El patrimonio histórico y arqueológico : valor y uso
 9788434465947, 8434465949

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Josep Ballart

EL PATRIMONIO HISTÓRICO Y ARQUEOLÓGICO: VALOR Y USO

Ariel

D iseño cubierta: Vicente M orales

1.a edición: octubre de 1997 4.a impresión: diciembre de 2007 © 1997: Josep Ballart Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo: © 1997 y 2007: Editorial Ariel, S. A. Avda. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona ISBN 978-84-344-6594-7 Depósito legal: 54.215 - 2007 Impreso en España por Book Print Digital Botánica, 176-178 08901 L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona)

Para Carla, que creció con el libro

SUMARIO

C a p ít u l o 1

La especie humana, entre la naturaleza y la cultura

C a p ítu lo 2

Pasado, historia, patrimonio

C a p ít u l o 3

El valor del patrimonio histórico como recurso

C a p ít u l o 4

La conservación y uso del patrimonio histórico: una mirada en el tiempo

PRESENTACIÓN Es preciso poseer no sólo lo que los hombres han pensado y sentido, sino lo que sus manos han manejado, lo que su fuerza ha ejecutado, lo que sus ojos han contemplado, todos los días de su vida. J. R u s k i n , 1849

E n la fachada del m useo V ictoria & Albert de Londres, a cada lado del arco central de acceso al edificio, hay u n as estatu as alegó­ ricas. A los pies de la figura de la izquierda hay inscrita en letras de oro la p alab ra Inspiration y a los pies de la figura de la derecha, la palab ra Knowledge. E stím ulo intelectual y sensorial, p o r u n lado, y conocim iento, por el otro; dos aspiraciones m uy hu m an as, servidas m ediante la m ás clásica de las bienvenidas, g rab ad a en el fro n tisp i­ cio, que podem os esp erar de u n gran m useo. Posiblem ente sea la im agen m ás p reclara p ara expresar el valor que los seres h u m an o s han adjudicado al legado m aterial de la historia. Pero ¿tiene sentido hoy día, com o quizá lo tuvo en el suyo —los tiem pos de la rein a V ictoria— , referirse en térm in o s tan alti­ sonantes a las cosas m ateriales que la h isto ria nos deja? ¿H asta qué p u n to ha ido cam b ian d o el aprecio social h acia los objetos del p a ­ sado, o el valor que se les adjudica? C uestiones parecidas a esas gravitan a lo largo y ancho de este texto, el cual tiene com o tem a central el papel que las personas reservan, hoy com o ayer, al legado de la historia bajo la form a de los vestigios que se h an conservado. El legado m aterial de la histo ria es la m ateria p rim a sobre la que trab a jan historiadores, arqueólogos y m useólogos, entre otros p ro ­ fesionales. Su actividad, realizad a en yacim ientos, m onum entos, universidades y m useos, h a gozado trad icio n alm en te de gran acep ­ tación social y ha sido justificada p o r ideales de servicio a la socie­

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PRESENTACIÓN

dad, com o los que destilan las dos p alab ras del frontispicio del cé­ lebre m useo londinense. Sin em bargo, hoy en día, d em asiado a m e­ nudo, instituciones cread o ras y divulgadoras de cu ltu ra com o los m useos y las universidades ex p erim en tan agudas crisis p o r falta de recu rsos y escasez de ideas, m ien tras el p atrim o n io histórico sigue sufriendo en m uchos rincones p o r el ab an d o n o de la A dm inistra­ ción y la inercia de los hom bres. La im agen que conservam os del m useo-tem plo del saber, custodio de los tesoros del arte y la cu l­ tu ra, se desdibuja en u n m o m en to h istórico en que la p alab ra p a tri­ m onio adquiere valor de co n ju ro y va de boca en boca, y la gente de la calle parece que se p reo cu p a m ás que an tes p o r el p asad o y la historia. Posiblem ente, hoy com o ayer, los objetos del pasad o m ás esti­ m ados sean los objetos artísticos. Sin em bargo, n u estra sociedad actual, m ás abierta, perm isiva e ig u alitaria que la sociedad de hace u n siglo, está red escu b rien d o la riq u eza enorm e, la variedad y el po d er de los objetos que la h isto ria nos lega, que no son sólo los o b ­ jetos artísticos, y que ag ru p am o s en u n gran saco que o p o rtu n a ­ m en te denom in am o s p atrim o n io , p o rq u e som os conscientes que nos pertenecen a todos p o r herencia. Así, suscribim os con e n tu ­ siasm o las p alab ras de R uskin y nos dejam os llevar p o r la pasión de conservar. R ealm ente los objetos del p asad o son u n tipo de cosas que nos fascinan com o seres h u m a n o s po rq u e son m ateria h u m a ­ nizada y porque llevan el sello ad m irab le de sus desaparecidos creadores. Casas, h erram ien tas, m o n u m en to s, objetos artísticos, utensilios dom ésticos, tu m b as, arm as, etc., son h isto ria m ateriali­ zada h echa presente, con su carga co m u n icad o ra in dem ne al paso de los siglos, siem pre claro está, que sepam os in terp retarla. El le­ gado de la h isto ria h a tenido siem pre u n g ran valor p a ra los seres h um anos, sobre todo u n valor ejem plarizante; desde H erodoto al m enos, hay p ru eb as a b u n d an tes al respecto. Pero p arece que p ara la sociedad m o d ern a el aprecio h acia las cosas del p asad o vaya in ­ cluso en alza, p recisam en te p orque es m o d ern a y g usta del co n ­ traste con lo antiguo. E n u n m u n d o cam b ian te y d inám ico com o el actual en el que el tiem po es oro, las cosas que p erm an ecen atra en la atención de u n a m an era peculiar. Pero los objetos del p asad o que h an vencido el paso del tiem po no son solam ente sim ples obje­ tos de deseo, son en realidad el m ejo r recu rso de que disponem os p a ra e sc ru ta r el paso del tiem po y c o n tra sta r n u estro hoy con el hoy de las generaciones que nos precedieron. Son, p o r lo tanto, o b ­ jetos p ara la ciencia que no ad m iten u n a lectu ra sim ple y unívoca,

PRESENTACIÓN

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al contrario; po r eso en su com plejidad contribuyen a ab rirn o s el verdadero cam ino h acia el conocim iento. Este libro, escrito cu ando toca el fin de este siglo, contiene u n a casi obligada reflexión sobre las relaciones en tre pasado y p re­ sente, o dicho de o tra m anera, sobre el lugar del pasado en el pre­ sente; por ello se p ropone m o strar cóm o los seres h u m an o s h an ido dando valor a los objetos del pasado, desde tiem pos antiguos h asta el día de hoy, y de qué m an era y en función de qué circunstancias se ha ido producien d o este proceso de recu p eració n y de asim ila­ ción de la m em oria, y de revalorización de sus huellas m ateriales. Por ello ha sido necesario establecer de qué m anera, en función del valor otorgado en cada m om ento histórico, los hom bres han p ro ­ curado preservar este patrim o n io de d añ o y destrucción, y han en ­ co n trad o los usos m ás apropiados —ciencia, m agia, escuela, espec1 táculo— p ara el m ejor aprovecham iento de un recurso que no p re­ senta siem pre u n a ap arien cia de u tilidad p ráctica inm ediata, pero que tiene un calado profundo p orque h u n d e sus raíces en el tiem po, y u n a significación m ayor de la que p ara m uchos ap aren ta. Este texto tiene su origen en mi tesis doctoral, leída a p rin ci­ pios del año 1996 en el D epartam ento de Prehistoria, H istoria Anti­ gua y Arqueología de la Facultad de G eografía e H istoria de la Uni­ versidad de B arcelona. Creo que m e co rresp o n d e expresar aquí mi reconocim iento a las personas que de u n a u o tra form a me han ayudado en este trabajo. En p rim er lugar al d o cto r Josep M.a Fullola Pericot, cated rático de esta universidad, que fue d irecto r de la tesis, y a los m iem bros del tribunal, los doctores Josep G uitart, Xa­ vier H ernández, Josep M.a M ontaner, M.a Angels Petit y Santiago Riera. Diversas personas de distin tas procedencias, form ación y ac­ tividad profesional m e h an pro p o rcio n ad o inform ación y consejos que agradezco encarecidam ente; sobre todo el econom ista Joan Antoni G utiérrez, estim ado am igo; el d o cto r H enry Cleere, antiguo d irecto r del Council for B ritish Archaeology; el profesor Geoffrey Lewis, que fue d irecto r del D epartam ento de E studios M useísticos de la U niversidad de Leicester; el econom ista italiano de la cu ltu ra M arco Causi; el d o cto r Joan S an tacan a y el do cto r F rancesc Roca, de la U niversidad de B arcelona; el d irecto r de m useo Jordi Enrich; los com pañeros y am igos de la Societat C atalana d ’Arqueología, y los profesores Agustín Yagüe y Andrés M artínez. Barcelona, otoño de 1996

C a p ít u l o 1

LA ESPECIE HUMANA, ENTRE LA NATURALEZA Y LA CULTURA La naturaleza puede existir sin el hombre, pero el hombre no puede existir sin la naturaleza. De un poeta de Oceanía

Nuestra adicción al materialismo es en gran parte debida a la necesidad paradójica de transformar la precariedad de la concien­ cia en la solidez de las cosas. Nuestro cuerpo no es lo suficiente­ mente grande, bello y duradero com o para dar plena satisfacción al sentido de individualidad. Necesitam os de los objetos para magnifi­ car nuestro poder, realzar nuestra belleza y extender nuestra m e­ moria hacia el futuro. M . CSIKSZENTMIHALYl,

1993

H acedores de objetos El ser h u m an o se caracteriza, en tre o tras cosas, p o r p ro d u cir objetos. Los arqueólogos y los antropólogos h an estado pensando d u ran te m uch o tiem po que la pro d u cció n y uso de h erram ien tas era algo específicam ente hu m an o . Es p o r eso que se h a cara cteri­ zado al ser h u m an o com o H om o faber. B enjam ín F ranklin, que vi­ vió los orígenes de la ind u strialización m o d ern a en A mérica, la nueva tierra p ro m etid a de la Ilustración, lo vio m uy claro cuando dijo que el ho m b re era b ásicam en te un fab ricad o r de in stru m en ­ tos; sin d u d a era la definición que m ejor le iba. E n n u estro s días es m ás correcto afirm ar que la p ro d u cció n de objetos es u n a h ab ili­ dad propia de la especie H om o m ien tras se acep ta ad ju d icar ta m ­

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EL PATRIMONIO HISTÓRICO Y ARQUEOLÓGICO: VALOR Y USO

bién a determ in ad o s p rim ates, sobre todo a p a rtir de los estudios pioneros de J. S ab ater Pi, la tran sm isió n de p au tas de aprendizaje com o las que se m an ifiestan en la tran sfo rm ació n de fragm entos de m ad era o en la m anip u lació n y utilización de piedras, palos y hojas. No obstante, se sigue p en san d o que la p ro d u cció n de objetos de u n a m a n era consciente, sistem ática y co n tin u ad a h a co n stitu id o el elem ento básico de tran sm isió n cu ltu ral en tre los hum anos. Si el ser h u m an o fuese un ser ta n alejado del chim p an cé com o q u erían n u estro s an tep asad o s sería casi u n ser perfecto com o los que pueblan el P araíso y no p recisaría de p ro d u cir objetos; pero no lo es. Tiene u n a condición h u m an a, lo que significa que ha de ap li­ car sus ap titu d es d iligentem ente p a ra sobrevivir en u n m edio hostil com o lo es el m edio n atu ral. En o tras palabras, h a de tran sfo rm a r de alguna m an era el m edio que le ro d ea p ara p o d er gan arse refugio y sustento. La condición h u m a n a de la sen ten cia bíblica «ganarás el p an con el su d o r de tu frente» es inapelable y fue cab alm en te in ­ te rp re tad a en térm in o s antropológicos p o r M alinow ski, cu an d o es­ cribía: El ser humano, para poder vivir modifica continuamente su en­ torno. En todos los puntos de contacto con el mundo exterior crea un entorno secundario, artificial. Levanta casas o construye refugios; prepara la comida de una manera más o menos elaborada después de haberla obtenido ayudándose de armas y útiles diversos; abre ca­ minos y se vale de medios de transporte. Si el ser humano hubiese te­ nido que valerse únicamente de su dotación anatómica, pronto hu­ biera sido destruido, o habría muerto de hambre. La defensa, la ali­ mentación, la necesidad de moverse sobre el terreno, todas sus necesidades psicológicas y espirituales, las satisface mediante la in­ terposición de artefactos.

M arvin H arris, p ara ju stificar su teo ría m aterialista cu ltu ral aplicable al estud io de la evolución de las sociedades h u m an as, es­ cribió que, en definitiva, la vida social h u m a n a era el resu ltad o de u n a reacción frente a los p ro b lem as de n atu ra leza p ráctica que p re ­ sen ta la lucha p o r la existencia (H arris, 1982, 11). E n el fragor de esta lucha aparecen los artefactos. Los artefacto s son extensiones del hom bre, dijo M cLuhan; eso es, un tipo de ingenios ad ap tad o s a la co n stitu ció n n atu ra l de la es­ pecie, p ara llegar m ás lejos. E fectivam ente, la actividad h u m a n a se m anifiesta co n sp icu am en te en los artefacto s que son literalm ente pro d u cto s del ingenio h u m a n o hechos a p a rtir de la m odificación o

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tran sform ación de recursos m ateriales que ofrece el m edio n atu ral sobre el que el grupo h u m an o actúa. De entre todos los anim ales que h an poblado la superficie de la Tierra, el ser hu m an o es el único que es consciente de sus actos y el único que tom a experiencia del m u n d o que lo rodea p o r m edio de form arse ideas sobre el m ism o. En este sentido, al p ro d u cir a r­ tefactos, objetos, no hace o tra cosa que d a r form a a sus ideas (Beckow, 1982, 116). Todo eso tiene que ver con la noción de cultura; no en vano Lévi-Strauss h abía dicho que los hechos de la cultura, tanto com o sus productos, co n stitu ían elem entos de significación (Lévi-Strauss, 1972, 174-190). C ultura es, pues, u n en tram ad o de ideas que se ponen de m anifiesto, com o o p in a S. Beckow, m ediante los actos y los artefactos que el ser h u m an o produce y tran sm ite con el fin de ad ap tarse al en to rn o en el que ha de vivir y pro1crea rse.1 Aquí vam os a interesarn o s com o si de arqueólogos se tratase, precisam ente por estas conspicuas m anifestaciones de la cultura, po r estas creaciones m ateriales p ro d u cto del ingenio y de la activi­ dad h u m an a inform ada p o r la cultura, que el tiem po ha co n ser­ vado. En esencia estam os ante objetos y estru ctu ras concebidos p ara el uso, es decir, p ara d a r satisfacción a necesidades h um anas, tan to físicas com o psicológicas, au n q u e tam b ién in teresará el m a­ terial de desecho, todo aquello que sobra, fruto tam bién de la acti­ vidad pro d u cto ra en sí m ism a, que se ab an d o n a sobre el terreno. Todos los objetos creados p o r el ho m b re tienen, abstracción hecha de su uso real y efectivo, u n a vida física d eterm inada, m ás o m enos larga en el tiem po; así, perm anecen sobre el terren o po r un período

1. El concepto de cultura es objeto de debate. La concepción de cultura conocida com o ideacional. propuesta inicialmente por Karl Popper y Clifford Geertz, sostiene que cultura tiene que ver con ideas y con la transmisión de estas ideas de un individuo a otro. Por tanto, ni el acto ni el artefacto, su consecuencia, son en sí mismos cultura, sino manifestaciones de cultura. El antropólogo canadiense S. Beckow (Beckow, 1982, 116) lo explica muy claramente cuando dice: «Sabemos que es imposible transmitir pautas de comportamiento y artefactos de una genera­ ción a otra separadamente de las ideas que les proporcionan contexto y significado; todo lo que puede ser transmitido o comunicado son ideas por medio de las cuales pueden producirse, utili­ zarse o valorarse pautas de comportamiento y artefactos. Así, la cultura humana consiste sim ­ plemente en las ideas que los seres humanos poseen y utilizan para comprender el mundo. Y sólo los seres humanos muestran capacidad para dar forma a un sistema cultural; sólo los hom ­ bres pueden producir significado o dar sentido a las cosas.» Una derivación de estas ideas es la noción de cultura com o información. Como apunta Mosterín, cultura es información transmi­ tida mediante aprendizaje social (Mosterín, 1993, 32). Desde este punto de vista, cultura es pura información y ni los productos ni los procesos materiales resultantes, ni las conductas deriva­ das, son cultura sino manifestaciones de la cultura.

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de tiem po, m ien tras se acu m u lan m ás y m ás objetos que a m en u d o sobreviven a sus creadores y m ien tras o tro s objetos acab an por destruirse y desaparecer. Es u n hecho evidente que las cosas p ro d u cid as p o r los h o m ­ bres p erm an ecen sobre el terren o u n tiem po, m ien tras va c am ­ biando el aspecto del m ism o. El depósito orig in ario a p a rtir del cual el h om bre extrae la m ateria p a ra tran sfo rm a rla en objeto se m odifica y tran sfo rm a p au latin a m en te tam bién. C am bia pues el en to rn o n atu ral p o r o b ra y efecto del proceso de pro d u cció n de o b ­ jetos y p o r el m ism o proceso de devolución de restos o desecho, así com o p o r la Tarificación de los objetos creados en el pasado. Con el paso del tiem po y de generaciones de grupos de seres hu m an o s, la m odificación del en to rn o n atu ra l se m anifiesta de form a creciente y se hace tan ostensible que el fenóm eno p uede co n statarse y m e­ dirse históricam en te. N uevas generaciones de grupos h u m an o s en ­ cu en tran u n en to rn o físico y u n am b ien te n atu ra l cad a vez m ás al­ terados, m ás artificiales, m ien tras el su rtid o de p ro d u cto s a la vista no p ara de crecer. El agregado de p ro d u cto s p resen tes sobre la superficie de la T ierra en u n m o m en to d ad o nos in tro d u ce la noción de su rtid o m a ­ terial de la h u m an id ad , asim ilable a depósito cultural. Se tra ta de un inm enso cam po, p o r qué n o decirlo, arqueológico. Desde u n p u n to de vista antropológico o filosófico, no o b stante, la visión de tal m arem ág n u m nos evoca m ás explícitam ente la idea de m undo. P orque m u ndo es la casa exclusiva de los h u m a n o s sobre la Tierra, hecha con m ateriales p ro ced en tes de la m ism a tierra, tran sfo rm a­ dos p o r sus m anos. M undo es la expresión cu ltu ral y literaria del solar com ún hu m an izad o . No po d em o s p asar p o r alto aq u í que el artificio h u m an o del m u n d o es to d o aquello que sep ara definitiva­ m ente la existencia h u m a n a de to d a circu n stan cia m eram en te a n i­ m al (Arendt, 1974, 12), y que antropólogos, arqueólogos y otros científicos sociales, que sep aran lo específicam ente h u m an o y cu l­ tu ral en la Tierra, de lo an im al o p u ra m e n te n atu ral, se h acen eco de la noción de m u n d o com o expresión de con ten id o cultural. Si nos ceñim os a u n espacio d eterm in ad o o te rrito rio es co­ rrecto u tiliz ar la term inología al u so y co n sid era r aquel agregado de productos, p resen te en u n m o m en to dad o en ese lu g ar d eterm i­ nado, com o la cu ltu ra m aterial de u n d eterm in ad o grupo h u m an o en el cual los m iem b ro s del gru p o co m p arten u n p ecu liar sistem a cultural. Es in teresan te resaltar el hech o de que la cu ltu ra m aterial sea el conjunto de p ro d u cto s que el gru p o h u m a n o h a ido creando,

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que perm anece sobre el terreno y a m enudo sobrevive a los propios individuos. El paso del tiem po p roduce en los h o m b res la noción de p a ­ sado, noción que se co n trap o n e a la de presente. Del pasado llegan objetos y, claro está, inform aciones e ideas. Los objetos en concreto sirven m uy especialm ente p ara p o n er de m anifiesto claram ente ante las personas las nociones de co n tin u id ad y cam bio en tre p a ­ sado y presente, porque son evidentes p o r sí m ism os y porque d u ­ ran. P ara llegar a d istin g u ir perfectam ente en tre pasado y presente la hu m an id ad ha debido tra b a ja r d u ram en te, ha debido crear m u ­ chos objetos, los suficientes com o p ara que, a través de los m ism os, pudiera ver facilitada la capacidad de distinguir. P ara referirse a aquello que se recibe del pasado se utiliza el térm ino herencia. H erencia y p atrim o n io son dos nociones estre1chám ente relacionadas. H istóricam ente, p odríam os co n jetu rar que cam inan ju n ta s p ara llegar a confundirse en ocasiones. La noción de patrim onio, tal com o la entendem os en el sentido de aquello que poseem os, aparece h istó ricam en te cu an d o en el tran scu rso de ge­ neraciones, un individuo o u n grupo de individuos identifica com o propios un objeto o conjunto de o b je to s/E s el indicio fundam ental que prueba que se ha producido u n a clara separación en la m ente h um ana, entre el en to rn o n atu ral y el en to rn o creado artificial­ m ente. El en to rn o n atu ral está hecho de elem entos m inerales, ve­ getales y anim ales que existen previam ente e independientem ente del ser hum ano, y sobre los que el hom bre, que da p o r g aran tiza­ dos, actúa p ara satisfacer sus necesidades y p ro d u cir cosas. El en ­ to rn o artificial, que hem os catalogado de cultural, es el resto, todo aquello añadido p o r la acción del hom bre, p o r lo tan to relacionado con su condición. El hom bre-individuo se siente poseedor y de he­ cho se hace poseedor y se apropia, de u n a form a podríam os decir que «natural», de p arte del en to rn o artificial que ha co n trib u id o a producir, igual com o lo hace el ho m b re social. Al desaparecer, deja ese p atrim onio —su casa, utensilios, cam pos, etc.— a sus descen­ dientes. La herencia, en el sentido de trasp aso y sin connotaciones jurídicas obviam ente aquí, relaciona, conecta, vía objetos físicos, unos seres con otros; los h om bres y m ujeres de ayer, con los h o m ­ bres y m ujeres de hoy. Por m edio de los objetos el pasado se acerca al presente; con los objetos, el pasado viaja al presente y con ellos la cu ltu ra fluye. Así, los m ism os objetos producidos un día, en su estan te p erm a­ nencia a lo largo del tiem po y con su tra n sc u rrir noticiado p o r las

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distintas generaciones, alim en tan la cu ltu ra y co ndicionan p o r sí m ism os a los nuevos p ro d u cto res de objetos. Com o sabem os, el ser h u m an o es un ser social. Marx decía que un a de las condiciones n atu rales de producción p ara el individuo era la de p erten ecer a un colectivo o grupo; así, su p ro p ia existencia productiva sólo sería posible bajo aquella condición (fig. 1). E sto es lo m ism o que decir que los objetos creados sólo adq u ieren sentido si los em plazam os d en tro de su realidad social. El individuo solo no tiene sentido, ni tienen sentido la pro d u cció n y la ap ropiación de objetos realizados en p erm an en te aislam iento o en necesaria oposi­ ción individuo co n tra individuo. Com o acab am o s de apuntar, existe u n a producción pro p ia p ara el uso propio, u n a apropiación privada y u n a herencia individual, pero sobre todo hay, y eso es lo m ás sig­ nificativo y lo que tiene m ás sentido históricam ente, u n a p ro d u c­ ción fam iliar y social, u n a ap ro p iació n colectiva y u n a h eren cia de grupo. Es m ás, com o a p u n ta S. Pearce, la cap acid ad de p ro d u cir u n universo de objetos es u n a p arte fu n d am en tal de n u estra capacidad com o seres h u m an o s de crea r un am bien te social y de sentirnos d en tro del m ism o «com o en casa» (Pearce, 1992, 23). Dicho de o tra m anera, el proceso de socialización se perfila en el individuo en contacto con el m u n d o m aterial de los objetos creados o heredados p o r el grupo, que envuelven casi literalm en te al individuo desde su m ás tiern a infancia. Los objetos form an com o u n cascarón que nos rodea y protege, nos diferencia de los otros seres y especies de la n atu raleza y nos hace decir «en casa estam os». P or m edio de los objetos nos podem os reconocer colectivam ente com o seres h u m a ­ nos, pero tam b ién p o r m edio de los objetos nos podem os d iferen­ ciar individualm ente. C sikszentm ihalyi decía que precisam os de los objetos p ara m agnificar n u estro p o d er com o individuos, sentirnos m ás fuertes y bellos y extender n u estra conciencia hacia el futuro (Csikszentm ihalyi, 1993, 28). Qué d u d a cabe que en tre estos objetos particu lares que nos identifican y d iferencian hay objetos tan n u es­ tros com o los vestidos, los ad o rn o s o los tótem s. A m enudo, a la h o ra de legar, estos objetos peculiares tienen u n valor especial. El ser h u m a n o tiene u n a ex trao rd in aria cap acid ad p ara tra n s ­ fo rm ar la n atu raleza circu n d an te, que el paso del tiem po y el tra n s ­ c u rrir de la h isto ria no h an hecho m ás que acelerar, h asta llegar a un hoy en que la cap acid ad de los seres h u m an o s de influir en la natu raleza ha alcan zad o niveles que em piezan a ser críticos p ara el propio sistem a natu ral. No o b stante, en todos estos procesos hay un elem ento de m atiz an tro pológico que es preciso sacar a la luz:

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cuando el ser hu m an o crea u n en to rn o artificial, cultural, que su­ perpone al entorn o prim igenio de cará cter n atu ral, integra necesa­ riam ente la p u ra n atu raleza en aquél, ya que, m odificado o violen­ tado de una form a u o tra con m ayor o m en o r saña, el en to rn o n a­ tural se reviste siem pre de significados culturales en los que el hom bre recrea su condición n atu ral de especie y celebra que tiene a su disposición u n m edio gracias al cual sobrevive. Pero volvam os a los objetos y a las relaciones que se establecen entre éstos y las personas, en la dim ensión tiem po. Con el paso del tiem po, los objetos acu m u lad o s p o r el grupo em piezan a ser consi­ derados de form a diferente. La p ro p ia d in ám ica de la existencia hace que cada generación de h u m an o s no tenga necesariam ente que hacer uso, m odificar o conservar in tacto el universo entero de cu ltu ra m aterial con el que se relaciona. Una parte de los objetos que ag u an tan el paso del tiem po se to rn an obsoletos p orque otros ' objetos nuevos hacen la m ism a función; otros son arrin co n ad o s de­ bido a cam bios en las m odas, las costum bres, los usos o las creen­ cias, m ientras que aú n otros m ás p asan to talm ente desapercibidos. Son todos esos, en conjunto, objetos que q uedan atrás, lejos de la atención p rio ritaria de la gente. E n realidad, u n a p arte de los ins­ trum entos, lugares, estru ctu ras y objetos presentes en el territo rio concreto habitado p o r los individuos de u n a d eterm in ad a genera­ ción pasarán de largo. P aralelam ente, hay cosas que desp ertarán de nuevo la atención sólo tras un lapso de olvido y se im p o n d rá en aquel m om ento la urgencia del rescate del pasado. Se bu scará la m an era de recu p e ra r cosas que q u ed aro n atrás p ara darles un nuevo sentido, quizás m ás acorde con los tiem pos y au n pensando en el futuro. H ab rá m odas que vuelven y objetos que recu p eran con ellas su esplendor. El uso de objetos, el desuso, el reuso y el cam bio de uso son procesos n orm ales que afectan en todas p artes las rela­ ciones individuo-objeto y que se p ro d u cen desde el principio de los tiem pos com o la pro p ia arqueología ha dem ostrado. P ara in tro d u cir u n cierto o rd en en ese ap aren te desorden que afecta a la existencia de los objetos en sus relaciones con los indivi­ duos, se podría dividir a los objetos que h ab itan el presente, sin p a­ ra r atención a si.se trata de objetos fijos o tran sp o rtab les, y sin con­ sid erar objetos com o la com ida que sólo tienen sentido p ara ser consum idos inm ediatam ente, en tres categorías: 1. Los au to m áticam en te descartables o de desecho, porque no se les atribuye un valor que supere el m om ento que sigue a su

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generación siem pre m otivada p o r u n a necesidad in m ed iata de o r­ den funcional. P or ejem plo, un pedazo de papel p ara envolver u n a cosa, un b astó n recogido del suelo p a ra hacerlo servir de p alanca o la m asa de m o rtero so b ran te que el albañil retira y echa al suelo u n a vez ha puesto el ladrillo co rresp o n d ien te del m u ro que levanta. 2. Los que tienen u n valor tem p o ral, u n valor de uso fu n d a­ m entalm ente, que podem os llam ar objetos tran sito rio s, los cuales aco stu m b ran a te n er un uso privativo o co n stituyen u n m edio p ara p ro d u cir o tras cosas, o p asan de m an o en m ano en u n contexto productivo hasta que p o r decadencia, obsolescencia o desuso p a ­ san a la p rim era categoría, o p o r cam bio de valoración a la tercera categoría. P or ejem plo, u n vestido, u n m artillo o u n coche. 3. Los que h an de d u ra r el m áxim o tiem p o posible u objetos durables, los cuales gozan de u n aprecio especial y a m en u d o son revestidos de cualidades superiores, psicológicas, espirituales o científicas que hacen de los m ism os u n referente. P or ejem plo, un tem plo, un libro, u n a joya o u n a escultura. El tiem po juega en c o n tra de las cosas físicas ta n to com o en co n tra de las personas: u n as y o tras se gastan y se estropean. Pero las cosas que los individuos acu m u lan y les sobreviven, sean obje­ tos tran sito rio s u objetos du rab les y son tran sm itid as a los que vie­ nen después, se tran sfo rm a n en legado, en p atrim o n io heredado. El legado p atrim o n ial es siem pre u n reco rd ato rio p erm an en te p ara las generaciones venideras de todo lo bu en o y valioso que m erece conservarse del pasado. Si situam os estas ideas generales en el contexto específico del conservacionism o co n tem p o rán eo direm os que hace falta g eneral­ m ente u n acto de voluntad expresa de selección, guiada p o r sólidos fundam entos científicos, p ara que u n objeto, h ered ad o o no, pase de objeto de desecho u objeto tran sito rio a objeto d u rab le que m e­ rezca u n a larga existencia, p o r no d ecir etern a vida. Nos referim os a que el objeto en cu estión experim ente u n a h o n d a tran sfo rm ació n en la percepción del observador, de m odo que de objeto a secas se convierta en objeto de p atrim o n io cultural. Es así com o los objetos del p atrim o n io histórico, artístico y arqueológico gan an valor a ñ a ­ dido en el tran scu rso de su viaje en el tiem po y h asta en ocasiones u n au ra de m isterio y excepción que al p rin cip io no tenían. P ara determ inados científicos com o los arqueólogos, p o r ejem plo, el d e­ secho del pasado es tam b ién poten cialm en te u n objeto estim able y p o r principio en tra en la categoría de objeto de p atrim o n io cu ltu ­

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ral, ya que a efectos de inform ación científica, todo lo que viene del pasado interesa.

Algunas definiciones acerca del legado material R etengam os p o r un m om ento algunos de los conceptos clave expresados h asta aquí con el fin de p ro fu n d izar en aspectos relati­ vos al significado de los térm inos utilizados. De en trad a interesa p o n er atención en cu atro o cinco térm in o s básicos que h an ido apareciendo al hilo de la explicación precedente, com o son los de cosa, objeto, artefacto y cu ltu ra m aterial, todos ellos asociados a valores de civilización, y tam bién en algún otro, com o bien cu ltu ­ ral, estrecham en te relacionado con los anteriores, com o verem os. 1E n la literatu ra especializada, m uy a m en u d o objeto, artefacto y elem ento de cu ltu ra m aterial se co n fu n d en o se u san com o sin ó n i­ m os, por lo ta n to nos preguntam os: ¿cuál es el térm in o m ás ad e­ cuado p ara desig n ar aquellos elem entos singulares de n uestro le­ gado, sobre los que vam os a discutir? Cosa puede ser cu alquier cosa, valga la red undancia. Según el D iccionario de la Lengua E spañola de la Real A cadem ia de la Len­ gua, cosa es todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, n atu ral o artificial, real o ab stracta. Además, lógicam ente, com o se tra ta de un térm in o tan h ab itu al en el h abla co rrien te no podem os p reten d er que revista n ingún significado p articu larm en te preciso en el contexto del presente discurso. Dicho de o tra form a, com o ab arca un significado tan extenso, sólo cab rá utilizarlo en un con­ texto laxo. O bjeto com o sustantivo es u n térm in o de uso h abitual en el lenguaje estandarizado, y su acepción m ás inm ediata es cualquier cosa m aterial que se nos aparece com o presencia sensible a los sen ­ tidos. Así, la característica principal de los objetos es que ocupan espacio, es decir tienen tres dim ensiones y no pueden estar al m ism o tiem po en dos lugares distintos. Todo esto es im portante, pues con ello estam os describiendo el cará cter m aterial de los obje­ tos, au n q u e ello no siem pre es suficiente, ya que los objetos pueden a rra s tra r u n a dim ensión cultural no siem pre claram en te patente. Los objetos que in teresan en este estudio son u n tipo de realizacio­ nes m ateriales del ser h u m an o que tienen u n a d eterm in ad a locali­ zación espacial y tem poral. O bjetos son en realidad cada u n o de los com ponentes individuales de los que está hecho el m undo m aterial

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al cual investim os de significados cu ltu rales y que en m ás de u n a ocasión hem os d en o m in ad o en to rn o cultural. P or todo ello deb e­ m os precisar, con S. Pearce, que cu an d o h ab lam o s de objetos, in ­ cluim os «no ú n icam en te las p artes disco n tin u as del m u n d o m a te­ rial que podem os m over de u n lado p ara otro, sino tam b ién el m ás extenso m u n d o físico del paisaje con toda la e stru ctu ra social que lleva in co rp o rad o , las especies anim ales y vegetales que h an sido m odificadas p o r la h u m an id ad , etc.» (Pearce, 1992, 5). Desde un p u n to de vista antropológico, el térm in o objeto es m uy sugerente y m erece u n a atención especial, no en vano desde que hay seres h u ­ m anos hay objetos sobre la Tierra, pero no antes; antes h ab ía (y si­ gue habiendo) especím enes, según el p arecer cualificado y tal com o lo fija el lenguaje científico convencional. No o b stante, se nos p resen ta hoy día u n a incógnita: ¿son objetos aquellas cosas que p ro du cen d eterm in ad o s an in ales com o los ch im p an cés y que nos m u estra la etología? Artefacto es, según el D iccionario de la Lengua E spañola, to d a o bra m ecánica hech a según arte. E sta definición tan estricta co n tra sta con o tras de d istin tas lenguas d onde el énfasis en el ele­ m en to m ecánico no existe, p o r ejem plo en catalán. En el idiom a in ­ glés, po r artefact se entiende, de form a p arecida, cu alq u ier objeto realizado p o r el trab ajo del hom bre. Se tra ta de u n térm in o b as­ ta n te com ú n en la literatu ra especializada, au n cu an d o se u sa n o r­ m alm en te d en tro de un contexto técnico, que incluye dos cam pos de significación: p o r u n lado hace referencia a la presencia de u n elem ento físico (el m aterial con el que está hecho el objeto) y p o r o tro hace referencia a la actividad h u m a n a de tran sfo rm ació n de la m ateria en objeto. Es un concepto im p o rtan te en el sentido de que da cu en ta de que existe m ateria prim a, cuyo origen es n atu ral, y co­ nocim iento h u m an o aplicado bajo la form a de tecnología. A efec­ tos prácticos se aco stu m b ra d istin g u ir en tre artefacto s fijos —un m uro, u n a estru ctu ra de h ab itació n — y artefacto s móviles —u n a h erram ien ta, un co n ten ed o r dom éstico, u n objeto artístico— . E n la literatu ra especializada h istó rica y arqueológica de n u estro país, en p arte p o r las co n n o tacio n es m ecanicistas que conlleva y en p arte po rq ue la arqueología, que se n u tre de c u ltu ra m aterial, se siente m ejor servida utilizan d o térm in o s que se refieren a las p artes y a los vestigios de los objetos (o en el o tro extrem o a las constelacio­ nes y grupos de objetos), no aco stu m b ra a u sarse dem asiado. Antes de pasar al sigu ien te térm ino anun ciado es aconsejable introducir uno nuevo, el térm ino bien. B ien es una palabra fam iliar

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en el contexto de la m ateria que estam os discutiendo; sólo hay que pensar en el uso que se hace socialm ente de la expresión bien cu l­ tural. La p alab ra bien, u n bien, sin em bargo, lleva en sí m ism a la idea de provecho, porque siendo com o es u n p ro d u cto del esfuerzo hum ano, goza de la virtud de p ro p o rcio n ar beneficios y satisfaccio­ nes. Así, bien es todo aquello que p ro cu ra satisfacción. Con esta connotación es lógico que se utilice con m ayor confianza cu an d o se tra ta de un contexto económ ico o jurídico. B ien cultural es u n a denom inación específica que ha hecho fo rtu n a sobre todo en los países de origen latino dotados de u n a im p o rtan te herencia cu ltu ­ ral m aterial largam ente apreciad a y explotada. Los bienes cu ltu ra ­ les son aquel depósito de objetos heredados, especialm ente desig­ nados, que p ro cu ran satisfacciones intelectuales y espirituales y hasta incluso físicas, porque son testim onio del conocim iento acu ­ m ulado de la h u m an id ad o del ingenio y sensibilidad de alguna persona o colectivo. Es bastan te h ab itu al u tilizar tam bién la expre­ sión com o sinónim o de objeto de p atrim o n io cultural, pero de todo esto se h ab lará m ás adelante. Cultura material equivale a objeto en sentido colectivo, p o r tan to la expresión se utiliza p ara d esig n ar el co n ju n to de cosas m ateriales que el ser h u m a n o ha p ro d u cid o a lo largo de la h isto ­ ria. Se tra ta de u n a term inología m uy usual en la literatu ra espe­ cializada porque resp o n d e a las necesidades m ás b ásicas de d iscri­ m inación de los especialistas. No o b stante, al co n tra rio que el té r­ m ino artefacto-artefacto s, ad m ite in terp retacio n es diferentes dada la am p litu d del significado, ya que com o se acab a de a p u n ta r d e­ signa un com po n en te colectivo que puede llegar a ser ex trem ad a­ m ente diverso. Los estudiosos que lo u tilizan aco stu m b ran a m a ti­ zar a qué se refieren cu an d o h ab lan de cu ltu ra m aterial. Todo ello da lugar a que las d istin tas definiciones ensayadas del concepto co m p ren d an desde co n tru ccio n es m uy sencillas o restrin g id as a construcciones m uy extensas y ricas de m atices. Veamos algunos ejem plos. La expresión cu ltu ra m aterial form a p arte del vocabulario h a ­ bitual de la antropología y la h istoria n o rteam erican as y europeas, desde hace varías décadas. En su uso inicial cabe ra stre a r la in ­ fluencia del p en sam ien to m arxista — Lenin fundó en M oscú en 1919 u n a academ ia de la histo ria de la cu ltu ra m aterial (C arandini, 1984, 14)—. Con todo, el concepto viene de m ás atrás: ya form aba p arte del p ensam ien to de los p rim ero s grandes ordenadores b ritá ­ nicos de las disciplinas antropológicas, com o Pitt-Rivers, desde

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m ediados del siglo pasado. E n realidad, Pitt-Rivers, p ara quien «las cosas com unes son m ás im p o rtan tes que las p articu lares porque son m ás abundantes» (C arandini, 1984, 5), fue el p rim ero en elab o ­ ra r u n a teoría p a ra in te rp re ta r los restos de la cu ltu ra m aterial de las sociedades (Pearce, 1989, 4). Pero fue en E stados U nidos donde la expresión cu ltu ra m aterial hizo m ayor fo rtu n a a p a rtir de los años cincuen ta. Los antropólogos n o rteam erican o s em p ezaro n a u sa r la expresión incluso antes de esta fecha p a ra d istin g u ir de form a ap ro p iad a en tre las ideas o cu ltu ra m en tal y los artefactos —los ingredientes de la cu ltu ra m aterial—, au n q u e p ro n to se die­ ro n cu en ta de que no era la panacea. Es el caso de u n a de las p ri­ m eras definiciones form u lad as n u n ca acerca del concepto, o b ra de Clellan S. Ford en 1937, p ara quien Cultura tiene que ver fundamentalmente con la manera como la gente actúa. Así, las acciones que implican manufactura y uso, y la naturaleza de los objetos materiales constituyen la información de base de la cultura material. [...] Los artefactos no son en sí mismos información cultural, aunque son muy a menudo las manifestacio­ nes específicas de las acciones humanas y de los procesos culturales (Fontana, 1978, 77).

Dos décadas después, el co n cep to de cu ltu ra m aterial se a m ­ pliaba y ad q u iría vigor. E n las p alab ras claras y co n cretas del a n ­ tropólogo Melville H erskovitz (S chlereth, 1982a, 2), cu ltu ra m ate­ rial es el vasto universo de los objetos em pleados p o r la h u m an id ad p a ra hacer frente al m u n d o físico, p ara facilitar la relación social, p ara satisfacer la im aginación y p a ra crea r sím bolos do tad o s de significado. P ara el h isto riad o r T. J. S chlereth (S chlereth, 1982¿z, 2), literal­ m ente, c u ltu ra m aterial debía referirse a las m anifestaciones físi­ cas de la cu ltu ra y p o r ende a b ra z a r aquellos segm entos del ap re n ­ dizaje y co m p o rtam ien to de los individuos que les p ro p o rcio n an los m étodos y razones p a ra p ro d u cir y u tilizar cosas que se pu ed en ver y to car (com o la reja de u n arad o , u n artilugio, u n a estación de servicio, u n a m u estra de arte fu n erario o u n lavaplatos...). P or eso, p a ra T. J. S chlereth, c u ltu ra m aterial es u n a m a n era de decir a rte ­ factos en u n contexto cultural. C om o Clellan S. Ford, co n sid era indisociable la m anifestación física, el artefacto, del proceso que lleva a su aparició n , el cual sólo es com prensible d en tro de u n d e­ te rm in ad o contexto cultural.

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D urante los años setenta desde E u ro p a se pone énfasis en la dim ensión social del concepto. P ara el arqueólogo italiano A. Carandini, lo m ás im p o rtan te de la expresión cu ltu ra m aterial es el elem ento cu ltu ra porque detrás del universo de los objetos, el estu ­ dioso de la cu ltu ra m aterial busca el universo de los seres h u m anos y de las relaciones que en tre ellos se establecen (C arandini, 1984, 20). O tro arqueólogo, Funari, define cu ltu ra m aterial com o la p o r­ ción de la totalid ad m aterial ap ro p iad a socialm ente p o r los h o m ­ bres, porción que incluye artefactos, ecofactos, biofactos y cual­ q uier representación física de la cultura, com o el propio cuerpo h u ­ m ano (F unari, 1988, 79). F u n ari nos advierte que la h um anización directa de la n atu raleza, los ecofactos y biofactos citados, ya hab ía sido percibida po r M arx en El capital cu an d o afirm aba: Los animales y las plantas que se acostumbra a considerar como productos de la naturaleza son, quién sabe, si producto del tra­ bajo del año anterior o del año actual, pero en cualquier caso, en su forma actual son productos de la transformación continuada bajo control humano por medio del trabajo a lo largo de muchas genera­ ciones (Funari, 1988, 11). \

O tros especialistas de n u estro s días, en cam bio, rehuyen la ex­ presión cu ltu ra m aterial. El m useólogo canadiense S. M. Beckow prefiere utilizar siem pre el térm in o artefacto o artefactos, en p lu ­ ral, ya que, argum enta, «el térm in o artefacto da m ás clara razón del hecho de que u n objeto es u n a p ru eb a o u n a personificación m aterial del artificio hum ano» (Beckow, 1982, 117). P or su parte, el h isto riad o r del arte G. K ubler p atro cin a la expresión «form as en el tiem po» com o sustitutiva de cu ltu ra m aterial y la justifica razo ­ n an d o que con esta expresión es m ás fácil reunir ideas y objetos bajo la rúbrica de formas visuales: el término incluye tanto los artefactos como las obras de arte, tanto las réplicas como los objetos únicos, tanto las herramientas como las expresio­ nes resultantes; en resumen, todos los materiales que las manos hu­ manas han elaborado bajo la dirección de unas ideas desarrolladas según una secuencia temporal. De todas estas cosas salen formas en el tiempo (Kubler, 1962, 9).

E n su ex trao rd in ario libro The Shape o f Time, K ubler p ro p o r­ ciona argum entos variados p ara ju stificar la pertin en cia de un área de conocim ientos basada en el tiem po, su p erad o ra de las actuales

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parcelas (Kubler habla a principios de los años sesenta y sus pala­ bras conllevan el sabor de los tiempos; sin embargo, no podemos afirmar tajantemente que sus propuestas hayan quedado definiti­ vamente obsoletas), a fin de ofrecer mejores perspectivas sobre la producción material del ser humano. Dice este autor: Los estudios arqueológicos y la historia de la ciencia se ocupan de los objetos en tanto que productos técnicos únicamente, mientras que la historia del arte ha quedado reducida a una discusión sobre el significado de los objetos, sin parar mucha atención a la organiza­ ción técnica y formal de los mismos. La tarea de la generación actual es construir una historia de las cosas (de los objetos) que haga justi­ cia tanto al significado como al ser, tanto al proyecto como a la tota­ lidad, tanto al esquema como a la cosa en sí (Kubler, 1962, 126).

Este somero repaso a las nociones en circulación sobre cultura material no puede abandonarse sin exponer la visión de quien ha propuesto la definición más larga y rica en matices. J. Deetz nece­ sita muchas palabras para fijar la opinión de un antropólogo que excava, cosa habitual en Estados Unidos, lo que le hace adoptar un punto de vista amplio y al mismo tiempo exhaustivo. Para Deetz (Deetz, 1977a, 24), cultura material es «aquella porción de nuestro entorno físico que modificamos por medio de un comportamiento culturalmente determinado». Eso significa que incluimos «todos los artefactos, desde el más simple, como un pin vulgar y corriente, hasta el más complejo, como un vehículo interplanetario». Deetz cree que el concepto entorno físico incluye más cosas que las que se tienen en cuenta en la mayoría de las aproximaciones a la no­ ción de cultura material; por eso continúa diciendo: Podemos considerar también los bistecs como cultura material puesto que hay muchas maneras de abrir un animal; los campos la­ brados; el mismo animal que arrastra el arado, pues la manera de alimentar los animales de granja implica una modificación cons­ ciente del mismo aspecto físico del animal según unas ideas preesta­ blecidas. Nuestro propio cuerpo es parte del entorno físico, de ma­ nera que cosas como un desfile o un baile, así como todos los aspec­ tos de la quinesia —movimiento humano— caben dentro de la definición. Pero la definición no se limita a interesar el estado sólido. Las fuentes proporcionan ejemplos líquidos, como los estanques de jardín, y material que es un gas forma parte de los globos de aire ca­ liente y de las luces de neón. He sugerido en Invitation to Archaeology que incluso el habla es parte de la cultura material, precisamente un

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ejemplo destacado de la misma en estado gaseoso. Las palabras son en definitiva masas de aire a las que el aparato fonador ha dotado de forma de acuerdo a unas reglas adquiridas culturalmente (Deetz, 1977a, 24-25).

C ultura m aterial es en bu en a lógica todo lo que hem os visto. A m odo de resum en po d ría aceptarse que u n a definición norm ativa y fácil de reten er de cu ltu ra m aterial d ebería incluir a todo aquel agregado o conjunto de objetos creados p o r u n a d eterm in ad a cu l­ tu ra con el fin de satisfacer necesidades y deseos derivados de su interrelación con el m edio. Pero llegados a este punto, tam bién creo lícito co n sid erar com o u n a de las acepciones plausibles del concepto, la de bien cultural, a p esar de las connotaciones ju ríd icas y económ icas que conlleva, siem pre que el contexto lo adm ita; p o r­ que aunque no podem os decir que to d a la cu ltu ra m aterial es un bien cultural, ya que po r este cam ino p odríam os acercarnos al a b ­ surdo, sí que todo bien cultural es cu ltu ra m aterial. Pongam os un ejemplo: ante un nivel estratigráfico de u n a excavación arqueoló­ gica, la cerám ica que observam os es indiscutiblem ente cu ltu ra m a­ terial; esta m ism a cerám ica, restau ra d a y reco n stru id a en el labo­ ratorio, está a p u n to de convertirse en bien cultural. Pero distin g a­ m os más. Cabe reco rd ar que los p artid ario s de la concepción de cu ltu ra com o p u ra inform ación no aceptan de buen grado la expresión cul­ tu ra m aterial. El m ism o Beckow decía que prefería el térm in o a rte ­ facto, un térm in o que suena m al a los oídos de los especialistas de los países de origen latino. Q uizás aquéllos estarían m ás de acuerdo si sim plem ente se d iscutiera acerca de m ateria cultural. Es evidente que aquí el vocablo clave es cultura, es decir la dim ensión m ás íntim am ente h u m an a del problem a, sea cual sea la aproxim a­ ción al problem a, y que sin m ateria no hay problem a, es decir no hay caso, ya que la especulación acerca de los hom bres en el tiem po, la especulación histórica p o r ella m ism a sin testim onios de ningún tipo, no se sostiene. Hay que acep tar que entre h isto riad o ­ res, antropólogos y arqueólogos persiste hoy día u n cierto p ro ­ blem a de term inología sin resolver. Sin em bargo, p ara los m useólogos un térm ino .acep tab le es el de objeto, u n térm in o que está te­ niendo hoy día u n sitio en el lenguaje h ab itu al de la profesión. A pesar de que sea útil d istin g u ir en tre categorías de objetos y con­ servar las denom inaciones tradicionales disciplinarias, deudoras de una historia disciplinaria larga y fecunda (en sí m ism a la salva­

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ción de las palabras es un acto conservacionista), en tanto que creaciones culturales, los elementos materiales de una cultura o ci­ vilización qué han salvado la distancia del tiempo deberían ser ob­ servados y estudiados bajo unas mismas consideraciones metodo­ lógicas como objetos en el tiempo. En el presente texto, como la idea de objetos en el tiempo u objetos de la historia es el común denominador que enmarca las reflexiones y los pronunciamientos, no hay lugar a distinciones en­ tre objetos históricos y objetos artísticos, ni se separarán los restos arqueológicos de los monumentos, ni lo que llamamos cultura ma­ terial de los documentos escritos. Las antigüedades habrán de te­ ner la misma consideración que las artes populares o las industrias domésticas y las colecciones etnográficas que las folklóricas. Las bellas artes no se opondrán a las artes decorativas, ni hará falta reunir a parte de estas últimas dentro de una categoría especial de objetos de diseño. Así pues, la expresión objetos de la historia de­ signará al conjunto del legado material de los siglos.

C apítulo 2

PASADO, HISTORIA, PATRIMONIO Tropezamos en nuestra marcha adonde quiera que nos volva­ mos con rastro de grandeza pasada, con ruinas gloriosas... M . J. d e L a r r a , 1833-1836

Las únicas pruebas de la historia disponibles en todo m o­ mento a nuestros sentidos son las cosas hechas por los hombres. G. K u b l e r , 1962

La aparición del pasado y de las sociedades con historia Los objetos que permanecen en el tiempo transmiten de una manera directa a los individuos noticias y sensaciones que provie­ nen del pasado. Como apunta Kubler, son la puerta más directa hacia el pasado, mucho más que los dichos y las historias o las mismas ideas escritas, porque están presentes ante nuestros ojos y se pueden tocar. El legado, el patrimonio que se hereda, es una manera de mantener en contacto en el círculo social familiar, más allá de ía muerte, una generación con la siguiente, y eso todo el mundo, quien más quien menos, lo ha experimentado en propia carne. Los objetos son una puerta hacia el pasado, de un pasado que, no obstante, persiste como idea al margen de los objetos, porque el pasado existe bajo la doble condición de idea y de cosa. El pasado como idea está en la historia, forma parte del hecho de historiar y es hasta cierto punto independiente de la noción de paso del tiempo. Participar del mismo es un privilegio de la condición hu­ mana de individuo cultivado. La consciencia de paso del tiempo y

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con ella la consciencia de pasado, que no es ex actam ente lo m ism o que la idea de pasado, son tam b ién específicas de la especie h u ­ m ana. La consciencia de pasad o se o rganiza en los seres h u m an o s m erced a u n a facultad ex tra o rd in aria de la m ente h u m an a, la fa­ cultad de recordar, de reten er experiencias pasadas. Com o verem os p ronto, la consciencia h u m a n a en sociedad, no la consciencia in d i­ vidual, ha desarro llad o dos nociones del tiem po, la del tiem po que p asa y la del tiem po que p erd u ra. La consciencia del tiem po que pasa es p ro p ia de cu ltu ras com plejas y lleva d irectam en te a la idea de historia. En cam bio, la consciencia del tiem po que p erd u ra, que se da en sociedades m enos com plejas, lleva al presen te eterno, u n a especie de no tiem p o que ap arece en los m itos y en ciertas n a ­ rracio n es y en las rep resen tacio n es de ritos litúrgicos que reviven m anifestaciones p rim igenias y originales de lo sagrado. Pero volva­ m os p o r un m o m en to a la m em o ria com o facultad h u m a n a y a las relaciones que establece con el p asad o y la historia. La m em o ria es la vida, afirm ab a el h isto riad o r francés P. N ora (N ora, 1984, XIX). La m em oria de las p erso n as es insegura, inestable y frágil, pero es el m ayor tesoro que tiene el ser h u m a n o p ara extender pu en tes con el pasado y de esta form a p o d er seguir n u trien d o y en riqueciendo una vida. P. N ora seguía d esg ran an d o un sugestivo discurso acerca de las relaciones en tre la m em o ria y la historia, que incluía las p a­ labras siguientes: ... siempre mora (la memoria) en grupos de personas que viven y por lo tanto se encuentra en permanente evolución. Está sometida a la dialéctica del recuerdo y del olvido, ignorante de sus deformaciones sucesivas, abierta a todo tipo de uso y manipulación. En ocasiones permanece en estado latente durante largos períodos, para después revivir súbitamente. La historia es la siempre incompleta y proble­ mática reconstrucción de aquello que ya no existe. La memoria per­ tenece siempre a nuestra época y constituye un lazo viviente con el presente eterno; la historia, en cambio, es una representación del pa­ sado.

Q ué d u d a cabe que la m em o ria com o el recuerdo, si se ag arran a unos asideros se convierten en m ás seguros y fiables, o com o dice H. A rendt, la u n a y el o tro «precisan de cosas tangibles p ara reco r­ darlas, p ara que no p erezcan p o r sí m ism as» (A rendt, 1974, 226). E stos asideros son los objetos que siguen ah í desafiando al tiem po. P or lo tanto, podem os afirm ar, rep licand o en p arte a N ora, que la m em oria personal, m ás frágil y engañosa, y la m em o ria colectiva,

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m ás resistente pero igualm ente insegura, ya sean recu p erad as en form a de recuerdos o de lecturas de hechos pasados, pero sobre todo encapsuladas y fijadas en objetos y revisitadas, son u n a form a de viaje por la historia, un viaje m ás útil y seguro si se confía en la solidez de esos ganchos o asideros, de esos anclajes del tiem po que son los objetos. La m em oria personal, se h a dicho, es u n a form a de historia, de historia individual e íntim a lógicam ente. La h istoria com o disci­ plina de interés m u n d an o va n ecesariam ente m ás lejos que la m e­ m oria personal y a p u n ta siem pre a las colectividades. E. H. C arr reservó p ara la histo ria com o sab er «la investigación en el pasado del hom bre en sociedad» (Carr, 1973, 64). La h istoria tal com o la concebim os desde las escuelas, los libros y las instituciones, la his­ toria en m ayúscula, com o a m enudo se la califica, es cosa de gru1 pos y tra ta sobre grupos. El n acim ien to de la h istoria com o disci­ plina se ha asociado a la aparición de docum entos escritos po r p arte de individuos que hab lan sobre sí m ism os o sobre otros indi­ viduos que los precedieron. La p alab ra histo ria procede del griego y significa, literalm ente, relato. Se tra ta de un relato confeccionado a base de apuntes que contienen inform ación, p o r eso en griego historia tam bién significa exploración o conocim iento pro d u cto de la inform ación que se ha ido atesorando. La p alabra histo ria no fue, en cam bio, de uso co rrien te en el m u n d o rom ano, ya que nunca dejó de ser, en latín, un neologism o n ad a popular. Los ro m a­ nos preferían la expresión res gestae p ara significar ap ro x im ad a­ m ente lo m ism o que los griegos q u erían decir con historia, con la peculiaridad de que se tra ta b a siem pre de un tipo de relato teñido de cará cter épico que ponía de m anifiesto hechos y acciones lleva­ dos a cabo p o r un individuo o un pueblo. La h istoria es fu n d am en ­ talm ente, desde los orígenes del m ism o vocablo, el relato de unos hechos acaecidos en el pasado. El concepto, pues, adquiere sentido desde el principio, en relación a elem entos com o oralidad, n a rra ­ ción y texto; es decir, palab ra y m em o ria p o r encim a de todo. No aparecen, en relación a la co n stru cció n del relato, objetos m ateria­ les po r ninguna parte. E n realidad, ello no es exactam ente así; se trata de una falsa apariencia, com o vam os a ver. El tiem po no ocupa lugar, p o r eso se dice que, com o el saber, puede alm acenarse en la m em oria. Pero eso no es verdad del todo; el paso del tiem po va aco m pañado de u n a sobrecarga tal de cosas —inform aciones, acontecim ientos, ideas, h istorias— que van acu ­ m ulándose en la conciencia personal y colectiva, que hace necesa-

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ría la contribu ció n de algún so p o rte m ás estable, seguro y d u rad ero que la m em oria, circu n stan cia que d a lu g ar a la ap arició n del re ­ lato histórico escrito, el libro. Y m ien tras p asa el tiem po, el espacio va llenándose de objetos que, com o las p alabras, tam b ién signifi­ can e inform an. P o r eso no es ex trañ o que ju n to a los relatos h istó ­ ricos ap arezcan en la histo ria h u m an a, al m ism o tiem po, las biblio­ tecas p ara g u a rd a r los relatos y otros d o cu m en to s escritos, y los m useos, que conservan los objetos m ás apreciados, m ien tras se le­ vantan m o num en to s a la m em o ria de los hom bres. Es no to rio que el tiem po que fluye ten d ría u n sen tid o lim itado p ara n u estra co n ­ ciencia h u m a n a si no tuviese u n a co rresp o n d en cia con u n espacio co n tra el que d estacan las form as de los objetos. El espacio, el m arco n atu ral físico sobre el que proyectarse el grupo hu m an o , se estira y se encoge en función de las circu n stan cias. Las civilizacio­ nes históricas han tendido a crecer, a am p liar el espacio ocupado; lo han tran sfo rm ad o físicam ente y lo h an llenado de creaciones a r­ tificiales, esto es, de objetos. De esta m an era el espacio geográfico es u n a dim ensió n que se asocia n atu ra lm e n te a las perspectivas de reproducción, p erm an en cia y progreso de la h u m an id ad , ju n ta ­ m ente con los p ro d u cto s que el ingenio h u m an o va dep o sitan d o so­ bre el m ism o. La conciencia del tiem po que pasa, se ha dicho, lleva a la his­ toria. Con ella los individuos y los grupos m an ifiestan u n a voluntad expresa de trascender, pon ien d o en relación el pasado con el fu­ turo. E n o tras p alabras, m an ifiestan u n a voluntad paten te de no m orir, de conserv ar lo m ejor que tienen, ta n to lo m aterial com o lo inm aterial. E sta voluntad de co n tin u id ad recibe tam b ién el n o m ­ bre de tradición, au n q u e se entien d e p o r tal g eneralm ente cu an d o la tran sm isió n de ideas, co stu m b res y creencias, p ara no referirnos a los actos, se hace de form a oral o p o r escrito. D ecir co n tin u id ad es tam bién p en sar que el tiem po que pasa no p asa en vano, es d e­ cir, ha de p ro d u cir consecuencias palpables, huellas de su paso. Se im pone entonces c a p tu ra r las huellas que deja el tiem po en las co­ sas p ara catap u ltarlas h acia el fu tu ro y u sarlas com o referencia, cosa que conlleva u n a acep tació n im plícita del cam bio y del p ro ­ greso. Por eso ya las p rim eras civilizaciones h istó ricas d ictab an su relato, porque situ a b an en el h o rizo n te que in tu ían la esp eran za de un cierto destino glorioso y al m ism o tiem po no olvidaban p reser­ var p ara las generaciones fu tu ras los m ás preciados objetos. De esta m an era las gentes hacían un ejercicio de au to estim a y de a u to ­ determ inación , que los hacía responsables de su destino. Así pues,

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las huellas del tiem po que p asa se recogen en d eterm in ad as trazas físicas que se pro cu ra preservar. Por lo tanto, la proyección del in­ dividuo com o individuo y del grupo com o g rupo en el tiem po tie­ nen siem pre que ver, en m ayor o m en o r grado, con la disposición de objetos y con la voluntad de legar p atrim o n io m aterial. En algunas sociedades prim itivas, m ito e historia son dos nocio­ nes que no se diferencian bien, al contrario de lo que sucede en las sociedades m ás evolucionadas m aterialm ente. Es éste el dom inio de la consciencia del tiem po que perdura, que funciona bajo la aparien­ cia de un presente eterno que hace prescindible la m ism a noción de paso del tiem po. E n estas sociedades el individuo vive una existencia grupal indiferenciada que hace innecesaria toda conquista individual del futuro y se desprecia toda conquista territorial. El pasado es aquí una parte del presente que se vive intensam ente de una form a espiri1 tual o m ental, y eso sucede así, entre otras cosas, porque no hay una cultura m aterial que haga presente físicam ente el pasado en el espa­ cio del m om ento vivido. Mito e historia se confunden, ya que se trata de sociedades encerradas en sí m ism as, en cierta m anera perfectas en lo que son, que necesitan y por tanto producen m uy pocos obje­ tos, y que dejan pocas cosas com o legado m aterial a las generaciones futuras. Éste es el caso de las culturas aborígenes que en el aisla­ m iento de la selva o la gran sabana han alcanzado una extraordina­ ria relación de equilibrio con el m edio con m uy poca inversión de energía y esfuerzo en la produción de medios artificiales de lucha contra el entorno. El escritor V. S. N aipaul (Naipaul, 1995, 62-63) h a­ bla de estas culturas para las que el tiem po no cuenta, en u n a obra de ficción, com o un perspicaz antropólogo; concretam ente se refiere a los habitantes de la selva ecuatorial sudam ericana, de esta m anera: Cuando los hombres conocen bien su mundo, cuando conocen todas las flores y todos los árboles, todos los alimentos y todos los ve­ nenos, todos los animales; cuando han perfeccionado todas sus he­ rramientas, cuando todo guarda un equilibrio y no se tiene nada del exterior con que comparar, ¿qué idea pueden tener los hombres del paso del tiempo? Lo que nos da la idea de celeridad es el paso de las cosas. Cuando no se tiene con qué comparar, los hombres deben existir a la luz de las demás personas que conocen y a la suya propia.

Sin contraste, sin que los objetos pasen, el tiem po p erd u ra y la relación n atu raleza-cu ltu ra es de com u n ió n o sim biosis y no tanto de oposición. En ocasiones, la identidad pasado-presente se reía-

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ciona con form as o estru ctu ras precisas p erten ecien tes al reino m ineral o vegetal situ ad as en lugares concretos, que se ad o rn an de m anifestaciones del espíritu. Com o p asa con los aborígenes de A ustralia o de A m érica, ap arecen entonces paisajes espirituales, u n a especie de artefacto s de la m ente que n u n ca fueron realizados con las m anos. E n las sociedades prim itivas de cu ltu ra circu lar los individuos se relacionan no ta n to p o r la posición que o cu p an en re ­ lación al territo rio (el individuo com o d ep red a d o r sistem ático y o r­ ganizado) y a la cu ltu ra m aterial con que lo tran sfo rm an , com o p o r el co njunto de creencias recu rren tes que profesan. Es u n a form a de religión que hace p resentes prin cip io s de vida que no es preciso rei­ vindicar co n tin u am en te, po rq u e siem pre se sienten cercanos. No hay d u d a de que son tam b ién u n a form a de tradición. E stas creen ­ cias pueden expresarse excepcionalm ente valiéndose de las form as m ateriales al relacio n arlas con lugares y estru ctu ras d eterm inados, p o r ejem plo los cem enterios. De tales porciones del territo rio , de tales locus, se hace un uso sim bólico que refuerza el sen tim ien to colectivo de iden tid ad y p erm an en cia en el tiem po. Sin em bargo, son las cu ltu ras del tiem po que p asa las que en m ayor grado tien ­ den a favorecer la ap arició n de sím bolos (cosas m ateriales que d e­ signan o figuran o tras cosas), po rq ue ex p erim en tan con plenitud las dos circu n stan cias que m arcan la eclosión de u n a consciencia del tiem po presente: la concreción de la noción de territo rio y la ve­ rificación de la posibilidad de am pliarlo o de restringirlo, y el in ­ crem ento de la presencia y el in tercam b io de cosas m ateriales p ro ­ ducto de la actividad h u m an a sobre el territorio. La consciencia de un tiem po presente diferenciado representa la irrupción del trance de la inflexión y del cam bio y siem pre va acom pañado de la sensa­ ción de com plejidad que p roporciona la entidad y el grosor de las realidades que m arcan el transcurso de la vida diaria, la com prensión de las cuales requiere el concurso del símbolo. Sobre el papel de los símbolos, estos objetos particulares que com unican m ensajes, ya se volverá m ás adelante. De m om ento hay que concluir en relación a la noción del tiem po que, con u n a perspectiva de presente, el tiem po pa­ sado y el tiem po futuro devienen referencias inm ediatas e ineludibles.

El valor de los objetos Hay un tipo especial de objetos m ateriales que p ro d u cen las sociedades que reconocen el paso del tiem po, que ponen en reía-

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ción pasado con futuro: los m onum entos. Todos los m o num entos conllevan algo de trascendente, y p o r tan to de p erm an en te en sí m ism os, que los hace p articu larm en te útiles y estim ados. Los m o­ num entos son consagraciones a la m em oria. Con los m o num entos pasa algo parecido a lo que sucede con la producción de relatos históricos: los grupos m anifiestan con ellos u n a voluntad de tras­ cender, asociando pasado con futuro. P or eso E. H. G om brich ha escrito que la verdadera esencia de u n m o n u m en to es que se des­ tine a las futuras generaciones (G om brich, 1989, 116). El h isto ria­ do r griego Procopio de C esárea ya descubrió en tre los rom anos una habilidad especial p ara conservar d espierta la m em oria. Se sorprendió al ver cóm o los ro m an o s «se esforzaban en proteger to ­ dos sus tesoros ancestrales y los conservaban de m an era que nada desapareciese de la an tigua gloria de Roma». Procopio de C esarea se adm iró aú n m ás al d escu b rir al viejo b arco de Eneas, el fu n d a­ d o r m ítico de la ciudad de Rom a, flotando sobre las aguas del Tíber, «en perfecto estado, com o si la m ano del co n stru cto r lo aca­ b ara de po n er a punto» (Haskell, 1994, 1). Aquel barco que se m a n ­ tenía am arrad o a la orilla, en tre los puentes del Tíber, hacía de perm anente reco rd ato rio de unos orígenes com unes cada vez m ás m itificados. Los m onum entos, de form a parecida a otros elem en­ tos singulares de la cu ltu ra m aterial de un colectivo hum ano, sean éstos objetos, estru ctu ras o paisajes, aco stu m b ran a fu ncionar de form a m uy efectiva com o sím bolos. Pero tam bién y antes que fu n ­ cio n ar com o sím bolos, los elem entos de la cu ltu ra m aterial, en tan to que productos tangibles que p erm an ecen en el tiem po, ya son, en sí m ism os, referencias sólidas e ineludibles que se prestan especialm ente bien a la necesidad de los seres h u m an o s de estable­ cer vínculos reales con el pasado, au n q ue sólo sea vínculos senso­ riales. La pensad o ra estadounidense de origen alem án H. A rendt lo vio claram ente cuando escribió en La condición hum ana (Arendt, 1974, 184-185) las líneas siguientes: Este carácter duradero da a las cosas de este mundo su relativa independencia con respecto a los hombres que las producen y las usan... Desde este punto de vista, las cosas del mundo tienen la fun­ ción de estabilizar la vida humana, y su objetividad radica en el he­ cho de que —en contradicción con el pensamiento de Heráclito de que una misma persona nunca puede bañarse en el mismo arroyo— los hombres, a pesar de su siempre cambiante naturaleza, pueden re­

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cuperar su unicidad, es decir, su identidad, al relacionarla con la misma silla y con la misma idea. Dicho con otras palabras, contra la subjetividad de los hombres se levanta la objetividad de las cosas crea­ das por los hombres más bien que la sublime indiferencia de una na­ turaleza intocada.

P or tanto, el hecho de que los objetos d u ren y ag u an ten tal com o son hace que ad q u ieran u n valor p rim o rd ial p ara la vida de los hom bres, al c o n trib u ir a u b icarla y a p ro p o rcio n arle al ser h u ­ m ano estabilidad, y de esta m an era, éste es cap az de to m a r referen ­ cias consistentes sobre sí m ism o y sobre el e n to rn o que le ro d ea y m ira r hacia adelante y h acia atrás. Pero la experiencia nos enseña que los objetos que el ser h u m an o p ro d u ce le ay udan ad em ás a des­ c u b rir su p ro p ia dim ensión tem poral, a d istin g u ir m ejor en tre p a­ sado, presente y futuro. Sin objetos, el individuo se pierde en el m agm a de u n m u n d o falto de referencias tangibles, donde el p re ­ sente puede llegar a p arecer eterno. La «sublim e indiferencia de un a n atu raleza intocada» nos ab ru m a y nos deso rien ta y nos hace p erd er el norte. Y si c o n tra la fluidez del tiem po y la volatilidad de la m em oria se erige la estabilidad de los objetos, que en sí m ism os son ya p arte del tiem po pasado y p arte del tiem po que h a de venir, p o r m edio tam b ién de los objetos, co n tin u id ad e identificación, con sus corolarios de sensación de p erten en cia y de p articip ació n de u n a m ism a tradición, devienen elem entos fu n d am en tales que fom entan actitu d es de relación en tre los h o m b res y de reconoci­ m iento del pasad o que les es com ún. Antes se ha hecho referencia a aquel agregado de objetos que el individuo o el grupo h ered a de sus ascendientes p ara poseerlos efectivam ente y h acer de ellos el uso que m ás le convenga. E n té r­ m inos de hoy en día aquel legado m aterial recibe la den o m in ació n de patrim on io. El p atrim o n io es u n a p ru eb a evidente de la existen­ cia de vínculos con el pasado. El p atrim o n io alim en ta siem pre en el ser h u m an o u n a sensación reco n fo rtan te de co n tin u id ad en el tiem po y de identificación con u n a d eterm in a d a tradición. E n las sociedades m od ern as los elem entos de co n tin u id ad y de id en tifica­ ción están presentes en tre los individuos de la m ism a form a que en el pasado y son tan necesarios com o antes. Las necesidades de rela­ ción consciente con el pasado se m u estran igualm ente de p o d ero ­ sas, tal com o pen sam o s que sucedió an tañ o , au n q u e las sociedades actuales evolucionen a ritm o s m ás rápidos. Así nace, con el ru id o y la confusión del cam bio, la noción de p atrim o n io histórico en el

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m undo m oderno, com o aquel legado de la h istoria que llegam os a poseer porque ha sobrevivido al paso del tiem po y nos llega a tiem po p ara reh acer n u estra relación con el m undo que ya pasó. Uno de los fenóm enos sociales contem poráneos de m ás p rofun­ didad y proyección de nuestros días en que la conciencia de identi­ dad de las sociedades, asociada a la noción de continuidad parece que flaquea, es el despertar de m ovim ientos sociales de reacción contra una sociedad, la actual, m oderna, pragm ática y consum ista que por su m odo de vida am enaza la perm anencia de los vínculos históricos a base de poner en peligro de desaparición la herencia tan ­ gible del pasado. La sociedad contem poránea ha acelerado de una m anera extraordinaria, en relación a otras épocas, el ritm o de p ro ­ ducción de objetos gracias al progreso tecnológico y tam bién el de generación de desechos y aun el de destrucción de objetos subrepti­ ciam ente convertidos en obsoletos. Esta espiral producción-destruc­ ción de objetos, sin aparente solución de continuidad, llega a extre­ mos que provocan alarm a social, com o ponen de m anifiesto tanto los m ovim ientos conservacionistas del m edio cultural, com o los m o ­ vim ientos ecologistas. La m odificación del entorno físico con los cam bios provocados en el paisaje y la práctica desaparición en todo el planeta del entorno natural prim igenio, el crecim iento dem ográ­ fico y los grandes m ovim ientos de población, el increm ento del m e­ dio edificado, el aum ento de la contam inación atm osférica y de las aguas, alertan a la población del m ism o m odo que el sentim iento de pérdida de la relación con el pasado y con la tradición.

El valor del pasado Las ganas de pasado constituye hoy en día el im pulso p rim o r­ dial que m ueve el interés de ta n ta gente p o r d escu b rir y conservar retazos de pasado. P ara m uchos estudiosos del fenóm eno (Lipe, 1984, 1), el ansia de pasado es u n a de las m anifestaciones m ás sig­ nificativas que ad o p ta la reacción de la sociedad co n tem p o rán ea an te la conciencia de p érd id a de co n tin u id ad cultural que h a p ro ­ vocado la velocidad y escala del cam bio que afecta al ento rn o físico y cultural de las sociedades. Com o m uy certeram en te afirm a Lo­ w enthal (Low enthal, 1985, prólogo), el pasado sigue teniendo hoy la fuerza potente que siem pre tuvo en los asuntos hum anos, com o fuente de identidad personal y colectiva y com o b alu arte co n tra el cam bio m asivo y angustiante.

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N uestras m iras están p u estas en esos retazo s del pasad o tan apreciados en n u estra sociedad que no son o tra cosa que p arte de n u estro legado histó rico m aterial. Pero an tes de p ro fu n d izar algo m ás en el’significado actual del p atrim o n io histórico es aconseja­ ble reflexionar p o r un m o m en to acerca de u n a ap aren te disyuntiva: ¿qué es lo que realm en te vale, la reliquia, el resto de pasado en sí, que podem os co n tem p lar com o u n a hum ilde p resencia física verí­ dica de algo que fue, o el pasado que in co rp o ra y le da sentido, esa abstracción o entelequia que tira de nosotros? ¿Pero podem os se­ p a ra r las dos caras de esa realid ad que es el objeto histórico? O visto de o tra form a, ¿qué papel ju eg a esa ab stracció n llam ada p a ­ sado en la vida de los seres h u m an o s? y ¿qué cosas b u en as espera o b ten er la sociedad y cad a u n a de las perso n as del pasado? E m pecem os p o r los in terro g an tes del final. En el terren o de las sensaciones h u m an as, pasad o p resente y fu tu ro o cu p an cada u no su lugar. El p resen te es com o u n soplo, visto y no visto; el fu­ tu ro es siem pre u n a incógnita, nadie sabe si n u n ca llegará. E n este salto al vacío que es la vida, el p resen te es com o aquel in stan te de ingravidez sobre el precipicio que las películas de dibujos a n im a ­ dos celebran cu an d o al coyote le desaparece sú b itam en te el suelo sobre el que co rría en su loca persecución del correcam inos, y m ueve frenéticam en te las patas m ien tras se ag u an ta su sp en d id o en el aire sobre el pavoroso precipicio. El fu tu ro puede ser el pavoroso precipicio; pero en todo caso siem p re es u n destino esencialm ente inseguro. Por eso el h o m b re aco stu m b ra a reac cio n ar an te lo des­ conocido de u n a form a visceral: haciendo conjeturas y adivinando señales sobre lo que ha de venir, o girando la m irad a hacia el pasado, y a veces tam bién, no reconociendo o tra cosa que el presente. El p ro ­ nóstico llega de la m ano de sutiles elaboraciones que exigen un com ­ prom iso de fe, se presenten bajo la form a de prom esas utópicas, el reino de la utopía, o de religiones que aseguran la salvación. El p a­ sado es un lenitivo m ás suave, al alcance de la m ayoría, que puede llegar a tocarse. El pasado proporciona consuelo, alim enta la nostal­ gia de un m undo m ejor y se erige com o refugio de verdades y certe­ zas porque nadie puede negar ni desau to rizar lo que ha pasado la prueba del tiem po, h a sido verificado y definitivam ente resuelto. Con todo, el pasado com o solución blanda que representa, acostum bra a suscitar reacciones am biguas. N ietzsche escribió: Podríamos considerar dichosa nuestra época en dos aspectos. En relación con el pasado, gozamos de todas las culturas y de todas

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las edades. Nos hallamos lo bastante cerca del embrujo de las fuer­ zas en cuyas entrañas nacieron estas épocas, para podernos someter a su hechizo, como de pasada, con placer y terror...

De esta am bigüedad hay que salir al final con alguna certeza incontrovertible, y ésta existe, ya que lo único seguro con que cuen ta el ser h um an o es con su pasado, puesto que de allí proviene. E sta válvula de seguridad funciona desde el m om ento en que el hom bre utiliza la facultad de recordar. M em oria y sentido del p a­ sado son dos cosas que trab ajan en el ser h u m an o ín tim am en te re­ lacionadas y sobre las que fu n d am en ta su proyección hacia el m a­ ñana desde u n a m ín im a y reco n fo rtan te sensación de seguridad. Si N ietzsche introdu cía la duda, el intelectual español Pedro Antonio de Alarcón lo expresaba lim piam ente en 1868 en El m useo univer­ sal, con la convicción del ro m án tico im penitente, con estas excla, m aciones: ¡Es que la noble ambición del espíritu humano no se satisface jamás con la posesión de un presente fugitivo, y aspira siempre a conservar el depósito de sus memorias, como aquellas tribus erran­ tes de la antigüedad que, cuando se trasladaban de una comarca a otra, cargaban sobre los hombros los venerados huesos de sus pa­ dres!

Como el pasado existe m ás allá de toda duda, es p o r ello que será p ertin en te p a rtir de la hipótesis de que el pasado ayuda a ver claras las cosas; en otras palabras, da confianza y seguridad a las personas. Pero esta «utilidad» del pasado no siem pre se m uestra diáfana ni se percibe com o tal, fácilm ente, sobre todo actualm ente. Las actitudes hacia el pasado se m u estran hoy en día tibias y cam ­ biantes y adoptan incluso form as con trad icto rias. Los problem as y las contradicciones acerca del pasado en la sociedad actual provie­ nen del cará cter dinám ico de las sociedades contem poráneas. No hay duda de que la característica m ás notable de la vida m oderna es su dinam ism o. P ara los sociólogos de la m od ern id ad com o A. G iddens, uno de los rasgos m ás evidentes que separan la época ac­ tual de cualquier o tro período de la histo ria es el extrem o d in a­ m ism o de n u estra sociedad. P ara A. G iddens, el m undo m oderno es un «m undo desbocado» (G iddens, 1995, 28). Por eso las in stitu ­ ciones de la vida m o d ern a no g u ard an co ntinuidad, en m uchos as­ pectos claves, con las diversas cu ltu ras y form as de vida del p a­ sado.

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Qué duda cabe que la p alab ra cam bio es hoy la que m ejor d e­ signa los tiem pos presentes. W hitrow sostiene que la n atu raleza d i­ nám ica dé la civilización actual hace que los h om bres de n u estro tiem po depen d an del sentido del tiem po en m ayor m edida que el hom bre de épocas p asad as (W hitrow, 1990). Todo el m u n d o se ve necesitado de alguna p au ta segura y fija p ara o rien tarse en u n en ­ to rn o tan cam b ian te y esta p a u ta la p ro p o rcio n an los relojes, los calendarios, los an u ario s y las agendas. Todo cam b ia tan rá p id a ­ m ente que es preciso d istan ciarse respecto al tiem po p ara no caer en el rem olino, con m edios artificiales de m edida y control. Pero este sentido del tiem po tan desp ierto que nos hace dependientes del reloj tiene o tras repercusiones sobre la salud social y m en tal del hom bre contem p o rán eo . R especto al pasado, p ara el ho m b re co n ­ tem p o rán eo las secuencias tem porales identificables com o tales se reducen m ás y m ás, m ien tras se llenan de co n tenidos vivenciales, cosa que pone en dificultades a la m em oria. R especto al porvenir, se pierde perspectiva sobre el m edio y el largo plazo, y con ella p ro ­ fundidad en la reflexión. Es lógico, pues, que las dificultades de las personas p ara d o m in ar procesos y situ acio n es co rrien tes y co tid ia­ nas de la vida au m en ten . Veamos algún ejem plo del proceso de ace­ leración del tiem po, que es u n a m a n era de co n tem p la r el fenóm eno del d inam ism o co n tem p o rán eo . Aquello que en o tro tiem po era cosa de un lento proceso de d ecan tació n que d u ra b a u n a g en era­ ción o m ás y se digería saludablem ente, ah o ra puede p a sa r en unos pocos años. El d o cto r Ferrater, en u n a conferencia p ro n u n ciad a poco después de h ab er dejado el recto rad o de la U niversidad Poli­ técnica de C ataluña en B arcelona, a p rincipios de los años noventa, cautivó a su aud ien cia con el p en sam ien to siguiente, alu d ien d o al progreso de la técnica y a la necesidad de p rep ararn o s p ara la d i­ versidad: «Para que el co n ju n to de co n o cim ien to s de cará cter téc­ nico que el ho m b re poseía hace m il años —dijo— se doblase, hicie­ ron falta quin ien to s añ o s m ás. A p a rtir de entonces, en trescientos años los conocim ientos acu m u lad o s volvieron a doblarse y al cabo de cien años m ás se d o b laro n de nuevo. E n los últim os tiem pos sólo h an hecho falta cinco años p a ra d u p licar todo el conocim iento técnico acum ulado.» A la vista de todo esto, es de re m a rc a r que el co nocim iento del pasado, las ciencias históricas, tam p o co h ayan cesado de au m en ­ tar, m ien tras que, en cam bio, el sen tim ien to de co n tin u id ad con el pasado no haya p arad o de d ism in u ir d ad a la «aceleración de la his­ toria» que ex perim entam os las generaciones actuales. Con res­

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pecto a las actitudes hacia el pasado, se d an finalm ente dos ten d en ­ cias ap aren tem en te antagónicas. P or u n lado, ante la fragm enta­ ción del c o n tin u u m tem poral, la gente reacciona tach an d o de an ti­ cuado, que equivale a inútil, todo lo que tiene m ás de cuatro días, m ientras sostiene que sólo im p o rta el presente. (En realidad, por presente hay que en ten d er la co rta secuencia en que se ha conver­ tido el pasado identificable com o tal, p ara cualquier persona que «vive al día».) Por o tro lado, la histo ria gana audiencia y credibili­ dad y los objetos de la historia, n u estro p atrim onio, estim a y valor. El desconcierto y la angustia que se instalan en la sociedad ante la sucesión de acontecim ientos y la ap aren te contracción del tiem po van a m enudo acom pañados de la p érd id a de las nociones del antes y el después. C arm en M artín G aite lo expresaba m agnífi­ cam ente en el periódico La Vanguardia de B arcelona en un artículo • titulado «Cosa p o r cosa», publicado el 13 de febrero de 1994, cuando concluía sus reflexiones diciendo: No es la pérdida de memoria, sino la imposibilidad de adqui­ rirla lo que se extiende como inquietante epidemia en la juventud ac­ tual, ansiosa de consumir y devorar por entero el presente en el ins­ tante mismo que es percibido. Incapaces de relacionar cosa con cosa, desvinculados del ayer y del mañana, muchos de nuestros jóve­ nes viven con el hilo perdido.

E n la m an era de ver las cosas de M artín G aite los tiem pos p re­ sentes duelen. P or u n lado son tiem pos satisfechos de sí m ism os, tiem pos m odernos, sup erad o res de los «modos» viejos, pero al m ism o tiem po son unos tiem pos que viven en el desconcierto y la desorientación dado que no saben beneficiarse de la protección y guía que proporcio n a un pasado prolongado, denso y consistente. El pasado, pasado, com o el faro que conduce a buen puerto, queda hoy tan lejos y la luz que envía es ta n débil, que, en palabras de Low enthal, es com o un país extranjero (Low enthal, 1985). Así pues, la m ism a drástica reducción de la perspectiva tem poral hace vivir al hom bre de nuestro tiem po en u n p resentism o cargado de incógni­ tas, huérfano com o está del p ad re esp iritu al que era el pasado. M iedos y desconfianzas atraviesan provocando escalofríos n uestro cuerpo social, y la palab ra crisis se hace ubicua y sirve p ara to­ m arle el pulso a los tiem pos. Día a día co n statam o s cóm o la gente tiene la sensación de en co n trarse p erm an en tem en te en crisis, y au n q u e éste no sea un fenóm eno to talm en te nuevo, aparece m ás intenso que antaño. Todo el m u n d o espera del futuro la solución a

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la crisis y al m ism o tiem po desconfía p ru d en tem en te de lo que ha de venir. Y q u izá p o r ello, com o si de u n acto reflejo se tra ta ra , cada cual se preocupa, com o quien se to m a la presión, de p u lsar orteguianam ente la relación de su tiem p o p articu la r con el pulso de los tiem pos. ¿Estoy al día?, se p reg u n ta la gente. La o tra cara del problem a, la o tra ten d en cia que convive con la que niega valor al pasado, m ira h acia el p asad o con esperanza. M u­ cha gente in stalad a en m edio de la p arad o ja de los tiem pos a c tu a ­ les se consuela con el sen tim ien to de la nostalgia. El hecho es que hoy, quizá m ás que en nin g ú n o tro m o m en to de la historia, se recu ­ rre a la historia. E ntonces aparece en el im aginario p o p u lar el p a ­ trim o n io histórico com o la tab la salvadora. Es el boom co n tem p o ­ rán eo del p atrim o n io que se m anifiesta con m ayor in ten sid ad p re ­ cisam ente en los países y lugares que m ás h an cam biado, que m ás se han «m odernizado». Con el p atrim o n io el pasado se personifica, valga la expresión, en cosas tangibles, en objetos que se p u eden ver y tocar; cosas a las que el hom bre com ún se dirige de u n a form a esp o n tán ea y n atu ral porque pertenecen al m u n d o de lo sensible. Sin em bargo, en tan to que obras no actuales, son poseedoras de m ensajes no siem pre ex­ plícitos y en ocasiones incluso ocultos, agazapados en tre los reco ­ vecos de su m aterialidad. Se tra ta en realidad de m ensajes codifica­ dos que pu ed en a p o rta r luces y conocim iento, pero que p ara po­ derlos descifrar y leer hay que p a sa r antes p o r u n aprendizaje. Los arqueólogos, p o r ejem plo, son ad m irad o s p o r la sociedad p orque saben leer el m ensaje de las p ied ras antiguas. Pero an tes de avan­ zar p o r este sendero será ilustrativo, p ara co n clu ir este ap artad o , in te n ta r categ o rizar los beneficios concretos que el h o m b re civili­ zado espera o b ten er del pasado. L ow enthal arg u m en ta que a las personas les cuesta ex p resar los beneficios que atrib u y en al p a ­ sado. P ara p ro fu n d iza r en la cu estió n este a u to r h a establecido u n as d eterm in ad as categorías de beneficios después de p asar re­ vista al am plio espectro de b o n d ad es posibles que d ep ara el p a ­ sado, que u n a ate n ta lectu ra de d o cu m en to s históricos, textos lite­ rarios, opiniones p eriodísticas y estudios críticos, le h an p ro p o rcio ­ nado (Low enthal, 1985, 36-52). De form a parecida, se in te n ta rá a co n tinuació n estab lecer tam b ién u n a cierta p ro p u esta de categorización, a p a rtir sobre todo de testim onios relacionados con la his­ to ria de la conservación de los bienes culturales, que sirva p ara ca­ lib ra r la im p o rtan cia que las personas conceden al pasado. Este discreto rep aso preten d e ju stificar un poco m ejor la afirm ación

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precedente de que el pasado juega un papel im p o rtan te en la socie­ dad com o lenitivo frente a los problem as de la vida, en tan to que sirve de consuelo y de refugio de certezas. En prim er lugar es preciso in sistir en u n a p resunción de ap a­ riencia científico-m édica: el pasado da sentido y consistencia al presente por obra y gracia de un proceso asociativo en el que in ter­ viene la facultad de la m em oria. Sin la m em o ria de las experiencias pasadas los hom bres irían p o r el m u n d o un poco zom bis porque pocas cosas podrían reconocer. Com o ap u n ta J. L. Borges, h ab ría m ucho que h ab lar sobre n u estra entereza personal: «es sabido que la identidad personal reside en la m em o ria y que la anulación de esa facultad co m p o rta la idiotez» (Borges, 1971, 37). Zom bi o idiota es el aspecto que p resen ta el típico caso extrem o que expresa m uy gráficam ente la peripecia de quien h a perdido la m em oria en un accidente y no sabe ni cóm o se llam a. A unque tam b ién cabría, al m enos en la ficción, el caso con trario , com o el rep resen tad o p o r el personaje de Borges, Funes el M em orioso, al que de ta n ta m e­ m oria le sobrab an las referencias, ya que cu alq u ier reconstrucción del pasado le o cupaba tan to tiem po com o el tiem po delim itado en aquel pasado preciso que rem em o rab a. Alguien ha dicho que sin m em oria ni lenguaje no h ab ría civilización; ciertam en te sus testi­ m onios han sido sistem áticam ente recogidos y guardados com o te­ soros p o r las civilizaciones en archivos, bibliotecas y m useos. El pasado nos provee de u n m arco de referencias p ara que re ­ conozcam os el en to rn o y nos reconozcam os a nosotros m ism os. Pero los episodios del pasado sirven adem ás de p au ta p ara ap reciar cóm o se cum plen, y hasta qué pu n to , las expectativas personales y colectivas acum u lad as con el tiem po. Así, la referencia co m p ara­ tiva ten d rá o no ten d rá efectos balsám icos en función de su cu m ­ plim iento. Es el ¡qué bien estam os!, o el ¡qué mal vamos! Un caso m ás que ilustra acerca del valor del p asad o p ara relativizar los ele­ m entos de angustia presentes en la existencia. Podem os seguir m en cio n an d o u n a conocida canción del can ­ tante catalán R aim on: «quien pierde los orígenes pierde la id en ti­ dad». El pasado es el ingrediente necesario al sentido de identidad, o lo que es lo m ism o, la sensación de pertenencia, gracias a que pone en evidencia el hilo in in terru m p id o del paso del tiem po y la noción m ism a de co ntinuidad. Este hilo llena la vida de vivencias porque une nuestros orígenes con n u estra identidad fluyente. Valga com o ilustración el ejem plo de casos históricos que m u estran có ­ m o la capacidad de identificación contribuye a d a r sentido y o rien ­

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tación a la trayectoria histó rica de las sociedades. Venecia ha sido en la histo ria u n ejem plo p arad ig m ático de lo que hablam os. Sobre la m ism a bisag ra que une m ás que sep ara O riente de O ccidente, m antiene d u ran te siglos, desde su posición estratégica de activo pu erto com ercial europeo, u n as privilegiadas relaciones con Constan tin o p la y R om a y p o r estas relaciones en cu e n tra su razó n de ser com o un sen tim ien to de co n tin u id ad histórica. O tro ejem plo p o ­ dría proven ir de la an tig u a R hodesia del Sur. Al o b ten er su in d e­ pendencia se puso el n o m b re de su p rin cip al m o n u m en to arq u eo ­ lógico, Zim babw e, que los blancos n u n ca h ab ían reconocido. El paréntesis del d o m inio blanco quedó así co n tu n d en tem en te zan ­ jado. El pasado, al h ab er sucedido antes y h ab er qued ad o p ro b ad o se to rn a m odélico. H ay siem pre u n valor del pasad o que expresa la im p o rtan cia que atrib u im o s al precedente. El precedente es el que va prim ero, el m ás antiguo. E n las cu ltu ras an tig u as y en las trib u s prim itivas, el an cian o es q u ien m ás razones tiene y el m ás vene­ rad o de todos los hu m an o s. E sto es lo que d en o m in am o s estatu s y consiguientem ente quien goza de estatu s despliega po testad y p ro ­ n u n cia arg u m en to s de au to rid ad . Así pues, el presente es exam i­ nado co n tin u am en te a la luz del pasado con la intención de o b te­ ner, po r com paración, la validación de situaciones y actitu d es que han pasado la p ru eb a del tiem po. La apelación al p recedente sigue siendo utilizada hoy a p esar del descrédito del arg u m en to de a u to ­ ridad característico de n u estra época p o sm oralista. E n cu alq u ier caso, el m ito de los orígenes y la seducción del m o m en to inicial de toda actividad o proceso com o el au tén ticam en te válido y significa­ tivo ha con stitu id o u n lu g ar co m ú n del im ag in ario colectivo de la hu m an id ad . F oucault h abla en algún lugar de que en los inicios de toda actividad h u m a n a hay u n sentido co m ú n y prim itivo de u n a fuerza ex trao rd in aria que revela su po d er en las sucesivas g en era­ ciones. El p atrim o n io histórico h a servido perfectam en te a este o b ­ jetivo desde los tiem pos m ás rem otos. Veamos algunos ejem plos distintos m uy sep arad o s en el tiem po. G. Lewis (Lewis, 1984, 7) co­ m en ta que en la an tig u a M esopotam ia ap arecen p o r p rim era vez en la histo ria indicios que m u e stran el uso de objetos an tiguos —in s­ cripciones en escritu ra cu n eifo rm e sobre tablillas de b a rro — p o r parte de personajes cortesanos, posiblem ente con alguna finalidad p ráctica relacionada con su estatus. (En cu alq u ier caso, es lógico p en sar que H am m u rab i no inventó p o r sí solo, p artien d o de cero, su fam oso código.) Los girondinos, p o r su p arte, q u erían ro m p er

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con la Francia prerrevolucionaria, que era la del absolutism o deca­ dente y om inoso, y buscaban su m odelo ético y estético en la Rom a de los prim eros tiem pos, a la que atrib u ían grandes virtudes h eroi­ cas. El pin to r David supo rep resen tar este estado de ánim o en u n a obra fundam ental p ara la histo ria del arte europeo, «el ju ram en to de los H oracios», p aradigm a de la p in tu ra histórica, que enfatiza hasta el extrem o las virtudes del p atrio tism o com o im perativo m o­ ral. Finalm ente, el m ism o Low enthal nos ofrece otro ejem plo claro, al m encionar que la afinidad en tre los objetos m ás prim itivos y el arte contem porán eo —pensem os en Picasso— es utilizada p ara va­ lidar su atractivo arquetípico. Como señaló O rtega y G asset con p alab ras sonoras en La rebe­ lión de las m asas, el hom bre co n tem p o rán eo «no afirm a el pie so­ bre la firm eza inconm ovible de su sino; antes bien, vegeta su sp en ­ dido ficticiam ente en el espacio» (O rtega y Gassef, 1990, 126). Nos querem os referir a otro «mal del siglo» en boca de m oralistas e ideólogos, que tiene que ver con el vivir en aquel presentism o del que hem os hablado, que separa el ho m b re con tem p o rán eo de sus raíces y lo lanza a vivir en el rem olino, en m edio del cual es a rra s­ trado y alejado a m erced de las corrientes, sin sab er op o n er resis­ tencia. A puntam os al hom bre instalado en la incerteza del cam bio, que en el pensam iento o rteguiano co rresp o n d e al hom bre m asa, falto de fundam entos y de valores. Este h om bre h ab ría sido despla­ zado del lugar al que pertenece y vagaría sin ton ni son p o r un m undo hostil que no conoce: es el precio que el hom bre des-enraizado hab ría debido p ag ar p o r la civilización co ntem poránea. En este contexto, el pasado p ro cu raría u n a accción benéfica de re-so­ cialización al c o n trib u ir a rein sertarlo al lugar al que pertenece y reconciliarlo con la co m u n id ad y con las tradiciones que u n día com partió y que ha olvidado y ab an d o n ad o . Podem os p en sar que las reliquias del pasado, el p atrim o n io histórico, en este contexto cum plen la m ism a función que cu m plían las reliquias de los santos en el cristianism o prim itivo. Las reliquias cristianas, p o r encim a de sus virtudes terap éu ticas han jugado su papel de elem entos de re ­ fuerzo de un sen tim ien to colectivo, actu an d o com o ag lu tin ad o ras del sentim iento de co m u n id ad de los creyentes m anifestado en el reunirse y el reconocerse, y en el h acer ju n to s el cam ino de peregri­ nos de la salvación. D ebem os co n sid erar asim ism o el valor pedagógico del pasado. La historia com ienza a escribirse cu an d o hay alguna lección que contar. E. H. Carr, en su conocida reflexión sobre la historia hace

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preceder ei capítulo sobre la historia como progreso (Carr, 1973, 145) de la idea que la historia empieza cuando se transmite la tra­ dición, es decir, cuando se traspasan los hábitos y las lecciones del pasado hacia el futuro. Por eso no ha de extrañarnos que las ense­ ñanzas de la historia constituyan un tópico tan enraizado, tanto de la cultura académica como de la cultura popular. Así, mientras unos piensan que el pasado siempre retorna, por lo cual hay que estar preparados, otros sostienen que lo que hace falta es saberlo digerir, ya que sólo se puede llegar a superar contando con él. De aquí también que la sabiduría popular haya entronizado el princi­ pio de que las sociedades que desprecian su pasado están condena­ das a errar. Para no ir más lejos en el tiempo, porque de ejemplos al respecto no faltan en la historia, subrayaremos que el Humanismo supo poner de relieve la importancia de las lecciones del pasado en un tiempo de cambio, cuando comenzaba a intuirse la idea del pro­ greso de las sociedades humanas. Desde entonces han triunfado sobre todo las lecciones impartidas a modo de analogías. Por ejem­ plo, las analogías entre el Imperio romano y los tiempos contempo­ ráneos se han reproducido en diversas ocasiones, en función de las percepciones dominantes sobre la manera como se están viviendo los tiempos, es decir, una vez más en función de aquel orteguiano «pulso de los tiempos». Así, la imagen de una Roma caduca que se hunde en su propia miseria moral, empujada por el fracaso de sus clases dirigentes incapaces de hacer frente a la presión juvenil de los bárbaros, ha jugado en distintas circunstancias históricas un papel moralizador de primer orden. En la tradición histórica occi­ dental, el ejemplo de la Roma antigua ha sido quizás el más utili­ zado a la hora de impartir lecciones. La historia del arte, y en parti­ cular la pintura, está llena de referencias ejemplarizantes de este tipo, con un alto valor comunicativo, ya que saca partido de las po­ sibilidades narrativas de la imagen gráfica en grandes cuadros histórico-alegóricos, algunos de cuyos ejemplos paradigmáticos con­ servamos todos en 1a memoria. Sin abandonar la creación artística, recordemos que los teso­ ros del arte han aportado su grano de arena a esta gran escuela de los tiempos desde el propio arte, sirviendo de ejemplo y modelo del buen obrar. Durante el Renacimiento las antigüedades se utiliza­ ban como modelos que se exponían en los talleres de los maestros. El propio Mantegna, el pintor arqueólogo, pretendió restituir las formas de la vida antigua de manera íntegra, organizando en su propia casa de Mantua un museo arqueológico en el que vivir. Más

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tarde, en la época de la Ilustración, las Academias, donde primaba la teoría por encima del oficio, sustituyeron los talleres artesanos como escuela de los jóvenes artistas. Eí aprendizaje enfatizó enton­ ces la preparación intelectual y los valores éticos, por lo que las au­ las del neoclasicismo se llenaron de obras «modélicas» del pasado, seleccionadas para impartir unas lecciones de alto contenido mo­ ral. Paul Valéry dijo en una ocasión: «se entra en el futuro retroce­ diendo»; para avanzar sobre seguro, naturalmente. Y es que estas lecciones siempre han tenido un valor moral que la historia se em­ peña en reseñar desde tiempos inmemoriales. A veces el pasado como lección llega a espantar. Se discute so­ bre si las circunstancias eran otras o sobre si las soluciones ensaya­ das entonces servirían aún para el hoy. Las sociedades han preten­ dido con la historia autojustificarse y dar la mejor imagen de sí mismas, por eso los tiranos tienden a reescribir la historia para tor­ narla en favor suyo. En estos casos se impone el pasado como ol­ vido o reinvención. El escritor Jorge Edwards aseguraba en un re­ portaje publicado en La Vanguardia de Barcelona el 11 de septiem­ bre de 1994 que todos los países han de reinventar su pasado para poder olvidar. Sobre la conmemoración del cincuentenario de la li­ beración de Francia por los aliados, Edwards opinaba: El olvido es salud aunque sea doloroso. ¿Qué ha hecho Francia sino inventarse la liberación de París olvidando el régimen de Vichy, el pacto con Hitler, los colaboracionistas...? Sólo existen De Gaulle y la resistencia.

Pere Gimferrer ha escrito: «si pierdo la memoria, qué pureza». Como Rousseau en Emilio, tener nostalgia del limbo de los justos es una forma de confort espiritual. Pero el mejor pasado sigue repartiendo sus tesoros por el mundo. Las grandes obras de los antiguos siguen seduciendo y des­ pertando en la naturaleza humana un espíritu de emulación. Como es sabido, la tradición humanista en el campo de los saberes ha constituido durante siglos la base de la alta cultura. La imitación, la copia y la emulación han constituido valores con los que se con­ taba con los ojos cerrados. Con la excepción de las últimas genera­ ciones, desde que la modernidad quiso romper con el pasado, la imitación de los antiguos, que no era necesariamente mimética sino fuente de inspiración y de autosuperación, fue siempre pre­ ceptiva. El nuevo eclecticismo y el posmodernismo de los últimos

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tiem pos h an venido aco m p añ ad o s de un cierto desconcierto y p a ­ rece que nadie se atreva a decir, com o M arinetti, que un autom óvil de carreras es m ás bello que la Victoria de Sam otracia, ni al revés. Q uizás p o r todo ello hoy día la idea de em ulación no tiene el alto significado que un día tuvo, y q u izá se prefiera la idea de estim u la­ ción. N apoleón, el día de la B atalla de las P irám ides expresó el res­ peto que le m erecía el p asad o y su pro p io sentido de la historia, cuando, al pie de la Esfinge de Gizeh con las pirám id es com o fondo, gritó a sus hom bres: «Soldats!, du h a u t de ces pyram ides q u aran te siécles vous contem plent.» Se tra ta b a de d a r al p asad o un valor com o estím ulo. La estim u lació n es u n a v irtud energética m uy en consonan cia con los tiem pos que corren. Los pueblos se felici­ tan p o r la histo ria que h an tenido y celebran los aniversarios que caen en fechas de cifras red o n d as con grandes dispendios y a u to ­ bom bo, porq u e adivinan que p u eden servirles de revulsivo. Q uien m ás quien m enos quiere h acer h isto ria y los m edios de co m u n ica­ ción m ultiplican las jo rn ad a s y los hechos de la p equeña histo ria de cada día que según ellos h ab rá que in scrib ir en el gran libro de la historia. Es u n poco parad ó jico que vivam os u n a época en que todo el m u ndo quiere h acer h isto ria cu an d o la h isto ria se to rn a cad a día un poco m ás ex trañ a a n u estro p ro p io m undo. P ensam os tam b ién que la h isto ria p uede ser u n a fuente de p la­ cer creativo p ara m uchos, al m arg en de u n a disciplina del conoci­ m iento. H ay u n a form a de consuelo esp iritu al que es casi tan vieja com o la h um an id ad : la que proviene del desvelar de la curiosidad hacia las cosas antiguas. E n cu alq u ier caso, ese a d m ira r e in terro ­ garse sobre los objetos del p asad o p ara el pro p io en riq u ecim ien to personal, esa curiosidad, ha sido cosa de esp íritu s selectos a lo largo de los siglos. C ontem plem os el fenóm eno del coleccionism o. Todo coleccionista esconde d en tro de sí, en potencia, u n m etódico investigador e incluso un fino erudito. D etrás de u n a colección de soldaditos de plom o hay u n a h isto ria de la m ilicia que va g erm i­ n an d o poco a poco en la m ente del coleccionista. Con el tiem po, los objetos personales e in tran sferib les de u n a colección se tran sfo r­ m an en objetos revestidos de u n a especial dignidad m ereced o ra del m ayor respeto y veneración. Y al final, de servir a la cu rio sid ad in ­ dividual p asan a servir en el m useo a la cu rio sid ad general. Un ejem plo paradigm ático: J. M. S m ithson, u n em ig ran te y u n a de esas personas selectas, reu n ió d u ra n te su vida de filán tro p o u n a co ­ lección im p o rtan te de objetos an tig u o s y especím enes n aturales. Al

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m orir los dejó com o legado a su país de adopción, E stados Unidos, «como contribución al progreso y a la difusión del conocim iento entre los hom bres» (Alexander, 1982, 11). Con estas intenciones, sus fieles albaceas fu n d aro n en W ashington en 1846 la Sm ithsonian Institution. Así, se pasaba del en riq u ecim ien to de u n a sola persona al enriquecim iento colectivo de todo u n país. Es posible que este tipo de coleccionism o personal se iniciara en la antigua China. Desde m uy antiguo, antes incluso de las p ri­ m eras dinastías, la aristo cracia ch in a coleccionaba objetos del p a­ sado. E ra una cuestión de respeto y adm iració n hacia los an tep asa­ dos, a quienes se veneraba p o r m edio de los objetos m ás ap recia­ dos que habían legado a sus descendientes. E ntre estos objetos destacaron por encim a de todos las vasijas de bronce utilizadas en cerem onias religiosas, a las que se atribuían, con el paso de las gene­ raciones, poderes mágicos. H ubo ya en la antigua China un verda­ dero fetichism o alrededor de los fam osos bronces rituales chinos. El pasado com o fetiche, m uy com ún en los distintos tipos de coleccionism o, puede llegar a co n fro n tarse con el p asad o com o fuente de enriquecim iento personal o colectivo. Pero este pasado com o fuente de enriquecim iento intelectual y sensorial tiene otras caras m enos tangibles, o con m ayor carga subjetiva, fruto m ás de sensaciones que de o tra cosa. Por ejem plo, ante los pequeños he­ chos cotidianos y las contingencias de la vida diaria, el pasado se nos aparece com o algo im p o rtan te y grave. La ro tu n d id ad del p a­ sado destaca sobre lo efím ero de las cosas del presente. La g ran d io ­ sidad del pasado suena a au tén tica y deja en ridículo el envaneci­ m iento im itativo del presente. Un héroe del pasado es m ás héroe que los héroes del presente. Y u n a casa an tigua es m ás casa que las casas m odernas. ¿Q uién no aprecia m ás las venerables piedras del viejo casón centen ario que la casa funcional co n stru id a ráp id a­ m ente el año pasado en cu alq u ier b arrio periférico? Este últim o es un entorno frío, inerte, p ráctico y cóm odo, en el m ejor de los casos; el prim ero es un en to rn o cálido, rico, lleno de referencias y signifi­ cados y lleno de m em orias. R uskin escribió: «la m ayor gloria de un edificio no depende de su piedra ni de su oro. Su gloria está en su edad, en esa sensación p ro fu n d a de expresión, de vigilancia grave, de sim patía m isteriosa, de ap ro b ació n o de crítica que p ara noso­ tros se desprende de sus m uros largam ente bañ ad o s p o r olas de hum anidad» (Ruskin, 1987, 217). Pero el pasado es tam bién u n o de los cam inos m ás socorridos hacia la evasión. La necesaria evasión de la cotidianeidad tiene po­

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siblem ente su m ás co n sp icu a m an ifestació n en la evasión en el tiem po. De la m ism a m a n era que u n o escapa el fin de sem an a h a ­ cia la segunda residencia del m a r o la m o n tañ a donde creerá sen tir m ás cercan a la an h elad a n atu ra leza m atern al y prim igenia, el viaje al pasad o ofrece sugerentes escap ad as que llevan a an h elad o s refu ­ gios desde los que h acer frente a la in tem p eran cia de la vida co­ rriente. El pasado es el pasaporte ideal p ara la tran sp o rtació n hacia paraísos añorados a través de u n túnel del tiem po que alim enta nuestra fantasía y nos ayuda a reco b rar el tiem po perdido. ¿Qué otra cosa sino la fantasía m ueve el entusiasm o de los devotos del cine de época o de la novela histórica? ¿Y el de los visitantes de tan tas a tra c­ ciones turísticas, m useos incluidos, que proliferan po r la vieja E uropa o p o r la nueva América, basadas en el p atrim onio histórico y arqueológico? La fantasía nos libera, m ientras que el tiem po que ce­ dem os al pasado nos renueva porque recobram os «tiem po perdido» que deseam os p ara nosotros y no p ara los viles aprem ios de la cotidianeidad. O tra form a de h u ir es refugiándose en el pu ro recuerdo; un recuerdo éste teñido de sepia que da alas a u n sentim iento con un fondo agradable y aliviador: la nostalgia, que nos hace proclives a en to n ar u n a vieja canción que repite los versos intem porales de Jorge M anrique: «cualquiera tiem po pasado fue mejor». Con este arg u m en to reen co n tram o s el coleccionism o, que tiene la virtud de p ersonificar el p asad o en cosas tangibles. El coleccio­ nism o com o evasión es un hecho incuestionable. E n el ejem plo que aducirem os, evasión va asociada a ilusión p orque aquí com o en otras circu n stan cias de la vida, estos dos estados de án im o viajan juntos. Este ejem plo está sacado en parte de la ficción, de u n a fic­ ción que rem em o ra situaciones reales certificadas p o r la historia del coleccionism o. A finales del siglo xn u n m iem b ro de la fam ilia O rsini, u n cardenal, creó en R om a un gabinete de antigüedades. Fue uno de los prim eros, según G. B azin (Bazin, 1969, 41), y se co n ­ virtió en u n refugio p ara los m iem b ro s m ás cultos y ociosos de la fa­ m ilia hasta el R enacim iento. Uno de ellos, P ier Francesco, señ o r de B om arzo, dejaba volar su im aginación y su fan tasía recluido en su propio gabinete, que hizo co n stru ir a p rincipios del siglo xvi, si­ guiendo la trad ició n familiar. El escrito r M újica Láinez, en am o rad o del personaje, puso en su boca p alab ras com o las que siguen (M ú­ jica Láinez, 1983, 315): ... estudié la armadura que me había regalado mi abuela; los vasos, las urnas, el espejo, los peines y las figurillas de terracota halladas en

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las tumbas de Bomarzo; las medallas y los camafeos que en Roma había adquirido y que seguían enviándome los anticuarios excavado­ res. Era feliz entre estos objetos que me apartaban de la realidad.

En el espacio exterior de su ja rd ín de B om arzo este O rsini colmó sus fantasías e ilusiones recrean d o un m u n d o de sueños ta ­ llados en piedra, con ecos de la Siete M aravillas del m undo an ti­ guo. En versión original o rep ro d u cid as en piedra, las m aravillas del m undo p retérito significaron p ara O rsini un acicate p ara reco­ rrer la vida. En estos últim os p árrafos hem os visto que el pasado, m an ip u ­ lado desde la intim idad del individuo, puede convertirse en un p ro ­ ducto de la m ente, en u n a p u ra elaboración m ental y nad a más. Pero en cualquier caso, p ara que el p asado p ueda ser activado pre> cisa de un soporte m aterial, de u n a reliquia, com o el viejo recuerdo precisa de u n a im agen, de una foto antigua, p ara que sea evocado con determ inación. Antes de volver a las reliquias y ver cóm o ac­ túan pasem os ah o ra a estu d iar su cin tam ente el im pacto del pasado com o p atrim onio histórico en las colectividades y veam os cóm o las sociedades organizadas a través de las instituciones sociales, ju ríd i­ cas y políticas se disponen a protegerlo.

La patrim onialización del legado histórico material H istóricam ente, las sociedades h asta cierto p u n to cohesiona­ das y ricas en cu ltu ra m aterial, en expansión co n stan te y creciente, han tendido a valorar positivam ente el legado histórico m aterial de las generaciones precedentes. G radualm ente, la conciencia de que los vínculos culturales objetivados en d eterm in ad as reliquias m ate­ riales se prolongaban hacia atrás en el tiem po y dab an testim onio acerca de la co n tin u id ad de la colectividad, obró en favor de esta tendencia. Así, com enzaron a p reo cu p arse por pro teg er y co n ser­ var este patrim o n io del pasado y a h acer del m ism o un uso restric­ tivo, reservado a los m ejores, pero m uy significativo. Es lógico que esta m anera de com p o rtarse estuviese relacionada con la aparición de la idea de historia. Esta cuestión ha sido poco estu d iad a y m e­ nos aún debatida. G. B azin hab la de la aparición del sentim iento de la historia en tre los antiguos griegos y lo relaciona con u n a cierta disposición a preservar d eterm in ados objetos. C onsidera asi­ m ism o com o m uy significativo que los prim eros em peradores de

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C hina veneraran con fervor el pasado, lo que se trad u c ía en la con­ servación de diversos tipos de objetos (Bazin, 1969, 16 y 26). G. Lewis descubre en el O riente Próxim o el uso de m aterial histó rico o ri­ ginal expresam ente conservado con fines pedagógicos. Dice al res­ pecto (Lewis, 1984, 7): El primer caso estudiado de uso de material de carácter histó­ rico para comunicar información data de principios del segundo mi­ lenio antes de nuestra era, cuando antiguas inscripciones de la ciu­ dad de Larsa fueron utilizadas en las escuelas de esta ciudad mesopotámica.

No son éstos los únicos casos. H ay o tro s testim onios de esta m an era de p ro ced er o riginarios de B abilonia y de o tras civilizacio­ nes an tig u as del O riente Próxim o. Por lo ta n to es m uy p robable que la necesidad de tran sm isió n de ideas y sentim ientos, im preg­ n ad a de la noción del paso del tiem po y de la historia, se aco m p a­ ñase, con la consolidación de las p rim eras civilizaciones u rb an as hacedoras de objetos en form a m asiva, de la conservación de obje­ tos del pasado. De esta m a n era ap arecía en la h isto ria u n m ovi­ m iento conservacionista que velaba p o r p ro teg er y co n serv ar en n om bre del grupo, de la civilización en realidad, aquellos objetos, textos y m o n u m en to s que se co n sid erab a que rep resen tab an lo m e­ jo r de sí m ism os. Este co m p o rtam ien to , que p u d o ten er u n origen p articu la r y privativo, m an ifiesta pronto, com o hem os visto en Larsa, u n cará cter social, p o r lo que podem os co n sid erar que co n ti­ núa, su p era desde un p u n to de vista social e in terp reta en clave co­ lectiva, la lab o r p aralela que cabe su p o n er p racticab an los p rim e­ ros coleccionistas individuales, fuesen reyes, aristó cratas o sacer­ dotes, au n q u e es difícil d iscern ir en tre coleccionism o individual y coleccionism o social en esta fase inicial del fenóm eno. Con el tiem po, el conservacionism o se convierte en u n fenóm eno u niver­ sal que afecta a todas las sociedades h u m a n as que p ro d u cen de form a co n tin u ad a objetos m ateriales. C uando este m ovim iento se in stitu cio n aliza y pierde énfasis sacralizante y ritu al en la era m o d ern a, y se m u estra tal com o hoy lo reconocem os en n u estro m u n d o O ccidental, ap arecen los co n ­ ceptos de p atrim o n io histórico y de bien cu ltu ral com o sujetos de atención y tratam ien to ju ríd ico y político, referidos a los restos m a ­ teriales del pasado. E m pieza en tonces u n a lab o r de ord en ació n y de inventariación en la que intervienen las in stitu cio n es y el E s­

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tado. Pero esta lab o r no ha sido fácil, ni se ha hecho de form a a u to ­ m ática ni sistem ática. H a habido que d escu b rir e identificar conve­ nientem ente, escoger y sep arar los elem entos catalogables, estable­ cer categorías y decidir qué categorías, qué p artes del legado histó­ rico m aterial debían conservarse. Y todo ello en función del progreso m aterial, de las visiones de la h isto ria y de la cultura, de los intereses concretos de los estudiosos, del nivel de la investiga­ ción histórica, de los aprem ios coyunturales y de la m adurez de las instituciones. El desarrollo del interés p o r el p atrim o n io histórico y el acto singular y crucial de la selección h a sido el resu ltad o de un proceso de decantación en el tiem po, resuelto en últim a instancia por el dictam en experto, el cual ha sido guiado o del cual ha aflo­ rado, que los dos casos han podido darse, u n sentim iento colectivo de necesidad. En el proceso h an descollado, ciñéndonos a E uropa, individualidades que p odríam os d istin g u ir con el título de funda, dores del m ovim iento conservacionista m oderno, en tre los que ca­ bría distinguir, p o r lo que al crucial siglo xix se refiere, p o r ejem ­ plo, a Victor H ugo y P rosper M erim ée en Francia, H enry Colé y Augustus Pitt-Rivers en G ran B retaña, a J. J. W orsaae en D inam arca y a Pablo P iferrer y José A m ador de los Ríos en España. E n el fondo, esta h istoria es tan vieja com o el E stado m o­ derno. En cada fase del desarrollo del E stado m oderno los bienes culturales reconocidos reciben un tratam ien to ju ríd ico en conso­ nancia con el interés social, económ ico y sim bólico que se les a tri­ buye. En E uropa y A m érica el E stado-nación del siglo xix aparece por p rim era vez decidido a in terv en ir com o tal Estado, sobre el le­ gado m aterial de la historia, en no m b re del bien com ún. Uno de los prim eros organism os públicos d estinados a velar p o r la conserva­ ción del patrim on io en E u ro p a aparece en 1807: la Com isión Real D anesa para las A ntigüedades, cread a con la finalidad de preservar los m onum entos p rehistóricos del país, que co m enzaban a ser re­ conocidos com o verdaderos sím bolos de la identidad nacional. Tanto po r el carácter orgánico de la in stitució n escogida, com o por el objetivo que la guiaba, esta provisión del E stado danés tiene el c ará cter de pionera. H acia finales del siglo xvm las Cortes europeas em pezaron a asim ilar el influjo de la Ilustración, au n q u e fue el tre ­ m endo im pacto de la Revolución francesa, con la entrega a la n a ­ ción francesa de los tesoros de la cu ltu ra y el arte en m anos de la Iglesia, la aristocracia y la m on arq u ía, lo que provocó la sú b ita in ­ trom isión de los poderes públicos en la custo d ia de lo que com en­ zaba a aparecer com o bienes públicos de cará cter cultural. Así, con

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la intervención de Cánova, el P ap a Pío VII establecía en 1802 p ara los E stados Pontificios los pro ced im ien to s que req u ería la co n ser­ vación de los m o n u m en to s y las obras de arte, de m a n era que q u e­ d ab a reconocido y ad q u iría expresión legislativa el concepto de bien cultural. En el m ism o añ o en E spaña, u n a Real Cédula de C ar­ los IV fechada el 26 de m arzo co n sig n ab a la o b ligatoriedad de co­ m u n icar los hallazgos de an tig ü ed ad es y en co m en d ab a a la Real A cadem ia de la H istoria la m isión de fijar los pro ced im ien to s p ara identificar y co n serv ar los m o n u m en to s antiguos. E stos prim ero s p ro n u n ciam ien to s oficiales de los poderes públicos realizados en un contexto histórico m uy d eterm in ad o tien en unos an teced en tes in teresan tes que hay que situ a r en el m arco del p o d er absolutista. Las m o n arq u ías ab so lu tas eu ro p eas m an tu v iero n u n a concepción patrim o n ialista del p o d er h asta fines del xvm, que en el terren o de la protecció n de los bienes cu ltu rales se p u d o tra d u c ir en algunas m edidas significativas com o las siguientes. Q uizás la p rim era to m a de posición d estacad a cabe ad ju d icarla a Carlos I de E sp añ a, quien a principio s del siglo xvi, p a ra p ro teg er el subsuelo y los m o n u m en ­ tos precolom binos de la Indias, dictó m edidas severas, las cuales debían aseg urarle al m enos m a n te n e r bajo el co ntrol real los teso ­ ros que po dían co n ten er y p o d er reclam ar en su m o m en to el «Q uinto Real». E n 1666, el rey de Suecia declaró p ro p ied ad de la C orona todas las an tig ü ed ad es que se d escu b riesen en el reino. Y algo parecid o quiso h acer en el reino de N ápoles C arlos de B orbón, cu an d o en 1738 declaró P ro p ied ad Real el su b su elo de H ercu lan o y de cu alq u ier o tro y acim ien to arqueológico que se descubriese. A lo largo del siglo xix se avanza en E u ro p a y A m érica de form a lenta y g rad u al h acia u n a m ayor p ro tecció n de los bienes culturales. Los o b stácu lo s m ás serios provienen del extrem o cu i­ dado que se pone p ara no a te n ta r co n tra el sacro san to derech o a la propiedad privada, au n cu an d o los p ro b lem as pro ced en a m en u d o de la incap acid ad del E stad o en h ace r c u m p lir la ley y de las insufi­ ciencias en m edios y p erso n al de los o rg an ism o s responsables, caso de E spaña, p o r ejem plo. E n G ran B retaña, la p rim era ley im ­ p o rtan te de p ro tecció n de los m o n u m en to s an tig u o s n o se ap ru eb a h asta 1882, tras diez añ o s de d u ras d iscusiones (Cleere, 1989, 1). E n A lem ania se crea en 1904 el H eim atsch u tz, el p rim e r in stru ­ m ento público estatal d estin ad o a p ro teg er ta n to las áreas de in te­ rés n atu ra l com o los m o n u m en to s históricos. E n F ran cia, u n a ley de protección del p atrim o n io h istó rico co m p arab le a la b ritán ica no es efectiva h asta 1913. E n E sp añ a ap arecen dos leyes com ple­

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m entarías com parables a las europeas de la época: la Ley de E xca­ vaciones Arqueológicas de 9 de julio de 1911, que regula las activi­ dades arqueológicas y la conservación de los restos m ateriales, y la Ley de M onum entos H istóricos y A rtísticos de 5 de m arzo de 1915, que prevé su catalogación. El concepto m oderno de p atrim o n io se ha de ver, p o r lo tanto, a la luz de ese proceso de institucionalización h istóricam en te d eterm in ad o donde el sujeto es la nación y el in strum ento el E stado, ya que del m ism o salen las form ulaciones jurídicas y legales que lo regularán definitivam ente. Con la crisis del E stado liberal, m anifiesta a p a rtir de la p ri­ m era guerra m undial, se im pone en E u ro p a el E stad o social. El E stado social, en oposición a lo que h ab ía sido el E stado liberal del siglo anterior, pretende reg u lar de form a activa el orden social con el fin de favorecer a la m ayoría de la población. Así, se dispone a reconocer derechos sociales y a p restar servicios a la colectividad. Como tal E stado intervencionista, no puede m enos que a d o p tar un papel activo a la ho ra de reg u lar el m arco ju ríd ico en el que se sitúa el patrim onio cultural. E n este contexto se generaliza la opinión de que las m anifestaciones del p atrim o n io histórico son p atrim onio de todos. El cam ino que lleva a este p ro n u n ciam ien to pasa p rim ero por reconocer que existe u n a h eren cia tangible del hom bre, po r identificarla y aislarla y p o r o to rg ar finalm ente a esta herencia la categoría de bien su p erio r de cará cter intem poral. E ntonces el E s­ tado interviene invistiendo a la co m u n id ad de unos derechos que nacen del m ism o hecho de reconocerse u n a titu larid ad social sobre el patrim onio. C onsecuentem ente, d u ran te la p rim era m itad del si­ glo xx en algunos países de E u ro p a se procede a la constitucionalización de estos derechos y p o r ende de la protección del legado p a­ trim onial. El m odelo será la co n stitución alem ana de 1919 o la au s­ tríaca de 1920. En el caso de E sp añ a es la C onstitución de la República de 1931 la que recoge este anhelo. Así dice en su artíc u ­ lo 45: Toda la riqueza artística e histórica del país, sea quien fuese su dueño, constituye Tesoro Cultural de la Nación y estará bajo la salva­ guardia del Estado, que podrá prohibir su exportación y enajenación y decretar las expropiaciones legales que estimase oportunas para su defensa. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica, asegurará su celosa custodia y atenderá a su perfecta con­ servación. El Estado protegerá también los lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico e histórico.

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Una declaración en favor del patrimonio histórico tan explí­ cita y contundente y de tan alto rango en derecho habría de provo­ car en el mundo reconocimiento y admiración y erigirse como refe­ rencia ineludible en la evolución legislativa posterior en España. Tras la variopinta acumulación normativa del régimen del ge­ neral Franco, los hitos recientes sobre la protección del patrimonio histórico en España pasan por la norma constitucional vigente de 1978, que en su artículo 46 proclama: Los poderes públicos garantizarán la conservación y promove­ rán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad. La ley penal sancionará los atentados contra este patrimonio.

Una vez se ha definido el marco general de salvaguardia, la norma reguladora actualmente vigente que desarrolla el precepto constitucional incluye argumentaciones interesantes para justificar la intervención del Estado en la materia. Así, la exposición de moti­ vos de la Ley del Patrimonio Histórico Español de 1985 dice que el valor de los bienes integrantes del patrimonio histórico «lo propor­ ciona la estima que, como elemento de identidad cultural, merece a la sensibilidad de los ciudadanos», ya que «los bienes que lo inte­ gran se han convertido en patrimoniales debido exclusivamente a la acción social que cumplen, directamente derivada del aprecio con que los mismos ciudadanos los han ido revalorizando». Este reconocimiento de la existencia de un legado histórico y la consiguiente atribución de un alto valor al mismo que se pro­ duce en todas las normas legales nacionales de rango es asumida en la segunda mitad del siglo xx por la legislación de ámbito inter­ nacional. Para la UNESCO y para toda la legislación internacional que del alto organismo depende existen unos bienes que tienen un carácter especial porque están investidos de un valor universal in­ temporal; dicho en otras palabras, que existe un patrimonio común de la humanidad. La UNESCO, por medio de diversas Recomenda­ ciones y Convenciones se ha pronunciado en distintas ocasiones en favor de la salvaguardia del patrimonio cultural de la humanidad y ha instado a los Estados a implementar medidas proteccionistas.1 t . Las Convenciones y Recomendaciones adoptadas para la salvaguardia del patrimo­ nio cultural de la humanidad son las siguientes, por orden cronológico: 1) Convención para la

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Tanto las leyes de ámbito nacional como las que tienen una proyección internacional pretenden despejar, y al mismo tiempo regular, el tránsito hacia el futuro del legado patrimonial del pa­ sado. Uno de los obstáculos más fuertes y persistentes en este tra­ yecto lo constituyen los derechos individuales de las personas y el derecho a la propiedad privada, en concreto. En este y en algún otro apartado vamos por un momento a considerar en paralelo, aunque de forma indirecta, los regímenes jurídicos del patrimonio histórico, español e italiano. El parentesco de las formulaciones le­ gales sobre el patrimonio entre España e Italia es lógico, e ilustra acerca de una similitud de planteamientos común entre todos los países del sur de Europa, incluida Francia. Aquí existe una tradi­ ción de Estado protector, intervencionista y benefactor que con­ trasta con la tradición anglosajona de Estado liberal comprome­ tido con la defensa del principio de la autonomía del individuo frente al Estado, y por tanto, reacio a definiciones legales dema­ siado explícitas. Según comentan expertos juristas (Alonso Ibáñez, 1992; Gar­ cía Escudero y Pendas García, 1986; García Fernández, 1987), el fondo doctrinal que nutre la ley española del patrimonio histórico proviene de las formulaciones jurídicas italianas de los años se­ tenta. Es interesante ver cómo en Italia los juristas definieron el bien cultural como «aquel bien que constituye testimonio material con valor de civilización» (García Fernández, 1987, 48). Esta idea,

protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado, y Protocolo, Conferencia de La Haya de 1954; 2) Recomendación que define los principios internacionales de aplicación en ma­ teria de yacimientos arqueológicos, Conferencia de Nueva Delhi de 1956; 3) Recomendación so­ bre los medios más eficaces para hacer accesibles los museos a todo el mundo, Conferencia de París de 1960; 4) Recomendación sobre la salvaguardia de la belleza y carácter de los paisajes y de los lugares, Conferencia de París de 1962; 5) Recomendación sobre las medidas que se han de tomar para prohibir e impedir !a exportación, importación y transferencia de propiedad ilí­ cita de bienes culturales, Conferencia de París de 1964; 6) Recomendación sobre la preservación de bienes culturales en peligro por trabajos públicos o privados, Conferencia de París de 1968; 7) Convención sobre las medidas que se han de tomar para prohibir e impedir la importación, exportación y transferencia de propiedad ilícita de bienes culturales, Conferencia de París de 1970; 8) Convención sobre la protección del patrimonio cultural y natural del mundo, Conferen­ cia de París de 1972; 9) Recomendación sobre la protección a nivel nacional del patrimonio cul­ tural y natura!, Conferencia de París de 1972; 10) Recomendación sobre el intercambio interna­ cional de bienes culturales. Conferencia de Nairobi de 1976; 11) Recomendación sobre la salva­ guardia de conjuntos históricos o tradicionales, Conferencia de Nairobi de 1976; 12) Recomendación sobre la protección de bienes culturales muebles, Conferencia de París de 1978; 13) Recomendación para la salvaguardia y la conservación de las imágenes en movimiento, Conferencia de Belgrado de 1980.

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que podríam o s co n sid era r « h istóricam ente correcta», fue feliz­ m ente recogida en E sp añ a porque, com o es u n a noción m uy ab ierta y general, p erm ite que sean los expertos en p atrim o n io h is­ tórico y cultu ral los que, de acu erd o con las ideas y criterio s disci­ plinares vigentes en cada m om ento, acu erd en qué hay que p o n er en el cesto y qué no. Es decir, ya no cabe p ara p ro teg er lim itarse a e n u m e ra r y sin g u larizar elem entos del p atrim o n io , com o se hab ía hecho en el pasado; ah o ra lo que vale es el concepto com prensivo m ás global. P o r lo que respecta a los p ro b lem as de titu larid ad de bienes, en am bos casos, español e italiano, existe u n a lim itación cu an d o los bienes p erten ecen al p atrim o n io histórico, artístico y cultural. En estos casos la ley declara que hay bienes m uebles que, ab stracció n hecha de quien sea el p ro p ietario o titu la r y siem pre resp etan d o los derechos que le co rresp o n d an , están co m p rendidos en u n a categoría su p erio r de p atrim o n io colectivo. ¿Y p o r lo que respecta a u n a posible colisión de derechos? P ara ju stificar la ac­ ción pública sobre estos bienes singulares de su p erio r categoría los ju ristas aducen la fórm ula de la p ro p ied ad dividida. De acu erd o con este recurso, la división de la pro p ied ad se debe a la doble n a­ tu raleza del objeto: la cosa m aterial com o so p o rte físico y el bien com o utilidad. Dicho de o tra form a, existe desde u n p u n to de vista ju ríd ico un «bien de fruición» in d ep end ien te de u n «bien de p erte­ nencia». Por m edio de este bien de fruición se reconoce la d im en ­ sión social del valor de las cosas; p o r m edio del bien de p erte n en ­ cia, la propied ad de la cosa, sea pública o privada. El bien de fru i­ ción es consecu en tem en te u n bien de d isfru te colectivo, la tu tela del cual corresp o n d e al Estado. La legislación española recoge esta noción de fruición y la hace co n stitu cio n alm en te exigible con res­ pecto al p atrim o n io histórico. F inalm ente, u n a m ención al p ro ­ blem a de la seguridad ju ríd ica. M ientras que la ley general esp a­ ñola exige que los bienes inm uebles sean objeto de declaración ex­ presa de p erten en cia al p atrim o n io , p o r lo que respecta a los bienes m uebles que no p erten ezcan a m useos o a in stituciones públicas, se hace preceptivo que se incluyan en un in v en tario en el m o m en to o circu n stan cia que convenga y si es preciso p o r pro ced im ien to de urgencia. La in ventariación es la últim a g aran tía en m anos de la colectividad porque, com o dice el ju rista Q u in tero Olivares, «no se reduce a u n a in co rp o ració n a u n a lista sino que es u n acto valorativo form al, previo y esencial» (Q uintero Olivares, 1994). Es significativo que Alonso Ib áñ ez destaq u e com o fu n d am en ­ tal el hecho de que la Ley del P atrim o n io H istórico «resalte com o

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elem ento definitorio básico de los bienes integrantes del p atrim o ­ nio histórico, la inm aterialid ad de sus virtualidades y, p o r tanto, su aptitud intrínseca p ara satisfacer necesidades culturales» (Alonso Ibáñez, 1992, 20). H em os visto cóm o el E stad o p o r m edio de la Ley define y sustancia al final la difícil noción de bien cultural y le otorga u n a función prim o rd ial en el contexto de las relaciones h u ­ m anas de u n a colectividad. D escartado un valor in m an en te del le­ gado histórico que no cabe en los p ro n u n ciam ien to s de carácter ju ­ rídico y social que em ite la sociedad p o r m edio de sus instituciones públicas, se subraya su valor in stru m en tal «para satisfacer necesi­ dades culturales». Así el bien cultural aparece com o un m edio p ara un fin, no com o u n fin en sí m ism o. Veamos ah o ra cóm o este m e­ dio se transform a en un recurso p ara cad a uno de nosotros y cóm o acostum bram os a utilizarlo. Veamos tam b ién qué tensiones se p ro ­ ducen entre una aproxim ación al p atrim o n io m ás in m an en tista y otra m ás utilitarista.

C a p ít u l o 3

EL VALOR DEL PATRIMONIO HISTÓRICO COMO RECURSO De todas las mudanzas originadas por el tiempo, ninguna hay que afecte tanto a las estatuas com o el cambio de gusto de sus ad­ miradores. M. Y o u r c e n a r , 1954,1982

Sólo haciéndolos públicos (los museos) y abriéndolos a la contemplación pública de sus colecciones pueden convertirse en materia de estudio; y cualquier resultado obtenido a partir de aquí es una ganancia a añadir para el bien común de la humanidad. A. H i r t , 1798

Los monumentos de arquitectura de las naciones antiguas que permanecen a pesar de las injurias del tiempo sirven de grande recurso para conocer el carácter de los que los fabricaron, siempre que hay falta de autores coetáneos, com o también para suplir a la omisión o mala fe de los historiadores. J. A. A l z a t e , 1790

Acerca del valor de los bienes culturales La idea de p atrim o n io —los bienes que poseem os— y la m ism a idea de bien cu ltu ral nos sugieren que estam os ante algo de valor. Valor en el sentido de valía, es decir, de percepción de cuali­ dades estim ables en u n a cosa, no de valor en u n sentido teorético o m eram ente especulativo. E n este capítulo se h ab lará de valor en el sentido de aprecio hacia d eterm in ad o s objetos p o r el m érito que atesoran, por la utilidad que m anifiestan, o p o r su aptitu d p ara sa­ tisfacer necesidades o p ro p o rcio n ar bienestar. Por todo eso el valor

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del cual se h ab lará no es siem pre in h eren te a las cosas, a los obje­ tos en este caso, com o lo es, p o r ejem plo, el peso o la form a; antes bien, se tra ta de u n a cualidad a ñ ad id a p o r las personas, que puede crecer o dism inuir, y que los hace estim ables. Se trata, pues, de u n concepto relativo som etido a los vaivenes de la percepción y del c o m p o rtam ien to h u m an o s y, p o r lo tan to , dep en d ien te de un m arco de referencias intelectuales, históricas, cu ltu rales y psicoló­ gicas que varía con las p erso n as y los grupos que atrib u y en valor. E xam inem os m ed ian te un ejem plo el proceso h ab itu al de a tri­ bución de valor en relación a los bienes del p atrim o n io histórico. Com o p u n to de p artid a debem os señ alar que cu alq u ier objeto del pasado puede ser elucidado. S upongam os aq u í u n objeto fijo que ha perm anecid o sobre el terren o un o s cu an to s siglos: u n castillo m edieval. En sus tiem pos el castillo era vivienda y refugio. A bando­ nado u n día en tró en d ecad en cia y pasó con el tiem po a conver­ tirse, m edio en ru in as, en refugio de pastores y vagabundos. Aque­ llas estru ctu ras se h ab ían convertido en u n a referencia útil en m e­ dio de la desolación p ara los pocos seres h u m an o s que p o r allí pasaban. Luego pasó a ser fuente de in sp iració n de histo rias y le­ yendas de la gente del país; alguien lo incluyó en u n poem a ro m á n ­ tico y al cabo de u n tiem po todas aquellas leyendas y poesías ya fo rm aban p arte del folclore local. Con los siglos, los m u ro s d esn u ­ dos del viejo castillo, que seguían d esafiando los elem entos, se afe­ rra ro n al im aginario colectivo. M ás de un p in to r de los de antes de la guerra ya los h ab ía in m o rtalizad o . H asta que u n día, tras ser d e­ clarado m o n u m en to a instan cias de u n a reconocida asociación de filántropos, fue restau ra d o con d in ero de la D iputación y las p u e r­ tas del castillo fueron reab iertas p a ra la cu rio sid ad y d isfru te de los visitantes. A hora todo el m u n d o lo co n sid era un elem ento fu n d a­ m ental del p atrim o n io del país y es objeto de atracció n de m asas de tu ristas que llegan m o to rizad as con el tiem po ju sto p ara hacerse frente al m ism o la esp erad a fotografía. El valor in stru m en tal, o dicho de o tra m an era, el valor com o recurso —turístico, didáctico, científico— del objeto castillo m e­ dieval no es el m ism o en el contexto actual, obviam ente, al valor com o cosa útil que era el castillo cu an d o era visitado p o r pastores, ni cu an d o era u n a plaza fuerte en tiem pos de sus co n stru cto res. Pero tam po co es igual al valor com o recurso cu ltu ral de hace u n as décadas, cu an d o ap en as h ab ía turism o. El valor com o recu rso de u n objeto p atrim o n ial difiere tam b ién poco o m u ch o del valor com o recurso de un objeto del pasado, ap reciad o com o tal, pero

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q u e no ha sido declarado bien cultural, ni ha sido incluido en n in ­ gún catálogo, y difiere radicalm ente del valor com o utilidad del m ism o objeto en su contexto original y subsiguientes. Son, todos, estadios que es preciso distinguir. De m odo parecido, o tro ejemplo, no es lo m ism o aquella m ansión an tigu a situ ad a cerca del centro de la ciudad no incluida en el registro de los m o num entos h istó ri­ cos, que es co m p rad a p o r u n a co m p añ ía privada p ara in stalar en ella su sede central, que aquella o tra que sí está en el registro y que aloja un m useo. En los dos casos pesa un valor de uso, aunque tam bién un valor sim bólico e incluso pro b ab lem en te u n valor esté­ tico; sin em bargo, la diferencia reside en las lim itaciones a la libre disposición de la propiedad y en otros preceptos que im pone la norm ativa conservacionista al segundo caso. Insistam os po r un m om ento en la idea de patrim o n io com o un > m edio, y no com o un fin en sí m ism o. C onsiderarlo un fin, circu n s­ tancia que de hecho se da, pensem os en determ in ad as form as de coleccionism o, no deja de ser u n a perversión. En todo caso el fin sería la m ejora de la especie y el p atrim o n io un vehículo. Vehículo, m edio, recurso, en este capítulo nos interesarem os po r el valor com o recurso de un objeto de la historia, y nos preguntarem os: ¿para qué puede valer?, y ¿por qué vale? Com o el antropólogo n o r­ team ericano W. D. Lipe ya se ha p lan tead o preguntas sem ejantes, verem os, antes de seguir, qué nos ha propuesto, porque h ab rá de servirnos de referencia. Lipe (Lipe, 1984) sostiene que los restos del pasado configuran u n depósito de recursos potenciales a nuestro alcance p ara ser utilizados en el presente y en el fu tu ro p ara el de­ sarrollo cultural de n u estra sociedad. Com o las circu n stan cias so­ ciales cam bian con el tiem po, así com o la m an era de en ten d er el m undo de la gente, no se puede e s ta b le c e rá priori u n a analogía en ­ tre recursos potenciales y recursos efectivos. De m an era parecida, el valor efectivo com o recurso p ara los distintos grupos sociales de determ inados objetos del pasado sólo puede establecerse en fu n ­ ción de contextos particulares. P ara Lipe estos contextos se confi­ guran en to rn o a circu n stan cias h istó ricam en te determ inadas, com o las siguientes: las relaciones económ icas, los criterios de gusto dom inantes, las creencias e ideas m ayoritarias, las form as y estru ctu ras de la investigación en ciencias sociales y hum anas, etc. Y para com pletar esta arg u m en tació n com enta:

Estos contextos pueden interactuar entre ellos, por ejemplo la investigación arqueológica puede establecer que una conocida es­

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tructura norteamericana, que el pensamiento tradicional conside­ raba que se debía a una primitiva colonización escandinava del Nuevo Mundo, fue de hecho edificada mucho más tarde por los colo­ nos ingleses. O un cambio en las creencias populares sobre la impor­ tancia histórica de la era victoriana puede conducir a una más favo­ rable evaluación estética de la arquitectura victoriana... Evidente­ mente, factores culturales originados fuera de estos contextos específicos y que poco tienen que ver con los recursos culturales, también pueden afectar al sistema. Una depresión económica de ám­ bito general, por ejemplo, puede disminuir la capacidad de la socie­ dad de seguir rehabilitando estructuras históricas, al margen de cualquier consideración sobre la bondad de los procedimientos em­ pleados o del nivel de aprecio popular de que disfrutaban (Lipe,

1984, 2). E videntem ente el potencial de los bienes patrim oniales com o recurso cultural debe ser considerado a la luz de contextos específi­ cos, porque la atribución de valor —cóm o son apreciados, hasta qué punto— sólo puede producirse en función de situaciones reales his­ tórica y socialm ente determ inadas. En definitiva, Lipe llega a la p ro ­ puesta que resum o a continuación. Hay u n contexto de atribución de valor determ inado po r los factores económ icos y el m ercado, donde el bien es visto com o un recurso utilizable, m ás o m enos espe­ cial, no obstante, al alcance de la sociedad y que presenta unas «utili­ dades» que responden a m enudo a necesidades com unes. E n estos casos los costes de salvación y m antenim iento de m onum entos y ya­ cim ientos arqueológicos se co n trastan con los beneficios esperados de la intervención. De este contexto em an a u n valor económ ico. Hay un contexto de atribución de valor determ inado po r los criterios de gusto dom inantes, po r las tradiciones estéticas y aun po r factores re­ lacionados con la psicología de los individuos. De este contexto em ana un valor estético. Hay tam bién un contexto de atribución de valor determ inado po r el tipo de conocim iento tradicional y funda­ m entalm ente po r el im aginario colectivo, asociado a tradiciones o ra­ les y escritas y a determ inadas elaboraciones mitológicas. Y tam bién po r el hecho de reconocer en los objetos del pasado el carácter de le­ gítim os docum entos de la historia que expresan cosas sobre las per­ sonas que los crearon y utilizaron. De este contexto nace un valor asociativo. F inalm ente hay u n contexto de atribución de valor deter­ m inado po r el tipo de investigación form al sobre la cultura m aterial que practican la historia, la antropología, la arqueología o la historia del arte. De este contexto em an a u n valor inform ativo.

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E ste interesan te esquem a de Lipe es u n inten to de sistem atizar las razones po r las cuales los seres h u m an o s de n uestro tiem po se­ guim os apreciando, conservando y utilizan d o los objetos del p a ­ sado. Pero es un intento que hay que in terp reta r a la luz de u n a si­ tuación determ inada, la de la sociedad norteam erican a, m o d ern a y cam biante y m uy condicionada p o r co y u n tu ras políticas y econó­ m icas variables, que obliga a los gestores del p atrim o n io histórico, a los políticos y a la opinión pública a p ro n u n ciarse a m enudo p e­ rentoriam ente sobre qué sacrificar y qué salvar del legado h istó ­ rico. Con este esquem a Lipe ap u esta p o r proporcionarles u n ins­ trum ento de reflexión p ara o rien tar la tom a de decisiones. A continuación se p ro p o n d rá u n a categorización de los valores que cabe atrib u ir al patrim o n io histórico en función tam bién de los contextos, aunq ue p ro cu ran d o que la m ism a tenga un cará cter u n i­ versal y la m ás am plia validez general posible. Por ello vam os a evolucionar del esquem a teórico ideal a la plasm ación de las situ a­ ciones reales. Como no disponem os de u n parad ig m a ideal que re ­ suelva de en tra d a el problem a de las categorías de los valores, h e­ m os optado po r acep tar la solución convencional que nos ofrece la epistem ología y d istin g u ir en tre u n valor de uso, un valor form al y un valor sim bólico. Como verem os, esta tríad a d a m ucho juego p o r su sim plicidad y carácter form alista, de m an era que adm ite incluir y categorizar todas las posibilidades razonables de atrib u ció n de valor que los individuos pueden llegar a o to rg ar a nuestros objetos. Así, podríam os p en sar en diversos subvalores en función de las cir­ cunstancias concretas, que ráp id am en te ad judicaríam os a algunos de los tres tipos de valores propuestos. Las situaciones reales de atribución de valor podrán, pues, contem plarse en m arcad as en las tres categorías de referencia, pero p ara que todo ello funcione h ará falta prever un contexto económ ico que las englobe, ya que se trata de la circunstan cia que m ejor da cu en ta del m arco concreto en que la vida real tiene lugar, donde los usos diferentes del patrim onio, incluidos los p u ram en te contem plativos, son valorados en dinero. Este contexto económ ico lo estu d iarem os separadam ente. Por lo tanto, contem plarem os: a) Un valor de uso. Nos referirem os a valor de uso en el sen ­ tido de p u ra utilidad, es decir, evaluarem os el patrim o n io pensando que sirve p ara h acer con él alguna cosa, que satisface u n a necesi­ dad m aterial o de conocim iento o un deseo. Es la dim ensión u tili­ taria del objeto histórico.

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b) Un valor form al. E ste valor responde al hecho indiscutible que determ in ad o s objetos son apreciad o s p o r la atracció n que des­ p iertan a los sentidos, p o r el placer que p ro p o rcio n an p o r razó n de la form a y p o r o tras cualidades sensibles, y p o r el m érito que p re­ sentan. c ) Un valor sim bólico-significativo. P o r valor sim bólico e n ­ tenderem os la consideración en que se tienen los objetos del p a ­ sado en tan to que son vehículos de alguna form a de relación en tre la persona o personas que los p ro d u jero n o los utilizaro n y sus ac­ tuales receptores. En este sentido los objetos actú an com o p resen ­ cias sustitutiv as y hacen de nexo en tre p erso n as sep arad as p o r el tiem po, p o r lo que son testim o n io de ideas, hechos y situaciones del pasado. Hay que p recisar que, ya que todo objeto histórico es un vehículo p o rta d o r de m ensajes y que las relaciones que se esta­ blecen en tre el recurso y las p erso n as son m uy com plejas, es aco n ­ sejable to m a r en consideración las técnicas de análisis que la se­ m iología aplica a la teoría de la co m u n icació n y utilizarlas en la d e­ lim itación de este gru p o de valores que hem os calificado de sim bólicos. E ntonces verem os que en vez de valor sim bólico será preferible h ab lar de valor significativo, ya que el prim ero q u ed ará contenido en el segundo.

E l valor de uso del. patrimonio histórico

La especie h u m a n a necesita p ara su b sistir y p ro g resar p ro d u ­ cir objetos m ateriales. Los objetos p ro d u cid o s p o r el hom bre, en n ú m ero poten cialm en te infinito, resp o n d en p rácticam en te siem pre a alguna finalidad y de hecho sirven p ara usos m uy diversos, ap arte de poseer cualidades que pueden ser tam bién ex trem ad am en te d is­ tintas. Es el m u n d o del artificio que em plaza al ser h u m an o en un sitio d eterm in ad o del m u n d o y form a p arte co nsustancial de aq u e­ llo que hem os calificado de en to rn o cultural. El H om o faber, c rea­ d o r del artificio h u m an o y fab ricad o r del m u n d o ha realizado su trabajo m ás conspicuo a costa de la n atu raleza y c o n tra la n a tu ra ­ leza. P or eso la corteza p ro tecto ra que ha edificado alred ed o r suyo es de u n a m ateria consistente, po rq u e así se aseg u ra que le va a ser­ vir de protección. La m aterialid ad de los objetos es la p ropiedad m ás apreciad a p o r el individuo fabricador, ya que perm ite que los objetos pued an ser utilizados conform e a la finalidad prevista. Por tanto, el hecho de ser m ateriales prop o rcio n a a los objetos la p ri­

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m era y m ás inm ediata fuente de valor. R ecordem os que el p rim er objeto significativo que ha p erd u rad o de la especie h u m an a es la h erram ien ta fabricada de la piedra. El hecho de que los objetos puedan acum ularse es u n a razón de m ás p ara adjudicarles valor. Los seres hum an o s han acu m u lad o h erram ien tas, arm as, sem illas, etc., fundam entan d o así la idea de riqueza. Es notorio que en la idea de acum ulación se puede d escu b rir un valor de uso a la espera de ser activado y cóm o en las reservas se fu n d am en ta el potencial del futuro. Todo eso ha tenido im p o rtan tes consecuencias sociales, económ icas y políticas. In m ed iatam en te hay que d escu b rir el ele­ m ento tecnología, el cual au m en ta eno rm em en te las posibilidades de uso —las prestaciones— añ ad ien d o valor al valor de uso origi­ nal. Avanzando p o r estos procesos, los cuales tienen su plasm ación histórica, en co n traríam o s un contexto dom in ad o tan to p o r el uso ' com o po r el cam bio o in tercam b io de objetos, lugar en el que situ a­ ríam os la econom ía y u n a ab stracció n que llam am os m ercado; ju s­ tam ente el lugar donde los objetos reciben m ás o m enos valor de cam bio en función de su utilidad. Los econom istas clásicos, Sm ith, R icardo, Marx, preocupados p o r la noción de valor, descubrieron que los bienes obtenidos m ediante el proceso de producción tenían de hecho un doble valor: un valor de uso y un valor de cam bio. El valor de uso o utilidad se refiere a la cualidad del producto en tan to que sirve p ara h acer alguna cosa o da satisfacción a nece­ sidades, hum anas. Así, u n a b arra de pan nos qu ita el ham bre, un destornillador vale p ara ex traer tornillos, u n a bicicleta nos tra n s­ p orta de un sitio a o tro y u n a casa satisface u n a necesidad de h ab i­ tación. De form a parecida, un palacio R enacentista sirve de sede social de una gran em presa, o u n a au tén tica casa pom peyana res­ tau rad a puede ser utilizada de alm acén de los em pleados de la soprintendenzcL encargados del m an ten im ien to del sitio arqueológico de Pompeya. Se ha dicho y p ro b ad o que la m ejor form a de co n ser­ var un edificio histórico es habitándolo. Hay gente que vive en his­ tóricas m ansiones rodeada de antigüedades y las utiliza p ara vivir. H asta cierto pun to todos utilizam os objetos que p ertenecen al p a ­ sado en n u estra vida cotidiana. Como en este ap artad o estam os hab lan d o fundam entalm ente de necesidades hum anas, sin salir de esta noción podem os conside­ ra r com o tales el im pulso que m ueve al coleccionista a e n tra r en una subasta a co m p rar la pieza perseguida, y de form a parecida se podría asim ilar la necesidad de co n tem p lar los cuadros del Prado, de paso por M adrid, a la necesidad de to m ar una ja rra de cerveza

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cu an d o se tiene sed. S abem os que hay necesidades que se fabrican y al m ism o tiem po que la fro n tera que sep ara lo que es necesidad y lo que no lo es no se puede estab lecer taxativam ente. H ay cosas que se entiend en hoy com o u n a necesidad que ayer p asab an p o r u n lujo. Hay, pues, necesidades nuevas y en co ncreto hay tendencias del co m p o rtam ien to h u m an o nuevas que recu p eran cosas y objetos antiguos y les o to rg an u n valor nuevo. Hoy día se h ab la de u n a m oda del co n su m o de p atrim o n io histó rico que de hecho tiene im ­ p o rtan tes rep ercu sio n es sobre la conservación del legado del p a ­ sado y p articu la rm en te consecuencias económ icas de am plio al­ cance social. Pero hay, y ésta es u n a hipótesis de trab ajo que puede ser acep tad a p o r los econom istas, u n a u tilidad de los objetos p a tri­ m oniales m enos tangible y directa, que p o d ríam o s calificar de u ti­ lidad inm aterial: la que p ro p o rcio n a el conocim iento. Un objeto del p atrim o n io puede ser estim ad o en ta n to que sirve p ara in crem en ­ ta r el conocim iento hum ano. Así, el valor de uso inm aterial de un objeto del p atrim o n io se fu n d am en ta en la investigación que re­ cibe, base del resu ltad o en térm in o s de in fo rm ació n que p ro p o r­ ciona y que contribuye a in c re m en tar el depósito del conocim iento h um ano. Por la p articu la r relevancia p ara la ciencia de este valor de uso vam os a dedicarle algunas reflexiones. Las utilidades del conocim iento y su im portancia en la investigación sobre el patrim onio histórico Se ha explicado que el valor de uso o utilid ad es u n aspecto destacado de la valía de la m ayor p arte de los bienes culturales. El hecho de que d etrás de un objeto p atrim o n ial se esconda un valor de uso inm aterial, p o r lo tan to m enos ap aren te, que puede u tili­ zarse p ara in c re m en tar el co n o cim ien to general es u n hecho que no siem pre se valora com o debería, ni en térm in o s personales ni en térm in o s sociales. P recisam ente p o r este valor m enos ap are n te los objetos del pasado no aco stu m b ran a g o zar de u n valor de cam bio alto, p o r lo que no son objeto h ab itual de m ercadeo; nadie co m p ra u n edificio histórico p ara poderlo estudiar. La idea cen tral de la a r­ gum entació n que sigue es que el valor de uso inm aterial de u n bien cu ltu ral viene dado p o r la investigación y el esfuerzo h u m an o s que in corpora desde el origen, que ponem os de m anifiesto a base de nueva investigación h asta d a r con todas las claves del co n o ci­ m iento que atesora. Un bien cu ltu ral es un objeto que ha a cu m u ­ lado teoría, práctica, experiencia e investigación, en definitiva, es el

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resultado del conocim iento h u m an o acum ulado. Este conoci­ m iento se tran sm ite en form a de inform ación que puede ser cap ­ tada p o r el observador total o parcialm ente. Para el científico que trata de recuperar, en el sentido de ex traer hacia afuera, la in fo r­ m ación que lleva dentro, está claro que el bien hace de vehículo tran sm iso r de conocim ientos. Como a m enudo la inform ación que incorpora el objeto histórico tiene u n origen m uy lejano en el tiem po, el objeto adquiere aún u n a con n o tació n de valor superior. La inform ación es p o r definición u n activo potencialm ente útil en cualquier m om ento. E sta utilidad tiene u n a dim ensión econó­ m ica aparte de u n a dim ensión intelectual o científica e incluso p o ­ lítica. Si nos cen tram o s p o r un m o m ento en la dim ensión econó­ m ica, podem os sacar algunas conclusiones sobre la utilidad del p a­ trim onio histórico. C onsideram os, pues, que los objetos que pasan de u n a generación a o tra com o legado m aterial no han de p asar en balde, incluso p o r razones económ icas. Su presencia debe ten er consecuencias porque dejan u n rastro de conocim iento aprovecha­ ble. Como objetos sociales del pasado in co rp o ran conocim ientos y experiencias que un día, vía utilización creativa de la inform ación generada, estarán en disposición de añ ad irse al valor de los objetos nuevos que se h ab rán de po n er a disposición de la sociedad. De este proceso acum ulativo no sólo saldrá u n a g an an cia intelectual y tecnológica sino tam bién al final u n a renta, un beneficio econó­ mico, com o pasa con la m ayoría de los procesos de inversión de va­ lor (valor de esfuerzo, valor de conocim iento, valor de experiencia, valor de práctica) en cualquier ram a de la investigación científica y técnica. Un ejem plo p ráctico e histórico de este enfoque es conside­ ra r que hay u n a relación lógica en tre los logros m ateriales e in te­ lectuales de la sociedad del R enacim iento italiano, con sus artistas, h u m an istas y m ecenas y el valor que hoy tiene m u n d ialm en te el d i­ seño italiano; de m anera que incluso podríam os especular sobre u n a valoración de la ren ta generada h istóricam ente po r un activo com o ese en m anos de los italianos. John K enneth G albraith ab u n d a en esta idea en un trabajo publicado recientem ente (Gal­ braith, 1994, 186-187). Al c o m e n ta rlo s logros del «milagro» econó­ m ico italiano de la últim as décadas escribe: Finalmente, y éste es el punto más importante, está la tradición artística italiana. Inspirándose en esa herencia, los productos de consumo italianos poseen una notable ventaja en cuanto a su diseño. Y ello ilustra una dinámica universal a la que no se ha prestado la su­

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ficiente atención: una vez se ha logrado que los objetos de consumo tengan una duración razonable y funcionen bien, hay que hacer que tengan un buen aspecto, deben entrar por los ojos y seguir las mo­ das. Tras el ingeniero aparece el artista. Éste es el auténtico origen de los logros italianos. Más que ninguna otra etnia, los italianos se han dado cuenta de que el arte no es simplemente algo de lo que puede gozarse, sino que, industrialmente hablando, puede ser enor­ memente funcional.

La reflexión de G albraith se puede ap licar no sólo a los objetos artísticos de prestigio sino tam b ién a m uchos objetos del pasado que atra en porque están bien logrados y a otros m ás que esconden claves tecnológicas y soluciones o ideas que h an pasado de largo. La m ism a razo n ab le inferencia sirve p ara ap o y ar la tesis de que los objetos del p asad o son u n a fuente de co n o cim ien to p ráctico con potenciales efectos m u ltiplicadores a m edio y largo plazo. Conviene antes de a c a b a r con este ap a rta d o hacer u n a co rta digresión acerca del valor de la investigación en el cam p o de las h u m an id ad es y en co ncreto del p atrim o n io histórico, antes de vol­ ver al valor de nuestros objetos, porque aquella ilum ina a éstos. H ay dos prejuicios en raizad o s que co n trib u y en a m a n ten er en un estatu s de bajo perfil económ ico y social a la investigación: no es una actividad d irectam en te útil a la sociedad y no p roduce g an an ­ cias m ateriales a quienes la p ractican . E n relación a esos prejuicios quizás sea p ertin en te re c o rd a r que la m ism a raíz etim ológica de la p alab ra investigar nos da u n a resp u esta sobre su valor objetivo: in ­ vestigar significa añ a d ir valor. A lo largo de la histo ria el ser h u ­ m ano ha luchado p ara liberarse de las contingencias p ro p ias de su n atu ra leza e im ponerse sobre el en to rn o p ara tran sfo rm arlo a la m edida de sus necesidades. El p rim er objeto p ro d u cid o p o r el ser h u m a n o fue el in stru m en to de piedra, después apareció la cerá­ m ica y de la m ism a m an era que en u n m o m en to d ad o el ho m b re creó la azad a o el h ach a com o extensiones del brazo, el progresivo aco rtam ien to de los m árgenes de lo desconocido «lo em pujó a c rea r la ciencia (el libro), extensión n atu ra l de su im aginación y su m em oria» (M arcos y M artínez-A., 1994, 10). El conocim iento, el li­ bro, com o de u n a m an era tan gráfica se acab a de expresar, es un salto adelan te cualitativo m uy im p o rtan te de un m ism o proceso evolutivo de cará cter em ancipador. Por lo tanto, el esfuerzo que nos ocupa, la investigación, es u n av an zar desde el desconoci­ m iento en pos del conocim iento. P or eso esa b ú sq u ed a siem pre

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tiene un cará cter de proceso inacabado, en construcción y n u n ca parece definitiva. Del logro del conocim iento de un problem a, in ­ versión de valor, sale el estím ulo p ara pro ced er hacia la resolución del siguiente problem a y así sucesivam ente. El resultado inm ediato de cualquier indagación sólo vale p ara p roseguir un poco más. El final siem pre es im previsible. A. Pérez-R am os, co m en tan d o un texto de F rancis Bacon dice al respecto: El inmediato apego a la ganancia práctica, o a la búsqueda de la utilidad obvia frente a toda otra disposición cognoscitiva paraliza al malaconsejado indagador. La u tilidad —imprevisible tantas veces— vendría dada como p o r añadidura y su persecución unidimensional se vuelve siempre contra quien desprecie lo especulativo, lo teorético o lo supuestamente inútil... La inteligencia inquisidora no partió a la búsqueda de utilidades ni se detuvo a recogerlas (Pérez Ramos, 1990, 15).

Si bien la inteligencia no corre a la b ú sq u ed a de utilidades in ­ m ediatas, sí que confía en que u n día lleguen. La acum ulación que com porta el proceso inquisitivo es en sí m ism a positiva y fu n d a­ m enta la posibilidad fu tu ra de d a r saltos cualitativos. Una obra m aestra de la cultura, el libro, pongam os p o r caso p ara seguir con el m ism o ejem plo didáctico, es el resu ltad o de un proceso de acu ­ m ulación de esfuerzos y de conocim ientos, el reconocim iento de los cuales le concede u n a dim ensión social m ayor que hace que se acum ule socialm ente aú n m ás conocim iento hasta provocar n u e­ vos saltos hacia adelante. Una cosa parecida pasa con otros objetos fruto del esfuerzo hum ano. Si com prendem os que la investigación está en la base del libro potencial, tam b ién com prenderem os que lo está en la del arco ojival. Y no se nos escapa u n a utilidad econó­ m ica, ya que la p u ra acum ulación de valor positivo tiene unas co n ­ secuencias económ icas ineludibles, al m enos en la teoría. La in d a­ gación acerca de las cosas del pasado p o r m edio de la investigación sobre el p atrim o n io histórico es objetivam ente positiva en tan to que el conocim iento que de la m ism a se deriva genera potencial­ m ente valor añ ad id o en el contexto de la vida económ ica presente y futura, que puede llegar a ten er la form a de valor de producción convertible en riqueza p ara el m añana. Veamos con un ejem plo cóm o se p roduce m ediante la investi­ gación la acum ulación de valor en los bienes del patrim o n io h istó ­ rico y observem os la dim ensión económ ica que ello adquiere. Decía­ m os que el valor de uso inm aterial de un bien cultural viene dado

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po r la investigación y el esfuerzo h um an o s que in co rp o ra desde el origen, que ponem os de m anifiesto a base de nueva investigación, hasta d a r con todas las claves del co n o cim ien to que atesora. S u ­ pongam os que el proceso de investigación n u estro sobre la civiliza­ ción ibérica da con conocim ientos que co m u n icam o s m ediante li­ bros, exposiciones y con la a p e rtu ra de u n a nueva sección en un gran m useo nacional. S upongam os tam b ién que el d estin atario n a ­ tural de n u estro trab ajo sea un público form ado p o r estu d ian tes y profesores de d istin to s niveles, en p rim er lugar, pero tam b ién po r un público diverso de nivel m edio y origen u rbano. Pero la d e­ m an d a no acab a aquí: in stitu cio n es públicas y privadas, profesio­ nales y em presas, por d istin tas razones tienen un interés objetivo en el tem a (presencia institu cio n al y relaciones públicas, negocio editorial, nuevos m otivos de in sp iració n en el cam po del diseño, a r­ tesanía, turism o...). Este activo que hem os p u esto a disposición de la sociedad se tran sfo rm a en riqueza cu an d o los conocim ientos a d ­ quiridos van in co rp o rán d o se a o tro s pro d u cto s o servicios nuevos, generalm ente pro d u cto s in term ed io s (nuevos libros, m anuales, d i­ seños, pro ced im ien to s constructivos que redescubrim os, recu e r­ dos, catálogos, revistas especializadas, congresos...) que acab an en el m ercado. Com o hem os dicho an terio rm en te, no se explicaría la im p o rtan cia del diseño italiano actual sin ten er en cu en ta que allí m ism o, un día, germ inó el R enacim iento. P ara acabar, com entem os un caso real. Se tra ta de u n proyecto arqueológico que p a rtía con la idea de sacar el m áxim o p artid o p o ­ sible a un recurso patrim o n ial m odesto, p a ra o b ten er u n ren d i­ m iento intelectual, educativo y económ ico altos. Es el caso del ya­ cim iento ibérico conocido p o r «les Toixoneres», de Calafell (Tarra­ gona), un pequeño red u cto fortificado de la costa donde, u n a vez finalizadas las fases de excavación y estudio de los restos arq u eo ló ­ gicos, se ha procedido a la com pleta reco n stru cció n hip o tética del conjunto, h ab ilitándolo com o lab o rato rio al aire libre de trabajo sobre arqueología experim ental y ab rién d o lo al p ú b lico .1 Aquí el proceso de prod u cció n de co nocim ientos h a tenido u n a salida in ­ m ediata: los conocim ientos ad q u irid o s se h an in co rp o rad o d irec ta­ m ente al recu rso y se hacen públicos au to m áticam en te en el m ism o lugar, de m odo que las «utilidades» del p atrim o n io están cam b ian d o allí ya m u ch as cosas. A hora el recu rso se llam a Ciuta-

1. Según un proyecto de Joan Santacana y Joan Sanmartí, de la Universidad de Bar lona. y en el que también han participado Xavier Hernández, Josep Pon y Josep Ballart.

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della Ibérica de Calafell y funciona com o escu ela de arqueólogos, com o oferta didáctica para los escolares del país y com o atracción turístico-cultural para el público en general. Es evidente que, para Calafell, la Ciutadella, que hace unos años no existía y todo el m undo ignoraba que bajo aquel solar que m ira al m ar pudiese exis­ tir nada parecido, es ahora un nuevo recurso econ óm ico que em ­ pieza a generar renta, de la m ism a m anera que la generan las insta­ laciones que hacen posible que los visitantes de la villa marinera disfruten de sus playas.

E l valor

formal del patrimonio histórico

Se ha visto cóm o la m aterialid ad de los objetos y el hecho de que puedan acu m u larse hace de los m ism os cosa de valor. Pero uno puede acu m u lar cosas diferentes m ás o m enos valiosas en fun­ ción de criterios diferentes. En los «tesoros» de los antiguos san ­ tuarios griegos se d ep o sitab an objetos que gozaban de u n a alta es­ tim a: exvotos trab ajad o s en m árm ol, objetos de oro o m arfil. Hay u n a razón de peso añ ad id a que da valor a determ in ad o s objetos com o los citados: el que atraig an la aten ció n del ser h u m an o p o r el hecho de estar fabricados con u n a m ateria que apela a los sentidos. Pero el encanto del oro, las piedras preciosas, el m arfil o las perlas se debe tan to a las cualidades intrín secas de estos m ateriales —d u ­ reza, brillo...— com o al hecho de que estos m ateriales sean escasos. La escasez y la dificultad de obtención se su m an en este caso p ara hacerlos especiales objetos de deseo. Y luego está el artificio que presentan las obras realizadas. El oro es en este capítulo el m etal m ás am bicionado. La m ás­ cara funeraria de oro de A gam enón sigue im p actan d o los sentidos del público que se acerca al m useo a co n tem p larla de la m ism a m a­ nera a com o debía im p actar los sentidos de los coetáneos m icénicos de A gam enón en el m om ento de su m uerte. E xpuesta en la vi­ trin a del m useo, d espierta hoy m ás en tu siasm o en tre el público lego que entre el público experto. La estatu a criselefantina de Ate­ nea P ártenos era rep u tad am en te el objeto m ás valioso de que dis­ ponían los ciud ad an o s de Atenas. A la calidad de la factura y al ge­ nio de su artífice es preciso añadir, y posiblem ente situ a r po r en ­ cim a en el aprecio de sus propietarios, el valor de los m ateriales de que estaba hecha. S ingularidad y exotism o son o tras dos cu alida­ des que despiertan el deseo m ás indiscrim inado. E stos dos elem en­

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tos juntos, reforzándose m u tu am en te y to m ad o s en su radicalidad dieron lugar en la E dad M edia al m ito del U nicornio y en el R ena­ cim iento a la ap arició n de las C ám aras de las M aravillas. En éstas los naturalia, rarezas de la n atu ra leza y los artificialia, o b ras del in ­ genio hum an o , se exponían co stad o p o r costado. E ran claros obje­ tos del deseo p o r su preciosism o o p orque ten ían el atractivo de lo ra ro y p ro p o rcio n ab an a sus p ro p ietario s u n a u ra de poder, p resti­ gio y buen gusto. La an tig ü ed ad y la unicid ad añ ad ían nuevos ali­ cientes a cu alq u ier ob ra h u m a n a o de la n atu raleza. Aquel que p o ­ see el objeto m ás antig u o o la pieza única sabe que tiene un tesoro que los dem ás envidian. La o b ra de arte, m ás asequible que el m ítico cu ern o y p ro tag o ­ n ista de las galerías de p in tu ras y de los ja rd in es de escu ltu ras del R enacim iento y del B arroco, ha co n stitu id o a lo largo de la histo ria un valor especial. Une a la belleza la excepcionalidad del acto h u ­ m ano de la creación, ém ulo del su p rem o acto divino. La o b ra de arte puede que sea un objeto m ás pero co n tien e en sí m ism a algo m ás que un objeto hecho con m iras utilitarias, ya que no agota su razó n de ser en la p u ra funcionalidad. Su ir m ás lejos es tra n sm u ta ­ ción o m etam orfosis, lo que la hace única e insustituible. Pero al m argen de la cap acid ad p ara m etam o rfo sear la realidad y trascen ­ d er que pueda a teso ra r la o b ra de arte, a n o so tro s aq u í nos interesa co n sid erar un facto r adicional de valor que la o b ra de arte pone de m anifiesto: el artificio. A m ás artificio, m ás alto generalm ente ha parecido a los ojos de los h o m b res el valor de u n a o b ra de arte, au n q u e esta cualidad no sea exclusiva de la ob ra de arte. El artificio en sí com o fuente de valor m erece u n a reflexión. El artificio es cosa de artesan o s o artistas. Nos rem ite a la o b ra hecha con conocim ientos y destrezas p o r m anos h u m an as. Una o b ra de arte es valorada p orque es bella, arm ó n ica o preciosa y p orque sólo unos pocos escogidos tienen la fo rtu n a de sab er m o d elar la n a tu ra ­ leza y crear form as con la pericia suficiente. D etrás de la artificiosidad, en ocasiones ap arece aú n el genio, que es u n a ra ra cu alid ad de la persona artista difícil de so p esar y aú n m ás de objetivar, ya que sólo en p arte parece que recaiga sobre el p ro d u cto en sí, en form a de valor añadido. Pero éste es o tro problem a. E n cu alq u ier caso, el aprendizaje necesario p ara alcan zar u n alto nivel de conocim iento y pericia casi siem pre es costoso y largo y exige u n a alta inversión de esfuerzo y de dinero. La o b ra de arte personal con tintes de ge­ nial necesitó siglos p ara revelarse an te los ojos de los hom bres com o un p u n to y ap arte. De form a parecida, la distinción en tre a r­

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tes m ayores y artes m enores, y en tre bellas artes y artes decorativas se generó en el tran scu rso de la E dad M oderna. Vasari certificó el origen. C uando a finales del siglo xvm apareció el objeto industrial fueron los propios fabricantes los que m o straro n prevenciones contra su produ cto en lo que a corrección form al se refiere. El nuevo objeto nacido de las fábricas, hijo de u n a racionalidad ta m ­ bién nueva, im itaba los objetos hechos p o r los artesan o s y los artis­ tas y tendía a o rn am en tarse en exceso, de m an era que la form a lle­ gaba en ocasiones a disim u lar o traicio n ar la función. También cabe considerar com o fuente de valor la pu ra antigüe­ dad. No es tanto la idea de tiem po, que tam bién es fuente de valor, sino que en este apartado nos hem os de referir a las consecuencias físicas del paso del tiem po, es decir, a la huella que presenta el objeto antiguo y a la pátina que confiere el paso del tiem po a los objetos, >que se observa a sim ple vista con un poco de entreno. C uando nos referim os a la pátina del tiem po significam os tam bién restos y seña­ les físicas reales que añaden valor al valor formal; es decir, no se trata de discursos huecos sino de señales sibilinas reales que operan una especie de transm utación visible que enriquece al objeto. Pense­ mos en las reacciones del público cuando una conocida obra acaba de ser restaurada, al desconcierto con que acostum bra a ser recibida y a las reacciones contrariadas que despierta. Es una reacción casi instintiva contra el sacrilegio de haber robado a la obra la pátina del tiem po. En las artes decorativas y en los objetos arqueológicos la p á­ tina del tiem po es particularm ente apreciada, ya que no acostum bra a haber detrás de los objetos ninguna firm a célebre y los anticuarios com prenden m uy bien este valor alternativo. El contexto en el que cabe situar el valor formal de los objetos em pieza a estar delim itado con lo que hasta aquí se ha dicho. ¿Cómo se reconoce, no obstante, ese valor? ¿Quién se dedica a poner de m a­ nifiesto el valor form al de los objetos? En principio, el contexto de atribución m ás reconocido es el académ ico, con el m useo com o ex­ tensión y la crítica profesional, aunque tam bién se interviene colecti­ vam ente desde otras atalayas que surgen naturalm ente del tejido de las relaciones sociales com o los liderazgos sociales, los medios de co­ m unicación o los poderes políticos y económ icos. Im atribución de valor La naturaleza h u m an a es sensible a las form as, las texturas, los colores y a otras cualidades físicas diferenciadas de los objetos.

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Unas y otras gustan m ás o m enos, nos en tu siasm an y nos seducen o desp iertan reacciones negativas en nosotros y pocas veces nos d e­ ja n indiferentes. El proceso que h a de seguir to d a evaluación for­ m al de los objetos p asa p o r aten d er a todo aquello que in q u ieta a n u estra percepción sensorial. Un p u n to de p artid a del exam en, fu n ­ dam en tad o en datos objetivos d irectam en te perceptibles, es que los objetos, com o fragm entos de m ateria que son, o cu p an espacio y pesan. In m ed iatam en te se co n stata que la m a teria sólo es p ercep ti­ ble al ojo h u m a n o p o r las form as. Color, d ureza, tex tu ra y estru c­ tu ra (en el sentido de d istin g u ir partes y com ponentes) son otras propiedades y condiciones que fácilm ente son captados p o r el sen ­ tido de la vista y el sentido del tacto. El estudio form al de los obje­ tos pasa, pues, en sus fases iniciales p o r c a p ta r las características físicas y enseguida p o r a ten d er a la form a. El exam en físico estricto p erm ite asim ism o recoger inform ación de tipo tecnológico. A este nivel puede em p ezar a ser n ecesaria la co n trib u ció n del ojo experto de distintos especialistas. Las ciencias físico-quím icas, la geología, la biología y au n o tras disciplinas a p o rta n conocim ientos fu n d a­ m entales al tipo de exam en que precisa a m en u d o u n arqueólogo o un h isto riad o r del arte. Pero la evaluación form al en sí m ism a tiene p o r objeto la co n ­ sideració n de la form a. F o rm a es m a teria d elim itad a que se hace ap aren te p o r co n traste con el vacío. Las m edidas, el peso, el bulto, las proporciones, la línea que describe u n a superficie, el vacío que p o r co n traste se m u estra, son cosas que se van cap tan d o y que d es­ p iertan sensaciones en el observador. En ta n to que objetos fruto del artificio hu m an o , los objetos que consideram os, los objetos de la historia, tienen p artes y co m p o n en tes e in co rp o ran niveles de trab ajo diferentes. El valor form al de u n objeto se in crem en ta siem pre en relación a la calidad del trab ajo que incorpora. Por tal entendem o s cosas com o el talento, la pericia, la rareza y la geniali­ dad que se nos m u e stran p o r m edio de la o b ra y que son cualidades h u m a n as atrib u ib les al artífice, y que pu ed en ap ro x im arn o s h asta los m árgenes de la perfección y la belleza, térm in o s que relacio n a­ m os con u n ideal p o r la dificultad que tenem os de explicarlos de o tra m an era. En d eterm in ad o s objetos la form a d eb erá co n tra s­ tarse con la función y estim arse hasta qué p u n to am b as nociones llegan a corresponderse. En m u ch os otros objetos deberem os fijar­ nos p articu la rm en te en la o rn am e n tació n y calib rar el ritm o de las form as, la co rresp o n d en cia en tre las p artes y el todo, el equilibrio de las proporciones, etc.

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Los historiadores del arte han sido tradicio n alm en te el tipo de especialistas m ás indicados p ara ocuparse del valor form al de los objetos históricos. El h isto riad o r del arte, al p reten d er c ap tu rar aquello que es específicam ente artificio ha tendido a d istin g u ir en ­ tre objetos útiles y objetos artísticos y ocuparse exclusivam ente de los últim os. H a perseguido d istin g u ir en los objetos u n valor form al que respondiese al hecho de que su contem plación produce em o­ ción o placer in dependientem ente de cu alq u ier otro beneficio a ñ a ­ dido que tam bién pudiese p ro p o rcio n ar al ser hum ano. Por eso sa ­ bem os que cualquier in stru m en to puede ser u n a ob ra de arte, pero que no todas las obras de arte son instrum entos. El objeto útil o in stru m en to po r excelencia sería aquel en que la utilidad es in h erente al objeto. Por eso J. M aquet opina que el objeto útil puede llegar a co m p ren d erse al m argen de cualquier contexto cultural (M aquet, 1993, 30-31). Así, un m ango de m adera con u n a cabeza m etálica co rtan te es u n h ach a aq u í y en la C hina de los prim eros em peradores: la finalidad de este objeto se hace evi­ dente al contem p lar su diseño y los m ateriales con los que está he­ cho. Lo que no está to talm en te claro es si existe realm ente tal o b ­ jeto. En cam bio, sí que está claro que un in stru m en to puede ten er un alto valor form al si está ex presam ente bien trab ajad o o p articu ­ larm ente bien diseñado y acabado. Y puede ten er un valor sim b ó ­ lico si, com o pasa con el em blem a de la hoz y el m artillo, un in stru ­ m ento se m u estra asociado de u n a d eterm in ad a m an era a otro. En la práctica, la distinción en tre lo útil y lo bello no es siem pre clara, p o r eso es lógico que el arqueólogo tienda a preocuparse m ás por los objetos que sirven p ara alguna cosa, independientem ente de que sean o no bellos. El arqueólogo b u sca objetos útiles al m ás co ­ m ún de los m ortales, porque, com o ab u n d an más, puede a sp irar a reu n ir m ás inform ación sobre la sociedad que está estudiando en su conjunto. El h isto riad o r del arte cen tra en cam bio el interés en el producto estético y establece criterios de clasificación de estos productos singulares, sea p o r tipologías, p o r estilos, escuelas, etc. George K ubler p ro p o rcio n a u n a definición m uy sugestiva de objeto artístico por co m p aració n con el objeto útil o in stru m en to (Kubler, 1962, 16): • Lo niás importante es entender cómo las obras de arte no son herramientas, a pesar de que algunas herramientas puedan compar­ tir con las obras de arte cualidades de alto diseño. Estamos en pre­ sencia de una obra de arte únicamente cuando ésta no tiene como

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fin primordial un uso instrumental y cuando sus fundamentos técni­ cos y sti lógica interna no destacan. Cuando la organización técnica y el orden racional del objeto captan con fuerza nuestra atención, éste es un objeto para el uso. Sobre eso Lodoli anticipó el funciona­ lismo doctrinario de nuestro siglo cuando en el siglo x v i i i declaró que sólo es bello aquello que es necesario. Kant, en cambio, de una forma más correcta dijo sobre lo mismo que aquello que es necesario no puede ser juzgado como bello, sino únicamente como correcto o consistente. Para decirlo con pocas palabras, una obra de arte es tan inútil como útil es una herramienta. De la misma manera que las obras de arte son únicas e irreemplazables, las herramientas son co­ rrientes y prescindibles o sustituidles.

El h isto riad o r del arte pone el énfasis en el objeto singular, o b ra de u n a m en te tam b ién singular. El p ro p ó sito p rincipal que le guía al a fro n ta r u n objeto artístico es d escu b rir en el m ism o un m é­ rito intrínseco en tan to que o b ra inusual q u e apela a los sentidos. En ú ltim a instan cia busca d escu b rir o c o n firm ar ía p resencia de lo que hem os dado en llam ar u n a o b ra de arte. P ero las p referen cias estética s de los individuos no tra n s c u ­ rren p o r los m ism os d iscip lin ad o s p a rá m e tro s que obligan los exám enes de los especialistas; al c o n tra rio , están co n d icio n ad as p o r m u ltitu d de factores. La investigación cien tífico -m éd ica h a estab lecid o que hay elem en to s biológicos que a ctú an en la d e te r­ m in ació n de lo que nos a g rad a o no nos ag rad a, o sea que ex isti­ ría un fu n d am e n to biológico en la co n fig u ració n del gu sto p a rti­ cu lar de las p erso n as. Si esto es así, las p referen cias estética s de cada individuo te n d ría n u n fu erte co m p o n en te p erso n al, cosa que s itu a ría so b re u n te rre n o m uy co m plejo y resb alad izo las in te ra c ­ ciones p erson a-o b jeto , p u esto q u e en ú ltim a in sta n cia h a b ría n de b u scarse las cau sas explicativas del gu sto en la biología y en la psicología individuales. No o b stan te, no p u ed e n eg arse que las in ­ clin acio n es ind iv id u ales están siem p re in flu id as p o r u n m arco de p referen cias d e te rm in a d a s p o r el co n tex to social y cu ltu ral q u e es el e n to rn o d e n tro del cual el in d iv id u o tra n s ita , observa, ap ren d e y p ractica acerca de las cosas y la vida. E n este con tex to social y c u ltu ral tra b a ja n el h isto ria d o r del arte y el crítico y del m ism o aflo ran los criterio s de v alor estético p red o m in an te s, siem p re in ­ fluidos p o r las ideas de b elleza trad icio n ales, cap aces de re sistir el influjo del rem o lin o del cam b io , p o r la p a u ta q u e m a rc an s u ti­ les cam b io s de sen sib ilid ad que sólo el tiem p o h a rá que to m en re ­ lieve, p o r la crítica a rtístic a del m o m en to con sus o scilacio n es co~

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y u nturales y sus frecu en tes m an ifestacio n es rad ic alizan te s o rupturistas, por los «m odos» del día o m oda, p o r el m ercado... En d e­ finitiva, el cam bio de gusto es u n a fu n ció n dei tiem po, así los ra s ­ gos de estilo que en un m o m en to d ic tab an el d iscu rso que o rd e­ naba y d ab a sentido a la ad ju d icació n de valor estético a u n a d eterm in a d a obra, en o tro m o m en to h an d esap arecid o o h an q u e­ dado diluidos por u n a nueva je ra rq u ía de p referen cias que m o d i­ fica las ap reciacio n es de la gente e invita a nuevas visiones. M arguerite Y ourcenar nos dejó u n a reflexión in ap reciab le so b re los avalares del gusto, salp icad a de sutiles n o tas sobre el proceso com plejo de a trib u ció n de valor a las o b ras de arte a lo largo del tiem po (Yourcenar, 1989, 68-69): Nuestros padres restauraban las estatuas; nosotros les quita­ mos su nariz falsa y sus prótesis; nuestros descendientes, a su vez, harán probablemente otra cosa. Nuestro punto de vista actual repre­ senta a la vez una ganancia y una pérdida. La necesidad de refabricar una estatua completa, con miembros postizos, pudo en parte ser debida al ingenuo deseo de poseer y de exhibir un objeto en buen es­ tado, inherente en todas las épocas a la simple vanidad de los propie­ tarios. Pero esa afición a la restauración a ultranza que fue la de to­ dos los grandes coleccionistas a partir del Renacimiento y duró casi hasta nuestros días nace sin duda de razones más profundas que la ignorancia, el convencionalismo o el prejuicio de una tosca limpieza. Más humanos de lo que nosotros lo somos, al menos en el campo de las artes, a las que ellos no pedían sino sensaciones felices, sensibles de un modo distinto y a su manera, nuestros antepasados no podían soportar ver mutiladas aquellas obras de arte, ver aquellas marcas de violencia y de muerte en los dioses de piedra. Los grandes aficiona­ dos a las antigüedades restauraban por piedad. Por piedad deshace­ mos nosotros su obra. Puede que también nos hayamos acostum­ brado más a las ruinas y a las heridas. Dudamos de una continuidad del gusto o del espíritu humano que permitiría a Thorvaldsen arre­ glar las estatuas de Praxíteles, Aceptamos con mayor facilidad que esa belleza, separada de nosotros, alojada en los museos y no ya en nuestras moradas, sea una belleza marcada y muerta. Finalmente, nuestro sentido de lo patético se complace en esas mutilaciones; nuestra predilección por el arte abstracto nos hace amar esas lagu­ nas, esas fracturas que neutralizan, por decirlo así, el poderoso ele­ mento humano de aquella estatuaria. De todas las mudanzas origi­ nadas por el tiempo, ninguna hay que afecte tanto a las estatuas como el cambio de gusto de sus admiradores.

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ínteracc iones form a -fu nción F orm a y función son las dos caras de u n a m ism a realidad, la realidad objetiva del objeto, p o r m ás que a veces p arece que se opongan. La form a se refiere a la m a teria sensible, a aquello que apela a los sentidos del individuo. La función tiene que ver con el uso y con u n a últim a in stan cia que explica en térm inos sociales al objeto y que va m ás allá de la p u ra im presión sensitiva, que p o r sí sola tan a m en u d o deja insatisfechos a antropólogos y arqueólogos. Es así com o todos o la in m en sa m ay o ría de los objetos pro d u cid o s por el ser h u m an o co n tem p lan u n a utilidad, au n q u e sea en el caso m ás extrem o u n a p u ra y sim ple u tilid ad estética. A este respecto son esclarecedoras las p alab ras de H. A rendt cu an d o a p u n ta a la ap aren te p arad o ja de u n a u tilidad estética (A rendt, 1974, 230): Todo lo que existe ha de tener apariencia, de ahí que no haya ninguna cosa que no trascienda de algún modo su uso funcional, y su trascendencia, su belleza o fealdad, se identifica con su aparición pública y el que se la vea.

Así, pues, es el «reconocim iento» social, en el sentido de ver y asentir, lo que p erm ite reco n ciliar las dos realidades, la in teracció n de las cuales en el objeto a m en u d o provoca en tre los estudiosos in­ terpretaciones polém icas. Este ver y asen tir estaría en la b ase de lo que llam am os diseño, que com o sabem os co m b in a la fu ncionali­ dad con el efecto estético. Si pen sam o s que en el objeto h istórico no hay form a p u ra ni función p u ra y que to d o objeto creado p o r el ser h u m a n o resp o n d e a algún im pulso p ara satisfacer alguna nece­ sidad, entonces todos los objetos in co rp o ran fo rm a y función y son socialm ente efectivos. E n to d as las cu ltu ras h a existido, pues, nece­ sariam ente, el diseño de objetos, el cual se h a m o strad o m ejor cu an to m ás sab iam en te h a llegado a co m b in ar la fun cio n alid ad del objeto con su efecto estético. P ara el filósofo J. M osterín, las cu ltu ­ ras tradicionales n u n ca sep aran lo que es estético de lo que es fu n ­ cional (M osterín, 1993, 124), p o r lo que el nivel del diseño h u m an o no está en función de las épocas ni de los niveles de desarrollo m a­ terial. V erdaderam ente, algunas de las m ás altas cotas del diseño en la h isto ria de los h o m b res se en cu e n tran en cosas ta n sencillas y vulgares com o los vasos de cerám ica neolíticos o las hojas de talla de sílex del ho m b re cazador. E n concreto, el d escu b rim ien to de la sim etría, en el caso del bifaz, p o r el h o m b re prehistórico, rep re­

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senta el p rim er ejem plo de diseño h u m a n o que com b in a a la p er­ fección la cosa útil con la cosa bella. Lo que hoy en día conocem os com únm ente p o r diseño es p ro d u cto de u n d eterm in ad o contexto histórico: el desarrollo industrial. El diseño in d u strial nació com o una necesidad p ara h acer plausible el arte en la industria. La idea de hacer com patibles arte e in d u stria, obsesionó a nuestros creado­ res decim onónicos. P o r ejem plo, el sabio catalán S anpere i Miquel, que estaba al corriente del d ebate arte-in d u stria que se d esarro ­ llaba en la Inglaterra victoriana y conocía el M useo Victoria & Albert de Londres, encabezó su tratad o sobre el diseño industrial V'Aplicado de l’Art a la Indústria, pub licad o en B arcelona en 1884, con el siguiente p en sam ien to sacado del refran ero inglés: «una cosa bella es u n a joya p ara siem pre». E n tre los bienes culturales, las interacciones form a-función tienen gran im portancia; a m en u d o d eterm in an el d estino futuro de los m ism os. A p esar de que los valores form ales de u n bien cul­ tu ral puedan gozar de au to n o m ía con respecto a otros valores atribuibles al bien, en relación a estos otros, fu n d am en talm en te valo­ res sim bólicos o sim plem ente u tilitario s, son inevitables algunas im plicaciones m utuas. La m ás evidente es la que se produce entre los valores form ales o sim bólicos, po r u n lado, y los valores u tilita­ rios, p o r otro. C uando en el m u n d o real los bienes culturales se u ti­ lizan p ara vivir p uede p asar que la b ú squeda de las m ejores u tilid a­ des ponga en riesgo potencial de d egradación form al el objeto en cuestión. Por ejem plo, las reform as que se em p ren d en p ara hacer habitable y energéticam ente eficiente u n palacio barro co es fácil que provoquen m odiñcaciones en el edificio que aten ten co n tra su integridad form al y ,su estética. ¡A veces no hay m an era de hacer p asar el aco ndicio nad o r de aire o el ascensor! Pero tam bién se pue­ den p ro d u cir fricciones entre el valor form al y el valor sim bólico de u n objeto; p o r ejem plo, cuando la au to n o m ía del valor form al hace que sea percibida in d ependientem ente o en co n tradicción con el contexto histórico que fu n d am en ta los valores sim bólicos del ob­ jeto histórico. Es u n lugar com ún la critica a determ in ad o s m useos que exponen fos objetos p rim an d o su dim ensión estética p o r en ­ cim a de su dim ensión histórica. Incluso p o d ríam o s p o n er el caso hipotético de u n m useo etnológico que m ostrase los objetos co n tra­ diciendo las interp retacio n es sim bólicas. Hay to d a u n a tradición m useológica que descansa encim a de la in terp retació n p u ram en te form al de la cu ltu ra m aterial. T am bién existe el caso, que tiene m u ­ cho de estructural, de lim itar a una sola las posibilidades de lectura

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del objeto histórico. M uchos objetos creados p o r la revolución in ­ dustrial d u ra n te el siglo xix p ara satisfacer u n a nueva d em an d a de consum idores europeos, com o lám paras, estufas, utensilios de co­ cina, etc., han ido a p a ra r a los m useos, lógicam ente. Sin em bargo, estos m useos aco stu m b ran a ser de d istin tas disciplinas; unos son de artes decorativas, otros son de historia, otros de ciencia y téc­ nica y aun otros son m useos locales que tien en colecciones diver­ sas que rep resen tan rasgos de la h isto ria cu ltu ral de la com unidad. E n este trán sito h acia los m useos los objetos inevitablem ente pier­ den p arte de su significado social original, pero al llegar a su des­ tino tienden a ser con tem p lad o s aú n m ás restrin g id am en te en fun­ ción de la obediencia d iscip lin ar del m useo o de las preferencias de los conservadores, p rim an d o sólo u n a de las diversas lecturas que aú n puede d e p a ra r el objeto. Tam bién la h isto ria de la restau ra ció n de m o n u m en to s está llena de fricciones de este tipo. E n realid ad es la histo ria de u n a tensión en tre el rig o r técnico en busca de la «verdad» h istórica y la ten tació n evocativa e im aginativa que en fatiza los valores form ales. La visión histo ricista del p asad o p rim a el valor reco n stru ctiv o del p asado tal com o pen sam o s que debió ser, en base a u n a ap ro x im a­ ción cientifista, m ien tras que la visión esteticista p rim a el im pacto em ocional y form al de los restos. En esta últim a, com o q u erían los rom ánticos, las ru in as se m an tien en revestidas de sus esplendores n atu rales, con la p átin a del tiem p o bien a la vista, com o ab a n d o n a ­ das al destino, m ien tras se reivindican com o espectáculo p a ra los sentidos. El p o d er del estím ulo estético h a sido m uy fuerte. C om o o p in a Lipe (Lipe, 1984, 7), p ro b ab lem en te haya sido la fuerza m ás deci-1 siva que haya im pulsado ai m ovim iento conservacionista a lo largo de su historia. En cu alq u ier caso, tam p o co sería lícito hoy d ía des­ p reciar el p o d er de la belleza p ara resaltar o tras dim ensiones de los bienes culturales. Se d ebería p a rtir siem pre de la base de que el p o ­ der del estím ulo estético p ara d esp erta r el in terés y cre a r afición en tre las gentes es tan im p o rtan te al m enos com o el p o d er de sim ­ bolización.

E l valor

simbólico- significativo del patrimonio histórico

J. Deetz, al glosar el papel de la arqueología afirm ab a que la cultura m aterial era inform ación m o delada cu ltu ralm en te que p ro ­

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porciona al arqueólogo elem entos p ara form arse u n a idea sobre cóm o era la vida en el p asad o (Deetz, \911b, 10). G oran R osander encabezaba a principios de los años o ch en ta un m ovim iento ren o ­ vador de la m useología sueca que co n sid erab a los m useos com o las instituciones m ás ad ecu ad as p ara acu m u lar conocim ientos sobre la sociedad y do cu m en tar su pasado y su presente, porque co m ­ p ren d ía que los objetos, la au tén tica razó n de ser de los m useos, eran p o rtad o res de inform ación y co n stitu ían historia m ateriali­ zada (Rosander, 1980, 17). Ambos testim onios, de escuelas diferen­ tes, aparte de p o n er el acento en la p alab ra inform ación, coinci­ dían en adjudicar u n papel cen tral al objeto en sí m ism o com o ve­ hículo de conocim iento. E n el m u n d o m o derno el m useo ha sido consagrado com o el lugar idóneo p ara co n serv ar d eterm inados o b ­ jetos con un valor especial: los objetos del patrim o n io cultural. El ■museo institución es avalado p o r la sociedad porque existe la firm e creencia de que hay objetos que han llegado hasta nosotros que es bueno conservar p ara el bien público, ya que valen alguna cosa m ás que la p u ra im presión que provocan al m irarlos; que tienen m érito y algunas virtudes m ás que los h acen m erecedores de un es­ pecial respeto y que quizá g u ard an algún sentido ignoto que es p re­ ciso dilucidar; y en cualquier caso, que contienen inform ación y pueden tran sm itir conocim ientos. Vamos a d iscu tir algunos aspectos acerca del objeto com o ve­ hículo de com unicació n , ya que ha de ay u d arn o s a co m p ren d er el papel del objeto real y au tén tico del p asad o que sacralizam os en los m useos. Las sociedades h u m an as, a p arte del lenguaje verbal y del lenguaje corporal u tilizan p ara co m u n icarse un lenguaje social form ado p o r signos y sím bolos que se vehicula p o r m edio de los objetos. La ro p a y los ad o rn o s personales son u n a de las form as m ás universales de este lenguaje social que los individuos utilizan p ara expresar cóm o son, cóm o viven, cóm o se sienten o cóm o qu ieren que los dem ás in terp reten el lu g ar que o cu p an d en tro del grupo. En n u e stra sociedad, el autom óvil es u n caso p arad ig m á­ tico de lo m ism o, com o lo p u ed en ser o tro s tan to s ejem plos de n u estro universo m aterial que tam b ién p o d ríam o s poner. Los o b ­ jetos, sobre todo los cotidianos, son so p o rte y vehículo de un sis­ tem a de com unicación social m uy co m ú n en tre los h u m an o s. Al reflexionar sobre los objetos de la sociedad co n su m ista co n tem p o ­ ránea, B audrillard se p reg u n ta b a p o r los procesos en virtud de los cuales las p ersonas en tra n en relación con los objetos, y p o r la sis­ tem ática de las co n d u ctas y de las relaciones en tre personas, resu l­

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tado de tales in te r a c c io n e s con los objetos. B au d rillard q u ería sa ­ ber, p o r ejem plo, cómo son vividos los objetos, a qué otras necesidades, aparte de las funcionales, dan satisfacción, cuáles son las estructuras mentales que se solapan con las estructuras funcionales y las contradicen, en qué sistema cultural, infracultural y transcultural se funda su cotidianeidad vivida... (Baudrillard, 1984, 2).

P reguntas p arecidas p o d ríam o s hacern o s respecto a los obje­ tos del pasado. Pero ¿se puede p rete n d er que nos in terro g u em o s sobre vivencias alred ed o r de un objeto de o tro presente? Si es de un p asado h istórico no lo podem os « haber vivido». P or lo tanto, m ás que vivencias debem os p la n team o s b u sc a r un sentido. Com o ya se ha dicho al prin cip io de estas páginas, cu an d o el h o m b re p ro ­ duce objetos, está p ro d u cien d o significados. Pero ¿significan a l­ guna cosa p ara n o so tro s los objetos del pasado? El significado de u n a p alab ra es aquello que quiere m anifestar; el significado de u n objeto debe de ser tam b ién aquello que el objeto quiere m anifestar: u n lenguaje en este caso no verbal, m ás o m enos explícito o quizás incluso velado. P ara p o d er e stu d iar m ejo r el papel de la significa­ ción en los objetos de la h isto ria ayudém onos de la sem iología. Si un objeto significa es que es signo de alg u n a cosa. Los signos, es­ cribe Heidegger, son sobre todo m edios, el c a rá cter específico de los cuales consiste en «indicar» (Sini, 1989, 23); es d ecir que la fu n ­ ción del signo es designar. Así, la Torre Eiffel funciona com o signo que designa a la ciu d ad de París. Es u n hecho, pues, que el signo nos rem ite a o tra cosa, de la qual da testim o n io en algún sen ­ tido; o en o tras palab ras, hace de m éd iu m que nos pone so b re aviso acerca de algo. E n sem iología ta m b ién se hab la del signo lingüís­ tico com o la relación in terd ep en d ien te en tre el significante y el sig­ nificado, lo que p resu p o n e e n ten d er la lengua com o u n a estru c­ tura. Puestos en este terreno, p o d ría en to n ces te n er el c a rá c te r de signo u n a cosa com o n u estro objeto, p o rq u e rep resen ta alguna cosa distin ta de sí m ism o, en ta n to que p ro d u cto de u n a cu ltu ra, es d ecir de u n a estru ctu ra, donde el significante sería la m a teria sen­ sible que da testim o n io y el significado el receptáculo de d eterm i­ nados contenidos. C om prendem os p ro n to que el lenguaje de los signos po r m edio de los objetos es riq u ísim o p o tencialm ente, com o lo es el lenguaje del cuerpo o el lenguaje verbal, p o rq u e los seres h u m an o s en sus necesidades de co m u n icació n h an sabido sacar p artid o del m u n d o m aterial que tienen a su disposición.

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El filósofo n o rteam erican o Peirce estableció a finales del siglo pasado la que ha sido reconocida com o definición clásica del signo, así com o la p rim era clasificación de los signos, y p o r todo ello es considerado el p ad re de la sem iología. Peirce definió el signo com o u n a cosa que p ara alguien, de u n a u o tra m anera, está en el sitio de otra cosa. Su clasificación de los signos en relación al objeto o idea al cual rem iten, distingue en tre iconos, indicios y sím ­ bolos. Los iconos designan p o r u n a relación de parecido con el o b ­ jeto designado, po r ejem plo u n a señal de tráfico que m u estra dos niños silueteados quiere decir que po r aquel lugar cru zan escola­ res. Un indicio expresa u n a relación de conexión «de hecho» por causalidad, procedencia o anticipación; por ejem plo, si se ve hum o es que hay fuego. Un sím bolo expresa u n a relación norm ativa o convencional, generalm ente de cará cter arb itrario , en tre un objeto - y aquello que representa. Por ejem plo, u n a cru z blanca de brazos iguales sobre fondo rojo rep resen ta un país, Suiza. Los sem iólogos advierten y el m ism o Peirce ya lo dice en su definición de signo, que p ara que un signo exista ha de ser cap tad o o enten d id o com o tal signo. Dicho de o tra m anera, un signo significa sólo si el desti­ n atario del m ism o es capaz de en ten d erlo com o tal signo. Trasla­ d ad a a nuestros objetos esta condición nos previene que hace falta em plazar las relaciones im agen-concepto, es decir objeto que signi­ fica y significado, d en tro de un contexto social-cultural determ i­ nado que ad m ita la posibilidad del acto de la com unicación. Pero ¿existe tal espacio de en cu en tro en relación a los objetos del pa­ sado? ¿ 0 es que hem os de crear un nuevo espacio o «transespa­ cio»? La m useóloga S. Pearce h a tratad o de situ a r los objetos del p a­ sado que guardam os en los m useos en la perspectiva de los signos, reconociendo paralelism os en tre la lengua com o estru ctu ra y la cultura m aterial com o estru ctu ra. A tal fin ha estudiado con d eten i­ m iento un objeto m uy célebre del M useo N acional de Escocia, la espada que llevaba el jefe escocés en la b atalla de C ulloden de 1746, m om ento culm in an te de la fracasad a rebelión jaco b ita co n tra los ingleses (Pearce, 1992, 24-29). Es com o si desde C ataluña estu d iá­ sem os el legendario ta m b o r del Bruc, que de hecho se conserva en el M useu C om arcal de l'Anoia en Igualada, en relación a los hechos del p rim er com b ate del B ruc co n tra los soldados de N apoleón el 6 de ju n io de 1808 (fig. 2). La espada, al igual que el tam bor, operan com o signos, tal com o Pearce sostiene, p orque allí estuvieron real­ m ente, com o objetos distintivos y necesarios de los que se valía una

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gente co n creta en u n a situ ació n d eterm in ad a. P ara nosotros, es­ pada y ta m b o r equivalen o su stitu y en a u n a to talid ad de la cual for­ m an parte intrínseca: los respectivos hechos de guerra. P asado el tiem po qu ed an las obras, decim os; en n u estro caso q u ed an los o b ­ jetos. El objeto histó rico co n creto ocupa, pues, el lu g ar de u n a a b s­ tracción que llam am os pasado. En definitiva, el objeto es p ara n o ­ sotros signo p o rq u e ap are ce en lu g a r del p asad o del cual em ana. Pero hay m ás: el objeto h istórico, p asad o m aterializad o o, com o quería R osander, h isto ria m aterializad a, es signo del pasado que re-presenta y que re p resen tará p a ra siem pre, p ara n o so tro s y p ara las generaciones venideras, p o rq u e nadie p o d rá cam b iarle n u n ca su condición, esto es su conexión real con los hechos. Todo esto p o d ría expresarse g ráficam en te m ed ian te el p arale­ lism o con el signo lingüístico, de la form a siguiente: SIGNO

SIGNO

Imagen

Imagen

Concepto

Los objetos del p asad o no aca rre an u n significado único. Al contrario, pued en a c u m u la r niveles de significado diferentes que los enriquecen vistos en el tiem p o tal com o pone de m anifiesto el estudio sem iótico de P earce q u e hem os to m ad o de referencia. C uando el tiem po pasa, n u e stra esp ad a y n u estro ta m b o r se van asociando de form a casi im p ercep tib le a elem entos de significado nuevos con los cuales ya no se pu ed e decir q u e exista u n a relación de cará cter intrínseco. La nueva constelación de significados con los cuales el objeto o rig in al m a n tien e u n a relación tiene entonces el cará cter de sim bólica. Los objetos que conservan su condición de signos em piezan, pues, a o p e ra r tam b ién com o sím bolos. P or tan to los objetos del p asad o fu n cio n an tam b ién com o sím bolos cuando se los relaciona, p o r razó n de u n a d eterm in ad a analogía percibida o de form a arb itra ria , con cosas respecto a las cuales ya

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no m an tien en u n a relación intrínseca. El ta m b o r po d rá ser el sím ­ bolo del espíritu de resistencia de la gente del país frente a los inva­ sores. El tam b o r y el m ism o an ó n im o tam borilero, finalm ente m e­ recerán una estatu a cerca del collado del Bruc, sobre el cam ino de Barcelona, al pie de la m o n tañ a de M ontserrat. Lo m ás im p o rtan te aquí es co n statar cóm o aquel objeto, que m an tien e su cará cter de signo porque es p arte de unos hechos que h an pasado, sigue ac­ tu an d o en el im aginario social, conform e avanza el tiem po, p ara p ro d u cir nuevos significados que conocem os po r sim bólicos. De esta m an era el objeto histórico va g an an d o vida propia, m ientras se aleja de los hechos originales de los que salió, contribuyendo, por intercesión de los seres h u m an o s que atribuyen valor y significado, a m odelar con nuevas visiones e in terp retacio n es la vida y las cir­ cunstancias del tiem po sucesivo y p o r tan to del tiem po presente. La im portancia del objeto original en el proceso de com unicación y los valores de la conservación Cabe insistir en la im portancia del objeto original y auténtico del pasado en el proceso de com unicación, ya que se trata del único ente significativo que podem os considerar. Así, antes de seguir estu ­ diando el papel de los objetos históricos com o signos y símbolos, veam os cóm o el valor inform ativo del objeto, que en otro lugar he­ m os catalogado com o valor de uso inm aterial, asociado al carácter de signo del m ism o objeto, justifican por sí solos el m ás escrupuloso cuidado en la salvaguardia y conservación del objeto histórico. U na típica lám p ara de aceite ro m an a de terraco ta barnizada, con decoración en relieve o u n cu ad ro b arroco sobre lienzo al óleo, son vestigios del pasado que podem os reconocer a sim ple vista. E s­ tos objetos son evidentem ente soportes de artificio que in corporan y tran sm iten una d eterm in ad a in fo rm ació n cu ltu ral que alguien un día originó. El proceso de tran sm isió n se p o d ría rep resen tar gráfi­ cam ente de una form a m uy sim ple, de esta m anera: Ideas Individuo emisor

información Lámpara

Conocimiento Individuo receptor

Si nosotros, entusiastas de los rom anos, resultam os ser los re­ ceptores de la lám para, aunque con unos cuantos siglos de retraso, y som os capaces de dirigir a la m ism a las cuestiones apropiadas pode­

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mos concluir sin vacilación que no sólo los conocim ientos al respecto del individuo pro d u cto r sino tam bién aspectos esenciales de toda una cultura, se revelan de m anera inequívoca a través del objeto. Rediseñando el proceso de com unicación que ahora denom inaríam os de re­ cuperación de conocim ientos, podem os representarlo así: Conocimiento Individuo receptor

Información Lámpara

Ideas Cultura emisora

Cojam os ah o ra el cu ad ro barroco. De m an era parecid a a com o d etrás de la lám p ara h abía un ro m an o con algunas ideas sobre cóm o fab ricar un ingenio p ara p ro d u cir luz y unos conocim ientos norm ales sobre la sociedad de su tiem po, d etrás del cu ad ro hay u n p in to r del setecientos con ideas y sensibilidad, cap az de crea r y m a­ n ip u lar inform ación y de tran sm itirla en form a de im ágenes. Tanto en un caso com o en el otro, u n a vez realizado el objeto éste se co n ­ vierte en un p ro d u cto au tó n o m o sep arad o de las m anos de su a u ­ tor, que adquiere vida propia: la o b ra original, n u estro objeto testi­ m onio. La in fo rm ació n íntegra que atesora, al sep ararse el p ro ­ ducto del artífice, deja de p erten ecer a éste, p a ra p erten ecem o s a todos. Ya n u n ca perten ecerá a nad ie en particular, ni al m ism o a u ­ tor, ya que éste n u n ca p o d rá volver a h acer ex actam ente la m ism a obra. El objeto original y au tén tico tiene este valor añad id o de o b ra única. Pero hay m ás. Por m ás rep ro d u ccio n es exactas y fotografías de que pu d iéram o s disponer, hay que ren d irse a la evidencia de que la totalidad de la in fo rm ació n sólo puede resid ir en la o b ra origi­ nal. La destru cció n del objeto es u n a p érd id a irreparable; es u n a pérdida económ ica, p o r el valor de cam bio del objeto, u n a pérdida estética, p o r la d estru cció n de un o s valores form ales originales y una p érd id a histó rica p o r la destru cció n del signo, es decir, p o r d e­ sap arecer el objeto significante. A los que prevén equivocadam ente la d esaparició n de los m useos en el futuro, p o r sobrantes, hay que advertirles que se equivocan. El arg u m en to de que la inform ación cultural que co n tien en los objetos se puede alm acen ar en disquettes u otros soportes tecnológicos es u n a falacia, ya que n u n ca p o ­ drem os p rescin d ir del objeto auténtico. P or un lado, no se puede se p a ra r la inform ación de su so p o rte real, ya que el objeto es las dos cosas al m ism o tiem po y p o r otro, com o signo, el objeto p a rti­ cipa al m ism o tiem po, del pasado y del p resen te y a rra stra h acia el fu tu ro al pasado, p asan d o p o r sucesivos presentes, gracias a su fi­ liación real con los hechos que lo originaron.

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La función de los sím bolos Dicen que las palabras se las lleva el viento. F ren te a las p ala­ bras que van de boca en boca y las h isto rias que alguien que no co­ nocem os escribió, tenem os a los objetos. Los objetos sirven p ara establecer relaciones con el pasado de u n a m an era m uy distinta, quizás m ás au tén tica y veraz y sin d u d a m ás directa. Con las p ala­ bras a solas existe un problem a: nad a de lo que se diga sobre el p a ­ sado puede ser confirm ado en base a los hechos alegados; nadie puede viajar al pasado a co m p ro b ar lo que del m ism o se habla y es­ cribe. Es m ás, sin objetos po d ría incluso no h ab er existido el p a ­ sado; con objetos, no hay d u d a de que existió. Lo único cierto que tenem os del pasado son los objetos reales y auténticos, las reliquias que el tiem po nos legó, po r eso valen tanto. De alguna form a lo h e­ m os visto ya al co n sid erar al objeto com o signo: los objetos son com o anclajes del pasado que alcanzan el presente, o dicho de o tra m anera, extensiones del pasado que se h acen físicam ente presentes en el m om ento que pasa, po rq u e com o certeram en te afirm a W. D. Lipe, en su m aterialid ad los objetos p articip an al m ism o tiem po del pasado y del presente (Lipe, 1984, 4). Im aginem os un coche. Si de p ro n to desapareciesen todos los coches que hay en el m undo, ¿qué sentido p ráctico ten d ría seguir hablando de coches? Sería p u ra cosa del recuerdo. Sólo en el re ­ cuerdo perm an ecería la im agen del coche y cada uno de nosotros se esforzaría en c o n stru ir u n a im agen p ro p ia según las vivencias que conservase alrededor de la idea de coche. Sería u n a experien­ cia interesante sobre todo p ara sociólogos y psicólogos. E ntonces, un coche solo, que hu b iera quedado escondido y de p ro n to ap are­ ciese, se tran sfo rm aría en la cosa m ás valiosa del m undo; co n stitu i­ ría la evidencia gratificante y palpable de u n a noción anclada en nuestros recuerdos, pero sobre la que ya em pezábam os a ten er d u ­ das. Como vem os, el objeto es la ú ltim a opo rtu n id ad , la certeza d e­ finitiva sobre la que d escansa todo discurso sobre el pasado p ara poder ser en últim a instancia verificado. Pero si los objetos m ateriales son decisivos en la experiencia h u m an a del m undo, no lo son m ucho m enos los sím bolos. Algo se ha dicho sobre la existencia de u n valor sim bólico en los objetos del pasado. R etengam os que la sim bolización es u n a capacidad h u ­ m an a de crucial im p o rtan cia en los procesos de tran sm isió n cu ltu ­ ral. Los individuos se com unican y ap ren d en sobre sí m ism os y so­ bre sus sem ejantes p o r m edio de sím bolos, p o r eso el aprendizaje y

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la tran sm isió n de co n o cim ien to s se hace en g ran m edida in terp o ­ niendo sím bolos en tre las ideas y las cosas. W. D. Lipe explica cla­ ram en te el papel de los sím bolos en la p ro d u cció n de cultura: Cuando los objetos materiales se utilizan como símbolos, la in­ formación cultural ya no necesita ser almacenada en su totalidad en los cerebros humanos, de manera que el depósito de información al al­ cance del grupo puede expandirse mucho más. Las culturas que pro­ gresan mediante la distribución de la información entre los indivi­ duos, los grupos y las cosas, sobreviven a los individuos concretos y aseguran la continuidad en el tiempo de los modos de vida, de forma que cada nuevo individuo y cada nueva generación no precisan empe­ zar de cero para adquirir una base de conocimientos, aunque dentro de ciertos límites cada uno puede añadir o modificar alguna cosa en relación a lo que ha sido transmitido desde el pasado (Lipe, 1984, 5).

El sím bolo que a h o ra nos in teresa es u n a en tid ad sensible, u n objeto del pasad o que se tom a com o rep resen tació n de o tro objeto, de u n as ideas o de u n o s hechos, en b ase a algún tipo de analogía que p u ed a llegarse a percibir, o p o rq u e se establece u n a nueva aso ­ ciación de c a rá cter convencional o arb itrario . Sabem os que los o b ­ jetos se p restan sin g u larm en te b ien a h acer el papel de sím bolos com o entidades físicas que son, que p e rd u ran en el tiem po. Con ellos los hom b res ven satisfechas sus an sias de co n tin u id ad en la transm isión de conocim ientos y su necesidad de m an ten im ien to de estrechos vínculos con el pasado. Se ha explicado cóm o los objetos del p asad o o peran en el p re­ sente com o sustitutivos de un lapso que no regresará. En este sen­ tido los hem os podido in terp reta r com o signos, p orque están p re­ sentes aquí, entre nosotros, en lu g ar de u n hecho del cual un día for­ m aron constitutivam ente parte. N uestro hipotético últim o coche superviviente es el signo reco b rad o que nos reto rn a a un tiem po en el que sí había coches. Es u n signo, pero tam bién po d rá ser al m ism o tiem po u n sím bolo de u n a época que a p a rtir de ah o ra re ­ presentará. C om prendem os que el objeto coche será asociado a un tiem po concreto, pero tam b ién a toda u n a extensísim a gam a de ideas, presunciones y figuraciones respecto a las cuales no m ediará n inguna relación constitutiva y sí de otro tipo. Las posibilidades de las interpretaciones sim bólicas a través de los bienes del p atrim o n io histórico p a ra co m u n icar son enorm es. P or u n lado, el paso del tiem po p o r sí solo hace que la gam a de in terpretaciones sim bólicas varíe; p o r otro, el caudal de conocim ientos acum ulados alred ed o r

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de los objetos procura nuevas visiones que influyen en las m ism as interpretaciones sim bólicas. Un objeto histórico, au nque no sea la espada del Cid o la m esa de trabajo de Freud, sim boliza m uchas co­ sas y cosas m uy diferentes en m om entos históricos diferentes y en ­ tre distintos grupos hum anos. El hecho es que en cada fase histó­ rica, digam os el lapso de u n a o dos generaciones, la carga sim bólica adquiere connotaciones distintas, produciéndose una secuencia en el tiem po de figuras interpretativas, que son las que en definitiva conceden al objeto que sim boliza su valor fundam ental. Como dice S. Pearce, la capacidad de los objetos del pasado de ser sim ultánea­ m ente signos y sím bolos, de tran sp o rta r u n a verdadera porción del pasado hacia el presente, pero tam bién de a rra stra r interpretacio­ nes y reinterpretaciones sim bólicas, es lo que constituye la esencia de su peculiar y extraordinario poder (Pearce, 1992, 27). Pero tam bién tiene u n p u n to débil: el m ism o paso del tiem po, Lo que da poder al objeto sim bolizante, al m ism o tiem po puede co n stitu ir su p u n to m ás débil, porque la d istan cia tem poral entre objeto y sim bolización es cau sa inevitable de interferencias y m ixti­ ficaciones. Y aún m ás lo puede ser la distancia física. D ediquem os ah o ra un segundo de atención a p lan tear el problem a que origina la d istancia en el tiem po. N uestro m u n d o co n tem p o rán eo parece m ás alejado del pasado que n unca antes. P ara la m ayoría de los h a ­ bitantes de los últim os años del siglo xx, el pasado es algo que suena a extraño y que no casa bien con las vidas que llevan. Es un terreno poco y mal frecuentado, que se h a vuelto inhóspito porque se en cuentra muy lejos de la experiencia individual de la cotidianeidad, m arcada p o r el cam bio y el ansia obsesiva por el progreso. É ste es el principal p roblem a que afecta al futuro del p atrim onio histórico en la sociedad actual, pero sobre el futuro que cabe reser­ var al pasado ya volverem os m ás adelante. Cuando alguien contacta con un bien patrim onial, la visión del pasado que saca depende de los conocim ientos y de las experiencias que tenga. Estos bienes evocan para u n a m ayoría ciertam ente im á­ genes seductoras de un tiem po que no es el suyo, com o signos y sím ­ bolos que son. Sin em bargo, el nivel y la calidad de la experiencia vi­ vida a través de este encuentro y la m ism a riqueza de las sim boliza­ ciones que se desvelan están en función del bagaje cultural que el individuo aporta. Los bienes patrim oniales constituyen siem pre m a­ teria delicada; una aproxim ación sim plista o una interpretación dis­ torsionada íruto del desconocim iento, la falta de referencias, el exce­ sivo entusiasm o o el engaño puede derivar en un uso tendencioso del

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patrim onio histórico y en u n a alteración de sus fundam entos cientí­ ficos. É sta es la inevitable co n trap artid a que hay que prever cuando se trabaja con u n m aterial tan sensible. Por eso los conservadores de m useos y m onum entos cargan con u n a gran responsabilidad social al realizar su trabajo. A 1a vista de la fragilidad de la conexión sim bó­ lica no es extraño que los bienes patrim oniales sean objeto en oca­ siones de m anipulaciones interesadas de carácter ideológico. C ualquier perso n a m ín im am en te form ada dispone de dos tipos de conocim iento en relación al patrim o n io histórico, el conoci­ m iento académ ico y científico, y el conocim iento tradicional, los cuales in teractú an co n tin u am en te, enriqueciéndose m u tuam ente. Su función es la m ism a y los dos facultan a las personas p ara obte­ n er algún tipo de beneficio de su en cu en tro con los bienes p a trim o ­ niales. La diferencia reside en la calidad de la inform ación publicitada, au nque eso no es g aran tía de nada, ya que hay que ver cóm o se recibe y asim ila esta inform ación. P ara ver cóm o despliega su p o ­ d er de evocación y seducción un objeto del pasado nos valdrem os de un ejemplo. Si un aficionado que frecuenta el cam po no h a sido advertido de que aquel resto de m u ro que en cu en tra ai su b ir u n a co ­ lina es parte de lo que queda de u n a defensa altom edieval, la co n ­ tem plación de las piedras no le d espierta in terro g an tes ni le provoca o tra visión que la de u n obstáculo en el cam ino, que supera sin con­ secuencias. En cam bio, a quien se le ha co m u n icad o la «verdad», es decir, a quien se le ha dado en trad a al circuito de com unicación con el pasado a través del objeto y es capaz de in terp reta r el signo com o tal, entonces la experiencia que vive es muy distinta. Uno siente de en trad a la curiosidad de observar con d etenim iento el resto de m uro y gusta de to car las piedras con un interés m ayor y diferente h asta en co n trar incluso las m arcas de los picapedreros. El m u ro es u na señal inequívoca del pasado, ju stam en te u n fragm ento real de pasado al alcance de n u estra m irad a y de n u estras m anos. E ntonces distinguim os en el observador, com o ap u n ta Lipe (Lipe, 1984, 4), dos tipos de reacciones cualitativam ente im portantes. Por un lado, u n a reacción de tipo sensitivo, de conexión a nivel de las sensacio­ nes visuales y táctiles, con la m ano que colocó las m ism as p iedras y las m arcó hace m ás de m il años. P or otro, u n a reacción de carácter intelectual íntim am en te satisfactoria, que b u sca ordenar, clasificar y evaluar el papel y la im p o rtan cia del objeto en el pasado, Al m ism o tiem po, quizás tam b ién el m u ro sea objeto de in terp retacio ­ nes sim bólicas que podam os conocer parcialm en te y ap ro p iárn o s­ las: que si aquella gente p ertin az y valiente fue capaz de co n stru ir

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una nación, etc., cosa que au m en ta su poder de seducción. La expe­ riencia sensitiva, en sí m ism a gratificante, está al alcance de m u­ chos en función de su experiencia vital y sólo hasta cierto pu n to de­ pende de los conocim ientos históricos previos que el sujeto aporte al encuentro. Aquí juega su papel la im aginación, la curiosidad y la afición del actor. La experiencia intelectual puede ten er tam bién m uchos m atices y está lógicam ente en función de la p reparación de cada uno. E sta duplicidad de reacciones y la m ism a interrelación entre el conocim iento científico y el conocim iento tradicional las encontram os en la actividad investigadora habitual de los especia­ listas. Michael S herm an las identifica al referirse al trabajo coti­ diano de los expertos con los bienes del p atrim onio histórico: Cuando analizamos un objeto como un artefacto histórico, junta­ mente a un detenido examen científico no podemos evitar sustraemos al catálogo entero de mitos, historias, convenciones, creencias y datos que nos baila por la cabeza o que hemos aprendido de los libros. Cuando contemplamos un objeto como una reliquia, requerimos al ob­ jeto en cuestión que nos evoque emociones, acontecimientos e ideas que nos proporcionen una imagen de la comunidad que hay detrás del ob­ jeto y el lugar que ocupaba este objeto en la misma (Sherman, 1989, 27).

El objeto histórico o la reliquia, que son la m ism a cosa, se nos m u estra ah o ra con to d a su fuerza. Es insustituible en cualquier caso porque es el catalizad o r de sensaciones, em ociones y razo n a­ m ientos. Sin el objeto catalizad o r no hay experiencia de pasado, y p ara m uchos, p ara la m ayoría de la gente de la calle, a los que d e­ nom inam os público, no hay estím ulo suficiente p ara interrogarse acerca del pasado y la historia. E studiem os ah o ra el papel de los vestigios en la investigación convencional sobre el pasado y la re­ percusión de esta investigación sobre el público.

La investigación sobre el pasado y el papel de los vestigios T radicionalm ente existen tres vías p ara acercarse al pasado: la de la m em oria, explotada p o r la h isto ria oral y tam b ién p o r la p si­ cología, la de los docum entos de archivo y los libros, p racticad a por los historiadores, y la de los restos físicos, objeto de atención de arqueólogos y antropólogos. Aun cu an d o la m em oria es crucial al sentido de identidad del individuo y nos hace conscientes de n u estra continu id ad com o personas a través del tiem po, la m em o-

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ría no puede ser en este ap artad o el arg u m en to principa!. La m e­ m oria es etérea y es u n a cosa m uy personal. La m em oria, la propia, com o con Dios o la Iglesia, es u n a de las ú ltim as cosas con las que la m ayoría de la p erso n as q u ieren h acer las paces un d ía u otro, so­ b re todo cu an d o se intuye que el tiem po de u n o se acaba. La m e­ m oria habla, así, m ás de las co n tin u id ad es individuales que de las colectivas, de las identidades individuales que de las identidades colectivas. La in terp retació n del pasado a través de los docum entos escritos, lo que conocem os h ab itu alm en te com o historiar, es un procedim iento de trab ajo que lleva m ás lejos que la m em oria y ap u n ta siem pre a las colectividades, excepto en el caso de la b io ­ grafía y sólo en parte. El nacim ien to de la h isto ria se ha asociado a la ap arició n de d o cu m en to s escritos po r individuos que hablan de las grandes cosas que han hecho ellos o sus m entores. E sta h isto ria tiene siem pre u n a vocación evocativa y ejem plarizante. De aq u í que es im p o rtan te c o n statar que el co nocim iento histórico se co n s­ truye en beneficio de las generaciones futuras, com o si de u n le­ gado en form a de p en sam ien to s elevados y ejem plarizantes se tra ­ tase, d estinad o a m o d elar las identidades colectivas. El co n o ci­ m iento histórico tal com o lo concebim os hoy d ía tam b ién busca c o n stru ir generalizaciones sobre el co m p o rtam ien to de los grupos h u m an o s y sobre las cau sas que explican aspectos de la evolución de las sociedades. Fiel a sus orígenes, la h isto ria p ro cu ra p o n er de m anifiesto las relaciones de co n tin u id ad en tre pasado y presente, au nque tam bién a m en u d o las de cam bio. Los h isto riad o res han tendido lógicam ente a c e n tra r su trab ajo alred ed o r del análisis e in terp retació n de los d o cu m en to s escritos, p o rq u e ha sido m e­ diante el lenguaje escrito com o m ejo r se h an expresado los p en sa­ m ientos elevados y descrito los grandes logros. P ara el h isto riad o r profesional trad icio n al la h isto ria se hace con los papeles y sólo si éstos faltan hay que ir a b u scar o tras fuentes. Es p o r ello razonable a firm ar que los h isto riad o res h an tendido a su b v alo rar los dem ás restos tangibles del p asad o com o fuente de co nocim iento histórico. Veamos algunas de las razones q u e explican la su p rem acía o to r­ gada a la d o cu m en tació n escrita. E n p rim er lugar p o r u n a trad ició n cu ltu ral altam en te g enerali­ z a r e que hu n d e sus raíces en la noche de los tiem pos, donde el deslinde en tre lo sag rad o y lo p ro fan o arro ja a lo m aterial a un sub~ m u n d o de im perfecciones. Así, el m undo m aterial p resen ta siem ­ pre zonas de so m b ra llenas de con n o tacio n es negativas. Las cosas m ateriales, p o r c o n traste con las cosas del esp íritu son incom pletas

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e im perfectas, insustanciales y terrenales, o sucias y carentes de be­ lleza. Las ideas que vienen'del alm a, n u estra p arte sagrada, son la prueba definitiva que evidencia la d istan cia que sep ara al ser h u ­ m ano del anim al, el cual es incapaz de erigirse p o r encim a de la b ru talid ad m aterial a que la Providencia lo h a condenado. Hay un a rrib a hacia el cual señala Platón, el m u n d o espiritual de las ideas, y un abajo, el m u n d o m aterial de las cosas. Com o las ideas prece­ den a las cosas, p o r eso en los actos h u m an o s de creación se ha ten ­ dido a sep arar la idea del acto que co n d u cirá a la m aterialización de la idea en objeto. Así, la facultad h u m a n a del lógos, la expresión de aquello que se piensa, m erece u n a consideración su p erio r si se m anifiesta de form a conspicua, es decir, p o r m edio de la p alab ra o de la escritura, lo que da lugar al fatum , o al dictum , la plasm ación del cual queda a cargo de los escribas. A o tro nivel qu ed a lo que po> dríam os llam ar f'actum, la actividad físicam ente exigente resp o n sa­ ble de la transfo rm ació n de la m ateria en objetos. En las socieda­ des históricas, ios individuos que ten ían el dom inio de la palab ra se con sideraban p o r encim a de los que sólo podían m anejarse bien con las m anos, p o r eso los poetas, los filósofos y los o rad o res han gozado de su p erio r rep u tació n que los pintores, los artesanos o los agricultores. De form a parecida, la vida política de relación ha im ­ puesto una super-visión a la vida m aterialista de la producción. Existe tam b ién u n a tradición historiográfica. La historia desde sus orígenes ha sido concebida com o u n a narración en la cual la ex­ posición de ideas, datos y acontecim ientos ha adoptado la form a li­ teraria. Los historiadores h an valorado por encim a de todo dos co­ sas: el dato registrado cuidadosam ente sobre el papel, aunque fuera por anónim os notarios del q u eh acer cotidiano de las gentes, y las ideas ricam ente expresadas m ediante el lenguaje escrito. Parece que cuanto m ás nos aproxim am os a los tiem pos presentes, m ás de lado han dejado los historiadores a los objetos, que han sido considera­ dos com o testim onios insustanciales, ab u rrid o s o m udos. En la época del R enacim iento, la renovación general del pensam iento oc­ cidental no afectó al proceder de los historiadores. Da la im presión que las inclinaciones tradicionales de co n sid erar la historia com o u n a actividad literaria se reforzaron. A p a rtir del R enacim iento los historiadores se interesaron p o r extraer lecciones m orales de los he­ chos pasados y po r esta razón las fuentes escritas vieron reforzado su prestigio frente a las fuentes m ateriales. R uinas y m onum entos quedaron com o territo rio reservado a la actividad de los an ticu a­ rios, unos individuos que no podían ser considerados a la m ism a ai-

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tura intelectual que los historiadores, ya que tendían a la fabulación en m edio de excesos de la im aginación. La arqueología progresó ap o rtan d o m étodo y rigor al estudio del lenguaje secreto de los obje­ tos. Pero en sus orígenes, arqueólogos y an ticu ario s se confundían. C uando no se ha creído conveniente esforzarse en in terp retar el len­ guaje de las piedras y los objetos p o r considerarlo negligible, por ejem plo d u ran te gran p arte del siglo xix, la arqueología no ha p a ­ sado de ser un in stru m en to eru d ito p ara el estudio de aspectos m uy concretos y parciales de las sociedades del pasado m ás lejano. En el siglo xix se pensaba, p o r ejemplo, que conform e avanzaba cronoló­ gicam ente la historia, el papel de la arqueología decrecía, hasta desaparecer con la invención de la im p ren ta en el siglo xv. E sta con­ cepción, hija de una visión g u ttem bergiana de la cultura, ha m a r­ cado profundam en te la arqueología hasta el presente. Los arqueólo­ gos se han cen trad o trad icio n alm en te en estu d iar el pasado m ás rem oto, aquel que ha dejado su rastro de cu ltu ra m aterial forzosa­ m ente en terrad o po r siglos de polvo y desolación y que no ofrece ni m em oria ni apenas historia. Se po d ría decir que los arqueólogos se han especializado en d a r respuestas a los requerim ientos de una historia en peligro de extinción. Con estos an teced en tes y con la sabia ad vertencia de E H askell — «con frecuencia se olvida cóm o ha sido de errático y p o ten cial­ m ente engañoso el proceso de conservación de la m ayoría de las p ru eb as visuales» (H askell, 1994, 3)— , que resalta el co n traste e n ­ tre el m u ndo ab ierto com o cam p o arqueológico y el m u n d o de los archivos con su cu id ad a y sistem ática lab o r de conservación de los docum entos escritos, será p reciso a co n tin u ació n ex am in ar las ventajas y las lim itaciones de la cu ltu ra m aterial y en co n creto del p atrim o n io histórico, p ara acercarn o s al con o cim ien to del pasado.

Los

OBJETOS DE LA HISTORIA COMO FUENTE DE CONOCIMIENTO

El escrito r de origen hin d ú V. S. N aipaul dice que el p asad o es­ p ectacu lar de la India no se asim ila m ed ian te el estudio de libros, sino que hace falta salir a la calle y disp o n erse a la co n tem plación extática. Es decir, que m ás allá de las palab ras, los d ato s y los aco n ­ tecim ientos lo que hace falta es acercarse a las cosas hechas p o r los h om bres y p ro c u ra r identificarse con ellas de u n a m a n era em ocio­ nal, ab rien d o la p ro p ia sen sib ilid ad a la relación con el exterior. La visión hindú y su m étodo, em patia, configura u n extrem o del a m ­

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plio abanico de posibilidades que la cu ltu ra m aterial ofrece al o b ­ servador com o fuente de conocim iento. El o tro extrem o, fruto del m ás d epurado racionalism o occidental, vendría m arcado por la pretensión de algunas escuelas de red u cir el pasado a cifras, y la h isto ria a p u ra sociología. El filósofo indo-catalán R aim undo Pániker tiene la m ism a receta que el escrito r y aco stu m b ra a explicar, p ara justificarla, que lo que en O ccidente es histo ria en la In d ia es m ito o religión. P ániker con trap o n e O riente y O ccidente en fun­ ción del diferente sentido de la histo ria que tienen estos dos focos de civilización. P ara O ccidente, la h isto ria es el continente necesa­ rio dentro del cual se desarro llan las cosas susceptibles de ser cap ­ tadas y estudiadas; es decir, la realidad es, en tan to que existe h istó ­ ricam ente. P ara O riente, en cam bio, la h istoricidad de las cosas no es el único criterio de realidad ni el m ás im portante. En cualquier caso, p ara am bos m u n d o s los objetos del pasado son u n a fuente de conocim iento en tan to en cu an to son p ruebas, testim onios, eviden­ cias. Intelectuales de un lado y del o tro p robablem ente estarían de acuerdo en la idea de que los bienes patrim o n iales son p arte de un sistem a de com unicación no verbal entre personas, capaz de su p e­ ra r las b arreras geográficas y tem porales. El valor de los bienes del p atrim o n io histórico com o fuente p ara el conocim iento nace de considerarlos indicadores de un de­ term in ad o lenguaje social. G. K avanagh, al referirse a la actividad p ropia de los m useos de seleccionar y ad q u irir objetos p ara las co­ lecciones, esboza el m arco específico que sitúa a los objetos com o indicadores de ese lenguaje social: «A base de recoger fragm entos de los signos y de los sím bolos que son p arte de cualquier sistem a de com unicación, el m useo ha de p rete n d er encap su lar la eviden­ cia física del ser y del obrar» (K avanagh, 1990, 109). E sta autora continúa su discurso bajando de la abstracción a la realidad m ás inm ediata y cotidiana, expresando por m edio de un ejem plo lo que quiere significar y p ara ello utiliza una cita de Adrián Forty (Objects o f Desire, 1986) que me perm ito reproducir tam bién: Si observamos con detenimiento la gama de bienes que exhiben los catálogos'de productos de los fabricantes o de los grandes alma­ cenes del siglo xix veremos una representación de cómo era la socie­ dad. A través del diseño de los cuchillos, los relojes, la ropa o los muebles destinados a cubrir las necesidades de los diferentes niveles sociales y de los diferentes tipos de vida, nos podemos dar cuenta de la apariencia de la sociedad tal como los suministradores de produc­ tos la veían y tal como los compradores aprendían a verla.

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Como debe ser p articu larm en te certera p o r necesidad la visión que los fabricantes y los com ercian tes tienen de cóm o son y qué quieren sus clientes potenciales, ya que en ello les va el negocio, el ejem plo es clarificador sobre el valor rep resen tativ o de los bienes de uso generalizado en u n a sociedad cualquiera. Los objetos tienen la virtud de ac tu a r a m odo de in term ed iario s sociales de relación, y son com o son, en tan to que son diseños específicos p ara a b o rd ar con éxito los req u erim ien to s derivados de tal relación. El estudioso de la cu ltu ra m aterial o el m useólogo al a b o rd a r el objeto histórico, ese in term ed iario social de relación que ha fu ncionado en un d eter­ m inado m om ento histórico, tiene an te sí u n trab ajo com plejo y largo si quiere reh acer el cam in o que va del m o m en to azaro so del en cu en tro con el objeto hasta su plena contextualización social y adecuada intelección. El proceso que debe seguir se asem eja en ciertos m om en to s a un in terrogatorio. P rim ero analiza el objeto en sí m ism o p ro cu ran d o ca p ta r la inform ación que le p ro p o rcio n a el m aterial con el que está hecho, su form a, su diseño y la técnica de m a n u fa ctu ra em pleada, así com o el uso previsible y h asta su datación. S eguidam ente procede a em p lazar el objeto en u n contexto m ás am plio, o lo que es lo m ism o, inquiere sobre el objeto en rela­ ción a todo lo que es externo al m ism o. E n esta fase hay lugar a in ­ dag ar sobre su origen, lugar de ad q uisición o localización, reco ­ rrid o histórico del propio objeto, m anos p o r las que ha pasado, usos no d irectam en te presum ibles, posibles significaciones sim b ó ­ licas que conlleva, etc. Com o se puede intuir, la investigación objetual va m ás allá del m ero p arad ig m a positivista y d em an d a una clara com parecen cia pluridisciplinar. P ara zan jar esta cuestión m e­ todológica nos lim itarem o s a d ejar co n stan cia de algunos de los m ás interesan tes m odelos m etodológicos de análisis objetual co n o ­ cidos. E n realid ad se tra ta de u n em peño reciente com o cab ría es­ p erar de u n ám b ito de investigación, el histórico, que ha subvalo­ rad o trad icio n alm en te los restos tangibles del p asad o com o fuente de conocim iento histórico. Aun así, d u ran te las últim as décadas se h an p lantead o p aralelam en te desde contextos m useísticos y u niver­ sitarios algunos m odelos de análisis sistem ático de objetos, o b ra de antropólogos, m useólogos, h isto riad o res del arte y arqueólogos con el objetivo de d a r cu erp o y m étodo al estudio del objeto h istó ­ rico. S. Pearce, al p resen ta r u n a reseñ a de los que con sid era m ás im portantes, acred ita a E. Panofsky com o el p rim ero en d iseñ ar un esquem a crítico in terp retativ o de los objetos, en este caso obje­ tos artísticos, en la o b ra Studies in Iconology, publicada en 1939

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(Pearce, 1992, 265-273). En los años sesenta M ontgom ery y McClung Flem ing harían aportaciones desde la antropología y la m useología que servirían para red escu b rir el valor de los objetos cotidianos, es decir de aquellos realizados sin intención de trascendencia. A continuación se reproducirán en su form a abreviada de es­ quem a dos modelos significativos especialm ente relevantes en rela­ ción a los argum entos que centran la atención del presente capítulo. Son los del norteam ericano E. McClung Fleming, profesor de m use­ ología del M useo W interthur-U niversidad de Delaware, uno de los prim eros que habla de cultura m aterial en u n contexto m useístico, y el de S. Pearce, arqueóloga y profesora de la escuela de m useología de la Universidad de Leicester, Inglaterra. Si el m odelo de McClung Flem ing es relativam ente simple e incorpora la perspectiva sim bo­ lista en el análisis de los objetos, revelando una procedencia del a u ­ tor del cam po de la antropología, el segundo pretende realizar una síntesis de las aportaciones de distintos m odelos anteriores, resul­ tando así un m odelo com plejo al m ism o tiem po que sincrético. En 1974, McClung Flem ing publicó el m odelo siguiente (Schlereth, 1982¿?, 166):

A.

Operaciones

B.

Información suplementaria

EL PATRIMONIO HISTÓRICO Y ARQUEOLÓGICO: VALOR Y USO

S. Pearce p ro p u so en 1986 el m odelo siguiente (Pearce, 1992,

El objeto tiene materia, historia, un entorno propio y una significación

1. Material-construcción y ornamentación

Descripción física, documentativa

2. Material-diseño del objeto, de los ornamentos

Comparación con otros objetos para hacer grupos tipológicos

3.

Comparación con otros objetos y muestras

Material-caracterización a) proveniencia b) técnicas industriales

6. Entorno-localización a) en el paisaje b) en relación a los distintos tipos

7. Significación

Estudios de paisaje, estudio situacional

A partir de una teoría o de un sistema

_________ V 8. Interpretación-el objeto en la organización social

Síntesis de lo anterior / técnicas analíticas

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L a s LIMITACIONES DEL PATRIMONIO HISTÓRICO PARA EL ESTUDIO Y COM PRENSIÓN DEL PASADO

Si nos referim os a las lim itaciones de la cu ltu ra m aterial cons­ tatam o s en p rim er lugar que existe un problem a de m agnitudes, ya que los restos m ateriales del pasado p u eden ser tan num erosos que resulten inabarcables. Todo lo que no es nuevo pertenece al pa­ sado, lógicam ente y com o añ ad e G. K ubler (Kubler, 1962, 2): «Todo lo que se hace de nuevo es o u n a réplica o u n a variante de algo he­ cho an terio rm en te y así h acia atrás en el tiem po sin interru p ció n h asta la a u ro ra de los tiem pos del h om bre sobre la Tierra.» Hay tan to pasado sobre la superficie de la Tierra o ju sto d e­ bajo, que no llegam os a distinguir, así que p asa desapercibido. Los paisajes que contem plam os, sea desde d o nd e sea que m irem os, son realm ente p u ra arqueología. Todo el m u n d o es prácticam en te un inm enso cam po arqueológico. Por este cam ino la idea de p atrim o ­ nio histórico-arqueológico puede llegar a convertirse en u n a pesa­ dilla, p o r ab ru m ad o ra, inasible y vaga. El p atrim o n io expresado de esta form a abraza en potencia ta n tas cosas y tan diversas que se tran sfo rm a en un m u n d o en sí m ism o, un m u n d o de fantasía y a rti­ ficio que la m ente h u m a n a recrea con u n a m ezcla de placer y aprensión. S eguir este argum ento, pues, no tiene m ucho sentido. Más que un inm enso pasado in abarcable p o r lo m ucho que puede llegar a ofrecer, lo que existe p ara el arqueólogo o el h isto riad o r son distintos pasados: u n o p ara cad a lugar y cada grupo hum ano. Pero adem ás cada pasado está m ás o m enos aco tad o y segm entado puesto que los seres h u m an o s h an ap ren d id o a p arcelar el tiem po con la ayuda de las diferencias que el paso del tiem po provoca en las cosas. De esta m anera, p ara cad a tiem po histórico acotado los restos correspondientes a u n lu g ar llegan a ser u n recurso lim itado, que obviam ente no es renovable. Y m ás im p o rtan te aún, los restos connotan la lim itación del espacio de tiem po y lu g ar acotados. Así, todos com prendem os que u n a vajilla de loza sustituya u n a an terio r de m a d era y u n coche con m o to r de explosión a otro de caballos. E n segundo lu g ar aparece el p ro b lem a advertido p o r F. H as­ kell cuando se refería a los espejism os que en tu rb iab an la co n tem ­ plación de los testim onios m ateriales de las civilizaciones, p o r lo errático que ha sido el proceso de conservación de los m ism os. Te­ nem os hasta cierto p u n to sólo lo que el aza r nos h a procurado, adem ás de aquello que los seres h u m an o s h an querido conservar expresam ente y ha podido llegar h asta nosotros. Ante la inevitabili-

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dad de esta real ¡im itación sólo nos resta ev itar que en el fu tu ro a los estudiosos del p asad o les p u ed a p asar lo m ism o. E n la literatu ra m useológica el arg u m en to m ás polém ico y que m ás a m enud o ap arece cu an d o se valora la c u ltu ra m aterial com o fuente p a ra co m p ren d er el pasado es que los resto s son m udos. Éste es el verdadero caballo de b atalla de los encargados de p resen ­ ta r el pasado al público en m useos, yacim ientos arqueológicos y áreas m onum en tales, y la tercera lim itación que debem os señalar. A unque podría e n tra r en este ap artad o , no nos co rresp o n d e aq u í d iscu tir a fondo acerca de los p ro b lem as específicos de la in te rp re ­ tación científica de los restos, p o r ello sólo señ alarem o s que los m ism os arqueólogos m uy a m en u d o tam p o co tien en suficiente con desplegar u n a m etodología com pleja de exam en e in terp retació n de los restos y h an de a cu d ir a o tro tipo de fuentes secu n d arias, y au n así sus conclusiones siguen sien d o siem p re provisionales. El p rincipio de p artid a es u nánim e: la cu ltu ra m aterial no goza gene­ ralm en te de suficiente a u to n o m ía significativa en sí m ism a, p o r lo que ju n to al testim o n io del p asad o hay que p o n e r a la figura del ex­ perto, quien gracias a que disp o n e de conocim ientos adq u irid o s en algún o tro lugar y perm an ece en diálogo co n stan te con los restos, es capaz de p ro p o rc io n a r al ob serv ad o r p au tas in terp retativ as que sitúen al testim o n io en su contexto y lu g ar específicos, m ien tras da u n a versión de la «verdad» provisional alcan zad a h asta el m o ­ m ento. Este experto, con su p resen cia d irecta en el lu g ar o m e­ d ian te proced im ien to s in terp retativ o s en dos o en tres d im en sio ­ nes, que le su stitu y en p erso n alm en te, contribuye a salvar la d ista n ­ cia y la m ud ez de los resto s y sitú a al o b serv ad o r d en tro de u n circuito que hace m ín im am en te posible la co m u n icació n y la co m ­ prensión. E n cu arto lugar hay que a fro n ta r el p ro b lem a de cóm o m os­ tra r el cam bio —la esencia de la h isto ria es la dialéctica en tre la co n tin u id ad y el cam b io — valiéndose de cosas que p erm an ecen fí­ sicam ente in alterables en el tiem po d u ra n te cierto período, com o p asa con los objetos del pasado, de m a n era que p arece que la socie­ dad que los p ro d u jo no evolucionaba. S obre este arg u m en to Lo­ w enthal explica cóm o el hecho de que los resto s h istóricos sean es­ táticos hace que sólo reflejen u n tiem po congelado, detenido en u n m om ento dado, com o el tiem po que se p reten d e c a p tu ra r cu an d o se d isp ara u n a fotografía (Low enthal, 1985, 243). Todos conoce­ m os las típicas glosas p ro m o cio n ales que aco m p añ an in v ariab le­ m ente a la p ro p ag an d a tu rística de u n lugar histórico: «por las ca-

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lies y plazas del cen tro de la histórica villa parece que el tiem po se haya detenido». Si el tiem po se ha detenido sobre las piedras, ¿cóm o pueden éstas reflejar la tensión del paso del tiem po? Esta li­ m itación de los restos físicos del p asad o se dice con razón que es­ cam otea las nociones de co n traste y d in am ism o y sin em bargo p o ­ cas veces es vista com o tal p o r los am an tes de la historia. Veamos p ara aca b ar u n doble ejem plo que ilustra acerca de los problem as señalados y p articu larm en te de la o p o rtu n id ad de refle­ ja r la tensión con tinuidad-cam bio en el tiem po, a través del p a tri­ m onio histórico. C om probarem os cóm o el recurso a la d o cu m en ta­ ción asociada al objeto, ju n tam en te con un trab ajo serio sobre téc­ nicas de exposición, puede ay u d ar a reco n d u cir algunos problem as y salvar p ara la gente e! valor histórico de los objetos. J. Deetz sos­ tiene que la cu ltu ra m aterial de u n período histórico puede ser in­ te rp re tad a poniendo el acento en los elem entos de co n tin u id ad o alternativam ente en los elem entos de cam bio (Deetz, 1980, 40-45). U na antigua vajilla de porcelana puede ser in terp retad a desde un pun to de vista form al y expuesta consecuentem ente en el m useo encim a de u n a m esa. De esta m an era se establece u n a analogía con una vajilla actual poniendo así de m anifiesto ios elem entos de co n ­ tinuidad cultural entre el hoy y el ayer. A lternativam ente podem os considerarla una pieza dom éstica p erteneciente a un contexto m ás am plio y p o r lo ta n to m ás carg ad a de resonancias culturales y asi­ m ism o con m ayor m argen p ara d escu b rir elem entos de diferencia. Deetz explica que las vajillas de p o rcelan a de im portación eran 1a excepción en las casas de la costa E ste de E stados Unidos en el si­ glo xvn, p o r lo que las pocas casas que d isp o n ían de este tipo de va­ jilla la exponían en u n a estan tería en el recibidor. Sobre la m esa de com er p onían en cam bio u n a bandeja de m adera (trencher) en la que p rep arar y servir, al m ism o tiem po, la com ida. Pero la cuestión no acaba aquí com o nos advierte cierta d o cu m en tació n escrita de la época. C rónicas de la época e inventarios de bienes de carácter testam entario dejan claro que este tipo de bandejas tenía un uso colectivo. El grupo que trab a jab a y vivía bajo un m ism o techo co­ m ía con las m anos de la m ism a b an d eja situ ad a en el centro de la m esa, )o que hacía que estas p erso n as fu eran conocidas com o a u ­ ténticos «com pañeros de bandeja» (trencherm ates). Lo m ás im p o r­ tan te es que el hecho de co m p artir m esa, b an d eja y com ida era u n a m anifestación m ás de u n a form a de vivir co m u n itaria que afectaba a todos los espacios y circu n stan cias de la existencia de las perso­ nas. C uando a finales del siglo xvm la vida se hizo m ás individua­

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lista el trencher d esapareció y la vajilla de p o rcelan a bajó de la es­ ta n tería a la m esa. El segundo caso ilu stra acerca de la in terp retació n que co rres­ ponde a u n a pieza de m o b iliario ta n co m ú n com o la silla, en el contexto de u n a casa antigua, de época, en C ataluña. Tal casa, de aspecto señorial y conservada en el cen tro de u n a p eq u eñ a ciudad, d ebía abrirse al público com o m useo y m o stra rse tal com o era a m ediados del siglo pasado, trab ajo en el que este a u to r participó. P ara re to rn a r la casa a sus esplendores de a n ta ñ o hubo que h acer u n a pequ eñ a investigación y co n su ltar d o cu m en tació n te stam en ta­ ria. Las casas b u en as de ciudad ten ían en la p la n ta noble del edifi­ cio —la p lan ta del p rim e r piso siem p re m ás alta de techo— la sala o pieza de respeto que ap en as se pisab a en la vida diaria. E ra u n es­ pacio reservado a las g ran d es ocasiones, p o r lo que en realidad sólo tenía u n a función social. Allí se recibía a to d a la fam ilia cu an d o se reu n ía e n tera u n a vez al añ o o con m otivo de grandes so lem n id a­ des; o a las am istad es que iban de visita. La sala era el espejo que reflejaba el p o d er social y eco n ó m ico de los propietarios. E n esta sala, la pieza de m obiliario m ás a b u n d an te era la silla. H ab ía ta n ­ tas sillas que no era lógico ni posible exponerlas tal com o hoy lo h aríam os. El hecho es que las sillas existían n o sólo p ara satisfacer u n a necesidad obvia, es decir, u n a función u tilitaria, d ad o que allí se po día re u n ir m u ch a gente, sino ta m b ién p a ra realzar el valor del a p a ra d o r en que se tran sfo rm a b a la sala y la calidad de sus dueños, que m o stra b an así a c u a n ta gente im p o rtan te sab ían re c ib ir C uanto m ás rica y grande era u n a casa, m ás sillas ten ía en su pieza de respeto, colocándose ju n to a la pared , u n a al lado de otra, a lo largo de todo su p erím etro y dejan d o en el cen tro u n g ran espacio vacío. E n las listas que in v en tarían las posesiones de las fam ilias a la h o ra de h acer testam en to , las sillas de la sala son el elem ento m ueble m ás citad o de la casa. A veces se c u en tan p o r decenas. E s­ tas sillas h ab lan de respeto, co n sid eració n y lu stre social en el co n ­ texto de u n a sociedad patriarcal.

L a s POTENCIALIDADES DEL PATRIMONIO HISTÓRICO PARA EL ESTUDIO Y CO M PRENSIÓN DEL PASADO

Pese a la opinión de Voltaire, la historia es una caja de trucos con que los muertos han chasqueado a los historiadores. El más cu­ rioso de e sto s en gañ os consiste en creer que los testimonios escritos

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disponibles nos proporcionan un facsímil razonablemente exacto de la pasada actividad humana. La «prehistoria» se define como el pe­ ríodo para el cual no se cuenta con testimonios de esa índole. Pero hasta hace muy poco la inmensa mayoría de la humanidad vivía en una subhistoria, que era una continuación de la prehistoria. Y esta situación no era característica exclusiva de los estratos inferiores de la sociedad. En la Europa medieval, casi todo lo que sabemos de la aristocracia feudal proviene de fuentes clericales que, lógicamente, reflejan actitudes eclesiásticas: los caballeros no hablan por sí mis­ mos. Sólo más tarde los comerciantes, los fabricantes y los técnicos comienzan a hacernos partícipes de sus ideas. El campesino fue el último en encontrar su propia expresión. Si los historiadores han de procurar escribir la historia de la hu­ manidad, y no simplemente la historia de la humanidad tal como la veían aquellos reducidos sectores especializados de nuestra raza que habían adquirido el hábito de borronear páginas, es menester que vuelvan a observar los testimonios a la luz de un nuevo enfoque, se formulen nuevas preguntas sobre éstos y utilicen todos los recur­ sos de la arqueología, la iconografía y la etimología en busca de res­ puestas... (White, 1973, 11).

E sta larga reflexión de L. W hite que Jlena las p rim eras líneas de su conocido estudio sobre la tecnología m edieval nos sirven p ara situ a r certeram en te la cuestión que nos ocupa a esta altu ra del capítulo: la función que atrib u im o s a los vestigios m ateriales del pasado en la investigación de c a rá cter histórico. La m ayoría de los historiadores son, en teoría, conscientes del papel que tienen en ese m enester los objetos del pasado, pero a la h o ra de la verdad aco stu m b ran a tra z a r u n a raya y dividir el pasado en dos grandes fases: la que se puede estu d iar po r m edio de los docum entos escri­ tos y la que no. Lo que sucede realm en te es que cu an to m ás lejos hacia atrás nos dirigim os, m ás a m en u d o los objetos del pasado son utilizados com o fuente p ara el conocim iento, cu an to m ás h a ­ cia el presente, m enos. P ara estu d iar el siglo xx, la o p inión y praxis general del com ún de los h isto riad o res es que los objetos no valen prácticam ente p ara nada. Eso es así p o rq u e se piensa, prim ero, que hay dem asiados objetos sobre el escenario, dem asiado «ruido», d e­ m asiada confusión; segundo, porque con las dem ás fuentes, d o cu ­ m entos escritos, m aterial audio-visual, testim onios orales, m em o­ ria viva, etc., ya hay suficiente p ara co m p ren d er u n a época. Igno­ ra r el papel de los objetos en u n a sociedad com o la n u estra en la que juegan u n papel tan im p o rtan te (ya se ha citado a B audrillard) habida cuenta de la explosión co n su m ista es preocupante. Pero

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adem ás, ¿qué papel ju eg an entonces los m useos que se o cu p an de la cu ltu ra m aterial p ro d u cid a d u ra n te los últim os ciento cin cu en ta años? O ¿qué puede in sp ira r al SAM D O K C ouncil sueco a d iseñ ar e im p lem en tar u n a política activa de adquisiciones de objetos del presente com o p u n ta de lanza de u n a m useología científica que abre cam ino a la m useología del m a ñ an a?2 M uchos h isto riad o res y m useólogos h an tendido a co n sid era r los objetos del p asad o com o m eras ilustraciones, igual que las fotos de los libros de texto, de u n discurso de con ten id o histórico elab o rad o a p a rtir de o tras fuentes. O tros, ante el reto que pone la noción de la dialéctica co n tin u id ad cam bio o p tan p o r retirarse a las aguas m ás tran q u ilas de la h isto ria local reivindicando u n a dedicación en p ro fu n d id ad a u n m o m en to y a un lu g ar (estudios sincrónicos, m useos m o n o tem ático s o esp e­ cializados). E stos y otros m ás, cu an d o al tra sp a sa r el h o rizo n te cro ­ nológico de los tiem pos m od ern o s ven flaq u ear u n d iscu rso fu n ­ dado en la cu ltu ra m aterial o p tan p o r co n clu ir que, cu an d o m enos, los objetos sirven p ara u n a cosa: ay udan a p resen ta r u n pasado m ás o m enos lejano a los ojos ávidos de info rm ació n y cosas n u e ­ vas, adem ás de aco stu m b rad o s a la televisión, del público m edio actual. Pero m ás allá de los usos habituales, la c u ltu ra m aterial ofrece u n caudal en o rm e de posibilidades p a ra p ro fu n d iza r en el conocim iento de la h isto ria a p a rtir del reco n o cim ien to de sus v ir­ tualidades. E xam inem os, pues, tales virtualidades. E n p rim er lugar hay que d estac ar el hech o de que los objetos del p asado en sí m ism os no co m p o rtan u n riesgo de in ten cio n ali­ dad tan alto com o m uchos d o cu m en to s escritos (M om igliano, 1983, 268; S chnapp, 1991, 19 y Schlebecker, 1982, 106-113). E fecti­ vam ente, au n q u e n u n ca hay q u e d escartar la p osibilidad de m a n i­ pulación de los objetos, el m argen de verosim ilitud es razo n ab le­ m ente alto en la m ayoría de los casos. ¡A n ad ie se le o cu rre falsear sus propias h erram ien tas de trab a jo o sus enseres dom ésticos p ara en re d a r a los fu tu ro s arqueólogos! Ya a p a rtir del R en acim ien to al­ gunos eru d ito s em p ezaro n a to m a r conciencia de que en los d o cu ­ m entos escritos que solían c o n su ltar los h isto riad o res p o d ía h ab er excesiva tendenciosidad e incluso fraude. Algunos co m en zaro n a p referir las ru in as y los objetos que coleccionaban los an ticu ario s, especialm ente las m onedas, las m edallas y las lápidas, p o r encim a de las crónicas y de las historias. Unos de los p rim ero s casos d o cu ­ 2. Véase, por ejemplo, Rosander, 1980; Nystrom y Cedrenius, 1982; Cedrenius, 1983; Silvén-Garnerl, 1995.

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m entados de erud ito s que d an m ás crédito a los testim onios m ate­ riales que a los docum entos escritos es el del arzobispo de T arra­ gona A ntonio Agustín. En 1587, Agustín escribió un celebrado Diá­ logo de medallas, inscripciones y otras antigüedades de Tarragona, en el que decía: «jo m as fe doi a las m edallas y tablas y piedras, que a todo lo que escriven los escritores». A ntonio Agustín, ju n ta ­ m ente con o tro s eru d ito s hispanos com o R odrigo Caro o A m bro­ sio de M orales, a b rirá n a finales del xvi u n cam ino que m a rc ará la arqueología de los siglos xvm y xix, d o n d e al final en to d a E u ro p a y A m érica se p ro d u cirá u n a síntesis en tre un m odelo tradicional de aproxim ación al pasado de raíz filológica, u n a praxis a n tic u a ­ ría y u n m odelo p o sren acen tista de c a rá cter em pírico, p restad o a la arqueología p o r los científicos n atu ra lista s aco stu m b rad o s a o b ­ servar y a to c ar la tierra con las m anos. La m useología m o d ern a ■tam b ién ha su p erad o la trad ició n a n ticu aría y los usos excesiva­ m ente form alistas y esteticistas. Los m useos de h isto ria y arq u eo ­ logía fu n d am en tan ah o ra m ism o su id en tid ad en la idea de que los objetos, si se saben interrogar, p ro p o rcio n an nuevas evidencias que no pu ed en expresarse p o r m edio de la p alab ra escrita. En oca­ siones, un análisis crítico de los objetos da elem entos que sirven p ara poner a p ru eb a conclusiones interpretativas sacadas a n terio r­ m ente p o r m edios m ás convencionales. P ara la m useología m o­ derna, la in terp retació n crítica de los objetos y de las colecciones es su principal reto científico. P or eso M. Leone y B. Little han es­ crito, contestánd o se a sí m ism os acerca de las preguntas, ¿cuál es la función epistem ológica del objeto histórico en el cam po de la in ­ vestigación histórica?, y ¿cóm o se produce conocim iento d en tro de ese cam po?, con las siguientes palabras: Nuestra respuesta, como la de otros colegas como J. Deetz (1988), es que nuestra contribución tiene por objetivo provocar inte­ rrogantes y proporcionar un tipo de información que no han antici­ pado otros estudiosos, porque no se puede servir desde otras discipli­ nas (Leone y Little, 1993, 161).

Leone y Little p ertenecen al gru p o de antropólogos, arq u eó lo ­ gos y m useólogos no rteam erican o s que podem os adscribir, ju n to con Deetz, Beckow, S chlereth y otros de distin tas partes del m undo, a la corrien te de p en sam ien to p lu rid iscip lin ar que, p ara decirlo de alguna form a, se hace eco de la frase de H enry T horeau que dice que u n a p u n ta de flecha de sílex es un pensam iento lósil

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(Schlereth, 19826, xvi). Son los adeptos a la teo ría de la cu ltu ra m a­ terial que sostiene que los objetos del p asad o con tien en in fo rm a­ ción codificada ú n ica que podem os y debem os obtener, ya que re ­ fleja com o n ingún o tro d o cu m en to cóm o eran las personas y la so ­ ciedad que crearo n y u tilizaro n tales objetos. Pero hay m ás cosas in teresan tes que podem os h acer con los objetos. Una vez han pasad o p o r las m anos de los especialistas, que les han sacado todo su «jugo histórico», los objetos son enviados a rep o sar en los m useos. P ara la m useología reciente, la presencia de cu ltu ra m aterial en los m useos debe p ro d u cir resu ltad o s día a día. Su utilización creciente en salas y aulas h a significado u n paso c ru ­ cial en la publicitación, y p o r ende en la d em ocratización, del co n o ­ cim iento de la historia. Los objetos co tidianos del p asad o con su atractiv a ap arien cia y su au ra casi m ágica ab ren los ojos del p ú ­ blico de n u estro tiem po com o no lo pueden h acer los docu m en to s antiguos de los archivos o los m ism os libros de historia. Y lo hacen precisam en te sobre las form as de vida no ú n icam en te de los reyes y de los poderosos, sino tam b ién de los m ás com unes de los m o rta ­ les, de los cam pesinos, de los obreros, de las m ujeres y los niños, de todos aquellos que pocas veces tuvieron en vida la o p o rtu n id ad de d ejar testim onios escritos de sus vivencias. De esta m anera, la cu l­ tu ra m aterial de la gente co rrien te co n tribuye a p o n er de m a n i­ fiesto caren cias del discurso histó rico establecido y tam b ién a p o ­ ner en su lugar in terp retacio n es tendenciosas que los d o cum entos escritos, p atrim o n io de un o s pocos, en ocasiones h ab ían escam ­ pado. E n relación a estas cuestiones es su m am en te in teresan te el testim onio de B enito Pérez G aldós, u n h o m b re que quiso h acer u n a rem em o ració n viva de la historia, y q u ien en u n o de los Episo­ dios Nacionales se p erm ite d arn o s u n as sugestivas lecciones sobre la m an era de historiar, que a m ás de cien años vista nos reafirm an en la dirección em p ren d id a que lleva a re e n c o n tra r las histo rias de las personas. Dice el escritor: Los libros que forman la capa papirácea de este siglo nos vuel­ ven locos con su mucho hablar acerca de los grandes hombres, de si hicieron esto o lo otro, o dijeron tal o cual cosa. Sabemos por ellos las acciones culminantes, que siempre son batallas, carnicerías ho­ rrendas, o empalagosos cuentos de reyes y dinastías, que preocupan al mundo con sus riñas o con sus casamientos; y entre tanto la vida interna permanece oscura, olvidada y sepultada. Reposa la sociedad en el inmenso osario sin letreros ni cruces ni signo alguno: de las personas no hay memoria, y sólo tienen estatuas y cenotafios los va­

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nos personajes... Pero la posteridad quiere registrarlo todo; excava, revuelve, escudriña, interroga los olvidados huesos sin nombre; no se contenta con saber de memoria todas las picardías de los inmortales desde César hasta Napoleón; y deseando ahondar lo pasado quiere hacer revivir ante sí a otros grandes actores del drama de la vida, a aquellos para quienes todas las lenguas tienen un vago nombre, y la nuestra llama Fulano y Mengano (Pérez Galdós, 1993, 38-39).

Sólo cabe añ ad ir que casas históricas, m useos y parques y ru i­ nas arqueológicas, que trab ajan con la m ateria con la cual está he­ cho el pasado, tienen el potencial p ara que el conocim iento h istó ­ rico gane una nueva lectura crítica y plural y sea m ás útil y m ás p o ­ pular. Pero hay que ir al detalle de lo que ofrecen los objetos p ara que , el potencial que se les supone se ab ra cam ino, p o r ello debem os va­ lo rar los aspectos que siguen. En p rim er lugar, su accesibilidad. Los restos físicos del pasado son m ás accesibles p ara la m ayoría del público que los libros. Y pueden ser m ás atractivos y digeribles, ya que com o todo buen m anjar, p rim ero ha de e n tra r po r la vista. Low enthal, p ara apoyar este arg u m en to cita cóm o el histo riad o r francés del siglo pasado P rosper de B aránte urgía al gobierno de París, d u ran te los revolucionarios años 1840, a co m p rar las colec­ ciones del M useo de Cluny p ara en señ ar historia, «porque lo que el pueblo quiere ver son las reliquias de los grandes hom bres, la es­ pada del gran guerrero o la insignia del celebrado soberano» (Lo­ w enthal, 1985, 245). En segundo lugar, reto m an d o aquí el hecho estudiado de que los objetos del pasado posean al m ism o tiem po la característica única de p erten ecer al m ism o tiem po al pasado com o al presente, añade u n a dim ensión especial de inm ediatez y autenticidad a este tipo de testim onios que no pueden a p o rta r otros recursos. E sta dim ensión d esp ierta en el observador un doble estím ulo m ental y sensorial p o r el cual éste se da cu en ta y experi­ m enta en p rim era p erso n a que está ah o ra y aquí p o r sí m ism o, viendo con los ojos o tocando con las m anos algo único. Por eso B. H indle dice que el cuerpo em balsam ado de Lenin o el uniform e de guerra de George W ashington son algo m ás que m eras cu rio sid a­ des; son evidencias palpables de personajes que de o tra m anera sólo existirían com o abstracciones en form a de palabras, p in tu ras o m onum entos (H indle, 1978, 6-7). O tro ejem plo, p ara sen tir en la piel el h o rro r nazi, ap arte de los d o cum entales y las h istorias que nos puedan co n tar sus víctim as sobrevivientes, no hay com o visitar

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el cam po de co n cen tració n de M au th au sen , un ejem plo m odélico, p o r o tro lado, de conservación m o n u m en tal in s itu . Parece ser que en la era dé la im agen la gente n ecesita m ás que n u n ca p o d er p al­ p a r la realidad con las m anos, p o r ello este aspecto es tan im p o r­ tante. Desde la praxis didáctica, el a u to r de u n m an u al pio n ero so­ bre la en señ an za de la h isto ria a través de los m useos, J. Fairley, destaca que frente al cam bio de perspectiva de los h isto riad o res y c o n tra los m anuales de h isto ria que se to rn an obsoletos en pocos años se erijan los p ropios objetos —las escu ltu ras del P artenón, los m osaicos de u n a villa ro m an a an daluza, o los aperos de u n pesca­ d o r del delta del E b ro — que n u n ca cam bian. P ara este a u to r (F air­ ley, 1977, 2-3) tam poco hay n ad a m ejor que e n fren tar a los estu ­ diantes d irectam en te con el objeto histó rico p ara que exp erim en ­ ten los lazos em otivos con un p asad o que de tan real se p uede tocar. O tra vez el m ism o sentido com o estím ulo, traíd o a colación p o r u n a u to r que en el m o m en to en que escribió su libro aú n no podía calib rar que el sentido de inm ediatez p o d ría llegar a ser tan im p o rtan te de sab o rear com o lo es hoy, en u n m u n d o en el que los ord en ad o res están su stitu y en d o a la realid ad p o r u n a experiencia virtual de la m ism a a través de la m áquina. Las técnicas que acercan las reliquias del p asad o al público p o r m edio de intervenciones m ás o m enos com plejas com o la expo­ sición tem ática, la restau ra ció n de co n ju n to s m o n u m en tales o la reconstrucción ho n esta de escenarios históricos, provocan resp u es­ tas seguras. El público siem p re g an a im presiones y sensaciones que de o tra m an era no o b te n d ría y ve facilitada su cap acid ad p ara acu m u lar inform ación. E n concreto, el público gana un sentido de las m edidas y de las p ro p o rcio n es de las cosas, la posibilidad de ap rec iar la textura y calidad de los m ateriales, u n a inm ediatez ines­ perad a y táctil respecto a u n a realid ad que se aco stu m b ra a p resen ­ ta r de form a a b strac ta y lejana, y un sen tim ien to h u m a n o de sim ­ p atía hacia los sucesos o las p erso n as que se rep resen tan y hasta incluso u n cierto nivel de com u n icació n em pática, es decir, de identificación em ocional con las m ism as. E n definitiva, pues, la preservación y u so de los bienes p atrim o n iales hace un servicio a la sociedad en su co n ju n to y a cada u n a de las p erso n as en particular, en u n sentido altam en te positivo de estím u lo in telectu al y de ap o r­ tación de alternativas in terp retativ as diferentes en relación a las apreciaciones tópicas y a las ideas preconcebidas, y p o r ofrecer c re ­ dibilidad, inm ediatez y elem entos de ay u d a y co n traste p ara la com prensión de la realidad.

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R etom em os, para acabar, el hilo de los valores, concretam ente del valor simbólico-significativo, por m edio de un ejemplo que acaba­ rnos de poner: M authausen. Un b arracón de M authausen sabem os que atesora un enorm e poder; porque es un testim onio perdurable de una circunstancia histórica determ inada, esto es, un signo insepara­ blem ente ligado a unos hechos y a unas historias de las cuales es prueba y parte. Como símbolo funciona extraordinariam ente bien para ilum inar una serie de valores hum anos y de vicios tam bién h u ­ m anos y para rem over constantem ente gracias a la fuerza de las in­ terpretaciones sim bólicas el espíritu del género hum ano. A través de este objeto accedem os directam ente y sin interm ediarios a un pasado que toca a los sentidos y que hace posible que cualquier persona de nuestro tiem po ponga atención sobre una realidad en construcción, el pasado, tan lejana a veces y tan distinta de nuestra experiencia dia­ ria, y pueda obtener elem entos de juicio con los que valorarla, con­ trastarla con las realidades presentes y explorar hasta qué punto aquella realidad tam bién ha contribuido a conform ar la nuestra.

El contexto económ ico Se ha dicho al principio de este cap ítu lo que era im p o rtan te te­ n er en cuenta el contexto económ ico de los bienes patrim oniales, ya que es el m arco concreto donde la vida real tiene lugar y donde los distintos usos de los bienes p atrim oniales, incluidos los usos p u ram en te contem plativos o los de cará cter sim bólico, llegan a ser valorados en dinero. Vamos ah o ra a p recisar qué se entiende por econom ía en relación al patrim onio. P ara ello son p ertinentes p ara em pezar un as p alab ras del econom ista J. M. Bricall, cu an d o define el terreno propio de la econom ía: El proceso de creación de unos medios o de unos bienes me­ diante la transformación del mundo exterior a través del trabajo re­ cibe el nombre de proceso de producción, y los bienes y los servicios obtenidos reciben el nombre de producto. Remarquemos que este concepto de producto es equivalente económicamente al concepto de renta: efectivamente, el valor del producto obtenido es asignado en forma de ingresos (salarios, intereses, beneficios, impuestos, al­ quileres, etc., que dan el derecho de adquirir productos) entre aque­ llos que han participado en el proceso de producción o que, según la organización económico-social vigente, tengan sobre los mismos una facultad de disposición (Bricall, 1977, 8).

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El ám b ito de la econom ía es, pues, el de la p roducción y d istri­ bución d é la riqueza en un contexto societario. Sobre estos p rin ci­ pios, ¿es co rrecto estab lecer alg u n a relación en tre econom ía y b ie­ nes culturales? ¿H asta qué p u n to es aceptable h ab lar de u n a d i­ m ensión económ ica de los bienes p atrim o n iales, tal com o hem os hecho al co n sid erar los valores de uso? H ab rá que verlo. La ciencia económ ica ha en co n trad o diversas m an eras de v alo rar eco n ó m ica­ m ente los bienes p ro d u cid o s po r el hom bre, y lo m ism o valdría p a ra los bienes del patrim o n io , p ero los econom istas, en favor de la objetividad y la claridad, h an ten d id o a valorarlos en relación al m edio de cam bio p o r excelencia, el d inero. Así, el valor de cam bio de un objeto se co n creta en la can tid ad de d in ero que alguien está dispuesto a p ag ar p ara poderlo disfrutar. El ejem plo m ás claro de este tipo de valoración en relación a los bienes del p atrim o n io se da en el caso del coleccionista que acude a u n a su b asta p a ra co m p ra r una d eterm in ad a ob ra de arte. Es u n hecho norm al que los a m a n ­ tes del arte co m p ren objetos artístico s a los an ticu ario s y que los p articu lares y las em presas co m pren cosas an tig u as p ara utilizarlas o p a ra revenderlas. En estos casos el p atrim o n io p resen ta u n valor de cam bio regulado p o r el m ercad o que se trad u ce au to m á tic a ­ m ente en dinero. Tam bién lo p resen ta en relación a la obligación que existe de aseg u rar los objetos del p atrim o n io que se exhiben en m useos, salas de exposición y galerías de arte. O tro ejem plo: en el cen tro histó rico de las ciu d ad es el valor utilitario , co n ju n tam en te con otros valores cu lturales y no cu ltu rales de los edificios, c o n tri­ buyen a fijar un valor económ ico d eterm in ad o de la zona, en el sentido de valor de cam bio de la p ro p ied ad inm obiliaria. A veces incluso, si es necesario las A dm inistraciones públicas incentivan con ventajas fiscales la conservación y m ejora del tejido u rb an o de los b arrio s históricos. P or todo ello, en té rm in o s generales se puede a firm ar que, fu n d am e n talm en te p o r sus valores estéticos, sim bóli­ cos y utilitario s u n a p arte de los bienes del p atrim o n io histórico son fácilm ente susceptibles de valoración económ ica p or el m er­ cado. D ecim os u n a p arte p o rq u e no todos los bienes del p a trim o ­ nio salen al m ercado. H ay b ien es que h an sido su straíd o s del m er­ cado y no p ueden v alorarse p o r este procedim iento, que p o r o tra p arte no llevaría a nada: son los bienes especialm ente declarados. La A lham bra p o d rá visitarse ta n tas veces com o se quiera, pero no puede ser c o m p ra d a p o r nadie. C ualquier p erso n a que visite Atenas p o d rá co n tem p lar el P arten ó n , pero nadie p o d rá llevárselo. Pero au n q u e alguien pudiese h ip o téticam en te quedárselo, en este caso

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com o en otros, p o r ejem plo, con ios cu ad ro s de u n gran m useo, ia su m a de intangibles que atesora h aría im posible p rácticam en te u n a valoración por p arte del m ercado, p o r ta n to sólo podría valo­ rarse desde consideraciones externas a las fuerzas del m ercado. Los econom istas son conscientes de que, a pesar de que u n a p arte de los bienes del p atrim o n io p u ed an ser valorados po r el m ercado, se trata en conjunto de un tipo de bienes especiales que general­ m ente co m p o rtan u n a carga de intangibles que los invisten de u n valor en sí independiente de la valoración en dinero que en un m o­ m ento dado pueda adjudicarles el m ercado, cosa que hace muy com pleja su valoración satisfacto ria y estudio económ ico. Con todo, aparte de los intangibles que un bien p atrim o n ial pu ed a ate­ sorar, p o r encim a de todo siem pre existe u n criterio de estim ación elem ental y básico que la teo ría económ ica del valor h a destacado: se valora m ás aquello que m ás cu esta p ro d u cir y aquello que es más escaso. Qué d u d a cabe que los objetos del p atrim o n io en tra n en esta categoría. Al situarnos en este terren o de las utilidades económ icas en re ­ lación al patrim o n io histórico estam os en tra n d o en un terren o m uy poco transitado. El análisis económ ico aplicado a los bienes cu ltu ­ rales es u n ám bito de estudio m uy reciente. H agam os su cin ta­ m ente un estado de la cuestión de los principales tem as que se ha planteado y p o r dónde han ido sus reflexiones.

Análisis

económico y bienes culturales

Diversas corrientes del p en sam ien to económ ico se h an p lan te­ ado de form a in term iten te la cuestión de cóm o debía ab o rd arse el estudio económ ico de los bienes culturales. Pigou, u n destacado re­ presentante de la escuela neoclásica de eco n o m ía/ recuperó d u ­ ran te los años trein ta, en el m arco de la teoría económ ica del b ie­ nestar, el hilo de la reflexión sobre estos problem as que seguía en vía m u erta desde los tiem pos de M arx. El arte, se decía entonces, es una ocupación im productiva, p o r tan to no hacía falta esforzarse en traslad ar al terreno de la econom ía este tipo de actividad hum ana. Pigou, que se d ab a cu en ta de que los m useos ten ían en sí m ism os m ás valor p a ra la sociedad que los bares y no po r ello ten ían una dem an d a su p erio r (sopesaba aq u í el valor en sí con el valor de m er­ cado), afirm aba:

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Él único instrumento de medida claramente disponible en la vida social es la moneda. En consecuencia, el campo de estudio de la economía se encuentra restringido a aquella parte del bienestar so­ cial que puede ser directamente o indirectamente referida a la uni­ dad de medida monetaria.3

Y concluía no sin p esar que, ya que los bienes cu ltu rales te­ nían un valor per se in d ep en d ien te de su valor en el m ercado, no p od ían ser tenidos en cu en ta p o r los econom istas. Pigou sin p ro p o ­ n érselo hizo escuela con este im pecable razo n am ien to h a sta con profesionales ajenos a la ciencia económ ica com o los arqueólogos, p o rq u e se situ ab a en la perspectiva de que el tipo de b ie n estar que p ro p o rcio n an los bienes p atrim o n iales es de un o rd en valorativo superior, irreducible a u n a m era cu estió n de cifras. Su colega J. M. Keynes ad op tó incluso u n a posición m ás d rástica q uizá p o rq u e era u n gran am an te del arte y un coleccionista u n poco vergonzante. M ás que fu n d a m e n ta r análisis económ icos al respecto, lo que hizo Keynes fue dedicarle claros juicios de valor aliñados con d u ras c rí­ ticas c o n tra la m ercantilización de la cu ltu ra. El suyo fue u n cla­ m o r con con n otaciones h u m a n istas co n tra la vulgarización de la cultura, com o el que a co n tin u ació n rep ro d u cim o s en sendos p á ­ rrafo s lapidarios: La experiencia histórica demuestra ampliamente que estas co­ sas no pueden desarrollarse con éxito si dependemos de la motiva­ ción del provecho y de la ganancia financiera. La explotación y la destrucción contemporáneas del don artístico para prostituirlo con las miras puestas en el provecho financiero es uno de los peores crí­ menes del capitalismo de nuestros días. El mundo antiguo sabía que el público tenía necesidad tanto del pan como del circo. Y, política aparte, los propios gobernantes a ma­ yor gloria suya y porque les convenía gastaban una parte importante de la riqueza pública en ceremonias extravagantes, obras de arte y pa­ lacios magníficos... Pero en el siglo xvm se inició y en el xix culminó una nueva visión de las funciones del Estado y de la sociedad que aun hoy es vigente. Esta visión viene representada por el ideal utilitario y económico —se podría decir casi financiero— como la única guía res­ petable de la comunidad entera: la herejía más tremenda que nunca se haya pronunciado a la cara de un pueblo civilizado.

3. Cansí.

Debo esta cita de Pigou y las siguientes de Keynes a! economista italiano Marco

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E n cualquier caso, lo que en co n tram o s en ios escritos de los econom istas de las prim eras décadas del siglo es u n a idea recu ­ rrente: la producción cultural y po r tan to la política cu ltu ral no tie­ nen nada que ver con la econom ía sino sólo con la cu ltu ra y con la política. Visto de o tra m an era, se viene a decir que si el sistem a ca­ pitalista y dem ocrático p o r m edio del consenso social —la form a com o las dem ocracias hacen política— es incapaz de g aran tizar los valores de la cultura, cosa que en cam bio podem os p resu m ir que sí lo habían conseguido en bu en a p arte los regím enes pre-dem ocráticos, gracias al m ecenazgo, entonces es preferible una gestión a la m anera del D espotism o Ilustrado. E n algún caso m ás extrem o po­ dríam os incluso e n co n trar u n a excusa tran sfo rm ad a en precepto ideológico: si la d em ocracia no hace p articip a r al pueblo de los va­ lores de la cultura es p orque se tra ta de u n a d em ocracia enferm a, secuestrada por u n a m in o ría de gestores ricos e incultos. Bajo el principio de la irreductible au to n o m ía de la cu ltu ra es tal com o se h an m anejado los asu n to s en la ad m in istració n cu ltu ­ ral d u ran te m uchos años, p articu larm en te los referidos al p atrim o ­ nio histórico y artístico, en países com o Francia, Italia, Portugal o España. En estos países y en otros de gestjón to talm en te pública del patrim onio ha funcionado u n a ad m in istració n cultural au tó ­ nom a, que por herencia de los ideales de la Ilustración ha m an te­ nido un m odelo de intervención de a rrib a abajo que delega en los técnicos la elección de los bienes que m erecen preservarse, así com o las form as de intervención. E sta m ism a ad m in istració n se responsabiliza del m an ten im ien to de los bienes declarados de pa­ trim onio cultural, siem pre en favor de un bien general superior, y g arantiza su disfru te público y universal, au n q u e sea en la realidad con m uchas restricciones. Ese m odelo antig u o y co n trastad o de ad ­ m inistración cultural, que lo vam os a llam ar m odelo ilustrado tra ­ dicional, ha sido hegem ónico en m uchas p artes del m undo y en esencia ha seguido funcionando h asta n u estro s días. Para que vuelva a p lan tearse seriam en te a nivel general entre los econom istas y los políticos el debate que vam os com entando, hay que situarse, después de la segunda g u erra m undial, en el m arco de la construcción del estado del bienestar. La d em an d a cre­ ciente de subsidios p ara la cultura, en el contexto de u n a sociedad m ás inform ada donde la educación se ha generalizado, fuerza al E stado a intervenir m ás de lo que aco stum b rab a, estim ulando el debate de nuevo. Los térm inos del debate vienen en esta situación d eterm inados por las d em an d as sociales de adjudicación de recu r­

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sos públicos, siem pre escasos, en tre d istin to s usos alternativos, con el fin de m ax im izar el «bienestar social». Se p arte de la co n sta ta ­ ción de que el secto r de la c u ltu ra es un secto r que co n trib u y e al b ie n estar social —aq u í no hay d iscrep an cias— pero que general­ m ente necesita de a b u n d an tes subsidios p ara sobrevivir. D urante los decenios de 1950 h asta 1980 el E stado, al m arg en de las opcio­ nes ideológicas que lo g o b ern aran , interviene en el fom ento de la c u ltu ra de u n a form a creciente. P ero después de u n cu arto de siglo ap ro x im ad am en te de estad o del bienestar, desde finales de los años setenta em pieza a h ab larse de crisis del m odelo de intervención, al m enos p o r lo que hace referen cia a las econom ías centrales. La cri­ sis económ ica m agnifica las voces de los que p ien san que el E stad o m algasta y es poco eficaz. E sta ú ltim a p resu n ció n fue an im an d o el debate paralelo que aten d ía a los bienes de la cultura. El conservacionism o institu cio n al que se inclu iría d en tro del m odelo hegem ónico ilu strad o tradicional ha sido tildado de ineficaz y de b u ro c rá ­ tico y se le ha op u esto u n criterio lib eralista que p ro p u g n a la deci­ dida inserción de la cu ltu ra en el m ercado. Los p aíses anglosajones h an sido los que m ás se h an d ecan tad o p o r esta opción com o tab la salvadora p a ra las iniciativas con co n ten id o social y cultural, in ­ cluida la conservación del patrim o n io , d ad o el retraim ien to de la A dm inistración. El liderazgo de estos países y d eterm in ad o s éxitos alcanzados en la gestión del p a trim o n io h an provocado que d u ­ ran te los años noventa, otros países com o F rancia, Italia o E sp añ a m im etizasen co m p o rtam ien to s liberalistas en el terren o del p a tri­ m onio. Pero el libre m ercad o no puede resolver p o r sí solo todas las dem an d as sociales de cu ltu ra, y en p articu la r las que se origi­ nan de las necesidades de conservación del p atrim onio. P recisa­ m ente los países d o n d e el E stad o trad icio n alm en te h a ju g ad o u n papel m ás im p o rtan te en este terren o son los que tien en m ás p a tri­ m onio que conservar; cu alq u ier dejación tiene allí u n a rep ercu sió n extraordinaria. Por todo ello los eco n o m istas h an elab o rad o u n d is­ curso que ha b u scad o la ju stificació n de la intervención del E stado desde la lógica de la eficiencia en la asignación de los recursos. U na opinión m uy so co rrid a se h a b asad o en la su p u esta cap acid ad de la in d u stria cu ltu ral de estim u la r el gasto p o r co n su m id o r y h a ­ cer crecer la in d u stria turística. E n to nces sí m erecería la p en a su b ­ vencionar a las iniciativas b asad as en los recu rso s culturales. Pero la línea de p en sam ien to q u e m ás vuelo h a tom ado h a sido la que p arte de la lógica del m érito in trín seco del secto r cultural. E ste discurso co n sid era que los p ro d u cto s de la c u ltu ra tienen un

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valor per se m uy alto en la escala de valores sociales, in d ep en d ien ­ tem ente de las preferencias p u n tu ales de los individuos. Y es aquí donde aparece el concepto clave de los m erit w ants, del hacendista M usgrave (Valentino, 1988, 11-12). M usgrave definió los merit w ants com o un tipo de necesidades de las personas m erecedoras de una especial consideración p o r el hecho de ser de u n nivel dife­ rente y su p erio r en com p aració n a o tras necesidades hum anas. Se­ ría el caso, p o r ejem plo, de la educación y de la cultura. Tales merit w ants com portan unos merit goods o bienes de m érito que se carac­ terizan porque en cu alquier caso, ab stracció n hecha de las reglas del m ercado, siem pre son ofertados de m an era pública. D icho de o tra form a, los bienes de m érito o bienes preferentes son puestos a disposición del público com o u n a «im posición» de la preferencia, desde la parte de la oferta, en este caso el Estado, dado el alto valor que se les supone y no en resp u esta a los gustos de los u su ario s ex­ presados a través del m ercado. Los bienes de m érito pueden ser p ú ­ blicos o privados; según M usgrave, son públicos cu an d o todos los m iem bros de la sociedad d isfru tan de los m ism os beneficios a la h o ra de usarlos o consum irlos, o si se prefiere, cu ando el consum o de un bien por p arte de un individuo no excluye el consum o de los otros individuos. Así, u n a d eterm in ad a colección de un m useo, sea éste público o privado, p resen ta rá siem pre la característica de bien público en tan to que su disfrute no im plique rivalidad de u n u su a ­ rio respecto a otro, ni exclusividad en favor de u n u su ario p articu ­ lar. P. Valentino, al reflexionar sobre las im plicaciones de la noción de M usgrave en relación a los bienes del p atrim onio, sostiene que este tipo p articu la r de bienes son en realid ad u n tipo de bienes in­ term edios en tre los bienes privados y los bienes públicos, ya que p o r razones de conservación o p o r congestión son a m enudo su s­ traídos al disfrute público p o r sus gestores. E n definitiva, existen hoy d ía diversos m odelos en juego que ab o rd an las relaciones entre el Estado, el público y los bienes p atri­ m oniales. Exam iném oslos su cin tam en te y agrupém oslos con el fin de establecer u n a cierta caracterización. 1. E n p rim er lu g ar existe la versión que niega el papel de la econom ía en los asu n to s relacionados con los bienes culturales. Es la base conceptual del m odelo ilu strad o tradicional que delega este dom inio adm in istrativ o a los técnicos y a los funcionarios, los cu a­ les no acostum b ran a recibir suficiente dotación económ ica para conservarlos y divulgarlos al nivel que sería conveniente. Ello en

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p arte es debido a la au to n o m ía de q u e goza la ad m in istrac ió n de la c u ltu ra e n re la c ió n a o tras ram as de la ad m in istració n general, m o­ tivada p o r el hecho de reco n o cer en la c u ltu ra valores superiores, casi im ponderables, que se trad u c en en cargas irren u n ciab les que hay que soportar, y p o rq u e no se les reconocen a los bienes del p a ­ trim o n io efectos económ icos potenciales. De esta form a, los en ca r­ gados de su cu sto d ia no tien en m a n era de h acer o tra cosa que el es­ tricto y necesario trab ajo ru tin a rio de conservación. Por o tro lado, se m a n tien en m uy lim itados los espacios de gestión concedidos a la iniciativa privada. E ste m odelo ha p red o m in ad o en los países ri­ cos en p atrim o n io , donde trad icio n alm en te la gestión se h a hecho de form a to talm en te pública. 2. Hay la versión que co n sid era a los bienes cu ltu rales com o u n a categoría económ ica m ás, su jeta a algún tipo de intervención p o r p arte del E stado; p o r eso no es ex traño que en este contexto se utilice m ás la expresión recu rso s cu ltu rales que la expresión bienes culturales. En concreto se co n tem p la a los bienes cu lturales com o fo rm an d o p a rte de los bienes que fu n d am en tan el b ie n estar social en una sociedad de derech o y se sitú a n en teo ría a la m ism a altu ra que el m edio am b ien te o la en señanza. E sta versión d a lu g ar a un m odelo de intervención que p o d ría calificarse de d em o crático u tili­ tario. El ord en de p rio rid ad es de la acción política que valoriza a los bienes culturales y los pone a d isposición de la sociedad es el re ­ sultado de la d in ám ica cread a p o r las fu erzas políticas en presencia en la sociedad, y en últim o té rm in o es resu ltad o del consenso so­ cial. La suerte de los bienes cu ltu rales fluctúa entonces en el tiem po, a m erced de las co rrien tes de p en sam ien to do m in an tes, de los liderazgos de opinión, de la fuerza de ios grupos de presión, y h asta cierto p u n to de las m odas. E sta versión que sólo se presen ta de m a n era d iáfan a en países com o E stados U nidos y en algunos pocos países nuevos, m ien tras que en o tro s países aparece com o tendencia, p resen ta dos versiones diferenciables: a ) Los bienes cu ltu rales son vistos com o bienes públicos. Eso significa p ro p ied ad p ú blica de los bienes cu ltu rales y régim en de vinculación a la acción p o lítico -ad m in istrativ a co m ú n del a p a ­ rato del E stado. La gestión co n creta de los bienes concretos puede ser pública o privada. b) Los bienes cu ltu rales son vistos com o bienes de m érito. P ueden ser públicos o no, au n q u e esta es la cu estió n m enos im p o r­ tante, y aú n p o d rían ser bienes públicos no puros, com o piensa Va­

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lentino. E n cualqu ier caso, lo m ás significativo aquí es la acción positiva del E stado en favor de los bienes culturales bajo la form a de incentivos al disfrute colectivo, in d ep en d ien tem en te de quien ostente en un m om ento dado la pro p ied ad de los m ism os.

Lós BIENES PÚBLICOS, EL MERCADO Y LA POLÍTICA Los bienes culturales son, según la o p inión m ay o ritaria del pensam iento actual, bienes de d isfru te público, venga esta ad scrip ­ ción vía el derecho o vía el análisis económ ico. ¿Qué significa esto? En parte ya lo hem os visto. Desde u n a óptica económ ica los bienes públicos se caracterizan po r te n er un consum o no rival, así com o no exclusivo. Tam bién se caracterizan p orque el coste m arginal de su m antenim iento , en relación al n ú m ero de consum idores o u su a­ rios, tiende a cero, es decir que es p rácticam en te igual que lo visi­ ten mil o dos m il personas, la diferencia que hace en relación al coste global es insignificante. Todo esto se entiende m ejor si consi­ deram os que en la realidad an te los bienes públicos la gente tiende a com portarse com o si alguien d istin to de uno m ism o pagara por ellos. El público no revela disposición a p ag ar p o r este tipo de bie­ nes, ya que los da p o r garantizados. N adie p reg u n ta qué vale m an ­ ten er el P artenón de Atenas, ni nad ie es cap az de revelar qué esta­ ría dispuesto a p ag ar po r e n tra r a verlo si de p ro n to tuviera que costearse por sí m ism o su supervivencia, po r q u ieb ra del E stado m antenedor. El hecho es que com o no se puede ped ir en la en trad a a los visitantes todo lo que cuesta conservar el m onum ento, co n ti­ nuam ente se p ro d u cen problem as de asignación de recursos, lo que hace necesario el ap o rte de fondos externos, en este caso públi­ cos. Pero el hecho de que no se exija a los visitantes y u su ario s de este tipo de bienes que igualen el coste que se deriva de su gestión, m an ten im ien to y pu esta en valor, tam p o co aco stu m b ra a ser co n si­ derad o p o r la sociedad com o un grave problem a. En tan to que bie­ nes públicos, los bienes del p atrim o n io no están bajo la exclusiva responsabilidad de los visitantes, y ad em ás el E stado debe hacer h o n o r a unas obligaciones históricas co n traíd as o a las que se autoim pone año tras año. Por lo tan to el m ercado ju eg a aquí u n papel h asta cierto punto secundario. Al no p o d er ser asignados los bienes públicos correctam en te p o r el m ercado, en relación a los recursos económ icos que precisan, el proceso de provisión social de este tipo de bienes se hace po r m edio de otros m ecanism os, fu n d am en ­

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talm ente el p resu p u esto público. La ú ltim a decisión que regula el proceso de asignación qu ed a entonces en m an o s de los políticos y se p roduce p o r ta n to desde la política. É sta fu n cio n a p o r m edio del consenso o por alcan zarse m ayorías que resuelven en u n sentido u o tro —d a r m ás fondos o m enos fon d o s— en función de situ acio n es coyunturales. E n definitiva, la co rrelación de fuerzas políticas y sus m ovim ientos ju eg a u n papel trascen d en tal en la conservación del p atrim o n io en el m u n d o actual. Pero ¿qué p asaría si el m ercad o fuese el sitio h ab itu al donde se d eterm in a ra el valor de cam bio de los objetos p atrim o n iales? De hecho, p ara m uchos bienes, com o las m ism as antigüedades, el m ercado ya es ese sitio. P ero ¿qué p asaría con objetos com o el m ism o P arten ó n en u n a h ip o tética situ ació n de m ercad o puro? No hay d u d a de que el P arten ó n sería u n objeto codiciado, en tre o tras cosas p o rque tiene un valor u tilitario com o recu rso económ ico que es y puede g en erar riqueza a su en to rn o . De hecho, hay dos tipos de ren ta s que p o d ría generar. Por u n lado, ren ta s a largo plazo, difíci­ les de calcu lar y no siem pre claram en te m anifiestas al observ ad o r no especialista, derivadas de los beneficios p ro d u cid o s p o r el in c re­ m ento de co n o cim ien to que la investigación so b re el m o n u m en to aún p o d ría p ro d u cir (libros, exposiciones...). P or o tro lado, g en era­ ría ren ta s m ás evidentes e in m ed iatas com o las que proviniesen d i­ rectam en te del bolsillo de los visitantes, ta n to las devengadas en concepto de en trad a, com o las p ag ad as en el en to rn o , hab id a cu en ta de las necesidades de restau ració n , alojam iento, com ercio, etc., de los visitantes. Pero ad em ás los p ro p ietario s del m o n u m en to p o d rían ta n te a r la p osibilidad de c a m b iar de recu rso económ ico a explotar y lev an tar en el sitio del m o n u m en to viviendas nuevas, ju sto en el cen tro de la ciudad. Pero ¿existiría ese p ro p ietario que se atreviese a cam b iar m o n u m en to p o r viviendas, h ab id a c u en ta de los intangibles que seg u irían ro d ean d o al m o n u m en to ? Parece fuera de d u d as que sólo la sociedad en su co n ju n to p o r m edio de sus portavoces sociales y políticos y m ed ian te la acción reguladora del E stad o es la que puede a su m ir la resp o n sab ilid ad de valo rizar en m ayor o m en o r grado este tip o de recu rso s públicos.

C a pitulo 4

LA CONSERVACIÓN Y USO DEL PATRIMONIO HISTÓRICO: UNA MIRADA EN EL TIEMPO Porque la vida camina y al caminar crea «el pasado», es pre­ ciso que haya quien se preocupe de recoger esta creación magnífica de la humanidad que es su propia historia. J.

F o lc h i T o rre s ,

1933

Día vendrá en que estos prodigios del arte y de la naturaleza atraigan de nuevo allí la admiración dfe los pueblos, y en que disfra­ zada de devoción la curiosidad, resucite el muerto gusto de las anti­ guas peregrinaciones, y engendre una nueva especie de superstición menos contraria a la ilustración de nuestros venideros. G. M.

d e J o v e u .a n o s ( P i f e r r e r ,

i 843)

Si h asta aquí se h a tratad o de d eterm in a r qué es eso que lla­ m am os p atrim o n io histórico y se ha estu d iad o en qué consiste su valor, llegando a la conclusión de que el p atrim o n io es un recurso al alcance del ho m b re de n u estro tiem po, quien haciendo uso de sus capacidades intelectuales y sensoriales, en cu en tra u n m edio p ara p ro fu n d izar en el co nocim iento del en to rn o y establecer ju i­ cios acerca de los problem as h um anos, ah o ra in teresará ab o rd ar desde un p lan team ien to diacró n ico cóm o la sociedad ha ido d o ­ tando de valor al p atrim o n io m ed ian te la conservación y el uso. Si el p atrim o n io vale, será p a ra algo, p a ra utilizarlo de alguna m anera, sea cual sea, desde la p u ra co ntem p lació n extática o feti­ chista h asta el u so com o reclam o turístico. H ab lar de uso del p a tri­ m onio histórico im plica co n sid erar previam ente la conservación com o pre-condición. No puede h a b e r uso sin conservación ni m an ­ tenim iento, lógicam ente. P reservar el p atrim o n io de daño, pérdida

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EL PATRIMONIO HISTÓRICO Y ARQUEOLÓGICO: VALOR Y USO

o m erm a y conservarlo p a ra que d ure, q u e en el fondo son la m ism a cosa, im plica u n a actitu d positiva y m an ifiesta en favor de este tipo especial de bienes p o r p arte de las p erso n as y de la socie­ dad en su conjunto, que hay que ex am in ar globalm ente desde la perspectiva tem poral. Eso significa que h a b rá que d iscu tir qué tipo de im pulsos h a g enerado en los seres h u m an o s la p reo cu p ació n p o r c onservar los bienes m ateriales de la c u ltu ra y qué valores o to r­ gados al p atrim o n io h an prevalecido en cad a m o m en to histórico. E n este capítu lo se estu d iará el m ovim iento conservacionista m o ­ dern o en relación sobre todo a la idea de m o d ern id ad y a la idea asociada de progreso, p u esto que los criterio s de valor no ad q u iri­ rían su verdad ero sen tid o si no se co n sid erasen en relación a este aspecto fund am en tal que m arca el paso de las sociedades p o r los siglos recientes. Se p ro c u ra rá d istin g u ir las m anifestaciones del im pulso conservacionista perten ecien tes a la esfera de lo privado de aquellas m ás im p o rtan tes so cialm en te que resp o n d en a co rrie n ­ tes o tendencias sociales y co n n o tan u n a p reo cu p ació n pública; p o r ello h ab rá que d ecir alguna cosa so b re el coleccionism o com o o cu ­ pación privada y privativa. E n este cap ítu lo la expresión m ovi­ m iento conservacionista será la form a u sual de d e n o m in ar al im ­ pulso p o r co n serv ar ex p erim en tad o colectivam ente y al hecho de v alo rar altam en te la conservación, el estu d io y la difusión de los bienes del p atrim o n io histórico, b ajo diversas form as y situaciones. P or lo que resp ecta al coleccionism o privado co m p ro b arem o s que se tra ta de u n a afición n o tab le de las p erso n as individuales, y a m e­ n u d o im pulsiva, p o r adquirir, re c u p e ra r p ara u so p ro p io y g o zar de los objetos del pasado. El coleccionista p ersigue c o n stru ir u n a co ­ lección de objetos-reliquia lo m ás extensa y perso n al posible p o r razones m u ch as veces difíciles de o bjetivar p u esto que resp o n d en a la m anifestació n de u n a p erso n alid ad sensible y poco com ún. S in em bargo, verem os que lo privado no qu ed a n u n ca m uy lejos de lo público de m a n era que el nexo que relacio n a el coleccionism o p ri­ vado de la preo cu p ació n p ú b lica p o r conservar, el m useo, ilu m in a la m ism a histo ria del m ovim iento co n serv acio n ista universal. Sa­ bem os que los im pulsos individuales del coleccionism o privado h an tenido casi siem p re co n secu en cias a m edio o a largo plazo y es u n hecho el que los gran d es coleccionistas de los siglos xvi, x v i i y xvm, reyes, p ap as y nobles, que fo rm aro n los g abinetes de cu rio si­ dades, los studiolos y las galerías de cu ad ro s, contrib u y ero n , a u n a su pesar, a fo rm ar la base de la m ayoría de los g ran d es m useos de E uropa.

LA CONSERVACIÓN Y USO DEL PATRIMONIO HISTÓRICO

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La pasión por conservar La preocupación p o r conservar se aco stu m b ra a aso ciar a u n a m entalidad conservadora. Un conservador en lo social y en lo polí­ tico es un señor que en p rincipio desconfía de los cam bios. El tem a que nos ocupa tiene n atu ralm en te m uchos m ás m atices y si en oca­ siones se ha podido h ab lar de u n boom de la conservación del p a­ trim onio en los tiem pos actuales, eso no ha de im plicar p o r defini­ ción que la sociedad actual sea u n a sociedad fu n d am en talm en te te­ m erosa de los cam bios. E n m uchos aspectos es todo lo contrario. Sin em bargo hay u n poso reaccio n ario en el sentido de reacción hacia algo en el resu rg ir del conservacionism o m oderno, que h ab rá que dilucidar. El escritor catalán Josep Pía nos h a legado u n a iró­ nica y m uy sutil definición del individuo conservador. E n u n pasaje de su o b ra escribió refiriéndose a sí m ism o: Yo soy un conservador porque siempre me ha parecido absurdo que los hombres añadan sus facultades intelectuales y su fuerza ma­ terial al incesante trabajo de destrucción que realiza constantemente e implacablemente la naturaleza. No hay necesidad, me parece, de matar prematuramente y antes de hora a nadie puesto que la natura­ leza se dedica a este trabajo de una manera ordenada y perfecta. Si todas las cosas están destinadas a caer, porque esta es su ley fatal, lo más razonable es apuntalarlas, si es posible (Pía, 1968, 280).

E sta cita de Pía es ilu m in ad o ra acerca del p robable sentido ú l­ tim o del conservacionism o universal, el cual de alguna m anera tam bién se hace eco de unos conocidos versos de las M etamorfosis (Libro XV, versos 234-236) de Ovidio que dicen: «el tiem po voraz y tú, vejez envidiosa, lo d estruís todo y corroyéndolo todo con los dientes de la edad, poco a poco lo consum ís en lenta m uerte». En un sentido filosófico, u n conservador es alguien que quiere conser­ var la vida y alejar la m uerte, su sp en d er de alguna form a el paso del tiem po. Si en lu g ar de conservador escribiéram os conservacio­ n ista en el pasaje de Pía, o b ten d ríam o s u n a b u en a definición teó­ rica del sentido que debe te n er el an sia de conservar los vestigios de! p asado que ha m ovido a los seres h u m an o s a lo largo de los si­ glos. Las m otivaciones p ara co n serv ar el p atrim o n io histórico, ¿son las m ism as p ara la gente de hoy en día? O hay otros im pulsos m ás evidentes. ¿Hay lugar hoy a c o n tra p o n er u n a versión idealista, perenne y estática sobre el valor de los bienes patrim oniales, que h istóricam ente p o d ríam o s co n sid erarla com o clásica o tradicional

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y u n a versión m oderna, p rag m ática y d em o crática que enfatiza la noción de uso p ara todo el m u ndo, y que significa inevitablem ente m anipulació n , desgaste y ad ap tació n a las necesidades m ás p eren ­ torias del presente? ¿Son realm en te estos los térm in o s de la co n ­ frontación? Desde finales de los años seten ta se rep ro d u cen en E u ro p a y A m érica tod a u n a serie de felices acon tecim ien to s de m asas —fies­ tas, inauguraciones, conm em oraciones, aniversarios— que cele­ b ran el pasado y que podem os asociar al ad venim iento de u n a «nueva» preocupación p o r el p a trim o n io cu ltu ral de los pueblos. A título ilustrativo vam os a e n u m e ra r algunos de los m ás significati­ vos de estos fastos, procedentes de países distintos, que h an recibido u n a atención sin precedentes y h an sido glosados por los m edios de com unicación. En 1976 se produjo el bicentenario de E stados U ni­ dos y a su rebufo nacieron num erosas iniciativas académ icas, co­ m erciales y de ocio y turism o centradas en el descubrim iento del p a­ sado de los norteam ericanos. E n Francia, a finales de 1979 el go­ bierno in a u g u ra b a con gran so lem n id ad el Año del Patrim onio, precedido y aco m p añ ad o de am biciosos p ro g ram as de inversiones culturales y de actividades divulgativas p ara todo tipo de público. Pocos años después se creab a el M usée d ’O rsay y se iniciaba la re ­ form a del gran Louvre, u n a de las ob ras em blem áticas de la p resi­ d encia de M itterrand. Y m ien tras tan to , se h ab ía in stitu id o el p re­ m io europeo de M useo del Año y el n ú m e ro de visitantes de los m u ­ seos crecía en todas p artes com o n o lo h ab ía hecho n u n ca h asta entonces. E n E scocia el n ú m e ro de visitantes de los m useos del país su p erab a h acia el fin del añ o 1986 la cifra de los asistentes a los p artid o s de fútbol. El concepto de ecom useo hacía fu ro r p o r toda F rancia y era exportado p o r toda E u ro p a. El m ism o 1986 se ab ría en W ashington u n a m ag n a exposición sobre la R evolución In d u strial A m ericana titu la d a E ngines of C hange cop ro d u cid a p o r la S m ithson ian In stitu tio n y el M useo N acional de H istoria. Italia p ro d u ce a p a rtir de p rincipios de la década de los ochenta u n ciclo de ex trao rd in arias exposiciones m onográficas sobre las an tig u as cu ltu ras del m ed iterrán eo , que inicia en F lorencia con la d edicada a los etrusco s y co n tin ú a en Venecia sucesivam ente con los feni­ cios, los celtas y los griegos. E n 1988 el b icentenario del n aci­ m iento de A ustralia d esen cad en a u n a pasión p o r d escu b rir el p a ­ sado de aquel co n tin en te solitario —la vida de los prim ero s colo­ nos, la suerte de las poblaciones indígenas...— que da lu g ar a la form ación de m uchos m useos y exposiciones que van detrás de las

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pocas pistas disponibles. En G ran B retaña, la influyente Asocia­ ción de los M useos censó en 1989 2.400 m useos rep artid o s por todo el país. Pocos años antes ia agencia g u b ern am en tal M useum s & Galleries C om m ission co n sid erab a que se estab an ab rien d o en el reino cerca de 30 nuevos m useos cada año. El año 1989 fue el del m ilenario del nacim ien to político de C ataluña. E n tre los d estaca­ dos acontecim ientos que lo señalaron, la exposición M illenivm so­ bre el arte y la h isto ria de la Iglesia catalan a fue el m ás celebrado. En aquellos años en M adrid se creó el C entro de Arte R eina Sofía y la F undación Thyssen y se em pezó la refo rm a del M useo del Prado, todo a cargo de los caudales del Estado. Y u n a sola exposición, la de un m aestro de la p in tu ra de o tro tiem po com o Velázquez, se transform ó en 1990 en el m ayor fenóm eno de m asas de la historia de la cultura española. La lista de las efem érides po d ría ser m ayor pero no hace falta p orque ya es suficientem ente ilustrativa de la agitación que em barga a n u estra m o d ernid ad m ás co n tem p o rán ea con relación al pasado. Más allá de la o p o rtu n id ad política y de ca­ lendario y de la im plicación en el boom de los m edios de co m u n i­ cación, parece claro que este d esp erta r en tu siasta en favor del p a­ sado responde a los «signos de unos tiem pos» m uy concretos, los de n u estra últim a m odernidad, la que salió de los años de creci­ m iento y progreso tras la últim a de las grandes guerras. Detrás de las m anifestaciones m ás vistosas de este boom del p atrim o n io de las ú ltim as décadas fluye u n a co rrien te social pode­ rosa que valora la recuperación del p asado p orque siente necesidad de pasado. La preoupación p o r recu p e ra r el legado físico de los tiem pos tal com o se da actu alm en te es, no obstante, un fenóm eno relativam ente reciente. D ecim os tal com o se da actualm ente, p o r­ que los m atices son distintos hoy en d ía en relación a épocas p asa­ das en las que tam b ién brilló el fulgor de lo antiguo. Hoy, al m a r­ gen de una m ayor resonancia p o p u lar y de un m ayor interés p ro p a­ gandístico, apreciam os cam bios cualitativos y cuantitativos muy notables en la configuración del fenóm eno. Por ejem plo, la exten­ sión de lo conservable, en el sentido de ap rec iar com o vestigios m e­ recedores de salvación la m ayor porción posible de cosas que lle­ ven el sello de lo hum ano: desde la arq u itectu ra a los objetos d o ­ m ésticos m ás com unes, desde el objeto sin g u lar y aislado a las estru ctu ras com plejas —todo un pueblo o un paisaje en tero —. Tam bién nos referim os a la b úsqueda de las interrelaciones entre los objetos en el m arco de los contextos que les d an sentido, com o persigue la m o d ern a noción de los ecom useos. O al esfuerzo inver­

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tido tanto público de las adm in istraciones, com o esfuerzo privado de individuos, grupos y asociacion es. En este sentido la preocupa­ ción contem poránea por conservar el legado del pasado aparece com o un fen óm en o m uy generalizable dentro de las sociedades m odernas, com p lejo y duradero, que no ha cesad o de crecer du ­ rante las últim as décadas y que se ha fortalecido al aproxim arse el fin del segundo m ilenio. E quip am ientos esp ecíficos, nuevas in sti­ tucion es internacionales, legislación nacional e internacional esp e­ cífica, pu b licacion es esp ecializadas, im pacto sobre los m ed ios de com u n icación , co leccio n ism o , índice de crecim ien to del núm ero de m u seos y de visitantes de m u seos, etc., son hitos que señalan un proceso expansivo alrededor de la idea de patrim onio cultural y que dan prueba de una corriente de alcance m undial que no cesa en función de la renta disp on ib le ni del nivel m ed io de instrucción de los pueblos, ni es puram ente un fen óm en o de clase o m ed iati­ zado por las creencias y costum bres populares o por la religión. La intensidad, extensión y persisten cia del fen óm eno, que es m ayor en los países m ás desarrollados e industrializados por razones que se irán viendo, pero que tam bién im plica a países en desarrollo que han dejado atrás form as de d om in io colon ial, no se explica sólo a partir de factores aislados de orden p sicologista, o a la influencia de las m od as y de los ca m b io s en las pautas de c o n su m o cultural, o en base a esq u em as m eca n icista s alrededor de una idea d eter­ m inad a de cultura que se im p on e h acien d o u so de sofistica d a s técn ica s de m arketing, o a la in flu en cia de una discip lin a, la h is­ toria, que se podría presu m ir que ha avanzado m u ch o y se ha p o ­ pularizado. La ex p licación es com p leja pero em p ieza por apuntar a las reaccion es contra el vértigo que prod u ce en la gente m o ­ derna el cam b io co n sta n te y la aceleración de la historia en los tiem p os p resen tes y a una nueva m anera de percibir el p aso del tiem po. «Ya que no pueden descifrar el futuro, los franceses co n tem ­ plan su pasado. Lo adoran. E nfebrecidos, conm em oran, celebran y festejan todo lo que brilla en el calendario, desde el bautism o del rey de los francos a la invención de la lata de conservas», encabeza la revista L ’E x p r e s s un reportaje sobre los padres de la patria (18 de julio de 1996, 16). Pero el periodista P. H oyau de L es r é v o lte s logiq u e s ya a principios de los añ os ochenta se sorprende del im pacto entre los franceses de la nueva sensibilidad que crece en torno a lo que ya se con oce com o el b o o m del patrim onio. Hay d os fen óm e­ n os que le im presionan. Por un lado, la redefinición y expansión

Fig. 2.

T am bor del Bruc. Foto cortesía del Museu Comarcal de: l'Anoia, Igualada, ¡lecho de hojalata, hierro y cuero, en una cara lleva grabada sobre una plancha de hie­ rro la leyenda: sapiga tota la... que .so del somatén y el año de 1808, y en la otra cara el escu do de la ciu d a d de Igualada flanqueado de banderas, y el año 1808.

Fie;. 3. Sala del M usco Arqueológico de Tarragona hacia ¡890. En los m u scos p ro ­ vinciales se acostu m braban a am o n to n a r las antigüedades históricas, artísticas y arqueológicas de la dem arcación. El pú blico de expertos que se esperaba (pie visitase el m useo, no exigía un gran esfuerzo m useográfico; en cualquier caso dom in aba una interpretación form al de los objetos conservados. Foto de /•’. Chinchilla procedente del Museu Nacional Arqueológic de Tarragona.

Fifi. 4. fu en te ando l a s í cu m ía calle, de Granada. Litografía obra de Paree risa. Re­ produ cción fotográfica del original in clu ido en el volum en dedicado al Reino de Gra­ nada, pu blicado en 1843, de la obra de Pi¡errer y Parcerisa, «Recuerdos v Bellezas de í-',s¡>añ/t».

FiG. 5. Sala del M usco de [-laografía E scandinava de tu calle Drottninggatau de. E stocoh no. Hazelius desarrolló hacia 1880 un estilo propio para ¡nos lia r la culi tira malcría! del pueblo escandinavo. El pttblico ¡>odia ¡sisear p o r el interior de viviendas ru ndes originales reconstruidas dentro de las salas de! m useo, con lodo su m obiliario y objetos del hogar m ás característicos, donde se encontraba a m íos dem ostradores vestid o s con las ropas tradicionales que sim u laban estar atareados con el trabajo c o ti­ diano, aunque respondían a las preguntas de la gen te. Reproducción de un grabado original que m uestra la Guía Oficial de Skansen.

Fio, 6. Vista de la Puerta de. Nereida no de Pompeya, hacia 1880. Reproducción de una fotografía original publicada en el catálogo RLscoprirc Pompoi editado p o r l'Enua de Bre-tschneider de R om a en 1994. Cortesía del in stitu to Italiano de. Cultura de Barce­ lona.

FiG. 7. Vis la desde el p atio interior de! edificio vivienda de. la granja de Oktorp. en el m u seo al aire libre de Skansen. La persona que se aprecia vestida al m odo tradicional es una guia del m useo. Foto del autor.

Fio. 8. El puen te de hierro sobre el río Seve.nt co n stru id o en 1779 es uno de los «o b jeto s » estrella que. conserva el m u seo al aire Ubre Ironbridge Corge. dentro de. su perím etro. De un grabado realizado en 1782 p o r IV. Bilis, publicado en la guía del m useo.

llave youhad theBeamish •

fe

Fio. 9. Folleto publicitario del m u sco al aire libre de B eam ish con descuento para la entrada. El m u seo se ha convertido en una atracción (uríslico-j)atrinionia! de. gran repercusión económ ica para la castigada región industria! del noreste de. Inglaterra.

Fie;. 10.

llsccna dom estica ju n to al fuego del hogar en m ía casa de Jorvik del año 1000. La abigarrada escena de estilo realista está pensada para p ro vo ca ren el especta­ dor una m ezcla de atracción p o r el espectáculo y de íntim o co n ven cim ien to p o r la co n ­ fianza (¡ue proporcionan las pruebas ¿le integridad científica que se le presentan en el transcurso de su viaje p o r el tiem po. Reproducción de. una fotografía publicitaria del

Jorvik Viking Cf.nlre.

LA CONSERVACIÓN Y USO DEL PATRIMONIO HISTÓRICO

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del térm ino p atrim o n io que ah o ra aca p ara q u alq u ier cosa con cierta entidad histórica: Una vez la noción de patrimonio se ha librado de su dependen­ cia de la idea de belleza, cualquier cosa puede transformarse en pa­ trimonio, desde las barracas de los mineros o los lavaderos públicos de los pueblos a los hálls de Versalles, en tanto que constituye evi­ dencia histórica (Hoyau, 1988, 29-30).

Por otro, la popularización del fenóm eno, dado que no se trata de u n nuevo cam po de reflexión o de u n a p ráctica restrin g id a al m undo académ ico, sino que se tra ta de un fenóm eno que atrae la atención y m oviliza a am plios sectores de la sociedad; Porque el culto al patrimonio nacional, «estilo años 1980» busca derivar sus estímulos del sentimiento de desorden que caracte­ riza la década y tomar sustancia de las preocupaciones más actuales en relación a la historia, la antropología y la geografía {ídem , 34).

Los tiem pos de los que habla este p eriodista no explican p o r sí m ism os todo el alcance del fenóm eno. Los años setenta son los de !a crisis definitiva de la utopía —el m ejor fu tu ro —, del fin del creci­ m iento económ ico de posguerra, los años en los que se m arch ita­ ron las flores hippies, los del fin de la g u erra del V ietnam y del ini­ cio de otras guerras que se llam aro n m enores, de la crisis del p etró ­ leo y del inicio de las prim eras grandes reconversiones industriales en E uropa. Tam bién son los años del inicio de la conciencia ecoló­ gica y, efectivam ente, de lo que ha venido en llam arse perio d ística­ m ente el boom del p atrim onio. Pero ta n to la eclosión de la concien­ cia ecológica com o la conservacionista en relación al patrim o n io histórico, am bas relacionadas no ú n icam en te p o r darse p aralela­ m ente, sino porque responden a parecidos im pulsos en el fondo, son deudoras de un proceso que viene de lejos. Las grandes crisis del siglo xx, las dos guerras m undiales, la descolonización, el «desarrollismo», han contribuido a resitu ar el papel del pasado en la vida de los hom bres porque han sido fortísim as sacudidas que han movili­ zado todos los recursos com pensadores disponibles de la gente. Así, el pasado ocupa un lugar relativam ente im portante en la experiencia vital de la contem poraneidad, com o fuente de cultura, com o últim a referencia frente a la inestabilidad de las situaciones que conlleva la vida m oderna y com o consum ible equilibrador de ciertos déficits de sim bolism o y pertenencia que com portan los tiem pos.

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E ste pasado an h elad o no h a quedado co n streñ id o al in terio r de los m useos. H a servido de alim en to del im ag in ario colectivo en el siglo xx, desde las pantallas cin em ato g ráficas an im ad as con c a ­ rácter de pion ero p o r el cin easta G riffith, h a circulado en fo rm a de m ercancía culta en libros y revistas, ha in sp irad o in n u m erab les guiones de series televisivas y h a p asad o de m an o en m ano en form a de objetos de arte an tiguo y de no pocas falsificaciones. El éxito de la novela histó rica en E sp añ a se ha hecho noticiable d u ­ ran te los años noventa au n q u e se crió antes, y d u ran te los m ism os años en F ran cia ha estallado el boom de la literatu ra del terruño. E sta literatura, que celebra la vida ru ral y tiene nostalgia de u n p a ­ sado que ilusiona, es vista a m en u d o p o r los m edios de co m u n ica­ ción com o u n a m o d a fin de siécle. Algunos ideólogos com o B ernard H enry Lévy h an criticado esta m o d a p o r co n sid erarla u n a m anifes­ tación de u n a co rrien te social en ascenso, rad icalm en te conserva­ dora, que rech aza el progreso, es chovinista y xenófoba y ad o rn a sus posiciones con u n m an to ecológico e inclinaciones bucólicas. P ara m uchos degustadores de la literatu ra del te rru ñ o este género es lógico que interese, com o in teresa la h isto ria y la genealogía, ya que la m ayoría de los franceses que viven en las gran d es urbes tie­ nen un origen ru ral y se sienten com o exiliados en la ciudad, p o r lo cual sienten nostalgia de sus raíces y de la vida que hacían sus p a­ dres o abuelos, y aprecian u n a literatu ra que les consuela y les re ­ to rn a determ in ad o s signos de identidad. No es u n despropósito, pues, p en sar que las grandes crisis del siglo xx, ju n tam en te con el cam bio acelerado de vida de las ú ltim as décadas, está en el origen de la nueva m area de necesidad de pasado que, en tre o tras conse­ cuencias, c o n trib u irá a co n fo rm ar la noción actual, am plia, gene­ rosa, in stru m en tal y universalista de patrim o n io . Pero ciñéndonos sólo a E u ro p a convendría d istin g u ir diferen ­ cias in tern as de origen histó rico que afectan al papel reservado al p a trim o n io histórico p o r las d istin tas sociedades, y a la p ersisten ­ cia de tradiciones diferentes en su gestión. Las diferencias m ás re ­ m arcables se d an en tre el n o rte y el su r de E u ro p a. E n el su r el p a ­ trim onio histórico aú n form a p arte en m uchos lugares del tejido con el que está hecho el espacio h ab itu al de la relación social. E n o tras palabras, sigue fo rm an d o p arte del en to rn o com o u n a p resen ­ cia que no desp ierta in terro g an tes p articu lares, ni obsesiones es­ pectaculares, p o r consabida. Un viejo ejem plo de la atem p o ralid ad que rodea aquí trad icio n al m en te a los bienes p atrim o n iales lo p ro ­ porciona u n a frase del p rín cip e de Salina, el personaje de Lam pe-

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dusa, a u n funcionario piam ontés del nuevo estado unificado de Italia; p ara el siciliano, «los m o n u m en to s del pasado, m agníficos pero incom prensibles... nos ro d ean com o bellísim os fantasm as mudos» (Lam pedusa, 1983, 125). E n el n o rte hay u n a m ás clara se­ p aración en tre p atrim o n io histórico y vida m oderna, consecuencia de la d rástica segregación del p asad o de los acontecim ientos de la m odernidad. Aquí ha habido u n a desaparición trau m ática del p a­ sado, fruto del cam bio súbito que ha traíd o la m odernidad. E n el su r persiste, aunque en franca decadencia, u n a form a m ás directa de com unión con el pasado, tom ándose tal circu n stan cia con n a tu ­ ralidad. Eso sucede m ás en el cam po, donde el pasado se m an i­ fiesta de u n a m a n era ostensible en el presente, au n q u e esta com ún prom iscuidad no despierta reacciones especiales. E n el n o rte el aprecio por las cosas del pasado es m ás probable que resida entre los sectores sociales urb an o s m ás cultos y de m ayor poder adquisi­ tivo, aunque en el sur sucede ya algo parecido; aparentem ente siem ­ pre son los sectores u rb an o s los m ás interesados en conservarlo. La m an era de ab o rd ar la conservación del pasado tam b ién va­ ría de norte a sur. En el n orte hay u n a actitu d m ás activa, co m p ro ­ m etida y persistente, que em an a de u n a ét;ica individual conserva­ cionista. En el su r el com prom iso individual es m ás etéreo, en cam ­ bio pred o m in a u n a m oral colectiva capaz de p ro d u cir fuertes m ovim ientos episódicos de defensa y exaltación colectiva del tipo «Fuenteovejuna», com o los sucedidos en los últim os años en Es­ paña, concretam en te en P astran a en 1994 y en S alam anca en 1995, donde pueblo y au to rid ad es salieron a la calle p ara defender u n p a­ trim onio que creyeron am enazado. Sin em bargo, aquí lo que bajo am enaza de p érd id a se percibe de todos, en los m om entos de tra n ­ quilidad no es de nadie en concreto, p o r lo que en la aparen te n o r­ m alidad cotidiana se tiende a u n a cierta dejadez en la preservación del patrim o n io histórico. E n el su r de E u ro p a el pasado se rem e­ m o ra aún bajo la form a de la trad ició n festiva. Es u n rasgo de o ri­ ginalidad que se h a perd id o en otros lugares. E n E sp añ a la fiesta ha estallado recien tem en te con to d a su carg a p opulista y de expre­ sión libre y d em o crática de las energías del pueblo, habiendo sido propiciada, en su renacer, por el advenim iento de la dem ocracia política en los años setenta. La carga p articu larista y reivindicativa que tan a m enudo conlleva, evidencia un sentim iento de identifica­ ción y un anhelo de co n tin u id ad con algo que viene de m uy lejos en el pasado. E n el verano de 1994 la villa de M orella celebraba un hito festivo largam ente esperado: las fiestas del quincuagésim o se­

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xenio; todo u n aco n tecim ien to y u n a m u estra de la vitalidad de las tradiciones locales, pues se cum plían trescien to s años de u n a pecu* liar celebración. El b an d o de la alcaldía, que salu d ab a el inicio de la fiesta, am alg am ab a perfectam en te los sen tim ien to s de co n tin u i­ dad y de identidad local con las n ad a desdeñosas co n tra p artid as de los tiem pos m odernos, véase turism o, m asificación y ruidos, com o u na m u estra del saludable aggiom am ento del espíritu de la tra d i­ ción, y decía: «estes m agnifiques festes sexennals / fan rellui'r els arrels m ás ferm s del n o stre poblé / que acull am b la tradicional ho sp italitat que ens c a ra c te r iz a / a tots els que s’aco sten a More11a».i Las diferencias en tre el n o rte y el su r son en cierta m an era un an acro n ism o en retroceso, puesto que las tendencias uniform izadoras de la m o d ern id ad co n tem p o rán ea im p o n en visiones y co m ­ p o rtam ien to s parecidos en todas partes. Pero aú n qu ed a u n últim o elem ento id en titario au téntico, el paisaje, m ejo r conservado en té r­ m inos generales en el su r que en el norte. R ealm ente el paisaje h u ­ m an izad o rep resen ta la expresión m ás com pleta e in teg rad a de la noción de p atrim o n io m aterial; en o tras palabras, la q u in taesen cia que persigue el p rincipio conservacionista y su últim a frontera. El paisaje com o p atrim o n io es la concreción de la idea del paisaje com o identidad, idea que está ad q u irien d o cada día m ás fuerza en las sociedades co n tem p o rán eas y que el tu rism o ayuda en m uchos rincones a despejar; p o r ejem plo en E sp añ a. A p ropósito de esta cuestión, Josep M.a E spinás en u n as bellas líneas de A peu per VAlt Maestrat (E spinás, 1991, 97-98) glosa el p atrim o n io paisajístico de la co m arca que recorre, cerca de la villa de Iglesuela, en la provin­ cia de Castellón, evocando con sensibilidad la lab o r secular de los h om bres sobre u n a tierra que hoy p arece a p rim era vista, p o r con­ traste, un oasis n atu ral ap en as tocado p o r los h o m b res pero que es p u ra o b ra h u m an a de siglos, com o casi todos los paisajes. Efectiva­ m ente, el paisaje m ed iterrán eo del M aestrazgo es un p ecu liar p a i­ saje h u m an izad o que, p o r su p ureza, alejam iento y au ten ticid ad parece único. Las señales de la vieja civilización de payeses y p asto ­ res ap arecen p o r doquier, cu ad ricu lan d o el q u eb rad o terren o con largos m uro s de p ied ra seca, com o si se h u biese p reten d id o p o n er

1. Estas magníficas fiestas del sexenio / hacen relucir las raíces más firmes de nuestro pueblo / que acoge con la tradicional hospitalidad que nos caracteriza / a todos los que se acer­ can a Morella.

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verdaderas p u ertas al cam po. P ara hacern o s co m p ren d er el valor de este paisaje com o identidad E spinas escribe: ... al cabo de unos cuantos días de caminar por estas tierras la presencia constante de los muros de piedra impresiona. Paredes que cierran los campos, que cuadriculan los términos de todos ios pue­ blos: paredes que aguantan los bancales... montaña arriba; paredes de piedra que suben por las vertientes de las montañas en dirección a la cumbre y llegan arriba, de manera que dividen la montaña como si fuese un inmenso queso en porciones, porciones que marcan los espacios de pastoreo de cada uno. Miles y miles de kilómetros de pa­ red de piedras sólidas que los hombres de este país han subido palmo a palmo, piedra a piedra. Es el testimonio de una epopeya po­ pular anónima enorme. Una construcción hoy día inservible, conver­ tida en monumento prehistórico que se va deshaciendo muy lenta­ mente, y esta lentitud es el único homenaje que reciben las genera­ ciones que fueron capaces de inventarse un paisaje con sus manos.

El pasado, en las cosas o en el am biente, form a parte de las vi­ vencias habituales de las personas de cu alq u ier lugar. No es u n in­ grediente de la vida del que uno pu ed a fácilm ente desprenderse; es una form a de apegarse a la realidad. La representación del pasado que se hace la m ayoría de la gente es u n a form a de vivir el tiem po presente. Sea un pasado que fluye n atu ralm en te o que ag u an ta num an tin am en te com o u n a excrecencia del presente, el pasado sigue com o siem pre jug an d o su papel en la vida de cad a uno. A co n tin u a­ ción será preciso a b o rd ar cóm o el im pulso conservacionista, que expresa el ansia de pasado, ha ido p roduciéndose en el tran scu rso de tos siglos xix y xx, y au n de m ás atrás, p orque las tran sfo rm acio ­ nes que ayudan a explicarlo tienen que ver globalm ente con la ex­ periencia vital del ho m b re m o d ern o a lo largo de los últim os siglos. Pero antes y com o prólogo, deberem os d a r u n a m irad a al fenó­ m eno del coleccionism o.

E l. COLECCIONISMO Y FX CULTO AL OBJETO

U na de las form as m ás vistosas, universales y al m ism o tiem po m ás im portantes del im pulso conservacionista es el coleccionism o. El coleccionism o es tan antig u o com o la p ro p ia h u m an id ad y a u n ­ que adopta a veces form as colectivas —el coleccionism o co rp o ra­ tivo de los m useos— , es fu n d am en talm en te u n asu n to de indivi­

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dualidades; P or eso en este a p artad o vam os a tra ta r fu n d am en tal­ m ente del coleccionism o individual o privado. Com o es u n fenó­ m eno m uy extendido ta n to en el tiem po com o geográficam ente, hay que b u scar explicaciones generales p ara com prenderlo. E n su consideración m ás vaga y general el coleccionism o ap arece com o la m anifestación de u n a p ro p en sió n del ser h u m an o fu n d ad a sobre tres pilares de la condición hu m an a: curiosidad, an sia de p o seer y necesidad de com unicarse. El coleccionism o precisa de objetos. No se coleccionan ideas ni proyectos, sino objetos m ateriales, cosas fí­ sicas que se ven y se tocan, sean de origen n atu ral, com o los fósiles o de origen artificial, com o los relojes. P ara e n ten d em o s podem os avanzar que co leccionar es ju n ta r cosas distintas, ta n tas com o sea posible, pero que p erten ezcan a u n a m ism a clase o condición, o que se establezca en tre ellas ciertas asociaciones o analogías. Si fa­ lla esta ú ltim a condición, m ás que coleccionism o ten em o s ac u m u ­ lación; au n q u e en p u rid a d u n p aso previo al coleccionism o pu ed e ser la m era acum ulación, incluso h istó ricam en te. La acum ulación es el fenóm eno pre-coleccionista de an sia de posesión y de apego a las cosas, que parece que se da m ás co m ú n m en te en los p rim ero s estadios del ser h u m a n o sobre la Tierra. Los aju ares fun erario s de las cu ltu ras p reh istó ricas m u e stran ya u n a acu m u lació n selectiva. Da la im presión de que se acu m u lan objetos valiosos p o r sus p ro ­ piedades intrínsecas, los cuales al m ism o tiem p o ad q u ieren co n n o ­ taciones m ágicas. E n los «tesoros» de las p rim eras civilizaciones m ed iterrán eas, que ya podem os calificar de colecciones incipientes de ca rá c te r m ágico-religioso, p esa sin em bargo aú n la idea de acu ­ m ulación. En la acu m u lació n se perfila la im agen m ás convincente del poder. P o r lo ta n to acu m u lació n y p o d er son dos m an ifestacio ­ nes de la m an era de ser h u m an a, q u e van u n id as desde los p rim e ­ ros tiem pos. El p aso definitivo de la m era acu m u lació n al coleccio­ n ism o se prod u jo seg u ram en te de form a a u tó n o m a ta n to en el m u n d o an tig u o m e d iterrá n eo com o en el o rien te cercan o m esopotám ico o en el extrem o o rien te chino. Luego en E u ro p a se re p ro ­ dujo al final de la E d ad M edia. El m useo nace en el m u n d o griego clásico, según algunas fuentes, a u n q u e bien p o d ría existir de m ás an tig u o en alguno de los focos de civilización citados, y sirve de re ­ ceptáculo de colecciones de objetos m ás o m enos sacralizados que no son o tra cosa que fragm entos de realid ad q u e rem em o ran el p a ­ sado. El coleccionism o rep ro d u ce los beneficios del ateso ram ien to y añade algo m ás de valor, p u esto q u e co leccionar significa la im ­ posición al depósito de objetos acu m u lad o s de u n a cierta o rd e n a ­

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ción, y por tanto, la atrib u ció n de u n a cierta lógica in tern a estructu rad o ra de configuraciones sim bólicas. Por eso la colección y el m useo acaban siendo u n a im agen o rep resen tació n de la m anera de en ten d er el m u n d o p o r p arte del coleccionista o conservador. D urante la E dad M edia, el lugar m ás propicio p ara acu m u lar obje­ tos estim ados son las iglesias y los m ás preclaros coleccionistas los clérigos. Las iglesias de la E u ro p a cristian a se llenan de trofeos, jo ­ yas y objetos preciosos dotados de un alto con ten id o sim bólico. A m enudo de esta m an era se expresa tan to el p o d er de la institución com o el triunfo de las arm as de la cristian d ad sobre el infiel (pen­ sam os en el Cristo de Lepanto de la catedral de B arcelona). Un lu­ gar especial en este universo de objetos estim ados estará reservado a los relicarios. La C ám ara S an ta de la catedral de Oviedo, cuna de la R econquista, recibía las m ás ex trao rd in arias reliquias: dos espi­ nas de la C orona de la Pasión de Cristo, u n trozo del bastó n de M oisés y una sand alia de san Pedro (M orán y Checa, 1985, 15-19). Las cosas que se g u ard an en las iglesias son tan fabulosas —perlas, gem as enorm es, objetos de oro, objetos raro s de origen m ágico, ob­ jetos que ateso ran todo el prestigio de los tiem pos antiguos, com o d eterm inados cam afeos y m edallas, y sobre todo las sagradas reli­ quias cristian as— que seducen, ab ru m a n y d esp iertan sentim ientos de entrega y adoració n en todo el m undo y sobre todo en tre los pe­ regrinos. Son en sí m ism as las concreciones de unos sím bolos que justifican la figura universal del b u scad o r o peregrino, presente en todas las culturas, y que descubrim os en u n sitio en pos de la S anta Alianza, en otro, del S anto Cáliz y en o tro del Toisón de Oro. E n el R enacim iento en la casa de los príncipes y de los grandes caballe­ ros, en sintonía con la cu ltu ra h u m an ística, aparece u n nuevo inte­ rés p ara coleccionar objetos que no necesariam en te son valorados p o r su contenido m ágico o religioso o p o r ser rarezas in ap recia­ bles. La p ráctica coleccionista deviene cada vez m ás un negocio privado y privativo y los intereses ab razan el gusto artístico y el va­ lor histórico. En las cám aras de las m aravillas se p articip a del p a­ sado y del presente y p o r ta n to hay un poco de todo: m agia, exo­ tism o, rarezas de la naturaleza, arte y recu erd o s históricos. Luego vendrán las colecciones privadas de objetos de arte exclusiva­ m ente, las colecciones de antigüedades y las colecciones científi­ cas. A p a rtir de los siglos xvn y xviii, bellas artes, objetos históricos y especím enes n atu rales serán los principales beneficiados de la ac­ tividad recolectora y ad q u irirán un estatu s su p erio r que los distin ­ guirá com o objetos cultos o científicos. C uando se desarrollen los

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m useos públicos d u ran te los siglos xix y xx, la o b ra de sistem atiza­ ción del cono cim ien to que los m useos em p ren d en req u erirá que la actividad recolectora se haga de form a sistem ática y en equipo. El coleccionista individual seguirá su curso e incluso llegará a h acer la com petencia a los grandes m useos. Los grandes coleccionistas individuales de la h isto ria son res­ ponsables, al m enos desde el R enacim iento, de im p o rtan tes d ep ó si­ tos de c u ltu ra m aterial m useable, que a la larga h an servido p ara c o n stitu ir las colecciones públicas de la m ay o r p arte de los grandes m useos del m undo. P or c ita r sólo algunos casos destacados, uno piensa en los reyes de E sp añ a Felipe II y Felipe IV que reu n iero n ex trao rd in arias colecciones de arte que a la larga fueron a p a ra r al M useo del Prado; o en los T radescant, coleccionistas in tern acio n a­ les de rarezas que con stitu y ero n la base del fu tu ro m useo de la U ni­ versidad de Oxford, el Ashm olean, el p rim er m useo público de In ­ glaterra, a fines del siglo xvn; o en sir H ans Sloane, relacionado con el origen del British M useum en el siglo xvm; o en Jam es S m ithson, cuya colección de h isto ria n atu ral sirvió p ara fu n d ar a principios del siglo pasad o la S m ith so n ia n ¡nstitution; o en Plandiura, coleccionista de arte y experto connaisseur que dio cu erp o a las colecciones del M useo de Arte de C ataluña a prin cip io s de este siglo; o en M arés, o en R ocam ora, tam b ién en C ataluña, etc. M u­ chas de las grandes individualidades coleccionistas fueron en su m om ento verdaderos d ep red ad o res de valiosos depósitos arqueoló­ gicos, pero se beneficiaron de u n a circu n stan cia h istó rica m uy p er­ m isiva, que no perseg u ía con rig o r sus actividades expoliadoras, porque no eran realm en te vistas com o tales; au n q u e ya desde el si­ glo xvn los p ap as h ab ían em pezado a p reo cu p arse seriam en te de la enorm e extracción y venta de an tig ü ed ad es y de arte que se p ra c ti­ caba en R om a. El cardenal Despuig, un m allo rq u ín italianizante, se hizo con u n a im p o rtan te colección de an tig ü ed ad es clásicas m ien tras estuvo d estin ad o en R om a a fines del siglo xvm, si­ guiendo la co stu m b re de tan to s o tro s diplom áticos y m ilitares que o cu p ab an destinos elevados en los E stados Pontificios. D espuig adem ás p atro cin ó excavaciones, y todo ello le valió u n botín que hoy está a la esp era de decisiones p o lítico-adm inistrativas de las au to rid ad es de las Islas B aleares, p ara convertirse en colección p ú ­ blica a in sta lar en el castillo de Bellver de la ciu d ad de P alm a de M allorca. El célebre lord Elgin, que ad q u irió las escu ltu ras del Partenón legal m ente, es objeto hoy de u n a con tro v ersia que n adie im a­ ginó en su tiem po.

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Pero el m undo del coleccionism o no se agota con los grandes nom bres. Al lado de las figuras que h an pasado a la historia hay m ultitud de anónim os coleccionistas que, m ás o m enos hum ildes, responden fielm ente al tópico: curiosidad em pedernida, erudición focalizada, individualism o, instinto posesivo, paciencia, constancia y un a indisim ulada tensión entre la necesidad de privacidad con los objetos del deseo y un ansia febril de m ostrarlos com o trofeos a la gente. M uchos hom bres im portantes de las artes, el deporte, o la em presa son grandes coleccionistas: es más, h asta cierto punto la condición de personalidad descollante y el éxito personal en la vida van a m enudo asociados a la condición de coleccionista, más allá incluso de la necesidad de en co n trar u n a salida honorable a la posesión de dinero. Camilo José Cela dice que en su casa alm acena «cosas»; Iván Lendl, el tenista, colecciona arte; el bailarín Nureiev ha que obligaba a la sociedad a favorecer hasta donde fuese posible los progresos de la razón pública. Una vez los hom bres del cam bio tie­ nen la certeza de d o m in ar las claves epistem ológicas de los saberes, distinguen claram ente entre naturaleza y cultura, por eso instituyen separadam ente los dos prim eros m useos nacionales franceses, el de­ dicado a las artes y oficios del hom bre, el Louvre y el dedicado al es­ tudio de la naturaleza, el M useo Nacional de H istoria N atural. Fuera de F rancia se p roducen poco a poco ideas parecidas y realizaciones com parables en relación a los restos del pasado. Aloys H irt, h isto riad o r de la arq u itectu ra, envió en 1798 al rey de P rusia u n m em orán d u m en el que establecía los principios básicos del m useo com o in stru m en to educativo. P ara H irt, los m useos han de ab rirse al pueblo, ya que son un patrimonio para toda la humanidad... Sólo haciéndolos pú­ blicos y abriéndolos a la contemplación pública de sus colecciones, pueden convertirse en materia de estudio; y cualquier resultado ob­ tenido a partir de aquí es una ganancia a añadir para el bien común de la humanidad (Honour, 1981, 87).

Los prim eros m useos públicos de la m o d ern id ad tienen un proyecto manifi'esto: explicar a los ciu d ad an o s cóm o es el o rd en a­ m iento del m u ndo y situ a r en su sitio las cosas de la natu raleza y las cosas de los seres hum anos. Es un proyecto m isional, am b i­ cioso y una vez m ás enciclopédico, pero que se em prende con con­ fianza porque está a la altu ra de la m ad u rez cívica y de las expecta­ tivas de form ación que se les su p o n en al ciu d ad an o m oderno.

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Si en el R enacim iento e! p asad o es u n a fuente de in sp iració n que flota .por encim a de u n as concepciones de la vida aú n m uy a n ­ coradas en el pasado, d o n d e la pasión religiosa guía las actitu d es y co m p o rtam ien to s de la gente, en la época de la Ilu stració n se im ­ pone u n a visión racio n alista que preten d e ex traer del pasado lec­ ciones de civilidad válidas p ara el presen te y el futuro. Al conde de Volney le do m in a la pasión religiosa, ren u en te, residual, pero su ac­ titu d ante el pasado lleva los gérm enes del futuro: el ro m an ticism o que hace de p u en te h acia el siglo XIX. El p asad o es un siglo en el que se hacen efectivas las grandes tran sfo rm acio n es o teadas en el siglo anterior. Es el siglo de la libertad y de las revoluciones, de la in d u stria y de los im perios, del E stad o -n ació n y del obrerism o. N unca las cosas cam b iaro n ta n to en la h isto ria com o lo hicieron d u ra n te el siglo xix. P ara la gente de la calle, incluso llegaron a c am b iar a ojos vista. H acia 1860 en E u ro p a occidental h ab ía ya su­ ficientes signos a la vista p ara que cu alq u iera p u d iera d arse cu en ta de que el m u n d o se estaba volviendo distinto: los paisajes, las cos­ tum bres, el ta m añ o de las fam ilias, los m edios de locom oción, la m an era com o se m edía el paso de las horas. G racias a la m áq u in a de vapor y al ferrocarril, la gente de ciudad se estab a convirtiendo en esclava de los relojes y los m ayores em p ezab an a e n to n a r el «esto ya n u n ca volverá a ser com o era». M ientras cam b iab a el p ai­ saje y el ferrocarril se ab ría paso con estrép ito de ch irrid o s y espe­ sas hu m ared as, algunos artistas p ro cla m ab an u n a nueva p oética ru p tu rista. P ara el an ticu ario francés M áxim e du Cam p, co m p a­ ñero de F laubert en el viaje que ju n to s hiciero n a E gipto en 1849, la fascinación del pasado, de ad scrip ció n ro m án tica, no invalidaba una actitu d m o d ern a an te la vida y un p en sam ien to progresista. E n 1855 Du C am p escribía en Les chants m odernes un arg u m en to lite­ rario que ig ualm ente valdría p a ra aplicarlo al arte o a la filosofía: Estamos en el siglo en que se descubren nuevos mundos y pla­ netas, en que se ha descubierto la aplicación del vapor, la electrici­ dad, el gas, el cloroformo, la hélice, la fotografía, la galvanoplastia y otras mil cosas admirables que permiten al hombre vivir veinte veces más y veinte veces mejor que en el pasado... Oue el arte literario ol­ vide los tópicos de las cosas muertas y que viva con su tiempo (De Micheli, 1984, 232).

W alter Scott, el fu n d ad o r de la novela histó rica m o d ern a y faro y guía de los ad eptos al culto al pasado, era el p rim er escocés que ponía luz de gas en su casa. U na nueva época m o derna, la in ­

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dustrial, que B audelaire atinó en llam ar «m odernidad» en un a r­ tículo publicado en 1863, se abría paso entre dos sensibilidades, que a m enudo ap are n tab an ser co n tradictorias: la de los que sólo querían progreso y futuro y la de los que sin ren u n ciar a los benefi­ cios de la técnica y del presente, no estab an dispuestos a p rescindir del pasado. Los prim ero s ten ían m uchos ases en la m ano. Creían ciegam ente en la certeza del triu n fo del ho m bre sobre la n atu raleza y la oscuridad, gracias al progreso de las ciencias útiles. Una m i­ rad a aten ta a la realidad convidaba a creer, efectivam ente, en la inevitabilidad del progreso m aterial, fu n d am en to de un evolucio­ nism o feliz que señ alab a desp reo cu p ad am en te el paso de las horas. A mérica del Norte, donde todo era nuevo y se p rogresaba a ritm o exponencial —no hab ía allí ningún pasad o que pesase com o un las­ tre—, se transform ó en el p araíso de los m odernos, celebrado por poetas com o Walt W hitm an, que cantó las excelencias y las virtu ­ des pioneras de la nueva tierra de prom isión. La m od ern id ad en el pensam iento de esta generación era com o un can to inconform ista y an tiau to ritario . Por p rim era vez se co n d en aro n sin prevención las concepciones de la cu ltu ra su sten tad as en la prim acía de la tra d i­ ción y el valor de la im itación de los antiguos. R im baud pronunció un sonoro: «II faut étre ab so lu m en t m oderne.» El descrédito de la h istoria tam bién creció con el siglo. La nueva sociedad fruto de la ind ustrializació n produce individuos que ya no m iran hacia atrás, porque exultantes de fe en el progreso, se atreven a ro m p er con los lazos de la tradición. «El pasado, aq u í tenem os a nuestro enem igo. La hu m an id ad no sería peor si q u em áram o s las bibliote­ cas y los m useos: de hecho, un acto com o ese no co m p o rtaría sino provecho y gloria...», proclam a en 1867 el dirigente p o p u lar Jules Vallés desde la trib u n a de un periódico local francés. P or aquellos m ism os años M arx critica d irectam en te el peso del pasado que p a­ raliza a los franceses en los grandes m o m en to s decisivos del cam ­ bio histórico (Le Goff, 1991, 190): «el d ram a de los franceses, in­ cluidos los obreros, son los "grandes recu erd o s”. Los aco n tecim ien ­ tos deberían p o n er fin de u n a vez p o r todas a este reaccionario culto al pasado». Los intelectuales que com o Vallés y M arx han dado su apoyo al m ovim iento revolucionario de 1848 volverán a la trin ch era en 1871 con la C om una de París. Ellos encabezan un am ­ plio m ovim iento de gente que se siente pro tag o n ista de los tiem ­ pos, rep resen tan te de u n a sociedad ab ierta y renovada, hija de la industrialización, que ya sólo cree en el futuro y viaja en tren, que co ntraponen a un pasado oscuro que no rep resen ta o tra cosa que

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crím enes, m iseria p ara el pueblo y depravación. P or eso acep tan la h isto ria ú n icam en te com o disciplina al servicio del fu tu ro y del pueblo. M arx tom a el testigo y pone con el m aterialism o histórico las bases de un nuevo co nocim iento histórico «al servicio del fu­ tu ro y del pueblo». O tra m an era de ver las cosas la p ro p o rcio n a el crítico de arte b ritán ico J. R uskin, p ara q u ien la p érd id a de confianza en la tra d i­ ción genera an g u stia y m a lestar y no arregla nada. Es n o to rio que R uskin exprese su in co m o d id ad con el m u n d o que le ha tocado vi­ vir abogando en favor de la conservación a u ltran za del legado m a ­ terial del pasado. Igual que en su discípulo W. M orris, en R uskin hay rasgos de psicología personal en su reivindicación del pasado. A parentem ente la co rrien te m ay o ritaria del in conform ism o del si­ glo seguía o tro cauce. Pero tan to R uskin com o M orris, con todos sus gestos y arg u m en to s — M orris fue u n im p o rtan te d irigente so­ cialista que, sin em bargo, fundó en 1877 la A sociación p ara la P ro­ tección de Edificios A ntiguos— no dejaro n de ser sino unos lúcidos in térp retes de la am bivalencia que m an ifestab a la bu rg u esía de la época en to rn o al conflicto renovación-conservación. P ara este sec­ to r social directam en te beneficiado po r los avances dei siglo, al c o n tra rio que p a ra m uchos intelectuales y obreros, la afición p o r el pasado n u n ca en tró en conflicto con los progresos de la m o d ern i­ zación: un em p resario de B radford, a p u n ta Low enthal (L ow enthal, 1985, 104), no d ism in u ía su dedicación a la em p resa p o r el hecho de haberse convertido en u n gran coleccionista de m onedas ro m a ­ nas; ni los negocios que se hacían bajo los arcos ojivales de la lonja de la lana de la m ism a ciu d ad ad q u irían form as p ericlitadas p o r el hecho de p ro d u cirse en u n edificio neogótico. Es m ás, el gusto p o r el p asado m an ifestad o en lecturas, m odas, aficiones, deco ració n y arquitectura; o si se quiere, la exigencia de pasado, que en G ran B retaña se hace aca p arad o ra en los ám b ito s del arte, el ocio y la vida dom éstica, n u n ca llegó a te n er realm en te u n im pacto lo sufi­ cientem ente grande so b re el m u n d o m ás p ráctico de la tecnología, com o p a ra llegar a m o d ificar su curso. El gusto p o r lo an tig u o co­ m en zab a a ser un distintivo de clase, y u n tim b re en la form ación de profesionales y dirigentes. Los expertos en p asad o se recluyen en las universidades y ios m useos y h acen del m ism o u n tem a de estudio y de debate académ ico. Existe tam b ién u n a crítica ideológica del presen te gestada desde la decepción del cam bio, que ab o ca a a b ra z a r las form as del pasado m ás convencionales. P edro A ntonio de Alarcón, en u n p a ­

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saje de El sombrero de tres picos, recu erd a a R uskin en la sacralización de las form as del pasado, pero la suya es u n a reacción sobre todo visceral. El escritor español a p u n tala un a crítica del rum bo que tom a el desarrollo de la sociedad decim o n ó n ica desde la n os­ talgia de la tradición, en u n a versión ibérica de la vieja polém ica antiguos-m odernos: ¡Dichosísimo tiempo aquel en que nuestra tierra seguía en quieta y pacífica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo, de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos! ¡Dichosísimo tiempo aquel en que había en la socie­ dad humana variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡Dicho­ sísimo tiempo, digo... para los poetas especialmente, que encontra­ ban un entremés, un sainete, una comedia, un drama, un auto sacra­ mental o una epopeya detrás de cada esquina, en vez de esa prosaica uniformidad y desabrido realismo que nos legó al cabo la Revolución francesa (Alarcón, 1993, 70-71).

Pero esta m an era de ver las cosas no era h ab itu al en tre las elites intelectuales u rb an as de la E u ro p a delxcam bio. Alarcón podía p arecer en la segunda m itad del siglo com o u n anacronism o. El discurso renovador, alim en tad o p o r im perativos económ icos, se im puso entre 1850 y 1880 con fuerza. E n estos años las grandes ciudades europeas com o París, B ruselas, Viena, B arcelona o B erlín avanzaron decisivam ente en sus procesos de renovación u rb an a, abriendo grandes vías y bulevares que cam b iaro n p o r entero su fi­ sonom ía. M uchos m o n u m en to s y estru ctu ras de valor histórico d e­ saparecieron bajo la violencia del pico y la p ala m odernizadores. El im pacto visual de las form as eclécticas e historicistas p resentes en la nueva arq u itectu ra, al lado de las innovaciones de la arq u itec­ tu ra del hierro y el horm igón, no p o d ían escam o tear la fuerza de un proyecto de renovación im petuosa de las form as de vida que se trad u cía en la am pliación de la ciudad y en la expansión de los ser­ vicios urb an o s p o r el territorio. La dialéctica renovación-conserva­ ción adquiría los perfiles de u n com prom iso: ideas nuevas bajo for­ m as revivalistas, ju sto lo que ag rad ab a a las clases m esocráticas. Qué d u d a cabe que las form as del ab u rg u esam ien to se q uerían m a­ jestuosas y dignas y no existía n ad a m ejor que las form as clásicas perfectam ente co n trastad as por la tradición. Aunque debilitad a a p a rtir de 1880, la m an era de ver las cosas de Valles y de M arx sobrevive al siglo. El triu n fo de la m odernidad

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co n tem p o rán ea se gesta p recisam en te en u n cam bio de siglo lleno de resonancias trágicas com o todos los cam bios de siglo, especial­ m ente en E spaña. Diversos im pulsos convergen en el nuevo inicio de siglo. La in telectu alid ad em pieza a p erd er confianza en el p ro ­ greso científico y técnico, que ya no lo co n sid erarán un v alor ab so ­ luto ni venerarán a la ciencia com o el rem edio infalible y universal p ara todos los p ro b lem as del ser hum ano. U na crisis con perfiles existenciales estará a p u n to de estallan Los jóvenes se rebelan co n ­ tra sus aburg u esad o s p ad res y advierten que no acep tan un p re ­ sente vivido com o si fuera el pasado. Los nuevos m ovim ientos esté­ ticos de! cam bio de siglo m u estran , en las den o m in acio n es que les conceden carta de identidad, ideas ru p tu ristas: Jugendstil, M odem Style, Liberty, Sezessionstil, M odernism o. Los intelectuales su b en a su to rre de m arfil y ad o p tan actitu d es m esiánicas. Los a rtistas p a ­ san crisis personales p ro fu n d as que los co n d u cen a la m arginalidad y la m iseria. G auguin, asq u ead o de u n a sociedad autocom placiente huye al Pacífico. La crítica a la civilización in d u strial se to rn a ácida p o rq u e se en tien d e que h a d estru id o ios valores del h u ­ m anism o. P or eso la historia, que ha servido p ara certificar el triu n fo de la sociedad burguesa, es u n a de las d ian as p referidas de los nuevos esp íritu s críticos. En el cam bio de siglo reap arecen con fuerza voces que clam an co n tra el desprestigio de la h isto ria a c a ­ ballo de u n a nueva m area an ti-trad ició n que d ará el im pulso defi­ nitivo a lo que ha d ad o en llam arse las vanguardias. N ietzsche, uno de los prim eros, dice que hay que in c rim in ar al pasado, ponerlo ante los trib u n ales de ju sticia y condenarlo, Paul Valéry tam poco tiene piedad a la h o ra de ju z g ar a la h isto ria, com o puede leerse en esta cita de L ow enthal (Low enthai, 1985, 365): La historia es el producto más peligroso que la química del inte­ lecto haya segregado... Produce sueños y borracheras. Llena a la gente de falsas memorias, exagera sus reacciones, exacerba viejos agravios y alienta o delirios de grandeza o manías persecutorias. Vuelve a las naciones agrias, arrogantes, insufribles y vanagloriosas.

E n tre los años 1920 y 1930 se im pone u n a nueva generación de creadores con genio, los funcionalistas, cuya m isión parece ser la de lim p iar las form as de toda excrecencia de la historia. El eclec­ ticism o historicista que d o m in a la arq u ite c tu ra es el p eo r enem igo de estos nuevos creadores. Adolf Loos, que los precede, sen ten ciará que la o rn am en tació n es delito p orque es o sten to sa y señala d irec­

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tam ente a las desigualdades sociales, ap arte de d esp erd iciar tra ­ bajo y recursos. Le C orbusier quiere h acer tabula rasa de la arq u i­ tectu ra de las ciudades y sólo adm ite aislar unos testim onios de las form as tradicionales aquí y allá, con finalidades estrictam en te d i­ dácticas. M ondrian confiesa que se siente o prim ido por el pasado, C octeau se lam en ta de que los franceses am en tan to las tum bas. Tristan T zara deja ir con sorna: «un gran filósofo canadiense ha d i­ cho: ei pensam iento y el pasado tam b ién son m uy sim páticos». Los m ás radicales, al m enos verbalm ente, son los futuristas. El p rim er m anifiesto futurista, firm ado por M arinetti, contiene diversas joyas aparte de la que co m p ara un autom óvil de carreras con la Victoria de Sam otracia. Por ejemplo: ¡Nos hallamos sobre el último promontorio de los siglos!... ¿Por qué deberíamos mirar a nuestras espaldas, si queremos echar abajo las misteriosas puertas de lo Imposible? El Tiempo y el Espacio mu­ rieron ayer. Nosotros ya vivimos en lo absoluto, pues hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

Instalados en la velocidad y el cam bio perm anente, ¿quién p er­ dería el tiem po co n tem plando el pasado? V luego d isp ara co n tra los m useos, au nqu e no es el único que lo hace, ni el prim ero, p ara eso no hacía falta ser futurista; los su rrealistas predican lo m ism o, com o Buñuel, que propone a Aragón ir a q u em ar el M useo del Prado. Es la hoy ya tópica identificación de los m useos con los ce­ m enterios: «Museos: ¡cem enterios!... Idénticos, verdaderam ente, p o r la siniestra prom iscuidad de tan to s cuerpos que no se conocen. M useos: ¡dorm itorios públicos en que se reposa p ara siem pre ju n to a seres odiados e ignotos!» La e n tra d a en la m o d ern id ad co n tem ­ poránea significa un golpe bajo p ara el pasado, sobre todo en la consideración social de la necesidad de pasado, influidos po r la arrogancia y com batividad de las vanguardias del pensam iento. Sin em bargo no será u n golpe m ortal ni definitivo, au nque su p o n ­ drá una fase de m ínim os que se extenderá h asta el final de la dé­ cada de 1930 o m ás tarde. El siglo xix áe levanta conservador y se despide ab om inando del pasado. Ha prim ad o el espíritu inquisitivo y científico y el p a­ trim onio histórico ha ad q uirido un g ran valor y prestigio u n a vez ha sido adm itida y co m p artid a la idea h ered ad a del siglo an terio r de que la historia es la ciencia de los hom bres en sociedad. El espí­ ritu del xix, si es que así podem os llam arlo, que reposa en el descu­

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b rim iento y en la ciencia, ha visto p ro g resar u n a nueva in q ú ietu d m ás positivista y racionalista, si cabe, que sólo cree en el futuro. Al final la dialéctica renovación-conservación h a p ro d u cid o u n a sín te­ sis que se expresa ad m irab lem en te en alguna de las m u estras de la m ás m o d ern a arq u ite c tu ra u rb a n a p ro d u cid a entonces en E uropa, y quizás aq u í p o d ríam o s llam ar a p resen cia al genio de G audí. Asi­ m ism o ha significado la en tro n izació n de los grandes m useos p ú ­ blicos com o tem plos del saber.

La m odernidad contem poránea y la recom posición de las relaciones con el pasado La m o d ern id ad co n tem p o rán ea es n u estro presente, lo que nos obliga a tra ta r de caracterizarla u n poco m ás extensam ente, trayendo a escena los fenóm enos que in ciden so b re las nuevas n o ­ ciones que se van im p o n ien d o sobre el tiem po y el espacio, y cóm o todo esto afecta al valor concedido al pasado, y p o r ta n to al p a tri­ m onio histórico. La aceleración del ritm o de los cam bios económ i­ cos, sociales, tecnológicos, políticos y personales que so p o rta la co­ lectividad en el siglo xx su p o n en forzosam ente u n a nueva p ersp ec­ tiva a la h o ra de en cararse con la realidad. P or u n lado se pierde definitivam ente la sensación de p erm anencia: el individuo se vuelve esp ectad o r al m ism o tiem po que acto r de u n a circu n stan cia que se caracteriza p o r m o stra r co n tin u am e n te cosas nuevas, caras nuevas y situaciones nuevas, com o co rresp o n d e a la experiencia de vivir en la ciudad, y consecu en tem en te aco rta el tiem po de vida de las cosas y los objetos. La cu ltu ra de la prisa, de lo efím ero, del u sa r y tira r se significan p o r la d inám ica de sustitución que co m ­ portan. Es u n a época de ab u n d an cia de cosas de todo tipo en la que p aradójicam en te lo único que falta es tiem po. Por eso la cu ltu ra de la ab u n d an cia se opone a la cu ltu ra de la perm anencia, caracterís­ tica de tiem pos pasados. P or o tro lado, la m em o ria individual y co­ lectiva encogen p u esto que la secuenciación tem p o ral que m arca la experiencia vital de las p erso n as se reduce m ás y m ás. Si n ad a p e r­ m anece, si p asan ta n tas cosas en tan poco tiem po —lo que K. W alsh llam a la experiencia co n tem p o rán ea de la sin cro n icid ad — , entonces el sen tim ien to de relació n con el pasado que m an tien en los individuos h a de cam biar, o m ejo r dicho, h a de reco m p o n erse en función de las nuevas circu n stan cias, Y estas circu n stan cias tam b ién co n tem p lan un p ro b lem a de id en tid ad en lo que se refiere

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a las nuevas poblaciones u rb an as que distinguen el desarrollo de las sociedades industrializad as del siglo xx. En efecto, en este co n ­ texto las personas neo-urbanas, sin trasfondo, sin h isto ria y con un sentim iento difuso de com unidad p erd id a —la com u n id ad local rnatricial ab an d o n ad a— son ganadas p o r la sensación de vivir com o suspendidos en el aire, en u n a especie de provisionalidad que dura, y que hace que lleguen a sentirse extranjeros en su propia casa. Pueden d estacarse tres aspectos bajo la rú b rica de m o d ern i­ dad contem poránea, que tienen que ver con la oposición renova­ ción-conservación, con la crisis de la idea de progreso y en general con las actitudes h acia el pasado del ser contem poráneo. Son los que vam os a titular: argum entos y lim itaciones de las vanguardias, evolución de las nociones de espacio y tiem po, y configuraciones >de la nostalgia.

LOS ARGUMENTOS Y LAS LIMITACIONES DE LAS VANGUARDIAS

La m odernid ad co n tem p o rán ea com o orden postradicional que es, dispone de m ecanism os que liberan la vida en sociedad de la dependencia de preceptos y p rácticas largam ente establecidos. Es com o decir que se pretende co n stru ir el futuro negando el pa­ sado. El argum ento definitivo de los que encabezan la m archa de este proceso liberador, en arb o lan d o la b an d era de la libertad y el individualism o, es que los tiem pos m odernos son tiem pos de cam ­ bios y ya n ad a establecido es capaz de sostenerse. El m oderno es el renovador, el que infunde nueva vida, el que im pone los m odos nuevos. Está claro que la novedad es aquello que se espera del cam ­ bio. Los tiem pos m odernos son po r p rincipio los tiem pos que m i­ ran hacia el futu ro con despreocupación, porque es allí donde re­ side la nueva novedad o la novedad p erm an en te, el fulgor de la cual no da lugar a en treten erse con lo pasado que es el nom bre de lo viejo y lo caduco. En una época de cam bio acelerado, la atención tiende a cen­ trarse en los procesos que conducen al cam bio y no tan to en las rea­ lidades consolidadas. El pro tag o n ism o p asa entonces del «ser» al «llegar a ser». Éste parece ser el destino de los «ismos» de la m o­ dernidad. E stos m ovim ientos, cuya seña de id entidad com ún es su constante poder de agitación de u n a situación establecida, se p re­ sentan com o saludáhles procesos revolucionarios. Son revolucio­

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narios efectivam ente, cu an d o provocan un avance de la colectivi­ dad p o r m edio de la tran sfo rm ació n de las condiciones p reexisten­ tes y del inicio de un ciclo nuevo. Sin em bargo en su sentirse vivos no pasan de procesos en estado de llegar a ser algo nuevo, y n u n ca en el sentido de ser. C uando «son», ya no son lo que eran, es decir, cu an d o «son», peligran com o m ovim iento, lógicam ente p o r falta de m oción, com o cu an d o un ciclista deja de p ed alear y se para, porque la bicicleta se tu m b a. E n u n a situación com o esta es co m ­ prensible que se instale en tre la gente que vive las situaciones de agitación, u n a vivencia de la provisionalidad que llega a in q u ietar y condiciona los co m p o rtam ien to s y la m an era de actuar. En relación a! pasado, la e n tra d a en la m o d ern id ad co n tem p o ­ rán ea supone en los d o m inios del p en sam ien to y del arte dos cam ­ bios fundam entales que ya fueron identificados p o r O rtega y Gasset en la década de 1920, cu an d o escribió: Nuestro tiempo se caracteriza por una extraña presunción de ser más que todo otro tiempo pasado; más aún: por desentenderse de todo lo pretérito, no reconocer épocas clásicas y normativas sino verse a sí mismo como una vida nueva superior a todas las antiguas e irreductible a ellas (Ortega y Gasset, 1990, 74).

El p rim er cam bio significa la ru p tu ra definitiva con la tra d i­ ción. El presen te se em an cip a del pasado p o rq u e ya poco tienen que ver el uno con el otro. Son tan diferentes y h a sido tan p ro ­ funda la cesura, que se h an perd id o todos los p u n to s de contacto. P ara las vanguardias, la trad ició n es un an acro n ism o la stran te del que es preciso d esem b arazarse cu an to antes m ejo r Pero u n a vez elaborados los axiom as, algunos se atreven a ir un poco m ás lejos. Paul Valéry (Rosenberg, 1983, 138) escribe: Nadie puede decir qué habrá muerto y qué sobrevivirá el día de mañana, de la literatura, de la filosofía o de la estética: nadie sabe qué ideas y maneras de expresarse habrán de ser inscritas en la lista de las bajas y qué novedades, en cambio, serán proclamadas.

Valéry, an te la evidencia de la cesura en tre pasado y presente, invoca la im predecibilidad del futuro. No hay treg u a posible, la d e­ rro ta de la trad ició n co m p o rta el calvario, p o r o tro lado asum ido con valentía, de la in certid u m b re p erm an en te. Al arte y al p en sa­ m iento no les qu ed a o tra posibilidad que la de vivir en p erm an en te estado de crisis, el verd ad ero signo de los tiem pos, u n a crisis que

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d eterm in a rá a los creadores a perseguir el ideal de la creación a u ­ téntica y original. Pero entonces h ab ría que preguntarse: ¿hasta dónde p o d rán ser asum ibles social y éticam en te los nuevos p rin ci­ pios y valores que h ab rán de surgir? O, ¿existen lím ites a la crea ti­ vidad? El segundo cam bio se refiere al rechazo no sólo del au to rita ­ rism o sino del m ism o principio de au toridad. La m esuradas pala­ b ras de O rtega y G asset que hem os leído describen un acto fu n d a­ cional de la m odern id ad co n tem p o rán ea lleno de soberbia. Ya no se im ita al m aestro ni se em ula al que da ejem plo; ya no hay peda­ gogía. Se han acab ad o los ejem plos válidos y to d a referencia ex­ tern a a uno m ism o; ah o ra lo único que cu en ta es ten er una opinión propia y librarse sin prejuicios al autodescubrim iento. Una conse­ cuencia m ás de esta m utación es la ten d en cia del artista a em p ren ­ d er viajes a territo rio s inexplorados, de no fácil retorno, y a sep a­ rarse del resto de los m ortales, ro d earse de ideas ab stractas e intelectualizarse; en definitiva, a posicionarse en los m ism os m árgenes del lím ite, cosa qu e los hace inaccesibles a los m ortales m ás co m u ­ nes. E ste am b ien te ju stifica la co rrien te an tim u seo que subyace a todo el m ovim iento m oderno, au n q u e propicia el triunfo del nuevo m useo contem po rán eo , con el m useo de atfe co ntem poráneo a la cabeza, y de la crítica artística progresista. Los «ismos» de la m od ern id ad , resum idos en el gran «ismo» que llam am os vanguardism o, sum a a la voluntad de ru p tu ra con la tradición y a la necesidad de tran sg red ir las norm as establecidas, la pretensión, en opinión de R osenberg, de m o strar en el presente cóm o serán las form as del arte del futuro. Pero si bien es cierto que la ru p tu ra con la trad ició n y el rechazo del principio de au to rid ad han sido dos de los m ás im p o rtan tes pilares que han sop o rtad o la o b ra del edificio de la m odernidad, no es m enos cierto que cu al­ qu ier golpe de tim ó n de la h isto ria y cu alq u ier cam bio generacio­ nal en el dom inio de las artes y el pensam iento, al m enos desde el R enacim iento, han sido invariablem ente correspondidos con al­ guna form a de negación del precedente. Los jóvenes m odernistas, p o r ejem plo, opusiero n arg u m en to s co n tu n d en tes a sus m ayores con el fin de d estru ir las co rrien tes eclécticas e historicistas en el arte de su tiem po, u tilizan d o a m enudo p ara ello elem entos del p a­ trim o n io histórico y artístico. Los novecentistas catalanes, p o r su parte, ab o m in aro n de los m o d ern istas, p o r caducos y andrajosos. Sin em bargo, au n q u e la m u erte del p recedente se haya concep­ tuado repetidam en te com o necesaria, a m en u d o sólo ha servido

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p ara eventual m ente p ro v o car la ap arició n del b rote y la su b si­ guiente floración de especies del género «neo» y de o tras especies de filiación vagam ente revivalista. Las lim itaciones y co n streñ i­ m ientos del p ro g ram a v an g u ard ista no p u eden pasarse p o r alto, ni su papel parad ó jicam en te estabilizador. El crítico n o rteam erican o R osenberg atiza el fuego del inevitable revivalism o de form as y es­ tilos, y de o tras cosas, de esta m anera: El arte moderno tiene mucho que ver con el radicalismo político y con la psicoterapia en su fascinación por el agujero negro de las for­ mas y de los poderes que han quedado atrás. Igual que otras íormas contemporáneas de investigación y de acción, su exploración lo lleva a menudo hasta la antesala de transformarse en otra cosa. Así, el arte moderno camina hacia el no-arte y adopta actitudes anti-arte. Ade­ más de hacer progresar la conciencia, este esfuerzo contraproducente actúa de válvula de escape para apartar de la sociedad y de los indivi­ duos tentaciones de auto-renuncia más peligrosas, como el totalita­ rismo político, las drogas o el misticismo. El revivalismo de las for­ mas —el arte de nuestro tiempo continuamente se reconstituye a sí mismo como un teatro de reviváis — parece que tiene una importante función en una cultura del cambio (Rosenberg, 1983, 140).

No m uy lejos de R osenberg, K ubler h abla de las invenciones finitas: Las innovaciones artísticas radicales puede ser que no sigan apareciendo con la frecuencia que lo han hecho durante el siglo pa­ sado. Posiblemente es verdad que las potencialidades de forma y mensaje en las sociedades humanas hayan sido todas bosquejadas en algún lugar y momento u otro. Nosotros y nuestros descendientes puede ser que optemos por recuperar este tipo de formas incomple­ tas en el momento que lo precisemos (Kubler, 1962, 123).

O tras lim itaciones del v an g u ard ism o a p u n ta n a las co n secu en ­ cias de un eventual reco n o cim ien to social, u n a vez el en salza­ m iento del m ovim iento hace del m ism o u n a au to rid ad , u n a a u to ri­ dad que a la fuerza se tran sfo rm a en tradición. Pero no siem p re los nuevos valores p erm an en tes que a p o rta el m ovim iento son in teg ra­ dos cóm odam ente, ni el m ovim iento se da a sí m ism o p o r satisfe­ cho con lo que alcanza. C uando u n proceso revolucionario es so­ cialm ente asum ido, es decir, cu an d o p a ra m uchos el m ovim iento «llega a ser», y en cam bio las expectativas del cual difícilm ente al­ canzan el p u n to esperado, p o rq u e éste es ax io m áticam en te p u ra

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utopia, entonces aco stu m b ra a e n tra r en u n a crisis, se debilita y en ­ tum ece. La persistencia y repetición de los m ism os principios, ges­ tos, palabras y esquem as de la fase alcista provoca que la m ism a idea de ru p tu ra, y no su legado creativo, se tran sfo rm e ella m ism a en u n a nueva tradición. Al d ic tam in ar la m u erte de la vanguardia, el crítico Luc Ferry piensa que lo que h a pasado es que ya nada despierta la atención de la gente, n ad a im presiona, n ad a m ueve al debate, y al contrario, se extiende un sen tim ien to de indiferencia ante cualquier p ro pu esta que lleve el n o m b re de nueva. P ara este observador de la realidad de n u estro s días, el arte de v anguardia se ha hecho «inhabitable»; inhabitable p ara los hom bres y las m ujeres del siglo xx porque los resultados de la creación se h an desligado de cualquier referencia inteligible y ya no constituyen piezas de un universo sim bólico d en tro del cual «podernos sen tir com o en - casa». Dicho de o tra m an era, la gente puede llegar a co m p ren d er el sentido y la inten ció n de d eterm in ad a o b ra artística co n tem p o rá­ nea de creación, pero en general se m u estra m ás p redispuesta y sa­ tisfecha de gozar de u n a obra que fácilm ente se en m arq u e d entro de un am plio contexto de referencias asim ilables y que posible­ m ente entronque con u n a creación ya familiar. En definitiva, resul­ tados de las lim itaciones del cam bio.

L a EVOLUCIÓN DE LAS NOCIONES DE ESPACIO Y TIEMPO. L a SOCIOLOGÍA DE GlDDENS

Los procesos de m odernización h an sido relacionados con el progresivo dom inio del ho m b re sobre el espacio y el tiem po. La re­ ducción del m arco espacial-tem poral es un hecho indiscutible, re ­ sultado del progreso científico y tecnológico que arran ca del siglo xix. El creciente dom inio del espacio se evidencia en el progreso de las com unicaciones y en los viajes al interespacio. El aum en to de la frecuencia del fenóm eno cam bio en la experiencia d iaria de las personas y la aceleración de la h isto ria son dos m anifestaciones ejem plares de lo que catalogam os com o dom inio del tiem po. E sta­ m os de acuerdo que el m undo se ha hecho m ás pequeño; que se ha recortado el espacio entre E uropa y A m érica gracias a los m edios de tran sp o rte aéreo, y p ara p ag ar u n a d eu d a fuera de plazo ya no es preciso viajar con u n a bolsa llena de dinero; puede hacerse al m o­ m ento desde cualq u ier parte. Y m ás im p o rtan te aún, se ha enco­ gido, en relación al pasado, el tiem po necesario p ara realizar in n u ­

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m erables tareas co rrien tes que aco stu m b ram o s a rep etir a diario. Se ha dicho que el rasgo m ás característico de la m o d ern id ad es el dinam ism o. El d in am ism o de los tiem pos presentes significa en realidad una form a de com presión del m arco espacial-tem poral que d elim ita el cam p o de acción de los individuos. Todo esto tiene que ver con la m an era com o percibim os hoy en d ía al pasado. A. G iddens explica m ed ian te tres conceptos el tipo de fenóm e­ nos de la co n tem p o ran eid ad que se relacio n an con este d in am ism o que caracteriza la vida m o d ern a y las relaciones sociales y econó­ m icas. Com o que se tra ta de conceptos que tienen m ucho que ver con las form as com o el p asad o es p ercibido actu alm en te, será p re ­ ciso resum irlo s brevem ente. Son los siguientes (G iddens, 1995, 2634): la separació n entre tiem po y espacio, el concepto de desenclavam iento y el de reflexividad. P or sep aració n en tre tiem po y esp a­ cio debe en ten d erse la ru p tu ra de la n ecesaria vinculación de am b as variables p o r m edio de la m ediación del lugar. En to d a época a n te rio r a la actual la vinculación espacio-tiem po p ara cada lugar p articu la r ha sido una circu n stan cia inevitable, sin em bargo hoy ya no lo es. De esta m an era la articu lació n de las relaciones so­ ciales se p rod uce en ám b ito s extensos esp acialm en te sin que la v a­ riable tiem po ten g a incidencia, de m a n era que los sistem as locales de relación van siendo su stitu id o s p o r sistem as universales. C onse­ cu entem ente la h isto ria se deslocaliza. A. G iddens lo explica así: La disociación entre tiempo y espacio... proporciona el funda­ mento mismo de su recombinación según métodos que coordinan las actividades sociales sin la obligada referencia a las particularida­ des de la localización... La organización social moderna supone la coordinación precisa de las acciones de muchos seres humanos físi­ camente ausentes entre sí; el «cuándo» de estas acciones está direc­ tamente vinculado al «dónde», pero no, como en las épocas premodernas, por la mediación del lugar (ídem, 30).

Y sigue, p ara concluir: Este fenómeno unlversaliza el «empleo de la historia para hacer historia», tan intrínseco a los procesos que liberan la vida social moderna de las trabas de la tradición. Esta historicidad se mundializa en su forma con la creación de un «pasado» normalizado y un «futuro» universalmente aplicable: una fecha como la del año 2000 se convierte en un hito reconocible para toda la humanidad ( ibíde m , 30).

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Por desenclavam iento G iddens entiende el proceso de extraer las relaciones sociales de los contextos locales de interacción y su reestru ctu ració n a través de u n lapso de tiem po y u n fragm ento de espacio indefinidos. Los m ecanism os de desenclavam iento pueden ser de dos tipos: las señales sim bólicas, cuyo ejem plo m ás claro se­ ría el dinero y los sistem as expertos, p o r ejem plo el conocim iento técnico especializado. Al respecto G iddens afirm a: El dinero deja en suspenso el tiempo (pues es un medio de cré­ dito) y el espacio (ya que el valor normalizado permite transacciones entre muchos individuos que nunca se encuentran físicamente). Los sistemas expertos dejan en suspenso el tiempo y el espacio al em­ plear modos de conocimiento técnico cuya validez no depende de quienes los practican y de los clientes que lo utilizan. Tales sistemas impregnan virtualmente todos los aspectos de la vida social en con­ diciones de modernidad... Los sistemas expertos no quedan confina­ dos a áreas de pericia tecnológica. Se extienden a las mismas relacio­ nes sociales y a la intimidad del yo (ib íd e m , 31).

F inalm ente, p ara definir el concepto de reflexividad, que es consecuencia de los otros dos procesos y m ecanism os, G iddens se refiere «al hecho de que la m ayoría de los aspectos de la actividad social y de las relaciones m ateriales con la n atu raleza estén som eti­ dos a revisión co n tin u a a la luz de nuevas inform aciones y conoci­ m ientos»; siendo este en tram ad o de inform aciones y de conoci­ m ientos algo constitutivo y no sim plem ente añ ad id o a la m an era de ser de las instituciones m odernas. La noción de reflexividad pre­ side com o queda p atente la actitu d co n tem p o rán ea respecto a la ciencia. La ciencia m o d ern a no se basa ya en la acum ulación in ­ ductiva de p ru eb as sino en el p rincipio m etodológico de la duda. P ara este autor, «la relación plena en tre m o d ern id ad y d u d a radical es u n a cuestión que, u n a vez expuesta, no sólo supone u n trasto rn o p ara los filósofos sino que es existencialm ente turbadora p ara el in­ dividuo com ún» (ibídem , 33-34). E sta in terp retació n de las consecuencias de la m odernidad proyecta algunas conclusiones im p o rtan tes en relación a la m an era com o el hom bre 'co n tem p o rán eo se to m a sus relaciones con el pa­ sado. Por un lado, la universalización p resu p o n e u n a p érd id a de in­ fluencia de todo lo que es local al em plazarse las relaciones socia­ les m ás im p o rtan tes fuera de los contextos locales. Lo local, anclaje prim ordial del pasado en el presente, pierde entidad y sustancia y con él, el pasado que lo sustenta. E ntonces, desenganchada de la

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tra d ic ió n ,.la vida m o d e rn a procede a crea r u n a nueva trad ició n to ­ talizado ra a p a rtir de un p asad o «norm alizado», es decir som etido al yugo de u n a h isto ria de la h isto ria, según la expresión de Giddens, o en o tras palabras, a la im posición de u n filtro intelectual que lim a, pule y u n ifica in terp retacio n es y criterios. A sociada a los procesos que sep aran las relaciones sociales de los contextos locales y de las experiencias co tid ian as de los indivi­ duos, la in stitu cio n alizació n deí co nocim iento deviene u n o de los m ecanism os de desenclavam iento, com o se h a dicho. U na de estas institu cion es del co nocim iento que se m an tien e errad icad a del d o ­ m inio de lo local es la que se dedica al estudio, in terp retació n y re ­ p resen tación del pasado. No hay o tro rem edio: la gente no e n tra fá­ cilm ente en el p asad o p o rq u e cae m uy lejos de su experiencia de vida diaria. E ntonces todo in ten to de ap roxim ación al p asad o en cualq uier p arte necesitará de la in term ed iació n de tales in stitu cio ­ nes que re to rn a rá n con sus sistem as expertos, es decir con sus h a ­ bilidades y conocim ientos de arqueólogo, de co n serv ad o r o de museólogo. D icho de o tra m an era, d eterm in ad o s sistem as expertos com o los m useos, o en térm in o s generales, los organism os de ges­ tión del p atrim o n io histórico, actu an d o com o m ecanim os de d e ­ senclavam iento, co n trib u y en a sep arar el p asad o de la experiencia d irecta de la gente, con la g a ran tía de gozar de u n a to tal confianza p o r p arte de ésta. E ste p o n erlo todo en m an o s de otro, que hace el público, es u n acto de co n fian za ciego, la co n fian za que m erece el experto que acude p a ra salvar las d istan cias del tiem p o y del esp a­ cio. Un ejem plo: ¿quién es hoy cap az de in te rp re ta r co rrectam en te y sin ayuda un objeto h istórico cualquiera?; ¿quién conoce los có ­ digos que h acen inteligibles cosas ta n co m u n es hace ciento cin ­ cu en ta años com o u n calen ta d o r de cam a o u n arca de novia? A parte de la p érd id a que su p o n e la d ep endencia del público del sab er experto, p resen te en ta n tas situaciones de la vida, la tu r ­ bación de la vida m o d e rn a se ve in c re m en tad a p o r el h echo de alen tar ella m ism a el escepticism o an te la p ro p ia vida. E scép tica en relación a lo trascen d en te, no cede tam p o co en su d u d a m ás d es­ con certan te en todo lo que resp ecta a la ciencia. A unque to lerad as po r inevitables, ciencia y tecnología sólo son aceptadas p o rq u e p re­ sen tan dos caras o p u estas que llegan a com pensarse: la cara b u en a del progreso ap aren te, de la lucha c o n tra la en ferm ed ad y la m u erte y la cara m ala del m al uso, del riesgo n u clear y del desastre ecológico. La seguridad y tran q u ilid ad existenciales que p ro p o rcio ­ n ab an a n ta ñ o las trad icio n es y las co stu m b res no h an sido su stitu i­

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das p o r nuevas seguridades de recam bio am p arad as en el conoci­ m iento y ia razón. La persecución del pasado com o lenitivo a la a n ­ gustia de la d u d a es un rasgo característico de la m o d ernidad a te­ ner en cuenta.

L a s CONFIGURACIONES DE LA NOSTALGIA

A finales del siglo xix se extiende el sentim iento, difuso entre la sociedad de que con el cam bio de siglo se está acabando un gran ci­ clo histórico: el ciclo del ascenso y triunfo de la burguesía y de su instrum ento de poder, la riqueza industrial. Es u n a nueva crisis, p o ­ dríam os decir que «espiritual», correspondiente a un fin de era que el calendario se em peña en destacar. El p lanteam iento que entonces >se hace es el siguiente: el engranaje de progreso colectivo que h a ido haciendo cam ino a lo largo de la historia, la civilización m oderna, llega a su cénit. P ara unos, el sentim iento de plenitud correspon­ diente, de realización personal y colectiva, es refugio de certid u m ­ bres contrastadas, de calm a y m erecido retiro. P ara otros, en cam ­ bio, es la señal esperada que hace p erd er definitivam ente la fe en una form a tal de civilización, que ya ha d adó se sí todo lo que podía. Es decir, que u n a vez se ha llegado arrib a del todo y ya no hay p ro ­ greso posible en la m ism a dirección, sólo hay lugar p ara el descon­ cierto, la nostalgia y la decadencia. O rtega y Gasset lo explicaba así: En los salones del último siglo llegaba indefectiblemente una hora en que las damas y sus poetas amaestrados se hacían unos a otros esta pregunta: ¿en qué época quisiera usted haber vivido? Y he aquí que cada uno, echándose a cuestas la figura de su propia vida, se dedicaba a vagar imaginariamente por las vías históricas en busca de un tiempo donde encajar a gusto el perfil de su existencia. Y es que aun sintiéndose, o por sentirse en plenitud, ese si­ glo xix quedaba, en efecto, ligado al pasado, sobre cuyos hombros creía estar; se veía, en efecto, como la culminación del pasado. De aquí que aún creyese en épocas relativamente clásicas —el siglo de Pericles, el Renacimiento—, donde se habían preparado los valo­ res vigentes.* Esto bastaría para hacernos sospechar de los tiempos de plenitud; llevan la cara vuelta hacia atrás, miran el pasado que en ellos se cumple (Ortega y Gasset, 1990, 66-67).

Este m irar al p asad o origen de u n trayecto h istórico que p a ­ rece. que está a p u n to de acabarse, posiblem ente es u n «tic» que

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puede tam b ién descu b rirse en otros m o m en to s históricos, incluso en el actual. K. W alsh co m en ta que la fascinación que las clases acom odadas b ritán icas de la época v icto rian a sen tían p o r el p a ­ sado, con su ap ro p iació n de las im ágenes de la E d ad M edia y o tra p arafern a lia h istórica, era el p ro d u cto de u n a época ob sesio n ad a p o r el cam bio, a la b ú sq u ed a d esesp erad a de u n a h isto ria que p u ­ diese suplir la p ro m esa de tran q u ilid ad y co nfianza que ya no p o ­ día venir de las an tig u as certid u m b res y creencias (W alsh, 1992, 12). Era, p o r decirlo de u n a m an era, la an tesala de la nostalgia. A finales del siglo xix y prin cip io s del xx da la im p resió n de que se p roduce un acercam ien to sincero a u n p asad o que se m ira con d e­ leite y al que se atrib u y en d o n es especiales, ya que quizá haya te­ nido un peso m ayor del sospechado en la configuración del p re­ sente. Al m ism o tiem po se p ro d u ce el sen tim ien to co n trario , el síndrom e del p u n to de inflexión, que ve al p asad o com o algo segre­ gado del presente, de form a que ap en as se d escu b re n ad a en aquél que valga p ara éste, tal com o hem os visto antes. Se podría p e n sa r tam bién, a p a rtir de la idea de progreso que dom ina en las sociedades m odernas, que hay u n a co n stan te en la n atu raleza h u m an a, que no en vano la filosofía p o p u lar h a co n sa­ grado, que m ide el abism o que sep ara lo q u e se asp ira de lo que se consigue. Del m ism o m odo que las expectativas se m an tien en siem pre altas, los resu ltad o s siem pre p arecen m agros. A este sen ti­ m iento se su p erp o n e u n «accidente» n atu ral, el cam bio generacio­ nal. Los que ven p a sa r la vida, los que se h acen m ayores, experi­ m en tan la realidad de u n a form a d istin ta que los jóvenes. A los p ri­ m eros n ad a les es extraño, n ad a les em o cio n a con la em oción radical que vivieron los ro m ánticos; n ad a vale ab so lu tam en te la pena. A m edida que co rre la vida, dos sen tim ien to s invaden al in d i­ viduo: la nostalgia de los tiem pos pasad o s —h asta las experiencias m ás am arg as de la vida parecen, vistas a distancia, teñidas de un tono am able y sin aristas— y la ten d en cia a verlo todo tiran d o del gris al negro. El que fue m inero am a la m in a que le q u eb ran tó la salud y el p icap ed rero el m artillo y la escarp a que le estro p earo n las m anos. P ara am bos, la conservación nostálgica del recu erd o vale lo que p ara u n joven vale la pro m esa de u n triunfo. Y eso sim ­ plem ente porque, obedeciendo a u n a fuerza n atu ral irreductible, el final de los tiem pos se acercan y u n o n ad a puede h acer p a ra evi­ tarlo. Es el fan tasm a de la senectud. ¿Pasa lo m ism o con las colec­ tividades? Hoy en día el m useo con vocación co m u n itaria, que re­ conforta tan to s sen tim ien to s de nostalgia, se está im p o n ien d o p o r

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toda la E u ro p a postin d u strial. La altern ativ a a tan tas áreas in d u s­ triales que se han vuelto obsoletas y a tan tas in d u strias y m inas que h an tenido que c errar ha resultado ser la conversión de las m ism as en jardines p ara la nostalgia bajo la form a de m useos al aire libre de la h istoria de la in d u stria y la m inería. E n ellos los jubilados de E u rop a d escansan y reconfortan el espíritu rem em o ran d o las pe­ nas y las glorias pasadas. Algo parecido h ab ía pasado unas décadas antes, cuando la ráp id a d esap arició n de la ag ricu ltu ra y de las for­ m as de vida tradicionales de la gente del cam po alentó el deseo de supervivencia bajo la form a de m useos de la vida rural, de ecom u­ seos regionales, de granjas-m useo, etc. Pero volvam os al individuo. Se h a dicho que la n atu raleza di­ nám ica de la civilización co n tem p o rán ea hace que la perso n a de­ penda del sentido del tiem po en m ayor m edida que en el pasado. Ante la desorientación un poco esquizofrénica a que conduce un presentism o plagado de incógnitas aparece el cultivo de un pasado secuestrado, propio y privativo. El placer que pro p o rcio n a el con­ suelo de disponer de u n p asad o personal se vehicula m ediante la nostalgia y recae en objetos, en recu erd o s y en tótem s personales, en relación a los cuales el individuo percibe u n a vinculación di­ recta. Este sentim ien to parece ser que p asa de padres a hijos. W oodstock II 1994 tuvo el aspecto de u n a nueva gran fiesta de la nostalgia, u n a más. El rótulo lum inoso que recibía a los jóvenes pe­ regrinos en el lugar de la gran reunión decía, sin em bargo: «no m ires atrás, hace veinticinco años. Está ju sto delante tuyo». Justo enfrente había un futuro ya intuido o conocido. ¿O es que la nostalgia no es la sensación que queda cuando ya no hay nada de nuevo a la vista para descubrir o experim entar? La nostalgia ha sido uno de los lugares com unes donde h an ido a escarb ar los que se han preocupado por estudiar la fiebre conservacionista del m undo actual. Es, qué duda cabe, uno de los elem entos configuradores del nuevo culto al pasado.

El desarrollo histórico del conservacionism o moderno: factores y hechos Los factores clave en el desarrollo del fenóm eno conservacio­ n ista m oderno se p ueden a g ru p ar en cu atro grandes ap artad o s sig­ nificativos diferentes, au n q u e con discursos no en teram en te au tó ­ nom os, ya que unos y otros p resen tan frecuentes zonas de fricción y solapam iento. Los cu atro factores tienen que ver lógicam ente con

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las grandes tran sfo rm acio n es de las sociedades m o d ern as a nivel socioeconóm ico, político y psicológico, acaecidas sobre todo en los últim os doscientos cin cu en ta años. El ord en en que serán estu d ia­ dos no respo n d e a n in g u n a sistem ática particular, a no ser la evi­ dencia de un a cierta p au ta cronológica, ya que es p aten te que el p ensam iento histó rico m o d ern o ha ten id o u n origen que se en ­ cu en tra m ás lejos en el tiem po que la explosión del fenóm eno tu rís ­ tico. Son los siguientes factores: 1. El desarro llo de la conciencia histó rica m oderna. 2. El auge de la idea nacionalista. 3. Las consecuencias sociales y económ icas de la in d u striali­ zación. 4. Las grandes tran sfo rm acio n es del presente: «desarrollism o», m ercantilización de las relaciones económ icas y sociales, y turism o. Estos c u atro factores fu n d am en tales son testim o n io de las p ro fu n d as tran sfo rm acio n es que h an debido so p o rtar so b re todo las sociedades occidentales, y tien en com o co m ú n denom inador, en relación a la ap arició n y desarro llo de m an ifestaciones de a p re ­ cio hacia el p asad o y de co m p o rtam ien to s colectivos conservacio­ n istas del legado m aterial de la historia, la em an cip ació n p ro g re­ siva de las sociedades respecto al Absoluto, con su carg a des-sacralizadora y laicista, y el p rogreso co n tin u ad o h acia u n a m ejor com prensió n de las co o rd en ad as espacio-tiem po p o r las cuales evoluciona el gru p o hu m an o . Con resp ecto a esta segunda cuestión cabe insistir en la im p o rtan cia que ha tenido la concreción de la re ­ ferencia espacial sobre la que la sociedad evoluciona, el m ap a (ejem plo, el E stado-nación tien e u n o s lím ites geográficos, u n te rri­ torio que puede a u m e n ta r o d ism in u ir con el tiem po), y todo lo que de ello se deriva, com o la d in ám ica aco rtam ien to -alarg am ien to de las distancias, así com o el estiram ien to -en co g im ien to de la referen ­ cia tem poral, ta n to psicológica com o real, resu ltad o de los p ro g re­ sos de la ciencia y la tecnología.

E l DESARROLLO DE LA CONCIENCIA HISTÓRICA MODERNA P ara que se desvele la p reo cu p ació n p o r co n serv ar hace falta previam ente q u e se pu ed a d istin g u ir físicam ente en tre p asad o y

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presente. Es decir, hay que p ercib ir diferencias entre las cosas que están en nu estro entorno, de m an era que u n as m u estren signos de lo p retérito y otras, en cam bio, co n n o ten los tiem pos presentes. Com o el sentim iento conservacionista no se agota en el plano m a­ terial, hay que generalizar y decir que la llave de este fenóm eno re­ side siem pre en la percepción de diferencias en tre pasado y p re­ sente. E n un plano m ás intelectual p o d ría decirse que es pre-condición de una actitu d conservacionista u n a cierta conciencia de vivir el cam bio histórico y de v alo rar h asta d ó n d e llega el signiñcado del térm in o transición. H istóricam ente, el cam bio se h a vivido en algu­ nas épocas con m ás in ten sid ad que en otras, en función del grado de aceleración de la historia. E n d eterm in ad as fases de la historia que podríam os co n sid erar aceleradas, p orque p asan m uchas cosas en poco tiem po, las reacciones de las elites oscilan y en algunos ca­ sos acaban p o r rech a zar el pasado, p orque se sien ten cad a vez an í­ m icam ente m ás alejadas de la sociedad p asad a y h asta incluso in­ com patibles con ella en m uchos aspectos; aunque tam bién se pro ­ ducen reacciones de conveniencia, p a ra dirig ir con m ás eficacia toda la energía social en favor del sentido de la corriente, cosa que es percibida p o r el conjunto de la sociedad .como u n a decisión llena de u n a lógica adm irable: no hay p o r qué p o n er trab as al progreso ni hace falta m ira r h acia atrás. Algunos casos de este tipo h a n sido ya ilustrados. E sta falta de sin to n ía con el pasado no quiere decir que se abom ine de todo el pasado. S iem pre hay u n a escala de tiem ­ pos m ejores y peores. Hay, pues, pasados y pasados y es casi u n a ley de la h isto ria el hecho de ab o m in ar de u n pasado p ara poder sustitu irlo p o r otro que concuerde m ejo r con las inquietudes del presente. Los hom bres h an en co n trad o siem pre un pasado p ara su presente. No es u n a excepcionalidad, pues, el que en estos m o m en ­ tos concretos del siglo xx n u estro p resente en cu en tre en cada lugar uno o distintos pasad o s que le seduzcan. P or ello los vestigios del pasado reciben ta n ta atención; u n a aten ció n que es crítica en u n as ocasiones, ingenua en o tras y aún d esm esu rad a en otras, y que com p orta puntos de vista distintos y m atices nuevos en relación a com o era contem plado el p asad o en o tro m om ento. H asta el siglo xvi predom inó en E u ro p a u n a visión pesim ista del m undo y la historia, pues se creía que aquél se alejaba de la E dad D orada, la del P araíso Terrenal, y se h u n d ía poco a poco en la decadencia. E sta visión trad u cía u n a concepción de las cosas que privilegiaba la idea del valor suprem o de lo prim igenio. S uprem os habían sido los antiguos que h ab ían d ictam in ad o definitivam ente

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sobre todas las cosas de este m undo, po r lo que no hab ía m ás re ­ m edio qué seguirlos. C ontra esa visión em p ezaro n a levantarse vo­ ces d u ra n te el R enacim iento, com o la de F rancis Bacon, que creía que los antigu o s no lo h ab ían d escubierto ni pensado todo, p o r lo que era necesario acercarse a la n atu raleza sin prejuicios p a ra tra ­ ta r de d escu b rir sus secretos; o la de Luis Vives, que veía a los h o m ­ bres de su tiem po tan grandes o m ás que sus antecesores. Se exten­ dió la idea de que los m od ern o s estab an en m ejo r disposición que los antiguos an te la vida, to d a vez que h ab ían d ispuesto de m ás tiem po p a ra a c u m u la r conocim ientos y añ ad irlo s y co n trastarlo s con los que ya h ab ían sido ap rendidos. D ecían, en resum en, que la verdad era hija del tiem po (W hitrow, 1990, 176). E n el R enaci­ m iento m an d a la concepción de la h isto ria com o progreso cíclico, con la antig ü ed ad com o u n o de sus p u n to s álgidos y o tro en los tiem pos corrientes, p o r eso aquellos h o m b res p en sab an y actu ab an m ás en función del presen te que los de las generaciones anteriores. El tiem po ya no era u n a m áq u in a ciega de d estru cció n com o se h a ­ bía aco stu m b rad o a re p re se n ta r en la E d ad M edia, con el sim b o ­ lism o del espectro de la gu ad añ a. El p asad o ya no in sp irab a un res­ peto servil, m ás bien p ro d u cía nostalgia. La percepción de las dife­ rencias en tre u n p u n to del ciclo y o tro p u n to se trad u cía, en lo que respecta a las actitu d es h acia los vestigios del pasado, en u n a pos­ tu ra desigual y m uy selectiva q u e privilegiaba las reliquias de los tiem pos de los clásicos. Así se revitalizó u n a p eq u eñ a selección de restos del pasad o p o r su in terés ejem plar, siem p re a la m ed id a de las necesidades del m o m en to —m oda, im itación, in sp iració n — p ara el estudio o la contem plación, y p ara la reutilización. El siglo xvm Vico, Voltaire y M ontesquieu, casi p o r este orden, fueron los prim eros en llam ar la aten ció n del m u n d o m o d ern o sobre la im ­ p o rtan cia del estudio de la historia, siem pre que se refiriese a los logros del género h u m an o en el terren o de las artes, las ciencias, la filosofía y las leyes y no a los caprichos y am biciones de los p a rti­ culares. P ara Voltaire, la h isto ria m ás valiosa es aquella a través de la cual uno puede seg u ir la tray ecto ria del progreso de la h u m a n i­ dad. D urante el siglo xvm avanza u n a visión de la h isto ria que va m ás allá de la crónica o la biografía; surge la conciencia de la im ­ p o rtan c ia colectiva del cam bio. M ientras, el cam b io se hace p re­ sente en la vida. En el teatro ap arecen los p rim ero s vestidos de

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época y la m oda busca la inspiración en las ro p as de otros tiem pos. Es todo un sínto m a de u n a nueva m a n era de percib ir las diferen­ cias entre pasado y presente, que baja al nivel del hom bre de la ca­ lle. Por ello no sorp ren d e que tam b ién sea en esta época cu ando se m anifieste por p rim era vez u n a p reocupación seria p ara preservar los restos del pasado. La adjudicación de u n valor especial a m o n u ­ m entos y restos arqueológicos, con u n énfasis d istinto a com o se había producido en los dos siglos an terio res, se p ro d u cirá desde el m om ento en que la conciencia sobre la h istoricidad del ser h u ­ m ano se hace inseparable de su n atu raleza hum ana; en otras p ala­ bras, desde el m om ento en que aparece la necesidad de la historia. La necesidad de la h istoria va ligada al descu b rim ien to de la singu­ laridad de los procesos históricos. Se tra ta de u n a visión hija del ra ­ cionalism o, que rech aza la h isto ria com o capricho de la Providen- cia y coloca en su lugar la idea de la h isto ria com o proceso co m ­ plejo que d eterm in a la especificidad de cada gru p o h u m an o y de cada época. Turgot, el m ayor exponente de esta idea, en sus escri­ tos sobre la histo ria viene a decir que el talento individual no da la m edida del progreso de u n a sociedad, sino las circu n stan cias de su pasado. Por su parte, C ondorcet fu n d am en ta en su fam osa o b ra Esquisse d ’un tablean historique des progrés de l'esprit h u m a in la inevitabilidad del progreso hum ano. En ella C ondorcet p resenta a la h u ­ m anidad avanzando sin p au sa p o r el send ero de la verdad, la virtud y la felicidad, h acia u n fu tu ro esplendoroso (au n q u e ello no le evitó ser asesinado p o r girondino). Este determ in ism o histórico tenía un fundam ento. El p en sam ien to ilu strad o con la ayuda de la física de Newton, que había cam b iad o la noción del tiem po, y la co n trib u ­ ción de navegantes y exploradores que h ab ían am pliado las pers­ pectivas del hom bre europeo sobre las inm ensidades territoriales a escala planetaria, y con la seguridad de co n tem p lar u n a sociedad que avanzaba decidida hacia el futuro, apostó a finales del si­ glo x v i i i por la h istoria com o progreso. Es razonable p en sar que con estas bases las percepciones so­ bre los testim onios del pasado sigan el p atró n siguiente: la n a tu ra ­ leza h u m an a progresa inexorablem ente; hay testim onios que lo p o ­ nen de m anifiesto, p o r tanto, los pro d u cto s de los que nos h an p re­ cedido que han quedado, algún valor h an de ten er de prueba, y en cu alquier caso seguro que tienen un valor general instructivo sobre la propia n atu raleza hum ana. P o r eso no es extraño que el siglo x v i i i , al lado de h isto riad o res filósofos com o Vico y Voltaire, reú n a una nóm ina brillante de auscu ltad o res del pasado que no dejan de

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lado los testim onios m ateriales; al con trario , los co n cep tú an com o vehículos.insustituibles p ara el conocim iento. N os referim os a e ru ­ ditos y an ticu ario s com o el abate M ontfaucon, el conde Caylus y Seroux d ’A gincourt en F rancia; el italiano Maffei, el b ritán ico Gibbon, el suizo S im onde de Sism ondi y algunos ilustrados españoles com o Félix Am at o A ntoni Despuig. Son los intelectuales europeos m ás decididos a reiv in d icar p ara el estu d io del p asad o el valor de la experiencia visual directa sobre los restos m ateriales. Al inicio del siglo fue M ontfaucon q u ien rein ició el cam ino en treab ierto en si­ glos an terio res de u n a m an era dispersa, con la o b ra L'Antiquité expliquée et representée en figures, en la que evaluó sistem áticam en te los testim onios m ateriales del p asad o en fo rm a de im ágenes —es­ tatuas, relieves— p ara el co n o cim ien to histórico. Al final del siglo, el am bicioso legado h istoriográfico de S im onde de Sism ondi ejem ­ plifica la consecución de un p u n to de inflexión en la valoración con el m ism o objetivo de los restos del pasado. E n p alab ras de H askell, «muy ra ra s veces, o quizá n u n ca, h ab ían desem p eñ ad o antes los m o num ento s u n papel tan eq u ilib rado y al m ism o tiem po tan reve­ lad o r en la evocación del pasado» (H askell, 1994, 205). E stablecido d u ran te el siglo xvm el m arco general de la h isto ­ ria —los testim onios m ateriales y do cum entales d an u n a visión progresiva del desarro llo de las sociedades a lo largo del tiem po donde se pueden d istin g u ir fases que van desde las m ás prim itivas a las m ás sofisticadas y m o d ern as— , y su validez —la historia com o filosofía de las sociedades h u m a n as b asad a en el carácter instructivo de los ejem plos— , ya sólo qu ed a esp erar a que p ase el tiem po y ap arezcan los resultados. D ecir de algo que es histórico desde finales del xvm y d u ran te g ran p arte del xix será la form a norm al de significar lo que luego se señ alará com o científico. H is­ toria y ciencia se confunden. E ste p ro fu n d o sentido de la histo ria era m ás com ún de lo que m u ch as veces se cree. H abía calad o en la sociedad eu ro p ea del últim o tercio del siglo xvm. Apenas caben d u ­ das de que lo debía te n er en F ran cia el D irectorio y el m ism o Talleyrand m inistro, cu an d o en 1798 envía u n a flota a la co n q u ista de E gipto con N apoleón B o n ap arte al frente, que integra, ap arte de los soldados, u n a C om isión de Ciencias y Artes fo rm ad a p o r ¡ 167 científicos y técnicos!, en tre los cuales hay n u m ero so s h isto riad o ­ res, todos bajo la dirección de Vivant D enon. E ste personaje, fu tu ro d irecto r del Louvre, se en carg ará de elab o rar u n a m o n u m en tal Description de VEgypte, que verá la luz en 1809, que rep resen tará el acta fundacional de u n a nueva especialidad arqueológica, la egip­

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tología. El m ism o sentido de la h istoria lo debía ten er tam bién un explorador y científico com o Antonio de Ulloa, quien en 1772, en sus Noticias americanas escribe cosas tan reveladoras com o las si­ guientes: Las memorias de la antigüedad son las demostraciones verídicas de lo que fueron las gentes en los tiempos a que se refieren: por ellas vienen a averiguarse lo que alcanzaron, el modo en que se manejaron, su gobierno y economía [...] sin los monumentos, que sin embargo de la ruina de los tiempos se conservan en alguna parte, no habría docu­ mentos formales de donde inferirlo (Alcina, 1995, 15-16).

En E sp añ a hay notables testim onios de la m en talid ad del sete­ cientos que expresan la aparición de una clara «necesidad de h isto ­ ria». Como en otros lugares de E uropa, este interés p o r la historia , se focaliza en las Academ ias. Desde el añ o 1700 la Academ ia de los D esconfiados reún e en B arcelona a un grupo de aristó cratas in tere­ sados po r la historia. Es la antecesora de la A cadem ia de las B ue­ nas Letras, que h ará las veces de A cadem ia de la H istoria en C ata­ luña, la cual desde su fundación en 1729 se im pone la redacción de una h istoria verídica de C ataluña. C uando en 1736 en M adrid se es­ tán red actan d o los estatu to s de la que sefá Real A cadem ia de la H istoria se d eterm in a que su objetivo principal será lim piar la his­ toria de E spaña «de las fábulas que la deslucen e ilu strarla de las noticias que parezcan m ás provechosas». Es la m ism a búsqueda de u n a verdad histórica «científica», que da la im presión que h asta entonces nadie se ha ocupado de que luzca. En pocos años la Aca­ dem ia m adrileña o rg an izará su p ro p io m useo de antigüedades, porqu e según certifican sus prom otores, no se puede escribir h isto ­ ria sin ten er a m ano los vestigios au tén tico s del pasado. El m a r­ qués de Valdeflores, que trab aja p ara la A cadem ia en u n a Historia General de España, piensa que las fuentes principales que debe co n ­ su lta r son «...los m o n u m en to s originales de cada siglo... d eposita­ rios de la verdadera historia» (M ora, 1991, 31). H acia m ediados de siglo, la influyente figura de G regorio de M ayans y S isear ejerce un m agisterio ex trao rd in ariam en te provechoso en favor de una h isto ­ ria crítica, del que p articip a el padre Flórez, au to r de la m o n u m en ­ tal historia de la Iglesia española La España sagrada, escrita en base a indagaciones realizadas sobre d o cu m en tació n original y a p a rtir de los vestigios m ateriales existentes, p arro q u ia p o r p arro ­ quia. H acia finales de siglo, Félix Amat., igual que Andrés M ayoral en Valencia o Antoni Despuig en Palm a de M allorca, otros dos des­

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tacados eru d ito s ilu strad o s, co n trib u y e a fu n d ar en T arragona u n a S ociedad de Amigos del País, Los tres y aú n algunos m ás en o tras capitales se involucran desde las Sociedades en la creación de m u ­ seos arqueológicos n u trid o s con el fruto de las p rim eras excavacio­ nes que se realizan en el en to rn o de sus ciudades. E n 1782, Félix Amat fu n d am en ta la necesidad de la h istoria con estas palabras: «El am o r que la n atu ra leza y !a religión nos in sp iran p o r la a n ti­ güedad venerable nos hace d esear el co n ocim iento de la larga serie de nu estros an tep asad o s y de sus gestas heroicas. P or eso todos los pueblos am an a sus an tig u as m em orias.» A unque a veces su tra ­ bajo se disfrace de o rato ria, n u n ca ceden en la persecución de la do cu m en tació n original, escrita o en form a de objeto, y tam poco sep aran los térm in o s investigar la h isto ria y co n serv ar las reliquias m ateriales del pasado. El académ ico M ariano Oliveras, p o r ejem ­ plo, expresa sus ideas sobre la necesidad de la historia, p ro p o ­ niendo actos de reivindicación p ú blica del p asad o en los q u e a p a ­ rezcan los m o n u m en to s en peligro de perderse. Así, h acia 1790 prop on e u n inédito m useo al aire libre de an tig ü ed ad es de la ciu ­ dad de B arcelona, que el eru d ito p ad re V illanueva se en carg a de re­ latarnos. Se tra ta ría de salvar u n a fam osa láp id a de la calle de H ér­ cules y o tras an tig ü ed ad es disp ersas de la ciudad, y: ... reunirías en un paraje público, que podía ser el paseo que llaman de la Explanada, levantándose de trecho en trecho los pedestales co­ rrespondientes, que al mismo tiempo servirían a la decoración y honrarían a la ciudad y por la noche podrían ser guardados por los mismos guardas del paseo (Bohigas, 1946, 130).

La m ás rem o ta an tig ü ed ad fue tam b ién objeto de in terro g a­ ción. El m en o rq u ín J u a n R am is, al co rrien te de lo que co m en zab a a in teresar a los h o m b res de ciencia europeos, publicó en 1818 en M ahón u n as Antigüedades célticas de la Isla de Menorca, u n o de los prim ero s estudios publicados en E u ro p a sobre la p reh isto ria. Lo era efectivam ente p orque se tra ta b a del m o m en to ju sto en que es­ tallab a esta nueva especialidad de los estudios históricos, cu an d o en la o tra p u n ta de E u ro p a, en C openhague, T hom sen p rep arab a u n a guía del M useo N acional D anés sobre las an tig ü ed ad es escan ­ dinavas do nd e fijaba u n a división de las colecciones en tres edades —piedra, b ro n ce y h ie rro — de acu erd o con la clasificación p ro ­ p u esta inicialm en te en 1813 p o r su colega V edel-Sim onsen. M ien­ tras tanto, al o tro lado del A tlántico, en la A m érica hispana, los p ri­

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m eros arqueólogos del nuevo m u n d o —Alzate, Dupaix, Feyjoo de Sosa, etc.— em pezaban a investigar, con gran esfuerzo y enorm es dificultades físicas, con m étodo y rigor com o sólo era conocido en m uy pocos lugares de E uropa, ios gran d es m o n u m en to s precolom ­ binos. De esta m an era el ho m b re del siglo xvm, que en la epistem o­ logía de Foucault se sitú a en el u m b ral de la época m oderna, está p rep arad o p ara im p u lsar cam pos especializados de indagación h is­ tórica, com o los correspondientes a la arqueología y la p rehistoria y a disciplinas afines com o la etnología y la m useología. Pompeya y lierculano fueron los primeros Uno de los pocos lugares de E u ro p a donde se excavaba a fondo en el siglo xvm era Pom peya, y eso la hace m erecedora de un com entario aparte. Pom peya, con H erculano y E stabia, form an un triángulo m ágico porque traen a la im aginación del h o m b re m o ­ derno la idea m ás red o n d a de lo que en arqueología significa la p a­ labra descubrim iento: ciudades en teras literalm ente en terrad as y ex trao rd in ariam en te bien conservadas. Dos tu ristas del siglo, un inglés y un francés, h an dejado un testim onio vivo, rico y esp o n tá­ neo de su experiencia viajera p o r tierras vesubianas. Francpois de Paule Latapie escribía en 1776 en su libro de notas de viaje: «el es­ pectáculo m ás sin g u lar e interesante... h a sido el de u n a villa ro ­ m ana com o saliendo de la tum ba, casi con el m ism o frescor y la m ism a belleza que tenía bajo los Césares» (Bologna, 1994, 110). Por su parte, el escrito r H orace W alpole enviaba en ju n io de 1740 una carta desde N ápoles a un am igo y le decía: No soporto hacer descripciones que se pueden encontrar en cualquier libro de viajes, pero hoy hemos visto una cosa de la cual es­ toy seguro que nunca habrás escuchado ni leído nada. ¿Has oído de­ cir alguna vez que existía una ciudad subterránea; una ciudad ro­ mana entera con todos sus edificios bajo tierra?... Debes pensar que todos los muros quedaron aplastados; al contrario, excepto algunas columnas, se han encontrado todos los edificios en su sitio, en pie... Nada hay padecido que se conozca en el mundo; me refiero a una ciudad romana de aquella época conservada y que no haya sido co­ rrompida con reformas modernas (A.A.V.V., 1977, 13-14).

Sorpresa y fascinación y o tras em ociones que los visitantes de entonces com o los de hoy siguen sintiendo an te la posibilidad de trasp asar físicam ente las p u ertas de un m u n d o que quedó de im~

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proviso en cerrad o en u n m o m en to trágico de su existencia, se apagó y .perm aneció d esap arecid o siglos y siglos. El d escu b ri­ m iento de Pom peya y H ercu lan o tuvo lugar rein an d o en N ápoles Carlos de B orbón. Él m ism o fue quien o rd en ó rein iciar en 1738 un as excavaciones al pie del Vesubio, en R esina, so b re los restos de H erculano, cerca de d o n d e h abía p ro b ad o su erte unos años an tes el príncipe de Elboeuf, quien h ab ía llenado su palacio de objetos rom anos, sacados del subsuelo, palacio que ah o ra h ab itab a el m ism o rey. Ante las dificultades que p resen tab a seguir excavando en el sitio co rresp o n d ien te a H erculano, en 1748 el rey m an d ó al ingeniero m ilitar español A lcubierre d a r inicio a la excavación de o tro lugar p ro m e te d o r Torre A nnunziata, el sitio de Pom peya. El rey asum ió el control de las excavaciones del área vesubiana con el título de P ropietario Real e instituyó u n patro n azg o so b re las m is­ m as, financiándolas y to m an d o severas m ed id as p ara evitar su ex­ poliación y destrucción. El objetivo era o b ten er tan tas an tig ü ed a­ des y obras de arte com o fuera posible, p ara dep o sitarlas en el Pa­ lacio Real donde p o d rían ser ad m irad as p o r q u ien lo solicitase. A tal fin, A lcubierre puso en m a rc h a un p ro ced im ien to de excavación m ás elaborad o que el d esarro llad o en H erculano, que, sin em ­ bargo, tam b ién fue d u ram e n te criticad o p o r W inckelm an, quien p u d o e sta r presen te com o o b serv ad o r en algún m om ento, com o había sido criticado p o r G oethe el p ro ced im ien to expeditivo en sa­ yado en la o tra ciudad. En P om peya se ab rie ro n zanjas al aire libre que p u siero n de m anifiesto las edificaciones, y este hech o hizo p en sar que debía planificarse m ejo r todo el trab ajo de exhum ación de restos, porque d efinitivam ente p arecía claro que allí debajo se escondía u n a ciudad entera. M ientras tanto, H ercu lan o q u ed ó en m anos del arq u itecto suizo Weber, que p udo c o n tin u a r los trabajos con m ayor suerte y m ejo rar los pro ced im ien to s de excavación. No fue h asta 1763 cu an d o se conoció que debajo de Torre A nnunziata estaba Pom peya. P or aquel entonces, F rancisco de la Vega h ab ía sucedido a A lcubierre, m ejo ran d o la técnica de excavación y p o ­ niendo al descu b ierto varios edificios en tero s que fueron consoli­ dados y d o cu m en tad o s (Alcina, 1995, 67). Tras la m a rc h a del rey Carlos a E sp añ a, P om peya sufrió un paró n , pero la experiencia de los p rim ero s «arqueólogos» de P om peya y H ercu lan o serviría p ara m ejo rar en lo sucesivo las técnicas de excavación. Su trab ajo tuvo u n a enorm e rep ercu sió n en to d a E u ro p a, no en vano rep resen tó el n acim ien to de la arqueología com o p ro ced im ien to de investigación del legado histórico m aterial, p u esto que en tre 1748 y 1775 los re s­

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ponsables de la excavación supieron tran sfo rm a r un inicial pozo de los tesoros y las sorpresas en u n taller ab ierto a la experim entación que acabó dejando al aire libre, tai com o h abían sido encontradas, las estru ctu ras m ás im p o rtan tes, au n q u e no lo que contenían, p ara que pu dieran ser visitadas in situ. A finales del siglo xvm Pom peya y H erculano constituyen un ejem plo clave del m om ento histórico en que la historia com o saber descubre el valor d o cum ental de los vestigios del pasado (véase fig. 6). El siglo xix D urante el siglo xix se ab re paso u n a m ística de la histo ria que com ienza con el rom anticism o, u n a época a caballo de dos siglos llena de agitación y de cam bios reales, que recoge las ideas de la Ilustración y del p en sam ien to ro u sso n ian o y tiene en C h ateau ­ briand, Novalis y W alter S cott a sus publicistas m ás conocidos. El espíritu ro m án tico llena la sensibilidad eu ro p ea de la p rim era m i­ tad de siglo, au n q u e sus iniciales propagadores, com o R ousseau, H erder o G oethe viven en pleno siglo xvm. H erd er reivindica con G oethe eí genio de la E dad M edia frente al m u n d o an tiguo grecorom ano, m ientras descubre el valor de lo local —nación, patria, lengua—, p ara la historia. R ousseau, figura clave en el cam bio de sensibilidad de los jóvenes europeos de final de siglo, ju g ará ta m ­ bién, en relación a la aparición de u n a nueva m an era de co n tem ­ plar la historia, un papel fundam ental. Al reivindicar las em ociones en el ser hum ano, R ousseau contribuye a fam iliarizar a los indivi­ duos con su pasado, en ta n to que fo rm a parte de la vida ín tim a de cada uno. R ousseau se sep ara de sus co n tem p o rán eo s en la visión general de lo que es la historia. Ve un pasado m odélico y tran sp a­ rente que queda m uy lejos de la realidad de su tiem po, una especie de prim avera de los tiem pos o edad de la inocencia en la que el ser hum ano era feliz. E sta visión o p tim ista hacia atrás tenía un sitio en el p an o ram a intelectual del m om ento y se convirtió en altam ente inspiradora y em ocionante p ara las nuevas generaciones, a las que llenó de ilusión. Al m ism o tiem po era exigente hacia el fu tu ro p o r­ que su interpretáció n pesim ista sobre la evolución del ser h u m an o podía servir de advertencia y lección. W hitrow ha resum ido muy acertad am en te la visión ro u sso n ian a de la vida al decir que desti­ laba u n deseo de vivir el fu tu ro a la m an era del pasado. R oussonianos en espíritu se co m p o rtaro n m uchos in telectu a­ les y artistas de la época. El arq u itecto Schinkel, p o r ejem plo, cons­

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truyó en 1826 unos baños ro m an o s según el m odelo pom peyano, d en tro de,los jard in es del palacio de S ansouci en P otsdam , p o r encargo de Federico G uillerm o IV de Prusia. En este palacio se recreó u n ám bito de ap arien cia m useal, to talm en te ficticio, donde los b a ­ ños no servían p ara b añ arse, sino p ara evocar eficazm ente, com o lo hacían m uchos jard in es co n tem p o rán eo s ad o rn ad o s de ru in as de d istin tas épocas, u n m u n d o evanescente y em otivo que h ab lab a d irectam en te a los sentidos. R ousseau no estab a solo; algunos de sus con tem p o rán eo s com o Voíney o G ibbon h ab ían d esarrollado u n a especial sensibilidad a ten ta a la huella que deja el paso del tiem po en los h om bres y en las cosas. La fuerza an iq u ilad o ra del tiem po era m otivo de am arg a reflexión y las ru in as su m ás im pac­ tante reflejo. Es conocida la confesión de G ibbon según la cual la inspiración p ara escrib ir The H istory o f the Decline and Fall o f the R om án Em pire le vino co n tem p lan d o las ru in as de R om a, d o n d e la extensa perspectiva de desolación, el paso del tiem po y la pequeñez del ser h u m a n o an te las fuerzas in controlables de la n atu raleza le provocaron u n vuelco in terio r que resultó en la red acció n de la obra. No se tra ta b a de u n a reacción nueva. G ibbon no h acía o tra cosa que im ita r a sabiendas a P etrarca, en b u sca de inspiración: «nos cuenta (P etrarca) cóm o, aco m p añ ad o de G iovanni Coíonna, escalaba frecuentem ente las gigantescas bóvedas de las Term as de D iocleciano. Allí en el aire puro, en el silencio profundo, an te la vasta perspectiva que se a b ría an te ellos, conversaban no sobre n e­ gocios, ni sobre política, ni sobre cuestiones dom ésticas, sino sobre la H istoria con la m irad a p u esta en las ruinas» (B urckhardt, 1979, 134). El conde de Volney, p o r su p arte, dejó unos textos que son la p u ra im agen del sen tim ien to ro m án tico frente al paso del tiem po. Ante las ru in as de P alm ira escribe: Infundían en mi ánimo cierto pavor religioso estas yermas sole­ dades, esta apacible noche y esta majestuosa escena: el aspecto de una vasta ciudad desierta, la memoria de los pasados tiempos, la comparación del presente estado, todo enaltecía mi corazón. Sentéme sobre un trozo de columna, y, apoyando el codo en la rodilla, reclinando en la mano la cabeza, paseando ora la vista por el de­ sierto, y ora clavándola en las ruinas, me entregué a una honda con­ templación (Volney, 1975, 19).

La contem p lació n y la m editación p o r sí solas, o la recreación com o sugieren los arquitectos, no satisfacen a o tro rom ántico, el catalán Pablo Piferrer, q u ien siente im pulsos irrefrenables de des­

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cu b rir por sí m ism o qué se esconde d etrás de los lienzos de m uro de los antiguos m onum entos, pues confía en co n trar d en tro las lla­ ves explicativas de los m isterios de la historia. F rente al m onasterio de S antes Creus en Tarragona, P iferrer ve prefigurada la historia y exclam a: «Ante ella se m edita involu n tariam en te y se siente aún m ucho m ás que no se m edita: el corazón obra m ás que el p en sa­ m iento e im pele a acercarse a sus m u ro s y a ver lo que oculta tras sí tan m isterioso velo» (Piferrer, 1843, 2 9 6 ). Piferrer confía en d escu b rir m ediante los m o num entos la a p a ­ riencia de los tiem pos. Com o otros eru d ito s rom ánticos, siente fas­ cinación por en fren tarse cara a cara con la h istoria y d escu b rir su m isterio. E stas gentes se p reg u n tan cosas com o: ¿cóm o debía ser en el pasado este lugar en el que ah o ra estoy?, o ¿cóm o era la vida de cada día hace mil años?, o tam bién, ¿qué p en sab an y qué sen­ tían los pobladores del pasado?, y claro está, ¿qué nos pueden ense­ ñ a r o qué podem os ap ren d e r de ellos? E sta aproxim ación sensorial al pasado da cuenta de la afición que ten ían los ro m án tico s p o r los escenarios históricos, desde la ru in a aislada, a la recreación h istó ­ rica fabricada con la ayuda de la arqueología y la im aginación. La m ism a sensibilidad es presente a principios del siglo xix en los p in ­ tores históricos y seguirá con los orientalistas. Los artistas reco n s­ tru irá n con rig o r y fidelidad al m odelo pergeñado por los eruditos, u n a im agen d eterm in ad a del hecho histórico, lo m ás creíble posi­ ble, con atención especial al en to rn o de los personajes, a sus vesti­ m en tas y adornos y a los objetos de uso habitual, que acab ará por calar en la sociedad. Los orientalistas crea rá n u n territo rio nuevo en el im aginario europeo y sugerirán el viaje al m ism o. A veces el deseo de viajar al en cu en tro de la h istoria va m ás allá de lo real o tiene un tan to de m etafórico. Se em pieza con el m ás allá geográfico de las an típ o d as y se term in a reconociendo a la A tlántida, o al revés. E stas cosas seducen a la m ayoría de la pobla­ ción cuita y levantan polvaredas en u n tiem po de exploraciones eu ­ ropeas p o r Asia, A m érica y África, conviertiéndose el destino en o b ­ jeto de deseo, unas veces p u ram en te literario, o tras m aterial y an ti­ cuario. Ese m ás allá geográfico, que vive un tiem po cam b iad o al nuestro, piensan los rom ánticos, es el te rrito rio de lo exótico y lo pintoresco. Pero en la lejanía los ro m án tico s buscan algo m ás p ro ­ fundo que las form as ab ig arrad as que atraen a la vista. La alteridad es u n valor y hasta u n a b ú squeda obsesiva. El o tro es el salvaje, el chino, el indio o el turco, aquel individuo que es diferente y que nos ayuda a co nfirm ar lo que pensam os que som os. Unos pocos privile­

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giados logran em p ren d er el viaje de los sueños, u n trayecto que tiene m ucho de iniciático a la b ú sq u ed a de las claves p a ra en ten d er el d estin ó de la h u m an id ad . Volney, uno de los prim ero s que viaja a O riente, busca el origen de las religiones. Pero los viajes explorato­ rios reales que co n ectan con la h isto ria de la h u m an id ad em peza­ ron en el R en acim iento y p o r Am érica. F rancisco López de G om ara en su Historia General de las Indias p u b licad a en 1552, piensa en la A tlántida com o origen de los pobladores del Nuevo M undo, tesis que Buffon y H um boldt siguen so steniendo doscientos cin cu en ta años después, m ien tras H ern án C ortés m u estra a E u ro p a el Tesoro de M octezum a y Felipe II colecciona objetos am erican o s con avi­ dez. D espués será el O riente de los asiáticos y de los m ás d istan tes am arillos lo que d esp erta rá el interés. E n concreto, la p o p u larid ad del O riente C ercano vino de la necesidad de cotejar el testim onio de las S agradas E scritu ras con el paisaje y sus gentes y al final con los restos arqueológicos. De hecho, la nostalgia de Dios en u n tiem po de m u d an zas fue uno de los principales responsables del renovado auge de la h isto ­ ria a principios del siglo xix. El a ristó c ra ta C h ateau b rian d , al vol­ ver a P arís del exilio en 1800, es q u ien p ro n u n cia el p rim er m a n i­ fiesto en favor de la necesidad de la h istoria; an te la m ag n itu d del cam bio, escribe: El viajero no veía ya desde lejos aquellas benditas torres que an­ tes se alzaban hasta el cielo como otros tantos testigos para la poste­ ridad; y nuestras ciudades, despojadas de sus recuerdos, parecían ciudades recién construidas en medio de un mundo nuevo (Haskell,

1994, 224). El gobierno francés resp o n d ió p ro n to a los anhelos de los p ri­ m eros grandes ro m án tico s que, com o C h ateau b rian d , eran creyen­ tes sinceros y se dolían p o r la destru cció n de los m o n u m en to s de la cristiandad. E n 1810 o rd en ó u n censo de m o n u m en to s an tig u o s y pocos años después consignó, p o r p rim era vez, d in ero púb lico p ara la conservación de m on u m en to s. F rancia, en la van g u ard ia del m o ­ vim iento ro m án tico en E u ro p a, se convirtió en pocos años en u n gran taller de h isto ria, con el con o cim ien to histórico p ro d u cién ­ dose ta n to a escala nacional com o local, ta n to p o r profesionales com o p o r aficionados. F. H askell (Haskell, 1980) co n sid era que en F rancia se pro d u jo paralelam en te u n a au tén tic a recreació n del p a ­ sado p o r m edio de la m oda y con la co n trib u ció n del coleccionism o

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privado, iniciándose el fenóm eno a finales del xvm, estallando d u ­ rante el P rim er Im perio con el boom de la p in tu ra histórica y cul­ m inando con el S egundo Im perio. Fue un g ran m ovim iento social. Pero en F rancia la h istoria de este fenóm eno h ab ía em pezado con la Revolución. El m ism o autor, que explica episodios de d estru c­ ción de m onum en to s y escu ltu ras «com prom etidos», y de bienes nacionalizados de la Iglesia a m anos de revolucionarios d u ran te el bienio 1792-1794, co ro n a antes que a C hateau b rian d , a Alexander Lenoir com o la conciencia conservacionista que m ás hizo p ara sal­ var el patrim o n io histórico del país en aquella coy u n tu ra difícil (Haskell, 1994, 225-228). Lenoir, tras recoger y d ep o sitar en los al­ m acenes de los Petits A ugustins de París fragm entos de estatuas, sepulcros y lápidas en peligro, abrió p o r iniciativa p ropia un m useo de los m onum en to s franceses. V erdaderam ente el m useo de Lenoir era u n hom enaje a las glorias pasadas de F rancia, com o reconocie­ ron luego algunos de sus ilustres visitantes, y au nque tuvo una co rta vida, el M usée des M onum ents F rangais sirvió p ara que los franceses descu b rieran la historia de su país. F rente al p atró n n eo ­ clásico de valorar la escultura ú n icam en te desde el p u n to de vista de sus valores estéticos, Lenoir supo in cid ir en la idea de m o strar el testim onio de u n a m anifiesta co n tin u id ad histórica. Con sus salas de época orden ad as en espacios que reflejaban la secesión tem p o ­ ral y un ja rd ín de escu ltu ras reco n stru id as con los p rotagonistas de la histo ria nacional de F rancia, d esp ertó el sentim iento y la im agi­ nación históricos del público de la nueva era napoleónica. Unos años después apareció u n nuevo gran valedor del p a tri­ m onio histórico: V íctor Hugo. P ara este poeta y agitador, los m o n u ­ m entos de F ran cia eran fuente de inspiración y san tu ario de las esencias patrias. Por eso su obra literaria Notre Dame de París, donde el escenario de p ied ra es el soporte físico indispensable de la historia que se cuenta, po r el que evolucionan unos personajes que invitan al lector a traslad arse com o en u n túnel del tiem po hacia el P arís m edieval, es un m o n u m en to histórico-literario al gran m o n u ­ m ento religioso. Victor Hugo, que en 1825 h ab ía escrito u n artículo testim onial que tituló «G uerra a los dem oledores», donde se la­ m en tab a de las destrucciones del p atrim o n io arq u itectó n ico p erp e­ trad as en F ran cia desde la Revolución, veía en los m o n u m en to s el registro m ás claro de la cam b ian te experiencia h u m an a a lo largo de los siglos. P ara él eran testim onios insustituibles, sobre todo los m onum entos m edievales, ya que dab an cu en ta de u n a época p rim i­ genia y auténtica, cu n a del ser nacional, que a falta de otros m edios

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p ara com unicarse sabía expresarse com o ningurfa o tra con el tra ­ bajo sobré la piedra. Así, g u stab a de c o m p a ra r la biblia de papel con la biblia de g ran ito de los gran d es pórticos de las catedrales e invitaba a leer el p asad o de la h u m a n id ad en las páginas de p iedra de los m o n u m en to s de todas las civilizaciones: «esos gigantescos alfabetos form ulados en co lu m n atas, en pilones, en obeliscos; esa especie de m o n tañ as h u m a n as que cu b ren el m u n d o y el pasado, desde la p irám id e h asta el cam p an ario , desde K éops h asta E stra s­ burgo» (Victor H ugo, 1985, 221). N o ta rd ó en ap are cer el arq u i­ tecto providencial que V ictor H ugo soñaba, Violet-Ie-Duc. Violet fue el re sta u ra d o r de la cated ral de P arís, y del gran recin to fortifi­ cado de C arcasona, que p u d o p a sa r perfectam en te p o r un m useo de histo ria m edieval al aire libre. T rabajó fren éticam en te en la res­ tau ració n de los m ás im p o rtan tes m o n u m en to s m edievales del país d u ran te to d a la década de 1840 h asta convertirse en el gran teórico de la restau ra ció n arq u itectó n ica integral y en su m ayor exponente en toda E uropa. P odría decirse que en su cabeza cupo todo el le­ gado m edieval de F rancia, p u esto que en su Dictionnaire raisonné de l ’A rchitecture, en 4.000 p áginas y m ás de 4.500 grabados, co m en ­ zado a p u b licar en 1853, dio ap arien cia y fijó la cu ltu ra m aterial de todo un período de la h isto ria recién descubierto. P or m uchos años fue quien m ás hizo p o r el reco n o cim ien to del legado m aterial de la E dad M edia europea. El H om o historicus del siglo xix recibe en to d a E u ro p a u n a form ación histó rica sin p reced en tes, que co m ien za en la escuela y sigue en las diversas in stitu cio n es que regulan la vida social. Las razones de esta in q u ietu d colectiva son plausibles d ad a la d im en ­ sión de los cam b io s exp erim en tad o s p o r los europeos en pocos años. En la E u ro p a de la p rim era m itad de siglo pesa ex tra o rd in a­ riam en te un aco n tecim ien to que ha su p u esto u n a ru p tu ra h istó ­ rica: la R evolución francesa, seguida de la incisiva av en tu ra n ap o ­ leónica. Todos estos aco n tecim ien to s m erecen y reclam an explica­ ciones. G. B azin ofrece algunas de las claves p ara co m p ren d er lo que ha pasado: Terminada la epopeya, el hombre romántico toma una concien­ cia preñada de angustia de esta singularidad de los tiempos que, bruscamente, le parecen otros distintos del tiempo vivido por él; se hace historiador para intentar reanudar el hilo roto, para volver a en­ contrar, más allá del punto cero de la nueva era, a aquel hombre que había sido y que le parece tan extraño a sí mismo. Los museos, insti­ tuciones creadas por los tiempos nuevos para dar ai hombre una

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conciencia mejor de sí, quieren abrir de par en par sus puertas a la historia que va a sepultarse en ellos. Los jefes de Estado y los gobier­ nos van a servirse de ese medio para modelar el alma de los ciudada­ nos y el museo de historia quedará estrechamente ligado a la política durante todo el curso del siglo xix (Bazin, 1969, 224).

Efectivam ente, los m useos son u n a de las instituciones civiles que m ás contribuyen a la difusión del conocim iento, y del conoci­ m iento histórico en particular. Su m isión, traten de lo que traten, será d ar perspectiva histórica, convencer al público que el presente es fruto del pasado. F ran cia es donde p arece que m ás falta hace el rem edio de la histo ria y es donde n atu ralm en te ap arecerán m ás m useos. Uno de los prim eros valedores del m useo p ro p iam en te de historia será M ichelet. El gran h isto riad o r francés de la p rim era m itad de siglo descubrió a Vico en un viaje a Italia y con él los fun­ dam entos del historicism o. Vico hab ía escrito a principios del siglo xvm que el ser h u m an o sólo podía ser co m p rendido desde u n a perspectiva histórica. C uando M ichelet salió a la búsqueda del ras­ tro de Vico ya llevaba consigo algunas ideas m uy claras. Pensaba que la dim ensión tem poral del hom bre podía cap tarse de una m a­ n era intuitiva, con la ayuda de los sentidos. En u n a ocasión, rem e­ m o ran d o la im presión que le había causado la p rim era visita al m useo de Lenoir, escribió: Todavía hoy recuerdo la sensación, que sigue siendo la misma y que aún me conmueve, que hacía que mi corazón latiera más deprisa, cuando niño pequeño entraba bajo aquellas bóvedas y contemplaba la palidez de los rostros; y cómo, a continuación, interesado, curioso y tímido, caminaba y miraba, sala tras sala, época tras época. ¿Qué era lo que buscaba? Es difícil saberlo: la vida de la época, sin duda, y el espíritu de las edades. No estaba del todo seguro de que no estuvie­ ran vivos todos aquellos durmientes de mármol descansando sobre sus tumbas. Y cuando pasaba de los suntuosos monumentos del xvi, con el resplandeciente alabastro, a la sala de techo bajo de los merovingios, en donde se encontraba la cruz de Dagoberto, creía posible que de pronto me fuese dado ver cómo Chilperico y Fredegunda se in­ corporaban para sentarse (Haskell, 1994, 239).

M ichelet tenía u n a idea establecida de las fuentes históricas que debía buscar fuera de los archivos en su pesquisa por el espí­ ritu de las edades; las líneas rep ro d u cid as lo sugieren. Pero en su Journal des idees las explícita m uy claram ente. Un día de 1826 Mi-

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chelet an o ta lo siguiente, sobre cóm o a b o rd a r el estu d io de la histo­ ria de F ran cia del siglo xvi: Podría empezarse con la historia política y literaria... Las ilus­ traciones podrían ser muy notables: primero, retratos de los grandes autores; segundo, pinturas de la época, de las escenas principales (procesiones, matanzas) si hay alguna; tercero, medallas y monedas; cuarto, emblemas y distintivos heráldicos de los nobles destacados; quinto, monumentos y arquitectura del período; sexto, un plano del París de entonces; séptimo, un mapa de Francia. ¿Existe alguna co­ lección de sermones y canciones de la época? Compararlos con los discursos y canciones de la Revolución... {ídem, 241).

M ichelet fue el p rim er h isto riad o r que in ten tó p lasm ar u n a vi­ sión integral del p asad o a p a rtir de todas las evidencias m ateriales al alcance, d en tro y fuera de los m useos y los archivos, en la ciudad y en el cam po, con los m o n u m en to s, la arq u itectu ra, la heráldica, la num ism ática, la p in tu ra y la escultura, y con ello ab rió las p u e r­ tas de la g ran trad ició n h isto rio g ráfica eu ro p ea del siglo xix. O tro valor d estacad o en la form ación de la trad ició n historiográfica eu ro p ea del xix, deriva de la seducción p o r el «lugar de los hechos». A los eru d ito s com o M ichelet les atra ía p erso n arse en el lugar d on de h ab ían sucedido los hechos históricos. N o se tra ta b a de un capricho; la idea de «espíritu del lugar» aplicad a a los s a n ­ tuario s históricos era sed u cto ra p o r sí m ism a, q u ed asen o no testi­ m onios m ateriales de los hechos; en cu alq u ier caso la p resen cia en el lu g ar señalado era altam en te estim u lan te e in sp irad o ra, y la m a ­ n era m ás fácil de crearse u n a im agen d istintiva de lo que pudo acaecer. P or eso h isto riad o res y an ticu ario s p ersiguen con tan to ah ínco el desp lazam ien to y la visita in situ au n a costa de grandes sacrificios, in au g u ran d o así u n a form a de excursionism o científico y cultu ral que h a rá fo rtu n a a lo largo del siglo y en el siguiente. La pasión p o r la h isto ria envía a los h isto riad o res a seg u ir de cerca los pasos de los aventureros, los m ilitares, los m isioneros y los co m er­ ciantes, p o r O riente y África —G recia, Egipto, Palestina, M esopotam ia— d an d o p rin cip io a u n a ed ad de oro de la nueva ciencia a r ­ queológica. La valorización del «lugar de los hechos», la co n tem p lació n re ­ flexiva de las ruinas, el d escu b rim ien to del valor d o cu m en tal de la a rq u ite c tu ra y del arte, el énfasis en el valor de lo sensorial y en la intuición p ara acercarse al hecho histórico, el papel concedido a los m useos, etc., son p arte del legado de los h isto riad o res ro m á n ti­

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cos. E n la segunda m itad de siglo nuevos elem entos renuevan el p an o ram a de la historia. La pasión por el d ato y el esfuerzo en la verificación de los hechos aparecen com o las nuevas p rioridades gracias al influjo de las co rrien tes positivistas del pensam iento científico que se van im poniendo conform e avanza el siglo. Todo ello lleva a valorar los restos físicos del pasado com o fuente cientí­ ficam ente válida p ara el estudio de la historia. P ara el historiador, el m onum ento, pero tam b ién cu alq u ier o tro objeto o reliquia h istó ­ ricos, valen en tan to que su histo ricid ad se en carn a en u n lugar y en un m om ento precisos. La ru in a su m a al valor estético y em otivo u n valor concreto de do cu m en to verificable. No ta rd a rá en im po­ nerse u n nuevo axiom a científico: sin h isto ria no hay conoci­ m iento. Es lo que conocem os p o r historicism o, la gran doctrin a de la m odernidad ochocentista, que asociada al positivism o —que ^p rim a ia razón científica fu n d am en tad a en el em pirism o y en el trabajo de cam po— co n trib u irá a exaltar el papel social de la h isto ­ ria. De la h isto ria com o filosofía p ráctica y didáctica se p asará a la h isto ria com o ciencia de las sociedades h u m an as. Pero el influjo del historicism o d esb o rd ará los lím ites im precisos de la ciencia histórica p ara a b raz ar otros saberes, com o las ciencias de la n a tu ­ raleza o la econom ía, que tam b ién se p reg u n tarán p o r el signifi­ cado de todo lo que son procesos; en definitiva, com o resum e A. Schaff, se exigirá que el conocim iento de cu alq u ier fenóm eno pase p o r su explicación generativa, es decir, por su h isto ria (Schaff, 1976, 230). El siglo xix verá n acer al m useo disciplinario, sucesor según el esquem a de H ooper-G reenhill, del m useo revolucionario creado a finales del siglo xvm (H ooper-G reenhill, 1992). P ronto ad o p tará su im agen m ás característica de tem plo del conocim iento, cuando la p alab ra m useo se torne casi m ágica, con citan d o en las m entes de la gente una podero sa co njunción de po d er sim bólico y de prestigio intelectual. El m useo institución, protegido p o r los poderes p ú b li­ cos y generosam ente dotado, lo co rro b o rará reflejando sus a trib u ­ tos en las im ponentes fachadas de sus edificios y en los m ajestu o ­ sos interiores diseñados p ara su scitar reverencia y porte. No h ab rá ciudad que se precie que no se esfuerce en a b rir su propio m useo, com o si ab riera u n a ven tan a al m undo, p o rq u e el m useo q u errá ser com o un gran escap arate del m undo: instructivo, atractivo, enriquecedor, ejem plar y m o ralizad o s Y todo en no m b re de la ciencia y de la educación de la ciudadanía. El im pacto social del m useo será extraordinario, ta n to que la m ism a p rensa se ap o d erará del

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no m b re p a ra u tilizarlo y significarse. E n tre 1806 y 1914, m ás de se­ te n ta diarios, revistas y alm an aq u es llevarán en F ran cia la p alab ra m useo en la cabecera, uso que tam b ién será h ab itu al en E sp añ a y en otros países. El m useo com o escap arate del m u n d o se colará p o r los intersticios de la sociedad entera, con el do m in io de la eco­ nom ía en p rim er lugar, en tra n d o en las casas y en los despachos, y com o h ab itu al m ensaje sublim inal a través de la prensa. Este h e­ cho últim o, p o r sí solo, «sugiere u n a in teresan te relación entre, p o r u n lado, el m u n d o de la p ren sa, con su co h o rte de dinero, pub lici­ dad y anuncio s —lo que Jo h n G ran d -C arteret llam ó en 1893 "las fuerzas m o d ern as del siglo”— y p o r o tro lado, el m useo com o esp a­ cio privilegiado p a ra la exhibición de objetos» (Georgel, 1994, 113), relación que cu lm in ará p a ra inflexionar a prin cip io s del siglo xx. El m useo discip lin ario cu lm in ará la g ran ta re a intelectual de ordenación racional de los saberes iniciad a a finales del siglo xvn, cu an d o son su p erad as las lim itaciones epistem ológicas y sociales de los gabinetes de cu rio sid ad es y las W underkam m ern, y ap arecen los prim eros grandes m useos públicos. Su ca rá c te r discip lin ario se n o ta rá en u n doble sentido: com o in stitu ció n reconocida de control social del con o cim ien to y com o in stitu ció n científica a la a ltu ra de los tiem pos, que p rogresa desdoblándose y co m p artim en tán d o se en disciplinas específicas: la geología, la arqueología, la p aleogra­ fía, la etnografía, etc., conform e in teg ra nuevas visiones del m undo, la vida y las sociedades h u m an as, h asta re u n ir un corpus sistem ático de conocim ientos fu n d am en tad o s en el estu d io y la conservación de especím enes, restos físicos del ser h u m an o y de su actividad, y objetos. Pero es im p o rtan te significar que a p a rtir de la m itad de siglo el m useo discip lin ario no p rescin d irá en nin g ú n caso de la perspectiva h istórica. Tam bién el h o m b re de la calle se ve a tra p a d o p o r esta m ística de la historia. R everencia a la ciencia com o le h an enseñado, pero al m ism o tiem po d escu b re en la h isto ria u n a cara atractiv a y m iste­ riosa. A precia de m an era especial, com o lord Byron, Teófilo Gautier, A lejandro D um as o los p erso n ajes de Flaubert, las épocas leja­ nas, p o r sus claro scu ro s y em b ru jo particular, que co n trap o n e a las tristes y d u ras realid ad es de cada día; y las ru in as p orque son testi­ m onios gran d ilo cu en tes e irrefu tab les de épocas con m agia, p o b la­ das de ex trao rd in ario s p erso n ajes que p arece que ya no p ro d u cen en el presente. P or eso el P edro A ntonio de Alarcón co stu m b rista, que aspira a tra d u c ir los an helos del pueblo, coloca a W alter Scott com o el novelista p o r excelencia de! presente, el cual

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habla constantemente a la imaginación de sus lectores, los trans­ porta fuera de su tiempo, les revela la historia, les hace asistir a poé­ ticos, maravillosos y excepcionales dramas. Lo lírico, lo épico, lo su­ blime es entonces una consolación y un recreo para la pobre alma asfixiada en la estrecha atmósfera moral de nuestro siglo (Montesi­ nos, 1977, 180).

E m m a Bovary, el personaje de F laubert, es descrita en u n a ocasión rem em o ran d o episodios de su educación sentim ental. El escrito r nos ilustra in d irectam en te en el pasaje sobre las preferen­ cias históricas corrientes a m ediados de siglo entre las clases mesocráticas francesas. Así, dice: Le gustaba el mar únicamente por las tempestades, y la vegeta­ ción sólo cuando estaba escampada entre las ruinas. Necesitaba ex­ traer de ia cosas una especie de provecho personal; despreciaba como inútil todo lo que no contribuía al consumo inmediato de su corazón, porque era de temperamento más sentimental que artístico y buscaba las emociones y no los paisajes... Con Walter Scott se ena­ moró de las cosas históricas y soñó con baúles, cuerpos de guardia y trovadores. Hubiese querido vivir en algún antiguo castillo, como aquellas damas vestidas con corpiño largo, que se pasaban el día bajo los tréboles de las ventanas ojivales, con el codo sobre el antepe­ cho y la barbilla en la mano, mirando venir de lejos un caballero con penacho blanco, galopando sobre un corcel negro. En aquel tiempo practicó el culto de María Estuardo y veneraba con entusiasmo las mujeres ilustres o desgraciadas; Juana de Arco, Heloisa, Inés Sorel, La Bella Ferrera y Clemencia Isauro se destacaban para ella como cometas sobre la inmensidad tenebrosa de la historia, donde sobre­ salían también, aquí y allá, pero perdidos en la sombra y sin ninguna relación entre ellos, san Luis y su roble, Bayard moribundo, algunas brutalidades de Luis XI, un poco de la matanza de la noche de San Bartolomé, ei penacho de Enrique IV «el Bearnés» y siempre el re­ cuerdo de los platos pintados donde se enaltecía a Luis XIV (Flau­ bert, 1992, 34-35).

La idea del paso del tiem po m arca la evolución de la novela decim onónica. P o r eso B ertolt B recht p o d rá decir de Balzac, Tolstoi y Galdós que, com o artistas realistas típicam ente ochocentistas, «destacan el m om ento del llegar a ser y de la transición; y en su ob ra piensan históricam ente». La historia, a pesar de la constante apelación al im aginario, se ve com o algo cargado de sentido y de una lógica intern a adm irable. Y ese sentido se traslad a al hom bre

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de la calle de m u ch as m aneras. El paisaje u rb an o que pisa el h o m ­ bre co rriente está am b ien tad o h istóricam ente. Ni la gran arq u itec­ tu ra ni la arq u itectu ra m en o r p rescin d en de los elem entos de iden­ tidad histórica. La gran arq u ite c tu ra levantará edificios del p a rla ­ m ento ad o rn ad o s con frontones, colum nas y capiteles clásicos y m useos centrales que ap are n tarán , en la b ú sq u ed a de un sim bo­ lism o preclaro, o tem plos griegos o catedrales cristian as. P ara Pugin, ferviente católico, re sta u ra d o r del edificio del P arlam ento de W estm inster en Londres, la arq u itectu ra era la expresión m ás a u ­ téntica de la fe y del genio de la nación. Com o creía que la Edad M edia era la au tén tica edad de la fe, construyó en estilo gótico su edificio m ás im p o rtan te. Cuypers, arq u itecto del R ijksm useum de A m sterdam , fue acu sad o p o r los com isionistas del nuevo m useo de co n stru ir un edificio que p arecía u n a cated ral gótica, p o r ta n to ca­ tólica, cu an d o ellos, com o buenos p ro testan tes y fervientes p a trio ­ tas, hu biesen p referido u n edificio m ás rep resen tativ o de la tra d i­ ción del R enacim iento holandés. E n algunos lugares estos elem en­ tos de id en tid ad h istó rica se p resen tan ag ru p ad o s bajo u n p ro g ram a co m ú n proyectado hacia el futuro: es el caso de Viena. La R ingstrasse de Viena fue co n stru id a en tre 1860 y 1890, en la m ism a época que el E n san ch e de B arcelona o que los bulevares de París. Allí, cada edificio tom ó la ap arien cia de un estilo histórico diferente, de acu erd o con lo que p arecía m ás ap ro p iad o a la fu n ­ ción que hab ía de tener; así el ay u n tam ien to se erigió en gótico, el p arlam en to en griego clásico, la u n iversidad en estilo ren acim ien to y el teatro m u nicipal en estilo barroco. Y es que el público del si­ glo xix recibía un alud de influencias —los m useos, las novelas, la prensa, la arq u itectu ra, los hallazgos arqueológicos, las exposicio­ nes universales— que lo p re p a ra b a n p ara en ten d er y d ig erir que es­ ta b a siendo p ro tag o n ista del cam bio. Todo co n trib u ía a extender la conciencia histó rica de la gente. El m ovim iento h isto ricista se m anifiesta en E sp añ a p o r p ri­ m era vez de form a clara en la reacción de grupos de intelectuales y artistas an te el ab an d o n o y q u em a de conventos y o tro s estableci­ m iento s religiosos en el v erano de 1835, consecuencia de los albo­ rotos revolucionarios liberales de aquel año. Poco tiem po después, el proceso d esam o rtizad o r co m an d ad o p o r M endizábal siguió com plicando el fu tu ro de los principales p ro p ietario s eclesiásticos de riquezas p atrim oniales, p o n ien d o en peligro edificios y objetos artísticos. E n B arcelona, en concreto, los m iem b ro s de la Real Aca­ dem ia de B uenas L etras y los p ro h o m b res de la Ju n ta de C om ercio

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tuvieron en 1835 la desgraciada o p o rtu n id ad de sopesar el valor del legado m onum ental en peligro, an te la gravedad de los hechos acaecidos en la ciudad. Aun cuando p u d iero n salvar de la d estru c­ ción num erosos docum entos, ob ras de arte y restos arqueológicos, que en la década siguiente irían a p a ra r al p rim er m useo de carác­ ter histórico de C ataluña, el M useo de la A cadem ia de B uenas Le­ tras, tuvieron que enfrentarse con la indiferencia de u n a opinión pública poco sensibilizada p o r las antigüedades, y con u n as au to ri­ dades «progresistas» deseosas de ap ro v ech ar la ocasión p ara hacer avanzar los planes u rbanísticos de expansión de la ciudad de B ar­ celona, que seguía en co rsetad a por un cin tu ró n de m urallas preci­ sam ente m edievales. E n aquel m om ento p arecía que a B arcelona le so b rab a la historia y pedía futuro en vez de pasado. Pero lógica­ m ente la renovación u rb an ística pu esta en m arch a en B arcelona en las décadas de 1840 y 1850 facilitó el d escubrim iento de ab u n d a n ­ tes testim onios m ateriales del pasado de la ciudad, po r lo que las prospecciones de carácter arqueológico debieron iniciarse poco a poco. Bohigas com enta al respecto: Este acuerdo (el de la Academia de Buenas Letras,2 de formar un museo de contenido histórico) contribuyó a que fuese algo más ampliamente sentido el respeto a los vestigios del pasado, que hasta entonces sólo había palpitado en el ámbito de los historiadores, los poetas y los artistas. A partir de estas fechas fueron muchos los parti­ culares que al derribar sus viejas fincas aportaron los restos arqueo­ lógicos de las mismas al proyectado museo de la Academia en lugar de destruirlos; los organismos oficiales hicieron lo propio al sustituir edificaciones o ejecutar obras de urbanización que implicaban deter­ minados derribos; y hasta el Real Patrimonio concurría al mismo fin cediéndole un estimable lote de lápidas (Bohigas, 1946, 136-137).

En Tarragona, la Com isión Provincial de M onum entos, el ins­ tru m en to institucional de cará cter conservacionista creado p o r la au to rid ad central en las dem arcaciones territoriales p ara p aliar los perjuicios derivados de la desam ortización, pu so sus m iras, desde

2. Es interesante hacer notar que en ocasión de decidir si se había de trabajar en favor de crear el museo o no, se justificó la conveniencia de entrar en esta actividad no fijada explíci­ tamente en los estatutos de la Academia, fundamentalmente con el razonamiento de que se ser­ vía el ideario «literario hjstoricista» de la entidad con la misma legitimidad, tanto si el esfuerzo se dedicaba a descifrar documentos como a aportar testimonios arqueológicos o materiales de ia historia del país.

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su creació n en 1844, en el salvam ento de los R eales M onasterios de Poblet y S antes Creus, así com o en la form ación de un m useo a r­ queológico en la ciu d ad de T arragona (fig. 3). E n realid ad puede afirm arse que an te la d im en sió n de las p érd id as p ara el p atrim o n io que iba a su p o n er el proceso d esam o rtiza d o s el E stad o español, a través de las Ju n ta s prim ero, y después de las C om isiones Provin­ ciales de M onum entos, prin cip ió u n a incipiente red de m useos es­ tatales que co staría m uchos años y esfuerzos h acer p ro g resar y que tuvo en el de T arragona u n o de sus exponentes m ás tem pranos. El precepto histo ricista de que sin h isto ria no hay co n o ci­ m iento lo en carn ó perfectam en te en C ataluña un científico com o Llobet y Vall-llosera, in tro d u cto r en el país d u ran te los años 1830 del p en sam ien to científico m o derno, y u n o de los im pulsores del m useo histórico de la A cadem ia. D estacado geólogo e ingeniero, Llobet p racticó asid u am en te el con o cim ien to histó rico y realizó al­ g un as excavaciones arqueológicas. E n 1848 aplau d ió la iniciativa de un gru p o de intelectuales de la A cadem ia de crea r en el Ayunta­ m iento de B arcelona u n a G alería de C atalanes Ilustres. E sta idea, m uy típica de la m en talid ad histo ricista en to d a E u ro p a, se había g en erad o d en tro de los am b ien tes ilustrados de fines del siglo xvni con la intención de estim u la r la em ulación de personajes d estaca­ dos del arte, la econom ía, la política o las arm as. Com o lección de historia, igual que o tro s casos paralelos europeos de la m ism a época, se in sp irab a en el m itificad o M useum Jovianum de retratos, creado en Com o a prin cip io s del siglo xvi p o r el arzobispo Paolo Giovio, quien llegó a estab lecer p o r siglos la iconografía de d eter­ m inado s personajes célebres y fijó u n a m a n era de e n ten d er el co n ­ cepto de biografía ejem plar. E ste es el am b ien te q u e vive el tra d u c to r en E sp añ a de W alter S cott, el p o eta B u en av en tu ra Carlos A ribau, y ta m b ién el ilu stra ­ d o r P arcerisa, q u ien ju n to al polígrafo P ablo P iferrer c rea ro n en 1839 la colección de libros Recuerdos y bellezas de E sp a ñ a. É ste es sin d u d a el d o cu m en to h istó rico -artístico -literario español que m ejo r da fe del d escu b rim ien to ro m á n tic o del te rrito rio y de su es­ pecificidad histó rica. Piferrer, el in sp ira d o r de la o b ra y a u to r de los p rim ero s volúm enes, se d eclara seg u id o r de G oethe, S ch iller y W alter S cott y co n fía en que la reg en eració n m o ral del país venga del n orte, com o el esp íritu del goticism o, tras estos tres grandes nom bres. Pero Piferrer, sin explicitarlo él m ism o, es asim ism o un discípulo de V íctor H ugo, de q u ien coge p restad a s ideas sobre cóm o acercarse a los m o n u m en to s y cóm o in terp retarlo s. P a ra Pi~

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ferrer, la regeneración del país, com o el m ism o progreso, d ep en ­ den de u n m ism o proceso que, am p arán d o se en la tradición, avance en favor de la dignificación del ser h u m an o . En p rim er lu ­ gar, pues, hay que h ace r d escu b rir a los ojos de la co n tem p o ran ei­ dad la g randeza del pasado patrio. P or eso no d u d a en em prender, con el consejo de L arra y de M adrazo, u n periplo p o r E sp añ a en busca de la verdad h istó rica que los vestigios conservados le h a ­ b rán de proporcionar. Recuerdos y bellezas de España es un testi­ m onio im p resio n an te de u n a m en talid ad ab ierta, a las tradiciones p opulares en trance de perderse, a los estan tes m o n u m en to s de la h isto ria y al paso del tiem po (fig. 4). E n la presen tació n de la obra, Piferrer, com o ta n to s otros ro m án tico s, sien te nostalgia de los tiem pos antiguos, y p esar p o r la decad en cia que con tem p la a su alrededor, pues ante sus pro p io s ojos todo lo b ueno y valioso del ' m u n d o cae y desaparece, sea p o r el paso del tiem po, por la acción inevitable del hom b re o p o r «el h u racá n de las revoluciones». Piferre r se queja de la ig n o ran cia de sus co n tem p o rán eo s y de su falta de sensibilidad, pero al final descubre en la h isto ria un consuelo au to m ático y recon fo rtan te, y h asta incluso u n a form a de vida. Y dice: Vivimos de nuestra vida pasada, porque tal vez un pueblo no puede tener dos épocas civiles en una sola vida... Juguete ahora de todas las intrigas estrangeras, campo de batalla de todos los más en­ contrados principios de la Europa, ¿qué le ha quedado á España de tanta pasada gloría? Su clima, su belleza y sus recuerdos. Si ya no podemos crear, edificar de nuevo, procuremos mantener en su posi­ ble lustre esos monumentos que nos recuerdan la España conquista­ dora... mostremos lo que fuimos, para ocultar y consolarnos de lo que somos (Piferrer, 1839, 7-8).

M ás alejado del ro m an ticism o idealista, Pérez G aldós, en p lena ola h isto ricista, se p reg u n ta h acia 1870 qué ha de escrib ir p ara reflejar el cam bio. La re sp u esta se la da a sí m ism o en 1897 en su d iscu rso de ingreso en la Real A cadem ia E spañola, de tem a la so ciedad del presen te com o m a teria novelable. Ya que el p re ­ sente es cam bio] razo n a el escritor, la ta re a del n a rra d o r es d ejar co n stan cia de este cam bio, p resen ta n d o su im agen. El p en sar h is­ tó ricam e n te de G aldós, alejado de la noción m ás de objeto de culto de la h isto ria de los ro m án tico s, a p u n ta ya a la crisis que se acerca. El m ism o in terés p o r la h isto ria c o n tem p o rán ea que tiene el novelista lo m u e stra un p in to r com o Fortuny. En 1863, el p in ­

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to r de R eus h ab ía p in ta d o La batalla de Tetuán a p a rtir de dib u jo s sacad os del n a tu ra l de ep iso d io s de la g u erra de África, con la in ­ te n c ió n de d ejar c o n sta n c ia de cóm o se h acía la h isto ria. La idea de reflejar la im agen del cam b io p ro g resará d u ra n te el ú ltim o te r ­ cio de siglo. Se en tra en el siglo xx con u n a sensación de fatiga con res­ pecto a un historicism o que parece cada día m ás anecdótico y rep e­ titivo. Es un m o m en to de a p are n te prestigio de la h isto ria com o form a de conocim iento, que m useos y universidades im p arten dig­ nam ente, sin em bargo la d isciplina se ha ido fosilizando au n a pe­ sar de las ap o rtacio n es m o n u m en tales de las últim as d écad as de si­ glo con la escuela positivista alem an a de los Von Ranke, M om m sen, Meyer, etc., y de la influencia del positivism o radical de B ergson que en tro n iza el cam bio y no reconoce o tra cosa que m u ­ tación. La h isto ria se ha ido sep aran d o de la vida y sólo le cabe for­ tificarse en los recin to s académ icos y en los m useos, d o n d e se p rac­ tica u n a histo ria positiva y eru d ita, reservas privativas de un se­ lecto grup o de iniciados o sten tad o res del conocim iento oficializado. M ientras tan to , la gente observa desde la calle cóm o la vida cam b ia y cóm o lo que se explica sobre el p asad o cad a vez tiene m enos que ver con lo que está pasando. Es u n m o m en to crucial en el que se p lan tean dos ten d en cias antagónicas. El culto al p asad o es calificado de co n serv ad u rism o p aralizan te frente a los retos de la m odernid ad , p o r p arte de unos, y sin em b arg o no p a ra de crecer un sen tim ien to de nostalgia, de pérdida, atizad o p o r los cam bios que se suceden —u rb an izació n acelerada, in d u strializació n , éxodo ru ra l— que a ten ían co n tra un estado de cosas que p ro p o rcio n ab a sentido a la vida. La fascinación de la b u rg u esía d ecim onónica e u ­ rop ea p o r el pasado, que no cede en el cam b io de siglo, es p ro d u cto de la p ro p ia obsesión p o r el cam bio y el progreso, en la confianza de que la histo ria provea de fórm ulas y ejem plos, de guía y de p e­ dagogía, que p o r o tra p a rte ya no cabe esp erar en c o n tra r en la cir­ cu n stan cia co tid ian a de la existencia de cada uno. La civilización m o d ern a in d u strial se co m p o rta com o u n a m áq u in a ciega que, p o r m edio de la tecnología, de la gestión p rag m ática de los asu n to s p ú ­ blicos y privados y de la estan d arizació n de las form as de co m p o r­ tam iento, sólo hace valer al presente, m ien tras devalúa y aísla el le­ gado del pasado. Si la h isto ria oficial y académ ica no logra conec­ ta r de nuevo con los sen tim ien to s y las percepciones de la gente, la b ú sq u ed a de raíces y la co n q u ista de la m em o ria h ab rán de seguir p o r otros cam inos.

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E l auge

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de la idea nacionalista

El auge del nacionalism o com o fenóm eno característico de las sociedades m o dernas es u n o de los factores que m ás ayudan a en ­ tend er la pasión po r conservar el legado histórico patrim onial. Se podría definir a la nación com o un colectivo h u m an o caracterizado por vínculos de tipo étnico, lingüístico, m aterial, m ás algunos otros vínculos de diverso y variable signo. Sin em bargo, la presencia de un cierto núm ero de tales vínculos (¿qué núm ero, cuáles vínculos?) no acab a n u n ca de satisfacer al an alista de naciones a la h o ra de acreditarlas. Tal com o pen saro n en su día gente com o Renán, po r encim a de los elem entos objetivos de cohesión, p ara d eterm in ar lo que es un a nación hay que co n tar con la m anifestación, renovada continuam ente, de u n a voluntard de vivir en com unidad. La m an i­ festación de u na voluntad expresa de vivir en com ún, sellada m e­ dian te un co n trato social, ofrecería entonces la expresión m ás u n i­ versalista del concepto de nación, com o intuyeron los ideólogos de la Revolución francesa. K hon, al h isto riar sobre el fenóm eno del nacionalism o, observa la evolución de los procesos de nacionaliza­ ción y les otorga u n a lógica in tern a de cará cter natural. La nación sería la idea-fuerza que em puja a u n colectivo a m anifestarse com o tal de form a organ izad a (Khon, 1984, 29). Pero el nacionalism o m oderno no se ag o ta con la existencia de u n colectivo que particip a de elem entos de cohesión in tern a y expresa su voluntad de vivir com o tal, hay que perseguir adem ás la expresión su p erio r que su­ pone la conclusión del proceso de articu lació n del grupo en E s­ tado: el E stado-nación. A la conclusión de este proceso se dedican esfuerzos enorm es y grandes sacrificios que conocem os p o r la his­ toria. Estos esfuerzos reclam an la ayuda de un discurso que d e­ fienda la trayectoria del g ru p o en el tiem po. En ocasiones hay difi­ cultades en h acer p atente la p erm an en cia del grupo-nación debido a u n a falta de cohesión social del m ism o, o a la presencia de for­ m as políticas estatales o im periales que lo han disim ulado; en cu al­ quier caso, la h istoria es el arm a n ecesaria p ara resituarlo. Se nece­ sita u n discurso de u n a cierta racio n alid ad que dem uestre u n a continu idad de la nación en el tiem po y a p o rta r las pruebas conve­ nientes. En todos los nacionalism os, antiguos y m odernos, la gente ha necesitado ver cóm o la nación h a existido po r m uchos años. U na bu en a p ru eb a de que la co n tin u id ad es un hecho la p ro p o r­ ciona entonces la p ersisten cia de u n a m ism a expresión cultural m aterializada en objetos y docum entos. Pero muy a m enudo esta

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expresión cu ltu ral del grupo-nación ha sido víctim a de los envites del tiem po y del ab an d o n o de los hom bres: pérd id as que p asaro n desapercibidas, destru ccio n es involuntarias, m ixtificaciones y co ­ rru p cio n es de la trad ició n p o r influencias ajenas... E n estos casos lo que se im pone es la d en u n cia del p ro b lem a y el rescate posible, seguido de la au ten tificació n de origen de lo salvado y la elab o ra­ ción de u n a nueva d o cu m en tació n acreditativa. Los h isto riad o res y los arqueólogos fu n d am en talm en te son los encargados de realizar esta tarea y m o stra r al fin y al cab o que las ru in as y dem ás reliquias configuran u n pasado y que com o legado cu ltu ral co h eren te que son, identifican al grupo com o tal, p o r ío que en la co n tin u id ad de este legado se p ueden e n c o n tra r los arg u m en to s m ás convincentes del hecho nacional. Q uizás el p rim er caso de p ro n ta com plicidad de eruditos y arqueólogos en este tipo de tareas de recu p eració n del p asado con fines de recom posición nacional se dé en G recia. D urante las g u erras de in d ep en d en cia co n tra T urquía se em pezó a excavar am p liam en te el so lar griego que p erm an ecía inédito. F u er­ zas expedicionarias francesas aliadas trajero n en 1829 consigo un contingente de especialistas de d istin tas disciplinas que se ded ica­ ron a explorar y d o c u m e n ta r el Peloponeso, d an d o a co n o cer un g ran nú m ero de an tig ü ed ad es e in iciando trab ajo s arqueológicos en O lim pia y E p id au ro (Stiebing, 1994, 123). M ientras ta n to en A tenas los propios griegos lim p iab an de edificios tu rco s la Acrópo­ lis y co m en zab an a excavar con a rd o r n acio n alista en d istintos p u n to s de la ciudad. E n 1838 el fu n d ad o r de la S ociedad A rqueoló­ gica G riega decía al a b rir su p rim era co nferencia en la Acrópolis: «Caballeros, estas piedras, gracias a Fidias, Praxíteles, A gorácrito y M irón, son m ás preciosas que los d iam an tes o las ágatas; es a estas piedras que debem os n u estro ren acim ien to político» (Tsigakou, 1985, 11). Pero reco n stru y am o s esta h isto ria paso a paso. El n acio n a­ lism o m oderno, después de su p rim era gran m anifestación con la R evolución francesa, florece en E u ro p a en los tiem pos del reflujo de la m area napoleónica. Desde aquellos m o m en to s los m ovim ien­ tos n acionalistas están relacio n ad o s con el im pulso conservacio­ nista. Veamos algunos ejem plos de ello. Tan p ro n to com o 1802 en B udapest se creó el M useo N acional H ú n g aro fruto de las co n trib u ­ ciones volun tarias de las principales fam ilias burg u esas del país. Desde su creación el m useo fue u n foco de agitación nacionalista, convirtiéndose p ro n to en sím bolo de las luchas del pueblo m agiar p o r su independencia. Fue éste u n caso p rim erizo del asu n to que

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nos ocupa, a poca distancia cronológica de la creación del Louvre. Pero el im pacto de la Revolución y las crisis de las m o n arq u ías tra ­ dicionales, ju n to con las guerras napoleónicas, desvelaron en m e­ nos de una generación el sen tim ien to nacional de la m ayoría de los pueblos de E u ro p a y de algunos de América, y p o r tal sentim iento pusieron en m arch a la m áq u in a de la b ú sq u ed a de raíces. En los prim eros años de siglo, m ien tras la G rande Armée se ap ro p iab a de los tesoros de la cu ltu ra y el arte de los pueblos que som etía, iba sem brando a su paso, sin darse cuenta, la sem illa de los prim eros santuarios nacionales del p atrim o n io histórico y cu ltu ral de aq u e­ llos pueblos. La co n stru cció n política de la nación no se h aría sin el concurso de la historia, ni de lo que ésta h ab ía legado a los p u e­ blos. En las sesiones del Congreso de Viena de 1815 se tuvo m uy en cuen ta el descubrim iento de Q uatrem ére de Q uincy de la n a tu ra ­ le z a histórica de la o b ra de arte. P or eso, com o resu ltad o del Con­ greso, en u n a operación de alcance con tin en tal sin precedentes, se llevó a cabo la p rim era gran devolución de p atrim o n io cu ltu ral a sus países de origen (Lewis, 1984, 12). Al ser devueltos a sus luga­ res de procedencia estos teso ro s ya no fueron restitu id o s a sus le­ gítim os p ro p ietario s o u su fru ctu ario s —iglesias, conventos, p a rti­ culares™ sino que, en no m b re de los m ism os principios políticos de la Revolución, y con el m ism o fervor m esiánico, p asaro n a for­ m ar p arte del p a trim o n io com ún de las nuevas naciones. No es una casualidad, pues, que los añ o s que siguieron al fin del im perio de N apoleón coin cid ieran con la a p e rtu ra de los prim eros m useos nacionales de m u ch o s países europeos. El m odelo existía, el Louvre, el p ropio N apoleón h abía escam p ad o sus virtudes; ah o ra era preciso vestirlo con las p ro p ias glorias nacionales. El m useo público n acionalizad o será hijo del siglo y su con fig u ració n d efini­ tiva y arraig o se irá p ro d u cien d o de form a gradual. Una de sus vir­ tudes será la de p ro p o rcio n a r a la idea de nación una d im ensión tangible, que fácilm ente p en etre p o r los sentidos. Las ab straccio ­ nes de los discursos de los dirig en tes nacionales to m arán cuerpo entonces en las form as de los objetos reales que p ro cla m arán las excelencias del grupo, sus logros intelectuales, m orales y m ateria­ les. El m useo será depósito y an aq u el de lo m ejo r que ha p ro d u ­ cido la civilización — la u n iv ersal— de la cual la nació n form a parte, com o evidenciarán las colecciones cosm opolitas reunidas; pero adem ás p e rm itirá d istin g u ir los rasgos raciales y el genio de la nación —lo p artic u la r— que el m useo recogerá a h o ra con ver­ dadero afán.

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Los p rim ero s m useos nacionales creados form an u n a co ro n a alred ed o r de F rancia. El R ijskm useum de A m sterdam fue ab ierto inicialm ente com o galería nacional en 1815 p a ra m o stra r a la ciu ­ d ad an ía las m ejores m u estras de! genio artístico del pueblo h o lan ­ dés. El rey de P ru sia Federico G uillerm o II favoreció la co n stru c­ ción en B erlín de un g ran edificio ex presam ente diseñado p a ra conservar las colecciones recu p erad as, que no se ultim ó hasta 1830, con el no m b re de Altes M useum . Luis I de B aviera hizo co n s­ tru ir en tre 1816 y 1830 en la K óningsplatz de M unich un com plejo m useístico en estilo clásico m o n u m en tal, que ocu p ab a tres lados enteros de los cu atro que tenía la plaza. E n E sp añ a el M useo del P rado fue acon d icio n ad o en u n edificio de Ju an de Villanueva, re ­ cién recu p erad o de la m ilicia francesa que lo h ab ía utilizado de cuartel de caballería d u ra n te la g uerra. Igual que sucedió en R usia con el H erm itage, au n q u e se ab rió al público en 1819 en un edificio ad ap tad o ex presam ente p ara la función, las colecciones reales tra s­ ladadas al P rado m an tu v iero n su estatu s y sólo se m o straro n p ú b li­ cam ente com o g racia real. F inalm ente In g laterra, que in au g u ró su N ational Gallery en 1824. Pero el fenóm eno tam b ién se pro d u jo en ultram ar. En Brasil, el M useo N acional de R ío de Jan eiro p erten e­ ciente a la co m u n id ad criolla fue el prim ero de A m érica del S u r en fundarse, en 1815, a p a rtir de u n a colección de p in tu ra cedida por el rey de Portugal. A co n tin u ació n M éxico y P erú crearo n su m useo nacional y el m ism o fenóm eno se rep ro d u jo en otros países co n ­ form e fue av an zan d o el proceso descolonizador. Raíces y alma En A lem ania, Italia, los países escandinavos, los países eslavos y en otros pequeños países del co n tin en te en los que el n acio n a­ lism o no en co n tró en seguida su m ás co n sp icu a m anifestación en las tran sfo rm acio n es de c a rá cter político y económ ico, el sen ti­ m iento nacional reclam ó con m ás convencim iento aú n ser ab o ­ n ad o con el recu rso a la tradición. A falta de m ayores im pulsos in s­ titucionales y a veces de colecciones de a rte aristo cráticas de las que ech a r m ano, el recu rso a la trad ició n fue canalizad o hacia el cultivo de la h isto ria y de la arqueología, del arte p o p u lar y del fol­ clore. E n A lem ania los p articu lares se ad elan ta ro n a las au to rid a ­ des en la reclam ació n de los sím bolos que p u sieran de m anifiesto la u n id ad cu ltu ral del país. B astan te antes de la unificación, en 1840, burgueses y nobles ricos lid eraro n el proceso de recu p e ra­

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ción del pasado nacional desde u n a actitu d ro m án tica hacia la his­ to ria que h ab ría de llevar a la creación en 1853 del M useo N acional G erm ánico en la m ás alem ana de las ciudades alem anas, N urem berg. La base de este m useo, un verdadero m useo de historia, p ara­ digm ático en su disposición y contenido, fue la colección de an ti­ güedades germ ánicas form ada en B aviera p o r el aristó crata H ans F reiherr von Aufsers, y su objetivo m o stra r los logros de la civiliza­ ción germ ánica desde la época de los teutones. Como relata u n in­ form e justificativo del proyecto, se pretendía: dar a conocer por medio de colecciones propias una imagen lo más verdadera y completa posible de la vida y de las actividades de nues­ tros antepasados, evocar en las salas el recuerdo de los momentos más importantes de ia historia de ia patria y honrar la memoria de los hombres y las mujeres más destacados de Alemania (Haskell, 1994, 267).

Se ha escrito m ucho sobre el papel que representó en algunos de aquellos pueblos centroeuropeos la presencia de u n a expresión cultural po p u lar an im ad a p o r el Volksgeist, el espíritu del pueblo, que se m anifestab a p rincipalm ente en el cultivo de la lengua de los padres y de la historia. P or eso se en tiende que filólogos, arq u eó lo ­ gos y etnólogos, que es com o hoy den o m in aríam o s al num eroso grupo de eruditos autodidactas, en tu siastas del pasado, que se p a­ searon p o r los cam pos del cen tro y n o rte de E u ro p a sobre todo, tu ­ viesen en com ún u n a m ism a pasión p o r d escu b rir las raíces y el alm a de los pueblos. «Raíces» y «alma» se tran sfo rm aro n en las p a­ labras clave de los ideólogos del nacionalism o decim onónico eu ro ­ peo. En estos círculos era h ab itu al co m p arar la nación con u n á r­ bol frondoso que sacaba frutos gracias a que h u n d ía las raíces en la tierra, de m an era que cada tipo de tierra d ab a u n as características especiales al fruto, su alm a, lo que lo identificaba a ojos de todo el m undo. Por ejem plo, p ara el p an escandinavista sueco H azelius, la tierra de la tradición escandinava era el h o g ar de la nación sueca. Los herm anos G rim m , ah o n d an d o en los sedim entos del pueblo alem án surgieron con h isto rias y leyendas originales, conservadas gracias a la tran sm isió n oral. G oethe h ab ía d escu b ierto en el estilo gótico una m anifestación de la especificidad del pueblo germ ano. Unos y otros eruditos e ideólogos, que a m enudo eran u n a m ism a persona, dieron form a y expresión al sen tim ien to nacional de los pueblos.

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Hay ejem plos tem p ran o s que hablan m uy explícitam ente del papel adjudicad o al pasado com o a rm a que o p o n er a las tendencias de reform a del p o d er cen tralizad o y de im pulso del jaco b in ism o de las m onarquías, acu m u lad o s tras el C ongreso de Viena. En Praga, en 1818 rep resen tan tes de la nobleza checa, tem erosos de la p u ­ ja n za del nacio n alism o germ ánico que p resio n a p ara im p o n er u n a o rien tació n p an g erm án ica al Im perio au stríaco , fu n d an un m useo de h isto ria con la m isión de c o n trib u ir a fo rjar la id en tid ad nacio­ nal del pueblo checo, según u n proyecto m uy parecido a lo que h e­ m os visto que años después h arán los alem anes en N urem berg. E n el m ism o año en H esse se a p ru eb a u n d ecreto conservacionista ins­ p irad o p o r el arq u itecto p ro to -ro m án tico K arl F. Schinkel, valedor de un revivalism o histo ricista que sacralizab a los m on u m en to s. El d o cu m en to en cuestión afirm aba: «los m o n u m en to s de la arq u itec­ tu ra que sobreviven co n stituyen u n a de las evidencias m ás in tere­ santes de la historia, ya que de los m ism os podem os in ferir las cos­ tu m b res de los an tep asad o s, su cu ltu ra y las condiciones en que vi­ vía la nación». Y en 1819 en C openhague el gobierno danés a b ría al público el M useo N acional de A ntigüedades, cread o pocos años a n ­ tes, con la in tención de re u n ir y preservar p ara el fu tu ro las reli­ quias arqueológicas que d ab an testim o n io de los orígenes h istó ri­ cos del pueblo danés. E ste caso es especialm ente in teresan te puesto que ilu stra acerca de u n a original asociación, m uy de p ri­ m era hora, en tre p atrim o n io arqueológico pro to -h istó rico y p reo ­ cupación p o r d escu b rir los fu n d am en to s h istóricos de u n a id en ti­ dad nacional diferenciada. E ste tipo de asociaciones h arán fo rtu n a en toda el área nórdica. D urante el últim o tercio del siglo xix m useos de an tigüedades arqueológicas y m useos de etnología del tip o fo lkm u seu m co n sti­ tu irá n en el área n ó rd ica las dos ram as em ergentes del tro n co co­ m ú n del culto al pasado que va a la b ú sq u ed a de raíces, que d arán fe del ex trao rd in ario florecim iento de la m useología del n o rte de E uropa. C oncretam ente, el fenóm eno de los fo lkm u seu m en el área escandinava es u n p ro d u cto original, resu ltad o del descu b rim ien to de las cu ltu ras p o p u lares realizado al calor del ro m anticism o. Ar­ queólogos, filólogos y eru d ito s locales en ten d iero n que los objetos de la c u ltu ra trad icio n al y p o p u la r escandinava aú n en uso, pero en peligro de deg rad ació n y d esap arició n —casas, h erram ien tas, obje­ tos dom ésticos, ropa, etc...— podían asociarse d irectam en te a las producciones m ateriales de las cu ltu ras an tig u as de la región que em p ezab an a ser conocidas gracias a la arqueología. E ra com o si

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las tradiciones culturales de los pueblos sin apenas histo ria del gran norte, hubieran sido conservadas p o r las cu ltu ras agrícolas y ganaderas aú n vivas. E n este sentido, el fo lkm u seu m com pletaba la visión sobre la trayectoria en el tiem po de los pueblos, y ad quiría una fuerte proyección nacio n alista al im p u lsar las identidades n a ­ cionales. El m ovim iento folklifí (cu ltu ra popular) com enzó a d ar frutos a través de im p o rtan tes instituciones m useísticas desde que el doctor H azelius em pezó a recopilar y catalogar, h acia 1870, la cu ltu ra m aterial de los grandes espacios rurales de su país, Suecia, con la intención de salvar los fundam entos m ateriales del «alma» escandinava. H azelius creó en su p ro p ia casa de E stocolm o el p ri­ m er m useo folk en 1873 (fig. 5), que llam ó de etnografía escandi­ nava, origen del futu ro N ordiska M useet, fundado en 1880, au tén ­ tico m useo nacional de la cu ltu ra p o p u lar sueca, con su m odélica sección al aire libre, Skansen. In m ed iatam en te sus vecinos n o ru e­ gos (N oruega y Suecia pertenecen a la m ism a C orona en ese m o ­ m ento) y daneses fundaron sus propios m useos folk, en tre ellos el Sandvigske Sam linger de Lilleham m er, de iniciativa privada, y el D anks Folk M useum de C openhague. P recisam ente cu an d o se está a p u n to de p ro d u cir la independencia de N oruega respecto de Sue­ cia en 1895, el recién creado N orks F olkm useum de Oslo se tra n s­ form ará en el singular escap arate del genio del pueblo que requería el entusiasm o colectivo despertado en el proceso de separación. Moe M oltke, el in sp irad o r del m useo, lo calificó com o «m onu­ m ento a la evolución de n u estra raza y a n u estra cu ltu ra nacional» (Bazin, 1969, 195). Desde E scandinavia la fórm ula del fo lkm u ­ seum , con su espacio al aire libre d o n d e se m u estran los h áb itats rurales y los ejem plos m ás rep resen tativ o s de la a rq u ite c tu ra ver­ nácula, se expande p o r toda E u ro p a. A p rin cip io s del siglo xx exis­ ten m useos folk en R usia, R um ania, H olanda, Suiza, A ustria, Bél­ gica y A lem ania, y en los países del sur, sin g u larm en te en F rancia, pero tam bién en E spaña, ap arecen m useos de etn o g rafía in sp ira­ dos en el m odelo nó rd ico au n q u e con p lan team ien to s algo d istin ­ tos, que tom an la d en o m in ació n de m useos de arte y tradiciones populares. E n C ataluña la relación p atrim o n io histó rico y sentim iento p articu larista fue innegable a p a rtir de la ap arición del m ovim iento de agitación cu ltu ral conocido p o r Renaixenga. E sta relación p ro ­ dujo sus frutos conservacionistas y sus m useos. El red escu b ri­ m iento de la m ontañ a san ta de M o n tserrat h acia 1860, sus parajes, que p intó en diversas ocasiones Lluís Rigalt, con el san tu ario de la

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Virgen que se escondía en tre las fragosidades serran as, la p ro n ta restau ració n del m o n asterio y algunos textos de Pablo Piferrer, así com o de o tro s artistas ro m án tico s catalan es en favor del arte m e­ dieval, son indicios de un progreso que señala u n a dirección clara. P iferrer fue aquí quien p rim ero llam ó la aten ció n sobre el arte ro ­ m ánico porque intuyó que era la expresión artística que m ejor tra ­ ducía la m an era de ser del pueblo catalán. D urante el últim o tercio de siglo la sociedad civil catalan a se vigoriza m o stran d o u n a ex tra­ o rd in aria actividad asociacionista. El d escu b rim ien to del m edio era una prio rid ad —se ha citado M ontserrat, a la que sigue el des­ cu b rim ien to del Pirineo, cu n a del país, con su riqueza etnográfica y sus fascinantes iglesias ro m án icas— com o lo era el de la p ro p ia historia. Una de las asociaciones m ás rep resen tativ as fue el C entre E xcursionista de C atalunya, fu n d ad o en 1876. De ideario regeneracionista y catalan ista, au n q u e no llegó a crea r n in g ú n m useo, quizá p o rque veía al país com o u n gran m useo al aire libre, o p o rq u e no in tu ía peligro in m ed iato de d esap arición de la cu ltu ra m aterial del país, sí en cam bio desarro lló u n a n o table tarea de do cu m en tació n de sus riquezas paisajísticas y m onum entales. Su p rincipal objetivo com o asociación era, tal com o sus estatu to s lo fijaban, conocer, es­ tu d ia r y conserv ar la natu raleza, la historia, el arte, la lengua, la li­ te ra tu ra y las tradiciones del país. Q ué d u d a cabe que a los m iem ­ bros de la entid ad , entre los que se co n tab an d estacad o s rep resen ­ tan tes de la burguesía, y rep u ta d o s profesionales, les ad o rn ab a u n alto sentim iento de p atria y u n a fuerte voluntad de servicio. Uno de sus m ás asiduos m iem bros, el clérigo Josep Gudiol, solía d ecir que el excursionism o debe in teresarse no ta n to p o r «el cu erp o del in d i­ viduo» com o p o r «el alm a de los pueblos». P ara Gudiol, el excur­ sionism o era un m edio p ara p o d er co n ocer y e stu d iar las o b ras del pasado p ara así «saciarnos de am o r a la p atria y reconocernos en un p asado de glorias» (G udiol, 1902, 94). En el últim o tercio del siglo xix la ciudad de Vic y su zona de influencia, esto es u n a p arte im p o rtan te de las com arcas interiores de la m itad n o rte de C ataluña, p ro p o rcio n an los ejem plos m ás sig­ nificativos de la relación que se establece en tre recu p eració n del p a trim o n io histórico y sen tim ien to p articu larista. En este en to rn o cristaliza u n catalan ism o m uy m arcad o p o r la influencia de la Igle­ sia. El núcleo intelectual de Vic, m uy p en etrad o p o r la clerecía lo ­ cal, gana a ltu ra con la p resencia de Jaim e Balm es y desde finales de 1a década de 1860 d esarro lla u n a actividad d estacad a en los cam pos de la h isto ria y la arqueología con las m iras p uestas en fun­

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d a r u n m useo. A unque lentam ente, la relación legado histórico y sen tim ien to de p atria va cuajando y tras el éxito de la restau ració n del m o n asterio de M ontserrat a finales de los años 1870 se im pone re sta u ra r el m onasterio de Ripoll com o p an teó n de los condes-reyes catalanes. El obispo de Vic, M orgades, envió en julio de 1889 a los párrocos de la diócesis u n a com unicación con la noticia de la defi­ nitiva form ación del M useo Arqueológico Episcopal, donde decía: La Iglesia es esencialmente conservadora y, poseedora de la ver­ dad, tiene interés en recoger todo lo antiguo, segura como está que más o menos tarde, en una u otra forma, vendrá a confirmar alguno de sus dogmas, prácticas o enseñanzas, y a probar que cuanto hay de bueno, de honesto, de hermoso, de rico; cuanto puede contribuir al progreso y desarrollo de las ciencias y las artes, lo ha utilizado y fo­ mentado en todos los tiempos, llevando siempre la delantera... Podrá parecer a alguien peligroso reunir en un solo punto (el museo) obje­ tos de tanto valor y darlos a conocer en tiempos de no escasas incau­ taciones. Respondamos a esto, primero, que no haciéndolo así, es evidente segura, dentro de un plazo más o menos corto, la desapari­ ción total de estos objetos, y la experiencia Nos lo enseña de una ma­ nera harto doíorosa: segundo, que la mayor parte de objetos son ya conocidos por haber figurado en varias exposiciones; y por último que el día que el amor a las artes y a los objetos antiguos se haya ge­ neralizado, y el espíritu regionalista, bien entendido y practicado, se haya abierto suficiente paso, no habrá medio humano, fuera de la violenta revolución, capaz de arrebatarnos un tesoro que, cuanto más conocido, nos será más caro, y que por lo mismo estará fijo y pegado a nuestro país, como las montañas que lo rodean (Figuerola,

1994, 335-337). M orgades identificaba claram en te m useo con p articularism o, atrib u y en d o a los objetos del pasado u n alto valor pedagógico y científico. Con rep o sad a au to rid ad atribuye a los objetos que in te­ resan ai m useo, u n as reliquias que, afirm a, son tan del país com o las p ro p ias m ontañ as, pero que están en peligro, la en carn ació n de la form a de ser del país, co m p ro m etién d o se a ser su garante. Gudiol, ayudante y. discípulo de M orgades, c o n tin u ará la lab o r del obispo y dedicará su vida al m useo y al estudio del arte y la arq u eo ­ logía de C ataluña. E n 1903 p u b licará u n as Nocions d farqueología sagrada catalana que rep resen tarán la p rim era síntesis im p o rtan te sobre la h isto ria del arte catalán. Unos años m ás tarde, Josep Puig i C adafalch c o n tin u a rá con la obra L’arquitectura románica a Cata­ lunya la tarea iniciada po r Gudiol.

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Eí m o n asterio de Ripoll fue acab ad o de re s ta u ra r en 1893 y su in au g u ració n solem ne rep resen tó u n im p acto sobre la o p inión p ú ­ blica catalanista, que h ab ía establecido u n p aralelism o en tre re s­ tau ració n del m o n asterio y restau ra ció n de la id entidad nacional. El ideólogo V erdaguer i Callís, en tu siasm ad o , escribió en el p erió ­ dico La Veu de Catalunya que Ripoll rep resen tab a «la m ay o r em ­ presa del ren acim ien to y la m ás necesaria b ase de la conservación y reivindicación de la n acio n alid ad catalana». Un dirigente de la Unió C atalanista, el gru p o que forjó el p rim er p artid o político de obediencia nacional catalan a, R oca F arreras, vio en el m o n asterio de Ripoll «nostra cated ral de Colonia» (Llorens, 1991, 56). La cate­ dral de Colonia fue p recisam en te en E u ro p a sím bolo en tre los sím ­ bolos de u n a voluntad de ser. R estau rad a y co m p letad a en estilo gótico p o r S chinkel y sucesores, h ab ía sido celeb rad a com o «el m ás g rande b alu arte de A lem ania, que h a resistido, y que sólo caerá cu an d o la sangre del ú ltim o de los teu to n es se haya m ezclado con las aguas del P adre Rhin» (Low enthal, 1985, 393). Una fuerza en auge en Europa y fuera Toda la segunda m itad del siglo xix está teñ id a de n acio n a­ lism o, h asta el p u n to de co n so lid arse los principales E stados-nación, con A lem ania e Italia incluidos y to m ar c arta de n atu raleza definitiva las fuerzas n acio n alistas de los pueblos periféricos. E n F rancia, N apoleón III im p u lsa la recu p eració n de los m o n u m en to s históricos siguiendo la trayectoria de sus antecesores, que ya h a ­ b ían d ictam in ad o la p rio rid ad de los m o n u m en to s m edievales p o r ser la E dad M edia el origen de la nación. E n Italia, V íctor M anuel II y C avour d escu b ren el valor sim bólico de las ru in as de Pom peya y H erculano p a ra la nueva Italia. A p a rtir de 1860 las excavaciones reco m en zaro n en la región del Vesubio con un ex trao rd in ario ím ­ petu, dirigidas ah o ra p o r el arqueólogo Fiorelli, el cual llegó a d is­ p o n er de m ás de q u in ien to s o b rero s trab ajan d o al m ism o tiem po. A unque h ab ía p risa p a ra ofrecer u n a im agen atractiv a de Pom peya al público italiano, Fiorelli su p o cóm o realizar u n trab ajo riguroso. In tro d u jo m étodos científicos de vaciado en estrato s y do cu m en tó p erfectam ente la excavación. La idea de p re se n ta r la ciudad tal com o debía ser en el m o m en to de la eru p ció n del volcán cuajó (fig. 6). E n A lem ania, el II R eich tenía necesidad de legitim arse ante E u ro p a tras la g u erra fran co -p ru sian a de 1870. Una m an era de h a ­ cerlo era presen tarse an te los ojos de la elite eu ro p ea de la cu ltu ra

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com o un régim en sensible a los altos valores de las artes. Necesi­ taba estar a la altu ra de los grandes, tam b ién en este terreno. El m i­ nistro de E ducación del gobierno p ru sian o escribió entonces al rey lo siguiente: «es im p o rtan te que los m useos, que h asta el presente no h an poseído o tra cosa que u n as pocas obras originales griegas... adquieran una o b ra de arte griego de u n a im p o rtan cia sim ilar a las grandes colecciones de esculturas áticas o del Asia M enor que tie­ nen en el M useo Británico» (S antacana, 1994, 175). El canciller Bism arck, que op in ab a lo m ism o y q u ería obras tan em blem áticas com o las que tenían ios ingleses, se tom ó com o cosa personal solu­ cio nar rápidam en te este tipo de déficit. P or indicación del co n ser­ vador de antigüedades de los m useos de Berlín, Conzé, señaló el Al­ tar de Pérgam o com o objetivo. Dadas las buenas relaciones en tre el Im perio otom an o y el Im perio alem án, el ingeniero m ilitar Hu’m ann, en m isión en Asia Menor, fue au to rizad o para dirigir las ex­ cavaciones que realizaron co n ju n tam en te los dos gobiernos y no encontró dificultades p ara ex h u m ar el tesoro arqueológico de la ciudad helenística. B ism arck intervino p ersonalm ente p ara su sti­ tu ir la cláusula de rep arto del b otín arqueológico po r la de com pra, y de esta m an era A lem ania en tró p o r la p u erta grande en el selecto grupo de las naciones europeas poseedoras de tesoros arqueológi­ cos de la antigüedad. Ya en el siglo xx, los regím enes to talitario s de los años de entreguerras en E uropa, p articu larm en te Alemania, hicieron un uso extensivo del patrim o n io cultural con finalidades de recom posi­ ción nacional. El ejem plo m ás conocido de uso del p atrim o n io vin­ culado a presup u esto s ideológicos m uy d eterm in ad o s y objetivos populistas son los H eim atm useen alem anes. Los tiem pos que si­ guieron a la d erro ta tras la p rim era g u erra m undial propiciaron su form ulación inicial. Los H eim atm useen exaltaban la cu ltu ra nacio­ nal po p u lar a p artir de la consideración de lo local, que era el re ­ du cto de las cosas sencillas y au tén ticas de la vida y de las cosas particulares y privativas de la com unidad. Existía en A lem ania un precedente que d atab a de la segunda m itad del siglo xix, cu an d o se había experim entado en los m useos m unicipales con conceptos m useográficos que d ab an relieve a los objetos cotidianos de la gente com ún, d en tro de u n a cierta perspectiva histórica. A m odo de recorrido histórico se recreab a en habitaciones diferentes, suce­ sivos am bientes de época utilizando siem pre objetos originales. La idea de que el m useo local era el lu g ar ideal p ara p reserv ar y d a r a conocer la riqueza del patrim o n io histórico y cultural del pueblo

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venía de lejos. En los años veinte los H eim atm useen to m aro n la form a de m useos del te rru ñ o , en u n contexto de exaltación p a trió ­ tica —la p a tria individual com o el lugar de los padres, y p o r e n ­ cim a, sublim ada, la p atria de todos, la n ación— , desplegando u n gran esfuerzo didáctico y no olvidando las interacciones co m u n i­ dad-m edio am biente. Su ráp id a difusión p o r todo el país pone en evidencia cóm o su form ulación resp o n d ía perfectam en te a u n a exi­ gencia social de cohesión alred ed o r de los valores m ás elem entales de la co m u n id ad y de necesidad de consuelo an te las adversidades y frustraciones colectivas de posguerra. Con el III Reich, los Hei­ m atm useen se extendieron aú n m ás, encajados d en tro de u n p ro ­ yecto político-propagandista m ás am plio b asad o en el ideario n a ­ cional-socialista. Los m useos fueron tran sfo rm ad o s en cen tro s de en cuentro y agitación política y de en cu ad ram ien to y form ación de la juventud. Se ju stificab an ah o ra com o u n a form a de rein teg ra­ ción del legado del p asad o n acional a todo el pueblo alem án, que su p erab a an terio res ap ropiaciones clasistas del p atrim onio. P ara el m useólogo francés G. Bazin, con los H eim atm useen de H itler «se tra ta b a de exaltar el orgullo nacional del pueblo alem án vencido y reto rn arle la conciencia de su fuerza p ara co nvertirla de nuevo en agresividad» (Bazin, 1969, 269). Los H eim atm useen fueron m a n i­ pulados y corrom p id o s p o r el régim en nazi y tras la g u erra d esap a­ recieron. Como concepto en su form ulación p rim aria no co n sti­ tu ían u n a excepción en E uropa. In stitu cio n es p arecidas proliferaro n en A ustria, n orte de Italia y F rancia. E n los años veinte y trein ta la exaltación de lo local, del terru ñ o , com o fuente de p a trio ­ tism o fue u n hecho en casi to d a E uropa. A dem ás existía u n fenó­ m eno sociológico y unos hechos económ icos de am plio alcance, que tam b ién ayudan a explicar el éxito de este tipo de m useos: las com arcas dejab an de ser autosuficientes y se extendía u n sen ti­ m iento de p érd id a de lo local. El p atrim o n io histó rico ha ab astecid o de sím bolos y em ble­ m as y m ateria p ara discursos a todos los regím enes to talitario s de la h isto ria co n tem p o rán ea del m u ndo. La arqueología, en concreto, ha sido la obsesión de la m ayor p arte de los d ictad o res en la p erse­ cución de unos orígenes m íticos nacionales o de u n a fu n d am en tación histórica leg itim ad o ra de cu alq u ier política. La Italia de Mussolini contem pló, p o r ejem plo, la exaltación de la arq u eo lo g ía ro ­ m ana. El duce quiso celeb rar el b im ilen ario del Im p erio ro m an o rescatan d o el p u erto de R om a, O stia, del olvido de la h isto ria, p o r lo que m andó que fuera excavada en un tiem po réco rd p o r legiones

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de arqueólogos y peones. La A lem ania de H itler desarrolló ex trao r­ din ariam en te la arqueología preh istó rica en b u sca del heroico p u e­ blo ario. B ettina Arnold, que estudió la evolución de la arqueología alem ana desde los años veinte, co m p ro b ó cóm o en tre 1933 y 1939 el régim en m ultiplicó p o r tres las subvenciones a las excavaciones, m ientras dotaba a todas las universidades del país de cáted ras de arqueología. Los dirigentes nazis conocían p erfectam en te el valor del pasado com o arm a, y el de la arqueología en concreto p ara u ti­ lizarla en la satu ran te p ro paganda d iaria dirigida a los ciudadanos. H itler m ism o pasab a p o r un gran aficionado a la arqueología con am plios conocim ientos sobre la civilización griega y sostenía p úbli­ cam ente que los dorios pro ced ían del m ism o solar que los arios. El dogm a racial del régim en precisaba de u n a in terp retació n del p a­ sado de E uropa según la cual la m ayor p arte de la E u ro p a central y oriental h ab ía sido d o m in ad a por los arios en época p rerro m an a. P or eso d u ran te la g u erra se siguió excavando en las zonas o cu p a­ das con la intención de ju stificar científicam ente la invasión y la lim pieza racial. Los arqueólogos del p artid o llegaron a ex h u m ar en lugares estratégicos de la E u ro p a del este fragm entos de cerám ica con la esvástica grabada: era el tipo de noticia que faltaba y que se d ab a a conocer inm ed iatam en te a b om bo y platillo. Un ejem plo distin to de utilización del p atrim o n io histórico en un contexto tam b ién m uy d istinto pero caracterizad o por una fuerte crisis nacional se da en E sp añ a a principios del siglo xx. Ju s­ tam en te en el m om ento en que E sp añ a pierde sus últim as colonias de u ltra m a r —Cuba, P uerto Rico y Filipinas— a m anos de E stados Unidos en 1898 se está pro d u cien d o el descu b rim ien to arqueoló­ gico de la ciudad celtibérica de N u m an cia que resistió con gran vi­ gor la invasión ro m an a de la p enínsula d u ran te u n tiem po. El pe­ queño David p u d o m a n ten er en jaq u e al gran Goliat. La idea de re­ sistencia n u m a n tin a se escam pó ráp id am en te com o queriendo d em o strar al m u nd o los valores del ser hispano, utilizándose de a n ­ tídoto frente a la frustración y crisis in terio r que siguó a los hechos de 1898. Una versión reciente de la idea de resistencia n u m a n tin a ap arecerá a principios de los años sesenta en Israel. Con el telón de fondo de la expansión del E stado de Israel y de la tensión bélica contra los árabes, los ju d ío s de Israel bajo la dirección del arq u eó ­ logo Yadin excavan M assada, el m ás im p o rtan te yacim iento ar­ queológico del país, en un am biente de fervor nacionalista ex trao r­ dinario. Los resultados de las cam p añ as que los m edios de co m u n i­ cación siguen a diario confirm an la tradición «num antina» de

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M assada. D efinitivam ente es el m o n u m en to a la resisten cia del pueblo ju d ío frente a los ro m an o s que acab ó en el añ o 73 con el suicidio en m asa de los sitiados. Com o ep icentro del sen tim ien to nacional israelí, los soldados del ejército hebreo ju ra rá n la b an d era en M assada y la visita a las ru in as será casi u n a obligación p a ra to ­ dos los judíos. O tra m a n era de h acer p a tria m ediante la utilización del p a tri­ m onio histórico se puede e n c o n tra r en E stados U nidos. J. D. Rockefeller Jr. financió y dirigió en 1926 la restau ració n de Colonial W illiam sburg, la an tig u a capital colonial del estad o de Virginia a sus esplendores del siglo x v i i i . Rockefeller y su asesores aficiona­ dos a la arqueología, sobre todo el reverendo G oodw in, el alm a del proyecto, ju g a ro n un papel im p o rtan te en el proceso de excavación y de reco n stru cció n de edificios, que fue realizad o con prisas. El objetivo del m ecenas era m uy claro: d esp erta r el interés del pueblo no rteam erican o —joven, inculto y de orígenes geográficos y racia­ les m uy distin to s— p o r la historia, y fo m en tar la estim a h acia eí nuevo país de las libertades. Un caso algo parecid o a éste, en el sen ­ tido de utilización del p atrim o n io com o reco n stitu y en te nacional, se ha estado d an d o en G ran B retañ a en las ú ltim as cu atro décadas. G ran B retañ a sale de la seg u n d a g u erra m u n d ial con la sensación de que ya n ad a volvería a ser com o antaño. Su papel com o p o ten ­ cia iba a la baja y el Im p erio estab a siendo cu artead o . El país tenía necesidad, com o E sp añ a en 1898, de g irar la atención h acia ad en ­ tro, hacía sí m ism o, p ara red escu b rir su id en tid ad y sacar fuerzas de flaqueza. P ara K. W alsh, la seña de id en tid ad que se b u scab a se en co n tró en la Casa Real (W alsh, 1992, 73). Creció su prestigio y la ad m iració n del pueblo p ara con sus rep resen tan tes, m ien tras se restablecían con esp len d o r y so lem nidad u n as trad icio n ales cere­ m onias reales que parecían an tiq u ísim as pero que sólo d atab an en realidad de m ediados del siglo xix, convirtiéndose éstas en espectá­ culos de m asas. Paralelam ente, las propiedades del p atrim o n io real, castillos y palacios, co m en zab an a a tra e r visitantes h asta conver­ tirse en los principales objetivos turísticos del país. El esplendor se en co n trab a d en tro del país y ya no hacía falta im aginarlo ni desear­ lo fuera, en las colonias. Al culto p o r las casas, colecciones de arte y jard in es del patrim o n io real se añadió el culto p o r las m ansiones de la aristocracia, las country ho u ses, las cuales llegaron a convertirse p ara la opinión pública, p o r su n ú m e ro y calidad, ju n tam en te con las propiedades del p atrim o n io real, en la m ás p u ra representación de la noción de p atrim o n io histórico-artístico nacional.

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No se agota en E u ro p a ni en u n a época d eterm inada, com o se ha visto, la relación feliz entre nacionalism o y conservación del le­ gado del pasado. Inm ed iatam en te después de la independencia, los gobiernos de las ex colonias españolas de A m érica rep ro d u jero n los procesos de recuperación del p atrim o n io histérico-arqueológico ensayados en E uropa, fu n d am entándolos en unos m ism os prin ci­ pios filosóficos y en parecidos sentim ientos. En Perú, en el m ism o m om ento de la independencia, en 1822, Torre Tagle redactó el p ri­ m er decreto proteccio n ista que convertía en p ropiedad de la na­ ción los m o nu m ento s y los restos arqueológicos del pasado pe­ ruano. E n México, en 1825, el p resid en te de la República, G uada­ lupe Victoria, instituyó el M useo N acional de México en la U niversidad de la capital m exicana e hizo p u b licar la p rim era m e­ dida legal p ara pro teg er los restos arqueológicos y los m onum entos ’ pre-coloniales del país, con u n a expresa m ención sobre la p ro h ib i­ ción de exportar las antigüedades y los m o num entos m exicanos. En am bos países, d ad a la singularidad y cará cter étnico del p atri­ m onio precoíonial, se forzó el establecim iento de un vínculo que u niera pasado y presente, que debía servir p ara fortalecer el sen­ tido de co ntinuidad con un pasado «nacional» y de identidad con una civilización antigua y con un territorio. C uando en la segunda m itad del siglo xx el E stado m exicano dotó de u n as m odernas ins­ talaciones su M useo N acional de A ntropología, convirtiéndolo en m odelo de m useos y escuela m useológica p ara to d a la A mérica his­ pana, no olvidó que era su m ejor escuela de p atriotism o, por ello contribuyó a fijar to d a u n a sim bología étnica al servicio de la iden­ tidad nacional m exicana. En África y Asia los nuevos estados poscoloniales nacidos tras la segunda g uerra m undial desen cad en aro n procesos sim ilares de asim ilación ráp id a del patrim onio. Los bienes culturales h an sido utilizados tam b ién com o arm a política, no sin problem as puesto que la recuperación del p atrim o n io cu ltu ral expoliado en el pasado por el po der colonial, o exportado ilegalm ente al am p aro de las tu r­ bulencias políticas que siguieron a los procesos de descoloniza­ ción, ha resultado ser uno de los tem as m ás calientes del conflicto internacional n órte-su r de las ú ltim as décadas del siglo xx. A esta p roblem ática la UNESCO ha dedicado un gran esfuerzo arbitral, buscando el com prom iso en tre los países litigantes, y h a aprove­ chado la o p o rtun id ad p ara p ro n u n ciarse en favor de la protección del patrim o nio com ún de la h u m an id ad , po r m edio de diversos ins­ tru m en to s legislativos. Un m om ento álgido de este conflicto se p ro ­

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dujo a finales de los años sesenta y resultó en la apro b ació n p o r la UNESCO; en la C onferencia de P arís de 1970, de la «Convención sobre las m edidas a to m ar p ara p ro h ib ir e im p ed ir la im portación, exportación y transferencia de pro p ied ades ilícitas de bienes cu ltu ­ rales». E n África ha habido un énfasis m uy especial en reco n o cer a los m onum en to s históricos y a los m useos de h isto ria com o el re­ curso m ás valioso p ara explicar el proceso de em ancipación res­ pecto del po d er blanco. H an fun cio n ad o tam b ién com o catalizad o ­ res de sentim ientos y de em ociones que h an refo rzad o la co n cien ­ cia de identidad nacional en u n contexto com plejo p o r las peculiaridades étnicas de la m ayoría de los nuevos E stados-nación. E sto ha sucedido sin g u larm en te en Nigeria, Níger, Senegal, K enia y Zim babw e. E n N igeria se instituyó en los años seten ta u n a red de m useos nacionales que cu b ría todo el te rrito rio con la finalidad de prom over la un id ad cu ltu ral nacional de u n estado po b lad o por gran nú m ero de etnias diferentes. E n Zim babw e el trasp aso de p o ­ deres a los negros, ultim ad o a principios de los años ochenta, se hizo a la som bra de G rand Zim babw e, la en ig m ática ciudad de pie­ dra, orgullo de la cu ltu ra de aquel país. La legendaria ciudad de Zim babw e había sido considerada desde la época de Cecil R hodes e incluso antes, en que fue visitada po r agentes coloniales y po r algu­ nos estudiosos, com o la obra de unos hipotéticos habitantes de raza blanca venidos de Palestina o de otras partes del O riente Próximo, que se habrían establecido en la región en u n pasado lejano. Antes de la independencia no cabía en la cabeza de nadie que Zim babw e h u ­ biese sido obra de civilizaciones indígenas; los arqueólogos que exca­ varon la ciudad en las prim eras décadas del siglo xx se am p araro n en tesis difusionistas p ara ju stificar el origen blanco de la ciudad. El nacionalism o de los países colonialistas europeos con su com po­ nente de com petencia entre ellos m ism os, sobre todo por el dom inio de África a p artir de 1880, y su idea sublim ada del prestigio nacional, alentó el trabajo arqueológico no sólo en las propias m etrópolis, sino tam bién en las regiones colonizadas y justificó m anifiestam ente el expolio de patrim ono cultural de los pueblos colonizados.

L a s CONSECUENCIAS SOCIALES Y ECONÓMICAS DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

C uando h acia 1830 el ferrocarril se ab ría paso p o r los alred e­ dores de L ondres no todo eran señales de alegría ingenua an te el

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avance im parable de la m áquina. La co n stru cció n de la estación de Southall en 1839 hizo escribir a u n testigo de los hechos el si­ guiente com entario: Un cambio remarcable para peor está teniendo lugar estos días en la vecindad de Southall Green, antaño tranquila y retirada. El fe­ rrocarril ha escampado insatisfacción e inmoralidad entre los pobres y el lugar está infestado de gente poco recomendable; la apariencia de la comarca entera ha cambiado, algunas familias han marchado y las maneras campesinas del pueblo han sido sustituidas por un nuevo carácter, como de suburbio de Londres. Las típicas casitas han quedado tapadas por las nuevas casa hechas de ladrillo con tejas de un rojo brillante; los pintorescos setos de arbusto de los campos han sido cambiados por taludes que soportan las vías de hierro, y la fonda del pueblo, que era una casita muy bonita con un cartel que se movía con el viento, se ha transformado en «la Taberna del Ferroca­ rril» (Hoskins, 1971, 268).

No fue h a sta la eclosión del m aq u in ism o y de la revolución en los m étodos y técnicas de la p roducción d u ran te el siglo xix c u a n ­ do los cam bios en las form as de la vida co tid ian a de la m ayor parte de los h abitantes de las áreas u rb an as y económ icam ente d in ám i­ cas, y del en to rn o que en cu ad rab a su existencia, se hicieron real­ m ente palpables h asta provocar u n cierto sentim iento de descon­ cierto, incom odidad o ad m irad a resignación. P ara o tro testigo b ri­ tánico anónim o que vio fu ncionar la m áq u in a de B oulton y W att y trabajó en fábricas, «los cam bios físicos y m ateriales en la vida de las personas fueron m u ch o m ás grandes en aquellos pocos años que lo habían sido en el m illar de años que precedieron el invento de la m áquina de vapor, quizá incluso en los dos mil años an terio ­ res o en los veinte mil» (Low enthal, 1985, 395). La noción del tiem po es u n a de las prim eras cosas que cam bió al lado de los cam ­ bios m ateriales. De un tiem po laxo, im puntual, basado en los ciclos n atu rales y en el trayecto del sol p o r encim a de las cabezas, se pasó a un tiem po fijo, reglado, obsesivam ente reco rd ad o po r el in can sa­ ble d eam b u lar de las agujas del reloj. El paso del tiem po com enzó a regir las v idas'de las personas com o no lo h ab ía hecho an terio r­ m ente, con sus señales auditivas m ás características: la salida del ferrocarril, la siren a de en trad a a la factoría, la cam panilla del ini­ cio de las clases, el toque de corneta del soldado en el cuartel, susti­ tuyeron o se sobrepusieron al toque reposado de las cam p an as de la iglesia parroquial. El sentido de la p u n tu alid ad y su necesidad

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im puso su ley. De la m ism a form a que p asab an las horas, p asab an las cosas (y las ideas), de m an era que de todo aquello q u e ya no es­ tab a en el tiem po, porque su tiem po hab ía pasado, dado el a u ­ m ento del ritm o y de la cap acid ad de p ro d u cir cosas, em pezó a d e­ cirse que era anacrónico. Con el cam bio tam b ién se hizo paten te u n a oposición que no era nueva pero que ah o ra ad q u iría m ás fuerza: la co n trap o sició n cam po-ciudad. En la m em oria histórica de la gente a b u n d ab a n las visiones del cam po, del m u n d o rural, que era el reino p o r an to n o m asia de la natu raleza, de la p erm a n en ­ cia y la estabilidad, de la vida instintiva y h a sta incluso de la vida contem plativa. Por co n tra la ciu d ad ap arecía com o el m u n d o del artificio, del p ragm atism o, de la vida activa y del progreso. Por co n traste con la ciudad, la n atu ra leza prim ig en ia ad q u iría un valor especial, m uy sentido, el valor de las cosas au tén ticas. Pronto, pues, frente al cam bio acelerado, tan to en el siglo pasado com o en este, algunas voces em piezan a d ifu n d ir recetas p ara u n nuevo equilibrio, b asad as en la reivindicación del paso tran q u ilo de las horas, de la p au sa y el receso, de la vida fam iliar, las vacaciones y la recu peració n de la intim idad. En definitiva, de las cosas y las ideas sencillas de siem pre, en tre las que cada vez m ás se incluyen retazos de pasado, cosas ag rad ab les de ver y conservar, reliquias de tiem ­ pos idos. Ruskin, que valoraba en alto grad o el legado m aterial del pasado, hizo de esos sen tim ien to s un panegírico, y un em blem a del im pulso conservacionista: La calma auténtica de la Naturaleza nos es sustraída paso a paso; tantos y tantos seres que alguna vez en un viaje necesaria­ mente largo habían sido sometidos a una cierta influencia del cielo silencioso y de los campos adormecidos llevan ahora encima la fie­ bre incesante de sus vidas; y en toda la largura de las arterias de hie­ rro que atraviesan el perímetro de nuestro país laten y fluyen las pul­ saciones vehementes ele su esfuerzo, cada vez más rápidas y calien­ tes. Toda la vitalidad se concentra en ias ciudades importantes a partir de estas arterias palpitantes; los campos son traspasados como un mar verde por puentes estrechos y nosotros nos vemos empuja­ dos en multitudes cada vez más apretadas, contra las puertas de las ciudades. La única influencia que puede ocupar el lugar de los bos­ ques y de los campos es la fuerza de la arquitectura antigua (Gombrich, 1989, 123).

Este fascinante texto de R uskin escrito en 1849 seg u ram en te recib iría incluso m ás p arab ien es hoy d ía que c u an d o fue publicado

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y sería suscrito po r m uchos, sólo cam b ian d o u n a m etáfora, a rte ­ rias de hierro, por otra, venas de asfalto. En el fondo se trata de un tópico histórico. El m undo ru ral m itificado en C ataluña de la m ano de P iferrer se podría h ab er hecho m erecedor del elogio de Ruskin, aunque hoy nos parezca, éste sí, un poco ñoño: Allí, sentados, cabe la benéfica lumbre del hogar, platicando con los venerados octogenarios que ocupan el robusto escaño de ro­ ble que ocuparon sus mayores, mientras la abuela mece al niño que contempla la salamandra del fuego, y la madre solícita, cubierta la cabeza con honesta toca, adereza y pone una mesa limpia, abastada de amable paz más que de costosa vajilla; ¡cómo ruedan las dulces horas!, ¡cómo en medio de tanta mansedumbre aparece triste allá la trabajosa vida y áspero bullicio de las ciudades, mansiones de in­ quietud y de delirio! (Piferrer, 1839, 328-329).

En cualquier caso, P iferrer rep etía el tópico horacian o que di­ vulgó p o r m edio de unos célebres versos el poeta castellano del «qué descansada vida la del que huye del m u n d an al ruido...». El cam po con sus h ab itan tes, p o r su ap aren te estabilidad y p erm a­ nencia, igual que los troncos de roble que servían p ara c o rta r los escaños centenarios, en tro n cab a d irectam en te con el pasado y p o r m edio de esta relación tran sm itía al presente valores esenciales. En los lugares com o In g laterra donde el cam bio fue m uy grande, el sentim ien to de p atrio tism o local se m ostró m uy fuerte d u ran te el siglo XIX, com o puede verse a través de la literatu ra, las evocaciones históricas, los m useos, la arqueología o las actividades de las asociaciones civiles, y no cedió al p ro g resar el siglo xx. Este sentim iento de proxim idad y dependencia p ara con la tierra, que m ás que a p atrio tism o p o d ría asim ilarse a sentido de pertenencia, se m anifestaba asociado a u n cierto m iedo a la pérdida de un es­ tado de cosas largam ente establecido y a u n a m an era de vivir que se in tu ía em pezaba a desm o ro n arse p o r todas partes. C uando la gente viajaba a la g ran ciudad p en etrab a en un m u n d o de extraños, un m undo de individuos extraños sobre todo, y si debía, p o r la fuerza de las circunstancias, q u ed arse p erm an en tem en te en ella, se traía consigo el inqu ietan te sen tim ien to de h a b e r dejado atrás p ara siem pre algo im p o rtan te de sí m ism os, au n q u e sólo fuera p ara d e­ ja r sitio a po d er ser un poco com o esos otros. P ara R. Sam uel, era el m iedo a p erd er cosas básicas m uy sentidas lo que realm en te iba dando form a a esta form a de am o r a la tierra que de tan diferentes m aneras se m anifestaba en la vida social, y no tan to el orgullo de

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p erten ecer a un d eterm in ad o lu g ar (Sam uel, 1995, 36). Algunos de los escritores m ás grandes del siglo p asad o h an sabido tra n sm itir­ nos con Vigor y n itidez el valor que tenía la idea m ism a de trad ició n en la h o ra del cam bio, y el tra u m a que p o d ía su p o n er tro ca r un sentido co m u n itario de la existencia p o r o tro m ás individualista. R alph Sam uel ve en W alter Scott, el p ad re de la novela histórica, al prim ero de los g ran d es novelistas b ritán ico s del siglo xix que ex­ plotó el sentido de pertenencia. Luego siguieron C harles D ickens y Thom as Hardy, p a ra quienes el sentido de p erten en cia está relacio­ nado con el m u n d o perd id o de la infancia, ios años 1830 y 1840, precisam en te la época en que p ara ellos, y p ara las gentes de su ge­ neración, em pezaron los g ran d es cam bios. El po eta M istral en F rancia sen tía p arecidos im pulsos. Y de m a n era parecid a a com o Em ily B ronté escribía sobre u n as «cum bres borrascosas» que exal­ taba p o r la sencillez y el p rim itivism o de las gentes que las p o b la­ ban, escritores h isp an o s com o V íctor C atalá y Pereda su cu m b ían ante los paisajes, las fuerzas de la n atu ra leza y la fortaleza de las gentes que aú n no h ab ían sido co rro m p id as p o r el u rb an ism o y la sociedad m odernos. El sen tid o de p erten en cia es u n a de las res­ puestas m ás significativas que ad o p tó la reacció n al cam bio. Skansen, paradigma de m useo de historia E n S uecia la p resión de la vida m o d ern a y el m aq u in ism o se hicieron sen tir de u n a m a n e ra p articu la rm en te in ten sa d ad o que los cam bios se p ro d u jero n en u n lapso m uy corto. La reacción dio sus frutos ráp id a m en te a p a rtir del segundo tercio del siglo xix, cu an d o se tem ió p o r la p érd id a de las trad icio n es cu lturales del m u n d o ru ral, las cuales h ab ían m arcad o la vida de la m ism a gene­ ración que h ab ía p ro tag o n izad o el cam bio. La h isto ria del conservacionism o sueco m o d ern o arran ca, no ob stan te, com o en otros lu ­ gares de E u ro p a, de los p rim ero s años del siglo xix, cu an d o filólo­ gos y poetas, im buidos del esp íritu del rom an ticism o , se desviven p o r rep ro d u cir las form as sim ples y au tén ticas de la c u ltu ra p o p u ­ lar. H acia m itad de siglo los d escu b rim ien to s arqueológicos de cul­ tu ras proto -h istó ricas d esconocidas y la ap arien cia de que p resen ­ taban conexiones con la trad icio n es de la c u ltu ra m aterial del p u e­ blo escandinavo alen tó el cono cim ien to y la ap reciación pública de estas últim as, que em p ezab an a verse am en azad as p o r los ráp id o s cam bios socioeconóm icos q u e ex p erim en tab a el país. A esta to m a de conciencia co n trib u y ó m uy p a rticu la rm en te el ideólogo panes-

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candinavista A rtur H azelius, filólogo con form ación arqueológica, que se convirtió en el alm a del m ovim iento conservacionista sueco a p a rtir de 1870. Igual que el noruego E ilert S undt, de quien había leído un estudio sobre los oficios p o pulares publicado en 1867, seis o siete años antes que W. M orris difundiese los principios del m ovi­ m iento Arts c& Crafts, H azelius b u scab a u n a salida a la confusión provocada p o r el ráp id o d esarrollo del m aqum ism o. Por encim a de la efervescencia n acio n alista que co m p artía con otros estudiosos europeos de su m ism a época, sentía u n a m otivación íntim a p are­ cida a la que alim en tab a la vida de Ruskin: el sentim iento ro m án ­ tico de p érd id a de un estado de cosas que se h abía m antenido p o r siglos y que ah o ra la in d u stria alterab a p rofundam ente. H azelius añ o rab a los «viejos tiem pos», u n a su erte de edad d o rad a social­ m ente cohesion ad a y b astan te igualitaria, en la que cada persona y cada cosa ocu p ab an el lu g ar que les corresp o n d ía en el m undo, y donde, p o r tan to , señ o reab a un statu quo estable y duradero. E n 1872 se convenció p o r sí m ism o de que toda u n a cu ltu ra estaba en tran ce de desaparecer, tras h acer un viaje de estudios p o r las regio­ nes agrícolas del cen tro de Suecia, fronterizas con el gran n orte lapón, donde p u d o ap rec iar la decadencia de las an tañ o florecientes in d u strias populares. La racionalización del trabajo agrícola en las granjas, la m in ería y la explotación del bosque estaban revolucio­ n ando al país. E n p alab ras de E. P. Alexander (Alexander, 1983, 243), «H azelius tem ía que la revolución in dustrial trajese u n a d esa­ gradable e insulsa unifo rm id ad y am en azara las bellezas naturales y la diversidad cu ltu ral del país. El progreso del cam po daba gran p ro sp erid ad a los granjeros y ios ten tab a a la com pra de objetos ca­ ros y nuevos y los in ducía a cam b iar las form as tradicionales de vestir, de co m er e incluso de la religión». Tras fo rm ar en su casa con objetos recogidos p erso n alm en te el p rim er m useo de c a rá c te r etnográfico de E scandinavia (véase fig. 5), H azelius viaja a P arís en 1878 p ara llevar a la E xposición Universal u n a m u estra so b re la vida ru ra l sueca, que incluye tre in ta m an iq u íes q u e fo rm an d iferen tes escenas ru rales cu id ad o ­ sam en te recread as con los objetos originales. En 1880 crea el Nordiska M useet con el lem a «conócete a ti m ism o» y em pieza a reci­ b ir ayuda del E stad o , y acto seguido in co rp o ra a sus investigacio­ nes sobre la c u ltu ra p o p u lar la a rq u itectu ra tradicional. El M useo N órdico era el resu ltad o de su o b ra de estudioso coleccionista de to d a u n a vida, sin em b arg o no ren u n ció a salvar al final de su vida el tesoro que su p o n ía la arq u ite c tu ra popular. P ara ello en 1891

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prom ovió, com o u n a extensión del M useo N órdico el m u seo al aire libre de Skansen, so b re u n a g ran isla verde q u e d o m in a la capital, D jurgardeh, an tig u a reserva real de caza, a d o n d e traslad ó u n a m u estra rep resen tativ a de la a rq u ite c tu ra trad icio n al, tra n s p o r­ ta n d o desde su lu g ar de origen, pieza a pieza, las casas escogidas. H azelius d isp o n ía a h o ra del co n tin en te y del co n ten id o ; así pues, p o d ía re c o n stru ir en S k an sen cu ad ro s co m p leto s de las fo rm as de vida tradicio n ales, región p o r región: la casa, los enseres d o m é sti­ cos, las h e rra m ie n ta s del trab ajo , y dado el espacio d isponible, re ­ c re a r su contexto espacial original con los cultivos característico s, los anim ales dom ésticos y los espacios libres con su vida an im al y vegetal (fig. 7). Se ha dicho que la ap o rtació n principal de H azelius a la m useologia h a sido el h ab er p resen tad o los objetos históricos en su co n ­ texto funcional. A unque eso no sea estrictam en te cierto, pues hay p recedentes en m useos de h isto ria de H olanda, A lem ania y D ina­ m arca al m enos, que posiblem ente H azelius conocía, sí que es p re ­ ciso reconocer que H azelius fue el in iciad o r y m áxim o divulgador de una concepción m useística que se sostiene sobre el p rin cip io de que el progreso del presen te se fu n d am en ta en los logros del p a ­ sado que la cu ltu ra m aterial trad icion al ilu stra com o n ingún o tro vestigio. R ealm ente, la idea de relacio n ar objetos del p asad o con la cu ltu ra de u n a región específica y p resen tarlo s p ro cu ran d o c a p ta r la sensibilidad y el sen tim ien to del público en cu ad ro s an im ad o s fue el gran logro de H azelius y el p u n to d e p artid a del m u seo de histo ria m o derno. Pero adem ás, d ad o que su visión de fondo de la sociedad tradicional p resen tab a u n cu ad ro de hom o g en eid ad es y estabilidades, se im ponía p o n er de relieve las pecu liarid ad es regio­ nales. E n Skansen ofreció u n a m u estra rep resen tativ a de la cu ltu ra m aterial de cada región del país, con especial referencia a los d is­ tintos oficios e in d u strias rurales, que a p arte de la arq u itectu ra, era u n a de las cosas que m ejo r cara cterizab a cad a co m unidad. E sta vi­ sión territo rial de la d iferen cia estim u ló en S uecia los estu d io s e t­ nológicos que p u siero n m u ch o énfasis en la elab o ració n d etalla d a de m apas y atlas etnográficos. Con sus ém ulos daneses y noruegos, los m useos al aire libre nórdicos, levantados según el m odelo de Skansen, crearo n época. P ara Alexander, la m useología escan d i­ nava de fines del siglo xix rep resen ta u n coup de force p o r su c o n ­ tribución al co nocim iento histórico: «en el ú ltim o c u arto del si­ glo xix los escandinavos d esarro llaro n u n a fo rm a de a m o r p ro p io cultural. Com o resu ltad o diero n al m u nd o u n nuevo tip o de m useo

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dedicado a la c u ltu ra popular, a la etnografía y a la historia social» (Alexander, 1982, 84). Skansen es el m useo al aire libre de cu ltu ra p o pular en funcio­ n am iento m ás antiguo del m u n d o y la m an ch a de verde m ás visi­ tad a de Suecia. Con el tiem po in co rp o ró nuevas y obvias visiones de la vida de antañ o , acen tu an d o su cará cter de m useo de historia de la vida cotidiana. Como co n tra p u n to a la vida ru ral Skansen buscó reflejar la im agen del cam bio y añadió al patrim o n io legado por H azelius testim onios de los otros tiem pos pasados: los de la tra n ­ sición industrial. Así, inco rp o ró viviendas de o breros de la época de la industrializació n , u n a Casa del Pueblo, m ansiones de la bu rg u e­ sía u rb an a y algunos edificios públicos representativos, así com o tiendas y talleres de artesan o s y com erciantes, típicos del estilo de vida provinciana de principios del siglo xx. Hoy día sigue siendo un gran m useo activo y vivo, d o n d e d istintos artesan o s siguen tra b a ­ ja n d o en sus oficios y colaborando al m ism o tiem po en la conser­ vación del p atrim o n io allí reu n id o po r sus conocim ientos basados en la p ráctica diaria, que p erió d icam en te hacen dem ostraciones p ara el público visitante de sus oficios tradicionales, y donde algu­ nos cam pos siguen lab rán d o se con los ap ero s de siem pre. Pero Skansen es m ucho m ás que eso; es la expresión m ás auténtica de la trad ició n sueca: trad ició n en arq u itectu ra, en decoración, en di­ seño de m obiliario y de objetos de uso cotidiano, en diseño textil, etcétera. S kansen y el M useo N órdico son la institución cultural m ás representativ a y q u erid a del país; m ás aún, el em blem a del país que sintetiza su h isto ria y la ilu stra generosam ente. El reto de digerir la industria La reacción al cam bio no fue igual en todas p artes y a veces tuvo aspectos contradictorios, sobre todo en los lugares en que este cam bio se p ro d u cía de form a m ás b ru sca y rápida. No obstante, hay u n as co n stan tes que se p u eden reseguir tan to en Suecia com o en F rancia, In g laterra o E sp añ a, aú n a p esar de las diferencias en el ritm o, la inten sid ad y el alcance del proceso de transform ación. Nos referim os a cosas com o la evocación nostálgica de la tierra n a ­ tal; la idealización de la vida tran q u ila y plácida del m undo rural, que nunca había ten id o que vivir pendiente del reloj; la aparición de corrientes y opiniones artísticas que revalorizaban el trabajo m anual hecho a conciencia, com o los m ovim ientos de «artes y.oficios»; la presencia de voces que clam aban co n tra la destrucción de

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la arq u itectu ra tradicional; o los que se dolían de que los m o n u ­ m entos y los restos arqueológicos fueran d estrozados sin co m p a­ sión cu ando h acía falta h ace r carreteras o am p liar barrios. La In g laterra v icto rian a m o stró siem pre u n a cara indignada que co n d en ab a d u ram e n te lo lejos a que se h ab ía ido a p a ra r con los cam bios y se m o stra b a p a rtid a ria ferviente de las form as de vida tradicionales. El éxito de la novela histórica, la n ostalgia de T hom as Hardy, el lam en to de los p rerrafaelitas po r no h ab er n a ­ cido en la E dad M edia, o el triu n fo del revivalism o gótico en la a r ­ quitectura, son algunas m u estras de u n a ten d en cia cuya co n sisten ­ cia subraya la im p o rtan cia del vaivén vivido. La in d u stria en esp e­ cial m ereció agrias criticas. La im agen d esag rad ab le de suciedad y feísm o de la fábrica, y su fam a de m áq u in a infernal, era tem a de discusión ap asio n ad a en los círculos intelectuales. La form a de tr a ­ b ajar que había im p u esto no convencía a casi nadie. W illiam M o­ rris co n trap o n ía u n a E dad M edia en paz consigo m ism a, idílica y socialm ente equilibrada, donde «el trab ajo diario se suavizaba con la creación co tid ian a de Arte», de form a que el arte era p ro p ia ­ m ente «la expresión p o r p arte del ho m b re de su placer en el tra ­ bajo» (M orris, 1969) con unos tiem pos m od ern o s em b ru teced o res en los que el sistem a lo co rro m p ía todo, p erso n as y cosas. Pero in ­ cluso la m ism a b u rg u esía en riq u ecid a co n la in d u stria se añ ad ía sin ningún p u d o r al coro de las críticas. E ran de los p rim ero s en la n zar invectivas c o n tra los excesos de la vida co n tem p o rán ea, la degradación de la calidad de vida de am p lias capas de la sociedad o la fealdad del nuevo urb an ism o . A finales de siglo las guías tu rísti­ cas de ciudades com o B irm in g h am o M an ch ester p asab an p o r alto el crecim iento de la ciudad m o d ern a y se ex ten d ían con detalles re­ buscados sobre sus orígenes h istóricos en la m ás rem o ta an tig ü e­ dad. S eguram en te p ara salvar retazos del país de la suciedad, en 1895 dos caballeros y u n a d am a fu n d aro n el N ational Trust, la o r­ ganización privada que en E u ro p a m ás h ab ría de h acer en el siglo que ap u n tab a, p o r la conservación del p atrim o n io histó rico de u n país. El N ational Trust co m p ró en In g laterra casas y p arajes de in ­ terés histórico o pin to resco con la ú n ica finalidad de preservarlos en su p u reza original, y p o r ley, en 1907 recibió la potestad de d e­ c larar sus bienes inalienables, p ara conservarlos en beneficio de la nación. Igual que los gran d es d eten tad o res de tierra de la E dad M e­ dia, señores y m onasterios, el N ational Trust fue am asan d o un enorm e p atrim o n io que n o tiene p o r fin alid ad ni la especulación ni la obtención de ren tas a plazo, sino la sim ple posesión com o g a ra n ­

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tía de un poder y de u n a h o n o rab ilid ad reconocidos socialm ente, que en el caso del Trust es capacidad de actu ació n en favor de la conservación de espacios n aturales, escenarios históricos y estru c­ tu ras de valor histórico y artístico com o casas, jardines, castillos, y m onasterios, así com o de yacim ientos arqueológicos. Tam bién los burgueses franceses tuvieron reacciones pareci­ das ante los efectos de la industrialización. No su pieron crea r una organización conservacionista com o los ingleses, pero el E stado sí supo m an ten er su faceta conservacionista com prom etiéndose a fondo con los m useos e im pulsando la restau ració n de m o n u m en ­ tos. Los franceses se lam en tab an que el negocio afease la vida h asta hacerla áspera y desagradable. La literatu ra decim onónica está llena de referencias a estas cosas. P ro u st hace que sus p rotago­ nistas discutan estas cuestiones en ocasiones y F laubert introduce ! pinceladas de lo m ism o en Bouvard et Pécuchet. Un intelectual com o M áxim e du C am p traslad a el debate a sus destinos turísticos favoritos, que quiere inm aculados y etern am en te pintorescos. En E gipto en 1852, ante las caducas ru in as de la m isteriosa A ntinópolis, ciudad fundad a p o r A driano en m em o ria de su am ado Antínoo, declam a: ... todo es triste gris y desolado en medió del polvo. Y sin embargo hace veinte años aún se conservaban en buen estado tres templos ro­ manos, un pórtico completo, un arco de triunfo tan alto que las pal­ meras apoyaban sobre él sus cabezas cargadas de frutos, y las jofai­ nas de mármol de los baños subterráneos: de hecho, la monumental ciudad se conservaba intacta. Pero un buen día, Ibrahim Pacha deci­ dió construir refinerías de azúcar en la margen opuesta, cerca de Roda; dejó caer sus garras depredadoras sobre las construcciones ro­ manas, las hizo añicos, y utilizó sus piedras para construir una fá­ brica repugnante (Clayton, 1985, 90).

La E xposición Universal de París de 1878 hizo d escu b rir a los franceses el encanto del m u n d o rural. El m agno acontecim iento se com plació en m o stra r objetos de uso com ún de cará cter trad icio ­ nal, que fueron ad m irad o s con em beleso p o r el público urbano, y constituyeron lá base del M useo E tnográfico del Trocadero, creado al año siguiente, en el cual las form as de la vida ru ral de las regio­ nes de F rancia se p resen tarían com o m u estra de la diversidad de las culturas au tó cto n as del país. La bu rg u esía y la intelectualidad rivalizaron entonces en p o n d erar las virtudes de la vida ru ral que con trap o n ían a la vida de ciudad m ás sórdida y conflictiva. Pronto

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se construye en F rancia, com o h ab ía p asad o en G ran B retañ a, u n a im agen falsam ente idealizada del cam po. El am b ien te estab a cal­ deado pairá que el p in to r M illet p resen tase en sociedad su cu ad ro La hora del Angelus, u n v erdadero p o em a visual sobre los valores espirituales del cam pesinado. Unos años m ás tarde, en 1896, M is­ tral prom overá el M usée Arlaten, un m useo de artes y cu ltu ra p o ­ pular, que ab rirá al público en 1899 u na celeb rad a exposición so­ bre la cu ltu ra trad icio n al de Provenza. V erdaderam ente, la reacción al cam bio provocado p o r la in­ d ustrializació n p artió en m uchos lugares, p o r lo que respecta a rea­ lizaciones efectivas, no de las altas altu ras de la adm in istració n , sino del nivel local de la ad m in istració n , o d irectam en te de las o r­ ganizaciones de la sociedad civil. Es en las ciudades m edias m u ­ chas veces, en tre las capas m esocráticas de provincias, donde cabe en c o n tra r los testim onios reactivos m ás significativos. Se ha visto el caso del N ational Trust. Las co rporaciones locales, p o r ejem plo, tuvieron en G ran B retañ a un papel decisivo a la h o ra de p aliar los efectos m ás nocivos de la industrialización. Allí, entre 1820 y 1850, al com pás de u n m ovim iento político refo rm ista de fuerte co n te­ nido social, en cabezado p o r el propio gobierno central, los gobier­ nos m unicipales de las regiones in d u strializad as h acen sus p rim e­ ras tentativas de resp u esta a los efectos m ás em b ru teced o res de la industrialización. Con la co n trib u ció n del m ovim iento asociativo, progresó la idea de que ios trab ajad o res de las fábricas debían te ­ n er acceso a u n a form ación m ás am plia, al tiem po que m ejo rar en el aprendizaje específico de los oficios m an u factu rero s. E n G las­ gow, M anchester, L ondres y o tras ciudades se o rg an izaro n clases experim entales de artes y oficios que desem b o caro n en la creación de las M echanics In stitu tio n s. Estos in stitutos, a p arte de cursos o r­ ganizaban excursiones y m o n tab an exposiciones. Su éxito co n tri­ buyó p odero sam en te a la form ación de los m useos m unicipales en todo el R eino Unido. Los A yuntam ientos m ás d in ám ico s de las n u e ­ vas ciudades industriales estab an deseosos de e n c o n tra r un linaje y u n a histo ria p a ra su nueva ciudad y colecciones p a ra llen ar m useos p o r lo que sim p atizab an con los arqueólogos aficionados y los h is­ toriadores locales. C uando m a d u ró la idea p o r d o ta r al país d e u n a red de institu cio n es públicas ded icad as a la p ro m o ció n de la cu l­ tu ra en tre las clases trab a jad o ras se p erm itió a los A yuntam ientos crea r y fin an ciar espacios p ara la cu ltu ra, fu n d am en talm en te bi­ bliotecas y m useos. M ediante la Ley de M useos de 1845 los Ayunta­ m ientos vieron finalm ente reconocido su papel en la prom oción de

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unos m useos repu tad o s de beneficiosos p ara el progreso m oral de la ciudadanía y eficaces po r su concurso en la m ejora de la calidad del diseño industrial. El prim er gran escap arate de la ñ am an te in d u stria europea fue la E xposición Universal de Londres de 1851 en el Crystal Pa~ lace. Fue la puesta de largo de u n a m an era nueva de en ten d er el m undo que había de trae r problem as lógicos de adaptación. En aquel m om ento el progreso de la in d u stria m an u factu rera em pe­ zaba a desp ertar reacciones co n tra la prod u cció n seriada y masiva, hecha con dudoso gusto y poca originalidad. ¿Tenía sentido que la chim enea de una caldera de u n a locom otora a vapor se diseñase im itando el fuste de u n a colum na jónica? Para algunos parece ser que sí que tenía sentido, pero p ara otros com o Ruskin era in to lera­ ble. Ruskin clam aba co n tra el poco respeto con que se utilizaban los m ateriales, co ntra la falta de criterio a la h o ra de im itar las for­ m as de la n atu raleza y de la trad ició n artística y co n tra la incohe­ rencia de m uchos de los diseños de pro d u cto s de uso corriente, que proliferaban, m ientras abogaba p o r la recu p eració n del gusto por los objetos de creación hechos a m ano. La propia exposición se hizo am plio eco de estas ideas y de la controversia que levantaban. En realidad la exposición de L ondres fue la p rim era m uestra que dio a conocer al m undo, a m odo de balance, los progresos del siglo, del ingenio y de la técnica acum ulados, al tiem po que b rin d ab a u n a autocom placiente retrospectiva, con u n fondo de nostalgia, de la tradición del trabajo m anual de c a rá cter artesano. Efectivam ente, en las grandes Exposiciones U niversales del siglo xix siem pre h u ­ bo un sitio reservado p ara el trabajo artesan al y m ás significativo aún, un espacio reservado a la contem plación de los objetos an ti­ guos y tradicionales. E ra u n a cuestión de prestigio: rep resen tab an la faz m ás noble, elevada y h u m an a que podía p resen tar cualquier nación civilizada. C onstituían adem ás el reco rd ato rio p ara los n u e­ vos u rb an itas de sus orígenes prein d u striales y del tipo de valores que antaño regían la vida productiva, que la nueva sociedad tendía a confundir y alterar. Algunos de estos objetos, evidencia de las a r­ tes y las industrias populares, ad q u irían u n a condición especial­ m ente valiosa en la m uestra, no tan to por m o strarse rodeados de un au ra de prestigio, sino po r el hecho inapelable de realzar el con­ traste con los objetos nuevos. Por u n a cosa o p o r otra, la conclu­ sión que se sacaba de las m u estras es que debía producirse un acer­ cam iento entre arte e industria. A efectos p rácticos en el cam po del diseño, la futura sim biosis en tre arte e in d u stria pasaba po r encon­

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tra r la fórm u la de ía form a in d u strial. Con la preo cu p ació n a m enudo obsesiva de h acer c asar lo útil con lo bello, la form a in d u s­ trial tendía a su p ed itarse al arte. P arecía que no h ab ía o tra alte rn a ­ tiva. Los teóricos del arte y del diseño g irab an la vista hacia los m o­ delos que p ro p o rcio n ab a ¡a h isto ria —griegos, rom anos, m edieva­ les...— que la arqueología y la m useología estu d iab an , rep ro d u cían y divulgaban am pliam ente. La idea de crea r u n a estética de los tiem pos seducía a los intelectuales p ero poco p arecía que se avan­ zaba en este terreno, p o r eso p arecía h asta cierto p u n to im p o n d e­ rable que el estilo del siglo se am asase sobre la base de unos p rin ci­ pios y con u n as form as am p arad as p o r la trad ició n y so b rad am en te p ro b ad as p o r la historia. E n 1870, José A m ador de los Ríos, que había sido d irecto r del M useo A rqueológico N acional, esgrim ía en el Alm anaque del M useo de la Industria para 1871, de M adrid, u n arg u m en to h ab itu al y m uy rep u ta d o en los círculos intelectuales, sobre el valor y la im p o rtan cia del p atrim o n io histórico, artístico y arqueológico p ara los p ro d u cto s de la industria: Así como el pintor, el estatuario y el arquitecto, alumbrados por la luz de la esthetica y de la historia piden enseñanza y a veces inspi­ ración a los monumentos de las «Bellas Artes» que la «Arqueología» revela, discierne y clasifica, así también el artífice, el industrial y el artesano pueden y deben demandar modelos, o cuando menos moti­ vos de imitación racional, acomodada a los usos y costumbres de nuestros días, a los productos de las «suntuarias» y demás «artes úti­ les», que la misma ciencia arqueológica exhibe a sus miradas, al dar cabo, en la serena región de la filosofía y de la historia, al estudio de la civilización de los pueblos (Pitarch y De Dalmases, 1982, 96).

No debe ex tra ñ ar que un m useólogo se ded icara a p u b licar a r ­ tículos de fondo en u n a revista de diseño in d u strial im p o rtan te com o el Museo de la In d u stria . En E sp añ a com o en otros países eu ­ ropeos la p alab ra m useo, com o la voz de sus m ejores profesionales, tenían sitio p referen te en las trib u n as de o p inión que gozaban de influencia en el m u n d o económ ico. El recu rso al p asad o era, pues, inevitable y sus secuelas tra sp a ­ saron la frontera del siglo xx. E n los años an terio res y posteriores a la Exposición U niversal de Londres, la estética y la m ística del gó­ tico se im puso p o r encim a de o tras fuentes de inspiración, p ero no fue la ú n ica referen cia válida. La yuxtaposición de estilos y cu ltu ­ ras diferentes que trad u cían u n a p a rtic u la r form a de m ira r al p a ­ sado m antuvo un alto grado de aceptación d u ran te todo el siglo.

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En B arcelona, d u ran te los años 1840 p residían el paisaje urb an o las form as eclécticas, con elem entos do m in an tes del clasicism o, sin em bargo los elem entos de influencia m edieval y oriental em peza­ ban ya a asom ar. E stos últim os triu n farían en la segunda m itad de siglo, en el m om ento en que se g eneraba u n a d em an d a nueva y cre­ ciente de prod u cto s m an u factu rad o s de am plia difusión, la form a de los cuales se inspiró en las form as m ás atractivas sancionadas p o r la historia. Por ello se hicieron im prescindibles p ara los fabri­ cantes y los com erciantes los rep erto rio s de form as artístico-industriales, com o el Álbum de Lluís Rigalt. R igalt publicó en Barcelona, en 1857, un m u estrario ex traordinario, el Álbum enciclopédico-pintoresco de los industriales, que co n d en sab a el espíritu de las p rim e­ ras grandes exposiciones de pro d u cto s industriales de m a rid ar lo que es útil con lo que es bello, en la producción de bienes indus■tríales. Tenía u n a clara vocación pedagógica y de servicio, conven­ cido com o estaba de que era necesario ofrecer a los fabricantes y artesanos un m an u al de consulta, u n a g ram ática aplicada de los es­ tilos, a la altu ra de los tiem pos, p ara po d er co m p etir con éxito con las principales potencias industriales de E uropa. Rigalt p ensaba que los recursos que b rin d a la histo ria eran im prescindibles p ara salvar las lim itaciones form ales in h eren tes al p ro d u cto industrial, y m ás aún, que las form as artísticas del pasado se tran sfo rm ab an en el espejo ideal a través del cual co n tem p lar las posibilidades de de­ sarrollo de la industria. En E spaña, la réplica a la exposición de L ondres tuvo lugar en B arcelona en 1888. Los tem as que d o m in a­ ron la palestra fueron los m ism os que en Londres en 1851 o en P a­ rís en 1855 y 1867, y los problem as debatidos, m uy parecidos. Por eso el a u to r de la guía de la Exposición Universal de B arcelona de 1888 decía con razón: Uno de los grandes beneficios producidos por las Exposiciones Universales consiste en haber llamado seriamente la atención del mundo moderno hacia la influencia de las Bellas Artes en los progre­ sos de la industria en general... De ahí que a la indiferencia o al des­ cuido con que fueron miradas las artes de lo bello durante la primera mitad del presente siglo haya sucedido después una reacción saluda­ ble y una emulación creciente, notándose que en las Exposiciones celebradas desde 1851 ha ido siendo cada vez mayor y más impor­ tante el lugar concedido a las Bellas Artes, y que no sólo se les ha dado últimamente una marcada preferencia, sino que en los interva­ los de unos a otros concursos universales, los gobiernos han promo­ vido Exposiciones Universales de productos puramente artísticos

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con el fin de mantener vivo el entusiasmo, ejercitar las fuerzas del in­ genió y estimular la inclinación de la juventud hacia esa parte esen­ cial de la cultura humana (Reverter Delmás, 1888, 11).

En aquellos m o m en to s C atalu ñ a era la avanzada de la p ro d u c­ ción in d u strial española. P ersonajes com o S an p ere i M iquel, Josep Puiggarí o José de M anjarrés, y en tid ad es com o el Ateneu B arcelo­ nés, la A ssociació A rtística A rqueológica o el F om ento del Trabajo N acional, ab ogaban p o r e n señ ar a artesan o s e ind u striales y ta m ­ bién a los trab ajad o res m anuales, en bien de la pro d u cció n m a n u ­ facturera, las co n q u istas de la creatividad y el ingenio hum anos, m ediante la org an izació n de exposiciones de arte y an tig ü ed ad es y la dotación de m useos, com o el fru strad o m useo de artes d eco rati­ vas e industriales, p atro cin ad o p o r e! Ateneo, o el m useo de R epro­ ducciones A rtísticas in au g u rad o en 1891. E n E stados Unidos fueron los em presarios individuales los que directam ente crearon los m useos. El d esp ertar de la h istoria no llegó hasta el cam bio de siglo y entonces se quiso em u lar los exito­ sos m odelos de los m useos nórdicos y centroeuropeos de historia cultural. Ya se ha citado el caso de Colonial W illiam sburg, o b ra de los Rockefeller, ciertam ente influido p o r Skansen. Por aquellos años el em presario de em presarios, H enry Ford, sím bolo de la potente in­ d u stria norteam ericana, inventó G reenfield Village. Im b u id o de los valores tradicionales de la A m érica profunda, Ford construyó u n gran m useo al aire libre d onde se recreó ía vida de las granjas del m edio oeste n o rteam ericano, con sus explotaciones agrarias, sus re ­ baños soñolientos y sus m an u factu ras artesanales. E n G reenfield Village, Ford se dedicó a d a r form a a sus sueños de u n a América agraria, tran q u ila y religiosa, u n a A mérica que p recisam ente él h a ­ bía contribu id o com o nadie a h acer d esap arecer con su im perio in ­ dustrial. G reenfield Village, en su p arque enorm e, lim pio y o rd e­ nado, destinado al ocio cultural y a la educación de la ciudadanía, era ju sto la o tra cara del com plejo hum ean te de Rouge, donde miles de trabajado res fabricaban en serie los fam osos Ford T. L a s g r a n d e s t r a n s f o r m a c io n e s d e l p r e s e n t e : «DESARROLLISMO», MERCANTILIZACIÓN DE LAS RELACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES, Y TURISMO

La econom ía m o d ern a h a convertido los bienes p ro d u cto del esfuerzo hu m an o en m ercancía. U na m ercan cía es cu alq u ier gé-

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ñ ero objeto de com ercio. Tam bién los bienes culturales han sido transform ados en género de com ercio a p a rtir del m om ento en que se les h a adjudicado u n d eterm in ad o valor convertible en m oneda y ha aparecido gente d isp u esta a p ag ar p o r ellos. El com ercio de a n ­ tigüedades, p o r ejem plo, es u n a actividad m uy rancia, que ya obligó en 1471 a Sixto IV a p u b licar u n a b u la p ro h ib ien d o la expor­ tación de bienes del patrim o n io arqueológico de la ciudad de Rom a. Con todo, si bien el fenóm eno no es nuevo, com o se ve, ia popularización creciente en el m u n d o co n tem p o rán eo de los obje­ tos del p asado ha inflado y extendido enorm em en te las dim ensio­ nes de este m ercado singular. Hoy día, p ara los arqueólogos el ene­ m igo principal es a m en u d o el furtivo p o rtad o r de d etecto r de m e­ tales. El furtivo, com o los antiguos buscadores de oro, va a la búsqueda de la riqueza que d eslu m b ra a la vista, y desea aquello que persigue el arqueólogo aventurero del tópico literario o cine­ m atográfico: joyas exóticas, m onedas de oro, estatu as preciosas y m ágicas y objetos fantásticos que valen porque son antiguos y ra ­ ros. El coleccionista privado, otra tradición secular, se h a ab aste­ cido tradicion alm en te de ios furtivos y de los co n trab an d istas y ha sentado sus reales en el m ercado de antigüedades. Pero hoy d ía ha aparecido un m ercado nuevo, el m ercado de la cu ltu ra atizado por el fuego de la nostalgia, respetable, p erfectam ente legal y h asta protegido p o r la A dm inistración, que se n u tre fu ndam entalm ente de lecturas y de visitas a los m useos y a las atracciones culturales basadas en el p atrim o n io histórico-arqueológico. Este peculiar m ercado de la c u ltu ra se alim enta de pasado, de u n pasado recre­ ado a la m edida del hom bre m oderno, que contiene u n ingrediente de evasión que se utiliza de m u ro de contención co n tra la presión diaria de la vida m oderna. Si m useos y p atrim o n io m onum ental son los activos principales del m ercado de la nostalgia, éstos no trab ajan solos: cine histórico, novela h istórica, reportajes de televi­ sión, series televisivas, fiestas tradicionales y cenas y espectáculos m edievales contribuyen con sus im ágenes y m ensajes, blandos y asequibles, a fam iliarizar al público con este valor en alza en las so­ ciedades contem p o rán eas que es el pasado. En una sociedad sa tu rad a de objetos, los que tienen algo nuevo p ara vender solicitan ayuda a los expertos en ventas, los téc­ nicos de m arketing, p orque lo que persiguen es su scitar u n a nueva necesidad en tre los consum idores, y u n buen atajo p ara conse­ guirlo es co n d icio n ar de alguna m an era los sentim ientos de la gente m ediante técnicas de co m unicación sofisticadas. Lo que el

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público desea c o m p ra r hoy en día, m ás allá de las necesidades p e­ ren to rias d e la subsistencia, son sobre todo ilusiones. P ara u n a m a­ yoría de lá población, la oferta m ás asequible que le b rin d a el gran m ercado del pasado, no es ta n to la posibilidad de c o m p ra r objetos concretos de a rte o antigüedades, com o h acen los coleccionistas, com o de c o m p ra r ilusiones: im ágenes y visiones gratificantes, via­ jes de ensueño, p ro m esas de au to rrealizació n , lecciones de futuro; en definitiva, la ilusión de pasado. El p asad o tal com o hoy se p re ­ senta es m uchas veces sólo u n a ilusión, y com o tal es un p ro d u cto de consum o que se vende en m uchos sitios. La ilusión de pasad o con sus asociaciones m ercantiles es u no de los rasgos que m ejor definen la pasió n co n tem p o rán ea p o r la conservación de los vesti­ gios m ateriales de la historia. Hay un segundo rasgo im p o rtan te a ten er en cuenta, que se su ­ perpone al p rim ero y que ayuda a explicarlo: la vivencia co n tem p o ­ rán ea de la noción de cultura. Nos estam os refiriendo, claro está, a la dim ensión social de la noción cu ltu ra, no a la antropológica. E n el m u n d o actual, en las sociedades m ás d esarro llad as, u n sector m ayoritario de la población, u n a extensa cíase m edia, tiende a ap ro p iarse de u n a versión del concepto de c u ltu ra que sirve p a ra m uchos usos y p o r ello resu lta algo vaga e incluso equívoca. Cul­ tu ra te n d ría que ver b ásicam en te, entonces, con m an ifestació n de la experiencia de vida de los pueblos, donde, lógicam ente, el p a ­ sado ten d ría un papel ejem plar. C ultura, q u e siem pre se h a aso ­ ciado a estatus, no en vano se tra ta b a de algo tan com plejo com o de ir en pos del conocim iento, se tran sfo rm a en la noción de algo asequible y se p resen ta de form a m ás clara y com pleta de lo que trad icio n alm en te lo h a hecho. La cu ltu ra se usa, se frecuenta, se en cu e n tra o se com pra. Por o tro lado, com o se co n sid era que cu al­ q u ier m anifestació n de un gru p o social o co m u n id ad es cu ltu ra, el térm in o se aplica in d iferen ciad am en te a las m ás diversas activida­ des y situaciones sociales: el F útbol Club B arcelona es cu ltu ra, la fiesta de la bicicleta es cu ltu ra, etc., y ap arece u n a «cultura de la queja», o u n a «cultura de la negociación» (sic ) que san cio n a el len ­ guaje periodístico. La cu ltu ra sería la co n q u ista social de la d em o ­ cracia, en la que todo el m u n d o cabe, p o r eso se celebra que haya sido su straíd a de las m an o s exclusivas de las elites. De esta form a, la noción de cu ltu ra oscila en tre la vulgarización y el uso excesivos, y el m an ten im ien to resid u al de u n cierto a u ra de prestigio sacralizado, aplicable a d eterm in ad o s contextos reserva: ciertos m useos, ciertas lecturas, ciertas escuelas, etc.

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Los vectores, en ei sentido de acciones proyectivas, m ás cara c­ terísticos de la situación presente o m od ern id ad contem poránea, en lo que respecta a la vivencia de la noción cultura, podrían ser los siguientes: ocio-evasión, pasado, m ercado y cu ltu ra de m asas-civi­ lidad u rb an a. Estos elem entos, que en el pasado eran difícilm ente com patibles y m ayorm ente asu n to de m inorías, se en cu en tran p re­ sentes en la vida social y tienden a co in cid ir en lugares y situacio­ nes d eterm in ad as p ara ponerse al alcance de la m ayoría. El u rb a ­ nista Ignasi de Solá-M orales hace referen cia a estas cosas en u n a entrevista publicad a po r El País el 31 de m ayo de 1995, e identifica a uno de esos sitios de encuentro: «los grandes centros com erciales y los m useos cada vez se parecen m ás; son contenedores d estin a­ dos al tiem po libre y a las relaciones sociales, que tienden a hom ogeneizarse». Un ejem plo valdrá p ara aclarar cóm o la conjunción ocio-evasión, pasado, m ercado y cu ltu ra de m asas se produjo real­ m ente en un lugar d eterm in ad o y en u n m om ento determ inado, p ara m o strar adem ás cóm o la gente descu b ría los valores del p a tri­ m onio. La acción se sitúa en Valladolid hace unos años, aunque tam bién pudo pasar en M adrid, B arcelona u otras ciudades que p a­ saron p o r experiencias parecidas en otros m om entos. En u n a ciu­ dad relativam ente pequeña, en térm inos europeos, com o Valladolid, la exposición culta «Las E dades del H om bre» de arte sacro fue visitada por m ás de un m illón de personas d u ran te los 160 días en que estuvo ab ierta el añ o 1989. La Escuela de Turism o de Valladolid calculó que cerca de 800.000 p ersonas viajaron a la ciudad del Pisuerga, sólo p ara ver la exposición, y la m ism a p ro cu ró 6.700 m i­ llones de pesetas de ingresos totales, directos e inducidos, proce­ dentes del m ovim iento turístico generado, cifra astro n ó m ica p ara u n a ciudad que sólo recibe u n tu rism o significativo d u ran te las fiestas de S em ana Santa. O tro d ato significativo extrapolable sobre la relación patrim o n io -tu rism o -ren ta, que no existe p ara el caso de Valladolid, pero que sí existe p ara la exposición antológica de Velázquez en M adrid del invierno de 1990, es el siguiente: en dos m e­ ses se vendieron m ás de 250.000 catálogos. Y es que la gente iba a la exposición con grandes bolsas p ara co m p ra r m ás de un catálogo, ya que se puso de m oda regalarlos. De nuevo el pasado ¿Cómo es que el pasado tiene hoy tan tos clientes? De en trad a puede parecer una paradoja esta reap arició n en la escena m oderna

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del pasado, cual ave fénix que ren ace de sus cenizas, en m edio de u n a socie^ád cam b ian te y ap resu rad a. Pero no lo es; y algo al re s­ pecto ya £é ha dicho en o tras páginas. E xam inem os con algo de d e­ talle los fenóm enos socio-culturales característico s del m u n d o co n ­ tem p o rán eo cau san tes de procesos reactivos que co n d u cen eventualm enté a la irru p ció n del p asad o en la vida actual. En p rim er lugar debem os ten er en cu en ta el cam bio que ha su­ puesto p ara las sociedades m o d ern as la im posición de u n a civili­ dad u rb a n a que tien d e a la igualación. El sistem a de relaciones que g aran tizab a en el p asad o el m an ten im ien to de a tad u ras en tre los individuos con u n espacio físico y u n a d eterm in a d a trad ició n obje­ tivada en cosas m ateriales, au n q u e tam b ién en conocim ientos, d i­ chos, etc., se ha estro p ead o o ha d esaparecid o p o r sim ple d esplaza­ m iento geográfico: el éxodo ru ral. Es ju sta m en te el co n tacto físico con el te rrito rio que ata al individuo con sus orígenes, la p atria en sentido literal de lu g ar de los padres, o e! te rru ñ o según u n a expre­ sión castellan a m uy gráfica, lo que el individuo m o d ern o deja atrás. E sta separació n física del individuo de su territo rio ancestral está en el origen de u n o de los m ales co n tem p o rán eo s m ás citado p o r los pensadores: la p érd id a de raíces. O rtega y G asset hace de ello un discurso filosófico en tero al a b o rd a r la crisis del h o m b re del siglo xx. Al su stitu irse d rásticam en te la savia de la trad ició n cu ltu ­ ral que fluía n atu ra lm e n te de la ín tim a relación del individuo con el grupo y la p atria (ám bitos n atu rales de expresión de las pro p ias capacidades en un espacio d eterm in ad o ) p o r u n a nueva cu ltu ra de la civilización m o d e rn a que aco m p añ a la vivencia individual en u n a nueva d estinación u rb an a, gen eralm en te m ás com pleja e in ­ quietante, el individuo tiende a cae r en la confusión, el d esam p aro y la soledad. Así pues, tenem os u n fenóm eno de ex trañ am ien to que se verá aco m p añ ad o p o r la im posición de u n a nueva p au ta cu ltu ral unifo rm izad o ra. Pero la nueva c u ltu ra tiene u n a oferta am p lia de recursos integrad o res que o cu p an en el individuo d esarraig ad o el lu g ar que o cu p ab an los an tig u o s conocim ientos, anhelos y expe­ riencias. La oferta de la civilización m o d e rn a p asa fu n d am e n tal­ m ente p o r u n a cu ltu ra h o m o g en eizad o ra que es u n a am alg am a de co nsum ism o y de p rag m atism o , que E d g ar M orin definió com o cu ltu ra de m asas. P or lo tanto, un segundo elem ento a co n sid era r es el papel que rep resen ta dicha cu ltu ra de m asas. E sta fo rm a de tran sm isió n cul­ tural se n u tre de un universo de cosas m ateriales m uy d istin to al tradicional, pues es el resu ltad o de u n a sociedad pro d u ctiv ista fu n ­

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d am entalm ente distin ta de la sociedad tradicional. La cu ltu ra de m asas llena la vida de las personas de pro d u cto s pensados p ara h a ­ cer frente a las nuevas necesidades m ateriales de un en to rn o cam ­ biante y co m b atir el vacío y la soledad de la g ran urbe, fom enta el individualism o y ayuda a ad q u irir un sentido p ráctico con el que tom arse la existencia. El individuo d esarraig ad o in terp reta los n u e­ vos productos de la nueva cu ltu ra que rige la vida cotidiana del ciu ­ dad an o m oderno, com o au to m áticam en te superiores a cuales­ quiera otros. Este d ictam en se hace en base a la p reem inencia de lo que es m oderno con respecto a lo que es viejo o antiguo, ya que u n elem ental exam en com parativo ofrece razones objetivas suficien­ tes. Una apelación a la objetividad de la experiencia de prim era m ano sirve en todo caso p ara n eg ar cu alq u ier arg u m en to c o n tra­ río. Es lógico, pues, que la construcción de un a nueva identidad u r­ b an a p o r m edio del consum o de bienes y servicios sea el resultado m ás notable de los procesos de ad ap tació n a la nueva c irc u n stan ­ cia. La cultura de m asas, esencialm ente d inám ica y bien provista de arg um entos culturales de peso, fabrica nuevos m itos y gratifica el deseo n atu ral de las personas de acceder a cotas superiores de b ien estar m aterial. P ara todo ello utiliza sistem as avanzados de di­ fusión de m ensajes culturales, p rin cip alm ente los m ass media y la televisión (no en vano este últim o m edio es el m ás em blem ático del m undo contem poráneo). La cu ltu ra de m asas en cu en tra su m edio m ás estable de desarrollo a m edida que crece la dim ensión del m ercado, es decir, a m edida que las m asas u rb an as van accediendo a niveles de consum o superiores. El ingreso de las m asas en la cu l­ tu ra del bienestar, del ocio y del consum ism o, pues se trata de tres aspectos de un m ism o proceso (hay que ten er en cuenta que la dis­ posición de tiem po libre es u n a g an an cia que se entiende com o tal, e incluso com o potencialidad de la nueva civilización urbana, pero que sólo existe en tan to en cu an to previam ente ha habido u n a re­ gulación im puesta del tiem po), hace que m uchos individuos pien­ sen que acceden a u n a posición que antes sólo disfru tab an los p ri­ vilegiados, por lo que tienden a sentirse satisfechos y felices de in­ tegrarse. E sta nueva sociedad, po r su din am ism o interno y po r la lógica de su desarrollo, vive un paroxism o del progreso que altera los principios que trad icio n alm en te regían la vida de las personas: ah o ra sólo se cree en lo que se ve y se toca; sólo vale lo que da re­ sultados m ateriales inm ediatos; sólo in teresa el tiem po presente. Un tercer elem ento, pues, tiene entrada: el utilitarism o com o filo­ sofía de vida. E stam os ante una sociedad im buida de un sentido

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m aterialista de la existencia, q u e progresa som etida a la férula de la razón in stru m e n ta l. En ella los procesos de racio n alizació n se im ponen en todo tipo de instituciones, de m an era que la tom a de decisiones en cu alq u ier sentido es resultado del cálculo, el cual d ic­ tam in a si en función de unos objetivos p red eterm in ad o s se p ro ­ duce en cada caso u n a relación favorable o no con los m edios u tili­ zados. H a desap arecid o la lucha prim ig en ia y personal co n tra la naturaleza; no hay espacios p ara la autosuficiencia. Lo que se p ro ­ duce localm ente no goza de au to n o m ía y no pu ed e p rescin d ir de lo que es externo; el esp íritu de gru p o rem ite, así com o la form a de ser diferente, y el trab ajo perm an ece aco tad o y co m p artim en tad o , com o el esfuerzo. Los procesos de hom ogeneización en tre grupos e individuos que p articip an de los m ism os im pulsos y m ecanism os de reproducció n social se suceden y ah ogan la esp o n tan eid ad y la liberalidad de los individuos. Se plan tean nuevos problem as de autorrealización personal, p ro b lem as de privacidad, p ro b lem as de au to n o m ía p ersonal y p ro b lem as de relación interpersonal. Sin em bargo, pese a ios problem as y las tensiones de todo tipo, para u n a m ayoría de la población el éxito perceptible de la m oder­ nización, refo rzad o p o r la lógica del d iscu rso intelectual d o m i­ nante, consolida u n a visión de la sociedad m o d ern a com o am p lia­ m ente su p erad o ra de la sociedad tradicional. Es m ás, la m o d e rn i­ dad com o o rd en p o strad icio n al que ha sabido tran sfo rm a r las nociones de tiem po y espacio y h a puesto en m arch a m ecanism os de desenclavam iento de las relaciones sociales que h an lib erad o a la sociedad de n o rm as y p rácticas caducas, h a hecho olvidar al p a ­ sado. El pasado, pasado está p o r h ab er sido su p erad o en todos los órdenes p o r la m o d ernidad. Pero la m ayor p arte de los p ro d u cto s del m edio m o d ern o son efím eros, pues n ad a queda fuera de la ru ed a im p arab le del co n ­ sum o. El ser h u m a n o ha acen tu ad o en los tiem p o s m od ern o s su ca­ rá c te r de d ep red a d o r incansable: todo lo devora y consum e. H. A rendt co m p ara el ser h u m a n o co n stru cto r del m u n d o de an tañ o , con el ser h u m a n o dev o rad o r insaciable con el m ín im o esfuerzo, de n u estro s días. En nuestra necesidad de reemplazar cada vez más rápidamente las cosas que nos rodean, ya no podemos permitirnos usarlas, respe­ tar y preservar su inherente carácter durable; debemos consumir, de­ vorar, por así decirlo, nuestras casas, muebles, coches, como si fue­ ran las «buenas cosas» de la naturaleza que se estropean inútilmente

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si no se llevan con la máxima rapidez al interminable ciclo del meta­ bolismo del hombre con la naturaleza (Arendt, 1974, 170).

E sta m anera de vivir, aunque aceptada po r la fuerza de las cir­ cunstancias, no puede ser satisfactoria en sí m ism a, porque no se sabe a donde lleva. Sum ada a la inestabilidad característica de la vida m oderna y a los elem entos de turbación señalados po r Giddens, fuerza a los individuos a b u scar nuevos equilibrios y a descubrir en la existencia recursos com pensadores que no son únicam ente m en­ tales. Por un lado está la necesidad difícilm ente irrenunciable de per­ m anencia, por otro, el respeto debido a las cosas y a los m ism os ob­ jetos que acom pañan la existencia individual; y en el horizonte, casi instintivam ente, la obligación hu m an a de perseguir la felicidad, la cual no puede apoyarse en u n a vida que al prescindir de lo perm a­ n en te sufre bandazos continuos y se to m a cada día m ás insustancial. Es así com o com ienzan a apreciarse las reliquias, auténticos vesti­ gios del pasado en form a de objetos, porque, aunque parezcan pe­ queños engorros sin im portancia, hacen en el fondo la vida m ás agradable, y acom pañan. Q uizá son m ás sustanciales que m uchos de los objetos que pueblan el universo cotidiano y quizá resultan m ás «habitables» que m uchas de las ofertas culturales que se exhiben. Sin em bargo, no hay duda de que todo lo que se conserva está fuera de uso, pues sólo en tra d en tro de la categoría de lo conserva­ ble aquello de lo cual se presiente el fin de su utilidad práctica. N a­ die conserva u n a radio vieja p ara escu ch ar las ondas, sino porque está a punto de e n tra r en u n a categoría nueva, la de las radios a n ti­ guas. La obsolescencia alarga la vida de ios objetos que ya no valen p ara nada, pero se tra ta de «otra vida». En esta «otra vida» reside en p arte el valor de reliquia de u n objeto, que p ara unos es anéc­ dota, p ara otros sentim iento, y p ara los de m ás allá, sím bolo o tó­ tem . Así pues, los vestigios del p asad o al no m o stra r a los ojos del individuo m oderno lazos de dependencia con el presente p o r p erte­ necer a u n territo rio singular, p lenam ente au tó n o m o y com pleta­ m ente ap artad o de la realidad de la vida diaria, sirven p erfecta­ m ente a las necesidades de recreació n del im aginario. Su m u n d o es otro, u n m u nd o donde verdad y fan tasía se m ezclan y donde cien­ cia y m agia se superponen. Por eso, si las reliquias ap asio n an p o r­ que las ansias del ho m b re m o derno las hacen sustanciales, tam ­ bién sus instru m en to s de m edida, la h isto ria y la arqueología ga­ nan favor p o p u lar y su vigencia crece día a día porque su com etido responde a las inquietudes de la m odernidad.

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C onsum o de pasado y sociedad en el m undo actual Al co n stitu ir u n te rrito rio au tó n om o , abierto, extenso y fácil de cultivar p o r el im ag in ario colectivo, los vestigios del p asad o son ex­ plotados a fondo. Al m arg en de su uso en el ám b ito de la educación y de la investigación p u ra, los objetos de la h isto ria son la m ateria prim a de actividades p roductivas m uy nuevas, com o la d en o m i­ n ad a in d u stria del ocio, o la m ism a in d u stria turístico-cultura!. El cine era an tes de la g u erra en E stados U nidos u n a actividad de a r­ tesanos y artistas frecu en tad a po r intelectuales, y hoy día es u n a im p o n en te in d u stria rad ic ad a en Hollywood. De form a parecida, la arqueología puede estar convirtiéndose en u n a in d u stria cread o ra de un p ro d u cto estan d arizad o p ara el m ercado, y de hecho ya hay indicios de ello en E stados U nidos y en algunos lugares de E u ro p a y Japón. El interés de los m edios de com unicación, la extensión de la escolarización y de la form ación en general, la am pliación de in­ tereses del m u n d o educativo y la m ayor utilización de recursos educativos externos; el increm en to del fenóm eno tu rístico y la m a ­ yor capacid ad de m ovilización de la gente gracias al progreso de los m edios de locom oción, h an hecho posible que el p atrim o n io histórico-arqueológico sea u n co m p o n en te privilegiado de la d e ­ m an d a de co n su m o cu ltu ral de las sociedades co n tem p o rán eas. El au m en to del co n su m o cu ltu ral es u n o de los fenóm enos im p o rta n ­ tes de los tiem pos presentes, el cual, au n q u e esté asociado con el ocio activo, goza de la a u to n o m ía que le p ro p o rcio n an los valores que ateso ra la idea de cu ltu ra, que la escolarización h a prom ocionado de m an era parecid a a com o lo h a h ech o con la idea de n a tu ­ raleza. E n cu alq u ier caso, no se puede n eg ar el c a rá cter estru ctu ral del crecim ien to de la d em an d a de consum o cultural. Es no to rio cóm o la in d u stria turística, la p rim era in d u stria del tiem po libre en las sociedades avanzadas, h a in co rpo rad o la c u ltu ra a sus catálo ­ gos y con ella el p atrim o n io histórico y arqueológico. Com o «subsecto r industrial» p o r derecho propio, las actividades económ icas alred ed o r del p atrim o n io h istó rico y arqueológico tien en u n fu tu ro p o r delante. E n este contexto el p asad o es visto com o u n a m e rc an ­ cía m ás a p o n er a disposición del tu rista cliente o co n su m id o r p o ­ tencial. El reco n o cim ien to general de las p o tencialidades del p a trim o ­ nio histórico y arqueológico com o recu rso en el sentido m ás a m ­ plio y positivo posible y no sólo com o recu rso turístico, se rela­ ciona con los p rofundos cam bios socio-económ icos acaecidos en el

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m u ndo tras la segunda g u erra m undial. D urante los años sesenta y setenta se suceden en este sentido progresos p articu larm en te im ­ po rtan tes que conducen a la situación actual. P ara resu m ir este p articu la r proceso de aggiornamento será obligado detenerse sólo en aquellos aspectos de la cuestión m ás relevantes p ara el caso europeo; esto es, p o r u n lado el im pulso de la en señ an za pública, seguido de u n a renovación en las prácticas y los m étodos pedagógi­ cos, y p o r el otro, el ren acim ien to del regionalism o y la pu esta en m arch a de procesos de descentralización de los Estados. En con­ creto, en los países de E uropa occidental se reform ó la enseñanza pública, extendiéndola notablem ente, cosa que o currió en E spaña a principios de los años setenta. Por lo que se refiere a la d escen tra­ lización y regionalización de los estados, cabe d estacar los m ovi­ m ientos en ese sentido de los estados m ás centralistas, com o G ran B retaña, que inició a m ediados de los años setenta la reform a de la adm inistración local, o F rancia, que puso en m arch a u n a tím ida descentralización ad m in istrativ a al inicio del p rim er septenato del presidente M iterrand. E n E sp añ a la d em o cracia desarrolló la alter­ nativa autonóm ica. Es im p o rtan te significar que lo que en térm i­ nos político-adm inistrativos se ha designado com o regionalización, en térm inos culturales q u errá d ecir red escu b rim ien to del te rrito ­ rio. Así, en ese contexto histórico-político los valores locales del te­ rritorio fueron efectivam ente red escu b ierto s y revalorizados, em ­ presa a la que contribuyó la escuela y los m edios de com unicación, y la preservación del m edio n atu ral y de las cu ltu ras tradicionales y populares se convirtió en u n a prioridad. E n G ran B retaña, po r ejem plo, este proceso de introspección co m portó la revalorización del pasado industrial del país. La ind u strializació n se erigía en nueva señal de identidad, p recisam en te en el m om ento en que la in d u stria b ritán ica iniciaba u n a p ro fu n d a crisis estru ctu ral que de­ sem bocaría en la ráp id a desind u strializació n de extensas com arcas tradicionalm ente industriales. Dicho de o tra m anera, ap arecía un irrenunciable p asad o in dustrial en el m om ento en que el país ini­ ciaba la travesía del desierto hacia u n a nueva sociedad p o stin d u s­ trial. Un fenóm eno parecido afectó en su m om ento a Francia, lo que dio lugar a que p ro liferaran p lan team ien to s de cará cter co n ­ servacionista que asociaban, casi con cará cter de prim icia, m edio n atu ral y social, ecología y p atrim o n io industrial. Se extendió por g ran parte de E uropa el convencim iento de que m edio natu ral y p atrim o n io cultural eran recursos escasos de un valor excepcional, que debían ser puestos a disposición de la sociedad en tera y, conse-

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cuentem ^nte, q u ed ar sujetos a la resp o n sab ilid ad social pública, que d ebería ad m in istrarlo s correctam en te. Bajo la triple divisa de conservación, estudio y difusión, los bienes del p atrim o n io cu ltu ral debían c o n trib u ir al progreso ético, cívico y m aterial de la ciu d a­ danía. El énfasis inicial recayó en la in v en tariació n y la catalogación del patrim on io , tareas que a m e n u d o se vieron su p erad as p o r u n a explosión vitalista de iniciativas m u seísticas que se o rig in ab an es­ p o n tá n eam e n te en los niveles local, com arcal y regional de la es­ tru ctu ra territo rial. A parecieron nuevas tipologías de m useo a p a r­ tir de nociones m ás in teg rad o ras del hecho cu ltu ral y se am plió extrao rd in ariam en te el ám b ito de aplicación del té rm in o patrim o n io , h asta a b a rc a r cu alq u ier tipo de evidencia histórica. Se crea ro n m u ­ seos de la in d u stria y la m inería, m useos del tran sp o rte, m useos co­ m unitario s, m useos de barrio, ecom useos, m useos de las m inorías, m useos infantiles, etc. Progresivam ente el énfasis se d ecan tó hacia el d escu b rim ien to a fondo e in terp retació n de la diversidad cu ltu ­ ral rep resen tad a, y, d ad a la p resión de la d em an d a y la d im en sió n social que ad q u irían las nuevas experiencias m useísticas, h acia la o ferta de servicios pedagógicos de calidad. Los m useos, los yaci­ m ientos arqueológicos y los co n ju n to s h istóricos y artístico s m o n u ­ m entales reclam ab an p ro tag o n ism o social p ara ejercer u n a doble m isión: resp o n d er a los anhelos de la co m u n id ad de recu p eració n de las señas de identidad, y m o stra r a los visitantes de fuera los ra s­ gos distintivos de la co m u n id ad , sus valores y su historia. F rancia, p o r ejem plo, llevó a cabo a finales de los años seten ta un proyecto de divulgación del p atrim o n io del país m uy significativo y de a m ­ plia reso n an cia popular, asociado a la pro m o ció n del turism o: la señalización en las au to p istas de los elem entos del p atrim o n io a r­ tístico y m o n u m en tal m ás notables de los lugares p o r los que la gran arte ria tran sita. La B arcelona p reolím pica de los años o ch enta red escu b rió el p a trim o n io arq u itectó n ico m o d ern ista que ten ía en casa un poco olvidado y se ap resu ró a revalorizarlo p a ra poderlo m o stra r en todo su esp len d o r a la fam ilia olím pica y a to ­ dos los tu ristas que cada año acu d ían en m ay o r n ú m e ro a la ciu ­ dad, que de ciu d ad in d u strial h ab ía p asad o a ser, en poco m ás de u n a década, ciudad de servicios, tu rism o y cultu ra. E n realidad, con B arcelona, C atalu ñ a en tera red escu b rió el m od ern ism o com o seña de id en tid ad de u n país m o d ern o , orgulloso del legado cu ltu ­ ral de sus clases m edias, com o h a b ía red escu b ierto E m p ú ries y la herencia g reco rro m an a en los años veinte, en un m o m en to in sp i­

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rado del noucentism e que se reconocía en la m ed iterran eid ad clá­ sica, o com o a finales del siglo xix h ab ía d escubierto el arte ro m á­ nico de sus tierras interiores. El m ovim iento conservacionista m u n d ial d u ran te los años se­ senta y setenta fue im bricándose con nuevas form as de pedagogía del m edio que buscab a respuestas m ás globalizadoras a las p reg u n ­ tas que suscitaban los cam bios en el cam po, la in d u stria o la ciu­ dad. Sin prescindir de la dim ensión tem poral, co nsustancial con su naturaleza, pasó a co n sid erar de interés en torn o s sociales com ple­ tos que ponen en evidencia las interacciones sociales y económ icas que se producen en el in terio r de los territorios, la pervivencia de las cu lturas tradicionales o la form ación de nuevos paisajes h u m a ­ nizados. Los m useólogos reu n id o s alrededor de la «Mesa redonda» de S antiago de Chile de m ayo de 1972 vieron a los m useos com o u na ap u esta integral en favor de un enfoque global sobre los p ro ­ blem as de las sociedades m odernas y reclam aro n el com prom iso social de sus instituciones. De todo ello nacieron experiencias co n ­ servacionistas renovadoras com o las relacio n ad as con la arq u eo lo ­ gía industrial. La noción co n tem p o rán ea de cam bio tecnológico y sus consecuencias contribuyó a po n er en m arch a esta nueva área de estudio y recolección de objetos del pasado, que no pretende únicam ente salvar el objeto o el m o n u m en to in d u strial aislado, que se ha vuelto obsoleto, sino que pretende reco n stru ir y m o stra r todo el proceso evolutivo de u n a com u n id ad industrial, d an d o especial relieve a los aspectos sociales. A sociada a la arqueología industrial y a la defensa del p atrim o n io paisajístico de las regiones apareció en F rancia a principios de los años seten ta la noción específica de ecom useo, m ientras en otros países de E u ro p a se ensayaba con fór­ m ulas de m useo al aire libre dedicados a la historia social, de la técnica e industrial. E n su configuración inicial de la m ano de Riviére y V arine-Bohan, el ecom useo rep resen tab a la realización del sueño del m useo total, que relaciona pasado y presente en toda su com plejidad social y m aterial, sobre u n a extensa área territo rial y es al m ism o tiem po un lugar vivo y d inám ico p orque debía co n tar con la participació n activa de la co m u n id ad local. El ecom useo fue u na idea m oderna, necesariam ente nueva en el sentido de que hay que ponerla en relación a los cam bios operados en pocos años so­ bre com unidades industriales en teras a n tañ o p rósperas, que desde finales de los años sesenta e n tra ro n en u n proceso de crisis y des­ com posición fruto del cam bio tecnológico y económ ico. Aquí com o en otras experiencias parecidas de salvam ento del pasado

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asociadas al te rrito rio y a las co m u n id ad es locales, la ru in a de las viejas realidades y las nuevas necesidades de supervivencia en u n en to rn o económ ico com petitivo forzaron a ad ju d icar a la conserva­ ción del legado del pasado un papel que n u n ca h ab ía ten id o antes, esto es, co n trib u ir a la su p eració n de la crisis y coadyuvar al d esa­ rrollo económ ico de la sociedad. Se confiaba en las ayudas p ú b li­ cas, en el trab ajo que se g en eraría en el in terio r del com plejo m useístico, en el restab lecim ien to de la au to co n fian za com o colectivo, en los visitantes que serian atraídos. Por todo ello Poulot (Poulot, 1994, 77) ha escrito: «las posibilidades del ecom useo de reh ac er identidades y de ilu m in ar criticam en te los recu rso s cu lturales fue­ ron aplicadas al reto de re p a ra r el tejido social ro to de u n a socie­ dad en crisis». Con todo, d u ra n te los años o ch en ta se sobrevaloraron las p oten cialid ad es del ecom useo de aseg u rar la viabilidad eco­ nóm ica de u n a región en crisis. P ro n to fueron asociados a lugares en proceso de reconversión económ ica donde los sen tim ien to s de nostalgia iban a m andar, hasta el p u n to que un perio d ista francés llegó a decir: «si el m useo gana, lo hace de la m ism a form a com o crece el desierto: avanza d onde la vida retrocede, y p irata de a m a ­ bles intenciones, se ap o d era de los restos que aquélla dejó». Es h asta cierto pu n to lógico que cam bio económ ico y reco n ­ versión indu strial se in card in en con los procesos que destilan n o s­ talgia. E n G ran B retañ a el declive de la in d u stria p esad a y de la m i­ n ería tradicio n al dio lugar a p ro fu n das tran sfo rm acio n es. Los p a ­ rajes a n tañ o h u m ean tes y sucios de hollín, llenos de actividad, se d esertizaro n q u ed an d o sólo u n paisaje in a u d ito de ru in as in d u s­ triales y casas desoladas. Sin em b arg o el p asad o vino en ayuda de los que h ab ían sido o cupados trab ajad o res: Cuando los fundamentos industriales de Gran Bretaña comen­ zaron a ser desmantelados no fueron únicamente los edificios y la maquinaria lo que quedó fuera de uso. Formas de entender la vida y todo lo que constituía la base de la propia estima individual de la gente y de la vida comunitaria fue sistemáticamente destruido. En determinados lugares del país todo ello significó un completo co­ lapso económico. Entonces el estudio del pasado resultó ser una ma­ nera de restablecer la autoestima (Kavanagh, 1990, 48).

Los parajes que fueron cu n a de la in d u strializació n , ab a n d o ­ nados p o r obsoletos, fueron red escu b ierto s p o r en tu siastas aficio­ n ados y p o r arqueólogos e ingenieros industriales, y contem plados con m irad a nostálgica p o r la población local. Pronto, a p a rtir de la

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iniciativa local se in stalarían sobre las ru in as m useos al aire libre, diferentes a los m useos tradicionales, que involucrarían a m uchos residentes locales. D urante los años o ch en ta el fenóm eno ad q uirió un as proporciones ex trao rd in arias pues cen ten ares de rincones del país com petían p ara reconvertir viejos lugares industriales en focos de atracción turística, h asta llegar a lev an tar reacciones en co ntra de la opinión pública, de form a parecida a com o estaba sucediendo en Francia. L ow enthal (Low enthal, 1985, 402) cita cóm o en el País de Gales se llegó a tem er que la arqueología industrial convirtiera el país en «una nación de guías y vigilantes de m useo, prestos a e n ­ señ ar a quien fuera el m ausoleo m ás grande del m undo». Un ejemplo: Beam ish o la ilusión de un pasado industrial hecho realidad El N orth of E ngland O pen Air M useum at B eam ish Hall, en el condado de D urham , cerca de N ew castle, es un b u en m useo rep re­ sentativo del tipo de experiencias nacidas tras la segunda guerra m undial en E uropa, con la intención de docum entar, m ediante la conservación de objetos y paisajes, la histo ria social de las regiones industriales. Ju n tam en te con el Ironbridge Gorge M useum y algu­ nos otros m useos m ás al aire libre del n orte y cen tro in d u strial in­ glés, rep resen ta la alternativa b ritán ica en este dom inio reciente que en tra ñ a la investigación arqueológica de los testim onios in d u s­ triales y m ineros de las regiones en los que la gente se ha aplicado a explicar la historia del terru ñ o , ad o p tan d o form as de presentación del p atrim o n io al aire libre sobre terren o s m ás o m enos extensos, en función de las posibilidades de co nserv ar las reliquias in situ (fig. 8). D ebido a d eterm in ad o s paralelism os y analogías con los m useos al aire líbre escandinavos, K. H ud so n h a dicho de B eam ish que ha tenido la virtud de in teg rar la sociedad industrial d en tro del concepto d efo lkm u se u m (H udson, 1987, 131). Sin em bargo, el solo hecho de p reten d er co n tar la histo ria social de la industrialización separa B eam ish de los m useos escandinavos del tipo Skansen. G ran B retaña sintió desde los años sesenta la necesidad de ofrecer luz sobre su m ayor co n trib u ció n com o país a la civilización m o­ derna: la revolución industrial. Adem ás en B eam ish, com o en Ironbridge, se utilizaron técnicas d ep u rad as de d ocum entación de la arqueología industrial que co nstituyeron u n a novedad científica. O tra diferencia im p o rtan te rad ica en el hecho de que los objetos m ás representativos del m useo —edificios, instalaciones y m aqui­

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n aria— fprm an p arte del paisaje del lugar, au n q u e no siem pre estos elem entos sigan estan d o en su lu g ar de origen, ya que a m en u d o h an debido d esm o n tarse y traslad arse unos m etros o unos kilóm e­ tros p ara p o d er c o n ce n trar las colecciones del m useo d en tro de un área practicable. En cu alq u ier caso, al d elim itar u n a com arca, un valle, u n a zona m inera o un b arrio in d u strial, los m useos al aire libre com o B eam ish se parecen a los ecom useos franceses. Tal p aren tesco nos induce a in tro d u cir algunas co n sideraciones m ás acerca de lo que se ha d ad o en llam ar ecom useos. Los p ad res de la idea en F rancia, Riviere y V arine-B ohan, se aso m aro n a la m useología después de la g u erra y d u ran te los años sesenta, en un contexto de cam bio eco­ nóm ico y social y de n o table agitación política, sin tiero n en sus p ro p ias carn es la fru stració n y d esán im o que aten azab a los m useos del país: centralización, b u ro cratism o , falta de ideas nuevas, poca repercusión social de los m useos. Riviére, con experiencia en los m useos de cu ltu ra y trad icio n es populares, p en sab a que los m u ­ seos de cará cter histórico adolecían de u n a caren cia grave: m o stra ­ ban un as colecciones m uy valiosas pero fuera de contexto. VarineB ohan, p o r su parte, em p eñ ad o en u n a cru zad a c o n tra el elitism o cultural, urgía in v o lu crar a la gente en la conservación y la gestión del patrim on io . A m parado en los ideales de d em o cracia social, p e ­ dagogía, regionalism o y cu ltu ra popular, el ecom useo debía p resen ­ ta r de form a íntegra las form as de vida del pueblo, d en tro de u n contexto espacial y tem p o ral estrech am en te delim itado, y ex p resar las interrelacio n es en tre las p erso n as con el m edio am biente. Todo ello se h aría co n tan d o co n la p articip ació n de la gente del presente, de la propia gente del país, que era en realid ad la d estin ataria de los m ensajes y la d ep o sitaría de las trad icio n es y form as de expre­ sión cu ltu ral que el m useo se disp o n ía a conservar, e stu d iar y m o s­ tra r a todo el m undo. E n p alab ras de V arine-B ohan, «los lím ites del m useo son los lím ites de la co m u n id ad a la cual sirve... [de m a n era que] la co m u n id ad en tera constituye un m u seo vivo» (Varine, 1973, 1). La filosofía del ecom useo p o n ía énfasis en dos aspectos: a) el c a ­ rácter p lu rid iscip lin ar de la experiencia m useística, que p reten d ía in teg rar m edio n atu ral y m edio an tró p ico (las ciencias h u m a n as y las ciencias sociales de la*tradición acad ém ica francesa) en u n a vi­ sión totalizad o ra que id entificaba los objetos del m useo ta n to d en ­ tro de los con ten ed o res convencionales, véase edificio del m useo, com o fuera, en el cam po, en uso, h asta el p u n to de que cu alq u ier objeto de la co m u n id ad era un objeto del m useo; h) la necesidad de

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la im plicación activa de la com unidad local en el proyecto, g aran ­ tía del cará cter dem ocrático del m ism o y de su proyección futura. Las realizaciones prácticas de la ecom useología, m uy lim itadas en relación a las intenciones originales, com o cabía esperar, significa­ ron, sin em bargo, la consolidación de u n a potente im agen de m arca y la p ersisten cia a lo largo de los años de un intenso debate m useológico m uy productivo y rico p o r todo el m undo. F rente a la crisis actual del buque insignia de la ecom useología francesa, Le Creussot-M ontceau-Les Mines, los ecom useos de la tercera genera­ ción, según la nom enclatura de H ubert (H ubert, 1985), sobreviven gracias a su tam año reducido y a su carácter de instituciones privadas que trabajan adaptadas a las condiciones del m ercado. Lógicamente, Le Creusot sufrió com o gran laboratorio de experiencias nuevas que fue, naufragando al final en gran parte el proyecto, ya que la revitalifcación económ ica y social de una com arca entera, com o se pretendía, realizada sobre la base de la interiorización del propio pasado y la uti­ lización del m ism o para construir el futuro, descansaba sobre el ideal de convertir en actores y beneficiarios principales del m useo a los h a­ bitantes de la com arca, y ello no funcionó del todo, aparte de que los que en últim a instancia debían insuflar riqueza desde fuera, los visi­ tantes y los turistas, fueron m inim izados en su papel. B eam ish com o Ironbridge, pueden in terp retarse com o la ver­ sión b ritán ica del ecom useo, con sus peculiaridades; fu n d am en tal­ m ente y p ara sim plificar, u n a in terp retació n m ás vaga de la idea de com prom iso social y ecológico con la com u n id ad y u n a m ayor o rientación del proyecto hacia el m ercado. B eam ish, en concreto, se presen ta com o el p rim er m useo regional al aire libre de Inglate­ rra. Su especificidad es la h isto ria social e in d u strial de u n a región con un rico pasado m inero e in dustrial, p ro d u cto ra de ferro carri­ les, buques y m aq u in aria pesada, que conservó retazos de la vida tradicional de cará cter ru ral m ien tras vio crecer a sus ciudades. El m arco cronológico que presen ta el m useo no es estricto, aunque pretende circunscribirse a u n a época im precisa que ap ro x im ad a­ m ente cubre las ú ltim as décadas del siglo pasado h asta el final de la p rim era guerra m undial. Por contra, la intención es m o stra r en relativa sincronía aspectos in terrelacio n ad o s de la vida de las co­ m unidades locales: la vida co tid ian a en las ciudades con sus tien ­ das y talleres, los m edios de tran sp o rte, el trab ajo en la m ina y en la industria, la actividad residual en el cam po... y todo ello sobre unas o chenta h ectáreas de terren o ondulado, m oteado de bosque y salpi­ cado de bocas de m ina.

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C uando F ran k A tkinson, el cread o r del m useo, em pezó a tr a ­ b ajar en 1,958 tenía en m en te el tip o de m useo al aire libre que h a ­ bía visitado en E scandinavia. Allí había visto cóm o las fam ilias al com pleto p asab an las m añ an as de los días de fiesta p asean d o tra n ­ quilam ente p o r las avenidas del m useo y to m ab an el sol en sus p a r­ ques y rincones boscosos y h asta se q u ed ab an a co m er en los res­ ta u ra n tes instalad o s en an tig u o s hostales reco n stru id o s en el id í­ lico m arco del m useo. En u n p rim er m o m en to influido p o r el ejem plo del n o rte puso el énfasis en la vida ru ral tradicional, em p e­ zando a recoger objetos del cam po; sin em bargo, a la vista del ca­ rácter pionero de su región en la revolución ind u strial (S tephenson, el inven to r de la lo co m o to ra a vap o r era de allí, y p o r allí pasab a la p rim era línea de ferro carril de la histo ria, Stockton-D arlington), com p ren d ió la im p o rtan cia de salv ag u ard ar la m em o ria del cam bio in d u strial y reo rien tó el m useo h acia la arqueología in ­ d ustrial, sin desm erecer otros aspectos del p asad o de la región. A iniciativa del Consejo del C ondado de D urham , donde A tkinson re ­ presenta a los m useos locales, se p ro p u so a las in stitu cio n es regio­ nales del norte de In g laterra, a p rin cipio s de los años sesenta, ab rir un proceso dirigido a la fo rm ación de u n m useo regional in d u s­ trial. La respu esta de la ad m in istració n de la región tardó, pero fue positiva, favorecida p o r un contexto m uy de la época, en el que se p rim ab a el interés de las au to rid ad es locales p o r la planificación regional y p o r el desarro llo económ ico regional de cará cter en d ó ­ geno. El m useo ab rió en 1972 y d u ran te los p rim ero s años debió so p o rtar fuertes p ro b lem as financieros y de gestión, h asta que, tras c o m p ro b a r las au to rid ad es cen trales que el m u seo a tra ía alred ed o r de 100.000 visitantes cada año, se dio luz verde a la financiación estatal a través de la O ficina de Turism o. E n 1978 se estableció la en tid ad in d ep en d ien te B eam ish D evelopm ent Trust, con la m isión de c a p tu ra r fondos de origen privado, de acu erd o con la legislación b ritán ica de apoyo a las en tid ad es sin án im o de lucro. La p ráctica de la diversificación de fondos de financiación co m en zab a a fun­ cio n ar y co n stitu ía u n m odelo, ju n ta m e n te con el enfoque y la m a ­ n era de g estio n ar los b ienes p atrim o n iales de u n a región, p a ra o tras institucio n es m useísticas que en In g laterra co m en zab an a p ro liferar al calo r de la ola en pro del d escu b rim ien to de las raíces populares. E n los años o ch en ta el m useo o rien tó su actividad en u n sentido m ercantil, p rio rizan d o la com ercialización del p ro d u cto y el servicio al visitante p o r encim a de o tro s req u erim ien to s de c a ­ lado científico, p a ra p o sicionarse en el creciente m ercad o del ocio

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y hacer la com petencia a otras em presas del tiem po libre, com o los parques zoológicos o los parq u es de atracciones. En 1987 recibió el Prem io E uropeo de M useo del Año. P or aquel entonces recibía 350.000 visitantes al año, daba trab ajo a doscientas personas y re­ ducía la ap o rtació n financiera de las au to rid ad es locales al veinte p o r ciento del total de las necesidades de financiación. Los Amigos del M useo, con m ás de mil socios, co n trib u ían p articu larm en te a la publicitación del m useo y a la captación de fondos. Ju n tam en te con el Ironbridge G orge M useum , en el valle del río Severn, auto p ro clam ad o cuna de la revolución industrial y po­ seedor del p rim er puente de hierro de la h isto ria (1779), y del p ri­ m er alto h o rn o alim entado con carbón de coque (1709), obra de A braham Darby, B eam ish reivindica el p asad o ind u strial de Ingla­ terra y la conservación in situ. En los dos casos destaca el hecho de 'haber llam ado la atención sobre los problem as de organización y de gestión que p lantea un m useo o rien tad o al gran público y a la in d u stria turística sin p erd er de vista las obligaciones co ntraídas p o r el hecho de tratarse de organizaciones conservacionistas bajo la form a de m useo, con la m isión de p roteger e in terp reta r la histo­ ria de un lugar, po r m edio de la cu ltu ra m aterial y haciendo uso ex­ tensivo del m étodo arqueológico. En los dos casos la participación de la iniciativa privada ha sido d eterm inan te, h an recibido u n a ge­ nerosa ayuda pública y sin em bargo han perseguido la au to su fi­ ciencia económ ica que les p erm itiera su b sistir m ás allá de las lim i­ taciones inherentes a las posibilidades de financiación y de proyec­ ción de u n a iniciativa de ám b ito local o regional. Su reto es hacer b u en a la idea revolucionaria, lan zad a en los años setenta, de llevar a cabo u n a gestión integrada de un co n ju n to de bienes p atrim o n ia­ les dispersos sobre u n territo rio d eterm inado, p ro cu ran d o conju­ g ar cosas tan diferentes y a veces tan opuestas com o conservación, interpretación, estudio, publicitación, gestión em presarial eficiente de los recursos y servicio al visitante, al tiem po que co n ju rar el pe­ ligro de convertir u n a institución científica y educativa com o es un m useo en una atracción tu rística m ás sin o tra pretensión que ga­ narse la vida ofreciendo un p ro d u cto desenfadado a un cliente poco exigente. La función educativa de este tipo de m useos y la m a n era com o la llevan a la p ráctica y el tipo de contenidos que co­ m unican ha sido tam b ién objeto de debate en Inglaterra. La necesi­ dad de presen tar a un público ind iscrim in ad o un p ro d u cto nítido, asequible y atractivo ha conllevado caer en u n a cierta esquem atización excluyente e incluso a veces en u n a adulteración del producto

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histórico genuino. Así, se h an criticad o pecados de lesa a-historicidad p o r p resen ta r congelados períodos h istóricos im precisos, al m argen de la cronología real de los m ateriales a la vista, que resu l­ tan en coloreadas in stan tán eas de m o m en to s h istóricos especial­ m ente escogidos. De form a p arecid a se h a atacad o que se tra n sm i­ tan visiones idealizadas de la sociedad in d u strial del p asad o y que los objetos recu p erad o s sólo sirvan al fin y al cabo de vehículos p ara u n a rem em o ració n nostálgica de un p asad o sen tim en talizad o (fig. 9). A p esar de todo, ta n to B eam ish com o Ironbridge, com o Le Creusot, h an cam b iad o algunas ideas estereo tip ad as sobre el p a ­ sado y los m useos y h an escam p ad o u na visión m ás fresca y suges­ tiva de u n o y de otros, al rev o lu cio n ar la fo rm a de p resen ta r al p ú ­ blico la h isto ria de u n a región (pocas cosas hay m ás instructivas sobre la revolución in d u strial que atra v esar a pie el río Sevem p o r encim a de un p u en te de h ierro co n stru id o en 1779, con la m irad a puesta en el valle a d erech a e izquierda) y al aplicarse en nuevos m étodos de gestión de la conservación. Crisis económica, turism o y patrim onio en el fin del m ilenio Es un hecho que la evolución económ ica real y los m ensajes de la econom ía política en los últim o s años están incidiendo de u n a m a n era co n tu n d en te sobre la m an era com o se está pro ced ien d o a la conservación, estudio y divulgación del p a trim o n io histórico. Desde los años seten ta la evolución social y económ ica del m u n d o co m p o rta giros inesperados. D u ran te los añ o s o ch en ta el reclam o p u ram e n te nostálgico de p a trim o n io ad q u iere p ro tag o n ism o y la crisis económ ica hace e n tra r a los m useos en la in d u stria del ocio y el turism o. A finales de los años ochenta, no sólo las ad m in istracio ­ nes locales y regionales tienen com o p rio rid ad en m u ch as zonas el crecim iento de la oferta turística, sino tam b ién los E stados y las entidades su p raestatales, com o las C om unidades E uropeas. E n 1990-1991 la C om unidad E u ro p ea dedicó aten ció n p rio rita ria a la política tu rística cen trán d o se en la org an izació n y p ro m o ció n de los llam ados tu rism o s alternativos, fu n d am en talm en te el tu rism o ru ral o ecotu rism o y el tu rism o cultural. El objetivo era h ace r c o m ­ patibles crecim iento económ ico y defensa del m edio n atu ral, ju n ta ­ m ente con la recu p eració n de los paisajes trad icio n ales y del p a tri­ m onio cultural. Los d estin atario s de estas políticas eran no sólo las nuevas regiones en crisis —viejas zonas in d u striales— sino ta m ­

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bién aquellas regiones trad icio n alm en te desfavorecidas donde los bienes del p atrim o n io n atu ral y cu ltu ral podían co n stitu ir la base de u n relanzam ien to económ ico. Al tiem po se p reten d ía desincen­ tivar las corrientes m igratorias residuales de la población local h a­ cia las zonas urban as, favoreciendo el sentim iento de p erten en cia al lugar y contribuyendo al m an ten im ien to de las identidades loca­ les. A la necesidad del m an á del turism o p ara la econom ía local se oponía los posibles efectos nocivos p a ra la com unidad de u n a tal industria, a saber: m asificación, p érd id a de identidad, cam bios en los hábitos de vida, erosión del p atrim onio... P ara resolver esta difí­ cil ecuación se requ ería b u scar el consenso de u n cierto equilibrio en tre las variables enfrentadas con la vista p u esta en el objetivo ge­ neral superior de rem o n tar la crisis. Uno de los elem entos a sope­ sar fue el coste de la conservación del p atrim o n io histórico, que se in c re m en tab a a fuerte ritm o desde los años sesenta, cuando el p a­ trim onio em pezó a recu p e ra r p rotagonism o social y h ab ía m ucha cosa que hacer, y especialm ente tras la crisis económ ica de finales de los años setenta que afectó p articu larm en te a los costes de p ro ­ ducción. Sin em bargo, si se in crem en tab a la d em an d a de disfrute del patrim onio, la d em an d a de conservación no podría h acer o tra cosa que seguir creciendo a ritm o, u n a perspectiva que m areab a a las A dm inistraciones públicas. A la vista del pez que se m uerde la cola la solución sólo podía llegar de sacar réditos del turism o y aplicarlos al sostenim iento del p atrim onio. D entro del propio sec­ to r turístico ganó p redicam ento la idea de que los profesionales del sector debían co lab o rar con los profesionales del patrim o n io y de los m edios de com unicación p ara facilitar la consecución de objeti­ vos com unes. D ebía asegurarse la au ten ticid ad del p ro d u cto tu rís­ tico so pena de m a tar a la larga la gallina de los huevos de oro. In ­ d u stria y conservacionism o debían converger bajo el im perativo de la responsabilidad en la persecución de la auten ticid ad , en el m arco conflictivo de .una sociedad y de u n a econom ía que im ponía la lógica del consum ism o m ás agresivo. Un experto turístico can a­ diense, ante el peligro real de m alversación del recurso reclam aba a m ediados de los años och en ta la im plem entación de estrategias em presariales que inco rp o rasen a los bienes culturales: La mayor parte del mundo está siendo gradualmente incorpo­ rado al modelo de economía de consumo, con la ayuda del sistema mundial de comunicaciones y transportes. El resultado final es un incremento de la aculturación, que hace que las culturas tradiciona­

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les más aisladas copien o tomen prestadas facetas de las culturas do­ minantes urbano-industriales, conduciéndonos hacia un mundo ho­ mogéneo. El turismo moderno puede convertirse en un agente cola­ borador de este proceso o en un bastión de resistencia a la uniformi­ dad y la conformidad: todo dependerá de la dirección que tomen sus gestores y de las estrategias de comercialización que se impongan (Murphy, 1985, 145).

El tu rism o bien o rien tad o ap arece entonces com o el m ás facti­ ble garan te del fu tu ro del p atrim o n io histórico y arqueológico. Por donde no tran sitara el tu rism o de m asas la conservación del p a tri­ m onio debería resen tirse a la larga, incluso en la placidez de su al­ tivo anonim ato . La incapacidad de gestión de los bienes culturales p o r p arte de las A dm inistraciones públicas ha co n stitu id o un p ro ­ blem a añadido, sobre todo cu an d o el increm en to de los costes de la conservación h a incidido sobre u n a sociedad m a ltratad a p o r la cri­ sis económ ica. En estas condiciones, la difusión de los valores del p atrim o n io y la ap u esta en favor de alternativas de uso tu rístico h an sido con sid erad as condición n ecesaria p ara la revalorización del recu rso y el au m en to de su aprecio social. D u ran te los años ochenta se ha deb atid o in sisten tem en te so b re la necesidad de dinam izar el «sector» del p atrim o n io cu ltu ral y de su p erar los viejos m odelos de gestión de tipo d irig ista que m an ten ía en m an o s de las adm inistracio n es públicas todo el peso de la gestión, realizada a través de uno s expertos, m ien tras se dejaba al m arg en a la sociedad en su conjunto. La nueva estrateg ia debía apoyarse no ta n to en la elite profesional —de la elite y p ara la elite m ás ed u cad a— , com o en d a r p rotag o n ism o a los tu ristas y a los con su m id o res in d iscrim i­ nados y, p o r extensión, a la sociedad entera, los cuales d eberían convertirse m asivam ente en agentes d em an d an tes de conserva­ ción, ta n to frente a las A dm inistraciones com o frente a la p ro p ia in d u stria turística. De acu erd o con esta visión, la sociedad civil se involucraría g rad u alm en te en la conservación desde el co n o ci­ m iento que le p ro p o rcio n aría el acceso desenfadado, en función de u n a secuencia de co m p o rtam ien to s que va de la difusión al co n o ci­ m iento, del co nocim iento a la ap reciació n y de la ap reciación a la exigencia de pro tecció n y valorización. Com o se puede ver, se tra ta de un p lan team in eto de filiación dem ocrática, con u n a cierta carga didactista m uy p ro p ia de un h u m an ism o co n co rd an te con los p re­ supuestos del estad o del bienestar. No o b stan te el acceso m asivo y d em o crático de la gente al p a ­ trim onio histórico es un fenóm eno de calado p ro fu n d o que plan tea

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u n a serie de nuevos problem as. En p rim er lugar, los m ovim ientos de m asas o de consum idores, y aquí la term inología no es inocente, despiertan siem pre u n a in u sitad a aten ció n entre los políticos, los gestores públicos y los econom istas; y sin to m áticam en te los m e­ dios de com unicación se m u estran p articu larm en te propensos a to­ car tem as «culturales», cu ando el facto r n ú m ero —tantos visitan­ tes, tantos espectadores, tan to s m an ifestan tes— adquiere el p ro ta ­ gonism o. Los m useos y los m onum entos, sin dejar de ser un recurso p ara la educación y la ciencia, devienen, en el discurso que se im pone sobre la opinión pública, sobre todo un potente m edio de com unicación al alcance de la m ayoría. E n estas condiciones, el patrim o n io sufre necesariam en te po r el lado de la conservación y sus potencialidades se resienten globalm ente al haberse puesto el acento en las condiciones de uso que facilitan la co n tin u id ad del >acceso del gran público a los bienes de la cultura. A todo ello sigue la devaluación del papel de los expertos tradicionales en la co n ser­ vación y valorización del patrim onio. El o rd en tradicional de espe­ cialistas que desde el siglo x v i i i ha co ntro lad o y ad m in istrad o los bienes del patrim o n io —m useólogos, h isto riad o res del arte, arq u e­ ólogos— tiende a p erd er el control en favor de u n a nueva estru c­ tu ra técnica fo rm ad a po r ad m in istrad o res de oficio, gerentes y mánagers, flanqueada po r u n a nóm in a de co m u n icad o res y de relacio­ nes públicas, im puestos p o r las A dm inistraciones públicas o privadas que o sten tan la gestión. D icho de o tra m anera, el conoci­ m iento especializado se ve obligado a ced er en favor de las u rg en ­ cias de carácter político y económ ico. (Es com o si los sucesores de W inckelm ann, el p rim er conservador de m useo reconocido en la h isto ria m oderna, el cual ordenó las colecciones rom anas del c a r­ denal Albani en tre 1746 y 1750, p ara poderlas tran sfo rm a r en uno de los prim eros m useos que se ab rie ro n al público, cediesen sus prerrogativas a los ad m in istrad o res de las fincas del cardenal.) Es com prensible entonces que em piece a in teresar m ás el n ú m ero de visitantes que el n ú m ero de publicaciones, las grandes exposicio­ nes itin eran tes de gran im pacto p u b licitario, que el d ía a día de la ta re a de conservación y estudio de las colecciones de u n m useo, la caja acu m u lad a én u n día en la tien d a del m useo, que la evaluación de la experiencia intelectual de los visitantes, etc. Y que el grueso de las colecciones del m useo se a p arte de la vista del público p ara sólo sacar a la luz u n a m u estra escogida en b ase a criterios pedagó­ gicos o con el arg u m en to de facilitar la com unicación con el p ú ­ blico. La m useóloga italiana A. M ottola (M ottola, 1994, 30), en un

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tono periodístico explica cóm o en Italia las exposiciones las hacen los políticos en vez de los técnicos y cóm o los m useos son g o b ern a­ dos p o r los asesores de los A yuntam ientos o de las regiones y no p o r los directo res o los conservadores. Con todo, no es anecdótico que resalte el hecho de que en Turín el nuevo reglam ento de los m useos cívicos los haya tran sfo rm ad o en u n a d ep en d en cia p u ra ­ m ente ad m in istrativ a m ás del A yuntam iento, su b o rd in án d o lo s al po d er político. E n Inglaterra, la m ercan tilizació n de los m useos avanza de form a im parable. E n el V ictoria & Albert de Londres, u n a p arte considerable del perso n al científico ha sido dado de baja a principios de los años noventa en u n proceso de reconversión in ­ te rn a que ha llevado a la dirección del m useo a u n nuevo equipo de gestores económ icos. E n el m ism o m useo, desde 1992 se perm ite, p o r refo rm a de los estatu to s del m useo fru to de u n a nueva n o rm a legal su p erio r reguladora, la posibilidad, com o p asa en los m useos privados norteam erican o s, de p o n er a la v enta objetos de las p ro ­ pias colecciones. Así, cad a vez m ás la ley de la econom ía g o b iern a la gestión de los asu n to s relacionados con la conservación del legado de la h isto ­ ria. E n este contexto las A dm inistraciones y los p articu lares se lo p ien san m uch o antes de ap o y ar nuevas iniciativas en favor de la conservación de bienes p atrim o n iales y en cu alq u ier caso exigen la p ráctica de form as de gestión b asad as en criterios de eficiencia em presarial, calcados de la em p resa privada. S ean co nsiderados los bienes del patrim o n io , bienes públicos p u ro s o bienes de m é­ rito, la tenden cia es a a c tu a r de fo rm a in d irecta favoreciendo no ta n to la conservación estricta y el estudio, com o el consum o; un consum o m asificado e in d iscrim inado, cuya com ercialización no puede diferir d em asiad o del m odelo al uso que d o m in a la co m er­ cialización de la in d u stria del espectáculo. E n sum a, cam bio de prioridades, racio n alizació n ad m in istrativ a ap are n te y nuevas for­ m as de organ izació n de la conservación del p atrim o n io ad ap tad as a los nuevos u so s.3

3. Existe un tipo de m useo pequeño muy gratificante, servido a nivel local con poco di pendio económico, donde la dimensión histórica de los objetos patrimoniales conservados puede manifestarse con toda su Fuerza, que a menudo no reciben la atención que merecen. Son los pequeños m useos de sitio que conmemoran hechos históricos. En Estados Unidos, por ejem­ plo, existen unas 2.500 casas históricas que responden a esta tipología. En Suecia hay repartidos por todo el territorio casi dos mil de estos pequeños museos y en España, sitios com o la Casa del Greco de Toledo, la Casa natal de Goya en Fuendetodos o el Monasterio de Yuste destacan entre muchas otras casas-museos dignas de admiración.

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Q uizá sea b u en o reco rd ar aquí, a m odo de paréntesis, los fac­ tores que h an hecho cristalizar un tu rism o cu ltu ral potente en los tiem pos presentes. D urante el siglo xix u n a p arte sustancial del tu ­ rism o tenía u n a m otivación cu ltu ral (la o tra se relacionaba con la salud), ém ula del legendario viaje iniciático de los ad in erad o s p rac­ ticantes del Granel Tour. En los albores del siglo el erudito neoclá­ sico Q uatrem ére de Q uincy h ab ía p roclam ado el cará cter histórico de toda obra de arte, a p u n tan d o a la in terd ep en d en cia de las obras m aestras con las o b ras m enores p ertenecientes a u n m ism o sus­ trato cultural, y la necesidad de rad ic ar las obras de arte en su con­ texto originario p ara no p erd er su significación histórico-artística. Sus argum entos, que d escu b rían el valor de la salvaguardia in situ del patrim o n io histórico-artístico com o m u estra del genio de los pueblos, h ab rían de proyectarse hacia el fu tu ro y ten er u n im pacto ex trao rd in ario en relación a su ap rovecham iento pedagógico y tu ­ rístico. S tendhal, asiduo visitante de Italia, personificó h acia la m ism a época la figura del nuevo peregrino de la m o d ern id ad re­ cién estrenada, que rinde hom enaje a las reliquias de la civilización de la cual se siente h eredero y partícipe. Su capacidad de observa­ ción y dotes de co m u n icad o r le d ictaro n la que h a sido considerada la prim era y m ejor guía tu rística de R om a. Sólo la m asificación del fenóm eno pro d u cid a en el siglo xx con el autom óvil ha cam biado la fisonom ía del turism o. Sin em bargo, la noción original de aso­ ciar turism o y cu ltu ra ha sobrevivido los em bates de la m asifica­ ción. E spaña p resen ta un caso sin g u lar en el siglo xx de fecundo m aridaje entre tu rism o y cultura: los P aradores N acionales de Tu­ rism o. H ay dos estím ulos que destacan en favor de la cristalización de un turism o cu ltu ral en los tiem pos actuales p articu larm en te definitorios de] perfil co n tem p o rán eo que tom a la vieja asociación turism o-cultura: el m ito de las reliquias y las peregrinaciones, y el florecim iento del sen tim ien to de nostalgia. Sabido es que el activo principal que posee cu alq u ier g u ard ián de reliquias es la confianza del m u ndo acerca de su autenticidad. Eso m ueve al público, que siente necesidad de acercarse p ara ver y to c ar cosas verdaderas que trascienden porque vienen de lejos, son escasas y no p asan al no cad u car nu n ca su utilidad-inutilidad. El signo oculto que se in ­ tuye que tran sp o rta n los objetos del p atrim onio, que explica en úl­ tim a instancia su capacidad de sim bolización, com o las potenciali­ dades que h ab itan en las reliquias de los santos, es en el fondo, p ara la gente, u n a p u ra cuestión de fe. La fe en las reliquias del p a­

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sado es u n a realidad p eren n e que h a a g u an tad o el paso del tiem po: existía en el p asad o y sigue existiendo hoy. La conservación del p a ­ trim onio, u n a em p resa ilu strad a con fu n d am en to s racionales y destino en el futuro, exige h asta cierto pu n to , en el presente, el in ­ grediente de la sacralización. Al deseo p erso n al e íntim o y a la ex­ periencia intran sferib le del co n tacto con las reliquias (el coleccio­ n ista p asa tam b ién p o r experiencias sim ilares en su relación con el objeto de sus deseos) se so b rep o n e u n sen tim ien to colectivo de p a r­ ticipación en u n a m ism a experiencia de com u n icació n colectiva. El viaje a la b ú sq u ed a de reliquias es u n itin erario p articu la r que se refu erza si va aco m p añ ad o de la sensación de co m p artirlo . De form a p arecid a a com o los pereg rin o s m edievales se en co n trab an en las encru cijad as de los cam in o s y luego seguían ju n to s po r los cam inos de la fe, hoy día los nuevos peregrinos m od ern o s se a p re ­ su ra n p ara ir a co n tem p lar u n as reliquias del pasado, que siendo signos, han ad q u irid o la categoría de sím bolos de un tiem po que no volverá. La necesidad de sim bolización es hoy tan viva com o siem pre, p o rq u e el hecho de sim b o lizar sigue in fundiendo vigor al ánim o y a la m ente y sigue avivando el genio hum ano; sin em ­ bargo, en las sociedades m o d ern as se ap recia u n a red u cció n del sim bolism o en las form as y circu n stan cias de la vida diaria, resu l­ tado de la evolución de las form as de vida, de los procesos des-sacralizadores y de los procesos de racio n alizació n que co n fig u ran la vivencia de la m od ern id ad . La necesidad de sim bolism o, así com o la de pertenencia, h ab id a cu en ta de la tu rb a d o ra soledad del indivi­ duo m oderno, se co n stata cotid ian am en te: se hace p resen te cad a sem ana en ios estadios de fútbol, p o r ejem plo. Es la m ism a necesi­ dad que predispone a la gente p a ra resp o n d er con presteza a ios anuncios de gran d es acon tecim ien to s que p ro m eten calor p o p u la r y alim ento p a ra los sentidos y la im aginación, sean éstos d ep o rti­ vos, culturales o sim p lem en te lúdicos. C uando u n a g ran exposición cu ltu ral se ab re al público, ad o rn a d a de la vitola necesaria, el m ito de asistir a u n aco n tecim ien to ú n ico e irrep etib le (s¿c) es en sí m ism o m otivo suficiente p ara con g reg ar m ultitudes. La m asificación del p a trim o n io histórico y arqueológico p o r la vía del im pacto tu rístico se beneficia del etern o m ito de la pereg ri­ nación. E ste h acer del p atrim o n io u n m otivo consistente de a tra c ­ ción tu rística o de gran consum o, b asad o en activos de carga p ro ­ funda com o los citados de experiencia de lo au téntico, sim bolism o o trascendencia, pone al p asad o en u n a te situ ra interesante. Si la expansión de las iniciativas que h acen uso del p atrim o n io con fina­

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lidades turísticas es p arte de la expansión de los servicios de ocio y tu rism o del m undo actual, es inevitable que el pasado adquiera u n a nueva connotación de valor económ ico, perceptible com o h e­ m os visto en otro capítulo desde la o ferta e igualm ente perceptible com o vem os ah o ra desde la dem anda. Ei pasado, valor de cultu ra universal, adquiere un valor m aterial nuevo y con él la condición de m ercancía. No hay que olvidar que en la histo ria las reliquias fueron siem pre objeto de com ercio. El segundo estím ulo que se citab a hacía referencia a la m an i­ festación de un creciente sen tim ien to de nostalgia. La eclosión de la nostalgia en las m odernas sociedades avanzadas se relaciona con el sentim iento de pérdida, de cam bio de ciclo o de ru in a de las an ti­ guas certidum b res y creencias. Las sociedades viejas son m ás n o s­ tálgicas que las jóvenes; co n cretam en te las sociedades europeas, 'dotadas de un ex trao rd in ario sedim ento cultural, co n stan en tre las m ás viejas del m undo. Los finales de siglo, com o los finales de era, acen tú an los sentim ientos de nostalgia. É sta hace que los indivi­ duos se sientan gratificados en la evocación de un pasado definiti­ vam ente perdido. El goce que p ro p o rcio n a el consuelo de d isponer de un pasado que se pone en evidencia a través de objetos, tótem s personales y recuerdos no tiene precio. Pero los objetos pueden es­ ta r cerca o lejos y en cu alq u ier caso casi siem pre hay p o r m edio u n viaje, m ental o físico. El tu rista cu ltu ral va a la cap tu ra de la cosa singular y sorpresiva, va a la b ú sq u ed a de la diferencia. El p atrim o ­ nio histórico es p arte de esta diferencia que evoca im ágenes p rim i­ genias, auténticas, com o sacadas del fondo de los tiem pos. El viejo barco de guerra Vasa, del siglo xvn, m usealizado espléndidam ente en los m uelles de E stocolm o, es un claro objetivo turístico-patrim onial: un sin g u lar escap arate de los viejos oficios m anuales con sus objetos cotidianos y sus objetos p a ra la g u erra tan bien logra­ dos —el fenecido m u n d o de la navegación a vela— que nos acerca a todo aquello que se h a perdido definitivam ente. D urante los años o ch en ta la patrim o n ializació n de los paisajes rurales e industriales «desafectados» h a sido en m uchas partes de E u ro p a uno de los rasgos m ás d efinitorios de u n a época de recom ­ posición económ ica e in d u strial.4 La política económ ica descubrió

4. En España este proceso lleva un cierto desfase. Comunidades com o Asturias o el País Vasco no han sabido basta la fecha sacar provecho suficiente de sus evidentes recursos patrimo­ niales.

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puntos de co n tacto en tre los arqueólogos y los científicos sociales y los intereses de la población local ab rién d o se p aso a la posibilidad de u n a nueva actividad económ ica c e n trad a en los servicios tu rísti­ cos y culturales, que las au to rid ad es locales y regionales se a p re su ­ raro n a a m p a ra r e incentivar. En ocasiones esta relación se h a sal­ dado positivam ente p ara todas las partes, pero en o tras h a su ­ puesto el dom in io de u n o s so b re los otros. Las form as de gestión de los bienes del p atrim o n io h an ten id o algo que ver siem pre con la resolución en u n sentido o en o tro del eventual conflicto de in tere­ ses. Qué d u d a cabe que las exigencias de la in d u stria tu rística h an ido im poniend o nuevas visiones sobre el tipo de p ro d u cto cu ltu ral que se debía ofrecer al visitante. D u ran te los ú ltim o s veinticinco años las com u n id ad es locales h a n lu ch ad o p o r reap ro p iarse de su p a trim o n io histórico, p ero al final h a resu ltad o difícil de casar identidad cultu ral y prom oción económ ica p o r m edio del turism o. Jorvik Viking Centre, o la sofisticación arqueológica al servicio del turism o El Jorvik Viking C entre está ju sto en el cen tro de la ciu d ad in ­ glesa de York, en el b arrio de C oppergate, su co razó n histórico. Ad­ vertim os que Jorvik no conserva el vocablo m useo en su d en o m in a­ ción; lo ha perd id o a p ro p ó sito p ara p o n er en su lu g ar el m ás co ­ m ercial de «centro». Jorvik se p resen ta en sociedad com o u n a atracción tu rística y cu ltu ral que ro m p e m oldes. S us gestores h an escogido u n a m an era d istintiva de co m u n icar cóm o q u ieren que se les reconozca y valore, que incluye, p o r u n lado, un m ensaje co ­ m ercial del tipo p ro d u cto de co n su m o novedoso y atray en te, y p o r otro, la idea de p o n er al alcance de todo el m u n d o el su eñ o u n iv er­ sal de h acer revivir el pasado. Sin d u d a Jorvik es un m useo de sitio de c a rá cter histórico-arqueológico, levantado so b re u n n o table y acim iento alto-m edieval de enorm e p o tencial p a ra h acer co m prensible la h isto ria del lugar p o r m edio de la in terp reta ció n de los resto s arqueológicos d escu ­ biertos. E n este sentido es p aran g o n ab le a otros yacim ientos co n ­ servados en su sitio que h an sido aco n d icio n ad o s y hechos inteligi­ bles p en san d o en las n ecesidades y req u erim ien to s de u n público am plio. Su preced en te m ás in m ed iato es F ish b o u rn e R om án Palace M useum de Chichester, que en In g laterra fue d u ran te los años sesenta el ejem plo m ás n o to rio de excavación arqueológica visitable provista de elem entos de in terp retació n diseñ ad o s p ara h acer la

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h isto ria accesible a un público no experto. F u era de Inglaterra, X anten, en Alem ania, de época ro m a n a o Briggens en Bergen, N o­ ruega, de época m edieval, son casos que g u ard an sem ejanzas con Jorvik por el hecho de conservar in situ restos de ciudades del p a ­ sado m ás lejano e in terp reta d o s con p rofusión de m edios d id ácti­ cos, y tam bién la B arcino ro m an a que se abre en el subsuelo del M useo de H istoria de la Ciudad, en el cen tro histórico de B arce­ lona, tiene m uchos elem entos com unes con estos casos notables de conservación arqueológica pu esta a disposición de u n público ex­ tenso. Pero Jorvik presen ta algunas p articu larid ad es rem arcables. En p rim er lugar da a conocer en el contexto b ritán ico y europeo a una civilización de la Alta E dad M edia poco conocida, la civiliza­ ción anglo-escandinava; en segundo lugar p orque la peq u eñ a ciu­ dad vikinga de Jorvik, origen del York actual, h a sido excavada ín­ te g ra m e n te y acond icio n ad a p ara u n a visita n ad a convencional; y en tercer lugar porque la p resen tació n al público del yacim iento rom pe con ía m an era h ab itu al de p resen ta r la histo ria al público. Los arqueólogos saben que no es en n in g ú n m odo la n o rm a que se llegue a sacar pleno p artid o cultural, educativo y turístico de los yacim ientos que excavan. E n C ataluña hay cerca de u n m illar de asentam ientos ibéricos p rerro m an o s y sólo dos o tres h an sido ex­ cavados íntegram ente y de éstos, sólo u n o tran sfo rm ad o en una «explotación» patrim o n ial de gestión local, con el proyecto de h a­ cer u n uso extensivo lúdico y educativo de sus recursos. E n Inglaterra, la época del boom de las excavaciones de u rg en ­ cia, los años setenta, hizo aflo rar u n p atrim o n io considerable, a u n ­ que de form a parecid a a otros países, sólo en contados lugares ap a­ reció la o portunid ad de sacar u n m ayor ren d im ien to al trab ajo de investigación básico. El York A rchaeological Trust, que excavaba p o r encargo la antigua ciudad vikinga en C oppergate, se dio cu en ta en 1976 de que su trabajo su scitab a u n gran interés entre la gente de York. No en vano los ciu d ad an o s h ab ían reaccionado co n tra la idea de d estru ir el yacim iento debido a las obras de u n as grandes galerías com erciales y clam aban p o r su conservación. P or ello los arqueólogos no d u d aro n en reivindicar u n a solución conservacio­ n ista que rom piese con la p ráctica h ab itu al en esos casos de tran s­ p o rta r los m ateriales a un m useo territo rial y a b an d o n a r el yaci­ m iento u n a vez estudiado. P ara los arqueólogos, el yacim iento pre­ sen tab a unos retos ineludibles: conservar in situ unos m ateriales perecederos una vez puestos en con tacto con el m edio am biente, a b o rd ar con éxito la tarea de reco n stru ir un pasado a p a rtir de las

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excepcionales evidencias que m o stra b a el yacim iento, y h ace r co m ­ prensible y atractiv a p ara todos los públicos la h isto ria de Jorvik. Tras un largo p eríodo de discusiones con las au to rid ad es y con la em presa co n stru cto ra de las galerías com erciales, se llegó ai acu erd o de que el York A rchaeological T rust recrease la ciudad de Jorvik en el m ism o sitio donde h ab ía sido descubierta, es decir bajo el com plejo com ercial. Com o explica P eter A ddym an, d irec to r del Trust, se h abía de ju g a r en favor de la ciudad en el sen tid o de refo r­ zar su ca rá c te r de cen tro tu rístico y m o stra r a los visitantes el o ri­ gen vikingo del York m oderno, y al m ism o tiem po ap ro v ech ar la excavación p a ra m o stra r en el m ism o lu g ar el proceso de investiga­ ción arqueológica; en definitiva, el papel de los vikingos en el d esa­ rrollo de la ciudad y el papel de los arqueólogos p ara dilucidarlo (A ddym an y Gay ñor, 1984, 10-11). La em presa de los arqueólogos asum ió el proyecto de recrear la ciu d ad bajo tierra. P ara su financiación se recu rrió al créd ito b an cario con el aval de algunos em p resario s y el apoyo de la Ofi­ cina de Turism o B ritánica. La gestión y explotación del nuevo re ­ curso, el Jorvik Viking Centre, iría a cargo de u n a em p resa privada que el Trust crearía a tal fin. El estu d io económ ico inicial de viabi­ lidad preveía que p a ra o b ten er u n resu ltad o positivo y g a ra n tiz a r la viabilidad económ ica de la em p resa se te n d ría que alcan zar u n a ci­ fra an u al de visitantes de alred ed o r de m edio m illón, co n tan d o que el precio del tíq u et de en tra d a al m useo fuera de u n valor equiva­ lente a u n a e n tra d a de cine y se p u d iera ex p lo tar adem ás u n a tienda. Jorvik ab rió en abril de 1984 y fue u n éxito de público y de crítica, que valoró sobre todo lo que Jorvik tenía de espectáculo y de propuesta tu rística innovadora; no obstante, la profesión arq u eo ­ lógica y m useológica reaccionó con aso m b ro y escepticism o. Un folleto conm em orativo de la in au g u ració n del m useo explicitaba sin eufem ism os el sentido de la oferta que salía a la luz, de esta m a­ nera: «Para ser viable com ercialm en te el cen tro ten ía que ser a tra c ­ tivo y p ro p o rcio n a r al g ran público u n b u en en treten im ien to . P ara satisfacer a los arqueólogos que excavaron Jorvik, ten ía que m a n te ­ n er la integrid ad científica y académ ica. El resu ltad o final es que el Jorvik Viking C entre ha sab id o m a n te n e r el equilibrio en tre el te a ­ tro y los hechos, y la m ejo r m a n era de caracterizarlo es que ofrece u n viaje al tiem po de los vikingos.» E fectivam ente, el viaje em pieza a pocos m etros bajo el suelo. C om o quien se en cam in a h acia u n a estació n de m etro desde la boca del m etro situ ad a lado p o r lado de la e n tra d a de unos grandes

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alm acenes; asim ism o, uno desciende h acia la ciudad que habita bajo el pavim ento, donde le espera un «vehículo del tiem po» eléc­ trico sobre el que ha de su b ir p ara ser conducido a lo largo de la ciudad vikinga. El vehículo, con su guía sonora incorporada, a tra ­ viesa rápidam en te el túnel del tiem po p asan d o p o r distin tas etapas de la historia del ho m b re rep resen tad as por sus correspondientes cu ad ro s escénicos anim ados con m aniquíes, h asta llegar a Jorvik. Allí el vehículo atraviesa u n a an im ad a calle vikinga reconstruida fielm ente detalle a detalle con m ateriales artificiales, de acuerdo con la evidencia arqueológica, con sus h ab itan tes y anim ales d o ­ m ésticos y ab u n d an te uso de recursos am bientales: luz crep u scu ­ lar, gritos, olores, charlas callejeras de fondo (fig. 10). Tras p asar el p uerto fluvial se ab an d o n a Jorvik, así com o el túnel del tiem po, p ara ir a parar, sin b ajar del vehículo, a u n a zona donde se enseña >una reconstrucció n de la excavación con señalización concreta de los niveles estratigráficos y presencia del in stru m en tal que u tili­ zan los arqueólogos, p u esta de form a que parezca que está en curso y que los arqueólogos acaban de salir del trabajo. Aquí se aprecian cim ientos originales de m ad era de los edificios excava­ dos, que u n a vez estabilizados han sido recolocados, si no en su si­ tio original, pues la excavación ha sido inutilizada, sí m uy cerca. Es u n a m an era de m o strar al visitante que las escenas de «teatro de ópera» de la reco n stru cció n que se acab an de ver p asar no son un capricho de la im aginación del arqueólogo, sino que están fu n d a­ m entadas en u n exigente trab ajo de investigación. A co n tinuación se pasa por el registro de la excavación y por el laboratorio, ta m ­ bién reproducidos, cosa que da u n a idea del trayecto que siguen los restos de u n a excavación u n a vez exhum ados. P ara finalizar la vi­ sita, el público debe a b an d o n a r el «vehículo del tiem po» y p asar p o r una sala de exposición convencional donde se m u estran los principales hallazgos arqueológicos. Antes de volver a la calle, la tienda del cen tro ofrece al visitante la posibilidad de co m p rar un recuerdo de la visita. En diez años Jorvik h a atraíd o a siete m illones y m edio de visi­ tantes, hecho que la ciudad de York h a encajado con satisfacción, pues la ha convertido en un foco de atracción tu rística que puede ofrecer alguna cosa m ás que la an tig u a y fam osa catedral. Desde el p u n to de vista gerencial, el proyecto ha obtenido un enorm e éxito, que cabe adju dicar al equipo de arqueólogos-em presarios que han dirigido el proyecto, pues tras devolver los créditos en pocos años, los ingresos p o r taquilla cubren la m ayor p arte de los costes de fun­

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cionam iento; ap arte del superávit que gen eran las actividades m e r­ cantiles practicadas. El York Archaeological Trust se ha tran sfo r­ m ado erí u n a u n id ad arqueológica con ab u n d an tes recursos que puede trab ajar po r todo el país com o u n a em presa de servicios a r­ queológicos firm em ente su sten tad a p o r u n a base em presarial sólida. Las parad o jas de n u estra m o d ern id ad h acen que u n p ro d u cto de la arqueología se tran sfo rm e en u n p ro d u cto de g ran consum o. En York se juega con el co n traste que p ro p o rcio n a la existencia de un a ciudad encim a de la otra. La de a rrib a es la ciudad m oderna, el cen tro dé la cual se h a tran sfo rm ad o en u n área de negocios e n ­ m arcad a p o r galerías com erciales, p arad ig m a y com pendio del m u n do m oderno co nsum ista. A este nivel los testim onios de la ciu ­ dad histó rica son escasos: sólo puede entreverse, en tre edificios m odernos, las agujas de la catedral, y en el h o rizo n te restos de las m urallas. P or debajo, la ciudad de hace mil años se nos aparece perfectam en te recreada, con sus h ab itan tes de cartó n -p ied ra in ­ m ersos en sus vidas cotidianas, los cuales tam b ién acu d en al m er­ cado que se ab re en el cen tro de su red u cto u rb an o ap retad o de ca­ lles de tierra, casas de m ad era y em pin ad o s techos de paja. E ste con traste y proxim idad física facilita las cosas a Jorvik. Los clientes de las galerías com erciales tien en la o p o rtu n id ad de c am b iar de ru ta al salir de las tiendas y, en vez de volver a casa, b ajar a los n i­ veles del subterráneo p ara em p ren d er un viaje en el tiem po d u ran te el cual po drán pasear en coche eléctrico p o r u n a ciudad de sueños. Los turistas y los escolares tam bién tropiezan con el colorista re ­ clam o sin ab an d o n ar el núcleo peatonal del centro de la ciudad. No hay d u d a de que Jorvik satisface al g ran público, au n q u e no sucede lo m ism o con el visitante experto. E ste ráp id o trán sito p o r un as im ágenes del p asad o que en su preciosism o a p are n tan artificialidad, esta explosión tecnológica al servicio de u n a h isto ria servida en calculadas dosis y m agnífico envoltorio, no convence a m uchos profesionales. No obstante, la p resen tació n del p atrim o n io a la m an era de Jorvik, com o concepto y a la escala que co rres­ pon da según el lugar, h a hecho fo rtu n a en los ú ltim os años. Al d e­ p en d er cad a vez m ás del m ercado, es d ecir del n ú m e ro de v isitan ­ tes, los m useos que q u ieren sobrevivir tien d en a esq u em atizar y em p o b recer co n cep tu alm en te los m ensajes que tra n sm ite n y a c a ­ b an tran sm itien d o ideas ta n sim ples com o «pase u n a tard e via­ ja n d o a través del tiem po», cosa que los pone a la altu ra de las atracciones com o D isneyland, de las cuales precisam en te h an ap ren dido las políticas de clientes y la m a n era de fab ricarse u n a

LA CONSERVACIÓN Y USO DEL PATRIMONIO HISTÓRICO

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im agen com ercial. Todo ello hace que la experiencia del pasado se convierta en u n pu ro acto de evasión, al presen tarse com o la crea­ ción sofisticada de unos expertos, au tó n o m a y estanca, que poco tiene que ver con el presente, a la cual viajam os por unos instantes p ara aislarnos y gozar de la p ro p ia cap acid ad de ju g a r con n u estra im aginación, p ara reto rn a r ráp id am en te a la «norm alidad» de la que provenim os. El gozar de la p ro p ia capacidad de ju g a r con la im aginación, que Disney fom enta en los niños, no es nada m alo de p o r sí, al contrario ; es algo que tam b ién se espera que los m u ­ seos ofrezcan. Lo que pasa es que la h isto ria es u n a m ateria sensi­ ble y com prom etida y los procesos históricos, que no los flashes históricos, no son sólo p ara m irar a distan cia y de pasada, sino que u n a vez presentados e in terp retad o s p o r el m useo sin dogm atis­ m os, h an de m over a la reflexión y c o n trib u ir a enriquecer las con­ ciencias, y la vida de cada uno. Jorvik es un p aradigm a m useológico de los tiem pos actuales, con la arqueología com o fondo. Ig n a­ cio de Solá M orales decía que los grandes centros com erciales y los m useos cada día se parecen m ás. En Jorvik ya se en cu en tran uno encim a del otro. E ntonces la p reg u n ta es: ¿podrá gozar la histo ria en el futuro de la o p o rtu n id ad de p o d er ser alguna cosa m ás que pu ro en tretenim ien to o que u n sim ple objeto de consum o que se puede ad q u irir en los pisos inferiores de unos grandes alm acenes?

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ÍNDICE

Presentación

9

, 1. La especie humana, entre la naturaleza y la cultura ........

13

Hacedores de objetos .................................................................. Algunas definiciones acerca del legado m aterial.......................

13 21

2. Pasado, historia, patrimonio .....................................................

29

La aparición del pasado y de las sociedades con historia . . . El valor de los o bjetos.................................................................. El valor del pasado ...................................................................... La patrimonialización del legado histórico material ..............

29 34 37 51

3. El valor del patrimonio histórico como recurso .................

61

Acerca del valor de los bienes c u ltu rales................................... El valor de uso del patrimonio h istó rico ................................ El valor formal del patrimonio histórico ................................ El valor simbólico-significativo del patrimonio histórico........ La investigación sobre e! pasado y el papel de los vestigios . . . Los objetos de la historia como fuente de conocimiento . . . . Las limitaciones del patrimonio histórico para el estudio y comprensión del p a s a d o ..................................................... Las potencialidades del patrimonio histórico para el estudio y comprensión del pasado.................................................... El contexto eco n ó m ico ................................................................ Análisis económico y bienes cu ltu rale s................................. Los bienes públicos, el mercado y la política .......................

61 66 73 82 93 96 101 104 111 113 119

268 4.

ÍNDICE

La conservación y uso del patrimonio histórico: una mira­ da en el tiempo ......................................................................

121

La pasión por conservar.............................................................. El coleccionismo y el culto al o b je to ..................................... Renovación versus conservación. Las vicisitudes de la idea del p ro g reso ..................................................................................... La marea del cambio y la modernidad: triunfo y crisis de la idea de progreso ............................................................................... La modernidad contemporánea y la recomposición de las rela­ ciones con el p a s a d o ................................................................ Los argumentos y las limitaciones de las vanguardias........ La evolución de las nociones de espacio y tiempo. La socio­ logía de Giddens .................................................................. Las configuraciones de la n ostalgia....................................... El desarrollo histórico del conservacionismo moderno: fac­ tores y hechos ...................................................................... El desarrollo de la conciencia histórica m o d ern a................. El auge de la idea nacionalista................................................ Las consecuencias sociales y económicas de la industriali­ zación ..................................................................................... Las grandes transformaciones del presente: «desarrollismo», mercantilización de las relaciones económicas y sociales, y tu ris m o ...............................................................................

123 131

Bibliografía .........................................................................................

255

139 143 156 157 161 165 167 168 193 208

222