tenía una vida cultural muy apagada. Naturalmente, la corriente ideológica más fuerte era la religiosa, mayoritariamente católica, con alguna presencia evangélica. Había tradicionalmente una corriente laica, representada por la masonería, el Partido Radical, instituciones como el Rotary Club, los liceos fiscales. Asimismo, se daba, un poco en relación con la fuerza trabajadora minera del Norte Grande, parte de la cual había emigrado hacia el sur, una corriente de izquierda en torno al Partido Comunista, con algunos intelectuales de la causa proletaria. Éstos ponían una nota de universalidad, más allá de lo sólo nacional y local. En el terreno cultural, había actividades centradas en torno a la música y la literatura. Las figuras de los poetas serenenses Carlos Mondaca y Manuel Magallanes Moure eran recordadas y admiradas. El Círculo Carlos Mondaca agrupaba a personas que escribían y podían editar sus libros. Los literatos de la ciudad tenían un medio de expresión en los diarios El Día, propiedad del Arzobispado, y El Serenense, propiedad del círculo masónico. En lo musical, aparte de la modesta actividad en las iglesias, como parte integrante del culto, había algunas pequeñas academias
privadas, como la de la profesora María Teresa Slaibe, de enseñanza musical; y dos dedicadas al ballet clásico. Raúl Pizarro caracteriza así a La Serena de su época de estudiante: Una ciudad que en general se mostraba apática a todas las manifestaciones, ya fueran sociales, políticas o artísticas. Sin embargo, era una ciudad con muchos callados serenenses, aislados los unos de los otros, de gran cultura, adquirida muchas veces en Europa. Había, por ejemplo, una gran cantidad de abogados que nunca habían ejercido; y, finalmente, ayudados por sus familias, terminaban sus vidas leyendo y criticando al mundo o a todo lo que en arte se pudiera hacer en la ciudad. Cada cierto tiempo, estos personajes de gran cultura sacaban su voz a través de cartas al director de un diario o en artículos especiales, para criticar o, mejor dicho, demoler todo tipo de iniciativa. Extraños personajes que mientras nada se moviera seguían en sus casas, encerrados, leyendo y filosofando; pero bastaba que alguien, algún adolescente poeta, escritor, pintor o artista, pasara a la acción con algún pequeño recital o publicación, para que fuera demolido por una crítica docta, certera, digna más bien de un medio como París o Londres, que de La Serena de esos días. Entre las personalidades de ese tiempo (entre el 1948 y el 1960), destacan, por ejemplo, algunas individualidades que se salían del marco general de apatía [...]. Entre ellos estaban el poeta Fernando Binvignac. Poeta de alto vuelo, que pagó el precio de no haberse movido nunca de La Serena. Publicó trabajosamente una serie de libros de poesía y prosa y fue el autor de la mayoría de los himnos de la ciudad. El poeta antofagastino Andrés Sabella, mucho más movedizo que Binvignac, tenía la delicada costumbre de decir: «Y Chile limita al norte con Fernando Binvignac...». Otros nombres de poetas se agregaron por esos años, como Roberto Flores Álvarez, Gustavo Rivera Flores y el precoz pintor y poeta Eduardo Zambra Contreras. Otro personaje de la época, y que marcó la vida cultural especialmente entre sus alumnos, fue el profesor de historia y filosofía Ambrosio Ibarra Urzúa; la directora de la Escuela Normal profesora Sara Perrin; el profesor de castellano y literatura Alfonso Calderón Squadrito, en la actualidad Premio Nacional de Literatura; la directora del Liceo de Niñas de La Serena doña Ana
Lastra de Ribeiro de Castro; el pintor y profesor Barak Canut de Bon. Todos ellos tenían un vínculo común: el deseo de desarrollar la cultura. De extenderla a todos los sectores. La mayoría de los nombrados tenían un vínculo común: sus estudios en el Pedagógico de la Universidad de Chile, donde fueron condiscípulos de Pedro de la Barra, Roberto Parada y otros, que fundarían el Teatro Experimental; y el deseo de desarrollar la cultura. De extenderla a sectores más amplios. Los serenenses más lucidos, aunque nacidos en un medio poco apto para las manifestaciones culturales, salvo casi sólo las estrictamente ligadas al marco de la religión, entendieron que aquél era un impulso honesto2. Las Escuelas de Verano, que la Universidad de Chile llevaba en esa época a algunas ciudades de provincia, constituyeron, en opinión de Raúl Pizarro, un importante estímulo para los serenenses más inquietos por la cultura y, especialmente para los jóvenes. El periodista recuerda también el papel que jugó el Teatro Experimental, el que llegó a tener en La Serena una sede. En la fundación de esa filial serenense del Teatro Experimental, participó Raúl Pizarro, quien actuó en varias de las obras del drama clásico español que se montaron en esa época. En el marco que traza Raúl Pizarro es que habían aparecido el estudiante Jorge Peña Hen y las primeras actividades musicales por él impulsadas ya desde sus últimos años de liceano. Desde sus primeras presentaciones como pianista, en 1945, y como violista y director de coros y grupos instrumentales en los años siguientes, el camino se había estado preparando. Y llegó así 1950, el bicentenario de la muerte de Juan Sebastián Bach. El 29 de mayo, el diario El Regional de Coquimbo anunciaba que esa tarde habría una reunión para organizar una sociedad musical, por iniciativa del profesor Gustavo Galleguillos y el estudiante del Conservatorio Nacional de Música Jorge Peña. En el mismo diario aparecía una carta al Director, firmada por ambos, en la que se aludía a las visitas que la región había recibido en el último tiempo: el Coro de la Universidad de Chile, creado por un joven apóstol de la música, Mario Baeza; el ballet Nacional; la Orquesta Sinfónica de Chile; y hasta el mismo conjunto de Ópera Nacional. Estas visitas –escribían–
han conseguido despertar un notable entusiasmo que se ha visto materializado en la formación de pequeñas agrupaciones corales, en la práctica íntima de música de cámara, en charlas sobre arte musical, anunciándose otras actividades similares, especialmente los festivales que se realizarán en julio próximo en conmemoración del bicentenario de la muerte de Juan Sebastián Bach3. Ese día, el 25 de mayo de 1950, fecha realmente histórica en la historia de la música en Chile, nació la Sociedad Juan Sebastián Bach, la cual, aunque en circunstancias distintas y con fines diferentes de aquella creada en Santiago en 1917, tendría un papel importantísimo en el desarrollo artístico y cultural de la zona norte y en la renovación de la enseñanza y de la práctica musical en la región y en el país, con proyecciones incluso en otros países hermanos. Como aquella entonces ya lejana institución, esta Sociedad Bach logró materializar parte muy significativa de sus objetivos. Pero su fin no fue la pacífica autodisolución de la primera, el año 1932, sino que se confunde con las trágicas consecuencias del golpe de Estado de 1973. La reunión fundacional se llevó a efecto en el Teatro Nacional de La Serena. El nombre elegido para el organismo fue el del mayor genio musical, el nombre más venerado por Jorge Peña y por la mayoría de sus compañeros y amigos: Juan Sebastián Bach. La primera directiva quedó conformada así: Presidente Jorge Peña Hen, un joven entonces de 22 años; Vicepresidente Gustavo Galleguillos; Secretario Alfonso Castagneto Rodríguez; Tesorera: Eudocia Carmona. Los Directores elegidos fueron: Barak Canut de Bon, María Teresa Slaibe, Santiago Pena Sangenis, Fernando Binvignac Cisternas y Alfredo Vivanco. Además de estas personas, otras actuarían junto a ellas como colaboradores entusiastas, como Inés Munizaga, Carmelita Pantoja de Larraguibel, Alicia Herrera de Jiliberto, Lidia Urrutia de Canut de Bon, Lily Steppes. Los acuerdos que tomó la Sociedad al constituirse fueron los siguientes: 1) Realizar en julio un festival en homenaje al Segundo Centenario de la muerte de Bach; 2) Difundir la música; 3) Organizar una Orquesta de Cámara y un Conjunto Coral de adultos. En el documento legalizado con el
título de «Acta de Fundación», se expresa que la institución creada es «una sociedad que tendrá como finalidad realizar actividades de educación y difusión musical». Figuran en los cargos directivos: Jorge Peña Hen Presidente, Barak Canut de Bon Vicepresidente, Raúl Larraguibel Secretario de Organización de Conciertos, Eudocia Carmona Secretaria de Finanzas, Alejandro Jiliberto Secretario de Relaciones, Juan Ochoa Secretario de Organización y Control, Lautaro Rojas Secretario de Propaganda, Max Muñoz Secretario de Organismos Técnicos, Nella Camarda Secretaria de Actas. Alejandro Jiliberto Zepeda, uno de los fundadores de la institución, grande y entrañable amigo de Jorge Peña y varias veces Presidente de la Sociedad, en una Memoria con motivo del décimo aniversario de su creación, recordaba así, en 1960, los comienzos de sus funciones: Inició sus actividades la Sociedad Juan Sebastián Bach en un medio poco propicio tanto en el orden de los ejecutantes como en el del público, ya que, por muchos años no se desarrrollaron en la región actividades permanentes que tuvieran un público formado que respaldara un movimiento incipiente. Así, la presentación del concierto sinfónico-coral del Festival Bach, en 1950, con el Magnificat como obra principal, hubo de prepararse trabajando las voces de tenores y bajos en Santiago, con estudiantes universitarios de la zona; las voces femeninas se prepararon en La Serena, con estudiantes secundarios bajo la dirección de la profesora Eudocia Carmona; y la orquesta fue integrada por algunos elementos locales, que preparaban individualmente sus partes, y ensayaban dirigidos por Gustavo Galleguillos, y por ejecutantes del Conservatorio Nacional. Después de medio año de trabajo en tan difíciles condiciones, se concentraron estas labores en La Serena, pudiendo hacerse efectiva en esta ciudad una elocuente conmemoración del Bicentenario de la muerte de Bach, con una presentación de calidad extraordinaria que logró arrancar aplausos y, posteriormente, palabras de gran estímulo del entonces Presidente de la República, Excmo. Sr. Gabriel González Videla4. Elizabeth Cortés caracteriza así la labor que significó sacar adelante el Festival Bach:
La realización de esta empresa fue una labor realmente titánica. Jorge Peña aún era estudiante del Conservatorio y debió darse a la tarea de organizar el Coro y la Orquesta de la Sociedad, lo que demandó largas horas de ensayos y continuos viajes entre Santiago y La Serena para preparar, tanto a los elementos locales, como a los estudiantes del Conservatorio que viajarían a reforzar la Orquesta5. Al final, hubo que reunir a los músicos santiaguinos, a los serenenses y coquimbanos y lograr un perfecto afiatamiento entre ellos. Debieron superarse numerosas dificultades técnicas. Entre éstas, la falta de un clavecín. El ingenio suplió la carencia por medio de la colocación de chinches metálicos en el piano que debía tocar Nella Camarda en el Concierto Brandeburgués Nº 5. Como si fueran pocos los problemas y dificultades que había que superar antes de la última semana de julio, el 1º de ese mes, o quizás el 31 de mayo, la naciente Sociedad Bach ofreció en el Hotel Francisco de Aguirre un concierto a beneficio del «Hogar Infantil de La Serena». Se conserva una carta de la señora Tina P. de Toro, fechada el 2 de julio, en la que agradece la musical cooperación de la institución. Y a este propósito, es bueno desde ya recordar que durante sus más de dos décadas de vida, la Sociedad Bach no olvidó llevar música a cárceles y hospitales. También la llevó hasta los soldados del Regimiento en el que habría de ser asesinado su principal fundador. El programa del Festival Bach era intenso: cinco audiciones radiales; dos anteriores al 23 de julio, una ese día domingo; otras el martes 25 y el miércoles 26; y cinco actos públicos entre el 23 y el 30. Las presentaciones fueron las siguientes: domingo 23: inauguración del Festival en el teatro Centenario, con la Suite Orquestal Nº 2; el Preludio en si menor para clave en transcripción orquestal de Jorge Peña; y dos Arias, interpretadas por Alicia López; miércoles 26 en el teatro Centenario, concierto de piano con sólo obras de Bach; presentación de la Academia de Música de la profesora Teresa Slaibe de Bullard; jueves 27 en el Hotel Turismo, concierto de música de cámara con obras de Bach; viernes 28, repetido el sábado 29, concierto sinfónico-coral, con el Preludio en si menor, el Concierto
Brandeburgués Nº 5, con Ilia Stock en violín, Heriberto Bustamante en flauta y Nella Camarda en piano. Ante el sobrecogimiento del público irrumpieron las voces del Magnificat, cuya sublime inspiración así como la de la Pasión según San Mateo emocionaba al joven director hasta las lágrimas. Esos momentos, preparados con tantos sacrificios y esperados con tanto anhelo, constituyeron la culminación del homenaje a Juan Sebastián Bach. La repetición exacta del concierto al día siguiente tuvo por objeto permitir el acceso de más público a esa obra maestra. Ambas presentaciones se hicieron en el Teatro Nacional. El domingo 30 fue el acto de clausura. El 29 de julio, en El Serenense, un comentario firmado por G. Copierit expresaba: «Grandioso fue el acto cumbre en homenaje a Bach. La pianista Nella Camarda tuvo un papel preponderante en el resultado excepcional de esta obra [el Concierto Brandeburgués Nº 5] Imprimió en cada uno de los movimientos una acentuación admirable». En el mismo diario, el día 30 de julio, se escribía: «Fue esta una noche que será inolvidable en nuestra ciudad. Jorge Peña Hen ha tenido que sentirse recompensado de los sacrificios que pudo haberle originado esta empresa y que sus compañeros supieron secundarlo con tanto empeño»6. En verdad, las notas del Concierto Brandeburgués Nº 5 y las voces del Magnificat marcaron una verdadera época en la historia cultural y artística del Norte de Chile. Con ese homenaje al creador más venerado por Peña y sus compañeros, partieron las actividades de la Sociedad Juan Sebastián Bach. Veinte años después, en un pequeño documento anexo a un programa de un concierto conmemorativo, se rememoraría así este comienzo del camino: En julio de 1950 se recordó en todo el mundo el Bicentenario de la muerte de Bach. En capitales y centros musicales de importancia se realizaron festivales, conciertos y actos conmemorativos. Los más destacados conjuntos y artistas interpretaron su música; su obra completa se imprimió en magníficas ediciones; y contribuyeron a la exaltación de su memoria las principales instituciones de cada país, muchas de ellas centenarias. Y mientras esto ocurría en los altos ámbitos del arte musical, en La Serena, Chile, un grupo de amantes de la música
organizó una semana de festivales Bach, en que se reunieron ímpetu, ingeniosidad, afán creador, pasión y, por sobre todo, veneración hacia la causa que inspirara al Maestro de Eisenach. Y así llegó el 28 de julio y el Magnificat resonó con indescriptible intensidad en quienes lo interpretaron y también en todos quienes lo oyeron. La voluntad puesta al servicio de un noble ideal permitió el milagro: en un medio en que nada había, ni músicos, ni tradición, ni dinero, se encendía impetuosamente una llama que habría de influir decisivamente en el desarrollo musical de la zona y del país7. Como lo afirmaba Alejandro Jiliberto en su Memoria de 1960, en el primer período «las presentaciones públicas organizadas por la institución fueron escasas y esporádicas, y siempre precedidas por un gran esfuerzo»8. Sin embargo, poco a poco fueron incrementándose en número y en importancia las obras ejecutadas. En 1951 se realizaron varias audiciones radiales. En 1952, el 7 de agosto, en un concierto «En conmemoración del 202 aniversario de la muerte de Juan Sebastián Bach», se interpretaron en la primera parte el Preludio y fuga en sol menor en transcripción para orquesta de Jorge Peña y el Concierto en la menor para violín y orquesta, con Jaime de la Jara como solista; mientras que en la segunda parte se presentó nuevamente el Magnificat, esta vez cantado por noventa voces. En octubre del mismo año, el día 25, en una presentación dedicada a Haendel, se ejecutaba el Concerto Grosso en fa mayor y una amplia selección de El Mesías. Esta vez, la orquesta estaba formada por cuarenta instrumentistas, entre músicos locales, algunos de la Orquesta del Conservatorio Nacional y otros de la Orquesta Sinfónica de Chile. El Coro Polifónico de la Sociedad se presentó con ciento cuarenta voces. Este concierto se repitió en Ovalle. Don César Gastón Uribe, profesor que participaba en un grupo de cámara informal de esta ciudad, recuerda que las visitas de la Orquesta de la Sociedad Bach a Ovalle constituían «un verdadero acontecimiento y un privilegio inesperado»9. Todavía en 1951 y 1952, Jorge Peña continuó sus estudios en Santiago. Además de seguir los cursos regulares, en esos dos años formó parte del
Conjunto Integral del Conservatorio Nacional10. En total en 1952 hubo cinco conciertos. Ese año Jorge Peña se instaló en la zona; primero en Coquimbo y luego en La Serena definitivamente. Y esto se dejó sentir en las actividades de la Sociedad Bach. En efecto, en 1953 se creó la Orquesta de Cámara de la Sociedad, que dirigió Peña y que estuvo inicialmente formada por Ángel Castillo, Humberto Castillo, Gustavo Galleguillos, Ernesto Geskart, Juan González, Marta Mackenney, Hernán Olivares, Alejandro Sabando, Juan Sabando, Alfredo Steel y Julio Valenzuela. Hubo veinticinco presentaciones. En julio se ofreció un programa dedicado a Bach, que se llevó también a Coquimbo y a Ovalle. Esa vez se ejecutaron doce fragmentos de la Pasión según San Mateo, el Preludio en si menor, en versión orquestal de Jorge Peña, y el Concierto Brandeburgués Nº 5. Los solistas fueron Armando Sánchez en cello, Alberto Almarza y Jaime de la Jara en violín y Nella Camarda en el teclado. Un comentario se refería a la actuación de la pianista y a las deficiencias del piano, diciendo que ella «lució una espléndida técnica y exquisita sensibilidad, a pesar de las condiciones poco favorables del instrumento». Paralelamente a todas estas actividades, la Sociedad mantenía programas radiales regulares como medio eficaz de difusión de la música y de formación de público para ella. Al año siguiente, en 1954, la actividad de la Sociedad se siguió consolidando y ampliando. Los recitales llegaron a treinta y tres. La Orquesta y el Coro de la Sociedad se presentaron en La Serena, Coquimbo y Ovalle. Hubo visitantes de importancia, como Enrique Iniesta, Agustín Cullell, Oscar Gacitúa, Giocasta Corma, la soprano Victoria Espinoza y el barítono Miguel Concha. Iniesta tocó el Concierto en mi menor de Mendelssohnn, bajo la dirección de Jorge Peña; Agustín Cullell presentó la Sonata para violín y piano de César Franck, con Nella Camarda. También se hicieron las Danzas Polovetsianas de Borodin, con el Coro de la Escuela Técnica de La Serena y con Nella Camarda y Jorge Peña en piano a cuatro manos, en arreglo de éste. En el ámbito vocal, F. Daza cantó el ciclo Amor y
vida de mujer de Schumann. Como siempre, Bach figuró en numerosos programas. De ese año se conservan dos crónicas que vale la pena recordar. Con la firma de F. L. C., se publicó en La Serena un comentario sobre el concierto efectuado el 5 de junio, con obras de Bach, Corelli, Haendel y Moussorgsky. De él extraemos este párrafo: Hay seres humanos privilegiados que nacen con el don de la música. Si estos seres reúnen al mismo tiempo una energía perseverante y paciente y tienen el talento de organizar, entonces están en condiciones de ser grandes directores musicales. Uno de estos seres es, sin duda, don Jorge Peña Hen, que tiene pasta para serlo. Peña Hen ha formado notables conjuntos musicales en un ambiente que sólo pocos años atrás era casi refractario a las manifestaciones de este arte –la música–; ha creado un coro polifónico que hace honor a su nombre Juan Sebastián Bach11. Por su parte, la Revista Musical Chilena, en su número 47, en octubre de 1954, se refería a la importancia de la labor de la Sociedad y a los programas ofrecidos hasta esa parte del año. Leemos allí que la Sociedad Bach en sus cortos años de vida ha desarrollado una intensa labor de difusión musical, ya que ha realizado conciertos sinfónicos y corales, de cámara, de solistas, aparte de audiciones al aire libre, conciertos educacionales y transmisiones radiales. La Sociedad Bach está dirigida por el músico Jorge W. Peña Hen, profesor de educación musical en los liceos de La Serena. Jorge Peña se formó en el Conservatorio Nacional de Música y desde su llegada a la provincia ha desarrollado una intensa labor organizativa, que le permitió dar vida a un coro mixto en La Serena y a otro en Coquimbo y formar una orquesta de cuerdas, integrada por treinticinco instrumentistas [...]. En la actual temporada de conciertos, el público de la provincia pudo escuchar al Coro y Orquesta de la Sociedad, dirigidos por Jorge Peña, en obras tan importantes como el Concierto de Navidad de Corelli; el Concierto en la menor para violín, el Magnificat y la Suite en si menor de J. S. Bach; el Concierto en la para piano de Juan Christian Bach; Sinfonía de los Juguetes de Haydn; Concierto en sol mayor para piano de Beethoven; Cuadros de una
exposición de Moussorgsky; y otras. Los conciertos de cámara han presentado dos ciclos de «lieder» de De Falla; y, entre las obras instrumentales, el Trío en mi bemol de Brahms; el Cuarteto en do «De las disonancias» de Mozart y la Sonata en la mayor de César Franck. Durante el verano, la Sociedad Bach realizará conciertos populares al aire libre en las ciudades de Coquimbo, La Serena y Ovalle, aparte de otros puntos de la provincia, ofreciendo obras de fácil comprensión y de carácter educativo12. Recordemos también un comentario firmado por Atril y titulado «La Serena, capital musical del Norte». Para el cronista, este carácter que había llegado a tener la ciudad lo debía sin duda a la Sociedad Juan Sebastián Bach. Y al referirse a ese organismo, expresaba: Al frente de esta institución se halla un joven músico nacido en Coquimbo, Jorge W. Peña, quien estudió primero música en su ciudad natal y luego terminó su formación en el Conservatorio Nacional de Santiago. Es, en la actualidad, profesor de música del Liceo de La Serena y además director del conjunto coral y de la pequeña orquesta, actividad para la cual posee extraordinarias condiciones. Agrega a sus dotes de músico notable, un gran sentido de la organización, ya que la Sociedad J. S. Bach vio la luz bajo su inspiración y creció bajo su dirección, con el apoyo sólo del exiguo número de colaboradores [...]. Por último, posee un gran espíritu de abnegación y trabajo, ya que significa una labor ímproba disciplinar un conjunto coral y preparar con aficionados capaces de tocar en una orquesta obras de la envergadura del Magnificat de J. S. Bach; del Concierto Nº 4 para piano y orquesta de Beethoven; de los Cuadros de una exposición de Moussorgsky; y de Pedrito y el lobo de Prokofiev13. El año 1955 trajo la supresión de un aporte municipal que la Sociedad había estado recibiendo; y esto debió traducirse en una disminución del número de conciertos. Sin embargo, fue también un año importante, pues entonces se inició la serie de los Retablos de Navidad, espectáculos masivos en que se combinaban la poesía, el teatro, la música instrumental y coral, y que llegaron a ser inolvidables para los serenenses. La música era creada o adaptada por Jorge Peña. En los Retablos que se sucederán se habrán de
escuchar, intercalados, villancicos compuestos por Peña, como Venid, venid a mirarle; Duérmete, pequeño infante y Reyes de Belén, este último con letra de Nella Camarda. Gonzalo Tapia escribió al respecto años después: La idea nació en 1955 al interior de la Sociedad Juan Sebastián Bach [...]. Los textos eran secuencias bíblicas que llamaban a la reflexión, al amor y a la paz entre los hombres. Al pasar recordamos a mucha gente que se identificó con esa actividad artística cultural [...]: el profesor Jorge Peña Hen, Flavio Zepeda, Lily Steppes, Aníbal Mery, Luis Ahumada, Jerjes Bustamante, Luis Núñez, Alberto Aguirre, Gloria Rodier, Mario Chibey, Susana Cabrillana, Florián Rivas, Humberto Esquivel, Arturo Espejo, Darío Canut de Bon, Alejandro Jiliberto hijo, Humberto Monárdez y otros [....]. Adultos y estudiantes se unieron por aquellos años para entregarnos amor, un mensaje que se perdió un día y no lo hemos vuelto a escuchar. Los Retablos de Navidad que vimos a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta forman parte de la historia de una ciudad, como ocurre también en la recordada Sociedad Bach, con los hombres y mujeres que la formaron y con todos aquellos que dimos vida a la llegada del Niño Dios una noche de diciembre en la Plaza de La Serena14. Este año, con la firma de G. R. F., se reconocía en El Serenense la importancia de la Sociedad Bach: A Jorge Peña Hen debe esta ciudad horas inolvidables de goce musical. A su esfuerzo y talento se debe la creación de la Sociedad Juan Sebastián Bach. Tal vez muchos no hayan reparado cuánto de grande encierra esta Sociedad musical al servicio de la ciudad. Quienes han tenido la ocasión de escuchar la orquesta de la Sociedad Juan Sebastián Bach bajo la dirección de Jorge Peña Hen pueden hablar mejor que toda propaganda15. Hubo varias otras realizaciones de importancia ese año 1955. Para el quinto aniversario de la Sociedad, Nella Camarda presentó el Concierto en la mayor de Bach. Se preparó una publicación sobre temas musicales de la zona, con colaboraciones de Eugenio Pereira, Carlos Lavín y Jorge Iribarren16. Y se realizó un Festival de Música Chilena, en dos conciertos
en los que por primera vez en la zona se ejecutó un notable número de obras de autores nacionales. En la primera presentación, sinfónico-coral, se interpretaron Cinco piezas para cuerdas de Domingo Santa Cruz, Cantata de Navidad de Juan Orrego Salas17, con la soprano Teresa Orrego como solista; y Tres aires chilenos de Enrique Soro. En el segundo recital, de cámara, el 16 de septiembre, se ejecutaron: Tres piezas para violín y piano de Domingo Santa Cruz, con Agustín Cullell en violín y Nella Camarda en piano; Cuatro canciones campesinas de Chile de Jorge Urrutia Blondel, con Margarita Valdés de Letelier y conjunto de cámara; Doloras Nos. 1 y 3 de Alfonso Leng, Transparencias de René Amengual, Piezas simples de Juan Orrego Salas y Dos tonadas de Pedro Humberto Allende, con Sergio Valenzuela al piano; Cuatro canciones de cuna de Alfonso Letelier, cantadas por Margarita Valdés de Letelier; y Andante Appassionato y Tres aires chilenos de Enrique Soro (el primero en transcripción orquestal) por la Orquesta de la Sociedad Bach, bajo la dirección de Jorge Peña18. Fue este Festival un hecho realmente histórico para la música nacional, de muy escasa presencia siempre en los programas de conciertos. En este Festival estuvo, en verdad, el punto de partida, el impulso decisivo, para la creación del Conservatorio Regional de La Serena, al año siguiente. Entre las obras ejecutadas en los demás conciertos ese año, pueden recordarse el Concierto Nº 1 de Chopin, con Carlos Alcalde como solista en piano; el Concierto en Re, K. V. 107 de Mozart, con Nella Camarda en piano; la cantata La ciudad de los niños de Hindemith, con el Coro y la Orquesta de la Sociedad. Entre los solistas que se presentaron ese año, hay que recordar también a David Serendero. El año 1956 estuvo marcado por un hecho de gran importancia para la enseñanza musical en la zona Norte y en el país: la creación del Conservatorio Regional de La Serena, dependiente de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile. El Decano de ésta, don Alfonso Letelier Llona, apoyó entusiastamente la iniciativa de Jorge Peña. Acerca de la fundación de ese organismo, que venía a constituir la primera extensión de la Universidad de Chile en provincia, volveremos en
forma amplia en el capítulo dedicado a la labor docente de Jorge Peña Hen. Observemos, sí, aquí, que la idea de la descentralización de la enseñanza y la práctica musicales y de la apertura de posibilidades de formación artística para los niños y jóvenes modestos de las provincias, venía así, en 1956, a tener una realización concreta muy importante. Las otras actividades de la Sociedad Juan Sebastián Bach en este año alcanzaron a diecisiete conciertos, entre recitales de cámara, sinfónicos y sinfónico-corales. El año terminó con la segunda versión del Retablo de Navidad. Acerca de las actividades realizadas en 1957, tenemos una crónica publicada en noviembre por la Revista Musical Chilena: La Temporada Oficial de Conciertos de la Sociedad J. S. Bach de La Serena, constó de cinco conciertos programados como «Ciclo Histórico de la Música». En estos conciertos participaron la Orquesta de Cámara, el Coro Polifónico y el Cuarteto de Cuerdas de la Sociedad Bach, y los solistas Nella Camarda, Silvia Núñez, Eugenia Andreo, Manuel Bravo y Carlos Alcalde. Los programas incluyeron importantes obras a capella de Palestrina, Victoria, Lassus, Monteverdi, etc.; cuartetos clásicos, románticos y modernos y conciertos para orquesta de cámara de J. S. Bach, Vivaldi, Corelli, Mozart, etc19. Hay que completar esta información, mencionando el ciclo de conferencias ofrecido por Jorge Peña sobre «Origen y desarrollo de los instrumentos musicales», «Los instrumentos musicales en la orquesta moderna» y «La Pasión según San Mateo». En la elección de este tema está presente el anhelo de Peña, desde hacía años, de llegar a presentar la obra más venerada del autor más venerado por él. Como veremos, finalmente, en 1960, como una de las actividades de la Sociedad en su décimo aniversario, el montaje de la Pasión se hará realidad. También hay que recordar el cierre del año con la tercera versión del Retablo de Navidad, con el Coro y la Orquesta de la Sociedad y con actores de los liceos y colegios de La Serena. Tampoco faltaron las actividades de beneficencia de la Sociedad, como la «Velada Pro Pascua del Soldado», que se realizó en el teatro del Liceo de Niñas el 29 de noviembre.
El año 1958, las presentaciones de los conjuntos de la Sociedad Bach fueron trece y por cuarta vez culminaron con otra versión del Retablo de Navidad, que en esa oportunidad se escenificó en el estadio La Portada. El año 1959 se caracterizó por un incremento y diversificación de actividades y estuvo marcado por un acontecimiento que venía a hacer realidad un sentido anhelo de la comunidad de La Serena y de la zona Norte, y una idea que, como sabemos, se había despertado en Jorge Peña en sus años de estudiante: la creación de una orquesta en la región. Verdad es que la nueva agrupación instrumental tenía solamente un carácter semiprofesional, ya que se formó mediante la contratación de algunos músicos profesionales, los cuales se sumaron a los integrantes de la Orquesta de Cámara de la Sociedad, creada en 1953 y que estaba formada en buena proporción por músicos aficionados. Como era natural, los integrantes del conjunto pasaron a tener carácter rentado, para lo cual se logró conseguir un aporte directo en al Presupuesto de la Nación. Éste venía a incrementar los fondos que el Instituto de Extensión Musical y la Municipalidad de La Serena entregaban a la Sociedad. Hay que hacer notar que Jorge Peña Hen, designado Director de la naciente Orquesta Filarmónica de La Serena, obtuvo que el desempeño de su puesto tuviera el carácter de ad honorem, como lo había tenido el de conductor de la Orquesta de Cámara. En el primer concierto de la Temporada 1959, el 26 de mayo, hizo su primera presentación pública la Orquesta Filarmónica con un programa que incluía obras de Haendel, Beethoven, Ravel y Rachmaninoff. De este último compositor se ejecutó el Concierto Nº 2 en Do menor, con Oscar Gacitúa como solista en piano. En los cuarenta conciertos ofrecidos en el año, se presentaron prestigiosos solistas: Flora Guerra, Oscar Gacitúa y Giocasta Corma en piano, Alberto Dourthé y Enrique Iniesta en violín, Jorge Román en cello; y los cantantes Miguel Concha, barítono; las sopranos Victoria Espinoza, Florentina Daza y Alicia Lopecid; y el tenor Joseph Menich. En el noveno concierto de abono, el 30 de septiembre, se presentó en estreno la obra de Britten Ceremonia de cantos de Navidad,
original para coros y acompañamiento de arpas, en orquestación de Jorge Peña. También en el año 1959 se creó y comenzó a funcionar el Departamento de Teatro, con lo que se seguía la línea de los dirigentes de la Sociedad, y en particular de Jorge Peña, de procurar para todos y especialmente para los jóvenes, las posibilidades de una formación artística integral, así como de lograr poco a poco que en la zona Norte la comunidad tuviera acceso no sólo al arte musical, sino también a otras expresiones artísticas integradas a aquél. Y concretamente ya en noviembre de ese año hubo una temporada de teatro con presentación de obras breves: de Isidora Aguirre: Martes, jueves y sábados, diálogo costumbrista; y Carolina, comedia social en un acto; de Elba Santander: Monólogo en un acto; y de Agustín Moraga: Comedia en un acto. Se desarrolló también en 1959 una actividad formativa, una Escuela de Invierno, con el patrocinio del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Chile, que ofreció los siguientes cursillos: «Aspectos de la música sinfónica», a cargo de Jorge Peña; «Dirección de coros», dictado por Fidel Cárcamo; y «La guitarra desde el siglo xvi», curso concierto de Arturo González. El año 1960 trajo un notable incremento de las actividades, en el marco del décimo aniversario de la Sociedad Juan Sebastián Bach. Entre septiembre y diciembre se desarrolló una temporada de primavera de cuatro conciertos, con participación de la Orquesta y el Coro de la Sociedad y el Coro Mixto del Liceo de Hombres y la Escuela Normal. Además se ofrecieron cuatro conciertos al aire libre: en el Regimiento Arica, con motivo del Día de Santa Bárbara; en la plazuela de la Iglesia de Santo Domingo; en la Plaza de Armas; y en la Escuela Granja de La Pampa. Además de estos dos ciclos, se realizaron en el segundo semestre conciertos en la Cárcel Pública y en los locales del Sindicato El Romeral y de la Sociedad Mutualista. De este modo, la voluntad de llevar la música a todos los lugares y medios sociales y laborales, se expresaba en hechos concretos.
Al hacer el recuento de esta intensa y hermosa actividad de entregar arte y belleza, es difícil dejar de pensar que Jorge Peña , en ese aniversario de la Sociedad Bach, dirigió la Orquesta Filarmónica y los Coros en dos lugares que serían testigos, trece años después, de su via crucis y asesinato: la Cárcel de La Serena y el Regimiento Arica. Todavía hubo dos actuaciones de la Orquesta de Cámara que solicitaron el Instituto Chileno-Hispano y la Escuela de Ballet Español, que dirigía la profesora Raquel de García; una gira de la Orquesta y el Coro a Monte Grande, Paihuano y Pisco Elqui. En estas dos últimas localidades se presentó también el Departamento de Teatro. Como en años anteriores, las actividades de la Sociedad culminaron con la presentación del Retablo de Navidad20. El total de presentaciones en el año 1960 pasó del medio centenar. Y sin duda, el concierto más importante fue el de aniversario, con la ejecución de la Pasión según San Mateo de Bach, el día 29 de julio. Pero antes de referirnos a ese concierto histórico, tenemos que mencionar el acto de celebración oficial del décimo aniversario de la Sociedad, realizado el 28 de julio, cuando se cumplían 210 años de la muerte de Bach. Asistieron autoridades de la Universidad de Chile y de la zona. Hicieron uso de la palabra Alfonso Letelier, por la Facultad de Ciencias y Artes Musicales; Alejandro Jiliberto, como Presidente de la Sociedad Juan Sebastián Bach; y Jorge Peña Hen. Éste, además de hacer recuerdos de los inicios de la Sociedad; de agradecer la ayuda y apoyo recibidos de las autoridades zonales y de gobierno y de la Universidad de Chile, reiteró el antiguo anhelo de lograr en el futuro la creación de una Orquesta Sinfónica del Norte, como agrupación instrumental profesional, completa, y con estabilidad y continuidad de trabajo aseguradas. En la Memoria presentada por Alejandro Jiliberto, se hacía una historia de la institución y un recuento de las actividades cumplidas durante el decenio. Las cifras que entregaba Jiliberto no pueden menos que mover a admiración; más todavía si se considera lo limitado y precario de los
elementos disponibles en la ciudad y de los medios económicos, sobre todo en los primeros años, Decía el Presidente de la organización: La Sociedad Bach ha realizado hasta este momento un total de 185 presentaciones, con 316 obras interpretadas y 1.019 ejecuciones. 107.715 personas han asistido a los espectáculos organizados por la institución y 421 ejecutantes han tomado parte en ellos, además de los 780 que han participado en los Retablos de Navidad. Las presentaciones han consistido en conciertos corales y sinfónicos de temporada, conciertos al aire libre, conciertos educacionales, actuaciones diversas, funciones de ópera y teatro y Retablos de Navidad, fuera de diversas presentaciones auspiciadas por la institución21. Después de expresar agradecimientos a todas las instituciones y personas que habían apoyado ese gran esfuerzo de diez años, Alejandro Jiliberto tuvo palabras especiales para Jorge Peña: Al terminar, en representación de todos los miembros de la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena, y siendo el portavoz de ellos, no puedo dejar de hacer público nuestro sentimiento de admiración y cariño hacia el hombre que ha sido y será siempre nuestro guía, el maestro Jorge Peña Hen, que, con su capacidad, empuje y tenacidad, ha sido verdadera alma de la institución, junto a su esposa Nella Camarda, compañera abnegada y comprensiva22. La presentación de la Pasión según San Mateo fue el acto central de la celebración de los diez años de la Sociedad Juan Sebastián Bach y constituyó, sin duda alguna, un acontecimiento histórico en el devenir del quehacer musical de Chile. Para llegar al momento en que empezaron a oírse las primeras notas de esa obra cumbre del genio de Eisenach, se necesitó un extraordinario esfuerzo de gran número de personas; una voluntad colectiva tesonera, para vencer toda clase de dificultades, desde las simplemente materiales hasta las musicales. La ejecución de una obra tan grandiosa, compleja y difícil, parecía un desafío casi insuperable para los medios con que contaba la Sociedad Bach. El Mercurio del 19 de julio, en la sección «Arte y Cultura» anunciaba el acontecimiento. Con el título «Primer decenio celebrará hoy la Sociedad
Musical “Juan S. Bach” de La Serena», el cronista de ese diario escribía: «Será conmemorado hoy con el estreno en Chile de la “Pasión según San Mateo”, obra maestra de Bach que será interpretada en su versión completa por la Orquesta Filarmónica de La Serena y el Coro de la Sociedad. Actuarán como solistas Oscar Ilabaca, Miguel Concha, Silvia Núñez, Elena Owens, Hilarino Daroch». Agregaba que asistirían el Vicerrector de la Universidad de Chile, Raúl Bitrán, y el Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, Alfonso Letelier Llona, y el Secretario General de la misma, Jorge Urrutia Blondel. El reportaje se refería también a la obra de la Sociedad con estas palabras: Desde el momento de su organización, inició la difusión musical con una orquesta de cámara formada por vecinos de La Serena, los que eran dirigidos por Jorge Peña Hen, que ha sido considerado como uno de los valores contemporáneos de la música en Chile y que en varias oportunidades ha dirigido la Orquesta Sinfónica nacional, habiendo sido reconocidos sus méritos por la Universidad de Chile. El domingo 31 de julio, el mismo diario santiaguino titulaba así su crónica: «Dice el Decano: La Serena es un centro de difusión musical de extraordinaria importancia. La Sociedad Juan Sebastián Bach ha superado las expectativas». A continuación, se citaban ampliamente las palabras de Alfonso Letelier acerca de la institución serenense y de su director: Con la Sociedad Bach me unen lazos de afecto y soy uno de los admiradores de la labor que ha realizado en la difusión de la música. Conocí a Jorge Peña cuando era un muchacho estudiante en el Conservatorio Nacional y siempre vi en él a un hombre inteligente e inquieto y de una entrega absoluta a su profesión: la música. No es la profunda admiración y aprecio que siento por Jorge Peña lo que me induce a calificarlo como un hombre realmente extraordinario. La mejor afirmación de esto es la obra desarrollada por la Sociedad Bach, lo que sin su concurso habría sido imposible alcanzar. Es un valor extraordinario. Impetuoso y disparado. Es de aquellos hombres que tienen una visión más amplia que el común de la gente; que piensan algo y lo realizan con los medios que tienen o poseen.
Enseguida, el Decano Letelier se refería a lo que significaba la decisión de ejecutar una obra de las proporciones de la Pasión: Si a mí Jorge Peña me hubiera informado que iba a presentar la Pasión según San Mateo, sencillamente le habría hecho desistir de su propósito. Lo habría considerado una desproporción tremenda presentar una obra que nunca en Chile se había presentado. Sin embargo, Jorge Peña lo hizo, con algunas imperfecciones que no tienen ninguna importancia ante el hecho de que cerca de mil personas conocieran esta obra de Bach, ya que en el país son muy pocos los que han tenido este privilegio. Y el compositor terminaba con las palabras citadas en el título de la crónica: «Es hoy La Serena el centro musical más importante del país». Aquí es bueno recordar que la presentación de la Pasión según San Mateo en La Serena, en 1960, fue la primera ejecución de esta obra completa en el país. Antes, como lo recuerda don Daniel Quiroga, se presentó en forma parcial en Santiago, en 1934, con motivo de la Segunda Conferencia Interamericana de Educación Musical, bajo la dirección de Armando Carvajal. Durante una hora se cantaron los principales corales preparados por Heinrich Fijte con los coros del Conservatorio23. Pero el mérito de presentar por primera vez esta monumental obra en forma íntegra estaba reservada a la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena, bajo la dirección de Jorge Peña Hen. El 1º de agosto, también La Nación comentó en un reportaje la presentación en La Serena de aquella obra extraordinaria. El 10 de agosto, El Mercurio daba cuenta del regreso desde el Norte de Jorge Urrutia Blondel, Secretario General de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, afirmando que el músico traía «muy buena impresión de la labor que desarrolla en La Serena la Sociedad Juan Sebastián Bach, para la cual tuvo palabras muy elogiosas, especialmente para su director Jorge Peña». La Revista Musical Chilena registró ampliamente la presentación de la Pasión. Tratándose de juicios vertidos en un órgano especializado, creemos que debemos citar en forma también extensa las impresiones que en ella se
expresaron. Luego del título «La Sociedad Bach de La Serena canta La Pasión según San Mateo de Bach en su décimo aniversario de vida», el texto comenzaba con estas palabras: «Diez minutos de aplausos entusiastas saludaron el 29 de julio la presentación del coro, solistas y orquestas formados en La Serena y dirigidos por Jorge Peña, en la Pasión según San Mateo de Bach». Más adelante, el cronista escribía: El mérito de haber presentado la Pasión según San Mateo ha sido muy grande; pero veamos las condiciones en que se ofreció: no había órgano ni clavecín; faltaba un oboe en la orquesta (suplido por un instrumento electrónico), es decir, fallas de orden material cuya solución no depende del esfuerzo artístico. El Coro de la Sociedad Bach, coro adulto, es sorprendentemente equilibrado y disciplinado, si se considera que su nivel de conocimiento musical no es homogéneo y que, por cierto, sólo puede dedicar al ensayo las horas libres después del trabajo. La Orquesta, en cambio, se advierte en un nivel musical muy superior, y logra calidad sonora y seguridad en la ejecución ya en un plano profesional. Luego, el crítico se refiere a algunas limitaciones de poco significado, y prosigue: Sin embargo, qué enorme paso adelante para el desenvolvimiento cultural de una provincia significa este concierto de la Sociedad Bach. Allí está en plena labor un coro adulto, una orquesta; un director, que logra sacar de la nada lo fundamental en una obra capital de la historia de la música. Eso es lo ya logrado, lo básico; pero, además, está el espíritu de este grupo, su sacrificado amor por la música. Al referirse a los orígenes de la Sociedad Bach, la Revista Musical Chilena recordaba también el papel de Jorge Peña en la génesis de la institución, así como la histórica presentación del Magnificat en 1950: Jorge Peña realizó estudios completos en el Conservatorio Nacional, uniendo así el conocimiento técnico a lo que su naturaleza artística y deseo de superación para su ciudad natal lo hacían buscar con empeño: la creación de organismos artísticos en La Serena, capaces de elevar el nivel cultural de la ciudad, despertar inquietud y formar elementos profesionales con los cuales dar vida a una actividad musical estable.
Fue así como nació la Sociedad Bach, con muchos buenos propósitos, mucha energía, pero con más expectación curiosa que verdadera cooperación. El Coro de la Sociedad Bach comenzó a cantar y la expectación comenzó a cambiarse en sorpresa. El Magnificat de Bach inauguró la nueva era24. El comentario de Daniel Quiroga, publicado en La Serena el 31 de julio, destacaba el significado de la ejecución completa de la Pasión: La Sociedad Bach ha creado un público en esta zona, ha dado inquietud y ha ofrecido con admirable tesón el repertorio musical hasta incorporarlo definitivamente a las actividades normales de la colectividad. La versión de la Pasión según San Mateo pasa, por esto, a nuestro parecer, a establecer una línea divisoria entre una primera etapa de formación de público y de ambiente de organismos musicales estables, para entrar a la labor artística plena; pasa de la organización a la etapa de re-creación artística; de lo que diríamos construcción material a la etapa de construcción espiritual, con todos los medios que la música proporciona a la sensibilidad del hombre. Los méritos del esfuerzo realizado se acrecentaba, según el crítico, si se consideraba la limitación de los medios en la zona, e incluso en el país: La Serena ha vivido una jornada enorgullecedora para su desenvolvimiento cultural. En esta jornada, todos, solistas, orquestas, coro y, especialmente Jorge Peña, merecen ser recompensados largamente con el emocionado agradecimiento de quienes presenciamos su labor. Surgido de un coro con escasos años, de una orquesta que tiene sólo meses de vida profesional, de solistas que no escatimaron sacrificios por servir a la música, el mensaje de Bach fue al encuentro de cientos de personas y despertó un eco de emoción, de sincera admiración hacia el trabajo increíble del maestro de verdad que hay en Jorge Peña. Más adelante, en su texto, Daniel Quiroga reiteraba el reconocimiento a que se habían hecho acreedores los músicos que dieron realidad a la memorable jornada: «Para él [Jorge Peña], para los cantantes Owens y Núñez, para Ilabaca, Concha y Daroch, para los miembros de la Orquesta
Filarmónica, nuestro sincero voto de felicitación, expresado con la triple calidad de músico, de crítico y de chileno»25. Para la historia de la música en Chile, creemos justo recordar los nombres de quienes cantaron y tocaron en aquel histórico concierto del 29 de julio de 1960. El coro estaba formado por las sopranos Nella Camarda, Gabriela Andueza, Thelma de Barrios, Alicia Campbell, Ondina Castro, Yolanda Cebrero, Berta Collado, Carmen Cuartas, Mercedes Cuéllar, Blanca Rojas, Cristina Urízar y Lidia Urrutia; las contraltos Inés Munizaga, Raquel Astete, Fresia Burgos, Carmen Larraguibel, Marita Norero, Holanda Parra, Alicia Toledo, Silvia de Silva; los tenores Lautaro Rojas, Guillermo Ahumada, Ricardo Bustos, Johannes Elhen, Oscar Fredes, Carlos Godoy, Mario Portilla, Orlando Varas; los bajos Dionisio Rodríguez, Gabriel Alvarado, Carlos Aros, Rubén Cuartas, Rodolfo Gutiérrez, Héctor Larraguibel, Alejandro Miranda y Lorenzo Recabarren. La siguiente fue la integración de la orquesta. Violines I: Manuel Bravo, Carlos Alonso, Lautaro Rojas, Angel Castillo, Fernando Villalobos, Pedro Pinto; violines II: Mario Prieto, Francisco Barahona, Juan González, Marta Mackenney, Gilberto Cortés, Rogelio Roco; violas: Lorenzo Recabarren, Ernesto Geskart, Raúl Larraguibel; violoncelos: Armando Sánchez, Edín Hurtado, Julio Broussain; contrabajo: Max Muñoz; flautas: Alberto Harms, Darío Maldonado; oboe: Ricardo Cortés, Ricardo Atria; clarinete: Alberto Ramos, Salvador Padilla; fagot: Dionisio Rodríguez; cornos: Romelio Guerra, Manuel Troncoso; trompetas: Lorenzo Torreblanca, Pedro Vega; trombones: Bartolo González, Alberto Cabezas; arpa: Rebeca Lazo; timbales: Arturo González; accesorios: Humberto Briceño; piano: Silvia Peña; tuba: Gustavo Carrasco. Sin duda, la presentación de la Pasión tenía tras sí un tremendo esfuerzo colectivo y un agotador trabajo de muchos meses de los esposos PeñaCamarda. Había sido la realización de anhelos y esperanzas acunados durante años. Había razón para sentir satisfacción. El día 30 de julio en un salón del Club Social de La Serena se tomó una fotografía al conjunto de
los integrantes de la Sociedad Bach. Jorge Peña envió una foto a la casa de la familia en Santiago, con la siguiente leyenda al reverso: «A mis padres con todo cariño en estos momentos en que comienzan a verse los frutos de nuestros desvelos. La Serena, 30 de julio de 1960». Y antes de dejar atrás 1960 y el décimo aniversario de la Sociedad Bach, mencionemos una declaración de la institución acerca de sus medios económicos. Está fechada el 31 de octubre y en ella se detallan las entradas en el presupuesto de ese año. Eran las siguientes: «subvención de la Universidad de Chile: 7.000 escudos; subvención de la Municipalidad de La Serena: 5.000 escudos; bordereaux y cotizaciones, que difícilmente llegan a 3.000 escudos». El total del presupuesto del año era de 15.000 escudos. En un párrafo del documento se agregaba: «Con este exiguo presupuesto, la Sociedad Bach realiza una labor cuyo valor [costo] sube de los Eº 50.000, lo que es posible gracias al espíritu constructivo de sus miembros, que actúan movidos por elevados ideales de moral y belleza»26. En diciembre, el día 3, la Orquesta ofreció un concierto al aire libre en el Parque O’ Ryan del Regimiento Arica, como acto de celebración del Día de la Artillería. Dirigió Jorge Peña Hen, como en otras oportunidades lo había hecho y lo haría aún, en esos patios que serían testigos de su asesinato, trece años después. El «año de la Pasión según San Mateo» terminó como los anteriores con el Retablo de Navidad, con su despliegue de cantantes, instrumentistas y actores; con su mensaje de poesía y música. Esa vez los textos bíblicos y sus comentarios iban desde la Creación hasta la Anunciación a María. La Nación daba cuenta en Santiago el 27 de diciembre de esa especie de «acto de masas artístico»: «Más de diez mil personas que llenaron totalmente el frontis de la Intendencia y locales circundantes de la Plaza de Armas, asistieron a la representación del Retablo de Navidad, organizado como es tradicional por la Sociedad Juan Sebastián Bach»27. Dos reconocimientos a la labor de la Sociedad y de Jorge Peña se produjeron en 1960. Para el décimo aniversario, el Alcalde de la ciudad, señor Jorge Martínez Castillo, hizo entrega a la Sociedad del estandarte de
La Serena. En el discurso pronunciado en esa ocasión, la autoridad municipal expresó entre otros conceptos: Está a la cabeza de la Sociedad uno de sus hombres fundadores y que la ha dirigido durante diez años [...]. Este hombre, que ya sabe del laurel del triunfo y de la gratitud ciudadana, es Jorge Peña Hen. En su persona, la Ilustre Municipalidad de La Serena tributa un cálido homenaje por la brillante labor cumplida y deposita en sus manos una Réplica del Estandarte Simbólico, en el nombre de Dios y de la Patria28. El otro reconocimiento a la ya entonces fecunda trayectoria de Jorge Peña fue la decisión unánime de la Municipalidad de declararlo Ciudadano Ilustre de La Serena. Esta distinción, que muchas veces se ha otorgado y se otorga por razones meramente protocolares a visitantes de efímero paso por una ciudad, respondía en este caso a una realidad. Sin duda, como no muchos chilenos, el músico, ya a los treinta y dos años de edad, era un ciudadano ilustre de su ciudad y de su país. En este lugar, en que recordamos uno de los años más «gloriosos» de la Sociedad Juan Sebastián Bach, uno de los momentos en que se hizo un recuento de la tarea, ya hasta entonces titánica de ese excepcional grupo de chilenos, es de justicia que nos refiramos al papel que desempeñó Nella Camarda en el movimiento musical impulsado por Jorge Peña. Cedemos la palabra al periodista Raúl Pizarro, quien vivió esos «años heroicos». Desde mi perspectiva en que asistí por regalo del destino al nacimiento de la epopeya cultural de Jorge Peña Hen, surge la figura delgada y romántica de una mujer joven, casi adolescente en esos años, que viviría segundo a segundo la titánica obra de construcción del gran Maestro. Nella Camarda, agraciada y fina, impactó con su talento, señorío y clase, a La Serena de ese entonces. Cuando finalizaba el solo de piano en el Brandeburgués Nº 5 de Bach, el público no podía evitar ponerse de pie y aplaudir frenéticamente. Y no porque no fueran conocedores, sino porque la fuerza y emoción de la pianista desbordaba la sala y hacía trizas todos los cánonces. Fue en una presentación de la Orquesta Sinfónica de La Serena en Ovalle cuando asistí por primera vez a ese fenómeno que hasta la fecha es algo para mí inolvidable y mágico.
No era sólo la esposa del Maestro; y así lo comprendieron rápidamente los serenenses. De sólida formación musical y cultural, forjada desde la niñez en los medios más exigentes, fue el brazo derecho técnico, insustituible, en igualdad de autoridad artística, que se transformó en la columna vertebral de la obra que fue creciendo con los años. Su capacidad de trabajo era tremenda. Doce y catorce horas de estudio, enseñanza y ensayos. Para los Peña Camarda no existieron los fines de semana, feriados, ni vacaciones de invierno o verano; porque es justamente en esas fechas cuando está más disponible la materia prima imprescindible para el trabajo cultural. Siempre he pensado que si Jorge Peña logró concretar casi lo principal de sus sueños, fue gracias a ese ángel de la música que es Nella Camarda. Italiana de origen y ciudadana chilena y serenense de cuerpo y corazón, era la compañera y guía ideal. Fue un dúo de otra época, nacido de una gran historia de amor29. Entre las actividades del año 1961, merecen recordarse la presentación de la Sinfonía opus 21 de Anton Webern. El 5 de julio, junto a noticias sobre el desarrollo de la temporada de conciertos de la Sociedad Bach, el diario El Día publicaba una entrevista a Jorge Peña. En ésta, el músico destacaba en el repertorio del año la ejecución de la obra mencionada: «Hecho que reviste singular interés, por tratarse de la primera vez que se ofrece al público en esta ciudad una obra dodecafónica. El dodecafonismo es una de las más notables expresiones de nuestro siglo y representa una reacción a la decadencia del romanticismo alemán». Después de señalar algunas de las características del dodecafonismo, Peña concluía: «En suma, la audición de una obra de Anton Webern en La Serena permitirá a nuestro público asistir, como en una exposición, a una insospechada revelación estética de nuestra época»30. El año se había iniciado con un concierto dedicado a Beethoven, en el que el joven pianista Roberto Bravo tocó el Concierto Nº 1, dirigido por Jorge Peña. En marzo, el día 22, el músico dirigió, como invitado, la Orquesta Filarmónica de Santiago, presentando obras de Beethoven, Haydn y Tchaikovsky.
Hubo también ese año presentaciones de ballet. Los serenenses pudieron apreciar el arte de Jaime Jory y de Annabella, del Ballet de Arte Moderno. En los cincuenta y un conciertos ofrecidos por los conjuntos de la Sociedad Bach en 1961, además de Roberto Bravo, actuaron como solistas Alfonso Montecinos y Nella Camarda en piano, Manuel Bravo en violín y Alberto Harms en flauta. El último de los conciertos que dirigió Jorge Peña se realizó en el recinto del Regimiento Arica –el mismo que sería escenario del brutal asesinato del artista doce años después–. El recital fue organizado por la Sociedad en colaboración con aquella unidad militar. En el período de septiembre de 1960 a agosto de 1961, la directiva había estado integrada por Raúl Larraguibel, Horacio Espoz, Gabriel Alvarado, Jorge Peña, Manuel Bravo, Flavio Zepeda, Arturo Jiménez, Perla Humeres de Peñafiel e Inés Munizaga. La Comisión de Cuentas había estado formada por Augusto Sepúlveda, Fernando Villalobos y Mario Figueroa. En 1962, tanto la Orquesta Filarmónica como la Orquesta de Cuerdas de la Filarmónica cumplieron un nutrido programa de conciertos en La Serena y en ciudades y pueblos de la zona. Se recibió la visita de la «Orchestra d’Archi di Milano», con el maestro Michelangelo Abbado, quien dirigió obras de Corelli, Vivaldi, Bach y Rossini. En la temporada regular de abono, tocaron diversos solistas, entre ellos Pedro D’Andurain, quien era ya el concertino de la orquesta; Millapol Gajardo, Rosauro Arriagada, Nella Camarda, Dionisio Rodríguez y los violinistas Pedro Pinto, Pedro Vargas, Gilberto Cortés y Lautaro Rojas. Estos últimos ejecutaron el Concierto en Do para cuatro violines y orquesta de Telemann. Ese año de 1962 vio surgir un nuevo fruto de la labor de la Sociedad Bach. Quedó organizada y comenzó su vida pública la Orquesta de Cámara de Antofagasta, organismo al que apoyó y asesoró la Sociedad. Sería el núcleo de la Orquesta Sinfónica de esa ciudad. Jorge Peña viajó regularmente durante un tiempo a Antofagasta, cumpliendo una labor de asesoramiento hasta que la idea de que la ciudad nortina contara con una agrupación musical estable se hizo realidad.
Al celebrarse los doce años de vida de la Sociedad Bach, se realizó el 28 de julio una reunión musical en el local de Matta 445, en la que Raúl Larraguibel, quien cumplía un segundo período como presidente, ofreció una cuenta de actividades. Se recordó allí la labor de los otros presidentes de la institución: Jorge Peña Hen, Darwin Arriagada Loyola y Alejandro Jiliberto Zepeda. Los logros obtenidos hasta entonces por la Orquesta Filarmónica de La Serena se vieron abruptamente tronchados a comienzos de 1963, cuando debió disolverse, como consecuencia de la disminución drástica de la subvención fiscal con que contaba. Esto fue parte de la política de austeridad del gobierno del Presidente Jorge Alessandri. En otro capítulo nos referimos a esta penosa situación, de la que Jorge Peña se enteró mientras visitaba centros de instrucción musical en Estados Unidos. Como consecuencia de ese fuerte contratiempo, surgirá el Plan de Extensión Docente, que el músico formuló en 1964 y que la Sociedad apoyó, hizo suyo y puso en aplicación desde mayo de ese año. Por otra parte, la puesta en práctica de ese plan creará las condiciones para el nacimiento de la Orquesta Sinfónica de Niños. Relataremos su génesis en los comienzos del capítulo dedicado a esa agrupación musical que, como sabemos, fue la primera en el país y en América Latina. En buena medida, por efecto del impacto que produjo la Orquesta de Niños fue posible la creación de la Escuela Experimental de Música, a cuya importancia nos referiremos en el capítulo dedicado a la obra pedagógica de Jorge Peña Hen. El establecimiento de este plantel venía a permitir poner en práctica las ideas pedagógicas del Maestro y significaba un paso adelante realmente fundamental en materia de instrucción musical. La celebración del décimo quinto aniversario de la Sociedad, en 1965, se realizó el 30 de julio en forma solemne, con un concierto dedicado a Bach, en medio de un renovado optimismo, consecuencia de la creación de la Escuela Experimental y de los éxitos de la Orquesta Sinfónica de Niños. Hubo discursos del Alcalde de La Serena, don Jorge Morales Adriasola, del Intendente de la Provincia, don Eduardo Sepúlveda White, y de Jorge Peña, como Presidente de la Sociedad en ese año. De Santiago viajó el Ministro
de Educación, don Juan Gómez Millas, y altas autoridades del Ministerio, como doña Irma Salas. El día 28, en la mañana, se había inaugurado la nueva sede de la Sociedad en la esquina de las calles Prat y Carrera; y en la tarde había actuado la Orquesta de Niños en el Teatro del Liceo de Niñas. Vale la pena recordar las cifras que se dieron en la cuenta de actividades desarrolladas hasta ese año. Conciertos y presentaciones en La Serena: 302; conciertos fuera de la ciudad: 107; autores presentados: 128; directores y solistas invitados: noventa y cinco; Conciertos por lugares visitados por los conjuntos de la Sociedad: Arica cinco, Calama uno, Copiapó cinco, Vallenar tres, Huasco uno, Vicuña seis, Paihuano dos, Pisco Elqui dos, Algarrobito dos, Coquimbo cuarenta y nueve, Ovalle diecinueve, Los Molles uno, Los Vilos uno, Illapel dos, Santiago tres. Comentando las dimensiones que había tomado la obra de la Sociedad Bach en quince años de actividad, en noviembre, Roberto Flores destacaba en el diario El Día el trabajo de Jorge Peña: Porque ¿quién en La Serena, desde las autoridades de todo orden hasta los habitantes más humildes de la ciudad de los claveles, no ha sido testigo presencial de esta obra titánica de Peña que, guiado tan sólo por su sincera vocación artística y el más desinteresado idealismo musical, ha luchado sin tregua y sin descanso para darle a esta zona el prestigio musical que hoy alcanza?. El año siguiente, 1966, se señaló por haberse logrado una forma de financiamiento legal y estable, a través del establecimiento de un impuesto adicional de 10% sobre el valor de las entradas de teatro y cine en las provincias de Atacama y Coquimbo: artículo 14 de la Ley Nº 16433, de 16 de febrero de ese año. La Sociedad Bach estimó conveniente ceder esos fondos a la Universidad de Chile, mediante un convenio firmado el 30 de marzo. La Universidad percibiría esos recursos; entregaría un 5% a la Sociedad; y del resto destinaría el 70% a la mantención de una Orquesta Sinfónica. Fue así como pudo organizarse una agrupación orquestal profesional completa. Fue la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena, que ofreció su concierto inaugural en Vallenar, el 19 de junio de
1966. Se cumplía así uno de los grandes anhelos de Jorge Peña. En la presentación del Programa de ese concierto, el Maestro escribió lo siguiente: Aquel núcleo de músicos que en 1953 constituyó la Orquesta [de Cámara] de la Sociedad Bach creció y progresó durante una década hasta convertirse en la Orquesta Filarmónica de La Serena. Para bien de la cultura de esta zona, su disolución en 1964, por razones de financiamiento, no significó la desaparición de aquel núcleo y de aquel espíritu renovador. Hoy está nuevamente en este escenario, como organismo universitario y con la misión de cumplir los objetivos de los legisladores: concretar las esperanzas de un pueblo ávido de bienes culturales y con derecho a alcanzar las satisfacciones espirituales que proporciona la música31. Para la historia de la música en Chile, consignamos aquí los nombres de los músicos que integraron la agrupación orquestal y participaron en aquel primer concierto. Violines: Osvaldo Urrutia (concertino), Gilberto Cortés, Manuel Fernández, Juan González, David Muñoz, Luis Morales, Roberto Pacheco, Pedro Pinto, Rogelio Rocco, Lautaro Rojas, Eraldo Sandoval; violas: Pedro Vargas, Ernesto Geschkat, Hernán Barría, Oscar Sandoval; violoncelos: Mario Moraga, Patricio Barría, Edín Hurtado, Raquel Mascareño; contrabajo: Max Muñoz; flautas: Emilio Matta, Héctor Cortés; oboe: Rosauro Arriagada; clarinetes: Alejandro Alonso, Iván Cortés; fagot: Dionisio Rodríguez; cornos: Romelio Araya, Romelio Guerra; trompetas: Alejandro Sabando, Carlos Córdova; arpa: Rebeca Lazo; piano: Nella Camarda; timbales: Hugo Domínguez; director: Jorge Peña Hen. Los dos años que siguieron fueron de gran actividad de la Sociedad Bach, tanto en torno a las temporadas de conciertos de la Orquesta Sinfónica, como en relación con la Escuela Experimental de Música y la Orquesta Sinfónica de Niños. Hay que recordar que esta última hasta 1968 había ofrecido cuarenta y cinco conciertos y había realizado dos giras internacionales. Y, por su parte la Orquesta Sinfónica de adultos en el bienio 1966-1967 había totalizado 157 presentaciones en nueve localidades de la zona.
En 1969, una enfermedad seria obligó a Jorge Peña a alejarse de sus funciones por más de dos meses. Lo reemplazó como Director titular de la Orquesta el maestro Larry Stempel y Lautaro Rojas asumió la dirección del Conservatorio como subrogante. En la temporada de cámara de ese año el Cuarteto de Cuerdas del Conservatorio estuvo integrado por Pedro Pinto, primer violín; Eraldo Sandoval, segundo violín; David Elder, viola; y César Ceradini, cello. En 1970 se celebró el vigésimo aniversario de la Sociedad Juan Sebastián Bach. El 28 de julio resonaron otra vez las voces del Magnificat32, como lo habían hecho dos décadas antes, cuando iniciaron un formidable movimiento de renovación musical y cultural. En el programa del concierto, se reproducía el texto latino del Magnificat y su traducción castellana; y se resumía así la labor de la institución: Han transcurrido veinte años y la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena, nacida en el calor de aquellos festivales de 1950, puede sentirse satisfecha de su labor y de su espíritu renovador. Como testimonio irrefutable están sus realizaciones: la Orquesta de Cámara de la Universidad de Chile de La Serena, antes organismo dependiente de la Sociedad Bach, que presenta el ciclo de los seis Conciertos Brandeburgueses; el Coro Polifónico de la Sociedad, que interpretará el Magnificat; el Conservatorio Regional de La Serena, que presentará su segunda Orquesta Filarmónica; y las Escuelas de Música de Antofagasta, Copiapó y Ovalle, que se harán presente con sus conjuntos orquestales. Estos cuatro establecimientos presentarán un Festival, el primero en América Latina, en que participarán orquestas sinfónicas de niños de nivel elemental y que mostrará los frutos de un nuevo sistema docente musical iniciado experimentalmente en 1964 por la Sociedad Bach en cuatro escuelas primarias de La Serena. Su desarrollo, con inusitada vitalidad en las ciudades del norte de Chile, es una demostración cabal de su valor y representa, sin lugar a dudas, la más importante obra de la Sociedad Bach33. La labor de la Sociedad continuó adelante en los dos años siguientes. En 1971, en la temporada oficial de la Orquesta Filarmónica, se presentaron
seis conciertos sinfónicos y cuatro de cámara. Además de dirigir la orquesta, Jorge Peña intervino como pianista en el Concierto para dos violines de Bach. Éste fue ejecutado el 13 de mayo, con los solistas Manuel Bravo y Carlos Alonso y el conjunto instrumental formado por Mario Prieto y Lautaro Rojas en violín, Lorenzo Recabarren en viola, Roberto González en cello y Jorge Peña en el teclado. Una de las últimas actividades de la Sociedad Bach fue el impulsar, a través del Departamento de Música de la Sede La Serena de la Universidad de Chile, la creación de un Hogar Estudiantil, para que vivieran niños de escasos recursos que provenían de otras localidades del Norte y de la misma ciudad. La Sociedad cedió al Departamento de Música para tal fin una casa que mantenía arrendada en la calle Justo Donoso y contribuyó a su acondicionamiento. Con capacidad para alojar a sesenta y cuatro alumnos, ese Hogar comenzó recibiendo a treinta y siete niños. La obra, que respondía a una arraigada inquietud social y humanista de Jorge Peña, se vio destruida, junto con la vida de su principal inspirador, en octubre de 1973. Sólo desde mediados de 1972 y sobre todo desde comienzos de 1973, los problemas provocados por los criterios políticos que afloraron, polarizando el ambiente, más algunos factores de carácter personal como espíritu de rivalidad y hasta de envidia, vinieron a afectar las actividades. En otro capítulo nos referimos a la lamentable situación a que llevaron las acusaciones que se hicieron en torno a la gira de la Orquesta Infantil a Cuba, en febrero-marzo de 1973. Estas acusaciones, que se iniciaron en contra de algunos profesores, terminaron por dirigirse también contra Jorge Peña. Y sin duda que la burda calumnia de que se habrían traído armas en los estuches de los pequeños instrumentos de los niños, tuvo posteriormente directa relación con el pretexto que esgrimieron los militares para el asesinato del artista. Quisiéramos recordar del año 1972 el acto de Graduación del Primer Curso Egresado de Cuarto Año Medio 1965-1972, del Departamento de Música y Arte Escénico de la Universidad de Chile Sede La Serena. Se llevó a efecto el 22 de diciembre en el Teatro del Liceo de Niñas.
En el programa aparece, a modo de lema, un pensamiento de Beethoven: «Vive desde ahora para el Arte solamente. Por más limitaciones que la debilidad de tus sentimientos ponga hoy en tu horizonte, sólo el Arte, tarde o temprano, te proporcionará la razón de tu existencia». En la página que enfrenta se inscriben los nombres de los doce graduados: Marcia Bravo Venegas, Juan Carlos Calderón Cortés, Sergio Fuentes Inostroza, María Angélica Gallardo Gallardo, María Isabel Gallegos Muñoz, Edda Irarrázabal Rojas; Brenda Iriarte Rojas, Silvana Morales Riveros, Bernardita Peña Collao, Yerko Pinto Tabilo, Rosa Ramos Ramos. En los espacios en blanco, los alumnos escribieron frases de reconocimiento a Jorge Peña: «Al hombre que ha dedicado su vida al arte y a nosotros»; «Con todo cariño para el maestro»; «Para el maestro Peña con cariño de alguien que le debe parte lo que es»; «Que la música sea la pauta y siempre nos mantenga unidos y sea a la vez la portadora de paz, amor y felicidad para el hombre que nos entregó su arte y su vida»; «Cariñosamente para el maestro que dedicó su vida a la música»; «Mi más sincero afecto a mi maestro de hoy y siempre». En la contraportada del programa, se hace un recuento de lo que era la Escuela experimental de Música y luego se expresa: Creció esta experiencia dentro de los muros de la vieja casona de Prat con Carrera; creció al proyectarse a Copiapó, Ovalle y Antofagasta; y creció también en el corazón y en el pensamiento de sus maestros, funcionarios y alumnos. Y, junto con ella, crecieron aquellos niños que un día llegaron inocentemente a hacer música tras los atriles de sus orquestas y bandas, y que hoy no sólo coronan una etapa de formación de sus personalidades, sino que celebran, junto con toda la alborozada comunidad de este Departamento, el éxito de una ardua labor creadora de ocho años, de la que ellos han sido protagonistas, y que, en el futuro, llevarán con devoción a todo el ámbito del país34. Y, por último, queremos recordar que el año 1972, en uno de los conciertos de la temporada de abono, Nella Camarda ejecutó el Concierto en La de Grieg, con la orquesta dirigida por Jorge Peña Hen. Fue esa la última vez en que los esposos músicos tocaron juntos. Durante veintidós
años, Jorge y Nella habían aunado sus esfuerzos en todas las actividades de la Sociedad Bach y una de esas actividades había sido en innumerables ocasiones el hacer música juntos: ella en el teclado, él en el podio del director. Llegó finalmente el año 1973 que segó tantas vidas y tronchó tantas esperanzas. A pesar de que las pasiones desatadas en una polarización política creciente estaban haciendo difícil la convivencia en el Departamento de Música, Jorge Peña tenía esperanzas en que la gran tarea podría seguir adelante. El carta fechada el 22 de febrero, le expresaba a Edgardo Boeninger, a quien pedía su apoyo: «Debo terminar una obra que comencé hace veintidós años y que tomó su definitiva y renovadora orientación en 1965». Aludiendo a una reunión en que se había aprobado una moción contraria a la orientación pedagógica aplicada desde 1965, Jorge Peña añadía: «Los profesores Domingo Piga y Fernando García manifestaron con entusiasmo su adhesión a la experiencia docente artística de La Serena; sus razones no tuvieron réplica. No obstante, se aprobó textualmente la moción de la mesa»35. Pero el golpe de Estado trajo el fin de una institución, en torno a la cual se aunaron los esfuerzos de tantas personas generosas, de tantos chilenos que querían una patria más hermosa espiritualmente; que anhelaban que el arte y la cultura dieran elevación y belleza a la vida de sus hermanos; que se proponían llevar el mensaje artístico a todos los sectores y todos los rincones. Las balas que segaron la vida de quien fuera el alma de la Sociedad Juan Sebastián Bach y de su formidable obra de veintitrés años, terminaron con una institución que acaso como ninguna otra ha merecido bien de Chile.
1 Alfredo Pinto Durán: «Una tarde con la Orquesta Sinfónica de La Serena», El Día, 24.VI.1960. 2 Raúl Pizarro, El día que conocí a Jorge Peña, 3. 3 Diario El Regional, 29.V.1950. Recorte en AJPH. 4 Alejandro Jiliberto. Memoria, 1. En AJPH. 5 Cortés, Jorge Peña Hen Vida y obra, 40. 6 Diario El Serenense, 29.VII.1950. Recorte en JPH. 7 La Sociedad Juan Sebastián Bach. Documento anexo al programa conmemorativo, 1970. AJPH. 8 Jiliberto, Memoria, 2.
9 Carta a Nella Camarda, en AJPH. 10 En el AJPH hay un certificado extendido por Herminia Raccagni, como Directora del Conservatorio, que deja constancia de las labores del estudiante en ese Conjunto. 11 Recorte de diario sin identificación. AJPH. 12 RMCH IX/47 (octubre 1954). La Revista Musical Chilena registró constantemente las actividades de la Sociedad Bach y, en general, el movimiento musical de La Serena. Hay que recordar al menos a dos de sus tan meritorios redactores: Daniel Quiroga y Magdalena Vicuña. 13 Recorte de diario sin identificación. AJPH. 14 Recorte de diario no identificado AJPH 15 Recorte de diario sin fecha. 16 RMCH X/49 (abril 1955), 46. Se conserva también el programa impreso de este concierto. AJPH. 17 Se conserva en AJPH una carta de Juan Orrego Salas, de fecha 7.XII.1955, que autoriza la ejecución de su Cantata y su inclusión en el repertorio futuro de la Sociedad. 18 Programa impreso en AJPH. 19 RMCH XII/55 (noviembre 1957), 92. 20 Raúl Larraguibel Torres, Memoria, 6.IX. 1961. Da cuenta del ejercicio financiero del IX.1960 a VIII.1961. 21 Jiliberto, Memoria, 3-4. 22 Ibíd, 5. 23 Claro Valdés, Rosita Renard, 162. En su crítica, publicada en El Día, el 31 de julio, Quiroga recuerda aquella presentación, en la que él participó cantando como alumno del Conservatorio nacional: «La Pasión según San Mateo está presente también en el desenvolvimiento de la vida musical chilena. Y sería injusto no recordar aquella histórica ejecución de la Primera Parte de esta obra, por el Coro del Conservatorio Nacional de Música, en 1934, ofrecida tras larga preparación, bajo la batuta de Armando Carvajal en el viejo edificio de San Diego y luego en el teatro Municipal de Santiago». 24 RMCH XVII/72 (julio-agosto 1960). Crónica sin firma. 25 El Día, 31.VII.1960. 26 Jiliberto, Memoria. 27 Recorte en AJPH. 28 Recorte de diario no identificado. AJPH. 29 Pizarro, El día que conocí, 5. 30 5.VII.1961. Recorte de AJPH. 31 Programa en AJPH. 32 Las obras corales de Bach que preparó y dirigió Jorge Peña en los años de vida de la Sociedad fueron: el Magnificat, la Pasión según San Mateo y las Cantatas 82, 104 y 147. Otras obras corales importantes que presentó fueron : partes de El Mesías de Haendel, La ciudad de los niños de Paul Hindemith, Ceremony of Carols de Benjamín Britten (que constituyó estreno en Chile), la Cantata de Navidad de Juan Orego-Salas, y todas las composiciones propias y de otros autores incluidas en los Retablos de Navidad, durante una década. 33 Programa en AJPH. 34 Programa en AJPH. 35 Carta a Edgardo Boeninger, 22 de febrero de 1973. Copia en AJPH.
V
La orquesta sinfónica de niños
Sabemos, y lo hemos anotado anteriormente, que ya en los años de estudiante en el Conservatorio Nacional, la idea de la descentralización de la actividad musical en el país era una inquietud fuerte en Jorge Peña, inquietud de la que surgía una meta en lo que se refería a la región nortina: la creación de una Orquesta Sinfónica del Norte. Este anhelo pasó a ser uno de los propósitos fundamentales de la Sociedad Bach. El primer paso fue la organización de la Orquesta de Cámara de la Sociedad, en 1953, y luego la creación de la Orquesta Filarmónica de La Serena, en 1959. Lo que pocos años antes parecía imposible empezaba a ser una realidad: una orquesta semiprofesional en el Norte. Desde La Serena, como sede, esa agrupación instrumental cubriría con sus actividades tanto el Norte Chico como el Grande. Pero a los pocos años, la Orquesta Filarmónica, que alcanzó a realizar una muy intensa actividad, recibió un golpe mortal. La drástica disminución de los aportes fiscales que constituían la base de su financiamiento, trajo como consecuencia la obligada disolución de la orquesta en febrero de 1963. Fue un doloroso contratiempo para Jorge Peña y los integrantes de la Sociedad Bach. Era un retroceso en la gran tarea. Sin embargo, la reacción ante el golpe recibido fue, a pesar de todo, positiva. Había que mantener un conjunto instrumental a toda costa. Y así, volvió a nacer la Orquesta de Cámara de la Sociedad Bach. Pero, además, había que pensar para el largo plazo. Más que nunca se veía ahora clara la necesidad de formar músicos en la zona, para que más tarde llegaran a integrar conjuntos instrumentales profesionales y estables en la región. La idea, también expuesta ya en sus años de estudiante, de que la educación musical debía comenzar en la escuela primaria, vuelve a hacerse fuerte en el ánimo de Jorge Peña.
El área de La Serena y Coquimbo reunía en esa época una población ya superior a los 100 mil habitantes y sólo había seis profesores especiales de música para todas las escuelas primarias; y el Conservatorio Regional de La Serena, en funciones desde 1956, solamente podía atender a un pequeño número de alumnos, debido a su reducido presupuesto. Carecía de gran parte de los elementos indispensables para desarrollar sus funciones, de modo que no se podía siquiera pensar en ampliarlas. Además, debido a la rigidez de los programas de estudio, sólo iniciaba a los estudiantes que lograban vencer las exigencias de aquellos. No podía, pues, el Conservatorio Regional formar los instrumentistas y los profesores que necesitaba la región. El proceso de nacimiento de las orquestas y otros conjuntos instrumentales de niños y luego de jóvenes, tiene directa relación con el gran contratiempo sufrido: la disolución de la Orquesta Filarmónica; y, a la vez, con la imposibilidad de traer músicos profesionales a la zona; y con la incapacidad del Conservatorio Regional, por falta de recursos y por las características de los planes de estudio, para formar los nuevos músicos y educadores musicales que se requerían. Efectivamente, fue entonces cuando Jorge Peña propuso su «Plan de extensión docente», que la Sociedad Bach hizo suyo y al que aportó los dos tercios del financiamiento. Se trataba precisamente de extender la enseñanza musical a niños de la enseñanza primaria (poco después denominada básica). Consistía el proyecto experimental en seleccionar 150 alumnos de cuarto año primario de cinco escuelas de La Serena, para enseñarles elementos básicos de música y a tocar algún instrumento. El objetivo era capacitar a esos niños para interpretar música como integrantes de una agrupación orquestal. Con esta iniciativa, la educación musical salía del Conservatorio e iba a buscar a futuros músicos en las escuelas. Desarrollado bajo la dirección técnica de Jorge Peña, con profesores del Conservatorio Regional como encargados de la instrucción musical, el plan se empezó a poner en práctica en mayo de 1964, conjuntamente por la Sociedad Bach y la Universidad de Chile, representada por el Conservatorio Regional. Un Editorial de la Revista Musical Chilena reseña en 1966 aquel
proceso. Dado el valor de documento de la época que tiene este texto, lo reproducimos aquí en sus párrafos más importantes: En mayo de 1964, Jorge Peña Hen, director y profesor del Conservatorio Regional, fundador de la Sociedad J. S. Bach y creador de la fenecida Orquesta Filarmónica, comenzó a poner en práctica una idea acariciada durante años. Tras una rápida selección de 100 niños de cuarta preparatoria de cinco distintas escuelas primarias, en un 30% proveniente de hogares de escasos recursos económicos, inició el desarrollo musical sin restricciones de este grupo, impartiéndoles una enseñanza basada en los nuevos métodos musicales modernos, de tipo práctico, y que produjera a corto plazo músicos activos. Se distribuyeron los niños en dieciséis cursos de seis alumnos cada uno, dentro del marco de una orquesta sinfónica. Los alumnos de ambos sexos comenzaron a tocar instrumentos, permitiéndoseles escoger a ellos mismos el instrumento que deseaban tocar y llegando poco a poco a familiarizarlos con la teoría, el solfeo y la ejecución del instrumento elegido. En diciembre de 1964, después de sólo siete meses de estudio, la Orquesta Sinfónica de Niños de La Serena ofreció su primer concierto en la ciudad1. Enseguida, el Editorial se refiere a la creación de la Escuela Experimental de Música y entrega interesantes observaciones acerca del desarrollo de la enseñanza en esta nueva institución. Sobre este punto volveremos en la sección dedicada a la labor pedagógica del Maestro. Más adelante, se alude a la idea de Jorge Peña de que la Escuela Experimental debía independizarse del Conservatorio en lo musical y se refiere también al Plan Decenal que debía iniciarse en 1966 y que no alcanzaría a materializarse en su integridad por diversas razones, para ser finalmente interrumpido bruscamente por las consecuencias del golpe militar de 1973. Y terminaba su Editorial la Revista, expresando el criterio de que los planes preparados para la región de La Serena podrían ser aplicados en otras zonas del país: A raíz de los éxitos obtenidos en 1965 por los profesores y alumnos de la Escuela Experimental Urbana (sic) de La Serena; el acierto de la labor
pedagógica y las excepcionales condiciones de los niños chilenos en el cultivo de la música, un plan decenal como el esbozado podría convertirse en realidad no solamente para los estudiantes serenenses, sino que esta experiencia debe estudiarse y aplicarse a todas las escuelas seleccionadas del país2. Como lo destacaba el editorialista de la Revista, sólo siete meses después de la puesta en marcha del «Plan de extensión docente», el 20 de diciembre de 1964, se realizó la primera presentación de los alumnos de ese plan. El concierto, efectuado en el teatro del Liceo de Niñas de La Serena, fue saludado como un acontecimiento inédito en el país y en Latinoamérica. En aquel memorable recital tocaron en la primera parte diversos grupos instrumentales y solistas: Andante de Mozart y un Vals anónimo, por Colleen Buizer en piano; Minueto en Fa de J. S. Bach, Melodía de Gurlitt y Canción popular anónima, por Roberto Márquez en piano; Danza rumana de Bela Bartok, por Irma Véliz en clarinete y Juan Cristián Peña, de 8 años de edad, en piano; Minueto en Sol de J. S. Bach, por Luis Barraza en violín y Valentina Martínez en piano; Allegro Moderato de Rieding, por Gerardo Morales en violín y Eugenia Cortés en piano; Sonata en trío de Música del Agua de Haendel, por Gerardo Morales en violín I, María Fedora Peña en violín II, Jaime Bitrán en violoncelo y Mónica Krassa en piano. En la segunda parte se inauguró la Orquesta Sinfónica de Niños de La Serena, con el siguiente programa: Dos Piezas de Corelli, por la Orquesta de Cuerdas; Rítmica de Bela Bartok, con el Conjunto de Percusión; Blues de Tansmann, con el Conjunto de Jazz; Variaciones sobre una canción alemana, para piano y orquesta de Peña Hen con Juan Cristián Peña como solista; y Marcha de Phillis, por la Orquesta Sinfónica de Niños. En el Programa aparecía el cuerpo de profesores encargados de la Dirección Técnica del Plan de Extensión Docente: Jorge Peña Hen, Lautaro Rojas, Pedro Vargas, Millapol Gajardo, Darío Maldonado, Julio Orellana, Nella Camarda, Osvaldo Urrutia, Ricardo Cortés; encargados de Organización y Asistencia Social: Flavio Zepeda F. y Mary Valderrama; lutier: Eleodoro Godoy y Manuel Troncoso. Al comenzar hubo una exposición de Jorge Peña sobre el Plan de Extensión Docente. La opinión de don Juan Gómez
Millas, Ministro de Educación del Presidente Frei, fue rotunda: «Todos los niños deben aprender y conocer lo que se está haciendo en La Serena, y que a mí me parece maravilloso». Un año después, la Orquesta Sinfónica de Niños hizo su primer viaje a Santiago. Con el patrocinio del Ministro de Educación don Juan Gómez Millas, se ofrecieron dos conciertos: uno en el Teatro Municipal, el 3 de noviembre, y otro en el Senado, con invitación de la representación parlamentaria de la zona. Hubo, asimismo, una presentación en la televisión. Con la orquesta viajaron Alicia Gutiérrez, Elsa Balanda, Alicia Campbell, Rosauro Arriagada, Edín Hurtado, Osvaldo Urrutia, Lautaro Rojas, Max Muñoz, Flavio Zepeda, Emilio Matta y Santiago Pérez. Como desde el comienzo de la formación de la orquesta, Jorge Peña había propiciado la idea de que los niños también tocaran en conjuntos pequeños, de cámara, en la presentación en el Teatro Municipal no sólo actuó la Orquesta Sinfónica, sino que tocaron también estas agrupaciones instrumentales. En efecto, la Primera Parte contempló dos secciones: a) Solos, dúos y ensambles de alumnos de cursos preparatorio y elemental, que ofrecieron estas obras: Anónimo alemán: Dos canciones; Popular napolitano: Santa Lucía; W. Duncombe: Fanfarria; Bela Bartok: Danza rumana; Gossec: Gavota; S. Susuki: Canción popular y Variaciones sobre una melodía tradicional alemana; b) Pequeños ensambles instrumentales: Haendel: Tres piezas de Música del agua; Bocherini: Minueto en La mayor para quinteto de cuerdas; Peña Hen: Dos piezas para quinteto de viento; Tansmann: Blues. En la Segunda Parte actuó la Orquesta Sinfónica, que ejecutó las siguientes obras: Corelli: Dos piezas concertantes para cuerdas; Peña Hen: Andante y Allegro para violín y orquesta basado en un tema popular alemán; Peña Hen: Variaciones para piano y orquesta sobre un tema tradicional; J. Strauss: El Danubio Azul. Todas las adaptaciones habían sido realizadas por Jorge Peña. El 3 de noviembre de 1965, en Santiago, como el 20 de diciembre del año anterior, en La Serena, pasaban a ser días realmente históricos para la enseñanza y la vida musicales chilenas. Hubo conciencia de esto en figuras de primera importancia en el ambiente musical y cultural, en general, del
país. El compositor don Alfonso Letelier, ex Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, escribió en la revista PEC: El Teatro Municipal [...] fue esta vez escenario de un acontecimiento de esos llamados a renovar los conceptos y hábitos caducos de nuestra docencia musical, tanto escolar como especial. La presentación de la Orquesta Infantil ha sorprendido, y con razón, a público y autoridades [...]. Lo que escuchamos en el Municipal es algo enteramente nuevo, inusitado entre nosotros3. Por su parte, el maestro Agustín Cullell, entonces Director del Conservatorio de Valdivia y de la Orquesta de la Universidad Austral y ex Director de la Orquesta Filarmónica de Santiago, escribió en Las Ultimas Noticias: «Los resultados obtenidos en tan breve plazo son magníficos y la idea que anima el plan de Jorge Peña es excelente. Responde a una necesidad insatisfecha, la de fomentar la formación de nuevos ejecutantes para las orquestas existentes y para un mayor número de ellas»4. El comentario del destacado musicólogo Vicente Salas Viú, publicado en El Mercurio, debe ser recordado en varios de sus párrafos principales. Comienza expresando el crítico que «como un hecho musical que autoriza todos los optimismos puede señalarse la presentación de la Orquesta Sinfónica de Niños en el Teatro Municipal, el pasado miércoles». Luego se refiere a las calidades del desempeño de los pequeños músicos, un total aproximado de setenta ejecutantes. Señalo esta cifra, porque no es la menor entre las hazañas logradas por el Director, los profesores del Conservatorio Regional, la Escuela de Música de La Serena, conseguir la muy estimable afinación de esa masa de pequeños músicos, la perfecta simultaneidad de sonidos en las diversas partes orquestales y la seguridad en las entradas. Todo ello al servicio de la expresión musical, que no faltó en las dos largas composiciones ofrecidas: el Interludio del Lago de los Cisnes de Tchaikovsky y El Danubio Azul de Johan Strauss. El entusiasmo del público obligó a la repetición de la última [...]. Fue particularmente emocionante en este concierto admirar la entrega a la música, la participación en el fenómeno musical de todos y cada uno de los pequeños ejecutantes. Al lado de esto, la seguridad que demostraron
acredita por igual el acierto en la delicada labor pedagógica realizada por sus profesores. Es verdad que los chilenos (los niños chilenos en este caso) poseen excepcionales condiciones para el cultivo de la música. Orientar bien esas condiciones, extraer de ellas lo mucho que se obtuvo en la presentación de esta Orquesta, por supuesto que se debe en absoluto a quienes de ello se preocuparon. Los profesores Jorge Peña, Nella Camarda, Lautaro Rojas, Osvaldo Urrutia, Pedro Vargas, Edín Hurtado, Rosauro Arriagada y Emilio Matta merecen grandes elogios5. El musicólogo entregaba también algunos detalles de las obras ejecutadas: En la primera parte se presentaron conjuntos de cuerdas, de maderas y de bronces que hicieron ya evidente la seguridad en el fraseo, la notable afinación y justeza rítmica de los pequeños intérpretes. Siguieron como culminación de esta parte tres piezas del Water Music de Haendel, para dos violines y bajo continuo; el famoso Minuetto de Bocherini, interpretado por un quinteto de cuerdas; un arreglo para quinteto de vientos, incluyendo corno y fagot, de Jorge Peña; y unos blues de Tansman para conjunto de jazz. La segunda parte estuvo reservado a las agrupaciones orquestales. dos piezas de un Concerto Grosso de Corelli, un Andante y Allegro sobre una canción alemana de Jorge Peña, donde se distinguió el solista en violín Gerardo Morales, y unas Variaciones para piano y orquesta [sobre un tema tradicional, de Peña Hen], con la actuación del minúsculo solista Cristián Peña, precedieron a la aparición de la Orquesta Sinfónica [...]. Y Salas Viú terminaba su comentario con estas palabras: «Un paso de indudable importancia en la educación por la música y para la música de los niños ha sido dado por las instituciones de enseñanza musical de La Serena. Son amplios los horizontes que con él se abren. La presentación de la Orquesta de Niños de La Serena constituye un ejemplo que no debe ser olvidado»6. Al histórico concierto del 3 de noviembre de 1965, asistieron el Ministro de Educación don Juan Gómez Millas, el decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales don Domingo Santa Cruz, el Director del Conservatorio don Carlos Botto y otras personalidades del ambiente musical de Santiago.
El maestro Agustín Cullell pronunció unas palabras, destacando la importancia de la agupación sinfónica de los pequeños músicos serenenses. Y nuevamente acudimos a las páginas de la Revista Musical Chilena, como documentos de la época, que registran ampliamente el acontecimiento artístico que significó el primer concierto de la Orquesta Sinfónica de Niños en la capital del país: El 3 de noviembre se presentó por primera vez en Santiago, en el teatro Municipal, la Orquesta Sinfónica Infantil de la ciudad de La Serena, integrada por sesenta niños –cuyas edades fluctúan entre los 8 y 14 años– todos ellos miembros de la Escuela Experimental de Música y del Conservatorio Regional de Música de La Serena. La Orquesta Sinfónica de Niños es el primer conjunto de esta índole que existe en el país y su creación se debe a la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena, institución rectora de toda la actividad musical de la ciudad y en esa zona desde hace quince años, y al Conservatorio Regional de Música dependiente de la Universidad de Chile. Esta visita a la capital fue organizada por el señor Ministro de Educación, don Juan Gómez Millas [...]. El concierto ofrecido por estos niños en el Teatro Municipal fue uno de los acontecimientos del año musical7. La Revista cita ampliamente la autorizada opinión de Vicente Salas Viú, vertida en su comentario en El Mercurio, del que hemos transcrito varios párrafos. También se hace una reseña bastante extensa de la génesis de la Orquesta en 1964, en base a los niños seleccionados en escuelas primarias, y del nacimiento de la Escuela Experimental de Música. Los resultados de las primeras presentaciones a sólo siete meses del inicio, en diciembre de 1964, «fueron tan magníficos, que pocos meses después, en mayo de 1965, gracias al apoyo del Intendente de la provincia y otras entidades locales, el Ministerio de Educación decretó la creación de la Escuela Experimental Urbana de Primera Clase, integrada al común de enseñanza primaria». Luego la crónica se extiende en torno al funcionamiento de la Escuela. Por eso, volveremos a citarla en el capítulo dedicado a la labor pedagógica de Jorge Peña.
En La Serena hubo, asimismo, como era natural, informaciones de prensa sobre el éxito de la Orquesta Infantil en Santiago. El diario El Día destacaba el 4 de noviembre el concierto del día 3 como un acontecimiento artístico en la capital del país. Se refería a las personalidades de la cultura que habían asistido, así como al hecho de que los setenta y cinco niños habían sido invitados a La Moneda y recibidos por el Presidente Frei, quien los había felicitado cálidamente. En el mismo diario, el 8 de noviembre apareció un artículo de Roberto Flores, con el título de «Triunfo del arte serenense». Además de señalar la importancia del concierto, el autor recordaba algunos detalles de tipo humano, como la presencia de los padres de Jorge Peña Hen, doña Vitalia Hen y don Tomás Peña, y el éxito del pequeño Juan Cristián Peña como solista en piano en la adaptación de El Danubio Azul: La concurrencia siempre de pie obligó con sus aplausos a repetir el vals eterno, en el que Juan Cristián Peña Camarda, haciendo de solista al piano, se llevó la más cálida ovación. Era pintoresco ver a este menudo ejecutante con sus pequeños pies de niño colgando a veinte centímetros del piso del proscenio, desenvolviéndose frente al enorme piano con una seguridad y talento extraordinarios. Y muchos comentaron: «Tiene la vocación artística del padre; pero el fruto musical es de la señora Nella»8. Tres años después, en 1968, Jorge Peña recordaba los efectos causados por las presentaciones de la Orquesta Sinfónica Infantil, la profunda impresión provocada por los pequeños artistas en todas partes. Hablando ante los integrantes del Consejo de Reforma en La Serena, el músico decía: Quiero recordar aquí el impacto tremendo de la Orquesta Sinfónica de Niños en cada lugar de Chile en que han actuado. Baste recordar que la ley que nos financia se obtuvo gracias a la primera actuación de estos niños en el Teatro Municipal de Santiago y en la Televisión, y gracias a la visita que hicieron al Senado de la República invitados por la representación parlamentaria de la zona9. Los pequeños músicos que protagonizaron la histórica jornada del 3 de noviembre de 1965 en el Teatro Municipal de Santiago, fueron los
siguientes. Violines I: Gerardo Morales, María Fedora Peña, Mario Rodríguez, Nolvia Aguirre, Carmen Garrido, Bernardita Peña; Violines II: Luis Barraza, Beatriz Casanova, Verónica Núñez, Brenda Iriarte, Isabel Gallegos, Alicia García, Misael Vargas, Marcela Cardemil; Violines III: María Paz del Río, Julio Bustamante, Soledad Márquez, César Trigo, Jacqueline Galleguillos, Carlos Cortés, Marcia Bravo, Sonia Oyanedel; Violoncelos: Jaime Bitrán, Rosa Ramos, Claudio Arriagada, Sigfrido Orellana; Contrabajos: Edith Maureira, Sergio Mancilla; Flautín: Pilar Reveco; Flauta: Clarina Ahumada; Oboe: Soledad Márquez; Clarinete en Mi b (Requinto): Irma Véliz, Silvana Morales; Clarinete en Si b: César Gaona, América León; Trompetas: Sergio Fuentes, Mónica González, Luis Lemus, Jaime Zambra; Cornos: Julia Rojas, Miriam Ortega, Gloria Iglesias; Fliscornos Altos en Mi b: Dixia González, Julio González, Loreto Salas, Nicolás Cruz; Trombón: Juan Rodríguez; Barítono en Si b y Tuba: Carlos Morales, Eduardo Escudero; Timbales: Juan Ríos, Carmen Castro; Batería y Accesorios: Mónica Pereira, Guillermo Zepeda, Sergio Gutiérrez, Cristina Pereira, Rebeca Gutiérrez; Piano: Colleen Buizer, Alberto Mánquez, Juan Cristián Peña, Rober Svensson, Mónica Krassa, María Eugenia Cortés, Verónica Sánchez. Las edades de estos niños fluctuaba entre los 9 y los 13 años. Queremos traer aquí el testimonio del periodista Raúl Pizarro, quien fue alumno de Jorge Peña en el Liceo de Hombres de La Serena y participó en la creación de la Sede La Serena del Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Con estudios de ballet clásico y exitoso desempeño en el teatro, Pizarro aparecía para el músico como un excelente candidato a trabajar en el área dramática del Conservatorio Regional, de acuerdo con su idea de hacer de este plantel una verdadera Escuela de Artes. Más adelante recogeremos el relato de Raúl Pizarro sobre las circunstancias en que el profesor de música le propuso una tarde integrarse a las labores del Conservatorio y cómo la iniciativa no pudo hacerse realidad. Recordemos aquí la impresión que años más tarde produjo en Pizarro su encuentro con los niños de la Orquesta de La Serena.
Mi pobre sensibilidad quedó aplastada esa tarde por los sueños de Jorge Peña. La vida diría otra cosa. Me dediqué finalmente en cuerpo y alma al periodismo, dejando atrás lo que siempre fue mi real vocación: coreógrafo de ballet. Las trabas de ese tiempo eran difíciles de superar, en especial por los prejuicios que hasta ese entonces rodeaban el aprendizaje del ballet clásico por un hombre. Jorge Peña capaz de derribar montañas había uno solo. Así fue que un día a comienzos de los años sesenta partí de La Serena, dejando atrás el recuerdo del personaje que tal vez haya marcado más hondo mi adolescencia... Cuando en 1966 fui como periodista al Municipal de Santiago a entrevistar a la Orquesta Sinfónica de Niños de La Serena, no pude evitar las lágrimas. Estaban allí los frutos de Peña. Una niña de ocho años declaró muy orgullosa que era la primera mujer trompetista de Chile. Un símbolo. En ese momento en el Municipal, con un público aplaudiendo de pie a esos artistas que apenas se levantaban del suelo, acudieron a mi mente las palabras de Jorge Peña a comienzos de los años cincuenta: «La Serena es una cantera de músicos; toda esta zona es una cantera de músicos; todo Chile es una cantera de músicos. Tenemos que ser capaces de liberar nuestros talentos. Un día Chile será conocido en el mundo no sólo por su cobre, sino por lo granado de su gente. Debemos borrar los prejuicios. Debieran abrirse las mejores iglesias y catedrales católicas de Chile para escuchar la gran música. Aunque no soy creyente, y estoy lejos de serlo, amo esos templos maravillosos hechos para el florecimiento del ser humano. Qué grande se escucharía Bach allí en la Catedral de La Serena, que tiene el mejor órgano de Chile...»10. El año 1966 señaló un incremento de los músicos niños y de sus actividades. La idea de una educación artística integral que propiciaba la Sociedad Bach, empezaba a materializarse con la iniciación de actividades de Arte Dramático en la Escuela Experimental. Casi diez años antes, en 1957, Peña Hen había señalado la necesidad de que la Sociedad Bach impulsara «la labor del Conservatorio hacia todos aquellos aspectos que aún faltan por desarrollar y, aún más, ampliar su objetivo hacia una verdadera Escuela de Artes, que comprenda al Teatro, al Ballet, las Artes Plásticas Puras y Aplicadas y finalmente la Ópera».
Importante actividad en este sentido fue la preparación del estreno de la ópera La Cenicienta, compuesta por Jorge Peña para los niños: ellos debían tocar, cantar y actuar como solistas y en coro y como instrumentistas en la orquesta. La «ópera infantil» en tres actos para solistas, grupo de Baile, coro y orquesta sinfónica, fue representada en el teatro del Liceo de Niñas de La Serena el 16 de noviembre de 1966. A la obra misma nos referiremos al tratar la creación musical del Maestro. Anotemos solamente que una vez más los niños serenenses y coquimbanos protagonizaron un acontecimiento inédito en Chile y al menos en el continente, si es que no lo fue a nivel mundial. El mismo carácter inédito tendría la primera gira nacional de la Orquesta Infantil a comienzos de 1967. En enero de ese año, los niños se presentaron en Santiago el día 18, en Concepción el 22, en Viña del Mar el 25 y en Valparaíso el 26, bajo la dirección de Jorge Peña. En estas ciudades se representó La Cenicienta y un programa sinfónico con obras de Bach, Gluck, Mozart, Johan Strauss y Tchaikovsky. En un prospecto impreso para esta gira de la Orquesta Sinfónica de Niños de La Serena y el Conjunto de Arte Dramático de la Escuela Experimental de Música, se reseñaban las características de la experiencia realizada en la zona desde 1964: Un principio básico guía la acción docente: la enseñanza elemental de los instrumentos musicales debe ser masiva, sin la rigurosa selección que se ha hecho tradicionalmente. Es así como se ha incorporado la enseñanza instrumental al nivel de educación básica, abarcando desde IV hasta IX años. La Orquesta Sinfónica de Niños es el fruto de la aplicación de métodos modernos de tipo práctico. El objetivo que persigue es preparar al futuro contingente de músicos profesionales y formar conciencia de que en una orquesta pueden realizar plenamente sus inquietudes musicales. Se previenen de este modo las frustraciones propias de la equivocada orientación de la enseñanza instrumental tradicional que tiende a formar solistas11. Juan Ehrmann fue el cronista que reseñó en La Serena el concierto en el Teatro Municipal de Santiago, aludiendo así al desempeño de los niños,
especialmente en La Cenicienta. Con el título de «Revolución musical de los 90 enanitos», el articulista comenta la actuación de los músicos: La segunda parte del programa constó de La Cenicienta, ópera de Jorge Peña. La orquesta se trasladó al foso y sobre el escenario aparecieron diminutos cantantes. Lo sorprendente fue la soltura de interpretación que consiguió de ellos el director Fernando Moraga. No hubo aquí niñitos amaestrados, sino pequeños actores que comprendían lo que estaban haciendo. En Valparaíso fue Germán Carmona Mager el cronista que comentó el desempeño de la Orquesta Sinfónica Infantil y del Conjunto de Arte Dramático de La Serena. Su artículo en la sección «Arte y Cultura» del diario El Mercurio de Valparaíso, se tituló «La Sinfónica Infantil y la labor de Jorge Peña: un ejemplo para el país». El crítico reseña varios aspectos del concierto que había tenido lugar en el Aula Magna de la Universidad Técnica Federico Santa María el viernes 26 de enero y destaca la labor realizada en La Serena en el plano de la enseñanza musical: Pudimos apreciar los positivos resultados alcanzados por el maestro Jorge Peña Hen en la pedagogía musical infantil. Peña Hen se ha distinguido como batuta avezado, dirigiendo la Sinfónica Nacional o la Filarmónica Municipal o su Filarmónica de La Serena, ahora «filial» de la Sinfónica de Chile. Pero por sobre todas las cosas ha «despertado» a esa ciudad musicalmente, ha formado ambiente artístico. Todo esto le ha valido, sin duda, esfuerzos y ha encontrado hasta incomprensiones, como ocurre cuando se hace de pionero de una empresa de esta envergadura. Pero su tenacidad ha triunfado por sobre las dificultades. Germán Carmona recuerda también el excelente y entusiasta «equipo musical» de La Serena: «Vemos a los profesores que posee el Conservatorio: un Mario Moraga, médico y cellista; a Rosauro Arriagada, oboe; a Emilio Matta, flautista, compañero de tantas jornadas, y a su esposa, profesora de ballet, Silvia Morales; a Eraldo Sandoval, violinista; a Romelio Araya, corno...». Es interesante el comentario del crítico sobre al presentación de La Cenicienta, de la que destaca la naturalidad y dominio del escenario que mostraron los niños:
La Cenicienta, ópera inspirada en el famoso cuento, música de Peña Hen. El Maestro conoce bien la orquesta y se revela como compositor. Armonías modernas, contracantos, síncopas, y una línea melódica clara y profunda. Temas muy festivos, como si los niños hubieran estado a su lado cuando la compuso. Sin embargo, no es nada fácil la ejecución para profesionales y mucho menos para niños. Pero no hubo escollos. Hubo experiencia y un fino mensaje espiritual. Y los actores y cantantes también lo hacen a las alturas. Coordinación de las escenas sin temor a las tablas, con verdadero sentido interpretativo. Una escenografía sencilla, pero bien adaptada de Fernando Moraga. Asimismo, la coreografía de Silvia Morales Pettorino compenetrada de los ritmos de la obra de Peña Hen. La presentación es digna de los mejores elogios y revela una situación muy alentadora en La Serena en el campo cultural. Finalmente, Germán Carmona entregaba su juicio, certero sin duda, sobre el valor ejemplar de la tarea que se estaba realizando en La Serena: «Todos deben meditar en la labor de Jorge Peña Hen y, sobre todo, los resultados que entrega luego de una labor tesonera. Pueblo músico es pueblo sano... La tarea efectuada por este artista chileno es un ejemplo para el país»12. A fines de enero, después de quince días de viaje, regresaron a La Serena los noventa y seis niños13, los doce profesores y los cuatro auxiliares técnicos que habían participado en la gira. El día 30, en el diario El Día, Jorge Peña hizo un balance de la labor cumplida. Vale la pena reproducir aquí algunos de sus conceptos. Refiriéndose a la actuación misma de los niños, varios de los cuales se habían resfriado en Viña del Mar y sentían los efectos del cansancio en la tercera etapa de la gira, expresó: Sin embargo, una vez que estuvieron en el escenario, actuaron tal como si lo hubieran hecho saliendo de su casa para irse al teatro. Conscientes, hicieron una excelente presentación e incluso los personajes de escena se superaron sobre los de Santiago. Lo importante es la reacción. Actuaron tal como un profesional que cumple su función artística sin importarle los problemas ni las 1600 personas que fueron a verlos. En Concepción tuvieron una gran actuación. Se desempeñaron en gran forma. Ya en ese momento de la gira, ninguno de nosotros temía que algo fuera a pasar.
El Maestro destacó la labor de los profesores y los técnicos a los que entregó su reconocimiento: Una gira de este tipo, que se planeó mucho, significó un trabajo enorme, contar con un elenco muy bueno de profesores; y yo quiero destacar la labor tremenda que desarrollaron todos ellos y el personal técnico que los acompañó. Tuvimos excelentes colaboradores, sin los cuales no habríamos podido desarrollar nada. Estuvieron diariamente, las veinticuatro horas, preocupados de los niños, y el que hayamos regresado sin ningún accidente está ratificando lo que digo. Un aspecto importante de la labor que se llevaba a cabo con los niños músicos, el lograr su educación y desarrollo cultural y humano integral, se pone de relieve en las siguientes expresiones de Jorge Peña: Una de las cosas que tratamos de cuidar es que estos chicos no sólo actuaran dentro del escenario, sino que además tuvieran un comportamiento adecuado a la misión en que iban: correctos en su presentación, buenas actitudes de educación, lenguaje y trato con las personas. Es decir, queremos que se eduquen y adquieran una cultura sólida que los acompañe en sus conocimientos. En eso hemos notado que se han desarrollado mucho. Ya conversan con soltura. Ya cuando se les entrevista, hablan con mucha espontaneidad sobre todo lo que se les pregunta. No se sienten extrañados ni abismados, porque una gira como ésta les ha permitido desarrollar una cultura que debe verse superada con miras a una salida al extranjero. En los viajes, los profesores fueron mostrándoles la geografía y completando la historia de Chile, asistiendo a los lugares mismos en que se desarrollaron los hechos, de modo que en lo social y cultural también podemos sentirnos sumamente satisfechos14. Como hemos podido apreciarlo anteriormente, desde el comienzo, paralelamente a la agrupación sinfónica, los niños también formaron diversos conjuntos instrumentales de cámara. Luego surgieron asimismo varias bandas. La Escuela Experimental de Música se estaba transformando en un «semillero de intérpretes», en palabras del cronista de la Revista Musical Chilena. Precisamente este órgano especializado registraba el
nacimiento de una segunda Orquesta Sinfónica de Niños en su número de abril-junio de 1967. Con el título de «Segunda Orquesta Infantil se crea en La Serena», se reseña así el hecho: El profesor David Muñoz acaba de fundar en La Serena una segunda Orquesta Infantil, segunda también en el país. La ciudad de La Serena cobró gran renombre el año pasado cuando se presentó la Orquesta Sinfónica Infantil en Santiago y otras ciudades del país. Para poder servir a todos aquellos niños que no tuvieron cabida en la primera orquesta, el profesor Muñoz fundó este nuevo conjunto en el que están trabajando ochenta niños que cuentan entre 9 y 12 años, seleccionados de la cuarta y quinta preparatoria de la Escuela Experimental de Música de La Serena, que se ha convertido en un verdadero semillero de intérpretes. La segunda Orquesta Infantil de La Serena ofrecerá su primer concierto a fines del presente año15.
Las giras internacionales El año 1968 marcó el nacimiento de una tercera Orquesta Sinfónica de Niños. Así se dejaba constancia en el programa de la extensa gira que realizó la agrupación musical. Era un tercer viaje por el país y el primero de carácter internacional. En efecto, se hicieron presentaciones en La Serena, Caldera, Chañaral, Antofagasta. Iquique y Arica, en Chile, y en Tacna, en Perú. La programación contempló obras de Corelli, Bach, Mozart, Haydn, Tchaikovsky, Rossini, J. Strauss y Elgar. Después de referirse al significado y proyecciones de la experiencia vivida en la Escuela Experimental de Música desde hacía cuatro años, el prospecto terminaba expresando: «Esta es la tercera gira de largo alcance que inicia el conjunto. Junto con mostrar una realización valiosa, se aprovecha de dar oportunidad a niños menores de 15 años para que conozcan íntegramente su patria y ahora, también, parte de un país que respetamos y queremos sinceramente: Perú»16. El mismo año 1968 es el de la segunda gira internacional. La invitación fue cursada por la «Agrupación Coral San Juanina». La presentación de los niños se realizó el 26 de septiembre en el «Salón Cultural Sarmiento» de la ciudad de San Juan, ejecutándose obras de Corelli, Bach, Mozart, Schubert,
Strauss, Ravel y del compositor chileno Próspero Bisquert. Se conserva el recorte de una crónica aparecida en un diario de San Juan el 30 de septiembre. El crítico destacaba las cualidades de índole musical del conjunto, como asimismo el sentido de responsabilidad y disciplina que demostraban los pequeños artistas: Desde los primeros compases de la Suite en Sol mayor de Bach, que abrió el programa, quedaron desvirtuadas las lógicas prevenciones sobre la capacidad sinfónica y las previsibles limitaciones propias de un conjunto infantil, con la evidencia de una perfecta afinación, registro y volumen, cualidades notorias, unidas a una clara emisión concertante, segura, sobria y estilísticamente depurada, que permiten una homogénea gradación de tonos, dosificar impulsos, relieves y matices requeridos por los detalles del discurso orquestal. En la labor de los pequeños, llama la atención un alto sentido de responsabilidad y disciplina, que permite a la masa sinfónica expresarse con un lenguaje sonoro propio, con sensibilidad madura y comunicativa17. A fines de 1968, la Orquesta Sinfónica de Niños había ofrecido cuarenta y cinco conciertos en el país, aparte de los presentados en los dos viajes al exterior. En 1969, no hubo viajes internacionales. Los conjuntos musicales habían seguido consolidándose y había ahora tres Orquestas Sinfónicas, que en 1970 recibirían los nombres de «Pedro Humberto Allende», la de nivel superior; «Enrique Soro», la de nivel intermedio; y «René Amengual», la de nivel básico. Funcionaban, asimismo, tres orquestas de cuerdas y tres bandas instrumentales, una en cada nivel. La Banda Superior recibió más tarde el nombre del profesor Rosauro Arriagada, quien la había dirigido en vida18. En 1970, la actividad de la Orquesta Sinfónica de Niños fue intensa: dos giras internacionales, una al centro del país, amén de actuaciones en La Serena y localidades cercanas. Esta vez, la invitación provino de los organizadores de los «Festivales Culturales del Pacífico». Para hacer posible el viaje, de diez días, se aunaron los aportes de la Universidad de Chile, los Ministerios de
Educación y Relaciones Exteriores de Chile y de la Casa de la Cultura de Perú. Se realizaron cinco conciertos, dos en Arequipa y tres en Lima, además de una actuación en el Conservatorio Nacional de Lima, con asistencia de profesores de la Orquesta Sinfónica de Perú y de críticos musicales. En Arequipa, los conciertos tuvieron lugar en el Teatro Municipal y en el Coliseo, con asistencia que llenó totalmente los locales. En Lima, los niños tocaron en el Teatro Municipal, en el Coliseo San Agustín y en el Auditorium del Colegio Humbolt. Hubo, también, reuniones con autoridades del ámbito cultural, universitario y musical, y con los chilenos residentes en Lima. La Revista Musical Chilena registró las actividades realizadas por los niños en esta gira, anotando que la agrupación orquestal infantil «obtuvo el más resonante éxito artístico»19. De este tercer viaje al exterior tenemos un documento inapreciable, conservado por Nella Camarda. Es una «bitácora», grabada por Jorge Peña en diversas etapas de la gira. En estas grabaciones podemos encontrar al Maestro en su tarea acaso más hermosa: conversando con los niños, orientándolos, estimulándolos, captando sus opiniones y sus inquietudes. Es emocionante oír la voz del músico en diálogo con los pequeños instrumentistas. Al regreso, en Arica, hubo que hacer un alto forzoso. El Maestro aprovechó parte del tiempo en conversar con los chicos y en hacer un balance de los resultados del viaje: Yo tengo una satisfacción muy grande de estar con ustedes ahora. Una causa fortuita permitió que estuviéramos reunidos esta noche. Si no hubiese sido por ese accidente que retrasó al avión FACH, a esta hora estaríamos cada uno en su casa disfrutando y comentando con su familia todas esas alternativas tan lindas de este viaje. Pero quiso el destino que no fuese así, sino que estuviésemos esta noche reunidos nosotros, exclusivamente nosotros, sin nadie extraño, comentando y reviviendo un poco esta agotadora, larga y hermosa jornada que hemos vivido tan estrechamente en el plazo de diez días. Entonces, por un lado, cuando nos apenamos y nos frustramos hoy día por no haber podido llevar a cabo nuestro viaje de regreso tal como estaba proyectado, por otra parte pienso que este desafortunado hecho se ha transformado, en torno al
calor de esta mesa, en un hecho muy lindo, que nos va a permitir enriquecer mucho nuestro recuerdo. Luego de recordar anécdotas, algunas de dulce y algunas un poco de grasa, de las primeras giras, el Maestro proseguía: Bueno, yo me he acordado de muchas cosas de éstas y en este momento las asocio con el momento actual que estamos viviendo. Ya hemos salido de la etapa de lo anecdótico; hemos salido de la etapa de la simple aventura, del simple paseo; hemos salido de la etapa de la cosa pequeña de provincia; para asociar todo aquello con la etapa en la cual salimos al extranjero; vamos a una capital extranjera y salimos con éxito de esa dura prueba; y llegamos acá con el testimonio escrito, dicho y grabado de que estamos haciendo una cosa importante. Estas son cosas muy lindas. Cuando uno recuerda lo que hemos hecho en cuatro años y ve que en esos cuatro años no hemos bajado el paso, sino que estamos dando pasos largos adelante, uno siente emoción y yo en estos momentos no la puedo disimular [...]. Ahora, yendo al terreno de las cosas prácticas, debo decir muy someramente acá, porque sé que ustedes me comprenden bien, y recordar que hemos obtenido un éxito en Lima. Cuando hace un año atrás o seis meses atrás, hablábamos de ir a Lima, nos parecía, también a mí mismo, una empresa enorme. Cuando llegamos a Arequipa hace diez días, ahí yo tenía un poco de miedo del encuentro que íbamos a tener con los músicos de la Sinfónica de Arequipa, con el Director de la Sinfónica, que iba a ir al concierto. Cuando ese día de nuestro concierto me llamaron por teléfono Jorge Delgado, el Director, y el Presidente de la Orquesta Sinfónica de Arequipa, para decirme que estaban muy preocupados por nuestra llegada y que esperaban vernos a la tarde, yo empecé a asustarme, porque íbamos precedidos de una fama. La propaganda había dicho muchas cosas de nosotros, así que ellos esperaban mucho [...]. Sin embargo, ustedes vieron lo que pasó en Arequipa. Imagínense el susto que yo tenía de lo que iba a pasar en Lima. Y llegamos a Lima y podemos decir que salimos muy bien parados de Lima. No sólo bien parados, sino que logramos metas mucho más allá de las esperadas. El que esto haya sido un impacto en Lima, como fue, no fue sólo efecto de la propaganda: es porque nosotros tenemos una razón de ser. Ustedes
mediante la propaganda pueden meter un producto en el mercado; mediante la propaganda, una cosa que nada vale la pueden convertir en algo que vale mucho y pueden hacer que el público tome cualquier mugre [...] la Coca-Cola, la Fanta y todo eso; bueno, la propaganda puede hacer eso. Pero hay ciertas cosas que tienen vitalidad; que existen porque tienen una razón íntima y grande de ser, y eso es lo que tenemos nosotros [....]. Lo que estamos haciendo nosotros es planteando un nuevo enfoque de lo que debe ser el cultivo de la música. Eso estamos planteando y cuando hemos llegado a Lima me encuentro con que allá nos dicen antes que yo preguntara algo: «Ustedes nos están indicando lo que debemos hacer». Entonces, cuando todos ustedes, cada uno con su esfuerzo personal, cada uno con lo que tiene de valioso dentro de sí, aportando a ese esfuerzo colectivo, cuando con el trabajo de todos logramos avanzar en nuestra empresa y triunfar –no voy a decir que totalmente–, pero tenemos un triunfo en Lima y otros triunfos que tendremos más adelante en otras partes: entonces uno está feliz, porque se da cuenta que hay un grupo humano, que hay una entidad en la cual estamos cobijados, que tiene una razón grande de ser como les dije antes, y que está manteniéndose dentro de su ruta de la que no se aparta; que desde hace veinte años comenzó esa línea. Sigue después en esta «bitácora» un análisis de los aspectos positivos y negativos de las experiencias en el Perú y un animado diálogo entre los niños y el Maestro. En Santiago, la revista Vea reproducía un comentario del diario El Comercio de Lima acerca de los conciertos ofrecidos por la agrupación orquestal de niños chilenos. Es indudable –decía el cronista limeño– que las presentaciones de la Orquesta Sinfónica Infantil de La Serena (Chile) constituyen la noticia de mayor interés dentro del tema musical. Los resultados obtenidos por el conjunto que nos visita, que están a la vista por decirlo así, son asombrosos y sólo pueden compararse a lo logrado con tal tipo de experiencia didáctica en centros europeos y norteamericanos altamente especializados. Queremos hacer hincapié en que no se trata de niños
prodigios, que suelen ser antipáticos y de trayectoria efímera, sino de infantes de vocación comprobada20. Calurosos aplausos, comentarios elogiosos, admiración cariñosa, recibieron los chicos músicos en sus conciertos y demás actividades en el Perú. Tras ese éxito estaba el esfuerzo paciente y perseverante de los profesores; el estudio y entusiasmo de los pequeños ejecutantes; y el gran esfuerzo directivo y organizativo de Jorge Peña. Se ha conservado parte de su correspondencia de la época. El 30 de enero escribe al Ministro de Relaciones Exteriores Gabriel Valdés; el 3 de febrero se dirige al Intendente de la Provincia Eduardo Sepúlveda. Da cuenta de que la Casa de la Cultura del Perú ha invitado a la Orquesta Infantil a visitar dicho país durante ocho días para que realice conciertos y presentaciones en las ciudades de Lima, Trujillo y Arequipa y en televisión. Solicita auspicio, obtención de transporte aéreo, apoyo de la Embajada chilena en Lima. Se dirige también, el 26 de enero, al Subsecretario de Educación Ernesto Livacic. Por no haber podido conseguir transporte aéreo, solicita un aporte para contratar dos buses y sus conductores. Irían cincuenta y nueve alumnos, cuatro profesores, tres funcionarios auxiliares y el director; en total, sesenta y siete personas. Jorge Peña añadía: «Además de estimular el trabajo de profesores y alumnos de la Escuela de Música de La Serena, la realización de este proyecto permitiría dar a conocer los frutos de nuestras experiencias en centros musicales y docentes que, por referencias, conocen nuestra labor y están interesados en ella»21. En julio de 1970, la gira en el país contempló las ciudades de Santiago y Valparaíso. En el puerto, el concierto se realizó en el Teatro Victoria, el 10 de julio. Hubo cálidos elogios en los diarios La Unión y El Mercurio de Valparaíso el sábado 11. Alex Varela escribió ¡Cuánto paciente trabajo, sin duda, para llegar a esa coordinada labor, de la que es responsable en primer término su eficiente director, el maestro Jorge Peña Hen! Muchos supieron, en su hora, de la existencia de la Orquesta Filarmónica de La Serena, que conquistó sonoros y merecidos aplausos en su ciudad natal y en todas las demás del territorio en que se atrevió a presentarse. No soplaron, por desdicha, en torno a ella, vientos
bonancibles, lo cual obligó a disolverla [...]. Este admirable conjunto juvenil comprueba, pues, con la elocuencia de los hechos, lo mucho que puede rendir el mocerío chileno en los dominios del arte musical, cuando se entrega a tal empresa con leal entusiasmo y cuando tiene, además, la suerte de hallar a un abnegado y eficaz director como el maestro Peña Hen, que puede sentirse, con sobrado derecho, orgulloso de su obra reeducativa22. En Santiago, la presentación se llevó a efecto en el Teatro Municipal el 11 de ese mes. La orquesta estuvo integrada por cincuenta y nueve niños. La experiencia de las orquestas infantiles sin duda se estaba consolidando. No son pocos los juicios expresados el año 1970 que muestran esa realidad. Haroldo Zamora Quiroz escribía con cálida admiración: ¡Qué puñado de voluntades angélicas al servicio de la melodía! ¡Cómo brotaba la inocencia de la verdad de los labios y corazones de aquellos jóvenes! ¡Con cuánta sinceridad se encargaron ellos de traducir su verdad y su mundo a través de la música! Para los que escucharon y miraron con atención, no pudo escapar la maestría de que hizo gala el violín primero, su soltura, la postura adecuada del instrumento. La flauta no dejó entrever un solo titubeo. El sonido un tanto pastoso del oboe se agregó al encanto de aquella juventud que gozaba evidentemente y se sentía en su salsa interpretando al joven Mozart, al perenne Schubert o al delicioso Ravel [...]. No cabe duda que Jorge Peña, siendo un hombre maduro y un músico por definición, traicionaba en el momento de la interpretación su edad. Su rostro traducía, así como su sonrisa luminosa, el mundo de la inocencia de la juventud [...]. Él impone una disciplina al conjunto, adaptándose a aquel mundo interior avasallador que brota de las voluntades juveniles. Ojalá hubiera más hombres como él!23. Precisamente en julio se iban a cumplir veinte años del Festival Bach con que la Sociedad Juan Sebastián Bach había dado inicio a sus actividades. Por una parte, la Orquesta de Cámara de la Sociedad ofreció dos recitales, el 26 y el 30, ejecutando los Conciertos Brandeburgueses Nos. 1 a 3 y 4 a 6, respectivamente. Y el sábado 25, en el teatro del Liceo de Niñas,
presentó un Festival de Orquestas Infantiles. Desde ese día tocaron las orquestas de Antofagasta, Copiapó, Ovalle y La Serena. Un cronista escribió en esa ocasión: «Creo que el mejor homenaje que está rindiendo la ciudadanía a la Sociedad Juan Sebastián Bach al cumplir sus veinte años es la inmediata respuesta al anuncio de que se vendían abonos para las presentaciones de las diversas orquestas». El año 1970 fue de intensa actividad. En septiembre se realizó una nueva gira internacional. Era el cuarto viaje al exterior y en principio los niños se debían presentar en Buenos Aires y en Montevideo. De la idea inicial queda testimonio en una constancia firmada por el Subsecretario de Educación Ernesto Livacic y fechada el 18 de agosto. Expresa el Subsecretario que «la Orquesta Sinfónica de Niños de La Serena, en misión cultural, viaja al Uruguay y a Argentina, ofreciendo conciertos en los países hermanos, ya que está integrada por niños de gran calidad artística, lo que asegura el éxito de su presentación y la certeza de que despertará mucho interés entre los estudiantes de dichos países»24. En la realidad, la Orquesta no llegó hasta Montevideo, sino sólo hasta Buenos Aires. Allí ofreció un concierto el 22 de septiembre en el Teatro Odeón. Esta vez el viaje se hizo en avión de LAN y la Cancillería asumió los gastos de pasajes. El Embajador Hernán Videla Lira, el Agregado Cultural Fernando Debesa y el Agregado de Prensa Eugenio Urrutia, se movilizaron, contribuyendo a que el viaje fuera exitoso. Los diarios La Nación y Clarín, del 27 de septiembre, reseñan elogiosamente la actuación de los niños chilenos25. En Santiago, El Mercurio publicó el 1º de junio una entrevista a Jorge Peña, en la que éste expresa satisfacción por los resultados del viaje: Exitosa y muy bien recibida en el ambiente musical de Buenos Aires fue la visita que hicimos a la capital argentina con los juveniles miembros de la Orquesta Sinfónica Infantil de La Serena. Esta experiencia, única en América del Sur, nos ha permitido comprobar que todo ha mejorado, tanto en la presentación y ejecución, como en la organización que es necesaria en estas giras al exterior.
También se refiere a algunas de las características de la orquesta y del tipo de formación que reciben sus integrantes. Al respecto dice: Queremos que este nuevo tipo de conservatorio, del cual la orquesta es una clara muestra, cree los canales necesarios para llegar a la Universidad. Los que llegan a formarse a los conservatorios tradicionales lo hacen seleccionados socioeconómicamente y por talento. Van los que pueden costearse un instrumento y cuyos padres se preocupan. Por el contrario, nosotros queremos incorporar niños de todos los sectores. Y no deseamos hacerlo por selecciones rígidas, sino dentro de un sistema masivo. Nosotros damos los instrumentos y los niños pueden estudiar simultáneamente sus ramos generales. Como resultado, creo que de nuestro conservatorio un 50 por ciento se inclinará a carreras musicales. El Maestro reconoce que en su orquesta no todos son talentos. Hay algunos y en buena proporción. El resto, con su trabajo constante, ha adquirido el oficio necesario. «Y esto quiere decir que esta orquesta ya puede ser dirigida musicalmente. Es un resultado artístico. Ya no sólo es un mensaje docente. Es un organismo artístico, que entre su repertorio tiene obras de Corelli, Bach, Ravel, Mozart, Beethoven, Schubert, Tchaikovsky, Soro y otros. Para su tiempo de estudio, los niños tocan más de lo que debieran»26. Por su parte, Helen W. de Fischer escribía en La Serena, en un artículo titulado «Músicos infantiles»: «Hay un verdadero milagro en nuestra educación artística en el que los niños de corta edad dejan de ser rebeldes sin causa justificada: la Escuela de Música, dependiente de la Universidad de Chile de La Serena. Los niños tienen tres orquestas sinfónicas y numerosos conjuntos de cámara. Es realmente maravilloso, porque yo creía que esto existía en mi querida Viena». Y en esta idea de que la música podía entregar caminos a los jóvenes insistía Jorge Peña en otras declaraciones a El Mercurio, el 19 de julio: «No podemos limitar el futuro de nuestra juventud; muy por el contrario, debemos abrirles nuevos campos en donde pueda también consolidar sus aspiraciones e inquietudes espirituales».
Los años 1971 y 1972 continuaron las presentaciones de la Orquesta Juvenil Pedro Humberto Allende, denominación que tomó el conjunto que reunía elementos de las tres orquestas. En esos dos años, se representó de nuevo la ópera infantil La Cenicienta y se prepararon y ejecutaron obras más extensas, como la Sinfonía Inconclusa de Schubert. En 1972, se comenzaron los preparativos para otra gira internacional, que debía llevar a los músicos a México, Cuba y Puerto Rico. Finalmente, la gira sólo se realizó a estos dos últimos países, en febrero y marzo de 1973. El 24 de enero se realizó el concierto de despedida, antes de viajar a Cuba, con invitación oficial, tal como había ocurrido en las anteriores giras al extranjero. En las condiciones de extrema polarización política en que vivía el país, la estadía en Cuba dio origen a recriminaciones, que derivarían en una campaña sistemática, primero contra algunos profesores y luego contra el mismo Director de la Orquesta Juvenil. El 16 de marzo, en extensa exposición en el diario El Día, Jorge Peña defendió a los profesores cuestionados y dejó perfectamente en claro la falsedad de una serie de acusaciones. Como lo exponemos en otra sección, en esa campaña tuvo su origen la absurda acusación sobre tráfico de armas que sirvió de pretexto a quienes decidieron el asesinato del músico, sin juicio y sin pruebas de ninguna especie. Con el golpe de Estado llegó el fin de las orquestas infantiles y juveniles y demás conjuntos de los niños y adolescentes músicos de La Serena. Reorganizada posteriormente, sólo en 1986 la Orquesta Juvenil de La Serena se presentó en Santiago. Nos referimos con detalle a este hecho en el capítulo Reconocimientos y homenajes.
1 RMCH XX/95 (enero-marzo 1966), 3-4. 2 Ibíd, 5. 3 En revista PEC, citado en Cortés, Jorge W. Peña Hen, 79-80. 4 Ibíd., 80. 5 El Mercurio, recorte en AJPH. 6 Ibíd. 7 RMCH XIX/94 (octubre-diciembre 1965), pp. 91-92. 8 El Día, 4.XI.1965. 9 Jorge Peña Hen: «Planteamiento sobre orientación del Conservatorio», 1968. Documento dactilografiado en AJPH, 3.
10 Pizarro, El día que conocí, 4-5. 11 Prospecto en AJPH. 12 El Mercurio de Valparaíso, 31.I.1967. 13 En este número se incluían también los actores y coristas que actuaban en La Cenicienta. 14 El Día, 30.I.1967. 15 RMCH XXI/100 (abril-julio 1967), 89. 16 Prospecto en AJPH. 17 Recorte sin fecha en AJPH. 18 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 81. 19 RMCH XXIV/112 (julio-septiembre 1970), 113. 20 Revista Vea. Recorte sin fecha en AJPH. 21 AJPH. Correspondencia, 26.VII.1970. 22 El Mercurio de Valparaíso. Recorte en AJPH. 23 Recorte sin fecha en AJPH. 24 AJPH. 25 El Agregado Militar a la Embajada, coronel Gustavo Alvarez Aguilar, hizo llegar a Jorge Peña una tarjeta en que lo felicita por «el magnífico concierto» ofrecido por los niños en el teatro Odeón, agregando: «Para el Coronel Alvarez, su esposa e hijo, fue un verdadero goce espiritual poder disfrutar las bellas interpretaciones musicales que Ud. dirigió con tanto acierto –fruto de su gran experiencia, idoneidad y sentimiento artístico– y que sus jóvenes músicos ejecutaron con verdadera maestría, pese a sus cortos años». 26 El Mercurio, 1.VI.1970.
VI
Enseñar la pasión más hermosa
El Conservatorio Regional de La Serena y la Escuela Experimental La música fue la pasión de la vida de Jorge Peña y, dentro de ella, enseñar fue acaso su pasión más hermosa. A ella sacrificó otras facetas de su vocación artística, como la de compositor. Hay en los recuerdos del periodista Raúl Pizarro un rasgo en la persona de Jorge Peña que retrata al profesor lleno de mística. En el Liceo de Hombres, como en cualquier establecimiento educacional de la época, el profesor de música cumplía sus obligaciones dentro de cada curso a su cargo. Raúl Pizarro estaba en sexta preparatoria cuando fue «reclutado» para un coro, no un coro de curso, sino el Coro del Liceo. Yo era alumno del sexto año de preparatoria del Liceo de La Serena, cuando Jorge Peña, que llegó como profesor de música al segundo ciclo «me detectó». Esa fue una característica suya que lo acompañaría toda la vida: la de acercarse a los niños y hacerlos cantar unas cuantas notas. Es por eso que de partida se distinguió de todo el resto en la Serena. A ningún profesor de música se le habría ocurrido estar recorriendo cursos que no le correspondían para detectar niños afiatados. Como yo tenía buena voz y registro de tenor, me sacaba de las clases (con permiso del profesor) para ir al segundo ciclo a dar la nota... Alrededor de eso, planificaba la clase y los ensayos. Así, con niños de diversos cursos, había empezado a nacer el Coro Polifónico del Liceo de Hombres. Hemos visto cómo ya en los años de estudiante en el Conservatorio Nacional, Jorge Peña expresaba viva preocupación por los problemas de la instrucción musical, tanto el nivel de la educación general básica y media, como en el de la formación musical especializada. La iniciativa para la
formación de la Sociedad Juan Sebastián Bach y las tareas que ésta comenzó a desarrollar no estaban desligadas en absoluto de aquellas primeras inquietudes. Para formar un público había que hacer música y para esto había que crear conjuntos, lo que, a su vez, requería de instrumentistas, de músicos. Por lo tanto, había que formar músicos. ¿Cómo formarlos sin que el obligatorio traslado a Santiago frustrara tantas vocaciones en un país de cuatro mil o más kilómetros de largo? ¿Cómo formarlos cuando las condiciones socioeconómicas eran un factor de exclusión de muchos jóvenes dotados para el arte? La creación de un plantel de instrucción musical en varias zonas del país podría cambiar radicalmente esa situación. Resultó, pues, natural la idea de tratar de lograr la fundación de un Conservatorio Regional. Coincidieron aquí el empeño de Jorge Peña y «la gente de La Serena», con la disposición del entonces Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales Alfonso Letelier. El distinguido compositor y profesor era un sincero admirador de las realizaciones de La Serena y, como lo expresaba en un certificado, fechado el 26 de julio de 1958, consideraba que el artista coquimbano era «uno de los músicos de mayor valor y posibilidades en nuestro actual medio artístico»1. Los esfuerzos y gestiones cristalizaron en 1956 con la creación del Conservatorio Regional de La Serena, como dependencia de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile. El decreto, el Nº 5493 del Ministerio de Educación, de fecha 27 de junio de 1956, lleva las firmas del Presidente Carlos Ibáñez del Campo y del Ministro de Educación René Vidal, y su texto es el siguiente: Vista la Nota Nº 630 de la Universidad de Chile, Decreto: Téngase por creado, a partir del 1º de marzo último y dependiente de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, el CONSERVATORIO REGIONAL DE LA SERENA, que tendrá por finalidad impartir enseñanza en los ramos de Piano, Violín, Violoncelo, Canto y Ramos Complementarios, y cuyos Planes de Estudios se ajustarán a los aprobados para el Conservatorio Nacional de Música de Santiago.
Con la firma del Secretario General de la Universidad Guillermo Feliú Cruz, la Rectoría, con fecha 5 de septiembre, comunicó el texto de este decreto a las distintas entidades y reparticiones públicas relacionadas con el plantel de instrucción que se creaba. Por primera vez, la Casa de Bello, desde su fundación en 1843, extendía sus tareas más allá de la región central de Santiago y Valparaíso. Y, sin duda, la idea de la ampliación de la labor de la Universidad de Chile por medio de la creación de sedes regionales, a comienzos de la década del sesenta, tiene relación con este primer paso dado en La Serena. Por eso, el historiador Jaime Eyzaguirre cuando en 1957 visitó la ciudad nortina, expresó: «Podemos decir que Jorge Peña es el precursor de la Universidad de Chile en provincias». La ceremonia de comienzo oficial de las actividades del nuevo plantel se realizó el 20 de abril de 1956, pues se conocía que el decreto de creación se remitía al 1º de marzo. En ella, el Decano Letelier se refirió a la importancia de la creación del Conservatorio Regional y valoró con entusiastas palabras la labor realizada por la Sociedad Juan Sebastián Bach. Jorge Peña expresó, entre otros conceptos: Esta reunión ha sido convocada para iniciar oficialmente las actividades del Conservatorio Regional de Música de La Serena, establecimiento dependiente de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile. La iniciación de actividades de esta primera escuela que la Universidad crea en provincia reviste especial importancia, por tratarse de un establecimiento que imparte enseñanza musical gratuita, viniendo a llenar una importante necesidad educacional y cultural. Este establecimiento, el segundo de su índole en el país, constituirá un aporte valiosísimo a la difusión de la cultura nacional en esta ciudad y en la zona2. El día 21, en declaraciones aparecidas en El Mercurio, en Santiago, don Alfonso Letelier expresó: Es importantísimo el paso que se ha dado al instalar en La Serena el Conservatorio Regional de Música [...]. Es necesario que todos los serenenses se posesionen de la gran importancia que tiene para la ciudad
el que la Universidad de Chile haya dispuesto el funcionamiento del Conservatorio Regional, que es y será una de las facultades universitarias que dará margen para cultivar y cosechar las inquietudes musicales de los nortinos desde Arica hasta esta ciudad3. Al año siguiente, la Revista Musical Chilena editorializaba sobre la creación del Conservatorio: La Sociedad Bach de La Serena, fundada hace algunos años por Jorge Peña, es subvencionada por el Instituto de Extensión Musical, lo que ha hecho posible intensificar la vida de conciertos que, de manera infatigable, este pionero mantenía sin desmayos en los medios culturales de la hermosa capital del Norte Chico. Tan pronto como se logró la primera etapa y contando con el interés de un apreciable número de ciudadanos, la fundación de una escuela de música tenía, necesariamente, que producirse. Este anhelo fue acogido por la Universidad de Chile –y es necesario insistir en ello– con el mayor interés, materializándose el año pasado con la creación del Conservatorio Regional de Música de La Serena. Informa también la Revista que las cátedras con que ha comenzado a funcionar el plantel son: piano, violín, canto, teoría, solfeo y armonía. Nombra entre los profesores a Teresa Slaibe, Silvia Núñez, Manuel Bravo, Nella Camarda y Jorge Peña4. Como era natural, el Conservatorio Regional iba a estar estrechamente ligado a las actividades de la Sociedad Bach. De hecho, en lo físico, el local asignado a la nueva institución fue el mismo que servía de sede a la Sociedad y que estaba ubicado en el Nº 445 de la calle Matta. El plantel inició sus labores con sesenta y seis alumnos, seleccionados en un examen de admisión en el que, como informa Elizabeth Cortés, participaron los profesores del Conservatorio Nacional Juan Pablo Izquierdo, Alfonso Letelier, María Cristina Pequenino, María Pfenning y Pablo Garrido5. La idea de la descentralización de la educación musical especializada comenzaba a materializarse. A esta idea, se añadía otra que Jorge Peña tenía desde sus años del Conservatorio: la de la educación artística integral. En 1957 y 1958, con el propósito de ampliar el campo de
acción a otros ámbitos del arte y la cultura, el músico tuvo conversaciones con el Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales don Alfonso Letelier; con el Decano de la Facultad de Bellas Artes don Luis Oyarzún; y con el Director del Teatro Experimental de la Universidad de Chile don Pedro de la Barra. Ellos le ofrecieron apoyo para la idea de constituir una verdadera Escuela de Artes, que incluyera en sus actividades, además de la música, el ballet, el teatro, las artes plásticas puras y aplicadas y finalmente la ópera. Raúl Pizarro recuerda a este respecto una anécdota decidora. Cuenta que después de una representación de El Conde Lucanor en que él había hecho el papel de Patronio, y a propósito de que Nella le había dicho en broma al joven que seguía hablando como su personaje Patronio, el músico me quedó mirando fijo, como descubriéndome: «Tú eres importante para mí. Tú calzas en nuestros proyectos. Tú haces teatro y te involucras totalmente en lo que haces; tienes una formación de ballet clásico; has hecho mimos...» –¿Qué tiene que ver?– «Estoy pensando en el Conservatorio...» . ¿Es de música, no? –«Sí; pero en ese Conservatorio tiene que haber de todo. Todas las disciplinas artísticas: la música, el ballet, el mimo y hasta la pintura. ¿Por qué no? Todo se relaciona. Tú tienes que formar parte del equipo»6. El Departamento de Arte Dramático, cuya creación en 1959 impulsó la Sociedad Bach, vino a dar expresión concreta a aquellas aspiraciones. En términos legales, el Conservatorio Regional de La Serena, que dirigió Jorge Peña Hen, tuvo doce años de vida, para convertirse después en el Departamento de Música de la Sede Universitaria de la ciudad. Sin duda, a pesar de sus limitaciones cumplió un papel importante en un ámbito fundamental para el desarrollo de la actividad musical en la zona. Las limitaciones las señaló su propio Director en 1968, en una exposición ante los miembros del Consejo de Reforma de la Sede La Serena: El Conservatorio Regional de La Serena nació en 1956 como dependencia de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales con el fin de «impartir enseñanza en los ramos de piano, violín, violoncelo, canto y ramos complementarios, con planes de estudio de acuerdo a los aprobados para el
Conservatorio Nacional de Música de Santiago». Durante sus primeros nueve años, hasta 1964, realizó sus labores dentro de los moldes del Conservatorio Nacional de Santiago y durante el mismo período se mantuvo en un lentísimo crecimiento vegetativo, con resultados absolutamente insatisfactorios. Los índices de deserción e inasistencia durante el año y los índices de abandono de los estudios de un año a otro así lo establecen7. Jorge Peña dejaba en claro en esa exposición que no pretendía restar méritos al trabajo realizado por los profesores del Conservatorio durante ese primer período: Contrariamente, creo firmemente que la labor realizada constituyó una etapa importantísima en el desarrollo de la cultura musical de nuestra zona. Era aquel un período de nuestra labor de pioneros en el cual muchas cosas se hicieron a base de espíritu y esfuerzo, sin recursos, sin antecedentes culturales y aun sin ambiente propicio. El valor de esta orquesta [se refiere a la Filarmónica] y de esta docencia era el instaurar cosas nuevas y abrir brechas en un ambiente difícil8. Una de las causas de los problemas y de los primeros resultados no satisfactorios era, en opinión de Jorge Peña, el hecho de que se hubiera tenido que seguir exactamente el sistema del Conservatorio Nacional. Y anotaba también enseguida los progresos que se habían logrado a partir de los cambios introducidos en 1965, con la creación de la Escuela Experimental de Música, a nueve años de la fundación del Conservatorio, y también en 1967. Así, mencionaba, a modo de ejemplo, la evolución del problema de la deserción entre los estudiantes de violín. Ésta había sido de un 87,78% en el tercer año, en períodos de tres años, hasta 1964. Es decir, de cada diez alumnos que empezaban a estudiar violín, sólo uno continuaba en el tercer año. A partir de 1965, la tasa promedio de abandono en tres años había sido de 13,8%; es decir, de cada diez niños que empezaban a estudiar, perseveraban ocho en el tercer año, en 1968. Legalmente, el Conservatorio Regional de La Serena, dependiente de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, funcionó hasta 1968. Ese año, la Reforma Universitaria significó que el
Centro Universitario de La Serena pasara a ser una Sede de la Universidad de Chile y que el Conservatorio se convirtiera en un Departamento de aquella Sede: el Departamento de Música, que en 1970 pasó a tener un local propio en la calle Prat 446. Hubo continuidad de funciones entre el Conservatorio y el Departamento. Jorge Peña Hen siguió a la cabeza de la institución, después de haber sido elegido para ese cargo por el respectivo claustro. Si bien la creación del Conservatorio Regional de La Serena constituyó un paso importante, puesto que por primera vez el estudio de la música a nivel especializado y universitario podría hacerse en una región y no sólo en Santiago, ello no significaba que dejaran de existir los problemas de la educación musical que preocupaban a Jorge Peña desde sus años de estudiante. En un documento redactado en 1970, pero cuyas consideraciones poseían plena vigencia en 1964, Jorge peña resumía críticamente el panorama de la educación musical en el país: La educación musical en Chile, en la forma en que está planteada y en las respuestas que ha dado a las exigencias del desarrollo cuantitativo de la educación chilena, muestra una contradicción fundamental. Por una parte, la existencia de una educación musical general escolar muy deficiente –debido a la insuficiencia de profesores y a la mala, y en muchos casos ninguna preparación musical y pedagógica del personal docente especializado– lo que si se suma a programas mal concebidos, ha convertido a la educación musical en una disciplina teorizante, carente de vivencias estético-musicales, que no logra motivar el interés del niño hacia los valores del arte musical. Por otra parte, la educación musical especializada que se imparte en conservatorios y academias desde niveles elementales es cualitativamente muy buena, pero no llena las necesidades del país por su carácter reducido, selectivo y clasista; todo ello condicionado por motivos socio-económicos, culturales y geográficos. En un país, o mejor dicho en un continente (Latinoamérica), con un tipo de sociedad en que los valores del arte tienden a perderse ante la avalancha, siempre creciente, de necesidades de desarrollo técnico e
intelectualista, existe una educación musical general deficiente y una educación musical especializada de alto nivel, condenada a encerrarse en sí misma, destinada a un público de élite y, por eso mismo, sin posibilidades de proyección ni continuidad. Como resultado de esta contradicción de dos educaciones musicales divergentes, no se forman músicos en la medida de las necesidades actuales y futuras, en tanto que los profesores de pedagogía musical que se forman en las universidades del país son egresados de liceos que carecen de conocimientos y experiencias musicales y aun –debido al factor de competencia en el ingreso a la Universidad– de vocación y oído. Estas circunstancias definen la inoperancia de un sistema contradictorio (condicionado históricamente por un ritmo lento de desarrollo, que da una imagen de estancamiento frente al rápido desenvolvimiento de la sociedad moderna) y determinan la necesidad urgente de plantear un nuevo enfoque, dinámico en esencia, real en su punto de partida –punto de partida que son las nuevas generaciones– y estructurado en una base piramidal que tienda a cumplir los siguientes objetivos: Objetivos generales: I) Propender al desarrollo de la cultura musical e incorporar al «hacer musical», en una forma real y efectiva, al hombre chileno; II) Crear las condiciones que tiendan a establecer un sistema de formación musical en los niveles básico y medio de la educación general, destinado a eliminar paulatinamente la actual contradicción de la educación musical escolar y la educación musical especializada. Esto permitirá establecer una pirámide educacional en este campo, desde donde pueda egresar un contingente humano con una adecuada preparación elemental y media, que abrace carreras profesionales de música (profesores, instrumentistas, directores, compositores, musicólogos, etc.). Objetivos específicos: I) Dar una formación musical en niveles básico y medio, de manera que egrese anualmente una cantidad adecuada de alumnos del cuarto medio, con una base técnica de instrumento que le permita continuar estudios superiores de música; y dar una formación general que permitan al alumno optar con éxito a otras áreas de estudios universitarios, de acuerdo a su vocación y aptitudes; II) Dar a los
alumnos del Conservatorio el máximo de oportunidades, desde su iniciación, para adquirir vivencias musicales a través de su participación activa en diversos tipos de conjuntos instrumentales; III) Lograr internalizar, especialmente en aquellos alumnos que desarrollen una vocación docente, una imagen clara de un nuevo tipo en que la música y las asignaturas de formación general humanístico-científico constituyan un todo integrado e indisoluble9. En la formulación del Plan de Extensión Docente que Jorge Peña presentó a la Sociedad Juan Sebastián Bach en 1964, estaban presentes las ideas sobre educación musical expuestas en el documento recién citado. Sin duda, influyeron también otros factores en el surgimiento de aquella iniciativa. La disolución de la Orquesta Filarmónica debido a la drástica disminución de los recursos que la financiaban, a comienzos de 1963, y la consiguiente emigración de los músicos que la habían integrado, planteó una vez más el problema de la falta de instrumentistas profesionales en las regiones. Hay que considerar también que el golpe que significó para Jorge Peña la desaparición de la Orquesta Filarmónica coincidió con las experiencias que conoció en Estados Unidos en enero y febrero de 1963, cuando, por invitación de la Sección Cultural del Departamento de Estado, visitó diversos centros de instrucción musical; tomó contacto con pedagogos; observó la aplicación de métodos modernos de enseñanza musical; escuchó orquestas y conjuntos diversos formados por niños; y asistió a la Conferencia de Educación Musical que se realizó en Filadelfia y que concentró a especialistas de todo el mundo. Parece ser que de lo vivido en aquella estadía, en la que lo acompañó su esposa Nella, lo que más impresionó a Jorge Peña fue la experiencia de los niños músicos. El fin de la Orquesta Filarmónica, creada y mantenida con tantos esfuerzos y sacrificios y en la que se cifraban tantas expectativas, fue, como anotábamos, un penoso golpe para Jorge Peña y para los integrantes de la Sociedad Bach. De las reflexiones que siguieron a la disolución de la Orquesta, surgió la idea del Plan de Extensión Docente. No se podía dudar. Había que formar más músicos en la región; había que ir a buscar a los futuros músicos en las escuelas primarias; había que lograr la participación
de los niños en la experiencia musical desde el principio. Es decir, los chicos deberían poder tocar un instrumento desde el primer instante y muy luego deberían tocar agrupados en pequeños conjuntos. Entonces se produjo lo que para muchos resultaba increíble. Gran parte de casi 100 niños de entre 9 y 13 años, seleccionados en cinco escuelas primarias, estaban conformando una orquesta a los seis meses de iniciada la experiencia. Entre mayo y noviembre se produjo el aparente milagro. Sin duda, los resultados obtenidos con la aplicación del Plan de Extensión Docente en tan corto tiempo influyeron para que las autoridades del Ministerio de Educación accedieran a las peticiones para la creación de un establecimiento especial en que pudiera impartirse la instrucción musical en el nivel primario, en forma paralela a la enseñanza básica general, peticiones que fueron apoyadas por el Intendente de la Provincia, don Eduardo Sepúlveda White, y distintas autoridades locales. Así fue como el 18 de mayo de 1965 un decreto del Ministerio de Educación da nacimiento a la Escuela Experimental de Música, cuya categoría legal era la de una «Escuela Experimental Urbana de Primera Clase». La Revista Musical Chilena, en una extensa crónica dedicada a la Orquesta Sinfónica Infantil de La Serena, entregaba a fines del año 1965 informaciones sobre el funcionamiento del nuevo plantel educacional: Esta Escuela cuenta hasta el momento con dos Cuartas Preparatorias y una Quinta Preparatoria, en las que se reunieron a todos los alumnos que desde el año pasado estudiaban música según el plan de extensión docente ideado por Jorge Peña Hen. Cuarenta y tres niñas y treinta y tres muchachos ingresaron a esta Escuela Experimental después de un examen de admisión que sólo exige condiciones rítmico-auditivas y afinación. Durante la mañana, los alumnos tienen clases como en cualquier otra escuela primaria del país y en el curso de la tarde, hasta las cinco, estudian música y hacen la práctica de su instrumento. Los profesores trabajan en cada hora con sólo seis alumnos. La enseñanza se encuentra a cargo de siete profesores del Conservatorio Regional de Música y abarca la enseñanza de diecisiete instrumentos además de teoría y solfeo.
La Revista agregaba una observación importante y que tiene relación con una de las ideas persistentes en Jorge Peña, la de la posibilidad de llevar efectivamente la música a estratos sociales tradicionalmente marginados del arte: «Desde el punto de vista sociológico el experimento ha sido tan importante como en el plano musical: estos niños, hijos de obreros en su inmensa mayoría, han logrado enriquecer el bajo nivel educacional de sus padres, y es frecuente ver a las madres ir a la Escuela a escuchar a su hijo tocar obras de Haendel, Corelli y Vivaldi»10. Así pues, en la casa de la calle Prat 410, que la Sociedad Bach pudo arrendar gracias a gestiones del Intendente Sepúlveda White, se daba comienzo a una forma completamente nueva de enfrentar los problemas de la educación musical. La creación de la Escuela Experimental hizo posible que se obtuviera la modificación del sistema de enseñanza en el Conservatorio Regional. La Facultad de Ciencias y Artes Musicales declaró «experimental» al ciclo básico del Conservatorio. Jorge Peña se refirió así a esa reforma: Este nuevo plan [de estudios] conducirá a una organización de la docencia musical en tres niveles, con sus correspondientes objetivos: enseñanza básica, en la que el niño estudia la música como elemento integrante de su desarrollo; enseñanza media, en la cual se orientan aptitudes vocacionales y profesionales y se entregan los correspondientes elementos técnicos; y la enseñanza superior o universitaria, encargada de formar a los instrumentistas, profesores de música y, en general, a los profesionales de la música11. La Escuela Experimental de Música dio comienzo a sus actividades con alumnos de dos cuartas preparatorias y una quinta. Para los ramos generales, fueron sus primeras profesoras Alicia Gutiérrez, Adriana Ríos y María Vega. En la área musical, los primeros profesores fueron Manuel Bravo en violín; Nella Camarda en piano, repertorio y teoría y solfeo; Silvia Núñez en canto; Jorge Peña en solfeo superior y armonía; y Teresa Slaibe en teoría y solfeo. El año 1966 se dio un paso hacia la conformación de la Escuela como un centro de educación artística integral. En efecto, se organizó un Conjunto de
Arte Dramático, para lo cual hubieron de ingresar nuevos alumnos. Los cursos generales funcionaban en la mañana a cargo de las profesoras designadas. Por la tarde, profesores del Conservatorio Regional se encargaban de la enseñanza musical. Como lo recuerda Nella Camarda, no era fácil aunar las actividades, los intereses, los diferentes criterios de los educadores [...]. La Escuela, con respaldo económico luego de la dictación de la Ley 16433, y bajo la inteligente dirección de Jorge Peña, avanza con gran rapidez. El profesorado comienza a comprender de lleno la verdadera importancia de la labor que ha emprendido y contribuye con la investigación de nuevos métodos de aprendizaje que se adecuen a una enseñanza colectiva, basada más en el estímulo que en la excesiva presión, y con el importante aporte de la vivencia musical desde la etapa más elemental, a través del instrumento y del canto12. Demostración de los resultados de los esfuerzos en pro de una educación artística integral e integrada a la educación general, sería la presentación en 1967 de la ópera infantil La Cenicienta, obra compuesta especialmente por Jorge Peña sobre texto del escritor Óscar Jara Azócar. En esa ópera, actuación, canto y ejecución instrumental se iban a conjugar perfectamente. La idea de que podía haber una ópera propiamente infantil –actuada, cantada y tocada por niños– no era fácil de concebir. Años después el compositor recordará que cuando habló de esta idea, más de alguien dijo: «Hay que estar loco para pensar en eso». Tanto el Conservatorio Regional, como el Plan de Extensión Docente y la Escuela Experimental, fueron concebidos dentro un criterio social; de la inquietud por hacer llegar la música, el arte, la cultura, a los más amplios sectores y no sólo a una élite, como una manera de ayudar a la gente a no caer en la deshumanización que va imponiendo la vida moderna en el seno de una sociedad cada vez más consumista. En 1971, Jorge Peña se refería en estos términos a esa orientación: Hace 15 años, se iniciaba esta expansión de la Universidad de Chile en un campo cultural difícil. El arte y el espíritu del hombre son las primeras víctimas de una sociedad que lucha por no sucumbir ante la avalancha de la tecnología, el confort y la deshumanización. Y en esta
realidad, al igual que su digna antecesora, la Sociedad Juan Sebastián Bach, nació el Conservatorio Regional de La Serena, bajo el signo tradicional de la música chilena. El Conservatorio Regional buscó durante su primer decenio un destino que lo ligara a su comunidad regional y le permitiera servirla. Estas palabras las pronunció el músico en el acto solemne de celebración de los 15 años del Conservatorio, realizado en el Teatro del Liceo de Niñas Gabriela Mistral, con la asistencia del Rector de la Universidad de Chile don Edgardo Boeninger, de don Claudio Gebauer por la Sede La Serena de la Universidad y otras autoridades. La Decana de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, doña Elisa Gayán, no pudo asistir, por encontrarse ya afectada por la enfermedad que la llevaría a la muerte. La representó don Juan Lemann. Peña sintetizó el balance de la labor de esos años, afirmando: «Creo que el saldo es positivo y meritorio»13. El mismo año 1971, el 22 y 23 de octubre, la Sede La Serena de la Universidad de Chile fue organizadora de las Jornadas Pedagógicas de Educación Musical. A ellas asistieron delegaciones de Antofagasta, Ovalle, Chillán, la Universidad Católica de Santiago, la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, una delegación del Instituto Interamericano de Educación Musical y alumnos de 3º y 4º año de Pedagogía en Educación Musical de la Universidad de Chile. En las Jornadas se presentaron clases demostrativas de flauta, oboe, fliscorno, piano, violín y contrabajo, clases que estuvieron a cargo de los profesores Emilio Matta, Rosauro Arriagada, Rodolfo Alms, Nella Camarda, Lautaro Rojas, David Muñoz y Max Muñoz. Se presentaron también diversos conjuntos instrumentales. Todo lo anterior, más la calidad de las ponencias e informes que se escucharon y los intercambios de ideas que se realizaron, contribuyeron a hacer muy productivas esas Jornadas y a que fueran inolvidables para muchos asistentes. Quizás uno de los testimonios más decidores es el de la profesora Diana Pey, Jefe de la carrera de Pedagogía Musical de la Universidad de Chile, quien declaró al término de las reuniones, el 25 de octubre: «Después de presenciar esto, creo que
todos los músicos, no solamente chilenos, sino que también latinoamericanos, deberían pasar por La Serena». Sin embargo, la inquietud del maestro por el progreso y perfeccionamiento de la docencia musical no le permitía darse por satisfecho. El año 1972 funcionaban dos orquestas en Copiapó, cuatro orquestas y tres bandas en La Serena, una orquesta en Ovalle y numerosos conjuntos de cámara. Todo ello daba cuenta de que producía frutos positivos la orientación que desde 1964 y 1966 había tomado la enseñanza musical en la zona. Lo expresaba Jorge Peña en un documento redactado en 1972 sobre «Proyecto de investigación y experimentación en la docencia»: La necesidad de una docencia para atender realmente el desarrollo de la cultura musical, ha tenido una respuesta en la experiencia de La Serena. Estas experiencias en un comienzo se dirigieron fundamentalmente a la creación de una infraestructura para el estudio masivo y práctico de la música, lo que supone nuevas metodologías14. Más adelante, en su documento, Jorge Peña se refería al quehacer que había por delante en este terreno: En los últimos años se han iniciado y desarrollado actividades de investigación en diversas direcciones relacionadas con el proceso docente: metodología general, conceptos de técnicas sobre la iniciación del estudio instrumental, creación de material didáctico adecuado, estudios sobre técnicas de tratamiento de materias primas autóctonas para la fabricación de instrumentos y accesorios (especialmente cañas para oboe, clarinete y fagot, y arcos). Todo este trabajo constituye en conjunto un proyecto de investigación y experimentación sobre la docencia musical. El desarrollo de este proyecto se desarrolla a través de académicos que sirven además funciones docentes y/o de extensión en este Departamento. Finalmente, el Director del Conservatorio destacaba la necesidad de contar con más recursos: Los elementos de infraestructura son lamentablemente muy insuficientes, lo que esteriliza o dificulta la labor que se realiza. Con el fin de llevar a feliz término este proyecto de investigación, se requiere el mejoramiento de los elementos de infraestructura (especialmente
material audiovisual, libros y música, instrumentos musicales y de tratamiento de maderas y fabricación de instrumentos) y la incorporación de algunos profesionales y técnicos investigadores (especialmente un lutier). El hecho de llegar a contar con estos elementos hará posible que las experiencias de ocho años realizados con indiscutibles frutos en La Serena y los esfuerzos del conjunto de académicos dedicados actualmente a la investigación, cumplan un cometido fundamental para el desarrollo de la docencia musical15. Y llegó así el año fatal de 1973. El golpe de Estado encontró al artista en su tarea más hermosa: enseñando. Y lo continuó haciendo hasta el día en que fue detenido, para ser asesinado 19 días después. Todavía en los difíciles primeros meses de 1973, el músico seguía preocupado de los problemas de la educación músical y de la manera de superarlos. Como escribe Nella Camarda, alcanzó a presentar «un proyecto que abarcaba las principales ciudades del Sur, para crear escuelas similares a la de La Serena, que en ese tiempo no era pagada. Luego vino el golpe de Estado y todo eso quedó en nada»16. Jorge Peña Hen había enseñado a sus compañeros de liceo, cuando en cuarto, quinto y sexto año de humanidades, había tomado iniciativas como organizador y director de coros. Durante más de veinte años enseñaría a muchos niños, jóvenes y hombres y mujeres adultos a cantar en coro. Al dirigir conjuntos instrumentales, como lo hizo durante más de dos décadas, el artista estuvo enseñando. Enseñó en sus clases de música en el Liceo de Hombres, en el Liceo de Niñas, en el Conservatorio Regional, en la Escuela Experimental de Música, a los niños del Plan de Extensión Docente, a los niños de la Orquesta Sinfónica Infantil. Enseñó a través de los programas de extensión de la Sociedad Bach y del Conservatorio Regional. Para enseñar, compuso piezas y ejercicios diversos; hizo innumerables orquestaciones, arreglos instrumentales y corales, transcripciones y reducciones. Enseñó con su vida, que fue un continuo testimonio de amor por el arte y de trabajo incansable para difundirlo. Enseñó con su generosidad, prodigada sin límites. Enseñó con su concepción y actitud humanista a toda prueba, que quería hacer más hermosa y elevada la vida de sus hermanos, y enseñó con
la consecuencia con que las conservó hasta la muerte. Enseñó hasta con su conducta en la injusta prisión, según el testimonio de quienes convivieron con él en esos tristes días. En su vida, pues, y hasta en su muerte, Jorge Peña demostró que enseñar fue su pasión más hermosa. En ella se fundieron la pasión del artista y la pasión del humanista.
1 Certificado firmado por Alfonso Letelier, en AJPH. 2 El Día, 21.IV.1956. 3 El Mercurio, 21.IV.1956. 4 RMCH XII/53 (junio-julio 1957). 5 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 56. 6 Pizarro, El día que conocí, 4. 7 J. Peña Hen, «Exposición ante el Consejo de Reforma de la Sede La Serena», 1968, 1. 8 Ibíd, 2. 9 J. Peña Hen: «Sobre la educación musical en Chile», 1970. Documento dactilografiado, en AJPH. 10 RMCH XIX/94 (octubre-diciembre 1965), 91. 11 Recorte de un diario de Ovalle de 15.IV.1966, en AJPH. No fue posible identificar el nombre del diario. 12 Nella Camarda, «Textos para la Exposición Vida y Obras de Jorge Peña Hen», 1991, 34. Documento privado. 13 Parte del balance hecho por Jorge Peña Hen se reprodujo en el diario El Día, 21.IV, 1971. 14 Jorge Peña Hen: Proyecto de investigación y experimentación en la docencia, 1972, 4. Documento mecanografiado consultado en AJPH. 15 Ibíd. 16 El Día, 9.X.1994.
VII
Dirigiendo coros y orquestas
Ya hemos visto cómo el adolescente Jorge Peña, al volver su familia a Coquimbo, debe cursar los dos últimos años de las Humanidades en el Liceo de Hombres de La Serena. En su pasión por la música, junto con su vehemente voluntad de estudiar y aprender, está desde el comienzo comprendido el afán generoso de dar a otros la emoción estética que el arte entrega. Este afán coincide en el muchacho con sus condiciones para organizar y liderar a quienes lo rodean. Enseguida se distingue entre sus compañeros y les comunica su entusiasmo por llevar adelante actividades artísticas y culturales. Hay que recordar aquí la conjunción que se produjo en el Liceo entre las inquietudes del adolescente que llegaba desde Santiago y la noble disposición del profesor Gustavo Galleguillos para acogerlas y encauzarlas. En el Ateneo de La Serena, en el que participaba Gustavo Galleguillos, el muchacho encontró una acogida cordial. Fue así como muy pronto el profesor compartió con el alumno el sitial de la dirección del coro de la institución. El 1º de diciembre de 1944, a los 16 años de edad, Jorge Peña participó en la presentación musical del Ateneo, cantando como tenor, tocando en la transcripción para dos pianos de la Quinta Sinfonía de Beethoven y dirigiendo el Coro Polifónico, alternándose en esta tarea con el profesor Galleguillos. Así pues, ese día, aquel dibujo infantil de una orquesta con la palabra «yo» sobre el podio de dirección, comenzaba a transformarse en realidad. Desde entonces hasta muy poco antes de su asesinato, Jorge Peña Hen dirigió incansablemente todos los conjuntos instrumentales y corales que organizó en torno a la Sociedad Juan Sebastián Bach; las agrupaciones que, gracias a su iniciativa y empuje, se formaron en otras ciudades del Norte, como Copiapó, Antofagasta, Iquique; diversas orquestas de otras zonas del país; e incluso la Orquesta Sinfónica de Tucumán. Esto, sin dejar de
abandonar a veces el podio para tocar como solista o en pequeños conjuntos, el piano, la viola, el cello y el violín, como lo hizo en diversas oportunidades, entre otras en los años 1944, 1945, 1947, 1953, 1955 y 1971. Sabido es que no son pocas las condiciones que deben darse, aunadas, en un director. Todas ellas fueron desarrollándose en el joven Peña, empezando por la capacidad para el estudio serio y detallado de cada obra; para la organización del estudio por los músicos; para despertar y mantener vivo en ellos el entusiasmo y la voluntad de superación; para resolver todos los problemas que la preparación colectiva de una obra requiere solucionar. El director es un profesor cuyo trabajo es muchísimo más amplio y complejo que el que un maestro tiene con un alumno. Se requieren condiciones humanas muy especiales para lograr y mantener al mismo tiempo la coordinación y la disciplina y la mística necesaria para trabajar con miras a un resultado que debe ser óptimo. La intensa pasión pedagógica de Jorge Peña tuvo también un amplio y generoso campo de realización en casi tres décadas de labor de dirección, desde los 16 hasta los 45 años. Ser un buen director de orquesta fue uno de los grandes anhelos del músico. Lo declara expresamente en una entrevista, que hemos citado, publicada en la revista Ercilla, cuando tenía él 32 años de edad1. Entre las diversas vocaciones musicales que se disputaban la preferencia del artista, la de la dirección era muy importante. Parecía haber superado a la de la composición. Y se podía armonizar con su intensa pasión pedagógica. En 1962, cuando en Valparaíso se le preguntó por qué no estaba componiendo en forma más activa, respondió: «Prefiero dirigir, para ser honrado; pero, además, el exceso de trabajo me impide componer lo que quisiera. A pesar de ello, terminé ahora último un Cuarteto para cuerdas, que me parece que es lo mejor que he compuesto»2. En 1958, cuando condujo la Orquesta Sinfónica de Chile como director invitado, expresó en declaraciones para el diario El Sur de Concepción: «Dirigir la Orquesta Sinfónica de Chile fue siempre una aspiración máxima en mi carrera. La oportunidad que me dio la Universidad de Chile ha sido la
coronación de este deseo y un valioso aliciente para continuar mis estudios y perfeccionamiento»3. Tenía el músico 30 años de edad. En esa oportunidad, la Orquesta Sinfónica realizó una serie de trece conciertos, en la zona sur. La Revista Musical Chilena dio cuenta de esta gira en la que la Orquesta actuó en Talca, Chillán, Concepción, Osorno, Temuco y Valdivia. Además de Jorge Peña, dirigieron Tito Lederman, Wilfredo Yunge, Héctor Carvajal y Zoltan Fisher4. En marzo de ese año 1958, Jorge Peña se presentó al concurso abierto para la provisión del cargo de Director Adjunto de la Orquesta Sinfónica. El jurado estuvo formado por Domingo Santa Cruz, el maestro mexicano Luis Herrera de la Fuente y el norteamericano Robert Whitney. El concurso contemplaba tres pruebas, dos teóricas y una práctica. Las materias exigidas era: orquestación de una pieza de piano, repertorio sinfónico, historia de la música, lectura de partitura orquestal en piano, reconocimiento auditivo y técnica de la batuta. Se contemplaban dos ensayos de una hora para la dirección de dos piezas de diez minutos cada una. El músico de La Serena quedó como finalista entre cinco concursantes. Obtuvo el cargo Héctor Carvajal. Vale la pena traer aquí los conceptos vertidos por Robert Whitney, en carta dirigida a Juan Orrego Salas, Director del Instituto de Extensión Musical, con posterioridad al concurso, el 1º de junio de ese año5. Nosotros, los del jurado, unánimemente estuvimos de acuerdo en que el señor Carvajal estaba esta vez mejor calificado para el puesto. Por otra parte, estuvimos todos favorablemente impresionados con el talento del señor Peña. Permítame insistir en que se le dé una oportunidad de desarrollar este talento, haciéndolo trabajar con una orquesta profesional lo antes posible, especialmente bajo la guía de un experimentado director que, según entiendo, ustedes quieren colocar a la cabeza de la Sinfónica. Sería una pena no ayudar a un joven director chileno tan promisorio. Luego de su participación en aquel concurso, Jorge Peña pensó en hacer estudios de perfeccionamiento en dirección orquestal. Juan Orrego Salas,
entonces Director del Instituto de Extensión Musical, escribió al maestro Hermann Scherchen, en julio, planteándole, entre otras materias, la posibilidad de que admitiera al joven músico como discípulo. En la parte respectiva de su misiva, el compositor expresaba: Esta carta tiene también por objeto recomendar a Ud. al joven músico chileno Jorge Peña. Joven de gran talento que se presentó al Concurso para Director Adjunto de la Orquesta Sinfónica de Chile, organizado por el Instituto de Extensión Musical, y que desea obtener una beca para estudiar durante un año en Europa. Yo le he pedido que se ponga en contacto con usted y lo hará enseguida. Pero quería yo mismo hablar de este asunto y considero que si él puede tener el privilegio de trabajar durante un año junto a un Maestro como usted, su carrera estaría asegurada6. Domingo Santa Cruz también patrocinó esta proposición ante el famoso músico. El Centro de Profesores de la Orquesta Sinfónica de Chile apoyó la solicitud de Jorge Peña ante las autoridades. En julio, una carta oficial de esa organización, firmada por el Presidente Carlos Romero Almarza y el Secretario José Arias Berríos, los profesores se expresan así del candidato: Las demostraciones de evidente capacidad como conductor orquestal y la condición de músico de elocuente talla, constituyen en el joven Maestro don Jorge Peña Hen, un peldaño necesario que nuestro medio artístico requiere. Ante el conocimiento de un posible viaje de perfeccionamiento que el Sr. Peña proyecta realizar en el próximo año en Europa, el Centro de Profesores no puede ocultar su amplia satisfacción, pues reconoce en él a un Maestro dueño de un futuro altamente promisorio. Su talento y su capacidad lo han puesto en tal grado de relieve, que es imperativo que las autoridades pertinentes den pleno reconocimiento a esta evidente realidad y estudien, sin demora, una solución favorable al Sr. Jorge Peña7. En carta dirigida al profesor Carlos Romero, Jorge Peña expresó, entre otros conceptos:
Más que por un hermoso deber de cortesía, dirijo a Ud. estas líneas en virtud de un profundo sentimiento de cordialidad y de gratitud que experimento hacia la Orquesta Sinfónica de Chile y, en particular, hacia cada uno de los profesores que la integran. Me es grato manifestarle, y soy sincero al expresárselo, que la labor que me ha correspondido cumplir junto a la orquesta en estos meses de abril y mayo, ha sido para mí del más alto valor, ya que, además de haberme permitido por primera vez medir mi capacidad como director, me ha brindado la oportunidad de conocer a sus componentes y me ha proporcionado enseñanzas y experiencias de incalculable interés. Sin otra intención que la de hacer las cosas lo mejor posible, tuve el grato honor de presentarme ante vosotros a comienzos de abril. Propósitos semejantes me guiaron al presentarme al concurso que acaba de finalizar; sólo que esta vez me acompañaba el humano deseo de ganar. Puse de mi parte cuanto me fue posible y de vosotros mi modesta y anónima persona recibió una colaboración y una comprensión que me son difíciles de describir. No obstante, el concurso tuvo el desenlace que debía tener: se impuso la lógica y triunfó quien posee los antecedentes y las condiciones para asumir tan delicada responsabilidad. Me asiste la firme creencia de que el jurado obró desapasionadamente, velando sólo por los intereses de la orquesta; y tengo la convicción que el maestro Héctor Carvajal cumplirá muy satisfactoriamente el cometido que le espera8. Domingo Santa Cruz testimonió sus impresiones durante el desempeño de Jorge Peña en las pruebas del concurso. En una carta muy cordial, le expresa entre otras ideas: Creo cumplir un deber de mi conciencia al dejarte constancia del mucho agrado con que te vi aparecer en el concurso y de la muy favorable sorpresa que significó para mí el tomar parte en los exámenes y en especial en las pruebas de dirección de orquesta. Fue sorpresa, porque no te había visto dirigir antes y quedé yo, junto con todos mis colegas extranjeros del jurado, convencido de que tienes muy buenas dotes de director y que junto a tu competidor te destacaste como un elemento de positivo valer. Había en ti menos práctica, lo que es lógico, pues has tenido menos oportunidades, pero tu comportamiento frente a la orquesta fue brillante y lo mismo lo fue la musicalidad que demostraste.
Estoy seguro que serás un Director de Orquesta de mucha calidad si continúas en el camino en que vas. Esto te desea tu antiguo profesor, tu colega y amigo que mucho te aprecia9. El maestro Scherchen comunicó en septiembre su aceptación, a través de su secretaria, Beatrice Brown. Jorge Peña le escribió en noviembre en estos términos: «En relación con su amable carta de fecha 13 de septiembre, por la cual usted me comunica la decisión del profesor Scherchen de aceptarme como alumno suyo durante el período 1959-60, debo hacerle saber mi enorme satisfacción por este privilegio que se me ha concedido»10. Se disculpa luego por no haber respondido antes, explicando que realiza gestiones para obtener ayuda económica. Sabemos que el músico hizo diversas diligencias aquí para tratar de que su esposa pudiera seguir en Italia cursos de perfeccionamiento, mientras él trabajaba en Suiza con el maestro Scherchen. Llegó a obtener reservaciones en un buque de la empresa Gondrand Brothers (Chile) Ltda. Pero acaso en parte por las dificultades para obtener la ayuda mínima necesaria, en un medio siempre mezquino para la cultura y el arte, y, sobre todo, por el temor de ver retroceder la obra que se realizaba en el norte, el músico desistió de su empeño. Sacrificó sus expectativas personales a la continuidad de la obra. En 1961, en declaraciones al diario Crónica de Concepción, Jorge Peña, ante la pregunta de por qué no había salido de Chile, contestó: «No he salido, porque no he querido abandonar mi labor en el Norte»11. Hay que mencionar aquí la decisiva intervención de Jorge Peña en la formación de la Orquesta de Cámara y luego de la Orquesta Filarmónica de Antofagasta. El primer ensayo, bajo la dirección del músico serenense se realizó el 28 de junio de 1962 y el 2 de noviembre se realizó el primer concierto en el Teatro de la Caja de Previsión de Empleados Públicos y Periodistas. En enero de 1963, en El Mercurio de Antofagasta se reseñaba así el nacimiento de la agrupación musical: La creación de la Orquesta de Cámara de Antofagasta fue una realización de un profundo sentido cultural en 1962 [...]. Si pudiéramos
señalar algún acontecimiento que sirviera de antecedente directo para la formación de la actual orquesta, tendríamos que referirnos al suceso que constituyó para Antofagasta la venida a comienzos de 1962 de la Orquesta Filarmónica de la Serena, la cual, bajo la acertada dirección del maestro Jorge Peña Hen, causó un verdadero impacto en el ambiente local por la calidad de sus programas y, sobre todo, por los detalles que se conocieron acerca de su organización y las labores que desarrolla en la provincia de Coquimbo [...], así como el titánico esfuerzo y la gran perseverancia de su director para organizar aquel conjunto integrado por un grupo heterogéneo de personas de diferentes profesiones [...]. El Director de la Filarmónica de La Serena vino en la última semana del mes de julio; visitó la Escuela Normal; conversó con diversas personas del ambiente musical antofagastino, y tuvo el mérito de aunar esfuerzos y uniformar criterios. Su elevado planteamiento acerca de la organización de una orquesta, su seriedad y solvencia técnica, en fin, su experiencia valiosa como Director del Conservatorio de la Serena y Director de Orquesta, imprimieron desde el primer instante una dirección que el conjunto antofagastino ha seguido con responsabilidad y entusiasmo12. A través principalmente de la relación de las actividades de la Sociedad Juan Sebastián Bach, hemos podido seguir la trayectoria de Jorge Peña Hen como director de orquesta, de diversos conjuntos instrumentales y de numerosos coros. Por eso, no tendría sentido repetir en este capítulo lo señalado en dicho relato. Con todo, recordemos que no fueron pocas sus apariciones en Santiago y otras ciudades, conduciendo la Orquesta Sinfónica de Chile, así como también la Filarmónica. Y a modo de ejemplo solamente, volvamos a 1959, cuando dirige la Orquesta Sinfónica de Chile en varias ocasiones, entre otras el 26 de enero en el Instituto O’ Higginiano de Maipú; a 1963, al 6 de octubre, cuando conduce a la misma agrupación en el tercer concierto de la Temporada de Primavera de la Orquesta Sinfónica de Chile, con un programas con obras de Mozart, Weber, Schumann y Leng. El crítico que escribía en la Revista Musical Chilena destacaba la actuación de Carla Hübner, como solista en el Concierto en Sol mayor de Mozart y expresaba
que «tanto las Doloras de Leng como la Sinfonía en Re menor de Schumann demostraron las cualidades del director y el buen entendimiento logrado con la orquesta»13. Traigamos aquí un pasaje de una crítica de Federico Heinlein a propósito del décimoquinto concierto de la Orquesta Filarmónica en 1966. El programa consultó las Antiguas danzas y arias para laúd de Respighi; Schelomo de Bloch, con Hans Loewe como solista, y la Sinfonía Nº 4 de Mendelssohn. En parte de su comentario, Heilein escribía: La primera suite de Danzas y arias antiguas para laúd de Ottorino Respighi, escrita en 1917, fue dirigida por Jorge Peña Hen, quien había preparado las cuerdas de la agrupación municipal en forma tan sólida como artística. Según las intenciones del compositor, obtuvo sonidos de fresca translucidez o suntuosidad opulenta. Hubo una labor de conjunto disciplinada, e igualmente encomiable fue el desempeño de los grupos separados, que puede apreciarse en la Mascarada final»14. En 1968, la Revista Musical Chilena da cuenta del exitoso desempeño del Maestro al frente de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en Antofagasta, en los tres últimos conciertos de la temporada de ese año, que había contemplado diez presentaciones15. Recapitulando, recordemos que Jorge Peña condujo con su batuta las siguientes agrupaciones orquestales: Orquesta Sinfónica de Chile, la Orquesta Filarmónica de Chile, la Orquesta Sinfónica de Viña del Mar, la Orquesta Interuniversitaria de Valparaíso, la Orquesta de Cámara de la Universidad de Concepción, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en Antofagasta, la Orquesta Sinfónica de Tucumán; además, naturalmente, de la primera y segunda Orquesta de Cámara de la Sociedad Bach, la Orquesta Filarmónica de La Serena y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena. 1 Revista Ercilla, mayo de 1960. 2 La Estrella, 6.X.1962. 3 El Sur, 29.IV.1958. 4 RMCH, XIII/58, 1958. 5 Escrita en el Hotel Carrera antes de la partida del maestro. Copia del texto original en AJPH. 6 Copia de la cara de Orrego Salas en AJPH.
7 Copia de esta carta en AJPH. 8 Carta de fecha 28 de mayo de 1958. Copia en AJPH. 9 Carta de fecha 18 de julio de 1958. Copia en AJPH. 10 Copia de esta carta en AJPH. 11 Crónica, 13.I.1961. 12 El Mercurio de Antofagasta, 1.I.1963. 13 RMCH XVII/86 (octubre-diciembre 1963), 93. 14 RMCH XX/97 (julio-septiembre 1966), pp. 80-81. 15 RMCH XXV/104-105, 1968.
VIII
El creador
Como lo hemos anotado anteriormente, desde que en la adolescencia se despertó en Jorge Peña la pasión por la música, surgieron también sus inquietudes creadoras. Por eso, además de estar estudiando piano y de aspirar a estudiar viola, el muchacho quiso seguir los cursos regulares de composición. Antes, había logrado ser admitido en la clase de Pedro Humberto Allende, pero a raíz del traslado de la familia, no pudo recibir sino por breve tiempo las sabias lecciones del Maestro. Por eso, cuando en enero de 1946, la Revista Musical Chilena comenta el estreno en La Serena, el año anterior, de dos obras del entonces liceano músico –la Chanson d’ Automne y el Concierto en do menor para piano y pequeña orquesta–, junto con mencionar las clases de Pedro Humberto Allende, señala que la formación del adolescente en lo relativo a la composición es la de un autodidacta1. Terminadas sus humanidades, pudo por fin Jorge inscribirse en el Conservatorio Nacional en la carrera de Composición, paralelamente a los estudios de viola. El compositor Gustavo Becerra, compañero de Jorge Peña en todos sus años de Conservatorio, recuerda que éste «allí pudo demostrar su excelente capacidad creativa y su precisa concepción y entendimiento de los aspectos teóricos y prácticos de la composición musical»2. El joven tenía, sin dudas, grandes dotes para la creación musical y fuerte vocación para ella. Competía ésta con una también intensa vocación interpretativa. Quería ser un buen director de orquesta y todavía a los 32 años de edad ésa parecía ser una aspiración personal muy importante. Y muy luego comenzó también la pasión pedagógica a competir con la pasión creadora e interpretativa. Aquella se haría cada vez más fuerte y el músico le iría entregando la mayor parte de su tiempo y sus esfuerzos. Por esta razón así como por la
brevedad de su vida, segada en los años de su plena madurez, la obra de Jorge Peña como compositor no pudo ser muy extensa. El estudio y valoración de la creación musical del Maestro se ven dificultados de una manera muy seria por la pérdida de originales y por el estado en que se encuentran los materiales conservados. A esto contribuyeron decisivamente las circunstancias de su asesinato, el que trajo como consecuencia el violento fin de sus actividades, el desmantelamiento de su casa y el precipitado alejamiento de La Serena por parte de su familia. Así, hay que dar por definitivamente perdidas obras como el Concierto en Do menor para piano y pequeña orquesta, que se ejecutó en 1945, como hemos recordado en los primeros capítulos. Del mismo modo, parece imposible hallar y reconstruir la música compuesta para los Retablos de Navidad. Tampoco ha podido ubicarse un segundo Cuarteto de cuerdas, que en 1972 dedicó Jorge Peña a los alumnos de la primera promoción egresada de la Escuela Experimental de Música. Desafortunadamente, no parece posible revertir ya esta situación. La primera composición fechada que conocemos es la Chanson d’Automne, sobre texto de Verlaine, para coro mixto y orquesta, que fue terminada el 13 de abril de 1945 y estrenada el 22 de abril del mismo año. Ese día se estrenó también su Concierto en Do Menor para piano y pequeña orquesta, que pudo haber sido escrito el año 19443. Como hemos anotado anteriormente, la ejecución de estas obras motivó comentarios elogiosos no sólo en la prensa local, sino incluso en la entonces recientemente creada Revista Musical Chilena. Fechada el 19 de abril de 1945, se conserva una Sonate, en la tonalidad de Fa menor, en un solo movimiento. El 10 de junio de 1945 figura como terminada una pieza sinfónica sin título en tono de Mi bemol. Falta el comienzo de la obra. El año 1946 aparecen datadas varias composiciones. El 15 de febrero, el músico liceano terminó el primer movimiento «Allegro Molto Moderato» de una Sinfonía Nº 1, en la tonalidad de Do menor, con 450 compases, y
una parte inconclusa del segundo movimiento «Andante Maestoso». El 30 de septiembre fue concluida un Ave María a cuatro voces, a cappella. Entre las obras de mayor envergadura del compositor, están la Suite para cuerdas, el Cuarteto de Cuerdas, la ópera La Cenicienta y el Concierto para piano y orquesta. Dedicaremos una sección a cada una de ellas, para entregar después una lista de las composiciones del Maestro.
Suite para cuerdas Obra compuesta en 1951. Reproducimos aquí el análisis que nos entregara gentilmente el maestro Agustín Cullell, quien dirigió la primera audición en Chile de esta obra, el 18 de octubre de 1998, en La Serena, en el marco de los homenajes rendidos a Jorge Peña Hen, en el vigésimo quinto aniversario de su asesinato4. Antes, la obra había sido estrenada a nivel mundial en Venezuela, en Los Teques, capital del Estado Miranda, por la Orquesta Filarmónica de Caracas, bajo la dirección del maestro Carlos Riazuelo en el Ateneo de esa ciudad. en un concierto homenaje, organizado por el «Comité de Solidaridad con el Pueblo Chileno Francisco de Miranda»5. De sus cuatro movimientos (I. Preludio; II. Pavana; II. Cake-Walk; IV. Rondó), el 1º, 2º y 4º tienen relación con los que conformaban la Suite desde sus orígenes; el 3º es más bien un homenaje a Debussy – compositor por cuya obra Jorge sentía en aquellos años una personal admiración y que era frecuente objeto de nuestras conversaciones– al recrear una de las danzas que aunque de origen negro norteamericano (literalmente «paso del pastel», que procede de la circunstancia de premiarse con una torta a la mejor pareja en los bailes populares), Debussy la incorpora a varias de sus obras cuando ésta es introducida en París en 1903. El Preludio (Allegro) es una pieza verdaderamente admirable tanto por su contenido como por su excelente factura contrapuntística, que Jorge dominaba con gran maestría. Con elementos propios de la Fuga aplicados libremente (Tema y Contra Sujeto, a los que se incorpora una Tercera Línea Melódica en el compás 17, cuyo diseño será utilizado posteriormente en la Sección Final), Jorge elabora un magnífico «Desarrollo» mediante el uso eficaz de todos los procedimientos que
proporciona esta técnica (imitación, inversión, aumentación, retrogradación, etc.) y que constituye la Segunda Sección del movimiento, así como la de mayor longitud. Esta Sección conduce a un clímax precedido de un Episodio Final que, en rigor, viene a cumplir las funciones de una «Reexposición-Coda», con lo cual la estructura del Preludio se emparenta en cierto sentido con la de la Forma Sonata. Dentro de un lenguaje tonal fluctuante, en cuyo proceso discurren constantes modulaciones y un diestro uso de la disonancia, Jorge consigue trazar un discurso musical plenamente «actualizado», con notoria afinidad más bien hacia las corrientes del neoclasicismo en boga durante la primera mitad del siglo. En cuanto a la Pavana, su lenta majestuosidad y carácter procesional están bellamente introducidos por intermedio de una línea melódica (un solo a cargo del violoncelo) cuya respuesta está asignada a los violines primeros. En virtud de su misma naturaleza, el lenguaje es sencillo, aunque su estructura se aparta deliberadamente de la forma tradicional al estar constituida por una concatenación de períodos irregulares, los que, sin embargo, no alteran en lo más mínimo la esencia de la propia danza. Ésta consiste en una 1a. Sección (A), de 10 compases, que discurre a través de la línea melódica antes mencionada, sustentada por un lento acompañamiento rítmico «ostinado»; una 2a. Sección (B) que comprende 8 compases y que presenta un diseño más polifónico; una 3a. Sección (C) más elaborada y armónicamente también más compleja (12 compases), cuya línea principal se reparte entre los grupos de cuerda (violines I y II seguidos de violas y violoncelos), para finalizar con la Sección Incial (A), a cargo esta vez de los violines II. El Tercer Movimiento, Tiempo de Cake-Walk, está configurado por la utilización de una célula sincopada que conforma su carácter y diseña la ordenación rítmico-melódica (con algunas pequeñas variables) de toda la pieza. Ejecutadas, alternada o simultáneamente, por las diversas partes de la orquesta, a las líneas principales se les acopla un acompañamiento simple apoyado básicamente en contratiempos. De forma ternaria (ABA), y en el marco de un concepto tonal libre (melódica y armónicamente), Jorge no excluye utilizar en algunos
pasajes procedimientos polifónicos, entrelazando las melodías a través de las diferentes voces. De compleja escritura y grandes exigencias virtuosísticas es el Rondó. Muy en consonancia con el Preludio, por el uso de la polifonía (aunque no en estilo fugado), el autor opta en este movimiento por un lenguaje decididamente politonal. De acuerdo a la Forma, está constituido por siete secciones: A-B-A-C-A-B y Coda (como apéndice de A), de las cuales C es la de mayor longitud donde se proyecta un desarrollo extremadamente elaborado que a su vez da paso a dos sub-secciones (ab, a’-b’) y un «puente» que enlaza nuevamente con las dos primeras (AB). Luego de un gran crescendo climático, el punto culminante del Rondó se produce en la Coda, para de inmediato concluir en un tranquilo final de bella factura expresiva. Me pregunto con asombro ¿cómo es posible que una obra tan lograda, bella de verdad, no se haya ejecutado anteriormente6.
El Cuarteto de cuerdas Esta obra fue en gran parte compuesta en 1958, pero quedó entre los papeles del Maestro, sin que los múltiples quehaceres de la Sociedad Bach, del Conservatorio Regional, las clases y la dirección de la Orquesta Filarmónica, le permitieran terminarla. Su esposa recuerda cuánto tuvo que insistirle para que lo retomara, lo completara y lo enviara al Octavo Festival de Música Chilena, que se llevó a efecto entre el 22 de noviembre y el 13 de diciembre de 1962. La obra fue presentada en el tercer concierto de cámara del Festival. El jurado estaba constituido por Carlos Botto, representante de la Junta Directiva del Instituto de Extensión Musical; Víctor Tevah, Director de la Orquesta Sinfónica de Chile; Agustín Cullell, representante de la Comisión de Estímulo a la Creación Musical; Carlos Riesco, integrante elegido por los concursantes de festivales anteriores; Juan Pablo Izquierdo, elegido por los concursantes. Precisamente al compositor Carlos Riesco le correspondió hacer una relación crítica de las obras presentadas, texto que publicó in extenso la Revista Musical Chilena. El Cuarteto permite apreciar las dotes de Jorge Peña para la creación musical. Carlos
Riesco se refiere en su informe al Cuarteto, que obtuvo el cuarto lugar en puntaje entre veinte obras que concursaron. Reproducimos aquí algunos pasajes de la exposición de Carlos Riesco: En el amplio ámbito de los conciertos de música de cámara, hubo la oportunidad de escuchar otro Cuarteto de Cuerdas, el de Jorge Peña Hen, de perfiles muy diferente al anteriormente comentado. Debido a los nuevos y diversos centros musicales que comienzan a plasmarse a lo largo del país, no habíamos tenido la oportunidad de aquilatar la trayectoria creadora de este compositor. Desde hace algún tiempo encuentra radicado en la Zona Norte, desde donde llegan noticias acerca de la labor encomiable que desempeña en el Conservatorio de la ciudad de La Serena. El lenguaje utilizado en esta obra dista mucho, tanto por su concepto estético como por su técnica, de las partituras consultadas hasta ahora. Efectivamente, huella por surcos de estilo neoclásico. La fibra es tensa y dinámica, aunque su consistencia no siempre es consecuente. Desgraciadamente, no hemos podido estudiar la partitura para hacer un análisis en profundidad: de la simple experiencia en el orden auditivo, destaca en especial el segundo movimiento, donde el autor revela su potencial vena melódica, cosa rara en nuestros días, adosada de bellas sonoridades de gran expresividad. Recordamos en especial un pasaje en el cual emplea con gran acierto el efecto de los sonidos armónicos en el violín [...]. La partitura revela buena disposición creadora; son fáciles de captar los elementos melódicos, cualidad característica del compositor que denota una musicalidad innata, plena de posibilidades7. Algunos aspectos de esta obra fueron también recordados por el profesor Luis Merino en su In Memoriam, en 1973: El Cuarteto consta de tres movimientos: dos vigorosos allegros que enmarcan un lento y casi hímnico andante. La escritura es modal, contrapuntística, con bastante imitación, de clara articulación y equilibrio formal dentro del tono principal de Re, y vertida en planes estructurales inspirados en el clasicismo vienés del siglo xviii. Los tres movimientos se unifican por medio de una figura inicial que proyecta en su contorno melódico reminiscencias de canto llano. Esta figura satura el
devenir musical de los distintos movimientos, en una forma que recuerda el compacto trabajo temático de los cuartetos de Haydn. Demuestra una segura pluma y una excelente factura, la que fuera reconocida en la Mención Honrosa que obtuviera en los Festivales de Música Chilena de 1962 y la que le asegura un lugar permanente en la creación musical chilena de los últimos 25 años8. El Cuarteto obtuvo mención honrosa, junto a las obras de León Shidlowsky, Sergio Ortega, Enrique Rivera, Juan Lemann, Alfonso Bogeholz y Miguel Letelier. Para el autor, en esa época, esta composición era muy apreciada: «me parece que es lo mejor que he compuesto», decía al periodista del diario La Estrella de Valparaíso en octubre de 19629.
La Cenicienta Fue compuesta en 1964, estrenada en La Serena el 6 de abril de 1967; y representada en diversas ciudades de Chile entre los años 1967 y 1972; y en Colombia, los días 4 y 9 de diciembre de 1986, en el Teatro Tolima, bajo la dirección general del maestro Germán Gutiérrez10, con iniciativa y con la presentación del maestro Blas Atehortúa. Con motivo de los homenajes rendidos al Maestro en octubre de 1998, se representó, bajo la dirección de Agustín Cullell, dos veces el día 17 y una tercera vez, en función de gala, el 18, siendo precedida por la ejecución de la Suite para cuerdas. A continuación, reproducimos el análisis que desde la madre patria nos envió gentilmente el maestro Cullell: Obra muy atrayente en la que Jorge revela su gran oficio y versatilidad para identificarse con el mundo infantil. Que yo sepa, tal vez la única ópera para niños escrita en el continente iberoamericano. Es una creación cuyos objetivos son plenamente logrados, sin artificios que empañen la fluidez de su trayectoria musical o pasajes en lo que pueda aflorar una postura inauténtica. Desde el inicio, la unificación de la parte musical junto al texto y la acción está sabiamente alcanzada. Utilizando una orquesta de grandes dimensiones, lo que permite al autor recrear pasajes en tutti de gran suntuosidad, las melodías que corresponden al
canto son naturalmente sencillas, fáciles de aprender, para que puedan ser interpretadas por niños de corta edad y escasa experiencia musical... o ninguna, siempre que posean buen oído y voz apropiada. La ópera está dividida en Tres Cuadros, el Primero precedido de una Obertura en la que se exponen algunos de sus temas principales. El recurso al leitmotiv como elemento para identificar a los personajes, es claramente utilizado en las frases cantadas por la Cenicienta, como así en los esquemas rítmicos deliberadamente grotescos que acompañan los Recitativos hablados a cargo de las Hermanastras. Por su parte, a la Madrastra y al Hada Madrina se les asignan Recitativos cantados con un soporte armónico sólo a cargo del piano. El cuadro finaliza con un tutti de orquesta y coro interpretando un vals. En referencia al cuento, su hilo conductor se refiere al primer episodio que finaliza con la aparición del Hada Madrina y la preparación de Cenicienta para asistir al baile de palacio. El Segundo Cuadro se inicia con un Interludio en tempo di polka y sitúa la acción en palacio. Se repite el vals del primer cuadro y con la entrada de Cenicienta se procede a desarrollar la polca sobre la que discurre el baile. En este cuadro, el texto se manifiesta mayormente a través de recitativos y parlamentos. Finaliza con la huida precipitada de Cenicienta al dar la doce y perder su zapato de cristal. El Tercer Cuadro, precedido al igual que el anterior de un Interludio en el que se utilizan los mismos elementos que aparecen en la Obertura del Cuadro Primero, posee con pocas diferencias una estructura musical similar a éste, con dos marcadas variantes que se aprecian en los siguientes episodios: la prueba del calzado por parte de las Hermanastras, cuyo acompañamiento de corte grotesco revela un gran sentido del humor al ridiculizar sus inútiles esfuerzos, así como el nuevo diseño musical que sirve de preparación y realización para el final apoteósico, donde se le asigna al coro nuevamente un papel preponderante.
Concierto para piano y orquesta Es quizás la obra de mayor envergadura del Maestro. Fue compuesta el año de su matrimonio, 1952, y el manuscrito lleva este epígrafe: «Dedicado a
mi querida esposa Nella». Consta de tres movimientos: Allegro Moderato, Andantino y Rondó Allegro. El primero y el último son bastante extensos, especialmente el último, que alcanza a los 550 compases. La obra presenta grandes dificultades para el ejecutante, del que requiere toda su maestría. Resulta muy interesante desde el punto de vista de su estructura pues los temas de los tres movimientos poseen afinidad entre ellos, por lo que se tiene la impresión de que hay una especie de hilo sutil que da unidad a toda la extensa composición. Es de lamentar que esta obra no haya sido ejecutada hasta ahora. Cuántas y cuáles fueron las obras de Jorge Peña Hen, será algo que no podrá ser establecido con plena exactitud. Ya hemos explicado las razones al comienzo de este capítulo. La profesora Lina Barrientos enumera 28 composiciones del Maestro11. El Catálogo establecido por Elizabeth Cortés contiene 31 ítemes12. En la Sección Música de la Biblioteca Nacional hay archivadas 14 partituras en microfilm, las que contienen 17 composiciones. Elizabeth Cortés logró reunir todas las menciones que deben figurar en un catálogo moderno solamente para algunas de las composiciones. En otros casos, sólo le fue posible hallar algunas de ellas. Y hay también obras de las cuales se conoce el título y alguna noticia aislada. Y paradojalmente, composiciones de las que se tienen datos completos han desaparecido. Así, por ejemplo, del Concierto en do menor para piano y pequeña orquesta sabemos que fue estrenado en La Serena, en la Sala Centenario, el 22 de octubre de 1945, en dos pianos, ejecutando el autor la parte del solista y el profesor Gustavo Galleguillos la parte orquestal reducida para piano. Pero el texto musical no ha aparecido. La Chanson d’ Automne, sobre texto de Verlaine, en cambio, se conserva. Fue estrenada en la misma ocasión que la obra antes citada por el Coro Polifónico del Ateneo de La Serena. Mencionaremos ahora los títulos de las obras conocidas de Jorge Peña, con indicación del año de composición. Música para ballet: La Coronación, para orquesta, 1950. Fue estrenada en Santiago el 8 de noviembre 1950. La música respectiva se ha perdido.
Música para escena: La Cenicienta. Ópera infantil para solistas actores, coro, cuerpo de baile y orquesta sinfónica, 1965-1966; con texto de Oscar Jara Azócar. Fue estrenada en el 6 de abril de 1967 y presentada en diversas ciudades del país; más tarde en Colombia y nuevamente en La Serena en tres ocasiones en octubre de 1998. Música incidental para teatro: Alrededor de 8 ó 10 Retablos de Navidad, con textos de Fernando Moraga, Alfonso Calderón y del propio Peña. Esta música aparece casi totalmente perdida. Balada del Marinero Música Incidental Teatro, composición sin fecha. Música incidental, orquestal, para cine: Para los filmes Tierra fecunda, 1948; Río Abajo, 1949; y Salitre, 1948. Música sinfónica: Coronación, música de ballet, 1950, estrenada en Santiago el 8 de noviembre de 1950, con coreografía de Octavio Cintolesi; Tonada, 1959, para orquesta sola; Tres piezas para niño, 1962, para orquesta sola; Marcha, Homenaje a Schumann, Aires chilenos; Tonada para orquesta, 1962; Ocho piezas para niños, desde 1964; Dos piezas para niños: Estudio y Andante, 1964; Toccatta para orquesta, 1964, Estudio Nº 1, 1962, para orquesta sola. Música sinfónica con solistas: Concierto en do menor para piano y pequeña orquesta, 1945. No se ha hallado su música; Concierto para piano y orquesta, 1952, dedicado a su esposa Nella Camarda; Concertino para piano y orquesta basado en una melodía tradicional, posiblemente 19641965, estrenado por Juan Cristián Peña como solista el 3 de noviembre de 1964, en La Serena; Andante y Allegro piano y orquesta, 1965; Andante y Allegro sobre una canción alemana, para violín y orquesta, 1964, estrenado en La Serena por Gerardo Morales el 3 de octubre de 1965 y tocado en Santiago el 3 de noviembre del mismo año; Variaciones sobre una canción alemana, para piano y orquesta, 1964; Dos piezas concertantes basadas en una melodía de Corelli (Grave y Finale), composición sin fecha. Música para conjuntos instrumentales: Dos piezas para quinteto de vientos, 1962, estrenadas en Santiago en 1965; Variaciones y fuga sobre un tema tradicional, para flauta, violín, viola y cello, 1946, estrenada en La Serena el 15 de febrero de 1947; Suite para cuerdas (orquesta de cuerdas),
1951; Sonatina para violín y piano, 1970; Cuarteto para cuerdas, 1958, terminado en 1962; Cuarteto Nº 2. Estaba dedicado a los alumnos de la primera promoción de la Escuela Experimental de Música. No se ha hallado su música. Fuga para Cuarteto de Cuerdas, en Do, sin fecha; Fuga (para cuarteto de cuerdas), también en Do e igualmente sin fecha. Es posible que una de estas dos fugas, que presentan caracteres muy distintos, haya constituido un movimiento del perdido segundo Cuarteto para cuerdas. Música para coro y orquesta: Chanson d’ Automne, sobre texto de Verlaine, 1945. Aquí deberían incluirse composiciones destinadas a distintos Retablos de Navidad y que no se han conservado. Música para coro a cappella: Ave María, 1946; La palomita, 1962; Himno del Liceo de Hombres de La Serena, 1953; Duérmete, pequeño infante, villancico; Reyes de Belén, letra de Nella Camarda, villancico; Venid a mirarle, villancico; La palomita, 1967. Obras para piano: Sonate, 1945; Preludio, 1945; Minuet, 1946, obra desaparecida; Preludio, 1951. Obras para piano y canto: Canciones de Monte Patria, diez canciones para barítono y piano. Es quizás la última composición del Maestro, obra desaparecida. 1 Ver nota 17. 2 Comunicación gentilmente enviada al autor desde Oldenburgo, 6.IX.1999. 3 Cortés, Jorge Peña Hen, 27. 4 Agustín Cullell, Comunicación gentilmente enviada al autor desde Barcelona, 17.VIII.1999. 5 Programa en el AJPH. El autor estuvo presente en este concierto de homenaje al Maestro. 6 Cullel, Comunicación citada, 17. VIII. 7 RMCH XVII/83 (enero-mayo 1963), pp. 18-19. 8 Luis Merino: «In Memoriam Jorge Peña Hen 1928-1973», RMCH XXVIII/123-124 (juliodiciembre 1973), p. 88. 9 La Estrella, 6.X.1962. 10 Existen en el AJPH programas y un video completo de esta representación, enviados por el Maestro Blas Athortúa. 11 Lina Barrientos: «Peña Hen Jorge». Artículo en el Diccionario Enciclopédico de la Música Española e Iberoamericana, Madrid 1998. 12 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 27-34.
IX
La persona del artista
¿Cómo era la personalidad de Jorge Peña Hen, de ese hombre al que se lo conocía en incansable actividad? La imagen que proyectaba era la de una persona muy dinámica, la de un hombre de acción; acción por el arte y para el arte, pero acción finalmente. Tras esa actividad casi febril había una profunda interioridad; una intensa pasión por su arte y por la difusión de su arte; un amor acendrado por la belleza y por la paz; hondas convicciones humanistas; fe en que la cultura, el arte, la música pueden dignificar, elevar y embellecer la vida de los hombres. De esa poderosa interioridad emanaba su fuerza para la acción por el arte; su perseverancia para enfrentar y superar dificultades; para comunicar fervor por la belleza y organizar a la gente en torno a ese fervor; para enseñar a pequeños y grandes, con paciencia para todos y con metodología adecuada a cada edad y condición. ¿Pero cómo era su persona? Una fotografía tomada en París, en el Bois de Boulogne, en 1938, cuando el doctor Tomás Peña seguía un curso de perfeccionamiento, muestra al niño Jorge de diez años, con una expresión seria, un tanto melancólica. Podríamos decir que esa imagen refleja su personalidad. Quienes lo conocieron de cerca lo vieron siempre como un hombre serio, pero no adusto; amable, pero no muy comunicativo; un tanto distraído. Muchas veces se lo veía marcando con las manos el ritmo de alguna música interior. El periodista Raúl Pizarro lo conoció como profesor de música en el Liceo de Hombres de La Serena, cuando estaba en sexta preparatoria, y pudo seguir su actividad mientras continuaba sus estudios. Lo recuerda así: «Personaje que a mí al menos me parecía arrancado de una novela.
Delgado, pálido, de cabellera densa pero bien cortada, ojos sensitivos; y siempre vestido de gris. Era como un personaje de Crimen y castigo; un Raskolnikov de verbo fácil y de una vitalidad sin límites»1. En realidad, su carácter, como lo asegura su esposa Nella, era más bien el de una persona introvertida. Poco expresivo, poco conversador, salvo cuando se trataba de temas relacionados con la música. Porque para conseguir recursos para sus proyectos musicales, para lograr que instrumentistas o cantantes emprendieran el estudio de una obra muy grande o muy difícil, para ese tipo de cosas afloraba en él un poder de convicción notable, y los argumentos y consideraciones en torno a la cuestión de que se trataba brotaban impetuosos y elocuentes. Podrían citarse a este respecto innumerables testimonios. Nella escribió a este propósito: «Había algo que notoriamente sentían los que compartían su labor: su confianza y optimismo contagiosos; su extraordinario poder de convencimiento que hacía ver fáciles las empresas más difíciles; y su alegría casi infantil al comprobar que se cumplían sus expectativas»2. Recordamos aquí las palabras del maestro Fernando Rosas: «Veíamos cómo durante años empleaba sus mejores esfuerzos en conseguir recursos para su orquesta; vivía entre autoridades universitarias, regionales, políticos, parlamentarios, tratando de conquistarlos para su causa»3. Ya hemos citado una carta de doña Vitalia Hen, fechada el 2 de junio de 1970, en que alude a estas cualidades: «Tú nunca te desanimas, mi hijo querido; todo lo haces con tanto entusiasmo y cariño». Su hijo Juan Cristián escribe: Recuerdo a un compañero de celda suyo, quien me expresó, hace diez años aproximadamente, la facilidad de Jorge Peña para comunicar los temas más profundos, que quizás un escritor no pudiera definir con texto alguno ni palabra. Fluidez que usaba con gran maestría cuando se requería de diplomacia en ciertas reuniones o encuentros oficiales, o en descripciones y entrevistas improvisadas que captaba en su propia grabadora durante tantas giras con las orquestas4. Con los niños era más conversador; con sus dos hijos, con los alumnos más pequeños, con los músicos niños de la Orquesta Sinfónica Infantil. Para
la gente menuda compuso más que para los adultos. Para asegurar que los chicos músicos mostraran su arte en Chile y en los países hermanos, se desvivía, escribiendo a instituciones, conversando con personas que podrían ayudar; pidiendo, explicando, dando razones, insistiendo. Cuántas cartas y oficios no escribió a autoridades locales, regionales y nacionales; a dirigentes de la Universidad de Chile; a ministros y parlamentarios; a amigos de amigos. Aquí, a modo de ejemplo, quisiéramos reproducir el texto de una carta enviada por Jorge Peña el 25 de enero de 1970, al señor Francisco López Stay, Jefe de Explotación Regional Norte de Ferrocarriles del Estado: He tenido conocimiento que en los patios de la Estación de FFCC de La Serena yacen maderas en desuso, las que no tendrían utilización sino como leña. No obstante, por tratarse de pino obregón, esta madera prestaría grandes utilidades en el servicio de mi dependencia para emplearla en la construcción de instrumentos y accesorios para instrumentos. El Conservatorio Regional de La Serena está desarrollando un importante y vasto plan de docencia musical en los niveles básico y medio que abarca tres Escuelas de Música: La Serena, Copiapó y Ovalle, con un total que sobrepasa los 500 alumnos, la mayoría de bajos recursos económicos. Este plan exige la permanente dotación y mantención de instrumentos, que el servicio debe aportar, ya que sólo el 10% del alumnado aproximadamente posee instrumento propio. Las maderas a que he hecho referencia, debido a su calidad y antigüedad, vendrían a solucionar una parte importante de nuestro trabajo. En atención a lo expuesto, me permito solicitar a Usted la donación de dicha madera al servicio a mi cargo, considerando que con ello serían beneficiados muchos alumnos de modesta situación5. Recordemos algunos testimonios de profesores actuales que fueron alumnos y músicos niños. La profesora Clarina Ahumada expresa: «Don Jorge fue siempre muy paternal con nosotros. Para él éramos como sus niños regalones y nos tenía mucho cariño. Era un hombre extremadamente trabajador y un gran músico. Para él, primero estaba la música, la Escuela, y
era capaz de sacrificar cualquier cosa, incluso su familia, con tal de llevar adelante su obra»6. Reynaldo Ferreira, profesor del Departamento de Música de la Universidad de La Serena, a la pregunta de Elizabeth Cortés sobre cuáles eran las características más relevantes de la personalidad de Jorge Peña, responde: «El amor hacia los niños, el amor por la música. Tremendamente dedicado a su obra. Exigente como Director. Y muy humano»7. Persona tranquila, pacífica, de buen carácter, amplio y tolerante; severo sólo al dirigir o preparar la orquesta; riguroso y firme en todo lo relativo a la correcta lectura y ejecución musicales. Así lo recuerdan quienes estudiaron o tocaron bajo su dirección o colaboraron con sus diversas empresas musicales. Los más cercanos a él se acuerdan de que era un hombre muy sensible. Se emocionaba con facilidad y no pocas veces hasta las lágrimas. Como a Albert Schweitzer, la música de Bach, el genio venerado por él, lo conmovía intensamente. Cuando dirigía el Magnificat, cuando dirigió la Pasión según San Mateo, su rostro parecía transfigurado y las lágrimas le corrían por las mejillas. Tenía que hacer esfuerzos para dominarse. Posiblemente lo embargaba la «claridad extraterrena» de esa obra maestra que es el Magnificat8. El maestro Fernando Rosas hace un recuerdo a este respecto: «El último libro que tuvo Jorge Peña en sus manos antes de su muerte fue la partitura de la Pasión según San Mateo de Bach», agregando, al escribir sobre los 25 años de su martirio: «Es mi esperanza que el afecto de Jorge por esta obra impregne nuestra alma y nos ilumine para poder cumplir sus más íntimos anhelos»9. El mismo maestro Rosas recuerda haberlo visto como en éxtasis conduciendo la orquesta en cierta ocasión: «Una vez que escuché un concierto dirigido por él, me causó una extraña sensación verlo con los ojos cerrados en una especie de éxtasis. En verdad, no escuchaba los sonidos que nos llegaban a nosotros, sino que escuchaba otros sonidos que surgían de su poderosa imaginación»10. Un crítico, oculto tras el pseudónimo de Semifusa, anotó sus impresiones al escuchar el
Concierto Nº 4 para piano y orquesta de Beethoven, interpretado por Nella Camarda y dirigido por Jorge Peña. Refiriéndose a la pianista y a su director, escribía: «La veo aún, sentada frente al piano, con elegancia y fina corrección; allí, en la tarima, Jorge Peña severo, inmaterial, imperturbable, pétreo; la orquesta atenta, en muda expectación»11. Juan Cristián Peña se refiere con emocionadas palabras a lo que sentía expresar a su padre desde el podio de Director: Recuerdo, también, casi todos los viernes de mi infancia, viéndolo dirigir en los conciertos del Teatro del Liceo de Niñas de La Serena, llenando mi espacio de padre con algo más que padre, con su consejo lejano y silencioso, allá, desde su tarima de Director: diciéndome lo importante que es la música, el interior de cada uno, la belleza, el alma; un Bach arremetiendo en tu interior, o un Brahms, soltando tus lágrimas por no sé qué. O un Jorge Peña. Con su sola existencia me bastó. ¡Qué distinto haber tenido un papá burgués, gerente de empresa! ¡Qué agradecido estoy, padre!12. Con los niños afloraba en él la ternura y primeramente con sus hijos, María Fedora y Juan Cristián, con quienes jugaba feliz. La persona y la vida de Jorge Peña estaban absolutamente ligadas al arte. Las relaciones, las amistades, el amor, todo estuvo para él íntimamente unido a la música. Como hemos visto, en el estudio de la música se conocieron con Nella Camarda. Pololearon mientras, como alumnos del Conservatorio, trabajaban para llevar la música a otros ambientes y medios sociales. Se pusieron a pololear precisamente el 28 de julio de 1950, el día del bicentenario de la muerte de Bach, y día central del histórico «Festival Bach», en el que se escucharon por primera vez en La Serena los exultantes sones del Magnificat con los que la Sociedad Juan Sebastián Bach empezó a dar sus primeros pasos. En adelante, los aniversarios de Bach serían sus aniversarios. Pocos días después, Jorge regaló a Nella una edición Augener’s del Cuarto Concierto para piano de Beethoven. Al reverso de la tapa le colocó estas líneas: Cada día –escribía Beethoven a un amigo en una época ya madura de su vida–, me aproximo al objeto que presiento, pero que no puedo
describir. Sin embargo, el gran maestro obraba y producía impulsado inconscientemente por ese instinto empapado de verdad que hoy admiramos y al que damos nuestra razón. Querida Nella, cada vez que tengas un momento de tranquilidad y libertad, medita sobre estas palabras13. En diciembre de 1951, Nella tocó este concierto con la Orquesta Sinfónica de Chile, bajo la dirección de Víctor Tevah. Como sabemos, Nella y Jorge se pusieron de novios en 1951 y se casaron en 1952. La llegada del primer hijo tuvo acaso características únicas, características «musicales». Decimos la llegada –si no la llegada al mundo, la que se produjo en el hospital, siendo asistido el parto por el doctor Tomás Peña, quien recibía así a su primer nieto, que fue nieta–, pero sí la llegada a la casa. Así pues, María Fedora, al minuto de haber entrado al hogar y haber sido instalada en su cuna, al lado de su mamá, sintió brotar desde diversos ángulos de la casa un hermoso torrente de voces. Las cuatro cuerdas de un coro polifónico, que Jorge supó hacer venir oportunamente, instalarse y ocultarse, irrumpieron dulcemente y fueron llenando los espacios con los sones de «Hay un niño entre nosotros», del Mesías de Haendel. ¿Qué infante ha hecho así su entrada a la vida, rodeado por la inefable belleza de la música? ¿Y qué mamá ha recibido, antes que nada, tal regalo musical al llegar a casa con su primera criatura?14. La pasión por la música no impedía a Jorge Peña ser un buen lector, amante de la poesía, admirador de la filosofía. Y todo esto se compaginaba en él con una honda inquietud social. Lo conmovía la pobreza, la miseria, la explotación del trabajador y su marginación del mundo de la cultura y del arte. María Fedora recuerda este aspecto de la personalidad de su padre; esta posición de vida, que brotaba de su sensibilidad y su generosidad, y que sería lo que llevaría en 1973 a la criminal decisión de asesinarlo. La hija recuerda también otros aspectos de la persona de su papá, por lo que nos permitimos darle la palabra con cierta extensión. Lo evoca como el
pacifista por esencia, al que no le importaba entregar su vida por devoción a la humanidad; que nos había enseñado el amor a la justicia y los valores fundamentales que deben sustentar toda sociedad; que dedicó su vida a la docencia y difusión de la música. Era socialista. Ése fue su crimen. Pensar y tener ideales de justicia social. Tal vez si hubiera sido sólo un director de orquesta, dedicado a perfeccionar su oficio, sin preocuparse de lo que ocurría más allá de la tarima, estaría vivo, conduciendo programas culturales en la televisión, dictando cátedras en medio de «sabios» musicales o jóvenes «promesas», o sentado tras un escritorio como agregado cultural en alguna embajada. Pero a él no le interesaban los elogios ni la fama; al contrario, era exageradamente modesto y despreocupado del éxito personal. Taciturno y reflexivo, le apasionaba la existencia humana, de dónde venimos y a dónde vamos, «la epopeya del hombre»; y pasaba largas horas meditando. ¡Era tan inteligente!, ¡brillante!, con una fuerza arrolladora y un empuje que no he visto jamás en otro ser humano. A veces hablaba de proyectos que parecían absolutamente locos, humanamente imposibles de realizar. ¡Y los concretaba! Tenía creatividad sin límites y una facilidad para plasmar los sueños y hacerlos realidad... Yo lo llamo a mi papá «un hacedor de sueños». ¡Y era tan despistado el pobre! Varias veces salió a trabajar con los calcetines de colores cambiados. Jamás supo lo que era pagar una cuenta de luz, arreglar una llave del baño, o llevarnos a mi hermano y a mí al pediatra. Todo lo que era de este mundo lo resolvía la mamá, corriendo con sus pasitos cortos y sus tacones de aguja, entre ensayos de coro, conciertos de piano y clases en el Conservatorio15 . Doña Vitalia Hen se refiere en una carta a «lo distraído» que era su hijo. Quiere agradecer algo a su nuera, pero le escribe y no le manda los agradecimientos con Jorge: «Mi querida y recordada Nella: Sólo quiero darte las gracias por tu precioso y valioso regalo que nos has traído. No lo hago con tu marido porque el pobre, como siempre está fuera de órbita ni se recordará de lo que le diga; como de costumbre...»16. Aquello de «despistado» de que habla María Fedora no significaba que el músico no tuviera habilidades manuales. Desde chico tuvo gran facilidad para el dibujo. Se conserva una libreta con figuras trazadas por su mano de
niño. Un dibujo representa toda una orquesta y bajo la tarima del director se lee «Yo». Su esposa y su hijo Juan Cristián recuerdan su habilidad para idear y fabricar pequeños objetos. Fue él quien construyó el primer violín modelo, al iniciarse el taller de lutería que debía proveer de instrumentos a la Orquesta Sinfónica Infantil. Juan Cristián Peña recuerda esas habilidades: En la casa, también gusta del trabajo manual. Él es muy prolijo: fabrica un violín; hace un tendido de tren eléctrico, con cerros, túneles, árboles y estaciones. Me lo propuso con entusiasmo de padre formador: y fuimos juntos a comprar materiales para construir yo una pieza de 3 x 3 metros, que proyecté por sugerencia suya en el sitio contiguo a la casa. Fabricamos trampas, cazamos gatos y los llevamos a Tierras Blancas; a una vecina le contamos diecisiete. Él colecciona estampillas y yo calcomanías. Me despierta todas las mañanas. Insiste verbalmente en algo: «La disciplina es indispensable en la vida»17. Muchos –no sólo María Fedora– recuerdan a Jorge Peña como un hombre de paz; un artista para quien la música estaba asociada indisolublemente a la paz y la bondad en el alma humana. En el homenaje rendido al músico en 1991, el profesor Fernando Moraga escribía a este respecto: En 1961 me correspondió trabajar con él en un texto de Retablo de Navidad que proyectaba la idea ecuménica; que se plasmó en un mensaje musical [...] que es un llamado a la concordia entre todos los pueblos y razas, porque es el llamado a deponer las armas, cultivando la flor de la paz como una necesidad perenne para favorecer el desarrollo de lo más importante de la existencia humana: la vida plena y digna. Jorge Peña amaba la paz, porque era un hombre de paz. Y tenía el ecumenismo para respetar, convivir y aceptar todas las ideas, salvo la cultura de la muerte18. Su posición frente a la realidad social y política era hondamente humanista. Danilo Salcedo recuerda esas convicciones de vida del Maestro: Pese a los avatares de la lucha universitaria de los años 70 al 73 –a raíz de la dura confrontación política de la época–, Jorge Peña siguió trabajando por la música y la Universidad de Chile con profundo sentido académico, como pudimos apreciar cuando lo visitamos en La Serena, para solicitar su apoyo a nuestras formulaciones e iniciativas
universitarias. Nos ligaban convicciones muy arraigadas en la vertiente del pensamiento socialista democrático y humanista, que habíamos discutido en esas veladas que servían de complemento a nuestras responsabilidades de estudiantes universitarios19. Veía en el socialismo un camino más justo y humano, pero respetaba todas las ideas. Gonzalo Perey recuerda a Jorge Peña como un hombre con quien se podía siempre conversar, sin discutir ni mucho menos alterarse o enemistarse en razón de diferencias de ideas o de posiciones. Diversos amigos y ex alumnos destacan, al igual que María Fedora, la sensibilidad social del Maestro, como una faceta de su humanismo. Fernando Moraga habla de su «tremendo sentido de solidaridad y humanidad, una sensibilidad social muy desarrollada». «Le apasionaba la existencia humana» hemos leído en el escrito de su hija. Le apasionaba el camino del hombre, diríamos nosotros; y anhelaba que éste fuera un camino con belleza y bondad. Y no pensaba en el camino de un hombre en abstracto, sino de los hombres de carne y hueso, y primeramente de sus hermanos más próximos, los chilenos, y entre ellos, de los más modestos. A este propósito, recordamos algunas de las palabras que el músico pronunció en el homenaje rendido en La Serena al poeta Pablo Neruda el 27 de julio de 1964, con motivo del sexagésimo aniversario de su nacimiento: No es fácil encontrar las palabras para expresar nuestro homenaje de admiración a Pablo Neruda. Su universalidad y profundo humanismo los hallamos en cada página y en cada acto de su vida; y en lo vasto de todo ello, se pierde nuestra cotidiana y tangible imagen de las cosas, vagando y empapándose el ser en la realidad que su concepción nos muestra [...]. Habéis dado honor a la patria y gloria al idioma castellano; y por sobre todo eso, habéis dado la mano a la humanidad que sufre, llevando comprensión y consuelo al pobre y al explotado [...] Nos estáis ayudando a encontrar el camino del hombre, de la verdad. Y os pido que aceptéis esta copa, roja como aquellas rojas flores agrestes de Punitaqui en que iba el alma del pueblo agradecido [alusión a la flores que se habían obsequiado al poeta]20.
La tan intensa actividad musical de Jorge Peña tenía que reflejarse en la vida del hogar. Hemos visto que lo recuerda María Fedora. Y lo recuerda, naturalmente, Nella. Descuido de la casa en cierto sentido, en un sentido material; pero no en otro sentido, pues, en realidad, todo el hogar participaba y vibraba con los trabajos y las iniciativas del artista. Y primeramente Nella, quien tomaba parte, a la par con él, en todas sus empresas musicales, en empresas que a la mayoría podían parecer irrealizables, como fueron la presentación íntegra de la Pasión según San Mateo y la formación de la Orquesta Sinfónica Infantil. Así pues, el que Jorge estuviera hasta tarde en el Conservatorio Regional o en la Escuela Experimental de Música; el que se hicieran ensayos y reuniones en la casa; el que libros, partituras, particelas y papeles de música estuvieran por todos lados; el que el orden dejara a veces bastante que desear: todo ello estaba dentro de lo que imponía el trabajo musical, y éste respondía a un ideal compartido. De todos modos, el recargo de quehaceres para Nella, como esposa y madre, como dueña de casa, era casi continuo. Para los niños, es verdad que el papá músico a tiempo más que completo podía faltar a veces un poco y hasta más de un poco. Pero también ellos compartían el arte del padre y de la madre. Lo hacían al aprender música y al tocar, y en esto se encontraban el arte y el juego. Porque hacer música era en cierto modo jugar. María Fedora recuerda la actividad en la que con su hermano llegaron a ser solistas: ella como violín concertino y él en piano: Tocar en la orquesta fue una experiencia fantástica; teníamos cancha de escena, y la maravillosa vivencia de comunicar la música y compartir con niños de nuestra edad. Estábamos todos motivados por un fin común que era la música. Me gustaba ver a mi propio padre dirigiéndonos. Me emocionaba la expresión de su rostro y el apretón de manos al concertino, que era yo, al final del concierto. ¡Era salvaje!, sobre todo cuando tocábamos el «Bolero» de Ravel. Mi hermano tocaba piano y percusión. Ahora en mi recuerdo imagino lo divertidísimo que se vería el enano dando los platillazos. Era tan chico que tenía los pies colgando del taburete del piano cuando tocó como solista en el Municipal de Santiago y en las giras que hicimos por todo Chile, y a algunas ciudades de países limítrofes. Estuvimos siempre como Pedro por su casa en los
escenarios. Recuerdo que a veces la mamá tenía que tocar y no había nadie que le diera vuelta la hoja, y en el momento me pedían a mí, que no tenía más de once años, y yo me sentaba discretamente junto a la concertista y con toda tranquilidad cumplía con el oficio. A veces faltó alguien en el coro o en los platillos, y ahí estábamos mi hermano o yo, como mentolato de última hora21. Respecto de la forma con que Jorge Peña cumplía su trabajo como Director del Conservatorio, es interesante el testimonio que entregó a Elizabeth Cortés don Hernán Muñoz, por décadas empleado en el Departamento de Música de la Universidad de Chile en La Serena, antes Conservatorio Regional. Recuerda así al músico: Muy comprensivo; siempre me orientaba y aconsejaba […] Muy humano; siempre trataba de resolver los problemas y ayudar a otros. Muy trabajador: siempre estaba primero que yo en el Conservatorio (mi horario de entrada era a las 7:30); lo mismo pasaba en la hora de almuerzo y en la tarde. Al terminar la jornada, a las 18 horas, todos se iban y él seguía hasta las diez, las doce de la noche. No tenía horario para trabajar y esto era de todos los días. Además era Director de la Orquesta de la Sociedad Bach22. Desde los años de estudiante en el Conservatorio Nacional mostró Jorge Peña entusiasmo y mística en el trabajo. Así, para hacer realidad la idea del Festival Bach en 1950, con el Magnificat como obra central, desarrolló el muchacho universitario múltiple actividad: Hacía ensayos corales parciales con jóvenes estudiantes nortinos que, como él, habitaban el Pensionado Universitario; y, tan pronto como podía, efectuaba rápidos viajes a su ciudad, sin escatimar sacrificios de ninguna índole con el fin de reunir a los alumnos de los Liceos de Niñas y de Hombres para completar el trabajo coral. De la misma forma preparaba los instrumentistas locales y un grupo de compañeros suyos músicos, alumnos de Conjunto Orquestal en Santiago. Paralelamente, iniciaba conversaciones para proveer los fondos de la gira; copiaba las partes; trasladaba instrumentos; visitaba los diarios; conseguía auspicios en el comercio para los programas; acudía a las casas de los músicos a rogarles que no faltaran o simplemente a buscarlos para hacerles más
fácil su traslado. Su entusiasmo, sencillez y alegría al luchar por estos propósitos era tal, que irradiaba a su alrededor una total confianza en el éxito, por más imposible que pareciese lo que se había propuesto23. Don Alfonso Letelier, al hablar de la actividad artística en La Serena, en una cuenta de su Decanato, decía: «Con la asombrosa capacidad de trabajo y fe inquebrantable de Jorge Peña Hen, a quien nombré Director del Conservatorio Regional, ha sido posible que se forme en La Serena otro centro musical que está gravitando cada día más en la vida artística chilena»24. Quizás podría decirse de Jorge Peña lo que el poeta Juan Antonio Massone recuerda de Mario Baeza: «Hizo suyo un lema quijotesco: “Mi descanso es luchar”»25. También Armando Carvajal, quien fue profesor de Jorge Peña, asociaba la entrega de su ex alumno al ideal de hacer y enseñar música a la sublime generosidad del Caballero de la Mancha, al destacar sus cualidades como director de agrupaciones musicales: «Jorge Peña pertenece a la legión de los Quijotes vivos de nuestro país. El reúne las condiciones que Salamanca non presta, como dice el adagio: don de de mando, oído musical muy bueno, poder de sugestión, rapidez y ardor encendido para enseñar y disciplinar su conjunto»26. Lautaro Rojas recuerda esa entrega total a su trabajo en el arte: «Trabajaba en forma afanosa, obsesiva, siempre, incluso los sábados y domingos. Yo iba a su casa a ayudarle a escribir música los fines de semana, tarea que también compartía con sus hijos y señora. Él vivía para la música»27. ¿Cómo era Jorge Peña en la amistad? Muchas personas lo recuerdan como amigo: amable, servicial, generoso; siempre dispuesto a compartir con los amigos iniciativas, proyectos, actividades musicales y culturales. Persona que, sin ser muy comunicativa ni muy sociable, se hacía de querer. Sus amistades se tejieron principalmente en torno a la música, a las actividades musicales, literarias y culturales; alrededor de la tarea de levantar el nivel cultural de La Serena y de la zona, a través de un cambio radical en la vida musical. Por eso, se pueden recordar muchos nombres; de personas que
eran entonces de diversas generaciones, desde profesores suyos, como Gustavo Galleguillos, Barak Canut de Bon e Inés Munizaga, hasta jóvenes de su generación, compañeros de liceo y de universidad y, naturalmente, alumnos. No es fácil recordarlos a todos: Alejandro Jiliberto, Alfonso Castagneto, Agustín Cullell, Mario Portilla, Claudio Canut de Bon, Alfonso Calderón, Jorge Iribarren, Lidia Urrutia, Raúl Larraguibel, Héctor Larraguibel, Eudocia Carmona, Darwin Arriagada. Un comentario debido a la pluma de Juan Fernández y publicado en el diario El Día, en junio de 1960, nos entrega algunas impresiones que dejaba la persona y la personalidad de Jorge Peña en quienes lo conocían y eran testigos de su quehacer artístico: Hace poco más de diez años llegaba a esta bella ciudad un joven de estampa distinguida y amable, que incitaba a la amistad. Es que su alma de artista irradiaba e irradia los quilates de la armonía, de la comprensión humana y de la paz: síntesis de este arte divino que es la música. En su alma de artista bullía la idea de crear en esta somnolienta ciudad del conquistador Francisco de Aguirre, una orquesta sinfónica que aglutinara las esporádicas manifestaciones musicales de un pequeño grupo de hombres y mujeres [...]. Con la pasión del enamorado, con la constancia y la metódica del sabio, luchando como un David, contra adversidades, estrecheces y toda clase de tropiezos propios de una ciudad de provincia, emprende la tarea gigante de dotar a la ciudad de sus abuelos de una orquesta sinfónica28. El mismo año 1960, en mayo, el periodista de Ercilla Gustavo Boye entrevistó al músico. En el texto publicado hallamos una serie de afirmaciones que muestran aspectos de la persona del artista y de los valores de su vida. A la pregunta «¿Qué valores humanos pueden justificar y hacer plena una vida?», Jorge Peña responde: «La voluntad de obrar dentro de un elevado ideal moral». Cuando el periodista le plantea «¿Por qué cosa sería capaz de dar su vida?», contesta: «Durante treinta y dos años nunca se ha pasado por mi mente la idea de dar la vida por algo. Sin embargo, no descarto la posibilidad de que ello pueda ocurrir en el futuro, en algún momento
especial, movido por algún ideal de belleza o de justicia». El periodista interroga: «¿Cómo definiría su concepto ideal de “vivir intensamente”?» Y la respuesta: «La consagración de mi energía espiritual y física a la consecución de mi ideal fundamental». Así vivió su vida. Lo expresa Juan Cristián Peña: Mi padre vivió a plenitud cada momento de su vida. Su motor: la música; su combustible: la energía creadora que supo aprovechar a cabalidad. Su camino: la voluntad inquebrantable alimentada por su conciencia, por su convencimiento de que la senda a seguir era la correcta. Jorge Peña es la lección viva de que la voluntad humana puede mover montañas, por muy grandes que éstas sean, y por causas tan nobles y altruistas como aquellas por las que él luchó. Y esa causa de la belleza, del arte, del humanismo, estaba presente en él cotidianamente. Así lo sigue expresando su hijo: Desde el momento de su muerte, se fue revelando en mi interior, como un proceso irreversible de comunicación, atascado durante años, el vasto paisaje de su personalidad; la suma de tantos recuerdos; la progresión de millares de acciones con las que él fue conformando su vida y su obra; sus consejos de padre, no tan periódicos, pero sí profundos; sus detalles domésticos que lo hacían un papá querible por lo volado y despreocupado de lo material; su eterno canturreo que lo acompañaba por las calles de La Serena, y por todas partes, componiendo música mientras caminaba29. Hay en la entrevista publicada en la revista Ercilla dos respuestas que retratan lo que fue la vida del Maestro. Le preguntan: «Si tuviera la facultad de realizar un acto de poder absoluto, ¿qué haría por su ciudad de La Serena?» Y mientras otros han perseguido el poder para imponer intereses económicos o para aplastar a otras fuerzas políticas o se han hecho del poder total para subyugar a un pueblo, el músico responde: «Poder absoluto me parece demasiado. Me conformaría plenamente con un poder humano y temporal que a veces se da a los Presidentes de la República: dictar decretos con fuerza de ley. Crearía en La Serena una Orquesta Sinfónica y otros organismos artísticos con el fin de elevar este aspecto de la cultura en la
zona norte». A la pregunta «¿Cuál recuerda como el momento más emocionante de su vida?», contesta: Tal vez recuerde como un momento de mayor emoción el instante de finalizar la ejecución del Magnificat de Juan Sebastián Bach, en un concierto que dirigí en La Serena en 1950. En dicha ocasión se hacían realidad dos íntimos anhelos: rendir un homenaje a Bach en el bicentenario de su muerte y palpar el nacimiento de un movimiento cultural en mi tierra provinciana. A este respecto, hay que tomar en cuenta que la fecha de publicación de esta entrevista es el 4 de mayo de 1960. Todavía no se había presentado la Pasión según San Mateo. Sabemos qué significaba para el artista esta obra sublime. Y en esta misma entrevista, a la pregunta «¿Cuál es su obra preferida?», responde sin vacilación: «La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach». Fernando Moraga se explica la profunda veneración de Jorge Peña por el genio de Eisenach, diciendo: «Le resultaba posible entender y admirar a Bach en toda su dimensión, tanto porque su propia mente tenía una ordenación de ciencia pura, perfecta y equilibrada, como porque podía desechar lo innecesario, lo banal, lo baladí»30. Todavía recordemos dos respuestas en la entrevista citada más arriba que ayudan a conocer la persona del artista. «¿Cuáles son las condiciones que busca en un amigo?» «Interés en la música, idealismo y capacidad creadora». «¿Y en una mujer?» «Capacidad para extenderse hacia lo espiritual y lo sensual». El amor por la tierra natal fue también una característica de su persona, íntimamente ligada a su pasión por la música y por la difusión y enseñanza de ésta. Quería grandes cambios en el panorama musical y cultural de su país; los quería para su zona, para su tierra, con la idea que desde allí se extenderían. A toda la región norte y muy especialmente a Coquimbo y a La Serena, que llegó a ser su ciudad, entregó sus infatigables esfuerzos. Gustavo Becerra recuerda ese amor por su tierra, que se expresaba en los años de estudiante: El apego a su terruño serenense y coquimbano lo llevó primero a ser el inspirador de la gira de una Orquesta del Conservatorio Nacional y,
posteriormente, a fundar la «Sociedad Bach de La Serena», institución que supo desarrollar como base de su apostolado musical en esa región. Allí su labor de líder y de pedagogo ha sido ejemplar para todo el país y sus beneficios han sobrevivido a la miopía cultural de la dictadura cuya barbarie lo inmolara31. Treintinueve años antes, a propósito de la hazaña artística que constituyó la presentación por primera vez en el país de la Pasión según San Mateo de Bach en su integridad, Daniel Quiroga había utilizado también la palabra «apóstol» y había escrito estas palabras que resultaron proféticas: «Pasarán los años y podremos recordar a Jorge Peña como al músico-apóstol que, dotado de mágica varita, hizo brotar el surtidor de música en una tierra sedienta»32. Se lo sigue y se lo seguirá recordando como artista-apóstol, pero también como artista-mártir, por obra de la barbarie criminal.
1 Pizarro, El día en que conocí, 1. 2 Camarda: Textos para la Exposición… 3 Rosas, Entreacto, 42. 4 Juan Cristián Peña: Creo conocer muy bien, 1. Documento privado, no publicado, escrito por J.C. Peña en respuesta a una pregunta surgida en la entrevista que sostuvo con el autor. 5 Copia de esta carta en AJPH. 6 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 123. 7 Ibíd., 132-133. 8 «Creo que el Magnificat es uno de los mejores ejemplos en que la música está identificada con un texto sagrado, Magnificat anima mea Dominum (mi alma engrandece al Señor). El coro, la orquesta con trompetas y timbales, en conjunto, expresan la gloria del Señor. Existen pocos trozos musicales donde se exprese tanto júbilo, tanta claridad extraterrena», escribe el maestro Fernando Rosas, Entreacto, p. 10. Ibíd, p. 132-133 9 El Tiempo, 17.23.X.1998. 10 F. Rosas, op. cit., p. 2 11 Artículo firmado por Semifusa. Recorte en AJPH. 12 Juan Cristián Peña, Creo conocer muy bien, 2. 13 Texto impreso en la biblioteca musical de Nella Camarda. 14 María Fedora Peña, Esta es la historia de una niña, 1. Documento privado, no publicado, escrito por la autora en respuesta a una pregunta surgida en la entrevista que sostuvo con el autor. 15 Ibíd, 10. 16 Carta de Vitalia Hen de Peña a Nella Camarda, 2-VI-1992. En AJPH. 17 Juan Cristán Peña, Creo conocer muy bien, 1. 18 Fernando Moraga: Discurso en el acto de apertura de la Exposición «Vida y obra de Jorge Peña Hen» en el Museo Arqueológico de La Serena, 16.I.1991. Documento en AJPH. 19 Danilo Salcedo; «Jorge Peña Hen», La Época, 3.XI.1992. 20 Original de este documento en AJPH.
21 María Fedora Peña, Esta es la historia de una niña, 7. 22 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 110. 23 N. Camarda: Textos para la Exposición…, citados. 24 Copia parcial de la Cuenta en AJPH. 25 J. A. Massone: «Honor y gratitud a Mario Baeza Gajardo (1916-1998)», El Siglo, 10-16.VI.1999. 26 Citado por Hernán Millas: «Con fósforos escribió su última música», La Época, 3.XI.1991. 27 Lautaro Rojas: «El Maestro Jorge Peña». Inserto en Todo Coquimbo, 16.X.1998, p. 2. 28 Crónica de J. Fernández, El Día, 30.VI.1960. 29 Juna Cristán Peña, Creo conocer muy bien, 2. 30 F. Moraga: Discurso citado en nota 156. 31 Comunicación gentilmente enviada por fax desde Oldenburgo, 6.IX, 1999. 32 Daniel Quiroga, El Día, 31.VII.1960.
X
La obra tronchada; en La Serena fue
el crimen... en su ciudad
Diez días antes de su asesinato, Jorge Peña relató las circunstancias de su detención y los hechos inmediatamente anteriores. Desde la cárcel, escribía el 6 de octubre a su esposa: «El Comandante del Regimiento dijo el miércoles 12 [de septiembre], en una reunión de jefes de servicios (esto es verídico) que “en la Escuela de Música hay un tal Peña que guarda metralletas en los estuches de los instrumentos”»1. Esta afirmación era estúpida, completamente absurda, totalmente falsa, y no podía sino ser falsa, ya que quien tenga idea de lo que son los estuches de los pequeños instrumentos de una orquesta de niños sabe que en ellos no puede guardarse ni un revólver; mucho menos una metralleta. Y, además, si esas cajitas hubieran podido contener armas, ¿dónde se trasladaban los instrumentos? La misma irracionalidad que llevó a algunos políticos y militares a afirmar que en 1973 había en Chile veinte mil cubanos armados (que se habrían después esfumado, sin que uno sólo apareciera), estaba tras tal afirmación. Absurda y falsa y demostrativa de crasa ignorancia, la afirmación podía, sin embargo, ser de terribles consecuencias en el clima que se vivía en los días inmediatamente posteriores al golpe. Sin duda, la idea no era una creación cerebral del militar que la formuló; sino que había sido sugerida por alguna o algunas de las personas que, desde el regreso de la Orquesta de Niños de la gira a Cuba, habían estado sosteniendo una abierta campaña contra el fundador de la Escuela Experimental de Música y creador de las orquestas infantiles. Ya hemos visto cómo, al comienzo, la campaña pareció dirigirse contra algunos profesores, acompañantes de los niños en su viaje, sin que se mencionara al Director de la orquesta. También hemos visto cómo Jorge Peña desvirtuó uno a uno los cargos que se hacían. Pero a la pasión política que se daba en
el clima de confrontación contra el Gobierno del Presidente Salvador Allende, se agregaba otro tipo de animosidad, motivada en la distinta concepción que de la orientación de la enseñanza y de la actividad musical tenían algunos profesores contratados en los últimos años, que habían llegado a la ciudad con los conceptos tradicionales sobre pedagogía musical y que no tenían la mística que se había creado en La Serena. En carta a su amigo Edgardo Boeninger, el Maestro le explicaba, en febrero de 1973: Lo que tal vez no sabes es que un grupo de profesores, a quienes yo traje a La Serena para integrarse a nuestra experiencia docente-artística, están promoviendo desde hace más de un año un movimiento tendiente a frenar esta experiencia renovadora y volver este Conservatorio o Departamento a una orientación tradicional. Sin considerar los antecedentes concretos que tengo, se desprende obviamente que la única forma de lograr dicho cometido es alejándome de la dirección del Departamento. Luego de hacer otras consideraciones y solicitarle su intervención, Jorge Peña añadía: «Te estoy pidiendo este señalado favor, no porque yo desee honores de Director ni afán de poder por el poder. Te reitero algo que tú sabes y es que debo terminar una obra que comencé hace veintidós años y que tomó su definitiva y renovadora orientación en 1965»2. El militar, al hablar de armas en estuches de instrumentos, sólo repetía, sin un examen crítico mínimo, e imbuido en el espíritu de odio irracional que se había logrado imponer entre los uniformados, lo que otros maligna e irresponsablemente habían sugerido. La campaña contra Jorge Peña, comenzada en abril, fue, sin duda, la base para que los militares aprovecharan las habladurías sobre la gira a Cuba, por absurdas que fueran, para pensar en un tema que los obsesionaba y que podía servir de pretexto para una feroz represión: las armas. La hermana del maestro, Silvia Peña Hen, se ha referido a este punto: En ese período había gente que estaba en su contra, no porque hiciera algo en especial, pero pensaban que era cierto eso, lo de la internación de armas y todo lo demás. Se hizo una campaña de desprestigio en contra de Jorge. La situación se puso muy crítica. Ya no sólo se hablaba
de armas, sino que de su vida personal [...]3. Siempre le insistí en que hiciera una declaración defendiéndose, acallando esos rumores, esas acusaciones; pero él se limitaba a decir que no tenía por qué hacer oídos a esa gente y que las cosas iban a caer por su propio peso. Ahora pienso que habría sido bueno aclararlas; porque creo que tuvieron relación con todo lo que sucedió después. Me refiero a su detención y posterior asesinato4. El profesor Sergio Fuentes del Departamento de Música de la Universidad de La Serena, ex alumno del Maestro y ex integrante de la Orquesta Sinfónica Infantil, recuerda la campaña que se hizo en torno a la gira a Cuba de los niños músicos. Elizabeth Cortés le pregunta: «A consecuencia del viaje a Cuba surgió una gran polémica. ¿Piensa usted que se montó una campaña difamatoria en contra de Jorge Peña?». Él contesta: «Sí; efectivamente. Fue realmente vergonzoso. Esa situación me afectó mucho y a varios de mis compañeros les pasó lo mismo. Todas esas infamias sobre nuestro viaje a Cuba y que en los estuches traíamos metralletas y todas esas estupideces que no tienen nombre»5. La hija del Maestro, María Fedora Peña también recuerda la actitud de su padre de no defenderse en ese período: «Vivimos una campaña de difamación muy baja. El diario La Tribuna comenzó a publicar unos artículos referentes a mi padre muy vulgares y de muy bajo nivel. Yo sentía una gran indignación. Pero mi padre se reía de esas cosas; no les daba ninguna importancia». Para sólo dar una idea de las características de la campaña llevada en Santiago por La Tribuna, reproducimos aquí la respuesta que Jorge Peña dio al Vicerrector Regional de la Universidad de Chile el 2 de julio de 1973, a propósito de un acuerdo del Comité Directivo del Colegio Regional que lo instaba a dar respuesta a los ataques de prensa. El texto es el siguiente: Señor Vicerrector: En respuesta a su oficio sin número de fecha 27 de junio de 1973, cúmpleme expresarle lo siguiente: 1.- No conozco aún el acuerdo del Comité Directivo a que Ud. hace referencia. 2.- Si se refiere a las crónicas aparecidas en La Tribuna, debo preguntarle si considera Ud. adecuado dar respuesta seria y responsable a una campaña insidiosa y chacotera, que llega al extremo de afirmar que este Departamento [el de Música], sólo por móviles políticos,
contrató a un profesor de piano que tocaba el organillo en Franklin con el Matadero, y que lo primero que hizo al llegar fue buscar la manivela del piano [subrayado nuestro]. Me permito preguntarle, además, si las autoridades de la Universidad, así como también las autoridades administrativas y judiciales del país, dan respuesta a las mil y una falsedades y groserías que a diario publica la prensa de algunas tendencias políticas. 3.- Entiendo que su interés de conversar conmigo no es para analizar el contenido falso y grotesco de dichas publicaciones [...]6.
A la afirmación del Comandante del Regimiento, coronel Ariosto Lapostol, siguió el jueves 13 una reunión en la Escuela de Música, en la que un grupo de profesores, del cual fue vocero César Ceradini , expresó –sigue escribiendo Jorge Peña– que «ellos no se integrarían mientras yo siguiese en el Conservatorio». Así pues, se planteaba abiertamente la salida de quien fuera el impulsor y el alma de todo lo que se había hecho en La Serena y en la región, en materia de música, a través de veintitrés años. Durante esa primera semana siguiente al golpe, el clima en la ciudad, como en todo Chile, era de terror. En la misma carta citada, Jorge Peña se refiere así a esos días: «Durante la primera semana sentí la muerte muy próxima; una ola de rumores informaba que a varios conocidos los habían fusilado». A ello se agregaba la grotesca «denuncia» del Comandante del Regimiento en su primera reunión como Jefe de Plaza con los directivos de los servicios de la zona. La situación, dado el ambiente creado por el golpe militar, era muy inquietante. Tanto era así, que el 12 de septiembre, el músico escribió una carta, que él mismo llama «póstuma» (y que resultó ser póstuma, pues llegó a manos de la familia después del asesinato de su autor), que continuó la noche del 13 y que terminó el 14, o, mejor dicho, que dejó de continuarla el 14, pues afirma sentirse muy mal. El documento quedó, pues, interrumpido. Esta carta, encabezada así: «Querida Nella e hijos», comienza con un pensamiento que ya antes el músico había confiado a su hija María Fedora: Siempre tuve el sentimiento premonitorio que mi vida terminaría a los 45 años. Siempre pasó por mi mente esa idea fugazmente, sin definir qué, cómo; sin intuir las circunstancias en que ello podría ocurrir. Presiento que mi fin está próximo [...]. He querido, por tanto, escribirles
este póstumo mensaje, lo cual creo que me aliviará y me permitirá afrontar con entereza la dura prueba. En la parte escrita en la noche del día 13, expresa: Hoy he tenido información del fusilamiento de algunos compañeros, que no han hecho en su vida otro daño que luchar por sus ideales. Sabemos y sé que muchos de nosotros estamos marcados por el delito de amar a la humanidad, al hombre histórico, a través de la construcción de un nuevo orden, de real libertad, igualdad y justicia social. La carta contiene palabras de emocionada despedida. A mi Juan Cristián querido lo he recordado mucho a través de este año [el joven estaba en Santiago, haciendo su servicio militar]. En la distancia me he sentido cerca tuyo, hijo, con tu mirada desde la foto sobre el piano, limpia, tierna. Cómo desearía que viviésemos de nuevo, para comunicarme contigo, para ser amigos, para que esa mirada estuviera siempre frente a mí, en tu presencia material, real. La última vez que te vi, en la Escuela, sentí un reencuentro hermoso, aunque efímero, que me reconfortó. Me queda la esperanza que triunfarás en la vida y que esto que te estoy diciendo lo comprenderás y lo apreciarás. Más adelante, refiriéndose al servicio militar que cumplía Juan Cristián, le dice: «Hoy pienso todo lo contrario de hace una semana: deja esa Escuela fabricante de robots lo antes que puedas, querido hijo». Y a su hija dirige estas palabras: «María Fedora, junto con tu hermano de sangre y junto con todos los hombres y mujeres, que son nuestros hermanos, crearás en el arte y en el trabajo y en el amor». La idea de una sociedad realmente justa y humana que anhelaba ver alguna vez realizada el artista, aparece expresada en palabras dirigidas a su esposa y sus dos hijos: «Ustedes tres, más el recuerdo de lo bueno de tu viejo, vivirán una existencia hermosa; lograrán la felicidad, en el amor de ustedes, de todos los seres queridos y amigos y de una sociedad justa y creadora». La carta queda interrumpida el tercer día después del golpe. «Hoy es la mañana del 14 de septiembre. Anoche dormí tarde e inquieto y vestido, en esta casa en que me han acogido con celo y afecto. Hoy he despertado triste
con un principio de esa depresión que tú me conoces, Nella. Tengo tanto que decir, pero no puedo escribir. Siento una pena indefinible»7. Ya encarcelado, en la carta del 6 de octubre, como lo vimos, recuerda a su esposa que en la primera semana temió realmente por su vida. No porque hubiera hecho algo ni remotamente relacionado con el contenido de la absurda calumnia que se le había levantado; sino por las características de irracionalidad que desde el primer momento tuvieron las acciones de quienes tomaron el poder y el grado de violento odio que demostraron, odio en gran parte incubado por influencia de una tenaz propaganda realizada por los impulsadores civiles del golpe. Sin embargo, tampoco ahora el músico tomó medidas de precaución y defensa. La plena conciencia de una vida entregada mil por ciento a la música acaso le parecía el mejor desmentido a tan burdas calumnias. Su compañero de curso en el liceo y activo integrante de la Sociedad Juan Sebastián Bach, Juan Eliseo González, se refiere así a la campaña de difamación contra Peña: «Difamación implica que hubo infamia. Quien haya conocido a Jorge Peña ¡jamás puede pensar que él iba a tomar un arma! Él era un hombre de paz, un músico, un artista, un hombre elevado»8. Destaca Eliseo González como característica más importante de la personalidad de Peña «su entrega total por la música y también que ésta fuera difundida, que la gente la comprendiera. Él trataba por todos los medios que el amor de su vida –la música– fuera comprendida por todo el pueblo; que nuestro pueblo también elevara su espíritu; eso no sólo con la música, sino con todas las manifestaciones del arte»9. Así pues, Jorge Peña no hizo gestión alguna en su defensa ni se ocultó ni pensó en viajar a otra ciudad. María Fedora, que estudiaba entonces en Santiago, y estaba en la casa de sus abuelos paternos, recuerda que la última vez que habló con él fue por teléfono, el día 12 de septiembre. Lo halló «muy preocupado». «Me contó en esa oportunidad que le habían ofrecido asilarse, pero que él no había aceptado»10. De hecho, el músico siguió haciendo vida normal. «Seguí circulando –escribe el 6 de octubre–; llamé a
mi mamá y a ti [a su esposa Nella] para decirles que todo estaba bien y tranquilo». En verdad, la tranquilidad de conciencia no podía sino conservarla siempre, ya que correspondía a la realidad de su vida. Y la conservó hasta el último día, como –y lo veremos luego– lo atestiguan las personas que estuvieron con él detenidas y en contacto hasta el mismo 16 de octubre al mediodía. En la citada carta del 6 de octubre, podemos seguir el itinerario de la barbarie desatada contra el artista. Evidentemente, desde el 11 de septiembre ninguna acción suya podía caer en algunos de los hechos ahora calificados de delitos por quienes se habían apoderado el poder. En cuanto al tiempo anterior, su adhesión al Partido Socialista –más que todo nominal, puesto que su entrega a la música era total– era algo completamente legítimo, legal y moralmente. Así relata Jorge Peña los días que van desde el 19 de septiembre hasta la fecha de su carta: El miércoles 19 me detuvieron y me tuvieron tres días en la Comisaría, sin contacto con nadie del mundo exterior. Después me llevaron al Regimiento y de allí me enviaron, incomunicado, a la Penitenciaría. En total estuve ocho días aislado [...]. En los días de incomunicación que terminaron con mi declaración al Fiscal, comencé a ver la vida diferente y a desear revivir y rehacer mi existencia, lejos de La Serena [...]. Ha transcurrido el tiempo en la prisión y he perdido la esperanza de salir pronto. Tal vez pueda conseguir una relegación, lo que me permitiría trabajar y rehacerme. Mientras tanto, los sectores que propiciaron el golpe de Estado o lo apoyaron actualizaban la «cuestión» del viaje a Cuba. El diario El Día anunciaba el 27 de septiembre: «La Escuela de Música será reorganizada [...]. Los profesores que hayan participado en “delitos” cesarán en sus cargos». Dos días después, el periódico informaba que se había nombrado una comisión reestructuradora y asumía como Director interino el profesor Héctor Razetto, quien se había reunido con el Jefe de la Plaza, teniente coronel Ariosto Lapostol11. De más está decir que los presuntos delitos
eran creados a posteriori de los presuntos hechos. Se trataba, en realidad, de perseguir las ideas, castigar no acciones posteriores al 11 de septiembre, sino posiciones legítimas que, además, eran perfectamente legales antes del golpe, y que, de no traducirse después del 11 en acciones contra el nuevo régimen, no tenían por qué ser punibles ni aun en la «legalidad» impuesta por las armas. El encarcelamiento del maestro Jorge Peña Hen causó mucha inquietud y angustia en alumnos y profesores de música, en sus amigos, en todos quienes conocían y admiraban su vasta trayectoria de total entrega al servicio de la música. Y naturalmente, antes que nada en sus familiares. Su esposa, que había venido a Santiago a tratar de que le pagaran su sueldo, que le había sido retenido, supo de la detención sólo el 21 de septiembre. De inmediato inició diligencias y redactó un escrito para presentarlo al fiscal. Allí explicaba la entera dedicación de su marido a la música y a su enseñanza. Al mismo tiempo, acudió a hablar con personalidades importantes del mundo musical chileno que bien conocían y apreciaban la obra de Jorge Peña. Sabiendo que en los allanamientos las casas solían quedar abiertas, además de desordenadas y deterioradas, consiguió que su hija María Fedora viajara a la Serena el día 24. De modo, que el 26 fue entregado el escrito de defensa al fiscal, el mayor Casanga. Pero María Fedora no pudo ver a su padre y regresó a Santiago el 27. Sólo el 3 de octubre logró la señora Nella volver a La Serena y fue de inmediato a hablar con el abogado Gustavo Rojas. El día 5, éste y otro profesional asumieron la defensa. Enseguida se agregaron los testimonios que Nella había conseguido en Santiago. Hoy podemos leer algunos de esos escritos. Es de justicia recordarlos aquí. Don Alfonso Letelier Llona, destacado compositor, distinguido profesor, ex Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, en declaración fechada en «octubre de 1973», se refiere a las numerosas veces en que Peña, como Director del Conservatorio Regional de La Serena y Director del Departamento de Música de la Universidad de Chile Sede La Serena, recurrió a él, en su calidad de Decano de la Facultad:
En todas estas oportunidades actuó exclusivamente con sentido profesional, demostrando conocimientos, experiencias, espíritu innovador y constancia, lo que lo hizo acreedor a la continuada cooperación de todos los parlamentarios de la provincia. Don Jorge Peña fue siempre considerado como una persona ecuánime, honorable y muy dedicaba a su trabajo, el que realizaba con gran independencia de toda posición ideológica12. Las palabras del distinguido compositor iban dirigidas a desmentir las acusaciones de «activismo político» que se suponía podrían formularse en contra del artista, como consecuencia de la campaña realizada en su contra en los últimos meses. Demás está decir, que nunca hubo posibilidad de que un músico entregado poco menos que las 24 horas del día al arte y su enseñanza y difusión fuera «activista». Aunque, por otra parte, antes del 11 de septiembre, el «activismo político» era completamente legal. En los primeros días de octubre, el maestro Fernando Rosas, todavía entonces Director del Instituto de Música y de la Orquesta de Cámara de la Universidad Católica, escribía la siguiente «Carta de recomendación», en la que se refería a aspectos fundamentales de la obra de Jorge Peña: El suscrito conoce al señor Peña desde el año 1960; durante los años transcurridos ha trabajado con él en la confección de diversos planes de docencia musical y en la elaboración de políticas musicales que han tenido importancia en todo el país. El señor Peña ha introducido en Chile métodos de enseñanza instrumental que aplicados en La Serena han creado orquestas infantiles y juveniles, que han sido uno de los más valiosos aportes a la renovación de la vida musical en los últimos años. Su personalidad como compositor e intérprete y organizador de actividades musicales lo ha situado en un plano especialmente destacadísimo de la vida cultural chilena. Por las razones expuestas, deseo fervientemente que al señor Peña se le den las posibilidades de continuar la importante labor musical a la cual ha dedicado todas sus energías13.
Don Ignacio Palma Vicuña, senador por Atacama y Coquimbo en el período 1965-1973 y ex Presidente del Senado, dio también en los primeros días de octubre una constancia acerca de las gestiones que el músico había hecho ante él para pedir apoyo a disposiciones legales que favorecían la enseñanza y difusión musical en la zona. «En todas estas oportunidades – declara en su escrito–, actuó exclusivamente con sentido profesional, demostrando conocimientos, experiencia, espíritu innovador y constancia, lo que lo hizo acreedor a la continuada cooperación de todos los parlamentarios de la provincia»14. Estas distinguidas personalidades no podían pensar que sus declaraciones no servirían de nada en un «juicio» militar, en un «tribunal en tiempos de guerra», en que la ilegalidad y la arbitrariedad partían desde el hecho mismo de su instalación; ya que no existía guerra alguna en el país y la propia Junta de Gobierno había comunicado a la comunidad internacional que tenía dominio y control sobre todo el territorio nacional y que existía «plena tranquilidad». Y también la ilegalidad y arbitrariedad partían del hecho de que se pretendía juzgar a personas por presuntos hechos o presuntas ideas anteriores al golpe, es decir, anteriores a la vigencia del «orden legal» nuevo, impuesto por las armas, violándose así el más elemental principio del Derecho Penal, en el sentido de que las leyes penales no pueden tener efecto retroactivo. Y mucho menos podían imaginarse los distinguidos declarantes que no habría juicio alguno; ni siquiera una especie de simulacro de juicio militar en tiempos de guerra. El paso de los días en la cárcel, si bien hizo prever que la privación de libertad no sería breve, trajo cierta tranquilidad respecto de los temores de los primeros días. Don Juan Eliseo González testimonia en este sentido: Jorge llegó [a la cárcel] a fines de septiembre. Estuvo alrededor de veinte días. Primero estuvo preso en libre plática y luego fue incomunicado y en su incomunicación escribió música y hacía tinta con los palos de fósforos quemados y saliva. Él adentro andaba tal cual como en la calle. Como en la vida normal se comportaba adentro, como un compañero y un gran amigo. Estaba tranquilo; sabía que no tenía
ningún cargo y que no podía tenerlo. Pensaba que se iba libre. Más aun, ese día maldito, el 16 de octubre, creyó que la llamada del General era para darle la libertad15. Jorge Omar Galleguillos Olivares, alumno del Maestro, el «gato Galleguillos» de las primeras representaciones de La Cenicienta, logró verlo en la cárcel. Fue junto con otros niños músicos, y recuerda que Jorge Peña les dijo que de un día a otro saldría en libertad; que todo debía ser un malentendido, que ya se aclararía. Por eso, les aconsejó que siguieran estudiando y que ya la orquesta podría continuar ensayando las piezas programadas. El abogado Gustavo Rojas, que había asumido la defensa del músico, viajó a Santiago en octubre a fin de realizar consultas con colegas capitalinos. Don Tomás Peña, entre tanto, había hecho diversas gestiones en La Serena y había logrado hablar con el Fiscal. Se había formado la idea de que su hijo saldría luego en libertad. Fernando Moraga recuerda que el mismo día 16 de octubre, en la mañana, estuvo con el hermano de Jorge Peña, Rubén, y con don Tomás, «conversando sobre las posibilidades ciertas de lograr su liberación y la autorización para sacarlo fuera del país». Los días 14 y 15, don Tomás Peña vio a su hijo en la cárcel y le informó que en la Fiscalía le habían asegurado que en definitiva no había ningún cargo contra él. Es más, el mismo 16, en la mañana, el doctor Peña volvió a ver a su hijo: «Yo había hablado con el fiscal militar, mayor Cazanga, quien me dijo que aún no sabía cuándo mi hijo sería llamado a juicio. Y Jorge no me demostró ninguna inquietud e incluso me hizo varios encargos, pagar cuentas y entregar cartas». No había cargos en contra de Jorge Peña Hen. Y en verdad, no podía haberlos, ya que rumores sobre hechos inverosímiles o maledicencias absurdas mal podrían constituir cargos. Y de haberlos habido, habría que haber allegado pruebas y tendrían que haber luego descargos y probanzas. Esto explica el optimismo con que el músico tomó la llamada al Regimiento al mediodía del 16 de octubre. A Juan Eliseo González le dijo al momento de partir: «Flaco, parece que me voy libre, porque mi papá me dijo esto
anoche y ahora llega este General. Seguramente les ha dicho que nos tienen que liberar»16. También Carlos Yusta Rojas, ex Alcalde de Coquimbo y ex Gobernador de Elqui, amigo generacional del Maestro, preso con él en la cárcel de La Serena, relata que el día martes 16 conversaron: «Fue a mi “carreta” –sector para preparar comida–; a mí me tocaba el turno ese día de hacer la comida del grupo. Jorge me contó que posiblemente salía en libertad ese día. Yo le serví un café [...]. El último, pues esa misma tarde, como a las dos, fue llevado para arriba y fusilado»17.
16 de octubre de 1973. La muerte llega desde Santiago Aproximadamente a las 11 de la mañana del día 16 de octubre, llegó al aeropuerto de La Serena un helicóptero del Ejército, en el que venía una comisión encabezada por el general Sergio Arellano Stark, en calidad de «Delegado del Comandante en Jefe del Ejército, general Pinochet». El entonces Jefe de Plaza, coronel Lapostol, informa quiénes integraban esa delegación: «El coronel Sergio Arredondo González, el teniente coronel Pedro Espinoza Bravo, el mayor Marcelo Moren Brito y el teniente Armando Fernández Larios [...] Además, claro, estaba la tripulación del helicóptero»18. Después de una reunión con todo el personal del Regimiento ante el cual hizo una exposición sobre la situación del país a poco más de un mes del golpe, Arellano Stark habló con el Comandante Lapostol acerca de los juicios militares. Sigue el testimonio de éste: Me dijo que tenía la misión de revisar todos los procesos, que había que agilizarlos, porque no se trataba de tener presos por delitos menores. Me agregó que era necesario la participación de un abogado en la fiscalía militar, que me enviaría cuanto antes un oficial de justicia para reemplazar al entonces fiscal, un mayor de Carabineros que no era abogado19. Luego, el Delegado del Comandante en Jefe pidió a Lapostol el registro de detenidos. Entonces,
el general Arellano comenzó a leer el registro, rodeado por la gente de su comitiva. Tenía un lápiz y comenzó a hacer una marca, un ticket, en la columna de «delito de que se le acusa». Pasaba las hojas y hacía algunos tickets en esa columna. Yo miraba por sobre su hombro y comencé a presentir algo turbio [...]. De repente vi que el general hizo un ticket en la columna que correspondía a Roberto Guzmán Santa Cruz. Ése era un caso en que yo acababa de emitir sentencia. Pregunté en voz alta: «¿De qué se trata esto, mi general? Ese caso ya fue juzgado». Todos, él y los cuatro miembros de su comitiva, se dieron vuelta a mirarme. Nadie contestó y volvieron a concentrarse en el registro de detenidos. Me miraron con desprecio, como diciendo: «¿Qué se cree este huevón?». De inmediato salí de la oficina y salí también del Regimiento; me quedé en los jardines de afuera [...]. No quise participar; no quise que mi presencia avalara nada incorrecto, porque obviamente se iban a revisar casos que ya estaban sentenciados. Y eso era pasarme a llevar, atropellarme20. A la misma ahora en que se desarrollaba esta escena, don Tomás y su hijo Jorge tenían en la Penitenciaría la tranquilizadora entrevista que hemos relatado, sin poder imaginar que sería la última. Ante las preguntas de la periodista Patricia Verdugo, el Comandante Lapostol continúa su dramático relato: «Como a los veinte minutos de estar yo en los jardines, apareció el general Arellano. Me dijo que era partidario de hacer un Consejo de Guerra. Y yo le contesté para los casos que no tenían sentencia aún, pero que discrepaba respecto de volver a procesar a quienes estaban condenados. Le dije que eso no era correcto ni legal [...]. Me insistió en que se iban a revisar los casos de delitos graves. Y yo volví a argumentar que una cosa era acusar y otra probar el delito. Que nuestra obligación era actuar en forma legal y justa». El coronel Lapostol estuvo con el general Arellano más de dos horas. «¿Ocurrió algo mientras usted estaba con el general Arellano en los jardines?» –pregunta la periodista– «Sí; sentimos disparos en el interior del regimiento. Le pregunté al general Arellano qué estaba pasando y él respondió, calmadamente, que debía ser el resultado del Consejo de
Guerra»21. El Comandante Lapostol asegura que nada supo de Consejo de Guerra y que en todo caso no participó ninguno de sus oficiales. Dice que se sintió mal, muy mal: Cuando logré hablar, le dije al general Arellano que me dejara un documento donde quedara constancia de lo sucedido. No me contestó. Yo quería un documento firmado por él. Se lo pedí varias veces; la última cuando fui a dejarlo al aeropuerto, como a las seis de la tarde de ese día 16 [...]. Era mi deber [ir a dejarlo], porque se trataba de un general y porque era mi última oportunidad de obtener esa acta. No me la dio. Se la pedí a él, a Moren Brito, a Chiminelli. Ante tanta insistencia, finalmente me dijeron que la enviarían después. Y nunca llegó22.
El via crucis de los mártires El via crucis comenzó alrededor de las 13:00 horas del día 16 de octubre y puede ser reconstituido, porque hubo testigos de algunas de sus fases. El abogado Gustavo Rojas que «teóricamente» debía defender a varias de las personas llamadas o que serían posiblemente llamadas a Consejo de Guerra, ha relatado algunos pormenores de los «juicios» que alcanzaron a realizarse, y en los cuales los abogados no pudieron hacer absolutamente nada; ya que ante las amenazas debieron convertirse en simples observadores. El 16, al enterarse de que varios presos eran retirados de la cárcel en vehículos militares, algunas personas pidieron al Secretario del Consejo de Guerra, Florencio Bonilla, abogado de Carabineros, que averiguara la razón de esa medida. Pero ni a Bonilla ni a Rojas ni a otros abogados se les permitió la entrada al regimiento ni se les dio información alguna. Las dieciséis personas que fueron llamadas desde el interior de la Penitenciaría y que fueron ingresando a los vehículos, eran las siguientes: Jorge Peña Hen, el tan conocido músico, de 45 años; Mario Ramírez Sepúlveda, profesor de la Universidad de Chile, como Peña, Secretario Regional del Partido Socialista, de 44 años; Roberto Guzmán Santa Cruz, de 35 años, quien el 11 de septiembre había viajado a La Serena, como
abogado del Sindicato de la Minera Santa Fe, para trámites de la negociación colectiva; Mario Jordán Domic, de 29 años, médico, muy conocido y querido en Ovalle y sus alrededores por su generosidad, militante comunista; Jorge Osorio Zamora, de 35 años, funcionario administrativo de la Universidad de Chile, militante socialista; Carlos Enrique Alcayaga Varela, de 38 años, Secretario Regional de la CUT, militante del MAPU; Manuel Jachadur Marcarian Jamett, de 35 años, de Los Vilos, militante comunista; Marcos Enrique Barrantes Alcayaga, de 26 años, estudiante de la Universidad de Chile, militante socialista; Hipólito Cortés Olivares, de 43 años, obrero de la construcción, militante socialista. Los siguientes eran todos campesinos: Gabriel Vergara Muñoz, de 22 años; Oscar Armando Cortés Cortés, de 48 años, padre de 11 hijos; José Araya González, de 31 años; Víctor Escobar Astudillo, de 21 años; Jorge Contreras Godoy, de 31 años; Oscar Aedo Herrera, de 23 años. El último llamado era Luis Silva Pino, ex jefe de relaciones industriales de MANESA. De estas personas, sólo tres habían sido condenadas a penas de prisión por el Consejo de Guerra: Carlos Alcayaga Varela, Roberto Guzmán Santa Cruz y Manuel Marcarian Jamett. Por esa razón, el abogado Francisco Alvarez Mery, Auditor del Consejo de Guerra, se encontraba en Santiago, para los trámites de revisión de sus sentencias. Hubo testigos de la salida de los presos desde la cárcel y de su llegada al regimiento. Naturalmente, ni los «prisioneros» ni los testigos podrían haber imaginado lo que la misión recién llegada iba a hacer, por orden o con autorización de quien la enviaba. Hemos visto cómo Jorge Peña acudió al llamado en la convicción de que se le notificaría su libertad. Al entrar al regimiento, comenzó el verdadero e inesperado via crucis. Existe el relato de uno de los dieciséis presos traídos por los vehículos militares. Una circunstancia, también increíble, le salvó la vida. Su testimonio no puede sino conmover cada vez que se lo lee. Por él conocemos la barbarie y el odio brutal con que se trató a esas personas absolutamente inermes, atropellando no sólo la «legalidad» impuesta por el propio régimen militar, sino también las convenciones internacionales
referentes a prisioneros de guerra (si se hubiera tratado de una guerra de verdad) y las normas elementales relativas a simples personas presas, no sometidas a proceso o en algunos casos ya procesadas y condenadas a prisión (si se considera que no había guerra alguna, como efectivamente era la situación). Luis Silva Pino entregó su testimonio en 1991. En 1973 tenía 46 años. Trabajó en MANESA hasta el 17 de septiembre, día en que el gerente general, el profesor Mario Ramírez Sepúlveda, le informó a él y a otras personas que estaban despedidas por decisión de la jefatura militar de la zona. Dos días después fue detenido, sometido a un duro interrogatorio e incomunicado. Pero al día siguiente fue enviado a la cárcel. Allí estuvo, entre centenares de «prisioneros», junto a quienes serían como él llamados el día 16 de octubre. Como a media mañana –relata– llegó el nuevo jefe de personal de MANESA con los finiquitos de nuestros contratos. Estábamos firmando, cuando apareció un suboficial de Ejército para retirar a cuatro prisioneros: Mario Ramírez, Jorge Peña Hen, Marcos Barrantes y yo. Nos subieron a un jeep militar y nos llevaron al Regimiento. Frente a la guardia, nos pusieron frente a la pared, nos vendaron los ojos con paños rojos y nos hicieron caminar –en fila–, apoyados con una mano en el hombro del que iba adelante. Al ir caminando, escuchábamos frases compasivas: «Mira, tan jóvenes y los van a matar». Yo no entendía nada; porque nunca se me ocurrió que pudiera estar en real peligro de muerte23. Luis Silva creyó darse cuenta de que llegaban a un patio con maicillo. Oyó una voz estentórea, dura, que exigía la identificación de los presos. Le pareció que esa voz no correspondía a militares de La Serena. Sigamos ahora el relato de Patricia Verdugo, a quien Luis Silva Pino entregó su testimonio. La brutalidad inhumana del militar que dirigía el interrogatorio; las circunstancias de éste: tendidos en el suelo, bajo el sol ardiente, sin poder ver nada, recibiendo insultos y amenazas rabiosas; golpes, culatazos, patadas. La vejación cobarde, la prepotencia implacable,
contra personas inermes, con los ojos vendados, sin posibilidad de moverse, siquiera para acomodarse en una posición. Releamos el relato: Tenderse en el patio, piernas abiertas. Silva Pino al centro. A su derecha, Mario Ramírez. Detrás, Jorge Peña. Identificó las posiciones por las respuestas de cada prisionero a los interrogatorios. Sol quemante de mediodía nortino. El sudor deslizándose desde la nuca hasta el suelo. Sol abrasador que traspasaba los chaquetones. «¡Al que se mueva, lo mato!» –repetía el vozarrón. Las preguntas, una y otra vez las mismas preguntas: las armas... ¿dónde están las armas? «No sabíamos de qué nos hablaba. Porque realmente no teníamos relación alguna con armas». «¡Al que se mueva un milímetro lo mato!» –insistía la voz de mando. A cada respuesta negativa, una patada. Apretar los párpados, soportar el castigo sin siquiera mover el músculo dañado. La boca seca, la mitad del rostro «dormido» por el contacto con las piedrecillas y el sol implacable. «Sentía que mi ropa ardía y me quemaba la piel. En un momento temí que se me quebraran los lentes y, con gran esfuerzo, logré levantar un poco la cabeza al tiempo que pedía que me los sacaran. Recibí como respuesta una patada en la cabeza», recuerda Silva Pino. Cerca de las tres de la tarde, el equipo de oficiales anunció que se ausentaba por unos momentos y dejó a dos soldados vigilando, con orden de disparar al primer movimiento de los prisioneros. Al irse, uno de ellos pasó entre los cuatro hombres tendidos, le dio una suave patada en las costillas a Silva Pino y le dijo con voz suave: «No te muevas por ningún motivo». «Pasó un buen rato. No se sabe cuánto. Cada segundo y cada minuto eran ya una tortura insoportable. Sentí entonces un movimiento a mi derecha, sonó el maicillo como si alguien arrastrara las piernas o los brazos. Y escuché la voz de Mario Ramírez, en una especie de quejido desesperado. De inmediato se escuchó un disparo, un solo disparo, y un sonido que –varios días después– comprendí que había sido Mario al expirar. «Este huevón se quiso arrancar» –dijo un soldado.
«No...; yo creo que sabía lo que venía» –respondió el otro. «Y lo mataste al tiro» –agregó el primero. «¡Chisss! Yo soy bien sentimental para mis cosas, pero matar a estos perros no me da ni asco...» Silencio. Sólo se escuchaba la respiración agitada de los prisioneros. «¿Será verdad que lo mataron? No; no puede ser verdad... Debe ser un simulacro para atormentarnos. No cruzamos una palabra entre nosotros. Yo trataba de escuchar lo que los soldados decían. Traté de levantar un poquito la cabeza para despejar el otro oído, pero de inmediato vino el grito para que no me moviera». Regresó el grupo de oficiales al patio. «¿Y qué pasó aquí? ¿Qué pasó con este veraneante que está tomando el sol?» –bramó la voz de mando. «Hubo que disparar porque trató de escapar» –dijo el soldado. «Así que trató de escapar... y miren cómo quedó de pálido» –dijo la voz en tono de mofa. Comenzó el inventario. Pañuelo. Anillo de matrimonio. Una peineta. Lentes. «No puede ser verdad, no puede estar muerto», pensaba y rogaba Silva Pino. Interrumpimos el relato de Patricia Verdugo, para hacer notar cómo era completamente imposible cualquier intento de fuga. Es claro que el profesor Ramírez, con los ojos vendados, golpeado brutalmente en el suelo, en una posición incómoda, se movió algo; trató apenas de acomodar algo su dolorido cuerpo. De inmediato, fue asesinado allí mismo, a sangre fría. El diálogo entre los soldados y luego las palabras del oficial muestran el grado de odio irracional y de desprecio total por la vida humana que se les había inculcado por sus superiores y por la campaña de los civiles de extrema derecha durante tanto tiempo y a través de tantos medios de comunicación masiva. Absoluta amoralidad e inhumanidad, además de cobardía, denotan las palabras de aquellos militares ante esas personas inermes, golpeadas, vejadas, con venda en los ojos.
Prosigamos con el relato de la periodista que recoge el testimonio de Luis Silva Pino. Él es quien oyó las últimas palabras del músico, que contestaba con negativas, una y otra vez, a la absurda y estúpida pregunta sobre armas que hubieran sido traídas desde Cuba por los niños de la orquesta. La frase con que el oficial comienza el interrogatorio –interrogatorio sin mayor sentido, puesto que la fría decisión de asesinar a todas esas personas ya estaba tomada– muestra claramente que no hubo equivocación alguna en la muerte del Maestro Peña Hen. Los asesinos sabían perfectamente de quién se trataba: de un músico, de un compositor, de un director de orquesta, de un profesor, de un artista extraordinario. Insinuar, como a veces se ha hecho, que hubo un error, es como pensar que también lo hubo en el asesinato de Federico García Lorca, en 1936. Quienes lo mataron en su Granada sabían que mataban a un poeta. Y quienes ordenaron y cometieron el asesinato de Víctor Jara sabían muy bien que asesinaban a un músico, a un hombre de teatro, a un profesor. En los tres casos, la barbarie y el odio se ensañaron con artistas, con hombres entregados por entero a crear y difundir belleza. Al relatar la forma en que fue salvado, Silva Pino recuerda las últimas voces que escuchó: eran de Jorge Peña Hen en los postreros minutos de su martirio. Dejamos otra vez la pluma a Patricia Verdugo: Sintió que llegaba más gente al patio. Y escuchó los nombres pronunciados por los mismos prisioneros: el doctor Jordán, Cortés... El interrogatorio se trasladó a los recién llegados. De repente, Silva Pino sintió que alguien se acercaba y una bota pisó su espalda. «¿Sabes quién soy?» –dijo la voz del mayor Tomás Harris. «No, señor» –contestó el prisionero, creyendo que era la mejor respuesta. «Sí, sí sabes quién soy» –insistió el oficial. «Sí, señor, creo que sí» –reconoció Silva Pino. «A mí me vas a deber esto. Te voy a salvar» –dijo el mayor Harris, bajando el tono. Ordenó enseguida que se acercara un soldado. Éste corrió y, creyendo que lo necesitaba para castigar al prisionero, le aplicó una fuerte patada en las costillas. «¡No, no! A este prisionero llévelo abajo, a la enfermería» –gritó Harris. Y luego agregó: «Ahora vamos a interrogar a éste y nos va a contestar en do de pecho». Y mientras Silva Pino era
levantado y conducido fuera del patio, escuchó por última vez la voz de Jorge Peña, negando por enésima vez haber traído armas desde Cuba cuando fue de gira con la Orquesta de Niños de La Serena. En el calabozo, ya sin venda en los ojos, Silva Pino pudo recién darse tregua para sentir los dolores. Y sólo tres días después supo la verdad: quince prisioneros habían sido asesinados y, entre ellos, los tres con los que había compartido la pesadilla en el patio del Regimiento. Sí; había sido ciego testigo del asesinato de Mario Ramírez Sepúlveda [...]. «Ahí comencé a morirme todos los días. No quería vivir y no entendía por qué estaba vivo. Cuando pasaban frente a mi calabozo y anunciaban que me iban a matar, deseaba que fuera cierto. Cuando me colgaban o cuando me zambullían en agua, quería morir. Y cuando me llevaron de regreso a la cárcel, me quebré...» No puede seguir hablando, y se apoya en la mesa, para esconder la cabeza y llorar...24. En los últimos momentos, golpeado y vejado brutalmente, recordaría acaso el artista que había dado vida a los inolvidables para los serenenses Retablos de Navidad las palabras del narrador, en 1959, quien, refiriéndose a las palabras de Cristo, decía ante miles de personas en la plaza de la ciudad: «Que no se pierda su enseñanza, que no caiga con alas vencidas. Hagamos que a su son los hombres se agrupen en una procesión universal de justos, con pensamientos limpios y miradas puras. Que no haya enemigos; que sean los hombres hermanos; que entierren la quijada homicida...» El texto de Fernando Moraga, enmarcado en la música de Jorge Peña, no había llegado a los oídos de los que, venidos de Santiago con la bárbara orden, desenterraban la quijada asesina para descargarla sobre Abel. ¿Recordaría quizás aquel hombre, siempre entregado con generoso ardor a difundir la música, las veces que allí, en esos mismos patios del Regimiento dirigió la orquesta y los coros para entregar también un mensaje espiritual a hombres que llevaban el mismo uniforme de quienes ahora lo golpeaban brutalmente y se aprestaban a segar su vida y la de sus compañeros de calvario? El via crucis y muerte de Jorge Peña Hen y sus compañeros se desarrolló en alrededor de tres horas, entre 1 y 4, absolutamente al margen del
conocimiento del Comandante del Regimiento. Éste, obligado, debió asumir la triste tarea de añadir al crimen la mentira.
La mentira oficial Volvamos, entonces, al relato del coronel Lapostol. Sus reiterados pedidos de un acta o documento escrito no tuvieron resultado. Y sigue la relación en respuestas a las preguntas de la periodista Patricia Verdugo: «Volvió a su regimiento, ¿y qué? –Tenía a quince prisioneros muertos... –¿Los vio? –Sí... –¿Cómo murieron? –Todos tenían heridas de bala en el pecho. –¿Quiénes los fusilaron? –Nadie de mi regimiento, salvo en el caso del señor Ramírez...» Aquí la versión del coronel –la que a él le dieron: de que el profesor Ramírez había intentado huir– está equivocada. En cambio, sí es convincente la de quien, como hemos visto, aunque con la vista vendada, estaba presente en el instante en que el profesor Ramírez fue muerto fríamente, allí en el suelo donde se lo había golpeado. Prosiguen las preguntas y las respuestas en este diálogo que no pudo ser imaginado jamás como posible en lo que creíamos que era nuestra patria. «Respecto de los otros catorce prisioneros, ¿los fusilaron los mismos miembros de la comitiva del general? –Sí. –¿Ordenó el general Arellano emitir ese bando militar en que usted aparece explicando las ejecuciones dispuestas por tribunales militares en tiempos de guerra? –No; lo decidí yo tan pronto volví al regimiento. –Mintió... –Sí; mentí. Pero, ¿qué hacía? Tenía que explicar al país y a la ciudad que habían sido fusilados quince prisioneros. ¿Cómo iba a explicarle al otro día a la madre o a la esposa que su hijo o su marido ya no estaban en la cárcel, que estaban muertos? Tenía que decir algo...»25. Como el coronel Lapostol, otros militares hubieron de mentir a raíz de las masacres del Norte, las que continuarían en los días siguientes en Copiapó, Antofagasta y Calama. En esta ciudad, tras la matanza con corvos y armas de fuego de veintiséis presos, el Comandante del Regimiento, coronel Eugenio Rivera Desgroux, hubo también de hacerlo. «¿Había que mentir? – le pregunta la periodista–: Claro. Resulta así del análisis de mis oficiales y
mi cuartel general. ¿Qué hago? ¿Cómo decirlo? Tiene que ser una mentira piadosa para poder arreglar en parte esto»26. Y ¿cuál fue en La Serena, la «mentira piadosa», la gran mentira? Está contenida en el bando que emitió el coronel Lapostol. Desde el título, todo es falso. «Ejecutadas sentencias del tribunal militar». No hubo tales sentencias ni los correspondientes juicios. El resto del texto habla de cargos, a cuál de todos más inverosímil y que jamás fueron probados ni podrían haber sido probados por medio legal alguno. No se sabe ante qué estremecerse más: ante la fría crueldad con que se ordenó matar a personas inermes –unas pocas sentenciadas a otras penas y la mayoría en espera de un «juicio»– o la total falta de moral para mentir, atribuyendo toda clase de delitos a las víctimas. Al artista, al músico apasionado, al maestro entregado a la enseñanza del más noble arte a los niños y los jóvenes; al hombre ejemplar que logró cambiar el rostro espiritual de su ciudad y su zona; al ciudadano que aportó decisivamente a la cultura de su patria y al prestigio de ésta en el exterior, después de haberlo asesinado, sin oportunidad alguna de defensa, se le imputa: «haber participado en la adquisición y distribución de armas de fuego con fines de atentar contra las Fuerzas Armadas y Carabineros y personas de la zona». No hubo juicio; ni siquiera cargos contra el artista asesinado, como le informó el propio fiscal militar Carlos Cazanga al doctor Tomás Peña. He aquí el texto del bando que el teniente coronel Ariosto Lapostol debió redactar y publicar, a sabiendas que desde la primera línea se mentía. Fue publicado el 17 en los diarios de La Serena. COMUNICADO OFICIAL DE LA JEFATURA DE PLAZA EJECUTADAS SENTENCIAS DEL TRIBUNAL MILITAR QUINCE PERSONAS FUERON AJUSTICIADAS POR DIVERSAS CAUSAS QUE DA A CONOCER EL TRIBUNAL CASTRENSE La Jefatura de Plaza entregó anoche el siguiente comunicado oficial: Se informa a la ciudadanía que hoy 16 de octubre de 1973 a las 16:00 horas fueron ejecutadas las siguientes personas conforme a lo dispuesto por los Tribunales Militares en tiempo de Guerra:
a. José Eduardo Araya González
Víctor Fernando Escobar Astudillo
Jorge Abel Contreras Godoy
Oscar Aedo Herrera Estos individuos formaban parte de una agrupación terrorista, que tenía planificado para el 17 de septiembre, apoderarse del Cuartel de Carabineros de Salamanca, matar al personal y a los hijos de estos mayores de 8 años. Además de eliminar físicamente a un grupo de personas de la ciudad que alcanzaba un número de treinta, cuya nómina no es del caso dar a conocer por razones obvias. Una vez terminada esta acción, se disponían a atacar el retén de Coirón, procediendo en igual forma que la descrita. Se les incautó documentos, explosivos y todos ellos confesaron su actividad en los hechos que se acaba de resumir. b. Jorge Mario Jordán Domic
Gabriel Gonzalo Vergara Muñoz
Hipólito Cortés Alvarez
Oscar Armando Cortés Cortés Las razones que se tuvo para ello son: –Haber ocultado bajo tierra una cantidad de 15 armas, abundante munición, explosivos, con la intención de atacar a Carabineros de Ovalle el día 17 de septiembre pasado. –Haber participado como Instructores de Guerrillas en la zona, haciendo de monitor de ellas el ciudadano Hipólito Cortés Alvarez, quien hizo un curso de Guerrillas en Santiago. Era reemplazado en su ausencia por Jaime Vergara Muñoz. c. Carlos Alcayaga Varela. Por sustraer explosivos a viva fuerza desde el polvorín de la Mina Contador en Vicuña el día 11 de septiembre de 1973, explosivo que fue encontrado en su domicilio oculto bajo tierra y listo para ser usado. Era el Instructor de manejos de explosivos de una Escuela de Guerrilleros que funcionaba en Vicuña, relacionada con Jorge Vásquez
Matamala. d. Roberto Guzmán Santa Cruz. Por incitar a los mineros del Campamento de Desvío Norte y alrededores a apoderarse de los polvorines y oponer resistencia armada a la Junta de Gobierno. e. Marcos Enrique Barrantes Alcayaga
Mario Alberto Ramírez Sepúlveda
Jorge Washington Peña Hen
Jorge Osorio Zamora Por haber participado en la adquisición y distribución de armas de fuego y en actividades de instrucción y organización paramilitar con fines de atentar contra las FF.AA. y Carabineros y personas de la zona, además el ciudadano Ramírez durante el proceso trató de fugarse. f. Manuel Jachadur Marcarian Jamett. Por haberle encontrado explosivos enterrados para asaltar el Cuartel de la Subcomisaría de Los Vilos, haciendo caso omiso de los Bandos y de las advertencias hechas personalmente por Carabineros. Ariosto Lapostol Orrego Teniente Coronel Jefe de la Plaza de Coquimbo y
los Deptos de Freirina y Huasco de la Provincia de Atacama
Y ante la terrible conmoción que la masacre produjo en la ciudad y la zona, el coronel Lapostol debió seguir mintiendo. Así, en declaración a la prensa, el jueves 18 de octubre, expresó: Se trató de un estudio sumamente serio para llegar a aquella determinación. El Consejo de Guerra actuó en base a hechos concretos. Todos estaban confesos de sus actuaciones en diferentes hechos ocurridos o que iban a ocurrir en distintos puntos de la provincia, como puede haberse observado. Ustedes comprenderán que no se va a tomar una determinación así, solamente porque un señor tiene algún defecto o porque el Consejo de Guerra lo haya encontrado mal parecido [...]. Aquí se trata de estudios profundos y muy serios27. (Qué grotescas suenan estas palabras, cuando se piensa que meses después de la masacre en la que se asesinó al abogado Roberto Guzmán
Santa Cruz, el «tribunal militar superior» rebajó la condena de cinco años de prisión que le había sido impuesta pocos días antes del 16 de octubre). El coronel en una parte de sus declaraciones a la prensa dice una verdad (parcial) muy importante: «Un Tribunal venido especialmente de la capital fue el que dictaminó en última instancia la sentencia». En realidad no fue un «tribunal» itinerante, sino una comisión que viajó especialmente desde Santiago la que ordenó los asesinatos (ni enjuició ni emitió sentencia alguna)28. El teniente coronel Lapostol debió mentir, como tantos otros lo hicieron durante los primeros meses del régimen militar, en los cuales tantos crímenes se cometieron a lo largo del país. Pero es justo reconocer que actuó forzado por la disciplina. En cambio, hubo una actuación suya en que procedió por error; error motivado por la confusión y el verdadero estado de shock en que lo dejó la masacre. En otros lugares, la negativa a entregar los cadáveres de las víctimas a sus familiares fue simplemente un acto más de fría crueldad. En el caso de Calama, la motivación fue acaso la vergüenza de tener que mostrar cadáveres horriblemente masacrados con corvos. En La Serena, el coronel Lapostol no entregó los cadáveres, como lo imponía la mínima obligación legal, moral y humana, por un acto de apresuramiento que explica a Patricia Verdugo y por el cual –y esto lo honra y lo distingue– pide perdón. Pregunta la periodista: «¿Y quién ordenó enterrar los cuerpos, violando la norma de entregarlos a sus familias? –Yo. Pedí al médico del regimiento que los viera y extendiera el certificado de defunción. Luego ordené a un capitán que los llevara de inmediato al cementerio... –¿Por qué lo hizo, coronel? – Fue un error y lo lamento... –Lo correcto y legal era entregarlos a sus familias... –Sí; lo sé. La única explicación que tengo es que yo estaba psíquicamente choqueado. Me sentía como una hormiga. Pido perdón a las familias»29. El ser arrojados sus cadáveres, golpeados y ensangrentados, a una fosa común, apresurada y furtivamente, antes de que siquiera se enteraran del crimen las familias, fue el último acto del via crucis de los mártires de La
Serena. Allá, en un socavón hecho junto a la pared trasera del cementerio de la ciudad, quedaba el cadáver del maestro Jorge Peña Hen. Quince familias empezaban a subir su calvario en La Serena y la zona. Más de setenta lo harían en el Norte a raíz del paso de la «Caravana de la Muerte» y cientos y cientos más lo harían a través de Chile en los meses y años que siguieron30. Pasarán veinticinco años para que se extiendan los certificados legales de defunción, cuando los martirizados restos sean al fin rescatados de la infamante fosa común y entregados a sus familiares. Esos fríos documentos dejarán constancia, tardía, del crimen y de las circunstancias de saña y crueldad con que se cometieron31. Éste es el que corresponde a Jorge Peña Hen. Certificado de defunción Circunscripción: Independencia
Número Inscripción 3632 Registro 52 Año 1998
Nombre del Inscrito Osamenta humana de Jorge Washington Peña Hen
Fecha nacimiento: 16-01-1928
RUN 2.366.128-4 Sexo Masculino
Lugar de Defunción: Regimiento Arica La Serena
OBS. / Subinscripciones: Causa A) Lesiones cráneo faciales, toráxicas y raquídeas por bala. B) Fracturas costales derechas e izquierdas por golpe directo contundente C) Homicidio.11 Dic. 1998.
Esa tarde de octubre de 1973 se consumó el crimen. No hubo flores ni música ni campanas para el reposo del artista. No hubo funeral... ni siquiera una tumba piadosa. Recordando las palabras que escribiera el gran poeta chileno en su lamento por la muerte del gran poeta español Federico García Lorca, asesinado en Granada [...] en circunstancias aterradoramente similares, diría que... «El crimen fue en La Serena, en su Serena». De aquel día sombrío tan sólo resta el testimonio de unas improvisadas cuartillas de música que estaba escribiendo durante su cautiverio –escribiendo con palos de fósforo quemados, era lo único de que disponía–, sin duda como expresión irrenunciable de su vena de creador y también como un canto de amor a la vida, pero que tristemente se transformó en su epitafio. Pero sí queda algo más... algo muy grande que nunca podrán destruir los siniestros mensajeros de la muerte: su grandeza, el mensaje de sus obras, la gloria
de constituirse en una de las figuras relevantes que tan generosamente ha producido siempre a través de su historia el movimiento musical chileno para orgullo del país32. Aún en las terribles circunstancias en que se encontraba como «prisionero», Jorge Peña seguía pensando en la música. Había logrado obtener que le llevaran papel pautado. Así, en la nómina de las pertenencias del Maestro que se entregaron al doctor Tomás Peña por las autoridades de la Penitenciaría de La Serena, figuran «varios libros de pautas musicales»33. Esos cuadernos de música, esas hojas con pentagramas, parecen una quemante acusación contra los asesinos que ordenaron y ejecutaron el crimen.
1 Original en AJPH. 2 Copiada de esta carta, fechada el 23 de febrero de 1973 en AJPH. 3 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 87. 4 Ibíd, 81 5 Ibíd, 129. 6 Copia del texto en AJPH. 7 Original en AJPH. 8 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 106. 9 Ibid., 104. 10 Ibíd., 94. 11 El Día, 27 y 29.IX.1973. 12 Documento en AJPH. 13 Documento en AJPH. 14 Documento en AJPH. 15 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 107. 16 Ibíd. 17 Todo Coquimbo, 16.X.1998, p. 6. 18 Patricia Verdugo, Los zarpazos del Puma, 128. 19 Ibíd. 20 Ibíd., 130. 21 Ibíd., 131. 22 Ibíd., 132. 23 Patricia Verdugo: «Caso Arellano. El sobreviviente de La Serena», Análisis, 13-19.XI.1989, 1921. 24 Ibíd. 25 Verdugo: Los zarpazos del Puma, 133. 26 Ibíd., 200-201. 27 Ibíd., 99.
28 Ibíd. ¿Por qué las masacres del Norte? La abogada Carmen Herz, viuda del abogado y periodista Carlos Berger, asesinado en Calama, el 19 de octubre, ha sostenido que se trató de una acción planificada para sembrar el terror en toda la zona norte: «Se necesitaba un escarmiento público, fusilamientos conocidos por el conjunto de la población, asesinatos con certificados de defunción e incluso publicados en los diarios de la zona, a diferencia de los detenidos-desaparecidos, en que se ocultó hasta el hecho de los asesinatos. Se trataba de un escarmiento público para aterrorizar al conjunto de la población» (Pamela Jiles y María José Luque, «El general Arellano y el viaje de la muerte», Análisis, 22-28.X.1985, p. 11.) En La Serena, Carlos Oros, recordando la masacre, dice que «estaba claro que lo que se pretendía en ese momento era reducir por el terror a la comunidad nacional, asesinando a sus mejores y más distinguidos representantes» (El Día, Cuerpo Especial, 18.X.1996). Juan Eliseo, miembro de la Sociedad Bach, preso en la cárcel de La Serena junto con los mártires, atestigua, refieriéndose al día 16 de octubre: «Ese día nos encerraron más temprano. Nuestro encierro era a las 17 horas y ese día fue a las 16. En el colectivo había una radio y ese mismo día, a las 17 y tanto, dieron el comunicado, diciendo que era una medida ejemplificadora y que habían sido fusilados. No es que hayan tenido cargos o hayan cometido delito, sino que era ejemplo para los demás, para amendrentar a la población, subyugarla» (E. Cortés, op. cit., p. 107). María Fedora Peña mira del mismo modo esos crímenes: «Creo que lo hicieron como escarmiento. Una forma psicológica de aterrorizar a las personas, porque la gente decía “si mataron a Jorge Peña que era una personalidad, un Hijo Ilustre de la ciudad, conocido aquí y en todas partes, ¿por qué no van a matar a cualquier personas?”» (Declaraciones a El Día, 15.X.1989). Este propósito de causar terror se armoniza con afirmaciones de Pinochet en el libro El día decisivo, que se dio a conocer en el aniversario del golpe. Allí se recoge el texto de una entrevista de prensa concedida por Pinochet el 21 de septiembre. Entre otras cosas, dijo el Presidente de la Junta de Gobierno: «La resistencia marxista no ha terminado, pues aún quedan extremistas. Debo manifestar que en este momento Chile continúa en estado de guerra interna. En consecuencia hay que cumplir con la ley en tiempos de guerra. Y aquella gente que se ha desviado tendrá que asumir las responsabilidades que establece la ley en tiempos de guerra. En consecuencia aquellos extremistas que continúan la lucha están asesinando a inocentes, a civiles que nada han tenido que ver en esta acción» (p. 158). En su «Cuenta del estado del país», entregada el 11 de octubre, Pinochet expresó, refiriéndose a «quienes ya comienzan a juzgar precipitadamente nuestras acciones»: «Han olvidado que nuestros soldados aún siguen combatiendo contra grupos de extremistas armados, que en la oscuridad hieren o matan en forma artera» (p. 162). Quienes vivimos aquellos oscuros duros días y meses, sabemos perfectamente que no hubo en octubre combate alguno, ningún enfrentamiento, que no murió nadie por obra de «extremistas» y que los únicos muertos son los fusilados en todo el país, desde Pisagua hasta el extremo Sur. En El Mercurio, La Segunda y La Tercera entre septiembre de 1973 y enero de 1974, pueden seguirse las noticias de muertes de prisioneros, a veces en imposibles «intentos de fuga», otras a raíz de «planes» no menos absurdos con nombres que sólo militares pondrían: además del «Plan Zeta», se inventaron varios otros. La Segunda del 29.11.1973 informa sobre el «Plan Mariposa» en El Salvador y el «Plan Lautaro». En Valparaíso se mencionó el «Plan Zulú». En El Mercurio del 24.12.1973, el general Arellano Stark denuncia el «Plan Leopardo». Su resultado: un imaginado enfrentamiento en el que habrían muerto cinco jóvenes, que habían sido detenidos en sus casas días antes. En el bolsillo de uno se halló el «plan», con título y todo, desarrollo y dibujos: se trataba de volar una torre de alta tensión en el sector de Cerro Navia. Para qué decir que ni el más estúpido «terrorista» iba a colocarle título a su acción y se iba a poner plan y plano en el bolsillo. Naturalmente, los lectores de El Mercurio no podían saber que en el Arzobispado de Santiago había constancia de la detención de los cinco jóvenes antes del día del «enfrentamiento». El Cardenal Raúl Silva Henríquez pudo comprobar así cómo se había mentido
y cómo se había asesinado fríamente a esos jóvenes inermes. 29 Verdugo, Los zarpazos del Puma, 133. 30 Sólo para recordar algunas de las matanzas de las que dieron noticia los diarios: el 11 de noviembre en Temuco, el 2 de diciembre en Valdivia, el 12 de diciembre en San Felipe, el 19 de diciembre en Buin, el 22 de diciembre en Santiago (Cerro Navia), el 22 de enero de 1974 en Quillota. Y en el Norte, las muertes en Pisagua, Arica, Antofagasta, Copiapó, Calama; y en el sur, en Cauquenes, Puerto Montt y otros lugares. 31 Tristeza produce el hecho de que, a veinticinco años del crimen, todavía había personas que insinúan alguna justificación para lo injustificable. Así, la señora Alcaldesa de La Serena, doña Adriana Peñafiel, según un reportaje publicado por El Mercurio, no condena los asesinatos perpetrados en su ciudad. Dice el reportaje: «Respecto de las razones que motivaron el fusilamiento de estas personas, la alcaldesa no se atreve a calificarlas. “En todo caso, el ambiente de agitación que vivía el país no era una situación de la cual escapaba nuestra ciudad”, señala [¡Cómo no recordar que en octubre, la calma en el país, aunque forzada, era absoluta!]. Y concluye: «¿Si creo que se cometió una injusticia con algunas [de] las personas fusiladas? Es difícil decirlo. La verdad es que no me atrevería a asegurarlo sin tener un juicio fundamentado». El Mercurio, 13.12.1998, D-25. La crónica de este diario, al referirse a la muerte del músico, cita el Bando del coronel Lapostol, en el cual, como su autor lo reconoce, hubo de inventar acusaciones y darlas por hechos probados, llevando la falsedad a expresar que las víctimas estaban «confesas». También en esta crónica se dice: «Hay quienes sostienen que el músico era un activista», repitiendo así la más absurda de las falsedades, ya que toda La Serena y la región norte supo siempre de la entrega total del Maestro a la música y a su enseñanza, a tiempo más que completo. ¿A qué hora podría haber sido activista político? Y habría que agregar, además, que quien lo haya sido ejercía actividades legales y legítimas en un régimen democrático, que de ningún modo justificarían su asesinato posterior, en un régimen de fuerza. El cronista Iván Fredes, en un reportaje enviado desde La Serena, bajo el título «De músico ejecutado en 1973: Polémica en La Serena por inhumación de restos», cita también palabras del Bando del coronel Lapostol, a modo de acusación: «por haber participado en la adquisición y distribución de armas de fuego...», agregando «según lo aseguraron en su oportunidad los Tribunales Militares». Incurre así en falsedad completa, ya que, queda bien claro de las palabras del coronel Lapostol que él redactó ese bando, sintiéndose obligado a tratar de dar alguna explicación sobre la masacre. De modo que los Tribunales Militares nada establecieron. 32 A. Cullell: «Homenaje a Jorge Peña Hen», RMCh XLV/176 (julio diciembre 1991), p. 8. 33 Documento en AJPH.
XI
El via crucis de la familia Peña-Camarda
La señora Nella Camarda de Peña regresaba a su casa como a las seis y media de esa tarde del 16 de octubre. Venía de sus clases en la Escuela de Música, por la calle Cordovez. Y recuerda que, a pesar de las circunstancias que se vivían por esos días, tenía una sensación como repentina de tranquilidad y se sentía liviana para caminar. Llegó a su casa. Casi enseguida llegaron tres amigos: un matrimonio, Sixto Cortés y Matilde, su señora, y Gloria Astete. Don Sixto, incómodo y conmocionado, le dio la noticia. Era demasiado increíble. Así también lo hizo ver Gloria Astete. Pero Matilde dijo que ellos habían oído un bando por la radio. Nella estaba paralogizada. Repetía una y otra vez «¡No puede ser, no puede ser! ¡Tiene que haber un error!». Trató de comunicarse por teléfono con el regimiento. Cerca de las ocho logró hablar. Un teniente confirmó altaneramente la brutal noticia: «Sí, señora. ¡Su esposo era un extremista peligroso y está bien muerto y enterrado!» Nella Camarda no puede recordar detalles de lo que siguió esa noche ni tampoco de lo que habló al otro día en la mañana con el coronel Lapostol. Cree haber estado hablando cerca de una hora. La impresión que le queda es que el militar estaba realmente choqueado, con una enorme carga de confusión y pesar. La sensación de incredulidad sobrecogería a todos los que irían conociendo la horrible noticia. Todos sus colegas músicos repitieron, horrorizados, lo que dijo Víctor Tevah al ver el nombre del Maestro en un diario: «No puede ser. Tiene que tratarse de un alcance de nombre. Jorge Peña sólo vivía para la música». Las palabras del teniente que contestó a la angustiada pregunta de Nella la noche del 16, muestran la muralla de inhumanidad con que, a partir de las primeras noticias, se encontraron los familiares de las víctimas. Lo que hasta ese momento parecía un rumor absurdo, un error, se transformaba en
una realidad brutal, terrible, sin remedio. Sí. Era verdad. Habían asesinado al gran artista. Habían tronchado así su vida, a los 45 años. Sí. Era verdad. Ya no existía. Y a ello se añadía la última crueldad. Había sido enterrado furtivamente en una fosa común. ¿Dónde, cuándo, cómo? ¿Por qué negar el derecho más elemental de quienes pierden un ser querido? La hermana del músico, la pianista Silvia Peña Hen, se refiere así a las terribles primeras horas: Ese 16 de octubre, mi padre se enteró de la muerte de Jorge por un amigo que fue al hotel [...]. Nos llamó por teléfono. Recuerdo que tuve que llamarlo de vuelta, porque no podíamos creerlo. «Papá, no puede ser. Debe haber algún error. Es imposible». Pero era cierto. Nos dijo luego que no entregaban los cuerpos, y que él, como médico, estaba haciendo gestiones para que entregaran a Jorge. Decidimos irnos de inmediato a La Serena. Recuerdo que todo el viaje iba pensando que se trataba de un error, que no podía ser. Porque Jorge era muy conocido en La Serena; era un músico muy destacado1. Allá se reunió la familia: «Mis padres, mi hermano y yo. Mi mamá lo único que quería era ver a Jorge. Le dijeron que no, porque ya los habían echado a una fosa común. Mi padre, que era médico, hizo trámites para poderlo sacar. Pero todo fue inútil. Ni siquiera se sabía dónde estaba [...]. Nunca lo dijeron»2. Ninguna gestión tuvo resultado. Y sigue la relación de Silvia Peña: Me dio una desesperación terrible. Quise ir a hablar con el comandante Lapostol al día siguiente. Mi papá y mi hermano no me dejaron. Fuimos con Rubén a retirar las pertenencias de Jorge desde la cárcel: un cuaderno de pautas donde escribió sus ideas musicales y sus ropas... [...]. Con mi hermano fuimos al cementerio. Al fondo había algo. Bajo una losa, unos pastelones, había algo. Miré por una rendija y había cadáveres; pero no se podían reconocer... Vi cadáveres recientes, pero no sé de quiénes [...]. Se acercó mucha gente a nosotros. Estábamos en el hotel y amigos de Jorge fueron a expresarnos su solidaridad, su dolor... Perdóneme por llorar, pero hasta hoy no lo puedo superar... Nunca he podido... a pesar de otras tragedias que he tenido en mi vida.
Esto no lo puedo superar... ¿Por qué lo mataron? ¿Por qué? Alguien que sólo había comunicado su amor por la música...3. María Fedora Peña, como antes lo recordamos, habló por teléfono con su padre el día 12 de septiembre. Ya no pudo escucharlo más. Al saber que había sido detenido, viajó a La Serena, pero no le permitieron verlo. Relata así su intento: «Fui al regimiento y me llevaron apuntando todo el trayecto. Ahí me dieron una explicación muy incoherente. Entonces me dirigí a la cárcel. La cola era tan impresionante. Sin embargo, hubo gente que aun estando haciendo cola durante horas me cedió su lugar. Traté de mandar un mensaje con un amigo médico y nunca recibí contestación». Fue su tía María Julia Camarda quien le comunicó el 16 de octubre en la noche la increíble información que don Tomás Peña había transmitido por teléfono. «Todo fue una locura. Fue mi tía quien me dio la noticia. Yo no recuerdo nada. Sólo sentí como si me hubieran golpeado la cabeza y lloré, lloré, y luego pasé años sin llorar [...]. Yo pensé ilusionada que nos iban a dar el cadáver y podríamos hacerle un funeral. Ahora me pregunto por qué no fui a La Serena y grité; pero en ese momento el temor es demasiado... te aturde...». Tiempo después, María Fedora recordará sus veinte años: A los veinte, el destino, la crueldad y la barbarie me asestaron un golpazo insuperable; un mazazo en la mente y en el corazón, como si todas las negras fuerzas ocultas del planeta se hubieran ensañado conmigo. ¡Lo mataron! ¡Lo asesinaron los salvajes! Los que se autoproclamaron patriotas, salvadores y restauradores del orden y la paz en Chile. Terminaron con la vida de mi papá, descargando sus armas recortadas con ráfagas interminables [...]. ¿Qué sabían de humanidad, de amor y mucho menos de sensibilidad social los que dijeron que era «un terrorista peligroso»?; ¡a mi padre amado y bueno!, ¡el hombre querido y respetado que hizo realidad los sueños de muchos niños pobres de Chile, dejando un legado de cultura y amor! [...]; al pacifista por excelencia, a quien no le importaba entregar su vida por devoción a la humanidad [...]; que dedicó su vida a la docencia y difusión de la música!4.
María Fedora separará «una infancia mimada, plena de vivencias maravillosas y recuerdos sabrosos» y «una juventud con una pena enorme, incurable, irremediable, irreparable»5. Juan Cristián Peña Camarda tenía 17 años en 1973. Por encontrarse en Santiago haciendo su servicio militar, no había visto mucho a su papá ese año; pero poco antes del golpe se habían podido reunir en la capital. Como en septiembre estaba acuartelado, ni siquiera había sabido de la detención de su padre. Su apoderado, don Gonzalo Perey, debió comunicarle la noticia. Confió a Nella más tarde que aquél fue el momento más duro de su vida. En 1990, contestando preguntas de Elizabeth Cortés, Juan Cristián recordaba el terrible shock que le produjo la noticia: Yo no supe de su arresto. En ese momento estaba haciendo mi servicio militar y todo ese período estuve acuartelado. Cuando se supo la noticia del fusilamiento, mi apoderado fue a buscarme y en el viaje de vuelta a la Escuela, me comunicó lo sucedido. Fue un golpe terrible... Aún no puedo expresar la rabia. Fue tan inconcebible. Es difícil expresarlo con palabras. Nos juntamos los tres en la casa, mi mamá, María Fedora y yo. Nos abrazamos. Y me convencí. Era verdad. Aparte de eso, sentía mucho temor. Era tan impactante. Yo no conocía realmente el temor... Uno se paraliza. Todos estos años los he pasado en blanco. Es como si ahora estuviera reviviendo esos momentos; como si lo hubieran matado ayer o hace un mes6. En los recuerdos de Juan Cristián Peña hay algunos vacíos, consecuencias del terrible shock sufrido. ¿Cómo pudo terminar su año escolar? ¿Cómo y dónde dio los exámenes de cuarto medio? Como buen alumno que era, ¿en qué asignaturas fue eximido? Más de una vez, Juan Cristián Peña escribió y habló sobre el crimen. Al cumplirse 16 años del asesinato de su papá, en 1989, escribía: Han pasado ya 16 años y estoy aquí, plantado, como muchos, esperando que se conozca la verdad sobre los miles y miles de crímenes que se han cometido durante este oscuro período en nuestro país [...]. La matanza de 72 hombres chilenos, sin proceso ni delito, publicada en bandos oficiales por el Ejército de Chile, causó un pánico silencioso, atroz, que
hasta hoy no ha sido plenamente superado [...]. Jamás aceptaré la impunidad frente a la infamia que se cometió en la persona de mi padre. Su muerte constituye un atentado a la cultura, a la música, a su desarrollo en Chile. Sí; porque él fue un gran músico; un artista en todo el sentido de la palabra; un hombre sensible, amante de la paz, la belleza y la justicia7. En 1999, Juan Cristián ha escrito: ¿Cómo puedo perdonar la tortura y el asesinato cometido en él? Ya casi entramos al año 2000 y nuestra «democracia» aún no está preparada para procesar y castigar a Pinochet y sus carniceros. Quizás halla razones estratégicas, de consenso político, etc. Pero el derecho a la vida y a la justicia son valores superiores que no tienen nada que ver con la política, ni con volver al pasado ni con constituciones antidemocráticas8. Los padres del artista mártir no lo pudieron ver muerto. Todas las gestiones del doctor Peña para obtener los restos de su hijo fueron vanas. Con qué dolor debió retirar de la cárcel lo único que quedaba: unas cuantas modestas pertenencias que había sido posible llevarle y que fueron mudos testigos del via crucis del Maestro. Su papá, y la señora Vitalia, su mamá, no pudieron darle sepultura; no pudieron saber de los actos de reconocimiento y homenaje que se harían al término de la dictadura; no pudieron saber de sus funerales ni de su descanso final en un lugar de honor. Lo que sí conocieron fue la impunidad que se auto-otorgaron quienes dispusieron el crimen. La señora Silvia Peña ha informado que su padre, el doctor Tomás Peña, cuando volvió a Santiago, hizo en una notaría una relación detallada de los hechos, en forma de declaración jurada. Él comenzó a tratar de reunir a los parientes de los fusilados y de los detenidos que desaparecían, por lo que puede considerarse como uno de los iniciadores del movimiento y organización, que en 1978 estremecería al mundo con la primera acción abierta contra la dictadura, la huelga de hambre en el local de la CEPAL. Como los padres de las otras víctimas, los progenitores del Maestro fueron también víctimas de la inhumanidad de los asesinos. Terminaron sus
vidas en el dolor de lo irreparable. Don Tomás Peña murió en 1987. Doña Vitalia Hen de Peña murió en 1989. La impunidad hasta hoy se impuso en el caso del Maestro, como en tantos más. La querella por homicidio calificado presentada por Juan Cristián Peña Camarda el 17 de enero de 1986, siguió el destino de la casi totalidad de las acciones judiciales iniciadas durante la dictadura. La querella por inhumación ilegal, presentada el 10 de agosto de 1990, tuvo también el mismo destino. Los hechores se habían autoabsuelto de sus crímenes.
1 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 111-112. 2 Ibíd., 80. 3 Verdugo, Los zarpazos del Puma, 113. 4 María Fedora Peña, Esta es la historia de una niña, 9. 5 Ibíd., 11. 6 Cortés, Jorge W. Peña Hen, 97. 7 Juan Cristán Peña: Carta a La Época, 16.10.1989. Publicado por el diario como homenaje de un hijo a la memoria de su padre. 8 Juan Cristián Peña: Creo conocer muy bien…, 2.
XII
El acto final de la tragedia:
los funerales de un maestro
Del acto final de la tragedia de La Serena pudimos ser testigos presenciales. El 16 de octubre de 1998, se cumplían veinticinco años desde la masacre. Ese día, a las 12 meridiano, la Coordinadora para los Derechos Humanos de la IV Región presentó a los tribunales un escrito pidiendo la exhumación y entrega de los restos de los asesinados. Era el primer punto de un programa de homenaje a los mártires que comprendió también una Exposición en La Recova, un acto político cultural en ese lugar y una velatón, todo ello el día 16. El sábado 17 se realizó una liturgia en la capilla del cementerio y un acto cívico, con asistencia de familiares venidos desde distintos puntos del país. El domingo 18 se efectuó una romería desde la plaza de La Recova hasta el cementerio, para rendir homenaje a los mártires frente a la fosa común donde hasta entonces se suponía estaban depositados sus restos. Paralelamente, en la Universidad de La Serena se desarrollaba un programa de homenaje a Jorge Peña Hen. La programación comprendió los siguientes actos. El 10 de octubre, a las 20:00 horas, en la Sala Ignacio Domeyko, concierto de la Orquesta Sinfónica Juvenil, con obras que el maestro Peña arregló y adaptó para la Orquesta Sinfónica Infantil, bajo la dirección del profesor Hugo Domínguez. El 15 de octubre, a las 12 horas, en el Centro de Extensión de la Universidad, se inauguró la Exposición «Vida y obra del maestro Jorge Peña Hen», con presentación de Lautaro Rojas. Esta exposición, con muy amplia documentación escrita y gráfica, fue preparada por Nella Camarda y Juan Cristián Peña y presentada por primera vez en 1991 en la Casa Central de la Universidad de Chile, en Santiago, y también en La Serena. El mismo día del aniversario, el 16, a las 11:30 horas, en el Salón Auditorio del Departamento de Música, se realizó un foro sobre «La personalidad y carisma del Maestro», moderado por la
profesora Lina Barrientos, y con los siguientes panelistas: Nella Camarda, Agustín Cullell, José Urquieta y Lautaro Rojas. A las 16 horas de ese mismo día, en la Sala Ignacio Domeyko, se efectuó una presentación educacional de la ópera La Cenicienta, preparada y dirigida por el maestro Agustín Cullell. A esa hora, en el cementerio de La Serena, tuvimos una hora de meditación frente a la fosa común en que habrían sido arrojados los restos de los mártires, asesinados ese día y a esa misma hora, veinticinco años atrás. Allí estaban los nombres de las quince personas cuyas vidas fueron segadas en aquella tarde fatídica, más los de un padre y un hijo ejecutados días después. En la piedra colocada por la Comisión Chilena de Derechos Humanos en 1989, se leían en este orden [completamos los nombres y agregamos las edades]: Oscar Gastón Aedo Herrera 23 años; Carlos Enrique Alcayaga Varela 38 años; José Eduardo Araya González 23 años; Marcos Enrique Barrantes Alcayaga 26 años; Jorge Abel Contreras Godoy 31 años; Hipólito Pedro Cortés Álvarez 43 años; Oscar Armando Cortés Cortés 48 años; Víctor Fernando Escobar Astudillo 21 años; Roberto Guzmán Santa Cruz 35 años; Jorge Alberto Jordán Domic 29 años; Mario Alberto Ramírez Sepúlveda 44 años; Jorge Ovidio Osorio Zamora 35 años; Manuel Jachadur Marcarián Jamett 35 años; Jorge Washington Peña Hen 45 años; Gabriel Gonzalo Vergara Muñoz 22 años. Un poco más a la derecha de esa piedra, otra más pequeña, consignaba los nombres de José Rodríguez Acosta y José Rodríguez Torres, padre e hijo, éste de 23 años, fusilados y arrojados también a esa fosa común. El sábado 17, a las 20:00 horas, en la Sala de la Escuela Experimental de Música, se presentó la ópera La Cenicienta. Ante una asistencia masiva que duplicaba la capacidad de la Sala, el maestro Cullell decidió no interpretar la Suite para Cuerdas, que estaba programada, y repetir esa misma noche la ópera. Así se hizo, y el público esperó para entrar a una segunda función. El domingo 18, a las 20:00 horas, en la misma Sala, en un concierto de gala, se interpretó la Suite para Cuerdas y la ópera La Cenicienta. Hubo discursos del Director Agustín Cullell y del Rector de la Universidad de La Serena señor Jaime Pozo.
Mencionemos también la exposición de cartas y dibujos de alumnos de 3º y 4º básicos de la Escuela Experimental de Música, que se presentó junto a Exposición «Vida y obra del maestro Jorge Peña Hen». En el Anexo Documental, reproducimos ese «Epistolario Al Maestro desde la Escuela de Música». Aquí reproducimos una de esas misivas: La Serena 13-10-98 / Señor / Jorge Peña Hen / (Q. E. P. D.) / La Serena / Recordado Maestro: / Quiero saludarlo y ojalá conocerlo cuando me vaya al cielo y darle gracias personalmente por haber creado esta linda Escuela. / Yo empecé a estudiar en 1º en la Escuela que usted fundó. En el día de hoy voy en 3º y hoy se celebran 25 años de su muerte. Desde entonces esta Escuela ha crecido mucho porque ahora es grande y quizás en el futuro sea más grande, tan grande y linda como usted quiso que fuera. / Me despido muy agradecida por haber creado esta Escuela donde yo estudio y por todas sus obras. [La firma no se alcanza a leer, por estar cubierta por otra carta, dentro de la vitrina donde se expone]. El aniversario había sido sin duda algo especial. Veinticinco años después de las muertes de los mártires, el dolor se renovaba; el dolor por sus vidas injusta y cruelmente segadas en juventud y madurez; y el dolor por no haber podido darles digna y cristiana sepultura. Siempre había habido rumores de que los cadáveres pudieron haber sido sacados de la fosa común. Se pensaba en el caso de Calama, donde las víctimas de la Caravana de la Muerte fueron cambiadas de lugar y dinamitadas. Finalmente, al aniversario siguió el hecho que muchos ya no esperaban se produjera: la orden judicial de exhumación. El magistrado señor Nicolás Salas actuó con diligencia y así se logró lo que en un cuarto de siglo no había sido posible conseguir: el que los restos de los mártires salieran del rincón infamante y fueran entregados a sus familiares para que por fin pudieran darle sepultura digna. En pocos días aparecieron los diecisiete cadáveres y comenzó la tarea de los especialistas del Instituto Médico Legal. El juez, en un gesto que lo honra, se encargó personalmente de que en el lugar de la exhumación se realizara un acto litúrgico en memoria de todos los mártires. También hay que destacar la diligencia de quienes trabajaron en la identificación de los cadáveres y en especial las cualidades
humanas de la doctora Patricia Hernández, médico legista del Instituto. Estos profesionales, a su labor técnica, unieron delicadeza y calidez para ayudar a los familiares en la penosa tarea del reconocimiento de los restos y para darles a conocer aquello que se sospechaba: los asesinados fueron antes golpeados y torturados. Después de haber estado juntos en el martirio y la muerte y en el hondor de la fosa común, como lo habían estado espiritualmente en sus vidas en torno a un ideal de humanismo y justicia, vino la natural dispersión de los restos. En Salamanca, Los Vilos y Ovalle, fueron sepultados siete mártires el 18 de diciembre. En Santiago, el día 12 de ese mes recibió sepultura el doctor Jorge Jordán Domic1. El abogado Roberto Guzmán Santa Cruz fue sepultado el 30 de diciembre en el Memorial de los Detenidos Desaparecidos, en el Cementerio General de Santiago. El 18 fue inhumado en La Serena Carlos Alcayaga Varela. La Municipalidad de La Serena y las autoridades de Salud dieron las autorizaciones legales pertinentes para que se atendiera la petición de la familia a fin de que el Maestro fuera sepultado en un lugar público. La pequeñez de espíritu o acaso el fanatismo o hasta el resentimiento de algunos no dejaron de hacer su aparición, en la forma de objeciones a una decisión que por primera vez se tomaba en la ciudad. Se impuso el criterio justo. Aquél a quien la ciudad en 1960 –en un acto que sí correspondía a una realidad y no a un mero acto protocolar como tantas veces sucede– había declarado «Hijo Ilustre»; aquél que, en palabras de don Alfonso Letelier, cuando era Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile, había convertido a La Serena «en el centro musical más importante de Chile»; aquél que, con infatigable esfuerzo, había logrado transformar el panorama cultural de la ciudad y de la zona y modificar la realidad de la educación musical en Chile; aquél que, en medio de su intensiva labor de enseñanza y organización de instituciones y grupos musicales, había creado una obra musical original valiosa; ese hombre sin duda merecía el homenaje de su ciudad.
El sábado 12 de diciembre, a las 11 de la mañana, se inició la solemne ceremonia litúrgica en al atrio de la iglesia de Santo Domingo, allí donde tantas veces Jorge Peña Hen dirigió los conjuntos musicales serenenses. Niños y jóvenes estudiantes de música rodearon el féretro. La Orquesta Filarmónica quedó ubicada a la izquierda. Así pues, los restos del Maestro quedaron entre músicos e instrumentos musicales, como él había estado en su vida. A la derecha se situaron diversas autoridades, entre ellas el Arzobispo de La Serena, Monseñor José Donoso; el Intendente de la Provincia, señor Renán Fuentealba; el Rector de la Universidad de La Serena, señor Jaime Pozo; el Embajador Víctor Manuel Rebolledo; la Directora del Departamento de Música de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile doña Clara Luz Cárdenas; la Presidenta de la Asociación de Académicos de la Universidad de Chile profesora Gladys Armijo; Concejales de La Serena; dirigentes del Partido Socialista; de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y de la Coordinadora de los Derechos Humanos de la IV Región. Allí se encontraban también la señora Cecilia Prats, hija del general Carlos Prats, y Joaquín Palma en representación de la Cámara de Diputados. Toda la familia estaba en la ceremonia: su esposa Nella y sus hijos María Fedora y Juan Cristián, con todos sus hijos; su hermana Silvia, con sus hijos Roberto y Sergio Larraguibel y sus esposas e hijos; las hijas de Rubén Peña Hen, Natacha y Claudia Peña, quienes representaban a su padre, enfermo de cuidado; Jorge Hen, primo hermano del Maestro. En su homilía, el Padre Marcelo Gálvez, quien en su adolescencia perteneció al Coro Polifónico de la Sociedad Bach y cantó bajo la dirección del Maestro, dio gracias a Dios: Porque nuevamente se ha vencido la oscuridad y el olvido para algunos. Y Dios ha rescatado a su siervo Jorge de las garras de las tinieblas. Han sido largos veinticinco años para la familia: un calvario. Dios no permitió que por más tiempo continuara tan grande desolación. No permitió que la crueldad y la calumnia tuvieran la última palabra. Al contrario, la música, su música, que era para todos, rompió las barreras del odio y se fue haciendo cada vez más presente. Hoy escuchamos la
música sublime que nos invita y nos mueve a contemplar lo trascendente. Esa belleza que no se puede decir con palabras. Porque es presencia de la presencia de Dios. Dios ha manifestado nuevamente su misericordia para con todos nosotros, devolviendo a nuestra ciudad la vida de don Jorge Peña Hen. Atribuyendo al apartamiento de Dios y su mandato de respeto a la vida lo que algunos eufemísticamente han llamado a veces «algunos excesos casi inevitables» de la dictadura militar, el Padre Gálvez expresó: «Si nosotros no nos hubiéramos alejado tanto de la presencia de Dios [...], no habrían ocurrido tantas inhumanidades; y los que calumniaron y mataron no estarían cargando en sus conciencias con una culpa tan tremenda». Se refirió luego a la labor de vida de Jorge Peña, la música, agradeciendo nuevamente a Dios, porque «hoy saca a la luz de esta ciudad la vida de nuestro hermano Jorge. Es cierto que él no lo conociera ni su labor lo anunciara, pero sí su trabajo. El trabajo para que con la música todos nos hermanáramos, desde los niños hasta los mayores. Son, por lo tanto, sus obras las que lo avalan delante de Dios. Su música que no habla de otra cosa sino de Dios». Y terminó diciendo el Padre Gálvez: «Hoy daremos cristiana sepultura a los restos heridos de nuestro hermano Jorge. Al Creador se lo entregamos. Las entrañas de la ciudad de La Serena lo reciben, para que su espíritu nos una más y más en un lenguaje universal de amor y belleza. Pero la familia y los que, como ángeles, sosteniéndolos, los acompañaron en este calvario, ya no seguirán buscando sus restos». La Orquesta Filarmónica, bajo la dirección del maestro Hugo Domínguez interpretó el Adagio de Albinoni y la Marcha Fúnebre de la Sinfonía Heroica de Beethoven. Esta conmovedora expresión musical del dolor acompañó el féretro del Maestro, del mismo que siendo un muchacho estudiante del Conservatorio Nacional la había escuchado mientras hacía guardia de honor ante el féretro de Rosita Renard, cincuenta años antes, el 26 de mayo de 1949. En esta ceremonia, aparte de la homilía, sólo hubo una intervención, las palabras de María Fedora, que reproducimos aquí:
Padre mío querido: ¡Al fin te he encontrado! Después de largos veinticinco años de dolor e incertidumbre, ha llegado la paz. Hoy nos reunimos para darte el último adiós: Mi madre, mi hermano, toda nuestra familia, tus amigos y colaboradores, tus alumnos y muchos que, como tus siete nietos, no tuvieron la fortuna de conocerte, pero viven día a día, en el lugar más inesperado, en el momento más imprevisible o en la voz del más inadvertido, una palabra de cariño y reconocimiento a tu persona. Sé que no eres amante de los halagos y jamás buscaste notoriedad, porque la modestia es una de tus virtudes. Pero tu legado está hoy más presente que nunca, porque a través de la música, razón de tu vida, sembraste una semilla de amor por la humanidad. Porque pusiste tu empuje, tus capacidades y tu talento al servicio de la cultura y el progreso social. Porque fuiste tolerante a las doctrinas y comprometido con tus ideales. Por ser un padre comprensivo, paciente y entretenido; porque me enseñaste que los valores éticos y morales del hombre son la base de toda sociedad civilizada; porque en tu corta existencia dejaste una huella imborrable y, fundamentalmente, porque fuiste un hombre de paz. Al terminar sus palabras, María Fedora no pidió un minuto de silencio, sino aplausos para su padre. Y así, en medio de una multitudinaria ovación, comenzó a moverse el cortejo. Llevaban el ataúd del Maestro su hijo Juan Cristián Peña Camarda, sus sobrinos Roberto y Sergio Larraguibel Peña, su primo hermano Jorge Hen y Américo Guisti, Director de la Orquesta Juvenil de Curanilahue, ex colaborador de Jorge Peña, hasta 1973. Los aplausos se renovaron una y otra vez durante todo el recorrido por el centro de la ciudad. Frente a la Casa Piñera, hoy Centro Cultural de la Universidad de La Serena, y donde en un tiempo funcionó la Escuela Experimental de Música que fundara el Maestro, el cortejo se detuvo y un grupo de niños que tocaban cuerdas, rindió un último homenaje musical, en un ambiente de profunda emoción y sobrecogimiento. En el Parque Pedro de Valdivia se desarrolló una ceremonia, con diversas intervenciones. Habló el Rector de la Universidad de La Serena, señor Jaime Pozo.
Se leyó una comunicación enviada desde Estados Unidos, vía fax, por la periodista Patricia Verdugo. En un párrafo, expresaba: En estos años, cuando el libro [Los zarpazos del Puma] recorría Chile contando el crimen y clamando justicia, conocí a varios hombres y mujeres que se me acercaron contándome la misma historia. Habían sido niños de la orquesta y sus instrumentos se habían quedado mudos desde el asesinato del Maestro. «Nunca más pude tocar», fue la frase que se repetía. Desde hoy habrá una tumba con el nombre de Jorge Peña. Habrá un lugar donde esos niños de ayer puedan poner una flor y quizás volver a tocar su violín o sentarse frente al piano2. Don José Urquieta, ex alumno del Maestro, miembro de la primera Orquesta Sinfónica de Niños, habló a nombre de la legión de músicos y profesores que a lo largo del país son herederos de su obra. He aquí algunos párrafos de su discurso. Querido Maestro: Aún cuando el tiempo ha pasado, quiero expresarle en estos momentos mis más íntimos sentimientos de admiración y gratitud. Agradecerle, por ejemplo, la sabiduría y dedicación que tuvo con nosotros, sus alumnos; su abnegada entrega en su trabajo en bien de muchos niños de entonces, que hoy hemos hecho de la música una profesión con dignidad, esfuerzo y orgullo; sobre todo, aquellos que hemos decidido llevar su legado en la escuela que una vez usted creó y que hoy lleva su nombre. Fruto de su gran obra son también aquellos colegas que laboran en distintos lugares y colegios de música a lo largo de todo el país, en especial el Liceo de Música de Copiapó, en donde un número importante de ellos han sido formados en La Serena; de igual modo en el Liceo Experimental Artístico de Antofagasta, los que son herederos directos del plan musical iniciado en la década del sesenta por usted [...]. Querido Maestro: Sepa usted que aquellos niños jamás han olvidado su obra, sus enseñanzas, su dedicación, su entrega, sus consejos, los enojos y risas que alguna vez le causamos. Sepa usted, Maestro, que todo no fue en vano; que su obra ha trascendido la frontera de nuestro país, y es así como orgullosos nos sentimos cuando sabemos que hay compañeros repartidos a lo largo de todo el país y en el extranjero, haciendo música; que hay otros países, como Venezuela,
México, que han adoptado su proyecto y que éste se ha difundido con gran éxito en otras latitudes [...]. Sepa usted, Maestro, que aquellos humildes niños que una vez cobijó, hoy, gracias a usted, la mayoría somos hombres de bien, con gran sensibilidad, con valores muy arraigados y una gran capacidad de entrega, con una enorme convicción de proyección por esta obra. Prueba de ello es que muchos de nosotros en estos momentos, muy emocionados, nos hacemos presente con nuestros hijos, los cuales han aprendido a quererlo, a respetarlo a través de nuestras vivencias y testimonios: dos generaciones entregadas ciento por ciento a nuestra música, tal como lo hiciera usted [...]. Gracias, Maestro, por habernos mostrado una de las caras más bellas de la vida. Gracias, Maestro, por ser lo que hoy somos. Gracias por haber hecho de nosotros personas con una noble profesión, como lo es la música. Roberto Larraguibel Peña leyó un poema dedicado al tío y en el que expresa sus sentimientos respecto del artista y su vida segada: Jorge Peña Hen, acorde perfecto de fin de concierto
germinador de voces en la garganta de esos niños
frenético labrador de sueños
rózanos con tu varilla de mago
música de fuego música de calma música de llanto3.
Resulta difícil extractar el contenido del discurso de Juan Cristián Peña Hen. Reproducimos aquí algunos pasajes en que se contrasta la grandeza y nobleza de la obra del músico y la barbarie de su asesinato. Nunca pensé que llegara este instante, padre, en que te siento más cerca que nunca. Escucho la melodía infinita y tu grandeza me invade por momentos. Tú estás vivo. Casi te veo, parado aquí, entre nosotros. Después de esta larga angustia, emerges desde lo profundo, para que te demos la bienvenida. Tu vida es como una nota. Tu muerte es como un silencio. Mas la música sigue y sigue, eterna, sin que ni siquiera el vil acero la acalle. Eres honor y te han humillado. Eres ideales y te han torturado. Eres creación y te han mutilado. Eres justicia y te han asesinado. Esas conciencias carcomidas, esos indignos uniformes, te han asesinado con la mente y con las manos. Ellos, los protagonistas del horror.
El hijo se refiere a la obra de su padre, no al largo detalle de una vida, sino a su resultado, a sus frutos: Por ti, miles de niños han adoptado un sentido creativo en sus vidas, en contraposición con un desarrollo desviado, tan recurrente en esta corrupta sociedad actual. Por ti, mucha gente ha vuelto a valorar la vida como fuente de ideales humanos, a través de la música. Te estamos agradecidos por esto y por mucho más. Te veo, padre, lúcido, creativo, con energía, consecuente con tu pensamiento hasta el límite de lo humano, dándonos una lección trascendental de vida, de justicia humana, de respeto mutuo entre los hombres hasta en la más mínima actitud, en donde allí nace la verdadera democracia; usando de nuestra capacidad cerebral al servicio del hombre, pero con un sentido profundamente humanista. Hoy plantamos aquí tu semilla definitiva, para que futuras generaciones se alimenten de tus frutos musicales y así se enriquezca la gran obra que iniciaste un día en tu querida ciudad de La Serena, la que lograste transformar en la capital musical del país. Se escucharon también, finalmente, en ausencia de la Alcaldesa, las palabras de la Concejala señora Margarita Riveros, quien, junto con recordar la obra del Maestro, destacó la justicia de la decisión de darle sepultura en la ciudad misma, en calidad de auténtico Hijo Ilustre de ella, como se lo había declarado ya en 1960. He aquí algunas de sus expresiones: Pensemos en él, como la luz que hizo germinar el amor por la música en cada uno de los pequeños alumnos a los que enseñó. Les entregó alimento para engrandecer su espíritu, tan importante como los conocimientos humanistas o científicos. Este acto de reparación y homenaje es de la ciudad toda, para quien, a través de la música y la docencia, llenó los espacios públicos con acordes y sonidos llenos de pasión. Son los mismos espacios públicos de la ciudad que lo acogiera, los que hoy se abren y lo reciben como un hijo pródigo, como parte del patrimonio de todos [...]. A través de la música nos expresó tantos sentimientos propios de los seres humanos. Porque la música más que palabras, es alegría y es tristeza, es pasión, es paz, es solidaridad, es añoranza y es vida [...]. Jorge Peña Hen fue maestro, músico e idealista. Y murió por sus ideales. Su vil asesinato acalló su vida. Pero no su obra,
la que florece en cada nota interpretada por los niños-músicos de La Serena, discípulos en el tiempo del Maestro inmortal. Se leyeron otras comunicaciones, como la del Alcalde de Coquimbo don Pedro Velásquez y la del senador Gabriel Valdés y de su esposa Silvia Soublette. No alcanzó a ser leído el mensaje de Gonzalo Ampuero Brito, Director del Museo Arqueológico de La Serena, en el que escribía con sentimientos encontrados de profundo pesar, enmarcados en el momento en que culmina, para tantos amigos y vecinos de esta ciudad, el final del camino que nos trae en definitiva a nuestro maestro de la música y de la cultura, inmolado y silenciado en los oscuros años de la dictadura [...]. Como a tantos, Jorge Peña nos enseñó, en las aulas del Liceo de Hombres de La Serena, a entender y amar la música. Junto con ello, nos integramos a sus sueños que tan violentamente fueron sacudidos. Nuevas generaciones han tomado su legado y nos queda la esperanza de la simiente que con tanto esfuerzo esparció, especialmente en los niños4. Finalmente, el féretro fue conducido al lugar del Parque, en la pendiente, junto a un añoso árbol, donde se había preparado la sepultura. A las 3 de la tarde del sábado 12 de diciembre de 1998, recibió la tierra serenense los restos del músico. En la piedra se ven arriba dibujadas las notas de los primeros compases de la música que escribió el Maestro con palos de fósforo durante su incomunicación. Después se leen tan sólo estas palabras: Vivió por la música.
Murió por sus ideales. JORGE PEÑA HEN 16 DE ENERO DE 1928
16 DE OCTUBRE DE 1973
Por esos días de diciembre, otras voces se hicieron oír en otras latitudes. Desde Madrid, llegó la voz de Alejandro Jiliberto en un fax, del que reproducimos algunos párrafos: El saber que Jorge, nuestro común amigo, guía y cabeza del movimiento musical chileno, adalid tronchado en plena madurez de las tendencias que evolucionan el arte, tendrá descanso y reposarán sus restos en paz, me produce una emoción diferente, casi desconocida [...]. Querido
amigo: es posible que a partir de hoy en que por fin tu cuerpo en paz estará arropado del amor de tu familia y el calor de tus amigos, se marque un andar más seguro y presuroso de tus ideas, de tu concepción de la música y la sociedad, del desarrollo de tus creaciones [...]. Estoy seguro de que todos los que de una u otra manera nos vimos involucrados en tu vida, en tus ideas y en tus obras, no nos hemos olvidado de ello y cada uno de nosotros, en mayor o menor medida y de acuerdo con las posibilidades, ha intentado continuarla. Y en todo caso, si no ha sido posible, la guarda en su conciencia como una asignatura pendiente que desea en algún momento poder rendir [...]. Hemos tardado mucho tiempo en juntarnos y reunirnos a tu alrededor. Pero que se sepa: nunca has estado solo. En estos momentos de común unión, estoy desde Madrid con todos ustedes, acompañado de algunos chilenos, recordando la época en que presentamos en La Serena, con la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música [...] el Magnificat de Juan Sebastián Bach. Querido Jorge, que la paz sea contigo y la fuerza de tus ideales nos conduzca por caminos certeros5. En Valparaíso, ciudad que conoció algunas de las actuaciones de Jorge Peña como director de orquesta y también al frente de los niños músicos de La Serena, la voz de don Joaquín Palma, se hizo oír en el hemiciclo de la Cámara de Diputados. He aquí algunas de sus expresiones: Señor Presidente: el sábado pasado, a mediodía, la ciudad de La Serena vio pasar –veinticinco años después de su muerte– el cortejo fúnebre de uno de sus hijos predilectos: el músico Jorge Peña Hen. Luego de una ceremonia religiosa y de recibir, en distintos lugares, los sones con que lo despidieron las distintas orquestas creadas por él, se depositó su ataúd en una tumba construida especialmente en el parque Pedro de Valdivia, en un faldeo que mira al mar. El privilegio de reposar para siempre en un parque público ha sido un homenaje especial reservado a muy pocas personas en Chile. Sólo dos personas lo han merecido en la región de Coquimbo: Gabriela Mistral y Jorge Peña Hen. Una poetisa, cuyo cuerpo reposa en las montañas de Monte Grande, y, la otra, un músico, que recibe este homenaje especial en recuerdo de su obra creadora y de organización musical, y también como una manera de recordar su llorada e injusta muerte [...]. Nadie pensó jamás que su vida terminaría
tan trágicamente. El 16 de octubre de 1973, poco después del golpe militar, lo mataron en el patio del regimiento de la ciudad, junto a otros catorce ciudadanos, sumiendo a la comunidad en las más tristes cavilaciones. Nadie se atrevió a dar de frente una explicación sobre este acto tan vil. Se supo después que un general recorría las ciudades del Norte, marcando con un lápiz en las listas de los detenidos a aquellos que debían morir, y que había seleccionado a Peña Hen. Como a Mozart, a Jorge Peña lo tiraron a una fosa común, donde durante veinticinco años, siempre hubo flores que llevaban sus alumnos y discípulos [...]. Los militares inventaron algunos embustes para tratar de aplacar la rabia de los ciudadanos que sabían que Jorge Peña era un hombre de bien, pero no lograron convencer a nadie. Su muerte [...] fue un castigo para los serenenses, coquimbanos y toda la música chilena. Hoy, la ciudad de La Serena está en paz con Jorge Peña. Lo ha llevado a un lugar donde sólo caben amor y reconciliación, donde los jóvenes estudiantes podrán repasar sus lecciones sobre el césped que rodea su tumba en un faldeo del parque, donde se inspiraron muchas de sus obras musicales6.
1 Los encabezamientos de los avisos publicados por la familia del doctor Jordán no pueden sino emocionar: «Comunicamos el reencuentro con los restos mortales de nuestro querido hijo, hermano, cuñado y tío, muerto el 16 de octubre de 1973...», «Tenemos el sentimiento de comunicar que nuestro querido sobrino, primo y tío, finalmente reposará en la Paz Eterna del Señor...» 2 Fax enviado desde San Diego, Estados Unidos. Texto en AJPH. 3 En sus conversaciones con el autor de este libro y en sus declaraciones a Patricia Verdugo, la señora Silvia Peña Hen ha recordado la prisión y desaparición temporal de su hijo Roberto. Los zarpazos del Puma, 115-116. 4 Texto enviado a Nella Camarda e hijos, fechado el 11.XII.1998. En AJPH. 5 Fax enviado desde Madrid a la familia Peña Camarda, 12.XII.1998. En AJPH. 6 Texto enviado por el diputado don Joaquín Palma a Nella Camarda.
XIII
Reconocimientos y homenajes
Podemos decir que el primer recuerdo de Jorge Peña Hen y de homenaje a su persona y su obra, fue el de la Revista Musical Chilena en el mismo año 1973. En efecto, el profesor Luis Merino publicó en el Nº 123-124, de juliodiciembre de ese año, un In Memoriam, en el que se trazaba una completa trayectoria de la vida del músico mártir, valorando cada una de las facetas de su actividad artística y pedagógica. Terminaba Luis Merino esas páginas, expresando: «La desaparición de este gran músico, maestro, creador y organizador, afecta en forma irreparable a la vida musical chilena»1. Después de este testimonio, el silenciamiento total del músico y su obra se impuso. Con la fundación de la Asociación de Familiares de Detenidos – Desaparecidos en 1978, comenzaron a realizarse pequeños actos de recordación y homenaje a los mártires. La señora Silvia Peña recuerda que ella, en algunas de esas misas celebradas en La Serena, tocó en el órgano corales de la Pasión según San Mateo, en transcripciones, en recuerdo de su hermano, que tanto amó esa música. Trece años pasaron desde 1973 hasta el viernes 17 de octubre de 1986, cuando, al día siguiente del aniversario del asesinato del Maestro, el Teatro Municipal de Santiago volvió a escuchar los sones de música ejecutada por una orquesta de jóvenes serenenses. En 1965, en 1967 y en 1970, habían resonado allí los instrumentos de la primera Orquesta Sinfónica Infantil, luego Juvenil, del país y del continente latinoamericano. Nella Camarda entregó a los responsables del concierto una tarjeta con este breve texto, para que se leyera al obsequiarse un ramillete a la agrupación instrumental: Hago entrega de estas flores a la Orquesta Sinfónica Juvenil de La Serena en la persona del joven y talentoso violinista Francisco Rojas; y, a través de esta ofrenda, rindo homenaje en el décimo tercer aniversario de su muerte, al músico Jorge Washington Peña Hen, fundador de la
Escuela Experimental de Música de La Serena y de las Orquestas y Bandas Juveniles que la componen desde 1965. Firmaban Nella Camarda y sus hijos María Fedora y Juan Cristián. El texto no fue leído2. La revista Hoy comentó el concierto bajo el título «La Orquesta que creó Jorge Peña», y expresando que ese recital aparte de su excelencia, trajo una nota de tristeza [...] Muchos de los que escuchaban a esos sesenta y dos jóvenes talentosos recordaban al creador de la Orquesta, el músico serenense Jorge Peña Hen, fusilado el 16 de octubre de 1973 en un caso de brutal irracionalidad. Extrañamente, en el programa del concierto, con la historia de la Orquesta, su nombre fue omitido. «Por segunda vez lo matan», comentó su viuda Nella Camarda. El periodista se refirió luego a la Escuela Experimental de Música y lo que ella significó, añadiendo: «Se piensa que algún día la Escuela llevará el nombre de su creador»3. Pero durante el desarrollo del concierto, una de las autoridades asistentes, el señor Enrique von Baer rompió por primera vez el peso del miedo que abrumaba al país y posiblemente considerando que era imposible silenciar el origen de la orquesta que estaba tocando, mencionó a Jorge Peña con palabras elogiosas. Un estruendoso aplauso, con el público de pie, dio espontánea expresión a los sentimientos de afecto y admiración por la obra y la persona del músico mártir que todos los asistentes guardaban. El 16 de enero de 1987, día natalicio del Maestro, después de un concierto realizado en la Catedral de La Serena, un grupo de personas rindieron homenaje a su memoria en la capilla del Sagrario. En ese acto recordatorio habló David Muñoz, ex profesor de violín en la Escuela Experimental de Música, ex alumno de dirección de Jorge Peña. Estuvieron presentes, entre otros, la cellista Patricia Montoya Muñoz, el guitarrista Régulo Gayoso y su familia, Clotilde Ávalos; y los ex alumnos Sara Salamanca, Andrés Adaros y Patricia Marín. El 23 de julio de 1988, se realizó en Los Teques, capital del Estado Miranda de Venezuela, un homenaje al Maestro, en el que se hizo el estreno
mundial de su Suite para Cuerdas. Con el auspicio del Ateneo de aquella ciudad y del Comité de Solidaridad con el Pueblo de Chile «Francisco de Miranda», se ofreció un concierto con el cual se solidarizaba con el Encuentro Internacional de Artistas y Científicos por la democracia en Chile, que se llevaba a efecto en Santiago, y se rendía homenaje a Jorge Peña Hen. La Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, bajo la dirección del maestro Carlos Riazuelo, ejecutó un concierto de Vivaldi, el Concierto para contrabajo y orquesta de Sergei Koussevitzky y la obra juvenil para orquesta de cuerdas de Jorge Peña. Hubo intervenciones sobre la vida, obra y asesinato del músico chileno4. En las postrimerías de la dictadura militar, la Catedral de La Serena fue testigo del homenaje que el maestro Fernando Rosas rindió a Jorge Peña. El 13 de enero de 1990, mientras una multitud que llenaba el recinto catedralicio esperaba que la Orquesta Sinfónica Juvenil iniciara su presentación, el Director comenzó a hablar. El diario El Día consignó el hecho bajo el título «Ocurrió en la Catedral»: Inusual, inédito, sorprendente. El Director Fernando Rosas rompe el silencio y antes de comenzar con el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, pide que lo escuchen, pues va a rendir un homenaje a «un hombre extraordinario de esta ciudad de La Serena» [se refería a Jorge Peña Hen]. Lo recordó como el fundador de la música en La Serena, fundador de la Sociedad Bach, del Conservatorio Regional de Música; se refirió al Ciudadano Ilustre de la ciudad. Fundador de la Escuela de Música, de la Orquesta de Niños. «Este 16 de enero cumpliría 62 años». Jorge Peña dirigió todas las orquestas del país. «Esta fue su vida; pero murió trágicamente; fue fusilado». En la Sala, un gran silencio, reverente, de respeto. El maestro Fernando Rosas se vio emocionado, de voz quebrada. Pero siguió en su detallado homenaje. Y lo hizo con fuerza. De esa que sale del alma. De esa que surge con la fuerza de los hombres cuyo único partido es el arte. Hubo prolongados y fuertes aplausos. La orquesta se puso de pie. Y al concluir [...], el maestro Fernando Rosas sentenció una invitación: «Ahora que la Iglesia nos habla de reconciliación, creo justo ver colocada en la Plaza de Armas una estatua de este precursor, en un país que necesitaba música, músicos
y grandes orquestas». Y agregó: «tenemos la obligación de denominar a estos encuentros Encuentros Musicales Jorge Peña Hen; no podemos ser un país sin memoria»5. El 14 de mayo de 1990, se vivió en La Serena la ceremonia en que se dio lectura oficial al decreto Nº 180 del Ministerio de Educación que dio el nombre de Jorge Peña Hen a la Escuela Experimental de Música. El decreto lleva la firma del Ministro Ricardo Lagos Escobar, quien así había acogido el sentir de los más amplios sectores de la ciudad y de la zona. El orador que leyó el texto legal expresó entre otros conceptos los siguientes: Al dar lectura en esta ceremonia a los decretos pertinentes con que la comunidad nacional y la comunidad universitaria disponen que este establecimiento educacional lleve el nombre del maestro Jorge Peña Hen, participamos de una acción de justicia y dignificación [...]. Hoy esta Escuela es reconocida como un experimento de valor y éxito, capaz de inspirar proyectos similares en otros puntos del país y aún del continente. Los años más difíciles, sin embargo, fueron los iniciales, cuando pese a todo contratiempo, el amor por la música –quizás la más preciosa de las artes– llevó al Maestro a meditar y cultivar esta idea, poniendo a su servicio todo su esfuerzo e ingenio para convertirla en realidad. Podemos hoy imaginar cuántos obstáculos y escepticismos hubo de vencer, quizás cuántos desalientos y tentaciones hubo de superar. No obstante, el Maestro supo reunir en torno suyo un grupo de músicos –algunos de los cuales como tradición viva de esta Escuela aún imparten sus lecciones–, en quienes inspiró el mismo amor por esta idea que es hoy esta Escuela Experimental de Música6. La ceremonia de la develación de la placa con el nombre del Maestro se realizó el 31 de agosto, con la presencia del Ministro de Educación don Ricardo Lagos y la familia Peña. El año 1990, en el acto en que la Universidad de Chile recibió al Presidente Patricio Aylwin como su Patrono, el ex Rector y Ministro Secretario General de Gobierno Edgardo Boeninger rindió homenaje al músico mártir.
Yo entiendo estar aquí, dijo, como representante o quizás debiera decir delegado, de tantos universitarios, académicos y también funcionarios y estudiantes de esa época, que colocaron su capacidad, su voluntad, su lealtad y su permanente sacrificio al servicio de la Universidad en esas difíciles horas. Es imposible nombrarlos a todos, y resulta injusto nombrar sólo a algunos, de todos modos, creo que Enrique D’Etigny, el gran Decano y Vicerrector, los representa quizás mejor que nadie. Quisiera, en especial, rendir aquí un homenaje a Jorge Peña, querido amigo y distinguido Director del Departamento de Música y de la afamada Orquesta de Niños de La Serena, inexplicable e insensatamente asesinado en un día aciago. Quiero recordar también con respeto a Enrique París, el adversario político del Rector, adversario duro, pero siempre leal, nunca enemigo, víctima también de la violencia, que entregó su vida por la causa en que creía. Por último, quiero evocar a Jorge Millas ilustre maestro y filósofo, y a Raúl Bitrán, el Secretario General, que tampoco están con nosotros7. En 1991, se realizaron tres homenajes importantes al Maestro. El primero en su ciudad. En efecto, el 16 de enero, el Consejo Académico de la Universidad de La Serena rindió un homenaje póstumo al Maestro. Además de las autoridades universitarias, hizo uso de la palabra Juan Cristián Peña. El mismo día 16 tuvo lugar la ceremonia de apertura de la Exposición «Vida y obra de Jorge Peña Hen», preparada por Nella Camarda y Juan Cristián Peña, en el Museo Arqueológico de La Serena. Cooperaron especialmente al éxito del homenaje el Conservador del Museo, señor Gonzalo Ampuero; el señor Juan Godoy, de la Secretaria Cultural de la IV Región; la profesora Ondina Castro y el ex Alcalde de La Serena, señor Jorge Martínez Castillo. Innumerables personas de todas las edades y actividades, y acaso especialmente jóvenes, vieron esta exposición, que tuvo el sentido de una reivindicación y homenaje colectivo. En su discurso de apertura, Nella Camarda expresó este sentido: Quiero que ustedes sepan que en este momento, tan emocionante para mí, se está cumpliendo el anhelo que nació en mi interior el 16 de octubre de 1973, en el instante en que me dijeron brutalmente «Sí; ya está muerto y enterrado». Durante todos estos años del gobierno militar,
en que su nombre fue prohibido, y no sólo su nombre sino la más mínima alusión a su persona: durante todo este tiempo en que hasta su música fue objetada por llevar un mensaje de humanidad, él siguió viviendo en la mente y el corazón de los serenenses, porque era imposible olvidar al que había entregado el tesoro de su espíritu con tanta prodigalidad, sin pensar jamás en una recompensa, hasta el fin de sus días, segados por la insensatez humana. Sí. Hoy nos reunimos aquí para algo que tiene una trascendencia universal: la reivindicación de un ser humano. Las palabras de Fernando Moraga destacaron el sentido de enseñanza póstuma de la obra de Jorge Peña: No claudicamos en seguir su ejemplo de ceder horas de descanso, vacaciones, tiempo familiar y hasta opciones de mejores remuneraciones, para conformar la gran propuesta que él puso bajo el símbolo de Juan Sebastián Bach, al cual le resultaba posible entender y admirar en toda su dimensión, tanto porque su propia mente tenía una ordenación de ciencia pura, perfecta y equilibrada, como porque podía desechar lo innecesario, lo banal y lo baladí. El profesor Máximo Pacheco envió un mensaje de adhesión, con fecha 6 de enero, expresando: «Lamentablemente me será imposible estar presente en este merecido homenaje a un hombre extraordinario, músico insigne, maestro y humanista por excelencia [...]. Una persona como Jorge Peña no desaparece con la muerte, sino que su imagen permanece en la historia.» El VIII Encuentro Musical de La Serena, dedicado a Jorge Peña, finalizó en la Catedral de la ciudad con un concierto en que la Orquesta Sinfónica Juvenil interpretó obras del maestro, en la primera parte; mientras que en la segunda, se ejecutó una de las obras más queridas de Jorge Peña, el Magnificat de Juan Sebastián Bach, con la Orquesta Promúsica y el Coro de la Universidad de La Serena, bajo la dirección del maestro Fernando Rosas. En abril de 1991, se realizó en La Serena un homenaje a los quince mártires. Fue una especie de funeral simbólico, que comenzó con una ceremonia solemne en la Catedral y continuó con una masiva romería al cementerio. Jorge Peña fue recordado junto a sus compañeros de ideales humanistas y de injusto martirio.
El mismo año 1991, el 1º de octubre, la Universidad de Chile, con el Rector doctor Jaime Lavados a la cabeza, tributó su homenaje a Jorge Peña, recibiendo en su Casa Central la Exposición «Vida y Obra de Jorge Peña Hen». En la ceremonia de apertura, habló al maestro Agustín Cullell. Hemos citado algunos de sus conceptos en otras secciones de este libro. Recordaremos aquí estas expresiones suyas: Hace dieciocho años que, día a día, y hallándome en otros lugares del mundo, mantenía la esperanza de que ocurriera un acto como éste, fundamentalmente aquí, en esta querida casa de estudios, y de que yo pudiera participar en él. Pero antes de que mis palabras cumplan su parte en el homenaje que hoy se rinde al gran músico y mártir, al amigo inolvidable, me permitiré sólo un ruego: que estas palabras no se interpreten como un tardío responso por el artista ausente. A mi vez, trataré de evitarlo... Y no podrían calificarse como un responso, porque a Jorge Peña no lo mataron; tan sólo acallaron su voz, pero no su presencia; y un artista cuya obra, cuyo mensaje está presente por el contrario adquiere a través del tiempo una mayor dimensión; nunca puede morir; continuará siempre vivo [...]. También pretendo representar con mis palabras, aquí y ahora, a todos aquellos músicos que se encuentran en lejanas tierras, pero que –me consta– desearían con todo su corazón estar presentes en este acto. Me refiero a Gustavo Becerra, en Alemania; Eduardo Maturana, en Canadá; Sergio Ortega, en Francia; Gabriel Brncic, en España... y tantos más [...]. Jorge Peña fue toda su vida un hombre de grandes inquietudes vivenciales, un luchador de sólidos principios, un verdadero humanista que entregó siempre sus mejores esfuerzos al servicio de las viejas causas que han intentado encontrar, aún infructuosamente, un destino mejor, de auténtica justicia social para el ser humano [...]. Jorge Peña fue un creador y un visionario, un espíritu tenaz; uno de esos seres que en la humanidad no aparecen con frecuencia, pero que dejan a su paso una huella imborrable de grandes realizaciones8. Con oportunidad de haberse instalado la Exposición «Vida y Obra de Jorge Peña Hen» en la Casa Central de la Universidad de Chile, el
periodista Hernán Millas rindió al músico un emotivo homenaje en las páginas de La Época, titulado «Con fósforos trazó su última música». Este año –escribió–, como en los últimos dieciocho años, Peña no ha podido salir con sus niños. Pero estuvo otra vez en Santiago y continuó al Sur. En la exposición itinerante, con fotografías, testimonios y recuerdos de un hombre cuyo fin se erige «como un símbolo de barbarie que esperamos no vuelva jamás a nuestro país» [...]. La exposición itinerante no busca atizar odios. Sólo quiere que las nuevas generaciones conozcan la pasión irresistible que sentía Jorge Peña por la música y su amor por la paz. Y que deje la enseñanza que nunca más en Chile una «caravana de la muerte» vaya dejando llanto y dolor. Hernán Millas en su homenaje trazó un emocionado recuento de la vida ejemplar del músico9. El año 1992, el 16 de octubre, día del aniversario de la muerte del músico mártir, la Orquesta Sinfónica Juvenil ofreció un concierto de Homenaje a Jorge Peña Hen, en el Teatro Universidad de Chile. Se interpretaron obras de tres compositores nacionales: Enrique Soro, Próspero Bisquert y Jorge Peña, de quien se ejecutó la Tonada para orquesta, y de tres autores europeos: Mozart, Weber y Tchaikovsky. Dirigió el maestro Hugo Domínguez Cruzat10. En 1993, la Universidad de La Serena rindió un amplio homenaje al Maestro, en el vigésimo aniversario de su muerte. Tuvo la forma de un proyecto patrocinado por FONDART y se desarrolló en los meses de septiembre, octubre y noviembre, en La Serena y Santiago. En septiembre se efectuó el Segundo Concurso de Interpretación Musical Juvenil; en octubre una serie de siete Conciertos Didácticos en otras tantas ciudades de la región, y un Concierto Solemne en la Catedral de La Serena, el día 16. En éste actuó la Orquesta Sinfónica Juvenil bajo las batutas de dos directores: Santiago Meza y Reynaldo Ferrera. En Santiago hubo un concierto del Conjunto de Bronces «Camerata Gabrieli» y un Concierto Solemne de las Orquestas Sinfónica Juvenil de La Serena y Sinfónica Juvenil Nacional, en el Teatro Teletón, el 2 de noviembre. Este último contó con la presencia y las palabras del Ministro de Educación don Jorge Arrate.
Habló también el maestro Fernando Rosas. El Ministro Arrate expresó, entre otros conceptos: Jorge Peña fue espíritu fraternal, acción libertaria, conciencia de humanidad, alegría de la cultura. Su muerte fue tragedia, injusticia, dolor causado en vano y sin causa moralmente válida [...]. La obra musical de Jorge Peña Hen es de una amplitud desacostumbrada en nuestro medio y ha dejado frutos permanentes de un alto valor. Sin dejarse llevar por las ventajas que estimulan a la mayoría de los artistas nacionales a trasladarse a Santiago, Peña realizó la totalidad de su obra creadora en la ciudad de La Serena [...]. Bregó incesantemente esa lucha a veces ingrata, que conocen bien nuestros creadores y artistas, por conseguir recursos económicos para sus múltiples y desinteresadas iniciativas. Hablamos –no hay que olvidarlo– de una época en que recién surgían actividades culturales de alto nivel en las distintas regiones del país [...]. Jorge Peña Hen fue también un artista plenamente comprometido con la transformación de la realidad social de Chile. Sus ideas políticas son parte indispensable de su biografía, porque fueron parte indispensable de su ser [....]. Jorge Peña tuvo una vida llena de fuerza. Trasmitió energía y vitalidad. Desarrolló esas virtudes, pienso, porque intentó siempre hallar el equilibrio aquel que nos hace insuperablemente humanos. Ese equilibrio que nos impulsa a suprimir las injusticias de nuestra vida social y, al mismo tiempo, a sentir emoción ante las creaciones del alma. Cuando alguien logra acercarse a ese equilibrio que nunca se alcanza con perfección absoluta, es alguien cuyo recuerdo y cuya obra perduran. Por eso, Jorge Peña perdura11. Los directores fueron Reynaldo Ferrera y Fernando Rosas. Además, los conciertos de la temporada regular de la Universidad de La Serena, de agosto, septiembre y octubre, integraron también este homenaje12. Un emotivo homenaje rindió el maestro José Antonio Abreu, Director Fundador del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, el 10 de noviembre de 1996, durante el concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil de ese país, en Santiago, en el marco de la visita a Chile del Presidente Rafael Caldera y con motivo de la VI Cumbre Iberoamericana, en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. El
maestro Abreu se refirió a la significación de la obra de Jorge Peña, reconociendo en ella la semilla y punto de partida para el movimiento que habría de desarrollarse más tarde en Venezuela y diversos otros países hermanos. En 1997, La División de Cultura del Ministerio de Educación, la Secretaría Regional Ministerial de Educación y Metro S.A. organizaron un homenaje a Jorge Peña Hen, en la Explanada Cultural de la Estación Baquedano. El concierto se realizó el 11 de octubre y participaron la Orquesta Juvenil de La Serena y la Orquesta Sinfónica Juvenil Nacional13. El 25 de julio de 1998, al mediodía, se realizó una ceremonia y concierto de homenaje de la Asociación Gremial de Artesanos de la Plazuela La Merced, de La Serena. Habló el profesor Lautaro Rojas, del Departamento de Música de la Universidad de La Serena; y tocó la pianista de catorce años Thiare Tapia, de Coquimbo. Nos hemos referido en el capítulo anterior al homenaje organizado por la Universidad de La Serena en 1998, con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la muerte del Maestro, los días 16, 17 y 18 de octubre, con presentación, entre otras obras, de la ópera infantil La Cenicienta y de la Suite para Cuerdas, bajo la dirección del maestro Agustín Cullell; así como el magno homenaje rendido en sus funerales, el 12 de diciembre14. También hemos mencionado el homenaje rendido en la Cámara de Diputados por el diputado don Joaquín Palma, el 15 de diciembre; y hemos citado algunos párrafos de su discurso. La Revista Musical Chilena, en el número 190, correspondiente a juliodiciembre de 1998, rindió homenaje al comienzo de su edición a los músicos mártires y profesores de la Universidad, Jorge Peña y Víctor Jara, con ocasión del vigésimo quinto aniversario de sus muertes. Correspondió al autor de este libro escribir una semblanza de su vida y de la significación de su obra. El 13 de enero de 1999, se realizó en el Salón de Honor de la Universidad de Chile el homenaje de la Casa de Bello a quien fuera uno de sus más insignes alumnos. Hubo discursos del Rector de la Universidad, profesor
Luis Riveros Cornejo; del Rector de la Universidad de La Serena, profesor Jaime Pozo; de la profesora Nella Camarda viuda de Peña; y del profesor Miguel Castillo Didier. Se interpretó el Andante del Cuarteto de Cuerdas de Jorge Peña, por la agrupación integrada por Jaime de la Jara, Fernando Ansaldi, Enrique López y Patricio Barría. La Camerata Coral del Departamento de Música de la Facultad de Artes, dirigida por el profesor Fabio Pérez, interpretó tres obras vocales del Maestro: Duérmete, pequeño infante (texto anónimo); Reyes de Belén (texto de Nella Camarda) y Venid a mirarle (texto anónimo)15. En el Anexo Documental reproducimos los discursos de los profesores Riveros y Castillo. Y a propósito del homenaje de la Universidad de Chile, el profesor Sergio Solís Cuevas, ex condiscípulo del Maestro en el Liceo de La Serena, publicó un artículo con el título «Lo llamábamos Chopin»: Fue en el año 1944 cuando llegó a nuestro Liceo de La Serena. Viajaba diariamente desde Coquimbo [...]. Llegó al 5º año de humanidades y era un joven pródigo inmerso en el mundo mágico de la música y la poesía. Lo bautizamos por unanimidad como «Chopin» y así quedó para siempre en nuestro recuerdo [...]. Lo llamábamos «Chopin», pero nuestros maestros, al pasar lista, lo nombraron siempre como Jorge Washington Peña Hen, compañero de curso, leal amigo y un valor del arte musical chileno. Nuestro recuerdo emocionado para sus familiares y para todos aquellos que supieron de su talento, de su bondad y de su amor... ¡Adiós, «Chopin», adiós!16. Mencionemos también aquí algunos homenajes de compositores. El primer homenaje a Jorge Peña, después del In Memoriam de la Revista Musical Chilena, de diciembre de 1973, fue la Cueca Homenatge Elegiaca «Jorge Peña Hen» (Cueca para la exaltación de Jorge Peña Hen), de G. Brnic. Fue estrenada el 19 de agosto de 1976 en los Jardins de la Caixa d’ Estalvis, en Barcelona, en el Festival d’Estiu de las Joventuts Musicals de Sabadell. La interpretó el Dúo Internacional de Guitarra, integrado por Eulogio Dávalos, de Chile, y Miguel Ángel Cherubito, argentino17. El mismo año se tocó en Wigmore Hall, en Londres; y en 1977, el 15 de
octubre, víspera del cuarto aniversario del asesinato de Jorge Peña, fue presentada en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, por Dávalos y Cherubito. Hasta 1995 se había tocado esta obra en más de cincuenta oportunidades, en diversos países. En Chile, el 24 de noviembre de 1999, fue interpretada por Orlandini y Ohlsen, en el Centro de Extensión de la Universidad Católica, en Santiago18. Vladimir Wistuba Álvarez, residente en Finlandia, compuso en 1988 su Lunes Primero, Domingo Siete. Agosto 1988 (Cuecatta para guitarra solista), en cuya dedicatoria leemos: «En memoria y recuerdo de los músicos Roberto Falabella Correa y Jorge Peña Hen y del artista pintor Francisco Álvarez Adasme». La obra está fechada en Helsinki el 17 de octubre de 1988. En el homenaje rendido en 1991 en La Serena, se interpretó una canción dedicada al Maestro por el profesor del Departamento de Música de la Universidad de La Serena don Mario Arenas, con texto del doctor Jaime Madariaga. Algunas de las palabras son éstas: «Solos están tu arco y tu violín sin comprender, sin olvidar. Desde este umbral con gran amor tu ideal trascenderá. Hoy somos más queriendo dar toda esa luz a la humanidad. Despierten, campanarios, entreguen armonías maderas, cuerdas, bronces, orquestas, sinfonías. Aquí van nuevas manos pequeñas rescatando el sueño del Maestro Jorge Peña Hen...»
1 RMCH XXVIII/123-124 (julio-diciembre 1973). 2 Texto en AJPH. 3 Revista Hoy Nº 483, 20-26.X.1986. 4 El programa de ese homenaje en poder del autor. 5 El Día. Recorte en AJPH. 6 Texto de este discurso en AJPH. 7 Texto de este discurso en AJPH. 8 RMCH XLV/176 (julio diciembre 1991), 5-7. 9 Hernán Millas: «Con fósforos trazó sus última música», La Época, 3.XI.1991. 10 Programa en AJPH. 11 Jorge Arrate: «Discurso en el concierto conmemorativo de la muerte de Jorge Peña Hen», 1-3 y 6. 12 Programa en AJPH. 13 Programa en AJPH. 14 Programa en AJPH. 15 Textos de las intervenciones en Anexo Documental de este libro.
16 Sergio O. Solís Cuevas: «Lo llamaban Chopin», La Tercera. 15.I.1999. 17 Programa del concierto de estreno en AJPH. 18 Programa en AJPH.
Anexo documental
1. Carta abierta de Nella Camarda de Peña a Augusto Pinochet. 2 de octubre de 1994. Publicada en APSI. En los días cercanos al 11 de septiembre último, usted formuló públicamente al país la siguiente pregunta: «¿A quién le tengo que pedir perdón?» Es el momento para que una ciudadana chilena, directamente afectada por los trágicos hechos que todos conocemos, le responda, también públicamente, esas interrogantes, sorprendentes no sólo para nosotros los chilenos, sino para los que desde el exterior conocen la realidad de lo vivido. Esta es mi respuesta. Nos debe pedir perdón: A mí, que fui su esposa y compañera de labores durante 22 años. A sus dos hijos, quienes sufren la secuela de su injusta muerte. A sus siete nietos, a quienes se quitó la oportunidad de conocerlo. A sus padres. A sus dos hermanos A los miles de padres de esos niños que a través de años recibieron el beneficio de su «Plan Renovado de Enseñanza». A los numerosos chilenos, que fueron contratados e incentivados profesionalmente para participar en un quehacer cultural tronchado en el apogeo de su desarrollo. A la Orquesta Sinfónica de Niños Pedro Humberto Allende, primer fruto visible de su gran Proyecto de Educación Cultural masiva de los niños de Chile. A la ciudad de La Serena, por haber eliminado, a los 45 años y en pleno uso de sus extraordinarias facultades, al pionero de una idea formadora que, al concretarse en Chile y mostrarse en el extranjero, suscitó tal admiración que fue imitada por otros países hermanos. Estoy hablando de Jorge Peña Hen, chileno, músico, compositor, profesor de la Universidad de Chile. Fundador de la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena. Fundador de la Orquesta Filarmónica de La Serena. Fundador del Coro Juan Sebastián Bach de La Serena. Propulsor del Movimiento Musical del Norte de Chile, que se inició en 1950. Director del Conservatorio Regional de Música, primera repartición de la Universidad de Chile en provincia. Fundador de la primera Orquesta Sinfónica de Niños de Iberoamérica. Fundador de la Escuela Experimental de Música de La Serena, hoy «Escuela Experimental de Música Jorge Peña Hen». Fusilado, sin proceso alguno, el 16 de octubre de 1973, en la ciudad de La Serena.
Señor Pinochet: Estamos en un plan de reconciliar nuestro Chile, pero usted continúa sin reconocer sus fallas, justifica los crímenes cometidos durante su gobierno, aduciendo un «amor a la patria», que no tiene nada de amor y menos aún de patria. Nella Camarda Valenza Vda. de Jorge Peña Hen
Profesora Facultad de Artes Universidad de Chile
2. Discurso de su hijo Juan Cristián Peña Camarda en
los funerales del Maestro. 12 de diciembre 1998. Nunca pensé que llegara este instante, padre, en que te siento más cerca que nunca; escucho la melodía infinita y tu grandeza me invade por momentos. Tú estás vivo; casi te veo, parado aquí, entre nosotros. Después de esta larga angustia, emerges desde lo profundo para darte la gran bienvenida. Tu vida es como una nota; tu muerte es como un silencio; mas la música sigue y sigue, eterna, sin que siquiera el vil acero la acalle. Eres honor y te han humillado. Eres ideales y te han torturado. Eres creación y te han mutilado. Eres justicia y te han asesinado. Esas conciencias carcomidas, esos uniformes indignos te han asesinado, con la mente y con las manos; ellos, los protagonistas del horror. Y yo lloro cuando te escribo estas líneas; pero también río, padre, porque estás intacto en mi memoria y en la de todos, con tu voluntad inquebrantable actuando y tu obra vigente creciendo. Por ti, miles de niños han adoptado un sentido creativo en sus vidas, en contraposición con un desarrollo desviado, tan recurrente en esta corrupta sociedad actual. Por ti mucha gente ha vuelto a valorar la vida como fuente de ideales humanos, a través de la música. Te estamos muy agradecidos por esto y por mucho más. Te veo, padre, lúcido, creativo, con energía, consecuente con tu pensamiento hasta el límite de lo humano, dándonos una lección trascendental de vida, de justicia humana, de respeto mutuo entre los hombres hasta en la más mínima actitud, en donde allí nace la verdadera democracia, usando nuestra capacidad cerebral al servicio del hombre, pero con un sentido profundamente humanista. Hoy plantamos aquí tu semilla definitiva, para que futuras generaciones se alimenten de tus frutos musicales, y, así, se enriquezca la gran obra que iniciaste un día en tu querida ciudad de La Serena, la que lograste transformar en la capital cultural del país. Durante estos 25 años, te he sentido como mi guía espiritual, como si me traspasaras tu visión del hombre y de la vida. A través de tu recuerdo, o cuando escucho la música, o cuando vengo a La Serena; en inesperados momentos, y en especial en este instante, recibo tu mensaje cósmico, más fuerte que tu presencia terrenal. Tu paternidad ahora la siento en esplendor, completísima, como un sentimiento indefinible, mayor aún que el de un hijo hacia su padre. La verdad es que para mí, estás vivo; y sólo vengo a despedirme por algunos momentos. Esta vida es corta. Nos veremos luego. Adiós, padre... te amo. Tú estás vivo.
3. Homenaje de la Universidad de Chile. 13 de enero de 1999.
Discurso del Rector de la Universidad profesor Luis Riveros Cornejo. La muerte constituye un cambio de estado que puede sentirse de muy diversos modos, dependiendo de nuestras convicciones religiosas y éticas, sin duda; y en todo caso, la desaparición de un ser querido, a pesar de cualquiera racionalización que se intente, constituye un dolor asociado al carácter de arrebato de alguien desde entre nosotros. Y se explorará por mucho tiempo en los porqué, así sea intentando racionalizar una explicación que ha de servir más para nuestros corazones que para nuestras mentes. Cuando alguien se va en una etapa temprana de su vida, el dolor se une a la impotencia de sentir que se ha cristalizado una injusticia, que no hay explicaciones y que la vida debe seguir en medio de ese dolor y de esa ausencia. Pero cuando esa muerte se ha producido por asesinato, es decir, cuando ha existido un acto premeditado destinado a terminar con la existencia de una persona, el dolor y la impotencia se suman a la pregunta del castigo que se debe imponer. No como un afán de venganza, sino como una norma mínima social para proteger a otros, para que nunca más ocurra; para que la sociedad pueda defenderse de estos ataques destructores. El tema del asesinato cae dentro de los mínimos normativos que deben existir en una sociedad civilizada, y nos habla de la profunda deshumanización que se genera y que destruye las bases mismas de todo progreso social. Tanto y tanto han hablado los políticos y los juristas sobre el castigo y su efecto; pero cada vez más los que sufren por actos de esa naturaleza deben reseñar no sólo lo injusto, sino lo insensato que resulta una desaparición provocada. Pero, aún más, cuando se trata de un asesinato político, es decir, causado finalmente por el hecho de disentir, de pensar distinto, de creer en formas diferentes respecto de temas más o menos importantes, el tema del asesinato va más allá de las preguntas, más allá de la alevosía, especialmente cuando al asesinato se une a la ocultación, a la desaparición y sigue a la tortura y al apremio ilegítimo. ¿De qué tipo de bestias se trata? ¿Cómo podremos defender nuestras sociedades de estos horrores? Se trata de castigar al crimen como una forma sistemática de imponer una forma de pensamiento, como una forma de avasallar sistemáticamente. Se cuestiona, pues, a la sociedad toda, con sus mecanismos insuficientes de injusticia. Qué triste, cuán contrario a toda forma de vida civilizada, ha sido la desaparición de Jorge Peña. Víctima de un crimen organizado desde el propio aparato del Estado, urdido en la forma más cobarde, en que sus restos se ocultan para tapar la vergüenza de sus asesinos, para permitir la impunidad, para sembrar la sombra de la duda sobre su muerte, y para, de esta forma, asesinarlo día a día, año a año. En el dolor de su esposa y de los suyos. En el dolor de su Universidad, que le siente día a día en la presencia de músicos jóvenes –fijémonos en esto– ; en la presencia que nos ha dejado como una herencia maravillosa y que se proyecta con fuerza, día a día, en nuevos jóvenes y en el deleite de todos por la música. El asesinato de Jorge Peña constituye una serie de asesinatos. Se ha asesinado una forma de creer y de querer convivir; se ha asesinado un alma activa, dispuesta a crecer y a hacer crecer; se ha asesinado a su familia en forma permanente y sostenida; se ha asesinado la credibilidad y el sentido de pertenencia social; se ha asesinado futuro; se ha asesinado Universidad; se han asesinado tantas cosas, que sus asesinos tendrán que seguir huyendo de mucho y de tantos, por tanto tiempo, quizás el necesario para reparar lo que se ha hecho.
Este homenaje estábamos debiéndolo tanto tiempo. Pasaron años y casi décadas, para que pudiéramos reunirnos acá –en nuestra Universidad de Chile– y decirle a Jorge Peña, en donde se encuentre, que no lo hemos olvidado. Que su asesinato se ha convertido no sólo en un estandarte en la lucha permanente por la libertad de las ideas, y por la necesidad de una Universidad constructora de esa libertad, sino también en una lección de monumental importancia para que la democracia sea cierta, y se construya más profunda. Tanto tiempo para decirle que estamos recuperando esta su Universidad de Chile para Chile. Para que respire nuevamente orgullosa el aire del país, y asuma sus problemas y los convierta en compromiso... Tanto tiempo para decirle que estamos aquí, junto a los suyos, con dolor, con impotencia, pero también con la más profunda sobriedad; con la tranquilidad de los que le hemos visto triunfar, finalmente, sobre sus asesinos. Tanto tiempo para decirle que, con vergüenza, aún no se hace verdad y justicia plena. Y que el reencuentro de su patria aún está pendiente, mancillada por lo que nunca más debe suceder. Creo que Jorge Peña está sonriendo... donde esté... Ha triunfado y ha visto triunfar, finalmente, a los suyos, que con tanto ahínco persiguieron el encuentro de la verdad. Ha vuelto en gloria y majestad a su Universidad de Chile. Como estuvo ya hace pocos días en su Serena tan amada, en donde hoy su Alma Mater le ha acogido con figuras remozadas, pero siempre la misma que él tanto amó. Sonríe... porque ve a los jóvenes de hoy con sus corazones más abiertos, para evitar que pase lo que nos pasó en Chile... Porque ve esa magnífica Orquesta Sinfónica de la Universidad de La Serena, que surgió como proyecto en el cual todavía él vive todos los días, en cada nota, en cada esfuerzo, en cada nueva representación. Sonríe... Para evitar que continúe la destrucción de lo nuestro; para encontrarnos de verdad en un intento de construir un país sin hipocresías, sin arrogancia, con el deseo noble y fuerte de crecer como sociedad y como personas. Sonríe, porque ve a su Universidad dando pasos para ayudar a ese proceso de país que tanto se necesita para encontrar el camino de verdad hacia el futuro. Y como Rector de la Universidad de Chile, debo decirle que por él y por muchos, por las ideas y las necesidades de tantos, lucharemos por ser mejores, por educar mejor, y por comprometernos más con el país, sus necesidades y preguntas, y las tareas de nación que han sido nuestro norte histórico, y que nunca debimos abandonar. Es un orgullo para mí estar en el acto en el que Jorge Peña vuelve simbólicamente a su Universidad. Es un orgullo poder exhibirle lo que hacemos por reponernos en el sitial de Chile que nos corresponde. Es un orgullo poder decirle: Bienvenido de vuelta, profesor Jorge Peña... Te echamos de menos... Qué bueno que estés nuevamente... triunfador... junto a nosotros. Muchas gracias.
4. Discurso escrito por el autor de este libro, en representación de la Facultad de Artes en el homenaje de la Universidad de Chile. 13 de enero de 1999. [Leído en ausencia de su autor por el profesor John Knuckey].
El 16 de octubre de 1973 ha quedado en la historia de la cultura y de la música chilenas como una fecha negra. Es el día en que fue segada la vida del maestro Jorge Peña Hen, músico apasionado, creador, director de orquesta, pedagogo, organizador, cuya generosa e infatigable obra en la enseñanza y difusión de la música no ha tenido parangón en nuestro país. A los 45 años de edad, cuando estaba en la plenitud de sus capacidades; cuando su trabajo con niños y jóvenes daba ya hermosos y prometedores frutos, la voz de Jorge Peña Hen fue hecha enmudecer para siempre. Jorge Peña Hen nació en Santiago, de familia coquimbana, en 1928, y tempranamente se inició en el estudio del piano. Más tarde estudió también violín, viola y cello, presentándose varias veces como intérprete juvenil de esos cuatro instrumentos. Ya siendo alumno de liceo, mostró sus inquietudes por la difusión de la música en su medio. Fue discípulo en piano de Olga Cifuentes, en violín de Ernesto Lederman, en composición de Pedro Humberto Allende, Domingo Santa Cruz y René Amengual. Dirigió la Orquesta del Conservatorio, a la que logró imprimir un ritmo importante de actividades, consiguiendo incluso llevarla a provincia. Su inquietud social, que lo distinguiría toda la vida, se expresó ya cuando, siendo Presidente del Centro de Alumnos del Conservatorio Nacional, y en el acto conmemoratorio del Centenario de esa institución, pronunció ante autoridades de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, de la Universidad de Chile y del país, un discurso en que destacaba la situación desmedrada de la educación musical y la marginación en que sectores modestos de la población, en Santiago y más aún en provincias, se hallaban respecto de las posibilidades de disfrutar del arte musical, de conocer la música y de estudiarla. También como estudiante, en 1950, organizó en La Serena el Festival Bach, con ocasión del bicentenario de la muerte del gran compositor. Ese Festival debía ser histórico, pues, además de constituir un acontecimiento musical extraordinario en una provincia, dio, como fruto que tendría larga y muy grande trascendencia, el impulso para la creación de la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena. Radicado en esta ciudad en 1952, y como Presidente de la Sociedad, Jorge Peña Hen inició una labor que no puede menos que asombrar por su intensidad, su carácter polifacético, por la incansable y abnegada dedicación que ella supuso a través de 23 años y que sólo fue interrumpida por su tan trágica e injusta muerte. Trataremos de sintetizar esa trayectoria que debía no sólo cambiar completamente el panorama de la enseñanza y la práctica musical en La Serena y en la región Norte, sino también en el país, por cuanto su idea acerca de la enseñanza infantil masiva y la formación de orquestas y otros conjuntos de niños, se convirtió, ya en vida suya, en una hermosa realidad, que hoy vemos extendida por el territorio nacional. Es más: la semilla sembrada por él fue llevada a Venezuela por el oboísta Hernán Jerez y el violinista Pedro Vargas y pasó a otros países hermanos, como Costa Rica, Colombia y México. Como recordábamos, en 1950, Jorge Peña promovió la creación de la Sociedad Juan Sebastián Bach, que sería centro y motor de la actividad musical en el Norte. En 1952 fundó la Orquesta de Cámara de la Sociedad, formada principalmente por músicos aficionados. La dirigió, como también dirigió el Coro Polifónico de la Sociedad, que creó en 1955. Hasta entonces, en los conciertos que regularmente organizaba la Sociedad Bach cantaban sólo colegiales de los Liceos de Niñas y de Hombres de La Serena, donde Jorge Peña era profesor de música. En 1956 consiguió la creación del Conservatorio Regional de La Serena, dependiente de la Universidad de Chile, organismo musical que también dirigió. Tuvo el apoyo decidido del entonces Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, don Alfonso Letelier Llona, quien admiraba profundamente la labor y las ideas de Jorge
Peña en materia de pedagogía musical. Fue así como, por primera vez, nuestra Universidad se extendió a una provincia. Tres años después, los esfuerzos de Peña lograron que se diera un paso importante con la creación de la Orquesta Filarmónica de La Serena, agrupación ahora profesional. En 1961, el incansable Maestro organizó la Orquesta de Cámara de Antofagasta, conjunto al que asesoró y que algunos años después pasaría a convertirse en la Orquesta Filarmónica de esa ciudad. En 1964 consiguió la creación de la Escuela Experimental de Música y, poco después, el establecimiento de planteles semejantes en Ovalle y Copiapó. Su Plan Docente Experimental, aplicado en 1964, dirigido a la enseñanza masiva de la música a alumnos de la educación primaria, fue aplicado con éxito; y de esa experiencia surgió la creación de la Orquesta Sinfónica de Niños, primer conjunto de esa especie en el país y en América Latina. En esa labor, se aunaron la pasión pedagógica de Jorge Peña, su sentido social y su amor por los niños. Pareciera ser que el Maestro consideró esta tarea como la más hermosa de las muchas que emprendió en su corta vida. Emociona profundamente, en verdad, escuchar hoy las grabaciones en que habla a los niños: los aconseja; los estimula con su palabra seria, pero siempre cordial y cálida; hace el balance de algunas de las giras del conjunto infantil, destacando los éxitos y valorándolos, y señalando con ánimo siempre positivo los aspectos que debían ser mejorados. La Orquesta Sinfónica de Niños llevó su mensaje musical a numerosas ciudades chilenas y llegó a hacer dos giras a Argentina, dos a Perú y una a Cuba, todas plenamente exitosas, y en las que los pequeños músicos dejaron en alto el nombre de Chile y de su educación musical. Ha sido citado más de una vez el juicio de Vicente Salas Viu sobre la Orquesta, con motivo del primer concierto ofrecido por ella en Santiago, el 3 de noviembre de 1965: «Fue particularmente emocionante en este concierto admirar la entrega a la música, la participación en el fenómeno musical de todos y cada uno de los pequeños ejecutantes. Al lado de esto, la seguridad que demostraron acredita por igual el acierto en la delicada labor pedagógica realizada por sus profesores. Es verdad que los chilenos (los niños chilenos en este caso) poseen excepcionales condiciones para el cultivo de la música. Orientar bien estas condiciones, extraer de ellas lo mucho que se obtuvo en la presentación de esta orquesta, se debe, por supuesto, a los que de ello se preocuparon: los profesores Jorge Peña, Nella Camarda, Lautaro Rojas, Osvaldo Urrutia, Pedro Vargas, Edín Hurtado, Rosauro Arriagada y Emilio Matte, quienes merecen los mayores elogios. Un paso de indudable importancia en la educación por la música y para la música de los niños chilenos ha sido dado por las instituciones de enseñanza musical de La Serena. Son amplios los horizontes que abrieron. La presentación de la Orquesta de Niños de La Serena constituye un ejemplo que no debe ser olvidado». Y el profesor Danilo Salcedo escribió sobre esta hermosa y pionera labor del Maestro: «La idea que animaba a Jorge era la de despertar y desarrollar el inmenso potencial musical de nuestro pueblo. Su concepción de la difusión musical se basaba en una simple afirmación: a partir de los niños, los adultos se van incorporando al mundo de la música. Cuán certero fue su enfoque lo muestran los resultados de su perdurable legado para Chile». Decidor es el dato que ha entregado el maestro Fernando Rosas en el sentido de que en La Serena (que no cuenta con más del 1 por ciento de la población del país), la ciudad a la cual Jorge Peña entregó sin reservas sus esfuerzos, se haya formado aproximadamente un cuarenta por ciento de los músicos que hoy se desempeñan profesionalmente en Chile.
Pero el trabajo con las agrupaciones musicales infantiles y juveniles a las que el maestro dedicó tantas energías, no le significó dejar de lado los otros conjuntos y las otras actividades de la Sociedad Bach. En 1966, Jorge Peña organizó la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena, sobre la base de la anterior Orquesta Filarmónica. Y esta agrupación continuó la incansable labor de difusión musical masiva, impulsada por la Sociedad, tanto en su ciudad sede como en diversas ciudades y pueblos del Norte. Jorge Peña Hen pudo hacer una exitosa carrera nacional e internacional como director de orquesta; pudo también dedicarse a la composición, para la cual demostró notables dotes creativas. Éstas fueron amplia, entusiasta y tempranamente reconocidas por figuras tan importantes de la música en Chile, como los maestros Pedro Humberto Allende, Domingo Santa Cruz, Juan Orrego Salas y Alfonso Letelier. Pero no se decidió a salir del país y a dejar el Norte. Su generosa pasión pedagógica, el noble afán de enseñar a los niños y a los jóvenes en las aulas, y a la gente en los recitales y conciertos, prevaleció por sobre otros legítimos anhelos personales. Venciendo carencias, enfrentando dificultades, buscando recursos con tesón incansable, argumentando sin tregua en favor del mejoramiento y extensión de la educación musical, logró una transformación radical de la realidad musical de la zona norte, sembrando una semilla fecunda para todo el país. Anotábamos que resulta difícil sintetizar la vasta y polifacética labor del maestro Jorge Peña Hen. Recordemos que no sólo condujo como director a todos los conjuntos de la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena, sino que, como invitado, dirigió también en diversas temporadas la Orquesta Sinfónica de Chile, las Orquestas Filarmónicas de Santiago y de Antofagasta, la Orquesta Sinfónica de Viña del Mar, la Orquesta Interuniversitaria de Valparaíso, la Orquesta de la Universidad de Concepción y la Orquesta Sinfónica de Tucumán. Como compositor, la obra de Jorge Peña no es muy extensa, lo que se explica por su intensa dedicación a la enseñanza y a la organización de conjuntos y actividades musicales, así como por la brevedad de su vida. Parte de su creación está dedicada a los niños, como el Andante y Allegro para violín y orquesta de niños, el Concertino para piano y orquesta de niños y la ópera infantil La Cenicienta. Otras composiciones suyas son: Concierto para piano y orquesta, dedicado a su esposa y abnegada colaboradora Nella Camarda; Cuarteto de cuerdas; Suite para cuerdas; Tres piezas para cuarteto de cuerdas; Dos piezas concertantes; Sonata para violín y piano; Tonada para orquesta; el ballet La coronación; el ciclo de canciones para barítono y orquesta Crepúsculo de Monte Patria; La palomita para coro mixto y orquesta; música incidental para las películas Río abajo, Tierra fecunda y El salitre; música para varios Retablos de Navidad; diversos villancicos e himnos. En la Revista Musical Chilena, a lo largo de más de dos décadas, se dio cuenta regularmente de las actividades de la Sociedad Juan Sebastián Bach de La Serena y de las agrupaciones que fundó y dirigió el maestro Jorge Peña Hen; de sus innumerables presentaciones en ciudades y pueblos del Norte. Y no podía ser de otra manera, pues la Revista ha tratado de registrar todo lo que ha sido importante en el quehacer musical del país. Ya en su número 9, en enero de 1946, se daba cuenta de actividades musicales de La Serena, en las que había participado activamente el joven estudiante, a fines de 1945, cuando no cumplía 18 años. Leemos en esa Revista: «Los Coros Polifónicos del Ateneo de La Serena se han presentado en un concierto realizado en la Sala Centenario, bajo la dirección del profesor Gustavo Galleguillos y del señor Jorge Peña Hen. Un pequeño conjunto instrumental de aficionados participó asimismo en el desarrollo de este acto cultural. La crítica destaca con elogio el estreno de Canción de Otoño, sobre un poema de Verlaine, escrita por Jorge
Peña para coros y orquesta. De este mismo joven compositor se interpretó Concierto en Do menor para piano y pequeña orquesta. Jorge Peña nació en Coquimbo el año 1928 y en la actualidad sigue los estudios de Humanidades en el Liceo de Hombres de La Serena. Estudió composición con el maestro pedro Humberto Allende, aunque por corto tiempo, siendo casi en absoluto de autodidacta su formación musical». Veintiséis años después, en la misma Revista Musical Chilena, en el Nº 123124, correspondiente a julio-diciembre de 1973, su director, el doctor Luis Merino, rindió homenaje a quien había llegado a ser tan insigne artista, reseñando en forma amplia su trayectoria vital. Terminaba ese In Memoriam con estas palabras de tanta verdad: «La desaparición de este gran músico, maestro, creador y organizador, afecta en forma irreparable a la vida musical chilena». Y en el vigésimo quinto aniversario de su muerte, el profesor Fernando Rosas escribió: «Quiero afirmar una vez más que siempre he creído que Jorge Peña Hen y Mario Baeza, recientemente fallecido, son los hombres más relevantes en la vida musical chilena en la segunda mitad del siglo xx. En efecto, Jorge Peña quería que todos los chilenos tocaran instrumentos; y Mario Baeza quería que todos los chilenos cantaran. Ambos en definitiva, cada uno a su manera, han triunfado. Cada vez son más los chilenos que tocan y los chilenos que cantan». La idea de Jorge Peña de que muchos más chilenos tocaran y muchos más conocieran y amaran la música, se encauzó en dos anhelos, íntimamente entrelazados. Ya mientras estudiaba surgió la idea de una Orquesta Sinfónica del Norte. Ésta llegó a ser realidad con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena, después de haberse dado las etapas de la Orquesta de Cámara de la Sociedad Bach y de la Orquesta Filarmónica. Pero, además, llegó a haber una Orquesta Filarmónica en Antofagasta –luego Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en Antofagasta–, a cuya formación contribuyó decisivamente Peña. Y llegaron a existir la Orquesta Sinfónica Infantil y luego la Juvenil. Estas agrupaciones llevaron la música a los más variados y alejados lugares de la Zona Norte, cumpliendo así una línea fundamental del programa del músico. La otra gran línea fue la pedagógica. Enseñar a muchos niños desde la primaria, a niños modestos de poblaciones y pueblos. Y llegó a haber Conservatorio Regional en La Serena desde 1956; Escuela experimental de Música en la misma ciudad desde 1965 y Escuelas de Música en Ovalle y Copiapó, en todos los casos con inciativa y apoyo de Jorge Peña. De modo, pues, que su magno y hermoso programa, concebido a los 17 ó 18 años, como estudiante, llegó a ser realidad. Esto fue realmente una transformación radical del panorama del arte musical en Chile. Un cuarto de siglo después de la muerte del maestro, hemos tenido que repetir en la Revista Musical Chilena las palabras del Dr. Merino, que recién recordábamos, y renovar el homenaje de recuerdo y gratitud que Chile, la música, el arte, la cultura del país le deben. Formador de juventudes por excelencia, sembrador de belleza y cultura, hacedor de humanismo; forjador, por tanto, de mejores hombres y más altos valores para nuestra patria, para la humanidad en fin. Eso fue Jorge Peña Hen. Pero su vida fue segada a los 45 años, en su plena madurez. Este crimen. que nada jamás podría justificar, uno de los 72 cometidos en la zona norte contra personas presas, del todo inermes, entre el 16 y el 20 de octubre de 1973, constituye una mancha imborrable en la historia de Chile. Ahora, recién el 12 de diciembre pasado, a un cuarto de siglo de su tan injusta muerte, el maestro Jorge Peña Hen ha tenido honrosa sepultura. La ciudad de La Serena lo ha recibido en su seno, en una impresionante manifestación masiva de homenaje, de duelo, de recuerdo, de gratitud y de cariño. En el Parque Pedro de Valdivia reposan hoy los heridos restos de quien entregó a la ciudad, a la zona norte y a Chile una existencia dedicada a la más noble de las causas; los restos de quien predicó con
su vida y acción el amor a la belleza, a la paz, a la armonía y tolerancia, al ennoblecimiento del hombre, y quiso sembrar la semilla del humanismo principalmente en los niños y los jóvenes, para que hubiera un mañana más hermoso para nuestra patria. Hablo modestamente, como modesto músico, como profesor de la Universidad de Chile y como miembro de la Asociación de Académicos. Y como tal, quisiera para terminar, ante la presencia del señor Rector de la Universidad don Luis Riveros, del señor Decano de la Facultad de Artes don Luis Merino y de los artistas, profesores y estudiantes que aquí se encuentran, hacer una proposición. Se trata del deber ético elemental de conservar y honrar la memoria de los mártires de nuestra Universidad. Sólo en la Serena, el 16 de octubre de 1973, fueron sacrificados dos académicos, el maestro Jorge Peña Hen y el profesor Mario Ramírez Sepúlveda; un estudiante, Carlos Alcayaga Varela, y un empleado administrativo, Jorge Osorio Zamora. En el país, 78 son los mártires de la Universidad de Chile, la casa que formó Andrés Bello, el humanista de América: 14 profesores, 61 estudiantes y 3 empleados administrativos. Pensamos interpretar el pensamiento de muchísimos miembros de la comunidad universitaria al proponer que, así como en la Casa Central de nuestra Alma Mater hay grandes planchas de bronce con los nombres de los benefactores de la institución, haya también una plancha, del mismo tipo, en la que se inscriban los nombres de los 78 mártires, sin perjuicio de que en cada Facultad pueda colocarse otra placa recordatoria de quienes pertenecieron a ella. Los mártires vivieron las ideas e ideales que conforman el ser de nuestra Universidad: el humanismo, el pluralismo, la libertad de pensamiento, la convivencia creadora en tolerancia y armonía. Estamos en deuda con la memoria de nuestros mártires. Otras instituciones ya han hecho realidad iniciativas de esta especie para perpetuar la memoria de sus mártires. Dice el poeta griego Nikos Kazantzakis: «El injusto olvida: le gusta olvidar, pero el que sufrió la injusticia guarda insomne su recuerdo y otro bien no posee». Y en este caso, la terrible injusticia la sufrió el gran artista, la sufrió su familia, la sufrió la Universidad, la sufrió la cultura, la sufrió Chile. Y el recuerdo es protesta, pero también es homenaje, es reconocimiento y es gratitud por todo lo que el Maestro nos entregó y sigue entregando a través de la obra que dejó. Esperamos, pues, ver en nuestra Casa Central, en esa larga lista de dolor para la Universidad, el nombre del maestro Jorge Peña Hen. Y esperamos verlo en la Facultad de Artes, en la que se formó y en la que mostró su amor apasionado por la música y su generosa entrega al servicio de los demás, ya desde sus años de estudiante en las aulas universitarias. El nombre del maestro Jorge Peña Hen integra la lista de las más insignes figuras que la Universidad de Chile ha aportado a la cultura del país. Justísimo es, pues, el homenaje que la Casa de Bello le rinde.
5. Epistolario Al Maestro desde la Escuela de Música:
La Serena, octubre de 1998. La Serena, 07-10-98. / Señor / Jorge Peña Hen / (Q. E. P. D.) / Querido Jorge Peña Hen: / Yo lo admiro mucho por su fuerza de luchar por esta Escuela tan hermosa y educada. / Me despido con un gran abrazo y un beso. Mi dirección es: Chorrillo 452 / De Freddy Fritis T.
Maestro Jorge Peña Hen / A pesar del largo tiempo desde que tú partiste tu espíritu sigue vivo en el corazón de todos nosotros. / Ojalá tu obra no termine nunca y puedan otros tener la oportunidad de vivir la música como tú siempre lo soñaste. / Recibe mi cariño y agradecimiento de / Carolina A. Guede V. Recordado señor «Jorge Peña Hen» / Yo me he enterado de que usted era un gran maestro y usted que hizo tantas cosas usted fue el fundador de la «Escuela Experimental de Música». Hoy en el aniversario número 25 de tu muerte todos te lloramos en nuestros corazones. Se despide / Maximiliano Sala / (Acompañan a este texto notas musicales y una clave de sol) /. La Serena / 05-10-98 / Estimado maestro Don Jorge Peña Hen: / Le doy tantas gracias por haber fundado nuestra Escuela de Música y como Usted cumple 25 años de fallecido creo que estaría feliz si alguien quisiera ser como Usted un gran músico y un gran creador. / Se despide agradecida, / Carmela López Bugueño. Estimado Señor /Jorge Peña Hen / (Q. E. P. D.) / La Serena / Querido Maestro: me alegro por haber creado esta escuela y por eso todos estamos acá y hoy día en la mañana hablaron de su fallecimiento, porque usted es muy cariñoso y muy bueno y también usted es muy generoso, porque usted cumple 25 años de fallecido usted es una buena persona, todos nosotros lo queremos pero no me puede escuchar porque está muerto, yo ya sé que a usted le gusta el piano nos contó la profesora a mis compañeros. Se despide / Diego Gayoso. La Serena, 6 de octubre 1998. / Querido Maestro Don Jorge Peña H. / A pesar que no lo conocí he sabido algo de su vida, obra y labor profesional, la cual es muy interesante. / Siento mucho su pérdida porque su obra podría haber sido aún mayor. Me gustaría haberlo conocido personalmente y haber compartido su rica experiencia. / Me despido de usted con emoción y cariño / José Tomás Meléndez Artigas / Alumno de la Escuela de Música 3º B Recordado Señor / Jorge Peña Hen / En el acto supe que usted era un hombre grandioso. Yo quisiera ser como usted. Le agradezco mucho por estar en esta Escuela, si no yo no estaría aquí. También lo admiro por sus obras que ha hecho usted como La Cenicienta y muchas cosas más. Yo no te conocí pero te quiero conocer. Gracias estoy muy agradecido / Carta de un alumno Pablo Maluenda La Serena 13-10-98 / Señor / Jorge Peña Hen / (W. E. P. D.) / La Serena / Recordado Maestro: / Quiero conocerlo y ojalá conocerlo cuando me vaya al cielo y darle las gracias personalmente por haber creado esta linda Escuela. / Yo empecé a estudiar en 1º en la Escuela que usted fundó. En el día de hoy voy en 3º y hoy se celebran 25 años de su muerte. Desde entonces esta Escuela ha crecido mucho porque ahora es grande y quizás en el futuro sea más grande, tan grande y linda como usted quiso que fuera. / Me despido muy agradecida por haber creado esta Escuela donde yo estudio y por todas sus obras / (La firma no alcanza a leerse por haber otra carta superpuesta en la vitrina.) Señor Jorge Peña Hen / A través de la presente carta / deseo saludarlo y contarle / lo siguiente: / Señor Don Jorge Peña Hen yo le doy gracias por esta Escuela tan hermosa que creó, porque me ha permitido conocer la música y gracias a ello amo la música y con esta escuela he aprendido todo lo que sé. / Se despide Constanza Caballero «Don Jorge Peña Hen» / Aunque usted no esté con nosotros lo recordamos con mucho cariño. Hoy 5 de octubre hemos recordado su muerte. Te agradezco por esta Escuela de música que nos has dado, por todas las orquestas y Bandas. Me gusta haber visto sus obras y creación. El Colegio de Música nos ha enseñado muchísimo. Gracias a usted y a sus obras. Dios lo bendiga, también a mi Escuela. Con mucho cariño y agradecimiento le escribo / Tania Donoso 3º B / (Esta carta lleva dibujos arriba
de un paisaje y abajo de una casa con la inscripción «Escuela Experimental de Música Jorge Peña Hen».) Querido maestro: / Usted don Jorge Peña creaste esta maravillosa escuela Experimental de Música. / Me gusta mucho la música, pero no sólo la música también otra cosa. / A mí me gusta dibujar y también pintar, me dicen los profesores que tocabas muy bien el piano y dirigías muy bien también. / (No hay firma. Hay abajo un gran corazón dibujado, con cuadritos blancos y negros.) La Serena / Señor Jorge Peña Hen: / Quisiera decirle en esta carta que a mí me hubiese gustado conocerlo ya que mi papá lo conoció y me ha contado muchas cosas de usted y sobre los viajes que hicieron y todo lo que aprendió de usted. / Quiero darle las gracias por esta hermosa escuela y porque estoy aprendiendo a tocar un instrumento. / Espero que en algún lugar del cielo pueda ver su obra realizada / (No se alcanza a leer la firma.) Señor / Jorge Peña Hen / (Q. E. P. D.) /La Serena / Estimado maestro: / A mí me contaron algunas cosas de Usted. Yo sé que fue buena persona. Usted parece que tocaba muy bien el piano, a mí me gustaría ser música igual que usted. / Me gusta tocar batería. Yo le agradezco por fundar esta escuela tan bonita con sus profesores tan buenos. / Valentina.
Imágenes de una vida
Por razones del todo ajenas a la voluntad del autor, sólo es posible reproducir aquí las tres fotografías que siguen. Las dos primeras corresponden a imágenes que se han reproducido en diversas publicaciones. La última fue tomada por el autor el día de los funerales del Maestro, el 12 de diciembre de 1998.
El Maestro Jorge Peña Hen dirigiendo la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile en La Serena
El Maestro Jorge Peña Hen, trabajando con integrantes
de la Orquesta Sinfónica Infantil de La Serena.
La tumba del Maestro Jorge Peña Hen el día de sus funerales, 12 de diciembre de 1998. Con profunda consternación nos impusimos varios años después de que los restos del Maestro habían sido sacados de la tumba, para que no estuvieran junto a los nombres de los otros asesinados junto con él en la Serena, hombres con quienes compartió todo: los ideales por los que lucharon y el martirio por haber tenido esos ideales.