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Spanish Pages 197 [200] Year 2010
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Esclavos, imperios, globalización (1555-1778) constituye un riguroso esfuerzo por repensar una serie de cuestiones historiográficas de primera magnitud desde tales perspectivas y presupuestos. El tejido de interconexiones con el que se abordan las tres partes en que se divide este libro –referidas fundamentalmente al fenómeno de la esclavitud cristiana en las poblaciones del Mediterráneo musulmán, y a la teoría y praxis de los imperios en dos momentos (1580-1640 y 1700-1715) de las interrelaciones entre los diversos continentes en que se estaba produciendo un sensible cambio en el reparto territorial del mundo por parte de las grandes potencias europeas– es original y oportuno. La historia sustantiva de los estados asiáticos y norteafricanos se da la mano con la historia de la llamada expansión europea fuera de sus fronteras, y esto hace que el conjunto del trabajo consiga así una plausible articulación gracias a la recurrente perspectiva de la primera globalización, la globalización ibérica, eje fundamental y permanente fuente de inspiración del texto.
ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
No tiene nada de novedoso comprender la historia en su globalidad. Desde los clásicos textos de Heródoto de Halicarnaso a Ibn Jaldún, pasando por los no menos importantes estudios de Adam Smith, Karl Marx, Max W eber, Oswald Spengler, Arnold J. Toynbee y Fernand Braudel, numerosos pensadores se han preguntado cómo se originó la humanidad y cómo se ha llegado a su estado actual. No obstante, sólo en las últimas décadas ha parecido tan necesario como posible satisfacer esa necesidad por medio de una evaluación razonada y sistemática de los conocimientos disponibles. Sin duda los historiadores tienen mucho que decir , y prueba de ello son los debates que se originaron en el seno del XIX Congr eso Internacional de Ciencias Históricas celebrado en la ciudad de Oslo en el año 2000. Quizás la pr opuesta metodológica más r elevante que se consensuó en este for o de diálogo consistía en rechazar el marco del Estado-nación, porque cuestionaba las entidades socio-culturales ya pr esentes incluso antes de su advenimiento político, y por que despreciaba aspectos de mayor calado y envergadura.
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES
ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
José Antonio Martínez Torres
ISBN: 978-84-00-09227-6
Ilustración de cubierta: Salero estilo Bini-portugués. Reino de Benin, siglo XVI, marfil 30 x 1 1 cm. Museo Británico, Londres.
CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
José Antonio Martínez Torres es investigador contratado en el Centro de Historia de Alén-Mar (Universidad Nova de Lisboa-UNED). Ha trabajado en la Universidad Autónoma de Madrid, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en el Centre de Recherches Historiques de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Entre sus publicaciones como autor y editor destacan Prisioneros de los infieles. Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo musulmán (siglos XVIXVII) (2004), Circulación de personas e intercambios comerciales en el Mediterráneo y en el Atlántico (siglos XVI, XVII, XVIII) (2008), Peso de todo el mundo (1622) y discurso sobre el aumento de esta monarquía (1625) (2010), y La trata de esclavos cristianos en el Mediterráneo durante la Edad Moderna , (en prensa). Actualmente coordina, junto con el pr ofesor Carlos Martínez Shaw, España y Portugal en el Mundo (1580-1668) (publicación prevista en el segundo semestre de 2011).
ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES
ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, 2010
Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por ningún medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.
Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicaciones.060.es
© CSIC © José Antonio Martínez Torres NIPO: 472-10-222-2 ISBN: 978-84-00-09227-6 Depósito legal: M-52.290-2010 Impreso en R.B. Servicios Editoriales, S.A. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.
A Nuria y Alicia
La globalidad no es la pr etensión de escribir una historia completa del mundo, significa simplemente el deseo, cuando uno está fr ente a un problema, de ir sistemáticamente más allá de sus límites Fernand BRAUDEL
ÍNDICE Advertencia sobre convenciones .......................................................
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Lista de abreviaturas .........................................................................
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Prólogo, por Carlos Martínez Shaw .................................................
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Presentación ........................................................................................
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PRIMERA PARTE ESCLAVOS 1. Europa y la «problemática del rescate» de esclavos cristianos en tierras del Islam (1575-1778) .........................................................
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2. Trata mediterránea y trata atlántica (siglos XVI-XVII) .......................
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SEGUNDA PARTE IMPERIOS 3. Guerras y «pasiones» confesionales en Europa antes de la paz de Westfalia .........................................................................................
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4. «Un Imperio respecto de sí misma». La Monarquía de España, según Gregorio López Madera ..........................................................
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TERCERA PARTE GLOBALIZACIÓN 5. Las posesiones de Ultramar de los Austrias durante la integración de la Corona de Portugal a la Monarquía hispánica .......................
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6. Los europeos en Asia y África hacia 1700 .......................................
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ÍNDICE
Gráficos y mapas ................................................................................
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Anexos .................................................................................................
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Fuentes y bibliografía ........................................................................
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Índice onomástico y toponímico ........................................................
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ADVERTENCIA SOBRE CONVENCIONES MONEDAS Cruzado
Moneda portuguesa de valor parecido al escudo, y equiva lente a 400 reis. Cuento Un millón de maravedís. Ducado Moneda de cuenta, 375 maravedís. Durante el reinado de Felipe II (1556-1598) cuatro ducados correspondían aproxima damente a una libra esterlina. Escudo Moneda de oro de 22 quilates que al principio equivalía a 350 maravedís pero cuyo valor fue aumentando a 400 en 1566 y a 440 en 1609. Sin embar go, en las cuentas castellanas, el es cudo al que generalmente se hacía referencia era el de diez reales, equivalente a 340 maravedís. Libra (lliura) Moneda catalana equivalente a 10 reales castellanos. Libra tornesa Moneda francesa establecida en 1667 como única unidad monetaria legal vigente hasta 1789. Maravedí La más pequeña unidad de cuenta. Pataca Moneda de plata que equivalía a una onza de peso. Se acuñó desde el reinado de Felipe III (1598-1621) hasta el de Fer nando VII (1808, 1813-1823) y valía 320 reales. Peso El tesoro americano se expresaba en pesos. El peso de mina equivalía a 450 maravedís. Dejó de utilizarse en el curso del siglo XVII y la unidad normal pasó a ser el peso fuerte, o el peso de ocho reales, con un valor de 272 maravedís. A efectos de conversión equivalía a 20 reales de vellón. Piastra Moneda de plata de valor variable según los países que la usan. Real Moneda de plata equivalente a 34 maravedís.
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Vellón
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Moneda fraccional. Originalmente era una aleación de plata y cobre.
PESOS Y MEDIDAS Arroba Azumbre Fanega Legua Milla Quintal Salma Tonelada Vara
Medida de capacidad para líquidos equivalente a 16 litros. Medida de capacidad para líquidos, octava parte de una arroba. Medida de capacidad para áridos equivalente a 55,5 litros. Sin embargo, una fanega de cacao era una unidad de peso, que equivalía aproximadamente a 116 libras. Medida de longitud terrestre que equivalía a 5,5 kilómetros. Medida de longitud marina equivalente a 1,8 kilómetros. Medida de peso equivalente a 100 libras castellanas o 46 kilos. Medida siciliana para granos equivalente a 5 fanegas. Medida de capacidad para buques equivalente a 20 quintales o 920,1 kilos. Medida de longitud equivalente a 0,84 metros.
NOMBRES Y FECHAS Todos los nombres propios aparecen en su forma original, a no ser que exista una versión española reconocida (Granvela, Guillermo de Orange, etc.,). Todas las fechas indicadas en este libro corresponden al calendario gregoriano (estilo nuevo).
LISTA DE ABREVIATURAS
ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS ADBdR AGI CH IG AGS E GA SP AHN AHU Cons OOMM AHPM P AHPS AMAE AN ANTT BNE BNF RAH
Archivos Departamentales des Bouches-du-Rhône. Archivo General de Indias, Sevilla. Charcas. Indiferente General. Archivo General de Simancas, Valladolid. Estado. Guerra Antigua. Secretarías Provinciales. Archivo Histórico Nacional de España, Madrid. Archivo Histórico Ultramarino, Lisboa. Consejos. Órdenes Militares. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo. Archivo Histórico de Protocolos de Sevilla. Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, París. Archivos Nacionales de Francia, París. Archivo Nacional de la Torre do Tombo, Lisboa. Biblioteca Nacional de España, Madrid. Biblioteca Nacional de Francia, París. Real Academia de la Historia, Madrid.
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OTRAS ABREVIATURAS cap. exp. fol. leg. lib. mss. r. s.d. s.e. s.f. s.l. t. v. vol.
capítulo. expediente. folio. legajo. libro. manuscrito. recto. sin data. sin editor. sin foliar. sin localizar. tomo. vuelto. volumen.
PRÓLOGO No hace falta una argumentación extensa o sofisticada para justificar la vinculación íntima existente entre los seis textos que componen este libro. Por una parte, la cronología se fija esencialmente en el siglo XVII (pese a unos antecedentes y unos consiguientes), mientras por otra la alusión a la historia total (que se ocupa de los aspectos económicos, sociales, políticos y culturales) se da la mano con la perspectiva «intercontinental» reivindicada por el autor y con el concepto en boga de la primera globalización para referirse a las relaciones establecidas entre los distintos mundos a lo lar go de los tiempos modernos. Y la opción por este punto de vista es ya un primer activo entre los muchos que posee el libro. De ahí que si una obra de estas características no puede abordar obvia mente una historia universal, sí que puede ofrecer todo un tejido de inter conexiones en el interior de las tres partes en que se divide, referidas respec tivamente al fenómeno de la cautividad (que es también esclavitud), la teoría y praxis de los imperios y dos momentos de las interrelaciones entre los di versos continentes, el primero a partir de la unión de las dos mayores forma ciones imperiales del siglo XVII (España y la Portugal agregada a la Monar quía hispánica de los «Felipes») y el segundo en torno a la fecha de 1700, en que la guerra de Sucesión española y la subsiguiente paz de Utrecht estaban produciendo un sensible cambio en el reparto territorial del mundo por parte de las grandes potencias europeas. Los dos artículos sobre esclavitud son un claro ejemplo de este afán por ampliar el ángulo de la lente a la hora de observar los fenómenos. En el pri mero, se abordan simultáneamente las políticas de tres países (España, Francia y Portugal) en torno al fenómeno del cautiverio de las respectivas poblaciones por parte de los corsarios musulmanes (realizado en la costa o durante la navegación) y la consecuente operación de rescate, a cargo de diferentes instituciones: rescatadores civiles, pero, sobre todo, eclesiásticos,
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mercedarios, pero especialmente (por razón de la documentación manejada) trinitarios, que son los principales protagonistas de los hechos analizados. El texto nos ofrece una tipología del cautivo, una recreación de los procedi mientos utilizados (armamento de la «nave de redención», recaudación de las limosnas con su centralización por parte de las autoridades políticas, curso de las negociaciones en los países musulmanes, precios pagados por la liberación, ceremonias de celebración al regreso incluyendo procesiones y «sermones de esperanza») y una valoración final de los resultados, marcados por una cierta decepción colectiva que originó incluso algunas críticas a la orden por el escaso número de los liberados, su geografía de procedencia (generalmente, del propio enclave de cada casa religiosa implicada) y su calidad, con predominio de los ancianos o los prisioneros sin cualificación profesional. El segundo de los artículos es más ambicioso en sus objetivos. Por un lado, señala la extensión del fenómeno desde el Mediterráneo al Atlántico, con datos poco conocidos, como el elevado número de capturas en la lejana Inglaterra: 800 barcos y 13.000 hombres durante el periodo 1600-1640. Por otro lado, los sucesos se enmarcan en una serie de prácticas seguidas por ambos bandos: una «economía del rescate», una parecida actividad predatoria (el millón largo de cautivos europeos en tierras de África se com pensa con el millón largo de esclavos destinados en Europa a las tareas domésticas, a las faenas agrícolas o al trabajo en las minas), una misma utilización por ambas partes de los prisioneros como remeros de sus galeras. Es cierto que el Mediterráneo sufre una periferización en el siglo XVII, pero no lo es menos que durante toda esta centuria se mantuvieron unas prácticas que deben recordarnos el papel del colectivo de forzados, diluidos en la historiografía por el triunfo en gran escala de la trata de esclavos en el Atlántico y por el destino americano de este tráfico humano. En conclusión, el siglo XVII conoció una gran actividad en el Mediterráneo pese al triunfo del sistema atlántico (o los sistemas atlánticos). La segunda parte habla de la virtualidad de las dinámicas imperiales en el escenario europeo. El primer texto nos pone en contacto con las guerras amparadas por las «pasiones» religiosas, un fenómeno que se desvanece de la escena europea con la firma de la paz de Westfalia, pero que ha vuelto a reactivarse en el siglo XXI tanto en Europa como fuera de Europa, lo que le ha conferido una nueva actualidad. La figura del conocido jurista Gregorio López Madera es evocada dentro del mismo contexto de los enfrentamientos entre los distintos estados europeos y, más concretamente, de la contestada hegemonía imperial de la Monarquía hispánica. Así, tras una extensa digresión sobre las virtudes de la historia política (nunca ausente de las preocupaciones académicas pese a su
PRÓLOGO
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preterición en favor de los fenómenos económicos y sociales), el autor nos presenta a Gregorio López Madera a través de sus escritos, donde avanza un discurso de múltiples facetas, pues en un momento se revela como un práctico arbitrista (interesado en hablar de los censos o de la moneda de vellón) y al siguiente como un crédulo testigo de la superchería de los plomos del Sacromonte y, finalmente, como un teórico de la guerra justa. Lo que más interesa en el capítulo es, sin embar go, y como era de esperar a partir del propio título, el análisis de su obra fundamental, las Excelencias de la Monarquía y Reino de España (1597), el tratado donde el jurista trata de justificar el papel que corresponde a los soberanos españoles (reyes de los visigodos, de los hispanos y de los castellanos) en la dirección de los destinos de la historia universal. Concebidas en plena euforia de la agregación de Portugal, las Excelencias proponían soldar, en el propio solar hispano y fuera de él, una Monarquía que era «un Imperio respecto de sí misma». En definitiva, un riguroso análisis de un tratadista y de un tratado perfectamente contextualizados en la España de la época. Las aportaciones más originales del autor (con recurso a una serie de documentos inéditos custodiados en Simancas) aparecen al principio de la tercera parte del libro. Como es bien sabido, la unión de las Coronas de España y Portugal se produjo bajo la limitación constitucional de la respetuosa separación de los intereses ultramarinos de ambos estados. Sin embar go, esta cláusula no impidió la asidua (y a veces decisiva) aportación militar española a la defensa del imperio portugués en Asia, en América y en África, amenazado especialmente por el «desafío holandés», que se dirige con im placable tenacidad contra todos los dominios lusitanos en los tres continentes. Así, por un lado, se levanta acta de las intervenciones españolas en las Molucas, en Formosa o en Macao. Y, por otro, se alude a toda una serie de testimonios emanados tanto de las autoridades españolas como de las portuguesas a favor de una necesaria acción conjunta para salvar los territorios bajo su soberanía en todos los ámbitos extraeuropeos. Entre tales alegatos no podía faltar el de Anthony Sherley, cuya obra Peso de todo el mundo (significativamente escrita en 1622, el año de la perdida de Ormuz y la defensa de Macao) propugna la necesidad para el rey de España y Portugal de conquistar «el señorío del mar del Sur» para establecer una monarquía realmente universal a salvo de las asechanzas de sus enemigos, ingleses y ho landeses. En definitiva, concluye el autor , gracias a estos hechos, y a otros que a lo mejor todavía no han sido suficientemente puestos de relieve, Portugal pudo conservar buena parte de su imperio asiático y africano hasta casi nuestros días. El volumen se cierra con una instantánea panorámica de los espacios extraeuropeos, singularmente Asia y África, en los albores del siglo XVIII. La
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tarea se ve facilitada en el caso asiático por el desarrollo paralelo de los grandes imperios (Japón Tokugawa, China Qing, India Mogol, Turquía otomana y Persia safawí) y en el caso africano por la unidad islámica del área septentrional y por el efecto imparcialmente devastador de la trata en el área subsahariana. La perspectiva es doble: la historia sustantiva de los es tados asiáticos y norteafricanos se da la mano con la historia de la llamada expansión europea fuera de sus fronteras, justamente en los otros mundos aquí evocados. Y, en definitiva, la obra consigue así una plausible articula ción gracias a la recurrente perspectiva de la primera globalización, eje fundamental, principal factor de cohesión y permanente fuente de inspira ción de José Antonio Martínez Torres. Carlos MARTÍNEZ SHAW UNED, Madrid
PRESENTACIÓN Los seis trabajos que componen este volumen se elaboraron entre principios del año 1999 y mediados de 2009. Todos ellos fueron concebidos para su exposición y debate en coloquios, seminarios y cursos de público universitario reducido y heterogéneo. Por razones que no vienen al caso indicar aquí, la mayoría no vieron la luz, y los que sí tuvieron esa suerte salieron a la calle con erratas e imprecisiones múltiples. Gracias a la generosidad y buen hacer de mi amigo y excelente historiador de la cultura española del Siglo de Oro, José Manuel Prieto Bernabé, he podido reescribirlos y actualizarlos para su publicación. Pese a la diversidad de los temas que trato (esclavitud cristiana en los territorios del Islam, conflictos confesionales en el centro y norte de Europa, apología de la Monarquía de España, intercambios políticos y co merciales en los «nuevos mundos»…), no creo presentar un volumen misceláneo y deslabazado. Los textos tienen cierta unidad que no deriva única mente de encuadrarse en el siglo XVII mayoritariamente, ni en la reflexión según los presupuestos metodológicos de lo que durante la primera mitad del pasado siglo XX se calificó como histoire totale. He optado además por abordar las temáticas apuntadas desde una perpectiva «intercontinental», sin limitarme a un área geográfica restringida. Como nos recuerdan André Gunder Frank y Serge Gruzinski en dos libros estimulantes pero diferentes sobre la globalización iniciada por los ibéricos en el siglo XV («globalización arcaica», según Christopher A. Bayly), tal aproximación constituye una de las mejores maneras posibles de sacar a la luz ese hilo que une lo regional con lo nacional y lo mundial. No se trata sólo de relacionar los hechos políticos y culturales con los económico-sociales, sino de otor gar a cuestiones clave y decisivas como por ejemplo la circulación de personas, mercancías, saberes y prácticas, el relevante papel que tuvieron en la Edad Moderna. Desgraciadamente estudios que utilizan la escala micro de análisis o el constreñidor y a veces simplificador marco político que impone ese constructo
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liberal-burgués que es el Estado-nación todavía continúan obviando estas fundamentales cuestiones en sus narraciones. John H. Elliott, que en opinión de quien esto escribe es uno de los cinco mejores «modernistas» europeos de la segunda mitad del siglo XX (los otros son Fernand Braudel, Carlo M. Cipolla, Vitorino Magalhães Godinho y Jaume Vicens Vives), no es ajeno a estos asuntos, expresándolo mucho mejor que nosotros cuando, en el prefacio de su España, Europa y el Mundo de Ultramar. 1500-1800, afirma que «la búsqueda de conexiones es parte esencial de la empresa historiográfica y también un modo de contrarrestar el excepcionalismo que emponzoña la escritura sobre historia nacional». Algo de esto hay en el origen de estas discretas páginas. No quisiera terminar estas líneas sin dejar constancia de mi gratitud hacia algunas instituciones y personas que, con su financiación y apoyo, han hecho posible que materialice finalmente este trabajo. En primer lugar quiero destacar al antiguo Ministerio de Educación y Ciencia (hoy MI CINN), que con la concesión de un contrato «Juan de la Cierva» (Referencia: JCI-2005-1870-1) adscrito al Proyecto de Investigación I+D, «España y el comercio marítimo internacional, 1648-1828» (Referencia: HUM200405974-C02-01), me permitió integrarme en el departamento de Historia Moderna de la UNED, al que actualmente sigo vinculado. Al responsable de este programa de estudios, el profesor Carlos Martínez Shaw , le debo más de lo que aquí puedo reflejar. Además de proporcionarme pistas, libros y artículos para seguir reflexionando, siempre me ha dado numerosas muestras de generosidad y apoyo, amén de consejos. También estoy en deuda con Marina Alfonso Mola, Josefina Castillo Soto, José María Iñurritegui, Luis Ribot y Juan Antonio Sánchez Belén, profesores y compañeros del mismo departamento. Sus referencias y opiniones, que han sido muchas, las he tenido muy en cuenta en la redacción final. Huelga decir que de los defectos y omisiones sólo yo soy responsable. Obviamente diez años dan para muchos encuentros y correspondencia con colegas, archiveros y bibliotecarios de Madrid, Sevilla, Valladolid, Lisboa y París, que son algunos de los sitios que más he frecuentado en mis pesquisas. Aun a riesgo de no recogerlos a todos ellos no quiero eludir el compromiso de nombrar, en riguroso orden alfabético, a algunas personas con los que las labores de orientación y acopio documental siempre fueron enriquecedoras: Isabel Aguirre, Antonio de Almeida Mendes, David Alonso, Ángel Alloza, James Amelang, Bethany Aram, Antonio-Miguel Bernal, Zoltan Biederman, Giuliana Boccadamo, Salvatore Bono, Sadok Boubaker , Fernando Bouza, Pedro Cardim, John H. Elliott, Pablo Fernández Albaladejo, Antonio Feros, Michel Fontenay, Eduardo França Paiva, Ricardo García Cárcel, Martí Gelabertó, Miguel Fernando Gómez Vozmediano, María
PRESENTACIÓN
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de Fátima Silva Gouvêa (†), Daniel Hershenzon, Manuel Herrero, Wolfgang Kaiser, Fréderic Langue, Julio López-Davalillo Larrea, Catarina Madeira Santos, Guida Marques, Leïla Maziane, André Murteira, João Paulo Oli veira e Costa, Igor Pérez Tostado, Francisco Luis Rico Callado, María José del Río, José Javier Ruiz Ibáñez, Felipe Ruiz Martín (†), Luis Salas, JeanFrédéric Schaub, Stuart Schwartz, Edval de Souza Barros, Rafael Valladares, Jesús Villanueva y Bernard Vincent. José Antonio MARTÍNEZ TORRES Madrid y Lisboa, verano de 2010
PRIMERA PARTE
ESCLAVOS
1 EUROPA Y LA «PROBLEMÁTICA DEL RESCATE» DE ESCLAVOS CRISTIANOS EN TIERRAS DEL ISLAM (1575-1778)1
La derrota que sufrió la armada turca ante la de la Liga Santa en el golfo de Lepanto la mañana del 7 de octubre de 1571 dio paso a un período de «paz vigilada» que duró algo más de doscientos años, y en el que abundaron las negociaciones comerciales, las expediciones corsarias y, por ende, los rescates de prisioneros. 2 En lo referente a estos dos últimos aspectos, conviene indicar que todavía hoy resulta difícil sopesar el daño material y humano que supuso el llamado «peligro berberisco» 3 en las poblaciones de la Europa mediterránea y atlántica, aunque podemos hacernos una li gera idea de la gravedad del mismo gracias a que han permanecido forta lezas de defensa costera y todo un sinfín de valiosos testimonios pictóricos y literarios. 4 También es complejo ofrecer un balance global y definitivo de toda la población europea que, fruto de la guerra marítima 1 Texto inédito, que desarrolla el contenido de dos seminarios impartidos en el Centre de Recherches Historiques de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (2003), y en el Departamento de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid (2004). 2 BENNASSAR, 1998, pp. 213-300. Si exceptuamos este brillante trabajo de síntesis, ac tualmente no existe ninguna investigación que se ocupe de relacionar las cuestiones mencio nadas para el Mediterráneo y el «Atlántico mediterráneo» de los siglos XVII y XVIII (la expresión, como se sabe, la hizo célebre Pierre Chaunu en su Séville et l´Atlantique, 1504-1650, París, SEVPEN, 1955-1960, 12 volúmenes). 3 BONO, 1964; BOOKIN WEINER, 1993, pp. 3-33; MAZIANE, 2008, pp. 203 y ss. 4 MATAR, 1999; VITKUS, 2001.
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y terrestre5 que libraron las principales potencias y ciudades-estado de la Europa católica (España, Francia, Portugal, Florencia, Venecia) y protestante (Inglaterra, Holanda) contra el Imperio otomano y la regencias berberiscas a lo largo de toda la Edad Moderna, permaneció retenida en las poblaciones de Turquía (Quíos, Famagusta) y el norte de África (Salé, Meknés, Tetuán, Argel, Bugía, Túnez y Trípoli). No obstante, algunos autores que se han acercado a tan espinosa cuestión dan cuenta de la relevancia que tuvo en el pasado el binomio guerra corsaria-cautiverio cuando señalan que, entre principios del siglo XVI y finales del XVIII, de 1.000.000 a 1.250.000 de europeos permanecieron retenidos contra su voluntad en las costas norteafrica nas.6 Desconocemos la suma de prisioneros que hubo para esta misma época en los territorios que conformaban el Imperio otomano, pero podemos ha cernos una ligera idea de su elevado número si damos crédito a las estimaciones de Steven Runciman, quien mencionara en su día que sólo en el sa queo, asedio y caída de Constantinopla (29 de mayo de 1453) se hicieron alrededor de unos 50.000 cautivos, que luego fueron islamizados. 7 Sea como fuere, lo cierto es que hoy en día estamos en condiciones de poder afirmar con rotundidad que la mayor parte de las personas apresadas por los turcos y los berberiscos a lo largo de todo el ancien régime eran hombres de mediana edad, con oficios relacionados con la explotación y la defensa marítima (pilotos, armadores de barcos, fundidores, calafateadores, pescadores, militares, marineros), y nacidos fundamentalmente en las localidades costeras de la Europa mediterránea y atlántica. Al hilo de todo lo que hasta aquí se ha indicado no resulta difícil imaginar que España, Francia y Portugal, ya se tratara por simple «razón de reli gión» o por cuestiones puramente geoestratégicas y de interés, fueran los estados europeos más dañados por las expediciones de castigo de los corsarios berberiscos. Así, la «problemática del rescate», que es como denominan en esta época los tratadistas políticos y religiosos a los, en muchos casos, frustrados intentos de libertar a los miles de cristianos retenidos en los territorios musulmanes del Mediterráneo y el Atlántico, ocupa un destacado lugar en los fondos de los principales archivos del centro y sur de Europa, y nos demuestra a su vez que los soberanos de estos países no pasaron por alto las abundantes, extensas y detalladas solicitudes de rescate que cursaron sus súbditos prisioneros en el norte de África y Turquía a través de Desde principios del siglo XV hasta finales del XVIII, las monarquías de Portugal y España estuvieron presentes en los territorios del norte de África gracias al mantenimiento y la explotación de un sistema de factorías y presidios. 6 DAVIS, 2003, p. 23. 7 RUNCIMAN, 2006. 5
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los diferentes órganos que componían el aparato político-gubernamental durante esta época.8 Gracias a las importantes monografías que sobre tales aspectos han ido apareciendo en los últimos años, podemos señalar sin riesgo de error que las iniciativas de rescate de la orden religiosa de la Trinidad, máxima responsable junto a la de la Merced en la liberación de cautivos cristianos en las poblaciones del Islam prácticamente desde que obtuvieron a finales del siglo XII la autorización del papa Inocencio III (1161-1216) para fundar conventos a lo largo y ancho de todo el territorio español, luso y francés, estuvieron inscritas en una política prediseñada por los monarcas de las dinastías de Habsburgo, Borbón y Bragança, acorde a los intereses políticos y económicos que mantuvieron estas dis tinguidas casas nobiliarias con los gobiernos turcos y berberiscos de esta época.9 Los documentos que hemos manejado no ofrecen ningún género de dudas. Felipe II (1556-1598), Luis XIII (1610-1643) y Pedro II (16681706), tres de los monarcas más sobresalientes de la Europa de los si glos XVI y XVII, desde mediados de sus reinados sentaron las bases de la futura y estrecha colaboración que iban a mantener sus respectivos suce sores en el trono con los religiosos de la Trinidad hasta finales del si glo XVIII, momento en que dicha orden empieza a ser desmantelada por las ideas y la legislación revolucionaria. 10 Todo intento de contabilizar el número de personas rescatadas en los siglos XVI, XVII y XVIII por los trinitarios de España, Francia y Portugal está condenado al fracaso, pues la documentación es incompleta, se encuentra muy deteriorada y las cifras varían mucho dependiendo del archivo consultado y la fuente de estudio. Sin embargo, a modo provisional y orientativo podemos indicar que los trinitarios de estos tres países rescataron un total de 7.934 personas (2.524 hombres y 417 mujeres) en 37 operaciones efectuadas en Trípoli, Túnez, Argel y Marruecos entre 1575 y 1778.11
8 AMAE, Fonds Divers-Memories et Documents, (Turquie), leg. 7, «État des françaises résidant aux échelles de Levant et de Barbarie», 1710-1771. Otros testimonios de importancia fueron recogidos en la selección documental de C ASTRIES et al., 1905-1970. Para las expediciones de rescate de las ciudades estado-italianas, Inglaterra y las Provincias Unidas en el norte de África y el Imperio otomano, véanse BONO, 1964; COLLEY, 2002; y KRIEKEN, 2002. 9 PETER, 1997; ZYSBERG, 2004. 10 AN, G9 22, G9 23. 11 La suma de cautivos rescatados por los trinitarios españoles procede de MARTÍNEZ TORRES, 2004. Para los trinitarios franceses he consultado BNF , Ld. 43-18, 43-30, 8º O 3 g.1, 8º O3 j.57; AD BdR, 50 H 30, 51 H 99; La lista de cautivos libertados en el año 1635 se reproduce con todo detalle en el libro de DAN, 1649, pp. 40-68. La cifra de prisioneros portugueses que rescataron los trinitarios la ofrece MAGALHÃES, 1998, II, p. 66.
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A pesar de las limitaciones de estos resultados, las cantidades que he señalado demuestran que las operaciones de liberación que efectuaron los religiosos de la Trinidad son sólo una pequeña parte de esa inmensa y compleja maraña de procedimientos de rescate y de intermediarios que se dieron en los países más afectados por el corso berberisco durante toda la Edad Moderna. De muchos de ellos apenas tenemos constancia, pues, como nos indican los cautivos y los religiosos en los testimonios que se han publicado, bastaba una bandera blanca ondeando al viento en lo más alto del palo de mesana de una nave o en la explanada de algún puerto relevante para que cristianos y musulmanes, desde casi siempre encarnizados enemigos, dejaran las armas y procedieran a realizar sus tratos liberatorios. Es más, este escaso número de cautivos rescatados por la vía religiosa (apenas llegaron a 39 personas al año) que se deduce de nuestra investigación, fue compensado por los varios cientos de miles de personas que durante la misma época obtuvieron su libertad acudiendo a la mediación de rescatadores civiles (mercaderes, cofradías de pescadores, arma dores y marineros), e incluso utilizando la conversión al islam como un medio de rescate alternativo al oficial. Todo ello se desprende de la abundante correspondencia que mantuvieron los cónsules de Francia en Túnez y Argel, presentes en ambos territorios desde finales del siglo XVI hasta el primer tercio del XIX, con las máximas autoridades de dichos gobiernos y con el monarca francés. 12 La actual situación en la que se encuentran los estudios sobre esta relevante y desatendida materia nos impide adelantar cifras globales de las personas que adquirieron la libertad por tales procedimientos ni datos sobre sus profesiones, precios de compra, tiempo de cautiverio, procedencias geográficas, nombre y estatus socio-económico del propietario. Y lo mismo podemos decir sobre el desarrollo de tales negociaciones de rescate, de las que apenas si sabemos que en muchos casos solían ser simples adelantos de dinero, preferiblemente en moneda espa ñola (doblones de oro y reales de a ocho sobre todo), que los cautivos tenían que devolver en un plazo de tiempo no superior a un año una vez que habían regresado a sus poblaciones de origen. No ocurre lo mismo con los preparativos del viaje y con los tratos de rescate protagonizadas por los redentores trinitarios entre 1575 y 1778, objeto de este capítulo, y sobre los que podemos adelantar algunos resultados inéditos, de interés y curiosidad gracias a la consulta y análisis de una serie de importantes documentos que se conservan en los archivos y bibliotecas de Valladolid, Madrid, París, Marsella y Lisboa.
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PLANTET, 1893; GRANDCHAMP, 1921-1933.
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I No por obvio se debe dejar de indicar aquí que los trinitarios de España, Francia y Portugal eran quienes verdaderamente se encargaban de solicitar a los agentes oportunos de «la otra orilla» del Mediterráneo una autorización para poder efectuar el rescate de prisioneros en sus dominios. T an fundamental tarea siempre contemplaba el envío, mediante cuidada escritura, de una serie de cartas dirigidas a la principal autoridad que gobernaba el territorio norteafricano elegido para efectuar estos delicados tratos. Este acerca miento de los religiosos siempre estaba supeditado a las buenas relaciones diplomáticas que hubiera entre ambos estados, permaneciendo cerrada la correspondencia en caso de conflicto expreso, e incluso en momentos en los que las propias potencias de Europa se encontraban en abierto litigio entre ellas. Sea como fuere, lo cierto es que en todas estas misivas se aprecia la solicitud de una fecha precisa para efectuar las negociaciones de rescate, casi siempre coincidente con los períodos de tiempo que eran más aptos para la navegación por el Mediterráneo y el Atlántico,13 y la entrega de un pasaporte u «otomán» que les garantizara a los religiosos viajar desde el corazón de España, Francia y Portugal hasta las localidades norteafricanas de rescate elegidas sin las molestias de los corsarios y los bandidos. Estas precauciones de los trinitarios no eran miedos infundados, pues tanto en las proximidades de las principales ciudades europeas como en las berberiscas existían bandas de ladrones y malhechores que despojaban de ropa, dinero y comida incluso a los europeos menos descuidados. Un ejemplo entre varios lo proporciona el asalto perpetuado a las carretas de la redención trinitaria en 1641 por una cuadrilla de ocho bandoleros en las cercanías de la serranía de Córdoba.14 La operación de rescate, planeada ese mismo año en el nor te de Marruecos, se pospuso para más adelante, pues los salteadores andaluces se apoderaron de más de 120.000 reales de plata, y de ropa (bonetes, camisas, lienzos, terciopelos, felpas, estameñas), comida (pescado en salazón, aceite, harina de almorta, naranjas, limones) y otros enseres (cuerdas de cáñamo, cestos de mimbre, colchones, cántaros de barro) valorados en un montante similar. Respecto al segundo tipo de contratiempos sabemos que la osadía de los corsarios berberiscos fue de tal calibre, que es posible en contrar algún que otro caso de navíos de la redención que tuvieron que desviarse de sus tradicionales rutas de regreso a España, Francia y Portugal por13 En el Mediterráneo, por ejemplo, era «seguro» navegar durante el período que iba del 20 de mayo al 24 de septiembre; «incierto» del 25 de septiembre al 23 de noviembre; y «muy peligroso» entre el 24 de noviembre y el 20 de mayo, véase PANTERA, 1614. 14 AHN, Cons., leg. 41.475.
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que los corsarios querían volver a capturar a los cautivos que habían ven dido con anterioridad. La «milagrosa redención» que se produjo en la ciu dad de Salé en 1654 da buena cuenta de todo ello, pues en el pequeño libro que se publicó en París como consecuencia de su «triunfal» llegada a la Corte francesa un año después, se mencionaba que los redentores salieron del puerto de Salé el 20 de julio y llegaron al de La Rochelle un 13 de agosto (¡24 días!); tan «lamentable retraso», explicaba el autor de este valioso testimonio, era fruto de un desvío hasta las islas Madeira (se salía bastante de la acostumbrada ruta Salé-La Rochelle) para despistar a una flota de doce barcos de corsarios que habían zarpado desde distintos puntos del litoral de Marruecos con el firme propósito de apresar al conjunto de la expedición redentora.15 La declaración de buenas intenciones de la máxima autoridad de los trinitarios siempre dejaba abierta la posibilidad de una respuesta afirma tiva o negativa por parte de los responsables de los gobiernos norteafri canos. El tiempo de espera no solía ser superior a los seis meses desde que se habían enviado las primeras cartas de tanteo diplomático, y siempre era aprovechado por los trinitarios para desplazarse hasta las localidades más dañadas y sensibles a la amenaza corsaria para dar sermones sobre el «infierno de Berbería» y adquirir así la necesaria limosna para financiar la futura operación de rescate. En este punto en particular conviene aclarar que el simple hecho de que los religiosos tuvieran un permiso de rescate rubricado por las autoridades berberiscas no garantizaba el inmediato fleta mento de una expedición redentora. Solamente los monarcas de España, Francia y Portugal, con el inestimable apoyo personal, espiritual y técnico que le brindaban la reina, el confesor áulico, el valido o primer ministro y los doctos miembros que integraban el Consejo de Castilla, el Conseil d’Etat y el Consejo de Portugal 16 respectivamente, estaba legitimado para convertir lo que hasta ahora era considerado como un «proyecto de res cate» en una realidad palpable. 17 Si el monarca daba su autorización a la redención, los oficiales y comisarios de todos estos ór ganos colegiados se
BNF, Ld 43-30. Después de 1668, con la separación de la Corona de Portugal de la Monarquía hispánica, el rescate de cautivos portugueses fue competencia de la Mesa da Consciência, dependiente del Consejo de Hacienda. 17 Para conocer el entramado político-institucional de la Francia moderna son fundamen tales los trabajos de RICHET, 1993 (la primera edición en lengua francesa es de 1973); GUÉRY y DESCIMON, 1989, vol. 2, pp. 183-355. Para España, los mejores estudios siguen siendo los de TOMÁS Y VALIENTE, 1982, pp. 21-213; y F ERNÁNDEZ ALBALADEJO, 1992, pp. 97-136. Sobre Portugal, HESPANHA, 1989, pp. 174-200. 15 16
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encargaban de estudiar la viabilidad de la expedición y promulgaban las órdenes, decretos y licencias que precisaban los redentores elegidos18 para efectuar los tratos oportunos tanto dentro como fuera de España, Francia y Portugal. En caso de que la respuesta del monarca fuera negativa, los fon dos que hasta esa fecha habían sido recaudados por los trinitarios se acumulaban para la próxima redención. Hasta las décadas finales de los reinados de Luis XIV y Pedro II, los soberanos de Francia y Portugal no solicitaron a los religiosos de laTrinidad la liberación de oficiales, soldados y marineros capturados en el todavía muy activo frente Mediterráneo. 19 Los pobres resultados obtenidos por los trini tarios hasta ese momento20 y la fuerte presión social de los familiares y amigos de los cautivos llevaron al tercero de los Borbones a ordenar la realiza ción de redenciones conjuntas con la otra orden religiosa dedicada también al rescate, la de la Merced. En esta particular coyuntura y no en otra es en la que hay que entender la eficaz colaboración que mantuvieron ambas instituciones en 1704, 1737, 1754, 1756, 1757 y 1758.21 Y lo mismo se observa en Portugal, donde no faltaron redenciones con un importante apoyo privado de algunas de las más destacadas casas nobiliarias del reino para los años 1689, 1696 y 1706.22 El caso de España, que he detallado más extensamente en otro lugar, demuestra que la casi monopolización de los rescates por ambas órdenes religiosas se produjo un siglo antes que en Francia y Portugal, y fue utilizada fundamentalmente para conseguir soldados españoles capturados por los musulmanes en el Mediterráneo occidental. 23 Así y todo, las redenciones españolas de la Trinidad y la Merced no pudieron impedir que durante los siglos XVII y XVIII se produjeran numerosas liberaciones a título individual. Sea como fuere, y volviendo a la cuestión de la eficacia de las empresas religiosas francesas y portuguesas, lo cierto es que resulta harto difícil pro nunciarse sobre este aspecto concreto, pues las listas de cautivos rescatados por los trinitarios apenas hacen alusión al sexo del cautivo y a su diócesis eclesiástica de procedencia. Sólo disponemos de datos sociológicos parcia-
18 Casi siempre fueron dos, designados por el padre provincial de la orden por su «pro bada experiencia» en anteriores expediciones. 19 AN, B7 50. 20 En cuatro redenciones que se realizaron entre 1654 y 1692, los trinitarios sólo liberta ron a 234 personas. 21 Los incompletos documentos de estas operaciones de rescate se pueden consultar en la BNF, Ld. 44-15, BNF, Ld. 43-3 (7), AD BdR, 51 H 99. 22 ANTT, Chancelaria Régia (Pedro II). 23 MARTÍNEZ TORRES, 2004, pp. 142-143.
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les de los 493 cautivos libertados por los trinitarios franceses en los casi cien años que van de 1635 a 1720, pero estos nos muestran que el 98,17% eran población masculina de las diócesis de donde los religiosos de la T rinidad obtenían mayoritariamente el dinero para financiar sus operaciones (Sables d’Olonne, Nantes, Saint-Malo, Luçon, Coutances, Bayona, Arles, Marsella). El 2,83% restante eran mujeres de la misma procedencia geo gráfica, lo que significa que fueron apresadas en una cifra menor que los hombres, ya que por esta época embarcaban menos que ellos y no desem peñaban oficios con riesgo de captura tales como los de soldado, marino o pescador, pero, sobre todo, significa que los propietarios musulmanes no las vendían ni siquiera por elevadas sumas de dinero, pues ocuparon im portantes puestos en esta sociedad que las acogía forzosamente.24 Disponemos de muy pocos ejemplos de mujeres con altos precios de venta, pero son muy significativos los que nos ofrecen Heleine Taparry, Marie Fernández, Anne Fernández y Jeanne Le Tailler, cuatro mujeres entre dos y treinta años de edad, nacidas la primera de ellas en un indeterminado lugar de la Serenísima República de Venecia y las otras tres restantes en Bruselas, y compradas por los trinitarios por unas sumas que oscilaban entre las 700 y 800 libras, casi dos veces más que lo que se pagaba en esta época por un varón de mediana edad, con buenas condiciones físicas y con un oficio poco cualificado.25 Según apuntan una serie de trabajos sobre los trinitarios de desigual factura y composición, fueron Felipe II (I de Portugal) y Luis XIII quienes tomaron la acertada determinación de reglamentar la desordenada recogida de limosnas para el rescate de cautivos que venían realizando los religiosos en todo el territorio español y francés desde el período medieval.26 Esta importante maniobra de ambos monarcas fue posible gracias a la colaboración del Consejo de Castilla, el Parlement de París y el largo centenar de diócesis que estaban repartidas por toda España y Francia durante esta época. 27 Desde este preciso momento toda la limosna recaudada en ambos países —y sospechamos que también en Portugal— por los trinitarios para los rescates de cautivos debía centralizarse en los conventos que tal orden tenía en el centro de París y Madrid desde los siglos XIII y XVI respectivamente. No sabemos prácticamente nada de este dinero si exceptuamos el hecho 24 De la documentación inquisitorial que se conserva en los archivos españoles se des prende que las cautivas tuvieron un importante papel en la sociedad musulmana como esposas, intérpretes y trabajadoras domésticas, véase BENNASSAR, 1989. 25 AD BdR 51 H 99. 26 DESLANDRES 1903, 2 vols; CIPOLLONE, 1992; GRIMALDI-HIERHOLTZ, 1994. 27 BNF, F-5.001 (92), BNF, F-23.611 (549).
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anecdótico de que era custodiado por un religioso de probada confianza en un «arca de tres llaves» a la que sólo tenían acceso otros dos religiosos más, el padre prior del convento y el padre provincial de la orden, quien además tenía la competencia de recibir los informes de todas las sumas acumuladas. Tampoco sabemos mucho más sobre su transporte hasta Cartagena, Cádiz, Lisboa, Marsella, Toulon y La Rochelle, los puertos más frecuentados por los religiosos españoles, portugueses y franceses para embarcarse a Trípoli, Túnez, Argel y Salé respectivamente. Sin embargo, es muy probable que los redentores hicieran uso de un sistema de letras de cambio. El hecho no es descabellado si pensamos que en esta época los trinitarios de la Provenza, los capuchinos del norte de Italia y otras órdenes religiosas (dominicos, lazaristas, franciscanos y jesuitas sobre todo) dedicadas también a rescatar prisioneros en los territorios del Islam solían acudir al crédito para obtener el dinero que necesitaban en sus tratos.28 Cuando los redentores disponían de todo lo necesario para desplazarse hasta el lugar del norte de África que había sido acordado para efectuar el rescate, el padre prior y sus compañeros les agasajaban en el convento con una «solemne misa» cuyo objeto era bendecir al conjunto de la expe dición redentora. En el mismo día o al siguiente, en el más estricto anonimato por miedo a ser robados en los caminos y en las posadas de más frecuente paso, los redentores dejaban sus conventos de Madrid, París y Lisboa y cogían los trayectos más cortos y frecuentados que conectaban las Cortes de España, Francia y Portugal con los puertos de Cartagena, Cádiz, Lisboa, Marsella, Toulon y La Rochelle. El viaje era lar go y pesado, pues solía durar de dos a tres semanas y alternaba el transporte en carruaje, a lomos de burro o mula e incluso algunos trayectos a pie y de noche por evitar llamar la atención de los merodeadores de caminos. El paso por algunas poblaciones relevantes (Avignon y Lyon, en el caso de la ruta París-Marsella, y Angers y Nantes en lo referente a la ruta París-La Rochelle) era aprovechado para seguir dando sermones sobre «los horro res de Berbería» y recaudar más recursos para la redención que iba a tener lugar. De las distancias que recorrieron los religiosos y de estas importantes rutas que surcaron el interior de España, Francia y Portugal durante esta época no sabemos nada. Los documentos manejados, al igual que sobre otros destacados aspectos concernientes a la logística de los tratos, silencian estos hechos y prefieren dejar constancia de algunos probable mente menos relevantes pero sin duda curiosos. Por ejemplo, entre la do cumentación consultada podemos encontrar órdenes detalladas y precisas
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KAISER, 2008.
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del padre provincial de los trinitarios en las que insta ur gentemente a los redentores a contratar, «sin demora ninguna», los servicios de una saetía que regularmente viajara hasta los puertos del norte de África, y a infor marse sobre el preciso «estado de la mar». Además de estas funciones, los religiosos también tenían que alquilar los servicios de una pequeña es colta que les defendiera de las siempre temidas naves corsarias. Los testimonios disponibles tampoco hacen mención al dinero gastado por los redentores en los diferentes transportes utilizados, en el servicio de segu ridad y en la manutención diaria, pero nada nos impide señalar que, al igual que pasara con los trinitarios españoles, tales partidas representaron una parte importante del gasto global de la redención, probablemente cercano al 40%.29 Al principio de estas páginas mencionamos que durante toda esta época la travesía por el Mediterráneo y el Atlántico no estaba exenta de inseguridades y contratiempos. Tanto por los riesgos imputables a los piratas y corsarios como por los concernientes a toda una serie de factores imponderables como eran las tormentas, el excesivo oleaje o la espesa niebla e incluso por algún que otro naufragio motivado por alguno de estos ele mentos o todos a la vez, lo cierto es que no faltan casos en que las naves de los redentores llegaron a los puertos de destino con un retraso conside rable, del orden de varios meses más de lo esperado. Entre la documentación manejada hay muchos ejemplos que pueden servinos para enriquecer el cuadro descrito, pero quizás sea representativo el que nos ofrece la redención que se hizo en Argel en 1645. Esta operación de rescate decidió su embarque para Argel en Marsella un 3 de febrero de 1644 y no llegó al puerto berberisco hasta el 15 de marzo debido a una rotura del trinquete de la nave a la altura de Toulon, lo que motivó que se desviaran más de 50 millas de la ruta habitual. Tras dos semanas de navegación entre las costas de España e Italia, el 18 de ese mismo mes llegaron a Bugía a pesar de los fuertes vientos que soplaron durante todo el trayecto. En Bugía fueron retenidos nuevamente por las tempestades y el tremendo oleaje. Los redentores, podemos leer en la crónica de este «muy accidentado viaje», se encontraban «asolados ante el espectáculo dantesco» que ofrecían los abundantes pecios que flotaban a la entrada del puerto de Bugía, como consecuencia del fuerte temporal sufrido en los días anteriores. Tras esperar un tiempo más apacible, el 15 de marzo de 1655, después de más de un mes de navegación, llegaron por fin a Argel.30
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MARTÍNEZ TORRES, 2004, p. 110. BNF, Ld 44-4.
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II El avistamiento de la «nave de la redención» (sólo al llegar se desplegaba el estandarte de la Trinidad, que consistía en una cruz azul sobre fondo blanco) por los vigías de los puertos norteafricanos era anunciado con una salva de cañonazos. Tanto si se atracaba de día como si se hacía de noche, el capitán del navío en el que viajaban los redentores estaba obligado a retener a toda la tripulación durante al menos veinticuatro horas. 31 Hasta el día siguiente no se entablaban las negociaciones de rescate, lo que se hacía en la sede del duán o consejo de gobierno, y siempre después de que los redentores fueran visitados por una comitiva de recibimiento formada por un letrado musulmán (anotaba todos los pormenores de los tratos), el cónsul francés, 32 el «guardián del puerto» (se encar gaba de inmovilizar el barco para que ningún esclavo cristiano pudiera embarcarse en ella du rante el tiempo que duraban las negociaciones de rescate), el vicario de los hospitales de cautivos 33 y un «truchimán» o intérprete (normalmente era un mercader judío o un renegado de alta posición social con amplios conocimientos de francés, español, italiano, inglés y portugués). Después de cotejar el pasaporte que autorizaba la entrada en el norte de África, los redentores eran acompañados hasta la «casa de la limosna», que era una especie de residencia de dos plantas donde se depositaban los cajones de plomo en los que solía venir el dinero de los rescates bajo la vigilancia de cuatro o seis escoltas musulmanes llamados «moros baldis». La lectu ra de un bando público en las principales calles y plazas de la localidad elegida para efectuar el rescate abría el período de negociación, que nor malmente no sobrepasaba las dos o tres semanas. Durante todo este tiempo, los «moros baldis» acompañaban a los religiosos en todos sus desplazamientos. Sus órdenes eran claras y rotundas: debían castigar a todas las personas que molestaran a los trinitarios en sus tratos. Según los testimonios que nos han dejado los redentores y algunos pri sioneros sobre la naturaleza de las negociaciones de rescate, el alboroto, la desorganización y las coacciones eran la tónica fundamental de tales tran sacciones. Era habitual que los religiosos superaran el tiempo estimado de permanencia en el norte de África porque las diferentes autoridades musulmanas solían presionarles para que únicamente rescataran a aquellos cauti GÓMEZ DE LOSADA, 1670, pp. 52-82. GRILLON, 1964, pp. 97-117; POUMARÈDE, 2003, pp. 65-128. 33 Desde principios del siglo XVII las autoridades berberiscas autorizaron a los cautivos a tener boticas, capillas y tabernas en el interior de los recintos de reclusión, véase M ARTÍNEZ TORRES, 2004, pp. 68-74. 31 32
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vos que eran de su propiedad, y no a todos aquellos que los trinitarios te nían pensado libertar en un principio. La redención francesa efectuada en Túnez en 1720 es un buen ejemplo de lo indicado, pues los 45 cautivos rescatados fueron comprados exclusivamente al bey, quien no contento con hacer gala de su autoridad decidió además subir varias veces los precios de todos ellos argumentando cierto «interés real» en dicha compra. 34 Similar ejemplo se observa en otra redención efectuada ese mismo año en Argel por religiosos portugueses. Tras dejar en la «casa de la limosna» los 16.000 cruzados de oro que traían para la compra de unos trescientos cautivos de Portugal, los religiosos fueron conducidos a la golfa o cámara alta, lugar donde daba audiencia el bey y celebraba consejo el duán. La sorpresa fue mayúscula para los redentores cuando, a diferencia de lo que estaba acor dado en el pasaporte original, se les «obligó» a rescatar seis cautivos al de sorbitado precio de mil patacas cada uno, no a los cuatro que habían esta blecido ambas partes previamente. Obviamente los religiosos reclamaron con insistencia, pero el bey les contestó que «el pasaporte no tenía valor alguno en su casa, sino fuera». 35 Las coacciones señaladas demuestran que los redentores no dudaron en ningún momento de la fiabilidad del sistema negociador, sino de la naturaleza de algunos de sus actores (en sus escritos son tachados en el mejor de los casos de «mentirosos» y «embaucadores»), por lo que muchas veces utilizaron para sus tratos el concurso de mediado res judíos o moriscos, que venían dedicándose a este lucrativo oficio prácticamente desde que fueron expulsados de Europa a finales de la Edad Me dia.36 Los redentores no eran proclives a este tipo de intermediarios por los elevados intereses que reclamaban en sus negociaciones (oscilaban entre el 15 y el 30%), pero no les quedaba más remedio que acudir a sus servicios ante las frecuentes escaramuzas que se producían entre los pequeños y me dianos propietarios de cautivos por el hecho de acaparar los mejores tratos con la redención. Tanto los religiosos como los mediadores judíos o moriscos tenían que estar muy atentos para no ser engañados por los propietarios de cautivos. Algunas de las trampas más generalizadas en esta época eran incitar a rescatar cautivos que previamente habían acordado con su propie tario renegar nada más ser comprados, hacer pasar por cautivos sanos a personas con enfermedades infecciosas o mentales, e incluso obligar a comprar cautivos que habían contraído unilateralmente «pactos de liber AD BdR 50 H 30. SAN JOSÉ, 1789-94, II, pp. 438 y ss. 36 Sobre los negociadores judíos: AGS, GA, leg. 786. Asimismo, hay muchas y detalladas alusiones a los tratos que mantuvieron los trinitarios con los moriscos en la sección Códices del Archivo Histórico Nacional de España. 34 35
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tad» con sus propietarios. Dichos cautivos eran conocidos en todas las po blaciones del norte de África con el nombre de «cortados» y su rescate fue prohibido tanto por la Corona española y francesa como por las máximas autoridades de los religiosos debido a las elevadas cantidades de dinero a desembolsar por su compra.37 Las sumas que pagaron durante esta época los redentores trinitarios por los esclavos cristianos dependían del sexo, la edad, el oficio… Las muje res, los niños, los cautivos en edad adolescente y todos aquellos que ante riormente a su captura habían sido pilotos de barcos, oficiales del ejército, maestros fundidores, constructores de barcos, carpinteros de ribera, calafa teadores, sacerdotes, etc., tenían precios más elevados que el resto de los prisioneros, del orden de dos, tres y hasta diez veces más que el precio que se pagaba por un cautivo sin especial cualificación. Antonio Pellegrim, un capitán de navío marsellés preso seis años y rescatado por los trinitarios en la ciudad de Argel en 1714 es un buen ejemplo de todo ello, pues su precio de compra, 1.400 piastras, superaba casi diez veces lo que pagaron los re dentores por algunos de sus compañeros de cautiverio, en su mayoría sol dados de baja extracción social y marineros. Cuando se prescindía de las características físicas, las cualidades y la condición social, el precio del cautivo variaba según hubiera un mayor o menor número de retenidos en el interior de los baños. La ciudad de Argel entre 1690 y 1729 puede servirnos de ejemplo, ya que el precio medio del cautivo pasó de 400 libras a 1.500 debido al paulatino descenso que sufrieron las capturas (los 8.000 cautivos que había a mediados del siglo XVII se vieron reducidos a 500 en la segunda mitad del XVIII).38 Este precio, que las fuentes denominan «natural», toda vía podía verse incrementado más debido a fuertes gravámenes fiscales. Desconocemos los aranceles y tasas que se aplicaron en los puertos de Trípoli, Túnez y Salé, pero sabemos por otros testimonios los de Argel, donde la redención pagaba a la entrada una cantidad que era resultado de gravar el cargo o activo que llevara con un porcentaje fluctuante entre el 3 y el 11,5%, según las épocas. A la salida del puerto también había que pagar una suma aleatoria en concepto de «derechos de puertas», que era añadida al precio final de cada persona rescatada. Todo ello, como es lógico, generó grandes protestas de los religiosos y , lo que es más grave aún, motivó que no pocas operaciones de rescate quedaran abortadas o endeudadas con las autoridades norteafricanas.
BNE, mss. 3.572, folios 335-357. MATHIEZ, 1954, pp. 157-164. Las cifras de población cautiva en Argel han sido extractadas de BONO, 1964, pp. 220-221. 37 38
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El «sermón de la esperanza» que daban los redentores a todos los cauti vos que no habían podido ser libertados marcaba el fin de las negociaciones de rescate y el inicio de las no menos delicadas gestiones de embarque. Todos los cautivos rescatados, por expresa orden de la máxima autoridad berberisca, antes de subir a la nave de los redentores debían colocarse en fila para ser contados por un destacado miembro del duán y portar el ciscara o documento que avalaba la venta individual a los religiosos. Había que tener mucho temple para que la inquietud y el nerviosismo no se notara, pues ni siquiera en un momento como este las redenciones estaban libres de sufrir alguna que otra demora más de las que ya habían tenido lugar al antojo del «guardián del puerto» e incluso de cualquiera de los musulmanes que ha bían negociado los rescates con los religiosos. Y es que dichos propietarios, como hemos podido corroborar en no pocos casos, se personaban en el puerto exigiendo broncamente por sus cautivos más dinero del que ya se les había pagado, aludiendo gastos de ropa y manutención diaria desde el mismo momento de su captura. Al mismo tiempo que se efectuaba el preceptivo recuento, el capitán y los marineros de la nave de la redención eran conminados a recoger las jarcias y el timón que les habían sido requisados a su entrada en aguas berberiscas con el objeto de que nadie pudiera huir a tierras cristianas mientras duraran las negociaciones de rescate. Todavía antes de partir faltaba una cuestión más: un intercambio recíproco de mercancías y regalos. Los propietarios les daban a sus cautivos albornoces, bonetes y cómodo calzado para hacer más llevadero el viaje; y los redentores obse quiaban a las dignidades musulmanas de peso con tabaco, té, perlas, relojes de pared fabricados en Inglaterra, chocolates, paños y perfumes. Tales prácticas de ofrendas de regalos, que han permanecido hasta en los tratados di plomáticos que se realizaron en los siglos XIX y XX, eran prueba de amistad y de falta de rencor entre ambas civilizaciones, pero, sobre todo, garantizaban cierta impunidad con los siempre presentes corsarios berberiscos.39 Dejadas atrás las costas norteafricanas, ya en los puertos de España, Francia y Portugal, una Junta sanitaria, formada por un médico, varios dignatarios locales y un representante real, se encargaba de vigilar que ninguno de los cautivos rescatados fuera portador de enfermedades infecciosas. El miedo al contagio de peste bubónica, malaria y tifus procedente del Magreb 39 Los embajadores de las principales potencias europeas no eran los únicos que tenían que presentarse con regalos para las autoridades berberiscas. En 1582, por ejemplo, el «embajador de los negros» acudió a Fez para darle al Xerife un presente formado por «cuatro gatos de algalia, mucha cantidad de ámbar y almizcle, veinticuatro negros capados y muchas negras, cien camellas hembras, dos caballos buenos que sólo beben leche de camella, oro, marfil…», véase AGS, GA, leg. 127, folios 206-208.
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y de Oriente en general fue tan frecuente entre las poblaciones delAtlántico y el Mediterráneo que no faltan casos de navíos de la redención que tuvieron que pasar una cuarentena en el mismo puerto o en lazaretos e islas alejados de las poblaciones de desembarco y habilitados para tal fin en el último tercio del siglo XVII.40 Por el contrario, si los cautivos venían sanos podían optar por regresar con los redentores hasta Madrid, París y Lisboa, donde se hacían importantes procesiones en las que participaban amplios sectores de la sociedad de la época, o por regresar a sus casas con el ansiado «certifi cado de libertad» rubricado por el monarca y los redentores. Hay infinidad de testimonios sobre el «extraordinario ambiente festivo» que se vivía en la Corte francesa cuando llegaba del norte de África una redención de cauti vos. La ceremonia congratulatoria que se hizo en París en 1642, por ejem plo, da buena cuenta de ello. Después de realizar toda una serie de procesiones por algunas de las principales poblaciones de paso de la Francia de esta época (Aix, Lambesc, Arles, Tarascón, Avignon, Nevers, Fontainebleau), los redentores y los cautivos fueron agasajados con flores y grandes cantidades de pan y vino en la parisina abadía de San Víctor y desfilaron con «parsimonia» y «aplomo» por las principales calles, plazas y puentes de París (rue dela Harpe y de Saint Jacques, place de Maubert y pont Neuf) en compañía d e un nutrido cortejo de notables dignidades de la vida política nacional y local en el que no faltaron las luminarias, las guirnaldas y la música de clarines, tambores y chirimías. Saint Michel d’Auxerre y Notre Dame de París, dos de los templos católicos más importantes de ayer y de hoy , eran los elegidos por los cautivos para que, a modo de ex-voto, ofrecieran las cadenas llevadas durante su cautiverio en compañía de unos niños-ángeles bañados en polvo de oro y vestidos con unas relucientes túnicas blancas. 41 En el caso portugués y español las procesiones de cautivos y las ceremonias de acción de gracias, aunque siempre tuvieron un ambiente menos festivo que las que se realizaban en Francia, también fueron seguidas por amplios sectores de la población del momento. En 1559, por ejemplo, sabemos que desfilaban por las principales calles de Lisboa un grupo de cautivos liberados que llevaban palos de cuyos extremos superiores colgaban los pequeños panes de centeno que se daban en los baños como alimento diario. 42 En 1668, en Madrid, observamos una ceremonia similar a la realizada casi cien años antes en Lis boa, si bien sólo el cautivo de más edad estaba autorizado para portar la larga vara de la que prendía el citado pan moreno. Los demás cautivos le se-
HILDESHEIMER, 1980. BNF, Ld 43-18; VERONNE, 1970, pp. 131-142. 42 NICOT, p. 25, citado por BRAUDEL, 1976, II, p. 315. 40 41
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guían en dos hileras donde se mezclaban hombres, mujeres y niños que iban de la mano o en brazos. En silencio pero con expectación, todo era júbilo contenido. Cerrando el ceremonial iban los redentores y las autorida des de la Corte (miembros destacados de los Consejos, corregidores, alguaciles), todos ataviados con sus mejores galas. 43 El caso inglés también nos es conocido gracias al testimonio de William Berrington.44 Así, sabemos que en 1722 numerosos ingleses de Tavistock que fueron cautivos en Marruecos se desplazaron hasta la catedral de Saint Paul para dar ofrendas por su libertad. En cualquier caso, con la llegada a los territorios europeos de los prisioneros rescatados comenzaba una «nueva vida en libertad», y ésta no tenía que ser forzosamente mejor que la que ya había tenido lugar en reclusión. Los testimonios que hemos manejado nos hablan de hogares lite ralmente rotos por la falta de varios miembros de una misma familia, y eso demuestra que no era fácil la reinserción después de haber permanecido tanto tiempo sepultados en ese estado de «muerte civil provisional», señala Braudel.45 Por eso, resultan comprensibles los numerosos casos —todavía pendientes de un estudio sistemático y en profundidad— de ex-cautivos que regresan al seno del Islam al poco de ser rescatados por los trinitarios, e incluso las no pocas solicitudes dirigidas a los monarcas y en las que se pide la concesión de una plaza o «ventaja» en las guarniciones españolas de la costa Mediterránea. Tales testimonios prueban que a veces era mejor volver a tentar la suerte de ser capturado por los musulmanes, que no vivir en unas poblaciones donde no tenían trabajo, familiares, amigos ni medios para subsistir con cierta dignidad.46 * * * No es descabellado concluir este capítulo subrayando que las preventivas operaciones de castigo que, entre el primer tercio del siglo XVII y principios del XVIII, efectuó en el Mediterráneo musulmán la marina de guerra espa ñola, francesa e inglesa contra los estados de Trípoli, Túnez, Argel y Marruecos tuvieron un alcance limitado, pues no pudieron impedir que los corsarios de tales territorios capturaran, además de una importante suma de barcos, dinero y mercancías, un no menos desdeñable contingente de súb ditos españoles, franceses, portugueses e ingleses nacidos en las poblacio MARTÍNEZ TORRES, 2004, pp. 100-105. The Great Blessings of Redemption from Captivity, Londres, 1722, pp. 3 y 22, citado por COLLEY, 2000, p. 78. 45 BRAUDEL, 1976, II, p. 314. 46 AGS, GA, legajos 236, 237, 238, 239 y 242. 43 44
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nes costeras del Mediterráneo y el Atlántico. Basta, por ejemplo, con que echemos un vistazo rápido a la abundante correspondencia que mantuvie ron los cónsules franceses destacados en el norte de África con Luis XIII y Luis XIV para percatarnos de este desgraciado hecho conocido por la historiografía especializada pero del que apenas si se hace alguna que otra mención en las enciclopedias, libros y manuales de Historia de Europa durante la Edad Moderna. Aunque la proporción de cautivos franceses que hubo en el norte de África siempre estuvo muy por debajo de la de los cautivos es pañoles, portugueses, ingleses e italianos, lo cierto es que en algunos terri torios como en Marruecos durante el primer tercio del siglo XVIII los cautivos franceses llegaron a sobrepasar el 20% del total de la población esclava. Dicha proporción les ponía por delante de los cautivos ingleses y holandeses, e incluso casi al mismo nivel que los cautivos portugueses y españoles, que eran la mayoría más visible en este territorio desde finales del siglo XVI.47 Al igual que ocurrió en algunos de los territorios de Italia más castigados por los asaltos y razias berberiscas (Venecia, Florencia, Nápoles, Sicilia y Palermo), las fuertes demandas de la población civil española, francesa, inglesa y portuguesa de un lado, y de la Iglesia católica y protestante de otro, llevaron a las máximas autoridades de todos estos estados a tomar la determinación de «recuperar» el mayor número posible de hombres y mujeres mediante la reorganización de algunas instituciones de rescate que se retrotraían a los tiempos medievales. En lo que a las redenciones religiosas de la orden de la Trinidad se refiere, en las páginas precedentes hemos podido ver que la intervención de los soberanos de España y Francia en tales nego ciaciones de rescate básicamente quedo circunscrita a un simple y llano apoyo jurídico-institucional. Probablemente ello fue así porque desde las últimas décadas del siglo XVI hasta el primer tercio del XIX, estos estados tenían de un eficaz y notable despliegue diplomático en las principales poblaciones berberiscas, capaz de obtener la rápida liberación de todos aquellos capitanes de barcos, marinos, mercaderes y soldados capturados por los berberiscos, cuyo número se había incrementado a resultas de la reactivación de la política comercial española y francesa en el Mediterráneo de fines del siglo XVII y principios del XVIII. A ello no hay que olvidar los numerosos cautivos que obtenían la libertad por otros medios (auto-rescate, tratados liberatorios realizados por mercaderes y huidas utilizando la «falsa conver sión» al Islam, por ejemplo).
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Pese a todo, las negociaciones de rescate que durante los siglos, XVI, XVII y XVIII mantuvieron los religiosos de la Trinidad con los propietarios de esclavos berberiscos no pudieron evitar causar cierta decepción en el conjunto de la población española, francesa y portuguesa por tres razones fundamentales: por el escaso número de libertados (apenas una treintena de cautivos al año); por su eminente localismo (la mayoría de los rescatados eran france ses, españoles y portugueses de las diócesis eclesiásticas de donde los trinitarios obtenían dinero para sus fondos económicos); y porque no siempre se rescataban aquellas personas que tenían más riesgo de ser absorbidas por el Islam, tal era el caso de las mujeres, los niños, los varones jóvenes y las personas consideradas con una alta especialización laboral. Todo ello hizo que durante esta época no faltaran protestas contra los trinitarios encabezadas por agitadores procedentes de los sectores más desfavorecidos de la pobla ción y manifiestas en las mismísimas puertas de sus iglesias y conventos en forma de alborotos en los que no faltaban la distribución de pasquines. En estos escritos los trinitarios eran acusados de rescatar ancianos, lisiados, enfermos y «personas poco aptas para generar riqueza en el país». Es muy difícil pronunciarse sobre tales aspectos, pues la deteriorada y fragmentada documentación que hemos manejado no nos permite insistir en este punto, pero no cabe duda de que las escasas, por no decir prácticamente nulas, alusiones en las listas de cautivos rescatados a fundidores, constructores de barcos, capitanes del ejército o de la armada, mujeres, niños y jóvenes, son bastante elocuentes de cuáles eran las principales preferencias de los captores y del límite que ello imponía a los rescates.
2 TRATA MEDITERRÁNEA Y TRATA ATLÁNTICA (SIGLOS XVI-XVII)1
Después de los estudios de Fernand Braudel, es sabido que el Mediterrá neo no entró, entre la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII, en la decadencia que antaño se le atribuyó erróneamente. Una abundante pero desigual bibliografía de ámbito local que tiene por tema general las relaciones en la frontera entre el Islam y la Cristiandad nos ha enseñado la intensidad de los intercambios a todos los niveles. Según estos trabajos, el tradicional tráfico mediterráneo de cereales, cueros y textiles se acentuaría notablemente. Sin embargo, entre todos los tráficos hay uno que se tiende a olvidar pese al importante volumen que representa: el tráfico de esclavos. No es cierto que el avance del Islam provocara una ruptura en las transacciones comerciales en el Mediterráneo. Al contrario, los conflictos no constituyen frenos al comercio, sino que pueden llegar a promover un «comercio alter nativo» nacido de la violencia y de la venta del botín corsario. El puerto de Livorno, por ejemplo, que en el siglo XVI era un pequeño asentamiento mercantil de unos quinientos habitantes, se transformó durante el XVII en un activo centro de intercambios de más de doce mil almas gracias a que supo utilizar en beneficio propio las condiciones violentas en que se desenvolvía 1 Ponencia inédita presentada al Congreso Internacional «Esclavitudes en el Mediterráneo y en la Europa continental: perspectivas geográficas, económicas y fiscales (épocas medieval y moderna)», Casa de Velázquez, 2009.
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el comercio mediterráneo después de la batalla de Lepanto (1571). Como sede de los caballeros de la orden de San Stefano, llegó a disponer de doce galeras para saquear la costa berberisca. Argel, ubicada en la encrucijada de este relevante tráfico marítimo comercial entre oriente y occidente, y lo que es más importante, con una potente flota de naves corsarias capitaneadas por renegados de todos los rincones de Europa, decidió, como Livorno y tantos otros puertos de una y otra orilla del Mediterráneo, que las treguas de paz que firmaron los imperios de España y Turquía a finales del siglo XVI no iban a afectar a su tradicional y lucrativo modo de ganarse la vida. Aunque los datos disponibles son fragmentarios, sabemos que en el último tercio del XVII el bajá de Argel obtuvo en concepto de «derechos de presas» un remanente que ascendía a 250.000 ducados. De resultas de todo, desde finales del siglo XVI hasta bien avanzado el XVIII un importante número de berberiscos, subsaharianos y europeos fueron apresados en calculadas operaciones de saqueo lideradas por osados marinos cristianos y musulmanes. Las más afortunadas de todas estas personas acabaron sus días realizando tareas domésticas para sus propietarios, mientras otras con peor suerte y fortuna levantaban puentes y defensas costeras, bogaban en las galeras de guerra o realizaban trabajos mineros, agrícolas y ganaderos. Es difícil ofrecer cifras de todo este tráfico que denominaremos de «doble dirección», pero de una cosa sí que estamos seguros: la gran trata atlántica de los siglos XVIII y XIX, sin duda alguna la más conocida y estudiada gracias a las sólidas investigaciones elaboradas por Georges Scelle, Gilberto Freyre, Philip D. Curtin, Herbert S. Klein, Robin Blackburn, Paul Lovejoy, David Eltis y Hugh Thomas, no surgió de la nada, pues contiene elementos comunes y diferenciadores con el desatendido tráfico de esclavos que se produjo en las poblaciones del Islam du rante los siglos XVI y XVII. En las siguientes páginas me ocuparé de algunos de ellos. I Desde Grecia a Islandia pasando por Inglaterra, un importante número de localidades costeras del Mediterráneo y el Atlántico europeo fueron arrasadas por los corsarios berberiscos en rápidos y eficaces golpes de mano divulgados en múltiples testimonios literarios y pictóricos. 2 El caso de 2
VITKUS, 2001.
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Plymouth es muy ilustrativo al respecto, pues sólo en un año, 1625, los marinos del norte de África capturaron a más de un millar de habitantes de esta localidad del sudoeste inglés en un radio de acción que no supe raba las treinta millas de costa. 3 Como ha subrayado certeramente el his toriador británico John H. Elliott, la política de no beligerancia que acor daron Jacobo I de Inglaterra (1603-1625) y Felipe III de España (1598-1621) favorecía un acercamiento entre ambas monarquías (mediante un futuro matrimonio entre el príncipe de Gales y la infanta María, la hija menor de Felipe III y Margarita de Austria),4 pero esta misma política arrastraba a Inglaterra a contraer los mismos enemigos que España. Disponemos de cifras que corroboran esta afirmación: entre 1600 y 1640, por ejemplo, los corsarios berberiscos capturaron más de 800 navíos in gleses e hicieron alrededor de 13.000 prisioneros. El hostigamiento a las costas inglesas por los marinos berberiscos fue de tal calibre que Carlos I (1625-1649) no tuvo más remedio que elevar el impopular «ship money», tasa destinada a equipar la Armada inglesa, para conseguir frenar estos ataques. Gracias a esta ayuda económica, a la de la Iglesia anglicana (re cogió cuantiosas limosnas de los familiares y amigos de los cautivos ape lando a los «Barbary horrors» en sus célebres sermones dominicales) y al contrato de una serie de importantes expediciones diplomáticas de rescate apoyadas por el Privy Council, la Monarquía de los Estuardo consiguió disminuir algo sus capturas de personas, naves y mercancías. No obstante, y pese a la toma de todas estas medidas, entre 1672 y 1682 los corsarios argelinos todavía consiguieron apoderarse de 353 barcos ingleses y de unos siete mil prisioneros. La mayoría de ellos acabaron sus días en el Islam, en calidad de renegados, 5 pero otros pudieron regresar en una expe dición redentora fletada en 1722 que llegó a pagar 16 libras por cabeza. La huella del Islam en la Inglaterra postisabelina fue mayor de lo que tra dicionalmente se pensaba, como refleja el hecho del estreno de piezas de teatro sobre el rescate de cautivos y naumaquias (enfrentaban una ficticia flota cristiana contra otra musulmana) en el teatro del Covent Garden de Londres, la celebración de procesiones congratulatorias en la Catedral de Saint Paul, e incluso la proliferación de escritos autobiográficos donde se narraba la vida y castigos infligidos a los europeos en las mazmorras norteafricanas y turcas.6
COLLEY, 2002, p. 43. ELLIOTT, 2004, pp. 239-250 (la primera edición en lengua inglesa es de 1986). 5 BENNASSAR, 1989. 6 COLLEY, 2002, pp. 43, 49-50. 3 4
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Hechos como los anteriormente citados y la existencia de toda una se rie de fortalezas con sus profundos fosos, cañones, torres y murallas dise minadas a lo largo del Mediterráneo y el Atlántico africano7 nos llevan a afirmar que en esta vasta geografía, desde finales del siglo XVI hasta por lo menos el último tercio del XVII, se asistió a un período de «paz vigilada» que duró algo más de cien años y en el que junto a las negociaciones diplomáticas, abundó la movilidad de personas (forzosas o no) en ambas direc ciones, las expediciones corsarias y, por ende, las operaciones de rescate de prisioneros. No vamos a ocuparnos aquí de los mediadores pertene cientes al clero regular (trinitarios y mercedarios sobre todo), pues actual mente cuentan con una destacada bibliografía gracias a los abundantes testimonios que nos han dejado los religiosos y los cautivos. Sí nos detendremos brevemente, no obstante, en los mercaderes que hacían de rescatadores de esclavos. Los documentos disponibles apuntan que estos comerciantes especializados —muchos eran ex cautivos, renegados y ju díos— estaban familiarizados con los intercambios efectuados en esta ex traña y lábil frontera mediterránea que iba desde Turquía a Senegal, pasando por el Estrecho de Gibraltar. Todos ellos ofrecían un servicio más o menos rápido (no solía sobrepasar el medio año) a unos clientes —indivi duales o colectivos— que solían dar de lado estas gestiones por ser delica das y costosas (podían llegar a superar hasta el 30% del precio de venta del esclavo). La plena confianza que los potenciales clientes tenían en sus ca pacidades para asegurar el transporte e incluso para transferir los medios financieros necesarios para efectuar las operaciones de rescate explicaría que muchos de ellos se desplazaran a las antípodas de sus lugares de resi dencia para reclamar sus servicios. Wolfgang Kaiser8 y Sadok Boubaker,9 dos de los historiadores que han recuperado del lamentable olvido a esta fascinante figura de la frontera Mediterránea de la Edad Moderna, completan aún más nuestras pinceladas advirtiéndonos que si existe verdadera mente un rasgo definidor que caracterice al mercader -rescatador ése es el de no implicarse de forma directa en las negociaciones de rescate que nor malmente se establecían in situ. Sin duda es cierto que el Mediterráneo del siglo XVII no era el del XVI. El mismo Braudel ya se hizo eco de ello subrayando en varios trabajos colaterales a su gran y fundamental obra que su sustitución por el Atlántico —el famoso «viraje» producido en las décadas de los ochenta del siglo XVI— le hacía pasar a un segundo lugar en la naciente «economía mundo». La elecPARKER, 1990, pp. 25-36. KAISER, 2008, pp. 291-319. 9 BOUBAKER, 1987.
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ción de Felipe II al trono portugués en 1580, la llegada de importantes remesas de oro y plata de América y la guerra en el norte de Europa contra los rebeldes de Holanda y Zelanda vuelcan definitivamente a la economía espa ñola al Atlántico y en menor medida al Índico y el Pacífico. La posibilidad de trasladar la Corte de Madrid a Lisboa es un hecho más que corrobora este «giro atlántico» de la política exterior de la Monarquía hispánica. 10 Ahora bien, este relegamiento del Mediterráneo en la «economía global» no debe interpretarse como una falta de participación en la misma. En recientes estudios que se ocupan del tráfico comercial de Esmirna, Livorno y Marsella se demuestra precisamente todo lo contrario: el Mediterráneo también participó de esta boyante dinámica económica. Sus activas colonias de mercaderes europeos y musulmanes, así como las importantes rutas comerciales que surcaban sus aguas, muchas de las cuales llegaron a conectar el importante triángulo que formaban las Indias orientales con las occidentales y Europa, así lo atestiguan.11 Obviamente las diferentes sociedades de europeos y musulmanes que habitaban en esta época a lo lar go y ancho del Mediterráneo y el Atlántico africano decidieron, mediante el relanzamiento de la piratería y el corso, lucrarse de este importante tráfico de personas, mercancías y dinero. En lo referente a los asaltos realizados por los marinos del norte de África fuera de los límites geográficos de sus aguas no debe pasarse por alto que toda una serie de prácticas mercantiles consustanciales a la navegación (contratos de ganancias entre el patrón y la tripulación, seguros marítimos) unidas a la rápida comercialización del botín capturado (esclavos, oro y plata, especias, alimentos, madera tintórea y de calidad, tejidos y cueros) garantizaron la permanencia en el espacio y en el tiempo de las operaciones predatorias mencionadas. Hay que indicar, por otra parte, que el corso que realizaron los marinos berberiscos dotó a los capitanes de sus naves (en su mayoría eran renegados cristianos de baja extracción social) de un amplio horizonte de posibilidades y a sus ciudades-puerto de un determinado «modelo de desa rrollo económico» en el que los hombres y mujeres apresados eran piezas claves en el desempeño de tareas domésticas, artesanales y agrícolas.12 Aunque resulta difícil distinguir entre el rescate de cautivos y el comercio de esclavos en general, lo que realmente importa es señalar que las mismas fuentes musulmanas de esta época ya distinguen entre el esclavo negro (àbd) y el cautivo europeo ( nâçrani). Aparte de que el cautivo puede rescatarse
BOUZA, 1998, pp. 95-119. GREENE, 2003, pp. 219-249. 12 BACHROUCH, 1977; MANCA, 1982. 10 11
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él mismo gracias al dinero ganado por desempeñar trabajos de especial relevancia, la mayor diferencia que existe entre ambos grupos marginales reside en que el cautivo puede ser revendido a un rendimiento netamente superior al precio de un esclavo. De igual forma, si el rescate acordado por un cautivo no prosperaba, a su propietario todavía le quedaba la esperanza de volverlo a vender a una buena suma. La relevancia y complejidad que adquieren todas estas negociaciones producidas en los már genes de las sociedades del Mediterráneo y el Atlántico africano del ancien régime han llevado a algunos autores a afirmar, con acierto, la existencia de una auténtica «economía del rescate» que estaría inmersa en una «economía de la circulación» de mayor calado y envergadura.13 Regulares o discontinuos, forzosos o no, lo cierto es que de 1.000.000 a 1.250.000 de europeos permanecieron retenidos en las poblaciones berberiscas del norte de África desde principios del siglo XVI a finales del XVIII, momento en que la esclavitud europea en estos territorios se con vierte en algo residual hasta ser abolida por completo a principios del si glo XIX . 14 Los todavía pocos historiadores que se han acercado a este grupo marginal coinciden afortunadamente cuando señalan que la mayor parte de estos cautivos eran hombres de mediana edad, con oficios rela cionados con la explotación y la defensa del mar (pilotos, armadores de barcos, calafateadores, fundidores, pescadores, militares, marineros), y nacidos en las localidades costeras de la Europa mediterránea y atlántica. Los mercados de cautivos más importantes del Mediterráneo y el Atlántico musulmán de la época eran los de Quíos, Trípoli, Túnez, Tabarca, Argel, Mogador, Tetuán, Marrakech, Safi y Salé. En lo concerniente al mer cado de cautivos de esta última localidad, sabemos, por las recientes investigaciones de Leïla Maziane, 15 que en el período en que su puerto gozó de máxima actividad, desde el primer tercio del siglo XVII hasta casi finales de la centuria, llegaron a entrar hasta 1.500 cautivos europeos anuales (125 de media mensual) que luego eran distribuidos a otros mer cados del interior de África, Egipto, Zanzíbar y Asia menor. Muchos de los compradores de esclavos cristianos eran moriscos de Tetuán, Orán, Bugía y Argel que habían sido expulsados de España a finales del siglo XV y principios del XVII y que, heredaron este oficio de sus abuelos y padres. Apenas tenían noticia de la aproximación a las costas de Berbería de una galera corsaria con una «buena presa», se desplazaban desde sus ciudades
KAISER, 2006, II, pp. 689-701. DAVIS, 2003, p. 23. 15 MAZIANE, 2008. 13 14
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de residencia hasta los puertos de atraque para comprar esclavos y mer cancías robadas. Desgraciadamente no disponemos de cifras y porcentajes fiables de población en las ciudades norteafricanas. La falta de fuentes y estudios demográficos similares a los de Europa y América lo impiden. Sólo Argel proporciona algunas sumas orientativas al historiador que se acerca a su cosmopolita estructura poblacional. Sabemos, en cualquier caso, que en el primer tercio del siglo XVII había una población de 100.000 habitantes (la cuarta parte estaría formada por cautivos europeos procedentes fundamentalmente de las costas ibéricas, francesas e italia nas), que se vería reducida a la mitad a partir de 1650 por una serie de causas entrelazadas: receso de las capturas corsarias, epidemias de peste y cólera (1632, 1642, 1647 y 1654), luchas intestinas por el gobierno del territorio, malas cosechas y hambrunas.16 Las sumas mencionadas nos llevan a indicar, muy por encima, algunas cuestiones relativas a la vida cotidiana del cautivo europeo en las pobla ciones de Magreb. Sin duda es cierto que hubo maltratos físicos y psíqui cos. Los testimonios religiosos, sensibles a esta temática, así nos lo re cuerdan exagerando incluso tales daños. La razón en cierto modo hoy resulta entendible: los redentores necesitaban de toda la limosna posible para legitimar y autoperpetuar por otra parte su loable labor benéfico-asistencial. También es verdad que no todos los baños y mazmorras que hubo en las poblaciones del norte de África cumplían con las condiciones higiénico-sanitarias óptimas para vivir con un mínimo de dignidad. Ahora bien, por lo que ya sabemos sobre las torturas aplicadas a los musulmanes que trabajaban en las galeras 17 y minas del sur de Europa, resulta inexplicable que sigamos tachando de «bárbaras» a civilizaciones distintas a la nuestra por realizar prácticas que eran comunes en esta época. El cautiverio europeo en el Magreb, como he indicado en otro lugar con mucho mayor detalle, no fue un fenómeno homogéneo. 18 Las condiciones de vida del cautivo dependían de factores tan aleatorios como el sexo, la edad, el estatus socio-económico, el carácter del propietario y el lugar de reten ción. Abundando un poco en este último aspecto, hay que indicar que para los españoles no era lo mismo ser cautivo en Argel que en Túnez o Marruecos. Desde principios del siglo XVI hasta bien entrado el XIX, Argel siempre mantuvo una política de abierta hostilidad contra la Monarquía hispánica, lo que provocó que tuviera más cautivos españoles que el resto de las ciudades norteafricanas. Era lógico, por tanto, que sus condiciones SHUVAL, 1998, pp. 39-41. ZYSBERG, 1987. 18 MARTÍNEZ TORRES, 2004. 16 17
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de reclusión fueran más estrictas y penosas que las existentes en Túnez o Marruecos, cuyos soberanos habían sido aliados ocasionales del monarca español. II En lo que concierne a los esclavos turcos, berberiscos y negros que hubo en las poblaciones del sur de Europa, y aunque todavía nos falten los datos de algunos destacados mercados de esclavos, no es arriesgado indicar que aproximadamente la misma cantidad que cautivos cristianos hubo en el Magreb estuvo retenida en las poblaciones de la Europa meridional. En Francia, Inglaterra y los Países Bajos también existieron esclavos negros, berberiscos y turcos, pero éstos tuvieron menos importancia que en Portugal, España y las ciudades-estado italianas, donde durante toda la Edad Moderna fueron utilizados básicamente para labores domésticas, agríco las, ganaderas y mineras. 19 Es cierto que la esclavitud en el sur de Europa no llegó a alcanzar la magnitud que tuvo en el continente americano du rante el mismo período, pero esto no significa que debamos despreciar su volumen. Salvatore Bono, por ejemplo, estima que el número global de esclavos en la península italiana del siglo XVI al XVII debió ser cercano a 500.000.20 Alessandro Stella,21 por su parte, propone para las mismas centurias un total de 2.000.000. Sin entrar a valorar las cifras que nos ofrecen estos autores, lo cierto es que estamos de acuerdo con ellos cuando subrayan que no es no posible establecer una frontera decisiva para la trata en el sur de Europa. Y es que la geografía del comercio de «mercancías humanas» abarca Turquía, el Magreb, la zona del Estrecho de Gibraltar , la fachada atlántica del África musulmana e incluso se prolonga hasta la Costa de Guinea y Angola. Las fuentes que hemos consultado no ayudan mucho a localizar el lugar de nacimiento de muchos esclavos, pero por testimonios indirectos (parti das de bautismo, por ejemplo) sabemos que la mayoría de ellos procedían del África subsahariana. Los responsables de los primeros traslados forzo sos al sur de Europa en cierto modo fueron los portugueses, que ya desde mediados del siglo XV habían consolidado su expansión comercial por toda la costa occidental del continente africano. 22 Así, Lisboa, con un porcentaje COTTIAS, STELLA, VINCENT, 2006. BONO, 1999, p. 35. 21 STELLA, 2000, p. 79. 22 SCELLE, 1906. 19 20
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de población esclava cercano al 10 u 11% para el siglo XVI, se convirtió en el principal mercado que abastecía a la península ibérica y a partir de 1520 al mundo caribeño de mercancía humana. 23 Pero Sevilla y Málaga también podían ser lugares de desembarco de esclavos africanos en Europa. Los porcentajes de población esclava disponibles, elaborados todos ellos a par tir de las cifras de población servil, indican para la Sevilla de finales del siglo XVI y principios del XVII, entre un 7 y 8% de la población. Málaga, en la misma época, tendría entre un 10 u 11%, lo que hace que junto a Lisboa sea una de las ciudades de Europa que mayor población esclava tenga entre sus muros.24 Un número de esclavos menor al procedente del África subsahariana llegaba al sur de Europa de las plazas y presidios portugueses (Arcila, Mogador, Ceuta, Mazagán) y españoles (Orán, Mazalquivir, Peñón de Vélez de la Gomera, Melilla, Larache) que había en el norte de África desde principios del siglo XV. Podían haber nacido en la misma Berbería o haber sido traídos desde el mundo subsahariano por medio de las rutas caravaneras que cruzaban el desierto del Sahara y que, desde la Edad Media, constituían uno de los ejes más importante de la trata. 25 Sea como fuere, lo cierto es que estos esclavos fueron adquiridos por soldados y mercaderes españoles y portugueses a raíz de rápidas transacciones realizadas con musulmanes magrebíes. Puede decirse, por tanto, que si el África subsahariana era la primera zona de abastecimiento de esclavos a Europa, el norte de África se destacaba como la segunda. Como nos recuerdan Manuel Lobo Cabrera 26 y Luis Alberto Anaya Hernández,27 la base de todo este tráfico se fundaba en las cabalgadas. Esta lucrativa actividad, cuyo éxito dependía de la rapidez y del efecto consecuente de sorpresa, se efectuaba lo mismo desde las plazas y los presidios españoles y portugueses, que desde cualquiera de las islas limítrofes con la costa occidental de África y bajo jurisdicción de los soberanos de la Casa de Austria o Avís. En casi todos los casos siempre se capturó a agricultores, pastores y pescadores musulmanes, que eran los más desprotegi dos. Una vez que el botín humano era llevado a los puertos canarios se fletaba una expedición que negociaba la libertad de los prisioneros a cambio de dinero, mercancías o esclavos negros (muy estimados por los propietarios para la zafra o cosecha de caña de azúcar). Aproximadamente 25 cabalga-
SAUNDERS, 1988; ALMEIDA MENDES, 2008, pp. 739-768. VINCENT, 2003, pp. 445-452. 25 GODINHO, 1981-1984, 4 vols. 26 LOBO CABRERA, 1988, pp. 591-620. 27 ANAYA HERNÁNDEZ, 1985, pp. 125-177. 23 24
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das partieron de Gran Canaria hacia el África negra en el siglo XVI, mientras que 59 pusieron rumbo a los reinos de Berbería. Según los cálculos de Lobo Cabrera, se llevaron a las islas cerca de 10.000 esclavos africanos, lo que hizo que entre el 10 y el 12% de los isleños fueran negros, moriscos y mulatos. No por obvio se debe dejar de indicar aquí que esclavizar no era el fin fundamental de todas estas empresas. La captura y libertad de esclavos europeos que practicaron los berberiscos durante los siglos XVI y XVII fue, como hemos podido ver en el capítulo anterior, uno de los pilares de la economía magrebí. Sin embargo, en el siglo XVIII, cuando el binomio corso-esclavitud fracasó por una serie de causas internas (conflictividad por la sucesión dinástica, epidemias de peste, malas cosechas) y externas (guerras y crisis demográfica en el sur de Europa sobre todo), los berberiscos no du daron en redefinir y reorientar sus predaciones a un horizonte mucho más seguro, el interior de su continente, donde hicieron lo propio pero con los negros de los actuales estados de Senegal, Costa de Marfil, Chad, Níger y Mali.28 En lo que concierne a las rapiñas que practicaron los oficiales y soldados que integraban las cabalgadas, hay que indicar que en la mayoría de los casos ninguno de ellos pensaba en tener el cautivo en su poder, para disfrute personal. El objetivo principal era conseguir en el plazo más breve posible un sólido beneficio, y la mejor manera consistía en fijar un precio de rescate obviamente más alto que el de compra. Sin duda, la venta de los esclavos en los mercados y su dispersión por los diferentes países europeos meridionales produce un trauma que ha sido poco subrayado por la historiografía especializada. Si la ruptura que representa el cautiverio inicial y la posterior esclavización es brutal y harto dra mática, el momento de la atribución definitiva a un propietario no debe ser subvalorado para todos los que quieran insistir en estos temas. El trato de pendía mucho de la educación y de las posibilidades económicas del patrón. En 1580, por ejemplo, Diego Bello, un residente en Sevilla que acaba de volver de un accidentado viaje del Perú, decidió dejar en libertar a su esclavo Tomé por «los servicios prestados» durante todo el trayecto.29 Aunque no contamos con muchos estudios sobre esta atractiva línea de trabajo, no es arriesgado sugerir que los esclavos del mundo servil europeo no podían contar con la solidaridad que unía posiblemente a sus compañeros de las plantaciones caribeñas o brasileñas, o a los cautivos que vivían en los baños y mazmorras de las principales ciudades norteafricanas. Sin ánimo de negar el
28 29
MARTÍNEZ TORRES, 2004, p. 51. AHPS, Cívico (VIII), 22 de octubre de 1580, Libro IV.
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aspecto más duro del cautiverio —la falta de libertad—, lo cierto es que los cautivos europeos que había en el norte de África podían jugar a los dados, escribir a sus familiares y comprar comida y bebida con el escaso dinero que les daban sus propietarios por la realización de trabajos considerados de cierta valía (cuidado de sus hijos y parientes, por ejemplo). Todas estas tareas los prisioneros podían hacerlas agrupándose incluso según las «nacionalidades» de procedencia. El idioma no era ningún obstáculo, pues gracias a que los cautivos hablaban una especie de lengua común —la «lengua franca»— que mezclaba vocablos españoles, italianos, portugueses y fran ceses, podían llegar a comunicarse con relativa fluidez. Abundando un poco en esta línea apuntada, es importante que consideremos para terminar los efectos globales del tráfico de esclavos, no sólo en el norte de África o en las colonias americanas, sino también en los propios territorios peninsulares. En el caso de Portugal, la presencia ininterrumpida de esclavos negros desde 1441 hasta finales del siglo XVIII permite que nos preguntemos sobre la cuestión de la integración o segregación de este colec tivo. Como en España e Italia, en Portugal los esclavos fueron usados sobre todo en el servicio doméstico, más también en trabajos agrícolas y ganaderos. Apenas eran comprados se les forzaba a convertirse al catolicismo, lo que no les garantizada la siempre anhelada libertad. Esta ausencia de «derechos civiles» fue paliada desde pronto por su integración en cofradías y hermandades, de gran difusión en Lisboa y Sevilla sobre todo. En estas instituciones encontraron la solidaridad y el apoyo necesario para solventar los conflictos cotidianos. Hoy, gracias a una ingente e importante bibliografía cuya punta de lanza es el fundamental trabajo de Gilberto Freyre, CasaGrande e Senzala (1933), sabemos que las condiciones de esclavitud fueron menos duras en Portugal que en Brasil, donde la esperanza de vida era significativamente más corta debido a la dureza y rigor con que se trabajaba en los engenhos de azúcar. Y es que no es lo mismo una sociedad basada en la explotación de esclavos, que una sociedad que tiene esclavos. Quizás esto explica el famoso y conocido caso de João de Sá Panasco, un esclavo negro libertado durante el reinado de don João III (1521-1557) que se hacía el bobo y que, gracias a su «buen humor», proporcionaba agradables ratos a todos los nobles que se acercaban a la Corte lusa. Su fama llegó a ser de tal magnitud, que hasta el mismo rey le dio autorización para que se vistiera con el exclusivista hábito de la orden de Santiago.30 Por último, señalar que algunos esclavos, posiblemente del 10 al 15%, llevaban en sus propias carnes la huella de su dependencia. Se trataba principal30
SAUNDERS, 1981, pp. 180-191.
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mente de esclavos blancos de sexo masculino cuyos propietarios tomaban precauciones extremas a fin de evitar la pérdida de su preciado bien ante las fugas y evasiones. Como el ganado, estaban marcados al hierro, normalmente en las mejillas de la cara y en las palmas de las manos, para que su condición no pudiera escapar a los ojos de nadie. Las humillantes marcas de su dependencia variaban mucho, pero las dos más corrientes consistían en la indicación del nombre del propietario (soy de…), o sobre todo la más concisa formada por la S y el diseño redondo equivalente a un clavo (s clavo). A los más rebeldes les azotaban con el látigo y les ponían gruesos grillos. Es revelador , al respecto, las imágenes de esclavos negros encadenados que muestran los grabados de Thomas Müntzer y Christophe Weiditz, viajeros alemanes que recorrieron prácticamente toda España a finales del siglo XV y principios del XVI. * * * De las páginas anteriores se pueden extraer tres conclusiones. La primera, que el mar Mediterráneo, pese a tener menos empuje económico que el océano Atlántico en la naciente «economía-mundo», todavía fue un pode roso y atractivo reclamo para los mercaderes y los tratantes de esclavos. La segunda, que la guerra abierta que se produjo en el siglo XVI entre las principales potencias de Europa, el Imperio turco y sus aliados, los estados berberiscos de Trípoli, Túnez y Argel fue sustituida en los siglos XVII y XVIII por una guerra de desgaste o alternativa, la guerra corsaria, que generó un im portante tráfico de prisioneros en ambas direcciones y una subsidiaria red de intermediarios que se lucraban de estos intercambios conectando las dos orillas del Mediterráneo gracias a sus negocios. Si, como ha sugerido Salvatore Bono,31 podemos hablar de una edad de oro del corso berberisco que iría de la última década del siglo XVI al inicio de la segunda mitad del XVII, también podemos señalar la existencia de otra época de esplendor de las nego ciaciones de rescate de prisioneros (oficiales o no), si bien ésta empezaría al terminar la primera, y tendría como fecha tope el preciso momento en que se abolió la esclavitud cristiana en las poblaciones del Magreb. Es decir , principios del siglo XIX. La tercera y última cuestión en la que queremos insistir pasa por subrayar que la esclavitud mediterránea, lo mismo la europea como la musulmana o negra, aunque nunca llegó a tener el volumen que la americana, no debería olvidarse que también fue un fenómeno importante para Europa. Aunque es difícil de calcular su volumen por la falta de fuentes y estudios locales, los testimonios disponibles apuntan a que durante todo el
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BONO, 1993.
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siglo XVI y el primer tercio del XVII superó a la segunda. 32 Es cierto que las cifras globales que actualmente manejamos demuestran que estamos muy por debajo de las sumas de esclavos que acogió el Nuevo Mundo, pero esto no justifica la escasa atención prestada a este heterogéneo colectivo mar ginado «entre dos mundos» en los manuales y enciclopedias de Historia de Europa, ni tampoco debe traducirse como una escasa aportación de todos ellos a la historia con mayúsculas.
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DAVIS, 2003, capítulo 1.
SEGUNDA PARTE
IMPERIOS
3 GUERRAS Y «PASIONES» CONFESIONALES EN EUROPA ANTES DE LA PAZ DE WESTFALIA1
La serie de guerras que libraron los católicos contra los protestantes du rante los casi cien años que van de 1555 (paz de Ausgburgo) a 1648 (paz de Westfalia) constituyen una de las más grandes tragedias sufridas por el viejo continente europeo. Esta afirmación, que viene a ser recurrente en la mayoría de los manuales y ensayos especializados en este período, se ha convertido en algo tan obvio que apenas necesita discusión hoy en día. No ocurre lo mismo con las causas de tan lamentables incidentes. A pesar de que no existe un amplio consenso entre los especialistas en este tema, no es arriesgado indicar que estas guerras, que germinaron en el centro y norte de Europa a principios del siglo XVI, que afectaron prácticamente a toda la población europea del norte y el sur y que, en definitiva, se redimensionaron de forma es pectacular en los últimos cuarenta y cinco años de la centuria, se debieron fundamentalmente a una fatídica confusión entre religión y política. 2 La historiografía alemana, sin duda alguna la más preocupada por el estudio del bi nomio Reforma y Contrarreforma, así nos lo viene recordando desde después Conferencia impartida en el Coloquio «Guerra Santa y Guerra Justa en la Historia» (Instituto de Historia y Cultura Militar, 2008). Una versión de este trabajo se reprodujo en la Revista de Historia Militar, año LIII, 2009, número extraordinario, pp. 177-197. El título ha sido extraído de una cita del célebre y controvertido libro de Carl SCHMITT: Catolicismo y forma política, Madrid, Tecnos, 2000, p. 3. «Existe una pasión anticatólica. De ella se nutre toda la lucha contra el papismo, el jesuitismo y clericalismo, que ha dominado varios siglos de la historia europea con una gigantesca movilización de energías religiosas y políticas». 2 PARKER, 2004. 1
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de la segunda mitad del pasado siglo XX, que es cuando mayor intensidad y virulencia alcanzó el debate sobre tales cuestiones. Es más, esta importante historiografía aún va más lejos indicando que el hecho de no diferenciar — forzosamente o no— entre religión y política no es una característica propia de las sociedades del ancien régime, sino incluso de nuestros días. Así lo vemos en conflictos de notable alcance internacional y repercusión como la «guerra del Golfo» (1991) o la invasión de Irak (2003), que son tachados ante la opinión pública mundial como de «choques de civilizaciones»,3 y no como lo que verdaderamente son: calculadas maniobras de poder diseñadas por los servicios de inteligencia para derrocar al gobierno nacional y monopolizar , entre otras cosas, el siempre fluctuante precio del petróleo. Sin entrar en mayores profundidades y detalles, lo cierto es que este enredo entre lo que era religión y política en la Edad Moderna solamente se fue disipando en las poblaciones de la Europa de la época de forma gradual y transitoria después de la paz de Westfalia de 1648. No obstante, con an terioridad a tan significativa fecha es posible encontrar testimonios de nu merosos europeos que lamentaban que la religión fuera utilizada en su tiempo de una forma tan irreligiosa. Michel de Montaigne (1533-1592), por ejemplo, indicaba a propósito de las guerras de religión que se produjeron en Francia durante la segunda mitad del siglo XVI que «…quien quisiera elegir dentro del ejército, incluso del que ha sido reclutado por el rey a quienes han tomado las armas por celo religioso, a duras penas podría llegar a reunir una compañía completa de gente armada». Casi doscientos años después de estas afirmaciones, un polemista satírico y brillante como Voltaire (16941778) señalaba que «lo maravilloso» de los conflictos confesionales que se vivieron en la Europa de los siglos XVI y XVII residía en «que cada jefe de asesinos hacía bendecir sus banderas e invocaba solemnemente a Dios antes de lanzarse a exterminar a su prójimo». Estas ásperas pero certeras opiniones de Montaigne y Voltaire, extraídas de los célebres Essays (1575) y del no menos indispensable Dictionnaire philosophique (1764), respectivamente, no deberían llevarnos a contemplar la religión como una especie de corsé constreñidor del que los gobernantes y sus más estrechos colaboradores tuvieron que deshacerse para que la política pudiera emerger en su forma secular o maquiaveliana, señalan Carl Schmitt y Hans Blumenberg en sus hoy injustamente olvidadas pero fundamentales Politische Theologie (1922) y Die Legitimität der Neuzeit (1966). Esta progresión, si es que llegó a producirse, ni fue lineal ni afectó por igual a todos los estados de la afligida Cristiandad. La pugna Habsbur go-Valois, por ejemplo, 3
HUNTINGTON, 1997.
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que jalona toda la primera mitad del siglo XVI pero que fue relanzada de forma espectacular a principios del XVII, no fue religiosa, sino por el liderazgo y la supremacía de Europa. Enrique IV (1589-1610), subraya Gaston Zeller en un antiguo pero todavía útil trabajo, en Felipe III (1598-1621) «vio asomar un nuevo Carlos V», lo que hizo que se sintiera empujado a representar a Francisco I (1515-1547). Luis XIV (1643-1715) actuó del mismo modo pero con Carlos II (1665-1700), el último y debilitado soberano de la Casa de Austria en España.4 La digresión sobre religión y política a la que me vengo refiriendo no pretende eludir el tema que aquí nos ocupa, y si quiere, no obstante, ser un mejor encuadre al mismo. Insistiendo ahora sí en la cuestión de los conflictos con fesionales, he de indicar de entrada que no es fácil contabilizar el total de guerras —religiosas o no— que se libraron en Europa a lo lar go de toda la Edad Moderna. Sin embargo, algunas concienzudas investigaciones que se han ocupado de esta temática señalan que, entre finales del sigloXV y el XVIII, se produjeron aproximadamente doscientas cincuenta guerras en Europa. Según Konrad Repgen, sin duda alguna uno de los máximos especialistas en esta materia, entre 1529 y 1689 una docena y media de guerras o dos docenas a lo sumo tuvieron a la religión como causa principal. 5 Geoffrey Parker, otro de los mayores expertos en historia militar de la Edad Moderna, comple menta las afirmaciones de Repgen cuando nos dice que la Monarquía de Felipe II solamente disfrutó de paz durante seis meses, entre febrero y sep tiembre de 1577, «cuando cesaron las hostilidades tanto en los Países Bajos como en el Mediterráneo».6 Obviamente tan breve lapso de tiempo fue deci sivo y fundamental para que los banqueros genoveses y la Corona aprobaran el medio general o impuesto único. John H. Elliott, finalmente, va un poco más allá que los autores citados cuando advierte que la civilización europea de esta época fue ante todo una «civilización militar» cuyo estado natural era la guerra. Es más, entre 1600 y 1650 sólo hubo un año del calendario sin ninguna guerra entre estados europeos: 1610.7 En definitiva, podemos afirmar que desde 1520 (aparición de los escritos reformadores más importantes de Martín Lutero) hasta la paz de Augsburgo de 1555 (cuis regio, eius religio) la religión ayudó a crear la soberanía territorial de la mayoría de los estados europeos del momento; desde esta última fecha hasta 1648 la religión casi acabó con el peculiar orden político que ella misma había ayudado a crear dando origen a una serie de encarnizados ZELLER, 1934, p. 516. REPGEN, 1987, pp. 311-312. 6 PARKER, 1998, p. 33. 7 ELLIOTT, 2010, pp. 133-150, esp, p. 136. 4 5
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y localizados conflictos que fragmentaron Europa en distintos escenarios bélicos. ¿Cómo se desarrollo la lucha confesional en el Imperio, Francia, los Países Bajos, Inglaterra y Escocia? ¿Por qué fracasó la política pro-católica de España? Y finalmente, ¿en qué situación se encontraba Europa antes de comenzar la Guerra de los Treinta Años? La respuesta a estos interrogantes es el propósito de las siguientes páginas. I Después de la paz religiosa (1555) y de las particiones habsbúr gicas (15551558), la situación en el Imperio era de aparente tranquilidad. Heinrich Lutz, que es uno de los mejores conocedores de la historia política centro europea de esta época, así lo manifiesta en su Reformation und Gegenreformation (1982). La traumática experiencia que sufrió el Imperio tras la guerra de los campesinos (1524-1526) y los numerosos desencuentros en materia religiosa, insiste este historiador , no se comprende si dejamos a un lado las interminables luchas confesionales en Francia y los Países Bajos, así como la amenaza del Imperio otomano, siempre a las puertas de la asediada Viena. La constitución imperial, que como se sabe fue modificada sustancialmente en 1555, parecía que dejaba una puerta abierta a una convivencia pacífica entre católicos y luteranos, al menos durante el tiempo en que viviera aquella generación de príncipes, consejeros y publicistas que con su obstinado esfuerzo y empeño habían contribuido a crear el llamado «orden de Augsburgo». Fernando I (1556-1564), que heredó la dignidad imperial nada más morir su hermano Carlos V (1519-1556), durante su breve pero fructífero período al frente del Imperio mantuvo siempre la esperanza de poder celebrar una concordia general entre las distintas confesiones que había por todo su territorio. Sin embar go, murió sin llegar nunca a verla realizada. Su hijo y sucesor, Maximiliano II (1564-1576), que siempre fue más enérgico que su padre en la necesaria función de mediar entre las distintas confesiones en litigio, si que hizo algún que otro esfuerzo en esta particular dirección. Aunque sus creencias religiosas todavía son objeto de una abierta polémica en Alemania (se afirma que en algunas ocasiones apoyó a los protestantes), lo cierto es que nunca llegó a definirse partidario de un credo distinto al de Roma. Por ejemplo, en la Dieta de Augsburgo de 1566, que sobre todo estuvo destinada a recaudar fondos para afrontar el secular «peligro turco», no dudó en asumir los decretos acordados en el Concilio de Trento (1545-1563), de acuerdo con los estados católicos del Imperio.
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Con Rodolfo II (1576-1612), que había sido educado esmeradamente en el corazón de España y residía en la ciudad de Praga rodeado de arte, alquimia y astrología,8 se activa una política pro-católica muy en la línea de su tío Felipe II (1556-1598). Este gesto de seguidismo, característico de la política dinástica que se practicaba en esta época en concreto, tuvo como consecuencia más inmediata y directa un empeoramiento del incipiente conflicto confesional que se estaba produciendo en las principales poblaciones imperia les. En un lapso de tiempo que no superaba los diez años el Imperio se vio envuelto en violentos tumultos territoriales que tuvieron como centro neu rálgico Austria, pero que, rápidamente, se extendieron como un reguero de pólvora por todas las poblaciones austro-germanas gracias al doble apoyo prestado por el «partido calvinista» y la nobleza protestante de Bohemia y Hungría, siempre crítica con el omnímodo poder imperial. Fuera de Austria, Baviera se convirtió en una de las primeras potencias de la Europa de la Contrarreforma. Los protestantes de estos territorios, al igual que los de Bohemia, Hungría y Austria, fueron objeto de una rigurosa y metódica repre sión a partir de 1564. Es difícil dar cifras de las víctimas por la pérdida absoluta de documentos al respecto. Sin embar go, algunos autores que se han acercado a estas cuestiones se atreven a mencionar la muerte de varios centenares de protestantes solamente en un año. En suma, en el Imperio el proceso de descomposición territorial pro gresó estrechamente asociado a los enfrentamientos que se produjeron en tre las distintas confesiones. Este conflicto general estaba hondamente enraizado en la libre interpretación que cada cual daba a la Paz Religiosa de 1555, por esa razón explotaba una y otra vez. La débil posición en la que se encontraba el Emperador tras la muerte de Carlos V (1558) unido a la im parable influencia que, desde 1520, estaban adquiriendo los textos doctri nales de Martín Lutero (muy influidos por las enseñanzas recibidas de Jo hannes von Staupitz) en las mentes de los alemanes doctos y receptivos agravaba aún más las cosas.9 De resultas de todo, a principios del siglo XVII se produjo la fundación de alianzas defensivas de confesiones que busca ban su perduración en el apoyo político y económico brindado por las po tencias del exterior. La Unión de los protestantes (Palatinado, Baden…), fundada en 1608, lo hacía de Francia, los Países Bajos e Inglaterra; la Liga católica, liderada por el duque Maximiliano I de Baviera (1598-1651), y a Además del clásico y fundamental trabajo de EVANS, 1973, son interesantes las páginas que, a este Emperador, le dedica BELOZERSKAYA, 2008. En este libro se menciona que la «melancolía» de Rodolfo II era aliviada por dos leones traídos del continente africano que esta ban enjaulados en los exuberantes jardines imperiales. 9 OBERMAN, 1992, pp. 218-225. 8
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la que pertenecían la mayoría de los príncipes eclesiásticos del Imperio, se apoyaba en España y Roma. A tenor de cómo se desenvolvieron los hechos no es descabellado afirmar que los dos grandes bandos en litigio durante la Guerra de la Treinta Años fueron concebidos en estos delicados y funda mentales momentos. II Al filo de 1559 (muerte de Enrique II) Francia se convirtió en un verdadero laboratorio de la lucha confesional europea como consecuencia directa de la debilidad del poder central y de la poderosa y creciente intervención de una serie de fuerzas políticas del exterior (España y Roma sobre todo). De resultas de ello, tanto en las ciudades como en el campo francés se produjo una fuerte polarización social agravada aún más si cabe con el anuncio de los primeros síntomas de una coyuntura económica adversa (crisis general del siglo XVII).10 El estado que surgió en Francia tras este quebradizo periodo de guerra civil, hambre, enfermedades y desabastecimiento era mucho más centralista que antes y menos dependiente de la Iglesia de Roma. Tan importante novedad no es la única que podemos constatar . La guerra civil fran cesa, señala Pérez Zagorin en un clásico estudio dedicado a la conflictividad social en Europa durante la Edad Moderna, «fue la primera revolución europea donde la prensa, el panfleto y la propaganda política jugaron un papel vital en los acontecimientos». «No había imprenta —señala Pierre de l’Estoile (1546-1611), famoso letrado parisino y coleccionista de algu nos de estos opúsculos— por pequeña y pobre que fuera, que no encontrara medio de funcionar diariamente con algún libelo difamatorio».11 La sucesión de Enrique II recayó de manera casi inesperada en Fran cisco II (1559-1560), un joven de quince años de naturaleza enfermiza. Jean Mariéjol, Ernest Lavisse, Lucien Romier, Georges Livet y Corrado Vivanti, autores de algunos de los mejores trabajos sobre este convulso periodo de la Historia de Francia así nos lo recuerdan, e incluso mencionan que debido a la falta de dotes de gobierno del monarca los protestantes tuvieron en Francia más peso político que antes. Mientras en París y en el nordeste francés predominaba la confesión católica, en la Provenza, en el Languedoc, en el Las mejores exposiciones de conjunto sobre estos momentos de crisis siguen siendo las compilaciones de ASTON, 1983; CIPOLLA, 1999; y PARKER y SMITH, 1997. 11 PALLIER, 1976, p. 56, citado por PÉREZ ZAGORIN, 1986, II, p. 77, nota 13. Últimamente, y ocupándose de la abundante publicística que sur gió durante la separación de la Corona de Portugal de la Monarquía hispánica: BOUZA, 2008, pp. 131-178. 10
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Midi y en el oeste, desde Navarra hasta el importante puerto atlántico de Nantes, los núcleos protestantes eran mayoría. En el campo, los terrate nientes, con sus campesinos, apoyaban la Reforma de manera realmente ferviente. La alta nobleza y el patriciado de las ciudades también. No obstante, y a fin de no caer en simplificaciones excesivas que nos lleven a contemplar un centro contra-reformista y una periferia reformadora, conviene advertir que en París, en el seno de la Corte, existían dos grupos o facciones que desde hacía algún tiempo rivalizaban por el poder político. Por un lado se encontraba el grupo de príncipes de la Casa de Lorena-Guisa, estrictamente católico, con influencia en la Francia oriental, y cuyo principal exponente era el cardenal Carlos de Lorena. A ellos se enfrentaba el grupo de los «príncipes de la sangre» de la Casa de Borbón, una línea lateral de los Valois, y con peso en la Francia central y occidental. Los príncipes de la sangre estaban aliados con los hermanos Châtillon (el cardenal Odet y el almirante Gaspar de Coligny), cuya disposición anti-Lorena venía ya de antiguo. La repentina pero esperada muerte de Francisco II convirtió a Catalina de Medici (1519-1589) en regente de Carlos IX (1560-1574) y le otor gó el importante e inesperado rol de médiatrice del conflicto religioso. La cele bración del coloquio religioso de Poissy (1561) y la instauración de un edicto de tolerancia (1562), todo ello a instancias de la reina, de ningún modo pudieron evitar las confrontaciones. Las tres primeras guerras de religión, que prácticamente devastaron todo el territorio francés entre 1562 y 1570, no trajeron ninguna solución política. Los protestantes, or ganizados cada vez mejor como grupo político-religioso de presión gracias a la des treza e inteligencia del almirante Coligny (aspiraba a una guerra nacional contra España que uniese en Francia a católicos y protestantes), obtuvieron libertades que eran impensables años antes. Los futuros planes de Coligny y la creciente presión del grupo hugonote en la Corte ponían seriamente en peligro la adquirida posición de árbitro de Catalina de Medici, por lo que no dudó en ordenar un frío y vil atentado contra Coligny el 22 de agosto de 1572. El malestar de los máximos dirigentes hugonotes por la muerte del almirante fue cortocircuitado con rapidez y dureza en ese triste y célebre baño de sangre conocido por todos como la matanza de la Noche de San Barto lomé del 23 al 24 de agosto. Aún hoy la cifra de asesinatos que se barajan es realmente espeluznante: 13.000 muertos. La relevancia histórica de esta masacre radica no tanto en los espantosos episodios personales vividos, como en mostrar el poder que podía llegar a tener una «pasión» sectaria, capaz de acabar con toda una civilización. Porque no se trataba del exterminio de musulmanes y judíos; se trataba de cristianos que aniquilaban a otros cristianos que no eran enemigos extranjeros sino sus vecinos, con quienes ellos y sus antepasados habían vivido durante casi mil años en una comunitas chris-
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tiana. A efectos de una historia de las ideas políticas, indican algunos autores, la Noche de San Bartolomé refleja que la monarquía francesa ya empezaba a respetar los edictos, a la vez que asumía la responsabilidad de los desgraciados hechos ocurridos.12 En cualquier caso, la lucha en Francia no había hecho más que dar comienzo, y como complicación añadida a la cartografía confesional descrita tenemos que apuntar un nuevo e importante elemento en discordia, resultante de la división entre los católicos franceses. Así, bajo la dirección de los Guisa se fue formando un ala radical en la Liga cuya política de extirpation et extermination (era el vocabulario oficial) religiosa se orientó progresivamente hacia las posturas de España y Roma. Durante los primeros meses de 1572 los grupos católicos moderados, los partidarios de una vía media (moyenneurs) de entendimiento y los elementos monárquicos religiosamente indiferentes no encajaban en la liza que estaba teniendo lugar. Las cosas cambiaron de repente en 1573, cuando estos grupos decidieron agruparse como tercera fuerza en el denominado «partido» de los políticos. Uno de sus máximos exponentes fue el célebre letrado y pensador de Angers, Jean Bodin (1530-1596), cuya obra programática los Six livres de la République (1576) mostraba su concepción de un estado soberano liberado de todo vínculo religioso. Este importante trabajo de casi ochocientas páginas en su primera edición, y que como Denis Richet nos ha recordado, fue escrito para refutar los panfletos protestantes de la década de 1570, suele verse como un verdadero vademécum del absolutismo más radical, pero lo cierto es que es toda una lección teórica del equilibrio de poder , preocupada por definir la soberanía con rigor , así como los límites de su ejercicio.13 Sea como fuere, lo cierto es que esta tercera fuerza, la de los politiques, se convirtió en las décadas de los ochenta en el elemento esencial para la resolución final de las Guerras de Religión en Francia. Tras la muerte de Carlos IX en 1574, sucedió legítimamente a éste Enrique III (1575-1589), que no tuvo hijos. En 1584 fallecía también su hermano, Francisco de Anjou. Otro factor complicaba todavía más la situación política de Francia: el fin de la Casa de Valois. Enrique de Navarra, el pretendiente más cualificado al trono francés, era ahora el líder de los hugonotes. Felipe II no se podía quedar sentado y de brazos cruzados: el temor a la ascensión de un monarca protestante le indujo a intervenir más directamente en la política francesa, todo lo cual no significaba, como veremos seguidamente, que se olvidase de
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PARDOS, 2002, pp. 223-224. RICHET, 1993, passim.
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los asuntos relativos a Flandes, extraordinariamente interconectados con lo que sucedía en Francia. III Es sabido que los territorios de los Países Bajos, que Felipe II heredó de Carlos V en 1555, tenían en su origen un viejo núcleo bor goñón. No obstante, sólo la acción del Emperador dotó a este heterogéneo conjunto for mado por diecisiete provincias de una coherencia territorial. A diferencia del Emperador, Felipe II, «el monarca más poderoso de la Cristiandad», el señor de un Imperio «donde el sol ni se levanta(ba) ni se pon(ía)», 14 ni era natural de estas tierras ni gozaba del seguro jurídico-constitucional que implicaba la vinculación imperial. Era evidente por tanto que los Países Bajos no encajaban en el conjunto de posesiones que formaban la «monarquía compuesta»15 española. No era un caso aislado, pues la dispersa y heterogénea herencia dinástico-territorial de los Austrias ya había planteado quebraderos de cabeza a los publicistas hispanos con las posesiones de América, y lo haría algo más tarde con la conquista y anexión de Portugal por las tropas del siempre efectivo Duque de Alba en 1580.16 Otro elemento que vino a enrarecer y dificultar aún más si cabe las relaciones de Felipe II con sus súbditos en el norte de Europa fue el de la unión económica y política entre los Países Bajos e Inglaterra, que fracasó por la muerte sin hijos de la reina María Tudor (1553-1558). El agotamiento económico y financiero de estos territorios por la guerra, el hambre y las enfermedades tam bién contribuyó. Sin embargo, la chispa que encendió el conflicto debemos buscarla en las nuevas condiciones religiosas y político-administrativas que impuso un, esta vez sí, imprudente Felipe II nada más abandonar Bruselas en 1559. Lógicamente la propagación del movimiento reformista fue contestada con una dura represión por parte de la Inquisición y con la creación de un total de catorce nuevos obispados con derecho de nombramiento real. Desde este mismo momento, en los Países Bajos los problemas burocráticos y financieros fueron resueltos a la maniera castigliana. Es decir, el soberano, asesorado por 14 FELTHAM 1652, pp. 84-85, citado por P ARKER, 1995a, p. 210, nota 1. Recientemente, PARKER, 2010, pp. 758 y ss. 15 La expresión la ha hecho célebre E LLIOTT, 1992, pp. 48-71. Probablemente la inspiración procede de Helmut G. Koenigsberger y sus «composite states», así como de Conrad Rusell y los «multiple kingdoms». 16 PAGDEN, 1997, capítulos 2 y 3. La conquista de Portugal la analiza en detalle V ALLADARES, 2008.
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sus consejeros más leales pero sin el concurso de las Cortes, tenía la decisión última en cuestiones políticas, religiosas y económicas. La resistencia al rey de España, acusado literalmente de tirano y traidor al ius commune, no tardó en producirse, realizándose en una serie de fases claramente diferenciadoras según el grupo que liderara la imparable rebe lión. En 1564, por ejemplo, le tocó el turno al «partido de los gobernadores» (Egmont, Horn y Guillermo de Orange), todos ellos católicos y miembros de la aristocracia de más alta alcurnia y abolengo. La connivencia de la gobernadora Margarita de Parma (1522-1586) con este grupo motivó la expulsión del cardenal Granvela (1517-1586), representante en el Consejo de Estado de la política española. Dos años después, en 1566, cuando el conflicto estaba más agravado, surgió en escena la baja nobleza calvinista capita neada fundamentalmente por Enrique de Brederode. Sus exigencias iban mucho más allá de las reclamadas hasta entonces por la aristocracia: abolición de la Inquisición, derogación de los edictos de religión y convocatoria urgente de los Estados Generales. Una desgraciada pero latente situación empeoró todavía más el conflicto en estos primeros momentos. Y es que en muchas poblaciones flamencas se saquearon y profanaron templos católi cos. Con el firme ánimo de frenar todos estos desórdenes iconoclastas, en 1567 Felipe II mandó al Duque de Alba (1507-1582) a los Países Bajos. Los procesos sumarísimos y las ejecuciones masivas fueron la tónica de las fuerzas de ocupación españolas, todo lo cual motivó un lógico y generalizado éxodo de las poblaciones del interior a la costa norte. El establecimiento en estos territorios de toda una masa de perseguidos y descontentos generó importantes núcleos de resistencia que propiciaron muchas bajas entre los oficiales y soldados de los tercios de Alba. Todos los intentos de Orange de expandir el conflicto desde el norte hacia el sur fracasaron. El «liberalismo» de Holanda y Zelanda chocaba abiertamente con el conservadurismo de los territorios del sur . Alejandro Farnesio (1545-1592), que sustituyó a Luis de Requesens (1528-1576) como comandante en jefe del ejército español, no dudó en aprovechar estas con tradicciones para asegurarse la victoria. La fuerte y creciente Unión deArrás (1579), una especie de coalición armada de territorios católicos de habla bajo-alemana, se enfrentaba a la Unión de Utrecht (1579), un grupo no muy numeroso pero que aglutinaba al ala más agresiva del calvinismo. En 1581, los seguidores de la Unión de Utrecht rechazaron formalmente la obediencia a Felipe II, porque, según decían ellos, «Dios no creó a los hombres escla vos de su príncipe para obedecer sus órdenes, ya fueran buenas o malas, sino más bien al príncipe para el bien de sus súbditos». En definitiva, en los años que siguieron a los hechos que aquí hemos descrito observamos el fracaso del numeroso «partido» intermedio (preten-
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día mantener la unidad nacional por encima de divisiones confesionales), el surgimiento de una república comercial de clara impronta calvinista, 17 y la intervención, como ocurría en Francia, de potencias contestarías con el he gemonismo que querían imponer los Austrias en el centro y norte de Europa. Felipe II consideró tan seriamente la ayuda inglesa a los rebeldes de los Países Bajos que, en 1588, decidió fletar una enorme Armada con el firme propósito de conquistar Inglaterra. El éxito de esta empresa hubiera significado la dominación española de prácticamente toda Europa y , por tanto, el freno a la expansión del protestantismo. La historia pormenorizada de estos acontecimientos es conocida, y Europa, haciendo alusión al título de un brillante trabajo del profesor John H. Elliott, siguió dividida en materia de religión y política.18 IV Isabel I de Inglaterra (1558-1603), que con su celibato ejemplificó el mito de la diosa Astrea, la reina de las hadas del célebre poema épico de Spencer, subió al trono tras la muerte de su hermanastra María, hija de Catalina de Aragón y esposa de su primo Felipe II. Como último miembro de la Casa Tudor, su heredero fue el rey Jacobo VI de Escocia (1567) y I de Inglaterra (16031625). Los principales estudios dedicados al periodo isabelino coinciden en señalar que el ascenso de Inglaterra en estos momentos estaría estrechamente ligado al surgimiento de una favorable coyuntura económica, capaz de ofre cer nuevos y atractivos horizontes a los mercaderes. Sin ánimo de negar la importancia que el comercio tuvo en el desarrollo de los estados,19 no es menos cierto que la religión también jugó una baza importante. Como nos ha recordado Helmut G. Koenigsberger, Isabel I sacó la conclusión correcta de que «lo único que podía salvar al país de una guerra civil era un compromiso religioso que se inclinara hacia el protestantismo». Precisamente por ello Isabel rompió de lleno con la política religiosa católica de su hermanastra, en cuya aplicación se había llegado a ejecutar a más de trescientos protestantes declarados. Entre las víctimas se encontraban personalidades tan relevantes como el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, y otros tres obispos más. El resto eran «gente que no importaba» (zapateros, campesinos, carniceros). Las «personas relevantes», es decir, las principales cabezas de los protestan tes, consiguieron huir al continente, concretamente al norte y centro de Eu 17 ISRAEL, 1989. 18 ELLIOTT, 1981. 19
BRENNER, 2003.
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ropa. Durante esta época en las imprentas de Ginebra, Estrasbur go y Frankfurt era frecuente encontrar opúsculos escritos por estos líderes reformistas en los que se tachaba a la reina de «tirana», e incluso se apelaba a la rebelión «contra el monstruoso gobierno de las mujeres». Puede afirmarse que la muerte temprana de María y la clarividencia en los asuntos de gobierno de Isabel salvaron al reino de la guerra civil, ya que la oposición política y religiosa contra su régimen crecían a pasos agigantados. Las dos primeras medidas para apaciguar los ánimos de los más rebeldes fueron las de aprobar , con el concurso del Parlamento, el Acta de Supremacía y el Acta de Uniformidad (ambas son de 1559), que tenían que ser juradas por aquellos miembros del clero y la burocracia que eran más esquivos. Los últimos no se opusieron, y si lo hicieron prácticamente el conjunto del episcopado. Con todo, la obstrucción al gobierno isabelino fue desarticulada haciendo uso de una política de nombramiento de obispos fieles. Y es que Isabel pretendía establecer , sobre la firme base de un am plio consenso, una política religiosa de tono moderado (la reina señalaba que no deseaba «abrir las ventanas de las almas de los hombres»), distante en cierto modo a la del luteranismo y el calvinismo que se practicaba en el continente.20 En el reino de Escocia el movimiento reformista fue bien distinto al inglés. El principal punto de arranque de la Reforma en Escocia tiene su ori gen en los enfrentamientos entre grupos anti-franceses y pro-franceses. El líder de la oposición católica fue John Knox (1510-1572), un sacerdote es cocés que se convirtió en el gran reformador del país gracias a que supo combinar influencias internas (Georges Wishart) y externas (Martín Lutero y Calvino) con unas extraordinarias dotes para predicar y ver más allá de los establecido (siempre sostuvo que la única posibilidad de que los escoceses se liberaran de la dominación francesa radicaba en la unión de los protestantes de Escocia e Inglaterra). Sus prédicas en la mismísima frontera con In glaterra atrajeron a tantos escoceses que un alarmado Eduardo VI (15471553) le llegó a ofrecer un car go como obispo de Rochester , lo que el reformista escocés rechazó apelando a su integridad. Pese a ello, hasta 1555 Knox careció del apoyo de la facción anti-francesa de la nobleza, que du rante todo este tiempo experimentó un más que notable incremento de su poder en las ciudades (Glasgow y Edimburgo fundamentalmente) bajo la regencia de María de Guisa (la heredera, María Estuardo, estaba en Francia con su esposo, Francisco II). La llegada al trono de Inglaterra de Isabel I y la muerte de María de Guisa en junio de 1560 espoleó nuevamente a la no20
KOENIGSBERGER, 1991, pp. 97-100.
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bleza protestante, que decidió convocar para ese mismo año el llamado Parlamento Reformado (acordó romper con el papado). La situación de vacío de poder y tensión que se vivía en Escocia se complicó aún más con el re greso en 1561 (muerte de Francisco II) de María Estuardo. El derecho canónico de la época dejaba claro que María podía plantear pretensiones al trono inglés en contra de Isabel, hija del matrimonio entre Enrique VIII (15091547) y Ana Bolena (1533-1536). Primeramente María Estuardo intentó que Isabel le garantizara sus derechos sucesorios. Solamente cuando éstos le fueron negados decidió buscar el apoyo de España y Roma. Todos los acontecimientos que siguieron a este episodio han sido relatados muchas veces, si bien todavía no está suficientemente aclarado cómo la reina fue forzada a la abdicación en beneficio de su hijo Jacobo. Sea como fuere, lo cierto es que en 1568 María Estuardo huyó a Inglaterra, donde Isabel decidió rete nerla en base a rumores de un levantamiento católico apoyado por España en el norte de Inglaterra. La difícil coyuntura política que atravesaba Europa en las décadas de los ochenta motivó un empeoramiento en las relaciones hispano-inglesas. Desde 1587, en casi todas las poblaciones de Inglaterra circulaban los rumores de una invasión violenta de España a la isla. Esta empresa, que no fue real hasta 1588 y cuyo coste total rondó los diez millones de ducados, se barajaba como el único medio posible de volver a catolizar definitivamente el país. Sabemos del desgraciado final de los 130 barcos bajo el mando del Duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán (1550-1615), pero a veces se olvida que el detonante de la decisión de Felipe II fue la ejecución de María Estuardo en 1587. V Antes de que nos detengamos en la confrontación anglo-española, que se estiró en el tiempo hasta 1604, conviene que nos ocupemos de la naturaleza de los conflictos que surgieron en Francia tras la alianza entre la Liga católica y Felipe II en 1585. El rey Enrique III, Enrique de Guisa (líder de la Liga) y Enrique de Navarra, este último cada vez más apoyado por el «partido» de los politiques, se enfrentaron en la llamada «Guerra de los tres Enriques» (1585-1598). Ya se ha dicho anteriormente que la intervención de Felipe II en los «asuntos y materias de Francia» se derivaba de unos intereses muy concretos: había que evitar a toda costa el nacimiento de una monarquía protestante. La participación del papa Sixto V (1585-1590) no era tan evi dente, habida cuenta de que un protectorado español sobre Francia implicaría una fuerte amenaza para el propio papado. Con todo, la curia romana ob-
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tuvo la simpatía de España mediante la emisión de una bula de excomunión contra Enrique de Navarra. Respecto al mencionado conflicto hispano-inglés que se produjo por estas mismas fechas ya se ha subrayado que la invasión de Inglaterra fue pla neada para 1587. No obstante, hubo de posponerse al año siguiente como consecuencia de algunas acciones militares inglesas que se llevaron a cabo en las costas hispanas. Alejandro Farnesio (1545-1592) fue el encar gado de coordinar desde Flandes la flota de desembarco al mando del Duque de Medina Sidonia. La historia del desastre, con sus cifras de víctimas y barcos destruidos por el fuego de la artillería enemiga y por el imponderable que siempre representa unas condiciones climáticas adversas, nos resulta cono cida gracias al ya clásico trabajo de Colin Martin y Geoffrey Parker.21 Pese a la tragedia, España no sufrió una merma decisiva en su capacidad militar y logística (todavía en 1589 pudo rechazar una contraofensiva inglesa contra la costa española y portuguesa). Mucho más serias fueron las consecuencias psicológicas del fracaso, similares a las que experimentó Portugal tras la derrota de Sebastián I (1554-1578) en la batalla de Alcazarquivir o de los «Tres Reyes».22 En palabras de uno de los monjes agustinos de El Escorial fue una desgracia «digna de llorar toda la vida… porque nos han perdido el miedo y… toda la buena reputación de hombres belicosos que solíamos tener.» «Casi toda España —insistía este anónimo monje— se cubrió de luto…, no se oía otra cosa».23 Felipe II no fue inmune a todo este sentimiento de pérdida del «miedo» y la «reputación». El 13 de octubre de 1588, cuando ya era evidente que el grueso de la flota se había hundido en las aguas del océanoAtlántico, «envió una carta circular a todos los obispos para que se celebrasen oficios especiales en todas las iglesias de España para dar gracias a Dios porque no todo había sido destruido», señala Parker. Entre las súplicas del Prudente mo narca también estaban las plegarias «encomendando a Nuestro Señor muy de veras todas mis acciones para que su divina majestad las enderece y en camine a lo que más fuere servicio suyo, exaltación de su Iglesia, bien y conservación de la Cristiandad, que es lo que yo pretendo»24. Mientras tanto, en Francia Enrique III mandaba asesinar a Enrique de Guisa y a su hermano, el cardenal Luis de Guisa. La derrota inglesa y la posibilidad de una futura alianza del monarca francés con los hugonotes llevaron a Felipe II a implicarse con todas sus fuerzas en el conflicto francés. Los plaMARTIN y PARKER, 1988. VALENSI, 1992. 23 PARKER, 1995a, p. 205. 24 Ibídem, pp. 205-206. 21 22
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nes no pudieron ir peor para el monarca hispano. El asesinato de Enrique III por el dominico Jacques Clément hicieron que tanto el ejército de los hugo notes como el de los católicos fieles al monarca asesinado proclamaran rey a Enrique de Navarra. Todo este movimiento de cohesión nacional en torno a la figura de Enrique IV (1589-1610) se reforzó aún más cuando se supo que Felipe II barajaba la sucesión al trono francés de su propia hija Isabel Clara Eugenia (fruto de su matrimonio con Isabel de Valois). En 1593 el rey francés decidió convertirse al catolicismo para salvar la unidad nacional, que no es exagerado indicar que estaba seriamente dañada desde el mismo momento de inicio de los conflictos confesionales. En 1594 fue ungido como rex christianissimus y, como tal, pudo entrar en París, que hasta entonces había estado ocupada como en otro tiempo Roma por los tercios españoles. Un año después, en 1595, el papa Clemente VIII (15921605) decidía reconciliarse con Enrique IV. La ofensiva contra España y la alianza con Inglaterra, los Estados Generales y algunos principados protestantes alemanes fue la tónica de la política exterior francesa prácticamente hasta finales del siglo XVII. * * * El año 1598 puede decirse que fue un annus terribilis para la Monarquía hispánica. Felipe II, el «señor de todos los mares y océanos del Mundo» en palabras de Sancho de Moncada, dejaba sus vastas posesiones repartidas por los cuatro continentes conocidos hasta la fecha en manos de su único hijo vivo, Felipe III, mucho menos dotado para los asuntos de gobierno que el ya difunto rey. El «sueño» del Prudente monarca de una Europa católica sin fisuras, que dicho sea de paso también lo fue el de su padre el Emperador Carlos V, era evidente que se había volatilizado con el anuncio del nuevo siglo. Enrique IV y las fuerzas que junto a él habían dado fin a la feroz lucha confesional en Francia decidieron ocuparse en la reconstrucción de un país devastado por décadas de guerras, hambre, miseria y enfermedad. El renacer de la economía, el saneamiento de las finanzas públicas, la protección de la agricultura y la restitución de la dañada autoridad estatal, que aceptaba el principio de la biconfesionalidad, fueron emprendidos en el esprit de un absolutismo mucho más centralista que antes y en la dirección de una política de clara impronta mercantilista a manos del eficaz ministro Sully . Las relaciones diplomáticas y comerciales en el Mediterráneo, un mar olvidado por los gobernantes franceses del Renacimiento, cobraron un nuevo impulso a finales del siglo XVII de la mano de otro gran ministro, Colbert, quien no dudó un momento en explotar y repoblar los bosques reales para obtener madera para hacer galeras y comerciar así con Turquía y Argel. La suprema-
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cía de España en Europa empezaba a ceder terreno. Inglaterra y los Países Bajos, pero sobre todo una «nueva Francia» regida por un verdadero «Hércules Gálico» se hallaba a camino de convertirse en la primera potencia europea gracias a una política de autoafirmación nacional que seguía viendo a los Habsburgo católicos como su mayor enemigo a combatir. En definitiva, la guerra, «el gran timón en el sistema de funcionamiento político del Estado moderno», según certeras palabras del historiador del derecho Otto Hintze, desde principios del siglo XVII se hace con mayores gastos y métodos más avanzados.25 Y lo que es más importante, la religión, verdadera «pasión» y causa principal como hemos visto de los conflictos que tuvieron lugar fundamentalmente en el centro y norte de Europa desde co mienzos del siglo XVI hasta la firma de la paz de Westfalia de 1648 (finalización de la Guerra de los Treinta Años), pasará a ocupar un lugar secundario aunque relevante en las guerras producidas en las centurias posteriores. 26 Pero el desentrañamiento de tan fascinante cuestión queda fuera del ámbito que nos trazamos en la redacción de estas páginas.
25 26
HINTZE, 1968. Últimamente, ELLIOTT, 2010, pp. 133-150.
4 «UN IMPERIO RESPECTO DE SÍ MISMA». LA MONARQUÍA DE ESPAÑA, SEGÚN GREGORIO LÓPEZ MADERA1
En un curioso libro de entrevistas a célebres historiadores, Daniel Roche, profesor emérito del Collège de France y actualmente uno de los mejores conocedores de la historia cultural de Europa del siglo XVIII, señalaba que en Francia siempre se hacía «un poco de teatro cuando se analiza la his toriografía, diciendo, por ejemplo, que la Escuela de Annales no hacía historia política». Marc Bloch, proseguía en sus aseveraciones Roche, «no sólo escribía historia política, sino que también impartía cursos de historia política». Es más, «actualmente, tanto en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París como en las diferentes universidades francesas, existen personas intentando escribir otra historia política, siguiendo el modelo americano de estudiar las instituciones a partir de la historia de los rituales o las fiestas.»2 El panorama historiográfico español, si exceptuamos los tres años de guerra civil (1936-1939) y la lar ga dictadura del general Francisco Franco (1939-1975), en cierto modo resulta similar al señalado por Daniel Roche para Francia. También aquí, los historiadores, sobre todo los que somos esComunicación presentada al Congreso Internacional «Felipe II (1598-1998). Europa dividida: La Monarquía Católica de Felipe II», Madrid, Universidad Autónoma de Madrid. Una versión distinta se publicó en José Martínez Millán (dir.), Felipe II (1527-1598). Europa y la Monarquía Católica, Madrid, Editorial Parteluz, 1998, IV, pp. 149-169. 2 GARCÍA PALLARES-BURKE, 2005, p. 148. 1
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pecialistas en la Edad Moderna, hemos tendido a hacer «un poco de teatro» subrayando la ausencia de una historia política con anterioridad a la década de los ochenta del pasado siglo XX. Como si ésta sur giera prácticamente de la nada, sin una concepción y gestación previa. Para empezar, conviene indicar que historia política, aunque con significativas diferencias de método, enfoque y análisis, la practicaban en España, durante el periodo de esplen dor de Fernand Braudel y los llamados «segundos Annales», toda una serie de docentes e investigadores de historia y derecho en las universidades de Madrid, Barcelona, Valencia, Salamanca y Zaragoza y que, para mayores señas y precisiones, se aglutinaban en torno a José Antonio Maravall, Luis García de Valdeavellano, Miguel Artola, José María Jover, Juan Beneyto, Luis Diez del Corral y Jesús Lalinde, entre otros. Sin embargo, hay que matizar que todos ellos sin excepción, debido al aislamiento que sufrían las ciencias humanas y sociales en España por los desgraciados hechos apuntados estaban muy lejos de discutir, debatir y crear corrientes historiográficas en la línea de Fritz Hartung, Herbert Butterfield, Hugh Trevor-Roper, Federico Chabod, Emile Lousse, Reinhard Koselleck, Ernst Troeltsch y Otto Brunner, autores que como es sabido resultaron fundamentales en el campo de la historia política, institucional e intelectual de las décadas de los cua renta, cincuenta y sesenta del pasado siglo XX no sólo por la brillantez de sus obras, traducidas a varios idiomas, sino también por su mayor movilidad académica, todo lo cual les permitió intercambiar opiniones e impresiones con otros colegas. Continuando con el ejemplo hispano, los modernistas españoles tendremos que esperar a que la carismática figura de Jaume Vicens Vives marque el rumbo de los futuros estudios de historia política de la España Moderna con su imprescindible «Estructura administrativa estatal en los siglos XVI y XVII», ponencia publicada en el XI Congreso de Ciencias históricas de Estocolmo a poco de morir prematuramente su autor en L yon en 1960. Sinteti zando mucho lo que allí se indicaba, Vicens Vives ya examinaba en este seminal trabajo cómo se efectuó el tránsito de los pequeños equipos de gobierno de las monarquías autoritarias del Renacimiento a la compleja organización administrativa que requerían los estados absolutos de los si glos XVI y XVII, fijando muy especialmente su atención en los problemas suscitados por la edificación de la complicada estructura polisinodial del estado de los Austrias españoles y en las facetas particulares que en él presentaban la corrupción de los funcionarios y la venta de oficios. La historia agraria de Emmanuel Le Roy Ladurie y Pierre Goubert, primero, y la historia de las mentalidades y la muerte de Pierre Chaunu, Michel Vovelle y Philippe Ariès después, convenientemente alimentadas con la ri gurosa metodología de Ernest Labrousse, Pierre V ilar y Maurice Agulhon,
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hicieron caer prácticamente en el olvido más absoluto el revolucionario programa historiográfico propuesto para los trabajos de historia política de España por Vicens Vives.3 Así, si es cierto que en las décadas de los setenta al público asistente a las universidades y los congresos y coloquios de historia se les pedía cierto rigor y conocimiento a la hora de hablar y escribir de economía y sociedad, no es menos cierto que no se exigía lo mismo cuando se mencionaban términos políticos como por ejemplo estado, nación, patria, comunidad y ciudadanía. 4 Precisamente no va a ser hasta principios de los ochenta cuando un pequeño pero activo círculo de historiadores y juristas, 5 educados muchos de ellos con los antiguos maestros citados anteriormente y familiarizados con la historia económico-social gracias a la realización de sus tesis doctorales sobre la crisis del antiguo régimen en las distintas y emergentes comunidades autónomas de España, se replantee la forma de hacer historia política. En lo que a la historia moderna de España se refiere, hay que indicar que para que todo este take off fuera posible resultó fundamental la lectura de Imperial Spain, 1469-1716 (Londres, 1963), por aquel entonces obra de un joven y desconocido profesor de Historia de Europa de la Universidad de Cambridge de treinta y tres años llamado John H. Elliott, e introducida certe ramente en los planes de estudios de Historia de España en los setenta por su galanura literaria y por su perfecto maridaje entre un afán de rigor y objetivi dad, al margen de las gangas ideológicas que todavía lastraban las interpreta ciones del pasado que se hacían en la España franquista. A esta pieza maestra, que preanuncia el enfoque centro-periferia desarrollado al mismo tiempo por Elliott en otro decisivo libro dado a la imprenta ese mismo año ( The revolt of the Catalans), hay que añadir, con casi tres décadas de diferencia, Fragmentos de Monarquía (Madrid, 1992), de Pablo Fernández Albaladejo. Este trabajo, que es una brillante selección de artículos de historia política y constitucional (las relaciones entre el monarca y el reino por los problemas hacendísticos están muy presentes), como su título indica alude al paisaje surgido en la historia moderna española tras casi dos décadas de debates de cuestionamiento de la categoría de Estado moderno y su impostada voluntad tota-
3 Véanse, sobre todo, las colaboraciones de Pedro Ruiz Torres, Pablo Fernández Albaladejo y Jordi Canal en La historiografía francesa del siglo XX y su acogida en España , Madrid, Casa de Velázquez, 2002. 4 VIROLI, 1997, pp. 15-17 y ss; I ÑURRITEGUI, 1998 (con un oportuno y esclarecedor prólogo de Pablo Fernández Albaladejo); y VIROLI, 2009 (la primera edición en lengua inglesa es de 1992). 5 En España fueron fundamentales los trabajos de Bartolomé Clavero, en Portugal las investigaciones de Antonio Manuel Hespanha, y en Italia las de Paolo Grossi.
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lizadora. Sin ánimo de hacer una análisis exhaustivo de ambos textos, lo cierto es que han sido decisivos para que hoy por hoy la «nueva historia política», o si se quiere «la historia cultural de lo político» 6 que practican desde Xavier Gil Pujol hasta Fernando Bouza, pasando por José María Iñurritegui, Rafael Valladares, Joan Pau Rubiés y José Javier Ruiz Ibáñez goce de aceptación y amplio predicamento en Francia, Italia y Portugal sobre todo.7 Sea como fuere, lo cierto es que entre finales de los ochenta y noventa del siglo XX, en muchas Facultades de Historia de España se dieron de lado a auténticos debates superestrellas de la historiografía internacional como el de la transición del feudalismo al capitalismo, o el de la naturaleza de la burguesía y los conflictos y revoluciones surgidas en los siglos XVII, XVIII y XIX para pasar a hablar de libertadas positivas y negativas, de identidades y de representación en las comunidades políticas del ancien regime. La «nueva historia política» ya no hacía historia événementielle e immobile, como los historiadores políticos más tradicionales a los que habían dirigido su artillería más letal Bloch y Febvre, sino una verdadera histoire-problème. Ahora, de lo que se trataba era de estudiar las sociedades del pasado desde sus propias categorías históricas y lenguaje, y conformarse además un sólido background intelectual leyendo con fruición y sistema los libros y ensayos de Carl Schmitt, Ernst Kantorowicz, Norbert Elias, Gerhard Oestreich, Eric Auerbach, Hans Blumenberg, Michel Foucault, Manuel García Pelayo, Karl Polanyi, Norberto Bobbio, John Pockock, Quentin Skinner , John Morrill, Donald R. Kelley, William J. Bouwsma, Remo Bodei, Marc Fumarolli y Anthony Pagden, entre otros. Permítaseme esta extensa pero a mi modo de ver ilustrativa digresión sobre la historia política que actualmente practican un cada vez más impor tante número de modernistas españoles desde principios de las décadas de los ochenta del pasado siglo XX, para indicar de entrada que el siguiente texto constituye un esfuerzo por acercarse a algunos de los problemas y cuestiones metodológicas de fondo abordadas por dicha corriente historio gráfica. En este escrito recrearemos la vida y obra de uno de los principales letrados del Siglo de Oro español, Gregorio López Madera, y analizaremos en detalle y profundidad su principal trabajo ( Excelencias de la Monarquía y Reino de España, 1597). Y lo haremos sin ningún prejuicio ideológico y político, a fin de no descontextualizar y desvirtuar el mensaje de este texto, pues su presente de ninguna manera debe ser el nuestro. En tan valioso libro
Cfr., los estudios de Roger Chartier. Véanse, por ejemplo, los trabajos de Jean-Frédéric Schaub, Francesco Benigno y Pedro Cardim. 6 7
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podremos ver como López Madera defenderá, amparándose en el derecho y en la antigüedad, la «unicidad» de España colocando Castilla a su cabeza; e incluso llegará a afirmar la superioridad del Monarca frente al Emperador. I El jurista Gregorio López Madera nace en Madrid el 10 de mayo de 1562, doce años antes de lo que hasta ahora pensaban todos los estudiosos que se habían acercado a su producción bibliográfica, y cuando apenas había transcurrido un año del momento en el que la muy noble Villa madrileña, por expresa decisión de Felipe II, había sido elegida para convertirse en Corte. Que este dato lo aporte él mismo en uno de sus principales libros,8 da una ligera idea de lo mal estudiado y comprendido que ha sido este personaje cuya vida y obra se desarrolla en los reinados de Felipe II (1527-1598), Felipe III (1578-1621) y Felipe IV (1605-1661). Su padre, del mismo nombre y con el que incomprensiblemente se le llega a confundir, estuvo casado con Isabel de Alía Ronquillo, y obtuvo fama y notoriedad por el eficaz desempeño de su profesión de médico en tiempos de Carlos V y Felipe II. En la rebelión morisca de Las Alpujarras (1569-1571) y en la batalla de Lepanto, por ejemplo, llegó incluso a asistir al hermanastro del rey, don Juan de Austria (1545-1578), quien por sus muy «acertados tratos y consejos» decidió regalarle la espada que el papa Pío V (1566-1572) le había enviado para «acabar con los turcos infieles enemigos de nuestra santa madre iglesia». Con tan preciado presente fue enterrado el doctor Madera en el antiguo convento de Nuestra Señora de Atocha en mayo de 1595, «sin pompa ni boato». Para entonces, hacía seis años ya que había regresado del empleo de sus servicios con la infanta doña Catalina de Austria. Mucho antes que él, en 1578, en la ciudad flamenca de Namur , había perdido la vida el soldado Gerónimo López Madera en la guerra que dirigía Alejandro Farnesio contra los protestantes de Holanda y Zelanda. Desde este momento, el único varón vivo del célebre médico será Gregorio López Madera. A diferencia de sus familiares más allegados, él elegirá el camino de las leyes y las letras para servir a la Corona. Nada más morir su padre, en calidad de único heredero de la Casa y solar de Madera en Asturias, el rey decidió concederle la Escribanía Mayor de Rentas de Badajoz y su partido, que en 1627 solicita se le permita «incluir por tres vidas» en la fundación
Discursos de la certidumbre de las reliquias descubiertas en Granada desde el año de 1588 hasta el de 1598, Granada, Sebastián de Mena, 1601, fol. 149r. 8
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del vínculo de mayorazgo.9 Lamentablemente no disponemos de datos de su infancia y adolescencia, aunque como él mismo reconoce otra vez en sus escritos, debe sus estudios a las universidades de Salamanca yAlcalá de Henares, siendo de ésta última catedrático de Vísperas.10 Probablemente en 1583 contrae matrimonio con su primera mujer, doña Baltasara Agunde Godínez, quien le dará sus cuatro únicas hijas: Agustina (n. 1584), que casará con Luis Carrillo de Carvajal, miembro de la orden de Santiago; Isabel (n. 1586), unida a Juan Manrique de Lara; Mariana (n. 1587), que permaneció soltera; y Baltasara, cuyas nupcias por poderes con el «republicano» y veinticuatro de Granada, Mateo Lisón y Biedma, se celebraron en la madrileña parroquia de San Ginés el 3 de marzo de 1619.11 Hacia 1585 Gregorio López Madera tiene ya terminado el que con toda seguridad es su primer y más denso libro: Animadversionvm ivris civilis, liber singvlaris (Turín, 1586). Este texto, publicado gracias a la súplica de su padre ante el Duque de Saboya, Carlos Manuel I, se reeditará en Colonia en 1594, y al menos tres veces más durante la primera mitad del siglo XVIII.12 El motivo principal de este escrito es la «diferencia entre el derecho natural y el derecho de gentes». Éste último, según López Madera, es «fin y esencia» de su nombre, y para conseguir dicho fin, que es la «vida en común», nos da reyes, divisiones de reinos y «guerras justas», necesarias sin duda para sujetar a los rebeldes al derecho. Es decir, el derecho de gentes es la República, frente al derecho natural que es su «conservación», sólo necesaria ante «nuestro mal vivir y poca observancia, o a veces ignorancia de este derecho». A lo largo de las dos décadas que siguen a la fase de escritura y publicación de este libro transcurren importantes hechos en su carrera de jurista que merece la pena señalar aquí. En 1586 solicita la vacante del car go de Fiscal de la Casa de la Contratación de Sevilla, recomendado por el Presidente del Consejo de Indias; sus credenciales, como reflejan la carta-aval que envió a Su Majestad Felipe II, eran las de ser un «buen letrado» y un AHPM, P., 2.345, fols. 764r-773v. Excelencias de la Monarquía y Reino de España , Madrid, Martín Gil de Córdova, 1625, fol. 69r. En adelante citaré siempre por esta edición, pues es la más completa. 11 Parroquia de San Ginés, Bautismos, 7, fol. 182r; 8, fols. 4r y 135r. Casamientos, 4, fol. 61r. Existe un árbol genealógico de la familia Madera en la RAH, fondos de la colección don Luis de Salazar y Castro, D-25, fol. 154v . Sobre Mateo Lisón y Biedma hay un importante estudio de VILAR, 1971, pp. 263-294. La contraposición que esboza Jean Vilar entre el «dictador» Olivares y el «republicano» Lisón, aunque didáctica, no resulta apropiada para esta época. 12 The British Library General Catalogue of Printed Books to 1975, Londres, C. Bingley, 1983, p. 245, recoge ediciones en 1725, 1733 y 1741. 9
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hombre de extraordinaria «virtud». El Monarca, sin embargo, no se dejará convencer por estas rogativas respondiendo al Presidente del citado Con sejo que era mejor que Madera comenzase en cargos «menores que le aportasen más experiencia» que la que en ese momento tenía. 13 Obviamente la plaza de Fiscal del ór gano que regía los destinos del lucrativo comercio de España con América no quedo vacante, siendo ocupada al poco tiempo por un jurista más ejercitado en estos momentos como era el caso del doctor Bustamante. Durante diez años más o menos, el licenciado Gregorio López Madera ocupará car gos periféricos menores que le proporcionen esa «experiencia» que el Rey Prudente demandaba para todos sus «burócratas» o letrados. Así, desempeñará los empleos de Oidor de la citada Casa de la Contratación de Sevilla y Fiscal de la Real Chancillería de Granada.14 Pero 1585 es también —así se ha indicado en el capítulo tercero de este libro— la fecha de la alianza entre Felipe II (1527-1598) y Enrique III (1551-1589) contra el calvinista Enrique de Navarra (1553-1610). La declaración papal de excomunión contra este último, ese mismo año, es uno de los principales reactivos para que cada vez más católicos, además de los politiques, apoyen a Enrique de Navarra ante la cada vez más patente incapacidad de gobernar de Enrique III. Tras la muerte de éste en 1589, Felipe II comienza a plantear con claridad sus intereses para que el trono de Francia revierta en su hija más querida, Isabel Clara Eugenia. Paulatinamente Sixto V (1585-1590) y Clemente VIII (1592-1605) ya se habían ido alejando de las pretensiones españolas al ejercer auténticos roles de monarca gracias al apoyo de importantes obras como De Visibili Monarchia Ecclesiae (1571), de Nicholas Sanders. Es precisamente en este marco de incertidumbre, que comprende los cuatro años que van de 1588 a 1592, donde hay que situar la gestación intelectual de las Excelencias de la Monarquía y Reino de España (1597), sin duda alguna la obra más emblemática e importante de Gregorio López Madera. Siendo aún fiscal de la Chancillería de Granada, López Madera se involucra junto a otros autores como por ejemplo Diego de Luna en la discusión sobre los «restos arqueológicos» encontrados en el monte de Valparaíso de esa ciudad entre 1588 y 1595. Gregorio López Madera será quien probablemente más páginas dedique al descubrimiento de los «falsos plomos», así como al estudio y opinión sobre su autenticidad. Se conocen dos
13 AGI,
IG, leg. 741, ramo 4, número 108, consulta del 10 de septiembre de 1586. Una valiosa información sobre la cultura jurídica de los letrados de esta época, así como del ambiente universitario se proporciona en PELORSON, 1980; y KAGAN, 1991. 14
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obras suyas al respecto: Discurso sobre las láminas reliquias y libros que se han descubierto en la ciudad de Granada este año de 1595 ; y Discursos de la certidumbre de las r eliquias descubiertas en Granada desde el año de 1588 hasta el de 1598. En estos trabajos, además de defender la autenticidad de estos «curiosos hallazgos», también expone su hipótesis del «protocastellano», una de las que más éxito tuvo entre los filólogos de la época pese a su inverosimilitud. Para Gregorio López Madera existe un origen del castellano de tanta o mayor antigüedad que el latín, y así lo sostiene frente a las tesis del castellano como «latín corrompido» que, por ejemplo, defiende Bernardo José de Aldrete, o frente a otras hipótesis que ven en el castellano la imagen del griego (Gonzalo Correas) o de la lengua hebrea (Francisco de Quevedo). A las hoy absurdas tesis de Madera se llegan a adscribir algunos de los mayores lingüistas españoles de esa época, como por ejemplo Bartolomé Jiménez Patón en su célebre Gramática de 1614.15 Hacia los últimos años del reinado de Felipe II se vislumbra la crisis motivada por las costosas guerras de Flandes y Francia, y por la derrota de la Armada en Inglaterra. Es también el momento en el que el rey comienza a perder el control directo del gobierno y , motivados por la debacle social y económica, llegan a la Corte de Madrid memoriales y proyectos que desde todos los órganos que configuran la administración de los Austrias reflejan las consecuencias de la costosa política exterior hispana. Cabe fechar , por tanto, entre 1597 y 1598 el Discurso sobre la justificación de los censos, 16 que Gregorio López Madera envía a Madrid como tantos otros arbitristas preocupados en buscar rápidas soluciones para paliar la notoria crisis. Es éste un arbitrio interesante y poco conocido por los estudiosos en estas cuestiones y en el que se nos explica la ruina a la que conducían los censos y los juros de «a catorce y al quitar» (7%). Siguiendo muy de cerca las tesis de Martín de Azpilcueta, Antonio Tesauro y Gregorio López (el glosador de las Partidas), Madera estima que juros y censos son un producto «moderno» y responden a la «necesidad» y no al derecho natural ni al de gentes, y por lo tanto deben justificarse «civil y moralmente» y modificarse en la medida de la búsqueda del mayor beneficio para la República. De este modo, el censo debe imponerse exclusivamente sobre bienes raíces y según la pública estimación de un «precio justo» que evite la usura, ya que sino «estorbaba la naturaleza de la caridad», y sólo sacan provecho de ello los ricos, que los
RICO, 1983, III, pp. 904-905. Sobre la política fiscal de la Monarquía hispánica durante este convulso período re sulta fundamental la consulta de los trabajos de RUIZ MARTÍN, 1990; y GELABERT, 1997. 15
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«buscan para destruirse y empobrecerse con gastos excesivos y cosas impertinentes». El principal inconveniente, con todo, es el menosprecio en el cuidado de labrar la tierra, pues se persigue el modo más rápido de enriquecimiento y los pobres no tienen capacidad para trabajar las haciendas como conviene. No se trata, pues, de deshacerse de estos censos y juros, sino de modificarlos, insiste Madera, rebajando el interés «a razón de a veinte» (5%). A partir de 1602 comienza una nueva etapa en la vida de Gregorio López Madera. Se produce un paulatino acercamiento a la Corte, una aproximación hacia el centro y corazón de la Monarquía que llegará a su culminación con el ocaso del reinado de Felipe III, y que hará de su vida personal, intelectual y profesional una perfecta continuidad entre los reinados de Felipe II y Felipe IV. En ese mismo año también se genera su promoción a Fiscal del Consejo de Hacienda y de su Contaduría Mayor de Cuentas; unos años más tarde, concretamente en 1604, ostenta simultáneamente los cargos de Alcalde de Casa y Corte (también será Presidente de la Sala) y el de Corregidor de Toledo. Al desempeño de tales oficios se entregará con su rigor y celo acostumbrado hasta 1619. Los hechos más importantes de este período de la historia de España tienen relación directa con la expulsión de los moriscos (1609-1614) y con las intrigas y conspiraciones que se producen en el propio seno de la Corte. Cuando se barajaba el destierro de los moriscos de los reinos hispanos, en 1608, la Suprema envía a Hornachos (Badajoz) al licenciado Posada con ciertas instrucciones en las que se trata de poner freno a la disoluta «vida a la argelina» que llevaban tales moriscos. Según reconocen Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent,17 esta actuación inquisitorial perderá protagonismo frente al rigor desempeñado por el Alcalde Madera, que se presenta también allí pero no por mandato inquisitorial, sino del Consejo de Casti lla.18 En sus diligencias y pesquisas probó, de manera dudosa dicen sus detractores, «numerosos asesinatos, conspiraciones y falsificaciones de moneda». Aunque no sabemos la cantidad exacta de ajusticiados e imputados, es obvio que hubo moriscos ahorcados y condenados a las galeras reales después de arrebatarles los oficios municipales que habían desempeñado con anterioridad a la llegada de Madera. Si hemos de creer a Quevedo, 19 a DOMÍNGUEZ ORTIZ y VINCENT, 1984, pp. 193-194. Según parece también procedió contra los moriscos de Toledo, Almagro y otras localidades del interior peninsular, como se deduce de los numerosos testimonios que se conservan en la sección Órdenes Militares del Archivo Histórico Nacional. 19 Grandes anales de quince días: historia de muchos siglos que pasar on en un mes (1621), Madrid, Semanario Erudito de Valladares, 1778, I, pp. 115-178. 17 18
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raíz de esto el Duque de Lerma le propuso estar por su «talento y virtud» en las Juntas creadas para expulsar a los cristianos nuevos «precediendo su parecer al de todos». Es por tanto en estas fechas, concretamente el 30 de sep tiembre de 1616, cuando, por motivo de su nombramiento como miembro de la comisión de expulsión, redacta unas Providencias en materia de mo riscos.20 También, y siempre según Quevedo, fue Gregorio López Madera el hombre de confianza de la reina Mar garita (1584-1611): ésta le encargó la vigilancia de don Rodrigo Calderón y la de algunos de sus más cercanos colaboradores, que como es sabido se enriquecieron muy rápidamente y de manera poco honorable. 21 John H. Elliott, que es el gran conocedor del gobierno hispano de esta época, corrobora en parte algunos de estos datos atribuyéndole una voz de peso en algunas de las decisiones que la Junta de Re formación (1618-1625) toma en estos delicados momentos de pérdida de «reputación» y «prestigio» de la Monarquía. Los años finales del reinado de Felipe III demuestran que la situación política interna era realmente insostenible. En octubre de 1618 cae Lerma, y con él su tipo de régimen de valimiento. En noviembre de ese mismo año Felipe III abroga el Real Decreto de traspaso de poderes al valido que firmó en 1612.22 Un año más tarde, en 1619, Gregorio López Madera alcanza por méritos propios la cúspide de su prometedora carrera de letrado de la Mo narquía con el nombramiento de Oidor del Consejo de Castilla. Alrededor de 1615 forma parte de la comisión para la canonización de Santa María de la Cabeza, encargándose también de la recaudación de fondos para tal evento. El año de 1617 ve la luz su obra Excelencias de San Juan Baptista, un año más tarde le mandan la ejecución de un proyecto de riego en «las tierras de Murcia, Lorca y Cartagena», y en la década de los veinte contrae segundas nupcias con doña Paula Paula Porcel de Peralta, viuda de Álvaro de Cepeda y Ayala, conquistador de Nueva Granada, y de quien ya no recibirá descendencia. Del período que transcurre entre su nombramiento como Oidor del Consejo de Castilla (1619) y su renuncia por enfermedad a ocuparse de cuestiones jurídicas en 1641 es del que menos obras se conservan, tan sólo una de carácter fiscal ( Voto sobre el Vellón, 1628), y dos de carácter religioso publicadas en 1638 (Tratado de la limpia concepción de Nuestra Señora; y Tratado de la concepción Inmaculada de la Santísima V irgen María), y probablemente concebidas a raíz de su participación en la Junta
BNE, mss. 9.995. Últimamente, MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, 2009. 22 TOMÁS Y VALIENTE, 1990, pp. 6-9; BENIGNO, 1994, pp. 39-75; FEROS, 2002, pp. 201-243. 20 21
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que al respecto crea Felipe III, el rey que más se interesó por estas cues tiones. El hábito de la orden de Santiago se le concede el 8 de mayo de 1631,23 así como el honor, en 1638, de presidir el Honrado Concejo de la Mesta, que rechazará por «dolencias y achaques», si bien conservara los benefi cios inherentes de tal car go hasta su muerte en Madrid el 22 de marzo de 1649. Algunos autores le atribuyeron en vida la composición de cierto número de comedias todavía hoy desconocidas. V icente Carducho,24 por su parte, le elogia como pintor aficionado. Y Janine Fayard destaca su buen gusto como coleccionista de lienzos de Tiziano, Rafael, Pantoja y Bassano.25 II No es arriesgado indicar que las Excelencias de la Monarquía y Reino de España fueron redactadas antes de 1593 (año en que se emitió la cédula regia que autorizaba la impresión de la obra), entre 1588 y 1592 para ser más precisos. Varias razones nos han llevado a realizar esta afirmación. En pri mer lugar, en este libro no encontramos, como si hemos visto en otros de similar trazo y factura, ninguna alusión implícita ni explícita al «llanto na cional» (la expresión es de Geof frey Parker) que va a caracterizar a la li teratura política posterior a la muerte de Felipe II. Las Excelencias, por tanto, se engloban en un contexto de renovación de la idea imperial que impregna las décadas de los años ochenta y noventa del siglo XVI y, en buena medida, sigue todavía vigente en los primeros veinte años de la centuria siguiente. La anexión de Portugal a la Monarquía hispánica en 1580 también resultó un inestimable apoyo a muchas obras que, como las Excelencias, tenían entre sus principales pretensiones de fondo el reverdeci miento de la teoría del «imperio propio» incluso en un avanzado siglo XVI. Estos asertos se adormecen como es lógico a consecuencia del ejercicio imperial de Carlos V, pero durante los diez primeros años de integración de Portugal a España aparecen en escena provocando, entre sus primeras consecuencias, un proceso de ósmosis cultural conectando de pleno todas estas ideas con las viejas pretensiones universalistas de los humanistas portugueses, quienes desde principios del Renacimiento venían elaborando 23 AHN,
OOMM, exp. 4.574; AHN, OOMM, exp. 1.625. Diálogos de la pintura: su defensa, origen, esencia, definición, modos y difer encias, Madrid, Francisco Martínez, 1633, p. 160. 25 FAYARD, 1980, p. 428. 24
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todo un proyecto de imperio concordante en sus supuestos de fondo con el castellano.26 La unión de ambas Coronas era un buen momento para recomponer la primitiva unidad de Hispania desde los tiempos visigodos, y Feli pe II estaba predestinado a ser el «primer monarca de las Españas y de las Indias», título que autores como López Madera, fieles a los ar gumentos expuestos por Vázquez de Menchaca en sus Controversias fundamentales (1564), se apresuraron a glosar como de la mayor «honra» y «altura» posible. Obviamente las artes de la época dejaron constancia de ello. En 1582, por ejemplo, en el frontispicio de uno de tantos arcos triunfales que la ciu dad de Lisboa preparó con fruición y elegancia para recibir a su nuevo rey , podía observarse que Jano entregaba las llaves de su templo a Felipe II «como a senhor do Mundo, que o tem cerrado debaixo de seu Imperio». 27 Duarte Nunes de Leão, un experto en emblemas y heráldica de la época, iba un poco más lejos sugiriendo al Prudente monarca que abandonase la conocida divisa de su padre «plus ultra», recomendándole la adopción de un símbolo zodiacal con la leyenda virgiliana «ultra anni solisque vias».28 Otra razón de peso para encuadrar la gestación de las Excelencias entre 1588 y 1592 se deduce de las frecuentes descalificaciones contra Francia, lo que nos induce a pensar que nos encontramos en una época de marcado conflicto confesional entre las monarquías del «Católico» y el «Cristianísimo», y de claro vacío de poder tras la muerte, en 1584, del último de los V alois, Francisco de Anjou. El temor a un pretendiente protestante, como era el caso de Enrique de Navarra, también es un ar gumento a considerar para situar el libro en estas fechas. La inestabilidad sucesoria en Francia y España motivó a López Madera la alabanza de la sucesión femenina como la más conforme al derecho natural, 29 dato a retener si pensamos, como ya hemos indicado anteriormente, que el propio Felipe II barajaba la posibilidad de presentar al trono francés a Isabel Clara Eugenia. El inestimable apoyo que le brindaba una literatura política encabezada por Esteban de Garibay y Pedro Rodrigo de Zapata es un elemento que tampoco debemos despreciar.30 Desde luego no es descabellado suponer que el polémico libro de López Madera estuviera silenciado por algún tiempo. Tras la alianza de España con Francia (Liga católica de 1585), algunos de los postulados defendidos por Madera en respuesta a las interpretaciones de la Historia de España que daPEREÑA, 1954, I, pp. 76-106, 214-239; BIGALLI, 1985; RAMADA CURTO, 1988. PARKER, 1995b, III, pp. 1426-1428. No hay que olvidar que cuando Jano tenía su templo cerrado se gozaba de paz, mientras que la apertura del mismo preludiaba la guerra. 28 CHECA, 1993, pp. 271-272, 486. 29 Excelencias, capítulo 4. 30 IÑURRITEGUI, 1994, pp. 331-348. 26 27
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ban eminentes pensadores y publicistas franceses como Jean Bodin, Stephan Forcatul, Charles Dumoulin y Barthélemy Chasseneux no serían de agrado. El subjetivismo de aquéllos será criticado asombrosamente por López Madera y, especialmente, el de Chasseneux, del que llegará a decir que «le ciega la pasión y amor de su patria». La contrarréplica no se hará esperar y , pasados trece años de la primera edición de las Excelencias, en fecha tan significativa como la de la muerte de Enrique IV(1610), se edita el Traité de l’excellence des Rois et du Royaume de France, obra del reputado magistrado Jéróme Bignon (1589-1656), y en el que podemos leer pasajes que re futan una por una las tesis defendidas por López Madera. El contexto político ya no será el mismo cuando al filo de 1597, a un año del edicto de Nantes y de la paz de Vervins, la obra de Gregorio López Madera vea la luz. La muerte del Rey Prudente refleja el principio y el final de algo que era más o menos evidente desde la derrota de la Armada invencible en aguas del canal de la Mancha en 1588. Un importante grupo de publicistas y juristas se educará en la crisis de valores que impregna los años finales del reinado de Felipe II, reivindicando para la Monarquía hispánica el papel director que tuvo antaño. Así lo corroboran, aunque con diferentes matices, los discursos de Diego Valdés (Tractado de la precedencia de los reyes y reinos de España en los lugares y asientos de la iglesia católica y concilios de ella), Camilo Borrell (De Regis Catholici praestantia), Pedro Salazar de Mendoza (Monarquía de España) y Gregorio López Madera. El reinado de Felipe III y los primeros diez años de gobierno de su padre, Felipe IV, el llamado «Rey Planeta», están caracterizados fundamen talmente por la inactividad bélica y por la «introspección» de la vida polí tica, y sirvieron de puente y maduración para la tratadística aludida, al tiempo que también prepararon el terreno a la política de «reputación», prestigio y «conservación» derivada del fin de la pax hispanica.31 Tras el Gran Memorial (1624), y a un año de la Unión de Armas (1626), una nueva edición de las Excelencias se puso nuevamente en circulación. Ahora bien, esta vez incorporaban la novedad de ampliar los doce capítulos de la edición vallisoletana de 1597, así como la creación de un decimotercer apartado donde, a modo de apéndice, se afirmaba categóricamente que la lengua es pañola era anterior a la latina. Probablemente la salida de esta obra tenemos que enmarcarla en una operación propagandística dentro del programa de gobierno del Conde-Duque de Olivares, quien, haciendo gala de sus buenos conocimientos historiográficos, daba salida a las Excelencias y a otras obras
Las siguientes observaciones se basan en el fundamental trabajo de E LLIOTT, 2004 (la primera edición en lengua inglesa es de 1986). 31
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afines que abonaban el terreno para lo que rondaba al valido en su cabeza, y que no era otra cosa que el encumbrar a su rey a la mayor «grandeza» de todas, la de ser el «Rey de España». No se trataba esencialmente de «castellanizar» ni de «centralizar», como nos ha recordado John H. ElIiott, sino de sacar a flote a una Monarquía a la deriva. Éste y no otro es el contexto donde debemos entender el incomprendido proyecto «supranacional» de Olivares, así como el de algunas de estas obras que, como las Excelencias, le sirvieron de apoyo. III Ya se ha dicho en otra parte de este libro que la apelación durante los siglos XVI y XVII al universalismo no era una rémora de un lar go pasado medieval. Sólo si estamos dispuestos a aceptar estos postulados podremos comprender y entender que Isabel I fuera vista por sus súbditos como Astrea, la virgen celestial; o que Enrique IV, paradigma de monarca centralista, se presente como el «Hércules Gálico». 32 Gregorio López Madera, en una línea ar gumentativa similar a la manejada por otros panegiristas y apologetas del poder regio del momento, decidirá presentar al Rey de España, de acuerdo «a su antigüedad y continuidad», como el único y legítimo poseedor del título de Monarca. Si Monarca se tomara en la acepción de «señor universal del mundo» esta dignidad sólo podría recaer en Dios; si el sentido usado fuera el de Monarca como «cualquiera que solo gobierna o rige algún reyno», sin duda todo Rey podría considerarse Monarca. Por ello, insiste López Ma dera, «llámase por excelencia Monarquia el Reyno más poderoso y que mas Reynos y Provincias tiene sujetas».33 La mayor parte de las digresiones que Gregorio López Madera trata a lo largo de los polémicos pero importantes capítulos que componen las Excelencias de la Monarchía y Reyno de España vienen a alimentar esta línea argumental. Así, según este autor los territorios de las Hispaniae, aun conformando una diversidad de títulos, forman una unidad reconocible bajo el título de «Rey de España». El «derecho y verdadero señorío» de ese reino, insiste López Madera, «siempre estuvo y se continuó en los Reyes de León y Castilla». Castilla era la caput prima o «cabeza de España» a la que todos debían «superioridad y vasallaje» por su condición de delegada providencial en la restauración del «solar» después de luchar largamente contra los «in -
32 33
VIVANTI, 1974, p. 104 y ss; YATES, 1975, pp. 1-28, 208-214. Excelencias, fol. 7v.
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fieles musulmanes».34 Es por tanto el rey de España el único, legítimo y verdadero «Monarca», y su Monarquía la única con carácter de auténtico «imperio respecto de sí misma, que no lo ha sido Reyno alguno de los occidentales, sino respecto de Roma», y en la que Felipe II podía considerarse orgullosamente «el mayor y más poderoso Principe del mundo… pose yendo… mas tierras, y reynos que ninguno de los Monarchas passados». Pero, ¿de qué apoyos intelectuales se nutría Madera para afirmarse en todos estos aspectos? Tomando como modelo la Historia gótica del obispo Rodrigo Jiménez de Rada, el tercer capítulo de las Excelencias se dedica a narrar, con minucioso detalle, el poblamiento del «solar» hispano con an terioridad a la presencia de los visigodos, los cartagineses y los romanos. En nuestro suelo peninsular aparecerán Túbal («hijo de Jafet, nieto de Noé y primer rey y poblador de España») e Hispan («hijo de Híspalo y nieto de Hércules»); o pueblos de tanto semblante y raigambre como los citados romanos. Sobre este asentamiento constante y variado, criticado por otros cronistas y publicistas, López Madera vendrá a decir: «… que no disminuye nada la autoridad de nuestra España auer estado aquel tiempo subjeta, por que estas son las vezes del mundo, y las mudanças que han siempre tenido los grandes Reynos, los quales según se dice en el Eclesiastico se pasan por varias causas de unas gentes en otras, y en ser subjeta a los Romanos tuvo por compañeras las mas florecientes provincias del mundo, quanto mas que una grande diferencia en el modo de venir a ser sub jeta, porque estaba, no como otros Reinos, debaxo de un gobierno con un Rey o capitán general que la defendiese, sino repartida en pequeños gobiernos y señoríos…, y aunque en estos tiempos estuviese sepultado en ella el nombre y gobierno Real (como en las demás provincias occidentales) fue para resucitar con mayor potencia en la caida del Imperio Romano.»35
Al igual que otros tratados políticos del momento, las Excelencias no eluden resaltar la antigüedad del «Reyno de España», antigüedad que a instancias de autores cronológicamente dispares como Annio de Viterbo, Florián de Ocampo y Ambrosio de Morales, pasaba por ser «la mayor que hay en el mundo», si bien en respuesta directa a Benito Arias Montano y otros polemistas seguidores de su línea interpretativa, se vinculaba como era de esperar a la de Castilla. Tales argumentos, aplicados a la historia de la Monarquía de España, daban pie a López Madera para reflejar una sucesión ininterrumpida desde Don Pelayo, todo lo cual acreditaba a Felipe II y a sus
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Ibídem, fols. 25-26, 85. Excelencias, fols. 28 y ss.
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herederos en el trono hispano el tener «treynta y cuatro Abuelos».36 Hoy en día estas fundamentaciones pueden parecernos banales y risibles, pero lo cierto es que en esa época eran prácticamente aceptadas por la mayoría de los escritores políticos españoles. Así lo vemos en Pedro Salazar de Men doza, quién llegará a decir en unos términos similares a los del letrado madrileño que «nunca el español besó mano de Rey a cuyo padre no se la hubiese besado, cosa particular y nunca vista».37 Y es que el goticismo era una de las marcas de fábrica de la Monarquía de los Austrias, su identidad externa frente a la de otras relevantes Casas nobiliarias de la Europa del mo mento. Durante todo el siglo XVII nunca dejó de contar con acreditados portavoces: así, la defensa del austrohispanismo es la fuente de inspiración de la todavía hoy poco conocida obra del jesuita Juan Eusebio Nierember g, de igual forma que se encuentra presente en la Fama Austriaca de José Pellicer de Ossau o en la quizás más conocida Corona Gótica, Castellana y Austriaca del diplomático y político Diego Saavedra Fajardo. Es quizás el capítulo quinto de las Excelencias uno de los que tienen mayor proyección y trascendencia, pues en él López Madera presenta la no bleza de los reyes españoles como el resultado de unir los conceptos de rex gothorum, rex hispaniorum y rex castellae. Sus tesis recordarán mucho a las que manejara el obispo castellano Alonso de Cartagena en sus alocuciones en el Concilio de Basilea de 1434, evidenciando un continuismo que daba el soporte jurídico fundamental y necesario para que el monarca castellano fuera el único heredero legítimo del reino de España en toda su extensión. Si como se ha visto la sucesión ocupaba un lugar preferente para alcanzar la condición de «Imperio de por sí», de monarquía sin superior en lo temporal, la religión, como otras excelencias de una monarchía ahora llamada de España, no era menos importante. Llama la atención, así lo hemos podido ver anteriormente, que siga siendo la comparación con Francia la que habilite algunos de los ar gumentos manejados por López Madera. Así, la llegada a suelo hispano del apóstol Santiago daba cierta «preeminencia» y autoridad a España en el mundo católico frente a la rival Francia. No será ésta la única respuesta de Madera a los historiadores y publicistas france ses. A los argumentos de aquéllos señalando una Francia que restablecía pontífices en su trono, se contraponían los de una España ocupada desde siempre «en defender a la iglesia católica contra el peligro de los turcos, moros y herejes». La obediencia al papa también hacía que la Monarquía de España y sus reyes tuvieran un importante peso específico propio, pues
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Ibídem, fol. 33. Monarquía de España, Madrid, Joaquín Ibarra, 1770-71, fol. 277.
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sus monarcas, muy al contrario que los franceses, nunca habían sido exco mulgados desde Recaredo. Las virtudes de la fortaleza y el poder tampoco escaparan a la pluma de López Madera, midiéndose la primera por el número de leales letrados y valientes soldados que tiene una «nación», y el segundo (siguiendo muy de cerca los difundidos ar gumentos de Fernando Vázquez de Menchaca) por la extensión de los territorios dependientes de la Corona, y que deben ser ganados por «justos títulos» (caso de Navarra) o por «conquista» (descubrimiento de América), y no violentamente. La conquista más sobresa liente fue la del Nuevo Mundo, momento histórico que se interpretaba a la luz de los designios españoles tal y como nos lo muestran las siguientes líneas: «…considerando la dificultad della, el peligro de la navegación, la imposibilidad que tan de antiguo estaua asentada en los ánimos de los hombres, se vera que solo para los de los españoles, para los pechos y valor de aquellos católicos reyes, podía estar reservada tan grande hazaña.»38
Ahora bien, una vez que el proceso de legitimación y consolidación de la teoría del imperio propio había sido ar gumentado echando mano de la ma triz cultural goda, y dotando a Castilla de una singular prerrogativa, todavía faltaba un referente político aglomerante y definitorio de la Monarquía hispánica. Ante esto, López Madera, igual que anteriormente hicieran Diego Palacios Rubio y el citado Vázquez de Menchaca, elogiará las excelencias del título de «Católico», título que como se desprende de su capítulo último «…no quiere decir otra cosa que … Rey Universal…», y que, frente al de «Cristianísimo»,39 era de mayor «honra y altura». La vieja aspiración me dieval rex est imperator in regno suo se había cumplido. Obviamente esta línea discursiva de clara impronta castellanista que representa Madera en España entre finales del siglo XVI y el primer tercio del XVII no era la única. En fechas similares, y desde la periferia peninsular , se esgrimieron argumentos muy combativos y contrarios a los suyos. En Aragón, por ejemplo, Pedro Calixto Ramírez, en su Analyticus Tractatus de Lege Regia (1616), defendió la composición equilibrada territorial como elemento identitario de Hispania, por encima de la genealogía dinástica.40 Y en Cataluña, Francesc Martí Viladamor, doctor en leyes, y uno de los principales ideólogos de la revuelta catalana, en su Noticia Universal de Cataluña Excelencias, fol. 67. Ibídem, fol. 97. 40 FERNÁNDEZ ALBADALEJO, 2007, pp. 65-91. 38 39
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(1640) criticaba duramente la política del Conde-Duque de Olivares y el principal argumento de las Excelencias. Así, el último capítulo de su trabajo lo dedica a desarmar la tesis de López Madera, jurista del que viene a decir que «más con leyes de adulación que de derecho» había legitimado «los intentos del Privado en reduzir a un solo Reyno todos los de España». La ubicación de la crítica a López Madera al final de su libro no era casual, su braya Fernández Albaladejo,41 ya que los veintitrés capítulos anteriores estaban destinados a invalidar la tesis de la «unicidad» del reino de España. Muy a grandes rasgos, Noticia Universal de Cataluña mantiene la pluralidad de reinos; la autoridad de Cataluña para «mudar de gobierno»; y finalmente el origen de la libertad catalana en los tiempos de T ubal: «el primer fundador de España». En definitiva, en determinados círculos rectores del poder se conside raba necesario «soldar» la Monarquía y para ello había que empezar por la propia península ibérica. Gregorio López Madera era consciente de ello y así nos lo demuestra en sus Excelencias, donde la tradición del imperio propio se aunaba con las viejas aspiraciones universales castellanas. Su dis curso, idealista y hasta si se quiere pastoral, no será anacrónico, reivindicando para la Monarquía hispánica el papel director que tuvo antaño, y para ello era concebida como el fruto histórico de un lar go proceso evolutivo donde la frontera entre el mito y la historia se difuminaba.
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FERNÁNDEZ ALBADALEJO, 1997, pp. 57-73, esp, pp. 69-70.
TERCERA PARTE
GLOBALIZACIÓN
5 LAS POSESIONES DE ULTRAMAR DE LOS AUSTRIAS DURANTE LA INTEGRACIÓN DE LA CORONA DE PORTUGAL A LA MONARQUÍA HISPÁNICA1
Es ya un tópico recurrente advertir que los imperios marítimos de España y Portugal nacieron prácticamente a la vez, que sus trayectorias presentaron paralelismos y diferencias, así como retos semejantes. Sin embargo, un estudio de ambas estructuras políticas, atento a las interacciones existentes entre sus diferentes partes continúa siendo una cuestión pendiente. Es más, todavía siguen analizándose por separado incluso durante el período en que las monarquías de España y Portugal, gracias a una mezcla de Realpolitik, conquista y azar, estuvieron gobernadas por reyes que pertenecían a una misma dinastía. El secular desdén con el que los españoles y los portugueses se miraron en el pasado, unido al retraso historiográfico que vivieron ambos países2 explicaría en cierto modo esta laguna. Sea como fuere, lo cierto es que no hay en España ni en Portugal, por lo menos hasta donde llega nuestro actual conocimiento de esta materia, estudios que sigan la línea de investiga ción abierta por John H. Elliott3 en su brillante trabajo sobre la colonización 1 Texto inédito, que desarrolla el contenido de dos seminarios impartidos en el Departamento de Geografía, Historia y Filosofía de la Universidad Pablo de Olavide (2008), y en el Centro de Historia de Alén-Mar de la Universidad Nova de Lisboa (2009). 2 Como se sabe los principales hitos de sus respectivas historias imperiales fueron utilizados por las dictaduras de Salazar y Franco para legitimar y sustentar sus subrepticios y frágiles edificios constitucionales. 3 ELLIOTT, 2006.
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española y británica en América entre los siglos XV y XIX, o la del notable libro de Daviken Studnicki-Gizbert,4 de cronología más reducida que la manejada por el veterano profesor oxoniense pero no por ello menos impor tante. Resumiendo mucho el ar gumento de este último trabajo, StudnickiGizbert describe con detalle el establecimiento de mercaderes judíos y católicos («nación portuguesa» la denomina el autor) en Asia, África y América. Esta diáspora, inaugurada a finales del siglo XV gracias a la apertura de las rutas atlánticas por el almirante genovés Cristóbal Colón, tie ne un periodo de máximo esplendor que coincide con los años finales del reinado de Felipe II, y encuentra su «inexorable declive» ya durante el go bierno de Felipe IV. La crisis de la hegemonía española, insiste este investigador, en cierto modo es paralela a la «pérdida global de poder» del lobby que representaban los marranos portugueses en el lucrativo negocio de la guerra, que como se sabe desde temprano proporcionaron millones de pe sos de plata para el mantenimiento de la costosa política imperial de los Habsburgo españoles. Cabe subrayar, por otra parte, que el mencionado desinterés de los his toriadores españoles y portugueses por el estudio de las posesiones de Ul tramar durante el medio siglo lar go que España y Portugal permanecieron unidas se produce cuando disponemos de una importante historiografía desmitificadora de nuestro común pasado imperial surgida en los últimos treinta años del siglo XX,5 y cuando contamos con abundantes documentos —publicados o no— sobre tan relevante cuestión almacenados en los depósitos de los principales archivos y bibliotecas de Europa. Es cierto que para el caso concreto del África occidental la desaparición del archivo de la Casa de Guinea por el fatídico terremoto de Lisboa (1755) nos impide ir más allá del estudio y análisis de los tradicionales asientos de esclavos, e incluso de la conocida implantación del catolicismo en el Congo y en Angola. No obstante, si interrogamos todo este caudal documental desde la objetividad y el rigor más elemental, sin posicionamientos eurocéntricos y presentísticos, podemos apreciar que estamos delante de un periodo rico y fundamental aunque desgraciadamente descuidado por los modernistas españoles y portugueses, hasta ahora mucho más interesados en las conse cuencias políticas de la «ruptura» del Pacto de Tomar (1581)6 en el conjunto del territorio peninsular, que no en el vasto y complejo mundo ultra marino. ¿Debemos seguir afirmando que los intereses coloniales de España
STUDNICKI-GIZBERT, 2007. SCHAUB, 2004, pp. 1053-1078. 6 BOUZA, 1987. 4 5
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y Portugal estuvieron separados nítidamente? ¿No existió siquiera una mí nima cooperación en materia militar ante un enemigo común? Proporcionar una respuesta fundamentada a estas preguntas es el objetivo principal de las siguientes páginas. * * * Es sabido que Felipe II (1556-1598), convencido firmemente de su legitimidad a la sucesión de la Casa de Avís, lanzó entre 1578 y 1583 una cuidada ofensiva diplomática y militar para conquistar Portugal y las islas Azores fundamentalmente.7 Tras aplastar en junio de 1580 a la oposición popular, seguidora de don Antonio, el prior de Crato, el católico y prudente monarca, bajo su condición de único soberano legítimo,8 concedió el perdón general en todo el reino y dispuso todo lo oportuno para convocar Cortes en abril de 1581, en la ciudad de Tomar, en la Extremadura portuguesa. Los tres brazos reunidos en tan decisivo acontecimiento, inclusive la infanta doña Catalina (1540-1614), decidieron dar su plena conformidad a la «agregación» de todos los territorios de Portugal a la Monarquía hispánica. Fe lipe II (1556-1598), hijo del Emperador Carlos V (1516-1556) e Isabel de Portugal (1503-1539), esta última primogénita del rey Manuel I el «Afortunado» (1495-1521) y de la infanta doña María (1482-1517), la tercera de los cinco hijos que tuvieron los Reyes Católicos, se convirtió de ese modo en Felipe I de Portugal, gobernando y administrando justicia en los cuatro continentes conocidos hasta la fecha durante diecisiete años. Los pactos que arroparon la coronación del nuevo monarca, asemejado por cierta tratadística apologética de la época a Neptuno portando su infalible tridente, establecían claramente en su articulado que Portugal y sus posesiones de Ultramar debían de mantener su propia constitución e identidad dentro de la «monarquía compuesta» hispana. Aunque la teoría constitucional lo dejaba todo atado, la realidad, siem pre más compleja que la letra impresa, daba lugar a alguna que otra ambi güedad. Así, si bien es cierto que nunca llegó a implantarse en las dispersas y distantes posesiones portuguesas de Asia, África y América una auténtica colaboración en materia militar entre España y Portugal que asemejara las colonias lusas a las hispanas, de acuerdo a los propósitos presentados a Fe lipe IV por el Conde-Duque de Olivares en su Instrucción Secreta de 1624, VALLADARES, 2008. A estas alturas ya era evidente que don Sebastián I no regresaría de su trágico destino final encontrado en 1578 en la llanura marroquí de Alcazarquivir y que, asimismo, el cardenal-rey, Enrique I, recientemente fallecido en enero de 1580, no dejaba descendencia directa. 7 8
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no lo es menos que fueron en gran parte las tropas castellanas bajo el mando directo de los virreyes de América y los gobernadores de los presídios y plazas fuertes de África y Filipinas las que en muchas ocasiones hubieron de hacerse cargo de la defensa de los intereses portugueses. Es difícil saber si estamos ante intervenciones estructurales o coyunturales, también resulta complicado medir el grado de interacción de todos estos proyectos y discursos, pero lo cierto es que apenas si hace falta recordar al respecto las actuaciones hispanas en defensa de las islas Molucas, que terminaron en 1606 con la expulsión de los holandeses a car go de una flota de 33 barcos y una tropa de 3.000 mil hombres financiada desde la ciudad de México.9 La instalación de guarniciones españolas en las fortalezas de Tidore y Ternate, y el mantenimiento más o menos prolongado (desde 1628 hasta 1641) de los presidios de Jilong y Tamsui, en el norte de For mosa, es algo que tampoco debemos olvidar.10 El gasto total en la defensa de toda esta área entre 1607 y 1619 ascendía a siete millones de ducados, lo que equivalía según cálculos del Consejo de Indias a un tercio de la suma total gastada para el mismo período en el ejército de Flandes. 11 Sin ánimo de ser exhaustivo, no me resisto a señalar la presencia en los pri meros días de octubre de 1609 de una importante flota neerlandesa al mando del almirante Frans de Witte ante el puerto de Ilo-Ilo (en la isla de Panay). En este caso en concreto es el alcalde de la población, Fernando de Ayala, quien se encarga de rechazar la acometida de los atacantes infligiéndoles grandes daños y pérdidas. Unos días después, el 24 de octubre, le toca el turno al nuevo gobernador de Filipinas, Juan de Silva (16091616). La defensa de Manila es minuciosamente preparada desde Cavite. De allí parte una flota de cinco navíos que, tras una «lucha atroz», derrota a la armada neerlandesa causando además la muerte del citado almirante holandés y la captura de más de cincuenta piezas de artillería.12 Este ejemplo, como tantos otros que pueden traerse a colación, constata que estamos ante otro caso más de defensa de los intereses portugueses por las tropas españolas. La inseguridad en las lejanas plazas que conformaban el llamado Estado da Índia tienen su reflejo como es lógico en el descenso del tráfico comercial legal luso-indio, 13 extraordinariamente patente entre 1630 y 1640, y no a partir de 1590. Así lo han demostrado los estudios de Ernst ALFONSO MOLA y MARTÍNEZ SHAW, 2004, pp. 59-75, esp, p. 60. MARTÍNEZ SHAW, 1997, 131-138. 11 ISRAEL, 1997, p. 77. 12 MARTÍNEZ SHAW, 2008b, pp. 81-107, esp, p. 105. 13 BOXER, 2001, p. 363. 9
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van Veen14 y André Murteira,15 que son una convincente respuesta a los acreditados trabajos de Vitorino Magalhães Godinho 16 y Bentley Duncan. 17 Para los primeros autores no existen dudas: la decadencia de la Carreira da Índia comienza en 1636, momento en el que la Verenidge Oost Indische Compagnie (1602) realiza una serie de importantes y documentados blo queos marítimos contra Goa, la «clave de toda la India» en célebre expre sión de la época. 18 Evidentemente que no hay que subestimar los perniciosos efectos que tuvo el corso holandés en el declive de la carreira, pero lo cierto es que en 1598-1625 las pérdidas de naves portuguesas por motivos ajenos a éste (encuentros accidentales con barcos de otro pabellón distinto al de las Provincias Unidas, hundimientos motivados por la impericia de los pilotos y por una climatología compatible a una buena singladura) fueron más, en términos absolutos y relativos, que los producidos en 1602-1624.19 Gracias a que disponemos de detallados testimonios de todas las fuer zas que se vieron implicadas en los conflictos luso-holandeses que se pro dujeron durante el período de integración de la Corona de Portugal a la Monarquía hispánica en algunos de los principales mares y océanos del Mundo,20 algunos historiadores como Charles R. Boxer y Pier C. Emmer han podido afirmar con un acierto no exento de polémica que tales enfren tamientos fueron lo más parecido a una «guerra global», probablemente la primera de la Historia. 21 Aunque el choque entre los portugueses y los ho landeses en Asia y América es el más estudiado por la historiografía espe cializada,22 no hay que olvidar el que se produjo en África. Desde finales del siglo XVI hasta la paz de Lisboa de 1668, los marinos holandeses, aun que es cierto que en muchos casos no desembocaron en un éxito rotundo, atacaron Mozambique y su canal en tres ocasiones sucesivas (1607, 1608 y VAN VEEN, 2000. MURTEIRA, 2006. 16 GODINHO, 1990. 17 DUNCAN, 1986, pp. 3-25. 18 MADEIRA SANTOS, 1999; BARRETO XAVIER, 2008. 19 MURTEIRA, 2008, pp. 227-264, esp, pp. 252, 253 y 254. 20 MONTEIRO, 1993, vols., IV, V, VI. La cronología de tales libros es 1580-1603, 16041625 y 1626-1668, respectivamente. 21 BOXER, 2001, pp. 115-133 (la primera edición en lengua inglesa es de 1969); E MMER, 2001, pp. 479-501. 22 Véanse los trabajos de Jonathan I. Israel, Rafael Valladares, Pier C. Emmer, Manuel Herrero Sánchez y Enriqueta Vila Vilar que se recogen en Acuarela de Brasil 500 años después. Seis ensayos sobre la realidad histórica y económica brasileña , Salamanca, Universidad de Salamanca, 2000; y en El desafío holandés al dominio ibérico en el siglo XVII, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2006. Ambos libros ofrecen una ingente bibliografía para insistir en estas cuestiones. 14 15
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1612), Angola en otras tres (1651, 1658 y 1661), el Cabo de Buena Espe ranza en dos (1619 y 1622), el Congo en otras dos (1590 y 1650) y Mom basa en una (1590). Pero no fueron los únicos golpes. La isla de Santa Elena (1600, 1602, 1613, 1625) y toda una serie de fuertes y factorías portuguesas diseminadas por la llamada Costa de los Esclavos, que eran importantes puntos de aprovisionamiento de agua, azúcar y pimienta, también se vieron afectadas por las metódicas incursiones de las flotillas salidas de los puertos de Amsterdam, La Haya y Rotterdam. No es un exceso atribuible al entu siasmo que el tema suscita en el autor de estas líneas, pero lo cierto es que nuevamente son las fuerzas españolas las que tienen que hacerse cargo de la defensa de los intereses portugueses en sus posesiones africanas. Las abun dantes cartas que enviaron los capitanes generales de tales plazas pidiendo «socorro» a los miembros de los Consejos de Estado, Portugal y Guerra son una prueba fehaciente de lo desesperada que era la situación en estos momentos.23 En la mayoría de ellas se exponen con meridiana claridad por qué se había llegado a caer en la falta de «gente de armas», comida y di nero, y se instaba además a intervenir a los soldados españoles y portugue ses con «celeridad y colaboración». Una de tantas misivas en esta dirección nos la ofrece la carta que emitió el 2 de octubre de 1612 el Consejo de Es tado en respuesta a otra del 3 de agosto del mismo año escrita por don Luis Faxardo, capitán de Larache. El autor , que era un militar español experimentado «en las guerras de África», también había servido en Arcila y Mazagán, y solicitaba una escuadra de cuatro o cinco navíos para «correr» la Costa de Guinea, infestada de corsarios de Holanda. 24 Según el escrito del capitán Faxardo, los principales obstáculos para armar la flota de castigo eran que en Lisboa «faltaban marineros, dinero y bastimentos». Haciéndo nos eco de sus propias palabras, si «la armada se huviese de executar en Lisboa lo tenia casi por ympossible, porque dando fondo, todos desamparan los navios, hallando allí mas medios y libertades para ello, y seria tanto mayor el desorden viendo qualquiera preuencion de las que no se pueden escusar, y el secreto seria el mismo peligro por salir de allí cada dia carabelas para el Brasil y costas de Guinea con quien embian avisos de qualquiera ymaginacion». Era mucho mejor, insitía Faxardo, que el despacho se hiciera desde Cádiz «por tener ya el invierno en las manos». Huelga decir que los miembros del Consejo de Estado sopesaron mucho su decisión por estar to-
23 AGS, E, leg. 433, años 1591-1595, s.f.; AGS, E, leg. 435, 1600-1607, s.f.; AGS, E, leg. 436, años 1608-1614, folios 28, 101, 139, 144-147, 150, 155-157, 158; AGS, E, leg. 437, años 1615-1620, folios 161-162, 241-242. 24 AGS, E, leg. 2.642, año 1612, folios 22 y ss.
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davía fresca la tinta con la que se había firmado en Amberes la llamada Tregua de los Doce Años (1609-1621). Era tan palpable el doble juego practi cado por los rebeldes holandeses que finalmente los consejeros decidieron dar su autorización para que la Casa de la Contratación de Sevilla proporcionara, a crédito, 25.000 ducados. Durante cuatro meses más o menos, los cor sarios holandeses que merodeaban las costas del África occidental fueron conminados a dejar momentáneamente sus predaciones por una escuadra de cuatro galeones menores y una fragata al mando del gobernador Juan de Lara (hacían un total de 500 «personas de mar y guerra»). Este marco general, que he esbozado apretadamente para el continente asiático, sin duda puede ampliarse también a África y América, y desde luego permite que entendamos mucho mejor propuestas como la del gobernador español en Filipinas, Juan Niño de Távora (1626-1632), poco antes de su muerte, en 1632, de aunar la jurisdicción de Manila con la de Macao. Según se desprende de sus propias palabras: «El juntar estas plazas debajo de una mano no ha de ser dificultoso, aunque sean de dos coronas, que si ellas en sí no se unen, no tendrán fuerzas. Portugal y Castilla de Vuestra Majestad son, y así es razón que sus armas anden unidas, pues las de Francia, Holanda e Inglaterra… lo andan en estas partes; y si lo anduviesen las deVuestra Majestad, no sólo defenderíamos lo ganado, sino que [iríamos] cada día más adelante».25 Una línea argumental similar a la de Niño de Távora defendía Anthony Sherley en su fundamental Peso de todo el Mundo (1622). Para Sherley, que siempre se destacó frente a otros informadores y proyectistas al servi cio de la Monarquía hispánica por sus buenos conocimientos de las relaciones político-diplomáticas que mantenían entre sí los principales territorios asiáticos, las Indias orientales, y en concreto las islas Molucas, eran una pieza «clave» y «decisiva» para restarles poder a los marinos ingleses y holandeses, y para hacer que Felipe IV de España y III de Portugal (16211665) tuviera lo que nunca llegaron a tener Carlos V ni Felipe II. Es decir, el «señorío del mar del sur». Esta advertencia, pese a que hoy todos sabe mos que cayó en saco roto, no era una novedad del momento, pues unos años antes Sancho de Moncada en su Restauración política de España (1619) le recomendaba a Felipe III y a sus sucesores en el trono español y portugués que para dominar el Mundo también había que ser «señor del mar», al margen de las doctrinas difundidas por el destacado jurista y di plomático holandés Hugo Grocio.26
25 26
MARTÍNEZ SHAW y ALFONSO MOLA, 2004, pp. 59-75, esp, p. 60. MONCADA, 1974, p. 125; edición de Jean Vilar.
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Desde la privilegiada panorámica que le proporcionaba su embajada de Londres don Diego Sarmiento de Acuña, primer conde de Gondomar , daba cuenta del aumento del poder mercantil y marítimo de Inglaterra y las Provincias Unidas, y reivindicaba para su propia patria lo mismo que Sherley y Moncada habían expresado de otro modo: «en el aumento de navíos y marineros consiste la grandeza y conservación de España, por que el mundo está reducido hoy a que el que es señor del mar lo sea tam bién de la tierra». En palabras del conde Gondomar , los soberanos de España estaban «perdiendo» con no realizar todo esto. Cristóbal Suárez de Figueroa en su célebre obra El pasajero (1617) había expresado tam bién algo parecido de manera más burda pero no menos clara. Según este autor el único «remedio» posible para «conservar» la Monarquía hispá nica consistía en «aumentar el número de baxeles y hombres». 27 Y es que en la cabeza de los publicistas españoles y portugueses no cabían asertos del tipo de que los «mares y océanos no eran propiedad de nadie». Sólo a los ibéricos, que habían «descubierto» las maravillas de África, Asia y América a los ojos de los gobernantes de la Vieja Europa, les estaba garantizado, es cierto que con la inestimable connivencia del papa, aprove charse in aeternum de sus riquezas. La célebre polémica del mare liberum versus mare clausum, que como se sabe siguió en el siglo XVIII, estaba servida, e incluyo un encendido enfrentamiento intelectual entre Hugo Grocio y Theodore Graswinckel, de un lado, y John Seldem y Serafim de Freitas, de otro.28 En nuestra opinión, no hay estudios que expliquen con aplastante con vicción por qué los monarcas españoles, a diferencia de sus homónimos de Francia, Inglaterra y Suecia, decidieron hacer oídos sordos a estas impor tantes advertencias realizadas por ciertos arbitristas, consejeros y diplomá ticos en materia marítima. 29 Pero lo cierto es que esta desatención de los Austrias en cuestiones navales no era compartida por los soberanos de Inglaterra, que veían en el control del mar el dominio del Mundo. Sea como fuere, la costosa política de «dinasticismo patrimonial» a la que se vieron arrastrados los Habsburgo españoles les llevó a contraer una guerra tras otra en Europa con numerosos costes, repercutiendo de forma negativa en sus posesiones en África, Asia y América. El mal estado en el que se encontra ban las plazas y fuertes que la Monarquía hispánica tenía repartidos por el
SUÁREZ DE FIGUEROA, 1914, p. 48. SCHMITT, 1979, pp. 202-219; PAGDEN, 1997, p. 69 y ss. 29 ALLOZA APARICIO y CÁRCELES DE GEA, 2009, pp. 41-83; RAMADA CURTO, 2009. 27 28
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mundo en estos momentos era tan real y absoluto que Sherley no pedía, como hiciera hace algunos años atrás el padre agustino Martín de Rada (1533-1578), la conquista de la China y el reino de Ceilán: bastaba con que existiera una sincera «cooperación en materia defensiva y comercial» entre españoles y portugueses. La primera medida y la más ur gente radicaba en fletar una patrulla semipermanente de varios navíos pertrechados con cañones que vigilara el puerto de las Molucas, nada guarnecido por la artillería española, subrayaba Sherley; mientras que la segunda disposición pasaba por alentar la creación de compañías mercantiles que centralizaran sus propios recursos naturales. Estas apreciaciones, como se observa en su poco conocido Discurso sobre el aumento de esta Monarquía (1625), fueron nuevamente retomadas si bien con mayor detalle. La perceptiva visión global del Imperio español que hacía Anthony Sherley en sus informes no se olvidaba de América, «la parte más flaca del Imperio» de resultas del fraude y contrabando reinante en sus fronteras y prolongaciones naturales como Angola en África y Manila en Asia.30 Para Sherley estaba claro, el «peso de todo el mundo», que recaía en los hombros de un fino estadista como Olivares, pasaba por articular con una precisión de relojero el muy disperso conjunto de posesiones continentales y marítimas. Sin ánimo de ser exhaustivos, lo cierto es que este deseo de ir «hacia adelante» en materia jurídica que expresaba el gobernador español en Filipinas, o la «cooperación» en cuestiones relativas a la defensa y el comercio según el aventurero inglés al servicio de la Monarquía hispánica Anthony Sherley, ni eran aislados ni propios de las autoridades españolas. Algunos oficiales portugueses, como por ejemplo el almirante Diogo Lopes Lobo, una de las principales autoridades navales de esta época gracias a sus reiteradas singladuras por los océanos Índico, Pacífico y el Mar de la China a cargo del llamado «barco negro» (conectaba Goa con Nagasaki), también eran firmes partidarios de «unir» bajo un solo poder Manila, Malaca y Macao, y hacer un «…cuerpo de fuerza cuyo distrito sea el Mar del Sur hasta el estrecho de Malaca…, pues de lo contrario crecería cada día más el poder del enemigo.»31 De las posesiones luso-españolas en África, y aunque todavía nos falten muchos trabajos de base debido a la pérdida y el deterioro documental por el ya señalado fatídico terremoto de Lisboa de 1755, se puede indicar sin riesgo de error que esta separación institucional casi total entre los intereses coloniales de España y Portugal acordado en Tomar afectó sobremanera al ejercicio 30 Sobre la defensa imperial resultan fundamentales los libros de RAHN PHILIPS, 1991; PARKER, 1998; y RIBOT, 2006, pp. 17-56. 31 MARTÍNEZ SHAW y ALFONSO MOLA, 2004, p. 60.
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del poder regio en la zona que, entretenido con las guerras en Europa (Guerra de los Treinta Años), la defensa de otras áreas más prioritarias (los vi rreinatos del Perú y Nueva España sobre todo) y los desórdenes internos (revueltas fiscales en el País Vasco, Andalucía y el Alentejo), no pudo evitar que sus asentamientos cayeran en el abandono más lastimoso.32 El desabastecimiento, el contrabando y el fraude a gran escala fueron moneda co rriente en estos territorios tanto durante el periodo de unión (1580-1640), como en el de la guerra por la independencia (1640-1668) a causa de la es trecha colaboración que mantuvieron algunas autoridades ibéricas corrup tas con marinos holandeses e ingleses. 33 Obviamente la tregua de Amberes (1609) era un inmejorable marco legal para que Holanda hiciera durante al menos doce años negocios legales al mismo tiempo que rearmaba su da ñada pero temible flota.34 Los enemigos de los españoles y los portugueses en estas latitudes se guían siendo los mismos que en Asia y América más los musulmanes, que siempre estaban dispuestos a atacarles en los lugares más insospechados. Estos últimos, aprovechando el deterioro y malestar de las plazas lusas al norte de Cabo Delgado (Pate, Malindi, Mombasa, Zanzíbar , Kilwa) no dudaron en lanzar ofensivas para hacerse finalmente con ellas y con el prós pero comercio de oro, tejidos de algodón y café que mantenían desde principios del siglo XVII con las factorías de la India portuguesa.35 La situación política en el África mediterránea y atlántica era distinta a la de la costa oriental. En el primero de los casos, y en concordancia con lo que ya hemos indicado anteriormente para las posesiones de Asia, encontramos acreditadas voces que incluso antes del periodo reformista de Olivares hablan de «reducir» —esa es la palabra exacta empleada— el número de plazas portuguesas en el norte de África. La hemorragia continua de soldados capturados por tierra y mar por las tribus de los llamados «moros de guerra» y los corsarios de las regencias berberiscas es un hecho incuestio nable desde que Felipe II decidió reemplazar —el famoso viraje braude liano de las décadas de los ochenta del siglo XVI— el frente del Mediterráneo por el del Atlántico. Los miembros de los Consejos de Estado y Guerra estaban divididos por las diferentes medidas que surgieron para remediar el problema del cautiverio cristiano a manos de musulmanes, e incluso llega 32 AGS, SP, Libro 1550, año 1586, folios 128, 534 y 572 (defensa de las islas de Cabo Verde y Arguim; el Congo y Elmina respectivamente); AGS, SP, Libros 1521 y 1522, años 1628-1630 (socorro a la India); y PARKER, 2006, pp. 73-76. 33 AGS, E, leg. 433, años 1591-195, s.f; AGS, E, leg. 435, años 1600-1607, s.f. 34 ALLEN, 2001, pp. 11-16, 21-34 y 317-330. 35 LOBATO, 1995, pp. 157-175, esp, p. 166; SUBRAHMANYAN, 1999, capítulos 6 y 7.
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ron a barajar como «menos dañina» para todos la idea de sustituir las reden ciones religiosas de los mercedarios y los trinitarios por una escuadra de seis galeras que vigilara las zonas más vulnerables a las expediciones corsarias. 36 La disposición, aunque generó importantes memoriales redactados por religiosos y militares, como se sabe nunca se llevó a cabo. Desde 1574 fue preferible integrar las redenciones religiosas en el aparato polisinodial de gobierno. La eficacia de los redentores de la Merced y la Trinidad está fuera de toda duda: de los 4.590 cautivos rescatados por ellos en Marruecos, Argel y Túnez entre 1523 y 1692 de los que sabemos su oficio, un 31,13% eran oficiales y soldados españoles que habían servido en el Mediterráneo y el Atlántico africano.37 Dentro de los memoriales que, sin dejar de analizar la cuestión de la esclavitud cristiana, se interrogaban por la no menos importante disyuntiva de qué hacer con las plazas lusas durante el periodo de integración de Portugal a la Monarquía hispánica, destaca un informe del capitán Gutiérrez de Argüello recibido en el Consejo de Guerra el 12 de mayo de 1589. Según se desprende de este texto, la inseguridad en la que se encontraban Tánger y Arcila era de tal calibre que a la Hacienda real española no le compensaba el enorme gasto que representaban su mantenimiento y defensa, por lo que recomendaba su «desmantelamiento» y «reducción» a las plazas de Ceuta y Mazagán. 38 Estos territorios, en «sinceras» palabras del capitán de Argüello, eran más fáciles de defender y mucho más útiles para ejercer el «dominio sobre las huidizas tribus de moros hostiles» de la zona. Con todo, ambas necesitaban una dotación de 2.000 soldados y el levantamiento de defensas (torres, fosos, murallas) a cargo de un arquitecto enviado por el corregidor de Málaga, que era quien se encargaba de dotar de vituallas y pertrechos militares a estos territo rios. Ignoro si estas medidas consiguieron llevarse a cabo, pero lo cierto es que a los miembros del Consejo de Guerra el informe del capitán Argüello les pareció «de mucha consideración» porque, según decían, «la verdadera reputación» de la Monarquía hispánica en África no consistía en sustentar las plazas portuguesas «sino en no perderlas».39 En los territorios de América, y en concreto en los virreinatos del Perú y Nueva España, también constatamos resoluciones reformistas en la línea apuntada para las posesiones de Asia y África.40 El esfuerzo fiscal y militar que exigía el grandioso plan del Conde-Duque de Olivares para sacar a la Monarquía de la crisis política y económica en la que se encontraba fue proMARTÍNEZ TORRES, 2008, pp. 215-240. MARTÍNEZ TORRES, 2004. 38 AGS, GA, leg. 262, folios 215-217. 39 Ibídem, folio 256. 40 BRONNER, 1967, pp. 1.133-1.176. 36 37
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puesto por primera vez a las Cortes de Aragón a principios de 1626. Sin embargo, el Consejo de Indias y una Junta especial creada para examinar esta propuesta tardó ocho meses en contestar proponiendo cambios sustanciales en el proyecto inicial. En opinión de los consejeros del Consejo de Indias, América «tenía tanta distancia de estos reinos [de España y Portugal] que no se podía con ellas practicar el socorro recíproco», por lo que era mejor para la «unión que se envíe dinero». La cantidad la fijaron en 600.000 ducados anuales (350.000 las provincias del Perú, y 250.000 las de Nueva España) hasta 1641, lo que hacía un montante global de 9.000.000. Esta importante suma de dinero, proseguían los consejeros de Indias en su consulta, debía gastarse en «armar doce galeones y tres pataches para salvaguardar la ca rrera de Indias de los ataques de los piratas ingleses y holandeses». Como se deduce de la propuesta, la visión de consorcio y reciprocidad de la «Unión de Armas» de Olivares quedaba reducida a un simple y llano aumento con tributivo. La reanudación de la guerra con Holanda, el malestar social que se vivía en los territorios del Perú por la ya de por sí agobiante presión fiscal y los impedimentos que siempre puso el recién nombrado virrey del Perú, el conde de Chinchón, 41 impidieron como se sabe el desarrollo de tan necesarias disposiciones. Durante todo el periodo de unión dinástica no sólo creció Brasil, sino que la simbiosis entre la América lusa y la española convirtieron este espacio en un lugar rentable, seguro y con cierta proyección de futuro gracias al tráfico de esclavos, oro, diamantes, especias, maderas y productos tintóreos. Precisamente es en esta bonanza económica, coincidente en buena medida con el reinado de Felipe III de España y II de Portugal, que todo hay que decirlo fue más innovador que Felipe II y Felipe IV en lo que se refiere al gobierno y la administración de las posesiones de Ultramar,42 en la que surgen escritos loando las maravillas de la tierra descubierta por Pedro Alvares Cabral en 1500, e incluso pidiendo el traslado de la Corte lis boeta a estas latitudes. 43 En una línea semejante, aunque sin duda alguna con mucho menor predicamento, encontramos planes para colonizar la costa occidental de África, explotar sus yacimientos auríferos y levantar un estado con relaciones muy estrechas con el Brasil y con la notable colonia de mercaderes judíos lusos instalados en Perú y en la zona del Río de 41 Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla (1629-1639), que sustituyó a Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar (1622-1629). Desgraciadamente no conta mos con buenas biografías de los virreyes de la época. Útil, aunque anticuado en sus planteamientos, es el trabajo de MÚZQUIZ DE MIGUEL, 1945. 42 SCHAUB, 1998, pp. 170-211; SOUZA BARROS, 2008. 43 VALLADARES, 2006, pp. 327-350, esp, p. 340.
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la Plata.44 Lo mismo observamos en la costa oriental africana, que desde que llegara el portugués Francisco Barreto se barajó la explotación de sus famosas minas de Cuama y la defensa de los ríos Congo y Zambeze.45 Tales proyectos, desarrollados a finales del siglo XVI, todavía son visibles en el último tercio del XVII, y no hay ni uno de todos los que hemos consul tado en los archivos y bibliotecas de España y Portugal que no mencione que la falta de mano de obra negra era la «causa principal» del fracaso de sus explotaciones agrícolas y ganaderas. Los nativos de América, subrayan en sus comentarios estos informantes, «eran perezosos y resistían peor el duro trabajo» diario. Se trate de memoriales, advertencias o «detalladas relaciones» enviadas al Consejo de Indias por la vía de los misio neros, militares y mercaderes instalados en estas zonas, lo cierto es que todos estos planes solicitan siempre dos cosas: la primera, fomentar el comercio entre las colonias portuguesas y las españolas; y la segunda, in centivar también los tratos entre el continente americano y el africano ante la seria amenaza de los mercaderes ingleses, holandeses y franceses. Ambas decisiones, indican los informantes a modo de colofón, requerían para su mejor efectividad la supresión de los aranceles y la ruptura de la mediación en dichos intercambios de la Casa de la Contratación de Sevi lla. Quizás uno de los documentos más interesantes de todos los que hemos consultado en esta dirección sea el memorial del licenciado don Antonio de León Pinelo, procurador general de la región del Río de la Plata durante el reinado de Felipe III, que en 1623 pedía «previsión» para navegar con tres navíos de 100 toneladas cada uno a Angola y Brasil, donde se «trocarían» sebo, harina y cecina por esclavos negros y otras materias (aceite, hierro, munición y paños) de las que había «gran necesidad» entre los habitantes de estas regiones.46 La petición, como se deduce de su reiteración constante a lo largo de varios años, no se concedió. Sin embargo, lo que interesa retener de éste y de otros muchos documentos en esta línea es que el hecho de concebir estas ideas y plantear su ejecu ción con la asistencia de efectivos, pertrechos militares y provisiones procedentes de las colonias del Atlántico demuestran, como se ha sugerido al principio, que quienes redactaron estos escritos deseaban que algunos te rritorios ultramarinos (el triángulo formado en el primer caso por Macao,
AGS, E, leg. 300, año 1591, s.f. Sobre éste y otros textos en esta línea redactados a fi nales del siglo XVI ya había llamado la atención M IRALLES DE IMPERIAL Y GÓMEZ, 1951. Para los tratos de los mercaderes judíos en América, véase STUDNICKI-GIZBERT, 2007, pp. 117-118. 45 AHU, Mozambique, caja 1, documento nº 10, año 1614. 46 AGI, Ch, leg. 33. 44
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las islas Molucas y Manila, y Brasil, Buenos Aires y Angola en el segundo caso) fueran más activos que antes de 1580. No se trataba de crear algo parecido a un sistema ibérico en ciernes en el Atlántico y en el Pacífico, pero ante la pérdida de plazas clave como Ormuz (1622) en el golfo Pérsico, Nagasaki (1639) en Japón, todas las de Ceilán (1638-1658), Malaca (1641) y parte de las de la India, incluyendo Cochín (1663), la más antigua y la última en perderse, con la excepción de Goa, Damâo y Diu, lo lógico era reactivar y reimpulsar lo ya existente. * * * De todo lo que hasta aquí se ha indicado se pueden extraer dos conclusiones. La primera, que ni España ni Portugal por separado podían acabar con la competencia militar y comercial de Holanda, Inglaterra y Francia. Y eso por no hablar de las fuertes resistencias locales (árabes, turcos, hindúes, chinos, japoneses…) que ambos imperios encontraron en sus lejanos y dispersos territorios de Ultramar. Una de las soluciones posibles pasaba por incentivar la cooperación en materia defensiva que reclamaban desde la periferia imperial algunas élites militares y mercantiles. No se trataba de «centralizar» a la manera de Castilla al resto de territorios que conformaban la grande pero débil «monarquía compuesta» hispana. Así nos lo ha recordado John H. Elliott en una serie de relevantes estudios dedicados a estas cuestiones. Había que sacar a flote a una monarquía zozobrante y a la deriva, y para ello la desinteresada colaboración entre los distintos miembros que conformaban el enfermo cuerpo místico regio era decisiva y fundamental. La otra solución que se barajaba cuenta con una mayor bibliografía reflexiva al respecto, y complementa las medidas mencionadas anteriormente ya que contemplaba in crementar la capacidad recaudatoria de la Corona incluyendo a territorios y sectores sociales que tradicionalmente estaban exentos del pago de impuestos.47 Además de en el conjunto peninsular ,48 tanto en América como en África y Asia, sobre todo en los primeros treinta años del siglo XVII, hubo malestar y cierto distanciamiento con la Corte de Madrid por la puesta en marcha de las medidas señaladas. Ahora bien, todo este sinsabor no anun ROONEY, 1994, pp. 545-562; MARTÍN GUTIÉRREZ, 1996. Hubo revueltas fiscales en Évora, en la zona del Alentejo y en el Algarve entre 1629 y 1640. Por estas mismas fechas también hubo movilizaciones en el PaísVasco, Cataluña y Andalucía. La cartografía de los conflictos portugueses ha sido realizada con eficacia por Antonio de Oliveira. En el caso español, contamos con los trabajos deAntonio Domínguez Ortiz y Juan Eloy Gelabert. No obstante, y a diferencia de Portugal, aún no disponemos de una cartografía de toda esta conflictividad social. 47 48
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ciaba una ruptura irreversible como la que se produjo el Primero de diciembre de 1640, y que como es sabido tuvo como consecuencia más inmediata una larga guerra de desgaste 49 por la independencia que duró casi treinta años, y en la que, apurando aún más si cabe nuestra argumentación, los verdaderos vencedores fueron los aliados de ambos bandos, Inglaterra y las Provincias Unidas. En el caso de los ingleses, es sabido que a cambio de prestar su decisiva ayuda militar consiguieron estrechar lazos dinásticos con los Bragança50 y estratégicas plazas en el Mediterráneo y en el Índico,51 además de tratados comerciales que les reportaron importantes beneficios económicos presentes (1654, 1661) y futuros (1703). 52 Peor, no obstante, resultó la relación de los portugueses con los holandeses. Además de quitarles una buena parte del Estado da Índia, éstos controlaron, desde 1669, el precio de la sal de Setúbal.53 La segunda conclusión en la que queremos insistir debe subrayar que las motivaciones que legitimaron la Restauración bragancista poco tuvie ron que ver con la supuesta preocupación de don João IV (1640-1656) y sus sucesores en el trono luso de salvar las colonias portuguesas del des control y la desidia española. Esta idea, que tiene su principal origen en los escritos del Conde de Ericeira realizados en la segunda mitad del siglo XVII, ha sido lanzada ya hace algún tiempo por cierta historiografía nacionalista y no se corresponde con lo que refleja la documentación y recientes investigaciones. Muchas de ellas para nuestra sorpresa dan fe de propuestas de pertenencia de Portugal dentro de la jurisdicción de Castilla incluso a principios del siglo XVIII.54 Pese a todo, es cierto que el mundo ultramarino, si exceptuamos el caso de Ceuta, se alineó de forma pasiva con Lisboa, no con Madrid. Averiguar el porqué de este fenómeno supone cuestionar ideologías («prisiones de lar ga duración» las llamó Fernand Braudel) y reflexionar sobre las causas últimas de la agregación y desagregación de Portugal en toda su extensión, así como sobre la «decadencia» hispano-portuguesa y la inviabilidad de este «Imperio dual» disperso por las cuatro partes del mundo.55
49 Si el monarca español no se hubiera obsesionado con tomar Lisboa antes que las colonias, y si no tuviera en mente la campaña que hizo el Duque de Alba en 1580, es muy probable que la guerra no hubiera durado tanto tiempo. 50 Matrimonio de Carlos II Estuardo y Catalina de Bragança, hija de don João IV. 51 Tánger y Bombay, entregadas en concepto de dote. 52 ANTUNES, 2009, pp. 178-185. 53 RAU, 1949, pp. 47-106. 54 CARDIM, 2004, pp. 355-383. 55 GRUZINSKI, 2004.
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En definitiva, el más de medio siglo que la Corona portuguesa permaneció unida a la Monarquía hispánica refleja que hubo autonomía político-institucional pero también dependencia en materia militar y económica, todo lo cual no es óbice para indicar que gracias a ello, en algún caso, como la defensa de Macao de 1622, los portugueses pudieron conservar una parte considerable de su imperio casi hasta nuestros días.56
56 Goa, Damâo y Diu, en la costa Malabar , fueron anexionadas por la India sólo en 1961. Indonesia ocupó la isla de Timor en 1975, pero la mitad oriental consiguió su independencia a principios de este siglo, en 2002. Macao no se integraría a China hasta 1999. Guinea obtendría la independencia en 1973, y Santo Tomé, Cabo Verde, Angola y Mozambique en 1975.
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Al igual que ocurrió a principios del siglo XVI, nada más iniciarse el siglo XVIII la civilización europea dio claras muestras de salir de sí misma estableciendo relaciones políticas, económicas, socio-culturales y religiosas con el resto de los pueblos que conformaban el globo terráqueo. Hoy re sulta anecdótico que, como hicieron hace ya algún tiempo Jean Bodin, Bernard le Bovier de Fontenelle, el barón de Montesquieu y tantos otros céle bres pensadores del pasado, atribuyamos el liderazgo de los europeos en el mundo de esta época a la benignidad de su clima y a las capacidades inte lectuales de la raza.2 Tampoco podemos atribuir este adelanto a la alta densidad demográfica del continente, ya que sabemos que sólo algo menos de una quinta parte de la población mundial (apenas 120 millones de los 700 restantes) se concentraba en el Viejo Mundo. Sin que sea posible señalar una causa única en la que estén de acuerdo todos los historiadores, sociólogos y economistas que se han ocupado de esta importante cuestión, conviene indicar que existen muchos elementos que explican la segunda expansión que vivió Europa a principios del «siglo de las luces». Por ejemplo, a veces se insiste en el perfeccionamiento del feuda1 Conferencia dictada en los XVIII Cursos de Verano de la UNED: «La Guerra de Sucesión (1700-1715). Cambio y continuidad en la Monarquía española.» (2007). 2 Véanse los textos de Bodin y Montesquieu recogidos en el apéndice final. Estas digre siones ambientalistas, que tradicionalmente se atribuyen a estos célebres y fundamentales autores, ya estaban profundamente arraigadas en el pensamiento de la Edad Media como demuestra el clásico trabajo de TOOLEY, 1953, pp. 64-83.
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lismo tardío y en el sur gimiento de una incipiente y muy activa bur guesía comercial cuyo rápido enriquecimiento revertiría a otros sectores producti vos.3 Otras veces se busca el motor del desarrollo de Europa en los importantes avances científicos y técnicos sur gidos en la Baja Edad Media pero mejorados muchos de ellos en la «Revolución científica». 4 Por último, no faltan tesis que mencionan el indispensable marco jurídico-institucional que ofrecen las leyes, la burocracia y el Estado, 5 o la inexcusable misión de los europeos de seguir llevando el Evangelio a los rincones más recónditos del planeta, a modo de una auténtica «conquista espiritual» global. 6 Sea como fuere, lo cierto es que los europeos de principios del siglo XVIII, tanto los que habitaban en las poblaciones del norte como los que lo vivían en el sur, este y oeste, decidieron desplazarse a otros territorios en dos «ofensivas» de expansión ultramarina.7 La primera de estas irrupciones de los europeos por el mundo, y sin duda alguna la mejor estudiada por la historiografía especializada, iba en dirección a América a través del océano Atlántico. La segunda irrupción cuenta con menos trabajos que la primera, pero ello no nos impide indicar su clara y marcada dirección hacia Asia circunnavegando el continente africano.8 Obviamente ambas rutas de desplazamientos de personas, mercancías, dinero y saberes dieron lugar a asentamientos de población dife rentes. Así, nos consta que a principios del siglo XVIII en Asia la presencia europea era todavía limitada. Aunque un gran volumen del comercio asiático pasaba hacia y desde Europa por el Cabo de Buena Esperanza, solamente algunas zonas relativamente pequeñas del interior del continente y de las islas estaban bajo dominio europeo. África, por otra parte, vivía desde siempre en un continuo aislamiento, con una población dispersa e ignorada por el resto del mundo, asolada en definitiva por las discordias internas y por las luchas entre los europeos por arrogarse el monopolio de la explotación del tráfico de esclavos negros y otras materias primas de interés, como por ejemplo el marfil, la malagueta o «pimienta pobre» y la goma, ésta última muy abundante en todo el territorio de Senegal. Los corsarios del norte de África y la naturaleza hostil del interior continental (hasta bien entrado el siglo XIX no se exploraron muchos de sus lagos, ríos y selvas) frenaban los impulsos de los europeos más osados. En América, KRIEDTE, 1991. CIPOLLA, 1967; CIPOLLA, 1989. 5 NORTH y THOMAS, 1991. 6 RICART, 1986. 7 BLANNING, 2002. 8 MARKS, 2007, cap. 3; GUNDER FRANK, 2008, cap. 2. 3 4
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finalmente, la llegada del navegante genovés Cristóbal Colón en 1492 dio inicio al catastrófico descenso de población nativa y a la conquista de vastas zonas de terreno para los imperios europeos de España, Portugal, Francia y Gran Bretaña desde el río San Lorenzo en Canadá hasta Chile, en el extremo sur del continente.9 España, inserta en una gravosa guerra dinástica por la sucesión al trono (1700-1713 ó 14), hacía algún tiempo que había perdido el papel hegemó nico que tuvo antaño en el concierto diplomático mundial por una serie de causas entre las que no debemos dejar de mencionar la crisis político-constitucional (Cataluña y Portugal sobre todo), la depresión financiero-comercial y las carestías y miserias ligadas a las casi constantes malas cosechas y pestes. Sin embargo, todavía seguía siendo una potencia a tener en cuenta por aquellas otras que aspiraban a sustituirla, gracias sobre todo a sus im portantes y rentables posesiones territoriales en América, África, Asia y Oceanía. Inglaterra, Francia y Holanda, rivales y aliadas ocasionales en los múltiples y sangrientos conflictos librados con España a lo largo de los siglos XVI y XVII (Guerra de los Ochenta Años, Guerras de Religión, Guerra de los Treinta Años, Guerras contra Luis XIV), van a ver reforzada su posición en los citados continentes a causa de sus avances económicos y políticos, pero, sobre todo, como consecuencia de la paulatina debilidad de su eterna rival, incapaz de proteger su disperso y mal defendido imperio ultramarino.10 No vamos a entrar aquí a valorar la situación política de España al filo de 1700, pues se sale del objeto de este texto, que no es otro que ofrecer una panorámica de los principales asentamientos comerciales europeos en Asia y África en ese momento de «crisis de la conciencia europea». Un recorrido por tales territorios de Ultramar resulta fundamental para comprender y entender el juego de alianzas y enemistades que sur gen antes y después del importante conflicto dinástico hispano, pero, sobre todo, es relevante porque, a diferencia de otros trabajos de síntesis que sólo se ocupan de las relaciones diplomáticas, su estudio nos muestra un mundo global y en movimiento; un mundo, en suma, caracterizado por los intercambios a todos los niveles, así como por las mixturas en materia política, cultural y religiosa.11
LIVI BACCI, 2006. ELLIOTT, 2006, pp. 431-475. 11 GRUZINSKI, 2000; GRUZINSKI, 2004. 9
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Asia El continente asiático, sin duda alguna el más poblado a principios del si glo XVIII, se presenta fragmentado por la diversidad de pueblos y estados que lo componen, todo lo cual explica en cierto modo los continuos y encarniza dos conflictos internos y externos que se producen a lo largo de toda la centuria. El panorama descrito se complica aún más si cabe con la llegada de los europeos (primero los portugueses, y luego los españoles, los ingleses, los holandeses y los franceses), que desde que hicieron su aparición en la ciudad india de Calicut a finales del siglo XV interfieren siempre que pueden en la vida política, militar, religiosa y cultural de los diferentes gobiernos con el firme y claro propósito de satisfacer sus propios intereses. Japón Desde principios del siglo XVII, el shogun, de la familia Tokugawa hasta 1867 (inicio del período Meiji), era en realidad el dueño real del país gracias a la posesión de vastos territorios, a la neutralización del poder supremo del emperador o mikado (descendiente del divino sol) y a la fidelidad que le brindaban los señores o daimios y sus disciplinados ejércitos de guerreros nobles o samurais. Obviamente los más perjudicados en esta peculiar es tructura social eran los campesinos y los comerciantes, despreciados los primeros por la realización de trabajos manuales y tachados los segundos de «incapaces» y «privados de buen sentido y previsión». Con las reservas oportunas que siempre implican las comparaciones, esta minusvalorización de los «oficios mecánicos» por la flor y nata nipona recuerda un poco al ambiente de desdén y desinterés por el mercado que se vivía en la sociedad española del siglo XVII. John H. Elliott nos proporciona un valioso testimonio de ello cuando señala que entre las muchas intenciones del programa reformista de la Monarquía española redactado por el Conde-Duque de Olivares se contemplaba «reducir los españoles a mercaderes», en una línea muy similar a lo que venía haciendo desde finales del siglo XVI Inglaterra y la República Holandesa.12 Sea como fuere, lo cierto es que en el siglo XVIII todavía seguía presente la denominada política de sakoku o aislamiento del Estado, iniciada a principios del XVII y ensalzada especialmente en 1637 (sangrienta represión en la isla de Kyushu) como respuesta a los desórdenes religiosos sur gidos por 12
ELLIOTT, 2007, p. 212.
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todo el Japón desde que Francisco Javier, Cosme de Torres, Alessandro Valignano y otros jesuitas españoles, portugueses e italianos hicieron su aparición en suelo nipón en 1549. 13 Dicha política mantuvo al Imperio japonés prácticamente al margen de los intercambios con Europa, pues se suprimieron taxativamente los viajes a Ultramar . Únicamente los comerciantes ho landeses, y bajo la expresa condición de no realizar ningún tipo de propa ganda religiosa, fueron autorizados a partir de 1639 por el shogun y sus colaboradores más estrechos y leales para efectuar relaciones comerciales en el islote de Dejima, en la bahía de Nagasaki. La privilegiada posición de Holanda permitirá a sus mercaderes realizar transacciones con la India prácticamente sin rivales durante toda la segunda mitad del siglo XVII. Entre 1653 y 1684 constatamos el mayor apogeo de la V .O.C. (Compañía de las Indias Orientales) gracias a las gestiones de Maetsuyker , Van Goens y Speelman.14 Prácticamente desde principios del siglo XVIII encontramos en Japón signos claros y evidentes que denotan el comienzo de una decadencia a largo plazo subsanada parcialmente con métodos que recuerdan los de la Europa del «despotismo ilustrado». 15 Así, los 30 millones que recoje el conocido y estudiado censo de población de 1721 tienden al estancamiento en los años sucesivos. La paz exterior que vive Japón desde principios del siglo XVII —atribuible a la familia Tokugawa— no se traduce en una paz interior, pues en estos momentos asistimos a graves alzamientos rurales y urbanos protagonizados por legiones de campesinos y comerciantes empobrecidos y hambrientos por la coyuntura adversa. De este modo, desde la Corte imperial de Edo16 se promulgan toda una serie de medidas tendentes a garantizar que el defectuoso sistema feudal japonés corrija sus más visibles defectos sin cambiar su esencia. Tal es el caso de la revisión de la presión fiscal y del fo mento de nuevos rompimientos de tierras, todo lo cual se traduce en una mayor flexibilidad en la rígida sociedad rural. Pese a todo, en medio de esta tendencia a la crisis se produce un periodo próspero: la era genroku (1688-1704). Estos años se corresponden más o menos con el gobierno del shogun Tsunayosi (1681-1709) y, a decir verdad, constituyen el apogeo del sistema feudal japonés gracias a una serie de progresos en las comunicaciones y en la producción agrícola, minera y textil. La literatura y las artes plásticas, producidas especialmente en el triángulo constituido por las ciudades de Kyoto, Osaka y Edo, también prosperan alLISÓN TOLOSANA, 2005; OLIVEIRA E COSTA, 2007, pp. 67-84. CHAUDHURI, 1978. 15 MARTÍNEZ SHAW, 1996, pp. 15 y ss. 16 Actual Tokio, a principios del siglo XVIII llegó a tener 1.000.000 de habitantes. 13 14
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canzando durante estos años y a todo lo lar go de la centuria su máximo esplendor, hasta el punto de que algunos historiadores hablan con acierto de la existencia de un verdadero «siglo de las luces» japonés que podría competir por su originalidad con el europeo.17 China La llegada de la dinastía manchú de los Qing bajo el emperador Kangxi (1661-1722) dio a China una etapa de crecimiento y esplendor en todos los ámbitos que es extensible al conjunto de territorios de Asia central.18 Tras la anexión de Mongolia y el Tibet, Kangxi llevó la influencia China hasta el mundo budista de Lhasa, donde puso un dalai-lama que estuvo a su servicio hasta 1713. Toda esta expansión favoreció el aumento de la población (116 millones en 1710) y de las migraciones internas, de modo que la agricultura china, estimulada también por las obras hidráulicas impulsadas por la nueva dinastía, adquiere definitivamente su carácter de cultivo intensivo por el que es conocida hoy en todo el mundo. La industria también experimentó un considerable auge en muchos de sus ramos, como por ejemplo el textil (seda, algodón, cáñamo), la minería, el papel, la cerámica y la laca. Aunque es cierto que fueron pocos, no es exagerado indicar que los misioneros (jesuitas y franciscanos sobre todo) también contribuyeron al desarrollo de este proceso evolutivo sin igual instalándose en la Corte imperial de Pekín de manera permanente como médicos, astrónomos, arqui tectos y matemáticos. De igual forma, desde 1702 en Cantón los mercaderes europeos comienzan a realizar importantes transacciones económicas para sus respectivas naciones. 19 La conversión católica de China, uno de los grandes sueños del papado de la Roma del Renacimiento y de Felipe II (1556-1598), parecía estar a punto de realizarse cuando en 1651 se permitió a la misión de Pekín que edificase una iglesia, la llamada Nan-t’ang («Iglesia del Sur»), y cuando varias décadas después, en 1692, el Su premo Tribunal de los ritos chinos decide aprobar un edicto de tolerancia firmado por Kangxi en el que se alude al «pacifismo» de los europeos y se MARTÍNEZ SHAW, 1996, p. 17. En la redacción de este apartado me he basado en The Cambridge History of China , Cambridge, Cambridge University Press, 1998, vol. 8. También es interesante acudir al volumen 7, que se ocupa de la dinastía Ming (1368-1644). La «explosión poblacional» de China es puesta en duda por MOTE, 1999, pp. 743-749 y 903-907. 19 MARTÍNEZ SHAW y ALFONSO MOLA, 2008a. 17
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les anima a seguir edificando «sus iglesias» y a predicar «públicamente su religión».20 No obstante, que Europa pudiera transformar China era solamente una ilusión pasajera que terminaría en 1704 por iniciativa del papa Clemente XI (1700-1721), quien desaprueba a los misioneros jesuitas y franciscanos que interpreten las creencias chinas en clave cristiana. La bula Ex illa die (1715) confirma la condena por parte de Roma del cristianismo chino. La reacción de Kangxi no se hará esperar , y ese mismo año decide prohibir a los euro peos la entrada en todo el país. A su muerte, en 1722, se producen persecuciones generalizadas contra todos los cristianos, muy en la línea a las que se produjeron en Japón y en otros territorios de Asia en fechas similares. Puede decirse, por tanto, que el triunfo de las tesis romanas frente a las prácticas de los misioneros jesuitas se transformó en el fracaso de la europeización de China. En lo relativo a la cultura debe subrayarse que la China de esta época, a semejanza del Japón de la era genroku, se produjeron empresas enciclopédicas de envergadura, obras artísticas y literarias de gran calidad, así como un arte oficial presidido por la influencia de los mencionados jesuitas (Mateo Ricci sobre todo). A ellos se les debe el diseño del famoso palacio de verano de Yuanmingyuan, en las afueras de Pekín, y una serie de informes que alcanzaron una difusión inesperada en el mundo espiritual europeo. 21 Sin ánimo de ser exhaustivos, de entre las numerosas obras que se dieron a la imprenta en la línea aludida destacan la China ilustrata, de Athanasius Kircher (1667); la Novissima Sinica historiam nostri temporis ilustratura (1697), de Gottfried Wilhelm Leibniz; y la Description géographique, historique, chronologique, politique et physiquique de l’empire de la Chine et de la Tartarie chinoise, de Jean-Baptiste du Halde (1735). En tales escritos Confucio se asemeja a Sócrates y Platón, y la figura del monarca mítico Fuhsi con Zaratustra o Enoch, el padre de Matusalén. Aunque quizás no sea este el lugar más indicado para insistir en estas cuestiones, no resisto a la tentación de señalar, a modo de colofón, las múltiples influencias que el llamado «Celeste Imperio» tuvo en la porcelana europea de esta época, en los bordados, en la arquitectura y en la jardinería. Cabe mencionar, asimismo, el hecho no menos relevante de que las teorías económicas de los fisiócratas (Quesnay y Turgot sobre todo) se inspiraron en las simplificadoras imágenes que tenían del sistema de producción agrícola chino. De igual modo, los teóricos políticos de la Europa del siglo XVIII se
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Sobre los frustrados intentos de conquistar China por Felipe II, véase OLLÉ, 2002. SPENCE, 2002.
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vieron impresionados por las representaciones idealizadas de los funciona rios y letrados confucianos, así como por la notoria posición de éstos en la propia estructura de poder. En suma, China tuvo una acción progresista sobre la historia intelectual europea del siglo XVIII. Filipinas Desde principios del siglo XVIII las islas Filipinas dieron muestras de encontrase en un profundo estancamiento. Prácticamente desde que llegara al ar chipiélago Miguel López de Legazpi la presencia hispana (soldados y frailes fundamentalmente) siempre fue deficitaria (apenas unos 2.000 o 3.000 españoles frente a 35.000 filipinos y chinos). En el noroeste de Luzón —zona montañosa por antonomasia— habitaban tribus guerreras de religión ani mista; y en Mindanao lo hacía una mayoría musulmana que también era belicosa. Esta mencionada debilidad de la penetración española se debía a dos factores: a la falta de riquezas semejantes a las de América, y a la extraordinaria lejanía de tales territorios (el viaje de Sevilla a Manila solía incluso durar más de un año). De resultas de ello, las autoridades hispanas se limitaron a mantener el sistema de división territorial en pequeñas comunidades de 2.000 individuos (barangays) dirigidos por un jefe hereditario o datu, que era quien verdaderamente se encargaba de recoger los tributos o pala. Aunque la mayoría de la tierra estaba en manos indígenas, también había grandes propiedades en manos del clero español (agustinos y dominicos sobre todo).22 En general, la tierra estaba mal explotada porque los territorios de América, que eran la principal salida de los productos filipinos (el arroz, la nuez del coco, el sagú, el cáñamo, la cera y la miel), no tenían ninguna necesidad de ellos. En cualquier caso, la actividad comercial española en Filipinas se concentró en China, concretamente en la citada factoría de Cantón. Estas tran sacciones de los españoles con los chinos o sangleyes siempre fueron vistas con malos ojos por parte de la administración de la Corte de Madrid resi dente en Manila, pero lo cierto es que eran indispensables para la reexportación de productos a Acapulco por la vía del Galeón de Manila o Nao de China.23 Gracias a los importantes trabajos de William Lytle Schurz y Carmen Yuste sabemos que Manila fue realmente una colonia mexicana, no española. Básicamente lo que iba en el galeón que hacía la ruta Acapulco-Ma-
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PHELAN, 1959; ALONSO ÁLVAREZ, 2009. MARTÍNEZ SHAW y ALFONSO MOLA, 2008a, pp. 131-154 y 155-178.
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nila eran frailes y plata, pero sobre todo esta última porque había una gran demanda de ella en la China Ming (1368-1644) y Qing (1644-1796).24 Lo que llegaba en sentido inverso eran alfombras y perlas de Persia, añil y algodón de la India, especias (pimienta, clavo, jengibre y nuez moscada) de Indonesia, porcelanas, jades y sedas de China, lacas y biombos de Japón, muebles y marfiles de Filipinas y algunos otros productos como drogas medicinales, aromáticas o tintóreas de los diversos países bañados por el Índico, el Pacífico y los mares de la China y el Japón. Todavía no podemos precisar el volumen exacto de estas transacciones que ocuparon casi tres siglos de fascinante historia, pero sí que podemos señalar que esta lar ga presencia española en Filipinas dejó profundas huellas en el arte (iglesias, retablos y lienzos con clara influencia mexicana y española), la literatura, la gastronomía, la religión y la lengua. La India Lamentablemente todavía sabemos poco acerca de la situación económica de la India a principios del siglo XVIII, que comprende los años finales del reinado de Aurangzeb (1658-1707), soberano que marcó la quiebra del proyecto de Akbar «el Grande» (1542-1605) de organizar un verdadero estado. Esta laguna hace que tengamos que limitarnos a describir , muy por encima, los principales asentamientos comerciales europeos en la India, portugueses, ingleses, holandeses y franceses sobre todo. A diferencia de la historia económica, la historia política de la India para el siglo XVIII nos resulta más conocida. Podemos indicar que se caracterizó por tres cuestiones fundamentales: por la pérdida, por parte de los mogoles, del control de su vasto imperio; por el resurgimiento de los reinos regionales (ni siquiera el Estado mar¯ ath¯ a, que intentará la restauración de la unidad en diversas ocasiones, conseguirá detener el progreso de la fragmentación política); y por la intervención de las potencias europeas en el gobierno del territorio. Ocupándonos ahora sí de los asentamientos comerciales de los europeos en la India, hay que indicar que las factorías portuguesas (Goa, Diu y Damão), que eran las más importantes de entre todas las europeas desde que llegara Vasco de Gama (1569-1524) a finales del siglo XV, dieron muestras de recesión desde antes de comenzar el siglo XVIII. Este debilitamiento portugués benefició extraordinariamente a los ingleses, aliados suyos y garan -
SCHURTZ, 1992 (la primera edición en lengua inglesa es de 1939); YUSTE LÓPEZ, 1984; y CASTILLERO, 2008. 24
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tes del tráfico luso en la India después de la guerra de casi treinta años (1640-1668) contra España por su independencia. 25 Aunque ligada a distintas causas, esta decadencia de las plazas portuguesas en la India también se produjo en las factorías holandesas y sus compañías comerciales. Sólo las entidades de comercio inglesas, sustentadas fuertemente por su Parlamento y por el Banco de Inglaterra, se hicieron fuertes en Bombay , Madrás y Calcuta. De resultas de ello, entre 1717 y 1727 el número de navíos ingleses anuales pasó de 100 a 150, y su tonelaje de 600 a 1.000 toneladas en la primera mitad del siglo XVIII. La importación inglesa se basaba fundamentalmente en piezas de calicó (algodón) y té. Y la exportación en hierro, cobre, plomo y artículos de lana, más la plata que cubría el déficit de esta balanza comercial. Los mercaderes holandeses, que desde el último tercio del siglo XVI hasta bien avanzado el XVII mantuvieron una disputa tras otra con sus homónimos portugueses, ingleses, neerlandeses y hanseáticos (Lübeck y Ham burgo) por hacerse con el control del comercio de especias (pimienta, clavo y nuez moscada) procedente del archipiélago de las Molucas, decidieron a principios del XVIII concentrar sus principales medios y esfuerzos un poco más al oeste, en Java y en otras islas aledañas a ésta. No obstante, siguieron manteniendo su influencia en Bengala gracias a que reorganizaron sus factorías de Chins¯ ura y Patna. El comercio francés, bastante más centralizado que el británico pero económicamente menos fuerte, se benefició en los años 1724-1744 de las relaciones pacíficas que había entre ambas potencias gracias a la eficaz dirección que imprimió a la Compañía francesa de la Indias orientales Joseph François Dupleix. Los principales asentamientos franceses se en contraban en Pondichéry (1686) y Chandernagor (1688). La introducción del cultivo de la caña de azúcar , el arroz, el café y el índigo convirtieron estos asentamientos en muy rentables. Esta importancia del comercio francés en estos momentos también se refleja en algunos estudios que se han ocupado de otros ámbitos geográficos como por ejemplo Esmirna, Livorno y Marsella. Así, sabemos de la existencia de activas colonias de mercade res franceses, y de importantes rutas comerciales que conectaban el trián gulo que formaban las Indias orientales con las occidentales y Europa. En lo referente al puerto de Marsella, quizás el más significativo de los tres mencionados, nos consta que, mientras que en 1660 importaba sólo 19.000 quintales de café yemení desde Egipto, en 1785 la cantidad había aumentado a 143.310 quintales, de los que 142.500 procedían de la Indias occi25
MARSHALL, 1998, pp. 1-21; BARENDSE, 1998.
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dentales. La mayor parte iba a Francia, y no era poco el que volvía a reex portarse desde Marsella al Imperio otomano, lo que invirtió el sentido en que circulaba el comercio a finales del siglo XVII.26 La división política de la India a la que hemos aludido no detuvo, sin embargo, la creación intelectual y artística. Tanto los historiadores europeos como los indios coinciden cuando señalan que el siglo XVIII fue una época de degradación moral y cultural caracterizada básicamente por la desaparición de las tradiciones clásicas, ya fueran hindúes o musulmanas. Esta interpretación, aunque válida a grandes rasgos, no debe olvidar que también hubo algún que otro destello. Así, debe distinguirse la literatura urd u¯, que fue un producto de la hegemonía política y artística musulmana, y cuyo periodo de mayor creatividad se produjo durante la decadencia del poder mogol. Hay que mencionar, asimismo, que la multiplicación de centros in dependientes regionales permitió la aparición de Cortes (hindúes, musulmanas, sikhs) más o menos suntuosas que dedicaron una parte importante de sus ingresos a las grandes obras arquitectónicas, a las artes suntuarias y al ejercicio del mecenazgo. Baste señalar a modo de ejemplo la ciudad de Jaipur, fundada en 1727 como nueva capital de los r¯ ajp¯ uts y embellecida con espléndidos edificios de un sofisticado estilo que ha merecido el calificativo de «rococó indomusulmán».27 Imperio otomano El siglo XVIII comienza en Turquía de la misma forma que lo había hecho la centuria anterior. Es decir, luchando de manera abierta y encarnizada con sus tradicionales enemigos limítrofes, la Serenísima República de Venecia de un lado, y los Habsburgo de Viena de otro. Sin embargo, como diferencia sustantiva respecto a la anterior época constatamos la aparición de nuevos enemigos como Rusia. Hay que indicar , asimismo, que tanto Austria como Rusia combatieron a los otomanos no sólo mediante ataques militares directos sino también fomentando la revuelta y la insatisfacción entre los súbditos no musulmanes del sultán. Contra este tipo de agravio la máxima autoridad turca no podía más que intentar conciliar a sus súbditos en la medida de lo posible, y ejercer la represión donde la conciliación era rechazada abiertamente. No era infrecuente, por tanto, ver durante esta época como una multitud enfurecida y armada sacaba de sus casas a los
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BLACK, 2003, p. 269. MARTÍNEZ SHAW, 1996, p. 36.
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oficiales de la administración para lincharlos y ejecutarlos cruelmente. Los jefes de palacio no se oponían demasiado a estos castigos sumarísi mos, pues solían beneficiarse con lucrativos sobornos por los aspirantes a los puestos vacantes. El conflicto turco-veneciano, que como se sabe duró algo más de cincuenta años, estaba más o menos anunciado: Venecia quería restablecer la fuerza marítima que tuvo en el Renacimiento con la recuperación de sus antiguas bases comerciales en el Adriático y Morea. 28 La entrada en la pugna de los Habsburgo obedece a razones bien distintas: pretendían li brarse de las humillaciones sufridas en los sempiternos sitios y saqueos de Viena y reconquistar para sí Hungría, Serbia y los Balcanes. Finalmente, el choque con la Rusia de Pedro I «el Grande» intentaba frenar la salida al mar de ésta, y cortocircuitar por tanto una posible influencia rusa en el Mediterráneo y el Mar Negro. Así, la guerra contra Rusia llevó a los otomanos a perder sus posesiones en Besarabia, Podolia y Crimea, cuyos soldados habían supuesto el elemento más poderoso del ejército otomano durante la anterior centuria. Hacia el este del Imperio la decadencia fue mucho menos traumática, ya que que el Estado safaví de Irán, que había sido un fuerte rival a finales del siglo XVI, vivió presa del caos, la corrupción y la anarquía durante casi todo el XVII. El sultán Ahmed III (1703-1730) supo sacar provecho de esta situación, y decidió organizar un ejército para reconquistar el Azerbaiyán y el Irán occidental en tres campañas (1722-1725). Al mismo tiempo que se producían estos graves incidentes los gobernantes de Afganistán ocupaban el Irán central y reemplazaban a la dinastía safaví. Aunque el poder iraní fue restablecido por Nadir Sah (1736-1747), que recuperó la mayoría de los territorios perdidos, los desórdenes que siguieron a su muerte permitieron a los otomanos mantener prácticamente intactas sus fronteras en la región de Kasr-i Sirin. Todo este conflicto local, que no resulta difícil imaginar que pervirtió las relaciones diplomáticas de los territorios del este de Europa durante buena parte de la segunda mitad del siglo XVII, adquirió ciertas dimensiones globales cuando Suecia y Francia, adversarios de Rusia y de los Habsburgo de Viena, decidieron ofrecerse para defender a los otomanos. Los diplomá ticos de potencias neutrales en este litigio como Gran Bretaña y Holanda se esforzaron como antes nunca lo habían hecho para evitar que ninguna nación de las beligerantes consiguiera la preponderancia europea en esta estratégica zona aún sin explotar adueñándose del moribundo Imperio oto 28
LANE, 1973.
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mano. Desde 1683 (segundo sitio de Viena) hasta 1792 (paz de Jassy) los turcos estuvieron en continua lucha con sus enemigos europeos, lo que produjo la bancarrota de su sistema financiero y una profunda crisis en el interior del Imperio. 29 El resultado más obvio de todo ello fue una decadencia traducible en todos los ámbitos de la cultura y el saber, así como una pérdida territorial considerable de la que salieron beneficiados sus adversarios más directos. A pesar de la crisis apuntada, los turcos no pudieron evitar que en determinados momentos fueran sensibles a los cambios culturales que por la misma época se producían en una Europa por otro lado no muy lejana. Este sería el caso del ya mencionado sultán Ahmed III (1703-1730), que construyó palacios, puentes y jardines de estilo versallesco a lo largo del Bósforo y el Cuerno de Oro, y promovió lujosas fiestas y bailes. Dicho brote de europeización alcanzó su cenit en el «periodo de los tulipanes», de 1717 a 1730, momento así llamado por la masiva importación de estas flores de Holanda. Pero hubo, no obstante, algunos efectos concretos más. En 1727, por ejemplo, se concedió permiso, por primera vez, para imprimir libros de temas profanos (historia, geografía, lógica…) en lengua turca en todo el Imperio. También, como resultado del contacto con los ejércitos europeos en el campo de batalla y de la influencia de los renegados, se hicieron reformas sobre todo en la infantería y la caballería turca para introducir tácticas, armas e incluso uniformes. África A principios del siglo XVIII las tradicionales zonas de la trata europea de esclavos negros estaban totalmente agotadas. Esto explica el desplazamiento de los traficantes de la desembocadura del río Níger a la del Congo. Junto a los esclavos, los misioneros y los mercaderes europeos seguían buscando lo que siempre habían buscado: almas para convertirlas a la religión católica, pero, sobre todo, oro en polvo, marfil, maderas preciosas (ébano) y mala gueta o «pimienta pobre». Desde el lado africano los productos adquiridos fueron armas de fuego en mal estado, licor de alta graduación, pacotilla, latón y espejos.30
29 30
MANTRAN, 1985; KAFADAR, 1995. PÉTRÉ-GRENOUILLEAU, 2004; EMMER, 2005, pp. 5-17.
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Los estados berberiscos Desde que los turcos llegaron a Argel en 1516, los habitantes de toda esta franja costera del Mediterráneo más los de la República de Salé (en su mayoría eran moriscos expulsados de España en 1609), ya en el Atlántico, hicieron del corso y la piratería un modus vivendi gracias a los importantes beneficios económicos obtenidos por la venta de sus capturas (hombres y mercancías).31 Aunque esta práctica predatoria siguió ejerciéndose durante todo el siglo XVIII, puede decirse que desde la segunda mitad de la centuria entró en declive debido a causas internas (luchas intestinas por el control del gobierno) y externas (creciente presencia en estas costas de lo que algún autor ha denominado la «diplomacia del cañón»).32 Frente a lo que se suele admitir , el siglo XVIII norteafricano no es el si glo de los grandes pachás de Egipto ni el de los grandes deys de Argel. En Egipto, por ejemplo, desde 1697 el pachá nombrado por Turquía pierde autoridad en las constantes intrigas de poder entre mamelucos y jenízaros. En Trípoli, Túnez y Argel también se producen conflictos y rivalidades, aun que los antagonistas son, por un lado, los empobrecidos nómadas del inte rior, y, por otro, los ricos habitantes de las ciudades-corsarias, que todavía viven con cierta prosperidad derivada de ejercer la rapiña marítima. Ma rruecos, finalmente, consigue sofocar sus sempiternas revueltas dinásticas gracias a un ejército de abids o esclavos negros mandado por el monarca Muley Ismail (1672-1727), considerado el más relevante de la dinastía alauí por su política de centralización fiscal y por la realización de impor tantes obras públicas en la zona de Meknés financiadas mayoritariamente por la población judía. Los asentamientos portugueses, holandeses, franceses e ingleses De resultas de su independencia respecto de la Monarquía hispánica (16401668), Portugal perdió una parte importante de sus asentamientos en África. Dahomey y Sierra Leona, por ejemplo, fueron abandonados a su suerte por Lisboa ante la insistente presión de los holandeses. Las islas de Cabo Verde también dejaron de tener la pujanza que tuvieron antaño, quedando prácticamente reducidas a la explotación del ganado mular y caballar . Annobón y Fernando Poo a principios del XVIII continuaban aún sin explotar, mientras
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MARTÍNEZ TORRES, 2004; MAZIANE, 2008. BONO, 1964.
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que Santo Tomé se constituía como un importante centro de la trata de esclavos con destino a las Antillas. Solamente Angola, especialmente dos de sus regiones, Loanda al norte y San Felipe de Benguela al sur, se perfilaba como la única colonia portuguesa de peso en el África occidental gracias al nú mero de sus habitantes (5.000 personas en 1711), a su capacidad de penetrar hacia el interior del territorio (hasta 300 kilómetros más allá de la costa) y a su papel de proveedora de esclavos a Brasil.33 En lo relativo al África oriental portuguesa, hay que indicar que desde el último tercio del siglo XVII la presión de los árabes en toda esta área resultó muy fuerte. Ello hizo que los establecimientos lusos que había al norte de Cabo Delgado (Mogadiscio, Malindi, Kilwa, Zanzíbar y Mombasa) fueran abandonados, asistiendo así a una restauración, de la mano de las dinastías omaníes, de la cultura autóctona (swahili en algunos casos) frente a la invasora. En el plano económico no debe obviarse que esta zona de influencia lusa sufrió el duro revés de la mencionada decadencia de las factorías de la India portuguesa, que desde principios del siglo XVII suministraban tejidos de algodón, seda y perlas a cambio de oro y café. Sea como fuere, lo cierto es que a principios del XVIII esta franja no formaba un territorio ocupado sino tres regiones costeras separadas enormemente. Al noreste, la isla de Mozambique, capital administrativa y principal ciudad portuguesa en el África oriental. En el centro, la comarca del Zambeze, único centro pobla cional en el interior con las ciudades de Tete, Sena y Quelimane (contaba con unos 1.000 habitantes). Al sur, finalmente, la amplia región de Sofala. Al contrario que los portugueses, desde principios del siglo XVIII los holandeses dieron muestras de una extraordinaria actividad comercial en el África occidental. Tanto es así que puede decirse que a la altura de 1700 ocupaban el primer puesto en la trata de esclavos negros, por delante de Inglaterra, Portugal y Francia respectivamente. 34 Su dominio de la Costa de los Esclavos era prácticamente total gracias a que tenían doce puntos de apoyo y suministro. Entre todos ellos destacaban la factoría de Elmina, que en otro tiempo había sido portuguesa, y Accra, quizás la más importante de todas. Pero la zona del Golfo de Guinea no fue la única área objeto de los mercaderes y colonos holandeses. Desde 1652, y al reclamo de la noticia del descubrimiento de importantes yacimientos de oro y diamantes en el sur del continente africano, los holandeses ocuparon El Cabo y empiezan a trazar los planes de una instalación permanente, con huertos para el cultivo y
33 Véase The Cambridge History of Africa, Cambridge, Cambridge University Press, 1975, vols. 3 y 4; y la Historia General de África Unesco, Madrid, Tecnos, 1985, vols. IV y V. 34 THOMAS, 1998, pp. 151-179 y 233-259.
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cotos para el ganado. El puerto de escala de El Cabo pertenecía a laV.O.C. y dependía administrativamente de Batavia, que era el foco de sus operaciones en el océano Índico. Todavía a principios de siglo XVIII la presencia holandesa en África del sur no es una colonización en toda regla. A mediados del XVIII las cosas cambian, pues los colonos holandeses (boers) empiezan a apropiarse de más espacio en esta zona a costa de mantener feroces guerras con los nama y los bantúes primero, y con los británicos después, ya en pleno siglo XIX. Si en 1700 todos los colonos europeos de origen estaban todavía implantados en un radio máximo de 100 kilómetros alrededor de El Cabo, en 1750 ya ocupaban 400 kilómetros.35 A diferencia de Portugal y Holanda, Francia sí que desempeñó en la costa occidental de África un papel de asentamiento creciente y regular , sobre todo en Senegal y Mauritania. En la Costa de los Esclavos, por ejemplo, Francia poseía diecisiete puestos, entre ellos el enclave principal de Ouidah, y en la isla de Madagascar, en concreto en su extremo más meridional, contaba con Fort Dauphin, poblado intermitentemente desde 1643. No hay que olvidar también su presencia en la isla Bourbon (hoy isla Reunión), que fue adquirida en 1642 y donde se introduciría en 1715 el cultivo del café para competir con las importaciones desde Moka y Beit-al-Faki. La presencia de Gran Bretaña en África a principios del siglo XVIII también fue importante, llegando a tener un importante número de factorías y fuertes diseminados entre Gambia, Sierra Leona y la Costa de los Esclavos. El principal handicap de todas estas posesiones consistía en su carácter limí trofe con las holandesas, lo que generó numerosas fricciones con sus vecinos por el lucrativo comercio de esclavos. La gestión del tráfico de esta área de influencia británica recayó en la Royal African Company, que en 1712 vio suprimido su privilegio monopolístico por las presiones de mercaderes inde pendientes.36 Si en esta época la América ibérica absorbía el 41% de los es clavos africanos, las colonias que Gran Bretaña tenían en el Nuevo Mundo hacían lo propio pero con un 29%. 37 Uno de los principales centros de pro ducción era Jamaica, de propiedad británica. Allí eran enviados los esclavos africanos para trabajar en las plantaciones y en los campos azucareros. Aunque es cierto que Inglaterra abolió la esclavitud en 1807, todavía 2 millones de esclavos más salieron de África entre 1810 y 1870, la mayoría con destino a Cuba (el principal productor de azúcar del Caribe en el siglo XIX).38 * * * WELCH, 1951. DAVIES, 1957. 37 MEYER, 1996, citado por MARTÍNEZ SHAW y ALFONSO MOLA, 1999, p. 109. 38 THOMAS, 1998, pp. 555 y ss. 35 36
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En resumen, desde principios del siglo XVIII Asia y África (al igual que América) continuaron siendo los campos de batalla del expansionismo europeo. El comercio ultramarino, probablemente el principal vehículo para los encuentros y los desencuentros entre remotas y milenarias culturas, ha sido fundamental para el crecimiento de la economía europea y el alumbramiento de la revolución industrial que liderará Gran Bretaña durante toda esta centuria y parte de la siguiente. Hoy sabemos que tales intercambios no tuvie ron el papel protagonista que le dieron algunos historiadores que se ocu paron de estas cuestiones en el pasado siglo XX. Al igual que ocurriera a principios del Renacimiento, el origen de esta segunda fase expansiva de Europa debemos buscarla en sus propias fronteras, en el crecimiento de su demografía y en el agotamiento de su modelo de explotación agrícola. Complementando aún más si cabe estas aseveraciones, no resistimos la tentación de señalar que el comercio ultramarino también sirvió para originar una formidable acumulación de capitales y para incrementar el volumen del con sumo europeo de productos caros, exóticos y prácticamente imprescindibles desde que fueron conocidos (sedas, azúcar , algodón, té y café). Huelga decir, además, que las relaciones entre los europeos y los asiáticos y los africanos no siempre fueron fluidas y pacíficas. En Asia, por ejemplo, los préstamos culturales de la Vieja Europa no pasaron de epidérmicos (algunas técnicas y puntuales influencias artísticas y religiosas), mientras que África (tanto la islamizada como la animista) se mantuvo impermeable más allá de una delgada franja costera.
GRÁFICOS Y MAPAS
Fuente: Helmut G. Koenigsberger, El Mundo Moderno, 1500-1789, Barcelona, Crítica, 1991, p. 96.
I. LAS DIVISIONES RELIGIOSAS EN EUROPA
GRÁFICOS Y MAPAS 133
Fuente: John H. Elliott, La Europa dividida, 1559-1598, Madrid, Siglo XXI, 1981, p. 427.
II. LOS HABSBURGO ESPAÑOLES Y AUSTRIACOS
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Fuente: John H. Elliott, La Europa dividida, 1559-1598, Madrid, Siglo XXI, 1981, p. 428.
III. CASAS DE VALOIS Y DE BORBON
GRÁFICOS Y MAPAS 135
Fuente: Julio López-Davalillo Larrea, Atlas histórico de España y Portugal. Desde el Paleolítico hasta el Siglo XX, Madrid, Síntesis, 2000, pp. 130-131.
IV. LAS POSESIONES DE ESPAÑA Y PORTUGAL EN EL MUNDO (HASTA 1640) 136 ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
Fuente: Carlos Martínez Shaw y Marina Alfonso Mola, Europa y los Nuevos Mundos en los siglos XV-XVIII, Madrid, Síntesis, 1999, p. 170.
V. LA TRATA DE ESCLAVOS EN EL ATLÁNTICO
GRÁFICOS Y MAPAS 137
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ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
VI. EL TRATADO DE TORDESILLAS (1494)
Fuente: Julio López-Davalillo Larrea, Atlas histórico de España y Portugal. Desde el Paleolítico hasta el Siglo XX, Madrid, Síntesis, 2000, p. 130.
GRÁFICOS Y MAPAS
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VII. DESEMBARCO DE ESCLAVOS EN ARGEL
Fuente: François Dan, Histoire de Berbérie et des corsaires des royaumes et de villes d’Alger, de Tunis, de Salé et de Tripoli, Paris, Pierre Rocolet, 1649, 2ª edición.
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VIII. LA VENTA DE ESCLAVOS
Fuente: François Dan, Histoire de Berbérie et des corsaires des royaumes et de villes d’Alger, de Tunis, de Salé et de Tripoli, Paris, Pierre Rocolet, 1649, 2ª edición.
GRÁFICOS Y MAPAS
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IX. EL CASTIGO A UN ESCLAVO
Fuente: François Dan, Histoire de Berbérie et des corsaires des royaumes et de villes d’Alger, de Tunis, de Salé et de Tripoli, Paris, Pierre Rocolet, 1649, 2ª edición.
ANEXOS
I. LA PAZ DE AUGSBURGO (1555)
En tanto no se llegue a unos acuerdos y conclusión definitiva de la paz en la persistente división de la religión, ya sea en materia de fe, o en materias profanas y seculares, y en tanto en cuanto la cuestión (de la división de la religión) no sea elaborada y definida en todos los sentidos, de manera que am bas partes religiosas sepan finalmente en qué relaciones mutuas se hallan, los Estados y sus súbditos no podrán gozar de una seguridad garantizada y permanente, antes por el contrario deberán permanecer , cada uno por sí mismo, el uno armado contra el otro, en intolerables peligros. A fin de disipar tan peligrosa incertidumbre y de traer de nuevo la paz, y la confianza recíproca a los Estados y al corazón de los súbditos, y con el fin de salvar la nación alemana, patria nuestra amadísima, de la destrucción y ruina final, hemos llegado a un acuerdo y acomodo, con los consejeros y los delegados de los electores, con los príncipes y los señores presentes y con los embaja dores enviados por los ausentes, concertándolo conjuntamente. 1.º Nos [Fernando] por ello establecemos, ordenamos, queremos y amonestamos que de ahora en adelante ninguno, de cualesquiera dignidad, jerarquía o estado, de cualquier modo o motivo, de lugar a disputas, emprenda guerra, deprede, invada, ocupe o asedie a otros, o colabore en tales empresas por cuenta propia o de otro, y que nadie penetre en castillo, ciudad, mer cado, fortaleza, lugar, hacienda o porción cualquiera, o se apodere de algún otro lugar contra la voluntad ajena, con violencia o atrevimiento, o lo dañe peligrosamente con fuego o de otro modo, y que ninguno sostenga a atacantes de tal guisa con consejos, ayudas u otros apoyos y favores, ni nadie les ofrezca, consciente y peligrosamente refugio, ni los admita en sus propias casas, ni los provea de alimentos o bebidas, ni los sostenga ni albergue, sino que todos se respeten mutuamente con sincera amistad y afecto cristiano y
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que ningún Estado o miembro del Sacro Imperio atente a los derechos de otro, molestándole o impidiendo su acceso a sus legítimos recursos de aprovisionamiento, mercancías, comercio, rentas, dinero y tasas: que su majes tad imperial y nos mismo permitimos a los Estado, y recíprocamente los Estados a su majestad imperial y a nosotros gozar enteramente y de cualquier modo de la Landfriede, concretada con ocasión de esta Asamblea general y religiosa. 2.º A fin que dicha Landfriede pueda ser decretada, definida y sustentada con mayor firmeza —tanto por causa del cisma religioso, cuanto por los motivos supraescritos, como exige la gran necesidad del Sacro Imperio de la nación alemana— entre su majestad imperial, nos mismo, los electores, príncipes y Estados del Sacro Imperio de la nación alemana: Su majestad imperial, nos mismo, los electores, príncipes y Estados del Sacro Imperio no invadiremos, dañaremos ni asaltaremos ningún otro Es tado del Imperio por causa de la confesión de Augsburgo, de su doctrina, religión y fe, ni lo obligaremos con la violencia o atacándolo en sus tierras y señoríos, a abandonar contra su voluntad y conciencia, la confesión de Augsburgo con su religión, fe, ritos, reglas y ceremonias que le son propias, tal como se hallan al presente establecidas o como puedan estarlo en el fu turo, ni les buscarán daño o castigarán, con mandatos o de otro modo; antes al contrario les permitirán gozar con tranquilidad de la religión, fe, ritos, reglas y ceremonias que les son propios, conservando las propiedades, los bienes muebles e inmuebles, tierras, súbditos, señoríos, jurisdicciones y magistraturas suyas particulares. El logro de un entendimiento y acuerdo cristiano en las controversias religiosas no deberá efectuarse de otro modo sino por vías y medios pacíficos, amigables y cristianos; y esto queda garantizado por la dignidad Imperial y regia, por el honor de los príncipes, por sus hon radas promesas y por las penalidades en conexión con la Landfriede. 3.º Igualmente los Estados que siguen la confesión de Augsburgo permitirán a su romana e imperial majestad, nos mismo, los electores, príncipes y todos los demás Estados del Sacro Imperio, que conservan y sostienen la antigua religión, el gozar sin molestias, de nuestra religión, fe, ritos, reglas y ceremonias. Esto debe ser válido tanto para los estados seculares como para los eclesiásticos, incluyendo los últimos sus cabildos y los demás eclesiásticos, con independencia del lugar, en que hubieren transferido su residencia, pero a condición de que sus funciones necesiten de reuniones de ministros. Tales conservarán sin molestárseles sus propiedades, bienes muebles e in muebles, súbditos, señoríos, jurisdicciones, magistraturas, rentas, tributos y diezmos, de los que gozarán y usarán en paz y tranquilidad y sin obstáculos. Ayudarán al honrado a obtener sus propios derechos y no suscribirán ningún acto de violencia contra los mismos; por el contrario, siguiendo siempre las
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leyes del Sacro Imperio, las ordenanzas, rescritos y las Landfrieden establecidas, cada uno podrá acogerse a su propia ley común. Todo esto queda garantizado por el honor de los príncipes, por sus honradas promesas y por las penas incluidas en las Landfrieden establecidas. 4.º Sin embargo, cuanto no pertenece a las dos religiones arriba mencionadas no está incluido en esta paz; quedando, por el contrario, enteramente excluido. 5.º Y porque durante los parlamentos de la presente paz se debatió ampliamente un argumento, sobre el que los Estados de ambas religiones no lograron llegar a un acuerdo, señaladamente sobre las disposiciones que habrían de tomarse respecto a los arzobispados, obispados, prioratos y otros beneficios eclesiásticos cuya clerecía ya fuera en parte o en su totalidad hubiera abandonado la vieja religión, nos hemos declarado y decretado, y en tal sentido obramos ahora, en virtud de los plenos poderes y de las instruc ciones que nos han sido dadas por su graciosa romana e imperial majestad cuanto sigue: Al punto que un arzobispo, obispo, prelado u otro sacerdote abandonara la antigua religión, deberá dejar inmediatamente, sin demora ni oposición, su arzobispado, obispado, prelacía u otro beneficio, con todas las rentas y tasas que lleve anejas, y ello sin detrimento alguno de su dignidad. Los ca bildos y aquellos a quienes compete por ley ordinaria o por especial usanza de la iglesia del cabildo en cuestión, elegirán una persona que profese la vieja religión y le harán entrega del beneficio, pudiendo el electo gozar en paz y sin oposición, de la jurisdicción sobre los cabildos e iglesias del lu gar, sobre sus donaciones, elecciones, candidaturas y bienes, muebles e in muebles, sin perjuicio de que pueda llegarse a algún acomodo religioso amigable y definitivo. 6.º Y porque algunos Estados y sus predecesores han confiscado ciertos monasterios y otras propiedades eclesiásticas, transformándolas en iglesias, escuelas u otras instituciones de caridad, éstas quedarán comprendidas en la presente paz y permanecerán confiscadas en caso de que no pertenezcan a los Estados dependientes directamente del Imperio, o que no estuvieran en posesión del clero al tiempo del tratado de Passau o desde entonces. Los acuerdos con los Estados respectivos han sido tomados con la cláusula, que tales propiedades confiscadas y desde entonces variamente usadas, perma necerán tales, y ningún Estado podrá ser interpelado o llamado a responder de ellas, ni ante tribunal, ni fuera de justicia, con objeto de mantener una paz estable y duradera. Por todo lo cual decretamos y amonestamos para que en virtud de esta suspensión de juicios de la cámara de su imperial majestad y de sus asesores, no reconozcan ni hagan requerimiento alguno, mandato o proceso tocante a tales bienes confiscados y destinados a otro uso.
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7.º Mirando el que los seguidores de ambas religiones puedan estar y permanecer en paz perpetua, los unos con los otros, y en completa seguri dad, no deberá ejercerse ni usar la jurisdicción eclesiástica tocante a la confesión de Augsburgo, a su religión, fe, reuniones de ministros, litur gia, reglas y ceremonias, tal como se hallan al presente establecidas o puedan establecerse en el futuro (sin perjuicio sin embargo de los derechos y títulos de los electores eclesiásticos, príncipes, Estados, colegiatas, monasterios, miembros de órdenes con rentas, tasas, tributos, diezmos y feudos, como arriba se establece). Se concederá libertad de profesión a la religión de Augsburgo, fe, liturgia, reglas, asambleas de ministros —según lo estable cido en un artículo separado, abajo transcrito— sin daño ni oposición, e incluso, como se establece arriba, cesará y quedará en suspenso la jurisdicción eclesiástica respecto a ella, hasta tanto no se llegue a un acuerdo final reli gioso. En otras materias y casos no tocantes a la confesión, religión, fe, li turgia, reglas, ceremonias y asambleas de ministros de Augsburgo, la jurisdicción eclesiástica puede y debe ser ejercida y confirmada, según la usanza y sin oposición, por los arzobispos, obispos y otros prelados según la usanza particular de cada lugar y tal como actualmente la ejercitan, usan y po seen… 10.º Ningún Estado debe intentar el hacer abandonar a otro o a sus súbditos, su religión, ni hacer cesar su práctica, ni deberá proteger o defender con medio alguno a los súbditos de otro Estado, contra sus propios magistrados. Con tal cláusula no entendemos empero disminuir la autoridad de los protectores, tradicionalmente ejercida, y en cualquier caso no nos referimos a ello en tal artículo. 11.º Si no embargante algunos nuestros súbditos o de los electores, príncipes y Estados, adeptos de la religión antigua o de la confesión de Augsburgo desearen transferirse, por motivo de su religión, con sus mujeres e hijos, fuera de nuestros territorios, ciudades y localidades comprendidas en el Sacro Imperio o en los de los electores, príncipes y Estados, para estable cerse en otro lugar, séales concedida la libre salida e ingreso sin oposición, y séales igualmente permitida a cada uno, la venta de los bienes y propieda des, con el pago de una adecuada aunque modesta compensación por su servidumbre y deudas atrasadas, según el uso de cada localidad particular . No deberán éstos sufrir injuria en su honor ni en sus usos. Sin embar go no se deberá infringir ni incumplirse ninguno de los derechos y costumbres tocantes a los siervos, por lo que respecta a concederles o no su libertad. 12. º La resolución en materia de religión y fe deberá buscarse por vías adecuadas y propias, puesto que sin una paz duradera, no es posible lograr una decisión amigable y cristiana de la cuestión religiosa. Y por ello nos, los consejeros de los electores, por cuenta de tales electores, los príncipes pre -
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sentes y los enviados y embajadores, ora seculares, ora eclesiásticos, de los príncipes ausentes, hemos elaborado este acuerdo, con el fin de restablecer la paz amadísima, de disipar en el Imperio la peligrosa desconfianza, y de impedir la destrucción final, de otro modo inminente, de esta honrada na ción. A fin de facilitar una resolución final, cristiana y amigable de la escisión religiosa, hemos aceptado el guardar fidelidad permanente a este acuerdo, tal como se formula en los artículos arriba citados, para siempre e inviolablemente, observarlo fielmente, hasta tanto no sea conseguida una ordenación definitiva, cristiana y amigable de la religión y de la fe. Pero hasta tanto tal ordenación no advenga al Imperio, por medio de un concilio general, de una asamblea nacional o de conferencias y tratados, este tratado de paz permanecerá válido en cada uno de sus artículos y puntos, en espera de una decisión final en materia de religión y fe. Entonces se concluirá y establecerá en la forma arriba expuesta, o en cualquier otra, una paz perpetua, durable, incondicional y eterna… 14.º Porque en muchas ciudades libres e imperiales, las dos religiones, precisamente la vieja religión y la de los seguidores de la confesión de Augsburgo, han sido practicadas y profesadas durante cierto tiempo, per manecerán y continuarán siendo profesadas, y los bur gueses y habitantes de estas ciudades libres e imperiales, ya sean seglares o religiosos, convivirán en paz y tranquilidad, y ninguna de ambas partes intentará abolir la religión, las usanzas religiosas y las ceremonias de la otra, o forzarla a que las abandone; sino que cada una de las dos partes permitirá a la otra el gozar de la propia religión, fe, usos y cualquier otra cosa, en paz y concordia, según este acuerdo, que los Estados de entrambas religiones han decretado y establecido. Miguel ARTOLA, Textos fundamentales para la Historia , Madrid, Revista de Occidente, 1975, 4ª edición, pp. 303-307.
II. EDICTO DE NANTES (1598)
a. 3. Ordenamos que la religión católica apostólica y romana quede restau rada y restablecida en todos los lugares y los distritos de nuestro reino y de las tierras que están bajo nuestro dominio, en las que su práctica se inte rrumpió, y que en todos estos sitios se profese en paz libremente, sin desorden ni oposición. Prohibimos expresamente a cualquier persona del rango o condición que sea, bajo pena del susodicho castigo, turbar , importunar o causar molestias a los sacerdotes en la celebración de los oficios divinos, en la recepción o goce de los diezmos, bienes y rentas de sus beneficios, y de todos los restantes derechos y deberes que ellos competen, y ordenamos a todos los que, durante los desórdenes, se apoderaron de iglesias, bienes y rentas, pertenecientes a tales eclesiásticos, y que en la actualidad los retie nen y ocupan, que restituyan su posesión y goce completos con todos los antiguos derechos, privilegios y garantías inherentes a ellos. Y prohibimos también, expresamente, que los miembros de la religión reformada tengan reuniones religiosas u otras devociones en iglesias, habitaciones y casas de los referidos eclesiásticos. a. 6. A fin de eliminar toda causa de discordia y enfrentamiento entre nuestros súbditos, permitimos a los miembros de la susodicha religión reformada vivir y residir en todas las ciudades y distritos de nuestro reino y nuestros do minios, sin que se les importune, perturbe, moleste u obligue a cumplir nin guna cosa contraria a su conciencia en materia de religión, y sin que se les persiga por tal causa en las casas y distritos donde deseen vivir, siempre que ellos por su parte se comporten según las cláusulas de nuestro presente edicto. a. 9. Concedemos también a los miembros de susodicha religión permiso para continuar su práctica en cualquier ciudad y distrito de nuestro reino, en los que se hubiera instituido y reconocido públicamente en los años 1596 y
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1597, hasta fines del mes de agosto, a pesar de cualquier decreto o sentencia contrarios. a. 13. Prohibimos expresamente a todos los miembros de la referida religión profesarla en nuestros dominios en lo que respecta al ministerio, disciplina, o instrucción pública de los jóvenes, en materias religiosas fuera de los lugares permitidos por el presente edicto… a. 21. Queda prohibida la impresión y venta al público de libros referentes a dicha religión reformada, excepto en aquella ciudad y distrito en que esté permitida su profesión pública. En cuanto a los demás textos impresos en las restantes ciudades, serán sometidos al examen de nuestros oficiales y teólogos, como queda dispuesto en nuestra ordenanza; prohibimos concretamente la impresión, publicación y venta de cualquier libro, opúsculo y escrito difamatorio, bajo pena de los castigos prescritos en nuestra ordenanza, cuya aplicación rigurosa se exigirá a todos nuestros jueces y oficiales. a. 23. Ordenamos que no se establezca diferencia ni distinción alguna por causa de la referida religión en la admisión de estudiantes en cualquier universidad, colegio y escuela, o de los enfermos y pobres en los hospitales, enfermerías o instituciones públicas de caridad… a. 27. A fin de acomodar más eficazmente la voluntad de nuestros súbditos, como es nuestra intención, y de evitar futuras quejas, declaramos que todos los que profesen la religión reformada, pueden tener y ejercer funciones públicas, cargos y servicios cualesquiera, reales, feudales, u otros de cualquier tipo en las ciudades de nuestro reino, países, tierras y señoríos sometidos a nosotros, no obstante cualquier juramento contrario, debiendo admitírseles sin distinción; será suficiente para nuestro parlamento y demás jueces, indagar e informarse sobre su vida, costumbres, religión y honesto comportamiento de quienes sean destinados a los cargos públicos, sean de una religión o de otra, sin exigir de ellos ningún juramento que no sea el de servir bien y fielmente al rey en el ejercicio de sus funciones y en el mantenimiento de las disposiciones, según el uso acostumbrado. Cuando queden vacantes los referidos puestos, funciones y cargos, nombraremos nosotros —teniendo en cuenta las disponibilidades— sin prejuicio ni discriminación de las personas capaces, como requiere la unión de nuestros súbditos. Declaramos también que pueden ser acogidos y admitidos en todos los consejos los miembros de la susodicha religión reformada, así como en todas las reuniones, asambleas y juntas, relacionadas con los car gos en cuestión; no podrán ser rechazados ni se les impedirá gozar de estos derechos a causa de su credo religioso. Miguel ARTOLA, Textos fundamentales para la Historia , Madrid, Revista de Occidente, 1975, 4ª edición, pp. 309-310.
III. PAZ DE WESTFALIA (1648)
a. 7. Por consenso unánime de su Majestad Imperial y de todos los Estados del Imperio, se considera oportuno que por el mismo derecho o privilegio que todas las otras constituciones imperiales, la paz religiosa, el presente tratado público y la resolución de las quejas en ellos contenidas, otorgados a los Estados católicos, a sus súbditos y a los de la confesión deAugsburgo, se concedan también a los llamados reformados, dejando a salvo siempre los pactos, privilegios, declaraciones y otros acuerdos que los Estados denominados protestantes han acordado entre ellos mismos y sus súbditos, me diante los que se han establecido, hasta ahora, los reglamentos referentes a la religión, su práctica y cualquier cosa relacionada con ella, por los Estados y los súbditos de cualquier lugar , y dejando a salvo también la libertad de conciencia de cada uno. Y ya que las diferencias de religión entre los protestantes no son todavía suficientemente claras, en espera de una sistematización definitiva, y ya que por tal razón se han formado dos partidos, se establece consensualmente entre las dos partes que, cada vez que hubiese recibido u obtenido por derecho de sucesión, o en virtud del presente tra tado, o por cualquier otra razón, un principado o un señorío, donde se profesará públicamente la religión de la otra parte, automáticamente se le concederá, sin ninguna oposición, tener en su residencia predicadores especiales de su religión para él, y además para su corte; ello, sin embar go, no podrá realizarse a expensas o en perjuicio de sus súbditos. Pero no será legal que, mudadas la religión practicada oficialmente o las leyes y constituciones eclesiásticas hasta ese momento en vigor , o que, sustraídos a ella sus tem plos, escuelas, hospitales o rentas, pensiones y estipendios, se concedan a los miembros de la propia, y todavía menos que se obligue a los propios súbditos a acoger como ministros a los de otra religión, con el pretexto de
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leyes territoriales, o episcopales, o de patronato, o con otros pretextos, o que se haga oposición directa o indirectamente a la religión de los súbditos. Y a fin de que tal acuerdo se observe ahora más eficazmente, en caso de tales cambios, se concederá a la comunidad en cuestión el derecho de presentar o —en el caso de no tener derecho— de designar los oficiales capaces para la escuela y para la iglesia, a quienes examinará y nombrará la asamblea de ministros públicos de la localidad, siempre que pertenezcan a la misma religión de la comunidad que les presenta o designa; en caso contrario, se les examinará y nombrará en el lugar escogido por la propia comunidad y les confirmará definitivamente el príncipe o señor. Miguel ARTOLA, Textos fundamentales para la Historia , Madrid, Revista de Occidente, 1975, 4ª edición, p. 311.
IV. RELATO DEL VIAJE DEL CONDE DE LINARES A LA INDIA (1630)
Salió el Conde de Linares por la barra de Lisboa en 3 de abril de 1630 con tres naos y seis galeones. Llevaba gente muy lucida y en numero hasta tres mil y quinientos hombres soldados todos para servir en aquel Estado. Está Lisboa en treinta y nueve grados de latitud. Navegaron con prospero viento hasta doblar el Cabo Verde, que está en catorce grados del Polo Artico. Como fueron pasando el Tropico de Cancro, que es en veintitrés grados y medio, y entrando en la Torrida zona, y llegándose a la equinocinal, que es en la Costa de Guinea fue calmando el viento y con las grandes calmas, y mudança de clima enfermó casi toda la gente. Ayudava a esto la poca comodidad con que se navegava, porque en una nao yban seiscientas personas todas debaxo de cubierta, salvo los que se acomodaban en los castillos de proa y popa, y el calor de la Gente de unos con otros; los calores grandes del sol, la falta de agua y mal acondicionados bastimentos, como tocino salado, sardinas y pescado y lo recio del vino, que también abrazaba los higados todo fuego y provocativo de beber y causar una sed insaciable fue todo causa de que muriese muchas gente. Llegó a enfermar de tal suerte la gente que los confesores recusaban llegarse a confesar a los enfermos, causa de que muchos muriesen sin confe sión, y otros se quedaban muertos comiendo con el bocado en la boca, otros con un fuego que les abrazaba morían rabiando, casi como desesperados. Los bordos de las embarcaciones estaban de sangre que por ellos echaba tan teñidos, que a lo lar go desde las otras embarcaciones. Duro esta calamidad el tiempo que se tardo en pasar la torrida zona, que son quarenta y siete grados de latitud, que hay desde un trópico a otro, y en este paraje murieron quinientos hombres. Como llegaron a los veintitrés del altura del Polo An-
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tartico, y refrescaron los vientos fue mejorando el tiempo y con el la gente, allandose de mejor dispusicion. En este viaje el mas pobre era de provecho: todos tenían necesidad los unos de los otros: qualquiera socorro era de mucho alivio: una gallina valia seis reales de a ocho, y un vaso de aguados, y assi por poco que fuese el socorro era de consideración. Passando de los veintitrés grados se fueron llegando al Cabo de Buena esperanza, donde los vientos eran mas recios, y el mar mas tormentoso, y assi corrieron con este extremo opuesto al pasado, que eran todo calmas otro pedaço de desventura, que parecía que el fin de un trabaxo era vespera de otro. Corrian algunas veces vientos tan recios que ponían a las embarcaciones en grande peligro, y con estos temores tan costosos a la experiencia, y tan pesados a la vista fueron llegando al Cabo de buena esperanza, y una noche obscura y tormentosa como las pasadas corrieron tres naves fortuna, porque la Almiranta se alló por un costado de la capitana, San Gonçalo, que era la obra por la proa, un galeón por otro costado que entendían los unos a los otros lo que desian lance tan terrible, que pudieren perderse todas cuatro embarcaciones chocando las unas con las otras: mas Dios los socorrió en este transe, porque San Gonçalo conociendo que por un costado le embestía la capitana conocida por el fanal dio prisa al pasar de lar go, y la capitana también lo hizo assi, quedando la Almiranta y galeón, que estaban a los lados en la misma dispusicion de navegar con que todos salieron deste tra baxo. A todo esto se allaba presente el virrey disponiéndolo todo lo mejor que pudo y su presencia desvelo fue de grande importancia en esta ocasión. Con esta fortuna y otras llegaron a treinta y cinco grados de la parte del sur que es en la opuesta al cabo de Buena esperanza. Yba el Galeon Santiesteban trabaxoso, porque había mucha agua, y esta tan honda y cerca de la quilla que aunque el Virrey hizo todas la diligencias posibles, embiando al galeón calafates, contramaestres, marineros y muchos soldados, y sus esclavos: unos para que con su trabaxo la menguasen. Mas nada aprovecho, porque con su saber tomasen el agua otros para que los unos no pudieron por mucho que se dio a la bomba y otros artificios menguala. Como en esta altura el mar es tan recio, el baxel trabaxaba mas, y por eso había mas agua, y en dia que amaneció mas tormentoso se conoció que faltava muy poco para irse a pique, y el capitán con intento de salvarse mando se diese todo el trapo sin quedar vela alguna por llegar con mas brevidad a la capitana, y abor dando con ella arrojarse dentro, salvándose a si, y a los demás. Yba toda la gente colgada de las jarcias con el deseo de la vida y llegose el galeón tan cerca de la capitana, que se podía entender lo que se ablaba. El capitán llamo al virrey y le dijo como se iban a pique sin remedio alguno mas del que su Excelencia les diese para salvar las vidas, porque el navio había tanta agua que no duraría dos horas sin irse a pique. Asomose el virrey a los co-
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rredores, de popa, y oídas las razones llamo al piloto y al maestre que se asomasen por los corredores altos: llamabase el piloto Xalon y el maestre Antonio Gonçales. Propusoles el caso presente, y respondió el piloto, que bien conocían que se yban a pique mas si los que querían salvar , podría ser que se perdiesen todos, que era fuerza que abordando un navio con otro, y andando la mar tan como andava por lo menos se habían de desaparejar todo el velambre y jarcias. Preguntole al Maestre, que le parecía, y de golpe respondió, o salvémonos todo o perdámonos con el Diablo. Como oyo esta razón el piloto queriendo mas salvarse a si y a sunave con seguridad, que con duda perderse todos, se assomó a la escotilla que en la popa corresponde a los que están en el leme, y dixo a voces cierra todo, cierra todo, dale a la banda y mando que marcasen las velas, y al instante dio la nave una media vuelta alrededor, quedando con la proa a la parte que tenia antes la popa, de manera que la proa desta nave fue navegando encontrándose con la del galeón que se iba apique, y quando el entendió que estaba cerca de la capitana y que abordando se podría salvar, se alló burlado viéndola navegar en rumbo contrario del suyo con todas las velas con que no tuvo remedio alguno. En la determinación del Piloto se conoció cuanto muchas veces es major el con sejo osado que el maduro, pues si se siguiera el de la piedad fuera cierto, como el mismo piloto havia dicho al virrey perderse todos. El Capitan del navio viendo su desdicha y la de su gente sin remedio al guno de salvar las vidas a quatrocientos hombres que llevaba en su galeón dixo señor virrey que haremos pues V. Excelencia nos desampara de esa suerte, a que le respondió cada uno se salve y Dios os salve que yo no mudo. Como esto oyo el capitán, mando que mareasen a tierra, que estaría de allí cincuenta leguas, por ver si podría salvarse en ella mas iva tan metido en el agua, y las olas tan altas que parecía no podría durar sobre el agua dos horas. Casi fue visto desde la capitana que se yva a pique, mas sobre el agua le perdieron de vista sin haverse sabido jamás de el ni de persona que en el fuese. La tierra que le estaba mas cercana era el cabo de buena Esperanza, que se conocía por unos pajaros que been en aquellos parajes que llaman mangas de veludo. Quedo la gente de la Capitana viendo aquel espectáculo toda con los ojos en el suelo sin mirarse unos a otros ni hablar palabra alguna y pare cía que todos esperaban otro sucesso semejante. Un caballero que devia tener en aquel Galeon cosa de su obligación con otros que le acompañaban se le saltaron las lagrimas y viéndolo el Maestre de la Nao le dixo porque llora, y respondiéndole de lo que veo, y el le volvió este viaje es tan trabaxoso que primero le faltaran lagrimas, que causas para derramarlas. Desde esta altura, que como he dicho eran treinta y cinco grados de la parte sur, fueron declinando altura y llegándose a la equinoccial, costeando la Africa, y pasando la isla de San Lorenço llegaron a Moçambique, que está
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a dieciséis grados de altura de la parte sur . Alli dieron fondo y la mas de la gente salto en tierra y tomo refresco al cabo de cinco meses de navegación. Governaba aquella plaza Don Nuño Alvares Pereira, que empezó su vida quando la acababa. Era hermano del Conde de la feira y murió de cincuenta y seis años de edad, y habiendo sido persona inquieta en todo el discurso de su vida, se bautizo a la hora de la muerte, de que se presumió la certeza de su salvación porque el Clerigo que le bautizo era judío, y confesso en la Inquisición donde fe preso y castigado que no bautizaba con la intención de la Iglesia entre otras culpas que confesso. Luego que esto se supo aviaron a Don Nuno Alvares Pereira que andava sirviendo al Rey en aquellas partes; y fue Dios servido que le llegase el aviso a tiempo, que estaba enfermo del mal de la muerte, y en aquel estado se volvió a bautizar y murió. En los ocho días que allí se detuvieron corrió un temporal, que obligo a algunas delas a hacerse a la mar por ser aquel puerto malissimo y lleno de baxios y restingas, y la capitana casi que toco, y a prestesa con que el virrey que estaba en tierra la acudió la salvo. Es Moçambique casi isla, y en ella ay un fuerte de quatro baluartes y por naturaleza le hace mas fuerte estar fundado sobre una peña en que bate la mar y dexa de ser isla el fuerte por solo una cortina franca, y las cortinas de los baluartes que corresponden a esta las ciñe el mar. En frente desta, que no bate la mar esta el lugar. Son pocas las casas y de mala architectura las mas cubiertas de hoja de palma. Esta en la Torrida zona en dieciséis grados del sur y otras tantas apartada de la Equinocial. Los habitadores son negros que llaman cobres, y son gentiles. El trato es oro que se halla en polvo en la superficie de la tierra, y algunas pastas de el llanas como la palma de la mano y del mismo tamaño; pero esto en partes señaladas por la tierra adentro. Demas desto ay mucho marfil por la abundancia que ay de elefantes y este se trueca por ropas y por hierro, que se le lleva de la India. Pasados ocho días partieron de Moçambique para la India. Tardaron un mes en llegar a Goa, puerto tan deseado de todos los que fueron en este viaje al cabo de seis meses de navegación continua de cinco mil y quinien tas leguas. BNE, mss. 2.362, folios 83-86.
V. ARMADORES Y CALAFATEADORES CATALANES CAUTIVOS EN ARGEL (1590)
Los maestros y calafates y otros ofiçiales de haçer galeras que trauajan en la [a]tarazana de Barçelona en seruiçio de Vuestra Majestad diçen que ellos han dado por dos veçes petiçion ha V. M. en que representauan como ha respetto al poco sueldo que cada uno dellos tenía como es ha cada maestro dar a dos reales y medio cada dia y halos calafates y serradores dos reales cada día delosquales se auian de sustentar ellos y sus casas y familias siendo como son la mayor parte de los dichos maestros y offiçiales, defuera de Barçelona algunos demas de veynte leguas della, no podian sustentarse. Antes con el çelo que tenían, de seruir ha V. M. an asistido en el ejerçiçio de sus ofiçios y an gastado y consumido la mayor parte y casi todas sus açiendas mediante lo qual y tiniendo consideración aque por ser tan poco el dicho sueldo, muchos de los dichos maestros, muchas veçes despachan los dichos car gos y se huyan y haçianse marineros y los tomauan y [los] cautiuauan los Infieles, los quales [una vez] cautiuados los açen trauajar de sus of fiçios y por ningun dinero los dan en rescate y segun esto podra venir tiempo que no se halle quando sea menester un maestro por ninguna cosa, y se aduierte ha V. M. que quando se offreçe querer haçer galeras, dellos ay que se esconden y hu yen, por no trauajar con tan poco salario y esto por no poder sustentar sus casas y familias, los quales suplicaron ha V. M. fuese seruido de mandarles crecer, ha cada maestro de los que son defuera de Barçelona aquatro reales cada día, y ha los que son naturales dela dicha çiudad juntamente con los calafates y serradores, a tres reales y medio por cadadía lo qual sera comodo sueldo para la sustentaçión dellos y sus familias y continuaran con ello todas sus vidas el seruicio a V. M. en la dicha [a]tarazana como desean y tienen voluntad, y porque asta agora no ha V. M. mandado tomar resuluçion en ello Suplican
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ha V. M. se sirbe de mandarla tomar, y porque ha V. M. conste de los maestros y calafates que estan cabtiuos en poder de moros de pocos años ha esta parte haçen presentacion dela nomina dellos, con este, aunque con otro hiçieron presentaçion de la misma ha V. M. con el daño que dello viene atoda la Cristiandad, y V. M. mando al virrey de barçelona que informase el qual nunca lo hiço, ni asta hoy lo ha echo, y por hallarse al presente, en esta corte persona que puede de todo dar Relaçión muy buena como hombre que lo sabe muy bien, el qual es el capitan Antonio dalsate y suplican ha V. M. sea de su Real seruiçio mandar al dicho capitan antonio dalsate, que aga la dicha relacion ha V. M. que dello Reçiuira mucha merced de su real mano. // De la çiudad de Barcelona: Matias Cida (maestro de naves), Pere Ragues (calafate), Juan Gornals (calafate), Juan Goday (maestro de naves; fallecido), Manuel Caxa (cala fate; fallecido), Leonart Rodrigo (calafate; fallecido), Pere Nulla (calafate; fallecido), Pere Fuster (calafate; fallecido), Parot Noya (calafate; fallecido), Juan de Cadaqués (calafate; fallecido). De la villa de Mataró: Juan Barçeló (maestro de naves), Gabriel Ros (maestro de naves), Juan Estaper (maestro de naves), Juan Morera (maestro de naves), Juan Font (calafate), Juan Monj (calafate), Antich Morera (maestro de naves; fallecido), Gabriel Arropit (maestro de naves; fallecido), Juan Vila (calafate; fallecido). De la villa de Arenys: Miguel Benages (maestro de naves), Pere Ricart (calafate), Antonio Form (maestro de naves; fallecido). De la villa de Cañete: Juan Flor (maestro de naves),Bartolomé Planes (maestro de naves; fallecido). De la villa de Calella: Pau Oliver (maestro de naves), Pere Oliver (maestro de naves), Esteban Lobet (maestro de naves), Juan Batle (maestro de naves), Juan Siuilla (calafate), Juan Astol (maestro de naves; fallecido), Bernat Astol (maestro de naves; fallecido), Bernat Verges (maestro de naves; fallecido), Raphel Bosch (maestro de naves; fallecido), March Camp de Sunyer (maestro de naves; fallecido), Miguel March (calafate; fallecido). De la villa de Malgrat: Miguel Turut (maestro de naves), Bernat Reitx (maestro de naves), Antoni Ferran (maestro de naves).
ANEXOS
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De la villa de Blanes: Juan Bautista (maestro de naves), Juan Garau (maestro de naves), Miguel Xifre (maestro de naves), Pedro Costa (calafate; fallecido), Antoni Serra (calafate; fallecido). De la villa de Lloret: Antoni Oliuer (maestro de naves), Juan Garau (maestro de naves), Antoni Soris (calafate), Thomeo Soris (calafate), Juan Pasapera (maestro de naves; fallecido), Gaspar Trauer (maestro de naves; fallecido), Juan Miros (calafate; fallecido). De la villa de Tossa: Raphel Beldrich (maestro de naves), Juan Andreu (maestro de naves). De la villa de Sant Feliu de Guisoles: Antoni Serra (maestro de naves), Miguel Serra (maestro de naves), Baltasar Blanch (maestro de naves), Antich Durban (calafate), Gaspar Serra (maestro de naves; fallecido), Juan Soler (maestro de naves; fallecido), Antoni Blanch (maestro de naves; fallecido), Domingo Rosellona (maestro de naves; fallecido). De la villa de Palamós: Juan Proiger (maestro de naves), Juan García (calafate), Benet Cabreras (maestro de naves), Miguel Constanti (calafate), Remolar (calafate), Pere Soler (maestro de naves; fallecido), Damián Villarrasa (maestro de naves; fallecido), Gabriel Marso (maestro de naves; fallecido), Pere Proiges (calafate; fallecido), Gabriel Ferrer (calafate; fallecido), Guerau Ramis (calafate; fallecido). De la villa de Sant Pol: Antoni Vieta (maestro de naves), Antoni Zamon (maestro de naves; fa llecido). De la ciudad de Tortosa: Miguel Homedes (maestro de naves), Honofre Burth (maestro de naves), Juan de Siniera (calafate), Sebastià Alemany (maestro de naves; fallecido). AGS, GA., leg. 312, folios 103-107.
VI. PUEBLOS, CLIMAS Y PODER, SEGÚN JEAN BODIN
Se exceden los antiguos historiadores cuando alaban la virtud, la integridad y bondad de los escitas y otros pueblos nórdicos, porque no merece ser elogiado quien, por carecer de inteligencia y no conocer el mal, no puede ser perverso, sino quien, conociéndolo y pudiendo ser perverso, decide ser honesto. También se engaña Maquiavelo cuando asegura que los peores hombres del mundo son los españoles, italianos y franceses, sin haber leído jamás un buen libro, ni conocer los otros pueblos. Si comparamos los pue blos meridional, septentrional y central, comprobaremos que su natural guarda cierta relación con la juventud, la vejez y la edad madura del hombre y con las cualidades que se atribuyen a cada edad. Cada uno de estos tres pueblos usa para el gobierno de la república los recursos que les son propios. El pueblo de septentrión de la fuerza, el pueblo central de la justicia, el meridional de la religión. El magistrado, dice Tácito, no manda en Alemania como no sea con la espada en la mano… Los pueblos del centro, que son más razonables y menos fuertes, recurren a la razón, a los jueces y los procesos. No hay duda de que las leyes y procedimientos provienen de los pueblos del centro: del Asia Menor —cuyos oradores son famo sos—, de Grecia, de Italia, de Francia… No es de hoy la abundancia de plei tos en Francia; por muchas leyes y ordenanzas que se dicten para eliminarlos, el natural del pueblo los hará renacer. Además, es preferible resolver las diferencias mediante pleitos que con puñales. En resumen, todos los grandes oradores, legisladores, jurisconsultos, historiadores, poetas, comediantes, charlatanes y cuantos seducen el ánimo de los hombres mediante discursos y palabras hermosas proceden casi todos de las regiones centrales… Los pueblos nórdicos se valen de la fuerza para todo, como los leones. Los pueblos centrales, de las leyes y de la razón. Los pueblos del mediodía
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se valen de engaños y astucias, como los zorros, o bien de la religión. El ra zonamiento es demasiado sutil para el espíritu grosero del pueblo septentrional y demasiado prosaico para el pueblo meridional. Estos no se conforman con las opiniones legales ni con las hipótesis retóricas, en equilibrio entre lo verdadero y lo falso, sino que sólo aceptan demostraciones ciertas u oráculos divinos, más allá del entendimiento humano. Constatamos también que los pueblos del mediodía, egipcios, caldeos y árabes, han creado las ciencias ocultas, las naturales y las matemáticas que inquietan los ingenios mejores y los constriñen a reconocer la verdad. Casi todas las religiones se han originado en los pueblos del mediodía de donde se han propagado por toda la tierra, No significa esto que Dios tenga preferencia de lugar o de persona, ni que deje de arrojar su luz divina sobre todos…, sino simplemente que el fulgor divino luce mucho más sobre los espíritus limpios y puros que sobre los impuros y agitados por pasiones terrenas… No debe asombrar nos que los pueblos meridionales sean mejor gobernados mediante la reli gión que mediante la fuerza o la razón… Cuanto más se desciende hacia el mediodía, los hombres son más devotos, más firmes y constantes en su religión, como en España y aún más en África… La razón principal gracias a la cual el estado de Etiopía se ha conservado durante tanto tiempo floreciente y hermoso, y de que sus súbditos se mantengan obedientes a su príncipe y gobernante, consiste en que viven persuadidos de que el mal o el bien no les viene de sus amigos o enemigos, sino de la voluntad de Dios. De todo lo anterior se puede deducir que los pueblos de la región central están mejor dotados para gobernar las repúblicas por tener más prudencia natural; ésta es esencial en las acciones humanas, pues, como piedra de toque, juzga la diferencia entre lo bueno y lo malo, entre lo justo y lo injusto, entre lo honesto y lo deshonesto. Con la prudencia se manda y con la fuerza, propia del pueblo septentrional, se ejecuta. El pueblo meridional, menos idóneo para el gobierno de las repúblicas, se dedica a la contemplación de las ciencias naturales y divinas, distinguiendo lo verdadero de lo falso. Jean BODIN, Los seis libros de la República, Madrid, Tecnos, 1992, 2ª edición, pp. 221-222; selección, traducción y estudio preliminar de Pedro Bravo Gala (la primera edición en lengua francesa es de 1576).
VII. LA POBLACIÓN NEGRA, SEGÚN MONTESQUIEU
Si tuviera que defender el derecho que hemos tenido de esclavizar a los negros, diría lo siguiente: Los pueblos de Europa, después de haber exterminado a los de América, tuvieron que esclavizar a los de África para emplearlos en la roturación de tan gran cantidad de tierras. El azúcar sería demasiado cara si no se emplearan esclavos en el trabajo que requiere el cultivo de la planta que lo produce. Estos seres de quienes hablamos son negros de los pies a la cabeza y tienen además una nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerse de ellos. No puede cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio, haya dado un alma, y sobre todo un alma buena, a un cuerpo totalmente negro. Es tan natural pensar que la esencia de la Humanidad la constituye el color, que los pueblos de Asia, al hacer eunucos, privan siempre a los negros de la relación que tienen con nosotros de una manera más señalada. Se puede juzgar a los seres según el color de la piel como se juzga según el color de los cabellos; para los egipcios, que fueron los mejores filósofos del mundo, era esto de tal trascendencia que daban muerte a todos los pelirrojos que les caían entre las manos. Prueba de que los negros no tienen sentido común es que hacen más caso de un collar de vidrio, que del oro, el cual goza de gran consideración en las naciones civilizadas. Es imposible suponer que estas gentes sean hombres, porque si los creyéramos hombres se empezaría a creer que nosotros no somos cristianos.
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Algunos cortos espíritus exageran demasiado la injusticia que se hace a los africanos, pues si fuese tal como dicen, a los príncipes de Europa, que conciertan entre ellos tantos convenios inútiles, se les habría ocurrido la idea de concertar un convenio general a favor de la misericordia y la compasión. MONTESQUIEU, Del Espíritu de las Leyes, Madrid, Tecnos, 1995, 3ª edición, pp. 166-167; introducción de Enrique Tierno Galván; traducción de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega (la primera edición en lengua francesa es de 1748).
VIII. EL CONTINENTE ASIÁTICO, SEGÚN ANTHONY SHERLEY Ceilán Ceilán es una isla grandísima que tiene… muchos reinos, y su majestad algunos de ellos y harto provechosos si fuesen bien gobernados y manejados, de manera que todos los provechos que naturalmente da fuesen beneficiados con el cuidado que es justo. [Está situada] al pie del Cabo Comorín,1 y como un sol echa sus rayos y reverbera sobre todas las Indias [orientales]. Y si la conquista de esta isla hubiese caído en las suertes de la nación española, 2 que no estrecha sus ánimos limitadamente a provechos, sino a señorío, pa ra que con ello [se puedan] defender y conservar [mejor] los provechos, pues que sin [ánimo de señorío] los provechos son ni más ni menos que agua que gotea de voluntades ajenas cuyos canales son tiempos y ocasiones con el mudamiento de los cuales se tuerce la llave del canal y cesan los provechos. [Y] en ninguna manera pueden ser duraderos si no son acompaña dos con un cuerpo de fuerza y poder y amparados con él, de manera que pudiesen competir… contra cualquier movimiento y mudanza. Y este cuerpo [de fuerza y poder] no tiene Su Majestad en ninguna manera en estas Indias orientales y en los que se llaman sus estados en ellas, Situado en la punta meridional de la península india. Al igual que durante los si glos XVI, XVII y XVIII, en los alrededores del Cabo hubo una localidad del mismo nombre que actualmente es conocida como Kanyakumai. La ciudad principal más cercana es Thiruvananthapuram, capital del estado de Kerala. 2 Aunque ya en 1506 don Lourenço de Almeida, hijo del primer Virrey de la India portuguesa, don Francisco de Almeida, se trasladó a Ceilán, la ocupación lusa no se produjo hasta 1518. Los holandeses se apoderaron de la isla a mediados del siglo XVII, y fue cedida a los británicos en 1796, asimilándose a su Corona en 1802. 1
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porque son incluidos solo en [los emplazamientos]… que hallaron los portugueses más dispuestos para sus tratos. Y son sembrados en tanta distancia los unos de los otros que es imposible que los unos puedan acudir a las precisas necesidades de los otros, ni defenderlos en sus aprietos por el mucho tiempo que forzosamente pasará de por medio. Primero en la razón de avi sar. [Seguidamente] en hacer provisiones y prevenciones. [Y finalmente] en juntar las fuerzas, las cuales, como son derramadas por tantas distancias, no se pueden juntar sin [tardar] mucho tiempo (…las navegaciones en aquellos mares no se hacen sino por monzones, 3 y es fuerza aguardar las disposiciones de ellos para poder navegar al socorro de cualquiera de estos estados de Su Majestad). Pero si esta isla hubiese sido conquistada de hecho y todos los estados que Su Majestad tiene en las Indias [orientales], que son derramados en manera que ni tienen proporción de estados ni distribución de partes, hubiesen sido agregados a [ella]… se hubiese hecho cuerpo de fuerzas y poder…, es cierto que los portugueses hubiesen sacado de sus otros puertos los mismos provechos que sacan y mucho mayores, y echado mayor y más firme raíz de subsistencia con la autoridad, reputación y poder que hubiesen tenido de un cuerpo sustancial y entero en sí mismo en poder y riquezas. No vale en ninguna manera en Razón de estado la opinión sola de poder sin el acompañamiento y amparo de verdadero poder y fuerzas, porque tanteado y puesto el negocio a la prueba, luego publica su engaño, pues… es imposible de huir el cuerpo de la prueba… en la razón del objeto al cual tienden los movimientos del tiempo que son alteraciones. Esta isla es de muy largo término y de excelente aire y templanza, y fertilísima en todo lo que es necesario y de regalo para la vida. Es un bosque de canela, tiene grandes minas de oro y se imagina que las tiene de plata. [También tiene] mucha pedrería e infinitos ganados, [así como] los mayores y más estimados elefantes de [toda] la India. Es verdad que es yerma de puertos, aunque en muchas partes de su marina tiene [una] disposición muy grande para [construir] muelles. Reverbera, como [ya] he referido, sobre todas las naciones de la parte de África que caen en el mar [ sic] Índico, como lo hace sobre las de Asia, [y desde] la Arabia feliz hasta la China. En fin, [Ceilán] es [la única plaza] que se puede escoger y desear para tener por medio de [ella] no sólo el señorío de las contrataciones de todas las Indias Los monzones son vientos periódicos asociados a grandes lluvias, especialmente en el océano Índico y en el sur de Asia. El monzón del sureste, que arranca de la costa de Kerala, comienza en la primera quincena de junio. El monzón del noreste, cuyo centro se sitúa en el estado indio de Tamil Nadu, comienza habitualmente en octubre. Estos vientos soplan desde el suroeste durante una mitad del año, y del noreste durante la otra. 3
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[orientales], [sino] la autoridad de la misma superioridad en todas ellas. E infaliblemente cinco mil españoles acabarían con la conquista. Sumatra, Narsinga, Gioao, Bengala, Pegu, Siam, Calimanan, Aboa, Borneo, Cochinchina y todos los demás potentados mayor es y menores hasta la China No hay cosa nueva para referir más de lo dicho que los objetos, aspectos, intentos y discursos de todos estos potentados en lo que toca a los estados de Su Majestad. Y no hace al propósito del fin al cual tiende este discurso que hablar de las disposiciones que tienen los unos con los otros, por no hacer ninguna de ellas al caso de las cosas de Su Majestad. Y si [se] hiciesen, [se verá que] los estados y reyes son meramente sin natural sustancia de milicia y armas para cualquier efecto. Y en materia de lo necesario, los unos son faltos de lo que [les] sobra a los otros. Es verdad que algunos de ellos pueden poner en campaña y henchirla con innumerables ejércitos, aunque de mala gente y peor armada como [por ejemplo]… el [rey de] Calimanan, los reyes de Pegu, el [rey de] Siam y el [rey] de Cochinchina. Y ninguno de ellos tiene [poder] por el mar , del cual es señor el chino en aquellos parajes. Pero para que V[uestra] E[xcelencia] se satisfaga de la disposición que los mayores de ellos tienen entre [sí]…, [le diré que] el Bramán usurpador del reino de Pegu, para extinguir la sucesión de los reyes antiguos de Pegú, conquistó Martabán, cuyo rey [estaba] casado con la hija del rey de Pegú, y la mató cruelmente [junto al] rey su marido y… sus hijos. Después hizo guerra contra el rey de Pron, pariente del rey de Martabán, casado con [la] hija del rey de Aboa, el cual, para defender el reino de su yerno y de su hija hizo liga,… [deshaciéndose] del rey de Siam para aprovecharse con sus fuerzas y su poder contra el Bramán [del] rey de Pegu, el cual para divertir al rey de Siam se aunó con el grande Calimán, antiguo enemigo y competidor del rey de Siam. Estos son los aspectos que tienen estos potentados en tre ellos mismos. Los que entre ellos siguen la voz del turco son mortales enemigos de los estados de Su Majestad, y las inclinaciones de los otros son variables y mo vidas con las olas de los provechos e intereses que entran con su creciente en sus puertos. El punto [relevante] es que Su Majestad se haga señor solo del repartimiento de todos los provechos que se navegan y se trafagan por aquellos mares, y con hacerse tal [será] señor absoluto de sus voluntades y de todos los beneficios que se sacan y se pueden sacar de los estados de ellos.
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China y Japón La China es [un] grandísimo Imperio,… tan sobrado en todo lo que es necesario para la vida y para el regalo de ella, que puede con liberalísima mano repartir… a todo el mundo. Tiene grandes minas de oro, plata y… todo [tipo de] metales, con infinita cantidad de sedas, cotonías, azúcar , drogas y tinturas de todos [los] géneros. Y con todo eso, el Imperio es muy defectivo en [el] mayor nervio, que es [la] milicia. [La milicia de la China está formada] de gente floja y de pensamientos aplicados solo a [las] labores de todo gé nero de labranza y crianza. Y los caballos, inducidos por el vicio de la tierra, son todos holgazanes, moles y afeminados, sin género de valor . Y la resistencia que hace este Imperio al tártaro y al rey de Cochinchina procede de las plazas que tiene, bastante fortificadas contra el poder de un enemigo que consiste sólo en caballería inhábil para cerco o asalto como es la infantería de Cochinchina. Las contrataciones que hacen aquellos estados no las hacen por falta que tienen de ellas, sino para tener más poblados a los estados y más ricos a los particulares… y más barridos de pobre e inútil gente. Y para que los derechos reales [sean] mayores y más amplios sus tesoros, hinchan al reino de todos géneros de artes. Y por ser estas contrataciones de ejercicio y no de necesidad, y fundadas sobre la afluencia de los materiales que ellos tie nen para sí y sobre la necesidad que otras naciones tienen de ellas, no salen sus mercaderías por otro trueque sino de plata que da precio a todas [las] mercaderías. Antiguamente los chinos tuvieron su Imperio dilatado por toda la India oriental hasta Madagascar, pero cansados con los gastos de tesoros y con sumo de personas para poder defender y amparar tanto término…, resolvieron… dejar todo lo de fuera y… retirarse dentro de su concha… como lo hicieron con todo… Aquellas partes tienen muy poderosas Armadas debajo de almirantes, subordinadas al Almirante general de todo el Imperio. No tienen sólo armadas en los puertos de la mar , sino muchas y muy bien apercibidas en los ríos grandes de los cuales hay muchos en la China para seguridad de los tratantes contra los insultos de salteadores. Por [enemigos] tiene este Imperio al tártaro de Catay , a los reyes de Japón y de Cochinchina. Y estos tres, con enemigo aspecto y con variable a los estados de Su Majestad, como lo hacen de todos los potentados de aquellas partes del Mundo. Japón, aunque es isla… dividida en muchas…, comprende en su término muchos reinos, unos mayores y otros menores. Las naciones de [estos rei nos] son soberbias, astutas y en ninguna manera leales, muy dadas a las armas: velan con ellas muy grandemente. Provechoso ha sido el trato del Ja -
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pón [con] los portugueses por la mucha plata que de ordinario sacaron del [reino] en trueque de… lienzos de flores y mercaderías de la China. Hasta tanto [esto fue así] que los rebeldes [de Holanda] resolvieron las voluntades de los potentados de aquellos estados contra los portugueses. Ni era el ha cerlo negocio de mucha dificultad y trabajo con tener tan dispuesta la materia en razón de la natural volubilidad e inconstancia de la gente y de la mala inclinación que habían cobrado a los portugueses en los años que tuvieron conversación con ellos. Estos estados tienen algo [de poder] en [el] mar , lo cual es refrenado por el gran poder que el chino tiene. La gente es feroz, aplicada a la guerra, y hace tanta ventaja a la China en el mar que no es poca la sospecha que el chino tiene de ellas. Y en razón de la sospecha hace grandísimas e innumerables prevenciones por [el] mar contra ellos. 4 Con todo, son faltos los estados del Japón de mucha parte de lo que es necesario, y dependen de voluntades ajenas para poder tenerlo. Filipinas y las Molucas Las Filipinas, con haber sido la conquista de ellas por [los] españoles, son un cuerpo de estado de señorío, el cual trae y mantiene provecho. El [lugar que ocupan en la Monarquía es tan relevante] que en el conservarlas o en perderlas consiste la conservación o perdimiento del señorío del mar del Sur, [así como] los provechos del trato de las especierías de las Molucas y la seguridad del asiento que tienen los portugueses en Macao, que es el puerto que China ha permitido que tengan en sus estados para sus contrataciones. No hay estado de Su Majestad en todas las Indias [orientales] que los rebeldes [holandeses] e ingleses codicien con tanta hambre por ser empresa ajustada al tamaño y fundamento que tienen todas sus empresas por no ser reales…, ni hay… materiales para todos sus discursos como [en] las Filipinas, pues… con tenerlas tienen tan francamente suyo el señorío del mar del Sur con el trato de la China y [el] de las especierías de las Molucas, [a]de -
4 A la muerte de Oda Nobunaga, gran militar y autor de una auténtica revolución en el arte de la guerra en Japón al emplear por primera vez en el campo de batalla el arcabuz obtenido de los portugueses (1543), asume las riendas del poder uno de sus lugartenientes, Toyotomi Hideyoshi, que decide asumir la política de su antecesor , asumiendo el título de taik o¯ o regente. El más ambicioso proyecto de Hideyoshi fue la expedición militar contra Corea. Considerada como una temeraria aventura exterior , la envergadura de la flota coreana y la ayuda prestada por China lograron parar en dos ocasiones (1592 y 1597) la penetración de las fuerzas japonesas, que finalmente, no sin antes sufrir grandes pérdidas humanas y materiales, hubieron de abandonar la empresa.
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más de los provechos que sacan de las minas de oro de las cuales hay harto buenas en aquellas islas. El principal y más fundado medio para poder conservarlas —con ser tan apartadas y por tantas distancias de mares divididas del cuerpo de esta Mo narquía—, [consiste] en quebrar las contrataciones de estas enemigas nacio nes, las cuales les dan poder para emprender y para ejecutar. Y que en el interín Su Majestad tuviese en… Manila galeras que anduviesen discurriendo por todos los parajes de las mismas Filipinas y de las Molucas, en los cuales los ingleses y [los] rebeldes [de Holanda] hacen sus tratos de especierías. Y como los [habitantes de las Molucas] no tienen puerto ninguno, y [como] los [cargamentos] [se producen] en playas abiertas y rasas, las galeras, con escurrir tierra, impedirán que las lanchas de los enemigos… puedan cargar y descargar. Y [una vez] desamarradas… es menester que tengan mucho tiempo para volver a sus puertos, en razón de las violencias de las corrientes. Y… ya que las [islas] Molucas son de la Corona de Castilla por haberlas cobrado los españoles con sus armas de los rebeldes, mucho haría al caso que Su Majestad procurase por medio de la industria del Virrey de Méjico que se hiciese una Compañía [comercial] en Méjico para… el trato de aquellas es pecierías, las cuales desembarcadas en Acapulco con mucha facilidad y con poca costa serían [llevadas] por el río Alvarado5 a Veracruz, y embarcadas en la flota de Nueva España para Sevilla, y trafagadas de Sevilla al estanque y feria del final, que es negocio importantísimo en razón de muchas y diversas maneras de conveniencias, pues… el aumento del trato de los vasallos de Su Majestad traerá en mengua el de los enemigos. Y con el provecho del trato se irán aumentando bajeles, y con ellos Su Majestad tendrá el señorío en el mar del Sur. Y los mismos [comerciantes] tratarán de conservar las Filipinas por ser la defensa propia de ellos mismos y padrastro sobre los enemigos. Y además del aumento grande que Su Majestad recibirá en sus derechos reales, adquirirá con poner este estanque en el final… otro realengo que no tiene en la Lombardía, que es un puerto propietario suyo, y lo tendrá amplísimo en ra zón del concurso grande de naciones que acudirán a la feria de las especie rías. Y sé, Excelentísimo Señor, que digo algo y mucho. Las Molucas son apetecidas [por] todas las naciones en razón de la inestimable riqueza que da a todas… con la fruta de sus especierías. En ellas primero tuvieron pie los moros mahometanos, a los cuales echaron los portu gueses, y a los portugueses [los] echaron los rebeldes [de Holanda], de los cuales los españoles las cobraron. Son [unas] islas [que están] llenas de muchísima riqueza y de ninguna fuerza ni poder natural para poderse defender
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El autor se refiere al río Papaloapan, en el golfo de México.
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contra cualquier agresor… Y puesto que el aumento de contrataciones acrecienta los poderes por [el] mar , parece que si Su Majestad fuese servido de aumentar y ensanchar la contratación que ya tiene en el negocio de [las] es pecierías, con el mismo aumento del trato se irán multiplicando las contrataciones en aquellos mares, y con ellas el poder por [el] mar. Anthony SHERLEY, Peso de todo el Mundo, 1622.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
A) FUENTES DE ARCHIVO Archives Départamentales des Bouches-du-Rhône, (AD BdR): 50 H 30, 51 H 99. Archivo General de Indias, Sevilla, (AGI), IG (Indiferente General): leg. 741; CH (Charcas), leg. 33. Archivo General de Simancas, Valladolid, (AGS), E (Estado): legajos, 300, 400, 433, 435, 436, 437, 2.642; GA (Guerra Antigua): legajos, 127, 236, 237, 238, 239, 242, 262, 312, 786; SP (Secretarías Provinciales): Libros, 1521, 1522, 1550. Archivo Histórico Nacional de España, Madrid, (AHN), Cons (Consejos): 41.475; OOMM (Órdenes Militares): expedientes, 1.625, 4.574. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, (AHPM): Protocolo 2.345. Archivo Histórico de Protocolos de Sevilla, (AHPS): Cívico (VIII), Libro IV. Archivo Histórico Ultramarino, Lisboa (AHU): Mozambique, caja 1, documento nº 10. Archives du Ministère des Affaires Étrangères, París, (AMAE): Fonds Di vers-Memories et Documents, (Turquie), legajo 7. Archives Nationales de France, París (ANF): B7 50, G9 22, G9 23. Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Portugal (ANTT): Chancelaria Régia (Pedro II). Biblioteca Nacional de España, Madrid (BNE): mss. 2.362, mss. 3.572, mss. 9.995. Bibliothèque Nationale de France, París (BNF): F-5.001 (92), F-23.61 1 (549), Ld. 43-3 (7), 43-18, 43-30, 43-35, 44-4, 8º O3 g.1, 8º O3 j.57. Real Academia de la Historia, Madrid (RAH): D-25. B) BIBLIOGRAFÍA Publicaciones anteriores a 1900 BERRINGTON, W., (1722), The Great Blessings of Redemption fr om Captivity, Londres, s. e.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TOPONÍMICO
Acapulco, 120, 172 Adriático, 124 África, 18-19, 50, 52-53, 98-108, 1 10, 113115, 125-129 Agunde Godínez, Baltasara, 82 Ahmed III, 124-125 Akbar, «el grande», 121 Alba, duque de, 69-70, 111 Alcalá de Henares, 82 Aldrete, Bernardo José de, 84 Alentejo, 106, 110 Alfonso Mola, Marina, 22, 100, 103, 105, 118, 120, 128, 137, 178, 184 Allen, Paul C., 106, 178 Alloza Aparicio, Ángel, 22, 104, 178 Alonso Álvarez, Luis, 120, 178 América, 19, 49, 51, 69, 83, 93, 98-101, 103-110, 114-115, 120, 128-129 Anaya Hernández, Luis Alberto, 53, 179 Andalucía, 106, 110 Angers, 35, 68 Angola, 52, 98, 102, 105, 109-110, 112, 127 Annobon, isla, 126 Antillas, 127 Antunes, Cátia, 111, 179 Aragón, Catalina de, 71 Arcila, 53, 102, 107 Argel, 28-30, 35-36, 38-39, 42, 46, 50-51, 56, 75, 107, 126 Arias Montano, Benito, 91 Ariès, Philippe, 78
Arles, 34, 41 Artola, Miguel, 78 Asia, 11, 19, 98-99, 101, 104-107, 110, 114116, 119, 129 Aston, Trevor, 66 Atlántico, 18, 27-28, 31, 36, 41, 43, 46, 4850, 56, 74, 106-107, 109-110, 114, 126 Auerbach, Eric, 80 Aurangzeb, 121 Austria, 65 Austria, Juan de, 81 Avignon, 35, 41 Azores, islas, 99 Azpilcueta, Martín de, 84 Bachrouch, 49, 179 Badajoz, 81, 85 Baden, 65 Barcelona, 78 Barendse, R. J., 122, 179 Barreto, Francisco, 109 Barreto Xavier, Angela, 101, 179 Batavia, 128 Baviera, 65 Bayona, 34 Beit-al-Faki, 128 Bello, Diego, 54 Belozerskaya, Marina, 65, 179 Beneyto, Juan, 78 Bengala, 122 Bennassar, Bartolomé, 27, 34, 47, 179 Berbería, 32, 35, 50, 53-54
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ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
Bernal, Antonio Miguel, 22 Berrington, William, 42, 177 Bigalli, Davide, 88, 179 Bignon, Jéróme, 89 Black, Jeremy, 123, 179 Blackburn, Robin, 46, 179 Blanning, Thimothy C. W., 114, 179 Bloch, Marc, 77, 80 Blumenberg, Hans, 62, 80 Bobbio, Norberto, 80 Boccadamo, Giuliana, 22 Bodin, Jean, 68, 89, 113 Bohemia, 65 Bolena, Ana, 73 Bombay, 111, 122 Bono, Salvatore, 22, 27, 29, 39, 52, 56, 126, 179 Borrell, Camilo, 89 Boubaker, Sadok, 22, 48, 180 Bouza, Fernando, 22, 49, 66, 80, 98, 180 Bovier de Fontenelle, Bernard le, 113 Boxer, Charles R., 100-101, 180 Brasil, 55, 102, 108-110, 127 Braudel, Fernand, 9, 22, 41-42, 45, 48, 78, 111, 180 Brederode, Enrique de, 70 Brenner, Robert, 71, 180 Bronner, Fred, 107, 180 Brunner, Otto, 78 Bruselas, 34, 69 Buena Esperanza, cabo de, 102, 114 Buenos Aires, 110 Bugía, 28, 36, 50 Butterfield, Herbert, 78 Cabo Verde, islas, 106, 112, 126 Cádiz, 35, 102 Calcuta, 122 Calderón, Rodrigo, 86 Calvino, 72 Canadá, 115 Cantón, 118, 120 Cardim, Pedro, 22, 80, 111, 180 Carducho, Vicente, 87 Carlos I, 47 Carlos II, 63 Carlos IX, 67-68 Carlos V, 63-65, 69, 75, 81, 87, 99, 103 Carrillo de Carvajal, Luis, 82 Cartagena, 35, 86 Cartagena, Alonso de, 92
Castilla, 81, 90-91, 93, 103, 110-111, 172 Castillero, Alfredo, 121, 180 Castries, Henri, 29, 180 Cataluña, 93-94, 110, 115 Cavite, 100 Ceilán, 105, 110 Cepeda y Ayala, Álvaro de, 86 Ceuta, 53, 107, 111 Chabod, Federico, 78 Chad, 54 Chandernagor, 122 Chasseneux, Barthélemy, 89 Chaudhuri, Kirti, 117, 180 Chaunu, Pierre, 27, 78 Checa, Fernando, 88, 180 Chile, 115 China, 20, 105, 112, 118-121 Chinchón, conde de, 108 Cipolla, Carlo M., 22, 66, 114, 180 Cipollone, Giulio, 34, 180 Clavero, Bartolomé, 79 Clément, Jacques, 75 Clemente VIII, 75, 83 Clemente XI, 119 Cochín, 110 Colbert, 75 Coligny, Gaspar de, 67 Colley, Linda, 29, 42, 47, 180 Colón, Cristóbal, 98, 115 Confucio, 119 Congo, 98, 102, 106 Constantinopla, 28 Córdoba, 31 Costa de los Esclavos, 102, 127-128 Costa de Marfil, 54 Coutances, 34 Cranmer, Thomas, 71 Cuba, 128 Curtin, Philip D., 46, 181 Dahomey, 126 Damâo, 110, 112, 121 Davies, Kenneth G., 128, 181 Davis, Robert C., 28, 50, 57, 181 Dejima, islote de, 117 Delgado, cabo, 106, 127 Descimon, Robert, 32, 182 Deslandres, Paul, 34, 181 Diez del Corral, Luis, 78 Diu, 110, 112, 121 Domínguez Ortiz, Antonio, 85, 110, 181
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Dumoulin, Charles, 89 Dupleix, Joseph François, 122 Egipto, 50, 122, 126 Egmont, 70 El Cabo, 127-128 Elias, Norbert, 80 Elliott, John H, 22, 47, 63, 69, 71, 76, 79, 86, 89, 97, 110, 115-116, 134-135, 181 Elmina, 106, 127 Eltis, David, 46 Emmer, P., 101, 125, 181 Enrique III, 68, 73-75, 83 Enrique IV, 63, 75, 89-90 Enrique VIII, 73 Escocia, 64, 72-73 Escorial, El, 74 Esmirna, 49, 122 España, 11, 17, 19, 28-29, 31-36, 40, 43, 4647, 50, 52, 55-56, 63-68, 70, 73-81, 83, 85, 87-88, 90-94, 97-99, 103-105, 108110, 115, 122, 126 Estrasburgo, 72 Europa, 11, 18, 21, 27-29, 31, 35, 38, 43, 4546, 49-57, 61-66, 69, 71, 73, 75-77, 79, 92, 98, 104, 106, 1 14, 117, 119, 122, 124-125, 129 Evans, R. J. W., 65, 181 Famagusta, 28 Farnesio, Alejandro, 70, 74, 81 Faxardo, Luis, 102 Fayard, Janine, 87, 181 Felipe II, 13, 29, 34, 49, 63, 65, 68-71, 7375, 81-85, 87-89, 91, 98-99, 103, 106, 108, 118, 119 Felipe III, 13, 47, 63, 75, 81, 85-87, 89, 103, 108-109 Felipe IV, 81, 85, 89, 98-99, 103, 108 Feltham, O., 69, 178 Fernández Albaladejo, Pablo, 22, 32, 79, 94, 182 Fernando I, 64 Fernando Poo, isla, 126 Feros, Antonio, 22, 86, 182 Filipinas, islas, 100, 103, 105, 120-121 Florencia, 28, 43 Fontainebleau, 41 Forcatul, Stephan, 89 Formosa, 19, 100 Foucault, Michel, 80 Francisco I, 63
193
Francisco II, 66-67, 72-73 Francisco Javier, 117 Frankfurt, 72 Freitas, Serafín de, 104 Gama, Vasco de, 121 Gambia, 128 García Cárcel, Ricardo, 22 García de Valdeavellano, Luis, 78 García Pallares-Burke, Lucía, 77, 182 García Pelayo, Manuel, 80 Garibay, Esteban de, 88 Gelabert, Juan Eloy, 84, 110, 182 Gil Pujol, Xavier, 80 Ginebra, 72 Goa, 101, 105, 110, 112, 121 Godinho, Vitorino Magalhães, 22, 53, 101, 182 Gómez de Losada, Gabriel, 37, 178 Goubert, Pierre, 78 Gran Bretaña, 115, 124, 128-129 Gran Canaria, 54 Granada, 82-83 Granvela, cardenal, 14, 70 Graswinckel, Theodore, 104 Grecia, 46, 163 Greene, Molly, 49, 182 Grimaldi-Hierholtz, Rosaline, 34, 182 Grocio, Hugo, 103-104 Gruzinski, Serge, 21, 111, 115, 182 Guadalcázar, marqués de, 108 Guéry, Alain, 32, 182 Guinea, 52, 112 Guisa, Enrique de, 73-74 Guisa, María de, 72 Gunder Frank, André, 21, 114, 182 Gutiérrez de Argüello, capitán, 107 Halde, Jean-Baptiste du, 119 Hamburgo, 122 Hartung, Fritz, 78 Herrero Sánchez, Manuel, 23, 101 Hershenzon, Daniel, 23 Hespanha, Antonio Manuel, 32, 79, 182 Hintze, Otto, 76, 183 Holanda, 28, 49, 70, 81, 102-103, 106, 108, 110, 115, 117, 124-125, 128 Horn, 70 Hornachos, 85 Hungría, 65, 124 Huntington, Samuel P., 62, 183 Ilo-Ilo, puerto de, 100
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ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
India, 101, 106, 110, 112, 117, 121-122, 127 Índico, 49, 105, 111, 121, 128 Inglaterra, 18, 28-29, 40, 46-47, 52, 64-65, 69, 71-76, 84, 103-104, 110-111, 115116, 122, 127-128 Inocencio III, 29 Iñurritegui, José María, 22, 79-80, 88, 183 Irán, 124 Isabel Clara Eugenia, 75, 83, 88 Isabel I, 71-72, 90 Islandia, 46 Israel, Johnatan, 71, 100-101, 183 Jacobo I, 47 Jamaica, 128 Japón, 20, 110, 116-117, 119, 121 Java, 122 Jilong, 100 Jiménez de Rada, Rodrigo, 91 João IV, 111 Jover Zamora, José María, 78 Kafadar, Cemal, 125, 183 Kagan, Richard L., 83, 183 Kaiser, Wolfgang, 23, 35, 48, 50, 183 Kangxi, 118-119 Kantorowicz, Ernst, 80 Kilwa, 106, 127 Klein, Herbert S., 46 Knox, John, 72 Koenigsberger, H. G., 69, 71-72, 133, 183 Koselleck, Reinhard, 78 Kriedte, Peter, 114, 183 Krieken, Gérard van, 29, 183 Kyoto, 117 Kyushu, isla, 116 Labrousse, Ernest, 78 Lalinde, Jesús, 78 Lane, F., 124, 183 Langue, Fréderic, 23 Larache, 53, 102 Lavisse, Ernest, 66 Le Roy Ladurie, Emmanuel, 78, 189 Le Tailler, Jeanne, 34 Leibniz, Gottfried Wilhelm, 119 Lepanto, golfo de, 27, 46 Lerma, duque de, 86 Lhasa, 118 Lisboa, 22, 30, 35, 41, 49, 52-53, 55, 88, 98, 101-102, 105, 111, 126 Lisón Tolosana, Carmelo, 117, 183 Lisón y Biedma, Mateo, 82
Livet, Georges, 66 Livi Bacci, M., 115, 183 Livorno, 45-46, 49, 122 Loanda, 127 Lobato, Manuel, 106, 183 Lobo Cabrera, Manuel, 53-54, 184 Londres, 47, 104 López de Legazpi, Miguel, 120 López Madera, Gregorio, 11, 18-19, 77, 8086, 88-94, 178 Lousse, Emile, 78 Lovejoy, Paul, 46 Luçon, 34 Lübeck, 122 Luis XIII, 29, 34, 43 Luis XIV, 33, 43, 63, 115 Lutero, Martín, 63, 65, 72, 185 Lutz, Heinrich, 64 Luzón, 120 Lyon, 35, 78 Macao, 19, 103, 105, 109, 112 Madeira Santos, Catarina, 23, 101, 184 Madeira, islas, 32 Madrás, 122 Madrid, 30, 34-35, 41, 49, 78, 84, 87, 1 10111, 120 Maetsuyker, 117 Magreb, 40, 51-52, 56 Málaga, 53, 107 Mali, 54, 106, 127 Malindi, 106, 127 Manca, Ciro, 49, 184 Manila, 100, 103, 105, 110, 120 Manrique de Lara, Juan, 82 Mantran, Robert, 125, 184 Manuel I, «el afortunado», 99 Mar Negro, 124 Maravall, José Antonio, 78 Mariéjol, Jean, 66 Marks, Robert B., 114, 184 Marques, Guida, 23 Marrakech, 50 Marruecos, 29, 31-32, 42-43, 51-52, 107, 126 Marsella, 30, 34-36, 49, 122-123 Marshall, P. J., 122, 184 Martí Viladamor, Francesc, 93 Martín Gutiérrez, 110, 184 Martínez Shaw, Carlos, 11, 20-22, 100, 103, 105, 117-118, 120, 123, 128, 137, 178, 184
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Martínez Torres, José Antonio, 29, 33, 3637, 42, 51, 54, 107, 126, 184 Matar, Nabil, 27, 185 Mathiez, Jean, 39, 185 Mauritania, 128 Maximiliano II, 64 Mazagán, 53, 102, 107 Mazalquivir, 53 Maziane, Leïla, 23, 27, 43, 50, 126, 185 Medici, Catalina de, 67 Mediterráneo, 18, 27-28, 31, 33, 36, 41-43, 45-46, 48-50, 56, 63, 75, 106-107, 1 11, 124, 126 Meknés, 28, 126 Melilla, 53 México, 100 Meyer, J., 128, 185 Mindanao, 120 Miralles de Imperial y Gómez, Carlos, 109, 185 Mogadiscio, 127 Mogador, 50, 53 Moka, 128 Molucas, islas, 19, 100, 103, 105, 110, 122 Mombasa, 102, 106, 127 Moncada, Sancho de, 75, 103-104, 178 Mongolia, 118 Montaigne, Michel de, 62 Monteiro, Saturnino, 101, 185 Montesquieu, 113 Morea, 124 Mote, F. W., 118, 185 Mozambique, 101, 109, 112, 127 Murteira, André, 23, 101, 185 Nagasaki, bahía de, 105, 110, 117 Nantes, 34-35, 67, 89 Nápoles, 43 Nevers, 41 Nicot, J., 41, 178 Nieremberg, Juan Eusebio, 92 Níger, 54 Niño de Távora, Juan, 103 North, D. C., 114, 185 Nueva España, virreinato de, 106-108 Nunes de Leao, Duarte, 88 Oberman, Heiko, 65, 185 Ocampo, Florián de, 91 Oceanía, 115 Oestreich, Gerhard, 80
195
Olivares, conde-duque de, 82, 89-90, 94, 99, 105-108, 116 Oliveira e Costa, João Paulo, 23, 117, 185 Orán, 53 Orange, Guillermo de, 14, 70 Osaka, 117 Ouidadh, 128 Pacífico, 49, 105, 110, 121 Pagden, Anthony, 69, 80, 104, 185 País Vasco, 106, 110 Países Bajos, 52, 63-65, 69-71, 76 Palacios Rubio, Diego, 93 Palatinado, 65 Palermo, 43 Pallier, D., 66, 185 Pantera, Pantero, 31, 178 Pardos, Julio A., 68, 185 París, 32, 34-35, 41, 66-67, 75, 77 Parker, Geoffrey, 48, 61, 63, 66, 69, 74, 8788, 105-106, 184, 186, 188 Parma, Margarita de, 70 Pate, 106 Patna, 122 Patón, 84 Pedro II, 29, 33, 177 Pekín, 118-119 Pellegrim, Antonio, 39 Pellicer de Ossau, José de, 92 Pelorson, Jean Marc, 83 Peñón de Vélez de la Gomera, 53 Pereña, Luciano, 88, 186 Pérez de Guzmán, Alonso, 73 Pérez Zagorin, 66, 186 Persia, 20, 121 Perú, virreinato del, 54, 106-108 Peter, Jean, 29, 186 Pétré-Grenouilleau, Olivier, 125, 186 Phelan, John L., 120, 186 Pío V, 81 Platón, 119 Plymouth, 47 Pockock, John, 80 Polanyi, Karl, 80 Pondichéry, 122 Porcel de Peralta, Paula, 86 Portugal, 11, 17, 19, 28-29, 31-35, 38, 40, 52, 55, 66, 69, 74, 79-80, 87, 97, 99, 101-103, 105, 108-111, 115, 126128 Poumarède, 37, 186
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ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
Praga, 65 Quelimane, 127 Quesnay, 119 Quevedo y Villegas, Francisco de, 84-86 Quíos, 28, 50 Rahn Philips, Carla, 105, 186 Ramada Curto, Diogo, 88, 104, 186 Ramírez, Pedro Calixto, 93 Rau, V, 111, 186 Repgen, Konrad, 63, 186 Requesens, Luis de, 70 Reyes Católicos, 99 Ribot, Luis, 22, 105, 187 Ricart, Robert, 114, 187 Ricci, Mateo, 119 Richet, Denis, 32, 68, 187 Roche, Daniel, 77 Rodolfo II, 65 Roma, 64, 66, 68, 73, 75, 91, 118-119 Romier, Lucien, 66 Rooney, Thomas, 110, 187 Rubiés, Joan Pau, 80 Ruiz Ibáñez, José Javier, 80 Ruiz Martín, Felipe, 23, 84, 187 Runciman, Steven, 28, 187 Rusell, Conrad, 69 Rusia, 123-124 Saavedra Fajardo, Diego, 92 Sables d’Olonne, 34 Safi, 50 Sahara, desierto del, 53 Saint Malo, 34 Salamanca, 78, 82, 101 Salazar de Mendoza, Pedro, 89, 92, 178 Salé, 28, 32, 35, 39, 50, 126 San Felipe de Benguela, 127 Sanders, Nicholas, 83 Santa Elena, isla de, 102 Santo Tomé, isla de, 112, 127 Sarmiento de Acuña, Diego (conde de Gon domar), 104 Saunders, A. C. de C. M., 53, 55, 187 Scelle, G., 46, 52, 187 Schaub, Jean-Frédéric, 23, 80, 98, 108, 187 Schmitt, Carl, 61-62, 80, 104, 187 Schurz, William Lytle, 120 Schwartz, Stuart, 23 Sebastián I, 74 Senegal, 48, 54, 114, 128 Setúbal, 111
Sevilla, 53-55, 82-83, 103, 109, 120 Sherley, Anthony, 19, 103-105 Shuval, Tal, 51, 187 Sicilia, 43 Sierra Leona, 126, 128 Sixto V., 73, 83 Skinner, Quentin, 80 Sócrates, 119 Sofala, 127 Spence, J., 119, 188 Stella, Alessandro, 52, 181 Studnicki-Gizbert, Daviken, 98, 109, 188 Suárez de Figueroa, Cristóbal, 104, 178 Subrahmanyan, Sanjay, 188 Suecia, 104, 124 Sully, 75 Sumatra, 169 Tabarca, 50 Tamsui, 100 Tánger, 107, 111 Taparry, Heleine, 34 Tarascón, 41 Tavistock, 42 Ternate, 100 Tesauro, Antonio, 84 Tete, 127 Tetuán, 28, 50 Thomas, Hugh, 46, 127, 188 Tibet, 118 Tidore, 100 Toledo, 85 Tomar, 98-99, 105 Tomás y Valiente, Francisco, 32, 86, 188 Tooley, M. J., 113, 188 Torres, Cosme de, 117 Toulon, 35-36 Trevor-Roper, Hugh, 78 Trípoli, 28-29, 35, 39, 42, 50, 56, 126 Troeltsch, Ernst, 78 Tsunayosi, shogun, 117 Tudor, María, 69 Turgot, 119 Turquía, 20, 28, 46, 48, 52, 75, 123, 126 Valdés, Diego de, 89 Valencia, 78 Valensi, Lucete, 74, 188 Valignano, Alessandro, 117 Valladares, Rafael, 23, 69, 80, 99, 101, 108, 188 Vázquez de Menchaca, Fernando, 88, 93
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Veen, Ernst van, 101, 188 Venecia, 28, 34, 43, 123-124 Veronne, Chantal de la, 41, 188 Vicens Vives, Jaume, 22, 78-79 Viena, 64, 123-125 Vilar, Jean, 82, 103, 188 Vincent, Bernard, 23, 52-53, 85, 181, 188 Viroli, Mauricio, 79, 189 Viterbo, Annio de, 91 Vitkus, Daniel, 27, 46, 189 Vivanti, Corrado, 66, 90, 189 Voltaire, 62
Vovelle, Michel, 78 Welch, Sidney R., 128, 189 Wishart, Georges, 72 Witte, Frans de, 100 Yates, Frances Amelia, 90, 189 Yuste, Carmen, 120-121, 189 Zanzíbar, 50, 106, 127 Zapata, Pedro Rodrigo de, 88 Zaragoza, 78 Zelanda, 49, 70, 81 Zeller, Gaston, 63, 189 Zysberg, André, 29, 51, 189
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Esclavos, imperios, globalización (1555-1778) constituye un riguroso esfuerzo por repensar una serie de cuestiones historiográficas de primera magnitud desde tales perspectivas y presupuestos. El tejido de interconexiones con el que se abordan las tres partes en que se divide este libro –referidas fundamentalmente al fenómeno de la esclavitud cristiana en las poblaciones del Mediterráneo musulmán, y a la teoría y praxis de los imperios en dos momentos (1580-1640 y 1700-1715) de las interrelaciones entre los diversos continentes en que se estaba produciendo un sensible cambio en el reparto territorial del mundo por parte de las grandes potencias europeas– es original y oportuno. La historia sustantiva de los estados asiáticos y norteafricanos se da la mano con la historia de la llamada expansión europea fuera de sus fronteras, y esto hace que el conjunto del trabajo consiga así una plausible articulación gracias a la recurrente perspectiva de la primera globalización, la globalización ibérica, eje fundamental y permanente fuente de inspiración del texto.
ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
No tiene nada de novedoso comprender la historia en su globalidad. Desde los clásicos textos de Heródoto de Halicarnaso a Ibn Jaldún, pasando por los no menos importantes estudios de Adam Smith, Karl Marx, Max W eber, Oswald Spengler, Arnold J. Toynbee y Fernand Braudel, numerosos pensadores se han preguntado cómo se originó la humanidad y cómo se ha llegado a su estado actual. No obstante, sólo en las últimas décadas ha parecido tan necesario como posible satisfacer esa necesidad por medio de una evaluación razonada y sistemática de los conocimientos disponibles. Sin duda los historiadores tienen mucho que decir , y prueba de ello son los debates que se originaron en el seno del XIX Congr eso Internacional de Ciencias Históricas celebrado en la ciudad de Oslo en el año 2000. Quizás la pr opuesta metodológica más r elevante que se consensuó en este for o de diálogo consistía en rechazar el marco del Estado-nación, porque cuestionaba las entidades socio-culturales ya pr esentes incluso antes de su advenimiento político, y por que despreciaba aspectos de mayor calado y envergadura.
JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ TORRES
ESCLAVOS, IMPERIOS, GLOBALIZACIÓN (1555-1778)
José Antonio Martínez Torres
ISBN: 978-84-00-09227-6
Ilustración de cubierta: Salero estilo Bini-portugués. Reino de Benin, siglo XVI, marfil 30 x 1 1 cm. Museo Británico, Londres.
CSIC
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
José Antonio Martínez Torres es investigador contratado en el Centro de Historia de Alén-Mar (Universidad Nova de Lisboa-UNED). Ha trabajado en la Universidad Autónoma de Madrid, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en el Centre de Recherches Historiques de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Entre sus publicaciones como autor y editor destacan Prisioneros de los infieles. Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo musulmán (siglos XVIXVII) (2004), Circulación de personas e intercambios comerciales en el Mediterráneo y en el Atlántico (siglos XVI, XVII, XVIII) (2008), Peso de todo el mundo (1622) y discurso sobre el aumento de esta monarquía (1625) (2010), y La trata de esclavos cristianos en el Mediterráneo durante la Edad Moderna , (en prensa). Actualmente coordina, junto con el pr ofesor Carlos Martínez Shaw, España y Portugal en el Mundo (1580-1668) (publicación prevista en el segundo semestre de 2011).