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Spanish; Castilian Pages 366 [364] Year 2021
Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga Daniel M. Sáez Rivera Patricia Fernández Martín Alexandra Duttenhofer (eds.) Gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica
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L i ngü í st i ca I ber oame rican a V ol. 82 directores: Mario Barra Jover, Université Paris VIII Ignacio Bosque Muñoz, Universidad Complutense de Madrid, Real Academia Española de la Lengua Antonio Briz Gómez, Universitat de València Guiomar Ciapuscio, Universidad de Buenos Aires Concepción Company Company, Universidad Nacional Autónoma de México Steven Dworkin, University of Michigan, Ann Arbor Rolf Eberenz, Université de Lausanne María Teresa Fuentes Morán, Universidad de Salamanca Daniel Jacob, Albert-Ludwigs-Universität, Freiburg im Breisgau Johannes Kabatek, Universität Zürich Eugenio R. Luján, Universidad Complutense de Madrid Ralph Penny, University of London
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Fra n c i s c o J a v i e r H e r r e r o Ruiz de L oizaga D a n i e l M . S á e z River a P a t r i c i a F e r n á n dez Mar tín A l e x a n d r a D u t tenhof er (eds.)
G rama t i c a l i z a c i ó n , le x ica liz a c ió n y anál i si s d e l d i sc u rs o d es d e u n a p e r sp e c t i v a h is tó ric a
I b e r o a m e r i c a n a · Ve r v u e r t · 2 0 2 1
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La publicación de este volumen se enmarca en el proyecto FFI2015-64080-P del Ministerio de Economía y Competitividad (España), dirigido por Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga (Universidad Complutense de Madrid), con el título de “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2021 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es © Vervuert, 2021 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-185-1 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-095-7 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-096-4 (e-book) Depósito Legal: M-8719-2021 Diseño de la cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro
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Para José Luis Girón Alconchel, estas páginas con las que entretener una deleitosa jubilación
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ÍNDICE
Presentación....................................................................................................... 11 Patricia Fernández Martín, Alexandra Duttenhofer, Daniel M. Sáez Rivera, Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga Bibliografía de José Luis Girón Alconchel................................................... 17 Angela Bartens Cómo se crea una lengua: reflexiones acerca del cántabro, el mirandés, el valenciano y los criollos de Alta Guinea....................................................... 33 Rafael Cano Aguilar Los nombres de la lengua en la España de los Austrias................................ 53 Juan Antonio Chavarría Vargas Nuevas aportaciones al léxico romandalusí desde el corpus de los LR (Libros de Repartimiento) y LAR (Libros de Apeo y Repartimiento) del Reino de Granada (ss. xv-xvi) [2.ª parte]................................................... 75 Alexandra Duttenhofer Algunos apuntes sobre la función textual de la construcción anafórica el dicho + sintagma nominal en La conquista del Perú, de Alonso Borregán..................................................................................................... 91 Patricia Fernández Martín Las perífrasis verbales no factuales en la Carta a sor Filotea de la Cruz: clasificación y estudio................................................................................... 109 Anton Granvik Variantes (in)visibles y sedimentación en la construcción N de que en Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca......................................... 131
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Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga Estudio histórico de los operadores de duda alquieras, quizá(s), quién sabe............................................................................................................... 153 Luis Martínez-Falero Tipología y genealogía del uso del discurso directo en la literatura medieval castellana (perspectiva teórica y comparada).......................................... 183 Antonio Narbona Jiménez ¡Anda que ha tardado (bastante) en dejarla! ¡Anda que no se lo he dicho (yo) (muchas) veces!..................................................................................... 201 Álvaro S. Octavio de Toledo y Huerta De la localización a la concesividad (y más allá): auge y caída de la locución conjuntiva en medio de durante el primer español moderno (ca. 16751825)............................................................................................................. 229 Daniel M. Sáez Rivera La historia de alias en español entre gramaticalización o contacto lingüístico y lexicalización...................................................................................... 271 Cristina Sánchez López Gramaticalización y variación gramatical: el caso de las oraciones concesivas introducidas por así................................................................................ 307 Ana Stulic Dos senderos de gramaticalización que se bifurcan: el nexo subordinante loke y el pronombre interrogativo loké (< lo que) en judeoespañol............. 329 Los autores.................................................................................................... 363
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PRESENTACIÓN
El presente volumen recoge en gran parte (pero no solo) los trabajos presentados en el seminario que tuvo lugar en abril de 2018 en la Universidad Complutense de Madrid, con el título de Seminario Internacional Programes “Gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”: Homenaje a José Luis Girón Alconchel. En lugar de la mesa redonda sobre “La labor investigadora de José Luis Girón Alconchel”, coordinada por Javier Herrero en el marco del Seminario-Homenaje, en la que participaron el mismo profesor Javier Herrero, además de Pedro Álvarez de Miranda, Rafael Cano Aguilar, Javier Elvira y Daniel M. Sáez Rivera, ofrecemos tras esta presentación una completa compilación bibliográfica de la obra hasta la fecha de nuestro querido José Luis Girón Alconchel. Tanto el seminario como este libro fueron posibles por la financiación del proyecto de investigación con referencia FFI2015-64080-P del Ministerio de Economía y Competitividad (España), cuyo investigador principal es el Dr. Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga (Universidad Complutense de Madrid), con el título de “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”. Todos los trabajos aquí recogidos (presentados por convencional y estricto orden alfabético de apellido) se proponen responder a cuestiones relacionadas con los procesos de gramaticalización y lexicalización desde dos posibles perspectivas metodológicas que, en realidad, son dos caras de la misma moneda: la primera es discursiva y tiene en cuenta la tradición textual en que se insertan los procesos que, así, se tratan de explicar, en general, ligados a unos marcos propuestos por el género a que en cada caso pertenece el texto analizado; la segunda es diacrónica y aplica los análisis siguiendo un estricto criterio temporal, lo que permite el estudio de los fenómenos lingüísticos atendiendo a una época determinada o a una sucesión de siglos para comprobar, realmente, cómo se producen los cambios lingüísticos seleccionados. Así, entre los primeros, se encuentra el capítulo de Juan Antonio Chavarría Vargas, dedicado al estudio de una selección de romancismos toponímicos procedentes de los Libros de Repartimiento y los Libros de Apeo y Repartimiento del Reino de Granada de los siglos xv y xvi, tales como Aypera, Cancula, Corcal/
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Alcorcal, Cornos, Rochilla/Ruchilla y Xortal/Xurtel. Se expone una propuesta exhaustiva con respecto a la etimología, así como a las particularidades de carácter fonético, morfológico y semántico de los topónimos lematizados. La construcción anafórica el dicho + sintagma nominal es analizada, en la Crónica de la conquista del Perú de Alonso Borregán, por Alexandra Duttenhofer. Se señalan algunas particularidades del uso de esta construcción, propia del lenguaje jurídico-administrativo, en una obra adscrita al ámbito de la oralidad concepcional de la historiografía indiana del siglo xvi. Patricia Fernández Martín, por su parte, intenta dar un enfoque de género al estudio de la historia de la lengua española, al defender la necesidad de analizar lingüísticamente, per se, la Carta a sor Filotea de la Cruz (1691), escrita por sor Juana Inés de la Cruz. Concretamente, centra su estudio en el complejo concepto de perífrasis verbal no factual, aplicándole un esquema de análisis basado, en esencia, en ciertos preceptos de la filosofía moral, lo que acaba resultando en una clasificación de los ejemplos en epistémicos, facultativos y deónticos que se justifican por el significado social de la estructura lingüística. En una época similar de la historia se mantiene Anton Granvik cuando estudia exhaustivamente las variantes (in)visibles en la construcción {N de que} en los textos dramáticos de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, adoptando, como base teórica, los modelos del cambio lingüístico de Schmid (2015) y Barra Jover (2012), así como el concepto de construcción encapsuladora (Rodríguez Espiñeira, 2010, 2015, 2018) –v. referencias bibliográficas en el capítulo correspondiente–. El estudio realizado le sirve para llegar a la conclusión de que las diferencias entre los tres autores no son muy marcadas, aunque existan, tanto desde una perspectiva cuantitativa (Calderón usa menos el formato {N de que} que Lope de Vega) como desde un punto de vista cualitativo (los sustantivos empleados por aquel son más variados que los empleados por este). Entre aquellos trabajos que eligen un marco de análisis puramente diacrónico, cabe a su vez hacer una doble distinción. Por un lado, algunos capítulos del presente volumen deciden, como principio metodológico, delimitar el objeto de estudio a un periodo concreto, como es el caso del texto de Rafael Cano Aguilar, en el que utiliza el CORDE para analizar exhaustivamente las distintas maneras empleadas para denominar la lengua castellana durante los siglos xvi y xvii, entre las que cabe señalar castellano, castellano español, vulgar castellano o castellano vulgar, español o lengua española, romance, (lengua[je]) vulgar y nuestro lenguaje, entre otros. La locución en medio de es analizada por Álvaro S. Octavio de Toledo en textos producidos entre finales del siglo xvii y principios del xix. Se traza la historia de la creación de la locución consecutiva, definida como un proceso de gramaticalización, a partir de la locución locativa ya originada en latín y adoptada en español. Tal proceso del cambio semántico y sintáctico se describe en términos de la extensión de la locución estudiada a distintas clases de nombres producida
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en sucesivas etapas cronológicas de la historia del español. Se presta atención al fenómeno de la difusión de la locución consecutiva, así como a las causas de su caída en desuso. A modo de botón de muestra de lo interrelacionadas que se encuentran ambas perspectivas (la discursiva y la diacrónica), el capítulo de Luis Martínez-Falero fusiona el criterio temporal con el criterio puramente textual, pues centra su análisis en el uso del discurso directo (DD) en la literatura medieval castellana a través de la comparación con sus antecedentes literarios latinos y franceses con las que se mantiene una relación de hipertextualidad. Para este objetivo, se parte tanto de la teoría retórica clásica como de una amplia base de las teorías contemporáneas sobre la tipología y distintas finalidades del DD, en tanto que uno de los pilares de la construcción textual. Así, en un minucioso estudio de ciertos fragmentos de la Historia troyana en prosa y verso, los Milagros de Nuestra Señora y el Libro de buen amor, comparados con sus textos de procedencia, se constatan divergencias en el empleo de diversas modalidades del DD, dirigidos a distintos efectos de recepción. Angela Bartens añade una dimensión sociolingüística a esta fusión discursiva-diacrónica, pues analiza el papel que la ortografía desempeña en el proceso de estandarización de las lenguas en tanto elementos socioculturalmente considerados como tales, es decir, la manera en que, a través de la lectoescritura, se pasa conceptualmente, en la mente del lego, de un dialecto a una lengua. En concreto, centra su estudio en lo ocurrido con el cántabro o montañés, el mirandés, el valenciano y los criollos de Alta Guinea. Por otro lado, siguiendo igualmente una perspectiva diacrónica pero no necesariamente discursiva, se encuentran los trabajos centrados en fenómenos lingüísticos muy concretos que buscan ser explicados a lo largo de toda la historia de la lengua española. Entre ellos, mediante el empleo de numerosos corpus electrónicos y, por ello, atravesando toda la historia de la lengua española, el capítulo de Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga estudia los operadores de duda alquieras, quizá(s) y quién sabe. Como resultado de su análisis, parece que el operador modal epistémico de duda más antiguo, registrado solo en época preliteraria, en las Glosas Emilianenses y Silenses, es alquieras, aunque ya no se registra en el español medieval en el que hallamos los operadores de duda quizá y por (a)ventura. Quizá se muestra como resultado de la evolución de la expresión qui sabe > quiçabe/quiçab > quiçá(s). Más tarde hallamos un proceso paralelo de gramaticalización que conduce a la creación del operador epistémico quién sabe, que llega a tener empleos equivalentes a los de quizá en alguna áreas hispanoamericanas, como Perú. Y un empleo sorprendente que hallamos en el español de Chile es el uso inverso, el empleo de quizás con el valor de ‘quién sabe’, como lo que se podría denominar marcador de ignorancia o desconocimiento. Antonio Narbona Jiménez, en su trabajo sobre ¡Anda que…!, establece las siempre necesarias conexiones pluriparamétricas entre la distancia y la inme-
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diatez comunicativa para intentar explicar el camino recorrido por un marcador discursivo como el mencionado; un camino que, naturalmente, permite la ocurrencia de numerosos fenómenos de forma simultánea, entre ellos, la capacidad lingüística de enfatizar o de reforzar las palabras previamente dichas y cuyo significado global, por tanto, solo puede deducirse a partir del contexto enunciado en que se enmarque. A alias es a lo que se dedica Daniel M. Sáez Rivera. Estudia la historia en español de la voz alias, desde su origen como préstamo latino (medieval) con valor de adverbio y marcador del discurso al uso actual por el que alias está lexicalizado como sustantivo con el sentido de ‘apodo o sobrenombre’ (El alias de Eleuterio Sánchez era el Lute) o funciona como adverbio con valor de reformulación denominativa con el sentido de ‘por otro nombre’ (Eleuterio Sánchez, alias el Lute, es una figura mítica de la historia reciente española). En el artículo, primero se apuntan unas reflexiones teóricas de partida sobre la aparición o creación de marcadores del discurso en español en la debatida encrucijada entre la gramaticalización, la lexicalización y el contacto lingüístico a través de las tradiciones discursivas, para luego revisar la sincronía actual y la historia de aliás en portugués y, a continuación, hacer lo propio con alias (antiguamente también aliás) en español. Por lo que respecta a las oraciones concesivas introducidas por así, son consideradas por Cristina Sánchez entre la gramaticalización y la variación gramatical. Su aportación concluye demostrando que, si se tiene en cuenta la variación dialectal, dichas construcciones ofrecen unas características bastante diferentes a las que suele atribuírseles, pues en algunos casos pueden estar limitadas a ciertos contextos sociocomunicativos. Finalmente, el trabajo presentado por Ana Stulic sobre los vocablos judeoespañoles loke y loké (< lo que) defiende la bifurcación que da lugar a dos senderos de gramaticalización, causada probablemente por el origen de su misma naturaleza, pues el primero es nexo subordinante mientras el segundo es un pronombre interrogativo. El presente volumen, por ende, además de aportar nuevos datos y nuevos resultados, contribuye a su campo demostrando la eficacia de estas dos maneras de trabajar en historia de la lengua, pues hace compatibles dos de los criterios más frecuentes que se suelen adoptar a la hora de seleccionar el corpus lingüístico, esencial para nuestro campo de estudio: la perspectiva diacrónica, basada en criterios temporales, ayuda a comprender el cambio lingüístico desde una perspectiva holística, global, general, cuantitativa, mientras que la perspectiva discursiva, basada en tipologías textuales, ayuda a aprehenderlo desde una perspectiva parcial, particular, local, cualitativa. Ambas son, naturalmente, complementarias. Consideramos, por tanto, que los trabajos aquí recopilados son esenciales para seguir investigando cuestiones relacionadas con los procesos de lexicalización y gramaticalización a lo largo de la historia del español que, sin duda alguna,
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serán previsiblemente mejor comprendidas, como se ha señalado, tanto desde una perspectiva discursiva que se centre en textos muy concretos como desde una perspectiva diacrónica que pretenda abarcar el paso del tiempo a través de los siglos. Esperamos que el lector disfrute al adentrarse por estos nuevos procesos de cambio lingüístico tanto como nosotros hemos disfrutado editándolos. Los editores
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BIBLIOGRAFÍA DE JOSÉ LUIS GIRÓN ALCONCHEL * Patricia Fernández Martín Universidad Autónoma de Madrid Alexandra Duttenhofer Daniel M. Sáez Rivera Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga Universidad Complutense de Madrid
Es, en nuestra opinión, indiscutible que José Luis Girón Alconchel ha sido pionero en la aplicación y ampliación de la Escuela de Filología Española del maestro Lapesa al estudio del análisis del discurso. Así, sus trabajos sobre discurso referido resultan fundamentales para comprender la manera en que se comenzó a reinterpretar la lingüística estructuralista de base filológica durante el último cuarto del siglo xx. Asimismo, nadie puede cuestionar la importancia de sus estudios sobre la gramaticalización, fenómeno asaz complejo no solo porque pueda referirse a cambios lingüísticos diferentes, según a qué elemento morfosintáctico afecte (oracional o extraoracional), sino también por su interrelación con otros fenómenos como el de la lexicalización, conceptos solapados o en interacción y con límites borrosos sobre los que se ha generado un debate teórico en el que la contribución del profesor Girón Alconchel no es poca, de modo que se ha hecho preciso, por necesidades metodológicas, que cada autor defina rigurosamente a qué se refiere exactamente cuando habla de “gramaticalización” o de “lexicalización” (Sáez Rivera 2019: § 4). José Luis Girón Alconchel, por consiguiente, ha estado siempre a la vanguardia en la construcción de una robusta y potente teoría que explica una inmensa cantidad de cambios gramaticales en la lengua española, perfectamente comprensibles cuando se interpretan desde la esencia del discurso. En otras palabras, podría defenderse que la inquietud de José Luis, “uno de los mayores estudiosos del discurso histórico escrito en lengua española de los últimos tiempos”, por ser “capaz de conjugar la más profunda tradición filológica, heredada de su insigne Agradecemos a María Virginia Pérez Escribano su inestimable ayuda en la confección de este capítulo. Como la mayor parte de los trabajos incluidos en este volumen, esta bibliografía se inserta dentro del proyecto nacional de investigación Programes 5, “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica” (ref. FFI2015-64080-P), dirigido por Javier Herrero como investigador principal. *
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maestro Rafael Lapesa, con la más innovadora perspectiva discursiva” (Fernández Martín 2015: 13-14), ha sido precisamente combinar ambas perspectivas, lo que ha ocasionado que “junto a la teoría de las tradiciones discursivas, la herramienta teórica de la gramaticalización (y otros conceptos anexos con los que pronto empieza a convivir, como es el de lexicalización) resulta ineludible en la actualidad a la hora de plantear una investigación en historia de la lengua española” (Sáez Rivera 2019: 153). No podemos olvidar tampoco la contribución de José Luis Girón Alconchel a deslindar los conceptos de gramatización y gramaticalización (así en 62, 69, 91 y 115), ni sus numerosos trabajos sobre historia de las ideas lingüísticas (una larga lista de publicaciones que incluye 22, 32, 34, 37, 38, 39, 41, 44, 45, 48, 50, 51, 52, 62, 68, 69, 78, 82, 89, 91, 95 y 115). Así pues, en la bibliografía que se muestra a continuación, confeccionada siguiendo el ejemplo de la efectuada por Palomo Olmos (1995-1996) sobre Amado Alonso1, uno de los modelos investigadores del profesor Girón Alconchel junto a su maestro Rafael Lapesa (homenajeado en 44, 50, 52, 82 y 87), se puede observar perfectamente la trayectoria a la que nos venimos refiriendo. Ya desde sus primeros trabajos se contempla una tendencia al estudio gramatical que atiende siempre a la naturaleza discursiva de los textos en que dicha gramática se inserta. En este ámbito cabe resaltar especialmente las investigaciones dedicadas al discurso (in)directo, en sus múltiples facetas (7, 8, 14, 16-19, 26, 28, 30, 35, 49, 54, 101 y 104), ya que en ellas combina a la perfección dicho análisis gramatical con la perspectiva holística de la lingüística del texto. Igualmente importantes son las investigaciones sobre la polifonía textual (9, 15 y 20) y la intertextualidad (19), directamente relacionadas con la manera de construir el habla de los distintos personajes en los textos literarios (31 y 111). Su interés por la forma en que la conciencia lingüística se plasma en la concepción de la gramática de cada época constituye otro de los temas fundamentales en su trayectoria (32, 34, 37, 38, 41, 48, 51, 59, 62, 69, 78, 91 y 113). A todo ello cabe añadir, por supuesto, todos sus trabajos en torno a la teoría de la gramaticalización (55, 62, 65, 66, 69, 73, 74, 77, 80, 81, 86, 91, 92, 98, 100, 102, 104, 110, 112 y 115), en los que, según va pasando el tiempo, no solo expone y perfila la diversidad de fenómenos que pueden ampararse bajo el mismo concepto, sino que también lo va aplicando a una amplia diversidad de categorías morfosintácticas, como el artículo (73, 87 y 91) y el relativo/interrogativo cual (92 y 99), entre otras muchas. Finalmente, no hay que olvidar su interés por la enseñanza de la historia de la lengua, patente en aquellas cuidadas ediciones de obras literarias medievales, como el Libro de buen amor (6) o el Cantar de mio Cid (33), y en aquellos trabajos en que ayuda al lector a comentar textos antiguos (3, 23 y 53). Sobre el cual presentó el profesor Girón Alconchel la ponencia “Amado Alonso, precursor de la pragmática lingüística” en el marco del Amado Alonso Centennial Symposium (Universidad de Harvard y Real Colegio Complutense, 25-26 de octubre de 1996). 1
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Sirva, por tanto, la siguiente lista bibliográfica (ordenada por año y con asignación de un número arábigo a la cabeza de cada ficha bibliográfica) para resaltar el trabajo de numerosos años de estudio dedicados a la historia de la lengua española hasta la fecha, con la suerte de que la nómina queda aún abierta, dados los reposados años que le deseamos a José Luis Girón Alconchel en el comienzo de su jubilación, aunque intuimos que van a seguir siendo igualmente productivos. 1975 1. “Locura de amor en la ‘noche oscura’ de A. Machado (Notas sobre un soneto escrito en Segovia)”, en: Revista de Estudios Segovianos XXVII, 1975, 5-31. 1978 2. “Un caso de insuficiencia de la oración gramatical en español: las formas del discurso”, en: Revista de Bachillerato 8, 1978, suplemento monográfico, 37-42. 1981 3. Introducción a la explicación lingüística de textos. Metodología y práctica de comentarios lingüísticos. Madrid: Edinumen, 1981; 2.ª ed. 1982; 3.ª ed. 1985; varias reimpresiones desde 1990. 4. “A. Machado y J. L. Borges: imagen paterna, temporalidad y otras coincidencias”, en: Studia Philologica Salmanticensia 5, 1981, 121-161. 1984 5. “Sobre la lengua de Juan Ruiz. Enunciación y estilo épico en el Libro de buen amor”, en: Epos 1, 1984, 35-70. 1985 6. Arcipreste de Hita, Libro de buen amor (cuadros cronológicos, introducción, texto, notas y llamadas de atención, documentos, orientaciones para el estudio, apéndice gramatical y de historia de la lengua). Madrid: Castalia (Castalia Didáctica), 1985. 7. “La ‘escritura del habla’ y el discurso indirecto libre en español”, en: Archivo de Filología Aragonesa XXXVI-XXXVII, 1985, 173-204. 1986 8. “El discurso directo como modelo semiótico en la lengua medieval”, en: Investigaciones Semióticas I. Actas del I Simposio Internacional de la Asociación Española de Semiótica celebrado en Toledo durante los días 7, 8 y 9 de junio de 1984. Madrid: CSIC, 1986, 233-256. 9. “Caracterización lingüística de los personajes y polifonía textual en el Libro de buen amor”, en: Epos 2, 1986, 115-123.
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1987 10. (En colaboración con F. Hernández, J. F. Val, M. A. Martín y J. A. de Molina). Aspectos didácticos de lengua y literatura (lengua). 3. Zaragoza: ICE de la Universidad de Zaragoza, 1987. 11. “De la lengua a la literatura: valores estilísticos de la morfología y de la sintaxis”, en: F. Hernández et al.: Aspectos didácticos de lengua y literatura (lengua). 3, Zaragoza: Universidad de Zaragoza/Instituto de Ciencias de la Educación, 1987, 111-140. 12. “Koiné castellana y lengua española” [1987], en: Elena M. Rojas Mayer (ed.): Actas del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Lingüística y Filología de la América Latina. Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán (Argentina), 1999, 205-210. 13. “‘Remendar’ y ‘centón’. Notas léxicas al Libro de buen amor”, en: Revista de Filología Española LXVII, 1987, 49-76. 1988 14. Las oraciones interrogativas indirectas en español medieval. Prólogo de R. Lapesa. Madrid: Gredos, 1988. 15. “Enunciación y estilo épico en el Libro de buen amor: algunos aspectos de la polifonía textual”, en: N. Tasca (ed.): Da Semiótica. Actas do I Colóquio Luso-espanhol e do II Colóquio Luso-Brasileiro. Porto: Vega-Universidade, 1988, 173-192. 16. “La reproducción del discurso en la lengua hablada”, en: Asociación Española de Semiótica: II Simposio Internacional de Semiótica. Lo cotidiano y lo teatral. Oviedo: Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones, 1988, vol. I, 203-215. 17. “Las oraciones interrogativas indirectas en el tránsito del español medieval al clásico”, en: M. Ariza, A. Salvador y A. Viudas (eds.): Actas del I Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española I. Madrid: Arco/Libros, 1988, 401-415. 18. “Sobre la lengua poética de Berceo (y II): el estilo indirecto libre en los Milagros y sus fuentes latinas”, en: Epos 4, 1988, 145-162. 1989 19. Las formas del discurso referido en el “Cantar de mio Cid”. Madrid: Real Academia Española (Anejo XLIV del BRAE), 1989. 20. “Enunciación y estilo épico en el Libro de buen amor: algunos aspectos de la polifonía textual”, en: Dicenda 8, 1989, 53-70. 1990 21. “Retórica e intertextualidad en el Cantar de mio Cid”, en: Investigaciones Semióticas. III. Retórica y lenguajes (Actas del III Simposio Internacio-
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gramatical y discursiva: Vientos de arrastre y de cambio en la historia del español. Madrid: Síntesis, 2020, 13-14. Referencias bibliográficas Fernández Martín, Patricia (2015): “José Luis Girón Alconchel y los refranes como discurso repetido”, en: Paremia 24, 11-18. Disponible en: Palomo Olmos, Bienvenido (1995-1996): “Bibliografía de Amado Alonso”, en: CAUCE. Revista de Filología y su Didáctica 18-19, 529-561. Disponible en el Centro Virtual Cervantes: Sáez Rivera, Daniel M. (2019): “Historiografía y problemática de las nociones de gramaticalización y lexicalización en el mundo hispánico”, en: Viorica Codita, Mariela de la Torre (eds.): Tendencias y perspectivas en el estudio de la morfosintaxis histórica hispanoamericana, Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Vervuert, 153-172.
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CÓMO SE CREA UNA LENGUA: REFLEXIONES ACERCA DEL CÁNTABRO, EL MIRANDÉS, EL VALENCIANO Y LOS CRIOLLOS DE ALTA GUINEA * Angela Bartens Universidad de Turku
1. Introducción No resulta habitual empezar un texto académico con un cliché o aforismo. Recurrimos, sin embargo, a la cita que se atribuye a Max Weinreich, padre del aún más famoso sociolingüista Uriel Weinreich, datada probablemente entre diciembre de 1943 y mayo de 1944 y frecuente en las introducciones a la Lingüística: “Una lengua es un dialecto con ejército y armada”. Conforme señala Moreno Cabrera (2013: 210), Weinreich habría publicado ese aforismo por primera vez en yidis en 1945 en la revista YIVO Bleter: אַ שּפראַ ך איז אַ דיאַ לעקט מיט אַ ן אַ רמיי און ֿפלאָ ט a shprakh iz a dialekt mit an armey un flot Una lengua es un dialecto con ejército y armada
Rosen (1994 apud McArthur 1998: 205) atribuye a Randolph Quirk cambiar la armada del aforismo original por una bandera, enfatizando así el nexo que se ha querido establecer, por lo menos desde el Romanticismo alemán, entre un Estado nación o una nación, la cultura y el lenguaje como expresión del Volksgeist, pensamiento plasmado, ante todo, en la obra de Herder (sobre todo, Herder 1772). Crystal (1998: 85-86) expresa la misma idea de la forma siguiente: [T]o promote an autonomous language policy, two criteria need to be satisfied. The first is to have a community with a single mind about the matter, and the second is to have a community which has enough political-economic ‘clout’ to make its decision respected by outsiders with whom it is in regular contact.
* Este trabajo se encuadra en el marco del proyecto de investigación Programes 5 o “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica” (ref. FFI2015-64080-P), dirigido por Javier Herrero como investigador principal, y financiado por el denominado inicialmente Ministerio de Economía y Competitividad.
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Por mucho que los no lingüistas piensen que la distancia interlingüística sea el único criterio para distinguir entre lengua y dialecto, el aforismo reza lo que resulta más que obvio: son ante todo factores (socio)políticos los que definen la lengua (Del Valle/Gabriel-Stheeman 2002 y Del Valle 2007). Pero ambas posturas se complementan, como revelan los estudios de la conciencia lingüística tal como se practican, por ejemplo, en el marco de la dialectología perceptual (Preston 1989, 2014). Además de la conciencia de que existe una lengua, se supone que una lengua –a diferencia de un dialecto– tiene ciertos atributos: una ortografía, una norma lingüística plasmada en obras de referencia, un canon literario, etc. Por ello las lenguas hasta ahora ágrafas se enfrentan con ciertos retos en el proceso de su estandarización para cumplir con estas metas. Los procesos de estandarización son relativamente largos –véase, por ejemplo, Bartens (en prensa) acerca de la creación y ratificación de ortografías en el Caribe occidental–, pero, aparte de la creación de materiales nuevos, la traducción y adaptación de obras literarias es una opción a la hora de extender el canon literario (hay una larga tradición en cuanto a los criollos lexificados por el francés; Lopes 2017 para el criollo de las islas de Cabo Verde). Un concepto clave que queremos introducir es el de creación de lenguas (§ 3), aplicándolo al cántabro, mirandés, valenciano y los criollos de Alta Guinea. Subrayamos, además, la importancia de la (orto)grafía y lectoescritura, fundamental en este contexto de lenguas minoritarias y minorizadas1. 2. La cuestión de la (orto)grafía En el proceso de estandarización de las lenguas, la creación e implementación de una ortografía se puede considerar el momento clave, no solo porque la producción de materiales, por ejemplo, de alfabetización requiere que exista una ortografía establecida o, por lo menos relativamente fácil de modificar, sino también porque, en la actualidad, es la fase en el proceso de estandarización que quizá más polémica suscita. En efecto, las discusiones en torno a las ortografías y las deliberaciones acerca de la adopción de soluciones ortográficas determinadas de idiomas considerados prestigiosos no son fenómenos nuevos. Entre los siglos xi y xiii los escribanos portugueses las adoptaron, probablemente sin cuestionarlas, y finalmente siguieron el modelo dado por la cancillería de D. Afonso III, como por ejemplo, los dígrafos , del provenzal, lengua de la literatura trovadoresca de la época, para /ʎ/ y /ɲ/ (Teyssier 1997: 24; Juge 2001: 25; Lay
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Aplicado al castellano o español, cf. Del Valle (2015 [2013]).
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20152). La ortografía española, caracterizada por su fonetismo, también llamado “principio de Quintiliano” o de pronunciación (relativa y, por ende, idiosincrásica, como se indica en Sáez Rivera [2009: 118]), desde sus comienzos bajo la dirección de Alfonso X, estuvo sujeta a debates ortográficos en los siglos xvi y xvii que culminan en la Ortografía kastellana nueva i perfeta de 1630 del maestro Gonzalo Correas. Entre otras propuestas, Gonzalo Correas sustituye –es decir, la oclusiva velar sorda– con (Sáez Rivera 2009: 131). A pesar de discusiones posteriores, como demuestran las propuestas de Bello y García de Río (1826 [1823]) y Sarmiento (1843), que incluyen la misma letra y, más recientemente, la polémica desencadenada por García Márquez en cuanto a la simplificación de la ortografía española (López 2017)3, las normas ortográficas del español han cambiado muy poco desde 1815 (Bravo García 2014; Sáez Rivera 2009). En el dominio de las lenguas ágrafas de regiones históricamente dominadas por lenguas románicas, la recomendación hecha por lingüistas de que se realice al máximo la correspondencia sonido-grafema4 puede producir reacciones muy fuertes a la hora de proponer que se empleen, ante todo, los grafemas , , , como demuestra la polémica acerca de la ortografía McConnell-Laubach de 1943 para el criollo haitiano en que los tres grafemas en cuestión se identificaron negativamente con lo anglosajón y el protestantismo (Schieffelin/Doucet 1994). Por otro lado, lo contrario ocurre con el criollo inglés de San Andrés y Providencia, solo relativamente recientemente, esto es, el siglo xx (Bartens 2013a; en prensa) dominado por el español, cuyos defensores insisten en que “se ven más bonito”, ante todo en final de palabra: de allí sity [ˈsiti] ‘ciudad’ < city, kow [ˈkɔu] ‘vaca’ < cow. Se puede detectar una preocupación por el hecho de que el criollo se pueda ver demasiado español por su grafía; por otro lado, como en el caso de los demás criollos lexificados por el inglés de la región, por ejemplo, el criollo de Belice, también se pide que se destaque del inglés para subrayar su calidad de sistema lingüístico autónomo (Bartens 2019). En verdad, es posible considerar los anteriores como casos de interferencia negativa típica de los procesos de estandarización de lenguas minorizadas en que los hablantes negocian su posicionamiento frente a distintas normas de forma dinámica (Coseriu 1977; Kabatek 1997, 2000). Hasta aquí se ha tratado de grafemas ajenos a los sistemas ortográficos románicos que por ello adquieren una carga ideológica importante: se ha asociado en ocasiones múltiples con el comunismo. La dominación y tradición románicas y, más precisamente, hispánica en contra del principio de fonetismo Y comunicación personal M.a Filomena Gonçalves, 21.7.2019. Se hace referencia a su discurso “Botella de mar para el Dios de las palabras”, pronunciado en el Congreso Internacional de la Lengua en Zacatecas en 1997. 4 Obviamente este principio no se aplica solo a las lenguas habladas en zonas dominadas por lenguas románicas. 2 3
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se manifiesta en la adopción de en lenguas amerindias, como el quechua, aimara y guaraní, y, aparte, el papiamentu5 y el bubi6. Aun sin que surjan conflictos por grafías que puedan ser atribuidos a otros idiomas, ya la selección de una variante determinada de la lengua como base de la estandarización puede alienar a parte de los hablantes del proyecto ortográfico. Afirman Schieffelin y Doucet (1994: 192-193): When a language is codified and an orthography is officially adopted, this is usually interpreted to mean that there is one correct way to spell and write the language, and that all others are simply wrong. […] And when a variety through its officialization is given the status of a standard, the users of the other varieties sometimes react with surprising virulence because they feel that their language variety and its speakers are denied representation.
Por ende, una solución muy sensata es la de admitir variación (orto)gráfica durante el proceso de consolidación de una ortografía. Koskinen (2010: 157) llama “normalización” a esta forma de proceder; Sorba (2019) esboza el mismo escenario para el corso, retomando trabajos anteriores, como el de Jaffe (2013 [1999]), que han señalado la división dialectal que consiste en un continuo dialectal comparable al criollo nicaragüense estudiado por Koskinen (2010) –o aún más diversificado que él–, lo que dificulta la estandarización. Conforme al pensamiento poscolonial, es posible cuestionar la necesidad de por qué hay que escribir una lengua, como lo hace Freeland (2004) con referencia a ese mismo criollo inglés de la costa de Mosquitos en Nicaragua. Considerando hasta qué punto las ideologías lingüísticas occidentales se han difundido en y apoderado del mundo, una lengua simplemente no existe si no se escribe (Bartens 2019: 411). La división en lo oral y lo escrito (Goody 1968), hoy en día más bien concebido como un continuo (cf. Montes-Alcalá 2016: 44), está muy consolidada en nuestro pensamiento. Sin embargo, se puede escribir en formatos muy diferentes, como veremos a continuación. 3. ¿Cómo se “crea” una lengua? En el pasado reciente7, se ha visto un cambio radical en las actitudes hacia el reconocimiento de lenguas minorizadas por parte de las comunidades mis El papiamentu es un criollo lexificado tanto por el portugués como el español (Jacobs 2012) y hablado en las antiguas Antillas Neerlandesas Curaçao, Bonaire y Aruba y en la diáspora, aproximadamente 341 000 hablantes en total (Eberhard et al. 2019). 6 Lengua autóctona de Bioko, Guinea Ecuatorial, con 51 000 hablantes (Eberhard et al. 2019). 7 Prefiero esta formulación poco exacta ya que, según el caso, se trata de varias décadas o de solo unos años, como mucho. Por ejemplo, empecé a hacer trabajo de campo en San Andrés 5
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mas como sistemas lingüísticos autónomos y su valoración como expresión de una cultura autóctona. Este cambio parece formar parte de un proceso global de afirmación y reivindicación de identidades étnicas, culturales y lingüísticas que podríamos llamar, en el último caso, “creación de lenguas” o “Language Making” (cf. Hüning/Krämer 2018; Krämer et al. (en prensa). ¿O estamos solo frente al proceso de desinvención y posterior reconstitución de lenguas? (cf. Makoni/Pennycock 2005). Podemos recurrir a casos históricos “obvios” –porque consolidados– desde el punto de vista de la actualidad y del no lingüista que no tiene presente las circunstancias históricas en que siempre se ha tratado de la creación e imposición de un estándar. Serían el caso del español, portugués o finés (Lehikoinen/Kiuru 1991), por citar tan solo unos ejemplos. Sin embargo, la actualidad presenta condiciones sociopolíticas y socioculturales muy distintas de siglos anteriores (xi hasta xix en los casos citados). Por ello, resulta interesante estudiar la creación de lenguas en la actualidad. En ocasiones se produce como resultado de una toma de conciencia facilitada por distintos mecanismos, entre ellos el apoyo institucional (que puede ser local, nacional y hasta internacional, a veces al mismo tiempo, como veremos, por ejemplo, en el caso del mirandés), la consolidación del debate sobre políticas lingüísticas o las posibilidades brindadas por las nuevas tecnologías, como Twitter8, Facebook o los chats. Hay que subrayar que estos mecanismos no son mutuamente exclusivos, pero todos contribuyen a una tendencia incluso global de creación de lenguas. Conforme afirmamos en la introducción, en los ejemplos siguientes nos concentraremos en casos del mundo lusohispánico. 4. Los casos estudiados En lo que sigue, presentamos en cuatro apartados cinco casos mediante los cuales ilustramos los distintos mecanismos que entran en juego en la creación o reinvención de lenguas. El cántabro o montañés es un caso en que la toma de conciencia ha tenido lugar sin apoyo institucional, lo contrario que ha sucedido con el mirandés, que ha recibido apoyo de distintas instituciones estatales y académicas de Portugal así como reconocimiento de organismos europeos. El valenciano también se ha beneficiado de apoyo institucional, pero se destaca por un número de hablantes mucho mayor, comparado con las lenguas anteriormente mencionadas. Finalmente, los criollos de Alta Guinea, que se dividen y Providencia (Colombia) en 1999, y, aunque el proceso de valorización de la propia lengua y cultura ha sido gradual, ha cogido fuerza solo en los años 2010. 8 Comunicación personal de Michel DeGraff, 16.3.2018, quien afirmó que el criollo haitiano era de uso muy destacado en Twitter.
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geográficamente en los de las Islas de Cabo Verde y de Guinea-Bissau y de la Casamance (Senegal), afrontan retos diferentes. 4.1. El cántabro o montañés Según Menéndez Pidal (1906), se trata de una variante del leonés, lengua iberorrománica que muchas veces también comprende el asturianu, formando así el continuo histórico asturleonés. De hecho y como resultado de cambios tanto en la nomenclatura como en el peso relativo de los hablantes a favor de las variantes más septentrionales, Eberhard et al. (2019) hablan de asturianu y citan al montañés como uno de sus dialectos, no obstante sin indicar una cifra de hablantes. Conforme a los hallazgos de la encuesta sociolingüística de la Academia de la Llingua Asturiana (2017), las políticas a favor de la promoción del idioma han tenido repercusiones favorables en la vitalidad de ese idioma, ante todo su variante central que constituye la base para su estandarización y normalización (Bastardas Boada 1996) general y es hablado como L1 por aproximadamente 100 000 personas y como L2 por 450 000 en Asturias, León, Zamora y Miranda do Douro/Miranda del Duero (Portugal) (§ 4.2.). Por otro lado, según EnfoCant (2011), el cántabro tiene aproximadamente 3 000 hablantes y, por ello, es una lengua seriamente en peligro9. Hay que tener presente que el número absoluto de hablantes nunca es el único criterio, ya que las circunstancias bajo las que se procura conservar una lengua varían mucho desde la presión ejercida por las lenguas H (high o “altas”) en la terminología de Ferguson (1959) y Fishman (1967) hasta la trasplantación o división forzada de comunidades, sea por factores políticos (o económicos), sea por catástrofes naturales10, para citar tan solo unos escenarios posibles. En términos relativos, por ejemplo Wurm (2001) habla del 30 % de transmisión lingüística como mínimo para su mantenimiento, reconociendo, sin embargo, que se descuentan los factores externos. Está muy claro que la transmisión intergeneracional del cántabro se ha visto mermada sucesivamente. Pertenece al continuo dialectal “primitivo” del norte de la Península Ibérica (Penny 2000: 80), pero al compartir características tanto con el castellano como con el diasistema asturleonés (Penny 2000: 82-89), esta lengua no ha sido estandarizada, ni los propios hablantes parecen haber tenido conciencia de que se pueda tratar de un sistema lingüístico independiente. Lo anterior suscita interés en la medida en que, aparte del conservadurismo (por ejemplo, conservación de los diptongos /ié, ué/ en contextos fonológicos y formas “[…] en gravi piligru”, según la fuente citada. Véanse, por ejemplo, las comunidades hablantes del criollo lexificado por el francés del archipiélago de Chagos (Smith 1994: 347) o del criollo lexificado por el inglés de Montserrat (Eberhard et al. 2019). 9
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como /abiéspa/ ‘avispa’, nuechi ‘noche’ que no existen en castellano moderno), también hallamos innovaciones, como la metafonía y el contraste de ± contabilidad/neutro de materia (Penny 2000: 82-89)11. La toma de conciencia de los hablantes lleva a distintos tipos de esfuerzos de revitalización lingüística, como cursos de lengua, en parte documentados en Internet. Es interesante –y significativo conforme a la idea de creación de lenguas en las que demarcar las fronteras lingüísticas es tan clave– que precisamente la metafonía y el contraste de contabilidad se destaquen en los materiales de (auto) aprendizaje que se han hecho disponibles; por ejemplo, en Internet en los últimos años como rasgos difíciles a dominar, pero claves para el manejo de la lengua (Proyeutu Depriendi s.d.). Ya que este proceso ha tenido lugar sin apoyo institucional relevante –que sepamos–, creemos que coadyuva el renacimiento general en materia de conciencia lingüística, también observable en casi todo el Caribe, conforme hemos mencionado anteriormente, sin que se pueda destacar un motivo concreto único para este desarrollo. Señalemos, no obstante, que el cántabro es, por ejemplo, una de las 150 lenguas a que se han traducido fragmentos de El Quijote para homenajear el IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes (Lucía Megías 201612). 4.2. El mirandés El mirandés pertenece al mismo continuo asturleonés que el cántabro o montañés –aquí, no obstante, se trata de una variante occidental–, pero su situación es bastante distinta de la de este. Posee entre 10 000 y 12 000 hablantes si contamos con la diáspora (Quarteu/Frías Conde 2002: 89-90; Eberhard et al. 2019; Rodríguez 2015), lo que supone una cifra no demasiado alta, pero, desde 1999 (Diário da República 1999), es lengua cooficial en Portugal. Por ello, ha recibido apoyo sustancial por parte del Ministerio de Educación Portugués, del Ayuntamiento de Miranda de Duero y de distintas universidades portuguesas (Lisboa, Coimbra, Porto). También se suele hacer referencia a la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias (Quarteu/Frías Conde 2002: 100), no ratificada –sin embargo– por el Estado portugués (Council of Europe 1992, 2019). Aunque la consolidación de una lengua es esencialmente fruto de procesos políticos, el aislamiento geográfico y político de la zona lusófona de Portugal, por un lado, y de León (España), por otro, ha permitido que se conservara como lengua vernácula:
11 Nótese que encontramos básicamente la misma innovación en el dialecto italiano de Agnone, Isernia (Loporcaro/Perazzoli 2016). 12 Entre las lenguas estudiadas aquí, también se incluyen traducciones al mirandés y al criollo caboverdiano.
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Debido al eisolamiento geográfico de la Tierra de Miranda an relhaçon a Pertual, i tamien por nun pertenecer a Spanha, la lhéngua mirandesa pudo mantener-se até ls dies de hoije, cumo la lhéngua de l campo i de l trabalho (Quarteu/Frías Conde 2002: 90)13.
Mientras, por ejemplo, Garcia Arias (2000: 74) subraya el legado común del mirandés y asturleonés, y reconoce que se trata de dos idiomas distintos por los factores políticos que acabamos de mencionar, hecho también reconocido por, entre otros, Barros Ferreira (2002, apud Quarteu/Frías Conde 2002: 90): “[…] no momento actual, o mirandês e o asturiano são duas línguas diferentes”. El primer impulso lo dio el Consejo de Europa en 1985 con su solicitud de información sobre lenguas minoritarias en Portugal (Barros Ferreira 1995: 8), lo que llevó a la elaboración de trabajos académicos (Meirinhos 2000), requisito necesario para la estandarización y normalización del idioma. Un paso clave ha sido la Convención Ortográfica Mirandesa publicada en 1999, en la que se amplía y elabora una primera propuesta del año 1995, destacando que una lengua tiene que escribirse para ser reconocida como tal tanto por hablantes de otras lenguas, incluyendo las mayoritarias, como por los propios hablantes de la lengua minoritaria y minorizada (Barros Ferreira 2000: 62; Bartens 2019). Ha sido fundamental la enseñanza del mirandés en los colegios públicos desde 1986/87, aunque sea como materia optativa (Domingos Raposo 2000; Quarteu/Frías Conde 2002: 98) y, hoy en día, el papel de las nuevas tecnologías como Internet resulta igualmente esencial (Rodríguez 2015). Mientras inicialmente se podría plantear la pregunta de si no hubiera sido más práctico adherirse a la comunidad asturleonesa para garantizar la supervivencia de la lengua, se puede subrayar que, por la evolución lingüística (Barros Ferreira 1995; Quarteu/Frías Conde 2002), que demarca el mirandés de las comunidades lingüísticas que lo rodean –y que hace parte de los procesos sumamente importantes en la creación de lenguas, como hemos constatado anteriormente–, tenemos que hablar, efectivamente, de una lengua autónoma. 4.3. El valenciano En la disputa de la cuestión de si el valenciano, hablado por más de 2 000 000 personas (Eberhard et al. 2019), es catalán o no, ha habido posturas distintas. Según el Estatuto de Autonomía de Valencia del año 1982, es lengua cooficial con el castellano (Congreso de Diputados 2006). El Consejo de Europa también diferencia entre el valenciano y el catalán en el marco de las lenguas minoritarias europeas (Council of Europe 2015). En el contexto de la Unión Europea, al tratarse de la ‘Debido al aislamiento geográfico de la Tierra de Miranda en relación con Portugal y también porque no pertenece a España, la lengua mirandesa pudo mantenerse até la actualidad como lengua del campo y del trabajo.’ 13
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traducción de la Constitución a distintos idiomas en 2004, ya se reforzó la visión de que el valenciano pertenece al mismo diasistema que el catalán (Isabel i Vilar 2004). Aunque la Unión Europea no reconoce las lenguas de las regiones autónomas de España como lenguas oficiales de trabajo, se pueden emplear –entre ellas el catalán/valenciano– bajo ciertas circunstancias en la interacción de los ciudadanos con la Unión (Committee of the Regions 2005). Hay que tener en cuenta que el número de lenguas oficiales se ha limitado para no aumentar la burocracia y los costos de los servicios de interpretación de la Unión Europea. La postura catalanista es esencialmente compartida por la Acadèmia Valenciana de Lengua que esencialmente hace uso de las Normes de Castelló (de 1932), ya que considera el catalán una lengua pluricéntrica, mientras la Real Acadèmia de Cultura Valenciana, que destaca el carácter autónomo del valenciano, hace difusión de las Normes del Puig (de 1979; Rueda i Pitarque 2011). Por ende, la ortografía es utilizada para reforzar las posturas de adherencia o no al continuo catalán en el imaginario colectivo (Anderson 1983) de los hablantes. Por ejemplo, (yo) canto se escribe conforme al primer sistema, conforme al segundo (no oficial). En consonancia con nuestro argumento de que escribir –y poseer, además, convenciones (orto)gráficas–, las discusiones en torno a la ratificación y aceptación de ortografías merman, en principio, el proceso de estandarización por dividir la comunidad lingüística en el proceso. Sin embargo, con la consolidación del uso del valenciano en el ámbito público y formal por el apoyo institucional de la legislación de las Autonomías Españolas, se ha podido observar una valoración cada vez más positiva del valenciano estándar, comparado con estudios hechos durante la primera mitad de los años 1980. Según Gómez Molina (2013), la valoración de las cuatro modalidades lingüísticas coexistentes en la comunidad correspondería al orden siguiente: 1. valenciano estándar; 2. castellano estándar; 3. valenciano “apitxat” (no estándar); 4. castellano ”de la huerta” (no estándar), lo que promete un refuerzo cada vez mayor en este proceso de creación de lenguas14. 4.4. Los criollos de Alta Guinea 4.4.1. Islas de Cabo Verde Según las cifras proporcionadas por Eberhard et al. (2019), existen casi 1 200 000 hablantes del criollo caboverdiano –o kauberdianu– en todo el mundo, 492 000 de ellos en las islas de Cabo Verde. Por ahora, parece lícito postular que en las propias islas de Cabo Verde se hablan nueve criollos formados entre Véase también, en este mismo contexto, la demarcación del balear como lengua distinta del catalán mediante el uso del “article salat” (es/sa/es/ses) primero en Facebook y luego, a partir de 2014, en los telediarios públicos de las Islas Baleares (Duane 2018). 14
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mediados del siglo xv (Santiago, con Praia como sede de la capital de la República de Cabo Verde) hasta el siglo xix (São Vicente, Sal), lo que corresponde al número de islas habitadas. La formación de los criollos tuvo esencialmente lugar por el mecanismo que podemos denominar “composición difusional” (Bartens 2000: 35, 2005; Hancock 1986) que ha resultado en diferencias mayores entre las variantes habladas en las islas de Sotavento y Barlovento (por ejemplo, Santiago y São Vicente, respectivamente), por las diferencias en el inicio de la colonización (Santiago, Sotavento, después de 1460; São Vicente, Barlovento, en 1794; Sal, Barlovento, de manera significativa a partir de 1808) y la composición de los colonos. Los criollos del Barlovento son generalmente más acrolectales, es decir, próximos al portugués, que aquellos del Sotavento y fruto del contacto lingüístico con variantes más recientes del idioma colonizador. Por ejemplo, la /v/ tiene estatus fonológico en las variantes del Barlovento, mientras la oposición /b – ß/ del portugués antiguo se perdió en el Sotavento como resultado de mecanismos de aprendizaje de una L2 (Bartens 1995: 31). Los criollos del Barlovento también conservan algunas formas flexionadas fosilizadas del verbo portugués (Bartens 1995: 45, 2013b: 92). La creación de un estándar a partir del criollo de Santiago, desde 1979, se justificó de la forma siguiente: 1. es la variante más antigua y estructuralmente más alejada del portugués15; 2. se trata de la isla con mayor población dentro del archipiélago y sede del Gobierno; 3. es el criollo más similar al criollo de Guinea-Bissau con que se procuraba restablecer una unión política hasta el golpe de Estado de 1980 en ese país16. Esa propuesta causó un fuerte rechazo, ante todo en las islas de Barlovento. Tras el fracaso de la imposición del criollo de Santiago y una fase de búsqueda de identidades, se procuraron crear dos estándares según la división principal del archipiélago (Veiga 1995: 26-27; Carling 2002). Este proceso fue facilitado por la fundación de distintas entidades: la Comisión Nacional para la Lengua Caboverdiana y el Foro de Alfabetización Bilingüe, en 1989, así como la Comisión Nacional para la Estandarización del Alfabeto en 1993 (Bartens 2000: 43-44). Finalmente, se ratificó el ALUPEC (Alfabeto Unificado para a Escrita do Caboverdiano), mediante la resolución 48 de 2005 (República de Cabo Verde 2005). Problemas centrales han sido y son la descriollización por el contacto con el portugués, lengua alta (H), la variación –por ejemplo, la variante intermedia de São Nicolau– y, ante todo, el conocimiento insuficiente de la dialectología insular y de la diáspora, motivo por el cual se ha propuesto la elaboración de un atlas lingüístico de las islas de Cabo Verde (Bartens 2000: 54), idea retomada recientemente17. 15 De nuevo podríamos hablar de un caso de interferencia negativa divergente en la terminología de Coseriu (1977). 16 Constituyeron una colonia hasta 1879. Las islas de Cabo Verde se independizaron en 1975; Guinea-Bissau un año antes. 17 Comunicación personal de Dominika Swolkien, 7.4.2018.
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Como vemos, aquí también la ortografía ha sido y sigue siendo uno de los factores clave en la creación o, más propiamente dicho, consolidación de una lengua (Gillier 2019). Para terminar este subepígrafe, ofrecemos un comentario de un lector de la página web Do You… Papia Kriolu Nes caso li foi um pai… é gravissimo… mas ca meste generaliza pamod hoje em dia mãe e pai tccheus ca tem responsabilidade… mi é de acordo q quel pai li tem q ser punido..agora hoje nstaba ta odjaba um cão(catchor)cu meinino na boca ta anda… cuzé q quel mãe merece??????… porr isso mundo sta na fim… nu pedi deus pe perdoano pamod nos é pecador… ca meste fala mal de homens… é triste… deus ta dal melhoras… (19 de febrero [2017] a las 18:43)18
En esta crítica de la educación y cuidado que los padres brindan a sus hijos podemos hablar de una apropiación del criollo, a pesar de incoherencias en la ortografía (cf., por ejemplo, ALUPEC tcheus ‘muchos’, N staba ‘yo estaba’, ka ‘no’). Este tipo de uso creativo de los recursos lingüísticos de que dispone el comentarista también se puede considerar en el sentido de creación de una lengua. 4.4.2. Ziguinchor y Guinea-Bissau Los criollos lexificados por el portugués de Alta Guinea continental constan de tres variantes principales desde el norte pasando por el centro administrativo de Guinea-Bissau (Bissau) hacia el oriente: ∙∙ Ziguinchor-Cacheu-São Domingos ∙∙ Bissau-Bolama ∙∙ Bafatá-Geba La variante de Ziguinchor y alrededores, en Casamance (Senegal), es la más antigua. En el pasado reciente ha sufrido menos influencia del portugués por la frontera actual, establecida en 1886 entre las colonias francesa y portuguesa, como resultado de la Conferencia de Berlín (Bartens 1995: 56-60). Por otro lado, es la variante más amenazada por la extinción y se han presentado estimaciones muy divergentes acerca de su número actual de hablantes. Sin embargo, Biagui y Quint (2013) consideran que hay 10 000 hablantes de L1 y entre 20 000 y 50 000 de L2. Intumbo, Inverno y Holm (2013: 31-32) citan 600 000 hablantes para Guinea-Bissau, de los que 100 000 serían de L1. ‘En este case fue un padre… es muy grave… pero no hace falta generalizar porque hoy en día muchas madres y muchos padres no asumen su responsabilidad… estoy de acuerdo con que hay que castigar a este padre… hoy estaba mirando un perro andando con un niño en la boca… ¿qué es que se merece aquella madre?????? Por ello el mundo está llegando a su fin… pedimos a Dios que nos perdone porque somos pecadores… no hace falta hablar mal de los hombres… es triste… que Dios haga que se mejore…’ 18
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En lo que se refiere a todos los criollos de Alta Guinea, podemos afirmar que el golpe de Estado en Guinea-Bissau se produjo en 1980, en parte, por miedo de la dominación cultural por parte de los caboverdianos19. A pesar de tratarse de un continuo lingüístico que puede trascender lo geográfico por motivos históricos (Bartens 2009), en este caso llevó a un distanciamiento lingüístico consciente hacia una Abstandsprache en el sentido de Kloss (1967) por muy estrechos que hayan sido –y sigan siendo– los lazos de parentesco lingüístico entre las variantes del criollo portugués de Alta Guinea. Probablemente no se conocerá nunca con exactitud el historial de este parentesco (difusión desde las islas, desarrollo paralelo, o ambos) que empezó con la fundación de “la cuna de la cultura criolla de Guinea-Bissau”, Cacheu, en 1588 (Pinto Bull 1989: 62), pero parece probable que ante todo el criollo de Santiago haya jugado un papel importante en toda la región (Rougé 1994; Jacobs 2010; Bartens 2000: 43). Es el criollo del continente que primero se menciona en la literatura acerca de todas las lenguas criollas –aunque sin emplear el término criollo–, en un relato de viaje redactado por el portugués Andrés Álvares de Almada en 1594 y que ha sido objeto de interpretaciones diferentes: “[…] os negros desta aldeia, por serem muito entendidos e práticos na nossa língua […]. Entre estes negros andam muitos que sabem falar a nossa língua portuguesa […]”. Pinto Bull (1989: 72) ha sido el primero en sugerir que se tratara, de hecho, de un criollo. También hallamos el primer uso explícito del término criollo en dos relatos de viaje de 1684 (Lemos Coelho20) y 1685 (La Courbe) que se refieren a la misma región (Couto 1994: 35; Bartens 2013b: 70). Durante mucho tiempo, los criollohablantes constituían una minoría: Carreira (1984: 118-122) considera que, a finales del siglo xix, había 7 000-8 000, mientras los hablantes de lenguas autóctonas habrían ascendido a 300 000-400 000. El cambio radical sucedió durante el movimiento y la guerra de independencia de los años 1960; por otro lado, el héroe de la independencia, Amilcar Cabral, asesinado en 1973, subrayó la importancia del portugués, lengua de los colonizadores, pero al mismo tiempo de la comunicación internacional. Subsecuentemente se hicieron propuestas para extender el uso del criollo de medio de alfabetización de adultos a la enseñanza primaria de Guinea-Bissau en los años 1980-1990 y también hubo producción de materiales escritos, por ejemplo, tebeos (Bartens 1995: 54-56). Sin embargo, la guerra civil (1998-1999) y la inestabilidad estructural del país han mermado los esfuerzos. Siendo utilizado como lengua vehicular por más de la mitad (quizá hasta dos tercios) de la población, frente a un 13 % que emplea habitualmente el portugués, su carácter de lengua ya no se discute; esa lengua de La unidad administrativa colonial de las islas de Cabo Verde y Guinea-Bissau se había disuelto en 1879 (Bartens 1995: 53). 20 Comenta acerca del “creoulo de Cacheu”. 19
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facto en principio no se necesita “crear”, y se utiliza cada vez más en los medios de comunicación social. Como reflejo de la inestabilidad del país, la comunicación en Internet reemplaza en gran medida a los medios tradicionales. El futuro del idioma es menos cierto en Ziguinchor, pero ha habido impulsos para fomentar su uso y estatus en el pasado reciente21. Volviendo a los medios de comunicación social resulta, sin embargo, interesante contemplar la producción escrita de los criollos de Ziguinchor y Guinea-Bissau en las redes sociales, especialmente Facebook, identificado como espacio idóneo para practicar lectoescrituras emergentes en estudios de otras comunidades (Bartens 2016). Rougé (2019) señala que el impacto de referencias ortográficas diferentes –el portugués en Guinea-Bissau, el francés en Ziguinchor– se manifiesta claramente en el uso del criollo. Por ejemplo, el empleo de la “e muda” por parte de los usuarios de Ziguinchor dificultaría la comprensión para los hablantes cuyo punto de referencia es el portugués. En este contexto es importante destacar el concepto de prácticas de lectoescritura adquiridas en lenguas de referencia (“lead-language writing”) que podrían facilitar el proceso en lenguas minoritarias o minorizadas, como propone Lüpke (2018) para el jola de Senegal con el wolof como lengua de referencia. En este caso preciso, tratándose de dos países diferentes, este mismo fenómeno de lenguas de referencia para la lectoescritura de lenguas, si no ágrafas, por lo menos poco utilizadas en el medio gráfico, causa mucha división. La consolidación de una lengua es, por ende, claramente sujeta a la existencia de divisiones políticas, hechos que definen una lengua mucho más que las diferencias interlingüísticas (§ 1). 5. Conclusiones Los discursos metalingüísticos sirven para construir, reproducir y modificar ideologías lingüísticas (Verschueren 2012; Mar-Molinero 2008), incluso la conciencia acerca de la existencia de una lengua. En la actualidad, el papel de los medios de comunicación es fundamental en ese proceso, especialmente el de las redes sociales, como Twitter y Facebook. En la escala tradicional de oralidad a escritura (Ong 1982; Thaler 2003; Montes-Alcalá 2016) se sitúan aproximadamente a medio término, permitiendo a las lenguas ágrafas entrar “por la puerta trasera” al dominio de lo escrito (Bartens 2016, 2019: 403). Lo interesante es que lo que es estigmatizado en “la vida real” puede ser todo lo contrario en el ciberespacio (Mair en prensa). Se puede hablar de la tiranía de lo escrito (Weth/Juffermans 2018), pero al mismo tiempo creemos que no se puede subrayar lo suficiente el papel de la lec Véase la organización del encuentro de 2018 de la Asociación de Criollos de Base Lexical Portuguesa y Española del 11 al 14 de junio de 2018 en la Universidad Assane Seck, Ziguinchor, fundada en 2007. 21
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toescritura –y, obviamente, la existencia de una ortografía establecida– que encontramos fundamental para la supervivencia de todas las lenguas minoritarias y minorizadas, pese a los discursos poscolonialistas que lo ponen en duda (Freeland 2004). En la creación y consolidación de lenguas hemos visto casos en que el apoyo institucional ha variado en distintos grados (ninguno para el cántabro, gradual en los demás casos). Lo que quisiéramos destacar es que las políticas lingüísticas de lectoescritura desde arriba hacia abajo, y al revés (Blommaert 2008), así como los discursos en torno a la creación y modificación de las ideologías de lo que es una lengua, también se construyen en el espacio físico y, hoy en día, el ciberespacio. Cuando se habla de quién es dueño de una lengua (“language ownership”; Speas 2013), tenemos que tener presente ese paisaje lingüístico físico y virtual que influye de forma importante no solo en la creación y consolidación de lenguas, sino también en la integración de hablantes menos competentes (Labov 1972) en el sentido de la actuación y afirmación de identidades –étnicas, culturales, etc.– situacionales (Keefe/Padilla 1987: 190). Por nuestras propias experiencias investigadoras, la cuestión de la posesión de una lengua es un tema de mucha actualidad precisamente en relación con la (re) creación de lenguas y su futuro, que se podría ampliar, por ejemplo, con enfoques de análisis crítico del discurso (Fairclough 1995; 2001; Van Dijk 2003) en los casos presentados y otros, también desde los paisajes lingüísticos (Landry/Bourhis 1997; Castillo Lluch/Sáez Rivera 2013). Referencias bibliográficas Academia de la Llingua Asturiana (2017): III Encuesta Sociolingüística de Asturias. Avance de resultados. Uviéu: Academia de la Llingua Asturiana. Anderson, Benedict (1983): Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London: Verso. Barros Ferreira, Manuela (1995): “O Mirandês e as línguas do Noroeste peninsular”, en: Lletres Asturianes 57, 7-22. Barros Ferreira, Manuela (2000): “Em Torno da Convenção Ortográfica da Língua Mirandesa”, en: Meirinhos, José Francisco (coord.): Estudos mirandeses: balanço e orientações. Homenagem a António Maria Mourinho. Porto: Granito, 55-67. Bartens, Angela (1995): Die iberoromanisch-basierten Kreolsprachen: Ansätze der linguistischen Beschreibung. Frankfurt am Main: Peter Lang. Bartens, Angela (2000): “Notes on componential diffusion in the genesis of the Kabuverdianu cluster”, en: McWhorter, John (ed.): Language Change and Language Contact in Pidgins and Creoles. Amsterdam/Philadelphia: John Benjamins (Creole Language Library 21), 35-61. Bartens, Angela (2005): “Les créoles portugais de l’Asie: entre superstrat et adstrats”, en: Études Créoles 28:1, 115-146.
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LOS NOMBRES DE LA LENGUA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS Rafael Cano Aguilar Universidad de Sevilla
1. Los modos para denominar la propia lengua constituyen una de las manifestaciones más visibles de la conciencia metalingüística de los hablantes, de cómo estos se enfrentan al mecanismo que los constituye como miembros de un grupo lingüísticamente determinado (grupo que muchas veces se constituye, precisamente, a partir de ese acto de denominación). Pero no tienen por qué ser, no lo son en muchos casos, fruto de la actividad consciente ni producto de un acto de voluntad. Cuando esa denominación es múltiple, como ha sucedido en la historia del español, las razones tras cada uno de los términos nombradores son buena muestra de los distintos modos en que la conciencia sobre el hablar se manifiesta en una comunidad. Dado que, además, esas razones pueden ser de orden muy variado, se puede ver cómo actúan las distintas fuerzas que pueden influir sobre el devenir histórico de las lenguas y las comunidades que las hablan. En el caso del español, y en la época aquí considerada1, ha habido estudios –entre los cuales los de Alonso (1979 [1943]) y Mondéjar (2002)– que, si bien no limitados estrictamente a la cuestión de la denominación, sí toman esta como guía central de sus indagaciones. Naturalmente, las visiones globales de la historia lingüística hispánica también se ocuparon de tal cuestión: tanto Menéndez Pidal (2005: 935-936) como Lapesa (1981: 299) hicieron referencias a ella, ambos, al igual que otros autores, en estrecho seguimiento de Alonso. En realidad, Alonso y Mondéjar elaboraron sus estudios con una proyección innegable hacia sus respectivas situaciones coetáneas2. Alonso intenta mostrar cómo el particularismo medieval de Castilla y lo castellano da paso a una nueva realidad espiritual surgida cuando se configura España, no ya solo como un Estado político sino como un horizonte mental, ideal, proyectado hacia el exterior, abierto al mundo y vertido hacia América. El punto de partida de Mondéjar es más concreto: las discusiones sobre el nombre del idioma tal como quedó consagrado en la Constitución española de 1977 y sus proyecciones político-administrativas posterio Este trabajo puede considerarse continuación del desarrollado sobre los nombres del idioma en la Edad Media (Cano Aguilar 2013). 2 Sobre los nombres de la lengua, en España, en la actualidad, cf. Arenas Olleta 2009. 1
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res. Esa visión españolista (nacionalista, si se quiere), más amplia en Alonso, más estrecha en Mondéjar, lleva incluso en ocasiones a contradecir lo que ellos mismos comprueban en sus datos. En ambos, por otro lado, las investigaciones sobre los modos en que se nombra la lengua dominante de la España de la época se amplían a consideraciones sobre las valoraciones que se hacen sobre ella, los distintos modos de emplearla (en especial, en la escritura literaria), en suma, sobre las guías dominantes, las “normas”, que, en el más puro idealismo que caracterizaba a Amado Alonso, se contemplan siempre desde la perspectiva de los grandes creadores (aunque a veces, como hace Mondéjar, se descienda sobre otros autores de categoría inferior, que continúan lo que esos autores excelsos han logrado). En efecto, la idea recurrente en estos historiadores, y en otros que los siguen, es que por fin en los llamados “siglos áureos” el nombre de español para el idioma logra justificación, responde al nuevo ambiente espiritual e ideal (ideológico), es el que se vierte hacia el exterior y se halla en situación de arrinconar las viejas denominaciones. Además, como comprueban ambos autores, y como es objetivamente verificable, fuera de España las formas en cada lengua de español son absolutamente dominantes frente a las de castellano (u otras). El problema, sin embargo, es que esas viejas denominaciones no desaparecen, sino que, como ha de reconocer Mondéjar (2002: 131, 158), subsisten y se perpetúan. Alonso (1979 [1943]: 14-15) habló de “arcaísmo” para la pervivencia del uso de castellano cuando ya español había emergido, pervivencia que no puede explicar más que por “inercia”, y que no necesita justificación, frente al nuevo nombre que se funda en ser “más rico y más preciso”; incluso llega a decir que castellano sobrevivió por esos “millones de campesinos” que sienten mucho más débilmente que las ciudades la “entidad nacional” y viven más apegados a lo “heredado y tradicional” (Alonso 1979 [1943]: 34). En la misma línea, Mondéjar habla de “sinonimia rutinaria” (que merece una severa y anacrónica reprimenda del autor, quien centra, sin que se sepa por qué, en “clérigos de cualquier siglo y de cualquier parte” esa “falta absoluta de conciencia lingüística […] respecto del momento histórico en que se vive”)3. No obstante, ha de admitir que en el xvii la frecuencia de español se retrae, según él por la disminución de la “euforia imperial” que en el xvi Más aún: Mondéjar (2002: 116) censura duramente a Nebrija por no estar “a la altura de las circunstancias” al no llamar español al idioma en sus Reglas de ortografía de 1517. Y lo mismo hace con Ambrosio de Morales (Mondéjar 2002: 204), al que reprocha lo mismo además por ser andaluz. En todo esto hay una asunción acrítica y en exceso rígida de la intuición de Amado Alonso según la cual los no castellanos preferirían español a castellano por sentirse integrados con el primer nombre, pero excluidos con el segundo (de acuerdo con su interpretación del prólogo de la Gramática anónima de Lovaina de 1559). De este modo, no solo se extraña de que haya andaluces de la época que llamen castellano al idioma sino de que haya castellanos que lo llamen español: ambas “anomalías” se explican, según él, por los viajes al exterior de unos y otros. 3
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“ayudó a que se extendiese por Europa y, de rechazo, a que se consolidara su uso en España” (Mondéjar 2002: 231); pero ya antes (Mondéjar 2002: 131) ha tenido que reconocer que desde el xvi español compite, “en desventaja entonces” no solo con castellano sino también con vulgar y romance. No obstante, aunque ambos autores señalan la pervivencia de otros nombres (romance, vulgar), el centro de sus elucubraciones es siempre la tensión entre castellano y español. En este sentido, no creemos inútil reiteración ni aportación irrelevante la búsqueda en los corpus hoy disponibles para la historia del español (básicamente, el académico CORDE4) de las distintas denominaciones para el idioma usadas en los siglos xvi y xvii5. Solo una comprobación empírica exhaustiva, que venga a completar las realizadas por estos autores (ricas también, pero constreñidas por los medios disponibles en sus respectivos momentos), puede ayudar a que se comprueben, maticen o refuten sus apreciaciones. Únicamente así, pues, se podrá ver si Lapesa pecó de optimismo cuando afirmó en su Historia que “el nombre de lengua española, empleado alguna vez en la Edad Media con antonomasia demasiado exclusivista entonces, tiene desde el siglo xvi absoluta justificación y se sobrepone al de lengua castellana” (Lapesa 1981: 299). 2. La primera constatación que resulta del análisis de los datos es la del predominio de castellano de forma global en el periodo analizado, si bien tal predominio no se da por igual en todos los segmentos del periodo. Así, en la segunda mitad del xvi cede su primacía, pero no ante el novedoso español sino ante el mucho más tradicional romance (102 casos frente a 135 en 1551-1575, y 174 frente a 186 en 1576-1599). Curiosamente, en el tercer cuarto del xvii las apariciones casi se nivelan (42 frente a 38 casos, en 1651-1675). Solo en el primer y último cuarto de este siglo su dominio se muestra apabullante: 652 casos frente a los 223 de español, 120 de romance y casi 300 de otras denominaciones variadas en 1600-1625, y 76 frente a 12 en 1676-1699. Como se ve, al margen de la incidencia que puedan tener los textos elegidos en el corpus, la línea dominante de castellano no se desarrolla en forma continua sino en claro zigzag (lo que podría aplicarse, como veremos, a otras denominaciones). En suma, pese a todo, el predominio, aunque No ignoramos los problemas que CORDE presenta para la fiabilidad filológica de sus datos, y en este caso concreto, para la datación precisa de los testimonios (cf. Rodríguez Molina/Octavio de Toledo y Huerta 2017), además de la desigual presencia, en volumen, de documentos de las distintas épocas. Sin embargo, creemos que puede ser un barómetro más fiable que la consulta aleatoria de tales o cuales textos, aunque, naturalmente, como es propio de toda ciencia, la aportación de nuevos datos podría poner en cuestión algunas de las conclusiones que aquí se alcancen. Resaltamos aparte en negrita los elementos objeto de discusión en cada ejemplo extraído. 5 El estudio de Sáez Rivera (2008) aporta datos adicionales sobre el uso de los nombres del idioma en gramáticas de los siglos xvii y (principios del) xviii, por ejemplo, 1523-1525 (“Conclusiones”) y p. 1590, cuadro 18. 4
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relativo, de castellano a lo largo de los siglos áureos y su vitalidad impiden considerar su presencia como la mera pervivencia de un arcaísmo. Ese dominio de castellano no se entendería debidamente si no se tienen en cuenta las preferencias individuales de unos y otros autores. Así, en el primer cuarto del xvi ello tiene mucho que ver con la predilección que Nebrija siente por tal término en sus Reglas (pues no emplea español, y romance solo una vez); y en el segundo con su presencia generalizada, que no exclusiva, en el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés. En este sentido, es de notar la preferencia de los gramáticos por el nombre más tradicional: no solo estos autores sino también Andrés de Poza, Mateo Alemán en su Ortografía, Jiménez Patón (en el Epítome, algo menos en la Elocuencia), Juan Pablo Bonet, Covarrubias, Correas (si bien este, como se verá, sigue mostrando un notable apego por romance). En realidad, la dispersión textual de castellano no parece atender a tipos de textos o discursos: se halla, en el xvi, de forma mayoritaria, en algunos casos exclusiva, en poesía (Boscán, Garcilaso, Ercilla, Francisco de la Torre, Juan Rufo), narraciones (Primaleón), teatro (Torres Naharro), tratadística (Gabriel Alonso de Herrera, fray Luis de Granada, Pedro Mejía, Cristóbal de Villalón, Antonio de Torquemada, fray Luis de León, López Pinciano), historiografía (fray Bartolomé de las Casas, Fernández de Oviedo, Alonso de Santa Cruz, López de Gómara, Cervantes de Salazar, Diego Hurtado de Mendoza, fray Pedro de Aguado, fray Pedro Malón de Chaide, Juan de Pineda), textos científicos y técnicos (Pedro A. Onderiz, Cristóbal de Rojas), traducciones (de Erasmo, de Aristóteles por Pedro Simón Abril, de Plinio por Jerónimo de Huerta), textos jurídicos (Hugo de Celso) y documentación jurídica (europea e indiana). En la transición barroca y en el xvii tal reparto continúa: los relatos históricos de Mármol Carvajal, Jerónimo Mendieta, Antonio de Herrera, fray Prudencio de Sandoval, el Inca Garcilaso, fray José de Sigüenza, Cabrera de Córdoba, Rodrigo Caro; los diálogos sobre Retórica de Luis Alfonso de Carvallo, o las Tablas poéticas de Cascales; los tratados técnicos como los de García de Céspedes, Méndez Nieto; la poesía de Juan de la Cueva; la narrativa, picaresca (Espinel, Salas Barbadillo) o no (Vélez de Guevara); y, naturalmente, las relaciones y mucha de la documentación jurídica, tanto de la España europea como del Nuevo Mundo. Los grandes autores de la época son claramente afectos a castellano, tal como se comprueba en Mateo Alemán (Guzmán de Alfarache), Lope de Vega (poesías, teatro, diálogos como Dorotea), Cervantes (en el Quijote6, si bien en otras obras, por diversas razones, pueden hallarse otras denominaciones), Quevedo (también con variaciones, algunas muy significativas, como la que se verá de romance), Tirso de Molina, Calderón o Ruiz de Alarcón en el teatro, Baltasar Gracián tanto en sus tratados como en la narrativa alegórica del Criticón. Idéntica distribución variada se encuentra en los mucho menos conocidos autores y textos
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Véase ejemplificación en Mondéjar (2002: 240-241).
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de finales del xvii. Ni motivos ideológicos (se encuentra en tradicionalistas y en innovadores), ni regionales (es utilizado por autores de todas las procedencias, incluyendo ya los nacidos en Indias), ni socioculturales (su presencia se distribuye a lo largo de toda la escala diastrática) pueden aducirse para la utilización de castellano, por lo que ha de concluirse que, en cierto modo, era la denominación menos marcada de todas las posibles. Es, así, habitual que en los relatos históricos de Las Casas, Fernández de Oviedo u otros a los personajes se les denomine “españoles”, fuera cual fuera su origen dentro del Reino, pero a su lengua “castellano”7. Castellano, como tal forma, aparece en la construcción preposicional en castellano, para indicar, en especial en las traducciones, pero no solo en ellas, las maneras de nombrar objetos, hábitos, conceptos, etc. en el idioma. Mucho más raro es el castellano como denominación del idioma como tal. Para esto es mucho más habitual emplear lengua castellana, en diversas posiciones sintácticas, y con más parquedad lenguaje castellano: la primera combinación se halla en 18 de 77 casos en 1500-1525, en 75 de 385 en 1526-1550, en 40 de 102 en 1551-1575, en 66 de 174 en 1576-1599, en torno a 200 casos de 652 en 1600-1625, en 30 de 138 en 16261650, en seis de 42 en 1651-1675, y en 36 de 76 en 1676-1699; por el contrario, la segunda solo llega a 10 apariciones en todo el siglo xvi y a algo menos de 20 en el xvii. Más rara aún es la combinación con idioma, exclusiva del xvii y que no llega a la decena de casos. La combinación romance castellano, que en la Edad Media apenas se da en sus inicios y solo adquiere cierta vida en el xv (cf. Cano Aguilar 2013: 6), tiene alguna presencia en este periodo: cerca de 40 casos en el xvi (concentrados en los cuartos segundo y tercero del siglo), pero solo 10 en el xvii, concentrados en su primer cuarto (nueve casos), lo que es otra muestra, según se verá, del declinar de romance para el idioma. En cambio, la combinación de castellano con español, a la que Alonso (1979 [1943]: 35) da tanta relevancia, apenas si se encuentra en el corpus utilizado en los títulos de Covarrubias (Tesoro de la lengua española castellana) y Correas (Arte de la lengua española castellana), y en Jiménez Patón, en su Elocuencia española, en tres muestras, y en pocos casos más: Estas son que se hable en castellano español puro, con claridad, con adorno y a propósito de lo que habla. Digo castellano español puro lo que él dijo latín, porque su elocuencia era latina, y la nuestra castellana (Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604-1621). Así pues, decir que se hable castellano español puro es que la oración vaya corregida y enmendada de solecismos (Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604-1621). 7 “Hágola de presente en castellano porque gozen d’ella luego todos nuestros españoles” (López de Gómara, Primera parte Historia natural Indias, 1554); “les dixo en castellano: ‘Señores, ¿sois españoles?’” (Cervantes de Salazar, Crónica, 1560). Claro que, a mediados del xvii, puede encontrarse una inusual reivindicación castellanista: “como á la castellana le llamaron así, por ser la materna que hablamos los castellanos” (Bernabé Cobo, Historia, 1653).
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Finalmente, la combinación vulgar castellano, con el gentilicio especificando al habitualmente genérico vulgar, se encuentra algo más en el xvi (26 casos, sobre todo entre 1526 y 1550) que en el xvii (solo 11, casi todos en la primera mitad de siglo). Con el orden invertido solo hay un caso en Juan de Zabaleta (1654), sin ninguna connotación valorativa, sino solo designativa del idioma común (“Los ángulos agudos en los estremos de la frente, que el castellano vulgar llama entradas”). Por otro lado, si bien esta no es combinación exclusiva de castellano, hay que señalar la presencia de casos en donde bien el gentilicio solo o unido a lengua, vulgar, etc. va antecedido del posesivo nuestro, -a. En estos casos, evidentemente, no hay intención alguna especificadora, pues ya el nombre es suficientemente designador, por lo que solo cabe suponer la implicación emocional en la referencia al nombre de la lengua: mas pienso yo no auer hecho poco ser principio en nuestro castellano y abrir la puerta a otros (Gabriel Alonso de Herrera, Obra Agricultura, 1513). ni buena forma descreuir alta e gentilmente en lengua latina e en nuestra lengua castellana o sermón vulgar (Fernández de Oviedo, Batallas, 1535-h. 1552).
No es elevada la frecuencia de esta combinación, pero sí equiparable a algunas de las anteriores: 43 casos en el xvi (sobre todo, en los cuartos segundo y último), 32 en el xvii (la gran mayoría concentrados en los primeros años del siglo). Como es habitual (ya ocurría así en los textos medievales) con las denominaciones de lenguas, el uso de castellano se produce muy frecuentemente en entornos donde se enfrenta, coexiste o alterna con otras lenguas, de ahí su presencia en particular para indicar procesos de traducción, comparación de denominaciones, de usos literarios: trasunto y con mucha diligencia corregido del latín en lengua castellana por el licenciado Alonso Rodríguez de Tudella (Alfonso Rodríguez de Tudela, Traducción compendio boticarios, 1515). Es vn paxaro que en latin llaman caprimulgo que en castellano se puede bien llamar chota cabras o mama cabras (Gabriel Alonso de Herrera, Obra Agricultura, 1513). he querido ser el primero que ha juntado la lengua castellana con el modo de escrivir italiano (Boscán, Poesías, h. 1514-1542).
O, muy especialmente en la documentación jurídica indiana, las prescripciones sobre enseñar o no el idioma a los indígenas, hacerlo o no de forma imperativa, las referencias al buen o mal dominio por los indios de la lengua, etc.:
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e asi mismo les muestren a hablar rromançe castellano y ase de trabajar con todos los caciques e yndios quanto fuere posible que hablen castellano (Instrucciones Orden San Jerónimo, 1516). Ella [una india] era christiana e ladina, que hablaua muy bien nuestra lengua castellana (Fernández de Oviedo, Batallas, 1535-h. 1552).
Las valoraciones suelen hacerse también en situaciones de contraste lingüístico, incluso interno a la lengua: Y si quisieren reprehender que por qué no van munchas palabras en perfeta lengua castellana, digo que, siendo andaluz y no letrado […], conformaba mi hablar al sonido de mis orejas, que’es la lengua materna (Delicado, Lozana, 1528). y no se pongan a la cuenta de mi romance, que en Madrid nascí, y en la casa real me crié, y con gente noble he conversado, e algo he leído, para que se sospeche que habré entendido mi lengua castellana, la cual, de las vulgares, se tiene por la mejor de todas (Fernández de Oviedo, Historia, 1535-1557). cuando en alguna parte se dudare de algún vocablo castellano, lo determine el hombre toledano que allí se hallare (Melchor de Santa Cruz, Floresta, 1574).
Puede, naturalmente, no haber contraste explícito sino simple referencia a la lengua en que se compone el texto o a la lengua como tal (en las descripciones internas de la lengua por los gramáticos, no en las comparaciones, esto es lo habitual): un libro intitulado Galatea, en verso y en prosa castellano (Cervantes, Galatea, 1585). la grandeza y majestad de palabras, de que nuestra lengua castellana está como preñada (fray Pedro Malón de Chaide, Conversión, 1588).
O alusiones a la claridad de la lengua y al objetivo común y general de sus destinatarios, o valoraciones no contrastivas: Y pues escribimos en nuestra lengua castellana, y principalmente para los que son de nuestra nacion (Pedro de Ribadeneira, Tratado, 1595). Ellas toman por ocasión de disculpa haberse prohibido las horas en romance y en buen castellano (Francisco de Luque Fajardo, Fiel desengaño, 1603). y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy sinificativo (Cervantes, Quijote. Segunda Parte, 1615).
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3. La alternativa de español para denominar a la lengua nace a principios del xvi8. Las primeras documentaciones dadas en CORDE son de la segunda década de este siglo: Sí, señor –dixo el camarero–, y es escrito en lengua española o francesa e dize… (Traducción Tirante el Blanco, 1511). Asy mismo su alteza no sabe hablar ninguna palabra en español (Alonso Manrique, Carta, 1516).
Su progreso fue lento, y en ningún segmento de los siglos analizados llegó a superar a castellano, e incluso, como se ha señalado antes, en varias ocasiones estuvo también a la zaga de romance: a los cinco casos del periodo 1500-1525 les suceden los 46 de 1526-1550 (385 de castellano, 246 de romance), 48 de 15511575 (102 de castellano, 135 de romance), 132 en 1575-1599 (174 de castellano, 186 de romance). Es en el xvii cuando logra situarse, salvo una excepción, en segundo lugar, pero siempre a notable distancia de castellano: 253 casos en 16001625, frente a 652 de castellano y 120 de romance; 97 en 1626-1650, por 138 de castellano y 59 de romance; 36 en 1651-1675, por 42 de castellano y 38 de romance; y finalmente 22 casos en 1676-1699, frente a los 76 de castellano y 12 de romance. Si la documentación ofrecida en CORDE responde adecuadamente a los usos reales de la época, es evidente que no puede hablarse de progreso, al menos en lo que se refiere a la preeminencia de esta denominación. La dimensión internacional, tantas veces aludida, para la preferencia por español (se usa por extranjeros, o desde el extranjero), aparece ciertamente en algunas de sus primeras apariciones: así, la carta citada de Alonso Manrique (como algún otro texto de la época) se refiere a la incapacidad del futuro Carlos V de hablar esta lengua. Y ello puede explicar por qué Francisco Delicado, en la Lozana Andaluza, emplea habitualmente, pero no solo, español (la obra se editó en Italia, y allí transcurre mayoritariamente la acción). También es notable que Cervantes, usuario habitual de castellano (incluso de romance), sea precisamente en su novelita La Española inglesa donde haga un uso preferente de español. Ahora bien, desde muy pronto sus contextos son iguales a los de castellano, en entornos de traducción, contraste con otras lenguas, etc., muchas veces en autores que usan igualmente y con las mismas intenciones la otra denominación: véase por los vocablos que tienen de la lengua española las gentes del Perú (fray Bartolomé de las Casas, Historia, 1527-1561). 8 Para su esporádica y confusa presencia medieval, cf. Cano Aguilar 2013: 13-16. Amado Alonso (1979 [1943]: n. 1) ha de reconocer que los títulos que en el Registrum de la biblioteca de Hernando Colón incluyen la expresión en español podrían no haberla tenido en el original, y en ningún caso pudo comprobar tal extremo. Curiosamente, Mondéjar (2002: 133) no manifiesta tan razonable prudencia.
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saber hablar diversas lenguas; lo cual apruebo en el cortesano, en especial que sepa la española y la francesa (Boscán, Traducción Cortesano, 1534). y allí les vino un cristiano en una canoa y los saludó en español, y les dijo (Fernández de Oviedo, Historia general, 1535-1557). se pregone en la plaza pública de esta ciudad en lengua española y en lengua de los indios (Provisión [Perú], 1574).
Al igual que en castellano, hemos de contar aquí también con las preferencias individuales. No obstante, pese a que algunos autores nunca usan español (caso de Nebrija) y otros lo usan de forma exclusiva, o mayoritaria (Fernando de Herrera), lo normal es la coexistencia en mayor o menor grado. Incluso Juan de Valdés, usuario habitual de castellano, emplea en varias ocasiones “vocablos españoles” (Mondéjar 2002: 160), y hay un caso en que no está claro si se refiere al idioma o al colectivo humano9: Lonja llama el español a algún cierto lugar diputado para passear (Juan de Valdés, Diálogo, 1535-1536).
En la documentación utilizada, no es habitual encontrar la necesidad de justificación para español que se observa en el gramático anónimo de Lovaina de 1555, ni tampoco la reacción desmedida contra su uso del otro gramático de 1559 (cf. Alonso 1979 [1943]: 42-46). Las supuestas tensiones a que el análisis de ambos prólogos parece llevar no se comprueban, al menos de forma explícita, en los datos que suministra CORDE. No obstante, la preferencia ya citada de Fernando de Herrera por español encaja perfectamente en su bien declarado anticastellanismo idiomático. Sí aparece, por cierto, en algunos casos (curiosamente, más en el xvii que en el xvi), la justificación del empleo del término, que siempre tiene como base lo común del uso de la lengua: pues son casi inumerables en todas çiençias los que en lengua castellana ai o en romanze, que es lengua spañola, pues hablas en comun de toda Spaña (Quevedo, España defendida, 1609).
Parece evidente la fundamentación ideológica cuasi nacionalista que explica el uso dominante de español en este texto, pese a que en el mismo el autor da, según se verá, como denominaciones propias del idioma las de romance o castellano. En algún otro caso, no es lo habitual, se halla también una cierta connotación “imperialista”: Ciertamente, expresiones como “los españoles dicen…” y semejantes no pueden considerarse denominaciones lingüísticas, aunque parecen favorecer el incremento de uso del término español. 9
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¿no será más razón que yo offrezca a Vuestra Magestad este libro en español, como el emperador de los españoles, y de lo mejor del mundo? (Miguel de Urrea, Traducción Vitruvio, 1582)10.
Por otra parte, no hay que olvidar que en las últimas décadas del xvi o primeras del xvii español o lengua española pudieron tener una referencia distinta: la de la “lengua española” primitiva, anterior a la llegada de los romanos y el latín, que por razones propias de la mentalidad de la época y la exaltación nacional de muchos llegó a identificarse con el español coetáneo, llevando así a la lengua la continuidad ininterrumpida que tantos otros han visto entre una supuesta “España” primitiva y la nueva. Este es el sentido de la justificación dada por Jiménez Patón, que se sobrepone a la posible objeción de que no se habla en toda España (en la Elocuencia, al igual que en las Instituciones, frente al Epítome, prefiere claramente español para el idioma): Y porque ingenios agudos (de quienes yo hago la estimación que es razón porque lo merecen) me han preguntado por qué no titulé esta obra Elocuencia Castellana, y no Española, siendo así que no se habla en toda España, sino en estas partes que llamamos una y otra Castilla; digo y respondo que dudan muy bien, y que la razón que me movió a ello fue tener por averiguada y cierta cosa que la primera lengua que se habló en España, y en toda ella, fue la que hoy se habla en las Castillas, y no la de los vizcaínos. Y así porque ésta es la originaria le di tal título (Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604-1621).
En suma, más que “tensión” lo que se halla es una cierta convivencia pacífica de ambos términos, en intenciones designadoras y significativas y en autores. Aparte de los casos ya citados de la yuxtaposición con castellano, se hallan otros, no muchos ciertamente, de coordinación disyuntiva no excluyente –“lengua española o castellana”, en fray Pedro de Aguado (1573-1581)–, de particularizaciones –“lengua española, o más particularmente castellana”, en el Manual de escribientes de Antonio de Torquemada (h. 1552)–, de uso indistinto: S. M. le preguntó en latin si sabia hablar castellano, y diciéndole que sí, le respondió en español á todo lo que habia dicho (Cabrera de Córdoba, Relación, h. 1599-1614). Y si canta vuestra musa / en lengua española, ¿cómo, / si el poema es castellano, / el lenguaje es en moscovio? (Polo de Medina, Poesía, 1630-1655)
o incluso de vinculaciones castellanas para español: como esté escrita en lengua de español de Castilla con su fecha, día y mes, año (Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva corónica, h. 1595-1615). La famosa anécdota del discurso de Carlos V en español ante el Papa y otros embajadores en Roma, seguida por tantos historiadores del español, parece hoy una superchería; cf. González-Ollé 2001. 10
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para hablar su lengua y la española y castellana de Toledo (Luis Hurtado de Toledo, Memorial, 1576). Tan diestro estaba en la lengua española, como si en el riñón de Castilla se criara y hubiera nacido en ella (Mateo Alemán, Primera parte Guzmán Alfarache, 1599).
Como se ha dicho, los entornos textuales y niveles socioculturales de los autores son variados, equiparables a los de castellano, solo que en menor proporción: se halla en la historiografía (fray Bartolomé de las Casas, Fernández de Oviedo, Alonso de Santa Cruz, Díaz del Castillo, Diego Hurtado de Mendoza, fray Pedro de Aguado, fray Bernardino de Sahagún, Guamán Poma de Ayala, Inca Garcilaso, fray Prudencio de Sandoval, Bernabé Cobo), tratadística (fray Antonio de Guevara, Pedro Ciruelo, Pedro Mejía, Antonio de Torquemada, fray Luis de León, Huarte de San Juan, Fernando de Herrera, fray Luis de Granada, fray Pedro Malón de Chaide, Juan de Pineda, Baltasar Gracián), traducciones (de Erasmo, del Cortesano por Boscán, de la Cosmografía de Apiano, de Vitruvio por Miguel de Urrea), teatro (Lope de Rueda, Tirso de Molina), narrativa (Belianís, Vicente Espinel, Estebanillo González, Castillo Solórzano), relaciones y sucesos (Jerónimo de Barrionuevo), obras técnicas y científicas (Pérez de Vargas, Andrés de Vandelvira, Hernando Ruiz de Alarcón), poesía (Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Polo de Medina), y también la documentación jurídica, en particular la indiana, con idénticas referencias a la introducción o no de la lengua entre los indígenas a las hechas con castellano. Ya se ha aludido a la alternancia de usos en Cervantes11 o Quevedo; en Mateo Alemán destaca que mientras castellano es claramente dominante en su Ortografía, en cambio español es el usado en Guzmán de Alfarache. En los tratados retóricos de Luis Alfonso de Carvallo o Jiménez Patón domina español, pero en los gramáticos es más habitual castellano, salvo Correas, que más allá del título (Arte de la lengua española castellana) se decanta por español (y muy particularmente, como se verá, por romance); también Covarrubias usa los dos; y, como es esperable, la traducción del tratado de Minsheu (1599) solo utiliza español. Como puede comprobarse, se repiten muchos de los nombres que aparecían en la relación de los usuarios de castellano. Aparte de las amalgamas de español y castellano, el “neologismo” español aparece igualmente en las mismas combinaciones que su competidor. Lengua española se encuentra en 74 ocasiones en el xvi (sobre todo en su último cuarto: 38 casos), y casi 110 en el xvii (el mayor número de casos en el primer cuarto de siglo: 61 de 253 casos, pero la más elevada proporción en el último: 14 de 22 casos); por el contrario, lenguaje español solo se halla en 17 ocasiones, concentradas en el último cuarto del xvi y los dos primeros del xvii. Romance español En su última obra, Persiles, de escenarios a veces tan exóticos, hay 16 menciones de castellano frente a solo tres de español. 11
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podría considerarse un hápax: un solo caso en todo el periodo (Jiménez Patón). No se ha documentado la combinación con vulgar, pero sí en tres ocasiones la de vulgar de España. Esta última especificación geográfico-política acompaña dos veces a lengua, más un parler d’Espaigne de una carta de Diego Hurtado de Mendoza (1550). El empleo del posesivo nuestro, -a, aquí tan poco especificador como en el uso con castellano, es bastante menos frecuente: unos veinte casos de nuestro español, y solo once de nuestra lengua española y otros tres de nuestro lenguaje español, a lo largo de los dos siglos. En suma, español se consolida claramente en la segunda mitad del xvi y en la centuria siguiente puede darse por plenamente aceptado. Pero, salvo autores y textos específicos, nunca se hizo con el predominio de uso. Ahora bien, tampoco su nacimiento y extensión parece haber provocado, salvo las discusiones de algunos gramáticos, tan celebradas por los modernos historiadores del idioma, grandes conflictos ni controversias. 4. Como ya se ha visto al tratar los términos anteriores, el viejo romance sigue plenamente vivo durante la mayor parte del periodo analizado. Solo en el último cuarto del xvii su pujanza parece ceder. En efecto, se halla en segunda posición tras castellano en 1500-1525 (33 frente a 53), 1526-1550 (246 frente a 385), y, curiosamente, 1651-1675 (38 frente a 42). Es el primero en 1551-1575 (135 frente a 102) y 1575-1599 (186 frente a 174), es decir, toda la segunda mitad del xvi. Baja a la tercera posición, tras español en la primera mitad del xvii (1600-1625: 210 casos frente a 652 –castellano– y 253 –español–); 1626-1650: 59 frente a 138 y 97), y en su último cuarto (12 casos frente a 76 y 22). Tampoco, pues, es candidato a la etiqueta de “arcaísmo” (salvo por la mayor antigüedad de su uso, en los inicios medievales de la escritura castellana). Frente a lo que se pudo observar en la Edad Media (Cano Aguilar 2013: 5-6), en los textos áureos romance nunca parece designar lengua distinta del castellano. Por eso, las apariciones de romance castellano ya señaladas más arriba a propósito de castellano, si bien podrían tener valor especificador, en realidad parecen constituir una tautología, dado que los dos miembros de la combinación poseen la misma referencia. Solo en un caso (además del único, ya señalado, de romance español) romance se combina con otro gentilicio, si bien más que indicar otra lengua, o dialecto, parece referirse a un cierto modo de hablar regional, al que se descalifica: Gracias a mi entendimiento y no a vuestro romance aragonés, retórico y grossero (Jerónimo de Urrea, Diálogo, 1566).
La misma falta de especificación podría decirse de la expresión “nuestro romance”, presente en 31 ocasiones (sobre todo en el segundo cuarto del xvi: 17 casos, y ausente ya en el último), pues también se halla, aunque en menor grado, la inequívoca “nuestro romance castellano” (14 casos).
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No son muy diferentes los tipos textuales y autores que utilizan romance respecto de las dos denominaciones ya señaladas, y también es usual su presencia en los mismos textos y autores que las usan. Así, se halla en tratados, muchos ascéticos pero no solo ellos (Martín Pérez, Gabriel Alonso de Herrera, Fernández de Enciso, fray Antonio de Guevara, fray Francisco de Osuna, fray Luis de Granada, Antonio de Torquemada, Juan de Ávila, Diego de Estella, Huarte de San Juan, San Juan de la Cruz, fray Luis de León, Malón de Chaide, Méndez Nieto, Quevedo, Rodrigo Caro), diálogos y coloquios (Diego de Hermosilla, Arce de Otárola, Pedro de Luján, Juan de Pineda12), historiografía (fray Bartolomé de las Casas, Fernández de Oviedo, Alonso de Santa Cruz, López de Gómara, Cervantes de Salazar, Mármol Carvajal, fray Jerónimo Mendieta, fray Bernardino de Sahagún), traducciones (de Erasmo, del Cortesano por Boscán, de la Cosmografía de Apiano), teatro (Lope de Rueda, Guillén de Castro, Tirso de Molina, Calderón), poesía (Juan de Salinas, Lope de Vega), narraciones (Lazarillo, López de Úbeda, Cervantes, Salas Barbadillo, Estebanillo González, Criticón, Zabaleta), obras técnicas y científicas (Bernardino de Montaña, Fernando de Valdés, Pedro A. Onderiz). Se encuentra en gramáticos como Nebrija, también en Andrés de Poza, Jiménez Patón, la Ortografía de Mateo Alemán, Juan Pablo Bonet, y muy particularmente en Correas, en cuya Arte se da en 90 ocasiones; Juan de Valdés la usa habitualmente, por detrás de castellano. En el lenguaje jurídico también se halla –por ejemplo, en el Repertorio de Hugo de Celso (h. 1540) se da en cuarenta y tres ocasiones; también en los inventarios de bienes: tales o cuales libros “en romance”–, pero es más raro en la documentación indiana, al menos en lo referente a la política lingüística con los indígenas13 (salvo que se emplee romance castellano). Sí tiene mayor presencia en textos burlescos, como la Crónica de Francés de Zúñiga, o en personajes rústicos como los de las comedias de Torres Naharro; en el Quijote lo usa Sancho, pero también su amo al discutir con el Caballero del Verde Gabán sobre escribir poesía en latín o en romance. También es el término más usado, junto a castellano, en los repertorios de refranes y proverbios –así, los de Pedro Vallés (1549), Hernán Núñez (h. 1549) o Sebastián de Horozco (1570-1579)–. Y es el término preferido en la Vida de Santa Teresa, así como en otros textos suyos. Todo ello parece indicar que, junto a su presencia en lo que podría llamarse la “distancia comunicativa”, tiene una cierta propensión a aparecer en entornos más populares, o en los que se pretende rebajar esa distancia, rasgo este que podría diferenciarlo de los otros vistos hasta ahora. Hay varias características que diferencian el uso de romance del de sus oponentes. No se dan, naturalmente, en todas sus apariciones, pero sí son propias En sus Diálogos de Agricultura cristiana es el término claramente preferido. “sean enseñados à leer en cartillas, y libros en romance, procurando con todo cuydado, que todos hablan en la lengua Española” (Constituciones sinodales [Perú], 1636-1637). 12 13
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suyas o más intensas. En primer lugar, solo romance genera derivados, uno con valor de “traducir al romance”: romanzar (o romançar); y otro de “autor que solo escribe en romance”: romancista, términos ambos ya generados en la Edad Media, el último en ocasiones usado con cierta connotación despectiva14 –castellano solo conoce un “castellanamente hablado”, en Pedro Mejía (1540-h. 1550); y español tiene un españizar, “adaptar vocablos extranjeros al español”, en Tirso de Molina, junto a españolizar, con el mismo sentido, usado por Lope de Vega, Jiménez Patón, el Inca Garcilaso, Quevedo, Correas, Gracián–. Por otro lado, si bien romance comparte con sus competidores la alta frecuencia con que aparece en contraste con otras lenguas, es rasgo particular suyo la elevadísima proporción en que tal contraste se realiza con el latín. Entre los muchos testimonios que podrían aducirse, recuérdese solo que cuando fray Luis de León discute sobre la posibilidad de usar su propia lengua para temas elevados, recurre muy particularmente, aunque no solo, al término romance: Que es otra razón en que estriban los que nos contradicen diciendo que no son para todos los que saben romance estas cosas que yo escribo en romance. Como si todos los que saben latín, cuando yo las escribiera en latín, se pudieran hacer capaces de ellas; o como si todo lo que se escribe en castellano fuese entendido de todos los que saben castellano y lo leen. Porque cierto es que en nuestra lengua… (fray Luis de León, Nombres, 1583).
Finalmente, romance, uso también heredado de la Edad Media, puede significar más bien “modo de hablar o expresarse” (naturalmente, en “romance”): que me contenta harto su entendimiento y gracia y romance (Santa Teresa, Carta, 1581).
En especial, ese modo de hablar tiende a considerarse “claro, llano, asequible para todos”, por tanto opuesto, no ya al latín (de donde deriva primariamente este valor) sino a cualquier forma rebuscada, en exceso retórica; o con la frecuente expresión “en buen romance” se caracteriza lo que se dice como directo, sin subterfugios o eufemismos: raviosas quexas y dolores mortales desde çintura abaxo (que en romançe se llaman almorranas) (Francés de Zúñiga, Crónica burlesca, 1525-1529). pregonero, hablando en buen romance (Lazarillo, h. 1554). Yo soy un gran ladrón, en buen romance (Entremés pelícano, h. 1691).
En suma, al menos durante la mayor parte del periodo analizado, romance no parece arcaísmo ni antigualla a punto de desaparecer (solo se da esa impresión en 14
Ninguno de esos términos vuelve a aparecer después de 1625.
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el último cuarto del xvii)15. Hasta tal punto ello es así que todavía en las primeras décadas de este siglo se presenta por algunos autores como nombre, si bien no exclusivo, de la lengua: dos nombres tiene nuestra lengua: romanze i castellano; ¿no seria lo mismo dezir: ia los aragoneses hablan romanze, que dezir: ia los aragoneses hablan castellano? Pues lo mismo es en España: hablan romanze o hablan latin (Quevedo, España defendida, 1609).
Y cuando se justifica etimológicamente su nombre, vuelve a hacerse sobre la asunción de que se trata de uno de los “nombres propios” del idioma: i asi con justa rrazon se llama oi romanze, de Roma, pues fue su lengua en sus hijos bulgar (Quevedo, España defendida, 1609). i de aqui comenzó este nonbre Latino por entendido i secuaz en la rreligion Catolica, i aora por entendido generalmente; i el de Rromanze por la lengua vulgar á diferenzia de la Goda, i no por ser Latina, sino Española16, la que hablaron los Españoles, contrarios, á quienes llamavan Rromanos, porque se tenian por el inperio Rromano, como é dicho (Correas, Arte, 1625)17.
5. Resucitado en el siglo xv (Cano Aguilar 2013: 6-8), vulgar siguió utilizándose como denominación lingüística, solo o en unión a lengua o lenguaje, más bien circunstancial que como verdadero “nombre propio”, a lo largo de estos dos siglos. Para esto último chocaba con el hecho, bien conocido y utilizado, de que indicaba solo la lengua de uso ordinario, lo opuesto al latín en el mundo europeo, por lo que se podía aplicar, y de hecho se comprueba en numerosas ocasiones, a otras muchas lenguas –no necesariamente románicas: en la documentación de CORDE se aplica al griego, catalán, ¿francés?, italiano, algún idioma germánico, inglés, alemán (por Lutero), lenguas asiáticas sin precisar, o cualquiera en general–. Incluso se une a latín, pero aquí más bien con el sentido de “expresión, o refrán, usual”: que es lo que el vulgar latino dize, Ubique labor et dolor (Sebastián de Horozco, Libro proverbios, 1570-1579).
Debido a ello, sus combinaciones con denominaciones más específicas se dan en proporciones más elevadas de lo visto con otras denominaciones: en el xvi la 15 Es totalmente desacertada, pues, la segunda parte de la frase de Mondéjar (2002: 34): “Desde Alfonso de Palencia hasta Alderete, por lo menos, la sinonimia, salvo alguna excepción, será ‘castellano’ = ‘romance’, después, ‘castellano’ = ‘español’” 16 Aquí con Española se refiere al llamado “español primitivo”. 17 Véanse las definiciones de Alderete y Covarrubias en Mondéjar (2002: 248-249).
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unión a castellano se da en 26 de 246 casos, y en el xvii en 11 de 73; solo hay dos casos de vulgar romance (en Andrés de Poza, 1585), y una sola unión a español (en Palafox y Mendoza, 1645), además de dos casos de vulgar de España en el xvii (y, claro, la conocida Gramática de la lengua Vulgar de España, publicada en 1559 en Lovaina). Más habitual es la determinación con el posesivo nuestro, -a (solo con vulgar o con lengua/lenguaje vulgar): de nuestro vulgar destacan los 120 casos que se concentran en Sebastián de Horozco (Libro proverbios, 15701579) y Diego de Torres (Relación, h. 1575), del total de 153 apariciones de dicho sintagma en todo el periodo; a ellos han de unirse 12 de nuestra lengua vulgar y cuatro de nuestro lenguaje vulgar. Si se tiene en cuenta que el total de apariciones de vulgar con referencia lingüística es de 319 casos, según se ha dicho, el total de expresiones especificadores, por tanto, supera con cierta amplitud la mitad del total (206 de 319)18. El uso de vulgar con referencia lingüística se da mucho más en el xvi (246 casos: no obstante, recuérdese la concentración de sus apariciones en solo dos textos19) que en el xvii (73 casos), y a finales de este siglo puede considerarse claramente residual: nueve casos en 1651-1675, y solo uno en 1676-1699. Aparte de las dos obras citadas, se halla en traducciones (de cirugía, del Cortesano por Boscán, de Erasmo, de la Cosmografía de Apiano, de Aristóteles por Pedro Simón Abril), historiografía (fray Bartolomé de las Casas, Fernández de Oviedo, Alonso de Santa Cruz), tratados (fray Antonio de Guevara, Pedro Mejía, Saravia de la Calle, fray Luis de León, fray Luis de Granada, Pérez de Moya, fray Pedro Malón de Chaide, Quevedo), obras técnicas (Fernando de Valdés, Juan de Herrera, Pedro A. Onderiz), diálogos (Alfonso de Valdés, Juan de Valdés, Juan de Pineda), narrativa (Belianís, Cervantes, Castillo Solórzano), teatro (Comedia Florinea), poesía (Lupercio L. de Argensola). Es raro en la lengua jurídica (salvo algunos casos en Hugo de Celso, Solórzano Pereira y algún otro), y no se halla en los documentos de política lingüística indígena. De los gramáticos se encuentra especialmente en Jiménez Patón, y también en Covarrubias, Juan Pablo Bonet y Correas. En suma, los contextos de uso, los tipos de texto y los autores son, de nuevo, intercambiables (salvo excepciones) con los ya vistos para las otras denominaciones. Domina, en general, un uso propio de las distintas tradiciones de la distancia comunicativa, aunque algún caso se halla en textos diastráticamente más bajos (así, en la Carajicomedia de 1519). Quizá el principal problema de vulgar fue su polisemia. Por una parte, a veces presenta más que la referencia a lengua la designación de expresión o frase Habría que sumar expresiones ocasionales como “en nuestra lengua castellana o sermón vulgar” (Fernández de Oviedo, Batallas, 1535-h. 1552), “en nuestro vulgar y lengua castellana” (Pero Mejía, Silva, 1540-h. 1550). 19 Que por cierto suben el total de usos de vulgar en el periodo 1551-1575 a 143 casos, por delante, pues, de romance (135), castellano (102) y, naturalmente, español (48). Es situación única, pues vulgar se encuentra habitualmente por detrás de esas, y aun otras, denominaciones. 18
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habitual, general (refrán o proverbio), o modo normal de hablar, manifestados en la lengua de todos: E ansí dize el vulgar que grandes males encubren faldas (Rodríguez Florián, Comedia Florinea, 1554). Pero agora, después que el vulgar uso de hablar es tan diferente, los hombres no tienen comúnmente noticia destas cosas (Pedro Simón Abril, Traducción Ética Aristóteles, h. 1577).
Ahora bien, quizá la polisemia más enojosa era la que ya se había asentado en el idioma, que de vulgar como “lo general, lo usual, lo común” había llevado a “lo no elevado, lo ínfimo”, desde el punto de vista que hoy se etiquetaría como sociocultural, o diastráticamente, bajo. Quizá sea en este pasaje de fray Luis de León donde esta tensión se manifiesta de forma más nítida: Que si, porque a nuestra lengua la llamamos vulgar, se imaginan que no podemos escribir en ella sino vulgar y bajamente, es grandísimo error; que Platón escribió no vulgarmente ni cosas vulgares en su lengua vulgar; y no menores ni menos levantadamente las escribió Cicerón en la lengua que era vulgar en su tiempo (fray Luis de León, Nombres, 1583).
6. Sin otro elemento especificador, del tipo que sea, la expresión nuestra lengua es, más que una denominación propia del idioma (uno de sus “nombres propios”), un modo ocasional de referirse a él. La utilización de tal sintagma es notable durante casi todo el periodo, aunque en los dos últimos cuartos del xvii decae mucho, sobre todo en el último (más allá de la disminución drástica de textos utilizados en tal época). Así, se encuentran, para el xvi 286 casos (en progresión creciente hasta los 114 del último cuarto), y en el xvii casi la misma cantidad, 291, aunque en claro contraste entre los 186 del primer cuarto de siglo, 85 del segundo, frente a los 18 del tercero y, especialmente, los aislados dos del último. Esta denominación vuelve a estar presente en los mismos tipos de textos y autores que las otras que ya han sido reseñadas, por lo que no se hará nueva relación más o menos extensa de ellos. No obstante, cabe reseñar la más elevada utilización del sintagma en las Reglas de Nebrija, en la Historia de fray Bartolomé de las Casas, en la historiografía de Fernández de Oviedo, en la Historia de Bernal Díaz del Castillo, en fray Luis de León, en el Cisne de Luis Alfonso de Carvallo, en la España defendida de Quevedo, en Juan Pablo Bonet, y muy particularmente en los Comentarios (a Garcilaso) de Fernando de Herrera (en proporción que corre pareja a la de su uso de español) y en el Arte de Correas; también los Comentarios a Garcilaso de Tamayo de Vargas y El culto sevillano de Juan de Robles muestran elevada presencia de la expresión. En suma, un elenco en el que domina la tratadística, con elevada presencia de la retórica y gramatical, y la historiografía,
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y parecen ausentes las formas más literarias de la poesía y la narrativa, y apenas hace acto de presencia la lengua jurídica. Para la variante de nuestro lenguaje, también sin complemento especificador, se encuentra un total de 70 casos, repartidos de forma bastante equitativa entre los dos siglos (36 en el xvi, 34 en el xvii), también con una drástica caída en la segunda mitad del último siglo (cuatro casos en 1651-1675, ninguno en 1676-1699). En general, la utilización de estas expresiones no parece tener otro fin que la de designar sin más la lengua común, compartida por el autor del texto y sus potenciales receptores, en especial cuando se dan traducciones o equivalencias respecto de otras lenguas: Populus es el pobo en nuestra lengua (Fernando de Herrera, Comentarios, 1580). Hado es ya una voz de nuestra lengua de tan simple significación como la fortuna (Lope de Vega, Peregrino, 1604).
Solo en los casos en que el texto incluye una lamentación, o reivindicación, en relación con las posibilidades expresivas de la lengua común (así, en su empleo o no para temas elevados, en especial teológicos y religiosos) cabe imaginar una connotación emotiva en el uso de estas expresiones: porque yo no sé qué desventura á sido sienpre la nuestra, que apenas á nadie escrito en nuestra lengua sino lo que se pudiera muy bien escusar (Garcilaso de la Vega, Epistolario, h. 1533-1536). Pues si misterios tan altos y secretos tan divinos se escribían en la lengua vulgar con que todos a la sazón hablaban, ¿por qué razón quieren estos envidiosos de nuestro lenguaje que busquemos lenguas peregrinas…? (fray Pedro Malón de Chaide, Conversión, 1588). No ay burlas con nuestra lengua, si no tiene el artífice prudente juicio i buen gusto (Juan de Jáuregui, Antídoto, h. 1614)
7. Combinado con alguna o varias de las denominaciones que se han venido examinando, el adjetivo materno, -a se utiliza también ocasionalmente para referirse a la lengua común. Pero al igual que ocurre con vulgar, puede utilizarse, y así ocurre en numerosas ocasiones, para cualquier lengua de uso ordinario. De hecho, si no va acompañado de alguno de los procedimientos indicados (posesivos mi, nuestro -a, gentilicios, vulgar, etc.), no se encuentran casos en que el adjetivo por sí solo haga referencia al idioma propio. En combinación con ellos, no más de 30 casos de su empleo designan el español; la mayoría de sus apariciones apunta a lenguas variadas (el vasco, las lenguas indígenas americanas, etc.).
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8. Dos herederos del prolongado contacto lingüístico medieval hacen también acto de aparición en los textos áureos. Uno de ellos es aljamía, el término tomado del árabe para designar cualquier lengua no árabe (por su significado de “extranjero”). Ese, justamente, es el sentido que muestra en sus escasísimas apariciones en la época (en CORDE solo se hallan nueve casos), siempre en el contexto de los contactos o guerras con los moriscos granadinos: Lo tercero fué que no hablasen en su lenguaje antiguo de algarabía, sino que todos aprendiesen á hablar en aljamía, y que todas las escrituras y contratos que se solían hacer en arábigo se hiciesen desde en adelante en castellano (Alonso de Santa Cruz, Crónica Carlos V, h. 1550). Los moriscos de la sierra no hablaban como los granadinos la aljamía, aunque mal pronunciada, porque no había sino el clérigo y el sacristán en cada lugar que la sepan; y assí, cómo la podían haber aprendido, ni la aprenderían sin comunicar personas (Cabrera de Córdoba, Historia, h. 1619).
Pero por una curiosa inversión histórica –de “castellano (mal) hablado por los moriscos” a “lenguaje (algarabía, difícil de entender, confuso) usado por los moriscos”–, el término ocasionalmente parece haber sido utilizado para designar el árabe mismo, no ya de los moros de España (como dice Autoridades), sino también de los del Norte de África: En todo lo que duró el camino de allí a Málaga me fue instruyendo en cuanto había de decir de Argel y en algunos vocablos de la aljamía, que yo no sabía aunque me había enseñado de ella mucho desde que emprendí esta quimera (Castillo Solórzano, Teresa de Manzanares, 1692).
El otro vocablo es ladino. Raras veces, y solo en la primera parte del periodo estudiado (primeras décadas del xvi), se halla como nombre para la lengua: nombre tártaro que en ladino quiere dezir ‘cient ojos’ (Fernández de Santaella, Traducción Marco Polo, 1503). BARRAGANA, está compuesto de dos palabras: de barra, que es de arávigo, que quiere tanto dezir como ‘fuera’, e gana, que es de ladino, que es por ‘ganancia’ (Hugo de Celso, Repertorio, 1540-1553).
Desde principios del xvi su empleo más habitual y extendido es la referencia a indios, también negros, que en América conocen mejor o peor (de ahí la posibilidad de intensificación: “muy ladino”, “bien ladino” etc.) el español. Es evidente que tal empleo supone la extensión a una nueva situación, paralela y comparable, del sentido medieval “moro que sabe romance”. Este último valor, el tradicional, también se encuentra, aplicado a moriscos, gentes del Norte de África o turcos, en los
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relatos y escritos que hacen referencia a estos grupos humanos. Pero no acabó ahí la extensión del término: dado que el ladino es alguien que puede hablar otra lengua que la suya, también se aplicó a conocedores de lenguas muy variadas: lenguas indígenas de Indias (“eran ladinos en la lengua mexicana”, fray Bernardino de Sahagún, Historia, 1576-1577), inglés, portugués, otras lenguas europeas…; incluso, por otro vuelco histórico, pudo llegar a aplicarse al conocedor, o entendido, de la lengua árabe: y púdolo bien hacer, porque siendo muy ladino en la lengua árabe… (Mármol Carvajal, Rebelión, 1600).
A partir de aquí, por una metonimia compleja, ladino se deslizó a valores y calificaciones negativas, bien asentados en la época: “flojo”, “astuto”, “traidor”, “sucio”… 9. El estudio de las denominaciones utilizadas para la lengua en los textos de la época de los Austrias ha mostrado una notable coexistencia de recursos, en la que más que de movimientos unidireccionales habría que hablar de empleos alternantes en función, no solo de los tipos textuales y las tradiciones de discurso, sino también, y muy particularmente, de las preferencias individuales y las situaciones concretas enunciativas. Pueden adivinarse motivos ideológicos en unas u otras preferencias (el anticastellanismo de Herrera en favor de español, el tradicionalismo de Quevedo o Correas por romance y castellano)…; pero en general, salvo en contadas excepciones, dichos motivos no se hacen explícitos; o, simplemente, no queda claro que existieran. Hay dos términos cuya decadencia parece clara al final del periodo: romance y vulgar, lo que habrá que comprobar en estudios posteriores. Pero castellano seguía siendo el claro preferido, sin que el empuje de español, ya bien asentado, lograra amenazar su supremacía. La historia continuará, con parámetros diversos, en siglos posteriores, sin que aún haya finalizado. Referencias bibliográficas Alonso, Amado (51979 [1943]): Castellano, español, idioma nacional. Buenos Aires: Losada. Arenas Olleta, Julio (2009): “El nombre de la lengua. Lingüística y sociedad a comienzos del siglo xx en España”, en: Boletín de la Real Academia Española, 89: 299, 5-40. Cano Aguilar, Rafael (2013): “De nuevo sobre los nombres medievales de la lengua de Castilla”, en: e-Spania 15:1, junio (26 noviembre 2020). González-Ollé, Fernando (2001): “El discurso de Carlos V en Roma (1536): ¿una apología de la lengua española?”, en Carlos V. Europeísmo y universalidad (Congreso Internacional, Granada, 2000). Madrid: Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 271-288.
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NUEVAS APORTACIONES AL LÉXICO ROMANDALUSÍ DESDE EL CORPUS DE LOS LR (LIBROS DE REPARTIMIENTO) Y LAR (LIBROS DE APEO Y REPARTIMIENTO) DEL REINO DE GRANADA (SS. XV- XVI) [2.ª PARTE]* Juan Antonio Chavarría Vargas Junta de Andalucía (HUM-165)/Sociedad Española de Estudios Árabes (SEEA)
La primera parte de este estudio se plasmó en la ponencia presentada, bajo el mismo título que aquí reza, a la Journée d’étude “Gramaticalización, textualización y lingüística de corpus en la historia del español”, celebrada en la Universidad Montaigne de Burdeos el 13 de mayo del año 2016, coordinada y organizada por Ana Stulic y Soufiane Rouissi por parte de la universidad francesa y por José Luis Girón Alconchel y Daniel M. Sáez Rivera por parte de la Universidad Complutense de Madrid1. Dicha ponencia se publicó posteriormente en el volumen colectivo Procesos de textualización y gramaticalización en la historia del español (Iberoamericana/Vervuert, 2018), bajo la coordinación y edición científica de los profesores Girón Alconchel, Herrero Ruiz de Loizaga y Sáez Rivera (Chavarría Vargas 2018: 299-309). La segunda parte que se publica ahora fue presentada asimismo como ponencia, pero en esta ocasión destinada al Seminario Internacional Programes “Gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”: Homenaje al profesor José Luis Girón Alconchel, coordinado por Fr. J. Herrero Ruiz de Loizaga y D. M. Sáez Rivera y celebrado en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid los días 25-26 de abril de 20182.
* Este trabajo se enmarca dentro del proyecto I+D del Ministerio de Economía y Competitividad (España) titulado “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”, dirigido por el Dr. Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga (Universidad Complutense de Madrid), con referencia FFI2015-64080-P. 1 Este evento se inscribía en esa fecha en el marco del proyecto de investigación de referencia FFI2012-31427 “Procesos de gramaticalización en la historia del español (IV): gramaticalización y textualización” (Programes IV), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad de España en la Universidad Complutense de Madrid, dirigido por José Luis Girón Alconchel. 2 Este encuentro, a la par que oportuno y merecido homenaje al profesor Girón Alconchel, formaba parte de las actividades científicas y académicas del proyecto Programes 5,
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Una vez realizadas estas obligadas precisiones sobre el marco académico y profesional en el que han surgido ambos trabajos, debemos insistir nuevamente en la fundamental y radical importancia de las fuentes de corpus utilizadas (medievales y modernas) en relación con la consecución del objetivo u objetivos que hemos pretendido alcanzar, acudiendo siempre a un determinado procedimiento de método y a un sistema de análisis. La importancia de los Repartimientos y Apeos (LR: Libros de Repartimento y LAR: Libros de Apeo y Repartimiento) del reino granadino como fuentes ricas y fidedignas para el análisis del léxico y la toponimia andalusíes viene siendo puesta de manifiesto por muchos especialistas, tanto por historiadores y arqueólogos como por filólogos, desde tiempo atrás3. Para el territorio que perteneció al antiguo reino nazarí de Granada (y este es el caso de los microtopónimos de Qaṣr Bunayra o Casarabonela que analizaremos) tienen un indudable valor documental en todos sus múltiples aspectos: desde el urbanismo o la organización del territorio, por ejemplo, al estudio de determinadas disciplinas onomásticas como la antroponimia o la toponimia. Los primeros y tempranos Repartimientos de las postrimerías del siglo xv fueron redactados y elaborados tras la conquista cristiana y las consiguientes capitulaciones, con la necesaria colaboración de los vecinos de mudéjares de las villas sometidas y bajo la supervisión de las nuevas autoridades administrativas que representaban el recién instaurado orden político-social impuesto por los Reyes Católicos. Ambas fuentes, como registros detallados de tierras, solares y bienes comunes, nos proporcionan una considerable información léxica y toponímica de primera mano, transmitida oralmente a los escribas castellanos por vecinos musulmanes (mudéjares y moriscos) buenos conocedores del terreno. A pesar de las deformaciones propias de una transmisión oral y de la existencia de numerosas variantes fonético-gráficas de una misma voz, no cabe duda de que el atento examen de la toponimia menor andalusí del antiguo reino nazarí nos permite conocer variados aspectos, fonéticos y léxicos fundamentalmente, del dialecto árabe occidental hablado por los habitantes del último solar de al-Andalus. Por su parte, en los Libros de Apeo y Repartimiento (LAR) de la segunda mitad del siglo xvi se registraban minuciosamente los bienes y haciendas de los moriscos expulsados de los lugares poblados del reino de Granada, así como su distribución entre los nuevos pobladores cristianos. Son de especial interés para el estudio de la microtoponimia local todas aquellas secciones que se ocupan del deslindamiento y amojonamiento del término y, sobre todo, las que recogen con gran precisión la distribución a los repobladores de las suertes asignadas en los “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V)”, del mismo título que el del seminario y con número de referencia FFI2015-64080-P, MinEco. 3 Abordan este tema, entre otros autores, Barrios Aguilera (1990: 636-637); Chavarría Vargas (1997: 63-65); Martínez Ruiz (2002: 633-657); López García/Martínez Enamorado (2016: 67-77).
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distintos pagos. Las propiedades rurales de los vecinos moriscos expulsados se repartían en suertes y estas eran registradas en los LAR con las oportunas anotaciones sobre los pagos y trances que les habían sido asignados a los repobladores cristianos. Dichos repartos de los bienes de la tierra repoblada ocuparán, por su elevado número y extensión, una buena parte de la documentación contenida en Apeos y Repartimientos. Los nombres de los pagos y lugares del término apeado y repartido conservaron generalmente su denominación original, aunque a veces suelen aparecer ya traducciones castellanas de toponímicos árabes y otras nuevas designaciones atribuibles al elemento repoblador. Estos topónimos menores dan nombre no solo a los pagos pertenecientes a la demarcación territorial, sino también a los bienes y elementos de aprovechamiento común: fuentes, molinos, acequias, hornos, caleras, tejares, etc. Numerosos estudios de carácter histórico y lingüístico (especialmente abundantes en lo que se refiere a las tierras occidentales y orientales granadinas) han mostrado ya la gran utilidad de estas fuentes documentales para la reconstrucción y el análisis del léxico toponímico y apelativo heredero del sustrato lingüístico de la Andalucía precastellana. En este caso y para esta pequeña investigación (que se inserta en el marco del estudio de la interferencia romance en el léxico árabo-andalusí) nos basamos exclusivamente en los dos repartimientos existentes de la villa malagueña de Casarabonela (Qasr Bunayra), conquistada por los Reyes Católicos a principios del mes de junio del año 1485. Ambos se hallan editados y se corresponden, por una parte, con el denominado Primer Repartimiento o repartimiento “mudéjar” (v. Fuentes primarias, I Repart.), elaborado, a fines del siglo xv tras la captura cristiana de la villa, en 1485 y entre 1492-1498, y, por otra parte, con el conocido como Segundo Repartimiento o repartimiento “morisco” de la segunda mitad del siglo xvi (v. Fuentes primarias, II Repart.), confeccionado y redactado a partir del año 1575 para repartir los bienes (tierras y casas) de los vecinos moriscos expulsados y deportados entre los nuevos pobladores cristianos llegados al lugar. He aquí, pues, a continuación, el repertorio de romancismos toponímicos seleccionados en virtud de su novedad e interés: Aypera, Cancula, Corcal/Alcorcal, Cornos, Rochilla/Ruchilla y Xortal/Xurtel. 1. AYPERA / AIPERA, fuente de y fuente que dicen o nombran de (II Repart.: ff. 189r, 209r, 574v) Se la sitúa en el pago del Balentín (hoy arroyo y fuente al sur de la jurisdicción casarabonense), indicándose además que en el nacimiento de esta fuente se hallaba señalado un mojón de delimitación con el vecino término de Alozaina (f. 189r). Se menciona asimismo un arroio o arroiuelo seco que corre o viene desde la fuente. Al haber desaparecido su nombre original, quizás pueda identificarse,
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con toda cautela, con la dicha fuente y arroyo del Valentín, situada frente a un lugar denominado cartográficamente Peñón. La novedad del topónimo la suponen su nítido hibridismo y la característica evolución del elemento léxico romandalusí que lo compone. En su primer elemento, el árabe andalusí ’ayn / ’ayna ‘fuente’ se presenta en su forma reducida por la caída del fonema consonántico /n/ en posición final (Ai- / Ay-), puesto que, como ya advertía Corriente, dicho fonema “tiende a caer en posición de cauda en registros bajos, como se observa en árabe granadino” (Corriente 1977: 41; 1992: 48), sobre todo en muchos compuestos de /’ayn/. En su segundo componente creemos advertir la presencia de uno de los resultados andalusíes del lat. pĕtra ‘piedra’, con reproducción del fonema latino-romance /p/ ajeno a la lengua árabe, la característica ausencia de diptongación de la ĕ tónica latina y la reducción o simplificación del grupo latino primario /tr-/ en /-r-/ como vamos a tratar seguidamente. Este nombre híbrido, cuyo significado es el de ‘Fuente Piedra’ o ‘Fuente de la Piedra’, podría referirse al hito o mojón de delimitación que registra el II Repartimiento con el vecino término de Alozaina, o bien a la peña o peñón cercano. Frente al mantenimiento inalterado del grupo consonántico intervocálico /-tr-/, con o sin inserción vocálica, que es la solución general mozárabe (desde Pitres, Pitra, Petrer o Patrit/e), se advierte en la aljamía romance de al-Andalus una tendencia minoritaria, progresista y desigualmente repartida hacia la reducción de dicho grupo en /-r-/. Consideramos claros ejemplos o testimonios en el haz de los diversos de los romances mozárabes los siguientes topónimos bien documentados y analizados: ∙∙ Perancisa (< pĕtra incisa), alquería del término de Valencia (presente en el Repartimiento del siglo xiii), que tiene su continuación en otro Perenchisa (Torrrente y Turís) del mismo territorio (Peñarroja Torrejón 1990: 83-84, 121, 328, 410). ∙∙ Un Peramola (pĕtra + mŏla) de la Mallorca recién conquistada, que no parece obedecer a una catalanización efecto de la escribanía (Peñarroja Torrejón 1990: 412). ∙∙ Parauta (pĕtra alta), municipio de la serranía rondeña bien documentado en fuentes castellanas desde el siglo xv, con presencia de /p/ romance ajena al árabe, simplificación /-tr-/ > /r/ y vocalización en /u/ en su segundo componente de la /l/ en posición implosiva de la secuencia l + t (> auta)4. ∙∙ Otra Parauta en la misma comarca rondeña (Cancho de Parauta, tº de Montejaque), que hace honor a su nombre y designa una gran alta peña rocosa que sobresale notablemente en el horizonte de la vecina dehesa (Martínez Enamorado/Chavarría Vargas 2010: 221).
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El estudio del topónimo en Martinez Enamorado/Chavarría Vargas (2010: 215-221).
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∙∙ Alpera (municipio de Albacete), perteneciente al antiguo reino de Murcia, que evidencia la presencia del artículo árabe y que también ha sido interpretada como una forma romandalusí reducida o simplificada del lat. pĕtra ‘piedra’5. El fenómeno parece que estuvo extendido y distribuido de forma paralela en otros romances peninsulares. En catalán, como es sabido, existe una gran tendencia a la reducción a /r/ del grupo intervocálico latino /-tr-/ en determinadas posiciones, tal como se advierte en numerosos nombres apelativos y también en topónimos, como los siguientes, con base en el lat. pĕtra: Perafita < pĕtra ficta, Perelada < pĕtra lata ‘piedra ancha’, Perestortes < pĕtras tŏrtas, Perauba < pĕtra alba ‘piedra blanca’, o el cabo y municipio mallorquín de Capdepera < caput pĕtra ‘cabo de piedra’. En castellano antiguo de época de orígenes, frente y en paralelo a la corriente dominante y triunfadora de la sonorización de la consonante sorda (-tr- > -dr-), existió, según ya demostrara Américo Castro (1920: 57-60; Galmés de Fuentes 1983: 154), una tendencia (minoritaria, popular y progresista, pero reflejada exclusivamente en datos onomásticos) de reducción a /r/ del grupo latino /-tr-/. Limitándonos al étimo pĕtra aquí tratado, pueden señalarse algunos testimonios suficientemente conocidos por reiterados (Castro 1920: 57)6: así, Peralta < pĕtra alta (Huesca, Navarra); Perona < petrona (Cuenca); Peroniel (Soria) y Peronilla (Salamanca), ambas del diminutivo, diptongado y monoptongado respectivamente, *petronĕlla, y Perosillo (Segovia), que, como el gallego Peroselo (Pontevedra), suponen un *petrosĕllu, diminutivo de petrŏsus. Tendencia esta, por último, también reconocible, aunque en una escala moderada, en algunas formaciones compuestas de la toponimia asturiana (García Arias 2005: 101-102) como La Parallonga (Tineu), La Perallonga (Llangreu) < pĕtra lŏnga ‘piedra alargada’; Parafita (Llangreu) < pĕtra ficta ‘piedra clavada, mojón’, Paratecha (Tineu) < pĕtra tecta ‘piedra cubierta o utilizada para el tejado’, La Peracalva (Uvieu) ‘la piedra pelada, sin vegetación’ y La Peranguilona (Langreu) ‘piedra estrecha y alargada’. Respecto a este fenómeno, pues, y en el marco de los diversos romances de al-Andalus, podemos constatar que la difusión de este, irregularmente distribuido y con minoritaria presencia, alcanzaba la región de Málaga y el occidente del antiguo reino de Granada, más allá del levante u oriente peninsular donde aparece inicialmente documentado.
Así lo interpreta Nieto Ballester (1997: s.v.) en su breve diccionario de topónimos españoles, frente, por ejemplo, a R. Pocklington (2010: 136), que considera más acertado etimologizar a partir del lat. piru(m) ‘peral’ con terminación femenina en -a por efecto de la pronunciación árabe. 6 Sin olvidar, también citado por el autor, el nombre del monasterio de San Pero de Cardeña que registra el Poema del Cid. 5
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2. CANCULA, arrabal de la (II Repart.: ff. 210v, 490v, 959r, 1112v), pago de la (II Repart.: ff. 285r, 621v, 788r, 810v, 1155r), vereda de la y camino que va a la (II Repart.: ff. 287v, 470r, 568v, 621v, 959r), fuente de la (199r), arroyo y agua de la (II Repart.: ff. 397r, 431r, 432r, 470v, 788r, 924r, 1057r). Uno de los topónimos locales más conocidos de Casarabonela, antiguo arrabal de la villa y hoy plenamente integrado en el casco urbano. Como puede comprobarse, designaba no solo el antiguo arrabal, sino que también prestaba su nombre a una fuente, a un arroyo, a un pago periurbano y a los caminos y veredas que a este punto conducían. Hoy sigue dando nombre a un barrio (el antiguo arrabal), a una calle (Cáncula) y al arroyo y fuente, donde lavaban las mujeres hasta la década de los ochenta del pasado siglo, antes de aminorarse o agotarse su caudal. Todavía Madoz en su célebre Diccionario registrará a mediados del siglo xix, con ligera deformación, el arroyo de Caucula (Madoz 1847-1850: IV, 27). Desde el punto de vista topográfico, este lugar se caracteriza por constituir en su conjunto una profunda hondonada abarrancada y en parte tajada, que conforma, a espaldas de la alcazaba y de la antigua medina, una depresión del terreno en declive a modo de vaso cóncavo. De ahí precisamente algunas denominaciones de elementos singulares del paraje como el llamado Tajo La Cáncula y la Cañada Cáncula. El topónimo en cuestión no conforma, como quizás pudiera suponerse, un unicum, al menos en los territorios de sustrato románico altomedieval del sur de al-Andalus. Se repite, en efecto, aunque con desplazamiento acentual por dicción popular, en el vecino término de Álora mediante su reiteración como Cancula o La Cancula, antiguo nombre descriptivo periférico, hoy perfectamente integrado en el moderno casco urbano, que ha expandido su primitiva designación a un parque, un paseo, un mirador, un edificio, etc. Topográficamente es lugar semejante a su homónimo de Casarabonela: un gran declive o depresión que va desde la base de los peñones del Hacho hasta el propio mirador de la Cancula. El diminutivo latino tardío cŏnchula (del lat. cŏncha), quizás lexicalizado en algunos de sus contextos, además de sus valores semánticos primarios de ‘caparazón o concha de moluscos’, ‘pequeño cuenco o escudilla’ y ‘cierta medida de capacidad’, tuvo otra aplicación secundaria, muy presente en el campo de la toponimia, en el sentido topográfico de territorio situado entre alturas y lugares caracterizados por sus hoces, peñas tajadas y gargantas montañosas (Chavarría Vargas 2011: 73; Chavarría Vargas/Martínez Enamorado 2009: 29). Creemos hallar aquí esta forma tan conservadora y arcaica, escasamente evolucionada con mantenimiento de la vocal breve postónica /ŭ/, que objeto de un proceso de disimilación y armonización vocálica, llegó a convertirse de cóncula a cáncula. Compárese por su arcaísmo con su equivalente en sardo meridional o campidanés cúncula, que mantiene el significado primario de ‘escudilla o cuenco pequeño’ y pertenece a la
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más conservadora de las lenguas románicas, pero que también admitía las novedades léxicas tardías procedentes de la metrópolis (Corominas/Pascual 1987-1991: II, 167; Rubattu 2006: s.v. catinella). Frente a esta forma, de indudable conservadurismo y factura arcaica, se contrapone el resultado progresista y de avanzada evolución romandalusí del topónimo granadino del mismo étimo Qunŷa (Cónchar), que ya tuvimos oportunidad de tratar detenidamente en otra ocasión (Chavarría Vargas/Martínez Enamorado 2009: 29-36) y que presenta inconfundibles grafías árabes de los siglos xiii (Yāqŭt) y xiv (al-Ṭignarī), transcripciones castellanas Concha de época temprana de conquista y repoblación cristiana y que adquirió finalmente, por reelaboración analógica, una consonante final antietimológica /-r/ que llegó a conformar el topónimo a la postre. Es conocido que el árabe hispánico especializó su ŷīm /ŷ/, a veces duplicado, para representar el resultado africado palatal /ĉ/ de los mozarabismos y que, a su vez, el fonema ŷīm (africado palatal sonoro) se reproduce generalmente mediante ch en las transcripciones castellanas de numerosos arabismos léxicos y toponímicos. Y aprovechemos también para decir que a través de esta secuencia (cŏnchula > *conc’la> ár. Qunŷa> cast. Concha / Cónchar) comprobamos el resultado africado prepalatal ch /ĉ/ que propugnaba Galmés de Fuentes (1983: 242-243) para el grupo latino secundario latino cons. + c’l en el romance andalusí o mozárabe de Granada. El lugar granadino de Cónchar responde, en efecto, al igual que Cáncula, pero en mayor escala y superficie, a las condiciones topográficas señaladas por su etimología romance. Resultado de este diminutivo latino lexicalizado es el abundante toponímico castellano concha ( Casulas o Caxules, hoy Cájula, en la Axarquía malagueña, o un Cázulas de la jurisdicción de Almuñécar (Chavarría Vargas 1997: 104, 147, 194, 198, 222-226, 231)– con el primitivo Qūnka/Kūnca o Conca tan difundido en la toponimia romance de al-Andalus (Chavarría Vargas 2011: 76-82). 3. CORCAL / ALCORCAL, pago y fuente del (II Repart.: ff. 201r, 202r) Este pago, registrado exclusivamente por el Segundo Repartimiento del siglo xvi, se regaba con las aguas reunidas de la fuente del Corcal y de la fuente de Aynalpatana. Cerca del pueblo, en las inmediaciones de la misma población, perdura su recuerdo en el paraje denominado Alcorcal, donde todavía sobrevive alguna que otra encina centenaria, de entre otras tantas ya hoy desaparecidas. En 1888, el arabista malagueño Francisco Javier Simonet Baca aportaba la mención del plural abundancial Alcorcales, nombre de un caserío y huertas en Casarabonela, según las propias palabras del autor (Simonet Baca 1982 [1888]: I, 9). Creemos que este topónimo pluralizado puede referirse seguramente al mismo lugar que aquí tratamos. En esta entrada debemos remitirnos obligatoriamente al conocido artículo del maestro Jaime Oliver Asín, “Quercus en la España musulmana”, donde se analiza desde el punto de vista etimológico, fonético y semántico la forma de plural de este antiguo topónimo patrimonial que ya aparecía recogido, como acabamos de decir, en el inagotable Glosario de Simonet Baca (1982 [1888]: I, 9)9. Existió, desde luego, una forma asimilada *corcus, derivada de quercus, que designaba la encina y otras especies congéneres y que era en primer lugar exclusivamente nombre de árbol, sin otro significado que el etimológico de ‘quercus’. En la España cristiana, sobre esta base *corcu ‘encina o congéneres de la espe8 Sobre datos de Miguélez Rodríguez (1993: 217); Neira Martínez/Piñeiro (1989: 105, concha); García Arías (2002-2004: s.v. cuandia). 9 Los datos que siguen y fundamentan esta propuesta etimológica en Oliver Asín (1959: 131-135) y Galmés de Fuentes (2004: 71).
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cie quercus’, señalan Oliver Asín y Galmés de Fuentes algunos topónimos como Corco (Barcelona), Corcos (Valladolid, León), Fuente del Corco (Castellanos de Morisco, Salamanca), Corques (Coruña) o Córcores (Orense), este último con alteración del sufijo átono -ŏl(u). Y enclavados en el antiguo territorio de la España musulmana otros como la Sierra de Corque (Cieza, Murcia), Córcoles (Guadalajara y denominación también de un riachuelo en Albacete) y Alcorcón (Madrid) o ‘el encinar’, con artículo árabe y el sufijo -ón mediterráneo de sentido abundancial. Y es precisamente en este apartado donde incluye Oliver Asín el Alcorcales tomado de Simonet Baca, que reflejaría, en su opinión, un tratamiento típico mozárabe de un plural que supone la existencia de un primitivo *alcorcal, derivado colectivo con sufijo -al y voz que ya no puede considerarse hipotética (Corcal / Alcorcal) y que justamente documentamos aquí en este Segundo Repartimiento morisco de la villa malagueña. Concluye, pues, el ilustre investigador que está claro, gracias a la toponimia, que existieron en tiempos antiguos un romance corco ‘quercus’ y un hispanoárabe y mozárabe al-qorq, en el mismo sentido, con pérdida de la vocal final, respuesta posteriormente por una e (Oliver Asín 1959: 134).
Su uso apelativo ha perdurado en determinados ambientes dialectales hispánicos como inequívocamente demuestran el asturiano corcu ‘roble’ y el burgalés-santanderino corcal ‘lugar de corcos’ o ‘encinal’, coincidente este último con el Alcorcal romandalusí documentado en la toponimia menor casarabonense. 4. CORNOS, pago de (II Repart.: ff. 485r, 486r, 514r, 514v, 520v, 541r, 541v, et passim); CORUOX, pago de (I Repart.: f. 86) Esta última y presumible forma corrupta (Coruox), que figura exclusivamente en el Primer Repartimiento de finales del xv, parece ser mera variante gráfico-fonética del primero, con final en vez de a la manera de la pronunciación de mudéjares y moriscos. Era pago de zumacales, olivar y viñas, aunque encontramos también en su contorno la muy significativa mención de alcornoques, con reiteradas alusiones a “un alcornoquillo desmochado, un alcornoque [y] un alcornoque desmochado” (II Repart.: ff. 514v, 678r, 711r). Este pago lindaba, como la primera fuente textual se encarga de corroborar en repetidas ocasiones, con el camino alto de Alozaina. Su nombre se ha conservado en la toponimia local en el denominado cerro del Corno, el cual se divisa perfectamente desde el alto de la Loma de Taivilla y desde el camino viejo de Alozaina. Mantiene todavía en su perímetro arbóreo muy buenos ejemplares de quercus (encinas, alcornoques) y contaba tiempo atrás con un muy viejo cortijo hoy desaparecido.
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La presencia de alcornoques en el término de Casarabonela se halla confirmada no solo por el nombre de este pago, sino también por otros parajes de su jurisdicción como el microtopónimo castellano de El Alcornocal, sito en la ladera de la sierra de Alcaparaín, registrado ya por el Segundo Repartimiento o Repartimiento morisco de la villa (f. 384r), pero que no puede evidentemente ser identificado de ninguna manera con este pago de Cornos que aquí tratamos. Nuestro admirado maestro Javier Oliver Asín propone como base etimológica de este tipo de topónimos la forma hispánica *cornus, presente en la formación de la voz alcornoque (Oliver Asín 1959: 159-160, n. 1) y procedente del adjetivo latino quernus ‘propio de la encina’, el cual habilitado como sustantivo se empleó en su variante *cornus para designar tanto la encina como el alcornoque. Esta forma no es una mera suposición, puesto que la toponimia española ofrece gran número de nombres geográficos con este étimo que se corresponden con poblaciones que cuentan con montes arbolados de diversas especies del género quercus. Entre otros deben mencionarse Corna, Cornas (Galicia), así como varios Corneda, Cornide y Cornido también gallegos; Cornón (Palencia); el hidrónimo almeriense Cornero/s; o bien asimismo La Alcornera y Alcorneo en Badajoz, todos ellos con montes de encinas y robles o situados en tierras de encinares y alcornocales (Oliver Asín 1959: 159-163; Chavarría Vargas 1997: 237-238; Galmés de Fuentes 2004: 71). Sería, pues, nuestro topónimo histórico de Casarabonela una voz basada en la forma romandalusí *cornus ‘encina, alcornoque’, sin rastro de presencia del artículo árabe, como era de esperar en una voz ajena al árabe normativo, que daba nombre a un lugar que conservaba todavía en la segunda mitad del siglo xvi algunas muestras del importante alcornocal, o quizás encinar, que tuvo que albergar en tiempos más lejanos 5. ROCHILLA / ROCHILLAN / ROCHIECA, pago de (I Repart.: ff. 54, 57, 58, 63, 75v). RUCHILA, arroyo que desciende de (II Repart.: f. 796v) Para el nombre de este pago, reiterado a lo largo del texto de finales del siglo xv, contamos tan solo posteriormente con la única mención del “arroio que deciende de Ruchila” (f. 796v) en relación con el pago del Almarahe y registrada por el Repartimiento de los bienes de los vecinos moriscos de Casarabonela. Por documentación previa de la primera mitad del siglo xvi sabemos que lindaba con el camino que llevaba a la vecina Alozaina y que debe situarse, por tanto, en el entorno de las importantes tierras del Almarahe10. Agradecemos esta información, facilitada por Esteban López García, amigo y joven historiador que lleva a cabo una documentada y exhaustiva tesis doctoral sobre la historia y poblamiento de la villa de Casarabonela en este tiempo. 10
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Al margen de sus posibles grafías erróneas o simplemente deformadas, como parecen ser las de Rochillan y Rochieca, consideramos que, sin duda, habríamos de partir de una forma original del tipo Rochilla/Ruchilla, o bien Rochila/Ruchila, lo que denota la presencia de un sufijo latino de diminutivo en -ělla (probablemente ya lexicalizado) que oscila entre la palatalización romandalusí en /λ/ o la simplificación arabófona en /l/ de la geminada latino-romance. Sufijo este ya detectado por Vespertino Rodríguez (1999: 640) en su aproximación al estudio de los “mozarabismos” toponímicos malagueños en los Libros de Repartimiento (LR). Se considera que la voz rocha (< lat. *rŏccĭa) no es siempre galicismo en todos los contextos, sino más bien mozarabismo o variante mozárabe de roca, presente tanto en portugués, donde es palabra común de esta lengua, como en ciertas hablas dialectales del castellano. Tiene aplicación toponímica y también puramente apelativa. Según los datos reunidos por Gordón Peral (2001: 511-519)11, rocha es ‘peñasco, riscal’ en algunos pocos puntos de la provincia de Huelva; ‘cresta rocosa’, ‘ladera pendiente’ o ‘cuesta de un monte’ en Aragón (Huesca y Teruel); y también ‘cuesta’, ‘pendiente escarpada’ en pueblos fronterizos valencianos de lengua castellana (en Valencia y Castellón). Añádase además el derivado masculino rocho ‘riscal’, ‘cuesta de un monte’, en puntos aislados de las provincias de Huelva y Sevilla. Buena prueba de la vitalidad de este étimo en el romance andalusí del sur peninsular resulta ser el toponímico Roche (de la base roch- o del derivado masculino rocho), en la franja meridional-levantina, con /-e/ final resultante de una reposición de la vocal final que la lengua árabe transmisora del romancismo había suprimido. Cf. Roche (Conil, Cartagena, La Unión, etc.), cabo, pago, cabezo, poblado y cerro de (Gordón Peral 2001: 517). Nos encontramos, pues, en este Rochilla/Ruchila de Casarabonela ante un diminutivo en -ĕlla de esta base o raíz que comentamos, con un significado semejante a los aquí reseñados. Formas homónimas y cuasi homónimas de este diminutivo, a veces seguramente lexicalizado y otras tantas transmitidas a través de la lengua árabe, las hallamos también en el propio reino de Granada, en Aragón y en Portugal, ofreciendo diferentes soluciones fonéticas, que van desde la clara ausencia de diptongación en el sufijo hasta su monoptongación o acaso la simple acción de la imā la árabo-andalusí. Como en el caso del topónimo menor de Casarabonela, también se aprecia en los testimonios reunidos la oscilación en el resultado de la geminada latino-romance. Así, en territorio del antiguo reino de Granada: La Ruchila / La Ruchila de las Eras (Gualchos, Granada) y Las Rochillas (Almegíjar, Granada). En Aragón: Acequia de la Rochela (Sástago, Zaragoza), Camino Rochel (Huesca) y Masía de Rochilla (Albarracín, Teruel). Y, finalmente, en Portugal: Rochel / Ribeiro de Ro Y también para la zona valenciana: Corominas/Pascual (1987-1991: II, 449-450, V, 44).
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chel (Arganil, Coimbra) y el muy significativo y difundido Arrochela (Coimbra, Faro, Castelo Branco, etc.), con posible presencia de artículo árabe ante letra solar duplicada /r/12. El campo derivativo de rocha es más extenso y no se ciñe exclusivamente a la forma de diminutivo aquí registrada. Sin embargo, no parecen proceder directamente, quizás con alguna excepción, del sustrato andalusí, sino del apelativo románico empleado y difundido en determinadas zonas. Así: La Rochita y arroyo de la Rochita (Sanlúcar de Guadiana, Huelva), probablemente portuguesismo propio de la raya fronteriza; Rochal / -es (Campo de Borja, Zaragoza), del apelativo dialectal aragonés de origen mozárabe rocha ‘peñasco, ladera pendiente, cresta rocosa de un monte’; Rochedo y Rochina (Portugal), a través del mozarabismo común rocha de la lengua portuguesa; Rochinha (Galicia, documentado ya en el siglo xi), perteneciente también al área primitiva de distribución gallego-portuguesa. Caso excepcional pareciera ser el topónimo menor portugués Arrocheiras (Aveiro) < rŭccia + suf. -aria, con posible aglutinación del artículo árabe y el resultado habitual y esperable del sufijo -aria en portugués y en el romance andalusí13. 6. XORTAL / XORTEL / XORTELA, pago de/del (I Repart.: ff. 47, 48, 63v). XURTEL, pago, camino y arroyo que viene de las viñas del (II Repart.: 208r, 457v, 519v, 520r, 520v, 887v, 1013r, 1013v)14 Sabemos que era un pago de viñas, muy cercano o inmediato al camino de Alozaina. Las formas gráficas más relevantes para su posible interpretación filológica son Xortal y Xortel/Xurtel. Consideramos, por otra parte, Xortela variante de la voz original con la característica agregación árabo-andalusí de la terminación en /-a/ final feminizada. En cuanto a su probable formación sufijada en / , habría que pensar en un derivado de origen romance en /-ál/, frente a su consideración, en alguna ocasión, como voz netamente árabe15. 12 Citados en los extensos repertorios reunidos por Gordón Peral (2001: 511, 517) y Seabra Marqués de Azevedo (2005: 326, 548). 13 Sobre el listado de voces toponímicas mencionadas en relación con el campo derivativo de rocha, cf. la nota precedente. 14 Creemos que este pago debe distinguirse de otro denominado Xuctes (I Repart.: f. 56) o Xurtes (II Repart.: f. 208r), quizás también Xuntel (I Repart: f. 48). El nombre de este pago parece haberse conservado hasta hoy en el paraje llamado popularmente Jurtés-Urté-Usté. Agradecemos la información sobre la perduración del nombre popular de este pago al investigador local Francisco Gómez Armada. 15 La considera de etimología árabe, sin añadir ninguna otra apreciación, Vespertino Rodríguez (1999: 642). Sobre la adición del sufijo latino-romance -al a romancismos andalusíes y más excepcionalmente a voces árabes, cf. Griffin (1958-1960: 84) y Corriente (1992: 130). Optamos por tener en cuenta la presencia de este sufijo, después de evaluar y contrastar esta
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Su diversidad gráfica nos parece obedecer a dos criterios de evolución de los romancismos sometidos a las leyes fonéticas de la lengua árabe. Por una parte, la acción de la imāla de primer grado (a > e) que afectaría al segmento sufijado (Xortel, Xurtel); por otra, la presencia del alófono romance /o/ como resultado de /u/ etimológica árabe débil (Xortal, Xortel). Planteamos para este topónimo la existencia de una base lexemática hispanoárabe o andalusí šurt-, procedente del participio latino-vulgar *sŭrctum, simplificada o asimilada en *sūrt(um), del verbo sŭrgĕre en el sentido de ‘surtir: brotar, saltar, salir el agua’. Con la agregación del sufijo mencionado, y con las matizaciones expresadas, llegaríamos, en efecto, a un resultado arabizado Xortal o Xurtel, que consideramos el prototipo de la forma primitiva. Téngase en cuenta además, como información complementaria, que en el lugar en cuestión se presume que nace, brota o corre un pequeño arroyo, el arroio que biene/baxa de las biñas del Xurtel (ff. 457v, 887v). Parece ser su equivalente castellano, con una etimología común, la voz chortal ‘lagunilla formada por un manantial poco abundante que brota en el fondo de ella’ (en la edición del DRAE de 1884: ‘fuentecilla o manantial a flor de tierra’), la cual figura registrada desde entonces en el diccionario académico como lexía estándar sin marcación diatópica alguna. Corominas la remite a una raíz sufijada del participio latino-vulgar *sŭrctus (> *sŭrt-) del verbo sŭrgĕre ‘surgir, brotar (agua/s)’, de donde el sustantivo surtidor y dialectalmente el verbo surtir ‘brotar, saltar, salir el líquido con fuerza’ (Asturias, Albacete)16. Para Corriente, a propósito del comentario y análisis de posibles nuevos arabismos presentes en el vocabulario dialectal del noroeste murciano, chortal/churtal ‘lugar donde brota el agua’ compartiría el étimo latino del castellano “surtidor” a través de una base romandalusí *šorṭ + ál, “con una evolución de la chicheante frecuente como ultracorrección” (Corriente 1988: 235). Frente al romancismo meridional Xortal o Xortel/Xurtel, con resultado regular lat. S- > ár. Š- > cast. X-, en la voz castellana, según apreciación de Corriente (1999: 35), el debilitamiento de la africada palatal sorda en Portugal y Andalucía hasta convertirse en chicheante, explicaría que a veces la šīn /š/ del árabe sea transcrita por . La voz chortal tiene frecuente presencia en la toponimia menor española (cortijo, mirador, sierra, monte, fuente, barranco, paraje, labranza, prado, manantial, etc.) en, al menos, Almería, Jaén, Albacete, Burgos, Granada, Toledo y Madrid. En el plano del significado, las diferencias entre ambas presumibles variantes también son apreciables. El del romancismo andalusí Xortal solo cabe deducirse a tenor de la etimología posibilidad frente al resultado homográfico árabe -āl procedente del sufijo latino de carácter diminutivo -ĕllu. 16 Corominas/Pascual 1987-1991: V, 342; III, 396 (chortal), donde se compara con el vasco txorta ‘gota, trago’ (Baja Navarra, Roncal y Sule), txortel ‘gota’ (roncalés y suletino) y txortol ‘gotera’ (suletino), sugiriendo que es posible que la voz vasca sea de origen romance.
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asignada, bien la aquí propuesta, o bien otra divergente. Sin embargo, el uso apelativo de su equivalente castellano chortal nos consta en diversos registros y repertorios léxicos. Así: ‘zona de manantial con vegetación, lagunilla’ (Valverde de los Arroyos, Guadalajara); ‘agua estancada, barrizal por las lluvias en el campo’ (Arjona, Jaén); ‘lugar donde brota el agua (Noroeste murciano); ‘lugar donde nace el manantial’ (sierra de Cazorla, Jaén); ‘terreno pantanoso, anegado o encharcado’ (zona de transición entre Jaén y Murcia, los Vélez de Almería, Campo de Montiel, Cúllar-Baza y sector nororiental de Granada) Cf. Salvador 1958: s.v. chortal; Gómez Ortín 1991: s.v. churtal/chortal; Nieves 2010: 15; Idáñez de Aguilar 2015: 232-233. De este modo se establecería, a nuestro juicio, una novedosa relación entre un desconocido y semiopaco romancismo andalusí como Xortal/Xurtel y una voz de tanto arraigo toponímico, pero de escasa aplicación apelativa, como chortal/ churtal. Referencias bibliográficas Fuentes primarias I Repart.: El Repartimiento de Casarabonela, estudio y transcripción por Rafael Bejarano Pérez (1974). Málaga: Instituto de Cultura de la Excma. Diputación Provincial. II Repart.: Repartimiento de los bienes de los moriscos de Casarabonela, edición, estudio y transcripción de Francisco Gómez Armada y Virgilio Martínez Enamorado (2014). Málaga: Excmo. Ayuntamiento de Casarabonela/Ediciones Pinsapar.
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ALGUNOS APUNTES SOBRE LA FUNCIÓN TEXTUAL DE LA CONSTRUCCIÓN ANAFÓRICA EL DICHO + SINTAGMA NOMINAL EN LA CONQUISTA DEL PERÚ, DE ALONSO BORREGÁN * Alexandra Duttenhofer Universidad Complutense de Madrid/Instituto Universitario Menéndez Pidal
1. Introducción En la lengua actual1, el determinante dicho forma parte del paradigma de los demostrativos anafóricos con el significado de ʻmencionadoʼ, de modo que implica que el referente al que acompaña, como dicha mesa, ha sido introducido necesariamente en el discurso previo (NGLE 2009: 1289). Por tanto, al verse sometido a ciertas restricciones gramaticales propias de los demostrativos, este elemento de cohesión nominal no puede aparecer, por ejemplo, en los contextos reservados a la anáfora asociativa: # Juan entró en la habitación. Dicha mesa estaba al lado del sofá2. Es decir, que la forma dicho no puede emplearse en la primera mención del referente, al igual que los demostrativos con valor anafórico, a diferencia del artículo definido (con respecto a las asimetrías entre los demostrativos y el artículo definido señaladas, que aplicamos a dicho, cf. Leonetti 1999: 801). Por otra parte, como muestran los estudios de Keniston (1937), Barra Jover (2007, 2008), Pons Rodríguez (2007), Cuadros Muñoz (2011), Pérez Toral (2013), González Salgado (2014, 2015), Castillo Lluch/Díez del Corral Areta (2015), así como el reciente capítulo de la Morfosintaxis histórica de los demostrativos e indefinidos del español de América desde la época colonial a la actual (Guzmán Este trabajo se enmarca dentro del Proyecto I+D del Ministerio de Economía y Competitividad (España) titulado “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”, dirigido por Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga (Universidad Complutense de Madrid), con referencia FFI2015-64080-P. 1 Agradezco enormemente tanto a Daniel M. Sáez Rivera las sugerencias bibliográficas y de redacción de este artículo como a Jaime Arce Peña, investigador posdoctoral del Departamento de Lengua Española y Teoría de la Literatura de la Universidad Complutense de Madrid, los retoques estilísticos de este. 2 Con este signo se indica que no se obtiene la lectura de la anáfora asociativa, si bien se trata de una frase gramaticalmente correcta. *
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Riverón/Sáez Rivera 2019: 758-770, 778-780, 826-831, 840-843, 858-861, 902903), la forma (el) dicho3 viene asociada, desde la Edad Media, a la tradición discursiva (TD, en adelante)4 jurídico-administrativa y, por consiguiente, a los recursos pragmático-discursivos propios de los textos de la distancia comunicativa, según la denominación de Koch/Oesterreicher (2007). A partir de los ya citados trabajos de Barra Jover (2007, 2008), se destaca que la forma (el) dicho ‒situada canónicamente en la posición prenominal5‒ se convierte desde la Edad Media en una de las marcas identitarias del documento notarial. Así, el empleo de las formas especializadas en la anáfora, del tipo el citado, el referido, el mencionado, etc., en la TD jurídico-administrativa se debe a un prurito de precisión referencial que contribuye a la cohesión discursiva. El que tales elementos anafóricos posean un mayor grado de explicitud referencial, con respecto a los demostrativos o al artículo definido, puede respaldarse, a nuestro modo de ver, en lo que señalaba Hawkins: (1) There are a number of modifiers which inform the hearer explicitly that the referent is locatable in a speaker-hearer shared set of objects, mostly a previouos discourse set: […] The aforementioned reference will come in useful. The said individual is guilty [la cursiva es nuestra] […]. These modifiers will often replace a demonstrative expression. They presuppose not just locatability, but unambiguous identifiability within previous or future discourse or within the situation of utterance […]. Yet the meaning of in question, aforementioned, said, etc., is precisely that the reference is unambiguous and identifiable for the hearer (Hawkins 1978: 253-254).
Por lo tanto, el lenguaje jurídico-administrativo se caracteriza por un uso reiterativo de los adjetivos deverbales de participio, que se extiende tanto a los nom Con la fórmula (el) dicho señalamos la variación que comienza a producirse desde la Edad Media con respecto a la presencia del artículo definido en combinación con dicho (cf. González Salgado 2015). Tal fenómeno de variación puede entenderse como estratificación en el sentido de Hopper (1991). La pérdida de la posibilidad de cooparición de dicho con el artículo definido u otro elemento determinativo previo se relaciona con el proceso de gramaticalización experimentado por esta forma anafórica (Jiménez Juliá 2006: 176). 4 “Entendemos por tradición discursiva (TD) la repetición de un texto, de una forma textual o de una manera particular de escribir o hablar que adquiere valor de signo propio (por lo tanto, es significable). Se puede formar en relación con cualquier finalidad de expresión o con cualquier elemento de contenido, cuya repetición establezca un lazo entre actualización y tradición; es decir, cualquier relación que se pueda establecer semióticamente entre dos elementos de una tradición (actos de enunciación o elementos referenciales) que evoquen una determinada forma textual o determinados elementos lingüísticos empleados” (Kabatek 2005: 159). En el reciente trabajo de Octavio de Toledo y Huerta (2018: 117-122), se expone una reflexión crítica sobre el concepto de las tradiciones discursivas y su aplicabilidad a los procesos de gramaticalización. 5 Debido a su origen participial, la forma (el) dicho se empleaba como adjetivo en la posición prenominal, en tanto que uso mayoritario, y como participio en la posición posnominal (cf. el ya citado artículo de González Salgado 2015). 3
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bres comunes como a los nombres propios; si bien los últimos son monorreferenciales y no requieren, en un principio, un determinante que precise su referencia (NGLE 2009: 12.7a). Es decir, que en esta TD se da la misma elaboración tanto en el ámbito de los nombres propios como en el de los comunes. Del mismo modo, las formas anafóricas en cuestión se emplean con entidades de referencia única, esto es, unívocamente identificables ‒al igual que los nombres propios‒, de modo que tal uso no se vería condicionado únicamente por su función anafórica propiamente dicha, sino también por las convenciones de la TD jurídico-administrativa (cf. Duttenhofer 2018). El empleo de las formas anafóricas con nombre propio de persona (NPP, en adelante, y NNPP para nombres propios de persona), como en este caso, presentaría, pues, una anáfora explícita, a diferencia del recurso de repetición de estos, que equivaldría a una anáfora implícita, al modo de lo que se señala en Halliday y Hasan (1976: 18-19): “implicitly anaphoric Johnˡ John²; explicitly anaphoric John: he”. Asimismo: (2) I was introduced to them; it was John Leathwall and his wife. I had never met John before, but I had heard a lot about him and had some idea what to expect [la cursiva es nuestra]. Here John does have a cohesive function –because it is reiterated. This form of cohesion is lexical; it consists in selecting the same lexical item twice, or selecting two that are closely related. The two instances may or may not have the same referent; but the interpretation of the second will be referable in some way to that of the first (Halliday/Hasan 1976: 12).
Ahora bien, si la restricción relativa al uso de dicho arriba señalada representa el sistema inferencial del hablante, basado en los conocimientos extralingüísticos altamente generalizados, el uso de los adjetivos deverbales de participio en la TD jurídico-administrativa se relaciona con una serie de convenciones discursivas exigidas por el ámbito de la escrituralidad concepcional. En vista de tal requisito diafásico, resulta llamativo el uso de (el) dicho, excluido, en un principio, de la lengua hablada6, así como de elementos del lenguaje jurídico-administrativo en general, atestiguado en la historiografía indiana del siglo xvi (Oesterreicher 1994, 2011; Stoll 1997, 1998, 2005). Los autores de las así llamadas crónicas soldadescas eran testigos presenciales de la expansión española en el Nuevo Mundo, pues pertenecían a la primera o a la segunda generación de conquistadores, y como 6 La difusión alcanzada por (el) dicho en la TD jurídico-administrativa podría ejemplificarse a partir de su empleo en la mímesis de la lengua hablada, que, por su parte, vendría a imitar un coloquio influenciado por el lenguaje de especialidad en cuestión: “La condesa pareció poseída de nerviosa exaltación. –¡Estás loco! –exclamó– ¡Qué majaderías me cuentas! Ni qué tengo yo que ver con esas cartas ni con ese hombre… –En fin, señora, aunque de a usía un mal rato, quiero entregarle las dichas cartas” (1874, Pérez Galdós, Napoleón en Chamartín, apud CORDE).
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tales se creían capacitados para plasmar sus vivencias en una obra historiográfica, a pesar de no tener formación ni experiencia suficientes en la escritura (cf. Stoll 1996: 428), razón por la cual fueron denominados semicultos por Oesterreicher (1994, 2011: 16). Tal uso del lenguaje cancilleresco por parte de los semicultos debía provenir de los múltiples pleitos burocráticos en los que se encontraban inmersos los soldados en América (Stoll 1997: 160). Los soldados cronistas no se guiaban, sin embargo, por un afán meramente narrativo, sino, o más bien, por sus intereses personales: tales como la pretensión de conseguir ciertas prebendas por parte del rey de España o de las autoridades virreinales, y, en muchos de los casos, por dejar también –como espejo para las generaciones futuras– testimonios y evidencias de su participación directa y genuina en la epopeya indiana. Estas circunstancias determinan que las crónicas indianas se acerquen, en mayor o menor medida, a la oralidad concepcional, dado que en el fondo los soldados escriben como hablan, así como transmiten una visión subjetiva de los hechos, plagada de datos autobiográficos (Oesterreicher 1994, 2011: 17). No obstante, tanto el género historiográfico como la prosa jurídica suponen un tono imparcial en la presentación de los hechos, de manera que el uso de los elementos del lenguaje jurídico-administrativo, adoptado en la historiografía indiana, pudo haberse motivado por la intención de exponer de una forma más objetiva los hechos vividos de cerca (Stoll 2005: 433). Entre las obras de los autores semicultos, hay una que se sitúa en el extremo de la oralidad concepcional: la Crónica de Alonso Borregán, que, por otro lado, destaca por un empleo desmesurado de elementos del lenguaje jurídico-administrativo, entre los que se encuentra también (el) dicho7, mediante los cuales el autor pretendía elevar el estilo de su obra (Oesterreicher 1994, 2011: 38). Stoll (1997: 262-264), por su parte, adscribe tal empleo del lenguaje cancilleresco al contacto (aunque reducido) del autor, principalmente, con los documentos notariales8. Así, los estudiosos sostienen la idea de que la Crónica se escribió hacia 1565 en España, si bien las editoras de la edición manejada señalan que, por un lado, debió de haber existido una versión anterior redactada entre cinco o diez años en el Perú y, por otro, que la segunda versión se corresponde con dos fases de redacción distintas, llevadas a cabo en el Perú y en España. La Crónica relata la época de las guerras civiles peruanas, contada en primera persona por Borregán, en tanto que conquistador de la segunda generación. Pese a que la pretensión de la labor historiográfica de Borregán se dirigía a restituir las posesiones peruanas del autor Si bien mantenemos en adelante la designación (el) dicho, en la obra analizada encontramos únicamente la variante precedida de artículo definido. 8 En el ya mencionado capítulo de la morfosintaxis histórica (Guzmán Riverón/Sáez Rivera 2019) se cita una amplia bibliografía en la que se destaca (el) dicho como uno de los elementos característicos de la documentación colonial, en la que debió de inspirarse Alonso Borregán. 7
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por medio de la Corona, así como a la obtención del título del cronista del Perú. Por esta razón, el autor incorporó a su relato historiográfico tres peticiones dirigidas al rey, al lado de dos licencias para labrar guacas del V conde de Nieva, virrey del Perú en aquellos tiempos. De esta manera, la obra citada se sitúa entre la crónica y la petición: una síntesis de datos autobiográficos e históricos, enmarcadas en súplicas y quejas personales (Borregán 2011: 82-83, 86-87). Por tanto, apuntaba Oesterreicher (1994, 2011: 33, 39), Borregán incumple los requisitos impuestos por el género historiográfico; este investigador apunta que en su obra no se manifiesta ninguna planificación textual, igualmente no se toma en consideración la perspectiva del receptor del discurso, lo cual lleva a numerosas irregularidades en todos los niveles lingüísticos, adscritas a la oralidad concepcional. Ahora bien, en lingüística histórica, siempre se ha mostrado interés por el estudio de la presencia de lo hablado en lo escrito; sin embargo, se podrían aportar también algunas reflexiones acerca de la presencia de elementos propios de la distancia comunicativa en el terrero de la oralidad concepcional, tomando por caso el empleo de (el) dicho + sintagma nominal (SN, en adelante) en la posición prenominal en la Crónica de Borregán9. Del mismo modo, se ha optado por incluir en el estudio la variante participial, precedida por los adverbios arriba o ya, así como las construcciones anafóricas que contienen ya sea el participio del verbo dicendi, ya sea la forma personal del mismo. 2. Lo hablado en lo escrito: un estado de la cuestión Los estudios de lingüística histórica que se han interesado por la presencia de lo hablado en lo escrito se han basado, fundamentalmente, en lo que se denomina mímesis de la oralidad, plasmada en las obras literarias; pero también los documentos jurídicos han sido abordados para tal objetivo, en la medida en que las transcripciones de las declaraciones de testigos realizadas por los escribanos reproducen ‒con mayor o menor grado de fidelidad‒ la lengua hablada (cf. Cano Aguilar 1998; Eberenz/Torre 2003; García Godoy/Calderón Campos 2012; López Serena/Sáez Rivera 2018). Así, en el trabajo de Cano Aguilar (1998: 237), dedicado al estudio de la presencia de lo hablado en lo escrito en las declaraciones de testigos de la documentación indiana del siglo xvi, se hace mención del uso formulario del elemento (el) dicho en sus transcripciones. De igual manera, García Godoy y Calderón Campos (2012) analizan distintos valores discursivos del artículo definido con antropónimo, así como las estructuras sintácticas con antropónimo, a las que recurrían los testigos en sus narraciones de acontecimientos en Se han excluido del análisis textual las licencias del V conde de Nieva ‒si bien estas contienen (el) dicho‒ integradas al manuscrito, dado que no pertenecen a la autoría de Alonso Borregán. 9
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las declaraciones provenientes de las probanzas del siglo xviii de la Real Chancillería de Granada10. Muestran que los escribanos empleaban la construcción “el dicho + antropónimo” tanto en la parte formularia como en las transcripciones de las narraciones de los hechos juzgados. Según señalan los citados autores, esta construcción presenta un uso redundante, es decir, no necesariamente relacionado con la identificación anafórica del referente, equivalente, por tanto, al nombre propio de persona escueto11. Por otra parte, tal uso discursivo tiene un correlato en la construcción “artículo definido + antropónimo” (con respecto al valor discursivo de la construcción “artículo definido + antropónimo” en la documentación jurídica-administrativa, véase asimismo (Calderón Campos 2015a), al figurar en una segunda mención del referente, empleada tanto por los escribanos en la parte formularia como por los testigos en sus narraciones. No obstante, los testigos apelan a la misma construcción en sus narraciones en una primera mención del referente, correspondiente a un valor subjetivo, ya sea positivo o negativo, y, por tanto, característico de la lengua hablada. El valor negativo del artículo definido se corresponde con un trato negativo al que suele someterse al acusado o la persona a la que se pretende degradar por su comportamiento inadecuado, mientras que la persona defendida frente a la denunciada suele presentarse mediante una forma de tratamiento como “don” o “doña”, pero sin el artículo definido antepuesto en este caso. Se señala, asimismo, que los testigos emplean el NPP escueto para referirse a personas hacia las que mantienen una postura neutral o si no se explicita una valoración negativa de las mismas. La particularidad que destacan los autores consiste en que entre cinco estructuras sintácticas empleadas con antropónimo, tales como “el dicho + antropónimo”, “artículo determinado + antropónimo”, “antropónimo escueto” ‒o las que se destinan en la primera mención a la presentación del referente humano‒ como “aposición explicativa (A, B)” o “aposición 10 Por nuestra parte, podemos añadir dos ejemplos del empleo de “artículo definido + antropónimo” con valor discursivo, que compite con la forma (el) dicho + SN u otras variantes léxicas del tipo el referido, etc., en dos documentos notariales del siglo xviii localizados en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid: “[…] parecieron […], y Henrique Benito de la propia vecindad, y dijeron, que por el primero se puso demanda a Francisca Escobar viuda de esta misma vecindad […] con respecto a lo qual, y para facilitar medios há partido la Francisca Escobar al Real Sitio de Señor Ildefonso entendida de este convenio […]. […], y el Henrique Benito, a quien la Francisca Escobar há dejado los muebles, y llave del narrado quarto se obliga igualmente á dejarle incontinenti libre y desembarrazado, […], y lo firman, á excepcion del Henrique Benito […]” (AHPM, Madrid, 19 de julio de 1780, prot. 20260, ff. 132r-132v). “En la villa de Madrid a diez y seis de abril de mil setecientos ochenta y siete ante mi el escribano y testigos parecieron de la una parte Fulgencio Antonio Pelaez, […] e hija respective del Fulgencio […] sufriendole dicho Fulgencio en representación de la referida Angela Pelaez […]; y asi antes falleciese el Fulgencio […] (AHPM, Madrid, 16 de abril de 1787, prot. 21.996, ff. 31r-31v). 11 Adoptamos como tal la terminología propuesta por los autos para designar los nombres propios no modificados por un determinante.
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identificativa (AB)”, la construcción a la que menos recurren los testigos es la del NPP escueto. Es decir, que en dicho género textual los testigos aspiran a codificar determinados valores sociales para referirse a las personas involucradas en un proceso judicial (García Godoy/Calderón Campos 2012: 63-65, 68-72). En este sentido, se podría recalcar el hecho de que en las transcripciones convivan las construcciones de la lengua hablada, así como las introducidas por los escribanos, como es el caso de “el dicho + antropónimo”, independientemente de la valoración expresada en relación con tal o cual persona; esto es, acorde con el tono imparcial del lenguaje jurídico-administrativo, más propio, por así decirlo, del discurso indirecto. Por ende, en el fragmento que presentamos a continuación, el personaje de Agustina Aranda, que ha sido valorada negativamente, aparece en la construcción “el dicho + antropónimo”, si bien en el mismo documento se reproduce la estructura con el artículo definido dotada de valor negativo, a saber: (3) Y con efecto se avanzó a ella dicha Agustina maltratándola, pero el Juan Pérez prontamente agarró a su muxer, y separándola, la metió dentro de la casa y cerró la puerta, y volvió y le dijo: “¿Cómo tiene usted valor después de pedirle lo que es mío, a venir a perderme mi casa? Vaya usted con Dios, tía Agustina, que le perdono los quinze cuartos, y aunque fueran cien reales, por que no tengamos historia […] Y de contado se retiró la Agustina hecha un veneno y enberrinchada, pues, como es notorio, la susodicha es de genio colérico y provocativo (El Marchal, 1785, f. 15v, apud García Godoy/ Calderón Campos 2012: 67-68).
Desde el punto de vista diacrónico, en otro estudio de Calderón Campos (2015b: 58), se subraya la idea de que la interpretación del artículo definido, empleado con antropónimo, depende del género textual: en la lengua hablada prevalecen los valores subjetivos, como es el caso de las narraciones de testigos o las obras literarias que representan la mímesis de la oralidad, mientras que en la prosa jurídica e historiográfica el artículo definido con antropónimo posee valor discursivo12, equivalente “el dicho + antropónimo”. En el primero de los géneros textuales señalados, el artículo definido con un antropónimo no aparece en la primera mención, del mismo modo que el tono imparcial de la prosa jurídica e historiográfica propicia tal interpretación. Esta hipótesis se apoya, además, en que en la prosa historiográfica se recurría al artículo indefinido para presentar a personajes desconocidos, mientras que en las declaraciones de testigos se atestiguan Por otro lado, señalaba Gili Gaya (1969 [1943]: § 184, 244) que “en el lenguaje judicial es costumbre referirse a las personas que figuran en el proceso, y que han sido ya nombrados, con el nombre o el apellido precedido del artículo: el Felipe declaró, la López contestó, etc.”. Con respecto al uso de esta construcción en el siglo xvi se puede añadir la siguiente observación de Alvar López (1953: 285): “En el Libro Verde de Aragón abunda el uso del artículo ante nombre propio: ‘el Jaime Martel…’, ‘el Alonso Santangel’…”. 12
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construcciones que indican que en una primera mención del referente humano se trata de una persona que se presupone desconocida. Ahora bien, en relación con la historiografía indiana, destacaba Oesterreicher (1994: 168) una presencia excesiva de NNPP y topónimos, que suelen carecer de explicación. Asimismo, el mismo Oesterreicher (1994, 2011: 35) señalaba como un uso propio de la época el empleo del artículo definido en relación con las personas introducidas en el discurso previo, y del artículo indefinido para presentar a nuevas personas, como es el caso de la obra de Borregán. En este sentido, Stoll (1997: 256-257) estudió el empleo del artículo definido e indefinido con un antropónimo en la crónica de Borregán y concluyó que no se manifestaba planificación alguna en la presentación de los personajes mediante el artículo indefinido, es decir, que había personajes que se introducían sin ninguna presentación o, por el contrario, una vez mencionados en el texto, se volvían a incorporar por medio del artículo indefinido. Es común en la crónica la codificación de ciertos valores subjetivos, tales como la familiaridad representada por la construcción “don + nombre de pila”, como es el caso de “Don Pedro” por Pedro de Alvarado, así como el empleo de denominaciones del tipo “el gobernador” por Francisco Pizarro. En cuanto a los elementos dirigidos a la ordenación del discurso, la citada autora (Stoll 1996: 440), respecto de la crónica de Pedro Pizarro, destaca el empleo de expresiones tales como “contaré ahora”, “pues diré”, “como adelante diré”, “como tengo dicho”, “como digo”, que remiten a los procedimientos de la historiografía medieval, en la que, como apunta Stoll, remitiendo a Weber de Kurlat (1966: 29-54), estas se usan ora en la tercera persona del singular, ora en la primera del plural. De acuerdo con esta autora, las construcciones mencionadas resultan, a falta de la capacidad de ordenar los hechos narrados, contraproducentes. Destáquese en el fragmento que se cita a continuación el uso de el (ya) dicho: (4) Pues voluiendo a los dichos capitanes don Diego de Almargo y Soto, que estauan en Vilcaconga con la gente aguardando al Marqués (como tengo dicho), llegado pues que fué don Françisco Piçarro a esta questa de Vilcaconga, donde le aguardauan los ya dichos, todos juntos partimos para la çiudad del Cuzco [la cursiva es del original] (Pedro Pizarro 1986: 83, 23-84, 3, apud Stoll 1996: 440).
3. Hipótesis de trabajo Llegados a este punto, se podrían intentar trazar algunas observaciones previas al análisis textual. Como se ha señalado, en la Crónica no se manifiesta una planificación textual, por lo cual tampoco la habría respecto al empleo de (el) dicho + SN. De hecho, la obra de Borregán no presenta un uso reiterativo de la forma anafórica en cuestión: el empleo de la mencionada forma anafórica se reparte entre cuatro casos atestiguados, y en relación con nombres comunes en las peticiones ‒en tanto
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que terreno más propicio para los elementos del lenguaje jurídico-administrativo‒, y dos casos registrados en combinación con NNPP en el relato historiográfico. Por ende, se expondrán a continuación una serie de construcciones sintácticas a las que recurre el autor de la Crónica, con el fin de determinar con qué referentes se emplea (el) dicho, teniendo en cuenta la presentación subjetiva de los hechos, mencionada asimismo acerca de las narraciones de testigos. En general, la ya señalada tendencia a presentar a personas como conocidas por el receptor, como era en el caso de “el governador”, etc., en tanto que forma de identificación, chocaría, en un principio, con (el) dicho como representante de una identificación explícita de un referente necesariamente introducido en el discurso anterior. 4. Estudio 4.1. Estructuras sintácticas con antropónimo Como se ha señalado anteriormente, en la obra analizada no se manifiesta ninguna planificación en lo relativo a la presentación y recuperación anafórica de las personas involucradas en la narración historiográfica. La cuestión que habría que subrayar es que Borregán introduce a las personas prominentes, que, por tanto, se presuponen conocidas por el receptor del discurso –como, por ejemplo, Francisco Pizarro o el V conde de Nieva– igual que a los personajes marginales de la narración, sin ninguna presentación. Por otra parte, la primera mención a Francisco Pizarro, procedente de la primera petición, abarca una presentación completa de este referente: aposición identificativa (título + dignidad) + nombre propio (nombre de pila + apellido) + aposición explicativa (posición): el marques don françisco pizarro primero gobernador (103, 4-5)13. Si bien en las menciones sucesivas de este referente se dan distintas modificaciones, no correspondientes a una planificación, incluida la ya mencionada denominación “el governador”: el gobernador picarro (121, 16-17); el don françisco piçarro (148, 16-17), etc. En este sentido, la referencia a las personas mencionadas con algún título de dignidad, como “don”, “conde”, “marqués”, etc., o un título militar, como “adelantado”, se suele mantener a lo largo de la obra: el marques de cañete me hizo (103, 13-14); el conde de niba (104, 12-13); el bisorrei vasco nunez bela rreceuio (108, 23-24); el adelantado almargo les rrequirio (121, 14-15); o don Antonio de rribera (110, 6), etc. La intención de la manifestación de un trato cercano con tal o cual persona se transmite mediante la construcción “don + nombre de pila”, así como con denominaciones tales como “el governador”, como se ha indicado a propósito de Francisco Pizarro. Es decir, que se apela al conocimiento compartido con el
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En adelante, se indicará únicamente el número de página de la obra de Alonso Borregán.
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receptor del discurso, por lo cual no se presupone una presentación previa del referente, si bien tal o cual persona puede haber sido mencionada en el discurso previo. Así, en (5) se emplea tal construcción en relación con Gonzalo Díez: (5) Y suplico a vuestra alteza la merçed que me fu hecha de los yndos de don Gonzalo (104, 9-10).
Con respecto a las formas de valoración subjetiva de personas, se suele emplear una aposición identificativa, como “tirano”, al tirano Gonzalo pizaro (106, 23-26) o el tirano pedro de pueles (182, 7-8), también en una apositiva explicativa, como vn salacar corcobado el mayor tirano alborotador de aquel rreyno (111, 10-11), así como un epíteto, del tipo al estuto Salazar (183, 4), el desdichado visorrey (178, 22) o una construcción apositiva, como en deste ladron de auedaño y de gasco de guebara (110, 10). Cabe señalar que este tipo de construcciones no sirve para precisar la referencia, pero sí pueden presentar un uso reiterativo, equiparable a (el) dicho en la prosa jurídica. En (6), el empleo del artículo definido con antropónimo mostraría el valor discursivo y, por tanto, “neutral”, de acuerdo con lo que ya se ha apuntado anteriormente. Este valor también podría expresarse mediante un NPP escueto: (6) […] y llebaronlo asta la angostura de moyria como juan piçarro lo supo salió tras del con diez de a caballo […] […] con el mandamiento de corregidor al juan piçarro (138/139, 27-28, 41-42).
4.2. (El) dicho + antropónimo A continuación, se presentan las construcciones “el dicho + antropónimo”, atestiguadas en el texto analizado: (7) El gobernador piçarro antes que muriese proueydo de capitan a vn pero aluarez oliguin que auia sido amigo del adelantado almargo por capitan […] determinaron todos de juntarse con Alonso de aluarado y con el dicho pero aluarez olguin (165, 22-23, 34-36). (8) […] conosçiendo este engaño françisco hernandez que fue caudillo de vuestro bisorrey y anparo vuestro bando y gasto su hazienda y puso su vida en la batalla de anaquito en seruiçio de su magestad […] Engañadas las pobres mugeres y quita dellas las que les paresçio que heran de sus deudos e ynbia las otras con un don pedro Puertocarrero su deudo y que la mesma muger del dicho françisco hernandez las llebase […] (129/130, 25-30, 47-51).
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En estos ejemplos, la forma (el) dicho se incorpora a los NNPP, representados por el nombre de pila y el apellido, de acuerdo con un estilo formal. Asimismo, se trata de personas que se presuponen desconocidas por el receptor ‒de una prominencia marginal en el relato historiográfico‒ en tanto que se introducen en la primera mención mediante el artículo indefinido o se recurre a una relativa explicativa que presenta al referente humano como desconocido. Es decir, que tal empleo de la construcción en cuestión equivaldría al artículo definido con valor discursivo. Por otra parte, la forma (el) dicho se emplea con personas que no han sido valoradas negativamente ‒al menos, en el discurso inmediatamente anterior‒ de modo que presentarían una caracterización neutral. Recuérdese que en las declaraciones de testigos, los escribanos aludían a la construcción referida independientemente de la valoración que hubiera recibido tal o cual referente humano. Se podría suponer que el autor, al asociar (el) dicho con un estilo elevado de la prosa jurídica, razón por la cual incorpora los elementos del lenguaje jurídico-administrativo a su discurso, no emplea este elemento anafórico con personas valoradas negativamente. Del mismo modo, las construcciones que transmiten un valor negativo o, igualmente, positivo, a las que se ha hecho referencia, no se corresponderían con el tono imparcial de (el) dicho. En la misma línea, la introducción de referentes humanos conocidos por el receptor del discurso, con respecto a los cuales se intentaba transmitir cercanía (“don Pedro”, “don Gonzalo”, “el governador”) o degradación (“el tirano”), chocaría con el empleo de (el) dicho, que implica una presentación previa de tal o cual persona y su correspondiente recuperación anafórica, al igual que se perderían, en este caso, el valor social codificado en tales estructuras14. A título de ejemplo, se podría citar un caso del uso de la construcción “el dicho + antropónimo” de la Relación, de Andrés de Tapia. En el ejemplo (9), la segunda mención del referente humano con (el) dicho, introducida en un discurso inmediatamente anterior, permite elidir el NPP, a diferencia de la presentación de personas conocidas en la obra de Borregán, del tipo “el adelantado” o “el governador”. Así: (9) Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés, Marqués del Valle […]. Llevaba el dicho marqués una bandera de unos fuegos blancos y azules […] (Andrés de Tapia 2002: 65). En el lenguaje jurídico-administrativo la recuperación anafórica del NPP podía realizarse en una segunda mención mediante la forma especializada con nombre propio de pila, tal y como se puede detectar en la documentación notarial del siglo xviii: “[…] ante mi el escribano y testigos ynfrascriptos y precediento la venia que para jurar y otorgar esta escritura otorgo a dicha doña Maria Teresa, don Juan Villa Mil su marido dixeron: Que por muerte del lizenciado don Josef de la Vega Ordoñez, mayor en dias, abogado, que fue tambien del ilustre colegio de esta corte y de doña Maria Francisca de Lama y Giron su muger, vecinos de esta villa y padres de los referidos doña Maria Teresa y don Josef de la Vega menor, la qual acaecio a saber la de dicho don Josef en dies y seis de septiembre de mil setecientos ochenta y uno […]” (AHPM, Madrid, 11 de diciembre de 1799, prot. 20318, ff. 266r-269r). 14
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Por otra parte, el que Borregán adscribiera un tono elevado a la forma (el) dicho, se podría comprobar, a nuestro modo de ver, en el empleo de la variante participial (el) arriba dicho en la construcción apositiva explicativa relativa al referente nosotros, en la que se incluye el autor (10): (10) Fue acordado por parte de todos los vecinos de abajo de la Ciudad de los rreyes y truxillo samiguel quito puerto Viejo hiçiesemos vn rrequirimiento a Hernando piçarro Estuviese por el concierto hecho y obedeçiese la prouision rreal de su magestad que pero anzules llebo protestándole Los males y daños y aluorotos de la tierra y protestanDole los dozientos mil pesos arriua dichos mando el gouernador piçarro apartar todos los soldados que allí yban Que no viesen este rrequerimiento sino solamente nosotros los vecinos de la tierra arriua dichos (157, 17-26).
Por otro lado, se pueden señalar las construcciones de relativo que incorporan la forma participial (11), así como la forma personal del verbo decir (12), en relación con referentes humanos: (11) y piqueros y capitan de artilleria porque auia venido vn juan perez de bergara […]. E hiço capitan de ynfanteria de piqueros a diego de horuina y al capitan de alcabuçeros y aquel bergara que arriua digo dio tanbien arcabuçeros y piqueros […]. Hico capitan a diego de horbina el que arriua ba dicho (150, 6-8; 182, 1). (12) y lleuo consigo casi todos los vecinos y a tres soldados le dieron los que no fueron con el asento rreal el tirano en xayaca y de allí enbio con vna trayçion mui maluada a vn oxeda […] ybanse con el algunos vecinos de quito y como fuese con el traydor de ogeda que arriua digo (175, 4; 176, 31).
En estos ejemplos, la recuperación anafórica mediante las construcciones señaladas hace referencia a personas que se presuponen desconocidas, al estar introducidos por el artículo indefinido, o pueden figurar como un NPP escueto, si bien, en todo caso, se trata de personas menos prominentes de la narración historiográfica, al igual que en el caso del empleo de (el) dicho, como se ha señalado anteriormente. Sin embargo, tales construcciones, presentadas en la primera persona del singular ‒recuérdese lo que señalaba Stoll con respecto al empleo de este tipo de estructuras en las crónicas soldadescas‒, no formarían parte de la TD jurídico-administrativa propiamente dicha, a diferencia de (el) dicho, a pesar de incorporar una de las formas del verbo dicendi y un adverbio deíctico. Por tanto, en la construcción de (18) se precisa la referencia anafórica de una persona valorada negativamente, como el traidor de ogeda, aunque tal mención subrayaría, a nuestro modo de ver, una valoración negativa del referente
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humano en cuestión, interpretación que podría propiciarse, asimismo, por el uso del verbo correspondiente en la primera persona del singular; esto es, más propensa a una presentación subjetiva de los hechos. 4.3. (El) dicho + nombre común Así, en la primera y la segunda petición, el uso de (el) dicho, tanto en posición prenominal como posnominal, no se presenta de forma reiterativa, tal como se señalaba en relación con la documentación jurídico-administrativa; si bien las peticiones representan un terrero más propicio para la introducción de tal forma anafórica. Por tanto, se retoman anafóricamente únicamente los referentes que designan los bienes que se pretendía recuperar: (13) Otrosi suplico a vuestra rreal alteza me haga merçed de las tierras y asiento de yupiay […]. Y por tanto suplico a vuestra alteza se me haga la merced destas tierras que sentiende aquel asiento arriba dicho de yupiay con las tierras destotro cabo del rrio (103, 18-19; 104, 1-2). (14) Aquel mal fraile obiese ordenado determina con el marques de canete que enbie a vuestra magestad a pedir liçençia para sacar guacas y enterramientos […] da licencia para sacar los dichos entierros adonde se a sacado entre españoles y naturales dos millones de moneda (110, 18). (15) Su magestad me aga merced de los indios que pido pues son tan pocos y las tierras ya dichas (122, 21-22).
Habría de añadirse que en la primera petición se introduce, en la primera mención, por ejemplo, el referente humano “don Gonzalo” (104, 10) sin ninguna presentación previa, en tanto que uso propio de la lengua hablada, a diferencia del empleo de (el) dicho con los nombres comunes. Es decir, que no se da la misma “elaboración” característica del lenguaje jurídico-administrativo en el ámbito de los sintagmas nominales. En el relato historiográfico, se emplea la variante participial dicho con referentes que podrían considerarse, a nuestro juicio, prominentes en el discurso, como sería el caso de la mención del tesoro del rey (16) o de una cantidad de dinero (17), a saber: (16) Alli en chincha allamos al tesorero rr(e>)iquelme con el thesoro de vuestra magestad arriua dicho y en términos de lo(s) rrouarlos (157, 9-10). (17) pero anzules llebo protestándole los males y daños y aluorotos de la tierra y protestándole los dozientos mil pesos arriua dichos (157, 22-23).
Por otra parte, en (18) se retoma mediante la forma anafórica señalada un cuartago morcillo15, que fue el desencadenante de un trágico suceso, tal y como se cita en el siguiente fragmento: El DLE ofrece las siguientes definiciones de “cuartago”: 1. m. Caballo de mediano
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(18) Llegado el gouernador piçarro al cuzco y visto quel ynga Se quería benir de paz enviole vn quartago morçillo Y como el gouernador piçarro auia enuiado al inga aquel quartago arriua dicho […] y salimos vyendo y aorco el ynga el quartago de vna peña y como lo supiese el gouernador piçarro enbio a su hermano gonçalo piçarro tras el ynga y prendile la muger que hera vna señora coya e hiçola aorcar y quemar dezia tantas lastimas aquella señora que a todos puso gran lastima (161, 26-27; 163, 23-24; 32; 164, 1-4).
Por último, se podrían agrupar los siguientes ejemplos dedicados a determinadas indicaciones locativas, como valle de limaycasca que arriba digo (163, 18) o todo este término arriba dicho (192, 1) o en el ejemplo (19), las cuales no contribuirían a la cohesión del discurso, al igual que el empleo de las construcciones anafóricas citadas; esto es, en sintonía con lo que señalaba Stoll en relación con la crónica de Pedro Pizarro. (19) Porque las aguas no los moxase en el Ynbierno y los tanvos rreales por el consiguiente estubiesen Cubijados y adereçados por aquellos principales y Mitimaes mudados que arriua ba dicho y declarado (194, 15-16).
De hecho, los adverbios ya o arriba empleados en tales construcciones no cumplirían con su función de precisión referencial, atribuible a determinadas estructuras provenientes de la TD jurídico-administrativa. 5. Conclusiones Hemos intentado demostrar que la recurrencia a la construcción “el dicho + antropónimo” para retomar anafóricamente los referentes humanos que se presuponen desconocidos por el receptor del discurso se asimilaría al valor discursivo de la construcción “artículo determinado + antropónimo”, señalada en relación con el género cronístico y las declaraciones de testigos. Sin embargo, dicha construcción se extendería únicamente a personas no valoradas negativamente ‒al menos, en el discurso inmediatamente anterior‒, contrariamente al empleo de aquella en las declaraciones de testigos por parte de los escribanos, y correspondiente, por tanto, al tono formulario e imparcial del lenguaje jurídico-administrativo. De esta manera, el uso de “el dicho + antropónimo”, según los criterios señalados, contrasta con la presentación de los referentes humanos que se presuponen conocidos o valorados subjetivamente en la crónica, en tanto que usos característicos de la lengua hablada. cuerpo. 2. m. jaca (caballo cuya alzada no llega a metro y medio).
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Con respecto a la construcción “el dicho + nombre común”, empleada en las peticiones, esta no presenta un uso reiterativo (y característico de la época) en el sentido de que se aplicaría únicamente a los referentes que constituirían una prominencia discursiva, sin abarcar los referentes humanos. Asimismo, la misma tendencia podría señalarse con respecto a los nombres comunes que figuran en el relativo historiográfico; si bien se podría constatar una incoherencia relativa al empleo de (el) dicho, en tanto que uno de los elementos característicos del lenguaje jurídico-administrativo, y a las construcciones que contienen la forma personal del verbo dicendi, que no se corresponderían con la procedencia del lenguaje de especialidad en cuestión. Referencias bibliográficas Fuentes primarias Borregán, Alonso (2011): La Conquista del Perú. Edición de Stoll, Eva/Las Nieves Vázquez Núñes, María de. Estudio introductorio de Wulf Oesterreicher. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Vervuert. Tapia, Andrés de (2002): Relación hecha por el señor Andrés de Tapia sobre la conquista de México, en: Díaz, J. et al. (eds.): La conquista de Tenochtitlan. Madrid: Dastin. CORDE = Real Academia Española: Banco de datos (CORDE). Corpus diacrónico del español [en línea]. [Consulta: 27/08/2019].
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LAS PERÍFRASIS VERBALES NO FACTUALES EN LA CARTA A SOR FILOTEA DE LA CRUZ: CLASIFICACIÓN Y ESTUDIO * Patricia Fernández Martín Universidad Autónoma de Madrid
1. Introducción Resulta tal vez asombrosamente escasa la bibliografía existente dedicada al estudio lingüístico de conjuntos de textos compuestos por mujeres a lo largo de la historia de la lengua española, al modo en que se hace en los diversos trabajos de la edición de Almeida Cabrejas, Díaz Moreno y Fernández López (2017) o en los analizados por Fernández Martín (2015, 2019a). Así, a modo de ejemplo, en la monumental obra de Keniston (1937), solo uno de los cuarenta textos manejados, El libro de la vida de santa Teresa de Jesús, pertenece a una escritora, de semejante manera a como (y por hacer autocrítica) en Fernández Martín (2018b) se incluyen únicamente dos autoras (la mencionada abulense y sor María de Jesús de Ágreda) de los doce escritores cuyos textos se analizan como corpus lingüístico. La proporción, sin duda, ha aumentado en ochenta años, aunque no se ha llegado todavía a un mínimo equilibrio, quizá debido parcialmente a la insuficiencia, a su vez, de ediciones críticas fiables de los textos femeninos (Cruz 2009) que permitan efectuar análisis lingüísticos aceptables. Por estos motivos, complementando lo realizado en Fernández Martín (2019b), puede parecer relevante aplicar a la Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea de la Cruz (1691), escrita por la religiosa jerónima mexicana sor Juana Inés de la Cruz, una serie de parámetros ya utilizados en otros trabajos para analizar textos compuestos fundamentalmente por hombres, como son las crónicas de Indias, los pasos teatrales y las novelas (Fernández Martín 2013, 2014a, 2018a, 2018b), entre otros. Dichos parámetros se van a aplicar en este trabajo a las perífrasis verbales consideradas no factuales o modales, seleccionadas igualmente como objeto de estudio * Este trabajo se encuadra dentro del Proyecto I+D del Ministerio de Economía y Competitividad (España) titulado “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”, dirigido por Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga (Universidad Complutense de Madrid), con referencia FFI2015-64080-P.
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en otras investigaciones (Fernández Martín 2013, 2014a, 2014b, 2014c). Naturalmente, todo ello se lleva a cabo tras exponer someramente algunas cuestiones de interés ecdótico acerca del texto estudiado (§ 2.1) y, por supuesto, después de haber reflexionado brevemente sobre el mismo concepto de perífrasis verbal (§ 2.2) y de proponer una clasificación de las mencionadas perífrasis no factuales (§ 1.3). Por lo que respecta a los textos manejados, como se explica con detalle en la segunda sección del presente trabajo, se ha partido como texto inicial de la primera edición (Madrid, 1700), digitalizada y puesta a disposición del internauta en la web de la Biblioteca de la Universidad de Bielefeld, aunque se cita siguiendo la edición de Glantz y Bravo Arriaga (1994), por la precisión que facilita en el marcaje de las líneas. Se pretende, con todo ello, ofrecer un corpus lingüístico per se a partir de las palabras de la religiosa y, a la vez, contribuir en lo posible a una línea de investigación que permita seguir conociendo la historia de nuestro idioma desde una perspectiva complementaria a la que se ha llevado tradicionalmente (y por lo general) hasta ahora, esto es, centrada en textos escritos esencialmente por hombres. 2. Marco teórico 2.1. Algunas cuestiones ecdóticas sobre la Carta a sor Filotea de la Cruz El texto que se va a analizar, la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, está fechado el 1 de marzo de 1691. Como su nombre indica, es la respuesta a una carta del 25 de noviembre de 1690 escrita por el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, dirigida a sor Juana Inés de la Cruz y firmada con el pseudónimo de sor Filotea de la Cruz. Este texto, que aparece adjunto a la Carta atenagórica de la religiosa –cuya publicación ella no autorizó (Brescia 1998: 78; Poot Herrera 2008: 154)–, sugiere a la jerónima dejar de lado el conocimiento profano y centrarse en el religioso –“No pretendo, según este dictamen, que v.m.d. mude el genio renunciando los libros, sino que le mejore, leyendo alguna vez en el de Jesucristo” (Salazar Mallén 1978: 67; Glantz y Bravo Arriaga 1994: 448)–. El motivo de la sugerencia realizada por Don Manuel se debe a la supuesta osadía que muestra la mexicana al enjuiciar en la Carta atenagórica (cuya redacción seguramente le hubiera propuesto el mismo Fernández de Santa Cruz) el sermón pronunciado por el teólogo portugués Antonio de Vieyra en Lisboa en 1650 (Brescia 1998: 78; Zavala 2005: 29-38; Lledó 2008: 32-43; Poot Herrera 2008: 154). En realidad, el amigo obispo de la escritora querría haber aprovechado su publicación para dar a conocer al mundo la palabra de sor Juana Inés a la vez que le abría el camino para que ella misma redactara, como hace, una cuidadosa defensa de su vida y obra que sirviera para acallar a sus enemigos bajo la autoridad del eclesiástico (Zavala 2005: 30; Lledó 2008: 43-53).
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En cuanto a las cuestiones ecdóticas del texto, probablemente el manuscrito original se haya perdido, por lo que posiblemente la edición más fiable sea la primera impresa, que se encuentra dentro del tomo tercero de Fama y Obras posthumas, publicadas en Madrid en 1700 (Knowlton 1981: 331; Poot Herrera 2008: 151; Fernández Martín 2020). A partir de ella han ido apareciendo otras ediciones, entre las que hemos seleccionado la susodicha de Glantz y Bravo Arriaga (1994), que reproduce las notas de Alfonso Méndez Plancarte realizadas para las Obras completas de 1951-1957 editadas por el Fondo de Cultura Económica. 2.2. El complejo concepto de perífrasis verbal Como punto de partida, asumimos que las perífrasis verbales se encuentran en un proceso de gramaticalización que, aunque no tiene necesariamente por qué terminar nunca (Fernández Martín 2018a), permite la transformación paulatina de una palabra léxica en un morfema gramatical afijo o de una estructura gramatical en otra estructura más gramatical, yendo, pues, desde el discurso a la sintaxis y de esta a la morfología (Girón Alconchel 2004: 73; Cuenca 2012: 282). Debido, precisamente, a esta constante ambigüedad del concepto (Gómez Torrego 1988, 1999; Iglesias Bango 1988; Fernández de Castro 1999; Gómez Manzano 1992; García Fernández 2006), pues se trata de una categoría a caballo entre la gramática y el léxico tanto desde la perspectiva sincrónica como desde la perspectiva diacrónica, asumimos aquí la definición de Hella Olbertz (1998: 32), para quien una perífrasis es la combinación indisoluble y productiva, por un lado, de un verbo conjugado que funciona como auxiliar y, por otro lado, de un verbo en forma no personal, donde el verbo conjugado concuerda morfológicamente con el rol semántico del agente exigido por el verbo en forma no conjugada. La enorme ventaja de esta definición es que facilita la asunción evolutiva de cualquier ejemplo, que puede ser, por tanto, gradualmente perifrástico a lo largo de la historia (Garachana Camarero 2017; Fernández Martín 2014a, 2015, 2016, 2018b; Zieliński/Espinosa Elorza 2018). Dentro de las perífrasis, el objetivo de este trabajo lo componen los verbos auxiliares que ofrecen un significado modal (García Fernández 2006) o no factual (Fernández de Castro 1999). Dado su valor, se prestan a una clasificación que permite una visión de la modalidad con conceptos prestados de la filosofía moral ya empleados en otro trabajo sobre el género discursivo paremiológico (Fernández Martín 2014b, 2014c) que posteriormente se aplican, con algunos matices, a las cartas de santa Teresa de Jesús (Fernández Martín 2015). Queda, entonces, esencialmente claro que seguimos, en general, la nomenclatura de Fernández de Castro (1999) complementada con algunas etiquetas propuestas por García Fernández (2006). Y centramos, así, nuestro análisis en las perífrasis modales deber (de) + infinitivo, haber de + infinitivo, tener que + infinitivo y poder + infinitivo, según han sido todas ellas registradas en el texto.
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2.3. Hacia una clasificación de las perífrasis verbales no factuales Entendemos por perífrasis verbales no factuales aquellas que “excluyen la consideración de que dicho proceso [el indicado por la forma no conjugada] tenga lugar o no”, pues expresan “el grado o tipo de compromiso del hablante hacia la veracidad de lo enunciado” (Fernández de Castro 1999: 151). En efecto, consideramos la modalidad como la posición del interlocutor ante el mismo hecho que pretende explicar, ya sea con relación a la verdad del contenido de la proposición que formula (modalidad del enunciado o proposition), ya sea con respecto a la actitud de los participantes en el acto mismo de la enunciación (modalidad de la enunciación o proposal) (Ridruejo Alonso 1999: 3211-3213; Moreno Cabrera 2004: 201; Halliday/Mathiessen 2014: 172). Dentro de la primera, suelen recogerse modalidades aléticas (necesario, posible, contingente e imposible); modalidades epistémicas (sabido como cierto y sabido como falso); modalidades deónticas (obligatorio, permitido y prohibido); y modalidades existenciales (universal, existente y nulo) (Ridruejo Alonso 1999; Squartini 2004; Cornillie 2009; Halliday/Mathiessen 2014: 178). Las que aquí interesan son dos: las epistémicas y las deónticas. Las primeras expresan el grado de compromiso que el emisor establece entre el enunciado proferido y lo que él considera que implica su verdad o falsedad. Las segundas, por su parte, aportan una evaluación sobre las condiciones en que se da la verdad del predicado, bajo las premisas de un sistema normativo creado socioculturalmente, en el que se encuentran los interlocutores, considerados individuos moralmente responsables y agentes socialmente capacitados (Ridruejo Alonso 1999; Squartini 2004; Cornillie 2009). Siguiendo la línea de otros trabajos (Fernández Martín 2014b, 2014c, 2015), será cada uno de estos valores el que ejemplifiquemos con las mismas palabras de sor Juana Inés de la Cruz, siempre que dichos enunciados cuenten con una perífrasis verbal que permita la expresión del valor propuesto. Así, iremos comprobando cómo las perífrasis sirven, dependiendo del contexto, de la intención de la autora y del significado del verbo en infinitivo, para expresar en ocasiones un valor u otro, todos ellos dentro siempre de la modalidad deóntica y, en cierto modo, epistémica. 3. Análisis del texto En esta segunda parte del trabajo, vamos a efectuar el análisis de las principales perífrasis verbales no factuales o modales localizadas en la Carta a sor Filotea de la Cruz escrita por sor Juana Inés de la Cruz. Como se ha indicado, seguimos la edición de Glantz y Bravo Arriaga (1994), a cuyas líneas aluden los números señalados entre paréntesis tras cada cita.
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3.1. Modalidad epistémica Esta modalidad se da con poder + infinitivo en presente de indicativo (1 [el segundo]) o de subjuntivo (4), en pretérito imperfecto de subjuntivo (1 [el primero], 2, 3) y en tan solo una ocasión con deber de + infinitivo (5): (1) El segundo imposible es saber agradeceros tan excesivo como no esperado favor, de dar a las prensas mis borrones, merced tan sin medida que incluso se le pasara por alto a la esperanza más ambiciosa y al deseo más fantástico y que ni aun como ente de razón pudiera caber en mis pensamientos; y en fin, de tal magnitud, que no sólo no se puede estrechar a lo limitado de las voces, pero excede a la capacidad del agradecimiento, tanto por grande como por no esperado […] (12-21). (2) El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena, que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis (183-185). (3) Lo que sí pudiera ser descargo mío es el sumo trabajo no sólo en carecer de maestro, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo estudiado […] (440-443). (4) Y no hallo yo que este modo de enseñar de hombres a mujeres pueda ser sin peligro, si no es en el severo tribunal de un confesionario, o en la distante docencia de los púlpitos, o en el remoto conocimiento de los libros, pero no en el manoseo de la inmediación (1044-1049). (5) Aunque yo soy tal que las más veces lo debo de echar a perder o mezclarlo con tales defectos e imperfecciones, que vicio lo que de suyo fuera bueno (1381-1385).
Dejando de lado el valor deóntico de prohibición externa natural (véase más abajo) de no se puede estrechar (1), cabe señalar que, en los demás casos, el valor de la perífrasis es parafraseable por ‘es posible que’ o ‘es probable que’, si bien hemos de admitir que en numerosas ocasiones se permite igualmente una interpretación facultativa del hecho denotado por el infinitivo. Así, por ejemplo, en (2), el valor de permiso natural está presente, pues la autora es evidentemente capaz de decir la frase (y de hecho, la escribe), de la misma forma que podría aducirse una interpretación de permiso social que le dejara expresar dicho enunciado porque está diciendo la verdad. Sin embargo, nos inclinamos por la lectura epistémica, porque consideramos más importante que ella juega con la (no) posibilidad de (no) decir (sin) con verdad “vosotros me obligasteis”, dado que justo a continuación aclara: (6) Lo que sí es verdad, que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad), que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras que ni ajenas reprehensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas–, han bastado a que deje de seguir este natural impulso, que Dios puso en mí (185-193).
La única pregunta que cabe formularse es, entonces, la siguiente: si ella emplea una expresión enfática que trata de apoyar un argumento, introducida por Lo
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que sí es verdad, ¿debemos pensar que lo que ha dicho inmediatamente antes no lo es o sencillamente que trata la verdad de una forma gradual, de manera que lo dicho anteriormente puede ser más discutible (menos verdad) que lo que viene justo a continuación (menos discutible)? Entendemos, por este motivo, que la lectura epistémica es más propicia para dicho fragmento, pero naturalmente no se pueden descartar por completo ni la facultativa ni la deóntica de permiso social. Para delimitar, entonces, la diferencia entre posibilidad epistémica y posibilidad facultativa, centramos esta segunda en aquellos casos en que haya realmente un permiso natural (es decir, físico) incuestionable para realizar la acción, como sucede también en los ejemplos (12-14): (7) Aún vive la que me enseñó (Dios la guarde), y puede testificarlo (233-234). (8) Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación […] (268-274).
A continuación el valor epistémico quizá aparezca de una forma algo más clara: (9) Porque aunque lo parece, podía ser engaño de la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas (768-770). (10) […] es como los que no quieren conformarse al morir y al fin mueren sin servir su resistencia de excusar la muerte, sino de quitarles el mérito de la conformidad y de hacer mala muerte la muerte que podía ser bien (1356-1360). (11) pues ¿cuál es el daño que pueden tener ellos en sí? (255-256).
En los siguientes casos, creemos que hay un posible cruce entre lo epistémico y el permiso social: (12) […] pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres, sino filosofías de cocina? (811-812). (13) Pero bien que va a vuestra corrección; borradlo, rompedlo y reprendedme, que eso apreciaré yo más que todo cuanto vano aplauso me pueden otros dar (988-990). (14) […] sólo el desear saber me le ha costado tan grande que pudiera decir como mi padre San Jerónimo (467-469).
Asimismo, puede haberlo también entre lo epistémico y lo facultativo ‘ser capaz de’ en los siguientes fragmentos. De hecho, la frase de Lupercio Leonardo (15) recuerda sin duda a los refranes No se puede estar en misa y repicando o No se puede chiflar y beber agua (Fernández Martín 2014c): (15) Bien dijo Lupercio Leonardo: Que bien se puede filosofar y aderezar la cena (812-813). (16) […] que sólo así puedo yo quedar dignamente desempeñada (1411-1412). (17) […] y el ver que, aunque como la elegancia hebrea no se pudo estrechar a la mensura latina, a cuya causa el traductor sagrado, más atento a lo importante del sentido,
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omitió el verso, con todo, retienen los Salmos el nombre y divisiones de versos; pues ¿cuál es el daño que pueden tener ellos en sí? (1250-1256). (18) Bien que yo procuraba elevarlo cuanto podía y dirigirlo a su servicio, porque el fin a que aspiraba era a estudiar Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los divinos misterios (299-304). (19) Los mismos judíos os podían haber asegurado, pues cuando los reconvino, queriéndole apedrear: Multa bona opera ostendi uobis ex Patre meo, propter quod eorum opus me lapidatis?, le respondieron De bono opere non lapidamus te, sed de blasphemia (693-697). (20) […] arguyendo, haciendo versos, de que os pudiera hacer un catálogo muy grande y de algunas razones y delgadezas, que he alcanzado dormida mejor que despierta […] (828-831). (21) Pues si vuelvo los ojos a la tan perseguida habilidad de hacer versos –que en mí es tan natural que aún me violento para que esta carta no lo sean, y pudiera decir aquello de Quidquid canabar dicere uersus erat–, […] he buscado muy de propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado (1218-1224). (22) Menos los compañeros y testigos (que aun de ese alivio he carecido), lo demás bien puedo asegurar con verdad (474-477).
La expresión de la modalidad epistémica aparece, pues, en casos en los que se muestra una opinión sobre un conocimiento más o menos dudoso sobre lo que se dice. El hecho de que poder + infinitivo se dé en futuro del indicativo e inserto dentro de una oración interrogativa permite interpretar que la autora asume cierta duda con respecto a aquello que precisamente se pretende afirmar, lo que convierte el valor de la perífrasis en el ya mencionado ‘es posible/probable que’ (Girón Alconchel 1988; Escandell Vidal 1999; Fernández Martín 2014b, 2014c) que, naturalmente, tiene también una pequeña probabilidad de ser interpretada como facultativa (‘existirá la capacidad de’1): (23) ¿Cómo, sin lógica, sabría yo los métodos generales y particulares con que está escrita la Sagrada Escritura? […] ¿Cómo, sin aritmética, se podrán entender tantos cómputos de años, de días, de meses, de horas, de hebdómadas tan misteriosas, como las de Daniel, y otras, para cuya inteligencia es necesario saber las naturalezas, concordancias y propiedades de los números? ¿Cómo, sin geometría, se podrán medir el Arca Santa del Testamento, y la Ciudad Santa de Jerusalén, cuyas misteriosas mensuras hacen un cubo, con todas sus dimensiones, y aquel repartimiento proporcional de todas sus partes, tan maravilloso? […] ¿Cómo, sin grande conocimiento de reglas, y partes de que consta la historia, se entenderían los libros historiales? ¿Cómo, sin grande noticia de ambos derechos, podrán entenderse los libros legales? […] ¿Cómo, sin muchas reglas y lección de Santos Padres, se podrá entender la oscura locución de los Profetas? […] Pues ¿cómo se podrá entender esto sin música? (317-367).
Agradezco el “apunte facultativo” a Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga, también en los ejemplos 51-52. 1
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En este fragmento en concreto, creemos que lo más adecuado es interpretar poder + infinitivo como perífrasis epistémica, pues se está empleando todo el párrafo para defender, precisamente, la necesidad del conocimiento (científico) para acceder con corrección y provecho a las Sagradas Escrituras. Se cuestiona, por tanto, la imposibilidad epistémica de obtener dicho conocimiento sin las bases teóricas que otorgan previamente la lógica, la aritmética, la geometría, el derecho y la música, entre otras disciplinas. 3.2. Modalidades deóntica (y facultativa) La diferencia entre la responsabilidad moral e individual y las implicaciones sociales de las decisiones es lo que nos va a permitir distinguir entre cinco tipos de modalidad deóntica (Halliday/Mathiessen 2014: 109 y ss.): la obligación que será externa (natural o social) o interna (moral); la prohibición, que igualmente puede ser externa (natural o social) o interna (moral); la exención (o no necesidad), la necesidad y el permiso (Fernández Martín 2014b, 2014c, 2015). Para comprender el concepto de obligación externa precisamos acudir a distintos aspectos de la ética kantiana. En primer lugar, damos por hecho que el elemento más importante para considerar que una acción se está haciendo de forma obligada es la ausencia de libertad, ya que esta constituye la esencia del ser humano (Díaz Álvarez 2007), como sucede en (24), donde no hay elección posible para (no) llevar a cabo la acción denotada por el infinitivo considerar, recuperable por el contexto previo en que se emplea el verbo conjugado. Por tanto, no puede haber juicio moral que efectuar sobre esas acciones, ni responsabilidades que exigir tras realizarlas, ya que, a juicio de la autora, no hay alternativa (Muguerza 2007): (24) Nada veía sin refleja; nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit Deus, no hay alguna que no pasme el entendimiento, si se considera como se debe (745-749).
Así, la obligación externa natural aparecerá en aquellos ejemplos en que la acción denotada por la forma en infinitivo sea independiente de la voluntad del sujeto (25), lo que puede implicar una obligación en la que el agente no tiene libertad de elección, por ejemplo, porque la acción ya haya pasado y no hay vuelta atrás (26, 27): (25) Para que sirvan de escudo que resista las puntas de las alabanzas, que son lanzas que, en no atribuyéndose a Dios, cuyas son, nos quitan la vida y nos hace ser ladrones de la honra de Dios y usurpadores de los talentos que nos entregó y de los dones que nos prestó y de que hemos de dar estrechísima cuenta (1367-1373). (26) […] así estos malévolos, mientras más estudian, peores opiniones engendran; obstrúyeseles el entendimiento con lo mismo que había de alimentarse, y es que
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estudian mucho y digieren poco, sin proporcionarse el vaso limitado de sus entendimientos (960-964). (27) Que si creyera se había de publicar, no fuera con tanto desaliño como fue (11821183).
Pero esta obligación externa puede ser también social, si efectuamos sobre las acciones una diferencia entre el interés moral y el interés egoísta que mueve a su realización. El primero se interesa por la misma acción, tomada como buena en sí misma (el deber por el deber), independientemente de sus consecuencias, mientras el segundo busca los resultados que más le satisfagan, en una concepción utilitarista de los medios (Cortina Orts 2007). Por esto, los imperativos hipotéticos pueden ser útiles para obrar prudentemente según un interés egoísta que suponga desear alcanzar un fin concreto, ligado indirectamente a lo social, ya que dentro de ello es donde se construye la relación que se ha de establecer entre los medios y los fines. En estos casos, entonces, la perífrasis alude a un evento que solo cabe cumplir si se entiende dentro de un contexto sociocultural concreto que deja entrever la obligación de una tarea impuesta por las circunstancias. En los fragmentos estudiados, estas circunstancias pueden ser la fuerza de la verdad (28), las palabras de los santos (29), las normas sociales (30) o el mismo interlocutor (31): (28) Perdonad, señora mía, la digresión que me arrebató la fuerza de la verdad; y si la he de confesar toda, también es buscar efugios para huir la dificultad de responder (69-71). (29) Esto debían considerar los que atados al Mulieres in Ecclesia taceant blasfeman de que las mujeres sepan y enseñen, como que no fuera el mismo Apóstol el que dijo: bene docentes (1052-1055). (30) Que es bizarría del acreedor generoso dar al deudor pobre con que pueda satisfacer la deuda (1414-1415). (31) Si ellos por sí volaren por allá (que son tan livianos que sí harán), me ordenaréis lo que debo hacer […] (1300-1302).
Entre la obligación externa natural y la obligación externa social hay ciertos ejemplos en los que se observa una especie de lucha entre lo indiscutible de los deseos divinos y lo crítico de la realidad social: (32) Todo esto pide más lección de lo que piensan algunos que, de meros gramáticos, o cuando mucho con cuatro términos de Súmulas, quieren interpretar las Escrituras y se aferran del Mulieres in Ecclesia taceant, sin saber cómo se ha de entender (11121116). (33) Porque o lo han de entender de lo material de los púlpitos y cátedras, o de lo formal de la universalidad de los fieles, que es la Iglesia (1126-1128).
Por el contrario, en tercer lugar, el imperativo categórico ha de ser autónomo, dada esa búsqueda de lo universal, de forma que la autonomía moral supone que
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solo uno mismo puede dictarse a sí mismo su propia ley moral. La cita kantiana “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal” (Kant, Fundamentos, apud Muguerza 2007: 102) sirve, pues, para determinar qué es el deber por el deber, aunque esté altamente ligado a ciertas condiciones autoimpuestas, como tener “confianza de favorecida” y “valimientos de honrada” (34), ser monja y no seglar (35), y conocer lo que justamente antes se acaba de señalar (36): (34) Así, yo, Señora mía, sólo responderé que no sé qué responder; sólo agradeceré diciendo que no soy capaz de agradeceros; y diré, por breve rótulo de lo que dejo al silencio, que sólo con la confianza de favorecida y con los valimientos de honrada me puedo atrever a hablar con vuestra grandeza (91-96). (35) […] y que siendo monja y no seglar, debía, por el estado eclesiástico, profesar letras (304-305). (36) ¡Oh si todos –y yo la primera, que soy una ignorante– nos tomásemos la medida al talento antes de estudiar, y lo peor es, de escribir con ambiciosa codicia de igualar y aun de exceder a otros, qué poco ánimo nos quedara y de cuántos errores nos excusáramos, y cuántas torcidas inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mías en primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera (977-984).
En cambio, en los ejemplos siguientes, parece percibirse como conveniente que la acción indicada por el infinitivo ocurra, aunque no haya una obligación para ello. A excepción, quizá, de (37), donde cabe además una interpretación de obligación externa natural (tal y como entiende sor Juana Inés lo natural que es Dios y, por tanto, indiscutible por inevitable) y del valor facultativo de pudiera pagaros de (38), en el resto de los casos se estaría expresando una clara necesidad, lo que atenúa el carácter obligativo de la construcción y la aleja de su valor prototípico, para acercarla al significado de deseo, una conveniencia de la cual depende la felicidad del hablante: (37) […] y lo sabe en el mundo quien sólo lo debió saber (204-205). (38) Si yo pudiera pagaros algo de lo que os debo, Señora mía, creo que sólo os pagara en contaros esto, pues no ha salido de mi boca jamás, excepto para quien debió salir (207-210). (39) ¿Es alguno de los principios de la Santa Fe, revelados, su opinión, para que la hayamos de creer a ojos cerrados? (1173-1175). (40) No conviene a la santa ignorancia que deben, este estudio; se ha de perder, se ha de desvanecer en tanta altura con su misma perspicacia y agudeza (518-521).
La otra cara de la moneda de la necesidad es la exención, que tenderá a aparecer en aquellos casos con perífrasis negadas cuyo afán de universalidad fracasará, por la misma esencia trivial de la acción denotada por el infinitivo. Así, en el fragmento anterior (40) el no conviene equivale a ‘no es necesario’ que supone que lo
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que viene a continuación entra en el plano de lo aconsejable, útil para alcanzar el bien, pero nunca obligatorio porque no tiene implicaciones de justicia universal (Cortina Orts 2007: 388). La perífrasis, sin embargo, es haber de + infinitivo, que aparece, además, en dos ocasiones seguidas y en contextos afirmativos, lo que implica la expresión de una necesidad en el conjunto de la frase. Dentro de la no obligación encontramos también el permiso, entendido como la posibilidad de realizar una acción voluntariamente aceptada, cuya ejecución depende de factores externos, ya sean divinos (41-44) o humanos (45-47). Filosóficamente, si bien la selección de dicha actividad puede basarse en los mismos términos en que se basa cualquier otra, sea obligación, sea prohibición, la libertad de elección con respecto a su cumplimiento es limitada, puesto que este no depende de uno mismo, sino de la voluntad ajena. El permiso se encuentra, así, a caballo entre la obligación de realizar lo que la voluntad se impone (bien categórica, bien hipotéticamente), y la prohibición externa de que se cumpla, la cual a su vez puede depender de factores divinos (naturales) o humanos (sociales) (Muguerza 2007: 102; Cortina Orts 2007: 388). Si los factores son naturales (en el sentido de que afectan físicamente al sujeto de la perífrasis verbal) entendemos, entonces, que estamos ante casos esencialmente facultativos parafraseables por ‘ser capaz de’ (41-43, 44, 45): (41) […] porque me amáis más de lo que yo me puedo amar (65-66). (42) […] sólo la fuerza de la vocación puede hacer que mi natural esté gustoso […] (460-461). (43) Cierto, señora mía, que algunas veces me pongo a considerar que el que se señala –o le señala Dios, que es quien sólo lo puede hacer– es recibido como enemigo común […] (527-530).
Del ejemplo (43) cabe resaltar, aparte de la perífrasis modal mencionada, dos perífrasis más: la aspectual incoativa ponerse a + infinitivo (algunas veces me pongo a considerar que…), no muy frecuente durante los Siglos de Oro (Fernández Martín 2018b); y la que expresa la voz pasiva en español, ser + participio, realizada en la oración es recibido. Aunque cuantitativamente no sean muy frecuentes, llaman la atención dos tipos de ejemplos de tipo facultativo. Por un lado, resultan interesantes aquellos que ofrecen un significado metadiscursivo, esto es, cuando se emplean las palabras para decir lo que se está haciendo con ellas (Austin 1962), por caso, con un verbo de lengua en infinitivo como asegurar (22), según aparece en (44). En este ejemplo, por cierto, aparece también la perífrasis factual de cuantificación, como la define Fernández de Castro (1999), soler + infinitivo, para describir la repetición frecuente de la acción denotada por el infinitivo: (44) Yo de mí puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una facultad lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante […] (425-427).
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Por otro lado, es importante resaltar que no hay mayor ejemplo, a nuestro juicio, del permiso natural o significado facultativo que aquel en que se expresa la absoluta imposibilidad de realizar algo ahora ya consumado y, por eso, inamovible (45) o cuando se cuantifica la capacidad para realizar la acción implícitamente indicada (46): (45) […] si pudiera haber prevenido el dichoso destino a que nacía […] (1272-1273). (46) Bien que yo procuraba elevarlo cuanto podía y dirigirlo a su servicio […] (299-300).
Pero el permiso también puede ser social, cuando se convierte en una especie de lucha de voluntades (humanas) en la que el agente vencedor varía sobre manera en los distintos contextos socioculturales: (47) Hombres, si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos, ¿por qué es ésa tan cruel determinación? (590-591). (48) Yo la obedecí (unos tres meses que duró el poder ella mandar) en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras y de libro toda esta máquina universal (740-746). (49) Pues si ella [la Santa Madre Iglesia], con su santísima autoridad, no me lo prohíbe, ¿por qué me lo han de prohibir otros? (1167-1169).
El siguiente ejemplo demuestra bellamente cómo, en la concepción de sor Juana Inés de la Cruz, lo natural y lo social pueden estar intrínsecamente unidos por la voluntad de Dios; en efecto, según narra la monja mexicana, Teresa de Ávila al ver a Cristo adquirió su permiso (pero también el de la sociedad, pues aquel está por encima de esta en la configuración carmelita del mundo) para evitar inclinarse ante cualquier otra criatura, que naturalmente iba a ser siempre considerada más fea: (50) Dice la Santa Madre y madre mía Teresa, que después que vio la hermosura de Cristo quedó libre de poderse inclinar a criatura alguna, porque ninguna cosa veía que no fuese fealdad, comparada con aquella hermosura (565-570).
Finalmente, la prohibición ha de funcionar en sentido inverso a la obligación, pero siguiendo sus mismas pautas. Cuando podemos demostrar que se alude a un evento que ha de cumplirse contra la voluntad del individuo, estaremos ante la expresión de una prohibición externa, que puede verse también como la facultad negada –aquí considerada prohibición externa natural (Fernández Martín 2014b, 2014c, 2015)–: (51) […] como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios (408-410). (52) […] no puede estar sin púas que la puncen quien está en alto (602-603).
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La prohibición externa puede ser social o natural. En el primer caso, la prohibición viene dada por las normas o pautas de conducta previamente establecidas, lo cual puede suponer un valor cercano al epistémico de la perífrasis negada poder + infinitivo (recuérdese el origen próximo de estos valores; Elvira 2006), pues no siempre es sencillo distinguirlos: (53) Pues Dios sabe que no ha sido muy así, porque entre las flores de esas mismas aclamaciones, se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones y persecuciones, cuantas no podré contar […] (509-512). (54) No dice lo que vio pero dice que no lo puede decir; de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir (78-83).
En este último ejemplo en concreto se ve, además, un valor de obligación externa natural o necesidad expresado por hay que decir en su interpretación perifrástica, contrastable con una lectura no perifrástica si se analiza el primer que como un pronombre relativo que remite al antecedente lo mucho, que actúa como complemente directo de haber y, por tanto, bloquea la interpretación conjunta. Por otra parte, el valor de prohibición externa social supone la imposibilidad de realizar la acción establecida por el infinitivo debido a motivos fundamentalmente sociales, de los que la autora es perfectamente consciente, en contraste con la prohibición externa natural, sujeta a motivos naturales, como ofrece en numerosas ocasiones el valor (contra)facultativo de poder (Ridruejo Alonso 1999: 3214; Halliday/Mathiessen 2014: 109), como en (51, 52, 56): (55) […] siendo Cristo, como rey de ella [la sabiduría], quien estrenó la corona, porque santificada en sus sienes, se quite el horror a los otros sabios y entiendan que no han de aspirar a otro honor (672-675). (56) De los Dolores va sólo uno, porque se han consumido ya y no pude hallar más (13941395). (57) […] claro está que esto no se debe entender con todas [las mujeres], sino con aquellas a quienes hubiere Dios dotado de especial virtud y prudencia, y que fueren muy provectas y eruditas y tuvieren el talento y requisitos necesarios para tan sagrado empleo (922-926).
La prohibición interna será, en línea con la obligación interna, aquella a la que, yendo en contra de la voluntad del individuo o plenamente asumida por este, se llega desde una conjetura propia, y cuya realización supone un paso más hacia esa comunidad ideal de moral perfecta, a la que Kant denominó El reino de los fines (Muguerza 2007: 117). Desde la perspectiva filosófica, resulta evidente que, de la misma manera que un individuo se tiene que crear deberes de forma autónoma, también haya de crearse (auto)prohibiciones que funcionen como anti-
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deberes, por lo cual no cabe sorprenderse porque la principal marca lingüística de la prohibición interna sea la primera persona del singular en una oración negada (58) o, cuando menos, una interrogativa (59) extraordinariamente cercana a la exclamativa (Girón Alconchel 1988; Alonso-Cortés 1999; Escandell Vidal 1999) que hoy, probablemente, se expresaría con la emotiva perífrasis ir a + infinitivo (Torrent-Lenzen 2003): (58) En esto sí confieso que ha sido inexplicable mi trabajo; y así, no puedo decir lo que con envidia oigo a otros: que no les ha costado afán el saber. ¡Dichosos ellos! (464466). (59) Pues yo, tan distante de la virtud y las letras, ¿cómo había de tener ánimo para escribir? (388-389).
El ejemplo quizá más claro de este significado aparece probablemente en el siguiente fragmento, donde la religiosa mexicana expone sus propias palabras, obligándose a asumir que su conocimiento no puede servir para nada más excepto para condenarse, si bien siente que Dios la ama más de lo que ella es capaz de amarse a sí misma –valor facultativo de poder + infinitivo (41)–: (60) Y así, cuando esto considero acá a mis solas, suelo decir: Bendito seáis vos, Señor, que no sólo no quisisteis en manos de otra criatura el juzgarme, y que ni aun en la mía lo pusisteis, sino que lo reservasteis a la vuestra, y me librasteis a mí de mí y de la sentencia que yo misma me daría –que, forzada de mi propio conocimiento, no pudiera ser menos que de condenación–, y vos le reservasteis a vuestra misericordia, porque me amáis más de lo que yo me puedo amar (58-66).
En síntesis, se observa que al ser poder + infinitivo la perífrasis verbal más frecuente es la que más valores comprende, desde la obligación externa en sus distintas vertientes hasta la prohibición en contextos negados, pasando evidentemente por la posibilidad epistémica y el permiso. A esto se suma la sorprendente inexistencia de tener que + infinitivo, lo que permite entender que el valor de necesidad sea parcialmente asumido por deber + infinitivo y haber de + infinitivo, perífrasis que expresan además otros significados como la obligación o la prohibición (véase anexo). 4. Conclusiones Con este trabajo se pretendía analizar el funcionamiento de las perífrasis verbales no factuales existentes en la Respuesta a sor Filotea de la Cruz escrita por sor Juana Inés de la Cruz (1691). Se entiende, entonces, que se está contribuyendo doblemente al conocimiento de la lengua española en el siglo xvii: por un lado, por ampliar los conocimientos sobre las funciones de las perífrasis verbales en la
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historia del español y permitir, por ello, un conocimiento más extenso del español clásico; por otro lado, por utilizar como corpus un discurso femenino extraordinariamente rico tanto en el plano estético como en el discursivo, pues se encuentra a caballo entre lo epistolar y lo autobiográfico. Desde una perspectiva general, poder + infinitivo es la perífrasis más frecuente de todo el corpus, lo que implica que sea igualmente la que más valores comprende. Por contraste, puede resultar llamativa la ausencia de casos con tener que + infinitivo, ya plenamente expandida en el español peninsular a finales del siglo xvii. Quizá el motivo se encuentre en que en América el valor de necesidad sea expresado durante más tiempo tanto por deber + infinitivo como por haber de + infinitivo, perífrasis que expresan además otros significados como la obligación o la prohibición. Desde una perspectiva pragmático-discursiva, la principal conclusión esgrimida es que la modalidad denotada por las perífrasis verbales elegidas deja entrever, hasta cierto punto, la visión del mundo que tiene la escritora (véase anexo). Al tratarse de un texto autobiográfico, lo esperable tal vez sería encontrar que la mayoría de la modalidad expresada fuera el permiso social, la obligación o la prohibición, ya que las normas sociales van configurando las decisiones individuales de forma más o menos regulada, dependiendo de la sociedad y de las peculiaridades sociológicas del individuo (género, clase social, profesión, edad…). Sin embargo, en el texto analizado prima la posibilidad epistémica seguida del permiso natural, lo que puede interpretarse como un cruce de géneros discursivos. Así, cabe la opción de que realmente estemos (como firmemente creemos) ante un texto de características humanísticas (filosófico-teológicas) camuflado de autobiografía. Naturalmente, la autora ya ha escrito en la Carta atenagórica lo que considera suficiente para rebatir el discurso del padre Vieyra, por lo que cabe asumir que en la Respuesta no hay temas teológicos que tratar. La realidad, no obstante, dista mucho de esta perspectiva; quizá nos encontremos ante el primer tratado feminista de la historia vestido formalmente de autobiografía y oculto conceptualmente en la teología. En otras palabras, de todo su texto se desprende la posibilidad epistémica porque está posicionándose con rigor sobre el papel que la mujer debe adoptar en su propia sociedad, empleando para ello, a modo de camuflaje, un discurso autobiográfico, probablemente porque era de los pocos géneros textuales permitidos a las mujeres. Y cuando decimos “con rigor” nos referimos a un rigor teológico, pues era el único que una persona barroca podría sostener como argumento para defender la añorada igualdad de derechos. Al entrar en el pleno campo de lo teológico, solo tiene entonces sentido el permiso natural que, en caso de una religiosa como sor Juana Inés, toma la forma divina de Dios. Lo natural, para ella, es Dios, no tanto (y solamente) por cuestión de fe, sino (también) porque es la única manera de entrar en la praxis discursiva de un terreno público que solo está reservado para los hombres.
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Como se ha dicho al hilo de algún ejemplo perifrástico, un siglo después de la Contrarreforma la teología sigue estando reservada al varón y, especialmente, al varón experto. De ahí que una simple monja mexicana no pueda (permiso social) rebatir opiniones ancladas en la sociedad judeocristiana durante siglos. La única vía de escape para defender lo que la dramaturga consideraba de justicia era recurrir a las mismas herramientas (y, por ende, a la misma visión del mundo) de aquellos que tenían el poder en su época: los teólogos. Lo ideal habría sido que luchara en la arena de la argumentación convirtiendo cualquier aspecto social que pudiera beneficiar a las mujeres (en tanto ciudadanas) en un aspecto divino que se viera como irrefutable desde el mundo masculino (como hijas de Dios). Sin embargo, esta reelaboración del discurso dominante no ocurre todavía en nuestro texto, si bien tiene lugar una fase previa: la socialización de lo negativo de la mujer, la eliminación de la idea que sostiene que los rasgos que consideran inferior a la mujer son naturales, es decir, provienen de Dios. Si se borra esta divinidad de la visión negativa de la mujer, caben dos posibilidades: o toda la mujer en sí misma es un deseo de Dios (visión positiva de la fémina); o cualquier atribución negativa a la feminidad no puede ser divina, sino humana y, por tanto, refutable. Creemos que, en efecto, nuestra escritora se sitúa en esta segunda visión, pues es perfectamente consciente de que la idea de que el varón se puede considerar superior a la mujer es puramente social. La única forma de demostrarlo es transformando categorías supuestamente naturales en categorías claramente sociales. Para que su idea cuaje, como hemos dicho, debe desarrollarla dentro de un contenido teológico que no se salga de un continente autobiográfico. Así, si la mujer, utilizando la palabra de Dios (como es, a su juicio, la Biblia o los escritos por distintos Padres de la Iglesia), convierte en un permiso social (por patriarcal) algo que se defiende como evidentemente natural (por divino), entonces demuestra la igualdad en la realización de determinadas acciones que, como predicar, facilitarían el empoderamiento femenino plasmado lingüísticamente en las perífrasis verbales que indican permiso natural. Si la esencia de lo natural deja de atribuir semejantes diferencias tomando como esencia la palabra de Dios (es decir, socializándola), cuestionada desde la interpretación femenina, los teólogos no pueden seguir defendiendo dicha superioridad masculina porque Dios (en cuya palabra se basa el estudio de sor Juana Inés de la Cruz) está, en la configuración jerárquica del mundo de finales del siglo xvii, por encima de ellos. El resultado, entonces, es haberles ganado en su propio terreno: ella, al filosofar-teologizar, demuestra con sus argumentos que es posible superar la visión androcéntrica del mundo. Y, además, lo demuestra porque ella misma es mujer. Por esto convierte el permiso natural (incuestionable), que habitualmente atribuye a lo femenino la incapacidad de razonar, en un permiso social (criticable), porque su facultad de realizarlo se plasma en un texto supuestamente autobiográfico. Rompe las normas sin explicitar que las está rompiendo.
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En conclusión, pues, las mínimas diferencias detectadas en el uso de ciertas perífrasis se deben a las intenciones del texto que redacta el fénix mexicano, que, como hemos dicho, parece más un tratado feminista con contenido puramente teológico que una autobiografía epistolar en sentido estricto. Referencias bibliográficas Fuentes primarias Cruz, sor Juana Inés de la (1700): Famas y obras póstumas. Madrid. Imprenta de Manuel Ruiz de Murga. Acceso a la versión digitalizada por la Universitätsbibliothek de la Universität Bielefeld. [Glantz y Bravo Arriaga 1994] Cruz, sor Juana Inés de la (1994): Obra selecta. Tomo II. Caracas: Biblioteca Ayacucho. Selección y prólogo de Margo Glantz. Cronología y bibliografía de María Dolores Bravo Arriaga. [Zavala 2005] Cruz, sor Juana Inés de la (2005): Respuesta a Sor Filotea. Málaga: Miguel Gómez Ediciones. Introducción de Iris M. Zavala. [Lledó 2008] Lledó, E. (2008): Sor Juana Inés de la Cruz. La hiperbólica fineza. Barcelona: Laertes. [Salazar Mallén 1978] Salazar Mallén, R. (1978): Apuntes para una biografía de sor Juana Inés de la Cruz. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México. (Incluye la Carta de sor Filotea de la Cruz a sor Juana Inés de la Cruz, la Respuesta de sor Juana Inés de la Cruz a sor Filotea de la Cruz, el testamento de Isabel Ramírez, madre de sor Juana Inés y el testamento de la misma sor Juana Inés de la Cruz.)
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PATRICIA FERNÁNDEZ MARTÍN
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LAS PERÍFRASIS VERBALES NO FACTUALES
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2
Todas ellas han sido consultadas en septiembre de 2019.
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1
Haber que + infinitivo
5
5
0
Haber de + infinitivo
Tener que + infinitivo
0
0
2
1
1
0
Deber + infinitivo
Poder + infinitivo
0
0
Natural Social
Deber de + infinitivo
Perífrasis
Externa
0
0
0
1
2
0
Interna
Obligación
1
0
5
0
3
0
Necesidad
0
0
0
0
0
0
Exención
0
0
0
25
0
1
Posibilidad epistémica
0
0
1
6
0
0
Externa
0
0
0
20
0
0
0
0
1
4
0
0
0
0
0
5
1
0
0
0
2
3
0
0
Interna
Contra-obligación o prohibición Natural Social Natural (facultativo)
Permiso Social (derecho)
No obligación
Datos cuantitativos de las perífrasis no factuales registradas. Aquellos ejemplos considerados “cruces” entre dos o más valores se incluyen en todos ellos, de la misma manera que se cuantifican los casos sin infinitivo explícito.
Anexo
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VARIANTES (IN)VISIBLES Y SEDIMENTACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN N DE QUE EN LOPE DE VEGA, TIRSO DE MOLINA Y CALDERÓN DE LA BARCA * Anton Granvik Universidad de Helsinki
1. Introducción Es bien sabido que lo que Pountain (2014) llama la variable [prep_que] experimenta un notable aumento de su uso a partir del siglo xvi. Se trata del avance de la alineación estructural de tres tipos de complementos: los nominales, los de infinitivo y los oracionales, por lo que, siguiendo la base de los complementos nominales y de infinitivo, a partir del siglo xvi se hace cada vez más frecuente encontrar una preposición (regida o no) ante la conjunción que (cf. Bogard/Company Company 1989; Girón Alconchel 2004; Herrero Ruiz de Loizaga 2005, 2014; Pountain 2014; Granvik 2015, 2017a, 2017b, 2018a, 2018b). De todas las combinaciones [prep_que], la más frecuente es de que, y aunque de que se combina con verbos (acordarse de que), adjetivos (seguro de que) y adverbios (antes de que), es en el contexto de los complementos del nombre donde de que se ha convertido en la variante [prep_que] por excelencia. En una serie de trabajos anteriores, he intentado describir distintas partes y fases del aumento diacrónico del uso de de que como complemento de sustantivo, con énfasis en i) la variación/alternancia y, eventual, sustitución de la variable [– prep_que] por la variable [+ prep_que] (Granvik 2015, 2017b, 2018a, 2018b); ii) el contraste entre los complementos finitos (N de que) y los de infinitivo (N de + infinitivo) (Granvik 2015, 2017a). En este trabajo me propongo añadir una di Este trabajo se basa en una comunicación presentada en el Seminario Internacional Programes “Gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”: Homenaje a José Luis Girón Alconchel, celebrado en Madrid, entre el 24 y 25 de abril de 2018. Agradezco a los asistentes al seminario sus comentarios sobre el trabajo. La investigación se inserta en el proyecto de investigación FFI2015-64080-P, “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”, del Ministerio de Economía y Competitividad. En un nivel más personal, me gustaría aprovechar la ocasión para expresar mi profundo agradecimiento al profesor Girón Alconchel por su inspiración y su apoyo. Estos han sido de un valor importantísimo en mi formación y consolidación como hispanista y lingüista. *
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ANTON GRANVIK
mensión teórica a la discusión sobre el establecimiento de la variable [prep_que] en el contexto de las oraciones completivas de sustantivo, concentrándome en una época concreta, la de los Siglos de Oro, y en tres autores destacados de esa época, Lope de Vega, Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca. Si en el plano general el objetivo es dar cuenta del uso de la secuencia N de que en la época de transición de un tipo de completivas a otro: [– prep_que] > [+ prep_que], en un nivel más específico, me interesa discutir la variación entre N de que y N que en tres autores representativos de esta época. Considerando que el cambio lingüístico suele ser paulatino e ir acompañado de una larga fase de alternancia o variación, en la que los usos individuales se adscriben en mayor o menor grado a la situación “general”, el análisis de la lengua de tres autores específicos permitirá introducir consideraciones sobre el grado de sedimentación de la variable [prep_que] en la mente de estos individuos. Intentaré, pues, relacionar el uso de la construcción N de que por los tres autores con el modelo de sedimentación y convencionalización de Schmid (2015, 2017, 2020). En concreto, lo que me propongo hacer es: i) describir cómo usan los tres autores la construcción N de que; ii) identificar y describir las tendencias personales en el uso de la construcción N de que, para demostrar diferentes grados de sedimentación en las mentes individuales; iii) caracterizar la alternancia entre los dos formatos de la construcción, N que y N de que en los autores. 2. Corpus Los datos en los que se basa el análisis derivan en su práctica totalidad del corpus CORDE, de la Real Academia Española. Delimitando las búsquedas a los tres autores, Lope de Vega, Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca, usé la fórmula de búsqueda “de que” para extraer concordancias. Los datos biográficos de los autores, así como las cifras iniciales y finales de las muestras, se recogen en la Tabla 1. La muestra final contiene un total de 659 casos.
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VARIANTES (IN)VISIBLES Y SEDIMENTACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN N DE QUE
Autor
Biografía1
Núm. de casos de de que
Casos de N de que
Caracterización en Granvik (2018a)
Lope de Vega Carpio
Madrid, 25 de noviembre de 1562 – ibídem, 27 de agosto de 1635
993 casos en 53 documentos (publicados entre 1579/ 1583 y 1634)
254 = 26 %
Autor indeciso
Tirso de Molina
Madrid, 24 de marzo de 1579 – Almazán, hacia el 20 de febrero de 1648
370 casos de de que en 16 documentos (publicados entre 1611 y 1640)
145 = 39 %
Autor indeciso
Pedro Calderón de la Barca
Madrid, 17 de enero de 1600 – ibídem, 25 de mayo de 1681
507 casos de de que en 46 documentos (publicados entre 1629 y 1681)
260 = 51 %
Autor innovador
Tabla 1. Datos globales del corpus analizado
Como revelan los datos de la Tabla 1, los tres autores nacieron con un intervalo de unos 20 años, por lo que pueden considerarse representantes de tres generaciones diferentes. Por otro lado, aunque la obra de Lope de Vega se inicia en la década de los 1580, acaba poco antes de la de Tirso de Molina (1634 vs. 1641). Desde esta perspectiva, los dos autores coinciden cronológicamente. A esto puede añadirse el hecho bien conocido de que Tirso de Molina era admirador de la obra de Lope de Vega, lo cual se refleja en bastantes coincidencias temáticas, y a veces incluso textuales, entre estos dos autores (cf. Loeza Zaldivar 2018). Contrastan, por su parte, con Calderón de la Barca, cuya obra es, en su mayor parte, posterior. Como habrá ocasión de observarse en el análisis, estas coincidencias y divergencias cronológicas se reflejan en los usos lingüísticos, donde Lope de Vega y Tirso de Molina coinciden en alto grado, mientras que los de Calderón son diferentes. Como indicio inicial de las diferencias entre los autores, nótese que en la Tabla 1 las frecuencias relativas del uso de la secuencia de que como complemento de sustantivos son claramente distintas entre los autores. Así, mientras que en Lope de Vega solo uno de cada cuatro casos de la secuencia de que corresponde a la construcción N de que, en Tirso de Molina esta cifra se eleva al 39 por ciento, y en Calderón de la Barca supera la mitad de los casos (con un 51 por ciento).
Los datos biográficos han sido extraídos del tercer volumen de la Historia de la literatura española dirigida por Canavaggio (1995: 85-86, 122-123, 198). 1
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ANTON GRANVIK
3. Bases teóricas En este apartado presentaré dos aspectos teóricos esenciales para el análisis del uso de la construcción N de que que emprenderé en el apartado 4. Se trata del modelo del uso y cambio lingüísticos del investigador alemán Hans-Jörg Schmid (2015, 2020), llamado el modelo de sedimentación y convencionalización (Entrenchment and Conventionalization Model). También discutiré, brevemente, el método idiolectal de Mario Barra Jover (2009, 2011, 2012), así como su noción de variante(s) invisible(s), pues ambas nociones guardan un parentesco importante con el modelo de Schmid. En segundo lugar, introduciré el concepto de construcción encapsuladora, que es uno de los usos más importantes de la construcción N de que en la lengua actual (cf. Rodríguez Espiñeira 2010, 2015, 2018; Abad Serna 2015). De hecho, una tarea importante a la hora de describir y analizar la diacronía de la construcción N de que es dar cuenta de la expansión de la función encapsuladora del sustantivo que encabeza la oración completiva. 3.1. Dos modelos del cambio lingüístico: Schmid (2015) y Barra Jover (2012) En palabras de Schmid, el modelo de sedimentación y convencionalización (MSC) supone una unified theory of linguistic structure and linguistic usage which integrates cognitive, sociolinguistic, and pragmatic aspects as well as neurolinguistic findings in an endeavour to explain how linguistic structure comes about and changes (Schmid 2015: 5).
Un poco más adelante, adelanta que su modelo also predicts and handles differences between individual speakers in usage as well as in linguistic knowledge. What is more, it explains why and in which way the same utterances or utterance types can be represented in very different ways and on different levels of abstraction in the minds of different speakers of the same language (2015: 6).
Para ilustrar el MSC, Schmid incluye el gráfico que se reproduce en la Figura 1. En él se observa cómo el centro del modelo lo constituye el uso lingüístico, que consiste en repetidas actividades de varios tipos (sensoriales, motoras, cognitivas y sociales), patrones de asociaciones y tipos de expresiones lingüísticas. El uso lingüístico, por su parte, lo condicionan los dos polos de sedimentación (entrenchment) y convencionalización (conventionalization), respectivamente. Como ilustra el gráfico, la sedimentación tiene lugar en la mente de los individuos (objeto de las fuerzas cognitivas y las emotivo-afectivas) (cf. Schmid 2017: § 1.3; Stefanowitsch/Flach 2017), mientras que la convencionalización de una estructura tiene lugar en la sociedad (en una comunidad de habla; de ahí que la condicionen las fuerzas pragmáticas y sociales).
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VARIANTES (IN)VISIBLES Y SEDIMENTACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN N DE QUE
cognitive forces
pragmatic forces
USAGE
ENTRENCHMENT
CONVENTIONALIZATION
repeated sensory motor cognitive social activities
routinization schematization
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pattern of associations
innovation
utterances types
co-adaptation diffusion normation
emotive-affective forces
social forces
Figura 1. Representación esquemática del MSC según Schmid (2015: 5)
En este trabajo me atendré especialmente a la capacidad del modelo de dar cuenta de diferencias de uso entre hablantes individuales. Así, atribuiré los diferentes usos de la construcción N de que de los tres autores investigados a diferentes grados de sedimentación de ella en su gramática mental. Hablando de estructuras gramaticales, el modelo prevé que una nueva construcción puede establecerse (sedimentarse) en la mente de un individuo antes que en la de otros; de ahí que en Granvik (2018a: § 5) haya hablado de autores innovadores vs. conservadores con respecto a su uso de la construcción N de que frente a la variante N que. La convencionalización de la estructura, por su parte, equivaldría a su difusión por una comunidad de habla, es decir, lo que tradicionalmente se ha entendido como un cambio lingüístico. Esta forma de entender el cambio lingüístico como un proceso individual-cognitivo y, a la vez, social, tiene mucho en común con el modelo/método de Barra Jover (2007, 2009, 2011, 2012), quien plantea el concepto de variante invisible y lo combina con lo que llama el método idiolectal. Según Barra Jover (2012: 14), el método idiolectal –sustituir los grandes corpus textuales por muestras representativas de un determinado número de autores individuales– “permite detectar correlaciones estables que tienen la ventaja de asociar emergencia y difusión”, mientras que una variante invisible “existe cuando un mismo locutor puede usar
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ANTON GRANVIK
para la función A la variante a1 y la variante a2 sin tener conciencia de ello, y sin que ello dependa de la situación” (2009: 201). Con respecto a las mentes individuales, Barra Jover (2012: 12) se hace la pregunta de si “[h]ay una lógica dentro de las gramáticas internas que permita […] predecir que tal o cual autor no va a producir tal o cual cosa”. Para el modelo de Schmid (2015), la pregunta sería si una determinada construcción está sedimentada, o no, en la mente de un hablante concreto; y un criterio para determinarlo sería la frecuencia de uso (Schmid 2015: § 3.1). En términos de la presente investigación, lo que interesa es determinar si en y entre los tres autores investigados pueden observarse diferentes patrones de uso de la construcción N de que y, particularmente, en qué medida se observa, o no, una alternancia entre el formato N de que y N que de la construcción (suponiendo, en este caso, que el valor semántico y funcional de ambas variantes formales es el mismo). En teoría, desde una perspectiva diacrónica general (cf. Granvik 2018a, 2018b), sería de esperar que en Lope de Vega hubiera una menor presencia de la construcción N de que y un mayor grado de alternancia entre N de que y N que que en Calderón de la Barca. Además, teniendo en cuenta el concepto de difusión léxica (cf. Bybee 2002), se esperaría que Calderón de la Barca usara un mayor número de sustantivos en la construcción comparado con Tirso de Molina y Lope de Vega. 3.2. La construcción encapsuladora En la lengua actual, en la posición de N de la construcción N de que aparecen típicamente sustantivos como posibilidad, idea, convicción, conclusión, impresión (cf. Granvik 2015: 372), usados en contextos como los de (1) a (5): (1) También existe la posibilidad de que bajen los tipos en Europa (CREA, La Voz de Galicia, 29/12/2004, España). (2) Las mujeres tienen la idea de que ellas tienen mucho menos riesgo y no se cuidan (CREA, El Mercurio, 06/02/2004, Chile). (3) Sin embargo, de allí volvió con la convicción de que era una guerra equivocada (CREA, La Prensa de Nicaragua, 02/11/2004). (4) Por el momento, el arqueólogo ha llegado a la conclusión de que Tito Bustillo no era una cueva aislada (CREA, La Voz de Asturias, 21/08/2004). (5) Da la impresión de que usted quiere tirar la toalla (CREA, El País, 23/02/2004).
Como ilustran estos ejemplos, escogidos arbitrariamente con búsquedas en el CREA, los sustantivos que encabezan la oración completiva se corresponden con lo que Schmid (2000) y Abad Serna (2015) llaman usos encapsuladores. En palabras de Schmid (2000: 27), “the shell noun and the shell content express ideas about the same thing”, es decir, la oración que sigue al sustantivo parece constituir un ejemplo de lo que designa el sustantivo encapsulador: en (1) que bajen los tipos
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es una posibilidad, y en (5) la impresión es que usted quiere tirar la toalla, etc. Aunque un sustantivo encapsulador puede tener otros usos o funciones también, los sustantivos factuales así como (algunos) mentales y lingüísticos pueden considerarse encapsuladores por excelencia (es el caso de idea, convicción, conclusión e impresión, arriba). Los sustantivos típicamente encapsuladores son, a menudo, sustantivos originales (es decir, no deverbales), y según Schmid (2000: 188) “they are the exclusive means of doing what they are set to do, namely shelling events and abstract relations as ideas”. Los ejemplos que incluye este autor son: fact ‘hecho’, thing ‘cosa’, reason ‘razón’, idea, notion ‘noción’, concept ‘concepto’, message ‘mensaje’, rumour ‘rumor’, legend ‘leyenda’. Para Abad Serna (2015), un criterio importante para identificar los casos de encapsulación nominal es la noción de equivalencia o identidad semántica: La relación de equivalencia semántica que define el mecanismo de la reformulación parafrástica está implicada también en los procesos de encapsulación nominal […] puesto que los SSNN encapsuladores no se refieren a palabras o grupos nominales simples, sino a cláusulas oracionales y entidades de mayor complejidad textual (Abad Serna 2015: 164).
Esta autora lo ejemplifica con un ejemplo en inglés: (6) […] the patients‘ immune system recognised the mouse antibodies and rejected them. This meant they did not remain in the system long enough to be fully effective. The second generation antibody now under development is an attempt to get around this problem by ‘humanising’ the mouse antibodies, using a technique developed by […] (Abad Serna 2015: 165)
del que constata que “el sintagma encapsulador this problem es presentado como equivalente del segmento textual al que se refiere, que constituye su ‘lexicalización’, e indica al receptor que el rechazo de los anticuerpos de ratones debe ser interpretado como un ‘problema’”. Y sigue: Se puede concluir que al igual que la reformulación, la encapsulación nominal (anafórica) implica la vuelta a un miembro anterior, que puede estar presente o permanecer implícito, para expresarlo de una manera distinta. Ello supone una reinterpretación de lo anterior que queda explicado, corregido, recapitulado, reconsiderado o restringida su pertinencia en todo o en parte, y esta nueva formulación es la que se considera válida para la continuación del discurso (Abad Serna 2015: 166).
Como deja entrever el comentario de los ejemplos (1) a (5), en realidad, de esto se trata en cada uno de ellos. Ahora bien, si la situación parece evidente en la lengua actual y con los sustantivos típicos de la construcción N de que, la situación es diferente cuando uno se aleja del centro categorial, o cuando uno retrocede en el tiempo. Así, los ejemplos
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(7) a (9) de Lope de Vega ilustran cómo hay grados diferentes de encapsulación, o incluso no la hay: (7) Finalmente, pasaron dos años de este suceso, al cabo de los cuales Lisardo, consolado, que el tiempo puede mucho, salía en los calores de un ardiente verano a bañarse al río. Súpolo Marcelo, que siempre le seguía, y desnudándose, una noche, fue nadando hacia donde él estaba y le asió tan fuertemente, que con la turbación y el agua perdió el sentido y quedó ahogado, donde con gran dolor de toda la ciudad le descubrió la mañana en las riberas del río. Esta fue la prudente venganza, si alguna puede tener este nombre: no escrita, como he dicho, para ejemplo de los agraviados, sino para escarmiento de los que agravian, y porque se vea cuán verdadero salió el adagio de que los ofendidos escriben en mármol y en agua los que ofenden, pues Marcelo tenía en el corazón la ofensa, mármol en dureza, dos largos años, y Lisardo tan escrita en el agua, que murió en ella (Lope de Vega, La prudente venganza, 1620, apud CORDE). (8) Salen el REY, el CONDESTABLE y gente, don RODRIGO, y don FERNANDO LEONOR: ¡El rey! PEDRO: Llegad a besar su mano. INÉS: ¡Qué alegre llego! PEDRO: Dé vuestra alteza los pies, por la merced que me ha hecho del alcaidía de Burgos, a mí y a mis hijas. REY: Tengo bastante satisfacción de vuestro valor, don Pedro, y de que me habéis servido. PEDRO: Por lo menos lo deseo. REY: ¿Sois casadas? INÉS: No, señor. REY: ¿Vuestro nombre? INÉS: Inés. REY: ¿Y el vuestro? LEONOR: Leonor. REY: En gallardos caballeros emplearéis vuestras dos hijas… (Lope de Vega, El caballero de Olmedo, 1610, apud CORDE). (9) CONDE: Astolfo Loco soy, no dizes mal, y de la Reyna también. REY: Teodosio ¿Quieres que albricias te den? CONDE: Astolfo Sí, de que ya estoy mortal. REY: Teodosio Su Magestad ¿cómo viene? CONDE: Astolfo Con mucho disgusto mío (Lope de Vega, El amigo por fuerza, ca. 1599, apud CORDE)
Si el sustantivo adagio del ejemplo (7) supone un encapsulador típico (puede considerarse un nombre lingüístico o, acaso, mental), y establece una relación de identidad anafórica evidente, satisfacción en (8) es un sustantivo con un claro carácter verbal, por lo que la oración iniciada por de que puede considerarse un complemento adverbial de causa/motivo. Por eso, la relación de identidad, es de-
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cir, la encapsulación, entre el nombre y la oración no es clara. Por un lado, se trata de que el Rey siente satisfacción por algo (la causa, o el motivo), pero, por otro, también es verdad que el contenido expresado en la completiva, que me habéis servido, puede constituir, de por sí, una satisfacción. Finalmente, en (9) el sustantivo albricias aparece en un contexto que no deja claro si se trata de una relación de identidad/encapsulación, o si el complemento más bien es uno de causa, o sustitución (cf. Granvik 2012: § 2.4.4). Lo que ilustran los tres ejemplos, entonces, es que la misma construcción puede tener diferentes interpretaciones dependiendo tanto del sustantivo en cuestión como del contexto de uso. Sin embargo, pese a las diferencias, se observa también que la construcción sintáctica N de que parece inducir a una interpretación encapsuladora, aun cuando esta no sea la más probable –es decir, es fácil que un lector actual vea en un ejemplo como (9) un caso de encapsulación anafórica, a pesar de que, objetivamente, tal interpretación sea difícil de motivar–. Así, parece que estamos ante un caso de lo que se llama coerción semántica de parte de la construcción. Para concluir este repaso teórico, puede constatarse que N de que es una construcción sintáctica que, a pesar de sus múltiples funciones (cf. Granvik 2015), muestra una tendencia hacia la función encapsuladora. En el análisis que se presenta en el apartado siguiente (§ 4), habrá ocasión de volver sobre este asunto, a la hora de observar las diferencias en el uso que hacen de la construcción N de que (más o menos encapsuladora) los tres autores. 4. El uso de la construcción N de que y la relación entre [± prep_que] En este apartado presentaré los resultados de dos análisis. En el apartado 4.1 me concentraré en describir y contrastar los usos que hacen los tres autores de la construcción N de que. El enfoque está en la función de la construcción y en encontrar posibles diferencias entre los tres autores en su uso de N de que. En el apartado 4.2, en cambio, me detendré en el contraste entre las dos variantes formales de la construcción encapsuladora, es decir, en la alternancia entre N de que y N que, con lo cual lo que se enfoca es el formato de la construcción. Ahí la pregunta clave es si la diferencia de forma implica, de algún modo, una diferencia de uso (de función/significado), o no. 4.1. Uso y funciones de la construcción N de que Para la descripción de los usos que presentan los tres autores de la construcción N de que, he analizado todos los casos de la construcción N de que incluidos en el CORDE y producidos por los tres autores. Se trata de 659 casos en total, los cuales fueron anotados según una serie de rasgos gramaticales y extralingüísticos.
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La finalidad de esta anotación era caracterizar con el mayor detalle posible el contexto de uso. Los rasgos caracterizadores se especifican en la Tabla 2. Factores gramaticales
Valores específicos
El papel semántico de la preposición de
Causa/origen, genitivo objetivo, relación intrínseca (cf. Langacker 1992, 1999), tema/asunto (Granvik 2012, 2014)
Uso de determinante
Sí o no
Tipo de sustantivo (cf. Schmid 2000)
Factuales, mentales, lingüísticos, modales, eventivos, circunstanciales
Función sintáctica del N
Sujeto, OD, predicado, complemento preposicional, otra
Relación de identidad entre Sí o no N y la completiva Factores extralingüísticos Género textual (CORDE)
Cartas, narrativa, poesía, teatro
Tipo de discurso
Diálogo, narración, verso rimado
Tabla 2. Factores gramaticales y extralingüísticos usados en la anotación de los 659 casos del uso de la construcción N de que
Dado que uno de los objetivos del análisis es determinar si hay diferencias entre Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca en cuanto al uso que hacen de la construcción N de que, he aplicado diferentes análisis de regresión logística sobre la muestra anotada. El análisis parte del supuesto de que hay diferencias entre los tres autores, y de que estas pueden explicarse con ayuda de los factores contextuales. Lo que hace explícitamente el análisis de regresión logística es señalar qué factores son los que mejor dan cuenta de las diferencias. Los resultados numéricos del análisis pueden encontrarse en el Apéndice; aquí lo que interesa es destacar los resultados más importantes cualitativamente. Lo primero que cabe notar es que no se detectan diferencias claras cuando se contrastan los tres autores. Los tres usan la construcción N de que con sustantivos del mismo tipo, estos van acompañados de determinante y la construcción tiene función encapsuladora en la misma medida (es decir, con relación de identidad referencial entre N y completiva). Resultan especialmente elusivas las diferencias entre Lope de Vega y Tirso de Molina, hasta tal punto que el modelo estadístico no es capaz de diferenciar los usos de uno de los del otro2. Debido a los resultados poco conclusivos al comparar a los tres autores, realicé otro análisis, combinando los datos de Lope de Vega con los de Tirso de Molina. 2 Para contrastar los usos de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, empecé por un análisis multinomial de regresión logística de efectos mixtos, eliminando, así, el impacto que puedan tener sobre el uso de la construcción los diferentes lexemas usados y el tipo de texto (narrativa, diálogo, verso).
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De este modo las diferencias entre estos dos y Calderón de la Barca aparecen más claras, y el modelo, más fiable. Los resultados revelan que Calderón de la Barca usa la construcción N de que más típicamente con el sustantivo en función de complemento preposicional y de predicado, y con sustantivos eventivos y circunstanciales; Lope de Vega y Tirso de Molina, en cambio, usan más sustantivos mentales como núcleo de la construcción, y los colocan típicamente en la función de sujeto u objeto directo. Esto puede observarse en las cifras de las Tablas 3 y 4. Lope & Tirso
Calderón
Suma/promedio
Factuales
Tipo de sustantivo
85 / 21,3 %
65 / 25,0 %
150 / 22,8 %
Lingüísticos
76 / 19,0 %
43 / 16,5 %
11 / 18,1 %
Mentales
200 / 50,1 %
103 / 39,6 %
303 / 46 %
Modales
26 / 6,5 %
18 / 6,9 %
44 / 6,7 %
12 / 3 %
31 / 11,9 %
43 / 6,5 %
399
260
659
Eventivos o circunstanciales Suma
Tabla 3. Distribución de los diferentes tipos de sustantivo (Ji cuadrado 24,5, valor p < 0,001, v de Cramér 0,193)
Función sintáctica del N Sin especificar Sujeto OD Predicado Complemento preposicional Suma
Lope & Tirso
Calderón
Suma/promedio
22 / 5,5 %
4 / 1,5 %
26 / 3,9 %
32 / 8 %
10 / 3,8 %
42 / 6,4 %
152 / 38,1 %
90 / 34,6 %
242 / 36,7 %
38 / 9,5 %
34 / 13,1 %
72 / 10,9 %
155 / 38,8 %
122 / 46,9 %
277 / 42 %
399
260
659
Tabla 4. Distribución de las diferentes funciones sintácticas (Ji cuadrado 15,4, valor p < 0,005, v de Crámer 0,153)
Si bien las diferencias entre Lope de Vega y Tirso de Molina, por un lado, y Calderón de la Barca, por otro, son relativamente modestas cuantitativamente (cf. los valores de v del test de Cramér, que son de un 0,15 y un 0,19), es de notar que el hecho de que Calderón de la Barca use más sustantivos eventivos y circunstanciales –sustantivos menos típicos de la construcción encapsuladora, en comparación con los sustantivos factuales, lingüísticos y mentales– en la construcción parece indicar que esta se encuentra más establecida en su gramática interior. Otro indicio que va en la misma línea es que, aunque no hay diferencias significativas entre los tres autores con respecto al factor de la relación de identidad –recuérdese que este es el indicio principal de que estamos ante un caso de
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encapsulación nominal–, Calderón de la Barca usa un número significativamente mayor de sustantivos diferentes en la construcción N de que comparado con Tirso de Molina y Lope de Vega. Como ilustra la Tabla 5, entre los 158 casos que en Calderón de la Barca se cuentan como presentando una relación de identidad entre el N y la completiva, hay 80 sustantivos diferentes, lo que supone un 50 por ciento. En Lope de Vega el porcentaje es de un 41 por ciento, y en Tirso de Molina de un 46 por ciento. Lope de Vega
Tirso de Molina
Calderón de la Barca
Número de N
63
37
80
Número de casos
152
81
158
Razón tipo/ejemplos
0,41
0,46
0,51
Tabla 5. Razón de tipo/ejemplos de los casos con relación de identidad.
El hecho de que Calderón de la Barca inserte tantos más sustantivos diferentes en la construcción N de que puede tomarse como indicio de que la construcción tiene un lugar más destacado, es decir, está más sedimentada, en su gramática mental que en los otros dos autores3. Se observa, pues, una difusión léxica de la construcción encapsuladora. En el siguiente apartado se verá que los sustantivos individuales también juegan un papel importante a la hora de dar cuenta del uso de la variable [+ prep_que] frente a [– prep_que] en la construcción N de que. 4.2. Alternancia entre N de que y N que La alternancia entre los dos valores de la variable [± prep_que] la ilustraré basándome en los datos de los seis sustantivos más frecuentes de la construcción N de que: causa, esperanza, fe, ocasión, señal y temor. La muestra en que se basa la presentación consiste en la totalidad de casos de las secuencias N de que y N que de los tres autores en el CORDE. Para la secuencia N que, evidentemente, he tenido que descartar un gran número de concordancias que no constituyen un caso de completiva de sustantivo. Se trata de 310 casos en total, 114 de N de que y 196 de N que.
Desde una perspectiva del cambio lingüístico (cf. el concepto de construccionalización de Traugott/Trousdale 2013), podría constatarse que la construcción encapsuladora es más productiva en Calderón de la Barca. 3
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VARIANTES (IN)VISIBLES Y SEDIMENTACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN N DE QUE
N que N / autores
Lope Tirso Calderón
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N de que Suma
Lope Tirso Calderón
Suma Total
causa
10
3
–
13
11
6
9
26
39
esperanza
2
–
–
2
5
4
3
12
14
fe
102
28
7
137
8
15
15
38
175
ocasión
11
4
5
20
5
4
8
17
37
señal
14
3
1
18
4
2
5
11
29
temor
5
–
1
6
5
2
3
10
16
Suma
144
38
14
196
38
33
43
114
310
Tabla 6. Número de casos de los principales sustantivos (Ji cuadrado 135,24, GdL = 5, valor p < 0,001; v de Crámer 0,57)4
Como revelan las cifras de la Tabla 6, hay diferencias significativas en las frecuencias de uso de estos sustantivos. Así, en un nivel general, causa, esperanza y temor se usan preferentemente con de que, mientras que fe y señal se alinean con el formato N que. Sin embargo, se observa también que mientras Lope de Vega recurre principalmente al formato N que (144 frente a 38 casos), Tirso de Molina usa ambos formatos de modo igualado (38 vs. 33 casos) y Calderón de la Barca, por su parte, prefiere el formato N de que con los seis sustantivos (43 sobre 14 casos). Otro hecho llamativo es que casi el 70 por ciento de los casos de la variante N que corresponden al sustantivo fe y que la gran mayoría de los usos de fe son instancias de dos locuciones concretas: a fe que y en fe de que, como revelan las cifras de la Tabla 7. Cabe señalar asimismo que los tres autores emplean ambas locuciones con frecuencias claramente diferentes: mientras que Lope de Vega prefiere a fe que, Tirso de Molina y Calderón de la Barca recurren mucho más a en fe (de) que.
El test de ji cuadrado se ha aplicado sobre las sumas de cada sustantivo y tipo de construcción, es decir, sobre las áreas sombreadas de la tabla. 4
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fe que
fe de que
Lope de Vega
a fe que a la fe que por mi fe que
90 6 4
en fe de que dar (su) fe de que con fe de que a fe de que
6 3 1 1
Tirso de Molina
a fe que en fe que dar (mi) fe que tener fe que
8 16 3 1
en fe de que tener fe de que
14 1
Calderón de la Barca
a fe que a la fe que
5 2
en fe de que
15
Tabla 7. Construcciones con el sustantivo fe en Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca
Aun así, la función de estas locuciones parece ser bastante semejante, como revelan los ejemplos (10) y (11). En ambos, la locución con fe se utiliza para resaltar la veracidad de lo que expresa el hablante. Esta semejanza se desprende también de las definiciones del DRAE (v.g. fe), donde a fe es descrito como ‘en verdad’ y en fe como ‘en seguridad, en fuerza’. (10) PABLOS: Diga que no, sino a mí; que a fe que guisarlo vi y que no le echaron sal (Lope de Vega, El animal de Hungría, ca. 1612). (11) DAVID: Del alma es la mejor prenda: pero en fee de que me fío de ti, yo te le concedo (Calderón de la Barca, Los cabellos de Absalón, 1634).
En la Tabla 7 puede observarse también una asociación fuerte entre el formato N que y la locución a fe que, por un lado, y entre el formato N de que y la locución en fe de que, por otro. Lope de Vega es el único de los tres autores que muestra variación en la locución a fe que; pues se encuentra un caso de a fe de que en sus obras. En contrapartida, Tirso de Molina, quien prefiere en fe (de) que, alterna considerablemente entre el formato N que y N de que con esta locución. El hápax de a fe de que en Lope de Vega puede quizá considerarse una consecuencia de que el formato de que es una variante invisible en su gramática mental. En Tirso de Molina las dos formas de en fe (de) que parecen asimismo variantes invisibles. En Calderón de la Barca, finalmente, las dos locuciones están formalmente separadas –a fe va con que, en fe con de que–. Esto puede indicar que para Calderón fe se ha estereotipado, perdiendo su uso libre como núcleo de completivas que tiene en Lope de Vega y Tirso de Molina. Lo que indican los datos del uso de fe, por tanto, es que la sedimentación de una estructura puede variar de una construcción a otra. En segundo lugar, están los sustantivos ocasión y señal que demuestran bastante variación en los tres autores. Con ocasión observamos 11 casos de que y cinco de de que en Lope de Vega, cuatro y cuatro en Tirso de Molina y cinco
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frente a ocho en Calderón de la Barca (cf. la Tabla 6). En todos los autores, si el sustantivo ocasión va precedido de determinante se da con mayor probabilidad una completiva con de que, pero el número de casos es demasiado reducido como para permitir sacar conclusiones definitivas. Más allá de esto, la principal diferencia entre ocasión que y ocasión de que es que se usan en diferentes construcciones sintácticas, como revelan los ejemplos (12) a (14) de Tirso de Molina. (12) TAMAR: ¿Qué es esto? amón Deme la mano; hijo soy del hortelano; que he caido; al diabro doy la musquiña, que [el]la hue ocasión que tropezase en un tronco y me quebrase la espinilla. ¿No me ve? (Tirso de Molina, La venganza de Tamar, 1624, p. 47). (13) TAMAR: Como a hermano y a galán, que si de veras te abrasas, las leyes de hermano pasas; y si favores te dan ocasión de que así estés la primera vez que vienes a ver tu dama, no tienes de medrar por descortés (Tirso de Molina, La venganza de Tamar, 1624, p. 85). (14) ALONSO: […] La llave que aquí olvidasteis, dejándoos presos, os quita de la mano la ocasión de que huyáis (Tirso de Molina, Los balcones de Madrid, 1632, § 1).
En (12) se observa la construcción ser ocasión que, que Tirso de Molina usa dos veces aparte de dos casos de en ocasión que. En cambio, de que lo usa en contextos sintácticos más variados, como se observa en (13) y (14). En los tres ejemplos, sin embargo, la función de ocasión sigue siendo esencialmente la misma: un uso entre encapsulador y de predicado, donde la relación entre el N y la completiva no parece ser de identidad. En suma, la alternancia entre ocasión que y ocasión de que parece indicar que se trata de variantes invisibles en los tres autores. Con señal, por su parte, destacan tres estructuras fijadas, que componen la gran mayoría de los casos (26/29 casos): señal (de) que usado en posición inicial absoluta como en el ejemplo (15); junto al verbo ser, formando un predicado compuesto, como en (16); y la locución conjuntiva en señal (de) que, como en (17). (15) Venciste a Carlos, que llamaban Magno, cierta señal que tú mayor has sido, y ansí te llamarán Máximo Hispano, gloria del cristianísimo apellido (Lope de Vega, El casamiento en la muerte, ca. 1597). (16) Dinardo. Muestra, ay de mi, este yo se le embié, porque en su listón le até, donde otras cosas le dí. Rosarda. Luego es señal que vendiste las joyas que le robaste? Dinardo. Pues cómo, el diamante hallaste? (Lope de Vega, El alcalde mayor, ca. 1604-1612) (17) El mundo, cuando nacimos, en señal de que nos busca, en la cuna nos recibe (Calderón de la Barca, El príncipe constante, 1629).
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El uso de señal (de) que en posición inicial absoluta5, ejemplo (15), se observa en ambos formatos en los tres autores, por lo que parece constituir una construcción con dos variantes invisibles. El uso de ser señal que como predicado compuesto, en cambio, solo se observa en el formato N que, y no se documenta en Calderón. La locución en señal de que, finalmente, la usa Lope de Vega en el formato N que, lo cual contrasta con Tirso de Molina y Calderón de la Barca, para los que la locución tiene el formato en señal de que. En el caso de señal, entonces, puede constatarse que la elección del formato N de que o N que depende de la construcción sintáctica en el caso de es señal que, o del autor, en el caso de su uso como parte de la locución en señal (de) que. En cambio, en el uso de señal (de) que en posición inicial absoluta, se observa una alternancia entre que y de que en los tres autores. Por último, los sustantivos causa, esperanza y temor se utilizan de modo semejante: solo en Lope de Vega hay alternancia entre que y de que; en Tirso de Molina y Calderón de la Barca predomina siempre de que con estos tres sustantivos. Con causa las estructuras sintácticas son, esencialmente, las mismas en los tres autores. La más frecuente es ser (la) causa, que Lope de Vega y Tirso de Molina emplean tanto con simple que como con de que. Con de que se observan, además, algunas construcciones sintácticas más libres que no se dan con simple que. Un caso llamativo es la locución a causa de que, que solo se encuentra en el formato de que. Con esperanza Lope de Vega recurre a que con el predicado complejo tener esperanza que; en los demás casos (por ejemplo, con, perder/sufrir/asegurar/ alentar/entrar en la esperanza) los tres autores emplean siempre de que. Con temor Lope de Vega emplea de que cuando el sustantivo forma parte de locuciones conjuntivas (con/sin temor de que), mientras que temor que lo usa en diferentes construcciones: como predicado complejo en tener temor que, y en locuciones conjuntivas con por y con. Calderón, en cambio, usa temor que una sola vez, en la expresión sin temor que; los cuatro casos de temor de que ocurren todos en estructuras diferentes. Los ejemplos (18) y (19) ilustran la alternancia en Lope de Vega: (18) yo le miro con temor de que me quiere tirar; él me viene a enamorar (Lope de Vega, Pastores de Belén, 1612). (19) Que se viese con él o que enviase Para tratar negocios de importancia, Con quien por su persona los tratase Pues era tan pequeña la distancia.
Este uso parece ser un caso de elipsis del verbo ser, del tipo (esto/lo cual es) señal (de) que. Nótese, además, que en este uso inicial señal muchas veces va acompañado de un modificador como cierta en (15). 5
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Don Diego, con temor que le engañase, El juramento griego y paz de Francia Ni estima, ni responde a sus razones, Si no despacha a Pedro de Quiñones (Lope de Vega, La Dragontea, 1598).
Para terminar, cabe recordar que, en líneas generales, aunque hay variación entre que y de que con todos los sustantivos, esta es menor en Tirso de Molina y Calderón de la Barca que en Lope de Vega. Por otro lado, se observa más variación entre los dos formatos con algunos sustantivos (causa, fe, ocasión). Además, algunas estructuras sintácticas son más propensas a preferir un formato sobre otro. Por ejemplo, los predicados compuestos (tener esperanza que, ser señal que) prefieren simple que. Asimismo, se observa que las locuciones conjuntivas, como a causa de que, con temor de que, en fe de que (vs. a fe que) y en señal de que tienden a aparecer con de que, lo cual puede tomarse como indicio de una asociación entre la estructura de las locuciones conjuntivas y de que en estos autores. 5. Consideraciones finales Tras un análisis en dos fases de los usos de la construcción N de que en tres autores, la principal conclusión es que las diferencias entre Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca no son muy grandes. Sin embargo, esto no quiere decir que no existan. Por ejemplo, en los casos en que N de que tiene función encapsuladora, Calderón emplea un mayor número de sustantivos diferentes en comparación con Lope de Vega. En consonancia con la tendencia diacrónica de incremento del uso de de que sobre que (cf. Bogard/Company Company 1989; Girón Alconchel 2004; Granvik 2018a, 2018b), también se ha podido observar que Calderón usa menos el formato N que que Lope de Vega, prefiriendo la construcción N de que (cf. la Tabla 6). En cuanto a la descripción del uso de N de que, no hay muchas diferencias entre los tres autores a nivel general, pues los tres autores usan de que con el mismo tipo de sustantivos y con los mismos rasgos gramaticales. Por ejemplo, la función encapsuladora, donde hay una relación de identidad entre el sustantivo y la oración completiva, se observa con la misma frecuencia en los tres autores. Sin embargo, al juntarse los usos de Lope de Vega y Tirso de Molina y compararlos con los de Calderón de la Barca, se visibilizan algunas diferencias. Por ejemplo, en Lope hay más casos regidos o semánticamente motivados que en Calderón. Esto se observa en una mayor preferencia por los sustantivos mentales, y en su uso en la función de objeto directo, en Lope de Vega y Tirso de Molina frente a Calderón de la Barca. En cuanto a la alternancia que vs. de que, destaca que esta depende mucho de los sustantivos y de las construcciones sintácticas en las que estos se insertan. Por
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ejemplo, Calderón de la Barca usa únicamente el formato de que con los sustantivos causa y esperanza. Se detecta, además, una relación entre las locuciones conjuntivas y la variante de que (a causa de que, con esperanza de que, en fe de que, en señal de que, sin/con temor de que). Recuérdese, no obstante, el contraste entre a fe que y en fe de que, que contrasta a los tres autores. Finalmente, también se observa una asociación entre el formato N que y los predicados compuestos (es señal que, tener esperanza que). Con respecto a los modelos teóricos, puede concluirse que los autores muestran diferentes niveles de “sedimentación” de la construcción N de que. Sin embargo, esta sedimentación no resulta directamente palpable a nivel general, sino que está íntimamente relacionada a los sustantivos individuales y las construcciones sintácticas en las que se usan. En todo caso, es claro que la variante de que es mayoritaria, y por tanto, visible, en Calderón, mientras que N que se va convirtiendo en una variante ‘invisible’. En Lope de Vega, en cambio, la alternancia entre que y de que parece “invisible” al menos en casos como la construcción con/ sin temor (de) que; lo mismo se observa en el caso de en fe (de) que en Tirso de Molina. Es decir, aunque no sea posible afirmar con seguridad que Lope de Vega o Tirso de Molina no pudieran haber producido estructuras como tengo temor que… (en Lope de Vega hay dos casos de tengo esperanza que), o que Calderón de la Barca no hubiera escrito alguna vez esto es causa que…, resulta poco probable que Calderón produjera casos como a causa que, en fe que o en señal que. Por otro lado, las idiosincrasias de los sustantivos particulares permiten que se documenten casos como sin temor que o señal que es noble el alma en Calderón de la Barca, pese a que estos ejemplos van en contra de las tendencias generales anteriores. También es posible atribuir casos como el uso unívoco de a fe que en Tirso de Molina y Calderón de la Barca a la fijación de determinadas estructuras sintácticas particulares. Lo que vienen a confirmar estas observaciones y reflexiones en torno a la variación en el uso de la construcción N de que es que todo cambio avanza “paso a paso” (A. Narbona Jiménez). El análisis que acabo de presentar resalta que estos “pasos” pueden ser: a) usos diferentes de ciertos sustantivos; b) usos diferentes de autores individuales; y c) la evolución de las diferentes construcciones sintácticas. Dar cuenta de esta variación en el nivel micro es un requisito para entender el nivel macro del cambio lingüístico, y el paso de una construcción a otra. Referencias bibliográficas Abad Serna, Silvia (2015): Estudio contrastivo del funcionamiento semántico de los encapsuladores nominales en la prensa española y alemana. Tesis doctoral. Universidad Autónoma de Madrid.
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Apéndice Resultados numéricos del análisis de regresión logística de efectos mixtos (realizado con el programa de análisis estadístico SPSS). Resumen del modelo Categoría de referencia
AUT_NUM_2
Distribución de probabilidades
Binomial
Función de enlace Criterio de información
Logit Akaike Corregido
2 961,082
Bayesiano
2 965,543
Capacidad de clasificación del modelo Categoría de referencia: AUT_NUM_2 Porcentaje de corrección = 68,3 % Observado
Predicción Lope de Vega & Tirso de Molina
Calderón de la Barca
Lope de Vega & Tirso de Molina
79,4 %
20,6 %
Calderón de la Barca
48,8 %
51,2 %
Efectos fijos Fuente
F
valor p
Modelo corregido
3,280
0,000
DET_NUM
8,219
0,004
SYNTFUNC_dobj
4,104
0,043
SYNTFUNC_prep
6,386
0,012
DET_NUM = determinante; SYNTFUNC_dobj = función sintáctica objeto directo; SYNTFUNC_prep = función sintáctica complemento preposicional.
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ESTUDIO HISTÓRICO DE LOS OPERADORES DE DUDA ALQUIERAS, QUIZÁ(S), QUIÉN SABE * Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga Universidad Complutense de Madrid/Instituto Universitario Menéndez Pidal
1. Introducción Nos proponemos en este trabajo el estudio histórico del desaparecido alquieras, quizá(s) y quién sabe en su uso como operador epistémico de duda, algunos de los tradicionalmente llamados adverbios de duda, que incluye la RAE/ASALE (2009: 2348) entre los adverbios modales, como parte de los adverbios del enunciado, aunque señala también la posibilidad que tienen de funcionar como adverbios de foco afectando a un componente oracional1 (RAE/ASALE 2009: 2352). Estos adverbios han sido también clasificados dentro de los estudios sobre marcadores del discurso como operadores –elementos que se sitúan dentro de un enunciado pero no desempeñan una función sintáctica– modales2. Estos adverbios u operadores modales epistémicos han existido desde los orígenes de la lengua, aunque en ningún caso son continuación de los adverbios latinos de duda. La familia de adverbios latinos derivados de fors ‘suerte, azar, fortuna’, forsan, forsit, forsitan, fortasse, fortassean, fortassis no deja ninguna descendencia en español. La única lengua románica que ha conservado formas directamente procedentes de adverbios de duda latinos es el italiano, en el que el adverbio
Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto de investigación FFI2015-64080-P, “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica”, del Ministerio de Economía y Competitividad. 1 La RAE/ASALE (2009: 2352) da ejemplos como “Pardo –quizás por primera vez en su vida– recibió la noticia sin pasarla por el filtro de la duda” (García Márquez, Noticia), en los que indudablemente se emplea como adverbio de foco. Frente a ello “Quizá(s) Pardo recibió la noticia sin pasarla por el filtro de la duda por primera vez en su vida” puede interpretarse como operador o adverbio del enunciado, aunque su interpretación resulta ambigua, porque también podría ser adverbio de foco que podría afectar solo a “por primera vez en su vida” o al complemento modal y temporal conjuntamente “sin pasarla por el filtro de la duda por primera vez en su vida”. 2 Así los cataloga Fuentes Rodríguez (2009) al caracterizar cada uno de ellos, a lo mejor, quizá, tal vez, etc. *
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forse ‘quizá’ es descendiente formal y semántico del latín forsit. La continua renovación expresiva que se ha producido dentro de los adverbios de duda ha llevado a la creación de formas nuevas, que desde muy temprano debieron desterrar a las procedentes de forsitan o forsit, de las que no hallamos vestigios en castellano. Sí encontramos, desde los primeros textos, el adverbio de duda quizá, completamente fijado, al que se sumarán a lo largo de la historia otros operadores epistémicos, algunos de los cuales han caído en desuso, como por ventura, aunque son más los que se han mantenido desde su aparición hasta el español actual como sucede con tal vez y a lo mejor y de un modo más limitado acaso, a veces con preferencias o empleos dialectales, como sucede con igual3 y lo mismo en uso adverbial en el español europeo, o de pronto, de repente, capaz (que)4 o por ahí5 en el español americano. A continuación estudiamos el uso del desaparecido alquieras, quizá(s), utilizado desde los primeros textos castellanos, y quién sabe en su uso como operador de duda6. 2. Alquieras Quizá es el operador modal de duda más antiguo que encontramos documentado en español, si no tenemos en cuenta el extraño alquieras, que sería un dis legómenon. Se documenta dos veces, una en las Glosas Emilianenses (69) y otra en las Silenses (200), en ambos casos glosando al adverbio latino forsitan ‘quizá’. El hecho de que esta palabra, de la que solo se conocen estas dos ocurrencias, sea la única forma en que en las Glosas Emilianenses y Silenses se glosa forsitan de modo coincidente le hizo pensar a Menéndez Pidal (1968: 382) que el término alquieras procede de un glosario previo a las glosas utilizado por los dos glosadores. Wolf (1996: 52), en cambio, opina que “[l]a rareza del adverbio del esp. ant. desde luego no es razón para suponer un glosario”. Si aceptamos con Menéndez Pidal que existió un glosario en el que forsitan aparece glosado por alquieras, habría que admitir que esta forma tuvo un empleo no escaso como adverbio de duda, pues es el que se selecciona para dar la equivalencia de la forma latina –¿podría ser forma más frecuente que quiça(be)? ¿Tal vez más formal?–, y ambos glosadores deben entenderla cuando la utilizan sin problema en sus equi-
Igual e igual y también tienen empleo en México. Aunque más frecuente en el español americano, también se registra el uso de capaz (que) en el sur de la península y Canarias. 5 Característico del español rioplatense. 6 Concebimos este trabajo como parte de un estudio más amplio de la historia de los distintos operadores epistémicos de duda. Por razones de espacio ahora nos limitamos al estudio de los operadores mencionados. 3 4
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valencias7. Si seguimos la opinión de Wolf, y pensamos que no hubo glosario previo, habría que aceptar aún de modo más claro que alquieras tuvo, al menos en algunas zonas, un uso notable, pues los dos glosadores8 coinciden en una misma elección. Resulta sorprendente, sin embargo, que no haya ni el menor vestigio de este adverbio en los primitivos textos castellanos. En cuanto a la procedencia de esta forma, como señaló Menéndez Pidal (1968: 382), está en la secuencia *alid quaeras, que sustituiría a aliudvis. La propuesta de Menéndez Pidal parece adecuada, y él mismo señala el paralelismo en la formación de otros adverbios y pronombres indefinidos de carácter generalizador del tipo siquier(a), cuandoquiera o cualquiera, que toman el lugar de otros latinos compuestos con vis y libet. Pero lo cierto es que la forma aliudvis es bastante rara en latín y no es un adverbio. En Forcellini (1940 [1775]: 188), y en otros repertorios posteriores, se recoge aliusvis, aliavis, aliudvis, categorizado como adjetivo y con el significado de ‘cualquier otro’; pero básicamente hay un ejemplo de Cicerón del uso de aliumvis (Cic. Att. 8, 4, 1) y otro de Ulpiano, y el de Cicerón aparece en otros repertorios como alium iis. De hecho, Lewis y Short (1998 [1879]) creen que aliumvis es mala lectura por alium iis. En cualquier caso, y a partir del neutro aliudvis, tendríamos el significado ‘cualquier otra cosa’. Podemos pensar que a partir de la idea de alternancia se puede llegar a la de incertidumbre y duda, pero no tenemos ejemplos que puedan mostrarnos de un modo claro cuál fue el camino que pudo llevar a este cambio de significado y de categoría.
La glosa 200 de Silos no deja de ser algo problemática, pues se glosa forsitan como alquieras cierto. Puede tratarse de una de las muchas glosas dobles del códice silense, pero si es así, los dos términos que se utilizan para glosar el adverbio latino son contradictorios, pues el primero indica duda y el segundo certeza, lo que sí podría indicar que el glosador no entiende claramente el valor del adverbio alquieras (lo que apuntaría más al uso de un glosario). Por otra parte, la categoría gramatical de cierto es la de adjetivo, pero los adjetivos, a veces en la forma invariable de masculino singular y sin la terminación -mente, -mient(r)e, pueden utilizarse adverbialmente. Y, por otra parte, certo ya era adverbio en latín, de donde podría proceder directamente el uso adverbial de cierto. En cualquier caso, no deja de ser una glosa algo oscura, como señalaba García Turza (2004: 18) que la sitúa entre las glosas para las que “resulta muy difícil objetivar un contenido claro”. Lo cierto es que el contexto en que se inserta la glosa no invita a interpretar que se plantee lo dicho como dudoso: “Quecumque femina usque ad mortem cum alienis uiris adulterat nec in finem dandum ei communionem; forsitan + si penitentiam legitimam habuerit post X m annos accipiat communinonem” (Ruiz Asencio 1993b: 241; ‘[A] Cualquier mujer que hasta la muerte cometa adulterio con hombres ajenos no se le dé comunión hasta el fin; quizá si hiciera (tuviera) penitencia adecuada tras diez años reciba la comunión’). Al recogerse en el penitencial un conjunto de normas y castigos, no tiene mucho sentido que se dé como dudoso si tras la penitencia la mujer podrá recibir o no la comunión. De ahí quizá el uso de cierto, que parece más adecuado a la interpretación del fragmento aunque no corresponde al valor del forsitan latino. 8 Algunos estudiosos de las glosas, como Ruiz Asencio (1993a: 83), piensan que hay un único glosador que realizó tanto las Glosas Emilianenses como las Silenses. 7
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3. Quizá(s) Como ya señaló Corominas (1980-1991: IV, 738b), quizá procede de la secuencia qui sabe, interrogativo + verbo. Lo encontramos, con la forma quiçabe, en textos del siglo xiii, y ya desde el Cid y la Fazienda de Ultramar también en la forma apocopada quiçab, y con pérdida de la -b final quiçá, que predomina desde mediados del siglo xiii9. En cualquier caso, y a pesar de la proximidad a la secuencia original, hay ya desde las primeras manifestaciones, incluso en la forma más próxima a la secuencia originaria interrogativo + verbo, una diferencia formal en el adverbio: la aparición de la ç, grafía que en el español medieval representa la africada /t͡ s/, en lugar de la /s/ originaria. Esta /t͡ s/, tras su desafricación e interdentalización dará lugar a la /θ/ centro y norte peninsular, que se representa con la grafía z. Se han dado diversas explicaciones para este cambio, a las que se refiere Corominas (19801991: IV, 739a-b), pero ninguna de ellas es completamente satisfactoria, incluyendo la del propio Corominas, que propone partir de una secuencia “qui se sabe”, con dativo ético de tercera persona en la que “la pronunciación hipertensa de las dos ss consecutivas había de mudarse casi forzosamente en la africada ç”. Pero lo cierto es que esa secuencia con dativo ético no ha sido nunca muy frecuente y, a pesar de que el fenómeno de transformación de dos ss se haya dado en catalán y siga siendo corriente en el dialecto balear, no tenemos ninguna evidencia de que haya sucedido algo semejante en castellano10. Se han dado otras explicaciones que intentan solucionar el problema fonético de la aparición de la africada en el castellano medieval, como la de Leite de Vasconcelos (1911: 359), que partía de quid sapit, que, además de presentar una ĭ en quĬd, que evolucionaría a e, muestra una secuencia -ds- que explicaría más una africada sonora, que se representaría normalmente en los textos medievales con la grafía z11, y desde el punto de vista de su significado sería difí9 Menéndez Pidal (1944: 169) propone como étimo de quiçabe y quiçab el latin quis sapit. Sin embargo, unas páginas más adelante dice “ant. qui sab, mod. quizá” (Menéndez Pidal 1944: 198), lo que parece asumir que partimos de la secuencia ya romance qui sab(e), que constituye el étimo propuesto por Corominas. La diferencia entre una propuesta y otra implicaría una mayor o menor antigüedad en el arranque del proceso, que en el primer caso partiría ya del latín tardío. Una consolidación temprana de quis sapit explicaría que no se halle resto alguno de descendientes de forsit en castellano, pero también la formación del operador de duda a partir de qui sabe en el primitivo romance pudo ser lo suficientemente temprana para competir con forsit y eliminarla antes de la aparición de textos en castellano. Desde el punto de vista formal, la ĭ breve de quis supondría una dificultad para esta etimología, pues evolucionaría a e, no a i, como la ī de qui. 10 También González Ollé (1981: 310) apunta a esa dificultad y señala una serie de palabras en las que se ha dado históricamente la secuencia s-s como consecuencia de la unión de un prefijo y un lexema que comienza por s-, y en ningún caso se produce la evolución propuesta por Corominas. 11 Pero pedis ungula dio pesuña en el español medieval, con sibilante apical sonora, no africada sorda.
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cilmente aceptable, como ya señaló Corominas, pues a partir de ‘qué sabe’ es muy difícil llegar a un operador modal de duda12; la de González Ollé (1981: 311), que se fundamenta en quī ĭd sapit, aunque da una explicación más aceptable para la aparición de la ç de los textos medievales, presenta también problemas para su aceptación. González Ollé (1981: 313) parte de una secuencia latina, y piensa que la secuencia ds daría lugar a /t͡ s/, basándose para ello en los resultados de d’s y t’s en grupo secundario, que ejemplifica con una serie de antropónimos y topónimos del tipo gund(i)-salvum > Gonçalo o font(em) severi > Fuencivil (Burgos). Para suponer esta misma evolución en quī ĭd sapit acepta que la evolución de ds en este grupo, que se originaría en época latina, sería la misma que en grupo secundario13. Sin embargo, esta tesis presenta asimismo dificultades de orden fonético: ĭd tiene ĭ breve, que en principio daría lugar a e, formando un diptongo ie, aunque González Ollé supone una absorción de la ĭ en la ī, pues propone como segundo paso quī ĭd sapit > quīd sapit, lo que implica ya el reanálisis temprano de los dos elementos cuya univerbación se produce, puesto que, de mantenerse la conciencia de la existencia del pronombre neutro, este pasaría a presentar la vocal e14. Por otra parte, de haberse formado directamente la africada sorda /t͡ s/ a pesar de partir de una secuencia con d, no sería fácil explicar por qué se mantiene como sorda y no sonoriza en posición intervocálica como sucede con las africadas procedentes de -tj-, -kj-15. Y además hay dificultades de orden gramatical: quī es un relativo, y puede ser también adjetivo interrogativo masculino singular, pero no interrogativo en función sustantiva, como debería ser en esta secuencia, aunque es cierto que en el latín tardío quī extiende sus usos al empleo como pronombre interrogativo sustituyendo a la forma quis, como reflejan los romances. Y dificultades cronológicas: la gramaticalización de esta secuencia debería haberse dado ya en latín, porque el pronombre is, ea, id se pierde bastante pronto en el latín vulgar, y no deja ninguna descendencia en español (Väänänen 1963: 128; Herman 1997: 81). La explicación de Pottier (2002) parte
Morf (1910: 270) proponía un étimo quid sapis?, donde también encontraríamos una secuencia /ds/, que desde el punto de vista semántico es más apropiado, al postular una persona tú con valor impersonal, como comenta Corominas (1980-1991: IV, 739a), pero presenta sin embargo insuperables problemas formales, pues, como también apunta Corominas, la ĭ de quid daría lugar a e, y con una -s final nunca podría darse apócope de la -e y tendríamos un resultado *queçabes. 13 González Ollé (1981: 312) señala, no obstante, que en el grupo -ds- la d se asimilaba en latín a la s, aunque en nota apunta, teniendo en cuenta el trabajo de Prinz (1949-1950), que en latín hay casos de asimilación y casos de mantenimiento de ese grupo en palabras que presentan el prefijo ad. 14 Cabría también pensar, dado lo poco frecuente del diptongo ie en sílaba átona, que se redujera después a i, como en compuestos del tipo septimanca > Simancas o Cifuentes. 15 En estos casos se mantiene la africada sorda en posición posconsonántica lancia > lança, fortia > fuerça, pero se da la sonorización cuando la posición es intervocálica: puteu > pozo; ericiu > erizo. 12
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de la lexía, ya romance ¡Qui lo sab!, reducida con síncopa tras la univerbación a quilsáb y que evolucionaría después a quitsab o quissab, aunque se inclina por la primera. En cualquier caso, no se explica la razón por la que la l implosiva pasaría a t. En general la l- implosiva seguida de -s puede mantenerse (sobre todo en cultismos o semicultismos, falso) o perderse, probablemente tras previa vocalización ((in)sulsu > soso), pero no disimila en t. Espejo Muriel y Espinosa Elorza (2012) y Espinosa Elorza (2014: 1073-1074) postulan un posible préstamo del francés qui ça? u occitano qui çai?, a partir de contextos del tipo qui ça, moi?, en que ça se utiliza como partícula de refuerzo del elemento interrogativo, reinterpretado como ‘quién sabe’ por etimología popular. La explicación es compleja, porque supone un mantenimiento gráfico de ç “por razones de tradición de escritura” (Espinosa Elorza 2014: 1074), pero una pronunciación con alveolar fricativa, puesto que la pronunciación con dentoalveolar africada no hubiera permitido asociar esta expresión con la forma verbal sabe. Por otra parte, no parece probable que el uso de secuencias del tipo qui ça? oída en boca de hablantes francos fuera lo suficientemente frecuente para penetrar en castellano dando lugar a una voz del vocabulario básico, y no queda claro por qué, si los hablantes lo reinterpretan como el castellano ‘quién sabe’, no sería preferible partir directamente de qui sabe16. En definitiva, quizá la explicación que recurre a la equivalencia acústica de Menéndez Pidal (1944: 178) siga siendo la más aceptable. Aun siendo un fenómeno de carácter esporádico, afecta a una serie de términos entre los que se encuentra el adverbio de duda (Menéndez Pidal 1976: 174-175), y no es algo completamente excepcional para lo que hay que buscar una explicación ad hoc. El hecho de que desde muy temprano pueda diferir formalmente de la secuencia interrogativo + verbo indudablemente se debe a su temprana lexicalización/gramaticalización que conduce a la aparición de una nueva forma en la lengua, con una nueva función distinta de la de la secuencia originaria. El hecho de que sea ya un elemento funcionalmente diferente permite que se acepte sin problema la diferenciación formal. En cualquier caso, y a diferencia de otras construcciones que han alcanzado el valor de operador de duda, desde los primeros textos en que aparece, quiçá (quiçab, quiçabe) presenta ya una forma propia, no identificable con la secuencia de otros elementos en la lengua. Y, muy probablemente, el proceso de univerbación había llevado también al mantenimiento de un único acento de intensidad sobre la a de lo que en principio fue la forma verbal, con pérdida de la tonicidad que originariamente tenía la i del interrogativo qui. Posteriormente, la desaparición de qui interrogativo a partir del siglo xiv lleva al completo aisla16 Barrio García (2017: 136-140) revisa también las diversas hipótesis sobre el surgimiento del adverbio quizá. Señala, respecto a la hipótesis de Espejo Muriel y Espinosa Elorza (2012), que la aparición de la construcción qui ça? no se registra hasta el siglo xix, mucho después de la aparición de quiçá (Barrio García 2017: 139).
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miento formal del término en el sistema, que ya no puede sentirse formalmente próximo a quién sabe, la única forma posible a partir de entonces para la secuencia formada por pronombre interrogativo de persona + sabe. En cuanto a las variantes formales del operador modal de duda, la forma más antigua que se documenta es quiçab, que aparece en el Cantar de mio Cid y la Fazienda de Ultramar: (1) Allá dentro en Marruecos, o las mezquitas son,/ que abrán de mí salto quiçab alguna noch, ellos lo temen, ca non lo pienso yo (Cantar de mio Cid, apud CORDE). (2) Ve alli do el iaze, que el te perteneçe, que es del mio parentesco, e quiçab plazdra a Dios que te sacara de mal (Fazienda de Ultramar, apud CORDE).
Y que lógicamente ha de proceder de la forma quiçabe, aunque el CORDE no recoja esta forma hasta la segunda mitad del xiii: (3) Quando pensares que fagas alguna manera para vencer tu enemigo comide que quiçabe pensará él otro tal por ti (Libro de los cien capítulos, ca. 1285, apud CORDE).
Ambas formas se hallan registradas hasta el siglo xv, aunque su intensidad de empleo es baja. Como ya hemos dicho, desde mediados del xiii la forma predominante es quiçá. La variante con la llamada -s adverbial se documenta desde finales del siglo xv. El CORDE recoge unos pocos ejemplos en Juan del Encina, de los que transcribimos el primero: (4) Espérame, Gil, un cacho, / y mira cuán sin empacho / a ver a mis amos llego / con muy chapado sossiego / más que pastor nunca hu, / y aun quiçás que más que tú, / que has ya sido palaciego (Juan del Encina, Égloga de Mingo, Gil y Pascuala, a. 1496, apud CORDE).
Corominas (1980-1991: 738b y n. 5) comenta que los clásicos consideraban esta forma vulgar y opina que “todavía no ha perdido completamente” este resabio. En apoyo de esta opinión señala que aparece con mucha más frecuencia en Santa Teresa que en otros autores del Siglo de Oro. También en esta línea de su consideración como forma vulgar podemos subrayar que los primeros ejemplos que recoge el CORDE aparecen en comedias de finales del xv y primeras décadas del xvi de tipo pastoril y puestos en boca de rústicos, como sucede en los ejemplos de Juan del Encina, Lucas Fernández, López de Yanguas, Diego Sánchez de Badajoz, o en la Tesorina de Jaime de Huete. En cualquier caso, no se trata más que de una variación formal sin ninguna repercusión funcional, y ambas variantes son frecuentes en el español actual. También la forma quiçabe, aunque no la hallamos documentada en textos escritos más allá del xv, debió pervivir en el coloquio, probablemente con la consideración de rústica y vulgar, y sobre ella se forma una variante quizabes (o
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quizaves), también con -s adverbial17. Corominas se refiere a su uso en Tirso como forma rústica y efectivamente así se recoge en CORDE, con la grafía quizaves, en Todo es dar en una cosa, en boca de un personaje caracterizado por el uso de rusticismos. También utiliza esta forma con las mismas connotaciones Jerónimo de Cáncer y Velasco en su Comedia burlesca de la muerte de Baldovinos (1651), y aún en el xviii lo emplea Ramón de la Cruz, también caracterizando el habla vulgar de algunos personajes, en el entremés de La botillería (1766) y en la comedia El día de campo, y el Diccionario de autoridades lo califica expresamente de voz bárbara y propia de gente rústica. (5) Pulida.- Carrizo, no sé qué me haga./ Habrar quiero al capitán y doleráse de mí/ quizaves (Tirso de Moilina, Todo es dar en una cosa, a. 1629, apud CORDE). (6) D. Pasqual.- Pues de desagradecidas… / Jacinta.- ¿Qué? / D Pasqual.- Está el infierno harto. / Jacinta.- Quizabes hay muchas por agradecer demasiado (Ramón de la Cruz, El día de campo, acto II, en Teatro o colección de los sainetes y demás obras dramáticas, tomo I, Madrid, Imprenta Real, 1786, p. 326). (7) QUIZAVES. (Quizaves) adv. lo mismo que Quizás. Es voz bárbara, y usada de gente rústica (RAE, 1737: 475b).
Otros repertorios lexicográficos siguen recogiendo la voz hasta la segunda mitad del siglo xix, pero no encuentro empleo de esta forma en textos de esta época. No obstante, sí ha tenido alguna pervivencia, pues Kany (1970: 377-378) lo registra, reflejado con las grafías qui sabe o quisabe, en el habla popular mejicana a mediados del siglo xx. Dado que quizá ya está gramaticalizado como operador modal de duda desde los primeros textos y es este su uso exclusivo, no es fácil buscar los contextos que propiciaron su gramaticalización. Sí resulta evidente que a partir de construcciones con el interrogativo qui + oración interrogativa indirecta retórica que implica negación, del tipo “¿Qui sabe si vendrá?” se nos plantea una incertidumbre, una situación de posibilidad o no, duda no resuelta (‘nadie sabe si vendrá’ → ‘no se sabe si vendrá’ → ‘Es posible que venga, es posible que no venga’ → ‘quizá venga’), lo que no es claro es cómo se llega a la pérdida de la conjunción de subordinación si que introduce la interrogativa indirecta. La situación que con más naturalidad permite esa elisión corresponde a aquella en que se emplea en la respuesta, lo que permite la elisión de toda la subordinada, exactamente igual que sucede en el español moderno con quién sabe: (8) –¿Verná/venir ha Juan? –Qui sabe (si vendrá Juan)
Forma corriente hoy en gallego, junto a otras variantes formales como quizá, quizás o quizais, y presente también, junto a otras variantes formales, en hablas asturianas. 17
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A partir de ahí, podría pasar a utilizarse en la oración principal, en principio con su propia independencia tonal, situado entre comas, como sucede con quién sabe en el español actual. (9) Ahora con el running es la encargada también de marcarme las pautas y que poco a poco, quien sabe, vuelva a querer competir en ciclismo (“Entrevista a Silvia Tirado”, ).
Y después llegaría a integrarse tonalmente en la oración sobre la que incide. En esta línea estaría la interpretación de Houle y Martínez Gómez18. También la de González Ollé (1981: 311) apunta en esa dirección, pues considera que en su propuesta etimológica, quī ĭd sapit, ĭd es un pronombre anafórico que “reproduce el enunciado previo sobre el que recae la duda”. Frente a la interpretación anterior, Corominas parece entender que el adverbio de duda se origina a partir de oraciones interrogativas indirectas totales encabezadas por qui sabe si en las que se produciría la elisión de la conjunción si y se reinterpretraría qui sabe como adverbio modal epistémico de duda. En apoyo de su tesis señala la existencia de algunos ejemplos en el español medieval en que aparece explícitamente si introduciendo una oración tras quiçá, en los que el origen verbal “se reconoce todavía por la construcción de subordinación”19 y, según entiende Corominas, sin que si introduzca una interrogativa directa, posibilidad que tenía esta partícula en el español medieval (Corominas 1980: IV, 739b, n. 3): (10) Quiçá amigo si te sabré dar respuesta (Bocados de Oro, apud Corominas 1980: IV, 738b). (11) Quiçabe si querrá coger en él al que fuere cargado (Flores de Filosofía, apud Corominas 1980: IV, 738b).
Hay que señalar, sin embargo, que esto no es del todo claro, y hay también ejemplos en los que tras quiçá aparece una oración introducida por si que es indudablemente una interrogativa directa. (12) Et rrespondio Abraham e dixo: pues agora he querido fablar al Sennor, syendo yo çeniza e tierra. [28] Quiça sy menguaren delos çinquenta justos çinco; ¿sy corronperas por los çinco toda la çibdat? (Biblia Escorial I-j-4: Pentateuco, apud CORDE). 18 Houle y Martínez Gómez (2011: 300) sostienen claramente la existencia de un proceso de gramaticalización a partir de la construcción interrogativa latina quis sapit. 19 González Ollé (1981: 309), a pesar de que postula el origen del proceso de gramaticalización que lleva a quizá en una secuencia con pronombre anafórico que remite a la oración anterior, señala que “la naturaleza verbal del étimo se hace patente, según observa atinadamente Corominas (DCELC: s.v.), por la construcción subordinada que exigen algunos testimonios, tanto medievales como clásicos”. Cabría pensar también en la posibilidad de empleo catafórico del pronombre neutro, precediendo a una oración que luego se desarrolla, o en la repetición enfática tras quī ĭd sapit de la oración precedente o una paráfrasis de ella, pero parecen interpretaciones algo forzadas.
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También Garachana Camarero (1997: 151-152), aunque desde una perspectiva teórica distinta, propone un proceso evolutivo semejante al expuesto por Corominas: lo que funcionaba como cláusula principal se reanaliza como operador pragmático, y esto tiene como consecuencia que la oración compleja se reanalice como oración simple y la oración subordinada se interprete como principal. Cuando esto se produce podemos suponer que la conjunción si, ya sin función, se termina eliminando. A diferencia de Corominas, que en los ejemplos anteriores entiende quicá/quiçabe como adverbio de duda (dice que se reconoce el origen verbal, luego ya no es la construcción verbal originaria), Garachana Camarero (1997: 151) sí piensa que todavía en esas construcciones estamos ante oraciones complejas cuya oración principal está constituida por “quiçá amigo” (= quién sabe amigo) (10) y “quiçabe” (= quién sabe) (11). Realmente, aunque el proceso siga los pasos que propone Garachana Camarero, se hace difícil entender que quiçá o quiçabe, univerbados y ya no interpretables en función de sus originarios elementos componentes, puedan interpretarse realmente como forma verbal. El proceso que lleva a la gramaticalización de este operador modal epistémico de duda es anterior a la aparición de los primeros textos escritos, y estos ejemplos podrían ser restos formales, ya de escaso nivel de empleo, que aún dejan entrever su estructura originaria. En apoyo del origen propuesto por Corominas podemos señalar que, en casi todos los ejemplos medievales de los siglos xiii y xiv que podemos recuperar en el CORDE, quiçá(be) aparece encabezando la oración, delante del verbo de la misma; mientras que el origen a partir de qui sabe, fijado como locución para expresión de la duda y más tarde introducido como inciso junto a una oración, favorecería usos parentéticos y en muchos casos con incidencia sobre un determinado elemento, lo que no sucede en los ejemplos del CORDE. En estos casos quiça(be) afecta al contenido proposicional de toda la oración20: (13) Ora al Criador, e quiçab oyra el Nuestro Sennor las palabras e el orgul de Rabcesse que lo trametio el rey de Sur, so sennor, por denostar al Dios vivo (Almerich, La fazienda de Ultra Mar, ca. 1200, apud CORDE). (14) & el sennor de la casa del auer fuere dannado de las infortunas o de los rayos del Sol que destruyen & esparzen. significa que aquel nacido será mezquino & pobre. & non podra ganar so uito conplido. & quiza uiuira de pedir raciones (Anónimo, Judizios de las estrellas, 1254-1260, apud CORDE).
Los escasos ejemplos en que quiçá(be) aparece precediendo a un elemento oracional son casos de elipsis en que el verbo, que se ha dado anteriormente, es 20 Suárez Hernández (2016: 113) opina que en estos casos quizá ejerce su incidencia únicamente sobre el verbo; sin embargo, creemos que la incidencia sobre toda la oración que sigue es clara: se pone en duda todo lo dicho en la oración formada por el verbo y todos sus complementos.
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fácilmente recuperable: así sucede en unos pocos casos en que figura quiçá ante un sustantivo o adverbio: (15) & si fuere en esto en logar de Mars /2/ Saturno; di que aquella prennazon sera fuerte. & dura a la mugier. & pesada. & acaecer lan por ella enfermedades. & lazerias & cuetas. & quiça muerte. & destruction. si dios no lo arriedra (Judizios de las estrellas, 1254-1260, apud CORDE). (16) E si en esta demanda de la mugier sallida de casa fallares venus sobre tierra. o en los logares fortunados. & el Sol so la tierra. & la luna llena de lumbre; di que su tornamiento pora su casa sera fuerte. & tarde. O quiça numqua (Judizios de las estrellas, 1254-1260, apud CORDE).
No obstante, el ejemplo del Cantar de mio Cid en que se halla quiçab, que es el más antiguo que conservamos, aparece antepuesto a un elemento oracional, complemento circunstancial de tiempo, y sí podría interpretarse que incide sobre él y lo focaliza21: (17) Allá dentro en Marruecos, o las mezquitas son, que abrán de mí salto quiçab alguna noch, ellos lo temen, ca non lo pienso yo (Cantar de mio Cid, vv. 2499-2501).
Con todo, debido a la sintaxis tantas veces “desordenada” del Cid, que muchas veces se mueve a impulsos emocionales22, no cabría descartar que haya que interpretar quiçab como modificador de toda la oración: ‘temen que quizá habrán de mí salto [que los ataque] alguna noche’. Si la aparición de la secuencia quiça(be) si es poco frecuente en el español medieval, lo que sí se da con cierta frecuencia en los textos medievales es quiçá que: (18) E quando Saturno fuere en casa de venus. non puede auer bien ninguno en casamiento. ca si casare; casara con sierua. o con uieia o con puta. & acaecer lan trabaios & pesares por razon de mugieres. & quiça que uiuira en toda su uida en fornicio (Judizios de las estrellas, 1254-1260, apud CORDE).
Tal vez la aparición de esta secuencia se deba a una posible sustitución de la conjunción si por que, una vez que quiça(b) si se ha gramaticalizado como operador de duda. El cambio de si por que puede estar relacionado con la mayor versatilidad de que para introducir distintos tipos de oraciones, incluso no subordinadas. De todas formas, no puede descartarse que, una vez formado el operador 21 Suárez Hernández (2016: 110) cree que quiçab incide aquí exclusivamente sobre el sintagma alguna noch. 22 De hecho, en estos mismos versos vemos cómo lo que en principio sería en un orden “lógico” el primer elemento de toda esta oración “Temen que habrán de mí salto…” aparece pospuesto, y la referencia a la oración anterior se da a través del anafórico lo.
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de duda quiçá, se cree una variante formal con que, que con tanta frecuencia se une a diversos elementos de distintas categorías gramaticales, muchas veces formando locuciones conjuntivas o marcadores discursivos. En los últimos años del siglo xv y primera mitad del xvi, quiçá(s) que aparece con frecuencia caracterizando el habla de pastores y personajes rústicos en diversas obras teatrales (Juan del Encina, Lucas Fernández, Jaime de Huete, Martín de Santander, Lope de Rueda)23. (19) [L]os cabellos / (no suyos, aunque son bellos) / van colgando dos manojos / y aun quiçás que algunos dellos / hormiguean de peojos (Jaime de Huete, Comedia Tesorina, apud CORDE).
Los últimos ejemplos de quizá(s) que que recoge el CORDE corresponden al primer tercio del siglo xx y están puestos también en boca de personajes de escasa instrucción que utilizan diversos vulgarismos: (20) –Hola, tío Ramas –prosiguió, dominando sus recuerdos–.¡Perdón, si es qu’importuno! Venía, había salío de casa olvidándome los chisques de encender, y por no golver p’atrás, y al ver abierto aquí, pos me dije que me dije: quizá que vendan cerillas. ¿Las vende osté, tío Ramas, por una casual? (Felipe Trigo, Jarrapellejos, 1914, apud CORDE). (21) El Coronel tién una hernia, y quizás que espiche, anuncióme el veterinario (Ramón Pérez de Ayala, Tigre Juan, 1926, apud CORDE).
En PRESEEA se recogen aún algunos ejemplos de quizá(s) que en el español hablado actual, en un caso en un hablante español, y varias veces en un mismo hablante chileno: (22) recuerdo que en el barrio de de mi de mi mujer cuando éramos novios eh / en el barrio Chamberí pues bueno aquello era había una había unas actitudes entre los vecinos fenomenales las vecinas se / eeh se juntaban se comentaban / quizás que habría como vulgarmente se dice más cotilleo si se si si me permiten la expresión (PRESEEA, MADR_ H32_043). (23) pero el huevón no se llevó ni el micro ondas / nada pues / dije qué huevada si el huevón / quizás que no tenía tele (PRESEEA, SCHI_H11_001).
En cuanto al modo del verbo, si se trata de una oración principal y el verbo precede a quizá, se construye siempre en indicativo: “lo veré quizá mañana”, si va detrás de quizá puede aparecer en indicativo o en subjuntivo “quizá lo veré mañana”, “quizá lo vea mañana”. En el español medieval, sin embargo, el verbo de Barrio García (2017: 156-157) señala también que la forma quizá(s) que aparece marcada diastráticamente como propia de registros populares. 23
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la oración en que aparece quizá está siempre en indicativo. Esto es debido a que, tanto si el origen del operador modal de duda está en una inicial elisión de la interrogativa indirecta en construcciones del tipo qui sabe (si + oración) en respuestas o contextos que permiten recuperar la información de la subordinada, como si se encuentra en el reanálisis y gramaticalización de qui sab(e) si, con posterior eliminación de si, quiçá se integraría en oraciones que llevaban el verbo en indicativo. Este es el modo que corresponde por lo general a las interrogativas indirectas totales introducidas por si, y el que se encuentra en las oraciones independientes si partimos de una gramaticalización de qui sab(e) en la respuesta y su posterior integración como operador modal de duda en oraciones plenas. En los ejemplos que proporciona el CORDE para los siglos xiii y xiv no se hallan casos de quiçá + subjuntivo. Sí encontramos algunos en el siglo xv, pero corresponden mayoritariamente al modo impuesto por la subordinación en determinados tipos de sustantivas, adjetivas, condicionales, concesivas, finales e incluso causales hipotéticas, entre las que están las que presentan posibles causas unidas mediante conjunción disyuntiva, que siempre han admitido el subjuntivo (24). Entre los verbos que pueden llevar una subordinada sustantiva de objeto directo con el verbo en subjuntivo se encuentran algunos de pensamiento, habla, afirmación fuerte, que en el español actual se construyen con indicativo, pero que en el español medieval y clásico podían llevar el verbo de la subordinada en indicativo o subjuntivo. En estos casos la aparición de quizá puede favorecer, por el matiz de duda, el uso del subjuntivo (26), pero no lo determina, pues era uso normal en la época: (24) Empero el / quier por feruor del amor fuesse menos auisado: o quiça no podiendo mas çufrir los costumbres & platicas de mujer tan dissoluta: & por esto la codiciasse traher a que Nero se enamorasse della: o que fuesse quiça la ventura della: leuantando se el del conuite del emperador: acostumbraua decir / oyendo gelo muchos: quiero boluer a aquella a quien dios otorgo toda la nobleza / y elegancia de costumbres & criança / & diuina fermosura (De las mujeres ilustres en romance, 1494, apud CORDE). (25) Considerante el alto sacerdote que quiça el rrey non sospechase alguna malicia delos iudios cerca de heliodoro ser consumada ofreçio por salud del uaron hostia salutal (Biblia romanceada. Real Academia de la Historia, 87, ca. 1400, apud CORDE). (26) Frayle.- Juro al habito sagrado, /que avn quiça os pese dello (Égloga nueva, ca. 1550, apud CORDE).
En cuanto a la aparición del subjuntivo en oraciones principales en las que el verbo aparece tras quizá, en el siglo xvi24 se registran muy pocos ejemplos, y casi 24 No tengo en cuenta los casos en que quiçá va seguido de una forma verbal en -ra, del tipo “Mira, hermano, si yo les dixera las verdades, quiçá se quisieran conuertir y viuir como christianos, y fuera menester que de pura vergüença hiziera yo otro tanto; y desto me quería yo bien guardar” (Alfonso de Valdés, Diálogo de Mercurio y Carón, apud CORDE), puesto que
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todos los que recoge el CORDE corresponden a oraciones en las que, junto a la modalidad dubitativa, expresada explícitamente a través del adverbio quiçá, hay también un claro valor optativo. La expresión del deseo no es, obviamente, contradictoria con la de duda; de hecho, normalmente deseamos algo de cuyo cumplimiento no podemos tener la certeza absoluta25. Y el subjuntivo optativo, utilizado para la manifestación de un deseo, puede aparecer en oraciones independientes. Además, generalmente son oraciones en las que explícitamente aparece la negación, lo que favorece también el uso del subjuntivo. En estos casos se acerca a la significación de ojalá: (27) Clarindo:-Yo te daré de vestir, sayo y capa, que mucha vergüença tapa, gorra y calças que pediste; y essos cabellos te rapa, mira que no me andes triste. En conclusión, camisas y buen jubón. Estor.-Quiçá no sea de açotes (Auto de Clarindo, ca. 1535, apud CORDE). (28) Coristán.- No ay dubda, si veo que se demuda, porné pies en alibión; * quiçá que no me sacuda d’anternano un bofetón (Auto de Clarindo, ca. 1535, apud CORDE).
esta forma, en su origen, es una forma del indicativo, y mantiene durante mucho tiempo usos compartidos con el condicional expresando irrealidad. A estos usos los denomina Veiga (1996: 42-46) IND 2 (indicativo irreal), y son patentes en algunos usos residuales en el español peninsular del tipo “quisiera pedirle un favor” (Veiga 1996: 52) y todavía en los periodos condicionales que expresan irrealidad de pasado: “Si lo hubiera sabido no hubiera/habría venido”. A pesar de que desde finales del xvi, y con más intensidad en el xvii, comienzan a darse –más allá de las prótasis de las condicionales irreales– usos de la forma en -ra en contextos antes exclusivos para la forma en -se, es decir, se está produciendo la subjuntivización de la forma en -ra, los casos en que equivale a un condicional, incluyendo aquellos en que acompaña a quizá, y puede cambiarse por la forma en -ría, no podemos considerarlos ejemplos probatorios de formas del subjuntivo junto a quizá. 25 De hecho, en el español actual, en el que el uso del subjuntivo tras el adverbio quizá se ha hecho corriente, podemos encontrar quizá junto con la interjección optativa ojalá en una misma oración: “Quizá, ojalá, los mecanismos de un sano y rebelde nacionalismo se depuren frente a la hipocresía e intransigencia de los grandes partidos con respecto al estímulo real a los procesos de recuperación identitaria de los pueblos que componen España” (Juan Bolea, “Movimientos orquestales [II]”, El Periódico de Aragón, 05/11/2009, en línea: [Consulta: 08/03/2018]).
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(29) En repastar un rato mi cabrío. Si tú quieres quedarte, compañero, Quédate á Dios, que sale ya la estrella, Y quizá no me falte algun cordero (Bernardo de Valbuena, Siglo de Oro en las selvas de Erífile, 1698, apud CORDE).
A este tipo pertenece también el único caso que Keniston (1937: 369) considera seguro, dentro de los textos que el analiza del xvi, de utilización del subjuntivo pospuesto a quizá: (30) Renedo.- Dize Séneca que del ayrado nos apartemos por poco tiempo y del enemigo por largo; * mas la yra de Finoya no ay poco tiempo que la quite. Quiçá con el enojo no me castigasse como merezco, que dizen que la yra queriendo hazer peligro no [teme] * peligro (Pedro Manuel de Urrea, La penitencia de amor, 1514, ampliamos el contexto de Keniston 1937: 369 utilizando datos de CORDE).
Este ejemplo presenta la peculiaridad de llevar el verbo en imperfecto de subjuntivo a pesar de que parece referirse al futuro, pues quien realiza el discurso en el que se inscribe la oración estudiada, Renedo, va a ir a llevar un recado a Finoya de parte de Darino, y teme su reacción airada (que aún no se ha producido). Por otra parte, que el uso del subjuntivo está motivado por el carácter desiderativo de la oración, parece probarlo el hecho de que el propio Pedro Manuel de Urrea utiliza el subjuntivo en esta misma obra en otro caso en el que quizá aparece pospuesto al verbo, y por tanto no puede ser inductor del uso del subjuntivo: (31) por allí me pareçe que vi muy triste a Nertano, el padre de Finoya; no sepa quiçá algo (Pedro Manuel de Urrea, La penitencia de amor, 1514, apud Keniston 1937: 369).
En otros casos, en oraciones en que no aparece explícita la negación, puede entenderse también la existencia de un valor optativo, pero no es tan patente: (32) ¡Qué contienda! no ay zagal que esto entienda, o que tengo en mí de embidia, por sant de armalla con liria y quiçá que yo los venda (Lope de Rueda, Farsa del sordo, ca. 1545-1561, apud CORDE). (33) Assí que el [remedio] que hallé será contaros lo que el Amor passó con cierta gente, quiçá que pueda en algo aprovecharos (Jorge de Montemayor, Cancionero, 15541559, apud CORDE).
Tal vez a partir de estos casos, en que puede darse la expresión de un deseo, pero el contexto no es lo suficientemente explícito para asegurar esta interpreta-
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ción, comenzara a darse la extensión del subjuntivo en las oraciones con quizá, que encontramos en oraciones que no podemos entender como desiderativas desde finales del xvi y principios del xvii: (34) Deseo que se aquerde de mí, que me mandarán ir a Çiudad Rodrigo, quiçá sea antes de Pascua (Ana de Jesús, Cartas 1590-1621, apud CORDE). (35) Aora bien: lleguemos a particularizar essas doctrinas generales. Quiçá atendiendo a los particulares hallemos en muchos de los usos que abomináis no repugnante la naturaleza (Antonio López de Vega, Paradojas racionales, 1655, apud CORDE).
No obstante, el CORDE registra ya un caso anterior, de principios del xvi, de uso del imperfecto de subjuntivo con quizá: (36) Si acá te toviesse, la mano en las tetas quiçá te metiesse (Bartolomé de Torres Naharro, Diálogo del Nascimiento, ca. 1505-1517, apud CORDE).
Es cierto que la rima puede favorecer la aparición de la forma en -se, y tal vez también influya la tendencia a la propagación de la misma forma verbal en la prótasis y la apódosis de un periodo condicional, pero en cualquier caso parece mostrar una posibilidad ya presente en el sistema, probablemente poco frecuente y quizá considerada vulgar, puesto que se da en una obra teatral en boca de un personaje rústico. El empleo del subjuntivo en los datos del CORDE se mantiene constante, pero en niveles bajos, en el siglo xviii y principios del xix. A lo largo del xix, y sobre todo en su segunda mitad, el uso del subjuntivo crece en gran medida, y es predominante en el siglo xx, de acuerdo con lo que señala Woehr (1972: 322), que encuentra en su corpus 66 casos de quizá + indicativo (37,5 %) y 110 de quizá + subjuntivo (62,5 %). Renaldi (1977: 334), sin embargo, en el corpus de textos hispanoamericanos que analiza, encuentra un uso más intenso del indicativo tras quizá que del subjuntivo, concretamente 117 ejemplos de indicativo (60,3 %) y 77 de subjuntivo (39,7 %), aunque con diferencias en los tres géneros textuales que analiza: el indicativo predomina claramente en novelas (70 ejemplos frente a 47 de subjuntivo) y dramas (24 ejemplos frente a nueve de subjuntivo), y en menor medida en el ensayo (23 ejemplos de subjuntivo frente a 21 de indicativo). Renaldi pone en relación la mayor proporción de uso del indicativo en el teatro, y en buena medida en las novelas en las que se reproducen diálogos y monólogos, con el reflejo de los modelos del coloquio, frente a la lengua de los ensayos, más especulativa y con mayor presencia de lo hipotético. El análisis de los datos que proporciona el corpus de Davies (2002-) corrobora la apreciación de Woehr de un predominio del uso del subjuntivo tras quizá(s), al menos para la lengua escrita, aunque da porcentajes de uso del subjuntivo algo menos altos que los suyos. Basándonos en los datos de este corpus establecemos
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la siguiente tabla26 de los usos del presente de subjuntivo, presente de indicativo y futuro de indicativo tras quizá(s): quizá + pres. subj. quizás + pres. subj. TOTAL quizá(s) + pres. subj. quizá + pres. ind. quizás + pres. ind. TOTAL quizá(s) + pres. ind.
Siglo xviii
Siglo xix
Siglo xx
Siglo xxi
10
186
315
32242
109
268
0 10 (8,8 %) 30 5 35 (30,7 %)
295 (44,6 %) 583 (58,2 %) 199
196
67
198
266 (40,2 %) 394 (39,3 %)
44603 76845 (61,6 %) 17058 26977 44035 (35,3 %)
quizá + fut. ind.
55
80
11
1531
quizás + fut. ind.
14
21
14
2242
TOTAL quizá(s) + fut. ind.
69 (60,5 %)
101 (15,2 %)
25 (2,5 %)
TOTAL quizá(s) + pres./fut. ind.
104 (91,2 %) 367 (55,4 %) 419 (41,8 %)
3773 (3 %) 47808 (38,4 %)
Aparte del continuo crecimiento de la forma quizás con -s adverbial, que crece en gran medida en el siglo xix, se iguala prácticamente con quizá en el xx y es algo más frecuente que quizá en el español actual de todas las áreas en el español escrito (lo que puede tener que ver con la creciente desestigmatización de la forma quizás, en principio marcadamente vulgar o rústica), podemos ver en el cuadro, respecto al uso de los modos, un creciente uso del subjuntivo, que desde un empleo claramente minoritario en el siglo xviii, en el que el presente de subjuntivo no alcanza un 10 % de apariciones frente a las formas que compiten con él, presente y futuro de indicativo, pasa a casi igualarse con ellas en el xix –y ya de hecho llega a ser más frecuente que quizá(s) seguido de presente de indicativo–, a superarlas claramente en el siglo xx (con el 58 % de los ejemplos) y aun a aumentar Utilizamos el corpus de Davies (2002-) para comparar los empleos del indicativo y el subjuntivo tras quizá(s). Le pedimos que busque los ejemplos de uso del presente de subjuntivo, presente de indicativo y futuro de indicativo tras las formas quizá y quizás, hasta tres posiciones a la derecha. Aunque no recoge todos los ejemplos que se hallan en el corpus, pues habrá algunos en que el verbo se halle más lejos, creemos que sí es una muestra significativa. Algunos ejemplos pueden no corresponder al esquema que buscamos, pero indudablemente serán pocos. Hemos usado el corpus “Histórico/Géneros” para los datos de los siglos xviii, xix y xx. Para el xxi usamos el corpus “Web/Dialectos”. No hemos podido utilizar los corpus académicos para esta indagación porque CORDE no brinda la posibilidad de este tipo de búsquedas por colocaciones y tipo de palabras, y CDH, aunque permite buscar por verbos colocados delante o detrás de una palabra no diferencia las formas verbales. Por su parte, CORPES XXI, que en principio sí permitiría buscar modos y tiempos verbales con una determinada colocación respecto a una palabra no funciona satisfactoriamente. Nos ofrece los mismos ejemplos tanto si le pedimos que busque verbos en indicativo como si le pedimos que busque verbos en subjuntivo tras una palabra sin discriminar los modos. 26
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ligeramente su uso en los ejemplos del xxi (61,6 %). Por otra parte, es claro que este crecimiento se hace sobre todo a costa del uso del futuro tras quizá(s), que pasa de ser todavía claramente la forma más usada en el siglo xviii (más del 60 % del total), como lo era también en el español medieval y clásico, como ya señaló Suárez Hernández (2016: 113, 120, 127), a ser la forma menos usada en el xix, aunque aún con un porcentaje notable de uso (15,2 %), y a ser forma claramente residual en el español moderno, con un porcentaje que se mantiene estable entre el 2,5 y el 3 %. Es, por tanto, en la expresión de la duda referida al futuro donde la forma del presente de subjuntivo ha aumentado más claramente su nivel de uso, mientras que el incremento a costa del presente de indicativo, que también crece algo en el siglo xix, es muy reducido. Por tanto, podemos llegar a la conclusión de que la elección del indicativo o el subjuntivo en las oraciones con quizá(s), que generalmente se ha atribuido a la voluntad de expresar un mayor o menor grado de incertidumbre, depende en gran medida de que la situación, acción o proceso descrito en la oración se presente como futuro, para lo que se usa de modo muy generalizado el subjuntivo, o como presente, donde puede haber mayor competencia en el uso de uno u otro modo, tal vez relacionado, en este caso sí, con la mayor o menor incertidumbre en la presentación por parte del hablante. Por otra parte, es posible que en la lengua hablada, como ya apuntaba Renaldi (1977: 334), el uso del indicativo presente un nivel más alto que el que registra la lengua escrita, lo que concuerda con los datos de Barrios Sabador (2016) que señala una mayor presencia del indicativo con quizá y, en general, con todos los operadores de probabilidad de doble selección modal en un estudio realizado sobre los textos orales del CREA. Si analizamos los usos de quizá(s) en el PRESEEA, en aquellos casos en que sigue un verbo no subordinado27 a quizá28, vemos que la proporción de uso del indicativo (77 casos, 60,2 %) es superior a la del subjuntivo (51 casos, 39,8 %)29. No tenemos en cuenta los casos, por otra parte poco frecuentes, en que quizá(s) va seguido de otro operador modal de duda, como a lo mejor o de repente en Hispanoamérica, en que el segundo operador, más próximo al verbo, puede ser 27 También quizá puede motivar que aparezca un verbo en subjuntivo en una oración subordinada que en el español actual llevaría en su construcción habitual verbo en indicativo. Resulta curiosa la siguiente construcción en la que quizá, focalizado, se anticipa al verbo principal, creer, pero incide realmente sobre el de la subordinada completiva que aparece en subjuntivo: “pero quizá yo creo que tenga que ir menos gente a la universidad a ser licenciados en medicina” (PRESEEA, MADR_H23_033). 28 Son muy frecuentes en este corpus, que recoge conversaciones de diversas ciudades del mundo hispanohablante, los casos en que quizá no incide sobre toda la oración, sino que focaliza un elemento oracional. 29 El desglose de los distintos tiempos verbales usados tras quizá(s) es el siguiente: presente de indicativo: 40; pretérito imperfecto: 9; pretérito perfecto simple: 10; pretérito perfecto compuesto: 6; condicional: 10; futuro: 1; presente de subjuntivo: 40; pretérito perfecto de subjuntivo: 2; imperfecto -se: 2; imperfecto -ra: 6; pluscuamperfecto -se: 1; pluscuamperfecto -ra: 2
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el que influya en mayor medida en la selección del modo30. El uso del presente de indicativo y del presente de subjuntivo se hallan equilibrados (40 ejemplos de cada uno), y el uso del futuro de indicativo es meramente residual. En los ejemplos de PRESEEA los usos de quizá + subjuntivo en conversaciones procedentes de ciudades españolas son algo más elevados que en las procedentes de ciudades hispanoamericanas. Es especialmente alto el uso del indicativo en los ejemplos de Santiago de Chile. Aunque el corpus es quizá algo limitado para poder extraer conclusiones sobre preferencias geográficas31, la comparación con los datos para ejemplos de lengua escrita actual del corpus de Davies (2002-) parece confirmar, al menos en el caso de Chile, una preferencia claramente superior a la media del mundo hispanohablante por el uso del indicativo tras quizá. quizá + pres. subj.
General
España
México
Argentina
Chile
32242
11628
5023
2185
471
quizás + pres. subj.
44603
13906
4956
4321
1473
TOTAL quizá(s) + pres. subj.
76845 (61,6 %)
25534 (63,9 %)
9979 (62,3 %)
6506 (63,4 %
1944 (46,5 %)
quizá + pres. ind.
17058
5774
2584
1008
359
quizás + pres. ind.
26977
7722
2743
2495
1737
TOTAL quizá(s) + pres. ind.
44035 (35,3 %)
13496 (33,8 %)
5327 (33,3 %)
3503 (34,1 %)
2096 (50,2 %)
1531
409
276
99
34
quizá + fut. ind. quizás + fut. ind.
2242
491
426
157
105
TOTAL quizá(s) + fut. ind.
3773 (3 %)
990 (2,3 %)
702 (4,4 %)
256 (2,5 %)
139 (3,3 %)
TOTAL quizá(s) + pres./fut. ind.
47808 (38,4 %)
14396 (36,1 %)
6029 (37,7 %)
3759 (36,6 %)
2235 (53,5 %)
Encontramos tres ejemplos de quizá(s) a lo mejor y cuatro de quizá(s) de repente. Hay un curioso ejemplo en el que el hablante, tras la secuencia quizás a lo mejor introduce una forma en que se mezclan las características formales del presente de subjuntivo y el futuro de indicativo, probablemente por vacilación del hablante entre la forma que pide quizás y la que pide a lo mejor: “y bueno nos lo pasamos muy bien / sí muy bien // la verdad que / que bueno que quizá a lo mejor / ya no podramos ir más” (PRESEEA, GRAN_H21_043). 31 A la hora de extraer conclusiones a partir de un corpus limitado hay que ser muy cuidadoso. A este propósito podemos señalar cómo Renaldi (1977: 334) apunta la ausencia de quizá(s) en Argentina en el examen del corpus de textos analizados para su estudio (aunque en ningún caso sostiene a partir de ahí su inexistencia). Sin embargo, esto puede deberse al azar o a preferencias personales en un corpus limitado. Los datos de uso por millón de palabras que ofrece el corpus de Davies (2002-) de quizá y quizás en Argentina ofrecen un uso no inferior a la media hispánica: 61,80 usos por millón de palabras para quizá (uso general 66,72), y 125,05 para quizás (uso general 93,61). 30
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Podemos apreciar en el cuadro anterior una sorprendente uniformidad en cuanto a los porcentajes de empleo de indicativo y subjuntivo en oraciones referidas al presente y futuro en España, México y Argentina, que se desvían muy poco por encima de la media de los países de habla española, que se sitúa ligeramente por encima del 60 % de uso del presente de subjuntivo en estos casos. El único país de los examinados que se desvía notablemente tanto del resto como de la media es Chile, que, con más de 15 puntos porcentuales por debajo de ella, es el único país que, incluso en el registro escrito procedente de la web, muestra un uso superior de indicativo frente a subjuntivo tras quizá en este contexto. 4. Quién sabe como operador epistémico de duda (‘quizá’) y quizá(s) como marcador de desconocimiento Como hemos dicho antes, en el español actual, quién sabe, en referencia anafórica a lo anteriormente mencionado, se utiliza con frecuencia para expresar duda, muchas veces como respuesta a una pregunta previa. Esta pregunta puede ser total (37) o parcial (38): (37) Niña, ¿ya habrá venido tu padre? –¡Quién sabe mamá! (José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, ca. 1818, apud CORDE). (38) Me opuse: ¡sí, señor!… porque usted sabe muy bien que al Río de la Plata no va flota alguna de Cádiz. ¿A qué iba allí, pues, ese situado? –¡Quién sabe, señor!… ¿qué sé yo de estas graves cosas de gobierno? (Vicente Fidel López, La novia del hereje o la Inquisición de Lima, 1854, apud CORDE).
En ambos casos, la pregunta retórica se convierte en fórmula para indicar ignorancia o desconocimiento de algo, pero esa ignorancia puede implicar duda en la respuesta a una interrogativa total: si algo puede suceder o no, dudamos de que suceda, quizá suceda, quizá no. La ignorancia de elementos interrogativos como qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué, etc. no supone duda respecto al cumplimiento de lo expresado en la oración previa, ni respecto a la realidad de que haya un qué, un quién, un cuándo, un cómo, etc. sino sobre cuál es el elemento que debe rellenarlo. No puede derivar por tanto hacia el valor prototípico de quizá (‘quizá’, ‘tal vez’). A partir de estos empleos como respuesta a una interrogativa total, quién sabe pudo extender su uso para indicar duda, entre pausas, precediendo generalmente o a veces o siguiendo a un elemento oracional que se quiere focalizar (cf. antes ejemplo 9). El uso de quién sabe siguiendo tras pausa a un elemento oracional lo documenta el CORDE desde el xix (39); el uso parentético, incidiendo sobre un elemento oracional, lo vemos en el CDH desde principios del siglo xx (40), y se hace mucho más intenso a finales de este siglo y en el xxi (41):
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(39) Algunos puntos blancos se destacan de aquella perspectiva bosquejada en el horizonte… –Serán casas, quintas, sepulcros, morabitos… ¡quién sabe!… (Pedro Antonio de Alarcón, La Alpujarra: sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia, 1874, apud CORDE). (40) Encantos maléficos, buenos milagros. Son todo lo irreal, y todo lo sueño. No quieren, ni pueden, nacer pues son vagos. Son viejos los pobres, son cuentos de abuelo. Nacidos, quién sabe, mirando en el fuego, en noche tranquila y apta al recuerdo (Ricardo Güiraldes, El cencerro de cristal, 1915, apud CDH). (41) Por ello una de las primeras medidas de Cabeza de Vaca es intentar establecer este contacto y llegar –¡quién sabe!– antes que los mismos peruanos a las serranías de la plata (Manuel Ballesteros Gaibrois, Historia de América, 1946-1952, apud CORDE). (42) A Marcos no le espera mejor futuro si fracasa: quedará como un falso Séneca, un poeta errático, un seductor patético. Volverá, quien sabe, a la amenaza de las pistolas o de su prosopopeya (“JOSÉ LUIS PEÑALVA”. El Norte de Castilla. Valladolid: nortecastilla.es, 2001-03-30, apud CORPES XXI).
En cambio, cuando precede a una oración completa, quién sabe mantiene el valor de indicar ignorancia o desconocimiento, pero aparece con frecuencia precediendo, o a veces siguiendo, a un operador epistémico de duda, como acaso, tal vez, a lo mejor o quizá(s)32, sin cuya coaparición el uso de quién sabe no sería posible: (43) “Señor cura…” ¡Esto me agrada! ¡Celebro que se despida de un sacerdote a quien nombra con tanto respeto! Pero, ¿quién sabe? ¡Acaso el joven necesitaba una partida de bautismo!… (Pedro Antonio de Alarcón, Relatos, 1852-1882, apud CORDE). (44) O, quién sabe, tal vez tratara de hacerme creer que ella no hacía diferencias con Pablo, que éste era un amigo más y, sobre todo, que no concedía la menor importancia a las declaraciones que Pablo hubiera hecho acerca de su marido (Adelaida García Morales, La lógica del vampiro, 1990, apud CREA). (45) Bueno, quién sabe, a lo mejor no es así… qué sé yo… (Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador, 1974, apud CORDE). (46) Era alto y muy fuerte, con un rostro simiesco acentuado por unas protuberantes cejas que -quién sabe- quizá le impidieron ver el peligro (Bruno Cardeñosa, El código secreto. Los misterios de la evolución humana, 2001, apud CREA). 32 También puede usarse quién sabe junto a oraciones en las que aparece un operador modal que indica un grado más alto de probabilidad, pero no certeza absoluta, como probablemente, seguramente, o junto a oraciones que indican la duda o incertidumbre por otros medios, como la utilización del futuro o el condicional, o el uso de verbos que pueden indicar modalidad epistémica, como poder o deber.
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(47) Aquella vibración de la antena no venía de los mosquitos, sino del estallido que había fundado el tiempo y el espacio y los astros y todo lo demás. Y quizá, quién sabe, digo yo, el eco estaba todavía ahí (Eduardo Galeano, Bocas del tiempo, 2004, apud CREA).
Hay, sin embargo, algunos casos en hablas hispanoamericanas en los que quién sabe, sin ir en posición parentética, aparece en una oración con el mismo valor que quizá. Kany (1970: 376-377) comenta que generalmente aparece sin acentuar y en una sola palabra, lo que puede apuntar a un proceso de gramaticalización y univerbación, y señala este uso en varios autores procedentes de Bolivia, Perú y Cuba. También Corominas (1981-1990: IV, 739b) se refiere al uso de quién sabe por quizá en casos del tipo quién sabe no vaya, quién sabe iremos, etc., cuya existencia señala en Argentina, Cuba, “y seguramente en otras partes de América, donde hoy quizá(s) tiende a caer en desuso, siendo reemplazado por quién sabe”. No obstante, la posible tendencia a que quién sabe reemplace a quizá(s) en algunas áreas de Hispanoamérica no parece confirmarse. En las conversaciones de PRESEEA no encuentro casos de quién sabe no parentético con el valor de quizá y son muy escasos en los corpus académicos (CORDE, CREA, CORPES XXI). Por el contrario, en todos los países hispanoamericanos, incluidos los que señalan Kany y Corominas, se registran sin dificultad ejemplos de quién sabe parentético. Los únicos ejemplos que hallo en el CORDE de quién sabe con el valor de operador de duda proceden de un país, Perú, y de un autor, Ciro Alegría, que ya había sido citado por Kany al dar muestras de este uso. En CORDE es posible documentar bastantes ejemplos, todos procedentes de La vida es ancha y ajena (1941), que pueden añadirse a los señalados por Kany. También en la red pueden hallarse algunos ejemplos peruanos. Y en un registro cuidado aparece también en alguna obra literaria, como en la novela Las orillas del aire de la peruana Karina Pacheco, puesto en boca de personajes de educación universitaria: (48) “Cierto –dijo el sapo–, nosotros no tenemos por qué juzgar a nuestro juez”. Y la cigarra gritó: “Garza, queremos únicamente que nos digas cuál de nosotros dos canta mejor”. La garza respondió: “Entonces acérquense para oírlos bien”. El sapo dijo a la cigarra: “Quién sabe nos convendría más no acercarnos y dar por terminado el asunto” (Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno, 1941, apud CORDE). (49) ¿Pero fue asesinado en Las Tunas? Quién sabe lo asesinaron lejos y, para despistar, condujeron la cabeza hasta allí (Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno, 1941, apud CORDE). (50) Pensaré que al final del arco iris / otra historia habrá. / Volver a comenzar / quién sabe vuelva a amar (Jorge Paucar, Que seas feliz. En línea: ). (51) Eugenio Ruiz fue quien me engendró y, si las cosas no hubieran ocurrido tal como ocurrieron, quién sabe yo también pude haber nacido en Amantay (Karina Pacheco Medrano, Las orillas del aire, Lima, Seix Barral, 2017, p. 234).
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(52) Quién sabe alguna vez, soñando, tiramos un guijarro y rebotando y cien veces, con gracia y alevosía atravesó el Vilcanota y retornó a nuestra vera (Karina Pacheco Medrano, Las orillas del aire, Lima, Seix Barral, 2017, p. 248).
En estos casos podría pensarse en una eliminación de la conjunción si y adquisición por parte de quién sabe del valor de operador modal epistémico, lo que estaría en línea con la tesis de Corominas sobre la formación de quizá. Como hemos señalado, el uso de quién sabe como operador de duda, con el valor de quizá, aunque más allá del uso vulgar llega a emplearse también en un registro culto, no parece alcanzar un empleo muy alto en la actualidad, al menos en el registro escrito. En cambio, sí hemos podido documentar en CORPES XXI el uso inverso, el de quizá con el valor de quién sabe, acompañando a pronombres y adverbios interrogativos. En el CORPES XXI documentamos un caso en Argentina y un uso especialmente intenso en Chile: (53) Por primera vez hube de enfrentarme a mi padre ya muerto y que, no obstante, volvía desde quizás qué mundo sólo para interponerse y mostrar un odio que se había incubado desde mi nacimiento (Fernando Molle, “La trágica matriz familiar”, Clarín. com. Revista Ñ, Buenos Aires: edant.clarin.com/suplementos/cultura, 2001-10-28, apud CORPES XXI). (54) ¡Matías, la leche!, grita Lucía quizá desde qué lugar del departamento (Diego Zúñiga, Chile, Racimo, Barcelona, Random House, 2015, apud CORPES XXI). (55) El Testigo viaja en metro. De pie, claro. Quizás cómo, entre apretones y empujones, se las arregló para abrir el diario, y trata de incomodarse para leerlo (GuillermoBlanco, “Licencia para ejercer la grosería”, La Nación.cl, Santiago de Chile: lanacion.cl, 2007-02-14, apud CORPES XXI). (56) Ismenia se teñía de colorado la piel mientras se amasaba los músculos del cuello. Contraídos o flojos, quizás cómo se le habían puesto de tanto volver la cabeza para estirar los ojos y dar un vistacito a la diabla. Quizás cómo tenía los músculos del cuello de tanto volver la cabeza con los ojos ya estirados para ver a Marcial. Quizás (Carmen Figueroa Salas, “Nada de ruidos. Nada de huesos. Nada”, Ansias Vivas, Santiago de Chile, Forja, 2005, apud CORPES XXI).
La búsqueda en la red también permite encontrar con facilidad ejemplos de este tipo de construcción. Hallo uno procedente de Bolivia (57), y muchos procedentes de Chile (58-62). Los ejemplos chilenos pueden darse en cualquier tipo de registro, incluyendo el escrito ensayístico y académico. En un caso (58) alterna con quién sabe, posiblemente para buscar variedad formal. (57) “¡Pero cómo vamos a traer a mi hijita!” –dice su madre, Marta Balboa– “si esta sala está llena de ellos… quizás qué le dirían, cómo la tratarían…” (impunidad para un violador, http://oge.cl/bolivia-impunidad-para-un-violador/). (58) este vaso de leche que bebo junto a mis hijos todas las mañanas
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lo traen quién sabe cómo desde “Chile”, un país supongo del tercer o cuarto mundo o de quizás qué galaxia (Francisco Ide, Poemas para Michel Jordan, http://poesiasub25.com/poesia/ michael-jordan-francisco-ide/). (59) Sotero, representa, entonces, como polo contrario a Nicanor, el hombre argentino visible quien, en la luminosidad de su encanto, entrabado por quizás qué misteriosos compromisos, es incapaz de sembrar una alegría permanente y recoger el fruto de ella (Jaime Alberto Galgani, “Ágata Cruz: historia de una pasión argentina. Presencia de la mujer y a-presencialidad de lo femenino en la novela Todo verdor perecerá, de Eduardo Mallea”, Teología y Vida, vol. XLVII, 2006, 344-351, en línea: ). (60) Digamos que a mis once años yo habitaba mi propio Elqui, el reino de todo niño, alhajado de maravillas muy simples: unos guijarros de río que para mí eran gemas de la Reina de Sabá, unas plumas de faisán que me había traído un arriero recogiéndolas quizás dónde, y la mata de jazmín que era mi Alhambra perfumada (Gabriela Mistral, “Hija del cruce” [1942], en Chile, país de contrastes, Santiago de Chile, Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile, Biblioteca Nacional, Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile, 2009, p. 147. En línea: ). (61) A mi padre no le supe la cara, mi madre murió quizá cuándo, tampoco la recuerdo (Isidora Aguirre, “El apuntamiento”, 1968, en línea: ). (62) Hoy gran fracaso en un simple puente levadizo para cubrir un ancho de sólo 90 metros; fracasa perdiéndose años de aporte a la sociedad, más muchos recursos económicos directos que quizás quién los va a pagar. Frente a ello, un Colegio profesional debilitado y en silencio; la dictadura pasada lo transformó en una asociación gremial, eliminando la obligación de la colegiatura y quitándole la responsabilidad de la vigilancia de la ética profesional (Rolando, “Qué nos está pasando en Chile. Los casos de Cau Cau y de SERVEL generan indignación y pesimismo”, en línea: ).
Evidentemente, no es posible pensar en el mantenimiento de un valor verbal de quizá(s), más teniendo en cuenta que la forma especial con modificación formal, quiça(be) que desembocó en la creación del operador epistémico de duda –moderno quizá(s)–, no se documenta nunca antes del siglo xx seguida de pronombre o adverbio interrogativo. Tampoco podemos entender que en el español chileno moderno quizá haya adquirido un valor oracional, equivalente a interrogativo + verbo que pueda llevar un objeto directo. Es cierto que la duda, señalada a través de un operador epistémico como quizá(s), implica incertidumbre, desconocimiento, y la indicación del desconocimiento podría extenderse también para aplicarse a un elemento introducido por una palabra interrogativa; pero creemos más bien que este uso de quizá(s) puede deberse en parte a la equiparación de quizá(s), ope-
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rador de duda, con quién sabe, que en determinados contextos, especialmente entre pausas e incidiendo sobre un elemento oracional, llega también a usarse como operador epistémico de duda; por otra parte, el hecho de que con frecuencia quién sabe aparezca precediendo o siguiendo a otro operador de duda, como tal vez, a lo mejor o quizá(s), inserto en la oración a la que afecta (v. 44-48), pudo facilitar el que también esta secuencia se llevara a otros contextos en los que quién sabe podía utilizarse, pero quizá(s) no: aquellos en que va seguido de un pronombre, determinante o adverbio interrogativo. Un paso intermedio pudo ser la aparición de quizá precediendo a quién sabe solo o ante pronombres y adverbios interrogativos, que encontramos en ejemplos procedentes de México, Argentina y Chile: (63) Dice la gente de antes que el clima de Saltillo ya no es ni sombra de lo que fue. Quizá sí; quizá no; quizá quién sabe (en línea: ). (64) Pero el reflejo viene de un solo lugar Y vos quizá quién sabe de donde (La Renga33, Mujer Del Caleidoscopio, letra, en línea: ). (65) como ocurre entre octubre y noviembre, muchos parecen buscar en Filsa los libros que más fueron comentados durante el año –las novedades– y así elegir los que serán leídos en vacaciones o quizá quién sabe cuándo (QP Qué pasa. Guía del ocio; en línea: , Chile). (66) ¡Sepa Moya!: quizás quién sabe (“Dichos”, en la página web Cultura de Chile ).
Obviamente, la utilización de quién sabe como ‘quizá’ documentada en Bolivia, Perú, Argentina y Cuba también pudo propiciar la equiparación de los empleos de ambos operadores, y el paso así de quizá a los usos de quién sabe; pero por el momento no se ha documentado un uso intenso de quien sabe ‘quizá’ en Chile, que es donde precisamente el uso de quizá en los contextos de quién sabe como operador modal que marca ignorancia o desconocimiento tiene un desarrollo más intenso34. La Renga es el nombre de un grupo musical argentino. Quién sabe, y quizá en las áreas en que se iguala con quién sabe en estos contextos, tiende a formar pronombres, determinantes y adverbios interrogativos complejos, que aportan a la palabra interrogativa la indicación de desconocimiento: quién sabe qué/quizá(s) qué ‘algo no precisado o desconocido’; quién sabe/(quizá(s) dónde ‘lugar no precisado o desconocido’, quién sabe/quizá(s) cómo ‘de modo no precisado o desconocido’, etc. No obstante, la fijación en una única secuencia no es absoluta, pues quién sabe o quizá(s) en esta función, cuando afectan a un sintagma preposicional, pueden situarse delante o detrás de la preposición: quién sabe / quizá(s) de donde / de quién sabe / quizá(s) dónde (cf. antes ejemplos 53 y 54). De un modo semejante actúan otras secuencias, que podemos considerar también operadores que indican 33 34
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Conclusiones El operador modal epistémico de duda más antiguo registrado en el español medieval es alquieras, dis legomenon documentado en las Glosas Emilianenses y Silenses, y del que no tenemos testimonios posteriores en textos peninsulares medievales. El operador de duda que encontramos con más frecuencia en los textos medievales es quizá, documentado desde los primeros textos, presente ya en el Cantar de mio Cid, y junto a él se encuentra también por (a)ventura, que se documenta al menos desde principios del xiii con el valor de ‘quizá’ y más frecuentemente de ‘por casualidad’. Quizá aparece gramaticalizado desde los primeros textos y presenta como única función la de operador epistémico de duda. Se ha llegado a su completa univerbación, y, aunque aún puede presentar variantes formales como quiçabe o quiçab, que están formalmente más cercanas a la secuencia que dio origen a este operador, no son iguales a ella por la presencia de una sibilante africada, distinta de la alveolar de qui sabe y la reducción a un único lexema con un único acento de intensidad, además de la frecuente caída de la -e final. La posterior evolución formal con pérdida de la -b, e incluso la creación más tardía de una variante con -s adverbial, lo alejan aún más de la secuencia de origen, al tiempo que muestran que no hay conciencia en el hablante de cuáles son sus elementos formadores. Este operador ha sido de uso constante y frecuente a lo largo de toda la historia del español, y es el único de los operadores epistémicos de duda del español medieval y clásico que sigue teniendo una notable vitalidad en esta función. Puede apreciarse en la evolución de sus usos el abandono de aquellos empleos –poco frecuentes ya desde los textos más antiguos en que se documenta– en que aún podría aparecer seguido de la prótasis de una oración condicional y el creciente empleo del subjuntivo en las oraciones introducidas por este operador, especialmente las referidas al futuro, que en el español medieval llevaban el verbo en futuro de indicativo y en las que en el español actual, aunque con diferencias dialectales, predomina el uso del presente de subjuntivo. En algunas áreas de Hispanoamérica la secuencia quién sabe ha desarrollado también empleos como operador epistémico de duda, lo que parece ser el resultado de un proceso de gramaticalización semejante al que llevó a la formación del adverbio quizá, aunque, en contra de lo que señala Corominas, su intensidad de empleo no parece tan notable como para competir ventajosamente con quizá(s) en estas zonas. Más sorprendente resulta el uso de quizá(s) con el valor de quién sabe, acompañando a pronombres y adverbios interrogativos, uso especialmente intenso en Chile, convirtiéndose en lo que podríamos deno-
ignorancia o desconocimiento como Dios sabe o no sé, yo qué sé/qué sé yo. Sobre no sé qué cf. Sánchez Jiménez (2010, 2015).
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minar un marcador de ignorancia o desconocimiento. Este desarrollo muestra un proceso de refuncionalización inverso al que lleva de qui sabe a quizá, o más modernamente a la gramaticalización de quién sabe, y apunta a la posible bidireccionalidad en algunos procesos de gramaticalización, especialmente de pragmaticalización, en este caso tal vez influido por la extensión de quizá desde unos empleos compartidos con quién sabe a nuevos entornos en los que antes el empleo de quién sabe era exclusivo. Referencias bibliográficas Fuentes primarias: corpus CDH= Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la Real Academia Española (2013): Corpus del Nuevo diccionario histórico (CDH) [en línea]. [Consulta: abril-junio de 2018]. CORDE: Real Academia Española: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español [] [Consulta: abril-junio de 2018]. CORPES XXI: Real Academia Española: Banco de datos (CORPES XXI) [en línea]. Corpus del español del siglo XXI [] [Consulta: abril-junio de 2018]. CREA: Real Academia Española: Banco de datos (CREA) [en línea]. Corpus de referencia del español actual [] [Consulta: abril-junio de 2018]. Davies, Mark (2002-): Corpus del Español. [Consulta: marzo-abril de 2018]. PRESEEA (2014-): Corpus del Proyecto para el estudio sociolingüístico del español de España y de América. Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá. [Consulta: marzo-abril 2018].
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TIPOLOGÍA Y GENEALOGÍA DEL USO DEL DISCURSO DIRECTO EN LA LITERATURA MEDIEVAL CASTELLANA (PERSPECTIVA TEÓRICA Y COMPARADA) Luis Martínez-Falero Universidad Complutense de Madrid
Asegura Paul Zumthor en su Langue et techniques poétiques à l’époque romane que la retórica latina que servía de soporte técnico a la literatura medieval europea podría interpretarse como “la forma osificada de una antigua doctrina del lenguaje” (1963: 23), cuyos mecanismos aparentemente aislarían y alejarían la literatura de la lengua viva, en uso, a través de sus alambicados y artificiales mecanismos de construcción del discurso. Si asumiéramos la antigua retórica como un armazón inflexible, determinado por reglas de composición (a través de las partes artis tradicionales), podríamos considerar que la retórica sería un obstáculo para la creación literaria. Ahora bien, debemos partir de la necesidad de instrumentos técnicos orientados al docere, movere, delectare como finalidades no solo del discurso oratorio, sino también del discurso literario, tal como hallamos en el medievo, hasta que en el Renacimiento se desarrolló el creciente papel del movere y el delectare frente al docere. Por tanto, en esa Edad Media latina, la finalidad de la retórica seguía manteniendo su vigencia, así como su arsenal de procedimientos de construcción del discurso, todo ello claramente orientado hacia la literatura, toda vez que la elocuencia tenía un papel bastante disminuido (por no decir “nulo”) en la sociedad feudal, como tampoco lo tendrá después con las monarquías absolutas. Precisamente un pequeño conjunto de estos recursos técnicos fueron propuestos y aplicados al Cantar de mio Cid por José Luis Girón Alconchel (1990) y han sido estudiados en otras obras medievales por Elena Leal Abad (2007), al recoger algunos de los procedimientos retóricos empleados para la construcción de los diálogos, con la intención por parte del autor o del copista (en tanto que, en muchas ocasiones, actuaría como adaptador de un texto) de reproducir lo más fielmente la lengua oral, así como los elementos gestuales que quizá acercarían el texto a una realidad comunicativa respecto, principalmente, de los oyentes y, tal vez, de los lectores1. Así, señala Rafael Cano Aguilar: “Esta vinculación de inicio a la oralidad en los primeros textos escritos en romance tendría su traducción en la pretendida presencia de rasgos lingüísticos de la oralidad en ellos, según quiere la visión tradicional, dada la ausencia de modelos 1
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Por ello, voy a comenzar el estudio del discurso directo (DD) en la literatura medieval castellana (considerando, además, sus antecedentes literarios, tanto procedentes de la literatura latina –doctrinal o no–, como de la literatura francesa), indicando las categorías del DD en la teoría retórica clásica, para, a partir de ahí, realizar un breve recorrido por la teoría contemporánea, de tal manera que, conociendo qué planteamientos teóricos se aplicaron en la Edad Media por la lectura directa de las fuentes, podamos desembocar en una perspectiva actualizada tanto de la lingüística, como de la teoría de la literatura, en lo que concierne a los discursos referidos (DR). Heinrich Lausberg, en su Manual de retórica literaria, recoge, en la parte correspondiente a la elocutio, la sermocinatio como recurso basado en la inclusión de DD en el discurso oratorio, partiendo de la doctrina contenida en el libro IX (2.29) de la Institutio oratoria de Quintiliano. Sabemos que la obra de Quintiliano se transmitió de manera muy parcial a lo largo de la Edad Media (solo los primeros cuatro libros de la Institutio, dedicados esencialmente al método pedagógico), si bien una de las fuentes para esta sección de la Institutio sí conoció una amplia difusión en la Europa académica: la Rhetorica ad Herenium (4.52.65), atribuida a Cicerón; como también fueron muy conocidos los breves tratados de los llamados rhetores latini minores (Julio Rufiniano, Rutilio Lupo o Aquila Romanus, para lo que nos ocupa), donde la sermocinatio se formuló bajo los términos de prosopopeya o de etopeya (προσωποποιία, ἠθοποιία). Este procedimiento, cuya finalidad es triple –mostrar el carácter del personaje a través de su forma de expresarse, dotar de verosimilitud al discurso y servir de variatio a la narración de los hechos–, conoce tres modalidades: el discurso no dialógico, de naturaleza inequívocamente retórica; los dichos dialógicos; y el soliloquio o reflexión mental no expresada, que recoge el concepto de διαλογισμός de Julio Rufiniano (Lausberg 1991: II, 235-241). Esta partición teórico-discursiva, respecto del DD, viene a coincidir en buena medida con la establecida por José Luis Girón Alconchel para el estudio de Las formas del discurso referido en el “Cantar de mio Cid” (1989): el monólogo (como reproducción de los pensamientos o de las palabras) y los diálogos. De un modo u otro, esta inserción de secuencias de discurso ajeno en la voz de un narrador o en el discurso oratorio supone una ineludible cuestión lingüística. Como punto de partida para esa descripción lingüística podemos considerar la defilingüísticos romances. Hay que insistir, sin embargo, en que los textos donde se ‘estrena’ el romance, por ejemplo en Castilla, son textos propios de situaciones formales (documentos jurídicos), y que no todos los primeros monumentos de la poesía van destinados a la enunciación oral ante un público oyente con presencia directa: la poesía culta de la clerecía puede tener ese destino, como ocurriría con la propaganda de Berceo, pero difícilmente se le puede adjudicar tal objetivo a un poema como el Libro de Alexandre, que es por cierto uno de los que primero se puso por escrito en romance hispano” (2003: 32). Sobre la oralidad en textos castellanos, cf. Bustos Tovar 1993.
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nición formulada por Valentín Voloshinov: “El discurso referido es discurso dentro del discurso, enunciado dentro del enunciado, y al mismo tiempo discurso acerca del discurso, enunciado acerca del enunciado” (1976: 143). Ello supone que el DR, aun siendo autónomo, se integra en la estructura textual que le sirve de contexto: El discurso referido es trasladado al contexto del autor conservando su propio contenido referencial y por lo menos los rudimentos de su propia integridad lingüística, su original independencia de construcción. El enunciado del autor, al incorporar el otro enunciado, pone en juego normas sintácticas, estilísticas y de composición para su asimilación parcial, es decir para adaptarlo al plan sintáctico, estilístico y de composición del enunciado del autor, preservando al mismo tiempo (aunque sea en forma rudimentaria) la autonomía inicial (en términos sintácticos, estilísticos y de composición) del enunciado referido, tratado de forma aislada como tema del discurso (Voloshinov 1976: 144).
Ahora bien, desde el punto de vista pragmático nos encontraríamos ante un acto de habla (ficticio, en el caso de la literatura; es decir, ante un acto de ficción), en el que hallamos una doble enunciación, como sucede en el texto dramático (Cueto Pérez 1986), si bien en el texto literario no dramático, esta inserción del DR mantiene una relación semántica de continuidad respecto del enunciado en el que se integra, como ilustración que conserva la triple finalidad que considerábamos en la sermocinatio retórica: la caracterización del personaje, la variatio y la verosimilitud como efectos más inmediatos en el texto. Ello marca también una distancia frente a la voz del narrador, al introducir aspectos lingüísticos (cambio de registro, variedades diatópicas, etc.) e ideológicos que suponen una puesta en escena de los personajes (Girón Alconchel 1986b). Esta distancia ha sido formulada por M.ª del Carmen Bobes Naves en los siguientes términos: Los dos planos, el del monólogo del narrador, con su tiempo y espacio propios, y el del diálogo, situado también en sus coordenadas espaciotemporales propias, establecen una distancia que se extiende a otros órdenes: valoraciones, ideologías, contextos, codificaciones. Las relaciones lingüísticas que establece el monólogo como forma envolvente con el diálogo como objeto referido, se organizan en una amplia red que afecta a todas las circunstancias no sólo lingüísticas, sino también pragmáticas y literarias. El lector se ve impulsado a seguir los contenidos al ámbito que coherentemente les corresponda y además debe organizarlo todo en un marco único que es el discurso también único del texto narrativo (Bobes Naves 1992: 121-122).
Ello puede incluir también los elementos gestuales que completan la comunicación, a través de signos no verbales paralingüísticos, kinésicos, proxémicos, etc., lo que nos acerca también a la actio retórica y nos da cuenta, desde un punto de vista histórico, de la gestualidad que acompañaba determinadas situaciones comunicativas; como sucede, por ejemplo, con la señal de la cruz realizada por el chantre de Talavera al indicar que ha criado a su sirvienta desde que se quedó
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huérfana (verso 1706d del Libro de buen amor): “[…] hué[r]fana la crié; esto porque non mienta” (Juan Ruiz 1992: 448); o la palmada que hace caer la olla de miel de Doña Truhana, al reír, en El conde Lucanor (Exemplo VII): “E pensando en esto començó a reír con grand plazer que avía de la su buena andança, e, en riendo, dio con la mano en su fruente e entonçe cayol la olla de la miel en tierra, e quebróse” (Don Juan Manuel 1982: 106). La neurociencia nos ofrece la cuarta finalidad del uso del DD en los textos, literarios o no. En un artículo de 2013, publicado en la revista Plos One, el grupo de investigación dirigido por Anita Eerland concluía que el empleo tanto del DD como del discurso indirecto (DI) permitía una mayor retentiva del contenido de los mensajes por parte de los oyentes, correspondiendo al DD una mayor capacidad para la representación mental de los contenidos expuestos durante el acto comunicativo (Eerland et al. 2013), es decir, de la macroestructura textual. En el caso de la literatura medieval, si aplicamos esta conclusión extraída de la práctica clínica neurocientífica, podemos indicar que el empleo del DD permitiría una mejor memorización del discurso por parte del juglar (además de permitirle la representación de las diversas voces, acompañadas de sus gestos correspondientes), así como una mejor y más poderosa recreación mental de lo comunicado por parte del auditorio o el lector. Tal vez ello explique la sobreabundancia de DR en los libros de enxiemplos (v.gr. en el Calila e Dimna o el Sendebar) o en los tratados doctrinales (v.gr. en el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo); por no entrar en los poemas de debate (“Elena y María”, “Razón de amor”…), que entroncan, por una parte, con las argumentaciones y contraargumentaciones habituales en el mundo escolar medieval (con raíz en la oratoria forense expuesta por Cicerón en el tratado De inventione) y en los debates de ambientación pastoril, de acuerdo con fuentes clásicas como Teócrito o Virgilio (Franchini 2001: 14-15); y, por otra, con leyendas cristianizadas (como sucede con El encuentro de los tres muertos y los tres vivos, texto surgido muy probablemente en el norte de Italia, recogido por Baudouin de Condé hacia 1280 y difundido por toda Europa) y que cabe situar como uno de los orígenes de las danzas de la muerte (Infantes 1997: 41), con una estructura formal muy parecida en todas las obras pertenecientes a estos dos géneros medievales. En lo que respecta a la literatura, el DD ha sido tratado de manera tradicional, es decir, en la línea de los DR tal como los considera la gramática (DD y DI), al que se añade el DI libre, como muestra Graciela Reyes en su Polifonía textual. Partiendo de la República de Platón y su tripartición en el modo de representación o estilos al tratar la lexis, Graciela Reyes nos indica que “el estilo directo corresponde a la mímesis platónica, en la cual el poeta trata de crear la ilusión de que no es él quien habla, sino otro” (Reyes 1984: 77). No obstante, estas posibilidades discursivas, en lo que afecta al DR, alcanzó en la teoría narratológica un mayor grado de complicación, como nos muestra Mario Rojas a través de las tipologías discursivas establecidas por narratólogos norteamericanos de la década de los se-
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tenta, y que también integrará Shlomith Rimmon-Kenan en su teoría del texto narrativo (1983: 109-110). Así, Mario Rojas establece la siguiente tipología de DR: El sumario diegético. En esta categoría se indica que ha habido un acto de habla, pero no se especifica ni su contenido ni su textura verbal […], Sumario menos diegético […] Aquí se informa no sólo que ha habido un acto locutivo, sino que se indica, además, el tópico de la conversación […], Discurso indirecto de reproducción puramente conceptual. En este caso se reproduce lo dicho por el personaje, pero tomando en consideración sólo su aspecto conceptual sin que exista, en el narrador, preocupación alguna por registrar elementos discursivos pertenecientes al enunciado del personaje […], Discurso indirecto mimético en algún grado. En esta categoría no sólo se reproduce el contenido del enunciado del personaje, sino que hay, además, un intento de reflejar algunos aspectos de su textura formal […], Discurso indirecto libre. Esta forma de reproducción […] no sólo es gramaticalmente intermediaria entre el discurso indirecto (DI) y el discurso directo (DD), sino también lo es desde el punto de vista de la representación mimética […], Discurso directo. Es la forma de DP [discurso del personaje] más mimética, aunque […] se trata en este caso sólo de una ilusión de literalidad, ya que todo diálogo novelístico es en alguna medida convencional […], Discurso directo libre. […] Esta categoría es una variante del DD, la única diferencia con éste es la diferencia de marcas ortográficas (Rojas 1981: 21-23).
No voy a entrar aquí en una crítica o un encomio a esta tipología de los DR y su relación con la voz narrativa, si bien cabe indicar que ha sido recogida por Sophie Marnette (1998: 118-119) para ser aplicada a los estudios sobre literatura medieval. Ciertamente, esta tipología nos va a ser útil en la consideración del empleo de los DR por parte del texto de procedencia y su manifestación en el texto medieval castellano, pues en muchas ocasiones se modifica el tipo de DR al pasar de una lengua a otra. Así, en el Libro de Apolonio, cuando Estrángilo aconseja a Apolonio ir a Pentápolin (estrofas 99-102): “Pagóme, diz Apolonio, que fablas aguisado” (Anónimo 2011: 108), con un DD que, sin embargo, en la fuente latina de este texto (la Historia Apolonii regis Tyri) se reduce a un sumario diegético: “Cumque haec dixisset…” (Anónimo 1994: 28). Como se puede apreciar, la cuestión entonces radica en la focalización del discurso, recaiga esta en el narrador (al que Rimmon-Kenan denomina “narrador-focalizador”2), lo que supone una focalización externa; o en el personaje (“personaje-focalizador”), que correspondería a una focalización interna (Rimmon-Kenan 1983: 74-76). La alternancia de ambos tipos de focalización a lo largo de la narración constituye el carácter polifónico de la enunciación, si bien no solo se trata de un artificio literario, sino que hallamos esta misma polifonía en los actos ilocutivos cotidianos, como señala 2
También en Marnette 1998: 137.
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Oswald Ducrot (1980: 44-45), puesto que todo discurso referido (sobre todo el DD) consistirá en una puesta en escena que supone que la aserción en DD realizada por un elocutor, en realidad corresponda a otro elocutor, cuyas palabras se han integrado en el discurso del primero. En cualquier caso, como ha señalado recientemente José Luis Girón Alconchel, estos procesos de gramaticalización y construcción del texto devienen en la unidad textual en la que el enunciado de DR “es una unidad por su cohesión y por su autonomía. La función de esa unidad es crear un efecto retórico, sustanciado en la propia cita como discurso dentro del discurso y acerca del discurso” (2017: 30), lo que vuelve a entroncar con la teoría de Voloshinov. En este contexto, el DD supone, por tanto, dos actos de enunciación diferentes, que poseen cada uno un punto de referencia distinto para sus agentes discursivos, lo que nos conduce a una modificación en la modalización del discurso. Así, Patrick Charaudeau (1983: 95-97 y 155163) nos habla de un proceso narrativo que cambia la percepción del lector desde la perspectiva del narrador hacia la del personaje, lo que supone un cambio desde unos presupuestos narrativos más objetivos hacia otros más subjetivos, alternándose así a lo largo del texto esta doble perspectiva. En la literatura medieval, estos procedimientos de construcción del texto pasan a ser esenciales, desde el momento en que el rasgo más característico de la literatura escrita en ese periodo es su impersonalidad, como indica Paul Zumthor: “La ley general de la impersonalidad narrativa podría enunciarse así: la poesía medieval ignora el discurso en primera persona. Esta ley comporta un pequeño número de excepciones, más aparentes que reales” (1972: 172). Por ende, las únicas ocasiones en que esta impersonalidad objetivable rotaría hacia una mayor subjetividad expresiva y de perspectiva sería a través del DD, cuando el personaje toma su voz y, a través de ella, y siempre en función del relato, conocemos otras variedades lingüísticas (en algunas ocasiones, diatópicas y/o diastráticas) distintas de las del narrador, como enunciador principal. La consecuencia de estos cambios en la enunciación es la heterogeneidad discursiva, propuesta por Jacqueline Authier-Revuz (1984), pero que enlaza con la teoría de Voloshinov, desde el momento en que “el discurso […] retiene así su propia autonomía semántica y de construcción y deja perfectamente intacta la textura lingüística del contexto que lo incorpora” (Voloshinov 1976: 143). Esta autonomía integrada del fragmento en DD, sea de manera aislada, con verbo dicendi y marcas sintácticas, sea de manera conscientemente aislada por parte del autor, mediante guiones u otras formas de introducir el discurso de los personajes, nos conduce a la tipología establecida por Authier-Revuz en cuanto a la interferencia de estos discursos heterogéneos en el hilo de la narración, que pueden concurrir de varios modos: uso de otra lengua, un registro discursivo distinto, un tipo de discurso diferente –como el técnico o el familiar–, un cambio de sentido para una palabra, etc. En lo que a nosotros nos interesa aquí (la literatura castellana) me centraré en las dos primeras, que podemos encontrar claramente recogidas en el Libro de buen amor (LBA). La heterogeneidad manifestada en el texto a través de
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un discurso en otra lengua podemos hallarla en el episodio de Pitas Payas (estrofas 474-489), donde, integrándose, además, en un nivel metadiegético (aparece inserto en la pelea del Arcipreste con Don Amor), se emplea un castellano bastante dudoso, como correspondería a un natural de la Bretaña y a su esposa: 482
Dixo Don Pitas Pajas: “Madona, si vos plaz, mostratme la figura e aján buen solaz”. Diz la muger: “Mon señer, vós mesmo la catat: fey ý ardidamente todo lo que vollaz” (Juan Ruiz 1992: 127).
La segunda manifestación de la heterogeneidad discursiva nos vendría dada por el empleo en el LBA de un registro vulgar en la voz de los personajes, como señaló José Luis Girón Alconchel (1986a: 119-120): En primer lugar, fijémonos en el paso de /F-/ latina al sonido aspirado castellano [h-]. Como se sabe, a lo largo del siglo xiv se propaga esta pronunciación norteña, aunque sin alcanzar mucho éxito en la lengua literaria. Lo cual nos permite suponer que se la consideraba popular, cuando no vulgar o rústica. Pues bien, esta pronunciación suele ponerse en boca de las serranas y de Trotaconventos. Fijándonos en este último personaje, la encontramos en discursos dirigidos al protagonista (aqueste mi harnero 718d, ponen toda su hemencia 1338d); cuando se dirige a Endrina, alterna la pronunciación normativa y la popular: hado bueno que vos tienen vuestras fadas fadado 716d. En este último verso el manuscrito único es G; en los dos anteriores la aspiración se documenta en G y T, mientras que S lee farnero y femençia. Por lo demás, el verso en que se halla el fenómeno es siempre el cuarto de la respectiva cuarteta. Estos datos permiten considerar la aspiración de /F-/ como la manifestación de un discurso social, estilizado y exhibido en el discurso literario, como una cita que caracteriza el habla de estos personajes con una nota de popularismo.
Este mismo registro popular o vulgar se manifiesta, igualmente, en las variedades morfológicas y sintácticas que caracterizan el habla de los personajes (Girón Alconchel 1986a: 120-123). Esta caracterización del personaje a través del registro empleado por el autor para determinar su habla individualizada la vamos a hallar sobre todo cuando ya ha avanzado el siglo xiii y, principalmente a partir del siglo xiv, si bien las marcas de oralidad son muy frecuentes, por cuanto el texto (épico y doctrinal fundamentalmente) están concebidos para su difusión oral y para una comprensión rápida (Zumthor 1989: 65-114). Así, por ejemplo, en la Vida de madonna sancta María Egipciaca, no aparece el monólogo o el soliloquio en DD (escaso en Lo libre dels tres Reys d’Orient y en el Libro de Apolonio, con los que comparte manuscrito3),
3
Como es de sobra sabido, el Ms. K-III-4 de la Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial.
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mientras que predomina el discurso no dialógico frente al diálogo (inversamente a los otros dos textos). Sancta María Egipciaca se encuentra muy cerca de la versión T de esta obra, conservada en la Biblioteca Nacional de Francia4, tanto en la forma (uso de pareados y cierta heterometría) como en la estructura y el contenido, si bien el registro no varía demasiado entre la voz del narrador y la voz del personaje; ni siquiera el registro de la protagonista de la obra desde su (llamemos) vida disoluta a su conversión en santa: A los maçebos saluó, su coraçon les mostró: –“Duios uos salve, jóvenes, semejádesme buenos omnes. Yo só de muy luenye nada e só fembra deserrada. En tierras de Egipto fui nada e aquí fui muy mal desaconsejada. Non he amigo nin pariente, vo mal e feblemientre […]” (vv. 332-341) (Alvar 1974: 89-90).
Cuando de Dios oyó fablar, luego se començó a santiguar: –“Ay mi senyor espirital, XLVII annyos ha, al mi cuidar, que de ti no oí fablar. Agora as un santo omne enviado e yo non oso tornar recabdo […]” (vv. 975-981) (Alvar 1974: 109).
Al primer grupo de versos (332-341) le corresponden los versos 263 al 274 de la versión francesa, donde María Egipcíaca se dirige a un solo interlocutor: “”Seigneur, dist ele, pelerin…” (verso 267) (Anónimo 1977: 38); mientras que al segundo grupo de versos le corresponden los versos 861 al 870, que el texto castellano resume: “Quant la dame ot de Diu parler, / de pitié conmence a plorer…” (Anónimo 1977: 51-52). Como vemos en el segundo ejemplo de la versión española y en el segundo de la francesa no encontramos un verbo dicendi como introducción del DD, sino que lo gestual gana terreno frente al verbo dicendi o cualquiera de los verbos que le son equivalentes desde el punto de vista semántico, como aquellos, según Cerquiglini, que expresan ‘gritar’, ‘agradecer’, etc. (Cerquiglini 1981: 23), sino que aparece introducido de manera implícita, dando paso a una prolepsis (1981: 27). De modo análogo el DD se halla en la literatura medieval en lengua inglesa y alemana: prolepsis y analepsis, con verbo dicendi (o sus equivalentes semánticos) o mediante una indicación gestual o prosódica (Emberson 1986; Louviot 2016), lo que nos conduciría hacia una tradición europea común, proceda esta de la tradición latina o de la germánica, quizá por estar ambas sometidas a una koiné estilística determinada por los copistas medievales, que transmitieron los textos tanto de las literaturas romances como de la tradición anglogermánica5.
Versión T, Bib. nat. fr. 23112 [A]. Acerca de los elementos cristianos y de la pervivencia de rituales y elementos paganos en la épica anglogermánica, cf. Chadwick 1967: 19-63. 4 5
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Precisamente por estas relaciones formales entre textos, cabe considerar nuestro estudio adscrito a la morfología comparatista (estudio comparado de las formas desde una perspectiva supranacional, es decir, comparando diferentes dominios lingüísticos), pero –al menos en esta ocasión– a partir de unas relaciones causales que permitan una mayor certeza para obtener unos resultados válidos (Cioranescu 1964: 38-41). Ello supone la relación entre un hipotexto (o texto del que procede otro u otros textos) y sus hipertextos, de acuerdo con lo establecido por Gérard Genette (1989), como modalidad más importante de la intertextualidad literaria. De ahí que, si nos centramos en la literatura medieval europea, tanto el Alexandreis de Gautier de Châtillon actúa como hipotexto del Libro de Alexandre, con las relaciones formales que se puedan establecer en cuanto a la estructura y las variantes (y que han estudiado, por ejemplo, George D. Greenia o Raymond S. Willis), del mismo modo que la Historia Apolonii regis Tyri actúa como hipotexto del Libro de Apolonio, como ha estudiado Pablo Ancos. Por este motivo, quisiera concluir mi rápido recorrido por el uso del DD con tres calas muy concretas en la literatura medieval y el empleo del DD en tres obras castellanas y en sus antecedentes textuales: la Historia troyana en prosa y verso, los Milagros de Nuestra Señora y el LBA y su adaptación de obras europeas. Una de las obras en la literatura española medieval en que el DD se manifiesta de manera menos numerosa es la anónima Historia troyana en prosa y en verso, que presenta un marcado carácter narrativo, como sucede con el Roman de Troie francés, obra de Benoît de Saint-Maure. Así podemos deducirlo de los pasajes que conforman esta obra, donde alternan discursos no dialógicos, como el lamento de Aquiles tras la muerte de Patroclo, introducido con un verbo dicendi en el verso 20 y concluido en el verso 120 de este episodio; junto a segmentos dialogados, como hallamos, de manera extensa, en el pasaje dedicado a Troilo y Briseida, introducido por un verbo dicendi en el verso 21 y que se desarrolla hasta el verso 766. A las secuencias de discurso no dialógico le corresponden exactamente otras del mismo tipo en el Roman de Troie. Así, el llanto de Aquiles por Patroclo (versos 10331 y siguientes del texto del Roman):
6 En las presumibles fuentes latinas de Benoît de Saint-Maure (Dares Frigio y Dictis Cretense) el episodio de la muerte de Patroclo se desarrolla de forma narrativa, sin que exista ningún tipo de DR, aunque en ambos autores (Dictis Cretense 3.11 y Dares Frigio 20.8-11) aparece el sumario diegético: “Achiles Patroclum plangit, Graiugenæ suos. Agamemnon Protesilaum magnifico funere effert ceterosque sepeliendos curat. Achilles Patroclo ludos fúnebres fecit” (Dares Frigio); “Sed postquam reductæ utrimque acies et iam in tuto miles noster erat, cuncti reges Achilem conveniunt deformatum iam lacrimis atque omne supplicio lamentandi: qui modo postratus humi, nunc cadaveri superiacens adeo reliquorum animos pertemptaverat […]” (Dictis Cretense) (Frigio/Cretense 1973: 25 y 58, respectivamente).
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Achillés plore Patroclus. Onques greignor duel ne fist nus! De sor le cors sovent se pasme, Mout se destruit e mout se blasme: “Ne fis pas bien, biaus chiers amis, Quant je sans moi vos i trasmis. Ha! las, cum dure destinee ! Mauvaise amor vos ai portee. Bien le conois, miens est li torz, Des que vos sans moi estes morz, Quar se je fusse delez vos, Au torneiement doleros, Ne crienseseiz ome vivant […]” (Saint-Maure 1998: 250).
[…] toda su fruente rompía lloraba fuerte e decía: “¡Ay Patroclo, ay amigo! amigo, ¿quién cuidaría que muerte nos partería de non vevir vos comigo siempre mientre yo veviese; e que luego non moriese yo, cuando a vos viese muerto? Mucho m’hobo grand despecho quien aquest mal m’hobo fecho, e por Dios fizo gran tuerto; ca si yo mal le feciera , en mi mesmo se debiera vengar, ¡ay señor comano! […]” (Alvar 1974: 191-192).
Sin embargo, existen secciones con diálogo, como, por ejemplo, en el pasaje dedicado a los amores entre Troilo y Briseida, donde el discurso que Briseida dirige a Troilo sobre su marcha de Troya obtiene como resultado los gestos de duelo de Troilo –“Troilo, cuando esto decía, / el corazón le quebraba, / toda la color perdía / grandes palmadas se daba / en la fruente e en la cara…7” (Alvar 1974: 212)– y una respuesta inmediata a Briseida. Este extenso diálogo del texto castellano, no obstante, traduce un extenso texto narrativo con breves discursos (casi cabría hablar de discurso no dialógico) insertos en el texto francés (Saint-Maure 1998: 279-283). Por otra parte, una de las cuestiones más interesantes que hallamos en Berceo es la adaptación en verso del texto en prosa sobre los milagros de la Virgen, contenidos en el Ms. Thott 128 de Conpenhage, habida cuenta –además– de la fidelidad respecto del modelo (es decir, de su hipotexto). No sucede así con la adaptación realizada sobre esos mismos textos por Gautier de Coincy, efectuada a comienzos del siglo xiii, ya que el monje francés realizó una adaptación de un número mayor de milagros y en todos ellos llevó a cabo una extensa amplificación del texto latino. Veamos tres ejemplos. Si tomamos como primer ejemplo “La casulla de San Ildefonso”, veremos Estas mismas muestras de duelo las hallamos, entre otros textos, en la narración de las exequias de Fernando III, contenida en el texto alfonsí de la Primera crónica general de España: “¿Et quien uio tanta duenna de alta guisa et tanta donzella andar descabennadas et rascadas, ronpiendo las fazes et tornandolas en sangre et en la carne biua? ¿Quien vio tanto infante, tanto rico omne, tanto infançon, tanto cauallero, tanto omne de prestar andando baladrando, dando bozes, mesando sus cabellos et ronpiendo las fruentes et faziendo en sy fuertes cruezas?” (Alfonso X 1977: 773). 7
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que el texto del tratado Miracule Beate Marie Virginis nos muestra solo dos DD no dialógicos: el discurso de la Virgen al entregar la casulla al santo y el discurso no dialógico del sucesor de San Ildefonso, Siagrio. Encontramos estos mismos discursos en el texto de Berceo (estrofas 61-63 y 69, respectivamente), añadiendo el saludo del ángel durante la Anunciación (estrofa 53). Gautier de Coincy, por su parte, atribuye el milagro a la Virgen, pero se trata de Santa Leocadia de Toledo, y los DD pertenecen a San Ildefonso, dirigidos a la Virgen Leocadia (versos 136144) y a los fieles (versos 621-644). Un caso de mayor divergencia lo podemos encontrar en el texto dedicado al “Ladrón devoto”, que no presenta DR en el texto latino, y que en el texto castellano recoge solo el rezo del “Ave María” por parte del ladrón (verso 145c de los Milagros), mientras que en el texto de Gautier de Coincy se ofrece tanto el discurso de los verdugos (versos 44-47), como la oración del ladrón dirigida a Santa María, quien lo acabará salvando (versos 56-64). Finalmente, en el milagro “San Pedro y el monje mal ordenado” (“De monacho qui meritis beate Marie ad agendam penitentiam revixit”, en el texto del Ms. Thott 128), la complejidad en la adaptación del texto en latín alcanza una mayor variedad de DR. En el texto que podemos considerar como hipotexto, aparecen solo dos secuencias en DD: un sumario menos diegético de San Pedro exponiendo que “su” monje ha ido a parar al Infierno y la respuesta en DD de Jesús; lo mismo que al intervenir la Virgen: sumario menos diegético respecto del discurso de la Virgen y DD en la respuesta de Jesús. En Gautier de Coincy, sin embargo, se mantiene esa secuencia de sumario menos diegético en el discurso de la Virgen y el empleo del DD en la respuesta de Jesús, pero hallamos un discurso no dialógico en DD en el ruego de San Pedro para salvar al monje (versos 58-92) y en la alabanza del monje resucitado (versos 174-177). En Berceo, por su parte, se conserva el sumario menos diegético y la respuesta en DD de Jesús (estrofa 164166), sumario menos diegético en el ruego de San Pedro, DD en el ruego del fraile acerca de los cuidados de su tumba (estrofas 176-177), mientras que el diálogo lo reserva para la Virgen y Jesús, lo que los humaniza y acerca la figura de la Virgen a los fieles, finalidad discursiva de esta obra de Gonzalo de Berceo. Esto lo vemos esquematizado en la siguiente tabla: Ms. Thott 128
Gautier de Coincy
Gonzalo de Berceo
- Sumario menos diegético del discurso de S. Pedro / DD en la respuesta de Jesús. - Sumario menos diegético del discurso de la Virgen / DD en la respuesta de Jesús.
- Discurso no dialógico en el ruego de S. Pedro. - Sumario menos diegético del discurso de la Virgen / DD en la respuesta de Jesús. - Discurso no dialógico para la alabanza del monje tras su resurrección.
- Sumario menos diegético en el ruego de S. Pedro / DD en la respuesta de Jesús. - DD en el ruego del fraile acerca de los cuidados de su tumba. - Diálogo en DD entre la Virgen y Jesús.
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Por último, me gustaría tratar la adaptación de textos por parte del Arcipreste de Hita, ya apuntada por Ramón Menéndez Pidal en su Poesía juglaresca y juglares (1989: 142-149), pero que aquí vamos a considerar desde la perspectiva de su utilización (cambio, mantenimiento o añadidura) en sendos episodios del LBA respecto de sus fuentes. Ello supone que nuestro planteamiento consiste fundamentalmente en considerar estas fuentes textuales como hipotexto y su transformación en sendos hipertextos. El primer episodio que aquí nos interesa es “De la pelea que ovo Don Carnal con la Quaresma” y su relación con la Bataille de Caresme et de Charnage. Mientras que en el texto del LBA predomina la narración sobre los DR, en el texto francés (de finales del siglo xiii) sucede al contrario, con una abundante concurrencia del discurso no dialógico, y el diálogo impropio (la sucesión de discursos de los personajes no supone un intercambio de información o la construcción de una macroestructura orientada a conformar un bloque de contenido unitario). No obstante, las divergencias comienzan con el contexto: Don Carnal recibe las cartas de reto de Santa Quaresma ya a partir de un entorno referencial épico, mientras que en el texto francés se nos indica que la historia ha sido oída en una posada: “Estando a la mesa con Don Jueves Lardero, / truxo a mí dos cartas un ligero trotero” (vv. 1068ab) (Juan Ruiz 1992: 266); “L’autrier a une Pentecouste / Fui a cort a un riche ostel. / D’une moult grant guerre mortel / Oi parler de deus barons / Dont j’ai bien retenu les nons” (vv. 16-20) (Anónimo 1933: 2). Sin embargo, en ambos casos la batalla se desarrolla en la mesa. El empleo del discurso no dialógico como modalidad de DD es menor en el Arcipreste, como hemos indicado, que en el texto francés: lo hallamos en el discurso del Jueves Lardero (estrofa 1078), el mensaje al Viernes (estrofa 1079) –que no aparece en el texto francés, como sucede con los siguientes–, en el discurso de los gamos (estrofa 1088), en el del ciervo (estrofa 1089), en el de la liebre (estrofa 1090), el macho cabrío (estrofa 1091) y en el del buey (estrofa 1092), para retomar la forma de discurso no dialógico en el discurso de Quaresma (estrofa 1099) y en el discurso que la pijota dirige al puerco (estrofa 1108); estos dos últimos coincidentes con la Bataille (vv. 364-365 y 529-532, respectivamente). Mientras que en el LBA predomina la narración, orientada hacia una conclusión de tipo moral (la penitencia y los consejos morales contenidos en las estrofas 1128 a 1172), el texto francés se inclina por la sucesión cómica de discursos, quedando la cuestión moral bastante atenuada y desplazando la atención del oyente (o del lector) hacia la parodia de la épica, que nos conduce a relacionar este texto, en su vertiente de parodia de la épica y del roman caballeresco, con el Roman de Renart (compuesto por varios autores entre los siglos xii y xiii, en que se cultivó en Francia el roman courtois), cuyas hazañas y desventuras (más de lo segundo que de lo primero) las llevan a cabo o las sufren varios animales. El otro segmento del LBA que me interesa desde la adaptación de un texto ajeno y el empleo de los DD es la “Cántica de los clérigos de Talavera”, que –como es sabido– solo aparece en el manuscrito S del LBA. En este episodio, Juan Ruiz adapta dos de los textos que Walter Map dedicó a esta materia (la prohibición a los clérigos
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del concubinato): los poemas satíricos “De concubinis sacerdotum”, “Consultatio sacerdotum” y “De convocatione sacerdotum” (que es un resumen de la “Consultatio”), de los cuales en la “Cántica” hallamos elementos de los dos primeros, correspondiendo a la “Consultatio” el grueso de la adaptación al castellano; adaptación que, desde la forma poética, mantiene la estructura original, pues Walter Map desarrolló sus poemas en tetrástrofos monorrinos consonantes (en latín), idéntica estrofa empleada en castellano por el Arcipreste. Como señala Ángel Gómez Moreno, esta forma de tetrástrofo monorrimo procede de textos religiosos medievales en latín (Gómez Moreno 1990), que Map emplea para la poesía satírica y que será la forma empleada por el Mester de Clerecía. La sucesión de discursos no dialógicos es paralela en la “Cántica” y en la “Consultatio”, si bien aparecen más personajes quejándose de la prohibición en el texto de Map, que comienza in medias res (con los clérigos ya reunidos y manifestando su indignación), frente a la introducción a la “Cántica”, donde se nos cuenta que un Arcipreste lleva las cartas del “arçobispo Don Gil” (estrofa 1690), las lee y resume en DD y en DI el contenido, acompañado del lamento (estrofas 1692-1694). A partir de ahí se suceden los DD de los clérigos amancebados tanto en la “Cántica” como en la “Consultatio”. Ahora bien, el paralelismo es solo estructural, pues, mientras Map emplea cargos genéricos (el deán, el cantor, el lector…), Juan Ruiz utiliza nombres de personajes (tanto en algunos clérigos como en sus mancebas) que pudieron ser conocidos en su época, junto a la figura del Arzobispo de Toledo, D. Gil de Albornoz. Se trata, por tanto, de la inclusión no solo de DD sino de referencias a una realidad extratextual: D. Gil publicó el decreto de prohibición el 16 de abril de 1342, según señala Gybbon-Monypenny en su edición del LBA (p. 11) y matiza, en cuanto al contenido del decreto del Arzobispo, Alberto Blecua en la suya (p. 444n); de cualquier modo, un año antes de la datación de S, lo que supone la aplicación de la ley de máximos semánticos característica de la narración realista (Albaladejo Mayordomo 1992: 61), para dotar de una mayor verosimilitud al relato. Con todo, Juan Ruiz construyó su texto sobre la base de la “Consultatio” del Arcediano de Oxford (Menéndez Pidal 1983: 144-145), pero introdujo una secuencia, de manera literal, tomada del poema “De concubinis sacerdotum” (texto en defensa del concubinato que consiste en una extensa homilía de un clérigo) en el discurso del deán, amancebado con Orabuena (estrofa 1699): O quam dolor anxius, quam tormentum grave nobis est dimittere: quoniam suave8; hoc, Romane pontifex, statuisti prave: ne in tanto crimine morieris cave (vv. 25-28) (Map 1841: 172).
Demandó los apóstolos e todo lo que más vale, con grand afincamiento, ansí como Dios sabe, e con llorosos ojos e con dolor [muy] grave: “Nobis enim dimit[t]ere [est] quoniam suave” (Juan Ruiz 1992: 446).
El último segmento de esta secuencia pertenece al “Salmo 134”, de acuerdo con la Vulgata: “Laudate Dominum, quia bonus Dominus; / psallite nomine ejus, quoniam suave” (Biblia 8
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Esta cita intertextual, dentro de la intertextualidad marcada por la hipertextualidad de este episodio del LBA, puede deberse, en primer lugar, a la transmisión de los poemas satíricos de este goliardo inglés de manera unitaria (lo que permitiría una lectura de conjunto, a pesar de que originariamente se tratara de tres manuscritos distintos9), bajo la denominación genérica de “Consultatio sacerdotum”, coincidiendo ambos autores en un hecho histórico demostrado: los sucesivos decretos papales y episcopales destinados a la prohibición del concubinato o el matrimonio de los sacerdotes y frailes (entre otros: Duby 1981: 117-132; Arranz Guzmán 2008); pero, además, consiste en la inserción literal de un segmento en latín del DD del personaje que desarrolla la enunciación en el texto de Map en el DD del deán, personaje que posee su correlato en la fuente latina, aunque varía el contenido respecto del discurso del deán en la “Consultatio”. El final de los textos de Map es distinto: en el “De concubinis…” no se alcanza una justificación moral para la prohibición, sino que se defienden los antecedentes del Antiguo y del Nuevo Testamento sobre el matrimonio de los eclesiásticos; mientras que en la “Consultatio” y el “De convocatione…” predomina la idea del concubinato, pero se concluye con una defensa de la obediencia debida al Papa, por lo que no podemos deducir qué final habría elegido Juan Ruiz para este episodio del LBA, que se nos ha conservado incompleto. * * *
A lo largo de las páginas anteriores he intentado esbozar la conexión de varios textos castellanos medievales con otros textos con los que mantienen una relación de hipertextualidad o (como sucede con Gautier de Coincy) de paralelismo, en torno al empleo del DD, por consistir en un recurso técnico para la construcción textual y por los efectos en el auditorio, que nos podrían indicar qué desea destacar el alocutor para que quedara fijado en la memoria de sus receptores. En el origen y en el desarrollo de mi humilde aportación a este asunto, he procurado seguir las enseñanzas (a través de su bibliografía) de José Luis Girón 2005: 652). Gybbon-Monypenny recoge el carácter obsceno de ese “quoniam” al comentar ese verso 1700d: “Quoniam es un eufemismo por el sexo de la mujer […]. También la célebre comadre de Bath de Los cuentos de Cantorbery, de Geoffrey Chaucer, dice de sí misma (en su Prólogo, vv. 607-608): ‘And trewely, as my housbands tolde me, / I hadde the veste quoniam myghte be’, (‘y de veras, como me decían mis maridos, / yo tenía el mejor quoniam que pudiera imaginarse’)” (Arcipreste de Hita 1988: 464n). 9 Los poemas aparecen de manera independiente en: el Ms. Harl. 3724, f. 46r (para el “De concubinis sacerdotum”), el Ms. Cotton Vitellius, A x, f. 137r (para el “De convocatione sacerdotum”, ambos procedentes de la British Library; para la “Consultatio sacerdotum” se sigue habitualmente la versión transmitida en el siglo xvi por el humanista protestante Mattias Flacius Illyricus, sin indicación del manuscrito de procedencia, aunque se trata de un manuscrito distinto de los otros dos.
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Alconchel. Sus trabajos sobre el Cid, sobre el Arcipreste, en definitiva, sobre la lengua en su historia y, en concreto, en la Edad Media, nos han conducido a un conocimiento más profundo no solo de nuestra lengua y de nuestra literatura, sino de nuestra vocación filológica, con ese deseo de emulación del rigor científico y académico (saber transmitir el conocimiento es tan importante como el conocimiento mismo) del que siempre ha hecho gala el profesor Girón Alconchel. He querido que sus enseñanzas traspasaran los límites de la diacronía lingüística y literaria para integrarlos también en el ámbito de la morfología comparatista, nutrida, además, por la teoría lingüística y algunos presupuestos derivados de la teoría de la literatura. Nuestra tarea, después de todo, es trabajar con textos, como manifestación de la actividad y el espíritu de lo más profundamente humano. He ahí, sin duda, la mayor enseñanza de José Luis Girón Alconchel: mostrarnos la historia del ser humano a través de su idioma. Referencias bibliográficas Fuentes primarias Alfonso X (1977): Primera crónica general de España. Edición de Ramón Menéndez Pidal. Madrid: Gredos. Alvar, Manuel (ed.) (1974): Antigua poesía española lírica y narrativa. Ciudad de México: Porrúa. Anónimo (1994): Historia Apolonii regis Tyri. Edición de Franz Peter Waiblinger. München: Deutscher Taschenbuch Verlag. Anónimo (1933): La bataille de Caresme et de Charnage. Edición de Grégoire Lozinski. Paris: Honoré Champion. Anónimo (1977): La vie de Sainte Marie l’Égyptienne. Versions en ancien et en moyen français. Edición de Peter F. Dembowski. Genève: Droz. Anónimo (42011): Libro de Apolonio. Edición de Dolores Corbella. Madrid: Cátedra. Anónimo (2000): Miracula Beate Marie Virginis (Ms. Thott de Copenhague). Edición de Avelina Carrera de la Red y Fátima Carrera de la Red. Logroño: IER. Arcipreste de Hita (1988): Libro de buen amor. Edición de G. B. Gybbon-Monypenny. Madrid: Castalia. Berceo, Gonzalo de (31988): Milagros de Nuestra Señora. Edición de Michael Gerli. Madrid: Cátedra. Biblia Sacra juxta Vulgatam Clementinam (2005). Edición de Michael Tweedale. London: Logos. Coincy, Gautier de (1972): Les miracles de la Sainte-Vierge. Edición de l’abbé Poquet. Genève: Slatkine Reprints. Don Juan Manuel (1982): El conde Lucanor. Edición de Alfonso I. Sotelo. Madrid: Cátedra. Frigio, Dares/Cretense, Dictis (1973): Daretis Phrygii De excidio Troiæ historia. Dictys Cretensis Ephemeridos belli troiani libri. Leipzig: Teubner.
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¡ANDA QUE HA TARDADO (BASTANTE) EN DEJARLA! ¡ANDA QUE NO SE LO HE DICHO (YO) (MUCHAS) VECES! Antonio Narbona Jiménez Universidad de Sevilla
1.1. Aunque cada vez está más extendido el convencimiento de que no se puede comprender la organización constructiva de los enunciados –oracionales o no– que integran el discurso si no se observa el proceso de enunciación que a ellos conduce y si no se adopta una perspectiva comunicativa, queda bastante por hacer. Los esfuerzos para diferenciar, por ejemplo, las causales como ha llovido, porque el suelo está mojado de las del tipo el suelo está mojado porque ha llovido –una distinción que algunos convierten en punto de llegada, cuando en realidad solo lo es de partida– apenas se han proyectado en el análisis del resto de relaciones causativas, como el uso de para que + subjuntivo (o para + infinitivo) en secuencias con un sentido en apariencia alejado de la causa final1 o el de si introductor de prótasis que nada tienen de hipótesis condicionantes, al tratarse de hechos constatados2 (Narbona Jiménez 2007a, 2015, 2017). 1.2. Es precisamente la voluntad de sobrepasar los límites y limitaciones de la microsintaxis lo que ha generado una bibliografía inabarcable acerca de los marcadores del discurso (MD), en la que, sin embargo, siguen siendo escasas las reflexiones metodológicas y/o epistemológicas (López Serena 2017a: 347). En realidad, nada hay que –de una forma u otra, y en mayor o menor medida– no marque el discurso, esto es (me limito a reproducir algunas de las acepciones del verbo marcar en el Diccionario académico), no deje huella en él, sea indicio significativo de lo dicho y oriente acerca de la intención del emisor, resalte el propósito comunicativo, proporcione alguna(s) pauta(s) de su contenido, etc. Lo que ocurre es que, al ser los MD expresiones identificables con relativa facilidad (sin que con esto quiera decir que sea posible elaborar su inventario, y mucho Como en el episodio en que, al observar que Basilio se finge moribundo para conseguir casarse con Quiteria, cosa que al final logra, Sancho exclama para estar tan herido este mancebo, mucho habla (Quijote II, XXVI). 2 Como en la escena en que, harto el escudero de oír decir a don Quijote que no puede ser el moro quien lo ha aporreado, “porque los encantados no se dejan ver”, replica si no se dejan ver, déjanse sentir; si no, díganlo mis espaldas (Quijote I, XVII). 1
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menos cerrado), en ellos se han centrado –y siguen centrándose– los esfuerzos de los estudiosos, quienes, eso sí, empiezan siempre por destacar la complejidad3 que para su análisis implica la polifuncionalidad a la que los ha llevado un proceso de gramaticalización muy difícil, por no decir imposible, de seguir. No hay una La “gran complejidad” que Fuentes Rodríguez (1998) atribuye –desde el título mismo de su trabajo– a vamos podría aplicarse al resto de los MD. Imposible resulta realizar una criba dentro de una bibliografía que acabo de calificar de inabarcable. Entre los repertorios descriptivos de estas unidades, aparte de los destinados a la enseñanza, como el de Holgado Lage (2017), en el que se recogen “alrededor de 700 expresiones de diversos tipos, clasificadas según el nivel apropiado para su enseñanza”, contamos ya con el Diccionario de partículas, de Santos Río (2003), el Diccionario de partículas discursivas del español [], de Briz Gómez/ Pons Bordería/Portolés Lázaro (2008) –en el que aún no figura anda (tampoco vaya), pero sí venga y vamos–, y el Diccionario de conectores y operadores del español, de la citada Fuentes Rodríguez (2009), entre otros, que difieren en los criterios de selección y ordenación. Así, por ejemplo, en el primero figuran me explico (también ¿me explico?), (vamos) a ver si me explico, ahora me explico, no sé si me explico y te explico, ninguno de los cuales está en el segundo, donde, en cambio, sí se recoge ¿me entiendes?, ausente en el de Santos Río. El número de estudios, de desigual calidad, es tan elevado que, desde la recopilación de las publicaciones más relevantes llevada a cabo en 1995 por Cortés Rodríguez, no han dejado de aparecer otras bibliografías específicas, así como obras –casi todas colectivas– en que se presenta el estado de la cuestión, como Los estudios sobre marcadores del discurso en español, hoy, cuyos editores, Loureda Lamas y Acín Villa (2010), exponen en un extenso “Preámbulo” los no pocos asuntos candentes que esperan un tratamiento adecuado. Es significativo que a “Los marcadores del discurso” se dedicara una sección específica ya en el I Simposio Internacional de Análisis del discurso, cuyas Actas fueron editadas por Bustos Tovar et al. (2000); o que en ninguno de los cinco foros celebrados por la Asociación Lingüística del Discurso (el último en Pamplona, del 31 de mayo al 1 de junio de 2018) hayan faltado aportaciones sobre MD (en el II, una comunicación se centró en los “modalizadores de opinión”, y en el III, que tuvo lugar en la Universidad de Sevilla, Marialys Perdomo presentó “Más marcadores discursivos en el habla culta de los habaneros”); o que diversas revistas hayan dedicado a ellos números monográficos, como el de Pragmalingüística (2017), titulado Marqueurs discursifs des langues romanes: Approches croisées, cuyas coordinadoras, Banegas y Lagae, abren su “Introducción” recordando la falta de consenso sobre cuanto atañe a su caracterización; o que más de un tercio de las páginas del núm. 19 (2016) de Oralia lo ocupen estudios sobre ¡ni hablar!, ya te digo y algunos reformuladores explicativos, como o sea, igual, digamos, en todo caso, de todas maneras, bueno; o que sean tantas y tan diversas las aproximaciones teóricas y metodológicas puestas de manifiesto en las numerosas reuniones científicas específicas, como la 5th International Conference Discourse Markers in Romance Languages: Boundaries and Interfaces, celebrada en noviembre de 2017 en la universidad belga de Louvain-la-Neuve; etc. Empieza a resultar raro encontrar un lingüista que no sienta la tentación de hacer alguna incursión en un terreno más que atractivo, entre otras razones, por ser propicio para hacer ver los límites y limitaciones de la lingüística estructural. La constante necesidad de revisar lo ya hecho revela las dificultades de su análisis (cfr. Martín Zorraquino 2019). Ya en pruebas este escrito, llegan a mis manos las Aportaciones desde el español y el portugués a los marcadores del discurso. Treinta años después de Martín Zorraquino y Portolés, obra coordinada por Messias, Fuentes y Martí (2020) que ha editado la Editorial Universidad de Sevilla. 3
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definición, de las muchas propuestas (más de 70 afirmaba haber recogido Pons Bordería ya en 1998), que convenza a todos, y ni siquiera hay acuerdo acerca de su denominación. Hasta Martín Zorraquino y Portolés Lázaro (1999), cuyo trabajo suele ser tomado como referencia, dudan acerca de cuál pueda ser la mejor etiqueta para referirse a los MD, sin que estén en contra del hiperónimo abarcador partícula discursiva, bastante extendido. 1.3. No hay coincidencia a la hora de describir el proceso –ni mucho menos homogéneo– de gramaticalización (o gramatización, término utilizado por algunos) que experimentan los MD (Company Company 2008). Desde luego, no se puede comprender cómo los hablantes van haciendo de un elemento con significado léxico un instrumento gramatical (o, si ya lo es, con una nueva función sintáctica) sin previamente haber dilucidado con claridad la naturaleza de lo gramatical. Y, pese a los numerosos intentos –desde A. Meillet hasta hoy– de dar con principios regulares subyacentes a una abigarrada casuística, los alcanzados, lejos de tener validez general, no son aplicables más que a una lengua o, a lo sumo, a un grupo de lenguas más o menos emparentadas o afines. Y a ello se suma la extraordinaria diversidad de las actuaciones idiomáticas particulares. Nada de lo anterior tiene por qué frenar la formulación de propuestas teóricas, siempre que el continuo léxico-gramatical (y de las fases sucesivas de la gramaticalización) deje de contemplarse como un desarrollo unidireccional de carácter determinístico, y no se pierdan de vista los concretos propósitos comunicativos perseguidos por los usuarios, pertenecientes a determinados grupos y redes sociales. Lo que ha complicado –y sigue complicando– bastante la tarea es no saber cómo liberarse de herramientas que habían sido habilitadas por y para la lingüística del código o de la competencia de un hablante-oyente ideal (en realidad, de un oyente nativo ideal, cf. López García-Molins 2018), y que, por lo mismo, se revelan insuficientes o/e inadecuadas para el examen de la lengua en acción o en funcionamiento, un examen que, además, es inviable desde una óptica que no sea pragmática. Es frecuente que, mediante el recurso a simples (pre)suposiciones o meras glosas, se termine por adjudicar al MD lo que en realidad corresponde a la secuencia íntegra de que forma parte y, a la postre, al intercambio comunicativo completo. Tal forma de proceder, además de incurrir en circularidad, da lugar a que unos mismos MD, y a partir de datos similares, sean interpretados de modos que entran en colisión. Un ejemplo de lo primero es la descripción que hace Martín Zorraquino (2010) –eso sí, reconoce no tener “pruebas directas”– del desde luego “perceptivo” o “constatador”, que parece originarse en la combinación con un verbo de percepción (desde luego [veo que] en este coche cabemos todos > desde luego, en este coche cabemos todos), frente al “directivo” o “impositivo”, que procedería de su asociación a un verbo realizativo de lengua (desde luego [digo que] tú te quedas sin postre > desde luego, tú te quedas sin postre). A lo segundo me referiré más adelante.
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1.4. Una última precaución en el modus operandi de la indagación –y no solo de los MD, sino de cualquier fenómeno idiomático– tiene que ver con la atención, ineludible, a los distintos factores y procedimientos contextualizadores que, especialmente en el intercambio verbal conversacional, actúan simultánea y solidariamente con los moldes sintácticos (obviamente, rellenados por las piezas léxicas seleccionadas). Entre esos recursos destacan los prosódicos, nunca ausentes y en ningún caso “neutros”4. Bastaría con advertir que ¡no habla nada! tiene un sentido contrario al de no habla nada, o que sí, sí es una afirmación reforzada en sí, sí, que voy, mientras que actúa como una rotunda negación en el sí, sí, que me admira, que hallo en una columna periodística de E. Lindo5, para comprobar que el contorno melódico no es un procedimiento complementario o coadyuvante “superpuesto”, sino que, además de constituir la primera señal con que el hablante implica al oyente en el acto comunicativo, determina el sentido, que, claro es, en los textos escritos corresponde recuperar al lector6. A la prosodia habré de aludir, por tanto, reiteradamente. 2. Vamos (o vayamos) –sin desplazarnos un milímetro– a los ejemplos (pertenecientes los dos a una sola intervención) de los que me he servido para titular estas reflexiones, y que he escogido por la facilidad con que se puede reconstruir su contextualización. Andar (< ambulare)7, documentado desde los orígenes del idioma (Glosas Silenses, 197 [mulier que lenocinium [ena cemajacione / meretrize] exercuerit 198 [facet / andat]…nec in finem acciperet debet communionem…), aparece desde muy pronto más o menos desvinculado de su significado de movimiento, y en ejemplos no muy distintos de los hoy habituales: ¿cómo 4 Quizás por ello, Loureda Lamas y Acín Villa (2010), que reconocen “la dificultad intrínseca que conlleva todo acercamiento” a los mismos, decidieron abrir el volumen colectivo con el estudio “Los marcadores del discurso y su significante: en torno a la interfaz marcadores-prosodia en español”, de Hidalgo Navarro. Sin embargo, ninguno de los colaboradores, salvo López Serena y Borreguero Zuloaga (que tratan de “Los marcadores del discurso y la variación lengua hablada vs. lengua escrita”), hacen referencia a la entonación. 5 He aquí el párrafo completo: “Todo esto viene a cuento porque me ha escrito un individuo que dice que es admirador (ja, ja, admirador). Se pasa la mitad de la carta diciéndome que me admira (sí, sí, que me admira) y la otra mitad haciéndome crítica constructiva. Pero, tío atravesao [sic] ¿no me admirabas tanto? Pues admírame ciegamente, tío”. Muy distinta es la fórmula sí o sí, que hoy se extiende (como equivalente de “sin excepción, en todo caso…”) hasta en los casos más inesperados, como cuando, tras la matanza de una docena de escolares en un centro escolar de Florida por un antiguo alumno expulsado del centro, un hispano declaró ante las cámaras de televisión que los estadounidenses “tienen que tener armas sí o sí”. Sobre nada, véase el extenso e intenso trabajo de Octavio de Toledo y Huerta (2014a). 6 Cf. Narbona Jiménez 2007b y 2008a [en Narbona Jiménez 2015]. 7 Se han hecho algunos estudios léxicos históricos de andar (Paz Afonso 2013, Simó Escartín 2018), y también descriptivos, como el de García Padrón (1990), pero sin detenerse en la construcción que nos ocupa.
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andas?; no ando hoy muy católico; ¿cómo anda el negocio?; anda distraído, preocupado; anda diciendo por ahí…; ando muy justo de tiempo; etc.8. No extraña que fuera el primero (en una relación no alfabética) que figura en el conocido trabajo sobre los verbos de movimiento de Amado Alonso (1939 [1961]), y también al que más atención presta, si bien entre los usos que estudia (anda enamorado [equivocado, desatinado, preocupado, alegre, sin un cuarto, tras una quimera…]; anda metido en líos; anda diciendo [murmurando, mangoneando…]9; no te andes con rodeos; andar en una intriga; andar por los veinticinco años; andar de fiesta; ¿cómo andas [de la vista]?¿cómo anda el enfermo?, el negocio no anda muy bien…; etc.)10, no se encuentra el que aquí interesa. Es de suponer (resulta impensable que no reparara en algo de tan frecuente e intenso empleo) La afinidad entre andar y estar (incluso ser) puede llevar a intercambiarlos, con frecuencia por razones de mera variación estilística: “No sé yo lo que me parece –respondió Sancho–, por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas” (Quijote, XLVII). 9 Según Yllera Fernández (1980: 299), andar es el “primer auxiliar atestiguado con participio y el más empleado siempre”; con gerundio aparece desde los primeros textos, “en franca minoría frente a ir y estar” (1980: 76); y en la prosa del siglo xv hay “algún ejemplo de andémonos a + infinitivo para expresar una exhortación análoga a la de vayámonos a + infinitivo: andémonos, pues, a furtar gallinas…” (Corb. 84) 10 Todos ellos, al igual que otros muchos, como ándate con cuidado, los de carácter dialectal (el teléfono no anda [‘funciona’], de Argentina, o el ándale mexicano, del que se ha ocupado Company Company 2004), la abundante fraseología en que participa (anda que te anda[rás]; anda que Dios te lo manda; dime con quién andas y te diré quién eres; ¡andando, que es gerundio; ande yo caliente y ríase la gente, que un columnista de El País [28/04/2018], a raíz del escándalo protagonizado por el máster fraudulentamente conseguido por la presidenta de la Comunidad de Madrid, transformó en ande yo Cifuentes y ríanse las gentes); etc., quedan fuera de mi observación. Tampoco entraré en la crítica a Alonso llevada a cabo por Coseriu (1970 [1977]), ni en el análisis contrastivo entre las diversas lenguas románicas, a pesar de que esto último arrojaría no poca luz. La traducción al italiano (lengua en que se recurre a andare incluso en locuciones como andare a farvi fottere, para las que el español prefiere ir, cf. Suadoni 2014) que me propone M. Carrera, colega en la Universidad Hispalense, para mis ejemplos es E sì che ci ha messo molto a mollarla! y e sì che gliel’ho detto chissà quante volte! Pero alumnas italianas del Máster en Estudios Superiores Hispánicos optaron por estas otras: Molto tempo ci ha messo a lasciarla, devo dire! / Sì che ha messo abastanza a lasciarla! / Molto tempo ci ha messo a lasciarla (devo dire)! y E gliel’ho detto un milione di volte! / E pensare che gliel’ho detto più de una volta (mille volte)! / E gliel’ho detto un milione di volte! De ¡Anda que si se llega a enterar tu padre! obtuve la solución Non oso immaginare se tuo padre ne venga a conoscenza! He aquí algunas de las respuestas de las alumnas de lengua francesa: Tu a mis du temps toi! (con la indicación de que la entonación decidiría si se trata de una afirmación o una negación) / Franchement il a assez attendu avant de la laisser (sin observación alguna) y C’était la peine que je te le dise mille fois! / Le fait est que je ne le lui ai pas dit souvent (la ausencia aquí de signo de exclamación al final me lleva a pensar que la secuencia fue interpretada de manera literal). 8
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que por no considerarlo entre “los usos del todo gramaticalizados” (Alonso 1939 [1961]: 195)11, límite “natural” de su “campo de estudio”. Hasta donde he podido comprobar, anda que (no) sigue sin recibir la atención que merece12. No figura aún, como he dicho, en Briz Gómez, Pons Bordería y Portolés Lázaro (2008). Santos Río (2003) asocia anda con la “sorpresa, admiración, reproche o protesta ante lo dicho por el interlocutor”, y señala algunas combinaciones concretas que tienen que ver con tabúes y eufemismos13. De anda que destaca que puede ser una “frase léxica reactiva con que se introduce una réplica en la que, sin desmentir lo que el interlocutor dice, se indica, emotivamente, que lo señalado en el sintagma posterior no va a la zaga en aquello de que se trata”14, o bien introducir “una ponderación, de tipo cuantitativo, de matiz hipotético o de otro tipo”15. Califica a anda que no de “locución oracional reactiva de rechazo epistémico” con que “se rechaza el contenido del aserto negativo del interlocutor” (–Yo nunca tomo alcohol –¡Anda que no!), o para “expresar, reactivamente (como reacción directa o como autorreacción) una ponderación de la intensidad de la acción, cualidad, estado o circunstancia expresada por una oración en Indicativo”16. Para Fuentes Rodríguez (2009), que explícitamente (otros lo dan por supuesto) sitúa el arranque en el imperativo17, tanto anda como anda que (que “suele aparecer” Y eso que para Alonso “la gramaticalización es cosa de más o de menos”, y solo cabe hablar de “cambios semánticos más o menos próximos a la gramaticalización” (1939 [1961]: 195). 12 Ni Company Company (2004), al tratar de los “verbos como marcadores discursivos en la historia del español”, ni Tanghe (2015, 2016), que estudia concretamente anda, vamos, vaya y venga, aducen un solo ejemplo de anda que (no). Y, salvo Martín Zorraquino, ninguno de los doce colaboradores del volumen coordinado por Loureda Lamas y Acín Villa (2010) se refiere a tal giro. 13 A propósito de las cuales, y tras asignarles carácter “coloquial y relativamente vulgar”, hace algunas indicaciones sobre la prosodia. Por ejemplo, que mientras anda, coño “se pronuncia con pausa entre ambas palabras y la entonación de anda es descendente”, en anda la hostia, anda la leche y anda la Virgen no la hay, y tampoco inflexión. 14 Alude específicamente a la entonación de ¡anda que tú!, ¡anda que ella!, ¡anda que en tu tierra! (precedidos a menudo de pues), “acentuadamente ascendente y con marca expresa de suspensión”. 15 El matiz “hipotético” es proporcionado en todos sus ejemplos por si (¡anda que si no llegas a venir!) o por como (¡anda que como se enteren sus padres!). El valor “ponderativo” es ilustrado siempre con anda que no, del que pasa a ocuparse específicamente a continuación, donde vuelven a aparecer anda que no tiene dinero ese tío; anda que no llueve en esa región… 16 Habla en este caso de “fórmula coloquial, muy emotiva, exclamativa (y originariamente irónica)”. 17 Lo que parece venir avalado por su frecuente empleo yuxtapuesto o coordinado a otras formas de mandato o exhortativas: Anda y vete por ahí ya; Anda y dile que venga de una vez; Anda, para que ahorres tinta (crucigrama de El País, 16/2/2018, cuya solución, naturalmente, es “i”). Sin que falte el uso del subjuntivo (“Ande, líe un pitillo y no las píe. Yo anduve peor que está usted y ¿sabe lo que hice?, pues me puse a trabajar”, La Colmena, de C. José Cela). En otras lenguas románicas no se acude al imperativo, en ocasiones ni siquiera a un verbo de 11
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con la negación, dice) son operadores, modal y argumentativo, respectivamente18. La “función fundamental” del primero es actuar como “atenuativo del mandato” (como una especie de recurso de captatio benevolentiae), pero tiene, además, otro “valor”, el de “intensificador del mandato”. Y a anda que, que en ocasiones “más que una intensificación es una reafirmación de la acción”, le asigna el papel de “intensificar la acción expresada en el verbo e invertir su orientación”19. De lo que casi nadie duda es de que son propios del discurso conversacional y coloquial, esto es, de que su empleo se circunscribe a actuaciones de la zona que Oesterreicher y Koch denominan de la proximidad o inmediatez comunicativa, en que confluyen una notable espontaneidad, una acusada familiaridad, un máximo anclaje a la situación comunicativa, etc. También –hay que insistir en ello– donde más acusado es el peso de la prosodia. Se entiende que no se encuentren –o sean escasos– los testimonios en textos del pasado20, y que no resulte sencillo describir sus usos actuales21. 3. No son homogéneos, ya se ha dicho, los procesos de progresiva desemantización y prescindibilidad de la sintaxis de las diversas formas con verbos de movimiento, como se puede comprobar en lo mucho que se ha escrito sobre venga22 o vaya23. Tras hacer el seguimiento de la evolución de este último, Octavio de movimiento, como en la frase “Anda, muñeca, háblame del Sur” (Irse de casa, de C. Martín Gaite, cap. 9, p. 122), que en la versión italiana se ha resuelto como “Dài, bambola, parlami del sud” (118). 18 En el “Prólogo” se refiere a ellos –y a los conectores– como “partículas, adverbios o expresiones que llenan nuestro discurso y no tienen una referencia objetivable”. 19 No le falta razón, pero atribuir un valor intensificador constante a anda que y, en cambio, atenuativo/intensificador al simple anda, podría hacer pensar que es que el bloqueador de la capacidad de atenuar, algo indemostrable. No podemos conformarnos con señalar lo fácilmente constatable, esto es, que ¡anda que ha tardado bastante en dejarla! ha de entenderse como ‘no ha tardado nada en dejarla’, que ¡anda que si se llega a enterar tu padre! implica que ‘no se ha enterado’, y que el sentido de ¡anda que no se lo he dicho veces! o ¡anda que se lo he dicho pocas veces! equivale a ‘se lo he dicho much(ísim)as veces’. Como se ha visto, no son pocas las expresiones con que puede conseguirse antífrasis: ¡cómo que no! ‘naturalmente que sí’; ¡no habla nada! ‘habla sin parar’; el sentido positivo radical de ¡no ni ná! (de la que alguien ha querido hacer el paradigma de la fuerza expresiva del andaluz); etc. 20 Entre otras (muchas) razones, porque, como bien dice Cano Aguilar (2016: 85), por más que se amplíe el abanico de los textos para poder tener una visión más abarcadora de la historia de la lengua, la realidad es que “el discurso oral siempre llegará, si llega, mediatizado”. 21 Seguir la historia de o sea en el siglo xx ha obligado a Pons Bordería (2014) a efectuar una complicada discriminación de los numerosos datos disponibles, y posteriormente a indagar su trayectoria histórica (Pons Bordería 2016). 22 Sobre venga a + infinitivo, cf. González Sanz (2013). 23 Aparte de Octavio Álvarez de Toledo (2001-2002), al que me referiré en seguida, y del citado trabajo de Fuentes Rodríguez (1998), se han ocupado de vaya y vamos Polanco (2013, 2014a, 2014b y 2017), González Ollé (2002), Alf Monjour (2011), etc.
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Toledo y Huerta (2001-2002) llega a la conclusión de que lo que comenzó “siendo un tipo particular de subjuntivo independiente”, cuyas primeras manifestaciones “se sitúan a lo largo del español clásico”, va evolucionando en español moderno “hacia un marcador intensivo focal”, para transformarse en la época contemporánea “en un cuantificador intensivo adyacente al nombre”. Y si bien sugiere la posibilidad de que esa trayectoria –ni mucho menos simple, como es fácil de suponer, y tampoco lineal ni unidireccional– pueda ser vista como un camino “de ida y vuelta”, es decir, acabe sufriendo un proceso desgramaticalizador, al final reconoce que “no consiste [el cambio] en un viaje por el azaroso mundo del discurso seguido de un retorno a la Ítaca tranquila de la gramática, sino en un recorrido histórico por distintas posibilidades gramaticales que constituye, en su conjunto, un solo continuo de gramaticalización con etapas intermedias, un macroproceso integrado por dos gramaticalizaciones sucesivas y mutuamente implicadas”. Ahora bien, añade, “queda por tratar la forma en que debe representarse ese continuo”. Sin “tratar” va a quedar aquí, no solo la representación del proceso de anda que (no), sino casi todo, no tanto porque la falta de destreza para consultar los inmensos corpus hoy a nuestro alcance me ha impedido llevar a cabo un rastreo exhaustivo24, como por mi carencia de una base teórica firme. Las observaciones inconexas que siguen no tardarán, pues, en ser matizadas y corregidas. Siempre es así en las disciplinas humanísticas. 4. Al alinearme junto a los que piensan que, además de plantear adecuadamente la relación, no resuelta (Narbona Jiménez 2003), entre los datos de que se parte y la(s) teoría(s) aplicable(s) a su análisis, es preciso recurrir a la intuición, no pretendo defender, entiéndase bien, que el conocimiento del agente supla o se anteponga al del observador, pero sí que no debe prescindirse de este último. Además, la convicción de que tan inexcusable como la recabación de datos es la imagen “que el lingüista tiene de la fisonomía del sistema que constituye su objeto de estudio” (López Serena 2014: 691) no es de ahora. Hace casi un siglo, al percatarse de que filólogos de la talla de Meyer-Lübke o Spitzer no podían dar una solución aceptable a los problemas del origen y significado de como que y cómo que, atestiguados ya en textos medievales (“…e fue y tan grand la mortandat de los romanos / que serie muy grieue cosa de contar, / cuemo que murieron y toda la flor de la caualleria”, Primera Crónica General), “por la carencia de sentimiento En todos los casos, incluidos ciertos usos de formas en apariencia “transparentes” del tipo no obstante (Garachana Camarero 2014), encima (de que) (Garachana Camarero 2008), ¿sabes? (Enghels/Azofra Sierra 2018), por poco (no) (Schwenter/Pons Bordería 2005), y otros muchos (en cambio, al fin o en fin, a propósito, faltaría más, etc.), desentrañar de qué modo marcan el discurso la mayoría de los MD exige observar su comportamiento, posición, movilidad, conexiones con los demás miembros, vinculación con la secuencia íntegra en que se insertan, etc. 24
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de nuestro idioma”, Amado Alonso (1925), que sí lo tenía (y admirable), no ve modo mejor de hacer ver el sentido de este giro (“propio del diálogo”, advierte) que indicar con flechas y líneas oblicuas su adecuado contorno melódico25. El papel decisivo de este puede llegar incluso a compensar la ausencia de un intensificador26. 5. ¿Desde qué momento se emplea anda que (no) como MD? ¿A partir de cuándo se documenta? A la segunda pregunta quizás pueda darse una respuesta –aproximada y siempre susceptible de rectificación– cuando se examinen con detenimiento más textos, en particular algunos tipos de ellos. Si el hallazgo de tempranos testimonios no va a resultar fácil es porque toda incorporación en un diálogo escrito de un recurso propio del habla familiar requiere cierta dosis de “osadía”. No solo ha de encontrarse extendido y naturalizado, sino que el autor ha de estar seguro de contar con lectores capaces de activar su adecuada contextualización prosódica. Para que no chirríe su acogida por la escritura tienen que confluir, si no al máximo, sí en grado notable, los parámetros que revelan una gran connivencia entre los interlocutores, en especial, la privacidad (incluso la carga afectiva) del intercambio conversacional, el carácter cotidiano del asunto tratado, un notable anclaje situacional del acto comunicativo, la ausencia de factores que restrinjan la espontaneidad, etc., todos los cuales, además, se combinan en proporciones muy dispares27. Contestar a la primera pregunta, la verdaderamente pertinente, tropieza con escollos que la documentación no puede resolver. El “espejismo de la frecuencia creciente”, al que Octavio de Toledo y Huerta (2014b) se refiere extensamente a propósito de la “gramaticalización y difusión del artículo ante oraciones sustantivas”, podría proyectarse a cualquier otro fenómeno. Imposible saber cuándo desaparecería del habla común maguer (que). En realidad, en ningún caso se puede ir más allá de lo ideado por Lapesa (1961 [2000]), en su intento de comprender el paso “del demostrativo al artículo”, o, bastante antes, por Vallejo (1922) para entender por qué son “contadísimos” los casos del tipo por llorar tú mucho por tus fijos no los podrás cobrar por ende (Crón. General) antes del siglo xiv y, en cambio, desde comienzos de esa centuria aparece como construcción de uso casi
25 Cf. Narbona Jiménez (1996b). En el Diccionario de conectores y operadores, de Fuentes Rodríguez (2009), en el que figuran abundantes expresiones con como (como [ya] digo [yo], como quien dice, como se {dice, diga}, como si dijéramos, como sabes, como {mucho, poco, máximo, mínimo}…), no se recogen como que ni cómo que (sí cómo no). 26 De ahí que haya hecho figurar entre paréntesis bastante (en el primer ejemplo) y muchas (en el segundo) en el título de estas páginas. 27 De la acogida, dosificada y cribada, de la lengua coloquial en escritos, fundamentalmente literarios, me he ocupado en varios trabajos, ahora reunidos en la Cuarta parte de Narbona Jiménez (2015).
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general; al atribuirlo a la irrupción de una generación de redactores –la nacida en el último tercio del siglo xiii– que rompieron las trabas impuestas por la anterior –en la que casi toda la actividad literaria se concentraba en la corte de Alfonso X y Sancho IV, o estaba profundamente influenciada por ella–, que, más conservadora, rechazaba algo que sentiría como neologismo, estaba implícitamente reconociendo que las relaciones entre oralidad y escritura son decisivas para conocer el arranque y desarrollo de todo proceso lingüístico. Ello no impide –al contrario, invita a hacerlo– proponer hipótesis explicativas, como la de Rivarola (1976), o la más reciente de Elvira (2003), para quien la combinación del “relativo” originario que y de la “causal” por (por mal que vos fagan non se perderá un cabello de vuestras cabeças) pasaría a tener valor concesivo en virtud de la neutralización de la causalidad factual que provoca el término negativo (por {mucho / más} que grites, no te oiré ‘no porque grites {mucho / más}, te oiré’), cambio que el subjuntivo favorece. Pero, sin la sagaz observación de Vallejo, la trayectoria del giro, que –en mi opinión– tiene más, bastante más, de MD que de locución (oracional) concesiva, difícilmente puede llegar a entenderse. 6. Sabido es que la aplicación de la noción de gramaticalización debe ser adaptada a las circunstancias específicas de cada caso concreto. Si, como diré más adelante, del origen y evolución de algunos –como por cierto– se han dado interpretaciones casi irreconciliables, nada tiene de particular que las dificultades se multipliquen cuando, en lugar de la descripción de un constituyente (o modificador) del grupo del predicado, se aborda la de una forma verbal susceptible de constituir núcleo predicativo28. Frente a ir y venir29, que (como los transitivos llevar y traer) implican una clara orientación de la dirección del movimiento (“hacia, a” y “desde, de”, respectivamente), andar30 se limita a designar desplazamiento inconcreto o indefinido. A diferencia del subjuntivo de ir, con el que la prosodia puede llegar a compensar la ausencia de un término negativo ([no] vaya a ser que mientras venga tu hermano, que no tiene llave; [no] vayamos a confiarnos ahora y nos marquen un gol; [no] vayamos a incurrir otra vez en el error de irnos por el centro, en vez de coger la circunvalación; [no] vaya a ser que llueva mañana; [no] vayas a hacer lo mismo que tu hermano; [no] vayas a llegar después de las doce y nos No sorprende que Octavio de Toledo y Huerta (2001-2002) llegue a insinuar que en la historia de vaya podría verse más bien un ejemplo de pragmaticalización (“sea ello lo que fuere”, añade), aunque admita en seguida que eso tiene más inconvenientes que ventajas. 29 En realidad, es volver el verbo que se opone a ir, como se refleja en el propio título –“camino de ida y vuelta”– del citado trabajo de Octavio de Toledo y Huerta, pero el subjuntivo vuelva no se presta a la desemantización que requiere el proceso gramaticalizador que sí se da en vaya (también en venga). 30 Un verbo con el que, no se pierda de vista, no se forman perífrasis de infinitivo, y que tampoco encaja, por ejemplo, en una frase como vayas donde vayas, siéntete como en casa (explotada publicitariamente). 28
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despiertes; ¡[no] vayamos a pasarnos de nuevo!), del imperativo anda ni siquiera puede decirse que se predique propiamente de un sujeto31. A menudo aparece repetido (anda, anda, no me marees más), o –en una posición u otra– apoyado por otro verbo, de movimiento (bien yuxtapuesto –[anda] ve a darle un beso al abuelo [anda]–, bien coordinado –anda y vete por ahí–) o no (anda, dáselo ya; [anda] déjame en paz [anda]; anda, déjalo ahí y lárgate), o por una construcción insubordinada32: anda, pásame las patatas, que te las vas a comer todas; anda y vete que no quiero… [canción popular]; etc. Esa progresiva expansión va favoreciendo y acentuando su alejamiento o desvinculación de la idea de ‘traslación’, real o figurada. 7. No escasean los testimonios (el signo ortográfico –por lo general, una coma– que suele aparecer tras anda en los textos escritos no siempre ayuda a interpretar el contorno melódico adecuado), al menos, desde el siglo xvi, y tanto en España como en América33: “métele la mano llegándole a los muslos y dícele: ‘anda, que ya tienes lo que deseas’” (1527); “anda, que tú te podrás aprovechar de ambos” (1534); “anda acá, hijo, anda, que bien vas a tu placer” (1545); “anda, que no soy yo la que tú te meresces” (1554); “anda niño, anda, que Dios te lo manda” (1600); “anda, que eres un bárbaro” (1603); “anda, anda, que parece que vas a hurtar” (1604); “anda que sois muchacho aún y no tenéis que entrometeros” (1695); “¡cuántas palabras me das! Anda, anda, que no te creo” (1768); “anda, que es tarde y quiero recogerme” (1818); “Vamos, anda, que eres un reparon imprudente, no se puede ir contigo a ninguna parte” (1842); “anda, que a quien cumple su deber, nunca le desampara” (1876); “anda, anda, que es tarde” (1884); “cógete aquí al puño de mi bastón, anda, que si no resbalarás” (1885); “cógete a mí, anda, que si no vas a caerte” (1885); “anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita” (1889); “¡anda, hija, anda, que me pareces la custodia de Boqui” (1891); “cuídalo, cuídalo lo más que puedas, y vete, anda, que se me acaban las fuerzas” (1896); “¡Quisiea [sic] yo saberlo! ¡Anda, anda, que por no verte ni oírte!” (1908); “Oye, anda, que ya vamos a llegar, dame un 31 Es algo que no ha pasado inadvertido. Entre los marcadores conversacionales que “apuntan al oyente” lo ubica Martín Zorraquino (2010: 147). 32 Sobre las estructuras insubordinadas, cf. Narbona Jiménez (2013). La escala que “conduce” desde la yuxtaposición a la subordinación, “pasando por” la coordinación, se ha venido entendiendo –tanto al hablar de la maduración de los idiomas como al referirse a la adquisición de moldes constructivos cada vez más “complejos” por parte del individuo– como un proceso lineal que refleja una gradual y creciente elaboración. Pero el predominio de la “subordinación” no supone “por sí mismo complejidad sintáctica” (Cano Aguilar 2016: 91), sino que ha de verse como un conjunto de posibilidades abiertas por los recursos de que disponen los usuarios al servirse de modalidades orales para conseguir mayor eficiencia en el logro de sus intenciones comunicativas. 33 Para agilizar la lectura, me limito a indicar la fecha de los ejemplos extraídos del CORDE.
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Ducado” (1972); etc. No es preciso insistir en que hoy es de empleo muy frecuente, extenso e intenso: [anda] ábreme, que vengo meándome [anda]; anda, [prepara la merienda], que me llevo a los niños a la playa; enciende ya los faros, anda, que ya se han ido los guardias; que no, anda, que no empieces; ven, anda, que te tengo preparada una sorpresa; anda, que también tú tienes lo tuyo; anda, que me estás cabreando; anda y que te zurzan; anda y que te compre quien no te conozca34; etc. Del uso particular que aquí interesa la consulta al CORDE arroja muy escasos ejemplos claros anteriores al siglo xx. Ni en ¡pues anda, que si el tío Eleuterio pescara aquella porción de instrumentos de física que había en un escaparate de la calle de la Montera! (extraído de Cleopatra Pérez, obra de José Ortega Munilla publicada en Cuba en 1884) ni en –Anda tú, arrastrao [sic] –gritó desde lejos la señora Sofía, lavandera–, anda tú, que así no hay ropa que baste para vosotros; anda, que si tu madre te viera, mejor sopapo… (de la obra de Clarín Pipá, 1886), la coma tras anda despeja las dudas. Y los de ese siglo (hasta 1974, fecha final del corpus) no llegan a la treintena, de los cuales el 75 % son de tres obras, Antoñita la fantástica y Titerris (1953), de Borita Casas35 (“¡Pues anda que no hablaba poco, a pesar de la prohibición del doctor no sé cuántos…!”), Cinco horas con Mario (1966), de M. Delibes (“anda que no tiene miga ni nada la frasecita esa”) y, sobre todo, A traque barraque (1972), de A. Zamora Vicente (“venía también Laurita, la del quinto, esa rubiales pecosa, que anda que no tiene pecas ni nada, qué barbaridad…”). No parece arriesgado, sin embargo, afirmar que se empleaba desde mucho tiempo atrás36.
Como fórmula contundente de desprecio ha quedado el arranque del estribillo de uno de los “pichi” de la revista Las Leandras, de Francisco Alonso, de mediados del siglo pasado: Anda, y que te ondulen / con la permanén, / y pa suavizarte / que te den col-crém. / Se lo pués pedir / a Victoria Kent, / que lo que es a mí, / no ha nacido quién. Anda, y que te ondulen / con la permanén, / y si te sofocas / ¡tómalo con Seltz! 35 La enorme popularidad del personaje “Antoñita la fantástica” está ligada al éxito de su creadora (Liboria Casas Regueiro, 1911-1999) como locutora de Radio Madrid. 36 Aunque Octavio de Toledo y Huerta y Sánchez López (2009) no han podido documentar el esquema ¿cómo de bajito? o ¡había que ver cómo de felices estaban todas! en el siglo xviii, piensan que “es de suponer que existió en la lengua hablada, al menos en las zonas donde actualmente se da, ya que aparece en textos del xix y principios del xx, tanto españoles como de algunas zonas americanas”. Conjeturas similares cabe hacer en otros muchos casos. No resulta fácil de entender por qué de ahí que, del que E. Díez del Corral (2015) no halla ni un solo ejemplo en su corpus de documentos coloniales de la Audiencia de Quito de los siglos xvi al xix, ha llegado a ser hoy un conector consecutivo “característico de un registro elevado, especialmente frecuente en la escritura o la oralidad formal” (Herrero Ruiz de Loizaga 2016a). Por cierto, la misma autora (Díez del Corral 2018) llega a la conclusión de que la gramaticalización de de allí (es) que como conector consecutivo “parece haberse alcanzado en el siglo xv”, si bien no cobra vigor hasta los siglos xviii y xix, y solo “bien entrado el xx” parece usarse con intensidad en países como Perú, Colombia, Argentina o México. Las interpretaciones varían, según los fenómenos investigados. C. Company, que se ha ocupado en varias ocasiones (2012, 2014, 2018) de los adverbios en -mente, sostiene que “son propios de la escritura –literaria y no 34
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8. Ya he anunciado que habría de volver una y otra vez sobre la prosodia. Según Octavio de Toledo y Huerta, uno de los hechos que reflejan la culminación del proceso de subjetivización de vaya (junto con la carencia de sujeto, su fijación en singular, el rechazo de complemento, etc.) es la “escisión entonativa”: ¡Vaya // ahora tengo que llevar a mi consuegra a la feria! En nuestro caso, podría parecer, en cambio, que el desarrollo acaba con la total soldadura: ¡anda que tú! ¡anda que no! Pero, aparte de que no me parece atinado el empleo de escindidas (otros prefieren hablar de estructuras hendidas) para referirse a secuencias como esos son los tíos que a mí me gustan, que de ningún modo resultan de la “escisión” o “división” de esos tíos me gustan (en todo caso, sería preciso probar que las segundas son históricamente anteriores), no cabe duda de que la distinta configuración prosódica de anda, no me líes / anda, que me estás liando / ¡anda que la que has liado!, etc. (una diferencia que no se limita a la realización de una inflexión intermedia en las dos primeras, y no en la tercera) no oculta la unidad del contorno melódico en todos los casos, al igual que en las secuencias, diferentes, encabezadas por cómo que y como que37. Otra cosa es llegar a aquilatar en qué medida y hasta qué punto la fusión melódico-sintáctica contribuye a que con anda que se pueda conseguir el sentido de ‘rotundamente no’ y con anda que no se infiera ‘naturalmente que sí’38: anda que lo está poniendo bueno; anda que no hay mujeres en el mundo; anda que no hemos visto iglesias en este viaje; anda que ser virgen a tu edad; anda que no eran literaria–, si bien, aunque con restricciones, acaban llegando también a la oralidad, coloquial o no, que “muchos textos literarios y los periódicos reproducen [sic], ficticia o literalmente” (2014 457-611), pero su conclusión de que “cuanto más culto es un hablante más posibilidades habrá de que emplee adverbios en -mente” (ibíd.: 528-530) revela que sigue vinculando lo oral y lo escrito (que ve como “dos soportes, registros o manifestaciones de lengua bastante diferenciados y no tanto registros lingüísticos complementarios”) a diferencias estratificacionales. Con anterioridad, había llegado a sostener que no se puede averiguar si la construcción {artículo + posesivo + sustantivo} y otras afines (que tienen numerosas restricciones distribucionales) “alguna vez fueron realmente productivas en la lengua oral medieval cotidiana o fueron más bien estructuras reservadas a ciertas tradiciones discursivas, en concreto, la lengua oral culta […], y que el hecho de que en el español actual queden de manera residual en ciertos dialectos de uso rural […] plantea el problema adicional de que parecen haber cambiado de estatus sociolectal en la diacronía de la lengua: eran de uso culto en la lengua medieval, posiblemente muy culto, y pasaron a ser un caracterizador de la lengua popular rural” (2009: 835, n. 38). Y antes aún ni siquiera parece superar la visión puramente medial: “no me ha sido posible documentar en el español medieval la introducción de FN no anafóricas basadas en la situación, ¡cuidado con el escalón!, porque es propia de la lengua oral” (Company 2006: 12). En realidad, lo difícil de encontrar en la Edad Media son tipos textuales escritos en que pueda manifestarse la llamada deixis ad oculos. 37 De modo parecido, habría que dejar de calificar de “inacabadas” o “incompletas” aquellas estructuras suspendidas. Cf. Pérez Béjar (2018). 38 Con una entonación distinta, ¡anda que sí! puede actuar como reforzador positivo, similar a vaya que sí ´claro que sí´, más frecuente. No cabe *venga que sí (tampoco *venga que no ni *vaya que no).
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viejas ni ná(da); anda que no tienes tú mucho que callar; anda que no os pusisteis pesados tu amigo el cura y tú; etc. Tras el anunciativo que puede aparecer, como se ha visto, el miembro “subordinado” de un esquema bipolar encabezado por si o como: anda que como se {entere / llegue a enterar} tu padre; anda que como no venga en este tren; anda que si te pilla la policía; Sevilla es ahora “El libro de las cosas perdidas”, como se llamaba aquella colección de versos de Rafael Montesinos, que anda que ponía malamente los títulos, como aquello de “La verdad y otras dudas” (A. Burgos, ABC de Sevilla, 17-1-2017); etc. Las diversas disposiciones secuenciales con que el hablante distribuye y jerarquiza el contenido siempre actúan en solidaridad con la conformación entonativa correspondiente: anda que los bolivianos que me están haciendo la obra, no son vagos / anda que no son vagos los bolivianos que me están haciendo la obra; anda que los chinos, como sigan ocupando todos los locales… / anda que como sigan los chinos ocupando todos los locales…; anda que tu primo, no está gordo ni ná(da) / anda que no está gordo ni ná(da) tu primo. Y en la réplica puede aparecer únicamente un sintagma nominal o una forma pronominal o adverbial, con lo que se marca la contraposición a lo propuesto en la intervención, real o supuesta, del interlocutor: anda que los políticos de Podemos! He aquí un par de fragmentos dialogados ilustrativos: (1) Dominica: …me pareces buena y honrada, cuando te miro como a hermana y tenemos que serlo siempre. José (Dentro): ¡María Juana! Dominica: ¡Que no vean que hemos llorao! María Juana: ¡Buena cara ties pa no conocerlo! Dominica: ¡Pues anda que tú! (Jacinto Benavente, Señora ama, 1908). (2) –¡Chacho! ¡Mira qué telegrafiamos ayer! –Cerca de tres mil palabras. –Pues anda que hoy…, ¿las pondrán? –¿Dónde? –En el periódico. –¡Toma que no! ¡Con letras como carros! (Felipe Trigo, Jarrapellejos, 1914).
Y se llega a exclamaciones cuasi formularias de (total) desacuerdo o (radical) rechazo, cuyas divergencias (o afinidad) de comportamiento con formas de otros verbos de movimiento también tienen que ver con las peculiaridades semánticas y gramaticales de cada uno de ellos. Según Octavio de Toledo y Huerta, “a fines del Setecientos se reanaliza vaya como elemento exclamativo de grado” en casos del tipo ¡vaya estupidez! (afín a ¡valiente estupidez!), ¡vaya ocurrencia! (no muy distante de ¡menuda ocurrencia!), ¡vaya tío pesado!, etc. No cabe en tales casos *anda (tampoco *venga, aunque algún periodista se ha permitido la recuperación de la concordancia en plural ¡vengan crímenes!), al igual que ocurre en ¡vaya por Dios! (*¡anda por Dios!). Tampoco la exclamación ¡anda, hombre! es equipara-
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ble a ¡vaya, hombre! ni a ¡venga, hombre!, como no lo son del todo ¡anda ya! y ¡venga ya! (no se usa *vaya ya), etc. 9. Hay que insistir en que la inversión de la orientación del sentido literal no se debe, ni mucho menos, únicamente a la presencia de anda que (no), sino que emana del intercambio verbal íntegro llevado a cabo en colaboración por los intervinientes, en el seno del cual anda (que) (no) actúa como un dispositivo detonante de un contenido que viene determinado de modo decisivo por el contorno prosódico que el hablante va modulando en función de lo previamente verbalizado –o simplemente presupuesto– por su interlocutor. Hasta tal punto es así que –aparte las semejanzas y diferencias con formas de otros verbos de movimiento, a algunas de las cuales se ha aludido– igual o parecido efecto se puede lograr con otro MD o sin ninguno. Obsérvense estos dos fragmentos, extraídos de Ganas de hablar, 2008), del escritor gaditano E. Mendicutti: (3) ¿y si por eso, por puro coraje de que a mí me pongan una calle, esos niñatos me han llamado así, maricón, me lo han dicho de esa manera tan desagradable, y me han dicho que me van a cortar el cuello, que me van a llevar al paredón, que me van a meter en la cámara de gas? Pues no me han llamado a mí maricón millones de veces, pero hacía siglos que no me lo llamaban de ese modo (p. 33). (4) ¿qué son hoy trescientos euros? Y, encima, tendrá que repartírselos con un espectador. Un día tenemos que llamar a estas cosas, Antonia. Y si nos tocan trescientos euros, pues nos tocan trescientos euros, buenos son, pues no tengo yo que hacer uñas para ganar trescientos euros… Y, encima, en dinero negro, no te digo (p. 45).
En ambos casos, el pues resaltado parece actuar como espoleta no muy distante de anda que. No está entre los dieciséis “valores” atribuidos a los seis pues que llega a diferenciar Fuentes Rodríguez (2009), si bien no se encuentra muy alejado del segundo de los tres que atribuye al PUES 4 (“reacción a lo dicho por el otro”): –Don Vicente, ¿quiso ser torero? –No, qué va, je, je –Pues nació en tierra de toros. ¿Qué hacer en casos como ese ¡no me han dicho a mí veces maricón!, donde no hay un MD al que agarrarse y es la estructura prosódica la que soporta el sentido del esquema sintáctico? Porque está claro que, si bien no faltan otras opciones, cuya afinidad habría que indagar (¡la de veces que a mí me han dicho maricón! ¡mira que me han dicho veces maricón! ¡cuidado que me han dicho veces maricón!), la fórmula “no marcada” *no me han dicho a mí veces maricón ni siquiera parece aceptable. 10. Esperar que los textos del pasado proporcionen testimonios abundantes de todos estos usos sería pedir peras al olmo. A veces da la impresión de que el historiador de la lengua prefiere colocarse un antifaz que oculte su propio conocimiento de agente. A nadie pasan inadvertidas, por ejemplo, las varias maneras de
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hacer una simple solicitud: ¿me harías el favor de acercarme las aceitunas? / ¿me acercas las aceitunas, por favor? / hazme el favor de acercarme las aceitunas / dame (ya) las aceitunas (de una vez) / etc. Tampoco el que, dentro del ámbito de la cercanía y confianza, la apertura de una expectativa con una clara intención ponderativa o intensificadora pueda lograrse de distintos modos (¡no te puedes imaginar lo que me ha dicho mi cuñado de la mujer de Pepe! / ¿tú sabes lo que me ha dicho mi cuñado de la mujer de Pepe?!, etc.), entre los que habría que contar con ¡anda que lo que me ha dicho mi cuñado…!, de similar o superior eficiencia comunicativa. Pero el lingüista no puede limitarse a agrupar procedimientos dispares en el seno de amplias categorías pragmáticas (algunas acuñadas ad hoc), como la intensidad o la atenuación, sobre las que tanto se ha escrito y escribe, a las que a menudo se hacen corresponder grados diversos de (des)cortesía, entre otras razones, porque, como es fácil comprobar, cualquiera de ellos puede “intensificar” o “atenuar”, así como constituir un mecanismo (muy) afable o tener consecuencias nefastas para la convivencia social (Monjour 2017). Piénsese, por ejemplo, en los dispares efectos de sentido alcanzables con el imperfecto de indicativo: ¿tú jugabas al fútbol, no?; ¿la reunión era a las cuatro, no?; ¿no te tocaba esta semana turno de noche?; ¿pero no teníamos la reunión a esa hora?; ¡lo que nos faltaba!; etc. (Schrader-Kniffki 2006). El hablante –ajeno siempre a las disquisiciones del investigador, pero primer interesado en que la interacción no fracase, ni siquiera chirríe– suele acertar en la elección que en cada situación resulta –o le parece– más adecuada y ajustada a su propósito. Confieso que ha sido una relativa sorpresa tomar conciencia del ab-uso (más que uso constante) que de anda que (no) se hace en mi entorno y yo mismo hago. Nada me ha extrañado, en cambio (al contrario, ha sido una confirmación esperada), comprobar que no desborde el ámbito de los intercambios verbales en que confluyen (a menudo, al máximo) los parámetros de la inmediatez comunicativa, en que es patente la connivencia y complicidad entre los interlocutores. De los señalados por Oesterreicher y Koch para perfilar la zona de la escala en que se sitúa cada modalidad de uso, hay uno, el que separa la monolocución de la interlocución (único, por cierto, que consideran dicotómico, lo que es más que discutible, pues las nuevas tecnologías permiten también cierta gradualidad, desde el momento en que una conversación coloquial se puede dar ya “cara a cara” con independencia de la distancia física existente entre quienes la mantienen), que según algunos debería servir de eje de referencia para el resto. No lo creo, pero, en todo caso, inimaginable es la presencia de anda que fuera de la interlocución de notable proximidad comunicativa. Como impensable resulta que Cervantes hubiera recurrido, fuera del diálogo conversacional, a algo como ¡Bonica gente es ella, por cierto, para tener necesidad de apetites que les inciten a dar un madrugón a sus amos, cuando menos se percatan!, con que la Gallega, un personaje de La ilustre fregona, replica a un huésped que le pide que “haga su hacienda, y no se entremeta con los mozos”. Lo que quiero decir es que, si determinadas condiciones permiten que una exclamación como ¡vaya par
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de tetas que tiene la Antonia! no sea rechazada por “fuera de lugar” (y no solo “fuera de contexto”), más fácil de entender es que ¡anda que no ha tenido suerte tu hermano! sirva para encomiar indirectamente a la persona que se ha decidido a compartir la vida con el familiar del interlocutor. De todos modos, inútil es tratar de prever todo en el comportamiento idiomático. Mientras preparaba estas páginas, me descubrí diciendo a un colega ¡anda que no hay nada publicado sobre MD!, sin advertir en él gesto alguno de asombro. Nunca son simples las razones de la decisión tomada por el emisor para actuar sobre el receptor, que es, al fin y al cabo, el que la ha de juzgar y, en su caso, sancionar su (in)conveniencia. Hasta cuando alguien desdobla al destinatario, como hace E. Lindo en una de sus colaboraciones periodísticas (Llegamos al banco y le digo que no aparque y que me espere en el coche, y dice que no, que yo entro. Nada, hijo, pues entra; anda que el capricho!), uno de ellos (su marido, el escritor Muñoz Molina, al que aquí llama hijo, pero al que habitualmente se refiere como su “santo”) es simple intermediario que le posibilita –mediante una hábil fusión del estilo indirecto y el directo– el empleo de una expresión que contribuye al propósito prioritario de aproximar el texto al lector, verdadero interlocutor. Final. Se me dirá –y con razón– que para esto no se necesitaban muchas alforjas. Ni es la primera vez que vinculo determinados hechos idiomáticos a ciertas variedades idiomáticas (Narbona Jiménez 2018), ni, desde luego, soy el único en hacerlo. Tratar de ubicar los fenómenos objeto de estudio en la escala única pluriparamétrica que va desde la máxima distancia a la inmediatez comunicativa va camino de convertirse en algo ineludible (Díaz Bravo/Fernández Alcaide 2018). Con ello, claro es, no se llega a alcanzar la –ni siquiera una– explicación de la trayectoria recorrida por un MD, ni a evitar que haya interpretaciones dispares e incluso irreconciliables. Pero sin tal cautela metodológica no se logrará ninguna convincente. La tarea no es sencilla. Cien páginas ha necesitado Iglesias Recuero (2000a) para mostrar que, pese a su escasa y “muy improbable” documentación (no pasa del siglo xv), el arranque de pues como MD ha de explicarse a partir de su vinculación a los “niveles coloquiales o informales”. Algo parecido cabe decir de su estudio “Oralidad y escritura en la Edad Media: observaciones sobre la historia de ca y que”, aparecido el mismo año (2000b). Tampoco el desarrollo evolutivo de así las cosas (que derivaría de la eliminación del verbo en estando así las cosas, y en última instancia de la frase absoluta latina rebus sic stantibus, propia del derecho romano) puede trazarse, según Pons Rodríguez (2015), si se pierde de vista que “pertenece o ha pertenecido durante un tiempo a un ámbito escritural prestigioso”39. E imposible es descubrir la vitalidad del conector conse Ahora bien ¿por qué, en cambio, no prosperó una estructura como E oyó misa el Rey, e ellos aparte, la qual misa dio el obispo de León, que la misma autora (Pons Rodríguez 2007) adscribe igualmente al espacio de la distancia comunicativa? 39
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cutivo de ahí que (cuyos primeros testimonios están asociados, por cierto, a verbos de movimiento, especialmente venir), si se pierde de vista su vinculación a la lengua escrita y la oralidad formal (Herrero Ruiz de Loizaga 2016; Pato Maldonado 2003, 2004; Rey Quesada 2015). En un extenso y bien argumentado escrito, López Serena (2018) hace ver que entre las distintas propuestas de Estellés Arguedas (2006, 2009) y de Iglesias Recuero (2015) acerca del origen y la cadena de gramaticalización de por cierto (para la primera, se trataría de una adquisición abrupta que entraría por vía escrita, mientras que la segunda defiende una incorporación gradual vinculada a las interacciones orales), hay que decantarse a favor de la segunda. Por supuesto, las interpretaciones discrepantes se dan igualmente fuera del ámbito de los MD. La construcción denominada de participio absoluto (o absoluta de participio), del tipo terminada la cena, todos los invitados salieron al jardín, abundantemente atestiguada en todas las épocas, ha pertenecido siempre, en mi opinión, a la zona propia de la distancia comunicativa40, pero Elvira (2004) la considera “especialmente adecuada para la sintaxis suelta que muestra la presencia de la oralidad en textos escritos”41. 40 Cf. Narbona Jiménez (1996a). De no ser así, mal se explicaría que, por ejemplo, en El patrañuelo, de Juan de Timoneda (que algunos tienen por la más importante colección de relatos antes de las Novelas ejemplares cervantinas), pese a aparecer constantemente y con toda clase de verbos, no haya ni un solo caso en las intervenciones dialogadas de los personajes. Otra cosa es que Cervantes, con fines estilísticos varios, llegue a ponerla hasta en boca del analfabeto Sancho (Señor, para descargo de mi conciencia le quiero decir lo que pasa acerca de su encantamiento, y es que aquestos dos que vienen aquí cubiertos los rostros son el cura de nuestro lugar y el barbero, y imagino han dado esta traza de llevalle de esta manera de pura envidia que tienen como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta, pues, esta verdad, síguese que no va encantado, sino embaído y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa; y si me responde como creo que me ha responder, tocará con la mano este engaño y verá como no va encantado, sino trastornado el juicio, Quijote, I, XLVIII), de lo que me he ocupado en otra ocasión, o que aparezca en la conversación común cuando determinadas expresiones (ya, una vez, etc.) se encargan de cancelar o atenuar la distancia comunicativa. 41 Delport, que parece no conocer el trabajo de Elvira, sin adoptar precaución discriminadora alguna, concluye que “dans l’histoire de l’espagnol, les constructions absolues s’ajoutent à la liste, longue, des syntaxes devenues contraignantes. Les sujets parlants y ont perdu sans doute des possibilités expressives. Ils y ont gagné la commodité d’avoir une règle, comme disait plaisamment F. Brunot. L’historien de la langue est frappé de ces pertes de liberté et en dresse l’inventaire. Il voit moins les gains qui n’ont pas manqué sans doute de s’accomplir et, peut-être, dans les mêmes proportions. L’histoire en serait à écrire” (2009: 186-187). Es verdad que esa historia tendría que escribirse, pero no creo que llegue a dilucidarse a qué hablantes afectan tales pérdidas y ganancias. En cualquier caso, si su proceso evolutivo se vio facilitado, como sostiene Delport (a quien tampoco escapa el paulatino triunfo del orden cerrada [ya] la puerta sobre las cartas rrecebidas, con el que alternaba hasta el siglo xvi), por el esquema parido que hubo un hijo, dicho que hubo lo cual, resultaría reforzado el carácter de recurso propio de la distancia del participio absoluto. Cf. también González Ollé (1995, 1996).
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Termino. Como ya he dicho, ha de quedar para otra ocasión, y casi con seguridad para investigadores más jóvenes y duchos en la búsqueda de los datos, la representación de los pasos de la evolución de anda que (no). Pero no quiero acabar sin añadir un par de observaciones. La primera, que el seguimiento de tal discurrir histórico ha de hacerse sin perder de vista que los escalones no son siempre sucesivos, sino que algunos, muchos o incluso todos pueden darse –se dan, de hecho– simultáneamente. Y la segunda, que sobran a los hispanohablantes mecanismos idiomáticos para lo que hoy se califica de intensificación y antes se llamaba énfasis, exageración… La conocida recomendación de Ortega a un joven argentino aspirante a filósofo (“nada hay más urgente en Sudamérica que “la estrangulación del énfasis”) podría valer para bastantes hispanohablantes de ambos lados del Atlántico. Es frecuente que a una expresión encaminada a introducir cierta dosis de moderación –virtud que se va adquiriendo con la maduración–, como “no es para tanto”, se replique –en tono (bastante) más elevado– con otra que parece no dejar margen para la duda razonable ni para atenuantes: ¿Cómo que no es para tanto? ¡Anda que no! La gramaticalización, con todo, posibilita los matices, ya que el alejamiento del significado léxico puede llegar a cancelar o mitigar lo hiperbólico, o al menos hacer que no pase de una ponderación con sordina. De modo que no, no es para tanto. Querer llevar (verbo de movimiento) o tener (de posesión) siempre la razón no es una especie de patología exclusiva de la comunidad de habla hispana, aunque pueda parecerlo. Como la investigación lingüística avanza –al igual que el proceso de gramaticalización– peldaño a peldaño, me conformo con que estas reflexiones ayuden a enfocar un poco mejor el análisis de los MD, al menos, del aquí analizado. Referencias bibliográficas Albelda Marco, Marta (2007): La intensificación como categoría pragmática: revisión y propuesta. Frankfurt am Main: Peter Lang. Albelda, Marco Marta/Mihatsch, Wiltrud (eds.) (2017): Atenuación e intensificación en géneros discursivos. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Vervuert. Alonso, Amado (1925): “Español como que y cómo que”, en: RFE 12, 133-156. Alonso, Amado (1939 [1961]): “Sobre métodos: construcciones con verbos de movimiento en español”, en: RFH 1 [reproducido en Estudios lingüísticos. Temas españoles, Madrid: Gredos, 190-236]. Banegas, Mercedes/Lagae, Véronique (eds.) (2017): Marqueurs discursifs des langues romanes: Approches croisées. Monográfico de Pragmalingüística. Cádiz: Universidad de Cádiz. Borreguero Zuloaga, Margarita (2015): “El gato, que ha tirado un vaso: ¿construcciones escindidas en el español coloquial?”, en: RILI 13, 101-122. Borreguero Zuloaga, Margarita/Gómez-Jordana Ferary, Sonia (eds.) (2015): Marqueurs du discours dans les langues romanes: une approche contrastive. Limoges: Lambert-Lucas.
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DE LA LOCALIZACIÓN A LA CONCESIVIDAD (Y MÁS ALLÁ): AUGE Y CAÍDA DE LA LOCUCIÓN CONJUNTIVA EN MEDIO DE DURANTE EL PRIMER ESPAÑOL MODERNO (CA. 1675-1825)* Álvaro S. Octavio de Toledo y Huerta Universidad Autónoma de Madrid
Så hvirvles de ind i sproget som om de var lavet af jord1 (Inger Christensen, Det)
1. Introducción Quizá no se haya ponderado aún suficientemente la utilidad del Diccionario de autoridades para trazar la historia sintáctica de esquemas hoy inusuales o perdidos, pero muy vivos, en cambio, en la lengua de comienzos del siglo xviii. Hacia el final de la entrada general correspondiente al adjetivo y sustantivo medio, por ejemplo, los primeros académicos ofrecen la siguiente información sobre la locución en medio (1a), que ilustran con ejemplos de dos conocidos frailes polígrafos, uno agustino y el otro jerónimo, activos en los primeros años del siglo xvii (1b): (1) a. En médio. Vale tambien No obstante, sin embargo: y assi se dice, En medio de esso. Lat. Hoc non obstante. Verumtamen (Autoridades, IV, 529a, 1734). b. Fue tan grande [sc. Jerusalén], que sus mismos enemigos la hubieron de reconocer mal de su grado, aun en medio de las supersticiones en que apostaban con ella (Juan Márquez, OSA, Los dos estados de la espiritual Jerusalén, Medina del Campo, 1603). (1b) Cosa que a la madre dio mucho gusto, por ver que en medio de sus galas y vanidad, se mostrasse tan celosa de obra que era tan fuera de lo que su hábito pedía (Diego de Yepes, OSH, Vida, virtudes y milagros de la bienaventurada virgen Teresa de Jesús, Zaragoza, 1606).
Este trabajo se inserta dentro del Proyecto I+D del Ministerio de Economía y Competitividad (España) “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica” (referencia FFI2015-64080-P), dirigido por Francisco Javier Herrero Ruiz de Loizaga. 1 Traducción: ‘Entonces entran arremolinándose en el idioma como si estuviesen hechos de tierra’. *
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Resulta fácil ver que el valor aquí definido es el que en la actualidad asume una locución concesiva como a pesar de, que puede introducir sintagmas nominales, tal como hace en medio de en estos ejemplos2. Posiblemente haya que atribuir a mera inercia lexicográfica que el DLE aún recoja hoy, sin marca alguna, la equivalencia de en medio con no obstante y sin embargo como tercera acepción de esa locución (DLE 2014: 1436, s.v. medio), pues el empleo ejemplificado en (1b) se hace hoy extraño al uso común del hablante nativo, aunque no sea imposible encontrarlo alguna vez en la escritura, tanto en España como en América (2a)3; sí que sigue siendo habitual, en cambio, que en medio introduzca un SN para expresar una circunstancia que, siendo desfavorable a la consecución del evento contenido en la oración, no logra cancelarlo, y en estos casos es fácil derivar una interpretación concesiva: así, en las acotaciones teatrales del primer ejemplo de (2b), el SN introducido por en medio de establece un estado (el enfado de María) durante cuya vigencia no resulta esperable que María sonría, hecho que, sin embargo, acontece, mientras en el segundo ejemplo, el dolor de muelas representa un obstáculo para el esfuerzo que supone el parto mental, pero no de importancia suficiente como para impedirlo. Aunque este esquema se antoja notablemente convencionalizado, conviene advertir, no obstante, que su valor concesivo depende de la relación que entablan entre sí el evento de la oración y la(s) circunstancia(s) que introduce el complemento con en medio de, pues la interpretación concesiva se diluye si el SN, aun expresando un estado de cosas generalmente tenido por negativo, no puede interpretarse claramente como un obstáculo concreto para la realización del evento (3a), y no puede darse en modo alguno si el SN expresa circunstancias neutras o incluso favorables a dicha realización (3b). Parece, por tanto, que nos hallamos ante una construcción en la que el complemento con en medio de introduce una circunstancia concomitante con el evento de su oración4 que, en la medida en que dificulta la consecución de ese evento sin cancelarlo, autoriza la lectura concesiva del conjunto, ya que tal circunstancia, al plantear un obstáculo no insalvable, ve rebajado su peso argumentativo. Como en la interpretación adversativa de las 2 En tiempos de Autoridades aún era relativamente común introducir SSNN con secuencias como sin embargo y no obstante, por lo que la definición académica se ajusta a la lengua de su época, en que no resultaban tan marcados como hoy sintagmas del tipo de Sin embargo de sus supersticiones o No obstante(s) sus galas; cf. sobre este asunto Herrero Ruiz de Loizaga (2015) y Garachana Camarero (1998, 2014: 974). Para a pesar de como locución tanto prepositiva como conjuntiva de sentido concesivo en la actualidad, cf. NGLE (2009: §§ 29.9r, 2283 / § 47.14g, 3611-3612); para su trayectoria histórica, sobre la que volveremos, cf. Pérez Saldanya/ Salvador Liern (2014: 3790-3796). 3 En adelante, y salvo que se indique expresamente lo contrario, los ejemplos utilizados proceden de los corpus electrónicos CORDE (hasta 1975) y CREA (a partir de esa fecha). 4 Corresponde, así, a la cuarta acepción de en medio en el DFDEA (2004: 637a): “Con [ello] o en la circunstancia constituida por [ello]”.
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relaciones de simultaneidad con mientras (Ese oficial se lleva los parabienes de sus superiores mientras los soldados cargan con todo el trabajo), el valor opositivo no está codificado como parte inherente del significado del nexo, sino que depende de una determinada interpretación discursiva de la relación entre dos eventos o estados de cosas. (2) a. En medio de su proverbial discreción, Gutiérrez Aragón dejó escapar ayer un “¡estamos indignados!” (“Teddy Bautista lleva a los tribunales a sus rivales en la Sociedad General de Autores”, El Mundo [España], 10.5.1995). la Logia había introducido entre sus prácticas, con carácter litúrgico de comunicación, el baño de asiento. No debió de ser en vida de Lilaila, quien, en medio de su misticismo, parecía mujer bastante razonable, sino más tarde (Gonzalo Torrente Ballester, La saga/fuga de J.B., 1972). En medio de su ascetismo, atado a su carne sedentaria, él, sin embargo, sabía que sus posesiones exteriores daban la medida de su libertad y de su aislamiento (Ricardo Piglia, Respiración artificial, 1980). b. [LUIS] (Agarrándola como puede por la cintura, apretándola contra la pared.) Déjame que te bese. [MARÍA] (En medio de su enfado se le escapan sonrisas nerviosas. Dice con voz sorda:) Luisito, que llamo a tu mamá (Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano, 1982). al igual que a Júpiter le crecía una criatura en la cabeza y tenía que parirla en medio de un dolor de muelas más allá de toda santidad (Fernando del Paso, Palinuro de México, 1977). (3) a. incluso esa alternativa, que va madurando discretamente en medio de una enorme tensión política en Washington, corre el riesgo de ser rechazada por la Cámara de Representantes (El País [España], 15.7.2011). b. Es el ojo de vidrio del general, que ayer te tragaste en medio de la borrachera (Fernando del Paso, Palinuro de México, 1977).
Con evidencia, en cambio, el contenido argumentativo concesivo forma parte de las instrucciones de procesamiento activadas por en medio de en los ejemplos de (1b) y (2a). En estos casos, por otro lado, el SN introducido por en medio de (que en adelante designaremos término) no expresa circunstancias temporalmente ancladas, sino, más bien, características atribuibles a una entidad: así, el complemento con en medio en estos ejemplos informa de que, a juicio del hablante, los enemigos de Jerusalén son supersticiosos, cierta monja era vanidosa, el cineasta Gutiérrez Aragón es discreto o tal o cual personaje resulta místico o ascético; la locución, por su parte, informa de que la característica seleccionada plantea al correspondiente individuo un obstáculo, aunque no insalvable, para la realización del evento oracional. Por consiguiente, el término de ejemplos como (2b) o (3) introduce estados de cosas temporalmente delimitables o, si se quiere, estados davidsonianos con una estructura eventiva, lo que permite parafrasearlos mediante predicados de estadio (‘María está enfadada’ en 2b, ‘estabas borracho’ en 3b, etc.) o existenciales (‘tiene un gran dolor de muelas’ en 2b, ‘hay mucha tensión política’ en 3a, etc.); por el
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contrario, los términos de los ejemplos de (1b) y (2a) introducen estados kimianos, no eventivos y parafraseables mediante predicados de individuo5. La breve definición de Autoridades cita también un empleo concesivo de en medio de que toma como término una anáfora textual, esto es, referida a todo un segmento previo de discurso (en medio de eso ‘a pesar de eso’): el uso de esta secuencia, evidentemente, se aproxima mucho al de aquellas de contenido afín (y, en especial, las formadas con el cuantificador universal: con todo, pese a todo, después de todo, etc.) que pueden funcionar como conectores discursivos de tipo contraargumentativo o reconsiderativo. Al menos la combinación particular en medio de todo parece, además, haber sobrevivido mejor que cualquier otra manifestación del esquema de (1b, 2a), pues entre los lexicógrafos de las últimas décadas la describe María Moliner (4a) y recogen algún ejemplo Seco y sus colaboradores (4b). (4) a. EN MEDIO DE TODO. Frase con que se expresa una atenuación de alguna desgracia, percance o inconveniente: ‘En medio de todo, más vale que haya ocurrido ahora que más tarde’ (DUE 1967: 378b, s.v. medio). b. No tomaré nada; en medio de todo… ya ves, me siento orgulloso de lo que venga (Juan Antonio Zunzunegui, El camino alegre, 1962; cit. en DEA 1999: 4337a, s.v. todo, 27).
Finalmente, el hecho sintáctico sin duda más llamativo hoy día es la capacidad que la locución en medio de tuvo en otros tiempos (entre mediados del siglo xvii y las primeras décadas del xix, aproximadamente) para funcionar como nexo conjuntivo de carácter concesivo, es decir, para introducir no solo sintagmas, sino oraciones de infinitivo (5a), completivas encabezadas por el complementante que (5b) o exclamativas indirectas que emplean el grupo cuantificador lo (ADJ) que (5c)6. En anteriores etapas del idioma, por tanto, en medio de tuvo una distribución enteramente equiparable a la del actual a pesar de, y los ejemplos de (5) sugieren que ha debido ir restringiendo sus posibilidades combinatorias a lo largo del último siglo, ya que solo parece sobrevivir residualmente la asociación con el citado esquema exclamativo (5d). (5) a. Este pueblo se halla en un plano situado de dos barrancas, goza de amenidad en medio de ser su temperamento frío (Relaciones geográficas del arzobispado de México: jurisdicción de Teuzitlán y Atempa, 1743). aunque nos inclinásemos a este en medio de conocer que iba errado, teníamos la suficiente probidad o soberbia para no manifestarnos parciales de una loca denuncia o de un absurdo (Antonio Alcalá Galiano, Memorias, 1847-1849). Para la distinción entre estados davidsonianos y kimianos, cf. Maienborn (2007). Para la historia de este grupo cuantificador y sus semejanzas y diferencias con otras estrategias de cuantificación exclamativa, cf. Octavio de Toledo y Huerta/Sánchez López (2009). 5 6
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b. En medio de que esta especie está mui vulgarizada, no sé que entre los antiguos escritores haya otro fiador de ella más que Antígono Carystio (Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal 3, 1729). La ‘v’ […] por el uso común se pronuncia como la ‘b’, en medio de que la Academia Matritense anhela se profiera con su legítimo sonido, como lo hacen muchos de los doctos (Francisco Zavaleta, Cuadernillo, suma o quintaesencia de los elementos de la lengua castellana, 1812). c. En medio de lo odioso que es y debe ser a lo común de los hombres el que está agitado de semejante delirio, […] suele ser divertido su manejo para el que lo ve de lejos (José Cadalso, Cartas marruecas, 1773-1774). Cerca de dos meses resistieron los turcos en su desventajosa posicion, y el fuerte de Arab-Tabia descuella en este suceso con jigantescas proporciones, en medio de lo reducidas que eran las de su trazado y condiciones de defensa (Juan Prim, Memoria sobre el viaje militar a oriente, 1855). d. En medio de lo estéril que puede resultar la ‘futurología’ en esto del golf, pienso que el campeón del Máster no va a ser ‘Tiger’ Woods (“El difícil oficio del pronóstico en Augusta”, El Tiempo [Colombia], 10.4.1997).
Dedicaré las próximas páginas (§ 2) a trazar la génesis, la interrelación y la difusión (con regresión o pérdida, en algunos casos) de los usos de en medio de ejemplificados en (1-5), para acabar deteniéndome, en el apartado de conclusiones (§ 3), en algunos aspectos de esta evolución que, en mi opinión, ilustran puntos de interés para el estudio general de los cambios sintácticos. 2. Breve historia de en medio de con términos abstractos A lo largo de la Edad Media, en medio de muy rara vez introduce un SN que no designe una entidad o espacio físicos7. Dejando al margen los nombres que designan unidades de medida del tiempo (día, noche, mes, etc.), fases o periodos temporales (edad, niñez, vida, enero, invierno, cuaresma…) y trayectos espacia-
7 Los usos locativos de medio precedido de una preposición espacial (a, de, en, por, hasta) continúan los que ya poseía en latín el adjetivo medius, -a, -um tras esa misma clase de preposiciones (in mediis aedibus, per medias urbes, etc.); para la historia de estos esquemas y sus valores en español, cf. Octavio de Toledo y Huerta (2016a: 144-148). Nos referiremos aquí exclusivamente al empleo locativo dominante en toda época y diacrónicamente más resistente de en medio de SN, que es aquel en que la entidad localizada se encuentra contenida en el espacio físico delimitado por el término, el cual designa, por tanto, un continente; no atenderemos aquí, pues, al esquema en que el término designa un conjunto de al menos dos entidades que no contienen a la entidad localizada, sino que delimitan los extremos o lindes de un espacio global respecto del que esta se sitúa en alguna posición intermedia, y equivale, así, a entre: “ha de poner su caballo parado en medio de caballero y toro” (Nicolás Rodrigo Noveli, Cartilla para torear, 1726).
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les (curso, carrera, vuelo…), con los que en medio de indica la ubicación de un evento en el tramo central, no inicial o final, del segmento espacial o temporal en cuestión (6a)8, durante los siglos xiii y xiv en medio de solo parece seleccionar términos abstractos cuando estos indican ciertas actividades sociales, como las comidas o las ceremonias religiosas (6b): en estos casos, el evento ubicado por en medio de no se localiza necesariamente en el tramo central de desarrollo de tal actividad sino, de forma más indefinida, en cualquier punto a lo largo de su duración, con lo que adquiere un valor de simultaneidad temporal (inclusión del evento en el intervalo amplio señalado por el término) semejante al de durante9. Esta forma de localización temporal indefinida no es sino el trasunto temporal de la localización espacial imprecisa (cf. por ejemplo en medio del campo o en medio del mar), fácilmente rastreable tanto en latín como en castellano medieval (6c); a partir de ella debió surgir el uso intensivo-mirativo (al que hoy se asocia el empleo del adjetivo pleno) que subraya el carácter inesperado o sorprendente de la localización (apareció desnudo en medio de la calle ‘en plena calle’) y que igualmente se da en el esquema temporalizado (6d, donde en medio de la cena vale ‘en plena cena’). (6) a. La perdiz güera [= empolla] los hueuos que non pone […] & en medio de sos dias los desamparara (General estoria 4, ca. 1280) [cf. Vulgata, Jer 17.11: “in dimidio dierum suorum derelinquet eas”]. era estonces actheon en medio de la su edat (General estoria 2, ca. 1275 [ms. del s. xiv]). E cuando va el cielo desatemprado en medio de los grandes fervores del sol estonces sale el Nilo e trae la mucha agua (General estoria 1, ca. 1275). 8 Este uso se da ya en latín: de media nocte (César, Guerra de las Galias, II, 7), medio aestu (Virgilio, Geórgicas, I, 297), etc. Nótese que en este contexto es posible la sustitución por el esquema con el sustantivo mitad (en mitad del {día / verano / vuelo}); de hecho, hoy día en mitad de o a mediados de parecen preferirse claramente a en medio de en combinación con algunos términos de esta clase: “En estos debates pasaron algunos años, hasta que enmedio del siglo pasado apareció un anónimo en francés” (Francisco Alvarado, Cartas críticas del Filósofo Rancio 2, 1811-1813). 9 De nuevo, este uso ya se daba en latín (“quid flagella media coena petis?”: Séneca, Sobre la ira, III, 35, 2), y también aquí en medio de puede sustituirse por en mitad de. Naturalmente, también es posible con estos términos una localización temporal más precisa en el tramo central de la actividad (‘en la mitad de’): “& a medio del conuid dieron a Alexandre a beuer con el mas preciado uaso que y auie” (General estoria 4, ca. 1280). Por otra parte, el sustantivo tiempo en su acepción de ‘época, tramo cronológico acotado’ también pudo ser seleccionado por en medio de con el valor de localización imprecisa de los ejemplos de (5b): “Ca estonçes en medio deste tienpo gano del andalozia el Rey don fernando lo que era antes delos xristianos espannnoles” (Alfonso X, Estoria de España II, 1270-1284 [ms. del s. xiv]); “En medio de esti tiempo algunos sieruos reptauan a Alchibiado & a sus amigos” (Juan Fernández de Heredia, trad. Plutarco, Vidas paralelas, 1379-1384). Una vez más, este uso prolonga otro latino, pues medio tempore se empleó con el valor de ‘entretanto’: “curam aerari Saturni reddidit, quam medio tempore praetores … sustinerunt”: Suetonio, Doce césares, Claudio, 24, 2).
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muyt chicas moscas et muyt crueles, las quales muchas vegadas en medio de los estios andan ayuntadas en los lugares calientes (Juan Fernández de Heredia, trad. Orosio, Historias contra los paganos, 1376-1396) [en el texto latino, mediis aestibus (VII, 27, 6)]. E por eso las cosas embiadas más rezias van en medio del curso que en el su prinçipo (Enrique de Villena, Glosas a la Eneida, 1427-1428). Las lagrimas son yguales / al nasçer e al morir / mas en medio del beuir / menos son bienes que males (Fernán Pérez de Guzmán, Virtudes y vicios, mediados del s. xv). b. Sedié el arzobispo, un leal coronado, / en medio de la missa sobre’l altar sagrado, / udiéndola grand pueblo, pueblo bien adobado, / la eglesia bien plena, el coro bien poblado (Gonzalo de Berceo, Milagros de nuestra señora, 414, ca. 1246-1252). Otros estan en la eglesia & rezan dos viesos & dizen muchas mentiras & riyen & fazen escarnios en medio de las oras (Martín Pérez, Libro de las confesiones, ms. del s. xiv). Do comían e folgavan, en medio de su yantar, / la puerta del palaçio començó a sonar (Juan Ruiz, Libro de buen amor, 1376ab, 1330-1343). c. Acendudo el fuego en medio del palacio (Biblia E6, ca. 1260) [cf. Vulgata, Lc 22.55: in medio atrio]. fue en muy grant cuedado por Razon que era en medio de su tierra dell Emperador (Gran conquista de Ultramar [ms. J], 1293). d. fue, pues, Alexandre a cenar con Dimitrio, et en medio de la cena Dimitrio se leuanto (Juan Fernández de Heredia, trad. Plutarco, Vidas paralelas, 1379-1384).
Hay que esperar al siglo xv (o los últimos años del xiv en la Corona de Aragón) para ver aflorar los primeros testimonios de otros términos abstractos: nominalizaciones deverbales de evento y de estado10 como natividad ‘nacimiento’, asalteamiento ‘asalto’ o dolencia (7a), y nombres que designan estados psicológicos, como deleite, fervor ‘furor’, o pena (7b)11. Aunque también estas secuencias tenían antecedentes latinos (7c)12, seguramente no es casual que surjan justamente en el Cuatrocientos castellano, ni que se manifiesten con alguna anterioridad en el oriente peninsular: su adaptación romance no debió ser ajena a la corriente de elaboración de inspiración latinizante que recorrió la Península de este a oeste a lo largo de esa centuria, y así parece comprobarse en los casos (como el primer ejemplo de 7a y el primero también de 7b) en que hemos podido consultar la
10 Adoptamos aquí la terminología y clasificación del esclarecedor libro de Fábregas (2016: 92-107, 118). 11 Unos y otros son pluralizables (concurrimientos et asalteamientos en 7a, tormentos e penas en 7b), en cuyo caso “denotan generalmente una secuencia temporalmente ordenada de eventos más o menos espaciados en el tiempo” (Fábregas 2016: 102), en el caso de las nominalizaciones, o un estado prolongado en el tiempo de forma continua o discontinua a través de fases sucesivas, en el caso de los nombres de (7b). 12 Nótese que tanto dolor como maeror no solo indican un estado anímico, sino que son nominalizaciones deverbales en latín.
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fuente directa13. Sea ello como fuere, con la aparición de estos términos se consuma un importante cambio nocional: una locución forjada para la localización de entidades referenciales contenidas en un ámbito espacial se hace capaz de situar eventos dentro del ámbito temporal determinado por un estado de cosas, de modo que el término mantiene con la entidad situada su característica relación fondo-figura o continente-contenido, solo que en un plano ya no físico, sino más abstracto. Se trata de una traslación de dominio de naturaleza metafórica (ESPACIO > TIEMPO) muy común en los relacionantes locativos14, que en el caso de en medio de tendrá consecuencias concretas respecto de la selección de la entidad situada, pues esta tenderá a interpretarse como sujeto paciente o como experimentante del estado presentado por el término, y por ende como entidad animada (así, ciudad en el primer ejemplo de 7a puede leerse como trasunto metonímico de quienes viven en ella); el término, por otra parte, con frecuencia describe estados conflictivos o negativos para esa entidad (en 7 solo hacen excepción los ejemplos de natividad y deleite), que pueden entenderse como causantes o justificativos del evento situado cuando ambos se encuentran argumentativamente coorientados (en el primer caso de 7a, puede entenderse que una ciudad peligra ‘por causa de’ o ‘a raíz de’ los acometimientos que padece), pero también pueden suscitar inferencias contrarias a la consecución del evento, en cuyo caso cabe interpretar las circunstancias planteadas por los términos como obstáculos (cf. los dos primeros ejemplos de 7b): es en este último entorno donde surge la lectura concesiva ya descrita a propósito de los ejemplos de (2b, 3). Denominaremos en adelante EM1 a este esquema temporalizado con en medio de, refiriéndonos con la sigla EM1Conc a la lectura contextual concesiva. (7) a. cascuna ciudat, seyendo en medio de atantos concurrimientos et asalteamientos que non se podian esquiuar, periglaua (Fdez. de Heredia, trad. Orosio, Historias contra los paganos, 1376-1396) [en el texto latino, “cum quaeque ciuitas tantis concursibus media ineuitabiliter periclitabatur” (VI, 5, 11)]. E, nuestro gozo nasçido, en medio de su natyuidad lo has vsurpado sin temor de tu fama (Fernando de la Torre, Libro de las veynte cartas e quistiones, comp. 1449). o quiça que se mudara el aire en medio de su dolençia & morra (Tratado de patología, ca. 1500).
13 Cf. ya Ridruejo Alonso (1984) y, recientemente, Pons Rodríguez (2016) u Octavio de Toledo y Huerta (2017a), trabajos que atienden con particularidad a los aspectos sintácticos de este trasvase. Parece constituir una excepción cronológica, en principio, el ejemplo alfonsí de (7b), pero el manuscrito de esa parte de la General estoria transcrito en el CORDE es (como todos los demás que se han localizado; cf. Almeida Cabrejas 2003) tardío, del siglo xv, con la consiguiente posibilidad de adaptación a la lengua del copista; se trata, en todo caso, de una traducción muy dependiente del subtexto de partida, la Farsalia de Lucano, que ofrece aquí el esquema medioque furore, calcado por el versionador. 14 Cf. sobre este asunto, por ejemplo, Boers (1996), Skopeteas (2008) o Waters (2009).
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b. Et estando el en muebda de la batalla & en medio del feruor della […] metio todo su cuydado en amor (General estoria 5, ms. s. xv) [“et in media rabie medioque furore / … admisit Venerem curis” (Lucano, Farsalia, X, 72-75)]. oy [= escucha] el poderío de los miraglos que fueron fechos [por Cristo] en medio de los tormentos e penas (Alfonso Martínez de Toledo (atr.), trad. San Ildefonso, Tratado de la perdurable virginidad de Santa María, ms. de la segunda mitad del s. xv). Teme la muerte e despreciala en el medio del deleyte (Floresta de philósophos, comp. ca. 1430, ms. del último cuarto del s. xv). c. Venus medio sic interfata dolore est (Virgilio, Eneida, I, 386). in … libro quem in medio (non enim sapientes eramus) maerore et dolore scripsimus (Cicerón, Tusculanas, IV, 63).
Es solo al término de un siglo xv que ofrece escasísimos ejemplos de EM1 (todos los anteriores a 1490 que hemos podido localizar en el CORDE se incluyen en 7) cuando los casos de este esquema comienzan a prodigarse (cf. 8, tres de cuyos cinco ejemplos –los dos primeros y el último– son del tipo EM1-Conc): su aparición en la Cárcel de amor y el Amadís de Gaula, dos de los productos más elaborados de la ficción tardomedieval, habla de una construcción notablemente asociada aún al ámbito de la distancia comunicativa (en términos de Koch/Oesterreicher 2011); quizá la considerable repercusión de estas obras, tanto por su propio éxito editorial como por su influjo sobre la prosa sentimental y caballeresca de la primera mitad del xvi, pudo contribuir a popularizar el empleo de EM115. 15 Hemos comentado en otras ocasiones un efecto semejante respecto de otros rasgos sintácticos claramente asociados a la distancia comunicativa, como la anteposición del cuantificador negativo nada al verbo finito (nada sé, frente al no marcado no sé nada; cf. Octavio de Toledo y Huerta 2014a) y la anteposición del infinitivo (con o sin clíticos) a los verbos modales tras otros constituyentes internos a la oración ({ahora / yo / esto…} decir(lo) {puedo / quiero / debo}; cf. Octavio de Toledo y Huerta 2018); en ambos casos, las novelas de Diego de San Pedro y el Amadís actúan como catalizadores textuales del cambio; en efecto, estas obras acogen y multiplican notablemente la frecuencia de esos esquemas respecto de periodos anteriores, al tiempo que sirven de modelo para su uso en otras de tema o género afín durante los dos primeros tercios del Quinientos. En el caso de en medio de, el esquema pudo pasar del Amadís a diversas novelas de caballerías del siglo xvi: “si en medio de los trabajosos dolores que me cercan no toviesse memoria que vuestra merced está de mi parte para procurarles medicina, ya la desesperación me abría con la muerte hecho despenado” (Fernando Bernal, Floriseo, 1516); “Tal quedó el Caballero del Sol como al que viene un descontento en medio de un sabroso placer” (Pedro Hernández de Villaumbrales, Peregrinación de la vida del hombre [el caballero del Sol], 1552); “la fortuna […] como rueda de molino se rebuelve. De tal manera se quiso mostrar contraria y enemiga a Rosicler en medio de sus plazeres, que en muy poco estuvo de pagar su vida” (Diego Ortúñez de Calahorra, El caballero del Febo, 1555); “no sabiendo qué hazerse en medio de tantas dificultades” (Joaquín Romero de Cepeda, La historia de Rosián de Castilla, 1586). En cuanto a la tradición sentimental, se recogen ya casos de EM1 en la primera novela pastoril, la Diana de Montemayor, y más tarde en El pastor de Fílida, Las lágrimas de Angélica
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(8) Con todo esto él tenía tan grande el ánimo que vencía todas estas cosas, y en medio destos trabajos durmía sosegadamente (Alonso Maldonado, Hechos del Maestre de Alcántara don Alonso de Monroy, ca. 1492). Allí comencé a maldezir mi ventura; allí desesperava de toda esperança; allí esperava mi perdimiento; allí en medio de mi tribulación nunca me pesó de lo hecho, porque es mejor perder haziendo virtud que ganar dexándola de hazer (Diego de San Pedro, Cárcel de amor, 1492). Ruégote mucho, quando con mi respuesta en medio de tus plazeres estés más ufano, que te acuerdes de la fama de quien los causó (Diego de San Pedro, Cárcel de amor, 1492). Pues, ¿tomará este medio Amadís de Gaula en lo que agora la movible fortuna le apareja, mostrando los veleños y ponçoñas que en medio destas tales alegrías, desta tan grande alteza escondidos tenía? Yo creo que no (Amadís de Gaula, ca. 1490). riendo de lo que avían passado, […] diziéndole el gran plazer que ovieron cómo los elefantes bramavan y se rebolvían con el olio que ardiendo sobre ellos dava; e cómo al trastornar de los castillos caían los paganos, las piernas hazia arriba y las cabeças abaxo, unos sobre otros, que en medio de su gran afrenta no pudieron escusar la risa (Amadís de Gaula, ca. 1490).
Pero serán otros dos grupos de textos los que asuman un papel protagonista en la propagación del esquema durante el Quinientos: la lírica italianizante, por un lado, y la prosa de asunto religioso (con algún antecedente ya en el siglo xv; cf. en 7 el ejemplo del Tratado de la perdurable virginidad de María), por otro. En ambas tradiciones se acudió probablemente a la aclimatación imitativa de modelos foráneos, pues el uso análogo del italiano in mezzo a está ya presente en la tradición petrarquista (9a), y de ella debieron adoptarlo Garcilaso, Boscán o Gutierre de Cetina (9b)16, mientras que medius acompaña a nombres abstractos
o la Galatea cervantina: “pues en medio de la infidelidad del mahomético Rey Marsilio, que tantos años le había tenido cercado, se había sustentado de manera que siempre había salido vencedor y jamás vencido” (Jorge de Montemayor, Los siete libros de La Diana, 1559); “pero todo esto para más mal, porque en medio desta felicidad comenzaron de uno y otro lado á combatirme celos y sospechas” (Luis Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, 1582); “y en medio de mis imaginaciones, como mis dolores no me dejaban entregar los ojos al sueño, […] tomé el laúd y comencé a cantar unos versos” (Cervantes, La Galatea, 1585); “Por Angélica, que en medio de su prosperidad halla quien la ponga en tanto estrecho, se puede entender la poca firmeza del bien humano” (Luis Barahona de Soto, Las lágrimas de Angélica, 1586). Conviene señalar, sin embargo, que ninguno de los dos grupos (con 5 y 11 ejemplos, respectivamente, entre 1490 y 1599) descuella en exceso, en cuanto a la presencia de EM1, por encima de otros que enseguida trataremos; es muy probable, además (especialmente en el caso de la narrativa sentimental) que el uso de en medio de se adoptase en estas clases textuales a partir de su notable implantación en la poesía lírica. En todo caso, su perfil concepcional asociado a la distancia comunicativa es común con la misma poesía lírica de corte italianizante y con la gran mayoría de tradiciones que, como veremos, acogen el esquema EM1 hasta finales del siglo xvi. 16 Para la primera mitad del xvi, el CORDE permite recuperar, en concreto, tres ejemplos en Garcilaso, dos en Boscán, siete en Cetina y tres en Jerónimo de Urrea (dos de ellos, en su
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ya en los tratados de los primeros apologetas, las exposiciones jeronimianas o la concionatoria agustiniana (9c), por lo que no es de extrañar su creciente empleo a lo largo del siglo xvi en las obras ascéticas y expositivas, doctrinales y morales, hagiográficas y piadosas (9d)17: entre 1490 y 1599, hasta 93 de los 302 casos totales (el 31 %) aparecen en textos poéticos, y 148 de los 208 casos en prosa (un 71 % de estos) figuran en obras de carácter religioso, de modo que el resto de ejemplos representa tan solo una quinta parte del total (61/302, 20 %) y un mero 29 % (61/208) de los casos en prosa18. Tras otras tradiciones parece también latente un modelo latino, como ocurre con la traducción de los coloquios de Erasmo o la Institutio mulieris christianae de Vives (cinco casos en total; cf. 9e)19. traducción del Orlando furioso de Ariosto; el tercero, en una epístola en tercetos): juntos, estos 15 casos representan algo más de una tercera parte del total de documentaciones de EM1 entre 1490 y 1549 (15/40, 37,5 %). 17 Entre los autores que emplean EM1 repetidamente durante el siglo xvi, cabe citar a Francisco de Osuna (nueve casos), Luis de Léon (nueve casos), Pedro Malón de Chaide (10 casos), Juan de Pineda (cinco casos), Alonso de Villegas (ocho casos), Pedro de Ribadeneira (tres casos) o Alonso de Cabrera (31 casos), y, sobre todos, a Luis de Granada (57 casos), sin duda el autor religioso en español de mayor fama nacional e internacional en aquel siglo. Con toda evidencia, el uso de este esquema sigue asociado principalmente al ámbito de la distancia comunicativa, y así, si EM1 comparece en cinco ocasiones, por ejemplo, en la exposición en prosa de la Noche oscura por Juan de la Cruz, solo lo hace en un solitario pasaje dentro de toda la producción de su compañera de religión Teresa de Jesús, poco amiga de los recursos de la lengua distante, y ello en su obra de mayor aliento teológico: “no merecen nombre de trabajos […], por ser tan grandes mercedes del Señor, y que en medio de ellos entiende el alma que lo son” (Santa Teresa, Las moradas, 1577). 18 Dentro de estos 61 casos restantes, tienen cierto peso los 11 ya mencionados de la ficción sentimental y pastoril. En los textos técnicos, que en términos de su situación en el continuo de inmediatez/distancia comunicativa pueden considerarse por lo general como tradiciones “medias” (cf. para esta noción Octavio de Toledo 2016b y, ahora, Rey Quesada en prensa), solo aparecen casos de EM1 a partir de 1575, si bien durante el siguiente cuarto de siglo dejan la muy considerable cantidad de 23 ejemplos: “entrada la ciudad, matando a los de aquélla, estava él [= Arquímedes] en medio de todo esto, tan puesto y embevecido en las traças y máchinas que hazía en el patio de su casa, que, entrando un soldado furioso […], matóle” (Pedro Ruiz, Libro de los relojes solares, 1575); “¿Quién bastaría a moderar los hombres dichosos en medio de sus prosperidades?” (Baltasar Álamos de Barrientos, Suma de preceptos justos, necesarios y provechosos en Consejo de Estado al Rey Felipe III, 1590); “agora cuentan sus vidas, agora lloran, agora en medio de sus lla[n]tos no caben de regozijo” (Alonso López Pinciano, Filosofía antigua poética, 1596); “no pudiendo echar a huir en medio de tan evidente peligro” (Luis Mercado, Libro de la peste, 1599). Las crónicas, relaciones y otros géneros historiográficos, abundantemente representados en la selección textual del CORDE para el siglo xvi, suelen redactarse también en estilo medio y no sublime, y consiguientemente apenas dejan cinco ejemplos de EM1 en toda la centuria, tres de ellos en la Historia de las Indias de Bartolomé de Las Casas, religioso de estilo marcadamente latinizante. 19 Con todo, en estos textos no siempre un EM1 encuentra una correspondencia con medius en latín, lo que sugiere que se trata de un esquema ya aclimatado que puede emplearse
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(9) a. Talor m’assale in mezzo a’ tristi pianti / un dubio (Petrarca, Canzoniere, 15, 9-10). b. En medio de la fuerza del tormento / una sombra de bien se me presenta (Garcilaso de la Vega, Canciones, 4, vv. 141-142, 1526-1536). c. Aliis bibentibus salsos fluctus, ego in mediis temptationibus dulcissima fluenta sorbebam (San Jerónimo, Comentario sobre el profeta Jonás, p. 150). Nam si virtus est in medio irae impetu se ipsum cohibere ac reprimere, […] caret ergo virtute quisque ira caret (Lactancio, Instituciones divinas, VI, 15, 5). Nam in media passione Dominis Salvatoris coelestia et terrena turbantur (San Agustín, Sermones, 154, 7). d. Pues, en medio de las codicias, en medio de las yras, en medio de las luxurias, en medio de los manjares aprende a vencerte, negando a tus codicias lo que piden (Francisco de Osuna, Abecedario espiritual 5, 1540). Yo dije en medio de mi prosperidad y abundancia: “No habrá cosa que baste para derribarme” (Luis de Granada, Libro de la oración y meditación, 1554). porque en medio de estas sequedades y aprietos, muchas veces, cuando menos piensa, comunica Dios al alma suavidad espiritual (Juan de la Cruz, Noche oscura, 1578). Quedóle a la Magdalena en medio de la perdición esto sólo de aficionarse al predicar de Cristo (Pedro Malón de Chaide, La conversión de la Magdalena, 1588). La ocupación de lector no le divertía del coro; antes era en medio de los estudios religiosísimo (Antonio de Fuenmayor, Vida y hechos de Pío V, 1595). e. Qual te parece a ti que vsa mas de virtud de temperança, el que, estando en medio de los deleytes, […] se abstiene e los menosprecia, o el que […] por no tropeçar en ello es bueno? (Luis Mejía, trad. Erasmo, Coloquios, 1532) [“Uter tibi videtur temperantior, qui in mediis deliciis accumbens abstinet, an qui semotus ab his, quae provocant intemperantiam?” (Erasmo, Proci et puellae)].
A fines del siglo xvi y en los primeros años del xvii ya es posible, no obstante, encontrar EM1 en todo tipo de obras, tanto en términos de género o clase textual como de inmediatez/distancia comunicativa20. Además, la frecuencia de las con independencia del modelo: “no te paresce que es vna honesta manera de poner en vn tal lugar tu hijo, quando luego que es nascido, estando avn no bien enxuto y despedido del calor de tu vientre, en medio de los gemidos que naturaleza le dio en lugar de palabras […], estrañarse de ti y despues darle a vna muger a criar que no conoces […]?” (Alonso de Virués, trad. Erasmo, Coloquios, 1532) [“matris opem ea voce implorantem” (Erasmo, Puerpera)]. 20 El peso de las obras de temática religiosa decrece, en el periodo 1600-1644, hasta los 172 casos sobre un total de 356 en prosa, esto es, un 48 %, frente al 71 % del periodo anterior, si bien pertenecen a los inicios del siglo xvii los dos autores religiosos que emplean EM1 con mayor frecuencia en todo el CORDE: el jerónimo José de Sigüenza en la crónica de su orden (63 casos) y el reformador Juan Bautista de la Concepción en sus diversos escritos doctrinales, ascéticos y de régimen interno de la Trinidad descalza (88 ejemplos): no extraña, pues, que Autoridades acudiese precisamente a autores religiosos de los albores del xvii para ejemplificar el uso de en medio de con término abstracto. Las obras en verso aportan 96 ejemplos entre 1600 y 1644, esto es, un 21 % del total, frente al 31 % del siglo xvi; a partir de la segunda mitad del Seiscientos, su peso en el conjunto de datos de cada periodo se torna escaso (cf. la Tabla 1 al fin
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construcciones con en medio de y un término abstracto se duplica entre 1600 y 1644 respecto de la segunda mitad del Quinientos (cf. el Gráfico 1 al final de este epígrafe)21. En el entorno del cambio de siglo, pues, estas secuencias han dejado de ser residuales, y las emplean con cierta frecuencia, por ejemplo, autores de la talla de Cervantes o Mateo Alemán (con quince y cinco casos, respectivamente). Será en estos años de expansión del esquema cuando surjan los primeros ejemplos inequívocos en que no es posible interpretar que el evento principal se incluye en un intervalo determinado por el evento presentado en el término, ya por incompatibilidad semántica, ya porque dicho término no remite a evento alguno (10a-e)22. El paso que conduce desde la construcción del tipo EM1 hasta las de (10) probablemente pueda explicarse a partir de un conjunto de entornos transicionales (bridging contexts; cf. Diewald 2002, Traugott 2012, Smirnova 2015) en que puede activarse para el receptor u oyente una ambigüedad interpretativa entre dos lecturas, una en que el sustantivo del término tiene interpretación eventiva y otra de esta sección). Como ya hemos señalado, en las obras de carácter técnico el esquema EM1 irrumpe con fuerza desde el último cuarto del Quinientos, mientras la historiografía aporta ya 47 casos en 1600-1644, un 13 % de los ejemplos en prosa. Todo ello indica un reparto textual bastante más equilibrado para el siglo xvii que para el xvi, tanto en términos cualitativos como cuantitativos. 21 A su vez, el periodo 1549-1599 supone un incremento hasta los 7,4 casos por millón de palabras desde los 1,4 casos del tramo 1490-1548. Así, pues, la cifra de la segunda mitad del xvi, aun siendo todavía modesta en términos globales (en las primeras décadas del siglo xix se llegarán a alcanzar los 63 casos por millón de palabras; cf. de nuevo la Tabla 1), quintuplica, no obstante, la frecuencia de la primera mitad de ese mismo siglo, lo que indica una progresión muy significativa. 22 En (10a), mi muerte designa un evento temporalmente anclado, pero no es posible, claro está, que en su interior (es decir, ‘durante’ su muerte) el mismo sujeto reciba ninguna clase de contento: el significado que se pretende trasladar parece ser el de que, ‘a pesar de’ la perspectiva de la muerte futura, el sujeto se alegrará. En (10b), prudencia parece valer ‘prevención, cautela, acción prudente’: aunque el veterano militar se ejercita para no perder el vigor físico, hay, con todo, rasgos de su carácter que también lo hacen apreciable para los jóvenes soldados: prudencia es aquí un nombre sin propiedades eventivas, que remite más bien a una entidad abstracta singular (una muestra de comportamiento prudente; cf. por ejemplo ocurrencia ‘idea llamativa’) que a un estado. En (10c), huida y apartamiento sí designan eventos (correspondientes a los logros huir y apartarse, respectivamente), pero el castigo divino no se produce de forma simultánea a la acción de alejarse de los enfermos, sino con posterioridad: rota la relación de inclusión temporal del evento principal en la duración del que designa el término, queda tan solo el contenido concesivo (‘dios les acaba enviando la muerte a pesar de haber huido o haberse apartado de los enfermos’). En (10d), es fácil ver que dignidad, erudición, doctrina, ciencia o sabiduría no designan eventos, sino propiedades predicables de los respectivos sujetos (Antonio Agustín, nosotros). En (10e), finalmente, nos encontramos con el primer empleo concesivo de en medio de con una anáfora textual: la interpretación temporalizada no es posible, pues la anáfora remite a una serie de adjetivos (joven, generoso, rico), de modo que todo esto se refiere al estado de cosas en que son predicables del sujeto las propiedades que tales adjetivos designan.
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en la que no: así, ya en el último ejemplo de (8) –que repetimos aquí abreviado como (11a)– el sustantivo afrenta, como el actual humillación, puede describir un estado resultante de un evento (la grave afrenta de Lola a Elena), pero también una entidad abstracta que no describe un evento, sino una clase de situación infamante (considero una afrenta que me hables así; cf. sustantivos como oprobio o deshonra); en (11b), infidelidad puede describir un evento semejante a traición, pero también pudiera ser una nominalización de cualidad, no eventiva, referida a un rasgo característico del rey musulmán, del mismo modo que furia en (11c) puede referirse a un evento (un bombardeo) furiosamente ejecutado o a una propiedad de la artillería; ocupación en (11d) podría designar la actividad de emplearse laboriosamente en una tarea, pero también una entidad, la profesión de hornero; y voluntad no es, en principio, un nombre eventivo, pero una vez calificado y referido a un individuo (mi tierna voluntad en 11e) puede describir el estado cuya duración viene delimitada por la persistencia de una determinada actitud psicológica (al modo de enfado en 2b). En la medida en que el oyente se decante por la interpretación no eventiva de los sustantivos en estos entornos (lo cual, dicho sea de paso, se antoja más sencillo en los casos más tardíos, posteriores a 1580, que en los más tempranos)23, la idea de simultaneidad temporal queda relegada, y la noción de concomitancia que se asocia a en medio de se reinterpreta en términos de propiedad vinculada a la entidad situada, lectura favorecida por la presencia de pronombres o sintagmas posesivos que hacen explícito ese vínculo. La interpretación resultante es generalmente concesiva, pues el término de en medio de sigue desempeñándose como (tras)fondo para la entidad situada, que hace las veces de figura preeminente, y dicha relación puede concebirse como la de un término argumentativamente débil frente al evento en que se involucra la entidad; sin embargo, no es imposible interpretar la propiedad concomitante en términos meramente aditivos o comitativos, esto es, como argumentativamente coorientada con el evento principal, aunque de relevancia secundaria (12): en medio de adquiere entonces un sentido parafraseable por ‘(junto) con’, ‘además de’, o ‘a vueltas de’. (10) a. Y si Atropos me ataja el duro yntento, / haciéndome perder allí la vida, / en medio de mi muerte gran contento / resiuiré de verla bien perdida. (Cristóbal de Tamariz, Novelas en verso, ca. 1580) b. aunque llegó a crecida edad con la salud corporal y agilidad de sus miembros, resplandecían en él, en medio de aquella prudencia, algunos juveniles afectos con que era a los soldados más agradable (Cristóbal Mosquera de Figueroa, Comentario en breve compendio de disciplina militar, 1583-1596). 23 En efecto, en (11a-b) la idea de evento en desarrollo está apoyada por la presencia de sintagmas que señalan una duración, como la suboración temporalizada al trastornar de los castillos en el primer caso o el complemento de medida de tiempo tantos años en el segundo caso. Nótese también que algunas de las obras que aportan ejemplos claros del nuevo esquema (cf. 10b y 10e) ofrecen igualmente casos potencialmente ambiguos (cf. 11c y 11d).
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c. vemos cada día que los que con caridad, celo y piedad cristiana han acudido al ministerio, cura y regalo de los apestados, los ha librado dios, por su misericordia, de las manos de tan cruel enemigo como es cualquiera mal contagioso, y prevenido a los fugitivos con acelerada muerte, y a los tímidos y muy recatados, con más cierto peligro en medio de su huida y apartamiento (Luis Mercado, Libro de la peste, 1599). d. Aldo Manucio sacó a luz vnos fragmentos que quedaron de Sexto Pompeyo, y nuestro Arçobispo Antonio Agustín, no desdeñándose, en medio de tan alta dignidad y de tanta erudicion y dotrina, mezclarse entre estos que llaman los idiotas gramáticos, puso más diligencia en limpiar y componer estos fragmentos (fray José Sigüenza, Historia de la orden de San Jerónimo 3, 1605). alumbra dios con sus tinieblas y obscuridad para que en ellas veamos los yerros y faltas que hacemos en medio de nuestra ciencia y sabiduría (Juan Bautista de la Concepción, Tratado de la humildad, 1609). e. Que venga vn mancebo en medio de la flor de su edad, generoso, rico y regalado, y en medio de todo esto puesto a morir de desseo de viuir en pobreza y obediencia (fray José Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo 2, 1600). (11) a. riendo de lo que avían passado, […] diziéndole […] cómo al trastornar de los castillos caían los paganos […] unos sobre otros, que en medio de su gran afrenta no pudieron escusar la risa (Amadís de Gaula, ca. 1490). b. pues en medio de la infidelidad del mahomético Rey Marsilio, que tantos años le había tenido cercado, se había sustentado de manera que siempre había salido vencedor y jamás vencido (Jorge de Montemayor, Los siete libros de La Diana, 1559). c. [el autor] muestra su ingenio y erudición […] en los artificios de fuego y ciencia de la artillería, donde en medio de su espantosa furia se reconoce el arte y el entendimiento discurre (Cristóbal Mosquera de Figueroa, Comentario en breve compendio de disciplina militar, 1583-1596). d. Tenía nuestro hornero grande gana de saber leer, y como a los que tienen gana todo se les haze fácil y possible, aprendiolo presto enmedio de aquella ocupación (fray José Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo 2, 1600). e. “tu desassossiego […] es […] temor de venganza de las más conocidas sinrazones que jamás contra mujer se han hecho”. “¿Quién las hizo?” dixo Licio. “Tú”, dixo Silvia, “que en medio de una tierníssima voluntad mía, donde eras solo señor, moviste en pago tus pies y tu lengua contra mí” (Luis Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, 1582). (12) Marauilláuase mucho cómo se juntauan en este nueuo estado las dos hermanas Marta y María, y cómo no se quexaua vna de otra, porque en medio del seruicio y solicitud de la vna, se hallaua el reposo de la otra (fray José Sigüenza, Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, 1605).
Estos nuevos esquemas emergentes, que designaremos EM2-Conc (con valor concesivo, cf. 10) y EM2-Com (con valor comitativo-aditivo, cf. 12), son marginales hasta 1599 (solo tres casos de EM2-Conc, que representan un 1 % del total de ejemplos disponibles para el periodo 1549-1599) y muy escasos aún en la pri-
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mera mitad del Seiscientos (16 casos de EM2-Conc y cinco de EM2-Com, para un 4,6 % del total de ejemplos del tramo 1600-1644). No obstante, el uso de ambos esquemas en autores de prestigio de la generación siguiente a la de Cervantes y Mateo Alemán (esto es, la de los nacidos entre las décadas sexta y octava del Quinientos), como Lope de Vega, Cristóbal Suárez de Figueroa, Salas Barbadillo, Quevedo o Paravicino, da prueba de la buena acogida deparada a esta evolución en la escritura culta (13a, con ejemplos de EM2-Com, y 13b, con casos de EM2Conc): no es de extrañar, pues, que sea un fragmento lopesco el que ofrece el primer ejemplo del uso de en medio de como locución conjuntiva concesiva ante una suboración de infinitivo, esquema que denominaremos EM3-Inf (13c, donde añadimos los otros dos ejemplos tempranos que hemos localizado). (13) a. es justo / que este jardín y aquestos montes altos / […] te den en sus contentos un disgusto, / y en medio de un plazer mil sobresaltos (Lope de Vega, Rimas, 1602-1613). Preguntar una persona a otra, viéndole con muestras de salud entera, que cómo está, superfluidad parece en medio de necedad (Quevedo, Origen y definición de la necedad, ca. 1600-1605). Alto modo guardáis en explicaros, sin olvidar la claridad en medio de la elegancia (Cristóbal Suárez de Figueroa, El pasajero, 1617). b. pero no sé qué fuerza oculta tiene el poderoso natural en cada uno para que no pueda negar su condición, pues en medio desta desnudez y mendigo traje, descubría en el rostro una gravedad superior (Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, El caballero puntual 1, 1614). No puede dar poco el que heredó el ser liberal desde que abrió los ojos a la luz del día; mas en medio deste incentivo generoso, sería prudencia hacer distinción de sujetos (Cristóbal Suárez de Figueroa, El pasajero, 1617). nada solemos tratar menos los predicadores que este género de letras curiosas. Espíritu debe de ser en los demás; en mí, ignorancia. Todavía, en medio de la incapacidad topé con la obediencia (Hortensio Félix Paravicino, “Dedicatoria al conde de Olivares”, Epitafio o Elogio funeral al Rey Don Felipe III, 1621). porque es gente que, en medio de su humildad y preceptos de su instituto, tienen más tretas y modos de viuir que mercaderes de mohatras (Lope de Vega, Epistolario con el duque de Sessa, 1630). Este amor aumentaba el trato, como siempre. Mas en medio desta voluntad, que por mi cortesía y poca malicia no dio fuego, la casaron como un hombre mayor y letrado (Lope de Vega, La Dorotea, 1632). c. [LISARDO] ¿No ves que es este un orate? / Destruirá mis pensamientos. / [RISELO] ¿Cómo? [LISARDO] En medio de tener / puesta en su punto la cura, / hará la cura locura / con que me echase a perder (Lope de Vega, El acero de Madrid, ca. 1608-1612). Temístocles, que en medio de ser tal persona como fue, estaba pendiente del consejo de su mujer en la administración de la república (Juan Antonio de Vera y Zúñiga, conde de la Roca, El embajador, 1620; cit. en Oliván Santaliestra 2016: 224)*.
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No sabía adónde acudir la santa donzella, porque en medio de tener por segura la dicha en el sucesso, le lastimaua ver los medios tan contrarios al fin (Juan de Palma, OFM, Vida de la serenísima infanta sor Margarita de la Cruz, II, 13, 58r, 1636)*.
El esquema de (13c) es muy poco frecuente durante la primera mitad del Seiscientos, pero su empleo cunde en la segunda mitad, especialmente a partir de 1680 (14a), y es también en este tramo y al mismo ritmo (esto es, con mayor intensidad en las dos últimas décadas) cuando comienza la selección de completivas con que como término (aquí, EM3-Cq: 14b), asentada ya a ambos lados del Atlántico en los albores del siglo xviii (14c)24. (14) a. No es esta mala parte de aprobación para confirmar la importancia de que son aquellos puestos y las muchas consequencias que miran a su conservación, en medio de ser considerable el gasto que requieren (Pedro de la Puente, Descripción de los presidios de Orbitelo, su iurisdicion y confines, y la relación del sitio que pusieron franceses sobre aquella plaza el año de mil y seiscientos y quarenta y seis, 1652)*. y estoy padeciendo males, que nunca se acaban; y en medio de padecerlos no los siento; y cuando tal vez los siento, los consiento y los abrazo (Juan de Palafox y Mendoza, Cartas pastorales, 1653). Marcial acento se oía / de pífanos y de trompas, / y la asonancia que hacía / el fuego en brillantes pompas / hizo a todos armonía. / Por no mirarse desnudos / de aplausos en sus despiques, / en medio de no ser mudos, / los fuegos con los repiques / se hicieron más campanudos (Carlos de Sigüenza y Góngora, Triunfo parténico, 1683). el celo de V.E., en medio de ser tan soberano y discreto, no halla por donde empezar a solicitar el reparo (Antonio de la Cabra y Córdoba, Consulta, 1685; apud Sánchez Molledo 2009: 246)*. Y la sencillez con que trata de sus linages le añade mayor autoridad, pues en medio de hablar de los mayores señores de Castilla, al que más alaba el linage solo dize que era noble y antiguo (Luis de Salazar y Castro, Historia genealógica de la casa de Silva, vol. I, [1685], 246)*. y supo después que la dicha doña Ana María por diferentes fines ocultó la muerte del dicho póstumo hasta que le paresió auían pasado la veinte y quatro oras del tiempo en que auía nasido, en medio de hallarse en dicha estancia el gobernador 24 Dada la relativa escasez de datos en el CORDE para el periodo 1645-1699, con un número de palabras más de tres veces inferior al del tramo 1600-1644, nos ha resultado útil acudir aquí a la búsqueda de ejemplos en otros bancos de datos, como el CORDIAM, o repositorios de textos, como Google Libros o Google Académico (para el uso de esta clase de fuentes, cf. Octavio de Toledo y Huerta 2017b). Lo mismo vale para los tres periodos siguientes (17001759, 1760-1819 y 1820-1845), igualmente infrarrepresentados en el CORDE (cf. Octavio de Toledo y Huerta 2016b). Señalamos los ejemplos extraídos de fuentes distintas al CORDE con un asterisco final.
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de Tarija don Pedro de Herrada, que auía venido a ser compadre de la dicha doña Ana María (San Francisco de Yavi, Jujuy, 1686, apud CORDIAM)*. Y en medio de aver tenido vn mismo origen y nacimiento, vemos a las aves remontadas hasta el cielo, y los peces siempre sumidos en el golfo (Bernardo de Jesús María, OSTD, Floresta evangélica y sagrada … de sermones varios festivos, p. 107a, 1694)*. b. en medio de que procuraba mortificarse y no dexava la penitencia de la mano, disciplinas y cilicios […], eran las culpas tan grandes […] que si […] lo padeciera por ellas, era ligeríssimo castigo (Juan de Palafox y Mendoza, Vida interior, p. 127; ms. autógrafo anterior a 1659, pero prínceps de 1691)*. cómo era posible que en medio de que en diferentes cláusulas dize repetidas vezes […] se disponga esto o aquello, que dexasse de dezir en alguna “si por falta de licencia”? (Pedro del Pozo, Defensa de la verdad [acerca de la congregación de mujeres seglares] 10, 5v, 1678)*. no se le dio bomitivo ninguno, en medio de que su Excelencia lo estaba pidiendo (Juan de Cabriada, De los tiempos y experiencias el mejor remedio al mal, p. 81, 1686)*. Las tragedias y representaciones Griegas, y Romanas, eran mui diuersas […], pues […] aquellos honrrauan a los representantes con los puestos públicos, y estos los tenían por infames, en medio de que los Romanos solo trasladauan las tragedias de los Griegos (Francisco de Bances Candamo, Theatro de los theatros de los passados y presentes siglos, 1689-1690). Pero en medio de que la tierra no estaba segura, y mucha parte de ella por conquistar, preciándose D. Pedro tanto de buen soldado como de correspondido y buen político, le ofreció el tiempo nueva y importante ocasión en que emplearse (Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, Historia de Guatemala o recordación florida, 1690). c. tiene su natura lastimada en la voca de ella, […] aunque le parese que no penetró muy adentro porque en tal casso mal pariera luego en medio de que está aresgada a que le suseda, porque se siente y está maltratada y lastimada la dicha yndia (“Querella criminal contra Juan Cruz y Lucía Martínez, india”, Documentos para la historia lingüística de Bolivia, 1704). y en medio de que pareció que traían lista de los infidentes y que más habían soblesalido [sic], no dejaron de padecer muchos inocentes (Relación de la entrada del archiduque Carlos en Madrid, 1705; cit. en Albareda 2010: 194)*.
El siglo xviii y las primeras décadas del xix contemplan la época de esplendor de los esquemas con en medio de y término abstracto (cuya frecuencia relativa no para de crecer hasta mediados del Ochocientos; cf. el Gráfico 1), y muy en particular de los esquemas EM2-Conc y EM3. Como se aprecia en la Tabla 1, en la primera mitad del xvii la suma de ambos no alcanza el 4 % del total de empleos de en medio de con término abstracto (esto es, EM1 + EM2 + EM3), cifra que aumenta hasta el 9 % entre 1644 y 1700 para alcanzar, tras un impresionante incremento, un pico del 77 % en la primera mitad del Setecientos; a partir de ahí, el subconjunto formado por estos esquemas innovadores reduce considera-
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blemente su peso relativo hasta la mitad (el 35,5 %) entre 1760 y 181925 y luego, más progresivamente26, hasta un 23 % (ya íntegramente representado por casos de EM2-Conc) en las primeras décadas del siglo xx, si bien desde cerca de 1850 la frecuencia global del conjunto de esquemas con en medio de y término abstracto se hunde velozmente. Analizados por separado, el esquema EM2-Conc multiplica su frecuencia por cinco al llegar el siglo xviii, y EM3 discurre en paralelo, multiplicándola aproximadamente por diez27; pero, mientras que el primero decae con lentitud a lo largo de casi dos siglos a partir de 1760, el tipo EM3 decrece consi Dada la escasa representación textual de la primera mitad del siglo xviii en el CORDE, un único texto que abunda en ejemplos de EM2-Conc y (sobre todo) de EM3, las Memorias del emigrado saboyardo Raimundo de Lantery, viene a acaparar el 40 % del total de datos para este tramo. En la Tabla 1 aportamos las cifras que se obtienen si se descuentan de los cálculos todos los ejemplos procedentes de esta obra: como puede verse, el aumento del subconjunto EM2-Conc + EM3 respecto del periodo anterior se hace algo menos brusco, del 9 % al 60 %, si bien continúa siendo espectacular, como lo es la regresión de esta cifra porcentual en el periodo siguiente. 26 Los datos del CORDE no muestran un descenso lineal, sino cierta fluctuación entre el 20 % y el 30 % en el tramo 1820-1880: no obstante, en el último tramo decimonónico considerado (1870-1881), dos autores (Vicente de la Fuente y Marcelino Menéndez Pelayo) representan por sí solos el 25 % del total de casos; si se descuentan los datos procedentes de estos autores, la cifra para la suma de EM2-Conc y EM3 se modera, como recogemos en la Tabla 1, hasta el 29,5 % del total, más en consonancia con la tendencia de suave, pero continuado descenso que se aprecia desde mediados del siglo xix hasta mediados del xx. 27 La cifra de cinco se alcanza promediando las que ofrecen los datos de la primera mitad del Setecientos con y sin la obra de Lantery: si esta se incluye en los cómputos, EM2-Conc crece algo más de un 400 %; si se excluye, crece algo más del 600 %. A la hora de medir la progresión de EM3 resulta claramente más prudente excluir los datos de Lantery, autor capaz de acumular sucesivos empleos de este esquema en unas pocas líneas: “al día siguiente se puso a la vela la nao de don Pedro Adrián Colarte […], en medio de irse sin él; y en medio de haber tomado el mismo rumbo que dicha flota, nunca pudo dar con ella, y se fue hasta la Veracruz sola, en medio de irla gobernando un niño, que era el hijo mayor de dicho Colarte” (Raimundo de Lantery, Memorias, 1705). Descontados, pues, los ejemplos de esta obra, la frecuencia de EM crece desde el 2,6 % del total de datos en la segunda mitad del xvii hasta el 22,1 % en la primera mitad del xviii, esto es, unas 8,5 veces, que pueden redondearse hasta diez para no despreciar enteramente el abundantísimo aporte de los datos de Lantery. Hasta tal punto van de la mano el incremento de EM2-Conc y el de EM3 hasta mediados del Setecientos que uno y otro esquema pueden en esta época aparecer coordinados como términos de una única locución en medio de: “esta lealtad se probó […] en las plausibles fiestas que […] hicieron vuestros indios […]; y habiéndoles cabido en ellas el último lugar (como siempre les cabe en todo) no obstante se llevaron el primer lugar en la pública aclamación […] de que (en medio de lo calamitoso del tiempo, y estar la Ciudad tan desolada e incómoda por la devastación que padeció en el espantoso terremoto, y terremotos que por más de un año y medio la molestaron), fueron las mas plausibles, lucidas, alegres, grandes, majestuosas, augustas, reales, pomposas, heroicas, suntuosas y magníficas que se han visto en estos dos siglos” (Presentación verdadera y exclamación rendida y lamentable que toda la nación indiana hace a la majestad…, 1759). 25
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derablemente ya en la segunda mitad del xviii, pasa a ser marginal en las primeras décadas del xix y desaparece casi por entero a partir de 1845, pues más allá de esta fecha solo pueden localizarse tres casos de EM3-Inf en sendos historiadores neocatólicos (15a), mientras EM3-Cq, de documentación más tardía que el tipo con infinitivo y siempre más escaso, también desaparece antes que este, con una última documentación en el CORDE en 1812, si bien fuera de este corpus hemos podido rescatar algún ejemplo que prolonga su agonía hasta la tercera década del Ochocientos (15b). (15) a. El Sr. Fernandez Zorrilla, en medio de ser un Prelado muy caritativo y celoso, deslució sus bellas cualidades, con su carácter acre y litigioso (Vicente de la Fuente, Historia eclesiástica de España 5, 1855-1875). y en medio de impugnar, no sin acierto y severidad teológica, los yerros antitrinitarios de Servet, prorrumpe contra él en las más soeces diatribas (Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, 1880-1881). conmueve […] el que en medio de confesar la impostura supo mantener aún su aplomo y dignidad (José María Quadrado, España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia, 1884). b. asi patriarca, profeta, evangelista, planeta, cometa, son masculinos por su respectivo significado: muger es femenino por lo mismo; en medio de que los primeros debian ser femeninos, y el ultimo masculino por su respectiva terminación (Francisco Zavaleta, Cuadernillo, suma o quintaesencia de los elementos de la lengua castellana, 1812). en medio de que en tiempo de Godoy pasé por conspirador […], considero que no hay una razón oportuna para calificar de la manera que se ha hecho a la cédula que motiva este dictamen (Intervención de Diego González Alonso, Diario de sesiones de las Cortes de 1836-1837, 1959b). Periodo
Σ por cada millón casos de palabras
EM1 (prosa / verso)
EM2Conc
EM2-Com y otros
EM3Inf
EM3-Cq
1440-1489
4
0,4
4 (4/0)
0
0
0
0
1490-1548
38
1,4
38 (25/13)
0
0
0
0
0
0
0
1549-1599
264
7,4
261 (181/80)
3 [1,1 %]
1600-1644
452
15,3
430 (335/95)
16 [3,5 %]
5 [1,1 %]
1 [0,2 %]
0
1645-1699
156
16,3
142 (132/10)
10 [6,4 %]
0
2 [1,3 %]
2 [1,3 %]
1700-1759
188
24,1
43 (41/2)
51 [28%]
2 [1,1 %]
64 [34 %]
28 [14,9 %]
1700-1759 sin Lantery
113
14,5
43 (41/2)
43 [38%]
2 [1,8 %]
13 [11,5 %]
12 [10,6 %]
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1760-1819
346
34,6
218 (189/29)
98 [28 %]
4 [1,2 %]
20 [5,8 %]
6 [1,7 %]
1820-1845
428
63,1
322 (288/34)
90 [21 %]
8 [2 %]
8 [2 %]
0
1870-1881
514
43,9
327 (317/10)
159 [31 %]
26 [5,1 %]
2 [0,4 %]
0
1870-1881 sin La Fuente ni Mz. Pelayo
386
33
252 (242/10)
114 [29,5 %]
20 [5,2 %]
0
0
1920-1940
235
17,1
171 (168/3)
54 [23 %]
10 [4 %]
0
0
Tabla 1. Datos por periodos de las frecuencias globales, relativas (por millón de palabras) y de cada esquema particular (en números absolutos y, para los esquemas de los tipos EM2 y EM3, en términos porcentuales, entre corchetes) de la construcción con en medio de y un término abstracto. Origen: CORDE.
Gráfico 1. Evolución de la frecuencia relativa (por millón de palabras: línea discontinua) y peso porcentual de cada esquema en cada periodo. Cada línea horizontal representa un valor (de frecuencia por millón de palabras, para la línea discontinua, o porcentual, para las continuas) de 20 unidades.
Es parcialmente distinta, en cambio, la tendencia evolutiva de los esquemas del tipo EM2-Com. Su aparición a principios del siglo xvii coincide con el comienzo del auge del esquema complementario EM2-Conc, cuya estela parece aprovechar; su frecuencia, sin embargo, no crece a compás de este esquema o el del tipo EM3, y continúa siendo residual hasta la época del Romanticismo (ca. 1830). Desde cerca de 1700 se documentan, no obstante, casos esporádicos de EM3 con valor no concesivo, sino aditivo (16a) o explicativo (16b; recuérdese que el valor justificativo
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o causal siempre ha sido una posibilidad alternativa a la interpretación contrastiva o concesiva de en medio de), lo que muestra el aprovechamiento de las nuevas posibilidades formales (el desarrollo como locución conjuntiva) con valores alternativos al concesivo28. Aunque el valor comitativo-aditivo tiene continuidad (16c), desde comienzos del siglo xix cobra especial protagonismo la interpretación causal o explicativa (16d), ya mayoritaria en la primera mitad del Ochocientos (seis casos, por solo tres con lectura comitativa o aditiva) y cuyo relativo auge probablemente explique el aumento de frecuencias de los usos no concesivos del tipo EM2 a partir de 1850, que se produce sobre el trasfondo de la práctica desaparición de EM3 y el fuerte retroceso simultáneo de los empleos concesivos y de las frecuencias globales de en medio de con términos abstractos; así, los ejemplos de EM2 con valor explicativo, aunque nunca han llegado a destacar en términos cuantitativos, se prolongan incluso hasta nuestros días, al menos en algunas variedades americanas (16e). (16) a. y como ya no pudiese dormir por haber luz en el cuarto y estar hablando conmigo, en medio que esta gente de mar son muy madrugones, se levantó y se vistió y poco después saliose de casa todavía con estrellas (Raimundo de Lantery, Memorias, 1705). b. y como dicha nao saliese con tan lindo tiempo, auguré que habían de tener muy breve viaje, en medio de entrar en el rigor del invierno (Raimundo de Lantery, Memorias, 1705). c. El perjuicio que se sigue en lo político es de mucha consideración, porque en medio de los cantares y cuentos conservan muchas idolatrías y fantásticas grandezas de sus antepasados (Alonso Carrió de la Vandera (Concolorcorvo), El Lazarillo de ciegos caminantes, ca. 1775). Yo les doy de barato que ellos solos sean los que vean en medio de las tinieblas que nos ciegan a todos, que ellos solos sean los que tienen una conciencia recta, en medio de tenerla todos nosotros errónea (fray Francisco Alvarado, Cartas críticas del Filósofo Rancio 1, 1811). Martín observó con curiosidad sus maneras, en las que resaltaba la dignidad en medio de la sencillez (Alberto Blest Gana, Martín Rivas, 1862-1875). En (16a), en medio que es parafraseable por el actual uso conectivo de además (de que); en (16b), la paráfrasis más adecuada parece de orden causal (‘{por causa de entrar / porque entraba} el invierno’). No es imposible que en la deriva de EM2-Com hacia valores causales a principios del siglo xvii influyera el auge paralelo de la locución conjuntiva causal formalmente afín mediante que ‘en razón de que, gracias a que’ (cf. Sánchez López 2016), pues algunos ejemplos muestran un empleo prácticamente coincidente: “otros medios […] avrà que lo reparen, que lo pueden ser el que se igualen tarifas y derechos à las que llevan en Francia, Venecia, Alemania, Italia y tierras del Papa […]: en medio que, caminandose con la buena fé […], se elegirà forzosamente el buen arbitrio à todos, y no el nocivo” (Francisco Máximo de Moya Torres y Velasco, Manifiesto universal de los males envejecidos que España padece, 1730); algún ejemplo aislado posterior muestra incluso vecindad con el empleo instrumental de mediante + SN: “porque, en medio de sus numerosas tentativas y trabajosos ensayos, llegó a convencerse de que no había recibido del cielo aquel fuego sagrado de la inspiración y el entusiasmo” (Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, 1880-1881). 28
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d. No negaré yo por eso que la ignorancia y la indolencia sean los principales obstáculos de la educacion doméstica, ni aun tampoco que en medio de la indiferencia con que es mirada esta educacion, sea grande el número de los padres que adolezcan de estos achaques (Gaspar Melchor de Jovellanos, Memoria sobre la educación pública, a. 1808). En medio del furor de guerrear que debía animar a todos en aquella época, algunos ministros del Altísimo no dudaban acompañar las huestes (Mariano José de Larra, El doncel de don Enrique el doliente, 1834). cuando en la edad presente, y en medio de esta teoría constitucional que ha invadido y arrastra la Europa, llega a dominar en cualquier país el sistema de la Cámara única, bien puede asegurarse que no son intereses aristocráticos, sino ideas democráticas, […] lo que está representado en ella (Joaquín Francisco Pacheco, Lecciones de Derecho Político, 1845). e. deben estar sorprendidos, absortos del triste y vergonzoso papel desempeñado hoy por los buques de guerra de una nación que en medio de su ridícula jactancia se ha titulado la primera potencia marítima de Sudamérica (Benjamín Vicuña Mackenna, La campaña de Lima, 1881) Un apoyo es buscado siempre por el Poder en medio de la heterogeneidad nacional (Azorín, Una hora de España [entre 1560 y 1590], 1924). Los indios se aferran con amor ciego y morboso a ese pedazo de tierra que se les presta por el trabajo que dan a la hacienda. Es más: en medio de su ignorancia lo creen de su propiedad (Jorge Icaza, Huasipungo, 1934-1961). Castro inició una ofensiva diplomática para buscar apoyo en países amigos. En medio de su nuevo papel, el líder cubano viajó a Roma, con ocasión de la conferencia de la FAO (Semana [Colombia], 31.12.1996-14.01.1997).
También a partir del Romanticismo, por otra parte, se aprecia la aparición de un esquema contrastivo con un SN no eventivo por término (un esquema del tipo EM2, pues) cuyo valor no es ya concesivo, sino opositivo, pues no se emplea para designar un obstáculo que se opone a la realización de un evento, sino que la entidad del término proporciona una noción o trasfondo conceptual con los que contrasta la entidad o evento situados, al modo del actual frente a (17a). Este uso emerge sin duda de aquellos casos de EM2-Conc en los que puede considerarse prevalente la idea de oposición nocional extrema entre dos propiedades, actitudes o estados de cosas (17b). Los ejemplos son tan escasos (apenas media docena en todo el corpus) que no los hemos desglosado en los cómputos, manteniéndolos agrupados con los de EM2-Conc; pero su aparición da cuenta de una evolución ulterior de este último esquema desde la concesividad con matiz contrastivo hacia la contrastividad “fuerte”, incluso en ocasiones –como en el primer ejemplo de 17a– con posible lectura sustitutiva (‘en vez de’). (17) a. En medio del politeísmo griego, Platón proclama la unidad de Dios […]; en medio de una libertad invasora proclama un poder fuerte; en medio del individualismo proclama la unidad social (Juan Donoso Cortés, Lecciones de derecho político, 1836-1837).
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Cuando haya un gobierno culto y ocupado de los intereses de la nación, ¡qué de empresas, qué de movimiento industrial! […] En medio de este movimiento, ¿quién hace la guerra, para conseguir qué? (Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, 1845-1874). la información de los Padres a sus superiores está […] casi desprovista de comentarios. Denota seriedad y buenas fuentes, lo que les da un valor a veces decisivo en medio del atolondramiento con que entonces se escribía y se creía todo (Gregorio Marañón, El conde-duque de Olivares, 1936-1939). b. El Rey, acabado el discurso, repitió el mandato, y los grandes y los más de los procuradores obedecieron, diciendo que lo aprobaban […]. En medio de esta docilidad general es digna de notarse la noble oposición de los procuradores de Burgos (Manuel José Quintana, Vidas de Vasco Núñez de Balboa, Francisco Pizarro, Álvaro de Luna y Bartolomé de las Casas, 1832).
Finalmente, el esquema con una anáfora textual como término se documenta desde el comienzo del siglo xvii hasta la actualidad y está casi exclusivamente asociado al valor temporalizado (EM1) o al concesivo (EM2-Conc), con escasos ejemplos de empleo aditivo (18a)29. Este esquema ha tendido a una fijación progresiva con el término todo, en detrimento de las anáforas demostrativas es(t)o30. Su naturaleza fórica lo conduce a la primera posición del periodo y, por tanto, a un funcionamiento conectivo31, de modo que si en ocasiones sigue siendo parafreaseable preferentemente por una locución concesiva como a pesar de, en otros casos adquiere un desempeño más próximo al de un marcador discursivo de reconsideración como a fin de cuentas (18b; cf. Garcés Gómez 2008: 129-133). 29 Con el valor de (18a), la función del esquema se aproxima mucho a la de los “marcadores sumativos” estudiados por Espinosa Elorza (2018). La lectura de tipo causal con una anáfora textual (‘por ello’) se documenta tan solo en un ejemplo aislado de mediados del siglo xviii: “porque eso de probar que Campazas era el solar y la patria del Santísimo Sacramento […], ¿qué seis granos de láudano bastarían para amodorrar aun al más dormilón y somnoliento? En medio de eso no pudo contenerse el auditorio sin prorrumpir de contado, primero, en un alegre y bullicioso murmurio muy parecido al que hacen las abejas alrededor de la colmena, después, en aclamaciones y en vítores” (José Francisco de Isla, Fray Gerundio de Campazas, 1758). 30 Desde los primeros ejemplos con un término de esta índole se documenta la combinación de todo con los demostrativos –en medio de todo es(t)o (cf. 10e)–, pero solo encuentro en medio de todo sin el concurso de un demostrativo a partir de los primeros años del siglo xviii: “Y sus ermanos se quedan con todo, con la azienda de Jacob, y aun la túnica, y precio de Josef. Assí parece; pero se truecan las suertes, y se ven ellos que, en medio de todo, no tienen un bocado de pan que comer, y assí todo les vale nada” (Francisco Garau, El sabio instruido de la Gracia, 1703). Por otro lado, el uso de es(t)o como término se hace extraordinariamente raro más allá de 1850. 31 En efecto, la presencia de la anáfora textual resulta “imprescindible para el funcionamiento del esquema concesivo en el plano de la estructuración informativa y la progresión temática”, como ha puesto recientemente de manifiesto López Serena (2018: 212) a propósito de la génesis y uso del esquema concesivo encabezado por y eso que.
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(18) a. En cuanto á las mujeres, ¡cuán monstruosamente se embellecen!… ¡Qué extravagancia tan inagotable de peinados, de faldas y de sombreros!… ¡Qué gusto tan deplorable en los adornos y en los colores!… ¡Dios mío, qué sobrefaldas… qué cogidos, qué bullones!… Y en medio de todo, ¡qué inquietud tan incansable!… ¡qué novedad tan continua! (José Selgas, Fisonomías contemporáneas, 1877). b. En medio de todo –reflexionaba Apolonio–, qué curioso drama el de Novillo y Felicita (Ramón Pérez de Ayala, Belarmino y Apolonio, 1921). lo único trascendental de los congresos es la oportunidad que prestan de hacer amistad con personas de lejanos pueblos […], de recitar versos y posar para las máquinas fotográficas y los lápices. En medio de todo, lo más importante de los congresos son los fotógrafos y los caricaturistas (Miguel Ángel Asturias, “Al Congreso de la Prensa Latina [VII]”, Periodismo y creación literaria, 1925).
3. Gramaticalización y difusión de en medio de. Conclusiones La adquisición de nuevos valores (más allá del locativo original) por parte de la locución en medio de se produce como consecuencia de una progresiva ampliación de posibilidades en la selección de los términos nominales (host-class expansion; cf. Himmelmann 2004: 32; Coussé 2018)32. La selección de términos abstractos eventivos de contenido no intrínsecamente temporal se produce en el castellano de la primera mitad del siglo xv, si bien no se difunde de forma significativa hasta los años finales de esa centuria y las primeras décadas del Quinientos; con esta primera ampliación, en medio de pasa a poder participar de un esquema temporalizado de simultaneidad, con posibles lecturas asociadas de tipo concesivo o de tipo sumativo e incluso causal, según las posibilidades de inferir una determinada relación argumentativa (antiorientada o coorientada) entre el evento del complemento introducido por en medio de y el de la oración (esquemas EM1). Una segunda ampliación, efectuada a partir de 1580, autoriza la combinación con nombres abstractos no eventivos, que designan estados kimianos: la relación temporal de simultaneidad pasa a reinterpretarse entonces en términos de concomitancia nocional (esquemas EM2), generalmente con implicación opositiva de tipo concesivo (o, más adelante, fuertemente contrastiva), aunque también es posible (con frecuencia mucho menor) la de tipo comitativo-sumativo, que se torna causal en fecha más tardía. En ambas ampliaciones se produce un concurso idóneo de factores de diversa naturaleza: de un lado, la presencia de entornos puente que Como señala Coussé (2018), es característico que este tipo de expansión se produzca desde los miembros más centrales hacia los más periféricos de un continuo semántico de orden prototípico: en nuestro caso, los términos comienzan siendo entidades que designan o delimitan espacios físicos, más tarde nombres que designan eventos y solo en último término entidades abstractas no eventivas, como sustantivos menos asociados al prototipo de las relaciones de localización. 32
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activan inferencias favorables al cambio de interpretación33; de otro, la adaptación sintáctica, por motivos culturales, de toda la panoplia de usos de las secuencias latinas con medius + N, tanto de forma directa como indirecta (a través de la lírica italianizante), adaptación o calco al que apuntan tanto la emergencia de EM1 durante el “acmé latinizante” del siglo xv (Pons Rodríguez 2006) como su marcada asociación con las tradiciones de la distancia comunicativa (sobre todo, las de asunto religioso) y con el verso endecasílabo durante su primer siglo de existencia, e incluso el impulso que recibe EM2 precisamente en las obras religiosas que más habían favorecido la presencia de EM1 durante el siglo xvi. Este proceso de sucesiva pérdida de restricciones en cuanto a la selección del término es, claramente, de naturaleza semántica, si bien tiene consecuencias sintácticas, pues en el esquema EM2 las propiedades típicas del constituyente oracional (generalmente, un sujeto experimentante o paciente) al que se refiere la propiedad aludida por el término son ya sustancialmente distintas de las que presenta la entidad situada en la construcción locativa original. El recorrido histórico de la locución adverbial, que esquematizamos en la Figura 1, se desenvuelve, así, a lo largo de una ruta conceptual muy conocida, la que lleva, en un primer momento, de la inclusión espacial a la simultaneidad temporal, y a continuación de esta última a la emergencia de relaciones ora concesivas, ora causales34. Localización > Simultaneidad temporal (EM1) > Concomitancia nocional (EM2) [ca. 1580]
Antiorientada (Concesiva / Contrastiva) Coorientada (Comitativa-sumativa / Explicativa-causal) Figura 1. Mapa semántico de la ruta de gramaticalización de en medio de y su escisión en dos canales diferenciados. Entre corchetes, fechas de afloramiento de los nuevos valores.
La interpretación antiorientada o coorientada es una mera posibilidad en el esquema EM1, pero resulta obligatoria en EM2, lo que muestra que se encuentra 33 Hemos analizado con cierto detalle los entornos que podrían conducir de la interpretación temporalizada de EM1 a la implicativa de EM2; en cuanto al tránsito de en medio de locativo a EM1, pudo verse favorecido por la aparición en el término de nombres intrínsecamente temporales (año, edad, etc.) y de los nombres de actos ceremoniales (banquete, misa, etc.) que comparecen junto a esta locución desde los orígenes, como ya hemos señalado. 34 Ya Traugott y König (1991: 192-193) explican cómo el inglés while transita de la simultaneidad temporal a la concesividad, mientras que su cognado alemán weil, con idéntico significado temporal, acaba adquiriendo contenido causal (cf. igualmente la deriva del esp. mientras que hacia un valor contrastivo): se trata, pues, de una bifurcación semántica habitual, oportunamente descrita en el repertorio de rutas de gramaticalización de Heine y Kuteva (2001: 291-293) y que forma parte de “a widespread process whereby spatial and temporal markers are grammaticalized in specific contexts to markers of ‘logical’ gramatical relations such as adversative, causal, concern, concessive, and conditional relations” (Heine/Kuteva 2001: 291).
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ya intrínsecamente asociada a la construcción en medio de + SN, lo mismo que el contenido temporal en el caso de EM1; además, con ambos significados la presencia del término es igualmente obligatoria, a diferencia de lo que ocurre con en medio cuando posee valor locativo, por lo que parece más adecuado describir EM1 y EM2 como esquemas en que en medio de es ya una locución prepositiva, y no una locución adverbial con un complemento: ambos cambios, pues, pueden describirse como gramaticalizaciones sucesivas de un esquema que ya poseía en origen contenido gramatical (el locativo), de acuerdo con el segundo miembro de una definición muy conocida de “gramaticalización”35: The change whereby lexical items and constructions come in certain linguistic contexts to serve grammatical functions and, once grammaticalized, continue to develop new grammatical functions (Hopper/Traugott 2003: xv).
Pero mientras que la de EM1 parece ser una gramaticalización ya activada en latín y adoptada en castellano como un calco sintáctico de esta lengua y del italiano, el esquema EM2 parece constituir un proceso de gramaticalización propio del español, cuyas primeras manifestaciones se sitúan a caballo entre el siglo xvi y el xvii. En cuanto a EM3, su aparición a mediados del Seiscientos no representa un cambio semántico, pues su significado continúa siendo el de los esquemas EM2 (si bien con preferencia muy marcada por el valor concesivo frente a cualquier otro): se trata, en este caso, de una extensión sintáctica (syntactic context expansion en Himmelmann 2004), un proceso característico de estadios de gramaticalización avanzados (Brems 2011: 113-114) que en este caso trae aparejado un cambio de categoría (de locución prepositiva a conjuntiva) y, con él, una modificación del ámbito sintáctico afectado por la locución (del sintagma a la oración): es posible, por ende, postular la activación de un reanálisis que tiene por resultado un cambio funcional, alteración que, aunque de orden ciertamente muy abstracto, puede considerarse gramaticalización de acuerdo con la misma definición recién citada, que centra su atención no en el desarrollo de nuevos significados sino, precisamente, de nuevas funciones gramaticales. Pero las enseñanzas más interesantes del cambio que aquí nos ocupa se obtienen, probablemente, de la observación del proceso de difusión de los sucesivos 35 En otros lugares (por ejemplo, Octavio de Toledo y Huerta (2014b, 2016c) he denominado –siguiendo una práctica bastante extendida en los estudios especializados; cf. por todos Breban (2014) o Killie (2015)– gramaticalización secundaria a este tipo de proceso cuyo punto de partida se encuentra en secuencias previamente gramaticalizadas; sin embargo, en vista de que Traugott (2002: 27) reserva este marbete para el cambio por el que “expressions of functional categories become more bonded over time” (por ejemplo, el auxiliar inglés de futuro will se reduce formalmente a -ll tras un pronombre, perdiendo así su autonomía como palabra), quizá sea más apropiado hablar para el tránsito de unas funciones gramaticales a otras distintas de “gramaticalización continuada”, “gramaticalización ulterior” o incluso, si se quiere, “segunda gramaticalización”.
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esquemas, más que del análisis de su ruta de gramaticalización. De entrada, el Gráfico 1 permite comprobar que tanto la aparición (entre 1580 y 1620) como la fase de crecimiento acelerado de los esquemas EM2 y EM3 corren parejas con sendos incrementos apreciables de las frecuencias globales (por millón de palabras) del conjunto de secuencias del tipo EM (línea discontinua del Gráfico 1), lo que resulta compatible no solo con la afirmación clásica de que las secuencias gramaticalizadas tienden a aumentar notablemente su frecuencia de uso36, sino con la línea de investigación, de desarrollo más reciente, que ve en el auge de frecuencias no solo una garantía de preservación de un elemento o esquema gracias a la familiaridad que con él adquieren los hablantes a través de su repetición (priming), sino un acicate para cambios ulteriores asociados a esos elementos o esquemas cada vez más frecuentemente repetidos y consolidados (entrenched) en la conciencia lingüística de los hablantes, de forma que el incremento mismo de frecuencias espolea la activación de extensiones semánticas o sintácticas de una construcción ya gramaticalizada (cf. sobre todo Jaeger/Rosenbach 2008; Herdina 2017; Rosemeyer 2016; Rosemeyer/Schwenter en prensa). Por otra parte, parece existir una estrecha correlación entre las curvas de progreso y retroceso de los esquemas EM2 y EM3, por cuanto este último parece aflorar únicamente cuando EM2 cobra impulso (segunda mitad del siglo xvii), solo cunde cuando EM2 crece vertiginosamente (primera mitad del siglo xviii) y decae bruscamente en el momento en que EM2 pierde presencia (primera mitad del siglo xviii) para desaparecer al término de la fase de decrecimiento de EM2 (primera mitad del siglo xix). Dicho de otro modo, el auge y fracaso de EM3 resulta subalterno o dependiente del (de)crecimiento del esquema EM2, que es cronológica y ontogenéticamente anterior (recuérdese que EM3 es una extensión de EM2). Esta clase de relación entre la difusión de dos esquemas relacionados puede describirse informalmente como “parasítica” (Octavio de Toledo y Huerta 2016a): en ella, la progresión de un esquema A parece impulsar la activación de un esquema derivado B, siempre menos frecuente y cuyo éxito o fracaso posterior depende en todo momento del de A. Las difusiones parasíticas no parecen raras en los procesos de gramaticalización continuada, ya consistan estos en extensiones semánticas –por ejemplo, del valor exceptivo al adversativo exclusivo de la secuencia sino es (cf. Octavio de Toledo y Huerta 2008)– o en extensiones sintácticas –por ejemplo, del artículo el ante suboraciones de infinitivo a su presencia ante oraciones con verbo flexionado y complementante que (cf. Octavio de Toledo y Huerta 2014)–. Un efecto que parece asociado a la difusión de un esquema “parásito” es su brusca entrada en escena: entre la segunda mitad del siglo xvii y la primera del xviii, la frecuencia de EM3 se multiplica aproximadamente por
Para las causas y consecuencias de tal aumento, cf. sobre todo Bybee (2003, 2011) y Schwenter/Torres Cacoullos (2010). 36
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diez, un salto adelante de una intensidad desconocida en los otros esquemas; el mismo efecto se observa, por ejemplo, en el avance de la extensión del artículo a las oraciones con que y un verbo flexionado durante la segunda mitad del siglo xvii (Octavio de Toledo y Huerta 2014)37. Los esquemas que entablan una relación parasítica no compiten entre sí: el avance de uno beneficia al otro y su retroceso le perjudica. En cambio, el conjunto formado por los esquemas EM2 y EM3 avanzó durante la primera mitad del siglo xviii claramente a expensas del esquema EM1, cronológica y ontogenéticamente anterior. Esta relación de competencia, en la que los esquemas más novedosos tienden a reemplazar con rapidez a los más antiguos, puede denominarse “fagocítica”, y parece habitual en cadenas de gramaticalización sucesiva o secundaria relativamente largas, en las que el eslabón final y el inicial tienden a estratificarse mediante una polarización de sus significados y configuraciones sintácticas que acarrea el hundimiento en frecuencias de los eslabones intermedios –por ejemplo, en el ínterin ‘entretanto’ como locución adverbial sin complemento o intransitiva frente a ínterin (que), conjunción temporal de simultaneidad, con abandono de soluciones intermedias como en ínterin que o ínterin que (cf. Octavio de Toledo y Huerta 2007, 2016a)–. De haber triunfado la tendencia fagocítica, la evolución de en medio de podría haber conducido a una estratificación actual entre la locución adverbial transitiva de significado locativo –en medio (del bosque)– y la locución prepositiva o conjuntiva de significado concesivo (EM2 + EM3), con abandono del valor temporal (EM1). Tal tendencia, sin embargo, se vio abortada a partir de la segunda mitad del siglo xviii: los hablantes se decantaron finalmente por afirmar la preponderancia del esquema temporal, que siempre fue, con amplio margen, el más abundante de entre los surgidos del esquema locativo originario; los esquemas EM3, asociados siempre al auge de EM2, decayeron y se perdieron, y desde entonces las frecuencias de EM1 y EM2 han mantenido una relación de equilibrio. Resulta interesante comprobar que la recuperación de EM1 frente a EM2 y EM3 se produce en el contexto de un aumento sostenido de las frecuencias globales, que llega a ser especialmente intenso en la primera mitad del siglo xix, el mismo tramo cronológico en que el uso de EM2 desciende con fuerza y EM3 desapa-
37 Nótese que también en el caso de en medio de la extensión sintáctica sigue un orden de entornos, pues EM3, como ya hemos señalado, comparece primero con infinitivos y solo más tarde con oraciones con que y un verbo flexionado, y también se extingue antes con estas últimas: así, aunque estos entornos (EM3-Inf y EM3-Cq) no están desglosados en el Gráfico 1, los datos de la Tabla 1 permiten adivinar una relación parasítica entre las oraciones con que y las de infinitivo, pues la difusión de en medio de con las primeras depende de su difusión con estas últimas, exactamente igual que en el caso de la extensión del artículo ante los distintos tipos de completivas. Nos encontramos, pues, ante dos casos de parasitismo: de EM3-Cq respecto de EM3-Inf y de EM3 en general respecto de EM2.
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rece: la desaparición del impulso fagocítico, pues, no puede ponerse en relación con una tendencia general a la obsolescencia o marginación del conjunto de los esquemas con en medio de. ¿Qué pudo motivar, por ende, el rápido auge y la no menos acelerada caída de EM2 y su esquema asociado EM3 a lo largo del periodo 1650-1830? Un interesante avance en la comprensión del cambio lingüístico por gramaticalización ha venido recientemente de la mano de quienes han insistido en la necesidad de contemplar la evolución de los esquemas gramaticalizados a la luz del desarrollo paralelo de otras construcciones que pueden considerarse como “apoyos” para dichos esquemas en razón de su afinidad nocional o formal (supporting constructions; cf. sobre todo De Smet/Fischer 2017)38. Entre las “construcciones solidarias” que pudieron influir en la peculiar difusión de las fases más avanzadas de la gramaticalización de en medio de cabe atender, por tanto, a aquellas que en la misma época adquirieron o abandonaron el estatuto de locución concesiva. Las locuciones concesivas del español forman una clase bastante reducida desde el punto de vista diacrónico que, de acuerdo con el detallado estudio de Pérez Saldanya y Salvador Liern (2014: 3790-3803), se limita a tres miembros principales: a pesar de (y el esquema afín pese a), no obstante (y otras secuencias semejantes, como no contrastante, exclusivamente oriental, o no embargante, la más frecuente hasta el siglo xvii) y sin embargo. Pues bien: tanto no {obstante / embargante} como sin embargo afloran como locuciones concesivas en el castellano del siglo xv (con manifestaciones algo anteriores en Aragón en el primer caso; además de Pérez Saldanya/Salvador Liern 2014, cf. Garachana Camarero 2014 para no obstante y Herrero Ruiz de Loizaga 2015 para sin embargo); ambas locuciones son relativamente escasas durante el Cuatrocientos, pero aumentan notablemente su presencia a lo largo del siglo xvi. En esta época, ambas pueden emplearse ya como locuciones conjuntivas; las dos han desarrollado ya a fines del Quinientos un uso como conectores contraargumentativos39; las dos ven muy 38 La idea que late tras esta noción (como casi todas las que afectan al cambio lingüístico) no es, claro está, enteramente nueva: la explicación de una evolución por gramaticalización mediante el mutuo apoyo de esquemas semántica y formalmente afines que cunden en una misma época del idioma tiene, sin ir más lejos, una aplicación señera en el trabajo de Girón Alconchel (2004), tan sugerente por diversos conceptos. 39 Con una oración de verbo finito, no {obstante / embargante} que existe desde las primeras documentaciones de esta secuencia, mientras que sin embargo (de) que se desarrolla en el Quinientos; el empleo de ambas locuciones con suboraciones de infinitivo es fenómeno algo posterior, del siglo xvii. En el uso como conector contraargumentativo, parece ser también no obstante la secuencia más madrugadora, pues ofrece ya algunos ejemplos cuatrocentistas, si bien la frecuencia de este uso frente a otros es ínfima hasta después de 1600 (Garachana Camarero 2014: 974). En ambos desarrollos, parece razonable suponer que no obstante influyó sobre la ampliación de posibilidades sintácticas de sin embargo a lo largo del siglo xvi.
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notablemente incrementadas sus frecuencias globales al llegar el siglo xviii40; y en los dos casos crece entonces ante todo, precisamente, el uso como conector contraargumentativo, que termina haciéndose dominante entre los últimos años del xviii y los primeros del xix41. Cabe sospechar, pues, que el aumento en frecuencias globales de en medio de con valor concesivo a caballo entre el siglo xvii y el xviii se vio favorecido por el auge paralelo de sin embargo y no obstante, que también pudieron influir en las dos extensiones de en medio de, favoreciendo su interpretación concesiva por encima de cualquier otra y alentando la pérdida de restricciones que le permitió combinarse primero con sustantivos no eventivos (EM2) y luego con oraciones (EM3), posibilidades de las que no obstante y sin embargo disponían desde mucho antes. Este “contagio” de propiedades se habría producido precisamente en el momento en que esas dos secuencias experimentaron el incremento de frecuencias más significativo de su historia; pero, además, su rápido abandono de los usos con un término en favor del empleo autónomo como conectores a partir de las décadas iniciales del Setecientos (en consonancia con la tendencia propia de este siglo a acrecentar la nómina de conectores; cf. Pons Rodríguez 2015)42, permitía en principio a en medio de ocupar un espacio más prominente como locución prepositiva y conjuntiva de contenido concesivo: en efecto, los textos parecen favorecer notablemente esos empleos de en medio de (EM2 + EM3) hasta las décadas centrales del siglo xviii. ¿Por qué, entonces, la interrupción del auge del fenómeno, su carácter fallido, su rápido truncamiento a lo largo de la segunda mitad del xviii y las primeras décadas del xix? La clave puede estar en la trayectoria de otra secuencia afín, la locución prepositiva a pesar de, que fue ampliando igualmente la clase de nombres que podían funcionar como término: si hasta el siglo xvi “se combina tan solo con Según Herrero Ruiz de Loizaga (2015: 867), “es en el siglo xviii cuando se produce un espectacular crecimiento en el empleo de sin embargo”, secuencia que aún seguirá creciendo en frecuencias globales a lo largo del siglo xix para decaer ya en el xx. En cuanto a no obstante, Garachana Camarero (2014) analiza una muestra semejante (en torno a los 200 elementos) para cada periodo, y los datos de Pérez Saldanya y Salvador Liern (2014: 3802) son muy escasos como para realizar ninguna generalización cuantitativa, pero unas calas en el CORDE revelan que su frecuencia por millón de palabras pasó de 32,4 en 1601-1650 a 124 en 1701-1750 y a 123,4 en 1771-1820, para descender ya en cerca de un 50 % durante la segunda mitad del xix (64,25 en 1851-1880). También en esto, pues, existe un paralelo evidente entre las dos formaciones, que subraya igualmente Herrero Ruiz de Loizaga (2015: 868-869). 41 Las cifras son muy semejantes: Garachana Camarero (2014: 974) da para no obstante un empleo como conector del 48 % en el siglo xviii y el 66 % en el xix, mientras Herrero Ruiz de Loizaga (2015: 871) cifra en torno al 51 % el empleo como conector de sin embargo en la segunda mitad del xviii, que pasa a ser ya de cerca del 85 % en la primera mitad del xix. 42 Invocan esta misma tendencia Garachana Camarero (2014: 964) y Herrero Ruiz de Loizaga (2015: 868), quien habla de “un cambio en la forma de construcción del discurso […] entre cuyos rasgos están un mayor empleo de conectores, y también de locuciones prepositivas y conjuntivas concesivas”. 40
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términos que designan personas” (Pérez Saldanya/Salvador Liern 2014: 3792), en el Quinientos (y, sobre todo, a partir de su segunda mitad) comienza a seleccionar entidades abstractas, generalmente no eventivas, y en el xvii pasa a poder subcategorizar nombres de evento, a la vez que los términos abstractos se hacen muy claramente mayoritarios (entre el 60 % y el 80 % de los casos a lo largo del Seiscientos, según datos de Pérez Saldanya/Salvador Liern 2014: 3794); con ello, la locución deriva de la expresión inicial de un “sentimiento negativo ante una situación” hacia un contenido genéricamente concesivo. La tendencia diacrónica a converger semántica y distribucionalmente con en medio de (con hitos cronológicos comunes, como el fuerte aumento de los términos abstractos en la segunda mitad del siglo xvi o el afloramiento incipiente de términos de naturaleza oracional en el entorno de 1620-1650) resulta patente, como lo es su fuerte crecimiento en frecuencias globales a partir de la segunda mitad del siglo xviii –de 7,1 casos por millón de palabras en el CORDE en 1701-1750 a 39,6 en 1751-1800 y a 85,4 en la primera mitad del xix (cf. Herrero Ruiz de Loizaga 2015: 872)–. Al parecer, pues, fue a pesar de la secuencia que tomó el lugar que dejaron libres sin embargo y no obstante al pasar de locuciones prepositivas y conjuntivas a conectores; y no lo hizo sin abrazar, a partir de las décadas centrales del Setecientos, la ampliación sintáctica a los términos oracionales (a pesar de que / a pesar de INF) que ya había consumado en medio de en la primera mitad de ese siglo: así, la preferencia por a pesar de como locución prepositiva concesiva a partir de mediados del xviii, y de forma muy marcada a partir de las primeras décadas del xix43, parece haber tenido un fuerte impacto en el declive de en medio de como locución concesiva; pero, por otro lado, a pesar de pudo apoyarse en el desarrollo previo de en medio de para favorecer el tránsito de locución prepositiva a locución conjuntiva44, confirmando así las observaciones de Postma (2010, 2017) en el sentido de que
43 Sobre las razones de esta preferencia solo podemos especular, a falta de un estudio más exhaustivo de la evolución de esta secuencia y, sobre todo, de las tradiciones discursivas más activas en su difusión: quizá podría tener detrás factores de índole sociolingüística vinculados a un rechazo de las soluciones prestigiadas en las primeras décadas del siglo y tenidas por decadentemente neobarrocas, o quizá influyera la mayor afinidad de a pesar de con el modelo francés de malgré, dada la creciente influencia de la lengua vecina, o incluso el apoyo de un microparadigma emergente formado por locuciones formalmente semejantes, como la exceptiva aparte de, que también pudo apoyarse en el francés à part de y que cunde igualmente desde fines del siglo (cf. para este asunto Espinosa Elorza 2012: 98-99 y Azofra Sierra 2011: 58-60), o puede, por último, que pesara la ventaja distribucional de a pesar de sobre en medio de, pues la primera admite como términos nombres de persona o pronombres (a pesar de {mi hermano / Juan / los médicos / mí}) vedados a la segunda en todo tiempo; naturalmente, no es imposible el concurso de varios o incluso de la totalidad de estos factores. 44 Y, quizá, algún otro desarrollo, como el conectivo con un demostrativo o el cuantificador todo como términos (a pesar de {es(t)o / todo}), que también “empieza a fijarse” a fines del siglo xviii (Pérez Saldanya/Salvador Liern 2014: 3795).
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un cambio fallido puede, a despecho de su declive y ulterior pérdida, alimentar (fuel) de forma significativa la activación de un cambio exitoso posterior. En todo caso, la conexión de la trayectoria de en medio de con las de las demás locuciones concesivas de la época permite percibir en qué medida la secuencia que aquí estudiamos participa de una cierta reestructuración más general en el ámbito de la concesividad entre fines del siglo xvii y principios del xix. Como ya hemos indicado, las construcciones formalmente afines a en medio de pudieron también actuar como construcciones solidarias o de apoyo de este esquema, con independencia de que su significado fuera bien distinto. El elemento formalmente más afín que se nos alcanza es la preposición mediante, formada sobre la misma base léxica que en medio de y categorialmente equiparable, al menos desde el momento en que en medio se desarrolló como locución prepositiva. Pues bien: mediante fue capaz de tomar como términos oraciones de infinitivo, aunque con frecuencia escasa, ya desde el siglo xvi, y desde algo más adelante también oraciones con que y un verbo flexionado, es decir, pudo funcionar como locución conjuntiva de significado causal (Sánchez López 2016)45. Los casos de mediante (a / el) que pasaron de representar el 0,4 % de los usos de mediante hasta 1699 a suponer nada menos que un 17,4 % en el siglo siguiente (si se suman los ejemplos con infinitivo, la proporción pasa del 1,8 % al 30 % en idénticos periodos); en el siglo xix, en cambio, la presencia de estos términos oracionales se retrae hasta índices semejantes a los del xvii, y el fenómeno acaba desapareciendo en el español europeo a lo largo del Ochocientos. El paralelismo en la difusión de en medio de y mediante como locuciones conjuntivas es más que llamativo, desde el orden de la extensión sintáctica, que procede del infinitivo a las oraciones con que y un verbo finito, hasta el incremento abrupto de su frecuencia al comenzar el Setecientos y el no menos brusco descenso al acercarse el siglo xix: en su detenidísimo estudio, Sánchez López (2016) no alcanza a encontrar una razón clara para el retroceso de estos esquemas con mediante, pero no parece imposible que estas dos locuciones formalmente (aunque no semánticamente) afines enlazaran sus destinos a efectos de su difusión, nutriéndose mutuamente en su fase ascendente y obrando en mutuo detrimento durante su rarificación, que en el caso de en medio de tiene, como hemos visto, apoyo en procesos independientes. De hecho, entre ambas construcciones podría haberse establecido una cierta relación de complementariedad, de forma que el carácter causal de mediante con un término oracional podría haber inhibido el desarrollo de valores causales con en medio de, favoreciendo en cambio su especialización concesiva. Pudiera ser, incluso, que ambas locuciones prepositivas participen en último término de un proceso general 45 Además, las formas no finitas con que se combina preferentemente mediante son (como explica Sánchez López 2016) casi exclusivamente o infinitivos compuestos, o predicados de estado o estativos (ser, estar, quedar, tener, saber…) o predicados negados, propiedades aspectuales que comparte la inmensa mayoría de los infinitivos que sirven de término a en medio de.
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más complejo: en la segunda mitad del siglo xvii, el artículo el, que ya era capaz desde antiguo de introducir oraciones de infinitivo, experimentó un velocísimo incremento en la capacidad de combinarse con completivas encabezadas por que (cf. Octavio de Toledo y Huerta 2014), seguido desde fines del siglo xviii por un progresivo pero firme retroceso; es posible, pues, que la sintaxis del tramo inicial del español postclásico o “primer español moderno”46 (de 1675 a 1760, aproximadamente) se caracterizara en diversos ámbitos de la sintaxis por favorecer la extensión al ámbito de las completivas con complementante y verbo flexionado de elementos y secuencias que previamente carecían de la capacidad de introducir esta clase de oraciones, o lo hacían solo de forma muy esporádica; tal tendencia, de haber existido, se habría moderado o reprimido velozmente ya en la segunda mitad del Setecientos. Ni que decir tiene que tal hipótesis no puede rebasar el nivel de ocurrencia más o menos peregrina en tanto no surjan nuevos fenómenos cuyo comportamiento permita, si ello es dable, afianzarla. Por otro lado, el cambio que aquí hemos analizado revela, como tantos otros, la utilidad del modelo de tradiciones discursivas para captar la importancia de los factores de orden textual en los procesos de difusión de fenómenos sintácticos47: no es solo que la generalización de EM1 trace una ruta de tradicionalidad discursiva (o, si se prefiere, muestre en sus primeros tiempos, de mediados del siglo xv al tercer cuarto del xvi, una clara impronta tradicional)48 muy perceptiblemente encauzada por textos ficcionales, líricos y teológicos o espirituales vinculados al Para esta segunda denominación, en cuya justificación no insistiré aquí, cf. Octavio de Toledo y Huerta (2007, 2008, 2014ab, 2016abcd), Octavio de Toledo y Huerta/Pons Rodríguez (2016), Girón Alconchel (2008, 2012), Company Company (2012) o García Godoy (2012a, 2012b). El periodo entero se extiende, según mi mejor saber y entender, desde las últimas décadas del siglo xvii hasta las primeras del xix. 47 La noción de gramaticalización se refiere en principio a los mecanismos que participan en el cambio concebido como innovación, por lo que los estudios que adoptan la perspectiva de la gramaticalización apenas han desarrollado predicciones acerca de la difusión de los fenómenos. Sin embargo, el cambio propiamente dicho solo puede considerarse completo cuando se consuma la adopción del nuevo fenómeno, y esta cristaliza (o se diluye) característicamente a través de tradiciones textuales concretas: “Erst wenn eine Übernahme der Innovation erfolgt (was in der Regel in Etappen über bestimmten Diskurstraditionen geschieht), dann ist tatsächlich Sprachwandel eingetreten” (Koch 2005: 248; énfasis original). Por ello, “la pregunta por las estrategias de creación y las llamadas vías de gramaticalización debería siempre ir seguida de preguntas acerca de las vías discursivas de difusión y de adopción sucesiva de estas innovaciones por parte de los hablantes” (Oesterreicher 2006: 146; énfasis original). No es este el lugar de exponer con detenimiento la noción de “tradición discursiva” y su alcance para la lingüística histórica: baste con decir que asumo aquí en lo sustancial la visión teórica expuesta en los trabajos reunidos ahora en Kabatek (2018). 48 Para la utilidad teórica de la noción de tradicionalidad discursiva, concebida como propiedad dinámica vinculada a un fenómeno concreto y definida por el itinerario particular que dicho fenómeno recorre a lo largo de su difusión a través de unas formas y constelaciones textuales particulares, cf. Octavio de Toledo y Huerta (2018). 46
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ámbito de la distancia comunicativa (lo que autoriza a sospechar que este es, en términos sociolingüísticos, un cambio de arriba abajo, a diferencia de la emergencia y expansión de EM2 y EM3, aparentemente menos condicionada por la influencia de modelos escriturales culturalmente prestigiosos); es que, además, la especial frecuencia del conjunto de construcciones con en medio de y nombre abstracto, ya en una etapa de franco declive, en historiadores de la religión como Vicente de la Fuente o Marcelino Menéndez Pelayo habla de una persistencia tradicional en una (macro)tradición, la de los textos de asunto religioso, que siempre se destacó por su apego a estos esquemas, subrayando así el carácter no fortuito de los nichos textuales en los que ciertas construcciones perviven durante su fase de obsolescencia. Finalmente, y desde el punto de vista de la periodización del idioma, el auge y declive de estos esquemas (y, particularmente, de EM2 y EM3) apunta de nuevo a un tramo de la historia del español (ca. 1675-1825) en el que no pocos fenómenos conocen un fuerte incremento seguido de una rápida tendencia al abandono (cf. por ejemplo Octavio de Toledo y Huerta 2007, 2008, 2014a, 2014b, 2016c). Tales cambios no solo resultan útiles como balizas cronológicas de una época, a modo de isocronías sintácticas que ayudan a perfilar un periodo con cierto grado de coherencia interna (cf. Octavio de Toledo y Huerta 2016b, 2016d; Octavio de Toledo y Huerta/López Serena 2015, 2017; Octavio de Toledo y Huerta/Pons Rodríguez 2016), sino que, en no pocas ocasiones (como ocurre con la evolución de en medio de aquí esbozada), se conectan con reajustes de mayor fuste en zonas enteras de la gramática (la expresión de la concesividad, en este caso), contribuyendo así a nuestro conocimiento de los ámbitos de la morfosintaxis cuya variación caracteriza el “primer español moderno” y que conocen durante este periodo una fase crucial (por especialmente dinámica) de su evolución. 4. Estrambote Al inicio de su monumental poema Det (“Eso”, 1969), la danesa Inger Christensen traza una cosmogonía que incluye la siguiente visión del proceso de génesis de una entidad49: Spiller, changerer, hvirvler. I det ydre. Og tætner i det indre. Får kerne, substans. Får overflade, brydninger, overgange, undergange, pirring mellem enkelte dele […]. Og følger en udvikling op. Søger en form. Griber tilbage i tiden. Drejning efter drejning får en anden drejning. Tages op til fornyet behandling. […] Får struktur i ustandselig søgen efter struktur. Variationer i det indre tilføres stof fra det ydre. Ændrer karakter. Sigo de cerca, con pequeñas variaciones, la traducción del poeta aragonés Francisco J. Uriz en su edición bilingüe (México / Madrid, Sexto Piso, 2015, 8-11). 49
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Lokaliserer behov, fordeler igangværende funktioner på nye funktioner. Fungerer for at fungere. Fungerer for at andet kan fungere og fordi noget andet fungerer. I hver funktion et behov for nye funktioner i nye variationer50.
Con toda evidencia, esta clase de relato del cambio se abrió camino antes en la poesía que en la lingüística. Dejo aquí constancia, pues, de mi agradecimiento perdurable a José Luis Girón Alconchel por enseñarnos a pensar, aun en medio de las gélidas y somnolientas aulas complutenses de fines de los noventa, que la gramaticalización era esto. Referencias bibliográficas Albareda, Joaquín (2010): La Guerra de Sucesión de España (1700-1714). Barcelona: Crítica. Almeida Cabrejas, Belén (2003): “Un nuevo testimonio manuscrito de la sección gentil de la Quinta Parte de la General estoria”, en: Revista de Literatura Medieval 15:2, 9-41. Azofra Sierra, M.ª Elena (2011): “Historia de la partícula aparte en español”, en: Revue Romane 46, 42-68. Boers, Frank (1996): Spatial Prepositions and Metaphor: A Cognitive Semantic Journey along the Up-down and the Front-back Dimensions. Tübingen: Narr. Breban, Tine (2014): “What is secondary grammaticalization? Trying to see the wood for the trees in a confusion of interpretations”, en: Folia Linguistica 48:2, 469-502. Brems, Lieselotte (2011): Layering of Size and Type Noun Constructions in English. Berlin/Boston: De Gruyter. Bybee, Joan (2003): “Mechanisms of change in grammaticization: The role of frequency”, en: Joseph, Brian/Janda, Richard D. (eds.): The Handbook of Historical Linguistics. Oxford: Blackwell, 602-623. Bybee, Joan (2011): “Usage-based theory and grammaticalization”, en: Narrog, Heiko/ Heine, Bernd (eds.): The Oxford Handbook of Grammaticalization. Oxford: Oxford University Press, 69-78. Company Company, Concepción (2012): “Constelación de cambios en torno a la categoría objeto indirecto en el español del siglo xviii”, en: Cuadernos Dieciochistas 13, 147-173. 50 Traducción: ‘Juega, prueba fortuna, se arremolina. En lo exterior. Y se densifica en el interior. Gana núcleo, sustancia. Gana superficie, refracciones, transiciones, declives, estímulos entre las diferentes partes […]. Y sigue una curva de desarrollo. Busca una forma. Indaga en el pasado. Vuelta tras vuelta alcanza una vuelta distinta. Se somete a un tratamiento renovado. […] Gana estructura en su incesante búsqueda de estructura. Las variaciones interiores se nutren de materia exterior. Cambia de carácter. Localiza necesidades, reparte funciones preexistentes entre nuevas funciones. Funciona para funcionar. Funciona para que otra cosa pueda funcionar y porque alguna otra cosa funciona. En cada función, una querencia de nuevas funciones en nuevas variaciones’.
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LA HISTORIA DE ALIAS EN ESPAÑOL ENTRE GRAMATICALIZACIÓN O CONTACTO LINGÜÍSTICO Y LEXICALIZACIÓN * Daniel M. Sáez Rivera Universidad Complutense de Madrid/Instituto Seminario Menéndez Pidal
In memoriam José Sáez Cedenilla, alias Pater
1. Introducción La voz alias no se considera en español actual un marcador primariamente, sino –siguiendo el DLE (2014: s.v. alias)– un sustantivo con el sentido de “[a]podo o sobrenombre” en su primera acepción (El alias de Eleuterio Sánchez era el Lute) o un adverbio como “Por otro nombre” en su segunda acepción (Eleuterio Sánchez, alias el Lute, es una figura mítica de la historia reciente española o más clásicamente, con ejemplo del propio diccionario, Alfonso Tostado, alias el Abulense). Sin embargo, el mismo DLE recoge una acepción “desusada” (esto es, no documentada después de 1900) de alias como adverbio, con la definición de “De otro modo”. Esta posibilidad caduca de uso de alias nos pone en la pista de que en el español antiguo y moderno (pero no contemporáneo), esta pieza podía funcionar como marcador del discurso, conforme aún lo hace en portugués, habiéndose realizado ya estudios sobre la historia de alias (en portugués aliás) precisamente como marcador (Lopes 2014, 2015). Estos trabajos nos servirán de punto de partida, y en parte como modelo, para intentar trazar la historia de alias en español. Para * Este trabajo se encuadra en el marco del proyecto de investigación “Procesos de gramaticalización en la historia del español (V): gramaticalización, lexicalización y análisis del discurso desde una perspectiva histórica” (ref. FFI2015-64080-P), dirigido por Javier Herrero como investigador principal, y financiado por el denominado Ministerio de Economía y Competitividad en el momento de la concesión. Asimismo, la presente publicación se enmarca en el seno de la red temática T3: Terminología, Técnica y Traducción, coordinada por la Universidad de Málaga (UMA) a través de Miriam Seghiri Domínguez. No puedo dejar de agradecer en esta nota introductoria la ayuda intelectual (muchas veces acompañada de asistencia bibliográfica) proporcionada a la hora de escribir este trabajo (en ese azar obligado que es el orden alfabético, aunque destacando la B y la H) por Margarita Borreguero Zuloaga, Álvaro Cancela, Andreas Dufter, Álvaro Octavio de Toledo y Huerta, Javier Herrero, Javier Rodríguez Molina, Cristina Sánchez López y Ana Stulic.
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ello, primero apuntaremos unas reflexiones teóricas de partida sobre la aparición o creación de marcadores del discurso (MD) en español, en la debatida encrucijada entre la gramaticalización, la lexicalización y el contacto lingüístico a través de las tradiciones discursivas. Luego, revisaremos la sincronía actual y la historia de aliás en portugués para, a continuación, hacer lo propio con alias (antiguamente también aliás) en español y llegar, por último, a unas compendiosas conclusiones. 2. Aparición/creación de marcadores del discurso (MD) en español: ¿gramaticalización, lexicalización o contacto lingüístico a través de tradiciones discursivas? Ante la heterogeneidad de denominaciones de las piezas transcategoriales que son los marcadores del discurso –también conocidos como marcadores textuales, conectores discursivos, partículas discursivas, enlaces extraoracionales/supraoracionales, etc.–, pluralidad denominativa que corre paralela a la dificultad de su delimitación y definición, así como al establecimiento de una nómina de completo acuerdo entre los investigadores, aceptamos para este trabajo la definición más difundida, y ya clásica, de Portolés Lázaro (2001 [1998]: 25)1: Los marcadores del discurso son unidades lingüísticas invariables, no ejercen una función sintáctica en el marco de la predicación oracional y poseen un cometido coincidente en el discurso: el de guiar, de acuerdo con sus distintas propiedades morfosintácticas, semánticas y pragmáticas, las inferencias que se realizan en la comunicación.
Una gran parte de estas unidades ha surgido debido a un proceso de progresiva fijación o rutinización, esto es, de gramaticalización, aunque con algunas particularidades ya señaladas por Traugott (1997), como que los marcadores ganan como tales alcance sintáctico, en lugar del proceso contrario, habitual en las gramaticalizaciones canónicas o protototípicas. Company Company (2004) ha propuesto por ello un tipo especial de gramaticalización para los marcadores que llega a etiquetar como gramaticalización extraoracional o Gramaticalización2, decisión que hace innecesario el concepto de pragmaticalización2 simplemente aceptando una definición amplia de gramática que incluya fenómenos discursivos (cf. Diewald 2011; 1 Esta definición se transmite casi literalmente a Martín Zorraquino/Portolés Lázaro (1999: 4057) (apenas se añade que los marcadores del discurso [MD a partir de ahora] son “elementos marginales”) y de ahí pasa al Diccionario de términos clave de ELE (Martín Peris 2008: s.v. marcadores del discurso), caso indicativo del calado de la definición en el mundo hispánico: 2 Definida por Frank-Job (2006: 397) como “the process by which a syntagma or word form, in a given context, changes its propositional meaning in favor of an essentially metacommunicative, discourse interactional meaning”, proceso por el cual, según esta autora, se generan los MD.
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Degand/Evers-Vermeul 2015). Una iluminadora matización teórica efectúa Girón Alconchel (2008), quien señala que en los procesos de gramaticalización primero se produce una lexicalización de una construcción tras la cual, una vez producida una gramaticalización de los elementos en la construcción, se da una segunda lexicalización o lexicalización fuerte por la que se genera una nueva pieza gramatical o léxica en el lexicón3. No obstante, al realizar estudios concretos de marcadores, se ha hallado que no siempre se puede trazar la historia de marcadores como un proceso gradual de gramaticalización, sino como un préstamo subitáneo desde una lengua o variedad de prestigio, en la Edad Media ordinariamente el latín (medieval) y a partir del siglo xviii especialmente el francés. En este caso nos encontraríamos, como han señalado Pons Rodríguez (2010: 527; 2020: 223) y Loureda Lamas/Pons Rodríguez (2015: 337), con un “cambio desde arriba”, lo que en término sociolingüísticos, labovianos (cf. Labov 1996: 145; Trudgill/Hernández Campoy 2007: s.v. cambio desde arriba), implica un cambio consciente iniciado en las capas superiores de la sociedad. Frente a ello, los marcadores generados por gramaticalización serían ejemplo de “cambio desde abajo”, inconsciente, y desde capas inferiores o medias (cf. Labov 1996: 145; Trudgill/Hernández Campoy 2007: s.v. cambio desde abajo). Un frecuente término medio lo producen las numerosas gramaticalizaciones inducidas por contacto lingüístico y tradiciones discursivas, así el caso de esto es, calcado desde el lat. id est (Pons Bordería 2008), a la fin como calco de TANDEM (Iglesias Recueros 2007), o el impacto latino en la evolución de marcadores como en suma < lat. in summa (Verano 2014), vale decir (Garrido Martín 2015) o en sustancia (Pons Rodríguez 2020), todos ellos elementos constitutivos de la distancia comunicativa4 dentro del progresivo proceso de elaboración en la historia del español5. En cualquier caso, en todo estudio de marcadores, ante la dificultad de estudiar su difusión social a través de los hablantes, podemos deducir esta a partir de la difusión textual en tradiciones discursivas, intentando bosquejar las rutas de su tradicionalidad, siendo modélico a este respecto –aunque repara en otro tipo de estructura– el trabajo de Octavio de Toledo y Huerta (2018). Esta importancia del contacto lingüístico (y previsiblemente del contacto dialectal) en la adopción de marcadores no resulta extraña ni inhabitual, sino todo lo
3 No se va a abundar aquí más en torno a las interacciones, solapamientos y confusiones entre los términos de lexicalización y gramaticalización en su recepción, historiografía y definición en el contexto hispánico, para lo cual remitimos a Sáez Rivera (2019). Solo recordamos o resaltamos de este trabajo que el término de lexicalización ha tenido mayor y anterior fortuna en español que el de gramaticalización. 4 Sobre la diferencia entre inmediatez comunicativa y distancia comunicativa especialmente en el caso de los MD, remitimos a López Serena / Borreguero Zuloaga (2010: 428-434, 477). 5 Sobre las denominaciones y posibilidades de lengua elaborada en la historia del español, cf. Pons Rodríguez (2015a, 2017).
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contrario, y de hecho se registra con facilidad sincrónicamente, por ejemplo en el caso de so estudiado por Potowski (2016): [En Puerto Rico] “Yo siempre me pongo jerseys de los Bulls so mucha gente ya sabe que yo vengo de Chicago.”- Ivan (G2) (apud Potowski 2016: 110, negrita en el original).
Técnicamente, nos encontraríamos ante un tipo de cambio de código conocido como cambio de etiqueta (“tag switches”), que se produce con estructuras disjuntas (interjecciones, marcadores del discurso y citas textuales), el tercer tipo de cambio de código junto al intraoracional y el extraoracional, según la clasificación de Appel y Muysken (1987: 118). De hecho, podemos hacer nuestras las palabras de Pons Rodríguez (2015b: 288) al respecto: “los elementos más típicamente transferibles entre idiomas en contacto [son] los nexos al servicio de la estructuración discursiva”. De este modo, se registran con facilidad ejemplos de MD por contacto lingüístico en otras lenguas, como los ingleses i. e. (id est) o viz. (videlicet) por influjo del latín, el alemán apropos (< fr. à propos) o precisamente el portugués aliás (lat. alias), estudiado con detalle por Lopes (2014, 2015) y que presentamos en el siguiente apartado. 3. Aliás en portugués: sincronía actual e historia La investigadora portuguesa Ana Cristina Lopes (2014, 2015), en sendos trabajos en inglés y en francés con contenido similar, señala cómo el port. aliás procede del lat. alias, donde tiene el sentido original de “otra vez, otras veces, en otro momento, en otra época”, extendido pronto, desde Plinio el Viejo (s. i d. C.), al funcionamiento discursivo como de otro modo, por otro lado, desde otro punto de vista, de otra manera. Ello explica que, en la sincronía del portugués actual, aliás, clasificado normal o tradicionalmente como adverbio, funcione como MD (Lopez 2015: 345-347), con las siguientes posibilidades: 1) Comentario parentético, equivalente a diga-se de passagem ‘por cierto’: (2) Embora faltem ainda três dias de prova, a verdade é que o seu momento de forma é excelente, aliás como o comprovam os resultados alcançados na presente temporada (CETEMPúblico, apud Lopes 2014: 212, 2015: 346).
2) Marcador de reformulación no parafrástica, equivalente a “melhor / ou antes”: (3) Pode dizer-se que há na comédia duas comédias, que convergem para dois, aliás, três casamentos de três jovens da mesma familia (CETEMPúblico, apud Lopes 2014: 213; 2015: 346)
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Según Lopes (2014, 2015), aliás en portugués entró por vía erudita con el valor de “de otro modo” en el siglo xvi, así en el siguiente ejemplo: (4) Tomemos por valedores a Senhora e a Igreja, por cuja contemplaçao nos conceda o Senhoro que alias nos poderá negar (Dom Frei Amador Arrais, I, 12, 1594; apud Lopes 2015: 347).
Asimismo, desde su arranque en portugués, aliás se manifestaría como polifuncional, con los siguientes usos, algunos de los cuales han ido desapareciendo en portugués, según resume Lopes habiendo empleado como fuente el corpus de Davies y Ferreira (2006)6: s. xvi
s. xvii
Adverbio de manera
x
Conector reformulador
x
x
Conector de hipótesis negativa
x
x
Comentador
x
s. xviii
s. xix
s. xx
x
x
x
x
x
x
x
Tabla 1. Polifuncionalidad de aliás en historia del portugués (Lopes 2014: 219; 2015: 351)
Dentro de esta polifuncionalidad, Lopes efectúa una agrupación de superposición (layering) y extensión de sentidos en dos senderos de gramaticalización, según los valores persistentes en el siglo xx ya señalados de comentario parentético y reformulación no parafrástica: 1. Adverbio de manera (aliás = de outro modo) > conector de hipótesis negativa (aliás = de modo contrário) + comentador > marcador de comentario (aliás = diga-se de passagem) 2. Adverbio de manera (aliás = de outro modo) > conector reformulador (aliás = de outro modo) > conector de rectificación (aliás = melhor) En realidad, todos estos usos ya se documentaban en el original latino, según el Oxford Latin Dictionary (1964: s.v. alias), así que no parecen ser tanto fruto de layering, como acarreo de funciones con el propio préstamo de la pieza (o cambio de código del tipo etiqueta). Así, el Oxford Latin Dictionary delimita las siguientes acepciones de alias categorizado como adverbio, con ejemplificación desde el propio latín clásico (omito los ejemplos): 1 At another time or other times, on other occasions. b (spec.) previously; subsequently. 2 alias . . alias, at one time . . at another, sometimes . . sometimes; (w. other temporal advs.) sometimes, at another times. b (in compendious exprs. w. alius, aliter). 3 In other cases or circumstances, otherwise. b (repeated) in some cases . ., in others. 6
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4 a Apart from this, in any case, besides. b if not, otherwise, else. c nevertheless, all the same. 5 In another place, elsewhere; in another passage or author. 6 In another way, otherwise; alias . . alias, in one way . . in another (way).
Asimismo, existen algunos aspectos de la evolución de aliás en portugués en los que no repara Lopes (2014, 2015). Así, en primer lugar, conviene preguntarse cómo se explica la forma aguda de aliás desde el latín alias, además de que en los mismos ejemplos aducidos alternan históricamente aliás (que es la forma que triunfa en portugués) frente a alias (la forma etimológica y la que se impone en castellano). En segundo lugar, como proceso de gramaticalización resulta extraño que todos los usos se presenten desde el principio en los textos, y no solo eso, sino que en lugar de crecer el número de contextos y funciones del MD, como suele ser lo habitual en un proceso de gramaticalización de marcadores (así el caso de o sea estudiado por Pons Bordería 2014ab), ocurra todo lo contrario, que se reduzcan, de modo que tras variación u oscilación de documentación según el siglo, pase aliás en portugués de funcionar inicialmente como adverbio de manera, conector reformulador, conector de hipótesis negativa y comentador a, por último, en el siglo xx, solo como conector reformulador y comentador. Incluso más que puro layering como explicación de las diferencias de valor y función discursiva de la historia de aliás en portugués, estas diferencias se pueden deber simplemente a la diferente presencia de aliás en diferentes unidades discursivas, como ocurre en el caso de o sea que Pons Bordería (2014b) rastrea diacrónicamente en español a través de su presencia en diferentes unidades discursivas, según la delimitación empleada en el proyecto Val.Es.Co. Igualmente, todos estos valores de aliás los podemos agrupar dentro de la macrofunción metadiscursiva de los MD que delimitaban López Serena y Borreguero Zuloaga (2010: 441), uno de los tipos de función de los MD (las otras son la interaccional y la cognitiva), caracterizada en este caso por concernir “al proceso mismo de expresión lingüística de los contenidos que configuran el discurso”, pudiéndose distinguir dos tipos de mecanismos cohesivos, los que tienen por objeto “la estructuración y ordenación del discurso con el fin de facilitar al receptor su procesamiento” y “los que se refieren a la formulación misma de los elementos que materializan lingüísticamente el contenido textual y que manifiestan la relación entre el hablante y su propio discurso”. La función metadiscursiva, como íntimamente ligada a la propia formulación lingüística del discurso, puede ser propia tanto de la variación oral como de la escrita (López Serena/Borreguero Zuloaga 2010: 453), por lo que diacrónicamente deberíamos atender a un posible cambio de estatus concepcional de los marcadores de este tipo (así el caso de alias/aliás). Para calmar nuestras cuitas al respecto, aunque sea tentativamente, debemos examinar antes la historia de alias en español y sus empleos actuales.
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4. Alias en español: sincronía actual e historia La investigación histórica de los marcadores discursivos en español arrostra varios problemas, delimitados con acierto por Rey Quesada (2013), el cual enumera al menos cuatro. El primero de los problemas presentado por Rey Quesada (2013: 1) es el de la “la dificultad de delimitación entre los niveles oracional y supraoracional, problema que se hace aún más notable en la consideración diacrónica de los marcadores”. El segundo escollo lo constituiría la imposibilidad de “conocer la interpretación que de la lengua hacen los propios hablantes”, más allá de las “referencias indirectas de gramáticos y lexicógrafos” (Rey Quesada 2013: 124). Otra tara habitual en los estudios de marcadores (la tercera en la lista de este autor) sería el soslayo de la variación interna de cada estado de lengua, aplanada en el recurso al “acopio de un ingente material proveniente de los corpus electrónicos [que] ha hecho tabula rasa de las peculiaridades diatópicas, diastráticas y diafásicas que a veces se dejan traslucir en los textos, sobre todo en los más cercanos a la inmediatez comunicativa” (Rey Quesada 2013: 126)7, lo cual es paliable atendiendo a las tradiciones discursivas en que aparece el marcador estudiado para poder trazar su tradicionalidad, como ya hemos señalado. El cuarto problema señalado por Rey Quesada (2013: 129-130) lo produce el gráfico de la puntuación de los marcadores, dado que los textos antiguos no poseen puntuación, o tiene un valor distinto al actual (lo cual no quiere decir que se produzca una “anarquía en la puntuación”, pace o pese a Rey Quesada [2013: 129], simplemente hay que tratar de entenderla en términos coetáneos8), o bien la puntuación es de la edición moderna y, por tanto, fruto de la interpretación particular del editor, y no del deseo propio del autor. Este último problema está en realidad relacionado con el primero de la dificultad de delimitación de los niveles oracional y supraoracional, en la cual la puntuación juega gran importancia. En fin, para dibujar la historia de alias en español, vamos a partir primero de fuentes lexicográficas sincrónicas y diacrónicas (4.1) a modo de estado de la cuestión, el cual nos va a proporcionar valiosas y orientadoras indicaciones en la búsqueda de documentación en corpus del español, especialmente diacrónicos (4.2), y en documentos al completo como alguno de los recogidos en los Documentos
7 Es lo que Pons Rodríguez (2015b), en otro trabajo clave sobre la problemática del estudio diacrónico de marcadores en español, denomina “prejuicio de la variación”, unido en este caso al “prejuicio de corpus”, existiendo otros dos prejuicios más: el “prejuicio del surgimiento” (muchos marcadores no surgen en español por un proceso de gramaticalización stricto sensu, sino por préstamo o inducción de otras lenguas, normalmente lenguas de cultura como el latín) y el “prejuicio de la periodización”, que prima la búsqueda de los marcadores en la lengua medieval y áurea, cuando muchos de ellos surgen o cunden en realidad en los siglos xviii y xix. 8 Un intento de aunar historia de la puntuación y sintaxis histórica lo ensayamos en Sáez Rivera (2014a).
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PROGRAMES (4.2)9, diversificación de fuentes primarias que pretende salvar el “prejuicio de corpus” del que hablaba Pons Rodríguez (2015b: 494) a la vez que permite recoger tradiciones discursivas más variadas, con frecuencia olvidadas en los corpus históricos al uso del español, principio complementario con el que de hecho se han elegido los textos recogidos en los Documentos PROGRAMES (cf. Sáez Rivera 2018b). 4.1. Fuentes lexicográficas El artículo correspondiente del DLE (RAE 2014: s.v. alias), como ya hemos adelantado en parte, proporciona la siguiente información sobre alias: Del lat. alias ‘de otro modo’. 1. m. Apodo o sobrenombre. 2. adv. Por otro nombre. Alfonso Tostado, alias el Abulense. 3. adv. desus. De otro modo.
La Real Academia Española recoge la voz desde el incompleto DRAE (1770), que solo pudo abarcar las letras A-B (cf. RAE 2001: s.v. alias), donde ya se incluye el ejemplo de la segunda acepción actual, y apunta que alias es “un adverbio latino, usado algunas veces en castellano, que vale de otro modo, de otra manera, como el Tostado, alias el Abulense” y proporciona un ejemplo, oriental, del príncipe de Viana de su traducción de la Ética a Nicómaco de Aristóteles, lib. I, cap. 19 (siglo xv): “Y aun en los frutos imperfectos (alias abortivos)”10. Desde la 21.ª edición del DRAE (1992) se presenta el artículo en la disposición actual, cuando se marca la tercera acepción adverbial de “De otro modo” como desusada (cf. RAE 2001: s.v. alias), lo cual implica que la “última documentación es posterior a 1500, pero no a 1900”, según la aclaración de abreviaturas realizada en el prólogo de la 22.ª edición del DRAE (2001: XXXIV). Antes, la acepción de “apodo” había pasado a primera posición desde la edición del diccionario usual de 1925, conforme refleja la sinopsis del Mapa de diccionarios académico (Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la RAE 2013: s.v. alias). Acerca de las posibilidades de investigación de este repositorio digital de textos etiquetados en formato y parte de fenómenos lingüísticos, desarrollado por las sucesivas ediciones del proyecto Programes, primero dirigido por José Luis Girón Alconchel y en su última edición por Javier Herrero, cf. Sáez Rivera (2018b). 10 Carlos de Aragón, príncipe de Viana, hijo de Blanca de Navarra y del rey Juan II de Navarra, hermanastro de Fernando (luego llamado el Católico) y sobrino de Alfonso V de Aragón, alias el Magnánimo, realizó su traducción de la Ética de Aristóteles a partir de la versión latina de Leonardo Bruni durante su estancia en Nápoles, en la corte de su tío, en los años 14571458, o sea, tres años antes de su muerte en 1461 (Salinas Espinosa 2000: 1588; Fernández López 2002: 223). 9
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Alias se incluye también en el Diccionario del español jurídico (RAE/Consejo General del Poder Judicial 2016: s.v. alias), de la siguiente manera: 1 Gral. Apodo o sobrenombre. 2 Gral. Por otro nombre, conocido como. “En los hechos probados se recoge, en síntesis, cómo Urbano, alias ‘Verbenas’, Jose Manuel, alias ‘Farsante’, Carlos Jesús, Jesús María y Juan Ignacio, puestos de común acuerdo, en ejecución de un plan preconcebido, se concertaron con otros sujetos, no identificados, para el envío de personas a […]” (STS, 11-VI-2015, rec. 377/2015).
Las fuentes aducidas hasta ahora nos ponen sobre importantes pistas en nuestra investigación sobre alias: los primeros ejemplos de alias son medievales, pero hasta muy tarde se considera más bien un adverbio latino directamente, y el universo discursivo en el que se mueve alias, aún hoy, es especializado, en la actualidad el mundo del derecho, aunque sea un término general, no exclusivo de los textos jurídicos, según la marca de uso del Diccionario del español jurídico. Acudamos ahora a otras fuentes lexicográficas diacrónicas, como son los diccionarios históricos de la RAE y el diccionario etimológico de Corominas y Pascual (1980). Así pues, en el Diccionario histórico (RAE 1933-1936: I, 439, s.v. alias) se inserta la siguiente entrada en la que el primer ejemplo coincide con el ya aducido en RAE (1770), y se recogen solo las acepciones del adverbio con el significado de “De otro modo, por otro nombre” en textos desde el siglo xv al xix, y la del sustantivo “Apodo o sobrenombre” sin ejemplos:
Antes de pasar al desarrollo y mejora de esta entrada en el segundo Diccionario histórico de la RAE (1960-1996), veamos lo que se comenta en el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (Corominas/Pascual 1980: I A-CA, 169, s.v. alias):
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Como se ve, el ejemplo del príncipe de Viana pasó pronto a lugar o conocimiento común filológico, y también se observa la suspicacia sobre alias como forma más quizá latina que romance, sobre todo en los primeros tiempos. El Diccionario histórico (RAE 1960-1996: s.v. alias) recoge precisamente para la acepción adverbial de “[p]or otro nombre” algunos de esos ejemplos medievales que para Corominas podían ser dudosos como forma puramente romance, lo que tiene como efecto adelantar al siglo xiii la primera documentación (fijémonos además en que el documento aducido es occidental, asturiana), a lo que se añaden otros ejemplos aragoneses del xv distintos al ya conocido del príncipe de Viana, así como documentación continua hasta el mismo siglo xx, aunque en algunos casos, como el ejemplo de Cervantes, más que con el valor de reformulación denominativa de ‘por otro nombre’ funciona como mero reformulador parafrástico: 1287 Col. HDipl. Oviedo (1889) 96b: Ffecha la carta, dos días por andar de abril. […] Presentes: Ruy González Mestrescolas […], Fferrán Pérez, abbat de Fontes, Alffonso Yannes Darllos, alias Rrosiello. 1413 Doc. Pintura Aragón (1918) 440: Clamada aljama de los jodíos de la ciudat de Çaragoça […] e plegada la dita aljama en la sinoga de Bicurolim, alias de visitar enfermos. 1490 Ibíd. (1917) 487: Testamento de Juan Zaortiga, alias Bonanat, escribiente, hijo de N i c o l a u Z a o r t i g a , a l i a s B o n a n a t , p i n t o r . + 4 SIGLO XV. 1528 DELICADO Lozana andaluza Kv0: Tiene ansí mismo vna fuente Marmórea […]; está en la vía que va a la cibdad de Mentessa, alias Jaén. 1547 FDZOVIEDO Libro Cám. Real(1870) 25: Por la mañana, el camarero tomaua […] la cofia […], que era un garuín, alias cofia de rred de seda. 1615 CERVANTES Quij. II 36 f0 140v0: Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada auentura de la dueña dolorida, alias de la Condessa Trifaldi. + 3 SIGLOS XVI-XVII. 1761 FEIJOO Cartas V 341: La segunda, qué concepto tengo formado de las curaciones atribuidas al Doctor Don Vicente Pérez, a l i a s el Médico de el Agua. 1836 MESONERO ROMANOS Esc. Matr. (1862) 19: Me llamo Cenón Lanteja, alias Mondongo; tengo una hija que se llama Juanita, alias la Perla. 1975 CUNQUEIRO Otra gente 183: Me preguntó si un primo suyo, Felipe Marful, alias Cachazas, me contara la historia de un jarro. + 21 SIGLOS XVIII-XX.
Ahora bien, el ejemplo de Bretón de los Herreros de la primera versión del Diccionario histórico, al que se añaden otros más hasta principios del siglo xx, se clasifican bajo la subacepción b) de “Es decir, o sea” (como un reformulador explicativo, pues):
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1848 BRETÓN HERREROS Un enemigo IV VIII (1884 IV) 35b: ―Mi pupila, a l i a s mi novia… / ―Entiendo. ―Se vuelve atrás. / ―¿No se casa ya contigo? / ―No. ¡Calabazas me da! 1873 ALARCÓN, P. A. Alpujarra (1882) 182: ¿Qué otra cosa era el revuelto océano de montes que dominábamos desde allí, sino los tejados y azoteas de la A l p u j a r r a , debajo de los cuales estaban sus valles, alias sus plazas; sus ramblas, alias sus calles; sus barrancos, alias sus callejones, y sus pueblos, alias sus gentes? 1908 GALDÓS España sin rey 62: Ahora se discute la cuestión peliaguda, a l i a s religiosa.
Una tercera acepción como marcador (“Por otra parte”) se documenta desde el siglo xvii: 1617 SANTA MARÍA, JOSÉ DE Tribunal Religiosos 397: Ninguno deue ser atormentado solo por el dicho del cómplice, si por otra parte no se hallare culpado por algunos indicios verisímiles; la qual doctrina deue ser obseruada entre religiosos, cuyas causas se deuen mirar con grande madureza, procurando conservar el honor de los que alias son y han sido beneméritos. Ibíd.: La infamia sola, quando el infamado es alias de buena fama y nombre, no basta para que por ella se le dé tormento. 1618 RAMÓN, FR. T. Puntos escripturales II 86b: Mucho se encarece el mal de vn pecador con dezir que es ciego, pobre, sordo, mudo, manco y coxo, pero con todo esso es poco cotejado con dezir que está vn alma llagada. Porque si vno está ciego, no passa adelante su mal, aý haze raya, y puede alias estar sano.
A lo que se añade una rara acepción como “Además” marcada diatópicamente como de Ecuador (“rara” porque no vuelve a aparecer en ninguna otra fuente manejada ni corpus al uso), en un texto de Honorato Vázquez, abogado, diplomático, escritor y poeta cuencano (de Cuenca, Ecuador), personaje en misión diplomática en Madrid entre 1906 y 191111, lo que puede explicar su conocimiento por los académicos y su presencia en el Diccionario histórico: 1926 VÁZQUEZ, HONORATO céd. Ac.: ~: No solo tiene el significado de equivalencia, sino el de adición: a d e m á s , sentido que es usual en el Ecuador y tiene castizo abolengo. [Cita el primer texto de José de Santa María.]
La cuarta acepción recogida en el Diccionario histórico como el sustantivo masculino “Apodo o sobrenombre”, que carecía de ejemplos como segunda acepción en la versión anterior, añade ejemplificación ininterrumpida desde el siglo xvii: 1658 Ordin. Zaragoza (1659) 35b: Conuiene nombrar algunas Guardas […], y los assí nombrados puedan prender en fraguancia, o con apellido & alias, qualesquiere delinqüentes y malhechores. 1886 LPZVALDEMORO, J. Niña Araceli 158: Dieron sus compañeros en llamarle A r r e s t o s , si bien el mote, lejos de ofenderle, constituyó desde entonces su orgullo, empeñándole en mantener el alias con hechos prácticos. 1926 PZAYALA, R.
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Tigre Juan (1928) 19: Su traza hosca y su carácter insociable […] le habían valido el a l i a s de Tigre Juan. c1926 RUIZ MORCUENDE, F. céd. Ac.: ~: Apodo. […] “El ratero a quien la policía conoce por el a l i a s del Mañoso.” Usado entre toreros. Chulo y hampa. Muy usado. 1942COSSÍO, J. Ma VTaurino: ~: El apodo o remoquete de los toreros. 1958 DELIBES, M. Diario emigrante 90: Le pregunté su nombre y salió con que Lautaro, y le dije, entonces, si eso era un alias o nombre cristiano. + 11 SIGLOS XIX-XX.
Siendo claro que alias tiene origen latino, no puede extrañar que se documente en otras lenguas españolas y europeas debido al fondo común del contacto con el latín como lengua clásica. Resulta al respecto tremendamente orientativo el Diccionari de la llengua catalana multilingüe12, que señala el calado léxico de alias en catalán, inglés, francés y alemán (a lo que podemos añadir gallego13, e incluso euskera14): àlies ADV Per altre nom. Josep Bussons, àlies Jep dels Estanys15 Castellà: alias Anglès: alias Francès: alias, autrement dit Alemany: alias16
El diccionario de la Real Academia Galega coloca la acepción adverbial en primer lugar y la nominal en segundo, y añade otra acepción especializada de informática: “adverbio / 1 Por outro nome. / Antonio Udine, alias Burubur, foi o derradeiro falante da lingua dálmata. / substantivo masculino / 2 Nome distinto do propio polo que é coñecida unha persoa. / Ben-Cho-Shey era o alias do escritor e investigador Xosé Ramón Fernández […] / 3 Informática / Nome, xeralmente curto e fácil de recordar, usado por un internauta ou por un grupo de internautas nas conversas, grupos de novas ou outras aplicacións de Internet para asegurar o seu anonimato. / O alias evidenciaba a súa personalidade. […]”. Aunque el DLE no recoge la acepción informática, también se produce en castellano o español (cf. por ejemplo ). 14 El diccionario euskera-español de la Labayru Fundazioa igualmente prima la acepción adverbial y después la nominal, aparte de la equivalencia con homónimo alias, propone otras traducciones posibles: “1 adv. Por otro nombre / ezizenez, birrizenez, izenordez, izenordekoz, goitizenez, alias. / 2 s.m. Apodo / ezizen, gatxizen/gaitzizen, birrizen, izenorde, izenordeko, goitizen, izengoiti, izengaineko/izengain, izengaizto, alias” . 15 El diccionari.cat añade las siguientes acepciones nominales, en la misma línea del caso gallego: “2 m 1 Sobrenom. Jep dels Estanys era l’àlies de Josep Bussons. / 2 INFORM Nom generalment curt i fàcil de recordar que fa servir una persona o un grup de persones en les tertúlies, les adreces electròniques, els grups de discussió, etc.”. 16 En alemán solo existe la acepción adverbial, marcada como de origen latino: “A alias B (A (auch B genannt)) / Meier alias Schmidt” . 12 13
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De entre todas las lenguas, destacamos el francés, para el cual el Dictionnaire Larousse define con mayor precisión: “alias adverbe (latin alias, autrement) Précède le pseudonyme ou le surnom, très connu, d’une personne dont on vient de donner le nom ; autrement dit : Jean-Baptiste Poquelin alias Molière”. Añadamos que, por el acento fijo delimitativo a final de palabra en francés, alias se pronuncia como aliás, con el mismo emplazamiento del acento que en portugués actual y veremos que en algunos ejemplos de la historia del español. Información diacrónica más valiosa aún para el francés nos proporciona el Französisches Etymologisches Wörterbuch (FEW), vol. 24, Refonte A-Aorte, s.v. alias (Walter von Wartburg, 1922-2002)17, donde se documentan usos adverbiales (esto es, como MD) como “autrement, d’une autre façon” con un ejemplo del siglo xv y como “autrement, sinon, sans quoi” en el siglo xvi –el uso como “conector de hipótesis negativa” documentado por Lopes (2014, 2015) para el portugués desde el siglo xvi al xix– y como “autrement dit, par un autre nom” con un ejemplo del xix, siendo en la actualidad un término empleado sobre todo en el lenguaje jurídico:
Ahora bien, las primeras documentaciones en francés, según FRANTEXT, son anteriores, del siglo xiv, por ejemplo: A133/*ANONYME /Plaids de la sergenterie de Mortemer/1320-1321 Pages 17-19 / @1 ge Johan Cardemnel. § 58. - DEFFAUTES D’EFFAUTES DU CHEN VENDREDI § 59. - Mestre Raoul Letelier, dit de Betencourt, prestre, vers Johan de Fouquarmont, et fu commandé au serjant que il le justisas
La presencia de alias en el TLFi es sorprendentemente marginal, apenas como una nota al artículo dedicado a autrement: “2. Autrement dit ou v[ieu]x, autrement reprend sous une nouvelle formulation quelque chose qui vient d’être dit : / 5. C’est des vers, clama-t-il, visiblement alarmé, autrement dit, celui qui te les envoie est un homme sans le sou. Un monsieur bien n’envoie pas de vers ! HUYSMANS, Marthe, 1876, p. 12. / V[ieu]x. [Autrement suivi d’un nom propre] Alias [negrita en el original]” . 17
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Más y valiosas pistas proporciona el Oxford English Dictionary18 (s.v. alias), donde alias se clasifica categorialmente como nombre (con plural aliases) y adverbio, recayendo en su pronunciación el acento en la primera sílaba, pronunciado tanto en inglés británico como estadounidense como /ˈeɪlɪəs/ (esto es, sin acento final, al contrario que francés y portugués). Destaca en el apartado de origen que este es múltiple y parece una conjunción de préstamo del latín y francés, hipótesis etimológica que podemos defender también para el español y el portugués: “Origin: Of multiple origins. Partly a borrowing from French. Partly a borrowing from Latin. Etymons: French alias; Latin aliās”. Más en detalle, merece la pena trasladar aquí la nota etimológica completa: Etymology: < (i) Anglo-Norman alias and Middle French alias (French alias , now rare) (adverb) also known as (14th cent. or earlier; also in more general sense ‘otherwise’ (a1460)), (noun) second writ (1418 or earlier, only in Anglo-Norman), and its etymon (ii) classical Latin aliās at another time, otherwise, in another place, elsewhere, in post-classical Latin also otherwise named (from c1306 in British sources), (noun) form of writ (a1452 in a British source) < alius other (see alien adj.) + -ās, suffix forming adverbs. Compare German alias (adverb) also known as (15th cent.).
En cuanto a los usos como sustantivo, el inglés documenta inicialmente un sentido que no aparece en el resto de lenguas europeas examinadas, el término jurídico de “[a] second writ issued when the first has proved ineffectual” [‘Un segundo mandato judicial emitidio cuando se ha probado que el primero ha sido inefectivo], o sea, ‘recurso’, al parecer procedente de Sicut alias praecipimus (‘as we on another occasion command’), con ejemplos desde el siglo xv (“1465 M. Paston in Paston Lett. & Papers (2004) I. 313 Your councell thynketh it were wele don that ye gete an allias and a plurias that it myght be sent don to the scheryf”) hasta la actualidad (“2010 P. D. Halliday Habeas Corpus ii. 61 Insertion of this general warning continued to increase, whether or not the writ issued as an alias or contained a subpoena.). La segunda acepción nominal corresponde ya a la de “apodo o sobrenombre”, sobre todo “falso o supuesto”: “2. An alternative name for a person or thing; esp. a false or assumed name”. La primera documentación data del siglo xvii (“1605 W. Camden Remaines i. 129 An Alias or double name cannot preiudice the honest”) y llega evidentemente a la actualidad (“2002 Independent 15 Apr. (Review section) 9/1 So here I am, an unmarried single mum with sprog gadding about the state under my multiplying aliases”19. Esta segunda Aparte, el Oxford English Dictionary recoge un segundo bloque nominal de usos científicos, con las siguientes acepciones: “3. Statistics. Each of a number of different combinations of treatment that give equivalent outcomes under a particular experimental design. [Omito ejemplos, documentado a partir de mediados del siglo xx] / 4. Electronics. Each of a number of 18 19
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acepción nominal se ha de relacionar inevitablemente con la primera adverbial: “Introducing an alternative name for a person or thing: otherwise called or named; also known as”. Su documentación es ya medieval, del siglo xv –“[c1432 in PMLA (1934) 49 457 (MED) Iohn perkyn, alias sharp, de wygmore lond.]; a1475 in A. Clark Eng. Reg. Godstow Nunnery (1906) i. 142 The which acris all water scriptor, alias wryter, helde as eyere of me”–, y el último ejemplo recogido es de finales del siglo xx, lo cual implica que es contemporáneo –“1998 P. Williams Gangland (1999) 164 Stephen ‘Rossi’ Walsh, alias Stephen Byrne, was one of Dublin’s most feared criminal godfathers”–. 4.2. Documentación de alias en corpus del español Aparte de las fuentes secundarias, lexicográficas, sobre alias en español, resulta ineludible acudir a las fuentes primarias de los textos. Para tratar de paliar el “prejuicio del corpus” que denunciaba Pons Rodríguez (2015b: 494) vamos a combinar varios corpus del español, históricos pero también actuales: 1) Corpus del diccionario histórico (CDH): donde buscamos alias como lema para después analizar todos los casos y seleccionar los ejemplos representativos de cada uso. 2) Corpus diacrónico del español (CORDE): en el que realizamos calas, sobre todo de formas menos frecuentes (aliàs, aliás, ALIAS, Alias). 3) CORPES XXI: también efectuamos calas para confirmar el uso contemporáneo. El primer ejemplo inequívoco de alias como marcador (esto es, no en documentos de Orígenes que lindan o se confunden con el latín medieval) lo encontramos, quizá no casualmente, en la Crónica de 1344, esto es, en el siglo xiv (a partir de aquí insertamos en todos los ejemplos negrita como resalte principal y, en algunos casos, subrayado como resalte secundario): (5) Et por que le semeJo aquel lugar muy viçioso & por que españa començaua enel por parte de oçidente fizo y vna torre muy grande & puso enella en çima vna ymagen de cobre muy bien fecha que cataua contra oriente & tenja en(n)la mano diestra Vna grand llaue semejante que queria abrir puerta & la mano sinjestra tenja alçada & tendifferent signal frequencies which give the same set of sampled values under a particular sampling procedure, with the result that they may be incorrectly substituted for one another when reconstructing the original signal. [Omito ejemplos, documentado a partir de mediados del siglo xx] / 5. Computing. An alternative name or identifier that refers to a data item, program, network address, etc., and can be used to locate it or manipulate it; spec. a name that represents an email address or group of email addresses”. La última acepción, en informática, se documenta por primera vez en 1969 (“P. B. Jordain Condensed Computer Encycl. 25 Normally, a unit of code has one unique name and one regular entry point: aliases may be used to provide additional names and entry points for the module”), evidentemente sigue siendo corriente, y ya hemos visto que se documenta también en castellano y otras lenguas españolas.
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dida contra oriente & tenja escripto en(n)las palmas estos /. son los monges de hercoles & por que en latyn dizen por monjes gadez. pusieron nonbre ala ysla gran des de hercoles ally donde oy dia llaman grandes alias Cadiz & despues que esto ouo fecho tomo consejo con sus gentes & fuese con sus naos por el mar fasta que llego al Rio betiz al que agora llaman guadalqujujr (1344 ANÓNIMO, Crónica de 1344. Madrid, Zabalburu, II109 [España] [José P. Da Cruz, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1992], apud CDH).
Decíamos antes que la documentación no es quizá casual, porque se trata de un texto de impronta portuguesa, mayor o menor según sus estudiosos. El ejemplo detectado procede de un manuscrito con la traducción española del portugués a partir de la segunda edición –en la primera edición editada por Vindel (2015)20 no aparece alias–21. En todo caso la historia textual de la Crónica de 1344 es compleja, PhiloBiblon22 ofrece un buen resumen de esta traducción portuguesa de la segunda redacción: Catalán [/Jerez] 2005:320-21: el “conocimiento de la Refundação de c. 1400 da Crónica de 1344 [2a redacción] fue directo, independiente de la traducción castellana de que derivan los mss. Q [BNE MSS/10815], U [Madrid: Zabálburu, 11-109], etc. esto es, a través de un manuscrito existente en la [pág. 321] corte de don Duarte entre 1433 y 1438, y, desde luego, en un texto que no incluia los pormenores ajenos a la Crónica de 1344 referentes al reinado de Rodrigo en que el Arreglo toledano se asemeja a la Crónica sarracina.
Extractando el ejemplo al contexto suficiente e inmediato como “pusieron nonbre ala ysla grandes de hercoles ally donde oy dia llaman grandes alias Cadiz & despues que esto ouo fecho tomo consejo con sus gentes” observamos ya la acepción de ‘por otro nombre’, que en términos textuales implica que alias funciona como un reformulador parafrástico23 dentro de un inciso, produciéndose ya 20 Vindel (2015: 160-161) contradice la autoría portuguesa del texto defendida por Cintra, Menéndez Pidal y Catalán, vinculando en cambio el texto al círculo de Alfonso XI. Ferreira (2016) se inclina en contraste por la autoría portuguesa, incluso atribuyendo el texto a Pedro de Barcelos, autoría que suscribe PhiloBiblon. 21 En el CORDEMÁFORO de Rodríguez Molina y Octavio de Toledo y Huerta (2017) este testimonio obtiene la calificación de R o “regular”, no siendo muy alejada la fecha de composición (1344) de la de testimonio (1400-1450). 22 Philobiblon (Work ID BETA texid 1136): 23 La reformulación es situada por López Serena y Borreguero Zuloaga (2010: 457) dentro de la posibilidad de función metadiscursiva de los MD (siendo las otras funciones la interaccional y la cognitiva, recordaos). Dentro a su vez de la reformulación podemos distinguir, siguiendo a las mismas autoras, entre reformulación parafrástica o explicativa y reformulación
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la asociación con nombres propios que va a desembocar en la posterior lexicalización de alias como sustantivo. En este caso medieval, el inciso no está delimitado por ninguna marca gráfica o interpuntiva, pero posteriormente observaremos la presencia de puntos, comas o paréntesis enmarcando todo el inciso, o incluso aislando alias como introductor del inciso. El siguiente ejemplo sí posee signos de puntuación, puntos que separan no solo alias sino también el resto del inciso: (6) Campo que hombre deue plantar segunt manera de ytalia deue ser de vn jornal de bueyes que sea quadrada. E deue auer a cada quadra çiento & ochenta pies. los quales multiplicados fazen trezientos & veynte pies. Alias. sieteçientos & veynte pies. E segunt aqueste numero podras considerar todas las tablas que querras plantar o labrar. segunt que las querras fazer grandes o pequeñyas. Ca .xviijo. dezenas a cada quadra valen (1380-1385 FERRER SAYOL, Libro de Palladio. BNM 10211 [España] [Pedro Sánchez-Prieto Borja, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá de Henares, 2004], apud CDH).
En este caso, alias funciona como reformulador no parafrástico de reconsideración que introduce también un sintagma nominal, y de nuevo nos encontramos con un texto que implica situación de contacto, pues se trata también de una traducción, en este caso del italiano. Ya en el siglo xv documentamos alias de nuevo como reformulador no parafrástico introduciendo un adjetivo, y no un sintagma nominal: (7) Onde los filósofos y sabios antigos, de las cosas suso dichas alias presupuestas, y naturales razones dellas, sacan algunas consideraciones especiales para las materias de que no parafrásticas. La primera, la reformulación parafrástica, se caracterizaría por existir “una cierta equivalencia semántica entre el contenido del fragmento parafraseado y su nueva formulación”, con la intención del hablante de facilitar la comprensión, para lo cual introduce “un segmento discursivo como aclaración o ampliación del anterior”, con ejemplos como o sea, es decir, esto es, etc. (López Serena/Borreguero Zuloaga 2010: 457). La segunda, reformulación no parafrástica, se emplea cuando el hablante quiere “alcanzar una mayor precisión y exactitud en la expresión hasta presentar una nueva idea completamente distinta o incluso opuesta a la anterior”, pudiendo distinguirse dos subfunciones, la subfunción de recapitulación (con ejemplos como en suma, en resumen, en síntesis, en conclusión, en fin, total…), consistente en introducir “un segmento discursivo que se presenta como información global y ofrece una visión de conjunto sintetizadora o conclusiva” (por tanto en ese sentido estos MD están muy próximos a los marcadores de cierre o conclusión), y la subfunción de reconsideración (como mejor dicho o más bien) por la que la reformulación supone una rectificación de lo anterior o la introducción de un nuevo punto de vista como continuación de la misma línea argumentativa principal o más frecuentemente como contradicción de tal línea (López Serena/Borreguero Zuloaga 2010: 458-459), y por último la subfunción de distanciamiento (con ejemplos como de todas formas/ maneras/modos, de cualquier forma/manera/modo, en cualquier caso y en todo caso), por la que se invalida gran parte de la información precedente por considerarse como ya no relevante para la progresión informativa del discurso (López Serena/Borreguero Zuloaga 2010: 460).
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al presente fablamos (1454-1457 SÁNCHEZ DE ARÉVALO, RODRIGO, Suma de la política [España] [Mario Penna, Madrid, Atlas, 1959] Gobierno, apud CDH).
Se sigue encontrando alias como introductor de denominaciones alternativas de nombres propios, entre comas o puntuación análoga, por ejemplo en dos ejemplos de impronta oriental, aragonesa, una de las posibles vías de entrada de alias en español, alternativa a la occidental portuguesa: (8) Item pronunciamos en el nonbre de Justicia qu’el dito Bertolomeu Roqua et su muller [* Jurdana de Anyón, alias Ysabel de Peralta] ayan a definir al dito senyor de Moçota por aqueste apellido et que aquél sea cancellado en su prima figura (1472-1492 ANÓNIMO, Documentación medieval de la Corte del Justicia de Ganaderos de Zaragoza [España] [José Antonio Fernández Otal, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1995], apud CDH). (9) Jayme del Aran, alias Arenes, nuestro scriuano y receptor de los bienes a nos confiscados por el delicto de la heregia en las ciudades y diocesis de Barchinona, Vich e Girona, Por que nos embiamos a Italia mossen Guillem (1489 ANÓNIMO, “Fernando ordena se den a Guillen dez Callar cincuenta ducados para los gastos de un viaje urgente a Italia” [Documentos sobre relaciones internacionales de los Reyes Católicos] [España], apud CDH).
Describe Alfonso de Palencia lexicográficamente alias “como en otro logar: o en otro tiempo: o en otra manera” (acepciones ya conocidas) en su Universal vocabulario en latín y en romance a finales de siglo, pero como pieza latina, una prueba más del carácter latino o latinizante de alias o de su naturaleza limítrofe entre latín y castellano (o incluso otras lenguas románicas vecinas): (10) Alias aduerbial mente es tanto como en otro logar: o en otro tiempo: o en otra manera. (1490 PALENCIA, ALFONSO DE, Universal vocabulario en latín y en romance [España] [Gracia Lozano López, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1992] Lingüística y lenguaje, apud CDH).
Coherente con esta descripción lexicográfica y la acepción “en otra manera” resulta que se emplee alias también como reformulador no parafrástico introduciendo una oración, con mayor alcance o ámbito sintáctico que ejemplos previos: (11) por tanto, con tenor dela presente, de nuestra çierta sçiençia y expresamente, en toda aquella mejor forma e manera que mejor e mas validamente de derecho e alias podemos e deuemos, loamos e aprouamos, ratificamos e confirmamos e hauemos por firme, rato e grato el dicho matrimonio fecho contraydo y firmado por el dicho Francisco de Rojas, nuestro procurador (1496 ANÓNIMO, “Ratificación hecha por el Príncipe don Juan del matrimonio contraído en su nombre” [Documentos sobre el Príncipe don Juan] [España], apud CDH).
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En el siglo xvi continúan los mismos usos. Así, funciona como reformulador parafrástico que introduce nombres propios toponímicos de lugar en un inciso entre paréntesis (12), igualmente en inciso entre paréntesis pero el nombre propio acompañado de un participio de verbo de lengua como “dicha” en (13), pero también estando el inciso enmarcado por comas y precediendo a un mero nombre, incluso de origen indígena (náhuatl) como “tianguez”, hoy tianguis, término aclarado asimismo tras una conjunción disyuntiva reformuladora como “mercado de la ciudad” (14): (12) Esto es lo que era público é se platicaba é todos decían y la obra lo mostraba (que las capitulaciones yo no las vi ni las leí, pero fue notorio), y eran Tierra de labor (alias Campania); en la cual provincia está la insigne y muy noble, opulenta y real cibdad de Nápoles, é la cibdad de Capua é otras principales cibdades é villas (14971515 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO, “La vida del Gran Capitán” [Cartas del Gran Capitán] [España], Historia, apud CDH). (13) confirmó el almirantadgo perpetuamente para él e sus subcesores, e le hizo merced de la provincia de Veragua, en la Tierra Firme, con título de duque, e le hizo merced de la isla de Jamaica (alias dicha Sanctiago), con título de marqués della. E demás desto, le hizo merced de diez mill ducados de oro perpetuos en las rentas reales e derechos pertenescientes a Sus Majestades en esta isla Española (15351557 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO, Historia general y natural de las Indias [España] [Juan Pérez de Tudela Bueso, Madrid, Atlas, 1992] Biología, apud CDH). (14) estando adereszando e armándose los nuestros para entrar en la cibdad, a las nueve horas del día, vieron desde el real que salía mucho humo de dos torres muy altas que estaban en el catebulco, alias tiánguez, o mercado de la cibdad (1535-1557 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO, Historia general y natural de las Indias [España] [Juan Pérez de Tudela Bueso, Madrid, Atlas, 1992] Biología, apud CDH).
Asimismo, se puede aclarar mediante alias un nombre propio de persona, en reformulación parafrástica que introduce una denominación alternativa: (15) Capitulaçión y concordia fecha entre el muy reverendo y magnifico señor mossen Agostin Perez, canonigo de la Seo de Çaragoça, de la una parte y con el honorable Jeronimo Cossida alias Vallejo, pintor, de la hotra, a saber es sobre un retablo siquiera edifiçio que se a de azer (1573 ANÓNIMO, “Agustín Pérez, canónigo de la Seo de Zaragoza, encarga al pintor Jerónimo Cosida, alias Vallejo, un retablo del Angel Custodio” [Documentos sobre pintores y pintura del siglo xvi] [España] Pintura, apud CDH).
Estos usos conviven con el de alias como mero adverbio dentro de una oración con el valor de “en otra manera”, así en (16), origen del sentido como reformulador, como el caso de (17), donde alias introduce una oración completa como reformulación no parafrástica de reconsideración:
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(16) Estas palabras aunque parezcan cosa de burla se ponen aquí por proverbio para declarar alias qué cosa es era. Y era en el significado que aquí se pone lo que en latín dezimos, Erat de sum es fui erat (1570-1579 HOROZCO, SEBASTIÁN DE, Libro de los proverbios glosados [España] [Jack Weiner, Kassel, Reichenberger, 1994], apud CDH). (17) don Fernán Gómez de Guzmán, comendador mayor de Calatrava que residía en Fuenteovejuna, villa de su encomienda, hizo tantos y tan grandes agravios a los vecinos de aquel pueblo que no pudiendo ya sufrirlos ni dissimularlos determinaron todos de un consentimiento y voluntad alçarse contra él y matarle con esta determinaçión y furor del pueblo ayrado con voz de, “Fuente Ovejuna”, se juntaron una noche del mes de abril del año de 1466 Alias pasó el año de 1478 como escribe Esteban de Garibay en su Compendio historial, 2.ª parte, libro 18, en el capítulo 14, a fojas 1291. los alcaldes, regidores, justicia y regimiento con los otros vecinos. Y con mano armada entraron por fuerça en las casas de la encomienda mayor donde el dicho comendador estaba, apellidando todos, “Fuente Ovejuna, Fuente Ovejuna” (15701579 HOROZCO, SEBASTIÁN DE, Libro de los proverbios glosados [España] [Jack Weiner, Kassel, Reichenberger, 1994], apud CDH).
En el siglo xvii encontramos un primer ejemplo de empleo metalingüístico de alias como término de preposición (18), germen de su posterior lexicalización como sustantivo, a la vez que se sigue empleando alias en incisos (sobre todo entre paréntesis) introduciendo otras denominaciones personales (19, 20): (18) Como se detuuo algunos dias en esto, Gabriel de Roy, que era hombre diligente, boluió con presteza a Barcelona, lleuando orden de su Magestad para que no se detuuiesse punto, ni hiziesse alguna ostentacion con alias, y ansi se quedó aquella procession y la costa tan sin para que (1605 SIGÜENZA, FRAY JOSÉ, Tercera parte de la Historia de la orden de San Jerónimo [España] [Juan Catalina García, Madrid, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, 1909], apud CDH). (19) A la gloriosa constancia del bienaventurado Tomás Tremiño de Sobremonte (alias Ishac Israel), natural de Ríoseco, que después catorce años de dura prisión, padeció martirio de fuego en la Ciudad de Méjico por santificar el nombre de Dios (c16701700 BARRIOS, MIGUEL DE, Poesías [España] [Kenneth R. Scholberg, Madrid, Ohio State University Press, 1962] Verso, apud CDH). (20) inferiores en la virtud; sus nombres son como se siguen: Fray Pedro de Alfaro, Lector de Teología; Fray Pablo de Jesús, Predicador; Fray Juan de Plasencia, Predicador; Fray Juan Bautista Písaro (alias el Italiano) Predicador; Fray Alfonso de Medina, Predicador; Fray Sebastián de Baeza, Confesor; Fray Francisco Mariano, Predicador; Fray Diego de Oropesa, Confesor; Fray Agustín de Tordesillas, Confesor (1676 SANTA INÉS, FRAY FRANCISCO DE, Crónica de la provincia de San Gregorio Magno en las Islas Filipinas [Filipinas] [Leandro Corrales, Manila, Tipo-Litografía de Chofre y Comp., 1892] Historia, apud CDH).
Aún en el siglo xviii sigue apareciendo alias como adverbio con el valor de “de otra manera”, insertado dentro de la oración normalmente justo después de la conjunción, cuyo sentido ayuda a reforzar, así concesiva en (21) y causal en (22):
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(21) Esto no es posible que hagan los curas ignorando el idioma de sus feligreses, aunque alias tengan todas las demás partes de virtud, letras y prudencia, luego necesarísimamente deben saber las lenguas, que por derecho natural están obligados los curas a predicar y doctrinar a sus feligreses, pruébase del cuasi contrato (1715 ANÓNIMO, “Pastoral de don Fray Juan Bautista Álvarez de Toledo, obispo de Guatemala, sobre la obligación de los curas y beneficiados de saber y predicar en idiomas aborígenes” [Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica (1714-1800)] [Guatemala], apud CDH) (22) fue justissima en esta consideracion, y no lo fuera menos el que se entendiera lo correspondiente en los capitales; porque si esta se hizo por la decencia de estos, maximè se debe entender con ellos, pues aliàs fuera un contrato sine eventu lucroso, y usurario, debiendo en los juros ser lo mismo practicado, excepto en aquellos que deban subsistir de legitima merced, y recompensa (1730 MOYA TORRES Y VELASCO, FRANCISCO MÁXIMO DE, Manifiesto universal de los males envejecidos que España padece [España] [Antonio Domínguez Ortiz, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Quinto Centenario, Antoni Bosch, editor, Instituto de Estudios Fiscales, 1992] Desarrollo, apud CDH).
Continúa apareciendo el uso de reformulación parafrástica especializada en incisos aclaratorios de nombres propios, de ahí el sentido de “por otro nombre”, en estos casos de (23-25) delimitado el inciso entre comas, y en el primer caso entrecomillada y en cursiva la denominación alternativa (estas posibilidades tipográficas de marca de uso metalingüístico conviene igualmente atenderlas históricamente): (23) Y fuera de ella a distancia de legua y media siguiendo el rumbo del oriente, la de San Pedro de la Cañada. Y por el poniente, la del pueblo de San Francisco Galileo, alias “El pueblecito”, donde está la suntuosa iglesia de la milagrosísima y prodigiosa imagen de nuestra señora de la Concepción. Y siguiendo el rumbo del sur a distancia de cuatro leguas, la del pueblo (1743 ANÓNIMO, “Jurisdicción de Santiago de Queretaro” [Relaciones geográficas del Arzobispado de México] [México], Geografía, apud CDH). (24) de Chilcuautla y el Real y Minas de El Cardonal, que tienen alguna vecindad de españoles y los otros pueblos como son Santa María Tepexi, San Agustín Ixtatlaxco, San Miguel Juanacapa, Santa María Magdalena Coyometepeque, alias Tixqui, el pueblo de Osirama solamente de indios y poca vecindad (1743 ANÓNIMO, “Jurisdicción de Ixmiquilpan” [Relaciones geográficas del Arzobispado de México] [México], Geografía, apud CDH). (25) al gremio y claustro de la Universidad de Salamanca al Prior y Convento de San Agustin de la misma ciudad, al de eligiosas de Nuestra Señora de la Anunciación, alias de Santa Ursula, al Marqués de Coquilla don Tomás Tiburcio Sierra de la Mata Villegas y á otras cualesquier personas ó Comunidades que pretendan tener derecho sobre dicho término (1751 ANÓNIMO, “Carta de Fernando VI” [Documentos para la historia de la Universidad de Salamanca] [España], apud CDH).
Existe asimismo la posibilidad de enmarcar el inciso denominal con paréntesis:
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(26) extienda y se remita un bando de V. E. en que se declare a nombre del Rey perdón absoluto a los alzados, que sosteniendo ahí la rebelión empezada por su primer caudillo ya muerto José Gabriel Condorcanqui (alias Tupac Amaro), se reduzcan a tranquilidad, sin incluir en él a su hijo Mariano y a su primo Die-go, que llevan el propio sobrenombre, ni Andrés Noguera, y Nina Catari (1782 ANÓNIMO, “Respuesta del señor Visitador al oficio de Su Excelencia” [Documentos de gobierno del virrey del Perú, Agustín de Jáuregui y Aldecoa] [Perú], apud CDH).
Pervive de igual modo el uso de alias como reformulador no parafrástico introductor de oración: (27) ni que no se logre, es prueba de la conducta mala ó buena; y es la razón de todo esto, porque la conducta se forma con contradicción de enemigos, y éste no duerme, y alias puede ser dotado de una comprensión suprema, y precaviendo el mi pensamiento hizo frustráneas mis ideas, no porque fuesen malas, sino porque no hubo potencias para impedir la oposición á ellas, yesta es la razón (1763 ANÓNIMO, “Apéndice IV” [Documentos indispensables para la verdadera historia de Filipinas] [Filipinas], apud CDH).
En el siglo xix, junto al empleo tradicional de alias como introductor de inciso denominativo, incluso en el mismo texto y ejemplo, aparece ya el uso como sustantivo (28), actualizado por el indefinido otro, una lexicalización por vía metalingüística similar a la producida con la forma de tratamiento usía en vías de gramaticalización como pronombre (cf. Sáez Rivera 2014b), y también con la conjunción pero (poner un pero a algo) o las preposiciones pro y contra (los pros y los contras de algo): (28) – Yo, señor, me llamo Cenón Lanteja, alias Mondongo: tengo una hija que se llama Juanita, alias la Perla. – Adelante sin más ribetes, seor Mondongo, que si volviera a echar otro alias, por este bastón que empuño que no le bajo la multa de cuarenta ducados (1836 MESONERO ROMANOS, RAMÓN DE, “Escenas de 1836” [Escenas matritenses (segunda serie 1836-1842)] [España] Relatos, apud CORDE).
Clara manifestación de la lexicalización de alias como sustantivo es que lo pueda introducir y actualizar un artículo indefinido (29), definido (30) o se pueda pluralizar (31), introducido por posesivo, e incluso pueda poseer su propio complemento nominal como en (30): (29) Diré que en esa lid de curia á curia, Como aquí en la de un toro con un álias, Ó en las de Marte, cuya horrenda furia Ya ensangrienta los Alpes, ya las Galias, La estrategia se ejerce sin injuria Y permitidas son las represalias, Y para herir al que enemigo fuere Justo es el arma usar con que él nos hiere (1828-1870 BRETÓN DE LOS HERREROS, MANUEL, Poesías [España] [Madrid, Imprenta Miguel Ginesta, 1884] Verso, apud CORDE).
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(30) Entonces no se paró don Paco en más reflexiones; fue a su bufete y escribió a la señora doña Juana Gutiérrez (suprimiendo el alias de la Larga) una grave epístola pidiéndole en forma la mano de su hija (1895 VALERA, JUAN, Juanita la Larga [España] [Enrique Rubio, Madrid, Castalia, 1985] Novela, apud CDH). (31) le salían las tripas y que se las pisaba, como suele suceder a los caballos de verdad en la sangrienta arena de la plaza. Para que nada les faltara, también se habían adjudicado unos a otros sus alias en sustitución de los nombres verdaderos. A Nicomedes se le llamaba Lengüita, sin duda por lo mucho que hablaba. Blas Torres, ilustre hijo de una prendera, tenía por mote Trapillos (1883 PÉREZ GALDÓS, BENITO, El doctor Centeno [España] [Alicante, Universidad de Alicante, 2003] Novela, apud CDH).
Sigue cundiendo, conforme era esperable, el empleo de alias en incisos con valor reformulativo no parafrástico (32) –tildado incluso en la primera sílaba como álias, según las normas ortográficas de la época– y parafrástico especializado en el inciso denominativo, bien entre comas (33) o entre paréntesis (34), en ambos casos con el nombre alternativo o mote en cursiva: (32) ¿Por qué se da el nombre de cucos á los jugadores de profesion, álias fulleros? ¿Acaso porque semejan al cuclillo, ó sea cuco, en lo de ser aves de paso sí la policía tal cual vez; y nunca tanto como debiera, los persigue? (1843-1844 BRETÓN DE LOS HERREROS, MANUEL, Opúsculos en prosa [España] [Madrid, Imprenta Miguel Ginesta, 1884], apud CDH). (33) A este derribaba, a aquel lo metía el cuerno por la barriga, al otro levantaba en vilo. Víctimas de su arrojo, muchos caían por el suelo, hasta que Juanito del Socorro, alias Redator, lo re-mataba gallarda y valerosamente dejándole tendido con media lengua fuera de la boca (1883 PÉREZ GALDÓS, BENITO, El doctor Centeno [España] [Alicante, Universidad de Alicante, 2003] Novela, apud CDH). (34) Mirando las joyerías, Felipe, cuyo espíritu generoso se inclinaba siempre al optimismo, sostenía que todo era de ley. Mas para Juanito (alias Redator) que, cual hombre de mundo, se había contaminado del moderno pesimismo, todo era falso (1883 PÉREZ GALDÓS, BENITO, El doctor Centeno [España] [Alicante, Universidad de Alicante, 2003] Novela, apud CDH).
A finales del siglo xix aún colea el empleo de alias como reformulador no parafrástico introductor de oración: (35) Pudo haber inconveniente en que el padre difunto confesase algunas monjas, más, esta no es prueba de que sembrase falsas doctrinas, alias le hubiera quitado su Ilustrísima la facultad para confesar seculares, sino es que sea permitido sembrar falsas doctrinas entre estos (1890 MEDINA, JOSÉ TORIBIO, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Chile [Chile] [Alicante, Universidad de Alicante, 2003] Historia, apud CDH).
A partir del siglo xx ya solo documentamos alias como introductor de incisos y lexicalizado como sustantivo. El inciso puede ser aún de reformulación no parafrástica, matizando un adjetivo con otro, como en (36):
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(36) Tendré yo el gusto de presentarle a muchos diputados amigos míos… ¡Y qué sesiones tan brillantes y de tanta emoción podrá usted ver, oír y gozar!… Ahora se discute la cuestión peliaguda, alias religiosa (1908 PÉREZ GALDÓS, BENITO, España sin Rey [España] [Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, Universidad de Alicante, 1908] Novela, apud CDH).
Resulta novedoso que el típico reformulador parafrástico de especialización denominativa aparezca como turno de habla reactivo, donde se juega burlonamente con la coincidencia en nombres y apellidos de un alumno con un legendario torero (Salvador Sánchez, alias Frascuelo), siendo además muy frecuente tanto el uso por toreros de motes o alias como su presentación en prensa mediante el recurso a nuestro estudiado marcador: (37) Había estudiantes descarados, que llegaban a las mayores insolencias; gritaban, rebuznaban, interrumpían al profesor. Una de las gracias de estos estudiantes era la de dar un nombre falso cuando se lo preguntaban. –Usted –decía el profesor señalándole con el dedo, mientras le temblaba la perilla por la cólera–, ¿cómo se llama usted? –¿Quién? ¿Yo? –Sí, señor, ¡usted, usted! ¿Cómo se llama usted? –añadía el profesor, mirando la lista. –Salvador Sánchez. –Alias Frascuelo, –decía alguno, entendido con él. –Me llamo Salvador Sánchez; no sé a quién le importará que me llame así, y si hay alguno que le importe, que lo diga –replicaba el estudiante, mirando al sitio de donde había salido la voz y haciéndose el incomodado. –¡Vaya usted a paseo! –replicaba el otro. –¡Eh! ¡Eh! ¡Fuera! ¡Al corral! –gritaban varias voces. –Bueno, bueno. Está bien. Váyase usted –decía el profesor, temiendo las consecuencias de estos altercados. El muchacho se marchaba, y a los pocos días volvía a repetir la gracia, dando como suyo el nombre de algún político célebre o de algún torero (1911 BAROJA, PÍO, El árbol de la ciencia, 12. Relato extenso novela y otras formas similares, Pío Caro Baroja, Ediciones Cátedra [Madrid], 1996, apud CORDE).
Se confirma y expande en frecuencia alias como sustantivo, introducido por artículo definido (38), además con su propio complemento (39) o como término de preposición modificado por su propio adjetivo (40), introducido por artículo indefinido a la vez que modificado igualmente por adjetivo (41), y enmarcado por artículo definido y demostrativo pospuesto (42): (38) Sumióse Armando entonces, pacientemente, en el fondo de una mecedora para escuchar, de siete a diez de la noche los discursos sentenciosos, graves, “puerperales” del doctor Olimpíades, las disertaciones filosófico-literarias, las recitaciones de sus versos en las “Flores de Pascua” del 76 “dedicadas a las Hijas del Lago”,
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cuando hacía composiciones humorístico-científicas bajo el pseudónimo graciosísimo de “O.C.P.” –Olimpíades Cantilo Peña al que un vulgar zoilo, crítico despreciable que no conocía ni a Nebrija, agregó soezmente el alias: “o arranca la macolla”. (1918 POCATERRA, JOSÉ RAFAEL, Tierra del sol amada [Venezuela] [Caracas, Monte Ávila Editores, 1991] Novela, apud CDH). (39) llamaban el Monstruo sus partidarios, a éste los suyos conocíanle con el remoquete del Negro, por alusión a lo atezado de su pellejo gloriosísimo En el módulo resaltaba íntegramente de perfil, y en torno suyo el alias de su grandeza y el nombre de la cofradía: Frascuelo. Oración de la tarde (1929 GONZÁLEZ ANAYA, SALVADOR, La oración de la Tarde [España] [Madrid, Biblioteca Nueva, 1944] Novela, apud CDH). (40) Era quien así hablaba precisamente el heredero de su apodo, aunque con alias restringido: un cincuentón de faz rapada y airosos y vivos modales que en el historial ciudadano luce como arquetipo de la destreza junto a otros ejemplares tan perilustres como Manjón, el pedagogo, y Gavinet, el literato (1929 GONZÁLEZ ANAYA, SALVADOR, La oración de la Tarde [España] [Madrid, Biblioteca Nueva, 1944] Novela, apud CDH). (41) Reímos y la risa hizo que el hombrecillo se animara y bautizara a todos, discutiendo con los que tenían un alias inadecuado, alias que no podían defender, ya que no se lo habían puesto ellos mismos, pero con el que se sentían, si no a gusto, acostumbrados: un cambio produciría confusión (1951 ROJAS, MANUEL, Hijo de ladrón [Chile] [Raúl Silva-Cáceres, Madrid, Cátedra, 2001] Novela, apud CDH). (42) –¡”El Gnomo”! ¡Yo le llamo “el Gnomo”! –Pos el mismu debe ser, porqui al que yo digo, no le va mal el “alias” ese qui usted li ha puesto (1979 LUCA DE TENA, TORCUATO, Los renglones torcidos de Dios [España] [Barcelona, Planeta, 1994] Novela, apud CDH).
Mientras que el alias sustantivo se puede resaltar tipográficamente con cursiva (28) o enmarcar con comillas (42), quizá para resaltar su naturaleza aún como neologismo, en el sostenido uso como reformulador denominativo conviene reparar en la tipografía aplicada a la denominación alternativa, de nuevo con la opción de cursiva (43, 47) o comillas (44, 48, 49), a la vez que también se puede presentar el otro nombre sin ningún tipo de resalte (45): (43) Manuel González, alias Plinio, Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, y su colaborador y amigo entrañable don Lotario el veterinario, con aire desganado contemplaban la plaza del pueblo tras la vidriera de uno de los balcones del “Casino de San Fernando” (1968 GARCÍA PAVÓN, FRANCISCO, El reinado de Witiza [España] [Barcelona, G.P., 1976] Novela, apud CDH). (44) En Granada fueron detenidos posteriormente Máximo Fernández Valero, alias “Maxi”, de treinta y tres años, y Celso Ramos Piñeiro, alias “Pepito”, de veintiocho años, domiciliados en Granada, que ponían en circulación los billetes falsos que introducía en España el citado Alain Bernard (14/05/1982, ABC, 14/05/1982 [España] [Madrid, Prensa Española, S.A., 14/05/1982] Protección civil, apud CDH).
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(45) Por cierto, que en los dos años un sector del jurado en el que desde luego no se encontraba el filósofo Gustavo Bueno llevaba comprometida de antemano la candidatura de Aranguren, muñida por Juan Luis Cebrián, alias el Nebrija (18/07/1997, ABC Electrónico, 18/07/1997 [España] [Madrid, Prensa Española, 1997] Política, apud CDH).
Otra variación gráfica ya mencionada la aporta la presentación del inciso denominativo entre paréntesis (46), la de solo alias entre paréntesis (47), entre comas (43-44) y (48) –en este ejemplo se emplean paréntesis para una nueva alternativa–, entre rayas (49): (46) A Jaime Rafael Gómez Cervantes-Félix y Gómez y a Philip Marlowe Jr. (alias Raymond Chandler) les unían tres pasiones (1984 LEYVA, DANIEL, Una piñata llena de memoria [México] [México D.F., Joaquín Mortiz, 1984] Novela, apud CDH). (47) nada tiene que ver con el arte; acaso, con algún “bolero” de Cuco Sánchez o con la visión “extranjera” de cualquier amable turista a la vez enamorado de Texcoco y de la corona de Maximiliano (alias) el Infortunado (1990 MELO, JUAN VICENTE, Notas sin música [México] [México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1994] Música, apud CDH). (48) Atravesamos la ciudad, enfilando por el camino costero hasta la casa de Joaquim, base de operaciones ideal para incursiones pasadas por agua. Mi amigo Joaquim, alias “amanta” (manta raya) es un personaje de mentira que habita en las afueras de Angra (1992 BOJORGE, RODOLFO, La aventura submarina. Equipo, técnicas y experiencias [Argentina] [Buenos Aires, Albatros, 1992] Deportes, apud CDH). (49) Ahora todos dicen arrepentirse. Algunos indicaron que se hicieron amigos en “el campo” (Camp Nou). José Antonio Romero Ors –alias “el Jaro”– y Jorge Esteve Sánchez reconocieron que empuñaron la navaja –o el machete– aquella noche del 13 de enero de 1991 en la avenida Sarrià, pero ninguno de los dos quería “hacer tanto daño” (10/03/1994, La Vanguardia, 10/03/1994 [España] [Barcelona, T.I.S.A, 1994] Actualidad, apud CDH).
Por estos y los siguientes ejemplos se deduce que la prensa y los medios de comunicación han contribuido a asociar la reformulación denominativa con alias a apodos delictivos, así en (49-50), de ahí el valor irónicamente despectivo del inciso de “alias el Nebrija” aplicado a Juan Luis Cebrián en el ejemplo (45) ya aducido: (50) La policía madrileña ha detenido a G.D. B, alias El Pato, acusado de cometer un atraco a una entidad bancaria, a los seis meses de salir de la cárcel Modelo de Barcelona (01/04/1984, El País, 01/04/1984 [España] [Madrid, Diario El País, S.A., 01/04/1984] Protección civil, apud CDH). (51) En su despacho, el comisario repasó el expediente de Antonio, alias “el Califa”. Se detuvo a contemplar la fotografía de Maica. Cuando se la tomaron, aún conservaba intacta su juventud (1984 TOMÁS GARCÍA, JOSÉ LUIS, La otra orilla de la droga [España] [Barcelona, Destino, 1985] Novela, apud CDH).
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Los incisos denominativos se pueden incluso acumular o iterar, como en (52): (52) obedeciendo a Pinochet, Manuel Contreras (Herodes mandó a Pilatos, Pilatos mandó a su gente…) dio las órdenes de poner la bomba a Hans Petersen Silva, alias Juan Andrés Wilson, alias Kenneth Enyart, alias Juan William Rose (1988 TEITELBOIM, VOLODIA, En el país prohibido. Sin el permiso de Pinochet [Chile] [Barcelona, Plaza y Janés, 1988] Testimonios varios, apud CDH).
Pese a la especialización denominativa de alias reformulador con nombres propios de persona, es posible aún la reformulación parafrástica con meros sustantivos (53) o sustantivos sin actualizador pero sí con complemento nominal (54): (53) Hermandad de Altos Funcionarios de Interior Amantes de los Fondos Reservados e tutti quanti… Es, en transcripción literal, la de Adolf Hitler, narrando, en 1940, a Hermann Rauschning las claves esenciales del socialismo nacional, alias nazismo (09/01/1995, El Mundo, 09/01/1995 [España] [Madrid, Unidad Editorial, 1995] Política, apud CDH). (54) Según su artífice, el ministro de Hacienda Theo Waigel, el paquete de austeridad –alias “catálogo de los horrores” está destinado a conseguir un ahorro de 50.000 millones de marcos para 1997 (15/06/1996, El Mundo, 15/06/1996 [España] [Madrid, Unidad Editorial, 15/06/1996] Política, apud CDH).
El grado de lexicalización de alias como sustantivo es tan alto a finales del siglo xx y principios del xxi que puede aparecer directamente como complemento nominal (55) e incluso rellenar un turno entero iniciativo (56): (55) Los abogados de los hermanos González también han recurrido el auto de procesamiento, ya que consideran que ambos cometieron una falta o pena de lesiones, no un homicidio: “La instrucción –aseguran–, además de haber sido lenta y sin coherencia, está en los límites de rebasar la subjetividad con claros tintes inquisitoriales”. Tampoco están de acuerdo con el hecho de que se hable de sus clientes con la denominación de “alias”, en vez de con sus nombres completos (15/10/1996, El Mundo, 15/10/1996 [España] [Madrid, Unidad Editorial, 1997] Justicia, legislación, apud CDH). (56) –¿Alias? –No tengo (Aridjis, Homero: La zona del silencio. México D. F.: Punto de Lectura, 2005 [2001] Novela, apud CORPES XXI).
En conclusión, para resumir y guiar los diferentes valores funcionales detectados a lo largo de los siglos, alias se documenta en español desde la Edad Media con una fuerte impronta latina e inicialmente en textos en los márgenes dialectales del castellano, occidental (asturiano y portugués) u oriental (aragonés). Como marcador tiene función de reformulación, tanto parafrástica como no parafrástica, con alcance a toda la oración o solamente a un sintagma, normalmente nomi-
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DANIEL M. SÁEZ RIVERA
nal, dentro de un inciso. Que se documente uno u otro alcance sintáctico parece fruto del azar de la conservación textual más que un cambio diacrónico. Desde el principio o muy pronto parece alias especializado para lo que hemos llamado reformulación denominativa, lo que puede ser uno de los factores de su posterior lexicalización como sustantivo. Tras unos primeros usos metalingüísticos en el siglo xvii, alias no parece consolidado como sustantivo lexicalizado hasta el siglo xix. Aún en el siglo xix mantiene alias usos como reformulador con alcance oracional, que se pierden en el siglo xx, cuando alias como sustantivo prima ya con el sentido de “apodo” y como tal se documenta con todas las combinaciones sintácticas correspondientes a una categoría nominal. 4.3. Alias en relaciones de autos de fe (Documentos PROGRAMES) Aparte de la visión panorámica de alias ofrecida respecto a diversos corpus al uso, haciéndonos eco de la necesidad señalada por Rey Quesada (2013) de tener que reparar en la variable de las tradiciones discursivas al trazar la historia de un marcador del discurso, vamos a analizar una tradición discursiva en concreto, la de las relaciones de autos de fe, cuyo carácter divulgativo hemos defendido en Sáez Rivera (2018a). Esta naturaleza divulgativa, no especializada, que transmite información de un grupo de expertos (el tribunal de la Santa Inquisición) al público amplio de un auto de fe –al que se le llegaba a dar una relación de este tipo en mano ( cf. Kamen 2013 [1997]), aparte de que probablemente también fueran venales–, nos hace entender que se expliquen términos opacos al gran público como los helenismos bígamo o polígamo, pero no latinismos probablemente conocidos como abjuración de levi. En concreto, vamos a presentar ejemplos de los siguientes textos recogidos en los Documentos PROGRAMES en los que alias actúa como indicio o evocación de tradición discursiva24; en el primer caso una colección de relaciones de auto de fe y en el segundo un tratado apologético que incluye como secuencias genéricas relaciones de auto de fe, según defendemos en Sáez Rivera (2018), aunque ambas clases de textos las recoge Domínguez Guzmán (1988) con la misma etiqueta genérica de relación de auto de fe: 1) Relaciones de autos de fe (1721-1725) (colección, sobre todo en casa de Isidro Joseph Serrete), apud Documentos PROGRAMES. 2) Garau, Francisco: La fee triunfante en quatro autos celebrados en Mallorca por el Santo Oficio de la Inquisicion en que an salido ochenta, i ocho reos, i de treinta, i siete relaiados solo uvo tres pertinaces. [Mallorca]: viuda Guasp, 1691 Ejemplar: Madrid, BN 2/61699, apud Documentos PROGRAMES.
Kabatek (2005: 158) ya señalaba la importancia de la evocación para la constitución de las tradiciones discursivas. 24
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LA HISTORIA DE ALIAS EN ESPAÑOL
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De este modo, la presencia del latinismo casi crudo alias resulta solidaria con la de otros latinismos terminológicos como “de levi” (57-58) como tipo de abjuración, y helenismos ya señalados como bígamo (57) y poligamia (58) que son debidamente explicados con una disyunción reformulativa: (57)
REOS PENITENCIADOS POR OTROS DELITOS.
29 [=39] MAtias de Logroño Lopez, natural de Yanguas, en el Obispado de Calahorra, y vecino de Xerèx de la Frontera, Mayoral de Ganados, de 32. años, por Vigamo, ò casado dos veces, fue mandado salir al Auto, con Coroza, y soga de dos nudos, y abjurar de levi, y condenado à 200. azotes, y tres años de Galeras, à remo, y sin sueldo, y por ocho años desterrado de la Corte, y Villas de Yanguas, y Canales, y ocho leguas en contorno.
(Relacion del auto particular de fe, que celebrò el Santo Oficio de la Inquisicion, de esta Ciudad, y Reynado de Sevilla, Domingo I4. de Diziembre de este presente año de I72I, p. 6, apud Documentos PROGRAMES). (58)60 Francisca de Morillas, natural de Gibraltar, y vezina de Ronda, de edad de 38. años, abjurò de levi, por el delito de Poligamia, ò duplici matrimonio, y desterrada por cinco años de las Ciudades de Granada, y Ronda, y Villas de Manilva, y Madrid, Corte de su Magestad, ocho leguas en contorno; y que el dia siguiente al Auto se le diessen docientos açotes.
(Relacion del avto particvlar de fe, que celebrò el Santo Oficio de la Inquisicion de la Ciudad, y Reyno de Granada, el dia 30. de Noviembre de este presente año de I72I, Madrid: Nicolás Rodríguez Francos [impresor], Isidro Joseph Serrete [librero], p. 8, apud Documentos PROGRAMES).8 Clara Andrès, aliàs la Mozica, vezina, y natural de esta Ciudad, de estado soltera, y de edad de sesenta años; saliò con sambenito de dos aspas, y fuè condenada à abjuracion formal, confiscacion de bienes, Avito, y Carcel perpetua irremissible.
(Relacion de los autos particulares de fe, que se han celebrado en las Inquisiciones de Cuenca, el dia del Apostol San Pedro 29. de Junio de este año de I722. en la Iglesia del Convento de San Pablo, Orden de Predicadores, de dicha Ciudad; y la de Mallorca, el dia 3I. de Mayo de dicho año, en la Iglesia del Real Convento de Santo Domingo, de los Reos que salieron en ellos, y sentencias en que fueron condenados, Madrid: Isidro Joseph Serrete [librero], 1722, p. 4, apud Documentos PROGRAMES). (60)Leonor de Ledesma, y Aguilar (aliàs Espinosa, aliàs Melo, aliàs la Legañosa) natural de la Ciudad de Tarifa, en el Obispado de Cadiz, vecina de esta Corte, de estado viuda, de oficio Costurera, y de edad de cinquenta y seis años; saliò al Auto por Judaizante, convicta, y pertinazmente negativa en sus errores, y embustera sortilega, con sambenito, y coroza de llamas.
(Relacion de los reos que salieron en el Auto parti-7 Antonio Fernandez de Solìs (aliás) de los Santos, natural de Madrid, y vezino, y Administrador de la Renta del Tabaco de Ronda, de edad de 60. años, fueron exhumados sus huessos, y relaxados con su Estatua por Herege judayzante relapso.
(Relacion del avto particvlar de fe, que celebrò el Santo Oficio de la Inquisicion de la Ciudad, y Reyno de Granada, el dia 30. de Noviembre de este presente año de I72I, Madrid: Nicolás Rodríguez Francos [impresor], Isidro Joseph Serrete [librero], p. 3, apud Documentos PROGRAMES).22. Catalina Terongi, aliás la tia grosa, viuda de Ramon Marti Botiguero de oficio, natural, i vezina de esta Ciudad de setenta, i dos años de edad, reconciliada, i presa segunda vez por judaizante: leiosele su sentencia con meritos, abjuró de levi, fué condenada en duzientas libras, destierro desta Ciudad, i confinacion en la Isla a arbitrio del Tribunal, gravemente advertida, repreendida, i cominada.
(Francisco Garau, La fe triunfante, Mallorca: Viuda de Guasp, 1691, p. 28, apud Documentos PROGRAMES).