El patriarcado del osito Teddy: Taxidermia en el Jardín del Edén


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El patriarcado del osito Teddy Taxidermia en el Jardín del Edén

Donna Haraway

Prólogo de Carmen Romero Bachiller Traducción de Ander Gondra Aguirre

sans

soleil

ediciones

Barcelona



Buenos Aires

,

1 NDICE

Prólogo. Noche en el museo con Donna Haraway. Desmon­ tando el proyecto colonialista, racista y sexista de la ciencia,

Carmen Romero Bachiller

.......... ...... ..................................

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Nota a la edición ............................ ... ...... .........................

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El Salón Africano de Akeley y el Memorial Theodore Roosevelt en el Museo Americano de Historia Natural: Exper1enc1a .................................................................

II. Carl E. Akeley

( 1864-1926),

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la pistola, la cámara y la

búsqueda de la verdad: biografía ..................................

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- Historias de vida .......................................................

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- Taxidermia: de tapizado a epifanía .............................

.

- La fotografía: cazando con la cámara .........................

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III. Contando historias ......................................................

105

- Autores y versiones ....................................................

106

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- Safari: una vida de

África ..........................................

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IV El Museo Americano de Historia Natural y la construcción social del conocimiento científico: la institución ..........

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. ., - La expos1c1on ............................................................ - Profilaxis

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PRÓLOGO Noche en el museo con Oonna Haraway. Desmontando el proyecto colonialista, racista y sexista de la ciencia

CARMEN ROMERO BACHILLER

Entre el momento en el que Donna Haraway escribió y publicó El patriarcado del osito Teddy. Taxidermia en el jardín del Edén y el de su traducción y publicación en castellano han pasado cerca de treinta años. Al analizar las prácticas de ex­ hibición museística, su particular apuesta conservacionista y las políticas eugenésicas que amparaba a principios del siglo XX el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, Haraway se preguntaba por cómo leerían e interpretarían los dioramas del museo los chicos y chicas que paseaban con walkman por sus salas en algún momento de la década de los ochenta del siglo pasado (Haraway, 2015: 39). Haciéndonos la misma pregunta que Haraway, podemos pensar en cómo serán leídos los dioramas -esas representaciones de escenas de la naturaleza con pretensión hiperrealista que aspiraban a funcionar según planteaba el taxidermista y conservador Carl Akeley, como una "mirilla en la selva" (Haraway, 2015: 42)­ en el momento actual. ¿Cómo serán interpretados hoy en día

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cuando los walkman son artefactos de cultura retro hipsteriza­ dos o meras antiguallas curiosas que sorprenden a adolescentes acostumbrados a la inmediatez de los móviles inteligentes y las tabletas, con su continua producción de continuidad y distan­ cia a través de la presencia/ausencia de nuestros "amigos" per­ manentemente conectados? Probablemente la experiencia del museo será inmediatamente twitteada y colgada en Instagram, tal vez valorada por los "me gusta" acumulados en Facebook. Más aún, quizá su visita al Museo Americano de Historia Na­ tural estará mediatizada por la popularización del mismo en los últimos años a través de la película Noche en el Museo, (Sha­ wn Levy, 2006) protagonizada por Ben Stiller y dirigida a un público infantil y juvenil quizá bastante menos impresionado que sus predecesores por las "naturalezas muertas" encarnadas en los dioramas. La inmediatez, la viveza cotidiana y nuestra posibilidad de acceder al mundo a través de un click-vía Google y asesorados por la Wikipedia-, parece casar mal con las poses estáticas de las figuras disecadas para formar parte de dichas escenas; muertas, paradójicamente, como reclamo para favo­ recer la divulgación de la naturaleza y su conservación. Tal vez por eso en la ficción protagonizada por Stiller los animales y personajes de los dioramas cobraban vida, yendo un paso más allá y trayendo, directamente, la selva al centro de Nueva York. Podríamos preguntarnos incluso cómo leer el texto no sólo desde este otro tiempo, sino también desde otros lugares y con otros idiomas; lugares desde los que probablemente no resulte fácilmente accesible el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York y, sin embargo, como pretendo argumentar, sí nos resulten accesibles y radicalmente cercanas sus historias y los relatos de las mismas que nos ofrece la autora. Para empe­ zar, es probable que los consumos globalizados y las prácticas de distribución hegemónicas del cine estadounidense nos ha-

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1 PRÓLOGO

yan hecho acceder a la mencionada película Noche en el museo. Esto nos permite leer este texto siguiendo a Haraway por las salas del Pabellón Africano de Akeley con la extraña sensa­ ción de volver a un lugar conocido, de reconocer el Museo. Pero también resultan cotidianas y reconocibles las densamen­ te pobladas historias de construcción de la supremacía de la masculinidad blanca, sobre sus otros "otros" que se inscriben en El patriarcado del osito Teddy: por un lado, las mujeres y las personas negras e inmigrantes tanto en "casa" -EEUU a principios del siglo XX en el texto, pero también Argentina y el estado español en su recepción actual- como fuera -África como ese Edén natural-; y por otro lado, los otros "otros" no humanos, grandes animales "salvajes" y fundamentalmente los simios, aquí representados por los gorilas: esos otros no-huma­ nos pero casi, parientes "naturales" que nos permiten acceder a las narrativas de nuestros orígenes. Probablemente esos relatos de separación y primacía heteropatriarcal, colonialista y racista no sólo nos resulten familiares, sino constituyan parte de la forja de las relaciones sociales que habitamos en el aquí y el ahora -incluso si, como en el caso de esta edición, se publica al tiempo en lugares tan alejados geográficamente como Bar­ celona y Buenos Aires-. Otro tanto se podría decir del quiebre fundacional por el cual nos pensamos como "humanos" sepa­ rados y distintos de otros animales, incluidos nuestros "parien. tes' s1m1os mas cercanos. Según señala Haraway tanto "la ciencia como la cultura popular conforman intrincados tejidos de hecho y ficción'' (1989: 3). Partiendo de esa imbricada textura, me propongo invitarles a seguirme en esta visita al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York de la mano de Donna Ha­ raway, apelando a las imágenes de la mencionada película. Pero antes de eso, les propongo dar un pequeño rodeo por su '

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obra y algunas de sus propuestas teóricas para poder seguir la profunda crítica que encierra El patriarcado del osito Teddy. DONNA HARAWAY: RECEPCIÓN EN CASTELLANO DE UNA AUTORA FUNDAMENTAL Y PROYECTO TEÓRICO

Presentar una nueva traducción del trabajo de Donna Ha­ raway es un motivo de alegría: Haraway constituye, sin duda, un referente fundamental en el marco del feminismo, los estu­ dios culturales y los estudios sociales de la tecnociencia, y para muchas personas encontrarnos con su obra supuso un punto de inflexión clave que hizo reconfigurar de forma completa e indeleble todo nuestro trabajo. Hace ahora veinte años de la primera traducción de un texto de Haraway al castellano, el imprescindible Simians, Cyborgs and Women, renombrado aquí como Ciencia, Cyborgs y mujeres, y publicado en 1995 por Cátedra en una versión reducida que no incluía dos capí­ tulos del texto original1• Posteriormente se traduciría uno de sus artículos más rompedores ''Las promesas de los monstruos: una política regeneradora para otros inapropiados/bles", pu­ blicado en 1999 en la revista Poltí ica y Sociedad2• Y habría que esperar hasta 2004 -hoy hace ya once años- para que se tradujera su Testigo_Modesto@Segundo_Milenio. HombreHem­ bra©_Conoce_OncoratónT"'por la editorial UOC3• Sus últimos libros, The Companion Species Manifesto (Prickly Paradigm Press, 2003) y When Species Meet (Minnesota, 2008) no han sido traducidos aún.

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Edición a cargo de Fernando García Selgas, que escribiría el prólogo junto a Jorge Artidi y Jackie Orr y traducción de Manuel Talens. Traducción a cargo de Elena Casado Aparicio. Traducción de Helena Torres.

1 PRÓLOGO

El texto que aquí se presenta, El patriarcado del osito Teddy. Taxidermia en eljardín del Edén -bella y cuidadamente editado por Sans Soleil Ediciones, con un trabajo de archivo que am­ plía el espectro del propio original aportando múltiples imá­ genes que ilustran el texto- constituye, de algún modo, una "precuela' ' de Ciencia, Cyborgs y Mujeres. Se trata de un artículo ampliamente difundido y que aparecía como primer capítulo del magnífico y hasta ahora no traducido al castellano Primate Visions. Gender, Race, and Nature in the World ofModern Scien­ ce (Roudedge: 1989), todo un tratado que ofrece un amplio recorrido por el espacio liminal de la primatología, como una forma de "Orientalismo simio" -partiendo de la concepción del Orientalismo elaborada por Edward Said (1978/1990), para reinterpretarla en clave de relaciones humanos/no-humanos-. Así, la autora va siguiendo las prácticas científicas que recorren y rastrean la vida de nuestros parientes simios para construir una narración donde se estabiliza la naturaleza, trazando férreamen­ te los límites entre los cuerpos y fijando sus jerarquías y vínculos -atravesadas por relaciones raciales, coloniales y de género, e inscritas en las prácticas patriarcales de organización familiar-. En este recorrido, Haraway da cuenta de la narrativa fic­ cional de los hechos científicos -Science facts y Science fiction­ como tejidos anudados con el mismo material, tanto en las apelaciones a la verdad de la ciencia y sus relatos, como en otras intervenciones humanas como la cultura popular: he­ chos y ficciones son producciones resultado de la acción y ex­ periencia humana (1989: 3). Los hechos no están meramente ahí para ser descubiertos, sino que dependen de específicas configuraciones de entidades disímiles y ordenamientos con­ cretos que han permitido el desarrollo de determinadas prác­ ticas: los hechos están hechos. Por otro lado, la ficción hace referencia a la acción humana de despegarse de lo dado, a la

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práctica de "confeccionar, formar o inventar, al igual que si­ mular" (Haraway, 1989: 3-4). Será sobre la articulación de ambos entramados -los hechos, como resultados ya termi­ nados, y las ficciones, como acciones en proceso que pueden orientar y desplazar acciones futuras- que podemos, según Haraway, identificar los mecanismos y relatos de producción científica; relatos que apuesta por inscribir y analizar como parte del aparataje de la CF -ciencia ficción-; ciencia ficción, por cuanto los relatos de la ciencia conforman reiteradamente narraciones de orígenes y orientan futuros posibles. Desde este lugar arriesgado y preñado de "las promesas de los monstruos" -parafraseando su propio trabajo (1999)- Haraway va a mostrar cómo la primatología y la biología son discursos histórica y geopolíticamente situados; prácticas que insisten en desentranar nuestros ongenes en los "otros" de la "naturaleza" para orientar nuestros aquí y ahora. En el caso del texto que aquí se presenta, la configuración de un museo, como es el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, se muestra como una empresa moral e ideológica que inscribe y difunde un discurso densamente embebido de inscripcio­ nes racistas y heterosexistas. Nuestros parientes primates y otros animales "salvajes" sustraídos de la naturaleza mediante cacerías de "conservacionistas" blancos, reincorporados a sus "hábitats" en virtud de la hiperrealista recreación taxidérmica en los dioramas, prometían desentrañar para nosotros nuestra verdadera naturaleza: sus relaciones jerárquicas, la primacía masculina y el modelo de familia patriarcal como espejo so­ bre el que asegurar el "orden natural" -capitalista- en medio de los crecientes desórdenes sociales -feminismo, socialismo, inmigración- que lo ponían en peligro. Esta "verdad", sin embargo, queda profundamente "agu­ jereada" una vez sometida a la aguda e irónica revisión que �

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1 PRÓLOGO

emprende la autora guiada por cuatro tentaciones, que cons­ tituyen sus principales recursos analíticos, según identifica en Primate Visions (Haraway, 1989: 6-8) y que irá afinando en sucesivas obras. Su primera tentación teórica la sitúa en el ám­ bito del análisis científico desde la práctica que inauguraron Latour y Woolgar con La vida en el Laboratorio (1979/1995) y que, mediante un ejercicio de seguimiento cercano de los heterogéneos actores que habitan el laboratorio -sean éstos humanos o no humanos-, van a invertir las lógicas del descu­ brimiento que implican que lo descubierto estaba allí desde el origen, para insistir en cómo prácticas concretas configuran y estabilizan -temporalmente- determinadas entidades identifi­ cadas como "descubiertas". Naturaleza y sociedad son un sub­ producto de la práctica científica. En este sentido, Haraway también va a cuestionar algunas premisas de esta perspectiva, como la tendencia a ocultar el lugar de enunciación desde el que se construyen los relatos sobre la ciencia, actuando así los intrépidos investigadores sociales de la tecnociencia como ven­ trílocuos invisibilizados, en lo que denominará una "política semiótica de la representación", frente a la cual defenderá una "semiótica política de la articulación", en la que se reconozcan las relaciones, inherentemente desiguales pero ca-constitutivas, en las que estamos inmersos con entidades disimiles humanas y no humanas (Haraway, 1999: 139). Igualmente, Haraway va a criticar la falta de atención a los patrones sociales de desigual­ dad históricamente sedimentados, invisibilizados en ocasiones por la atención a las formas concretas en las que se configuran las entidades en la práctica (Haraway, 2004: 53). Esto condu­ ciría a una forma de presentismo pobremente equipado, para dar cuenta de los efectos de los entramados de las relaciones de poder en los que se inscriben los cuerpos en marcos racistas, heterosexistas, clasistas y coloniales.

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Su segunda tentación la constituirían las perspectivas epis­ temológicas del punto de vista, asentadas en la tradición mar­ xista y feminista, que afirman que no todos los lugares están igualmente equipados para proporcionar una mirada crítica. Es por ello que se preferirán las miradas desde abajo, desde las posiciones marginalizadas o vulnerables, desde las posiciones de esas "otras inapropiadas/bles" a las que les resulta mucho más difícil obviar su lugar de enunciación (Haraway, 1999: 125-126). Es por eso que resultan preferibles: porque se saben manchadas e impuras, y difícilmente se podrán encaramar en el no-lugar del universalismo; porque, como plantea Harding, tenemos razones para sospechar del lugar desde el que tradi­ cionalmente se han venido haciendo las preguntas y prácti­ cas científicas. Sin embargo, "la búsqueda del conocimiento requiere de políticas democráticas y participativas" (Harding, 1991: 124), capaces de apuntalar el proyecto de una "ciencia sucesora" que nos proporcione una mejor versión del mundo (Haraway, 1995: 321). Éste constituiría el vínculo con su tercera tentación: la ciencia continúa siendo un proyecto necesario, porque nece­ sitamos una mejor versión del mundo. Es por ello que se aleja del universalismo y su reverso gemelo, el relativismo, apostan­ do por la necesidad de desarrollar conocimientos responsables y críticos; conocimientos situados que se reconozcan parcia­ les, no sólo denunciando la falacia oculta bajo pretensiones de neutralidad que sólo invisibiliza las premisas de las que parte, sino haciéndose cargo, responsabilizándose de los efectos del propio posicionamiento en las prácticas de indagación. Finalmente, el cuarto elemento que atraviesa el análisis de Haraway es su alianza y apuesta por el feminismo y el antirra­ cismo: el desarrollo de una perspectiva feminista interseccio­ nal que impregna la mirada y que hace que permanezca per-

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1 PRÓLOGO

manentemente atenta a las vulnerabilidades y exclusiones que se generan en las prácticas de producción de conocimiento. NOCHE EN E L MUSEO CON DONNA HARAWAY El Salón está oscuro, iluminado solamente por las vitrinas que delinean los lados de la espaciosa estancia. En el centro del Salón hay un grupo de elefantes tan realistas que un momento es suficiente para despertar un presagio de su movimiento, tal vez un ataque hostil por nuestra intromisión personal. Los elefantes se alzan como un gran altar en la nave de una enorme catedral. (Haraway,

2015: 40).

Con esta presentación nos introduce Haraway en el Salón Africano de Akeley del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. El diorama del centro de la sala, a punto de cobrar vida ante nuestros ojos, parece adelantarse al argumen­ to que atravesaba la película Noche en el Museo. En ella, todos los elementos de los diferentes dioramas cobraban vida por la noche ante los ojos de un inventor -Ben Stiller- con una mas­ culinidad y paternidad en crisis, el cual casi accidentalmen­ te pasaba a convertirse en guardia nocturno del museo. En la película, un maniquí de cera que representaba la figura de Theodore Teddy Roosevelt, 26° presidente de los Estados Uni­ dos y uno de los promotores del Museo, ayuda al protagonista a recuperar el control del mismo y con ello su masculinidad y el respeto de su hijo. Al margen de la calidad artística de la película, la narrativa de masculinidades en peligro y el recurso a la figura de Teddy Roosevelt no deja de ser significativo y entronca con la lectura de Haraway sobre las aspiraciones mo­ rales y políticas del Museo. El triple eje exhibición, conservación y eugenesia constituía parte de un discurso que pretendía asegurar el orden moral

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de la sociedad en el "orden natural" modelado a través de las imágenes hiperrealistas de la taxidermia en los dioramas. Éstos funcionan como narraciones que presentan a los ojos de los espectadores "las páginas de la naturaleza, leídas a simple vis­ ta' ' (Haraway, 2015: 42). La disposición de las figuras en cada uno de los grupos permite reconocer una estructura familiar que inscribe el modelo patriarcal, la primacía masculina y la división sexual del trabajo en el orden de la naturaleza. Ge­ neralmente, se repite el modelo de "un gran macho vigilan­ te, una hembra o dos y un bebé" (Haraway, 2015: 43). Los dioramas, mediante la muerte literal de los animales que los componen, producto de la caza mayor deportiva y ''científica'' de enriquecidos caballeros blancos, permiten expresar la no­ bleza y el orden del mundo natural, como respuesta a lo que se percibe como la decadencia de la masculinidad blanca a la que está conduciendo la civilización. El enfrentamiento del varón blanco con su presa se representaba como una gesta heroica, en la que la masculinidad quedaba reforzada. No deja de ser interesante recordar cómo el origen de los ositos de peluche -teddy bears- aparece en paralelo al modelaje taxidérmico y con igual origen cinegético: según nos narra Haraway, el pre­ sidente Roosevelt volvía de una cacería con las manos vacías porque no había conseguido abatir un oso -otras narrativas más ennoblecedoras hablan más bien de que le perdonó la vida al encontrarse con un osezno-, pero en cualquier caso, a su regreso al hotel y para compensar -y restaurar su masculini­ dad herida, podríamos añadir- una empleada le regaló un oso de peluche que había hecho para la ocasión. Pero Haraway no se va a contentar con mirar a los dioramas como mera espectadora, sino que va a analizar la propia insti­ tución del museo, el trabajo taxidérmico y las cacerías en África de los "amantes de la naturaleza'' para conseguir ejemplares acle-

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1 PRÓLOGO

cuados para su exhibición. Va a ser un ejercicio de "seguir a los actores", en la misma línea de lo planteado por Latour (2005: 12), lo que le va a permitir reconfigurar y hacer comprensibles las condiciones que dieron lugar a todo un conjunto de prácti­ cas que conforman el museo como configurador de significados y espacio material concreto. Igualmente, el trabajo de Haraway va a desarrollar un análisis arqueológico en el sentido de Fou­ cault (1969/2002), rastreando los archivos y siguiendo a Carl Akeley como eje desde el cual desarrollar el análisis. El avance de las técnicas de la taxidermia de Carl Akeley y la forma en que se desarrollan los diferentes safaris en África para obtener ejemplares para exhibir, una vez muertos y converti­ dos en "peluches" vivificados, son parte de todo un mecanismo que permite perpetuar el orden social vigente, presentado como orden de la naturaleza. En las cacerías, los varones blancos pa­ recen asumir todo el protagonismo frente a sus presas, lo que ignora todo un conjunto de presencias que se tornan ausencias manifiestas, pero sin las que no se podrían concebir los safaris africanos -utilizando la categorización desarrollada por John Law (2004: 84)-. La propia población africana negra es la pri­ mera gran ausente. Los safaris, sin embargo, eran escenarios de reproducción de las relaciones coloniales de primer orden: los porteadores, ojeadores, guías y sirvientes negros permitían con su trabajo que los varones blancos pudieran estar listos para apuntar a su presa de la forma más adecuada. Por supuesto, ellos no podían disparar sin ser castigados por ello: identifi­ cados sistemáticamente como "muchachos" -boys-, no podían amenazar la masculinidad blanca accediendo así a las codiciadas presas y apropiándose del espíritu noble de las grandes bestias (Haraway, 2015: 128). Otras figuras invisibilizadas serán las mujeres, -las mujeres blancas, por supuesto, las mujeres negras constituyen una auténtica "otredad ausente" (Law, 2004: 84)

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en toda esta narrativa-. Haraway va a incorporar esa presencia mediante la recuperación de los discursos de la primera y se­ gunda esposa de Akeley -Delia Akeley y Mary L. Jobe Akeley, respectivamente-. En la narrativa de ambas se recoge el sentido heroico de la cacería y, desde luego, en ningún momento se cuestiona el racismo de las relaciones coloniales. Sin embargo, sus narraciones paralelas ofrecen miradas que, al menos par­ cialmente, van a cuestionar el relato principal del varón blanco introduciendo a las mujeres blancas como agentes activas y no meras observadoras. En este relato, el Akeley taxidermista y cazador se presenta también como conservador, en particular del gorila que cons­ tituía para él la bestia más noble, casi humana, el antagonista más preciado. De hecho, trabajará en pro del establecimiento de un santuario para gorilas en el Congo a su regreso de Áfri­ ca. "Una vez que se completa la dominación, la conservación es urgente." (Haraway, 2015: 57), y para ello recurrirá a un nuevo tipo de caza, esta vez mediante la cámara, filmando los gorilas en busca de la evidencia científica. Estamos en el pri­ mer desplazamiento de los dioramas a los documentales de National Geographic, que en los años setenta del siglo XX pre­ sentarán a una joven Jane Goodall como una figura maternal frente a los chimpancés (Haraway, 1989: 133). Dominación y conservación son dos palabras clave en este caso. El triple proyecto del museo -exhibición, conservación y eugenesia- se expresaba a través de los dioramas convertidos en auténticas máquinas que solidifican las relaciones sociales de dominación presentándolas como verdad natural. Como dirá Haraway: "Las máquinas son mapas de poder, momen­ tos detenidos de las relaciones sociales que, a su vez, amena­ zan con gobernar a los vivos." (2015: 134). Así, el Museo se erguía frente a las amenazas que ponían en peligro el orden

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1 PRÓLOGO

natural capitalista, racista y patriarcal con la irrupción de dis­ cursos socialistas y feministas, y con la creciente presencia de población migrante no anglosajona y no blanca en Estados Unidos. Si socialismo y feminismo representaban el cuestio­ namiento de la paz social con la lucha de clases y el derroca­ miento de la primacía del varón respectivamente, las mayores tasas reproductivas de las mujeres inmigrantes no-blancas se presentaba como un auténtico "suicidio de la raza" (Haraway, 2015: 138). En este sentido, el texto de Haraway continúa resonando con fuerza en nuestros días al denunciar la forma en que el "patriarcado del osito Teddy" se amparaba en el len­ guaje de la ciencia para presentar su modelo político como verdad incuestionable. En un momento como el actual, en el que demasiadas cosas se presentan como "problemas técni­ cos" y, por lo tanto, sin posible intervención política, el traba­ jo de Donna Haraway constituye un importante acicate que muestra las inextricables conexiones entre ciencia y política, y nos pone en alerta ante apelaciones que, asentándose en una pretendida neutralidad, emplean los mecanismos del cono­ cimiento científico en sus estrategias de dominación. El reto es desmontar el andamiaje y atrevernos a desentrañar dichas prácticas, ¿lo aceptaremos?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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NOTA A LA EDICIÓN

La presente edición ha sido traducida a partir de la versión original publicada en el número 1 1 de la revista estadouniden­ se Social Text en 1 984/ 1 985. Cuatro años después, en 1 989, el texto fue incluido nuevamente -con ligeras variaciones- en

Primate Visions: Gender, Race, and Nature in the World ofMo­ dern Science, uno de los libros más recordados de Donna Ha­ raway. Posteriormente, convertido en ensayo de referencia en múltiples debates académicos y ámbitos de investigación, El patriarcado del osito Teddy ha contado con numerosas reedicio­ nes, entre las cuales podríamos destacar las siguientes: Cultures of United States Imperialism, editado por Amy Kaplan y Do­ nald E. Pease (Duke University Press, 1 993) ; Culture!powerl history: A Reader in Contemporary Social Theory, editado por Nicholas B. Dirks, Geoff Eley y Sherry B. Ortner (Princeton University Press, 1 994) o la compilación The Haraway reader (Routledge, 2004) . El acompañamiento visual de la presente edición (selección de imágenes, redacción de pies de las fotografías y textos de los atlas) ha sido añadido por parte de los editores y no se encon­ traba en la edición original, la cual tan sólo contaba con tres ilustraciones (figuras 6, 9 y 23) .

NOTA A LA E D I C IÓ N 1

Conmemorando, por tanto, el 30° aniversario de su publi­ cación original, presentamos una cuidada edición ilustrada en castellano de este texto clásico de Donna Haraway, un agudo estudio cuya lucidez, a pesar del paso del tiempo, sigue esti­ mulándonos en el presente.

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EL SALÓN AFRICANO DE AKELEY Y EL MEMORIAL THEODORE ROOSEVELT EN EL MUSEO AMERICANO DE HISTORIA NATURAL: EXPERIENCIA l.

La naturaleza nos enseña la ley, el orden y el respeto a la propiedad. Si estas personas no pueden ir al campo, entonces el Museo debe trasladar la naturaleza a la ciudad1• Comencé a reflexionar sobre la leyenda de Rómulo y Remo, que habían sido amamantados por una loba y fundaron Roma, pero en la jungla yo tenía al pequeño Lord Greystoke amamantado por una mona2•

En el corazón de la ciudad de Nueva York se encuentra Central Park, el jardín urbano diseñado por Frederick Law Olmsted para sanar al estresado o decadente ciudadano con 1

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Henry Fairfield Osborn, Report to the Trustees, American Museum of Natural Hisrory, mayo de 1908, y en John Michael Kennedy, Philanthropy and Science in New York City: The American Museum ofNatural History, 1868-1968, Yale Universiry Ph.D., 1968, Univ. Microfilms, Inc., 69-13, 347 (Kennedy en lo sucesivo). De aquí en adelante, el Museo Americano de Historia Natural será el AMNH [siglas en inglés]. Edgar Rice Burroughs en lrwin Porges, Edgar Rice Burroughs: The Man Who CreatedTtzrzan (Provo, Utah: Brigham Young Univ., 1975), p. 129.

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una dosis profiláctica de naturaleza. Justo enfrente del parque, el Memorial Theodore Roosevelt preside, como edificio cen­ tral del Museo Americano de Historia Natural, una reproduc­ ción monumental del Jardín del Edén. En el Edén, el hombre occidental puede comenzar nuevamente el primer viaje, el primer nacimiento desde el interior del santuario de la natu­ raleza. El Museo Americano de Historia Natural, una institu­ ción fundada poco después de la Guerra Civil y dedicada a la educación popular y a la investigación científica, es el lugar donde emprender esta génesis, esta regeneración. Pasando a través del atrio del Memorial Roosevelt en dirección al Salón Africano, inaugurado en 1936, el ciudadano de a pie puede acceder a un espacio y un tiempo privilegiados: la Era de los Mamíferos en el corazón de África, escenario del origen de nuestra especie3• Hay una esperanza implícita en cada detalle arquitectónico: quizá pueda arreglarse el futuro en la visión inmediata del origen. Al salvaguardar los comienzos, el final puede ser alcanzado y el presente puede ser trascendido. El Sa­ lón Africano ofrece una singular comunión con la naturaleza en su momento más álgido y, sin embargo, más vulnerable; el momento de la interconexión de la Era de los Mamíferos

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Osborn creía que el Horno Sapiens había surgido en Asia y varias expediciones importantes del Museo en el desierto de Gobi, durante la década de 1920, iban destinadas a uatar de demostrar esta postura. Sin embargo, África aún tenía un significado especial como núcleo de la naturaleza primitiva y, por lo tanto, como origen en el sentido de una potencial restauración, como reserva de las condicio­ nes originales donde los "verdaderos primitivos" sobrevivieron. No se estableció en África el escenario de la aparición de nuestra especie hasta mucho después de la década de 1930. Para un esquizo-análisis creativo del continente africano como ubicación ideal para la inscripción del deseo capitalista a lo largo de la historia, véase William Pierz (Pitzer College), "The Phonograph in A.frica: lnternarional Phonocentrism from Stanley to Sarnoff', estudio presentado en el Second lnter­ national Theory and Text Conference, Souchampton, Inglaterra, en 1983.

1 EL PATRIARCADO DEL OSITO TEooY

con la Era del Hombre. Esta comunión se nos ofrece a la vista mediante el arte de la taxidermia. La restauración del origen, el deber de la higiene genética, se alcanza en el Salón Africano de Carl Akeley mediante un arte que para él comenzó en la década de 1880 con el tosco relleno de Jumbo, el elefante de P.T. Barnum atropellado por una lo­ comotora, emblema de la Revolución Industrial [Fig. l]. El fin de su labor se produjo en la década de 1920, con su exquisito montaje de EL Gigante de Karisimbi, el gorila macho solitario de espalda plateada que domina el diorama en el que se representa el lugar de la propia tumba de Akeley en la montañosa selva tropical del Congo [actual República Democrática del CongoJ. Para que pudiera habitar el monumento a la pureza de la na­ turaleza de Akeley, este gorila fue cazado en 1921, el mismo año en el que el Museo acogió el II Congreso Internacional de Eugenesia. A partir del cuerpo sin vida del primate, Akeley ela­ boró algo más refinado que el propio organismo vivo; alcanzó su verdadero fin, una nueva génesis. La decadencia -la amenaza de la ciudad, de la civilización, de la máquina- se detenía en las políticas de la eugenesia y en el arte de la taxidermia. El Museo cumplía así su propósito científico de conservación, de preser­ vación, de producción de la permanencia. La vida se transfigu­ ró en la principal arena cívica de la teoría política occidental -el cuerpo natural del hombre-4. 4

El cuerpo como construcción política generativa ha sido un tema importante en la teoría feminista. Véase Nancy Hartsock, Money, Sex, and Power (Nueva York: Longman, 1982); Valerie Hartouni (History of Consciousness UCSC), sobre las versiones griegas y romanas de ciudadanía en torno a los cuerpos y el género; D.J. Haraway, "Animal Sociology and a Natural Economy of che Body Politic", Signs 4 (1978): 21-60; y para una reflexión sobre los significados de ciudadanía en este ensayo, Social Research, Winter 1974, artículos de la "Con­ ferencia sobre el significado de la ciudadanía" organizada por la New Schoolfar Social Research. La teoría feminista lacaniana ha planteado, probablemente, la

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Fig. 1

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Retrato colectivo junto al cadáver del célebre elefante Jumbo,

tras ser éste atropellado por un tren en la ciudad canadiense de Saint Thomas (provincia de Ontario) el

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15 de septiembre

de 1885.

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Detrás de cada animal disecado, de cada escultura en bron­ ce o de cada fotografía, encontramos una profusión de obje­ tos e interacciones sociales entre las personas y otros animales que en último término pueden ser recompuestos con el fin de narrar una biografía que abarque los temas más relevantes de los Estados Unidos del siglo XX. Pero la recomposición pro­ duce una historia reticente, incluso muda, sobre África. H . F. Osborn, presidente del Museo Americano desde 1 908 hasta 1 933, pensaba que Akeley era el biógrafo de Á frica. Este ensayo argumentará que Akeley es el biógrafo de América, o más bien un biógrafo de una parte de América del Norte. É l pensó que en el Salón Africano el visitante experimentaría la naturaleza en su momento de máxima perfección . No soñó que estuviera confeccionando los medios para experimen­ tar una historia de la raza, el sexo y la clase en la ciudad de Nueva York que llegaba hasta Nairobi. Creyó estar revelando la verdad unificada de la historia natural . Su historia será recompuesta para relatar una fáb ula sobre el comercio del poder y del conocimiento en el capitalismo monopolista de la supremacía masculina y blanca, cariñosamente titulada El

patriarcado del osito Teddy5.

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exploración más problemática y creativa del cuerpo "de la mujer" como no ciu­ dadana, no autora; por ejemplo, Helene Cixous, "The Laugh of the Medusa", en Elaine Marks e Isabelle de Courtivron (eds.), New French Femínisms (Amherst: Univ. of Massachusetts Press, 1 980). En el Deauvereaux u Hotel Colorado, en Glenwood Springs, encontramos una placa en la que se narra una de las versiones del origen del Teddy Bear (osito de peluche) , emblema de Theodore Roosevelt: Roosevelt regresó al hotel con las manos vacías de un viaje de caza, por lo que una de las criadas del hotel realizó un pequeño oso de peluche y se lo entregó. Se corrió la voz y el oso comenzó a ser fabricado en Alemania poco tiempo después. Otra versión nos cuenta como Roosevelt perdonó la vida de un osezno, en la que el peluche vendría a conmemorar su bondad. Es un verdadero placer escribir un ensayo de teoría feminista sobre el tema de los animales de peluche.

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DDNNA H ARAWAY 1

Para acceder al Memorial Theodore Roosevelt, el visitan­ te debe pasar por delante de una estatua ecuestre de Teddy, realizada por James Earle Fraser, en la que éste aparece majes­ tuosamente montado a caballo, como padre y protector, entre dos hombres "primitivos" : un indio americano y un africano , ambos de pie y vestidos como "salvajes" [Fig. 2] . La facha­ da del monumento, financiado por el Estado de Nueva York y adj udicado al Museo Americano de Historia Natural por concurso público en 1 923, es de estilo clásico, con cuatro co­ lumnas jónicas de 54 metros de altura coronadas por estatuas de los grandes exploradores : Boone, Audubon, Lewis y Clark. En los paneles frontales encontramos estampadas reminiscen­ cias de monedas, de baj orrelieves de los sellos de los Estados Unidos y de la Campana de la Libertad. En la parte superior están inscritas las palabras VERDAD, CONOCIMIENTO, VISI Ó N y la dedicatoria a Roosevelt como "un gran líder de la j uventud americana, en energía y fortaleza en la fe de nuestros padres, en defensa de los derechos de las personas, en el amor y la conservación de la naturaleza y de lo mejor en la vida y en el hombre" . La j uventud, la diligencia paternal, la defensa viril de la democracia y la intensa conexión emocional con la naturaleza son los temas inconfundibles 6•

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La comunión visual, una fo rma de fusión erótica relacionada con temas que tienen que ver con la acción heroica, especialmente con la muerte, está encastrada en las modernas ideologías científicas. Su papel en la epis­ temología masculinista en la ciencia, con sus políticas de resurgimiento, es tan importante como las ideologías de la separación y el objetivismo. Hasta ahora, la teoría feminista ha prestado especial atención a la división de género sujeto/objeto y no la suficiente al amor en la construcción de la dominación especular de la naturaleza y sus hermanas . Véase Evelyn Fox Keller, Gender and Science (New Haven: Yale UP, forthcoming) , Carolyn Merchant, Death of Nature (Nueva York: Harper and Row, 1 980) y Sandra Harding y Merrill Hintikka (eds.), Discovering Reality: Femin ist Perspectives on

Fig. 2 Estatua ecuestre de Th eodore R oosevelt esculpida por J am es Earle Fraser en 1940. -

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El edificio se presenta a sí mismo mediante muchas caras visi­ bles. Es, al mismo tiempo, un templo griego, un banco, una ins­ titución dedicada a la investigación científica, un museo popu­ lar o un teatro neoclásico. Estamos entrando en un espacio que sacraliza la democracia, el cristianismo protestante, la aventura, la ciencia y el comercio. Al entrar en este edificio es imposible no sentir que en su interior se representará una obra dramática. La experiencia en este monumento público será intensamente personal; esta estructura es uno de los espacios de Norteamérica donde poder unir la dualidad del yo y de la comunidad. Justo al atravesar el pórtico, el visitante accede al primer espacio sagrado donde dará comienzo la transformación de la percepción y la condición moraF. Los muros están inscritos con palabras de Roosevelt, bajo los epígrafes Naturaleza, Juven­ tud, Virilidad y Estado. El investigador comienza en la Natura­ leza: "No hay palabras que puedan describir el espíritu oculto de lo salvaje, que puedan revelar su misterio . . . La nación se comporta correctamente si trata a sus recursos naturales como activos que deberá entregar a la próxima generación incremen­ tado y no disminuido su valor". La naturaleza es misterio y re­ cursos, una unión fundamental en la historia de la civilización. El visitante -necesariamente un chico con una cierta condición moral, sin importar con qué accidentes de la biología o del género social podría estar relacionado antes de la excursión al museo- progresa a través de la Juventud: "Muchachos, quiero veros j ugar [ . . . ] gentiles y amables [ . . . ] . El coraje, el trabaj o Epistemology, Metaphysics, Methodolgy and Philosophy of Science (Dordrecht:

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Reidel, 1 98 3 ) , en especial el capítulo de E.E Keller y C . R. Grontkowski, "The Mind's Eye". Sobre el análisis de los museos como escenarios de transformación ritual , estoy en deuda con la conferencia que realizó en 1 983 William Pietz sobre el Museo Field de Chicago en la UC Sama Cruz.

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEooy

duro, el autocontrol y el esfuerzo inteligente son esenciales para una vida próspera''. La Juventud se refleja en la Naturaleza, su parej a a lo largo de la estancia. La siguiente etapa es la Virili­ dad: "Sólo son aptos para vivir quienes no temen morir y no son aptos para morir quienes han rehuido la alegría de la vida y el deber de la vida''. Enfrente se encuentra su equivalente es­ piritual, el Estado: " La lucha activa por lo correcto es la lucha más noble que el mundo nos ofrece . . . Si he de elegir entre la rectitud y la paz, elijo la rectitud". Las paredes del atrio están repletas de murales representando la vida de Roosevelt, la per­ fecta ilustración de sus palabras. Su vida está inscrita en la pie­ dra de una manera peculiarmente literal y apropiada para este museo. Vemos al hombre practicando la caza mayor en África, dirigiendo la diplomacia en Filipinas y China, ayudando a los scouts, recibiendo honores académicos y presidiendo el Canal de Panamá ("La tierra dividida, el mundo unido"}. Por último, encontramos también en el atrio el llamativo grupo escultórico en bronce de los lanceros Nandi del este de África en una cacería de leones, realizado por Carl Akeley a tamaño natural. Tanto los hombres africanos como el león que matan simbolizan para Akeley la esencia de la caza, de lo que más tarde sería llamado "el hombre cazador" [Fig. 3] . Al hablar sobre los lanceros, Akeley siempre se refirió a ellos como hombres. En todas las demás circunstancias, se refería a los varones adultos africanos como muchachos. Roosevelt, el moderno caballeroª y el "primitivo" Nandi comparten una misma verdad espiritual en torno a la virilidad. Estas hono­ rables esculturas expresan el gran aprecio que Akeley sentía 8

Hemos traducido la palabra "sportsman " como "caballero" , debido a que es el término que más podría ajustarse en castellano. En inglés, además de definir a una persona cortés y de buenos modales, también se refiere a aquella persona que practica actividades como la caza o la pesca. [N. del T.]

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Fig. 3 Escultura en bronce de los cazadores de leones Nandi realizada por Carl Akeley. -

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEooY

hacia Roosevelt, su amigo y su compañero de caza en África en el año 1 9 1 0, cuando dieron muerte a uno de los elefantes que Akeley disecó posteriormente para el museo. Akeley dijo que seguiría a Roosevelt a cualquier parte, debido a su "sinceridad y su integridad"9• En los ochenta se podía adquirir en la tienda situada a la entrada del museo T.R. : Champion of the Strenuous Life, una biografía fotográfica del vigesimosexto presidente. Todos los aspectos en cumplimiento de la virilidad son debidamente re­ presentados, incluso la muerte es etiquetada como "La Gran Aventura" . Así descubrimos que tras su derrota en la campaña presidencial de 1 9 1 2, Roosevelt emprendió la exploración de uno de los afluentes del Amazonas, el río de la Duda, bajo los auspicios del Museo Americano de Historia Natural y el Go­ bierno de Brasil [Fig. 4] . Fue un viaj e perfecto. Los explorado­ res casi murieron, el río nunca antes había sido explorado por los hombres blancos y este gran caudal dej ó de ser dudoso y pasó a ser denominado Río Roosevelt por el Estado brasileño. En la foto-biografía, que incluye una estampa de los aventu­ reros remando en su primitiva canoa (asumimos que antes de que la hambruna y la fiebre selvática atenuasen el ardor del fotógrafo en esta tierra desolada) , el expresidente de una gran potencia industrial explica su regreso a lo salvaje: "Tuve que ir. Era mi última oportunidad de volver a ser un niño" 10• Car! E. Akeley, In Brightest Africa (Nueva York: Doubleday, Page, & Co., 1 923), p. 1 62. En lo sucesivo I BA. 1 0 William Davison Johnson, T.R : Champion of the Strenuous Lifo (Nueva York: Theodore Roosevelt Associacion, 1 9 58), p. 1 38, 1 26-27; David McCullough, Mornings on Horseback (Nueva York: Touchscone of Simon and Schuster, 1 9 8 1 ) ; T. Roosevelt, 1heodore Rooseve/t's America, Farida Wtley (ed.) (Devin, 1 95 5 ) ; P. R Cutright, 7heodore Rooseve/t the Naturalist (Nueva York: Harper and Row, 1 956) . Sobre el tema de los viajes y la construcción del yo occidental moderno, especial­ mente en corno a la penetración en Brasil, Claude Levi-Scrauss, Tristes Tropiques,

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F i g . 4 Fotog ra fía d e la e x p e d i c i ó n d e T h e o d o re R o o sevelt a l río d e la D u d a e n c o m p a ñ ía d e l e x p l o ra d o r b ra s i le ñ o C a n d i d o R o n d e n . Tra s e l viaj e , este río a ma z ó n i c o b ra s i l e ñ o f u e reba u t i za d o . c o m o ve m o s e n la fotog rafía . c o m o río Roo seve lt . -

La unión de la vida y la muerte en estos iconos de los via­ jes de Roosevelt y en la arquitectura de su pétreo memorial anuncia la verdad moral fundamental de este museo. Ésta es la verdad efectiva de la virilidad, el estado que se confiere a todo visitante que supere exitosamente el itinerario del museo. El cuerpo puede ser trascendido. Ésta es la lección que tan do­ lorosamente nos recuerda Simone de Beauvoir en El segundo sexo: el hombre es el sexo que arriesga su vida y, al hacerlo,

[Existe edición en castellano: Tristes trópicos (Barcelona: Paidós, 1 997)] y Daniel Deferc, "The colleccion of che World: Accouncs of Voyages from che Sixteench to che Eighteench Cencuries", Dia/ectical Anthropology 7 ( 1 982): 1 1 -20. El viaje como ciencia y como expedición heroica se entrecruza.

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1 El PATRIARCADO D E L OSITO TEOOY

obtiene su existencia. En el mundo al revés del patriarcado del osito Teddy la vida se construye en el arte de matar y no en la casualidad del nacimiento personal, material. Roosevelt se presenta claramente como el genius loci y santo patrón perfec­ to para el museo y para su labor de regeneración de un público urbano diverso, incoherente, amenazado por la decadencia ge­ nética y social, por los cuerpos prolíficos de los nuevos inmi­ grantes y por el fracaso de la virilidad 1 1 • El propio Salón Africano de Akeley es, al mismo tiempo, un lugar realmente extraño y una experiencia habitual para, literalmente, millones de norteamericanos durante más de cinco décadas. Las tipologías expositivas de esta sala se des­ plegaron por todo el país, por todo el mundo incluso, debido en buena medida a los artesanos que el propio Akeley formó. En la década de los ochenta, el sacrilegio es tal vez más evi­ dente que la experiencia liminal de la naturaleza. ¿Cuál es la experiencia de los niños urbanitas de Nueva York conectados a sus walkmans mientras pasan la tarde del viernes como en un bar de copas frente al diorama del león? Éstos son los niños que vienen al museo para ver la alta tecnología de las películas Nature-Max. Pero pronto, para quienes no están físicamente conectados con el sistema de comunicaciones de finales del siglo XX, otro tiempo comienza a tomar forma. El Salón Africano 1 1 No resulta irrelevante en la configuración del simbolismo temeroso hacia los nuevos inmigrantes que sean las mujeres quienes tienen todos estos aterradores bebés. No lo es tampoco para la vida de las mujeres que tuvieron que hacer frente a las realidades de la vida de los inmigrantes en una sociedad racista. Véase, Linda Gordon, W0mans Body, W0mans Right (Nueva York: Grossman, 1 976) ; James Reed, From Prívate Vice to Public Virtue (Nueva York: Basic Books, 1 978) ; Carole McCann, " Politics of Birth Control and Feminist Po­ litical Options in the 1 920s", en History o/Comdousness, UCSC; John Higham, Strangers in the Land (Greenwood, reimpresión de la edición de 1 963) . Roosevelt popularizó el término "suicidio racial" en un discurso de 1 90 5 .

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estaba destinado a ser una máquina del tiem po, y lo es 12. El individuo entra en la Era de los Mamífe ros . Pero entra solo, cada alma individual, como parte de una com unidad inestable anterior y sin confianza en la sustancia de su propio cuerpo, a fin de ser recibido en una comunidad salvada. El visitante inicia su trayecto desde el caos amenazante de la ciudad indus­ trial, como parte de una horda, pero aquí llegará a pertenecer a algo , a encontrar la esencia. No importa cuántas personas se amontonen en la gran sala; se trata de una experiencia de comunión individual con la naturaleza. El sacramento será representado para cada uno de los devotos; aquí no hay una naturaleza constituida a partir de una realidad estadística y un cálculo de probabilidades. Éste no es un mundo azaroso , poblado por los ciborgs de finales del siglo XX, para quienes la amenaza de la decadencia es el recuerdo nostálgico de un bo­ rroso pasado orgánico, sino el momento del origen en el que la naturaleza y la cultura, lo privado y lo público, lo profano y lo sagrado se reúnen -un momento de encarnación en el encuentro entre el hombre y el animal-. El Salón está oscuro, iluminado solamente por las vitrinas que delinean los lados de la espaciosa estancia. En el centro del Salón hay un grupo de elefantes tan realistas que un momen­ to es suficiente para despertar un presagio de su movimiento, tal vez un ataque hostil por nuestra intromisión personal. Los elefantes se alzan como un gran altar en la nave de una enorme catedral [Fig. 5] . Esa impresión queda reforzada por la creciente 12 La construcción de la naturaleza, el primitivo, el otro, a través de un discurso alocrónico que trabaja mediante el alejamiento temporal se explora en Johannes Fabian, Time and the Other (Nueva York: Columbia UP, 1 983) . "La geopolítica tiene sus fundamentos ideológicos en la cronopolítica'' , p. 1 44 . La "mujer" tam­ bién se construye fuera de un tiempo compartido o coetáneo, y también de un tiempo histórico exterior.

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Fig. 5 Vista general del Saló n Afri cano en el M useo Am ericano de H is­ toria Natural de Nueva York. En el centro puede verse el espectacular grupo de los elefantes. -

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consciencia del visitante de los dioramas alineados a ambos lados de la sala principal y de la amplia galería superior. Ilu­ minados desde dentro, los dioramas contienen grupos detalla­ dos y realistas de los grandes mamíferos africanos -presas para los adinerados cazadores neoyorquinos que financiaron esta experiencia-; se les llama grupos de hábitat y son la culmina­ ción del arte de la taxidermia. Descritos por Akeley como una "mirilla en la selva''13, cada diorama se presenta como un altar lateral, un escenario, un jardín inmaculado en la naturaleza, un hogar para la casa y la familia. Al igual que un altar, cada diora­ ma nos cuenta una parte de esta fábula en torno a la historia de la salvación; cada uno tiene sus emblemas especiales que indican ciertas virtudes particulares. Sobre todo, invitan al visitante a compartir su revelación, cada uno cuenta la verdad. Cada uno ofrece una visión. Cada uno es una ventana al conocimiento. Un diorama es eminentemente un cuento, una parte de la historia natural. El cuento se narra en las páginas de la natu­ raleza, leídas a simple vista. Los animales en estos grupos de hábitat son capturados en la visión del fotógrafo y en la visión del escultor. Son actores de una obra moral en el escenario de la naturaleza y el ojo es el órgano crítico. Cada diorama con­ tiene un pequeño grupo de animales en primer plano, situados entre reproducciones exactas de plantas, insectos, rocas o suelo. Pinturas que recuerdan al arte de los decorados de las películas de Hollywood se curvan en la parte trasera de los grupos hasta llegar al techo, creando una gran visión panorámica de una es­ cena en el continente africano. Cada pintura es detalladamente apropiada a los animales particulares situados en primer plano. 13 Akeley a Osborn, 29 de Marzo de 1 9 1 1 , en Kennedy, p. 1 86. El cambio de los dioramas del Salón Africano a los escaparates de boutique radicalmente des­ contexmalizados en los proyectos más reciente del AMNH es, al menos, una evidencia de la preocupación distendida por la decadencia.

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1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEOOY

En los veintiocho dioramas del Salón se encuentran represen­ tadas todas las principales áreas geográficas del continente afri­ cano y la mayor parte de sus grandes mamíferos. Poco a poco, el espectador comienza a articular el conteni­ do de la fábula. La mayoría de los grupos se componen de tan sólo unos pocos animales que incluyen, por lo general, un gran macho vigilante, una hembra o dos y un bebé. Puede que en algún caso se encuentre otro animal -un ejemplar adolescente varón tal vez, nunca una bestia envejecida o deforme-. Los ani­ males del grupo forman series en desarrollo, de modo que el grupo puede representar la esencia de la especie como un todo viviente y dinámico. Los principios del organicismo (es decir, las leyes de la forma orgánica) rigen la composición1 4 • No es necesario multiplicar los especímenes porque la serie es una biografía verdadera. Cada animal es un organismo y el grupo es un organismo. Cada organismo es un momento fundamen­ tal en la narrativa de la historia natural que condensa el fluj o del tiempo e n l a armonía d e las formas e n desarrollo. Los gru­ pos son pacíficos, serenos, iluminados -por la "más brillante África''-. Cada grupo forma una comunidad estructurada por una división natural de sus funciones; el animal como un todo dentro del grupo en su conj unto es la verdad de la naturaleza. La división fisiológica del trabajo que tanto ha instruido a la historia de la biología se encarna en estos grupos de hábitat que

1 4 James Clark, "The lmage of Africa", en 7he Compl.ete Book ofA.frican Ha// (Nueva York: AMNH, 1 936), p. 69-73 sobre los principios de composición; encontra­ mos números especiales sobre el Salón Africano en 7he Mentor, Enero 1 926 y Natural History, Enero de 1 936. Véanse también Handasyde Buchanan, Natu­ re into Art: A Treasury of Great Natural History Books (Gloucester, MA: Smith, 1 980) ; Donald Lowe, 7he History ofBourgeois Perception (Univ. of Chicago Press, 1 982) para una excelente discusión sobre la producción del sujeto trascendental a parcir de las relaciones estructuradas del ojo humano/ojo-sujeto/aparato técnico.

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nos hablan de comunidades y familias, ordenadas de manera pacífica y jerárquica. La especialización sexual de las funciones -lo físicamente orgánico y la división social sexual del trabajo-­ está discretamente omnipresente, incuestionable, correcto. El búfalo africano, los rinocerontes blancos y negros, el león, la cebra, el nyala de montaña, el okapi, el pequeño koodo . . . to­ dos encuentran su lugar en la distinguida y desarrollada ar­ monía de la naturaleza. Desde los escalones que conducen al propio edificio se advierte ya la división racial del trabajo y el progreso familiar desde el joven nativo hasta el hombre blan­ co adulto; el planteamiento original de Akeley para el Salón Africano incluía una serie de bajorrelieves de todas las tribus "primitivas" de África que complementaba el resto de fábulas en torno a la vida natural y salvaje presentes en el Salón. Las jerarquías orgánicas están encarnadas en cada medio encarga­ do de la articulación del orden natural en el museo 1 5• Pero hay un aspecto curioso en esta historia que comienza a dominar al visitante, escena tras escena, atrayéndolo a través de los oj os de los animales de las composiciones 1 6• Cada diora­ ma tiene al menos un animal que atrapa la mirada del espec1 5 Los bronces de hombres y mujeres africanas de Malvina Hoffman presentes en esta sala y las cabezas de los africanos colocadas en la entrada son testimonio de una extraordinaria belleza humana elaborada en el templo de la naturaleza de Akeley. Difkilmente nos cuentan una historia sobre los primitivos naturales. Sobre el intento fallido de Osborn de alistar a Hoffman en sus proyectos, véase Charlotte Poner (Smithsonian), "The Rise to Parnassus: Henry Fairfield Os­ born and the Hall of the Age of Man" , sin publicar, y Joshua Taylor, "Malvina Hoffman", American Art and Antiques 2 (j ulio/agosto 1 979) : 96- 1 03 . 1 6 L e debo esta apreciación a l a aguda mirada d e James Clifford. Leímos los diora­ mas en Nueva York conjuntamente en marzo de 1 982. Para conocer un método de lectura de los textos evolutivos como narrativa, véase Misia L. Landau, 1he Anthropogenic: Pakontological Writing as a Genre ofLiterature, Yale University, tesis doctoral, 1 98 1 , y "Human Evolution as Narrative" , American Scientist 72 (mayo/j unio 1 984): 262-68 .

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tador sosteniéndola en comunión. El animal está alerta, listo para hacer sonar la alarma anee la intrusión del hombre, pero atento, también, para mantener siempre la mirada de la reu­ nión, la hora de la verdad, el encuentro original. El momento parece frágil, los animales a punto de desaparecer, la comu­ nión a punto de romperse; el Salón amenaza con disolverse en el caos de la Era del Hombre. Pero no lo hace. La mirada se mantiene y el cauteloso animal sigue sanando a quienes lo miran. No hay impedimento alguno para esta visión. No hay mediación, nada entre el espectador y el animal. El vidrio al frente del diorama prohíbe la entrada del cuerpo, pero la mi­ rada invita a su penetración visual. El animal está congelado en un momento de vida suprema y el hombre queda paraliza­ do. Ningún organismo viviente podría lograr esta función. El comercio especular entre el hombre y el animal en la incerac­ tuación de dos etapas evolutivas se completa. Los animales en los dioramas han trascendido la vida mortal, y mantienen esa pose para siempre, con los músculos tensos, las narices tem­ blorosas, las venas marcadas en la cara y en los delicados tobi­ llos, y los pliegues de sus dúctiles pieles prominentes . Ningún visitante del África meramente física podría ver estos animales. Ésta es una visión espiritual hecha posible solamente gracias a su muerte y literal re-presentación. Sólo entonces podrá estar presente la esencia de su vida. Sólo entonces la higiene de la naturaleza podrá curar la visión enferma del hombre civiliza­ do. La taxidermia consuma el deseo fatal de representar, de ser todo; es una política de la reproducción. Hay un diorama que destaca por encima de todos los de­ más: el grupo de los gorilas. No es simplemente porque el grupo esté situado en una de las cuatro grandes esquinas. Hay algo especial en la pintura del fondo, con el volcán humeante y el lago Kivu debajo de éste, en la pose del macho de espalda

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plateada que se levanta sobre el grupo golpeándose el pecho en un gesto de alarma y en esa mirada inolvidable a pesar del obstáculo de los ojos de vidrio. En este caso, la destreza del pintor fue particularmente exitosa a la hora de transmitir el sentido de una visión sin límites, de un panorama sin fin en torno a la exuberancia focal del verde jardín. Ésta es la escena a la que Akeley anhelaba regresar. Es donde murió, sintiendo que allí estaba en casa, como en ningún otro lugar en la tierra. Es donde mató por primera vez a un gorila y sintió el encanto de un edén perfecto. Tras su primera visita en 1 92 1 , trató de convencer al gobierno belga para que estableciese en esta zona el primer Parque Nacional de África que garantizase un refugio absoluto para el gorila en el futuro. Pero el espectador no sabe nada de esto cuando ve a los cinco animales en un escenario naturalista. Es evidente que está observando a una familia na­ tural de parientes cercanos a la raza humana, pero ésta no es la esencia del diorama. El espectador ve que los elefantes, el león, el rinoceronte y el grupo en torno a la charca -con su pacífico panorama de todas las especies de la pradera, incluso las carní­ voras, atrapadas en un momento ajeno a la Caída-, han sido to­ das ellas una especie de preparación, no tanto para el grupo de gorilas sino más bien para El Gigante de Karisimbi. Este doble para el hombre se revela en una individualidad personal única, con su rostro inalterable moldeado para siempre a partir de la máscara mortuoria obtenida de su cadáver por un taxidermista en las montañas de la provincia de Kivu. Aquí está el hombre natural, reconocido de forma inmediata. Su imagen puede ser adquirida en las tarjetas postales a la venta sobre el mostrador del atrio de Roosevelt [Fig. 6] . Habría sido inapropiado encontrarnos con el gorila en cual­ quier otro lugar que no fuera la montaña. Frankenstein y su monstruo tenían el Mont Blanc para su encuentro; Akeley y el

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Fig. 6 Fotograf ía d el m ac h o espald a p latead a d el grupo d e los gori las, popularm ente c onocido c om o El Gigan te de Karis im b i . -

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gorila se vieron el uno al otro por vez primera en los exuberan­ tes volcanes del África central. Esta mirada resultó mortal para ambos, al igual que el intercambio entre Víctor Frankenstein y su criatura congeló a cada uno de ellos en una dialéctica de inmolación. Pero Frankenstein saboreó el amargo fracaso de su paternidad en sus propia muerte y en la de su criatura; Akeley resucitó su criatura y su autoría tanto en el santuario del Pare Albert como en el Salón Africano del Museo Americano de Historia Natural. La historia de Mary Shelley puede leerse como una disección de la lógica mortal del parto en el patriar­ cado en los albores de la era de la biología; su relato es una pesadilla sobre el fracaso demoledor del proyecto de hombre. Pero el taxidermista trabajó para restaurar la virilidad en la in­ terrelación entre la Era de los Mamíferos y la Era del Hombre. Akeley alcanzó la plenitud de un caballero en el patriarcado del osito Teddy -murió como cazador paternal 17 y su sepulcro se llamó como él, el Salón Africano Akeley-. El gorila fue la presa culminante de la vida de Akeley como artista, como científico y como cazador, pero ¿por qué? Él se dij o a sí mismo {a través de su escritora fantasma, la invisible Dorothy Greene -¿alguna vez estuvo ausente?-) : "Para mí, el gorila supuso una presa mucho más interesante que los leones, los elefantes o cualquier otro animal de África, puesto que el gorila es todavía relativamente desconocido" 1 8• Pero también lo era el mono colobo o cualquier otra especie de una larga lista de animales. ¿ Qué cualidades eran necesarias para hacer de un animal una "presa" ? Una respuesta es la similitud con 17 En inglés la autora utiliza la expresión ''fother ofthe game'', realizando un juego de palabras con el término "game" que puede ser traducido como presa o como caza deponiva. Para respetar en la medida de lo posible el significado de esta expresión acuñada por la autora, hemos optado por traducirla por "cazador paternal". [N. del T.] 1 8 IBA, 1 90.

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1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEoo Y

Fig. 7 Paul du Ch aillu a punto de di sparar a un gorila j unto a sus acom ­ pañantes nativos. I lustración incluida en su li bro Wild life under the equa tor. Narra ted foryoung people [ N ueva York: H arper & Brot h ers Publishers, 1 869). -

el hombre, la p resa definitiva, un dign o oponente. La presa ideal es el "otro" , el yo natural . Ésta es una de las razones por las que Frankenstein necesitó cazar a s u criatura. El enigma del gorila se hizo más p rofundo y se sacralizó mediante la si­ guiente pregunta, empleada por Akeley como título para un texto en el que i nstaba a la i nvesti gación científica en el n uevo Parque Nacional Albert: ¿Es el gorila casi

un

hombre? El caza­

dor, el científico y el artista; todos codiciaban al gorila por su revelación sobre la naturaleza y el futuro de la virilidad. Akeley comparó y contrastó su expedición en b usca del gorila con la del franco-americano Paul du Chaillu, el primer hombre

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ÜONNA HARAWAY 1

blanco que mató a un gorila, en 1855, ocho años después de haber sido "descubierto". El testimonio del encuentro de Du Chaillu se estructura como una clásica narración en la que la bestia depravada y viciosa muere fruto de este encuentro peligroso y heroico [Fig. 7]. Akeley puso en duda a Du Chai­ llu, explicando a sus lectores cuántas veces los editores de este último le hicieron re-escribir este episodio hasta que la bestia fuese lo suficientemente fiera. Frankenstein se tapaba los oídos en vez de escuchar a su espantoso hijo reclamar un alma amo­ rosa y pacífica. Akeley estaba seguro de que se iba a encontrar una bestia noble y pacífica, por lo que se llevó rifles, cámaras y mujeres blancas al bosque para cazar, mientras se preguntaba cuál sería la distancia que permitiría medir el coraje a la hora de encarar el ataque de este alter-ego. Al igual que Du Chaillu, Akeley también se topó primero con un indicio del animal, una pisada o, en el caso de Akeley, una huella de la mano, antes de encontrarse con él cara a cara. Nunca lo olvidaré. En ese lodazal quedaron marcados los cuatro grandes nudillos donde el gorila había puesto su mano en el suelo. No hay otro rastro como éste en el mundo, no hay ninguna otra mano tan enor­ me . . . Mientras miraba esa huella perdí la fe con la que había traído a mi equipo a África. Instintivamente tomé mi pistola del porteador19•

Posteriormente, Akeley explicaría que esa huella de la mano, y no la cara, fue la que le brindó una mayor emoción. En esa mano, el indicio de un parentesco golpeó profunda y terriblemente al artesano. Pero entonces, en el primer día de acampada en la región de los gorilas, Akeley se encontró cara a cara con un gorila, la criatura que había codiciado durante décadas y a la cual le ha-

19

50

IBA, 203.

••

Atlas

1

-

Guil lermo de Suecia

( 1884-19651

AMERICAN TOUR Ha R oyal �

parti cipó a lo largo de su vida e n multi­

etnográficas En las fotografías. incluidas originalmente en su li bro Blandt dve og gorillaer [Ex ste ed1c1ón en caste­ llano Entre pigmeos y gorilas (Ba rcelona Juventud 19421l lo vemos retra tarse n­

tud d e exped1c10J"1es c negét1cas, arqueológicas y

dividualmente JUnto al cadáver d e un gori la y, en compañ'a de otros m iem b ros de la e x pe d1c1ón JUnto a tres ejemplares más. El cartel anuncia una d e las conferencias ,

que el príncipe ofrec ó en Estados Unidos durante la década de 1920 en torno a sus experiencias cazando en el corazón del África Central. en la ti erra de los pigmeos.

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bían impedido enfrentarse antes con éxito la acometida de un elefante, millonarios tacaños y la Guerra Mundial. A los pocos minutos de ojear los rasgos de la cara de ese animal que ansia­ ba ver más que nada en el mundo, Akeley lo mató, no en una carga frontal sino a través de una densa pantalla boscosa en la que el animal se ocultó apresurado y sacudió las ramas. Segu­ ramente el taxidermista no quería correr el riesgo de perder su espécimen , ya que podía no haber más. Sabía que el príncipe de Suecia estaba abandonando Á frica en ese preciso momento tras haber disparado a catorce grandes simios en esa misma re­ gión [Atlas 1 ] . Los animales tendrían particular recelo con los nuevos cazadores ; la captura podría resultar muy complicada. Cualquiera que fuese la lógica exacta que gobernó el primer disparo, alojado con precisión en la aorta, la tarea que le siguió fue verdaderamente ardua: desollar al animal y transportar varios de sus restos de vuelta al campamento. El cadáver se había enca­ jado de forma casi milagrosa contra el tronco de un árbol sobre un profundo desfiladero. Como resultado de este hercúleo traba­ jo, que incluyó el moldeado de la máscara mortuoria que puede verse en Lions, Goril/,as, and their Neighbors [Leones, goriÚJs y sus vecinos] 2° [Fig. 8] , Akeley estaba listo para su próxima cacería de gorilas en el segundo día después de disparar al primer simio. El ritmo al que se estaba sometiendo era agotador, peligroso incluso para un hombre fuertemente debilitado por las fiebres tropicales. "Pero la ciencia es una amante celosa y apenas tiene en cuenta los sentimientos de un hombre"2 1• La segunda expedición dio como resultado dos machos no alcanzados, una hembra muerta y su 20 Carl E. Akeley y Mary L. Jobe Akeley, Lions, Gori/las, and their Neighbors (Nueva York: Dodd and Mead, 1 922) , en lo sucesivo LGN. 2 1 IBA, 2 1 1 . El tropo de la amante celosa es un elemento omnipresente de las ansieda­ des heterosexistas de género que impregnan la escritura de los científicos acerca de sus emprendimientos. En este sentido, véase especialmente Keller, Gender and Science.

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1 E L PATRIARCADO D E L OSITO TEooY

Fig. 8 C arl Akeley retratado j unto a la m á scara m ortuoria del pri m er gori la q ue abati ó . -

asustada cría lanceada por los guías y los porteadores. Akeley y su equipo habían matado o intentado matar a todos los simios que habían visto desde que llegaron a la zona. En su tercer día, Akeley tomó las cámaras y ordenó a sus guías que lo conduj eran hacia una zona más cómoda. Con una cría, una hembra y un macho , podía hacer un grupo, aunque no obtuviera más especímenes. Ahora era el momento de ca­ zar con la cámara22 • ''Antes incl uso de que me diera cuenta, ya 22 William Nesbir, How to Hunt with the Camera (Nueva York: Durron, 1 926); G.A Guggisberg, Early Wildlife Photographers (Nueva York: Talpinger, 1 977); Colín Allison, lhe Trophy Hunters (Harrisburg, PA: Srackpole, 1 98 1 ); J.L. Clouds­ ley-Thompson, Animal Twilight.· Man and Game in Eastern Aftica (Dufour, 1 967) .

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estaba accionando la manivela de la cámara y tenía a dos go­ rilas a la vista con un entorno precioso tras ellos. Creo que en ese momento no valoré el hecho de que estaba haciendo algo que nunca antes se había hecho"23• Pero las fotogénicas cría y madre, y el pequeño grupo de gorilas que las acompañaba se convirtieron en algo aburrido una vez transcurridos doscien­ tos metros de película, así que Akeley provocó una toma de acción poniéndose en pie. Eso fue interesante durante un rato. ''Así que finalmente, sintiendo que ya había captado práctica­ mente todo lo que podía esperar de esa manada, escogí a uno que me pareció un macho inmaduro. Le disparé y lo maté, y descubrí, muy a mi pesar, que era una hembra. Sin embargo, resultó ser un ejemplar tan grande y espléndido que mi senti­ miento de arrepentimiento disminuyó considerablemente"2 4 • Akeley anotó su satisfacción con los triunfos de su arma y de su cámara, y decidió que era el momento de solicitar al resto del grupo, que aguardaban en un campamento algo más abaj o , que se uniesen a la caza de gorilas. Estaba en­ fermando de forma considerable y temía no poder cumplir la promesa que había hecho a sus amigos de darles gorilas. Su único propósito al llevar mujeres blancas a la región de los gorilas dependía de poder cumplir esta promesa: "Como naturalista interesado en la preservación de la vida salvaje, cualquier medida que pueda hacer menos atractivo el matar animales me alegra"25• El mej or modo de reducir la potencia de la presa en la caza heroica es demostrar que incluso las mu­ jeres sin experiencia podrían practicarla de forma segura. La ciencia ya había penetrado; ahora las mujeres podían seguirla. 23 I BA, 22 1 . 24 IBA, 222. 2 5 I BA, 226. Para consultar un informe sobre la mujer blanca en esta expedición, véase Mary Hastings Bradley, On the Gorilla Trai/ (Nueva York: Appelton, 1 922) .

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1 E L PATRIARCADO D E L OSITO TEOOY

Fig . 9 M a ry H a s t i n g s B ra d ley, C a rl Ake ley y H e rb e rt Brad ley p o s a n a nt e l a cá m a ra soste n i e n d o e l c a d áver d e l g o ri la q u e posteri o r m e n t e se e m ­ plea ría e n e l m o ntaje d e El Gig a n te d e Karisim bi. -

Dos días de caza más permitieron que Herbert Bradley dis­ parara a un gran espalda plateada al que Akeley comparó con el boxeador Jack Dempsey y montó como el macho solitario de Karisimbi en el Salón Africano. Ahora era posible admitir otro nivel de sensibilidad: "Mientras yacía en la base del árbol, fue necesario todo el fervor científico de uno para no sentirse como un asesino. Era una criatura extraordinaria, con la cara de un afable gigante que no te haría ningún daño excepto, tal vez, en defensa propia o en defensa de su familia"2 6• Si su frus-

26 I BA, 230.

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trada cacería hubiera tenido éxito, Víctor Frankenstein podría haber pronunciado estas palabras. La fotografía conservada en el archivo fílmico del Museo Americano de Carl Akeley, Herbert Bradley y Mary Hastings Bradley sosteniendo la cabeza y d cadáver del gorila para ser registrado por la cámara es una imagen inolvidable [Fig. 9] . El rostro del gigante muerto parece la concepción del dolor de El Bosco, con la mandíbula inferior floj a, sostenida por la mano de Akeley. El cuerpo parece abotargado y terriblemen­ te pesado. Mary Bradley observa sonriente los rostros de los cazadores masculinos, apartando sus propios ojos del objeti­ vo. Akeley y Herbert Bradley miran directamente a la cámara, aceptando su acción sin paliativos. Dos africanos, un hombre joven y un muchacho, están posados en un árbol por encima de la escena: uno mira a la cámara, el otro a la partida de caza. El contraste entre esta escena de muerte y el diorama que enmarca a El Gigante de Karisimbi en Nueva York es total; el animal cobró vida de nuevo, esta vez inmortal. Akeley sentía que estaba en el lugar más hermoso de la tierra y decidió que el escenario de la muerte del gorila de Bradley de­ bía ser pintado para el grupo de gorilas del Salón Africano. Tras observar durante algunos días más a un grupo de numerosas hembras y machos, ya no había más necesidad de matar; en su lugar, la última captura fue con la cámara: Así pues, las armas pasaron a un segundo plano y la cámara fue traída al frente y tuvimos la enorme satisfacción de ver a la manada de gorilas desaparecer en la cresta de la cordillera opuesta, sin daño alguno por haberse topado esa mañana con los hombres blancos. Fue un final ma­ ravilloso para una maravillosa cacería de gorilas27•

27 I BA, 23 5 .

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1 EL PATRIARCADO D E L O S ITO TEooY

Una vez que se completa la dominación, la conservación es urgente. Pero quizá la preservación llegue demasiado tarde. Lo siguiente fue su regreso a los Estados Unidos y el trabajo activo para crear un santuario absoluto de gorilas que proveye­ ra de instalaciones para la investigación científica. Akeley temía que el gorila fuera conducido a la extinción antes de que fue­ ra suficientemente estudiado por la ciencia28• Con su estado de salud debilitado pero con su espíritu en su punto más álgido, Akeley vivió lo suficiente como para regresar a Kivu a preparar las pinturas y otros materiales para el diorama de los gorilas. Entre 1 92 1 y 1 926, montó sus preciosos ejemplares de gorilas, dando como resultado ese extraordinario espalda plateada cuya mirada domina el Salón Africano. Cuando regresó a Kivu en 1 926, estaba tan agotado por el esfuerzo realizado para alcanzar su meta que falleció el 1 7 de noviembre de ese mismo año, casi inmediatamente después de que él y su equipo llegaran a las laderas del Monte Mikena, "en la tierra de sus sueños"29• La ciencia de Akeley estaba literalmente dedicada a la pre­ vención de la decadencia, de la descomposición biológica. Su tumba fue construida en el corazón de la selva tropical, en el volcán donde "todas las cosas libres y salvajes del bosque tenían su santuario perpetuo"30• Mary Jobe Akeley dirigió personal­ mente la excavación de una cripta de dos metros y medio ho­ radada en grava de lava y roca. El hoyo estaba flanqueado por vigas de madera cuidadosamente fij adas. El ataúd se realizó in situ a mano, con sólida madera autóctona de caoba revestida 28 IBA, 248. El conocimiento científico canceló la muene; tan sólo la muene anterior al conocimiento era definitiva, un acto fallido en la historia natural del progreso. 29 Mary Lee Jobe Akeley, Car/ Akeley's Africa (Nueva York: Dodd and Mead, 1 929), cap. XV. En lo sucesivo CAA. 30 Mary Lee Jobe Akeley, 7he Wilderness Lives Again. Car/ Akeley and the Great Adventure (Nueva York: Dodd and Mead, 1 940) , p. 34 1 . En lo sucesivo WLA.

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ÜONNA HARAWAY 1

con acero galvanizado, obtenido de las cajas empleadas para empacar los especímenes que los protegían de los insectos y otros posibles deterioros. Después, el ataúd fue tapizado con mantas procedentes del campamento. Sobre la tumba se co­ locó una losa de cemento de tres por tres metros y doce cen­ tímetros de espesor con una inscripción con el nombre y la fecha de fallecimiento del cazador paternal. El cemento había sido transportado a hombros de los porteadores desde el lugar más cercano, en K.ibale, Uganda. Al parecer, los hombres se deshicieron de la primera pesada carga al encarar los difíciles senderos; fueron enviados de vuelta para un segundo inten­ to. Alrededor de la tumba se levantó una empalizada de dos metros y medio para impedir que los búfalos y los elefantes profanaran el lugar. "Dersheid, Raddatz, Bill y yo trabajamos durante cinco días y cinco noches para darle el mejor reposo que pudiésemos construir, y fue sepultado como creo que a él más le habría gustado, con una simple ceremonia y una ora­ ción"31. La tumba quedó inmaculada y la reencarnación del yo natural sería inmortal en el Salón Africano. En 1979 "ladrones de tumbas, cazadores furtivos congoleños, violaron el lugar y se llevaron el esqueleto [de Akeley] "32.

3 1 CAA, 189-90. 32 Dian Fossey, Gorillas in the Midst (Boston: Houghton-Miffiin, 1983), p. 3.

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CA R L E. A K ELEY [ 1 864- 1 9 2 6 ] . LA PIS ­ TOLA, LA CÁ M A RA Y LA B Ú S Q U EDA DE LA V ERDAD: BIOG RA F ÍA

11.

Para esta imagen falsa Akeley sustituye a un gorila verdadero• . De los dos, yo era el salvaj e y el agresor 2 •

El j efe de Carl Akeley en el Museo Americano, H.F. Os­ born, describió al taxidermista como un escultor y un biógra­ fo de la vida africana. Akeley trató de confeccionar una vida verdadera, una vida única. La vida de África se convirtió en su vida, en su telos. Pero es imposible contar su vida desde un único punto de vista. Hay una gran polifonía de historias y no se armonizan. Cada fuente empleada para narrar la histo­ ria de la vida de Akeley habla en un modo autoritario, pero el historiador se siente obligado a comparar las versiones y proyectar la historia de Akeley de manera irónica, el registro

1 2

Osborn en I BA, XII. IBA, 2 1 6.

D ON.NA HARAWAY 1

más evitado por su contenido. Akeley quería presentar una visión inmediata; me gustaría diseccionarla y hacer visible cada capa de mediación. Quisiera mostrar al lector cómo la experiencia del diorama surgió del safari en un momento y en un lugar específicos, cómo la cámara y la pistola j untas son los conductos para el comercio espiritual del hombre y la na­ turaleza, cómo la biografía se urde en y desde un tej ido social y político. Quiero mostrar cómo los impresionantes anima­ les del Salón Africano del cumplido sueño de Akeley son el producto de determinadas tecnologías, a saber, las técnicas de generación de significados. Las tecnologías son momentos concretos de la posibilidad humana. Marx las llamó fuerzas de trabaj o muertas, necesitadas de la animación de las fuerzas del trabaj o vivas. Lo cierto es que su tumba fue construida en el volcán situado en el corazón de la selva tropical, pero las rela­ ciones entre la vida y la muerte en tecnologías de significado forzoso, o de representación realista, no son tan honestas, ni siquiera para los seres orgánicos de principios del siglo XX, y mucho menos para nosotros mismos , ciborgs de finales del siglo XX que leemos historias sobre un artesano fallecido y el obsoleto arte de la resurrección3•

3

62

Los ciborgs son organismos cibernéticos cuyo nacimiento debe localizarse en la realidad social y en la ciencia ficción de la década de 1 9 50. Para conocer algunas consideraciones sobre la existencia de los ciborg, véase D.J. Haraway, "Manifesto for Cyborg Feminists" , Socialist Review. Para una profundización sobre su presencia en la ficción, véase Katie King (Hist. Con. UCSC) , "The Pleasures of Repetition and the Limits of Identification in Feminist Science Fiction: Reimaginations of the Body after the Cyborg"; para una teoría de la replicación del ciborg masculinista, Zoe Sofoulis (Hist. Con. UCSC) , "Jupiter Space", ambos trabajos presentados en la reunión de la Asociación de Estudios Americanos de California, 1 984.

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEooY

H I STO R IAS D E VI DA Según los argumentos potenciales en la historia de los EE. UU . , era necesario que Carl Akeley naciera en una granj a del estado de Nueva York de un linaje pobre pero vigoroso, antiguo (blanco) y americano. El momento de su nacimien­ to también era necesario, 1 864, cerca del final de la Guerra Civil. La época era el final y el comienzo de muchas cosas en Norteamérica, incluyendo la historia de la biología y la estructura de la riqueza y de las clases sociales. Su infancia transcurrió entre duros trabajos agrícolas, gracias a los cua­ les adquirió autosuficiencia y habilidad con las herramientas y las máquinas. Desde un principio pasó largas horas solo, observando y cazando la fauna de Nueva York. A la edad de trece años, impulsado por un libro que tomó prestado sobre el tema, Akeley se comprometió con su vocación: la taxider­ mia. La biblio-génesis de su vocación vino también decretada por el argumento. A esa edad (o a los dieciséis años en algunas versiones) , tenía ya impresa una tarj eta de visita. Ningún mu­ chacho yanqui podía ignorar la conexión entre el propósito de la vida y los negocios, aunque el joven Carl apenas creyese posible ganarse la vida con un oficio semej ante. Tomó lec­ ciones de pintura para poder proporcionar fondos realistas a las aves que disecaba sin cesar. Desde el principio, la vida de Akeley tuvo un único foco de atención: la captura y la repre­ sentación de la naturaleza que veía. En este punto, todas las versiones de la vida de Akeley concuerdan. Después de que los cultivos estuviesen listos , a la edad de diecinueve años, Akeley dej ó la granj a de sus padres "para conseguir un campo más amplio para mis esfuerzos" 4 • En

4

I BA, l .

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un primer momento trató de conseguir un empleo j unto a un pintor y decorador de interiores local, cuyo hobby era la taxidermia, pero este hombre, David Bruce, dirigió al j o­ ven a una institución que cambió su vida: la Ward's Natural Science Establishment en Rochester, donde Akeley pasaría cuatro años y establecería una amistad preñada de conse­ cuencias para la naciente ciencia de la ecología, tal y como se practicaría en las exposiciones de los museos. La Ward's proporcionaba ej emplares disecados y colecciones de histo­ ria natural a prácticamente todos los museos de la nación. Varios hombres célebres en la historia de la biología y la museología en los Estados Unidos pasaron por esta curiosa institución , incluyendo al amigo de Akeley, William Morton Wheeler. Éste completó su eminente carrera como entomó­ logo en Harvard, convirtiéndose en uno de los fundadores de la ciencia de la ecología animal (a la que llamó etología -la ciencia de la personalidad de la naturaleza-} y en mentor de filosofía de la ciencia y de la sociedad para los grandes or­ ganicistas y filósofos sociales conservadores de la institución biológica y médica de Harvard5 • Wheeler era entonces un j oven naturalista de Milwaukee inmerso en la kultur alemana que comenzó a tutorizar al rústico Akeley para que ingresara en la Sheffield S cientific School de la Universidad de Yale. Sin embargo, las once horas de taxidermia diarias y las largas horas de estudio fueron demasiado; la educación superior se

5

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Cynchia Russett, 1he Concept ofEquilibrium in American Social 1hought (New Haven: Yale UP, 1 966) ; Mary Alice Evans y Howard Ensign Evans, William Morton Wheeler, Biologist (Cambridge: Harvard UP, 1 970) ; William Morton Wheeler, Essays in Philosophical Biology (Cambridge: Harvard UP) . Sobre el organicismo en la historia de la ecología y la primatología, véase D.J. Haraway, "Signs of Dominance: From a Physiology to a Cybernetics of Primate Society", en Studies in History o/Biology 6 ( 1 983): 1 29-2 1 9.

1 E L PATRIARCADO D E L OSITO TfDDY

pospuso, más tarde de forma permanente, a fin de seguir con la vocación más verdadera de leer el libro de la naturaleza de forma directa. Akeley estaba profundamente decepcionado con la Ward's ya que los imperativos del negocio impedían la disposición de un espacio donde perfeccionar el arte de la taxidermia. Sentía que los animales eran "tapizados" . Desarrolló su pro­ pia habilidad y técnica a pesar de la falta de apoyos y la falta de dinero, y encontró una oportunidad de reconocimiento público cuando el famoso elefante de P. T. Barnum fue atro­ pellado por una locomotora en Canadá en 1 88 5 . Barnum no quería renunciar a la fama y a los beneficios que podía continuar generando el gigante (que había muerto, según nos cuentan, tratando de salvar a un bebé elefante) , así que Akeley y un compañero fueron enviados a Canadá desde Ro­ chester para salvar la situación [Atlas 2] . Seis carniceros de un pueblo cercano ayudaron con el cadáver que ya comenzaba a descomponerse; y lo que el joven Akeley aprendió sobre la taxidermia en los grandes mamíferos gracias a esta experiencia sentó las bases de sus posteriores innovaciones revolucionarias en la producción de paquidermos ligeros, robustos y realis­ tas. La prensa popular siguió el montaje monumental y el día en el que Jumbo partió en su propio vagón hacia su carrera post-mortem, la mitad de la población de Rochester presenció la resurrección. El primer gran periodo de prácticas había ter­ minado para el joven taxidermista6 • En 1 88 5 , Wheeler había regresado a Milwaukee para ense­ ñar en la escuela secundaria y pronto emprendió una curadu­ ría en el Museo de Historia Natural de Milwaukee. Wheeler instó a su amigo a seguirle, con la esperanza de continuar su 6

WLA, cap. I I I ; IBA, cap.

1.

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P.T.BA.RN U M & CO'S C.REATEST SHOW ON fARTH A 11'1HUl1 Clulr. �1f LCNJl)C!)N CI

CCt!IS COM lll l N Jl! IQ 'tl!i'U1rlH!

Atlas 2 J u m b o fue d u ra nte m u ch o s a ños el a n i más fa moso d e l m u n d o . S u p ro pietario. P.T. Barnu d e c i d i ó seg u i r saca n d o p a rt i d o a su fa m a t ra s s u f lleci m ie n t o y d u ra n t e va r i o s a ñ o s g i ró c o n s u c i r e x h i b i e n d o e l esq u e leto d e l e lefa n t e y s u p i e l d i se c d a . En 1 88 9 d o n ó e l e s q u e leto a l M u seo A m e r i ca d e H i storia N a t u ra l d e N u eva York y e l e lefa n t e d i s c a d o a la U n ive r s i d a d Tufts, d o n d e ej e r c i ó d u ra n déca d a s c o m o m a scota d e esta i n st i t u c i ó n a ntes que s u c u e rp o se c o n v i rt i e ra e n cenizas t ra s s uf e l S a ló n B a rn u m u n g ra n i n c e n d i o e l 1 4 d e a b ri l 1 9 7 5 . E n las i m á g e n e s pod e m o s ver u n a fotog ra d e las d o s vers i o n e s d e l pa q u i d e r m o e n los a l ma c n e s d e l a Wa rd ' s N a t u ra l S c i e n c e [ Ro c h e ster, N u e York) e n 1 8 8 6 , u n c a rt e l p u b li c i t a r i o d e la e x h i b i c i d e l esq u e leto y u n g ru p o d e e s t u d i a n t e s retra t á nd se j u n t o a l a n i m a l e n la T ufts e n e l a ñ o 1 9 5 4 . -

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO

TEooY

tutoría y asegurar así los encargos de ejemplares del museo a Akeley. En esta época, los museos, por lo general, no conta­ ban con sus propios departamentos de taxidermia, aunque los años en torno a 1 890 fueron un periodo de florecimiento de la técnica en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. Akeley abrió su negocio en una propiedad de la familia Wheeler, donde él y el naturalista pasaron largas horas discutiendo sobre historia natural , descubriendo que coincidían tanto en lo relativo a la exhibición museística como en lo referente al carácter de la naturaleza. El credo más importante para ambos residía en la necesidad de desarrollar el cono'c imiento científico del ani­ mal como un todo en el grupo completo, en la naturaleza -es decir, eran organicistas comprometidos-. Wheeler pronto se convirtió en director del museo de Milwaukee, lo que otor­ garía un apoyo significativo a Akeley. Este último ya había concebido la idea de los grupos de hábitats y deseaba montar una serie que ilustrara los animales con pelaje de Wisconsin. Su completo grupo de la rata almizclera ( 1 889) , sin los fondos pintados , fue probablemente el primer grupo de hábitat de mamíferos del mundo. Fruto de la recomendación de Wheeler, el Museo Británico invitó a Akeley en 1 894 para ejercitar su oficio en esa institu­ ción de fama mundial. De camino a Londres, Akeley visitó el Museo Field de Historia Natural en Chicago , se reunió con Daniel Giraud Elliot y aceptó su oferta para preparar la gran colección de especímenes que el museo había comprado a la Ward's . En 1 896, Akeley realizó su primera expedición de recolección en África, en la Somalia británica, un viaje que abriría todo un mundo nuevo para él. Éste fue el primero de cinco safaris a África, cada uno de los cuales incrementó su sentido de la pureza de la vida salvaje en extinción del continente y la convicción de que el sentido de su vida era su

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D o N NA H ARAWAY 1

preservación a través de la trans formación de la taxidermia en un arte. En

1 90 5 estaba de n uevo en África, enviado por

el M useo Field, j unto a s u exp lo radora/aventurera/escritora esposa Delia, para reco lectar elefantes en el África Orien tal Bri tán ica. En este viaj e , Akeley sal i ó con vida tras matar en un combate cuerpo a cuerpo a un leopardo [Fi g .

1 O] .

Fig. 1 O Carl Akeley posa j unto al c adá ver del leopardo q ue, según c uen­ ta la historia, m ató c on sus propi as m anos. -

68

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEDOY

Fig. 1 1 El d i oram a d e La p rima vera d e las Cua tro e s ta ciones de l cie rvo en el M useo Field d e H i storia Natural d e Ch icago. -

En Chicago , Akeley pasó cuatro años largos a s us expensas preparando los merecidamente famosos dioramas de las Cua­ tro estaciones del ciervo, en los que se rep resen taban escenas típicas con todo luj o de detalles [Fig.

1 1 ] . En 1 908, invitado

por su n uevo presidente, H. F. Osborn , quien estaba ansio­ so por recalcar s u p uesto con el descubrimiento de n uevas y g randes leyes científicas y planteamientos en las exposicio-

69

D o N NA H ARAWAY 1

nes museísticas y en la educación pública, Akeley se trasladó a Nueva York, al Museo Americano de Historia Natural, con la esperanza de preparar una importante colección de grandes mamíferos africanos. Desde 1 909 hasta 1 9 1 1 , Akeley y Delia recolectaron especímenes en el Á frica Oriental Británica, un viaje marcado por la cacería con Theodore Roosevelt y su hijo Kermit, quienes se encontraban recolectando para el Museo Nacional de Washington. El safari concluyó con una cojera de Carl provocada por la acometida de un elefante, lo cual demoró la culminación de su sueño de capturar gorilas. Su plan para el Salón Africano tomó forma en 1 9 1 1 y gobernó su conducta a partir de entonces. Pasó la Primera Guerra Mun­ dial como ingeniero civil asistente en la Sección de Recursos y Mecánica del Ejército. Se dice que declinó un contrato a fin de mantener su libertad de hablar sin reservas a cualquier persona en la jerarquía. Durante la guerra, su ingenio mecánico se desarrolló en toda su dimensión, dando como resultado varias patentes a su nombre. Este aspecto del Akeley inventor se repite constante­ mente en la historia de su vida. Entre su lista de invenciones, muchas de las cuales tuvieron un desarrollo comercial pos­ terior, encontramos una cámara cinematográfica, una pistola de cemento y varias fases de nuevos procesos taxidérmicos, especialmente métodos de realización de maniquíes para in­ troducirlos baj o las pieles de los animales y procedimientos de fabricación de follaje muy naturalista. Una vez terminada la guerra, Akeley centró toda su energía en conseguir apoyo financiero para el Salón Africano. Nece­ sitaba más de un millón de dólares. Tras una gira de confe­ rencias , artículos y un libro, y una interminable promoción, entró en contacto con los principales caballeros acaudalados del estado, aunque no consiguió finalmente el suficiente com-

70

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEOOY

Fig. 1 2 En la f otograf ía podem os ver ( d e izq uierda a derech a) a los in ­ tegran tes de esta ex pedició n : Carl Akeley, M arth a M iller, M ary H astings B radl ey, P risci l l a H al l , H er b ert B radley y su h ij a Alice. -

promiso financiero. En

1 92 1 , asumiendo él mismo la mitad de

los gastos, Akeley partió de n uevo hacia África, acompañado esta vez por un matrimonio, su hij a de cinco años, su institutriz y la sobrina adulta de Akeley, a la que había prometido llevar a cazar a África [Fi g .

1 2] . Akeley sintió que llevar mujeres y

niños a cazar gorilas era la prueba definitiva de su concepcion del África más luminosa, donde los animales eran nobles en defensa de sus familias , pero nunca feroces sin motivo. En este viaje capturó ci nco gorilas con la ayuda de los Bradley, una vez más estuvo a p unto de morir a causa de las fieb res selváticas y regresó a Nueva York decidido a lograr la conservación per­ manente de los gorilas en el Congo Belga. En

1 924 se casó

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D o N NA H ARAWAY 1

con la exploradora/aventurera/escritora Mary L. Jobe, quien lo acompañó en su última aventura, la Akeley-.Eastman-Pomeroy African Hall Expedition, en la que se recolectaron ejemplares para diez dioramas de la Gran Sala. Los benefactores, George Eastman, de la fortuna Eastman Kodak, y Daniel Pomeroy, acompañaron al taxidermista-cazador a recoger especímenes para sus legados. Eastman, de setenta y un años por aquel en­ tonces , acudió con su médico y encargó su propio ferrocarril para parte de la excursión. De camino a África, los Akeley fueron recibidos por el rey Alberto de Bélgica, héroe de guerra y célebre conservacionis­ ta. É l era el hij o del infame Leopoldo 11, cuyo control rapaz del Congo para un enriquecimiento personal fue arrebatado y entregado al gobierno belga por otras potencias europeas en 1 908. Leopoldo 11 había financiado las exploraciones de Henry Stanley en el Congo. En sus biografías , Akeley es en­ marcado en la línea de grandes exploradores desde Stanley hasta Livingstone, pero también como el hombre que fue tes­ tigo y, de hecho , ayudó al nacimiento de una nueva y brillan­ te Á frica. Alberto , que había sido inducido a sus puntos de vista sobre los parques nacionales por una visita a Yosemite, confirmó los planes previstos para el Pare Albert y encargó a los Akeley la preparación de mapas y descripciones topográ­ ficas de la zona en colaboración con el naturalista belga, Jean Derscheid. No había espacio para un gran parque para los belgas en Europa, así que naturalmente se estableció uno en el Congo , en el que se incluiría la protección de los pigmeos que vivían dentro de los límites del parque. El parque debía proporcionar refugio a los primitivos naturales así como fo­ mentar el estudio científico mediante el establecimiento de instalaciones permanentes de investigación dentro de los lí­ mites del mismo. Después de diez meses de recolección, Carl

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1 E L PATRIARCADO D E L OSITO TEOOY

y Mary Jobe partieron hacia la selva de Kivu y el corazón del Á frica virgen restante. Su propósito en esta ocasión no era conseguir los gorilas, sino observar a los simios, recoger plantas y obtener pinturas para el diorama de los gorilas. Carl Akeley falleció de fiebre en noviembre de 1 926, tan sólo unos días después de llegar al lugar donde acamparon en 1 92 1 , para él el lugar más hermoso de toda África. Su esposa y los demás miembros de la expedición lo sepultaron en el monte Mikeno, "en una tierra que las manos del hombre no pudie­ ran nunca alterar o profanar"7•

TAX I D E R M IA: D E TAP I ZA D O A E P I FAN ÍA Ante él una África trasplantada -resultado del sueño de Akeley-8•

La visión que Carl Akeley había tenido era la de la paz de la j ungla. Esto era lo que necesitaba preservar de forma perma­ nente para el mundo. Su investigación sobre cómo encarnar esta visión en soledad le permitía j ustificar su caza, convertida en herramienta de la ciencia y el arte, el escalpelo que revela la armonía de un mundo orgánico y articulado. Sigamos su­ cintamente a Akeley a través de sus contribuciones técnicas a la taxidermia para comprender plenamente las historias que necesitaba contar acerca de la biografía de África, la historia de la vida de la naturaleza; es decir, la historia natural de la vida. Akeley y otros han señalado varias veces por escrito cómo sus trabajos transformaron la taxidermia de un mero relleno de animales a un arte capaz de encarnar la verdad, por lo que esta 7 8

WLA, 340.

Clark, Complete Book ofA.frican Hall, p. 73.

73

Ü O N NA H ARAWAY j

recapitulación solamente seleccionará aquellos temas esencia­ les para mi historia9• Es un cuento simple: la taxidermia se convirtió en servido­ ra de lo "real" . La vocación de Akeley, y su mayor logro , fue la producción de un oficio estructurado para sonsacar una ex­ periencia inequívoca de la perfección orgánica. Literalmente, Akeley "tipificó" la naturaleza, hizo de la naturaleza una ver­ dad que clasificar. La taxidermia trataba sobre una única histo­ ria acerca de la unidad de la naturaleza, del tipo de espécimen inmaculado. La taxidermia se convirtió en el arte más ade­ cuado para la postura epistemológica y estética del realismo. El poder de esta postura se encuentra en sus efectos mágicos: lo que ha sido construido de forma tan dolorosa aparece sin esfuerzo, hallado espontáneamente, descubierto, simplemente ahí si uno sólo mira. El realismo no parece ser un punto de vista, pero aparece como una "mirilla en la selva'' donde se puede presenciar la paz. La epifanía nos viene dada como un regalo , no como un fruto del mérito y del esfuerzo, mancha­ do por la mano del hombre. Arte realista y su más profunda­ mente mágica cuestión de la revelación. Este arte recompensa el trabajo con trascendencia. No es de extrañar que el realismo artístico y la ciencia biológica fuesen hermanos gemelos en la fundación del orden cívico de la naturaleza en el Museo Ame­ ricano de Historia Natural . Ambos fueron amamantados por la naturaleza, como Rómulo y Remo. También es natural que la taxidermia y la biología dependan fundamentalmente de la visión en una jerarquía de los sentidos; son herramientas para la construcción y el descubrimiento de la forma. Los ocho años de Akeley en Milwaukee, de 1 886 a 1 894, fueron cruciales para el desarrollo de las técnicas que aplicaría 9

74

I BA, II y X; WLA, VI y X; Clark.

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEODY

el resto de su vida. La culminación de este periodo fue la cabe­ za de un ciervo macho de Virginia que presentó en el Sports­ man's Show celebrado en Nueva York en 1 89 5 . El presidente del jurado de esta competición nacional, en la que el ejemplar de Akeley obtuvo el primer premio, era Theodore Roosevelt, a quien Akeley no conoció hasta que se hicieron amigos en el safari africano de 1 906. La cabeza, con el título El Desafio, re­ presentaba a un ciervo "en pleno frenesí de su virilidad, mien­ tras producía el rugido desafiante de la época de celo -la lla­ mada al combate encarnizado-" 1 0• La paz de la selva no era un asunto pasivo ni algo sin particularidades de género. La cabeza fue realizada en un periodo de experimentación que culminaría con la elaboración en Chicago de los cuatro grupos de hábitats del ciervo representados en las cuatro esta­ ciones. En la creación de esos grupos, durante más de cuatro años, Akeley desarrolló su técnica de los maniquíes, el mode­ lado de arcilla, los moldes en yeso, las técnicas para moldear la vegetación y un primer sistema de producción organizada. Contrató a mujeres y hombres trabajadores por horas para desmoldar las miles de hoj as necesarias para vestir los árboles de las escenas. Charles Abel Corwin pintó los lienzos de fondo a partir de los estudios realizados en las Montañas de Hierro de Michigan, donde se obtuvieron los animales. Akeley pa­ tentó su proceso de vegetación, pero cedió los derechos para su uso libre de cargo al Museo Field de Chicago ; no patentó sus métodos innovadores de producción de ligeros pero sóli­ dos maniquíes de papel maché obtenidos a partir de moldes exactos de arcilla y de yeso, sino que permitió el uso gratui­ to de sus técnicas en todo el mundo. La cooperación en el desarrollo de los museos era un valor fundamental para este 10

WLA, 38.

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taxidermista, quien no hizo mucho dinero en su oficio y cu­ yas invenciones eran una parte importante de su supervivencia económica. Las cuatro estaciones fueron instaladas en el Museo Field en 1 902 1 1 • Akeley continuó haciendo mej oras en s u técnica taxidér­ mica a lo largo de su vida e instruyó a varios trabaj adores clave, incluido James Lipsitt Clark, director de Artes, Prepa­ ración e Instalación en el Museo Americano durante los años posteriores al fallecimiento de Akeley, cuando se construyó realmente el Salón Africano. A pesar de que Akeley trabaj a-

1 1 Simultáneamente, en Nueva York, Frank Chapman -del Departamento de Te­ riología y Ornitología- estaba trabajando en los grupos de hábitats dedicados a las aves de América del Norte, que fueron finalmente expuestos al público en una gran sala en 1 903, en una de las primeras evidencias de la generosa política de los administradores durante el periodo comprendido entre 1 890 y 1 930. Desde mediados de la década de 1 880, los trabajadores del Museo Británico desarrollaron innovadores métodos destinados al montaje de las aves, entre los que se incluía uno destinado a realizar vegetación extremadamente realista. El Museo Americano fundó su propio departamento de taxidermia en 1 88 5 y contrató a dos taxidermistas procedentes d e Londres, los hermanos Henry Minturn y Mrs. E.S. Mogridge, para que les enseñaran cómo montar los gru­ pos. Joel Asaph Abe!, jefe del Departamento de Teriología y Ornitología, pudo contratar a Frank Chapman en 1 887; Chapman es una figura destacada en la historia de la ornitología americana y tuvo un papel importante en el desarrollo inicial del campo de la primatología en la década de 1 930. Los grupos de aves realizados en el Museo Americano en torno al año 1 886 fueron realmente po­ pulares entre el público e indujeron cambios fundamentales en el devenir del museo. " Los deportistas adinerados, en particular, comenzaron a realizar do­ naciones al museo" . Esto supuso un punto de inflexión decisivo en la historia del movimiento conservacionista en los Estados Unidos, del que se hablará más adelante. Gracias a la actividad científica del Departamento de Teriología y Ornitología, la reputación del Museo Americano aumentó considerablemente en los últimos años del siglo XIX. Kennedy, pp. 97- 1 04; Frank M. Chapman: Autobiography ofa Bird Lover (Nueva York: 1 933); panfleto del Chicago Field Columbia Museum, 1 902, "The Four Seasons; 'The Work of Car! E. Akeley in the Field Museum of Natural History"' (Chicago: Field Museum, 1 927) .

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1 El PATRIARCADO D E L OSITO TEOD)

Fig. 1 3 C h arles Abel C orw i n pintando en j unio de 1 9 1 7 distintas m ues­ tras al natural en el l tasca S tate Park de M innesota para un dioram a de castores destinado al M useo B ell de H istori a Natural de M i nneapoli s. -

ba durante larg as horas solo, sería un error imaginar la taxi­ dermia, tal y como ayudó a desarrollar su práctica, como un arte solitario. La taxidermia requiere de un complej o sistema de coordinación y división del trabaj o , que comienza en el campo durante la caza de los animales, y que culmina en la presen tación de un diorama terminado que permita la co­ munión solitaria e individual con la naturaleza. Una mínima lista de trabaj ado res de uno de los proyectos de Akeley debía incluir compañeros taxidermistas , otros recolectores , artistas, anatomistas y varios "hombres accesorios" 1 2 • Las fotografías 1 2 El rérmino proviene del libro de Mary Jobe Akeley, WLA, 2 1 7.

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Fi g . 1 4 S teph en C. Quinn, m i em bro del s t a ff del M u­ seo Am ericano de H i sto­ ri a Natural de Nueva York, pi nt ó a f i nales de 2 0 1 O una nueva v i sta panorá m i ca al natural del pai saj e ori g inal del di oram a de los g ori las de Carl Akeley. -

del trabaj o en los es tudios taxidérmicos del M useo Ameri­ cano muestran a homb res (varones , habi tualmente blancos) curtiendo pieles, trabaj ando en g randes modelos de arcilla de mamíferos de considerable tamaño (incluyendo elefantes) o en moldes de yeso, ensamblando esqueletos y marcos de ma­ dera, consultando los modelos a escala de la rep resentación planeada, haciendo labores de carp i n tería, realizando la vege­

3] . Clark nos i n fo rma de cómo durante los años comprendidos entre 1 926 y 1 936, cuando el

tació n , dibuj ando, etc. [Atlas

Salón Africano abrió sus p uertas aún sin term i nar, el personal del proyecto rondaba los cuarenta y cinco hombres . Pintar los fondos era una i mportante especialización artística en sí misma y los artistas basaban sus panorámicas en numerosos estudios realizados en el l u g ar de la captura [Fi gs .

1 3 y 1 4] .

En el terreno, toda la operación se basaba en la o rganización del safari , una complej a i nstitución social en l a que la raza, el sexo y la clase confluían i n tensamente. El safari será discutido exhaustivamente más adelante, pero ahora es útil señalar que desollar un animal g rande podría emplear a cincuenta traba­ j adores durante varias horas. Todas las foto g rafías , los regis­ tros audiovisuales , las máscaras mortuorias de los animales , las extensas mediciones anatómicas, el tratam iento in icial de las pieles y los bocetos manten ían ocupados a los trabaj adores

78

At l a s 3 D i s t i n t a s fotog rafías d e l a s f a s e s d e l p ro c e s o d e e la b o ra c i ó n d e u n d i o ra m a : C a rl Akeley m o d e la n d o u n elefante [a rri b a , izq . ] , A l b e rt B u t le r rea ­ liza n d o h ojas d e cera ! c e n t ro , izq . ] . dos o p e ra ri o s d i s e ñ a n d o la text u ra d e los á rboles [abajo. izq.]. C h a rles Tornell i n s ­ ta la n d o e l c é s p e d e n e l d i o ra m a d e l o s b i s o n t e s [a rri b a , d c h a . ] y o t ro t r a b aj a ­ d o r rea l i za n d o p ru e b a s c o n u n m o d e l o a esca la d e e s t e m i s m o g ru p o [ a b aj o , dcha.]. -

Ü O N NA HARAWAY 1

debe ser imaginado con la apariencia de la mente y en re­ lación con el cuerpo que ej ecuta. Akeley tenía el propósito de eludi r la mentira en su obra; su oficio debía contar la verdad de la naturaleza. Sólo había una manera de alcanzar tal verdad -la ley de la mente enraizada en la afirmación de la experiencia-. Todo el trabaj o debía ser realizado por hombres que efectuasen su captura y los estudios sobre el terreno, porque "de lo contrario, la exhibición es una farsa y sería poco menos que un crimen colocarla en una de las prin­ cipales instituciones educativas del país" 1 4 • Una única mente inculcaba la experiencia colectiva: "Si un salón de exhibición pretende aproximarse a s u ideal, su planificación debe ser la de una mente maestra, mientras que en la práctica es el producto de la correlación de muchas mentes y manos" 1 5• El entrenamiento de una cantera de trabaj adores fue una par­ te absolutamente fundamental de la práctica taxidérmica de Akeley; en su éxito residía la posibilidad de contar la verdad. Pero sobre todo, esta sensación de narrar una historia real descansaba en la selección de los animales individuales, en la formación de grupos de especímenes típicos. ¿ Qué significa afirmar que un diorama nos cuenta una his­ toria unificada, una biografía esencial a la naturaleza? ¿Cuál era el significado de "típico" para Akeley y sus contemporáneos en los departamentos biológicos del Museo Americano de His­ toria Natural? ¿Cuáles son los contenidos de estas historias y qué debemos hacer para poder verlos? Para responder a estas preguntas, debemos seguir a Carl Akeley en el terreno y ver cómo selecciona un animal para disecar. No debemos exagerar la concentración de Akeley al localizar un ejemplar, un grupo

14 15

82

I BA, 265. IBA, 26 1 .

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEOOY

o una escena típica. Pero ¿cómo podía saber lo que era típico o que tal estado existiese? Este problema ha sido fundamental en la historia de la biología; el Salón Africano encarna el esfuerzo por solucionarlo. Tres cacerías ilustran el significado de lo típi­ co para Akeley. En primer lugar, el concepto incluye la idea de perfec­ ción. El gran macho de jirafa del grupo de la charca en el Salón Africano fue el obj etivo de una cacería de varios días en 1 92 1 . Varios animales fueron ignorados porque eran de­ masiado pequeños o no tenían unos colores suficientemente hermosos . Evocar los trofeos de récord de los cazadores de finales del siglo XIX mi naba su satisfacción cuando obte­ nía un espécimen moderno y más pequeño tomado de las mermadas manadas de la naturaleza africana en extinción. Cuando por fin el macho moteado fue obtenido como resul­ tado de una gran habilidad y audacia, su proceso de preser­ vación y recreación se describió cariñosamente hasta el más mínimo detalle [Atlas 5] . Del mismo modo , entre 1 9 1 0 y 1 9 1 1 , la caza de un gran elefante macho constituyó el drama central de este safari du­ rante los dos años enteros. Un ejemplar con los colmillos asimétricos fue rechazado, a pesar de su imponente tamaño. El carácter, además de la apariencia física, era importante a la hora de j uzgar la perfección de un animal. La cobardía des­ calificaría a la bestia más hermosa y bien proporcionada. Lo ideal sería que la muerte del animal se llevase a cabo median­ te un acto de caballerosidad. La perfección se acentuaba si la caza se desarrollaba como un encuentro entre iguales. Por ello, había una j erarquía de presas en función de las especies: los leones , los elefantes y las jirafas excedían con creces a los asnos salvajes o a los antílopes. El gorila era el logro supremo, casi una definición de la perfección en el corazón del Edén

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Atlas 5 D i st i n t o s m a t e r i a les e m p l e a d o s a lo largo d e l p ro c eso d e ta­ x i d e rm iza c i ó n d e l m a c h o d e j i rafa y d e l m o n t a j e posterior del g ru p o de la c h a rc a . -

Ü O N NA HARAWAY 1

en el momento del origen. La perfección era inheren te al propio animal , pero su significado más completo era inhe­ rente al encuentro de los animales y el hombre, el momento de la visión perfecta. La taxidermia era el arte de recordar esta experiencia perfecta. El realismo era un logro supremo del arte de la memoria, un logro retórico crucial para la fun­ damen tación de la ciencia occidental 1 6• Hay otra cualidad esencial para el animal típico en su expresión perfecta: éste debe ser un macho adulto. Akeley describe la caza de múltiples hembras finas o leonas y se preocupaba por sus pieles y otros detalles durante la recons­ trucción, para lo cual empleaba todo su talento. Pero nunca se hizo necesario b uscar durante semanas o arriesgar el éxito de toda la empresa para encontrar la hembra perfecta. Existía la imagen de un animal que era, en cierto modo, el gorila o el elefante encarnados. Ese tono particular de perfección sólo podía escucharse en su versión masculina. Era una mezcla de cualidades físicas y espirituales j uzgadas sinceramente por el artista-científico en la plenitud de la experiencia directa. La perfección era demarcada por la medición cuantitativa exac­ ta, pero aún más por la vitalidad viril reconocida por el ca­ zador-científico desde la comunión visual. La perfección era reconocida por la familia natural; el tipo, la clase y el orden se definían mutuamente entre sí. Pero Akeley cazaba para lograr una serie o un grupo , no sólo individuos. ¿Cómo sabía cuándo detener la cacería? Dos grupos dan cuenta de su criterio de totalidad: el de los gorilas capturados en 1 92 1 y el grupo original de los cuatro elefantes , montados por el propio Akeley tras el safari de 1 9 1 O y 1 9 1 1 . Durante la cacería en b usca de ejemplares, Akeley disparó a 1 6 Fabian, cap. 4, "The Other and the Eye", en Time and the Other.

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1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEooY

un gorila creyendo que se trataba de una hembra, pero resul­ tó ser un macho joven. Estaba desconcertado, porque que­ ría matar cuantos menos animales fuese posible y creía que la familia natural del gorila no contenía más de un macho. Cuando más tarde contempló un grupo formado por varios machos y hembras detuvo la cacería aliviado, convencido de poder contar la verdad con los especímenes disponibles. Del mismo modo, la fotografía del grupo original de los cuatro elefantes nos muestra, sin lugar a dudas, a una familia perfec­ ta. El grupo reproductivo tenía el estatuto epistemológico y moral de quienes dicen la verdad. Era la unidad biográfica de la naturaleza. Akeley quería ser un artista y un científico. Renunció a su intención inicial de obtener un título en la Yale Sheffield Scientific School y convertirse en un escultor profesional. En lugar de ello, combinó el arte y la ciencia en la taxidermia. Como este arte requería que él también fuese un escultor, narró algunas de sus historias en bronce como lo hacía en los dioramas. Sus criterios fueron similares; Akeley tenía muchas historias que contar, pero todas ellas expresaban una misma visión fundamental de la escena en desaparición y amenaza­ da1 7. En su determinación por esculpir a los "típicos" lance­ ros de leones nandi, Akeley utilizó como modelo multitud de fotografías, dibuj os y "determinados tipos de negros ame­ ricanos que él estaba empleando para garantizar unas figuras perfectas" 1 8. La variedad de la naturaleza tenía un propósito -llevar al descubrimiento del tipo superior de cada especie de vida salvaje, incluyendo a los seres humanos fuera de la "civilización"-.

17 I BA, cap. X. 1 8 Martin Johnson, "Camera Safaris" , en Complete Book ofA.frican Hall, p. 47.

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Además de la escultura y la taxidermia, Akeley perfeccionó también otra herramienta narrativa: la fotografía. Todos sus ins­ trumentos narrativos dependen, principalmente, de la visión. Cada herramienta era capaz de contar su verdad, pero cada una atrapaba y retenía manifestaciones ligeramente diferentes de la historia natural. Como arte visual, la taxidermia ocupaba para Akeley un espacio intermedio entre la escultura y la fotografía. En cierto sentido, tanto la escultura como la fotografía eran medios subordinados para lograr la escena taxidérmica final. Pero, desde otro punto de vista, la fotografía representaba el futuro y la escultura el pasado. Sigamos a Akeley en su prác­ tica fotográfica durante los años críticos suspendidos entre el toque manual de la escultura, que produjo el conocimiento de la vida en los discursos fraternales de la biología organicista y el arte realista, y el toque virtual de la cámara, que ha domi­ nado nuestra comprensión de la naturaleza desde la Segunda Guerra Mundial. El siglo XIX produjo las piezas magistrales de animales en bronce que habitan los museos del mundo. La taxidermia de principios del siglo XX de Akeley, aparentemente tan sólida y material, puede verse como una breve sección tem­ poral congelada en la encarnación del arte y la ciencia, antes de que la cámara pudiese pervertir técnicamente su único sueño en la realidad fílmica polimorfa y absurdamente íntima que ahora damos por sentada1 9• Los críticos acusan a la taxider­ mia de Akeley y a la costosa política del Museo Americano de construir las grandes salas de exhibición en los años previos a la 1 9 Véase Jane Goodall en Among the Wild Chimpanzees (Nacional Geographic Society film, 1 984) ; David Attenborough , Life On Earth (Boston y Toronto: Litde, Brown & Co. , 1 979) y la serie televisiva de la BBC del mismo nombre; y para unas asombrosas imágenes sobre la intimidad entre una madre huma­ na y una cría de elefante salvaje, Iain y Oria Douglas-Hamilton, Among the Elephants (Nueva York: Viking, 1 97 5 ) .

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Segunda Guerra Mundial, de ser un armazón contra el futuro, de haber encerrado literalmente en piedra la forma de ver de un determinado momento histórico, al considerar esta visión la totalidad20• Pero técnica y espiritualmente hablando, Akeley fue un líder en el perfeccionamiento del ojo de la cámara. La taxidermia no se erigía contra el futuro fílmico, sino que con­ gelaba un fotograma de una comunión visual cada vez más intensa que vendría a consumarse en las imágenes virtuales. Akeley ayudó a producir el armazón -y el armamento- que avanzaría hacia el futuro.

LA FOTO G RA FÍA : CAZAN D O C O N LA CÁMARA Las armas s e han transformado en cámaras en esta comedia formal , el safari ecológico, porque la naturaleza ya no es lo que siempre había sido: algo de lo que la gente necesitaba protegerse. Ahora la natura­ leza -domesticada, amenazada, frágil- necesita ser protegida de la gente. Cuando sentimos miedo, disparamos. Pero cuando sentimos nostalgia, hacemos fotos2 1 •

Este ensayo ha afirmado repetidamente que Akeley y sus compañeros temían la desaparición de su mundo , de su mundo social ante las nuevas inmigraciones después de 1 890 y la disolución resultante de la vieja, anhelada e higié­ nica América preindustrial. La civilización parecía ser una enfermedad en forma de progreso tecnológico y de una gran acumulación de riqueza mediante la práctica del capitalis-

20 Kennedy, p. 204. 21 Susan Sontag, On Photography (Nueva York: Delta, 1 977) , p. 1 5 . [Existe edi­ ción en castellano: Sobre /afotografia (Barcelona: Debolsillo, 2008) )

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mo monopolista de los adinerados caballeros miembros del consej o de administración del museo y de patroci nadores del Salón Africano de Akeley. Los líderes del Museo Ame­ ricano temían por su salud; es decir, su hombría estaba en peligro. Theodore Roosevelt conocía la profilaxis para este específico malestar histórico : el verdadero hombre es el ver­ dadero caballero. Cualquier ser humano , sin distinción de raza, clase o género , podía participar espiritualmente de este estado mo ral de sal udable virilidad en democracia, aunque sólo unos pocos (anglosaj ones , varones, heterosexuales , protestantes , físicamente robustos y económicamente aco­ modados) pudiesen expresar las fo rmas más elevadas de vi­ rilidad. Desde aproximadamente 1 890 hasta la década de 1 930, el Museo fue un vasto programa educativo público y un programa de investigación donde generar una poderosa experiencia que induj ese al estado de virilidad. El museo , a su vez, era el producto ideológico y material de la vida señorial. Como Mary Jobe Akeley señaló, " [el verdadero ca­ ballero] ama la presa como si fuera el padre de la misma"22• Akeley creía que, finalmente, la más alta expresión de la ca­ ballerosidad era cazar con la cámara: ''Además, con relación a cualquier concepción verdadera de la caza -el uso del ta­ lento , la osadía y la resistencia para superar dificultades-, la caza con cámara exige el doble de hombría que la tradicio­ nal caza con armas"23• El verdadero cazador paternal ama la naturaleza con la cámara; requiere el doble de hombría y los niños están en su perfecta imagen. El oj o es infinitamente más poderoso que la pistola. Ambos avergüenzan a la muj er -reproductivamente-.

22 CAA, 1 1 6. 23 I BA, 1 5 5 .

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En tiempos del primer safari de recolección de Akeley, en 1 8 96, las cámaras eran un estorbo casi inútil, incapaces de captar el objetivo de la caza -la vida-. Según Akeley, los pri­ meros cazadores notables con la cámara en Á frica aparecieron en torno al año 1 9022 4 • Los primeros libros se basaban en fo­ tografías fij as; la imagen en movimiento de la vida salvaje le debe mucho a la propia cámara de Akeley, aunque no logró prácticamente nada relevante antes de la década de 1 920. En su safari por el África oriental durante los años 1 9 1 O y 1 9 1 1 , Akeley llevó el mejor equipo disponible y trató de filmar el lanceo del león por parte de los Nandi. S u fracaso, debido a la inadecuación de las cámaras, descrito con gran intensidad emocional , le conduj o a diseñar durante los próximos cinco años la cámara Akeley, ampliamente utilizada por el Cuerpo de Señales del Ejército durante la Primera Guerra Mundial. Formó la Akeley Camera Company para desarrollar su inven­ to, que recibió bautismo civil filmando la victoria de Man o' War en el Derby de Kentucky de 1 920. La innovadora lente teleobjetivo de la cámara captó también el combate de los pesos pesados de Dempsey contra Carpentier. Galardonado con la Medalla John Price Wetherhill, otorgada por el Insti­ tuto Franklin en 1 926 por su invención, Akeley pudo filmar con éxito, para s u satisfacción, ese mismo año el lanceo del león africano , en el mismo safari en el que George Eastman de Rochester, de la compañía Eastman-Kodak, era a la vez copatrocinador y cazador-coleccionista25 • Recordemos que la primera prueba de s u propia cámara en el terreno fue en la selva de Kivu en 1 92 1 . A los pocos días, Akeley disparó a sus 24 I BA, cap. VII I ; Edward North Burton, Two African Trips, 1 902; C.G. Schillings, With Flashlight and Rifo, 1 90 5 ; A. Raddyffe Dugmore, Camera Adventures in the African Wilds, 1 9 1 0. 25 CAA , 1 27-30; WLA, 1 1 5 .

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primeros gorilas, tanto con la pistola como con la cámara, en una experiencia que él vio como la culminación de su vida. La ambigüedad entre la pistola y la cámara recorre toda la obra de Akeley. É l mismo es una figura de transición en la representación occidental de la más oscura a la más ilumi­ nada Á frica, de la naturaleza merecedora del temor varonil a la naturaleza necesitada de la crianza maternal. Faltaba aún medio siglo para que apareciese la figura de la mujer/científi­ ca/madre de simios huérfanos , popularizada por la revista de la National Geographic Society y por el cine en la década de 1 9702 6 • Con Akeley, la virilidad se puso a prueba contra el miedo, aun cuando el deseo de la imagen de la paz selvática mantuviese el dedo en la pistola el tiempo s uficiente para to­ mar la fotografía e incluso aunque creciese la certeza intelec­ tual y mítica de que la bestia salvaj e en la selva era humana, en particular, un ser humano industrial. Aunque sólo fuera al nivel literal de la apariencia física, "para alguien familiarizado con los viej os modelos de cámaras, la Akeley parecía tanto una ametralladora como una cámara''27• Akeley expuso que tenía intención de diseñar una cámara con la "que se pueda apuntar [ . . ] prácticamente, con la misma facilidad con la que se apunta una pistola"28• Le gustaba contar una y otra vez la historia apócrifa de siete alemanes que, durante la Pri­ mera Guerra Mundial en Francia, se rindieron por error ante .

26 Jane Goodall, "My Life among the Wild Chimpanzees", en Nationa/ Geographic, agosto 1 963, pp. 272-308; Dian Fossey, "Making Friends with Mountain Go­ rillas" , en Nationa/ Geographic, enero 1 970, pp. 48-67; Birute Galdikas-Brin­ damour, "Orangutans, Indonesias ' People of che Foresc"' , en Nationa/ Geo­ graphic, octubre 1 97 5 , pp. 444-473, y " Living with che Great Orange Apes" , en Nationa/ Geographic, junio 1 980, pp. 830-8 5 3 . 27 I BA, 1 66. 28 I BA, 1 66.

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un estadounidense cuando se vieron enfrentados por una Akeley. " La diferencia fundamental entre la cámara cinema­ tográfica de Akeley y el resto, es un dispositivo panorámico que nos permite balancearlo, como si nos moviésemos con un arma giratoria, siguiendo la línea natural de la visión"29• Akeley bromeó incluso , con un conocido j uego de palabras, sobre la penetrante y mortal invasividad de la cámara, al nombrar a una de sus máquinas "El Gorila" . " ' El Gorila' ha tomado noventa metros de película de un animal que hasta el momento nunca .había sido filmado vivo por ningún tipo de cámara en su entorno salvaje [ . . . ] . Estaba satisfecho -más satisfecho de lo que un hombre nunca debió estar- pero me deleité con esta sensación"30• El taxidermista, convencido de la calma esencial del gorila, se preguntaba cuán cerca debería permitir que se aproximara un macho en ataque antes de cambiar la cámara por la pistola. "Espero tener el valor de permitir a un gorila aparentemente atacando acercarse a una distancia razonable antes de dispa­ rar. No me atrevo a determinar exactamente en este momento lo que considero una distancia razonable. Me sentiré verda­ deramente satisfecho si puedo conseguir una fotografía a seis metros. Debería enorgullecerme de mi valor si fuera capaz de tomar una fotografía de él a tan sólo tres metros, pero no es­ pero hacer esto, a menos que en ese momento sea víctima de

29 I BA, 1 67. 30 I BA, 223-24. Akeley reconoció la utilidad que podría tener su cámara para los antropólogos, que podrán (y querrán) utilizar la función de telefoto "para reali­ zar películas sobre los nativos de los países no civilizados sin su conocimiento". I BA, 1 66. El archivo fotográfico del Museo Americano de Historia Natural es una fuente maravillosa e inquietante para conocer los inicios de la fotografía antropológica. Estas imágenes deberían ser comparadas sistemáticamente con los materiales de los safaris contemporáneos.

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una manía suicida''31 • Akeley escribió estas palabras antes de que hubiera visto a un gorila salvaje. ¿Cuál era el límite del valor? ¿Cuánta protección necesitaba la naturaleza o el hom­ bre? ¿Qué pasaría si el gorila nunca atacase, incluso cuando se le provocara? ¿Y si el gorila fuera un cobarde (o una hembra}? ¿ Quién, j ustamente, estaba siendo amenazado en el drama de la historia natural en las primeras décadas de la presencia del capitalismo monopolista en Á frica y América? Consciente del potencial perturbador de la cámara, Akeley se posicionó contra las falsificaciones. Embalsamó el elefante de Barnum, Jumbo, pero nada quería saber sobre la forma de arte popular estadounidense promovida por el gran magnate de circo: el fraude32• Pero el fraude proliferaba en la temprana fotografía de la vida salvaje (y de la fotografía antropológica}. En particular, Akeley vio cómo hombres sin escrúpulos mani­ pulaban la naturaleza para contar la historia de un continente africano feroz y salvaje; ésta fue la historia que los emporios cinematográficos vendieron por toda América. La taxidermia siempre había estado amenazada por la degeneración de arte a engaño, de la vida a una muerte tapizada como trofeo de un caballero pobre. También la fotografía estaba llena de fi­ listeos que podían denigrar todo el proyecto del trabajo de la naturaleza, toda la apuesta del Museo por la labor educativa en las primeras décadas del siglo XX. El Museo buscaba el

3 1 I BA, 1 97. 32 Neil Harris, Humbug: 1he Art o/P. T. Barnum (Boston: Little, Brown & Co. , 1 973); Herman Melville, 7he Conjidence Man, publicado inicialmente en 1 8 57. Es importante la diferencia entre Barnum, en la tradición democrática del engaño, y las proliferaciones de la simulación en Walt Disney. Jean Baudril­ lard, Simulations (Nueva York: Semiotext(e) , 1 983), pp. 23-26; Louis Marin, Utopique, jeux d'espaces; Richard Schickel, 7he Disney �rsion (Nueva York: Si­ mon and Schuster, 1 968).

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entretenimiento público {lo que provocó que los miembros del consejo de administración presbiterianos se resistiesen a la apertura del museo los domingos durante la década de 1 880, a pesar del gran potencial de ese día para educar a los nuevos inmigrantes católicos, que trabajaban seis días a la semana) ; pero el entretenimiento sólo tenía valor si comunicaba la ver­ dad. Por ello, Akeley alentó una asociación entre el Museo Americano y los fo tógrafos de la vida salvaj e Martin y Osa Johnson, que parecían deseosos y capaces producir películas populares que narrasen la historia de la paz selvática. Johnson afirmó en su folleto de 1 923 para el Museo Americano: " La cámara no puede ser engañada [ . . . ] [y tiene, por tanto] un enorme valor científico"33• El entretenimiento se vio entretej ido de manera complej a con l a ciencia, e l arte, l a caza y l a educación. Las patrañas de Barnum pusieron a prueba la inteligencia y la perspicacia científica del observador en una república en la que cada ciu­ dadano podía descubrir la desnudez del emperador y el teatro de su racionalidad. Esta democracia de la razón siempre fue un poco peligrosa. Hay una larga tradición de participación activa en el centro de la ciencia norteamericana que hace que las historias de la naturaleza siempre estén a punto de estallar en políticas populares. La historia natural puede ser un medio -y lo ha sido en ocasiones- para la expectativa milenaria y la

33 Octubre, 1 923, folleto, Archivos del AMNH; Martin Johnson, "Carnera Safaris", en 7he Complete Book ofAfrican Ha//, 1 936; CAA, 1 29; julio 26, 1 923, un memorando de Akeley en la expedición fílmica de Martín y material adicional de 1 923 procedente del archivo del AMN H , microfilm l l l 4a y l l l 4b. Véase Martin Johnson, 1hrough the South Seas with jack London (Dodd and Mead) ; Canniba/ Land (Houghton Miffiin); Trai/ing A.frican Wi/d Anima/s (Century) ; y las películas Simba, realizadas durante la expedición Eastman-Pomeroy, y Trai/ing

A.frican Wi/dAnima/s.

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alteración del orden público. El propio Akeley es un excelente ejemplo de un hombre hecho a sí mismo que empleó los re­ cursos míticos de la visión honesta del hombre independiente, la apelación a la experiencia y el testimonio de los ojos de uno mismo. Él vio a El Gigante de Karisimbi. La cámara, una má­ quina eminentemente democrática, ha sido fundamental en la elaboración de las historias de la biología, pero su control siempre ha eludido al profesional y al moralista, al científico oficial. Sin embargo, Akeley esperaba encontrar en Martín Johnson al hombre que domesticaría el entretenimiento es­ pecular en favor de la mej ora social prometida por la ciencia. En 1 906, Martín Johnson embarcó j unto a Jack London en el Snark para un viaje de dos años por los Mares del Sur [Fig. 1 5 y 1 6] . El Snark era el Beagle del camarógrafo. Di­ fícilmente podrían haber escogido un nombre mejor para el barco empleado por estos dos aventureros cuyos libros y pe­ lículas complementaron Tarzán, para registrar el dilema de la virilidad en el siglo XX. La caza del Snark de Lewis Carroll contiene estas líneas que capturan la revelación darwiniana de Johnson y London -y Akeley-: En un momento he visto lo que hasta ahora ha estado I envuelto en un absoluto misterio I y ahora te daré, libremente y sin cargo adicional, /una lección de Historia Nacural34•

De 1 908 a 1 9 1 3 Johnson puso en marcha cinco produc­ toras de cine en Kansas. Durante este mismo periodo y pos­ teriormente, él y Osa viajaron a los todavía misteriosos luga­ res de poder filmando la "vida nativa" : Melanesia, Polinesia, Malakula, Borneo o la Kenia colonial. En 1 922, Martín y

34 Lewis Carroll, "The Hunting of the Snark" , en A/ice in Wonderland, Norton Critica! Edition, p. 225.

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LYR 1C T heatre Special Attraction

TODAY for thc 1ut i in1c, wi1h )l complete ch angt.! or prn­ gramme, show in� 1 he mo:< t ' �;ayagc racc� of 1>:·oplc ín l hc wot "1-tht: s�lt)lllúll J:"landcr.ti.

Martín E. Jobnso1, who spent

2�

years among the South Sea I�lands \Vith Jack London, and bis "Wonderful Motion Picture Travelogues, " .1howing life among the far off

South Pacific Savages and Osa Johnson in South

Sea Songa in the Native Language. Admiuion Se and lOc

Fi g . 1 5 Jack London d u ra n te e l p roceso d e c o n stru c c i ó n d e l Snark . -

F i g . 1 6 N ota a n u n c i a n d o u n a c o n f e re n c i a d e M a rt í n E . J o h n s o n e n la q u e h a bla ría s o b re su ex p e r i e n c i a d u ra n te e l viaje por los M a res d e l S u r en c o m p a ñ ía de J a c k Lo n d o n . -

Ü O N NA H ARAWAY 1

MARTiN .,,.OHNSON'S TRAIUNG AFRICAN WILD ANIMALS

Fig . 1 7 - C a rt e l p r o m o c i o n a l d e la p e l íc u la ( 1 923 ] .

Tra i­

ling A frican Wi/d A n imals

Osa pidieron opinión a Carl Akeley sobre la película que acababan de finalizar, Trailing A.frican Wild Animals [ Tras la pista de los animales salvajes africanos] [Fig. 1 7] . Akeley esta­ ba entusiasmado y el resultado fue la fundación del museo de una corporación especial para financiar a los Johnson du­ rante un safari fílmico de cinco años en Á frica. Los planes de los Johnsons incluían la realización de dos cortometrajes, entre ellos uno sobre "Las crías africanas". "Mostrará crías de elefante, crías de león, crías de cebra, crías de jirafa y bebés negros [ . . . ] mostrando el ju ego de los animales salvajes y el cuidado materno que es una característica de la vida salvaje tan extraña e interesante"35• La vida humana de Á frica se asig­ naba de forma reiterada a la Era de los Mamíferos, anterior a la Era del Hombre. Ése era el único reclamo de protección y, por supuesto, la j ustificación definitiva de la dominación. He aquí una grabación de la paz de la selva. 35 Octubre 1 923, folleto del AM NH, archivo de microfilm 1 1 1 4a.

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1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TEoo Y

Los Johnson idearon una gran película sobre animales como piedra angular del safari. El museo elogió tanto sus valores co­ merciales como educativos; Osborn comentó que el "doble mensaje de semejante filmación es, en primer lugar, que pone al alcance de millones de personas la influencia estética y ética de la naturaleza [ . . . ] ; en segundo lugar, difunde la idea de que nuestra generación no tiene derecho a destruir lo que las genera­ ciones futuras podrían disfrutar"36• Resultó perfecto que el safari fílmico de los Johnson se solapara con la expedición Akeley-East­ man-Pomeroy. Los Akeley pasaron varios días ayudando a los Johnson durante el rodaje del lanceo del león en Tanganica, lo­ grando filmar, finalmente, esta apoteosis de la virilidad primi­ tiva en vías de extinción. Johnson estaba convencido de que su enfoque, combinando la veracidad y la belleza sin fraude sería en último término comercialmente superior, así como cientí­ ficamente riguroso. "El dinero que puede generar es ilimitado [ . . . ] : mi experiencia precedente, mi conocimiento del mundo del espectáculo, combinados con el conocimiento científico que he asimilado recientemente y este maravilloso equipo fotográfico [ . . . ] me convencen de que esta gran producción va a ser la mayor fábrica de dinero que jamás se haya puesto en el mercado, ya que no cabe duda de que será la última gran producción sobre África que se realice, y será tan espectacular que no habrá ningún peli­ gro de que otra película de similar naturaleza compita con ella. Por todas estas razones, seguirá produciendo beneficios mientras vivamos"37 [Fig. 1 8) . África siempre había prometido el oro. 36 Octubre 1 923, con la aprobación de Osborn, archivo de microfilms del AMNH 1 1 1 4a. 37 Martin Johnson, 26 de julio de 1 923, proyecto de folleto, microfilm 1 1 1 4a. Echando la vista atrás, la previsión de que una película realizada a mediados de la década de 1 920 sería el último gran espectáculo en torno a la vida salvaje, re­ sulta impresionante. Pero esta sobria esperanza es una maravillosa declaración

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F i g. 1 8

-

C artel de la p elícula Sim b a .· the k ing of the b e a s ts [ 1 9281 .

i El PATRIARCADO D E L OSITO

TEDDY

La ciencia "a simple vista" propugnada por el Museo Ame­ ricano era perfecta para la cámara y, en definitiva, muy supe­ rior a la pistola para la posesión, la producción, la conserva­ ción, el consumo , la vigilancia, la valorización y el control de la naturaleza. La ideología del realismo, esencial para la esté­ tica de Akeley era parte de su esfuerzo por tocar, ver y tender puentes sobre las grietas abiertas en el yo amenazado. Generar una imagen exacta es asegurarse contra la desaparición, cani­ balizar la vida hasta que ésta se convierta de forma certera y permanente en una imagen especular, en un fantasma. Detuvo la descomposición. Por ello la fotografía de naturaleza es tan hermosa y tan religiosa -un poderoso indicio de un futuro apocalíptico-. La estética de Akeley combinó lo instrumental y lo contemplativo en una tecnología fotográfica para propor­ cionar una transfusión a un sentido de la realidad constante­ mente agotado. La imagen y lo real se definen mutuamente hasta el punto de que la realidad, en la cultura del capitalismo tardío, ansía convertirse en imagen por su propia seguridad. La imagen certifica y asegura la realidad y no hay límite para la cantidad de dinero que se puede hacer. La cámara es superior a la pistola para controlar el tiempo; y los dioramas de Akeley, con su visión fotográfica, su tacto escultórico y su solidez taxi­ dérmica trataban sobre el fin del tiempo38•

de la creencia de que la naturaleza exiscía, esencialmente, en una única forma y, como tal, podría ser capturada en una visión, si la tecnología del ojo era la

adecuada. La película a la que se refieren los Johnsons es "Simba" . 38 E n buena parte, este párrafo e s u n a respuesta a Sontag, On Photography. So­ bre los miedos y la necesidad de referentes del mítico hombre estadounidense hecho a sí mismo, véase J . G . Barker- Benfield, 1he Ho"ors o/ the Ha/f Known Life (Nueva York: Harper and Row, 1 976) y Susan Griffin, Woman and Nature (Nueva York: Harper and Row, 1 978) .

1 01

111.

CONTANDO H ISTORIAS

La sintética historia que acabamos d e narrar cuenta con tres fuentes principales y varias más de menor tamaño. Contar la vida de forma sintética enmascara los tonos y las versiones que surgen de la escucha de estas fuentes . La biografía indi­ vidual, la unidad ideológica alcanzada en el Salón Africano, puede llevarse al límite de una novela heteroglósica imaginada que no ha sido aún escrita. Una historia natural polifónica espera una historia social que la sostenga. A fin de indagar más profundamente en el tej ido de significados y mediaciones que posibilita la estructura específica de la experiencia del especta­ dor ante los dioramas del Salón Africano -ante El Gigante de Karisimbi-, me gustaría desenredar las fuentes de un impor­ tante episodio en la vida de Akeley: la acometida del elefante en el Á frica Oriental Británica en 1 9 1 0. Este suceso puede servirme como germen para desplegar mi historia acerca de la estructura y función de la biografía en la construcción de un orden de los primates en el siglo XX, con sus jerarquías espe­ cíficas y polimorfas de raza, sexo y clase. Prestando atención a

Ü O N NA HARAWAY 1

los tonos del público, al momento histórico, a los intereses e intenciones sociales de los autores y a la aparición físico-mate­ rial de las fuentes, me gustaría considerar de manera más de­ tallada el hecho mismo de contar historias. En particular, ¿qué historias aparecen y desaparecen en la red de prácticas sociales que constituyen el patriarcado del osito Teddy? Cuestiones rela­ cionadas con la escritura autorizada, regulada por las prácticas editoriales y con el trabajo que nunca revela la autoría reco­ nocida (nunca del cazador paternal) 1 , componen mi historia.

AUTO R ES Y V E RS I O N ES Ella no lo escribió. Ella lo escribió, pero no debería haberlo hecho. Ella lo escribió, pero mira sobre qué lo hiw2•

El libro de Carl Akeley, In Brightest A.frica [En la más lumi­ nosa Áftica] , parece aparentemente escrito por el propio Carl Akeley. Pero sabemos, gracias a Mary Jobe Akeley, una prolífica

A lo largo de esta sección, las fuentes principales serán la correspondencia, los informes anuales, los archivos fotográficos y los artefactos del AMN H : I BA; la biografía de Mary Jobe Akeley sobre su marido, WLA; los artículos de Mary Jobe y Car! Akeley en 7he World's Work; LGN; y el libro de aventuras de Delia Akeley Jungle Portraits (Nueva York: Macmillan, 1 930) . Delia es Delia Denning, Delia Akeley, Delia A. Howe. Véase N. Y. Times, 23 de mayo, 1 970, p. 23. El fuerte racismo en los libros y artículos de esta contemporánea de Margaret Mead hacen cauta la mirada de Mary Jobe y Car!. Joanna Russ, How to Suppress Women's Writing (Austin: Texas UP, 1 983), p. 76. Encontramos una excelente exposición del mundo en el que Delia y Mary Jobe trabajaron en Margaret W. Rossiter, Women Scientists in America: Struggles and Strategies to 1940 (Baltimore: Johns Hopkins UP, 1 982) . .

2

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1 El PATRIARCADO D E L OSITO

TEOOY

autora, que el taxidermista "odiaba empuñar la pluma''3• Ella explica que los editores Doubleday y Page (los hombres, no la compañía) estaban cautivados por las historias que contaba Carl en las cenas que organizaban en sus casas y "estaban decididos a extraer un libro de él" . Por lo que una noche, después de cenar, Arthur W. Page "colocó una taquígrafa tras un biombo y, sin que Carl lo supiera, ella registró todo lo que contó mientras los invitados se reunían en torno al fuego". La edición de este ma­ terial se atribuye a Doubleday y Page, pero como autor aparece nombrado Carl. La taquígrafa es una mano sin nombre. Estas notas dieron lugar a artículos en la revista World's Work, pero aún no se preveía ningún libro del taxidermista. Entonces Akeley descubrió un reportaje periodístico sobre su viaje a Kivu que le agradó enormemente; el texto había sido escrito por Dorothy S. Greene mientras trabajaba para el director del Museo Ameri­ cano. Akeley la contrató como su secretaria, para que registrase sus historias mientras él hablaba con otros exploradores o cien­ tíficos, o mientras impartía conferencias para recaudar fondos para el Salón Africano. "Ella, discretamente, fue tomando nota de múltiples materiales que podrían ser empleados en un libro"4 • ¿Quién escribió In Brightest A.frica? En la respuesta a esta pregun­ ta encontramos un mundo de historia provocada por la relación entre el cuerpo y la mente en la autoría occidental. La apariencia física de los propios libros es ya en sí misma una historia elocuente. El sello de aprobación de figuras como H . F. Osborn en la elaboración de los solemnes prefacios, la presencia de bellas fotografías, una editorial que se preocupa­ ba por complacer a los cazadores adinerados : todo ello confi­ gura la autoridad de los libros. Las portadas son como iconos

3 4

WLA 222. ,

WLA 223. ,

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D o N NA H ARAWAY 1

ortodoxos; a partir de ellas puede leerse coda la historia. En

Lions, Gorillas and their Neighbors, [Leones, gorilas y sus vecinos] el libro destinado a los más jóvenes, la portada nos muestra a un anciano Carl Akeley en su estudio mirando fij amente a los oj os de la máscara mortuoria en yeso del primer gorila que vio en su vida [fig. 8] . Se anuncia así la madurez en el encuentro con la naturaleza. The Wilderness Lives Again [La naturaleza. salvaje revive] , la biografía que resucitó a Carl a través de la autoría indirecta de su esposa, nos presenta en la parte frontal a un joven Carl con la mano y el brazo fuertemente vendados ante una tienda de campaña, j unto a un leopardo muerto sus­ pendido por sus patas traseras [Fig. 1 O] . En el pie de foco se lee: "Carl Akeley, todavía en su veintena, asfixió a este enfu­ recido leopardo herido con sus propias manos cuando éste lo atacó con intención de matarlo" . Volvamos a la historia del encuentro de Carl Akeley con el elefante que lo atacó. La anécdota se narra en un capí­ tulo del libro de Akeley titulado Elephant Friends and Foes [Amigos y enemigos del elefante] . Varias lecciones morales im­ pregnan el capítulo, destacando principalmente la ignoran­ cia humana sobre los grandes animales -en parte porque los cazadores sólo van tras el marfil y los trofeos, por lo que su conocimiento se basa únicamente en rastrear y matar, no en la vida de los animales- y la diferencia de Akeley debido a su especial cercanía a la naturaleza encarnada en los magníficos elefantes . En este safari , Akeley presenció cómo dos elefantes ayudaron a un compañero herido a escapar del escenario de la matanza, lo cual inspiraría uno de los bronces del taxi­ dermista [Fig. 1 9] . Pero también en este capítulo, el lector descubre a un Akeley práctico, capaz de hacer una mesa para sentar a ocho personas con las orej as de un espécimen que casi acaba con su vida y la de Delia, a pesar de que cada uno

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i

Fig.

19

fa PATRIARCADO D E L OSITO TEOm

- Th e Wo u n ded Comra de . e s c u l t u ra e n b r o n c e d e C a r l Ake ley re a ­

lizada e n el a ñ o

1 9 1 3.

de ellos le disparara en la cabeza aproximadamente trece ve­ ces. En este capítulo, el taxidermista está cazando de igual a igual con su esposa. No esconde historias que p udieran pare­ cer un poco sórdidas o plagadas de bravuconadas personales; aunque su "nobleza natural" impregna todas estas anécdotas, especialmente para un público de potenciales donantes del Salón Africano, quienes podrían imaginarse fácilmente prac­ ticando la caza mayor en África.

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D o N NA H ARAWAY 1

Su encuentro casi fatídico con un elefante ocurrió cuando Akeley salió sin Delia a obtener unas fotografías, cogiendo "raciones para cuatro días, armeros, porteadores, camaró­ grafos y demás -unos quince hombres en total-"5. Estaba si­ guiendo la pista de un elefante cuyo rastro estaba muy fresco cuando, de pronto, se percató de que el animal se dirigía hacia él directamente: No tengo conocimiento de cómo se produjo la alarma [ . . . ]. Sólo sé que, cuando cogí mi arma y me di la vuelta, traté de empujar el cierre de seguridad hacia adelante. Pero éste se resistió a moverse [ . . ] . Mi siguiente registro mental es de un colmillo derecho hacia mi pecho. Lo agarré con la mano izquierda y el otro con la derecha, y balanceándome entre ellos fui a parar de espaldas contra el suelo. Este balanceo entre los colmillos fue algo puramente automático. Fue el resultado de las numerosas ocasiones siguiendo el rastro en las que me había imaginado · atrapado por una estampida de elefantes, planeando qué hacer, y fue una planificación muy beneficiosa; pues, estoy convencido de que si un hombre imagina tales crisis y planea lo que debería hacer, cuando se produzca la ocasión hará, automáticamente, lo que planeó [ . . . ] . Dirigió sus colmillos al suelo a ambos lados de mi cuerpo [ . . . ] . Cuando arreme­ tió contra mí, sus grandes colmillos, evidentemente, golpearon algo en la tierra que los detuvo [ . . . ] . Parece que me creyó muerto, porque me dejó -afortunadamente, sin pisarme- y cargó contra los muchachos6• .

Akeley continúa esta tranquila descripción llena de conse­ jos sobre la planificación de los grandes momentos de la vida, con comentarios acerca de lo que los elefantes acostumbran a hacer en otros ataques y con comentarios en torno al com­ portamiento de los miembros de su expedición. " Nunca reci­ bí de los muchachos mucha información sobre lo que había sucedido, puesto que no estaban orgullosos de su papel en la aventura [ . . . ] . Es razonable suponer que se habían dispersado 5 6

110

IBA, 4 5 . I BA, 48-49.

1 EL PATRIARCADO D E L OSITO TrnoY

(por la zona que el elefante pisoteó completamente) como una bandada de codornices"7• Akeley explica que yació inconsciente y sin que nadie lo tocara durante horas , ya que sus hombres creyeron que estaba muerto y provenían de grupos que se negaban a tocar a los di­ funtos. Cuando volvió en sí, gritó y llamó la atención. Cuenta que habían enviado la noticia a la señora Akeley en el campa­ mento base, quien valientemente montó un equipo de rescate en medio de la noche en contra de los deseos de sus guías (a causa de los peligros de viaj ar de noche a través de la selva) , a quienes persiguió hasta sus chozas para forzarles a coope­ rar. Ella envió además un mensaje al puesto de gobierno más cercano para que enviasen un médico y llegó a la escena del accidente durante la madrugada. Akeley atribuyó su recupera­ ción a la pronta llegada de ella, pero más aún a la subsiguiente y veloz venida de un neófito médico escocés quien se apresuró a través de la selva para ayudar al hombre herido, debido en parte a su ignorancia de la locura de apurarse a ayudar a al­ guien atacado por un elefante -tales hombre simplemente no sobrevivían para pagar las prisas de uno-. El funcionario del gobierno con más experiencia, el director médico, llegó consi­ derablemente más tarde. D urante el resto del capítulo, Akeley narra su conversa­ ción con otros veteranos de África sobre experiencias en las que sobrevivieron a ataques de elefantes. El tono es siste­ mático , científico , centrado en el comportamiento y el ca­ rácter de aquellos aspectos interesantes de la conducta de los elefantes . La moral presente en el capítulo emerge en la concl usión:

7

I BA, 49.

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Pero, aunque el elefante es un terrible luchador cuando actúa en defensa propia ante el ataque de un hombre, ésta no es su principal característi­ ca. Los elementos que más perduran en mi mente son su sagacidad, su versatilidad y una cierta camaradería que no he percibido en tal medida en ningún otro animal [ . . . ] . Me gusta pensar en aquel día en el que vi a un grupo de crías de elefante j ugando con una gran bola de barro cocido [ . . ] . Pienso, también, en el hecho extraordinario de no haber visto ni oído nunca a elefantes africanos peleándose entre sí. No tienen ningún enemigo salvo el hombre y entre ellos están en paz. Espero poder per­ petuar a mi amigo el elefante en el grupo central del Salón Africano de Roosevelt [ . . ] . En él esperamos que sea un monumento eterno al África que fue, al África que está desapareciendo rápidamente, espero poder colocar al elefante en un pedestal en el centro de la sala -el lugar que le corresponde al más sobresaliente de ellos-8• .

.

Los intereses de Akeley buscan constantemente la perpetua­ ción, la conservación y la dignidad de la naturaleza en la que el hombre es el enemigo, el intruso, el traficante de la muerte. Sus propias hazañas cinegéticas permanecen en irónica yux­ taposición sólo si el lector se niega a discernir su verdadero significado -los relatos de un hombre puro cuyo peligro en pos de una causa noble le lleva a una comunión con las bestias que mata, con la naturaleza-. Esta naturaleza es una merece­ dora compañera del hombre, un valioso complemento para su virilidad. El elefante de Akeley es profundamente masculino, único y representativo de la posibilidad de nobleza. La acome­ tida fue un cuento emocionante, con espacio para múltiples actores , incluida Delia, pero este encontronazo con la muerte y los detalles del rescate son narrados con el estado de ánimo tranquilo de un hombre preparado para su final, asestado por tan noble amigo y compañero, su mejor enemigo, el objeto de su curiosidad científica. El supuesto comportamiento de los "muchachos" subraya la confrontación entre la masculinidad 8

112

I BA, 54- 5 5 .

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blanca y la noble bestia. El racismo informal e institucional sólo intensifica la experiencia de la biografía del hombre adulto individual. La acción en las historias de Akeley se focaliza en el centro de la escena, en el encuentro del hombre singular y el animal. El séquito es inaudible, invisible, excepto para ofrecer un desahogo cómico y anécdotas sobre la vida nativa. En la representación de Akeley, fortalecida por la clase y la raza, la mujer blanca figura sin muchos comentarios en una posición moral similar a la del hombre blanco -un cazador, un adulto-. Mary L. Jobe Akeley publicó su biografía sobre su esposo en 1 940, 1he Wilderness Lives Again, cuatro años después de que el Salón Africano de Akeley abriese sus puertas al públi­ co, su sueño hecho realidad. Su objetivo no era ya recaudar dinero o contar historias a otros cazadores , sino promover la conservación y cumplir con el propósito de su vida -logrando culminar el trabaj o de toda una vida de su marido-. Su bio­ grafía de Carl debe tomarse en sentido literal. Ella se presen­ ta como la escriba inspirada para la historia de su esposo. A través de su autoría indirecta y por medio del Salón Africano y el Parque Albert, no sólo lo salvaje, sino el propio Akeley, cuyo sentido era lo salvaje, vivían de nuevo. Mary L. Jobe no siempre vivió para un marido. En los años anteriores a su matrimonio completó no menos de diez expediciones para explorar la naturaleza salvaje de la Columbia Británica. Ella relata la escena de la muerte de Carl, cuando aceptó el encargo que éste le hizo de vivir a partir de entonces para completar su obra. Todo el libro está impregnado de su j úbilo ante esta tarea. Su auto-construcción como el otro es sobrecogedora en su éxtasis. La historia de la embestida del elefante se somete a interesantes correcciones para su cumplimiento. El libro debe leerse con muchísima atención ya que las palabras de Carl

1 13

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procedentes de sus diarios de campo y de sus publicaciones se citan extensamente sin ninguna diferenciación tipográfica con respecto al resto del texto. En ningún momento la espo­ sa indica una fuente para las palabras del marido; podrían provenir de una conversación, una conferencia o cualquier otro lugar. No importa, porque los dos son uña y carne. Las historias de Carl y Mary Jobe se mezclan imperceptiblemente -hasta que el lector comienza a comparar distintas versiones de los "mismos" incidentes, incluso en el caso de las escritas aparentemente en palabras propias del verdadero, aunque au­ sente, autor-esposo-. La corrección clave es una ausencia. A lo largo de toda la biografía de Carl Akeley escrita por Mary Jobe Akeley no se menciona el nombre o la presencia de Delia. Su papel en el rescate lo ocupa un hombre kikuyu, Wimbia Gikungu, más conocido como Bill, porteador de armas de Akeley y acom­ pañante nativo en varios de sus safaris. A Bill se le atribuye el haber movilizado a los renuentes guías y la notificación al puesto de gobierno, lo que provocó la llegada apresurada del escocés9• En la larga cita de Carl donde se cuenta toda la his­ toria, simplemente falta la mención a su anterior esposa. Mary Jobe apunta una secuela de este ataque que no es señalada en las historias publicadas por Akeley y que la toma, al parecer, de sus diarios de campo o conferencias. Dado que no es extraño que un hombre pierda los nervios tras sufrir la embestida de un elefante y se niegue a volver a cazarlos, fue necesario que Akeley se enfrentara de nuevo a éstos tan pronto como fuera posible. Una vez más, lo primero que nos llama la atención es una ausencia. Nunca se pone en cuestión si semej ante coraje debe ser recobrado. Pero la historia real 9

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WLA, IX.

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no ennoblece a Akeley. Él localizó un elefante antes de estar realmente curado; necesitó que sus "muchachos" transpor­ tasen una silla durante el rastreo para que se sentara cuando se encontrase cansado , y el elefante resultó herido por varios disparos apresurados y poco dignos, sin ser localizado antes de que falleciera. La nobleza de Akeley se conserva en esta historia al señalar su humildad: " Los chicos me ayudaron a volver al campamento. Estaba completamente seguro de que lo encontraríamos muerto a la mañana siguiente. Todo había sido una estupidez indigna" 1 º. Antes de cambiar la versión de Mary Jobe Akeley por el relato de Delia Akeley, merece la pena anotar un elemento más al respecto de la exploradora del noroeste canadiense. Ella se describe como la pareja de Carl y su alma gemela, pero no realmente como su co-aventurera y compañera de caza -con una única excepción-. Mary Jobe disparó en África en dos ocasiones y mató a un magnífico león macho: Una hora después, nos topamos con un bello león viejo, una esplén­ dida bestia, dijo Car! , lo suficientemente buena como para que yo le disparase. Por tanto, disparé [ . . . ] . El león medía 2'70 metros de la cabeza a la cola y tenía una magnífica melena oscura; debido a su tama­ ño, a su edad y a su fuerte personalidad, Car! consideró que se trataba de un espécimen valioso; pero, sobre todo, yo estaba preocupada por cumplir las expectativas de Car! y por matar al león de manera limpia y sin ayuda1 1 •

La autoridad de Mary Jobe como biógrafa n o dependía de que ella fuese cazadora pero, indudablemente, su estatus se veía reforzado por esta envidiable experiencia transformadora. Mediante esta acción, su condición moral se aproximó a la

10 WLA 1 26. 1 1 WLA 303. ,

,

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del caballero, una condición fundamental para establecer la comunión con la naturaleza en la vida del Museo Americano de Historia Natural. Delia Akeley se retrata a sí misma como una alegre y contu­ maz cazadora, pero su marido presenta ciertas mezquindades, al menos según la publicación ]ungle Portraits de 1 930. Es difícil creer en sus relatos; ella simplemente no tiene el estatus moral del artista/cazador/científico Carl Akeley, ni el seguro social de su segunda esposa, que se reunía fácilmente con reyes y comandó su safari para una importante institución científica tras su muerte. En las historias de Delia hay algunas presencias muy interesantes que ayudan a remarcar la clase de biografía que el Salón Africano estaba dispuesto a contar y la clase de bio­ grafía que debía suprimirse. La experiencia en el Salón Africano conduce a la trascendencia, al tipo perfecto, al momento in­ tensificado más allá de la mera vida. En primer lugar, echemos un vistazo a la historia de Delia sobre el rescate. Bill aparece en la historia de Delia y se comporta de manera correcta. Pero su propio heroísmo a la hora de hacer frente a las supersticiones de los "muchachos" y al rescatar a su marido en peligro es, por supuesto, el relato central del capítulo "Jungle Rescue" [Res­ cate en la Jungla] : "Examinar y limpiar las heridas del señor Akeley fue mi primera preocupación [ . . . ] . El hecho de que sus heridas fuesen tratadas de inmediato evitó la infección e, indudablemente, salvó su vida [ . . . ] . Al día siguiente llegó el Doctor Phillips, un joven médico misionero escocés" 12• Pero, aparte del sufrimiento fácilmente imaginable en el desarrollo de su vida familiar y del deseo de dej ar constancia de su papel, ¿por qué Delia contó esta historia? Cualquiera que fuera su motivación personal , Delia tenía un propósito 12 JP, 249.

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biográfico que no concuerda demasiado con las historias ofi­ ciales; ella trataba de mostrar las mediaciones en forma de personas falibles tras la experiencia de los museos de historia natural. En las primeras líneas de "Jungle Rescue" , Delia so­ pesa con detalle distintos episodios de enfermedad y de lesio­ nes en los primeros recolectores y exploradores; remarca de forma explícita los insectos, el cansancio y el fracaso. Todo esto contrasta con la experiencia proporcionada por el via­ jero corriente de 1 930, el turista o, de hecho, incluso con la del visitante del museo. Ella tiene interés en describir a las devotas e inadvertidas esposas de los decididos explora­ dores, que cuidaban del campamento en la selva y del hogar en casa. Su propósito al contar al lector que ella gestionaba los safaris de Carl, que había mediaciones muy materiales en esta búsqueda de la masculinidad y de la verdad natural , se hace patente. Y, entonces, ahí encontramos su resentimiento hacia toda la atención que recibió su científico-marido: " La emocionante historia del accidente y su milagrosa evasión de una muerte espantosa ha sido contada por él mismo en innu­ merables ocasiones desde el estrado. Pero un relato personal de mi viaj e nocturno, igualmente emocionante, a su rescate a través de uno de los bosques más densos e infestados de elefantes de todo el continente africano, no es, ni de lej os, tan conocido" 1 3• ¡Es difícil evocar la imagen de Carl Akeley hablando de bosques infestados de elefantes! Ésta no es la esposa que consagra su vida a la autoría de la naturaleza de su marido. De hecho, a lo largo del libro, ella hace referencia repetidamente al Á frica más oscura. Hay otras ocasiones en las que Delia insiste en su gloria a expensas de la nobleza oficial de su marido. El lector del libro 1 3 JP. 233.

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de Delia descubre a un Carl Akeley frecuentemente enfermo en su tienda, un inválido peligrosamente cercano a la muerte, cuya valiente esposa no sólo caza para surtir de comida al campamento, sino también para obtener especímenes cien­ tíficos para que él pueda apresurar su salida de este peligroso continente antes de que éste lo reclame para sí [Fig. 20] . Des­ cubrimos además que en la cacería de elefantes posterior a la embestida, Carl buscaba restaurar su amenazada "confian­ za' . Su esposa lo acompañó en lo que se describe como una arriesgada cacería que culminó en una emocionante muerte marcada por un ataque peligroso. Delia cuenta la historia de tal manera que resulta imposible determinar quién disparó el tiro mortal, pero "la fatiga y el deseo por acertar en su disparo hicieron que el señor Akeley se demorara en el momento de posicionar su arma" 1 4 • Incluye en su capítulo una extraordi­ naria fotografía de un apuesto Carl Akeley, fumando en pipa y recostado en lo alto del cuerpo de un gran elefante caído; en el pie de foto se lee: "Carl Akeley y el primer elefante al que disparó tras resolver el asunto de su confianza'' . Ella concluye su narración: Aunque hayan pasado años desde aquella mañana en la que permanecí j unto a mi marido enfermo en el límite del vasto pantano repleto de vegetación buscando un elefante en la niebla, aún puedo verlo todo con tanta claridad como si hubiera sucedido ayer [ . . . ] . Ésta es la visión que me viene a la mente cuando pienso en todo lo que el señor Akeley y yo tuvimos que arriesgar para obtener el conj unto monumental de elefantes del Museo de Historia Natural de Nueva York1 5 •

Pero cazar en el archivo del Museo la fotografía de Akeley recostado a horcaj adas sobre su presa revela algo curioso y qui14 J P, 93. 1 5 J P, 90 , 9 5 .

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J

Fig.

20

-

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C a r l A k e ley r e p o s a n d o e n su t i e n d a t r a s s e r a t a c a d o p o r e l

e lefa n t e .

zás más elocuente que la comprometida y comprometedora historia de Delia. Ella mentía acerca del elefante tal y como demuestran las fotografías del archivo que acompañan a la suya. Pero esta mentira revela otra verdad. Las fotografías en el archivo sugieren una versión de la realidad, una biografía de África, que el Museo y sus representantes oficiales nunca qui­ sieron mostrar en sus salas o en sus publicaciones educativas. Además de en el libro de Delia, el lector no encontrará esa ins­ tantánea de Akeley en ninguna otra publicación, e incluso en la década de 1 980, el personal del archivo se muestra receloso a la hora de permitir la reedición de esca fotografía en particu­ lar. Las imágenes del archivo fotográfico del piso superior cau­ tivan nuestro ojo interior, mientras el espectador se encuentra anee el grupo de elefantes del Salón Africano. Está claro que este elefante en concreto sobre el que Car! descansa no podría haber sido asesinado en la ocasión que

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Ü O N NA HARAWAY 1

Fig.

21

-

R i c h a rd J o h n C u n n i n g h a m e y D e l i a j u n t o a l c a d á v e r d e l e lefa n t e .

describe Delia. El elenco de personajes que le acompañan no encaja. Otra foto, tomada claramente en la misma oca­ sión , nos muestra a un cazador blanco , el escocés Richard John Cunninghame, contratado por Akeley en 1 909 para que le enseñara a cazar elefantes, reposando con Delia j unto al mismo cadáver [Fig. 2 1 ] . El archivo del museo etiqueta la foto como "el primer elefante de la señora Akeley" . Es difícil no ordenar las diferentes fotos de la carpeta formando una serie, difícil no contar una historia. En la siguiente instan­ tánea vemos a una satisfecha e informal Delia en medio de los colmillos arrancados del elefante, todavía un poco ensan­ grentados , formando una suerte de arco gótico. Ella posa con confianza baj o el arco, cada uno de sus brazos tratando de agarrar una curva de la estructura elefantina. Pero el verdadero soporte del marfil está en otro lado. Al borde de la imagen se cortan cuatro brazos negros; las manos, provenientes del espa-

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Fig. 22 D elia enm arc ada b aj o los c olm illos del elefante. -

Fig. 23

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R i c h ard J o h n C unnigh am e aplica " El b autism o" a D elia.

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cio del marco periférico, sostienen los colmillos circundando mediante un arco a la mujer blanca triunfante [Fig. 22) . El archivo del museo etiqueta esta foto como "El marfil de la señora Akeley" . La siguiente y última fotografía muestra a Cunninghame sonriente sosteniendo el corazón del difunto elefante y tocando la frente de la señora Akeley con el corte de la aorta del animal . Ella permanece con la cabeza ubicada baj o el arco de marfil, sostenido ahora por un único y solem­ ne hombre africano. En el escueto comentario del museo se lee "El bautismo" [Fig. 23) . Esta es también, por tanto, la imagen de un origen, de un sacramento, una marca en el alma que señala una transforma­ ción espiritual provocada por el acto de su primera matanza. Es un momento sagrado en la vida del cazador, un renacer en la sangre del sacrificio, de la naturaleza conquistada. En el Salón Africano de Akeley, este elefante pervive como testigo inal­ terable de esta imagen de un toque íntimo que nos muestra el objetivo de la cámara, capturada aquí como un momento icónico en el que la raza, el sexo y la naturaleza se encontraron con el cazador occidental. En este Edén , la cámara capturó la reescritura de una historia cristiana de los orígenes, un sa­ cramento cristiano secularizado mediante el bautismo con la sangre de la víctima cuya muerte traj o la madurez espiritual, es decir, la condición del cazador, la condición del ser huma­ no pleno que renace al arriesgar su vida, al matar. Las versio­ nes de esta narración se repiten una y otra vez en la historia de los acercamientos americanos a las ciencias de la vida animal, especialmente en la del primate. Una versión la encontramos en la biografía de la virilidad blanca en África contada en el Salón Africano de Akeley. Con Delia, la historia está cerca de la parodia; con Carl está cerca de la epifanía. La de él estaba autorizada para alcanzar una fusión entre la ciencia y el arte.

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Delia, la autora más prolífica con creces, quien ni era, ni con­ taba con un escritor fantasma, fue borrada -por el divorcio y por la duplicidad-.

SAFA R I : U NA VI DA D E Á F R I CA Salvo contadas excepciones, nuestros salvajes kivu, inferiores en la escala de inteligencia a cualquier otro que yo hubiese visto en el África Ecuatorial , resultaron ser hombres bondadosos [ . . . ] . ¡Cuán profundamente me afectó su simpatía! Cuando pienso en ellos, me viene a la cabeza el único amigo y compañero de j uegos de mi más tierna infancia, un perro collie [ . . . ] 16•

Los grandes salones del Museo Americano de Historia Natural simplemente no existirían sin el trabaj o de los africa­ nos (o de los sudamericanos o los irlandeses, y de los negros de Norteamérica}. Los Akeley serían los primeros en recono­ cer este hecho; pero siempre reivindicarían que el principio organizativo provenía de los gerentes blancos de los safaris, del científico-recolector y su esposa encargada de gestionar el campamento, los elementos de la mente supervisando el principio de ejecución. Desde el safari de 1 89 5 , que depen­ dió de las travesías a pie y de las fuertes espaldas "nativas" , hasta los safaris motorizados de la década de 1 920, la supervi­ vencia cotidiana de los euro-americanos en el terreno depen­ día del conocimiento , el sentido común, el trabaj o duro y la subordinación forzada de personas a las que los blancos in­ sistían en considerarlos como una suerte de niños perpetuos o incluso una parte de la fauna salvaje. Si una persona negra 16 CAA, 200.

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lograba alguna proeza excepcional de inteligencia u osadía, la explicación era que él o ella (aunque no encontramos ejem­ plos de tales mujeres en los textos examinados en este ensa­ yo) estaban siendo inspirados , literalmente movidos, por el espíritu del amo. Como Mary Jobe afirmó en su inconsciente voz colonial , "era como si el espíritu de su amo hubiese des­ cendido sobre él , activando en él un esfuerzo trascendente" 17• Esta explicación resulta aún más poderosa si el cuerpo del amo se encontraba literal y físicamente lejos a causa de su muerte o de su residencia transatlántica. Aristóteles estaba tan presente en el safari como lo estaba en los estudios taxi­ dérmicos de Nueva York o en los cuerpos fisiológicos de los organismos. El trabaj o no era acreditado como acción, como mente o como forma. Tanto el libro de Carl como el de Mary Jobe nos proporcio­ nan información relevante sobre la organización de los safaris durante el periodo de treinta años que duró la vida cinegética de Akeley. Las fotografías de personas africanas , generalmente en actitud solemne, formando un semicírculo alrededor del núcleo de personal blanco, con los coches, las cámaras y el abundante equipaje al fondo, son elocuentes acerca de la raza, el sexo y el colonialismo [Fig. 24] . A lo largo de los capítulos se discuten los problemas de los cocineros, las tareas de los jefes, la profusión de lenguas que ninguno de los integrantes blancos de la expedición hablaba, el número de porteadores (unos treinta durante la mayor parte del viaje de 1 926, mu­ chos más en 1 895) y los problemas a la hora de controlarlos, la cooperación contradictoria de los dirigentes africanos locales (a menudo llamados "sultanes") , las dificultades a la hora de proporcionar a los blancos café y brandy en medio de la j ungla 17 CAA , 1 99.

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Fig. 24 Fotogra fía de la ex ped ici ón A k e l ey-Ea s tma n - Po m e roy celebra d a en e l a ñ o 1 9 2 6 . -

i nexplorada, las jerarquías salariales y las raciones d e alimentos para el personal del safari , el comportamiento de los armeros y los castigos por las fechorías descubiertas . Los cap ítulos retra­ tan un o rganismo social debidamente ordenado por los prin­ cipios de la forma orgánica: la división jerárquica del trabaj o llamada cooperación y coordinación. El safari , en su delimi­ tación científica del cuerpo para la eficiencia funcional , era el icono de toda la empresa en su lógica de mente y cuerp o 1 8 • Los africanos quedaro n inscritos en s u papel mediante la construc-

1 8 H ay abundante bibliografía que se interroga sobre el funcionalismo en el dis­ curso científico pero, para este ensayo, resultan fundamentales: Alfred Sohn Rethel, Intellectual and Manual Labor (Londres: Macmillan , 1 978); Bob Young, "Science Is Social Relations", en Radical Science ]ournal 5 ( 1 977) : 651 29; Hilary Rose, " Hand, Brain, a n d Heart: A Feminist Epistemology for the Natural Sciences" , en Signs 9 ( 1 983):73-90.

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ción occidental de la raza; fueron literalmente escritos en el guion de la historia de la vida -y omitidos de coda autoría-19• Muy pocos integrantes del personal negro figuran con bio­ grafías individualizadas en la literatura de safaris, pero hay ex­ cepciones, lecciones objetivas o historias de vida tipificadas. Los africanos fueron imaginados tanto como "indomables" como "obedientes" , al igual que la naturaleza que representa­ ban . La naturaleza salvaje no podía mitigar la decadencia, el malestar del ciudadano imperialista y urbanita, sino que sólo presentaba evidencias del contagio de la descomposición, del germen de la civilización, de la infección que estaba aniqui­ lando la Era de los Mamíferos. Y con el fin de ese tiempo llegó el final de la esencia de la virilidad, la caza. Pero los africanos indomables, como la selva misma de Kivu, eran una sólida evidencia de los medios existentes para la restauración de la virilidad mediante la saludable práctica de la caza señorial. Merece la pena estudiar una de estas biografías particulares para averiguar una pista en torno a la complej idad de las rela­ ciones entre el amo y el sirviente en la búsqueda de la ciencia en el safari. Esta historia de vida se narra desde el punto de vista de la persona blanca; Wimbia Gikungu, el kikuyu cono­ cido como Bill que se unió a Carl Akeley en el África Oriental Británica en 1 905, a los trece años de edad, no escribió mis fuentes . Él no era el autor de su cuerpo, pero era el "nativo" favorito de Akeley. Bill comenzó como asistente del muchacho encargado de la tienda de campaña de Delia Akeley, pero se le retrata como un rápido aprendiz de todo lo que había que saber sobre el safari gracias a su infatigable esfuerzo y a su deseo de com­ placer. Se decía de él que tenía una inteligencia y un espíritu 19 CM, V; WLA, XV; I BA, VII .

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extraordinario, pero sufría una dificultad crónica con cierta autoridad y una incapacidad para ahorrar sus ingresos. "Tiene una independencia que a menudo lo mete en problemas. No le gusta recibir órdenes de nadie de su propio color"20• Trabajó para Akeley en los safaris de 1 905, 1 909- 1 9 1 1 y 1 926, incre­ mentando con el paso de los años su autoridad y poder hasta que no hubo ningún otro africano al que Carl Akeley respetara más por su buen criterio y su conocimiento a la hora de seguir el rastro. Akeley habla de él a veces como un hombre, pero por lo general como un muchacho, de igual modo que el resto de varones africanos. Habiendo sido recomendado por Akeley, Bill se metió en algún tipo de problema sirviendo en el safari de Roosevelt. Este último lo despidió, incluyéndolo en la lista negra. Sin embargo, Akeley lo volvió a contratar inmediata­ mente, suponiendo que habría tenido alguna erupción esen­ cialmente inofensiva (es decir, no dirigida contra una persona blanca) derivada de su rechazo a la autoridad2 1 • Akeley describe tres ocasiones en las que "castigó" a Gi­ kungu; estos episodios son demostraciones condensadas del rol paterno que Akeley asumió. En una ocasión, Bill se negó a entregar las llaves del baúl de Carl a otras personas blancas cuando se las solicitaron, "alegando que debía tener una or­ den de su propio Bwana. Fue insolente y tuvo que ser casti­ gado; el castigo no fue severo, pero viniendo de mí fue duro · para él y tuve que darle una charla paternal para evitar que se marchara"22 • Cuatro años después, el kikuyu disparó a un elefante al pensar que estaba atacando a Akeley sin que éste último lo viese. Akeley había visto al animal, pero no sabía 20 IBA, 1 43. 21 IBA, 1 44. 22 IBA, 1 34. "Father to che game" incluía, obviamente, la mayor presa de todas en la historia del colonialismo; la sumisión del hombre.

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que su "muchacho" no lo sabía. Akeley abofeteó espontánea­ mente a Ginkungu "por haber violado una de las primeras reglas de la caza, en la que se dice que un chico negro nunca debe disparar sin una orden , a menos que su amo haya sido derribado y se encuentre a merced de una bestia''. Akeley se dio cuenta de su error y "mis disculpas llegaron rápidamente y con toda la humildad que la dignidad de un hombre blan­ co podía permitirse"23• El africano podía no estar autorizado para cazar de forma independiente con un arma en presencia de un hombre blanco. Toda la lógica de la restauración de la amenazada masculinidad blanca dependía de esa regla. La caza era mágica; el disparo bienintencionado (y bien colo­ cado) de Bill era una contaminación, una usurpación de la madurez. Por último, Akeley mandó encarcelar a Ginkungu durante el safari que transcurrió desde 1 909 a 1 9 1 1 cuando " Bill" se negó enérgicamente a entregarse cuando Carl "en­ contró necesario echarle el guante para un castigo leve" por otro rechazo a las órdenes de un hombre blanco al respecto del equipaje2 4 • El africano se reincorporó al safari semanas más tarde, tras pasar dos semanas en prisión. La diligencia paternal del hombre blanco podía ser todo un problema. En repetidas ocasiones , Akeley confió en las habilidades y conocimientos de Ginkungu. En todo momento se atribuyó su conducta a la lealtad hacia el amo. Recolectar el marfil de un elefante herido, organizar el rescate tras el ataque del pa­ quidermo, ayudar a Mary Jobe con la muerte de Carl -todas éstas eran demostraciones de un amor subordinado-. No hay indicios de que Ginkungu pudiese haber tenido otras moti­ vaciones -incluyendo quizás una compasión no subordinada 23 WLA, 1 32. 24 I BA, 1 44.

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por una viuda blanca en medio de un bosque tropical, una cierta satisfacción por sus magníficas habilidades, sus relacio­ nes políticas complej as con otros grupos africanos o, inclu­ so, un odio arrogante hacia sus amos-. Atribuir intenciones a "Bill" está fuera de la sombra de la duda; el africano interpretó su papel en el guion del safari como el que nunca fue domes­ ticado por completo, permanentemente un buen chico. " Bill" se creía visible; el resto de africanos permanecieron completa­ mente invisibles. La ceguera voluntaria del blanco amante de la naturaleza se mantuvo como una característica de los cientí­ ficos que se desplazaron hasta el Edén a estudiar los primates, a estudiar los orígenes , hasta que esta conciencia comenzó a agrietarse en torno a 1 970.

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IV

IV. E L M U S E O A M E R I CA N O D E H I STO R I A N AT U RA L Y LA C O N ST R U C C I Ó N S O C I A L D E L C O N O C I M I E N TO C I E N T Í F I C O : LA I N ST I T U C I Ó N

Habla a la tierra y ella te enseñará1 • Cada espécimen es un hecho permanente2•

De 1 890 a 1 930, el "Movimiento por la Naturaleza'' tuvo su apogeo en los Estados Unidos. La ambivalencia sobre la "ci­ vilización" es un viejo tema en la historia de este país y esta ambivalencia nunca fue mayor que tras la Guerra Civil y du­ rante las primeras décadas de formación del capitalismo mono­ polista3. La civilización, obviamente, se refiere a un complejo

2

3

.

Job 1 2: 8 , grabado en una placa en la entrada del Salón dedicado a la Historia de la Tierra en el AMN H . H . F. Osborn, 54° informe Anual de los administradores, p. 2, archivos del AMN H . Leo Marx, The Machine in the Garden (Londres, Oxford, Nueva York: Ox­ ford UP, 1 964) ; Roderick Nash, Wilderness and the American Mind, 3° edición revisada (New Haven: Yale UP, 1 982) ; Roderick Nash, "The Exporting and

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patrón de dominación de las personas y de todos (y todo) los demás, atribuido, a menudo, a la tecnología -fantaseada como "la Máquina"-. La naturaleza es un símbolo tan poderoso de la inocencia en parte porque a "ella" se la imagina sin influencia de la tecnología, como el objeto de la visión y, por lo tanto, como fuente de salud y pureza. El hombre, en parte, no está en la naturaleza porque no se ve, no es el espectáculo. Para noso­ tros, un significado constitutivo del género masculino es ser lo invisible, el ojo (el yo) , el autor. De hecho, ésa es una parte de la estructura experiencia! en el museo, una de las razones por las que uno tiene, nos guste o no, la condición moral de un muchacho sometido a una iniciación a través de la experiencia visual. ¿Acaso nos sorprende que los psicólogos determinasen que los niños estadounidenses del siglo XX destacan en la disec­ ción de los campos visuales? El museo es una tecnología visual. Opera a través del deseo de comunión, no de separación, y uno de sus productos es el género. ¿Quién necesita la infancia en la familia nuclear cuando contamos con el renacer en los espacios rituales del patriarcado del osito Teddy? Obviamente, este ensayo se basa en la inversión de una re­ lación causal entre la tecnología y las relaciones sociales de do­ minación: las relaciones sociales de dominación, sostengo, son solidificadas en el hardware y la lógica de la tecnología. La natu­ raleza, de "hecho'', se construye como una tecnología a través de la praxis social. Y los dioramas son máquinas-significantes. Las máquinas son intervalos de tiempo en los organismos sociales que las crearon. Las máquinas son mapas de poder, momentos detenidos de las relaciones sociales que, a su vez, amenazan con gobernar a los vivos. Los propietarios de las grandes máquinas

Importing of Nature: Nature-Appreciation as a Commodity 1 8 50- 1 980", en

Perspectives in American History XII ( 1 979): 5 1 7-60.

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del capitalismo monopolista -los llamados medios de produc­ ción- estaban, por una excelente razón, al frente del trabajo de la naturaleza -ya que ésta era uno de los principales medios de producción de la raza, el género y la clase-. Para ellos, la "ciencia a simple vista" podía entregar una visión directa de la paz social y del progreso, a pesar de las apariencias de la lucha de clases y de la decadencia. Necesitaban una ciencia que "instaurase" la paz selvática, con su promesa de restaurar la virilidad, combina­ da con una ética trascendente de la caza; por ello la compraron. El discurso científico en sus orígenes no fue barato; y los siervos de la ciencia, humana y animal, no fueron domesti­ cados. Las relaciones entre el conocimiento y el poder en el Museo Americano de Historia Natural no buscan contar una fábula sobre los grandes capitalistas conspirando desde el cielo para ocultar la verdad. Al contrario, esta fábula nos habla de progresistas comprometidos luchando para iluminar la oscu­ ridad a través de la investigación, la educación y la reforma. Los grandes capitalistas no estaban en el cielo; estaban en el terreno, armados con el Evangelio de la. Riquezd!. A menudo, también estaban armados con un rifle para cazar elefantes y con una cámara Akeley5• A lo largo de todo este ensayo, hemos 4

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Andrew Camegie, "The Gospel of Wealth", en North American Review, 1 889; G. William Domhoff, Who Rules America? (NJ: Prenrice-Hall, 1 967); Waldemar A Nielson, lhe Big Foundations (Nueva York: Columbia UP, 1 972); Gabriel Kolko, lhe Triumph of Conservatism (Nueva York: Free Press, 1 977); James Weinstein, lhe Corporate Ideal in the Liberal State, 1900-18 (Boston: Beacon, 1 969); Roben Wiebe, lhe Search far Order, 1877-1920 (Nueva York: Hill and Wang, 1 966) ; Richard Hofstadter, Age ofRrform (Nueva York: Knopf, 1 95 5 ) ; E. Richard Brown, Rockefeller Medicine Men (Berkeley: U Calif. Press, 1 978); Paul Starr, lhe Social Transformation ofAmerican Medicine, especialmente del capítulo 3 al 6 (Nueva York: Basic, 1 982); Alexandra Oleson and John Voss (eds.) lhe Organiuztion of Knowledge in Modern America, 1860-1920 (Baltimore: Johns Hopkins UP, 1 979) . Uno de los capitalistas sobre el terreno con Akeley era George Eastman, una lección objetiva del mayor temor por la decadencia que por la muerte del capi-

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reflexionado sobre la "construcción social del conocimiento". No hay un límite entre el "adentro" y el "afuera" de la ciencia, de tal manera que en un universo aparecen las relaciones socia­ les, pero en el otro prosigue la historia de las ideas. Las ciencias tejen las relaciones sociales mediante sus hilos. El concepto de las relaciones sociales debe incluir toda la complejidad de inte­ racciones entre personas, como individuos y como grupos de diversos tamaños; objetos, incluyendo libros, edificios y rocas; y animales, incluyendo primates y elefantes6 • Pero, en este apartado del patriarcado del osito Teddy, querría explorar una franja del espectro de las relaciones sociales -las actividades filantrópicas de los hombres en el Museo Americano de Historia Natural que fomentaron la exhibición (incluyendo la educación pública y la recolección científica) , la conservación y la eugenesia-. Estas actividades son el tectun óptico de la cien­ cia a simple vista, es decir, los órganos neurales de la integración y la interpretación. Este ensayo ha tratado desde la inmediatez de la experiencia hasta las mediaciones de la biografía y de la narración de historias; ahora debemos mirar a una síntesis de la construcción social7•

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talismo monopolista. Estoy afirmando que el realismo es una estética apropia­ da para esta ansiedad en torno a la decadencia, pero ¿qué tipo de realismo se ce­ lebra en una bibliografía que describe a un septuagenario Eastman obteniendo una fotografía j unto a un rinoceronte de casi seis metros, dando instrucciones al cazador blanco para indicarle cuándo disparar el arma, bajo la atenta mirada de su médico personal? "Con esta aventura el Sr. Eastman comenzó a disfrutar plenamente de Africa . . . ", W LA, 270. Bruno Latour, Les microbes. Guerre et paix suivi de irreductiom (Paris: Metailie, 1 984), pp. 1 7 1 -265 ; Bruno Lacour y Steve Woolgar, Laboratory Life: 1he Social Comtruction of Scientific Facts (Beverly Hills y Londres: Sage, 1 979) , especial­ mente en lo referente a los instrumentos de inscripción y la fenomenotécnica; Karin Knorr-Cetina y Michael Mulkay (eds.), Science Observed (Beverly Hills, Londres, New Delhi: Sage, 1 983). Además del material citado anteriormente (especialmente Kennedy y el archivo

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Comencemos con unas palabras sobre la decadencia, la amenaza contra la que se dirigían las exposiciones, la conser­ vación y la eugenesia, como intervenciones médicas coordi­ nadas, como profilaxis para un cuerpo político en peligro. El

del AMNH), las fuentes principales para esta sección serían las siguientes: 1) So­ bre la decadencia y la crisis de la virilidad blanca: F. Scott Fitzgerald, The Great Gatsby ( 1 925); Henry Adams, The Education o/Henry Adams (impresión privada, 1 907) ; Ernest Hemingway, Green Hills o/Africa ( 1 935). 2) Sobre la historia de la conservación: Roderick Nash (ed.), Environment and the Americans: Problems and Priorities (Melbourne, Florida: Kreiger, 1 979) y American Environment: Readings in the History o/Conservation, 2• ed. (Reading, MA: Addison-Wesley, 1 976) ; Sam­ uel Hays, Conservation and the Cospel o/ Efficiency: The Progressive Conservation Movement, 1890-1920 (Cambridge: Harvard UP, 1 959). 3) Sobre la eugenesia, las doctrinas raciales y la inmigración: John Higham, Send These to Me: ]ews and other Immigrants in Urban America (Nueva York: Atheneum, 1 975); John Haller, Out­ casts from Evolution (Urbana: Illinois UP, 1 97 1 ); Allan Chase, Legacy o/Malthus (Nueva York : Knopf, 1 977) ; Kenneth Ludmerer, Genetics and American Society (Baltimore: Johns Hopkins UP, 1 972) ; Donald Pickens, Eugenics and the Progres­ sives (Nashville: Vanderbilt UP, 1 968); S.J. Gould, The Mismeasure o/Man (NY: Norton, 1 98 1 ) ; Stephan L. Chorover, From Genesis to Genocide (Cambridge: M IT Press, 1 979) ; Hamilton Cravens, Triumph o/ Evolution: American Scientists and the Heredity-Environment Controversy, 1 900-4 1 (Philadelphia: Univ. Of Pennsyl­ vania Press, 1 978). Las complejas preocupaciones sobre el sexo, la sexualidad, la higiene, la decadencia o el control de la natalidad son cruciales para la producción de la investigación sexual durante las primeras décadas del siglo XX en las ciencias sociales y de la vida. Las mujeres científicas jugaron un papel clave en el desarrollo de este campo de investigación. Rosalind Rosenberg, Beyond Separate Spheres: In­ tellectual Roots o/Modern Feminism (New Haven: Yale UP, 1 982) . La incitación al discurso ha sido verdaderamente fundamental en la construcción de la "autocon­ ciencia" y la autodescripción de las mujeres como grupo social. Véase Catharine A MacKinnon, "Feminism, Marxism, Method, and the State: An Agenda for Theo­ ry", en Signs 7, no. 3 ( 1 982). Esta cuestión está estrechamente relacionada con el "ser" de la mujer como espectáculo y con la necesidad de una teoría feminista de la experiencia. No es de extrañar que la teoría cinematográfica se esté convirtiendo en uno de los espacios más fértiles para la teoría feminista. Teresa de Lauretis, A/ice Doesn't: Feminism, Semiotics, and Cinema (Bloomington: Indiana UP, 1 984) y Annette Kuhn, Wómen.i Pictures: Feminism and Cinema (Londres, Boston, Mel­ bourne, Henley: Roudedge & Kegan Paul, 1 982).

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museo era una tecnología médica, una intervención higiénica y la patología era una enfermedad orgánica potencialmente mortal del cuerpo individual y colectivo. La decadencia era una enfermedad venérea propia de los órganos de la repro­ ducción social y personal: el sexo, la raza y la clase. Desde el punto de vista del patriarcado del osito Teddy, el suicidio racial era una manifestación clínica cuyo mecanismo eran las tasas reproductivas diferenciales de las mujeres anglosajonas fren­ te a las de las mujeres inmigrantes "no-blancas". La lucha de clases, un antagonismo patológico entre los grupos funcional­ mente relacionados en la sociedad, parecía inminente. En las últimas décadas del siglo XIX se preocupaban por una cues­ tión candente relacionada con la economía energética de las mujeres de clase media que se embarcaban en la educación su­ perior: ¿corría peligro su salud, su capacidad reproductiva y su función nutritiva?; ¿se suprimía el instinto sexual al desviarse las limitadas reservas de energía orgánica a sus cabezas en los momentos orgánicos cruciales? La naturaleza se veía amenaza­ da por la máquina en el Edén; la interrelación apropiada de la Edad del Hombre con la Edad de los Mamíferos quizás podría conservar la potencia de la visión de la naturaleza, restaurando así la energía del hombre. Éstas son preocupaciones extrañas para los ciborgs de finales del siglo XX, cuya preocupación por el estrés y su tecnicismo barroco, por las patologías codi­ ficadas, hacen que la decadencia parezca algo pintoresco. La infección y la decadencia han sido incorporadas a errores de codificación referidos por acrónimos -S IDA-. Pero, antes de la Segunda Guerra Mundial, para el blanco estadouniden­ se de clase media la decadencia importaba. La enfermedad pulmonar (recordemos el asma y el alcoholismo del herma­ no de Teddy Roosevelt, por no hablar de la versión america­ na de La Montaña Mágica} , la enfermedad sexual (¿qué no era

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una enfermedad sexual, cuando la lepra, la masturbación y la necesidad de escribir de Charlotte Perkins Gilman se calificaban como tal?) y la enfermedad social (como las huelgas y el femi­ nismo} revelaban trastornos similares, tanto ontológica como epistemológicamente, en las relaciones entre la naturaleza y la cultura. La decadencia amenazaba de dos formas interconecta­ das, ambas relacionadas con el funcionamiento de sistemas pro­ ductivos de energía limitada. La máquina (recordemos el poder icónico del ferrocarril} y su feroz artificialidad amenazaban con consumir y agotar al hombre. Y la economía sexual del hombre parecía vulnerable, por un lado, al agotamiento y, por otro, a la sumersión en excesos ingobernables y primitivos. A los inverso­ res y directivos del museo se les encargó la tarea de promocionar la salud pública bajo estas circunstancias.

LA EXPOS I C I Ó N El Museo Americano de Historia Natural era (y es} una institución "privada" , como sólo podría ser definido lo pri­ vado en los EE.UU. En Europa, los museos de historia natu­ ral eran órganos del Estado, íntimamente conectados con el destino de la política nacionalª. La historia de Kennedy sobre el Museo Americano recalca lo íntimamente vinculado que está el desarrollo de los museos de historia natural estadou­ nidenses con los orígenes de la gran clase capitalista posterior a la Guerra Civil. El destino social de esta clase era también

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Camille Limoges y sus colaboradores en el L1nstitut d 'h istoire et de sociopo/i­ tique des sciences, en la Université de Montreal, han realizado el análisis más completo de los museos de historia natural parisinos de principios del siglo XIX. Gerald Holton y William A. Blanpied (eds.), Science and lts Pub/ic: The Changing Relation (Dordrecht: Reidel, 1 976) .

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el destino del museo; sus reordenamientos y debilidades en la década de 1 930 se reprodujeron en crisis en el museo en términos ideológicos y organizativos. La filantropía de ma­ nos de los Rockefeller vino mediada por un mecanismo muy complejo a la hora de asignar los fondos y de determinar a los beneficiarios merecedores. El Museo Americano no estaba defendido en ese sentido de una dependencia íntima de los actos de caridad personales de unos pocos hombres ricos . El Museo Americano es una ventana particularmente transpa­ rente a través de la cual espiar a los ricos en su encarnación ideal, porque ellos realizaron dioramas de sí mismos. Las grandes expediciones de recolección científica para el Museo Americano se iniciaron en 1 888, extendiéndose hasta la década de 1 930. Ya en 1 9 1 0, habían otorgado al museo una importante reputación científica en determinadas áreas, especialmente la paleontología, la ornitología y la teriología. El museo , en 1 9 1 O, se jactaba de contar con nueve departa­ mentos y veinticinco científicos. También la antropología se benefició y la mayor expedición de recolección j amás organ i­ zada por el museo fue la ]esup North Pacific Expedition duran­ te la década de 1 890, tan importante para la carrera de Franz Boas9• A los patrocinadores del museo les gustaba una ciencia que almacenase los datos de forma segura; les agradaba la popularidad pública de las nuevas exposiciones. Muchas per­ sonas entre los blancos , protestantes de clase media y alta en

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Kennedy, 1 4 1 ff. Osborn desembolsó cantidades considerables para el Depar­ tamento de Antropología, a pesar de su opinión de que la antropología era, en gran medida, una sucesión de "chismes sobre los nativos". Estaba más interesa­ do en favorecer los esqueletos de dinosaurios y mamíferos, y es el responsable de la construcción de una de las colecciones de paleontología más destacadas del mundo. H . F. Osborn, Fifty-two Years ofResearch, Observation, and Publication (Nueva York: AMNH, 1 930) .

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los Estados Unidos , fueron comprometidos con la naturaleza, la acampada y la vida al aire libre; Teddy Roosevelt encarnaba sus políticas y su ethos. El padre de Theodore Roosevelt fue uno de los socios fundadores del museo en 1 868. Su hij o , Kermit, fu e uno d e los miembros del consej o d e administra­ ción durante la construcción del Salón Africano. El resto de nombres en esa cohorte de administradores eran J . P. Morgan, William K. Vanderbilt, Henry W. Sage, H . F. Osborn, Da­ niel Pomeroy, E. Roland Harriman , Childs Frick, John D. Rockefeller 1 1 1 y Madison Grant. Éstos son los líderes de los movimientos en favor de la eugenesia, la conservación y la gestión racional de la sociedad capitalista. Son los patronos de la ciencia. El primer Gran Salón de dioramas fue el Salón de Aves de Norteamérica de Frank Chapman, inaugurado en 1 903 [Fig. 25] . A Akeley lo contrataron para mejorar la capacidad del museo para preparar las fascinantes presas africanas, espe­ cialmente los elefantes; y concibió la idea del Salón Africano en su primer viaje de recolección para el Museo Americano. Osborn esperaba tener -y logró- un Salón Norteamericano y un Salón de Mamíferos Asiáticos después del Africano. En la década de 1 920, los miembros del consejo de administración más jóvenes formaron el A.frican Big Game Club, en el que in­ vitaron a los caballeros ricos a unirse para aportar especímenes y dinero para Salón Africano. Los años veinte fueron próspe­ ros para estos hombres y aportaron con generosidad. Durante esos años se organizaron de treinta a cuarenta expediciones, destinadas a obtener los datos desconocidos de la naturaleza. En esa década hubo más de un centenar de expediciones sobre el terreno organizadas para el Museo Americano 1 0• 1 0 Kennedy, 1 92.

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Fig. 25

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D i oram a del S alón de Aves de Norteam érica de Frank Ch apm an.

Se produj o también una importante expansión de las activi­ dades educativas del museo. En Nueva York, más de un millón de niños al año observaban los "gabinetes de la naturaleza" reu­ nidos por el museo. Programas radiofónicos, artículos de revistas y libros cubrían las actividades populares del m useo que aparen­

taban ser, en muchos casos, ciencia para el pueblo, como la de la National Geographic, que enseñaba a los republicanos estadouni­ denses sus responsabilidades en el imperio tras

1 898. De forma

significativa, tanto Natural History, la publicación del museo, como National Geographic, estaban basadas en gran medida en las fotografías 1 1 • Hubo un gran programa de construcción desde

1 909 a 1 929; y el informe anual del museo de 1 92 1 mencionaba

1 1 Philip Pauly, American Quarterly, 1 982.

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una estimación de su director según la cual 2.452.662 (¡¿ningún significativo espacio decimal?!) personas habían tenido contacto con el museo y su programa de extensión educativa, incluyendo los gabinetes naturales y las exhibiciones de alimentos que circu­ laban a través del departamento de salud pública de la ciudad. Osborn resumió en la siguiente afirmación las entrañables esperanzas que los educadores como él tenían de que los niños que pasaban por las salas del museo lleguen a ser "más respe­ tuosos, más honrados, más interesados en las simples y natu­ rales leyes de su ser y mejores ciudadanos del futuro con cada visita". Sostuvo también que el libro de la naturaleza, escrito sólo en hechos, era una prueba contra el fracaso de otros libros: "Las anarquías francesas y rusas se basaron en los libros y en la oratoria desafiando todas las leyes de la naturaleza" 12• Osborn fue más allá de las esperanzas piadosas y construyó un Salón de la Edad del Hombre que explicitara las lecciones morales de la jerarquía racial y del progreso, no sea que se pierdan al contem­ plar los elefantes 13• Replicó a los que criticaban los salones y la labor educativa por resultar demasiado costosa, requiriendo de­ masiado tiempo que sería mejor emplear en la propia ciencia. Las exposiciones de estos salones han sido solamente criticadas por aque­ llos que hablan sin conocimiento. Todos ellos tienden a demostrar el len­ to ascenso y la lucha del hombre desde las etapas inferiores a las más su­ periores, física, moral, intelectual y espiritualmente. Examinándolo con respeto y cuidadosamente, ponen al hombre en ascenso hacia un futuro mejor y más elevado, y lejos de la etapa puramente animal de la vida14•

Éste es el Evangelio de la Riqueza, respetuosamente revisado.

12 Osborn , "The American Museum and Citizenship" , 53° informe anual, 1 922, p. 2. Archivos del AMNH. 13 Osborn, 1he Hall o fthe Age o fMan, serie de guías y folletos del AMNH , nº 52. 1 4 Osborn, "Citizenship", 54° informe anual, p.2 .

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P R O F I LAX I S Dentro de este periodo hay dos proyectos más del Museo Americano que requieren un comentario: la eugenesia y la con­ servación. Estaban estrechamente vinculadas con la filosofía y con el personal del museo , y se entrelazaron estrechamente también con la exposición y la investigación . Por ejemplo , el célebre autor de The Passing ofthe Great Race [La desaparición de la gran raza] , Madision Grant, era un exitoso abogado de empresas , miembro del consej o de administración del Museo Americano, uno de los organizadores del patrocinio del Salón Norteamericano, ca-fundador de Save the Redwoods Leagu.e en California, activista en la constitución del Monte McKinley y las tierras adyacentes como parque nacional , y poderoso secre­ tario de la Sociedad Zoológica de Nueva York. Su preservación de la naturaleza y del plasma germinal parecían el mismo tipo de trabajo. Grant no era un charlatán o un extremista. Repre­ sentaba a un sector progresista de opinión, uno aterrorizado por las consecuencias del capitalismo monopolista no regula­ do que incluía la falta de control sobre la importación de las clases trabajadoras no blancas (entre las que se incluían las j u­ días y las procedentes de Europa del sur) , que invariablemente contaban con mujeres más prolíficas que "el linaje de la viej a América" . Ya he hablado del papel del museo en la fundación del Parque Nacional Albert en el Congo Belga. Hombres po­ derosos de la comunidad científica americana participaron en esa importante empresa para la cooperación científica interna­ cional : John C. Merriam del Instituto Carnegie de Washington, George Vincent de la Fundación Rockefeller y Osborn del Museo Americano. El primer usuario relevante del santuario sería enviado por el fundador de la primatología en América, Robert Yerkes, para el estudio de la psicobiología de los gorilas

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salvajes. Yerkes era un líder de los movimientos en favor de la higiene social, la categoría en la que la eugenesia y la conserva­ ción también encaj an. Todo ello estaba al servicio de la ciencia. El 1 1 Congreso Internacional de Eugenesia tuvo lugar en el Museo Americano de Historia Natural en 1 92 1 [Fig. 26) , mientras Akeley se encontraba en el terreno capturando go­ rilas e iniciando los planes para el Parque Albert. Osborn, un eugenista apasionado, creía que ésta era "tal vez, la reunión científica más importante celebrada en el Museo" . Todas las principales universidades de los Estados Unidos y las i nstitu­ ciones estatales enviaron representantes y había varios dele-

EUc,mcs DRllWS ITS 11 ATERllll.6 fRO M MROV SOURC6S Rl>D ORCRl>IZ6S Th6M ll>TO A l> hRRl10nlOUS linTITV. F i g . 26

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E s t e á rb o l e u g e n é s i c o f u e e n t re g a d o c o m o c e rt i f i c a d o a l o s

c o n f e re n c i a n t e s q u e p a rt i c i p a ro n e n e l 1 1 C o n g re s o I n t e r n a c i o n a l d e E u ­ g e n e s i a q u e t u vo l u g a r e n e l M u s e o A m e r i c a n o d e H i st o r i a N a t u ra l d e N u eva Y o r k e n 1 9 2 1 .

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gados extranj eros eminentes. Las actas fueron recopiladas en un volumen sencillamen te titulado Eugenesia en la familia, la raza y el Estado. Osborn disfrutó especialmente del congreso. "La sección de la exposición orientada a la inmigración fue enviada a Washington por la Comisión de Inmigración del congreso, cuyos miembros realizaron varias visitas al Museo para estudiar la exposición. En un principio, la prensa trató a la ligera la labor del congreso . . . pero , a medida que se sucedieron los sólidos y patrióticos discursos y artículos so­ bre la herencia, la Familia, la Raza y el Estado , la influencia del congreso creció y encontró su lugar en noticias y colum­ nas editoriales de toda la prensa de los Estados Unidos" . En 1 923 el Congreso de los Estados Unidos aprobó una serie de leyes para restringir la inmigración y proteger a la Raza -la única raza que precisaba de mayúsculas- de la "sumersión por el influj o de otras razas" 1 5 • La década de los años treinta fu e u n paréntesis para el Museo. No solamente la Depresión conduj o a una reduc­ ción de las contribuciones, sino que también las ideologías y políticas básicas cambiaron, haciendo de los fundamentos discutidos en este ensayo menos relevantes para las clases do­ minantes americanas, aunque el museo siguió siendo muy popular entre la gente de Nueva York más allá de la década de 1 930 y las leyes eugenésicas de esterilización se mantu­ vieron en los libros hasta finales del siglo XX. Los cambios no fueron bruscos; pero incluso las doctrinas raciales, tan abiertamente defendidas por el Museo , fueron criticadas pú­ blicamente en la década de 1 940, aunque no hasta entonces. 1 5 Osborn, 53° informe anual, 1 92 1 , p p. 3 1 -32. Ethel Tobach, del AMNH, me ayudó a interpretar y localizar materiales sobre los mecanismos sociales, la eu­ genesia, el racismo y el sexismo en el Museo. Las reuniones iniciales para la organización de la Galton Society se celebraron en la casa de Osborn.

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La conservación prosiguió con diferentes políticas y j ustifi­ caciones espirituales. Una biología distinta estaba naciendo, una vez más en manos de la Fundación Rockefeller y de una matriz social diferente. La cuestión principal sería la biología molecular y otras formas de biología ciborg post-organicista. La amenaza de la decadencia dio paso a las catástrofes de la ob­ solescencia del hombre (y de toda naturaleza orgánica) y a la enfermedad del estrés, realidades vigorosamente proclamadas tras la Segunda Guerra Mundial. Emergerían diferentes for­ mas de patriarcado capitalista y de racismo encarnadas, como siempre, en una naturaleza reestructurada. La decadencia es una enfermedad de los organismos; la obsolescencia y el estrés son condiciones de los sistemas tecnológicos. La higiene daría paso a la ingeniería de sistemas como base de las prácticas na­ rrativas médicas, religiosas, políticas y científicas. Para resumir los temas del patriarcado del osito Teddy, com­ paremos las tres actividades públicas del Museo, dedicadas todas ellas a la preservación de una virilidad amenazada. Se trataba de la exposición, la eugenesia y la conservación. La exposición ha sido descrita aquí con mayor extensión; fue una práctica destinada a producir permanencia, a detener la deca­ dencia. La eugenesia fue un movimiento dirigido a preservar el linaje hereditario, a asegurar la pureza racial previniendo el suicidio de la raza. La conservación era una política que bus­ caba preservar los recursos, no sólo para la industria, sino tam­ bién para la formación moral, para alcanzar la virilidad. Las tres actividades eran una prescripción para curar o prevenir la decadencia, la terrible enfermedad de la cultura imperialista, capitalista y blanca. Las tres actividades se consideraron for­ mas de educación y de ciencia; estaban también muy vincula­ das a la práctica religiosa y, desde luego , compartían atributos, así como un interés profesional, con la práctica médica. Estas

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tres actividades versaban acerca de la preservación, la pureza, el orden social, la salud y la trascendencia de la muerte, per­ sonal y colectiva. Trataron de garantizar la preservación sin fijación ni parálisis frente a los extraordinarios cambios en las relaciones de género, raza y clase. Los líderes del Museo Americano de Historia Natural in­ sistirían en que ellos estaban tratando de conocer y salvar la naturaleza, la realidad. Y la realidad era sólo una. La ontología explícita era el holismo, el organicismo. De igual modo, desde 1 890 hasta 1 930 hubo una estética apropiada para la exhibi­ ción, la conservación y la eugenesia: el realismo. Pero en la década de 1 920 los surrealistas ya sabían que tras el día yace la noche del terror sexual, la separación del cuerpo, el fracaso del orden; en definitiva, la castración y la impotencia del cuerpo seminal que durante siglos había expresado todas las palabras importantes, el gran padre blanco, el cazador blanco en el co­ razón de África1 6 • Y la más profunda evidencia de lo apropia­ do de su j uicio presentada en este ensayo ha sido una lectura literal de las prácticas y artefactos realistas y organicistas del Museo Americano de Historia Natural. Su práctica y la mía han sido literales, rotundamente literales.

1 6 Joseph Conrad, especialmente Heart o/Darkness, es crucial para este aspecto de mi historia, sobre todo para explorar las complej idades del lenguaje y el deseo. Véase también Fredric Jameson, "Romance and Reilicacion : Plot Construction and Ideological Closure in Joseph Conrad", en lhe Political Unconscious (Ithaca: Cornell UP, 1 98 1 ) .

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