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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Título Original: Introduction to groupanalytic Psychotherapy Traducción: Javier Guerrero Publicado originalmente en 1948 © Elizabeth Foulkes, 1983 © CegaOp Press Barcelona, 2005 Impreso en España Impreso por Romanyà Valls Capellades, Barcelona Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
S. H. FOULKES Introducción a la psicoterapia grupoanalítica Traducción de Javier Guerrero
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Índice Prefacio a las obras completas de S.H. Foulkes ..................... 9 Introducción a la primera edición castellana de las obras completas de S. H. Foulkes por Juan Campos Avillar................................................... 11 El desarrollo del grupoanálisis en los países de habla hispana ........................................... 35
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica Prólogo ...................................................................................... Prefacio...................................................................................... Agradecimientos....................................................................... 1. Introducción general ............................................................ 2. Los antecedentes .................................................................. 3. La situación grupoanalítica ................................................. 4. La contribución del conductor ........................................... 5. Visión general ....................................................................... Bibliografía ...............................................................................
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Prefacio a las obras completas de S.H. Foulkes Es con sumo placer que se presentan por vez primera las obras completas de S. H. Foulkes en lengua castellana. Han tenido que transcurrir casi sesenta años —cincuenta y seis para ser exactos— desde que en la Revista de la Sanidad Militar Argentina apareciera traducido el primer artículo de S. H. Foulkes («Group-Analysis in a Military neurosis centre»).* Fue con posterioridad, alrededor de 1956, cuando la editorial Paidós publicó el libro de S. H. Foulkes y E. J. Anthony Group Psychotherapy. A Psychoanalytical Approach bajo el poco afortunado título de Psicoterapia psicoanalítica de grupo. Más recientemente (1981) la editorial Gedisa vertió al castellano la última obra de Foulkes, Psicoterapia grupoanalítica: método y principios, con un excelente prólogo y una cuidada revisión técnica a cargo del doctor Juan Campos. Posiblemente, ha sido demasiado tiempo sin poder conocer en la lengua de Cervantes los trabajos de S. H. Foulkes, famoso pionero en el campo de las psicoterapias de grupo y del trabajo grupal y creador, asimismo, del método y la teoría grupoanalíticas. Afortunadamente, ahora se nos brinda la posibilidad de remediar estos años de olvidos y silencios e introducirnos en la lectura de los siempre apasionantes textos foulkesianos. Como editor, quisiera, ante todo, agradecer la ilimitada generosidad de Elizabeth Foulkes, quien en gran medida posibilitó *. Elizabeth Foulkes: «Siegmund Heinrich Foulkes. Bibliography», en Malcolm Pines (ed.): The Evolution of Group Análisis, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1983.
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este proyecto editorial al ceder de manera absolutamente desinteresada los derechos de autor para la traducción y publicación de las obras de S. H. Foulkes. El objetivo de Elizabeth iba en la misma dirección que el del autor, es decir, que los textos foulkesianos se difundieran a lo largo y ancho de los países hispanohablantes. Su muerte, acaecida en agosto de 2004, tan sólo le permitió ver la maqueta en CD del primer libro —Introducción a la psicoterapia grupoanalítica— y desgraciadamente le ha impedido comprobar que sus anhelos serán, en breve, una auténtica realidad. Siguiendo con el capítulo de agradecimientos debo hacer mención especial a la figura del Dr. Juan Campos, quien no sólo alentó desde los inicios esta aventura en cierto modo quijotesca, sino que, gracias a su amistad personal con Elizabeth Foulkes, contribuyó de manera muy especial y decisiva a la viabilidad del proyecto. Por ello, vaya mi más profundo agradecimiento y gratitud. Asimismo, debo agradecer los esfuerzos y el apoyo de Luis Fau, editor argentino, cuya inestimable colaboración fue de gran ayuda en el pasado y esperemos que lo sea en un próximo futuro. La traducción de estas obras completas ha corrido a cargo de Javier Guerrero, excelente profesional, que ha sabido de manera magistral adaptar el estilo, en ocasiones repetitivo, de S. H. Foulkes a una prosa castellana amena y fluida. El diseño de cubierta ha estado a cargo de María José del Rey, fiel compañera de aventuras editoriales que, con su asombrosa creatividad y enorme capacidad de trabajo, ha conseguido dotar de una impecable presentación a estos volúmenes. Por último, quisiera hacer una breve aclaración acerca del contenido de esta obra. Lo que hoy se presenta al juicio de los lectores son los cuatro libros que S. H. Foulkes escribió —solo o en colaboración— a lo largo de su vida. No se incluyen los numerosos artículos aparecidos en diferentes revistas y publicaciones científicas. Por parte del editor existe el firme compromiso de reunir en un quinto volumen una selección de textos escogidos de S. H. Foulkes que abarquen tanto la teoría como el método grupoanalíticos. Pere Mir, Barcelona, octubre de 2004 10
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Introducción a la primera edición castellana de las obras completas de S. H. Foulkes por Juan Campos Avillar El editor de estas obras completas, Pere Mir, me pidió que contextualizara y actualizara mi prólogo a la edición española del último de los libros de Foulkes, Psicoterapia grupo-analítica: método y principios, publicado por Gedisa en 1981. Ello implica veinticinco años de historia del desarrollo del grupoanálisis en España, Europa y el mundo entero, con especial énfasis en los países de habla hispana. Quizá que comience con la anécdota de cómo surgió la idea de la traducción de aquel libro. Todo empezó en el encuentro entre psicoanalistas y grupoanalistas en el International Colloquium on Group-Analytic Psychotherapy celebrado en Londres el 27 y 28 de julio de 1975, en el marco de un Congreso de la Asociación Internacional de Psicoanálisis. Foulkes inició aquel coloquio con una charla publicada sólo en GAIPAC con el título de «Qualification as a psychoanalyst as an asset as well as a hindrance for the future group analyst».* Era la despedida del «psicoanalista freudiano» consciente de la imposibilidad de desarrollar las terapias grupoanalíticas dentro del contexto del psicoanálisis ortodoxo. Asimismo estas confesiones suponían cerrar con broche de oro su labor como editor de GAIPAC, que ejercía desde el lanzamiento de la publicación en 1967. Para mí aquel coloquio fue la revelación que me lanzó a buscar las tres restantes esquinas del asunto de su *. S. H. Foulkes: «Qualification as a psychoanalyst as an asset as well as a hindrance for the future group analyst», GAIPAC, 8, núm. 3 (octubre de 1975), 177-185.
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grupoanálisis del que Foulkes —siguiendo la máxima de Confucio que toma como divisa en su libro introductorio— sólo me mostró la primera. Esta experiencia vino a reforzar la impronta que había recibido trabajando para él en el Maudsley e imprimió un marchamo a mi tarea como psicoanalista y grupoanalista para el resto de mi vida. El coloquio terminó en el jardín de la casa de Foulkes en 7 Linnell Close, donde en un aparte hablamos del congreso de la Asociación Internacional de Psicoterapia de Grupo que tenía que celebrarse en Madrid aquel mismo año y nos lamentamos de la escasa penetración que había tenido hasta entonces su pensamiento en el mundo hispano. Aduje que en parte se debía a que su obra apenas había sido vertida al castellano y a que los traductores del libro de Paidós* lo habían hecho desde el prejuicio psicoanalítico, como prueba el mismo título. Los países donde hasta entonces había prosperado su grupoanálisis eran tan sólo alguno de habla inglesa, o donde el inglés era la segunda lengua, o aquellos en los que se había traducido. Hasta entonces, Foulkes había sido mi maestro, desde entonces pasamos a ser colegas y amigos. Comentarios a un prólogo póstumo de S. H. Foulkes** Esta versión debería haber aparecido hace ya más de cinco años, , en julio de 1976, coincidiendo con el malogrado VI Congreso Internacional de Psicoterapia de Madrid, que se celebró en Filadelfia un año después. Dificultades editoriales y la triste desaparición del autor provocaron que la publicación se pospusiera. Mi interés y premura en que la obra se publicara cuanto antes obedecía, entonces, a dos intenciones fundamentales. Se trataba, *. S. H. Foulkes Psicoterapia psicoanalítica de grupo, Paidós, Buenos Aires, 1964. Título original Group Psychotherapy: The Psycho-Analytic Approach, Penguin, Middlesex, 1957, cuyo texto sería modificado por el autor en siguientes ediciones. La nueva traducción de este libro constituye el segundo volumen de estas Obras Completas. **. Se reproduce aquí, con leves modificaciones, el prólogo a la edición española del último libro de Foulkes: Psicoterapia grupo-analítica: método y principios, Gedisa, Barcelona, 1981, cuya nueva traducción se presenta en el cuarto volumen de estas Obras Completas.
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por una parte, de reparar el relativo vacío que en los ambientes de habla hispana se había hecho a la literatura grupoanalítica y, por otra, de corregir en lo posible algunos de los malentendidos que por poca fidelidad en la traducción de la obra de Foulkes se habían difundido. Sobre este tema mantuvimos largas conversaciones e intercambiamos correspondencia. De ésta entresaco algunos párrafos en los que justifico mi atrevimiento en rescatar del olvido un prólogo que bien podría haber escrito el propio Foulkes. El 13 de octubre de 1975 me decía: Muchas gracias por tu amable carta, en particular me complace que el asunto de la traducción esté ya en marcha. No creo que vayas a encontrar especiales dificultades al respecto. En lo que hace al prólogo, creo que sería preferible que tú mismo lo escribieras. No obstante, me gustaría que en el mismo hicieras constar un hecho, y es que esta traducción hace asequible el libro a Sudamérica. Además, tengo la impresión de que la aproximación al grupo que allí se hace, a pesar de ciertas diferencias, va en la misma dirección que la mía.
No entendía yo en aquel entonces el porqué de su empeño en que fuera yo quien escribiera el prólogo, ni podíamos tampoco prever su prematura muerte ni las circunstancias que tanto dificultarían la publicación del libro. De hecho, yo tenía la secreta esperanza de que lo escribiera él mismo. ¡Ya le convencería! Además, me hacía la ilusión de que la publicación de esta versión iría seguida por la del libro de teoría en el que Foulkes venía trabajando.* A mi modo de ver, Psicoterapia grupo-analítica: método y principios sin su gemelo y compañero de viaje no es una obra acabada, aunque no sea precisamente un libro que ande cojo de teoría. Su capítulo sexto, y en particular las partes II y III —«El conductor en acción en tanto grupo-analista» y «Observaciones y máximas»—, está preñado de ella, tanto que a alguien que no esté bien familiarizado con el resto de sus escritos le resultará difícil apreciarlo. *. Entiendo hoy que fue afortunado que no nos dejara una biblia que nos habría privado de la libertad de seguir teorizando.
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Prologar una obra inacabada no es tarea fácil y aún menos cuando la obra de que se trata pertenece a aquel que a uno le inició en este «oficio imposible» de las psicoterapias. Lo único que me justifica en este intento es el compromiso que adquirí con su autor. Abrumado por la responsabilidad, sin embargo, y sin ánimo de zafarme de ella, he pensado que lo mejor sería rescatar lo que el propio autor quisiera haber dicho en esta primera edición de su libro dirigida a los lectores de habla hispana. Para ello, afortunadamente, me encuentro en una situación de privilegio, pues aparte de las muchas horas que discutiendo con él habíamos tratado el tema, recientemente descubrí que en su última carta este prólogo estaba ya prácticamente escrito. Me limitaré, pues, a traducir sus palabras, omitiendo naturalmente confidencias personales que no hacen al caso, y a añadir después unos comentarios que puedan facilitar la comprensión del texto dentro del contexto grupal donde se originó y hacia el que va dirigido. A vuelta de correo, y en contestación a una misiva mía, recibí una extensa carta con detalladas instrucciones para el prólogo: Londres, 27 de octubre de 1975 Querido Juan: Muchas gracias por tu carta del 19 de octubre referente a la buena marcha de la traducción española de Group-Analytic Psychotherapy: Method and Principles. El libro de Pelican está ya en el correo —es uno de los últimos ejemplares que me quedan— junto con una lista de las traducciones de mis publicaciones hasta la fecha. Respecto al prólogo, no creo que sea necesario hacer un extenso tributo al trabajo sudamericano; su prejuicio es tal como tú apuntas, pero puede que cambie con el tiempo. Hay un grupo de colegas en Perú —sobre todo gracias al trabajo del Prof. Seguin—, que pienso que se hallan positivamente inclinados hacia nosotros; Feder y otros de México se muestran también amistosos, después de sus diferencias con sus colegas kleinianos. Miller de Paiva, de Argentina, escribe de manera interesante en GAIPAC, aunque utilice jerga bionia-
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Introducción a la primera edición en castellano na; y B. Blay Neto, actual director ejecutivo de la FLAPAC (Federação Latino-Americana de Psicoterapia Analítica de Grupo), con sede en São Paulo, se ha mostrado siempre muy amistoso. Creo que el libro de Grinberg y otros no es del todo malo aun cuando, como tú dices, no hayan entendido mi punto de vista correctamente. Todos ellos se vieron influidos aquí en Londres por los kleinianos de la Tavistock, etc. Yo tuve más bien poco contacto con ellos. El principal malentendido es que ellos creen que yo doy sólo interpretaciones al grupo como un todo y de que nosotros enfatizamos la comunicación verbal solamente, mientras que lo que yo siempre dije es que en el típico grupo terapéutico grupoanalítico nosotros lo que hacemos es tratar al individuo en el contexto de la situación global, representada en este caso por el grupo y sus fronteras. Esto supone un contraste con los grupos de tarea —lo que Bion llama grupos de trabajo—, que yo mismo había designado mucho antes como grupos «con una ocupación» y que deben ser enfocados básicamente como un grupo en función de su tarea o bien en función de la organización más amplia de la que son una parte. El primero y más importante estudio experimental de este tipo de grupos se llevó a cabo en la primera comunidad terapéutica del hospital militar de Northfield (véase mi libro introductorio).* Este desarrollo fue independiente del de Bion. En cualquier caso lo que en general es poco conocido es que yo empecé a tratar grupos con un enfoque psicoanalítico dos o tres años antes de que lo intentara cualquier otro. En América mi enfoque «holístico» (punto de vista que sostiene que un todo orgánico o integrado tiene una realidad independiente y mayor que la de la suma de sus partes) se ha intentado relacionar a menudo con el de Kurt Lewin, que es el único a quien allí conocían cuando visité Estados Unidos en 1948-1949. Apenas había oído hablar de él y, que yo sepa, no me he visto nunca influido por él. La manera en que he venido utilizando el término «dinámica grupal» (group-dynamics) *. Es decir, este volumen. (N. del E.)
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica es en el sentido de psicodinamia en el grupo, mientras que K. Lewin, pienso, se mostraba bastante opuesto a los puntos de vista del psicoanálisis. Ellos descubrieron los efectos de los grupos de sensibilización (T-groups), de manera más bien accidental, alrededor de 1946, mientras que, en mi caso, el grupoanálisis fue un proceso desde mi experiencia como psicoanalista que se remonta a finales de 1939. La afinidad que pueda existir entre las orientaciones «holísticas» de Kurt Lewin y la mía es posible que se de mi trabajo bajo la dirección del neurobiólogo Kurt Goldstein. Nosotros, los psicoanalistas de Frankfurt, teníamos también contactos con algunos de los sociólogos de allí, a través de Max Horkheimer y su círculo. Personalmente aquí en Londres mantuve provechoso contacto con Franz Borkenau y Norbert Elias, ambos buenos conocedores del psicoanálisis y del grupoanálisis, e igualmente con el antropólogo Mayer Fortes. (Borkenau había estado en Frankfurt con Horkheimer y Elias con Karl Mannheim.) Lo que importa es que por aquel entonces los sociólogos me aseguraron que no había literatura relevante alguna sobre sociología de los grupos pequeños. Desde entonces, sin embargo, he aprendido muchas cosas de la literatura antropológica. Otros puntos de especial significación en mi enfoque fueron el establecimiento de una situación básicamente no estructurada y el descubrimiento de la «discusión de flujo libre» que se producía entre los miembros del grupo en su conjunto como equivalente de la «asociación libre». La tarea continua en el grupo consiste en el análisis gradual y la descodificación mutua de todo comportamiento observable, incluida toda la sintomatología psicosomática como enfermedades recurrentes, accidentes, etc. Es a todo esto a lo que llamo comunicación. La elaboración aquí corresponde a la de «hacer consciente lo inconsciente» en psicoanálisis. Cuando esta elaboración se ha producido, es cuando son posibles el insight y la capacidad de formular los problemas en términos verbales. Grinberg y colaboradores suyos no lo entendieron así en su tiempo, y muchos, especialmente en Sudamérica, parece que piensan que lo que quería decir era del orden de una interpretación intelectual.
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Introducción a la primera edición en castellano Otra característica de mi enfoque tiene relación con el «aquí y ahora»; si bien nunca hice de ello un eslogan, porque desde el principio resultaba esencial para mí centrar la atención tanto en las situaciones de conflicto actuales de la vida real como en la situación terapéutica. Ello no quiere decir que rechace recuerdos y repeticiones del pasado cuando aparecen en el contexto presente. Probablemente tú ya conocías la mayoría de las cosas que te acabo de decir, y en parte han sido dichas en otras ocasiones, pero pensé que te resultaría útil recalcarlas en el caso de que desees destacar esquemáticamente algunas características de mi enfoque. Espero que te sirvan de ayuda. Con mis mejores deseos. Cordialmente tuyo S. H. Foulkes, MD. FRC. Psych.
Posdata a una presentación y un prólogo póstumo Bien poco me queda por añadir a esta carta. En efecto, de las cosas que allí me dijo Foulkes pocas me sonaban a nuevas. Con excepción, quizá, del detalle acerca de sus relaciones con Kurt Lewin, lo demás habíamos tenido ocasión de comentarlo y discutirlo más de una vez. Siempre me preocupó comprender por qué la teoría y práctica grupoanalíticas no habían sido bien entendidas del otro lado del Atlántico, así como la escasa aceptación y difusión del grupoanálisis en las Américas. En mis viajes a Londres, y en mis visitas a Foulkes, esta cuestión era a menudo tema de nuestras conversaciones. Yo he escrito sobre ello largamente,1 pero a la luz de este prólogo, y con ocasión de la publicación de este su último libro en versión española, creo que merece la pena que me extienda algo al respecto. El interés por esta cuestión se despertó en mí coincidiendo con los inicios de mi formación como psicoanalista y como analista grupal en el Postgraduate Center for Mental Health de Nueva York. Me dirigí allí precisamente por sugerencia y recomendación de S. H. Foulkes, por ser este centro, en aquel 17
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entonces, el único instituto psicoanalítico que ofrecía un programa reglado de formación como analista grupal a la par de la clásica formación en psicoanálisis individual. Cuál no sería mi sorpresa al darme cuenta de que no habían entendido nada de Foulkes, quien había estado allí aquel mismo año y a quien se respetaba altamente en aquel lugar. Alexander Wolf y Emanuel Schwarz acababan de publicar su polémico artículo «The Myth of Group Dynamics» y entendían a Foulkes como un grupodinamicista más, a pesar de reconocer en él su condición de psicoanalista freudiano clásico. En mi condición de alumno, esta falsa acusación me dejó perplejo. Había estado trabajando con S. H. Foulkes en el Maudsley el año anterior, él era quien me había iniciado en el campo del psicoanálisis y con quien había dado mis primeros pasos como psicoterapeuta, en cambio, mi comprensión del grupoanálisis no tenía nada que ver con lo que de él se nos enseñaba en el Postgraduate. Tardaría años en comprender por qué es tan difícil entender cuál es la esencia del grupoanálisis y de dónde procede la resistencia a averiguarlo. La primera pista me la dio el propio Foulkes en una ponencia que nos dirigió el 27 de julio de 1975, durante el International Colloquium on Group-Analytic Psychotherapy. Las limitaciones del analista son consideradas allí como resistencias y la principal defensa en relación con la psicoterapia grupal se describe como un intento de aproximar la situación grupoanalítica a la psicoanalítica, con la cual los psicoanalistas están familiarizados y donde se sienten cómodos, y termina aclarando: No hay ninguna necesidad para estas resistencias y defensas. Si, por el contrario, son genuinamente superadas y se abandonan actitudes «partisanas», mantenidas emocionalmente, es posible alcanzar una actitud verdaderamente científica, una total integración. Esto resulta especialmente cierto con aquello que hoy empieza a ser conocido como «psicoterapia psicoanalítica». En este contexto, el término psicoterapia se considera de igual calidad al de psicoanálisis y no como un método inferior o más barato tal como solía ser el caso. En este mismo sentido yo denominé a mi propio método «psicoterapia gru-
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Introducción a la primera edición en castellano poanalítica» y no psicoanálisis grupal. El psicoanálisis clásico quizá debería ser contemplado y entendido en el marco conceptual del propio tiempo de Freud.2
Dos elementos destacan en este párrafo: por una parte la revalorización de la psicoterapia y de la psicoterapia grupal como métodos terapéuticos con igual valía que el psicoanálisis y, por otra parte su adhesión al método científico y a una correcta «actitud analítica». Comentaré ambos aspectos más adelante, pero en lo que quiero hacer hincapié aquí es en que al propio S. H. Foulkes —por su formación psicoanalítica y por permanecer hasta el final de sus días fiel a la Asociación Internacional de Psicoanálisis y no arriesgarse a perder la condición de analista didacta de la British Psychoanalytic Society— no le eran ajenas estas mismas resistencias ni tampoco le fue fácil superar aquellas que le presentaba su ambiente y su tiempo. Para mí la principal resistencia que la formación psicoanalítica alimenta está en el marco conceptual teórico donde nos encuadra y a partir del cual se contempla toda la práctica psicoterapéutica. Dar el salto que va desde la situación grupal-analítica implica una ruptura paradigmática que no es fácil de asimilar, mas cuando esta ruptura se ve obligada a darse naturalmente desde dentro de un contexto social, profesional, extremadamente dogmático y rígido tal como vino siendo hasta ahora el de las sociedades psicoanalíticas. Como dirían S. H. Foulkes y E. J. Anthony en su libro Group Psychotherapy: The Psychoanalytic Approach, a partir de su segunda edición enmendada, Penguin, 1965: Los autores consideramos que los conceptos psicoanalíticos, clínicos y teóricos, están firmemente enraizados, en primer lugar, en la situación individual y, después, en la situación bipersonal. No existe una razón intrínseca por la cual el psicoanálisis no deba extender en un futuro su dimensión y reclamar que el grupoanálisis es psicoanálisis en una situación multipersonal. No obstante, si se afirmara esto, y en el preciso momento en que se afirmara, quedaría claro que la teoría y la práctica psiconalíticas en su conjunto tendrían que cambiar
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica y alejarse mucho de la idea y la intención de su creador. Por el momento, pensamos como psicoanalistas que esta disciplina tiene una importante función que cumplir sobre sus propias bases. No pretendemos inaugurar otra escuela más de pensamiento neoanalítico. Entretanto, rechazamos con firmeza la idea de que las experiencias en psicoterapia de grupo deberían quedar limitadas a los conceptos analíticos actuales. El grupoanálisis es libre para desarrollarse dentro del marco más amplio de la psicoterapia, y sus efectos dentro de este marco han sido descritos como una revolución.3
Desde el primer momento, Foulkes estaba íntimamente convencido de que para el desarrollo del grupoanálisis no bastaba con tomar prestados conceptos psicoanalíticos y aplicarlos tranquilamente a la situación de grupo, sino que a partir de esta situación, y en propio derecho, la psicoterapia grupal debía desarrollar su propia teoría. Esta convicción le llevaría a una contradicción de la que era muy difícil escapar. Yo no estaría plenamente de acuerdo con Malcolm Pines, quien fue mi senior registrar en el Maudsley, cuando dice que sólo la muerte le impidió escribir su libro de teoría. Me atrevería a insinuar que más bien fue al revés, que fue su conflicto íntimo entre querer y poder escribirlo y contemplar las consecuencias que supondría hacerlo, lo que al final le llevaría a la muerte. Sé que mi suposición es aventurada, pero existen elementos biográficos que lo justifican. La redacción de su primer libro —Introduction to Group-Analytic Psychotherapy: Studies in the Social Integration of Individuals and Groups—, que llevó a cabo de un tirón, en tres semanas, sin apenas dormir ni parar de fumar, le causó su primer accidente cardíaco, similar al que le costaría la vida años después. Ahora bien, dejando aparte mi interpretación, lo que sí es cierto es que a Foulkes le resultaba sumamente trabajoso escribir acerca de teoría, lo cual contrasta con la fluidez y sencillez con las que expone sus experiencias clínicas. Como decía de él Malcolm Pines en su obituario: «Foulkes nunca fue un maestro formal, su fuerza estaba en la discusión creativa con colegas y en lo que yo llamaría 20
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“un monólogo creativo consigo mismo”, en el que desarrollaba sus ideas y en voz alta iba explorando las posibilidades que se iban abriendo». Obviamente esta manera de pensar y de transmitir su pensamiento no encuentra su mejor vehículo en el lenguaje escrito que, por fuerza, corresponde a un trabajo en solitario y no a un contexto comunicacional como el que constituye el grupo.* Si a Foulkes no le resultaba fácil escribir, tampoco resulta fácil leerlo, y menos aún si hay que hacerlo traducido. Tomemos si no como ejemplo la traducción que se hizo de la primera edición, de Penguin, de Group Psychotherapy: The Psychoanalytic Approach (1957). Paidós presentó el libro con el título de Psicoterapia psicoanalítica de grupo,5 nada más engañoso ni posiblemente más apartado del sentido y de la intención que tenían sus autores al poner el título original. El traductor no se percató en absoluto de que un enfoque psicoanalítico en psicoterapia grupal conduce al grupoanálisis y no a la psicoterapia psicoanalítica de grupo, nombre por otra parte acuñado por Alexander Wolf y Emanuel Schwarz para definir su particular enfoque de psicoanálisis en grupo al que ellos se dedican.6 Queda claro aquí que la dificultad no está en el texto, sino más bien en el contexto —psicoanalítico o grupoanalítico— desde el que se realiza la lectura. El traductor y el editor no pueden, en el Buenos Aires de 1965 —mismas fechas en que aparece la revisión inglesa del libro—, entender que psicoanálisis y grupoanálisis sean cosas que, aunque emparentadas, son distintas; o quizá, sencillamente, que resulte vendible un libro cuyo título no vaya calificado de psicoanalítico. Foulkes es uno de los pocos psicoanalistas con una formación clásica freudiana que ni renunció nunca a su condición de psicoterapeuta ni tampoco perdió su identidad como psicoanalista por haberse aventurado en el misterioso y tenebroso campo de las psi*. S. H. Foulkes: «How can Sociology and Psychology meet». Notas manuscritas para una conferencia dictada alrededor de 1957-1958, donde justifica por qué sobre este tema no va a escribir un libro. Sólo después de retirarse del Maudsley se atrevió a organizar un symposium que se publicó posteriormente en S. H. Foulkes y G. Steward Prince (eds.): Psychiatry in a Changing Society, Tavistock Publications, Nueva York, 1969.
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coterapias de grupo. Muchos otros, entre ellos el propio Wilfred Bion, retornaron al psicoanálisis individual después de una época de entusiasmo por el grupo, entonando arrepentidos un mea culpa; o bien, sencillamente, perdieron interés en los grupos y nunca más hablaron de ello. Ni siquiera para Foulkes fue tarea fácil mantenerse en este campo, y la lucha que le supuso y las contradicciones que tuvo que superar quedan reflejadas en el contenido de sus escritos. La aparente incompatibilidad del psicoanálisis con el grupoanálisis deriva de un mal entendimiento de lo que son los objetos propios y específicos de uno y otro. El primero se preocupa del funcionamiento de la mente humana y la génesis de la personalidad normal o patológica; mientras que el segundo es una forma de psicoterapia, un tratamiento mental que se da dentro de un contexto de grupo, al mismo tiempo que es el grupo el que hace posible el cambio de las personas que a él se someten cuando este grupo viene conducido en líneas analíticas. El principal mérito de S. H. Foulkes, su aportación más valiosa a la tarea de transformación, de cambio en la práctica analítica de las psicoterapias de grupo iniciadas por él, radica para mí en la «actitud analítica» que él fue capaz de desarrollar y mantener gracias a su personalidad, a su extensa y profunda formación y experiencia como psicoanalista, como psiquiatra y como psicoterapeuta. La característica fundamental de esta actitud analítica es el convencimiento de que «todo lo que sucede dentro de un contexto, todo, sin excepción, está allí para ser analizado». Las ideas holísticas, organísmicas, gestálticas de sus maestros K. Goldstein y A. Gelb, en un pequeño equipo de siete que trabajaba como un grupo, y el influjo de la Escuela de Sociología de Frankfurt a la que le unían estrechos lazos, contribuirían al desarrollo de la actitud científica y terapéutica con la que afrontó su tarea grupal. Ésta es la actitud que le llevaba entre otras cosas a abstenerse de transferir conceptos propios del psicoanálisis —situación diádica transferencial— a la situación terapéutica multipersonal del grupo terapéutico, con el mismo rigor tanto si se trataba de grupos naturales —de familia y sus plexos— como de grupos transferenciales de extraños. Esta preocupación, junto con su esmero en diferenciar sus funciones como psicoanalista 22
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de las de grupoanalista, son en parte responsables del estilo personal de S. H. Foulkes y de la incomprensibilidad atribuida por algunos a sus escritos. La práctica del psicoanálisis en las Américas, el boom en el Cono Sur y en América del Norte, se apoya en las actitudes sociales de una profesión elitista —la médica— y en una clase media ansiosa de instant happiness y de escalar posiciones de perfección, poder y prestigio mediante un pago. No es de extrañar que en estas circunstancias el psicoanálisis se convierta en un preciado producto de mercado explotable dentro de un sistema liberal de práctica médica. Naturalmente, ello llevaría a privilegiar la orientación individualista frente a la grupal y, asimismo, a considerar al grupo como un método equivalente a una masificación del psicoanálisis, una concepción de «producción en cadena» de menor calidad que el individual y «hecho a mano», y como máximo, un second best product para repartir en los hospitales psiquiátricos con el fin de remediar injusticias sociales. La orientación de S. H. Foulkes fue y siguió siendo radicalmente distinta. La misma manera de iniciar su primer grupo psicoterapéutico nos da una idea de ello. Al contrario de lo que se cree y de lo que hicieron la mayoría de los psicoanalistas, si Foulkes pensó en montar grupos no fue nunca ni para aumentar su productividad y rendimiento como psicoanalista, ni tampoco para hacer asequible a grandes masas de población un psicoanálisis barato. El primer grupo analítico lo condujo Foulkes en la sala de espera de su consultorio en la pequeña ciudad de Exeter, en 1939. Se encontraba allí como psicoterapeuta en el consultorio —en la surgery— del Dr. R. N. Craig, un médico general con el que se había asociado. Tal como cuenta él mismo, en una grabación que conservo, con la guerra había tenido que interrumpir su práctica psicoanalítica en Londres. Estaba al mismo tiempo esperando incorporarse a filas como psiquiatra militar, para lo cual se había presentado voluntario, y decidió instalarse en esta pequeña ciudad que se encontraba cerca del hospital de Northfield, donde después le destinarían. En estas circunstancias, mientras esperaba, no podía iniciar curas psicoanalíticas clásicas. Se encontraba, además, relativamente aislado de la comunidad psicoanalítica. Así pues, se 23
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dedicó a hacer psicoterapias de orientación psicoanalítica de una, dos o tres veces por semana. Recobró con ello su vocación de psicoterapeuta, de cuyo ejercicio le había distraído durante muchos años su dedicación exclusiva al psicoanálisis y al análisis didáctico. Es más, de los cuatro grupos en los que se basa su artículo, dos se desarrollaron en la Clínica de Higiene Mental de Exeter, donde ejercía la psicoterapia la señora Lewis, una trabajadora social. Ello fue como una liberación que experimentó cual bocanada de aire fresco que le devolvía a los tiempos de la Clínica del Instituto Psicoanalítico de Frankfurt, que él había dirigido a principios de la década de 1930. Al mismo tiempo Foulkes se percató de que la actitud analítica desarrollada en los años de dedicación al psicoanálisis había potenciado su eficacia como terapeuta y afinado su capacidad para entender procesos psicoterapéuticos. Cuando Foulkes empezó a recibir pacientes con toda su familia, se atrevió a explorar una idea que le venía intrigando desde hacía mucho tiempo. ¿Qué sucedería —se preguntaba él— si juntara a todos estos pacientes que están en tratamiento conmigo y nos pusiéramos a discutir todos libre y francamente lo que allí sucede? Así lo hizo. La experiencia fue un éxito. A su vuelta a casa le dijo a su esposa: «Hoy se ha producido un acontecimiento histórico en psiquiatría, pero nadie lo sabe». Se había colocado la primera piedra de lo que iba a ser el futuro grupoanálisis. El grupoanálisis había nacido y las olas que levantaría no se detendrían en las orillas del grupo terapéutico analítico. Queda claro pues, que cuando, en marzo de 1943, Foulkes se incorpora al Northfield Neurosis Rehabilitation Centre, lo hace con un bagaje de experiencia ya procesada —tres años trabajando como psicoanalista con grupos psicoterapéuticos—, decidido a publicar su primer trabajo sobre el tema* y preparado para enseñar a sus camaradas de armas lo aprendido con pacientes civiles en tiempos de guerra.** *. S. H. Foulkes y E. Lewis: «Group Analysis. Studies in the Treatment of Groups on Psycho-Analytical Lines», British Journal of Medical Psychology, 20 (1944), 175-184. **. S. H. Foulkes: «A Memorandum on Group Psychotherapy», AMD 11 BM 33/02/02 (julio de 1945). Para uso militar.
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No quiero extenderme aquí en el papel que S. H. Foulkes desempeñó en los experimentos de Northfield, esa magnífica aventura de la psiquiatría británica de guerra que él mismo narra pormenorizadamente en varios de sus escritos.* Northfield fue la cuna de la psiquiatría social inglesa. Psicoterapias de grupo, comunidades terapéuticas y clubes sociales terapéuticos, hoy hospitales de día, tuvieron allí su inicio. Vale la pena destacar, no obstante, la distinción que hace Foulkes entre «grupos con una ocupación» y «grupos grupoanalíticos», respecto a sus funciones específicas; su prioridad en el concepto, así como el amplio uso que de éste haría tanto en el ala de rehabilitación de Northfield como en la organización de los distintos servicios en hospitales civiles, actividades docentes y sociedades o esquemas que él inspiró o puso en marcha. Cuando se contempla en retrospectiva la obra de Foulkes uno no puede menos que quedar impresionado por el coraje de su esfuerzo pionero y por la fecundidad, eficacia y solidez de la tarea por él emprendida. Su primer libro nos da una idea de cuáles eran la ambición y el talante de dicha persona, qué es lo que iba buscando y hacia dónde se dirigían sus pasos con tanto esfuerzo. El subtítulo del mismo —«Estudios acerca de la integración de individuos y grupos»— refleja patentemente cuál es la intención de su Introducción a la psicoterapia grupoanalítica.7 La tarea era ciertamente ambiciosa. Se trataba de tomar la antorcha de Freud, donde éste la había dejado como psicólogo grupal, y llegar al análisis del grupo desde la psicología del yo. No contento con ello, se había propuesto darle a toda esta psicología un uso terapéutico y una proyección social. Aquel libro venía encabezado por la máxima de Confucio ya mencionada y que, para mí, *. S. H. Foulkes: «Group Analysis in a Military Neurosis Centre», Lancet, 1 (1946), 303-313. También en M. Rosenbaum y M. Berger (eds.): Group Psychotherapy and Group Function, Basic Books, Nueva York, 1963, 469-476. El primer texto está traducido al castellano en Revista Militar Argentina, 47 (1948), 319-324. El texto en el que se da a conocer el grupoanálisis en Estados Unidos se encuentra en el informe de la visita que la comisión presidida por K. Meninger hizo al hospital militar de Northfield, publicado como «Principles and Practice of Group Therapy», Bulletin of the Meninger Clinic, 10 (1946), pp. 85-89.
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constituye el leitmotiv, el eslogan en el desarrollo intelectual de Foulkes y concretamente marca el estilo de su manera de aprender y de enseñar a otros a hacerlo. La máxima dice así: No expongo mis enseñanzas a aquellos que no estén ansiosos por aprender; no ayudo a nadie que no esté ansioso por explicarse; si, después de haberle mostrado una esquina de la cuestión, un hombre no puede proseguir hasta descubrir las otras tres, no repito la lección.
Comentaba en 1975, que en esta moderna versión del juego de las cuatro esquinas, Foulkes desde el diván llega al círculo y una vez en él busca cómo triangularlo evitando su cuadratura. Foulkes es un pensador sistémico que se adelanta a su tiempo. Las primeras páginas de Introducción a la psicoterapia grupoanalítica parecen escritas por Bertalanffy aun cuando, por aquellas fechas, Foulkes no lo había leído. Piensa en términos de sistemas abiertos y a su sistema de pensamiento ciertamente no le falta negantropía. Para él, la comunicación, la interacción entre el todo y las partes y las relaciones entre los elementos —los individuos— y el todo —la sociedad— constituyen el foco de su análisis grupal. La psicología y la sociología se encuentran en el grupo grupoanalítico, constituido por un número suficientemente pequeño de personas como para que entre ellas la comunicación y la interacción, cara a cara, siga siendo socialmente pertinente. Como decía Foulkes, el grupoanálisis es un método de psicoterapia en grupos pequeños, pero también un método para estudiar grupos y el comportamiento de los individuos humanos en sus aspectos sociales. Constituye a la vez un método de investigación, una teoría y una forma de terapia que cabe aplicar a individuos sanos o enfermos, a grupos primarios o secundarios o a organizaciones sociales de mayor o menor complejidad, y ello con fines terapéuticos, de formación, de aprendizaje o llanamente de solución de problemas vitales. La labor de S. H. Foulkes, su campo de aplicación y de investigación, no se limita, sin embargo, al grupo terapéutico pequeño. El círculo que lo simboliza se expande y cre26
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ce hasta convertirse en una tabla redonda que descansa siempre sobre un trípode. En el ámbito de la teoría sus tres patas vienen constituidas por la teoría reticular social —the network theory of neurosis—, por la de la matriz grupal —the group matrix—, dinámica de la situación terapéutica, y por la de los procesos de formación y organización social de los psicoterapeutas. Adoptando uno de sus conceptos, me atrevería a calificarla de teoría de los professional plexus, pues se ocupa de las maneras en que el profesional científico, el psicoterapeuta, desarrolla su actitud analítica, conceptualiza, organiza y justifica su práctica y se convierte en agente de cambio terapéutico.8 Los grupos de Foulkes, como ya sabemos, se iniciaron en un contexto psicoterapéutico. Su curiosidad de investigador lo llevó a acumular datos clínicos acerca de los procesos terapéuticos que se producen en el marco de un grupo cuando éste adopta como norma y estilo de comunicación la discusión de flujo libre y las comunicaciones e interacciones que allí se dan son recibidas y tratadas con una actitud analítica. La búsqueda de S. H. Foulkes iba dirigida hacia la formulación de una teoría dinámica de los procesos psicoterapéuticos que utilizara conceptos operacionales y que «se estudie, se formule y se aplique al proceso real de la terapia. Esta ciencia estudiará los procesos de cambio a través de la observación clínica en la situación terapéutica, aceptando y explotando completamente la idea de que la terapia es investigación y la investigación en este campo es terapia».9 Cuando Foulkes —uno de los pocos psicoanalistas con experiencia en análisis grupal que se incorporaron a Northfield— se dedicó a los «grupos con una ocupación», el tratamiento y la rehabilitación de los soldados neuróticos para la vida civil o para su reincorporación a filas, lo que hizo fue extender a aquella situación concreta la formulación de su experiencia como psicoterapeuta y adaptarla al contexto global y a la tarea específica de terapia, rehabilitación o aprendizaje de los grupos en que intervino. Lo mismo haría después en su trabajo en hospitales generales o psiquiátricos y con su esquema de formación de psicoterapeutas y grupoanalistas. El trabajo en grupo pequeño de S. H. Foulkes y el concepto de dinámica de grupo al que llegó se confunden a veces con los 27
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trabajos de W. R. Bion y los dinamicistas grupales analíticos de la Tavistock y con los de Kurt Lewin y el Research Center for Group Dynamics del MIT. De este malentendido es en parte responsable el relato que del desarrollo histórico del grupoanálisis hace Anthony en el capítulo introductorio de la primera edición del libro editado por Penguin. En ediciones posteriores Foulkes se encargaría de rectificar en parte este malentendido, pese a que no aclarase las razones. La puntualización que hace respecto a Lewin en su prólogo disipa cualquier duda con respecto a la paternidad putativa de K. Lewin de sus ideas y en la tercera edición de su libro dice textualmente «No nos parece que la “dinámica de grupo” se inscriba en el reducido círculo terapéutico, y en este sentido coincidimos con Wolf y otros. Si de manera ocasional utilizamos términos que también se usan en la obra de K. Lewin, éstos tienen una connotación o dimensión diferente, aunque no necesariamente chocan con el uso que él hace de los mismos. Dada nuestra orientación a la “comunidad terapéutica” hospitalaria de Northfield, advertimos que nuestros propios puntos de vista combinan bien con los conceptos utilizados en la “teoría de campo”, y esta última nos ha ayudado en nuestra orientación. Éste es el lugar al que pertenece, por ejemplo, el concepto de “campo” social. Además, existe una historia común en lo que respecta a la psicología de la Gestalt». Aclara a continuación, sin embargo, «El término groupdynamics es utilizado por nosotros como equivalente a group-psychodynamics, en el sentido de dinámicas inconscientes de Freud. A fin de evitar confusiones, posteriormente adoptamos el término de “procesos grupales”».10 Por lo que respecta a W. R. Bion, sus pequeños «grupos de estudio» y su concepto de grupo-dinamia van también por otros derroteros. Lo que preocupa a Bion es examinar a la luz «de los modernos desarrollos del psicoanálisis asociados con el trabajo de Melanie Klein»,11 la conceptualización que hace Freud de los grupos humanos. Para ello llevó a cabo sus experiencias con grupos. Para ello adoptó un método experimental y al parecer nunca estuvo demasiado convencido de que su técnica sirviera para grupos terapéuticos. El intento de integrar group dynamics con psicoanálisis no ha tenido demasiado éxito a juzgar por los 28
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resultados y su proyección en el campo de las terapias grupales, por más que lo intentaran, por ejemplo, G. A. Bach con las ideas de K. Lewin o Ezriel y los grupoanalistas de la Tavistock con las de Bion.* El campo donde estas ideas han resultado realmente fecundas ha sido más bien el de la «formación para el liderazgo dentro de una organización burocrática» del Tavistock Institute of Human Relations y sus famosas Leicester Conferences, o en los de sensibilización y formación en relaciones humanas del National Training Laboratory in Group Development de Washington. El elemento educativo básico en el método de conferencia utilizado por el primero o en el de laboratorio de los segundos lo constituyen respectivamente el grupo de estudio bioniano y el grupo T lewiniano.12 La proyección de la obra de S. H. Foulkes, en cambio, se ha concretado fundamentalmente hasta ahora en el campo de la salud mental y la formación de psicoterapeutas, por más que también tiene aplicaciones en la educación y la resolución de problemas organizacionales. Aparte de la labor interna de investigación, desarrollo teórico y formación de terapeutas grupoanalistas llevado a cabo por la Sociedad y el Instituto de Grupoanálisis de Londres por él fundado, me atrevería a decir que Foulkes es quizá la persona que más ha contribuido a la expansión de una psiquiatría dinámica y social, y de un enfoque grupal no sólo en el Reino Unido sino en el resto de Europa. En Northfield, y en el Maudsley, generaciones de psiquiatras nos formamos como terapeutas a su lado. *. Por aquel entonces todavía desconocía yo por completo la obra de Trigant Burrow, con la que no me familiaricé hasta finales de los años ochenta del siglo pasado, al ser invitado a participar en la conferencia de investigación «Addiction» de la Lifwynn Foundation celebrada en Bailey Farms, Nueva York. Esta fundación, cuya actividad desde la muerte de T. Butrow en 1950 había consistido básicamente en la publicación de los escritos de éste y la transferencia de los materiales originales a los archivos de la Universidad de Yale, a partir de octubre de 1988 decidió impulsar el interés en el trabajo de Trigant Burrow y el primer paso en ese sentido fue la mencionada conferencia de investigación sobre adicciones a sustancias no adictivas. Desde entonces han muerto los dos únicos miembros del grupo original que quedaban, Hans Syz y Alfreda Galt, pero la fundación continúa sus investigaciones bajo la dirección de Lloyd Gilden y las publica en su web () y su Lifwynn Correspondence ().
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Cuando se retira del National Health Service y concentra toda su actividad en el desarrollo del grupanálisis, se crea el Instituto. Por el Curso Introductorio en Trabajo Grupal y por el Curso de Terapia Familiar pasan cada año cientos de trabajadores de salud mental de disciplinas distintas del National Health Service —médicos, enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos— que desde los servicios acuden allí a complementar una formación con orientación grupal en su trabajo. Ésta ha sido una manera de continuar la labor de promoción en salud mental que se inició desde la Clínica del Instituto de Psicoanálisis de Frankfurt. A nivel internacional, aparte de haber contribuido a lanzar lo que hoy es la Asociación Internacional de Psicoterapia de Grupo, Foulkes creó el Group-Analysis: International Panel and Correspondence (GAIPAC), los Annual European Workshops y los Symposia de la Group-Analytic Society, que son sin duda los elementos que más han contribuido al desarrollo de la terapia grupal en el continente europeo. Desaparecido S. H. Foulkes, sus colaboradores de «allende los mares» —los overseas members de la Group-Analytic Society, entre los que me encontraba— empezamos a preocuparnos por el futuro de la obra por él emprendida. En el European Workshop de enero de 1977 nos reunimos en Londres con sus más inmediatos seguidores. Por primera vez, Foulkes no se encontraba entre nosotros. Había un ambiente de duelo, pero la sensación iba mucho más allá: lo que se percibía en esta reunión era una gran angustia. Se palpaba ya que había tensiones en el seno del Institute of Group-Analysis, la institución más propiamente docente de la Group Analytic Society. El grupo de Londres por el momento fue capaz de diferenciarse sin tener necesidad de escindirse. Sin embargo, de él nacería poco después el Institute of Family Therapy, organización más ecléctica en su orientación teórica y metodología práctica que permitiría agrupar los esfuerzos de todos los terapeutas ingleses que estaban trabajando en este campo, sin que por ello los grupoanalistas que lo fundaron perdieran su interés y su contacto en el desarrollo del grupoanálisis. Es más, el desarrollo del grupoanálisis en Europa, en lugar de debilitarse, se ha reforzado y ha florecido desde la desapa30
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rición de S. H. Foulkes. Hoy, miembros de la Group Analytic Society enseñan grupoanálisis en todos los rincones de Europa y han contribuido a la aparición de centros de formación de terapeutas grupales que, ciertamente, harán cambiar la orientación por la que hasta ahora discurría la psicoterapia analítica en esta área. El puente entre el psicoanálisis y el análisis grupal por el que Foulkes tanto luchó empieza a quedar firme y sólidamente tendido. En el último congreso internacional de psicoterapia de grupo de Copenhague se eligió como presidente a Malcolm Pines, uno de sus seguidores. Allí, el grupoanálisis desempeñó un papel importante, y otra idea fundamental de Foulkes parecía empezar a cristalizar. Se empieza a ver el camino a través del cual poder llegar a aquella «unificada y comparativamente simple teoría acerca del campo todo del comportamiento humano que incluye psicoterapia, grupoterapia o terapia de la comunidad de todas clases» por la que venía suspirando Foulkes desde hace tantos años. Foulkes estaba ilusionado con que este libro sirviera para introducir su pensamiento en el mundo de habla hispana, estaba además convencido de que el enfoque grupal en Sudamérica iba en la misma orientación que la suya. Esta convicción de Foulkes difería notablemente de la mía. Mi impresión, bien al contrario, era de que iba en un sentido radicalmente opuesto. Tardaría muchos años en descubrir que él estaba en lo cierto. Hasta muy recientemente, puesto en contacto con los seguidores de Enrique Pichon Rivière de la Escuela Privada de Psicología Social de Buenos Aires, no comprendí el enorme paralelismo existente en el desarrollo del pensamiento grupal de estos dos psicoanalistas pioneros. Lo que tiene de común, y vale la pena explorarlo a fondo, es que psicoanalistas ambos —kleiniano el uno, freudiano clásico el otro— cuando se adentran en el campo de experiencia y de terapia del grupo pequeño lo hacen con los ojos abiertos, con la mente libre de prejuicios psicoanalíticos, y se atreven a pensar de nuevo lo que el grupo analíticamente, científicamente, aporta respecto de lo que hace a la patología, inalterable y al cambio terapéutico, posible. Hay actitudes personales subyacentes de orden ideológico en ambos autores que les llevan a una 31
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búsqueda de alternativas, a la aplicación elitista del psicoanálisis con una mayor proyección social, y aunque éstas no vengan a cuento quizá nos expliquen por qué se atrevieron a hacerlo y lo investigaron en serio. Foulkes dejó de existir como había vivido. Pensando, trabajando, y creando desde dentro del grupo, en el curso de la que se suponía sería penúltima sesión de una serie que venía manteniendo con un grupo de colegas. Así exhaló su último aliento. Ésta fue seguramente la única sesión en su vida que él no terminó a tiempo. Si bien es cierto que Foulkes ya no se encuentra entre nosotros, también lo es que no nos ha abandonado. Aquella sesión terminó y terminó aquel grupo. Su obra, sin embargo, continúa, su contribución está presente en esta red de comunicaciones y de personas en interacción —en esta matriz grupal como diría él— que es lo que constituye, en su esencia, el grupoanálisis. No en vano Foulkes dedicó su primer libro —Introducción a la psicoterapia grupoanalítica— a sus «colaboradores pasados, presentes y futuros». Tengo la esperanza, y también el deseo, de que la lectura de este libro en castellano contribuya a que nazcan muchos futuros colaboradores en esta aventurada empresa que un día inició S. H. Foulkes. Juan Campos, Barcelona 1980 Notas*
1. «Psicoanálisis, psicoanalistas y Terapias Grupales», en Psicología dinámica grupal, Fundamentos, Madrid, 1980 y «La Formación Grupo-Analítica en la Formación de Psicoterapeutas», en José Luis Martí Tusquets y Leonardo Satne (eds): Formación en grupos y psicodrama, Argot, Barcelona, 1979. 2. S. H. Foulkes: «Qualification as a Psychoanalyst an asset as well as a hindrance for the future Group Analyst», GAIPAC, 8, núm. 3 (octubre de 1975). 3. S. H. Foulkes y E. J. Anthony: Group Psychotherapy: The Psychoanalytic Approach, Penguin Books, Londres, 19733, p. 17. [Versión en castellano: Psicoterapia de grupo: el enfoque grupoanalítico, Cegaop Press, Barcelona, 2005, pp. 17-18.]
*. Notas originales del prólogo del libro S. H. Foulkes: Psicoterapia grupoanalítica: métódo y principios, Gedisa, Barcelona, 1981.
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Introducción a la primera edición en castellano 4. M. Pines: «Farewell». GAIPAC, 9, núm. 3 (julio de 1976). 5. S. H. Foulkes y E. J. Anthony: Psicoterapia analítica de grupo, Paidós, Buenos Aires, 1959. 6. A. Wolf y E. K. Schwartz: Psychoanalysis in Groups, Grune & Stratton, Nueva York, 1962. 7. S. H. Foulkes: Introduction to Group-Analytic Psychotherapy - Studies in the Social Integration of Individuals and Groups, Heinemann, Londres, 1948, el cual hasta su reedición por Karnac (Londres, 1983) tuve que leer en fotocopias. 8. Juan Campos: «Terapias analíticas de familia a la luz del grupo-análisis y de su teoría reticular de las neurosis», VIII Congreso Internacional de Psicoterapia de Grupo, Copenhague, 1980. Versión leída en castellano por el autor en la subplenaria del Congreso y publicada en inglés en Malcolm Pines y Lise Rafaelsen (eds.): «Foulkes’ Network Theory and the Scope of Group Analysis in Family Therapy», The Individual and the Group. Boundaries and Interrelations, 1: Theory, Plenum Press, Nueva York y Londres, 1982, pp. 11-127. 9. S. H. Foulkes y E. J. Anthony: Psicoterapia de grupo: el enfoque grupoanalítico, Cegaop Press, Barcelona, 2005, pp. 362. 10. Ibídem, p. 22 11. Juan Campos: «Leyendo a S. H. Foulkes con ánimo de entenderlo», Clínica y análisis grupal, 20 (1980). 12. W. R. Bion: «Group Dynamics (Re-view)», International Journal of Psycho-Analysis, 33 (1952), 2.
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El desarrollo del grupoanálisis en los países de habla hispana Han pasado veinticinco años desde que escribí el prólogo que acaban de leer. En 1980, una vez cancelado el congreso mundial de Madrid al que iba destinada, la traducción yacía dormida en espera de editor que se atreviera a publicarla. El libro, cuya traducción y supervisión técnica había asumido personal y económicamente, se cocía en aquel periodo. En 1976, cuando en España se abría la transición hacia la democracia tras la muerte de Franco, la represión militar en Argentina llevó al exilio a muchos psicoanalistas y terapeutas de grupo que habían participado en el movimiento de psiquiatría y psicología democráticas de aquel país. Lo que siempre sostuve de las dictaduras, que son alérgicas a lo psicoanalítico y lo grupal, quedaba una vez más comprobado. A Foulkes lo que le animaba a traducir su libro era hacerlo asequible a Sudamérica. Psicoterapia grupo-analítica: método y principios se publicó en 1981 y, si bien es posible que aquel libro editorialmente fuera un éxito —se agotaron dos ediciones, la original de Gedisa, Barcelona, y la reedición de Fondo de Cultura Económica, México—, no sabemos hasta qué punto se ha leído; o al menos la lectura no se ha traducido en la incorporación de miembros latinoamericanos a la Group Analytic Society (London), en cuyo último directorio ya no queda ni uno solo. Contrariamente a lo que sucede en Europa, donde proliferan sociedades e institutos específicamente de grupoanálisis, en los países de habla hispana, España incluida, por ahora y que yo sepa, todavía no han aparecido. «On Group Analysis», la presentación que S. H. Foulkes hizo en abril de 1946 a los miembros de la British Psychoanalytical So35
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ciety de su trabajo con grupos durante la segunda guerra mundial, empieza así: «Se ha dicho con razón que la terapia de grupo tiene un largo pasado y una historia bien corta».1 Hoy, éste no es el caso del grupoanálisis. Yo por lo menos hice lo posible por dejar constancia de su historia, tanto es así que me he ganado el mote de Jenofonte del Grupoanálisis. Resumir en pocas palabras los hitos que han jalonado esta historia es en sí una labor ingente, por lo que me limitaré a remitir al lector a textos relacionados.2 Más difícil resulta resumir la situación del grupoanálisis en los países latinoamericanos a los que —como en el caso de Psicoterapia grupo-analítica hace casi un cuarto de siglo— también va dirigida la publicación de estas Obras Completas. El primer contacto que la Group Analytic Society (GAS) de Londres estableció con España pasa por Barcelona. Fue en septiembre de 1958, con ocasión del IV Congreso Internacional de Psicoterapia, cuyo tema central era «Psicoterapia y análisis existencial». Foulkes dirigió la Sección Especial en Psicoterapia de Grupo y organizó —con ayuda de miembros del Maudsley Hospital y de la GAS— un symposium en el que explicaba el curso de formación de psicoterapeutas impartido en su unidad ambulatoria de aquel hospital. Recuerdo bien el momento en que vi a Foulkes por primera vez. Atravesaba la puerta del jardín que da al vestíbulo de la Universidad de Barcelona cogido del brazo de Slavson y de Moreno, uno a cada lado. Todos los que en España estábamos interesados en terapias de grupo coincidimos en su sección con el grupo de Londres, que vino en bloque, y con la mayoría de europeos que ya estaban trabajando en grupoanálisis —Eduardo Cortesão, Leonardo Ancona, Fabrizio y Diego Napolitani, Stjepan Betlheim—, así como con terapeutas grupales del Cono Sur y de Norteamérica. Helen Durkin nos habló de «Las tres principales directrices de psicoterapia de grupo en América», Slavson, pontificando como siempre, de «Lo que es y lo que no es psicoterapia de grupo». Foulkes, en cambio, se limitó a «compartir» humildemente «Algunas observaciones sobre la enseñanza de psicoterapia» impartida por él en su Unidad de Psicoterapia del Departamento Ambulatorio del Maudsley. A los catalanes nos impresionó tanto que tres se inscribieron en la Group Analytic 36
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Society (London) y yo mismo lo seguí a Londres para, con una beca del British Council, formarme en su unidad. A indicación suya continué mi formación con Asya Kadis en el Postgraduate Center de Nueva York, que aquel mismo año había iniciado un programa de formación en grupo. En 1963, a mi regreso a España, mal que fuera por cuestión de lealtad, también me suscribí como miembro de la Group Analytic Society (London) y vine a engrosar las listas de sus overseas members, que constituíamos más de la mitad de la sociedad. Por aquel entonces aún no se impartía en Londres formación reglada alguna que proporcionara un título de grupoanalista. La fundación del Instituto de Grupo Análisis en Londres en 1971 —precedida por el de Fabrizio Napolitani en Roma y el de Eduardo Cortesão en Lisboa— por fin lo haría. Esto supuso un cambio radical en la estructura, funcionamiento y filosofía de la organización grupoanalítica, un giro hacia una escuela privada de grupoanálisis. Cuando regresé a España en 1963 había tan sólo dos organizaciones psicoanalíticas: la Sociedad Luso-Española de Psicoanálisis, miembro de la IPA (International Psychoanalytic Association) y el Instituto Clínica de Psicoterapia Peña Retama de Jerónimo Molina, fundado en 1960 y que en 1966 se constituiría como Asociación Española de Psicoterapia Analítica. Por otra parte, cabe destacar el papel pionero de Emilio Mira en terapias de grupo, que practicaba ya desde los años treinta, y en comunidades terapéuticas que puso en marcha durante la guerra civil.3 En la Sección de Grupo de aquel Congreso de Barcelona, si bien habían participado algunos candidatos del psicoanálisis ortodoxo, no participó ninguno de los discípulos de Molina. Cosa curiosa, en 1963 ninguno de los psicoanalistas seguía interesado en el grupo y, en cambio, en Peña Retama empezaban a llevar grupos terapéuticos y de formación de terapeutas. Hubo que esperar hasta 1972 para que terapeutas de grupo, psicodramatistas y dinamicistas de grupo, formados autónomamente, consolidaran la SEPTG (Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo), que se venía gestando desde dos años antes. A pesar de haber estado en la reunión prefundacional, rehusé formar parte de su grupo gestor, pues no aceptaban los criterios de formación preconizados por la AGPA 37
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(American Group Psychotherapy Association), de la cual yo era miembro extranjero. No cabe duda de que mi experiencia en el Maudsley y en el Postgraduate Center for Mental Health ha impregnado toda mi actividad posterior como jefe del Servicio de Psiquiatría Familiar y Comunitaria, profesor en la Escuela Profesional de Psicología, planificador de la Facultad de Medicina de la nueva Universidad Autónoma de Barcelona y catedrático y jefe del Departamento de Psicología y Psiquiatría. Toda mi actividad tuvo y tiene un enfoque grupal y una orientación grupoanalítica. Nunca pensé en organizar una asociación grupoanalítica docente ni asistencial, aunque en todas las asociaciones grupales de las que he sido miembro mi aportación se ha caracterizado por este mismo enfoque, que es parte de mi propio plexus, mi manera de contemplar y concebir el mundo. La segunda vez que S. H. Foulkes estuvo en Barcelona fue en 1967, en una escala de un crucero por el Mediterráneo. Esta vez vino acompañado únicamente por su esposa, Elizabeth, quien lamentablemente ha fallecido este mes de agosto pasado. Me trajo un ejemplar del número cero de GAIPAC (Group Analysis International Panel and Correspondence), una circular informal, un gran taller o grupo de estudio que Foulkes editó hasta 1975 y cuyos primeros números —hasta que se hizo cargo la Group Analytic Society—financió personalmente. Esta vez sí me incorporé de veras a la GAS, si bien mis obligaciones docentes y mi experimentación con la enseñanza grupal en la docencia me impidieron participar en los encuentros personales que iban surgiendo a partir de GAIPAC, de los European Symposiums in Group Analysis —a partir del de Lisboa en 1970— y de los Annual Winter Workshops. Abandonada la docencia universitaria, al constatar que por el momento en ella no tenía cabida ni futuro la orientación grupal como yo la preconizaba, decidí impulsar esta línea desde el movimiento de revolución democrática en los colegios médicos y la organización de la psiquiatría democrática emergentes en el franquismo tardío. En 1975, Fernando Arroyave, un psiquiatra colombiano —que se licenció en medicina en España y emigró a Inglaterra, donde se había formado como psiquiatra y como grupoanalista de la primera 38
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promoción del Institute of Group Analysis de Londres—, vino a España para ponerse en contacto con el comité local del Congreso Internacional de la AIPG (Asociación Internacional de Psicoterapia de Grupo) que iba a celebrarse en Madrid bajo la presidencia de María Prado de Molina, del Instituto Peña Retama. Arroyave me invitó a formar parte de dicho comité. La SEPTG a su vez invitó a Fernando en 1976 a su Symposium de Sevilla y a conducir un grupo grande. Para entonces ya se había cancelado el congreso de Madrid, que acabaría celebrándose en Filadelfia un año después. En el ínterin, Fernando Arroyave había descubierto las posibilidades que le abría su recién adquirido título de grupoanalista para empezar en España una formación de carácter trashumante. Además de la influencia que a partir de 1976 ejercieron los terapeutas grupales argentinos, en la primera mitad de los años setenta otro factor crucial fue la enseñanza trashumante. Con la llegada del doctor Guimón como profesor no numerario de Psiquiatría de la Universidad Autónoma del País Vasco y jefe de servicio del Hospital de Basurto se creó el Instituto de Psicoterapia de Bilbao y, a partir de 1974, se ofrecieron cursos de formación de psicoterapeutas de grupo de tres años de duración. Para poner en marcha el proyecto, Guimón acudió al Instituto Peña Retama de Madrid, desde donde primero el doctor González (1974-1975) y después el doctor Yllà (1975-1976) viajaron semanalmente a Bilbao para llevar a cabo la formación y el análisis individual y en grupo de la primera generación de terapeutas grupales vascos. En Peña Retama, la mayoría de los analistas que allí se habían analizado y supervisado con el doctor Molina eran a su vez socios de la institución y completaban su formación viajando al extranjero durante uno o más años para analizarse con otros terapeutas a fin de resolver la transferencia. En el caso del Instituto de Psicoterapia de Bilbao, donde se daba una situación semejante en que todos se analizaban y supervisaban con la misma persona, el doctor Guimón inventó un método que consistía en ofrecer a los miembros del instituto cortas experiencias con métodos y profesionales distintos. El primero de estos profesionales invitados a Bilbao fue el doctor Pacho O’Donnell, quien en 1976-1977 dictó un curso de psicodrama, al mismo tiempo que empezaron las visitas de otros 39
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autores psicoanalíticos. Los alumnos tenían que examinarse en Madrid a fin de conseguir el diploma que confería Peña Retama. La inmadurez de las terapias grupales en España —sumada al hecho de que muchos analistas de grupo de orientación kleiniana se convirtieron en el viaje hacia el exilio al lacanismo— y la cancelación del congreso de grupo de Madrid provocaron que se perdiera la gran oportunidad que éste presentaba para el desarrollo de las terapias de grupo en España. De ahí que no hubiera editor dispuesto a publicar el último libro de Foulkes que habíamos preparado para la ocasión. Los únicos argentinos que mantuvieron su interés por el grupo y su actitud revolucionaria fueron discípulos de Pichon-Rivière y cofundadores de su Escuela Privada de Psicología Social de Buenos Aires; entre otros Armando Bauleo y Hernán Kesselman, quienes —con un pequeño grupo presidido por Nicolás Caparrós, que había viajado a Argentina— fundaron en 1976 la primera revista de psicoterapia y psicología social aplicada que se denominó Clínica y análisis grupal. Aquel grupito, donde los argentinos actuaban en calidad de didactas, se constituyó como Grupo Quipú de Psicoterapia y en 1977 se inscribió como asociación afiliada durante el congreso de Filadelfia de la AIPG, al igual que hizo el Instituto de Psicoterapia Peña Retama. Este mismo año ya fuera con ocasión de la conferencia anual de la AGPA (American Group Psychotherapy Association) o del Congreso de Filadelfia de la AIPG, Guimón viajó a Nueva York y entró en contacto con el Postgraduate Center, donde yo me había formado. Allí supo de mi residencia en Barcelona. A la vuelta me invitó a compartir mi experiencia en terapia familiar en un curso que aquel año incluyó un taller con Olga Silverstein del Instituto Ackerman de Terapia Familiar de Nueva York. Fue así como entré en contacto con el Instituto de Psicoterapia de Bilbao, que tenía a su cargo la ponencia en formación de terapeutas de grupo dentro del symposium anual de la SEPTG a celebrar en Valladolid en 1978 y al que me invitaron a participar como ponente. Como ya he mencionado, no me había sumado a la comisión gestora de la SEPTG porque opinaba que del hecho de que la mayoría de los fundadores fueran autodidactos no cabía deducir que se excluyera estándar alguno de formación para los nuevos miembros. En 40
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Valladolid me percaté de que la actitud al respecto había cambiado radicalmente y, en consecuencia, me inscribí como miembro. Fue allí donde establecí por primera vez contacto con argentinos que estaban «vendiendo formación en grupo». A Hernán y Susana Kesselman no tuve ocasión de conocerlos hasta que Pacho O’Donnell puso en marcha el proyecto que traía en mente —editar un symposium en papel entre autores grupales— y nos invitó a participar a Hernán y a mí. El intercambio de artículos entre los autores terminó en un diálogo cara a cara que se celebró en Madrid y con el que se cierra Psicología dinámica grupal. 4 Esta experiencia editorial fue para mí muy importante porque, además de permitirme conocer personalmente a los demás autores, establecí un vínculo especial con Hernán Kesselman, con quien habíamos empezado a resonar mutuamente antes del encuentro. Creo que esto ha alimentado mi obsesión de utilizar Internet para fomentar el diálogo por escrito, forma de interacción grupal que tropieza todavía con innumerables resistencias. El desarrollo del grupoanálisis en España experimentó un desarrollo atípico más propio del seguido en sus inicios por la Group Analytic Society (London) como una asociación de aprendizajeenseñanza, hasta que en 1971 la diferenciación de la docencia llevó a la fundación del Institute of Group Analysis for Qualified Members. La expansión internacional se llevó a cabo por parte de profesionales extranjeros —generalmente psiquiatras— que, atraídos por el magisterio de Foulkes en el Maudsley y en la Group Analytic Society, trabajaron con él o se formaron en uno de los cursos y así pasaron a engrosar la lista de overseas members, que representa un cincuenta por ciento de la sociedad. A su retorno a casa —salvo excepciones como Cortesão en Lisboa y Fabrizio Napolitani en Roma, que fundaron institutos de grupoanálisis— la mayoría siguió mi camino, utilizando en su trabajo la orientación grupoanalítica adquirida y aplicando la metodología en los lugares donde ésta tenía cabida, pero sin preocuparse de formar grupoanalistas. El problema apareció en el momento en que se fundó el Institute of Group Analysis y empezaron a graduarse grupoanalistas titulados —tanto ingleses como de otros países—, y la gente empezó a viajar a Londres cada semana o se fue a vivir 41
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
allí a fin de titularse. Naturalmente, el Institute tiene una capacidad limitada de absorber didactas y los nuevos titulados volvían a casa y formaban un instituto propio de grupoanálisis o viajaban periódicamente al continente o a provincias para conseguir discípulos. En Barcelona seguimos el modelo de la GAS más que el del Institute. La consecuencia ha sido que no existe en España ninguna sociedad ni instituto de grupoanálisis, ni tan siquiera revistas. Lo único que lleva este nombre es el Foro de Grupo Análisis en Castellano de RedIRIS, que viene funcionando desde hace ocho años y la web Grupoanálisis , un grupo informal y abierto. Hay cuatro factores que marcan un giro definitivo en mi práctica grupoanalítica a partir del Symposium de Valladolid en 1978: 1) Mi aceptación de colaborar con la supervisión de trabajo grupal y de terapia familiar en el Instituto de Psicoterapia de Bilbao y en el Hospital de Basurto; sin ánimo de ofrecer otra teoría y metodología analítica distinta, sino con la esperanza de que los grupos de supervisión ayudaran a integrar las distintas orientaciones que hasta entonces habían sido expuestas; 2) mi incorporación a la SEPTG con ánimo de contribuir desde una visión grupoanalítica a los fines de esta sociedad; 3) mi colaboración en Psicología dinámica grupal, obra ya mencionada que me dio la oportunidad de conocer diversas orientaciones presentes en la SEPTG y de colaborar de manera creativa con los grupólogos argentinos encabezados por Hernán Kesselman y los del Grupo Quipú de Psicoterapia y su revista Clínica y análisis grupal; y 4) el hecho de que mi esposa Hanne estuviera formándose en Londres, lo cual reforzó mis vínculos con la Group Analytic Society (London) y potenció mi participación en sus encuentros cara a cara. Las actividades en cada uno de estos contextos de alguna manera estuvieron integradas en mi quehacer diario. Si bien para exponerlas, cual el hombre de muchos sombreros, tendré que hacerlo de una en una, es inevitable que se entrecrucen. Al referirme anteriormente a la influencia que las experiencias docentes analíticas en Londres y Nueva York tuvieron en el desarrollo de mi plexus profesional hay algo que no he mencionado y al mirar hacia 42
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atrás me doy cuenta de que es el voluntarismo que las caracteriza; puede ser que éste se base en el hecho de que tanto una como otra experiencia estuvieran financiadas por una beca o fellowship. Sin embargo, los factores más influyentes en cada una de mis experiencias fueron, en el Maudsley, «la unidad como un todo» y, en el Postgraduate, «el grupo de pares» que formaba la clase; aparte de la deformación que impuso haber venido trabajando previamente con grupos de estudiantes en colegios mayores durante más de diez años. Pero volvamos a los factores que he mencionado. 1) La supervisión en el Instituto de Psicoterapia de Bilbao había sido decidida en asamblea con todos los supervisados previamente a mi viaje a Valladolid, donde además algunos de los profesores y alumnos más antiguos —todos ellos miembros de la SEPTG— iban a exponer su experiencia docente. Acepté a condición de que durara sólo un año y se desarrollara quincenalmente y en grupos separados de terapia de grupo y de terapia familiar. Mi esperanza era que los grupos se convirtieran en grupos autogestados de pares en covisión y que pudieran prescindir de mí una vez terminada la experiencia. Ésta se prolongó hasta 1981,5 pues no era ajena al encargo que la Diputación Foral de Vizcaya hizo al profesor Ajuriaguerra de un proyecto de reforma de la asistencia psiquiátrica que de alguna manera tenía en mente José Guimón, que había sido discípulo de aquél en Ginebra. Cuando llegó la hora de ponerlo en marcha se me consultó por mi participación en la función social de la medicina del X Congrès de Metges i Biòlegs, en el Àrea de Salut del Congrès de Cultura Catalana y en la reforma psiquiátrica y de asistencia en salud mental en Cataluña y en España,6 que me había llevado a la conclusión de que para una reforma sanitaria era precisa previamente una revolución educativa. La reforma contemplada en el País Vasco, inspirada en principios de salud mental comunitaria, era la gran ocasión de poner en práctica la revolución educativa de que hablaba. Para llevarla a cabo haría falta una formación en trabajo grupal de los recursos humanos existentes y de los que la reforma exigiría incorporar. Esta idea ya estaba presente en los Cursos de Formación en Psicoterapia de Grupo iniciada por el doctor Guimón en 1974. Pero ¿cómo hacerla extensiva al volumen de profesionales que sería preciso reciclar 43
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o formar de nuevo en un escaso tiempo? La única experiencia de este género de la que yo tenía conocimiento era el Curso General de Trabajo Grupal, iniciado por la Group Analytic Society (London) en 1964 y que entonces llevaba a cabo el Institute of Group Analysis. Se trataba de un curso anual con sesiones semanales, en el que se formaban conjuntamente profesionales de todas las disciplinas que cooperaban en salud mental. Sabía además que aquel mismo año el Institute of Group Analysis había empezado su formación en bloques en el continente europeo. Por otra parte, se formalizó institucionalmente la labor promovida hasta entonces por el Instituto de Psicoterapia de Bilbao, la cátedra de psiquiatría de la Universidad del País Vasco y el Hospital de Basurto, con la fundación de OMIE (Fundación Vasca para la Investigación y Docencia en Salud Mental) en 1979. Aquel año, en el Colegio de Médicos de Barcelona, la Zona Este de la SEPTG puso en marcha un Colectivo de Estudio de Trabajo Grupal7 para preparar la ponencia del siguiente Symposium 1980 «Enfoque grupal en un Servicio Nacional de Salud», y se celebró, asimismo en 1980, el primer Taller Residencial Intensivo de Grupo Análisis en Castelldefels, Barcelona, en colaboración con miembros de habla castellana del Institute de Londres y el organizador del Congreso Internacional de Psicoterapia de Grupo de Copenhague, Malcolm Pines, ilustre miembro de la GAS que había puesto en marcha la enseñanza en bloques en Dinamarca. Al taller acudieron miembros de la SEPTG, del citado colectivo y de los grupos de Bilbao. Así se inició una colaboración entre la Universidad del País Vasco y el Institute of Group Analysis de Londres, y para explorar las posibilidades se convocó en 1981 en Cestona, País Vasco, un segundo Taller Residencial Intensivo en Grupo Análisis, al que acudieron unos cuarenta profesionales que habían asistido a los cursos de formación en terapia de grupo o que estaban en los grupos de covisión que conducía yo, algunos de cuales habían participado en el taller de Barcelona. Como docentes vinimos de Barcelona Hanne y yo, y de Londres Fernando Arroyave y Malcolm Pines, este último autorizado para negociar un posible contrato de colaboración del Institute of Group Analysis con la Universidad 44
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del País Vasco. El doctor Guimón acudió el día antes de la clausura del taller y estuvimos con él discutiendo los términos en que se podía llevar dicha colaboración. Sin embargo, contrariamente a lo que esperábamos, no participó en la asamblea del taller, lo cual provocó que —quizá debido al entusiasmo generado y al espíritu transmitido por nosotros— se constituyera asambleariamente una comisión gestora para organizar el curso de trabajo grupal. Esta decisión, que podría haberse evitado de haber estado presente, tal como esperábamos, el doctor Guimón, no era la que esperaba éste y, en consecuencia, retiró el apoyo del Departamento de Psiquiatría de la Universidad y todo el proyecto estuvo a punto de hundirse. Afortunadamente, aquel verano de 1981 coincidí con el doctor Guimón en el Symposium Europeo de Grupo Análisis de Roma y allí pudimos aclarar el malentendido que se había producido en Cestona. En 1982 se puso en marcha el Curso Introductorio de Trabajo Grupal del Departamento de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco y del Institute of Group Analysis. El primero tenía que pagar un levy anual al Institute, que para la ocasión me nombró a mí Honorary Teacher. Dado que se intentaba cubrir un área de alumnado procedente de otras diputaciones forales y comunidades autónomas, conjuntamente con un curso clásico de periodicidad semanal para gente de Bilbao se inició otro de cuatro bloques para los procedentes de fuera (cuatro seminarios secuenciales de fin de semana de tres días). Esto brindaba una oportunidad única de comparar los talleres de enseñanza semanales con la enseñanza por bloques que el Institute de Londres venía desarrollando en Europa. Como docentes se utilizaron alumnos graduados del programa previo de formación en trabajo grupal, quienes supervisados por mí iban a llevar los pequeños grupos del curso semanal, mientras que los bloques serían conducidos por Hanne Campos y Fernando Arroyave, miembros del Institute of Group Analysis, y Juan Campos y José Guimón, que a tal fin fueron nombrados profesores invitados del mismo. Desgraciadamente, la investigación se corrompió al vernos obligados por necesidades financieras a mezclar ambas poblaciones docentes a fin de engrosar el sistema de bloques para el que no había suficiente inscripción, con lo cual éstos pasaron a denominarse seminarios 45
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secuenciales. Yo me encargué fundamentalmente de los conductores de grupo del primero, mientras que el doctor Arroyave condujo la experiencia de grupo grande para ambos cursos conjuntamente. A pesar de las limitaciones, la investigación fue llevada a cabo por la universidad y los seminarios contaron con la inestimable aportación de crónicas internas de los cuatro seminarios (tres a cargo de Diego Luna y una de Hernán Kesselman). La colaboración con el Institute of Group Analysis se discontinuó después de un año, no tanto por el costo del levy a pagar a Londres, sino por la insostenible supeditación al Institute que esto significaba. Ello no impidió que OMIE, la institución impulsora del programa grupal, se identificara con el espíritu y la manera de actuar del Institute de Londres y empezara a colonizar por su cuenta otras provincias o países. Siguió un periodo de transición y una progresiva institucionalización universitaria que hizo preciso que OMIE estableciera relaciones con universidades que le ofrecían mayores facilidades que las del País Vasco para el desarrollo de su proyecto,8 tales como la Universidad Autónoma de Barcelona, la de La Laguna o la de Ginebra. Yo abandoné mi participación activa en el proyecto, aunque ello no impidió que aceptara colaborar cuando se inició el programa de Barcelona ni que en 1989 formara parte de los miembros fundadores de la asociación profesional nacida del programa que se denominó Asociación de Psicoterapia Analítica de Grupo (APAG) —y no de Grupoanálisis— y se incorporó a EGATIN (European Group Analytic Training Institutions) ese mismo año. La última ocasión en la que participamos fue con motivo del vigésimo quinto aniversario de la formación en trabajo grupal, de la que quedan como testimonio el vídeo de la charla que yo dicté y de la participación de Hanne en la mesa de conferencias «Bilbao 1974-1999: la grupalidad humana a debate», que por alguna razón sigue sin publicarse. En suma, la trayectoria que ha seguido la formación en grupoanálisis en el País Vasco ha sido la de la mayoría de las instituciones nacidas de la SEPTG, donde uno o varios de sus miembros acaban estableciendo una institución especializada en la orientación que sostienen y la metodología que utilizan. La mayoría de éstas, entre ellas la APAG, se agruparon a escala nacional en la FEAP (Federación Española de Asocia46
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ciones de Psicoterapia; originalmente de formación profesional), una institución defensiva nacida a tenor de la prevista unificación de títulos profesionales por parte de la Unión Europea; así como para conseguir un reconocimiento internacional suscribiéndose a organizaciones de su especialidad y como organización afiliada de la AIPG. 2) La SEPTG, la veterana de las sociedades de grupo españolas, y en cierta manera la matriz de todas ellas, fue la primera y única de las asociación nacionales a la que me suscribí y también la institución a la que más esfuerzos he dedicado. Si bien es verdad que he sido miembro fundador de otras, y he ayudado a algunas de ellas en situaciones críticas, también es cierto que nunca lo hice con ánimo de implantar el grupoanálisis o de conseguir alumnos que siguieran este magisterio. Fui invitado al primer encuentro prefundacional en 1970 por José Luis Martí-Tusquets, que se inscribió junto con Carlos Ruiz-Ogara y conmigo en la Group Analytic Society en 1958 y con quien, a mi regreso de Nueva York en 1963, constituimos el grupo de pares que se reunía en mi casa para intentar conciliar las distintas orientaciones y métodos grupales que cada uno sustentaba. Aquel grupo se había mantenido algo más de un año y a su disolución José Luis continuó en un grupo de supervisión conmigo durante un par de años más. Ya he mencionado las razones que me impidieron sumarme al comité gestor de la SEPTG y los motivos de que me suscribiera en el Symposium de Valladolid. El encuentro prefundacional se celebró el mismo año en que los miembros de GAIPAC fuimos invitados al First European Symposium of Group Analysis, celebrado en Lisboa, que tenía como objetivo principal contrastar las formas de grupoanálisis que se impartían en Lisboa y en Londres y, en segundo lugar, fundar si se consideraba oportuno una asociación europea de grupoanálisis. Haber agotado el cupo de congresos planeado para aquel año, me impidió asistir. Con todo, una vez incorporado a la SEPTG descubrí que la filosofía de ésta era más afín a la mía que la de ninguna de las asociaciones de habla inglesa de las que hasta entonces era un foreign u overseas member, es decir, la American Group Psychotherapy Association (AGPA), la American Academy of Psychoanalysis y la 47
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Group Analytic Society (London). Mi incorporación a la SEPTG coincidió con una situación de crisis de ésta que se prolongaría dos años y de la que se salió elegantemente en el siguiente Symposium de Cuenca de 1981.9 Varias innovaciones se introdujeron en aquel momento: que sean las Zonas —no miembros individuales— de la Sociedad10 las encargadas de elaborar las ponencias y de la organización del symposium; que las ponencias se presenten por escrito; por primera vez se convocan asambleas extraordinarias para resolver situaciones críticas; y se destina un symposium entero a revisar la Constitución y Estatutos; se decide por fin explorar la posibilidad de establecer colaboraciones con sociedades o entidades afines en España y en el extranjero y se me encarga sondear al respecto a la AIPG y la AGPA durante el inminente Congreso de Copenhague de 1980. Esta posición de que sea la propia Sociedad como grupo la que explore y resuelva sus dificultades grupales es una actitud radicalmente grupoanalítica. Fue la primera vez que se aplicó, pues ni siquiera se había probado en la Group Analytic Society (London), donde he intentado promover esta idea sin mayor resultado. A la SEPTG le llevó años poner en práctica este posicionamiento analítico, pero finalmente se encargó, de manera becada, a algunos de sus miembros un análisis institucional de los primeros once años. Con el tiempo se realizaron las oportunas modificaciones de la Constitución y, finalmente, se establecieron los Estatutos, publicados ambos en 1998. La colaboración de la SEPTG con Grup d’Anàlisi Barcelona (Gd’AB) —pequeño grupo de pares, remanente del Colectivo de Estudio de Trabajo Grupal Barcelona de 1980, que tiene entre otros el objetivo de analizar con regularidad su propio proceso— se inició a raíz de la invitación a Pat de Maré para que se hiciera cargo de una experiencia de grupo grande durante el Symposium de Pamplona, en 1988. Esta actividad vino precedida por un encuentro en grupo mediano de dos días en el Colegio de Médicos de Barcelona, anunciado como «Con Pat de Maré en el Grupo Grande». Con esta ocasión Plexus Editor(e)s de Gd’AB publicó una edición bilingüe de la Historia del grupo grande de este autor y su biografía, y estableció juntamente con la publicación del folleto «Esquema conceptual, organización, objetivos 48
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y actividades» (1989-1994) su primera web,11 que albergó a las de la SEPTG y la Lifwynn Foundation hasta que cada una de estas instituciones estableció la suya propia.12 Hanne Campos, después de servir tres años como vocal de prensa (1991-1994), fue elegida presidenta de la SEPTG, cargo que mantuvo durante cuatro años (1994-1998). Durante su pertenencia a la junta directiva, aparte del Boletín —concebido como instrumento de comunicación en papel entre symposiums que luego aumentó considerablemente en tamaño y calidad—, publicó dos monográficos sobre comunidades terapéuticas históricas y actuales, invitando a los symposiums a autores de renombre internacional sobre este tema como R. D. Hinshelwood y Stewart Whiteley. Se publicó también otra monografía sobre la ya mencionada «Historia abierta…» presentada en el I Congreso Iberoamericano de Psicodrama en Salamanca; desde ese momento la SEPTG va hermanada con la Sociedad Española de Psicodrama. Otros miembros de Grup d’Anàlisi Barcelona ocuparon cargos directivos en la SEPTG: Mercè Martínez (vocal de prensa [1994-1998] y presidenta [1998-2002]); Pere Mir (vocal de prensa [1998-2004]); Montse Fornós (vocal de formación [1997-2001]) e Isabel Admetlla (secretaria [1995-1997]). En febrero de 1998, Gd’AB recibió un duro golpe: la muerte de Susana Jover tras una penosa enfermedad coincidió con un diagnóstico de cáncer de Juan Campos. En estas circunstancias el grupo colaboró en la edición bilingüe de Una historia de la AIPG: hechos y hallazgos. Juan Campos era desde 1995 Archivero Honorario de esta asociación internacional a la que la SEPTG como organización se afilió en 1986. Institucionalizar la formación en la SEPTG ha sido uno de los temas que más tinta ha hecho correr y más energía ha consumido en juntas directivas, reuniones especiales y symposiums desde la fundación de la FEAP (Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas) en 1992. Ya fue mucho que se aceptaran unos mínimos estándares disciplinares y de experiencia grupal en una de las primeras revisiones de la Constitución. La invitación a formar parte de la FEAP llevó a encontrados debates hasta que definitivamente se renunció a esta posibilidad en 1995. Contrariamente a lo que yo mismo pensaba en 1970, la experiencia de la institucio49
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nalización de la docencia en la Group Analytic Society —con la fundación de su Institute y la posterior organización de distintos institutos y sociedades europeos en EGATIN— me llevó a erigirme en el seno de la SEPTG como un firme opositor a cualquier género de institucionalización o de reconocimiento de la formación impartida privadamente por alguno de sus miembros. En 1998, en Sitges (Barcelona), el symposium anual de la SEPTG estuvo acompañado por primera vez de un symposium virtual. He venido promoviendo también la incorporación de una nueva categoría de socios corresponsales o virtuales que pudieran participar desde el ciberespacio entre un symposium y otro en la elaboración del tema a discutir presencialmente. Ello presentaba dificultades de orden supuestamente legal y de comunicación en trabajo grupal, pero pareció resolverse de manera definitiva al finalizar el Symposium de Mallorca de 2002 mediante la fórmula de aceptar preinscripciones para el siguiente symposium de Sevilla. Se partió para éste con 20 preinscritos a 50 euros cada uno a descontar de la inscripción real, caso de asistir. Los organizadores del Symposium de Sevilla, si bien se beneficiaron de este fondo previo, no ofrecieron el apoyo preciso de Internet para la implantación de un symposium virtual y la Junta decidió para el siguiente, en Allariz, aceptar preinscripciones en el Forum de la Sociedad en Internet sin cobro alguno por el compromiso. No sé si algún día veré la existencia de socios virtuales o corresponsales de la SEPTG que hagan posible la difusión del espíritu de la misma en los países de habla castellana. Entretanto, intento promover la misma idea en la AIPG y en las secciones especiales que yo activé cuando era vicepresidente de aquella asociación. El tema del XXXII Symposium de la SEPTG a celebrar en Valencia en 2005 es «Encuentros y despedidas: el duelo como proceso de cambio». Me parece un contexto adecuado para tratar el tema de lo que pudo haber sido y no fue… y no será en la SEPTG mientras no se suba al carro del ciberespacio. Es posible que para ello organice una mesa redonda o un foro virtual. 3) Como se ha dicho, el coloquio del 9 de diciembre de 1979 de Psicología dinámica grupal nos dio a los autores —Hernán Kesselman, Tato Pavlovsky, Pacho O’Donnell, Pablo Pobla50
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ción, Paco Peñarrubia y yo— la oportunidad de conocernos mutuamente. Por razones que desconozco, a Nicolás Caparrós, fundador de Clínica y análisis grupal no le fue posible asistir. A Nicolás lo conocí más tarde a través de Hernán. Este coloquio merece ser leído in toto,13 pues, aparte de la simpatía personal que se estableció a partir de las consonancias, disonancias y resonancias de nuestros textos, durante los siete años que le quedaban de exilio haría posible una íntima y fecunda cooperación entre mi orientación grupoanalítica foulkesiana y la suya de psicología social pichoniana. Hernán, mientras estuvo en Europa, llevó a cabo una intensa labor docente, continuación de la ya iniciada en Argentina, que culminó con la creación de la Escuela Española de Psicología Social. Intentamos conjuntamente escribir un libro del que no pasamos del prólogo: «Grupo Análisis Operativo: Foulkes-Pichon Rivière, un diálogo pendiente». A tal fin montamos un grupo de trabajo con alumnos que Hernán tenía en Madrid y otras ciudades, así como con miembros de su Escuela de Psicología Social, y celebramos diez jornadas de todo un día durante el curso 1985-1986. Presentamos esta experiencia el primer día del IX Congreso Internacional de la AIPG de Zagreb, en una subplenaria presidida por Fabrizio Napolitani, bajo el título «Desde el psicoanálisis a la psicología social: Grupo Análisis Operativo». A última hora nos enteramos de que no íbamos a disponer de traducción simultánea. Para superar este impedimento recurrimos a una traducción secuencial hecha por distintos grupos que con Elizabeth Foulkes anunciamos advirtiendo: «No hay traducción electrónica, ven con tu propia lengua puesta: ¡traduce el grupo!». Y funcionó. Sólo hablaban en voz alta quienes se dirigían a la subplenaria, mientras que soto voce, en grupos pequeños reunidos por lenguas, siempre había alguien que traducía la lengua hablada. Fue un éxito absoluto, no sólo por el material presentado, sino por la experiencia grupal vivida. Pero esta compte rendu fue nuestra última colaboración en presencia, dado que aquel mismo año terminó con la repatriación de Hernán y su familia a Buenos Aires. Nuestro prólogo al proyectado libro ha sido publicado por Hernán en distintas ocasiones y en lugares diferentes. Lo que fue nuestra cooperación queda bien 51
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descrito en «Crónicas de un psicoargonauta», primer volumen de su libro Psicoterapia operativa, ilustrado en parte con fotos de su esposa Susana.14 No voy a enmendar la plana a Hernán de los siete años de nuestra cooperación durante su exilio en España y menos aún expondré aquí los pensamientos que me evoca. Caí en la tentación, empero, de abrir el archivador de GAO (Grupo Análisis Operativo) desde donde cual caja de Pandora emergen recuerdos placenteros y dolorosos. Decía antes que nunca había tenido afanes fundacionales, si bien Hernán en su libro me desdice cuando afirma que «con Juan fundamos Convergencia Analítica, GAO (Grupo Análisis Operativo) y SEGAO (Sociedad Española de Grupo Análisis Operativo)». Todo ello es cierto, pero no pasaron nunca de ser proyectos. Les dedicamos muchas horas e implicamos a mucha gente, pero ningún grupo llegó a formalizarse legalmente. El relato inédito del encuentro entre miembros de la Group Analytic Society (London) y la Escuela Privada de Psicología Social de Pichon Rivière —presidido por Elizabeth Foulkes y Ana Quiroga durante el Congreso de Copenhague— describe bien las ilusiones que alimentábamos desde un comienzo. Mi afán integrador, sumado a la capacidad de convocatoria de Hernán, líder natural de los «psicoexilados» en Europa, nos llevó a soñar nuevas alternativas de organización social de la profesión. Hernán fue uno de los pocos interlocutores válidos que he encontrado en este país, pero no fuimos sólo unos compinches como dice él, sino que nuestros respectivos plexus, redes familiares, profesionales y de amigos se unieron en un contexto grupal. El hecho de que ambos hubiéramos padecido bajo la dictadura de las asociaciones dependientes de la IPA y nos hubiéramos rebelado nos llevó a buscar alternativas más sanas. Nuestro encuentro a fines de 1979 coincidió por parte mía con las enseñanzas en Bilbao, la vuelta de Hanne terminada su formación en Londres, los dos talleres residenciales intensivos de grupoanálisis en Castelldefels y Cestona y, finalmente, mi papel mediador entre la Universidad del País Vasco y el Institute of Group Analysis de Londres para la formación de personal asistencial de la Diputación de los Servicios Psiquiátricos de Vizcaya. Hernán, por su parte, agrupó a psicólogos sociales argentinos 52
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con ánimo de formar una Escuela Privada de Psicología Social en España, al tiempo que desarrollaba una intensa labor de formación de psicoterapeutas desde su despacho de Madrid y viajando por España y Europa. En este contexto Convergencia Analítica se concibió como un intento de superar diferencias entre psicoanálisis y psicoterapias grupales, y entre distintas orientaciones y metodologías. En una primera fase fue algo muy informal que nos llevó, a fin de evitar la constitución legal de una asociación, a inscribirnos individualmente y afiliarnos como organización a la AIPG. Esto último no fue posible porque sólo se aceptaban grupos legalizados. A partir de 1981 nos constituimos en un grupo pequeño de pares autogestado que se reúne periódicamente en Madrid, Barcelona y Alicante, y que se mantiene unido mediante intercambio de trabajos y correspondencia, e incluso inicia una correspondencia circular. La cosa no era fácil. El Grupo Quipú de Psicoterapia, invitado por Hernán, declinó unirse a Convergencia porque sentía que se encontraban en un periodo histórico diferente al nuestro, aunque sí se brindó a organizar encuentros intergrupales con nosotros como habíamos venido haciendo hasta entonces, sobre todo a través de Clínica y análisis grupal.15 La múltiple pertenencia o asociacionismo profesional de cada uno de los miembros de Convergencia Analítica implicaba problemáticas de pertenencia y liderazgo, que culminaron en unas jornadas que coordinó como «hombre en frontera» Fabrizio Napolitani de Roma. Este grupo es un prolegómeno de Grup d’Anàlisi Barcelona que pusimos en marcha en 1989. Ya expliqué cómo surgió GAO y estuvimos a punto de legalizar una sociedad española de grupo análisis operativo, y quizá lo habríamos hecho de no ser porque Hernán regresó a su país tras el Congreso de la AIPG en Zagreb. En realidad, nuestra cooperación hispanoargentina se movió entre estos dos congresos —Copenhague y Zagreb—; y la pena es que ni Hernán ni yo viajáramos al de México en 1984, con lo cual los proyectos de cooperación a base de talleres en Buenos Aires donde se estudiaría a Foulkes y en España donde buscaríamos las consonancias, disonancias y resonancias entre éste y Pichon, quedaron hueros y no culminaron en los talleres bi o trilingües que deberíamos haber mantenido 53
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antes del congreso. Tampoco las revistas de una y otra institución se utilizaron para este intercambio. Bien pensado, GAO y SEGAO eran consecuencias de aquel deseo primitivo, pero toparon con el obstáculo de que no fuimos capaces de renunciar a nuestras instituciones madre, en mi caso la proyección internacional de la Group Analytic Society (London), en la que, con mi revolución de los overseas members, se desencadenó, primero, un movimiento grupoanalítico europeo y donde, luego, al juzgar con otros colegas italianos y portugueses que el contexto de Londres no era el adecuado a este desarrollo, se activaron las Secciones de Interés Especial de la AIPG con la Red de Grupos de Estudio en Grupo Análisis, que después pasaría a ser la Sección Especial de Grupo Análisis; por parte de Hernán, era la puesta en marcha de la Escuela Española de Psicología Social lo que le impedía dedicar más esfuerzos a GAO. En resumen, cabe definir nuestra cooperación en términos de «un encuentro inesperado y una separación imprevista», y me confirma el eslogan que siempre mantuve de que «una vez emigrado, emigrado para siempre». En mi caso, yo había emigrado sólo tres veces, y la más difícil fue la vuelta a España. No sé cómo habrá sido para él la vuelta a Argentina, pues Hernán se define actualmente como psicoargonauta, yo diría en ejercicio, y su emigración de España todavía no se ha completado. A mí también me costó, como lo prueba el hecho de que a su partida acepté una proposición del Grupo Quipú de Psicoterapia para figurar como presidente fundador de la Sociedad Española para el Desarrollo del Grupo, la Psicoterapia y el Psicoanálisis (SEGPA), fundada en 1988. Seguramente lo que me impulsó a aceptar fue la nostalgia de lo iniciado con Hernán. Me hice la ilusión de que por fin nuestros momentos históricos coincidían, pero me equivocaba. Grupo Quipú nació con una revista bajo el brazo y dedicado a la formación. Al igual que ocurre en otras asociaciones de este tipo, durante los primeros años el grupo puede ir absorbiendo como docentes a muchos de los alumnos que va graduando, pero precisa montar una asociación para acoger a aquellos que gradúa una vez saturada la capacidad de incorporarlos. Eso sucedió incluso con el grupo original de Freud: la Psycho54
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logische Mittwoch-Gesellschaft bei Prof. Freud. Juntos fuimos al Congreso de Amsterdam con una ponencia relacionada con el tema del congreso «El significado actual del grupo: un lugar de encuentro y divergencia» que se trabajó durante todo un año y se presentó en grupo coordinado por Nicolás Caparrós y Hanne Campos, y en el que participó Hernán como hombre en frontera. En aquel entonces, SEGPA se fundó y se consolidó con este tema. Sin embargo, dos años más tarde sería SEGPA conjuntamente con la APAG de Bilbao y otras, las que promovieron la FEAP en España, mientras que otras pocas, como la SEPTG, se opusieron a tal institucionalización de la formación. 4) El hecho de que mi esposa Hanne se formara en Londres durante cuatro años, manteniendo su trabajo profesional durante los fines de semana en Barcelona, incrementó notablemente mi contacto con la Group Analytic Society (London). A su regreso a fines de 1979, en lugar de proceder a fundar una sociedad o instituto grupoanalítico en España, nos dedicamos a contribuir al desarrollo de otras asociaciones grupales. Para los alumnos del Institute of Group Analysis era en aquel entonces obligatorio suscribirse como student members y a precio reducido a la Group Analytic Society. Hacía ya quince años que yo cotizaba en ésta como full member, pese a que se me denominara overseas member. Era bien consciente de que viviendo en el continente no era posible gozar de las mismas ventajas que las de aquellos que vivían en el Reino Unido. Sin embargo, lo que despertó mi atención a la discriminación entonces vigente fue que en mi ejemplar de GAIPAC no figuraba la nota animándome a recordar que «this is your Society». Esto me llevó a escribir una carta a GAIPAC el 10 de junio de 1979. En ella, aparte de cuestionar el futuro de la revista, me preguntaba si no había llegado la hora de poner en marcha la asociación de grupoanalistas que vaticinaba Foulkes al despedirse como director de la misma y proponía la convocatoria de una reunión de overseas and UK members de la Sociedad y de suscriptores durante el Congreso de la AIPG en Copenhague que se avecinaba. Con gran sorpresa mía, Jane Abercrombie, la entonces presidenta, convocó la reunión a la hora del almuerzo. Asistieron más de sesenta personas. Me pidió que ampliara mi 55
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propuesta y la exposición fue tal éxito, o el asunto estaba tan maduro, que desde entonces no he dejado de implicarme en el proceso evolutivo de la Group Analytic Society (London) y la proyección internacional del grupoanálisis. Esto me llevó conceptualmente a liderar el movimiento grupoanalítico europeo y a servir en el comité directivo de la GAS. Cuando constatamos con otros colegas del continente que desde la Group Analytic Society (London) no era posible superar la dominancia londinense en el desarrollo internacional del grupoanálisis, intentamos conseguirlo en el contexto de la AIPG, de la que la GAS (London) es una de las organizaciones afiliadas fundadoras y donde la mayoría de los antiguos overseas members somos miembros individuales. A este propósito se constituyó la ya mencionada Sección de Grupo Análisis de la AIPG, que desde fecha reciente cuenta con un Yahoo-group para comunicarse. La relación de la evolución internacional del grupoanálisis queda reflejada en el texto que escribí cuando la AIPG me nombró su Archivero Honorario,16 a raíz de una entrevista durante el congreso de la AIPG en Buenos Aires que dio pie a que se montara la web () y se pusiera en marcha el Foro de Grupo Analisis en Lengua Castellana de RedIRIS. Siempre que la Group Analytic Society (London) ha entrado en situación de crisis desde entonces, he tomado por modelo la idea de «grupo de papel» para abordar el problema como comunidad. Desde 1993 he ido preparando informes históricos para complementar la colaboración que se me solicitaba en este sentido. El último fue en respuesta al grito de socorro lanzado por la directiva frente a la grave situación que atraviesa la Sociedad debido a la escasez de medios económicos y la disminución acelerada de miembros. En preparación del Special Study Day que precedía a la asamblea general de miembros de 2004, preparamos con Hanne un informe que incluye los acontecimientos relacionados con el debate sobre la internacionalidad de la GAS desde 1982 hasta el presente. El mismo ha sido incluido en la sección «History» de la web de la Group Analytic Society (London) () y en una página de Geocities () donde va junto a la charla que envié y sendos Yahoo-groups desde los que se puede interactuar con el informe y continuar el Foro «On Internationality» que se inició hace dos años en aquella web de la GAS. Esperemos que con la edición de sus Obras Completas en castellano se cumpla el deseo de Foulkes que justificó la traducción del último de sus libros. El Congreso de la AIPG en São Paulo de 2006 será una buena ocasión para reparar la ocasión perdida en Madrid en 1975, es decir, hacer sus libros asequibles a Sudamérica ya que él tenía la impresión de que en su aproximación al grupo, y a pesar de ciertas diferencias, los latinoamericanos iban en su misma dirección. Juan y Hanne Campos, Barcelona, 17 de noviembre de 2004
Notas
1. S. H. Foulkes: «On Group Analysis» en Selected Papers. Psychoanalysis and Group Analysis, Karnac Books, Londres, 1990, pp. 127-137. 2. «La psicoterapia analítica entre nosotros», 1978; «State of Group Analysis in Catalonia and Spain», 1981; «Recuerdos, olvidos, y reminiscencias, o la SEPTG y “sus viejas historias’», en Hanne Campos (ed.): Historia abierta: 25 años de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo, monográfico mayo 1998, pp. 9-49, (noviembre de 2004); Una historia de la AIPG: hechos y hallazgos, edición bilingüe inglésespañol, Plexus Editores, Barcelona, 1998, (noviembre de 2004). Véase asimismo Hanne Campos: «Bilbao 1974-1999: la grupalidad humana a debate», presentación sobre 25 años de historia de la experiencia de Bilbao en relación a la formación y sus instituciones; pendiente de publicación. 3. Véase Juan Campos: «Recuerdos, olvidos…», op. cit., n. 2. 4. Juan Campos , Nicolás Caparrós, Hernán Kesselman, Pacho O’Donnell, Eduardo Pavlovsky, Francisco Peñarrubia y Pablo Población: Psicología dinámica grupal, Fundamentos, Madrid, 1980. 5. Hanne Campos: «Bilbao 1974-1999: la grupalidad humana a debate», op. cit. 6. Juan Campos, Jordi Gol y Jesús Moll: «Características cualitativas de la asistencia médica» en Jesús M. de Miguel (comp.): Planificación y Reforma Sanitaria, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 1978, pp. 49-72 y Juan Campos: «Hacia un modelo de ruptura educativa para una reforma sanitaria» en ibídem, pp. 121-152. Juan Campos: «Hacia una alternativa democrática para la formación de recursos humanos en Salud Mental» en Manuel González de Chávez
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica (coord.): Actas del XV Congreso de la Sociedad Española de Neuropsiquiatría: La Transformación de la Asistencia Psiquiátrica, Mayoría, Madrid, 1980. 7. Integrado por 26 profesionales de distintas disciplinas y procesando 12 experiencias institucionales. Yo fui entonces vocal de la Zona Este de la SEPTG. 8. 1986: Diploma en trabajo grupal y diploma en psicoterapia grupal, tercer ciclo postgrado de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, Universidad de Deusto. 1988: Curso General de Trabajo Grupal, Dir. José Guimón, catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco con Profesorado de Bilbao, Barcelona y Londres; colabora con CITRAN (Hospital de Sant Pablo de Barcelona, Programa docente de la Sociedad Catalana de Psiquiatría, y certifica OMIE. 1989: Master de Postgrado en Psicoterapia de Grupo (Bilbao y Barcelona), Primer nivel: Curso Introductorio al Trabajo Grupal; Segundo nivel: Psicoterapeuta Grupal (2 años), profesorado de Bilbao y Barcelona. 1991: Experto en Trabajo Grupal (1 año) y Master en Psicoterapia Analítica Grupal (2 años), Bilbao y Barcelona, Director José María Ayerra, Director de Uribe Costa, Bilbao. 1996-presente: Master y Experto, se imparten en Bilbao, Barcelona, La Laguna y Ginebra; en Bilbao el programa vuelve a la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación; el profesorado figura no ya según procedencia sino con nombre propio. 9. Véase Boletín Monográfico (época IV, mayo de 1989), compilado y coordinado por Hanne Campos: «Historia abierta… 25 años de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo (SEPTG)», pp. 120 y 121, y en su web (). Una lectura posible de 25 años de historia de la SEPTG por Hanne Campos (14-11- 2004). 10. La SEPTG, geográficamente está organizada por Zonas: Este, Norte, Sur y Centro. 11. 12. Cuyas respectivas URL son: y (14-11-2004) 13. Psicología dinámica grupal, op. cit., pp. 185-256. 14. Juan Campos y Hernán Kesselman: «Desde el psicoanálisis a la psicología social: grupo-análisis-operativo», en Temas de psicología social, 7 (agosto de 1985), 7-15; en Temas grupales por autores argentinos, editado por la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, la Sociedad Argentina de Psicodrama, la Primera Escuela Privada de Psicología Social y el Instituto Máscara, Ediciones Cinco, 1987, pp. 169-175; y apostillado en Psicoterapia Operativa, vol. 1, pp. 240-250. 15. Formaba parte de su consejo editorial desde que, a principios de los años ochenta, a instancias de Hernán, publiqué mi primer trabajo allí: «Leyendo a S. H. Foulkes, con ánimo de entenderlo», Clínica y análisis grupal, 20 (enero-febrero de 1980), 48-55. 16. Juan Campos: Una historia de la AIPG: hechos y hallazgos, edición bilingüe inglés-español, Plexus Editor(e)s, Barcelona, 1998, pp. 259, .
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A mis colaboradores, pasados, presentes y futuros.
No expongo mis enseñanzas a aquellos que no están ansiosos por aprender; no ayudo a nadie que no esté ansioso por explicarse; si después de haberle mostrado una esquina de una cuestión, un hombre no puede proseguir hasta descubrir las otras tres, no repito la lección. Confucio
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Prólogo Considero una responsabilidad, y un notable honor, que se me solicitara redactar un breve prólogo a este libro. Personalmente, me veo en la posición de uno más de los psicoterapeutas para los cuales esta obra ha sido particularmente redactada, y es en buena parte por ello que agradezco esta publicación de las ideas y experiencia del doctor Foulkes. Durante la reciente guerra visité con frecuencia el hospital militar de Northfield, y vi allí suficientes progresos en el trabajo psicoterapéutico para convencerme de que eran provechosos y aptos para seguir desarrollándose en el periodo posterior a la guerra. El trabajo del doctor Foulkes me impresionó y me interesó. Fue particularmente satisfactorio descubrir que el trabajo que se había iniciado en grupos de civiles y grupos mixtos de hombres y mujeres antes de la guerra podía adaptarse de manera tan satisfactoria a las necesidades de los hombres del ejército británico. En cierto modo, el concepto de grupo es muy antiguo. Donde dos o tres personas se reúnen con un propósito ocurre algo; y existen muchos documentos de los efectos de grupos, desde las reuniones de la Iglesia metodista hasta movimientos de grupos más recientes; pero ninguno de ellos ha proporcionado un estudio de la dinámica de grupos. La necesidad nos ha obligado a la idea de experimentar con el tratamiento grupal, y al hacerlo hemos tenido la fortuna de descubrir a un número de personas que por su formación e interés son capaces de este tipo de investigación en la dinámica de 61
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las relaciones grupales y las formas en las que ésta puede aplicarse con fines terapéuticos. Tenemos mucho que avanzar antes de encontrar una solución al problema casi abrumador de proporcionar tratamiento a todos aquellos que están emocionalmente enfermos y precisan ayuda psicológica. Este libro, sin embargo, escrito en un estilo sencillo y legible, bien documentado y eminentemente práctico, sin duda proporcionará estímulo y será una fuente de consulta para muchos otros que, después de la necesaria formación, quieran dedicar sus esfuerzos a este campo en particular. En un momento como el actual, en que nos enfrentamos a la necesidad de disponer de un servicio médico integral para todo el país, resulta particularmente oportuna la publicación de este esmerado manual de grupoanálisis. J. R. Rees, doctor en medicina, Fellow del Real Colegio de Médicos
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pref
Prefacio El grupoanálisis es una forma de psicoterapia en grupos reducidos y también un método para estudiar a los grupos y el comportamiento de los individuos humanos en sus aspectos sociales. Además de un buen número de ventajas prácticas tiene características de valor específico. Es el método de elección para la investigación de muchos problemas y para el tratamiento de muchas alteraciones. El grupoanálisis exige de sus practicantes una experiencia considerable y cualificaciones especiales, pero sus principios y el conocimiento obtenido de la experiencia pueden aplicarse a campos más amplios, como la educación, la industria, las fuerzas armadas y, de hecho, a todas las manifestaciones de la vida. Como yo mismo, en tanto psicoanalista, este tratamiento ha crecido desde una perspectiva psicoanalítica. Sin embargo, el psicoanálisis sigue siendo un tratamiento estrictamente individual, que se produce entre un terapeuta y un único paciente. El grupoanálisis, por tanto, no es un psicoanálisis en grupo o en masa. No es ni un sustituto ni una simple aplicación del psicoanálisis. Las relaciones mutuas entre estas dos disciplinas, su base común así como sus diferencias fundamentales, se han aclarado todo lo posible. Este volumen se centra en el método, hace hincapié en las características especiales de la «situación grupoanalítica» y en el papel del conductor, o líder, en la creación de esta situación. Pretende mostrar lo que el conductor tiene que hacer para conseguir que todos los miembros de su grupo sean participantes activos 63
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
en la solución de sus problemas. Al hacerlo, no es sólo el grupo el que se beneficia, sino que cada individuo puede desarrollar mejor su propia personalidad. Aunque el grupo es el campo de operaciones, el fin último de la terapia es que el individuo alcance un grado óptimo de liberación e integración . En esta obra he tratado de mostrar que el grupoanálisis merece un lugar especial entre las psicoterapias, un lugar que en mi opinión conquistará en un futuro próximo. Espero que este libro sea una contribución al grupoanálisis, de manera que esta disciplina se vea digna de esta posición cuando llegue el momento. Londres, 6 de enero de 1948
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Agradecimientos He transmitido mi agradecimiento a mis colegas del ejército en el texto. Quiero expresar aquí mi sincera gratitud a aquellas personas que han colaborado conmigo desde el final de la guerra. Mis colegas practican la terapia de grupo en varios hospitales y en otros lugares, en los cuales la mayoría de ellos han introducido esta forma de tratamiento; una tarea ardua. Debo contenerme de mencionarlos individualmente por sus nombres debido a las siguientes razones: aunque su preferencia está en el enfoque grupoanalítico, y en consecuencia su trabajo se orienta en esta dirección, sería prematuro comprometerlos con las opiniones expresadas en este libro, de las cuales asumo la completa responsabilidad. Además, hemos estado trabajando como grupo, y me resultaría difícil e injusto señalar algunas contribuciones individuales. Como grupo, sin embargo, han participado en gran medida de manera implícita, probablemente más de lo que estarían dispuestos a admitir. Muchas de las formulaciones más esenciales han emergido como resultado de nuestras animadas discusiones y de las interesantes observaciones clínicas y problemas técnicos que surgieron. Como prueba de mi gratitud, este libro está dedicado a ellos. El doctor Martin James pertenece a las dos categorías mencionadas. Fue uno de los primeros en interesarse en este trabajo ya en Northfield y al volver a la vida civil ha mantenido siempre una estrecha colaboración conmigo. Ha introducido el tratamiento grupoanalítico en el hospital Middlesex de Londres y 65
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de este modo ha abierto un campo de experiencia independiente en este método. Él ha colaborado activamente en la redacción de este libro, por lo que deseo expresar aquí mi especial gratitud. Ha contribuido con varios ejemplos clínicos y me ha ayudado en la clarificación de las formulaciones. Además de su parte en el contenido del libro, no ha ahorrado tiempo ni esfuerzos en ofrecer la más valiosa asistencia en un buen número de detalles y en cuestiones prácticas.
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1 Introducción general El individuo como un todo en una situación total La vida es un todo complejo. Sólo de un modo artificial puede ser separada en partes, analizada. Este aislamiento se hace preciso cuando queremos determinar qué conjunto particular de fuerzas contribuye al fenómeno total o, para expresarlo con mayor exactitud, cómo el todo se ve afectado por la ausencia de una cualquiera de las partes o por su funcionamiento alterado. Este hecho tiene una importancia inmediata en el tratamiento de las alteraciones, por ejemplo, en el campo de la medicina, con las así llamadas enfermedades. La enfermedad ha sido definida como la vida en condiciones alteradas. El organismo sano funciona como un todo y puede ser descrito como un sistema en equilibrio dinámico. El término «dinámico» indica que no está nunca en un estado de reposo, sino que de manera constante debe ajustarse activamente a las siempre cambiantes circunstancias, entorno y condiciones en las que vive. Semejante adaptación, sin embargo, no se produce de un modo mecánico, siguiendo tan sólo principios físicos o químicos. Siempre existe la presencia de un elemento creativo, incluso en las formas de adaptación más simples. El organismo actúa como si conociera su objetivo y dispusiera de la posibilidad de elegir los medios para conseguirlo; de hecho escoge los medios que mejor se aplican al conjunto de circunstancias imperantes, internas o externas. Para expresar que 67
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somos conscientes de ello y que necesitamos tener en cuenta todos estos factores para describir y entender lo que ha ocurrido, hablamos de «situación total». En los niveles más altos, la actividad creativa parece un ingrediente indefectible, el sello distintivo de una vida sana. El equilibrio dinámico significa, pues, el mantenimiento activo y creativo de un buen equilibrio. Desde el punto de vista de la persona, este estado se traduce en sentirse bien, sano, feliz y satisfecho. Los trastornos se deben a alteraciones en el equilibrio de la situación total. Sin embargo, ni podemos ni debemos considerar al mismo tiempo todos los factores que intervienen en ella. Algunos factores influyen más que el resto en una alteración y debemos considerarlos de un modo especial. Todo depende de si podemos encontrar la mejor perspectiva, el punto de vista más adecuado para abordar una alteración. Esto implica que nos concentremos en el sector correcto y que examinemos la porción correcta. Algunas veces se ve mejor al microscopio y otras a simple vista. Si ya conocemos el problema resulta bastante sencillo. En cambio, si lo desconocemos no podremos desentrañarlo si antes no damos con el enfoque adecuado, no podremos conocer las respuestas si no formulamos las preguntas pertinentes. Pero lo peor de todo es no conocer y creer que sí conocemos. Entonces nos veremos irremisiblemente anclados a un enfoque inapropiado, perdidos en un laberinto de seudoproblemas y seudosoluciones sustentadas en un sinfín de teorías. En tal caso es preferible separarse y mirar a simple vista, sin lente alguna, a la totalidad de la situación, con una mente aplicada en la observación y lo más libre de prejuicios posible. Pongamos un ejemplo: supongamos que un hombre carece de vitamina X. ¿Con qué nos encontramos? El paciente presenta un complejo cuadro de alteraciones, que en los primeros estadios probablemente sólo es perceptible en el plano mental, y por otro lado notamos la ausencia de un mínimo ingrediente alimentario. Si el trastorno nos es conocido, y estamos bien preparados, deberíamos ser capaces de diagnosticarlo a partir simplemente de la naturaleza de las quejas del paciente y las alteraciones mentales. Sin embargo, ningún examen del paciente, por más concienzu68
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do o sutil que sea, podría haber conducido al descubrimiento del factor específico —y aquí uno casi podría decir la «causa»—, cuando las vitaminas eran desconocidas. ¿Qué abstracciones fueron necesarias y adecuadas para la solución de este problema? a) Separamos a la persona del mundo que la rodeaba, realizamos una escisión entre lo «interno» y lo «externo». b) Utilizamos el método científico aislacionista, tan característico del siglo XIX, sin el cual las vitaminas nunca se habrían descubierto. c) Separamos lo físico de lo mental. d) Aplicamos al problema las categorías de causa y efecto De este modo descubrimos que: un factor externo material (la ausencia de vitamina X) causa una alteración psicológica. Esto encaja perfectamente en el esquema clásico de la medicina científica: Examen – Diagnóstico – Tratamiento Resulta obvio que en este caso el tratamiento consiste en la administración de la vitamina carenciada y es, por consiguiente, causal, no sintomático y —si todo va bien— curativo. Un tratamiento sintomático habría sido la prescripción de analgésicos para aliviar el dolor de cabeza. Tal tratamiento se habría revelado inapropiado y, a la luz de un mejor conocimiento, errado. Nuestras abstracciones frente a este problema fueron adecuadas y correctas. Éste es el tipo de alteración donde las clásicas abstracciones científicas encuentran su máximo apogeo. El problema surge cuando se aplican como principio a todas las «enfermedades», donde resultan inadecuadas y fuera de lugar y donde se precisa un conjunto de abstracciones y un punto de vista muy diferentes. El desarrollo integral de la medicina y de otras disciplinas similares en el último medio siglo se basa, en pocas palabras, en la gradual comprensión del hecho de que este esquema no es suficiente en la gran mayoría de las alteraciones y que —para tratarlas como merecen— uno tiene que considerar la personalidad completa y su situación vital pasada y presente. Esto sólo 69
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puede llevarse a cabo en términos de psicología. El mirador ideal para la observación de una persona como conjunto es su propia mente. Veamos qué clase de «caso» pone a la gente a pensar en esta línea, tomando todavía un ejemplo, esquemático y muy simplificado, muy del extremo de la escala, aun así lo bastante cerca de una esfera donde las categorías clásicas podrían operar. Un hombre sufre una úlcera duodenal. Una enfermedad clara y bien conocida, o al menos un síndrome. Los dolores y las quejas son típicas, pueden deducirse de una exploración física y para coronar todo esto los signos pueden verse claramente con rayos X. Aquí está. El diagnóstico es claro. Pero ¿cuál es la causa? Determinada configuración anatómica del estómago. Sí, existe un mayor número de personas con esta configuración entre los pacientes con úlcera que la media estadística. Sin embargo, en modo alguno todos ellos desarrollan una úlcera y la mayoría de quienes la desarrollan no tienen esa configuración. Ésa no puede ser la causa; puede ser un factor concurrente. ¿Hiperacidez? El mismo argumento y, además, ¿por qué surge la hiperacidez? Otras causas: hipermotilidad, dieta irregular y —entra la psicología— preocupaciones, ansiedades, tensiones mentales, sobrecarga de trabajo, etc. Un conjunto de causas, coadyuvantes, parecen encajar en un nuevo esquema: constitución, predisposición e influencias externas accidentales desfavorables. Sin embargo, la psicología es un invitado incómodo, que una vez que se le ha permitido la entrada utiliza los codos, planteando preguntas con grosería y sin encajar en absoluto en las normas de educación médica. Y lo peor todavía está por llegar, porque todavía no hemos hablado del psicoanálisis. ¿Qué hay, plantea por ejemplo, de las preocupaciones y ansiedades? Ustedes las llaman «externas», pero yo puedo mostrarles que son muy «internas», puedo mostrarles que esa persona no se habría preocupado en absoluto por su, digamos, mala racha económica de no haber sido por su personalidad tomada en su conjunto. Puedo mostrarles que esta personalidad en particular es el resultado de sus experiencias tempranas, puedo mostrarles detalladamente que las preocupaciones de las que habla son sólo una pantalla, una pista falsa, que encubre anhelos y temores apasiona70
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dos enterrados profundamente, enterrados quizá desde sus primeros años de vida. No obstante, él mismo cree en sus preocupaciones actuales y permanece inconsciente de la batalla que se libra en su mente, aun cuando puedo mostrarles los vínculos más precisos y detallados entre ellas y su mente inconsciente, y también cómo y por qué ésta tiene que disfrazarse hasta casi no ser reconocida. Además, puedo casi —no del todo— seguir los vínculos entre estas luchas inconscientes y el estómago. De algún modo estoy más cerca del estómago desde «dentro» que ustedes con sus rayos X y microscopios. Ya basta, dice el doctor, esto ha ido demasiado lejos. ¿Me está diciendo que puede averiguar qué hay en la mente de una persona, cuando ni siquiera él lo sabe? ¡Esto es un absurdo, una fantasía, una especulación! Precisamente, dice el analista, pero el absurdo y la fantasía están en la mente del paciente, y con mucha tensión y de un modo muy real, y no en la mía. Gracias a los descubrimientos del profesor Freud, dispongo de un método de acceso a la mente inconsciente, de manera que es el propio paciente quien puede descubrirlo todo con mi ayuda, y existe una amplia base de conocimientos en la actualidad para hacerlo todo inteligible. Sin embargo, se trata de una tarea prolongada, de una historia larga, y no podemos meternos con eso ahora. Pero le diré algo más: usted piensa en la constitución como algo orgánico, pero estudios sistemáticos de observadores cualificados llevados a cabo en Chicago revelan que las personas que desarrollan úlceras pertenecen a un tipo de personalidad concreto y bien definido. De cualquier manera, visto desde este ángulo, la úlcera en sí misma es sólo algo secundario, un incidente, por así llamarlo, en una larga cadena de hechos. Si le pregunto, por ejemplo, por qué este paciente desarrolla una úlcera precisamente ahora, no podría darme una respuesta, en cambio, es posible que si yo lo analizo sí pueda darla. Por cierto, ¿qué hay del tratamiento y la cura? En un buen número de personas esta afección no se cura siguiendo el régimen de dietas habitual, y la razón es que el conflicto subyacente no ha sido resuelto. ¿Me está diciendo que todas las úlceras gástricas, o de hecho todos los pacientes, deberían analizarse? No, pero no podemos abordar este tema ahora. 71
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Al menos fue tranquilizador para el médico que su colega no hubiera perdido por completo el juicio y el sentido común. Pero se quedó con la inquietud. Había advertido a menudo que algunas personas con la «misma afección» se recuperaban bien, mientras que otras iban de mal en peor con el «mismo tratamiento» e incluso morían. Nunca se le había ocurrido que las razones «psicológicas» pudieran ser responsables de esto: tenía que haber algo de verdad en estas ideas del analista, por más increíbles que sonaran. ¿Acaso deberían los artistas y los escritores saber más que los hombres de ciencia? Recordó que había leído La montaña mágica y Los Buddenbrook, de Thomas Mann. El escritor alemán había presentado la crisis de escarlatina de Hanno Buddenbrook —cuando éste murió— como una profunda decisión interna entre el deseo de vivir y el de morir... Quizá podría haber algo en eso... Abandonaremos este debate imaginario entre los doctores de lo físico y lo mental, aunque hay que señalar que éste era un médico inusualmente bueno, no un ejemplo de la respuesta más común. ¿Qué tiene que ver todo esto con el grupoanálisis? Pronto quedará explicado. El problema.— Habrá quedado claro que nuestro esquema clásico ya no es aplicable en el mismo grado. En el caso de una infección, la causa está nítidamente definida: un bacilo. Sin él y sin la respuesta característica del organismo, la afección no podría desarrollarse de esta forma particular. Pero esto apenas nos aclara el significado real del suceso para la vida del paciente y su influencia en el futuro. A primera vista, un accidente sólo parece cuestión de un coche y los huesos de un paciente: asunto de cirujano. Pero se ha demostrado que un atropello puede distar mucho de ser un hecho accidental. Existe una gama completa: desde la persona que se suicida de este modo de forma deliberada, hasta aquellos, muy superiores en número, a quienes les sucede mientras son completamente inconscientes de las oscuras fuerzas interiores que los empujan a una catástrofe semejante desde un conflicto irresolu72
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ble, desesperado y profundo; y finalmente aquellos que sienten impulsos extraños, aterrorizadores y fugaces de lanzarse bajo las ruedas de un tren, impulsos que les intrigan y les desconciertan. Hay personas que nunca sufren un accidente, otras en cambio, sufren uno detrás de otro, muchos en el curso de su vida. Estos últimos han mostrado pertenecer a un tipo de personalidad reconocible.1 Son «propensos a los accidentes» y se ven involucrados en un número mucho mayor de «accidentes» que la media estadística. No tienen ninguna intención consciente de hacer eso. ¿Acaso no lo sabemos todos nosotros y lo expresamos en un sinfín de supersticiones? Los médicos inteligentes siempre lo supieron. Hay que tratar al paciente y no la enfermedad, dicen. Pero la llegada de la moderna medicina científica ha complicado cada vez más mantener este principio. Cuanto más conoce uno los detalles, más pierde la visión de conjunto. Ahora, bajo el impacto de la moderna psiquiatría científica, esto se está redescubriendo. En cierto modo, la vieja idea precientífica de que la gente enferma porque ha sido víctima de espíritus malignos y fantasmas, porque ha quedado obsesionada o invadida por ellos, no estaba tan lejos de la verdad. La llamada gente primitiva, que aún no era capaz de un pensamiento disciplinado racionalmente, culpaba de estos sucesos a la transgresión de tabúes o a la ira y venganza de antepasados inquietos. ¡Menudo dilema! ¿Es éste el final de la medicina científica? ¿O simplemente se trata del vaivén del péndulo? Ni una cosa ni otra. Y es aquí donde el psicoanálisis acude a llenar el hueco. El psicoanálisis ha mostrado que aunque no es posible pasar por alto la verdad presente en estas creencias primitivas, ni la extensión y el poder de la mente, cabe admitirlas sin abandonar los fundamentos y principios de la ciencia. El psicoanálisis ha proporcionado la llave que abre esta esfera a la investigación científica y, a través de esta investigación, la hace más inteligible. Lo ha hecho así en primer lugar en alteraciones que son abiertamente psicológicas o con síntomas físicos a los cuales los médicos no encuentran causa con base puramente física, las llamadas psiconeurosis. 1. Flanders-Dunbar: Psychosomatic Diagnosis.
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La llave del psicoanálisis.— Las contribuciones aportadas por el psicoanálisis han inaugurado una época en la comprensión de la mente humana. Hará falta otro medio siglo para que el impulso de su impacto alcance su punto culminante. Estamos siendo testigos del inicio de este proceso; aquí, estas contribuciones deben resumirse en unas pocas afirmaciones. La personalidad total y la situación total en su interacción no podían ser abordadas desde el privilegiado punto de vista de la psicología mientras ésta dependiera de la introspección por un lado y de la experimentación por el otro. No existía una psicología que considerara la vida cotidiana y su significado para el individuo en los planos emocional e instintivo, al menos científicamente. Sólo los grandes filósofos y verdaderos artistas fueron capaces de aportar sus contribuciones. La psicología como ciencia natural, basada en la biología, no existía con anterioridad a Freud. El psicoanálisis abrió este territorio al desarrollar tres herramientas fundamentales: 1) Un método de investigación llamado asociación libre. Se invita al analizante a relacionar todo lo que se le ocurre, resistiendo el impulso de llevar a cabo una elección. 2) Un modo de comprender el significado completo e inconsciente de los pensamientos, motivos y acciones conscientes, así como las relaciones entre las dos esferas de la mente. El psicoanálisis deja claro cómo y por qué las motivaciones más poderosas de un comportamiento humano quedan a menudo ocultas, excluidas de la consciencia de la persona, reprimidas. Más aun: están sometidas a un aluvión de transformaciones y distorsiones —como simbolizaciones, sublimaciones, sustituciones, desplazamientos, perversiones, condensaciones y otros mecanismos de defensa— antes de ser admitidas por la consciencia de la propia identidad. La gramática de todo esto, una suerte de código de desciframiento, está contenida en La interpretación de los sueños, de Freud. 3) El psicoanálisis creó una situación nueva, la situación analítica, entre el analista y el analizante. La esencia de esta situación radica en el hecho de que es una situación de transferencia. El analizante tiende a revivir todas sus relaciones anteriores con otras personas, que continúan activas en su mente porque no 74
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han llegado a una conclusión satisfactoria. Al hacerlo imbuye al analista de todas las características de sus imágenes mentales, le asigna los roles de las personas más importantes de su vida anterior, remontándose hasta su infancia. Se ponen en juego su amor y odio más apasionados, su más aguda ansiedad y pánico, los remordimientos y culpas más desesperados. ¡Si el analista lo permite, claro está! Si el analista interpreta las reacciones del paciente como las de una persona real en la realidad presente, un doctor en una consulta, forzará al analizante a regresar a su vez al presente y abandonar la transferencia. Sin embargo, el analista no desea interferir en este proceso de transferencia. Sabe que su paciente experimenta y comunica sus conflictos más vitales e inconscientes por medio de la repetición. De hecho, no existe otro modo de expresar estos conflictos. No sólo han sido olvidados, sino que no pueden ser rememorados de un modo directo, porque nunca han sido experimentados en un lenguaje articulado. El analista, por consiguiente, permite que el paciente lo utilice para maniobrar exactamente como dicta su propia mente inconsciente. Aquí es donde concluye la posibilidad de un autoanálisis y la situación social, la otra persona, se convierte en indispensable. Si el analista estuviera, él mismo, atormentado por los conflictos o cargado de angustia por sus reacciones instintivas primitivas se vería forzado a mantenerse alejado de esta esfera y a levantar una resistencia propia, aunque inconsciente, contra las reacciones de transferencia del paciente. En el lenguaje técnico actual esto implica que el analista deber haber efectuado un concienzudo análisis de su propia persona. La transferencia, que se erige en piedra angular del procedimiento psicoanalítico, sólo puede experimentarse y explorarse completamente en la situación analítica. El psicoanálisis es un procedimiento terapéutico, que no sólo consiste en la repetición de la transferencia. El analista hace ambas cosas: permite que el paciente experimente una regresión hasta donde él quiera para conocer de él lo que él quiere, pero también lo lleva al plano del presente, representa para él la realidad presente y madura. El arte del analista, su buena técnica dicho de otro modo, consiste en satisfacer ambas partes en la proporción adecuada y en el momento adecuado. De este modo, permite al analizante vincular 75
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su vida pasada con su presente, actualizar sus conflictos, por así decirlo, y conseguir una mejor integración. Ningún analista puede trabajar sin estas tres herramientas, que hemos destacado: asociación libre, conocimiento del inconsciente y análisis de la situación de transferencia. Esta última, sin embargo, ha cobrado cada vez mayor importancia. Hay que mencionar que en su forma pura sólo puede experimentarse en una situación social muy íntima —una intimidad sin precedentes ni paralelismos— entre dos personas. También es preciso señalar que esta situación únicamente puede establecerse en circunstancias excepcionales, porque las condiciones previas por parte tanto del analista como del paciente dependen de factores muy selectivos. Además, se trata de un proceso que consume mucho tiempo, y precisa de sesiones diarias durante varios años. Con estas herramientas, el psicoanálisis ha permitido, como decíamos antes, abrir la personalidad total y la situación total para operar en ellas. De hecho, revela que la personalidad y la situación presentes, incluso en su totalidad, son inseparables del pasado —el del individuo y el de la raza— y del futuro. El psicoanálisis ha enfatizado la importancia inesperada de la vida sexual, el reciente descubrimiento de su preexistencia en la vida infantil, y el significado crucial del complejo de Edipo. Ha establecido más allá de toda duda la naturaleza formativa de las experiencias de la primera infancia, no sólo para la vida posterior y sus conflictos, sino también para la génesis del yo de la persona y del carácter mismo. A través del concepto de conflicto de importancia patogénica primordial, el conflicto, esto es, entre el instinto impulsivo innato y la autoridad restrictiva y limitadora de la realidad, ha tenido en cuenta la naturaleza básica del hombre como animal social. Además, la topografía mental ha evolucionado mediante el psicoanálisis, y asignando ciertas funciones de la mente al «ello», el «yo» y el «superyó» ha hecho justicia, en teoría, al hecho de que el mundo «externo» se internaliza, de que el mundo de la dinámica interior del hombre constituye un reflejo microcósmico del mundo completo, o al menos de su mundo completo. De hecho, ha permitido que la naturaleza social del hombre se represente en su estructura más íntima. 76
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Explícitamente, sin embargo, el psicoanálisis no ha concedido por el momento a esta faceta social la misma importancia básica que al aspecto instintivo. Para Freud, y para la mayoría de los analistas actuales, la naturaleza social del hombre es un derivado del amor sexual, o una formación de reacción a los impulsos destructivos incompatibles. El niño es pensado como un ser solipsístico, que sólo conoce las urgencias propias de su instinto, y que sólo aprende del mundo «exterior» mediante un doloroso método de ensayo y error. Esto es completamente cierto desde el punto de vista propio del niño —y no sólo del niño, sino de cualquier individuo—, pero resulta erróneo en cuanto queremos construir el «mundo» y la «sociedad», o incluso la familia, desde la suma de complejidades tan intrincadas de interacciones de «individuos». Se trata del mismo error que considerar el todo como la suma de las partes. Desde un punto de vista maduro y científico, lo opuesto es verdad: cada individuo —en sí una abstracción, artificial aunque plausible— está básica y centralmente determinado, inevitablemente, por el mundo en el que vive, por la comunidad, por el grupo del cual forma parte. El progreso en todas las ciencias durante las últimas décadas ha conducido a la misma conclusión independiente y a la vez coordinada: que las viejas yuxtaposiciones de un mundo interior y exterior, constitución y entorno, individuo y sociedad, fantasía y realidad, cuerpo y mente son insostenibles. No pueden en ninguna fase ser separadas, salvo mediante un aislamiento artificial. Sin duda, los propios conceptos de Freud fueron determinados en este sentido por su época, y si hubiera vivido cincuenta años después habría sido uno de los primeros en corregirlos. Él nos dio, de hecho, pruebas suficientes para suponerlo. El reconocimiento de la importancia básica de la sociedad Existen, no obstante, cada vez más pruebas de que con el paso del tiempo la naturaleza básica de las influencias sociales es apreciada en mayor medida por los propios psicoanalistas. Erik Homburger Erikson, por ejemplo, ha realizado recientemente una notable contribución en este sentido, de importancia tanto para el 77
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psicoanálisis como para el grupoanálisis. Erikson sostiene que el cambio histórico «en la forma de los modelos sociales contemporáneos, de prototipos convincentes del bien y el mal [...] adquiere [...] una concreción decisiva en el desarrollo de cada yo individual [...] El niño que crece debe obtener un sentido vitalizante de realidad a partir de la consciencia de que su forma individual de llegar a dominar la experiencia (su síntesis de yo) es una variante exitosa de una identidad grupal, y está de acuerdo con su plan de espacio-tiempo y de vida. Un niño que acaba de aprender a caminar no sólo parece motivado a repetir y perfeccionar el acto de caminar por placer libidinal en el sentido del erotismo locomotor de Freud, o por la necesidad de dominio en el sentido del principio de Ives Hendrick, sino que también toma conciencia de su nuevo estatus de “él, que puede caminar”, con la connotación que esto pueda tener en las coordenadas de su plan de vida cultural, sean éstas “él, que irá lejos” o “él, que estará erguido” o “él, que podría ir demasiado lejos” [...] La identidad del yo, pues, en este aspecto subjetivo, es la consciencia de que existe una vergüenza de sí mismo y una continuidad de los métodos sintetizadores del yo y que estos métodos son eficaces en la salvaguarda de la vergüenza y la continuidad del significado de uno para otros».2 El interesante estudio de Erik Homburger Erikson arroja luz concluyente sobre las relaciones entre la identidad del grupo y la identidad del yo, la patología del yo y el cambio histórico y la patología social perniciosa para el yo. No podemos pretender aquí presentar un relato abreviado de sus observaciones, que son relevantes en su totalidad y deben ser leídas en el original. Resulta gratificante que las connotaciones históricas de los conceptos psicoanalíticos —a los cuales él dedica un capítulo— sean ahora vistos en perspectiva por parte del propio psicoanálisis. Mientras que ciertos estereotipos, porque comparten una tendencia económica conservadora, permanecen sorprendentemente constantes, otros pierden o cambian por completo sus 2. Véase Erik Homburger Erikson: «Ego Development and Historical Change», The Psychoanalytic Study of the Child, 2 (1946).
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Introducción general connotaciones originales al cruzar las fronteras de los lenguajes, las naciones y los continentes. Existió una era posromántica en Europa, cuando cualquier cosa, al ser trazada hasta su origen en un Trieb, se convirtió, de hecho, en caballeresca, si no deificada; mientras que en la actualidad, y en especial en este país, lo que es llamado instintivo adquiere de ese modo una especie de valor de alteración irreversible. Los instintos exigen ahora un «ajuste» donde antes pugnaban por sublimarse en un plano «superior». El estudio de las connotaciones históricas de los conceptos psicoanalíticos básicos a escala internacional sería una tarea fascinante. En psicopatología observamos y estudiamos la aparente autonomía de uno de estos procesos cuando éste recibe un énfasis excesivo a causa de la pérdida de regulación mutua y equilibrio general. De este modo, el psicoanálisis ha estudiado en primer lugar (en la medida en que puede aislarse) la esclavización del hombre por el ello, esto es, por las excesivas demandas en el yo y la sociedad de organismos frustrados, alterados en la economía interna de su ciclo vital. A continuación el foco de estudio se movió hacia la esclavización del hombre por los esfuerzos de un yo (y un superyó) aparentemente autónomo: mecanismos de defensa que reducen y distorsionan el poder del yo de experimentar y planificar más allá del límite de lo que es factible y tolerable en el organismo individual y en la organización social. El psicoanálisis completa su estudio básico de la neurosis investigando más explícitamente la esclavización del hombre por las circunstancias históricas que reclaman autonomía por precedente y explotan mecanismos arcaicos en su interior para negarle la salud y la fuerza del yo. Sólo la reinterpretación de nuestra experiencia clínica sobre la base de estas tres facetas de la investigación nos permitirá realizar una contribución esencial a la educación infantil en un mundo industrial.
Por último, cito la formulación de Erik Homburger Erikson del objetivo del tratamiento psicoanalítico, que es idéntico al del grupoanálisis. El grupoanálisis, si se orienta en las líneas que esta obra trata de trazar, es, de hecho, el instrumento elegido para la 79
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investigación de la «identidad del yo del individuo en relación con los cambios históricos que dominaron su entorno infantil» y para la liberación del individuo, a fin de que éste pueda reemplazar la dominación ciega por la libre aceptación de la necesidad social. El objetivo del tratamiento psicoanalítico ha sido definido como el incremento simultáneo en la movilidad del ello, en la tolerancia del superyó y en el poder sintetizador del yo. Al último punto añadimos la sugerencia de que el análisis del yo debería incluir el de la identidad del yo del individuo en relación con los cambios históricos que dominaron su entorno infantil. Para que el individuo domine a su neurosis hay que empezar por ponerle en posición de aceptar la necesidad histórica que lo hizo lo que es. El individuo se siente libre cuando puede elegir identificarse con su propia identidad del yo y cuando aprende a aplicar aquello que le es dado con aquello que debe hacer.
Este enfoque es el que tenía en mente cuando lo formulé, hace diez años, de este modo:3 Al contrario de lo que quizá podríamos esperar, existe una severidad y especificidad de estas restricciones sociales cada vez mayor. Las razones para ello serán tratadas en un segundo volumen de esta obra. Obviamente hay que localizarlas en la siempre creciente dificultad y complejidad de la vida social. No pueden ser de naturaleza fundamentalmente psicológica, porque eso significaría que existe en la propia psique una tendencia inherente en una dirección definida, suposición que nosotros, como estudiosos de las ciencias naturales, no vemos justificada. Por el contrario, lo que forma el contenido y objeto de nuestra vida mental (y, para el caso, de la psicología) es forzosamente el hecho de ser constantemente modificados por estas circunstancias «externas». Esta afirmación podría sorprender e inclu3. En mi reseña de Norbert Elias: Uber den Prozess der Zivilisation, Academia Verlag, Praga, 1937, en The International Journal of Psycho-Analysis, 19, parte 2 (1938).
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Introducción general so escandalizar a los psicoanalistas por un momento, hasta que comprendieran que el psicoanálisis mantiene por sí solo la posición clave para el entendimiento científico de este proceso (posición que otorgan y reconocen plenamente a los psicoanalistas algunos sociólogos modernos como Elias): concretamente al mostrar cómo las restricciones exigidas por la sociedad se comunican al niño en edad de crecimiento hasta que se convierten en una segunda naturaleza, y por qué y en qué forma las prohibiciones acumuladas en la historia se transfieren a cada nueva generación. [...] Todo esto, debe remarcarse, puede ser expresado como algo sucedido en tiempos históricos, y no hay necesidad de saltar de inmediato a supuestos hipotéticos de la vida prehistórica. En resumen, este material es pertinente para nosotros como contribución a la comprensión histórica de la formación del yo y del superyó. [...] El psicoanálisis ha tratado hasta la fecha de buscar las fuentes de la fundamental formación del superyó en la especie humana, básicamente en dos direcciones: en primer lugar, la filogenética, como una precipitación de la prehistoria (complejo de Edipo); en segundo lugar, la psicogenética, como un resultado de la historia del individuo (en especial en el Reino Unido). Además de estas dos maneras de abordar la cuestión, parece que tenemos un acceso gradual a material que abre una tercera vía, y quizá no de menor importancia, la vía sociogenética (histórica). No es preciso señalar que ninguno de estos tres enfoques reemplaza a los otros, sino que sólo los complementa, y tampoco existe una frontera absoluta entre ellos, sino que están constantemente conectados y en estado de interacción. De hecho, confluyen en el campo del psicoanálisis, con su perspectiva de autoridad sobre todas las esferas del cuerpo y la mente. El psicoanálisis es indispensable como vínculo entre ellos, pero esta posición nuestra, que con razón valoramos tanto, trae consigo la obligación para el analista de al menos conocer qué se oculta tras las puertas que él podría ayudar a abrir.
Desarrollé más el tema, las implicaciones de los estudios sociohistóricos y los conceptos de psicología individual de Elias 81
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en una crítica del segundo volumen de la misma obra (1940). Esclarecí que la psicología del individuo es comparable a la anatomía y la patología microscópicas: el microcosmos del individuo repitiendo y reflejando los cambios microscópicos de la sociedad de la que forma parte. El individuo no sólo depende de las circunstancias materiales, por ejemplo económicas o climáticas, del mundo que le rodea y de la comunidad —el grupo en el que vive, cuyas demandas le son transmitidas por los padres o figuras parentales—, sino que queda, literalmente, impregnado de ellas. Forma parte de una red social, es un simple nodo de esta red, y sólo artificialmente puede ser considerado de manera aislada, como un pez fuera del agua. El concepto de «átomo social» de Moreno —el individuo más sus ramificaciones sociales inmediatas como unidad elemental—, aunque se aproxima a esta verdad, continúa atascado a medio camino, por cuanto sigue construyendo la estructura social a partir de estos átomos sociales. Además de estas ramificaciones horizontales, el individuo tiene, en un plano actual, un tronco vertical que representa las características heredadas de la raza y las especies, su herencia biológica, que desarrolla en espacio y tiempo a lo largo de su «vida». Los conceptos dinámicos psicoanalíticos de las demandas del «ello», el «superyó» y la «realidad», a los que se halla expuesto nuestro «yo» y de acuerdo a los cuales se forma y se recrea de un modo constante, constituye el único marco adecuado que nos permite hacer justicia a todas esas complejidades y aún así comprender al individuo como un todo en una situación total. Debemos, no obstante, percibir y evaluar la situación analítica, incluidos todos sus componentes «inconscientes», como determinada por la situación vital total del paciente, y no, a la inversa, ver la «vida» y la «realidad» meramente como proyección, pantalla y reflector de sus «fantasías inconscientes», las cuales se producen, de hecho, al mismo tiempo. La verdad es que ambas no pueden ser separadas nunca. Natur ist weder Kern noch Schale —alles ist sie mit einem Male (Goethe).* Esto presenta una importancia esen*. La naturaleza no está en la piel ni en la semilla, está en todo al mismo tiempo. (N. del T.)
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cial inmediata, tanto teórica como práctica. Éste es el lugar de reconocer con gratitud la claridad en la comprensión de estas relaciones que yo debo particularmente a la obra y los planteamientos de Norbert Elias, y quizá más todavía a las múltiples discusiones amistosas que mantuvimos en torno a estos temas antes de la guerra, las cuales, me alegra decirlo, hemos reanudado ahora. Estas observaciones se han recordado aquí por dos motivos. En primer lugar, porque representan una de las principales formas de abordar la orientación correcta en psicología grupal; y, por cierto, pensar en lo dicho en estas líneas me condujo casi de forma natural hacia el grupoanálisis. En segundo lugar, y más importante, debería quedar claro a partir de estas consideraciones que el aspecto social del comportamiento humano es básico y central, y no algo de naturaleza periférica, y comparativamente superficial, ni una influencia «externa» condicionante, adicional y de última hora. De hecho, el grupo familiar y su influencia se precipita en la parte más íntima de la mente humana, incorporada en el yo y el superyó del niño, formando su núcleo mismo. El estudio del grupo La situación grupal —un conjunto de seres humanos en un entorno social— es el mejor lugar para estudiar el grupo, así como al individuo en sus aspectos sociales, en vivo y en directo. Esto equivale a decir que el grupo es la mejor herramienta para operar en la estructura más íntima del hombre. Hombres y mujeres pertenecen, a lo largo de su vida, a una gran variedad de grupos diferentes conectados con funciones distintas. El estudio de estos grupos de vida, lo que los antropólogos denominan trabajo de campo, es el medio de observación ideal. Dice Malinowski: Debo invitar a mis lectores a separarse del estudio cerrado del teórico y salir al aire libre de la antropología de campo.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica [...] El antropólogo tiene al creador de mitos a su lado. [...] El mito [...] no es simplemente una historia narrada, sino una realidad vivida. [...] El mito cumple una función indispensable en una cultura primitiva. [...] El mito es, por tanto, un ingrediente vital de la civilización humana, no es un cuento frívolo, sino una fuerza activa y trabajadora [...]. Sirve principalmente para establecer un estatuto sociológico, o un modelo de comportamiento moral retrospectivo [...] El antropólogo [...] debe salir a las aldeas y ver a los nativos trabajando en los huertos, en la playa, en la selva; debe navegar con ellos hasta distantes bancos de arena, acompañarlos a conocer tribus extrañas, y observarlos pescando, comerciando o en lejanas expediciones ceremoniales [...]. El trabajo de campo puede hacerse de primera o de segunda mano incluso entre los salvajes, en medio de cabañas levantadas sobre pilares, no lejos del canibalismo real y los cazadores de cabezas. El trabajo de campo en antropología, como algo opuesto a tomar notas a partir de testimonios, es un trabajo arduo, pero también muy gratificante. Sólo esta antropología puede proporcionarnos la visión amplia del hombre y la cultura primitivos. Esta antropología nos muestra, en lo que respecta al mito, que lejos de ser un pasatiempo de la mente ociosa, es un ingrediente vital de relación práctica con el entorno.4
Otro ejemplo bastante distinto de este trabajo de campo —en este caso no entre hombres primitivos, sino en una comunidad moderna—, y también relacionado con lo que nos ocupa, nos lo proporciona la obra de Henrik F. Infield, Co-operative living in Palestine. Y todavía uno más, el que se llevó a cabo en plena segunda guerra mundial, en el ejército británico, en un sencillo hospital psiquiátrico: nuestro experimento de Northfield. No puede ser descrito por completo en el presente volumen, sino sólo en la medida en que surge del grupoanálisis y a su vez influye en éste. La descripción de Malinowski del paso de la antropología «de sillón» a la antropología de «campo» concuerda exactamente 4. Myth in Primitive Psychology, Psyche Miniatures, Kegan Paul.
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con mi propia experiencia en Northfield; el paso de la consulta de psiquiatría a la psiquiatría de «campo», a la vida del soldado, al significado vital de su mitología militar, de sus «neurosis» en la realidad de su vida. Soy bastante consciente de que este proceso no habría sido posible sin el inspirador liderazgo del general de brigada J. R. Rees, director del Servicio de Psiquiatría del Ejército y de su equipo —hombres como G. Ronald Hargreaves, Ferguson Rodger, John Sutherland, A. T. M. Wilson y otros— y, más próximos a mí, en el mismo hospital, Alfred Torrie (el actual director del Servicio de Psiquiatría del Ejército) y, más tarde, T. F. Main. Ellos a su vez habían sido influidos por la obra y las ideas de W. R. Bion, John Rickman y otros, en particular en los proyectos del grupo sin líderes del Consejo de Selección del Ministerio de la Guerra. Me han contado que mi propia forma de conducir grupos terapéuticos sigue los principios del «grupo sin líderes». Esto es, creo, parcialmente cierto, pero, si es así, los seguí mucho antes de que existieran en realidad. A causa de haber nacido en el extranjero por una desgraciada coincidencia, que lamento, no pude participar en el trabajo del Consejo de Selección y no tuve noticias de los grupos sin líder hasta relativamente tarde. Sin embargo, las visitas de John Rickman a Northfield supusieron un gran estímulo en este sentido, y H. Bridger, quien vino del trabajo del Consejo de Selección, desempeñó un importante papel en el experimento de Northfield; de hecho lo condujo desde el punto de vista de las actividades sociales. El experimento de Northfield Así pues, el experimento de Northfield fue una confluencia dichosa de varias fuentes que habían brotado de forma independiente, como ocurre siempre e inevitablemente cuando la situación grupal, la comunidad en general, está madura para que ocurra. Qué individuos desempeñan un papel más o menos prominente o notorio en estos acontecimientos es en parte cuestión de azar y posición, en parte resultado de su sensibilidad particular a las corrientes que impregnan el grupo y de sus necesidades 85
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más notables en ese momento, y en parte se debe a sus particulares cualidades personales, que les capacitan para realizar su contribución. Esto es igualmente válido para los líderes de grupos de todos los tamaños, como naciones enteras, y de todos los niveles, desde el encargado de una fábrica hasta el trabajo de los genios creativos de las artes o las ciencias o —por último, pero no por ello menos importante— el buen terapeuta grupal frente a su grupo de pacientes. Ni la modestia ni la inmodestia deberían impedirnos describir correctamente nuestra propia posición y función en los sucesos del grupo, sea ésta importante o en apariencia insignificante. Ésta es una directriz que también seguiré a lo largo de esta obra. Por lo que respecta al experimento de Northfield, mi propia función resultó bastante importante. En primer lugar, fui la única persona que lo observó activamente en su totalidad. Yo llevaba un año en Northfield antes de que se produjera ningún experimento, ¡salvo en mi propia sala, por así decirlo! Con el amable permiso del oficial al mando, el teniente coronel Rosie, introduje la terapia analítica de grupo con mis propios pacientes. Las circunstancias del hospital en ese momento serán descritas a partir de aquí como fase A. Gradualmente, pude extender un enfoque centrado en el grupo hasta los límites de mi propio territorio, en mi sala y en relación a todos los pacientes a mi cuidado, y también llegué a hacer entender mejor la importancia de esta orientación para la terapia entre unos pocos colegas interesados. (Fase A1.) Por su colaboración en este periodo contraje una deuda de gratitud con mi entonces oficial al mando, el teniente coronel Denis Carroll, por su interés activo y su apoyo. En ese momento, el entonces teniente Joshua Bierer se unió temporalmente al personal del hospital. Él, como yo, tenía experiencia previa con el tratamiento grupal, y —por más que su perspectiva fuera distinta— aportó un estímulo adicional al hospital que impulsó a la institución hacia un reconocimiento progresivo de la importancia de la terapia de grupo y la terapia social en el tratamiento. Entonces llegó el periodo del experimento de Northfield propiamente dicho. (Fase B.) Participé en él activamente de principio a fin y tuve la ventaja de observar sus efectos en el conjunto del 86
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hospital —pacientes, médicos y equipo, tanto superiores como subordinados— desde una posición clave. Esto es decir mucho, porque Northfield reflejaba cada vez más todos los problemas de la vida de grupo, y las interacciones entre grupos de gente, que uno podía encontrar en el mundo en general. Era posible observar los problemas de la comunidad y experimentar con ellos como en un laboratorio. El trabajo fue arduo e interminable, pero mereció la pena. Con la cooperación sin reservas de Bridger ayudé a derribar las barreras entre el dominio de los psiquiatras y el del departamento de actividades sociales, que hasta la fecha se consideraban como «tratamiento» o «psicoterapia» en un caso y como terapia ocupacional auxiliar en el otro. Esto se logró mediante la creación de un ejemplo de trabajo, que afectó en primer lugar a mi propia sala. Fue algo más que una buena exhibición, pues ejerció una influencia dinámica en el resto del hospital. En las mentes de los propios psiquiatras, supuso romper la influencia de toda su formación para dejar sitio a una nueva orientación. Estas barreras demostraron, en algunos, ser demasiado fuertes; al fin y al cabo este periodo sólo duró nueve meses. Pero el experimento afectó a todos, y aquellos en los cuales esta reorientación echó raíces adoptaron durante el resto de sus vidas un enfoque diferente de los problemas psicológicos de sus pacientes. Significativamente, se trató en su mayor parte de colegas jóvenes y algunos de los mejores no eran especialistas de la psiquiatría en la vida civil. El hecho de que yo mismo fuera psiquiatra y psicoanalista reconocido ayudó considerablemente a Bridger en este sentido. Siendo él un lego, se habría visto confrontado con la autoridad de los «expertos», que le habrían pedido que se ocupara de sus asuntos y le habrían dicho qué era relevante y qué no lo era en el tratamiento del paciente. Esto no podía aplicarse a mi persona. Para el paciente, el desmoronamiento de sus actividades hospitalarias en fragmentos descoordinados podía ser reemplazado por una reforma concertada de sus reacciones. El tratamiento era todo y nada. Caía más en mi terreno durante este periodo la tarea de enseñar y difundir la psicoterapia grupal propiamente dicha, y de este modo imbuir a los colegas receptivos de los principios del grupoanálisis, dejándoles la libertad de aplicarlos a su manera. Reduje deliberadamente 87
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la enseñanza formal al mínimo, y me abstuve de dar de comer en la boca. A pesar de que esto me generaba una limitación considerable y producía frustración en mis «pupilos», creo que los resultados globales justificaban este enfoque. Quiero expresar mi sincero agradecimiento a aquellos de mis colegas que mostraron un interés particular y espontáneo en estos asuntos —y que tan bien y con tan buen humor me soportaron a mí y a mis defectos—, y cuya cooperación y contribuciones resultaron vitales para el éxito del experimento en su conjunto, y que sumadas son mucho más importantes que las mías. Estoy pensando en particular en James Anthony, Susan Davidson, George Day, Millicent C. Dewar, Alex Essex, Leslie Golding, Martin James, Angus MacClean, Tom Martin y muchos otros, cuyos nombres no puedo enumerar. Aquellos que se mostraron más distantes o mantuvieron algún tipo de oposición, también hicieron, por cierto, una contribución indispensable; sin mencionar el hecho de que la gente no estaba, por supuesto, dividida en dos facciones, una a favor y otra en contra, como un rebaño de ovejas blancas y negras. Tenían una base común y una devoción entusiasta por sus deberes en el interior del hospital en su conjunto, como debe ser en un buen grupo. En lo que a mí respecta, resultó de particular interés la posibilidad de desarrollar el grupoanálisis en un campo más amplio y de observar la interacción entre los cambios en este campo y las sesiones grupoanalíticas en un sentido más estricto. Es este aspecto el que resulta de interés en el tema que nos ocupa, el grupoanálisis, y por esta razón, el experimento de Northfield se halla incluido en el presente volumen. Mis actividades en este campo más amplio, tratando con grupos vitales de todo tipo y función en el hospital en general pertenecen principalmente a la fase B. Coinciden con la nueva función que me fue asignada al poco de que Bridger abandonara el hospital, la de consultor psiquiátrico del departamento de actividades sociales. Estas experiencias fueron para mí quizá de interés todavía mayor, aunque quedaban en la periferia del grupoanálisis propiamente dicho. Esta etapa fue, por así decirlo, el epílogo del experimento de Northfield, el cual, en cierto sentido, había llegado a su fin. 88
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El experimento de Northfield fue cuestión de un grupo y así debería describirse en otro lugar. Aquí sólo he mencionado lo que es preciso para la comprensión de algunas de las experiencias de grupo que se produjeron en Northfield, que se describirán más adelante, porque son relevantes para el grupoanálisis. La práctica psiquiátrica La aplicación sistemática de experiencias como éstas a la práctica psiquiátrica deberían tener como consecuencia el estudio del individuo en su grupo natural, en particular la familia. Para la psicoterapia de los niños pequeños éste podría ser el método preferible. El psiquiatra debería salir a la vida del paciente, a su familia, su taller, su campo de deportes, etc., y vivir él mismo allí. Con mucha frecuencia, se encontraría, a buen seguro, con que los problemas del paciente sólo representan un aspecto de un intrincado problema de grupo. También vería aspectos muy diferentes de su paciente. Un hombre, que podría ser tímido, violento e irritable en casa, puede mostrarse completamente calmado con sus compañeros en un campo de críquet, o ser el alma de la fiesta en la pista de baile. Podría ser un ejemplo de lo que he llamado «localización» de la alteración. Puede resultar que la causa más importante del problema no esté en el paciente, sino, pongamos por caso, en su mujer, su suegra, etc. En la psiquiatría infantil este hecho resulta particularmente obvio. Todos sabemos que pocas veces podemos tratar a un niño sin tratar en un sentido u otro a sus padres, o a su madre, y hasta qué punto están íntimamente ligadas la alteración que se manifiesta en el niño con problemas entre los padres, y entre éstos y el niño. Sabemos, si tenemos un paciente en análisis, con cuánta fuerza familia y amigos se resisten a un cambio esencial en él. Naturalmente, el paciente proyecta buena parte de sus propias resistencias, en particular resistencias de carácter, en ese grupo generacional. Pero en esta proyección, revive, después de todo, los conflictos que acosaban originalmente sus relaciones en su grupo familiar principal. Sin embargo, ¡no pensemos, con excesiva ligereza en el po89
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der patogénico de la vida contemporánea! Hace algunos años, traté a un joven con impotencia. Asistió a varias sesiones con una frecuencia de una vez por semana, porque venía de bastante lejos. Tenía un hermano gemelo y los dos hermanos se habían casado con dos hermanas. Como cabía esperar, existía una profunda identificación, casi una simbiosis, con su hermano gemelo. El paciente tenía una relación mental íntima con su cuñada, que era la hermana de su mujer y la mujer de su hermano gemelo. Comentaba con ella, que vivía en el mismo pueblo y en la misma granja, todo lo que surgía en nuestro encuentro semanal de una hora. Al principio traté de contrarrestar esto, luego lo utilicé y finalmente acepté, haciendo caso de sus indirectas, ver a la cuñada. La vi una sola vez. Ella resultó la clave de la situación. Después de esto sólo tuve que ver a mi paciente en una o dos ocasiones más, antes de que me dijera que su impotencia había desaparecido y que todo funcionaba a la perfección. ¡Y eso fue todo! Esto puede ilustrar lo que quiero decir con la localización de una alteración. Este tipo de observación representa otro conjunto de experiencias que me convirtieron en grupoanalista. Sin embargo, en nuestras circunstancias sociales, el psiquiatra no puede llevar la vida de un antropólogo de campo. Es muy dudoso que en algún momento pueda existir una comunidad capaz de permitirse esto. Además, ¿cuántos psiquiatras harían falta entonces? Es cierto, empero, que en semejante comunidad utópica habría menos «neurosis» necesitadas de «tratamiento». En cambio, no estoy tan seguro de que la profilaxis expresada en estas líneas, y en particular en el medio de las discusiones de grupo bien conducidas, sea algo tan utópico. Quién sabe cuánta profilaxis organizada —pero desafortunadamente también cuánta patogénesis— va implícita en la infinidad de grupos sociales; ya sean sociedades de observadores de caracoles, o egiptólogos, teósofos, geógrafos, astrónomos o sociedades nietzscheanas, shavianas o psicoanalíticas, ¡desde el club de fútbol a los bares! En una ocasión traté a un chico, cuyo interés en la vida estaba completamente dedicado a tratar de ver —y volver a ver— todos los motores de las locomotoras de la compañía London Midland & Scottish, de cuyo club de amigos del ferrocarril era miembro. 90
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Cuando al final trató de convertirse en maquinista fue rechazado por problemas de visión. Si pensamos en profilaxis más organizada, nos vienen a la cabeza los casos del párroco o del médico. Pensar que en el futuro el médico de cabecera contará con suficientes conocimientos y aptitudes —quizá debería dedicar a ello entre un tercio y la mitad de su preparación— para cumplir esta función profiláctica y dispondrá del tiempo para llevarla a cabo es tal vez lo máximo que, con los pies en el suelo, se puede imaginar. George Day me dijo que, aunque él seguía siendo médico de cabecera, organizaba funciones teatrales con sus pacientes. Le impactó que, sorprendentemente, aquellos que participaban sufrían muchas menos dolencias invernales —resfriados y gripes— que el resto de sus pacientes, y casi nunca se perdían un ensayo. A la luz de la experiencia de Northfield, comprendió que esto es un tipo de terapia grupal. Alex Essex, que es un médico muy ocupado, tiene en mente practicar la terapia grupal, y uno de sus grupos estará compuesto por pacientes con úlcera crónica. Espero tener noticias de su experiencia. La situación psicoanalítica.— Aunque fuera posible, el psiquiatra, como norma, no participa en la vida del paciente. Además, y esto es muy importante, existen buenas y positivas razones por las que no debería hacerlo. En el psicoanálisis genuino, esta forma de involucrarse en la vida del paciente es estrictamente incompatible y está contraindicada. Existe una larga experiencia detrás de esto, por la que muchos pacientes y muchos psicoanalistas han pagado un alto precio. En los primeros estadios del análisis, Breuer y Freud todavía trataban muy activamente a sus pacientes, los examinaban físicamente, les daban masaje personalmente, electroshocks, medicamentos, etcétera, todo al mismo tiempo, y mostraban un interés vivo y activo en sus vidas cotidianas. El analista, actualmente, encuentra a su paciente en una situación normativizada y casi experimental. Se sienta junto al analizante, que se tumba en un diván, y la disposición de la consulta permanece inalterada. Evita todo contacto físico y otro contacto social con el paciente fuera de ese marco. Como norma, no habla con el paciente desde que se levanta del diván y pone 91
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
freno a las comunicaciones con él fuera de este marco. No reduce el tiempo de visita ni lo amplía más allá del horario establecido. No permite que su paciente fume, por ejemplo. Esta disposición se ha ido desarrollando poco a poco, pero de forma inexorable. Se ha demostrado, y se demuestra una y otra vez, que es la situación óptima para que se desenvuelva el proceso analítico. En el momento actual, puede notarse entre los analistas una reacción pasajera contra cierta rigidez; que quizá haya sido practicada por algunos analistas debido a una excesiva rigidez en su propia estructura de carácter, o por su propia ansiedad, que les ha llevado a cumplir más con la letra que con el espíritu de estos principios técnicos. No obstante, puede anticiparse qué curso tomarán los avances en la disciplina psicoanalítica. Tengo pocas dudas de que el resultado será una situación definida con progresiva precisión, aproximándose aún más a las condiciones experimentales. Esto debería verse acompañado por una comprensión más precisa en cuanto al lugar exacto que la situación analítica y el método psicoanalítico tienen en el conjunto de la psicoterapia. Cuanto más sean capaces de ver el analista y el paciente el procedimiento psicoanalítico como una sección altamente especializada de un todo mayor, menos se corresponderá la exactitud en las condiciones de su ejecución con una rigidez real en ninguno de ellos. Las razones más profundas para el aislamiento de la situación analítica respecto a la situación de la vida contemporánea no es un tema que deba ocuparnos ahora. En pocas palabras, hay que buscarlas en las necesidades esenciales y entrelazadas del proceso psicoanalítico: permitir la regresión y el análisis de la situación de transferencia. Allá donde es necesario que se cumplan estas dos premisas, explícitamente, sea por razones de investigación o de tratamiento, la situación analítica es el método a escoger, y está indicado el recorrido completo del psicoanálisis. Sin haber experimentado ambos desde el punto de vista del analizante y el analista —habiendo sido analizado y practicando el psicoanálisis— nadie puede comprender por completo ni la teoría ni la práctica del psicoanálisis. Debería quedar claro que esta forma de tratamiento, independientemente de su extensión temporal —sesiones diarias durante 92
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varios años— y el gasto considerable, debe tener indicaciones estrictas y limitadas con severidad, y quedar reservado para casos de necesidad real, algo comparable a una operación quirúrgica. La situación grupoanalítica.— Todas estas consideraciones guardan relación inmediata con el tratamiento grupal y el grupoanálisis en particular. También para el grupoanalista existen razones intrínsecas, además de las razones prácticas, por las que el grupoanálisis tiene que desarrollarse en condiciones controladas. En Northfield pude practicar y observar el enfoque grupal en situaciones vitales no organizadas y espontáneas: la vida de soldados-pacientes en un hospital militar; grupos libres semiorganizados bajo todo tipo de condiciones, reunidos por su participación casual en una forma particular de ocupación o actividad, o por haber sido seleccionados para una función o proyecto particular, u organizados ellos mismos de manera espontánea en, por ejemplo, un equipo de fútbol. Tuve ocasión de ver esto junto al trabajo grupoanalítico, o quizá debería decir sesiones de orientación grupoanalítica. Se presentarán algunos ejemplos en capítulos posteriores para ilustrar las mutuas interacciones y delimitaciones de distintos enfoques en situaciones diferentes. Esto fue posible en las circunstancias de una comunidad hospitalaria, con «pacientes internos» y con el psiquiatra viviendo también en la institución. En condiciones ordinarias, cuando tanto el paciente como el médico llevan sus propias vidas privadas y se encuentran sólo para el propósito del tratamiento, esto no es posible. Ahora utilizaré una analogía. Un fotógrafo, para captar ciertos aspectos de su cliente, podría querer fotografiarlo en su propia casa o jardín. Sin embargo, en general preferirá las condiciones de estudio cuando realice intentos más ambiciosos de hacer un retrato. Del mismo modo, el grupoanalista no podría comprometerse a trabajar por completo en medio de la agitación de la vida, sino que necesita las condiciones más controladas del estudio: su consulta o sala similar. El psicoanalista debe permanecer indefinido como persona para permitir que el paciente proyecte en él, como en una pantalla, las imágenes inconscientes de su yo más íntimo, para revivir con él las vicisitudes de sus relaciones emocionales, largo 93
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tiempo olvidadas, con sus figuras paternas y otras personas de su vida pasada. El paciente establece de este modo una relación de la máxima intensidad con una persona extraña. El participante en grupoanálisis también se encuentra con extraños, con los cuales puede experimentar mutuamente aquellas relaciones que están cargadas de dificultades en la vida. En una situación de grupo de la vida no modificado, preferiría evitar estas dificultades, quizá sin siquiera saberlo, o permitiría que sus proyecciones actuaran sin control ni corrección, o se defendería por todos los medios contra la experiencia de estas dificultades. En las condiciones de una situación grupoanalítica debe afrontarlas, pero también puede expresar sus pensamientos y sentimientos con mucha más libertad de la que sería posible en condiciones normales, y de este modo reconocer estas dificultades y corregirlas. Puede encontrarse a sí mismo en otros, y otros en él, y así liberarse de viejos prejuicios y desarrollar un carácter más maduro, creativo y adaptable. Ésta es sólo una de las formas mediante las cuales el grupoanálisis surte efecto. Para que esto sea posible, la situación grupoanalítica ha de tener determinadas características, sus propias reglas especiales de comportamiento, su código de lo que está permitido y lo que no. Esto es algo muy diferente a la vida en condiciones ordinarias. Enseguida tendremos que describirlo más minuciosamente. Uno puede llamar a esta situación «artificial» si gusta. De hecho, se sitúa a mitad de camino en cuanto a artificialidad entre la situación analítica y las situaciones espontáneas de la vida, o quizá algo más cerca de esta última. No obstante, esta noción de artificialidad no habría de conllevar ni un atisbo de reproche, o de lo contrario también se debería condenar al cirujano por operar en las condiciones artificiales del quirófano. Se trata de una situación de vida en condiciones especiales; algunos individuos están preocupados por algo que escapa a su control (son llamados pacientes) y consultan a otra persona (el médico o doctor), porque creen, o eso les han dicho o presumen saber, que él puede ayudarles, que puede «curarles». Si el doctor también lo cree, o presume creerlo, los papeles ya están repartidos, la función puede comenzar y no ocurre mucho más. Si él no lo presume, sin embargo, ocurre algo muy esencial, pero ya llegaremos a eso más tarde. 94
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Entretanto, el grupoanalista busca crear una situación que esté mejor preparada para tratar el problema en el que él y el grupo se hallan inmersos, eso es todo. No hay nada más «artificial» en ello. Si es inteligente sigue las insinuaciones del grupo al respecto. Eso es lo que yo he hecho y continúo haciendo. De este modo, uno da con mayor facilidad con la estrategia más adecuada en una circunstancia concreta. De este modo toma cuerpo la situación grupoanalítica. Ésta no puede normativizarse, pero está bastante bien definida. Seguir al grupo no significa alinearse con todo lo que el grupo quiere. Si la tendencia del grupo va hacia la solución de los problemas, la sigo. Si se aleja de esa solución, reacciono mediante contrapropuestas. A eso me refiero con «seguir las insinuaciones del grupo». Dos preguntas.— Antes de extenderme más acerca de la situación grupoanalítica, el lector, espero, querrá conocer la respuesta a dos preguntas urgentes. Habrá adivinado ya que en un tratamiento de grupo se hallarán juntos varios pacientes. Supongo que el lector planteará estas dos preguntas: 1) ¿Cómo es que estos pacientes no se perjudican mutuamente? Por lo que he oído de los neuróticos, están cargados de quejas imaginarias, son terriblemente sugestionables, tienen personalidades débiles y siempre buscan excusas para escabullirse. Y encima, ¡usted trata soldados! No tienen nada en mente más que inventar o exagerar los síntomas para rehuir su deber y poder volver a casa. De manera deliberada utilizan su tiempo en el hospital para intercambiar experiencias y aprender trucos con ese propósito. Yo sé que un neurótico así es un incordio y es muy difícil de tratar o curar, y compadezco a los psicoanalistas que dedican años de sus vidas a un puñado de personas así. Supongo que sacarán algo positivo de ello, o si no, no lo harían. ¡Yo no podría hacerlo por nada del mundo! Y aun así usted atiende a varios juntos, todos a la vez. No sé cuántos por vez. ¿Cómo puede funcionar eso? 2) ¿Cómo pueden estas personas hablar de sus asuntos, pensamientos, sentimientos y fantasías íntimos y personales en presencia de desconocidos? Entiendo que no puede curarlos ha95
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blándoles del tiempo. Ha repetido ya toda esa teoría freudiana de la sexualidad infantil, las represiones, las atroces fantasías inconscientes, etcétera, etcétera, así que supongo que espera que ellos también hablen de eso. ¿Lo hacen? ¿Pueden? No puedo quejarme de sus preguntas porque yo mismo he hecho que me las plantee. Es inoportuno, porque me sentiría inclinado a decirle que tenga paciencia y lea este libro antes. Pero, para empezar, dudo que ni siquiera entonces estuviera satisfecho, porque para contestar de verdad estas preguntas tendría que escribir un libro completo sólo sobre eso, y no puedo esperar que usted lo leyera. En segundo lugar, no estoy sugiriendo que esto ocurre «sin más», que el terapeuta no tiene mucho que ver en ello. Estas cosas no son fáciles de hacer, menos de enseñar y menos todavía de describir. Así que creo que me libraré mejor de esto, si le doy al menos alguna respuesta de inmediato. En cierto modo, coincido con lo que dice acerca de los neuróticos y también de los analistas, pero sólo hasta cierto punto. Estos neuróticos son, después de todo, gente como usted o como yo y parte de su irritación se debe al hecho de que nos muestran nuestras propias debilidades en un espejo, como una caricatura. Asimismo, presentan una dura prueba a nuestro propio equilibrio y lo amenazan si es algo precario. También nos enseñan mucho, porque han conservado vivo aquello que muchos de nosotros hemos olvidado o no nos atrevemos a afrontar. Más aun, si es usted un doctor, puede hacerle sentir incómodo encontrarse con pacientes que saben más de su afección de lo que a usted le han enseñado. Abordemos en primer lugar la primera pregunta. Mi primera respuesta a ambas cuestiones no es una explicación, sino una simple exposición de hechos, de la que usted deberá fiarse por el momento: 1) No, estas personas no se perjudican mutuamente ni se infectan síntomas entre sí, sino que mejoran juntos. Por extraño que parezca, incluso actúan como terapeutas el uno del otro. Quizá sirva por el momento si utilizo un símil, que por alguna razón siempre relaciono con esto. Si quiere lavar una camisa su96
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cia y dispone de agua limpia y jabón, la cuestión no parece plantear problemas. Pero, supongamos que tiene que lavar varias camisas sucias juntas y que el agua no está limpia y ni siquiera tiene jabón. Ahora ya ve mi comparación, porque estará de acuerdo en que incluso de este modo podrá dejar las camisas razonablemente limpias, aunque añada suciedad a la suciedad, utilizando las prendas para frotarlas entre sí. Es una analogía burda, pero correcta. 2) Sí, estas personas pueden hablar unas con otras —dentro de ciertos límites— sobre sus asuntos personales, realmente se mueven por todo el hospital, es asombroso. Estos límites, o barreras, están mucho más lejos de lo que usted esperaría y algunos de ellos incluso las retiran por completo. Depende de toda clase de cosas, el valor del conductor entre otras. Pero no debe pensar que se van al otro extremo y celebran orgías de exhibicionismo en estos grupos. Si el conductor tiene buen sentido, el grupo tiende a mantener un equilibrio bastante razonable entre estos extremos. Depende, por supuesto, del grupo del que se trate: un grupo de neuróticos se comporta de manera significativamente distinta a uno de psicóticos o psicópatas o pervertidos o delincuentes, etcétera. Claro que esto es una simplificación. No todos se comportan de acuerdo a sus etiquetas psiquiátricas. Ésta es la razón por la cual no los agrupo según etiquetas. Yo le doy la vuelta y digo: si veo gente en un grupo, puedo afirmar mejor cómo son y cuáles son sus alteraciones. Esto pertenece al llamado lenguaje científico: la situación grupal como prueba diagnóstica. Hay más en ello, y llegaremos a su debido tiempo. Puede que algún día tengamos que cambiar las etiquetas. Ahora trataré de justificar mis respuestas. Empecemos por la primera. Una ley básica de la dinámica de grupo.— La razón más profunda por la que estos pacientes, que para simplificar supondremos psiconeuróticos, pueden reforzar las reacciones normales del otro y eliminar o corregir las reacciones neuróticas del otro, es que colectivamente constituyen la Norma misma, de la cual, individualmente, se desvían. No es tan sorprendente, una vez 97
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entendido. La comunidad, de la cual ellos son una edición en miniatura, determina por sí misma lo que es un comportamiento normal y socialmente aceptado. Ocurre de este modo: cada individuo es en gran medida parte de un grupo, al que pertenece. Este aspecto colectivo impregna a todos —como hemos dicho antes— hasta su parte más íntima. En menor medida, el individuo se desvía del modelo abstracto, del estándar, de esa «Norma», de la cual él es una variante. Sólo que esa desviación lo convierte en un individuo, único hasta sus huellas dactilares. Uno podría describirlo como sumergido en una piscina comunitaria, pero sacando la cabeza del agua. Este grupo terapéutico, como cualquier otro grupo, ya tiene mucho más en común de lo que en principio sabe. Está impresionado por sus diferencias, que provocan curiosidad, hostilidad y miedo, pero a medida que se pone en marcha encuentra cada vez más puntos en común, y cada vez menos contradicciones entre la individualidad y la comunidad. La parte sana de la individualidad, del carácter, está firmemente arraigada en el grupo y completamente aprobada por éste. El grupo, por consiguiente, respeta y apoya la emergencia y el libre desarrollo de la individualidad, y el tratamiento grupal no tiene nada que ver con hacer que la gente marque el paso al unísono. Todo lo contrario, un buen tratamiento grupal —al desarrollar un buen grupo— hace que ambos procesos vayan de la mano: el reforzamiento del terreno común y el desarrollo más libre de las diferencias individuales. Como un árbol, cuanto más firmemente echa raíces, más libertad para exhibir su belleza individual y característica por encima del suelo. Así pues, las peculiaridades y síntomas neuróticos se alivian en la medida en que pueden transformarse, mediante el análisis, y dejar de ser una experiencia incomunicable para ser una experiencia comunicable. Esto es lo que hace el análisis, individual o en grupo. En un artículo reciente, Theodore M. Newcomb5 ha expresado puntos de vista muy similares. Él realiza una serie de afirmaciones de relevancia para la terapia grupal, y contribuye con muchas formulaciones claras que arrojan luz sobre este problema. Los síntomas neuró5. «Autistic Hostility and Social Reality», Human Relations, 1, núm. 1
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ticos desaparecen en la piscina comunitaria en cuanto se convierten en comunicables, y su ingrediente individual queda liberado para un empleo en sintonía con el grupo y socialmente aceptable. Ésta es la razón por la que el comportamiento neurótico tiende a disminuir en un grupo y el comportamiento normal se sostiene. ¿Sabe esto el grupo? No de un modo consciente, pero está forzado a actuar en esta dirección por el mero hecho de que sólo puede crecer mediante aquello que es capaz de compartir, y sólo es capaz de compartir aquello que puede comunicar, y sólo «comunica» mediante lo que tiene en «común» —por ejemplo, el lenguaje—, esto es, sobre la base de la comunidad en general. Sin embargo, lo que la comunidad sostiene bastante a ciegas e instintivamente está determinado por sus condiciones de vida, históricas y presentes, por su valor de supervivencia. Lo denomina en cada momento con nombres especiales, en el presente lo llama: «normal» o «natural». En este sentido, el grupo es siempre el último marco de referencia, sea cual sea el escenario en el que se desarrolla el «tratamiento». La respuesta a la segunda pregunta depende fundamentalmente del mismo argumento. Dado que el grupo está comprometido a establecer un acuerdo acerca de lo que es compatible con él mismo, establece los límites para una comunicación en consonancia. Cuando el grupo coincide en esto con los criterios de un grupo más grande, del cual forma parte, estos criterios son automáticamente los mismos que rigen en la vida de «fuera». El énfasis del grupo está más puesto en el presente que en el pasado, está orientado más progresiva que regresivamente. En consecuencia, no precisa tratar de un modo directo con el erotismo infantil instintivo y los detalles concomitantes de la vida sexual íntima, las perversiones, las actividades excretoras, etcétera. Puede de este modo expresar suficientemente los problemas dentro de unos límites aceptables. Donde esto no basta a un individuo, es síntoma de que niveles profundos, tempranos y regresivos permanecen demasiado activos. Esto, de manera significativa, coincide clínicamente con la necesidad de una entrevista individual, donde estas manifestaciones de regresión podrían tratarse, o bien exige un análisis individual. 99
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Hay que destacar que esta decisión, la indicación de un tratamiento individual, surge de la situación del grupo. En la vida ordinaria también es en última instancia la comunidad la que decide que un individuo en concreto necesita tratamiento. O bien él no puede continuar con el grupo: el psiconeurótico; o el grupo no puede continuar con él: el psicótico, el psicópata, el delincuente. Si no podemos tratarlo con éxito, calificamos su afección de «constitutiva». La situación grupal es una posición privilegiada para el diagnóstico y el pronóstico, y el primer lugar para el tratamiento. El siguiente esquema ilustra la interrelación entre estas situaciones diferentes:
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El tratamiento de campo se desarrolla en condiciones de vida ordinarias, pero se ocupa de un grupo o una situación grupal particulares, por ejemplo, un grupo de ejecutivos en una gran empresa o, en términos de Northfield, un grupo de soldados trabajando en un proyecto en el barracón de carpintería. Los tres círculos interiores representan condiciones seleccionadas y controladas, semiartificiales y semiexperimentales. El grupoanálisis en Northfield debería localizarse hacia el límite exterior de la zona tres y los grupos de campo en el límite interior de la cuatro, de manera que la frontera entre las zonas tres y cuatro era en Northfield menos pronunciada que lo indicado aquí. Uno puede imaginar fácilmente las interrelaciones dinámicas entre los diferentes campos. Todos son operativos al mismo tiempo, pero varían en grado según la posición del individuo y el analista que maneja la situación. La posición privilegiada del grupoanálisis es evidente, ocupa un lugar central y está abierto en ambas direcciones. Véanse las observaciones adicionales a este gráfico en el capítulo 5, página 234.
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2 Los antecedentes A fin de mostrar las características de la situación y el método grupoanalíticos recurriremos a algunos ejemplos ilustrativos. Sin embargo, antes de hacerlo es preciso hacer una pausa para considerar cuáles son los antecedentes sobre los que se asienta. ¿Cuáles son las condiciones previas por parte del terapeuta y los pacientes?, ¿qué aporta cada uno de ellos a esta situación?, ¿cuáles son las tareas y condiciones generales adecuadas para que se establezca? Deberíamos, por supuesto, aportar nuestras propias experiencias con nuestros propios pacientes y en las circunstancias particulares en las que este trabajo se ha llevado y se está llevando a cabo. Tendría que describirlas, en cualquier caso, para que mis ejemplos a modo de instantáneas resultaran inteligibles. Debe entenderse, no obstante, que el grupoanálisis es aplicable en una variedad de circunstancias mucho más amplia que la aquí presentada. El terapeuta.— El bagaje de experiencia del terapeuta puede variar ampliamente en cuanto a los detalles, del mismo modo que los problemas de los pacientes y las circunstancias generales en las que se dan cita. Un cambio en cualquiera de estas condiciones previas influye en la situación grupoterapéutica en mayor o menor medida. Aun así, es posible mantener las características esenciales de un procedimiento grupoanalítico, o al menos de orientación grupoanalítica, siempre que se sepa cuáles son estos principios esenciales. Mi intención en este libro no es tanto definirlos sistemática y precisamente, como mostrarlos en funcionamiento. 103
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
El grupoanalista, pues, trae consigo la experiencia de su trabajo con pacientes individuales. Está familiarizado con la situación analítica. Puede comprender, manejar y analizar las reacciones de transferencia en términos de su significado inconsciente. Es capaz de percibir e interpretar resistencias. Conoce el significado de las expresiones directas del inconsciente en el lenguaje primario, simbólico y primitivo, como se revela en sueños. Sabe identificar las formas en que el impulso reprimido se abre paso en el comportamiento evidente, causando equivocaciones y alteraciones de todo tipo. Se da cuenta de la importancia del conflicto emocional en las manifestaciones físicas o funcionales. Conoce el valor defensivo de todo esto para el paciente. Posee una visión dinámica y de conjunto del comportamiento y carácter humanos, que adquiere en particular del análisis del yo y de sus mecanismos de defensa. Disfruta de una visión vertical del desarrollo humano, está convencido de que las experiencias primeras influyen y crean las experiencias posteriores, y sabe cómo el «pasado» entra en el «presente». No retrocede al darse cuenta de la importancia, la amplitud y el poder de los instintos eróticos, sexuales y agresivos. Se le reconoce el hecho de haber adquirido, sobre todo a través de su propio análisis, un grado razonable de estar exento de ansiedad, intolerancia, prejuicios —especialmente morales— e interferencias; y un alto grado de integración en su propia persona. Esto le permite el máximo margen de maniobra al recibir y transmitir estímulos, al tiempo que ejerce un control óptimo sobre ellos y habla con un buen equilibrio de observación, reacción y opinión. Todo ello debería habilitar al analista para participar con total empatía en la vida mental de sus pacientes, y mantener al mismo tiempo el grado de distanciamiento y objetividad indispensables para su función. Todo ello es también de importancia equivalente para el grupoanalista. Éste tiene que ser ambas cosas, un miembro de su grupo, que comparte plenamente todas sus preocupaciones, y un líder, que se alza, en cierto sentido, fuera de él, que ve más allá de sus asuntos inmediatos, que mantiene la cabeza fuera del agua. Considero que, en condiciones normales, el terapeuta debe ser el líder de un grupo de terapia. Por último, el psicoanalista, en el momento presente, tiene a menudo lo que no debería tener: un prejuicio 104
Los antecedentes
contra el enfoque grupal. Esto es producto de su experiencia de apasionado trabajo diario a lo largo de los años con pacientes individuales, un trabajo que a menudo no le ha proporcionado los resultados que él esperaba conseguir. Le cuesta, pues, creer que se puedan obtener resultados buenos y duraderos, sobre base genuina, con un método que se extiende durante unos meses, o aunque sea durante varios años, a un ritmo de sólo una sesión por semana. Es demasiado pronto para considerar esta reivindicación como algo establecido para el grupoanálisis, aunque un número cada vez mayor de observadores competentes, que siguen líneas de trabajo afines, coinciden en su opinión relativa a los éxitos logrados. Los resultados terapéuticos del grupoanálisis, aunque no constituyen mi interés primario en él, me impresionaron desde el principio de forma convincente y me desconcertaron no poco. Recuerdo bien mis propios sentimientos y reacciones encontradas, una mezcla de interés y prejuicio, cuando conocí la comunicación de Trigant Burrow hace más de veinte años. Su método, por cierto, fue probablemente diferente desde el principio al que aquí se describe, y desde entonces se ha desarrollado con el nombre de «filoanálisis» en direcciones completamente diferentes. No obstante, debemos a Trigant Burrow y su escuela (Hans Syz y otros) un buen número de insights clarificadores y profundos en la dinámica de grupos. Hoy tengo un poco más claro cuáles son las fuerzas de las que dependen estos efectos terapéuticos; que en mi opinión son considerables, pero que no reivindico como hechos establecidos. Lo que sí reivindico, sin duda, es que este método promete ser la herramienta más valiosa tanto para la investigación científica como para la terapia, y quiero expresar mi convencimiento en su enorme potencial terapéutico, muy particularmente en la terapia «social» y el bienestar mental. Es por ello que, en la presente ocasión, doy prioridad a la presentación del método. El paciente.— El «paciente» no puede describirse bien bajo un solo denominador común, sea éste cual sea, aunque nos limitemos a los psiconeuróticos. En la medida de lo posible, hablará por sí mismo, y a lo largo de este libro permanece de forma continua en el centro de observación, ya sea en el primer plano 105
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o detrás del escenario. No dispone de ninguna orientación en la situación grupal distinta a la que posee en una situación de psicoterapia individual. Esto, no obstante, puede darse por sabido. La pasividad ante sus alteraciones neuróticas constituye un punto de importancia fundamental en su actitud. Gusta de cargar el éxito o fracaso de la cura en el terapeuta, igual que ocurre en el tratamiento individual. Para el grupoanalista es de capital importancia contrarrestar esta tendencia desde el primer momento hasta el último. Debe dejar claro en su actitud global que, como individuo, no dispone de medios para curar al paciente. A medida que tome conciencia de que sus síntomas no son más que una expresión distorsionada de sus conflictos, esto debería hacerse cada vez más claro para el propio paciente. Sin embargo, cuando el individuo o el grupo se dan cuenta de esto, ya han doblado una esquina decisiva. Si el terapeuta, de un modo consciente o inconsciente, cree que es función suya «curar» a los pacientes, se sentirá responsable de su mejoría en un sentido equivocado y no logrará establecer este cambio decisivo en su actitud. Las dificultades particulares con la situación grupal en sí misma y las resistencias a ésta no son de naturaleza accidental y periférica, sino que tienen un significado central en el estado global del paciente, y ocupan al grupo durante todo el transcurso del tratamiento. Las dificultades iniciales, a la vista del carácter inusual de la situación grupoanalítica, son cuestión aparte. Es función del terapeuta ayudar al paciente mediante la forma en que lo presenta al grupo y el modo en que maneja la recepción que el grupo le brinda. Un punto importante en las circunstancias en que el paciente se incorpora a la situación grupal es su grado de preparación para ésta, o la ausencia de preparación. Nuestros primeros grupos fueron todos preparados cuidadosamente. Antes de unirse al grupo, sus miembros se sometieron a un tratamiento individual de duración y frecuencia variable, el cual continuaron en el periodo de su tratamiento grupal. Llamamos a esto grupos «combinados». En el otro extremo se situaban otros grupos de pacientes de Northfield cuyo primer contacto con el terapeuta se produjo al mismo tiempo, en el grupo, y que tomaron este hecho como norma. 106
Los antecedentes
Las experiencias grupoanalíticas, en las cuales me centro en el contexto presente, se desarrollaron principalmente en las condiciones siguientes: 1) Civiles a) clínica Pacientes externos b) práctica privada 2) Militares Hospital Pacientes internos Las circunstancias de los pacientes militares se describirán con más detalle en un apartado posterior. Las condiciones en este hospital militar son algo más que un simple marco: constituyen en sí mismas la más vívida ilustración de la dinámica de grupos. Estos pacientes proporcionan al mismo tiempo los ejemplos de enfoque grupoanalítico en el caso de los pacientes internos.
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Pacientes externos en clínica y práctica privada Falta describir las condiciones en las cuales la psicoterapia se desarrolla en un marco civil. Es preciso mencionar que las primeras observaciones se llevaron a cabo durante la guerra, entre 1940 y 1942, en una localidad rural. Los pacientes llegaban de diversos distritos alejados y no tenían contacto social entre sí fuera de las reuniones de grupo, que se celebraban regularmente una vez por semana. Desde el final de la guerra se están llevando a cabo otras observaciones en Londres. Las condiciones generales de los pacientes externos de la clínica no precisan descripción. Quizá merezca la pena señalar que en la actualidad en Londres —en mi caso en el hospital St. Bartholomew— existe una larga lista de espera. No es raro que los pacientes estén entre medio año y un año en lista de espera antes de ser llamados para iniciar el tratamiento. Al ser derivados por su médico se presentan a una larga entrevista con el director y un trabajador social psiquiátrico elabora un cuidadoso «historial social». Se realiza un diagnóstico provisional y son seleccionados para una forma concreta de tratamiento, como la electronarcosis, hipnoanálisis o narcoanálisis, psicoterapia analítica, etcétera. Son asignados entonces a la lista de espera de uno de los especialistas. Entretanto, suele prescribírseles alguna medicación, como bro107
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muro o fenobarbital. Yo formo mi grupo a partir de las personas en lista de espera. No realizo ninguna selección particular, salvo la de excluir a aquellos que obviamente no son adecuados, o son menos adecuados, para la terapia. En este caso decidí comenzar con un grupo de mujeres. Los grupos de pacientes externos son más difíciles de formar y tratar que los internos, y las mujeres parecen más difíciles de integrar en un grupo que los hombres. Los grupos mixtos presentan su problemática propia, pero también existen buenos motivos para recomendarlos. Mi grupo privado actual es un grupo mixto. Por lo que respecta a la preparación, señalaré que estas pacientes no estaban preparadas en absoluto cuando las vi por primera vez. En algunos casos las habían inducido a creer que el tratamiento grupal se llevaba a cabo para cubrir un hueco mientras seguían en lista de espera. Desde el principio las vi juntas, pero pasó bastante tiempo antes de que se formara un grupo más o menos regular. Algunas participaron desde el inicio hasta la fecha, en cambio un número considerable apareció en sólo una ocasión. Mencionaré aquí, en relación a esto, algo que me parece un punto muy importante, porque puede que no vuelva sobre ello. Se trata de lo siguiente: todas, o al menos un noventa por ciento de esta categoría, las que rechazaban volver o fueron desalentadas a continuar, lo hicieron por el excesivo peso de la carga de su defensa neurótica y nada deseaban menos que enfrentarse seriamente a sus problemas. Eran, en mi opinión, un material poco prometedor para un enfoque psicoterapéutico en su estado presente. Si esto es verdad, revela el valor en forma de ahorro de tiempo del grupoanálisis como prueba de pronóstico del tratamiento. Esperamos poder confrontar esta impresión clínica mediante una investigación de trabajo en equipo más objetiva. A mitad de camino entre estas dos categorías, las que se presentaban un día y las que continuaban asistiendo y lo hacían bien, se sitúa otra categoría interesante, representada en este caso por tres o cuatro de un total de veinte individuos que han pasado hasta la fecha por este grupo. Asistieron regularmente, participaron activamente, y abandonaron al cabo de un promedio de seis sesiones, de acuerdo conmigo, con un buen resultado, tanto 108
Los antecedentes
subjetiva como objetivamente. Sus síntomas desaparecieron, resolvieron los problemas externos que les parecían irresolubles y de importancia crucial, y se sintieron completamente «bien». Grupos combinados y no combinados.— Los participantes de este grupo no asisten a terapia individual, y aunque tienen ocasión de hablar conmigo a solas ya sea antes o después de la sesión grupal, sienten poca necesidad de hacerlo. Considero altamente deseable, si no esencial, que cada paciente del grupo disponga de esta posibilidad como un mínimo de contacto personal con el terapeuta. Sin embargo, hablando estrictamente, este grupo no es «combinado». Ésta es una de las diferencias por las cuales se establece una distinción entre los pacientes privados y los de clínica. En el primer caso, se combina más el tratamiento grupal con el individual por razones obvias. Sin embargo, mi actual grupo privado es también muy «mezclado» en este sentido. A algunos participantes no los he visto nunca fuera del grupo, otros me visitan regularmente una, dos o tres veces, y en un caso hasta fecha reciente, hasta cinco veces por semana. No obstante, tiendo a reducir las entrevistas personales en la medida de lo posible, salvo cuando el tratamiento debe ser intensivo y cuando la sesión grupal se utiliza, a veces experimentalmente, a modo de estímulo complementario. En general, por lo que hace a mi experiencia hasta el presente, considero que la situación óptima en la práctica privada es la combinación del grupoanálisis con una o dos sesiones individuales. Influyen otros factores, por ejemplo, si se trata de un grupo «abierto» o «cerrado». Seguiremos abordando este punto. Grupos abiertos y cerrados.— Denomino grupo «abierto» a aquel que cambia en su composición, pero que sigue adelante como tal. Algunas personas se incorporan de cuando en cuando, otras dejan el grupo por sus méritos individuales. Si existe la suficiente superposición y continuidad, el grupo como tal conserva su identidad. Un grupo «cerrado» permanece unido con la composición inicial y el objetivo es que finalice unido. Los ejemplos puros de grupos «cerrados» sólo los he visto por el momento con pacientes internos. 109
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Todos los grupos de pacientes externos tienden a ser «abiertos» por razones prácticas, hasta que el tratamiento grupal se practique por diversos terapeutas y sea posible formar grupos «cerrados» seleccionados. Creo que esta forma demostrará ser más intensiva —como lo fue en Northfield—, en especial si los pacientes son cuidadosamente seleccionados y agrupados. Algunos de los grupos «abiertos», los dos que tengo en la actualidad, por ejemplo, se aproximan durante algunos periodos a grupos «cerrados». Alrededor de dos tercios de los pacientes forman un núcleo de grupo «cerrado» con cambios lentos en sus bordes. Yo denomino a esto un grupo de «apertura lenta». He explicado estos detalles técnicos aquí con objeto de no perder tiempo más adelante. El grupo privado difiere del de la clínica también en su origen social. Mi grupo actual está formado mayoritariamente por hombres y mujeres intelectuales y profesionales. El grupo de St. Bartholomew lo componen mujeres de clase media y mujeres trabajadoras, pero no obreras. Se reparten al cincuenta por ciento entre jóvenes solteras y mujeres casadas de mediana edad. Entre los pacientes privados no he tenido ningún caso de «paciente de un solo día». Esto se debe a dos características: 1) Acuden al tratamiento por propia iniciativa y a su cargo, y no existe ninguna duda de que desean afrontar sus problemas. 2) La selección es diferente, en parte por el mismo motivo. En general, el tratamiento individual en el grupo de St. Bartholomew es bastante extensivo. A algunas pacientes las ven una o dos veces por semana durante hasta dos años, a otras sólo media hora por semana durante unas pocas sesiones, en función de la naturaleza de la terapia y el enfoque de los diferentes especialistas. Pero el número de pacientes que reciben este tratamiento en un momento dado es relativamente pequeño en el conjunto de los aspirantes. El encuentro del grupo se produce en una consulta médica común (muy médica) de este viejo y venerable edificio. Nos sentamos alrededor de una mesita en sillas de respaldo duro, que hay que ir a buscar a otras salas y luego devolver. La sesión se desarrolla por la tarde y supone para estas mujeres un esfuerzo e inconveniente adicional sacar tiempo del trabajo y viajar alrededor de 110
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una hora de ida y otra de vuelta en autobús y metro para asistir. Las mujeres casadas, que en general no trabajan, se hallan en una posición algo más acomodada, aunque su situación tampoco es sencilla en este Londres actual, con sus calamidades de posguerra, colas para comprar comida y demás. Pero se lo toman con ese espíritu y fino sentido del humor tan característico de los ingleses y los londinenses, y nunca he visto ni un solo gesto de queja. El grupo privado se reúne por la noche, después de cenar, en una sala también bastante modesta alquilada para ese fin: apenas evoca algo más la atmósfera de una sala de estar y es sólo un poco más confortable. Éste es el marco en el que deben contemplarse estos grupos. Pacientes en un hospital militar Para entender mejor el material posterior, es preciso describir en este punto la situación en el hospital militar de Northfield en el que trabajé desde marzo de 1943 hasta diciembre de 1945. Esta descripción del entorno se distribuye en cuatro fases principales que, para posterior referencia, llamaré A, A1, B y B1, en las cuales el paso de A a B coincide con un cambio más señalado en las circunstancias del hospital. Fase A—La fase se sitúa entre 1943 y principios de 1944. Un paciente que llegara al hospital en ese momento lo haría desde una unidad en Inglaterra, pero para que se recomendara su admisión tenía que someterse a un largo procedimiento. En primer lugar, tenía que hacer una visita al área de psiquiatría más próxima a su unidad; en la mayor parte de los casos esta entrevista sólo se concertaba como última medida. Un informe del oficial médico al psiquiatra explicaba en qué aspecto el comportamiento del hombre era deficiente y las medidas que se habían aplicado sin éxito para corregir el problema. Si el psiquiatra sentía que el problema no podía manejarse localmente podía recomendar la admisión en Northfield, siempre que se dieran una serie de circunstancias muy particulares. 111
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El paciente que llegaba al hospital después de estas averiguaciones tenía un viaje de ocho kilómetros desde Birmingham en un desvencijado tranvía antes de caminar más de un kilómetro colina arriba con su petate. Hasta que fue requerido por el ejército, el edificio había albergado el hospital mental Hollymoor, y en los alrededores todavía se lo conocía con ese nombre. La construcción que se alzaba al final del sendero de entrada ofrecía un aspecto institucional intimidatorio. Una vez dentro, el hospital era tan poco confortable como sugería su apariencia externa: pasillos de piedra que causaban eco y enormes salas apenas amuebladas, con muchas de las puertas cerradas con llave. Lo apartado del lugar y la longitud del sendero formaban parte de la escena, y eran constante objeto de broma para la tropa y el personal. Sin embargo, aunque la apariencia externa se mantuvo en todas las fases, el clima interior cambió notablemente en el transcurso del tiempo. Lo conocimos en 1943, y yo he llamado a este primer periodo fase A. Cuando llegaba, el paciente iba a una sala de admisiones. Al día siguiente era visitado por el psiquiatra jefe y asignado a un psiquiatra para terapia. Éste, en cuanto tenía una vacante en su sala porque transfería a uno de sus antiguos pacientes al ala de instrucción, daba las indicaciones pertinentes para que el nuevo paciente pasara de la sala de admisiones al pabellón psiquiátrico, donde vivían los sesenta o setenta pacientes que llevaba en ese momento. Esta transferencia podía tardar un día más o menos, y a esas alturas el paciente ya habría sido visitado independientemente por un especialista médico y ya estarían disponibles los resultados de varias pruebas de laboratorio. A cada psiquiatra le esperaban un par de casos nuevos cada día, y la burocracia no era tarea desdeñable. Pero todo este trabajo, aunque relacionado con la admisión, causaba poco impacto en el recién llegado, que lo más probable es que se acercara al médico y al psiquiatra jefe en sus entrevistas como si ellos fueran a darle la ayuda que debía buscar en el terapeuta, con el cual no contactaba hasta más tarde. Durante este periodo de espera, el recién llegado establecía amistades en la sala de admisiones y contactaba con la hermana a cargo de la sala y con su equipo. Resultaba desafortunado que esos contactos tuvieran que romperse con su traslado a su pabe112
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llón permanente, pero esta inseguridad en las primeras relaciones con el hospital caracterizaba toda su experiencia en la fase A. El grueso de los pacientes estaba oficialmente ocupado en faenas, entrenamiento físico y juegos. Pero como el grueso de los pacientes estaba en el hospital a causa de problemas de comportamiento, no resulta sorprendente que a pesar de los mejores esfuerzos del equipo muchos de ellos encontraran la forma de escabullirse de sus deberes e ir al vecino café de Jones. Los pacientes tenían poco en que ocuparse entre una entrevista y otra salvo unirse a los colegas en el café de Jones o en el servicio de cantinas del ejército, y allí tenían ocasión de aprender todo tipo de conocimientos comunes indeseables, de manera que hasta el hombre de moral recta corría el riesgo de torcerse. Puesto que muchos de los pacientes de entonces eran soldados mal dispuestos, cuyas dificultades venían de antiguo, su preocupación principal era librarse del servicio. La llave para las «puertas del paraíso», la vida civil, era el síntoma neurótico del paciente, y lo más probable era que si no tenía nada espectacular que mostrar cuando había salido de su unidad hacia el hospital, en el momento en que recorría el sendero de entrada y tenía ocasión de hablar con algunos otros pacientes se equipara con armas para utilizar en su inminente batalla con el psiquiatra para conseguir su libertad civil. El interés en los síntomas venía acompañado por un deterioro de la actitud militar. Este deterioro se iniciaba en el traslado desde la estricta disciplina militar de su unidad hasta el hospital, pero continuaba dentro de los límites de Northfield a pesar de los esfuerzos de la policía militar, que hacía lo posible para imponer una corrección de comportamiento simbólica. Los policías, no obstante, eran a la vez demasiados y demasiados pocos para tratar con personas tan difíciles —que ya habían causado la desesperación de sus unidades—, porque los soldados reticentes, convertidos en pacientes, podían desafiar la disciplina con la excusa de la salud. Podría decirse que, por lo que respecta a la moral, las circunstancias de la fase A eran muy insatisfactorias, y aunque las condiciones materiales eran infinitamente mejores en el hospital, las quejas superaban en mucho a las que se producían 113
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en una unidad militar. Una queja común en esa época era la de comparar el hospital con un campo de concentración. En el interior del recinto, el conflicto entre soldados y hospital, entre salud e incapacidad, quedaba vistosamente simbolizado por el contraste en el vestuario. El ala hospitalaria iba de azul y la de instrucción de caqui. El contraste planteaba todos los problemas del futuro y mostraba al soldado reticente su primer objetivo, a saber, permanecer suficientemente enfermo e inútil para el ejército para evitar su traslado al caqui y al ala de instrucción. Los territorios reales mantenidos por el ala hospitalaria y el ala de instrucción respectivamente, aunque en los límites del mismo edificio hospitalario, quedaban claramente delimitados; un policía militar permanecía en la puerta divisoria cual Cancerbero. Las circunstancias materiales en las dos alas eran bien distintas: las salas del ala de instrucción estaban amuebladas como barracones y los hombres dormían con jergón y mantas, en lugar de con colchones y sábanas; estaban sujetos a una disciplina a las órdenes de su oficial al mando y no del jefe de admisiones, y seguían un programa militar en lugar del laissez-faire del hospital. No había monjas ni oficiales médicos en el ala de instrucción, sino oficiales militares que veían a los psiquiatras con respeto por ser expertos en un extraño misterio, pero también con la sospecha de que eran los aliados naturales de los pacientes. Para los militares, el equipo médico era un grupo de pardillos, inexpertos en los trucos de «soldado viejo» que los pacientes practicaban con ellos. Veían a los hombres corriendo a sus psiquiatras como niños y solían culpar a éstos por su actitud ante el estado del paciente. La actitud administrativa ante este cisma en el equipo era que se debía dejar tranquilos a los psiquiatras para que hicieran su trabajo en el ala hospitalaria, y éstos, cuando hubieran «curado» a sus pacientes, debían enviarlos para que volvieran a convertirlos en soldados en el ala de instrucción, pero cada ala debía dejar de meterse en el trabajo ajeno. La existencia en el hospital de una división similar entre medicina y psiquiatría quedaba marcada por los exámenes independientes que médico y psiquiatra realizaban en la admisión. La terapia física también era un problema «físi114
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co» perteneciente al terreno de la medicina. Esta delimitación y solapamiento de funciones era fuente de frustración y ansiedad para todos, pero detrás de la incertidumbre y el desconcierto se hallaba el paciente. Él era el centro de las dudas de todos, y la situación externa reflejaba y contribuía a su incertidumbre. Fase A1.— El final de la fase A y el inicio de la fase A1 se produjo antes de que se abriera el segundo frente en junio de 1944. En ese momento, las divisiones a rajatabla que se han descrito se habían atenuado, en cierta medida debido al reconocimiento de las dificultades que planteaban a la terapia; la cual, después de todo e incluso bajo la presión de la disponibilidad, continuaba siendo la función más importante del hospital. Los psiquiatras, en lugar de ser desalentados a implicarse en las cuestiones del ala de instrucción, ya tenían orden de visitar a sus pacientes. El modo de dormir de los hombres de caqui había cambiado, de manera que todos los pacientes de un mismo psiquiatra dormían juntos en el ala de instrucción. Estos cambios en el interior del hospital se vieron facilitados por el sentido de emergencia creado en todo el país por el inminente segundo frente. Ésta es la razón general por la que el hospital, que hasta entonces se había mantenido muy estable bajo constante y experimentada administración, se convirtió en objeto de fluctuaciones más violentas. Los cambios tuvieron consecuencias terribles, pero al mismo tiempo forzaron al hospital a un mayor contacto con realidades y produjeron de este modo una mejor integración en sus funciones. Un concepto educacional más activo por parte del Ejército también influyó favorablemente en el hospital. Las disposiciones previas para ocupar a los pacientes fueron modificadas. Los hombres en la división hospitalaria recibían más facilidades para ocuparse durante el día, y se les animaba más a hacerlo; se construyeron barracones de carpintería, modelado y otras actividades. Y cuando se abrió el segundo frente en junio de 1944, el tipo de paciente cambió. Pronto nos encontramos tratando con jóvenes soldados activos que habían visto la batalla. El equipo, muchos de cuyos miembros no habían participado activamente en la lucha, tenía que respetar a estos hombres que llegaban enfermos y exhaustos. 115
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La tortilla se había dado vuelta; los soldados menos activos del equipo se sentían culpables y mostraron una compasión real por los pacientes. El mismo factor también levantó el interés de las monjas y las ordenanzas a su cargo, y las diferencias profesionales entre el equipo también se resolvieron hasta cierto punto. La administración animó a monjas y psiquiatras a trabajar más unidos, y los psiquiatras animaron a su vez a las hermanas de sus salas a participar de manera más activa en el tratamiento. El desayuno quedó convertido en una oportunidad para discutir problemas, los psiquiatras asistían a las reuniones de la Oficina Militar de Asuntos Pendientes de un modo más espontáneo y se obtuvo una concesión perseguida desde hacía largo tiempo: que las monjas, en lugar de cambiar de una sala a otra, se mantuvieran el máximo tiempo posible en la misma sala, con los mismos pacientes y el mismo psiquiatra. El método de admisiones también se modificó para rechazar los casos incompatibles. Determinados psiquiatras empezaron a dedicar todo su tiempo a clasificar y reducir el periodo de admisión. De este modo el tiempo entre la llegada del paciente y su contacto con el psiquiatra disminuyó. Los hombres descartados del ejército, siempre una fuente de influencia indeseable para los demás, empezaron a irse rápida y discretamente. La lista de nombres dejó de mostrarse públicamente. El médico empezó a ver los casos consultando con el psiquiatra, de manera que el paciente dejó de interponerse entre ellos. De hecho, entre la fase A y la fase A1 se derribaron muchas barreras en todo el hospital; los objetivos se clarificaron más, tanto para el equipo como para los pacientes, y la administración adoptó un papel de agente. La integración de los oficiales del ala de instrucción con los psiquiatras y los objetivos pretendidos por el hospital aumentaron en la fase A1; los intercambios dejaron de estar confinados a los contactos no oficiales en medio del caos, cuya calidez y sinceridad había contrastado antes con la corrección oficial. Sin embargo, el aumento del contacto también enconó las opiniones entre el equipo. Las decisiones del día a día tenían que consensuarse y se afrontaron muchas dificultades interpersonales para lograr esta mayor cooperación. La implicación del equipo en las decisiones cotidianas aumentó las 116
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ansiedades de sus miembros, pero la oportunidad de discutir y solventar problemas las alivió y redundó en un aumento de la confianza mutua. Fase B. El experimento de Northfield.— La fase B se inició a finales de 1944, cuando el segundo frente ya se había establecido. Se había elegido un equipo militar que había adquirido conocimientos fundados de la perspectiva psiquiátrica, y en particular de la orientación de psicología grupal, a partir de sus experiencias en el Consejo de Selección del Ministerio de la Guerra. Esto permitía a todos los implicados —militares, psiquiatras y pacientes— afrontar las tareas del hospital como un asunto común. El ala de instrucción se había disuelto y transformado en una organización que promovía actividades de todo tipo. El hospital era tratado como conjunto y gradualmente se le permitió crecer hasta convertirse en una comunidad responsable de sí misma y que se autogobernaba. El nuevo equipo tenía notables dificultades para averiguar e interpretar los deseos y urgencias experimentados de un modo espontáneo por los pacientes, y para crear oportunidades para actividades de cualquier tipo posible, ya fuera trabajo, intereses artísticos, deportes o entretenimientos en el interior e incluso fuera del hospital. Un club de pacientes empezó por el billar, el ping-pong y las actividades sociales en las salas, y cuidaban de él representantes elegidos por ellos mismos. Se creó una banda musical del hospital, así como un periódico que se costeaba su propia rotativa. Austin Motor Works siempre había ofrecido instrucción e interesaba a cierto número de hombres, pero el principio del empleo externo se amplió mucho y fabricantes de distintos tipos ofrecieron sus instalaciones. Actividades como labrar o el trabajo en la escuela de agronomía se tornaron posibles, así como el patinaje sobre hielo, la equitación y las clases de golf. Los hombres incluso disponían de libertad para no hacer nada, y esto resultaba de sumo interés para determinar qué significaba para distintos pacientes. Al mismo tiempo que ocurría esta expansión de posibilidades, las reuniones de sala experimentaron un cambio. Ya no se celebraban como una discusión formal de la Oficina Militar de 117
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Asuntos Pendientes, sino que se trataban materias que podían después trasladarse a las reuniones semanales de representantes de sala. En este encuentro, la administración del hospital empezó a ser aconsejada y en parte manejada por los propios pacientes. Las habituales reclamaciones de disciplina y procedimiento del ejército eran defendidas con energía por el oficial al mando, un soldado de carrera. Esto impidió que el experimento cayera en una artificialidad al margen de la realidad militar y social. En mi opinión este hecho constituyó una prueba esencial del éxito o fracaso en el tratamiento; que los pacientes a mi cuidado pudieran satisfacer sus exigencias y que él, por su parte, nunca dejara de brindarnos el apoyo que podía conciliar con las exigencias que debía mantener. Sin embargo, no es sorprendente que un hospital que era dirigido de manera tan contraria a los códigos militares habituales encontrara sólo una aprobación reticente. Aun así, se extendió la impresión de que él mismo se sentía más afín con los métodos adoptados, y en una fase posterior incluso lo vimos aplicándolos él mismo ¡y de manera muy competente! Al final se descubrió que existía base común en más de un sentido entre la vieja tradición y sabiduría militares y este nuevo experimento. En la medida de lo posible, la vida del hospital era organizada y mantenida (en el marco del esquema administrativo) por los propios pacientes. Ellos reclutaban a los nuevos pacientes y las guías especiales fijadas para este fin se recogieron en un folleto: Bienvenidos a Northfield. Aquí se ofrece un extracto de la «Nota del editor», la «Introducción» y las «Actividades seleccionadas». ´ NOTA DEL EDITOR Esta revista ha sido compilada de la manera más clara y concisa posible para darle una idea de por qué está aquí, y de las instalaciones y actividades disponibles para usted durante su estancia en este hospital. Trataremos de solventar algunas de sus dificultades a la luz de las que hemos experimentado nosotros. En la última página hay un útil mapa que le indica dónde se halla ahora y adónde puede ir durante su estancia.
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Los antecedentes Si tiene la más mínima duda sobre CUALQUIER particular después de leer esta revista, la hermana estará encantada de ayudarle. [...] Hay más información disponible en la oficina del Grupo de Actividades, en el pasillo del Club del Hospital. INTRODUCCIÓN Nos han enviado aquí porque nuestra salud ha resultado afectada. Hay muchas posibles causas. Puede deberse a la forma en que un hombre está constituido o a las experiencias por las que ha pasado en distintos momentos de su vida; uno podría decir sin temor a equivocarse que intervienen ambos factores, aunque el grado en el que influyen difiere en cada uno de nosotros, como individuos. Por eso nos interesa explicar a nuestro psiquiatra (el especialista que nos ayuda en el camino hacia la recuperación) todo lo posible acerca de nosotros mismos y confiarnos a él. Su principal cometido es ayudarnos a superar nuestras dificultades presentes y que de este modo recuperemos la salud y seamos capaces de reanudar nuestra vida y nuestro trabajo. Esto exige nuestra más cercana cooperación en todo lo que aquí se hace. Todo lo que le digamos a nuestro psiquiatra es, por supuesto, estrictamente confidencial. En lo que respecta al tratamiento, bien podría decirse que todo lo que hacemos aquí es tratamiento. Por esta razón nuestro tratamiento no consiste solamente en dormir y descansar, o en el habitual frasco de pastillas de colores. Además de las entrevistas con el psiquiatra, pasamos gran parte del tiempo en varias formas de ejercicio y actividades. Trataremos más a fondo esta cuestión en otra parte de esta revista, porque difieren para cada uno de nosotros, aunque suele resultar más útil trabajar en equipo, del mismo modo que hacen en la redacción del Mercury, que hacerlo como individuos [...] Nuestra actividad especial se selecciona en uno de nuestros primeros encuentros privados con nuestro psiquiatra. Actividades seleccionadas, entretenimiento, fiestas y recreación son todo «buenas medicinas», además de ser en sí motivo de disfrute, y esperamos que en un periodo muy corto recupere ese estado de salud y felicidad que un día conoció [...]
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica ACTIVIDADES SELECCIONADAS En cuanto su psiquiatra considere que cumple los requisitos para la admisión, se le proporcionará una tarjeta; la llevará en todo momento y le servirá como un pase cada vez que abandone los límites del hospital. Ocuparía demasiado espacio, y va más allá del propósito de este folleto, describir con detalle todas las actividades seleccionadas. Hay una lista en la tarjeta de pase, pero sólo menciona una parte de un campo muy amplio [...] No es preciso saber mucho (de hecho no hay necesidad de saber nada) de una actividad para participar en ella, y esto nos ha parecido una gran oportunidad de «probar» algo que muchos de nosotros habíamos querido hacer. Los instructores están para ayudarnos y para ver que tenemos una oportunidad de desarrollar nuestras ideas. Aquellos de nosotros que trabajamos en grupos tenemos lo que se llama una actividad de tiempo completo: éstas son actividades que han de ser desarrolladas en equipo. En estas circunstancias tenemos una oportunidad de aprovechar los recursos de Birmingham, así como los del hospital (el Mercury es un ejemplo). Si la actividad elegida, después de discutirlo entre usted y el psiquiatra, no figura en la lista de la tarjeta de pase, tenga la seguridad de que se pondrán los medios para desarrollarla. Los funcionarios de terapia social le ofrecerán toda su colaboración en esto [...], por ejemplo es posible trabajar en una granja o incluso dar clases en una escuela local. Puede cambiar de actividad en cualquier momento después de una charla con su psiquiatra.
Los recién llegados leían el folleto y después el grupo de recepción los acompañaba en una visita al hospital para que lo vieran con sus propios ojos, y para que eligieran una actividad si lo deseaban. Durante el contacto con los guías, el psiquiatra y la hermana en la sala de admisiones, los recién llegados eran invitados a formular preguntas y discutir cualquier cuestión que pudiera surgir. En la visita podían ver por sí mismos el club del 120
Los antecedentes
hospital dirigido enteramente por los pacientes, a los pacientes que llevaban el periódico en plena actividad, el campo de deportes en el que quizá se estaba jugando a tenis, los hombres trabajando en el barracón de carpintería haciendo objetos para casa o para la guardería local o un decorado de teatro, hombres trabajando en el jardín o en el barracón de pintura y modelado o las creaciones del barracón de radio y electricidad. Si uno compara la recepción en el hospital en ese momento con la descrita en la fase A obtendrá una buena impresión de lo que significa un enfoque grupal y el sentido de la frase «hacer del hospital una comunidad». En la medida de lo posible, durante la fase B las actividades de los pacientes eran organizadas y mantenidas por los propios pacientes; si fallaban en sus cometidos cargaban con la responsabilidad; si la banda no se presentaba a la hora del baile, no había baile, pero si tenían éxito obtenían su propia recompensa: el resultado era que por encima de todo se tornaban activos en su propio interés y utilizaban el hospital en su beneficio en lugar de esperar a que les curaran. El incremento en la espontaneidad fomentada por esta situación cambió por completo la atmósfera del hospital. La participación de los pacientes en la administración los obligó a implicarse más en los asuntos de la institución, que veían como de interés propio. Las reuniones y el trabajo en común daban más oportunidades para el contacto entre todos los implicados —personal, hermanas, psiquiatras y pacientes por igual— y los pequeños grupos terapéuticos de ocho o nueve individuos potenciaron al máximo este contacto. Cualquier paciente podría haber vestido de caqui en esta fase, aunque razones técnicas restringían el caqui a un porcentaje determinado. El significado del azul giraba en torno a dos factores: 1) las quejas acerca de lo inadecuado de las indumentarias azules del hospital, 2) el resentimiento por incidentes incómodos al salir del recinto de azul, provocados por la creencia de los vecinos de que el hospital seguía siendo para casos de locura. ¡Todos querían vestir de caqui lo antes posible! Un sentimiento de inferioridad, surgido de la naturaleza de sus demandas y de la posición adoptada por 121
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familiares y amigos, encontraba expresión en estas dos ansiedades principales. Fase B1.—El siguiente periodo, que denomino B1, se inicia después del día de la victoria en Europa y el fin de la guerra en el continente. El clima en el hospital cambió de acuerdo con las nuevas circunstancias, y de nuevo se produjo una tendencia en la misma dirección que en la fase A. La falta de entusiasmo por la guerra contra Japón y la confianza en una pronta desmovilización general constituían un problema de moral militar. Esto se reflejó en el estado de los pacientes que llegaban al hospital. Seguían siendo los mismos hombres jóvenes de la fase B, pero sus problemas eran de carácter civil: temían el servicio en el extranjero y eran soldados reticentes, ansiosos de libertad. Y el personal, tanto médico como general, también estaba más preocupado por su futuro civil. Los primeros organizadores de proyectos y actividades experimentales comenzaron a retirarse o fueron desmovilizados. Los psiquiatras cambiaron y los que llegaron tuvieron que afrontar de nuevo las ansiedades de aprender técnicas grupales. La espontaneidad de las actividades disminuyó. Lo que se había desarrollado en la fase B y quedaba al margen de las necesidades presentes del hospital corría el peligro de desentonar y ser institucionalizado. Para el soldado que llegaba al hospital, las instituciones volvían a presentarse más como una imposición de arriba que como una manera de encontrarse con sus propios deseos y expresar y manejar sus necesidades. Describiré mejor lo que se llevó a cabo en esta fase recurriendo a mis propias palabras extraídas de un artículo del International Journal of Psycho-Analysis de 1946:1 ¿Qué había que hacer? Tuve la fortuna de ser transferido, a petición mía, al departamento de actividades. Quedó completamente claro que iban a hacer falta acicates para ocasionar 1. S. H. Foulkes: «On Group Analysis», The International Journal of Psycho-Analysis, 23 (1946), partes 1 y 2.
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Los antecedentes un efecto en el espíritu del hospital en su conjunto. La situación sugería el remedio. Era preciso formar grupos cuya tarea estuviera directamente relacionada con el hospital en sí y que, a partir de su función, fueran forzados al contacto y la cooperación con otros. [...] En principio y en detalle, este nuevo enfoque abría una panorámica fascinante. Tenía que abrirme camino hasta el núcleo de los grupos, a lo que quedaba de ellos, e insuflarles vida de nuevo. [...] Necesitaba ayuda. Fundé un grupo llamado grupo de coordinación, el cual con entusiasmo de nuevo cuño pronto empezó a ser un factor muy activo en la vida del hospital. Al cabo de una o dos semanas su influencia ya se sentía en todo el hospital, desde el oficial al mando hasta el último paciente, ordenanza o administrativa. Nació nueva vida de las ruinas, se formaron grupos de expertos y concursos entre psiquiatras y pacientes, produciendo una vez más un contacto y una cooperación sanos y positivos.
El trabajo grupal en las distintas fases.— Por último, trataré de resumir el estado del trabajo grupal en las distintas fases del hospital desde julio de 1943 hasta diciembre de 1945, cuando lo abandoné. Fase A.— Con el permiso especial del oficial al mando veía a grupos de mis pacientes semanalmente, ya fuera en mi sala o en la sala de conferencias. Debido a dificultades de horario, estos grupos sólo se reunían cuando los pacientes y yo teníamos la tarde libre. A pesar de ello la asistencia era buena. La mejoría en los participantes en estos grupos fue asombrosa comparada con casos similares, tanto en lo que respecta a su moral como a sus quejas particulares. Fase A1.— Otros especialistas empezaron a interesarse. También recibimos muchas visitas de fuera del hospital, en ocasiones de personalidades distinguidas. Casi se convirtió en una excepción ver a un grupo en solitario. Además empecé una gran variedad de grupos; mi principal contacto con los pacientes del ala de instrucción se producía a través de los grupos. Empezamos a experimentar con los métodos de psicodrama y sociodrama en la línea de J. L. Moreno. 123
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Fase B.— El enfoque grupal se extendió por todo el hospital. Las salas se administraban siguiendo una línea grupal, con grupos de sala como parte esencial. Enseñanza e intercambio de experiencias de terapia grupal entre psiquiatras, que también podían asistir a las reuniones de grupos de colegas. Emergencia del grupo cerrado. Era posible formar grupos de actividades de todo tipo y ver a los propios pacientes en actividades espontáneas y en situaciones grupales. Se consiguió un elevado grado de integración entre estos grupos. Las interacciones entre grupos podían ser observadas y utilizadas. Emergieron relaciones mutuas entre grupos de actividad y grupos de entrevistas (proyectos y grupos «reflectivos»). Fase B1.— Esta fase me brindó la oportunidad de participar activamente en la formación de grupos de actividades, así como en la gran variedad de aquellos que se habían formado de manera espontánea; sesiones de grupo formales con mis pacientes y los de otros psiquiatras, grupos de trabajo menos formales y grupos espontáneos. La «terapia de representación», afín al sociodrama, se utilizó como muestra del enfoque centrado en el grupo y de sus efectos dinamizadores en otros grupos, incluidos los psiquiatras. La función general de estos grupos era la reintegración de la comunidad del hospital.
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3 La situación grupoanalítica «En la guerra, y de hecho en la vida, se trata de esforzarse por descubrir lo que no sabes en aquello que haces.» Wellington Como se ha dicho, la situación grupoanalítica no puede normativizarse, pero está definida con claridad. No debe normativizarse nunca, porque nunca se halla aislada herméticamente del contorno establecido, del cual forma parte, como se indica en nuestro diagrama. Debería permitirse que este campo que la rodea la modificara. En medio de una sesión en Northfield, por ejemplo, descubrimos que coincidía con un partido de fútbol interhospitalario entre Inglaterra y Escocia, y que el interés del grupo se hallaba puesto en ese encuentro. En ese momento aplazamos la sesión y nos fuimos al campo de fútbol. Obviamente, era la mejor opción para todos nosotros en ese momento y en esa situación, y la mejor contribución que podíamos hacer al hospital en su conjunto. En cambio, esto no puede suceder en una clínica con pacientes externos de Londres, y uno no puede interrumpir la sesión para ir al Regent’s Park o al zoológico, aunque todo el grupo esté interesado en la llegada de un nuevo oso panda. Por este motivo hablamos de características fundamentales de la situación y de principios de la conducta, más que de criterios fijos y reglas técnicas. Número de participantes.— El primer y más importante paso para que un grupo se forme es que se reúna. Para los propósitos 125
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de un trabajo tan íntimo como el grupoanálisis, el número de asistentes no puede ser muy alto. Sin contar al terapeuta, tres personas pueden trabajar juntas, pero para que un grupo sea representativo se requiere un mínimo de cinco. Puede trabajarse bastante bien con diez o incluso doce, pero es difícil que el terapeuta haga justicia a todos y cada uno de los individuos si tiene que ser un participante pleno y no un simple pasajero. La cifra óptima se sitúa entre siete y nueve, y ocho ha emergido como un número estándar de consenso general. Se desarrolla una apreciación de diferencias sutiles en el citado rango, probablemente en función del enfoque particular del terapeuta. Más recientemente he llegado a la conclusión de que para mí el número óptimo es el de siete participantes. Me inclino más a desviarme desde el ocho hacia el siete que hacia el nueve. Lo expresaría así:
Así pues, el ocho es el número estándar. Condiciones, lugar de reunión.— Puesto que el grupo desea reunirse con frecuencia, y depende de las comunicaciones verbales, debe hallarse razonablemente cómodo y tranquilo. La sala no debe ser ni demasiado grande ni demasiado pequeña, y los asientos han de ser razonablemente cómodos, mejor butacas que sillas fijas, porque permiten cierta movilidad. El siguiente aspecto importante es que los miembros deberían verse las caras entre ellos y con el terapeuta. El modelo ideal es el círculo. (compárense los diagramas de la cuarta parte, pp. 219 y 220). 126
La situación grupoanalítica
Disposición de los asientos.— La distribución estándar, que corresponde a la situación actual en grupoanálisis, es que el asiento del líder, el terapeuta, es fijo, y los miembros del grupo, los pacientes, disponen de libertad para elegir los suyos a voluntad. Siempre tienden a agruparse en un orden permanente, más o menos rígido. El hecho de que esto ocurra, cuándo y cómo, y si cambia y de qué manera, son aspectos importantes a observar. No hay nada más destacable respecto a la situación en este sentido, por ejemplo, es posible sentarse en torno a una chimenea o una mesa, o no hacerlo. Los siguientes ejemplos podrían servir como ilustración, sin embargo, de cómo las circunstancias accidentales modifican la situación y cómo sus significados varían en la situación del grupo. Me referiré de ahora en adelante a mi grupo privado como grupo P y a mi grupo de St. Bartholomew como grupo B. Posición y significado.— El grupo P, cuyo primer encuentro se produjo en invierno, se sienta en semicírculo en torno a una chimenea. Como los pacientes llegan, con un escaso margen, alrededor de las ocho de la tarde, y tengo que controlar la puerta de la calle, nunca soy el primero en presentarme en la sala y por tanto busco mi propio lugar entre los demás, aunque prefiero sentarme en el extremo izquierdo o derecho antes que partir el grupo en dos cuartos de círculo sentándome en el medio. Hacia el verano, el grupo se trasladó a una de las dos salas adjuntas, donde había una mesa, alrededor de la cual nos sentamos. La mesa en este caso tuvo el efecto de acercarnos. Ahora ocupo una posición en medio de su lado largo. En el grupo B las condiciones son distintas. No hay chimenea, sino calefacción central. Hay una pequeña mesita situada delante de mí, la cual fijó mi lugar de una vez y para siempre. Las pacientes van a buscar las sillas y se sientan enfrente y a los lados de la mesa en una línea curva. Sus propios lugares también se han fijado de una manera más rápida y rígida. Tienden a dejar una distancia innecesariamente grande entre ellas y yo, lo cual también refleja la mayor distancia social con «el doctor» en este grupo. La mesa, en este caso, tiende a separar al grupo de mí. La proximidad, o no, a mí refleja exactamente el grado de participación interna de cada 127
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
paciente, mezclado con la fuerza de su transferencia positiva. Una paciente siempre retrasa su silla del nivel común. Esto corresponde a su sentimiento de pertenecer a un nivel social más alto que las otras. Ella, un caso de histeria de conversión monosintomática, sostuvo en todo momento la causa física de sus dolores de cabeza y dejó de asistir, de acuerdo conmigo, después de un tiempo. En el grupo B, se ha desarrollado la tradición de que las nuevas siempre se sientan junto a mí, a mi derecha, en su primera sesión. En el grupo P se está desarrollando una nueva característica, según la cual los miembros piden consentimiento para introducir a nuevos asistentes, por motivos especiales, de cuando en cuando. En este caso, los nuevos empiezan sentándose al lado de quien los ha presentado. Creo que es importante que la situación no se normativice en exceso, a fin de permitir estas modificaciones naturales. Esto mantiene al grupo más cerca de la vida y garantiza un grado deseable de «informalidad». Selección de los grupos Es muy importante, por supuesto, a quiénes reúne el conductor. Esto plantea la cuestión de la selección y el agrupamiento, que no puede ser tratada aquí y ahora de forma exhaustiva. Yo no he estado hasta ahora en posición de trabajar en condiciones en las que fuera posible una cuidadosa labor de selección y asignación. Slavson1 se ha encontrado en una posición más favorable en este sentido. Él está particularmente preocupado, de acuerdo con su propia experiencia, con la actividad de terapia grupal con niños y ha ideado numerosos criterios en este campo. Yo coincido con él y otros en lo que respecta a la importancia de la selección y el agrupamiento en la terapia grupal, la cual, por supuesto, se extiende también al grupoanálisis. A mi juicio, la selección en grupoanálisis es interdependiente con las otras coordenadas, como el hecho de que se trate de pacientes internos o externos, 1. Slavson: An Introduction to Group Therapy, Oxford University Press, 1943.
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La situación grupoanalítica
patologías, frecuencia de las sesiones, periodo total de tratamiento, si es indeterminado o con plazo fijo, si se combina con terapia individual o no, y también si el grupo es abierto o cerrado. Ciertamente coincido con Sternbach2 en que no depende de ciertos tipos psicológicos ni de entidades patológicas específicas. Resulta interesante que afirme que «los mejores resultados terapéuticos en el tratamiento de psicópatas antisociales y de delincuentes con desórdenes graves de comportamiento primario han sido conseguidos hasta este momento casi exclusivamente mediante la terapia grupal, en un entorno más o menos autoritario», y que la experiencia práctica prueba que con ellos la terapia individual no es el método hacia el éxito. Estoy de acuerdo con él en que «el grupo de terapia moviliza todos los procesos que constituyen un requisito previo para la cura de la neurosis» y en que «en lo fundamental, las dinámicas del tratamiento de un individuo son las mismas, se lleve a cabo en una relación individual o de grupo». Cuestión diferente es determinar cuáles de estas dinámicas básicas son en realidad predominantemente operativas en las diferentes situaciones y en las diferentes formas de terapia grupal. El autor también parece modelar sus conceptos de estas dinámicas demasiado desde el punto de vista de la relación individual entre dos personas, la situación analítica, y las transfiere a la situación grupal, en lugar de hacerlo al revés, según mi opinión. El grupo como prueba.— En las circunstancias de mi trabajo hasta este momento, ha sido más cuestión de descartar a los pacientes no adecuados que de seleccionar a los particularmente adecuados para un tratamiento de grupo. Esto fue realizado a menudo utilizando la situación grupal en sí misma como prueba, y a los propios miembros del grupo y sus reacciones como participantes activos en este proceso. Este modo de selección ofrece diversas ventajas, pero requiere, claro está, una experiencia considerable por parte del terapeuta en las dinámicas de la psicopatología individual y grupal. No es recomendable para los principiantes. Las reacciones del conductor desempeñan, inevi2. Oscar Sternbach: «The Dynamics of Psychotherapy in the Group», Journal of Child Psychiatry, 1, núm. 1 (1947).
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
tablemente, un papel en esta elección, pero esto no es malo. Al fin y al cabo, no está realizando una selección para un grupo de terapia abstracto, sino para su grupo, conducido por él y en el que por tanto su enfoque y su personalidad tendrán un significado decisivo. Las principales ventajas de un modelo así son: 1) La eliminación del prejuicio de otras experiencias clínicas, que no han sido comprobadas por la experiencia en la situación grupal real. Esto es de particular importancia, porque la terapia en grupos es un enfoque relativamente nuevo y debería crear sus propios criterios de selección según una base propia. 2) Esta selección hace justicia al hecho de que un individuo incompatible con un grupo en concreto podría encajar bien en otro. 3) Ahorra tiempo, en la medida en que muestra que un individuo no es un sujeto prometedor para un tratamiento de cualquier tipo en su estado presente, o si no, qué otra forma de abordar el problema se recomienda. 4) Presenta al grupo problemas, como los representados por el nuevo candidato, que todavía no puede solventar. La prueba es mutua, el grupo pone a prueba al nuevo miembro y el nuevo miembro pone a prueba al grupo. El mismo razonamiento es válido con respecto al conductor. Selección según síndromes y problemas.— Me refiero a esta clase de función como «diagnóstico en vivo» y «pronóstico en vivo», la forma real opuesta a la forma sobre el papel. Uno puede de hecho llamar a este modo de selección «selección en vivo». La selección de los grupos de acuerdo a síndromes o problemas comunes intensifica el proceso grupoanalítico y casi requiere las condiciones de un grupo cerrado. Puede resultar que el «mismo» síndrome haya llegado como consecuencia de problemas diferentes, o que problemas similares generen síntomas diferentes, o que problemas similares produzcan síndromes similares, todos ellos casos interesantes. Al mismo tiempo, los antecedentes básicos de la personalidad y la importancia fundamental de los avatares del instinto y el historial infantil se desencadenan y se muestran en acción. El doctor De Maré, con mi apoyo, asumió en Northfield el tratamiento grupal de nueve «fobias a las enfermedades venéreas». Este tipo de caso, próximo a la psicosis, a menudo en la dirección de la depresión o la esquizofrenia y que implica deter130
La situación grupoanalítica
minada paranoia intrapsíquica, se había revelado completamente intratable en terapia individual con las limitaciones de tiempo del hospital. Puestos en manos menos experimentadas, varios pacientes tuvieron que ser transferidos a hospitales para psicóticos, y la mayoría de ellos fueron dados de alta después de cierto grado de mejoría. Yo dejé el hospital cuando este experimento se estaba desarrollando y el doctor De Maré no pudo, creo, llevarlo a su conclusión. Pero en las dos sesiones en las que participé, me impresionó sobremanera el grado de activación, insight y —en seis o siete de los nueve— mejoría que se había logrado. Otros ejemplos de selección por problemas comunes son hombres con problemas conyugales, o madres de niños que se encuentran en un centro para niños con problemas. Selección según tipos de personalidad Selección por contraste.— La semejanza de problemas y síndromes presenta sin duda sus ventajas, pero la diferencia tampoco está exenta de virtudes. En el tipo de grupo más abierto, prefiero esta última configuración. La selección se convierte así en una cuestión de lograr una mezcla favorable en la composición del grupo. Los criterios se orientan más hacia el tipo de personalidad, por ejemplo, introvertidos y extrovertidos, enclaustrados, aislados, tímidos, o comunicativos, buenos o malos verbalizadores, excesivamente aplicados y tipos irresponsables, etcétera. Yo prefiero la variedad, sin descartar los extremos, de este modo el uno muestra de forma evidente, personifica, lo que está suprimido en el potencial del otro. Supongo que cuanto más amplio es el abanico más alto es el potencial terapéutico, siempre que el grupo sea capaz de dominar esa diversidad sin desintegrarse. Obviamente, la capacidad del conductor desempeña un papel decisivo en esto. Selección por las necesidades del grupo.— En este caso el énfasis de la selección se pone en la composición del grupo que se tiene entre manos, en el estado de integración que ha alcanzado, y en si la inclusión de un individuo en concreto es buena o mala para el grupo más que para el individuo en cuestión. Este tipo de selección pone los intereses del grupo en primer plano, está «centrada en el grupo». El terapeuta se pregunta qué tipo de persona 131
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
es deseable añadir, o excluir, para ayudar al grupo en su conjunto. Busca al individuo desde el punto de vista del grupo. De acuerdo con una profunda ley de relaciones interpersonales este grupo es también un buen medio para el individuo en cuestión. Independientemente de la situación del grupo, pueden ser establecidos de antemano diversos factores, como el sexo, el estado civil, la edad, la clase social, el trabajo, las condiciones sociales, los intereses, profesionales o no (música, arte, ciencia, técnica), la nacionalidad, el idioma, la raza, la religión, la inteligencia, la educación, el trasfondo familiar, etcétera. Las siguientes tablas muestran intentos provisionales de separar estos factores en Northfield, y los resultados de un paciente mostrado a modo de ejemplo. Las cuestiones parecen encuadrarse en tres esferas principales: Previa al ejército: trasfondo personal y familiar. Militar: antes del hospital y en el hospital. Salud: antecedentes de enfermedades físicas y mentales. Una tabla adicional muestra cómo se resumían estas cuestiones para determinado grupo, con algunos ítems completados. ESFERA PREVIA AL EJÉRCITO (Personal) Nombre Lugar de nacimiento Padre Madre Hermanos y hermanas Niñez Religión Escuela
Enseñanza posterior Trabajo Intereses Casa Esposa Hijos Observaciones
Ch. Monmouthshire. Inválido (¿nervioso?) desde la última guerra. Excitable. Ninguno. Sin problemas hasta los 10 años. Anglicana. Primaria hasta los 14 años. Buenas notas. Afición por la literatura. Mal en matemáticas. Clases vespertinas (construcción). 5 años de aprendizaje en albañilería. Completado. Aplicado. Fútbol. Uno. 11 meses.
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La situación grupoanalítica
ESFERA MILITAR Nombre Años de servicio Arma Categoría médica Nivel de inteligencia Ascensos Cargos
C... —382. 5 y 6 meses. Infantería, regimiento Wiltshire. A.1. Se ausentó de la conscripción. FCM establecido en 28 días. Sí, Francia. Metralla en pierna izquierda. Agosto 1944.
Servicio en el extranjero Herido
HOSPITAL
Fecha de admisión Dolencias y diagnóstico prov. Aspecto y moral Trabajo y cooperación Pronóstico prov. para reincorporarse a filas
23-3-1945 Muy deprimido en ocasiones. Sueña con batallas. Pérdida de confianza. Temblores. Escalofríos. Buenos. Equipo. (Invernadero). Muy bueno. Apto para C2 (X).
Reincorporación final Observaciones
ESFERA DE LA SALUD Nombre Historial familiar Historial personal Enfermedades Accidentes
Padre, madre y tía materna psicóticos. «Encaja» hasta los 10 años.
Dolencias
Historial y desarrollo de las dolencias Estado físico Diagnóstico Pronóstico
21 años. Tráfico (conducción imprudente). Depresión. Pérdida de confianza. Preocupado por cosas sin importancia. Sueños de batallas. Traumático. Francia. No puede afrontar el servicio activo. Bueno. Estado de ansiedad. Reciente, grave. Bueno.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Nombre
Sargento B.
Soldado L.
Fecha de admisión 20—7-1945 Edad 35 Domicilio Romford, Essex Padre Bien Madre Bien Hermanos y 2 hermanos mayohermanas res y 2 hermanas menores Infancia Religión Escuela y educación Ocupación Estado civil Hijos Historial personal Enfermedades
Ascensos
12-7-1945 19-7-1945 26 27 Andover, Hants. Gloucester Fallecido Inválido Inválida Bien Hermano menor Hermano mayor Hermana menor
Anglicana Primaria
Baptista Primaria
Anglicana Primaria
Casado No
Casado No
Soltero
Viruela (5 años)
Crisis nerviosa
5 años
Brazo roto, 2 veces en el hospital 5 años, 6 meses 5 años, 9 meses
Accidentes Duración del servicio Arma y función
Soldado S.
Infantería
Cabo segundo, cabo, sargento segundo, sargento Cargos Ninguno Extranjero Sí. Prisionero de guerra Herido No Categoría médica C2 Enfermedades físicas S. G. Quejas y síntomas Diagnóstico Pronóstico Intereses Jardinería, carpintería Ocupación Carpintería Tratamiento especial Conducta en el hospital Cooperación Licencia Disponibilidad prevista Disponibilidad final Comentarios
Infantería. Fusilero. Ninguno
Infantería. Fusilero.
Ninguno Prisionero de guerra. 5 años. No B1
Ninguno Prisionero de guerra. 5 años. No A1
Deportes
Jardinería
Carpintería
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Ninguno
La situación grupoanalítica Soldado R.
Cabo 2º T.
Soldado S.
Soldado B.
20—5-1945 32 Wilshire Bien Bien 1 hermana menor
23-7-1945 28 Nueva Zelanda Fallecido Fallecida 1 hermana mayor, 3 hermanos mayores, 1 hermano menor
23-7-1945 26 Monmouth Bien Bien 3 hermanas mayores 6 hermanos mayores 1 hermano menor
19-7-1945 33 Bristol Bien Bien 2 hermanos menores, 2 hermanas menores
Anglicana Primaria
Anglicana Primaria
Metodista Primaria
Anglicana Primaria
Soltero No
Soltero No
Minería Soltero
Militar de carrera Soltero
Ninguna
Ninguna
Bombardero en Alemania Malaria
3 años, 6 meses
4 años
6 años, 7 meses
Camillero
Enfermedades menores 18 años, 9 meses
Infantería. Cocinero. Infantería. Banda.
Ninguno
Cabo segundo
Ninguno
Ninguno Prisionero de guerra Leve A1
Ninguno Prisionero de guerra. No A1
Ninguno Prisionero de guerra. Prisionero de gue3 años. rra. 3 años No No A1 A2 H. Valgus
Música
Atletismo
Deportes
Periódico
Música, atletismo Banda de música
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Da la sensación de que tener en cuenta factores de este tipo es al menos tan importante para la terapia de grupo como cualquiera de los otros discutidos previamente. También en este caso: la semejanza es buena para unos propósitos y las diferencias para otros. Surgen dos principios generales: 1) la dispersión del grupo, en vista de su pequeño tamaño, no debe ser excesiva, y 2) si puede evitarse, ningún individuo o minoría definida debería separarse del resto en uno o más factores de importancia decisiva, porque este hecho tiende a aislarlo. Un sencillo ejemplo: las diferencias en cuanto a inteligencia y educación deberían ser razonablemente pequeñas por razones obvias. Yo he visto, sin embargo, un grupo compuesto por cinco hombres de inteligencia superior (SGI) y tres de inteligencia inferior (SGIII y SGIV) que se desenvolvía muy bien, y estos últimos, para mi sorpresa, mejoraron notablemente. Pero uno no pondría un zopenco en un grupo de G altos, o, viceversa, un hombre muy inteligente en un grupo de zopencos. La selección debe considerar la situación total.— Por otro lado, un profesor universitario no prosperaría en un grupo de obreros para los propósitos del análisis, pero sí podría encajar bien con ellos para un propósito especial, por ejemplo, construir un invernadero, en las condiciones de un hospital militar. Esto se menciona para señalar que asuntos como la selección no deben tomarse de manera aislada, fuera del contexto de la situación total. Y esto es, quizá, la regla de oro de toda selección para terapia de grupo, sea una actividad o una entrevista. Al margen de lo expuesto, el grupoanálisis comparte hasta cierto punto las indicaciones del psicoanálisis individual: la terapia de descubrimiento exige un grado comparativamente alto de cooperación, inteligencia, en menor medida educación, capacidad verbalizadora, regularidad en la asistencia durante un periodo prolongado. También parece existir una relación interesante entre la especificidad de la selección del grupo y la forma de éste. Hemos mencionado que los grupos seleccionados especialmente, por ejemplo, por síntoma o problema, demandan una configuración cerrada. En esta combinación tiende a incrementarse la concentración de problemas especiales, el 136
La situación grupoanalítica
proceso se intensifica y por tanto se acorta el periodo total de tratamiento. Esquemáticamente, podría representarse así: Concentración Intensidad en Forma Duración Aplicabi- Condien problemas tiempo de grupo total del lidad ciones especiales óptima periodo óptimas Selección específica
Incrementada Incrementada Cerrado
Selección Disminuida inespecífica
Limitada
Abierto
Más corto Reducida Pacientes internos Más largo Incrementada
Pacientes externos
Relaciones similares, de diferente tipo, parecen existir entre otros factores y otras formas de grupo, como, por ejemplo, grupos de ambos sexos, grupos combinados con otros tratamientos grupales o individuales. Factores temporales Llegamos ahora a la cuestión del tiempo, frecuencia de las sesiones, regularidad, duración del tratamiento y factores relacionados. Éstos son de nuevo interdependientes. Frecuencia de las sesiones.—Empecemos por la frecuencia. Una sesión semanal es un buen criterio. Mi experiencia corresponde predominantemente a esta base, y me resulta satisfactoria. No he sido lo bastante afortunado para mantener entrevistas más frecuentes durante mucho tiempo. No aconsejaría iniciar un tratamiento nuevo sobre la base de dos o tres sesiones semanales con el riesgo de tener que reducirlo por causa de la propia agenda. Distinto es el caso en el que el tratamiento puede planearse según un programa decreciente, o puede ser lo bastante flexible para guiarse por las necesidades espontáneas del grupo. No veo una gran ventaja en disponer de dos sesiones semanales, en cambio, considero que un intervalo de cinco días es el ideal. Tres sesiones debería intensificar las cosas de manera considerable y probablemente reduciría la duración total. Un experimento con 137
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
sesiones de grupo diarias resultaría extremadamente interesante, pero yo, personalmente, no veo la posibilidad de llevarlo a cabo. Me aventuro a predecir que o bien resultaría imposible de mantener o podría hacer brotar sorpresas de inesperada intensidad. Regularidad.—La regularidad es, en principio, fundamental. La irregularidad individual, como el silencio individual, conlleva una buena carga de significado oculto. El grupo abierto puede ser algo más liberal en su exigencia de asistencia regular, para adaptarse al individuo. Esto tiene en cuenta al individuo que se une y deja el grupo según su propio estado. El número, en este caso, puede ser consecuentemente mayor, para de este modo mantener la presencia promedio alrededor de la cifra de ocho. Así son, en principio, los grupos elegidos en la clínica de pacientes externos. La regularidad en la asistencia cohesiona al grupo, y hace que se aproxime a un grupo cerrado. Duración del tratamiento.—Por lo que respecta a la duración del tratamiento, mi experiencia se ha desarrollado en circunstancias demasiado variables para permitir afirmaciones de índole estadística. La asistencia individual varía entre la media docena de sesiones y uno o dos años, o incluso más. La participación en un grupo durante un año, es decir, unas cuarenta sesiones, es, no obstante, un buen tiempo. Los grupos cerrados deberían trabajar juntos un mínimo de tres o cuatro meses, y si deberían pasar de un año es algo que depende de los progresos de sus participantes. Cuanto mayor es el progreso, mayores son las razones que podrían hallarse para seguir adelante. Si no progresa bien después de un lapso de entre tres y seis meses, es preferible que el grupo se disuelva o que al menos se remodele. Como he señalado antes, considero necesario un mínimo de combinación con las entrevistas individuales, una combinación de una entrevista personal con una sesión grupoanalítica semanal es —como norma— una disposición satisfactoria que permite un tratamiento bastante intensivo. Ésta es la disposición más adecuada en la práctica privada, y es también económica en tiempo y gastos. Determinación e indeterminación.—La conclusión predeterminada presenta las mismas desventajas y falacias que en el tratamiento individual. Establecer una fecha después de realizada 138
La situación grupoanalítica
cierta cantidad de trabajo puede ser ocasionalmente una potente arma, pero debe usarse con criterio. Puede concebirse, sin embargo, una duración predeterminada en grupos completamente cerrados. Duración de la sesión.— El tiempo de cada sesión no puede ser inferior a una hora. Extenderlo más allá de una hora y media no parece tener mucho sentido. Lo único que hace el grupo en estos casos es extender el tiempo que tarda en animarse. En sesiones semanales yo me atengo a encuentros de una hora y media. Por las mismas razones que prevalecen en el análisis individual, considero preferible ceñirse a una duración fija, aunque parezca demasiado larga o demasiado corta en alguna ocasión. No obstante, no creo que la conclusión deba ser excesivamente rígida o abrupta. Por consiguiente, no termino una sesión antes de los setenta y cinco minutos ni mucho después de una hora y media. En algún lugar intermedio trato de encontrar una pausa natural. No es preciso que sea una conclusión; es importante que tanto el terapeuta como los participantes aprendan a tolerar la tensión de lo inconcluso, y el suspense que se produce es incluso beneficioso: estimula el trabajo en las mentes de los participantes y hace que se interesen en desarrollos posteriores. Para resumir esquemáticamente lo que se ha dicho hasta ahora respecto al marco de la situación grupoanalítica: Resumen.—Siete, ocho o nueve pacientes, adecuados para un abordaje común, se reúnen regularmente una vez a la semana durante una hora y media con el terapeuta. Están cómodamente sentados en una sala de tamaño adecuado, de manera que se den la cara entre sí y al conductor. La atmósfera es informal. El propósito del encuentro es hablar de sus problemas. El periodo de duración de estas sesiones será determinado por su propia evolución. La flexibilidad y la espontaneidad son aspectos clave. La contribución del conductor Ahora llegamos al factor más importante y característico que condiciona esta situación grupoanalítica. Hablaremos del con139
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
ductor y de su forma de tratar la situación en un capítulo aparte. Ya hemos considerado en la primera parte lo que él, por su lado, aporta a la situación. Aquí nos preocupa sólo la contribución que realiza para establecer la situación grupoanalítica. ¿Qué respuesta ofrece, o expresa mediante el tratamiento de la situación, a la pregunta de cómo han de proceder los pacientes? ¿Qué se espera que hagan ellos? ¿Cómo se espera que discutan sus problemas?; quizá no los conocen, sino sólo sus dolores de cabeza, tics, obsesiones y pánicos. ¿Les dará instrucciones, o una conferencia, o bien les planteará preguntas y les dará consejos? El grupo está reunido y las miradas están puestas en el conductor. Supondremos, por motivos de simplicidad, que el grupo que nos ocupa está apenas o en absoluto preparado sobre lo que debe esperar. Antes de volvernos hacia el conductor, debemos considerar por un momento cuál es realmente la situación, qué pasa por la mente del paciente tras estas preguntas. Evidentemente, están enfermos y quieren ser curados. No conocen ninguna de las razones de su afección y él, el médico, lo sabe todo y puede curarlos. Ellos no desean nada más. Sin embargo, detrás de esta fachada se oculta otra realidad. Los pacientes obtienen un alto grado de satisfacción de sus quejas, aunque sea una satisfacción distorsionada, perversa e inconsciente. Su afección es la mejor defensa que han sido capaces de construir contra sus conflictos. Si esto pudiera cambiarse de repente, se encontrarían desnudos ante intolerables tormentos de miedo, dolor y terror. «Aquí estoy —piensan—, incapaz de tratar conmigo mismo, y si yo no puedo hacerlo, nadie podrá. Usted, doctor, inténtelo y no tardará en descubrir que es completamente imposible. Entonces estará de acuerdo conmigo y se rendirá, y yo podré seguir siendo como soy. Es completamente imposible que se pueda hacer algo.» La «mente inconsciente» del paciente, si pudiera hablar, diría: «Si algo pudiera alterar esto, sólo podría hacerse en mis propios términos, y yo sé que es imposible conseguirlo, yo no puedo aceptar que se consiga.» Mínimo de instrucciones.— En estas circunstancias, las conferencias, las exhortaciones, la compasión, la pena, los consejos, los medicamentos, las explicaciones, el ánimo, todo puede ayu140
La situación grupoanalítica
dar un poco, pero no basta para mover al paciente de su fortaleza de enredos. A largo plazo, sólo le ayudan a afianzarse más en su posición. Sólo le sirven, como tantas excusas, para mantenerse alejado de su problema, para escaparse de afrontarlo. Sin embargo, si es llevado a una situación que él mismo de manera continua ayuda a crear, a modelar, se ve forzado a salir a campo abierto con sus propias reacciones y contradicciones. Se encuentra a sí mismo en la situación, proyecta su propia personalidad y fantasías en ella, y no puede escapar, ni puede evitar enfrentarse a los otros y a sus problemas, en los cuales se ve reflejado como en un espejo. El grupoanalista, por esta razón, quiere dar al paciente un mínimo de instrucciones, de programa o reglas, y un máximo de libertad en la expresión personal, un máximo de participación activa en lo que está sucediendo. Cuanto más indefinida es la situación, más debe el paciente ponerse a prueba, comprometerse para afrontarla, más tiene que invertir su propia mente en ello. Si no estuviera expuesto a ser mal interpretado, estaría tentado de decir: «Esto no es sólo un grupo sin líderes, sino también un grupo sin rumbo.» Discusión de flujo libre.— La regla básica del grupoanálisis, en lo que a la comunicación verbal de los pacientes respecta, es el homólogo grupal de la asociación libre: hablar de lo primero que a uno se le ocurre, sin seleccionar. Funciona de un modo distinto en la situación grupal que en la situación individual; del mismo modo que funciona de un modo distinto en la situación analítica que en el procedimiento del autoanálisis. La asociación libre no es en modo alguno independiente de la situación total. La forma en que funciona la he descrito —después de observarla durante años— como discusión o conversación de flujo libre. Iniciación al funcionamiento del grupo.— El terapeuta, que los ha reunido, debe al grupo una explicación llegados a este punto. A lo que quiere llegar es a la situación que se acaba de describir. Pero no es esto lo que dirá, puesto que no tendría ningún significado. Debería ser muy consciente de que lo que dice no es tan importante como lo que hace. Debe establecer esta situación y mantenerla en primera instancia mediante su manejo de ella y, sólo en segundo lugar, con sus instrucciones. Quedará 141
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
claro que lo que dice y cuánto dice es enteramente resultado de su reacción espontánea al grupo que tiene delante. Algunas veces apenas hay que decir nada, o alguien del grupo empieza a hablar de inmediato. A menudo un grupo empieza con las preguntas del terapeuta acerca de las dolencias de cada uno y de lo que piensan que puede causarlas y qué puede hacer por ellos, y luego presentando a los pacientes entre sí. Si surge de esto, apoya el intercambio de comentarios, lo cual ocurre a menudo, y se entiende que este intercambio en estilo libre forma parte del juego. Éste es un ejemplo del principio que se acaba de mencionar: dejar que el procedimiento surja de la experiencia y la práctica del grupo más que dar las reglas como instrucción verbal. Sin embargo, podría resultar útil recordar nuestras primeras instrucciones, más formales, al mismo efecto: Se les invita a participar y hablar con libertad. No piensen en modo alguno que deben ceñirse a cualquier cuestión que haya surgido. No piensen que el objetivo primordial es el debate y que se espera de ustedes que hagan comentarios particularmente bien informados o inteligentes. Limítense a expresar todo aquello que se les ocurra...3
Tanto si da estas instrucciones u otras diferentes, lo principal es que el conductor tenga éxito en establecer esta actitud hacia la comunicación como el código de conducta aceptado en el grupo. Hacer esto implica que trata todas las comunicaciones igual y con idéntico respeto, que de manera continua ayuda al grupo a ver el significado y el valor de todo tipo de comunicaciones, incluso de los comentarios más nimios y triviales, y a analizar todas las resistencias que interfieren la libre expresión. En otras palabras, ésta es una de sus funciones fundamentales en el curso de la sesión. 3. S. H. Foulkes y Eve Lewis: «Group Analysis. A Study of the Treatment of Groups on Psycho-Analytic Lines», The British Journal of Medical Psychology, 20, núm. 2 (1944).
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La situación grupoanalítica
Tres principios básicos. La situación grupoanalítica produce, pues, un duradero flujo de material inesperado e indefinido, como el proporcionado por las contribuciones espontáneas y no dirigidas de los participantes. En este sentido es similar a un test proyectivo como el de Rorschach o el TAT., con la diferencia de que el material es vivo y multidimensional. El material que suscita, precisamente por ser incompleto, está abierto a múltiples interpretaciones, estimula las complejidades personales propias de cada paciente para comprometerse de un modo pleno en el proceso. La situación grupoanalítica, no obstante, genera al mismo tiempo un escenario siempre cambiante de acción y reacción, una especie de situación sociodramática entre personas vivas, en la cual cada participante debe engranar y extender su personalidad completa, una personalidad en acción, si quiere participar. La situación grupoanalítica promueve, pues, los siguientes principios, los cuales son de capital importancia para la operación como diagnóstico y procedimiento terapéutico: 1) Participación activa.— Supone despertar el interés y preparar el terreno para experiencias «mutativas» (Strachey). Sólo lo que se produce en la propia mente de la persona puede tener un efecto duradero en ella, puede cambiarla. Esto no es posible sin una participación activa. 2) Comunicación en un clima permisivo.— Esto implica la necesidad de formular significado para uno mismo y los demás, y al mismo tiempo comprender, recibir las formulaciones de los problemas de los otros, así como los de uno vistos a través de los ojos de los otros. 3) Observación en un entorno social.— Desde el punto de vista del observador, esto permite una historia en vivo, un diagnóstico en vivo, un pronóstico en vivo: la observación directa del significado dinámico de las alteraciones y sus cambios, sin olvidar la autoobservación de cada miembro del grupo al compararse con los otros y distinguirse por la vía del contraste. Estos principios se corresponden y se solapan con 1) activación, 2) ajuste o adaptación y 3) insight, en los cuales ya he insistido en otra ocasión. 143
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
Existe por tanto una movilización de los conflictos y defensas del paciente, que están afiladas, y al mismo tiempo éste experimenta: 1) El apoyo del grupo al compartir, liberar ansiedad y culpa mediante la confesión, catarsis. 2) La inmediata acción terapéutica basada en el ajuste en curso y el insight. La situación grupoanalítica en acción Lo que sigue es un ejemplo del inicio de un grupo, la primera sesión en St. Bartholomew. Yo tomé entonces las siguientes notas en relación con esta sesión: Ésta es la primera sesión del grupo de St. Bartholomew (30 de noviembre de 1946). Siete pacientes mujeres habían sido convocadas, una ha excusado su asistencia. Al inicio de la sesión hay cinco presentes, dos (la señorita D. y la señorita Q.) llegan aproximadamente un cuarto de hora tarde, presumiblemente por razones externas. La estancia es una sala médica grande con biombos, lavamanos, etc., y no está demasiado iluminada. Hay que traer las sillas de otras salas cuando es preciso. Hay una mesa delante de mí. Las pacientes se agrupan enfrente y a los lados de esta mesa. Como las pacientes, obviamente, no saben muy bien qué esperar, se les ofrecen unas explicaciones iniciales, en las que se omite el término «terapia de grupo», pero se les da a entender que lo que estamos haciendo es de hecho el inicio de sus tratamientos. Pronto queda en evidencia que no han aceptado la idea de que sus problemas o su tratamiento puedan ser de naturaleza psicológica. Las excepciones a esto son la señorita M., una joven esquizofrénica que ha experimentado alucinaciones auditivas, y la señorita T., que sufre ataques de pánico. Estas dos pacientes son también las más accesibles en este momento. Se inician las presentaciones mutuas —por lo que respecta a las pacientes, describiendo sus dolencias—, las cuales van seguidas
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La situación grupoanalítica por un método de preguntas y respuestas. El grupo sigue, en cierta medida incluso en esta primera sesión, la intuición de hacer del material aportado un asunto común. Existen indicaciones de gran susceptibilidad a los silencios y algunas no tardan en salir con la frase «estamos estancados» o algo por el estilo. A la vista del alto nivel de resistencia imperante, el terapeuta se muestra amable con las dificultades y disponible para hablar de motu proprio, dando explicaciones, etc. Por otra parte, adopta una línea bastante cortante con aquellas pacientes que tienen dudas, para que se decidan pronto, de manera que sus lugares puedan ser ocupados por otras pacientes. Como prevalecen las participantes que están fuertemente a la defensiva, siente que no sería una pérdida para este grupo si abandonan algunas, de manera que, si es posible, puedan ser reemplazadas por otras más cooperantes. Desde un punto de vista individual, todos los casos parecen buen material para la terapia de grupo, pero la prueba determinante es que se decidan a participar a pesar de sus resistencias. En uno de los momentos de silencio, la señorita M. pregunta si se puede fumar. El terapeuta, que también fuma, dice que no le molesta en absoluto, pero que no conoce las normas del hospital al respecto. Estábamos buscando un cenicero cuando alguien dice: «Podemos usar el periódico como cenicero.» Esta sesión terminó tarde, y por consiguiente de manera bastante abrupta. En general la atmósfera fue bastante tensa.
Grabación de la primera sesión en St. Bartholomew, 30 de noviembre de 1946 Seis pacientes mujeres presentes y un psicólogo invitado que toma notas. DR. F. No nos conocemos. Esto no es un sustituto del tratamiento individual, sino que algunas cosas se hacen mejor en grupo. Seremos algunos más, pero no muchos más de siete. (Pregunta a los nuevos miembros por turnos acerca de sus quejas, empezando por la izquierda.)
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica SEÑORITA C. He perdido el uso de los dos brazos, he estado en muchos hospitales, pero ya no puedo quedarme más tiempo en hospitales. También he perdido el uso de las piernas, se me va la cabeza y no puedo pensar. Puedo caminar, pero tengo una terrible sensación de debilidad. También me pesan los brazos y no puedo llevar nada pesado. Siempre puedo caminar, pero se me duermen las piernas. No me pasa nada más, con eso basta. Empezó hace seis meses, de repente. Fui al hospital, pero no averiguaron qué me pasa. Soy empleada de una tienda, cerca de St. Batholomew, y puedo seguir con el trabajo porque no tengo más remedio. (Mientras habla tiene las manos en los bolsillos del abrigo casi todo el tiempo. Tiene aspecto pálido y abatido, y está tensa por la emoción y el resentimiento.) SEÑORITA O. (Lleva una bufanda color malva y sostiene una revista y un manual de conducción.) Mi cabeza está continuamente en una cesta de hierro, apretada y rígida. No me duele, es sólo una sensación, como si alguien me la estuviera oprimiendo, aplastando. Empezó a pasarme hace un año, y empeoró, ahora lo siento en toda la cara. No es doloroso, se siente como si los músculos estuvieran agarrotados, como si no pudiera controlarlos. El médico me recetó un tónico nervioso, pero como no mejoré me envió a St. Bartholomew. Soy empleada de banco, es un trabajo muy interesante, allí siempre me duele la cabeza, unas veces más que otras. Por la noche no, no me impide dormir. Por lo demás, soy muy feliz. (Parece muy tensa, pero contenida. Retira un poco la silla del «nivel común».) SEÑORITA T. (Deletrea su nombre. Una joven atractiva y bien vestida. Tensa y ansiosa.) Me entra el pánico en cualquier momento, sobre todo cuando hay mucha gente alrededor, en especial en la oficina. Se me va la cabeza y el corazón se me acelera y a mí simplemente me empieza a dar pánico y tengo que levantarme y salir. No hace mucho que me pasa, la primera vez fue hace cuatro meses. Vi al doctor Strauss entonces, y se detuvo durante un tiempo, y ahora ha empezado otra vez.
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La situación grupoanalítica DR. F. Si no podemos hacer algo con esto en este grupo, a lo mejor tendrá que esperar mucho más. ¿Hay alguna ocasión especial en que le entre el pánico? SEÑORITA T. A lo mejor cuando hay mucho ruido, o si todo está muy tranquilo y me parece que alguien quiere sacarme de quicio. Yo me levanto y doy una vuelta y entonces me siento un poco mejor. Me mareo y me dan arcadas. DR. F. ¿Alguna vez ha vomitado? SEÑORITA T. No soporto pensar en la comida, eso es todo. No sé cuál es el motivo. El doctor Strauss pensaba que era por mis emociones. DR. F. ¿A qué se refiere? SEÑORITA T. Es frustración. DR. F. ¿Qué es eso? SEÑORITA T. Algo que quieres y no puedes tener. Yo estaba vinculada al servicio civil y no podía dejarlo aunque quisiera. Quería ir al extranjero y no podía. No sé, supongo que había varias pequeñas cosas. DR. F. De cualquier manera, usted no cree que sea algo físico, sino que tiene que ver con sus experiencias. SEÑORITA M. Yo no sé por dónde empezar. Estoy muy preocupada últimamente, estoy en un continuo conflicto con mi cabeza, es como si mi cabeza me discutiera. DR. F. ¿Por la noche también discute consigo misma? SEÑORITA M. Sí, de noche más que nunca. DR. F. ¿De qué discute, puede explicarlo? SEÑORITA M. A veces es como si yo fuera dos personas. Alguien dice tonterías. Yo me asusto y me pongo a temblar. Me pierdo, hay voces de otras personas, y lo que dicen no parece tener ningún sentido. Escucho el sonido de la conversación. Creo que me interesa más cómo suena que lo que están diciendo. No sé expresarme. DR. F. ¿Cuándo empezó a sucederle? SEÑORITA M. Desde que era niña, cuando tenía diez u once años. No recibí ningún tratamiento, creo que no me di cuenta de que tenía un problema hasta que cumplí diecisiete. Entonces quería disfrutar y no podía.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica DR. F. ¿Ha empeorado? SEÑORITA M. Últimamente parece que estoy mejor. DR. F. ¿Se relaciona mejor? SEÑORITA M. No me gusta la gente, pensaba que se metían conmigo, ahora sé que no es así. Me da la sensación de que discuto con ellos, siento que la gente se quiere meter conmigo. DR. F. ¿Qué clase de gente es la que discute en usted? SEÑORITA M. Cualquiera. DR. F. ¿Mujeres u hombres? SEÑORITA M. No puedo distinguirlo. DR. F. ¿No suenan distintas las voces? SEÑORITA M. A los dieciséis me interesaba la política, era una manía. DR. F. ¿Se da cuenta de que se mete en discusiones con facilidad y que ha mejorado últimamente? (La señorita M. se toca las uñas y baja la mirada en este momento. Es una joven pálida con los labios pintados de rojo, pelo cortado a lo paje, y habla en voz muy baja.) SEÑORITA Q. Se me caía el pelo, pero ya estoy mucho mejor y no debería estar aquí. Me siento bien. Me estaba saliendo una calva y yo lo achaqué a problemas psicológicos. Pero ya no me pasa desde hace dos o tres meses. Mi peluquera me dijo que había sido por un shock. El tipo estaba al lado del refugio antiaéreo y me dio un susto. Pero algo así ya no puede volver a pasar. DR. F. Bueno, parece que está mejor, aunque no sabemos por qué. Puede seguir viniendo un tiempo si lo desea. SEÑORA D. Llevo catorce años casada. DR. F. ¿Le importa relacionarse aquí con mujeres solteras? ¿Tiene usted hijos? SEÑORA D. Una niña de catorce y un niño de ocho. Me he estado preocupando por otra gente y por eso he perdido el juicio. Estoy embarazada y estoy muy preocupada, tendré el niño dentro de seis meses. DR. F. ¿Qué es lo que le preocupa? SEÑORA D. Me preocupa por mi cabeza cuando llegue el
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La situación grupoanalítica momento. Antes era normal. Nunca me preocupaba. Mi cabeza hace que me preocupe. La cabeza me da vueltas. DR. F. ¿Cree que empeora cuando tiene un hijo? SEÑORA D. Me asusta que llegue el momento, no sé si me afectará de alguna manera cuando llegue el momento. DR. F. ¿Qué es lo que le ha preocupado de otra gente? SEÑORA D. Todo tipo de cosas, la hija pequeña de mi amiga murió, y eso me impactó mucho, yo tengo una de la misma edad y empecé a preocuparme. DR. F. ¿Está peor ahora o le preocupa lo que ocurrirá? SEÑORA D. No va peor, y yo no estoy tan temblorosa como antes, algunos días no estoy tan mal. Si viene alguien a decirme cosas, empiezo a preocuparme otra vez, sobre las enfermedades, nunca he llevado bien las enfermedades. Detesto todo eso, todo lo relacionado con la enfermedad. Yo no he estado mucho enferma. Es más bien que mucha gente ha estado hablando de las mismas cosas y yo no estoy acostumbrada. Yo nunca he sido nerviosa, siempre he estado llena de vitalidad. DR. F. ¿Cree que la causa es algo que funciona mal en su cabeza? SEÑORA D. Me entró el pánico una noche y desde entonces he estado así. DR. F. (Después de una pausa.) ¿Alguien tiene alguna idea de qué podemos hacer con esto, qué pueden buscar para curarse, qué les parece? SEÑORITA M. Olvidarnos. DR. F. ¿Podemos hacer eso? SEÑORA D. Yo intenté cambiar toda mi vida, pero no me sirvió. No me siento bien, perdí seis kilos, no puedes olvidarte fácilmente. SEÑORITA M. Puede hacerse, quizá la cosa está mal encaminada, yo puedo hacerlo. DR. F. Sí, pero la cuestión es si uno está mejor porque puede olvidarse o puede olvidarse porque está mejor. SEÑORITA M. Yo me curo tratando de poner mi interés en cosas, pero creo que en general estoy mejor.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica SEÑORA D. Yo he tenido muchas amigas, pero desde que estoy enferma no las quiero. No quiero acercarme a ellas. SEÑORITA M. A usted no le interesan sus amigas, sino sólo lo que disfruta con ellas. SEÑORA D. Yo hacía cosas por ellas. SEÑORITA Q. A lo mejor su pelo se preocupó porque adelgazaba (!) Dr. F. (A la señora D.) ¿Pero a usted no le preocupaba mucho el pelo? SEÑORA D. A todo el mundo se le cae el pelo, eso no me preocupa. Tendrían que habérseme caído los dientes porque tengo piorrea, pero luché contra el gas, así que no pudieron hacerlo. Dr. F. (A la señorita M.) ¿Es posible interesarse cuando se está tan preocupado? SEÑORA D. Aunque sabían que tenía una crisis, seguían viniendo y contándome sus problemas, porque yo me sentaba y las escuchaba. DR. F. Aquí escuchará muchos problemas, pero eso no le hará sentirse peor, es distinto porque lo estamos vigilando. Puede que se ponga un poco nerviosa, pero ver los problemas de otras personas puede ayudar. Algunas de ustedes están bastante mal. Eso no significa que estén desesperadas ni que no se las pueda ayudar. Merece la pena ponerse un poco nervioso; no se puede ir a ninguna parte sin intentarlo. Por favor, dense cuenta de que cualquiera puede hablar, no esperen a que yo les pregunte, no crean que porque se haya dicho algo tenemos que seguir con eso. Si se les ocurre otra cosa, díganla. Igual que ahora alguien ha mencionado el pelo, podría tener algo que ver con alguien más. Sigamos adelante, pero no me esperen, no crean que está fuera de lugar decir cualquier cosa, ya veremos luego si tiene relación con lo que se ha dicho antes. (Silencio.) SEÑORITA M. Parece que nos hemos estancado. DR. F. No nos hemos estancado en absoluto. Quiero ver
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La situación grupoanalítica hasta qué punto estamos de acuerdo en que lo que estamos haciendo aquí puede ayudar. Si no lo está, dígalo, ponga tantas objeciones como quiera. SEÑORITA C. Me siento enferma en mi interior. Alguien puede hablarme durante horas y no me siento mejor. A mí también me han hablado bastante. No dejo que las cosas me preocupen. A mí también me ha hablado bastante la gente; no se preocupe por eso. DR. F. Ha perdido la fe en que hablar pueda ayudarla. SEÑORA D. Tiene que luchar contra eso, tiene que ayudarse, yo salgo a dar un paseo y me siento un poco mejor. SEÑORITA O. Yo estoy contenta con mi vida, todos los momentos están ocupados, estar sentada aquí es una pérdida de tiempo, es algo físico, no mental. Siento que mi cuerpo está mal, y tiene que haber alguna razón que explique esta sensación. SEÑORITA C. No tengo vida desde los catorce años. Ahora tengo veintiuno, y me siento de cuarenta y uno. Puedo dormirme en cualquier momento del día, podría dormirme aquí. DR. F. ¿Qué cree que puede hacerse? SEÑORITA C. No lo sé, no soy médica. DR. F. Se ha examinado todo y los médicos no han encontrado nada físico, ¿no cree que debería creerles? SEÑORITA C. No sé qué decir. SEÑORITA O. Probablemente es nervioso, no en el mismo sentido que hay cosas preocupantes. DR. F. ¿Se preocupa más cuando su cabeza está mal, lo toma como que no es normal o que es algo malo, peor que si fuese físico? SEÑORITA O. No, soy completamente ignorante, esto es una pregunta para los médicos. No le entiendo. DR. F. ¿Acaso siente que uno es más culpable por eso? Si tiene una preocupación ¿por qué no decirlo si la conoce? Señorita C., usted es la que más necesita lo que llamamos tratamiento psicológico, no se me ocurre ninguna otra cosa que pueda ayudarla.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica SEÑORITA C. Hago lo que quiero, puedo hacer lo que quiera, porque no tengo problemas económicos. SEÑORITA M. Siento pena por todo el mundo. SEÑORA D. Si me encuentro tan bien como para creer que no me pasa nada malo, me preocupo porque no puedo hacer mi trabajo y estoy agotada. SEÑORITA O. A mí me hicieron cirugía plástica en la cara, una bomba volante me dio en la nariz, nunca ha vuelto a estar bien desde entonces. El doctor dice que es por mi nariz. DR. F. ¿Preferirían tener algo físico, o creen que merece la pena venir aquí a curarse? Yo creo que deberían venir, pero están ocupando un lugar muy valioso. (A la señorita C.) ¿Cree usted que su cabeza está bien, que el problema está sólo en brazos y piernas? SEÑORITA C. Es una sensación espantosa. La gente lo entiende donde trabajo, si la empresa no me conociera no conservaría el empleo durante mucho tiempo. Tiene que haber algo escondido, nada que yo conozca. DR. F. Bien podría ser eso. SEÑORITA C. Podría ser. Ahora mismo no puedo pensar en nada. He tenido muchos trabajos. Siempre he estado enferma, con enfermedades sencillas, el médico dice que debería tomar tantos trabajos como quiera. SEÑORITA O. Algo dentro de tu cabeza te aprieta. En el cine aprieta tanto que siento que se va a romper. El dolor de cabeza empezó un año después de mi accidente. Fue un shock para mí. SEÑORITA T. ¿La deprimió? SEÑORITA O. Sólo te deprimes cuando piensas en ti misma. El especialista desaconsejó la operación. ¿Se puede tener una reacción nerviosa al cabo de cuatro o cinco años? DR. F. Sí, pero será mejor que lo averigüe usted misma. ¿Qué es un shock? SEÑORITA O. Un golpe. DR. F. ¿Un golpe físico? SEÑORITA O. No necesariamente, si pierdes a alguien. Yo
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La situación grupoanalítica perdí a alguien al principio de la guerra. Me pregunto si tendrá alguna relación con ahora, porque fue hace siete años. Mi prometido estaba en la RAF, era bombardero en un avión. Lo dieron por desaparecido en abril de 1940. Tenía la esperanza de que fuera prisionero de guerra, al cabo de ocho meses te dicen que han muerto. Nunca encontraron nada. Puede que lo derribaran en el mar del Norte. DR. F. Eso es un shock tremendo. SEÑORITA O. Mantuve las esperanzas durante mucho tiempo. Cuando oía noticias tenía esperanza, hubo un atisbo de esperanza durante un año más o menos. DR. F. No lo ha superado. SEÑORITA O. En cierto modo no, aunque sí que cambié de trabajo y empecé de cero. Silencio. SEÑORITA Q. Parece que nos hemos quedado mudos. SEÑORA D. No sabemos qué decir. DR. F. Es preciso acostumbrarse un poco, pero lo están haciendo bien. No es como una ocasión ordinaria, decir cosas por más triviales que parezcan. (A la señorita O.) ¿Cómo lo encajó en su momento? SEÑORITA O. Bastante mal, claro, pero seguramente tendría que haber sufrido la crisis nerviosa antes. Te preocupas más cuando despegan cada noche que cuando de un modo u otro lo sabes. SEÑORA D. Yo estaba preocupada por mi marido; estuvo catorce años en la RAF. Me preocupaban mucho los raids. Mi marido estaba estacionado cerca y podía venir a casa por las noches. Estuvo en Italia combatiendo como soldado de la fuerza aérea. Yo estaba sola con los niños, y no lo tenía nada fácil. He culpado a las pequeñas cosas que he estado escuchando, han sido mucho de mí misma, sé que yo misma me he causado este dolor de cabeza, era muy feliz. DR. F. Usted no se lo provocó deliberadamente. SEÑORA D. Empezó cuando llegó toda esta gente. Había estado de vacaciones, entonces me enteré de infinidad de problemas, todo en una semana, eso fue hace tres meses.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica Entonces mi marido se preocupó por tenerme a su lado, y no lo logró, yo estaba sola, era demasiado para mí. He perdido más de tres kilos de peso, hay mucho más por lo que preocuparse. DR. F. ¿Qué opina de los brazos y piernas de ella? SEÑORA D. No hay ninguna enfermedad física que lo cause. SEÑORITA T. Te preocupa cuando te sientes mal, cuanto más lo piensas, peor te pones. No puedes evitar preocuparte por eso. SEÑORITA O. Antes de empezar a preocuparse la primera vez tuvo que perder el uso de brazos y piernas. DR. F. ¿Cuánto tiempo lleva así? SEÑORITA C. Seis meses. DR. F. Ya es hora de que mejore. SEÑORITA C. Ahora estoy en un estado en el que a veces no puedo ponerme en pie. DR. F. Qué quería ella decir con «algo se tendrá que hacer», no puede tratarse algo que no está. No digo que podamos curarla, porque depende mucho de ella. ¿Qué puede tratar un médico si no encuentra la causa? Hay muchas cosas que no sabemos, pero hay muchas otras que sí conocemos. ¿Qué causa, física, puede provocar esto? SEÑORITA O. Hay muchas enfermedades que desconocemos. La miastenia es una enfermedad nerviosa física. DR. F. Por lo que respecta a la miastenia, éste es un buen hospital. La ha visitado un experto, algo así habría sido detectado. Debería ser algo tan grave que no puede pasarse por alto, debería ser peor de lo que es ahora; desde una base física, probablemente no podríamos hacer nada. (A la señorita C.) Usted ha dicho «algo se tendrá que hacer», es usted un poco negativa. Si tiene un problema mental que no conoce, sería doloroso para usted saberlo. Si ese problema hace algo a su cuerpo, puede preocuparse por eso, lo cual no es tan difícil. Puede decir: «Tengo razón, es sólo mi cuerpo.» SEÑORITA C. Siempre he sido capaz de enfrentarme a los pequeños problemas que he tenido. Soy alérgica a pequeñas
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La situación grupoanalítica cosas, he tenido los ganglios inflamados, ictericia, he pasado la mayor parte de mi vida entrando y saliendo del hospital, y nunca he tenido nada grave. DR. F. ¿Le gustan los hospitales? SEÑORITA C. Estoy harta de ellos. Hacen lo que pueden. DR. F. ¿Cree que si alguien va de una cosa a otra, puede que haya algo en su interior que cause que caiga enferma con una cosa u otra? SEÑORITA Q. Si te enteras de que alguien está enfermo, te da miedo que puedas tener lo mismo, es posible, aunque a mí no me ha pasado. DR. F. Usted insiste en que no tiene ningún problema. SEÑORITA C. Si lo tuviera, se vería. DR. F. Si lo permite. Si en este hospital descubrimos, al margen de este grupo, algo que puede hacerse, lo hacemos. No digo que deba haber algo oculto en su mente. Todas la personas que lo entienden estarían de acuerdo y, lo admito, yo también lo estoy. Si no hay nada en su cuerpo, y no hay nada en su mente, ¿qué puede ser? SEÑORITA C. El tratamiento eléctrico ha curado a gente en este hospital. DR. F. El doctor Strauss es un entusiasta de esa técnica, y no la ha recomendado. SEÑORITA C. Eso tiene más sentido que hablar. DR. F. ¿Se siente dispuesta a dar una oportunidad a «hablar»? SEÑORITA C. No. DR. F. Si está tan en contra, en este punto deberíamos hacer otra cosa, que desconozco, debería derivarla de nuevo al doctor Strauss. SEÑORITA C. Lo preferiría. DR. F. Yo no estoy de acuerdo en que porque se sienta como se siente deba abandonar. Estoy dispuesto a ser paciente con eso, sólo se me ocurre algún tipo de tratamiento psicológico para usted. Si fracasa aquí, será difícil en cualquier sitio. Si se siente desfavorable a esto, de acuerdo, dígalo, afirme lo que siente, pero no actúe basándose en eso. Pero si ya de entrada se siente así, quizá sea mejor no empezar.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica SEÑORITA O. No sé hacia dónde estoy conduciendo. (Esta observación concuerda con el libro que está leyendo.) DR. F. Quizá pueda averiguar contra qué está luchando. Si la he entendido bien, va usted a intentarlo, o cree que siente lo mismo que la señorita C. SEÑORITA Q. ¿Tiene algún sentido venir, noto que ya me está creciendo el pelo? SEÑORITA C. Si me fuera al extranjero podría olvidarlo. DR. F. ¿Por qué puede olvidarlo en el extranjero y aquí no? SEÑORITA C. Quiero un cambio, en Inglaterra no hay posibilidad para que una joven cambie. Ya lo he solicitado, podría marcharme pronto. Debería irme, no llegaré lejos con los hospitales, me iré al extranjero. DR. F. ¿Cree que va a hacerle algún daño hablar de los problemas? SEÑORITA C. No va a servir de nada, no quiero hablar de los problemas. DR. F. No es hablar lo que la ayuda, tiene que hablar de las cosas para conocerlas. No la estoy invitando ni la estoy echando, no la estoy presionando ni echándola. SEÑORITA C. Lo intentaré. DR. F. No veo en qué puede hacerle daño, no es un mal comienzo que se oponga. Puede que se enfade mucho con nosotros. Lo siento pero tenemos que detenernos aquí.
Este grupo muestra a varias pacientes con una gran resistencia. La señorita C. lo manifiesta de una manera particularmente fuerte, y el terapeuta dedicó un considerable tiempo a ella, teniendo en cuenta tanto a las demás como a ella misma. Obviamente había ido demasiado lejos y no continuó. Lo que sigue son las notas que tomé entonces sobre ella: La señorita C. asistió a una sesión preliminar de terapia grupal el 30 de noviembre de 1946. Mostró una resistencia extrema a cualquier tratamiento psicológico de su problema. Repetía que «ya es hora de que se haga algo» y estaba muy poco dispuesta a considerar sus síntomas bajo una óptica distinta a
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La situación grupoanalítica la física. Tenía mal aspecto y se la veía ansiosa, pero aseguraba con énfasis que no tenía problemas. Está impaciente por partir al extranjero y manifiesta cierta amargura por la vida que ha llevado hasta ahora. Decidió no asistir más. Aunque abandonó la primera sesión afirmando que volvería, no lo hizo. Se gastó una cantidad de tiempo considerable en vista de su actitud. Da la sensación de que mostrará una resistencia tenaz a cualquier forma de tratamiento psicológico ahora mismo, y será difícil superarla. La resistencia a un tratamiento de grupo como tal no constituye un factor esencial en este caso.
Es interesante mirar hacia atrás ahora y ver la posterior evolución a la vista de esta sesión. La señora D. no volvió a presentarse la vez siguiente y cito aquí lo que anoté sobre ella poco después: La señora D. asistió a una sesión preliminar el 30 de noviembre de 1946. Había una considerable resistencia por parte de la mayoría del grupo a un enfoque psicológico. Ella misma mostraba menos resistencia y se abrió de un modo bastante libre a hablar de sus problemas. Parecía particularmente asustada por cuestiones relacionadas con el nacimiento de su hijo, que espera para dentro de seis meses. Se lamenta de que mucha gente acude a ella a quejarse de distintos problemas y preocupaciones. Era la única mujer casada presente, y también considerablemente mayor que las demás, lo cual puede que la haya hecho sentirse un poco fuera de lugar. No asistió a la siguiente sesión. A nivel superficial debería responder a una terapia de afirmación del yo, mientras que sus alteraciones más profundas, de naturaleza fóbica o hipocondríaca, necesitarían un tratamiento más intensivo. En un grupo adecuado, este tipo de caso podría evolucionar muy bien. Parece tener un nivel de inteligencia no muy alto.
La señorita Q. se sintió tan bien que no consideró necesario continuar el tratamiento. La señorita T. y la señorita M. han asistido de forma regular desde entonces (hace ya más de un año) y muestran una mejoría considerable. Estaban destinadas a convertirse en miembros del núcleo de este grupo. Es interesante 157
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
compararlo con las observaciones en mis notas. La señorita O. asistió regularmente durante un tiempo. Nunca llegó a adquirir insight en la motivación psicológica de sus dolores de cabeza. Sin embargo, ha preguntado muy seriamente acerca de la posibilidad de una terapia intensiva y ahora está en lista de espera para un tratamiento individual. Considero que en este punto el grupo ha sido útil en preparar a la paciente para el tratamiento, como un proceso de «ablandamiento». Esta composición inicial estaba desequilibrada por el lado de las histerias de conversión. La señorita O. constituye un buen ejemplo de un tipo frecuente de estos casos, cuyo pronóstico grupal no es demasiado bueno. Podría ser diferente en grupos seleccionados de manera más especializada. El terapeuta dirige su atención hacia la fuente de resistencia, el mecanismo de defensa conversional, ya en esta primera sesión. Esta grabación muestra como una discusión de flujo libre empieza a desarrollarse y cómo el terapeuta anima varias veces al grupo en este sentido. El terapeuta se muestra amable en los silencios en vista de la fase inicial del grupo y de la gran tensión de resistencia. Presento ahora un ejemplo de otro grupo iniciado en circunstancias completamente diferentes. Ninguno de los participantes ha mantenido una entrevista previa. Están presentes ocho pacientes y el teniente coronel Main. Northfield, fase B1. DR. F. ¿Todos tienen ya una ocupación? EN. Yo he estado en el taller de carpintería, pero me gustaría hacer algo diferente. Me dedico a la construcción y quiero practicar antes de volver. DR. F. ¿Ha hablado con la oficina sobre eso? S. (Tartamudo grave.) Yo soy peluquero de hombres y mujeres, pero sé que aquí no hay instalaciones. Quiero ser peluquero de hombres. DR. F. Está de mejor humor hoy. Debe sacar provecho. ¿Por qué va vestido de caqui? S. Tenía frío y pedí permiso para ponérmelo. Siempre he padecido catarros bronquiales. (Se discute la cuestión del caqui. La decisión en este caso se tras-
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La situación grupoanalítica lada al grupo y éste da su aprobación. El doctor F. suscribe el acuerdo.) SH. Yo me he unido al grupo de arte y al del estudio particular. TTE. COL. MAIN. Hay una plaza para que un hombre trabaje en la biblioteca, ¿le gustaría hacerlo? SH. ¿Puedo pensarlo? Ahora mismo tengo dos ocupaciones. M. Yo me dedico al comercio de verduras. Aquí trabajo con cuero. Me cuesta dormir, creo que es porque fumo mucho. DR. F. ¿Qué cree que puede ayudarle? ¿Que nos encontremos aquí? EN. Podríamos hablar de cómo nos va con nuestros trabajos y de si estamos teniendo alguna dificultad en conseguir los trabajos que queremos. DR. F. ¿Tienen alguna idea de cómo alguien puede aliviarles? ¿Hay algo que les preocupe? Se produce una pausa. DR. F. ¿Están todos felices y contentos entonces? EN. Yo no soy muy feliz. Mi mujer no está muy bien de salud. Pienso mucho en eso. Ha estado muy enferma. Sus nervios no están bien. Lo que quiero hacer es sacarla de casa, porque si no, no tiene ninguna distracción. Está muy deprimida cuando yo no estoy. DR. F. ¿Y usted qué tal, aparte de eso? EN. Todavía no me he adaptado. Si obtengo el trabajo que quiero creo que puedo ser feliz. Siempre me había interesado mi trabajo antes de la guerra. Estudié seis años para un examen, pero no conseguí sacármelo porque venía la guerra. Quiero volver a intentarlo. Quiero presentarme otra vez al examen, pero no puedo concentrarme. Esperaba que quizá aquí podría empezar de nuevo. Pretendo ir a la escuela técnica de Birmingham. S. No podemos estudiar juntos. Quizá podamos hacer algo juntos. Podemos discutirlo. DR. F. ¿Tienen ganas de pasar una temporada aquí? ¿Creen que estaría bien, o tienen ganas de salir? T. Ésta es la primera vez que estoy en un hospital, me siento muy inquieto. Me siento encerrado. Creo que es demasia-
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica do pronto para decidir qué hacer. Deberíamos esperar una semana o así. SH. Yo trato de olvidar mis preocupaciones, y entrar en una sala me las devuelve y me da dolor de cabeza. Probablemente me haga bien hablar de ello, pero es sólo sentarse y pensar. Yo trataba de olvidar ciertas cosas y me encuentro con que no puedo olvidarlas, pero hablar me ayuda a hacerlo. DR. F. ¿Hay alguien más que se sienta así? T. Yo. No particularmente cuando estoy aquí, sino cuando estoy solo. En cambio en el taller suelo estar bastante bien. DR. F. ¿Por qué prefieren no hablar? B. Porque no sólo me afecta a mí. Lo he escrito en el cuestionario de la manera más completa posible. SH. A mí me preocupa mi carrera. Traté de continuar estudiando durante la guerra para terminar en cuanto saliera, pero ahora me encuentro con que hacen falta dos años de experiencia en la vida civil. Es un mazazo tener que pasar otros dos años estudiando. Tenía esperanzas de aprobarlo todo. Creía que en cuanto saliera podría hacer ese examen, pero no puedo. Tengo que pasar dos años en la vida civil antes de poder presentarme. DR. F. ¿Cómo afecta a su futuro esta guerra? S. Yo tengo que empezar otra vez desde abajo para construir mi negocio, y tengo que avanzar mucho para lograr la posición que tenía antes de ingresar en el ejército. He perdido dos tiendas, la primera en los bombardeos de 1940. ED. Lo único que quiero es salir del ejército. La emoción ha terminado y yo empiezo a deprimirme y quiero salir. Quiero vivir como un ser humano. Un hombre sólo es razonable si es soltero. S. Creo que ése es un comentario muy estúpido. ED. Las chicas italianas no van por ahí como las inglesas. EN. Entiendo lo que quiere decir. La mayoría de las chicas del extranjero, sobre todo en Italia, van acompañadas hasta que se casan y por eso su decencia es mucho más alta. No les dejan caminar por la calle con cualquier soldado. Él lo estaba viendo desde el punto de vista moral.
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La situación grupoanalítica ED.
Si me caso preferiría estar en casa, pero si me caso estando en el ejército me matará la preocupación. — Todas las chicas no son iguales. — Depende de con qué compañías se juntan. Se vuelven solitarias. M. Las mujeres de los soldados de servicio son la causa de la baja moral en el ejército. Yo no creo que el servicio social de los soldados esté bien. Es por eso que un montón de compañeros estamos aquí ahora. Si sus esposas se comportaran como deben estarían bien. — ¿Espera que el Estado acompañe a las esposas? — Podrían ayudar más de lo que lo hacen. — ¿Cree que los italianos tienen un mejor sistema social? — Es por su religión, creo. — Una vez que una chica italiana se casa no sale a la calle con nadie. Es cuestión de fe. ED. Nueve de cada diez arrestados tienen problemas con sus esposas. Los podrían haber solucionado si les hubieran permitido ir a casa, pero los funcionarios del servicio social no los envían a casa. Si un hombre tiene problemas en casa, mantenerlo en un sitio como éste no le reforma. Sólo hay una cosa que se pueda hacer y es dejarle marchar a casa. — Las chicas inglesas han caído por los suelos. — Fue culpa del Gobierno, debería haber cuidado de los soldados. SGTO. P. Yo estuve en Italia antes de la guerra. Ha estado vapuleando a nuestras mujeres inglesas y yo creo que las está minusvalorando. En Inglaterra nos vapulearon y si encuentra una clase de personas mejor que las chicas de Londres durante los bombardeos, me gustaría que me la presentara. Los que han estado en el extranjero tienen una válvula de escape natural. En Londres había que aguantar. Yo ingresé en el ejército porque me llamaron a filas, pero conocí a agentes de la Gestapo en tiempos de paz y no me gustaron sus hábitos. — La guerra nos ha cambiado.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica ED. No es la guerra, es el ejército. — Un voluntario no tiene motivos para quejarse, pero uno al que han llevado a rastras sí lo tiene.
El grupo citado arriba corresponde a la fase B1 de Northfield. A modo de introducción aquí, todas las actividades sociales y ocupacionales y todos los temas relevantes del hospital se solucionan en un plazo relativamente corto. El grupo los da por hechos en estas circunstancias. La decisión acerca de la petición de S. respecto al caqui se considera una cuestión grupal y es aprobada por este grupo. Esto significa al mismo tiempo que los otros comprenden que no todos pueden ir de caqui. Entonces la discusión deriva hacia las alteraciones familiares provocadas por la guerra, el trastorno en las casas y las carreras. «Las mujeres» son atacadas y comparadas para mal con las italianas, pero son defendidas por P. Hablan todos salvo B. Este último presta atención, pero considera que debe hablar privadamente de su esposa. P. llega ligeramente tarde de las pruebas. S., un hombre con una tartamudez severa, abandona una vez y regresa (frecuencia). Las contribuciones principales son realizadas por E., S., Ed., y P., pero Sh., M. y T. también participan activamente. Los vínculos especiales empiezan a resultar aparentes, como Sh. y E. que quieren volver a estudiar, E. y T. a la construcción..., pero el debate se calienta hasta un nivel creciente y se anima tanto que es preciso interrumpirlo. Como cabía esperar, este grupo se desenvolvió muy bien con un grado de tratamiento individual adecuado. Por ejemplo, el zapador B. (el hombre que no habló) mantuvo una larga entrevista en la cual se reveló que su principal conflicto es una característica situación edípica. Su novia ha sido seducida por un norteamericano, pero él se fue a Irak con la esperanza de casarse allí y convertirse en mahometano. Sin embargo, se ve a sí mismo excesivamente unido a su prometida, con la cual entretanto se casó, y en un conflicto. Ella constituye una imagen materna más que evidente. Esto es interesante por haber sido apropiadamente mantenido alejado de la sesión del grupo en esta etapa y tratado en una entrevista individual. El sargento P. también mantuvo una larga entrevista, de un tipo distinto, la cual podría ligarse y referirse a las discusiones 162
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del grupo. Este grupo continuó con la moral y el ánimo altos. Al ser yo trasladado al departamento de actividades, justo en esas fechas, me interesé mucho en el problema de los «vagos». En ese momento se suponía que había unos doscientos. Desempeñaban un papel similar al que ahora cumplen los «vivales» y los «zánganos» en este país. Era difícil seguirles la pista. Yo puse en escena a tres de ellos en este grupo para que intercambiaran sus respectivos puntos de vista. Resultó que los «vagos» no habían sido lo suficientemente bien informados por sus psiquiatras respectivos. El número de «vagos» de diferentes salas variaba de un modo harto significativo. El punto más interesante, no obstante, es que cuando preguntaron a mi grupo por qué trabajaba y por qué estaba tan orgulloso del hospital y de sus actividades, sintieron que eran «tipos de persona completamente diferentes» y propusieron toda suerte de teorías al respecto. La verdad era simplemente que habían ingresado en el hospital en condiciones diferentes. Un grupo cerrado Éste es un ejemplo de grupo cerrado en su forma más pura. Pertenece a la fase B. Este grupo no sólo fue tratado como tal, sino que al mismo tiempo se interesó por él un grupo de observadores, compuesto por el comandante Lewsen, el comandante Bridger y yo mismo. Aconteció como ahora explicaré. El comandante Charles Lewsen, uno de nuestros dos médicos especialistas, quien llevaba mucho tiempo en Northfield, había desarrollado un considerable interés y conocimiento del enfoque psiquiátrico, en consonancia con su especialización en cuestiones psicosomáticas. Me había preguntado si sería factible para él tomar a un pequeño grupo de pacientes en psicoterapia bajo mi supervisión. Acordamos que podría asumir el tratamiento personal e individual de ocho de mis casos que asistirían a una sesión de grupo semanal conmigo. El comandante Bridger fue atraído a este grupo en relación con su trabajo como jefe del departamento de actividades. 163
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Este grupo se formó en la sala de admisiones y desde el principio fue visto como un grupo. Fueron presentados como tal en el hospital y el comandante Lewsen fue presentado a ellos como su médico desde el primer encuentro. Yo rehusé realizar ninguna entrevista personal. Ya en la segunda sesión, celebrada al cabo de uno o dos días, se presentó al comandante Bridger y el tema de la discusión fue la clase de trabajo que podían llevar a cabo juntos. Se mostraron muy colaboradores, debatieron varias propuestas que surgieron de ellos mismos y enseguida acordaron asumir la tarea de poner en orden el escenario del hospital, con su atrezo, etc. Era éste un trabajo muy adecuado por cuanto permitía una amplia variedad de contribuciones de cada individuo según sus inclinaciones. Recuerdo bien que esto surgió de una pregunta del comandante Bridger: «Si este hospital fuese su unidad, ¿qué les gustaría hacer?» También se arregló que durmieran juntos en camas contiguas. Pronto destacaron por su buen comportamiento y moral y empezaron a sentirse una elite. Esto no sucedió sin alguna fricción con otros pacientes y con el personal. Una monja solía referirse a ellos como «el grupo mimado del comandante Foulkes». Los riesgos inherentes de tener más de un terapeuta en un grupo fueron bien superados, de hecho, se convirtieron en una ventaja: un importante principio, en general. Esto fue posible a través de nuestro perfecto conocimiento y la ausencia total de cualquier sentimiento de propiedad por ninguna de las partes. Los miembros del grupo desarrollaron poderosas relaciones interpersonales y el grupo como conjunto se convirtió en un cuerpo autopropulsado. Por su parte, ellos no se consideraban a sí mismos como «pertenecientes» a ninguno de nosotros en particular, sino que más bien nos utilizaban, aunque sin abusar de nosotros, para cualquier propósito para el que estuviéramos bien preparados a tenor de nuestras funciones. Los encuentros del grupo conmigo, más formales, se centraron cada vez más en su trabajo en el hospital y en las dificultades cotidianas, y cada vez menos en los problemas personales, y menos todavía en los síntomas. No sólo el hospital, sino todo el ejército cambió de una realidad «mala» a otra más que aceptable, y la ruptura entre la autoridad y la persona desapareció. Esto también se expresó 164
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en resultados muy gratificantes, en primer lugar desde un punto de vista puramente militar. Ninguno de estos pacientes tuvo que ser dado de baja. Ellos hicieron con gran éxito lo que era el salto más importante en ese momento, aquel que iba del hospital al centro de instrucción de convalecientes, es decir, un retorno a la vida militar activa, un salto profundamente temido por todos los pacientes. En ese entonces escribí una carta al comandante L., a la sazón psiquiatra en jefe del centro de instrucción de convalecientes, que resume la situación. Hospital Militar Northfield Birmingham, 31 23 de febrero de 1945 Estimado comandante L. Los pacientes cuyos nombres encontrará en la lista adjunta han sido aquí tratados juntos como un grupo. Han realizado notables progresos y casi todos han mejorado de forma considerable, aunque, individualmente, hay entre ellos casos bastante complicados. Le serán enviados todos juntos en el curso de la próxima semana, probablemente el lunes. Si usted está de acuerdo y lo considera posible, creo que sería muy útil de cara a su futura rehabilitación que pudieran mantenerse unidos en lo que respecta a los barracones, el trabajo, la instrucción, etc. Por supuesto, recibirá los informes individuales de cada uno de ellos. En el caso de que tenga alguna observación o comentario a hacer acerca de ellos, ya sea individualmente o como colectivo, estaré muy interesado en los mismos. Atentamente, S. H. Foulkes, Comandante RAMC
Esta mejora también tuvo su reflejo en términos psiquiátricos en un sentido más estricto. Con objeto de ejemplificar lo que 165
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esto implica, daré una pequeña muestra de su estado individual, tal y como lo recogió en su día el comandante Lewsen. SOLDADO A. EDAD 25. SERVICIO 5 AÑOS Admitido el 19-12-1944. Quejas. Mareo y síntomas de fatiga. Historial. Tuvo pequeños miedos de niño, alcanzó el último curso en la escuela, hizo amigos con facilidad y se convirtió en jardinero y luego en chófer y mecánico. No hay neurosis señaladas en el historial familiar. Lo llamaron a filas en transporte motorizado en primer lugar y luego se hizo mecánico de vehículos. Después fue puesto en transporte de blindados y tuvo dificultades en acomodarse a conducir este tipo de vehículo. Cayó en una zanja y se hirió accidentalmente con su propia pistola, después de lo cual sus síntomas, que ya se habían iniciado, empeoraron. Examen y progresos. Alto, asténico, apático. Se queja de dolores de cabeza, sueños de acción y palpitaciones, disnea y mareos. Ha perdido peso. El examen físico no revela ninguna enfermedad. En el hospital ha mejorado de forma gradual, ha ganado peso y ha recuperado el interés, y la mayoría de los síntomas han desaparecido. Diagnóstico. Estado de ansiedad, agudo, moderado con disfunción somática. Conclusión y recomendaciones. Este paciente ha mejorado mucho con el tratamiento, pero continúa bastante hipocondríaco y bajo de moral. Está ansioso por desarrollar un trabajo mecánico y lo considero capaz de ser útil al servicio si se le incorpora a la categoría C2, preferiblemente en calidad de mecánico de motor o si no como mecánico conductor. SOLDADO DE CABALLERÍA B. EDAD 20. SERVICIO 2 AÑOS Admitido el 19-12-1944. Quejas. Temblores y pérdida de confianza. Historial.: Este paciente presentó rasgos neuróticos menores en su infancia. Obtuvo una beca para la escuela secundaria. Hacía patrones en la vida civil y ha servido como mecánico de
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La situación grupoanalítica artillería y conductor en el ejército. Es SGI. Tenía temblores en el ejército desde el principio y luego perdió toda la confianza después de que su tanque fuera alcanzado y él resultara herido en la rodilla derecha. Examen y progresos. Muestra notables signos de ansiedad, temblores, desazón y sueños de batallas. Físicamente, estaba perfectamente sano y no tenía ninguna discapacidad como consecuencia de la herida. Ha mejorado mucho en el hospital en cuanto a confianza y desaparición de los síntomas, pero no puede afrontar el retorno a las condiciones del campo de batalla y su temperamento de combate no es alto. Diagnóstico. Estado de ansiedad, reciente, suave, inespecífico. Conclusión y recomendaciones. Podría ofrecer un servicio valioso, siempre y cuando no se le exponga al estrés de la batalla. Se lo recomienda para un puesto de conductor o mecánico de ACI 904/44, Para. 7, clase E en categoría C2. SOLDADO DE CABALLERÍA D. EDAD 30. SERVICIO 4 AÑOS Y 6 MESES Admitido el 20-12-1944. Quejas. Falta de confianza, depresión y trastornos del sueño. Historial. Hubo tensiones domésticas menores cuando él era niño. Le fue bien en la escuela y obtuvo el graduado escolar. Continuó con clases de taquigrafía y mecanografía y obtuvo trabajo como empleado de seguros. En el ejército sirvió primero como auxiliar de mayoría y después como mecánico artillero. También ha conducido camiones. Los síntomas de ansiedad se desarrollaron al partir a Francia y empeoró mucho cuando su tanque fue alcanzado y la mayoría de sus compañeros murieron. Él no resultó herido, pero no pudo comer durante una semana. Examen. Estaba ansioso, aprensivo y deprimido. Presentaba temblores y se mostraba inquieto y bastante retraído, inseguro y tímido. No sufría anormalidades físicas. Progresos. Sus síntomas se han aliviado mucho en el hospital, aunque la personalidad subyacente continúa sin ser muy
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica fuerte. Es un hombre serio, de buena moral y ansioso por reincorporarse al servicio. Diagnóstico. Estado de ansiedad, reciente, grave, inespecífica. Conclusión y recomendaciones. Está siendo destinado bajo el esquema anexo como auxiliar de mayoría en la categoría C2. CABO SEGUNDO H. EDAD 21. SERVICIO 1 AÑO Y 7 MESES Admitido el 23-12-1944. Quejas. Sentimientos mórbidos y ataques de llanto. Historial. Existen rasgos neuróticos menores en la familia. El paciente fue estudiante de medicina antes de alistarse voluntariamente en el servicio. Pasó el Consejo de Selección del Ministerio de la Guerra y permaneció en una unidad de instrucción de oficiales hasta dos semanas antes de la finalización del curso, momento en que sufrió un accidente del cual resultó con heridas menores en cuerpo y rostro y permaneció tres semanas ingresado en el hospital. Sus síntomas evolucionaron y cuando fue devuelto a la unidad de instrucción sus síntomas se agravaron. Se queja de ataques de llanto y mareos, y padece dolores de cabeza. Examen y progresos. Nervioso y deprimido, no puede concentrarse, falta de apetito y sueños frecuentes. Físicamente no presenta anormalidades. Se le dio licencia para que solucionara cuestiones domésticas y regresó en un estado de nervios mucho mejor, desde entonces ha progresado con rapidez y todos los síntomas han desaparecido. Diagnóstico. Estado de ansiedad, reciente, moderado, inespecífico. Conclusión y recomendaciones. Este hombre tiene una moral muy alta, es ambicioso y tiene ganas de seguir adelante. Tuvo problemas a causa de dificultades nerviosas en el pasado, pero ha adquirido un buen conocimiento de ellos, y nada impide que se le dé otra oportunidad en la unidad de instrucción de oficiales. Debería estar listo para regresar a su unidad tras un periodo en el centro de instrucción de convalecientes.
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La situación grupoanalítica SOLDADO H. EDAD 20. SERVICIO 2 AÑOS Admitido el 18-12-1944. Quejas. Dolores de cabeza, opresión en el pecho y debilidad general. También pérdida de peso. Historial. Había rasgos neuróticos en su infancia y su padre sufrió de neurosis o bien de epilepsia. Tuvo una infancia feliz y se llevó bien con sus compañeros. Fue llamado a filas y al principio le gustó el ejército, pero achaca su bronquitis y fibrositis a la exposición al frío. Más tarde fue alcanzado por un proyectil y vio morir a sus compañeros. Él sufrió heridas en la cabeza, pecho y abdomen. Estuvo en acción tres meses y dos meses en el hospital antes de ser transferido aquí. Examen y progresos. Parece enfermo y pálido y ha perdido trece kilos, pero no se le descubrió ninguna afección orgánica, ni tampoco enfermedad en el pecho. Presentaba algo de anemia, pero respondió al tratamiento con hierro y vitaminas. Al principio se mostraba apático, bastante hastiado y resentido e insistía en sus dolencias físicas, más tarde se tornó más dócil y aceptó que se estaba sintiendo mejor, aunque no bien. Diagnóstico. Estado de ansiedad, agudo, moderado con disfunción somática. Conclusión y recomendaciones. Este paciente tiene una constitución física débil con un historial bastante pobre. Mostraba un alto grado de resentimiento consciente que tuvo que ser superado, pero ahora acepta que está mejor y aunque su moral no es alta está dispuesto a incorporarse al servicio. No cabe de duda de que no está en condiciones para los deberes del combate y en consecuencia debe ser reclasificado C2 como mozo de almacén, ordenanza o camarero. BOMBARDERO M. EDAD 23. SERVICIO 3 AÑOS Y 6 MESES Admitido el 1-1-1945. Quejas. Depresión e incompetencia. Historial. Este paciente tiene miedo de la oscuridad, pensamientos mórbidos de muerte y ataques de rabia de niño. A los quince sufrió una meningitis. Era perezoso en la escuela, obtuvo el certificado de asistencia a los dieciocho y luego empezó
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica música. No practicó ningún deporte y era bastante solitario. Fue llamado a filas en radares, llegó a ser suboficial y permaneció seis meses en Francia. Más tarde perdió el control, se tornó indeciso, perezoso, retraído, negligente con su aspecto físico y deprimido. Examen y progresos: Asténico, aspecto esquizoide con voz ronca y forzada. Inteligencia y estado físico normales. Mejoró notablemente en el hospital, tiene un buen insight de su estado y desea continuar en el servicio. Diagnóstico. Estado de ansiedad, crónico, moderado. Conclusión y recomendaciones. A pesar de su afección constitutiva, este hombre ha mejorado mucho y es capaz de dar un buen servicio en un campo limitado, está ansioso por hacerlo. En vista de su personalidad básica, sin embargo, se considera necesario restringirlo al servicio en el país, preferiblemente en radares o en un trabajo de oficina en el que pueda utilizar su inteligencia. Por tanto se propone para la categoría C2. SOLDADO O. EDAD 27. SERVICIO 4 AÑOS Y 5 MESES Admitido el 16-12-1944. Quejas. Depresión y dolor de espalda. Historial. Tiene doble nacionalidad británica y holandesa. Hay rasgos nerviosos tanto en su madre como en su padre, pero tuvo una infancia feliz, aunque sujeta a periodos de depresión en la vida civil. Se presentó voluntario en el ejército holandés en 1940, pero más tarde perdió el interés debido a alguna decepción en el ejército y a ansiedad doméstica. Se tornó depresivo e incapaz de concentrarse. Pasó un periodo con una unidad en Holanda. La unidad quedó aislada y en ese momento sus síntomas empeoraron. Finalmente, cayó de un camión y sufrió heridas en su cadera izquierda. Examen y progresos. Inteligente (SGII en matrices progresivas) y con buena salud física, salvo que padece lumbago. Su depresión se ha aliviado mucho y sus síntomas físicos han desaparecido en el hospital. Diagnóstico. Estado de ansiedad, reciente, moderado, con rasgos depresivos.
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La situación grupoanalítica Conclusión y recomendaciones. Este hombre ha mostrado una mejor actitud para el servicio y ha superado muchas de sus dificultades. Ciertamente no debe ser enviado al extranjero ni destinado a combate. Debería ser capaz de resultar útil en un trabajo administrativo o de oficina, haciendo uso de su buen nivel de inteligencia o en su propio oficio de peluquero. Por lo tanto se recalifica como C2, y esto no debería ser revisado salvo por recomendación de un psiquiatra. SOLDADO DE CABALLERÍA S. EDAD 24. SERVICIO 4 AÑOS Admitido el 20-12-1944. Quejas. Dolor de cabeza, mareos y debilidad. Historial. Este paciente era hijo único y su padre murió de cáncer de garganta cuando él tenía dos años. Terminó la secundaria y empezó a trabajar en una constructora, estudiando música después de terminar la jornada. Obtuvo un diploma de la London School of Music como profesor de piano y órgano. En el ejército ha servido como ordenanza y segundo conductor, en ocasiones en el frente. En Francia, empezó a sentir la tensión y entonces se quemó gravemente la cara, el cuello y los brazos al estallar una estufa de petróleo. Tuvo que someterse a varias operaciones de cirugía plástica y a injertos de piel y desde entonces se ha quejado de sus síntomas actuales. Examen y progresos. Persona agradable, afable y seria. Cicatriz antiestética en el cuello. Ninguna enfermedad física. Ha progresado bien en el hospital, superando sus síntomas y cobrando interés en la rutina de Northfield. No existen dificultades emocionales salvo el miedo a la acción y el deseo, después de cinco años de servicio, sobre todo en el extranjero, de permanecer cerca de su madre. Diagnóstico. Histeria sensorial. Conclusión y recomendaciones. Este paciente ha tenido un largo servicio y ha sobrevivido a una experiencia extremadamente desagradable. Es aplicado y a pesar de sus intereses artísticos está preparado para continuar con sus deberes militares como ordenanza o empleado. Se asigna a la categoría C2, pues sólo se le considera apto para el servicio en el país.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica SOLDADO T. EDAD 19. SERVICIO 3 MESES Admitido el 13-12-1944. Quejas. Contracción de los meñiques de ambas manos. Historial. Este paciente es hijo único de padres sanos. Tuvo una infancia feliz, le fue bien en la escuela, no tuvo temores ni enfermedades, se interesó por los juegos e hizo dibujos y trabajos manuales. Se unió al Comando de Transporte Aéreo y trabajó en el telégrafo, con la esperanza de ingresar en la fuerza aérea. En cambio fue llamado a filas en infantería. La contracción de los meñiques de ambas manos se produjo durante la instrucción. Examen y progresos. Tipo inmaduro, inteligente, sin enfermedades físicas, contractura histérica de ambos meñiques. Esta afección mejoró rápidamente con explicaciones y palabras tranquilizadoras. No tiene problemas salvo el de la desilusión respecto a su puesto militar. Diagnóstico. Histeria motora. Conclusión y recomendaciones. Es un hombre ambicioso y posee una inteligencia superior y moral alta. Su neurosis fue mínima. Ya ha recibido una buena instrucción en transmisión de señales y podría prestar un buen servicio si se lo emplea en la categoría B1, en función de comunicador o, en su defecto, como auxiliar.
Puede apreciarse que la mejoría individual de estas personas por motivos meramente psiquiátricos fue de hecho muy satisfactoria. Hay que insistir en que no fueron seleccionados en absoluto, ni desde este punto de vista ni desde ningún otro, y que los resultados indicados aquí se situaban muy por encima del promedio de los obtenidos por el hospital en general. Aparte de la sesión de grupo semanal, tenían una entrevista de alrededor de una hora por semana con el comandante Lewsen. Esto suponía, sin embargo, un tratamiento bastante intensivo en relación a las condiciones imperantes en el hospital. Surge la cuestión de si la mejoría estuvo tal vez estrechamente ligada con el apoyo que se proporcionaban entre ellos. Por desgracia no hay resultados de seguimiento dis172
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ponibles, pero mi firme impresión es que éste no fue el caso. Por otra parte, uno bien podría plantear si una cohesión tan provechosa no sería un rasgo deseable en el ejército, considerando que ésta podría extenderse, como así debería ser, a toda la unidad. No obtuve respuesta del centro de instrucción de convalecientes, pero la siguiente carta personal podría resultar de interés. Fue escrita por el soldado de caballería S., quien me había ayudado en tareas administrativas durante su estancia en el hospital y por esta razón tenía un contacto algo más personal conmigo. En ciertos aspectos, también había sido líder del grupo después de que el cabo segundo H. se marchara de permiso. Ésta es la carta: [Dirección particular] Lunes, 12 de marzo de 1945. Comandante Foulkes Estimado señor: Muchas gracias por su amable carta. Transmití sus saludos al resto del «grupo» y fue para mí un placer hacer lo poco que hice por usted. Como verá por el remite, estoy en casa de permiso y me siento muy bien. Vuelvo a Bedford mañana. No se está demasiado mal allí, y estamos todos juntos, el «grupo», y muchas veces hablamos de usted y de todo. Incluyo un giro postal por importe de 13 libras que le debía del billete de 20 que me dio para comprar y del que sólo gasté 7 en el encendedor y los cigarrillos. No había tenido ocasión de devolvérselo antes de irme. Espero que haya encontrado un asistente que pueda ayudarle y facilitarle las cosas. Con esto termino, le envío recuerdos del «grupo», como les prometí, esperando que disfrute de su licencia. ¡Hasta pronto! ¡Mis mejores deseos! R. S.
Casi huelga decir que este grupo hizo un buen trabajo poniendo el escenario a punto. Éste culminó en una actuación en la cual ellos se encargaron del escenario, y de hecho de todo salvo actuar. 173
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Por desgracia no pude asistir, pero todos los comentarios que oí fueron elogiosos. Su estancia en el hospital se prolongó ocho semanas, pero al cabo de seis habían mejorado considerablemente. Quedó la sensación de que si se hubieran quedado un poco más habrían cumplido con un trabajo más que notable. No había entre ellos ninguno particularmente dotado, ni para actuar ni como músico, pero su último deseo fue representar una obra para ellos mismos, y se lo tomaron muy en serio. Todos los observadores coincidieron en que podrían haberlo hecho con suma facilidad. En relación con el hecho de que no permanecieran en el hospital durante algunas semanas más existe una interesante anécdota. En un grupo como éste se da por entendido que sólo podían pasar del azul al caqui en bloque. Cuando habían mejorado tanto, y después de seis semanas de suplicarlo, yo no pude resistirme más a sus demandas y accedí a que todos ellos vistieran de caqui. Por desgracia pasé por alto una norma del oficial al mando, según la cual en un momento determinado no podía haber más del 10 % de los hombres de un pabellón vestidos de caqui. En la siguiente visita oficial del oficial al mando, este grupo, nueve hombres seguidos y destacando por su inusualmente buena actitud y comportamiento militares, dejaron en evidencia el incumplimiento de la norma. Esto hizo que el oficial al mando se pusiera hecho una furia y me puso en la picota en términos inequívocos. Por consiguiente tuve que mantener que todos ellos estaban preparados para abandonar el hospital al cabo de una o dos semanas, tal y como estaba estipulado, y en vista de su estado no pude dar marcha atrás al respecto ni argumentar que precisaban continuar con el tratamiento en el hospital. Un grupo de actividad El siguiente ejemplo es el de un grupo que se desarrolló en condiciones completamente diferentes, en libertad y al aire libre. Nos situamos en Northfield, en la fase B1. Yo sabía que en los últimos tiempos la banda había sufrido varios fracasos bastante lamentables. Salí (era un domingo por la mañana) a uno de los 174
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barracones donde la banda, o lo que de ella quedaba, tenía que ensayar. Era una mañana oscura, bastante fría, y la banda había conseguido de algún modo encender una estufa en el centro del espacioso barracón. Sentados en torno al fuego, encontré a un pianista, un trompeta y un batería, todos miembros de la antigua banda, y otro pianista y un clarinete que eran recién llegados. El grupoanalista establece contacto y observa.— Establecí contacto con ellos para ser admitido sin alterar su intimidad. Esto no resultó difícil, puesto que me gustaba escuchar su música. Pronto quedó claro que los dos pianistas estaban en permanente desacuerdo. Se culpaban mutuamente por tocar en dos tonos diferentes. Uno de ellos, al que llamaremos «el psicópata», porque ése era su diagnóstico psiquiátrico, resultó ser un músico profesional, miembro de una banda de música de baile en la vida civil. Había sido el pianista y líder de la anterior banda del hospital y criticaba sin tregua al otro pianista, un hombre valeroso, que no se desanimaba con facilidad y que había sido prisionero de guerra. El psicópata se quejaba de que el otro carecía de sentido del ritmo y de que no tenía la menor idea de tocar. Acompañaba estas críticas repitiendo: «No es asunto mío porque yo me voy el martes, pero...» El nuevo pianista, su propuesto sucesor, después de mostrar mucho aguante y paciencia ante esta provocación sistemática, controlando su genio en presencia de los otros miembros de la que iba a ser su banda, al final devuelve el golpe y declara: «De acuerdo, entonces no me interesa.» En este punto el psicópata parece satisfecho. Se va y regresa con otro pianista. Entretanto, intervino el batería, a su vez un gran músico, que aparentemente era fiel compañero del psicópata. Obviamente, había estado esperando una oportunidad para atacar al nuevo líder, anticipando un conflicto de rivalidad por llegar. La tensión había ido creciendo de manera constante hasta este punto. El psicópata, que ya había mencionado que pretendía traer una «vocalista», su novia, decidió en este punto ir a buscarla, y todos los demás decidieron regresar a sus pabellones a tomar un té. Caminando de regreso con ellos al hospital, aproveché la ocasión para aproximarme al prisionero de guerra, con objeto 175
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de expresarle mi reconocimiento por su actuación y, en general, para tranquilizarlo y animarlo. El grupoanalista actúa.— Tras la pausa hablé con todos los hombres juntos. Puse las cartas de mis observaciones sobre el tapete y dije que no podía tener un buen efecto en su cooperación que el nuevo pianista fuera desalentado y criticado delante de los demás. Era muy probable que el antiguo líder, siendo músico profesional, fuera más hábil al piano, pero eso iba a resultar de escasa ayuda considerando que abandonaba el hospital el martes. De hecho, era mejor que él dejara en paz a la banda. Costó lo suyo, pero el resultado fue que el psicópata dejó la sala, encogiéndose de hombros. Cuando se hubo marchado aproveché la ocasión para ofrecer ayuda a todos ellos en la tarea de buscar nuevos talentos entre la población hospitalaria. Podían, por ejemplo, colgar carteles en la sala de admisiones y quizá pedir a algunos compañeros del barracón de pintura que los diseñaran para ellos. De este modo estaba al mismo tiempo promoviendo la vinculación entre varios grupos, ninguno de los cuales funcionaba demasiado bien en ese momento. Mi objetivo general en todo esto era coordinar e insuflar nueva vida a las actividades del hospital. Se percibía un creciente espíritu de acuerdo en todos excepto el batería, quien se mostraba ambivalente. La enfermera, la vocalista, estaba defendiendo a su amigo el psicópata, y aseguraba que no lo habían entendido. Era un eterno incomprendido. «Es un buen tipo cuando lo conoces.» Otros manifestaron sus dudas: había músicos capaces en el hospital, decían, pero todos tenían miedo de dar el paso, porque temían perder su oportunidad de recibir la licencia del ejército si tenían éxito en la banda. Yo les tranquilicé en este punto (nuestra política en ese momento de la guerra era predominantemente rehabilitar a la gente para la vida civil y sólo aquellos que podían encajar para participar en la guerra contra los japoneses eran retenidos. Una amplia proporción de nuestros pacientes eran, además, ex prisioneros de guerra). El grupo sigue adelante.— Después de esto la banda se puso a ensayar y el ex prisionero de guerra volvió a ocupar su puesto. El 176
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pianista recién llegado también parecía listo para participar, aunque su actitud no era del todo transparente. Éste fue el inicio de la banda. Empezaron a tocar en el curso de esa misma semana y no hallaron dificultad en reclutar nuevos miembros. Transcurridas una o dos semanas, la banda era uno de las estandartes del hospital. No se concebía ninguna actividad social en el club sin ella, y casi todas las noches había una. También encontraron un lugar adecuado para ensayar y lo cierto es que tocaban muy bien. Al cabo de unas pocas semanas, la banda, compuesta ya por miembros muy diferentes, desconocía que yo había tenido algo que ver en su existencia. Esto ilustra la función del terapeuta en una situación completamente informal. Tiene que integrarse en el grupo y sus problemas en cuanto los detecta. En este caso, toma una parte muy activa. Sin embargo, no crea dependencia del grupo en él, al contrario, los moviliza para que asuman los problemas. Beneficio individual.— Debería mencionar una interesante consecuencia indirecta, porque es muy significativa. Encontré al psicópata en el patio, sin nada que hacer. Hicimos las paces y mantuvimos una larga charla en la cual le expliqué todo lo que había ocurrido y las motivaciones de mi actitud. Resultó ser un hombre afable e inteligente y lo entendió muy bien. Me confió que durante toda su vida se había enfrentado a la misma dificultad y que nunca había podido mantener sus amistades durante mucho tiempo. Reflexionó un rato y dijo: «Por eso no puedo seguir con ellos. Creo que ahora lo entiendo.», o palabras similares, y me dio las gracias. Al parecer había encontrado un buen insight de uno de los problemas de su vida. Éste fue el último tratamiento que recibió antes de embarcarse en su nueva vida civil. Como ejemplo de un grupo completamente abierto a escala mucho mayor me referiré al enfoque de toda una sala, considerada como un grupo en circunstancias bastante extremas. Sólo puede ser esbozado aquí, pero contiene tantos puntos de interés que debería describirse con más detalle en otra ocasión. Este experimento se encuadra en la fase B. 177
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Tratamiento de una sala La prehistoria inmediata de esta sala, la sala William, es la siguiente: desgraciadamente, la psiquiatra que estaba a cargo de ella cayó enferma a causa de una enfermedad infecciosa recurrente que la obligó a diversas ausencias de distinta duración, antes de que finalmente dejara el trabajo y tomara una baja por enfermedad. Por este motivo las condiciones en la sala se habían tornado caóticas: los pacientes no contaban con atención regular y la moral estaba en su punto más bajo. Cuando regresé de mi licencia, el oficial de mi división me ordenó hacerme cargo de esa sala. «Está en una situación espantosa —dijo—. Hay que tomarla al asalto, y no cuento con nadie más que con usted.» Recordaba muy bien cuál había sido la situación cuando había estado por última vez en la misma posición de asumir el control de una nueva sala con setenta u ochenta pacientes neuróticos completamente extraños, y el recuerdo no me hacía desear esta tarea. Pero también recordaba lo que había aprendido entretanto y estaba ansioso por aplicarlo. Todo este episodio se relata aquí para mostrar la ventaja de aplicar un enfoque grupal a esta tarea. Es cierto que dos años antes yo era un recién llegado al hospital, y desconocía muchas cosas y los pormenores de muchos aspectos. En esta ocasión, por el contrario, lo conocía todo y me sentía en el hospital como en mi propia casa, lo cual, ciertamente, ayudaba mucho. La principal diferencia, sin embargo, es que entonces había estado enterrado con pacientes individuales en mi consulta desde la mañana hasta la noche, y mi único contacto con los pacientes fuera de esto se producía en la formal ronda matinal, y aun así era como la serpiente mítica, a la que le crecían dos cabezas por cada una que perdía. Esta vez me acerqué a la sala como conjunto. Condiciones existentes.— Lo primero que hice fue pasear por la sala y captar el clima, ¡y menudo clima! Hablando con diferentes pacientes, recopilé mucha información: qué hacían, qué pensaban, qué esperaban, por qué estaban en la sala y no en sus ocupaciones, qué idea tenían del hospital, etcétera. Una sala 178
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anexa había sido convertida en un casino, donde los pacientes ni siquiera intentaban disimular y apenas reparaban en mí cuando me acercaba a mirar. Cuando empecé mi primera ronda matinal a la hora señalada, ni un minuto antes ni después, apenas un tercio de los pacientes estaban presentes. Durante los primeros días el ordenanza podía estar ausente y la monja retrasarse, de manera que empezaba solo. Menciono estos detalles porque manejar un grupo de estas características consiste en gran medida en poner una atención meticulosa en los detalles. Cambios.— Después de una semana, que un hombre se ausentara sin justificación era casi una excepción. ¿Cómo se consiguió? Sin recurrir en absoluto a los métodos disciplinarios tradicionales. Esto, aparte de que probablemente habría resultado ineficaz dadas las circunstancias, habría consumido más tiempo del que podía dedicar a cada caso. Tomaba buena nota de las camas vacías. Sin duda se difundió con rapidez la noticia de que estar ausente en la ronda matinal no valía la pena y que era mucho mejor estar presente. Por ejemplo, un hombre apareció un día delante de una cama hasta entonces vacía. Se quejó de dolor de cabeza y me pidió unos analgésicos. «No lo he visto antes. ¿Dónde ha estado?» El hombre recuperó la compostura y contestó: «Ausente sin permiso, señor.» La conversación que siguió giró en torno a cuestiones que nada tenían que ver con el dolor de cabeza y los analgésicos. La lectura de todo esto era: «Si usted quiere que yo le ayude, usted también debe ayudarme a mí.» Pronto encontré a dos o tres hombres que colaboraron conmigo. Les ofrecí entrevistas personales y solucioné sus problemas de manera satisfactoria. A partir de entonces trabajaban a tiempo completo ayudándome en la sala. Uno de sus principales cometidos durante la primera semana fue montar guardia por turnos delante de mi despacho y mantener alejados a todos los intrusos. Había elegido como oficina un cuarto lateral con una entrada desde la «sala diurna» (que no obstante estaba llena de camas). No pasaba más de tres o cuatro horas al día en este despacho, que utilizaba para las entrevistas más urgentes y para 179
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guardar documentación. El resto del tiempo estaba en la sala o bien observando a mis pacientes en sus distintas actividades, con las cuales pronto empezaron a cumplir. Durante la primera quincena pasé día y noche en la sala. Pronto conté con un núcleo de pacientes colaboradores. Los reuní en un grupo y mantuve reuniones regulares con ellos. También mantenía reuniones con monjas y personal, y todos ellos se mostraban muy cooperantes e interesados. Las monjas empezaron a estudiar los historiales sociales de los pacientes y a conocer bien su contexto. La sala empezó a diferir notablemente en cuanto a cooperación y moral según las distintas localizaciones. Yo, en consecuencia, trataba a los pacientes individuales de un modo distinto, sin perder de vista su ubicación en la sala. Un hombre, un cabo, me pidió una entrevista, y se la concedí. Él nada menos que me solicitó la baja del ejército. Cuando no respondí pero le dije que decidiría sobre su destino de inmediato, modificó su petición y solicitó una entrevista con el oficial de selección de personal. Se mostró muy sorprendido, y creo que sinceramente, cuando se enteró de que me correspondía sólo a mí decidir si un paciente debía ser enviado al oficial de selección de personal. (Esto equivalía a un destino para un trabajo elegido en condiciones protegidas.) Este episodio, por cierto, me decidió a llamar al oficial de selección de personal para que diera una charla a un grupo de pacientes de mi sala acerca de su función y contestara sus preguntas; se mostró dispuesto a todo ello. A la mañana siguiente el paciente solicitó ver al oficial al mando, a lo cual tenía derecho. No me dio ninguna razón de los motivos por los que quería hablar con él. Yo visité al oficial al mando, le expliqué la situación y le confié mis sospechas acerca de lo que el cabo quería decirle. Él me tranquilizó. A la hora de comer vi al hombre en el pasillo, alejándose silbando tan campante. Tres días más tarde retornó a su unidad sin chistar. Uno de los rincones que mantenía un espíritu de enconada oposición a la autoridad era una amplia sala lateral, ocupada por entre doce y quince hombres, concebida por regla general como reserva para los pacientes con alteraciones más graves. Una tarde, cuando entré en esta sala, me encontré a la mayoría de los 180
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pacientes —que deberían haber estado en sus ocupaciones— tumbados en sus camas, sin hacer nada o jugando a cartas. Un hombre se quedó en su cama, haciéndose el enfermo. No se fijó en mí y apenas contestó a mis preguntas. No estaba muy bien, pero no había para tanto. Regresó a su unidad al cabo de cuarenta y ocho horas. Yo no habría tomado medidas tan drásticas en otras condiciones. No fue demasiado justo con el hombre, y menos aun con su unidad, pero era absolutamente necesario para mi sala. Recuerdo muy bien la respuesta que esperaba por parte de la sala lateral, más una banda que un grupo. Me estaba preparando para la batalla con este último bastión de resistencia. Siempre recuerdo mi sorpresa cuando descubrí que las cosas ya habían ido más lejos de lo que yo sabía. El bastión se rindió sin presentar batalla y a partir de entonces pudimos relacionarnos en términos amables y de colaboración. No quiero dar la impresión de que estaba obteniendo resultados gracias a medidas severas. Empezaba a ser bastante popular en mi sala ya en esta fase, y mantenía buenas relaciones con la gran mayoría de los pacientes. Me desviví por ser cortés y útil con ellos siempre que podía, pero estoy convencido de que mi amabilidad habría sido ineficaz y mal interpretada sin esta contrapartida de firmeza, al margen del hecho de que era necesaria por sí misma. Se comprenderá que los episodios mencionados son simples ejemplos de una casi inacabable cadena de acontecimientos. Por desgracia, estaba demasiado ocupado para llevar un diario. La sala como comunidad.— Toda la sala comenzó a vivir otra vez como una comunidad. Las reuniones de sala empezaron a convertirse en asuntos vivos, con creciente interés y participación en las cuestiones del hospital en su conjunto. Por cierto, hay una interesante anécdota sobre la vida comunitaria. En un momento dado, los robos eran algo extendido en esta sala. Me enteré de que desaparecía el jabón y llamé la atención sobre este particular en la reunión de sala. Cuando volví a preguntar una semana después si el jabón continuaba desapareciendo, se produjo un silencio difícil de interpretar. Una semana más tarde re181
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petí de nuevo la misma pregunta. Esta vez hubo una respuesta uniforme desde los cuatro costados: eso no ocurría, en la sala William a nadie le desaparecía nada. Un pequeño número de hombres trabajaba para mantener la sala limpia y en orden. Al principio el grupo lo formaba una selección aleatoria de hombres que con frecuencia ni siquiera se conocían entre sí. Eran o bien los favoritos de las monjas o al contrario, o pacientes que pretendían ser trabajadores de sala cuando eran descubiertos en el momento inoportuno. Se convirtieron en un grupo de hombres que trabajaban como equipo, y la comunidad de la sala los conocía bien y también el valor de su función. En estas reuniones de una hora de duración se tomaban innumerables decisiones, grandes y pequeñas. Se daba por entendido que todos los asuntos concernían a todo el mundo y la sala participaba de manera activa en ellos. Se precisarían muchas páginas para describir a fondo las implicaciones de esto. Espero que resulte evidente la importancia que estos experimentos tienen para las comunidades, grandes y pequeñas, allá donde se encuentren, y también cómo se relacionan con el campo más estrecho de la perspectiva grupoanalítica, aunque estén en su periferia. En una fase todavía posterior mi presencia en las reuniones de sala dejó de ser necesaria. Los pacientes las manejaban por sí mismos. Creo que tengo razón cuando digo que ya al cabo de unas seis semanas la sala William era la mejor del hospital, tanto desde el punto de vista administrativo como desde el de los pacientes, y podría añadir el de los psiquiatras. No importa en qué términos se midiera, ya fuera el de la moral general y el comportamiento en el hospital, la participación regular en toda clase de actividades, ocupacionales o sociales, o en términos de cuestiones disciplinaras como el absentismo, o en términos de mejora psiquiátrica. No obstante, resulta muy interesante destacar que estos elementos evolucionaban al unísono. Este último hecho tiene un significado especial en la terapia de grupo. Ilustraré este punto con un solo elemento revelador. Se trata de la competición deportiva. Al cabo de unas cuatro o cinco semanas mi colega había regresado, y ella y su asistenta 182
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ocuparon el dormitorio principal con pacientes a su cuidado. Mis pacientes fueron confinados a dos salas laterales y disminuyeron en número, porque en ese momento yo ya me estaba trasladando al departamento de actividades. Mi colega estaba a cargo de la sala, pero aceptó que yo siguiera ocupándome del desarrollo concreto de las actividades. Estábamos, por cierto, plenamente de acuerdo respecto al control de los asuntos. En ese momento yo mantenía una sesión de grupo en la cual éste se quejaba de que nosotros (es decir, la sala William) ni siquiera éramos capaces de organizar un equipo de fútbol, mientras que la sala James contaba con tres. (La sala James, contigua a la nuestra era un rival formidable. El capitán Essex también aplicaba allí la perspectiva grupal. Miraban por encima del hombro a todos en cuanto a competiciones deportivas se refiere, y parecían en una posición inexpugnable.) Y el día de los encuentros deportivos se aproximaba, de modo que me lo dijeron. Pregunté cuál era la razón para esto y me dijeron que otros pacientes psiquiátricos (de la sala) estaban «muertos de las rodillas para arriba». Yo dije que tendría que estudiar el caso y llamé al capitán G., cuya habitación era contigua a la mía, para que lo pusieran en la picota. Sabía que comprendía bien mis ideas, y que estaba cada vez más interesado en ellas. Por cierto, me había ayudado mucho en este periodo, y el hecho de que no lo haya mencionado más se debe a que tanto él como yo estábamos desbordados y decidimos que él continuaría con sus treinta pacientes como antes, durante estas críticas primeras semanas. Esto le dio pocas ocasiones de participar de manera activa durante este periodo, pero siempre que podía se mostraba solícito. Captó la ironía muy bien y con buen sentido del humor me dijo: «Ya entiendo, veremos qué se puede hacer.» Esto fue el principio y hubo mucho más, pero el caso es que al cabo de algunas semanas, cuando llegó la competición, la sala William resultó vencedora en la gran mayoría de las pruebas, incluido el fútbol, y ganó la competición sin esfuerzo. Cuando su victoria era ya un hecho, vencieron a la sala James incluso en la final de netball, movidos por pura moral. Resultaría difícil describir hasta qué punto esta sala compartió como un solo hombre el entusiasmo por este acontecimien183
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to en todas sus fases. No era sólo su equipo o sus representantes, eran ellos mismos los que jugaban y gritaban: «¡William! ¡William! ¡Vamos, William!», y se daban palmaditas en la espalda y lo celebraban. Se comprenderá que esto constituye también un buen tratamiento desde el punto de vista psiquiátrico. De hecho, la sala repitió su éxito unos meses después, cuando los pacientes originales ya habían abandonado hacía mucho el hospital. Se había convertido en una tradición y un mito. Era un privilegio y una distinción pertenecer a la sala William. La moral de los nuevos pacientes se elevaba al doscientos por cien con sólo unirse a esta comunidad. Como premio por el éxito en la competición deportiva, la sala entera disfrutó de una salida de un día para asistir al festival de Stratford. El comandante D. y yo los acompañamos, y todos sin excepción disfrutaron del día y se sintieron felices. A los hombres se les concedió total libertad: algunos disfrutaron de las visitas guiadas, asistieron a las actuaciones del festival de teatro; otros se fueron por su cuenta, remaron en el río, etc., pero no hubo ningún problema en las citas ni en ningún asunto donde la disciplina contaba. Por la tarde, cuando los autobuses estuvieron listos para regresar, no faltaba nadie, ni nadie llegó tarde ni borracho. Creo que esto es también una buena prueba. De este modo concluye la historia de la sala William, en lo que aquí nos afecta. Ahora es una leyenda. Pero para mí, y estoy seguro de que también para muchos otros que la experimentaron, sigue viva, emocionándome y llegándome al corazón de una forma extraña, incluso ahora que estoy escribiendo y me asaltan los recuerdos. Si alguien dice: esto es sólo lo que habría hecho cualquier buen oficial en su unidad, me siento orgulloso. Pero dista mucho de eso hacer que un psiquiatra se dé cuenta de que ésta es la parte más importante de su tratamiento en un situación así, e inducirle a consagrar la mayor parte de su tiempo a «esta clase de cosas» en lugar de a entrevistas. Tampoco debe pasarse por alto que al fin y al cabo todos estos pacientes se habían desmoronado en sus unidades. Los mismos principios en acontecimientos de dimensión histórica.— En el artículo «England expects», publicado en el Sunday 184
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Times del 26 de octubre de 1947, Arthur Bryant escribe esto sobre Nelson: Su genialidad consistía en inspirar a hombres libres a actuar juntos como si de uno solo se tratara. En una época notoria por la disciplina rígida y los castigos severos y crueles, Nelson sustituyó el poder del látigo por el del amor mutuo. [...] ¿Cuáles eran los secretos del liderazgo de Nelson, secretos que Inglaterra necesita hoy si quiere vencer? El primero fue que Nelson se ocupó de que cada uno de los hombres a sus órdenes, fuera cual fuese su rango, se sintiera un socio igual en una gran empresa. No fue fácil, porque Nelson no heredó una flota inspirada por la convicción común. Los años en los que obtuvo sus primeros laureles fueron años de motines navales, de sentimientos amargos entre el oficial y el hombre, de resentimientos entre facciones y controversias partidistas que, lejos de ser aplacadas, eran enardecidas por la confianza de la autoridad en la carta de disciplina naval. [...] Fue la profunda conciencia de Nelson de esa amargura corruptiva la que, de hecho, le proporcionó su fuerza; intensamente preocupado por ella, como el hombre sensible que estaba destinado a ser, en lugar de desdeñarla, tomó como prioridad suya vencerla y acabar con ella. [...] En todo lo que estuvo bajo su mando, desde una fragata hasta la Gran Flota, se desvivió para ganarse la confianza plena de todos los hombres a sus órdenes. «Tuve sus hurras antes —dijo orgulloso en una ocasión—, ahora tengo sus corazones.» No dejaba lugar a las motivaciones mezquinas y egoístas. Allá donde eran genuinas y admitían reparación, enderezaba los agravios y acababa con las injusticias. Pero su método de conquistar unidad nunca era negativo. Siempre planeaba unir a los hombres, no a través del acuerdo en la justicia de lo que tendrían derecho de recibir —un ideal difícilmente obtenible en este mundo—, sino en la alta plataforma de lo que ellos ofrecían. Hacía que se sintieran todos iguales en ello, desde el almirante hasta el grumete, como un grupo de hermanos. Bajo su inspiración se ofrecían gustosos y sin reservas. «Porque yo era un buen soldado —dijo Heinrich Heine de sí mismo— en la guerra de la humanidad por la libertad.»
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El tratamiento de un hospital Orientación.— Lo que aquí se narra corresponde, en lo que a mí respecta, a lo que ha sido descrito como fase B1. En el contexto presente, la aplicación del grupoanálisis a este campo incluso más amplio tiene tan sólo un interés secundario. Se menciona aquí únicamente para señalar la diferencia en la orientación. Mi función era la del observador psiquiátrico y consejero del departamento de actividades. Esto podría haber significado, como se interpreta en el sentido corriente y usual, que fui invitado para tratar con aquellas dificultades en los pacientes individuales que no podían manejarse por parte de los oficiales o el personal; lo cual era, en cualquier caso, la función de todo psiquiatra individual. En la interpretación de Northfield, mi función era más la de tener grupos de discusión, formales o informales, con los pacientes durante sus actividades y también la de observar los grupos espontáneos en el hospital en sus varios proyectos grupales, informando y aconsejando. Al mismo tiempo pude establecer un vínculo con mis colegas, los otros psiquiatras, en lo que concierne a las actividades de los pacientes y a los pacientes individuales. En este sentido conseguí actuar a la manera de un interruptor de conexión recíproca, porque también podía observar a sus pacientes en su nombre o encontrar actividades adecuadas para los pacientes particularmente difíciles de ubicar. Todo esto hice, y a este respecto se mantuvieron un gran número de discusiones de grupo que fueron más directamente grupoanalíticas en sentido estricto. Todo ello debería haber constituido una gran oportunidad para los psiquiatras, pero la gran mayoría no la aprovecharon. Me encontré, tal y como se ha descrito con anterioridad, con que el hospital se hallaba en su conjunto en un estado de cambio, desintegración y apatía. En este sentido me pareció que todo el hospital estaba necesitado de tratamiento. Cuando, en consecuencia, hablo de tratar a un hospital, no me refiero a que yo como persona tratara al hospital, sino que la tarea de conseguir unirlo de nuevo para que tocara con la armonía de una orquesta fue el paso esencial para el impacto terapéutico en cada individuo 186
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dentro de esa comunidad hospitalaria. En lo que deseo insistir es en que en cada paso que di, ya fuera con individuos o con grupos, mi primer objetivo fue siempre promover la coordinación del hospital como conjunto, considerando en todo momento al hospital como grupo interrelacionado con un fin común. Tuve que plantearme a mí mismo una cuestión básica: ¿lo que estoy haciendo intensifica y promueve las actividades del hospital en su conjunto o contrarresta esta integración y ejerce un efecto disruptivo? Vi en esta cuestión la base de mi función y la encaminé según esta orientación más amplia. El grupo de coordinación.— En relación con esto fundé, entre otras cosas, un grupo que fue llamado «grupo de coordinación» y terminó siendo ampliamente conocido. El grupo de coordinación era en sí mismo muy interesante. No puede describirse aquí, pero espero poder hacerlo en otro lugar. Llegó a ser una representación en miniatura del hospital, pues estaba compuesto a un tiempo por pacientes pertenecientes a todas las salas y todos los psiquiatras. Por lo tanto, el grado de coordinación e integración alcanzadas en este grupo se hacía sentir con una inercia ampliada a través del hospital en su conjunto. Para su puesta en marcha, yo, como de costumbre, recibí pacientes casi exclusivamente de parte del capitán Essex: la sala William había perdido otra vez su espíritu previo. Una vez formado, el grupo funcionó de manera hasta cierto punto autónoma y expandió su función a partir de su propia inercia. No obstante, había que mantenerse vigilante, en especial porque la composición cambiaba con relativa rapidez. Por supuesto, había que vigilar todo tipo de influencias en el seno de este grupo, imbuirlo de entusiasmo y mantener el funcionamiento animándolo coherentemente en vista de los éxitos, ayudándole a articular nuevos objetivos. Pero al margen de todo esto, quiero destacar una vez más que la atención a los detalles más pequeños y simples era esencial; por ejemplo, que el grupo debía reunirse en mi presencia cada día a determinada hora. Desde el punto de vista sociológico, fue muy interesante observar cómo este grupo, que se había originado de forma espontánea, llegó a ser una institución del hospital cada vez más reco187
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nocida. En una fase posterior, por ejemplo, digamos a la llegada del nuevo contingente de pacientes del extranjero, se podía oír a la gente preguntar qué era el grupo de coordinación y qué estaba haciendo siempre que algo no funcionaba a la perfección. ¡Como si ellos no fueran pacientes como otros cualesquiera y tuvieran responsabilidad en las funciones administrativas del hospital! Aquí me ocupo de la interacción de grupos, que era mi principal herramienta para influir en el hospital en su conjunto. La interacción de grupos.— Ya he indicado esto antes en relación con la banda de música. Otra instancia era el grupo de guía del hospital, que recibía a los recién llegados y editaba el folleto Bienvenidos a Northfield, que he citado con anterioridad, interactuando de este modo con el grupo del periódico. En su función también establecían un vínculo vivo entre la sala de admisiones, los psiquiatras y el departamento de actividades, así como con el club social, etc., independientemente de mostrar el hospital a los que llegaban. Ahora describiré esta interacción mediante un episodio relacionado con el propio grupo de coordinación. En este caso actuaron sobre un grupo de psiquiatras. «Sociodrama» con el grupo de coordinación.— En ese momento tuvimos una especie de stage de Moreno, que se desarrolló en el hospital, en concreto en la sala de conferencias. Consistió en una tribuna circular a tres niveles. Teníamos la costumbre de celebrar reuniones clínicas en este teatro una vez a la semana, cuando se juntaban todos los psiquiatras. En esta ocasión presenté al grupo de coordinación, que probablemente era conocido sólo de oídas por la mayoría de psiquiatras. El encuentro adoptó la forma de un sociodrama en el que los psiquiatras actuaron de audiencia. Lo único que dije al grupo de coordinación fue que debían representar sus quehaceres diarios habituales de manera espontánea, como si ocurrieran, y que esto les proporcionaría una buena ocasión para que los psiquiatras tomaran conciencia de la clase de problemas a los que se enfrentaban y también para hablar con ellos si surgía la ocasión. Yo mismo participé como de costumbre, con la única diferencia de que estábamos todos en el escenario de la sala de conferencias. Todo se desarrolló de una forma muy teatral. Nada más empezar sucedió lo siguiente: 188
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el grupo era demasiado grande para que todos se sentaran en el estrado superior, y por tanto algunos de ellos estaban sentados en el segundo nivel, entre ellos un sargento mayor vestido de azul. Otro hombre, también sargento mayor, no pudo contenerse de señalar lo que para él era un insulto: «¡Mira lo que parece! —exclamó, volviéndose hacia los psiquiatras y señalando a su compañero—. ¡Un sargento mayor! Yo les preguntó: ¿por qué?» Las cosas ocurrieron tal como se había deseado. Hubo una creciente participación de los psiquiatras, tanto activa como pasiva, en los asuntos del grupo de coordinación y a continuación se produjo un animado debate cruzado que al final de la hora había desdibujado por completo la diferencia entre audiencia y actores. Ya todos estaban implicados como un grupo en los asuntos del hospital, exactamente como se pretendía. Puede imaginarse fácilmente que este episodio no pasó sin causar efectos en los acontecimientos reales del hospital. Esta demostración, así pues, había cumplido diversos propósitos. En primer lugar, fue una puesta en escena de la perspectiva grupal; en segundo lugar, fue una demostración del uso de los métodos del sociodrama en particular; en tercer lugar, concienció a los psiquiatras de la existencia del grupo de coordinación; y, en cuarto lugar, los acercó a todos ellos entre sí y los movilizó para abordar algunos de los problemas vigentes en el hospital. El grupo del periódico en escena.— Otro ejemplo de terapia de representación, como la llamábamos, utilizada para la interacción grupal se produjo en la fase B. El grupo del periódico actuó en el escenario. También representó de un modo perfectamente espontáneo, y, por cierto, con frecuencia con mucho humor, cualquier tópico que les interesaba: las vidas de los soldados fuera del ámbito militar, la vida en el hospital, así como la influencia de la guerra en sus hogares, sus carreras interrumpidas, etcétera. Entre ellos había varios individuos muy bien preparados y artistas. Fueron sus propios directores, productores y actores, todo en uno. Algunos individuos expusieron sus propios problemas en escena de manera espontánea, dirigiendo a los otros. Fue algo fascinante de ver. 189
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La actuación fue en parte llevada a cabo por su propio bien, pero también para ayudar a resolver sus problemas como editores de la revista del hospital, en la cual en ese momento el comandante Bridger estaba particularmente interesado. Habían mencionado a este respecto la falta de contacto, participación y crítica por parte del resto de los pacientes, sus lectores. Se referían a ellos como «los pacientes». Les propuse traer a uno de mis grupos para que ejerciera de público la próxima vez que «ensayaran», pues sabían que iban a tener que actuar delante de unas esperadas visitas de psiquiatras estadounidenses. De este modo podrían contactar con ellos en relación con la revista del hospital. La actuación se produjo y se estableció una animada discusión entre los productores y los clientes de la revista, generando contacto, interés y participación para beneficio mutuo. El efecto de la experiencia, en lo que a mi grupo se refiere, fue notable. En la siguiente reunión de grupo mostraron una gran preocupación, no fuera el caso de que les pidieran actuar a ellos. Estaban aterrorizados ante esta posibilidad, y el análisis de las diferentes reacciones demostró ser un gran estímulo. Los efectos sobre el grupo del periódico fueron, según el comandante Bridger, que abordaron mucho mejor sus problemas y que la actuación les proporcionó un montón de nuevas ideas y un contacto más vivo con el resto del hospital. También aquí el efecto, por encima y más allá del más inmediato, en la coordinación del hospital en su conjunto fue evidente. Esto completa nuestra visita guiada a Northfield. Hemos tratado de ilustrar con unos pocos ejemplos diferentes tipos de aplicación de la perspectiva grupal y, más en concreto, de la perspectiva grupoanalítica. Ahora volvemos al entorno más normal de grupos en las condiciones usuales de pacientes externos. Primer plano del trabajo grupoanalítico Los ejemplos que siguen no están seleccionados desde ningún punto de vista en particular ni son en modo alguno sistemáticos y exhaustivos. Sólo se pretende que sirvan de ilustración de las 190
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formas en que las cosas ocurren en la situación grupoanalítica. Es de desear que en el futuro pueda ofrecerse un relato más sistemático y exhaustivo. Estoy particularmente satisfecho de incorporar a esta explicación varios ejemplos que los doctores Martin James y P. B. de Maré han formulado y puesto a mi disposición amablemente. Ellos están conduciendo terapias grupoanalíticas en los hospitales Middlesex y St. George de Londres, respectivamente, de las cuales proceden estas observaciones. Grupo B.— Para empezar echemos un vistazo al grupo B, ahora en un estadio más avanzado y con una composición modificada en buena parte. La sesión se desarrolló el 14 de noviembre de 1947 y fue la número treinta y siete. Presentes: Señorita T. y señorita M. (a quienes ya conocemos de la primera sesión), la señora D., que participó desde la tercera a la vigésima sesión y de nuevo desde la trigésimo tercera en adelante, la señora Me. y la señora I., quienes participaron desde las sesiones decimotercera y decimoséptima respectivamente, la señorita K., que se unió en la sesión vigésimo séptima, y la señora Da. y la señora R., recién llegadas, la primera en su tercera sesión y la segunda presente por vez primera. La señora R., que ha estado deprimida y tiene ideas obsesivas desde hace cuatro o cinco años, se sometió a terapia electroconvulsiva hace unos meses. Esto parece haber aliviado hasta cierto punto su depresión, pero no sus ideas obsesivas. Asistió a psicoterapia con el doctor W. y por recomendación de éste y del doctor S. fue enviada al grupo. Empieza muy bien, siendo cuestionada por el doctor F. y presentando sus problemas al grupo. La señorita K. es la primera en participar con ella, por la naturaleza de su propio problema. En ambas la idea de volverse locas es destacada y la señora R., también teme quedarse sola, particularmente viajar sola. Asimismo es consciente de impulsos estúpidos, como lanzarse bajo las ruedas de un tren o causar daño a otras personas. La situación es analizada con la ayuda del resto y queda claro que este miedo está relacionado con la violencia de los impulsos y que el temor a volverse loca representa el miedo a perder el control. 191
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La señora D. manifiesta sus terribles dificultades con la familia que habita el piso de encima del suyo y que «vive exactamente igual que vivían mi padre y mi madrastra». (El padre se emborrachaba a menudo y él y su segunda mujer no estaban legalmente casados.) Esto se utiliza en una escenificación al grupo con la ayuda de un paquete de cigarrillos y papel secante, para mostrar cómo el problema real se halla en el pasado, enterrado en la mente, y la realidad actual lo hace salir y lo trae a la memoria. La señora D., que no es excesivamente inteligente, parece entender esto muy bien. «Ahora lo veo todo», afirma. A raíz de esto, incluso la señora I. habla y pregunta acerca de la sensación punzante en la nuca cuando se despierta. (El problema de la señora I. empezó después de una conmoción cerebral que le dejó algunas secuelas orgánicas y ella se sitúa en lo que uno podría llamar líneas «defensivas de conversión».) La señora Da. no dice nada, pero parece asimilarlo todo. La señorita T. y la señorita M. permanecen bastante calladas, aunque participan, igual que la señora Me. A la señorita T. todavía le cuesta mucho hablar cuando llega un nuevo miembro al grupo. La señorita M. está últimamente más tranquila, lo cual es un signo de su mejoría. Tiene un aspecto mucho más arreglado y normal. Sin embargo, en esta fase se guarda cosas. Hacia el final de la sesión, la señorita K. presenta su experiencia con el hombre del que se había encaprichado y que de algún modo la agredió al exhibirse ante ella. Ella pensaba que lo había superado, pero en ocasiones lo ve de repente en su interior. Ve los ojos de él cuando se mira al espejo y siente sus manos como si fueran las de él. El significado de las palabras.— También le vienen a la cabeza palabras como «animal» y «personificado». Se siente como hipnotizada por lo que el hombre le dijo: «Ya volverás. Tendrás que volver conmigo.» Explica que era un hombre que trabajaba en su oficina y un amigo de la familia. Ella estaba enamorada antes, pero no se trataba de algo sexual. Su agorafobia y otros de sus síntomas empezaron en ese momento. Pregunta: «¿Qué significa «personificado»?» La explicación general no le sirve de mucho, pero hace aflorar con claridad lo que significa en su propio vocabulario 192
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inconsciente. Dice: «Siento que él se hace yo; yo me hago como él, y lo llevo en mi interior.»4 En otras palabras, el término «personificado», que se convierte en una idea obsesiva, se refiere a su identificación inconsciente con este hombre en particular. Esto es también una demostración para la señora R. La señorita K. expresa con notable claridad que alguien la atrae en contra de su voluntad y se siente como hipnotizada. La cuestión sigue discutiéndose y analizándose también a la luz de aquello que ha comprendido antes, es decir, que teme tener que ser como su padre era con su madre. Esto se refiere a su futuro marido: «¡Esto es lo que no quiero que me pase!» Tiene dudas respecto a seguir adelante con la boda, en parte por el miedo a la ceremonia, relacionado con su agorafobia. Desde entonces (en el momento de escribir esto) ha mejorado mucho y se ha casado, pero continúa asistiendo a las sesiones del grupo. El grupo como agente diagnóstico.— H., en una entrevista individual, causó una impresión muy desfavorable, y se consideró su internación; previamente había pasado dos periodos en un hospital mental. Su mutismo e inhibición motora eran muy evidentes; también mostraba estereotipia y actitud imitativa. Desde su primera visita al grupo no había mostrado ninguno de estos rasgos, pero tuvo que explicar cómo eran sus síntomas en el exterior. En este caso los mecanismos de defensa eran flexibles y su personalidad moldeable, y fue la participante más positiva del grupo, mejorando de manera constante y con una importante contribución debido a una mejor capacidad de verbalización. Individualmente había parecido intratable. En el grupo se mostró el diagnóstico dinámico porque su plasticidad, resistencias y accesibilidad eran favorables. (Dr. Martin James) Diagnóstico mutuo (Grupo P).— El señor T., un paciente inteligente, hablando de la señora X en su entrevista personal dice: «Insiste en referirlo todo a sí misma [...] está decidida a ser per4. Véase S. H. Foulkes: «The Idea of a Change of Sex in Women», International Journal of Psycho Analysis, 24 (1943), partes 1 y 2.
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seguida por el grupo.» No sabe hasta qué punto esto encaja con el diagnóstico e historial de la señora X. El señor K. dice respecto a la misma paciente: «Está siempre a la defensiva, buscando excusas para todos.» (De hecho es una pertinaz seguidora de las racionalizaciones.) Conocimiento inconsciente (Grupo P).— La señorita C. ha sido «erróneamente» acusada de introducir un nuevo tema en la discusión para eludir el que se estaba tratando, que era el del dinero. El señor T. había sido quien en realidad había introducido el nuevo tema. La señorita C., sin embargo, admite que estaba muy inquieta con la cuestión de pagar; después de todo, la señorita O. tenía razón. Grupo B.— Al inicio de la sesión encontré al grupo bastante alejado de mi mesa y así lo señalé. La señorita T. dijo en broma: «Lo he puesto ahí, porque es usted peligroso.» La discusión derivó entonces hacia una nueva paciente y su obsesión con la espita del gas. Más tarde, después de una pausa, me volví hacia la señorita T. y pregunté: «¿Por qué soy peligroso?» Ella sonrió, avergonzada (tiene una fuerte transferencia positiva conmigo). De repente, la señorita M. pregunta: «Doctor, ¿puede decirme por qué una polilla vuela hacia el fuego?» Esto lo retoma la señora I. —la «defensa de conversión»—, que ha leído que las polillas no son atraídas, sino que simplemente se queman porque se quedan medio paralizadas. Esto conduce hacia una discusión acerca de la atracción instintiva y el miedo instintivo. La señorita M. pregunta más tarde si los hombres pueden ser peligrosos porque son atractivos. La nueva paciente no se presentó a la siguiente sesión del grupo, no obstante, al principio la discusión se centró en ella. Se recuerda la historia de la polilla. La señorita M. explica que planteó la cuestión de las polillas, porque la señorita S., la nueva paciente, se sentía realmente atraída por las espitas del gas. Este conocimiento se produce a un nivel inconsciente en ambos lados.
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La situación grupoanalítica
Comunicación a través del silencio.— (Dr. P. B. de Maré) El señor G., de cincuenta y cinco años, sufre depresiones que precisaron su internamiento en un hospital mental como paciente voluntario. Asistió a sesiones de grupo tres veces por semana (en sesiones de una hora y media) con otros ocho participantes. Aunque escuchaba, durante un periodo de tres meses no participó de manera activa. Al final otros miembros le preguntaron por qué no hablaba nunca. Él contestó que no lo hacía porque su educación era inferior a la de los demás. Los otros miembros del grupo le dieron a entender que este argumento no podía corroborarse con hechos reales. Sin embargo, volvió a su estado habitual de silencio hasta la siguiente sesión, en la que se lanzó sin reservas. Explicó que durante el año anterior había estado trabajando en una empresa en la cual lo habían dejado de lado. Este rechazo, que en parte había sido circunstancial, fue muy doloroso para él. No había sido consciente hasta entonces de que esto había precipitado su depresión; y ciertamente esto no se había revelado en el cuidadoso historial elaborado en el curso de sus entrevistas individuales para la admisión. La interacción del comportamiento y la interpretación por el grupo.— (De Maré) La señora D., de veintiséis años, que sufre considerables trastornos psicosomáticos, por ejemplo, náuseas, vómitos, disnea, «asma», padeció una crisis aguda de disnea en una sesión del grupo. Su comportamiento general en los grupos había sugerido hasta entonces aburrimiento extremo y altanería. En la siguiente sesión describió dos sueños que había tenido desde el encuentro anterior, los cuales daban expresión verbal indirecta a la naturaleza de su disnea y también a su actitud general de agitado aburrimiento. En uno de los sueños, un cirujano le abría el cerebro en presencia de una multitud de enfermeras, y en el otro se encontraba atrapada en un campo con una manada de vacas que se le acercaba y la aterrorizaba. Las otras participantes, todas mujeres, reconocieron al instante la alusión a ellas mismas (y yo la poco generosa referencia a mi técnica) y le señalaron que era su actitud de hacerse la aburrida la que le impedía hablar con más libertad. Ella era comple195
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tamente inconsciente de la naturaleza de su disnea, así como del hecho de parecer altanera. Conocimiento inconsciente del simbolismo.— (Grupo del Dr. Martin James) El síntoma expuesto por Be. es el de su incapacidad de comer en público. Sale a la luz que esto procede de su miedo a la náusea, que es el primer síntoma de enfermedad. Tiene este miedo desde los ocho años de edad. W. dice sin que nadie le pregunte que ella había caído enferma después de ayudar a su hermano a subir unos muebles, y continuó describiendo el comportamiento vigoroso de su marido, que la pone enferma, como cuando se suena la nariz o come con voracidad o se rasca. Se siente enferma cuando tiene que hacer algo que su marido haría si estuviera en casa, como mover muebles o cavar en el jardín. La función de apoyo del grupo.— El principal síntoma de W. es la timidez y la incapacidad de hablar. El resto del grupo se mostró sorprendido cuando ella reveló esto, y W. tuvo que explicar que en el grupo es en el único sitio donde no se siente tímida y puede hablar. Ella misma está sorprendida por este hecho y encuentra consuelo. Ba. asiste porque tartamudea, pero rara vez tartamudea en el grupo, aunque sigue teniendo problemas fuera. H. asiste por mutismo compulsivo e inhibición motora; ninguno de los dos síntomas aparece en el grupo durante más de un instante. «Explico como me siento, y la sensación desaparece.» (Grupo B.) La señorita T. me escribe en una carta: «Creo que confío demasiado en la clase y en un usted. Empiezo a tener miedo y pienso que siempre está el viernes por la tarde. Detesto confesar que normalmente mis miedos me atenazaban por completo (en el pasado) y me conducían al pánico. Como resultado de su tratamiento puedo deshacerme de ellos o dejarlos a un lado (ese centro de salud del que me habló), pero no puedo entender por qué [...] Mis miedos al sexo son casi nulos, pero el deseo es mucho mayor. Tampoco puedo explicar este cambio repentino. Usted parece tan impasible que creo que me ayuda a que yo sea 196
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también un poco así. No entiendo cómo puede quedarse ahí sentado sin pestañear cuando la gente se ríe de usted o es descortés, como yo. Algún día tiene que contarme el secreto.» La señorita T. es una exhibicionista inconsciente con ideas muy arraigadas acerca de la fealdad del cuerpo femenino (castración) y su peor temor es que se rían de ella. Por descontado, su mejoría en este momento se basa más que nada en la «transferencia». (M. J.) S., cuando llegó al grupo por primera vez, manifestó el miedo a volverse loca al mezclarse con psiquiatras y sus pacientes. H., R. y Bu. le ofrecieron valiosos consejos con ejemplos de cómo ellas mismas habían tratado este mismo problema. S. era la única participante que no se había atrevido a contarle a su jefe que el tiempo libre que pedía lo dedicaba a asistir al grupo. H. describió los estados compulsivos en los que era incapaz de moverse o hablar, los cuales creía que le impedirían asistir a la sesión. En el primer grupo R., que previamente había llamado para decir que no podría asistir, animó a H.: «Ahora que ha estado una vez, le costará menos seguir viniendo.» R. ofreció a H. ir con ella a las sesiones de grupo. Identificación inconsciente con el líder.— (Grupo P) La señora Y. tiene fuertes sentimientos de culpa, porque sólo paga una cuota simbólica al grupo. Aun así, para ella es mucho, y el terapeuta cobra una tarifa enorme en comparación con la de su parvulario. Un día informa, de pasada, de que está muy preocupada porque muchas de las madres tienen que sacar a sus hijos, en vista de que sube las cuotas. Desde entonces las cosas se han corregido y lo está haciendo muy bien. Resistencias.— (M. J.) Hubo dificultades para empezar. El terapeuta dice en respuesta a una pregunta sobre la dificultad: «Veamos cuál es el problema.» W. tenía miedo de que la gente la mirara si hablaba, y al final se estableció que podían notar que es delgada. W. siente que ser delgada es ser deforme, y en este momento se ruborizó y se mostró sumamente abatida. Al final admitió con gran dificultad que se trataba de una crítica de Be., 197
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que es muy flaca. Be. dijo que ella nunca habría pensado que era flaca si W. no lo hubiera insinuado; de todos modos, Be. no tiene ningún problema con ser flaca. El terapeuta señala que preferiría que a Be. le importara ser flaca, porque asiste al grupo debido a su anorexia nerviosa: «No estamos aquí para proteger a los demás de conocernos a nosotros mismos.» El conductor como obstáculo.- (M. J.).— Un grupo que encontró una especial dificultad en hablar de cuestiones personales insistió en que se debía al terapeuta. R. hizo hincapié en que éste «aplastaba» los comentarios de dos participantes. H. afirmó que los hombres lo tenían todo a favor y que le habría gustado ser un hombre. Tu.: «Los hombres tardan diez minutos más en levantarse.» H. apeló al terapeuta: «¿Es eso cierto?» Él contestó: «Depende de quién se esté levantando.» Su intervención en el desacuerdo, luego se vio, fue tomada por todos como una reprobación: Tu. creyó que aprobaba a H., y H. creyó que aprobaba a Tu., y la desaprobaba a ella. Mecanismos de defensa comparados.— Se contrastan diferentes mecanismos de defensa en cuanto a sus métodos; en un grupo esto se ve claramente. (M. J.) Bu., de diecinueve años, que padece ansiedad e histeria, tiene pesadillas en las que unos ojos la vigilan y cuando ella se despierta siempre espera que los hombres la ataquen. Be., una depresiva, comenta al hilo de esto: «Sentir que la gente se interesa por uno es realmente vanidad.» Hace hincapié en la importancia de la modestia. H., sin embargo: «Me gusta que los hombres se interesen en mí, ¿por qué le asusta eso, Bu.? Y, por supuesto, soy vanidosa, ¿cómo va una mujer a interesar a un hombre si pasa inadvertida?» Aquí la obsesiva, la depresiva y la histérica adoptan cada una su punto de vista. El debate continúa sobre la cuestión de si los sueños y los pensamientos son responsabilidad de cada uno, o bien proceden de otra fuente que está más allá del propio control. En la siguiente sesión S., una histérica, dice que su dolor de espalda no ha respondido al tratamiento ortopédico, y que le han dado tratamiento eléctrico que la asusta mucho y casi la hizo 198
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marearse del miedo. H., una obsesiva, hace una asociación libre con una niña de catorce años que fue agredida y casi violada por un hombre en el bosque, y después sufrió una parálisis en las piernas que sólo se curó al cabo de unos años, cuando la visitó un psiquiatra. Bu., una histérica, explicó que tenía debilidad en las piernas y que de hecho se desmayó; se siente así en sus pesadillas, y recientemente también cuando está trabajando en la oficina. S. afirma: «Bu. está aterrorizada por algo; yo sé por qué estoy aterrorizada, porque alguien me agarra.» Los síntomas se unen a la discusión.— (M. J.) Bu. explica su miedo a desmayarse; se marea en ciertas situaciones. En el curso de las últimas sesiones se ha hecho progresivamente más dormilona y le duele la cabeza. Acaba de notar el dolor de cabeza en este instante. En esta sesión, en respuesta a una pregunta, Bu. dijo que la situación grupal hace que sienta que puede hablar grosera, impulsiva o incorrectamente: «Es difícil no dejar vagar los pensamientos.» Lo ilustró con un ejemplo del trabajo, donde un incidente la había convertido en el blanco de las bromas de la empresa: en la centralita telefónica le pidieron que fuera a buscar a un hombre en concreto; ella abandonó compulsivamente la centralita y fue por toda la empresa buscando al hombre. Cuando la recriminaron por ello, soltó: «Tenía que encontrar a ese hombre, lo quería.» W. asoció con esto, sin insight, una situación en la que ella mostró que echaba de menos a su marido, que estaba en el extranjero. Sintió que había dicho demasiado y mostró resistencia: el terapeuta estaba induciendo al grupo a creer que siempre podían cambiar. H. empezó a coincidir con W. y a atacar a J. Sin embargo, en cuanto empezó a ponerse agresiva, se vio incapaz de hablar. Después de un breve silencio, alentada por el terapeuta, dijo que no podía recordar lo que se disponía a decir, y luego estalló en una carcajada cuando se dio cuenta de que iba a manifestar una crítica agresiva. En este sentido, el síntoma de mutismo de H. «se unió a la discusión». Se produjo un notable aumento de la espontaneidad cuando ella manifestó su crítica y el resto del grupo empezó a destrozar al terapeuta, uno corrigiendo sus infinitivos con com199
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plemento adverbial, otra diciendo que se reía de ella, etcétera. En cuanto el grupo se enganchó en su tema común, el nivel de espontaneidad se elevó notablemente. El grupo rompe el silencio, síntoma de compensación.— (De Maré.) La señorita E., de veintiocho años, sufre de enuresis desde hace ocho años y medio. Previamente, la psicoterapia individual y una estancia de tres meses en un centro para neuróticos se revelaron ineficaces. En el grupo nunca se hizo referencia directa a su síntoma. Ella permaneció en silencio durante varias sesiones, y en ese tiempo la enuresis fue empeorando progresivamente. Entonces, de pronto, después de dar rienda suelta a unas aceradas críticas de otra participante del grupo (con particular énfasis en su negativa a escuchar o a hacer caso y en general a su inconsistencia) la enuresis desapareció; aprendió, de hecho, a expresar la emoción verbalmente en lugar de hacerlo por la uretra. Descarga de espontaneidad.— (M. J.) Después de un periodo con muchas reticencias, W. dijo que se sentía libre de las críticas en el grupo y en su familia, pero en ningún otro sitio más. Tu. y H. ahogaron un grito de asombro, porque ninguna de las dos puede ver a su familia ni en pintura. Se entabló a continuación una discusión muy activa, al final de la cual R. dijo: «Aquí hemos de hablar de nuestros problemas reales; hemos perdido mucho tiempo con cosas que no nos importan.» Propuso para la siguiente ocasión el tema «Por qué W., R. y Bu. tienen miedo de los hombres.» Activación.— (De Maré) La señorita L. tiene treinta y cuatro años. Uno de sus problemas era que casi desde siempre se sentía avergonzada de su cara. Este síntoma saltó a la palestra cuando otra participante señaló que tenía dificultades para hablar con franqueza debido a la apariencia abatida y a las trágicas expresiones faciales de la señorita L. La intervención precipitó una disputa muy violenta, en la cual se hizo patente que por lo general la señorita L. es muy reticente a expresar de forma verbal su naturaleza 200
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altamente crítica. Sin embargo, sintió que no tenía el poder de evitar que los sentimientos hostiles se reflejaran en su rostro. «Reacción en cadena» en un grupo.— (De Maré.) En el curso de una reunión se discutieron los siguientes temas de manera espontánea; una cosa llevó a la otra sin ninguna interpolación del conductor. Ésta fue la segunda vez que el grupo se reunió y los participantes eran mayoritariamente hombres jóvenes que habían servido en el ejército: Incapacidad para concentrarse en estudiar para un examen. Capacidad para concentrarse sólo a costa de desarrollar dolores de cabeza. Cuestionamiento de las afecciones que siguen a un shock emocional. Incapacidad para trabajar de un modo espontáneo después de un periodo prolongado de estudio forzoso. Si el que se examina vive con sus padres. La tartamudez desarrollada en un participante al volver a su casa en el norte de Inglaterra, cuando sus familiares se burlaron de su «fino» acento de Londres. Vergüenza de que se burlen de ellos en general. Tendencia de un miembro a fracasar cuando quiere ser gracioso en las relaciones sociales. Timidez, generalmente en reuniones sociales, en especial si van precedidas de mucha premeditación. Incapacidad para lanzarse desde un trampolín si se piensa en el salto antes de arrojarse desde la plataforma. El tartamudeo se alivia si la voz está amplificada por un micrófono, pero aumenta cuando ocurre lo contrario al utilizar un teléfono. Preferencia de un miembro por las ocupaciones manuales más que intelectuales (a pesar de ser licenciado) a consecuencia de la pérdida de concentración. Cuestionamiento del trabajo intelectual considerado como especialmente exigente de la facultad de memorizar. Dificultad presente que tiene un participante de completar una obra que está escribiendo. 201
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Mayor facilidad de completar relatos cuando uno de ellos ha sido aceptado para su publicación. La amenaza de completar un relato porque el artículo completo siempre parece defraudar las aspiraciones del escritor. La localización de la alteración.— Éste es un concepto nuevo en el sentido en el que aquí se utiliza. Si se observa una alteración psicológica principalmente como localizada, desarrollándose entre personas, se deduce que nunca puede confinarse por completo a una persona aislada. En una situación grupoanalítica las alteraciones pueden seguirse a través de sus ramificaciones. La configuración total pone entonces un énfasis diferente en la alteración, en tanto manifestada en cualquier individuo afectado. Si el centro de una alteración, pongamos un síntoma, se encuentra en un individuo concreto, esto implica una base orgánica, o hunde sus raíces en el individuo hasta su infancia. Incluso entonces, el grupo está afectado, como entorno, por esta alteración individual, y tiene que proporcionar una respuesta al problema planteado. La localización de la alteración está relacionada con la definición de los síntomas, en términos operativos y dinámicos, y acompaña de una manera continua al proceso grupoanalítico. Se han dado muchos ejemplos de manera implícita. Éste es un ejemplo simple: (Grupo P.) La señorita S. supera su silencio por primera vez cuando yo estoy ausente. Su inhibición del habla está parcialmente localizada en mí. No obstante, ella no se inhibe cuando habla a solas conmigo. Lo que no puede afrontar es hablar en mi presencia (como figura de transferencia) en medio de la situación grupal, es decir, compartirme con los demás. El grupo de la banda de música del hospital, que ya ha sido descrito, constituye otro ejemplo. Aquí la alteración implica a todo el grupo, que no puede funcionar. Toca en dos tonos diferentes. Se hizo evidente en primer lugar entre los dos pianistas, el psicópata y el ex prisionero de guerra. Quedó claro que el psicópata no se resignaba a renunciar a su liderazgo. No podía permitir que el grupo funcionara sin él, bajo el liderazgo de otra 202
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persona, a pesar de que él iba a abandonar el hospital. Conscientemente, esto fue expresado mediante una excesiva preocupación para que funcionara, para entregar la banda al nuevo líder, quien, sin embargo, quedaba expuesto ante el grupo como alguien incompetente. En el resto del grupo esta ruptura se expresó por medio de lealtades divididas entre el antiguo líder y el nuevo. El conflicto del psicópata intervino también en la rivalidad en torno a la posición de líder. De este modo, la alteración estaba localizada predominantemente en el propio psicópata y se sanó con su eliminación. Con el tiempo fue abordada también en él mismo y se desveló que se trataba de una antigua alteración de carácter. Uno de los puntos más conflictivos y al mismo tiempo más interesantes en la conducción de grupos es la localización de las alteraciones en uno mismo. Idealmente no deberían estar causadas por el propio carácter, u otras alteraciones. Cuanto menos estén causadas de este modo, más correctamente puede uno localizar las alteraciones del grupo, pues éstas casi de un modo invariable involucran al conductor en su posición de líder. Es decir, el conductor debe situarse no sólo dentro y fuera del grupo, sino también dentro y fuera de sí mismo, al mismo tiempo. Sus problemas deben resolverse en el seno de la propia situación del grupo, como los de cualquier otro participante. Si tiene alteraciones que interfieren en su función como conductor, o líder, y que no puede, en principio, revelar al grupo, no se halla en un estado adecuado para dicha función. La presencia del miembro ausente.— (Grupo B.) La señorita V., presente por primera vez, ha estado describiendo sus aprehensiones obsesivas: la espita del gas, etcétera. Debe retroceder y cerciorarse, no sea que pueda causar daño a alguien o producir un accidente. Varios miembros se le han unido aportando experiencias similares. Ella es tímida y torpe. No levanta la mirada, habla en voz baja, reacciona a las aproximaciones de los otros mediante la retirada y la negación. No asiste a la siguiente sesión. El grupo ahora reacciona violentamente contra ella. La señorita T., que siempre se inhibe cuando llegan nuevos pacientes, expresa alivio. El grupo lleva a cabo un diagnóstico de personalidad 203
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complejo, dinámico y preciso de la señorita V., en el cual ella encaja como en un molde. También, ahora, después de este periodo de latencia, sale a la luz más material que había estado bloqueado y que queda activado por la contribución de la señorita V. Las dificultades propias del grupo en dar la bienvenida y recibir a los recién llegados se discuten entonces, y se representa al grupo la situación de dificultad en la que el recién llegado debe encontrarse a sí mismo. El chivo expiatorio.— (Grupo B.) En una fase anterior, la señorita M., ahora una de las «fieles veteranas», había estado ausente durante tres meses. Había asistido con regularidad antes y necesitaba en gran medida del tratamiento. Al final de la primera sesión mencioné su ausencia y no hubo respuesta. Al final de la segunda sesión pregunté de nuevo; no hubo respuesta. Cuando pregunté una vez más al concluir la tercera sesión, los pacientes se volvieron de espaldas y uno de ellos dijo: «No creemos que vuelva nunca más.» «Bueno, ella dijo bastante cuando se fue la última vez que vino. No cree que esto le sirva de más ayuda.» En la siguiente sesión, el asunto fue abordado desde el inicio, la señorita M. continuaba ausente. Resultó que el grupo se sentía profundamente en contra de ella. La señora N. afirmó: «Si esta chica hubiera continuado asistiendo, yo lo habría dejado. Me afectaba demasiado.» (En cierto sentido sus «casos» son similares y ahora se llevan muy bien.) Otras pensaron que se reía de ellas (entretanto ella lo ha transferido a mí y el grupo aumenta su tolerancia, tomándome a mí como modelo; en la actualidad ella se ríe de vergüenza). Una participante se había ofendido cuando se marcharon en el mismo autobús; pensó que era descortés con ella y que cotilleaba de ella con su amiga. De repente apareció la señorita M., tarde. Yo insistí en que la cuestión fuese abordada en su presencia. (Ésta es una de las ocasiones en las que el conductor debe actuar, y decidirse con rapidez.) La señorita M., que se sentía abatida, tenía dificultades en expresarse, pero expuso su caso, contando con mi apoyo. Cuando oyó que la acusaban de reírse de las demás, dijo: «Ojalá pudiera.» Se produjo entonces un conocimiento mutuo, al menos en el plano emocional. La se204
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ñorita M. ha sido desde entonces una participante regular y ha mejorado mucho. Ahora no es vista con desagrado y ha trabado amistad con una o dos de las demás mujeres. La cuestión de si todos los grupos necesitan un chivo expiatorio reclama mi atención. Menciono esto a modo de ejemplo de la relevancia de estas observaciones grupoanalíticas para cuestiones de más amplia base social de la mayor importancia. Otro miembro ausente como chivo expiatorio.— (Grupo P.) El señor K. se ausentaba con frecuencia. Asistía con regularidad a su sesión privada conmigo. (Con otro hombre de este grupo sucedió lo contrario durante periodos prolongados.) En este momento anunció que no deseaba continuar con el tratamiento de grupo por motivos económicos. Pronto admitió que esta razón era una excusa. Siente que siempre está tratando de ayudar a otros, pero que los demás no se interesan por su caso. Yo le pedí que continuara asistiendo, al menos durante un tiempo, y que presentara sus quejas en la sesión de grupo. Casi tuve que forzarle, porque tiene un carácter obstinado. Ni él ni yo habíamos advertido que cayera antipático al grupo. El grupo expresó una antipatía casi general por él. Sólo cae bien, o no resulta antipático, a una minoría. Es de un tipo diferente a los demás, más extravertido y agresivo, pero también en clase social y ocupación. Es un pequeño comerciante, los otros son en su mayoría hombres profesionales, intelectuales o en ciernes. Algunos le dicen por qué les cae antipático y quieren dejar claro que es problema de ellos, no de él. Agregan que aunque les cae antipático no quieren que abandone el grupo. En una fase posterior, cuando el señor K. vino por un duro golpe, provoqué al grupo al final de la sesión para que aclamaran en bloque su presencia continuada en las sesiones. El señor I. dijo en una ocasión a K.: «Usted me cae mal, porque yo soy un esnob espantoso.» El señor T. vio en él a una réplica de su padre. A la señora X. no le gustaba su bigote, que le recordaba al de su padre. Sorprendentemente, el propio K. se tomó todo esto al pie de la letra y no pareció reaccionar a la parte positiva de esta ambivalencia. En este punto, por ejemplo, se volvió hacia mí y dijo: «No es 205
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una tontería, ¿qué le parece?» «Parece el principio de un romance, creo yo», dije. Pero aun así, no pudo verlo en absoluto. Él no tenía dotes de psicólogo entonces, pero luego las adquirió y suele hacer agudas observaciones acerca de los demás. Durante algunos periodos de ausencia —sigue siendo irregular— el grupo se ocupó mucho de él. La otra cara de la moneda quedó al descubierto. Las actitudes de conflicto de todo el grupo respecto al dinero, los hombres de negocios, trabajar para vivir o vivir para trabajar o para no tener que trabajar, trabajar para otro o ser independiente, etcétera, quedaron de manifiesto, con sus contrapuntos masculino y femenino. El señor K. es ahora un miembro aceptado del grupo y se muestra más colaborador de un modo tranquilo y discreto. El grupo también ha descubierto sus maneras agresivas como una defensa contra la inseguridad.
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4 La contribución del conductor Para empezar algunas definiciones En un grupo compuesto por pacientes y que se reúne con un propósito de tratamiento, el terapeuta ocupa normalmente la posición de líder. La palabra «líder», sin embargo, ha quedado sobrecargada de significado y en concreto de connotaciones fascistas. Así pues, para nuestros propósitos, la sustituiré por el término menos pretencioso de «conductor». Los términos «líder» y «liderar» se utilizarán para expresar el ejercicio activo y manifiesto de influencia en el grupo, fundamentado en la posición excepcional que ocupa el terapeuta en él. Reservaremos el término «dirigir» para la conducción más indirecta, aunque deliberada. La dirección también puede ser activa, pero casi siempre es una acción catalizadora. Así pues, un conductor puede liderar o no un grupo. El principio que siempre debe guiarle es el de la función terapéutica. Por el bien de su función tiene que asumir en ocasiones el papel de líder. La mayoría del tiempo, en nuestra opinión, cumple mejor su función terapéutica cuanto más se abstiene de liderar y, de hecho, es esencial que no identifique la tarea de conducir al grupo con la de liderarlo. No obstante, al mismo tiempo, el conductor debe, en su función de terapeuta, situarse en una posición de asumir el liderazgo siempre que alguien del grupo esté necesitado de tratamiento. En cuanto el proceso de tratamiento ha llegado a su fin esto cambia. El conductor abandona entonces el liderazgo, pero también deja de tener la función de terapeuta 207
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en el grupo. Como estas afirmaciones pueden resultar confusas, las resumiré con bastante sencillez: mientras que el grupoanalista es de principio a fin el conductor del grupo, y por consiguiente también su líder, sólo asume de manera excepcional el liderazgo real del grupo. Por ejemplo: un grupo de ex prisioneros de guerra trabajaba tan bien que los animé a seguir sin mí, mientras yo estaba de licencia. A mi regreso tuvieron una reunión que no dejaba nada que desear en cuanto a animación y relevancia. (El doctor C. H. Rodgerson, antiguo director del hospital de Cassel, estuvo presente como invitado en esta ocasión.) Yo no tuve otro quehacer que escuchar. Sin embargo, como todavía era su psiquiatra y responsable de ellos, tuve que buscar el modo de recuperar mi lugar en el grupo y al mismo tiempo mi función de líder. El papel del conductor La primera tarea del conductor, como grupoanalista, consiste en establecer y mantener la situación grupoanalítica. Esto lo lleva a cabo: 1) Enseñando al grupo a no ser conducido. 2) Evitando los tópicos establecidos, los programas y las discusiones sistemáticas. 3) Permaneciendo retirado, en la retaguardia, en relación a su propia personalidad. Los efectos de esto en el grupo son: 1) El grupo crece, asume responsabilidad, se independiza. Se integra al aceptar todo lo que se le presenta como asunto de incumbencia general. 2) El grupo desarrolla espontaneidad al tratar con situaciones no preparadas. Sus miembros tienen que implicarse personalmente al ser expuestos a los estímulos de material indefinido e inesperado, al cual ellos contribuyen con sus propias aportaciones. La acción de sus alteraciones y mecanismos de defensa se extiende, su capacidad de adaptación e insight se muestran de manera dinámica. El potencial latente se transforma en un proceso vital. 208
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3) De modo similar a la situación de transferencia analítica, esto permite al paciente mostrar y corregir sus conflictos con figuras de autoridad paternas con un mínimo de distorsión. La autoridad parental inconsciente e introyectiva (superyó) se proyecta en el conductor y se modifica y corrige al ser experimentada de nuevo. El yo se hace de este modo más libre, al tiempo que se refuerza en la identificación con el resto del grupo. El grupo como instrumento El conductor quiere utilizar al grupo como instrumento para la terapia. Al establecer y mantener la situación grupoanalítica se olvida de este instrumento y continúa refinándolo. Su principal función es dirigir este proceso de formación del grupo, observar e interpretar los hechos para sí mismo y para el grupo. Le preocupa por encima de todo el presente, la situación inmediata. Es particularmente afortunado al ser testigo de una situación dinámica: ve significado en acción. Lo que hay que interpretar es: el contenido de las comunicaciones, la conducta y las relaciones interpersonales. El medio a través del cual trabaja es la comunicación por la palabra, y el objetivo último, la expresión en lenguaje verbal articulado, que puede ser entendido y compartido por todos. Los marcos de referencia fundamentales de esta interpretación son: 1) Las reacciones de los individuos a los estímulos presentes y sus significados para su vida presente actual (realidad presente). 2) Las acciones y reacciones de los individuos al presente de otras personas, otros miembros del grupo o el conductor, y el significado de estas reacciones en términos de su experiencia pasada (historia pasada, historia internalizada). 3) La actitud del individuo hacia su propio yo, en particular en su aspecto inconsciente (impulsos instintivos y reacciones contra ellos, mecanismos de defensa), y hacia su propio cuerpo. (Considero de capital importancia la comprensión del trabajo de 209
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P. Schilder Image and Appearance of the Human Body. Un grupoanalista que no cuente con esta obra es comparable a un psicoanalista que no sepa nada de la interpretación de los sueños.) En este último punto se incluyen las reacciones de carácter y psicosomáticas, que operan de manera constante en grupoanálisis. 4) El bagaje personal del individuo, dotes, inteligencia, habilidades, etc., que determinan su capacidad de solucionar cosas por sí mismo —de utilizar de manera constructiva las energías liberadas— y establecen un límite al valor de un enfoque puramente analítico en interpretación. En un capítulo anterior se ha señalado que la situación grupoanalítica, al tiempo que proporciona el campo dinámico en el que operan las interpretaciones, también establece una limitación al análisis en términos individuales (psicoanálisis). Donde estos límites se alcanzan de un modo genuino, legítimo, de acuerdo con la situación grupal como tal, y el proceso terapéutico se ve de ese modo obstaculizado, corresponde indicar un tratamiento individual complementario. Localizar de forma precisa una alteración y realizar las interpretaciones correctas en el momento adecuado son otras contribuciones esenciales del conductor. Para ello éste debe tener en cuenta tanto la situación del grupo en su conjunto como el efecto en cualquiera de los participantes que no esté aparentemente implicado. Existe, no obstante, un gran contraste entre el psicoterapeuta y el grupoanalista. En una situación individual, el terapeuta tiene que realizar estas contribuciones, por ejemplo interpretaciones, en su propia persona, expresarlas con sus propias palabras. El objetivo del conductor de un grupo es dejar que esto brote del propio grupo. El grupo es el instrumento que utiliza siempre que es posible. Observa y dirige las corrientes espontáneas de su grupo hacia este fin. Actividad discriminadora El conductor tiene que aprender a tocar con el instrumento del grupo como si fuera un órgano o una orquesta, minimi210
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zando algunas contribuciones, desalentando a algunos participantes en ciertas ocasiones, animando a otros, haciendo de contrapunto, por así decirlo, para ayudar a elevar los murmullos inarticulados a la dignidad de temas articulados. En algunas ocasiones, claro está, tiene que hacerlo él mismo, no puede esperar al grupo, ha de subir al escenario y actuar para ellos. Sin embargo, siempre que pueda dejará hablar al grupo, funcionando como catalizador y observador, dirigiendo con discreción desde detrás del escenario. En este sentido sutil, el conductor dirige al grupo de manera casi continua. En su interior se preocupa siempre por el grupo, porque dejar que el grupo haga lo que tiene que hacer sin intervenir también es dirigir. Tiene mucho que hacer además de observar: vigilar los siguientes pasos del grupo, ver adónde se encamina; porque gobernar es predecir. Todos los demás tienen derecho a sumergirse plenamente en el grupo, el conductor debe situarse aparte, debe tener la cabeza lo bastante por encima del agua para mirar hacia adelante. Ésta es su función, el grupo puede esperarlo de él, aunque cuanto menos tenga que darse cuenta de esto mejor. Cuanto mejor es un grupoanalista, menos obvio será su trabajo. Cuanto más trabaja en su propia mente —y en particular lo ha hecho durante su formación—, menos necesita interferir de forma activa y más eficaz resulta su actividad. No creo que toda esta conducta aquí descrita esté bien definida al llamarla «pasiva», de hecho puede ser muy activa. Yo preferiría denominarla «actividad discriminadora». Las situaciones que surgen son tan intrincadas y complejas que su descripción debe reservarse para otra ocasión. Sólo daré algunos ejemplos sencillos. Acción desencadenante.— (Grupo P.) La señorita C. —un tanto centrada en sí misma, como de costumbre— hace caso omiso del tema que se está discutiendo y en el cual todo el grupo está interesado. Interrumpe a la señorita T. y empieza a hablar de sus asuntos familiares. Yo le pregunto: «¿Es así como trata a su hermana menor?» Esta pregunta hace referencia directa a los problemas domésticos de la señorita C. Esto 211
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
provoca que se enderece en su silla y la deja momentáneamente en silencio. Todos lo comprenden y la señorita T. reanuda de manera tranquila el hilo de su contribución. Otra acción desencadenante.— (Grupo del barracón de pintura en Northfield. Informe del sargento Lawrence Bradbury, artista en su vida civil.) Presentes: comandante Foulkes, sargento Bradbury, 14 pacientes. Temas de discusión: series del soldado Miller, ex prisionero de guerra, y dos dibujos del guardia B. El grupo, aunque más numeroso que la semana anterior, se mostraba más lento en responder a los dibujos, y las pinturas exhibidas por M. causaban poco entusiasmo. Incluso la obra más depresiva de M. fue aceptada con escaso interés, si bien todos coincidieron en el cromatismo monótono de todos los lienzos y nadie sugirió que las pinturas podían ser alegres, a pesar del elemento alegre presente en todas ellas. El soldado G., realista y por lo general reservado, realizó una exposición larga y cínica acerca del muerto no resucitado que aparecía en uno de los dibujos de M. Nadie del grupo se opuso ni tampoco secundó las opiniones de G, pero aunque él parecía hablar en serio, el grupo se inclinó por tomarlo a broma. Los dibujos —tipo garabatos— del guardia B. provocaron una abierta discusión acerca de las mujeres inglesas, su falta de lealtad en esta guerra y su actitud personal frente a países extranjeros. El sargento segundo S. —que había sufrido esto en carne propia— dio acaloradas réplicas a uno o dos participantes que defendieron a las mujeres inglesas. Por lo general, el sargento segundo S. es tranquilo y agradable, pero ese día se mostraba especialmente resentido. Prácticamente todos participaron en el debate, salvo el propio B. La sesión no se interrumpió y continuó hasta la hora del té, es decir, dos horas. La desviación fue causada por la observación del comandante Foulkes: «No tienen muy buen concepto de las mujeres inglesas.», después de que surgiera el tema a raíz de una de las pinturas. 212
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Resulta interesante que el sargento B. lo etiquetara de «desviación». Él era un artista a cargo de las clases de arte y lograba que los pacientes se expresaran con espontaneidad en sus pinturas. Silencios.— Un buen ejemplo del manejo de grupos a partir de sus propias contribuciones son los silencios. Hay muchos tipos de silencios: de expectación; de aprensión; los muy cargados, el silencio explosivo como el que precede a una tormenta; los silencios transparentes después de que se libere la tensión; los cómodos; los que causan perplejidad, conmoción; los inertes y estériles; los que siguen a la plena satisfacción, etcétera. No hay que olvidar los de la oposición obstinada y terca: «No vamos a hablar, ya veremos quién se rinde primero.» Personalmente los silencios me causan pocos problemas, no me preocupan y tampoco a mis grupos. Los visitantes expertos me han señalado muchas veces la facilidad con la que mis grupos rompen los silencios. No creo que el conductor tenga que combatir con el grupo acerca de los silencios o mediante los silencios. Para algunos pacientes, los silencios son sumamente dolorosos. En uno de mis primeros grupos, con pacientes mujeres, hubo en algunas ocasiones silencios prolongados al principio; creo que los más largos no duraban más de dos minutos. Era un grupo combinado y dos o tres de las pacientes me dijeron en su entrevista personal que deseaban abandonar el grupo, porque los silencios les resultaban intolerables. Resultó que les asustaba mucho hacer ruidos groseros; me pregunto si la inclinación a la locuacidad, que se considera una característica relacionada con el sexo, tiene algo que ver. Hablar como defensa. Ciertamente, en general los hombres se sienten más cómodos en el silencio. El principal objetivo es que el conductor no se haga responsable del entretenimiento del grupo y que no permita que el grupo, por su parte, utilice el silencio como arma contra él. Si un grupo lo hace, dejo que se cueza en el silencio cuando se presenta una buena ocasión. Los silencios son importantes en la comunicación. Uno debe sentir lo que significan y dejar que hablen, por decirlo de alguna 213
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
manera. En ocasiones son un valioso lapso para digerir lo que se acaba de decir o marcan el final de un periodo y todo el mundo se toma un respiro antes de abordar otro tema. Yo, por regla general, me muestro amable con los silencios, en especial en las primeras fases de un grupo o de una sesión. Los silencios también se conectan longitudinalmente entre sí a lo largo de muchos periodos y uno debe conectarlos en un sentido casi musical. Cuando son expresión de resistencia, como ocurre a menudo, la labor consiste en sacar a relucir la naturaleza de esta resistencia. Los silencios son un arma de doble filo y, en mi opinión, el conductor no debería tener motivos para utilizar esta arma de una forma agresiva. Cuando el grupo siente que el conductor está al mando, y que no está ansioso, pierde su propia aprensión y los silencios dejan de constituir un problema. El manejo de éstos en las sutilezas de una discusión de grupo constituye una buena prueba para el estilo del conductor. Explicar esto en su diversidad no es factible, porque haría falta un exceso de detalles. Se han dado algunos ejemplos en nuestros anteriores casos ilustrativos. Los silencios son sólo un ejemplo de las formas en las que el conductor utiliza al grupo como instrumento. El conductor como instrumento del grupo El conductor, por otro lado, es el instrumento del grupo, o debería serlo. Puede considerarse el primer servidor del grupo y debe seguir las directrices de éste. Su conducción tiene que ser un servicio al grupo y debe ser entendida como tal. Nunca debería utilizar al grupo en su propio bien. Ya he explicado antes qué entiendo por «seguir las directrices del grupo». Es un seguir con discriminación. El conductor está dirigiendo el proceso, pero para ello debe dejar que se desarrolle y no alterarlo con su interferencia. Permite de manera pasiva que el grupo lo maniobre. Se trata de un movimiento siempre cambiante a través de toda una escala entre la pasividad completa y la actividad plena. Es de capital importancia que esto se entienda, porque es el có214
La contribución del conductor
digo básico del grupoanalista. Incluso en el momento de intensa actividad, el conductor actúa al servicio del grupo. Al someterse por completo a las necesidades del grupo, establece un importante ejemplo. Esto debería ser consecuencia de su comprensión del grupo y de su propio papel en el mismo y, por consiguiente, nunca tiene que ser destacado ni enfatizado, y mucho menos expresado con palabras. El conductor no debe tirar del grupo, sus miembros tienen que avanzar solos. No obstante, los participantes no deberían tirar del conductor; él tiene que seguirlos con facilidad, de buen grado. Debería mostrarse siempre colaborador cuando alguien que realiza un esfuerzo necesita su apoyo, prestando este apoyo también cuando lo niega. Siempre debería recordar que para realizar un cambio a mejor, los pacientes deben hacer el trabajo, son los pacientes los que tienen que entender, no él. Su efecto en el grupo debería ser el de activar este proceso. La participación activa de los miembros del grupo es el principal objetivo del conductor. El grupo como un todo Mientras observa a cada uno de los miembros individuales y los efectos que ellos y sus manifestaciones provocan en los demás, el conductor siempre está observando y tratando al grupo como un todo. El «grupo como un todo» no es una simple frase, hablamos de un organismo vivo, en tanto que es distinto a los individuos que lo componen. Tiene estados de ánimo y reacciones, espíritu, atmósfera, clima, como lo llama Klapman.1 Uno puede juzgar el clima imperante cuestionándose a sí mismo: ¿qué clase de cosas pueden pasar o no en este grupo?; ¿qué puede manifestarse? El conductor calcula su distancia del grupo preguntándose a sí mismo qué puede decir en esta situación y qué no puede decir. De hecho, es con el grupo como conjunto con lo que el con1. J. W. Klapman: Group Psychotherapy. Theory and Practice, W. H. Heinemann Medical Books, 1946.
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ductor está en contacto en primera instancia, y experimenta a los individuos en este marco. Debería sentir qué necesita el grupo en un momento determinado, ya sea que lo animen, que lo tranquilicen, que lo estimulen, que lo calmen o que lo exciten. Acción intuitiva Con semejante multitud de funciones que considerar todas a un tiempo y con una orientación tan multidimensional, ¿hasta dónde pueden llegar las reglas técnicas? El conductor posiblemente no podría pensarlo todo, más aun por cuanto tiene que actuar de manera espontánea si quiere que el grupo también sea espontáneo. Obviamente, procede de un modo intuitivo, por instinto controlado. Tiene que actuar primero, pero pensar en ello a continuación. ¿La conducción de un grupo es pues un arte, un don, o bien algo que puede enseñarse? Sin duda ambas cosas. Nathan W. Ackerman2 en un capítulo titulado «Psicoterapia, arte y ciencia» afirma: Estoy convencido de que siempre será las dos cosas, pero nuestro interés inmediato es desarrollar las bases científicas de la psicoterapia. Éste es el único aspecto que se puede enseñar. El lado artístico de la psicoterapia es el resultado del uso creativo de la capacidad personal del terapeuta en interés del paciente. El terapeuta utiliza todo lo que humanamente es como un medio para la aplicación del conocimiento psicoterapéutico. Como tal, el uso habilidoso de su personalidad es de singular importancia. Pero debe utilizar su capacidad personal en la terapia con una orientación constante y altamente disciplinada hacia el significado del comportamiento del paciente y las necesidades que en él se reflejan. Aunque el arte ocupa un lugar
2. N. W. Ackerman: «What Constitutes Intensive Psychotherapy in a Child Guidance Clinic», The American Journal of Orthopsychiatry, 15, núm. 4 (octubre de 1945), reimpreso en The Case Worker in Psychotherapy, American Group Therapy Association.
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La contribución del conductor reconocido en la psicoterapia, es indispensable que el terapeuta cuente con un conocimiento exhaustivo de psicopatología. Por más arte que uno tenga en psicoterapia, no se justifica una formación inadecuada en psicopatología. En psicoterapia el arte tiene que utilizarse para servir a la ciencia, y no al contrario.
Esta formulación resume correctamente la cuestión. La situación como un todo Si el grupoanalista maneja correctamente la situación como un todo, del modo que he tratado de señalar en este volumen, no importa tanto si en detalle sus movimientos van en un sentido o en otro. Todo depende de su actitud básica. No debe posar como ejemplo brillante o como médico que todo lo sabe y que puede curar a sus pacientes. No debe hacerse pasar por nada, sino ser franco y honesto con el grupo. Debe tener el valor de ser su yo natural. Si no es lo bastante bueno, nada de lo que pueda hacer será lo bastante bueno. No ha de pretender que sus pacientes están enfermos y que él es capaz de curarlos. Debería ser consciente de que está tratando con problemas humanos, que comparte con ellos. Todo lo que cabe esperar de él es que sea capaz de lidiar con estos problemas mejor de lo que pueden hacerlo los pacientes en este momento. Si es ésta su posición debería tener menos dificultad en afrontar estos problemas y puede animar a sus pacientes a afrontarlos con él y a través de él, y luego solos. Si no se halla en esta posición no debería ser el conductor del grupo. La posición especial del conductor Sin embargo, el grupoanalista es un miembro en una posición particular, significativamente diferente a la del resto. Debe observar al grupo, sin olvidar su posición en él y sus cambios. Está parcialmente fuera del grupo. Ilustraremos de manera es217
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
quemática algunas de las posiciones del conductor con la ayuda de los diagramas siguientes. Hemos dejado de lado las relaciones interpersonales en el seno del grupo para limitarnos a mostrar la posición del conductor. Utilizaremos los siguientes conceptos importantes que pueden referirse a la orientación total, así como a cualquier foco de atención momentáneo: 1) Centrado en el grupo 2) Centrado en los individuos 3) Centrado en el líder 4) Centrado en sí mismo Esto puede a su vez utilizarse desde: a) el punto de vista del conductor b) el punto de vista de un individuo c) el punto de vista del grupo Así pues, por ejemplo, el grupo puede estar centrado en el líder, pero con el grupo centrado en el individuo A o, el conductor podría estar centrado en el grupo en orientación, pero centrado en el individuo por lo que hace a una interpretación particular. Por otro lado, puede dirigir su interpretación a cualquier individuo, pero, de hecho, se dirige al grupo como un todo. La posición original al inicio es la de la figura I. Los individuos no se conocen entre sí y sólo tienen una relación individual con el terapeuta. Cuando éste los ha reunido se ha situado en la posición de un líder y ha formado un grupo centrado en el líder. Si el grupo se sienta formando un círculo, como en la situación grupoanalítica, el conductor ha realizado un movimiento que indica que no pretende mantener su posición de líder-centro. (Fig. II.) Si no ocupa un lugar fijo, como por ejemplo en mi grupo P, esto queda aún más enfatizado y se abre camino a un desarrollo centrado en el grupo, potencialmente con liderazgo giratorio. (Fig. III.) Con mayor frecuencia, y más acorde con la posición interior en esta fase, la posición es la mostrada en la figura III, como por ejemplo en mi grupo B. En este caso, los miembros individuales están centrados en el líder, pero el líder está 218
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centrado en el grupo. Éste debería ser el paso fundamental desde el principio para establecer la situación grupoanalítica. La figura IV describe la posición característica del conductor: parcialmente dentro y parcialmente fuera del grupo. Aquí está representado dos veces. Demostrar que estas dos funciones pueden integrarse y de qué manera constituye su contribución fundamental para la integración del grupo durante el recorrido completo del grupoanálisis. En nuestro diagrama el grupo está integrado, pero centrado en un líder como grupo. Esta fase es inevitablemente más o menos persistente en los pacientes externos, mientras dura el tratamiento, porque los pacientes sólo se reúnen cuando el conductor está presente. Es importante comparar y contrastar esta fase con la de la figura I. Se muestra así la importancia de pensar persistentemente en términos de individuos, así como en términos de grupo. Dentro de esta configuración (figura IV) el grupo puede seguir estando centrado en el líder (como se representa en la figura IVa) o verdaderamente centrado en el grupo (como en la figura IVb). La figura V muestra cómo el líder puede hacer que finalmente el grupo pueda comprenderlo a él y su función en el grupo mismo, con lo cual éste se convierte en auténticamente centrado en el grupo. Aquí lo hemos representado con la referencia a un objetivo situado más allá de los límites del grupo, que abarca a todo el grupo, incluido su líder. Además de estas diferentes funciones y posiciones, como se indica en estos diagramas esquemáticos, el conductor también debe estar en la posición en la cual estoy ahora mismo cuando escribo o la que ocupa el lector cuando lee: fuera de todo el proceso por el cual es englobado. El líder no podría cumplir adecuadamente su función si estuviera completamente inmerso en el grupo, y esto me lleva al otro lado del cuadro. Es preciso matizar esta demanda por franqueza y honestidad, no sea que resulte incomprendida. Esto no implica que el conductor tenga que revelar su propia posición, y explicar en todo momento al grupo los motivos de sus acciones. No tiene 221
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
ninguna obligación de decir todo lo que piensa o sabe, ni tampoco las razones de sus movimientos incumben al grupo. Ellos no podrían seguir este proceso y observarlo al mismo tiempo y del mismo modo distante que el conductor. Su función simbólica.— También es mejor que sea moderado, en general, con las contribuciones referidas a él como individuo. El grupo lo necesita en su posición particular del mismo modo que el analizante necesita al analista: el conductor debe permitir que se produzca la transferencia con él, que se proyecte en él. Este proceso se altera si el conductor se convierte en una persona demasiado real, y si lo hace sacrifica una parte esencial de su valor terapéutico. La experiencia me ha enseñado que el grupo sabe esto de una manera instintiva. Si el conductor sigue al grupo se dará cuenta de que éste lo pone precisamente en la posición en que más lo necesita. Esto, como cualquier otra cosa, varía en los detalles según los diferentes grupos y conductores. Cuando el grupo progresa, se hace más maduro y más cohesionado, devuelve al conductor de regreso a la tierra. Ello implica una considerable modificación del superyó que no puede conseguirse si desciende de un modo prematuro. Fugas.— Siempre existe una tendencia de ciertos miembros del grupo a establecer contactos en el exterior. Este fenómeno no puede impedirse estrictamente, pero debe ser vigilado por cuanto puede secar al grupo, socavar su vitalidad por las fugas. No debe ser alentado, aunque dentro de unos límites puede resultar útil. La manera correcta de manejarlo consiste en explicarlo al grupo y conseguir su cooperación para que todo aflore en el grupo, aunque pueda haber surgido antes en un círculo «privado». Mi grupo P maneja este problema de manera muy satisfactoria en la actualidad, pero debe esto a una serie de experiencias insatisfactorias previas por mi parte. En los grupos combinados este tipo de fugas son continuas a través de las entrevistas personales de los pacientes, lo cual constituye un problema que debe tratarse con el máximo tacto y discreción. Sin embargo, estas «filtraciones al conductor» no son 222
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en el mismo sentido externas al grupo, puesto que el conductor las integra, tanto en el seno de la situación grupal como dentro del individuo. Dispongo de muchas experiencias ilustrativas de este tipo, pero la descripción de cualquiera de ellas de manera que fuera realmente inteligible ocuparía demasiado espacio para el alcance de este libro. Además, difícilmente podría publicarse porque, de modo característico, este tipo de casos afectan invariablemente a la esfera más «privada» del individuo. Por otra parte, el grupo aprecia la especial posición del conductor y ésta es indispensable para la solución de este problema de los grupos combinados. Los «secretos» del grupo.— En relación con lo expuesto resulta interesante señalar que todos los grupos de los que he tenido experiencia parecen insistir en preservar una esfera particular de la que mantienen fuera al conductor, como una especie de reserva. Antes o después de la sesión, hablarán de ciertas cosas entre ellos, las cuales, de común acuerdo, no surgirán en presencia del conductor. Sospecho que ésta es una característica importante, pero de momento no he progresado más allá de ciertas observaciones y especulaciones que no deben ocuparnos aquí. Un fenómeno equivalente puede percibirse, por cierto, en el psicoanálisis individual. Lo que yo puedo decir es que es importante vigilar esta reserva y ver si sus contenidos cambian, aunque sea irrumpiendo bruscamente de cuando en cuando. Este hecho guarda relación con el efecto inhibidor del conductor en el grupo. El conductor puede ver la naturaleza de la función censora, que el grupo le asigna, en un periodo determinado. Grupo P.— Presento aquí una experiencia del papel del conductor del grupo vista a través de la mirada de mi grupo P. En esta ocasión yo los había animado a reunirse sin mí, porque yo no podía asistir. Mi información es poco sistemática e irregular y en su mayor parte procede del señor T., quien dijo que se vio a sí mismo, de acuerdo con una fantasía discutida previamente, ocupando mi lugar «sin él pretenderlo». Debatieron acerca del «absentismo» y de sus efectos en el grupo. Coincidieron en que lo afectaba de manera negativa. Se discutieron diversas explica223
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ciones, excusas y otras posturas de los presentes. La señora I. tendía a referirlo todo a su persona y a sentir que era el centro del problema. La señorita T. era mucho más vivaz y más libre que en mi presencia. El señor F., un paciente epiléptico, afirmó: «Cuando aceptas un trabajo no puedes dejarlo.» El grupo decidió que le gustaría contar con uno o dos miembros más. (Esta cuestión había sido propuesta por mí en una de las sesiones previas con el fin de preparar al grupo para la llegada de nuevos miembros.) Todos, sin excepción, deseaban que el grupo continuara. Los participantes discutieron qué cambiaría con mi presencia o mi ausencia. Mi referente se declaró confundido debido a su particular sesgo ambivalente. Me lo resumió así: yo representaba a un maestro, alguien responsable, que no se situaba en un estatuto de igualdad. Había que tener cuidado de no hacer el ridículo cuando yo estaba presente. ¿Preguntó al grupo si deberían pedirme que me retirara? Esto causó risa: «Debió de sentirse que a largo plazo su presencia era necesaria.» Después comentaron que era la mejor sesión que habían tenido hasta entonces, porque se habían podido abrir. Es preciso mencionar que el grupo, por supuesto, no pagó nada por esta sesión. En la siguiente sesión esto se siguió discutiendo y analizando con ellos. Sin embargo, el grupo se volvió hacia la señora O., una trabajadora social psiquiátrica, que se convirtió en el blanco del ataque. Resultó que estaban muy resentidos porque ella no hablaba de un modo tan personal como los demás y pretendía no tener problemas, cuando obviamente los tenía. Algunos pensaron que era una estudiante. Se creía que yo no tenía los mismos problemas que los demás, se entendía que yo no hablaría personalmente. Ellos no parecían saber cómo podía resultar más útil. Mi pregunta, de si deseaban que participara de forma más personal provocó respuestas muy diversas. Nadie propuso directamente que debería hacerlo, pero a algunos no parecía importarles o estaban de acuerdo; en cambio, dos o tres manifestaron reacciones muy duras en contra de que tomara ese camino.
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La preparación del conductor Ya se ha discutido acerca de las cualificaciones del grupoanalista. Slavson lo resume de este modo:3 Debe ser consciente de las necesidades terapéuticas de cada uno de los miembros del grupo, comprender las implicaciones de acciones y afirmaciones, penetrar los disfraces bajo los cuales se manifiesta la patología y saber cómo tratar ésta. La tarea del terapeuta grupal es más complicada por la interacción de las personalidades de los miembros del grupo y los estímulos que ejercen entre sí y que crean situaciones diversas. Para tratar con ellas es preciso un insight y un tacto especiales que no están presentes en el tratamiento individual. Los terapeutas de grupo, especialmente aquellos que trabajan con entrevistas de grupos, necesitan contar con amplia experiencia en psicoterapia individual y poseer una comprensión profunda de los procesos emocionales, especialmente por cuanto en un grupo éstos se activan a través de estímulos multilaterales. Además, deberían tener habilidades en artes y oficios y poseer información de una variedad de temas que inevitablemente surgirán en las discusiones de grupo. Por consiguiente queda claro que la práctica de la terapia de grupo tiene que ser llevada a cabo sólo por personas que han tenido una prolongada formación y experiencia individual en psicoterapia, ya sea en casos de asistencia social o como psiquiatras expertos en psicoterapia. No obstante, hemos descubierto que todas estas características no bastan para el éxito como terapeutas de grupo. Es preciso tener además rasgos especiales de personalidad, como un alto grado de insight intuitivo, una tolerancia poco corriente ante la frustración, confianza en uno mismo en las situaciones de grupo, un alto grado de objetividad y la cualidad más difícilmente definible de ser apto para tratar con grupos. 3. «The Integration of Case Work and Psychiatry with Group Therapy». Distribuido por la American Group Therapy Association, Nueva York.
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Para aplicar un enfoque grupoanalítico como el que se ha señalado en este libro, el conductor debería ser preferiblemente un psicoanalista experimentado. Las razones que sustentan esta afirmación no se repetirán aquí. El inconveniente es que todos los psicoanalistas no son, per se, buenos grupoanalistas. Más bien al contrario. En ocasiones los psicoanalistas carecen de la espontaneidad y facilidad para el contacto natural y parece faltarles la protección obtenida al sentarse tras el diván. Además tienen sus propios prejuicios profesionales y se muestran reacios a aprender nuevas experiencias si éstas parecen contradecir sus principios. En todo esto algunos psicoanalistas difieren notablemente de la actitud de Freud, cuya cita favorita era una de Charcot: «La thêorie c’est bon, mais ça n’empêche pas d’exister!» Espero que este libro convenza al menos a algunos de que la validez de la teoría y la práctica psicoanalíticas no quedan en entredicho por el advenimiento del grupoanálisis. Estoy seguro de que la generación de analistas más jóvenes será más libre en este sentido. Una resistencia similar, o incluso más pronunciada, se detecta en pacientes que «han sido analizados» y aún más en algunos trabajadores auxiliares (psicólogos, trabajadores sociales psiquiátricos) que han llevado a cabo un análisis con anterioridad. No ven ningún interés en los grupos. A menudo se han analizado durante años y —con frecuencia ante flagrantes alteraciones neuróticas en su propia persona— sospechan que todo y todos son «neuróticos» menos ellos. En ocasiones parecen completamente incapaces de aproximarse a un paciente de una forma distinta a lo que consideran los términos psicoanalíticos y en general los árboles les impiden ver el bosque. Sin embargo, reconozco con gratitud las excepciones, en las cuales, entonces sí, su formación psicoanalítica es inestimable y casi indispensable. Del mismo modo, estas resistencias pueden superarse en aquellos que se unen a un grupo abiertamente terapéutico y el insight que obtuvieron con su análisis puede ser utilizado para un buen fin. La verdad es que el grupoanálisis acierta justo en un lugar que ha quedado oculto por la situación psicoanalítica. El psicoanálisis puede utilizarse, pues, como defensa. 226
La contribución del conductor
También considero preciso para el grupoanalista que esté cualificado médicamente —además de ser, por supuesto, psiquiatra—, al menos hasta el momento en que se establezca la enseñanza de un enfoque psicosomático a los terapeutas legos. Entretanto, los terapeutas de grupo legos son admisibles —y pueden ser excelentes— por el mismo motivo que lo son los terapeutas legos y los analistas legos. Por lo que respecta a la preparación personal de un grupoanalista no me gustaría realizar manifestaciones enfáticas. Se sabe si un pudding es bueno cuando se come y uno podría llevarse sorpresas aquí. La idea popular de que los extravertidos y comunicativos están particularmente predestinados para la vocación de grupoanalista, o incluso de terapeuta grupal en general, no es correcta; aunque no quiero decir que estas características van contra las posibilidades de esos tipos de personalidad. Hasta cierto punto, toda persona modificará el clima de su grupo y las particularidades de su técnica de acuerdo con su propia manera de ser. Nada puede impedir que ocurra esto. No hace ningún daño, por cuanto consigue un equilibrio satisfactorio sin distorsionar el proceso en su conjunto. Formación En lo que respecta a la formación del grupoanalista, nos hallamos en las primeras etapas. Puede aprenderse de los libros sólo hasta determinado grado. Las clases personales o en pequeños grupos sobre la base de la experiencia práctica son más prometedoras. Permanece abierta la cuestión de si será posible y necesario seguir el ejemplo de la formación psicoanalítica y que cada candidato deba pasar por su propio grupoanálisis. En muchos casos podría resultar útil, de hecho, seguir este proceso. Siempre que sea posible, el futuro grupoanalista debería sentarse junto a su profesor y seguir todo el recorrido de uno o dos grupos, además de ver tantas sesiones con otros conductores como le sea posible, antes de tomar él mismo las riendas de un grupo. Entonces el procedimiento podría revertirse y sus profesores y 227
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
colegas podrían visitar sus grupos. El intercambio de observaciones debería resultar valioso para ambas partes. Esto saca a relucir la cuestión de los visitantes. Hablando estrictamente, el estudiante de terapia grupal no debería ser un visitante, sino cumplir una función. Tendría que practicar la «actividad discriminadora». Cada visitante debería convertirse en participante activo y no debería permitírsele que se quede sentado en silencio y se limite a observar. Ésta es la clave para manejar esta cuestión. Los visitantes pueden ser un estímulo para un grupo o pueden alterarlo, pero nunca han de ser un simple factor negativo. Depende del visitante y del grupo, pero más que nada del modo en que el conductor trata la situación. Yo tuve el honor de recibir a muchos visitantes distinguidos en Northfield, y me enseñaron mucho. Mencionaré dos ejemplos: Cuando el director general de los servicios médicos del ejército, sir Alexander Hood, visitó el hospital, me preguntaron si preferiría que se presentase de paisano para no intimidar a los soldados. Yo contesté que debería asistir como lo que es. Le pedí antes que tuviera la amabilidad de presentarse a los soldados. Él aceptó con suma cortesía y lo hizo tan bien que los pacientes, lejos de sentirse avergonzados, entraron en animado debate con él. La sesión funcionó bien, aunque el general de brigada Sandiford y el entonces comandante Torrie también asistieron como visitantes. Cuando el profesor Whitehorn, de la clínica Phipp de Johns Hopkins, Baltimore, vino a visitar uno de mis grupos junto con el teniente coronel Hargreaves llegamos diez minutos tarde de otra demostración. Hizo hincapié en esto cuando subíamos por la escalera, y yo le dije: «No les importará.» Él me preguntó cómo lo sabía. «Tiene razón —repliqué—, se lo preguntaremos», y abrí la sesión con esta pregunta. Al cabo de un rato el profesor Whitehorn formuló una pregunta muy personal referida a él y a su hijo. Lo hizo de una forma tan sencilla y sincera, que resultó obvio que de verdad quería escuchar su consejo. El grupo respondió con amabilidad y todos expresaron sus opiniones y experiencias con la más completa sinceridad. El profesor Whitehorn no necesitaba tomar clases en terapia de grupo. 228
La contribución del conductor
Los esquemas de formación elaborados en grupoanálisis no son ahora mismo practicables en mi propio campo de referencia. En la práctica me reúno una vez a la semana para intercambiar experiencias con un reducido grupo de colegas especialmente interesados, que aplican la terapia de grupo en varios hospitales. Todos nosotros sacamos provecho de estos encuentros y al menos algunos han mejorado su nivel de modo considerable. Varios de ellos se inclinan progresivamente hacia el enfoque grupoanalítico, pero no estoy seguro de si esto será válido para todos ellos. Dos de estos colegas, los doctores Martin James y P. B. de Maré, ambos también antiguos compañeros en Northfield, han contribuido a este libro, por lo cual deseo expresarles mi especial gratitud.
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5 Visión general La situación grupoanalítica como se ha descrito aquí tiene características sin precedentes en la vida del paciente. No es raro que produzca una reacción de desconcierto y conmoción en los inicios, manifestada por ejemplo en silencios prolongados. En semejante situación el grupo no puede rehuir la responsabilidad y debe confiar cada vez más en sus propios recursos, en lugar de volverse hacia el líder u otra autoridad en busca de orientación. El grupoanálisis y su relación con otros enfoques Estas características no sólo no existen en otras formas de terapia de grupo, ni siquiera en las que aplican un enfoque psicoanalítico, como por ejemplo las de Wender y Schilder. El énfasis que pone Moreno en la espontaneidad señala en la misma dirección, pero él no tiene una orientación psicoanalítica en absoluto y considera que la catarsis y el acting out son esenciales en la psicoterapia. Yo insisto, por el contrario, en el valor fundamental de la formulación verbal y la comunicación articulada para la conclusión del proceso terapéutico. Esto es también algo esencial para la formulación última de nuestras experiencias en términos científicamente accesibles. Lo que uno ha experimentado y entendido de manera plena también puede expresarlo con palabras. Sólo lo que uno puede expresar con palabras puede separarse por completo del yo, una separación que constituye el ideal de la terapia, en lo referido a influencias patogénicas y experiencias traumáti231
Introducción a la psicoterapia grupoanalítica
cas pasadas. Esto es válido tanto para el análisis individual como para el de grupo. La perspectiva de W. R. Bion, en la medida en que yo la conozco, está esencialmente relacionada o posiblemente es idéntica, en cuanto a la situación grupoanalítica. Sin embargo, a mi entender, el líder y su autoridad básica, en tanto investido como conductor, son absolutamente esenciales para que surja la situación grupoanalítica, para que se mantenga y para que sirva a fines terapéuticos. El grupoanalista conduce el grupo de manera continua, lo dirige, aunque lo hace, por así decirlo, desde detrás del escenario, en el que aparece en contadas pero a menudo decisivas ocasiones. Que, en última instancia, utilice esta autoridad para liberar al grupo de una autoridad semejante es otra cuestión. Al final, él debería convertirse en un elemento superfluo, pero éste es, al mismo tiempo, el ideal de todo tratamiento. También creo que el contenido, el tema objeto de discusión, y su análisis son tan importantes como las relaciones interpersonales que desarrollan, y que se convierten a su vez en objeto de análisis. La historia de la terapia de grupo ha sido presentada en el libro de Klapman y no es necesario incidir en ella. Como esta forma de tratamiento ha sido aplicada mucho antes y desarrollada en primer lugar en Estados Unidos, él se concentra adecuadamente en la evolución allí producida. En el Reino Unido, sin duda la influencia más fuerte se originó a partir del trabajo del Consejo de Selección del Ministerio de la Guerra y del experimento de Northfield durante los años del conflicto bélico, sin olvidar el trabajo realizado en el servicio de urgencias médicas Mill Hill (por Maxwell Jones y otros) y el trabajo con los clubes sociales («terapia de club») de J. Bierer. La idea de Slavson y Scheidlinger1 de que en Inglaterra la terapia de grupo estaba «aparentemente bien desarrollada en las clínicas y hospitales psiquiátricos antes de la guerra» y de que «los británicos enseguida utilizaron las experiencias disponibles en el tratamiento de las bajas psiquiátricas militares» es, a mi entender, errónea. Los autores tampoco parecen conscientes del hecho de que los trabajos de Dewar y Davidson, que mencionan, forman 1. S. R. Slavson y Paul Scheidlinger: Group Therapy: Survey of 1946 literature from Progress in Neurology and Psychiatry, Grune & Stratton, Nueva York, 1947.
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Visión general
parte del experimento de Northfield. Esto debería mencionarse como contribución al registro histórico. En el presente volumen no se ha dicho demasiado, explícitamente, de los resultados terapéuticos ni de las razones que los sustentan. Deberá dejarse para otra ocasión, cuando, es de esperar, estén disponibles más observaciones grabadas, estudios de seguimiento, etc. Sólo la ejemplificación detallada de los principales factores operativos ocuparía un espacio muy considerable. Además, se consideró que la contribución más importante que se podía realizar en esta fase era mostrar la aplicación del método, la actitud y la orientación tal y como se ha resumido en la descripción de la situación grupoanalítica. Ningún psicoterapeuta experimentado, que al mismo tiempo sea crítico en la evaluación de los resultados terapéuticos, puede pasar por alto los efectos terapéuticos de la terapia de grupo en todas sus variedades. No hay ninguna duda de que resisten cualquier comparación sobre la base de toda la objetividad que sea posible establecer con el resto de formas de psicoterapia. Por ejemplo, he trabajado durante los últimos ocho años con métodos de orientación muy similar a los descritos por Alexander y French en su reciente obra,2 sin considerar éstos como otra cosa que no fuera la aplicación de la experiencia psiconalítica a una terapia de más corta duración. El desarrollo del grupoanálisis se produjo de manera paralela a esto. He llegado a la conclusión de que éste es, en gran medida, el instrumento más potente y decisivo para la aplicación de la experiencia psicoanalítica en una escala mayor. Me gustaría en este punto recalcar que el término «grupoanálisis» no se refiere a la idea del psicoanálisis en grupos o en masa. Ni que el grupoanálisis sea una mera aplicación del psicoanálisis o de sus principios.3 El grupoanálisis comparte con el psicoanálisis: 1) Conceptos básicos de psicopatología. 2) Naturaleza y orientación como terapia de descubrimiento. 2. Alexander y French: Psychoanalytic Therapy, The Ronald Press Co., Nueva York, 1946. 3. Véase este punto en S. H. Foulkes: «On Group Analysis», International Journal of Psycho Analysis, 23 (1946), partes 1 y 2.
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3) Que el concepto de «situación psicoanalítica» y el análisis de la transferencia tienen una gran afinidad con el concepto de «situación grupoanalítica» y el análisis de las relaciones interpersonales, haciendo énfasis intencionadamente en los términos elegidos. Las diferencias fundamentales entre estas dos situaciones son, no obstante, igualmente notables. Pero más allá del simple hecho del uso terapéutico, sostengo que el grupoanálisis es el método preferible en diversas situaciones y en una gran variedad de circunstancias, tanto como terapia como para la investigación científica. Uno podría recordar aquí lo que se ha dicho acerca de la importancia de un historial, diagnóstico, pronóstico y selección dinámicos y vivos, así como los conceptos de «localización de la alteración» y del «significado en acción», que en última instancia implican una redefinición de las categorías psiquiátricas de tipo más estático en favor de otras más dinámicas y funcionales. Es preciso subrayar que los dinamismos observados en el grupoanálisis son operativos de modo análogo en la vida misma, en formaciones grupales de todo tipo: la situación grupoanalítica no los produce, sólo los descubre, hace que se manifiesten y los abre a la observación y la investigación. Es por ello que los resultados de estas investigaciones, y el propio método si se modifica adecuadamente, pueden aplicarse a grupos de todo tipo, como por ejemplo en los campos de la educación o la industria. En nuestro caso esto se ha ejemplificado con su aplicación en condiciones militares en Northfield. El Instituto Tavistock de Relaciones Humanas de Londres trabaja en problemas industriales y otros problemas a gran escala en una línea similar, que en ocasiones ha sido denominada «sociátrica». También debería quedar claro que la situación grupoanalítica se sitúa, en mi opinión, en una comunicación abierta y fluida con otras situaciones, y debería observarse en relación con ellas, como parte integrante de un todo. Vuelvo a referirme una vez más al diagrama de la página 100, al final de la introducción general, el cual, creo, resume bastante bien la situación. La situación grupoanalítica se ubica a medio camino entre el «autoanálisis» —el lugar más centrado en el yo y aislado socialmente, que no obstante forma parte de todo análisis psicológico— y el océano libre de la vida 234
Visión general
(esto es, la vida en una comunidad) y está abierta a ambos lados. Se sitúa, por así decirlo, en la cresta de una colina circular, con una panorámica del yo individual en el centro de un lado y de la comunidad como un todo en la periferia del otro lado. En este diagrama también se ve que el grupoanálisis puede complementarse con el análisis individual, o viceversa, y que puede servir como preparación para éste, o como ayuda para solucionar problemas más adelante. Lo mismo es válido, del otro lado, para las actividades sociales. Intrínsecamente, el grupoanálisis, como cualquier otra psicoterapia, siempre debe incluir todas estas esferas si quiere ser efectivo. Si alguno de los anillos que señalan estas diferentes situaciones se cerrara por completo, correspondería a una situación de hecho muy artificial. El círculo más interno, en tal caso, representaría un episodio psicótico agudo, como por ejemplo el estupor catatónico. El psicoanálisis degeneraría en estas circunstancias en una folie a deux, una psicosis compartida por dos personas. El propio grupoanálisis, si se cerrara herméticamente en el modo en que se discute, también estaría próximo a una situación psicótica, correspondiendo aproximadamente a las circunstancias de un monasterio. Aun así, tendría al menos algunos ingredientes de la vida en comunidad y también —si se abre hacia el interior— incluiría las posibilidades del autoanálisis y del análisis individual. Estas consideraciones ejemplifican lo que quiero decir cuando hablo de la importancia básica y primordial de la influencia social en el ser humano, y también por qué he dicho en algún otro lugar que el espíritu de un grupo debe ser «abierto»; abierto en el sentido de orientado a la comunidad y a la realidad de las circunstancias existentes. El mundo de la realidad, el cuerpo de la comunidad, son las coordenadas de toda terapia. Gran parte de lo que en la terapia individual sucede en la vida «fuera» de la situación terapéutica, fuera de la consulta, entra en la órbita terapéutica en la terapia de grupo. Esto es sumamente significativo, porque las cosas suceden ahora de manera inmediata como parte del proceso terapéutico mismo, uno no necesita esperarlas, pueden observarse directamente y en condiciones que sin dejar de ser libres están controladas. El individuo y el grupo se hallan bajo el control del conductor dentro 235
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del grupo terapéutico. Ésta es también otra razón por la que pueden alentarse nuevas experiencias, que el individuo de otro modo evitaría cuidadosamente. Por otra parte, este control no lo impone el conductor sobre el grupo o sus individuos, sino que es el propio grupo quien lo ejerce a través de él. El conductor usa al grupo como instrumento, pero es él mismo un instrumento del grupo. Algunas formas de tratamiento grupal; apuntes sobre indicaciones, selección y dinámica de la terapia En vista de esta orientación, no estoy demasiado interesado en el «tratamiento de grupo» y en su «indicación» en relación con ciertas «afecciones» psiquiátricas o con la selección de pacientes para ello, si todos éstos se utilizan como conceptos estáticos. Sin embargo, como los conceptos se usan en general en el momento presente, y tienen un significado práctico, se harán algunas observaciones referidas a los factores terapéuticos, la selección, etc. Actualmente parece existir un amplio consenso, aunque diferentes autores utilizan términos distintos para expresar sus opiniones, como es inevitable en esta fase. Klapman ve en la terapia de grupo predominantemente un método de «reeducación afectiva». Sin duda, es éste un aspecto importante y —si se toma en sentido amplio— también puede decirse lo mismo de la psicoterapia en general y del psicoanálisis. Klapman opina que el papel de la educación es fundamental para la conservación de la salud mental, y que toda la educación general es experiencia. Ésta puede dividirse en reeducación afectiva y orientativa. Klapman se muestra interesado en la descripción de F. Redl de diez tipos de formaciones de grupo y opina que en la psicoterapia de grupo el terapeuta actúa en cierta medida en el papel de algunos de los tipos de Redl: 1) soberano patriarcal; 2) líder; 3) tirano. El autor mantiene que en contraste con la relativa inactividad del analista, «el terapeuta de grupo debe depender de proporcionar material al paciente» [la cursiva es mía], y prosigue: «El analista puede, en un caso ideal, esperar hasta que las producciones propias del paciente fuercen en él las comprensiones tera236
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péuticas, pero el terapeuta de grupo debe presentar al paciente, de manera constante y con cierta agresividad, el desafío.»4 Esto se cita ahora para mostrar, por medio del contraste, la diferencia fundamental entre esta afirmación, que se refiere a todas las formas de terapia de grupo que se han descrito en el libro de Klapman, y el método del grupoanálisis, cuya descripción constituye el contenido principal de esta obra. Klapman considera que el terapeuta de grupo debe mantener una formación grupal que sirva a los fines terapéuticos y un sentimiento grupal que favorezca las transferencias positivas entre él mismo y los pacientes y entre los pacientes entre sí. «La transferencia [es el] trabajo de base fundamental e indispensable» a partir del cual se obtienen resultados clínicos y se originan otros dinamismos terapéuticos. De entre éstos menciona: «la catarsis, la objetificación, el aplacamiento de superyoes rígidos y las reorientaciones intelectuales». Klapman asevera que las explicaciones estadísticas de los resultados terapéuticos tienen escaso valor, en ausencia de criterios precisos, pero cita la explicación de Hadden, quien indica que los estados de ansiedad, «frustraciones», neurosis y depresiones de origen neurótico responden bien y que muchos obsesivos también consiguieron un alivio considerable. Las histerias de conversión eran más proclives a discontinuar su asistencia y los resultados no eran tan buenos. El autor también insiste en que la disposición óptima es la que combina los pequeños grupos con la terapia individual. Slavson afirma: «Creemos que la terapia sólo puede desarrollarse a través de la vida en un mundo en acción.» Sus experiencias se refieren a niños con problemas de conducta y considera que la contribución terapéutica más importante de la experiencia grupal en la formación del carácter es la «modificación o eliminación del egocentrismo y el aislamiento psicológicos». En su método, el terapeuta no inicia ninguna discusión y sólo ofrece interpretaciones en contadas ocasiones y en circunstancias muy específicas. El entorno es todo lo permisivo posible y es el grupo el que ejerce el 4. J. W. Klapman: Group Psychotherapy. Theory and Practice, op.cit.
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control. Slavson considera el deseo de ser aceptado en el grupo, lo que denomina «hambre social», como una de las características más fuertes de los seres humanos y el mayor incentivo para mejorar. «El deseo de ser aceptado cumple la misma función aquí que la transferencia en el tratamiento individual.» Las cuatro necesidades cardinales de la mayoría de sus pacientes en edad infantil tratados con terapia de grupo son: 1) Necesidad de seguridad y amor incondicional. 2) Construcción de un yo y un sentido del propio valor. 3) Autoexpresión creativa. 4) Aceptación por el grupo. Slavson también experimentó con la discusión de grupo como forma de «terapia de entrevista grupal» diferenciada de la «terapia de actividad grupal». Describe un grupo de seis chicas de quince y dieciséis años con un nivel de inteligencia superior. Esto se corresponde muy estrechamente con el tipo de discusiones grupales informales y espontáneas de Northfield. La conducción de este grupo de discusión siguió los principios de orientación analítica. Las seis chicas llevaron a cabo ajustes positivos y cuatro de ellas se recuperaron por completo. En un trabajo publicado en abril de 1947,5 Slavson afirma: «Toda psicoterapia se basa en la relación.» Opina que los cuatro pilares de la psicoterapia en cualquier método son: relación, catarsis, insight (o fortalecimiento del yo) y prueba de la realidad. Sternbach6 también cree que la dinámica básica de los distintos métodos de terapia de grupo son idénticos y los resultados terapéuticos los mismos: fortalecimiento del yo, maduración emocional y socialización. Louis Wender7 define su teoría como un enfoque psicoanalítico modificado y activo, en apariencia sólo aplicable en pacientes hospitalizados y en conjunción con la terapia individual. La 5. S. R. Slavson: «Differential Dynamics of Activity and Interview Group Therapy», American Journal of Orthopsychiatry (abril de 1947). 6. Oscar Sternbach: «The Dynamics of Psychotherapy in the Group», Journal of Child Psychiatry, 1, núm. 1 (1947). 7. Louis Wender: «Group Psychotherapy», en Group Psychotherapy, a Symposium, Beacon House, Nueva York, 1945.
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interacción puede utilizarse para facultar al paciente a representar alguna de sus fijaciones primarias. El director de grupo se convierte en la imagen paterna, las enfermeras en madres sustitutas y los otros pacientes cumplen la función de hermanos menores, etc. Los pacientes permanecen en el hospital durante varios meses y sus experiencias cotidianas se utilizan como modelo de un hogar sustitutivo. El grupo se reúne en un entorno informal a intervalos regulares. Los resultados fueron positivos porque varios centenares de pacientes, algunos de los cuales han sido seguidos durante diez o doce años, «realizaron y mantuvieron ajustes sociales consistentes con sus estatus y sus capacidades». Por lo que respecta a los requisitos y la experiencia personal del terapeuta de grupo, Wender hace las afirmaciones habituales y generalmente aceptadas. Por otra parte, su método tiene reminiscencias de las circunstancias de Northfield y del manejo de un grupo allí. Además de la existencia de muchos puntos en común con el método descrito aquí, resultado de una orientación freudiana común, quiero hacer hincapié en las siguientes diferencias fundamentales: el énfasis se pone en una «actitud de objetividad y no-emotividad». Se introduce material teórico, la enfermedad física, sus causas y patologías y la reacción del organismo humano a la formación del síntoma pueden ser objeto de discusión. Ello conduce a explicaciones de impulsos inconscientes, resistencias, condicionamientos primarios, rivalidades entre hermanos, represiones, simbolismos, roles de sueños, etc. Supongo que esto es exactamente lo que uno esperaría que implicara el grupoanálisis si éste fuera una simple aplicación del psicoanálisis a grupos. De hecho, estos temas forman ocasionalmente parte del proceso grupoanalítico, pero tan sólo como episodios espontáneos, tolerados o propuestos por el conductor por su valor dinámico (por ejemplo, reafirmación, o emoción o interés, o para ofrecer algo al grupo) en el contexto del proceso en su conjunto. Recuerdo un grupo de Northfield —recién creado, quizá en su tercera sesión—, estancado y estéril. Todos, incluido yo, estábamos bastante aburridos. De pronto surgió la cuestión de los hijos. Un hombre estaba preocupado porque llevaba tres años casado y no tenía hijos. Otro hombre lo tranquilizó, diciéndole que él también había pa239
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sado por esa experiencia hasta que su mujer se quedó embarazada por primera vez al cabo de nueve años de matrimonio. Siguiendo un impulso, preguntándome cuánto conocían, les pregunté qué sabían del embarazo, la concepción, el parto, etc. Fue impresionante darme cuenta de la ignorancia de aquellos hombres, de manera que les di una pequeña charla sobre el tema. Esto animó al grupo y yo escuché las repercusiones de ello en dos semanas de entrevistas personales. Al menos tres de los hombres me dieron las gracias por la información, de manera independiente y espontánea, y en dos o tres casos el material había sido estimulante, lo cual difícilmente podía haber surgido de otro modo. Wender prosigue: Se presentan casos hipotéticos, que incluyen algunas de las características de las propias historias de los pacientes, adecuadamente disfrazadas. Aunque las presentaciones hipotéticas y la discusión han sido planeadas para un individuo concreto, la discusión no se centra sólo en él. El terapeuta aborda el problema en general y suscita la participación de pacientes menos implicados emocionalmente en ese problema. Esto activa al grupo. Hay un libre flujo de ideas de los participantes, similar a la asociación libre, y se produce una buena cantidad de material inconsciente. El paciente alrededor de cuyo problema se había planeado la sesión también interviene en la discusión. No es consciente de que el problema es suyo, ni tampoco los demás.
La cita muestra, quizá con la mayor claridad, la diferencia fundamental de su técnica con la que aquí se ha descrito como grupoanálisis. Los pacientes adecuados para la psicoterapia según Wender son «psiconeuróticos, depresivos leves e incluso esquizofrénicos borderline. Los auténticos psicóticos, los individuos que sufren alucinaciones y los hipomaníacos no sirven». Nathan W. Ackerman8 realiza una concisa y valiosa contribución que debería leerse del original. Yo estoy de acuerdo con 8. Nathan W. Ackerman: «Some Theoretical Aspects of Group Psychotherapy», en: Group Psychotherapy, a Symposium, Beacon House, Nueva York, 1945
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todas sus formulaciones, pues no veo diferencias aparentes entre el tratamiento que él hace de la situación y el que hago yo. Como yo, se aproxima a la terapia de grupo a través de la experiencia psicoanalítica y se ve sorprendido por las diferencias básicas de las dos situaciones. La situación grupal impone «efectos modificadores específicos en todos los procesos terapéuticos parciales, tal y como los conocemos nosotros en la psicoterapia individual». La interacción emocional entre dos personas, como en el psicoanálisis, proporciona la potencialidad para una relación social, pero es preciso un grupo de tres o más personas para disponer de una base para un orden social organizado con objetivos dominantes, ideas, valores y modelos de experiencia interpersonal. Este hecho por fuerza influye en las formas específicas de aplicación de los principios psicoterapéuticos a un entorno grupal [...] En la situación grupal, el terapeuta trata con los mismos tres niveles de funcionamiento psíquico que en el análisis, es decir, impulsos inconscientes, reacciones conscientes y realidad, pero el equilibrio de estas fuerzas es distinto al de la psicoterapia individual. En la situación grupal, el impacto con formas concretas de realidad social es inmediato. La adaptación del paciente a la realidad social puede desplazarse o modificarse, pero nunca puede ser evitada por completo. En la terapia psicoanalítica, en cambio, el contacto con la realidad social puede ser temporalmente subordinado o minimizado. En una situación grupal, la adaptación a la realidad social es fluida, porque está personificada de manera muy diversa por los distintos pacientes, por el grupo en conjunto o por el terapeuta.
Ackerman subraya que «la terapia de grupo es un método independiente que ni entra en competencia ni sustituye a la terapia individual. Es una experiencia más real que la terapia individual. Está menos vinculada a las irracionalidades del inconsciente y se inclina del lado de la lealtad a la realidad social. Es sólo una terapia parcial para los trastornos de personalidad más graves. Sus poderes están agudamente limitados, porque las alteraciones de personalidad tienen raíces inconscientes más profundas. Su ma241
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yor eficacia radica en el área de reintegración de los modelos del yo con las consecuentes mejoras en los niveles de funcionamiento social. En algunas alteraciones de personalidad puede resultar útil combinada con la terapia individual. Según Ackerman, el tratamiento de grupo es particularmente útil para algunos tipos de inadaptaciones sociales y alteraciones emocionales de origen reciente. También puede, dentro de ciertos límites, modificar los mecanismos de defensa y rasgos de personalidad inadaptados, por ejemplo, una tendencia crónica al fracaso, un impulso perfeccionista o una tendencia al aislamiento emocional. Ackerman, igual que yo, sólo recurre a la interpretación cuando las tendencias emocionales han cristalizado. Considera que sus principales funciones son las de estabilizar y catalizar. La única diferencia que veo entre las ideas de Ackerman y las mías es que él establece una frontera más marcada entre los conflictos «internos» y «externos», entre las alteraciones de antiguo con raíces en experiencias infantiles y las recientes. Ahora bien, todas nuestras reacciones están influidas por anteriores experiencias, y, al mismo tiempo, en última instancia, basadas en las experiencias infantiles; pero también todas las experiencias se mantienen vivas por el conflicto y están operativas en el presente. En consecuencia, considero que la indicación de un enfoque psicoanalítico o grupoanalítico no es algo tan marcadamente definido, sino una cuestión de grado. Además, lo que es o no es posible abordar en una situación dada, no está tampoco definido en términos absolutos, sino que varía con la totalidad de las circunstancias. Por ejemplo, mientras que puede ser completamente normal no hablar de las sensaciones excrementales íntimas en un grupo, dentro de los criterios aceptados por la educación en nuestra sociedad actual, esto podría resultar perfectamente posible en las circunstancias de una comunidad distinta, o en la nuestra en la Edad Media.9 Por otro lado, lo que no es posible decir en un grupo terapéutico, puede ser muy sencillo de explicar en otro, o en el mismo si cambia la composición o en una etapa posterior. 9. Véase Elias: Über den Prozess der Zivilisation, Academia Verlag, Praga, 1937.
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En un trabajo inédito leído en una conferencia de psicoanalistas celebrada en Amsterdam en mayo de 1947 me expresé en estos términos:10 Fomentar el insight y los ajustes es, así pues, el principal objetivo de una verdadera terapia. Existe una relación entre ambos: el insight provoca ajustes y los ajustes facilitan el insight. El insight sin ajustes no va demasiado lejos; los ajustes sin insight son algo incompleto, pero puede funcionar. Los ajustes parecen lo más fundamental desde un punto de vista terapéutico, mientras que el insight es más importante desde un punto de vista científico. Ambos se dan cita en la pista de pruebas del control del comportamiento, cuando uno se enfrenta a situaciones y personas. Siempre que el conflicto está predominantemente confinado a los niveles primarios y primitivos, el control sobre el comportamiento presente no existe. Éste es el caso del análisis individual. La solución debe ser entonces buscada en la revisión del pasado enterrado vivo en la mente inconsciente, de lo contrario los ajustes se ciñen a lo superficial y carecen de insight. En tal caso, centrarse en el momento y el grupo presentes sería una huida, una resistencia, sería alejarnos del problema real. La situación grupal, por otro lado, es el mejor medio para tratar los problemas presentes, cuando se deja la suficiente movilidad interna para posibilitar el control sobre el comportamiento presente. El insight y los ajustes pueden así conseguirse con la tarea actual y el grupo actual. Concentrarse en el pasado, invitar a la regresión, sería ahora escapar hacia la fantasía, una resistencia, sería alejarse del problema real. Esto es particularmente cierto cuando la tarea presente es urgente y el tiempo importa [...] La situación colectiva reduce la severidad de la censura en el interior del individuo y el ello se libera. Al mismo tiempo el grupo establece sus propios límites bajo su propia y poderosa autoridad, que es un buen equivalente del antiguo superyó. En otras palabras, los límites del yo, tanto hacia el ello como hacia el superyó, son revisados y el resultado favorece una estructura 10. S. H. Foulkes: «Group Therapy and Psycho-Analysis»
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica del yo más libre y más fuerte. El trabajo a través de la situación de transferencia en el análisis individual tiene un equivalente en el grupo, concretamente la observación e interpretación de las reacciones del grupo como conjunto hacia sus tareas o hacia otros grupos y de los miembros individuales entre sí y hacia el grupo, así como sus reacciones hacia el líder... La forma particular que asume la posición del neurótico es por su propia naturaleza altamente individualista. Es disruptora del grupo en esencia, porque es genéticamente resultado de una incompatibilidad entre el individuo y su grupo original. Es al mismo tiempo un punto focal de agresividad y tendencias destructivas. Como la situación grupal es eo ipso una situación social, este aspecto disruptor, antisocial y destructivo del comportamiento neurótico es forzado a salir a la luz y no recibe la autorización del grupo. Muy al contrario, es el individuo en su aspecto sano y socialmente ajustado el que es apoyado y autorizado a desarrollarse y florecer en el grupo. Aunque hasta ahora una buena parte del comportamiento neurótico puede ser modificado por comprensión mutua y tolerancia y liberado para esfuerzos creativos, en conjunto las formaciones neuróticas de cada individuo se sienten como una alteración de aquellas de cada uno de los otros, y no son compartidas por todo el grupo. Por este motivo, por selección inevitable, el individuo es atacado por los demás en su aspecto neurótico, un proceso en el que participa a su vez de manera activa, cuando ataca las defensas neuróticas del otro y, por consiguiente, también las suyas. Las energías destructivas del grupo pueden utilizarse de este modo para minar la posición neurótica del otro, mientras que las fuerzas positivas se combinan y apoyan al otro. En resumen, puede decirse que las fuerzas disruptivas se consumen en el análisis mutuo y las constructivas se utilizan para la síntesis del individuo y la integración del grupo en su totalidad. No quiero dar la impresión de que este proceso se desarrolla de manera automática, sin la dirección del conductor. Una de las funciones más importantes del líder es usar esta tendencia para la progresiva integración del grupo. El conductor tolera, pues, que se liberen las energías agresivas para servir a fines
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Visión general constructivos. Sin embargo, el aspecto más importante sigue siendo que las tendencias constructivas del grupo tienden necesariamente hacia la norma, porque al ser compatibles con el grupo particular que nos ocupa deben ser compatibles con las de la vida social en general y, más específicamente, con la forma de vida de la comunidad concreta a la que el grupo pertenece. Así pues, en esencia, el ajuste en un grupo terapéutico significa ajuste social. Ésta me parece la razón fundamental por la que el grupo tiene un impulso inherente hacia la norma social y biológicamente establecida, por eso se presta a ser un instrumento de terapia [...] Como el análisis, esta forma de dinámica de grupo de la terapia aproxima los problemas de la neurosis y de la vida mental normal de un modo sencillo, operando con el ajuste y el insight. Este énfasis se inclina levemente del lado del ajuste, más hacia lo presente e inmediato, más hacia la observación directa y la acción que hacia la comunicación verbal. La revisión íntima del desarrollo personal, la situación edípica, la sexualidad pregenital, siguen formando parte del terreno del psicoanálisis. La terapia de grupo, en cambio, tiene un impacto mucho más concentrado e inmediato en la solución de las tareas vitales del presente del paciente. Se orienta de manera progresiva, y sólo sigue las regresiones en la medida en que se registran como alteraciones en el comportamiento presente. Al mismo tiempo, la observación en un grupo terapéutico muestra con suma claridad hasta qué punto determinada alteración de un paciente requiere un tratamiento más íntimo, a un nivel personal, dentro o fuera del grupo, o debería ser tratado en un análisis individual extensivo.
El énfasis se pone aquí en el insight y el ajuste. En nuestra primera publicación,11 la señora Lewis y yo resumimos los factores terapéuticos específicos del grupoanálisis. Excluimos, por 11. S. H. Foulkes y Eve Lewis: «Group Analysis. A Study of the Treatment of Groups on Psycho-Analytic Lines», The British Journal of Medical Psychology, 20, núm. 2 (1944).
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ser inespecíficos, la catarsis, la transferencia y la emergencia en la consciencia de lo reprimido mediante la representación y el análisis. Mencionamos: 1) El paciente es sacado de su aislamiento y llevado a una situación social en la cual pueda sentirse aceptado. Siempre que se pueda expresar con libertad de acuerdo a sus propias inclinaciones, podrá sentirse comprendido y mostrar comprensión por los otros. Es un compañero en términos de igualdad con los demás. 2) El hecho de que el paciente vea que otras personas tienen similares ideas mórbidas, ansiedades o impulsos actúa como un poderoso agente terapéutico para desprenderse de los sentimientos de ansiedad y culpa particulares. Que otra gente sufra lo mismo, o incluso más, causa alivio; que otros se desmoronen o muestren insuficiente fuerza de voluntad para abordar las dificultades favorece la resolución. Es más fácil observar los problemas ajenos que los propios. La represión y lo reprimido, por ejemplo, pueden reconocerse cuando se señalan en otros. No obstante, esto actúa al mismo tiempo como agente analítico en la propia persona. La discusión, la interpretación o el análisis de este material es, por consiguiente, eficaz en varias personas al mismo tiempo, aunque se limiten a escuchar. Buena parte del efecto terapéutico, en particular también los efectos de descarga de ansiedad o sentimientos de culpa, surge de este modo en la posición de proyección. Además de contrarrestar el narcisismo, entran en juego aquí las fuerzas de identificación y contraste. Nos sentimos inclinados a distinguir este completo conjunto de factores dándole un nombre, y proponemos el de «reacción especular». 3) Los efectos de relajación y estimulación en un grupo son en parte también de naturaleza específica. Se abordan muchos temas y resulta más sencillo hablar de ellos cuando los saca a colación otra persona. Algo similar sucede a un nivel más profundo, de manera que incluso el material más inconsciente se expresa con más facilidad y de un modo más completo. Es
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Visión general como si el «inconsciente colectivo» actuará como condensador. Esto se ejemplificó en particular en relación con sueños y simbolismos, fobias comunes y similar. De hecho, en formaciones tales como los símbolos, que son producciones de un inconsciente colectivo —y en el cual, por consiguiente, las asociaciones en el análisis individual son algunas veces insuficientes—, el fondo común de la asociación que se produce en un grupo parece un medio particularmente adecuado de proporcionar alivio. 4) Las explicaciones y la información, de las cuales existe una gran demanda y sorprendente interés, no son por supuesto particulares de la situación grupal, pero en cierto sentido existe una diferencia significativa que es el elemento de intercambio. Esto no sólo anima la discusión y la hace más completa, sino que altera la situación emocional, del mismo modo que los niños aceptan muchas cosas del otro a las cuales se habrían opuesto en el caso de venir de sus padres.
A estos cuatro factores, socialización, reacción especular, activación e intercambio, añadí en una posterior publicación.12 5) El grupo como foro. La función del grupo simboliza a la sociedad en su conjunto, como un foro poderoso. El individuo se ve a sí mismo bajo una nueva luz por consentimiento o desaprobación, los límites del yo son puestos en revisión. Lo mismo es cierto para el superyó, que representa en última instancia las restricciones impuestas por la comunidad sobre el individuo tal y como son transmitidas por la autoridad parental e incorporadas a la mente. Con su rechazo, tolerancia o aprobación, el grupo parece capaz no sólo de revisar, sino también de modificar esta formación de manera eficaz. Puede decirse, por tanto, que su efecto es un reacondicionamiento genuino de las estructuras del yo y el superyó. 6) El grupo como apoyo. Una peculiar transformación y 12. «Group Analysis. A Study of the Treatment of Groups on PsychoAnalytic Lines», The Lancet (2-3-1946), 303.
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Introducción a la psicoterapia grupoanalítica modificación de la situación de transferencia individual (transferencia intragrupal). El grupo absorbe buena parte de lo que en tratamiento individual está centrado en el terapeuta. Ésta es una característica muy útil, en especial cuando no hay tiempo para desarrollar completamente la situación de transferencia individual. La mejora de la adaptación social puede trasladarse con mucha mayor facilidad de un grupo terapéutico en concreto a otro, y en última instancia se refiere a la comunidad en su conjunto.
Ya se ha dicho bastante para mostrar que hay una buena base de acuerdo entre los terapeutas grupales de orientación analítica acerca del valor terapéutico del tratamiento de grupo, los factores responsables, la selección de pacientes adecuados y la necesaria formación y capacitación del conductor del grupo. Sólo se añade al peso de estas afirmaciones que han sido resultado de observaciones independientes. No existe el mismo grado de acuerdo en lo referido al conductor. De hecho, la mayoría de los autores difieren en lo fundamental de lo aquí descrito, y sólo unos pocos, como Slavson, y en particular Ackerman, parecen aproximarse más. Por esta razón se ha hecho hincapié en este libro en la función del conductor en relación con la situación grupoanalítica y en la particular influencia de este último en el proceso terapéutico. Los principios subrayados aquí son: 1) Participación activa de los miembros. 2) Comunicación. 3) Observación en una situación social. Éstos son más generales por cuanto contienen en sí mismos todos los factores relevantes, pero al mismo tiempo también más específicos para la situación del grupo en general y la situación grupoanalítica en particular. Podría resultar útil pensar que los más inmediatos factores terapéuticos en grupo son de dos tipos: 1) De apoyo. 2) Analíticos. Estos últimos son en sí mismos de naturaleza más inquietante, alarmante y terrible en su acción inmediata. Podría decirse que la primera clase —notoriamente presente en el grupo— es más a corto plazo y la segunda de una categoría de más largo 248
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recorrido. El terapeuta debería darse cuenta de que la adición de ambos tipos de factores está bien equilibrada desde el punto de vista de la situación, en cada caso y en conjunto, y a la luz de sus objetivos. Debe considerar, una vez más, al grupo como un todo y, separadamente, a cada uno de los individuos que lo integran. Considero que las formulaciones de la página 96 de la primera parte, en respuesta a la primera pregunta, dan de lleno en la base del proceso de grupo terapéutico. Es en este proceso de comunicación y en la lucha por comunicarse donde se dan cita todos los dinamismos. Esto explicaría de un modo satisfactorio por qué las alteraciones y síntomas neuróticos, en sí mismos autísticos e imposibles de compartir, ejercen por esta precisa causa una progresiva presión en el individuo para que los exprese. En tanto no puede expresarlos mediante una mejor forma comunicativa no encuentra verdadero alivio. Debe, pues, ponerse a trabajar una y otra vez hasta que los ha transformado en un lenguaje articulado, socialmente aceptable. La comprensión por parte de otros miembros del grupo sólo puede ocurrir cuando las energías (libido) invertidas en estos síntomas pueden ser retransformadas en valor intercambiable (dinero en efectivo, por así decirlo). La comprensión, como la comunicación, es un proceso social que implica a al menos dos personas. La comprensión de uno mismo va de la mano con la comprensión de los otros y con el hecho de ser entendido por los otros. El trabajo a realizar, pues, el impulso del cual es resultado de un proceso bastante inconsciente de selección por medio de la presión del sufrimiento, y del carácter igualmente selectiva inconscientemente de la presión grupal, este trabajo hacia una forma de comunicación cada vez más articulada es, sin embargo, idéntica a la esencia del proceso terapéutico. Este trabajo continúa de manera incesante en una sesión de terapia de grupo, se practica continuamente en cada miembro, mediante su participación activa en un proceso mutuo, el de hacerse entender y entender los intentos de comunicación de los otros. Una vez más vemos lo importante que es que el conductor active al grupo en este proceso, actuando él mismo como catalizador. Su ayuda activa, en el sentido de facilitar este proceso 249
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de comunicación, basándose en que es un receptor inusualmente fino gracias a su formación y experiencia, debe ser proporcionada de manera discriminada. Es como un préstamo sabiamente administrado, que ayuda a la recuperación, pero que estimula la actividad y la autoayuda por parte del receptor, sin retrasarlo ni hacerlo todavía más dependiente. El grupoanálisis es por tanto un dispositivo ingenioso. Permite que el tratamiento se produzca dentro de un grupo de personas, que pueden personificar aquellas situaciones y personas con las cuales el paciente no puede enfrentarse, ya estén dentro o fuera de él. Pero como no son en realidad idénticos a esas personas, o imágenes, el paciente tiene una mejor oportunidad de encontrar su propio yo, su propia contribución patogénica a estas alteraciones. Debe ser en mí mismo, entiende al fin, porque los otros no pueden saber todo esto de mí, no pueden reaccionar contra mí tan exactamente igual que mi propia gente y amigos parecían hacer. Pero, en lugar de crear un grupo nuevo para cada paciente, es posible reunir a un grupo de varios pacientes y —aunque todos ellos tienen una «enfermedad grupal» por así decirlo— dejar que formen su propio grupo terapéutico. Colectivamente pueden hacer aquello en lo que individualmente fracasan, actuar de terapeuta del otro. Aunque todos necesitan terapia como individuos, no pueden evitar administrarla como grupo. Cuanto mejor es o llega a ser un individuo, más libre e integrado, mejor llega a ser como miembro del grupo. Cuanto mejor están los miembros mejor está el grupo. Un buen grupo, no obstante, se engendra y se desarrolla, se crea y cuida del producto más preciado: el individuo humano.
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