Figuras de la violencia en la sociedad actual
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Violencia de género, acoso laboral, maltrato infantil

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Comité editorial: Manuela Utrilla, Martina Burdet, Begoña Gállego, Juan Hernández, María Herrero, Benigno Prado y Javier Ugarte Silvia Pérez Galdós y Manuela Utrilla (Comps.)

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Violencia de género, acoso laboral, maltrato infantil

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PRESENTACIÓN, Silvia Pérez Galdós CUANDO LOS LÍMITES SE DESBORDAN: LA VIOLENCIA EN EL EXCESO, Amparo Escrivá VOLVIENDO A PENSAR EN PEGANA UNA MUJER, Martina Burdet LA VIOLENCIA EN LOS ACTOS, EN LAS PALABRAS, EN LAS FANTASÍAS, Milagros Cid Sanz ¿POR QUÉ SE DEJAN PEGAR LAS MUJERES?... ¿SE DEJAN PEGAR LAS MUJERES?, Inmaculada Amieba VIOLENCIA LABORAL: APROXIMACIÓN AL MOBBING, Guillermo Onrubia VIOLENCIA DE GÉNERO, Pedro M.Gil Corbacho VIOLENCIA, TRANSMISIÓN FAMILIAR Y MITOS. ¿ES POSIBLE SU TRANSFORMACIÓN?, Milagro Martín Rafecas CARENCIAS AFECTIVAS PRECOCES. CONSECUENCIAS PARA LA ESTRUCTURACIÓN DEL APARATO PSÍQUICO INFANTIL, Francisco Muñoz Martín LA AGRESIVIDAD EN EL SENO DE LA FAMILIA DEL ADOLESCENTE, Manuel de Miguel Aisa

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La autora parte de la idea central de la complejidad de las causas profundas de la «violencia de género», dejando claro que se trata en cualquier caso de una manifestación de un exceso de fuerza por parte de unos seres humanos sobre otros, más débiles en esos momentos, pero que, a su vez, muestran una debilidad en su yo, abrumados por excesos de excitación que son incapaces de elaborar o contener, desplegándola sobre aquéllos. En seguida nosl ofrece su propuesta de entender el desarrollo del psiquismo de ciertos sujetos, que no consiguen diferenciarse como tales, diferenciados del otro, lo cual incluye la ausencia o fallo de límites psíquicos que contenga la propia violencia. Describe el proceso del desarrollo del funcionamiento psíquico, largo y complejo, por el que el bebé va progresivamente humanizándose a través de las relaciones profundas establecidas con las figuras parentales. La primera experiencia de violencia sentida por el bebé al encontrarse con su pulsionalidad sin recursos todavía para tramitarla es algo que debe recoger y contener la madre cuidadora. Sigue a continuación la autora describiendo en detalle el proceso para llegar a la constitución del «Yo» autónomo, maduro y subjetivizado que reconoce la alteridad del otro. La autora despliega un recorrido desde Freud, por las aportaciones de otros autores psicoanalíticos: J.Laplanche, con sus ideas sobre el papel paradójico de la madre, que, al tiempo que se ocupa de los cuidados autoconservativos del bebé, también le transmite significantes no verbales que llevan consigo cargas sexuales inconscientes, que, en algunos sujetos, pueden llegar a un nivel traumático de excitación, que sólo podrá calmar, a su vez, la propia madre; D.Winicott, que insiste en la figura de la madre y el entorno, el cual debe adaptarse a las necesidades del bebé, con sensibilidad y delicadeza, para evitar traumatismos precoces en el incipiente psiquismo infantil; W.Bien, siguiendo a M.Klein, describe la cualidad de la madre para tolerar los temores que el niño manifiesta aguantándolos ella y transmitiéndolos al bebé una vez que estén metabolizados por ella; S.Ferenczi insistió mucho sobre la importancia del traumatismo, entendiéndolo como una excitación sexual prematura por parte del adulto, que confundiría el lenguaje de la ternura con el lenguaje de la pasión; P.Aulagnier, que habla de la violencia primaria que el psiquismo de la madre ejercería sobre el bebé, ignorando ambos el riesgo del «exceso», tanto de información, significado, etc., como de gratificación o protección. A continuación, la autora menciona los distintos conceptos de violencia o agresividad que los autores psicoanalíticos proponen en relación con su propia definición, como los tipos de violencia, su naturaleza y origen, su relación con la 8

pulsión de muerte, propuesta inicialmente por Freud y seguida por los autores de la escuela psicoanalítica inglesa pero no por algunos autores franceses, sobre todo A.Creen, que piensa principalmente en la finalidad básica del objeto materno de ligar la destructividad, a través de conseguir tornar la potencial violencia pulsional infantil en otras formas más organizadas y moderadas, sin romper la relación con el objeto. En definitiva, íos pilares del proceso de convertirse en sujeto autónomo, con un proyecto de vida propio, son la fortaleza del Yo, con sus cimientos narcisistas y su diferenciación de las figuras parentales, que simbolizan al otro o alteridad desde los orígenes. Un pequeño repaso a obras de la literatura universal, sobre todo de la antigüedad griega, pone de manifiesto el alcance y las modalidades de la violencia humana a lo larlo de la historia. Finalmente, la autora reafirma el papeY del Psicoanálisis en nuestro contexto actual, frente a los actos de violencia social y política, en unos tiempos en que la violencia se actúa como solución tanto a problemas colectivos como personales. Porque, como dijera H.Segal en 1987, «el verdadero crimen es callar». Volviendo a pensar en Pegan a una mujer La autora comienza planteando la diferencia entre el punto de vista sociológico del tema y el psicoanalítico. Aunque enfatice también la preocupación de los psicoanalistas cuando se trate del hecho violento consumado. Desde el punto de vista psicoanalítico, la autora parte del paradigmático texto freudiano «Pegan a un niño» para explicarnos si existen factores psíquicos internos que expliquen el maltrato. Repasa las ideas de Freud sobre masoquismo, distinguiendo el masoquismo femenino, el masoquismo moral y el masoquismo erógeno, partiendo de la idea fundamental de la coexcitación sexual, gracias a la cual funcionan integradamente la pulsión erótica y la pulsión mortífera. Lo importante es destacar que el masoquismo, como forma de aguantar los avatares, frustraciones y desgracias de la vida, acompaña al ser humano toda su vida. Otros autores posfreudianos portan opiniones propias sobre el masoquismo. Así, Laplanche, quien parte de la acción seductora originaria del Objeto sobre el niño, coloca a éste en una posición pasiva, o sea, de masoquismo originario, lo cual puede explicar el elemento masoquista que contribuye como funcionamiento inconsciente en el maltrato por parte del otro. 9

La autora examina en detalle el trabajo de Freud de 1919 «Pegan a un niño», señalando la importancia de la segunda fase de toda la escena fantaseada, completamente inconsciente sin posibilidad de ser recordada, que desemboca en una excitación masoquista. Finalmente, la autora propone dos viñetas clínicas, que ilustran brillantemente la influencia de las primeras vivencias de las personas en la etapa infantil, con padres a menudo maltratadotes de sus hijos, lo cual contribuye a generar el mundo de fantasías masoquistas que más tarde, en la vida adulta, darán lugar a determinadas elecciones de pareja que, tristemente, resultan ser equivocadas. La violencia en los actos, en las palabras, en las fantasías Después de hacer un atractivo preámbulo al tema, utilizando el mundo de los mitos clásicos, muy querido por la autora, pasa a exponer sus ideas psicoanalíticas sobre la violencia humana, agrupadas en sucesivos bloques: las fantasías, las palabras, los actos. El mundo de las fantasías se va organizando junto al resto del psiquismo, a partir de la constitución del yo, que surge diferenciándose del Objeto, el No-Yo. Tanto la noción de lo placentero como de lo displacentero se obtienen de esa dupla, siendo el placer sinónimo de la satisfacción que el infans pueda mantener y el displacer, lo que no pueda soportar y haya que rechazarlo. El objeto ofrece amor y cuidados al infans con ausencias o excesivas presencias temporales, que se traducen en displacer. Esa alternancia es lo que permite la posibilidad de «alucinar» la satisfacción en ausencia del objeto y desarrollar los autoerotismos, fundamentales para la constitución mental de la imagen del cuerpo erógeno. Justamente el ritmo adecuado del placer-displacer, y de la alucinación de la satisfacción durante la ausencia objetal, hasta que la alucinación no basta y aparece la frustración, es lo que da origen a la acción que consiga de nuevo la satisfacción. Progresivamente, ese funcionamiento acaba dando cuenta del principio de realidad, junto a la internalización en la mente del objeto en su ausencia, o sea, la representación psíquica del objeto. El espacio psíquico interno se consigue gracias a un ritmo adecuado de placerdisplacer y de la presencia-ausencia del objeto, psiquismo que llevará al infans al principio de realidad y a la acción que logre su satisfacción real, lo cual incluye la necesidad del otro. Los grandes conceptos de Freud, W.Bien, M.Fain, etc., sobre la importancia del 10

masoquismo en la ligazón de la pulsión de vida con la pulsión de muerte por el proceso de la coexcitación; la importancia del objeto materno con capacidad de réverie, que incluye la transformación de la angustia del bebé en representaciones psíquicas; la «cesura» del amante que impone una ruptura temporal en la relación madre-hijo, son algunos conceptos de los autores que repasa la autora. Los fallos o carencias de estos procesos en los albores del desarrollo psíquico hacen que, en algunas personalidades, se establezcan escisiones del objeto en bueno o malo, con las consecuencias graves de las rupturas con objetos idealizados que pasan a ser desvalorizados y la aparición de diferentes grados de violencia, dependiendo esto del nivel de organización de la vida fantasmática inconsciente que acoge todo tipo de fantasías violentas en la absorción de las angustias primitivas correspondientes, mundo inconsciente que nos protege normalmente, en nuestra vida adulta. La lengua materna se va instaurando desde los primeros intercambios en la relación madre-hijo. Pronto pasa a ser palabras con poder nominativo y, por tanto, cargadas de sentido, que son imprescindibles para la organización del Yo, al que limita en su expansión narcisista y pasional. También las palabras, procedentes de los objetos externos, inauguran la formación del superyó, como código de prohibiciones y normas. El lenguaje, nacido de la separación progresiva madre-hijo, sin embargo pasa a servir de comunicación e interrelación entre las personas, transmitiendo los pensamientos simbólicos que los caracteriza. Las palabras marcan la distancia óptima en las relaciones objetales, en situaciones normales; cuando en las personas existe peligro de la pérdida de objeto, las palabras cobran su primitivo valor asimbólico, convirtiéndose en elementos de ataque contra el otro. La violencia física se desata en dos direcciones: contra el propio cuerpo, cuando la imagen del cuerpo no está bien construida en la mente, y en cambio se vive como el cuerpo biológico, en el que se sienten todos los peligros y daños como si fueran reales, la castración, el dolor, la persecución, que, en términos de normalidad, están contenidos en fantasías inconscientes reprimidas. Los ejemplos patológicos de esa violencia contra el cuerpo aparecen en las automutilaciones psicóticas, mutilaciones en los transexuales, las formas extremas del piercing y body-art. El fallo mayor de la organización del'Yo en sus mismas bases es el que aparece en las personas, donde las fronteras del yo se rompen, no se reconoce la alteridad, al otro, que, si decide romper su relación con el sujeto, puede ser motivo suficiente para que explote una violencia homicida, al serle intolerable la separación de su simbiosis 11

objetal. Todas las formas del sadismo (torturas, violaciones, mutilaciones, etc.) surgen desde partes psíquicas completamente escindidas del resto de la mente, que le permiten al sujeto actuar violenta y abominablemente, sin tener conciencia alguna de conflicto o de culpabilidad. Por último, sobre las guerras, la autora nos recuerda el poder destructivo de la humanidad, su sed de dominio, extensión de sus fronteras, invasiones, rapiñas, expoliaciones, etc. Freud escribía en 1915 palabras sobre la guerra, de total actualidad. ¿Por qué se dejan pegar las mujeres?... ¿Se dejan pegar las mujeres? La autora, a través de un pormenorizado repaso a los textos de Freud dedicados al estudio de la sexualidad femenina, nos muestra las diferentes concepciones que el maestro planteó sobre tan trascendental tema. En la conferencia 33.a de «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis» no se desarrolla tanto en qué consiste la feminidad, sino, más bien, cómo se llega a ello, señalándose el fuerte vínculo entre feminidad y masoquismo, y feminidad y pulsionalidad. La diferencia entre género, como asignación de determinados valores socioculturales resultantes del devenir histórico, es notable con la sexualidad humana, tanto del hombre como de la mujer, descrita por el psicoanálisis, que habla de las oposiciones de pares activo/pasivo, fálico/castrado, masculino/femenino y que J.Laplanche examina en detalle. Además de los textos más acabados de Freud, sobre todo «La feminidad» (1932) en el que se hace una descripción de los tres destinos posibles de la feminidad (complejo de masculinidad, inhibición neurótica y feminidad normal), la autora profundiza en el artículo de 1919 «Pegan a un niño» en el que Freud plantea una idea de feminidad previa a reducirla a la simple carencia de pene en la mujer. Es preciso que el desarrollo psicosexual transcurra desde la represión originaria que consigue iniciar la estructuración del narcisismo y del yo, después de haberse convertido la madre que ama al bebé en un objeto interno. Más adelante ocurrirá la renuncia a los deseos incestuosos que quedan sepultados bajo la represión secundaria, adquiriendo el niño las identificaciones secundarias objetales que determinarán la identidad sexual futura. Freud apunta en su trabajo cómo la sexualidad edípica es más radical en la niña 12

que en el varón, con la conciencia de culpa más exi ente. r r También insiste Freud en el masoquismo femenino, en su trabajo «El problema económico del masoquismo» (1924). Por último, la autora menciona la peculiaridad de la angustia femenina asimilándola a la vivencia de pérdida del amor del objeto, la estrecha relación entre dicha angustia y el exceso de lo sexual no ligado como peligro interno. La posición femenina que implica el ser penetrada pasivamente es común a ambos sexos en los niños muy pequeños y está en el origen y en la constatación de la vida sexual futura de los dos géneros, niño y niña. Por eso, la conclusión es que la angustia ante lo femenino en ambos sexos tiene que ver con angustia ante el peligro pulsional interno, desligado, inasumible, y es prioritario analizar ese «femenino», existente en cada sexo para conseguir el reconocimiento de la alteridad, de la existencia del otro. Violencia laboral: aproximación al mobbing Comienza el autor con ideas generales acerca de la significación del verbo inglés to mob, y sobre el concepto del mobbing definiéndolo como el trato vejatorio y descalificador de una persona en el ambiente laboral, lográndose su desestabilización psíquica. Aportando algunos datos sobre porcentajes delacoso en la población activa, número de demandas judiciales, detalla a continuación ciertos datos manifiestos de la personalidad del agresor y de la víctima. El autor señala que el fenómeno del mobbing tiene un gran sesgo social, por haber aparecido como noticia en los medios de comunicación, los cuales lo han presentado en muchas ocasiones de un modo sensacionalista. Después de aclarar que en la bibliografía psicoanalítica no aparecían artículos que explicaran desde este punto de vista el acoso, el doctor Onrubia describe las diferentes fases del proceso de acoso: seducción, conflicto, acoso directo, medidas que toma la víctima, actitud de las empresas y, por último, marginación o exclusión laboral. Son fases típicas, aunque el origen puede ser muy diverso, pero sí hay que recordar que, dentro del mundo laboral, los trabajadores pertenecen a grupos humanos, en los cuales, desde Freud, sabemos que operan de forma inconsciente sentimientos contrarios de envidia, rivalidad, celos, etc. que son los elementos utilizados en el acoso por parte de la autoridad. 13

El autor detalla cada fase del acoso, para llegar al final del proceso con consecuencias que sufre la víctima y afectan también al trabajo y a la sociedad. Por último, tras un minucioso desarrollo del texto de Freud «Pegan a un niño», el autor deja claro las raíces masoquistas y sádicas del támden acosador-acosado y los movimientos pulsionales inconscientes que se movilizan en el proceso del acoso. Hace algunas distinciones respecto del acoso perverso, paranoico y acoso como neurosis traumática, para acabar señalando la importancia de la naturaleza neurótica que puede aparecer en las víctimas que suelen pasar al acto y conseguir baja laboral y, en cambio, pocas veces acuden y siguen un tratamiento psicoterapéutico. Violencia de género El autor nos expone un brillante resumen de complejos conceptos psicoanalíticos, que explican, desde los comienzos de la vida, cómo se va estructurando el psiquismo humano, hasta llegar a su plenitud adulta, y paralelamente, también, podemos ver las fallas que pueden producirse en esas bases iniciales que, a la manera de cimientos, sostienen nuestra personalidad. Valiéndose de mitos que nos legó la Antigüedad, reconocemos en ellos la violencia desatada, la furia de la pasión, los destinos trágicos de los hombres, como representaciones simbólicas de los mismos comportamientos violentos que caracterizan la historia humana. Solamente la fuerza y el poder de Eros puede fertilizarinvestir el árido mundo y absorber en su seno la destrucción para que la vida continúe. 1 El doctor Gil Corbacho nos detalla los pasos de la diferenciación del Yo del no Yo, tal y como lo describen Freud y autores posteriores: Michel Fain, haciendo intervenir la «cesura de la madre», como paso indispensable para romper transitoriamente su propia fusión con el hijo, al convertirse de nuevo en mujer sexual para el padre. Bien aporta la idea de la capacidad de réverie materna, como indispensable para transformar la angustia del bebé en procesos de representación mental que son fundamentos del futuro psiquismo. Todos estos pasos de placer-displacer, presencia-ausencia materna, van construyendo el mundo mental del niño, que pronto reconocerá como propio a la vez que reconoce el objeto como distinto. Cuando ese complicado y fascinante desarrollo psíquico no ha ido bien, quedan en la mente las cicatrices de los desajustes, de lo que se consigue integrar, de lo que no se obtuvo, y es así como luego aparecerá en la vida adulta la vivencia de incompletud, el odio al objeto, la precariedad narcisista, la enfermedad de la idealidad, etc. 14

Finalmente, el autor reúne en apartados diferentes: la «violencia en las palabras», la «violencia en el propio cuerpo», la «violencia sobre el cuerpo del otro» y la «violencia de los grupos humanos» explicando en cada caso los graves problemas de la estructuración psíquica originaria, en las personas que, desgraciadamente, son protagonistas de violencia en menor o mayor grado. Violencia, transmisión familiar y mitos. ¿Es posible su transformación? La autora parte de la idea de que la violencia familiar se funda en la violencia interna que reside en los vínculos establecidos entre los miembros de la familia, por una parte, y, por otra, en la violencia interna de cada miembro de la familia. Las manifestaciones externas de la violencia familiar tienen sus raíces en el mundo interno del o de los individuos de la familia; el daño físico inflingido por el violento a algún miembro de la familia no es más que una descarga de emociones primitivas, sin estar filtradas por el pensamiento secundario, que cogen desprevenido al propio sujeto agresivo. Es frecuente oír en esas situaciones que «él no sabía lo que hacía». La autora sigue haciendo una descripción de dos de los temas de mayor actualidad: incesto y parricidio, guiándose con los personajes y la problemática de la gran tragedia de Sófocles Edipo rey, autor y obra escogida precisamente por Freud fundador del psicoanálisis para ilustrar su idea sobre el ser humano en sus dos importantes aspectos psíquicos: el narcisístico y el edípico. Después de hacer un minucioso examen del Edipo rey y Edipo en Colono, resumiendo el argumento de ambas partes y deteniéndose en el detalle de los personajes principales, para mostrar la importancia de las características de cada uno en el desarrollo del odio, el resentimiento, los secretos, las mentiras y las verdades, las dudas y las culpas que, finalmente, desembocan en tragedia. Y todo ello trasmitido a lo largo de tres generaciones. La idea de la transmisión psíquica de la violencia intrínseca de cada personaje, a lo largo de tres generaciones, sirve para entender cómo en situaciones reales de violencia las personas agresivas han podido pasar o crecer en ambientes, suficientemente traumáticos o carenciales, que han conseguido afectar poderosamente la estructura mental que se desarrolla en la infancia y acaba en la adolescencia. Los mitos que la cultura ofrece pasan a formar parte de la estructura psíquica de cada persona, tanto en los aspectos reconocidos conscientemente, como aquellos que son inconscientes. Esos mitos familiares, creencias compartidas por cada familia generación tras generación, ayudan a mantener ideas y afectos contradictorios, dan cohesión al linaje familiar y aportan un estilo peculiar a cada familia, tanto sea para que cada sujeto de la familia se identifique con aspectos del mito, o para que sea una

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reacción contraria al mismo. Esta transmisión psíquica de padres a hijos tiene mayor influencia en la etapa infantil, recibiéndose en una estructura psíquica no sólo aspectos negativos, como viejas culpas, secretos, lo oculto y silenciado, etc., sino también las cosas buenas y estructurantes para la futura personalidad del niño. En el repaso por las aportaciones de diversos autores psicoanalistas, la autora presenta una viñeta clínica, para ilustrar las consecuencias de todo el paso de la transgresión familiar, sobre todo en el plano del pensamiento y, en cambio, el incremento de su violencia hacia el entorno y hacia sí misma. Concluye la autora situando la sesión psicoanalítica como el contexto privilegiado para transformar el mito familiar arcaico y la violencia en pensamiento secundarizado y maduro. Carencias afectivas precoces. Consecuencias para la estructuración del aparato psíquico infantil El autor inicia su trabajo haciendo un paralelismo entre el origen de las enfermedades carenciales del organismo, por la ausencia de vitaminas-beriberi, pelagra-escorbuto, con las enfermedades o trastornos psíquicos originados a partir de las carencias afectivas precoces incidiendo en la estructuración del psiquismo. Esta visión tiene su inicio desde los trabajos sobre el desarrollo psíquico propuesto por Freud y seguidores, entre los más próximos al tema, René Spitz (1946). Las carencias afectivas en los primeros años de la vida son estudiadas en trabajos que han contribuido en campos diferentes al estudio del mundo de la infancia; modalidades del cuidado del infante, profundidad del conocimiento de la relación madre-hijo y nuevas orientaciones sobre lo conocido de esos temas. El doctor Muñoz hace un resumen de algunos de dichos trabajos y estudios de autores que van desde A.Freud hasta Bolwby y Harlow, entre otros. Después, el autor repasa las definiciones del término «carencias precoces» para seguir con una tipología de dichas carencias, apoyándose, en síntesis, de autores especialistas en este tema cuya referencia ofrece, y que ilustran la diversidad de carencias: Depresiónanaclítica y hospitalaria. Carenciasafectivas en el hogar familiar. Carenciasafectivas por separaciones repetidas o prolongadas.

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Incorporaciónde la madre al mundo laboral. Las consecuencias y secuelas de esas carencias de cuidados maternos son descritas con bastante detalle, valorándose a través de ciertos indicadores, que informan sobre el afecto de las carencias en diversas áreas del psiquismo infantil, y también en cuanto a su duración y su evolución Finalmente, el autor describe conceptos psicoanalíticos del desarrollo infantil, propuesto por el psicoanalista inglés Winnicott el holding, el handling y la conveniente presentación del objeto que son todos ellos, ideas acerca de la influencia del ambiente y del entorno familiar, sobre todo, centrado en la pareja de los padres. Lo central del pensamiento winicotiano es creer que no existe, psicológicamente hablando, algo que se pueda llamar bebé, sino algo que es la unidad «madre-bebé». _Repasando, por último, las ideas de otros autores, el doctor Muñoz es optimista respecto de la nocividad de las carencias, dependiendo de su enfoque y manejo. La agresividad en el seno de la familia del adolescente El doctor De Miguel comienza explicando algunas nociones generales sobre la violencia humana, que, de por sí, es constitutiva desde el equipamiento instintivo. Los excesos de violencia son de los que nos ocupamos, desde todos los ángulos de la situación familiar. Desde Freud, sabemos que la agresividad unida a la pulsión sexual está presente en toda actividad humana, y surge a partir de la frustración de excitaciones o deseos insatisfechos por cualquier causa. La violencia aumenta cuanto mayor sea el número de individuos de un colectivo, en el que se diluyen los mecanismos inhibi dores de los estallidos de violencia que pueden ayudar a individuos uno por uno. En el seno de las familias existe la dosis de violencia correspondiente, que se intensifica cuando hay en ellas un adolescente. Hay familias que aguantan mejor que otras la violencia depositada, por lo que el autor nos dice: es mucho más fácil querer que aguantar violencia. La violencia desorganiza al individuo y a su entorno. En la adolescencia, la formación de la identidad definitiva es crucial, y todo el proceso afecta tanto al adolescente como a los padres. El adolescente sufre una doble soledad: está solo y es solo (es sólo lo que es, limitado). El adolescente tiene que superar los duelos de la pérdida de la idealizada infancia y a sus objetos paternos infantiles. Los padres han olvidado su adolescencia y no entienden las reacciones del hijo, que tiene que enfrentar la separación progresiva de 17

los padres, o sea, crecer y lidiar son sus propias inquietudes, fantasías y deseos, propios de esa época del desarrollo. También está sumergido en el trabajo de identificarse, incorporando elementos de sus padres, al mismo tiempo que siente que desea ser independiente y libre. Los padres también, en esos vaivenes, no entienden que el hijo no sea todavía pequeño, y de ahí se van originando reacciones de violencia. El adolescente necesita narcisísticamente recuperar su imagen, para intentar autovalorarse y ser mejor valorado. Puede recurrir a actividades y situaciones extremas, con tal de conseguir notoriedad. Esto asusta a los padres; de nuevo, suele surgir violencia entre las dos partes. Otro aspecto que genera violencia es la culpa que establece un círculo vicioso: la violencia culpabiliza, pero también elimina culpa. La culpa que genera la violencia que estalla en las relaciones familiares es difícil de manejar y, por ello, se intensifican los mecanismos de defensa de cada persona. Es importante para el autor resaltar que la violencia pertenece a todos los miembros de la familia, tanto a padres como a hijos. Los adolescentes necesitan deshacerse de sus sufrimientos, haciendo que los padres se hagan cargo de ellos, a la manera infantil que lo habían hecho siempre. A cambio, desean sentirse mayores haciendo cosas de riesgo con sus propios asuntos: estudios, salud, sexualidad, etc. Entonces, ahí los padres a veces colaboran en el desarrollo de esos comportamientos, de una manera totalmente contradictoria con lo que riñen o dicen. Después de un repaso del desarrollo psicosexual, hasta la adolescencia, el recrudecimiento de la sexualidad hace su aparición en el adolescente, que recurre para su control a antiguos mecanismos defensivos, autocalmentes (masturbación), intensificación de la represión que se acompaña de irritabilidad, aparentemente inexplicable y, en otras ocasiones, descargas en el comportamiento, o en lo somático (acnés, trastornos alimentarios, etc.). Por último, se encuentran la reactivación de las relaciones edípicas inconscientes con los padres, que a veces empuja al adolescente a reforzar su relación con uno de los dos padres, excluyendo al otro y la diferenciación sexual definitiva, en una sola forma manifiesta, y la homosexualidad latente de la que hay que diferenciar, como fundamento para la futura identidad sexual del adolescente, la homosexualidad estructurante de la perversa, que son las fuentes para la normalidad o, por el contrario, para graves violencias en las relaciones entre padres e hijos. 18

SILVIA PI;REZ GALDóS Méd. Psiqu. Psicoanalista, Directora del Centro de Atención Clínica e Investigación de la Asociación Psicoanalítica de Madrid

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AMPARO EscRIVv* Al reflexionar sobre el tema de «la violencia de género», pienso que es importante intentar definir este término teniendo en cuenta que nuestra aportación como psicoanalistas consiste en intentar entender el complejo funcionamiento del sujeto humano. El término «violencia de género» ha creado discusiones en los juristas. Está claro que es imprescindible ordenar las leyes y los procesos judiciales, y también es necesario profundizar y tomar medidas preventivas en las causas de la violencia. Yo estoy de acuerdo con los que piensan que «la violencia de género» alude a las desigualdades sociales y culturales, y no sólo a las diferencias de sexo. El abordaje de este tema se puede hacer desde distintas perspectivas: política, histórica, sociológica, económica, psicológica, psicoanalítica... y, en el campo de cada una de ellas, desde distintos vértices, como es el planteamiento de este ciclo. En ese sentido, quisiera centrar este tema en el marco de la violencia del ser humano por otro humano y, entre ellos, sabemos que los niños y un buen número de mujeres, y también de hombres, forman parte de una población vulnerable, desprotegida y desvalida, por sus circunstancias sociales, culturales y psíquicas, frente a los violentos perversos que no reconocen a los otros como sujetos psíquicos diferenciados. Las víctimas y los autores de la violencia pueden for mar una relación que se retroalimenta: los que se sienten amenazados son susceptibles de convertirse en amenazantes. Pienso que la violencia, en nuestro contexto social, además de la manifestación de un exceso de fuerza por parte de unos seres humanos, es también la expresión de la debilidad o fragilidad de otros sujetos con un Yo bajo el dominio de impresiones que lo asaltan, tanto desde el exterior o del otro humano, como desde el interior, sin poder metabolizarlas o diferenciarlas. En ocasiones, este Yo frágil, sin suficientes recursos psíquicos, se defiende mediante la expulsión al exterior de la excitación que lo desorganiza buscando ejercer un control omnipotente que no puede realizar sobre sus emociones internas. En este contexto, el psicoanálisis nos ofrece una teoría relacionada con una técnica que nos puede ayudar a pensar en estos temas. Mi propuesta es reflexionar e interrogarnos sobre el funcionamiento psíquico del ser humano y comprender algunas causas que pueden alterar que el sujeto se constituya psíquicamente diferenciado del otro y reflexionar sobre unos tipos de relaciones que obstaculizan el proceso de subjetivación. Entre esos obstáculos quiero hacer hincapié, como lo he reflejado en el título de la conferencia, en «la violencia en el exceso» que no se puede contener u 20

ordenar o en el exceso de «la falta de límites» estructurantes. Quiero diferenciar porque creo que existen matices - distintos niveles de violencia o agresividad y perversión. Tomo como punto de partida que la infancia es un tiempo del ser humano en el que se va estructurando el psiquismo e instalando los cimientos narcisistas que le van a permitir separarse de la dependencia total de las figuras parentales y llegar a ser un sujeto psíquico diferenciado de los otros. Sabemos que eso supone un largo camino. En el sujeto humano no existe desde el comienzo una unidad comparable al Yo, ni está presente desde el inicio de la vida la diferencia de los sistemas consciente e inconsciente. Tanto el Yo como las otras instancias psíquicas y el estatuto del otro humano como objeto se irán estructurando. Freud describió un modelo de constitución del aparato psíquico en la carta 52 a Fliess (6-XII-1896) considerando que el psiquismo se formaba: «[...] Por estratificación sucesiva, pues de tiempo en tiempo el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción {Umschrift}. Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria no preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversas variedades de signos» (pág. 274). Entre dos de esas épocas se produce la traducción del material psíquico y «la denegación [Versagung} de la traducción es aquello que clínicamente se llama represión» (pág. 276) siendo el motivo de la represión el desprendimiento de displacer «como si este displacer convocara una perturbación de pensar que no consintiera el trabajo de traducción» (pág. 276). El bebé necesita del otro-adulto para humanizarse y poner en marcha los mecanismos psíquicos para representarse las excitaciones que tiene que ir metabolizando a través de la relación con las figuras parentales. El bebé vive, inevitablemente, una experiencia de violencia, tanto desde su interior, al no tener los recursos psíquicos para que la fuerza de las pulsiones no le desborde, necesitando que la persona que lo cuida contenga esta violencia respondiendo de forma adecuada desde el exterior. Freud, en el «Proyecto de Psicología» (1950 [1895]), consideró: «El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Ésta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el camino de la alteración interior, un individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo del entendimiento /Verstiindigung, o comunicación}, y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales. Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de la acción específica en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido, éste es capaz de consumar sin más en el interior de su cuerpo la operación requerida para cancelar el estímulo endógeno. El todo constituye entonces una vivencia de satisfacción, que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo de 21

las funciones del individuo» (págs. 362-363). Así pues, son necesarios para el bebé los cuidados del otro-adulto-madre que le ofrece: por un lado, una continuidad y una repetición de los cuidados autoconservativos y, por otro, una discontinuidad, fuente de displacer, lo cual va a ir creando una serie de inscripciones y representaciones. La vivencia de satisfacción genera una facilitación entre dos imágenes recuerdo que son investidas en el estado de deseo, produciendo el mismo efecto que la percepción, refiriéndose Freud a la alucinación que se puede considerar como el germen de la representación y más tarde de la simbolización. Del estado de deseo se sigue una atracción hacia el objeto de deseo y de la vivencia de dolor se produce una defensa primaria que será más intensa cuanto más intenso sea el displa cer. A la organización de estos dos procesos Freud consideró que sería función del «Yo» y «el afán de este yo tiene que ser librar sus investiduras por el camino de la satisfacción, ello sólo puede acontecer influyendo él sobre la repetición de vivencias de dolor y de afectos, por el siguiente camino, que en general se define como el de la inhibición» (pág. 368). Este Yo tiene la función de ligar representaciones y de inhibir los procesos psíquicos primarios. Freud formuló la hipótesis de la primera tópica del aparato psíquico concibiendo una psique dividida en una parte reprimida, inconsciente, y la considerada consciente, equivalente al Yo oficial. En esta primera tópica forman parte del inconsciente las representaciones de las pulsiones. La represión, «piedra angular sobre la que reposa el edificio del psicoanálisis» (1915), la considera como defensa y, al mismo tiempo, fundadora de la tópica psíquica o de la diferenciación entre los sistemas inconsciente, preconsciente y consciente. Cuando Freud desarrolla la segunda tópica y la precisa, en 1923, en «El yo y el ello», el inconsciente reprimido formará parte del Ello, el Yo será la parte del Ello alterada por la influencia directa del mundo exterior con mediación de P-Cc, y en el interior del Yo existe una diferenciación que llama ideal del Yo o Superyó. Entre esos años, Freud, siempre a la búsqueda de explicar las patologías, considera otro planteamiento sobre la formación del Yo. Lo concibe como una imagen de la totalidad, como objeto libidinal («Introducción del narcisismo», 1914) y que se forma a partir de la identificación («Psicología de las masas y análisis del yo», 1921). Esta identificación la define como «la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona» (pág. 99) y la relaciona con la pérdida de objeto cuando considera en la 31.a de las «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis»: «Si uno ha perdido un objeto o se ve precisado a resignarlo, es muy común que uno se resarza idéntificándose» (1933, pág. 59). Si bien todo este recorrido es mucho más rico, complejo, contradictorio y dialéctico estudiando la obra de Freud y los desarrollos realizados por psicoanalistas posteriores, pienso que estos argumentos están vigentes para considerar la importancia de la relación con el adulto-madre-figura materna en la estructuración del psiquismo del niño. Este va a ser el punto de partida para que se vaya fraguando su singularidad como sujeto psíquico con su historia. 22

J.Laplanche (1992) incide en que el niño recibe, de forma pasiva, los cuidados, la acción y mensajes del otro y, en la reacti vación o reinscripción de este material, puede alcanzar un nivel de excitación traumática, un nivel de «exceso». En ese primer tiempo de inscripción, el niño no posee los recursos psíquicos para diferenciar lo externo de lo interno y, en los siguientes tiempos, en los que se reactivan estas inscripciones, puede haber un intento de ligazón, siguiendo el modelo freudiano. De esta manera se producen movimientos psíquicos que ordenan y ligan las excitaciones. El adulto-madre-padre encargado de los cuidados autoconservativos del niño propone significantes no verbales tanto como verbales, en los que se engarzan significaciones sexuales inconscientes. Por un lado, la madre genera excitaciones en un bebé - que todavía no tiene un Yo constituido - al ofrecerle el pecho, el alimento y los cuidados y, por otro lado, y al mismo tiempo, esa madre o esa figura materna-adulto puede ser capaz de calmar, ligar y articular esas excitaciones. De ahí el carácter paradójico de esta función de la figura materna. Freud describió ese doble carácter, de excitación y de renuncia de la figura materna, aunque no mantuvo esta importancia a lo largo de su obra. En el apartado «Objeto sexual del período de lactancia» de Tres ensayos de teoría sexual (1905) dice: «El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas, y tanto más por el hecho de que esa persona - por regla general la madre dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo mece, y claramente lo toma como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho. La madre se horrorizaría, probablemente, si se le esclareciese que todas sus muestras de ternura despierta la pulsión sexual de su hijo y prepara su posterior intensidad. Juzga su proceder como un amor "puro", asexual, y aun evita con cuidado aportar a los genitales del niño más excitaciones que las indispensables para el cuidado del cuerpo» (pág. 203). Freud retomó estos aspectos en el «Esquema de Psicoanálisis» (1940 [1938]) al considerar: «El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio; el amor se engendra apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha. Por cierto que al comienzo el pecho no es distinguido del cuerpo propio, y cuando tiene que ser divorciado del cuerpo, trasladado hacia "afuera" por la frecuencia con que el niño lo echa de menos, toma consigo, como "objeto", una parte de la investidura libidinal originariamente narcisista. Este primer objeto se completa en la persona de la madre, quien no sólo nutre, sino también cuida, y provoca en el niño tantas otras sensaciones corporales, así placen teras como displacenteras. En el cuidado del cuerpo, ella deviene la primera seductora del niño. En estas dos relaciones arraiga la significatividad única de la madre que es incomparable y se fija inmutable para toda la vida como el primero y más intenso objeto de amor, como arquetipo de todos los vínculos posteriores de amor... en ambos sexos» (pág. 188). Siguiendo estos escritos podemos entender la intervención de lo sexual en la experiencia de satisfacción, siendo la persona adulta, en este caso la madre, la que ofrece el pecho al niño en función también de su propio deseo consciente e 23

inconsciente. Y aquí surgen los interrogantes sobre cómo, en esta relación asimétrica, el incipiente psiquismo del niño va registrando y reordenando este tipo de excitaciones, que, siendo en el origen «un exceso», este exceso, a la vez, es necesario para poner en marcha la actividad psíquica. La figura materna y el papel del entorno como facilitadores de la salud mental del bebé son dos pilares imprescindibles. D.Winnicott (1956) incide sobre el entorno facilitador y sobre una enfermedad normal de la madre, «la preocupación maternal primaria» que le permite adaptarse a las primeras necesidades del bebé con delicadeza y sensibilidad, siendo el fallo de esta función la que puede provocar un repliegue en el psiquismo del niño, como respuesta a la invasión del entorno. Siguiendo esta línea de investigación, Winnicott trabajó y se interesó mucho por la clínica de los traumatismos precoces, perspectiva que trataré más adelante. W.Bion (1962), basándose en S.Freud yen M.Klein, se interesó por la cualidad de la madre que puede tolerar los temores que le proyecta el niño y puede reaccionar terapéuticamente haciendo que estos temores puedan ser digeridos por el psiquismo del niño. A través de esta cualidad de la madre, capacidad de réverie, el psiquismo del niño podrá transformar los elementos sensoriales brutos «elementos beta» - no asimilables - en «elementos alfa» digeribles por el pensamiento. Bion relacionó el exceso de «identificación proyectiva» con la excesiva creencia en la omnipotencia. Freud utilizó el término trauma, en los comienzos de su obra (entre 1890 y 1897), para explicar la etiología de las neurosis, dándole el significado: de un choque violento, de una efracción y de unas consecuencias para el conjunto de la organización. El traumatismo se caracteriza por un aflujo «excesivo» de excitaciones, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones. El trauma, esencialmente sexual, fue central en los comienzos del pensamien to de Freud, tanto para explicar la etiología de las neurosis como para comprender la constitución del aparato psíquico y, aunque nunca abandonó esta hipótesis, más tarde le concedió mucho peso a la vida fantasmática, a las fijaciones a diversas fases del desarrollo libidinal, a la constitución y a la historia infantil. Sin embargo, el problema del trauma ha sido una de las de preocupaciones de Freud - a raíz de las neurosis de accidente y las neurosis de guerra, como lo expresó en «Más allá del principio de placer» (1920)- llevándolo a describir «la compulsión de repetición» que actuaba de forma autónoma, irreductible, desligada, más allá del principio de placer. En esta misma obra, Freud consideró que las pulsiones pueden ejercer un impacto traumático en tanto sus excitaciones no estén ligadas: «Entonces, la tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la excitación de las pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón 24

provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; sólo tras una ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio de placer (y de su modificación en el principio de realidad)» (1920, págs. 34-35) Aquí podemos entender «la ligazón» - término utilizado por Freud desde el «Proyecto de Psicolof ía» - como una influencia del Yo sobre el proceso primario con a inhibición característica del proceso secundario y del principio de realidad. La vivencia del desvalimiento del Yo frente a una acumulación de excitación, ya sea de origen externo o interno, que no puede tramitar, sería una situación traumática, factor también determinante de la angustia, como lo consideró Freud en «Inhibición, síntoma y angustia» (1926), existiendo diversos peligros capaces de precipitar una situación traumática en distintas épocas de la vida, como el nacimiento, la pérdida del pene, la pérdida del amor del objeto y la pérdida del amor del Superyó. Freud volvió a considerar el tema del traumatismo en «Análisis terminable e interminable» (1937) cuando planteó que «la etiología de todas las perturbaciones neuróticas es mixta: o se trata de las pulsiones hiperintensas, esto es refractarias a su domeñamiento por el yo, o del efecto de unos traumas tempranos, prematuros, de los que un yo inmaduro no pudo enseñorearse» (pág. 223). Hizo hincapié en el trauma precoz - como el primer tiempo de la formación de las neurosis, sin especificar que fuera de índole sexual - en «Moisés y la religión monoteísta» (1939 [1934-1938]): «Trauma temprano-defensa-latencia-estallido de la neurosis-retorno parcial de lo reprimido» (pág. 77) teniendo en cuenta lo histórico viven cial al mismo tiempo que lo filogenético o la herencia arcaica. Freud consideró, en esta obra, que los efectos del trauma podían ser de índole positiva o negativa: «Los efectos positivos son unos empeños por devolver al trauma su vigencia, vale decir, recordar la vivencia olvidada o vivenciar de nuevo una repetición de ella [...] hacerlo revivir dentro de un vínculo análogo con otra persona» y «[...] los efectos negativos persiguen la meta contrapuesta, que no se recuerde, ni se repita nada de los traumas olvidados [...]; su expresión principal evitaciones, inhibiciones y fobias [...], en el fondo, son también fijaciones al trauma, sólo que fijaciones de naturaleza contrapuesta [...]. Son estas alteraciones de naturaleza compulsiva, con independencia de los otros procesos psíquicos. Son un Estado dentro del Estado» (pág. 72). Estos efectos Freud los resumió como fijación al trauma y compulsión de repetición. Volviendo a D.Winnicott y a sus trabajos sobre los traumatismos precoces, este psicoanalista-pediatra consideró que el trauma es una falla relativa a la dependencia, un derrumbe que se manifiesta en una falla de la organización del Yo y, para hablar del aspecto normal del trauma, se refirió a la madre que siempre está traumatizando al bebé dentro de un marco de adaptación. Tuvo en cuenta, en 1967, que, en momentos extremos de sufrimiento psíquico, la intensidad del trauma y sus consecuencias en la organización psíquica estarían en relación con la duración del tiempo. El sentimiento de existencia de la madre dura X minutos. El bebé se puede mostrar angustiado con el 25

alejamiento de la madre, pero la angustia puede ser corregida pronto porque la madre vuelve al cabo de X + Y minutos y el bebé no ha tenido tiempo de alterarse. Pero, en el tiempo, X + Y + Z puede quedarse traumatizado y el regreso de la madre no corrige su estado de alteración. La irreversibilidad suprimiría la representación del objeto y fijaría al sujeto a un estado en el que sólo lo negativo es real. R.Rousillon (1999) añadió unos matices a esta teoría de Winnicott. Consideró que, si en los tiempos X + Y + Z el estado de carencia se degrada, degenera en un estado traumático primario, produciendo un estado de «agonía primitiva» y, si se mezcla el terror a la intensidad pulsional, produciría un estado de «terror sin nombre» siguiendo la terminología de Bien. S.Ferenczi (1933) insistió en muchos de sus trabajos en la importancia del traumatismo, considerando que éste no se limita a la acción excesiva de una excitación sexual prematura e impuesta por el adulto - confundiendo «el lenguaje de la ternura» con «el lenguaje de la pasión» - sino también en la ausencia de una res puesta del objeto en una situación de desvalimiento que se puede reactivar durante la vida. M.Khan (1974) introdujo el concepto de trauma acumulativo para dar cuenta de los fallos de la madre en su papel paraexcitante protector, fallos que pueden tener efectos acumulativos de manera silenciosa. Todos estos autores inciden en la calidad de la relación por parte del adulto o de la calidad de la función materna. En este sentido P.Aulagnier (1975), en «La violencia de la interpretación», propone que la relación madre-bebé se funda sobre una «violencia primaria», violencia que ejercería el psiquismo de la madre sobre el funcionamiento psíquico del bebé. En la relación primaria con el niño, la madre impone sus elecciones, sus pensamientos y sus significaciones al funcionamiento psíquico de su bebé. Lo que la madre desea se convierte en lo que demanda y espera el psiquismo del bebé, ignorando ambos el riesgo de exceso que, aunque no siempre se actualiza, la tentación puede estar siempre presente en el psiquismo de la madre. La experiencia del encuentro del bebé con la madre confronta al psiquismo del niño con un exceso de información, exceso de sentido, exceso de excitación, exceso de frustración y, también, exceso de gratificación o exceso de protección. Lo que se le pide al bebé excede siempre los límites de su respuesta, de la misma manera en que lo que se le ofrece presentará una carencia respecto a lo que espera. Las producciones psíquicas de la madre serán el agente y el responsable del efecto de anticipación impuesto al bebé. Esta «violencia primaria» la entiende como una «acción necesaria» que designa lo que, en el campo psíquico, se impone desde el exterior a expensas de una primera violación de un espacio y de una actividad que obedece a leyes heterogéneas al Yo. De esta «violencia primaria» el bebé no puede escapar; tendría ciertos efectos estructurantes sobre él, pero puede llegar a ser, en algunas ocasiones, fuente de una 26

cierta alienación, y en estos casos considera «la violencia secundaria», que se abre camino sobre su predecesora, de la que representa «un exceso», por lo general, perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo. Es decir, la violencia se ejercería en contra del Yo. En la actuación de la violencia, según esta autora, se infiltra un deseo que, en la mayor parte de los casos, permanece ignorado y negado. Lo que es deseado es la no modificación de lo actual, pero, si la madre no logra renunciar a este deseo, esto puede facilitar el abuso de la violencia que intentará imponerse. La autora refiere que algunos modelos de madres «que siempre se han sacrificado por el bien del hijo» revelan la importancia de lo que la madre no quería perder y el peligro que representa esta tentación ante el exceso. En estas líneas de pensamiento, hemos visto que lo que el bebé recibe del adulto, en los comienzos de la vida psíquica, supone un «exceso» violento (en el sentido de la «violencia primaria» de P.Aulagnier) que es necesario como principio de un cuerpo pulsional que no cesa de sufrir retranscripciones y alteraciones que se irán recomponiendo en distintos tiempos de la realidad psíquica y aquí hago referencia al proceso aprés coup (aposteriori) que daría al «exceso»o a las excitaciones sucesivas sus lugares de inscripción. Esta conceptuación de la «violencia primaria» - violencia necesaria para permitir el acceso al orden de lo humano - estaría en la línea de la teoría de la seducción traumática y también en la teoría de un entorno facilitador. Desde esta perspectiva la violencia en el ser humano se iría gestando según la manera de cómo el niño ha vivido su relación de dependencia y de cómo ha podido elaborar la separación de las figuras parentales. Ahora bien, en el pensamiento psicoanalítico no existe consenso respecto al tema de la violencia, siendo un término, además, que se encuentra relacionado con otros términos como la agresividad, destructividad, envidia, dominio, violación... En «La agresividad, una cuestión controvertida» (1996) un grupo de psicoanalistas intentamos dar cuenta de los matices que se barajan en este tema, existiendo diferencias en el pensamiento psicoanalítico, al considerar unos autores que la violencia es el resultado de experiencias tempranas o, por el contrario, otros piensan que es del orden constitucional, instintivo o genético, diferencias que también están presentes en el pensamiento de Freud, sobre todo, a partir de 1920. M.Klein (1927), basándose en la segunda teoría de las pulsienes - que ella los considera instintos - y en la segunda tópica de Freud, resaltó la violencia o agresividad durante el primer año de la vida del sujeto infantil, existiendo precozmente fantasías de contenido agresivo en los estadios tempranos sádico-orales y sádico-anales. Siguiendo el pensamiento de M.Klein, H.Segal (1986) considera que el instinto de muerte deviene agresividad o violencia cuando se dirige contra el objeto malo creado por la proyección original. Desde la publicación del libro de M.Klein Envidia y gratitud se considera que tanto la envidia como el instinto de muerte atacan 27

a la vida y a las fuentes de la vida. La envidia, siendo un sentimiento ambivalente, ya que está enraizada en la admira ción y en la necesidad, puede haber en ella predominio de fuerzas libidinales o destructivas. H.Segal también reivindica el papel del ambiente ya que la fusión y las modulaciones de las pulsiones de vida y de muerte forman parte de las relaciones que se desarrollan con el primer objeto. D.Winnicott (1939, 1968), interesado por la delincuencia juvenil, consideró que la violencia se puede entender como una calidad de la agresividad relacionada tanto al amor como al odio. Dice: «En el niño hay amor y odio de plena intensidad humana». Su concepción sobre la violencia se funda en una perspectiva desarrollista. Como muchos otros psicoanalistas, Winnicott sostiene que la agresividad emerge de las pulsiones primarias e insiste en que la aparición precoz de proteger al objeto de las pulsiones agresivas del sujeto pueden retornar sobre sí mismo. Plantea la doble naturaleza de la agresividad: como reacción a la frustración y como una de las fuentes principales de energía del sujeto. Esta energía la relaciona con la motricidad y con la utilización de movimientos expulsivos que da salida a las lágrimas, a la saliva, a la orina y a las heces. La idea central es considerar la agresividad pulsional primaria que se ejerce sobre el objeto amado, permitiendo de esta manera la fusión entre amor y agresividad. Cuando Winnicott examina las raíces tempranas de la tendencia antisocial, tiene presentes la búsqueda del objeto y la destrucción, existiendo en la base de la tendencia antisocial una experiencia que se ha perdido. Para este autor el niño que roba un objeto no busca el objeto robado, sino a la madre, sobre la que tiene ciertos derechos. J.Bergeret (1984) planteó, en varios de sus escritos, que existe «una violencia fundamental» instintiva, innata, necesaria para la supervivencia del individuo, orientada hacia la satisfacción de una necesidad de supervivencia narcisista, situándola como una trayectoria imaginaria de las pulsiones de autoconservación. Esta violencia fundamental, según este autor, inicialmente sería independiente de la agresividad y de la sexualidad. En el 25 Simposio sobre Desarrollo infantil de la FEP (1994), 0. Kernberg consideró una perspectiva sobre la violencia que integraba los papeles que juegan el instinto y el ambiente. Otros psicoanalistas como D.Lagache (1960) piensan que existen muchas dificultades para hacer una teoría psicoanalítica de la violencia o agresividad y una de estas dificultades reside en considerar a la sexualidad y a la agresividad como entidades separadas. Para otros autores, la discusión se centra en el concepto de pulsión de muer te, porque, según algunos psicoanalistas, la pulsión de muerte es lo que da origen a la violencia o agresividad. En estos autores vemos que hay diferencias teóricas en cuanto a la definición misma de la violencia, a los tipos de violencia, la naturaleza y origen de la violencia, 28

su relación con la pulsión de muerte, aceptación o rechazo de la pulsión de muerte y también diferencias acerca del origen de las pulsiones: o bien biológico o psicológico. Respecto al origen psicológico dependería del tipo de relación establecida con el otro, puesto que la configuración de las primeras relaciones y las identificaciones jugarían un papel importante en el sujeto humano. Freud (1915), en «Pulsiones y destinos de pulsión», consideró que el odio es más antiguo que el amor de objeto, refiriéndose a la lucha del yo por su conservación y su afirmación, abriendo, en este texto, una comprensión de la ambivalencia como un proceso dialéctico. Respecto a la pulsión de muerte que Freud la conceptuó como la pulsión demoníaca que no está del lado del principio de placer, sino más allá, insistiendo en la repetición de lo displacentero, ha sido tema de continuos debates como en el 1 Simposio de la FEP (Marsella, 1984). Autores como J.Guillaumin (1989) y M. de M'Uzan (1977) consideran que la pulsión de muerte no cumple con ninguna de las características de la pulsión (fuente, empuje, meta, objeto). En nuestra sociedad tanto E.Orozco (1994) como E.Moreno (1991) cuestionan la pulsión de muerte. El primero considera que «toda moción pulsional, tanto si es sexual, como de autoconservación, lleva una carga de agresividad útil para obtener sus logros. Carga que se torna destructiva si se hace autónoma o predomina sobre el fin sexual o de autoconservación» (pág. 38). Pienso que esta perspectiva coincide con B.Rosenberg (1989) al considerar este autor que la pulsión de muerte o de destrucción sólo se detecta a través de su intrincación con la pulsión de vida y será por medio de la desintrincación relativa que ésta se exprese. E.Moreno plantea, por un lado, que el psicoanálisis es un campo privilegiado para el estudio de las relaciones humanas y los procesos inconscientes, y no para el estudio de la naturaleza instintiva del hombre; por otro lado, piensa que la violencia o la agresividad es consecuencia de los deseos de omnipotencia del ser humano al que estaría sometida nuestra cultura. A.Creen (1986) concibe la violencia o agresión como aquello que ataca tanto al objeto como al yo y a sus procesos de investidura. Este autor considera, por una parte, que es imposible sepa rar los términos violencia de agresividad y, por otra, que existen otras nociones íntimamente asociadas como el sadomasoquismo, el narcisismo, las relaciones psique-soma y la desobjetalización. En 1995 escribió un trabajo muy interesante dedicado al estudio de la violencia, retomando las ideas de Freud al considerar que toda pulsión es directa o potencialmente violenta y, sólo con la intervención de un objeto protector -y aquí hace alusión a Bien con la capacidad de réverie de la madre-, se puede templar esta violencia, y convertirla en fecunda aunque la pulsión no se satisfaga. En el proceso terapéutico, la palabra del analista tendrá también esta función de contención dando sentido y significado a la pulsión. Considera que toda acción que consista en cuidar a un niño en su infancia debe tener como objetivo «ligar la destructividad. Ligar, como he mencionado antes, significa dar un sentido, relacionar este sentido a la manifestación de un sujeto que se lo puede 29

apropiar. Estando el niño sometido a la potencialidad de la violencia, él sustituye estas formas desorganizadas por otras moderadas con el fin de no romper la relación con un objeto capaz de reconocimiento y compasión, aun cuando éste no pueda aportar la satisfacción exigida y frustrada. Ligar es unir, reunir lo intrapsíquico y lo intersubjetivo. Pero lo que ha sido ligado no hace desaparecer la fuerza de la desligazón desorganizadora. Esta se queda adormecida, calmada, y se presentará como invitada en los sueños. No se queda neutralizada, solamente derivada, diferida y atenuada. En el estudio de la violencia, Green diferencia violencia al servicio de la autoconservación; violencia «matriz» al servicio de la descarga de la excitación dando curso libre a la pulsión; violencia narcisista (relacionada con la afirmación del yo); violencia erótica-objetal (en el caso del sadomasoquismo); violencia amorosa (relaciones amor-odio); violencia exterminadora (cuyo objetivo último es la muerte, ya sea muerte del otro o muerte de uno mismo en el suicidio); violencia silenciosa (aquí alude a las pulsiones de muerte y las afecciones psicosomáticas), y, por último, la violencia desobjetalizante (desinviste y despoja al objeto de su calidad humana y lo empuja hasta su cosificación). Para este autor, la relación de estos tipos de violencia con la pulsión de muerte no sería la misma. La pulsión de muerte estaría mucho más presente en la violencia desobjetalizante. La violencia se originaría con la activación de todas las formas de actividad pulsional que puede provocar un «exceso» en su expresión y alcanzaría las formas más destructivas cuando no están intrincadas con la pulsión de vida o la destructividad no está ligada. De esta manera, la violencia humana se caracterizaría: a) por poder intrincarse al erotismo (sadomasoquismo), b) por retornar contra sí mismo y convertirse en autodestructiva (sacrificio y suicidio) y c) por tomar la vía de la función desobjetalizante. Esta podría expresarse desde la violencia física explícita, mostrarse indiferente con respecto al objeto o proclamar la inexistencia del objeto por medio de una violencia renegadora física o moral. Con respecto a la función del objeto, y aquí volvemos a conectar con las funciones parentales que antes he comentado, Green considera que el objeto debe asegurar la ligazón dando sentido, asimilando la violencia pulsional y ayudando, de esta manera, a su transformación. El fracaso del objeto se traduce por la imposibilidad de contener la violencia, y el éxito aparente del objeto es siempre provisional pues tampoco tenemos nada que garantice la seguridad definitiva. En ese aspecto nos encontramos con dificultades a la hora de hacer el pronóstico en el trabajo analítico con niños. El niño puede presentar reacciones violentas hacia el otro o hacia sí mismo que, según he argumentado anteriormente, está relacionado con fallos en la función ligadora y contenedora del Yo y de la relación con el otro. Pero, en general, es, en la pospubertad, cuando se manifiesta de forma más explosiva la relación dialéctica entre violencia e inseguridad interna. Ph. Jeammet (2002) considera la violencia en la adolescencia como un mecanismo primario de autodefensa de un sujeto que se siente 30

amenazado en sus límites y en lo que constituye el fondo de su identidad y de su existencia. El núcleo de la violencia reside en el proceso de desubjetivación, de negación del sujeto, de sus pertenencias, de sus deseos y aspiraciones propias, sentido como una amenaza para el sujeto violentado que se ve tratado como un objeto bajo dominio del otro. El sujeto que reacciona de forma violenta busca compensar la amenaza sobre el Yo y su desfallecimiento posible, imponiendo su dominio sobre el objeto desestabilizador. Este objeto puede situarse tanto en la realidad externa como en la interna por la emergencia de las pulsiones que de forma intempestiva y desligada pueden ser una amenaza para el Yo. Un Yo que se siente amenazado es susceptible de transformarse en amenazante, expulsando al exterior las vivencias internas intolerables que pueden llegar a convertirse en figuras persecutorias que se proyecta o reconoce en el otro. Estas vivencias intolerables pueden desbordarlo no siendo dueño de sí mismo y pueden convertir a este Yo en la principal víctima. La fortaleza del Yo, sus cimientos narcisistas y su diferenciación psíquica respecto a las figuras parentales son los pilares del proceso de subjetivación y apropiación de su proyecto de vida. Para el establecimiento de la diferenciación de las instancias psíquicas y, entre ellas, del Yo, es importante la existencia de unos límites estructurantes que se llevan a cabo correlativamente con la diferenciación con el otro, lo que da entrada al proceso identificatorio articulado con la pérdida o represión de los objetos originarios. Esta represión originaria tendrá a su cargo el sepultamiento del autoerotismo, siendo importante que las figuras parentales ayuden al sujeto infantil en ese proceso de subjetivación. Es decir, que, para que el proceso de identificación sea posible, es necesario que el otro-adulto-figuras parentales faciliten al sujeto infantil la posibilidad de establecerse como sujeto distinto y separado de los objetos originarios. Facilitar la diferenciación psíquica del sujeto infantil implica una relación en la que predomina el amor por el otro. En esta línea de pensamiento, considero que la violencia está caracterizada por un sentimiento de «desubjetivación» tanto por el que la sufre sometiéndose al otro, como por el violento que borra al otro como sujeto psíquico. El llamado «amor excesivo» (al que antes me he referido al citar a P.Aulagnier) puede destruir al otro. La pérdida de las diferencias y de los límites estructurantes llevan a un proceso de desbordamiento y no diferenciación entre las instancias, ni de los objetos internos conduciendo a la confusión sujeto-objeto. De esta manera, este «exceso» refleja un desequilibrio cualitativo entre el campo del narcisismo y el campo de la relación con el otro. Y aquí podemos entrar en un campo infinito de tipos y niveles de violencia que van desde la actuación explosiva hasta la violencia muda de negación y desprecio del otro, llegando a la perversión buscando el goce con el daño al otro y a uno mismo, sin dar tiempo y espacio al pensamiento y a la simbolización. Situaciones de 31

violencia, sufridas y actuadas, pueden provocar derrumbes en las bases del narcisismo o del Yo. Nos podemos encontrar con sujetos que pueden alienarse colectivamente a la búsqueda de ideales omnipotentes, y también con sujetos que tienen actuaciones violentas contra el Yo, como en el caso de las adicciones, buscando objetos que ofrezcan sensaciones excitantes - como modo de existencia - aunque tengan esa dimensión autodestructiva. A veces esta violencia destructiva se convierte en una manera de existir, como en el caso de las anorexias, bulimias, heridas en el cuerpo, quemaduras, fracasando el Yo en los intentos de dominar o controlar sus vivencias excesivas. No voy a entrar en los ritos de la adolescencia que en muchas ocasiones implican violencia, pero sí me gustaría hacer hincapié en la violencia ejercida desde los Estados representados por los Gobiernos que rigen países que no tienen en cuenta a los sujetosciudadanos y que no garantizan la protección y el respeto a los derechos del sujeto humano. El terrorismo, la guerra, la violencia, el abuso, la violación y asesinato de un humano por otro humano parece que dominan de forma «excesiva» nuestros tiempos de vida y difuminan el sentido de los términos «ley», «democracia», «justicia», «respeto» y «reconocimiento del otro». Nuestra cultura recibe la influencia de la fuerza seductora de las imágenes que pueden ejercer una atracción de dependencia del reino del principio de placer, así como de otros muchos medios informáticos que, indudablemente, aunque significan un progreso enorme, también sabemos que puede ser un mundo sin límites diferenciadores y contenedores. La amenaza de lo pulsional desligado y la falta de una represión eficaz también provocan malestar en nuestra cultura. Freud (1921), en «Psicología de las masas y análisis del yo», nos habló de los fenómenos colectivos y de masas que pueden llevar a la violencia colectiva por falta de referencias internas, y por dependencia y sumisión a un líder que garantiza un Yo-ideal, portador de omnipotencias y fanatismos, como sigue sucediendo en la actualidad. Esta desubjetivación del sujeto arrasa a su Yo por la invasión e intrusión del otro, generando a su vez violencia como única manera de dominar al otro. Creo que el malestar en la cultura se ha ido agravando con el exceso en la liberalización de costumbres, indefinición en los valores y normas, ambigüedad y confusión entre la diferencia de sexos y generaciones, predominio de la actuación sobre el pensamiento, la no tolerancia al sufrimiento y el modelo del enriquecimiento material. Cuando estos elementos se convierten en ideales, desencadenan, muchas veces, violencia. Las obras de arte del hombre han sido y son testimonios del conflicto psíquico y de la relación dialéctica amor-violencia entre los seres humanos, con distintos niveles de transformación y sublimación progresiva de las pulsiones. 32

Freud pasó de la evocación de Edipo rey a la de Hamlet, para presentar las grandes pasiones y los grandes conflictos humanos bajo una forma universal, sin hablar del episodio que mencionan analistas contemporáneos y que se refiere a la anterior conducta homosexual de Layo (éste se enamoró del joven Crisipo, hijo de Pélope y ésta maldijo a Layo por tener ese amor). Estas obras dan cuenta del alcance y modalidades de la violencia: severidad de los oráculos con las maldiciones, parricidio, lucha entre padres e hijos, lucha entre hermanos, vivencias incestuosas y violencia de los dioses respecto a los hombres. Si nos preguntamos: ¿qué falta han cometido los humanos?, nos encontramos con la desmesura o con la violencia en el exceso. M.Klein (1963) se interesó por La Orestiada, trilogía de Esquilo, para mostrar los aspectos violentos y el papel que representa el concepto helénico hubris. Hubris se traduce como «arrogancia», «omnipotencia» y se refiere al «pecado característico que cometen todas las criaturas en tanto están dotadas de vida». Hubris siempre ambiciona más y trata de alcanzarlo todo vorazmente, rompe barreras, y corrompe el orden. Será reemplazado por Dike, la justicia que se encarga de restablecer el orden. Este ritmo Hubris-Dike, «la soberbia y su caída», «el pecado y el castigo», es el que impera en la gran mayoría de los poemas filosóficos que son peculiares a la tragedia griega. La avidez está estrechamente relacionada con el concepto moira que representa el destino que los dioses han asignado a cada uno de los hombres; cuando hay un exceso, sobreviene el castigo de los dioses. Para M.Klein, el triunfo sobre todos los demás, el odio, el deseo de destruir a los otros, de humillarlos, el placer que proporciona su destrucción y las tempranas emociones que se viven en relación con los padres y hermanos, forman parte de la hubris. Las Erinias, diosas de la violencia, fueron rechazadas por el padre y eran depositarias del odio del mundo, pero, por medio de la intervención de Atena, consiguieron transformarse en Euménides, teniendo sentimientos más benignos. En la terminología de M.Klein, supone la integración de la violencia primitiva en el seno de las pulsiones amorosas. No voy a tratar la violencia y otros afectos que se despliegan en la relación analítica, ni tampoco la violencia en las instituciones, temas que requieren otro contexto. Para terminar, diré, como han dicho E.Moreno, H.Segal, A.Creen, C.Chiland y otros, que los analistas, en el contexto social, tenemos que tener voz frente a ciertos actos de violencia social y política, en unos tiempos donde la violencia está siendo utilizada como una solución a los problemas individuales y co lectivos. La sociedad democrática debe garantizar los derechos fundamentales de los seres humanos y los psicoanalistas, que en nuestra práctica clínica defendemos que el ser humano sea un sujeto psíquico diferenciado del otro, tenemos que defender estos valores en el 33

contexto social. Sabemos que, durante los primeros años de vida, se constituyen las bases de la vida psíquica y, cuando el adulto encargado del niño puede pensar al niño como un sujeto que se va a constituir con su historia singular y todo sucede de una manera «suficientemente buena», los sujetos toman conciencia de ellos mismos y del otro, reconocen la alteridad y su lugar en la sociedad. Aunque tengo en cuenta que nos encontramos dentro de las profesiones imposibles, como decía Freud, pienso que tenemos que seguir reflexionando de qué manera podemos ayudar a que el sujeto humano sea un sujeto pensante, y continuar contribuyendo en la lucha contra los poderes destructivos de los seres humanos, como decía H.Segal (1987) en su artículo «El verdadero crimen es callar». Freud (1933 [1932]) en «¿Por qué la guerra?» respondiendo a una carta de Einstein consideró: «Si la aquiesciencia a la guerra es un desborde de la pulsión de destrucción, lo natural será apelar a su contraria, el Eros. Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra. Tales ligazones pueden ser de dos clases». Freud alude, en primer lugar, a vínculos como los que se tienen con un objeto de amor, aunque sin metas sexuales, y la otra clase de ligazón de sentimientos es la que se produce por identificación. «Todo lo que establezca sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos comunes, esas identificaciones. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la sociedad humana» (pág. 195). Freud termina esta carta con estas frases que las suscribo como final de esta conferencia: «Todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra» y yo añadiría que todo lo que promueva el respeto del ser humano trabaja contra la guerra y la alienación del sujeto. Bibliografia AuLAGNIER, P. (1975), La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado, Buenos Aires, Amorrortu, 1993. BERGERET, J. (1984), La violence fondamentale, París, Dunod. BION, W. (1962), «Una teoría del pensamiento», en Volviendo a pensar, Buenos Aires, E.Hormé, 1996. FERENZCI, S. (1933),«Confusión de lengua entre los adultos y el niño», Obras completas, vol. IV, Madrid, Espasa Calpe, 1984. FREUD, S. (1886-1950), Obras Completas, 3 vols., Madrid, Biblioteca Nueva. (1905), «Tres ensayos para una teoría sexual», OC, vol. II.

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MARTINA BURDET* Hace años que vengo reflexionando a partir de mi trabajo clínico con varias pacientes maltratadas sobre este tema: pegan a una mujer. Hoy lo vuelvo a pensar con las lógicas diferencias que impone el paso del tiempo para la maduración personal y también en función de una realidad social que contribuye a que se tenga muy presente la violencia de género que constituye un tema de lógica preocupación para nuestra sociedad que se activa en distintos niveles: gubernamentales, jurídicos y psicológicos, con el fin de prevenir y proteger a las víctimas. Como su nombre lo indica, y así es como lo recoge una declaración de la ONU de 1993 (Res. A.G.48/104), la violencia de género se define como un «acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico...», o sea, violencia por parte de un hombre que, porque él es hombre y más fuerte físicamente que la mujer, la daña, amenaza y agrede. Dicho sea de paso, en mi labor de psicoanalista, si bien voy a detenerme hoy en esta forma de violencia de género, llamémosla más clásica porque más habitual, la del hombre hacia la mujer, también quiero señalar que puede ocurrir alguna vez a la inversa. Personalmente he tenido en consulta un caso contrario donde era la mujer la que había pegado violentamente a su marido quien le había puesto una denuncia en el juzgado. El concepto de violencia de género pertenece a la sociología; no es un concepto psicoanalítico. La violencia de género, o sea, que un hombre, porque es más fuerte físicamente, pegue, asuste, devalúe o incluso llegue a matar a una mujer porque es más fuerte que ella rebasa ampliamente lo genuino del psicoanálisis que consiste en la comprensión inconsciente de los hechos, en el análisis de las áreas neuróticas, psicóticas o perversas de los fantasmas que sustentan las fantasías y el goce sexual. Sin embargo, y a pesar de esta afirmación de entrada, a mi entender, el psicoanalista tampoco puede dejar de preguntarse porque algunas mujeres son pegadas en la cruda y dura realidad. La idea de la mujer pegada no puede dejar de evocarle al psicoanalista el texto paradigmático de Freud sobre el masoquismo Pegan a un niño en el que me he inspirado para poner el título de mi texto. ¿Por qué en determinados casos la fantasía de Pegan a un niño/a abandonaría el campo de la fantasía para cobrar realidad? ¿Puede la teoría psicoanalítica en general y la del masoquismo en particular servirnos de herramienta para entender algo de la mujer maltratada? En otras palabras: ¿existen factores que puedan contribuir a favorecer el maltrato? 38

Volver a la teoría del masoquismo se impone antes de facilitar algunas viñetas clínicas. -El masoquismo se define por gozar con el dolor, gozar con el síntoma, gozar en el mismo lugar donde se sufre, obtener placer en el displacer donde el placer es displacer y el displacer es placer, lo cual constituye una paradoja, un escándalo en boca de ciertos autores, «un enigma» que Freud (1924) intenta precisar en El problema económico del masoquismo donde postula un masoquismo erógeno o primario que consiste en «el placer de recibir dolor» que se encuentra en la base de otras dos formas de masoquismo: el masoquismo llamado femenino, él de Pegan a un niño (1919) y el masoquismo moral. Aquí Freud retoma y conserva su teoría de la coexcitación ya expuesta desde Tres ensayos (1905), según la cual «quizás, en el organismo no ocurra nada de cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación sexual. Según eso, también la excitación de dolor y la de displacer tendrían esa consecuencia». Eso constituye la base del masoquismo erógeno. Freud no deja de considerar su explicación «insuficiente», pero la conserva y la desarrolla en función de la segunda teoría pulsional que ya había sido desarrollada en 1920 donde el individuo es ahora teatro de dos grandes pulsiones: la pulsión de vida o Eros cuya misión es ligar, formar unidades cada vez más grandes, y la pulsión de muerte o Thánatos que tiene como meta desagregar, volver a lo inorgánico. Freud da prioridad a lo que ocurre en el interior del organismo donde trabaja la pulsión de muerte. Un sector de ésta «es puesto directamente al servicio de la función sexual»; el sadismo propiamente dicho, mientras «otro sector no obedece a este traslado hacia fuera, permanece en el interior del organismo y ahí es ligado libidinosamente con la ayuda de la coexcitación sexual antes mencionada; en este sector tenemos que discernir el masoquismo erógeno, originario». El masoquismo sería el testigo de aquella fase de formación en que aconteció la ligazón, tan importante para la vida, entre Eros y Thánatos. No me parece que el marco de esta exposición sea el lugar adecuado para pasar a valorar las afirmaciones freudianas. Me limitaré simplemente en rescatar lo que sí sirve para mi exposición. Lo importante es que el masoquismo acompaña al ser humano en todas las fases de su desarrollo. El correspondiente masoquista de la fase oral sería ser devorado; el de la fase anal, ser golpeado; el fálico, ser castrado, y el genital, ser poseído sexualmente. Y, como lo dice también Freud, «[...] en general todo padecer masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y ser tolerado por orden de ella» salvo en el masoquismo moral donde lo que importa es sufrir por sufrir. Ésta última cita, a mi entender, tiene mucha relevancia puesto que, si mayormente la descripción freudiana da la sensación de privilegiar un modelo donde todo ocurre 39

en el interior del organismo, donde el ataque pulsional interno es lo principal, aquí, como ya lo había hecho en 1905, Freud menciona a la persona amada como punto de partida del masoquismo. Quizá en este sentido no sea tan sorprendente que todas las personas maltratadas a las que tuve ocasión de ver se declarasen enamoradas de sus verdugos. Otras teorías posteriores privilegian el papel del otro en la estructuración del ser humano, de su sexualidad. Solo citaré a J.Laplanche (1996), que nos recuerda que «el objeto fuente de la pulsión está "clavado" en la envoltura del yo como la astilla en la piel...» y que es imposible partir de un masoquismo erógeno puro para comprender el masoquismo. En la situación de la seducción originaria postulada por este autor, el adulto normal es perverso por el mero hecho de producir unos mensajes siempre comprometidos por su inconsciente y, por lo tanto, la posición originaria del humano es de pasividad, es decir, necesariamente «de masoquismo originario». Creo que una teoría del masoquismo que incluya la presencia de un otro (véase también la del Otro lacaniano), sin invalidar la riqueza de los aportes freudianos, permite mayor comprensión del masoquismo y del hecho que nos ocupa, al saber que una persona pueda en un determinado momento haber contribuido a su maltrato. El masoquismo, mal llamado según mi criterio, femenino es el descrito por Freud en el su magistral artículo de 1919 Pegan a un niño. Subyace a la fantasía de ser golpeada/o por un padre la de ser amada y poseída pasivamente y sexualmente por éste. Dicha fantasía, nos dice Freud, tiene sentido y tiene que ser analizada dentro de la estructura edípica, pues sólo en ella tiene sentido el agredir para amar y el sufrir masoquísticamente para ser amado o castigado por el amor prohibido. Según Freud la fantasía de paliza surge en la niñez donde la culpa tiene mucha fuerza, más que el propio recuerdo de los principios de la vida sexual. La culpa es el motor que provoca la movilización de las tres fases de las que consta Pegan a un niño. En El problema económico del masoquismo dirá que el sentimiento inconsciente de culpa debe comprenderse como necesidad de castigo por parte de un poder parental. Paso a recordar las tres fases de las que consta Pegan a un niño. En la primera el padre pega a un niño con el correlativo sentido que se desprende para el sujeto: mi padre no ama a este niño; sólo me ama a mí. Esta fase satisface los celos. Implica una elección incestuosa de objeto, culpa correlativa y, por ello, caerá bajo los efectos de la represión. Podríamos decir que en este primer tiempo la fantasía es poco sexual. No provoca excitación. No es propiamente sádica. 1La segunda fase es la más importante porque, al ser completamente inconsciente y no poder ser recordada, es el resultado de una construcción del psicoanálisis y 40

porque en ella aparece la fantasía masoquista originaria: mi padre me pega, mi padre me ama. La fantasía adopta aquí la forma regresiva sádico anal de un placer sexual. Hay excitación que desemboca en onanismo. Es como si se realizara el incesto por vía de regresión sustitutiva. Lo pregenital aparece como defensa de lo genital. Es a la vez expresión del incesto y castigo por éste. En un solo movimiento surgen fantasía, inconsciente y sexualidad bajo la forma de la excitación masoquista. Algunos autores como, por ejemplo, C.Chabert (2000) «consideran esta fase como una traducción primordial del fantasma de seducción engarzado con el fantasma de la escena primitiva». En la tercera fase el amor incestuoso queda ocultado: otro hombre que no es el padre, como, por ejemplo, un maestro, pega a un niño y ama al sujeto. Delata la decepción edípica. La fantasía se ha tornado sádica aunque también pueda existir satisfacción masoquista a través de las identificaciones narcisistas con los niños azotados. Después de este recorrido breve pero necesario por la teoría, pasaré a evocar dos casos muy diferentes. María me consulta a raíz de su reciente separación con un hombre alcohólico, pero dice encontrarse muy mal desde hace mucho tiempo, desde una relación que mantuvo anteriormente en la que fue víctima de maltratos físicos y psíquicos. Siente una culpa enorme por lo ocurrido y me manifiesta desde la primera entrevista que no cree que la pueda ayudar a salir del círculo vicioso en el que se ha metido a la vez que me dice en la frase siguiente que está en mis manos. María tiene una hermana mayor y un hermano ocho años menor. En seguida añade que de pequeña era cleptómana porque robaba dinero del monedero materno para comprarse cromos, hecho en apariencia banal pero al que la paciente atribuye un enorme valor y lo contó como si de un pecado mortal se tratara. Tal hecho le valió una paliza y un gran enfado por parte de su madre. María se describe como perteneciente a un lugar caído, desvalorizado por una madre que valora a su primogénita que cumple con sus expectativas en cuanto a lo que desearía para una hija femenina. El lugar femenino está, pues, ocupado por la hermana mayor mientras que María ocupa un lugar más masculino hasta verse desbancada por el nacimiento de un varón a sus ocho años. Se puede hipotetizar que es entonces, cuando ocurre este nacimiento traumático para ella, que se anuda en María su masoquismo. Ella misma relata como tenía la sensación de haber tenido una vida idílica hasta entonces y que, de repente, todo se torció. María trae el drama de nunca haber podido ocupar el lugar del enamoramiento de la madre. Lleva 10 años en manos de dos psicópatas. En este caso el maltrato del

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hombre parece reproducir el hacerse golpear por una madre desde un Edipo negativo oculto. La fantasía de Pegan a un niño, mi padre me pega, mi padre me ama, aparece en este caso como mi madre me pega, mi madre me ama. Hay que subrayar que, a pesar de que Freud sostenga que la fantasía de paliza siempre está en relación con el padre, no es el caso aquí y no lo es según pude observar cuando es la madre y no el padre la que detiene la ley. El material de la paciente trae a una madre que la quiere haciéndole daño. Me pregunté en la primera entrevista si el hecho de ponerse en mis manos no era precisamente para que yo, como la madre, la pegue y le dé palizas. María, desde un lugar fálico, afirma que prefiere las cosas de los varones y que no vio al maltratador. Pienso que, en su lugar, vio la pasión que no había sentido que tenía con la madre. El yo de María no discrimina y queda atrapado en enlaces pasionales que obturan la posibilidad de separarse y de elaborar duelos. Su yo está devorado por el objeto, hay desubjetivización, por utilizar un término de A.Creen, cuyo mayor exponente se vería en la melancolía. María busca la fusión; se confunde con el otro. Quiere poseer al otro y ser poseída por él, aunque sea poniéndose «en manos de». El análisis empezado, María sigue poniéndose en manos de chupópteros maltratadores a quienes idealiza y encuentra inteligentes. Deposita en un hombre autoritario y a veces violento el lugar del yo ideal y lo transforma en agente de la autoridad sobre ella. Por otra parte María está identificada con los chupópteros. Chupar o dejarse chupar por otro es la forma que tiene de relacionarse, confundiéndose con el otro. De este modo no sabe de quién es el falo. María dice de forma bella que ser un chupóptero es una manera de maltratar. No hay un objeto y un sujeto. Está confundida con el otro, fundida con él. Precisamente gran parte de nuestro trabajo en aquel momento tenía como objetivo que María advenga como sujeto, que logre discriminar entre el yo y el no yo. María prefería estar pegada a quien la pegaba que estar sola. Ante la madre encantada por su hijo varón, María se identificó con todos los hombres; se dejó devorar por ellos con el fin de que no se supiera quién era quién para poder así ofrecerse la ilusión de una identidad diferente, formada por dos; por lo tanto, más poderosa. Su yo muy débil, al fundirse narcisísticamente con otro vivido como poderoso, se tornaba así también poderoso. María tenía un buen trabajo y una carrera universitaria que había tenido que financiar personalmente mediante grandes sacrificios porque sus padres que tenían medios suficientes no consideraban que fuera necesario estudiar. A pesar de su buena posición, arrastraba un sufrimiento grande porque se sentía inferior a sus compañeros. A ella la habían educado para planchar y limpiar, valores que representaban, para ella, lo femenino castrado. Herida, iba en busca de valores más fálicos que explican 42

que se dirija hacia hombres que, por algún rasgo, representan lo que quisiera ser: un doble narcisista. El hombre, en la fantasía de María, constituye su ideal fálico narcisista; él es lo que ella no es, y ella, con tal de ser él, se dejaría matar por él. Hay entrega masoquista al ideal narcisista, al objeto ideal. María se ofrece a este ideal aunque la maltrate como el mayordomo se entrega al amo porque ése es el camino que hace que ella pueda sentirse como ideal. María intenta ser el otro, chupa chupóptero y, si no puede devenir, él al menos se ofrece a su goce. Se mata por él y repite esta historia con cada hombre. No lo he dicho todavía: María desprecia a su padre con quien, sin embargo, está identificada. O se deja lesionar en la vida real o se desprecia como mujer como le desprecia a él. Existe también en ella una identificación con el hombre que la maltrata. Antes de sacar conclusiones, quisiera referirme a otra persona a la que llamaré Tinieblas. No fue paciente mía, pero la escuché unas tres o cuatro veces en el marco de unas prácticas en un medio psiquiátrico que coincidían con el final de mis estudios de psicología. Mujer de mediana edad, apariencia desastrada, sin lavar, sin peinar, vestida por llevar algo encima, se iba con lo peor, daba igual: hombres, mujeres, atracadores. Lo describía como que le «daba por el lumpen, cómo se desclasaba, cómo se comportaba como un animal» haciendo en cada momento lo que le apetecía sin medir las consecuencias. Había llegado a vivir en la calle como una mendiga durante varias semanas, robaba en los supermercados y «se excitaba de pensar que era una delincuente que había atracado, y luego pensaba: "¡Qué horror!"». Llenaba su tiempo saliendo a acostarse con gente de sexo indiferente. Por la noche salía de bares o a discotecas de negros para ligar hombres, varios a la vez, hasta llegar a meterse en problemas con el fin de que la pegasen. «La pegaron, le dio placer; hasta ha llegado a hacérselo a sí misma.» Algunos días casi la violan. Había empezado a beber por la inmensa culpa que sentía por haber tenido demasiadas relaciones sexuales. Evocaba fantasías en las que se imaginaba que todo le entraba y cabía por la vagina: un cuadro, un hombre, una puerta... En el momento en el que la vi, Tinieblas habíalterminado una relación homosexual de varios años con una mujer que la degradaba, humillaba y dominaba. Era universitaria y había desarrollado bien su trabajo en otros tiempos. Se había casado y separado. Había tenido un aborto. Pero todo lo había destrozado empezando por sus amistades para llegar en aquel momento a romper lo poco que le quedaba: muebles, platos. Hasta su colchón lo había rajado. Sentía que había perdido toda su dignidad. Inteligentemente explicaba su sentimiento de culpa abrumador, su pavor a la soledad y el hecho que se sentía enferma pero que su enfermedad era el reflejo de 43

lo que sentía que ella era, porque «no todo el mundo se destruye de esta manera». Decía que su madre la veía como un monstruo que se dejaba llevar por sus instintos. Tinieblas habló de un padre muy especial con admiración y resignación: un hombre muy rico, obsesionado por el sexo, un gran agresor, un tirano. Había estado en la cárcel por un delito. La pegaba, la insultaba. Un día recordó que a sus doce años éste había venido a su cama a acariciarla. La había marcado mucho. Invenciones, había dicho la madre. «Le daba pena su padre, pero al mismo tiempo sabía que había salido igual que él.» No hacía mucho que el padre había muerto. Tinieblas dijo no haber sentido nada, pero hubo que ingresarla. Enlel momento en que la conocí, el psiquiatra no había ingresado a Tinieblas porque su madre se había comprometido a no dejarla sola. La madre se marchó y la víspera de su vuelta Tinieblas se suicidó. El equipo que la trataba me confirmó que había sido abusada por su padre. Recuerdo que pensé que Tinieblas se había ido para volver a encontrarse con él. Me acordé del mensaje que Lacan le había dado a Pierre Rey cuando éste le había preguntado por el suicidio de su hermano de diván «el gordo»: a veces es la única respuesta posible. Tinieblas estaba diagnosticada de psicosis maníaco-depresiva. Nunca pude saber si este diagnóstico era el correcto. Podía haber sido un caso de histeria muy grave; podía haber sido una perversión. No tuve ocasión de poder analizar y profundizar en su caso, pero sí en ella se encuentra en el primer plano un evidente sadomasoquismo anudado a una experiencia traumática. Tinieblas era lo que decía de ella un padre o una madre, estaba identificada con su agresor, repetía la escena consigo misma, le excitaban las palizas, buscaba por doquier a padres que abusen de ella. En ella la fantasía de Pegan a un niño/a, mi padre me pega, mi padre me ama, había abandonado el campo de la fantasía para realizarse traumáticamente en lo real. Si bien evidenciaba masoquismo moral en el hecho de buscar castigo, sufrimiento, aparentemente porque sí, el masoquismo erógeno estaba en el primer plano, en lo más arcaico, en la piel. Hubiéramos podido tener una secuencia que expongo como sigue: me hago pegar, me pego, me mato. Volviendo a la pregunta que me hacía en el inicio de este trabajo, si bien el concepto de violencia de género tiene que ver con un sexismo hostil, con la creencia en una supuesta inferioridad de la mujer porque es más débil físicamente, con la diferencia anatómica de los sexos, con la imagen de un hombre violento, machista, como si hubiera salido de la horda primitiva, hechos sobre los cuales el psicoanálisis poco tiene que decir porque no es su campo de estudio, sin embargo, sí le compete el estudio de las fantasías inconscientes, de las relaciones objetales. Y ciertas elecciones objetales pueden llevar a ser víctima de malos tratos.

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María tenía con su maltratador un vínculo que se puede entender desde su peculiar Edipo negativo relacionado con la fantasía de ser pegada. En ella se veía la autodevaluación que hacen de sí ciertas histéricas, los rasgos melancólicos que hay en ciertas histerias, la fobia al abandono, la imposibilidad de separarse, dificultades en el proceso de diferenciación yo no yo, déficit de autoestima, la presencia de un trauma producido por el nacimiento de un hermano rival, una relación conflictiva particular con el ideal, hechos todos ellos que probablemente hayan convergido en una elección de objeto y el establecimiento de un vínculo donde prevalecía la violencia. Quien hubiera conocido a Tinieblas en ciertos momentos de su triste historia hubiera podido pensar que era víctima de violencia de género sin más, pero, por lo poco que he podido exponer, se entiende cómo lo que se puede observar no es lo que parece. Desde su enfermedad, psicosis o perversión, Tinieblas no tenía reparo en proclamar su búsqueda activa de paliza y su goce en ello. A mi entender se hace necesario diferenciar varios niveles. Por un lado, se encuentra la violencia de género que tiene lugar cuando una mujer recibe un daño porque es inferior a un hombre a nivel físico, aquella que los organismos internacionales han ido aceptando paulatinamente defendiendo la igualdad entre sexos de una particular relación de objeto marcada por la fantasía de ser pegada tal como Freud la describió en Pegan a un niño que puede conllevar malos tratos. Por otro lado, también se hace necesario diferenciar el área privada del goce sexual entre adultos que deciden de mutuo acuerdo que su goce sexual pasa por una relación teñida de un sadomasoquismo que me atrevería a nombrar normal cuando se desarrolla en el marco de una relación amorosa donde puede ocurrir que el ser pegado/a no signifique en absoluto maltrato sino goce coital, goce en el juego sexual. Aquí el orgasmo derivado de los juegos eróticos nada tiene que ver con la paliza real que debe ser castigada. Finalmente creo que en todos los casos habría que diferenciar entre neurosis, perversión, psicosis y violencia de género. No existe una relación causa efecto entre la violencia de género y el sadomasoquismo; son campos diferentes con axiomas de base diferentes. Si el psicoanalista poco o nada tiene que decir sobre el hecho de que un hombre, por serlo y ser más fuerte, maltrate a una mujer, sí tiene mucho que decir acerca de las pacientes maltratadas que acuden a su consulta. Como he intentado mostrarlo a través de los dos ejemplos que he escogido, puede ocurrir, sin que eso sea generalizable, que la presencia de ciertos rasgos en patologías determinadas contribuyan a una elección de objeto dominada por el sadomasoquismo. Bibliografia CHABERT, C., «Les surprises du masochisme moral», en Libres cahiers pour la 45

psychanalyse. L'Esprit de survie, Printemps 2000, núm. 1. FREUD, S. (1886-1950), dbras Completas, 3 vols., Madrid, Biblioteca Nueva. (1919) Pegan a un niño, OC, vol. III. (1924), El problema económico del masoquismo, OC, vol. III. LAPLANCHE, J. (1992), La prioridad del otro en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu. REY, P. (1989), Une saison chez Lacan.

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MILAGROS CID SANZ* La violencia nos rodea y nos habita en lo más íntimo de nuestra constitución como individuos. El ser humano debe realizar un largo recorrido en su evolución personal para que esta violencia instintiva, pulsional, quede al servicio del Yo, y su potencialidad destructora sea ligada bajo el dominio de Eros, cuyo origen voy a recordar brevemente. Como sabemos, los mitos representan ese saber transmitido de forma simbolizada, como representaciones de la evolución del mundo y del sujeto. Aristóteles decía al respecto que los mitos debían conmover y promover la compasión, por identificación con los héroes presa de su trágico destino, lo que comportaba una enseñanza colateral, como los cuentos infantiles, portadores de simbolización y vehículos para los procesos de fantasmatización. Caos era una deidad que no podía ser descrita, porque no había luz para verla. Compartía su trono con su esposa, la diosa de la noche, llamada Nix. Tuvieron un hijo, al que llamaron Herebus, quien destronó y suplantó a Caos, tomando como esposa a su madre. Ellos evolucionaron desde ese mundo caótico y oscuro a través de de sus dos hermosos hijos: Eter (representación del cielo superior) y Hemera (luz del día), que, a su vez, destronaron a sus padres y tomaron el poder supremo. El espacio, iluminado por primera vez por la luz, reveló todas sus imperfecciones. Eter y Hemera examinaron cuidadosamente la confusión reinante, y llamaron en su ayuda a Eros (Amor) su propio hijo, para que los ayudara. Con sus esfuerzos combinados, fueron creados el mar (Pontus) y la tierra (Gea). Inicialmente, la tierra era un lugar desértico. Eros, disparando sus flechas en la árida superficie de la tierra, fue creando la belleza de la vegetación, animales, etc. El poder de Eros aparece ya como fuerza creadora, en oposición a la destrucción. Bien sabemos, por desgracia, que, cuando Eros pierde los papeles, sus flechas portadoras de vida pueden transformarse en destructoras. Es el efecto de la libido desintricada, que no podría soportar la frustración del desamor, retornando al caos del exceso. Freud, en su artículo «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte» (1915), hace una interesante síntesis respecto a la tramitación de estos componentes instintivos de la naturaleza humana: 47

La esencia más profunda del hombre consiste en impulsos instintivos de naturaleza elemental, iguales en todos y tendentes a la satisfacción de ciertas necesidades primitivas. Estos impulsos instintivos no son en sí ni buenos ni malos. Los clasificamos, y clasificamos así sus manifestaciones, según su relación con las necesidades y las exigencias de la comunidad humana. Debe concederse, desde luego, que todos los impulsos que la sociedad prohíbe como malos - tomemos como representación de los mismos los impulsos egoístas y los crueles - se encuentran entre tales impulsos primitivos. Estos impulsos primitivos recorren un largo camino evolutivo hasta mostrarse eficientes en el adulto. Son inhibidos, dirigidos hacia otros fines y sectores, se amalgaman entre sí, cambian de objeto y se vuelven en parte contra la propia persona. Ciertos productos de la reacción contra algunos de estos instintos fingen una transformación intrínseca de los mismos, como si el egoísmo se hubiera hecho compasión y la crueldad altruismo. La aparición de estos productos de la reacción es favorecida por la circunstancia de que algunos impulsos instintivos surgen casi desde el principio, formando parejas de elementos antitéticos, circunstancia singularísima y poco conocida, a la que se ha dado el nombre de ambivalencia de los sentimientos. El hecho de este género más fácilmente observable y comprensible es la frecuente coexistencia de un intenso amor y un odio intenso en la misma persona. A lo cual agrega el psicoanálisis que ambos impulsos sentimentales contrapuestos toman muchas veces también a la misma persona como objeto. He querido marcar un recorrido de la violencia que iría desde los procesos fantasmáticos, y sus fallas, hacia las palabras, que a veces pueden ser utilizadas como verdaderas armas arrojadizas para aniquilar al otro, y terminar por la violencia en los actos, que marcarían el colapso en cortocircuito de los espacios entre pensar, decir y hacer. Para ello, y situándome en la perspectiva psicoanalítica, intentaré transitar por estos espinosos caminos, siguiendo el recorrido inverso al título, para ir desde la estructuración y organización fantasmática, y sus fallas, hasta la violencia actuada en lo real, sobre el cuerpo del otro, que tiene su máximo exponente en las diversas formas de violencia ciega e indiscriminada propia de los atentados terroristas, atentados en los que incluyo las diversas formas de terrorismo de Estado. La violencia en las fantasías Vamos a remontarnos, pues, a los primeros momentos de estructuración psíquica, momentos de constitución del Yo, que sólo puede organizarse en su diferenciación del objeto, del otro, del extraño al Yo, es decir, del no Yo. En esos movimientos inherentes a la constitución del Yo, Freud habla del Yo placer purificado, para dar cuenta de ese estado Yo-placer, que expulsaría violentamente de sí todo aquello que 48

pudiera ser displacentero, entendiendo como tal un exceso insoportable de excitación. Por tanto, la idea de placer, en estos estadios primitivos de la constitución del sujeto psíquico, no hay que entenderla como el placer propio del adulto, sino como el mantenimiento de un nivel adecuado de excitación, que, cuando sobrepasa ciertos límites, se transforma en displacentero, al no existir un Yo de suficiente consistencia como para poder integrar ese exceso. Él objeto nace del odio, dice Freud. Esta frase puede resultar extraña, y excesiva. ¿Qué sería, pues, el odio? ¿Y cómo aparecería tan tempranamente? ¿Hay que odiar para reconocer al otro como sujeto diferenciado de sí mismo? Todas estas cuestiones pueden comprenderse mejor si se entiende el odio en su acepción de rechazo visceral y absoluto. El objeto dispensador de amor y cuidados también proporciona displacer, por la desinvestidura temporal del bebé, o por el exceso de presencia y excitación. La presencia-ausencia hay que entenderla en términos psicoanalíticos como la alternancia entre investidura-desinvestidura del objeto. M.Fain habla de la censura del amante, para marcar esa ruptura temporal en la díada madre-hijo, permitiendo que la mujer salga de su «locura materna», del estado de simbiosis necesaria con su bebé, para recuperarla como mujer sexual, como amante, cesura que instaura esas primeras fracturas necesarias para que puedan ponerse en marcha los procesos de alucinación, que ponen en marcha los autoerotismos, es decir, el reconocimiento por parte del bebé de diversas partes de su cuerpo, que pueden ser investidas libidinalmente, espacios necesarios para la posterior constitución del cuerpo erógeno, apuntalado sobre el cuerpo biológico. La capacidad de la madre, con su función ligadora y paraexcitante, permitirá estos primeros movimientos de intricación pulsional. Las palabras de la madre, sus cuidados y, sobre todo, su capacidad de fantasmatización permitirán y facilitarán estos procesos. D.Winnicott habla de la madre suficientemente .buena, y W.Bien de la capacidad de réverie materna, para enfatizar desde distintas perspectivas teóricas la importancia de la función materna en estos primeros movimientos psíquicos. Dichos procesos permiten la transformación de los procesos alucinatorios en pensamientos, lo que, como sabemos, desgraciadamente no es el caso de ciertas evoluciones, en las cuales la confusión entre Yo-no Yo, entre sujeto y objeto, o entre el cuerpo representado psíquicamente (como lugar de representación psíquica) y cuerpo biológico (con poco nivel de representación psíquica de las funciones corporales y, por tanto, del cuerpo erógeno, sujeto y objeto de deseo) no han podido ir recorriendo estos movimientos de progresiva integración y complejización de los 49

procesos mentales, transformados en capacidad de soñar, fantasear, desear al otro y, por tanto, de aceptar su eventual pérdida. Esta complejización progresiva es paralela a la aceptación de nuestros propios límites. Cuando el bebé chupetea sus dedos, lanza sonidos de distinta intensidad, explora los objetos brillantes, sus formas, se los lleva a la boca, muerde, arroja, recupera, etc., está construyendo su propio espacio psíquico, mediante la transforma ción de las percepciones procedentes del mundo externo e interno en espacios de representación psíquica de las cosas y de simbolización, en un incesante proceso investigador que se pone en marcha muy precozmente, y que posteriormente dará paso a la insaciable curiosidad infantil para intentar comprender la compldad de un mundo que los adultos intentamos transmitirles del mejor manera posible, no con pocos apuros por nuestra parte. El espacio psíquico, o espacio interno, se instaura gracias a un ritmo adecuado de placer-displacer, gracias al cual se puede ir estableciendo el circuito de alucinación de la satisfacción-percepción de la ausencia del objeto, frustración y búsqueda de la satisfacción, mediante la acción necesaria para la obtención de esta satisfacción de la necesidad, al ir percibiendo el objeto como diferenciado del sí mismo, lo que instaura el principio de realidad. La alternancia de placer-displacer, y de presencia-ausencia, irán estableciendo el principio regulador llamado principio de placerdisplacer, que permitirá acceder al principio de realidad, con la necesaria derivación hacia el acto necesario para obtener la satisfacción en el mundo real; percepción, pues, de la necesidad del otro, y rechazo inicial a esa alteridad que nos hiere en lo profundo del sentimiento oceánico de completud narcisista. La capacidad de estar solo en presencia de otro, o en ausencia de otro, como sabemos, implica la adquisición de un mundo psíquico suficientemente rico, como para poder sentirse acompañado en ausencia del objeto. Es lo que llamamos la persistencia del objeto en su ausencia, es decir, la representación psíquica del objeto, su internalización. Freud, con la elaboración de la segunda teoría pulsional, habló de pulsión de vidaEros y pulsión de muerte-Thánatos, ligada a la destructividad, y a la tendencia de eliminar toda tensión, reduciéndola a cero. Ambas coexisten suficientemente ligadas como para permitir una adecuada distancia relacional con el objeto, y con la percepción de sí mismo como sujeto capaz de amar y odiar. Esta aceptación de la alteridad, que implica un cierto grado de tolerancia a la frustración y al displacer, corren paralelos a la importancia de la evolución y organización del masoquismo, del que Freud se ocupó en su importante artículo «La 50

importancia económica del masoquismo» (1924), en la que desarrolla los avatares de este concepto desde los primeros movimientos que permiten la ligazón de la pulsión de vida con la pulsión de muerte mediante la coexcitación, que insufla un cierto de grado de placer en el displacer, permitiendo que el Yo pueda tolerar el displacer, sin expulsarlo totalmente del Yo. Esta primera forma de masoquismo integrador, llamado en este artículo masoquismo erógeno primario, tendría, pues, una función protectora del Yo, esencial para su evolución. Las otras formas de masoquismo, llamadas masoquismo femenino y masoquismo moral, darán lugar, en su evolución patológica, a derivaciones hacia el sadomasoquismo perverso, y hacia relaciones de sadismo internalizado por formas de Superyó extremadamente rígidas y sádicas, que, en su asociación con el masoquismo del Yo, pueden dar lugar a diversas formas de violencia autodestructiva, desde los autorreproches paralizantes, propios del pensamiento obsesivo, hasta la autodestrucción que encontramos en los suicidios melancólicos, expresión de un odio destructivo hacia un objeto encarnado en el yo, indiferenciable, por tanto, al que solamente se podría destruir a través de la destrucción de sí mismo. lncompletud, odio al objeto y, si el proceso no es excesivamente frustrante ni excesivamente gratificante, ese odio-rechazoherida narcisista, será ligado por los buenos oficios de Eros para permitir la integración de ambos sentimientos de amor y odio en un mismo objeto, amado y odiado, con la ambivalencia propia de todas las relaciones humanas, que nos permiten mantener vínculos amorosos y afectivos con nuestros semejantes, sin que la dualidad amor-odio tenga que ser disociada en objetos buenos-por tanto fuertemente idealizados y objetos malos, odiados a veces con pasión, que no permite la desinvestidura del objeto odiado, y que puede crear vínculos tan indestructibles como el amor. 1 La escisión del objeto en bueno-malo, la escisión del Yo propia de la psicosis, corresponde a un modo de funcionamiento de características narcisistas, o de los actualmente llamados estados límite. Cuando el objeto idealizado se transforma en objeto desvalorizado, la furia narcisista hacia el objeto puede alcanzar diversas formas de expresión de la violencia, desde el abandono sin contemplaciones hasta los ataques verbales o físicos de distinta intensidad, según el grado de intolerancia a la frustración correspondiente. Para poder separarnos, necesitamos odiar un poco; el amor sin fisuras puede ser tan peligroso como el odio, ya que no permite la separación y diferenciación del objeto. 1 Cuando se recuerda la famosa frase de Winnicott de madre suficientemente buena, a menudo se utiliza como una versión edulcorada e idealizada de la relación madre-bebé, ya que la madre suficientemente buena es, por definición, una madre 51

suficientemente mala, en el sentido de poder tolerar a su vez la frustración, la separación, el dar lugar al padre en la relación diádica, el poder dejarse odiar por su hijo para permitirle diferenciarse y poder ir estableciendo una adecuada tolerancia a la frustración, que, en caso de no poder ser establecida, pasa factura a lo largo de la vida. André Green, hablando de la pulsión de vida, ha insistido en su función objetalizante, permitiendo establecer un narcisismo de vida, cuando está adecuadamente intricada. Una libido desintricada de la pulsión de muerte tiene, a su vez, efectos devastadores de fusión sujeto-objeto. A su vez, la pulsión de muerte no suficientemente intricada con la libido deriva en un efecto desobjetalizante, no permitiendo la investidura amorosa del objeto, y llevando a un estado de ignorancia del otro en su propia alteridad, con estados de narcisismo cerrado a las investiduras objetales, en lo que Green llamó lo neutro, en referencia a un estado de falsa completud que, siendo todo, finalmente no podría realizarse como ser humano, abierto al objeto, lo que implica, como decía anteriormente, un recorrido inevitable por la vía larga, en palabras de J.ChasseguetSmirgel, en contraposición con la vía corta, que pretendería la satisfacción inmediata, por intolerancia a la frustración, que, a su vez, instaura el circuito del deseo, como una evolución de la libido que reconoce la propia incompletud y la dependencia del objeto. 1 Esta vía corta, que funcionaría en cortocircuito frente a la frustración, con reacciones de violencia, casi en acto reflejo, nos remite a las fallas en la constitución del Yo, que queda colapsado con el Yo ideal, en una enfermedad de la idealidad, como subtituló J.Chasseguet su libro sobre el Ideal del Yo. El Superyó no puede funcionar en estos casos como una integración, por identificación de las funciones parentales, como una instancia a la vez prohibidora y protectora, marcando unos límites entre las exigencias del Ello, como caldera hirviente de las mociones pulsionales, tendentes a la descarga, y los imperativos de la moral, de la propia autoconservación, y de las exigencias del mudo real, donde el deseo y el tiempo del Otro entra a menudo en colisión con nuestro deseo y nuestro tiempo interno. En la enfermedad de la idealidad, toda frustración atacaría directamente a esa imagen ideal, que no podría ser frustrada, a riesgo de desencadenar una reacción de furia narcisista y destructiva hacia el objeto, objeto que se transforma en insoportable portador de la alteridad y de la propia incompletud para el autoabastecimiento afectivo. En la evolución normal, estos movimientos de extrema violencia serán reprimidos, primero desde el exterior y, posteriormente, como decía, por la instauración de la represión, como defensa psíquica que marca una frontera suficientemente sólida y fluida para permitir la transformación de la violencia fundamental humana, en 52

sueños, fantasías, deseos de saber y aprender, derivaciones sublimatorias variadas, que nos permiten vivir con un cierto grado de placer psíquico, sin tener que matar en el mundo de lo real a los objetos que nos frustran cotidianamente en nuestras insaciables expectativas infantiles de amor, valoración, presencia e incondicionalidad absoluta. Como sabemos, el mundo fantasmático se asienta sobre la tramitación de la violencia, violencia que, en la mitología, aparece permanentemente expresada, formando parte de la idea de evolución. En el mito de Cronos y la lucha generacional, sobre el que he hablado en otras ocasiones, Urano destrona violentamente a su padre, y a su vez es castrado por su hijo Cronos, liberado por su madre de los abismos del Tártaro, donde había encerrado a sus hijos para evitar tal eventualidad. Cronos no se libra y, a pesar de que se va comiendo a sus hijos para evitar correr el mismo destino, de nuevo la madre, dando una piedra a su marido en lugar del niño que iba a devorar, Zeus, permitirá a éste retornar para liberar a sus hermanos del ansia devoradora paterna. Esta mitología de devoración, castración, incorporación o expulsión del otro se va organizando en nuestro mundo fantasmático, a través de las fantasías infantiles de parricidio, filicidio o eliminación de los hermanos rivales, fantasías que permiten establecer ese tejido que trabaja en silencio como Aracné, tejiendo el hilo de angustias primitivas que, mediante esta elaboración inconsciente fantasmática, nos permite vivir relativamente tranquilos, preservando a nuestros objetos de amor de nuestras furias homicidas, y saliendo de los laberintos de la pasión, como Teseo, gracias al hilo conductor de nuestra capacidad psíquica de transformación de la violencia y el odio en finalidades más fructíferas. La violencia en las palabras Hay palabras que duelen, palabras que consuelan, palabras vacías, desvalorizantes, balsámicas, mortíferas, silencios aterradores...; qué importantes son las palabras... Las palabras, para decirlo como el apasionante libro autobiográfico de Marie Cardinal**, relatando su propio análisis, expresan la posibilidad, creada por el espacio analítico, de encontrar esas palabras que deben recorrer el espacio desde la ausencia de representación, desde la angustia o desde el síntoma, hasta la posibilidad de reconstruir un espacio fantasmático, cortocircuitado por los diversos traumatismos infantiles que jalonan la vida de todo ser humano. La expresión «lengua materna» designa, con la habitual sabiduría popular, los primeros intercambios madre-hijo. Simple caricia acústica al principio, las inflexiones, el tono, la intensidad de la voz de la madre, irán dando paso a la estructuración semántica, y a la progresiva adquisición del sentido. La palabra deja de 53

ser arbitraria a partir del momento en que la nominación por la madre permite que se produzca la fusión con un sentido reconocible y utilizable en ese sentido. Sabemos, por nuestra experiencia clínica, que no siempre es el caso. 1 El alto valor discriminativo, por tanto descriptivo, del lenguaje portador de sentido es esencial para la organización del Yo, limitando la expansión narcisista y pasional, esencial para la formación del Superyó, estructurado a través de los mensajes inicialmente provenientes del exterior, que introducen todo un código de prohibiciones y restricciones, ligadas, evidentemente, a los afectos y a los objetos, y que tendrán su correlato en la estructuración verbal del pensamiento consciente. Él lenguaje, que nace de la separación entre los seres humanos, se transforma en el elemento esencial de la relación, que incluye sus propios límites. Adapta la relación con lo real y los objetos, pero, como sabemos, la adquisición del lenguaje no lleva implícita la capacidad de comunicación. «És el silencio de lo simbólico el que instaura en el hombre la nostalgia de la expresión.» El pensamiento deberá, pues, utilizar un instrumento, el de la lengua, para expresar su «pensamiento simbólico personal». El niño tiene que hacer todo un recorrido para reorganizar la comunicación con el otro a través del código verbal, incorporando los elementos comunes de la lengua para organizar su propia estructura individual, que permita, en el mejor de los casos, un contacto suficientemente fluido y articulado con su propio pensa miento simbólico. Este recorrido se hace a través de la investidura libidinal del lenguaje. Sabemos cómo los niños disfrutan jugando con las palabras, descubriendo la polisemia del lenguaje, estableciendo códigos propios de comunicación, etc. La adquisición plena del lenguaje dura todo el período de la sexualidad infantil, y participa activamente en la organización del Yo con su capacidad PCS de transformación de pensamientos primarios en secundarios, configurando, a través de preformas fantasmáticas, la futura organización sexual adulta, estrechamente ligada a las modalidades de relaciones objetales. v Si las representaciones verbales permiten la unificación entre las representaciones de cosa y los afectos correspondientes, dando un sentido a ese oscuro mundo de lo irrepresentable, no siempre sucede de esa manera. Freud decía que en la psicosis las palabras son tratadas como cosas y, por tanto, no son vehículo de comunicación, sino expresión del pensamiento primario, con sus condensaciones y desplazamientos característicos de esta forma de pensamiento inconsciente que no pasaría por el filtro de la función preconsciente, que secundariza estos procesos y los somete a la simbolización del lenguaje, con el uso de metáforas, que alejan suficientemente el símbolo de su expresión verbal, permitiendo el acceso a la 54

conciencia del material pulsional, suficientemente transformado por esta actividad mental, que implica la preservación del objeto, su no destrucción. Las palabras marcan también este modo de relación objetal, con una distancia adecuada, que implica la represión de ciertas formas de violencia, que, en ocasiones de peligro de pérdida del objeto, rompen las barreras habituales, transformándose en dardos arrojadizos, directos al corazón. En las modalidades relacionales sadomasoquistas, las palabras sirven de vehículo para el placer de humillar, desvalorizar y rebajar al otro, que, en los engranajes perversos, encuentran el acoplamiento entre el pacer de humillar y el de ser humillado. La violencia en los actos La mitología tiene un papel esencial en el desarrollo de las civilizaciones. Para Aristóteles, las tragedias griegas tenían por finalidad promover en el espectador compasión y lástima, permitiendo sacar conclusiones del destino trágico de los protagonistas, incapaces de frenar los violentos actos dictados por el fatum, el Destino inexorable, proporcionando material para organizar las fantasías, estableciendo una barrera entre éstas y los actos. Como los cuentos infantiles. Hay un salto cualitativo entre las diversas expresiones de la violencia. Para el neurótico, la violencia forma parte, sobre todo, de su mundo fantasmático, permitiendo la no realización de ésta en lo real, y sobre los objetos reales, investidos de forma ambivalente, en una dualidad amor-odio que permite la preservación amorosa del objeto, que no es ni extremadamente odiado, ni extremadamente amado, y cuya eventual pérdida, aunque profundamente dolorosa para el Yo, permite su supervivencia psíquica. La simbolización permite sucesivos desplazamientos de un objeto a otro, quedando progresivamente sustituido el objeto primario, lo que permite ese sustrato psíquico, que, como una red protectora, permite la circulación de representaciones, a través de las fantasías, los sueños, los deseos, los olvidos, los actos fallidos, es decir, de la psicopatología de la vida cotidiana, bregar con las excitaciones que, partiendo del interior (como mociones pulsionales procedentes del ello), o provenientes del mundo exterior, con las múltiples contrariedades cotidianas que la vida nos depara, someten al Yo a un continuo traqueteo que precisa un permanente ejercicio malabar del Yo para intentar encontrar soluciones de compromiso aceptables para la convivencia y para el propio bienestar. La violencia física puede realizarse sobre el propio cuerpo o sobre el ajeno, a nivel individual o grupal, mostrando los diversos campos de acción del lado oscuro del ser humano. 55

Sobre el propio cuerpo La violencia que se ejerce sobre propio cuerpo nos da idea de las fallas en la simbolización del cuerpo. El cuerpo erógeno, cuerpo representado y frontera del Yo, se transforma en cuerpo biológico, en el cual la castración no simbolizada se actualiza como actos reales. La erotización del dolor, y de la castración, propia de la perversión se actúa en el cuerpo biológico, saliendo del reducto de las fantasías inconscientes que en el funcionamiento neurótico quedan sometidas al dominio del orden simbólico edípico y, por tanto, a la represión. Las automutilaciones psicóticas, en las cuales el propio cuerpo pasa a formar parte del perseguidor al que hay que eliminar, a veces como formando parte de un ritual sacrificial, nos muestra este extrañamiento del cuerpo propio, que se transforma en reflejo de lo siniestro, lo demoníaco, a la vez propio y ajeno. Las mutilaciones de los transexuales nos muestran este doloroso tránsito para emigrar de un cuerpo vivido como ajeno en su propia realidad sexual. El piercing, en sus formas extremas, olel body-art, que incluye las múltiples formas de mutilación del cuerpo, en aras de una supuesta estética, adquieren a veces repercusiones trágicas, llevando a la muerte al sujeto que las practica. La televisión nos sirve en bandeja la patética aparición de estos casos, exhibidos como adalides de la libertad. Sobre el cuerpo del otro El odio transformado en destructividad sobre el cuerpo del otro significa un salto cualitativo que señala el fallo profundo de las fronteras del Yo, que marcan, a su vez, las del otro, con el riesgo que conlleva para el Yo la aceptación de la alteridad, del objeto que puede herirnos, abandonarnos o privarnos de su amor, lo que, en casos de modos de relación de objeto simbióticas o anaclíticas, es decir, de intensa dependencia, resulta intolerable. La perversión, que marca en sus formas extremas de sadismo un goce que se obtiene solamente a través del dolor físico del otro, dolor que incluye la humillación y la vejación, es decir, la destrucción física y moral del otro, es una desgraciada constante en las diversas formas de violencia física que nos estremecen cada día; torturas burdas o refinadas, violaciones, mutilaciones y asesinatos que, desde los tiempos antiguos, no han hecho otra cosa que refinar su tecnología. Creíamos que la cultura nos salvaría, pero la imagen de los refinados torturadores amantes de la música clásica o del arte, padres amantes de sus hijos en sus ratos libres, nos descubren con horror que la escisión psíquica permite esta abominable coexistencia. Escisión psíquica, inexistencia de conflicto, zonas psíquicas barridas, 56

eliminadas del psiquismo, junto con la conciencia de culpabilidad, fundante de la civilización y de la moral. Freud mencionó en sus escritos metapsicológicos la pulsión de apoderamiento, relacionándola con los primeros movimientos pulsionales, que tenderían a la apropiación del objeto, activada por el sistema muscular, y precursora del sadismo. Este sadismo infantil constitutivo de las fronteras del Yo es frenado por la compasión, como barrera necesaria que se instaura ante la percepción del dolor del otro, es mencionado por Freud en los Tres ensayos cuando nos habla de las tramitaciones del sadismo. Barreras que quedan abolidas cuando un ser humano invade y destruye el espacio vital de otro ser humano, convertido en auténtico depredador, sin el protector sentimiento de culpabilidad que instaura la civilización y permite la evolución del ser humano. Paul Óenis ha desarrollado este concepto de la pulsión de apoderamiento, no muy trabajado por Freud posteriormente, para relacionarlo con la destructividad hacia el objeto. De los grupos humanos Sobre la violencia ejercida por unos grupos frente a otros, las guerras, como exponente trágico de la capacidad de destrucción del ser humano, escriben con sangre la historia de la humanidad. La posesión y dominación del otro, la extensión de las fronteras, la invasión de territorios, la imposición de unas culturas que implican la destrucción de otras, la rapiña y el enriquecimiento de unos grupos a expensas de otros, suelen ser vehiculizados a través de palabras donde el ideal propio implica la eliminación del otro, del vecino, del diferente. En su artículo «Psicología de la masas y análisis del Yo» (1920), Freud pone en relación los fenómenos que suceden a nivel del Yo con el enamoramiento, en el que el ideal del Yo queda sustituido por el otro, constituido como instancia ideal, con el consiguiente empobrecimiento del Yo. Por el fenómeno de regresión del Yo, en el cual las fronteras se hacen más desdibujadas, retornando este Yo a formas de pensamiento animista, caracterizado por la omnipotencia. La identificación a este ideal grupal se lleva por delante las barreras tan trabajosamente construidas por la socialización, la cultura y la educación. La Iglesia y el Estado son tomados como ejemplo de masa organizadas, por su estricta jerarquización, lo que las hace potencialmente peligrosas, cuando los ideales políticos o religiosos son esgrimidos para dirigir dichas masas hacia la destrucción del con trario. Guerras santas, cruzadas, o recuperación de ideales estados arcádicos perdidos en los meandros de la historia.

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Ya en el siglo i a. C. se alzaban voces como la de Cicerón, clamando contra las ansias expansionistas de Roma, contra las tentaciones totalitarias, y en defensa de la res pública, la república por la que dio su vida, asesinado por Antonio, furioso al no haber podido acallar su voz, sus palabras, que han perdurado hasta nosotros. Sobre el terrorismo, cuyas sangrientas huellas están tan presentes entre nosotros después del 11-M, solamente querría recordar que la palabra «terror» aplicada a la actualidad política viene del período del Terror, de Robespierre, que hizo pasar por la guillotina a media Francia, a medida que las oleadas de su paranoia iban encontrando nuevos potenciales enemigos de la república. Como dijo Mademoiselle Rolland, una famosa ilustrada, clara defensora de la mujer, de la cultura y del diálogo, cuando era llevada a la guillotina: «Libertad, cuántos crímenes se comenten en tu nombre»... El inicio del artículo de Freud «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte» (1915) proporciona una inquietante sensación de actualidad. Dice así: 1. Nuestra decepción ante la guerra Arrastrados por el torbellino de esta época de guerra, sólo unilateralmente informados, a distancia insuficiente de las grandes transformaciones que se han cumplido ya o empiezan a cumplirse y sin atisbo alguno del futuro que se está estructurando, andamos descaminados en la significación que atribuimos a las impresiones que nos agobian y en la valoración de los juicios que formamos. Para no terminar con una impresión demasiado pesimista, citaré una frase posterior de Freud que insiste en que no hay exterminio del mal y que, por tanto, los individuos estamos condenados a esa coexistencia a veces terrible con ambos extremos, la destructividad y la creatividad, el odio y el amor. Mientras existan espacios para el pensamiento, el diálogo y la palabra, el ser humano y la sociedad podrán seguir evolucionando. Bibliografía BOTELLA, C. Y cols. (2003), La figurabilidad psíquica, Buenos Aires, Amorrortu. CHASSEGUET-SMIRGEL, J. (1996), El ideal del Yo, Buenos Aires, Amorrortu. (2006), El cuerpo como espejo del mundo, Madrid, Biblioteca Nueva. DENis, P. (1997), Emprise et satisfaction, París, Le fil rouge, PUF. FniN, M. (1982), Le bésir de l'interpréte, París, Aubier Montaigne.

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F1EUD, S. (1886-1950 [1896]), Obras Completas, 3 vols., Madrid, Biblioteca Nueva. (1896), Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, OC, vol. I. (1896), Recuerdos encubridores, OC, vol. I. (1900), La interpretación de los sueños, OC, vol. I. (1905), Tres ensayos para una teoría sexual, OC, vol. II. (1915), Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, OC, vol. III. (1919), Pegan a un niño, OC, vol. III. (1920), Psicología de la masas y análisis del Yo, OC, vol. III. (1923), El YoyelEllo, OC, vá III. (1924), El problema económico del masoquismo, OC, vol. III. (1926), Inhibición, síntoma y angustia, OC, vol. III. GREEN, A. (1986), Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Buenos Aires, Amorrortu. (1994), Le Langage dans la Psychanalyse, París, Les Belles Lettres [ed. casi.: (1995), El lenguaje en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu]. RACAMIER, P. C. (1987), «De fa perversion narcissique», en Gruppo3, Perversité dans les familles, París, Apsygée. RosENBERG, B. (1991), «Masochisme r rtifére et masochisme gardian de la vie», Monographies de la Rev. Franc. De psychanal., París, PUF. WINNICOTT, D. (1971) [1972], Realidady juego, Barcelona, Gedisa.

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INMACULADA AMIEBA* La violencia de género es un tema que puede ser abordado desde diferentes puntos de vista. El que yo he elegido para desarrollar hoy aquí pretende un acercamiento primeramente a los conceptos «identidad de género», «identidad sexuada» y «lo sexual infantil» desde una perspectiva psicoanalítica para, en un segundo tiempo, acercarme a una doble teorización en Freud sobre la psicogénesis de la identidad sexual femenina y su relación con el masoquismo, de ahí el título que yo le he dado. Doble teorización que, aun siendo complementaria, en algunos aspectos no está suficientemente articulada desde mi punto de vista en el pensamiento freudiano, y que ha sido destacada por J.André en su texto Los orígenes femeninos de la sexualidad. Freud señala - en La feminidad, 33.a de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis - que lo que corresponde a la especificidad del psicoanálisis no es pretender describir qué es la mujer, sino examinar cómo llega a serlo; en este mismo artículo sugiere un vínculo particularmente intenso entre feminidad y masoquismo y entre feminidad y vida pulsional. La interrogación del título que he propuesto alude a este examinar cómo llega a serlo, a la psicogénesis de la identidad sexual femenina y su vinculación con el masoquismo. Este concepto de identidad sexual o sexuada parece haber sido desplazado últimamente por el de identidad de género; desplazamiento de sexo a género que deja de lado la cuestión de lo sexual infantil, el descubrimiento de la sexualidad infantil llevado a cabo por el psicoanálisis. La genialidad de Freud a finales del siglo xix consistió en sostener la importancia del factor sexual en la etiología de las diversas patologías psíquicas. Pero no se contentó con ello - que ya había sido previamente observado por otros - sino que sostuvo que la etiología es siempre sexual, con lo que identificó lo sexual y lo analizable. Esto no significa que en el ser humano todo sea del orden de lo sexual, sino que lo sexual se inmiscuye en todo. Freud habló de lo sexual en Tres ensayos de teoría sexual,- lo describió como no procreativo, no funcional, no tendente a fines determinados; por lo tanto, no instintivo; lo definió como lo perverso polimorfo infantil: oral, anal y paragenital (no sólo pregenital) - pues nunca deja de estar ahí produciendo efectos, atacando a lo 60

genital o sexuado-, está ligado al fantasma más que al objeto, es autoerótico, está regido por el inconsciente y es previo a la diferencia de sexos - o sea, a lo sexuado-, lo sexual tiene un funcionamiento económico tendente a la búsqueda de la tensión, a la compulsión - a diferencia de lo sexuado que tiende a la búsqueda del placer-. Pero la diferencia fundamental entre lo sexual y lo sexuado es que lo sexual es lo reprimido y es reprimido porque es sexual. Lo sexuado, en cambio, es dual; tiene que ver con la diferencia de sexos, es una simbolización mayor de la experiencia de la presencia/ausencia que la simbolización humana tiende a figurar a través del par fálico/castrado. Actualmente hemos asistido a la introducción de la noción de género que en los escritos de Freud apenas aparece. El género es un concepto introducido por los psicoanalistas sexólogos - Stoller - y que ha cobrado éxito entre feministas y sociólogos. El género es un conjunto de convicciones, la convicción de que la asignación a un determinado grupo - masculino o femenino - ha sido correcta. Cuando se habla de la pareja sexo/género, el sexo es concebido como perteneciente a lo biológico y el género como sociocultural y subjetivo. Pero lo que a menudo queda excluido en este debate es que lo sexual freudiano, la psicosexualidad, permanece ausente. 1 Freud describió en el ser humano tres pares de oposiciones relativas a la progresiva configuración de la sexualidad humana: ac tivo/pasivo, fálico/castrado y masculino/femenino. La tercera de estas oposiciones es, según Freud, la más difícil de pensar: [...] aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la anatomía no puede aprehender [...]. Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste en la predilección por metas pasivas. Desde luego esto no es idéntico a la pasividad; puede ser necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva [...]. Debemos cuidarnos de pasar por alto la influencia de las normas sociales que de igual modo esfuerzan a la mujer hacia situaciones pasivas**. Se trata de algo que no es ni puramente biológico, ni puramente sociológico, ni puramente psicológico. Es posible intentar una articulación de estos tres pares de oposiciones: activopasivo, fálico-castrado, masculino-femenino, con la triple cuestión del género, el sexo y lo sexual en la génesis de la identidad sexual humana. J.Laplanche señala - en su artículo Le genre, le sexe, le sexual - que, en principio, el sexo biológico no es íntimamente percibido en los primeros meses de vida. El género - según numerosos 61

autores - sería primero en el tiempo y su toma de conciencia empezaría a tener estabilidad hacia el final del primer año. La asignación de género se inscribiría en lo social, pero los que inscriben son la madre, el padre, el abuelo, etc., el pequeño grupo de los socii, lo que subraya la prioridad del otro adulto; en el proceso y la pasividad originaria del niño. Este proceso consiste en una asignación identitaria por parte del adulto; es una identificación por el otro y no una identificación con el otro - que correspondería a un segundo tiempo de actividad por parte del niño-. Ahora bien, en esta asignación que es preconscienteconsciente los deseos inconscientes de los padres vienen a infiltrar la asignación de género, de modo que lo sexual -y no sólo lo sexuado - de los padres sería lo que se inmiscuye, lo que hace ruido en la asignación de género. El género es asignado por el adulto, se adquiere; sin embargo permanece enigmático hasta los 15 meses. El sexo viene a fijar, a traducir, el género en el curso del segundo año a través del complejo de castración que plantea el asunto de tener o no tener el falo. El complejo de castración aporta muchas certezas, pero debe ser puesto en cuestión pues se mantiene sobre un fondo de teoría sexual infantil y de creencia: está basado en una anatomía ilusoria perceptiva histérica. Las teorías sexuales infantiles (y la castración lo es: es una explicación fantaseada de la diferencia de sexos) son hijas de la elaboración secundaria y de la represión. Esta teoría sexual infantil marca la diferencia respecto a un sexo único más que la alteridad de sexos. Ya he dicho que la diferencia de sexo es un significante mayor de la presencia/ausencia y, por tanto, de la pérdida del objeto, de la pérdida del amor del objeto; estructura un código lógico, una lógica de la presencia/ausencia, del cero/uno y la ley del tercero excluido; es lo que en psicoanálisis se denomina lógica fálica. Laldiferencia de sexos se articula con el complejo de castración que sustenta el Edipo y es previo a él. Lo que el sexo y el complejo de castración tienden a reprimir es precisamente lo sexual infantil, a crear en la represión aprés-coup. Cuando llega la pubertad lo genital instintivo tiene que arreglárselas con lo sexual infantil, con lo pulsional mejor o peor simbolizado que ha ocupado ya su espacio, lo cual exige un nuevo trabajo de simbolización. La cuestión de la psicogénesis de la identidad sexual femenina en Freud presenta diversas vertientes; junto a la teoría más acabada expuesta en los textos Sobre la sexualidad femenina (1931) y La feminidad (1932) existen otros (El caso Dora, El hombre de los lobos, Pegan a un niño...) - como señala Jacques André en su texto Los orígenes femeninos de la sexualidad - donde Freud propone una concepción de la feminidad estructuralmente relacionada con la constitución del sujeto psicosexual. En los textos de '1931 y 1932 Freud concibe la feminidad - una vez introducida la

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primacía del falo en el texto de 1923 La organización genital infantil - desde el punto de vista del complejo de castración; en ellos hace de la envidia del pene el momento de entrada en la feminidad. La niña, despechada porque la madre no le ha dado el pene, se acerca al padre para obtenerlo y entra en un Edipo que a duras penas puede resolver y del que queda como secuela una mayor debilidad del Superyó, dando lugar a tres destinos posibles de la feminidad: el complejo de masculinidad, la inhibición neurótica y la feminidad normal. En estos textos teoriza la sexualidad femenina como un desconocimiento de la vagina, apoyándose en la idea de que la niña es «un varoncito» y concibe una primera sexualidad infantil dirigida totalmente hacia la madre en ambos sexos, en la que el padre aparece borrado. Este borramiento del padre trae como consecuencia el borramiento de una concepción no fálica de la feminidad. En el texto sobre la feminidad de 1932 Freud dice que, en el curso del tiempo, la niña debe cambiar de zona erógena - del clítoris concebido como un sustituto del pene a la vagina - y de objeto - de la madre al padre, mientras que el niño conserva los suyos-. Pero solamente la segunda de estas tareas - el cambio de objeto de la madre al padre - corresponde a la sexualidad infantil; la primera, según Freud, espera a la pubertad para llevarse a cabo. Por lo tanto, la vagina no estaría enraizada en la sexualidad infantil por lo que sería imposible concebir su represión. Freud, en esa época, desoía las sugerencias de Abraham que proponía que en lugar de desconocimiento de la vagina, habría que decir represión; este autor atribuía una primera erogenidad cloacal (confusión ano/vagina) en la niña, despertada a través de las maniobras de limpieza por la madre. Éste punto de vista de Freud entraría en contradicción sin embargo con otro consistente en que los procesos sexuales de la pubertad implican repeticiones de los procesos infantiles. Freud, a partir de esta masculinidad originaria, describe en la niña tres destinos a partir del descubrimiento de la castración de lo que a duras penas puede llamarse feminidad: el complejo de masculinidad como obstinación en seguir fantaseando con un pene, la inhibición neurótica - si no hay pene no hay nada - y la feminidad normal donde el deseo de hijo sustituye el deseo de pene. En la época de la relación con la madre (larga dependencia materna, civilización minoico-micénica) la seductora es la madre, el padre no existe, a lo sumo es un fastidioso rival; cuando aparece el padre, es un refugio protector contra el odio de la madre por haberla privado de pene; esta ausencia de conceptualización respecto al padre libidinal trae aparejada una dificultad para la teorización de la erogenidad vaginal. Cuando la niña desea un hijo del padre, el acento está puesto en el hijo más que en el padre; posteriormente el hijo es deseado en calidad de apéndice del pene. Los factores específicos que hacen que se vaya a pique esa potente ligazón amorosa a la madre y propician el cambio de objeto son el 63

complejo de castración y la envidia del pene El artículo en el que la envidia del pene adquiere el estatuto de experiencia fundadora de la feminidad es Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos (1925), tras instaurarse la primacía del falo en la organización genital infantil (1923). Un poco después, en 1927, escribe su trabajo sobre el fetichismo; a partir de ahí el fetichismo se convierte en el esquema estructural de toda perversión. La mujer, para quien la castración ya ha tenido lugar, no puede ser perversa - lo contrario sería una incongruencia teórica-, pero la madre lo sería por definición pues el hijo le permite pasar del deseo de obtener el pene a la certeza de tenerlo. Sin embargo hay un1Freud distinto del que hace de la envidia del pene el momento de entrada en la feminidad y que ofrece una perspectiva diferente de la perversión. El artículo de 1919 «Pegan a un niño», se subtitula «Aportaciones al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales». Aquí Freud expone la concepción de una feminidad previa a la reducción de lo femenino a lo castrado, previa a la introducción de la lógica fálica y en el que se acerca más a su destino perverso potencial, el masoquismo. A partir de los casos de cuatro mujeres y dos hombres, Freud examina la fantasía masoquista de paliza de «Pegan a un niño», fantasma típico en los analizados que se gesta en un período de la infancia que abarca desde los dos a los cuatro años y que sólo aparece al final de este período. Este fantasma ofrece resistencia al esclarecimiento; produce vergüenza. Es una fantasía que consta de tres fases. La primera fase de la fantasía reza «El padre pega al niño que yo odio». Dice Freud que quizá no se trate de una fantasía sino, más bien, de recuerdos obtenidos en el trabajo de análisis tras el levantamiento de la amnesia infantil - no es por casualidad que en este texto Freud advierte que sólo merece el título de psicoanálisis el empeño por levantar la amnesia infantil de esos primeros años. En el paso de la primera a la segunda fase de la fantasía el niño azotado se ha transformado en el propio fantaseador y la fantasía se ha teñido de placer; su texto sería «Yo soy azotado por mi padre en la cola desnuda» («la cola» remite a una fantasía cloacal de indistinción ano-vaginal) y tiene un indudable carácter masoquista. Esta segunda fase nunca ha tenido una existencia real; es propiamente una fantasía y ha de ser construida en el trabajo del análisis. No es reprimida en sentido estricto porque nunca ha sido consciente sino que pertenece a lo reprimido primario, a la instauración de lo inconsciente.

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La tercera fase - ya producto de la represión de la anterior- reza «Pegan a un niño». La persona que pega en esta fase nunca es el padre; es sustituida por otras figuras de autoridad. La persona propia del niño fantaseador ya no aparece en escena y los maltratados son siempre varones en el caso de las niñas. Por lo tanto, hay desfiguración y proceso secundario. En estas épocas tempranas, prosigue Freud, la niña se halla enredada en su complejo parental; está fijada al padre - seductor libidinal, no necesariamente perverso - «que lo ha hecho todo para ganar su amor [...] poniendo así en germen de una actitud de odio y competencia hacia la madre». El padre libidinal es una figura importante en este texto. La niña es azotada en la cola desnuda y «hay una vislumbre de la posterior meta sexual definitiva», señala Freud. Siguiendo las aportaciones de Abraham, el azote en la cola desnuda indicaría una erogenidad difusa, una fantasía cloacal, de confusión ano-vaginal, también señalada por Lou Andreas-Salomé y destinada a la represión. Jacques André señala al respecto que en la mujer, sobre la base de la indiferenciación cloacal, la vagina alcanza un estatuto diferenciado a lo largo del tiempo, quizá nunca logrado por completo. La erotización del cuerpo infantil a través de los cuidados autoconservativos y amorosos, la excitación corporal, encontrará un significante en la figura del padre libidinal «que lo hace todo para ganar su amor». 1 La primera fase de la fantasía correspondería a los mensajes preconscientes que vehiculizan - entre otros - enunciados identitarios relativos al género e infiltrados por deseos inconscientes provenientes de la propia sexualidad inconsciente del adulto, transmitidos por medio del apego y del cuidado del cuerpo, los cuales el niño trata de traducir, esto es, de ligar a través de la fantasía y de reprimir, dejando como resto la fantasía inconsciente. En el pasaje de la primera a la segunda fase de la fantasía sitúa J.Laplanche el nacimiento de la psicosexualidad a través de la represión originaria: en un solo movimiento aparecen la fantasía, el inconsciente y la psicosexualidad bajo la forma de una excitación masoquista, única referencia en Freud - señala este autor - en la que se muestra cómo lo fantasmático - en el sentido de la constitución de la vida pulsional - se instala en el psiquismo. A partir de ahí, establecida la represión originaria y constituido el Yo a través del narcisismo, éste es pasivo ante el ataque pulsional proveniente del Ello o inconsciente, ataque al Yo de la fantasía como cuerpo extraño interno. Esta segunda fase debe ser construida en el análisis; nunca ha tenido existencia real; nunca fue consciente; no es reprimida en el sentido de la represión secundaria; pertenece - como he señalado antes - a la represión primaria, a la instauración de lo inconsciente.

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En el paso de la segunda a la tercera fase, el Yo, activo en la defensa, consuma la represión de lo edípico por medio de la represión secundaria haciendo que la represión originaria quede bien asentada con la renuncia de los personajes edípicos a los que estaba conectado lo autoerótico, por lo que se rompe la conexión entre lo total y lo parcial, de modo que la niña no queda fijada al padre. Éste es sustituido en la fantasía por otras figuras de autoridad; hay ausencia del niño fantaseador, sustitución en el caso de la niña por otros niños, siempre masculinos, y aparecen variantes del ser pegado. En esta tercera fase, dice Freud, la niña se imagina niño tras la renuncia a los deseos incestuosos edípicos; este movimiento es lo que suscita en la niña el complejo de masculinidad vinculando el falicismo femenino con la represión de la feminidad, dando otra explicación al complejo de masculinidad que la aportada en la conferencia sobre la feminidad. La niña - dice Freud - escapa al reclamo de la vida amorosa, «se fantasea varón sin volverse varonilmente activa», y ahora sólo presencia como espectadora «el acto que sustituye al acto sexual»; ya no hay compulsión, autoerotismo; se establece una superestructura de sueños diurnos, novelas amorosas o heroicas y queda el «sentimiento de excitación satisfecha aún con renuncia al acto onanista». Se trata de momentos diferentes del devenir pulsional. En un primer tiempo se trata de la renuncia al autoerotismo, al onanismo compulsivo de lo sexual infantil, a través de la represión originaria que provee al individuo de una identidad existencial el derecho a ser - estructurando el narcisismo y el Yo. El narcisismo como «reunión unitaria del amor de sí para sí o para su propia imagen», según una definición de A.Creen, deriva de la maduración biológica y de la interiorización de la experiencia subjetiva; la identificación con - ahora sí «con» - la imagen del otro y la introyección de la relación de amor juegan un papel decisivo: para amarse a sí mismo, hay que ser dos; es necesario que la madre que ama se haya convertido en un objeto interno. El segundo tiempo se refiere a la renuncia a los deseos incestuosos, el sepultamiento de lo edípico a través de la represión secundaria que dota al sujeto de una identidad sexual: ser amado por lo que se puede llegar a ser, promesa y renuncia. Sin embargo, cuando hay perversión, no está instalada la represión secundaria, la renuncia a lo incestuoso y, por eso, el individuo queda sujeto al derrumbe posible de la represión primaria y al funcionamiento de lo compulsivo. La presencia de lo compulsivo en la fantasía y la descarga onanista ponen de relieve la existencia de un fracaso en la represión de lo incestuoso que tendría como base fallos en la represión de lo autoerótico y, por lo tanto, en la estructuración del narcisismo y del Yo. El Yo frágilmente constituido queda fijado al objeto, abrochado al objeto, la niña fijada al padre, a la relación intersubjetiva, debido a no haberse 66

producido la fijación de la pulsión a su representante, que sería lo propio del funcionamiento intrapsíquico. Freud habla en este artículo de una represión de la sexualidad edípica más radical en la niña que en el varón y de una conciencia de culpa acaso más exigente en sí misma por la necesidad de transformación de las fantasías incestuosas vinculadas al padre, de modo que el Superyó no tendría por qué devenir un Superyó débil como señala en los artículos de 1931 y 1932. Freud interpreta la fantasía «Pegan a un niño» en clave de una feminidad masoquista más secundarizada, más en la línea del masoquismo moral por sentimiento de culpa, que corresponde al conflicto edípico de la culpabilidad que provoca la transformación regresiva de ser copulada a ser pegada, transformando el fin genital en un fin masoquista cloacal. La culpabilidad se debería a) al precio que la niña debe pagar por la rivalidad con la madre, b) a la transgresión incestuosa que transforma al padre libidinal amoroso y prohibidor en un padre perverso y c) al hecho de que la niña se asigna la falta de un padre «que lo hace todo», manteniéndolo así en la idealización, sin aceptar su pérdida. Pero esto que Freud interpreta solamente en términos de regresión revela y debe ser considerado al mismo tiempo como una secuencia: la de la instauración progresiva del inconsciente y la constitución de la psicosexualidad y la psicogénesis de una feminidad previa a la reducción de lo femenino a lo castrado o previa a la entrada en el ordenamiento fálico. Por lo tanto, junto a este nivel más secundarizado, resulta preciso considerar como señala J.André - un nivel más elemental donde se arraiga la pareja masoquismo/feminidad, relacionado con la constitución del inconsciente como tal y que remite al masoquismo como estructurante antes de su asociación con la feminidad. El retraso en los mecanismos adaptativos que caracteriza su venida al mundo sume de entrada al ser humano en el desamparo inicial y en una posición de pasividad originaria respecto del mundo adulto. En un primer momento el psicosoma infantil dominado por lo autoconservativo se enfrenta a los mensajes adultos preconscientes/conscientes verbales y no verbales, atravesados por deseos inconscientes que desembocan del lado del niño en la actividad autoerótica. 1 En un segundo momento, una vez establecida la represión de lo autoerótico, estructurado un primer narcisismo y constituido el núcleo del Yo, éste se ve sometido al ataque pulsional del Ello, del fantasma inconsciente y de la excitación a él ligada ataque vivido de modo masoquista como la agresión dolorosa de un cuerpo extraño interno-, frente al cual el Yo es pasivo y se defiende activamente por un continuo movimiento de represión de lo inaceptable, de lo que es inaceptable para el

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narcisismo del Yo. Sólo en un tercer momento se situaría la organización libidinal masoquista o la forma en que el ingrediente masoquista se inmiscuye en la vida psicosexual. 1La feminidad primitiva constituye un eslabón esencial entre el segundo y el tercer momento. Esta feminidad primitiva, fantaseada, que desconoce la diferencia anatómica de los sexos, consistiría en una primera representación de la pasividad del niño y, por ello, estaría destinada a la represión, aquella que alcanza la segunda fase de la fantasía «Pegan a un niño». El ser objeto de intromisión - femenino - redobla la angustia del yo ante el poderoso peligro del ataque pulsional y fuerza a la represión, a poner al otro - o más bien aquello del otro que no se puede simbolizar, traducir o ligar - en el interior y, por ello, sería un eslabón entre el caos de la desligazón inicial y la entrada en los amores edípicos. La zona erógena de esta feminidad primitiva sería cloacal en la niña y anal en el niño. Freud, en el manuscrito M, de 1897, afirma que el elemento esencial de lo reprimido es lo femenino y, en Análisis terminable e interminable (1938), señala como el mayor obstáculo al tratamiento psicoanalítico el repudio de lo femenino en ambos sexos, aproximándose así a una articulación entre lo femenino y la alteridad, entre lo femenino y lo otro dentro de nosotros. El otro sexo, tanto para el hombre como para la mujer, sería el sexo femenino. En los varones, la fantasía de paliza también deriva de la ligazón incestuosa con el padre. El varón, dice Freud en este texto, se sustrae de su homosexualidad reprimiendo y refundiendo la fantasía inconsciente y manteniendo una actitud femenina sin elección homosexual de objeto. Uno de los casos que Freud utiliza para el análisis de esta fantasía de paliza parece haber sido el del Hombre de los Lobos en quien, como sabemos - a pesar de la elección heterosexual de objeto-, la feminidad aparentemente dominada y sometida continuó dirigiendo la elección amorosa en su predilección por las mujeres del servicio y organizando la escena sexual en su imposibilidad de prescindir del coito a tergo, defendiéndose reactivamente de esta forma contra la fantasía subyacente de ser él penetrado por el padre, fantasía que desembocaría en la claudicación de su yo y en la posterior crisis paranoica. La amenaza de castración como angustia ante los lobos parece más bien un intento de simbolización de la angustia ante los fines pasivos de la libido, el deseo de ser poseído sexualmente por el padre. En la película Te doy mis ojos el marido maltratador, tras un conflicto de sometimiento con el padre, hace objeto a su mujer de todas las humillaciones.

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En «El problema económico del masoquismo», de 1924, Freud distingue tres figuras del masoquismo: erógeno, femenino y moral. El masoquismo primario erógeno es el fundamento de los otros dos. El masoquismo femenino es un masoquismo fantaseado que desemboca en un acto onanista o, eventualmente, en escenificaciones reales en perversos masoquistas; según Freud, es el más accesible a nuestra observación, el menos enigmático. En este texto se hace referencia a «Pegan a un niño» pero con la variante de que el «ser pegado» se transforma en el contenido manifiesto del fantasma en «ser golpeado, dolorosamente sometido a obediencia incondicional, denigrado y ensuciado»; en el contenido latente el fantasma se transforma en «ser castrado, soportar el coito y parir». Aquí el masoquismo femenino es estudiado en el hombre aduciendo carecer de material clínico en el caso de mujeres y es elaborado por Freud a partir de la angustia de castración, de la teorización de la primacía fálica: «Es fácil descubrir que pone a la persona en una situación característica de la feminidad. Por eso he dado a esta forma de manifestación de masoquismo en el hombre el nombre de femenina, aunque muchísimos elementos apuntan a la vida infantil». En el caso de la mujer se trataría de un movimiento que anularía su alteridad y colocaría a la mujer en posición de mujer forzada, violada, de sometimiento a la pasividad; aquí el sufrimiento femenino aseguraría la dominación viril y protegería al hombre de la angustia de castración. J.André, en La revolución fratricida, afirma que la primacía del falo disimula o deniega la acometida de la angustia de castración sobre el psiquismo masculino. Este masoquismo femenino en el que Freud insiste, masoquismo castrado, sería un elemento más secundarizado, ligado a las modificaciones introducidas en la teoría por el complejo de castración en las mujeres y la angustia de castración en los hombres. Hay otro aspecto en la obra freudiana que invita a una reconsideración en su relación con la feminidad y es el que se refiere a la angustia femenina. Freud nunca se apartó de su convicción de que la angustia femenina no era de castración sino de pérdida del amor del objeto y de que, por lo tanto, en las mujeres se debería hablar no de angustia de castración sino de complejo de castración y de envidia del pene. En la primera teoría sobre la angustia, en la conferencia vigésimo quinta de Introducción al psicoanálisis, Freud señala la estrecha relación entre la angustia y el exceso de lo sexual y subraya la naturaleza interna del peligro. La angustia resulta de la efracción de los límites del Yo por parte de la libido no ligada. En la segunda teoría sobre la angustia, el riesgo pulsional es peligroso porque suscita un peligro exterior, el de la castración. Hay un desplazamiento metapsicológico del adentro al afuera similar al que había descrito en la operación fóbica en la primera teoría de la angustia. La represión está provocada por la angustia como señal.

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Freud nos proporciona la versión más acabada de esta segunda teoría de la angustia en el texto de 1926 Inhibición, síntoma y angustia. En él la angustia ante la libido deja paso a la angustia de castración cobrando el Yo una importancia sin igual como desencadenante de la señal de alarma. En el caso de las mujeres, si la castración ya se ha efectuado, ¿cuál es el objeto de la angustia? Freud, en este texto, inscribe la angustia en la línea de las pérdidas - del pecho, heces, etc.-. Estas pérdidas preparan, en el caso del niño, para la castración. El inscribir la castración en la línea de las pérdidas le permite mantener la misma fuente de la angustia tanto para hombres como para mujeres. En la mujer el peligro es la pérdida del objeto. Se trata más concretamente de la pérdida de su amor. En este texto la angustia de la mujer se acerca a la angustia del niño de las fobias nocturnas o a la angustia ante el extraño descrito en la primera teoría de la angustia, angustia ante la alteridad de la madre. En la conferencia titulada Angustia y vida pulsional, inmediatamente anterior a La feminidad, el ataque pulsional se sitúa en primer plano pero con una diferencia respecto a la primera teoría de la angustia: el acento está puesto en el desborde de las capacidades de ligazón del Yo por efecto de un trauma externo sobre el desamparo inicial del niño - ataque desde fuera antes de serlo desde dentro-. Algunos autores señalan en este punto una recuperación por parte de Freud de la teoría de la seducción a través del traumatismo (recuperación que proseguirá en textos como Moisés y la religión monoteísta y Análisis terminable, análisis interminable). Es que la efracción del Yo por parte de los representantes pulsionales está precedida por la efracción del niño por parte de las intromisiones del adulto que cuida y ama mezclando en sus gestos y palabras los sentimientos inconscientes derivados de su propia vida sexual. La pérdida del amor del objeto reside en menor medida en las ausencias o carencias del mismo que en el desfase entre aquello que hace intrusión y las capacidades de respuesta, tanto psíquica como somática del niño (como ocurre en lo traumático). Si la angustia femenina de pérdida de amor es una continuación de la angustia del niño de pecho - como dice Freud-, es porque el ser penetrada que caracteriza la posición femenina ofrece una reinterpretación privilegiada - entendida como repetición con lo que tiene de compulsivo pero también de simbolización con lo que tiene de reelaboración - de la posición de pasividad que caracteriza la entrada del niño en la vida psicosexual. Esta prefeminidad del niño pequeño no está ubicada en la diferencia de sexos. La feminidad propiamente dicha supone una correlación entre estos movimientos constitutivos de la vida sexual y el fantasma de penetración del pene paterno.

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A diferencia del niño, la niñaldebelnegociar un cambio doble de zona erógena y de objeto. Según Freud, el cambio de zona espera a la pubertad. El cambio de objeto de la madre al padre podría coincidir con lo que Freud señala de angustia de pérdida del amor del objeto, pero, en sus trabajos sobre la feminidad, no relaciona esta especificidad de la angustia femenina - que la acerca a la angustia del lactante - y es que, una vez introducida la primacía del falo, la pérdida del primer objeto - la madre-, lejos de teorizarse como irrupción de la angustia ante la pérdida del objeto, se teoriza como un momento de calma de la angustia y de refugio en el padre. La idealización del objeto paterno está relacionada con la pérdida o, más bien, con el modo de mantener el lazo libidinal con el objeto incestuoso para evitarla. La continuidad en la niña de los amores edípicos está directamente relacionada con la angustia de pérdida del amor del objeto materno, allí donde el objeto se tiene que constituir en el mismo movimiento en que se pierde. De ahí la mayor afinidad de lo femenino con la reparación narcisista y con la melancolía. La sexualidad femenina es - para el Freud de la primacía del falo - una formación secundaria y en gran medida más puberal que infantil. La simbolización que opera el complejo de castración identifica el sexo femenino a una herida-corte, pero ésta es una elaboración secundaria; antes está la herida-orificio y su modelo arcaico, la efracción adulta. He señalado, no obstante, cómo en el texto Pegan a un niño (1919) Freud da cabida a una sexualidad femenina que asocia pasividad, masoquismo y presentimiento de las metas sexuales definitivas - fantasma de penetración y acompañamiento onanista. La pubertad reenvía a la adolescente al sexo-orificio; en algunos casos débilmente circunscrito por la representación de la vagina. En ciertas patologías de la adolescencia, el movimiento regresivo y el nivel de las fijaciones de la sexualidad infantil cuyo correlato sería la fragilidad narcisista dificultan que la diferencia de sexos juegue un papel organizador, impidiendo la simbolización en términos de castración. El complejo femenino de castración tiene por función operar una simbolización, una ligazón entre la pérdida de amor del objeto que reenvía al narcisismo y la identidad sexual femenina. La primacía del falo en tanto ordenamiento y organización de representaciones que conjuga el deseo y la ley se sitúa desde el punto de vista tópico del lado del Yo, la parte más organizada del Ello. La teoría de la ausencia de pene aporta a la experiencia de la pérdida una simbolización; ofrece una ligazón de la angustia. La pérdida de amor encuentra una causa externa: no hay pene. Es una interpretación de la angustia hecha en términos de angustia de castración en los hombres o de complejo de castración en las mujeres. La angustia de castración y la complicidad que mantiene con el Superyó paterno 71

social juega un papel decisivo en el proceso de sublimación. En tanto simbolización, la angustia de castración implica una lógica de intercambio: algo se pierde para ganar algo; la castración es una desgracia para quien no sabe hacer la diferencia. Sin embargo, las angustias que conciernen al cuerpo interno femenino encuentran más fácilmente una salida regresiva. La angustia ante lo femenino en ambos sexos tiene más que ver con una angustia ante el peligro pulsional interno, ante lo desligado, lo inaceptable, el exceso, que se exacerba ante la pérdida de objeto, ante la amenaza narcisista que esta pérdida conlleva, ante el temor a que el otro no sea yo; por eso la alteridad no puede resolverse por la referencia a la ausencia de pene. Sólo el análisis de lo femenino en ambos sexos ofrece una apertura al reconocimiento de la alteridad. Y la alteridad es lo renegado por excelencia en las relaciones humanas atravesadas por funcionamientos perversos. Bibliografía ANDRÉ, J. (1993), La revolution fratricide. Essai de psychanalyse du lien social, París, PUF. (2002), Los orígenes femeninos de la sexualidad, Madrid, Síntesis. FREUD, S. (1886-1950, Obras Completas, 3 vols., Madrid, Biblioteca Nueva. (1916), Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. Conferencia 25. a, OC, vol. III. (1919), Pegan a un niño, OC, vol. 111. (1924), El problema económico del masoquismo, OC, vol. III. (1926), Inhibición, síntoma, angustia, 'OC, vol III, Buenos Aires, Amorrortu. (1933), Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. Conferencia 32.a: angustia y vida pulsional, OC, vol. III. (1933), Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. Conferencia 33.a- la feminidad, OC, vol. III. LAPLANCHE, J. Q), Le gendre, le sexe, le sexual, borrador fotocopiado de un texto para Sexual.

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GUILLERMO ONRUBIA* La palabra mobbing deriva del verbo inglés to mob que significa atacar con violencia, fue introducida en la etología por Konrad Lorenz para referirse al comportamiento agresivo de algunas especies de pájaros con sus contendientes. La primera descripción del acoso psíquico se debe al psicólogo alemán Heinz Leymann que, en 1986, describió las consecuencias, psíquicas, de las personas expuestas a un comportamiento hostil y prolongado en el tiempo por parte de sus superiores o compañeros de trabajo. Posteriormente, y ante las numerosas demandas, se especificó que la violencia debe ser ejercida durante un mínimo de seis meses con una frecuencia mínima semanal. En la mayoría de los casos la relación que mantienen acosador y víctima es asimétrica ejercida por parte del que ostenta un cargo superior, aunque también se han descrito casos en sentido inverso, si media alguna condición que otorga poder al que desempeña un puesto de inferior rango, o entre trabajadores de la misma categoría que unidos hacen ostensible su poder y acosan a la víctima. El conflicto generado se expresa en el ámbito interpersonal que adopta siempre la forma de agresor, víctima y consecuencias. La gran cantidad de organismos e instituciones que han definido el acoso nos indica su importancia o, al menos, su actualidad. Es importante destacar que este artículo fue escrito en una época de bonanza económica y, con la actual crisis, la incidencia de personas que consultan por mobbing es considerablemente menor. Para no ser exhaustivos recogemos la elaborada por la Unión Europea en 2001, que lo considera como aquel «comportamiento negativo entre compañeros o entre superiores o inferiores jerárquicos, a causa del cual el afectado es objeto de acoso y ataque sistemático durante mucho tiempo, de modo directo o indirecto, por parte de una o más personas, con el objetivo y/o efecto de hacerle el vacío». El Diccionario de la RealAcademia Española recoge el acoso moral como la práctica ejercida en las relaciones personales, especialmente en el ámbito laboral, consistente en un trato vejatorio y descalificador hacia una persona, con el fin de desestabilizarla psíquicamente. Los estudios realizados en Europa con respecto a la incidencia sugieren que la población que sufre acoso laboral pueden alcanzar en el continente unos 12 millones 73

de trabajadores, lo que representa un 8,1 por 100 de la población activa, siendo más frecuente en mujeres. En un principio se describió sobre todo en la empresa privada, aunque cada vez se va describiendo más entre trabajadores de la Administración Pública. Es también importante saber que, en España, los tribunales de justicia aceptan una media del 45 por 100 de las demandas judiciales interpuestas por acoso psicológico en el trabajo según un informe de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo. En lo que respecta a las características de los que intervienen en este conflicto, el agresor es considerado por la compañía un «triunfador», activo, emprendedor, con iniciativas siempre acordes con la línea de la empresa. Recordamos aquí con matizaciones el trabajo de Ferenczi en la adicción al trabajo en Las neurosis de los domingos y el comentario de Abraham en 1918 a este artículo en referencia a aquellos sujetos que recurren a la sobrecarga de trabajo para protegerse de las exigencias pulsionales y que concluye: [...] cuando tales personas se ven forzadas a la inactividad por una enfermedad o un accidente a menudo la consecuencia es la manifestación de una neurosis o el recrudecimiento de la ya existente. En tales casos la tendencia general es relacionar, desde el punto de vista etiológico, la neurosis con la enfermedad, el accidente o lo que haya sucedido en primer término. Pero podemos afirmar que, en muchos casos, durante el período de inactividad forzada la libido se ha impuesto al control del paciente. La víctima es percibida en el entorno laboral como «débil», pasiva y poco comprometida con la empresa. De todas formas no debemos olvidar que nos hemos empezado a familiarizar con el mobbing sobre todo por su aparición en los últimos años tanto en los medios de comunicación, como por la publicación de libros de divulgación cuyo enfoque se ha realizado muchas veces desde una óptica sensacionalista. Las revistas psiquiátricas han publicado numerosos artículos intentando describir esta entidad clínica, partiendo de que lo que expresa la víctima es la única verdad, con lo que se ha producido una identificación de los autores con las supuestas víctimas, lo que imposibilita entender el conflicto, además de un deslizamiento desde lo intrapsíquico a lo interpersonal. Es también significativo que, cuando escribí este artículo en una búsqueda bibliográfica psicoanalítica, no encontré ningún artículo que reflexionara desde nuestra teoría específicamente sobre el acoso psíquico. 74

La época en la que se describe el acoso está marcada por la pérdida de valor de la palabra como medio de comunicación, colocándose en gran medida al servicio de la denuncia, agresión, exhibición. Por otro lado la disminución de la importancia de los grupos sociales, empezando por la familia, ha incrementado el valor del trabajo y las relaciones entre sus miembros. Finalmente no podemos olvidar la permisividad en la sociedad actual, una actitud que «afecta a todas las instituciones cuyo resultado es una autoridad que ha dimitido de su función». Tampoco hay que olvidar que el estudio del trabajo y su relación con la salud tienen muchos siglos de desarrollo; podemos remontarnos a Hipócrates (460-375 a.C.), que describió enfermedades que aquejaban a los trabajadores de las minas de plomo. En el siglo xvi Paracelso escribe la primera monografía científica sobre enfermedades profesionales colocando el eje en el trabajador. Bernardino Ramazzini (1633-1714) es reconocido como el padre de la Medicina del Trabajo; estudió las condiciones de los trabajadores en sus puestos de trabajo, así como la utilidad de dialogar con los enfermos, no sólo acerca de sus dolencias, sino de su vida cotidiana. Durante la Revolución Industrial se describió la histeria proletaria, denominación que aludía a los campesinos que no lograban adaptarse a la forma de vida urbanoindustrial y caían en el alcoholismo. Sólo específicamente en el Código de Hammurabi de 1800 a.C. se hace referencia a la importancia de las relaciones en el trabajo y sus efectos sobre el trabajador, y no a las condiciones del trabajo en sí. Además establecía normas para impedir que el fuerte oprimiera al débil, creaba tribunales de conciliación ante conflictos, detallaba indemnizaciones, etc. Para tener una visión de conjunto de las consecuencias de las víctimas, podemos recoger el informe de la OIT, que considera la siguiente lista dentro de las más frecuentes: 4%sufre violencia física 2%sufre acoso sexual -8% sufre intimidación -74% sufre baja laboral 37%sufre marcha de la empresa 20%sufre despido por falta 75

9%sufre despido negociado 52%sufre síntomas psicosomáticos 65%necesita consultar al médico de atención primaria -57% consulta a un psiquiatra Partiré en este capítulo de las descripciones psiquiátricas, así como de mi experiencia, para reflexionar sobre el acoso desde la perspectiva psicoanalítica. Cabría matizar que el origen de esta entidad puede ser muy diverso, aunque todavía se escribe con una gran carga pasional y poca distancia. Las hipótesis apuntan a motivos de distinta índole: fuertes desencuentros, diferencias o conflictos entre hostigadores y hostigado. Se han descrito como fases del mobbing las siguientes: fase 0: la seducción. Casi todos los artículos psiquiátricos la consideran decisiva; sin ella no se llega al mobbing. El acosador aún no ha manifestado su gran potencial violento. La víctima es descrita en los artículos desde una posición pasiva, como el objeto de la seducción... 1.a fase: el conflicto No debemos olvidar que el acoso tiene lugar en un grupo que, como tal, participa de los fenómenos grupales marcados por la expresión de sentimientos como la envidia, rivalidad, celos, etc., con una finalidad que es la realización de un trabajo, en el que Freud sostiene que se procesan ciertas pulsiones como las de tipo homosexual y la hostilidad fraterna y, por tanto, puede constituirse en un medio en el cual se plasman sentimientos de injusticia, celos, agresión, etc. Además, ciertas condiciones laborales como las amenazas de desempleo, ser marginado, etc., pueden conllevar actitudes regresivas, intentos de ocupar el lugar del trabajadorhijo preferido. La consecuencia es potenciar la adicción al trabajo como expresión de los conflictos mencionados. Tampoco debemos olvidar que, en cualquier grupo, la existencia de conflictos resulta algo esperable, siempre se encuentran personas cuyos objetivos e intereses están enfrentados. Lo específico en el acoso es que los conflictos no se resuelven de forma más o menos satisfactoria, ni en la esfera intrapsíquica con la formación de un síntoma. Son conflictos que evolucionan a la cronicidad y se establecen como agresor y víctima, con lo que comienza la segunda fase. La mayoría de los autores definen el mobbing a partir de esta fase, después de una inadecuada resolución del conflicto que conduce al acoso laboral.

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2.a fase: el acoso El acoso y la violencia surgen de un encuentro entre, al menos, dos sujetos, uno de los cuales exhibe su ansia de poder adoptando uno el papel de maltratador y elige a otro que se convierte en víctima. El comienzo del acoso suele ser en forma de ataques de baja intensidad que se incrementan, instalándose en muchos casos lo que se ha denominado psicoterror laboral, caracterizado por actos contra la reputación o la dignidad, el ejercicio de su trabajo, manipulación de la información, traslado, puesto sin funciones, disminución de categoría, aislamiento, etc. La estrategia del agresor consiste en una acción violenta, donde manipula e impide que la víctima adopte una posición activa, suplantando la comunicación por la mentira, ocultación, silencios y malentendidos. La finalidad manifiesta es marginar o excluir de la vida laboral a la víctima a través del temor, el aislamiento, la humillación, la pérdida de sentido, la destrucción de la identidad profesional y personal. Para estos fines muchas veces suele rodearse de dóciles compañeros que magnifican las consecuencias de la conducta arbitraria, que fascina a la dirección. La reacción del agredido comienza con la percepción de la amenaza, los intentos de afrontarla y la sensación de fracaso. A los compañeros los suele describir por su bajeza moral y, en el mejor de los casos, por permanecer al margen. Su estrategia, una vez asumido el papel de víctima, lo lleva a actuar intentando acreditar un daño para solicitar la baja laboral, obtener un informe psiquiátrico generalmente de la red sanitaria pública, en el que se le describa como víctima del acoso sufrido en el trabajo; una vez obtenido éste, es frecuente el abandono de las consultas que había solicitado. 3.a fase: intervención de la empresa Comienza cuando la víctima llega a ser un problema para el grupo de trabajo. La respuesta del entorno laboral será la que determinará la resolución rápida del acoso, o bien su cronificación. Generalmente decide no hacer caso de las quejas del acosado y, en su lugar, da libertad al acosador con lo que se convierte en el principal alentador dentro de la dinámica del mobbing. La empresa, como el hostigador, en vez de instaurarla ley o incapaz de hacerlo, la transgrede e intenta desembarazarse del conflicto, contribuyendo a intensificar la culpa y sufrimiento del afectado. 4.a fase: de marginación o exclusión de la vida laboral 77

Las medidas de la empresa van dirigidas a que otra instancia - la sociedad solucione el conflicto, pero encontramos que la actuación de la sociedad mediante la baja médica conlleva perpetuar el conflicto y aplazar su solución. El trabajador compatibiliza su trabajo con largas temporadas de baja, o queda excluido definitivamente del mundo laboral con un despido o una pensión. Consecuencias Para la víctima Sufre una sintomatología muy diversa que gira alrededor de la ansiedad: por la presencia de un miedo acentuado y continuo, de un sentimiento de amenaza, desconfianza, aislamiento, etc. Para el trabajo Sobre el rendimiento: desde el punto de vista laboral posiblemente la empresa se encontrará con individuos desmotivados e insatisfechos que, además, inciden sobre el desarrollo del trabajo; al distorsionar la comunicación y la colaboración entre trabajadores, interfiere en las relaciones que los trabajadores deben establecer para la ejecución de las tareas. Así se producirá una disminución de la cantidad y calidad del trabajo. Por otra parte, se producirá un aumento del absentismo de la persona afectada. Para la sociedad Según los estudios de Leymann sobre el impacto económico de este tipo de problemas, son importantes la pérdida de fuerza de trabajo, el coste asistencial de las enfermedades y de las pensiones de invalidez, etc., contribuyendo a las cargas económicas del Estado en unas magnitudes nada desdeñables. El modelo explicativo del acoso, sobre todo en la primera época, remitía un esquema lineal simplista: agente (agresor) ocasiona una agresión a una víctima que padece unas consecuencias. Se argumentaba que ningún estudio había podido acreditar en las víctimas de mobbing rasgos previos definidos de personalidad que puedan aducirse ser la causa de que una persona sea hostigada psicológicamente en el trabajo. Poco después, incluso desde la psiquiatría, se empieza a cuestionar este modelo. Kalimo, entre otros, señala que las relaciones de causalidad (entre acoso y síntomas) son altamente imprecisas, destacando que se «han publicado pruebas de la relación que existe entre los factores de estrés profesionales y los síntomas psíquicos, pero no se ha confirmado una relación causal precisa». Distingue entre «relación» y «causa» 78

argumentando que la noción de causalidad es más compleja a los efectos de comprender la etiología, lo que ha permitido replantearse el modelo lineal y abre un abanico en el que tenían ya cabida los aspectos psíquicos del agresor y de la víctima, entre los que destacan las aspiraciones frustradas, insatisfacción de las expectativas y exigencias insuficientes en relación con la capacidad del trabajador. El grado de importancia de los compromisos influye en la vulnerabilidad ante la angustia, pues es más probable que se evalúen como una amenaza o un daño las situaciones que ponen en peligro importantes compromisos que aquellas referidas a otros menos importantes. Podemos pensar, basándonos en la muy diferente evolución de los casos tratados, en la sintomatología, las formas en la que, según Freud, podía manifestarse la agresión que tiene su origen en la autopreservación y protección del yo, agresión flotante, agresión que surge de la externalización del instinto de muerte y la agresión con una localización intrapsíquica y que es absorbida por el Superyó y vuelta contra el Yo que el cuadro que llamamos mobbing; seguramente incluye diferentes entidades que pueden ir desde una situación real que acontece a un trabajador, un síntoma neurótico, perversión y paranoias, que lo único que tienen en común es que, en ninguno de ellos, asistimos a algo actual ni interpersonal, sino a un conflicto intrapsíquico cuya raíz está en el pasado. Acoso como estructura perversa Si seguimos a Freud en Tres ensayos, encontramos observaciones que nos pueden hacer pensar en el mobbing; sabemos el papel de las pulsiones parciales, que aparecen casi siempre formando pares antitéticos, instintos de contemplación y de exhibición y el instinto pasivo y activo. Cuando se descubre en el inconsciente uno de estos instintos, aparece siempre actuando simultáneamente ese otro instinto antitético. Toda perversión queda acompañada siempre del factor antagónico correspondiente que sufre de las consecuencias de una represión de tendencias sádicas, de síntomas producidos por componentes masoquistas. En el cuadro de la enfermedad, desempeñan indistintamente una u otra de las tendencias antitéticas el papel dominante. En las neurosis raras veces se encuentra desarrollada una sola de estas pulsiones perversas. En general, se halla una gran cantidad de ellas desarrolladas y huellas de las restantes. En concreto con el acoso, los conceptos de sadismo y masoquismo, la más frecuente de las perversiones, con sus dos formas, activa y pasiva, podemos asociarlos al agresor y a la víctima. Si seguimos este texto de Freud, encontramos que 79

la sexualidad de la mayor parte de los hombres muestra una mezcla de agresión, de tendencia a dominar, cuya significación biológica estará, quizá, en la necesidad de vencer la resistencia del objeto sexual de un modo distinto al cortejo. El sadismo corresponderá entonces a un componente agresivo del instinto sexual exagerado, independiente y colocado en primer término. El masoquismo reúne las actitudes pasivas con respecto a la vida erótica siendo la posición extrema la conexión de la satisfacción con el padecimiento voluntario de dolor producido por el objeto sexual. Con frecuencia puede verse que el masoquismo no es otra cosa que una continuación del sadismo, dirigido contra el propio yo, que se coloca en el lugar del anterior objeto sexual. El dolor que en esta perversión ha de ser superado constituye la resistencia que se coloca enfrente de la libido. Un sádico es, al mismo tiempo, un masoquista, y al contrario. Lo que sucede es que una de las dos formas de la perversión, la activa o la pasiva, puede hallarse más desarrollada y constituir el carácter dominante. En «Pegan a un niño», Freud explica cómo la fantasía de presenciar cómo pegan a un niño aparecía enlazada a un elevado placer por lo que hubiera sido de esperar que presenciar el castigo de otro niño hubiera constituido una fuente de análogo placer. Pero esto no sucedía. Las escenas reales de este género provocaban en el niño repulsa. Como sabemos, Freud se pregunta quién era el niño maltratado: ¿el sujeto mismo de la fantasía u otro? ¿Y quién era el adulto que maltrataba al niño? ¿O imaginaba el niño ser él mismo quien golpeaba a otro? Tal fantasía, emergida en una temprana edad, es conservada para la satisfacción autoerótica; había de ser considerada como un signo primario de perversión. Uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los demás; se hacía independiente fijándose y no participando de los procesos evolutivos ulteriores, con lo que la perversión persiste en la vida adulta. El niño maltratado no es el propio sujeto, sino otro; por lo general, un hermano menor y quien pega es un adulto, el padre. Esta primera fase de la fantasía puede quedar descrita como el padre pega al niño odiado por mí. Por transformaciones, el niño maltratado es generalmente el propio sujeto de la fantasía, la cual provoca un elevado placer. Su descripción será ahora la siguiente: yo soy golpeado por mi padre. Tiene, pues, un indudable carácter masoquista. La tercera fase se asemeja a la primera. La persona que pega no es nunca la del padre; queda indeterminada, o representada por un subrogado paterno; la fantasía es 80

ahora el sustentáculo de una intensa excitación sexual. Pero esto es lo enigmático: ¿cuál es el cambio por el que esta fantasía sádica, en la que son maltratados unos niños desconocidos, llega a convertirse en un elemento persistente de la tendencia libidinosa de la niña? La niña se hallaba en dicha época bajo el influjo de los estímulos emanados de su complejo parental. Pegar a alguien significa una negación de cariño. La idea de que el padre pega a aquel niño odiado será muy agradable. Tal idea significaría: «El padre no quiere a ese niño; sólo me quiere a mí.» La fantasía satisface los celos del niño y depende directamente de su vida erótica, pero es apoyada también con gran energía por sus intereses egoístas. Pero no tarda en llegar la época en que ninguno de estos enamoramientos incestuosos escapa a la represión; los niños entran en una nueva fase de la evolución y lo que ya se había hecho consciente es expulsado nuevamente de la conciencia. Con el proceso de represión surge una conciencia de culpabilidad, enlazada a aquellos deseos incestuosos que persisten en el inconsciente. La fantasía de la época erótica incestuosa decía: «El padre me quiere sólo a mí y no al otro niño, puesto que lo pega.» La conciencia de culpabilidad no encuentra castigo más duro que la investigación de este triunfo: «No, no te quiere, te pega.» La fantasía de la segunda fase, en la cual el propio sujeto es maltratado por el padre, llega a ser una expresión directa de la conciencia de culpabilidad, a la cual sucumbe entonces el amor del padre. Se ha hecho, pues, masoquista; la conciencia de culpabilidad es el factor que transforma el sadismo en masoquismo. La culpabilidad no es el único elemento eficiente; ha de compartir el dominio con las tendencias eróticas. Recordemos que se trata de niños en los cuales el componente sádico pudo emerger de un modo prematuro y aislado. La idea «el padre me ama» tenía un sentido genital pero por medio de la regresión se transforma en: «el padre me pega». No es sólo el castigo de la relación genital prohibida sino también la sustitución regresiva, y es de esta última de donde extrae la excitación libidinosa, esencia del masoquismo. Como tal sustitución, interpretamos la fantasía de flagelación de la tercera fase, en la cual el sujeto aparece como espectador, conservándose el padre, representado por otra persona. La fantasía parece haber vuelto a adquirir un carácter sádico. «El padre pega al otro niño y no quiere a nadie más que a mí.» Pero sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción de ella extraída es masoquista; su significación está en que ha tomado la carga libidinosa en la parte reprimida y, con ella también, el sentimiento de culpabilidad concomitante al contenido. Los niños desconocidos golpeados por el maestro no son sino subrogados de la propia persona. 81

Hallamos con bastante frecuencia que estos perversos han experimentado, por lo general en la pubertad, una tendencia a la actividad sexual normal no lo bastante enérgica y quedó abandonada ante los primeros obstáculos, retrocediendo el individuo a la fijación infantil. Sería muy importante saber si la génesis de las perversiones infantiles puede derivarse del complejo de Edipo lo que no parece imposible ya que es el verdadero nódulo de la neurosis y la sexualidad infantil; por lo que podemos afirmar que los residuos de este complejo en lo inconsciente representan la disposición a una adquisición ulterior por el adulto por la enfermedad neurótica. La fantasía de flagelación y otras fijaciones perversas serían residuos del complejo de Edipo, cicatrices que quedan en el curso del proceso. Por tanto, el masoquismo no es una manifestación instintiva primaria, sino que nace del retorno del sadismo contra la propia persona, por regresión desde el objeto al yo, agregándose un carácter displaciente. La transformación del sadismo en masoquismo parece ser un producto del flujo de la culpabilidad, que colabora con la represión de los resultados de la organización genital e impone a esta misma una regresión a la fase anterior sádico-anal transformando su sadismo en masoquismo pasivo. El segundo de estos tres resultados se hace posible por la debilidad de la organización genital; el tercero resulta necesario porque la conciencia de culpabilidad siente ante el sadismo la misma repugnancia que ante la elección del objeto incestuoso de sentido genital. «La perversión sabemos que es el negativo de la neurosis», lo que quiere decir que el neurótico reprime mociones pulsionales mientras que el perverso, al no poder reprimir, las actúa. El perverso, como señala Freud en el artículo sobre «El fetichismo», diferencia la represión de la desmentida que proviene de la falla producida por una alteración del yo en pos de la protección del narcisismo que puede ser herido por la castración. Desmentir la realidad implica recomponerla a través de los procesos de pensamiento inherentes únicamente al yo; Freud, en la clínica, observa el rodeo que el niño hace de la realidad cuando una de sus primeras teorías infantiles es atacada por la realidad; en el séptimo capítulo del «Esquema de psicoanálisis» (1940), va a ahondar en esta distinción siendo la represión una defensa contra una moción pulsional proveniente del interior y la desmentida, una alteración del yo que surge como respuesta ante ciertas percepciones externas. Lo que se desmiente proviene del exterior y se refiere siempre a la castración; no percibir la ausencia deja siempre intacta la posibilidad de la presencia; se juega toda la tranquilidad del narcisismo primario; la desmentida se presenta para renegar contra la castración que genera angustia, es decir, protege al yo de la afrenta narcisista. Todo esto nos puede recordar la fase de acoso en la que los dos sujetos mantienen una pulsión parcial consciente, e incapaz de unirse al resto de los componentes 82

sexuales que parecen caminar reprimidos e independientes. Los dos sujetos no pueden reprimir ni elaborar el conflicto y acaban cada uno de ellos actuándolo de la manera antes descrita. Paranoia Aquellos hombres que llevan en sí tal fantasía desarrollan una susceptibilidad y una excitabilidad especial contra las personas que pueden ser incluidas en la serie paterna. Se consideran vejados por ellas al menor pretexto y transfieren así a la realidad la situación imaginada de ser golpeados por el padre, para su mayor daño y vergüenza. No me admiraría descubrir esta misma fantasía como base de la manía de litigar paranoica. Por medio de la conexión de la libido con la crueldad, tiene lugar la transformación del amor en odio y de los sentimientos cariñosos en hostiles, característica de la paranoia. Acoso como neurosis traumática Aparentemente comparten muchos rasgos en común; en la neurosis traumática resaltan el sobresalto y el hecho de que la herida recibida actúa en contra de la formación de la neurosis. La angustia constituye un estado semejante a la expectación del peligro y preparación para el mismo; el susto constituye aquel estado que nos invade bruscamente cuando se nos presenta un peligro que no esperamos y para el que no estamos preparados. En la neurosis traumática hay algo que protege contra el susto; la vida onírica muestra el carácter de reintegrar de continuo al enfermo a la situación del accidente sufrido, haciéndole despertar con nuevo sobresalto. No es sólo una prueba de la violencia de la impresión producida por el suceso traumático. Tales fijaciones al suceso que ha desencadenado la enfermedad son a largo tiempo conocidas en la histeria. Si la angustia es la reacción del yo al peligro, nos sentiríamos tentados de considerar la neurosis traumática, que tan a menudo sigue a un inminente riesgo de muerte, como una consecuencia directa del miedo a perder la vida, independientemente, en este caso, del yo y de la castración, sin participación alguna de los factores sexuales, pero parece muy improbable que una neurosis pueda surgir por el mero hecho objetivo del peligro, sin participación alguna de los niveles más profundos del aparato anímico. Acoso como síntoma neurótico

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Por desplazamiento de la agresión dirigida a otro objeto, sabemos que la agresividad es un componente parcial de toda pulsión, más importante cuanto más primitiva. Como resumen podemos pensar que las víctimas, aparentemente masoquistas, son, en otro sentido, sádicas hacia la empresa, la sociedad, el psicoterapeuta y, en última instancia, de forma inconsciente son el acosador. Existe por parte de la víctima: Pasajeal acto que puede ser: obtención de un informe, baja laboral, etc., en lugar de expresar el conflicto en el plano intrapsíquico. Inutilizarel pensamiento y las emociones, con lo que se evita la culpa y el dolor. Instaurarel odio que ataca el pensamiento: pensar y sentir son antagónicos de destruir. Dentro de mi experiencia me he encontrado sobre todo con pacientes que acudían a las consultas, sin iniciar realmente un tratamiento hasta que, obtenido un informe, interrumpían el supuesto tratamiento; también es significativo que aquellos pacientes que sí iniciaron una psicoterapia sin abandonar, el síntoma de acoso en seguida se difuminaba y los pacientes no volvían a mencionarlo, como una paciente abogada que acudió derivada por su médico de atención primaria después de una baja prolongada, que, a raíz de un cambio de jefa, se sentía relegada, realizando funciones no acordes con su contrato; refería que no le hablaba, apenas le encargaba tareas; inició una psicoterapia de grupo muy reacia en un principio, pero poco a poco fue hablando de su dificultad de mantener relaciones de pareja estables; se sentía siempre maltratada con sus parejas adoptando una posición masoquista; no volvió a hablar del mobbing exhibiendo en un principio su maltrato en las relaciones de pareja al grupo y después pudiendo hablar y elaborar esas relaciones que siempre se rompían por ella. Más adelante la paciente lo relacionó con el sometimiento que, de niña, había mantenido con su padre y la inseguridad en la relación con él. En otros casos los pacientes quedan exclusivamente fijados en la posición masoquista, repitiendo el mismo discurso sin capacidad de recibir ninguna interpretación, ni pudiendo asociar otra cosa que el contenido manifiesto, que se resumiría en «como me maltratan, no puedo volver al trabajo». Bibliografia ABRAHAM, K. (1918), «Consideraciones sobre el artículo de Ferenczi acerca de "Las neurosis de los domingos"», en Robert Fliess (comp.), Escritos psicoanalíticos fundamentales, Barcelona, Paidós. COOPEB, C. y DAVIDSON, M. (1988), «Las fuentes de estrés en el trabajo y su 84

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PEDRO M.GIL CORBACHO* Introducción La violencia de género golpea con monótona periodicidad la conciencia de nuestra sociedad. Legisladores, políticos, sociólogos, psiquiatras y psicólogos elaboran frecuentemente soluciones parciales y maximalistas. Se asiste impotente y depresivamente a fracasos personales y colectivos. Conocemos las etapas de paulatina degradación que atraviesa la mujer en su camino hacia una destrucción asegurada, psicológica primero, física después, las vicisitudes de sus caídas, de sus recaídas, de sus estériles movimientos de vaivén alejándose y luego acercándose a su amado-odiado verdugo, tal vez asesino. La violencia de género es un fenómeno inevitablemente complejo que ha tenido distintos abordajes. Vamos a tratar de reseñar los principales planteamientos psicoanalíticos al respecto. Como resultado del masoquismo Correspondería a la reflexión que Freud plantea al principio de «El problema económico del masoquismo» y que dice así: «El hecho de que el dolor y el displacer puedan dejar de ser una mera señal de alarma y constituir un fin supone una paralización del principio del placer: el guardián de nuestra vida anímica habría sido narcotizado». En esta introducción, Freud plantea tres formas de masoquismo: «[...] como condicionante de la excitación sexual, como una manifestación de la feminidad y como una norma de la conducta vital». Dice poco después que «[...] la forma más fácilmente asequible a nuestra observación es el masoquismo femenino, que no plantea grandes problemas y de cuyas relaciones obtenemos pronto una clara visión total». Describe las fantasías y prácticas masoquistas donde el sujeto «[...] es amordazado, maniatado, golpeado, fustigado, maltratado en una forma cualquiera, obligado a una obediencia incondicional, ensuciado o humillado». En la labor analítica, aparecería expuesta la dinámica originaria subyacente, ya que «[...] descubrimos fácilmente que el sujeto se transfiere en ellas a una situación 87

característica de la feminidad: ser castrado, soportar el coito o parir. Por esta razón he calificado a posteriori de femenina esta forma de masoquismo, aunque muchos de sus elementos nos orientan hacia la vida infantil». Expresa después que: «[...] en el contenido manifiesto de las fantasías masoquistas, se manifiesta también un sentimiento de culpabilidad al suponerse que el individuo correspondiente ha cometido algún hecho punible». Trata posteriormente de describir la evolución del instinto de muerte en los individuos y cómo produce fenómenos opuestos aunque complementarios; así, en el intento de conducir al [...] instinto de muerte o destrucción [...] se plantea la labor de hacer inofensivo este instinto destructor, y la lleva a cabo orientándose en su mayor parte [...] con ayuda del sistema muscular, hacia fuera, contra los objetos del mundo exterior. Tomaría entonces el nombre de instinto de destrucción, instinto de aprehensión o voluntad de poderío [...]. Una parte de este instinto queda puesta al servicio de la función sexual [.. .]; es el sadismo propiamente dicho. Otra parte no colabora a esta transposición hacia lo exterior y queda fijada allí libidinosamente con ayuda de la coexcitación sexual [...] en ella hemos de ver al masoquismo primitivo erógeno. En una evolución posterior y en determinadas circunstancias, «el sadismo [...] puede ser vuelto hacia el interior, o sea, introyec tado de nuevo, retornando así por regresión a su situación anterior. En este caso producirá el masoquismo secundario que se adiciona al primitivo». Cita Freud diversos miedos ancestrales, susceptibles de ser transformados en deseos, como el miedo a ser devorado por el animal totémico; el de ser maltratado por el padre, procedente de la fase sádico-anal; los que proceden de las fantasías masoquistas de castración, en conexión directa con «[...] las situaciones femeninas, características de ser sujeto pasivo del coito y parir». Según esto, en las situaciones de violencia de género, la mujer estaría biológicamente predispuesta a sufrir las contingencias derivadas de su masoquismo, puesto que las cartas están marcadas desde el principio por la naturaleza y los roles respectivos, fijados de antemano. Señala Freud una tercera forma, el masoquismo moral, más alejado de la sexualidad, donde lo importante es «[...] el sufrimiento mismo aunque no provenga del ser amado [...]; el verdadero masoquismo ofrece la mejilla a yo a toda posibilidad de recibir un golpe». Aquí, «[...] el instinto de destrucción habría sido nuevamente orientado hacia el interior, actuando contra el propio yo». 1

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Átribuye Freud la cualidad punitiva de esta dinámica a la acción del Superyó, que «[...1 conservaría las características de los objetos parentales introyectados, esto es, su poder, su rigor, y su inclinación a la vigilancia y al castigo». En este sentido, observa agudamente Freud que «[...] una neurosis puede desaparecer [...] contra todo lo que era de esperar, una vez que el sujeto contrae un matrimonio que le hace desgraciado, pierde su fortuna o contrae una peligrosa enfermedad orgánica. Un padecimiento queda sustituido por otro y vemos que de lo que se trataba era sólo de poder conservar cierta medida de dolor». Freud considera que la relación del Yo con el Superyó, tanto genética, como dinámica como estructuralmente, permite la constitución del aparato psíquico en la segunda tópica. La pulsión de muerte en su versión punitiva encuentra así un lugar, una razón de ser que limita al yo de plegarse excesivamente ante las exigencias del ello. Se logra así una intricación pulsional, un equilibrio entre las pulsiones en el que las erógenas pueden encontrar un cauce para la descarga pero sujeto a restricciones específicas. Cuando este límite se sobrepasa, el Superyó hace sentir al Yo su desaprobación y lo somete a castigo. Esta dimensión del masoquismo no es tan abrumadoramente pesimista para la mujer como la que se deriva de lo biológico. Hombres y mujeres estaríamos sometidos a las exigencias de una cultura que exige permanentemente el sacrificio de la descarga pulsional inmediata. En este sentido es muy interesante la aportación de B.Rosenberg, quien distingue entre un masoquismo «guardián de la vida» y un «masoquismo mortífero». La diferencia esencial entre los dos consistiría en que el primero permite la descarga erógena, mientras que el segundo no. El masoquismo guardián de la vida, además, sería [...] guardián de la vida psíquica en la medida en que [...] garantiza la temporalidad-continuidad de la vida psíquica asegurando el continuum de excitación, impidiendo así por una parte la necesidad de descarga inmediata, y por otra parte por la presencia de un mínimo de excitación conservada en el seno mismo de la descarga, evitando que ésta sea (como la descarga inmediata) un punto de discontinuidad, una ruptura en la vida psíquica; incluso la presencia de la excitación en el seno de la satisfacción alucinatoria del deseo la vuelve necesaria como [...] la vida fantasmática que desarrolla. El masoquismo mortífero sería un [...] masoquismo que resulta demasiado bien. Esto quiere decir que el sujeto inviste de forma masoquista todo sufrimiento, todo dolor, todo el territorio 89

del displacer casi [...] se trata para éstos no solamente de volver la excitación soportable (masoquistamente) y en ocasiones hasta placentera, sino de encontrar su placer exclusivamente (o casi) en la vivencia de la excitación por un investimiento mayor de ésta [...]. El masoquismo mortífero se define entonces [...] como placer de la excitación en detrimento del placer de la descarga en tanto que satisfacción objetal. Esta diferenciación es extraordinariamente interesante ya que marca una barrera, un límite más borroso de lo que convendría, pero muy claro respecto a los límites admisibles en la relación familiar y de la pareja. Relacionalmente el masoquismo mortífero supone la existencia de un juego perverso donde alguien sufre y alguien hace sufrir en las formas más variadas que van desde las descalificaciones y desconsideraciones a las humillaciones, los insultos, las amenazas, los golpes o las agresiones mortales. Como resultado de las exigencias culturales En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud desarrolla el concepto de «alma colectiva» o «contagio mental» extraído de Le Bon, según el cual el individuo asiste a la «desaparición de la personalidad consciente [...] y pasa a convertirse en un autómata sin voluntad». Esta referencia se referiría a procesos de inmersión en masas o grupos, donde se produce un estado [...] muy semejante al estado de fascinación del hipnotizado en las manos de su hipnotizador. Paralizada la vida cerebral del sujeto hipnotizado, se convierte éste en esclavo de todas sus actividades inconscientes, que el hipnotizador dirige a su antojo. La personalidad consciente desaparece; la voluntad y el discernimiento quedan abolidos. Sentimientos y pensamientos son entonces orientados en el sentido determinado por el hipnotizador. El desarrollo posterior de Freud es conocido: el individuo necesita someterse a un amo, a alguien que se erige en su jefe. Por un proceso de identificación, esta autoridad pasa a ocupar el lugar del ideal de yo. Asimismo, en el análisis que realiza sobre el enamoramiento, expone cómo el yo se abandona al objeto haciéndose cada vez «menos exigente y más modesto [...], deviniendo el objeto cada vez más magnífico y precioso hasta apoderarse de todo el amor que el yo sentía por sí mismo, proceso que lleva [...] al sacrificio voluntario y complejo del yo. Puede decirse que el objeto ha devorado al yo». Éstos tipos de regresión pueden ser ilustrativos de los que experimenta la mujer en situaciones de violencia de género. En el microcosmos familiar se produce una dialéctica amo-esclavo donde la cultura patriarcal adjudica el papel predominante al 90

hombre. Es ésta una de las situaciones que M.Foucault considera estructura del poder, las capacidades para disponer de los cuerpos, tanto laboral como sexualmente, para examinar, evaluar, juzgar y castigar, psíquica y físicamente. En la mujer maltratada, si además ésta sigue enamorada o vinculada a su pareja, o se considera obligada a salvarlo, o a sostenerlo, o simplemente está aterrada ante la perspectiva de separarse de él, o avergonzada ante el proceso de estigmatización que esto supone, puede sucumbir a la tentación de abandonarse y someterse. En este caso puede decirse que también ha sido primero hipnotizada y después devorada. Entre las tesis desarrolladas en El malestar en la cultura hay un hilo argumental para el tema que nos ocupa, el microcosmos familiar, y es que el ser humano posee una dotación instintiva que incluye la agresividad en variadas manifestaciones tales como la explotación económica y sexual, el robo, la tortura y el crimen y que, debido a esta hostilidad primordial, la sociedad humana se ve constantemente al borde de la desintegración. En esta situación, Freud, desde un sesgo ciertamente machista y no exento de cierta violencia intelectual de género, adjudica indirectamente a la mujer la tarea de mantener los intereses sexuales y de la familia, ya que ésta tendría una «infradotación para la sublimación», requisito necesario para los logros culturales. De esta manera se vería así relegada a un segundo término por las «exigencias de la cultura». En la realidad, corresponde a la mujer en numerosas ocasiones la difícil tarea de evitar la desintegración familiar, y sostener así la perpetuación de la especie pero desde un lugar culturalmente secundario. Es éste otro de los elementos del drama cotidiano de la violencia de género, el papel secundario de la mujer en la cultura, que tiene a su cargo el cuidado de los hijos y carece, en numerosas ocasiones, de la seguridad laboral, relevancia social o independencia económica que le permitiría hacerlo con suficientes garantías si careciera del apoyo de su pareja. En muchos casos ni siquiera le es posible separarse. Como resultado de relaciones objetales alteradas Este enfoque tiene que ver con la importancia de la internalización de los objetos primitivos, cómo esto afectará posteriormente a nuestras concepciones del mundo y de nosotros mismos, y cómo, en función de esto, se escogerán como parejas a determinadas personas, tóxicas o nocivas. En estrecha relación con lo anterior está el concepto de fantasía inconsciente que 91

Freud había referido sin mencionarla como tal. Referiéndose a los procesos mentales dice que «suponemos que están en contacto íntimo con lo somático y que de allí toma el ello las necesidades instintivas dándoles expresión psíquica». En Naturaleza y función de la fantasía, expresa S.Isaacs que esta expresión mental del instinto no es otra cosa que la fantasía inconsciente, a la que describe como «[...] el corolario mental, el representante psíquico del instinto». En este mismo sentido se expresa Arlow diciendo que «fundamentalmente es el efecto de los deseos de la fantasía inconsciente, conectados con representaciones mentales específicas de los objetos, lo que colorea, distorsiona y afecta la calidad última de las relaciones interpersonales». En un lugar opuesto, autores como W.R.Fairbairn abandonan la primacía del concepto de pulsión como el pivote central de la vida psíquica, y el papel del objeto como mero elemento de descarga y en su lugar destacan la importancia de éste como determinante de la misma. Las pulsiones serían predominantemente buscadoras de objetos. Anteriormente, M.Klein había enfatizado la importancia de las pulsiones, de los movimientos de intricación y desintricación de las mismas, de sus turbulencias, y de la importancia de la fantasía inconsciente, pero también había señalado en repetidas ocasiones el valor del objeto externo para modificar, alterar, reconducir o reforzar estos movimientos pulsionales. Autores postkleinianos como Bien señalan la decisiva importancia de la figura materna en la constitución del aparato psíquico del bebé a través de una función de contención e interpretación de sus demandas. En análoga dirección, D.W.Winnicott destaca la importancia de una función de sostén para la consolidación y evolución de los «objetos transicionales» pertenecientes a un espacio psíquico donde la realidad y la fantasía se interrelacionan alrededor de los mismos, permitiendo la estructuración de funciones como la simbolización, y la del propio sujeto como tal. Las anteriores mencie, 1 ones acontecen sobre vínculos sujeto-objeto de importancia decisiva para el psiquismo. En desarrollos patológicos o conflictivos de los mismos, se puede producir una consoli dación de fantasías inconscientes excesivamente persecutorias o depresivas, o la introyección de objetos amenazadores, o la excesiva y patológica utilización de mecanismos de defensa primitivos como la disociación, la negación o la proyección, o el debilitamiento del yo por un funcionamiento psicótico de la personalidad, o la inconsistencia del self auténtico. En 92

estos casos el individuo puede efectuar elecciones objetales donde se proseguirá una línea evolutiva defectuosa que se puede incrementar con el paso del tiempo, o fijar a través de complementaciones relacionales perversas. Éste es muchas veces el caldo de cultivo que genera la violencia de género, donde, a través de un juego mutuo de identificaciones proyectivas, se producen vinculaciones patológicas en las que los conflictos primitivos encuentran un cauce de salida desarrollándose en el escenario adecuado. En unos casos, la mujer representa a la madre necesitada y amada pero también envidiada y odiada; en otros, el depósito de un pasado de abandonos; en otros, la víctima sobre la que descargar el cambio de pasivo a activo a través de la transmutación e identificación con un agresor terrorífico por parte de hombres que de niños sufrieron el terror y a su vez buscan aterrorizar, etc. La lista sería interminable, pero todos estos elementos vinculares tienen en común el estar impregnados de pulsión de muerte. Caso clínico Se trata de una mujer de 65 años a la que veo ingresada en un hospital psiquiátrico. Procede de un medio rural. Su marido tiene una explotación agraria de la que vive la familia que está compuesta por los padres y cinco hijos. El mayor es el único varón y trabaja con el padre. Es usuaria de ese servicio desde hace 25 años. Tiene un diagnóstico de psicosis maníaco-depresiva y entre psicólogos y psiquiatras ha sido tratada al menos por cinco profesionales ''Ha sido ingresada en más de 15 ocasiones. Su diagnóstico hace pensar a la familia y a ella misma que la primavera y el otoño son estaciones en que se descompensa por razones bioquímicas por lo que se ve con naturalidad esta situación. La historia clínica impresiona por lo voluminosa. En realidad son dos gruesos volúmenes de material clínico donde la mayoría de lo escrito son comentarios sobre la evolución de la paciente cuando está internada, sus ideas delirantes, las evoluciones de su depresión o su manía, los cambios de medicación, las altas, etc. En la primera entrevista está bastante obnubilada por efecto de la medicación. No obstante me sorprende por su inteligencia natural. Responde muy adecuadamente a lo que le pregunto y a veces con bastante sentido del humor. Mantiene una media 93

sonrisa que no logro descifrar, entre escéptica y burlona, como queriendo decir: «A ver qué me va a contar este psiquiatra que no me hayan contado los anteriores.» El resumen biográfico sería el siguiente: siempre vivió en el mismo pueblo, cerca de una ciudad de provincia. Los padres también vivían de sus tierras. Tiene dos hermanos varones con quienes no se lleva muy bien por cuestión de herencias. Se le dieron bien tos estudios. Acabó el bachillerato y hubiera querido seguir estudiando para maestra, pero la familia le dijo que la necesitaban en casa. Allí siguió hasta que se casó con el que es actualmente su marido. Anteriormente había tenido otro novio de un pueblo de al lado con quien estuvo a punto de casarse. Esta ruptura la reconoce como un primer momento depresivo ya que se sintió muy decepcionada con él y con el comportamiento de su familia, interesada en el qué dirán de esta ruptura. Se quedó pronto embarazada. No tuvo problemas. Cuidó de sus cinco hijos y de su casa. Ayudaba además en el negocio familiar, ocupándose de numerosas reformas de la casa y las dependencias afines. Según dice, era bastante eficaz y, por esta razón, tenía tensiones con su marido ya que resolvía los asuntos económicos y administrativos mejor que él. A raíz de una reforma efectuada en las instalaciones agrarias de la familia, la paciente debió atender a los operarios encargados de ello, esto es, comida y limpieza, lo que le supuso una enorme sobrecarga de trabajo. Al dilatarse más de lo esperado, la paciente sentía estar al límite de sus fuerzas, ya que debía atender además a sus hijos y a su casa. Empezó a sentirse sobrepasada, a no tener fuerzas para todo ello. Se sentía enferma; deseaba no tener que levantarse de la cama, pero lo siguió llevando. Fue a diversos médicos. Al final le diagnosticaron depresión. Con este diagnóstico siguió trabajando, encontrando poca comprensión en su marido que deseaba terminar a toda costa la obra. Parece que había desavenencias con él por la forma de llevar los asuntos económicos que se saldaban con las decisiones de él, que contaba con el apoyo de su hijo mayor. En muchas ocasiones estas tensiones subían de tono y acababan con insultos. En alguna ocasión se llegó a algún grado de violencia física. Algunas descompensaciones de la paciente eran de tipo maníaco, esto es, insomnio, trabajar y hablar sin parar, estar excitada... En una de estas ocasiones estaba en la misa del domingo con la familia, se levantó durante el sermón y se dirigió al sacerdote gritándole muy excitada: «¡No hay justicia ni caridad!» Ése fue su primer ingreso. 94

1 A partir de allí ingresaba una o dos veces por año. Todos los psiquiatras diagnosticaban psicosis maníaco-depresiva y prescribían fármacos parecidos. Me pareció que merecía la pena investigar más sobre el principio de su descompensación y pude escuchar un relato desesperanzado y escéptico sobre su vida, la familia, su marido y la sociedad. Tenía criterios lúcidos sobre muchos aspectos. Una de las cosas que más le amargaban era que ella era la que aportaba la mayor parte del patrimonio y que, sin embargo, no tenía capacidad de decisión, se sentía usada, sólo servía para trabajar, y así hasta que reventara... Le propuse trabajar con la familia sobre estos aspectos. No le pareció mal aunque se mostró escéptica. La familia, aunque sorprendida, también aceptó sobre todo a instancias de las hijas. 1 Intentaré resumir lo que fue un abordaje familiar que duró cerca de siete meses. La familia se agrupaba de una forma singular: las hijas alrededor de la madre, como protegiéndola; el marido y el hermano mayor ocupaban un lugar opuesto. Al principio había tendencia a dejar hablar al padre. Se sustituyó esta dinámica por otra de más participación. Así se fue viendo que las hijas formaban en mayor o menor medida un bloque de opinión alrededor de la madre, aunque expresaban poco su criterio adverso hacia la forma de llevar los asuntos por parte del padre y el hermano mayor. La hija pequeña mostraba físicamente una gran unión con ella. La cogía de la mano, la acariciaba a veces. Lloraba cuando había tensión y la madre la consolaba. Hacía de eco emocional de su madre. A medida que progresaba la intervención, el bloque de mujeres fue siendo capaz de expresar más su criterio, disentir de los varones. En la misma medida la madre fue cogiendo volumen. Cuando venía a la sesión, se arreglaba más. Tenía una expresión más atenta e interesada. Decía cosas que eran corroboradas por todos, especialmente por las hijas. Durante ese período no sólo no se descompensó sino que mejoró visiblemente. Recuperó actividades, cometidos; visitó a las hijas y a los nietos a quienes no veía hacía tiempo; fue a hablar con los profesores de su hija menor para resolver un asunto académico. Esto parecía llenarla de satisfacción tanto como a esta hija. Ellresultado de esta intervención fue que la madre decidió quedarse en la ciudad para cuidar a su hija y estar cerca de las otras hijas y nietos. Para ayudarse en su manutención, cuidaba a una persona mayor que ella. Había consultado con un abogado para que la aconsejara sobre cómo lograr que su criterio fuera tenido en 95

cuenta por él y por su hijo mayor. Las descompensaciones de la paciente no volvieron a aparecer y esta situación continuó sin que yo supiera posteriormente de nuevas recaídas. Mi impresión es que la intervención familiar la ayudó a salir de un rol de designación como paciente, consecuencia de las proyecciones sobre ella no sólo por parte de los miembros de su familia sino por parte de su entorno social. El sistema sanitario había contribuido a su designación como enferma, no ofreciéndole más salida que el tratamiento farmacológico y los ingresos. Por otra parte, el subsistema de las mujeres fue capaz de recuperar su propia voz, de forma que se replantearon ciertas situaciones de la organización de la empresa familiar. Comentario Ésta es una situación que ejemplifica lo anteriormente expuesto. Desde una cultura como la rural tradicional, donde los cometidos y las decisiones son asumidos por los hombres, la mujer queda relegada en un lugar secundario, aun en el caso de que ésta tenga derechos formalmente reconocidos, como en este caso, siendo apartada de los lugares de poder y toma de decisiones, con una asignación de roles en el ámbito de las tareas domésticas y una desvalorización de sus capacidades. Internamente, la rebelión de la paciente en este sentido la enfrentaba al propio Superyó punitivo, y a sus objetos internos que están en relación con una tradición familiar patriarcal y autoritaria. Una posibilidad de asumir esta situación fue a través del masoquismo «guardián de la vida» que, durante un tramo, fue adaptativo. Llegado a su límite, se convirtió en mortífero, poniendo en peligro la estabilidad de su vida psíquica y/o física. Otra consecuencia fue la depresión, donde se habían perdido las esperanzas de conseguir las propias metas, produciéndose un importante desinvestimiento del mundo externo y del propio self, o los episodios maníacos que recogían y encauzaban los elementos de lucha frente a lo anterior pero que la introdujeron aún más en un círculo patológico. La intervención familiar le ofreció la oportunidad de replantear las cosas desde una «cultura» distinta en la que pudo recuperar su propia voz, conciencia y dignidad, apoyada por sus hijas, en una colaboración mutua. Pudo descubrir y desprenderse de proyecciones tóxicas depositadas en ella y así 96

recuperar sus potencialidades y referencias personales. Resumen Se exponen perspectivas psicoanalíticas que ayudan a entender el fenómeno de la violencia de género. Se cita el masoquismo primario y el secundario, pero se resalta la importancia de la cultura en cuanto generadora de identidades y adjudicadora de roles, valores, prohibiciones y sanciones. Se señala cómo los dispositivos sanitarios pueden coludir con el sistema social en este sentido, o bien ofrecer oportunidades para el cambio. Bibliografia Aiiow, J. A. (1980), «Object concept and object choice», The Psychoanalytic Quarterly, vol. 49, págs. 109-133. BioN, W. R. (1991), Aprendiendo de la experiencia, Mexico, Paidós, páginas 53-61. FAiRBAIRN, W R. (1941), A Revised Psychopathology of the Psychoses and Psychoneuroses, vol. 22, págs. 250-279. FiEUD. S. (1921), Psicología de las masas y análisis el yo, Madrid, Biblioteca Nueva. FREUD. S. (1924), El problema económico del masoquismo, Madrid, Biblioteca Nueva. (1999), El malestar en la cultura, Madrid, Biblioteca Nueva. Is cs. S. (1983), Naturaleza y función de la fantasía, Buenos Aires. Paidós-Hormé, págs. 73-115. KiRxwooD, C. (1999), Parejas abusadoras, Buenos Aires, Granica, págs. 86-98 KLEIN, M. (1983), Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé, Buenos Aires, Paidós-Hormé, págs. 177-207. RosENBERG, B. (1995), Masoquismo mortífero y masoquismo guardián de la vida, Valencia, Promolibro, págs. 67-120 WINNICOTT, D. W. (1953), «Transitional Objects and Transitional Phe nomena», Int. J. ofPsychoanalysis, vol. 34, págs. 89-97.

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MILAGRO MARTÍN RAFECAS* Mis actos, si son ellos los que os inspiran ese pavor hacia mí, no los realicé voluntariamente, sólo los soporté y vosotros lo comprenderíais perfectamente si me fuera permitido contaros lo que me hicieron a mí, mi padre y mi madre. ¿Fui yo el pecador? Pagar mal con mal no es un pecado, aun habiéndolo hecho sin saber lo que estaba haciendo, pues así fue. Yo no sabía el rumbo que estaba tomando. Ellos sí lo sabían; ellos sabían que yo iba a perecer (ellos deseaban mi muerte) [...]. Aquel a quien yo maté había tratado de matarme a mí primero. SÓFOCLES, Edipo La violencia familiar de la que vamos a tratar aquí es una violencia interna, relacionada con los vínculos establecidos entre los miembros que componen el grupo familiar, especialmente entre padres e hijos. Dicha violencia que, en ocasiones, puede tener manifestaciones externas también está en relación con el desarrollo psíquico de cada persona. Pensamos que dicho desarrollo está condicionado por la transmisión psíquica de la familia nuclear y de las generaciones que las precedieron, portadoras de mitos familiares. La pregunta que nos hacemos es si es posible transformar estos impulsos violentos cuyas raíces presentes en el individuo tienen su origen más allá de él mismo. Hay hechos que nos resultan incomprensibles si no buscamos su explicación en el psiquismo, en el mundo interno del individuo. Cuando una persona movida por el odio y la violencia mata a un ser querido, o hace daño a alguien indefenso, se le hacen preguntas que no sabe contestar; sólo expresa: «No sabía lo que estaba haciendo». Se desespera y culpabiliza hasta llegar a agredirse a sí mismo. Nos damos cuenta que son acciones marcadas por emociones primitivas tan intensas que ponen de manifiesto un déficit en el pensamiento basado en el proceso secundario; suponen una descarga del proceso primario. Se diría que es una falta de control de uno mismo y una evacuación que el sujeto no sabe de dónde le viene. Entre los lugares de búsqueda de sus raíces estarían los mitos. En el párrafo que encabeza este artículo, Sófocles pone en boca de Edipo Rey, ya anciano, estas reflexiones hechas hacia el final de su vida. Edipo habla de actos cometidos sin querer ni saber lo que estaba haciendo, culpando a los padres que sí 98

sabían lo que hacían y le desearon la muerte. Más adelante iremos narrando la historia de Edipo, de padres e hijos, comentando algunos aspectos que nos ayuden a pensar lo que supone la violencia familiar. El mito de Edipo, que da nombre al complejo del mismo nombre, es central para el pensamiento psicoanalítico y en él se basó Freud para teorizar las relaciones triangulares que van a conformar el desarrollo psíquico de una persona. Pertenece al psiquismo inconsciente, forma parte de su mundo interno y da cuenta de la sexualidad dentro de una trama formada por deseos y prohibiciones en relación con las figuras materna y paterna. M.Klein consideró que había un complejo de Edipo temprano, anterior en el tiempo y de características distintas al teorizado por Freud, pero en este momento nos vamos a referir a esta estructura edípica de forma general. En este mito, nos encontramos con dos temas de gran actualidad, como son el incesto y el parricidio, no sólo fantaseados sino llevados a cabo dentro del medio familiar, lo que da lugar a un grado máximo de violencia. Cuando el desarrollo de la fantasía falla y la mente se ve invadida por emociones destructivas que no pueden ser representadas ni contenidas, pasan a ser concretadas. De este tipo de violencia dan cuenta las numerosas noticias que aparecen en los medios de comunicación. La riqueza y complejidad de este mito nos va a ayudar a pensar en distintos tipos de la violencia dentro del mismo. Cuando la violencia psíquica no tiene representación y se utiliza como defensa de la identidad y narcisismo de la persona, en ocasiones se dirige hacia fuera, se actúa cometiendo un acto de violencia física; en otros momentos, se dirige también hacia el propio sujeto. Otra de las posibilidades es la inhibición de estos impulsos primitivos cuando aparecerían manifestaciones externas, pero se vería profundamente dañada su estructura psíquica. Sabemos que, si dicha violencia psíquica no puede ser contenida dentro del funcionamiento mental de una persona, no sólo aparecen el descontrol y la violencia física en las personas que lo padecen sino que afectará a las generaciones posteriores, interfiriendo en su desarrollo. Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona son las tres obras que componen esta tragedia de Sófocles. Nos vamos a ocupar de las dos primeras como expresión de dos formas de funcionamiento psíquico distinto: narcisista y edípico. En ambas, además del mito de Edipo, están incluidos otros mitos como los relacionados con los primeros vínculos (voracidad Cronos y juicio de Salomón), o los más cercanos a la estructura edípica en los que amor y odio se vehiculan a través del incesto y el parricidio, o la rivalidad fraterna (Caín y Abel) y, por último, asistimos a los mitos utilizados por Edipo en los momentos en que se enfrenta a su propia muerte. Esta magnífica trilogía trata de la trágica historia de tres generaciones de una familia que nos ayudarán a pensar en la transmisión psíquica entre generaciones y en la violencia que conlleva dicha transmisión. 99

Edipo rey comienza con la historia de una pareja, Layo y Yocasta, que se quieren y desean tener un hijo, como forma de perpetuarse en él. Layo, en un momento determinado, consulta al oráculo; éste le dice que tendrá un hijo que matará a su padre y se casará con su madre; dos temas centrales en el mito de Edipo: el parricidio y el incesto. En primer lugar nos preguntamos que significaría el oráculo y por qué Layo lo consulta. Aquí entran en dialéctica el saber de los dioses y el saber de los hombres, el saber divino, saber basado en el pensamiento mágico-omnipotente y el saber humano que incluye la responsabilidad y la culpa (Berenstein, 2001). Layo conoce su destino a través del oráculo; quiere evitarlo, pero no piensa ni interpreta lo dicho; se mueve a un nivel de pen samiento concreto, huye de su situación actual y, a partir de ese momento, sucede todo lo pronosticado por el oráculo; las consecuencias de sus actuaciones lo llevan a la tragedia. El oráculo parecería la comunicación con una parte mítica de sí mismo cuya creencia tiene tal fuerza que Layo, para evitarlo, deja a Yocasta, pero ésta lo seduce y de su relación nace Edipo (el de los pies taladrados). La decisión de Layo de no casarse con Yocasta está basada en el temor a que se cumpla lo dicho por esa instancia «divina» en la que cree con una total certeza y no se para a pensar que también se podría cambiar el «destino». Cambiar el destino significaría tener un pensamiento propio de lo dicho por el oráculo, interpretarlo, lo que colocaría al hombre, siguiendo la mentalidad de ese momento, en una dimensión superior a los dioses. Desde el pensamiento psicoanalítico diríamos que esa persona ha alcanzado, en su desarrollo psíquico, la posibilidad de un pensamiento propio, abandonando la etapa del pensamiento mágico. Layo, como dice Steiner (1997), hace la «vista gorda» de su saber; no hace uso adecuado de ello. Hay mitos que están presentes en los individuos y que se transmiten a través de varias generaciones, pero de los cuales no se tiene una representación y por ello se repiten conductas, actuaciones, sin saber por qué. Sigamos con Edipo. Al nacer le taladran los pies y lo mandan con un pastor que lo lleve al bosque y le deje morir con el fin de que no se cumpla la predicción del oráculo. El pastor se apiada de él y le salva la vida. Lo crían en la corte de Corinto; el rey Pólibo y la reina Mérope que no tienen hijos lo adoptan. Edipo es un hijo adoptado y salvado de la muerte. Vive con los padres adoptivos; todos comparten el secreto de sus orígenes. H.Faimberg (1993) destaca las mentiras y los secretos como algo central en la historia de Edipo, pero, aunque todos están de acuerdo en no desvelar la verdad, no es algo tan fácil ya que hay un momento en que alguien le cuestiona por qué no se parece a sus padres y esto abre un interrogante en Edipo y es el momento en que acude a consultar el oráculo sobre su futuro. Nos parecería más coherente que se preguntara sobre su identidad, como ¿quién soy? y ¿quién seré cuando sepa mi destino?, pero la idea es distinta, preguntando sobre mi futuro, sabré quién soy yo. El oráculo le dice que matará a su padre y que se casará con su madre. Ante estas sentencias míticas, decide abandonar a quienes él creía que eran sus padres 100

para que esto no ocurra. En su huida se encuentra en el camino con una comitiva real, se entabla una pelea y Edipo mata a Layo sin saber quién era. Estamos dentro de un funcionamiento mental marcado por no querer pensar ni saber; huye de aquellas representaciones y asociaciones que lo llevarían a encontrarse con la verdad. En su lugar utiliza el pensamiento mágico, las actuaciones, no la capacidad simbólica para pensar, unir y relacionar que lo llevarían a darse cuenta de que Layo podría ser su padre. Llega a Tebas, ciudad tiranizada por la Esfinge que plantea a todos los que acuden allí una adivinanza y estrangula a los que no la saben descifrar. La adivinanza parecería pensada para Edipo ya que hace referencia a sus pies hinchados (di-pous son dos pies); él lo adivina y consigue descifrarla. La Esfinge derrotada se suicida y el pueblo de Tebas le ofrece la corona a Edipo que se desposa con Yocasta, su madre biológica con lo cual se cumple la fantasía edípica anunciada por el oráculo. Edipo reina en Tebas durante 17 años y tiene cuatro hijos. Creonte, hermano de Yocasta, transmite el mensaje de que el asesino de Layo está en la ciudad. Consulta Edipo al adivino Tiresias, quien le dice la verdad del asesinato y de sus orígenes. La tragedia comienza con el desvelamiento de las verdades; antes «habían hecho la vista gorda» (Steiner, 1997); intentando evitarlas, habían huido; no les interesaba saberlas ni pensarlas. El pastor que salvó la vida de Edipo es el mismo que presenció la muerte de Layo, quien narra la historia completa. Tanto Edipo como Yocasta quieren seguir negándolo, pero no es posible y tienen que reconocer su culpabilidad. Yocasta se ahorca y Edipo se clava en los ojos los broches de la túnica de ella y se queda ciego. La culpa lo lleva a castigarse con la ceguera; es interesante que ésta sea la forma de castigo que se inflige; lo que podría haber sido visto con el pensamiento para evitar que ocurriera no lo vio, no lo pensó y ahora se castiga con la ceguera. Supone un fallo en la construcción de la castración simbólica y desarrollada de una forma concreta. El no haber visto internamente lo lleva a castigarse con el no ver físicamente. La segunda obra de Edipo, Edipo en Colono, nos presenta a un anciano, ciego y omnipotente que busca ser considerado como un personaje divino. De nuevo no quiere enfrentarse con la realidad psíquica que lo llevaría a la reparación; huye de ella. La obra gira alrededor de la muerte de Edipo y dónde va a ser enterrado. El desea que sea en un lugar sagrado, pero además debe ser secreto. Hay un decreto de Delfos que propone el favor de los dioses y su protección a aquella persona que ofrezca un santuario para enterrar su cuerpo. Vamos a pensar en el personaje que representa Edipo. En primer lugar él es un anciano que se mueve por el odio y niega su responsabilidad y culpa. Reconoce los hechos ocurridos como males que le infligieron a él. Hay muchas referencias a la importancia de sus orígenes en donde deposita la carga de sus faltas, pero su historia anterior le hace ser hostil con sus hijos varones y no cumplir con la función paterna. 101

La historia de Edipo y su propia patología repercute en sus hijos; de esta forma vemos el entramado de la patología de las tres generaciones: por un lado, estarían los padres biológicos de Edipo y los adoptivos; en segundo lugar, el propio Edipo con su problemática y, en un tercer escalón, sus hijos. En la primera generación hay secretos y verdades que no se quieren saber pero que no serían difíciles de descubrir; todos lo encubrían, pero Tiresias y los pastores estaban ahí para dar testimonio de la verdad. El mayor fracaso de Edipo, al quedar unido a sus padres por el parricidio y el incesto con la madre, fue la imposibilidad de fundar una nueva generación. Ambos, parricidio e incesto, son un ataque a la pareja. Lo que antes de actuarse pudo pensar, saber y hablar, cuando ya después de que ocurrieron los hechos, se entera de la verdad, ésta ya no le sirve para reparar su historia. Lleno de una culpa inmensa, convierte a ésta en odio que oculta con su omnipotencia. Sus hijos cargarán con el peso de las dos generaciones anteriores. Edipo tiene cuatro hijos de su unión con Yocasta que son: Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene. Antígona es la hija que lo acompaña y lo guía; representa la moral, la autoridad ética. Mientras ella acompaña al padre, Ismene se queda en la casa y le informa de los conflictos entre los dos hermanos. Eteocles está en la ciudad con Creonte, hermano de Yocasta. Polinices organiza un ejército para luchar contra su hermano; ambos quieren reinar en Tebas. Continuamos haciendo algunos comentarios de estas dos obras de Edipo con el fin de que nos ayuden a reflexionar sobre el complejo de Edipo y su relación con la violencia que supone la transmisión psíquica entre las generaciones. En primer lugar pensamos que la estructura psíquica de Edipo es patológica como consecuencia de un funcionamiento mental dirigido por el mito y cuyas representaciones del mundo, de sí mismo, de su historia, no se adecuan a la realidad. Edipo rey, como dice Steiner, «hace la vista gorda» sobre sus orígenes; está metido en «un refugio psíquico» que este autor considera de tipo perverso; sabía y no sabía. Es hijo de la seducción de Yocasta hacia Layo, no producto de un amor entre los padres ni como un proyecto creativo entre ellos, lo cual puede estar relacionado con los deseos de felicidad de la pareja hacia él; de nuevo no se vuelve a pensar en la trama histórico-generacional en la que está involucrada la pareja. Los padres de Edipo desean la muerte del hijo como forma de deshacerse del destino, que cae sobre ellos; por eso, será abandonado. Más tarde es adoptado, pero le ocultan su historia previa. Todo esto hace inviable la salida de la estructura narcisista patológica. Su identidad está basada en la falsedad y de ahí toda la serie de actuaciones, acontecimientos que le van ocurriendo y que constituyen su historia que pasará a ser pensada sólo cuando ya han sucedido los dos grandes hechos trágicos: el parricidio y el incesto. Es una historia en la que no se da la reparación y por ello sus consecuencias repercuten en la última etapa de su vida y en la historia de sus hijos.

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Eteocles, uno de los hijos de Edipo, se queda en la ciudad con Creonte, hermano de Yocasta. Polinices, otro de los hijos, organiza un ejército para luchar contra su hermano, ambos quieren reinar en Tebas**. La presencia de Creonte se contrapone a la ausencia de Layo. Va a ser una figura de referencia y de poder, de autoridad ante el acontecer de los hechos. Este personaje sería al que Berenstein llama el cuarto término, el representante de la familia materna, el que ocupa un cuarto lugar, además del padre, madre e hijo. Formaría parte del Superyó-ideal del Yo. Debe ser disuelto o reprimido. Edipo, al descubrir la verdad y cumplido el destino que recaía sobre él, se castiga quedándose ciego. En Edipo en Colono es una persona que, al enfrentarse a la muerte, a la verdad que ya conoce y ha vivido, sigue actuando de forma omnipotente; en este momento, ante la cercanía de la muerte, diríamos que utiliza una defensa maníaca. Pensamos en cuántas personas pueden pasar por alguna situación semejante debido a este tipo de estructura mental formada en la niñez y juventud, vivida y desarrollada en la edad media de la vida y que recurren a defensas tan primitivas que no les permiten llegar a una reparación. La utilización del pensamiento e integración de afectos es algo propio de la madurez y salud mental de una persona. Incluso, aquella parte más sana representada por Antígona que le podría llevar a pensar a Edipo está disociada en él y no tiene mucha fuerza. Llama la atención la falta de curiosidad de los implicados en esta historia. Tiresias, el pastor, guardó el secreto durante 17 años. Los padres adoptivos no se preguntan sobre la historia de aquel niño que va a ser su hijo; los biológicos no piensan qué pasó con él, si murió o no, y el mismo Edipo no conoce su historia. En ninguno de ellos aparece ese deseo de saber que salva a tantas personas. No querían pensar para no saber, quizá por la culpa y el sufrimiento que les supondría enfrentarse a la verdad. El impulso epistemofílico, el interés por el saber, está anulado; cuando esto ocurre, las actuaciones, la tragedia y la imposibilidad de reparar están presentes. Tanto Layo como Edipo consultan al oráculo; en el primer caso, sobre su descendencia y, en el segundo, como forma equivocada de buscar su identidad. El deseo por saber estaría centrado en que me digan qué va a pasar, qué va a ser de mi futuro y sobre ese nivel concreto actúo. Parecería un diálogo con lo mítico pero de forma muy distinta a como ocurre en la sesión analítica en que también hablamos con nuestros mitos; los traemos a través de la asociación libre y la transferencia para evitar su actuación; utilizamos el pensamiento y su elaboración unido a la relación transferencial. A través del concepto de la transmisión psíquica entre generaciones, podemos entender el desenlace de la historia de Edipo cuando, al final de su vida, nos lo describe Sófocles como un anciano cruel, frío, movido por la omnipotencia y que busca darle un sentido religioso a su muerte. Dice así: 103

Mis actos, si son ellos los que os inspiran ese pavor hacia mí, no los realicé voluntariamente, sólo los soporté y vosotros lo comprenderíais perfectamente si me fuera permitido contaros lo que me hicieron a mí, mi padre y mi madre. ¿Fui yo el pecador? Pagar mal con mal no es un pecado, aun habiéndolo hecho sin saber lo que estaba haciendo, pues así fue. Yo no sabía el rumbo que estaba tomando. Ellos sí lo sabían; ellos sabían que yo iba a perecer (ellos deseaban su muerte) [...]. Aquel a quien yo maté había tratado de matarme a mí primero. Edipo fue un bebé no deseado; cuando nació, fue abandonado. Como él mismo dice, ya antes de haber nacido sus padres se mo vían por lo que el oráculo les dijo; algo mítico antes de nacer ya condicionaría su vida. ¿Cómo puede él ser responsable de lo anterior a su nacimiento? Transmisión psíquica y patología que, en el caso de estas tres generaciones de Edipo, se ve claramente que no hay una ruptura de la patología a favor de la salud mental. 1A través de la historia de Edipo nos damos cuenta del entramado trágico al que se ve llevada una familia que, huyendo de su destino, lo lleva a cabo. Los personajes de esta historia actúan y no piensan; se ven llevados por las creencias y los mitos. Pero ¿qué es un mito cuya fuerza puede ser tan grande que mueva la vida de una persona? María Moliner en su Diccionario de la Lengua lo define como leyendasimbólica cuyos personajes representan fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condición humana; representacióndeformada o idealizada de alguien o algo que se forja en la conciencia colectiva; cosainventada por alguien, que intenta hacerla pasar por verdad, o cosa que no existe más que en la fantasía de alguien. En estas definiciones vemos varios conceptos que nos ayudan a pensar en los mitos desde el punto de vista psicoanalítico. El mito nos presenta a personajes o elementos con los que nos podemos identificar; también nos habla de representaciones pero deformadas o idealizadas que pertenecen a la fantasía pero con un punto de realidad dentro de la historia del sujeto y, por último, nos dice que se forman en la conciencia colectiva. Podemos ver a un niño identificándose con Spiderman o a una adolescente con Chenoa; cada uno de los personajes representa algo que va a tener que ver con sus propias fantasías; son figuras idealizadas que están presentes en la sociedad. Cuando estamos ante una familia, pareja o individuo, nos damos cuenta del peso que tienen estos mitos que, forjados en la conciencia colectiva de un grupo social determinado o pertenecientes a una familia, forman parte de la estructura psíquica de 104

una persona. En muchas ocasiones los mitos ejercen una gran influencia en el sujeto de la cual no es consciente; cuando la persona empieza a darse cuenta del peso de sus propios mitos, éstos se insertan en su psiquismo de una forma diferente y dejan de ser algo alienante para ella. Alberto Eiguer (1987-1989) considera que todo mito conlleva un elemento fantasmático y lo define como «un fantasma familiar consciente», pero sabemos que tiene un componente inconsciente. Con frecuencia es utilizado como defensa grupal, especialmente para mantener elementos narcisistas que los cohesionan. No todo fantasma consciente es un mito, puesto que éste tiene algo específico que es la creencia que le da esa fuerza, de tal forma que se actúa sin cuestionarlo. Entender el mito en la sesión analítica supone tener una representación mental del mismo. El mito familiar aporta al sujeto el nexo con sus orígenes. Se define como un relato, una historia que supone un conjunto de creencias compartidas por toda la familia y transmitidas de generación en generación. Ayuda a mantener ideas contradictorias, por lo que se consigue una cohesión entre los miembros pertenecientes al grupo familiar y un equilibrio entre los mismos. Se trata de una convicción compartida. No reconoce a un autor determinado, ni un origen preciso en el tiempo. Los mitos transgeneracionales son los que insertan a la familia nuclear en un linaje con el pasado familiar, mientras que los organizadores sociales insertan al sujeto en el presente. Pasado y presente interactúan en el psiquismo del sujeto y en el funcionamiento familiar. Por ejemplo, una familia acostumbra a decir: «En nuestra familia, aunque pobres, somos honrados»; otra: «Los hombres, en mi familia, no pintamos nada» o «El mayor de la familia siempre se lleva todo». Cada una de estas familias, movidas por la creencia de estos mitos, condicionará en alguna forma su historia. Hay una relación entre los mitos familiares y el rol que cada una de las personas desempeña en la familia y en la sociedad; por ejemplo, uno ocupa el lugar del listo, del enfermo, del normal, etcétera, y así actúan en la vida, pero, en otros casos, las personas funcionan movidas por una reacción contraria de lo vivido y transmitido por la familia; en ambas situaciones la influencia familiar está presente. Dependiendo del tipo de funcionamiento psíquico y del contenido fantasmático que conlleva, podemos decir que hay familias que llamaríamos narcisistas y otras edípicas. Las primeras son aquellas cuyas ansiedades son de interpenetración, asedio y aniquilación. Los miembros pierden los límites entre sí y niegan las diferencias entre ellos. Forman una simbiosis como grupo. Su funcionamiento está movido por la idea de un «yo grandioso» familiar. La familia edípica es aquella en la que hay una elaboración por parte de cada miembro de «la mitología de los orígenes». Cada sujeto conserva su propia identidad frente al otro. Se identifican con las generaciones 105

anterior y posterior pero diferenciándose. Según el contenido fantasmático la familia narcisista, estaría en un registro de ansiedades persecutorias y anteriores a la conformación triangular edípica en la que sus miembros sí pueden salir de los vínculos narcisistas y hacer una elaboración sobre sus orígenes. Dependiendo del tipo de familia, los mitos son más o menos evolucionados y propios de la estructura familiar en la que se dan. Hasta aquí hemos hablado de los mitos familiares, pero también hay otros que son propios de una persona, pareja o del grupo social al que pertenecen. Por el contenido clasificaríamos los mitos en culturales, religiosos o sociales. Pensando en el funcionamiento psíquico de una persona, unos mitos pueden funcionar como elementos estructurantes para el sujeto, mientras que otros serían desestructurantes, suponiendo una violencia psíquica de la cual el sujeto no se puede hacer cargo. Creemos que la transmisión, la herencia psíquica que le llega al sujeto a través de los mitos, representa una violencia para toda persona, ya que supone la intrusión en su psiquismo de algo que, al no ser consciente, no puede decir si o no; le viene dado. Cuando el sujeto acude a un tratamiento, los mitos recaen, son percibidos y sentidos por el terapeuta a través de la transferencia; paciente y analista comienzan a entender el significado de algo que creyó y actuó sin saber; surgen representaciones que, al hacerse conscientes, pueden elaborarse y ocupar un lugar distinto en el mapa psíquico del paciente, produciéndose una transformación propia del trabajo analítico. ¿Por qué la herencia psíquica transmitida a través de los mitos supone una violencia? Después de haber definido y clasificado algunos de los mitos, vamos a pensar qué es lo que entendemos por violencia. Según el Diccionario de la Lengua Española es: elhecho de obligar o forzar a una persona o cosa por medios violentos, esuna forma de proceder que hace uso exclusivo o excesivo de la fuerza, serefiere al hecho de entrar en una parte contra la voluntad de su dueño. Hasta aquí se refiere a acciones violentas, pero, a continuación da una definición que hace referencia a otro tipo de violencia que se da en relación con lo psíquico, dice así: violencia es cuando uno da una interpretación torcida a lo dicho o escrito por otra persona. En esta definición vemos que está presente el ataque al Otro, al vínculo con él, a su pensamiento, dándole una interpretación errónea a lo expresado. Pensamos que la transmisión psíquica a través de los mitos supone una violencia psíquica para el sujeto ya que sufre una intrusión por parte del otro sin saber que la padece y que él, a su vez, va a transmitir a la siguiente generación. La violencia, lo mismo que los mitos, está unida a una falta de capacidad para la representación y el simbolismo. 106

En la convergencia de los mitos con la violencia, nos hemos encontrado con la transmisión, la herencia psíquica recibida por nuestros padres y antepasados; ahora querríamos pensar en lo mítico que conlleva el complejo de Edipo como condicionante de las relaciones entre padres e hijos y su repercusión en la estructuración psíquica de la persona. S.' Freud en «Introducción al narcisismo» (1914), expresa cómo el narcisismo del niño se apuntala sobre la falta o falla de la realización de los sueños de deseo de los padres. Respecto a la herencia, considera que, por una parte, estaría lo heredado de los padres y, por otra, el mismo sujeto; dice así: «Lo que has heredado de tus padres, para poseerlo, gánalo». En «Tótem y tabú» (1913) dice: «Nada de lo que haya sido retenido podrá permanecer completamente inaccesible a la generación que sigue o a la ulterior». En estas referencias podemos ver dos aspectos muy importantes en la transmisión: el narcisismo de los padres y la herencia psíquica. Para R.Kaés (1993), el sujeto se siente desposeído de su subjetividad cuando se da cuenta de sus anudamientos con la herencia. Según este autor, la transmisión se inscribe en lo negativo, en el defecto de la metabolización psíquica y en la falla de lo intersubjetivo. Lo esencial de la transmisión lo encontraríamos en aquello que escapa a nuestra voluntad y actividad de representación. N.Abraham no está de acuerdo con esta posición y piensa que, aunque sea de forma parcial, todo es simbolizado. Algunos autores como A.Ferro (2002) consideran que la violencia y las conductas antisociales de tipo violento están en relación con una mente que no ha podido desarrollarse; es una mente con disfunción que evacua los elementos «beta». Sus consecuencias serían la delincuencia, la caracteropatía y actuaciones en el cuerpo que podrían llevar a enfermedades psicosomáticas. La herencia psíquica siempre lleva consigo un cierto grado de violencia ya que en su transmisión, como decíamos antes, vamos a encontrarnos con elementos negativos, vacíos, encapsulados o no inscritos, identificaciones, formaciones de vínculos que arrastran el peso narcisista de la generación o generaciones anteriores. Lo que se transmite no es sólo a través del lenguaje hablado sino por medio de distintos elementos preverbales cuyas consecuencias son peores para el sujeto que lo padece que aquello que ha podido hablarse. Se dice que aquello que en una generación no se pudo hablar en la siguiente pasa a ser innombrable y, en la tercera, impensable. Transmisión de síntomas, traumas y duelos que significan una desubjetivación para la persona que lo sufre ya que suponen una interferencia en su estructuración psíquica. Todos estamos ligados al destino del Otro incluso antes de nacer, ya que es el/los Otro/s los que ejercen la función materna y paterna; con su psiquismo contribuyen a la constitución del psiquismo del niño. Distintos autores han trabajado sobre esta influencia de padres a hijos. M.Enríquez (1986) trata sobre el discurso delirante de los padres sobre los hijos. P.Fédida (1982) considera que todo lo referente a la 107

herencia y a la procreación toca una zona interhumana violentamente frágil donde se cristalizarán angustias arcaicas. Nos preguntamos cómo podría escapar el sujeto por él mismo a la violencia que supone la transmisión psíquica y, también para nosotros psicoanalistas, cómo poder detectar en qué forma el sujeto está atrapado en dicha transmisión. En muchos casos está atrapado como defensa ante el conocimiento de la realidad psíquica y actúa como forma de proyectar afuera una situación interna dolorosa y difícil de contener; en algunos casos su pensamiento está vehiculado por el mito. Las instancias superyoicas y sus características son las que nos dan idea de la situación edípica en que se encuentra la persona. Al Superyó primitivo lo vinculamos con el Edipo temprano cuyas normas están basadas en el temor; si el individuo ha podido superar estas etapas, sentirá las instancias superyoicas de una forma más integrada como corresponde al Superyó del complejo de Edipo posterior. La transmisión psíquica que recibe una persona tiene su mayor influencia en la etapa infantil y está determinada no sólo por aquello perjudicial como puede ser lo negativo, la culpa, la pérdida, todo lo reprimido o lo no inscrito y las carencias, sino por lo bueno recibido; juntos van a constituir su aparato psíquico. Sabemos que el inconsciente de cada sujeto lleva en su estructura la huella y contenidos del inconsciente del Otro y de los otros que habitan en ese adulto que acompaña al niño en los primeros momentos de su vida y forman sus objetos internos. Momentos de transmisión psíquica serían el estado fetal, las relaciones precoces, las identificaciones edípicas, los acontecimientos relevantes en la familia, especialmente nacimientos y muertes, y la transferencia de objetos materiales e imágenes de otra generación (S.Tisseron, 1995-1997). La transmisión de la vida psíquica comienza desde el momento de su concepción a través del vínculo que la madre establece con su futuro bebé y cómo va formándose el vínculo con el «objeto». En los primeros momentos de la vida el niño se siente amenazado y, a su vez, responde de una forma violenta con llanto y pataletas; según la teoría kleiniana, se encuentra en la fase esquizo-paranoide y necesita defenderse continuamente mediante la identificación proyectiva de todos aquellos ataques que siente sobre él. De ahí que la figura protectora de la madre o de aquella persona que ejerce la función materna sea fundamental para la integración de su identidad; de lo contrario, se producirán escisiones a veces difíciles de integrar posteriormente. El fallo de los objetos primarios engendra violencia; los sujetos que lo sufren se sienten atacados en su ser y les resulta difícil introyectar la idea de un buen objeto que les protege del medio que se manifiesta como agresivo. Si esto ocurre así, se prolongarán los efectos de la fase esquizo-paranoide sobre el psiquismo, retrasándose la entrada en la fase depresiva integradora del psiquismo; en muchas ocasiones son personas 108

que se quedan en el umbral de dicha fase. Cuando las identificaciones proyectivas del bebé en sus aspectos más destructivos no han podido ser recogidas y metabolizadas por la madre, se convierten en fuerza destructiva en contra de su integración. Si, por el contrario, la madre o persona que ejerce la función materna puede devolvérselas transformadas como algo que él no puede perder, pasarán a convertirse en fuerza vital para la persona. W.Bien considera que la violencia, el odio, serían consecuencia de un mal funcionamiento en la formación de los vínculos madre-bebé que, mediante la identificación proyectiva patológica, se desprende de algo que no encuentra un lugar en su psiquismo para ser pensado como sería: el terror sin nombre, la angustia ante la muerte o cuando el Objeto es, para él, un Superyó que impone su superioridad moral. Vamos a determinar algunas situaciones que producen un daño psíquico en el sujeto. En primer lugar estaría la falta de cuidados adecuados en estos primeros momentos en que el niño necesita al Otro para constituirse en su ser. El niño es dependiente de la persona que lo cuida y esto es necesario que así ocurra con el fin de que se sienta contenido y cree una primera ilusión de fusión, para, posteriormente, sentirse independiente, separado del otro que lo ayuda a insertarse en la realidad y a soportar la desilusión por esta etapa perdida. Una de las consecuencias de los déficits producidos en estos primeros momentos ocurre cuando el niño adopta conductas de cuidado hacia sí mismo que no le corresponden y que serían propias del adulto, dando lugar por ejemplo a una personalidad de «falso selC». Son aquellos niños que se asemejan a un adulto, niños sobreadaptados, que, más allá de lo manifiesto, detectamos en ellos unas necesidades primarias claras pero que se han acostumbrado a no manifestarlo. Los abandonos suponen una violencia para el psiquismo del niño y fallas en la constitución de su ser verdadero. El aporte narcisista recibido en los primeros momentos de la vida es garantía de unidad para el sujeto; su falta hace que surjan la rabia y la vergüenza como efectos generados por la violencia que sienten que han sufrido. Ph. Jammet (2002) considera la violencia como una reacción ante la amenaza al Yo y a la identidad del sujeto por lo que representa el Objeto para ese sujeto cuyo narcisismo no ha sido consolidado. Será en la adolescencia cuando aparezca la violencia como reacción ante su inseguridad; dice: «La violencia representa una defensa contra una amenaza sobre la identidad ocasionando una desubjetivación.» P.Fonagy (2001) destaca que hay un vínculo entre personalidades narcisistas, con déficit de representación y la violencia. Son sujetos con una dificultad para representar estados mentales, pensamientos y sentimientos suyos y de los demás; se sostienen a sí mismos a través de la violencia social. La violencia sería en ellos una forma de autodefensa ante la humillación que sienten. Serían sujetos propicios a 109

insertarse en grupos liderados por mitos de violencia. El origen de la violencia para este autor estaría en el fracaso de la representación coherente de sí mismo y del otro. Dentro de la transmisión psíquica tenemos en cuenta la influencia de los elementos no sólo intergeneracionales sino los transgeneracionales que, a través de las investiduras libidinales de los antepasados, absorben al individuo de tal forma que se refleja en su funcionamiento mental, impidiéndole que aparezcan transformados en pensamientos; serían, por ejemplo, los elementos «beta» de Bien que se manifiestan a través del síntoma. Con frecuencia vemos que determinadas personas mantienen una fidelidad hacia sus muertos y lo que piensan que les dejaron como legado, de tal forma que dichas personas siguen dentro de una situación de duelo que no pueden elaborar; sienten que están en deuda con objetos muertos o dentro de un «conflicto de misión» (Stierlin, 1977). La transmisión psíquica forma parte de la estructura psíquica de una persona y está presente a través de vínculos, identificaciones, objetos internos, fantasías y representaciones propias de ese sujeto. Las influencias positivas se van a manifestar en el proceso madurativo de un individuo mediante el tipo de identificaciones, la forma en que establece sus vínculos y las diferenciaciones que va haciendo entre sexos y generaciones. Pero también están las identificaciones alienantes como dice H.Faimberg (1993-1996). El telescopaje de las generaciones es un concepto clínico que concierne a las identificaciones inconscientes que aparecen en el transcurso de la cura analítica a través de la relación transferencia-contratransferencia. Hace referencia a un tiempo circular repetitivo; es la condensación de tres generaciones que se mantienen unidas por un tipo especial de identificaciones, alienantes porque son consecuencia de una estructuración narcisista de objeto, que rige tanto el psiquismo de los padres como el del sujeto. Es una identificación «clivada» del yo; su causa se encuentra en la historia del otro e incluyen elementos secretos de la historia generacional anterior. Desde el pensamiento psicoanalítico, estos tres conceptos (vínculos, identificaciones y mito) están íntimamente relacionados. Según la forma en que se relaciona una persona, decimos que mantiene vínculos de tipo narcisista o vínculos objetales; ambos representan dos formas de estructuración y transmisión psíquica distintas. De la misma manera ocurre con las identificaciones que, según sea la evolución del sujeto, dan lugar a estructuras psíquicas distintas: por un lado, estarían las identificaciones narcisistas que, unidas a la violencia transgeneracional, dan lugar a una ceguera frente al acto creativo que supone la escena primaria, mientras que, cuando la identificación primaria está unida al mensaje simbólico de los orígenes, va a dar lugar a la escena primaria sentida como un acto creativo. En el primer caso estaríamos en un registro narcisista y, en el segundo, en uno edípico. 110

Ya visto el daño y la violencia psíquica que producen en una persona las creencias y mitos con los que afronta la vida, vamos a pensar, como psicoanalistas, en algunas formas de salida, cómo llegar al cambio psíquico que implica la transformación de estas emociones primitivas que están interfiriendo en el desarrollo mental y dañando a la persona que las sufre. La sesión analítica sería el lugar idóneo donde evacuar los elementos «beta» y los distintos aspectos en que aparece la pulsión de muerte, que se presenta a través de formas primitivas que pueden ser transformadas en pensamientos a favor de la vida psíquica y física de la persona. Transformación de emociones primitivas como son el odio, la envidia o los celos cuya presencia está marcada por la violencia. Construir y reconstruir el pensamiento, que, en muchas ocasiones, ha sido proyectado o actuado por ser dañino para el paciente y que ahora pasa a ser contenido en su propio psiquismo. A continuación voy a presentar la viñeta clínica de una paciente en la que pude apreciar claramente los efectos producidos en su psiquismo y, por supuesto, en su vida; al no querer utilizar sus pensamientos a favor del desarrollo psíquico, ejercía una violencia contra ella misma y hacia los demás. En este momento no voy a incluir algunos aspectos en relación con la transmisión psíquica y la herencia familiar que tenían un peso importante en la formación de su psiquismo; me voy a centrar más en sus efectos. Rosa es una chica de 12 años que con frecuencia tenía que acudir a urgencias por distintos motivos como podían ser pequeños accidentes, fiebres altas o síntomas que hacían pensar en una enfermedad grave. Con anterioridad había padecido un problema de huesos que lo obligó a hacer reposo casi un año. De todo esto, ella se jactaba, hasta llegar a decir que todavía no había llegado al cáncer. Los padres, preocupados, consultaron y Rosa comenzó una psicoterapia en la que fuimos viendo, con gran dificultad al principio, que su mayor problema era su rechazo a ponerse en situación de pensar; no podía pensar. Su funcionamiento psíquico estaba sustentado por continuas proyecciones y actuaciones. Todo pensamiento que la ponía en contacto con sus emociones lo tramitaba a través de una actuación que la llevaba a escaparse de su mundo emocional. Actuaba su omnipotencia poniendo a prueba su cuerpo y, por supuesto, poniendo en alarma a todos, con lo cual evacuaba así sus temores. Ya en un segundo momento del proceso terapéutico y dentro de la situación transferencial, a quien quería «dominarme» era a mí, como si quisiera decirme que mi funcionamiento no servía y el suyo sí. A través de distintos juegos intentaba ganarme haciéndome trampas; ejercía una violencia de apoderamiento mediante la transgresión de las leyes fijadas por nosotros. Fuimos viendo cómo su pensamiento estaba al servicio de pensar cómo saltarse los códigos pactados. Fue trayendo algunos recuerdos infantiles en los que varios adultos que jugaban con ella le hacían trampas e, incluso, se jactaban de que eran más poderosos que ella. En ese momento del tratamiento estaban enfrentados los dos tipos de funcionamiento: el suyo y el mío. Yo debía sujetar, contener y transformar sus emociones y pensamiento primitivo para que ella, identificándose conmigo, pudiera aceptarlo. Mi pensamiento estaba sujeto a la 111

ley; el suyo, no. Pasamos por una situación transferencial en la que era fundamental que yo me fiase de ella, que mi creencia en ella fuese mayor que el susto que pretendía volcar en mí (amenazas, sustos cuando yo podía estar distendida y no en alerta). Cuando pude sobrevivir a esta situación, Rosa empezó a pensar, a utilizar su pensamiento sin trampas y a ganarme en algunos juegos respetando las reglas. La inclusión del tercero representado por las reglas, el encuadre y la «ética» a favor del pensamiento propio del proceso secundario, dieron su resultado; lo pudimos comprobar ella y yo al ver cómo disfrutaba usando su capacidad en el juego y obteniendo buenos resultados en los estudios. Vemos cómo Rosa tenía un gran rechazo a pensar; sus pensamientos eran tratados como elementos «beta» que proyectaba sobre la terapeuta para que fuesen metabolizados y devueltos como pensamientos posibles de ser integrados en su aparato psíquico. Volcaba la violencia y destructividad contra ella misma, actuándolo en su cuerpo (ingresos en urgencias, caídas...). En un segundo momento los acting sucedían en sus sesiones, con lo cual podían ser contenidos e interpretados, según el contexto en que se daban. Después, ya en el último período del tratamiento, dicha violencia y destructividad pudo ir transformándola y ponerla al servicio de su desarrollo psíquico y emocional. La satisfacción que sentía ella por esta forma de funcionamiento le servía como motor para seguir adelante. A veces decía: «Lo tengo tan dentro, lo de no hacerme trampas, que ni siquiera puedo hacer "chuletas" como antes». Como analista mis «reglas de juego» fueron el encuadre, la contención y el trabajo de la transferencia. Estamos de acuerdo con A.Ferro (2002) cuando dice que una mente con disfunción lleva a la violencia y a la destructividad como única forma de evacuar los elementos que anteriormente no han podido ser metabolizados y transformados en pensamientos. Una mente que está movida por emociones primitivas va a ver interferido su desarrollo y creatividad. Considera que lo transgeneracional no resuelto es lo que produce el horror y terror; de ahí que esperemos que aparezca en la sesión analítica para que pueda ser transformado mediante la narración. En el último período del tratamiento Rosa hablaba de su familia, padres y abuelos e imaginaba cómo sería su pareja y su futuro profesional. Hay tres instrumentos fundamentales con los que contamos en la sesión analítica: el encuadre, el trabajo de los sueños y la transferencia. Son las herramientas con las que contamos para posibilitarle al paciente que transforme sus emociones primitivas, entre las que se encontraría la violencia como aglutinante de otras como pueden ser la envidia, la rabia, los celos, etc. El encuadre sería el lugar donde poderlas depositar y trabajarlas. También es el espacio donde van a ir surgiendo los vínculos que dan lugar a las distintas formas de transferencia. El aparato mental del analista tiene la tarea de metabolizar, en lo posible, aquello que le presenta el paciente y que, en muchas 112

ocasiones, está mediatizado por las primeras relaciones madre-bebé y la función que el padre ha ejercido en esta relación. Los aspectos materiales del contrato, las reglas y límites del mismo cobran un sentido simbólico y son básicos para el tratamiento. Los sueños ocupan un lugar privilegiado en el trabajo analítico tanto para el analista como para el paciente que, al conectarse con su producción onírica y unirlo al trabajo en su sesión, desarrolla un mayor interés por el conocimiento de su mundo interno y sus producciones mentales. El trabajo del sueño es un espacio donde se manifiestan deseos, temores y fantasmas que conforman nuestro mundo interno. Por el hecho de encontrarse el sujeto dentro de un proceso analítico, la situación transferencial va a estar presente también en su mundo onírico. En el sueño se pasa de las imágenes preverbales a la narración del mismo. Para M.Mancia (1996) es un elemento básico que se debe tener en cuenta dentro de los modelos de la mente, considerándolo como el estado mental en el que el hombre puede experimentar modalidades filogenéticas de tipo prehumano y ontogenéticas de tipo preverbal. 1 El vínculo que se da a través de la transferencia-contratrasferencia, trabajado en la sesión, es el motor que tiene en su mano el analista para poder llevar a cabo la tarea de transformar el funcionamiento psíquico primitivo. Dicho funcionamiento mental se sitúa fuera de las coordenadas espacio-temporales y es preciso resituarlo en el lugar que le corresponde dentro del psiquismo de la persona, de tal forma que se pueda sentir más libre e insertada en la realidad, libre de sus pensamientos míticos que la llevan a ser un sujeto dominado por emociones primitivas que no puede manejar, como cuando presenta un mal manejo de la violencia, dirigida hacia él o hacia los demás. C.Padrón (1998) considera que la concepción de la transferencia en Freud evoluciona desde el desplazamiento de un afecto, del movimiento de representación en representación, hasta llegar a la noción más extensa en que se implica a la persona del terapeuta como componente esencial de la relación terapeútica. Pensamos que la sesión analítica en la que se tienen en cuenta la formación de su aparato psíquico, la transmisión transgeneracional y los mitos familiares nos aportan una vertiente imprescindible a hora de pensar en la violencia y su transformación. Considero que ésta es una visión que busca una salida desde el pensamiento psicoanalítico a los temas relacionados con la violencia, sin olvidar otras perspectivas. Síntesis Se ha decrito y comentado el mito de Edipo y la influencia ejercida entre las tres generaciones. El parricidio y el incesto marcan la historia de Edipo, configurando los vínculos entre padres e hijos. Se ha establecido la relación entre el mito o los mitos 113

familiares con la violencia. Consideramos el mito como una forma de violencia dentro del psiquismo, ya que su funcionamiento está marcado por la creencia, la puesta en acto o el síntoma. Los duelos y traumas no resueltos pueden estar presentes a través de los mitos. La persona guiada por el mito no utiliza las representaciones basadas en el pensamiento y la elaboración. Los elementos transgeneracionales, entre los que se encuentran los mitos, forman parte de la transmisión psíquica entre generaciones y tienen un gran peso en el funcionamiento psíquico del individuo. De ahí que consideremos el mito como una forma de violencia que se debe tener en cuenta en la transmisión psíquica familiar. Por último, la sesión analítica sería un lugar privilegiado para que se puedan transformar el pensamiento mítico y la violencia como elementos de un funcionamiento mental primitivo. El trabajo del sueño junto con el de la transferencia serían instrumentos privilegiados con los que cuenta el analista. Bibliografía BERENSTEIN, 1. (2001), El sujeto y el otro. De la ausencia a la presencia, Barcelona, Paidós. BOTELLA, C. y S. (1997), Más allá de la representación, Valencia, Promolibro. (2001), La figurabilidadpsíquica, Buenos Aires, Amorrortu. BRITTON y cols (1989 1997), El complejo de Edipo hoy. Implicaciones clínicas, Valencia, Promolibro. EiGUER, A. (1987-1989), El parentesco fantasrnático, Buenos Aires, Amorrortu. EIGUEP. A. y cols. (1997-1998), Lo generacional, Buenos Aires, Amorrortu. FERRO, A. (2002), El psicoanálisis como literatura y terapia, Barcelona, Lumen. FoNAGY, P. (2001), «La violencia social y el sí mismo frágil», conferencia FEP, 2001. FREUD, S. (1886-950), Obras Completas, 3 vols., Madrid, Biblioteca Nueva. (1913), Tótem y tabú, OC, vol. II. (1914), Introducción al narcisismo, OC, vol. II. (1932), Sobre la conquista del fuego, OC, vol. III. JAMMET, Ph. (2002), «La violencia en la adolescencia», conferencia APM, 2002. K& s y cols. (1993-1996), Transmisión de la vida psíquica entregeneraciones, Buenos 114

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FRANCISCO MUÑOZ MARTÍN* Introducción El estudio sistemático de las «enfermedades de carencia» desde el punto de vista médico data de 1897 cuando el holandés Eijkmann, mientras se hallaba trabajando en las Indias holandesas, actual Indonesia, descubrió que una enfermedad caracterizada por neuritis y polineuritis, denominada beriberi, tenía relación con la dieta exclusiva de arroz refinado que consumían los habitantes de aquella zona. En el año 1911, 14 años más tarde, el polaco Funk, al analizar la cascarilla del arroz, tras haber comprobado que una dieta de arroz integral no provocaba el beriberi, encontró en ella la sustancia que curaba la enfermedad; era la tiamina, más tarde denominada vitamina B I.La explicación del beriberi hizo suponer a numerosos médicos e investigadores que determinadas enfermedades, sin explicación conocida hasta ese momento, podían ser entendidas como «enfermedades de carencia». Es decir, la carencia de vitaminas, por ejemplo, era la causante de numerosas enfermedades como el beriberi, la pelagra, el escorbuto, etc. Desde 1897 hasta nuestros días los estudios de las enfermedades de carencia y los descubrimientos en el campo de las sustancias preventivas como las vitaminas no han alcanzado su techo ,y siguen progresando sin detenerse. Paralelamente, las secuelas debidas al efecto de carencias afectivas precoces sobre la estructuración y el desarrollo del psiquismo humanos son un descubrimiento que se inicia con los trabajos de Freud, es decir, con el nacimiento del psicoanálisis y tienen su momento álgido con las investigaciones y las publicaciones de R.Spitz en 1946 sobre las consecuencias del hospitalismo y la observación de las llamadas depresiones anaclíticas vinculadas a las separaciones precoces y a las carencias afectivas masivas sufridas por los bebés internados, sujetos de su investigación. Desde hace ya más de 50 años, la toma en consideración de las consecuencias inmediatas o futuras que entrañan las carencias afectivas y las separaciones prolongadas del bebé con relación a su madre se ha convertido en una de las cuestiones privilegiadas de investigación dentro del campo del psicoanálisis y de la psicopatología infantil. Los numerosos trabajos llevados a cabo sobre los efectos de las carencias 116

afectivas precoces han contribuido no solamente a hacer evolucionar las diferentes concepciones acerca de los modos recomendados para ejercer los cuidados de la infancia, sino también a profundizar en el conocimiento de la singular relación madre-hijo y a ofrecer nuevas orientaciones teóricas en concurrencia con la parafernalia de ideologías existentes al respecto. A partir de los años 40, las observaciones clínicas directas sobre la importancia de la relación madre-hijo han sido numerosas: Recordemosa D.Burlingham y Ana Freud (1949) observando a los niños emplazados lejos de sus padres en la guardería de la Hampstead Clinic de Londres, durante los bombardeos de Londres. Lossingulares estudios retrospectivos, como los de Lauretta Bender (1947), intentando establecer una correlación entre ciertos síntomas encontrados en la primera infancia y las experiencias de separación precoz. Losestudios cuya metodología dejó flancos abiertos a las críticas que pueden hacerse a toda investigación anamnéstica que no tiene en cuenta en su investigaciones a aquellos sujetos que no presentan esos síntomas a pesar de haber experimentado carencias aparentemente similares. Véanse los estudios recientes sobre la resiliencia a los que nos referiremos más adelante. Losestudios catamnésticos de W.Goldfarb (1945), que se cuentan entre los más rigurosos, gracias a las investigaciones realizadas comparando grupos de individuos colocados en diferentes condiciones. Este autor tuvo en cuenta también el pasado de todos aquellos sujetos que habían vivido en las instituciones hasta una edad avanzada, llegando a concluir que las variables en juego eran ciertamente difíciles de controlar. Lamonografía número 2 de la OMS dirigida por J.Bowlby titulada Cuidados maternos y salud mental (1951), donde se formulan una serie de conclusiones, bien fundamentadas, que tuvieron una amplia influencia en todos los medios preocupados por el desarrollo psicológico de los niños y la salud mental infantil en general. Másrecientemente se han revalorizado las investigaciones sobre los efectos de las carencias aplicando al mundo infantil los descubrimientos de la psicología animal y de la etología. Bowlby (1969-1970) originó una importante corriente de controversias, muy enriquecedoras, en torno al fenómeno del «apego». Esta nueva orientación teórica, que debe mucho a las investigaciones etológicas de Harlow (1958), han sido inspiradas, sobre todo, por Hinde (1971) y Lorenz (1967). Definiciones del término «carencias precoces»

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Una valoración detenida de las críticas realizadas a este término denota, en gran parte de ellas, una deficiente comprensión del contenido de los principales trabajos publicados sobre la noción de carencia. Para intentar aplicar un poco de luz sobre la materia, deberíamos distinguir: 1.La noción de carencia: que implica una falta cuantitativa de interacciones madre-bebé. Este término connota, en su etimología latina, un estado de deprivación. 2.La noción de separación: que no implica verdaderamente una insuficiencia cuantitativa en los intercambios. La situación de separación madre-bebé, o bebé-familia entera, incluyendo su medio ambiente material y natural, entraña reacciones que pueden ir desde las menos importantes a corto término hasta las más peligrosas y agudas debidas a la ruptura de un significativo vínculo anterior; este tipo de desamparo no revela obligatoriamente la mala calidad inicial del hogar sustituto sino que pone de relieve las malas condiciones en las que se encuentra el niño para trabar una relación con otra figura materna sustitutiva, así como las dificultades que puede tener ésta para entenderse con el niño. Esta insuficiencia se pone más de manifiesto cuando el niño, privado de su madre, es colocado en un hospital, en la guardería o en otra colectividad educativa o sociosanitaria. 3.La noción de insuficiencia relacional cualitativa: este tipo de distorsión nos deja mucho más insatisfechos cuando intentamos explicarla. Hace referencia a una falta de adecuación profunda por lo que respecta a los tipos de respuesta que ofrece la madre a las «necesidades» vitales de su hijo. Participando de las tres anteriores, son destacables las carencias larvadas e insidiosas familiares, detectadas en aquellos hogares donde el niño puede ser abandonado a su suerte sin los cuidados suficientes, cuando no abiertamente maltratado. Las carencias y las frustraciones masivas familiares son las más difíciles de poner en evidencia, sea porque éstas son camufladas por los padres o porque resultan ser desconocidas por ellos mismos. Es el caso de las familias que se rodean de personal de servicio más o menos numeroso (cuidadoras, baby sitter, estudiantes au pair, etc.), encargados de cuidar a los niños y sobre cuyas características el profesional de la salud no suele tener más que una superficial información. Este personal, por su frecuente movilidad, por su inestabilidad, coloca al niño frente a múltiples experiencias de separación y deprivación afectiva cuya gravedad es frecuentemente desconocida hasta por los mismos padres. Resulta, pues, útil llegar a conocer en cada caso qué parte corresponde tanto a la insuficiencia cuantitativa no compensada, como a la distorsión relacional y a la 118

discontinuidad de la relación, puesto que, además, la experiencia demuestra que todas ellas suelen aparecer frecuentemente intrincadas en numerosos casos. Tipología de las carencias precoces 1. Depresión anacliticay hospitalismo: clásico ya y, hasta algo caricaturesco, es el cuadro descrito por R.Spitz (1946) con el término de depresión anaclítica, consecuencia de una deprivación materna parcial. Él emplea el término de depresión en razón de la similitud clínica que él observa que existe con la depresión del adulto. Durante 18 meses observó a 123 niños de una guardería para jóvenes madres delincuentes que tenían una breve pena que cumplir. El cuadro clínico que él aisló consistía en lo siguiente: después de llorar y gritar intensamente, progresivamente, en un mes los pequeños se convertían en niños quejosos y lánguidos, adoptando una actitud de repliegue, rechazando tomar parte en las actividades del entorno. Su actitud era la de ignorar a todo el que se le acercaba. Si se intentaba atraer su atención con insistencia, muchos podían responder con lágrimas en los ojos, llantos o crisis agudas. Este comportamiento podía durar entre dos y tres meses. En general tendían a perder peso. Algunos podían sufrir de insomnio y, en general, todos manifestaban una gran sensibilidad a los resfriados y a los eccemas. También observó un declive progresivo del cociente de desarrollo. A partir de los tres meses, el estado lloroso era reemplazado por una suerte de rigidez congelada de la expresión facial. Los pequeños rechazaban el alimento; permanecían inmóviles e inexpresivos, como embrutecidos, no pareciendo percibir lo que sucedía a su alrededor. Estos comportamientos se acompañaban de actividades (autocráticas) orales, anales o genitales. El contacto con los pequeños que habían llegado a este estado resultaba siempre difícil, cuando no imposible. Las condiciones de aparición de este cuadro tenían en común que la separación de la madre sucedió entre el sexto y el octavo mes. Durante casi los tres primeros meses el niño no podía ver a su madre (o, al menos, la veía una vez por semana). Además, era la madre la única encargada de los cuidados de su hijo en esta institución. Este síndrome no surgió en aquellos niños que no habían sido separados de su madre. La separación de la madre, observó Spitz, no era una causa suficiente para la eclosión de este síndrome. Resultó ser completamente reversible al cabo de tres meses tras la vuelta de la madre o con la creación, cuando ello era posible, de una relación privilegiada entre el bebé y un sustituto maternal, estable y paciente. Las medidas terapéuticas consistieron en devolver a su madre al hijo. «El cambio que experi mentaron los pequeños fue sorprendente; rápidamente se volvieron amables y alegres, y el cociente del desarrollo se elevó bruscamente», dice Spitz. Sin el regreso de la madre o el establecimiento de una relación privilegiada con otro ser humano, el cuadro descrito no presentaba tendencia alguna hacia la estabilización espontánea. Spitz describió este cuadro en su aspecto más extremo con la palabra, quizá impropia, de hospitalismo; observándolo también en una institución de acogida

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[...] donde las normas de higiene, de cuidados médicos y de alimentación eran equivalentes a los de la guardería carcelaria, pero donde la separación de la madre tenía lugar poco después del tercer mes y, frecuentemente, al sexto mes, y donde el objeto de amor no era restituido totalmente. Los niños allí eran carenciados sobre el plan de los cuidados maternos aun teniendo a una niñera que se encargaba de cada 10 niños. Un cuadro de estupor catatónico se instalaba junto a una especie de repugnancia a tocar los objetos; posturas poco habituales y bizarras de los dedos y las manos era la actividad esencial de los niños... Y ninguna intervención resultó eficaz cuando la separación del hogar era muy prolongada. Para Spitz, la pérdida real del objeto de amor equivaldría para el niño a una deprivación hostil. Los trabajos de R.Spitz levantaron numerosas críticas. Sobre algunas de ellas él mismo puso el acento al poner de relieve el importante papel que tiene la edad del niño en el momento de ser sometido a la experiencia carencial; la gravedad de la pérdida de objeto de amor en cuanto tal, sobre todo después de la instauración de la relación objetal hacia los 6-8 meses de vida; el peso que tiene la duración de la separación carencial para poder establecer un pronóstico; la falta de estimulación que emana de la separación. Aprovechando la resonancia científica que tuvieron sus investigaciones, R.Spitz introdujo un cuestionamiento a cualquier práctica indiscriminada de internamiento prolongado de bebés en los hospitales y en cualquier institución colectiva sanitaria. Él término de «hospitalismo» y el cuadro clínico descrito, si en sí mismo parece ser algo impropio y exagerado, no por ello deben subestimarse los siguientes hechos: Notodos los lactantes y demás niños reaccionan del mismo modo a una deprivación materna. Losriesgos de sufrir carencias significativas, presentes en todo tipo de internamiento u hospitalización, por bien acondicionada que esté la institución de acogida, perviven regularmente en toda organización socio-sanitaria, lo que nos lleva siempre a poner entre paréntesis la estructura y la organización dinámica típicas de dichas instituciones. Las lagunas interrelacionales pueden progresivamente reaparecer y precisamente mucho más frecuentemente, cuando no se tiene conciencia de los riesgos que ellas conllevan. Un estudio más actual sobre las carencias afectivas en las instituciones sociosanitarias ha sido elaborado por Myriam David y Geneviéve Appel (1962), que han estudiado los factores presentes en la guarderías socio-sanitarias. Estas guarderías son 120

establecimientos con internamiento de tipo hospitalario donde los niños pasan largas temporadas (alrededor de tres meses como mínimo), a veces desde el nacimiento. Las estancias son motivadas por razones de tipo social (espera de emplazamiento familiar o de adopción en casos de abandono), o también por razones sanitarias (prevención de contacto con tuberculosos después de haber vivido en un medio familiar satisfactorio). Son, en estas guarderías, donde se encuentran reunidos los más altos riesgos de carencias afectivas. Las autoras realizaron sus observaciones y pasaron sus encuestas a una de las instituciones de acogida infantil de más alto nivel con relación al equipamiento y al personal cualificado. Ellas compararon a los bebés examinados con otros pertenecientes a grupos de referencia. El plantel de acogida, la presencia de personal competente y con buena disposición hacia los niños creaban fácilmente la ilusión de que todo estaba correcto, sobre todo con relación a los necesarios aportes brindados a los niños por una institución colectiva, llegando por ello a persuadir a muchas personas de que un medio tal no engendraría ninguna carencia afectiva para los niños. Solamente un estudio sistemático y prolongado permitió llegar a conocer las experiencias realmente vividas por los niños. Un breve resumen de las consecuencias de su investigación nos lo aclara: El estudio del movimiento de las enfermeras reveló que un número elevado de personas, hasta 16, intervenían diariamente con cada niño y eso durante dos meses y medio, sin dejar de contar, como se debe, al personal en prácticas, al personal fijo y todas las sustituciones. El problema que se planteaba era si existía algún inconveniente real para que cada niño pasara por múltiples manos durante los tres primeros meses de su vida. Las autores encontraron que, a partir de la edad de ocho semanas, los niños mostraban signos de alegría y tenían reacciones más vivas a la vista de una enfermera cuya presencia dominante era estable, algo que disminuía o suprimía del todo la inquietud de los niños ante los cambios ambientales. Esta capacidad para apegarse a un objeto de amor nuevo y satisfactorio era y es una de las características de los bebés. Esto debería ser, a juicio de las autoras, tenido en cuenta y bien utilizado, aun sabiendo, incluso, que este sustituto no tiene evidentemente ni la voz ni el olor de la madre original. Al principio del estudio, los niños eran expuestos a largos períodos de soledad a pesar del ir y venir frecuente de las enfermeras y de la vigilancia regular y ello sin que los adultos hubieran jamás tenido la sensación de dejarlos abandonados. En los dos grupos estudiados, la proporción media del tiempo pasado despiertos en solitario por cada 100 minutos de observación del estado de vela total era del 67 por 100 en un grupo y del 47 por 100 en el otro. En estas condiciones, muchos aspectos de los cuidados ofrecidos pasaban desapercibidos para las enfermeras y los niños vivían largos períodos de malestar sin ser reconfortados. Los niños abandonados a sí mismos utilizaban espontáneamente medidas que se han reconocido como nocivas para su desarrollo: juegos autoeróticos, movimientos de balanceo, 121

juegos de manos y dedos delante de los ojos, etc. En razón de la ausencia de estimulación y debido a la ausencia de respuesta a sus llamadas, éstos investían libidinalmente objetos inanimados u objetos de su propio cuerpo, desprendiéndose progresivamente del interés por el ser humano. Otro hecho relevante era la pobreza cuantitativa y cualitativa de los contactos sociales dentro de estas instituciones y la ocurrencia de los mismos tan sólo en ocasión de la satisfacción de las necesidades y de los cuidados de los niños considerados como obligatorios. No olvidemos que si, al principio, el objeto de amor no existe realmente para el bebé sino cuando aparece vinculado a los momentos discontinuos de la satisfacción de las necesidades, progresiva y rápidamente, a la discontinuidad de la vivencia de la necesidad se sustituye una continuidad en el reconocimiento del objeto de amor que el niño gusta de «solicitar», cuando no de «alucinar», como algo que va más allá de la satisfacción de la necesidad misma. Cuando la absorción de un biberón duraba más de seis minutos, entonces se consideraba que el bebé mamaba mal y las enfermeras lo estimulaban a que lo hiciera más deprisa. El cambio de pañales o de la ropita era cada vez más rápido en razón de la destreza del personal y del tiempo pasado sobre sus rodillas en función de la exclusiva rapidez con la que echaba el eructo. Esta primera parte del estudio de Myriam David y Genevieve Appel resulta ser bastante elocuente para poder colocar, junto al nombre y apellidos de ciertas instituciones de acogida, algunos subtítulos que identifiquen los riesgos de generar vivencias carenciales en las instituciones colectivas socio-sanitarias, sean las que sean (incluso en las que no falta un tipo de crianza de carácter familiar). Las dificultades de comunicación detectadas fueron en principio atribuidas a las circunstancias maternales desfavorables vividas por el niño o a la personalidad y a la torpeza de alguna que otra enfermera. La individualización de los cuidados permitió reconocer que la organización misma de la institución de acogida (como probablemente las de otras instituciones colectivas socio-sanitarias) tenía que ver con un tipo de reacción defensiva contra la amenaza afectiva inconsciente que el contacto estrecho con un bebé que no era el propio representa para una joven enfermera. La experiencia de estas autoras en una institución, al parecer bastante bien equipada, resultó clarificante sobre la posición transferencial inconsciente del personal cuidador. Todos los bebés, como pudo comprobarse, no eran susceptibles de gustar a las enfermeras que les habían sido atribuidas e, inversamente, tampoco eran, por esto, susceptibles de responder a los reclamos de ellas. Las emociones reactivadas por algunos tipos de relación afectiva privilegiada ponían, asimismo, en cuestión las actitudes profesionales de las enfermeras o cuidadores y complicaban la partida del niño, vivida a veces como una pérdida difícil de soportar. Para luchar contra todos estos reajustes afectivos múltiples, algunas enfermeras (o personas encargadas de los cuidados del bebé) solían reaccionar, por razones de economía afectiva, dedicándose de forma absorbente a sus tareas múltiples y a sus actividades mecanizadas, inhibiendo o desplazando su 122

interés por el niño hacia las tareas exclusivamente materiales. Solamente mediante di námicas de grupo, un intercambio continuo de experiencias y una reflexión detenida del personal sobre los fundamentos y la dinámica interna de la institución, se pudo introducir cambios duraderos efectivos. A través de estos estudios se ha podido tener conocimiento no sólo de la existencia de carencias afectivas precoces, sino también de las circunstancias que se encuentran en la base de las experiencias carenciales en el funcionamiento de las instituciones socio-sanitarias de acogida para niños, incluso en aquellas supuestamente más perfectas, algo que no suele ser la regla. II. Carencias afectivas en el hogar familiar: las que se dan en el hogar suelen estar directamente relacionadas con una situación abierta o solapada de rechazo hacia el bebé. En esta situación las condiciones de vida del bebé son precarias, no solamente por la pobreza de su estimulación sensorial, sino también por la debilidad del interés que mueve a la madre a satisfacer las necesidades más elementales de su hijo (el bebé resulta ser mal alimentado y mal cuidado, cuando no maltratado en su sentido más estricto). La pobreza de los intercambios puede estar vinculada también a cierta disposición patológica de la madre; en particular, madres depresivas, melancólicas o psicóticas que tienen una clara dificultad para percibir y prever las necesidades del bebé, así como para, posteriormente, detectar y evitar malas influencias para sus hijos a la hora de contratar a cuidadoras incompetentes y de mala calidad interrelacional. Estas dificultades se extienden al poco o inexistente contacto de la familia natural con el personal de la guardería donde se manda al niño y en la extrema reducción de las actividades reparadoras y compensadoras frente a las lagunas afectivas y sensoriales de las modalidades utilizadas en los cuidados. En los casos más graves de abandono del hogar por parte de los padres, puede desarrollarse un cuadro de desnutrición que conduce a un retraso creciente, observado hacia los tres años y denominado «enanismo psicógeno» o «enanismo por desamparo» que no debiera imputarse, abusivamente, como hacen algunos pediatras a una insuficiencia hipofisiaria. III. Carencias afectivas por separaciones repetidas y/o prolongadas: Robertson y Bowlby (1952), en un estudio clínico sobre los efectos de la separación temporal madre-hijo, distinguieron tres modos sucesivos de reacción: a) Una fase de desamparo aguda con crisis de llanto. b) Una fase de desesperanza con desconcierto intenso y repliegue sobre sí mismo.

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c) Una fase de desapego durante la cual el bebé acepta los cuidados sin importarle quién los realiza, quién sea el/la sustitututo/a maternal, pareciendo perder todo apego hacia su madre original. Estas reacciones se observan esencialmente en niños pequeños de uno a tres años que se encuentran privados no sólo de su madre sino también del entorno familiar habitual: padre, hermanoshermanas, objetos significativos, etc. Para Rutter (197), «el niño estaría especialmente afectado por la tensión y la disarmonía de su entorno; la dispersión familiar tendría solamente una influencia menor». Teniendo un año, los bebés aceptan sin protestar al sustituto materno y las modificaciones del entorno. Los efectos secundarios de la separación temporal varían según la fase de reacción a la separación en la que se encuentre el bebé en el momento del regreso al hogar. Esta fase depende de diferentes factores: Laedad en el momento de la separación. El término de separación se entiende en cuanto tal cuando la relación madrebebé está ya estructurada con una cierta constancia, es decir, hacia la edad de los ocho meses. De igual forma, la edad y el estado de madurez del niño intervienen en la tolerancia más o menos dañina a la separación, en la medida en que ella condiciona su capacidad para comprender lo que pasa y lo que le sucede. El desarrollo de la capacidad de expresión a través del lenguaje es importante tenerla en consideración para juzgar la oportunidad o menos de llevar a cabo una separación, ya que ello permite superar mejor el estado de desamparo que acompaña toda separación, evitando fases secundarias de desapego. Elmotivo de la separación y las capacidades del bebé para comprenderlo entran también en juego. Una separación de la madre debida a una enfermedad de ella o a un acogimiento familiar sustitutivo no tiene la misma connotación que una hospitalización, breve o prolonjada, del bebé. Laduración de la separación es -undamental. Laexistencia, o menos, de un sustituto maternal ya conocido por el bebé y estable durante la duración de la separación. La adaptación al sustituto dependerá de la cualidad de las relaciones madre-bebé antes del episodio de separación y de un eventual mantenimiento del contacto con los padres. Elretorno al hogar puede, a su vez, significar otro episodio de separación, esta vez por separación del sustituto materno; por este motivo las intrínsecas cualidades reparadoras del entorno familiar pudieran verse asimismo alteradas. Robertson (1962), en un estudio clínico, realizó el seguimiento de niños que regresaban al hogar familiar: 124

•En las separaciones breves el regreso del pequeño se efectuó durante la fase de desamparo, observándose frecuentemente comportamiento de apego angustioso, sea inmediatamente después del regreso, sea después de un período de indiferencia, desapego y hostilidad abierta con rechazo de la madre. Esta eventual hostilidad pudiera inducir inevitablemente a la madre a tomar una contraactitud torpe por sentimientos de culpabilidad. Un estado de sensibilidad ulterior a la ansiedad de separación parece ser uno de los efectos manifiestos de la separación, pero puede permanecer latente y escondida hasta que un episodio de la vida familiar del niño la reactiva. •En las separaciones prolongadas, el perjuicio carencial inevitable, tanto si es más o menos profundo, puede inducir y fomentar la fijación de un comportamiento característico de desapego, impidiendo al niño retornar a un estado de apego normal. •En las separaciones repetidas se encuentra el daño genuino. La repetición de las separaciones más o menos breves del bebé o del niño de su madre o sustituta conduce a una carencia precoz prolongada más o menos grave. La discontinuidad de los investimientos objetales de calidad variable desorganiza la vivencia del niño, así como la adecuada estructuración de la imagen de su propio cuerpo, dañando progresivamente la instauración de nuevos vínculos y la restauración y reparación de los antiguos: todo nuevo investimiento reactiva heridas narcisistas de las que el niño puede intentar protegerse mediante comportamientos de hostilidad o desapego aparentes. La repetición de las separaciones complica sobremanera cada nuevo emplazamiento o cada nuevo retorno al hogar. Un círculo infernal se forma en el curso del cual los trastornos del comportamiento, relacionados con una intensa y torpe búsqueda afectiva, siempre insatisfactoria, engendra un rechazo más o menos consciente por parte de la madre y el entorno. •No deben dejar de tenerse en cuenta las separaciones reiteradas. Allí donde, aparentemente, sólo se tiene en cuenta un desplazamiento o un cambio de entorno familiar, el niño suele sufrir, de hecho, numerosas y reiteradas separaciones, así como numerosas rupturas de vínculos con los adultos significativos; el niño experimenta frecuentes cambios espacio-temporales (lugares diferentes y jornadas prolongadas) antes de encontrar una estabilidad relativa. Cada cambio témporo-espacial, generalmente, se acompaña de cambios en los rostros y en las personas del entorno. El niño, para esas personas, es siempre «nuevo», puesto que nadie durante estas correrías tiene tiempo de percibir las formas típicas que revelan dicho sufrimiento, ya que nadie puede, ni tiene la oportunidad, o el tiempo necesario, para comparar al niño consigo mismo en diferentes momentos, o para observarlo con detenimiento contrastando su forma de ser en diferentes momentos de su vida y de su 125

desarrollo. La incorporación de la mujer-madre al mundo laboral El hecho de que se haya generalizado el trabajo de las madres fuera de casa conlleva que los hijos experimenten cortas separaciones durante las cuales los cuidados son realizados por un sustituto materno perteneciente o no a la propia familia. La buena calidad de las interacciones de la madre con el bebé y con dichos sustitutos o la calidad relacional de las personas que ejercen su ayuda debieran permitir crear una continuidad ambiental de fondo y evitar al niño los sufrimientos de una discontinuidad relacional que, por esta circunstancia, no debiera ser más que superficial y aparente. Los conflictos de rivalidad entre madre y sustitutos, la confusión de funciones pueden alterar las buenas relaciones necesarias entre la madre original y las madres suplementarias. Además del padre, otras figuras pueden intervenir de forma más o menos continua en los cuidados del niño: familiares próximos, hermanos, hermanas, servidores a tiempo parcial o completo, chicas del servicio, etc. No hay que descartar, también, que existen madres que buscan, efectivamente, librarse de su papel de madre o de ama de casa a tiempo pleno, repartiéndolo o compartiéndolo con otras personas. Por otra parte, creo que se han cometido abusos al adjudicar la génesis de los trastornos de carencia de algunos niños con aspectos exclusivamente cuantitativos de insuficiencia de cuidados. Sin embargo, una observación más cuidadosa muestra que ciertas madres son del todo incapaces de asegurar un adecuado maternaje o simplemente un maternaje suficiente. Por ejemplo, los hijos de familias más acomodadas donde la madre no tiene necesidad de trabajar y puede estar en el hogar todo el tiempo necesario no se encuentran libres de padecer un maternaje insuficiente. Para terminar este apartado podemos decir que, si las madres múltiples son perjudiciales, como hemos visto, a propósito de las guarderías e instituciones sociosanitarias de acogida, puesto que ninguna persona se siente implicada o se implica adecuadamente con el niño, las llamadas madres suplementarias, más y mejor implicadas en la crianza, por el contrario, pueden combinar sus efectos beneficiosos y permitir al niño asumir y elaborar mejor las separaciones. También podríamos añadir que la frecuencia con la que ciertos hombres-padres, actualmente, se responsabilizan y toman su parte en el conjunto de los cuidados maternales no modifica sensiblemente el problema tal y como lo estamos tratando aquí.

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Consecuencias y secuelas de las carencias de cuidados maternos Estas secuelas no son uniformes. Los episodios de carencia actúan, en efecto, sobre un proceso de desarrollo que está en curso y deben ser interpretados en función de las experiencias anteriores. Si se reparalla carencia, la respuesta del niño dependerá tanto de la intensidad de los procesos puestos en marcha durante la frustración relacional, como de la manera mediante la cual estos procesos son reforzados, modificados o invertidos por las interacciones organismo-entorno. No resulta raro que un encadenamiento en espiral de las reacciones exacerbe los efectos de una experiencia frustrante particularmente intensa: el retorno a ciertos medios semicarenciales que no ofrezcan la posibilidad de una mejor relación no favorece la reversibilidad de las reacciones, sino que incluso las puede hacer irreversibles. Las posibilidades de reversibilidad de los trastornos presentados por el niño descansan sobre ciertos indicadores. Mary Ainsworth (1961) aisló algunos de ellos: 1.Cuanto menos tiempo actuó la carencia, mayor es la posibilidad de que el desarrollo vuelva a ser normal. 2.Pasado el primer año de vida, cuanto mayor es el niño en el momento en el que actúa el episodio carencial, mayor es la posibilidad de que la reparación del daño sea fácil y completa. Las frustraciones graves y prolongadas sufridas durante los primeros años de vida afectan fundamentalmente a la función de comprensión y comunicación verbal, •sea retrasando la aparición del lenguaje (con las consecuencias que conlleva esta aparición tardía), •sea provocando la regresiónlde las capacidades lingüísticas en el niño que está experimentando un largo período de frustración materna durante los primeros momentos de la adquisición del lenguaje hablado. Esta regresión se extiende frecuentemente a otros dominios funcionales como la motricidad, la afectividad y el control de los esfínteres, llevando a cabo una verdadera regresión funcional del «YO» en formación. Más tarde es la función de abstracción, apoyada sobre el lenguaje, la que se encontrará hipotecada, derivándose de todo ello una suerte de «debilidad frustracional» (Racamier, 1954). Los niños que han sufrido carencias precoces se revelan como extremadamente dependientes de todo lo que es actual y presente; discriminan defectuosamente entre 127

sí mismos, el otro y el mundo exterior; su organización espacio-temporal es precaria y su capacidad para poner y aceptar límites quedan muy restringidos. Su capacidad para la imitación y la identificación se encuentran dife ridas y empobrecidas a causa de la fragilidad de su yo - poco flexible-, comprometiendo más todavía la adquisición del lenguaje. Su capacidad intelectual misma se encuentra disminuida por un excesivo e intenso investimiento narcisista que acabará dañando posteriormente el surgimiento y la consistencia de los procesos de sublimación. Estos procesos deficitarios no suelen ser reversibles, más que en contadas ocasiones y con ciertas limitaciones: el funcionamiento intelectual de esos niños se suele estabilizar sobre una modalidad de funcionamiento deficitaria donde cada componente establece su funcionamiento de una forma disarmónica en función del peso diferente que tiene cada factor evolutivo en juego. La precariedad del lenguaje es un obstáculo para el acceso a la comunicación simbólica y a los funcionamientos secundarizados. De ahí la fragilidad que nos encontramos en algunos funcionamientos neuróticos infantiles que no permiten ligar suficientemente la angustia experimentada y conducen hacia funcionamientos límites de tipo psicótico o caracterial psicopático. El investimiento de las actividades intelectuales suele ser bastante pobre. El niño no obtiene placer de su funcionamiento autónomo. Su actividad mental permanece excesivamente sometida a los azares de la relación emocional. En estos casos y con relación a los tipos de intervención psicoterapéutica, lo importante para el niño no será ya la riqueza de la estimulación ofrecida, sino el reconocimiento por parte de éste de la existencia de esta riqueza pero en un entorno mejor estructurado. Para ser percibidos y asimilados, los cambios novedosos deben realizarse con referencia a un entorno mejor organizado y más estable. Si no existieran cambios y aportes nuevos, y si, además, la novedad terapéutica es presentada en un clima de estimulaciones múltiples y angustiantes, todo ello provocaría un estado de desestructuración emocional que impediría no sólo una correcta asimilación, sino que el aprendizaje se realice adecuadamente. Tan sólo una relación estable evita al niño la desestructuración narcisista, organizando sus capacidades para lograr comprender y manejar mejor los vínculos existentes entre los efectos y las causas de los acontecimientos que se le presentan. Las secuelas afectivas a corto plazo pueden persistir o evolucionar: el niño suele tener un comportamiento adhesivo al mismo tiempo que puede cambiar constantemente de objeto afectivo, algo que puede trabar seriamente los contrainvestimientos del entorno familiar y ambiental, sometiendo su narcisismo a una dura prueba. 128

1 El desarrollo somático y, diríamos ampliándolo, psicosomático no se encuentra más al abrigo, es decir, más protegido que el desarrollo de las funciones intelectuales. A veces encontramos que una hipotrofia persistente se instala con una gran sensibilidad a diferentes tipos de infecciones. La predisposición a los trastornos intestinales, rino-faríngeos, etc., amenaza con introducir al niño en el círculo repetitivo y patológico (iatrogénico) de las consultas médico-sanitarias. A largo término resulta muy difícil de atribuir a las solas carencias enunciadas la etiología de los diferentes trastornos enunciados, ya que la complejidad de la evolución del desarrollo y de los conflictos internos no nos autoriza a realizar una simplificación causal. El holding, el handling y la conveniente presentación del objeto, según Winnicott: consecuencias sobre el desarrollo emocional y la temprana estructuración del psiquismo Winnicott concibió una teoría original y personal acerca de los procesos madurativos en el niño. Uno de los aspectos más destacados de la misma es el lugar privilegiado que le concede al ambiente en el cual se desarrollen dichos procesos. Por ambiente se refiere a la madre o su sustituto en los primeros meses, a la madre y el padre (pareja parental) posteriormente y, por último, al entorno familiar y cultural, inmediato y significativo. La interacción de este ambiente con el bebé y sus características individuales innatas dará cuenta de las distintas posibilidades de desarrollo normal y patológico. La descripción que hace Winnicott de los primeros procesos del desarrollo infantil se caracteriza por una mirada a la que, por comparación con la observación kleiniana en boga en esos momentos, podríamos llamar «optimista». Con esto me refiero a que el «bebé kleiniano» parece ser un bebé casi psicótico, luchando denodadamente en contra de la pulsión de muerte y tratando de no sucumbir al sentimiento de envidia primaria. El «bebé winnicottiano» es, en cambio, un bebé que nace con un potencial here dado que, de no ocurrir ningún suceso catastrófico en el ambiente que deberá sostenerlo, se desarrollará en el sentido de la salud y de la maduración. Es decir, será atravesado por las vicisitudes pulsionales descritas por Klein y Freud, pero, al tener el apoyo del yo auxiliar de la madre y el entorno, estas vivencias ayudarán al crecimiento y fortalecimiento del yo del bebé. Winnicott postula que, en el inicio, no hay nada que se pueda llamar bebé, sino que lo que se observa es una unidad bebé-madre. Estudia, por lo tanto, ambos componentes de la unidad, describiendo sus aportes al vínculo, y la manera en que éste se va transformando para permitir el desarrollo de la personalidad madura. En ésta se incluye el yo, el selfverdadero, los aspectos adaptativos del selffalso y ciertas 129

capacidades específicas descritas por el autor: la capacidad de estar a solas, y la capacidad de preocupación por el otro. Funcionamiento psíquico temprano Frente a la pregunta acerca de si existe un yo desde el principio, Winnicott responde que «el principio está en el momento en que empieza el yo». Dice, además: «El término yo puede utilizarse para describir la parte de la personalidad humana en crecimiento que en condiciones adecuadas tiende a integrarse en una unidad». Además de la tendencia a la integración, habrá otros dos aspectos esenciales que se deben tener en cuenta en el desarrollo del yo: la personalización y el adecuado inicio de las relaciones objetales. Estos tres aspectos no deben ser entendidos como necesariamente consecutivos; es decir, deben ser pensados como interrelacionados y superpuestos en algunos momentos. a) Integración: al hablar de integración, deberemos mencionar cuál es el punto de partida, y cuál la meta de la misma. Para Winnicott, la integración es un proceso que depende de una tendencia psicológica heredada, es decir: existe siempre en el recién nacido la tendencia a la integración, la cual deberá ser apoyada o complementada por una cierta actividad del ambiente materno a la que denomina holding o sostenimiento. En el proceso-de integración el bebé parte de los elementos motores y sensoriales rudimentarios con los que cuenta al nacer. Estos elementos le darán una pauta de existencia. Serán la matriz y el hilo conductor de una experiencia de continuidad existen cial, sobre la cual se asientan los rudimentos de una elaboración imaginativa del funcionamiento corporal. A esto se le agrega la protección dada por la madre al yo incipiente del bebé, que le evitan la aparición de la angustia inconcebible, la cual cortaría la experiencia de continuidad existencial del propio ser del bebé. La angustia inconcebible tiene distintos modos de ser vivenciada, que son la base de las angustias psicóticas: fragmentarse, caer interminablemente, no tener ninguna relación con el cuerpo y carecer de orientación. La aparición de la angustia inconcebible en cualquiera de estas formas provoca la ruptura de la continuidad existencial. De perdurar en el tiempo, o de producirse en repetidas oportunidades, será causa de diversas patologías. Es necesario aclarar también que lo opuesto de integración no es desintegración. Desintegración remite a un proceso defensivo específico relacionado con la psicosis. Lo opuesto a la integración es la no integración. Para llegar a la integración se parte de la no integración, a la que se puede retornar en ciertos momentos, gracias al adecuado sostenimiento materno, idea que desarrollaremos más detenidamente al describir la capacidad de 130

estar a solas. Como ya se mencionó, todo este proceso requerirá de la participación y adaptación activa de la madre frente a los requerimientos y necesidades del bebé. Esta actitud de sostenimiento o holding por parte de la madre implica su posibilidad de empatía con las necesidades del bebé en el momento de la dependencia absoluta, es decir, cuando aún no se produjo la separación psicológica entre el yo y el no yo. Incluye el sostenimiento físico del niño, «que resulta ser una forma característica de amar», la satisfacción de las necesidades fisiológicas y la protección frente a los estímulos displacenteros; «[...] incluye la totalidad de la rutina del cuidado a lo largo del día y la noche [...] »; «[...] también incluye los minúsculos cambios cotidianos, tanto físicos como psicológicos, propios del crecimiento y desarrollo del infante». b) Personalización: éste es otro momento de la integración, referido específicamente a la integración psicosomática. Al decir de Winnicott, en este momento, «la psique habita el soma». Se producirá concomitantemente con la etapa de diferenciación «yo no yo», e irá en paralelo con el establecimiento de la piel como membrana limitante entre el adentro y el afuera, entre el bebé y su madre. En esta situación se va completando el esquema corporal del bebé, y comienzan a tener sentido los términos «proyección» e «introyección». La personalización tiene su contrapartida facilitadora del lado materno con la manipulación o handling. Esta actividad, que podríamos llamar también «asistencia corporal», se refiere a la correspondencia estrecha entre la actividad materna y el reconocimiento de que se ha producido una integración psicosomática en su hijo. Supone que «la persona que cuida al niño es capaz de conducir al bebé y al cuerpo del bebé como si los dos formaran una unidad» (8). La personalización tendrá como consecuencias una buena coordinación motora y un adecuado tono muscular. c) El adecuado inicio de las relaciones objetales: en este momento en el que «el yo inicia las relaciones objetales» tendrá que existir, por parte del ambiente, la adecuada y oportuna presentación del objeto. Es ésta una actividad particular de la madre, que, al principio, le acerca el objeto al bebé, sustentando y no destruyendo la paradoja de que él crea que éstos pertenecen al ámbito de su control y propia creación omnipotente. Posteriormente, gracias a esta experiencia, podrá relacionarse con los mismos y amarlos. Resumiendo, podemos decir que existe una correspondencia necesaria entre estos tres aspectos del desarrollo del yo, y los mecanismos adaptativos maternos. Se configurarían entonces de la siguiente manera: la integración del bebé requerirá del holding materno; la personalización del handling y la relación de objeto requerirá de 131

la adecuada presentación del mismo por parte de la madre. Conclusiones Si los efectos de las carencias afectivas precoces son variables, es porque las situaciones de carencia son diversas. 1 Las secuelas no dependen solamente del tipo de carencia o de su grado de intensidad, sino también de la historia del niño, de su biografía y del tipo de respuesta ofrecido por los padres o por el entorno sustitutivo, sea éste más o menos provisional. Estos efectos son difícilmente comparables entre un niño y otro, y ello debido a la diversidad de los parámetros en juego. Frecuentemente se ha constatado que ciertos niños parecen escapar a los efectos deteriorantes, incluso cuando sus historias resultan ser casi idénticas a las de los otros que padecen intensamente las secuelas. Se suele acudir a explicarlo en razón de supuestas capacidades originales de resistencia de estos niños, probablemente de origen genético, o tempranamente consolidadas. El nuevo concepto de «resiliencia», original de Werner (1992), pretende iluminar algo este sombrío campo de investigación. Este autor investigó la influencia de los factores de riesgo que se presentan cuando los procesos del modo de vida, de trabajo, de la vida de consumo cotidiano, de relaciones políticas, culturales, ecológicas se caracterizan por una profunda falta de equidad y una gran discriminación social, falta de equidad de género y etnocultural, que generan formas de remuneración injustas con sus consecuencias: la pobreza, una vida plagada de nocivos estresores, sobrecargas físicas y exposición a diferentes peligros; más que «factores de riesgo», deberían considerarse, como dice Breihl (2003), «procesos destructivos», que caracterizan a determinados modos de funcionamiento social. Werner siguió durante más de 30 años, hasta su vida adulta, a más de 500 niños nacidos en medio de la pobreza en la isla de Kauai. Todos pasaron penurias, pero una tercera parte sufrió además experiencias de estrés y/o fueron criados por familias disfuncionales debido a peleas, divorcios con ausencia del padre, alcoholismo o enfermedades mentales. Muchos sujetos presentaron patologías físicas, psicológicas y sociales, como, desde el punto de vista de los factores de riesgo, se esperaba. Pero también se detectó que, contrariamente a lo esperado, muchos lograron un desarrollo sano y positivo: estos sujetos fueron definidos como resilientes. Como siempre sucede cuando hay un cambio científico importante, se formuló una nueva pregunta que vino a fundar un nuevo paradigma: ¿por qué no enferman aquellos sujetos sometidos a tan nocivos factores de riesgo? Primero se pensó en cuestiones genéticas («niños invulnerables», se los llamó), pero la misma investigación miró en la dirección adecuada. Se observó que todos lo 132

sujetos que resultaron «resilientes» tenían, por lo menos, una persona (familiar o no) que los aceptó de forma incondicional, independientemente de su temperamento, su aspecto físico o su inteligencia. El hecho de contar con alguien y, al mismo tiempo, sentir que sus esfuerzos, su competencia y su autovaloración fueran reconocidos y fomentados resultó fundamental para aumentar su capacidad de resistencia y fomentar su desarrollo positivo. Ahí se encontraba la diferencia. Werner dice que todos los estudios realizados en el mundo acerca de los niños desgraciados comprobaron que la influencia más positiva para ellos es una relación cariñosa y estrecha con un adulto significativo. O sea, que la aparición o no de esta capacidad «resiliente» en los sujetos depende fundamentalmente de la interacción significativa de la persona con su entorno humano. El problema de la resistencia a padecer secuelas y el de la reversibilidad de las consecuencias precoces de las carencias y separaciones sufridas por los niños conduce a interrogarnos no sólo sobre la manera mediante la cual la experiencia carencial interviene en el desarrollo, sino también sobre el impacto de las separaciones reiteradas ¿Por cuáles mecanismos intervienen las perturbaciones en la instauración progresiva y transaccional de la relación objetal? Numerosas teorías han sido elaboradas; por lo general, apasionadamente contrapuestas. Por ejemplo, para los defensores de la teoría del aprendizaje, «aquello que no se ha podido aprender tempranamente puede ser aprendido más tarde con la condición de que la carencia sea compensada durante un tiempo suficientemente largo como para permitir la correcta realización del aprendizaje»: Harlow (1958), Bowlby (1928) y Hinde (1954). Éstas teorías, fundadas sobre una experimentación científica, nos parecen bastante restringidas al permanecer encorsetadas en su particular campo de investigación, al no tener en cuenta la pérdida de la madre sino tan sólo como objeto real, social y no en su dimensión de representación significativa psicoemocional para cada sujeto humano, entendiendo y manifestando que es únicamente la pérdida física de la persona amada, soporte del apego, lo que se encuentra en el origen de la depresión concomitante, sin tener en cuenta los investimientos e intercambios afectivos recíprocos existentes entre la madre y el niño, así como los complejos procesos intrapsíquicos presentes en dicha interacción. Este tipo de investigaciones no se interesan sino por la vertiente objetiva de los comportamientos, olvidándose de las redes afectivas, reaseguradoras de la continuidad vivencial e integradoras de las funciones yoicas, que engendra tanto la normal satisfacción de las necesidades primarias (físicas y psíquicas) del niño como el adecuado contacto físico primario con la madre. 133

Uno de los hechos esenciales y originales del desarrollo del niño es su larga dependencia de los cuidados maternos: aunque el apego sea una necesidad genética, son los avatares de la historia personal de cada sujeto los que fundan la vida mental dándole su característica especificidad. Sandler (1967) yWinnicott (1970-1971) han aportado al problema de la separación madre-hijo su contribución original. Para Sandler, el «concepto central» no es el factor de la pérdida del objeto en cuanto tal, sino, sobre todo, «el estado subjetivo de sufrimiento y su respuesta depresiva concomitante por parte de cada sujeto». Lo que se siente perdido y debe reencontrarse es un estado «ideal de bienestar que la relación con el objeto propiamente dicho puede permitir alcanzar». El reconocimiento del objeto, identificado y personificado. conduce a su preservación por las pulsiones. Cuando un objeto amado es perdido, no nos encontramos solamente frente a la pérdida del objeto, sino, también, frente a la pérdida del aspecto del self que rehúsa ser lo complementario del objeto y del estado afectivo de bienestar consustancial al mismo. En un estado tal de pérdida de objeto, crece el investimiento afectivo y el valor otorgado al objeto. Un individuo puede, por ejemplo, reaccionar frente a la ruptura dolorosa entre su ideal y la realidad mediante resentimiento, o una sobrecompensación imaginaria, o un comportamiento exhibicionista, pero esto no implica que él se encuentre en situación de experimentar una respuesta depresiva. Sin embargo, podríamos decir que, si este individuo se encontrara imposibilitado de utilizar tales defensas contra el estado doloroso experimentado en su self (símismo), y por esto mismo su reacción fuera de desesperanza e impotencia, entonces él estaría efectivamente deprimido. Winnicott (1971) considera a los pequeños afectados por una depresión anaclítica como niños despersonalizados a quienes les falta, precisamente, las condiciones que permitirían la realización y la superación de la fase depresiva. Se centra en la función materna que no ha podido ser completada o realizada convenientemente: no solamente función materna de tipo anaclítico, de adaptación a los cuidados necesarios para la satisfacción del niño y de gratifi cación libidinal, sino también función de elaboración y descarga de la excitación del niño: el niño que tiene la suerte de tener una madre que sobrevive a sus agresiones instintivas, que mantiene la permanencia de la relación (holding), a pesar de las inevitables regresiones, el niño que reconoce un gesto espontáneo de afecto y de donación de algo importante para él cuando se le ofrece, se encuentra en condiciones de hacer alguna cosa con el vacío que se encuentra, el vacío respecto al seno o al cuerpo de la madre. Es, precisamente, la ausencia de esperanza - la caída en el estado de desesperanza y desilusión - respecto a la relación con la madre y los objetos significativos o, también, el sentimiento de

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inutilidad concomitante lo que compromete la adecuada estructuración narcisista de la personalidad y las posibilidades de llevar a cabo las necesarias identificaciones, tanto la primaria como las posteriores secundarias. Actualmente, los estudios de larga duración sobre los efectos de las carencias, patentes, afectivas precoces han cedido su puesto al estudio de las diferentes modalidades existentes de carencias. Profundizar sobre todo aquello que se encuentra en los fundamentos de las carencias es una de las metas de la higiene mental infantil y debe ser objeto de una vigilancia constante por parte de los profesionales de la salud mental encargados de hacer las recomendaciones oportunas a padres y educadores en la línea de promover desarrollos psicológicos positivos en la infancia. Cualquier niño es susceptible, en cualquier momento de su vida, de experimentar con provecho una separación cuyos efectos maduradores intrínsecos, si ello sucede en una edad adecuada y con buenas condiciones ambientales, no debieran ser subestimados. El problema no está en deplorar sistemáticamente las malas consecuencias de la separación, sobre todo cuando ésta resulta indispensable, sino de precisar en qué condiciones puede llevarse a cabo de la manera menos perjudicial. No todos los niños reaccionan de la misma manera estereotipada a una experiencia de separación o de carencia afectiva. De cualquier manera, si un acontecimiento deja en la vida de un niño alguna traza significativa, éstas pueden ser retomadas y reintegradas en su devenir psicológico. Es importante no subestimar las posibilidades reorjanizadoras del apres coup. Si la noción de reversibilidad espontánea de los trastornos está caduca, no por ello debe considerarse irremediable el peso que pudieran tener las consecuencias de las separaciones y las privaciones del pasado en la vida de cada individuo. Bibliografía AINSWORTH, M. (1961), Les répercussions de la carence maternelle, faits observes. Controverses dans le conteste de la stratégie des recherches. Carente de soins maternels. Réévaluations de ses effets, Cahiers OMS. BUFLINGHAM, D. y FREUD, A. (1949), Enfants sáns famille, París, PUF. BENDER, L. (1947), «Psychopatic behavior disorders in children», en R.M.Linder y R.V.Seliger (eds.), Handbook of Correctionnal Psychology, Nueva York. BOWLBY, J. (1952), Soins maternels etsante mentale, Ginebra, OMS, monogr. 2, París, Masson. (1969), Attachment and loss, Londres, Hogart Press.

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MANUEL DE MIGUEL AISA* La adolescencia convoca una violencia bien conocida, de tal manera que violencia y adolescencia van frecuentemente aparejadas en la conciencia colectiva. Todos lo vemos con una cierta tranquilidad porque sabemos que, habitualmente, va a desaparecer o dulcificarse con el paso del tiempo. Trataré de entrar en las motivaciones que hay detrás de estas tensiones. Antes de hacerlo me detendré sólo brevemente en algunas consideraciones generales sobre el fenómeno de la violencia, puesto que son abordadas a lo largo de los trabajos de este libro dedicado a estudiarla. Forma una parte importante de nuestro equipamiento instintivo como nos ha enseñado Jean Bergeret en su libro La violencia fundamental. Por tanto, cuando hablemos de violencia o de agresividad, nos referiremos a sus excesos, ya que está presente con toda normalidad en gran cantidad de movimientos pulsionales. Sólo erotizada, se puede considerar que pasa a su forma definitiva de agresividad y sadismo gratuitos y sin finalidad práctica, que es lo que hoy nos interesa, pero, para ello, ha debido sufrir una importante elaboración. Desde el comienzo de la vida, propende a aparecer intrincada con el deseo sexual. Podemos decir que, paradójicamente, la agresividad es la violencia humanizada. Cuando decimos que un compor tamiento agresivo es inhumano, lamentablemente estamos faltando a la verdad. Es lo más específico de lo humano. La violencia con goce no existe, hasta donde sabemos, sino en el hombre. El ejemplo que se suele sugerir de que el lobo mata más de lo que necesita no es cierto. El lobo mata en grupo para toda la manada, incluidos los individuos incapaces de hacerlo pero necesitados de alimento. Sólo en el hombre se produce esta erotización de la violencia**. La sexualidad, como descubrió Freud, es el gran motor de la vida en el hombre, no sólo de la reproducción. Se intrinca en toda actividad humana, a través de los mecanismos que conocemos como de apuntalamiento y de coexcitación. La sexualidad que nace con la vida no puede alcanzar sus objetivos naturales, la reproducción, hasta la adolescencia. Mientras tanto, como sabemos, se apuntala en las funciones fisiológicas de alimentación, evacuación, etc., hasta el punto de constituirse su goce en una prioridad sobre los objetivos biológicos, de alimentarse, evacuar o cualquier otro, en detrimento, a veces, de sus fines naturales y de la salud física. Contribuye también en forma notable a modelar la personalidad, y constituye el 138

motor de la creatividad humana y la cultura. La coexcitación es la adhesión de la sexualidad a cualquier tensión de importancia, que se convertirá en vehículo de obtención de placer. La violencia es uno más de entre tantos ejemplos que podemos encontrar; sólo que frecuentemente se expresa encubierta por los motivos racionales más peregrinos, que una mente avisada no puede sino mirar con una cierta desconfianza. Se oculta frecuentemente tras las causas más nobles, y aparece igualmente en las relaciones más intensas y amorosas como son las familiares, que son escenario, a veces, de sus más atroces manifestaciones. 1 Con carácter general y más allá de que sea un tema muy actual, la violencia es un fenómeno muy frecuente en el seno de la familia en general y, por las especiales circunstancias que estudiaremos, en la del adolescente en particular. En la colectividad, las relaciones también son de una extraordinaria violencia como todos sabemos. La escasa racionalidad y control que nos es dado ejercer sobre la violencia son tanto menores cuanto más amplio sea el grupo que tomemos en consideración. Los mecanismos inhibidores que encontramos en el individuo aislado desaparecen diluidos en la masa, en relación inversamente proporcional a la cantidad de individuos que estén en juego. Pero, en colectividad, suele ser una violencia anónima e impersonal. Lo que constituye una paradoja es que sea en las familias donde se producen las situaciones de mayor y más sistemática violencia en las relaciones individuales. Entre las personas que más se quieren y más esperan entre sí, se desarrollan sentimientos y acciones de la mayor destructividad. Aparecen distintas motivaciones subyacentes a estas actitudes que analizaremos con detalle. Una de ellas es bien evidente. Con carácter general la violencia surge de las frustraciones, que son más dolorosas cuando proceden de las personas a quienes queremos, y de las que esperamos ser queridos, que de aquellas con las que no nos une ningún vínculo. Esto no sólo tiene connotaciones negativas sino que, por el contrario, hay aspectos muy positivos y aun necesarios. La familia se convierte en el depositario fundamental de todos los sentimientos posibles, también de la violencia. El mayor servicio que presta la función materna y paterna, también el analista en la transferencia, es la contención y paciencia con que soporta las descargas de violencia irracional debida a celos, envidia o excitaciones de cualquier tipo, de los individuos que la integran. Esto es más importante incluso que el aporte amoroso. Y el más difícil de ejercer. Lo sabemos bien como analistas, en la medida en que nuestra tarea, muchas veces, consiste en contener la violencia, especialmente en pacientes borderline y, sobre todo, lo sabemos bien, cuando debemos tratar a adolescentes. Es mucho más fácil querer que aguantar la violencia.

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La relación familiar, al ser incondicional y por el hecho de serlo, hace posible que se manifieste en toda su extensión la afectividad sin restricciones y este hecho, a veces, se convierte en un soporte vital imprescindible. Cuando digo soporte vital, me refiero a que la violencia fundamental sin la contención del contacto humano conduce al marasmo y la muerte en el bebé, como nos enseñó René Spitz en su libro El primer año de vida del niño, y a la desorganización mental y somática, como vemos habitualmente en el adulto. Por tanto, no sólo es necesaria esta contención en el bebé, sino que sigue siéndolo a lo largo de toda la vida. Para muchas personas, desbordada la función continente familiar, el soporte del análisis, que también es una relación hasta cierto punto incondicional, contribuye, a veces, a mantener no ya la estabilidad psicológica, sino la vida misma. Lo cierto es que la violencia desorganiza no sólo a quien la padece en exceso sino al entorno. Pasaré a describir los mecanismos patológicos que se desarrollan frente a la emergencia de la violencia. Merecen especial atención los que conciernen al narcisismo, especialmente en su relación con los problemas de identidad tan nucleares en la adolescencia. En general, cuanto más cercanas son las relaciones, más fácilmente surge la violencia. Todos tenemos la experiencia de cómo se tensa la relación con personas con quienes nos unen profundos y tiernos lazos cuando hacemos un viaje juntos. La proximidad desencadena una violencia que no existía. Considero que lo hace porque se produce un proceso de cierta confusiónindiferenciación cuando disminuye la distancia física y psicológica entre las personas. En estas situaciones, aparecen siempre mecanismos regidos por la identificación proyectiva, destinados a situar en el otro los pequeños conflictos que la vida cotidiana pone en juego, y que empiezan a entrar en acción en cuanto surge la más mínima tensión, tratando el problema de que se trate como algo desconocido, violentamente rechazado como propio, al tiempo que se hará lo posible por hacerlo más visible en el otro. De estos mecanismos conviene hacer un detenido estudio, ya que, en las relaciones de padres y adolescentes, son de una importancia crucial. Como estudiaremos con algún detalle, la adolescencia es un período de la vida donde los fenómenos de creación de identidad son cruciales y esto afecta tanto a los adolescentes como a sus padres. El adolescente tiene un importante sufrimiento proveniente de su estructura narcisista. Es el momento de la vida en el que se enfrenta con la construcción de una identidad más o menos definitiva que nunca satisfará por completo sus ideales. Tampoco los de sus padres. He comentado en otra parte que el adolescente sufre una doble soledad. La de estar solo y la de ser sólo. Por una parte siente que se va quedando solo, que avanza hacia una separación de los padres y debe enfrentarse a intensas vivencias de desamparo. Por otra, que es limitado, que no alcanza ni alcanzará nunca sus 140

expectativas grandiosas, ni las que sus padres han depositado en él. Que es sólo lo que es. La violencia lo defiende de estos duelos tanto objetales como narcisistas. Los padres olvidan con facilidad y rechazan estos momentos de crisis como algo extraño, ajeno por completo, respondiendo con perplejidad a cuestiones por las que ellos mismos han pasado y aun pasan con menos intensidad en la actualidad, por no haberlas resuelto suficientemente. Lejos queda la necesaria acción empática de comprensión e identificación que sería tan necesaria, viniendo de figuras de tanto relieve. Este rechazo del contacto empático llena al adolescente de sentimientos de extrañeza. Como vemos en muchos casos, los movimientos de identificación proyectiva alcanzan una violencia extraordinaria y resultan muy enloquecedores. Los procesos identificatorios están en pleno momento de expansión, puesto que está fraguándose una identidad y el adolescente está ávido de conseguir elementos válidos para incorporar a ella. Se trata de una mente en construcción, en la que tanto la estructura mental, como los contenidos, no están bien delimitados. En razón de ello la actitud hipercrítica es muy entendible, puesto que, de la relación con los padres, se derivarán algunos aspectos que van a ser incorporados de forma definitiva a su identidad. Esto va a ser inevitablemente así, en razón de la importancia narcisista que tienen los padres para él. Como he dicho, va a tomar numerosos elementos de ellos para su identidad; inconsciente a veces e inevitablemente siempre. Por esta razón, todo el comportamiento de los padres será revisado desde el plano narcisista con sumo cuidado y rechazado violentamente con frecuencia. La relación con los padres, como también ocurre con la transferencial cuando están en análisis, se desarrollará en medio de una cuidadosa y crítica observación, tanto mayor cuanto mayor sea la fragilidad narcisista del adolescente. Cuanto más inseguro se sienta, tanto más violento será el ataque que les dirija en razón de que se están queriendo librar, en cierto modo, de aquellos aspectos que las identificaciones proyectivas le hacen percibir sin diferenciación suficiente. El pánico al fracaso se apodera a veces del adolescente y lo paraliza. Aparecen mecanismos de renegación que se unen a la pasividad y la provocación que los adolescentes utilizan para trasladar este doloroso sentimiento de fracaso hacia los padres. El mecanismo de defensa típico del adolescente es el deshacerse del sufrimiento mental a través de actuaciones que sitúan el problema en el otro, habitualmente los padres, que se deben hacer cargo de sentirlo y desarrollar actividades de cuidado. El ejemplo típico es el del adolescente que, sentado en la ventana de un séptimo piso, con los pies hacia la calle ante unos padres aterrorizados, les pide que le dejen en paz con sus monsergas proteccionistas. Que él esta tomando el fresco. Lo mismo ocurre con los estudios y con su vida en general. Consigue situarse en el centro de sus preocupaciones, mientras él se despreocupa. Sólo cuando 141

los conflictos empiezan a pasar por la mente del adolescente en lugar de manifestarse a través de su conducta, empezamos a estar relativamente tranquilos. Con frecuencia encontramos complicidades de todo tipo, algunas de las cuales estudiaremos, unidas a respuestas de una violencia simétrica y extraordinaria por parte de los padres. Comento a veces a los padres, llenos de violencia hacia hijos con quienes han entrado en una dinámica de destrucción, que sólo hay una cosa más dolorosa que ser un padre decepcionado y es ser un hijo decepcionante. Encontramos numerosos ejemplos clínicos de cómo, con frecuencia, establecida la relación violenta, los padres trasmiten demandas a los chicos con la intención inconsciente de que fracasen, de que las cosas se queden como están, de que no salgan de estos estados regresivo-infantiles. Le plantean a veces objetivos imposibles de cumplir en las circunstancias del momento; a sabiendas de que no los van a realizar. Nos queda la sensación de que, si fueran un poco menos exigentes y les planteasen objetivos más a su alcance, sí los lograrían y sumarían un éxito en lugar de un fracaso. Éxito que, dado un determinado nivel de sadomasoquismo, ya nadie desea. Los hijos desean el fracaso, porque es un arma importante de agresión, y los padres también como respuesta cargada de odio. En general establecida la relación de lo que podríamos llamar odio en la identificación proyectiva, las dos partes van a tratar de deshacerse de lo que no quieren aceptar, con la mayor radicalidad y violencia. En ocasiones los problemas de indiferenciación a los que conduce el uso tan patológico de la identificación proyectiva son realmente graves. Es fácil verlo en los adolescentes como he explicado, pero no es tan fácil descubrirlo desde la patología de los padres. Lo contaré con un ejemplo. En una ocasión un padre me cuenta en análisis: «Mi problema se llama Fermín». Fermín era un hijo adolescente que ha sufrido un brote psicótico. Este hijo tiene una intensa dependencia de él, al tiempo que crea todo tipo de problemas que le tienen permanentemente pendiente y preocupado, por actuaciones graves en las que a veces pone en peligro su vida. Se queja de que le dedica buena parte de su tiempo y su dinero, pero, sobre todo, de que vive amargado por él y, lo que es peor, lo seguirá estando de por vida. Es evidente para mí que proyecta y revive con él una relación muy simbiótica y no resuelta que tuvo con su propio padre y que condiciona seriamente su vida profesional en la actualidad. Le comento que su problema se llama Luis, su verdadero nombre y que Fermín, su hijo, es otra persona diferente a la que hace depositaria de muchos aspectos personales indeseados y no resueltos. Esta obviedad y su análisis, al tiempo que el análisis de las raíces de su confusión, le hacen replantearse la relación. A pesar de sentir una gran carga de angustia, no interviene apenas a partir de entonces en los 142

desmanes provocadores de su hijo, que progresivamente va haciéndose cargo de su destino y madurando hasta normalizarse notablemente. A su vez, él mismo modifica su forma de enfrentarse a la vida y el trabajo. A pesar de ser una persona extraordinariamente capaz, ha desarrollado siempre su labor a la sombra de otros profesionales menos dotados que él. Mantenía con ellos una enorme y angustiada dependencia, que lo llevaba a ser explotado profesional e intelectualmente, viviendo siempre en situaciones muy precarias y angustiosas, cuando, por otra parte, era un profesional muy brillante. Pudo, a partir de la comprensión de estos aspectos de su vida y de la relación con su hijo, madurar a su vez, dedicándose con notable éxito a desarrollar su propia vida. En el proceso de desidentificación ambas partes del conflicto están a los pies de los caballos sin una intervención externa y, como queda aclarado, el odio y la destructividad están en razón de las mutuas dependencias y necesidades defensivas inconscientes. Los adolescentes acuden a veces a recursos extremos para mejorar su imagen. Cometen verdaderas atrocidades con el solo objeto de crear a un personaje más valorable. El análisis de las motivaciones en las actuaciones más violentas que he podido escuchar me ha conducido a la idea de que no esconden sino deseo de notoriedad. Las heridas narcisistas son muchas veces el punto de inicio de la violencia, pero, una vez establecida en el seno de la familia, se inicia una forma de relación viciada, coactiva y circular, donde las dos partes estimulan y celebran que aparezca en la otra. Dentro de este apartado de la patología narcisista en la adolescencia, otro aspecto es el uso de la mentira. La mentira es una herramienta muy utilizada por el adolescente para mejorar su imagen. A veces hay un uso perverso consistente en forzar violentamente que sea creída una mentira, a sabiendas de que lo es, por el goce sádico de dominar mentalmente a los padres o el entorno. A veces la resistencia de los padres a creer una mentira, sobre la que no cabe duda que lo es, provoca en el adolescente una respuesta violenta, como expresión de una demanda casi delirante, propia de quienes desean manejar a su antojo la realidad, funcionamiento habitual en quienes prometen ser personalidades borderline con el paso de los años. Estos pacientes, a diferencia de los psicóticos, conocen perfectamente la realidad y saben que los demás la conocen; pero funcionan y exigen que los demás actúen como si la desconocieran y siguiendo los dictados de sus necesidades psicológicas. Estos mecanismos, que nacen en la adolescencia, a veces quedan ya establecidos de por vida. Dentro del estudio de la conducta como forma de descarga, al tiempo que eludir el sufrimiento mental, podríamos recurrir a muchos ejemplos. Uno de los más en boga son los llamados trastornos de la conducta alimentaria tan frecuentes en los 143

adolescentes. Constituyen la expresión de un miedo a encontrarse con un cuerpo en proceso de cambio, investido eróticamente, sujeto y objeto de intensos deseos que les llenan de angustia. A la vez, como sabemos bien, sirven para manejar las tendencias regresivas en relación con el entorno. A través de la delgadez extrema y a veces peligrosa, convierte en madres a todos los que los rodean, que les querrían alimentar y cuidar, al tiempo que rechazan la comida salvadora que les ofrecen. Como vemos, el adolescente es un consumado artista, consiguiendo que sintamos nosotros la angustia de la que él se quiere librar. Consigue realizar sus deseos inconscientes de protección, mientras que, en lo aparente, los rechaza violentamente. Debemos distinguir en los trastornos comportamentales diferentes grados de trabajo mental, desde lo más defensivo y elaborado, que definimos como acting outs en la medida en que están llenos de significado emocional, como hemos visto, hasta los comportamientos mecánicos de descarga, como el ejercicio físico excesivo o masturbatorio autocalmante. El abuso de drogas tan ligado a la adolescencia constituye también una forma de anestesiar el aparato mental. Encontramos a los muchachos que han pasado la adolescencia ligados al consumo, sin haber realizado la necesaria elaboración de la conflictiva adolescente. Los seguimos viendo en edades adultas adheridos a comportamientos defensivos más o menos bizarros, que siguen manifestando una forma estereotipada y pobre de los mecanismos de negación y descarga comportamental a los que me estoy refiriendo, como si el tiempo no hubiera pasado para ellos. Volviendo a la conflictiva familiar, la cuestión de la culpabilidad es otro de los aspectos fundamentales y, si no la crea la violencia, sí contribuye a agravar extraordinariamente su intensidad. Este tema aparece con toda inmediatez desde la primera entrevista con adolescentes y padres. Va a ser ésta una cuestión muy importante, ya que la culpa es la consecuencia de la violencia pero también su causa. Freud nos enseñó que existen delincuentes por sentimientos de culpa. La violencia engendra culpabilidad y la culpabilidad, violencia, a través de la necesidad de proyectarla sobre el otro y de deshacerse violenta y radicalmente de la culpa. Es lo que podríamos denominar la paradoja de la violencia y de la culpa que se podría definir así: la violencia se utiliza para deshacerse de la culpa que genera la violencia. 1 La agresividad es una de nuestras tendencias más difíciles de aceptar. La neurosis obsesiva nace del control de la agresividad fundamentalmente. La paranoia surge de la necesidad de librarse de ella a través del mecanismo de proyección. Siempre es de los otros, los violentos que le amenazan, dirá el paranoico. O si es de él, se trata de la respuesta mínima que puede dar a la agresión recibida. Pero de ninguna manera la reconoce como suya. Como he señalado antes, no es nada fácil distribuir la culpa entre los miembros de la familia. En este caso especialmente es negada como propia y destacada en el otro. Aunque vemos que universal, precoz y 144

global es la aparición de mecanismos defensivos frente a ella, la negación de ser el autor de la agresión se radicaliza en las relaciones del adolescente con los padres. Por una parte, los padres se ven cargados de responsabilidad en la misión más importante de su vida y, por otra, los adolescentes se sienten amenazados de aniquilamiento, por la descalificación radical que comporta cargar con la culpa de la violencia. La situación suele resultar abrumadora para ambas partes. Designar a la otra parte como la agresiva y quedar limpio e inocente, es de la mayor importancia para unos y otros. Por otra parte, los padres que han dado al chico la genética, son los encargados de dar la educación. Le han aportado los mecanismos primordiales de relación, los afectos, su naturaleza e intensidad, así como las defensas básicas frente a ellos. No es raro que reconozcan en los hijos aspectos que no soportan de sí mismos. Esto alimenta los mecanismos de identificación proyectiva patológica que he analizado en su vertiente narcisista y que ahora vemos cómo se refuerza como consecuencia de la necesidad de deshacerse de la culpa. La forma en la que planteo el título de este trabajo es intencionadamente ambigua: la agresividad en el seno de la familia del adolescente. Tiene el objeto de observar el fenómeno de la violencia desde todos los ángulos de sus protagonistas. Intento colocarme en un lugar de neutralidad que no designe a nadie como especialmente responsable. Son como las dos caras de una moneda. No hay moneda que no tenga cara y cruz, y que una y otra no estén necesaria e indisolublemente relacionadas. De la misma manera, podemos decir que la violencia presenta dos direcciones y dos protagonistas, sin que, en general, se pueda definir a ninguno de los dos lados como más responsable. He comentado que los adolescentes se desprenden de su sufrimiento mental provocando que los padres se hagan cargo de sus tensiones. Se sitúan en posiciones peligrosas que obligan a actuar a los padres y a angustiarse necesariamente por cosas que les deberían preocupar a ellos como sus estudios, su peso, su salud, etc. Por otra parte, esto no lo harían en muchas ocasiones si no fueran sus padres cómplices necesarios en la generación de estos comportamientos. Comentaba en algún lugar el caso de una madre que reprochaba violentamente a su hija adolescente de 15 años tener que seguir dándole de comer en la boca. Éste es un caso extremo e infrecuente, donde la violencia y la complicidad se conjugan en crear la regresión que se reprocha. Normalmente los casos no son tan graves, pero no es en absoluto infrecuente esta escena: la madre regaña severamente a sus hijos adolescentes por su pasividad. Mientras les grita, ordena su habitación y ellos están tumbados en el sofá desde donde responden airadamente a sus quejas. Al mismo tiempo el padre brama por la forma en la que tratan a su madre mientras él mismo se prepara para bajar a comprar el pan. En una afortunada expresión, F. 'Dolto dice que, de alguna manera, el bebé hace a la madre. También aquí podemos decir que, hasta cierto punto, el adolescente hace a 145

los padres en una relación de construcción o de destrucción mutua. Terése Bénedec hablaba de espiral transaccional, refiriéndose al hecho que acabo de describir. Por ejemplo, la falta de confianza de los padres en su hijo adolescente hará que responda con desinterés, frustración y violencia, que, a su vez, desencadenarán distancia y razones en los padres para desconfiar de él, lo que genera una violencia que cierra el círculo destructivo. Pero la confianza no se puede regalar. Se tiene o no se tiene. Y, además, todo se complica, cuando a veces las razones para la desconfianza vienen determinadas por actitudes profundamente irracionales e inconscientes. Por otra parte, por múltiples razones, cada adolescente es un mundo y es evidente que el azar también influye en la época de nuestra vida en la que somos más influenciables. El adolescente recibe identificaciones de múltiples orígenes. Cuando se dice que la adolescencia es una segunda oportunidad, nos referimos a las posibilidades evolutivas y a la plasticidad de la personalidad en este momento de la vida. La capacidad para mimetizarse con el medio puede servir para lo bueno y para lo malo, según sean las influencias recibidas, que siempre están condicionadas por lo que el adolescente lleva dentro. La repercusión de estas modificaciones espontáneas en los padres puede ser muy diferente; especialmente en estructuras muy simbióticas, donde la tolerancia a la diferencia es escasa, la respuesta puede conducir a anular cualquier autonomía. Cuando, como analistas, recibimos estos problemas, va a ser difícil no caer dentro de lo que Racker llamaba «contratransferencia concordante o complementaria» según nos identifiquemos con una u otra de las dos partes en conflicto. A veces no podemos evitar que se reproduzcan en la relación transferencial. Todos nosotros podemos reconocer con claridad la frecuencia con la que pueden aparecer estas constelaciones relacionales de violencia, erotización o culpa en la transferencia durante el tratamiento analítico. Sabemos que ésta no es sino una repetición, una segunda oportunidad de elaboración y reorganización de la vida mental con la proyección en nuestra personas de las relaciones parentales. A veces no es nada fácil mantener la cabeza fría. Un principio debe orientar nuestras actuaciones y es que lo fundamental es ayudar a que el adolescente piense. Cuando la conflictiva adolescente sale de la acción al pensamiento, podemos dar por conseguida buena parte de nuestra tarea. Sólo el adolescente puede sacarse a sí mismo del marasmo en el que vive. A veces nos empeñamos en que haga cosas cuando nuestra tarea fundamental es siempre pero en especial en estos casos que piense. Revisados los aspectos de la violencia que tienen que ver con la identidad y con las tendencias regresivas a consolidar una infancia eterna por una parte, y una paternidad eterna por la otra, pasaré a examinar el entorno edípico. Para estudiar los aspectos del problema que tienen que ver con la genitalidad y la culpa, tenemos que hacer un recorrido previo. Las pulsiones agresiva y sexual se han ido sosegando a lo 146

largo de la infancia y la latencia. Dos acontecimientos jalonan esta evolución. El primero es la segunda fase de la etapa anal, la retentiva de control a los dos-tres años. Aquí, el niño descubre que es capaz de dominar sus esfínteres y, de este descubrimiento, se sigue un goce en el control de los impulsos. De tal manera que gozará más del dominio de éstos que de su satis facción, desarrollando a partir de aquí un Yo fuerte, dominador, poderoso y gozoso de serlo. El segundo hito en el control de la violencia y la sexualidad es la adquisición del Superyó, cuyos precursores nacen con la vida pero que se completa tras la experiencia edípica, a los cuatro-cinco años. El Superyó, como sabemos, se adquiere por introyección de la censura de los padres, y por identificación con los propios padres, y se completa durante la fase infantil del complejo de Edipo, a partir de la renuncia a la satisfacción de los deseos que surgen de él. Se sustituye la satisfacción de los deseos por el amor de los padres, renunciando a las rivalidades edípicas. El Superyó es el resultado de una desexualización y de una introyección de las expectativas de los padres y una identificación con ellos. Pero, del complejo de Edipo, con frecuencia tenemos en cuenta sólo el aspecto positivo, el enamoramiento del padre y de la madre. Lo que olvidamos es el aspecto parricida que lleva aparejado, esto es, los impulsos homicidas hacia el padre o la madre rivales, y los sentimientos destructivos de los padres hacia el adolescente rival. La observación cotidiana de las más brutales actitudes violentas entre padres e hijos debiera hacernos conscientes de esa evidencia. No obstante, la represión a la que están sometidas esas tendencias y la mezcla con sentimientos amorosos, tiernos y generosos nos permiten obviar esa realidad. A partir de los cinco años, el niño entra en lo que llamamos «etapa de latencia», con un sosiego relativo del erotismo y la agresividad. La energía pulsional estará dedicada, si la latencia tiene éxito, a la creación de cultura y vida de relación. Con la llegada de la adolescencia, se intensifica la excitación sexual y la violencia, de tal manera que saltan las representaciones y se desorganiza parcialmente el aparato mental. La intensificación de la excitación sexual en la adolescencia sigue teniendo como objeto inconsciente a los padres, por lo que la censura vuelve a reproyectarse sobre ellos haciendo el camino inverso al que antes hemos descrito. Lo que era un conflicto interno, consistente en rechazar la aspiración pulsional por generación de culpa desde el Superyó, deviene un conflicto externo de enfrentamiento con los padres. El dolor, por la culpa que surge de dentro, se convierte, a través de los mecanismos adolescentes de llevar todo a la acción y a la confrontación, en enfrentar la censura de los padres. De la censura interna a la externa. De la culpa al enfrentamiento. La entrada en la adolescencia y la intensa excitación sexual que conlleva conduce a una desorganización de las representaciones ad quiridas aunque no bien fijadas 147

durante la latencia, y a una vuelta a las descargas comportamentales. Igualmente se produce el retorno a los sistemas autocalmantes y masturbatorios tan importantes en los primeros años de la vida. El adolescente no es siempre muy consciente de la naturaleza de las excitaciones que siente. La vida mental en su estado más pobre serían excitaciones sin representar, sin ligar. A ella vuelve por la acción traumática de la excitación sorpresiva. No habría reconocimiento suficiente de la naturaleza sexual de la excitación aunque sabemos que siempre hay una acción de la represión que, en sus formas extremas, da lugar a un profundo clivaje que impide reconocer la tensión, que, a veces, se manifiesta como una profunda irritabilidad cuya naturaleza y origen desconocen el protagonista y su entorno. Á lo largo de la adolescencia irá consiguiendo reconocer estas excitaciones e irá consiguiendo igualmente separarlas relativamente de las tendencias edípicas a las que están ligadas. Esta ligadura al entorno edípico hace que sean más rechazadas y generadoras de culpa las excitaciones sexuales. Si el Superyó es el heredero del complejo de Edipo y nace de su resolución, la intensificación del Edipo en la adolescencia dará como resultado la desorganización a la que me refería y a veces a la aparición de una intensa represión y violencia. Como dice M.Fain, la psicosomática limita con los trastornos de conducta. No es de extrañar que, a veces, sus excitaciones pulsionales y sus afectos pasen a expresarse en el plano somático, privados de la representación y de la posibilidad de ser procesados mentalmente. Un ejemplo casi universal es el acné juvenil. Se trataría de la expresión anómala de una mezcla de excitación y de rubor avergonzado. Sería como el enrojecimiento avergonzado de la piel de la cara, tan frecuente en los adolescentes, hasta que se acostumbran a reconocer, controlar y disimular sus excitaciones sexuales que los pillan por sorpresa. Con frecuencia la vida entera del adolescente gira en torno a su acné, que atrapa y da cauce expresivo a las excitaciones, pudores, dificultades de relación, etc., que quedan aparentemente explicadas por este síntoma, en realidad tan complejo en su análisis, ya que las tensiones pasan por el cuerpo y no por la mente. Hemos ido aportando explicaciones al porqué y al cómo se genera y se desarrolla la violencia; vemos ahora que existen factores específicos que la desencadenan. Las relaciones de los padres con los hijos están investidas de poderosos impulsos instintivos, muchos de los cuales tienen un importante potencial destructivo. Los complejos de Edipo y castración no son precisamente cuentos de hadas. Entre las razones inconscientes, una de primer orden es la profunda erotización inconsciente de las relaciones entre padres e hijos adolescentes. La adolescencia reactiva una erotización que había permanecido en una relativa calma durante el período de latencia. Esta reactivación es habitualmente mutua e inconsciente. En 148

ocasiones alcanza cotas de una alta intensidad y, a la vez, de una altísima violencia. No sólo la erotización más inconsciente, sino la excitación más grosera, está muy presente en muchas ocasiones en las relaciones de los adolescentes con sus padres. Mal reprimida, la sexualidad da lugar a unos intensos sentimientos de culpa, que deben ser distribuidos entre los protagonistas de la escena. La violencia puede jugar un papel económico de descarga desplazada. Expía la culpa y se convierte en el único vehículo posible de la satisfacción, a la vez que, como hemos visto, contribuye a la proyección de la culpa y a tomar un papel activo en lugar de pasivo. ¿De qué forma un padre podría tocar las nalgas de una muchacha de 15 años sino fuera azotándola? Esta encrucijada bien estudiada por Freud en Pegan a un niño mezcla, en diferentes proporciones, la satisfacción del deseo y de la culpa. He señalado en alguna ocasión que, en familias donde la relación no tiene vínculos de sangre, bien sea por adopciones o porque los hijos procedan de un matrimonio anterior, la relación alcanza un intenso erotismo. En una ocasión, un paciente cuya madre no era la biológica sino de un segundo matrimonio del padre me relataba que llegaba a tener una intensa excitación claramente reconocida como erótica mientras su madre le azotaba el trasero desnudo tumbado sobre la cama en tanto que le decía que iba a matarla de un infarto. Terminada la paliza, la escena se completaba con la petición de que bajase a comprarle medicaciones a la farmacia para tranquilizarse de los disgustos que le daba. Es evidente que no siempre estas relaciones son tan anormales. Existen casos de adopción y de relaciones parentales sin vínculos de sangre magníficas. En alguna ocasión he podido ver que madres, padres o ambos someten a la adolescente a una verdadera persecución, obviamente con la intención consciente de cuidarla pero con la inconsciente de controlar y destruir su posible desarrollo sexual e independiente. En una ocasión pude ver que sometían a una chica de 18 años a exámenes ginecológicos para comprobar que no había tenido malas conse cuencias alguna salida nocturna. Esta chica tenía comportamientos provocadores, que estaban destinados a conseguir esta atención excitada, especialmente de su padre. La excitación sexual fundamental en estos casos es la que tienen con sus padres, y esa erotización inconsciente es la que hace a veces casi imposible resolver el problema aparente, que no es sino una forma desviada de satisfacer los deseos inconscientes de todos los que componen la escena. Consiguen mantener la tensión erótica a la vez que desvían la atención hacia un problema que está aparentemente fuera de la casa pero que está, sin duda, dentro de ella. Obviamente, no quieren dejar el juego. Llamo de nuevo la atención sobre el hecho de que los casos que presento son extremos. No es lo frecuente ver situaciones tan graves. Mi propósito es que se vea con claridad el mecanismo, porque, por lo demás, sabemos que las fantasías inconscientes son universales y que son la fuente más activa del conflicto. En mayor 149

o menor medida siempre está presente. Otra cuestión sonllas diversas constelaciones que origina la complicidad del adolescente con uno de los miembros de la pareja parental, para excluir o dañar al otro. Los casos graves desembocan en cuadros borderline o psicóticos, y anulan toda posibilidad e interés en el adolescente por una vida fuera de la triangulación parental. Ninguna relación puede ser más gratificante que la que se tiene con la mamá o el papá, estando el otro excluido. Tampoco ninguna es tan destructiva de cualquier posibilidad de desarrollo personal. El alcoholismo de alguno de los padres, quizá más frecuente el del padre, convierte la relación con la hija adolescente en intensamente violenta desde una erotización no siempre consciente. La falta de conciencia, por las razones que he explicado, intensifica la violencia. Otro elemento entra a complicar las cosas. Es algo que, por sí mismo, merecería un estudio mucho más profundo. Se trata de que nos encontramos en el momento donde se debe producir la diferenciación sexual, la salida de la relativa bisexualidad que domina la latencia. Esta elección que concierne a la identidad sexual se complica con las repercusiones que alcanza en las relaciones con los padres. En las relaciones madre-hija o padre-hijo, a veces alcanza un grado importante de complejidad la homosexualidad latente, de la que una parte muy importante es la homosexualidad estructurarte, tan necesaria en la buena construcción de la identidad sexual del adolescente y, en el otro extremo, la homosexualidad perversa. Explicaré brevemente el significado de una y de otra y las consecuencias de su acción. La homosexualidad estructurante se refiere al amor dentro del propio sexo, que tiende a valorar, exaltar y empatizar el hecho de compartirlo. Se basa en una identificación amorosa y gozosa con los logros del partenaire. Por decirlo esquemáticamente, un hombre se hace, se estructura, al lado de otro hombre y una mujer al lado de otra mujer, a través de una identificación idealizada vivida especularmente en el otro o la otra. Por el contrario, la homosexualidad perversa, no siempre conscientemente erotizada, establece un vínculo de dependencia destructiva, que trata de anular la aparición de aspectos diferenciados y de logro de una identidad dentro de su género en la medida en que esto despierta envidia y temor al desamparo. Quienes se ven prendidos en estas relaciones atacarán violentamente toda forma de diferenciación en sus hijos, y de desarrollo de aspectos femeninos o masculinos respectivamente. Ambas modalidades de vínculo homosexual se dan siempre y se mezclan en distintas proporciones. La mezcla de lo estructurante y lo perverso lde lla homosexualidad va a ser una de las claves de la relación del adolescente con los padres. Hay una relación

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inversamente proporcional entre los aspectos estructurantes y perversos de la homosexualidad padres-hijos. Al ser contrarios sus propósitos, una se desarrollará en detrimento de la otra. Todo ello está alentado por la enorme ambivalencia que rige estas relaciones. Ambas partes quieren simultáneamente lo mejor y lo peor para la otra. En mi opinión, es una fuente inconsciente de violencia de primera magnitud. Se habla, por ejemplo, de la dificultad de la madre para aceptar el desarrollo y maduración de su hija coincidiendo con el comienzo del declive de su propio esplendor. También hay que tener en cuenta la dificultad que añade, cuando existe, una mala resolución de conflictos de bisexualidad en la madre. Es patético el hallazgo de actitudes tan destructivas. A veces la violencia aparece en primer plano. Estas reacciones reciben a veces el refuerzo de ataques procedentes de la incapacidad para tolerar el desarrollo genital, en la medida en que, a partir de él, va a surgir la mayor amenaza para la rotura de la dependencia del adolescente. La necesidad de satisfacer su sexualidad es la principal fuerza que saca al adolescente de su casa. Esto es bien sabido desde el inconsciente de los padres y sabotean a veces el desarrollo sexual, a través de todo tipo de presiones. Dentro del tratamiento analítico, merece también una atención especial el desarrollo de la homosexualidad estructurante. En el análisis de adolescentes es un factor central. Esto nos remite a otra cuestión técnica y es si los analistas deben ser elegidos en función de su sexo. Personalmente yo diría que he podido desarrollar una buena homosexualidad estructurante con adolescentes chicas desde la parte femenina de mi identidad, desde luego más constructiva y menos envidiosa en ocasiones que la desarrollada en la relación con sus madres; también, evidentemente, con pacientes varones; diferente, en cualquier caso, de la envidia destructiva que se desarrolla a veces en la relación madre-hija, o padre-hijo. Por lo tanto, más importante que el sexo del analista es la posibilidad de poner en juego sus partes masculina y femenina sin conflicto en la relación con el adolescente. Evidentemente, la distancia y la falta de compromiso narcisista que supone que nuestros pacientes no sean nuestros propios hijos, aunque desarrollamos afectos como si lo fueran, hace que sea más fácil y constructiva la relación. En su vertiente masculina, el núcleo edípico invertido toma en algunos casos la dirección del conflicto con la autoridad. El adolescente no acepta la autoridad paterna, ya que aceptarla lacera la herida edípica. Sólo aceptará la autoridad si lo convence. La racionalidad la comparten padre e hijo en igualdad de condiciones, ya que es patrimonio compartido de los dos el ser racionales. Pero la racionalidad anula el salto generacional. En cuanto al hecho racional, no hay padre ni hijo. El hijo dice: «Si me convence, lo respeto. Le doy el papel. No lo tiene por sí mismo, sino que yo se lo doy». El adolescente pasa a ser protagonista. Él es quien otorga los roles; los define. Tiene la posición activa en lugar de sufrir pasivamente la realidad insufrible 151

que le ha tocado vivir: la de ser hijo. Por otra parte, el adolescente necesita de la autoridad, de la disciplina, para conducir su vida. Ningún desastre será mayor que el hecho de que su padre no consiga tener éxito en su propósito de proporcionarle una figura de autoridad digna de ser introyectada. Si el ataque a la autoridad triunfa, es el desastre en su realidad; si acepta la autoridad paterna, también es una herida para su frágil narcisismo marcado por el Edipo. El padre colega es un desastre a todos los niveles, puesto que es la negación del conflicto y no puede conducir a su resolución. El padre ve vulnerada su autoridad y se siente frustrado. Para el padre que ha esperado este momento como la culminación de su desarrollo personal, lleno de orgullo, que le vengan con racionalidades, peros y zarandajas se le vuelve algo insufrible. No puede perdonar que su hijo le agüe la fiesta. Apela con frecuencia a sus atributos para reafirmar una autoridad desfalleciente. Su hijo, lejos de contribuir a ensalzarlos, parece más partidario de cortárselos. El conflicto a veces toma proporciones cercanas a la psicosis. La renegación del nombre del padre en Lacan nos viene aquí al pensamiento; renegación, como mecanismo cercano a la psicosis, frente a la imposibilidad de aceptar la realidad del hecho diferencial de los roles que juegan padre-hijo. La madre, a veces, juega un papel determinante a favor o en contra de la solución del conflicto, según su propia posición en torno a la temática de castración. La homosexualidad masculina no es exponente sino de la mala elaboración de esta conflictiva unida al polimorfismo de la sexualidad infantil. Veamos el conflicto desde el otro ángulo, puesto que las consecuencias son muy severas. El padre, herido en su narcisismo y tratando de repararlo, se muestra tan abrumadoramente presente y autoritario que resulta destructivo para el chico. No le da tiempo a elaborar el duelo que supone aceptar su realidad de hijo y, sobre todo, como hemos dicho, aceptar una autoridad que tan necesaria le va a resultar en la vida. En definitiva, si tiene éxito en destruir la autoridad paterna, lamentablemente se destruye a sí mismo y cava la tumba de una identidad diferenciada y madura. Una buena homosexualidad estructurante es el reverso de este conflicto dramático y extraordinariamente frecuente. En el caso de la chica con la madre, ocurre algo similar. Evidentemente, la rivalidad y la envidia están presentes en una relación señalada como muy ambivalente. Amor y odio se alternan en diversas proporciones e influyen decisivamente en la construcción de una buena identidad femenina, cuando la muchacha la ha conseguido amar en la madre y la madre la ha reforzado con gestos amorosos, cuando ha visto brillar en su hija adolescente el nacimiento de una mujer.

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Finalmente, haré un breve apunte sobre la psicopatología de la violencia. Con frecuencia vemos a muchachos que, detrás de la violencia, esconden una carencia afectiva muy considerable. De hecho la psicopatía, a diferencia de la perversión, produce una gran cantidad de violencia pero poca agresividad, o sadismo, que es justamente lo definitorio del funcionamiento perverso, más que la modalidad de satisfacción sexual. El psicópata es un individuo carenciado, que no conoce o no confía en el valor del afecto y lo sustituye por aquello concreto que puede obtener en las relaciones con los demás. Frente a lo que se pudiera esperar, cuando se le propone una relación donde se hable fiablemente de los afectos, como lo es básicamente la analítica, responde sorprendentemente bien en muchas ocasiones. Paradójicamente, cuanto más desintegrado y violento se presente, más probable es que se trate de un muchacho carenciado con gran necesidad de escucha y de respeto.

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Libro anual del Psicoanálisis (5). Selección de los mejores artículos de la Revue Francaise de Psychanalyse. La culpa. Consideraciones sobre el remordimiento, la venganza y la responsabilidad, por Roberto Speziale-Bagliaca. Diccionario de la obra de Wiled R.Bion, por Rafael E.López Corvo. Freud y su obra: Génesis y Constitución de la Teoría Psicoanalítica, por Carlos Gómez Sánchez. En el núcleo vivo de lo infantil. Reflexiones sobre la situación analítica, por Florence Guignard. Acerca de los niños y los que ya no lo son, por Paula Heimann. Edición de Margret Tonnesmann. Volver a _los textos de Freud, por Ilse Grubrich-Simitis. Retos del psicoanálisis en el siglo XXI, por José Guimón y Sara Zac de Fi1c. El vértigo entre angustia y placer, por Danielle Quinodoz. Los sueños que vuelven una página, por Jean-Michel Quinodoz. La vida operatoria. Estudios psicoanalíticos, por Claude Smadja. El cuerpo como espejo del mundo, por Janine Chasseguet-Smirgel. La ado ción. Un tema de nuestro tiempo, por Milagros Cid y Silvia Pérez Galdós (Coords.). Psicoanálisis y «malestar» del hombre en el mundo actual, por María Hernández y Manuela Utrilla (Eds.). Los modelos psicoanalíticos de la psicosomática, por Claude Smadja. ¿Por qué no pasa el pasado? por Milagros Oregui. Figuras de la violencia en la sociedad actual. Violencia de género, acoso laboral, maltrato infantil, por Silvia Pérez Galdós y Manuela Utrilla (Comps.). * Amparo Escrivá. Lic. Psicología. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. 155

* Martina Burdet. Lic. Psicología. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. * Milagros Cid Sanz. Méd. Psiq. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. ** M.Cardinal (1975) (1976), Las palabras para decirlo, Barcelona, Noguer. * Inmaculada Amieba. Méd. Psiquiat. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. ** S.Freud, Nuevas conferencias. Conferencia 33.a: La feminidad. * Guillermo Onrubia. Méd. Psiquiat. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. * Pedro M.Gil Corbacho. Méd. Psiquiat. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. * Milagro Martín Rafecas. Lic. Psicología. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. ** En relación con el tema de la violencia, 1. Berenstein (2001) analiza la figura de Creonte, sus emociones y mecanismos vinculados con el poder dándole un sentido dentro del funcionamiento psíquico de la persona. Este autor entiende el poder como la desbordante presencia del otro que impone su sentido al Yo; su exceso produce violencia, cuyo síntoma sería la anulación o degradación de su subjetividad. * Francisco Muñoz Martín. Dr. en Psicología. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. * Manuel de Miguel Aisa. Méd. Psiquiat. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. ** Esta erotización no es la excepción sino la regla.

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Índice PRESENTACIÓN, Silvia Pérez Galdós CUANDO LOS LÍMITES SE DESBORDAN: LA VIOLENCIA EN EL EXCESO, Amparo Escrivá VOLVIENDO A PENSAR EN PEGANA UNA MUJER, Martina Burdet LA VIOLENCIA EN LOS ACTOS, EN LAS PALABRAS, EN LAS FANTASÍAS, Milagros Cid Sanz ¿POR QUÉ SE DEJAN PEGAR LAS MUJERES?... ¿SE DEJAN PEGAR LAS MUJERES?, Inmaculada Amieba VIOLENCIA LABORAL: APROXIMACIÓN AL MOBBING, Guillermo Onrubia VIOLENCIA DE GÉNERO, Pedro M.Gil Corbacho VIOLENCIA, TRANSMISIÓN FAMILIAR Y MITOS. ¿ES POSIBLE SU TRANSFORMACIÓN?, Milagro Martín Rafecas CARENCIAS AFECTIVAS PRECOCES. CONSECUENCIAS PARA LA ESTRUCTURACIÓN DEL APARATO PSÍQUICO INFANTIL, Fr LA AGRESIVIDAD EN EL SENO DE LA FAMILIA DEL ADOLESCENTE, Manuel de Miguel Aisa AMPARO EscRIVv* MARTINA BURDET* MILAGROS CID SANZ* Las palabras, para decirlo como el apasionante libro autobiográfico de Marie Cardinal**, INMACULADA AMIEBA* [...] aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la anatom GUILLERMO ONRUBIA* PEDRO M.GIL CORBACHO* MILAGRO MARTÍN RAFECAS* Eteocles, uno de los hijos de Edipo, se queda en la ciudad con Creonte, hermano de Yocasta. Polinice FRANCISCO MUÑOZ MARTÍN* 157

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MANUEL DE MIGUEL AISA* tamiento agresivo es inhumano, lamentablemente estamos faltando a la verdad. Es lo más específico de

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