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Historia de los intelectuales en América Latina
Dirección general del proyecto: Carlos Altamirano
Director: Carlos Altamirano
I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo Comité académico: Nora Catelli, Horado Crespo, Arcadio Díaz Quiñones, lean Franco, Javier Garcíadiego,
Editor del volumen: Jorge Myers
Claudia Lomnitz, Sergio Miceli, Jorge Myers Editores: Volumen 1: Jorge Myers Volumen ll: Carlos Altamirano
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conocimiento
Índice
9 Introducción general Carlos Altamirano
Primera edición, 2008
29 Introducción al volumen 1 Losintelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo xx
© Katz Editores Charlone 216 C1427BXF-Buenos Aires Fernán González, 59 Bajo A
28009 Madrid www.katzeditores.com
cultura Libre © Carlos Altamirano
ISBN Argentina: 978-987-1283-78-1 ISBN España: 978-84-96859-36-4 1. Historia Intelectual. 1. Altamirano, Carlos, dir.
JorgeMyers I. EL LETRADO COLONIAL
53 Gente de saberen los virreinatosde Hispanoamérica (siglos XVI a XVIII) Osear Mazín 79 Hacia un estudio de las élites letradas en el Perú
virreinal: el caso de la Academia Antártica Sonia V. Rose
94 Brasil: literaturae «intelectuales" en el períodocolonial Laura de Mello e Souza
CDD 306.42 11, ÉLITES CULTURALES y PATRIOTISMO CRIOLLO:
El contenido intelectual de esta obra se encuentra protegido por diversas leyes y tratados internacionales que prohíben la reproducción íntegra o extractada, realizada por cualquier procedimiento, que no cuente con la autorización expresa del editor. Diseño de colección: tholón kunst Impreso en la Argentina por Latingráfica S. R. L. Hecho el depósito que marca la ley 11.723.
PRENSA y SOCIEDADES INTELECTUALES
El letrado patriota: los hombresde letras hispanoamericanos en la encrucijada del colapso del imperio españolen América JorgeMyers 145 Redactores, lectores y opinión pública en Venezuela a fines del perlado colonial e inicios de la independencia (1808-1812) Paulette Silva Beauregard lal
168 Losjuristas como intelectuales y el nacimiento de los estados naciones en América Latina
441 Losintelectuales y el poder político: la representación de los científicos en México del porfiriato a la revolución Claudio Lomnitz 465 Maestras, librepensadoras y feministas
Rogelio Pérez Perdomo 184 ':4. la altura de las luces del siglo": el surgimiento de un clima intelectual
en la Argentina (1900-1912)
en la BuenosAiresposrevolucionaria
Dora Barrancos
Klaus Gallo 205
Traductores de la libertad: el americanismo de los primeros republicanos
V. EXILIOS, PEREGRINAJES Y NUEVAS FIGURAS DEL INTELECTUAL
Rafael Rojas 227
Tres etapas de laprensapolítica mexicana del siglo el publicista y los orígenes del intelectual moderno
495 Cronistas, novelistas: la prensaperiódica como espacio XIX;
Elías I. Palti 242
Los hombresde letras hispanoamericanos y el proceso de secularización (1800-1850) Annick Lempérierc
de profesionalización en la Argentina (1880-1910) 513
Alejandra Laera El modernismo y el intelectualcomo artista: Rubén Daría Susana Zanetti
544 Camino a la meca: escritores hispanoamericanos
en París (1900-1920) Beatriz Colombi
111. LA MARCHA DE LAS IDEAS
269
La construcción del relato de losorígenes en Argentina, Brasily Uruguay: las historias nacionales de Yarnhagen, Mitre y Bauzá
290
El erudito coleccionista y los orígenes del americanismo
Fernando J. Devoto Horacio Crespo 312
Intelectuales negros en el Brasildel siglo XIX Maria Alice Rezende de Carvalho
334
"República sin ciudadanos": historia y barbaries en Cesarismo democrático Javier Lasarte Valcárcel IV. ENTRE EL ESTADO Y LA SOCIEDAD CIVIL
363
Tres generaciones y un largo imperio: fosé Bonifácio, Porto-Alegre y Ioaquim Nabuco Lilia Moritz Schwarcz
387 Nuevos espacios de formación y actuación intelectual: prensa,asociaciones, esfera pública (1850-1900) Hilda Sabato 412
El exilio de la intelectualidadargentina: polémicay construcción de la esfera pública chilena (1840-J850) Ana María Stuven
,67 Colaboradores '73 Índice de nombres
Introducción general Carlos Altamirano
Las élites culturales han sido actores importantes de la historia de América
Latina. Procediendo como bisagras entre los centros que obraban como metrópolis culturales y las condiciones y tradiciones locales) ellas desempeñaron un papel decisivo no s6lo en el dominio de las ideas, del arte o de la literatura del subcontinente, es decir, en las actividades y las produc-
ciones reconocidas como culturales, sino también en el dominio de la historia política. Si se piensa en el siglo XIX, no podrían describirse adecuadamente ni el proceso de la independencia, ni el drama de nuestras guerras civiles, ni la construcción de los estados nacionales, sin referencia al
punto de vista de los hombres de saber, a los letrados, idóneos en la cultura escrita y en el arte de discutir y argumentar. Según las circunstancias, juristas y escritores pusieron sus conocimientos y sus competencias literarias al servicio de los combates políticos, tanto en las polémicas como en el curso de las guerras, a la hora de redactar proclamas o de concebir constituciones, actuar de consejeros de quienes ejercían el poder político o ejercerlo en persona. La poesía, con pocas excepciones, fue poesía cívica. El vasto cambio social y económico que posteriormente, en el último tercio del siglo XIX, incorporó a los países latinoamericanos a la órbita de la modernización capitalista, existió antes, como aspiración e imagen idealizada del porvenir, en los escritos de las élites modernizadoras. La marcha hacia el progreso tomó diferentes vías políticas, desde la tórmula del gobierno fuerte a la república oligárquica más o menos liberal, pero todas contaron con su gente de saber y sus publicistas. Había que unificar el Estado y consolidar su dominio sobre el territorio que cada nación hispanoamericana reclamaba como propio, redactar códigos e impulsar la educación pública. Esas tareas no pudieron llevarse adelante sin la cooperación de "competentes", nativos o extranjeros, que pudieran producir y ofrecer conocimientos, sean legales, geográficos, técnicos o estadísticos.
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Tampoco sin quienes pudieran suministrar discursos de legitimación destinados a engendrar la alianza incondicional de los ciudadanos con "su" Estado -cnarrativas de la patria, de la identidad nacional, del pueblo en lucha por la nación en los campos de batalla-. Brasil, cuya independencia no había conocido las rupturas ni las vicisitudes de sus vecinos, se puso institucionalmente a la par del resto de los países latinoamericanos en 1891, al adoptar el modelo de la república y dejar atrás el orden monárquico. En el siglo xx la situación y el papel de las élites culturales varió de un país al otro, según las vicisitudes de la vida política nacional, la complejización creciente de la estructura social y la ampliación de la gama de los productores y los productos culturales. Pero, hablando en términos generales, digamos que desde fines del siglo anterior los indicios de diferenciación entre esfera política y esfera cultural se harían cada vez más evidentes y que la división del trabajo comenzó a desgastar los lazos tradicionales entre los hombres de pluma y la vida política. El desarrollo de la instrucción pública amplió el mercado de lectores y poco a poco comenzó a germinar aquí y allá una industria editorial. Pero la literatura, al menos la literatura de y para el público cultivado, no se transformó por ello en una profesión -seguiría siendo una ocupación que no daba dinero- y los empleos más frecuentes para quienes quisieran vivir de la escritura o del conocimiento disciplinado en estudios formales fueron el periodismo, la diplomacia y la enseñanza. Nuestros países ingresaran can retraso en el mundo moderno y culturalmente continuaron desempeñando el papel de provincias de las grandes metrópolis, sobre todo de las europeas, que funcionaban como focos de creación y prestigio de donde provenían las ideas y los estilos inspiradores. América había llegado tarde al banquete de la civilización europea, según afirmó en 1936 Alfonso Reyes, en una fórmula que se haría célebre porque resumía un sentimiento generalizado en las élites culturales de América Latina. No obstante, aunque lejos de los centros en que se inventaban las doctrinas y se experimentaban las nuevas formas, hemos tenido, corno en otras partes, hombres de letras aplicados a la legitimación del orden e intelectuales críticos del poder, vanguardias artísticas y vanguardias políticas surgidas de las aulas universitarias. El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), fundada en México en 1924 por un líder del movimiento estudiantil peruano, Haya de la Torre, es sólo el ejemplo más logrado, pero no el único, de esas vanguardias políticas que estimuló a lo largo de América Latina el movimiento de la Reforma Universitaria. Las revoluciones del siglo xx en América Latina -la de México en 1910 y la de Cuba en 1959- interpelaron a los intelectuales y conmovieron sus modOl.
INTRODUCCiÓN GENERAL
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de pensar y de actuar, pero no sólo en esos países sino a lo largo de todo el subcontinente. No resulta dificil, en suma, identificar Iaíebor de estas figuras.Sin embargo, aunque sabemos bastante de sus ideas, no contamos con una historia de la posición de los hombres de ideas en el espacio social, de sus asociaciones y sus formas de actividad, de las instituciones y los campos de la vida intelectual, de sus debates y de las relaciones entre "poder secular" y"poder espiritual", para hablar como Auguste Comre. Hay excelentes estudios sobre casos nacionales, por cierto, y el Brasil y México son los países que llevan la delantera en este terreno, pero carecemos de una historia general.
la historia de los intelectuales admite más de un abordaje y cada uno de ellos puede contener su parte de verdad, aunque no sea la verdad completa. Por amplia que sea la concepción, difícilmente pueda hacer justicia a todos los hechos dignos de ser considerados y algunos aspectos del tema quedarán en la penumbra. La historia de los intelectuales en América Latina que presentamos aquí no escapa seguramente a tales limitaciones, pero serán sus lectores, no quienes la hemos hecho, los que se hallen en mejor posición para juzgarlas. Quisiera exponer brevemente los razonamientos y los criterios que orientaron la formulación inicial del proyecto del que nació la Historia de los intelectuales en América Latina y me valdré para eso, aquí y allá, de argumentos expuestos ya en otras partes. Desde que la idea echó a andar a comienzos de 2005 tuvo varios momentos de reflexión colectiva y de ajustes. Más adelante voy a referirme a las etapas de ese trabajo que llevó del bosquejo preliminar a su forma actual. Como nada es diáfano y unívoco en el vocabulario relativo a los intelectuales, tal vez sea necesario introducir algunas indicaciones sobre el sentido que le otorgamos a esta noción empleada hasta aquí sin mayor especificación. El término "intelectuales" no evoca multitudes en ningún lugar del mundo -tampoco, por supuesto, en América Latina-. Al igual que en casi todas partes, también en esta región el espacio característico de los intelectuales es la ciudad..aunque su ambiente no sean únicamente las capitales o las grandes ciudades (el esquema de Edward Shils [19811 de "metrópolis" yvprovincias" en la vida intelectual resulta aquí muy pertinente). La condición urbana define igualmente el tipo de cultura en que ellos se forman, una cultura de patrón europeo occidental que, desde la conquista y
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la colonización ibéricas, tiene su sede y sus focos de irradiación en las ciudades (Romero, 1986). Los programas de autonomía cultural respecto de Europa, que desde los años del romanticismo han nacido y renacido, una y otra vez, nunca implicaron la renuncia a la matriz occidental ni a las lenguas recibidas del Viejo Continente. Tampoco cuando los intelectuales y el Estado revalorizaron las culturas indígenas y la de los pueblos de procedencia africana, ni cuando se buscó en esas fuentes los orígenes de una identidad nacional o continental. En fin, la permanencia de aquella matriz puede reconocerse sin esfuerzo en las disciplinas que cultivan las universidades latinoamericanas, en los géneros discursivos con que los escritores ponen en forma el deseo de expresión literaria yen el vocabulario de sus debates ideológicos. A fines del siglo XIX el conjunto de quienes en el continente podían clasificarsebajo la denominación de intelectuales era aún muy reducido. Tomemos el ejemplo que nos ofrece el crítico argentino Roberto Giusti al referirse a la creación del Ateneo, la sociedad intelectual que se fundó a mediados de 1892 para favorecer las actividades literarias y artísticas en Buenos Aires. La reunión promotora se llevó a cabo en la casa del poeta Rafael Obligado y se mezclaron en ella integrantes de al menos dos generaciones, la del ochenta y la de sus sucesores. Fue muy numerosa, observará Giusti (1954: 54): Concurrió tout Buenos Aires, todo o casi todo lo que la ciudad tenía de representativo en el campo de la cultura, escritores, artistas, músicos, aficionados a las letras, personas ilustradas que no desdeñaban, al margen del ejercicio de la actividad profesional o política, el buen libro, el buen teatro o la plática culta e ingeniosa. Ahora bien, la lista de asistentes que registra no alcanza los cincuenta nombres, entre los que no figura el de ninguna mujer. Una pequeña comunidad intelectual masculina en la ciudad que está a punto de convertirse, con la llegada de Rubén Dario, en la "capital del modernismo" para toda la América hispana. Admitamos que la lista de Giusti podía ser selectiva (no incluía sino a los que consideraba prominentes) y que a la casa de Rafael Obligado tal vez no hayan concurrido todos los habitantes posibles de la república porteña de las letras. Los nombres que podrían añadirse, sin embargo, no alterarían básicamente las exiguas dimensiones de esa república. La situación no era demasiado diferente en las otras capitales latinoamericanas. La delgada capa de personas cultivadas de fines del novecientos se ensanchó en la centuria siguiente, junto con el crecimiento demográfico de la
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región, el desarrollo de las ciudades, la extensión del sistema de enseñanza yel afianzamiento de la educación superior, que ampliaron y diversificaron las funciones y las profesiones intelectuales. En la segunda mitad del siglo xx, en particular en los años sesenta y setenta, el aumento de estudiantes y diplomados se volvió masivo. Este crecimiento continuado amplió el universo de donde se reclutan los intelectuales, mejor dicho, de quienes son social y culturalmente percibidos como tales, un reconocimiento que no se extiende por igual a todos los que ejercen funciones y labores intelectuales en la vida social. Para hablar con los términos de Randall Collins (2000): no todos se hallan en el "centro de la atención" ni igualmente próximos a ese centro. Ese interés desigual refleja la estratificacián del campo intelectual, donde la autoridad (o el prestigio, o la reputación) no se halla parejamente distribuida -algunos individuos y algunos grupos alcanzan más atención que otros-. Hay siempre quienes desempeñan posiciones eminentes en la conversación intelectual, los que ocupan el centro. Cuando se hace referencia a la influencia de los intelectuales, cuando se juzga si han tomado el partido correcto o se les reprocha su abstención o su docilidad, se piensa básicamente en esa franja de mayor visibilidad y audiencia, una minoría respecto del entorno mucho más amplio de las profesiones intelectuales. ¿De dónde procede ese reconocimiento? De la opinión de la comunidad intelectual, pero no sólo de.ella. Un estudio de RodericA. Camp (1982) sobre los intelectuales contemporáneos en México nos provee de un ejemplo. Para responder a la pregunta de quiénes son los intelectuales en este país, Camp llevó a cabo una encuesta entre tres grupos: académicos norteamericanos especializados en México, políticos mexicanos e intelectuales mexicanos, y a cada uno de los encuestados les solicitó una lista de las personalidades que consideran destacadas en la vida intelectual mexicana desde 1920 a 1980. De las respuestas obtenidas confeccionó tres listas de acuerdo con los nombres más citados dentro de cada uno de esos grupos. Al analizar los tres conjuntos, Camp hará varias observaciones: que las listas sólo concordaban parcialmente; que era mayor la coincidencia entre los mencionados por los académicos norteamericanos y los intelectuales mexicanos, que los que surgían de las listas de políticos; que éstos apreciaban más a los abogados que a los literatos, y a intelectuales que se consagraban al servicio público que a los independientes, muy valorados, a su vez, por los intelectuales que respondieron a la encuesta; en fin, que en el juicio de los académicos norteamericanos pesaba mucho que los autores hubieran sido traducidos en los Estados Unidos. Sobre la base de los nombres más frecuentemente citados en las tres listas, Camp estableció el cuadro de lo que titula la élite intelectual mexicana entre 1920 y 1980, un
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elenco de 53 figuras que encabezan José Vasconcelos, Octavio Paz, Vicente Lombardo Toledano y Daniel Cosía Villegas. El número de los integrantes de ese vértice podría ser mayor (por ejemplo, si se sumaran todos los nombres citados en las respuestas de los tres grupos encuestados por Camp), pues los límites del espacio central nunca son estrictos ni estables. Podría además ampliarse el foco y prestar atención no sólo al centro sino también a la periferia, o aun registrar sobre todo a los que desconocen o desafían la autoridad del centro. Ciertamente: poner en entredicho las jerarquías culturales instituidas y proclamar una legitimidad alternativa, llamando la atención sobre obras o autores marginales, es una estrategia también practicada por los intelectuales latinoamericanos. De todos modos, siempre se trataría de la rehabilitación de individuos y círculos restringidos. Que el reconocimiento no alcance por igual a toda obra y a toda trayectoria, que los laureles de la historia, como dice Carlos Monsiváis, se distribuyan sólo entre unos cuantos, es lo que habilita el uso de la noción de élite intelectual, que no se emplea para juzgar una orientación ideológica aristocratizante -hay élites populistas y desde la tercera década del siglo xx el populismo es una de las tradiciones intelectuales fuertes en América J atina sin..a para indicar un lugar en el diferenciado espacio de la cultura. Más allá de lo que enseñe sobre la vida cultural mexicana, el estudio de Camp nos hace ver igualmente algunos hechos de.akance más 8.enef'al in primer lugar, que el intelectual no tiene una sola audiencia, un solo público, y que los criterios de los propios intelectuales para juzgar la relevancia de sus pares no son los mismos que rigen para aquellos que, si bien se interesan por las ideas y discuten las definiciones sobre la marcha del mundo que producen los intelectuales, no giran en la órbita de la vida intelectual. En segundo término, que el concepto de intelectual resulta irreductible al de una categoría socioprofesional.pues con esetérmino se agrupa y se identifica a un abigarrado conjunto de personas que poseen conocimientos especializados y aptitudes cultivadas en diferentes ámbitos de expresión simbólica (literatura, humanidades, derecho, artes, ete.), y que proceden de diversas profesiones. A manera de conclusión de estas consideraciones preliminares podemos extraer un perfil de los intelectuales, un esbozo que no vale sino como una primera aproximación a nuestro tema, el de su historia en América Latina. Los intelectuales son personas, por lo general conectadas entre sí en instituciones, círculos, revistas, movimientos, que tienen su arena en el campo de la cultura. Como otras élites culturales, su ocupación distintiva es producir y transmitir mensajes relativos a lo verdadero (si se pre-
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fiere: a lo que ellos creen verdadero), se trate de los valores centrales de la sociedad o del significado de su historia, de la legitimidad o la injusticia del orden político, del mundo natural o de la realidad trascendente, del sentido o del absurdo de la existencia. A diferencia de élites culturales del pasado, sean magos, sacerdotes o escribas, la acción de los intelectuales se asocia con lo que Régis Debray llama grajoestera -es decir, con el dominio que tiene su principio en la existencia de la "imprenta,los libros, la prensa-o Su medio habitual de influencia, sea la que efectivamente tienen o sea a la que aspiran, es la publicación impresa (Debray, 2001: 75). Los intelectuales se dirigen unos a otros, a veces en la forma del.debate, pero el destinatario no es siempre endógeno: también suelen buscar que sus enunciados resuenen más allá del ámbito de la vida intelectual, en la arena política. Más aun, a veces quieren llegar a la sede misma del poder político. Como escribió WolfLepenies (1992: 8): "El intelectual es un viajero, pero de tanto en tanto quiere hacer también de maquinista". En América Latina y hasta avanzado el siglo XIX esa esfera de la cultura intelectual estuvo bajo el poder de los varones, fueran descendientes de familias de fortuna, herederos de un capital cultural o autodidactas "hijos de sus obras", como Sarmiento. Las mujeres no.,partici.Rarían en ella sino marginal mente. Sólo desde entonces, aunque lentamente, y sobre todo desde la segunda mitad del siglo xx, aquella supremacía comenzaría a reducirse. Por lo dicho hasta aquí, casi ni es necesario destacar que en esta visión el intelectual no es una fis.,ura eterna que atraviesa las épocas y las culturas, sino una especie'rnoderna,
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La noción de intelectual tiene una historia, una historia que se desarrolló en diferentes contextos sociales,culturales y políticos, yAmérica Latina fue uno de ellos. Tampoco aquí brotó de golpe, sin progenitores ni tradiciones. El hecho de que no contemos con una historia general de estos grupos en nuestros países no significa que no se haya hablado y escrito sobre ellos, sobre su papel en el pasado y su misión en el presente. Por el contrario, en torno de estas cuestiones se han construido varias genealogías que proporcionaron modelos e imágenes duraderos para la identificación de los intelectuales. Al menos hasta mediados del siglo xx, la concepción del hombre de letras como apóstol secular, educador del pueblo o de"la nación, fue segu-
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ramente el más poderoso de esos modelos que se encarnaban en ejemplos dignos de admirar como de imitar. El prototipo se forjó en la cultura de la ilustración y les proporcionó a nuestros ilustrados una imagen de su papel social. El discurso americanista se entretejió tempranamente con esa representación de los hombres de saber y en el panteón de las personalidades del continente añadió, junto a los héroes de la emancipación -los Libertadores-, a los héroes del pensamiento. A veces, como en este pasaje de Pedro Henríquez Ureña (1952: 25), los héroes de la palabra alcanzaban en ese panteón un lugar más elevado que los hombres de acción: La barbarie tuvo consigo largo tiempo la fuerza de la espada; pero el espíritu la venció, en empeño como de milagro. Por eso hombres magistrales como Sarmiento, como Alberdi, como Bello, corno Hostos, son verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los libertadores de la independencia. Al hablar de americanismo nos referimos a la empresa intelectual de estudio y erudición destinada a indagar, valorizar y promover la originalidad de América Latina, tal como se la podía descubrir en su literatura y en los legados de su historia cultural. La oda Alocución a laPoesía, de Andrés Bello, aparecida en Londres en 1823, suele ser citada como acta de nacimiento del americanismo, una tradición en que se inscriben los nombres de José María Torres Caicedo en Colombia, el de Juan María Gutiérrez en la Argentina, ya la que el uruguayo José Enrique Rodó va a conferir sentido militante (Ardao, 1996). En el siglo xx, la continuación y el cuidado de esta empresa tuvieron sus grandes nombres en Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón Salas y Alfonso Reyes.La vocación del americanismo no era conservadora. Se lo concebía como parte de una promesa utópica, la "utopía de América", que buscaba en el pasado no sólo valores a salvar del olvido, sino también los elementos que anunciaban su independencia intelectual o preparaban lo que debía ser su originalidad moderna. El agente por excelencia de esa obra era la "inteligencia americana", como llama Rodó -y Reyes despuésal cuerpo ideal de las minorías ilustradas, investidas de la misión de ofrecer luz y guía en un continente vasto, tumultuoso y rudo, inhospitalario para el espíritu. Ellas debían operar la síntesis entre la cultura europea y la realidad natural y cultural de América. La representación del hombre de letras como apóstol y visionario, que honra a su país con sus obras y lo inspira con su pensamiento y su acción cívica, cristalizó muy tempranamente. Se la encuentra ya bajo la pluma de Esteban Echeverría y Juan Bautis1a Alberdi en el Río de la Plata. La
INTRODUCCIÚN GENERAl
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imagen se convirtió en un paradigma influyente a la hora de evocar a los escritores y los pensadores de América Latina, al menos a los considerados mentores y guías, a los considerados Maestros. El modelo sirvió igualmente corno criterio valorativo para juzgar y eventualmente condenar a quienes no estuvieran o no hubieran estado a la altura de su papel. Fue lo que hizo el escritor e ideólogo aprista Luis Alberto Sánchez, que en los años treinta entabló un proceso a l se realizan gracias a los lenhos duros, filhos desses sertóes feios e escures r... [. ** y el respeto que Europa rendía tanto a la monarquía portuguesa como a su poderío económico se debe sobre todo a las colonias, en particular a Minas, "tierra bárbara, pero bendecida", que hombres de razas diversas se esfuerzan para hacerlas rendir:
Eles mudam aos rios as eorrentes, rasgam as scrras, tendo sempre armados da pesada alavanca e duro malho os fortes bracos feitos ao trabalho (Lapa, 1960: 33-38).H*
[Pasan, preciado amigo, de a quinientos/ los presos, que se juntan en la circcl.z Unos duermen encogidos en la ttcrra.z mal cubiertos con los trapos, que mojaran/ de día en el trabajo; los otros,! todavía mal sentados, descansan/ las pesadas cabezas en los brazos/ sobre sus rodillas cruzadas.] [leños duros,! hijos de esos sertones feos y oscuros ... ] ¡Ellos cambian de los ríos las corrientes,/ rasgan las sierras, y tienen siempre armados/ con la pesada palanca y el duro mazo/los fuertes brazos hechos al trabajo.]
BRASIL: LITERATURA E "INTELECTUALES" EN El PERíODD COLONIAL
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Durante el siglo XVIII, la literatura fue un vehículo importante para la expresión de la conciencia de que los habitantes de América se iban tornando sustancialmente diferentes de los del reino, quienes vivían en la metrópolis de un imperio del que se consideraban sus señores y,por ello, mejores que todos los demás súbditos. Entre 1789 y 1798,en el contexto de las revoluciones burguesas que sacudieron a tantos pueblos a ambos lados del Atlántico, en la América portuguesa se produjeron tres movimientos, considerados entonces como Inconfidencias, en los que el sentimiento de la particularidad americana -en este caso, un sentimiento regionalizado que se expresó en Minas Gerais (1789), en Río de [aneiro (1794) yen Bahía (1798)- ganó cuerpo en los escritos, en las discusiones y, en grados variables, en la rebeldía de varios letrados importantes. Si bien no se va a evaluar aquí la radicalidad de esos movimientos, hay que señalar que, a la luz de los estudios más recientes, parecería cada vez más evidente que entre aquellos hombres eran pocos -si es que hubo alguno- los que pensaban verdaderamente en la ruptura con Portugal. Más bien, pretendían una participación mayor y más efectiva en los cuadros de la administración americana, así como en la representación -según el modelo norteamericano- en los organismos que dirigían el imperio desde Lisboa. Entre 1789 y 1808,pensaron, con certeza, que el Brasil debería ser el gran socio de Portugal en la constitución de un imperio lusobrasileño. En 1808, la llegada de la corte provocó grandes cambios. Las naves que traían a la familia real también trajeron los cofres que contenían la mayor parte de la documentación burocrática esencial para el gobierno del imperio, las máquinas para la puesta en marcha de la Imprenta Regia, los libros que dieron origen a la Biblioteca Nacional, que aún hoy continúa existiendo. Los Braganza no trajeron consigo los cursos de enseñanza superior, que sólo fueron creados en el siglo XIX, pero, en cuanto al resto, estaban dados todos los elementos para que el espacio público se ampliase y surgiese un nuevo tipo de "intelectual", como el periodista Hipólito José da Costa, que pasó buena parte de su vida escribiendo desde Londres pero contó con el apoyo de sectores de la monarquía: un intelectual más activo, más comprometido, más radical. Pero si bien fue mucho lo que cambió, no cambió todo, y ello ni siquiera hubiese sido posible. Los hombres de letras aún permanecieron por más de un siglo aferrados al orden, a las convenciones, a las élites de las que todos habían salido. Estas breves consideraciones sobre el letrado lusoamericano, o lusobrasilcño de los tiempos coloniales también pretenden constituir un aporte para profundizar, en una claveeminentemente histórica, la reflexión acerca
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del complejo papel del intelectual en la sociedad brasileña. Parte de lo que hoy somos, con nuestras cualidades y con nuestros muchos defectos, viene, al parecer, de muy lejos.
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BRASil: lIHRAIURA E "INTELECTUALES" EN EL PERIoDO (OLONIH
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11 Élites culturales y patriotismo criollo: prensa y sociedades intelectuales
El letrado patriota: los hombres de letras hispanoamericanos en la encrucijada del colapso del imperio español en América Jorge Myers
DEFINICIONES HISTÓRICAS: PATRIOTAS y LETRADOS
Entre la década de 1780 -cuando la independencia norteamericana, primero, y la Revolución Francesa, luego. conmovieron los cimientos del antiguo régimen europeo y transatlántico- y la de 1820, cuando el derrumbe definitivo de esa monarquía en suelo americano transformó súbitamente el entorno institucional y político en cuyo interior ellos debían actuar, los escritores públicos hispanoamericanos, hasta ese momento enmarcados dentro de las instituciones culturales y académicas del imperio español, y constituidos en un estamento colocado al servicio de la monarquía y de sus representantes en América, experimentaron una transformación profunda en su situación y en sus atributos. Esa transformación dio origen a una categoría particular de escritor público: el letrado patriota. Obligados a pronunciarse acerca del futuro rumbo de sus respectivas tierras de origen -es decir, de sus patrias- como consecuencia de la profunda crisis generada en la monarquía española por la invasión napoleónica y la doble revolución que siguió en su estela -la de los constitucionalistas de Cádiz y la de las insurgencias autonomistas y republicanas en suelo americano-e, los letrados se vieron arrojados hacia una situación inédita que los obligó a asumir la compleja tarea de actuar con cierta autonomía (relativa y sujeta a distintas intervenciones represivas) frente a los poderes públicos y a convertirse en artífices -más aun que en voceros- de las nuevas identidades regionales que comenzaban a surgir de las ruinas del imperio caído. El proceso mediante el cual surgió esta nueva figura de escritor público fue sumamente complejo y atravesó al menos tres etapas: la de los primeros defensores de las cualidades positivas de los americanos frente a la crítica o el desprecio peninsular -entre los cuales descollaron como grupo los jesuitas expulsados del continente americano-, la de los llamados "precursores",
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quienes en el contexto ambivalente y de incierto porvenir que se abrió con los comienzos de la crisis del antiguo régimen defendieron primero la igualdad de los derechos de los súbditos hispanoamericanos del rey frente a los de sus súbditos peninsulares, para luego convertirse en los primeros voceros -aislados y de escaso impacto político- de una posible renegociación del pacto de dominación colonial-cuyas alternativas iban desde una mayor participación en las decisiones imperiales hasta la independencia plena-, hasta desembocar finalmente en la novedosa figura de los letrados al servicio del nuevo régimen, cuyo estatuto en relación con los nuevos poderes se habría visto sustancialmente modificado en el sentido de una mayor autonomía de maniobra (sin que los complejos lazos de subordinación a los mismos hubieran sido enteramente desatados). El elemento común a los tres momentos de este proceso fue la constitución del escritor letrado en un "intelectual" cuya tarea se definía primordialmente por su calidad de "vocero" de lo que percibía como los intereses de su patria natal. Si se examina cuidadosamente la trayectoria de una selección representativa de estos "patriotas letrados", una conclusión que emerge con gran fuerza es que fue el cambiante contexto político y sociocultural -con sus amenazas, sus presiones y también sus oportunidades- el que determinó su transformación en patriotas) y no el marco ideológico específico con el que ellos pudieron haberse identificado de antemano. Esta observación no implica que las opciones ideológicas les hayan sido indiferentes ni que lo hayan sido en relación con las consecuencias de su accionar -ellas sin duda ejercieron un papel central-, sino que su condición de "patriotas" surgió independientemente de aquellas opciones. Más bien, esas opciones surgieron como parte de la necesidad de negociar su posicionamiento en el interior de un panorama marcado por cambios vertiginosos y de resultados inciertos. Cada uno de estos escritores, con los mayores o menores recursos culturales que pudo haber obtenido de su formación bajo la colonia, debió definir su identidad ideológica en el marco de un universo sociocultural y político cuyos contornos se habían vuelto de pronto imprevisibles y ambiguos. Algunos, como los jesuitas que escribieron las primeras historias reivindicativas del pasado americano -precolombino y/o colonial-, por ejemplo el novohispano Francisco Javier Clavijero (1731-1787, exiliado en Italia en 1767), o el abate chileno luan Malina (1740-1829), articularon una descripción y la defensa de sus patrias de origen utilizando exclusivamente las herramientas intelectuales que les ofrecía la herencia intelectual católica -marcada en el caso de los jesuitas por una fuerte inflexión filosófica neoescolástica o suarista, y por una tradición de estudios históricos y filológicos moldeada en los cánones de la temprana moderni-
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dad-o Otros. de aquella primera generación pero cuya obra fue elaborada en un período algo posterior, como el también jesuita Juan Pablo Viscardo y Gnzmán (1748-1798) -pernano de origen y autor de la célebre Carta a los hispanoamericanos publicada por el venezolano Francisco de Miranda (1750-1816) por primera vez -en francés- en 1799, lo hicieron empleando un lenguaje y un sistema de referencias intelectuales que hundían sus raíces en la ilustración, razón por la cual David Brading lo ha apodado "un patriota criollo y un philosophe". Entre los llamados "precursores", muchos de los cuales comenzaron su carrera pública corno parte de la segunda carnada de letrados patriotas antes mencionada y la concluyeron entre los iniciadores de la tercera, primó un clima de ideas fuertemente marcado por la ilustración y por los debates desencadenados por la Revolución Francesa y sus repercusiones europeas: sin embargo, también entre este grupo aparecen figuras como el mexicano Fray Servando Teresa de Mier (1763-1827), cuya formación académica inicial no se diferenció demasiado de la que pudo haber recibido cnalqnier letrado del "Siglo de Oro" o del barroco maduro hispanoamericano. En el caso de este último letrado, su primer contacto sistemático con el cuerpo de ideas emanadas de la ilustración dieciochesca recién tuvo lugar durante su exilio en Filadelfia en la década de 1820, cuando ya hacía muchos años que se había convertido en uno de los principales defensores letrados de la insurgencia mexicana e hispanoamericana. Finalmente, si las opciones por una u otra filiación ideológica.se volvieron más complejas luego de 181011812, mientras que la relación entre los propósitos perseguidos a priori por los letrados, los escritores públicos, y su preferencia por uno u otro sistema doctrinario -un republicanismo de raíz rousseauniana o un liberalismo inspirado en las doctrinas de Benjamin Constant, una consustanciación con la tradición constitucionalista de Cádiz o con el federalismo de raigambre norteamericana- se volvía más directa, más estrecha, no por ello dejaron de estar en gran medida determinadas -opciones y relaciones- por su posición específica en el marco del nuevo sistema de alianzas y de enfrentamientos a que la revolución había dado lugar. Si bien hubo algunos letrados -corno regla general una minoría, integrada en muchos casos por aquellos, como Mariano Moreno (1778isu), que quedaron excluidos de un rol público en un momento temprano de la revolución- que se mantuvieron "fieles" a los principios que inicialmente habían sostenido, la tendencia más general fue hacia cierto pragmatismo, cierta labilidad doctrinaria. Los cambios bruscos de posición ideológica, el eclecticismo conceptual, la ambivalencia discursiva, fueron la marca dominante aun entre los miembros de la tercera camada de patriotas letrados. Trayectorias como las de Simón Bolívar (1783-1830),
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Andrés Bello (1781-1865), Vicente Rocafuerte (1783-1847), el padre Félix Varela (1788-1853), o (para tomar el ejemplo de un intelectual cuya trayec-
toria corresponde al cierre del ciclo más que a su inicio) el padre JoséMaría Luis Mora (1794-1850) estuvieron marcadas por constantes virajes ideológico-políticos en función de su relación concreta -en términos de su posicionamiento en elinterior de un campo de fuerzas en pugna- con la cambiante realidad política y en función también de la interpretación que ellos hacían de la misma. Cabe subrayar además que si no todos los publicistas que contribuyeron a redefinir la función intelectual del escritor público mediante su identificación con un ideal "patrio" fueron ilustrados ni emplearon herramientas intelectuales que hoy asociamos con una tradición "moderna" de discusión, tampoco todos los intelectuales hispanoamericanos ilustrados pueden ser considerados ni "precursores" ni "letrados patriotas", como con frecuencia ha ocurrido, sobre todo en la historiografía previa a los años ochenta. Un hombre político, un funcionario, fuertemente identificado con las ideas de la ilustración, como luan Pablo de Olavide (1725-1803),
aristócrata peruano al servicio del rey, difícilmente puede ser considerado un publicista "patriota", y ello a pesar de su ruptura con la monarquía y su alineamiento con la Revolución Francesa luego de haber sido condenado por la Inquisición española como hereje. Aunque el elenco de "patriotas letrados" es vasto -por sólo mencionar algunos autores, además de los ya referidos, están, entre otros, el venezolano Simón Rodríguez (1771-1854), el argentino Manuel Belgrano (17701820), el chileno Juan de Egaña (1768-1836), el peruano/argentino Bernardino Monteagudo (1785-1825), el "oriental" Dámaso de Larrañaga (1771-1848,
consejero durante un tiempo del caudillo José Gervasio de Artigas), el altoperuano Vicente Pazos "Kanki'' (1779-¿1851?), el colombiano Francisco de Paula Santander (1792-1840), los centroamericanos José Cecilia del Valle (1776-1834) y Antonio José Irisarri (1786-1868), o los mexicanos Andrés Quintana Róo (1787-1851), Manuel Crescencio Rejón (1799-1849), Lorenzo de Zavala (1788-1836), Carlos María de Bustamante (1774-1848), entre muchí-
simos otros-, este trabajo se organiza alrededor de un reducido número de figuras, todas ellas emblemáticas de las distintas trayectorias posibles que pudo haber seguido la carrera de un "letrado" entre 1780 y 1820: Fray Servando Teresa de Mier, Vicente Rocafuerte, Mariano Moreno, y el "precursor" neogranadino, Antonio Nariño (1760-1823). Han quedado excluídos de esta exposición los "letrados patriotas" de la primera etapa por el hecho de que la problemática que suscitan implicaría la necesidad de un trabajo más largo y complejo de lo que las dimensiones de este libro per-
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mitirían. También han sido excluidos de este texto los tres principales "patriotas letrados" de Venezuela -Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Andrés Bello- en función de consideraciones semejantes: la complejidad de su trayectoria política e intelectual haría demasiado extenso y complejo un texto que aspira a la síntesis expositiva -y ésta es también la razón por la que no aparecen otras importantes figuras rioplatenses, mexicanas o chilenas-o Cada uno de los tres patriotas venezolanos ostenta una carrera tan amplia y de significados y repercusiones tan complejos que ofrecerles menos que un libro sería una injusticia póstuma.
UN PRECURSOR: ANTONIO NARIÑO y LA CAMBIANTE DEFINTCIÓN DE LA IDENTIDAD DE LOS ESPAÑOLES AMERICANOS
Nacido en el seno de una familia de los sectores menos pudientes de la élite de Nueva Granada, Antonio Nariño hizo una carrera meteórica en la burocracia colonial de aquel virreinato: en 1789, a los 29 años, fue nombrado tesorero real del virreinato por el virrey Ezpeleta (1789-1797), un funcionario vinculado al sector "ilustrado', y con quien en un primer momento Nariño mantuvo una estrecha relación. Casi al mismo tiempo se le encomendó el lucrativo puesto de director del estanco de quinina. Simultáneamente con sus tareas de funcionario público participó activamente en la incipiente transformación de los espacios de sociabilidad intelectual. En un momento en que los ámbitos de sociabilidad más tradicionales, como la universidad y las academias, comenzaban a perder algo de la centralidad que habían ostentado en épocas anteriores, Nariño ejerció un rol directo en la creación de "tertulias ilustradas", es decir, centros de reunión ubicados en casas particulares de miembros de la élite letrada donde se discutía la producción intelectual europea e hispanoamericana, y sobre todo aquélla vinculada con el movimiento de la ilustración. La "tertulia del Casino", por ejemplo, fundada en su casa en 1789, revistió un carácter público. Otras tertulias públicas, como aquélla denominada por los contemporáneos la "tertulia Eutropélica"; en cuyas reuniones participó el célebre botánico José Celestino Mutis, llegaron a editar periódicos: uno de los primeros periódicos neogranadinos, el Papel Periódico, una publicación de difusión del pensamiento ilustrado, pasó a ser editado por esa tertulia a partir de su número 86 (1793). Junto a las tertulias abiertas al público
letrado en general, comenzaron a surgir en esa misma época -a veces en relación con la expansión del movimiento masónico, a veces como centros
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de conspiración inspirados en las propuestas de las revoluciones norteamericana y francesa- tertulias o asociaciones clandestinas, como la "tertulia del Santuario", formada por el círculo áulico de la tertulia del Casino. Miembros de ambas tertulias -Ia pública y la secreta- habrían fundado en algún momento entre 1789 y 1793 una agrupación con fuertes tintes masónicos, "el Arcano Sublime de la Filantropía". En sus reuniones, además de Nariño y otros ilustrados neogranadinos, estuvo presente un francés que más tarde sería acusado de conspirar contra el régimen establecido, Luis de Rieux. Fue en el contexto de esta emergencia de nuevos patrones de sociabilidad intelectual que Nariño tomó la decisión de publicar en 1793 una traducción al español de Losderechos del hombre y del ciudadano promulgados por la Asamblea Nacional Francesa, una iniciativa que marcaría el futuro rumbo del hasta entonces relativamente exitoso burócrata colonial. Según ciertas versiones en que se amparó la posterior acusación al funcionario, se habrían publicado 400 ejemplares. Según versiones favorables a la defensa de Nariño, se habrían destruido todos los ejemplares excepto uno antes de entrar en circulación, o sólo se habría llegado a imprimir un ejemplar antes de que las autoridades decidieran intervenir. Nariño fue inmediatamente colocado bajo prisión preventiva mientras avanzaba su proceso, con lo que comenzó un peregrinaje por distintas prisiones y confinamientos, marca común en la trayectoria vital de gran parte de los "letrados patriotas" activos en los años de la crisis y del derrumbe del imperio español. Recién en 1795 pudo presentar su defensa, un alegato redactado por él, y que constituye el primer escrito político importante del futuro presidente de Cundinamarca. Más importante que el gesto -hasta el presente muy debatido en cuanto a su intencionalidad última- de publicar un texto que, aunque mal visto por las autoridades españolas, ya había conocido traducciones públicas previas en periódicos de la Península, fue la argumentación desarrollada en su defensa. Allí emerge con toda claridad que la condición identitaria que Nariño reconocía como propia era la de súbdito del monarca español y por ende de ciudadano del imperio. Acerca de su publicación, objeto del proceso a que fuera sometido, alegó lo siguiente (Nariño, 1946: 40):
res un] papel que nada contiene, que ya no esté impreso y publicado en esta corte, donde se han impreso y publicado otros infinitamente peores, y todos corren libremente por el espacio inmenso de la monarquía. Vuestra Alteza se dignará comparar, juzgar y decidir si a la vista de los papeles que corren en la Nación, será un delito la publicación delos Dereehasdel hombre. Y si yo, por haberlo sólo querido publicar, hab" mere·
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ciclo la dilatada prisión que ha cerca de once meses que estoy padeciendo, y los infinitos daños que he sufrido en mis intereses, en mi familia, en mi salud, mi honor, cuando los autores y redactores de semejantes escritos se hallan libres de tantas calamidades que a mí me afligen, quizá con aceptación y fortuna por haberlos publicado. Uno es el piadoso Monarca que a todos nos gobierna; unos mismos somos todos sus vasallos; unas son sus justas leyes; ellas no distinguen el premio ni el castigo a los que nacen a los cuatro grados y medio de latitud, de los que nacen en los cuarenta: abrazan toda la extensión de la monarquía, y su influencia benéfica debe comprender igualmente a toda la Nación l...]. Es decir que en 1795, antes que considerarse a sí mismo un precursor de la independencia -a diferencia de otros autores, corno Miranda o Viscardo, que por esos mismos años ya comenzaban a enunciar públicamente esa posibilidad-, se veía como un defensor de la igualdad de los derechos de los súbditos españoles de ambos lados del Atlántico. La"nación" a que pertenecía era la "nación española", es decir el imperio. El otro argumento de cierta densidad que contenía ese escrito, de menor importancia desde la perspectiva que aquí se desea explorar, aunque sin duda un indicio claro del punto de partida de su periplo ideológico de los años posteriores, fue su afirmación de que no había nada que la Declaración contuviera que no estuviera ya consagrado por la "benéfica" tradición legal y constitucional española. Sobre la base de este enunciado, si otro hubiera sido su destino concreto podría haber desembocado a110s más tarde en una posición próxima a la de los constitucionalistas de las Cortes de Cádiz, Sin embargo, considerando sin fundamento los argumentos que el reo esgrimiera en su defensa, fue hallado culpable por el tribunal que lo juzgaba de sedición, traición y rebeldía contra el gobierno y sentenciado a la confiscación de todos sus bienes, a un exilio perpetuo de Nueva Granada ya prisión perpetua en un presidio del Viejo Mundo. Su abogado defensor, Ricaurte, también fue condenado, por supuesta complicidad con su defendido, a diez años de prisión, durante cuyo transcurso falleció. Trasladado en 1796 a España, donde debía purgar su pena en el presidio de Cádiz -entonces considerado uno de los más arduos-, Nariño logró escapar del buque que lo conducía al llegar éste a puerto, y se dirigió a Madrid, donde peticionó directamente al monarca -Carlos IV (1788-1808)- para que le permitiera ser juzgado por el propio Consejo de Indias. Godoy, el favorito del rey, desaconsejó tal medida por imprudente. Desahuciado de toda esperanza en España, huyó a la Francia republicana, y llegó a París en julio de 1796. Permaneció en Prancia hasta mediados de 1797, con via-
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jes intermitentes a Gran Bretaña. En París mantuvo contactos con un miembro importante del Directorio, Tallien, a través de la amante de éste, Teresa Cabarrús, aristócrata española. Regresó de incógnito a Nueva Granada a mediados de 1797 con la intención de fomentar una rebelión -convertido por la fuerza de su propia circunstancia en "precursor" de la independencia-, pero al poco tiempo perdió toda esperanza de éxito -claro indicio del aislamiento social de los "precursores" en los años anteriores al colapso de 1808- y se vio obligado a entregarse a las autoridades el 19 de julio de ese mismo año. En prisión en Nueva Granada desde 1797 hasta 1803, fue puesto en libertad condicional por razones de salud durante ese último año. Entre 1803 y 1807 libró una batalla judicial para lograr que al menos una parte de sus bienes confiscados le fueran restituidos. Sin embargo, en 1809 fue arrestado nuevamente por estar implicado en la creación en agosto de ese año de la Junta de Quito. Condenado a muerte, permaneció en prisión bajo condiciones extremas hasta mayo de 1810. Puesto en libertad una vez más por motivo de su salud (aunque en este caso también pesara la in~ertidumbre creciente acerca de la situación política del virreinato), se declaró partidario abierto de la creación de la Junta de Gobierno en Santa Fe de Bogotá el 20 de julio de 1810. Durante sus años en prisión había producido varios escritos con propuestas concretas de reformas económicas y políticas (sólo publicados más tarde), y ahora se unió a la emergente falange de periodistas políticos que proliferaron al amparo de una mayor libertad de prensa. A partir de 1810 comenzaba la etapa más activa de su vida como letrado y como político. Dedicado a recuperar su salud y sus bienes entre diciembre de 1810 y julio de 1811, fundó entonces La Bagatela, un semanario que duró 38 números, hasta su cierre en abril de 1812. De tendencia antifederalista, utilizó su periódico para colocarse a la cabeza de la oposición al primer presidente de Cundinamarca, Jorge Tadeo Lozano. A partir de su primer número, La Bagatela insistió en la necesidad de una inmediata declaración de la independencia, prédica que contribuyó a la realización efectiva de la declaración de independencia del 20 de julio de 1813, cuando ya el propio Nariño era presidente de Cundinamarca -una de las soberanías políticas que emergieron del colapso del Virreinato de Nueva Granada (otras fueron, del lado patriota, las Provincias Unidas, la efímera República de Cartagena y la igualmente efimera de Tunja, mientras que del lado realista otro conjunto importante de provincias se mantuvo leal al virrey, entre ellas Pasto y Panamá)-. En un clima de lucha política crecientemente facciosa y marcada por las tensiones generadas por la emergencia de la guerra entre «patriotas" y "leales", por un lado, y entre los propios "patriotas",
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por otro lado, su periódico defendió la creación de un fuerte poder central emanado de un sufragio masculino lo más amplio posible -sostuvo que uno de los propósitos de la revolución había sido que hasta los artesanos y los zapateros pudieran votar como ciudadanos- y apoyado en una amplia libertad de prensa. Otros periódicos que también contribuyeron a crear el nuevo espacio sistémico de debate público y de lucha de ideas entre los letrados fueron el Diario Político, también centralista y editado en Bogotá, cuyos directores fueron Joaquín Camacho y Francisco José de Caldas -otra figura descollante entre la élite ilustrada de los últimos años del virreinato- (46 números aparecieron entre el 27 de agosto de 1810 y el 10 de febrero de 1811), y el periódico ElArgos, de tendencia federalista y editado en Cartagena. Como resultado de su prédica periodística, el 19 de septiembre de 1811 Antonio Nariño se convirtió en el segundo presidente de Cundinarnarca, puesto que ocupó hasta 1814. En 1812 recibió poderes dictatoriales otorgados por la Legislatura para hacer frente a la amenaza simultánea de los secesionistas de la Confederación de Tunja y de los realistas que aún controlaban importantes zonas del territorio neogranadino. En 1813, se convirtió en general en jefe del ejército de Cundinamarca, a cuya cabeza marchó contra los realistas. Luego de una larga y desastrosa campaña militar, el ahora general Nariño debió rendirse, Yvolvió a prisión el 14 de mayo de 1814. Luego de una serie de prisiones en las Américas fue trasladado a la prisión de Cádiz, donde permaneció entre 1816 y 1820, cuando el gobierno liberal establecido como consecuencia del pronunciamiento de Riego lo puso en libertad. Retornado a su patria -aureolado por su fama de "precursor" y "fundador" de la patria neogranadina- fue nombrado por Simón Bolívar, quien veía en él a un político poco peligroso como rival pero de gran prestigio, vicepresidente en ejercicio de la presidencia de Nueva Granada entre 1821 y 1823. Es decir, ante la ausencia de Bolívar. entonces en campaña, se convirtió en el primer mandatario en ejercicio y en un freno para las ambiciones políticas de un enemigo del Libertador, Francisco de Paula Santander. En ese carácter, inauguró el Congreso de Cúcuta, que en 1821 redactó y promulgó la constitución de la Gran Colombia. En 1823. como consecuencia de una lucha facciosa cuyo sentido ya no atinaba a comprender plenamente, debió hacer frente a graves acusaciones acerca de su gestión, que lo llevaron nuevamente a un juicio, en el que fue absuelto, lo que le permitió asumir el cargo de senador nacional. A fines de ese año falleció.
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DE FRAILE HEREJE A DEFENSOR DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA: FRAY SERVANDO TERESA DE MIER
Si el entorno ideológico de! que había surgido Nariño estuvo marcado casi enteramente por la circulación de las ideas de la ilustración y de los revolucionarios franceses, otro fue e! origen intelectual de uno de los principales letrados patriotas mexicanos, Fray Servando Teresa de Mier. Nacido en Monterrey, ciudad de provincia de! Virreinato de Nueva España -una marca que se repetiría en e! caso de gran parte de los líderes insurgentes-. procedía -como ha enfatizado Christopher Domínguez Michael (2O(4) en su excelente biografía de este prócer- de un linaje emparentado con la élite más encumbrada de su ciudad. Su padre, pariente lejano de una familia del mismo apellido perteneciente a la nobleza española, realizó una exitosa carrera burocrática en la propia provincia natal del futuro Fray Servando, mientras que su madre, según el hijo escritor -quien por cierto no era ajeno al arte de la fabulación-, habría sido una descendiente directa de! rey azteca, Cuauhtémoe. A los 16 años se trasladó a la ciudad de México, y allí, en 1779, ingresó en la Orden Dominicana, donde recibió una educación católica tradicional. En 1792, luego de completados sus estudios y de haber entablado relaciones estrechas con algunos círculos de la élite eclesiástica y civil, se le concedió la licencia para predicar. Consecuencia de su vertiginoso ascenso social y profesional, hasta formar parte de los sectores eclesiásticos más próximos al virrey y al arzobispo, pronunció en 1794 ante éstos y todas las corporaciones eclesiásticas y civiles el célebre Sermón que, al igual que el gesto ilustrado de Nariño, marcaría el comienzo de sus desgracias personales. Allí, enfrentado a la ortodoxia reinante en la iglesia mexicana, y apoyándose por una parte en una extraña mélange de fuentes donde aparecían desde escritos apócrifos de Santo Tomás, apóstol de la India, hasta textos de Athanasius Kircher, y por otra parte en la interpretación de toda aquella tradición heterodoxa que había sido elaborada por un oscuro personaje -Iosé Ignacio Borunda, una suerte de Menocchio mexicano de clase media-, sostuvo que el propio Santo Tomás habría sido el introductor del culto a la Virgen de Guadalupe en México -una virgen de tez oscura que pocos años después de la conquista había permitido una fusión sincrética entre el culto indígena a la diosa Tonantzín y e! católico a la Virgen María-. La reacción de las autoridades fue contundente. Se le suspendió la licencia para predicar y fue sometido a un proceso eclesiástico. Pocos meses después, en 1795, fue condenado a pena de prisión, primero en México y luego en el presidio de San Juan de UJú•. De .UI fue transportado a Cádiz, donde luego de un breve periodo de libertad con-
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dicional fue otra vez reducido a prisión, esta vez en la también notoria cárcel de Las Caldas. Permaneció preso hasta 1800. Luego de años sin que se dictara una sentencia clara en su contra, fue puesto en libertad como consecuencia de una recomendación de la Real Academia de la Historia, que consideró que si bien sus argumentos podían ser erróneos no podían ser desechados a priori, ni considerados motivo de prisión. Sin embargo, mientras se le preparaba un nuevo juicio, huyó del convento en la ciudad de Burgos donde en el ínterin había sido confinado, para pasar a residir, al igual que Nariño algunos años antes, en la Francia napoleónica, donde permaneció entre 1800 y 1802. Según su propio relato ~que muchas veces es tan poco confiable que roza lo novelesco- habría sostenido allí una disputa teológica en un templo judío, cuyo éxito fue tan fulminante que una bella, joven y muy rica mujer de aquella colectividad le habría propuesto matrimonio: desenlace que por respeto a sus votos habría rechazado terminantemente. En París conoció a Simón Rodríguez, el antiguo maestro de Bolívar, y juntos abrieron una academia para enseñar español. Su primer contacto directo con la cultura europea moderna se produjo entonces: hasta esa fecha había habitado un universo cultural conformado enteramente por las creencias y las enseñanzas del catolicismo. Para obtener recursos, tradujo el Atala de Chateaubriand, y a partir de ese momento comenzó una serie de viajes, uno de cuyos resultados fue su transformación en un letrado defensor de la independencia de los americanos. Para resumir, estuvo en 1802-1803 en Italia, donde fue secularizado. No se conoce bien el motivo de su regreso ese año a España, donde fue inmediatamente arrestado y pasó en la cárcel los años 1803-1804. Puesto en libertad, permaneció en España entre 1804 y 1805. Finalmente, en la etapa final de ese tenso interludio entre su vida de fraile y su nueva carrera de letrado patriota, entre 1805 y 1808 pasó a residir en Lisboa. Su vida propiamente política comenzó entre 180S y 1811, cuando en calidad de capellán militar decidió unirse a la guerrilla catalana que luchaba contra el invasor francés. Fue en ese contexto que, esta vez por brevísimo tiempo, fue apresado por los franceses (1809). En 1811, crecientemente identificado con la causa de la insurgencia mexicana y cada vez más enemistado con la actitud española ante el movimiento de creación de juntas en las colonias americanas, decidió trasladarse a Inglaterra, donde residió hasta 1814, y donde participó en una polémica con el liberal español José Blanco White acerca de la política seguida por los liberales españoles en relación con las Américas. Durante su temporada inglesa, terminó de redactar su primera obra de gran envergadura. publicada en 1813: la Historia de
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la revolución de Nueva España. En aquel texto -su segunda intervención pública como letrado defensor de la independencia arnericana-, luego de aludir a la grave crisis por la que atravesaba la lucha americana, procedió a defenderla con distintos argumentos, entre los cuales elmás enfático -que retomaba y actualizaba la posición de un autor muy admirado por él, Bartolomé de Las Casas- fue su señalamiento de la falta de títulos legítimos de la monarquía española a la posesión de sus territorios de América. Enfatizando que los rebeldes eran los descendientes de los indígenas despojados de sus derechos soberanos a partir de la conquista, invocó el clásico argumento humanista según el cual la conquista no genera derechos de parte del conquistador ni obligación política de parte de los conquistados. En 1814, convertido ya en una figura pública entre los emigrados hispanoamericanos, pasó brevemente a París, para luego retornar a Londres. Durante aquellos años llegó a aceptar, aunque sólo por muy breve tiempo, los argumentos del abate de Pradt en favor de la monarquía constitucional como mejor forma de gobierno para los nuevos estados americanos, y además se declaró -posición consecuente con la anterior- admiradar del sistema constitucional británico. Sin embargo, a partir de su residencia (entre 1816 y 1817) en los Estados Unidos, se convirtió lentamente -no sin reparos y con cierta vacilaciónen un republicano fervoroso. Junto con Francisco Javier Mina, uno de los líderes militares de la insurgencia mexicana (que a partir de 1816 había ingresado en una etapa de progresiva derrota), organizó y participó en una expedición militar contra el virreinato, cuyo fracaso lo precipitó una vez más hacia elinterior de una celda carcelaria. Su confinamiento duraría esta vez más de cuatro años: de 1817 a 1821. Trasladado a La Habana ese último año, pudo huir a Filadelfia,donde pasó a formar parte de la nutrida comunidad de exiliados hispanoamericanos (que en otro capítulo de esta obra estudia Rafael Rojas) que allí había fijado su residencia. Entregado a una febril carrera como publicista -en favor de la república en principio, aceptando el imperio por pragmatismo si resultaba el único modo de concretar la independencia de México- finalmente regresó en libertad a México como consecuencia del Plan de Iguala, que hizo de ese país un Estado independiente y de su autor, el general Agustín de Iturbide, emperador del mismo. En su Memoria Político-Instructiva, publicada en Filadelfia en 1821, había resumido sus argumentos en contra de la monarquía -basándose más en la iniquidad moral de los reyes bíblicos y su condena divina que en argumentos más recientes y laicos (aunque éstos, por cierto, no estaban del todo ausentes)-. Más aun, es en ese texto en el que había definido la identidad americana con la frase contundente: "todas nuestras madres
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fueron indias", A diferencia del primer Nariño, para el Mier tardío la brecha que separaba a la "nación española" de la "nación americana" era contundentemente clara e irreparable. Más por pragmatismo político que por sus principios, aceptó en 1822 reconciliarse con el régimen imperial, y se convirtió en diputado al Congreso Constituyente Mexicano. Descubierto por los agentes del emperador en plena actividad conspirativa contra éste -ya que su republicanismo no había cesado de radicalizarse luego del retorno a su patria natal-, padeció entre 1822 y 1823 su última prisión. Como consecuencia de la caída del efímero Agustín 1,pasó de la cárcel al segundo Congreso Constituyente, en calidad de diputado por Nuevo León (1823-1824).Alejadode la vida poli-
tica activa a partir de esa fecha, fue nombrado -tardía compensación por el acontecimiento que había dado inicio a su accidentada vida de perseguido político- "historiógrafo de la República mexicana" A diferencia de Nariño nunca se casó, ni quedó en sus numerosos escritos ningún indicio de atracción alguna que haya sentido por alguna mujer. En 1827, convertido en un "prócer" del nuevo régimen republicano y con un aposento permanente en el propio Palacio Presidencial -que le había sido concedido como un premio por sus esfuerzos propagandísticos en pro de la independencia y de la república- falleció en 1827·
DE ARISTÓCRATA ILUSTRADO Y DIPUTADO DE CÁDIZ A PATRIOTA HISPANOAMERICANO Y GOBERNANTE ECUATORIANO: VICENTE ROCA FUERTE
Vicente Rocafuerte nació en 1783 en el seno de uno de los clanes aristocráticos más poderosos de su ciudad natal, Guayaquil. Su padre, español de origen, había llegado a esa provincia en calidad de capitán del ejército real, donde se casó con María Josefa Tecla Rodríguez de Bejerano y Lavayén, hija de un capitán español y de una criolla emparentada con las familias aristocráticas de la región. El hermano de su madre llegó a ser elgobernador colonial de la provincia. La familia de Rocafuerte poseía haciendas productoras de caña de azúcar, tabaco y algodón y destilerías de aguardiente, y además de estar involucrada en varias empresas comerciales, era dueña de una empresa naviera. Según su propio relato, Rocafuerte se formó en un ambiente rodeado de esclavos, sirvientes y clientes familiares: una educación que, al parecer, sentía que lo preparaba para el mando. En 1793, gracias al apoyo financiero de un tío ingresó al Colegio de Nobles Ameri-
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canos en la ciudad de Granada, en España. De allí, a principios de 1800, pasó al College de Saint-Germain-en-Laye, fundado por Napoleón para la educación de la nueva nobleza imperial, donde fue condiscípulo de [éróme Bonaparte, hermano del emperador, y de otros miembros de la nueva élite imperial francesa. Durante su residencia en París, conoció además a Simón Bolívar,de quien fue un amigo de juventud. En 1805, la derrota española en la batalla de Trafalgar dejó a su familia sin medios para enviarle el dinero que financiaba sus estudios y su estadía en Europa, razón por la cual debió regresar a su Ecuador natal en 1807. Durante el curso de sus estudios, había recusado la carrera militar, para concentrarse en cambio en los estudios filosóficos, literarios y de lenguas clásicas y modernas. Heredero de la hacienda paterna "El Naranjito" se mantuvo al margen del movimiento insurgente que creó la Junta de Quito en 1809. Aunque le ofreció refugio a uno de los líderes de la misma luego de su supresión, toda su actividad de aquellos años indica que siguió formando parte del sector de la oligarquía criolla leal a las autoridades de Sevilla, primero, y de Cádiz, luego. Dedicado a sus empresas entre 1811 y 1812, viajó a Europa en ese último año por placer, y durante su estadía en España, en 1813, fue nombrado diputado por la provincia de Guayaquil en las Cortes de Cádiz (en gran medida porque el Cabildo de Guayaquil consideró que ese nombramiento suponía un importante ahorro de recursos del Estado). Sin embargo, como su itinerario lo había llevado a visitar Inglaterra -donde financió la publicación del Discurso sobre lasmitas deAmérica de otro patriota letrado americano, José Joaquín Olmedo (1780-1847), que había sido pronunciado ante esas mismas Cortes-, Suecia, Noruega, Finlandia, y finalmente Rusia, hasta 1814 no se enteró de su designación. Se integró a las Cortes -ya trasladadas a Madrid, como consecuencia de la restauración del rey Fernando VII.....: en abril de 1814 y cesó en sus funciones un mes después, como consecuencia de la restauración del régimen absolutista. Identificado, aparentemente, con el ideal liberal de la Constitución de 1812, rechazó la invitación a una audiencia con el rey,y eligió en cambio proferir el gesto simbólico de visitar a los diputados presos. Enterado de que se había emitido una orden para su captura, huyó a Francia: como aún no podía volver ni a España ni a Guayaquil decidió, tranquilamente, continuar su gira por Europa. Viajó extensamente por el sur de Francia, pasó seis meses en Roma, donde por influencia de sus contactos familiares el aún poco doctrinario liberal aceptó recibir la Orden Papal de la Espuela de Oro, lo que lo convirtió en el primer hispanoamericano del siglo XIX que alcanzó tan alto honor. Nápoles era su albergue turístico cuando se enteró de que su gesto "contestatario" había sido per-
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donado y que podría regresar, sin temor a represalias, a Guayaquil. Aprovechó su viaje de regreso para conocer La Habana y Panamá y en 1817 arribó a su ciudad natal. Entre ese año y 1819 se dedicó exclusivamente a la administración de sus negocios particulares, que prosperaron. Cuando se acercaba el ejército de Bolívar a la Audiencia de Quito, abandonó una vez más su patria, en esta ocasión para no volver hasta 1833. Como en el caso de episodios anteriores, existen múltiples evidencias que apuntalan la hipótesis de que aun en momento tan tardío de la lucha por la independencia permanecía leal a la Corona española y -liberal muy moderado- prefería un régimen monárquico a uno republicano. Fue recién a partir del estallido del segundo levantamiento liberal en España, esta vez en contra del propio Rey Deseado, cuando comenzó la verdadera carrera política de Rocafuerte. Residente en Cuba en ese rnomento, se relacionó con una sociedad secreta de patriotas cubanos. A partir de entonces sus tomas de posición se volverían más contundentes, y con el tiempo fue deslizándose hacia posiciones cada vez más reñidas con el liberalismo gaditano que había constituido su marco político-ideológico original. La fuerza de las cambiantes circunstancias políticas y las presiones a las que ellas lo sometieron lo obligaron a desplegar sus -amplios~ recursos culturales, puestos al servicio de la propaganda revolucionaria. En Cuba, regida ahora según los términos de la Constitución de 1812, que restablecía la libertad de prensa, Rocafuerte emergió por primera vez como un escritor público y participó intensamente en el debate político que se inició entonces. Su posición en el interior de ese campo de discusión era la de un defensor acendrado del régimen constitucional vigente y la de un enemigo igualmente acérrimo de la independencia. Según Rocafuerte, la lucha en Cuba no debía plantearse entre españoles y americanos, sino entre los defensores del orden constitucional y los defensores del absolutismo. Como consecuencia de su actuación pública, las sociedades secretas de La Habana, en comunicación con sus pares de Caracas, propusieron a Vicente Rocafuerte cuando Bolívar solicitó a sus aliados políticos en Caracas y en La Habana que buscaran a una persona idónea para entablar una negociación diplomática con el nuevo gobierno español, con la intención de obtener un reconocimiento a la independencia de la Gran Colombia y un pronto fin de la guerra. En esa decisión tuvo un peso fundamental su simultánea amistad con Bolívar, por un lado, y con muchos de los diputados españoles a las nuevas cortes, por otro lado. A mediados de 1820 publicó en la prensa española diversos artículos urgiendo un pronto acuerdo: como consecuencia de la indiferencia o de la hostilidad de los diputados liberales y convencido de que -fruto de la lucha facciosa intensa que presen-
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ciara en la capital imperial- el régimen liberal duraría poco, habría abandonado antes de finalizado el año toda esperanza de lograr su cometido. Desde ese momento se convirtió en un defensor sistemático de la independencia de América y en un enemigo de la continuidad del vínculo colonial con España. Luego de su regreso a Cuba en 1821, jamás volvería a pisar suelo español. Tras una breve estadía en la Gran Colombia motivada más por sus intereses económicos que por sus ideas políticas, aceptó el encargo que le ofreciera un grupo de mexicanos, opuestos a la creación de! régimen imperial en su país, de hacer campaña en la prensa extranjera en contra de la monarquía y a favor de la república. El contacto con los Estados Unidos -estuvo en las ciudades de Baltimore y de Filadelfia,donde estableció lazos con los exiliados hispanoamericanos allí residentes- obró sobre su ideario de un modo tan fulminante como en el caso de Mier: el republicanismo doctrinario definiría desde entonces su pensamiento político (etapa de su vida activa que RafaelRojasanaliza extensamente en su artículo incluido en este volumen). En Filadelfia publicó la primera obra de reflexión política que revestía cierta envergadura -Ensayo político: El sistema colombiano, popular, electivo y representativo, es el que más conviene a la América índependiente-, tratado en defensa del sistema republicano. Sostenía allí que la república hispanoamericana debía inspirarse en los principios norteamericanos sin por ello perder de vista su propio contexto. Además de sus referencias norteamericanas, ese texto traslucía cierto conocimiento de las obras de Montesquieu, Rousseau y Pilangieri, entre otros. Es en esa obra donde también aparece explicitada de un modo contundente la posición acerca de la identidad política de las nuevas soberanías que definió la idiosincrasia de su propio patriotismo letrado: "la patria es América': Como enfatizó Jaime Rodríguez O. (1975) en su importante estudio sobre este letrado y político, el rasgo distintivo del patriotismo de Rocafuerte fue su exaltado hispanoamericanismo. En sus escritos, quizá de un modo más claro aun que en la obra de Bolívar -la cual debió responder de un modo más intensamente directo a los zigzagueas y las contorsiones de su propia actuación como político y como militar-, aparecía enunciada la noción de una única patria hispanoamericana. En 1823 abandonó los Estados Unidos para dirigirse a Maracaibo, en Venezuela, con la intención de obtener apoyo gran colombiano para los partidarios de la independencia de Cuba -gestión que pronto fracasó-o De regreso ese mismo año a México, donde se naturalizó como ciudadano, aceptó en 1824 el nombramiento como encargado de negocios -el más alto cargo en ese momento- de la Legación Mexicana en Londres. En funciones diplomáticas hasta 1829, negoció el tratado de reconocimiento de la
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independencia de México por parte de Gran Bretaña y la concesión de un préstamo. Allí mantuvo vínculos con Bernardino Rivadavia, con Andrés Bello,con e!liberal gaditano exiliado José Canga Argüellesy con otros españoles e hispanoamericanos que entonces se encontraban en Londres. Además de sus actividades diplomáticas, prosiguió allí su carrera de publicista, entregando a la imprenta londinense numerosas obras en defensa de la independencia, del sistema republicano y del hispanoamericanismo. En 1830 regresó a México, país donde permanecería hasta 1833. Aliado al sector más liberal de la élite política mexicana, publicó en 1831 un Ensayo sobre la tolerancia religiosa que generó una importante polémica, y participó en una discusión pública muy áspera con el entonces ya "conservador" Lucas Alamán, político, periodista y futuro historiador de su país. Cabe señalar que al margen de su actividad como escritor político, Rocafuerte no descuidó sus negocios empresariales: en 1831 construyó uno de los primeros edificios de la capital mexicana iluminados a gas, que contaba además con un restaurante que se puso de moda. A partir de 1832, en medio de una intensa lucha facciosa, Rocafuerte comenzó a transitar por una serie de condenas a prisión intermitentes, que lo decidieron a regresar en 1833 a su patria natal. Allífue nombrado de inmediato diputado al Congreso Nacional. Como consecuencia de su apoyo a una rebelión militar en contra del primer presidente ecuatoriano, el general Juan José Flores, se convirtió al poco tiempo en gobernador rebelde. Luego de numerosas peripecias -entre las cuales aparecen breves temporadas de exilio, prisiones y aun acuerdos efímeros con el gobierno de Plores-, Rocafuerte se convirtió en el principallíder de la oposición a ese caudillo. En 1835 alcanzó la magistratura suprema de su república natal, al ser nombrado el segundo presidente constitucional (1835-1839). Alejado de la presidencia, fue ungido con el cargo de gobernador (esta vez constitucional) de su provincia natal (1839-1843). Durante el transcurso de ese mandato, se casó por primera vez (1842), con Baltasara Calderón, mujer bella (según su retrato) de 36 años, proveniente de la aristocracia de Guayaquil y su sobrina en tercer grado. Diputado al Congreso Constituyente de 1843, su enemistad con Flores provocó un exilio de dos años en Lima, donde utilizó su pluma contra el gobernante ecuatoriano. Durante sus últimos años, luego de la caída de Flores en 1845 y su muerte en 1847, ocupó diversos cargos diplomáticos y la presidencia del Senado.
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DE PROTEGIDO DEL OBISPO DE CHARCAS A TRIBUNO DE LA REVOLUCiÓN: MARIANO MORENO
Los principales datos de los que disponemos acerca de la vida de Mariano Moreno, el primer secretario de la Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires y primer editor del periódico oficial del nuevo régimen, La Gaceta, provienen de la biografía publicada en Londres en 1812 por su propio hermano, Manuel Moreno. Como fue el caso de numerosos letrados comprometidos con la causa patriótica en Hispanoamérica, Moreno era hijo de padre español y madre criolla: Manuel Moreno Argumosa, español de origen, y Ana María Valle, hija de un importante funcionario criollo, el tesorero de las Cajas Reales en Buenos Aires. El padre, según su hijo, provenía de una familia de la ciudad de Santander, "de pobres recursos", "que subsistía de su labranza", razón por la cuál emigró a Buenos Aires en 1766. Allí, mediante sus contactos santanderinos, obtuvo en 1767el nombramiento de "escribiente" en un buque comercial, que lamentablemente naufragó en Tierra del Fuego. Luego de meses corno náufrago, pudo ser rescatado, y juró nunca más pisar un barco, promesa que habría cumplido. Obtuvo un empleo subalterno en las Cajas Reales y se casó con la hija de su superior. El primogénito de una familia de catorce hijos fue Mariano Moreno, nacido en 1778. De recursos modestos, el entorno familiar de Moreno se caracterizó por la gravedad de sus hábitos y por su respeto al estudio y a las tradiciones establecidas. Eljoven sobresalió como estudiante de primeras letras, y logró atraer desde temprana edad una mirada favorable sobre su persona por parte de los curas más ilustrados de la ciudad. Los padres. muy católicos, deseaban que su hijo siguiera la carrera eclesiástica y su frecuentación de los curas locales dio impulso a esa esperanza. Por ello, cuando el obispo San Alberto de Charcas visitó Buenos Aires, los protectores eclesiásticos locales de Moreno lograron que éste asistiera a su examen final (público y oral) en el Real Colegio de San Carlos -colegio secundario considerado entonces la máxima instancia educativa en la ciudad-o Como consecuencia, el obispo ofreció a la familia de Moreno convertirse en su protector, y financiarle los estudios en la distante ciudad universitaria de Chuquisaca, a la que se trasladó en 1799.Interrumpido el viaje por una grave enfermedad -a juzgar por los síntomas que describe Manuel Moreno, quizá se tratara del mal de Chagas-, pudo comenzar sus estudios universitarios recién en 1800, cerca de cumplir los 21 años de edad. Recibió alojamiento gratuito en la casa de un amigo del obispo, el canónigo Terrazas, y por consejo de éstos -que habían advertido la falta de vocación de Mariano Moreno- emprendió un doble curso de estudios, en teo-
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logía y en derecho (sin informarles a los padres acerca de esta última carrera). Moreno obtuvo primero el título de doctor en teología, y luego se incorporó a la Academia para el estudio del derecho, donde obtuvo el grado de bachiller pero no de doctor (pues el costo que esto implicaba era demasiado elevado). La noticia de esta decisión provocó, según su primer biógrafo, días de duelo en el hogar paterno, que se intensificaron cuando llegó la noticia de que el hijo destinado a la sotana se había casado con la hija de una viuda residente en aquella ciudad altoperuana. Rasgo de época, la esposa de Moreno tenía entonces tan sólo 14 años. Los primeros escritos de Moreno fueron redactados en el contexto de su profesión de abogado. En ellos se perfilaba ya la marca de sus lecturas ilustradas (llevadas a cabo en la biblioteca privada del obispo San Alberto, del canónigo Terrazas y en las de los conventos de la ciudad), entre las cuales, además de referencias a L'Encyclopédie, aparecían otras a obras de Voltaire, Montesquieu, Filangieri y Rousseau. Al igual que Narino y Rocafuerte -y ello a pesar de la diferencia en su respectivo origen social y en el contexto académico en el cual se formaron-,la impronta ilustrada fue decisiva en el pensamiento de Moreno. En 1802 redactó una disertación jurídica dirigida al rey, "Sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitaxios", en cuyas páginas pedía la abolición de los servicios forzados. En relación con el yanaconazgo, declaraba: "Nada debe estar más distante de un buen ciudadano que la criminal holgazanería; pero nada debe estar más lejos de un hombre libre que la coacción y fuerza a unos servicios involuntarios y privados". Su conclusión -en el latín de rigor en tales escritos- era que la introducción de ese tipo de servicio había sido lícita en su origen, pero que mudados los tiempos ahora se hacía necesaria su abolición. Llegaba a la misma conclusión en lo que se refiere a la legitimidad de la mita. Aunque tal escrito no le valió una persecución tan severa como la que padecieran Nariño o Mier algunos años antes, el ataque frontal contra uno de los principales privilegios de los mineros de Potosí, al que se sumaron una serie de conflictos con los jueces de su jurisdicción, creó un clima hostil en torno suyo, razón por la cual en 1805 decidió regresar a Buenos Aires. Los próximos seis años, de cambios vertiginosos en el imperio y en el Virreinato de Buenos Aires, lo convertirían en uno de los primeros ideólogos empeñados en definir el sentido de la "Revolución de Mayo" de 1810. Moreno -Ietrado en ambos sentidos de la palabra- se mantuvo en gran medida al margen de los acontecimientos provocados por las dos invasiones inglesas y por el derrocamiento de un virrey y el nombramiento de otro francés -aunque redactó un testimonio inconcluso acerca de las inva-
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siones que traslucía su lealtad al imperio español-o Fue sólo en 1809,Iuego de la entrada en Buenos Aires del último virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, considerado por muchos un adepto al ideario de la ilustración, cuando Moreno se convirtió en un escritor público, como consecuencia de su célebre alegato en defensa del gremio de los hacendados y en contra de las pretensiones monopolistas del Consulado de Cádiz: una defensa que -cnmarcada por cierto en el contexto de la grave crisis imperial y la interrupción de las comunicaciones permanentes con España- incidió sobre la decisión del virrey de autorizar temporalmente y como medida de urgencia el libre comercio. Ese texto, armado sobre la base de fuentes ideológicas eclécticas, como fue el caso de casi todos los escritos de Moreno, defendía -citando a Adam Srnith, a Filangieri y a Iovellanos, entre otros- el derecho natural al libre comercio, por un lado, y los efectos benéficos del mismo -tanto para España cuanto para el Río de la Plata-, por otro. Redactado en septiembre de 1809,ese escrito le confirió un lugar de gran visibilidad pública en el preciso momento en que se intensificaba la actividad conspirativa en Buenos Aires, como consecuencia del derrumbe cada vez más definitivo del gobierno provisorio con sede en Sevilla. Durante 1810 participa en muchas de las reuniones de los distintos grupos que buscaban definir el rumbo futuro del virreinato, cuyo supremo mandatario perdía día tras día una nueva porción de su legitimidad. Fue así como, luego de haber participado de manera destacada en los preparativos para las "jornadas de Mayo" de 1810, fue nombrado secretario de la Primera Junta de Gobierno, y.más importante aun desde la perspectiva de su rol como escritor público, director y principal redactor del periódico oficial del nuevo gobierno, La Gaceta de Buenos Aires. En síntesis, Moreno interpretó los hechos de Mayo como una revolución -en el sentido moderno que comenzaba a adquirir ese términoque ponía fin al antiguo régimen (Halperín Donghi. 1961; Goldman, 1992). Debía imperar a partir de entonces la libertad de imprenta, debían desaparecer los rangos de nobleza y las distinciones entre las castas raciales, debían suprimirse los honores al primer magistrado del Estado, pues éste era simplemente un ciudadano más en un pueblo de ciudadanos iguales entre sí. Más aun, en su fundamental artículo sobre la "Misión del Congreso" sostenía que el rey cautivo, Fernando VII, nunca aceptaría gobernar bajo un sistema constitucional, por lo cual las provincias del Río de la Plata debían adoptar una constitución propia, y, aunque no lo decía explícitamente, sugería que debían buscar la independencia. Finalmente, en el artículo donde proponía la publicación de una traducción al castellano del Contrato social de Rousseau, que debía servir como un manual
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de ciudadanía, expresaba a la vez sus convicciones ilustradas y su razonado escepticismo acerca del posible desenlace del movimiento iniciado unos meses antes: Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía. Progresivamente enfrentado con el presidente de la Junta, fue separado de ella en diciembre de 1810, y,nombrado ministro ante las cortes de Inglaterra y Brasil, se le encomendó una negociación con esas dos potencias en procura de su apoyo al nuevo régimen rioplatense. Para ello, partió de Buenos Aires en 1811 y en abril de ese año murió camino a su destino londinense.
CONCLUSIONES
El propósito de los perfiles biográfico-intelectuales presentados en las páginas anteriores ha sido precisar con mayor nitidez los rasgos específicos de la figura de lo que aquí hemos denominado el "letrado patriota", figura decisiva en el proceso de conformación de una nueva relación de poder entre la élite letrada y el poder político en Hispanoamérica: una nueva relación que incidiría de un modo decisivo en la futura evolución de la figura del "intelectual" en la región. De los casos examinados se desprenden las siguientes conclusiones: primero, que el rasgo principal que definió a este tipo de escritor público fue su voluntad -esumida corno regla general de un modo reticente y sólo luego de una constatación (a veces en carne propia) de la creciente crisis del orden imperial español- de convertirse en representante de la patria a la que pertenecía. Segundo, en tanto se arrogaba el derecho de representar por escrito a la patria de su pertenencia, asumía también la tarea de definir cuál era la naturaleza de esa patria. Lasalternativas eran muchas, como lo demuestran las trayectorias intelectuales esbozadas: desde una identificación profunda con la monarquía imperial como patria de todos sus ciudadanos, hasta una defensa acérrima de la ciudad y la microrregión por ella gobernada como la patria que debería convertirse en el nuevo sujeto de soberanía. Por otra parte, si los escri-
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tares públicos que adquirieron protagonismo durante los años transcurridos entre 1780 y la década de 1820 pudieron concebir que este rolles incumbía legítimamente, ello se debió precisamente a la crisis y al progresivo derrumbe de los encuadres institucionales que hasta ese momento habían servido como marco de "contención" de la actividad intelectual: es decir, del sistema general de poder que había definido un complejo entramado de espacios de sociabilidad, jerarquías y vínculos de mando y subordinación aceptados hasta ese momento como legítimos. En el contexto de esa crisis de legitimidad y de la creciente incertidumbre acerca de la diferencia entre un curso de acción lícito y otro ilícito, los escritores públicos pasaron ~de manera ardua y de ningún modo lineal, ya que ese resultado fue la consecuencia enteramente imprevista del proceso histórico general en que debió desenvolverse la intervención individual de cada uno de ellos- de ser los agentes y aliados del poder público -agentes muchas veces insumisos y aliados casi siempre incómodos- a ser actores dotados de cierto grado de autonomía propia. Durante aquel período bisagra, cuando el orden antiguo se derrumbaba y los perfiles del orden nuevo aún estaban por definirse, los escritores públicos pudieron convertirse en competidores por derecho propio con quienes tradicionalmente habían sido los encargados del poder en el mundo español-el monarca, sus ministros, los funcionarios de las burocracias civil,eclesiástica y militar-o Durante un período relativamente acotado, el capital simbólico de los especialistas en el empleo del discurso escrito se convirtió -en algunas regiones al menos, y con variaciones significativas de un momento a otro en cada región- en un capital político real, al menos en el plano de la lucha por definir los contornos del nuevo orden que tan trabajosamente comenzaba a emerger. Ese momento del "letrado patriota" no perduró, pero dejó una marca profunda en la representación que de sí mismos construyeron los escritores públicos, los publicistas, los "intelectuales" de Hispanoamérica. En la década de 1830, los hombres y las (escasas) mujeres de letras de las camadas "románticas" comenzaban ya a sentirse subordinados nuevamente ~y a veces de un modo que les parecía más brutal que bajo el antiguo régimen- a los nuevos poderes fácticos que habían consolidado (aunque más no fuera por breve temporada) su dominio en el interior de las nuevas soberanías hispanoamericanas. Sin embargo, el imaginario del letrado agente de su propio destino y del destino de su patria forjado en los años anteriores siguió ejerciendo una poderosa influencia sobre su modo de concebir el legítimo desempeño de la función intelectual.
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a la que tantas veces luego le fuera atribuido el mismo carácter, tiene, sin embargo, una colocación más ambigua. Seguramente es funcional a las necesidades políticas que él mismo encarna (Alberdi señalaba que Mitre escribía la historia y a la vez la hacía). Pensar en una escisión completa entre el historiador y el político es imaginar pobremente el rol del segundo. Sin embargo, es difícil admitir que en los distintos grupos dirigentes argentinos existiesen consensos uniformes y la posición de Mitre en el sistema político sólo fue hegemónica en un período relativamente breve. Por otra parte, en el campo historiográfico Mitre parecía inclinarse a un ecumenismo mayor que el de su facción política. Por su parte, la obra de Bauzá, que no es producida por iniciativa oficial, puede ser considerada la más autónoma de las tres (si bien tuvo un apoyo financiero más bien modesto del Estado uruguayo para la segunda edición). Sin embargo, y más allá de la indiferencia mayor o menor que acompañó la aparición de la obra, no puede no señalarse que ella refleja nuevos consensos existentes en los grupos dirigentes acerca de hechos y figuras del pasado, como es el caso de la reivindicación de Artigas (Pivel Devoto, 1967: 222-225). Otra diferencia no menor procede del público al que está destinado la obra y ello implica una idea de Estado y de sociedad. Mitre imagina su público no sólo entre los eruditos, sino en un espacio más popular, que incluye los ámbitos escolares. En las palabras que a modo de "Prefacio" colocó en 1859: "un libro popular, que se lea en las escuelas, que ande en todas las manos, y forme con su ejemplo varones animosos" (Mitre, 1859: 12). Del mismo modo opinaba Bauzá en agosto de 1876, pocos años antes de dar a luz a su historia, en una carta a Florencia Escardó: "Nuestros deberes de ciudadanos nos imponen la obligación de enseñar a nuestros niños con nuestros libros", enseñar, ante todo, "la primera condición de progreso social y político para los pueblos [que] es el conocimiento de la historia" (RevistaHistórica, 1972: 356-357). Evaluar en qué medida esos objetivos se cumplían requeriría conocer tanto las tiradas de los libros como la circulación de las obras. El único dato que poseemos al respecto es el referido a la primera edición de Bauza, provisto por la Memoria de A. Barreiro y Ramos presentada en la testamentaria: de los 643 ejemplares entregados al librero encargado de la venta, éste había vendido 377 y entregado 200 gratuitamente al gobierno nacional para su distribución (AFB: c. 125, e. 3). Por poner un término de comparación, la segunda edición de la Historia de Beigrano, de Mitre, reunió 329 suscriptores. En cualquier caso, el espacio entre las distintas ediciones sugiere que el público de las mismas no fue extenso. Varnhagen, por su parte, excluye aquellos ámbitos pedagógicos e imagina en camhio que su historia está destinada -además de a Pedro JI y
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a exaltar la gloria nacional-, a "suministrar datos aproveitaveis na administracao do Estado", ya sea el administrador, el jurisconsulto o el diplomático (Varnhagen, 1906: xx). Desde luego que en ninguno de los tres casos puede subsumirse la obra en la funcionalidad de la misma, ni el patriota absorber plenamente al historiador. Exaltar a la nación no requiere el ingente esfuerzo de recopilación de fuentes y el acopio de datos que ellos hicieron. Más allá de cualquier otra consideración, la historia era algo que les interesaba en sí mismo, yen ella veían tanto un lugar en el campo de las letras como una vocación. Los denodados esfuerzos destinados a reunir los dispersos restos documentales o el tiempo que dedicaban a la labor historiográfica son claramente reveladores de que consideraban la labor historiográfica, en buena medida, un fin en sí mismo. La forma de construcción del relato por parte de los tres autores presenta diferencias en lo que respecta a sus condiciones de producción y ellas pueden relacionarse con su posicionamiento profesional. Varnhagen es quien desarrolla, acorde con aquellas diferencias de contexto de inserción antes aludidas, la estrategia más "profesional". Su obra reposa no sólo sobre los materiales disponibles en el Brasil, sino también sobre una consulta bastante sistemática de bibliotecas y archivos públicos europeos (Lisboa, Simancas, Sevilla, El Escorial, Biblioteca Colombiana, entre otros), financiada directa o indirectamente por la monarquía brasileña. Él mismo, además, nunca aspiró a ser otra cosa que un estudioso y un funcionario. Bartolomé Mitre y Bauzá, carentes de instituciones de soporte efectivas, debieron recopilar como pudieron los documentos a partir de redes privadas (en este plano, Mitre tenía muchos más vínculos con estudiosos argentinos, uruguayos y chilenos que Bauza) y apelando secundariamente a los caóticos archivos públicos existentes en sus respectivos países. Asimismo, ambos eran, aunque con distinto relieve, figuras polifacéticas, que otorgaban un lugar relevante a la política activa y al periodismo. Esas diferencias, sin embargo, iluminan limitadamente el producto. Desde una mirada posterior, la diferencia entre sus relatos en cuanto a la erudición y a los usos que de ella puede hacerse no es tan evidente. Aquí el contexto temporal compartido y las posibles influencias recíprocas pueden colaborar para explicar homogeneidades. Mitre y Bauzá intercambiaron correspondencia, pero no consta que lo hubieran hecho con Varnhagen (AFB, Correspondencia; Catálogo del Archivo Privado de Bartolomé Mitre, 2007). Empero, desde luego Mitre conocía su obra y seguía atentamente las actividades del Instituto brasileño. En los vínculos originales desempeñó un papel importante Andrés Lamas, miembro correspondiente de
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ese Instituto, que actuaba como mediador entre éste y otros estudiosos -como surge de la correspondencia entre Mitre y Diego Barros Arana en los años 1864 y 1865 (Archivo del General Mitre, '912: xx, 26, 39)-. Asimismo, en ocasión de una visita privada de Mitre a Río de Ianeiro, a fines de 1871,el Instituto Histórico y Geográfico lo designó socio honorario. Por su parte, no es claro si Bauza había leído la obra de Varnhagen cuando escribió el primer tomo de la primera edición de su obra. Al menos, la referencia conocida es que la habría recibido recién en 1882 (junto con la de Southey) aunque es probable que ya hubiera tomado contacto con ella, al menos en su misión diplomática a Río de [aneiro del año anterior. En cualquier caso, en la "Reseña preliminar" agregada a la segunda edición, en la que evalúa críticamente crónicas e historiografía, concede un lugar importante al libro "notable" de Varnhagen, si bien lo considera sumamente parcial en favor de Portugal. En cuanto a préstamos intelectuales, si es posible realizar analogías con la obra de Varnhagen (como ha señalado Pivel), su referencia mayor se encuentra en Mitre, no sólo porque comparten una problemática en buena parte común sino, a la vez, porque aquél provee un modelo historiográfico conocido de interlocución y un esquema interpretativo con el que debatir. Sin embargo, todo ello no suprime los factores individuales, sea en cuanto a la formación intelectual, sea de carácter idiosincrásico. Por poner un solo ejemplo, Varnhagen, el más "profesional", tenía, sin embargo, un sesgo polémico mayor que los rioplatenses. En cualquier caso, las obras tienen, superficialmente, un aire de familia. El eje vertebrador es la dimensión política e institucional (aunque con mayores aperturas a la geografía en Varnhagcn y Bauza). Aunque todos ellos tuviesen clara la distinción entre cronología e historia y todos consideraban que se ocupaban de la segunda, no de la primera, ésta brindaba el soporte del relato (por otra parte, no se trataba en ningún caso de una historia sólo ni principalmente de "grandes hombres"). Operaban asimismo con una dualidad argumentativa: por un lado, los hombres hacían la historia con sus aciertos y sus errores, pero por otro lado existía algo parecido a leyes ineluctables que convertían el presente en un resultado inevitable del pasado y la voluntad de los hombres en vana si chocaba con esas tendencias profundas. Éstas se hacen más visibles en la segunda edición de Varnhagen, en cuyo nuevo prólogo creyó conveniente incluir una frase de Tocqueville según la cual "Los pueblos resienten eternamente de su origen. Las circunstancias que los acompañaron al nacer y que los ayudaron a desarrollarse influyen sobre toda su existencia", o criticar a Ioáo Lisboa por ignorar el método de la "sociología" (Varnhagen, 1906:507). Esos motivos son asimismo l11