El camino de la contemplación [Primera edición] 9500915766, 9786078293056

Con profunda sencillez, esta obra nos habla de la oración contemplativa, aclara dudas, contesta preguntas y acompaña al

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Spanish; Castlian Pages 88 [46] Year 2016

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Table of contents :
Indice

Prólogo................................................................................... 7

Introducción........................................................................... 9

1. El camino previo a la contemplación.............................. 13

2. Nuestro verdadero hogar................................................... 17

3. ¿Qué es la contemplación?................................................ 19

4. Un informe..........................................................................25

5. Cinco minutos de filosofía...............................................33

6. Los dos grados de la pobreza........................................... 37

7. La cámara y el balcón....................................................... 43

8. La inmediatez..................................................................... 47

9. Mirar hacia adentro............................................................ 51

10. El silencio.......................................................................... 57

11. La bendición centuplicada.............................................. 61

12. Una mirada fugaz a la mística........................................ 67

13. Un ejemplo........................................................................ 75

14. Una florecida................................................................... 79

15. Comencemos.....................................................................83

Noticia................................................................................... 87
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El camino de la contemplación [Primera edición]
 9500915766, 9786078293056

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Francisco Jalir>. S.l

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Con profunda sencillez, esta obra nos habla de la oración contemplativa, aclara dudas, contesta preguntas y acompaña al lector a interrogarse acerca de sus v i vencías en este ámbito. Con la sabiduría de un maestro de la vida espiritual, el padre Francisco, hijo de san Ignacio de I.oyola. \ de casi SO años, nos comparte el testimonio luminoso de su vida contémplalo a entregada al servicio de los hermanos, tal como nos enseño Jesucristo.

Francisco Jalics. S.l

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camino de la contemplación

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EL CAMINO DE LA CONTEMPLACIÓN

Francisco Jalics, SJ

EL CAMINO DE LA CONTEMPLACIÓN

IB Buena 13 Prensa Título: El camino de la contemplación Autor: Francisco Jalics, S J

©Asociación Hijas de San Pablo (Paulinas) Nazca 4249. 1030, Buenos Aires, Argentina ISBN: 950-09-1576-6

Indice Prólogo................................................................................... 7 Introducción........................................................................... 9 1. El camino previo a la contemplación.............................. 13

© 2016, Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C. México www.buenaprensa.com

2. Nuestro verdadero hogar................................................... 17

ISBN: 978-607-8293-05-6

4. Un informe..........................................................................25

Primera edición en Buena Prensa: enero de 2013 Segunda reimpresión: marzo de 2016

5. Cinco minutos de filosofía...............................................33

3. ¿Qué es la contemplación?................................................ 19

6. Los dos grados de la pobreza........................................... 37 7. La cámara y el balcón....................................................... 43 8. La inmediatez..................................................................... 47

Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente sin permiso de los titulares. Impreso en México, en Litográfica Bretaña, S.A. de C.V.

9. Mirar hacia adentro............................................................ 51

10. El silencio.......................................................................... 57

11. La bendición centuplicada.............................................. 61

12. Una mirada fugaz a la mística........................................ 67

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13. Un ejemplo........................................................................ 75

14. Una florecida................................................................... 79 15. Comencemos.....................................................................83 Noticia................................................................................... 87

Prologo en este libro el sacerdote jesuíta francisco Jalies nos en­ trega otro precioso eslabón del itinerario que forman sus cinco libros anteriores y que ofrecen un camino espiritual para el varón y la mujer de nuestro tiempo. El primero de ellos, El encuentro con Dios, nos orienta acerca de la relación con Dios y cómo ella se mani­ fiesta en el encuentro con uno mismo y con los hermanos; el segundo, Cambios en la fe, profundiza en las etapas del desarrollo espiritual; el tercero, Aprendiendo a orar, nos introduce en los cuatro grados de oración; y la cuarta obra, Aprendiendo a compartir la fe, es una guía práctica para ejercitarse en el arte de la escucha. Estos cuatro libros fueron escritos mientras el autor vi­ vía en Argentina. Su quinta publicación, Ejercicios de con­ templación, es fruto de su fecunda experiencia como maestro de ejercicios espirituales a lo largo de 30 años. Es un libro verdaderamente inspirado por su profundidad y su efectividad en iniciar a quienes lo leen en el camino de la contemplación. La obra que hoy nos entrega es una joya. Con pro­ funda sencillez nos habla de la oración contemplativa, aclara dudas, contesta preguntas y acompaña al lector a interrogarse acerca de sus vivencias en este ámbito. 7

Francisco Jalics, SJ

Con la sabiduría de un maestro de la vida espiritual, el padre Francisco, hijo de san Ignacio de Loyola, y de casi 80 años, nos comparte el testimonio luminoso de su vida contemplativa entregada al servicio de los hermanos, tal como nos enseñó Jesucristo. Inés Ordoñez de Lanús

Introducción En la vida de las personas hay momentos contemplati­ vos. En ellos se vislumbra súbitamente algo que el ser hu­ mano siempre había esperado encontrar. Le hacen entrever que la vida puede ofrecer más de lo que se experimenta en la monótona vida cotidiana. Nos sorprenden y nos dejan como resabio un anhelo de profundizar en los misterios de la vida, pues nos dan un indicio, un presentimiento de lo que es nuestro verdadero hogar. Puede darse el caso de que en una pradera o en las montañas alguien haga la experiencia de la vastedad que no puede medirse en kilómetros. Es el descubrimiento de algo que siempre estuvo allí, pero no había sido percibido con anterioridad. Por la mañana, al pescar, cuando el lago aún está muy quieto y el pez no ha mordido el anzuelo, invade al observador un instante de viva calma. Es po­ sible, incluso, que no haya ido al lago para pescar, sino para experimentar esta calma. Una mujer joven, a la que introduje en la oración contemplativa, exclamó de pron­ to: “Ah, sí, esto ya lo conozco”. Me contó que de niña había tenido una hamaca en el jardín de su casa, cuando la invadía la tristeza o sentía una súbita alegría, salía y se sentaba en silencio en la hamaca. Allí permanecía un rato 8

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sin hacer nada, sintiendo una intensa quietud que disolvía su tristeza o volvía más plena su dicha. Cuando la introduje en la oración contemplativa, revivió este recogimiento. También el asombro de los niños tiene algo de con­ templativo. Algunas personas pueden volverse contempla­ tivas, al menos en cierta medida, como consecuencia de una enfermedad o padecimiento grave, experimentan que la vida tiene una dimensión que no puede ser afectada por el dolor ni la debilidad. A su vez, otras entran en contacto con este plano de la vida a través de un repentino encuen­ tro con la muerte. Algunas personas experimentan algo se­ mejante en el servicio humilde y aparentemente inútil a los pobres y disminuidos, afirman que recibieron “más” de estas personas de lo que ellas les dieron. Este “más” entra en el terreno de la contemplación. Hay muchas personas que, por medio de la maduración lenta y constante en la esfera cotidiana, sienten crecer en su interior una serenidad y una seguridad que les ayuda a superar las crisis. En todas ellas se va desarrollando un sustrato contemplativo. Con frecuencia se puede detectar en sus ojos o en su irradiación que ya se encuentran en el camino de la contemplación. Bien es cierto que las circunstancias mencionadas no ponen a la persona en el estado contemplativo que es tema de nuestro libro, pero la llevan en esta dirección y le per­ miten vislumbrar lo que es; sin ellas, no se interesaría por el camino de la contemplación ni creería en él. En el presente libro, me propongo exponer de mane­ ra sencilla pero precisa cuál es el sentido del camino con­ templativo. En los primeros capítulos, trato de dilucidar tres conceptos: la fe (1), la Vida eterna (2) y la contempla­ ción (3). A continuación, doy una impresión concreta del camino de la contemplación (4). Examino sus relaciones con la filosofía (5), las Sagradas Escrituras (6, 7) y la 10

Introducción

mística (12). Exploro las líneas de desarrollo de la oración contemplativa (8 a 10), sus efectos en la vida activa (11) y su actualidad (14). Para finalizar, un ejemplo nos mostra­ rá cómo es, concretamente, la oración contemplativa (13) y cómo puede traducirse a la práctica (15). Con las preguntas que planteo al término de cada ca­ pítulo me propongo lograr que el lector capte el conteni­ do no sólo con el intelecto, sino que lo relacione con sus experiencias personales.

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1. El camino previo a la contemplación Por lo general, tenemos ya recorrido un largo camino de fe antes de encaminamos por el sendero de la contempla­ ción. No debemos confundir el camino de la fe con el de la contemplación. Fe es certeza de lo que no se ve ni se ha experimentado (Heb 11, 1'). La contemplación, por el con­ trario, no es una certeza de la existencia de Dios, sino una incipiente visión de Dios. Creer en Dios significa estar seguro de que existe sin haberlo visto. La certeza de la fe no se apoya en una visión directa de Dios. En cambio, se basa en tres viven­ cias importantes. El primer fundamento de la fe religiosa es la viven­ cia de vida. Todo ser humano lleva en sí un atisbo de la trascendencia, un anhelo de Dios y un presentimiento de que hay vida después de la muerte. Si la persona encuentra un expreso mensaje de Dios en su camino, este vislumbre vibrará en su interior. La fe viene a ser una especie de re­ sonancia en respuesta al mensaje. Cuanto más importante e intensa es la experiencia vital, tanto más fácil será que el 1 “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Heb 11, 1). Las citas bíblicas están tomadas de los Leccionarios de la CEM, Buena Prensa, México.

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ser humano halle su camino hacia Dios. También es posible que tome conciencia de que ya tenía un atisbo de Dios con anterioridad, pero en su diario trajinar no le había prestado suficiente atención. No hay fe posible sin una experiencia de vida. Es un factor determinante en el despertar de la fe en Dios. En algún momento de su vida, el ser humano se en­ cuentra con el mensaje de la Revelación. Le llega a través de un ambiente eclesiástico o religioso: determinadas per­ sonas -sean educadores, profetas o maestros- que predi­ can el Evangelio; por vía de las Sagradas Escrituras, que contienen una larga tradición de sabiduría concerniente a la vida eterna; o bien por intermedio de una comunidad que vive acorde con esta sabiduría. Lo mismo sucede en todas las religiones y es la segunda vivencia determinante que lleva a la fe. Esta vivencia consiste en que los tres maestros, Escrituras y comunidad- se viven como algo tan auténtico y verosímil que es posible fundar la fe en ellos. A estas dos vivencias se agrega la tercera, acaso la más importante: la gracia de la fe. Dios concede al ser hu­ mano la confirmación interior de que va por buen camino en su fe y que la vida después de la muerte efectivamente existe. Esta certeza se hace necesaria, dado que la fe exige que la persona defina su vida desde Dios y la guíe con­ forme a esto. Dios incluso lleva al creyente por diversas alternativas de consolación y desolación, para que aprenda a reconocer cuáles son las decisiones correctas para él (EE 313 ss.*12).También éstas forman parte de la vivencia de la fe. La fe en Dios es la certeza de que nuestro origen está en Dios, de que en nuestra vida terrenal estamos en él y de que después de esta existencia seremos acogidos para

El camino previo a la contemplación

siempre en el amor universal y la bienaventuranza eterna. Por lo tanto, la fe no es la vivencia de la visión de Dios. Nos da la certeza de que la visión de Dios nos será con­ cedida. El tema de este libro requiere que en el próximo capítulo examinemos en detalle la vida prometida en Dios después de la muerte.

Estimada lectora, estimado lector: como señalé en la introducción, planteo a continuación algunas pre­ guntas. Tómese el tiempo necesario para responder­ las. Mi propósito es que le ayuden a acercarse al camino de la contemplación a partir de sus propias vivencias. Con referencia a este capítulo, las pregun­ tas son dos:

1. ¿Cuáles son las vivencias de importancia en que se basa su fe?

2. ¿Cuáles son particularmente importantes para usted?

2 Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales. La abreviatura en el texto es EE, seguido por el número marginal.

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2. Nuestro verdadero hogar Con certeza, presentimos en nuestro interior que este mun­ do y la vida que estamos viviendo ahora no son la última palabra. Tenemos dentro de nosotros una añoranza que, a modo de brújula, nos indica que nuestro tránsito por la vida, con su sufrimiento y con la muerte, no es más que un camino de retomo a Dios. En lo más profundo de nuestra alma sentimos que somos espíritu y que no somos más que peregrinos en este universo limitado en el espacio y en el tiempo. Algo dentro de nosotros nos dice que Dios mismo es nuestro hogar. Nos asegura que Dios, que nos ha puesto en este mundo, nos espera como el padre espera al hijo pró­ digo (cfr. Le 15,11-32). Todas las religiones anuncian esta buena nueva. La llaman trascendencia, cielo, más allá, Reino de Dios, Reino celestial o Vida eterna. Allí tendremos la vivencia de lo que es la bienaventuranza auténtica, sin dolor ni sufrimiento. Nuestra fe cristiana nos promete algo aún más gran­ de. Nos dice que veremos a Dios, que lo veremos tal cual es (Mt 5, 8; 1 Jn 3, 2); que Dios es amor, que seremos aco­ gidos en este amor y seremos uno con Dios (Jn 17, 11.21). Estas son aseveraciones increíbles. Dios es un miste­ rio y no podemos hablar de él más que con gran reverencia. 17

Francisco Jalics, SJ

Cualquiera sea nuestra creencia acerca de Dios, debemos tener en claro que nuestro entendimiento no nos permite saber a ciencia cierta cómo es. No nos es posible captarlo en su totalidad con nuestro pensamiento. Únicamente el amor y la adoración plena de recogimiento pueden llegar hasta él. La revelación nos promete algo inconcebible. Si Dios desea guiamos a lo que nos ha prometido luego de nuestro camino de fe en esta tierra y después de la muerte, su gracia debe lograr transformaciones aún mayores en nosotros. En la fe logramos la certeza acerca de lo que no podemos com­ prender ni vivenciar. Dios mismo deberá acercarse y con­ cedemos lo que nos ha prometido. En esta vida, la certeza de la fe permanece en el estadio de la esperanza, la fe y la confianza. No obstante, en ciertas ocasiones Dios comienza a conferir a unas pocas personas esta visión de sí en el trans­ curso de esta vida. Lo hace con gran discreción, en reserva y en el centro recóndito del alma humana. Llamamos a esto la gracia de la contemplación. En el próximo capítulo la exa­ minaremos con mayor detenimiento.

Estimada lectora, estimado lector:

1. ¿Es Dios, para usted, pese a su proximidad, un misterio inasible, que despierta amor y devo­ ción reverenciales?

2. Cuando se entera de que ha muerto un ser amado, ¿sólo piensa en el duelo y el sepulcro o también en la luz y en la vida que nos aguarda?

3. ¿Qué es la contemplación? 1. La palabra contemplación “significa la visión intuitiva de las verdades más elevadas; en un sentido religioso: de Dios3”. En la literatura especializada, un sinónimo de contemplación es mística (en alemán contamos, ade­ más, con el término Beschauung4, que significa la visión de Dios; schauen = ver, contemplar [N. del T.]). 2. La contemplación -visión de Dios- es gracia5 pura, dado que el ser humano no puede contemplarlo valiéndo­ se sólo de su propio esfuerzo. Este don de Dios es dife­ rente de la gracia de la fe, por intensa que ella sea. Esto es así porque la gracia de la fe otorga la certeza acerca de la existencia de Dios, pero no nos proporciona una visión de él. Nos referimos a esto en el primer capítulo. La fe no cesa con la primera gracia de la contemplación, pero un elemento sustancialmente distinto -la visión de Dios- hace que la persona acceda a un nuevo estado. De la misma manera en que no se debe confundir la gracia 5 Contemplación, en Lexikon fiir Theologie uncí Kirche (LThK) (Enciclopedia de Teología e Iglesia), 1997, p. 326. Véase también el importante articulo: Conleinplalion, en Dictionnaire de Spiritualité (OS), 1643-2193. ' Konteniplation, en LThK [2], 1961, p. 506.

' En la tradición de la Iglesia esto se denomina contemplatio infusa.

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de la contemplación con la fe, sería un error confundirla con la gracia de la consolación. La consolación es una moción o estado del alma que implica un crecimiento en la certeza de la fe (EE 316, 4), pero no es la visión de Dios. Esta diferencia también se manifiesta en el hecho de que es posible vivir la gracia de la contemplación con o sin consolación. También la devoción es una gracia de importancia en el camino hacia Dios6, pero no es la visión de Dios, sino un sentimiento religioso o una virtud. De igual manera, no debe identificarse la gracia de la con­ templación con la visión de objetos religiosos, como imá­ genes o iconos, ni tampoco con la visión de pensamientos o hechos religiosos. La gracia de la contemplación es una visión de Dios mismo, aunque en ocasiones como si fuese a través de un velo, tampoco puede identificarse con la visión absoluta de Dios en la Vida eterna7. Así pues, la gracia de la contemplación pone a la persona en un estado intermedio entre la fe y la Vida eter­ na. La lleva más allá de la fe, dado que no sólo le ofrece una certeza, sino una verdadera visión de Dios. No obs­ tante, no le proporciona aún la visión absoluta de Dios, propia de la Vida eterna: “Ahora vemos como en un es­ pejo y oscuramente, pero después será cara a cara. Ahora sólo conozco de una manera imperfecta, pero entonces conoceré a Dios como él me conoce a mí” (1 Cor 13, 12). 3. La gracia de la contemplación tiene un efecto inmedia­ to: despierta un irresistible fervor por acercarse más y más a la visión de Dios. Aquel a quien Dios ha permitido tener un atisbo de su esencia, por incipiente y fugaz que sea, queda tan fascinado por él que, de allí en adelante, no desea " La devoción es entrega, es amor vivo, una virtud de la religión. Véase Devotion, en DS, pp. 702-718. ’ Visto beatifica, en LTltK, [3], 1999. 8)0.

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¿.Qué es la contemplación?

nada más que verlo. Ansia dirigir la mirada directamente a Dios mismo y permanecer junto a Dios. “¿Cuándo será posible ver de nuevo su templo?”, reza el salmista (Sal 42, 3). El Antiguo Testamento dedica un libro entero a este an­ helo: el Cantar de los Cantares. Este fervor también cons­ tituye el indicio que nos permite reconocer con mayor se­ guridad a las personas que están maduras para emprender el camino de la contemplación. Por cierto, los que no han experimentado esta gracia y no sienten tal anhelo con fre­ cuencia no comprenden este fervor interior de la persona contemplativa. Es fácil que piensen que las personas que buscan el camino de la contemplación quedan fijadas en “métodos de oración” vacíos. Otros podrán pensar que se vuelven ajenas al mundo, pese a que -a excepción de unos pocos ermitaños- demuestran un compromiso muy activo con el prójimo.

4. La oración contemplativa es una respuesta a la gracia contemplativa, así como la fe es una respuesta al anuncio de la Buena Nueva, y así como el abrirse de una flor es la respuesta al sol y a la lluvia. La gracia de la contempla­ ción despierta un ferviente deseo de acceder a la visión de Dios y requiere una respuesta. Ésta consiste en que la per­ sona se centra de manera cada vez más directa en la visión inmediata de Jesucristo o de Dios Padre. En la oración, esta respuesta es la oración contemplativa. Es un intento por reorientar hacia la visión de Dios todas las actividades del pensamiento y todo lo que ocupa nuestra mente con proyectos, sentimientos e imágenes religiosas. En el cris­ tianismo, la forma más conocida y practicada de la oración contemplativa es la oración a Jesús. En el mismo sentido, me refiero a los ejercicios de con­ templación. Ni la oración ni los ejercicios presuponen nece­ sariamente la presencia de la gracia de la contemplación. 21

¿Qué es la contemplación?

Francisco Jalics, SJ

La oración y los ejercicios sólo tienen por objetivo orien­ tarse, prepararse -“disponerse” (EE 1, 3)- para esta gracia, sin importar que Dios confiera o no la gracia infusa. Na­ turalmente, Dios también puede obrar sin esta actitud de disponibilidad. Pero la disposición es lo único que puede hacer la persona para allanar el camino a la gracia de la contemplación. Volveremos a referimos a esto más adelante. La pasión por contemplar a Dios mismo no permane­ ce oculta en el interior del ser humano. Junto con su vida de oración, penetra y transforma su relación con el mundo exterior. Más adelante nos ocuparemos en detalle de am­ bas transformaciones.

Estimada lectora, estimado lector: 1. ¿Hay en su oración determinados momentos en que usted habla con Dios acerca de su vida para suplicarle, prometerle algo, para arrepentirse o hacer proyectos en su presencia y, por otro lado, momentos en que usted está fascinado por Dios, en que sólo desea permanecer junto a él sin decir, pensar ni suplicar nada? 2. Si es así, ¿toma usted conciencia de la diferencia entre ambos momentos?

5. Deseo hacer otra observación referente a la terminología. En sentido cristiano, meditación es una forma de oración en la que nos aproximamos a Dios, le hablamos, le supli­ camos, lo adoramos y nos proponemos cosas para el futu­ ro con ayuda de textos, imágenes y pensamientos8. Pero la palabra meditación9 fue utilizada en el siglo pasado por ciertos movimientos del Lejano Oriente en el sentido de “contemplación”. Esto da lugar a ocasionales malentendi­ dos. No me detendré en ellos. A la inversa, san Ignacio de­ nomina contemplación a las diversas meditaciones acerca de la vida de Jesús, pero su descripción denota a las claras que no alude a la “contemplación” en el sentido que noso­ tros le damos, sino a la meditación10.

8 Esta forma de oración se denomina en alemán Betrachtung. ’ Meditation, en LThK [2] 1962, p. 234.

'“Por ende, las traducciones alemanas utilizan, al respecto, el término Betrachtungen. Tra­ ducciones al alemán: Ferdinand Weinhandl, Munich, 1921; Alfred Feder, Ratisbona, 1924; Orto Karrer, Padrebom, 1926; Hans Urs von Balthasar, Einsiedeln, 1954; Adolf Haas, Friburgo, 1966; asimismo las ediciones de Peter Knauer.

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4. Un informe En capítulos anteriores procuré definir los conceptos esen­ ciales que precisan el camino de la contemplación. A con­ tinuación, ofrezco un informe concreto que -si bien tiene forma de testimonio personal- fue ideado para describir este camino de la manera más explícita posible. Por un lado, deseo transmitir una impresión concreta de la expe­ riencia de la contemplación y por otro, situarla en el con­ texto de la vida cristiana.

1. Siempre fui cristiano, aunque mi vida no transcurrió como la Iglesia la concibe. Me sentía en casa en este mun­ do. No prestaba mayor atención a los Diez Mandamientos ni veía otro sentido a la vida que no fuese el de disfrutarla. No sabía ni me interesaba inquirir en lo que hay después de la muerte. Las pocas veces en que oraba, lo hacía en pro de mis intereses personales. Mucho más tarde supe que, en este estadio de mi desarrollo, san Ignacio segura­ mente me habría dado la “primera semana” de ejercicios11. 2. Con el correr del tiempo, experimenté una conversión. Descubrí a Jesucristo o, mejor dicho, Jesús entró en mi vida. " Volveremos sobre este asunto en el capítulo 13.

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Su vida se volvió mi hogar. En lugar de poner el sentido de mi vida en el mundo material lo encontré en Jesucristo. En mis oraciones profundizaba en la vida de Jesús, que se había convertido en mi Maestro y Señor y cuyos pasos seguía. En la meditación acerca de su vida fui tomando conciencia de mis problemas e inclinaciones más profun­ das y pude desarrollar suficiente valor para desprenderme de ellos. Mirando a Jesús y a su vida ejemplar reconocí mis tareas en este mundo. Sólo vivía para él y trataba de encontrarlo en todas las circunstancias de mi vida. Renun­ cié al mundo. El mundo adquirió un nuevo sentido para mí. Jesucristo me convocó para que contribuyera a cam­ biar este mundo, transformándolo en el Reino de Cristo y de su Cuerpo místico. Comprometí, por ende, todas mis facultades y mi ser entero en la santificación de este mun­ do por amor a Cristo. Quería librarme de lo que me ataba al mundo, vivir en la pobreza para Cristo y hacer realidad su Reino en la tierra. Había puesto mis oraciones, mi bús­ queda, mis decisiones y mi trabajo al servicio de Jesucris­ to. Sabía que contando sólo con mis propias fuerzas no po­ dría lograrlo, pero me esforzaba por hacerlo realidad con su ayuda y en el seno de la comunidad eclesiástica. Años más tarde tomé conciencia de que san Ignacio alcanza esta entrega y disponibilidad para el servicio en las meditacio­ nes sobre la vida de Jesús. En sus Ejercicios, este tramo se extiende desde la “segunda” y “tercera semana”, hasta la ascensión de nuestro Señor en la “cuarta semana”.

3. Últimamente, por cierto, noto en mí un cambio sutil, que percibo como principio de un camino de contemplación. Al comienzo, esta nueva orientación se manifestó en mi vida de oración. Mi trabajo y mi servicio a Cristo en el mundo, empero, no se modificaron en el primer momento. Al me­ nos, no noté ningún cambio en tal sentido. 26

Un informe

En mi caso, el cambio comenzó con una gracia que despertó en mí un amor y anhelo fervoroso por mirar el rostro mismo de Dios. Sentía una fuerza incontenible que me atraía hacia adentro y no tenía más deseo que perma­ necer junto a Dios, junto al Cristo resucitado. Toda mi atención estaba centrada en contemplarlo, en permanecer en su presencia. La presencia serena y la repetición del nombre de Jesucristo colmaban mi vida de oración. No se trataba de un “método de oración”, como algunos pueden creer, sino de una necesidad interior. Quería que sólo él me iluminara y me traspasara por completo. No por ello descartaba las otras formas de oración, en particular el diálogo con Dios, pero la repetición del nombre se con­ virtió en centro y esencia de mis oraciones. Abría el texto del Evangelio, pero paulatinamen­ te mis meditaciones en torno a la vida de Jesús y los pensamientos que giraban alrededor de la manera en que podría cambiar mi vida se iban debilitando hasta que fi­ nalmente cesaron por completo. No podía reflexionar ni llevar adelante procesos de discernimiento. El detenerme en las imágenes me parecía una pérdida de tiempo en com­ paración con la visión directa de la presencia del Resuci­ tado. No deseaba ocuparme ya en ver cómo podía cambiar personalmente o qué podía hacer por Cristo. De tal modo pasé, sin proponérmelo, de la reflexión, el discernimiento y otras modalidades que caracterizaban mi oración, a la visión, la atención, la permanencia en la presencia de Dios y a un proceso de orientación hacia el nombre de Jesús. Esta oración silenciosa me confrontaba sin atenuantes con mis inclinaciones desordenadas. Me resultaba mucho más difícil evadirme de ellas que en mis reflexiones anteriores, pues la visión de la presencia de Cristo me hacía llegar al centro más visceral de mí mismo. 27

Francisco Jalics, SJ

“Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, dice san Agustín. Había oído muy a menudo este texto y otros análogos, pero comencé a hacer la experiencia vivencial de ellos cuando pude contemplar a Cristo durante horas sin palabras, sin pensamientos, sin imágenes, con toda mi atención despierta. Cuando comenté esto con mis amigos y aun con mi acompañante espiritual, se alarmaron y me advirtieron que corría peligro de enajenarme de la realidad. Pero sucedió todo lo contrario. La preocupación por cambiar el mundo ya no era ma­ teria de mis oraciones. Pude entender que, si tenía éxito, no era yo el que lo había logrado, sino que las cosas se hacían a través de mi persona. Esto me dio una increíble liber­ tad, dado que no me era preciso lograr nada por mí mismo. Llegué a saber así lo que es la gracia. El hecho de entender que no soy yo el que hace las cosas fue una profunda ex­ periencia para mí. Lo hace Dios por mi intermedio. Al to­ mar conciencia de esto, recordé el Sermón de la Montaña, cuando Jesús se refiere a los pájaros y las flores: “No se inquieten pues pensando... todas estas cosas se les darán por añadidura” (Mt 6, 25-33). Pensé en los profetas, que se fijaban como meta no tanto predicar a las personas, como decir aquello a lo que Dios los urgía. San Pablo dice: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14). El efecto que este desarrollo de mis oraciones tuvo sobre mi vida en el mundo es maravilloso. Cada vez que regreso a mis actividades después de haber pasado por este interludio de recogimiento soy un hombre nuevo. Me ha dado mucha claridad, fuerza y alegría. Desde este centro, el mundo exterior se vive de otra manera. Voy experimentando un flujo creciente de amor hacia todo ser humano. También me permite sobrellevar mejor las 28

Un informe

situaciones difíciles. Basta con que vuelva brevemente a mi centro para que el estrés y los sentimientos negativos se relativicen y dejen de ejercer influjo sobre mí. Pienso en san Ignacio, que dijo que no hubiera tardado más de un cuarto de hora en aceptar con serenidad la disolución de la tarea de toda su vida: la Compañía de Jesús. Es preci­ samente esto lo que estoy viviendo. La fuerza y claridad que busco en mi vida ya no provienen de mis reflexiones y decisiones, sino que manan por sí solas del centro más recóndito de mi ser. Antes de encausarme por el camino de la contempla­ ción, oí decir muchas veces que los tiempos de oración van en detrimento de las actividades. Nos hacen ineptos para la vida en el mundo. Mi experiencia es otra: ahora trabajo más que antes, porque me llega más fuerza desde adentro y vivo sin estrés. Comienzo a entender a Jesucristo, quien después de un día de coloquios, sanaciones y contactos con la multitud se retiraba de noche por varias horas a su inte­ rior para cobrar nueva fuerza en presencia del Padre. El efecto que lograban mis actividades se desplazó de la acción y organización a la irradiación. Antes me había es­ forzado por ir hacia las personas para anunciar a Cristo. Des­ de que experimenté este viraje hacia adentro percibo que las personas vienen a mí. Ellas, por su parte, perciben que yo me expreso con más fuerza. Esto también pude com­ probarlo en otros seres que viven desde su recogimiento. Actúan por medio de su irradiación. Recuerdo que de Je­ sucristo está escrito que irradiaba fuerza (Me 5, 30). Esta fuerza sanaba a la gente. También me vino a la memo­ ria Moisés, que descendió del Monte Sinaí con el rostro resplandeciente (Éx 34, 29-35) y a san Pablo, que decía que había predicado por medio del Espíritu y del poder de Dios (1 Cor 2, 4). Es cierto que ni lejanamente poseo 29

Un informe

Francisco Jalics, SJ

la irradiación que ellos tenían, pero siento que mi influjo sobre las personas se desplaza de mis propias acciones a la penetración de la fuerza de Dios en otros. Tomo mis decisiones de manera diferente y nueva. No necesito ya reflexionar largamente ni atravesar arduos procesos antes de tomar una decisión, sino que vuelvo una y otra vez a recogerme en mi interior. Desde mi centro y hasta el momento siempre he logrado claridad. Pienso en Jesús que, según el evangelio de san Juan, sólo contem­ plaba al Padre en su interior y esto le bastaba para saber lo que debía decir. También pensé en el “primer tiempo para hacer elección” de san Ignacio (EE 175), que confiere claridad sin intervención humana. Un buen ejemplo, que san Ignacio mismo menciona en el libro de Ejercicios, es la vocación del apóstol Mateo. Así, dejan de tener vigencia los propósitos en la ora­ ción y al final de los ejercicios. La garantía de progreso ya no reside tanto como antes en actos de la voluntad. Antes bien, depende de la intensidad y del tiempo que yo dedique a exponerme a la presencia de Dios. No pretendo cambiar el mundo como antes. Diríase que todo sucede por sí mis­ mo. Esto me da gran libertad. Si sigo necesitando fijarme algún propósito, será únicamente el de mantener el rumbo de la oración en recogimiento. No hay otra cosa que deba lograr. Si en el pasado quise cambiar el mundo para Cristo, ahora me limito a contemplar cómo Dios realiza todo a tra­ vés de mi persona, como si yo fuese un instrumento. Mi contacto con los demás se ha profundizado. He llegado a comprender que las personas sólo pueden pro­ fundizar el contacto con el prójimo en la medida en que entran en su propio interior. La visión de Dios me permite profundizar más en mí mismo y, por consiguiente, en mi contacto con los demás. La intuición con la que comprendo 30

a los demás se ha vuelto más sutil, gracias al recogimiento. Esto mejora la comunicación con los otros, puesto que me resulta más fácil ponerme en el lugar de ellos. En resumen, puedo afirmar que el camino de la con­ templación ha modificado mi relación con Dios y con el mundo. Con respecto a Dios, la relación de pensamiento y acción se ha transformado en visión de Dios: no en una visión total, pero al menos en la visión de su presencia. También ha cambiado mi relación con el mundo. Al volver la mirada a la presencia de Dios, el mundo ya no cumple la función de ser el camino hacia Dios. Ya no es, si puedo decirlo así, el camino hacia Dios, sino que el camino me lleva de Dios al mundo. Ya no pretendo que el mundo sea el lugar en el que deseo desempeñar mi servicio a Cristo. Estoy en el mundo y Dios lo transforma por mi intermedio. En otras palabras, no vivo en el mundo para llegar a Dios. Por el contrario, como vengo de Dios, irradio amor en el mundo. No soy más que una herramienta en sus manos. Él lo hace todo y yo me dejo utilizar. Es posible que ya supiera esto con anterioridad, pero ahora el conocimiento se ha transformado en vivencia.

Estimada lectora, estimado lector:

1. ¿Puede imaginarse que la simple permanencia con la mirada puesta en Jesucristo arroje una diáfana claridad sobre dudas y problemas, y proporcione una dinámica totalmente nueva a las actividades exteriores?

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5. Cinco minutos de filosofía El evangelio según san Juan nos relata un interesante diá­ logo entre Jesús y una samaritana. Jesús le pide que le dé agua de beber. Cuando la mujer ya está impresionada por la clarividencia de Jesús, le pregunta cuál es el lugar en que Dios debe ser adorado: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y us­ tedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre... Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto” (Jn 4, 20-23). La respuesta de Jesús es clara. La adoración al Padre no está sujeta a un lugar en particular. Debe desarrollarse en el ámbito del espíritu. El Padre es espíritu y debe ser adorado en el espíritu. ¿Qué quiere decir Jesús con esto, considerando que estamos atados a un cuerpo y, por ende, a un espacio? ¿En algún lugar somos puro espíritu? ¿Dónde, en el templo de nues­ tro cuerpo, se encuentra el santuario o centro en el que somos espíritu puro? ¿Dónde, dentro de nosotros, se halla la luz divina que, al igual que Dios, es puro espíritu? 33

Francisco Jalics. SJ

Todos los grandes filósofos se han planteado esta pregunta. Más aún, esta cuestión constituye el problema central de la filosofía. Por ello, estimados lectores, los in­ vito a que nos asomemos por unos instantes al mundo de los filósofos. Los seres humanos somos cuerpo y espíritu. Todo lo que hacemos o pensamos tiene un polo espiritual y otro corporal. Por ejemplo, los pensamientos son, por un lado, espíritu, mas por otro tienen una dimensión corporal, dado que también son producidos por el cerebro y cerebro es cuerpo. Sin cerebro no es posible pensar. Dios no piensa, Dios sabe. La filosofía escolástica afirma que tampoco los ángeles piensan. Tienen intuiciones pero no pueden pensar, puesto que carecen de cerebro. ¿Poseemos en nuestro interior algún lugar, centro o sustrato en el que somos sólo espíritu y al cual nuestro cuerpo no tiene acceso? Muchos filósofos lo han encontra­ do. Nos remitiremos a un ejemplo de la Antigüedad, otro de la Edad Media y finalmente uno de la Edad Moderna.

“Sólo sé que no sé nada”, dice Sócrates. “Sé” significa en este caso “soy consciente”. ¿Pero de qué soy consciente? Lo que Sócrates sostiene es que la profunda introspección le permite llegar a un estado de conciencia en el cual no hay nada, salvo su existencia. Sé que soy. Más allá de esto mi conciencia está vacía. Lo que queda es que sé que no sé nada. Podríamos llamar a esto un destello del espíritu puro. Cuando estoy en estado de conciencia alerta pero mi con­ ciencia está vacía, estoy en mi centro. Allí no somos más que espíritu y es donde estamos más próximos a Dios, que es espíritu puro. Es simplemente un ser consciente, un exis­ tir consciente. En este estado, la persona es en su máxima expresión la fiel imagen de Dios. Puede vislumbrar lo que significa ser uno con Dios. Si permanece en él, se encontrará en estado de pura adoración. Es la adoración en el espíritu. 34

Cinco minutos de filosofía

Los escolásticos medievales abordan la cuestión des­ de otro punto de partida. Comienzan por afirmar que en nuestra conciencia no puede haber nada que sea puramente espíritu, pues todo lo que penetra en la conciencia lo hace a través de los sentidos, y lo que ha pasado por los sentidos indefectiblemente tendrá un ingrediente corporal. No es, por consiguiente, espíritu puro. Lo expresan en latín de la siguiente forma: Nihil est in intellectu quod non erat prius in sensu (“nada hay en la conciencia que no haya pasado antes por los sentidos”). A continuación, lo completan haciendo notar una excepción: nisi ipse intellectus (“salvo la concien­ cia misma”). La excepción es la luz de la conciencia misma, que no ha pasado por los sentidos. Es puro espíritu. Cuando la luz de la conciencia se percibe a sí misma, es espíritu puro. Entonces somos, en el sentido pleno de la palabra, la imagen de Dios. El hecho de permanecer en este espíritu puro es la adoración en el espíritu. Heideggcr habla de la “cognición de la existencia, libre del ser-así”. La cognición de la existencia es la con­ ciencia de que existimos o simplemente somos. El “ser-así” expresa la índole, el ser de una manera determinada con sus limitaciones y peculiaridades. El término “libre del ser-así” significa la ausencia de todo rasgo distintivo, de toda sin­ gularidad, de toda limitación que hace que una cosa sea de cierta manera o de otra. En mi conciencia no hay nada que pueda aprehenderse, nada limitado, ninguna forma, ningún “ser-así”. La cognición pura de la existencia es es­ píritu puro. Es en dicho ámbito donde debe desenvolverse la adoración. Cuando algo es realmente absoluto, todo se relativiza con relación a este absoluto. Este punto espiritual que hallaron los filósofos es, pues, un punto de absoluto repo­ so: un centro verdadero. Si permanecemos en él, todo lo 35

Francisco Jalics, SJ

demás se vuelve relativo y se ordena con total naturalidad conforme a este punto absoluto, conforme a este centro. En él sólo un tenue velo nos separa de la presencia de Dios. A partir de la experiencia de este espíritu puro, todo se ordena desde adentro sin que nos sea necesario reflexionar. ¿Aca­ so las grandes experiencias de vocaciones, que san Ignacio llama el primer tiempo de elección, no son experiencias de este tipo? La oración contemplativa consiste en que nos orientamos en dirección a este núcleo y, merced a la gracia, ascendemos hacia este manantial de espíritu puro. Persistir allí es la adoración máxima, no con palabras ni con obras, sino a un nivel mucho más profundo: a nivel del ser.

Estimada lectora, estimado lector: He descrito el centro espiritual del ser humano como aparece desa­ rrollado en tres corrientes filosóficas. 1. ¿Ha experimentado usted alguna vez su propio centro? 2. ¿Ha tenido la experiencia de su mera existencia y de ser una sola cosa consigo mismo?

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6. Los dos grados de la pobreza En ningún pasaje define Jesús el fundamento de la con­ templación con tanta claridad y amplitud como en su diá­ logo con el hombre rico (Me 10, 17-31). El joven le pregunta cómo puede alcanzar la Vida eter­ na. Jesús tiene dos respuestas, que configuran dos etapas de la vida espiritual: la primera consiste en la observación de los Diez Mandamientos; la segunda, en la imitación de Jesucristo. Jesús capta en qué etapa se encuentra el hombre con respecto a su vida espiritual y le sugiere: “Ya sabes los mandamientos...". Esto significa que observe todo lo que es necesario para su Vida eterna. El hombre le responde que hace tiempo viene recorriendo este camino y que agotó sus posibilidades. Desea saber si no hay algo que lo pueda hacer avanzar más. Jesús acoge favorablemente la propuesta y le ofrece el camino de la imitación. Le dice que deberá vender todo lo que tiene y seguir por el camino que él recorre: “Vé y vende lo que tienes... después, ven y sígueme”. Pero para hacerlo, el hombre debería renunciar a sus cuantiosos bienes, lo que aún no puede hacer. Su hogar sigue estando aquí, en la tierra. Abrumado por la pesadumbre y la tristeza, se aleja. Los apóstoles están asustados por la propuesta de Jesús: ¿quién podrá salvarse, dicen, si es necesario que 37

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renunciemos a todo? En lugar de tranquilizar a los apósto­ les, asegurándoles que tal renuncia no es irrealizable, Jesús acrecienta los temores de los apóstoles: ¡por cierto, es in­ alcanzable! Al menos para los seres humanos es inalcan­ zable. No pueden recorrer este camino. Sólo después de haberlo dicho, añade que para Dios nada es imposible. Esta contraposición entre la impotencia de la persona y la omni­ potencia de Dios revela el sentido que tiene la pobreza: el individuo debe vaciarse para que Dios lo pueda llenar. No se trata de una pobreza negativa ni destructiva, puesto que lleva a la plenitud en Dios. Sin embargo, tampoco esto le basta a Jesús. Prosigue la conversación y refuerza el carácter extremado, radical, del vacío: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. El ojo de la aguja es una puerta estrecha. Tal nombre se daba a la entrada a las fincas. La carga de los camellos estaba suspendida a sus costados, de modo que no podían pa­ sar por la puerta a menos que se hubiesen liberado de su carga. Jesús quiso decir con esto que la imitación lleva a través de una puerta estrecha, que no permite que el que desea atravesarla lleve consigo sus bienes. Es preciso venderlo todo y quedar completamente vacío. La enseñanza de los dos caminos no es un epi­ sodio fortuito en el Evangelio. Atraviesa toda la Bue­ na Nueva de Jesús. Él habla alternativamente desde la perspectiva de uno u otro camino. Hay aseveracio­ nes que están dirigidas de manera inconfundible a los que recorren el camino de los Mandamientos. Cuan­ do Jesús dice que el ser humano no debe matar, no debe tomar el nombre de Dios en vano, no debe co­ meter adulterio (Mt 5, 21-38), se refiere a estas perso­ nas. Por el contrario, las bienaventuranzas evangélicas 38

Los dos grados de la pobreza

aluden a la imitación: “Dichosos los pobres de espíri­ tu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). En el Evangelio siempre debemos estar atentos para dis­ tinguir si Jesús habla a personas que se encuentran en una etapa de la fe o en otra. Aquí se nos plantea un interrogante esencial: ¿Se refiere Jesús meramente a bienes materiales o también a tesoros mentales, psíquicos y espirituales? ¿Es necesario que renunciemos asimismo al obrar humano, a pensamien­ tos, recuerdos; a involucramos con sentimientos, consolacio­ nes, planificaciones, diferenciaciones, decisiones, propósi­ tos y cualquier otro empeño humano? Jesús sólo menciona expresamente los tesoros que pueden venderse y permiten obtener un lucro, pues se trata de que a cambio de ellos se obtengan tesoros en el cielo. Todo lo que se retiene se­ guirá siendo un “tesoro terrenal”, jamás un “tesoro celes­ tial”. En otras palabras, debemos vaciamos para que Dios pueda llenamos. Lo que no dejamos ir, lo que no soltamos, nos llena en la tierra. Pero Dios también desea colmar nues­ tras actividades psíquicas y mentales. Por cierto, la refe­ rencia incluye los tesoros espirituales e intelectuales, que no pueden quedar excluidos de la gracia de la contempla­ ción. Jesús exige al ser humano el desprendimiento total que lo lleve a la mera existencia. La carta a los Filipenses nos muestra el camino del vaciamiento en el itinerario personal de Jesucristo. Jesús recomió el camino del desprendimiento absoluto: “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, 39

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sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. (Fil 2, 5-8) El vaciamiento de Jesús es total: hasta la muerte en la cruz. También renuncia a sus pensamientos, imágenes y senti­ mientos. Están llamados a imitarlo todos los que se mues­ tren dispuestos a recorrer este empinado camino. También nosotros debemos vaciarnos, no para permanecer vacíos, sino para que Dios pueda llenarnos. El misterio de la muer­ te y resurrección de Jesucristo se hace extensivo a todos los cristianos. Es el mensaje central del cristianismo. Lo festejamos en Pascua: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mis­ mo, que cargue con su cruz y que me siga” (Me 8,34). “Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infe­ cundo” (Jn 12, 24). “El que quiera salvar su vida, la perderá” (Mt 16,25). La invitación a vaciamos también se hace extensiva, pues, a las actividades mentales, psíquicas y espirituales. En la espiritualidad cristiana, la meditación acerca de la muerte siempre ha desempeñado un papel muy impor­ tante. Muchos colocaban una calavera sobre su escritorio para recordarles la muerte. Hubo monjes cuyo saludo era Memento morí (“ten presente que morirás”). Los acompa­ ñantes de los moribundos saben contar más de una historia sobre este vaciarse antes de la muerte. Muchas personas atravesaron una experiencia límite como si fuese una puer­ ta y han podido aprehender un soplo del más allá. Para ellas fue una experiencia de plenitud en el vacío total. 40

Los dos grados de lu pobreza

Podemos decir, pues, que la invitación a venderlo todo tiene dos grados: el primero consiste en la venta de todos los tesoros materiales. El segundo grado de vaciamiento incluye la enajenación de todos los tesoros espirituales. Son éstos el pensamiento y todas las acti­ vidades psíquicas. A ello se agrega la voluntad y las ac­ ciones en general. Sólo si logramos este desprendimien­ to seremos totalmente pobres. Sólo entonces habremos muerto para el mundo a fin de vivir en Dios. Si aplicamos esto a la oración debemos decir que, si bien las imágenes, pensamientos, consolaciones, di­ ferenciaciones, decisiones, propósitos y dedicación a los sentimientos forman parte de la fe comprometida, no pertenecen al camino de la contemplación. Se orien­ tan hacia un empeño por cambiarnos a nosotros mismos, nuestro mundo exterior y nuestra relación con Dios. Aún se hallan en el terreno del obrar. Ciertamente se trata de un obrar espiritual, pero no deja de entrañar una acción. Son nuestra riqueza en la oración. Podrá ser una acción para Jesús, pero sigue siendo una acción. Por ello, las reflexiones, comentarios y la aplicación de los sentidos forman parte de la imitación de Jesucristo en la fe, pero no de la mirada contemplativa. ¿Cómo sería una oración que busque el vacío ra­ dical y la entrega a la contemplación? Podría ser así, si­ guiendo la oración de san Ignacio (EE 234): “Señor, toma toda mi libertad, mi memoria, mi en­ tendimiento y mi voluntad. Toma todo lo que tengo y lo que poseo. Tú me lo has dado todo y a ti, Señor, te lo de­ vuelvo. Todo te pertenece. Dispon de todo como te agrade y como desees. Hazme el don de que yo corresponda a tu amor como tú mereces. No necesito nada más que esto. Tu amor y tu gracia me bastan”. 41

Francisco Jalics, SJ

Estimada lectora, estimado lector: 1. ¿Cómo se siente usted al rezar esta oración? 2. ¿Qué aspecto de ella despierta su adhesión? 3. ¿ Qué aspecto despierta resistencia en usted y qué aspecto despierta su anhelo por recorrer el camino de la contemplación?

7. La cámara y el balcón Jesús habla expresamente de la pobreza en la oración misma. “Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu cámara, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6-7). El vocablo cámara alude aquí a una despensa o cámara del tesoro sin ventanas. Si, además de ello, la puerta está cerrada, es imposible mirar hacia afuera o ser visto desde afúera. En ella se está oculto y la única mirada posible, según el texto, se dirige al Padre. Mientras una persona está ocupada con sus pensa­ mientos, sentimientos, emociones o imágenes no se en­ cuentra en su cámara. Puede ser que ya esté en su casa, pero está sentada en su balcón y disfruta de una magnífi­ ca vista de los alrededores, vale decir, del mundo exterior. Sus pensamientos y observaciones, sus proyectos y dife­ renciaciones lo vinculan con el mundo exterior. Satisfecha, puede ocuparse de su propio paisaje psicorreligioso, pues los pensamientos y los sentimientos nos relacionan con el mundo y nuestra psique. Según la interpretación de Jesús, ésta no es aún la cámara, el aposento sin luz. Todavía no se ha echado el cerrojo a la puerta. Todavía no se está en la penumbra de la cámara. Todavía no ha culminado el viraje, 42

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La cámara y el balcón

Francisco Jalics, SJ

no se ha pasado aún por el ojo de la aguja. El verdadero cam­ bio hacia adentro se encuentra entre el balcón y la cámara interior, en la que sólo el Padre nos ve, donde ya ningún pensamiento ni sentimiento nos ocupa y no existe más que el centro vacío, sin interrogantes. El aposento oscuro. Esto no significa que deban reprimirse los sentimien­ tos. Todos los sentimientos pueden ir y venir. De lo contra­ rio, el ser humano está bloqueado. Pero en la cámara, en el centro vacío, en el fondo del alma no hay sentimientos; sólo la conciencia pura. Dios es nuestro centro más pro­ fundo. Permanece en el fondo de nuestro ser. Por lo tanto, debemos ir alejándonos del balcón y acercándonos a la cá­ mara. Sólo allí la mirada se dirige por entero al Padre. Úni­ camente aquél que puede permanecer en este centro tendrá en el mundo exterior la libertad que san Ignacio denomina indiferencia. Se refiere a que ya no nos importa que nuestra vida sea larga o corta, que ya no nos afectan los golpes del destino (EE 23, 6-7). No basta con renunciar con un acto de voluntad a tales deseos. Con nuestra voluntad podemos resistimos a que tales deseos se hagan realidad, pero no po­ demos erradicar los deseos en sí. No está en nuestro poder el no sentirlos, pero por sí solos se reducen a ceniza ante la visión de la presencia de Dios. En el evangelio según san Marcos hallamos una cla­ ra expresión, relativa al vacío radical de pensamientos: “Cuando los lleven ante los tribunales, no se preocupen de lo que van a decir. Digan lo que Dios les sugiera en aquel momento, pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo” (Me 13, 11). El acusado debe vaciarse por completo. No debe buscar seguridad en su elocuencia, en sus argumentos ni en sus defensores. El Espíritu San­ to hablará desde su interior. Cuando busca abogados que lo defiendan o piensa con qué argumentos se defenderá, 44

no hace más que hablar él mismo; no lo hará el Espíritu Santo. Se trata del segundo grado de la pobreza que Jesús demanda de nosotros.

Estimada lectora, estimado lector:

1. ¿A dónde prefiere ir cuando desea orar? ¿Prefiere su balcón o se retira a la cámara para permane­ cer allí, bajo la mirada del Padre? 2. ¿Acaso ya ha hecho la experiencia de prepararse para alguna conversación difícil o un encuentro difícil únicamente con un periodo previo de reco­ gimiento, porque puede confiar en que le será dada desde su interior la palabra justa en el mo­ mento justo?

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8. La inmediatez Los seres humanos necesitamos medios para relacionamos. Si deseo establecer contacto con un amigo que se encuentra alejado, le escribo una carta. Si me contesta, se establece un contacto epistolar. Pero si me viene a ver personalmente, de­ jaré de leer sus cartas. Nuestras cartas han cumplido su fina­ lidad. Debemos dejar de escribirlas, pues no harían más que estorbar nuestra comunicación. En lugar de leer sus cartas, entablo una conversación con él. He escogido, así, otro me­ dio: el diálogo, que me vincula a él más estrechamente que las cartas. Si el diálogo nos aproxima cada vez más, podrá llegar el momento en que ni siquiera hagan falta las pala­ bras. Se establecerá un contacto a través de la mirada, que también es un medio de comunicación. Bastará con que nos miremos. Luego llegará un momento en que incluso la mira­ da se volverá superfina y bastará con la mutua compañía en silencio. Se expanden los corazones y nos encontramos aún más cerca de lo que estábamos con los medios anteriores. El objetivo de estos medios es ayudar a establecer un encuentro. No cumplen más que una función pasajera. Al principio son imprescindibles; luego, por cierto tiempo, aún serán útiles, hasta que se vuelvan superfinos y comiencen a estorbar. Finalmente, impedirán un encuentro más profundo. 47

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Jesús recorrió este camino acompañado por los após­ toles. Ellos lo conocieron en Galilea. Entre los medios a los que recurrían en sus encuentros se encontraban todos los me­ dios humanos, desde el lenguaje hasta la convivencia. A su muerte, Jesús los privó de estos medios y en sus “aparicio­ nes” después de la resurrección, las conversaciones y la co­ mida compartida no desempeñaron ya más que un papel de apoyo. Jesús tocaba a sus apóstoles con mayor inmediatez. Después de cierto tiempo, ascendió al cielo. Los privó así de su presencia y retornó como Espíritu que se derramaba sobre ellos y los guiaba desde adentro. Ellos lo llamaron el Espíritu de Jesús (Hech 16, 7). El único medio, si es que se lo puede llamar así, es el escuchar hacia adentro. Esto sucede con el camino hacia Dios: la fe debe me­ diatizarse. La fe se vive en comunidad por medio de la pa­ labra del Evangelio, de la Iglesia, los libros, la experiencia de vida y las obras de caridad. La fe crece con la oración, con las imágenes religiosas, con la comprensión de situa­ ciones que nos hacen avanzar, con reflexiones y meditacio­ nes. Todo esto es necesario en el camino de la fe. Son me­ dios auxiliares que nos acercan a Jesucristo y a Dios Padre. Pero Dios nos viene al encuentro con su gracia y los medios se vuelven cada vez más traslúcidos, hasta que el encuentro se toma inmediato. Esta aproximación desde afuera hacia adentro se hace presente de manera concreta en la Eucaristía. Prime­ ro, celebramos la liturgia de la palabra. Las palabras, las imágenes, la Sagrada Escritura y la homilía son medios que nos aproximan a Dios. Pasamos luego a la oración de los fieles, que a menudo expresan, además de inten­ ciones universales, intereses personales y particulares. Es lo indicado en esta etapa. En las oraciones de ofrenda renovamos nuestra entrega a Dios. En la transustanciación 48

La inmediatez

se hacen presentes el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Poco a poco nos vamos aquietando. En la Comunión recibimos el cuerpo de Cristo y él se nos acerca aún más. Con su Cuer­ po y su Sangre entra en nuestros corazones. Después de la Comunión hay recogimiento. En este momento, basta con pronunciar unas pocas palabras que expresen la unión de la persona con Dios, como “tú en mí y yo en ti” o “tú eres todo y yo no soy nada”. Aquí la permanencia en quietud significa entrega, servicio a Dios y adoración. ¿Podemos decir que todavía hay medios en este momento? Cualquier cristiano sentiría que una alocución después de la Comunión está fuera de lugar, dado que el encuentro con Cristo es más inmediato que la palabra hablada. La Eucaristía nos enseña en la práctica cómo llegar a la inmediatez, partien­ do de los medios extemos del encuentro. No quiero decir con esto que no podamos rezar oraciones o realizar alguna lectura después de la Comunión. Pero se nos invita a desplazar el cen­ tro de gravedad de nuestra devoción de la palabra al silencio en recogimiento. El que se siente tocado por este llamamiento accederá a él. Es una invitación. Cada uno hará lo que corres­ ponda al estadio de su desarrollo del momento. Lo mismo sucede en la oración. El santo cura de Ars contaba que en su iglesia parroquial vio a un campesino que a menudo permanecía largo rato hincado ante el altar, orando. Era evidente que no tenía un devocionario en la mano. En cierta ocasión, el cura le preguntó cómo era que oraba durante tanto tiempo y qué hacía durante la oración. La respuesta que recibió fue la siguiente: “yo lo miro y él me mira”. Como vemos, en este hombre los medios se ha­ bían simplificado hasta reducirse al mirar. Imaginemos que un acompañante espiritual le dijese: “No, buen hombre, no debes estar tan inactivo. Debes tomar la Sagrada Escritura y trabajar con un texto; luego podrás volver a contemplar a 49

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Cristo por un rato”. ¿No significaría esto interponer entre Dios y los hombres determinados medios que no harían más que estorbar? Si en esta persona los medios se han reducido hasta limitarse al mirar a Dios, se lo perturbaría con medios que ya no necesita. Ya interiorizó el mensaje: la Sagrada Escritura está en su corazón. Las imágenes, pensamientos y sentimientos no pa­ san de ser medios para encausar el encuentro. Únicamente la percepción hace posible la inmediatez. De ahí que sea necesario progresar de los pensamientos y las imágenes a la percepción y al mirar. Es posible adorar a Dios con palabras. Hay adoración en las obras cuando alguien honra a Dios con una acción. Pero hay, asimismo, una adoración con el ser, cuando sim­ plemente estamos aquí para Dios. Por su inmediatez, es ésta la más profunda. Si se sigue avanzando por el camino de la inmediatez, puede uno acercarse a la experiencia de ser uno con Cristo. San Ignacio debió tener gran preocu­ pación por las personas que formaba como maestros de ejercicios para que guiasen a los ejercitantes. Aunque era un hombre lacónico, en el libro de Ejercicios advierte dos veces contra un error posible. San Ignacio sabía que nos ha sido prometido que seremos uno con Dios. Debió haber observado que algunos maestros de ejercicios principian­ tes estorbaban considerablemente a los ejercitantes en su camino hacia esta unión, hacia este ser-uno con Dios. Con prédicas, textos y consejos se interponían sin quererlo entre Dios y los ejercitantes. San Ignacio los exhorta a respetar la inmediatez entre el ejercitante y Dios (EE 15, 6y 2, 2-4).

Estimada lectora, estimado lector: 1. ¿En qué encuentro humano de su vida llegó usted, ya fuese paso a paso o de una sola vez, a la mayor inmediatez vivida? 50

9. Mirar hacia adentro ¿Cómo podemos predisponernos para recibir la gracia de la contemplación? Todo lo que hicimos hasta ahora en nuestra vida, ya fuera para Dios, para otras personas o para nosotros mismos nos predispone, aunque sea in­ directamente, para recibir esta gracia. La imitación de Cristo en la pobreza, el servicio a los demás seres y toda nuestra vida de oración nos han llevado en dirección a la contemplación y la Vida eterna, aunque siempre en forma mediata. Hay, empero, una preparación directa e inmedia­ ta para lograrla. Dos promesas nos aseguran la Vida eterna: Seremos uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, afín de que sean uno en nosotros (Jn 17, 20-26) y cuando él se ma­ nifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es (1 Jn 3, 2). La pregunta es, pues, ¿cómo podemos preparamos para ser uno con Dios y para la visión de Dios? ¿Cuáles deberán ser los pasos que nos predispongan y ha­ gan receptivos para esto? Empecemos por centrar la atención en somos uno. Esto no puede entenderse como una promesa para el futu­ ro. Si lo fuera, significaría que en algún momento llega­ ríamos a Dios y esto haría que se modificara la esencia de 51

Francisco Jalics, SJ

Dios. Pero Dios no puede modificarse. No se halla en el tiempo. Si hemos de ser uno con Dios, ya lo somos ahora. Lo único que sucederá es que tomaremos conciencia de este ser-uno. El cambio se produce meramente en nues­ tra conciencia. Podemos preguntarnos si ya ahora sabemos algo acerca de nuestro ser-uno con Dios. La Revelación nos ayuda en la búsqueda de respuestas. Imaginemos que estamos de pie delante de un im­ ponente árbol de grandes ramas. Supongamos que yo le pregunto a una robusta rama: “¿Eres rama o eres árbol?”. La rama tendría que contestar: “Soy rama y soy árbol; soy una sola cosa”. Si luego pregunto: “¿Cómo te das cuenta de que eres árbol?”, seguramente me contestaría que se da cuenta de esto debido a la fuerza que recorre su interior, pues es la fuerza del árbol y a la vez, la suya propia. En consecuencia, también lo experimenta por medio de los frutos, dado que los frutos que crecen en ella son frutos del árbol aún más que suyos, Yo podría decirle: “Mira la fuerza que fluye por tu interior y persíguela hasta su origen; hasta el punto en donde esta fuerza ya no es rama, sino sólo árbol. Entonces tendrás la vivencia de que eres, en todo, una cosa con el árbol”. Jesús hace esta comparación en el Evangelio. Afir­ ma: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sai-miento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 1). Sin él, no nos sería posible tener frutos. Cuando tomamos conciencia de que nosotros no hacemos nada, sino que él lo hace todo a través de nosotros, tenemos la vivencia de ser uno con Dios, al menos en la actividad compartida. Es suficiente que contemplemos la fuerza que dan los frutos en nosotros y la persigamos hasta su origen. Así haremos la experien­ cia de ser una cosa con Dios. 52

Mirar hacia adentro

Pero la parábola de la vid no es la única en la Biblia que nos invita a ir a las fuentes. San Pablo repite con frecuencia que somos los miembros de Cristo. Si soy la mano de Cristo, soy tan uno con Cristo como los sarmien­ tos con la vid. San Pablo describe nuestro ser-uno con Cristo de manera penetrante: dice que él vive pero que no vive él, sino que Cristo vive en él (Gál 2, 20: “ya no soy yo el que vive, es Cristo que vive en mí”). También en este caso le basta a san Pablo con mirar en su interior para ver a Cristo. A continuación, san Pablo dice que somos los templos del Espíritu Santo. Es suficiente que miremos dentro de nosotros para encontrar allí el tabernáculo del Espíritu. El Evangelio explica lo mismo de una manera sencilla: “El Reino de Dios ya está entre ustedes” (Le 17, 2112). Cuando Jesús dice: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25); “yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) será suficiente que miremos dentro de nosotros para ver la vida en su inmediatez. Para disponer el ánimo para la gracia de la contemplación es preciso que miremos pro­ fundamente dentro de nosotros, hasta que en nuestro centro podamos ver a qué punto somos uno con Dios. Nos hemos preguntado cómo podemos disponemos para ser uno con Dios. Hasta ahora la respuesta ha sido que debemos volvernos hacia adentro con gran intensi­ dad, para percibir la fuerza vital en nuestro interior y per­ seguirla hasta sus orígenes. En nuestro centro de quietud, en el fondo de nuestra alma, se oculta el secreto de ser una cosa con Dios. ¿Cómo podemos preparamos para la visión de Dios? Estimada lectora, estimado lector: seguramente habrán ob­ servado algo interesante. Desde que comenzamos a hablar 12 En la Einheitsübersetzung alemana (traducción unificada) dice “en medio de ustedes”. Es una traducción posible. Una traducción literal del texto griego sería “en ustedes”.

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de un primer viraje hacia adentro, el verbo con el que nos referimos a nuestra actividad interior siempre es “ver”. A lo más, podremos recurrir a palabras como “percibir”, “es­ tar atentos”, “estar allí”. Esto se debe a que a estas pro­ fundidades no hay pensamientos, no hay imágenes, no hay reflexiones ni obras. Todo pasa por la visión y el ser. Con esto llegamos a la segunda promesa de la Vida eterna: con­ templaremos a Dios. Para predisponemos a ello, será preci­ so que aprendamos un modo de orar que consista cada vez más en ver. Esto significa que es necesario cambiar nuestra oración para centrarla en ver a Dios. En la profundidad, donde buscamos el contacto inmediato con Dios, no hay otra cosa más que el ver y el ser. Todo lo demás no será sino una remota preparación para ello. Disponer el ánimo para la gracia de la contemplación significa despedirse del pensamiento y de la acción y permanecer en mirar hacia nuestro centro. Esto requiere una disciplina consecuente, puesto que el pensamiento y la acción nos vinculan siempre con el mun­ do exterior. Iniciamos esta conversión viendo y escuchando lo que tenemos delante de nosotros: una flor, el cielo azul o la vastedad del espacio abierto. Se trata de percibir. Ver, es­ cuchar, tocar, gustar y oler son percepciones de los sentidos. La percepción en sí es espiritual, pues aprehendemos con el espíritu, pero lo que aprehendemos nos llega a través de los sentidos. Por ello decimos que se trata de percepciones de los sentidos. Con éstas comenzamos, para ir enfocando la atención cada vez más en nuestro interior: en la vida den­ tro de nosotros, en nuestra conciencia, en el presente, en el ahora; en nuestro ser. Es necesario aprender a permanecer, a demorarse en este mirar. Ya sea que el individuo mismo se esfuerce por prepa­ rarse para la gracia de la contemplación o Dios lo sorprenda 54

Mirar hacia adentro

sin ella antes de que él la descubra, la gracia lo arrastra­ rá en la oración hacia adentro con fuerza irresistible. No importa cómo lleguemos a la oración contemplativa: va acompañada de un ansia creciente de encontrar a Dios en nuestro interior. Sea usted ermitaño o gerente, de repente encontrará tiempo para orar, para recogerse en su interior. Si persiste en la visión, brotará de su centro una fuerza que dará un maravilloso florecimiento a sus actos y sus obras. Es la fuerza de la vid, que fluye a través de toda su vida y brinda frutos centuplicados a sus obras. La preparación para acceder a la gracia de la contem­ plación consiste en un viraje doble: de afuera hacia adentro y del pensamiento y del obrar al ver a Dios. Acaso sea útil hacer notar que podemos correr el pe­ ligro de confundir la contemplación con sentimientos y estados de consolación religiosos. La contemplación tie­ ne poco que ver con sentimientos y devociones. Se des­ envuelve en el campo de la percepción espiritual y en el ámbito del ser Es cierto que la experiencia contemplativa suele traer consigo sentimientos, pero también puede darse sin ellos. Todos los fieles de buena voluntad abrigan senti­ mientos religiosos y consolaciones. La consolación viene de Dios. Al hacemos sentir consolaciones y desolaciones, Dios pretende orientamos en nuestra toma de decisiones. Pero éstas pertenecen al ámbito de la fe y la vida de los sen­ timientos, no al ver a Dios (EE 316, 4). Por consiguiente, no son aún gracias de contemplación. La gran diferencia reside entre el sentir y el ver. La persona contemplativa desea ver a Dios, con o sin sentimientos. Por tal causa, las imágenes, los pensamientos y la consolación no le son de ayuda. Más bien prefiere recogerse en su centro interior en ausencia de sentimientos, con la mirada puesta en Dios, antes que sentir consolación o devoción. 55

Francisco Jalics, SJ

Estimada lectora, estimado lector: 1. ¿Recuerda algunos momentos en su vida en que pudo permanecer sumido en un asombro intenso? En tales momentos usted no tenía pensamientos ni realizaba acciones y estaba completamente centrado en usted mismo. Trate de despertar en su interior una idea de cómo este asombro podría abrirle un camino nuevo hacia Dios.

10. El silencio Cuando dos personas se hallan juntas en silencio puede unir­ las una quietud, un recogimiento bienhechor en el que fluye el amor. Pero también puede ser que se trate de una quietud embarazosa, llena de tensiones y bloqueos que anticipa la tormenta o un silencio sin perspectivas de comunicación. Por lo general, cuando dos personas se mantienen juntas es porque tienen algo que decirse. Pero si han podido decirse todo, de modo que el mensaje de una fue recibido realmen­ te por la otra, entonces fluye el amor y reina un silencio, una quietud placenteros. Por el contrario, si no han podido expresar su mensaje, la comunicación entre ellas queda blo­ queada y se estancan las aguas, ascendiendo su nivel hasta formar un gran lago. El silencio se vuelve intolerable. No importa la causa por la cual no pueden expre­ sar todo lo que tendrían que decirse. Tal vez porque una de ellas está tan bloqueada que ni ella misma sabe lo que tiene que decir o porque sabe que la otra no puede recibir ni aceptar su mensaje. No podrán tolerar este silencio por mucho tiempo. Es la quietud de los sepulcros y sus men­ sajes permanecerán sepultados. Lo mismo sucede con el silencio, el recogimiento ante Dios. Mientras el ser humano no exprese su mensaje

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El silencio

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ante Dios, reina un silencio tenso. Una vez que ha ex­ presado toda su miseria ante Dios, el silencio se vuelve benéfico, si no es así, hay una perturbación en la comu­ nicación, se debe a que la persona misma no conoce el mensaje que desea comunicar a Dios. Es posible que se encuentre enterrado tan profundamente en su interior que no pueda tomar conciencia de él. También puede suceder que la persona no confíe en que Dios acogerá su mensaje con benevolencia y misericordia. Entonces reina el silen­ cio de los sepulcros, que no puede soportarse por mucho tiempo, y es preciso recurrir al ruido y la distracción. Hay un tercer tipo de silencio. Se trata de un recogi­ miento doloroso y sanador. Hay un silencio en el cual el recogimiento es médico y terapeuta. Hay un silencio ante Dios en el cual el recogimiento es el buscador de perlas: se sumerge en las profundidades del ser humano y ascien­ de a la superficie con la herida que no había sido reco­ nocida y que lo oprimía. Su descubrimiento duele, pero Dios puede hacerse cargo de la herida y sanarla, pues el recogimiento verdadero es Dios mismo. Puede traer a la conciencia las heridas ocultas y desconocidas y curarlas por completo. No es necesario que la persona lo analice o trabaje con ellas. Sólo debe dejar que emerjan a la con­ ciencia y padecerlas ante la mirada amante de Dios. Esta mirada sanadora de Dios tiene una delicadeza que más de un terapeuta envidiaría. Trae a la conciencia las heridas en el orden en que se hallan en el interior del ser humano. Nunca expone una llaga más profunda que otras que deben sanar antes. La persona no tiene que curar sus heridas por sí mis­ ma ni analizarlas. No tiene necesidad de desmenuzarlas. Basta con que las contemple y padezca en presencia de Dios. La mirada de Dios las disuelve. Jesucristo dice en 58

estas situaciones: Vengan a mí, todos los que están fatiga­ dos y agobiados por la carga, y yo les daré alivio (Mt 11, 28). En la dinámica del silencio está la clave para tratar con los sentimientos en la oración contemplativa. Pero el recogimiento obra otro milagro aún mayor: lleva la atención a lo más profundo, donde nos es posible contemplar a Dios y vernos a nosotros mismos. Nos per­ mite experimentar la máxima oposición en el ser-uno con Dios y finalmente la disuelve: no soy nada y tú eres todo; soy un pecador y tú eres mi Padre (Le 15, 22). También san Ignacio desea conducimos hacia este milagro al final de los ejercicios (EE 258, 5).

Estimada lectora, estimado lector: 1. ¿Recuerda usted instantes de recogimiento sanador en su vida? ¿De qué manera significó una sanación para usted?

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11. La bendición centuplicada Volvamos la atención al relato del hombre rico. Pedro quiere saber lo que sucede en el camino hacia el vacío: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte” (Me 10, 28-30). Jesús responde con dos pro­ mesas: para los tiempos posteriores a la muerte promete la Vida eterna, que es acerca de lo cual preguntaba el hombre rico; para la vida presente promete a los apósto­ les cien veces más de lo que han abandonado. ¿En qué consiste esta bendición centuplicada? Mientras la persona se esfuerce por pensar, proyec­ tar o hacer algo durante la oración, están en juego sus propias fuerzas intelectuales y psíquicas. Si una y otra vez se recluye en su cámara oscura y aprende allí a mirar a la presencia de Jesús en total recogimiento, se ponen en movimiento fuerzas que se encuentran a un nivel más profundo. “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, dice san Pablo, pero el Espíritu mismo intercede por no­ sotros con gemidos que no pueden expresarse con pala­ bras” (Rom 8, 26). Esta es la verdadera diferencia entre el estado de oración en el que actuamos nosotros y el estado 61

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de oración contemplativa en el cual Dios obra en nuestro interior. ¿Cómo se manifiesta esto concretamente? Perseverar en el presente sin hacer nada fuera de es­ tar atentamente presente, orienta al hombre hacia Dios, pone orden en la relación con uno mismo, con los demás y con el mundo. Detengámonos en estos cuatro efectos de la oración contemplativa. 1. La bendición centuplicada se manifiesta, en primer lu­ gar, en la relación con Dios. La comunicación con él pasa del intercambio verbal y mental y el diálogo íntimo con Dios al plano del encuentro sin palabras ni propósitos. De esta manera, nuestros tesoros espirituales, como pensa­ mientos, sentimientos, imágenes y otras actividades espi­ rituales, ya no se interponen entre la creatura y su Creador. Así, se interioriza sustancialmente la relación entre el ser humano y Dios. Se traslada del plano de los coloquios, de los diálogos de oración al plano del ser. Al encontrarse y permanecer juntos en un nivel de mayor profundidad, se va gestando un amor mucho más entrañable hacia Dios. Las personas que al cabo de muchos años de reflexiones y otras formas de oración encontraron su camino hacia la oración contemplativa dan testimonio de ello. 2. Otro efecto de la oración contemplativa es que la persona accede a una relación consigo misma mucho más profunda. Puede permanecer consigo misma mucho más tiempo. Cuando trata de persistir, no ya con sus pensamientos sino plenamente consigo misma, su comprensión de las cosas ya no procede de un plano racional o psíquico, sino de la profundidad de su ser, que es el Dios inmanente. Esto se vivencia muy pronto cuando se practica la oración con­ templativa. Las buenas ideas surgen de estratos más pro­ fundos y los pensamientos se vuelven más lúcidos. Es más 62

La bendición centuplicada

frecuente y fácil que se acierte con lo esencial. Las perso­ nas conocedoras de la espiritualidad ignaciana pensarán de inmediato en el primer tiempo de discernimiento. La gracia vuelve al ser humano más sencillo y transparente. Tiene mayor claridad acerca de sí mismo y su camino. Retroceden sus inseguridades y temores. Está mejor ins­ talado en su realidad y sabe mejor, desde el punto de vista existencial, dónde se encuentra su verdadero hogar. Jesús no exagera cuando llama a esto la gracia centuplicada. La experiencia de la persona contemplativa consiste en que no hace nada. Todo se hace como por sí mismo. Se hace a través de ella, pero ella siente que no es más que un instrumento en las manos de Dios. Esto ya puede comenzar antes de la oración contemplativa, pero se in­ crementa con ella. La experiencia de que uno no realiza las actividades, sino que las realiza Dios da como resul­ tado una increíble libertad. La persona se libera de toda preocupación acerca de sus progresos. Se independiza de los resultados de sus empeños. A partir de su centro puede confiar en el accionar de Dios, pues lo vive perma­ nentemente. Un ejemplo de esto son los propósitos en los ejercicios. En el nivel de la oración activa uno se propone cosas y se esfuerza por cumplirlas. En la fase contempla­ tiva los propósitos pierden sentido. Si nos recogemos con frecuencia, todo lo demás parece que se hace por sí solo. Los seres humanos tenemos afecciones desorde­ nadas que perturban nuestra vida (EE 1, 4). Son insa­ tisfacciones, inseguridades, miedos, depresiones, triste­ zas, sentimientos de inferioridad y muchas otras, que casi siempre tienen que ver con nuestro pasado. Es muy frecuente que sean inconscientes. Cuando perturban se­ riamente la vida normal cotidiana es preciso recurrir a un terapeuta. Casi todas las personas sufren cierto lastre 63

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que les imponen sus inclinaciones negativas. En la fase activa de la oración, en la que pensamos y nos propone­ mos cosas mientras oramos, pretendemos cambiar nuestros hábitos. Esto no sirve más que hasta cierto punto, pues­ to que las inclinaciones están radicadas en un estrato más profundo que los hábitos, que pueden modificarse con la ejercitación. Es sorprendente el efecto purificador que el recogimiento absoluto en presencia de Dios tiene sobre estas tendencias inconscientes. Las saca a la superficie y lo hace en el orden natural, que corresponde. No conozco mejor terapeuta que el silencio. Lo vimos en el capítulo que trata este tema. Como dijimos: la persona no tiene que hacer nada; mira sus inclinaciones y se retira a su centro, y éstas poco a poco se disuelven. El silencio trabaja en las profundidades. Encuentro esto cien veces más fácil que cambiarse a sí mismo activamente. El que al orar se expone en el vacío total a la mirada de Dios, con el tiempo también experimentará paz y equi­ librio en la vida cotidiana, con sólo permanecer en actitud de recogimiento. Paulatinamente, la bienaventuranza que crece en el interior del ser humano irá persistiendo aun des­ pués de las oraciones, al igual que una música que resuena sin cesar como acompañamiento defondo. La vida se vuel­ ve sencilla y finalmente no queda más que el amor. Sur­ ge, de a poco, una fuerza apacible que no conocíamos, y en medio de las tormentas que sacuden el mundo exterior, bastará con retomar al recogimiento para que empiece a actuar el centro más profundo del ser humano: la presencia de Dios. Esto no puede lograrlo uno mismo. Es, por entero, acción de Dios: el cumplimiento de la promesa de Jesús de que bendecirá el vacío con un don centuplicado.

3. El efecto de la contemplación también se manifiesta en el trato con el prójimo. Esto es así, en primer lugar, dado 64

La bendición centuplicada

que la persona no puede profundizar en el contacto con el prójimo más de lo que logra profundizar en su propio inte­ rior y permanecer en él. En nuestra relación con los demás podemos descubrir que nos comunicamos en el nivel en que vivimos. Nadie puede acercarse a otra persona en estratos más profundos de aquellos a los que él mismo ha accedido en su interior. Si alguien sólo se mueve en el plano de la ac­ ción, la organización y la verbalización, difícilmente puede tomar contacto con otros o ayudarles en sus estratos más profundos. En la contemplación crece un profundo respeto por las relaciones con el prójimo. Por un lado, se reconocen con mayor claridad las afecciones desordenadas y todo lo oscuro del otro. Por otro, crece, a pesar de esto, el respeto por su dignidad. ¿Acaso el hecho de permanecer en recogi­ miento con la mirada puesta en Jesús no es una preparación cien veces mejor para el trato con los demás? El resultado se desplaza de la acción a la irradiación. Sin duda, el efecto de la irradiación no es privilegio exclusi­ vo del camino de la contemplación, pero se vuelve particu­ larmente perceptible en este ámbito. A mi juicio, se concede a la actividad un lugar demasiado destacado en la pastoral. Por cierto, también Jesús fue activo. Pero se acudía a él a causa de la irradiación que ejercía; porque partía de él una gran fuerza. Curaba por medio de su presencia. Para Jesús, sanación y anuncio del Evangelio iban juntos. Cuan­ do Jesús dice que debemos anunciar el Evangelio, también dice que debemos sanar (Le 10, 9). Jesús no nos exhorta a hacer milagros, sino que desea que estemos tan enraizados en él que la gente que esté en contacto con nosotros se sane. En la contemplación, la eficacia de la acción se desplaza a la irradiación. Pensemos en cómo los santos sanaban con su mera presencia. ¿No sería aconsejable que en la pastoral y en nuestras actividades sociales desplacemos el centro de gravedad de nuestra eficacia de la acción a la irradiación? 65

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4. Quedarse con la mirada puesta en la presencia de Dios puede considerarse un bien centuplicado, si observa­ mos su relación con el mundo. En la oración activa se trata de lograr cierta independencia con respecto al mundo. San Ignacio la denomina indiferencia (EE 23, 5): no anhelar ya la salud en lugar de la enfermedad ni una vida prolongada en lugar de una vida breve. Es lícito desear tal condición y también esforzarse por lograrla. Pero el afán por gozar de salud y de una larga vida es un instinto esencial de la per­ sona, que no puede eliminar con la fuerza de su voluntad. La independencia de nuestros deseos sólo nos es concedida gracias a la permanencia atenta en el núcleo profundo de nuestra alma. Tal gracia es una bendición centuplicada. En la fase contemplativa de la oración, el ser humano no se ve afectado por los vaivenes del destino: alegrías y tristezas, éxitos y fracasos. Al principio, esto sólo sucede durante la oración. Si nos retiramos regularmente a nuestra cámara, van perdiendo fuerza los problemas aparentemente inso­ lubles que se nos presentan en el mundo exterior. Al avan­ zar en el estado de contemplación, este don de no vemos afectados por las tormentas que sacuden nuestra vida se extiende hasta abarcar la vida cotidiana.

Estimada lectora, estimado lector:

1. ¿Conoció usted a alguna persona que le diera la impresión de que su irradiación y eficacia prove­ nían de un sol interior? 2. ¿Qué sensación produjo esta persona en usted? 3. ¿Qué efecto tuvo sobre usted?

12. Una mirada fugaz a la mística En el curso de su vida, el ser humano recorre varias etapas en su relación con Dios. Éstas se reflejan de la manera más clara en los cambios que se muestran en su manera de orar. Las diversas etapas de la oración se desarrollan con lentitud. No es posible pasar etapas de un día para el otro, así como no se es adulto de un minuto al otro después de la pubertad. Mucho antes de que comience un nuevo modo de orar, surgen elementos que le pertenecen y no es raro que una oración muestre las propiedades de dos o tres etapas. En los manuales, el camino completo de la oración se divide en dos periodos. Oración activa es el término que utilizan los autores para designar todas las oraciones en las que el devoto es activo. Con ésta se inicia el camino de la oración y consta de cuatro etapas, en mi libro Lernen wir Beten (Aprendiendo a orar}i) describo esta evolución, que ya se ha vuelto clásica. En el presente capítulo me referiré brevemente a él. La oración pasiva, por su parte, consiste en los estados de oración en los que el activo es Dios. El ser humano se limita a estar abierto y recibir pasivamente la gracia de la oración. 13 Wurzburgo [2] 2000, Topos plus, libro de bolsillo, vol. 564.

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Esta oración también consta de cuatro etapas, a las que nos referiremos a continuación. Hay que tener en claro que cada modo de orar trae consigo una purificación que corre paralela a él: la ora­ ción activa, una purificación activa, en la que la perso­ na se esfuerza por lograr cambios; la oración pasiva, una purificación pasiva, en la cual Dios mismo la depura de sus imperfecciones remanentes. La oración activa Apenas el niño comienza a comunicarse con sus padres verbalmente, se le presenta la posibilidad de dirigirse a Dios con palabras. Llamamos a esto oración verbal, ya que las palabras están en primer plano. El niño aprende el Padrenuestro, el Avemaria y otras oraciones y las repite palabra por palabra. Estas oraciones, a menudo memorizadas, despiertan sentimientos con respecto a Dios que hacen posible que el niño se dirija a él y viva sus primeros con­ tactos conscientes con Dios. No sólo los niños encuentran acceso a Dios por medio de la oración verbal. Todas las personas religiosas dirigen palabras a Dios. Cuando habla­ mos de oración verbal sólo nos referimos a que el centro de gravedad de la oración todavía reside en las palabras, no aún en un nivel mental o emocional. Después de algunos años, se despierta poco a poco el intelecto. El niño o adolescente se plantea preguntas acerca de su entorno, de los problemas de la vida y de sus relaciones. Finalmente, se presenta la gran pregun­ ta acerca del sentido de la vida y el intelecto demues­ tra su eficacia. Cuando la persona se dirige a Dios en este estadio de la oración, su centro de gravedad se en­ cuentra en el intelecto: plantea interrogantes, reflexio­ na, discierne. El fin de estas actividades mentales es la 68

Una mirada fugaz a la mística

toma de decisiones. En este estado, el intelecto domina la oración. Se denomina oración mental. El que conoce los Ejercicios Espirituales de san Ignacio reconocerá en esta oración las consideraciones de la primera semana. La purificación de esta fase de la oración viene a través de la comprensión que nos proporciona la razón. A lo racional se agrega lo emocional: en la pubertad y en el periodo que le sigue se desarrolla la vida afectiva. El ser humano se dirige a Dios con sus afecciones cam­ biantes: sus pasiones, estados de ánimo, rebeldías, o con devoción y gratitud. En su oración está inmersa toda la vida afectiva. La vida de Jesús es el mejor suelo nutricio para esta oración. Recurrimos a la palabra latina tradicio­ nal para denominarla oración afectiva. Quien reza de esta manera toma el evangelio, escoge un texto, lo lee y deja que actúe sobre él. Después viene la parte personal. La persona que reza confronta el pasaje de la vida de Jesús con su propia vida. ¿Qué mensaje me transmite Jesús en este texto? ¿Con quién puedo identificarme en este pasaje de la Biblia? De esta manera, se tiende un puente entre el episodio de la vida de Jesucristo y la propia vida. La per­ sona que ora va entendiendo cuáles son los aspectos de su vida y comportamiento que no responden al Evangelio y toma la determinación de modificarlos. Para terminar, se dirige personalmente a Jesús o a Dios Padre, y comenta con él su descubrimiento y sus propósitos. Esta oración permite que se establezca una relación muy íntima con Jesucristo y Dios Padre. Como etapa de la oración, puede extenderse mucho más allá de la pubertad y llevar a una vida espiritual intensa. En esta oración, la purificación no queda detenida en un nivel racional, sino que penetra e impregna la psique. Se abordan activamente los lastres inconscientes y los no resueltos. Desde afuera, es posible 69

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detectar que la persona lleva una profunda vida religiosa y que su ejemplo ejerce influjo sobre su entorno. A medida que adquiere mayor sosiego y sencillez interior, su vida de oración se irá simplificando. A las pa­ labras, pensamientos y sentimientos religiosos, se va agre­ gando un calmo asombro. Entonces es frecuente que acuda a las palabras de algún salmo que toca sus fibras íntimas y durante varios días o semanas repita la misma frase en su oración. Interiormente, va creciendo una entrega llena de amor hacia Dios. Esto suele suceder una vez que los gran­ des torbellinos de la vida ceden el lugar a una actitud se­ rena y sosegada. Las palabras, pensamientos y emociones pierden vehemencia, aunque no desaparecen por completo. También la purificación se va apaciguando y cobra mayor importancia la simple unión con Dios. Es la oración senci­ lla, una forma simplificada de la oración afectiva. En los Ejercicios, san Ignacio nos conduce a la ora­ ción afectiva y sencilla por medio de las meditaciones acerca de la vida de Jesús.

La oración pasiva o la mística La oración sencilla es el último modo de oración que el ser humano puede practicar con ayuda de la gracia. Lo que viene después ya no es obra suya. Se transforma en un re­ ceptor pasivo. Dios atrae la atención de la persona sobre sí y ésta siente un ansia creciente de ver a Dios: ya no su crea­ ción, sino a Dios mismo. Siente un anhelo cada vez mayor de ver el rostro de Dios. Pero al principio aún no le es dado verlo. ¿Qué puede, pues, hacer el individuo? No logra ver a Dios acudiendo a sus propios medios. Paradójicamente, algo aún le queda por hacer: en su oración puede hacer que su mirada, posada sobre textos, pensamientos, imágenes y sentimientos, expectativas y pretensiones, vale decir, sobre 70

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la materia de su oración, se reoriente, posándose directa­ mente sobre el rostro de Dios, sobre Jesucristo, su nombre o la persona del Padre. El anhelo por lograr una visión con­ templativa ya está presente, pero es posible que falte la gra­ cia de la contemplación misma, la contemplación infusa. Esto ya puede llamarse, para mí, oración contemplativa. Por lo tanto, la oración contemplativa comienza como una transición entre las cuatro etapas de oración, de la oración activa y el estado contemplativo, cuyas etapas veremos a continuación. La une a la oración activa el hecho de que es obra de la persona. A la oración pasiva la une el hecho de que la persona limita su actividad a mirar a Dios, sin importar que le haya sido concedida o no la experiencia de contemplarlo. El tercer modo de oración de san Ignacio es la oración contemplativa (EE 258). Cuando Dios mismo comienza a llevar a alguien por el camino de la oración por medio de su gracia, la lite­ ratura habla de mística. En el sendero místico también contamos cuatro etapas. No es tarea nuestra estudiarlas en detalle y excedería el marco de este libro. No obstante, las enumeraré de manera simplificada, para dar una idea y completar nuestro panorama. Fueron descritas por san­ ta Teresa de Ávila14, que por esta doctrina fue elevada a doctora de la Iglesia. La primera etapa es la oración de recogimiento. Dios atrae hacia sí a tal punto la voluntad de la persona que ya no sufre distracciones durante la oración. Está tan fascina­ do por la presencia de Dios que permanece largo tiempo, sin interrupciones, en actitud de asombro y maravilla. No “reza”, sino que percibe la presencia de Dios. A más tardar en este estadio, la meditación con base a textos se vuelve 14 Santa Teresa de Ávila, Las moradas, Ed. de Grandes autores, Buenos Aires, pp. 58-190, (N. del T.).

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contraproducente15. Ya no se siente la dedicación a los tex­ tos como una oración. Al orar, la atención se centra de ma­ nera más directa y exclusiva en Dios. Sólo ahora puede hablarse de contemplación propiamente dicha. Aún hay pensamientos en los márgenes de la conciencia, pero ya no nos ocupamos de ellos, sino que permanecemos con la atención fija en Dios. Aquí comienza la purificación pasiva de los sentidos. San Juan de la Cruz la llama la “oscura noche de los sentidos”. Dios purifica profundas tenebrosidades, que han quedado como residuos pese al largo camino espiritual que precedió. Se trata de una purificación en el ámbito psíquico, pero la forma en que se produce es pasiva. Esto fue descrito brevemente en el capítulo sobre el recogimiento. En esta etapa de la ora­ ción, el ser humano tiene una irradiación sorprendente­ mente buena. No son muchas las personas que alcanzan la oración de recogimiento. La segunda etapa es la de la unión sencilla. Dios toma también posesión de la conciencia a tal punto que la persona ya no tiene pensamientos. En el curso de esta gra­ cia de la oración, su atención se dirige sin pensamientos a la presencia de Jesucristo o de Dios Padre. La experiencia de la presencia de Dios es tan intensa que, aun después de transcurrido mucho tiempo, el ser humano no tiene dudas de que fue a Dios a quien contempló. Las grandes con­ versiones y las extraordinarias vocaciones, como las de san Pablo, el apóstol Mateo16 o la visión de san Ignacio junto al río Cardoner17 pertenecen a esta etapa. La noche de los sentidos continúa. Las personas que reciben el don de esta gracia no sólo tienen una buena irradiación, sino una 15 San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo. 16 San Ignacio se refiere a esto en el primer tiempo para hacer elección: EE 175, 1-3.

17 Ibid., Autobiografía, n. 30.

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presencia sanadora, y ejercen un profundo influjo sobre el prójimo. Muchos santos fueron llevados a esta etapa de ora­ ción hacia el fin de sus días y aun antes. La tercera etapa es la unión extática. Dios también toma posesión de los sentidos y durante este tiempo de ora­ ción, la persona no tiene contacto con el mundo exterior. En muchas o escasas ocasiones se halla en éxtasis. Los santos relatan que tienen frecuentes visiones de la humanidad de Jesucristo. Aquí el ser humano transita la noche del espíritu: una purificación muy dolorosa y radical. Apenas puede to­ lerar la luz divina que lo traspasa y, en aparente paradoja, se siente abandonado totalmente por Dios, hasta que la gracia lo prepara para la inimaginable luz divina. Llega al compro­ miso místico: por un instante, Dios le regala el estado propio de la Vida eterna. Esto supera la capacidad de comprensión humana normal. Del mismo modo puede producirse el des­ posorio místico, que se produce cuando la unión con Dios se toma continua e indisoluble. Se sobreentiende que este estado es aún mucho menos frecuente que la unión sencilla. La cuarta etapa es la unión transformadora. Dios toma posesión del ser humano en su totalidad. Está com­ pletamente lleno de Dios: tan sólo el último paso lo separa de la Vida eterna. Vista desde afuera, es una persona to­ talmente normal, sin éxtasis ni fenómenos extraordinarios. Se mueve con entera libertad en el mundo y es, por lo ge­ neral, muy activa, pero en su interior vive constantemente en la unión, en ser una cosa con Dios. Lo extraordinario de esta persona es que no irradia más que amor y luz. Las per­ sonas a las que Dios concede esta gracia ejercen extraor­ dinaria influencia sobre muchos pueblos y generaciones. Pensemos en los grandes santos: Pablo, Agustín, Benito, Francisco de Asís, Ignacio, Teresa de Avila, Teresa de Lisieux. Son Cristo en la tierra. 73

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Es importante que no nos rompamos la cabeza en entender estas etapas; que no queramos saber demasiado ni nos enredemos en discusiones. Esto no contribuye a su comprensión ni a nuestra relación con Dios. De cual­ quier modo, es imposible comprenderlas. Es suficiente que sintamos gran respeto y veneración por los actos de Dios y que consideremos nuestro futuro con profunda esperanza y alegría. Con estos enunciados no quise mas que señalar la dirección, mostrar las dimensiones que se abren cuando Dios se hace cargo de guiamos. Habré alcanzado mi obje­ tivo si contribuyen a hacer prosperar el anhelo por contem­ plar el rostro de Dios en Jesucristo o hacer crecer nuestra entrega y servicio a Dios.

Estimada lectora, estimado lector: 1. ¿Puede imaginar que alguna vez Dios le con­ ceda gracias que superen totalmente el marco del empeño humano? 2. ¿Tuvo alguna vez un atisbo de una gracia de este tipo?

13. Un ejemplo Hemos observado el camino de la contemplación desde diver­ sos ángulos. Nos falta añadir un ejemplo que ilustre la manera en que la oración contemplativa se presenta concretamente. Para ello recurrimos a san Ignacio, quien denomina esta ora­ ción el tercer modo de orar. En sus Ejercicios Espirituales se encuentra como última práctica de oración (EE 258-26018). Así como hace con los otros modos de oración, san Ignacio asigna a éste un marco en particular: un coloquio preparatorio y otro final con Dios. Luego, describe la posición del cuerpo y recomienda una postura de profundo recogimiento: sentados o arrodilla­ dos. Conviene que el ejercitante mantenga los ojos cerrados o que fije la mirada en un punto en particular (EE 252, 1). En esta oración cobra importancia la respiración: cada palabra debe decirse entre un hálito y otro. San Igna­ cio pone énfasis en que no se pronuncie más de una palabra entre dos respiraciones. Casi siempre es esencial estar muy atentos a la respiración en las oraciones contemplativas. 18 Para más detalles sobre este modo de oración, léase mi artículo Die ¡contemplative Phase der ignatianischen Exerzitien {La fase contemplativa de los ejercicios ignacianos), publicado en Andreas Schónfeld (ed.), Spiritualitat im Wandel (Las transformaciones en la espiritualidad), Wurzburgo, 2002, pp. 334-363. En preparación para publicarse en Buena Prensa.

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Un ejemplo

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En todas las reflexiones y meditaciones anteriores, san Ignacio ha impuesto al ejercitante ciertas tareas, ya sea encontrar significados, comparaciones, “gustos” o consola­ ciones. Ahora, en cambio, limita la oración al mirar. ¿Qué hemos de mirar? Primero, podemos mirar la palabra que estamos pronunciando. Pensemos en la oración a Jesús. En este caso, miraríamos el nombre de Jesús. Pero la atención no debe centrarse únicamente en el significado de la pa­ labra. Es preciso mirar a la persona misma, cuyo nombre se pronuncia. Se trata de una relación con Dios. El hecho de poner en la mira la relación lo expresa san Ignacio de la siguiente manera: puede mirarse también “en la bajeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza a tanta baje­ za propia” (EE 258, 5). En síntesis, puede decirse que esta oración consiste exclusivamente en mirar, en mirar a Dios y la relación con él. Esta oración ocupa un lugar destacado en los Ejercicios Espirituales. En primer lugar, porque forma parte esencial del núcleo de los ejercicios, ya que si no nos hemos ejercitado en esta oración, los ejercicios no estarán completos. San Ignacio es muy claro en esto19. En segundo lugar, porque indica una oración básicamente nueva, que diverge de todos los modos de oración anteriores y se centra por completo en el ver. En tercer lugar, porque es el último modo de orar y el último ejercicio con el cual san Ignacio despide al ejercitante y lo regresa a la vida. Con él, el ejer­ citante llega al punto al que san Ignacio pretendía llevarlo.

Si en el curso de los ejercicios lo roza aunque sea un soplo de la gracia contemplativa y despierta en él el anhelo de mirar el rostro de Dios, nunca más olvidará este modo de oración. San Ignacio no escribió largos textos sobre contem­ plación, pues no era su estilo. En sus libro Ejercicios Es­ pirituales expone breve y claramente su determinación y su manera peculiar de llevar a otros a la oración contem­ plativa. Podría uno preguntarse por qué san Ignacio no se explayó más acerca del camino contemplativo. Sin duda, la respuesta es muy sencilla: porque es difícil expresar lo que sólo ocurre en la visión carente de pensamientos. San Ignacio siempre se caracterizó por ser escueto, pero era un gran místico y conocía los caminos de las almas. Sabía o presentía que vendría el día en que muchas personas bus­ carían encaminarse por la vía de la contemplación. Por eso escribía en los Ejercicios, de manera sucinta pero clarísi­ ma, exactamente lo necesario para no exigir demasiado a las personas de su época y, a la vez, dar suficientes indi­ caciones para una orientación precisa en tiempos posterio­ res. Hoy en día, el camino contemplativo se ha vuelto una necesidad urgente. ¿No es maravilloso que podamos darle una respuesta adecuada haciendo uso de los tesoros que contiene el acervo de nuestras antiguas tradiciones?

19 Ya muy al principio de sus Ejercicios Espirituales, en la cuarta anotación (EE 4), san Ignacio explica la estructura y duración de las cuatro partes de los ejercicios. En la cuarta parte incluye los tres modos de oración (EE 4, 3). Así afirma que el tercer modo de orar pertenece a las partes fundamentales de los Ejercicios. Además, escribe que en las cua­ tro partes de los Ejercicios lo decisivo no es la materia de las meditaciones, sino lograr el objetivo de cada una de las partes. Significa que, mientras no se ejercite y se viva la visión de Dios en el tercer modo de orar como un modo propio de oración, los Ejercicios no están concluidos. No es aconsejable darlos por terminados si la disposición espiritual del ejercitante no lo permite (EE 18). En tal caso, no estarán completos, aunque se hayan extendido a lo largo de 30 días.

1. ¿Podría imaginarse que, con el tiempo, sus medita­ ciones pudieran simplificarse hasta lograr una mirada de recogimiento sobre nuestro Creador y Salvador?

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Estimada lectora, estimado lector:

2. Si es así, ¿cuáles son los pasos siguientes que, en su opinión, debería dar? 77

14. Una florecilla Fue en la época del Concilio Vaticano II cuando oí por pri­ mera vez la expresión signos de los tiempos. En aquel mo­ mento, la Iglesia se puso en movimiento y era hora de cam­ biar estructuras. Esto despertó temores en muchas personas. Según su criterio, si la vida de la Iglesia era conducida por Dios, ¿cómo se entiende que debieran apartarse del camino que Dios les indicaba y buscar nuevos derroteros? Los re­ presentantes del aggiornamento, de la renovación, respon­ dieron que era precisamente Dios quien nos transmitía los signos que nos señalaban que deseaba conducir la Iglesia por nuevas sendas. En las décadas precedentes al Concilio no supimos reconocer tales signos. La consigna se volvió, pues: prestemos atención a los signos de los tiempos. Esta expresión despertó esperanzas en muchos, haciéndoles sen­ tir que la Iglesia estaba viva. También hoy hay una crisis en la Iglesia, como la hubo en la época del Concilio. Me duele preguntarlo, pero a los conventos y órdenes religiosas, ¿no les falta, algunas veces, mayor energía y fuerza vital en sus miembros? Mu­ chos religiosos deben matarse trabajando, en detrimento de la oración. Los párrocos deben abarcar cada vez más parroquias. ¿No es comprensible que tanto ellos como los 79

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asistentes espirituales se vuelquen a actividades organiza­ tivas en mayor medida que a la renovación espiritual de los cristianos? Muchas parroquias se despueblan. Muchas -gracias a Dios no todas- no están a la altura de las necesi­ dades actuales. ¿No será que en ellas hay un exceso de ac­ ción y de palabras? ¿No sería mejor que en cada parroquia hubiese la posibilidad de aprender la oración contemplati­ va que muchas personas añoran? ¿No sería seguir los pasos de san Ignacio proveer a los directores de los ejercicios de una formación que les permita un óptimo acompañamiento de los ejercicios contemplativos? ¿Acaso la renovación de la Iglesia no comenzó siempre con una renovación desde adentro? ¿No será que el signo apremiante de estos tiem­ pos consiste en el llamado de Dios a comprometemos con la oración contemplativa? Muchos cristianos se acercan a otras religiones por­ que no encuentran el camino contemplativo en la Iglesia. Esto no sucedía hace 40 o 50 años. Karl Rahner lo reconoció con lucidez cuando dijo que el cristiano del futuro será mís­ tico o no será cristiano. La fiase se cita con frecuencia, lo que demuestra que esta verdad es ampliamente reconocida. En mi opinión, el hecho de que tantos cristianos hoy no sean místi­ cos pone en tela de juicio nuestra vida de oración. ¿No sería la reacción correcta profundizar en la oración contemplativa? La necesidad de recorrer el camino de la contemplación, ¿no es acaso un apremiante signo de los tiempos, con el cual Dios pretende llevamos a una nueva primavera de la Iglesia? La persona religiosa de hoy experimenta notables ansias de practicar la oración contemplativa. Como nunca antes en la historia, busca la simplicidad y la paz que le con­ fiere el camino de la contemplación. Cuanto más se acele­ ra el ritmo del mundo, tanto más necesitamos el equilibrio que nos proporciona un sosiego contemplativo. Cuanto más 80

Una florecilla

complejo se vuelve el mundo, tanto más urgente se vuel­ ve vivificar la simplicidad contemplativa. Cuanto más nos asedia el mundo con las palabras vacías de la propaganda y la competencia, tanto mayor será la necesidad de refu­ giamos en un recogimiento sin palabras, para acercamos a nuestra esencia verdadera. Cuanto más el estudio, la pren­ sa, la electrónica y la vida moderna nos desafíen a pensar con rapidez, tanto más debemos retiramos a la visión con­ templativa para lograr un equilibrio. Cuantas más guerras libren los pueblos del mundo y reine la discordia en las familias, tanto más necesitamos de la paz y la armonía que nos ofrece el camino de la contemplación. La necesidad de encausamos por el camino de la con­ templación es grande. La respuesta de las personas que se comprometen con esto es una diminuta flor. En tiempos de crisis corremos el peligro de forjar grandes proyectos y discutir qué debe renovarse y cómo ha de hacerse. Pienso que hay una estrategia mejor. No somos nosotros los que debemos descubrir nuevos derroteros. Dios nos los señala. Sólo tenemos que descubrir dónde, aquí y allá, va surgien­ do la nueva vida. La vida nueva es un signo de los tiem­ pos, pues es allí donde Dios está obrando. La vida nueva se presenta de igual manera como crece una flor: en un primer momento, apenas vemos cómo sobresale el ápice de la planta unos pocos milímetros sobre la tierra. Luego la flor se va desplegando. Basta con que mantengamos los ojos abiertos y percibamos a tiempo dónde se anuncia la nueva vida. Desea crecer. Debemos protegerla, atenderla, cuidar que reciba el sol y la lluvia y nada la dañe. Estas son las esperanzas del futuro. Ya Jesucristo nos llamó a cuidar las pequeñas plantas del futuro (Mt 13,31). En medio del trajín del mundo hay muchas personas que buscan una oración sencilla y una vida serena. Esto es, 81

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a mi entender, un claro signo de los tiempos, una pequeña flor que debemos proteger, disfrutar y poner al sol. Es una pequeña llama que desea convertirse en una gran fogata. En ella deberíamos reconocer el llamado de Dios pues, por medio de este signo de los tiempos, Jesucristo nos dice que en el camino hacia Dios desea llevamos de \afe a la visión.

Estimada lectora, estimado lector:

1. ¿Cuáles son, en el momento histórico que vivi­ mos, los signos de los tiempos que usted observa? 2. ¿Cuáles son estas florecidas insignificantes que tienen gran futuro, porque Dios está detrás de ellas?

3. ¿Qué lugar le daría al camino de la contempla­ ción?

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15. Comencemos Estimada lectora, estimado lector: a grandes rasgos les he reseñado el camino de la contemplación. Es posible que haya despertado su interés y le agradaría emprender este camino. Le indicaré algunos pasos con los que po­ drá comenzar.

1. Es posible que usted ya haya practicado los Ejercicios o haya meditado acerca de la vida de Jesús en los evan­ gelios. Es la preparación ideal para la oración contempla­ tiva. Dios concede, a menudo, gracias de contemplación a la persona que está en contacto con los evangelios, las Sagradas Escrituras y la vida de Jesús. Si usted siente que sus meditaciones se van simplificando, conducen a ma­ yor recogimiento o despiertan el ansia de mirar a Dios mismo, sabrá que la gracia de la contemplación ha co­ menzado a actuar en su interior. Es un llamado de Dios al que urge dar respuesta. Ésta podría consistir en aprender un modo de oración contemplativa. El proceso de apren­ dizaje es necesario para hacer frente al caudal de distrac­ ciones que lo mantienen alejado de la visión directa de Dios. Además, surgirán en usted sentimientos, sequedad, desgano. En la introducción a la oración contemplativa se 83

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educa su atención para que aprenda cómo proceder frente a tales distracciones. No le hará falta prescindir de sus modos de oración acostumbrados, pero el aprendizaje de la oración contemplativa hará que el centro de gravedad de su oración se desplace espontáneamente y en el mo­ mento adecuado allí adonde el espíritu lo quiere llevar. Para aprender la oración contemplativa le recomiendo mi libro Ejercicios de contemplación20. Permítaseme agregar un comentario de índole perso­ nal: después de dar ejercicios contemplativos durante 25 años, quise publicar mis experiencias para que muchas per­ sonas tuviesen acceso a ellas. Registré en una cinta mag­ netofónica más de 2 mil coloquios de acompañamiento. El próximo paso consistió en extraer de ellos el material que diera origen a un típico curso de ejercicios. Analicé con qué frecuencia y en qué momento del curso aparecían deter­ minados temas y lo que yo debía decir al respecto. Para ello seleccioné unos 200 coloquios registrados, que constituyen el meollo del libro. Los distribuí en 10 días, dado que mis ejer­ cicios en aquel entonces abarcaban diez días enteros, a esto agregué 10 prédicas que solía pronunciar en aquella época, y las indicaciones introductorias para cada día. De esta ma­ nera, se hace posible practicar los ejercicios individualmente con ayuda del libro, ya sea durante algunos días en retiro o en forma de ejercicios en la vida diaria. Más allá de los ejercicios, resulta útil leer uno u otro diálogo de acompa­ ñamiento espiritual antes o después de la oración contem­ plativa. Es como un acompañamiento a la oración diaria. Si le interesa, puede realizar con él ejercicios cotidianos o ejercicios cerrados, es decir, de tiempo completo. Todo está explicado en el libro. Si su interés es más profundo, le

Comencemos

recomiendo acudir a lugares específicos en que se llevan a cabo ejercicios contemplativos.

2. Estimada lectora, estimado lector: antes de adqui­ rir el libro le daré cuatro ejercitaciones, que le permitirán experimentar concretamente lo que significa la actitud contemplativa. La importancia de estas ejercitaciones ra­ dica en el paralelismo de las relaciones con Dios y con los seres humanos. La persona que no puede dejar que otros se le acerquen, que no les da cabida, tampoco puede percibir a Dios. Quien no puede escuchar a otros tampoco soporta el atento recogimiento ante Dios.

a) Procure hacer un cambio en su interés y actitud en una discusión agitada en la que no desempeña más que un papel secundario. No preste atención al tema de discusión ni exprese nada de lo que pudiera haberse propuesto decir. Escuche, en cambio, a la persona que está más involucrada en la discusión. Limítese a escuchar. Llágalo simplemente para comprenderla desde adentro. Trate de sentir lo que la persona está viviendo en el momento, pero no lo haga con el propósito de terminar dando su opinión. b) Trate de hacer lo mismo que hizo en el ejercicio precedente, pero en una discusión animada y vehe­ mente que usted mantiene con algún interlocutor. Haga lo mismo que hizo en la discusión anterior y limítese a decir al final algo como: “esto pude recibirlo bien” o “dejaré que todo esto actúe sobre mí”. Es un buen ejercicio para aprender a mirar y percibir en la realidad cotidiana.

20 Ejercicios de contemplación, Buenos Aires, San Pablo, 1998.

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c) En una conversación interesante y animada en la que usted desea vivamente contribuir con algo im­ portante, suelte su deseo de intervenir y concéntrese en escuchar. Hágalo, aunque piense que tiene algo tan importante que comunicar que podría ser deci­ sivo para el tema que se está tratando. Procure in­ teresarse sinceramente por la opinión de su interlo­ cutor y deje pasar su propio mensaje. En la oración contemplativa usted debe escuchar a Dios. En ella, sus propios pensamientos tienen poca importancia. d) Intente percibir la presión que siente en una situa­ ción enervante en su trabajo o en su casa, sin pre­ tender cambiarla. Confórmese con mirar la presión y permanezca en esta percepción, hasta que la pre­ sión ceda por sí misma y se disuelva.

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Noticia Francisco Jalics nace en Budapest en 1927 y crece en Gyál, Hungría. A instancias de su padre ingresa, siendo muy joven, en la carrera militar. A fines de la Segunda Guerra Mundial es un refugiado en Alemania; vuelve a Hungría en 1946 y, después de concluir el bachillerato, ingresa a la Compañía de Jesús. En Pullach, cerca de Munich, estudia lenguas y literatura (1950-51). En Lowen-Eegenhoven (Bélgica) obtiene su diploma de Filosofía (1951-54). En 1956 la orden lo envía a Chile y un año más tarde a la Ar­ gentina, donde estudia Teología y es ordenado sacerdo­ te en 1959. Después de desempeñarse en la provincia de Córdoba como religioso durante un año, pasa a en­ señar Dogmática y Teología fundamental en la Facul­ tad de Teología y Filosofía de San Miguel (Argentina, 1962-1976). A partir de 1963 también es superior de estudiantes jesuítas y comienza a dar tandas de ejerci­ cios. En 1966 obtiene el título de doctor en Teología y se desempeña como profesor en las Universidades del Salvador y Católica (Buenos Aires). A comienzos de la década de los 70 se establece con dos compañeros en una colonia pobre. En mayo de 1976 es 87

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secuestrado por un grupo militar durante cinco meses. En 1977 se encuentra en los Estados Unidos, donde se desem­ peña como escritor y da cursos de ejercicios. Desde 1978 hace lo propio en Alemania. Entre sus obras publicadas mencionamos: El encuen­ tro con Dios (1970), traducido a dos idiomas; Cambios en la fe (1972), traducido a dos idiomas; Aprendiendo a orar (1973), traducido a cinco idiomas; en alemán: Lernen wir beten, (Kevelaer, 2005) y Aprendiendo a compartir la fe (1978), traducido a cuatro idiomas; en alemán: Miteinander im Glauben wachsen, Ed. Pfeiffer, 1982. En el verano de 2012 visita México. Da una tanda de ejercicios a un privilegiado grupo de 40 personas, en la Casa de Ejercicios Puente Grande en Jalisco.

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