Fitónimos en el español panhispánico: Pervivencia e innovación
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María Teresa Cáceres-Lorenzo y Marcos Salas-Pascual Fitónimos en el español panhispánico: pervivencia e innovación

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LINGÜÍSTICA IBEROAMERICANA V

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DIR E C TOR E S :

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B J , Université Paris VIII B , Universidad Complutense de Madrid, Real Academia Española de la Lengua A B G , Universitat de València G C , Universidad de Buenos Aires C C , Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México S D , University of Michigan, Ann Arbor R E , Université de Lausanne M T F M , Universidad de Salamanca D J , Albert-Ludwigs-Universität, Freiburg im Breisgau J K , Universität Zürich E R. L M , Universidad Complutense de Madrid R P , University of London

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Iberoamericana  Vervuert  2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2020 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2020 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-126-4 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96456-960-8 (Vervuert) ISBN 978-3-96456-961-5 (e-Book) Depósito Legal: M-6013-2020 Diseño de la cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro

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Dedicado a Marcos y Pepe

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ÍNDICE

I ...................................................................................................... Conceptos básicos ................................................................................................. Antecedentes ......................................................................................................... Objetivos y procedimiento ....................................................................................

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1. Q ........................................................................... 1.1. Cómo se definen los fitónimos ...................................................................... 1.2. Fitónimos técnicos y nombres comunes ........................................................

23 23 40

2. R ................................................................... 2.1. Análisis cuantitativo y sus variables .............................................................. 2.2. Parámetros de vitalidad ..................................................................................

51 51 59

3. F ............................................................. 3.1. Léxico patrimonial ......................................................................................... 3.2. Mecanismos de difusión e innovación ........................................................... 3.2.1. La adopción ........................................................................................... 3.2.2. La adaptación ........................................................................................ 3.2.3. La creación ............................................................................................ 3.3. Producción de nuevos fitónimos .................................................................... 3.3.1. Composición.......................................................................................... 3.3.2. Creación sintáctica ................................................................................ 3.3.4. Modificaciones semánticas ................................................................... 3.4. Configuración de los repertorios léxicos fitonímicos ....................................

65 65 70 71 75 79 81 81 90 93 96

4. Futuro de los fitónimos en el siglo ............................................................. 105 4.1. Globalización, ¿enriquecimiento o uniformización? ..................................... 106 4.2. Cada hablante, un repertorio. El léxico, si no se usa, se atrofia..................... 113 Bibliografía ........................................................................................................... 117 Anexo I. Índice de nombres comunes ................................................................... 131 Anexo II. Índice de nombres científicos ............................................................... 145

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INTRODUCCIÓN

Desde hace años viene recogiéndose puntualmente, en múltiples investigaciones del mundo panhispánico, la enorme riqueza de los nombres comunes de las plantas (Alvar, 1982; Buesa Oliver y Enguita Utrilla, 1992; Lope Blanch, 1971; Losada et al., 1992; Sala et al., 1982, etc.). A pesar de esto, son pocos los trabajos actuales que relacionan la información que se ha publicado en distintas monografías sobre etnobotánica, en los diccionarios de la Asociación de Academias de la Lengua Española y en otros vocabularios regionales y bancos de datos en línea. Aunque dichas fuentes tienen su limitación intrínseca (Lara, 2012), esto no ha supuesto ninguna dificultad para diseñar una investigación fundamentada en datos empíricos y en el análisis de esta información surgida de conocimientos interdisciplinares. El incierto futuro de muchos de los nombres tradicionales de las plantas es un incentivo más para su estudio (Pardo et al., 2014): Generación tras generación, se han ido transfiriendo los conocimientos derivados del estrecho vínculo que existe entre el hombre y la naturaleza. Somos herederos de este patrimonio transmitido oralmente y constituye nuestra responsabilidad mantenerlo, ya que con cada persona mayor que desaparece se pierden todos los conocimientos que atesora.

Nuestro propósito es ofrecer una visión panorámica sobre la relación del hombre con las plantas desde el punto de vista lingüístico, es decir, del estudio del léxico fitonímico y de cómo se registra en los diccionarios.

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Conceptos básicos El término fitónimo se ha incorporado al Diccionario de la lengua española (DLE, 2014) en la 23.ª edición, publicada en 2014. Y lo ha hecho con una la definición lacónica: “fitónimo. De fito- y -ónimo. 1. m. ‘Nombre de planta’”. Sin embargo, los primeros intentos de introducirlo en el diccionario son de la segunda mitad del siglo , tal como testifica el fichero general de la Real Academia Española (http://web.frl.es/fichero.html), en el que se registran tres fichas con este término entre 1968 y 1972. Desde esa fecha se esperaba su inclusión en las obras lexicográficas de esta institución, pese a lo cual no se encuentra en los textos del Corpus de referencia del español actual (CREA). El Corpus del español del siglo (CORPES XXI) solo registra una cita para Cuba en 2013. Mejor suerte ha tenido la designación fitonimia, que aparece, según el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), en el Diccionario nacional o Gran diccionario clásico de la lengua española de Ramón J. Domínguez como “nomenclatura vegetal” (publicado en 1853). Esta definición se repite en sucesivas obras lexicográficas hasta llegar al Diccionario general y técnico hispano-americano (1918) de Manuel Rodríguez Navas y Carrasco. En épocas pretéritas, según testifica el NTLLE, para designar una planta se empleaban distintas construcciones, la más simple de las cuales era “nombres de plantas”, utilizada por Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) o por Juan de Jarava (1557-1567). A partir de la aparición de la nomenclatura binomial para la designación de plantas y animales, propuesta por Carl Nilsson Linnæus —castellanizado como Carlos Linneo (1707-1778)—, en 1735, se crea la dualidad nombre utilizado por los científicos-nombre utilizado comúnmente por los no científicos. Para el primer caso se utiliza la construcción “nombre científico”, que emplea José Celestino Mutis (1732-1808) a mediados del siglo . Para el segundo, existen diversas posibilidades; nombre común, folclórico, popular, vulgar, popular y vernáculos. El término nombre común aplicado concretamente a las designaciones de plantas tiene sus primeras referencias en el siglo , cuando se utiliza preferentemente para indicar cómo se denomina determinado producto vegetal en otros idiomas o en otros lugares. En 1578, en un texto sobre los productos que llegaban a Europa desde las islas orientales, encontramos: “Porque el mas común nombre de la canela en arabio es, querfaa [...] opio ordinario, llamado de los griegos, opium y de los árabes, ofiom, o afiom (nombre común y ordinario entre todos los moros)” (Acosta,

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1995). Por ejemplo, en América, “[...] la una que recibe el nombre común de batata [...]” (Cobo, 1964). O en Filipinas: “El nombre común del arroz en estas islas es palay, ó paray” (Delgado, 1892). También hay datos de principios del siglo del uso del nombre común como contrapunto al nombre científico para denominar a las especies vegetales, “dándolas a conocer por los nombres comunes y los científicos si fuere fácil según Linneo” (anónimo 1988 [1812]). Véase también este ejemplo de José Viera y Clavijo: “Índice de los nombres provinciales que tienen algunas plantas en las Islas Canarias, con las correspondencias latinas de Lineo [...]” —(2005 [1799-1812]: 427)—, en el que se aplica el concepto de nombre provincial para indicar el localismo de muchos fitónimos mencionados. El empleo del término nombre vulgar para referirse a las plantas es antiguo. Se utiliza para indicar que lo usa el vulgo, es decir, el pueblo llano. Poer ejemplo: “Casia. sie. femenino genero me. cor. retiene su nombre en vulgar. Es arbol aromatica que tiene el astil con corteza dura y fuerte” (Fernández de Santaella, 1992[1499]). Su posible empleo como contrapunto del nombre científico también es antiguo; el propio Mutis (1945 [1778]) escribe: “Yo no he visto los árboles descritos por Loefling y Jacquin con el nombre científico de Ptesocarpo. Solo me consta que en provincias muy apartadas entre sí se entiende entre nosotros con el vulgar nombre de drago un árbol que produce un jugo semejantísimo”. Y en 1779 encontramos, en las instrucciones de Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) para transportar plantas desde España a otros países: “una nota que venga en pliego separado, con expresión de los nombres vulgares de cada arbolito, ó planta, refiriéndose á los números, que deberán traer”. Fue también el término escogido por Miguel Colmeiro (1816-1901) para su Diccionario de los diversos nombres vulgares de muchas plantas usuales ó notables del antiguo y nuevo mundo, con la correspondencia científica y la indicación abreviada de los usos é igualmente de la familia à que pertenece cada planta (Colmeiro, 1871). Un análisis de distintas tipologías textuales (prosa científica, divulgativa, literaria, etc.) en el Corpus del nuevo diccionario histórico del español (CDH) (entre 1950-2000) nos indica que, para designar una determinada planta, la expresión “nombre vulgar” se ha asentado de tal manera que toda la información encontrada en esta base de datos hace referencia a nombres de plantas o animales. Esto no ocurre con la expresión “nombre común”, que se sigue utilizando con un sentido mucho más amplio. Mucho menos se emplean las expresiones “nombre popular”, “nombre provincial”, “nombre vernáculo” o

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“nombre folclórico”, aunque también se usan con este mismo sentido (Ferreyra, 1979 y Toharia, 1985, para “nombre popular”; Font Quer, 1962 y Torres Montes, 2004, para “nombre vernáculo”; Villagrán et al., 1983, para “nombre folclórico”). Parece lógico pensar, tras este análisis somero de las distintas designaciones que han recibido los nombres de plantas a lo largo del tiempo, que el término fitónimo es un neologismo empleado en el vocabulario de la botánica y la etnobotánica desde mediados del pasado siglo. Relacionado con el término fitonimia, “nomenclatura botánica” (Font-Quer, 1993) —aunque esta voz incluye la fitonimia científica y la popular—, el término fitónimo es el más empleado en la actualidad para designar los nombres comunes, vulgares o populares de los diferentes vegetales. En este punto, los términos se multiplican y jerarquizan. Un buen resumen de esta multiplicidad de conceptos nos la ofrecen Méndez Santos y Rifá Téllez (2011: 111): La Bionimia constituye la rama de la Onomástica que se dedica a registrar, específicamente, los nombres de los seres vivos y se designa como “biónimo” al término con que se identifica a un organismo. De acuerdo con lo anterior, el epíteto que es asignado a un vegetal, puede ser denominado como “fitónimo”, a pesar de que dicha unidad léxica no está reconocida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. La ciencia que estudia a estos últimos se conoce como “Fitonomástica”.

Los fitónimos son, de forma estricta, tanto los nombres científicos como los comunes, vulgares, vernáculos, etc., pero el uso actual de esta palabra se limita mayoritariamente a los segundos. Son innumerables los trabajos científicos y divulgativos que se publican constantemente y que utilizan fitónimo o fitonimia como sinónimos de “nombres comunes de plantas”. Esta es la forma en que entendemos el término fitónimo en el presente trabajo. Es un error frecuente creer que nada se ha dicho sobre el tema del que se trata. Establecer el “estado de la cuestión” es una labor necesaria cuando se aborda cualquier investigación. De esta manera no solo se pone de manifiesto el punto de partida del estudio propio, sino que se evitan reiteraciones y se ponderan los esfuerzos realizados por el resto de la comunidad científica. En la recopilación de los nombres comunes de las plantas se encuentran muchas referencias bibliográficas procedentes de investigaciones de distintas disciplinas, por lo que creemos que es imprescindible acotar y distinguir los diversos

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enfoques que pueden tomarse para analizar los fitónimos en español. En especial, es necesario diferenciar los trabajos dialectológicos, cuyo objetivo es conocer no solo el repertorio fitonímico de un territorio, sino también el origen, etimología, fundamentación textual, diacronía y demás aspectos filológicos de los materiales resultantes de las disciplinas no humanísticas. Los nombres de las plantas también han sido recopilados por botánicos, farmacéuticos y médicos desde los orígenes de estas ciencias, y su finalidad no es otra que encontrar qué designación es la más apropiada para una determinada especie, además de la información que estos nombres pueden aportar al conocimiento de sus cualidades alimentarias, curativas, etc. En las disciplinas precedentes se advierte un afán recolector que ha desembocado, en algunos casos, en una colección inusitada de voces locales que no se corresponde con la realidad de un hablante alejado del conocimiento rural. La realización de extensas listas de nombres ha sido, y es, el principal objetivo de muchas obras, pero no se ha llevado a cabo un estudio sobre la adecuación y vigencia de esos términos. Esta tendencia de sumar por mostrar erudición o algo similar hace que cierto número de fitónimos se repitan en los catálogos de nombres vernáculos que, ciertamente, nunca ha usado el común de los hablantes, sino tan solo autores anteriores (Morínigo, 1964; Lope Blanch, 1969). Como muestra de lo anterior, en el Diccionario ilustrado de los nombres vernáculos de las plantas en España de Ceballos Jiménez (1986), el autor incluye el fitónimo “pino carrasco de algunos” para denominar a Pinus sylvestris, recogiendo este curioso nombre de la obra de Colmeiro (1871). Este último quizá quiso decir que algunos llamaban pino carrasco a esta especie, por comparación con el verdadero pino carrasco “de muchos”, que sería Pinus halepensis. De hecho, es una tendencia bastante habitual de los especialistas crear un nombre científico nuevo para una especie cuando parece no tenerlo. Por ejemplo, Sventenia bupleuroides, descrita en 1948, es una planta muy escasa que vive en acantilados de la región noroeste de Gran Canaria (islas Canarias, España) y de la cual no se conocen nombres comunes específicos. Otros botánicos, como los investigadores G. Kunkel (1977) y Bramwell y Bramwell (1990, 2001), crearon un fitónimo propio para esta especie: cerraja de don Enrique e hija de don Enrique, en alusión a Eric Ragnor Sventenius (1910-1973), botánico sueco afincado durante muchos años en Gran Canaria que descubrió la planta. El nombre hija de don Enrique se encuentra hoy incluido en distintas obras lexicográficas como parte del acervo cultural del español hablado en Canarias (DECan, 2009).

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Estos términos que se crean por necesidades técnicas o legislativas deberían separarse de los verdaderos nombres comunes y denominarse nombres técnicos, semicientíficos u oficiales (Haensch, 1988; Borrás Dalmau, 2004). La necesidad de que todas las especies conocidas tengan una denominación fitonímica es el motor que lleva a elaborar grandes listados de nombres como meras recopilaciones, característica singular de los estudios etnobotánicos sobre los fitónimos. Antecedentes A la hora de presentar los antecedentes de nuestra investigación, es necesario insistir en el gran número de obras publicadas, por lo que se ha optado por realizar una selección acorde al propósito general de esta monografía. Entre estos trabajos es posible diferenciar claramente los generales, que tratan sobre los fitónimos empleados en español, de los locales, que se ocupan de los nombres comunes de plantas de alguna región o lugar concreto. También es importante diferenciar las obras botánicas que incluyen las designaciones de las plantas tratadas, casi todas, de los textos cuyo objetivo es recopilar y tratar estos nombres de vegetales. De las primeras es imposible hacer una relación, dado su enorme número. Los datos que presentan los textos antiguos son reveladores, como la obra de Carolus Clusius, Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatarum historia, publicada en Amberes en 1576, que contiene un índice de nombres comunes; la Historia de las Yerbas y Plantas de Juan de Jarava, de 1557, uno de los muchos libros creados a la luz del Dioscórides, libro sobre plantas medicinales publicado originalmente por el griego Dioscórides que fue modificado y reeditado por botánicos árabes y cristianos en todo el Mediterráneo. En español son especialmente importantes las traducciones y reediciones de Andrés Laguna (1555) y Pío Font-Quer (1962). Singular importancia tiene también la obra de Miguel Colmeiro, Diccionario de los diversos nombres vulgares de muchas plantas usuales ó notables del antiguo y nuevo mundo, con la correspondencia científica y la indicación abreviada de los usos, é igualmente de la familia á que pertenece cada planta (1871); Enumeración y revisión de las plantas de la Península Hispano-lusitana é Islas Baleares, con la distribución geográfica de las especies, y sus nombres vulgares, tanto nacionales como provinciales (1885-1889), e Indicaciones sobre los nombres vulgares de las plantas (1891).

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En el último cuarto del siglo aumenta el número de trabajos etnobotánicos de diferentes regiones hispanohablantes y, de esta manera, se registran diversos repertorios fitonímicos locales. Además, estas investigaciones siguen incluyendo nombres comunes, de tal forma que una de las principales recopilaciones de nombres vernáculos deriva del proyecto más emblemático de la botánica española peninsular actual, la Flora ibérica (Castroviejo, 19862019). Esta compilación aparece en dos trabajos: Archivos de Flora Ibérica 4. Nombres vulgares, I (Morales, 1992) y Archivos de Flora Ibérica 7. Nombres vulgares, II (Morales et al., 1996). Otras exploraciones muy útiles para conocer los fitónimos son el Diccionario ilustrado de los nombres vernáculos de las plantas en España (Ceballos, 1986), Patrón para nombres comunes de las malezas de la República Argentina (Petetín, 1984), Nombres comunes de las plantas en Costa Rica (León y Poveda, 2000), Dictionary of Plant Names of North America including Mexico (White, 2003), Catálogo Alfabético de los nombres vulgares y científicos de plantas que existen en el Perú (Herrera, 1939), Catálogo de los nombres vulgares y científicos de las plantas de Puerto Rico (Martorell et al., 1981), Vocabulario de términos vulgares en historia natural colombiana (Apolinar-María, 19371950), etc. En el español peninsular, los estudios etnobotánicos siguen teniendo en la actualidad un importante tratamiento de recopilación y ordenación. En los inicios del siglo los trabajos generales recopilan todo lo ocurrido en las décadas anteriores y, a este respecto, se publican diversas investigaciones sobre los nombres vulgares de la España continental (Álvarez Arias, 2006; Camacho Simarro, 2007). Entre los años 2012 y 2013 se inicia la primera fase del Inventario Español de los Conocimientos Tradicionales relativos a la Biodiversidad, un proyecto en el que se encuentran integrados investigadores multidisciplinares de todo el territorio español cuya primera publicación es de 2014. A esta primera fase ha seguido una segunda, aparecida en 2018 y en la que se integra un tratamiento de los nombres comunes similar al que se ha venido realizando en las obras etnobotánicas anteriores. Cada especie vegetal aparece analizada en una ficha y en la misma se incluyen los fitónimos que sus autores referencian en otras obras. También se recogen la ordenación y el tratamiento fonético y fonológico, simplificando de manera importante los listados. Hasta el momento hay publicadas 334 fichas, que no se corresponden con igual número de especies, ya que algunas tratan un género completo y otras un número variable de ellas (Pardo de Santayana et al., 2014, 2018a y 2018 b).

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La etnobotánica en la América hispanohablante sigue siendo un caudal continuo de trabajos, la mayoría de ellos locales, aunque ya se inician los primeros intentos recopilatorios más generales. En su mayoría, estos estudios buscan el aspecto utilitario de los vegetales: alimenticio, médico, etc., y los nombres comunes son una información secundaria. En concordancia, los trabajos etnobotánicos dejan de lado los estudios centrados únicamente en la recopilación y se proponen formular preguntas que deriven en soluciones para los temas mencionados (Benz et al., 1996; Horak, 2015). Un trabajo representativo es la base de datos de nombres comunes de plantas colombianas (Bernal et al., 2017). Las obras lexicográficas no tienen el propósito de recopilar toda la diversidad regional de los fitónimos, pero un análisis en el NTLLE nos indica que poco a poco se han ido incorporando nuevos nombres de plantas. El ejemplo más claro de la evolución de los fitónimos en las obras lingüísticas lo tenemos en el propio diccionario académico. Para analizar estos cambios basta con buscar un fitónimo ampliamente conocido, como pino y ver cuál ha sido su tratamiento a lo largo de sus ediciones (Mapa de diccionarios es una herramienta en línea que reúne datos de diccionarios de 1780, 1817, 1884, 1925, 1992 y 2001). Este fitónimo aparece desde la publicación del Diccionario de autoridades (1726-1739), pero se define como si fuese una única clase de plantas: “árbol bien conocido, alto y derecho, que se conserva siempre verde [...]. La misma tendencia se observa en el Diccionario de Terreros y Pando (1793), donde solo aparecen los términos pino y pinabete y, mucho antes, en el Tesoro de Covarrubias (1611). En la edición del diccionario académico de 1817 ya se agregan diversas variantes: pino alarce, pino albar, pino Balsaín, pino doncel y pino rodeno. El mayor cambio se produjo en la cuarta edición, de 1803, en la que se incorpora un gran número de neologismos científicos. Hoy, el término pino incluye, en el diccionario de 2018, pino albar, alarce, blanquillo, bravo, carrasco, carrasqueño, cascalbo, de Valsaín, doncel, manso, marítimo, melis, negral, negro, piñonero, pudio, rodeno, royo, salgareño y tea, un total de veinte términos (DLE, 2918: s.v.). Curiosamente, desde 1884 los diccionarios académicos no acompañan cada fitónimo con un nombre científico. No sucede lo mismo en el DA (2010), que incluye bajo la entrada pino 22 fitónimos, todos relacionados con el nombre científico de una especie botánica concreta. Muchos de los diccionarios actuales utilizan un concepto realista de especie, intentando asignar cada fitónimo que se incluye a una especie biológica, y de manera similar, los textos

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recopilatorios de nombres comunes realizados desde el punto de vista científico (Ceballos Jiménez, 1986; Morales et al., 1996; Machado y Morera, 2005) emplean el concepto realista, intentando vincular nombres comunes con nombres científicos. Es interesante volver a citar aquí el fichero general de la Real Academia Española de la Lengua (http://web.frl.es/fichero.html), donde sí podemos encontrar muchas veces los nombres científicos relacionados con un fitónimo, pero es importante deslindar el fichero del diccionario, ya que muchos de los fitónimos que aparecen, así como la relación entre nombres científicos y comunes, no se plasman en el texto, unas veces porque el término no es suficientemente general, como ocurre en los casos de cordón de fraile, fitónimo con el que se conoce en América a Leonotis nepetifolia (ficha 1 de las reunidas en el término cordón), o cardón, nombre del laurel silvestre en Aragón (ficha 1 de las reunidas en el término cardón). Parece evidente que algunos textos lexicográficos se parecen cada vez más a los trabajos etnobotánicos, pues incluyen un número mayor de términos e intentan que cada especie tenga un nombre común. Esta tendencia hacia la diversificación es doble, ya que implica tanto un aumento de términos, al crecer el número de objetos (en este caso, especies) que se designan, como un enriquecimiento en el número de nombres que recibe un mismo objeto. Vistos estos dos enfoques, lingüístico y etnobotánico, existe por tanto la necesidad de delimitar el objeto de estudio, es decir, decidir si el objeto de estudio es la especie, la planta, y el nombre que recibe esta es únicamente una característica más de la misma, como el color de sus flores o su altura (línea seguida por la etnobotánica; Vallès, 1996), o si lo que analizamos es el propio nombre, sus cualidades, su historia, la o las especies que nombra, su formación, etc. El segundo caso es el propósito de esta obra, que, por tanto, puede calificarse como lingüística. Objetivos y procedimiento En esta investigación pretendemos estudiar los fitónimos en el español panhispánico, sus principales características, cómo se forman y qué significan, y cuáles son las semejanzas o diferencias entre los nombres con que se conocen las plantas en las distintas variedades del idioma. El propósito planteado quiere ser una contribución que muestre, en conjunto, los resultados que se obtienen del análisis de las designaciones vernáculas en las comunidades que hablan la lengua española.

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Nos interesa cualquier aspecto de este grupo de palabras vernáculas, desde el punto de vista tanto diacrónico como sincrónico, ya que entendemos que únicamente estudiándolas desde todas estas perspectivas podremos tener una visión lo más aproximada posible de su importancia en el idioma. Y lo hacemos porque los fitónimos son la herramienta de nuestro trabajo, no solo del trabajo lingüístico, sino también de los estudios botánicos y etnobotánicos que llevamos a cabo. También es importante la forma en la que nos acercamos al conocimiento de los fitónimos, y para conseguir la máxima claridad en nuestros planteamientos intentaremos utilizar el método cuantitativo que nos permita alcanzar conclusiones apoyadas en datos empíricos, obtenidos a partir de fuentes lexicográficas conocidas, corpus y diccionarios, y que cualquier especialista pueda verificar, ampliar o rebatir si fuera necesario. La estructura de esta investigación tiene al fitónimo como núcleo principal (figura 1). Sobre él recaen tres tipos de enfoques: lexicográfico, sincrónico y diacrónico.

Figura 1. Esquema del trabajo

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El enfoque lexicográfico es el inicial y nos va a permitir saber el significado de los fitónimos, es decir, cuál es su sentido desde el punto de vista semántico, así como conocer cómo se definen en las principales obras lexicográficas actuales, los diccionarios académicos y sus bases de datos. El punto de vista sincrónico nos ayudará a tener una visión general de la fitonimia en el español actual, medir el grado de riqueza de la misma a través de diferentes parámetros, así como apreciar la disposición de los fitónimos en los repertorios fitonímicos actuales. Para conocer cómo se forman los nombres vernáculos, cómo se propagan y cómo se han creado los vocabularios anteriormente referidos, utilizaremos la metodología diacrónica de la lingüística. Con estas tres visiones podremos alcanzar un conocimiento suficiente de este grupo de palabras que nos permita pensar en cómo se enfrentan al cambio de paradigma que representan la globalización y las nuevas formas de comunicación; en otras palabras, reflexionar sobre el futuro de este conjunto de términos que designan a las diferentes plantas que habitan nuestras tierras.

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1. QUÉ NOMBRAN LOS FITÓNIMOS

Las posibles estrategias seguidas para definir un nombre vernáculo nos llevan a pensar en qué nombran realmente los fitónimos en la cultura panhispánica: las especies, tal como nos las presenta y define la ciencia, o una idea general en la que caben numerosas especies y que podemos refinar, si es necesario, añadiendo aspectos particulares de cada planta. Dicho planteamiento frente a los fitónimos ya ha sido expuesto por otras ciencias para el concepto de especie. Desde una perspectiva filosófica de la ciencia, se discute este concepto pasando desde el realismo, posición que defiende que la especie biológica y la percepción por parte de los individuos de lo que es una especie son idénticas (Mayr, 1988), hasta el nominalismo, concepto que se plantea la especie como una abstracción mental sin realidad objetiva, un grupo de individuos con una serie de características comunes, no coincidentes con los aspectos reproductivos que precisa el concepto biológico de especie (Gregg, 1950; Burma, 1954; Morrone, 2013). Este concepto asume que nuestros hábitos lingüísticos y mecanismos neurológicos predisponen a nuestra mente para “ver” especies (Crisci, 1981: 207). 1.1. Cómo se definen los fitónimos Es muy posible que los mecanismos de designación funcionen de la misma manera en que, como hemos explicado, evolucionaron los diccionarios académicos: de lo más sencillo (pino), a lo más complejo (más de treinta fitónimos entre el DLE de 2018 y el DA). Al mismo tiempo, comprobamos que hay nuevas especies que encajan en el primer concepto. La pregunta es: ¿qué nombra

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el fitónimo pino: una especie, un conjunto de especies? En realidad, llamamos pinos a cualquier vegetal que cumpla una serie de características relativas a su aspecto, hojas, frutos o pseudofrutos, y a medida que vamos descubriendo diferencias entre las plantas que incluimos en esta categoría es necesario modificar el fitónimo y añadirle estas nuevas características. Las repercusiones que puede tener el conocimiento de este aspecto de las designaciones vernáculas son sustanciales para el lexicógrafo, ya que, si resulta que los nombres comunes de plantas responden a un concepto nominalista y no realista, no deberíamos relacionar ambos conceptos ni emplear los nombres científicos en las definiciones lexicográficas. No sería aconsejable intentar conocer cuál es la especie que se designa con cada fitónimo, sino cuál es el conjunto de caracteres que debe tener un vegetal para que reciba un nombre determinado. Las definiciones lexicográficas se estructuran mediante dos elementos: el descriptor y el o los diferenciadores. Mientras que el descriptor, una palabra o un sintagma, nos indica qué es la palabra definida y debe ser la voz genérica más próxima a la palabra que define, los diferenciadores concretan su significado limitando el sentido del descriptor (Martínez de Sousa, 2009: 150-151). Por ejemplo, para el fitónimo abedul, la academia recoge la siguiente definición: abedul. Árbol de la familia de las betuláceas, de unos diez metros de altura, con hojas pequeñas, puntiagudas y doblemente aserradas o dentadas, que abunda en los montes de Europa. (DLE, 2018)

Abedul es la unidad léxica definida; árbol es el descriptor, mientras que el resto de la definición son diferenciadores. A modo de muestra, esto se ve con claridad en las definiciones que encontramos en el DLE (2018) con respecto a los fitónimos que aparecen al buscar el descriptor hierba, al que añadimos el diferenciador “de la familia de las labiadas”. La estructura de estas definiciones se corresponde con una serie de preguntas que se emplean para explicar las características de cada planta. La estructura de cada definición se muestra en la tabla 1.1.

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1. Qué nombran los fitónimos

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Tabla 1.1. Ejemplo del proceso de definición en el DLE (2018) con fitónimos seleccionados Fitónimos “hierbas de la familia de las labiadas” bastón de san Francisco clinopodio consuelda menor escordio mejorana orégano

¿Cuánto mide?

¿Cómo son su raíz, tallo, hojas, flores y fruto?

¿Cómo huele?

¿Cuál ¿Dónde ¿Dónde es su crece crece (tipo procedencia? (geografía)? de terreno)?

x

x x x

¿Para qué se usa?

x x x x x x

x x x x

x

x x x x

Estos seis fitónimos de uso general en la lengua, con la excepción del cubanismo bastón de san Francisco, que debería aparecer en el DA porque es un nombre vernáculo exclusivo de un país, no se describen de igual forma, sino que se emplean diversos diferenciadores en cada caso. Una búsqueda de estos fitónimos en la herramienta Mapa de diccionarios nos indica que desde el siglo se emplean los mismos descriptores. Como se aprecia en la tabla 1.1, en los datos empíricos seleccionados no existe un criterio homogéneo para estructurar las definiciones en el DLE (2018). Algunas plantas están insuficientemente definidas y otras basan gran parte de su significado en su uso. Las definiciones deberían abarcar las ideas principales e inequívocas que significa cada término (Werner, 1982; Hanks, 1987); dicho de otra manera, las definiciones han de contener la información suficiente para el hablante medio, pero no la considerada como completa por el redactor (Martínez de Sousa, 2009). A tenor de lo anterior, lo más adecuado sería analizar qué tienen en común todas las plantas que reciben un mismo fitónimo y utilizar como diferenciadores esas cuestiones comunes para definir el término, ya que esos aspectos compartidos constituirán el verdadero significado del fitónimo. También muchas veces los fitónimos se definen haciendo referencia a otros (semejante a; especie de; parecido a). A modo de ejemplo podemos citar los siguientes: ahuehuete, “árbol de la familia de las cupresáceas, originario de América del Norte, de madera semejante a la del ciprés”; alecrín, “árbol verbenáceo de América del Sur cuya madera es semejante a la caoba, pero más pesada y de color más hermoso”; cariscio, “árbol de la familia de las mimosáceas, parecido a la acacia [...]”; estrellamar, “hierba de la familia

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Fitónimos en el español panhispánico

de las plantagináceas, semejante al llantén, del que se diferencia por tener las hojas más estrechas, muy dentadas, y extenderse circularmente sobre la tierra a manera de estrella”; hibuero, “árbol bignoniáceo, especie de güira, con fruto semejante a una calabaza”; y melojo, “árbol de la familia de las fagáceas, semejante al roble albar, [...]” (DLE, 2018). En el proceso de definición, los colores cobran importancia en las descripciones de determinada planta. Para algunos investigadores, este beautiful knowledge formaba parte de las acciones de los naturalistas ilustrados, que recurrían a dicho procedimiento para atraer al mayor número de seguidores y protectores hacia la preservación y cultivo de las plantas (Easterby-Smith, 2013). Una muestra la encontramos en el ilustrado José de Viera y Clavijo (1731-1813) que, al describir las plantas del archipiélago canario, (figura 1.1), utiliza la gama cromática con respecto al color azul que aparece en la tabla 1.2. En los diccionarios académicos hallamos ejemplos similares. En el DLE (2018), al definir al árbol plátano, se dice que “su madera blanca rosada, de dureza media, ofrece un bello jaspeado”; lila, jacinto y pipirigallo se cultivan por su belleza; alcino tiene flores de color azul que tira a violado; arrayán posee bayas de color negro azulado; la asperilla , flores de color blanco azulado; el árbol originario de Ceilán denominado canelo, frutos globosos de color negro azulado; la cortadera de Argentina, hojas con bordes verde azulado; el endrino, frutos de color negro azulado; el labiérnago , flores verdinegras, etc. Este procedimiento también se utiliza al describir los olores o sabores agradables (ambrosía, calamento, canelo, cinamomo, murtilla, etc.).Como explican Alvar (1982) y Buesa Oliver y Enguita Utrilla (1992), con frecuencia las denominaciones de plantas americanas son distintas a las denominaciones europeas. Es lo que ocurre en el DA con cedro, que designa en América a Cedrela odorata y Cedrela tubiflora, dos especies muy distintas de los cedros europeos, coníferas de diferentes géneros (Juniperus, Cedrus). También sucede con el haya, “árbol de montaña, de corteza áspera de color castaño, flores fragantes y frutilla en racimos (Oxandra spp.)” o con el roble, que en Perú y Chile designa un árbol de hasta cincuenta metros de altura, con tronco de color café oscuro que se suele bifurcar en dos grandes ramas principales, hojas alternas con ondulaciones entre la nervadura y el borde aserrado y flores poco vistosas (Nothofagus obliqua).

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Figura 1.1. Diferentes tonalidades de azul en las flores de Lavandula dentata (cantueso o alhucema rizada), Vinca major (pervinca, hierba doncella o brusela), Echium plantagineum (viborera, sonaja o lengua de buey) y Echium strictum (taginaste).

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Fitónimos en el español panhispánico

Tabla 1.2. Ejemplos de descripciones en Viera y Clavijo en el Diccionario de historia natural de las islas Canarias (2005 [1799-1812])

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Colores que describen los fitónimos

Planta designada

azul blanquecino

romero

azul celeste muy hermoso

achicoria, comelina

azul claro

Globularia de canarias

azul particular

lino

azul plateado

agerato

azul que tira a rojo

salvia

azul turquí

espuela de caballero

azulado

buglosa

bello color azul

añil, borraja, perpetuas marítimas

blanco azulado

batata

hermoso azul

girasol

verde azulado

clavel, haba, pitera, tarabal, yerba pastel

verdinegro

marmolán

violadas

estraña

zarco amoratado

zábila

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1. Qué nombran los fitónimos

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En definitiva, las definiciones de los distintos fitónimos que encontramos en el DLE (2018) y en el DA responden a un criterio heterogéneo basado en una serie de descriptores que suelen coincidir con el biotipo del vegetal: árbol, planta herbácea, arbusto, etc. (D1), con el genérico planta (D2) o con una referencia taxonómica, bien a la familia a la que pertenece o bien a otra especie vegetal (D3). El conjunto de diferenciadores utilizado también es variado: altura (d1), biotipo (d2), distribución (d3), ecología (d4), morfología (d5), taxonomía (d6) y usos (d7). En todos los casos se trata de definiciones hiperonímicas, es decir, el descriptor es un hiperónimo de la unidad léxica definida (Martínez de Sousa, 2009), de una manera similar a las jerarquías taxonómicas utilizadas en la nomenclatura científica. De ahí que algunos diferenciadores puedan funcionar como descriptores. Cuando el biotipo o la información taxonómica son empleados como descriptores, estos cumplen dos funciones, ya que explican qué significa la unidad léxica y, además, diferencian esta del resto de plantas. Para el estudio de los descriptores en el DLE (2018) hemos escogido un grupo significativo de fitónimos que aparecen en el mismo. En concreto se han analizado las cien primeras designaciones por el orden alfabético en que aparecen. Esto nos permite realizar un análisis estadístico con un margen de error máximo admitido del 10 %, para un nivel de confianza entre un 95 % y un 97 % (bajo el supuesto de que la probabilidad de éxito es igual a la del fracaso; p = q = 50 %). El resultado de este análisis, con la muestra representativa de cien nombres de plantas, se presenta en la tabla 1.3.

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Tabla 1.3. Resultado de los descriptores y diferenciadores en el DLE (2018) LEXÍAS

DESCRIPTORES 1 2 3

1

abacá

x

x

x

x

x

abeto

x

x

x

abriboca

x

abrojillo

x

acacia

DIFERENCIADORES 3 4 5 x

abedul

x x

x x

x

x

abrojo

x

x

x x

acacia blanca

x x

6

7

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

abroma

x

x

x

x

x

x

abrótano abrótano hembra ácana

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x

x

x

x

acahual

acanto

x

acebo

x x

x

x

x

acedera

x

x

acederilla

x

x

acederón

x

x

aceitunillo

x

x

x x

x

achachairú

x

x

x

achojcha

x

achiotillo

x x

x x

x

x x

achira

x

achira

x

x

aciano aciano mayor

x

acle

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x

x

x

x x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x x x

x

x x

x x x

x

x

ácoro

x

x

x

x x

adelfilla

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x

africano agáloco

x x

x

adormidera áfaca

x

agalla

x

x

x x

x x

agracejo

x

x

x

agrimonia

x

x

x

agripalma

x

x

x

x

x

x x

x x

x x

agapanto

x x

x

x

x

x

adelfa

x

x

acónito

ácoro bastardo

x x

x

x

achupalla

x

x x

x

achuma

x

x

x

achira

x x

x

achicoria

x x

x

acerolo

x

x

x

aceitero

acelga

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2

x

x

x

x

x

x x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

aguacate

x

x

x

x

x

x

aguacatillo

x

x

x

x

x

x

x

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DESCRIPTORES 1 2 3

1

2

x

aguaí

x x

aguaje

DIFERENCIADORES 3 4 5 x

x

aguapey

x

aguavientos

x

x

x

aguedita

x

x

x

aguileña

x

x

x

x x

aguja

x

x

ahuehuete

x

x

x

ahuejote

x

x

x

ailanto

x

x x

aje

x

ajedrea

x

ajenjo

x

ajipa

x

ajo

x

x

6

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

ajo chalote

x

x

x

x

x

x

ajicuervo

x

x

x x

x

x

x

ajomate

x x

x

x

x

x

ajonjolí

x

x

x

x

x

alacranera

x

x

x

x

x

aladierna

x

x

x

alacayuela

x

alacrancillo

x

x

alama

x

x

álamo balsámico

x

x x x x

álamo blanco

x

álamo de la Carolina

x

álamo de Lombardía

x

x

ajonjera

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x

x

x

x

x

x

álamo negro

x

x

x

x

x

alarguez albahaca

x

albahaquilla de Chile

x

x

alazor

x

albardín

x

albaricoquero

x

x x

x

albaida

x

x x

x

alberchigo

x

albohol

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x x x

x

alboquerón

x

x

x

albarillo

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x

alcachofa

x

x

x

alcanforero

x

x

x

alcanforado

x

x

x x

x

x

x

x

x

x

x

x

alcaparra

x

alcaravea

X

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x

x

álamo temblón

alcatraz

x

x

x

ají cumbarí

álamo

7

x

x

x

x

Descriptores: 1 = D1; 2 = D2; 3 = D3. Diferenciadores: 1: d1 = altura; 2: d2 = biotipo; 3: d3 = distribución; 4: d4 = ecología; 5: d5 = morfología; 6: d6 = taxonomía; y 7: d7 = usos. x = aparece el descriptor en la definición.

LEXÍAS

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El análisis cuantitativo de estos datos se presenta en la tabla 1.4, en la que se verifican los descriptores y diferenciadores más habituales. Tabla 1.4. Análisis cuantitativo según los descriptores (D) y según los diferenciadores (d) Descriptores Fitónimos 100

Diferenciadores

D1

D2

D3

d1

d2

d3

d4

d5

d6

d7

63

31

8

47

65

37

15

85

82

57

N.º definidores/ voz 3,88

D1: biotipos; D2: genérico planta; D3: referencia taxonómica. d1: altura; d2: biotipo; d3: distribución; d4: ecología; d5: morfología; d6: taxonomía, y d7: usos.

El descriptor más empleado es el biotipo de la planta, mientras que los diferenciadores más habituales son: morfología, taxonomía, biotipo y usos. Esto coincide con el número medio de diferenciadores por término. A modo de ejemplo, se presentan a continuación las posibles modalidades. Una definición tipo de un fitónimo en el DLE (2018) sería la siguiente: adelfa. Arbusto (D1 y d2) de la familia de las apocináceas (d6), venenoso (d7), muy ramoso, de hojas persistentes semejantes a las del laurel y grupos de flores blancas, rojizas, róseas o amarillas (d5).

Otro ejemplo bastante frecuente es el que añade a estos cuatro descriptores la altura de la planta: alcaravea. Planta anual (D1 y d2) de la familia de las umbelíferas (d6), de 60 a 80 cm de altura (d1), con tallos cuadrados y ramosos, raíz fusiforme, hojas estrechas y lanceoladas, flores blancas y semillas pequeñas, convexas, oblongas, estriadas por una parte y planas por otra (d5) que, por ser aromáticas, sirven para condimento (d7).

En un buen número de términos —treinta—, en lugar de empezar por el biotipo (arbusto, árbol, planta herbácea, planta anual, mata, etc.) se utiliza como descriptor el término genérico planta. Estos casos son mucho menos eficaces en la definición, ya que, tal como indica José Martínez de Sousa en

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su Manual básico de lexicografía (2009), el descriptor debe ser la voz genérica más próxima a la palabra que se define, y sin duda el uso del biotipo o de una referencia taxonómica como descriptores nos aporta una información más concreta que el genérico planta. Los ocho casos restantes emplean como descriptores términos que nos señalan las relaciones taxonómicas del fitónimo definido con una familia botánica o con otra especie similar. En estos casos, la dificultad se encuentra en la solidez de este tipo de relaciones. Sirvan como ejemplo de lo dicho los siguientes términos recogidos en el DLE (2018): aguaje. Palmácea de fruto comestible que crece en los pantanos de la selva amazónica. achuma. Cardón gigante, cactácea de hasta diez metros de altura y tronco leñoso.

Si el lector medio no conoce las cualidades de estas familias botánicas, estos términos no cumplirán su función de descriptores. Las referencias a otros fitónimos pueden producir incongruencias importantes. Entre ellas las que encontramos en: acahual. Especie de girasol, muy común en México. acacia blanca o falsa. Acacia espinosa con hojuelas aovadas que procede de América del Norte y se planta en los paseos de Europa.

El acahual es similar al girasol, pero no se trata de un tipo de este cultivo, sino de una planta distinta. Para saber qué es una acacia blanca deberíamos, según la definición propuesta por el DLE (2018), leer primero la de acacia y añadir los diferenciadores que se presentan en su definición. Finalmente, en trece de los cien fitónimos analizados se emplean comparaciones, ya sea con otros vegetales o con animales, para explicar el aspecto de la planta. Los diferenciadores menos usados son los que aluden a la distribución de los vegetales y a su ecología (acuática, de montes, etc.). En cuanto a su distribución, llama la atención que de las treinta y siete definiciones en que aparece este descriptor, solo cinco se refieren al territorio peninsular. Queda claro que debido a la forma en que se han realizado los diferentes diccionarios académicos, modificando el texto anterior, y a su origen español, no se

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ha visto la necesidad de incluir esta información en los fitónimos que se usan en la España peninsular. En otras ocasiones, para mostrar que el nombre o la planta son americanos, en lugar de indicarlo en la definición se añade una marca geográfica. Esto ocurre en doce de los cien fitónimos estudiados, como en “abriboca. Arg. Arbusto perteneciente a la familia de las celastráceas con ramas espinosas, hojas lanceoladas y flores pequeñas”. La extensión de las definiciones tampoco es homogénea, ya que van desde las muy cortas, como “achachairú. Bol. Arbusto silvestre”, hasta las casi enciclopédicas, como la siguiente: acebo. Del lat. vulg. *acifolium o *acifŭlum, y este del lat. aquifolium. Árbol silvestre de la familia de las aquifoliáceas, de cuatro a seis metros de altura, poblado todo el año de hojas de color verde oscuro, lustrosas, crespas y con espinas en su margen, flores blancas y fruto en drupa rojiza, cuya madera, que es blanca, flexible, muy dura y compacta, se emplea en ebanistería y tornería.

En las extremadamente cortas no se cumple la ley de la sinonimia o de la sustituibilidad (Seco, 1987; Ahumada Lara, 1989), ya que no podemos sustituir en una frase el término achachairú por su definición sin cambiar de manera importante su significado. Para que esta ley se cumpla en los fitónimos, la definición debe ser suficiente como para que un hablante medio que no conoce la planta pueda hacerse una idea de cómo es. Las definiciones enciclopédicas, por el contrario, tienen vocación de ser completas, pero en estos casos la cuestión es pensar si este tipo de definiciones, propias de obras especializadas, son las más convenientes para un diccionario lexicográfico En algunos casos —siete— se trata de fitónimos secundarios relacionados con otro principal. Las definiciones son más simples, ya que solo se indican los descriptores diferentes. Es lo que ocurre, como hemos visto, con acacia y acacia blanca. En el DLE (2018) se puede leer: acacia. Del lat. acacĭa, y este del gr. ἀκακία akakía. Árbol o arbusto de la familia de las mimosáceas, a veces con espinas, de madera bastante dura, hojas compuestas o divididas en hojuelas, flores olorosas en racimos laxos y colgantes, y fruto en legumbre. De varias de sus especies fluye espontáneamente la goma arábiga. acacia blanca o acacia falsa. Acacia espinosa con hojuelas aovadas, que procede de América del Norte y se planta en los paseos de Europa.

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Se entiende que los diferenciadores d2 y d6 no son necesarios en el fitónimo secundario, anidado en la misma entrada que el principal. Pero estas definiciones no tienen en cuenta el formato en el que se consulta el texto, ya que en las obras digitales puede aparecer el fitónimo secundario sin necesidad de leer el principal. En ocasiones, aunque dos fitónimos no se presenten relacionados en el texto del diccionario, sí existe tal vinculación en la definición, ya que en ella se alude a una semejanza: “áfaca. Planta anual, arvense, de la familia de las papilionáceas, parecida a la lenteja”. En estos casos el número de descriptores es también muy reducido. Algo distinto es lo que sucede con aguaí, alarguez y alcaparra, voces en las que se hace referencia explícita a que el fitónimo nombra a un grupo de especies. El resto parecen indicar que se usan para una única especie, aunque no se cite nominalmente. Con respecto a la estructura de las definiciones que se encuentran en el DA, hay que partir del hecho de que este diccionario se elaboró como un único texto, por lo que la estructura de las definiciones es mucho más homogénea. Casi el único descriptor empleado es el que hace alusión al biotipo de la planta. Los diferenciadores son los mismos, pero aparecen en este orden: d2 + d1 + d5 + d7, y se añaden el nombre científico de la familia y el de la especie a la que se piensa que se refiere el nombre común. aguacate. Árbol (D1 y d2) de hasta 20 m de altura (d1), muy frondoso, de hojas siempre verdes, flores sin pétalos, pero con cáliz y fruto en forma de drupa piriforme u ovada (d5); en medicina tradicional, la hoja en cocción se usa contra la tos y la gripe (d7). (Lauraceae; Persea americana).

Antes de la definición se añaden las marcas geográficas y la etimología del vocablo. En los fitónimos secundarios solo aparece la referencia al principal y alguna palabra que ayuda a concretar la acepción relacionada: “aguacate cimarrón. Aguacatillo, árbol”, con lo que se indica que aguacate cimarrón es sinónimo del árbol aguacatillo y no de la madera de este árbol, que recibe el mismo nombre. La utilización de un fitónimo para designar una planta parece obedecer a un proceso mental de los hablantes que conocen un repertorio fitonímico y lo aplican según sus conocimientos sobre las características de la flora del territorio que nombran. Estos mecanismos tienen mucho que ver con la lógica booleana (Cooke, 2016). En esta línea, Cáceres-Lorenzo y Salas-Pascual (2020) diseñaron una investigación para identificar la tendencia realista

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o nominalista en la definición de un fitónimo utilizando el DA como material de estudio. Se pretendía conocer si los fitónimos respondían a un planteamiento realista (un fitónimo-una especie) o nominalista (un fitónimo-un conjunto de especies con características comunes). La conclusión sería la primera si el número de especies por fitónimo fuese muy bajo, tendiendo a 1, y si las especies con una misma designación vernácula estuviesen muy emparentadas (mismo género, igual familia). El concepto de fitónimo se acercaría más a lo nominalista si el número de especies designadas por un fitónimo fuese alto y si las especies designadas con un mismo nombre no estuviesen relacionadas, sino que las características comunes fuesen aspectos ecológicos, de uso, etc. Los resultados obtenidos en este trabajo, en el que se analizaron 4250 vocablos del DA son concluyentes: cada fitónimo designa una media de 2,5 especies; el 33,13 % de los nombres de plantas denominan a cuatro o más especies; cuantas más especies nomina un término vernáculo, menor grado de similitud taxonómica existe entre las plantas nombradas. Los fitónimos no son términos unívocos: una misma especie puede tener nombres comunes distintos en diferentes territorios, en un mismo idioma, e incluso recibir designaciones distintas en un mismo lugar, por razones diferentes. En conclusión, las designaciones utilizadas por el hablante se corresponden con un concepto nominalista de las especies. Llegados a este punto, ¿cómo deberíamos definir los fitónimos en un diccionario lexicográfico? Aunque sea solo una propuesta, creemos que plantear un sistema de elaboración de definiciones lexicográficas para los fitónimos es la única forma en la que podemos plasmar todo el contenido teórico que pretendemos desarrollar en este trabajo. Lo primero sería huir de las listas interminables de fitónimos derivados, muchos de los cuales no se emplean en el idioma hablado y están muy poco extendidos en el territorio hispanohablante. También habría que limitarse a los términos más utilizados, tanto por el número de hablantes como por la extensión territorial de los mismos. El resto quedaría para obras dialectológicas, documentos etnobotánicos o trabajos exclusivamente fitonímicos. En las definiciones no sería necesarios todos los descriptores analizados. La distribución de la planta (no la del uso del término), su altura, su empleo, taxonomía, ecología, solo se incluyen si forman parte de las características diferenciales del fitónimo. Los nombres vernáculos relacionados estrictamente con una única especie son muy pocos, si existe alguno; en el resto, se debería buscar qué aspectos comparten y utilizar únicamente estos descriptores.

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Por ejemplo, el fitónimo olivo se define en el DLE (2018) con un extensísimo texto enciclopédico: olivo. Árbol de la familia de las oleáceas, con tronco corto, grueso y torcido, copa ancha y ramosa que se eleva hasta cuatro o cinco metros, hojas persistentes coriáceas, opuestas, elípticas, enteras, estrechas, puntiagudas, verdes y lustrosas por el haz y blanquecinas por el envés, flores blancas, pequeñas, en ramitos axilares, y por fruto la aceituna, que es drupa ovoide de dos a cuatro centímetros de eje mayor, según las castas, de sabor algo amargo, color verde amarillento, morado en algunas variedades, y con un hueso grande y muy duro que encierra la semilla. Originario de Oriente, es muy cultivado en España para extraer del fruto el aceite común.

Toda esta información descriptiva se podría sustituir por el nombre científico, sin más, ya que en todo el ámbito castellanoparlante olivo es el nombre con el que se conoce una única especie, Olea europaea. En América es la designación que se le da, además, a otros tres árboles, a pesar de que Olea europaea también se cultiva en el nuevo continente. En España, donde es una planta tan conocida y utilizada, no ha habido posibilidad de emplear el término para denominar a otras plantas. Pero esta misma especie puede recibir también nombres como aceituno o aceituna, aunque, sobre todo, es frecuente el de acebuche (Morales, 1992). ¿Qué diferenciadores son necesarios para definir ambos términos, olivo y acebuche? Solo el nombre científico y la condición de cultivado o silvestre. Así, la definición de olivo podría tener una primera acepción, “árbol de la especie Olea europaea cuando está en cultivo”, y una segunda, “en América, conjunto de árboles de diferentes especies que por su porte son similares al olivo”. Mientras que acebuche podría tener como primera acepción “árbol de la especie Olea europea cuando crece silvestre”. Otras plantas que también reciben este nombre de acebuche —en Canarias, Olea cerasiformis, y en México, Celtis pallida o Amelanchier denticulata— deberían tratarse en obras lexicográficas dialectales o etnobotánicas. Pero no siempre existe esta vinculación entre nombre común y especie. Al contrario, lo más frecuente es que un fitónimo nombre varias especies de diferentes familias botánicas. Un ejemplo del que ya hemos hablado es el fitónimo pino. Según el DLE (2018), su definición es:

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pino. Árbol de la familia de las abietáceas, de tronco elevado, recto y resinoso y hojas persistentes en forma de aguja, cuyo fruto es la piña y cuya semilla es el piñón, y del cual existen diversas especies.

La tendencia podría ser la de asimilar el fitónimo con el género Pinus, pero la definición que incluye el diccionario, que se basa en el aspecto, se centra en un determinado grupo de especies del género Pinus, ni siquiera en todas las especies del género. El tronco de Pinus halepensis o el de P. mugo no son rectos ni muy elevados. Estas cualidades las pueden tener plantas de otros géneros y familias, por lo que en realidad, para el hablante mayoritario, un pino es cualquier árbol con hojas aciculares, ya sea una conífera del género Pinus o un árbol del género Casuarina. Por extensión, se denominan también pino otras muchas plantas con hojas en forma de aguja, aunque no sean árboles. La segunda cualidad que se asocia con este fitónimo es el aspecto piramidal del árbol. Esta es la característica que hace que se nombren como pinos otros árboles de hojas no aciculares, como Abies pinsapo, e incluso las inflorescencias de Agave americana. La definición de este fitónimo que proponemos para propiciar una comunicación más unívoca podría ser la siguiente: pino. Planta, por lo general un árbol, con las hojas aciculares y/o con porte piramidal. Por antonomasia, especies del género Pinus, pero por extensión nombra a otras muchas especies vegetales.

Algo similar ocurre con el fitónimo retama, cuya definición en el DLE (2018) es: retama. Mata de la familia de las papilionáceas, de dos a cuatro metros de altura, con muchas verdascas o ramas delgadas, largas, flexibles, de color verde ceniciento y algo angulosas, hojas muy escasas, pequeñas, lanceoladas, flores amarillas en racimos laterales y fruto de vaina globosa con una sola semilla negruzca, que es común en España y apreciada para combustible de los hornos de pan.

La definición académica coincide básicamente con la descripción de una especie concreta, Retama sphaerocarpa, pero el fitónimo incluye un número considerable de especies diferentes cuyas cualidades son básicamente dos: una principal, la ramificación de sus tallos (figura 1.2), y otra secundaria, los frutos en legumbre. En España, además de las características indicadas, las especies

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denominadas retamas suelen ser áfilas o con hojas muy pequeñas, pero en América esta cualidad puede no ser necesaria. De esta manera, las retamas son plantas de familias diversas (Fabaceae, Bignonaceae, Caesalpiniaceae) y géneros muy distintos (Retama, Cytisus, Teline, Parkinsonia, Tecoma, etc.), por lo que difícilmente pueden identificarse con una única especie. La definición de retama elaborada bajo la óptica de nuestras conclusiones podría ser: retama. Grupo de especies vegetales que comparten el tener una ramificación característica, con ramas finas, largas, flexibles, verduzcas, generalmente sin hojas o con hojas muy pequeñas, y con frutos en legumbre. Mayoritariamente son arbustos. ´

Figura 1.2. Dos retamas, Spartium junceum y Ephedra fragilis. Por sus ramas delgadas, finas y flexibles se puede llamar a ambas por este nombre, a pesar de que la segunda ni siquiera tiene pétalos en sus flores.

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1.2. Fitónimos técnicos y nombres comunes De todo lo anterior puede concluirse que las especies ni tienen todas un fitónimo ni poseen un único nombre común. Ello plantea serios problemas en la comunicación en cuanto a su empleo técnico y general —no en el uso cotidiano—, como se ha demostrado a lo largo de los siglos. Cuando, por ejemplo, se estudian las cualidades medicinales de la manzanilla, es imprescindible saber a qué tipo de manzanilla nos referimos. Esto no es necesario cuando, por ejemplo, un vendedor de hierbas medicinales de la sierra de Gredos, en Ávila, España, le explica a un vecino cómo puede curar o mejorar problemas digestivos. Ambos no conocen otra manzanilla que Santolina oblongifolia. Cuando a este especialista local en plantas medicinales lo entreviste un investigador en etnofarmacología, el entrevistador necesitará más información para saber a qué especie se está refiriendo, ya que conoce otros tipos de manzanillas (Chamaemelum nobile o Matricaria recutita). Es posible que este hecho fuerce al interrogado o al estudioso a añadir epítetos al fitónimo manzanilla para diferenciarla del resto de especies, y pasará a llamarla manzanilla de monte, manzanilla de risco o cualquier otra designación que ayude a su discriminación. Si el nombre lo propone el entrevistado, echará mano de los mecanismos populares de creación de fitónimos —que estudiaremos en el capítulo 3 de esta obra—, lo que dará lugar a un nombre derivado que puede o no tener uso entre los hablantes; pero si lo sugiere el entrevistador (manzanilla de Gredos, por ejemplo), no lo tendrá. Se habrá creado un nombre técnico.Este problema ya se ha intentado paliar muchas veces, y para ello nació la propia nomenclatura binomial linneana. Todas las especies tienen un nombre y el nombre es único para cada especie. La pregunta es, por tanto, si ya existen los nombres científicos, ¿para qué se crean los nombres técnicos? La creación de nombres técnicos parece una necesidad basada en tres pilares (Machado y Morera, 2005; Mateo Sanz, 2014): 1. El rechazo que producen los nombres científicos, latinos, entre el público en general, seguramente propiciado por su desconocimiento y por la poca importancia que se les da en la enseñanza obligatoria, los medios de comunicación, etc. 2. La divulgación, a gran escala, de los conocimientos sobre las especies vegetales. Cuanto más se habla de las plantas y más se divulgan sus cualidades, su importancia, etc., más necesario es nombrarlas de manera que sea posible completar el acto de comunicación.

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3. Los aspectos legales y comerciales que conlleva la declaración de especies protegidas, de utilidad pública, etc. En muchos de estos listados sobre especies protegidas, invasoras, comerciales, etc., es necesario añadir nombres comunes a los científicos para evitar confusiones que podrían tener efectos importantes de carácter legal. De ahí que, desde diversos medios, se proponga la elaboración de listados de nombres técnicos que sean unívocos, aun a pesar de crear términos inexistentes en el habla común (Olmstead et al., 1923; Mateo Sanz, 2014 y 2017; Machado y Morera, 2005). Dicha normalización está muy extendida en cuanto a la forma de nombrar a grupos zoológicos, como los peces o las aves. En la pesca, las denominaciones se regulan en España mediante un texto legal (Resolución de 24 de mayo de 2019); en México, a través de publicaciones editadas desde el Gobierno (Secretaría de Industria y Comercio, 1976); en Perú no existe esta lista oficial, que se reclama para evitar la sustitución de especies, es decir, la venta de una de peor calidad y precio por otra más caras (Riveros, 2018). En el mundo de las aves, el listado más empleado es el de Del Hoyo et al. (1992-2012). En España, el que publica SEO-Birdlife (Rouco et al., 2019). En Argentina ocurre algo similar, por lo que se tiene por “oficial” la lista de aves de la asociación Aves Argentinas, auspiciada en este caso por el propio Gobierno argentino (Roesler y González Táboas, 2016). En Ecuador, el listado de nombres es responsabilidad del Comité Ecuatoriano de Registros Ornitológicos (Freile et al., 2018). Como puede verse, los nombres técnicos ofrecen una solución útil para los zoólogos, botánicos y legisladores, pero presenta algunos inconvenientes para los lingüistas. Estos listados necesitan de dos mecanismos diferentes: por un lado, en las especies con diversos nombres comunes se debe escoger uno frente al resto; y por otro, en aquellas sin designación vernácula conocida se crea un nuevo nombre. En el primer caso se siguen una serie de pautas: escoger el de mayor uso, el que menos confusión produzca con otros nombres, etc.; pero, aun así, el hecho de promover un término en detrimento de otro altera el proceso diacrónico de un vocablo en determinado territorio. Por ejemplo, la especie canaria Adenocarpus foliolosus se conoce por el nombre técnico de codeso de monte (Machado y Morera, 2005: 202), aunque el fitónimo más utilizado en las islas Canarias (España) es el de codeso (DHECan). Se añadió el epíteto de monte para diferenciarlo de otras especies del mismo género que reciben idéntico nombre en la península ibérica y en

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territorio canario. La generalización de este uso puede afectar a algunos procesos léxicos que se están desarrollando en el norte de Gran Canaria. En amplias zonas de las medianías y cumbres de la isla la especie se designa como escobeso, un término generado por la asimilación de los fitónimos escobón, vernáculo de Chamaecytisus proliferus, y codeso. Ambas especies son arbustos altos, leguminosos, que crecen juntos en el paisaje de esta zona y se emplean para lo mismo, el forraje, por lo que no es de extrañar que sus nombres acaben por confundirse a pesar de que el hablante distingue perfectamente ambas plantas. En otra isla canaria, Lanzarote, se llama codeso a un pequeño matorral, Ononis hesperia, muy similar al anterior por su flor y su follaje, pero mucho más pequeño que el codeso de las islas occidentales. Esta especie recibe el nombre técnico de taboire de arena. En definitiva, el uso generalizado de estos nombres “oficiales” puede tener como consecuencia la desaparición de estos otros términos que nos ofrecen una visión mucho más amplia de los procesos lingüísticos que generan y mantienen la enorme riqueza léxica de la fitonimia canaria. Pero ¿en verdad la creación de términos técnicos puede influir en la fitonimia popular? Sin ningún tipo de duda, y lo pueden lograr de dos formas distintas: haciendo prevalecer un vocablo frente al resto o haciendo desaparecer los nombres tradicionales que se usaban para denominar a la especie. La creación de neologismos y su introducción en el léxico común de los hablantes no supone modificar este sino enriquecerlo, aunque estas incorporaciones no siempre son “inocuas” para el léxico fitonímico de un lugar. En palabras de Rosenblat (1965: 37-38): [...] cada región ha hecho evolucionar una serie de palabras en sentido divergente o ha relegado al olvido segmentos del léxico tradicional [...]. El léxico de cada región constituye un sistema coherente o cohesivo de afinidades y oposiciones, distinto del de otras regiones.

El primer aspecto, la elección de un término frente a otros, permite asegurar la pervivencia del nombre escogido y que adquiera una mayor relevancia frente a los no incorporados. Un claro ejemplo es el del fitónimo asignado al helecho Woodwardia radicans. Esta planta tiene una distribución disyunta, presente en España en la cornisa cantábrica y en Canarias. Aparece en el Listado de especies silvestres en régimen de protección especial (Real Decreto 139/2011) con el nombre de píjara, siendo este un término canario, en concreto de Tenerife (DHECan). En la actualidad, dicho término puede encontrarse

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en documentos de Asturias (Decreto 65/1995). En Galicia y Portugal se denomina fento do botón o feto de botao (Álvarez Arias, 2006; Ferreiro, 2017). En Cantabria y País Vasco, donde también se encuentra la especie, no recibe ningún nombre específico, cuestión que parece un tanto extraña, pues su presencia es relativamente abundante en esas zonas. De todas formas, la designación canaria píjara se encuentra asentada en los documentos oficiales de todo el Estado español. Un nombre conocido solo de la isla de Tenerife, y limitado al área exigua donde crece la planta en esta isla, se ha impuesto a los nombres comunes de la extensa zona peninsular donde crece. Sobre la elección de un nombre común oficial que hace desaparecer a otros podemos tomar el ejemplo del nombre común de la especie Aloe vera. Esta popular planta de origen sudafricano es conocida desde tiempo inmemorial por sus cualidades medicinales. La historia de su nombre está ligada a estas cualidades. A finales del siglo se llamaba aloe al jugo medicinal que se obtenía de ella, también conocido como acíbar, y los botánicos también nombraban así a la propia planta, a la que los hablantes no especialistas llamaban zabila o zábila. La herramienta Mapa de diccionarios informa sobre el proceso seguido por las designaciones árabes zábila y acíbar y el latinismo aloe (tabla 1.4). Tabla 1.4. Datos del Mapa de diccionarios

Fitónimos zábila acíbar aloe

Descripción en distintas ediciones del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) DRAE 1780 DRAE 1817 DRAE 1884 planta planta sinonimia de aloe zumo planta sinonimia de aloe sinonimia con planta zumo zábila

A finales del siglo la palabra aloe ya designaba la planta que producía el jugo medicinal: “Planta perenne, de la familia de las liliáceas, con hojas largas y carnosas” (RAE-Academia Usual, 1884). Esta definición se sigue recogiendo, con mínimas modificaciones, en el diccionario académico actual. Pero en las obras sobre este tema de la mayor parte del mundo hispanohablante, elaboradas mediante encuestas, se evidencia que la planta, todavía hoy, se denomina con el término zábila, y sus múltiples variantes —pita, zábila, zabila— y algunas intersecciones con el término acíbar (sibar), del

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que procede el arabismo zabila (Álvarez Arias, 2006; DLE, 2018). La enorme popularidad que ha adquirido esta planta en los últimos años ha forzado la normalización de su designación, y tanto la publicidad como la legislación —Orden APM/183/2018; Reglamento de Ejecución (UE) 2017/2470— han apostado por el término aloe. Es más, en muchos casos se emplea el nombre científico como común y aparece junto con el artículo: el aloe vera (por ejemplo, en Ruiz Caubín et al., 2012). Como consecuencia de este hecho, los nombres derivados de zábila o acíbar que se registraban en España para denominar a esta especie están desapareciendo. En el CORPES XXI podemos encontrar el número de veces que aparece un lema en una base de datos. Esta incluye más de 290 000 documentos de todos los países hispanohablantes publicados a partir de 2001. El término aloe lo encontramos 298 veces en 137 documentos, y las zonas donde se halla con mayor frecuencia son el Caribe continental y España. Por el contrario, los términos zábila o sábila y sus derivados se registran 191 veces en 91 documentos, pero todos de las zonas americanas. En otra base de datos, CDH, con más de 140 000 documentos desde 1064 hasta 2005, el fitónimo zábila y sus derivados aparece 59 veces en 33 documentos. Las zonas más representadas son España y, en menor medida, el Caribe continental. De hecho, en el DLE de 2018 el término zabila o zábila se incluye como un americanismo propio de Colombia, Cuba, Ecuador, Honduras, México, Nicaragua, Perú, República Dominicana y Venezuela. Y se presenta en el DA como el nombre con el que se conoce a Aloe barbadensis (un sinónimo de Aloe vera) en gran parte de los países americanos. Finalmente, vale la pena volver a insistir sobre el tema de la creación de términos técnicos que se incorporan al repertorio fitonímico local. Una planta que aparentemente no tiene un nombre local parece ser un problema para el legislador o el divulgador científico, por las razones ya apuntadas, y para paliarlo se han seguido tres tendencias distintas: 1. Modificar un nombre ya conocido para designar a la especie sin nombre común. 2. Utilizar su nombre científico para formar uno común. 3. Crear directamente la designación, utilizando alguna cualidad de la planta y la imaginación del autor. Para ejemplificar cada caso vamos a utilizar los listados de especies protegidas en diferentes países de habla hispana; al tratarse de documentos legales, estos términos adquieren la consideración de oficiales —Real Decreto

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139/2011 (España); Ministerio de Medio Ambiente (Chile); Diario Oficial (México), 2010; Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la República Dominicana, 2011; Diario Oficial (El Salvador), 2015—. Sobre el primer caso, en la modificación de términos conocidos es muy frecuente añadir el lugar donde crece la planta para crear el nuevo fitónimo: alfirelillo de Sierra Nevada (Erodium rupicola), tomillo de Taganana (Micromeria glomerata), siempreviva malagueña (Limonium malacitanum) (España); manzano de Juan Fernández (Boehmeria excelsa), higuerilla de Paposo (Croton chilensis) (Chile); palma de Guadalupe (Brahea edulis), oyamel de Jalisco (Abies hickelii) (México). Y en unos pocos casos se utiliza alguna cualidad de la planta, añadiéndola al nombre común preexistente: nenúfar amarillo pequeño (Nuphar pumila subsp. pumila), trébol de risco rosado (Dorycnium spectabile) (España); cactus raizón (Copiapoa megarhiza), helecho escamoso (Elaphoglossum fonkii) (Chile); mangle negro (Avicennia germinans) (México). Este grupo de términos no parecen muy artificiosos, ya que emplean en su formación los mismos procedimientos que el habla común. El segundo tipo es también muy frecuente en los listados oficiales de España: arenaria (Arenaria nevadensis), bencomia de Tirajana (Bencomia brachystachya); centaurea de Gredos (Centaurea avilae); erodio de Cañamares (Erodium paularense) y peperomia (Peperomia linaresii). En América: bromelia (varias especies de la familia Bromeliaceae) en El Salvador; cordia (Cordia fitchiii) en República Dominicana. Algunos fitónimos son traducciones literales del nombre científico, como lisimaquia menorquina (Lysimachia minoricensis) y silene de Ifach (Silene hifacensis). La penetración de estos términos en el habla común ha sido importante. Basten dos ejemplos citados con anterioridad: los fitónimos bencomia y silene de Ifach. Con respecto al primero, el fitónimo bencomia, procede del nombre genérico Bencomia, acuñado por los botánicos Philip Barker Web (1793-1854) y Sabino Berthelot (1794-1880) a mitad del siglo y dedicado a un caudillo o mencey guanche, Bencomo de Tenerife (islas Canarias, España). Este género comprende un grupo de arbustos, algunos altos, endémicos de Canarias y Madeira. Algunas de las especies del género pueden ser abundantes y formar pequeños bosquetes. En el norte de Gran Canaria, Bencomia caudata recibe el nombre de zumaquero. Otra especie del género, Bencomia exstipulata, el de rosal del guanche, término también creado y que no fue escogido por los

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redactores de los listados oficiales debido a las confusiones que podría producir. A pesar de la existencia de estos fitónimos, uno de ellos tradicional, bencomia se ha popularizado tanto que ya se incluye como canarismo en varios diccionarios dialectales y se emplea incluso en la literatura (DHECan). Fue usado por primera vez por el botánico alemán Gunther Kunkel (19982007), que trabajó y vivió muchos años en este territorio insular y que publicó este nombre como común para la especie Bencomia caudata en 1977. En menos de cincuenta años el término aparece en distintos tipos de documentos escritos no solo en prosa científica. Su oficialización le permite ganar incluso más popularidad a costa del fitónimo tradicional zumaquero. Si hablamos del segundo ejemplo, silene de Ifach, ya se está implantando como nombre propio de algunas instituciones de enseñanza. Por ejemplo, en la ciudad alicantina de Calpe existe una escuela infantil llamada Silene d´Ifac. Este empleo ha permitido que la planta sea muy conocida, tanto que ya no necesita el epíteto de Ifach y se le llama simplemente silene [las negritas son nuestras]: El Peñón de Ifach, eterno centinela del Mediterráneo, posee en su interior una planta extraordinaria en peligro de extinción, la silene. Si quieres verla, protegerla y plantarla, puedes hacerlo el 14 de diciembre. Ven, que la silene te espera en Calpe. El Parque Natural del Peñón de Ifach, en Calpe, propone a los amantes de la naturaleza una actividad extraordinaria: la plantación de silenes. (Turisme Comunitat Valenciana, 2014)

No son pocos los nombres semicientíficos creados de este modo que ya han entrado en los diccionarios académicos: araucaria, de Arauco, región de Chile; astromelia, de Claus von Alstroemer (1736-1794), botánico sueco; begonia, de M. Bégoll (1638-1710), gobernador francés de Santo Domingo y promotor de la botánica; bignonia, de J. P. Bignon (1662-1743), bibliotecario de Luis XIV; buganvilla, de L. A. de Bougainville (1729-1811), navegante francés; chinchona, de la condesa de Chinchón, Ana de Osorio, virreina del Perú de 1628 a 1639, que se curó con ella; cinia, de J. G. Zilm (1727-1759), médico y botánico alemán; cortés, de Hernán Cortés, conquistador español (1485-1547); malinche, de la esclava mexica que desempeñó un papel importante en la conquista española de México como intérprete, consejera y amante de Hernán Cortés; dalia, de A. Dahl (1751-1787), botánico sueco; feijoa, de J. da Silva Feijoa (1760-1824), botánico portugués; fucsia, de L. Fuchs (150l-l566), médico y botánico alemán; gardenia, de A. Gardell (1730-1791),

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médico y botánico escocés; magnolia, de P. Magnol (1638-1715), botánico francés, etc. Por último, los ejemplos de creaciones nuevas, sin relación con otros fitónimos ni con nombres científicos, son escasos y difíciles de detectar, ya que el legislador no suele indicar si un nombre es popular o de creación propia, y solo se produce la creación cuando se asume que todas las plantas deben tener una designación vernácula. En el listado español de plantas protegidas aparece un único ejemplo, el fitónimo planta piedra, nombre que se asigna a Arenaria alfacarensis. El nombre común existe, pero se aplica a las especies del género Lithops, que realmente se asemejan a piedras y son muy apreciadas como plantas ornamentales (Rivas Rossi, 1996). Los redactores del listado, al no conocer la denominación fitonímica tradicional de la especie, creyeron adecuado inventar otro atendiendo al porte y aspecto de la planta, que crece tapizando las rocas, a pocos centímetros del suelo. Pero la especie tiene, además, un nombre común popular, pisapastores, propio de las sierras de Jaén y Murcia, donde crece. En los registros americanos de plantas protegidas no todas las especies poseen un nombre común, e incluso hay países en donde estos nombres no se incorporan: Cuba (González Torres et al., 2016), Honduras (Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente, 2008) o Panamá (Ministerio de Ambiente de Panamá, 2016). Es previsible, entonces, que no se incluyesen términos creados ex profeso para estos documentos legales. En los listados normalizadores, como el de los nombres de las plantas canarias (Machado y Morera, 2005), sí hay ejemplos de esta necesidad creativa. En este caso, la creación ha seguido vías tradicionales y se ha recurrido al aspecto de la planta para crear su nombre. Algunos ejemplos son: algafitón, nombre creado mediante el aumentativo de algáfita, fitónimo con el que se conoce en Canarias a Sanguisorba megacarpa. Las plantas llamadas algafitón (Dendriopoterium menendezii y Dendriopoterium pulidoi) se asemejan a la algáfita, pero mientras que esta última es una pequeña hierba, las primeras son arbustos de hasta dos metros de alzada. Desde la creación de dicho listado, en 2005, estos términos han empezado a utilizarse en documentos informativos y legislativos. Ya se emplean de manera frecuente en el vocabulario de los técnicos que trabajan en medioambiente en Canarias. Una búsqueda en internet de este término produce más de cuatrocientos resultados. Es cuestión de tiempo que el fitónimo entre a formar parte de los diccionarios de canarismos.

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Otras invenciones son: pompón de Las Cañadas (Erigeron calderae), nombre de una planta cuya infrutescencia forma estructuras esféricas, similares a las del diente de león (Taraxacum officinale), y que crece en el parque nacional de Las Cañadas, en Tenerife; miseria de camino (Aphanes microcarpa), hierba muy pequeña que nace en los caminos, en zonas pisoteadas (figura 1.3). El término pompón de Las Cañadas también se está utilizando en listados y documentos técnicos, ya que se trata de una especie endémica y protegida, mientras que el fitónimo miseria de camino, al denominar a una especie con otros nombres comunes en castellano (pie de león) y no ser una planta protegida ni de interés comercial, no ha tenido un gran uso entre los técnicos.

Figura 1.3. La hierba Aphanes microcarpa, a la que se dio el nombre de miseria de camino por su pequeño tamaño y por crecer en zonas pisoteadas.

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En conclusión, los nombres técnicos tienen una importancia práctica en los ámbitos legales y divulgativos, pero es importante que no interfieran con los procesos lingüísticos de creación de léxico popular. Para ello es necesario que, antes de crearlos, se tengan en cuenta todos los aspectos tratados en este capítulo, así como conocer muy bien si existen o no nombres populares que cumplan la función necesaria; pero también es preciso que los lexicógrafos distingan bien este tipo de términos del resto de fitónimos, y lo indiquen en sus bases de datos y diccionarios.

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2. RIQUEZA LÉXICA DE LOS FITÓNIMOS

Siempre es complicado hablar de la importancia del léxico de un idioma. ¿Hay algo más importante que las palabras? El mundo toma forma cuando lo nombramos, por lo que cuantas más palabras utilicemos mayor será nuestra percepción de la realidad, mejor podremos comunicarnos y explicarnos. Desde el punto de vista botánico, una especie no existe hasta que se nombra. Quien descubre una nueva especie vegetal lo primero que debe hacer es darle un nombre; si se describe y no se le da un nombre o se la nombra de manera incorrecta (sin seguir las normas del Código de Nomenclatura Botánica), no se ha hecho nada. Otro científico deberá hacerlo bien y se llevará todos los honores, y su propio nombre quedará unido de por vida al de su descubrimiento. El nombre lo es todo (Ceballos Jiménez, 1986; Turpin, 1987; Hochard-Bihannic, 2008; Lliteras, 2010; Earle, 2012). Pero cuando se habla de importancia se suelen indicar otros aspectos, como si existe un gran número de ellos, si han sido estudiados con anterioridad o si tienen alguna utilidad adicional a la de nombrar a las plantas que citan. 2.1. Análisis cuantitativo y sus variables En cuanto al número, hay que diferenciar claramente su presencia en los diccionarios normativos y en los dialectales (Fajardo Aguirre, 2018). En el DLE (2018) existen aproximadamente unos 4000 que se refieren a algas, arbustos, árboles, helechos, palmeras, matas, musgos, plantas o hierbas. Este número representa un 4,55 % de las 88 000 entradas de esta obra lexicográfica. Si pensamos en que, de estas entradas, solo 22 711 son sustantivos, estos

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fitónimos constituyen el 17,6 %. Simplemente para comparar, podemos indicar que los zoónimos presentes en el DLE (2018) que pertenecen a los animales vertebrados suman 1626, menos de la mitad que de fitónimos. Y del grupo más numeroso de todos los seres vivos, los insectos, tan solo aparecen 211 ejemplos. De los nombres que se emplean para denominar a los diferentes grupos de seres vivos, los fitónimos son, pues, los mejor representados, quizás porque en los diccionarios académicos de la lengua española del siglo se han actualizado muchos lemas con respecto a ediciones anteriores (López Morales, 2004; Porto Dapena, 2006). Las vías de renovación han sido las encuestas para los atlas etnolingüísticos y geográficos, además de otros cuestionarios elaborados para investigaciones de campo de tipo sociolingüístico (Lope Blanch, 1969; Alvar, 1982). Datos similares encontramos en los diccionarios dialectales como el DA, con 70 000 palabras provenientes de investigaciones dialectales de todos los estados americanos que hablan lengua española. Tras nuestras pesquisas en el DA hemos recopilado 5455 fitónimos, poco más del 7,8 % del total. Esta información sobre la realidad panamericana se ve modificada con los trabajos dialectales o las recolecciones de fitónimos en áreas más reducidas que proporcionan una densidad de fitónimos mucho mayor. A modo de ejemplo, en una ciudad como Bogotá (Colombia) se han recopilado 1566 nombres comunes para 951 especies que crecen en ella (Rodríguez et al., 2019) y en la provincia de Albacete (Castilla-La Mancha, España) se recogieron 3499 nombres populares asociados a 1135 especies vegetales (Fajardo et al., 2013). Queda claro que la importancia numérica de los fitónimos, en cualquier idioma y sus variedades, es grande, y porcentualmente mayor cuanto más reducido es el ámbito territorial estudiado. Es muy frecuente encontrar diferencias entre los nombres comunes de plantas empleados en pueblos, islas o municipios vecinos. Estas diferencias indican tanto procesos históricos y sociales distintos como aspectos ecológicos diferentes o aspectos lingüísticos, como el plurilingüismo. Diferencias originadas por cuestiones históricas o sociales son, por ejemplo, las que encontramos en la isla canaria de El Hierro (Islas Canarias, España). Esta isla es la más pequeña y aislada del archipiélago con respecto a las rutas comerciales (Unesco, 2011), lo que le ha proporcionado una fitonimia singular con muchos términos exclusivos que denominan a plantas que viven también en las demás: mol es la designación local para Artemisia thuscula, que en el resto de Canarias recibe otros nombres, sobre todo el de incienso;

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calcosa es el término vernáculo en El Hierro y Lanzarote para denominar a Rumex lunaria, conocida como vinagrera en el resto de las islas de Canarias; irama es el fitónimo asignado a Schyzogyne sericea, planta que en las otras islas se conoce como dama, etc. (DHECan). Los aspectos ambientales son fundamentales para la flora y la vegetación de una región, por lo que estarán directamente relacionados con la riqueza fitonímica de esa zona. En lugares con condiciones ecológicas muy homogéneas, donde la biodiversidad no es muy elevada, el número de fitónimos será consecuentemente menor que en aquellas otras donde la amplitud de condiciones ambientales permite la existencia de una mayor diversidad biológica. En este mismo trabajo trataremos con detalle esta relación entre biodiversidad y riqueza fitonímica. Baste decir ahora, como ejemplo, que dos países de superficie similar, Alemania y Ecuador, cuentan, respectivamente, con 3000 y 18000 especies de plantas citadas en su territorio (Völkl, 2004; Bravo Velásquez, 2014). Con esta diferencia es perfectamente explicable que ambas naciones puedan tener repertorios fitonímicos cuantitativamente distintos. La riqueza numérica fitonímica de un lugar también está muy relacionada con el número de lenguas que se hablen en él. El caso de la España peninsular, con sus distintas lenguas y variedades, se convierte en un ejemplo paradigmático. En un territorio de poco más de 500 000 km2 donde viven unas 7500 especies de plantas se han recopilado 86 203 vocablos fitonímicos (Álvarez Arias, 2006). Estos se reparten entre términos castellanos, catalanes-valencianos-mallorquines, vascos, galaico-portugueses, bables y aragoneses (Anthos; DCVB; DALLA; Corominas y Pascual, 1980-1991; DECat). A modo de ejemplo, Navarra (España) se divide oficialmente en tres áreas lingüísticas: de habla vasca, mixta y de habla no vasca, y un estudio realizado por Cavero et al. (2011) con 253 informantes en 120 puntos arroja un conocimiento de 179 plantas con usos medicinales que reciben más de 300 denominaciones en castellano o vasco. Algo similar sucede en América, donde un fitónimo alterna designaciones indígenas y otras de clara influencia española: es el caso de Clidemia hirta, que se le conoce en el Caribe insular con el indigenismo nigua y con la lexía compuesta friegaplatos. Los datos cuantitativos se complementan con la información heterogénea que un investigador puede emplear para estudiar la importancia o la riqueza de los fitónimos. Si los nombres comunes de plantas son un material importante de primer orden, desde un punto de vista interdisciplinar, no es solo por su número sino por el conocimiento que aportan: información sobre la planta

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que nombran, sus aspectos morfológicos, ecológicos, corológicos, sus usos; información sobre los hablantes que los utilizan, sus creencias, sus gustos, su sentido del humor, su cultura, e información sobre la lengua en la que se generan, cómo se crean nuevos términos, su sonoridad, su historia y sus relaciones con otras lenguas. A partir de los nombres de la España continental de la especie Cistus salviifolius es factible obtener una perfecta descripción de cómo es la planta (García Rollán, 2009): un arbusto de aspecto oscuro (botja negra; botja, del valenciano y catalán, “arbusto no muy alto y redondeado”; carpaza moura, xara moura; estepa negra), con hojas similares a las de la salvia (jara de hojas de salvia), peludas (estepa borrera), más pequeña que Cistus populifolius (denominada jara macho, frente a la jara hembra, que es C. salvifolius), con flores blancas (estepa blanca; escoba blanca, ardivieja blanca), de aspecto cónico al abrirse (apagalumbres). También nos habla de su uso como planta forrajera (jaguarzo vaquero) o de que los sapos la escogen para esconderse y dormir entre su espesura (chocasapes; del catalán-valenciano ajocar “acurrucarse para dormir” y sapo “sapo”). Si queremos saber qué usos tradicionales tiene una planta determinada, en ocasiones bastará con conocer sus nombres comunes. Así, la especie Lepidium latifolium, conocida como rompepiedras en toda España y como herba del mal de queixal (“hierba del dolor de muelas”) sirve, como cabía esperar, para deshacer los cálculos renales y, entre otras cosas, disminuir los dolores de muelas en Cataluña (España) (Álvarez Arias, 2006). Algo parecido sucede con la designación de tapaculos, nombre con el que se conocen en América al menos dos especies de árboles: en Colombia, una planta perteneciente al género Carica, similar a la papaya (Carica papaya); y en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, Guazuma ulmifolia (DA). También, según el DLE (2018) y el DA, la planta espantalobos se refiere a que sus frutos se llenan de aire, lo que produce bastante ruido; hueledenoche designa al arbusto tropical con flores que despiden fragancia en horas nocturnas; jaboncillo al árbol americano cuya pulpa, junto con el agua, da lugar a algo parecido al jabón; matacallos es una “planta de Chile y del Ecuador semejante a la siempreviva cuyas hojas se emplean para curar los callos”; y una hierba anual de las labiadas recibe el nombre de miona por su acción diurética. Los fitónimos nos aportan información sobre la historia de una planta. La especie hoy denominada mayoritariamente en español como maní, cacahuete o cacahuate, Arachys hypogaea, se originó mediante la hibridación artificial

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de dos especies silvestres andinas y se cultiva en los Andes bolivianos desde hace unos 9000 años (Bertioli et al., 2016). Esta planta recibió el nombre quechua de inchik. Desde aquí se extendió por todo el continente americano hasta llegar hace al menos unos 2000 años a Mesoamérica, donde se llamó, en nahua, tlacáhuatl. Probablemente se trasladó desde Centroamérica a las islas del Caribe, y allí se le dio el nombre taíno, maní, que aparece en dos textos, uno de 1526, en Yucatán, y otro de 1546, en la República Dominicana (Boyd Bowman 2003). Los colonizadores españoles conocieron la especie en ambos lugares y se la incluye como ingrediente de su alimentación. Hoy se la nombra en toda América como maní, aunque en Mesoamérica se emplea más el término cacahuate (del nahua tlalcacahuatl, de tlalli, “tierra”, y cacahuatl, “cacao”) y en el español peninsular cacahuete (Moreno de Alba, 1992; CDH; Cala Carvajal, 2001). Además, en España se le llamó, por su origen, cacahuete de México o avellana americana (Colmeiro, 1858: 28). Se cultivó principalmente en la zona levantina, de ahí su denominación como avellana de Valencia (Colmeiro, 1871). En Portugal su historia es otra, y por tanto su nombre también es diferente: el contacto con esta planta se inició en Brasil, por lo que en portugués se le llama amendoin, mandobi, mandoin y otras variantes de la voz mandubí. Todos estos términos derivan del tupi-guaraní manduuí o manduví, que significa “enterrado”. Mandubí también aparece en documentos españoles del siglo en el Paraguay (Boyd Bowman, 2003). Los diferentes nombres comunes de la especie nos explican el recorrido histórico de este cultivo desde su creación en los Andes hasta su extensión actual. La asimilación de estos fitónimos amerindios en diferentes lenguas nos permite entender aspectos de su comportamiento frente a los préstamos léxicos. Utilizando el mismo ejemplo de Arachys hypogaea comprobamos que, en los países mayores productores de este recurso —Estados Unidos, Países Bajos y China—, los fitónimos más utilizados para denominar a la especie son peanut, groundnut o monkeynut, en inglés, aardnoten, grondnoten o pinda’s, en neerlandés, y 花生 (huāshēng), en chino. Como se observa, ninguno de estos idiomas asimiló alguno de los nombres comunes americanos, mientras que el español, el portugués y el francés sí hicieron suyas las voces indígenas americanas para llamar a la planta. Esta capacidad para absorber nombres de plantas preexistentes o para crear nuevos fitónimos puede estar relacionada con la idiosincrasia propia de los hablantes de cada lengua y sus sociedades o con aspectos propios de cada idioma —afinidades fonéticas, dificultad en la pronunciación, etc—.

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Fitónimos en el español panhispánico

Con estos ejemplos queremos hacer evidente el caudal de información que proporcionan los fitónimos. Esta es su principal importancia, lo que les convierte en materiales muy adecuados para trabajos interdisciplinares (Torres, 2005; López, 2009). Pero para poder emplearlos de la manera más adecuada y obtener información fiable es necesario conocer cuáles son sus características, ventajas e inconvenientes para su utilización en cualquier trabajo de investigación o, dicho de otro modo, para qué los podemos utilizar y para qué no son útiles. Ya hemos hablado en este capítulo de la importancia numérica de los fitónimos en el español. Recordemos aquí algunos datos: constituyen un 4,55 % de las 88 000 entradas del DLE (2018), el 17,5 % de los sustantivos de este diccionario y el 6 % de las palabras que incluye el DA. En los pocos países hispanohablantes en los que se ha realizado una recopilación de estos nombres comunes de plantas, el número es impresionante. En Cuba, a principios del siglo se conocían poco más de 4500 fitónimos (Roig y Mesa, 1928); en México se han reunido 18 000 (Martínez, 1979; White, 2003); en Colombia se superan los 20 000 (Bernal et al., 2017); en España, 86 000 (Álvarez Arias, 2006), y parece que el número solo depende del esfuerzo recolector. La inexistencia de trabajos recopilatorios fitonímicos en muchos de los países latinoamericanos hace imposible un análisis riguroso de las razones de esta riqueza. Pero sí podemos llevar a cabo un análisis en el que este esfuerzo no sea un factor determinante. Para ello nos basaremos en una única obra, el DA, en el que, en teoría, están igualmente representados los vocabularios de todos los países americanos de habla española. Los datos de España se extraen del DLE (2018). Parece lógico pensar que el número de fitónimos de un territorio debe estar relacionado con una serie de variables, entre las que se encuentran la biodiversidad vegetal, los números de lenguas habladas y de hablantes de cada lengua, así como la extensión del lugar. Con estas variables se ha confeccionado la tabla 2.1, en la que se indican todas estas variables: número de fitónimos por país, número de especies vegetales por país, superficie de cada país, población, número de idiomas con más de 500 000 hablantes en el país y porcentaje de población indígena. Este último dato nos servirá para representar la cantidad de hablantes de las diferentes lenguas autóctonas de cada región.

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2. Riqueza léxica de los fitónimos

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Tabla 2.1. Fitónimos por país y datos de las variables relacionadas País Ar

Fitónimos N.º en el DA de especies 609 12 000

Superficie (km2) 8 500 000

Lenguas

Población

1

44 723 000

Población indígena (%) 1,5

Bo

477

20 000

1 100 000

3

1 1390 000

59,2

Ch

327

7000

915 000

1

18 880 000

5,7

Co

610

48 000

1 142 748

2

49 737 000

2,2

CR

284

8500

51 100

1

5 032 000

0,8

Cu

366

6500

110 000

1

1 121 2000

0

Ec

381

21 000

283 561

2

17 170 000

33,9

Es

2 133

7600

505 944

4

46 720 000

0

ES

453

3411

21 040

3

6 675 000

2,3

Gu

469

7754

109 000

2

17 545 000

59,7

Ho

804

8000

112 100

2

9 087 000

3,2

Mx

1 145

25 000

1 964 375

4

125 357 000

7,5

Ni

427

5976

121 430

1

6 494 000

8

Pa

439

10 115

74 180

1

4 190 000

2,3

Pe

480

17 144

1 285 216

3

32 362 000

36,8

PR

830

3500

9104

2

3 195 000

0

Py

125

13 000

410 000

2

7 104 000

2,3

RD Ur Ve

483 223 254

6000 2500 21 073

47 900 175 000 916 445

1 1 2

10 315 000 3 512 000 32 030 000

0 0 1,5

Ar: Argentina; Bo: Bolivia; Ch: Chile; Co: Colombia; CR: Costa Rica; Cu: Cuba; Ec: Ecuador; Es: España; ES: El Salvador; Gu: Guatemala; Ho: Honduras; Mx: México; Ni: Nicaragua; Pa: Panamá; Pe: Perú; PR: Puerto Rico; Py: Paraguay; RD: República Dominicana; Ur: Uruguay; Ve: Venezuela.

Un análisis de regresión lineal, en el que la variable dependiente es el número de fitónimos en el DA y las independientes son el resto, nos proporciona la tabla 2.2 de correlaciones. Tabla 2.2. Resultado de la regresión lineal entre el número de fitónimos de cada país y el resto de variables analizadas

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Fitónimos en el español panhispánico

Variables

Lenguas

Población

0,183

0,297

0,538

Población indígena (%) 0,161

1

–0,049

0,405

–0,050

–0,049

1

0,581

0,288

N.º de especies

Superficie

N.º de especies

1

Superficie

0,183

Lenguas

0,297

Población

0,538

0,405

0,581

1

–0,034

Población indígena (%)

0,161

–0,050

0,288

–0,034

1

Fitónimos en el DA

0,028

0,083

0,649

0,504

–0,124

Como se aprecia en esta tabla, solo aparecen como significativas las variables “número de lenguas” y “población”. Es curioso cómo no parecen indicadoras ni la diversidad vegetal de un territorio ni la superficie del mismo. Parece claro de que lo primero se infiere la importancia del número de especies que no tienen un nombre científico registrado. Muchas de ellas, con distribuciones muy reducidas o sin una relación con el ser humano, no poseen un nombre común. La superficie no es tampoco trascendente: países pequeños, como España, tienen un elevado número de fitónimos, mientras que otros muy grandes, como Argentina, no presentan en el DA un gran conjunto de nombres comunes. El hecho de que el número de lenguas sea la variable más influyente sobre el número de fitónimos de cada país, mientras que el porcentaje de población indígena es inversamente proporcional a este dato, aunque muy poco representativo, puede entenderse como una contradicción. Con mucha probabilidad se debe a que el diccionario utilizado, el DA, aunque incluye un elevado número de indigenismos, solo presta atención a los que se emplean cuando el hablante se expresa en idioma español. Existen muchos fitónimos locales, utilizados exclusivamente en lengua indígena, que no se recogen en este análisis. Esto redobla la importancia del plurilingüismo como variable más significativa que influye sobre la riqueza fitonímica de una región. Pero no debe ser la única, ya que países con un único idioma, como los caribeños Puerto Rico, Cuba o República Dominicana, tienen también una riqueza léxica importante. Pero para valorar de manera efectiva este parámetro sería necesario trabajar con recopilaciones más exhaustivas de los nombres comunes de las plantas de cada país. La diferencia entre el número de fitónimos recopilados en los diccionarios analizados y el que presentan las bases de datos existentes es demasiado grande como para dar estas cifras como representativas. Por ejemplo, el DA incluye 327 fitónimos propios de Chile, mientras que, ya en 1930,

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2. Riqueza léxica de los fitónimos

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Baeza había recopilado más de 800 (Baeza, 1930). Este mismo diccionario cita 610 fitónimos colombianos, y en la base de datos “Nombres comunes de las plantas de Colombia” se citan más de 20 000 nombres; en México, mientras el DA registra poco más de 1100 fitónimos, el diccionario Elsevier’s Dictionary of Plant Names of North America including Mexico presenta más de 18 000 (White, 2003). Es necesario realizar trabajos recopilatorios de todo este acervo cultural para que podamos tener una visión más real de la importancia de este segmento del léxico popular panhispánico. 2.2. Parámetros de vitalidad Otra cuestión vinculada con la riqueza es la vitalidad que pueden mostrar los fitónimos en los repertorios lexicográficos actuales. La vitalidad del vocabulario, en general, según M. Sala et al. (1977: 9), se mide a través de tres parámetros principales: 1. Difusión geográfica, que equivale a voces que superan geográficamente el área de la que son originarias o se ha difundido por varios países. 2. Productividad, es decir, “voces que tienen por lo menos un derivado”. 3. Riqueza semántica, o sea, “voces que actualmente tienen por lo menos un sentido nuevo, además del sentido primario”. El primer parámetro puede ejemplificarse con las voces de procedencia árabe que utilizan el descriptor plantas en su definición en el DLE (2018) y que se utilizan en las hablas americanas, como vocabulario propio, para designar en unos casos la misma planta que en España y en otros, especies diferentes. En el DLE (2018), estos fitónimos de origen árabe son 107 y la mayoría términos que perviven desde el origen de la lengua. Solo en unos pocos casos se trata de arabismos más modernos, procedentes del sureste asiático (Indonesia, Filipinas), como bancal o ben. El uso americano de los arabismos medievales implica la expansión de estos términos. De los 107 nombres, más del 60 %, 67 se emplean en América, según el DA (tabla 2.3).

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Fitónimos en el español panhispánico

Tabla 2.3. Difusión americana, según el DA, de los fitónimos de origen árabe que aparecen en el DLE (2018)

Fitónimo

Se usa en América

Fitónimo

Se usa en América

Fitónimo

Se usa en América

Fitónimo

Se usa en América

ababol

x

alcaucil

x

anea

x

jebe

x

abelmosco

-

alcazuz

-

arrafiz

-

jenabe

-

acebuche

x

alcohela

-

arrayán

x

lila

x

acelga

x

alcotán

x

arroz

x

lima

x

aceña

-

alerce

x

atabaca

-

limonero

x

acíbar

-

alfalfa

x

atocha

-

matalahúva

-

ajedrea

x

alficoz

-

aulaga

x

mazacote

x

ajenuz

x

alfiler

x

azafrán

x

nenúfar

x

ajomate

-

alfóncigo

x

azándar

-

orozuz

x

ajonjolí

x

algalia

x

azucena

x

retama

x

alarguez

-

algarroba

x

azufaifo

-

sandía

x

alazor

x

algazul

-

azúmbar

-

sebestén

-

albahaca

x

algodón

x

bancal

-

secácul

-

albaida

-

alharma

-

ben

-

tabaco

x

albardín

-

alhelí

x

berenjena

x

tagarnina

x

albaricoque

x

alheña

x

biznaga

x

támara

-

albérchigo

x

alholva

x

candil

x

tamarindo

x

albihar

x

alhuceña

-

cazuz

-

toronjil

x

albohol

x

aljuma

x

cedoaria

x

turbit

x

alboquerón

-

almea

x

cubeba

-

zabila

x

albudeca

-

almez

-

cúrcuma

x

zagua

-

alcabota

-

almoraduj

-

cuscuta

x

zahína

-

alcachofa

x

alpiste

x

espinaca

x

zanahoria

x

alcandía

-

alquequenje

x

galanga

x

zaragatona

x

alcanfor

x

altabaca

-

jaguarzo

-

zaragüelles

x

alcaparra

x

altramuz

x

jara

x

zulla

-

alcaravea

x

alubia

x

jazmín

x

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2. Riqueza léxica de los fitónimos

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Algunos de estos fitónimos de origen árabe han dejado de utilizarse incluso en España, como abelmosco. A pesar de que siguen apareciendo en el DLE (2018), no hay referencias actuales para abelmosco en las bases de datos CDH y CORPES XXI y su significado es asumido por algalia, que también es un arabismo y que sí pasó al Nuevo Continente, ya que hay referencias sobre su uso en Argentina y Cuba durante los siglos y (CDH y CORPES XXI). Del arabismo albihares solo aparecen ejemplos americanos en Perú. Pero su origen implica que en algún momento debió usarse en la Península, aunque no se tengan pruebas actuales del hecho. Otros muchos de estos fitónimos de origen árabe no lograron pasar al español americano, a pesar de ser muy empleados y conocidos en el español peninsular. Esto ocurre con albaida, albardín, almez, altabaca, cubeba o jaguarzo. Por ejemplo, cubeba tiene 108 referencias en España, en 28 documentos de todos los intervalos temporales (CDH y CORPES XXI). La fuerte relación de estos fitónimos con las especies que nombran y la inexistencia de estas plantas en América pueden explicar esta ausencia, pero no siempre ocurre así. En España, un fitónimo más extendido que todos los anteriores y también ligado a un grupo concreto de especies, jara, también aparece en América, unas veces como fitónimo, nombrando varias especies mexicanas (Baccharis salicifolia, Bidens bigelovii, Leonotis nepetaefolia) (White 2003: 333), y otras designando a los coches de policías, a los propios policías o como sinónimo de flecha, al igual que en el castellano peninsular: “en segundo a Cristo con el corazón atravesado por unas jaras con colores nacionales” (Chile, 2005, CORPES XXI), “Lo esposaron y lo montaron en la parte de atrás de la jara” (Puerto Rico, 2006, CORPES XXI). Algunos de estos arabismos se emplean en América, pero sin valor fitonímico, como ocurre con zaragüelles. Finalmente, el nombre cuscuta se utiliza hoy en América tras la españolización del nombre científico y no a causa de la expansión del nombre común. Los otros dos indicadores que muestran la vitalidad son: 1. Los cambios en el aspecto formal, es decir, el hecho de que el fitónimo sea consecuencia de una derivación, composición o creación. 2. La riqueza en el plano semántico, porque reúne más de un significado o porque se refiere a otra planta distinta a la original. Con el fin de presentar la vitalidad de los nombres vernáculos se ha elaborado un lexicón de ochenta ejemplos extraídos del DLE (2018) mediante una búsqueda en la que se ha aplicado el descriptor “planta perenne”. Con estos

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Tipo

Voces

Tipo

acanto

2b

cabezuela

2a

acedera

3

cantueso

1b

agérato

1b

capitaneja

2a

agrimonia

2a

carricera

2a

agripalma

4

cebolla albarrana

5

aguavientos

5

centaura

1b

aguileña

2a

cinta

2b

ajenjo

1b

cola de zorra

5

ajo chalote/ajo de ascalonia

4

crisantemo

1b

ajonjera

2a

cruz de Jerusalén

5

alcanforado

2a

dragón

2b

aleluya

2b

enredadera

2a

algodoncillo

1a

esquenanto

0

alisma

0

farolillo

2a

almizcleño

2a

grama del norte

4

aloe

1b

heno blanco

4

amarguera

2a

lastón

2a

amelo

0

lepidio

0

amormío

5

macuca

1b

arestín

2a

malvavisco

4

argentino

2a

maya

2a

arísaro

0

pachulí

0

árnica

1b

palo

2a

aro

1b

polígala

0

arta de monte

5

primavera

2a

asa fétida

5

pulsatila

0

asarina

1a

rapónchigo

0

ásaro

0

reina de los prados

5

azucena

1b

ruda

1b

azucena anteada

4

santónico

2b

azucena de Buenos Aires

4

sargadilla

1a

azucena de Guernesey

4

siempreviva mayor

4

azúmbar

2a

simbol

0

balsamina

2a

terciopelo

2b

Fitónimos.indb 62

barba cabruna

5

tojo

1b

barbaja

2a

tomillo

1b

barrón

1a

totora

0

begonia

2a

triguero

1a

belladona

5

vencetósigo

5

brusco

2a

viborana

2a

0: No han cambiado desde su creación a partir de la lengua original fitónimos 1a. A partir de un fitónimo preexistente mediante derivación y cambio o ampliación de significado. 1b: A partir de un fitónimo preexistente, solo mediante cambio o ampliación de significado. 2a: A partir de un término no fitonímico, mediante derivación y cambio o ampliación de significado. 2b: A partir de un término no fitonímico, solo mediante cambio o ampliación de significado. 3: A partir de otro preexistente, mediante derivación y cambio o ampliación de significado, que a su vez procede de un término no fitonímico mediante el mismo mecanismo. 4: Por composición, a partir de un fitónimo y un no fitónimo. 5: Por composición, a partir de términos no fitonímicos.

Tabla 2.4. Vitalidad actual de fitónimos que nombran “planta perenne” registrados en el DLE (2018)

Voces

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2. Riqueza léxica de los fitónimos

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ochenta términos se ha elaborado la tabla 2.4, en la que pueden observarse los indicadores anteriormente mencionados. Entre estos ochenta nombres encontramos los siguientes tipos de fitónimos formados mediante los recursos o procedimientos que se muestran. El número de cada tipología nos aporta mucha información sobre la riqueza de este grupo de voces (tabla 2.5). De los ochenta fitónimos, solo doce no han sufrido cambios desde su formación, si proceden del latín, o desde su adquisición por el español, si se han introducido a partir de otras lenguas —como el caso de pachulí, del francés, y totora, del quechua—. Otros dieciocho son términos que provienen de un fitónimo anterior, y el grupo mayor, con 29, deriva de un término no fitonímico. Veinte voces son composiciones de términos, nueve de ellos con la participación de fitónimos y once a partir de voces sin relación con el nombre común de las plantas. Esta gran dinámica de la creación de nuevos fitónimos demuestra la enorme vitalidad de este grupo de palabras. Tabla 2.5. Número de casos de cada tipo de fitónimo estudiado Tipos 0

12

1a

5

1b

13

2a

25

2b

4

3

1

4

9

5

11

Total

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Número

18

29

20 80

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3. FORMACIÓN Y EVOLUCIÓN DIACRÓNICA

En el análisis de los fitónimos, el número no es la única dimensión que llama la atención de los estudiosos. También lo hacen los nombres mismos, la historia que atesoran, la información que incluyen y lo que cuentan de la sociedad que los utiliza. Uno de estos aspectos es la propia formación de los nombres vernáculos, la historia de cómo se forman las palabras y el vocabulario. En este proceso participan un gran número de factores socioculturales, lingüísticos e incluso psicológicos. El léxico fitonímico mantiene una serie de características peculiares: por un lado, se trata de un vocabulario muy conservador, que mantiene términos muy antiguos, y a la vez es capaz de un gran número de creaciones léxicas, la mayoría creadas mediante mecanismos de adición de vocablos para originar un nuevo fitónimo. Este equilibrio entre lo relictual o patrimonial que se hereda y la creatividad es quizá el aspecto que mejor define el conjunto de nombres comunes de plantas. 3.1. Léxico patrimonial Como en cualquier tipo de palabras en cualquier idioma románico, una buena parte de los fitónimos en español procede de la propia lengua de la que provienen, el latín. La mayoría de los más conocidos y utilizados lo son desde los orígenes del español: abeto, ajo, avena, caña, cebolla, lentisco, olivo, pino, roble, romero, rosa, tomillo, trigo, etc. Esta base latina perduró en el lenguaje escrito científico durante algunas centurias, una vez conformado el idioma. Los textos técnicos, y en especial los nombres de plantas, se seguían escribiendo en latín, y en los documentos de los siglos iniciales de la lengua

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castellana aparecen muchas veces, al mismo tiempo, las designaciones comunes y las técnicas. Por ejemplo, en el glosario médico-botánico Flor de las hierbas provechosas a la salud, del siglo (Montero Caretelle y Herrero Ingelmo, 2007), se dice: “Ceconia, i. cotona, i. cidoneda, i. membrillo marmelo”. Se refiere a Cydonia oblonga. Membrillo, procede del griego (Corominas y Pascual, 1980-1991), y debió convivir con las variantes ceconia, cotona, procedentes del latín Cidonia. De este término derivan codoñ, codoñer, codón, kuduin, asentados sobre todo en Aragón, Cataluña y Valencia, pero también con variantes en el gallego-portugués, castellano y euskera (Álvarez Arias, 2006). Marmelo es un término hoy muy utilizado para nombrar a esta planta en Galicia y Portugal (ver TILG). Como se aprecia, en esta cita están ya apuntadas casi todas las variantes que nombran a la planta, sin hacer distinciones entre el nombre latino y el popular. Falta en el manuscrito una referencia al fitónimo azamboa, también utilizado para denominar al membrillo en territorio español peninsular (ver CORDE). Otro ejemplo del mismo manuscrito es la referencia a los robles y encinas, a los que se llama “Cuercos, i. roble, i. carballo y quexigo, i. marfogio”. No podemos saber si el término cuercos, quizás derivado del latín Quercus, fue alguna vez un nombre común de esta planta. Pero ni tan siquiera el latín es la primera fuente de formación de fitónimos. Los primitivos habitantes de la península ibérica, los pueblos prerromanos íberos y celtas, dejaron también su impronta en el léxico fitonímico. Algunos de estos ejemplos prerromanos son: carrasca, nombre dado sobre todo a Quercus coccifera y Q. ilex; agavanzo, para designar al rosal silvestre; argaña, una mala hierba; árgoma, aulaga o brezo; barceo, nombre alternativo del albardín; calabaza; chordón, en Aragón la frambuesa o el frambuesero; gabarda, rosal silvestre; garbanzo; madroño; mayueta y meruéndano, la fresa silvestre en Cantabria, Asturias y León, y tojo. Son de origen celta: aguavilla, nombre de la gayuba; arándano; berro, y borona, para mijo y maíz (DLE, 2018). Pero este hecho no deja de ser normal y común a todos los tipos de léxico. Lo interesante es que parte del léxico fitonímico del español actual ya se utilizaba en el mozárabe, y no nos referimos a nombres comunes de plantas generales, como los latinos aludidos anteriormente, sino a aquellos considerados locales y poco utilizados. En el conocido manuscrito árabe n.º XL de la Colección Gayangos, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (https://realbiblioteca.patrimonionacional.es), atribuido a un botánico y farmacólogo hispanomusulmán de

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los siglos y y analizado por Miguel Asín Palacios (1994), se registran unas 702 voces romances que designan a diferentes plantas útiles en medicina. La mayoría de estas palabras son variantes o sinónimas, y por tanto el número de especies citadas es mucho menor, aproximadamente unas quinientas. Por ejemplo, para designar a Tribulus terrestris, hoy conocido por abrojo, el estudioso mozárabe emplea abre-ualyo, vendach-mano, canchollo, vaizas-mano y gallo checo. Los términos actuales registrados en la península ibérica son el castellano abrojo, el catalán abriulls y el gallego-portugués abrolhos. Son derivados de la primera mención que aparece en el manuscrito, abre-ualyo. Del resto, solo vaizas-manos, convertido en el moderno abremanos, se utiliza como fitónimo para denominar a otras plantas espinosas, como Centaurea melitensis (Ceballos Jiménez, 1986). De estas 702 voces romances hemos encontrado, analizando diferentes obras lexicográficas (Álvarez Arias, 2006; DA; DLE, 2018; TILG), que 208 se emplean en la actualidad y que 172 se usan para designar a las mismas especies que se citaban en el manuscrito árabe n.º XL. Hay que apuntar la dificultad que existe para conocer qué especie es la citada en el documento. En unas pocas ocasiones es posible hacerlo mediante la descripción del escritor, y en otros casos por las referencias que el mismo autor añade en el texto. Representan casi el 30 % de los vocablos obtenidos en esta obra. Esta pervivencia de los términos puede deberse al mantenimiento de la utilidad de las plantas. En un trabajo sobre la etnobotánica del parque nacional de Cabañeros (Verde et al., 2000), los autores comparan las plantas mencionadas en este manuscrito estudiado por Asín con las que se emplean en la actualidad en este parque y concluyen que: [...] existe un sustrato ancestral considerable representado por más de doscientas especies, ciento sesenta y cinco géneros, y sesenta y dos familias, cuyos usos y nombres coinciden en muchos casos con los registrados hace cerca de mil años por el autor anónimo arábigo-andaluz. (Verde et al., 2000: 146)

Este “sustrato ancestral” del que hablan los autores, refiriéndose al uso tradicional de las plantas, existe también en cuanto a la designación vernácula que se les asigna. En la actualidad estos nombres antiguos se mantienen con mayor vitalidad en las zonas periféricas de la Península configurando un léxico propio. Entre los fitónimos del manuscrito árabe n.º XL podemos encontrar términos muy generales, como culantrillo, grama, lentisco, malva, menta,

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Fitónimos en el español panhispánico

tamarisco, uva, etc.; otros, a medio camino entre el étimo latino y el término actual: trifolo, trifolium-trébol, sorbas, sorbus-serbal, caule, caulis-col, oruca, eruca-oruga, aneto, anethum-eneldo, romarino, rosmarinus-romero, etc. Algunos de ellos debieron tener un uso más amplio y en la actualidad han visto limitado su territorio. Es el caso de murta, hoy presente en catalán, gallego, valenciano, portugués y también en castellano, aunque en este idioma el término más extendido es mirto (Esgueva Martínez, 2001). Pero, sin duda, el aspecto más llamativo es la presencia de léxico fitonímico que hoy consideramos como localismos y que, al aparecer en este antiguo listado, demuestra un mayor uso en otros tiempos: abubo, considerado un término propio de Aragón que da nombre a un tipo de peral; abucho, también en Aragón, nombre que se da al gamón, Asphodelus spp.; espata, que se mantiene en el euskera como nombre del lirio blanco, Iris spp.; cabotaira, vocablo aragonés para Paronychia argentea; fusel, valencianismo para la enea, Typha; bardines, voz bable que da nombre a las zarzas (Rubus spp.), etc. (Colmeiro, 1885-1889; Fernández López y Amezcúa Ogayar, 2007; Arnal Purroy, 2017). Queda claro que este texto mozárabe nos habla de muchas cosas: de la muy temprana creación de gran parte del léxico vernáculo que utilizamos hoy; de la evolución inicial de estos fitónimos desde el latín hasta su forma actual; de la variación del uso de estos términos, desde un aumento de su importancia hasta su limitación e incluso desaparición del habla cotidiana. Todo ese vocabulario se ha ido configurando poco a poco hasta nuestros días. Es fácil detectar esta progresión en un análisis del mismo en varias obras de los siglos al . Para hacer el estudio se han escogido cinco textos conocidos sobre diferentes temas botánicos. Estas obras son: el manuscrito Flor de las hierbas provechosas a la salud, fechado en el siglo (Montero Caretelle y Herrero Ingelmo, 2007); Historia de las yerbas y plantas, de Juan de Jarava, publicado en 1557 (Jarava, 2005); Rariorum aliquot stirpium per hispanias observatarum historia, de Carolii Clusii, publicado en 1576 (Clusi, 1576); Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, de Nicolás Monardes, publicado entre 1565 y 1574 (Monardes, 1989), y Tabla para la inteligencia de algunos vocablos, de Pedro Simón, editado en 1627 (Simón, 1986). En la tabla 3.1 figuran los datos obtenidos de estas cinco obras, a los que se ha añadido la información extraída del texto mozárabe de los siglos - estudiado por Asín Palacios.

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Tabla 3.1. Resultados del análisis fitonímico Obras

Fecha

Botánico mozárabe

s.

-

Número de fitónimos

Se usan hoy

702

208

Flor

s.

41

25

Jarava

1557

560

414

Clusi

1576

257

166

Monardes

1580

65

42

Simón

1627

49

49

Como se aprecia en la tabla 3.1 y en la figura 3.1, en las obras analizadas se pasa del 30 % del léxico utilizado en la actualidad que encontramos en los siglos - al 60-75 % en las obras analizadas del siglo y, finalmente, a un 100 % en la obra de Simón, ya en el siglo . Hay que poner de relieve que, en este periodo de tiempo, a partir del siglo , se va conformando el vocabulario de la lengua española a través de múltiples factores extralingüísticos, lo que convierte a la España peninsular en un territorio en el que conviven, primero, las lenguas romances junto al euskera y, posteriormente, con la expansión en los siglos al , el castellano junto a otras variedades de otros territorios atlánticos (Dworkin, 2012).

Figura 3.1. Evolución de la pervivencia del léxico fitonímico en las obras analizadas.

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Uno de los acontecimientos que fomentó la recopilación y creación del vocabulario fitonímico en el incipiente español fue el encuentro de este idioma con los pueblos y las tierras americanas. El enriquecimiento léxico que supuso la llegada de los productos vegetales americanos y la asimilación de términos de origen taíno, nahua, quechua, aimara, etc., se produjo en distintas fases que van desde la aceptación del fitónimo novedoso y exótico, porque los españoles no tenían una voz para ellos, hasta la sustitución por un vocablo nuevo, tal como explica Enguita Utrilla (2004: 17-18): [...] se ha comprobado que no todas las formas léxicas indoamericanas que registran las fuentes escritas del siglo lograron fijarse en las hablas coetáneas, lo que justifica su ausencia en el vocabulario hispanoamericano. [...] Ello ha permitido distinguir las voces indígenas que el español acoge para designar referentes necesarios, o al menos plenamente integrados en la sociedad colonial, de aquellas otras cuyo uso tiene una intención taxonómica o que surgen en la descripción, con un trasfondo científico, de la naturaleza y de la antropología americanas. Las primeras, que pueden definirse como préstamos, se acomodan a la pronunciación y a la gramática del español y, conforme avanza la empresa colonizadora, en su utilización los escritores prescinden progresivamente de glosas explicativas que den cuenta de su significado (tomate íd., maíz íd., papa “patata”, etc.) actual.

3.2. Mecanismos de difusión e innovación El vocabulario fitonímico crece cuando entra en contacto con nuevas realidades o con nuevas lenguas. Y ambos procesos ocurrieron en la expansión atlántica del español. En el resto de idiomas europeos el enriquecimiento que supuso América se limitó a la llegada de nuevos alimentos, nuevas plantas. Esto también ocurrió en España, pero el español, además, pasó a la otra orilla y se utilizó para nombrar una naturaleza completamente nueva para la que, en muchos casos, ya había nombres en las lenguas amerindias. Gracias a estos aportes, y de manera especial a los indigenismos de las distintas lenguas aborígenes que comienzan a aparecer en los documentos, el español se convierte en una lengua panhispánica. Frago Gracia y Franco Figueroa (2003: 37) afirman lo siguiente para los siglos y : [...] por el indigenismo léxico nuestra lengua presenta una de las facetas más brillantes de su proyección internacional, pues las voces de procedencia indoamericana constituyen uno de los grupos más importantes de préstamos recibidos del

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español por numerosos idiomas de todo el mundo, si no se trata del de mayor relevancia.

Con frecuencia, cuando se habla de la incorporación masiva de estas voces amerindias, sobre todo las recibidas en el primer periodo antillano, se argumenta que fueron necesarias para dar nombre a una Nova Realia (alimentos, animales, costumbres, jerarquías, plantas, utensilios, etc.) muy distinta a la peninsular y que el español tenía limitaciones para nombrar. De esta forma, el vocabulario inició una serie de procedimientos de enriquecimiento basados en el uso y cambio semántico de voces conocidas en el español peninsular (Cáceres-Lorenzo, 2006) y en la introducción del préstamo léxico. Todo lo anterior no excluye la posibilidad de que diferentes vocablos aborígenes convivan en los documentos para designar fitónimos del Nuevo Mundo, además de la creación española. Es lo que evidencia este fragmento del fraile Jerónimo de Mendieta (1525-1604), en el que aparecen los nombres vernáculos ají, propio de la zona del Caribe, chile, que se utilizaba en Mesoamérica, y, por último, la creación española pimienta de las Indias (CDH): Y era porque solo comían lo que naturaleza había menester para sustentarse, no más que dos o tres tortillas de maíz y unas yerbezuelas cocidas con un poco de ají o chile, que en España llaman pimienta de las Indias. De suerte que no criaban humores superfluos, que tuviesen necesidad de expelerlos por aquella vía. (Mendieta, 1604)

Las formas en que una lengua se enfrenta a una realidad nueva han sido muy estudiadas (Mejías, 1980; Buesa Oliver y Enguita Utrilla, 1992; Moreno de Alba, 1992; López Morales, 1998). Todos estos procedimientos pueden resumirse en tres, tal como apuntaron Alvar (1981) y Buesa Oliver y Enguita Utrilla (1992): adopción, adaptación y creación. Estos tres procedimientos son propios de una lengua que interacciona con un nuevo territorio, y de esa forma el vocabulario va creciendo, cambiando y expandiéndose. Los dos primeros son los más habituales (Torres, 2017). 3.2.1. La adopción La adopción, desde el punto de vista de los fitónimos, implica que un nombre procedente de un idioma extranjero se incluye en el vocabulario propio.

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Son las incorporaciones, los préstamos léxicos, muy numerosos en el léxico fitonímico, muchos de ellos procedentes de las lenguas amerindias: aguacate, ají, batata, cacahuete, cacao, camote, chirimoyo, guaraná, guayaba, maíz, mandioca, papa, papaya, pita, tomate, tuna, yuca, etc. Lógicamente, el español hablado en los diferentes territorios plurilingües se enriquece mucho más con estos aportes. Así, la lengua de los distintos territorios americanos contiene fitónimos de origen indígena. En el DA se han localizado cerca de 5500 fitónimos amerindios o derivados de los mismos. También en Canarias la cantidad de fitónimos de origen prehispánico que perviven en el español insular, generalmente conocidos como guanchismos, es importante si tenemos en cuenta el bajo número de voces de este tipo que aún se utilizan en las islas: balo, calcosa, guaydil, irama, jocama, mol, orijama, tabaiba, tagasaste, taginaste, turgayte, etc. (Cáceres-Lorenzo y Salas-Pascual, 1995). E incluso en los territorios peninsulares en los que conviven varias lenguas es habitual el uso de nombres de plantas en gallego, catalán, valenciano, etc. cuando se habla en castellano. Por ejemplo, el término oriental baladre (Nerium oleander) se utiliza en la costa levantina desde Barcelona hasta Almería (Torres, 2000). En Galicia es muy difícil oír el vocablo roble para designar a Quercus robur; es mucho más frecuente carballo, tanto en gallego como en castellano. Este término se extiende hoy por las zonas próximas, Asturias y Portugal (TILG). Ahondando en la adopción de términos y con la intención de comparar la capacidad de asimilar estos vocablos extranjeros por parte de los diferentes idiomas europeos, traemos aquí un pequeño análisis basado en las distintas denominaciones en lenguas europeas de diecisiete voces fitonímicas americanas: aguacate, batata, cacao, chile, chirimoya, chocolate, coca, guacamole, guayaba, jalapeño, maíz, mate, papaya, patata, quinua, tequila y tomate (Erlendsdóttir et al., 2017). Estos datos se muestran en la figura 3.2.

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Figura 3.2. Indigenismos americanos integrados en las distintas lenguas europeas analizadas.

Destacan los casos del español, el sueco y el turco, que emplean los diecisiete indigenismos comentados sin modificar. No obstante, estos fitónimos necesitan un mejor análisis. En primer lugar, es demasiada simplificación pensar que cada idioma recurre a un único vocablo vernáculo para designar a cada alimento. Por ejemplo, en español existen al menos dos términos para denominar a la planta y los tubérculos de Solanum tuberosum: papa y patata. El primero es el más próximo al quechua original, mientras que patata parece una construcción derivada de la fusión entre papa y batata (DLE, 2018). Ningún otro idioma europeo utiliza papa para nombrar a este alimento. Lo mismo ocurre en catalán, ya que la comunidad catalana usa mayoritariamente patata, y en valenciano y algunas zonas de Cataluña se emplea queradilla o alguna variante.

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También es importante comprender la diferencia entre los procesos de adopción y el tiempo transcurrido desde el contacto. Los términos recientes, como guacamole, chirimoya, quinua, etc., sobre todo en los idiomas europeos del norte, donde estas plantas no se han cultivado, se importan junto al nombre, por lo que es general que todos los idiomas mantengan las denominaciones originales. Pero en el caso de alimentos con mayor tiempo de presencia en el viejo continente, que incluso se cultivan en algunos países, como chile, maíz, patata o tomate, ha habido tiempo suficiente para que los hablantes hayan creado sus propios fitónimos, más acordes con su cultura, pronunciación, etc. En francés se llama a Solanum tuberosum pomme du terre; en italiano, el tomate se denomina pomodoro, etc. En la figura 3.3 podemos ver cómo los cultivos más conocidos y utilizados en Europa —el maíz, la patata y el tomate—, junto a los más desconocidos —chirimoya, guayaba y jalapeño—, son los que menos veces mantienen sus nombres originales. En definitiva, si el alimento no se produce en el país sino que se importa de América (como son los casos de aguacate, cacao, chocolate, coca, papaya, quinua o tequila) se adopta el vocablo amerindio original, pero si es posible cultivarlo en el territorio es muy probable que se no se tome el americanismo. Esto otorga una característica especial a los idiomas que mantienen el indigenismo aunque la planta que nombran se cultive en su territorio. Queda claro que la capacidad de adopción de nuevos términos por parte de una lengua no es la misma en todos los casos estudiados, sino que varía en función del tiempo de contacto, la intensidad de este e incluso la estructura de cada lengua. Esto es claramente visible en el caso de los nombres de Persea americana, el aguacate en español. El término castellano es el único que mantiene una similitud clara con el nahua que lo originó, āhuacatl. El resto de idiomas europeos, incluidos los peninsulares, utilizan términos como abacate (portugués), todavía parecido al original, avocat (francés), avocado y avokado (inglés, alemán, danés, sueco, ruso, griego, turco, etc.), por semejanza con el término abogado o por aproximación a la voz francesa avocat (Luttikhuizen, 2017: 221).

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Figura 3.3. Número de países que emplean los términos indígenas.

3.2.2. La adaptación Es quizá el mecanismo más utilizado en el proceso de dar nombre a las plantas. Así, se usan nombres conocidos para designar otras especies. La facilidad con la que se emplea este procedimiento se explica fácilmente si se atiende a lo ya comentado sobre el significado último de los fitónimos, es decir, el nombre designa no una especie, sino un conjunto de caracteres peculiares. Todas las especies que presenten estos caracteres o cualidades podrán tener ese mismo nombre. Por ejemplo, los árboles más populares conocidos como drago son Dracaena draco en Canarias y Croton draco en Mesoamérica. Ambas especies no tienen ningún parecido físico, como puede verse en la figura 3.4. Su única similitud es la de producir un látex de color rojo y medicinal. Esta cualidad es, en ambos casos, el origen del nombre drago. ¿Conocían el árbol canario los hablantes americanos que bautizaron a Croton draco como

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drago? Seguramente no, pero sí debían saber que ese látex que, una vez seco y en polvo, se comercializaba desde antiguo, se obtenía del árbol canario y de otras especies africanas del género Dracaena y que también se podía extraer del árbol americano. Este producto medicinal se conoce como sangre de dragón o de drago, porque la planta que lo proporciona es el drago (Gupta, 1995). De esta manera, cuando una lengua entra en contacto con un nuevo territorio la tendencia más generalizada es la de nombrar a la nueva flora con las designaciones que se conocen; más adelante, cuando el hablante aprenda los nombres locales, ya se podrán dar casos de adopción. Y eso no pasó solo en América, sino que previamente había sucedido en Canarias, donde los primeros pobladores europeos, franceses, españoles y portugueses, llamaron higuerillas a las varias especies leñosas del género Euphorbia que hoy conocemos como tabaibas. Actualmente esta denominación aborigen está totalmente generalizada y el nombre higuerilla, que la planta recibió por tener látex blanquecino, como la higuera, ha quedado limitado a algunas herbáceas del mismo género (Cáceres-Lorenzo y Salas-Pascual, 1995). No obstante, este caso es muy minoritario, como demuestra la investigación de Cáceres Lorenzo (2012), con un lexicón de 66 fitónimos elaborados a partir del expurgo documental en textos del siglo sobre Canarias. Entre sus consideraciones finales concluye que solo en aquellos que no tenían un nombre castellano o portugués se ha mantenido hasta hoy el término aborigen o guanche: balo (Plocama pendula), jocama (Teucrium heterophyllum), taginaste (Echium spp.), etc. En todo caso, conviven nombres castellanos, portugueses y guanches, y esto tan solo en determinados lugares del archipiélago canario. Algo similar sucede en América, donde el tainismo guayacán convive con palo santo en muchos puntos del continente, como testifica Enguita Utrilla (2004). Los ejemplos de adaptación son innumerables y muy diferentes, ya que el proceso es mucho más sencillo y comprensible cuando se nombra como pino cualquier especie americana del género Pinus: Pinus ponderosa, Pinus arizonica, Pinus moctezumae, Pinus hartwegii, Pinus durangensis, Pinus pseudostrobus, etc. (DA), al igual que sabemos que la especie japonesa Pinus thunbergii es un pino, aunque nadie la llame nunca así en el lugar donde vive (Cabrero-Ballarín, 2013).

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Figura 3.4. Arriba, Dracaena draco, el drago de Canarias. Abajo, Croton draco. Su único parecido es que ambos producen una sustancia que adquiere un color rojo cuando, al cortar la corteza del árbol, entra en contacto con el aire. Esta sustancia se denomina sangre de dragón o de drago.

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Es similar el caso de las plantas denominadas hayas, aunque las semejanzas entre ellas sean mucho menores que las existentes entre los pinos. El haya europea —Fagus sylvatica— no es muy similar al haya o faya canaria — Morella faya— ni a las americanas —varias especies del género Oxandra—. El parecido hay que buscarlo quizá en su madera, ya que, con ese mismo término, haya, se nombra también a la madera del árbol. De igual manera ocurre con los inciensos: el árbol asiático de la familia de las burseráceas que cita el DLE (2018); los arbustos blanquecinos y olorosos Artemisia absinthium y Artemisia thuscula, el primero europeo y norteafricano y el segundo canario, o el americano, árbol de veinticinco metros de la familia de las leguminosas (Myrocarpus frondosus), tal como indica el DA. Todos comparten el olor de sus ramas y hojas. En muchas ocasiones, en el corpus analizado la adaptación se basa en alguna característica fácilmente perceptible, ya sean su uso, color, olor, etc. Es el caso de la lechuguilla americana —Agave lechuguilla, una planta carnosa, espinosa, de la familia de las agaváceas, las piteras, magueyes o henequenes—, que tiene muy poco que ver con las múltiples lechuguillas peninsulares y americanas, normalmente plantas herbáceas similares a la lechuga, muchas comestibles, de sabor un tanto amargo, y muchas con látex blanquecino: Lactuca serriola, Pistia stratiotes, Sonchus oleraceus, Sonchus tenerrimus, Taraxacum officinale, etc. Quizá la disposición de sus hojas sea el único parecido razonable entre Agave lechuguilla y el resto de lechuguillas. Mediante este proceso de adaptación, los fitónimos amplían el número de plantas que nombran y modifican también su significado. Las que han adquirido el nombre de pino lo han hecho por diferentes razones. Muchas por ser coníferas cuyo porte y forma de la copa son similares a los del pino, sobre todo los pinos de aspecto triangular: Abies pinsapo, Araucaria angustifolia, Chamaecyparis lawsoniana, Pseudotsuga menziesii, Cupressus lusitanica, Juniperus thurifera, Juniperus chilensis. Ninguno de estos árboles o arbustos altos tiene piñas u hojas similares a las del género Pinus. Otros árboles que no son coníferas pero que tienen las hojas similares a las de un pino son los del género Casuarina, que reciben este mismo nombre en América (DA). Diferentes plantas llamadas pinos son herbáceas. Son similares en cuanto a sus hojas, alargadas y finas, afines a las de los pinos, a la forma cónica de la planta o a la presencia de estructuras florales similares a piñas: Kochia scoparia, Equisetum telmateia. A este grupo pertenecen muchos de los llamados pinillos (Ajuga chamaepitys, Ajuga iva, Asperula cynanchica, Equisetum spp., Leuzea

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conifera, Meum athamanticum, Orobanche amethystea, Plantago sempervirens, Plantago arborescens, Sedum sediforme, Teucrium pseudochamaepitys). Algunos pinillos lo son por la forma, otros por las hojas y otros por las piñas. Más curiosa es la designación de pino que recibe Agave americana en Aragón, debido sin duda a la forma de la inflorescencia de la pita, pitera o maguey. Cuando Agave americana no está floreciendo —es decir, durante la mayor parte de su vida, ya que florece cada treinta años y muere justo después—, es muy raro llamar pino a esta planta (Ferrández y Sanz, 1993). Algunas de estas plantas mencionadas pueden verse en la figura 3.5. En este caso, las imágenes explican con bastante eficacia el porqué de su designación. 3.2.3. La creación Se trata de un proceso no muy frecuente, pero de gran interés, ya que en él se plasma gran parte de la creatividad, la idiosincrasia y la sociedad del hablante que lo realiza. Desde el punto de vista lingüístico, la creación de nuevas palabras o neología puede ser de dos tipos: léxica y semántica (Alvar Ezquerra, 2007). La primera es la verdadera creación léxica, es decir, se producen o incorporan nuevas palabras al idioma. A esta segunda opción, la incorporación, nos referimos cuando hablamos de préstamos léxicos y calcos, que incluimos en lo que hemos llamado adopciones. Las creaciones léxicas pueden producirse por derivación, por composición o por creación sintáctica, e incluso por combinaciones léxicas. La neología semántica no implica la creación de nuevas palabras, sino la ampliación del significado de las ya existentes. En parte, el concepto se incluye en la adaptación, pero este proceso implica ampliar el significado de un fitónimo a otras plantas, y en ocasiones el neologismo semántico hace que una palabra no empleada para nombrar a una planta pase, por metonimia o por metáfora, a denominar especies vegetales. En el siguiente apartado intentaremos explicar estos casos con ejemplos de creación fitonímica tanto en el español americano como en el propio español peninsular.

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Figura 3.5. Arriba, Agave americana en floración (izquierda) y Equisetum arvense (derecha). Abajo, Pinus canariensis. Son tres pinos diferentes.

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3.3. Producción de nuevos fitónimos Los nombres vernáculos de plantas encarnan la evolución natural de todo lenguaje vivo: las comunidades de hablantes, según sugiere Kany (1969: 5), prefieren unos vocablos vernáculos en lugar de otros, amplían el significado de un fitónimo, limitan el de otro y crean neologismos “para adaptarse a las exigencias de tiempo, lugar, ocasión y tono de sensibilidad requeridos”, pero muchas veces los fitónimos recurren a viejos vocablos para designar la novedad atlántica. En palabras de Rosenblat (1965: 8), “los descubridores y conquistadores reflejan el nuevo cielo y el Nuevo Mundo con su vieja lengua española”. 3.3.1. Composición La composición consiste en la suma de lexemas o elementos léxicos autónomos, y en español no hay una norma fija que establezca cómo deben escribirse, por lo que es posible encontrar en la bibliografía existente un mismo término compuesto escrito de forma conjunta o separada: crestagallo o cresta de gallo (Salvia verbenaca), pico de cigüeña o picocigueña (Erodium cicutarium), pan y quesillo o paniquesillo (Capsella bursa-pastorius, Lobularia intermedia) (Esgueva Martínez, 2001; Álvarez Arias, 2006; Cáceres-Lorenzo y Salas-Pascual, 1995). Los procesos de composición no son los mismos en todos los territorios y producen cambios de significado que solo pueden interpretarse conociendo muy bien las plantas designadas. En el caso del fitónimo pino marítimo existen diferencias ecológicas importantes. Así, en el norte de la península ibérica se conoce con este nombre a Pinus pinaster, que crece en las cercanías del mar donde la lluvia es suficiente y es capaz de soportar la influencia del mar (alta salinidad en el suelo, en las hojas, etc.). En la zona mediterránea, donde las precipitaciones son mucho menos importantes, Pinus pinaster no puede crecer a la orilla del mar, y su lugar lo ocupa otro pino, Pinus halepensis, que, aunque botánicamente también se le nombra como pino marítimo (= Pinus maritima Mill 1768), recibe los fitónimos más extendidos de pino carrasco, blanquillo o de Alepo. En algunos lugares donde no crece este pino mediterráneo, la denominación de pino marítimo corresponde a un árbol ya mencionado que ni tan siquiera pertenece al género de los pinos, Casuarina equisetifolia, originario de Oceanía y del suroeste de Asia. Esta planta tiene el follaje y el

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aspecto similares a los de un pino y crece en la orilla del mar, tanto en playas de arena como en lugares más rocosos (GTF). De ahí que en algunas zonas de Canarias y México reciba el nombre de pino marítimo (Nee, 1983; DHECan). Del aspecto subjetivo de la denominación de las plantas mediante estos procesos combinatorios pueden exponerse multitud de ejemplos. Una característica de una planta, como el color o la altura, puede ser apreciada positivamente por una comunidad de hablantes y negativamente por otra. El hinojo (Foeniculum vulgare) recibe en Galicia y en Cataluña los nombres, entre otros, de erva-doce, funcho doce y fonoll dolç (TILG; Bonet, 2010), mientras que en algunos puntos de Castilla se le llama hinojo amargo. Cytisus scoparius se conoce como escoba amarilla, escoba negra, retama colorá (Colmeiro, 188589; Verde et al., 2000). Erica arborea (Figura 3.6) es el brezo blanco, pero también el frezo negro o el urce negral (Esgueva Martínez, 1994). Convolvulus arvensis puede llamarse correhuela viva o correhuela muerta (Álvarez Arias, 2006). Cistus salviifolius se nombra como botja o estepa negra o como estepa blanca (Vallès et al., 2005). Nectandra cuspidata es en Argentina el laurel blanco, el laurel peludo y el laurel del norte (Legname, 1982); y en Panamá, el canelo, el palo Jordán y la sigua canela (Herbario de la Universidad de Panamá), y en distintos países americanos, el laurel, amarillo, moena, lengua de venado o laurel mierda.

Figura 3.6. Erica arborea, puede llamarse brezo blanco, si atendemos al color de sus flores, o frezo negro o urce negral, si la vemos sin flores, por el color de sus hojas.

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Como se aprecia en los ejemplos anteriores, un determinado número de plantas reciben como nombre no un sustantivo individual sino una composición nominal. A pesar de su uso dialectal, estos términos no se incluyen en las obras lexicográficas. La dificultad que implica su tratamiento en los repertorios hace que muchas veces no se dé la misma importancia a los vocablos vernáculos individuales que a las composiciones nominales (diferente trato en sus diccionarios, en su estudio histórico, difícil tratamiento en las bases de datos, etc.). Gran cantidad de información etnobotánica, etnolingüística y psicolingüística se pierde al no considerar este tipo de construcciones que denominan a plantas y animales. Dada su importancia, el estudio de este tipo de composiciones nominales en los fitónimos en español debe ser un objetivo. Es preciso analizar su tipología, la importancia de cada grupo y si existen diferencias entre el español de España y el americano. En los catálogos y listados fitonímicos se hace necesario que tengan un tratamiento similar al que reciben los términos independientes en los estudios lexicológicos. Para intentar paliar esta necesidad analizamos estas composiciones nominales que designan especies o variedades vegetales utilizando el DLE (2018) y el DA. Entre los fitónimos creados mediante composición nominal se detectan los siguientes: 1. Aquellos creados a partir de un fitónimo preexistente al que se incorporan un término adjetival o una construcción de este tipo: abeto rojo, tomillo de mar, etc. 2. Fitónimos formados por una composición nominal que consiste en una construcción, esencialmente comparativa, cuyos elementos por separado no tienen relación con el mundo vegetal: ojo de buey, rabo de gato, etc. Este segundo grupo, mucho menos numeroso que el primero, da lugar muchas veces a lexías compuestas muy difícilmente diferenciables de la composición (estrella de mar, estrellamar; lengua de vaca lengüevaca) que se comportan como estructuras estables, fijas, que aportan en su mayoría información sobre la forma de la especie comparándola con alguna parte del cuerpo humano o de algún animal (lengua de, ojo de, oreja de, pata de, pie de, etc.) (García Mouton, 1986: 46; Buenafuentes de la Mata, 2015). Algunos ejemplos muestran una creatividad innegable, como la de estos fitónimos recogidos en el DA: carácter de hombre, disciplina de monja, isabel segunda, pancho prieto. Su escasa representación en los diccionarios consultados, la dificultad ya comentada para separarlos de sus lexías derivadas y la escasa sistematización

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de su recogida en las obras utilizadas hacen que hoy por hoy no podamos tener en cuenta este conjunto de composiciones nominales. El grupo de fitónimos escogido para nuestro análisis sigue una pauta de creación de vocablos vernáculos muy habitual en español y en otras lenguas, tanto que fue tomada por Linneo para la elaboración de la nomenclatura científica de los seres vivos. Este sistema se basa en la creación de nuevos términos mediante la unión de un nombre genérico, común a muchas especies con características similares, y uno específico, propio de una única especie o variedad. Su estructura sigue dos formas distintas: 1. Sustantivo + preposición + sustantivo: perejil de mar. 2. Sustantivo + adjetivo: perejil marino. En total se han recopilado 1931 composiciones nominales que designan especies o variedades vegetales. En el DLE (2018) se han obtenido 714 composiciones y en el DA 1217. Su representación en cada uno de los diccionarios es diferente. La mayor presencia de estos fitónimos compuestos en el DA se debe al aspecto dialectal de dicho diccionario. De hecho, de los 714 fitónimos compuestos encontrados en el DLE (2018), 49 se consideran americanismos, frente a 11 que tienen una marca geográfica peninsular, y al resto no se les ha añadido ninguna referencia territorial. Prueba del aspecto dialectal de la gran mayoría de ellos es que, de todos los vocablos compuestos del DA, solo 285 (23,42 %) aparecen en más de un país. Pero, a pesar de que los fitónimos compuestos encontrados tienen un marcado carácter dialectal, los mecanismos que se emplean para su formación son comunes en ambas obras lexicográficas. Por ejemplo, se han registrado 92 fitónimos compuestos que se han creado añadiendo el término blanco/a a uno preexistente —62 en el DA y 20 en el DLE (2018)— y otros 51 añadiendo negro/a —32 en el DA y 19 en el DLE (2018)—. La diferencia entre las cantidades registradas en ambos diccionarios se debe al mayor número de compuestos del DA. Para profundizar en estos mecanismos de creación de fitónimos compuestos, se han analizado semánticamente y se ha elaborado una clasificación sencilla. De esta manera es posible distinguir dos tipos principales de formación de fitónimos compuestos: 1. Aquellos basados en características objetivas, propias de la planta: en qué territorio crece (algodón de Castilla, palo de Campeche); aspectos

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anatómicos (color, sabor, olor, biotipo, etc.); utilidad (comestible, medicinal, etc.), y ecología (acuática, marina, terrestre, etc.). 2. Nombres vernáculos formados por cualidades subjetivas de la planta, añadidas por el ser humano (cedro real, helecho macho, tabaco bobo, etc.) o por sus relaciones con aspectos religiosos (hierba de Santa María, pepinillo del diablo, etc.). Estos aspectos subjetivos derivan de alguna cualidad objetiva, pero se les da un valor diferente dependiendo del hablante y de su cultura, educación, etc. Por ejemplo, el ricino (Ricinus communis) puede tener múltiples denominaciones, entre ellas higuera infernal o del diablo y palmacristi (palma de Cristo), ya que se trata de una planta venenosa que tiene también utilidades medicinales. Presentamos a continuación una clasificación, atendiendo a estos aspectos semánticos, de los diferentes fitónimos compuestos encontrados. El análisis de los distintos repertorios utilizando esta clasificación nos permite apreciar cómo se generan los compuestos y los mecanismos, comunes y diferenciales, que se emplean en español para esta función (tabla 3.2). Se incluyen, para una mejor comprensión, ejemplos de cada tipología. Aplicando esta clasificación a los fitónimos compuestos analizados se obtienen los datos que se recogen en la tabla 3.3. Como se aprecia, el método mayoritariamente seguido para la creación de fitónimos compuestos es el de añadir aspectos objetivos vinculados con cuestiones anatómicas de la planta. Este mecanismo es el más utilizado tanto en los términos encontrados en el DLE (2018) (295 lexías vernáculas, el 41,32 % del total) como en el DA (464 fitónimos, el 38,13 %).

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Tabla 3.2. Tipos de fitónimos compuestos A. ASPECTOS OBJETIVOS 1. Lugares 1a. Basados en topónimos (castaño de Indias, cedro del Líbano, chile abanero). 1b. Que le aportan cualidades (arrayán moruno, cedro del país). 1c. Puntos cardinales (abeto del norte, grama del norte).

B. ASPECTOS SUBJETIVOS 5. Cualidad 5a. Salvaje (cerezo silvestre, cardo borriqueño, jícama cimarrona). 5b. Común (manzanilla común, maíz común). 5c. Macho o hembra (cedro macho, incienso hembra, abey macho). 5d. Falso o verdadero (pimentero falso, mango sacha). 5e. Bastardo (acacia bastarda, azafrán bastardo). 5f. Real (palma real, malva real). 5g. Loco (malva loca, avena loca). 5h. Amoroso (flor de amor, piñón amoroso). 5i. Otras cualidades (hierba doncella, cambur criollo, corcho bobo). 2. Características anatómicas 6. Relación religiosa 2a. Colores (eléboro negro, pino negral, 6a. Con La Virgen María (hierba de Santa amate prieto). María, semilla de la Virgen). 2b. Biotipo (leñoso, ramificado, liana, 6b. Con algún santo (bejuco de Santiago, arbóreo, rastrero, etc.) (cardo corredor, hierba de San Juan, vara de San José). nigua enredadera). 6c. Sagrado (hierba sagrada, cardo bendito). 2c. Forma (grande, pequeño, etc.) (consuelda 6d. Con el diablo o el infierno (higuera del menor, cohitre enano). diablo, jocote del diablo). 2d. Referido a algún órgano de la planta 6e. Con Cristo (caña de Cristo, palma (espinas, pelos, etc.) (álamo temblón, Christi). dondiego de noche, bejuco espinoso). 2e. Olor (trébol hediondo, junco oloroso). C. OTROS 3. Utilidades 3a. Comestibilidad o sabor (cedro dulce, 7a. Dobletes (pino ocote, zacate camalote). escoba amarga, nance ácido). 7b. Derivado del nombre científico (cedro 3b. Médicas (cardo bendito, hierba meona, deodora, café de Bonpland). maguey curandero). 7c. Otros (flor del viento, batata anita, flor 3c. Otras utilidades (árbol de la seda, hierba del lilolay). de cuajo, maguey de tequila). 3d. Forrajera (aulaga merina, espino cerval). 4. Ecológicas 4a. Ambiente en el que vive (montaña, río, agua, etc.) (junco marino, algarrobo de montaña, guayabón de montaña). 4b. Ecosistema en el que vive (pinar, selva, etc.) (cacao sabanero, guayaba del pinar).

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Tabla 3.3. Resultados de la ordenación de los fitónimos compuestos analizados DLE (2018)

DA (2010) Nº %



%

Tipo

Total

DLE (2018) Nº %

DA (2010) Nº %



%

Total

Tipo



%

1

136

19,1

131

10,8

267

13,8

5

110

15,4

208

17,1

318

16,5

1a

118

16,5

111

9,12

229

11,9

5a

47

6,58

122

10

169

8,75

1b

16

2,24

20

1,64

36

1,86

5b

5

0,7

2

0,16

7

0,36

1c

2

0,28

0

0

2

0,1

5c

16

2,24

20

1,64

36

1,86

2

295

41,3

464

38,1

759

39,3

5d

10

1,4

9

0,74

19

0,98

2a

112

15,7

249

20,5

361

18,7

5e

6

0,84

0

0

6

0,31

2b

10

1,4

6

0,49

16

0,83

5f

9

1,26

10

0,82

19

0,98

2c

31

4,34

31

2,55

62

3,21

5g

8

1,12

1

0,08

9

0,47

2d

125

17,5

168

13,8

293

15,2

5h

2

0,28

1

0,08

3

0,16

2e

17

2,38

10

0,82

27

1,4

5i

7

0,98

43

3,53

50

2,59

3

82

11,5

124

10,2

206

10,7

6

22

3,08

35

2,88

57

2,95

3a

27

3,78

49

4,03

76

3,94

6a

5

0,7

8

0,66

13

0,67

3b

18

2,52

15

1,23

33

1,71

6b

5

0,7

10

0,82

15

0,78

3c

31

4,34

60

4,93

91

4,71

6c

7

0,98

10

0,82

17

0,88

3d

6

0,84

0

0

6

0,31

6d

5

0,7

5

0,41

10

0,52

4

29

4,06

117

9,61

146

7,56

6e

0

0

2

0,16

2

0,1

4a

25

3,5

101

8,3

126

6,53

7

40

5,6

138

11,3

178

9,22

4b

4

0,56

16

1,31

20

1,04

7a

2

0,28

44

3,62

46

2,38

7b

2

0,28

3

0,25

5

0,26

7c

36

5,04

91

7,48

127

6,58

Sí hay diferencias en cuanto al subtipo empleado. Mientras que en el DLE (2018) es el 2d, es decir, aquellas cualidades relacionadas con aspectos propios de algún órgano de la planta (tener espinas o pelos, momento o duración de la floración, dureza de la semilla, etc.), en el DA son más numerosos los fitónimos relacionados con el color de la planta, ya sea de su flor o de todo el vegetal (blanco, amarillo, blanco, prieto, rojo, etc.). A mucha distancia está el resto de mecanismos analizados. El segundo más empleado es el que añade al término fitonímico base una cualidad subjetiva

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—el tipo 5 en la clasificación propuesta—. En el DLE (2018), el segundo mecanismo es, sin embargo, el que recurre a aspectos geográficos para la denominación de las plantas —clasificado como tipo 1—. En la figura 3.7 se presentan los porcentajes de cada grupo de fitónimos.

Figura 3.7. Porcentaje de cada tipo de fitónimos compuestos.

Aunque los procedimientos son similares en ambos diccionarios, existen diferencias evidentes entre el DLE (2018) y el DA en cuanto al léxico utilizado. Por ejemplo, los fitónimos que añaden el concepto “silvestre” a un fitónimo por lo general “cultivado” forman dos grupos: el que incluye esta idea indicando que la planta es consumida por animales silvestres (uva de raposa, uva de oso y cardo borriqueño —en el DLE (2018)— o aguacate de mico y flor de culebra —en el DA—) o el que directamente incluye un adjetivo que indica esta circunstancia (salvaje o silvestre, en el DLE (2018), y cimarrón o cimarrona, en el DA). Los compuestos producidos añadiendo al fitónimo base el término falso son también comunes en ambas obras. La estructura cambia el orden de sus integrantes, pasando de sustantivo + adjetivo a adjetivo + sustantivo, cuando en lugar de falso o falsa se emplea el término quechua sacha, de igual significado. De esta manera es posible encontrar en el DA sacha anona, sacha col, sacha mango, sacha rosa y sacha sandía. Esta idea de indicar que una

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planta no es la verdadera tiene un cierto carácter peyorativo, que se acentúa en el español peninsular cuando, en lugar de falso o falsa, se utiliza el adjetivo bastardo/a, que no aparece en América. La inversión del orden ocurre también puntualmente en otros tipos de fitónimos compuestos, como el caso de chicozapote. Las composiciones que no se incluyen en ninguno de los tipos anteriores se han agrupado en el cajón de sastre que constituye la tipología 7. También aquí encontramos grandes diferencias entre el DLE (2018) y el DA. Quizá el caso más claro es el de los dobletes. Entendemos como dobletes los fitónimos formados por dos sustantivos de igual significado, pero en lenguas distintas, ya sea en español y en una lengua amerindia (caña tacuara, laurel cigua, palma caranday) o en dos lenguas indígenas distintas (maíz mején, papa oca, ají cumbarí). Lógicamente, este tipo de compuestos es estrictamente americano. Únicamente hemos encontrado un caso en el que los dos sustantivos que forman el nuevo fitónimo son aparentemente de origen español; se trata del laurel avispillo, un árbol portorriqueño diferente al laurel y al avispillo. Los derivados de nombres científicos son escasos en los diccionarios, aunque cada vez más frecuentes en las hablas actuales de todo el ámbito hispanohablante, como ya se ha comentado en un apartado anterior. El último grupo de esta tipología diversa lo forman, en su mayoría, términos cuyo significado real desconocemos. Por ejemplo, no sabemos cuál es el significado de macre, por lo que no podemos saber si zapallo macre es un doblete o podría integrarse en uno de los grupos anteriores. Igual ocurre con hierba luisa, lagarto caspi, ortiga moheña, trigo salmerón, etc. Su inclusión en este grupo se debe a nuestra ignorancia o a la incapacidad de conocer, en el momento actual, qué aspecto aportan al fitónimo base. Otros integrantes de este grupo son verdaderas rarezas locales que nos hablan de la creatividad del hablante. Un conjunto de fitónimos del noroeste de la Argentina que aparecen en el DA son flor del ilolay flor del lilolay, flor del lilolá y flor del liriolay, que derivan de flor de lirolay. En realidad, no se trata de una especie real, sino de una flor legendaria que aparece en un conocidísimo cuento infantil. La transmisión oral del cuento explica la enorme variabilidad del término. En otros casos, conociendo el significado de ambos términos combinados no sabemos qué cualidad aporta el segundo al primero. En el fitónimo palo de peje, desconocemos si el término peje, pez otorga un olor característico, una textura, o si la planta crece en ríos o costas, etc.

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El resto de estructuras que pueden resultar de un proceso de combinación léxica (verbo + sustantivo, adjetivo + sustantivo) aparecen muy raramente. Raspaguacal es un nombre con el que se designa a Curatella americana, y de igual estructura y significado son los españoles peninsulares rascavieja y rascalavieja, rompepiedras, chupamieles, etc. Un adjetivo y un sustantivo se combinan para crear los fitónimos costarricenses sietecueros y sietepellejos (Lonchocarpus costaricensis). Idéntica estructura observamos en los términos, utilizados en España, cincoenrama, cienudillos, etc. Sin duda este mecanismo de la composición es quizá el más productivo y sencillo que se emplea en español para la creación de nuevos fitónimos. 3.3.2. Creación sintáctica Entendemos por creación sintáctica en este campo cuando un término cambia de categoría, es decir, en el caso de los fitónimos, cuando los adjetivos se emplean como sustantivos. Esta creación procede en muchos casos de una expresión compuesta, como es el caso de hierba meona, donde tanto este nombre como el de meona se emplean para denominar a varias plantas de propiedades diuréticas (Achillea millefolium, Herniaria cinerea, Salsola kali, Taraxacum officinale). Pero otras veces no se conoce la forma compuesta que puede haber dado lugar a estos nombres comunes de plantas. Es curioso que algunos vegetales acumulan varios ejemplos de este tipo de creaciones; así, el arbusto americano Nicotiana glauca, que crece abundantemente en escombreras, sitios removidos y antropizados, recibe, entre otros muchos nombres, los de bobo, gandul, gigante y hediondo. Pero, mientras que el bobo es Nicotiana glauca, el tonto es Prunus armeniaca (Lorenzo Perera, 2003; Álvarez Arias, 2006; TLHA). Los adjetivos registrados para su conversión en fitónimo suelen derivarse, a su vez, de sustantivos preexistentes (cabezudo, florida, graciosa, pinchosa, salado, vellosa y venturosa), mientras que algunos otros proceden de adjetivos que indican color fácilmente convertibles en nombres (cenizo, dorada, doradilla, negrillo y verdecillo) (Morales, 1992; Morales et al., 1996; Ceballos Jiménez, 1986). Entre las formaciones con adjetivos se registra durillo, que da nombre a más de doce plantas distintas, además de tener variantes como durillo agrio, durillo blanco, durillo dulce, etc. (Álvarez Arias, 2006; TLHA), todos ellos fitónimos peninsulares. Y hediondo, que nombra a siete especies diferentes en

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la península ibérica con las variantes hediondilla y hedionda, otras cuatro plantas en Canarias y algunos ejemplos americanos, en concreto en México (DA, 2010). Es interesante que, a pesar de que este modo de creación léxica no es muy frecuente en español, parece tener una mayor representación en el habla de Canarias, donde se usan agria, algodonosa, amargón, amargosa, amorosa, bobo, borracha, brillante, brusca, burladora, cabezón, capitana, cenizo, chaparro, conejera, doradilla, escarchosa, espinosa, gandul, hediondo, loro, melosa, negrilla, nevadilla, pegajosa, salado, saladillo, sanguino, sanjuanera, sanjora, sapera, siempreviva, venenero y zancuda, todos fitónimos que expresan una cualidad (Cáceres-Lorenzo y Salas-Pascual, 1995; DHECan). En otros casos pueden existir dudas sobre si se trata de verdaderas creaciones sintácticas, como brusca y brusco. El DLE (2018) nos dice que es un adjetivo con varios significados: “áspero, desapacible, rápido, repentino, pronto”. Parece que es el primero de ellos el que se nominaliza cuando se nombra a un vegetal duro, con extremos puntiagudos, como son Asparagus acutifolius, Ruscus aculeatus o Ruscus hypoglossum (TLHA). También puede ser esta la razón de que en Canarias se utilice este fitónimo para designar a varias especies de los géneros Salsola y Suaeda, plantas duras y poco agraciadas en su aspecto (DHECan). Pero es complicado llegar a conocer a cuál de estos significados de brusco o brusca se debe el fitónimo americano que denomina principalmente a Senna ocidentalis, una planta anual y medicinal que, por su popularidad, recibe varios nombres: ecapacle, hilinchile, hediondilla, jiopacle, mezquitillo y potra (DA). Los morfemas derivativos tienen una representación significativa en la formación de léxico vernáculo, tanto por medio de la sufijación como de la prefijación, aunque la primera opción sea más frecuente. Los sufijos aumentativos y diminutivos son quizá la forma habitual en español de crear nuevas designaciones. Por ejemplo, en el DLE (2018) hemos recogido 21 árboles cuyo nombre deriva de otro fitónimo que se usa para designar otra especie, formado mediante el uso del diminutivo -illo/-illa: aceitunillo, achiotillo, aguacatillo, algarrobilla, almendrillo, blanquillo, botoncillo, canelillo, ciruelillo, copalillo, copecillo, frijolillo, granadillo, jabillo, limoncillo, mamoncillo, manzanillo, manzanilla, melosilla, uvilla y yanilla. Entre estos mismos árboles y en la misma fuente, encontramos seis términos derivados mediante el aumentativo -on: agrión, almendrón, canelón, guayabón, higuerón y tabacón. Con otros diminutivos (-ito, -ita, -ejo, -uelo, -ete), aparecen siete fitónimos: aguedita, brasilete, fustete, limoncito, palito, peralejo y serrasuelo.

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Estos derivados conviven con otros términos que, a pesar de ser fitónimos y parecer voces derivadas de la misma manera que las anteriores, no pueden considerarse creaciones fitonímicas sino cambios semánticos o, simplemente, no se trata de derivados. El fitónimo americano caulote proviene del nahua quauhxziotl y no es, por tanto, un verdadero derivado. Algo similar ocurre con latón, designación del almez (Celtis australis), que en realidad es un derivado del nombre de su fruto, denominado llidón, lirón, lodón o latón. La coronilla y la daguilla son dos árboles cuyos nombres no derivan del diminutivo de ninguna otra planta, sino de términos preexistentes que no guardan relación con otros vegetales (Fernández López y Amezcúa Ogayar, 2007). Es también el caso de macuelizo, originario del nahua, camagón, malagueta, mamón, marañón, y quebracho, que no proceden de nombres de plantas, sino de topónimos, adjetivos, etc. En la creación de fitónimos americanos este procedimiento de derivación mediante sufijos diminutivos o aumentativos es muy frecuente. Así sucede con achiotillo (diminutivo de la voz nahua achiote), que designa a varias especies distintas que se localizan en diferentes regiones americanas: Vismia mexicana, Caryocar amigdaliferum, Columbrina arborescns, Alchornea latifolia y Vismia baccifera. Y con el nombre vernáculo gallito, con el que se nombran Sesbania grandiflora, Pachyrrhizus erosus, P. angulatus, Celtis iguanaea y Agathi grandiflora. Y, por último, pajón es el aumentativo con que se conoce a una gramínea como el esparto, de hasta un metro de altura, que crece abundantemente en las planicies altas de Cuba y México (DA). Otro sufijo ampliamente utilizado para formar fitónimos es -ero, aunque en este caso hay que diferenciar los casos en que el fitónimo y su derivado con -ero designan a la misma planta de aquellos otros en los que se trata de un mecanismo para crear nuevos términos que dan nombre a especies distintas. Por ejemplo, el naranjo (Citrus ×sinensis) también recibe el nombre de naranjero. Este uso de -ero es habitual en Canarias, donde se utilizan almendrero, castañero, nogalero y platanera en lugar de almendro, castaño, nogal o plátano por influencia del portugués (Cáceres-Lorenzo y Salas-Pascual, 1995; DHECan). También se emplea habitualmente para crear fitónimos a partir del nombre o de la producción que proporciona el árbol. Así, alberchiguero es el árbol que produce alberchigas, alcanforero el que proporciona el alcanfor, etc. En este caso están también azamboero, bellotero, cocotero, canelero, cirolero, clavero, copayero, latonero, lironero, mameyero,

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melocotonero, morera, olivera, palmera, peretero, pistachero, rosariero, uvero y zapotero (DLE, 2018; DA). Idéntico sentido tiene el uso del sufijo -al en la formación de fitónimos. Según el Mapa de diccionarios, se registra desde la primera edición del diccionario académico, en 1780. Esta terminación se utiliza frecuentemente para designar agrupaciones de un mismo árbol, como acebuchal, platanal, robledal, etc., pero también para nombrar a la planta a partir del fruto que produce: cerezal, jocotal, moral, peral, etc. Mucho más rara que la derivación a través de sufijos es la creación de nuevos fitónimos mediante el cambio de género: de esta manera los árboles que conocemos como ceibo y ceiba, o mayo y maya no son los mismos. Este mecanismo es usual también a la hora de diferenciar variedades de frutas de una misma especie: papayo y papaya, mango y manga. E incluso pueden diferenciarse la planta y su producto: manzano y manzana, naranjo y naranja, quina y quino, etc. 3.3.4. Modificaciones semánticas El último procedimiento de creación léxica que vamos a tratar en el campo de la fitonimia es el caso de las modificaciones semánticas, es decir, los cambios de significado. No vamos a hablar aquí de las adaptaciones fitonímicas, ya mencionadas. Se trata de presentar ejemplos de fitónimos construidos con términos que inicialmente no guardan relación con el mundo vegetal. Estas modificaciones se producen generalmente mediante dos mecanismos: la metonimia y la metáfora (Montes Giraldo, 1983). La metonimia consiste en nombrar a una cosa con el nombre de otra que mantiene alguna relación con la primera, ya sea de continuidad física (el todo por la parte o la parte por el todo), relación causa-efecto, temporal, etc. En cuanto a los fitónimos, el caso más habitual es el de nombrar al árbol o planta con el de su producción (mango, aguacate, almáciga, clavo, etc.). Cuando lo más llamativo de la especie es la flor es frecuente que este aspecto pase a formar parte de su nombre (flor de muerto, floripondio, florón). En ocasiones, lo más conspicuo de la planta es la dificultad para desarraigarla, por lo que su nombre se forma a partir de raíz. Es lo que ocurre en raigón o raigona. Sobre la relación causa-efecto, son habituales los fenómenos de metonimia entre las plantas medicinales: meona, cagalerona, estornudera o espirrera, cagamucho,

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sangradera. En cuanto a la relación temporal, también es muy común denominar a una planta según su fecha de floración o fructificación: flor de mayo o, simplemente, mayo, sanjuanera, despedida de verano, quitameriendas. Este último término debe su origen al hecho de que la floración de la planta indica la llegada del otoño y la disminución de las horas de luz, por lo que el campesino debía eliminar una comida, generalmente la merienda, y adelantar la cena. La metáfora es también un mecanismo muy productivo de creación de nuevos fitónimos, y quizá uno de los que permite caracterizar mejor la capacidad creativa de los hablantes. El DA destaca los recursos metaforizadores que se constatan en lacre, “árbol gutífero cuya corteza exuda una resina de color del lacre” (Cuba) y órgano, “cactus gigantesco de tallos columnares”, general en América, con los sinónimos candelabro (Argentina) y cirio (Argentina, Bolivia, Perú, México y Cuba). En el DLE (2018) encontramos alacranera para designar a una planta anual cuyo fruto se parece a la cola del alacrán; algodonoso ,”planta de la familia de las compuestas, de 30 a 40 cm de altura, con hojas alternas y ovaladas, flores amarillas en corimbo y toda ella abundantemente cubierta de una borra blanca, muy larga, semejante al algodón, y que crece espontáneamente en el litoral del Mediterráneo”; berenjena de huevo, “variedad de la berenjena común, cuyo fruto, en su hechura, tamaño y color, es enteramente semejante a un huevo de gallina”. Los conejitos son un grupo importante de plantas cuyas flores asemejan la cara de uno de estos animales, de manera similar a lo que ocurre con los corazoncillos, cascabeles, etc., nombres con los que se designan a un buen número de plantas cuyas flores o frutos son similares a estos objetos. El ya aludido paniquesillo o paniqueso es otro ejemplo metafórico, que utiliza la semejanza de las flores de varias plantas crucíferas con estos alimentos. Algunas de las plantas citadas pueden observarse en la figura 3.8.

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Figura 3.8. Arriba: a la izquierda, conejitos (Antirrhinum majus), y a la derecha, corazoncillos (Lotus tenellus). Abajo: a la izquierda, paniqueso (Lobularia intermedia), y a la derecha, zarcillitos (Briza minima).

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3.4. Configuración de los repertorios léxicos fitonímicos Un repertorio lexicográfico es un conjunto de palabras elaborado de forma metódica. El repertorio fitonímico del español sería el listado de todos los nombres comunes de plantas que existen en el idioma. Estos vocabularios son seleccionados por los hablantes de diversos lugares hasta crear una tendencia diferente a la de otros. Nuestro propósito es conocer si existe o no un único repertorio de este tipo de términos o si, por el contrario, lo que hay son varios vocabularios fitonímicos diferentes entre los hablantes de español, cómo se diferenciaron y sus características. En el estudio de la fitonimia panhispánica tiene un lugar privilegiado la indagación sobre la posibilidad de que los nombres vernáculos de distintas orillas del atlántico viajaran a España junto a la planta que designaban. Las conclusiones de diversos análisis precedentes muestran una tendencia pluricéntrica de la norma panhispánica también para los fitónimos. En los siglos áureos, el proceso diacrónico de la configuración de las voces vernáculas que designan las plantas americanas parece que fue más acelerado. En aquel momento de la historia del idioma se empezaban a incorporar nuevos nombres de plantas, pero todavía no existían repertorios diferenciados, y una palabra se usaba en América o en España indistintamente. En esta línea, Lope Blanch (1969) señala la existencia de americanismos en el diccionario castellano-nahua de Alonso de Molina (1571): aguachil, ají, batata, batey, bohío, cacao, capulín, coa, cutaras, maguey, maíz, mecapal, tameme, tuna. López Morales (1998) constata, en textos cronísticos, el índice de generalización de los siguientes fitónimos antillanos: achote, batata, bejuco, cazabe, ceiba, cemí, guayacán, maíz, úcar, yagua, yuca y la voz nahua cacao . Por su parte, Bravo García y Cáceres Lorenzo (2011) muestran la difusión de ají, batata, bejuco y ceiba de forma general en textos americanos del Siglo de Oro, aunque se evidencia una excepción en los textos españoles del periodo ilustrado, época en la que se intenta ordenar lo que se sabe sobre el mundo científico y se prefieren unas voces frente a otras (Gutiérrez Rodilla, 1997-1998). Para explicar la separación de los repertorios americano y español nos sirve el siguiente fragmento de Gregorio Mayans y Siscar (1737), representante paradigmático de la Ilustración española, periodo en el que existe una importante predisposición hacia la recopilación de nombres vernáculos. Mayans y Siscar escribe sobre la historia de la lengua y presenta una nómina de

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fitónimos que considera provenientes de América e introducidos en el idioma español (las negritas son nuestras): La sola distancia del lugar tampoco impide que las naciones de varias lenguas, aunque mui alejadas unas de otras, se comuniquen muchas voces, i aun los idiomas, como se traten mucho; como suele suceder siendo la comunicación por el mar, el qual por medio de la navegación facilita el comercio. Assí por el que tienen los castellanos con las Indias occidentales i los portugueses con las orientales; unos i otros han introducido sus lenguas en todos los países que han dominado en las Indias. I también unos i otros hemos recibido de ellas muchas voces, con que significamos las cosas que nos han venido de ella, como algodón, bejuco, curamagüei, espingo, guayacán, ihana, leucoma, manatí, pinipinichi, quina, sassafras, tabaco, vicuña, i otras muchíssimas de que se puede formar un útil i curioso diccionario. Pero estas mismas voces están mui desfiguradas de su primitiva conformación, como se puede observar en la palabra chocolate que viene de cacahuquahuitl. I no es mucho que las desfiguremos tanto, porque fuera de que tenemos ocho letras de que carecían los indios, es genio de todas las naciones caracterizar las voces recibidas, según la costumbre de pronunciar, para suavizarlas más, cada qual a su manera. Bolvamos a los principios etimológicos. (Mayans y Siscar 1737: 377)

En la cita de Mayans encontramos referencia a nombres indígenas de plantas que hoy no son conocidos en el español peninsular: curamagüey, voz que se ubica en el Caribe (Cuba o República Dominicana, según se consulten el DLE o el DA) para referirse a Marsdenia clausa; el antillanismo guayacán, con una gran difusión, que designa distintos árboles en el continente americano: Guaiacum officinale, Tabebuia spp, Caesalpinia paraguariensis, Guaiacum sanctum (DA) —pese a esto, guayacán, conocido también como guayaco (DA) y guayacán (Laguna, 1555), comparte designación con las creaciones palo santo y palo de las indias, nombres que se emplearon en España y no en América—; ishpingo (espingo en nuestra cita con una transcripción fonética), que designa solo en América a Amburana cearensis; pinipinichi, que el científico Nicolás Monarde nombra para el territorio de Tierra Firme americano, muy parecido al manzano (Galeote López, 2010); ihana, quizá modificación de isana, y leucoma, posiblemente una alteración de lúcuma. Mayans nombra también otros términos que sí se conocen y emplean en el español peninsular: el quechuismo quino, “árbol americano del que hay varias especies, perteneciente a la familia de las rubiáceas”; sasafrás, registrado por el DLE (2018); algodón, bejuco, tabaco y chocolate.

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Para conocer la pervivencia de estos términos en el español, tanto americano como europeo, utilizamos su presencia en el CORPES XXI. En la tabla 3.4 se muestra la fundamentación documental de los vocablos analizados, indicando su presencia en dicha base de datos, en documentos americanos o españoles. En esta tabla se aprecia cómo unos fitónimos que en el siglo se consideraban pertenecientes a un mismo grupo, en la actualidad no se utilizan en el español peninsular. Se constata de esta manera que alguna designación no se registra en documentos quizás por ser un localismo que nunca superó este contexto. En los casos en que alguna de estas palabras aparece en un texto español, siempre es haciendo referencia a descripciones americanas; así ocurre en la voz guayacán, la que más difusión presenta, además, en la historia de este fitónimo. Se evidencia que rivalizó con palo santo y palo de indias, tal como escribe Nicolás Monardes (1565-1574): “llaman los nuestros Palo de las Indias, guayacán es nombre indio”. Tabla 3.4. Presencia de los fitónimos citados por Mayans y Siscar en el Corpes XXI

Fitónimos en Mayans y Siscar (1737)

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CORPES XXI América

España

algodón

x

x

bejuco

x

x

curamagüei

-

-

espingo (ishpingo)

x

-

guayacán

x

-

ihana (isana)

x

-

leucoma (lúcuma)

x

-

pinipinichi

-

-

quina

x

x

sasafrás

x

x

tabaco

x

x

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Como se aprecia en el ejemplo ilustrado, de la gran cantidad de términos americanos que fueron introduciéndose entre los siglos y , muy pocos han pasado al vocabulario español peninsular. Voces como ají, papa, cabuya, camote, yuca, tuna, zapote, etc., ya están presentes en los primeros textos que describen la naturaleza americana, y ni aun así han podido incorporarse plenamente al repertorio peninsular, a pesar de que muchas de estas plantas se cultivaron en España muy pronto, tras los primeros contactos (Alvar Ezquerra, 1997; CDH; Franconie, 2000). Otro grupo de términos pertenecen al repertorio común, americano y europeo, ya que se emplearon desde muy temprano y todavía hoy se utilizan en ambas orillas del Atlántico: algodón, bejuco, quina, sasafrás y tabaco. En el texto de Mayans y Siscar no se habla, por razones obvias, de los fitónimos que conforman un tercer grupo de nombres, los que se emplean solo en España para denominar a las plantas americanas. Estas son con frecuencia voces creadas a partir del español que sustituyen a los fitónimos indígenas (nopal fue sustituido por chumbera, ají por guindilla, cacahuete sustituyó a cacahuate o maní, patata a papa, judía a poroto, etc.). Muchos de estos vocablos rivalizan con otros fitónimos, aunque ninguno sea el indigenismo con que originalmente se denominó a la planta. Para Bougainvillea glabra, por ejemplo, se emplea buganvilla en el repertorio español y trinitaria o veranera en el americano (DA). Algo similar sucede con Cucurbita spp.: cada repertorio se reparte los fitónimos y así, en España, encontramos calabacera y en América auyama, mate, porongo, tapara y zapallo; en ambos repertorios se utiliza calabaza. Otras creaciones peninsulares más modernas son las que designan a muchas plantas ornamentales de origen americano: buganvilla, clavelón, dondiego, flor o fruta de la pasión (DLE, 2018), así como también las construcciones con piña, que intentaban romper la confusión que producía la designación de esta fruta americana, piña tropical, piña de América, piña de Indias (CDH). Para poder comprender cómo se fue creando el repertorio peninsular, es útil el estudio de los diferentes recetarios publicados entre los siglos y . Como se apuntó anteriormente, la sustitución de términos americanos por palabras castellanas de nueva creación se produjo, sobre todo, en las especies cultivadas y utilizadas por la mayor parte de la población. Los recetarios de cocina son una evidencia de este hecho, ya que, la inclusión en ellos de los nuevos alimentos americanos constituyen la prueba fehaciente de su popularidad y uso. Como muestra, vamos a utilizar varios de los recetarios más

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conocidos de los siglos al : Arte de cocina, pastelería, vizcochería, y conservería, de Francisco Martínez Montiño, publicado por primera vez en 1611; Nuevo Arte de Cocina, de Juan Altamiras, de 1758, y las obras de Ángel Muro, El Practicón, de 1884, y Diccionario general de cocina, de 1892 (Moyano Andrés, 2010). Durante el siglo , a pesar de ser ya alimentos conocidos, la patata, el tomate o el maíz no tienen cabida en los textos culinarios. En cambio, algunos animales, también traídos del nuevo continente, como el pavo y el conejillo de Indias sí aparecen en un recetario de 1599, aunque con los nombres de gallina o polla de India y conejo de Indias (Gemmingen, 1995). En la obra de Martínez Montiño solo encontramos referencias a un alimento de origen americano, la patata, que el autor nunca cita con este nombre sino con el de criadillas de tierra. En su recetario del siglo se indican cinco maneras de cocinar estos tubérculos, que debían ser bien conocidos, ya que nunca explica qué son ni los compara con ningún otro. Un siglo después, Juan Altamiras sigue hablando de las criadillas de tierra y nos da una pista sobre el devenir de su designación: “Esta es una yerva muy regalada, criase como las patatas, debajo de la tierra […]” (Altamiras, 1758: 140). Esta frase hace alusión a las batatas, que en aquella época se conocían también como patatas. Empieza aquí la confusión entre patata y batata para designar a Ipomoea batatas, también llamada boniato o camote. Finalmente, patata pasará a designar en parte de España a Solanum tuberosum, mientras que batata quedará para Ipomoea batatas (Corominas y Pascual, 1980-1991: s. v.). En galaico-portugués se sigue llamando batata a la planta solanácea. El término criadilla de tierra, hoy incluido en el DLE (2018), pero sin presencia documental en el CORPES XXI, está relacionado con el catalán, balear y valenciano queradilla o creilla. Pero Altamiras muestra la introducción de un nuevo término en la gastronomía española, el tomate. En el recetario del siglo este fruto americano se emplea en un buen número de platos de forma similar a como lo utilizamos hoy. Algunas recetas que lo incorporan son el “abadejo con tomate”, la “conserva de tomate” o el “guisado a modo de prebe”, forma con la que el autor denomina al pebre, salsa con pimienta muy empleada en la época. A pesar de la escasa representación de alimentos americanos en el recetario de Juan Altamiras, durante este siglo se irán incorporando a la dieta peninsular, tal como indica Juan Luis Suárez Granda (2009: 265):

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A todas las novedades debe unirse otra muy determinante, producto de la expansión de rutas comerciales y de los descubrimientos geográficos. Nos referimos a la difusión del consumo de los alimentos provenientes de América (chocolate, patata, maíz, tomate, pimiento, haba, calabaza, cacahuete, girasol, piña, vainilla, pavo…) y de otros territorios (café, té, azúcar).

Pero no todos ellos pasaron a la dieta española con sus nombres originales, lo cual terminó por consolidar el repertorio fitonímico exclusivamente español. En el siglo , como vemos en las obras de Ángel Muro (1839-1897), el uso de patatas, tomates y pimientos ya es muy usual en los recetarios de la época. Son condimentos imprescindibles en los sofritos y, cuando se habla de la comida típica de cualquier familia de la época, se escribe (Muro, 1894: VIII): “El almuerzo de hoy se compone de un huevo frito para cada cónyuge y de un suculento bacalao á la vizcaína (medio kilo, 60 céntimos) con pimientos, tomates y patatas”. Otras referencias a los alimentos de origen americano nos plantean claramente la separación entre los condimentos indianos y los utilizados en España. Muro (1894: 178-179) dice del ají o chile, al que denomina pimiento rabioso —que es diferente de la guindilla española—, que “debe componerse de cuatro onzas de pimiento rabioso, que es un pimientillo del tamaño de una aceituna, que se cría en los trópicos, mucho más fuerte y picante que nuestra guindilla”. También se emplean en varias ocasiones las judías: “fritas en aceite las judías, después de cocidas con cebolla picada y tomates, son muy apetitosas (Muro, 1894: 731); y el maíz, aunque citado siempre en forma de harina o fécula (Muro, 1894: 122): “Con la harina de maíz se hacen unas puches ó gachas muy usadas en algunas localidades de España”. Solo se emplea el maíz en grano, tierno o seco, cuando se explican platos americanos como el “mondongo cubano” (Muro, 1894: 310): “y se le añade una pata de puerco ó de Ternera con un poco de maíz seco; luego que se conozca que está blando, agréguese un poco de agua, boniato, maíz tierno”. Esta misma cita nos sirve para señalar otro cambio significativo que se produce en el repertorio español: el indigenismo batata se comienza a sustituir paulatinamente por otro, boniato. El gastrónomo Ángel Muro nos termina de dar una visión del repertorio culinario español del siglo en su Diccionario general de cocina (1892). En él se incluyen más de dos mil páginas de términos y se explican muchos nombres comunes de los ingredientes más conocidos. Cuando se habla del

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condimento americano que llaman en España pimiento, no hay una sola referencia a los términos ají o chile. Ají se cita simplemente como “especie de salsa usada en América, cuyo principal ingrediente es el pimiento llamado también agi. (Véase aji)”. Y de chile solo se dice “el pimiento llamado así”. Al hablar del cacahuete, Muro escribe (1892: s.v.): Se conoce con el nombre de cacahuate en la América septentrional, con éste y el de cacahuete en España, y con el de maní en la América meridional. Con esa manía que tenemos en España de hablar mal y de complacernos en dar á las cosas distinto nombre del que tienen, llamamos todos al cacahuete cacagües ó alcagües.

Al hablar de los higos, incluye el fruto de la chumbera, al que cita de la forma siguiente: “El fruto del nopal ó higuera de Indias se llama higo chumbo, higo de tuna ó higo de pala”. Y cuando se refiere a la anana o ananás, comenta: “Su nombre vulgar es piña de América”. Y todo esto no se debe a que el autor sea desconocedor de la cocina y los productos americanos; muy al contrario, este gastrónomo conocía bien la comida americana —es autor de decenas de recetas— y los productos americanos, que incluyó ampliamente en su diccionario: desde los muy comunes aguacate, guayaba, papayo o zapote hasta los más raros, como achote, achupalla o ajiaco. Además de estos dos repertorios fitonímicos, el americano y el español, encontramos también un abundante vocabulario de nombres de plantas que es común a todo el ámbito hispanohablante. Tal conjunto de términos es, como evidencian Cáceres Lorenzo y Salas Pascual (2018), más antiguo que los anteriores, ya que se documentan desde las primeras centurias posteriores al descubrimiento. En este lexicón se integrarían nombres vernáculos como aguacate, amaranto, cacao, maíz, papaya, yuca, zapote, etc. Curiosamente, en la referida cita de Mayans y Siscar solamente encontramos los arabismos algodón —para referirse a Gossypium barbadense—, tabaco —nombre dado desde el mismo momento del descubrimiento a la planta solanácea Nicotiana tabacum— y el antillanismo bejuco —término genérico con el que se designan las plantas trepadoras, propias de las selvas tropicales y ecuatoriales—. Un rastreo de estos nombres en el CDH y el CORPES XXI nos indica que son vocablos utilizados de manera frecuente desde la llegada a América hasta la actualidad. A este repertorio común también pertenecen todos los nombres castellanos que se usan en el nuevo continente para designar a las mismas plantas o a plantas muy relacionadas. En cualquiera de los territorios americanos es posible

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hablar de algarrobos, durillos, encinos, laureles, madroños, manzanos, pinos, retamas, salvias, etc. Estas palabras no designan siempre a las mismas especies, pero sí nombran, la mayoría de ellos, a plantas muy emparentadas física y taxonómicamente. Desde el punto de vista planteado en este trabajo, el fitónimo encino significa lo mismo en el español continental y en el habla de un mexicano, aunque se designe con él a dos especies distintas. Este término no designa a especies, sino a un tipo de árboles entre los que se incluyen especies españolas y mexicanas. Esto implica que no cambia su significado cuando se usa en España o en México. Llamar encino a Quercus ilex en España, por ejemplo, no indica que el vocablo pertenece al repertorio peninsular, igual que denominar encino a las especies del género Quercus que crecen en México no implica que se pueda incluir en el repertorio americano, tal como indica su presencia en el DA. La palabra encino forma parte del vocabulario fitonímico común del español. Otra dimensión de la cuestión de los repertorios es la que se evidencia en territorio americano con respecto a la difusión de ciertos fitónimos en detrimento de otros. Es el caso de las designaciones de Persea americana, tal como apuntan Bravo García y Cáceres Lorenzo (2013: 119) sobre textos descriptivos y administrativos del cono sur de América en el inicio del periodo colonial. En este tipo de documentos se emplean distintos vocablos: aguacate (nahua), curagua (lexía de Venezuela y Chile), curo (voz colombiana) y palta (quechuismo). Los funcionarios de las Indias que escribían desde el virreinato de Perú en el siglo , zona donde originalmente debía ser más utilizado palta, prefieren el término nahua al autóctono. En este contexto, el fraile franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590) escribe una monumental obra bilingüe, Historia general de las cosas de Nueva España (c. 1577). Esta crónica etnográfica muestra también la pugna entre voces amerindias, en este caso entre las taínas y nahuas anona/zapote (a) y ají/ chile (b) y batata/camote (c), que se suman a otras que aparecen en distintos textos de los siglos y (CDH) (las negritas son nuestras): a) Una de ellas se llama eheyotzápotl; quiere dezir “tzapote ceniziento o anonas”, que tiene por de dentro unas pepitas como frixoles negros, y es muy sabrosa. (n. 1) (b) Cuando llegava esta fiesta de este dios, que se llamava xochílhuitl, que quiere dezir “la fiesta de las flores”, como dicho es, ayunavan todos cuatro días; algunos no comían chilli o axí, y comían solamente al mediodía. (p. 24) c) camotli, vna cierta raýz que se llama batatas. (p. 76)

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Bernardino de Sahagún nombra ambos términos de manera conjunta, y en algunos casos toma partido por uno de ellos, por ejemplo, en el caso de batata. Unas décadas más tarde, en 1653, el jesuita Bernabé Cobo (1580-1657) escribe Historia del Nuevo Mundo (Cobo, 1964) desde el virreinato de Perú para explicar el multilingüismo de las designaciones con respecto a Ipomoea batatas (CORDE): [...] llámase a la batata asi en la lengua de la isla Española; en el Perú se dice Apichu en la lengua de los quechuas, y la aymara tuctuca. Los españoles la llaman camote el cual nombre es de la lengua mexicana. (cap. VI)

La lengua española en América no siempre se sintió en la necesidad de transmitir los indigenismos. De hecho, los fitónimos procedentes de las lenguas generales de la América colonial tuvieron distinta suerte, ya que unos se regionalizaron hasta convertirse en parte de los nombres vernáculos de una determinada zona geográfica y otros, por el contrario, traspasaron sus fronteras y se utilizan en varias regiones.

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4. FUTURO DE LOS FITÓNIMOS EN EL SIGLO XXI

Si en los capítulos anteriores de este libro no hemos podido transmitir al lector la idea de que los fitónimos son un patrimonio cultural de primer orden y un objeto lingüístico y etnobotánico de especial importancia, no habremos conseguido nuestro propósito. Como cualquier patrimonio, este necesita protección. Existe la creencia de que estamos perdiendo tal riqueza. La etnobotánica y la etnolingüística se consideran en la mayoría de las ocasiones un conocimiento vinculado al mundo rural, y con la desaparición de este se produce la pérdida de instrumentos, conocimientos, usos, y toda una cultura desaparece. Es esta una opinión general, fundamentada en la lingüística: El fin de este trabajo es, por tanto, dar a conocer de cada una de las plantas seleccionadas, por una parte, la variedad de nombres vernáculos que reciben en las distintas comarcas almerienses —al tiempo que se hará un estudio diacrónico, sincrónico y dialectal de cada voz— y, por otra, sus usos tradicionales antes de que desaparezcan las últimas generaciones que los han practicado y conocido. (Torres, 2004)

O en los trabajos etnobotánicos: Al igual que sucede con el resto del rico patrimonio etnobotánico ibérico, todo lo relacionado con la fitonimia popular se halla en situación crítica. Y es que, dejando a un lado la gran influencia ejercida por los medios de comunicación sobre la cultura tradicional, que ha ido rompiendo la “cadena de transmisión oral” (Villar, 2003), no hay que olvidar que estos conocimientos han llegado hasta nosotros gracias a nuestros ancianos. Por eso estamos obligados a recopilar, analizar y divulgar

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cuanto antes. Sólo así se evitará que, con la muerte de éstos, desaparezcan para siempre. (Álvarez Arias, 2006) El conocimiento y uso de las plantas forma parte de la denominada diversidad biocultural, que merece ser documentada y conservada. Este saber está desapareciendo debido a los cambios socioeconómicos acaecidos en los últimos tiempos; sin embargo, puede ser útil para aprender a conciliar el uso y la conservación de la biodiversidad. (Morales et al., 2011)

Suscribimos las palabras de todos los autores anteriormente referidos y de otros muchos que han escrito lo mismo, y que sería imposible referir aquí. 4.1. Globalización, ¿enriquecimiento o uniformización? Esta pérdida de conocimientos rurales, entre los que se encuentran los nombres de las plantas, debió ser un hecho muy repetido a lo largo de la historia. Cuando se iniciaron la agricultura y la ganadería, seguramente se olvidaron muchos nombres y usos de infinidad de plantas que servían como alimento a las poblaciones nómadas de cazadores y recolectores. Con la generalización de la medicina moderna, muchas plantas medicinales, sus usos y sus nombres, dejaron de usarse. Son procesos sociales imparables, y hoy estamos sufriendo uno de estos cambios. La globalización debería llamarse la “urbanización”, ya que la homogeneización cultural que se está produciendo en la actualidad se inicia desde las ciudades, y la cultura que se amplía a todo el mundo es la cultura urbana. Las sociedades rurales son las que mantienen, en todo el mundo, las diferencias culturales (Fonte y Ranaboldo, 2007). Porque la globalización es un hecho y un proceso en el que lo individual parece tener más peso que lo social, y es en sociedad donde se encuentran las diferencias culturales. Pero no todo es negativo en este proceso: El proceso globalizador ha despertado esperanzas, pero también inquietudes sobre su capacidad para aumentar las desigualdades económicas y políticas, modificar las estructuras de poder a escala planetaria, y provocar la pérdida de identidades culturales. (Jiménez Abad, 2014: 285)

La importancia de las comunidades rurales y de su patrimonio cultural, al que pertenecen los fitónimos, se valora dentro de los objetivos de la Agenda 2030 de la Unesco (2017: 17):

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La salvaguardia del patrimonio cultural y la incentivación de la creatividad son imprescindibles para posibilitar a las comunidades alrededor del mundo que se involucren activamente en el logro de los objetivos.

En esta agenda se pretende alcanzar diecisiete objetivos de desarrollo sostenible (ODS), y desde el punto de vista de la cultura como motor y facilitador de este tipo de desarrollo, puede avanzarse hacia la consecución de los ODS 12 (producción y consumo responsables) y 13 (acción por el clima) de la siguiente manera: Promover el vínculo intrínseco entre la diversidad cultural y la biodiversidad para garantizar mayor sostenibilidad ambiental. Los conocimientos y habilidades tradicionales fortalecen la resiliencia para contrarrestar los efectos de los desastres naturales y el cambio climático. La cultura constituye un recurso para los patrones de consumo y producción sostenibles. (Unesco, 2017: 16)

Este punto de vista positivo de la globalización es compartido por Mario Vargas Llosa (2000), para quien la globalización nos exime de mantener una serie de obligaciones sociales (lengua, iglesia, costumbres) y abre un horizonte mayor para la libertad individual. Esta libertad está volviendo a crear sociedades cuyos componentes no están obligados a pertenecer a ellas, sino que lo hacen por elección. Y en esta selección de culturas y sociedades, al idioma español no le va mal. Las vías de comunicación digitales, redes sociales, internet, permiten una difusión de la información increíble, y tenemos la posibilidad de acceder a nuevos objetos que nombrar, plantas en nuestro caso, que de otra manera nunca hubiésemos conocido. De esta forma conseguimos ampliar nuestro vocabulario en gran manera, a pesar de vivir en una ciudad y, en ocasiones, de no ver nunca el lugar donde se cultiva o crece dicha planta. La gran mayoría de los hablantes actuales desconocen qué planta es un fozón (Stellaria media, Taraxacum officinale), término limitado actualmente a Asturias, o que al madroño (Arbutus unedo) se le llama borto en Álava, Burgos y La Rioja. Pero, aunque no se usen mucho, estos nombres ya no se olvidarán, e incluso podrán tener una segunda juventud si se incluyen en los programas formativos de los alumnos de estas zonas. Algunos nombres comunes de plantas están teniendo en la actualidad esa segunda oportunidad. Ciertos alimentos o especies apreciadas y conocidas en la Edad Media son ahora reutilizadas y popularizadas. En este camino se encuentran algunos productos americanos o asiáticos considerados hoy como superalimentos. La chía, la cúrcuma, la

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espelta, el jengibre, la quinúa, el sésamo son ejemplos de ello. Aunque en muy pocos casos el hablante que emplea estas palabras reconocería las plantas que originan estas semillas o rizomas. Otros fitónimos que nunca se han utilizado de manera general en español y hoy se están popularizando por esta misma razón son açai, baobab, camu-camu, chlorella, equinácea, goji, kale, kuzu, lúcuma, maca, matcha, moringa, noni, reishi y stevia. Para conocer la evolución del uso de alguno de estos términos podemos hacer una búsqueda sencilla en los corpus académicos; por un lado, el CDH, en el que se incluyen textos desde el inicio del idioma hasta el siglo , y el CORPES XXI, en el que aparecen documentos de la centuria actual. Los resultados de esta búsqueda se presentan en la tabla 4.1. Muchos de los nombres de los llamados “superalimentos” todavía no aparecen en ninguna de las bases de datos utilizadas, por lo que no se muestran en dicha tabla. Tabla 4.1. Número de casos y documentos en que aparecen los fitónimos analizados en los corpus académicos

Fitónimos

CORPES XXI

CDH

Casos

Documentos

Casos

Documentos

1

1

0

0

chlorella

9

3

7

3

equinácea

11

8

4

1

camu-camu

goji

5

5

0

0

kale

20

12

0

0

lúcuma

102

38

56

22

maca

185

70

6

5

moringa

22

7

11

3

noni

66

29

0

0

reishi

10

3

0

0

stevia

376

29

0

0

Como se observa en la tabla, los términos que aparecen en el CDH forman dos grupos: aquellos que tuvieron uso durante los años de colonización americana hasta el siglo —lúcuma, maca, moringa— y los que se datan a finales del siglo —chlorella y equinácea—. El primer grupo ya está incluido en el DLE (2018). Los documentos donde aparece moringa en el CDH son de

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4. Futuro de los fitónimos en el siglo

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1578, 1896 y 1900, lúcuma solo aparece en cuatro documentos españoles y maca se registra en textos anteriores al siglo . Equinácea figura en el CDH por primera y única vez en 1998, y chlorella en 1984 y siempre como nombre científico. Todos estos términos que hoy utilizamos pueden tener, con el tiempo, una evolución similar a la que sufrió el fitónimo eucalipto tras su introducción a finales del siglo (Mapa de diccionarios). Cuando esto ocurrió no se disponía de un fitónimo propio que pudiese adaptarse ni de un nombre común en su lengua vernácula que pudiera adoptarse, por lo que se tomó su nombre científico como el propio y se llamó a este árbol eucalipto, tal como se le conoce hoy mayoritariamente. Su utilización ha generado multitud de variantes: alcolitos, calipes, calipto, calisto, calito, calixto, ecalisto, encalistro, ocalito y ucalito (Ávarez Arias, 2006), e incluso nogalito en Canarias (Acosta, 2000). Otro grupo de plantas cuyos nombres están integrándose en el español actual son aquellas que se emplean en jardinería. Las plantas ornamentales son cada vez más importantes en nuestro entorno y en la economía local. Sus nombres comunes derivan, en la mayoría de los casos, de los científicos. Estas plantas forman un grupo grande y cambiante en el que podemos distinguir cada especie por la época en que se introdujo en parques y jardines. Durante los siglos y se importaron especies que ya hemos integrado en nuestro vocabulario y en nuestros diccionarios. Son los casos de agave, araucaria, begonia, buganvilla, ficus y pasiflora, parchita o maracuyá. Y desde mediados del siglo un nuevo grupo de plantas están surgiendo en la jardinería ornamental, aunque todavía no han conseguido entrar en los diccionarios normativos. Son bromelia, clorofito, croto, diefembaquia, flor de pascua o poinsetia, peperomia. Si volvemos a emplear las bases de datos académicas para comprobar el uso de los nombres de estas plantas de jardín, obtenemos la información que se muestra en la tabla 4.2.

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Tabla 4.2. Número de casos y documentos en que aparecen los fitónimos analizados en los corpus académicos

Fitónimos

CORPES XXI Casos

Documentos

CDH Casos

Documentos

agave

374

116

108

59

araucaria

225

107

177

81

begonia

126

74

94

33

bromelia

0

0

5

3

buganvilla

178

113

132

59

clorofito

1

1

0

0

croto

62

39

46

21

diefembaquia

1

1

0

0

ficus

130

94

70

26

flor de pascua

6

4

1

1

maracuyá

203

122

25

15

parchita

24

20

11

6

pasiflora

33

24

16

9

pasionaria

16

8

150

60

peperomia

0

0

1

1

poinsetia

2

2

0

0

Las fechas en la que se inician las apariciones de cada término son: agave, 1886; araucaria, 1872; begonia, 1770; bromelia, 1967; buganvilla, 1896; clorofito, 2014; croto, 1941; diefembaquia, 2006; ficus, 1897; flor de pascua, 1978; maracuyá, 1971; parchita, 1980; pasiflora, 1858; pasionaria, 1779; peperomia, 1964, y poinsetia, 2006. Es curioso comprobar la evolución de la forma de denominar a algunas de estas especies. Es el caso de los nombres que reciben las enredaderas del género Passiflora. El primer fitónimo que registramos es granadilla (1553), este término que desplazó a los nombres indígenas, entre los que estaba el tupí maracuyá. Con esta misma designación llegó a la Península en la mitad del siglo (Monardes 1989) y se continuó utilizando hasta la actualidad, pero desde finales del tuvo que competir con los fitónimos pasionaria, flor de la pasión y pasiflora, todos formados a partir del hecho de que algunas partes de la flor se asemejan a algunos aspectos de la pasión de Cristo (llagas, corona de espinas, clavos, etc.), tal como puede

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verse en la figura 4.1. Este mismo hecho hizo que en 1753 Linneo nombrase a este género como Passiflora, y de este término científico deriva el fitónimo pasiflora. La inexistencia de referencias relacionadas con los nombres vernáculos pasionaria, pasiflora o flor de la pasión, anteriores a esta fecha de publicación del género científico, nos hacen dudar sobre si estos términos derivan de una tradición popular o del propio nombre científico. El cambio de nombre puede deberse a que su uso varió, ya que durante los siglos , y la granadilla era considerada una planta alimenticia, mientras que durante el y buena parte del la pasionaria se tuvo como una simple planta ornamental. La importancia de la planta pasó del fruto, la granadilla, a la flor, la flor de la pasión. Hoy, que volvemos a utilizarla como alimento, se retoman los nombres originales, maracuyá y parchita, y estos términos son mucho más ampliamente conocidos y empleados que en épocas anteriores. En un supermercado de España o Francia es posible encontrar a la venta maracuyá, zumo de maracuyá, té verde al maracuyá, smoothie de mango y maracuyá, etc.

Figura 4.1. Flor de Passiflora alata, la flor de la pasión, pasionaria o pasiflora. Algunas partes de esta planta la asemejan a la pasión de Cristo: la corona de espinas, los tres clavos, las cinco heridas, etc. También se la conoce como maracuyá, parchita o granadilla.

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Cambios de nombre, cambios de uso, multiplicidad de denominaciones, ampliación de los hablantes que usan y conocen los términos, en el ejemplo de los nombres dados a las especies del género Passiflora, especialmente Passiflora edulis, podemos comprender cuál puede ser el futuro de muchos fitónimos. Pero la imaginación de los hablantes intenta explicar de varias maneras el significado de los fitónimos. Hoy que la pasión cristiana pierde popularidad frente a la pasión humana, se empieza a hablar de las propiedades afrodisiacas de la pasiflora, que, a pesar de que no se incluyen en ningún vademécum sobre fitoterapia, se dan como reales en muchas páginas de internet, de ahí que algunos autores se esfuercen en negar esta pretendida utilidad terapéutica (Saravia Gómez, 2008). Estamos, pues, frente a un momento de cambio en el que muchos nombres de plantas dejarán de usarse. No se olvidarán, ya que en las últimas décadas se han realizado trabajos recopilatorios, aunque siempre es necesario ampliar la búsqueda en determinados territorios y sociedades. Otros nombres ampliarán el número de hablantes y los territorios donde se conocen, o incluso se integrarán como novedades en nuestro vocabulario. Estamos, por tanto, ante un equilibrio entre una perspectiva de empobrecimiento y una de enriquecimiento en el mundo de los fitónimos. Lo importante es que depende de los hablantes, de las instituciones relacionadas con la educación, de los organismos oficiales, que este equilibrio se incline hacia un lado u otro. Prueba de que la acción de la sociedad puede revertir la posible pérdida de un fitónimo es el caso de los fitónimos canarios de origen prehispano. Su sonoridad y el aprecio positivo actual por parte de los habitantes de las islas está propiciando que su uso se amplíe y se utilicen para denominar a empresas, colegios, calles, etc. Sirvan como ejemplo los casos de calcosa, cóngano, guaidil, jocama, tajornoyo, tasaigo y turgayte. Para comprobar su popularidad basta con cuantificar los resultados obtenidos en una búsqueda por internet de estos términos, a sabiendas de que en ocasiones algunas de estas referencias son errores del buscador. El número de resultados de cada término se presenta en la tabla 4.3.

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4. Futuro de los fitónimos en el siglo

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Tabla 4.3. Número de referencias encontradas tras una búsqueda en la red de los fitónimos aborígenes canarios señalados Fitónimo

N.º de resultados

calcosa

55 600

cóngano

442

guadil

39 400

jocama

32 900

tajornoyo

42

tasaigo

48 300

turgayte

437

Como se aprecia claramente, existe una notable diferencia entre unos fitónimos y otros según este número de resultados. Calcosa, guaidil, jocama y tasaigo están ampliamente representados, y la razón hay que buscarla en las referencias encontradas: calcosa, fitónimo limitado a El Hierro y Lanzarote, se relaciona con nombres de lugares de interés turístico, con empresas inmobiliarias; guadil se emplea para designar a colegios, restaurantes, grupos musicales, empresas de asesoría; jocama da nombre a viveros y empresas de decoración, y tasaigo sirve para nombrar a grupos folclóricos, empresas de podas, negocios de promoción inmobiliaria, etc. En cambio, cóngano, tajornoyo y turgayte, fitónimos muy locales, deben la menor popularidad que tienen a las páginas web dedicadas a cuestiones científicas, al senderismo y a la educación. Si la sociedad valora positivamente estos términos, acabará por asimilarlos y utilizarlos, evitando así su pérdida. Y esto es lo que nos lleva a la reflexión final de este trabajo. 4.2. Cada hablante, un repertorio. El léxico, si no se usa, se atrofia Estamos inmersos de lleno en la sociedad del conocimiento. La información circula rápidamente de un usuario a otro y esto elimina las fronteras de las sociedades, haciendo posible el acceso a diferentes vocabularios fitonímicos. Esto permite que cada hablante construya su propio repertorio según sus aficiones, gustos y las fuentes que utilice para su formación. La riqueza del repertorio fitonímico de cada persona no depende de su trabajo. La gente del

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campo, de avanzada edad, conoce más términos fitonímicos que los agricultores actuales, a pesar de que realizan el mismo trabajo. E incluso no todos los habitantes del mundo rural, que habitualmente se considera que atesoran un mayor repertorio de nombres comunes, poseen el mismo conocimiento del medio natural. Siempre y en todas partes hay gente a las que las cosas de la naturaleza les atraen más o menos. Luego no es cuestión del trabajo o del lugar donde se viva, sino del punto de interés que tenga el hablante. Un aficionado a la botánica o un senderista puede tener un repertorio de nombres comunes de plantas del entorno muy extenso, e incluso diferente al de otros hablantes, para nombrar a las mismas plantas. Normalmente, el aprendizaje oral de los fitónimos, el más habitual en las personas mayores del mundo rural, mantiene las diferencias entre los repertorios locales, mientras que el que se aprende de fuentes escritas suele ser más homogéneo y no incluye las variedades locales. Las personas que aprenden el nombre común de Pistacia lentiscus, con mucha probabilidad aprenderán el de lentisco, ya que es el más general y el que con más asiduidad aparece en los textos divulgativos, y sería muy raro que emplearan almárciga, charneca, lantisco o masta, términos castellanos que también designan a esta especie (Álvarez Arias, 2006). Estas diferencias son actualmente el mayor problema al que se enfrentan los repertorios locales, por lo que estos deben conocerse, protegerse y fomentarse, de igual forma que se protegen la biodiversidad específica, que implica la protección de especies, y la biodiversidad genética, que atañe a la conservación de poblaciones, variedades, etc. Pero sin duda habrá pérdidas en el uso, es decir, habrá términos que desaparecerán del habla cotidiana y quedarán relegados a los libros, bases de datos, etc., donde también realizan una importante labor como fuente de información para etnobotánicos, lingüistas, historiadores y de donde, quién sabe, podrán salir algún día para volver a ser utilizados por los hablantes. Este problema de la obsolescencia del léxico no es exclusivo de los nombres de plantas (Lara, 1994). Esta es la cuestión: el objetivo debe ser no ya tanto el conocimiento de este léxico, sino el uso del mismo. Seguir empleando los términos fitonímicos permite que prosiga el proceso iniciado hace mucho tiempo. Las palabras siguen vivas solo si se usan. El concepto de léxico vivo está bien aceptado. En 1999, cuando se editó el Diccionario del español actual (DEA), se dijo que registraba el léxico vivo de la lengua española, prescindiendo de fuentes lexicográficas (Gelpi, 2000). En 2006 las Academias de la Lengua de los países hispanohablantes publicaron el Diccionario esencial de la lengua española.

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En este texto se incluyeron 54 000 vocablos procedentes, según indican los académicos, del repertorio de acepciones, voces y formas complejas correspondientes a la lengua general, suprimiendo aquellas que carecen de uso probado en nuestros días. El diccionario prescinde también de localismos y coloquialismos que no son compartidos por todos los países de habla hispana (Diccionario esencial). Pero, sin duda, es muy complicado saber qué término está vivo y cuál no. Serían necesarias multitud de encuestas, búsquedas, etc., para conocer exactamente si un vocablo pertenece o no a este léxico vivo. Pero quizá la mejor manera de contribuir al conocimiento y al uso de este léxico es el de favorecer la creación de nuevos puntos de interés referidos a lo que nombran: las plantas. Ya se ha dicho que la sociedad actual, tras la globalización y el auge de las libertades individuales, se mueve más por intereses propios que por obligaciones o presiones sociales. Si se consigue crear más focos de atención relacionados con la botánica en general o con los nombres de plantas en particular y se logra poner en valor esta cultura y la información que atesoran los fitónimos, como propone la Agenda 2030, se habrá dado un gran paso a favor de su pervivencia. Si, como sucede con los fitónimos aborígenes canarios, se logra que la sociedad vea como un hecho positivo el uso de la terminología local para nombrar a las plantas, se podrá decir que el futuro de estos vocablos que acumulan siglos de conocimientos y de información empieza a no ser tan oscuro como hoy se prevé.

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V V V V W W

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ANEXO I. ÍNDICE DE NOMBRES COMUNES

aardnoten 55 ababol 60 abacá 30 abacate 74 abedul 24, 30 abelmosco 60, 61 abeto 30, 65 abeto del norte 86 abeto rojo 83 abey macho 86 abremanos 67 abre-ualyo 67 abriboca 30, 34 abriulls 67 abrojillo 30 abrojo 30, 67 abrolhos 67 abroma 30 abrótano 30 abubo 68 abucho 68 acacia 30, 34 acacia bastarda 86 acacia blanca 30, 33, 34 acacia falsa 33, 34 acahual 30, 33 açai 108 ácana 30 acanto 30, 62 acebo 30, 34

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acebuche 37, 60 acedera 30, 62 acederilla 30 acederón 30 aceitero 30 aceituna 37 aceitunillo 30, 91 aceituno 37 acelga 30, 60 aceña 60 acerolo 30 aciano 30 acíbar 43, 44, 60 acle 30 acónito 30 ácoro 30 ácoro bastardo 30 achachairú 30, 34 achicoria 28, 30 achiote 92 achiotillo 30, 91, 92 achira 30 achojcha 30 achote 96, 102 achuma 30, 33 achupalla 30, 102 adelfa 30, 32 adelfilla 30 adormidera 30 áfaca 30, 35

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afiom 12 africano 30 agáloco 30 agalla 30 agapanto 30 agavanzo 66 agave 109, 110 agerato 28 agérato 62 agracejo 30 agria 91 agrimonia 30, 62 agrión 91 agripalma 30, 62 aguacate 30, 35, 72, 74, 93, 102, 103 aguacate cimarrón 35 aguacate de mico 88 aguacatillo 30, 35, 91 aguaí 30, 35 aguaje 30, 33 aguapey 30 aguavientos 30, 62 aguavilla 66 aguedita 30, 91 aguileña 30, 62 aguja 30 āhuacatl 74 ahuehuete 25, 30 ahuejote 30 ailanto 30 aje 30 ajedrea 30, 60 ajenjo 30, 62 ajenuz 60 ají 71, 72, 96, 99, 101, 102, 103 ají cumbarí 30, 89 ajiaco 102 ajicuervo 30 ajipa 30 ajo 30, 65 ajo chalote 30, 62 ajo de ascalonia 62 ajomate 30, 60 ajonjera 30, 62 ajonjolí 30, 60

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alacayuela 30 alacrancillo 30 alacranera 30, 94 aladierna 30 alama 30 álamo 30 álamo balsámico 30 álamo blanco 30 álamo de la Carolina 30 álamo de Lombardía 30 álamo negro 30 álamo temblón 30, 86 alarce 18 alarguez 30, 35, 60 alazor 30, 60 albahaca 30, 60 albahaquilla de Chile 30 albaida 30, 60, 61 albardín 30, 60, 61, 66 albaricoque 60 albaricoquero 30 albarillo 30 alberchigo 30 albérchigo 60 alberchiguero 92 albihar 60 albihares 61 albohol 30, 60 alboquerón 30, 60 albudeca 60 alcabota 60 alcachofa 30, 60 alcagües 102 alcandía 60 alcanfor 60 alcanforado 30, 62 alcanforero 30, 92 alcaparra 30, 35, 60 alcaravea 30, 32, 60 alcatraz 30 alcaucil 60 alcazuz 60 alcohela 60 alcolitos 109 alcotán 60

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Anexos alecrín 25 aleluya 62 alerce 60 alfalfa 60 alficoz 60 alfiler 60 alfirelillo de Sierra Nevada 45 alfóncigo 60 algáfita 47 algafitón 47 algalia 60, 61 algarroba 60 algarrobilla 91 algarrobo de montaña 86 algarrobos 103 algazul 60 algodón 60, 97, 98, 99, 102 algodón de Castilla 84 algodoncillo 62 algodonosa 91 algodonoso 94 alharma 60 alhelí 60 alheña 60 alholva 60 alhucema rizada 27 alhuceña 60 alisma 62 aljuma 60 almáciga 93 almárciga 114 almea 60 almendrero 92 almendrillo 91 almendro 92 almendrón 91 almez 60, 61, 92 almizcleño 62 almoraduj 60 aloe 43, 44, 62 aloe vera 44 alpiste 60 alquequenje 60 altabaca 60, 61 altramuz 60

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alubia 60 amaranto 102 amargón 91 amargosa 91 amarguera 62 amarillo 82 amate prieto 86 ambrosía 26 amelo 62 amendoin 55 amormío 62 amorosa 91 anana 102 ananás 102 anea 60 aneto 68 anona 103 añil 28 apagalumbres 54 apichu 104 arándano 66 araucaria 46, 109, 110 árbol de la seda 86 ardivieja blanca 54 arenaria 45 arestín 62 argaña 66 argentino 62 árgoma 66 arísaro 62 árnica 62 aro 62 arrafiz 60 arrayán 26, 60 arrayán moruno 86 arroz 13, 60 arta de monte 62 asa fétida 62 asarina 62 ásaro 62 asperilla 26 astromelia 46 atabaca 60 atocha 60 aulaga 60, 66

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aulaga merina 86 auyama 99 avellana americana 55 avellana de Valencia 55 avena 65 avena loca 86 avispillo 89 avocado 74 avocat 74 avokado 74 azafrán 60 azafrán bastardo 86 azamboa 66 azamboero 92 azándar 60 azucena 60, 62 azucena anteada 62 azucena de Buenos Aires 62 azucena de Guernesey 62 azufaifo 60 azúmbar 60, 62 baladre 72 balo 72, 76 balsamina 62 bancal 59, 60 baobab 108 barba cabruna 62 barbaja 62 barceo 66 bardines 68 barrón 62 bastón de san Francisco 25 batata 13, 28, 72, 73, 96, 100, 101, 103, 104 batata anita 86 batatas 100 begonia 46, 62, 109, 110 bejuco 96, 97, 98, 99, 102 bejuco de Santiago 86 bejuco espinoso 86 belladona 62 bellotero 92 ben 59, 60 bencomia 45, 46 bencomia de Tirajana 45 berenjena 60

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berenjena de huevo 94 berro 66 bignonia 46 biznaga 60 blanquillo 81, 91 bobo 90, 91 boniato 100, 101 borona 66 borracha 91 borraja 28 borto 107 botja 82 botja negra 54 botoncillo 91 brasilete 91 brezo 66 brezo blanco 82 brillante 91 bromelia 45, 110 brusca 91 brusco 62, 91 brusela 27 buganvilla 46, 99, 109, 110 buglosa 28 burladora 91 cabezón 91 cabezudo 90 cabezuela 62 cabotaira 68 cabuya 99 cacagües 102 cacahuate 54, 55, 99 cacahuete 54, 55, 72, 99, 102 cacahuete de México 55 cacao 72, 74, 96, 102 cacao sabanero 86 cactus raizón 45 café de Bonpland 86 cagalerona 93 cagamucho 93 calabacera 99 calabaza 66, 99 calamento 26 calcosa 53, 72, 112, 113 calipes 109

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Anexos calipto 109 calisto 109 calito 109 calixto 109 camagón 92 cambur criollo 86 camote 72, 99, 100, 103, 104 camu-camu 108 canchollo 67 candelabro 94 candil 60 canela 12 canelero 92 canelillo 91 canelo 26, 82 canelón 91 cantueso 27, 62 caña 65 caña de Cristo 86 caña tacuara 89 capitana 91 capitaneja 62 carácter de hombre 83 carballo 66, 72 cardo bendito 86 cardo borriqueño 86, 88 cardo corredor 86 cardón 19 cariscio 25 carpaza moura 54 carrasca 66 carricera 62 cascabeles 94 casia 13 castañero 92 castaño 92 castaño de Indias 86 caule 68 caulote 92 cazabe 96 cazuz 60 cebolla 65 cebolla albarrana 62 ceconia 66 cedoaria 60

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cedro 26 cedro del Líbano 86 cedro del país 86 cedro deodora 86 cedro dulce 86 cedro macho 86 cedro real 85 ceiba 93, 96 ceibo 93 cemí 96 cenizo 90, 91 centaura 62 centaurea de Gredos 45 cerezal 93 cerezo silvestre 86 cerraja de don Enrique 15 cidoneda 66 cienudillos 90 cinamomo 26 cincoenrama 90 cinia 46 cinta 62 cirio 94 cirolero 92 ciruelillo 91 clavel 28 clavelón 99 clavero 92 clavo 93 clinopodio 25 clorofito 110 coca 72, 74 cocotero 92 codeso 41, 42 codeso de monte 41 codón 66 codoñ 66 codoñer 66 cohitre enano 86 col 68 cola de zorra 62 comelina 28 conejera 91 conejitos 94, 95 cóngano 112, 113

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Fitónimos en el español panhispánico

consuelda menor 25, 86 copalillo 91 copayero 92 copecillo 91 corazoncillos 94, 95 corcho bobo 86 cordia 45 cordón de fraile 19 coronilla 92 correhuela muerta 82 correhuela viva 82 cortadera 26 cortés 46 cotona 66 creilla 100 cresta de gallo 81 crestagallo 81 criadilla de tierra 100 criadillas de tierra 100 crisantemo 62 croto 110 cruz de Jerusalén 62 cubeba 60, 61 cuercos 66 culantrillo 67 curagua 103 curamagüei 97, 98 curamagüey 97 cúrcuma 60, 107 curo 103 cuscuta 60 chaparro 91 charneca 114 chía 107 chicozapote 89 chile 71, 72, 74, 101, 102, 103 chile abanero 86 chinchona 46 chirimoya 72, 74 chirimoyo 72 chlorella 108, 109 chocasapes 54 chocolate 72, 74 chordón 66 chumbera 99, 102

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chupamieles 90 daguilla 92 dalia 46 dama 53 despedida de verano 94 diefembaquia 110 diente de león 48 disciplina de monja 83 dondiego 99 dondiego de noche 86 dorada 90 doradilla 90, 91 drago 13, 75, 76, 77 dragón 62 durillo 90 durillo agrio 90 durillo blanco 90 durillo dulce 90 durillos 103 ecalisto 109 ecapacle 91 eléboro negro 86 encalistro 109 encinas 66 encino 103 encinos 103 endrino 26 enea 68 eneldo 68 enredadera 62 equinácea 108, 109 erodio de Cañamares 45 erva-doce 82 escarchosa 91 escoba amarga 86 escoba amarilla 82 escoba blanca 54 escoba negra 82 escobeso 42 escobón 42 escordio 25 espantalobos 54 espata 68 espelta 108 espinaca 60

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Anexos espingo 97, 98 espino cerval 86 espinosa 91 espirrera 93 espuela de caballero 28 esquenanto 62 estepa blanca 54, 82 estepa borrera 54 estepa negra 54, 82 estornudera 93 estraña 28 estrella de mar 83 estrellamar 25, 83 eucalipto 109 farolillo 62 faya canaria 78 feijoa 46 fento do botón 43 feto de botao 43 ficus 109, 110 flor de amor 86 flor de culebra 88 flor de la pasión 99, 110, 111 flor de lirolay 89 flor de mayo 94 flor de muerto 93 flor de pascua 110 flor del ilolay 89 flor del lilolá 89 flor del lilolay 86, 89 flor del liriolay 89 flor del viento 86 florida 90 floripondio 93 florón 93 fonoll dolç 82 fozón 107 frambuesa 66 frambuesero 66 fresa silvestre 66 frezo negro 82 friegaplatos 53 frijolillo 91 fruta de la pasión 99 fucsia 46

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funcho doce 82 fusel 68 fustete 91 gabarda 66 galanga 60 gallito 92 gallo checo 67 gamón 68 gandul 90, 91 garbanzo 66 gardenia 46 gayuba 66 gigante 90 girasol 28 globularia de canarias 28 goji 108 graciosa 90 grama 67 grama del norte 62, 86 granadilla 110, 111 granadillo 91 grondnoten 55 groundnut 55 guacamole 72, 74 guadil 113 guaidil 112, 113 guaraná 72 guayaba 72, 74, 102 guayaba del pinar 86 guayabón 91 guayabón de montaña 86 guayacán 76, 96, 97, 98 guayaco 97 guaydil 72 guindilla 99, 101 haba 28 haya 26, 78 haya europea 78 hayas 78 hedionda 91 hediondilla 91 hediondo 90, 91 helecho escamoso 45 helecho macho 85 henequenes 78

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Fitónimos en el español panhispánico

heno blanco 62 herba del mal de queixal 54 hibuero 26 hierba de cuajo 86 hierba de San Juan 86 hierba de Santa María 85, 86 hierba doncella 27, 86 hierba luisa 89 hierba meona 86, 90 hierba sagrada 86 higo chumbo 102 higo de pala 102 higo de tuna 102 higuera de Indias 102 higuera del diablo 85, 86 higuera infernal 85 higuerilla 76 higuerilla de Paposo 45 higuerillas 76 higuerón 91 hija de don Enrique 15 hilinchile 91 hinojo 82 hinojo amargo 82 hueledenoche 54 ihana 97, 98 incienso 52 incienso hembra 86 inciensos 78 inchik 55 irama 53, 72 isabel segunda 83 isana 97 ishpingo 97 jabillo 91 jaboncillo 54 jacinto 26 jaguarzo 60, 61 jaguarzo vaquero 54 jalapeño 72, 74 jara 60, 61 jara de hojas de salvia 54 jara hembra 54 jara macho 54 jazmín 60

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jebe 60 jenabe 60 jengibre 108 jícama cimarrona 86 jiopacle 91 jocama 72, 76, 112, 113 jocotal 93 jocote del diablo 86 judía 99 judías 101 junco marino 86 junco oloroso 86 kale 108 kuduin 66 kuzu 108 labiérnago 26 lacre 94 lagarto caspi 89 lantisco 114 lastón 62 latón 92 latonero 92 laurel 82, 89 laurel avispillo 89 laurel blanco 82 laurel cigua 89 laurel del norte 82 laurel mierda 82 laurel peludo 82 laurel silvestre 19 laureles 103 lechuga 78 lechuguilla 78 lechuguillas 78 lengua de buey 27 lengua de vaca 83 lengua de venado 82 lengüevaca 83 lentisco 65, 67, 114 Leonotis nepetifolia 19 lepidio 62 leucoma 97, 98 lila 26, 60 lima 60 limoncillo 91

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Anexos limoncito 91 limonero 60 lino 28 lirio blanco 68 lirón 92 lironero 92 lisimaquia menorquina 45 lodón 92 loro 91 lúcuma 97, 108, 109 llidón 92 maca 108 macuca 62 macuelizo 92 madroño 66, 107 madroños 103 magnolia 47 maguey 79 maguey curandero 86 maguey de tequila 86 magueyes 78 maíz 66, 72, 74, 96, 100, 101, 102 maíz común 86 maíz mején 89 malagueta 92 malinche 46 malva 67 malva loca 86 malva real 86 malvavisco 62 mameyero 92 mamón 92 mamoncillo 91 mandioca 72 mandobi 55 mandoin 55 mandubí 55 manduuí 55 manduví 55 manga 93 mangle negro 45 mango 93 mango sacha 86 maní 54, 55, 99 manzana 93

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manzanilla 40, 91 manzanilla común 86 manzanilla de Gredos 40 manzanilla de monte 40 manzanilla de risco 40 manzanillas 40 manzanillo 91 manzano 93, 97 manzano de Juan Fernández 45 manzanos 103 maracuyá 109, 110, 111 marañón 92 marfogio 66 marmelo 66 marmolán 28 masta 114 matacallos 54 matalahúva 60 matcha 108 mate 72, 99 maya 62, 93 mayo 93, 94 mayueta 66 mazacote 60 mejorana 25 melocotonero 93 melojo 26 melosa 91 melosilla 91 membrillo 66 menta 67 meona 90, 93 meruéndano 66 mezquitillo 91 mijo 66 miona 54 mirto 68 miseria de camino 48 moena 82 mol 52, 72 monkeynut 55 moral 93 morera 93 moringa 108 murta 68

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Fitónimos en el español panhispánico

murtilla 26 nance ácido 86 naranja 93 naranjero 92 naranjo 92, 93 negrilla 91 negrillo 90 nenúfar 60 nenúfar amarillo pequeño 45 nevadilla 91 nigua 53 nigua enredadera 86 nogal 92 nogalero 92 nogalito 109 noni 108 nopal 99 ocalito 109 ofiom 12 ojo de buey 83 olivera 93 olivo 37, 65 opio 12 opium 12 órgano 94 orijama 72 orozuz 60 ortiga moheña 89 oruca 68 oruga 68 oyamel de Jalisco 45 pachulí 62, 63 pajón 92 palay 13 palito 91 palma caranday 89 palma Christi 86 palma de Guadalupe 45 palma real 86 palmacristi 85 palmera 93 palo 62 palo de Campeche 84 palo de indias 98 palo de las indias 97

Fitónimos.indb 140

palo de peje 89 palo Jordán 82 palo santo 76, 97, 98 palta 103 pan y quesillo 81 pancho prieto 83 paniquesillo 81, 94 paniqueso 94, 95 papa 72, 73, 99 papa oca 89 papaya 54, 72, 74, 93, 102 papayo 93, 102 paray 13 parchita 109, 110, 111 pasiflora 109, 110, 111 pasionaria 110, 111 patata 72, 73, 74, 99, 100 patatas 100, 101 peanut 55 pegajosa 91 peperomia 45, 110 pepinillo del diablo 85 peral 68, 93 peralejo 91 peretero 93 perpetuas marítimas 28 pervinca 27 pico de cigüeña 81 picocigueña 81 pie de león 48 píjara 42, 43 pimentero falso 86 pimienta de las Indias 71 pimiento 102 pimiento rabioso 101 pimientos 101 pinabete 18 pinchosa 90 pinda´s 55 pinillos 78, 79 pinipinichi 97, 98 pino 18, 23, 24, 37, 38, 65, 76, 78, 79 pino alarce 18 pino albar 18 pino Balsaín 18

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Anexos pino blanquillo 18 pino bravo 18 pino carrasco 15, 18, 81 pino carrasco de algunos 15 pino carrasqueño 18 pino cascalbo 18 pino de Alepo 81 pino de Valsaín 18 pino doncel 18 pino manso 18 pino marítimo 18, 81 pino melis 18 pino negral 18, 86 pino negro 18 pino ocote 86 pino piñonero 18 pino pudio 18 pino rodeno 18 pino royo 18 pino salgareño 18 pino tea 18 pinos 24, 38, 78, 80, 103 piña 99 piña de América 99, 102 piña de Indias 99 piña tropical 99 piñón amoroso 86 pipirigallo 26 pisapastores 47 pistachero 93 pita 43, 72, 79 pitera 28, 79 piteras 78 planta piedra 47 platanera 92 plátano 26, 92 poinsetia 110 polígala 62 pomme du terre 74 pomodoro 74 pompón de Las Cañadas 48 porongo 99 poroto 99 potra 91 primavera 62

Fitónimos.indb 141

141

pulsatila 62 quebracho 92 queradilla 73, 100 querfaa 12 quexigo 66 quina 93, 97, 98, 99 quino 93, 97 quinúa 108 quinua 72, 74 quitameriendas 94 rabo de gato 83 raigón 93 raigona 93 rapónchigo 62 rascalavieja 90 rascavieja 90 raspaguacal 90 reina de los prados 62 reishi 108 retama 38, 39, 60 retama colorá 82 retamas 39, 103 ricino 85 roble 26, 65, 66, 72 robles 66 romarino 68 romero 28, 65, 68 rompepiedras 54, 90 rosa 65 rosal del guanche 45 rosal silvestre 66 rosariero 93 ruda 62 sábila 44 sacha anona 88 sacha col 88 sacha mango 88 sacha rosa 88 sacha sandía 88 saladillo 91 salado 90, 91 salvia 28 salvias 103 sandía 60 sangradera 94

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142 sangre de drago 76 sangre de dragón 76 sanguino 91 sanjora 91 sanjuanera 91, 94 santónico 62 sapera 91 sargadilla 62 sasafrás 97, 98, 99 sassafras 97 sebestén 60 secácul 60 semilla de la Virgen 86 serbal 68 serrasuelo 91 sésamo 108 sibar 43 siempreviva 54, 91 siempreviva malagueña 45 siempreviva mayor 62 sietecueros 90 sietepellejos 90 sigua canela 82 silene 46 silene de Ifach 45, 46 simbol 62 sonaja 27 sorbas 68 stevia 108 tabaco 60, 97, 98, 99, 102 tabaco bobo 85 tabacón 91 tabaiba 72 tabaibas 76 taboire de arena 42 tagarnina 60 tagasaste 72 taginaste 27, 72, 76 tajornoyo 112, 113 támara 60 tamarindo 60 tamarisco 68 tapaculos 54 tapara 99 tarabal 28

Fitónimos.indb 142

Fitónimos en el español panhispánico tasaigo 112, 113 tequila 72, 74 terciopelo 62 tlacáhuatl 55 tojo 62, 66 tomate 72, 74, 100 tomates 101 tomillo 62, 65 tomillo de mar 83 tomillo de Taganana 45 tonto 90 toronjil 60 totora 62, 63 trébol 68 trébol de risco rosado 45 trébol hediondo 86 trifolo 68 trigo 65 trigo salmerón 89 triguero 62 trinitaria 99 tuctuca 104 tuna 72, 96, 99 turbit 60 turgayte 72, 112, 113 ucalito 109 úcar 96 urce negral 82 urze negral 82 uva 68 uva de oso 88 uva de raposa 88 uvero 93 uvilla 91 vaizas-mano 67 vaizas-manos 67 vara de San José 86 vellosa 90 vencetósigo 62 vendach-mano 67 venenero 91 venturosa 90 veranera 99 verdecillo 90 viborana 62

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Anexos viborera 27 vinagrera 53 xara moura 54 yagua 96 yanilla 91 yerba pastel 28 yuca 72, 96, 99, 102 zábila 28, 43, 44 zabila 43, 44, 60 zacate camalote 86 zagua 60 zahína 60 zanahoria 60

Fitónimos.indb 143

143

zancuda 91 zapallo 99 zapallo macre 89 zapote 99, 102, 103 zapotero 93 zaragatona 60 zaragüelles 60, 61 zarcillitos 95 zarzas 68 zulla 60 zumaquero 45, 46 花生 55

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ANEXO II. ÍNDICE DE NOMBRES CIENTÍFICOS

Abies hickelii 45 Abies pinsapo 38, 78 Achillea millefolium 90 Adenocarpus foliolosus 41 Agathi grandiflora 92 Agave americana 38, 79, 80 Agave lechuguilla 78 Ajuga chamaepitys 78 Ajuga iva 78 Alchornea latifolia 92 Aloe barbadensis 44 Aloe vera 43, 44 Amburana cearensis 97 Amelanchier denticulata 37 Antirrhinum majus 95 Aphanes microcarpa 48 Arachys hypogaea 54, 55 Araucaria angustifolia 78 Arbutus unedo 107 Arenaria alfacarensis 47 Arenaria nevadensis 45 Artemisia absinthium 78 Artemisia thuscula 52, 78 Asparagus acutifolius 91 Asperula cynanchica 78 Asphodelus 68 Avicennia germinans 45 Baccharis salicifolia 61 Bencomia 45 Bencomia brachystachya 45

Fitónimos.indb 145

Bencomia caudata 45, 46 Bencomia exstipulata 45 Bidens bigelovii 61 Bignonaceae 39 Boehmeria excelsa 45 Bougainvillea glabra 99 Brahea edulis 45 Briza minima 95 Bromeliaceae 45 Caesalpinia paraguariensis 97 Caesalpiniaceae 39 Capsella bursa-pastorius 81 Carica 54 Carica papaya 54 Caryocar amigdaliferum 92 Casuarina 38, 78 Casuarina equisetifolia 81 Cedrela odorata 26 Cedrela tubiflora 26 Cedrus 26 Celtis australis 92 Celtis iguanaea 92 Celtis pallida 37 Centaurea avilae 45 Centaurea melitensis 67 Cistus populifolius 54 Cistus salviifolius 54, 82 Citrus ×sinensis 92 Clidemia hirta 53 Columbrina arborescns 92

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Fitónimos en el español panhispánico

Convolvulus arvensis 82 Copiapoa megarhiza 45 Cordia fitchiii 45 Croton chilensis 45 Croton draco 75, 77 Cucurbita 99 Cupressus lusitanica 78 Curatella americana 90 Cytisus 39 Cytisus scoparius 82 Chamaecyparis lawsoniana 78 Chamaecytisus proliferus 42 Chamaemelum nobile 40 Dendriopoterium menendezii 47 Dendriopoterium pulidoi 47 Dorycnium spectabile 45 Dracaena 76 Dracaena draco 75, 77 Echium 76 Echium plantagineum 27 Echium strictum 27 Elaphoglossum fonkii 45 Ephedra fragilis 39 Equisetum 78 Equisetum arvense 80 Equisetum telmateia 78 Erica arborea 82 Erigeron calderae 48 Erodium cicutarium 81 Erodium paularense 45 Erodium rupicola 45 Euphorbia 76 Fabaceae 39 Fagus sylvatica 78 Foeniculum vulgare 82 Gossypium barbadense 102 Guaiacum officinale 97 Guaiacum sanctum 97 Guazuma ulmifolia 54 Herniaria cinerea 90 Ipomoea batatas 100, 104 Iris 68 Juniperus 26 Juniperus chilensis 78 Juniperus thurifera 78

Fitónimos.indb 146

Kochia scoparia 78 Lactuca serriola 78 Lauraceae 35 Lavandula dentata 27 Leonotis nepetaefolia 61 Lepidium latifolium 54 Leuzea conifera 79 Limonium malacitanum 45 Lithops 47 Lobularia intermedia 81, 95 Lonchocarpus costaricensis 90 Lotus tenellus 95 Lysimachia minoricensis 45 Marsdenia clausa 97 Matricaria recutita 40 Meum athamanticum 79 Micromeria glomerata 45 Morella faya 78 Myrocarpus frondosus 78 Nectandra cuspidata 82 Nerium oleander 72 Nicotiana glauca 90 Nicotiana tabacum 102 Nothofagus obliqua 26 Nuphar pumila subsp. pumila 45 Olea cerasiformis 37 Olea europaea 37 Ononis hesperia 42 Orobanche amethystea 79 Oxandra 26, 78 Pachyrrhizus angulatus 92 Pachyrrhizus erosus 92 Parkinsonia 39 Paronychia argentea 68 Passiflora 110, 111, 112 Passiflora alata 111 Passiflora edulis 112 Peperomia linaresii 45 Persea americana 35, 74, 103 Pinus 38, 76 Pinus arizonica 76 Pinus canariensis 80 Pinus durangensis 76 Pinus halepensis 15, 38, 81 Pinus hartwegii 76

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Anexos Pinus maritima 81 Pinus moctezumae 76 Pinus mugo 38 Pinus pinaster 81 Pinus ponderosa 76 Pinus pseudostrobus 76 Pinus sylvestris 15 Pinus thunbergii 76 Pistacia lentiscus 114 Pistia stratiotes 78 Plantago arborescens 79 Plantago sempervirens 79 Plocama pendula 76 Prunus armeniaca 90 Pseudotsuga menziesii 78 Quercus 103 Quercus coccifera 66 Quercus ilex 66, 103 Quercus robur 72 Retama 39 Retama sphaerocarpa 38 Ricinus communis 85 Rubus 68 Rumex lunaria 53 Ruscus aculeatus 91 Ruscus hypoglossum 91 Salsola 91 Salsola kali 90

Fitónimos.indb 147

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Salvia verbenaca 81 Sanguisorba megacarpa 47 Santolina oblongifolia 40 Schyzogyne sericea 53 Sedum sediforme 79 Senna ocidentalis 91 Sesbania grandiflora 92 Silene hifacensis 45 Solanum tuberosum 73, 74, 100 Sonchus oleraceus 78 Sonchus tenerrimus 78 Spartium junceum 39 Stellaria media 107 Suaeda 91 Sventenia bupleuroides 15 Tabebuia 97 Taraxacum officinale 48, 78, 90, 107 Tecoma 39 Teline 39 Teucrium heterophyllum 76 Teucrium pseudochamaepitys 79 Tribulus terrestris 67 Typha 68 Vinca major 27 Vismia baccifera 92 Vismia mexicana 92 Woodwardia radicans 42

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