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Spanish Pages 484 Year 1990
CULTURA AFROCUBANA ¡IRIS
OACI
AIII O
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e SS,
ISABEL
CASTELLANOS
Se propone esta obra ofrecer una estampa del proceso histórico del negro en Cuba desde 1492 hasta 1959 y, a la vez, hacer un estudio del origen y desarrollo de la cultura que floreció en la Isla debido al encuentro de la población procedente
de Africa con la proveniente de Europa.
Su
intención es básicamente introductoria, aunque algunos temas mal explorados (como el abolicionismo, por ejemplo) han recibido la detallada atención que merecen.
Por su longitud, el texto ha sido dividido en
tres tomos. El primero examinó la historia del negro cubano desde el Descubrimiento hasta la
Conspiración de la Escalera, en 1344. El segun-
do —que el lector tiene en sus manos— continúa el desarrollo de ese tema hasta 1959. Y el tercero, ya en imprenta, se refiere ala presencia cultural del negro en la Isla (su religión, su lenguaje, su música,
su arte, etc.), así como a sus influencias
transculturativas en la formación de la nacionalidad cubana, en cuyo seno lo afrocubano desempeña un rol importantísimo. *
ALGUNAS
ko
OPINIONES SOBRE EL PRIMER "TOMO
Leví Marrero, autor del máximo esfuerzo his-
toriográfico cubano de las últimas décadas (los catorce tomos de su Cuba: Economía y Sociedad)
se ha referido en tres artículos a Cultura Afrocu-
bana considerándola: “una obra notable por su organización, originalidad e información que podemos desde ahora predecir que perdurará
como un clásico en las ciencias sociales cubanas.” (Uno de esos tres artículos, aparecidos en Diario
Las Américas de Miami, sirve de prólogo a este segundo tomo). La notable crítica Anita Arroyo ha escrito: “La
obra de los Castellanos —padre e hija— Cultura
Afrocubana, ha de constituir sin la menor duda
una contribución tema”.
trascendental
al importante
El destacado historiador Marcos Antonio Ramos opina: “El tratamiento que los autores dan al abolicionismo es muy minucioso... El fenóme-
no (de la. .esclavitud) es enmarcado dentro de
una serie de consideraciones universales, regio-
nales y locales que permiten comprenderlo”.
CULTURA AFROCUBANA 2 (El negro en Cuba, 1845-1959)
COLECCIÓN ÉBANO Y CANELA
EDICIONES UNIVERSAL. 2
Miami, Florida, 1990
JORGE CASTELLANOS
€ ISABEL CASTELLANOS
CULTURA AFROCUBANA 2 (El negro en Cuba
1845-1959)
Prólogo de Leví MARRERO
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NIVERSAL
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P. O. Box 450353 (Shenandoah Station) Miami, Florida, 33245-0353, U.S.A. 3
O
Copyright 1990 by Jorge Castellanos éz Isabel Castellanos
Library of Congress Catalog Card No.: 87-83071 Portada:
René Portocarrero: Santa Bárbara para París. 1963, Oleo. 0
1.S.B.N: 0-89729-462-9 (obra completa) I.S.B.N.: 0-89729-506-4 (tomo II)
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Impreso en los talleres de EDITORIAL PRESENCIA LTDA. Calle 23 No. 24-20 — Tel. 2692188 BOGOTA - Colombia
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Peca
contra
la humanidad
el que
fomente y propague la oposición y el odio de las razas.
JosÉ MARTÍ
Los cubanos no tienen más que una
bandera, la de la Independencia, que cobija a todos los hombres, de cualquier origen y raza que sean... ANTONIO MACEO
A MANERA DE PRÓLOGO
HISTORIA E INTEGRACIÓN Leví MARRERO
El maestro Ramiro Guerra, que tantas perspectivas abrió a la interpretación del pasado cubano, incluyó en una memorable nota al calce de su Manual (1938), un llamado a la necesidad de revisar nuestra historia colonial, influida demasiado tiempo por prejuicios raciales. Cuando el negro se rebelaba, y lo hizo con frecuencia, sus
acciones estaban tan justificadas como las del blanco criollo que se
enfrentaba al despotismo colonial. En la Cuba esclavista, escribió
certeramente Guerra, existió una doble ansia de libertad política y económica de parte del de libertad civil y de igualdad social de parte libre... El negro esclavo aspiraba a la libertad
de liberación: «Ansia cubano blanco, ansia del esclavo y del negro y pugnaba por alcan-
zarla. La esclavitud creaba, de hecho, un estado de guerra civil
permanente entre el blanco y el negro...» y agregaría: «La historia la han escrito los blancos.» |
Entre las páginas más desgarradoras escritas en Cuba figuran
las de la autobiografía del esclavo Juan Francisco Manzano publi-
cadas, traducidas al inglés, en Londres, en la década de 1840, por el abolicionista británico Richard Madden, e impresas en La Habana, en español, un siglo después. Si alguien duda de la razón del karma social que cargamos los cubanos, debía leer estas páginas del gran poeta negro, víctima del desgano vital que lo condujo al silencio, embrutecido
por
los vergajazos
que sufrió a manos
de
verdugos
durante la represión de La Escalera. El testimonio de Manzano es
9
único, y lo debemos a la solicitud de Madden y Del Monte. Los
norteamericanos disponen, en cambio, de numerosos relatos escritos por antiguos esclavos, acogidos en las tierras libres del Norte tras fugarse de las plantaciones del Sur. Pero Cuba era, y es, una isla, para bien o para mal. St carecemos de testimonios personales de nuestros esclavos, hay
en cambio millares de documentos leídos, analizados y evaluados
por los nuevos historiadores, que provistos de una visión más objetiva, y sin vinculaciones inmediatas con el pasado esclavista, han podido ir reconstruyendo una historia social más equilibrada y Justa, desasidos de la concepción prejuiciada de una eminente «raza cubana», blanca, considerada por algunas altas figuras de nuestro siglo XIX como integrante única de una nacionalidad excluyente y socialmente discriminatoria. La Cuba de todos los cubanos, como concepto y realidad, surgió
en 1878, cuando quedaron insumidos en un solo pueblo los cuatro
pueblos que antes de 1868 se pretendía existían en la Isla: penin-
sulares, criollos blancos, libertos y esclavos. La nueva visión sería validada por Martí, cuando desde el destierro advirtió que cubano es más que blanco o negro. Á esta verdad, centrada en la concepción de una cubanía multirracial, enraizada en la historia y el proceso forjador de nuestra cultura, responde el aporte excepcional de «Jorge e Isabel Castellanos, quienes siendo blancos, han querido servir a Cuba escribiendo la historia y analizando la cultura de nuestros negros a lo largo de casi cinco siglos. Una historia que, según el dictum de Guerra no pudieron legarnos los cubanos negros cuando estaban sometidos al analfabetismo, al mayoral, al látigo y al cepo. En su'empeño en marcha, ya cumplido en su primera etapa,
Jorge e Isabel Castellanos han logrado una obra en verdad notable.
Hay libros desechables tras su primera lectura, si es que logran retener al lector hasta sus páginas finales, pero hay otros destinados a esclarecer, aportar, atraer y perdurar: Cultura Afrocubana es uno de estos libros. Fernando Ortiz y Lydia Cabrera, ya lo dijimos, fueron precursores en este campo, y sus monografías son indispensables, pero los Castellanos, padre e hija, provistos de una visión totalizadora, están integrando al negro, que por un largo período constituyó la mayor parte de la población de la Isla, a nuestra historia, abriéndole el espacio que se le negara dentro del' mundo colonial, a ese negro cuyas espaldas y brazos hicieron posible el fomento y la riqueza asombrosos de la Cuba del Ochocientos. Con un método ceñido, con una meticulosidad estricta al identi-
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ficar cada una de sus fuentes, prueba de su honestidad de investigadores y de académicos que realza el valor de su logro, los Castellanos nos guían en el conocimiento del calvario —no hay otro calificativo mejor— de nuestros esclavos, desde sus áreas de origen, identificando sus naciones africanas, con información realmente nueva, hasta la ignominia de La Escalera en 1844, año en que la vesania de O'Donnell y sus sicarios emasculó a una élite de libertos en la que sospechaba capacidad para convertirse en la presunta dirigencia revolucionaria de los afrocubanos. Nuestro presente trágico está marcado en gran medida por nuestro pasado colonial. Y aunque parezca a muchos solamente significativa la etapa heroica de nuestra historia, honrada gallardamente por nuestros libertadores, es indispensable ir más atrás, hacia las etapas sórdidas de nuestro pasado de pueblo, pues muchos de sus males se han reproducido mecánicamente hasta hoy, como si los peores rasgos del colonialismo ominoso se negaran a desaparecer. Nos queda ahora esperar los dos volúmenes finales, felizmente muy adelantados, de la obra de Jorge e Isabel Castellanos que ha venido a iluminarnos, por su calidad integradora, la duplicidad injusta de una sociedad que el francés H. Despierres, quien visitó La Habana en 1845, portador de cartas de presentación de Domingo del Monte, entonces en París, describiría en un párrafo definidor al escribir desde la Isla a su amigo cubano, desterrado entonces: «Vuestra bella sociedad habanera vale bajo todos los aspectos tanto como la brillante sociedad parisina, y lo que más impresiona al extranjero es la monstruosa relación entre la esclavitud y esta deliciosa civilización.» Tal relación, tan certeramente adjetivada por el intelectual francés, es la que están explicando, casi siglo y medio después, Jorge e
Isabel Castellanos. Para la historia y la justicia, nunca es tarde.
(Publicado originalmente en Diario Las Américas, el día 4 de
mayo de 1989).
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INTRODUCCION
En el primer tomo de esta obra dejamos al negro cubano en 1844:
el momento más trágico de su historia. El terror colonial y esclavista
acababa de arribar a su cúspide. Centenares y centenares de ino-
centes habían sido sacrificados. Miles y miles sufrían en la cárcel y el exilio por el único delito de tener la piel oscura. Despojada de la
mayor parte de sus bienes y de su influencia, poco quedaba de la incipiente burguesía «de color». Los esclavos, derrotados, posponían
para
mejores
tiempos
rebelión contra el sistema que los abatía. El absolutismo
la
de la
España impenial parecía indestructible. Y, sin embargo, las clases dominantes sabían que, en el fondo, las contradicciones fundamen.-
tales de la sociedad cubana seguían en pie, planteando toda una serie de apremiantes preguntas sobre el futuro inmediato y posterior de la Isla. En este tomo estudiamos las reacciones de los distintos estratos
de la sociedad insular a esa crisis planteada por La Escalera y sus innumerables consecuencias. Concentramos nuestra atención sobre la más básica de las cuestiones que afectaban al negro: el abolicionismo. Y examinamos
sus inescapables conexiones con los
movimientos políticos estelares de la hora: integrismo, anexionismo, reformismo e independentismo. Por esas vías llegamos al instante que José Martí llamó de «sublime fusión cubana», cuando la gesta mambisa del 68, unida a otras fuerzas coincidentes, hizo posible (mejor sería decir: inevitable) la abolición de la esclavitud. Seguimos con un recuento de los esfuerzos del negro libre, tanto a fines de la Colonia como a comienzos de la República, por lograr la igualdad jurídica y social de que carecía en la era postesclavista.
Analizamos los problemas raciales en el país hasta 1959 (al final se
Verá por qué no vamos más allá), tratando en cada momento de
Poner en evidencia cómo estos desarrollos se entretejen con los Procesos
transculturativos
que
tenían
lugar
en
Cuba
desde
los
tiempos de Diego Velázquez. Y terminamos por ofrecer un esque15
mático estimado
de la ecuación
período que nos ocupa.
interracial cubana
a] final q
el
De ese modo completamos en este tomo la primera mitad de] obra: el trasfondo histórico de la presencia negra en nuestra Patria El tercer y último volumen estará dedicado a la otra mitad: a la investigación temática de la cultura afrocubana (sobre todo «y religión y su lenguaje) y a la precisión de la influencia del negro en la narrativa, la poesía, el teatro, la música, la danza y las artes plásticas de la nación. Queremos repetir aquí nuestro agradecimiento a todas aquellas personas e instituciones que generosamente nos han ayudado en este largo empeño. Y muy especialmente a nuestros familiares más cercanos (a Carmela, a Gloria, a Graciela y Paco, a Helena, Gaby, Toa, Puchín y Luis E.) sin cuyo estímulo, auxilio y paciente apoyo este libro nunca hubiera podido ser escrito. Detroit-Miami,
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1989
CAPÍTULO Í
ABOLICIONISMO, ANEXIONISMO Y REFORMISMO: 1845-1868
La esclavitud es un mal que contamina el sistema social del país donde existe, que degrada al amo tanto como al esclavo, y va en
el interés tanto como en el honor de toda nación que lo sufra, ponerle fin lo antes posible. LorD PALMERSTON
La esclavitud no es otra cosa que la negación de los derechos de la humanidad, la infracción de los preceptos divinos, la superposición de la fuerza y el agravio sobre la debilidad y la justicia. FRANCISCO DE ÁRMAS Y CÉSPEDES
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Era inevitable: tras la crisis, el reajuste. En los años que siguen inmediatamente a los terrores de La Escalera, todos los grupos sociales de la Isla (y los extranjeros interesados en ella) reexaminan y readaptan, en muy variadas formas, sus relaciones recíprocas. Los esclavistas y sus esclavos; los criollos libres (blancos,
negros y mulatos) y sus dominadores hispánicos; el gobierno español (en Madrid y en La Habana) y los de Estados Unidos y la Gran
Bretaña; los negreros y los abolicionistas: todos buscan un nuevo
acomodo en la nueva circunstancia histórica. En consecuencia, se producen algunos cambios de indudable importancia, aunque las estructuras sociales y políticas básicas permanecen
lo menos hasta 1868. Vamos a ver por qué.
incólumes por
Vacilaciones de la burguesía:
esclavitud y servidumbre contractual A lo largo de toda su historia, debido a su privilegiada posición estratégica y su gran riqueza, Cuba ha sido centro de innumerables intrigas de las potencias internacionales. Después de 1844, los tres factores decisivos de la ecuación diplomática en que se veía envuelta la Isla eran Inglaterra, Estados Unidos y España. La primera, por aquella época en la cumbre de su poderío, trataba de imponerle al gobierno de Madrid su antitratismo radical, tanto por razones de interés económico como por la necesidad política de prestar atención a la vigorosa corriente abolicionista que se agitaba en su seno.
Estados Unidos, que desde los tiempos de John Quincy Adams, a
principios de siglo, veía en Cuba una «fruta madura» lista a caer en su regazo, ahora, en los Pierce, salía abiertamente que le vendiera lo que por se del árbol metropolitano.
tiempos de James Polk y de Franklin al mercado y presionaba a España para pura gravitación no acababa de separar(A este respecto, se enfrentaban las dos
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potencias anglosajonas. Antes de que Cuba cayese en manos norte-
ñas, Inglaterra prefería que siguiera en manos hispanas). Por su parte España, empantanada en una prolongadísima crisis política, se aferraba con todas sus fuerzas a la posesión de una colonia que le producía ingresos fiscales de decisiva importancia. Y maniobraba sin cesar, tratando de dividir a sus adversarios para así conservar a Cuba en su poder. Sobre ese trasfondo internacional, que la enmarca y condiciona, la esclavitud entra. en nuevo período de desa-
rrollo a mitad del siglo XIX, precisamente cuando en lo interno una
honda revolución tecnológica estremecía hasta sus cimientos a la industria azucarera del país. Bajo el peso de esa crisis diplomática, la política social de Madrid en Cuba deviene un tiovivo en giro desbocado. Una muestra: para compensar la coacción norteamericana, el gobierno español acude en busca de ayuda a la Gran Bretaña y ésta accede a defender el status quo siempre que Madrid respete los viejos tratados antitratistas. Ahora bien, cada vez que España intenta hacer cumplir la ley internacional, los negreros y hacendados de Cuba protestan indignados, amenazan con el anexionismo... y España cede ante su presión'. En 1845, por ejemplo, se aprueba la Ley Penal de Represión del Tráfico de Negros?, donde se establecen penas de presidio, destierro y multas contra quienes participasen en ese ilícito comer-
cio. Obviamente, Inglaterra se había anotado una victoria. El tráfi-
co disminuyó de forma sustancial. Basta comparar las cifras de Humboldt, Aimes y Pérez de la Riva sobre la importación anual de esclavos en Cuba para comprobarlo”: 1.
Sobre los vaivenes de este rejuego entre las potencias y su influjo en el
2.:
Pichardo (1971), Vol. 1, pp. 327-330.
proceso político cubano, véanse: Ramiro Guerra, En el camino de la independencia y La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países. hispanoamericanos, passim; también: Herminio Portell Vilá, Historia de Cuba: en sus relaciones con los Estados Unidos y España, sobre todo Vol. I, capítulo VII y Vol. IT, capítulos 1 y IL 3. Véanse las tablas del capítulo UT. Según los reportes anuales de la Comisión Mixta de La Habana, las cifras son: 1844 cococconncccnonoconicnoncronnns 10.000 1845 cooooccccnccccncnnccnnncnoninanon 1.300 E
1.500
1847 coccccocccccnncoracinonanonanano 1.000 ¡E
AN
(Public Record Office de Londres)
20
1.500
Año
Humboldt
Aimes
P. de la R.
1844 1845 1846
10.000 1.300 419
3.000 950 500
9.000 1.200 1.500
1848
1.500
1.950
1.500
1847
1.450
1.450
1.300
Sin embargo, muy pronto los negreros y los dueños de esclavos descubren en la Ley Penal una evasiva que abría los caminos para
burlarla: el famoso artículo noveno de la misma, según el cual «en
ningún caso ni tiempo podrá procederse ni inquietar en su posesión a los propietarios de esclavos con pretexto de su procedencia». De acuerdo con la interpretación esclavista del texto, lo poseído antes de
1845
era inviolable.
Y los esclavos
que
estaban
en la Isla al
promoverse dicha ley no podían ser liberados aunque
se probase
que su entrada había sido clandestina*. Á partir de 1848 la Ley
Penal es casi letra muerta. El nuevo capitán general, Federico Roncali, considera a la trata como una garantía contra la agitación separatista: al aumentar la población esclava crecía entre los blancos criollos el temor de que cualquier insurrección antiespañola desatase la de los negros, con resultados como los de Haití. El nefando comercio se intensifica. Estas son las cifras aportadas al respecto por las autoridades británicas, Humboldt, Aimes y Pérez de la Riva: Año
Aut. Brit.
Humboldt
Áimes
1849
8.700
8.700
1852
7.924
7.924
4.500
—
6.000
1850 1851
1853
1854
3.100 5.000
12.500
11.400
3.500 5.000 7.329
3.500
P. de la R. 7.800
2.500 3.600
2.800 4.500
2.000.
12.000
7.200
12.500
Hay autores que atribuyen la disminución de la trata en este período más que nada, a la posibilidad de adquirir esclavos directamente en Cuba de los cafetales arruinados por factores diversos. Sobre la crisis de la caficultura cubana en esta época véase Marrero, Vol. IX (1984), sobre todo pp. 121-123.
4.
Pichardo (1971), Vol. 1, p. 327.
21
Sin
embargo,
pronto. se produce
nuevo
giro del tiovivo.
Ese
aumento del tráfico provoca indignación en la Gran Bretaña. La
cancillería de Londres amenaza abiertamente a la de Madrid con la pérdida de la Isla si no cumple los tratados. El general Valentín Cañedo, que gobierna en Cuba desde abril de 1852, recibe órdenes superiores: hay que intensificar las pesquisas sobre los bozales recién introducidos. Y, pese al artículo noveno, ordena que las autoridades penetren en las fincas cuando fuere necesario para encontrarlos. Cañedo comprueba que han entrado varias expediciones
clandestinas y esos bozales son confiscados por el gobierno. El negrero más rico y recalcitrante de La Habana, Julián de Zulueta,
es arrestado y recluido en la fortaleza de La Cabaña. Pero los tratantes de esclavos no se dan por vencidos. Mueven los infinitos
resortes de su influencia, a un lado y otro del Atlántico. Y no sólo sacan a.Zulueta de la cárcel, sino que logran la remoción de Cañedo
a fines de 1853. No cesan los vaivenes. El gobierno hispano, bajo la
intensa presión de los Estados Unidos, parece hundirse en la desesperación. José Luis Sartorius, que en ese momento
lo preside,
adopta la consigna de los españoles ultrarreaccionarios de La Habana: «Cuba será española o africana.» Antes que ceder la Isla a Norteamérica y a los anexionistas cubanos, España prefería entregar su control a la población «de color» sin importarle las consecuencias. Y como instrumento de esa política envía a Cuba como
Capitán General al ex gobernador de Puerto Rico, Juan de la Pe-
zuela, conocido enemigo de la trata y decidido partidario de mejorar el tratamiento que se daba a los negros. A poco de llegar a la capital cubana, Pezuela dictó un bando,
fechado el 3 de mayo de 1854, en el que se garantizaba la conti-
nuación de la esclavitud pero se afirmaba que era «deber sagrado» de las autoridades hacer cumplir la ley, es decir, poner fin al contrabando, insistiendo en que «era imposible conservar por más tiempo en la fuerza y espíritu que hasta entonces se le había dado al artículo noveno de la Ley Penal de 2 de marzo de 1845». En consecuencia, el artículo primero de la Ordenanza suspendía la inviolabilidad del domicilio rural, facultando a las autoridades para «entrar en las fincas de toda clase que les fuesen sospechosas, pasar lista a la dotación y recorrer y examinar aquellas como tuviese por conveniente». Y en los cinco artículos siguientes se ordenaba el empadronamiento anual de los esclavos, embargándose y declarándose los bozales; se estipulaban castigos para quienes se dejasen sobornar admitiendo la entrada ilícita de negros y se anunciaba que toda persona convicta de participar en el tráfico prohibido sería
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expulsada de la Isla por término de dos años. La medida provocó otra explosión de pánico entre los negreros y los propietarios de esclavos. Y el pavor aumentó cuando tres semanas después otro bando de Pezuela autorizaba la renovación de los batallones de voluntarios de pardos y morenos libres, lo que significaba que la tercera parte del ejército estaría formada por hombres «de color».? Era evidente: España buscaba aliados entre los negros y los mulatos para oponerlos a los blancos criollos. El descontento entre los: blancos ricos se tornó masivo. Hasta los españoles adinerados proclamaron su hostilidad contra el gobierno y algunos de ellos (como Ramón Pintó, por ejemplo) se lanzaron a la conspiración anexionista, según tendremos ocasión de ver enseguida. Las actividades antiesclavistas de Pezuela logran positivos resultados. Once expediciones clandestinas fueron interceptadas en 1854, emancipándose 2.684 esclavos. Pero antes de terminar el año
tiene lugar otro viraje de la política española: O'Donnell y Espartero derrocan al gobierno y hasta 1856 controlan el poder. Víctima inmediata de este cambio fue el general Pezuela, a quien se le depuso, sustituyéndole el general Concha. Este, tan pronto llegó a La Habana, anunció pomposamente que seguiría persiguiendo el «inmoral y perjudicialísimo tráfico», pero que volvería a aplicar el artículo noveno de la Ley Penal dándole la antigua interpretación favorable a la oligarquía esclavista. El resultado inmediato fue que los africanos siguieron entrando'en Cuba impunemente durante los cinco años del gobierno de Concha. Y en proporciones escandalosas, como lo prueban estas estadísticas del Foreign Office británico: IMPORTACIONES ILEGALES DE ESCLAVOS EN CUBA
BA 1855 18586 185 1858 1859
cccccciccnicocicinins 11.400 cocccccoccconiconicicinono 6.408 cocccccocconiónnicocicono 7.304 ccccconicnnccancconin 10.434 cocccccconicnonicnnins. 16.992 cecicociccnicicnconinos 30.473
5. En 1854 había cn Cuba 14.400 soldados españoles. Las milicias de negros y mulatos se organizarían en 32 compañías de 240 hombres cada una, con un total de 7.800 plazas. Véasc: Guerra (1971), p. 554.
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Conviene advertir que a mediados del siglo pasado, la vacilación
y el titubeo caracterizaban no solo a la política social de España en Cuba, sino también
al pensamiento y la acción de la clase rica
criolla. La conciencia burguesa fue hondamente
afectada por el
estallido de La Escalera. La respuesta de los hacendados a. la tremenda conmoción tomó formas muy complejas. Muchos de ellos
lamentaron sinceramente el baño de sangre, por motivos estricta-
mente éticos. Tomemos el caso de Miguel de Aldama, representante de la fortuna azucarera más sólida de Cuba por aquel entonces. Su reacción —detalladamente reflejada en su correspondencia— fue una mezcla de variados y contradictorios sentimientos: de temor,. de pánico, de verdadero espanto ante los alzamientos masivos de
los esclavos, de alivio al comprobar que éstos habían sido aplastados, de horror y de asco ante la brutalidad con que fueron reprimidos por las autoridades, de repugnancia ante las brutales medidas disciplinarias que los amos aplicaban en sus fincas para defenderse del odio de sus siervos, de indignación ante la ciega política oficial que no sabía ir a la raíz de esos males, de escepticismo con respecto a soluciones racionales de la crisis estructural que conmovía el sistema socioeconómico cubano. El miedo le lleva a exagerar. los peligros en una carta a su cuñado Domingo Delmonte, en la que le dice: «Una horrorosa conspiración de negros en la cual están comprendidos sin excepción todos los esclavos y libertos de la Isla estaba en los críticos momentos de estallar cuando el gobierno empezó a hacer prendiciones y a tomar declaraciones. Más de doscientas fincas tienen con prisiones gran parte de sus negradas (las nuestras inclusas), habiéndose pronunciado a favor del motín como les era natural. Las cárceles rebosan de negros libres tanto en Matanzas como aquí y no ha quedado desde allí hasta Macuriges un solo negro libre contra quien no hayan declarado las negradas de las fincas. Las declaraciones de los libertos son aún más horrorosas que las de los esclavos pues estos eran guiados por aquellos y los primeros por la mano poderosa de Inglaterra: el plan era tan maquiavélico como bien combinado, pero ha querido Dios que por lo pronto se les haya frustrado... Filántropos o miserables. especuladores, ellos han conseguido hacer aún más miserable la suerte del infeliz esclavo, pues el estado actual que disfruta el desgraciado esclavo
es, comparado
al anterior,
como
el infierno
al cielo. Las
ideas que les han sugerido han conseguido tan solo que pasen su existencia en perpetuas cadenas teñidas de sangre propia. Se ha visto que ya no se pueden tener sin someterlos al extremo rigor y así horroriza hoy ver una finca cualquiera. Un propietario es hoy
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verdugo, pues infeliz de él si no toma medidas enérgicas: él y todos sus operarios serían inmolados y su propiedad sería quemada y arrasada. Tal es el estado actual de nuestra Isla...»*. El uso indiscriminado, intensivo y brutal del látigo conmueve a Miguel de Aldama profundamente. En otra carta de nueve de abril de 1844 le cuenta a Delmonte: «Las cárceles rebosan de negros cabecillas de la conspiración. Sólo en Matanzas existen en cadenas
843 negros esperando la conclusión del sumario. De ellos las 7/8
libertos. Y aquí el número también es muy grande y figuran en la
lista Manzano, Ble Rely, Plácido, Ceballos, Brindis y cuantos negros o mulatos hay de algún viso o talento. El modo de declarar o, por mejor decir, de hacerlos declarar, es verdaderamente salvaje. Se les aplica el látigo sin distinción de clase, libre o esclavo, pobre o rico y el azote inquisitorial los hace declarar la horrorosa conspira-
ción que estaba pronta a estallar. Porción de ellos han sucumbido al rigor del castigo. Otros han muerto de pasmo o de gangrena, pues
ha habido hombre que ha recibido 1.600 azotes bocabajo, a estilo de lo que acostumbran a dar nuestros mayorales. ¿A quién no horrorizan semejantes hechos? Son nuestros enemigos, y como a tales debemos tratarlos, pero la humanidad se resiente y la sangre que tan vilmente se les hace derramar creo que pedirá venganza. Así ve Ud. los negros todos de las ciudades emperrados y soberbios, al grado que me hacen temer que exasperados den el grito que ha de llenarnos de luto y miseria. Es verdad que las medidas tomadas por O'Donnell pueden evitar algún golpe, pero siempre es temible un pueblo desesperado y decidido a morir». O sea, que los hacendados habían creado un monstruo y luego no podían dormir tranquilos y disfrutar de sus riquezas por el miedo que le tenían. Aldama le envidia a su cuñado el exilio en que se ve obligado a vivir. Le expresa en la propia carta: «En fin, querido Domingo, dé Ud. gracias al cielo por estar en un país civilizado, donde puede el hombre dar libre albedrío a su talento y abandone Ud., por lo pronto, toda idea de sacrificarse por esta malhadada tierra. Goce Ud. en Francia, Inglaterra e Italia lo que pueda, pues esos países le brindan a Ud. un campo vastísimo para su felicidad, mientras que al contrario España sólo le hará a Ud. conocer desgracias, persecuciones y horrores». La actitud del gobierno español en Cuba le parece a Aldama 6.
AHC-CE, Vol. VI, p. 12: carta del 10 de mayo de 1844. Todas las cartas de
Miguel de Aldama citadas más. adelante aparecen en ese tomo del Centón Epistolario de Delmonte. Pueden ser localizadas fácilmente por sus fechas.
20
ciega y suicida. En la carta del 10 de marzo le expresa a su cuñado: «Ud. preguntará cuáles son las medidas que toma el gobierno. Yo no las sé, pues mucho se dice sin que nada se haga hasta ahora más que permitir que se introduzcan negros (dos mil han llegado en este mes)». Y en otra misiva (fechada el 9 de febrero de 1844): «A todo
esto, querido Domingo,
nuestro imbécil y estúpido gobierno no
toma medida alguna para precaver alguna próxima y casi inevitable desgracia. Desengañado quizás ya de que nuestro mal no tiene cura,
trata
aumentando
para
enriquecerse,
de
apurar
nuestra
subsistencia
el número de esclavos, pues hoy con la gran crisis
política que tenemos se preparan y llegan cargamentos, no bajando
de diez mil los que se esperan por momentos: La opinión pública contra tan inicuo comercio se ha fortalecido muchísimo, pero la
férula del despotismo está en todo su vigor, cerrándonos la puerta enteramente
a toda representación, máxime
cuando
se trata de...
una cosa tan humana y necesaria como es el fin del tráfico... de lo cual únicamente depende nuestra salvación». Aldama, bajo la influencia de Delmonte se había propuesto experimentar con el trabajo libre en un ingenio que serviría como modelo del futuroque en la industria azucarera ambos consideraban inevitable. Pero la crisis del año 44 le obligó a posponer indefinidamente sus planes. Le dice don Miguel a don Domingo: «Ud. creerá, sin duda, que estos acontecimientos que llevo descritos habrán hecho que yo apresure nuestro grandioso proyecto de ingenio modelo con brazos libres. Lejos de eso, creo que en el estado actual sería una locura emplear caudales
en bienes raíces pues sería botarlos ciegamente sin esperanza de
utilizar en nada nuestra situación. Creo ya la medicina demasiado
tarde para el enfermo y que-una medida general sería sólo lo que, por lo pronto, lo salvará». El sensitivo hacendado parece bordear los límites de la desesperación. Pero de pronto, unas líneas más adelante (vaivenes y más vaivenes) saca fuerzas de flaquezas y proclama: «Yo no desespero, pues existen hoy gran número de hacendados que están decididos a tener colonos y de algún punto, así sea de la Siberia los hemos de traer... Estos hacendados son la generalidad hombres de carácter, que ni comprarán esclavos ni dejarán arruinar sus fincas por falta de brazos que las cultiven. Mientras tanto, los acontecimientos que son ya tan frecuentes entre nuestros esclavos irán formando la opinión y los traficantes de carne humana sucumbirán a la fuerza de la opinión...» ¡Qué ironía! ¡Un líder de la burguesía progresista poniendo sus esperanzas de convencer a los retrógrados mediante la presión de las masas esclavas radicalizadas! Por algo se vivía en Cuba en un polvorín.
26
Hemos
citado tan extensamente
porque esta visión de la com-
pleja realidad cubana, procedente de la pluma de un hacendado criollo; no sólo pone al desnudo la conmoción ideológica que sufrió la burguesía cubana a mediados del siglo XIX, sino que explica además las dificultades con que tropezaba la integración —ya en proceso— de los diversos factores clasistas y raciales del país en un único conglomerado nacional. Sin contar.con que el mecanismo aculturativo sufría retraso también, ante el aislamiento de los distintos sectores sociales en departamentos estancosa consecuencia
de los temores, los odios, los resentimientos y los recelos provocados por los terribles acontecimientos de 1844. La nacionalidad es, ante todo, un' estado de conciencia: un saberse parte de un tronco común, un peculiar sentirse solidario de los demás seres humanos con quienes se convive. Ahora bien, si miramos hacia el extremo opues-
to del hacendado en el espectro social de Cuba, es decir, hacia el bozal recién llegado de África, ¿cómo podía éste sentirse parte de una nacionalidad cubana? Ni su lengua, ni su tradición, ni su religión, ni su familia, nisu.modo de vida lo ligaban al resto de la población, a la que lo habían incorporado a la fuerza. Y además, se veía marginado de ella por una política que lo acorralaba y perseguía como una fiera salvaje. Sus amos lo explotaban sin misericordia.y lo despreciaban
sin medida.
Era considerado como extraño,
radicalmente forastero y, encima de eso, inasimilable. El bozal no sabía leer, ni siquiera entendía .el español, pero sentía, eso sí, sentía, por el trato que le daban, que gran parte de la población blanca lo excluía absoluta y definitivamente de su mundo, por entender (como José Antonio Saco) que la única nación cubana verdadera era la-integrada exclusivamente por blancos. ¿No era natural que ante este rechazo y ante las brutalidades que con ellos se cometían, estos bozales no se considerasen como parte de ese «proyecto de vida en.común» que, como dijo alguna vez Jorge Mañach, es el sello distintivo de toda identidad nacional? ¿No era lógico que
se separasen
espiritualmente
del grupo
social que
los
maltrataba, marginaba y oprimía, reconcentrándose y recluyéndose en su propio ámbito cultural, en el cultivo de su propia lengua, de su religión, de sus tradiciones y costúmbres, hasta donde se lo permitiera la. realidad en que vivían? Jamás un grupo de inmigrantes ha encontrado en su nuevo país una situación aculturativa tan difícil y tan trágica. Lo verdaderamente extraordinario es que la población africana de Cuba no solo sobreviviera estas feroces cir-
cunstancias,
sino que en plazo relativamente breve acabara por
integrarse dentro de la unidad política nacional y, como de paso, 21
crease además una cultura peculiar y propia, compartida en muchos de sus riquísimos elementos lingúísticos, literarios, musicales, religiosos y artísticos por los demás sectores demográficos del país”. Ya hemos visto anteriormente cómo, movidos a la vez por la
filantropía; el temor al predominio numérico de la raza negra y al
deseo interesado de Propiciar la reproducción natural de sus esclavos, los dueños de >1 ingenios iniciaron por esta época una política de «buen trato», que sin duda mejoró la suerte material de sus dotaciones. Además, la crisis social de la década del cuarenta empujó a buena: parte de la oligarquía azucarera hacia un abolicionismo
moderado (dirigido tan solo a la supresión de la trata) que, aunque
circunstancial y momentáneo, pues pronto fue abandonado, sirvió de todos modos para poner en evidencia que el sistema laboral cubano había entrado en una profunda crisis y que la burguesía azucarera no encontraba fácilmente el camino para resolverla. Veamos algunas muestras de ese fugaz antitratismo. Encabezados
por uno de los hombres más ricos de Cuba, Domingo de Aldama, un
centenar de hacendados de la provincia de Matanzas en una exposición que en vano quisieron hacer llegar a las manos del capitán general en noviembre de 1843, demandaron que se suprimiese «el ominoso contrabando» de africanos que se venía realizando «a despecho de la humanidad, de la justicia, de los más solemnes
tratados de nuestra nación y de distintas reales órdenes de nues-
tros benéficos monarcas»?. Dos años antes, otro potentado, el conde de Santovenia, había presentado al gobierno un plan gradual de reformas para ir modificando la institución esclavista hasta lograr su eventual exterminio. Para ello era preciso, ante todo, poner fin a la trata clandestina de africanos; además, introducir trabajadores
blancos de España y las Canarias; y hasta fundar colonias agrícolas
donde el trabajo esclavo estuviese absolutamente proscrito. Santovenia urgía al gobernador Valdés a tomar tales medidas inmediatamente pues pensaba que una terrible tempestad amenazaba la
estabilidad del país y era preciso ponerle remedio antes: de que fuera demasiado tarde”. El 21 de febrero de 1844, en pleno hervor de La Escalera, el dueño del ingenio El Triángulo, José Pizarro
Gordín, se dirige a O'Donnell resumiendo lo que seguramente era el criterio de muchos hacendados cubanos en aquel momento:.«...La
7. Pero aquí nos estamos adelantando a los acontecimientos. Ya volveremos sobre el tema en el tercer tomo de esta obra. 8.
Saco (1938), Vol..IV, p. 195.
9.
Véase el British and Foreign Anti-Slavery Reporter del 14 de julio de 1841.
28
esclavitud de la Isla entera está contaminada y pervertida... y el
término ha llegado en que pueda ni deba prudentemente confiarse , ni menos fundarse en ella... la esperanza de su fomento... Querer aumentar el número de esclavos, equivale a querer también explotar una mina en el cráter de un volcán que ruge... ¡No más africa-
nos, Excelentísimo Señor!»*”. Y hasta algún que otro contraban-
dista de esclavos se ha de incorporar con el tiempo a este coro, como lo hizo Urbano Feijóo, al indicar que para el hacendado resultaba ruinoso el tener que congelar un cuantioso capital en las dotaciones: «Hay que evitar, si se puede, esa capitalización del trabajo
diario que tenemos que arrostrar comprando esclavos... No podemos ya soportarla...»!?. Ante todas estas evidencias,
pudiera
tal vez pensarse
que la
clase rica criolla había aprendido su lección en 1844 y se disponía,
aun a costa de grandes sacrificios, enterrar al monstruo que había creado, aplicando las medidas de transformación social que la situación demandaba. Pero no ocurrió así. Salvo algunas pocas
excepciones, los hacendados cubanos exhibieron una profunda in-
consistencia ideológica y una intensa miopía político-social. En vez de avanzar firmemente por el camino de las reformas, tan pronto se
presentaron los primeros obstáculos cayeron en sus habituales vacilaciones. Y cuando pasó lo más agudo del «gran susto» retorna-
ron al status quo ante. Contradiciendo con hechos deleznables sus más hermosas palabras, siguieron comprando esclavos como lo habían hecho siempre. Es indudable que, ante el cúmulo de dificultades que la esclavitud les creaba, casi todos los hacendados lamentaban tener que usar el trabajo servil. Y muchos sentían escrúpulos al respecto. Sin embargo, fieles a los valores de su ética clasista, siempre acababan por colocar la utilidad, el interés, lo que consideraban «el imperativo económico», por encima de los principios morales. Esta contradicción se expresa abiertamente con fre-
cuencia. Citemos aquí tres ejemplos. Considerando los peligros que
amenazaban
a Cuba como consecuencia de la acción británica
contra la trata, el conde de Villanueva, Claudio Martínez de Pinillos, intendente de Hacienda, le comunicaba al Capitán General que, por lo mismo, «desearán los cubanos que nunca se hubiera establecido la esclavitud de la Isla, o que fuese practicable la manumisión de los esclavos sin perjudicar la propiedad, seguridad 10.
Cit. por Marrero (1983), Vol. IX, p. 98.
11. Urbano Feijóo, Isla de Cuba. Inmigración de trabajadores españoles, Habana, 1853, p. 48.
29
La
y libertad de los amos; pero como eso no es posible bajo el orden actual de cosas, derivado de una necesidad que no crearon, y cuyas resultas y responsabilidades:no los tocan, prefieren y deben pre-
ferir la existencia y libertad de su raza a la africana, y no quieren exponerse en un conflicto a la cruel alternativa, o de exterminar ésta, o. de entregarse a la discreción de ella, y sucumbir bajo su
yugo, variando la fisonomía de la sociedad y su actual modo de existir...»'? Nada más claro y definido. Aquí no se dirimen valores.
Aquí se plantea descarnadamente el conflicto: o ellos o nosotros, sin más alternativas. La esclavitud podrá ser éticamente objetable, pero ningún hacendado va a renunciar a su riqueza para afirmar ese principio. Business is business. Es triste. Pero es así.
Idéntico criterio priva en la exposición a la Junta de Fomento de
27 de febrero de 1841 que firman, además de Pinillos (su presiden-
te), todos los demás miembros de la institución: traer a Cuba un número de trabajadores blancos suficientes para abaratar los jornales era «el único sistema de acabar enteramente con el tráfico negrero sin aniquilar la producción, y de preparar gradualmente cuantas mejoras pensara dictar el gobierno con su sabiduríay prudencia, para libertarnos un día de la fatale imprescindible necesidad en que estamos de abrigar una población numerosa de esclavos.»!* Todavía más elocuente es el testimonio de Miguel de Aldama, que antes citamos. Recuérdese, sobre todo, ese párrafo de su carta a Domingo Delmonte en el que comenta: «Se ha visto que ya no se puede tener (esclavos) sin someterlos al extremo rigor y así horroriza
hoy
ver
una finca
cualquiera.
Un
propietario
es hoy
verdugo, pues infeliz de él si no toma medidas enérgicas; él y todo..
sus operarios serían inmolados y su propiedad quemada y arrase :
da.»!* La ética de la guerra de clases; que la superpolarizada sociedad esclavista llevaba inevitablemente en su seno, queda aquí expuesta en toda su brutal crudeza. ¡Qué triste es contemplar la: tortura de esos esclavos salvajemente atropellados, a los que Aldama califica de verdaderos mártires de la libertad! ¡Cómo horroriza el rigor a que están sometidos en las fincas! Pero no queda otro remedio: sin esclavos no hay azúcar, sin azúcar no hay ganancias, sin ganancias no hay fortunas enormes, ni palacios principescos en la capital ni dinero para sostener en París:y en Madrid a los
12. Marrero (1983), Vol. IX, p. 80.
13. 14,
En Saco (1938), Vol. IV, p. 57. AHC-CE (1953), Vol. VI, p. 12
30
Delmonte y a los Saco, es decir, a los ideólogos de la oligarquía. - Estriste, pero es así. Dura lex,.sed lex. Y el mercado clandestino de carne humana, tan condenado en las letras, sigue funcionando en la práctica impunemente. Después del corto paréntesis (o más bien, casi paréntesis) de la década del cuarenta, el número de
esclavos introducidos en Cuba se eleva a escandalosas cifras récord.
La media anual del quinquenio de 1836 a 1840 fue de 13.861 importaciones. La del quinquenio de 1856 a 1860 fue de 18.020. Y en sólo cuatro años (de 1858 a 1861) entraron en Cuba de contrabando (y fueron comprados por los burgueses que lamentaban «la fatal e imprescindible necesidad» de poseerlos) casi cien mil esclavos (más exactamente: 96.324, según datos del Foreign Office londinense). Mientras la media anual para el período de 1820 a 1866
fue de 9.033 bozales, en estos cuatro años (del 58 al 61) subió a
24.081. Eso ¡después de casi medio siglo de prédica antitratista! La
política laboral de la oligarquía criolla revelaba, en el fondo, las graves contradicciones que carcomían la estructura básica de la industria azucarera cubana. Es un lugar común, tan viejo como la historia de la economía: no es fácil conciliar la conciencia y el interés en el mundo de los negocios. Una clara muestra de la crisis que atravesaba el régimen esclavista de Cuba desde la década de 1840, reside en los esfuerzos entonces realizados por sustituir al trabajo esclavo, siquiera parcialmente, por otras formas más o menos disimuladas de servi-
dumbre. La crónica escasez de brazos había tradicionalmente des-
pertado en la Isla, como contrapartida de la trata africana, el interés por la colonización blanca, que en 1817 se convierte en
«política oficial» del gobierno
español.
La Real
Cédula
de 21 de
octubre de ese año concedía tierras.a los colonos blancos que vinieran a Cuba y les garantizaba a aquellos que fuesen extranjeros, los mismos derechos que gozaban. los españoles, la naturalización a los
cinco años y la exención de pago de diezmos por un plazo de quince
años.!* Estos empeños no fueron muy' productivos, entre otras razones, porque con el desarrollo del siglo las autoridades españolas se inclinaron más y más deliberadamente hacia lo que O'Donnell llamó
una
vez el equilibrio racial.que consistía
en mantener
en
Cuba aquella proporción entre blancos y negros, libres y esclavos que le facilitase a España conservar su dominio político en la Isla. Pese a la resistencia oficial no faltaron proyectos privados de inmigración blanca. Uno de ellos fue el de Gaspar Betancourt Cisneros 15.
Erénchun (1858), pp. 1051-1055.
91
en sus fincas camagúeyanas en 1843. De acuerdo con sus ideas progresistas, El Lugareño trataba a los inmigrantes canarios como hombres libres, les daba tierras para cultivar y a los que ganaban jornal los ponía a trabajar junto con los negros, sin establecer distinciones, o como él decía: «Mismas horas, mismos trabajos, mismos alimentos, etc., y no hay látigo, ni cepo, ni nada.»!*? El plan fracasó en parte por la miopía de las autoridades españolas. Se cumplía así lo que el propio Betancourt Cisneros había dicho en 1841: «Es inútil pensar en colonización blanca mientras haya siquiera esperanza de traer negritos de África... Nada ganamos con predicar, sino que nos miren con mala voluntad, que nos sospechen de bajezas que sólo estos perros negreros son capaces de incurrir.»!” Poco antes del fracaso del Lugareño en sus fincas, se había producido algo parecido también en Puerto Príncipe, a donde Miguel Estorch había llevado 90 trabajadores de Cataluña a fines de 1840. Los catalanes trabajaban vigorosamente, pero atraídos por las ciudades o por el deseo de poseer tierras, pronto se dispersaron??.
Después de La Escalera, los proyectos de inmigración adquieren un carácter distinto. No se buscan colonos, sino braceros. Y éstos se
traen no como hombres libres sino como siervos. Curiosamente, mientras en los Estados Unidos los indentured servants preceden a los esclavos negros, en Cuba sucedió lo contrario: fue en los tiempos finales de la esclavitud cuando se recurrió al sistema de servidumbre contractual, tratando de sustituir los brazos de origen africano, cada día más caros, con otros procedentes de Europa o de Asia. En 1853, por ejemplo, Urbano Feijóo de Sotomayor fundó una compañía titulada Sociedad patriótico-mercantil para llevar a Cuba trabajadores de Galicia, contratados por un período de cinco años. La compañía entregaría estos sirvientes escriturados a los hacendados mediante el pago de 119 pesos por cada contrato. No nos toca entrar aquí en detalles de este miserable experimento. Los primeros 2.000 gallegos que Feijóo condujo a La Habana fueron concentrados en campos de aclimatación, donde sufrieron terriblemente. Muchos se sublevaron, mientras que otros huyeron. (La rebelión de los siervos no tiene color). Y el resultado de esta aventura fue un pleito judicial que a la postre puso fin a la compañía. Algunos de los gallegos pasaron a servir en el ejército español de Cuba o recibieron empleo 16.
Le Riverend (1981), p. 338.
17. 18.
Cit. por Deschamps Chapeaux y Pérez de la Riva (1974), p. 142. Le Riverend (1981), pp. 341-342.
32
en las obras públicas de la Isla.” También gran número de canarios fueron llevados a Cuba ilegalmente a través de enganchadores y capitanes de barcos sin conciencia quienes los convertían —tempo-
ralmente al menos— en verdaderos esclavos. El puerto de Nuevitas, al norte de Puerto Príncipe, fue uno de los favoritos para este tipo de tráfico, en gran parte determinado por la sequía y la consecuente crisis económica que cíclicamente azotaba a las Islas Cana-
rias. A partir de 1847 el trabajo de tipo contractual entra en una
nueva etapa en Cuba al iniciarse la importación de siervos escriturados procedentes de Asia. La primera «cargazón» de 206 chinos arribó a La Habana en la fragata española Oquendo el 29 de julio de 1847 y unos pocos días después llegó el segundo cargamento de 365 culíes en el barco inglés Duke of Argyle. Esta primera expedición
había sido gestionada por el negrero Julián de Zulueta y aprobada
por la Comisión de Población Blanca de la Junta de Fomento. Estos trabajadores venían contratados por ocho años y debían recibir ocho pesos mensuales, aunque de acuerdo con el reglamento de 10 de abril de 1849 esta paga se les redujo a la mitad. Los chinos eran adquiridos por unos 150 pesos. Resultaban mucho más baratos que los negros, aunque desde luego legalmente no eran propiedad de
quienes compraban sus contratos. Se inicia así una nueva trata, la
trata china, en ocasiones tan brutal y tan bárbara como la africana. Los horrores de la travesía provocaban sangrientas rebeliones a
bordo de los buques. Y una vez en Cuba, la situación de los culíes no
era mucho mejor. Tenía plena razón José Antonio Saco cuando al referirse a este nuevo tipo de trabajador escribió: «Si es innegable que el chino en Cuba no es esclavo en el sentido legal de la palabra, ¿se dirá que es enteramente libre? Yo no lo afirmaré. ¿Es por ventura enteramente libre el hombre que compromete su libertad por el largo espacio de ocho años y que empieza por renunciar a gran parte de los derechos civiles de que goza? ¿Es enteramente libre el hombre que, siendo mayor de edad, nunca puede comparecer en juicio sino acompañado de un patrono o empleado público que lo represente? ¿Es enteramente libre el hombre que sin consentimiento, ni consultar su voluntad, puede ser cedido o traspasado del poder de uno al poder de otro? Pues tal es el chino en Cuba. Pero si él no es enteramente libre, tampoco es enteramente esclavo...»21 En el artículo 11 del Reglamento de Colonos Asiáticos de 19. 20.
Feijóo (1853), passim. Le Riverend (1981), p. 343. Marrero (1983), Vol. IX, pp. 165-167.
21. Saco (1881), p. 192.
33
abril de 1849 se estipula: «El colono que desobedezca la voz del superior, sea resistiéndose al trabajo, sea a cualquiera de sus obligaciones, podrá ser corregido con 12 cuerazos; si persiste, con 18 más, y si aún así no entrase en la senda del deber, se le pondrá un
grillete y se le hará dormir en el cepo.»*? Parecidas disposiciones
aparecían en el dictado en 1854. tanzas de 1865 complace todo el
reglamento de trabajo para chinos y yucatecos Tenía razón el Informe del Ayuntamiento de Macuando decía: «La raza asiática libre, como se mundo en llamarla, sufre absolutamente la misma
existencia que el esclavo en nuestras fincas.»
Todo parece indicar que más de cien mil chinos fueron traídos a
Cuba entre 1847 y 1868. Los chinos respondieron al maltrato que
recibían más o menos como los negros, esto es, rebelándose y alzándose como cimarrones. Y en número notable participaron luego en las luchas por la independencia. Á la trata china hay que agregar la yucateca. A partir de 1848 fue introducido en Cuba un número sustancial de indios de Yucatán, territorio entonces conmovido por la sangrienta contienda social llamada la Guerra de
Castas, que duró casi una década. El gobernador yucateco, Miguel
Barbachano, vendió los prisioneros indígenas a negociantes cubanos y no faltaron expediciones destinadas a capturar prisioneros en la vecina península para traerlos a Cuba como siervos. En 1861 había en la Isla, según el censo, 1.046 supervivientes de esta
inmigración forzada. Y aun a estas formas alternativas del trabajo
esclavo tradicional con que experimentaban los hacendados cubanos hay que agregarle una más: la contemplada en los llamados proyectos de «colonos africanos libres» que, por razones que luego
veremos, requieren un acápite aparte.
El movimiento anexionista: 1845-1855
La inseguridad y las vacilaciones de los sectores dominantes de la opinión pública criolla se evidenciaban no sólo en las oscilaciones laborales que acabamos de describir, sino también (y muy elocuen-
temente) en el terreno político. La unidad que había caracterizado al liberalismo burgués a partir de 1834 se quebró totalmente después de los sucesos del 44. Algunos de los representantes y voceros más ilustres e ilustrados de la clase, como el gran pensador José de 22. 23.
Betancourt Cisneros (1849), p. 11. ' Cit. por Moreno Fraginals (1964), Vol. 1, p. 154.
34
la Luz y Caballero, por ejemplo, se retiraron totalmente de la arena política. Profundamente desilusionados y escépticos, dedicaron todos sus esfuerzos a una lenta campaña de educación intelectual y moral
del pueblo con resultados propuestos a muy largo plazo. No falta-
ban, por otro lado, los partidarios de la separación radical entre Cuba y España, con el fin de constituir a la Isla en país indepen-
diente. Pero en la década que sigue a La Escalera, la tendencia
predominante en los círculos burgueses del país fue, sin duda, la que proponía la anexión de Cuba a los Estados Unidos. El anexionismo fue siempre fuente de muchas divisiones. No sólo provocaba vigorosas reacciones negativas de carácter nacionalista, como la de Saco, sino que además, internamente, distaba mucho de constituir una entidad homogénea. Había anexionistas que veían en cualquier rompimiento de los lazos que ataban a Cuba con España el pródromo de una futura —y muy deseable— independencia absoluta. Otros pensaban que la población blanca libre del país, en el seno de la Unión Norteamericana, disfrutaría de los derechos civiles y políticos que allí prevalecían y que, en Cuba, el régimen colonial les escatimaba. Reclamaban ciertamente el reinado de la democracia, pero sólo para un sector de la población, pues no estaban dispuestos a extender esos privilegios a los mulatos o a los negros. Y otro número importante de anexionistas cubanos lo eran por motivos aun más materiales y egoístas. En primer lugar pensaban que con la supresión de los aranceles que gravaban el comercio entre Cuba y los Estados Unidos se favorecerían en grado sumo los intereses económicos de ambas partes pues Norteamérica
iba diviniendo la verdadera metrópoli comercial de la Isla. Además (y eso era fundamental) la anexión eliminaría el peligro de que España cediese a las presiones de la Gran Bretaña y aboliese en
Cuba la esclavitud, provocando así lo que estos magnates azucare-
ros consideraban una espantosa catástrofe para sus intereses. El propósito de conservar la esclavitud, derrotando las tendencias abolicionistas internas y externas cada día más amenazantes, fue probablernente el más poderoso, aunque no el único, motivo propulsor de la tendencia anexionista en los años que siguen a La Escalera en algunos estratos de la clase rica criolla y de la española radicada en Cuba, cuyo temores volvieron a intensificarse en 1848 con motivo de los trascendentales acontecimientos ocurridos en Europa en ese año de tremendas conmociones revolucionarias. No es necesario para el estudio del abolicionismo (que es aquí nuestro tema) entrar en amplios detalles sobre la complejísima historia del movimiento anexionista. Citemos, sólo de pasada, al-
30
gunos de sus episodios más destacados. Esta tendencia política cubana que desde 1842 se encontraba, por decirlo así, «en el am-
biente» comenzó a integrarse en movimiento conspirativo por 1846 y culminó en 1847 con la fundación en la capital de la Isla del Club
de La Habana, dirigido por hacendados azucareros de tanta riqueza y prestigio personal como Miguel de Aldama, José Luis Alfonso,
Cristóbal Madan y otros. Sus planes de conseguir el traspaso pacífico de Cuba a los Estados Unidos mediante el pago de una fuerte
cantidad de dinero o, alternativamente, si esto resultaba imposible, mediante una campaña militar rapidísima y contundente, usando las tropas norteamericanas próximas a ser licenciadas en 1848, después de su victoria en México, pronto terminaron en total fracaso. El gobierno norteamericano presidido por Polk, deseoso de
comprarle la Isla a España y temeroso de que una revolución frus-
trase sus planes, se propuso decapitar el proyecto invasor del Club. Y maniobrando con rapidez y habilidad logró anularlo plenamente.
La agitación separatista no se circunscribía a La Habana. También
se conspiraba en el centro de la Isla. En
1848 se descubrió en Las
Villas la conspiración de la Mina de la Rosa Cubana o de Manicaragua, dirigida por el venezolano Narciso López, quién se vio obligado a huir a Norteamérica. Mientras tanto, en los Estados Unidos funcionaban varios grupos localizados en Nueva York, Nueva Orleans y varios pueblos de la Florida, con numerosos contactos en Cuba, sobre todo. en Camagúey y Santiago de Cuba. El centro de este movimiento cuajó en Nueva York bajo el nombre de Consejo
Cubano, a cuyo frente se encontraban Gaspar Betancourt Cisneros,
José Aniceto Iznaga y otros. Acogido a la libertad de imprenta que reinaba en Estados Unidos, el Consejo realizó una intensa propaganda a través de su periódico La Verdad (que circulaba clandestinamente en toda Cuba) y por medio de innumerables panfletos, proclamas y folletos. Con la colaboración, más o menos firme y resuelta, o más o menos dubitativa y recelosa, de todos los grupos envueltos en la conspiración, el general Narciso López organizó en 1849 una expedición invasora en Isla Redonda, cerca de Nueva Orleans. Pero el nuevo presidente Whig de los Estados Unidos, Za-
chary Taylor, representante de los intereses de los «estados del
norte, al tomar posesión de su cargo en marzo de 1849, aunque viró la política de Polk respecto a Cuba, hizo que los barcos alquilados
por López fuesen confiscados y los expedicionarios desbandados.
López no se dio por vencido. Mientras el Club de La Habana buscaba infructuosamente un general norteamericano que organizase la expedición anexionista, el venezolano completó una nueva
36
empresa invasora y en el barco Creole la condujo a Cuba, desem-
barcando en Cárdenas el 19 de mayo de 1850. Al no recibir el apoyo que esperaba, López tuvo que reembarcar sus fuerzas pero ya en noviembre se encontraba de nuevo en Nueva Orleans, preparando otra invasión que debía arribar a las playas cubanas a bordo del Cleopatra. El presidente Fillmore que había sucedido a Taylor al fallecimiento de éste, desbarató esos planes. Pero los anexionistas
cubanos no cejaron en sus empeños. Dentro de la Isla continuaron
conspirando, sobre todo en el centro. El 4 de julio de 1851 se alza Joaquín de Agúero en Camaguúey, y el 24 del mismo mes lo hace Isidoro Armenteros en Las Villas. Mientras tanto en los Estados
Unidos, López burla la vigilancia de las autoridades norteamericanas y lleva a Cuba su cuarta expedición, la del Pampero, desem-
barcando en el Morrillo, cerca de Bahía Honda en la costa norte de Pinar del Río. Todos estos movimientos fueron derrotados y sus
jefes perdieron la vida en el intento de unir a Cuba con los Estados
Unidos. Al año siguiente se descubrió la llamada Conspiración de
Vuelta Abajo y los esfuerzos de una nueva Junta Cubana consti-
tuida en octubre de 1852 en Nueva York resultaron estériles. Una
gran ola anexionista surgió de nuevo en 1854. Fue provocada por
las concesiones españolas a Inglaterra (a que hicimos referencia en el acápite precedente). Hasta los españoles ricos de la Isla se vieron envueltos en ella. Los planes de africanización de Cuba que España agitaba contra la insurrección, lejos de aplacar, encendieron los ánimos, provocando la unión de muchos ricos peninsulares y crio-
llos en un solo frente. Pero todo culminó en otro fracaso. El general
Concha que volvió a la Isla para sustituir a Pezuela, logró aplastar el movimiento. La víctima más destacada del momento fue el
acaudalado hombre
de negocios español Ramón
Pintó, a quien
Concha, pese a ser su amigo personal, no quiso perdonar. Una de las razones capitales del fracaso anexionista fue que — por diversos motivos— ese movimiento nunca recibió el apoyo que esperaba de parte del gobierno de los Estados Unidos, país envuelto a la sazón en una profundísima crisis social y política sobre el destino de la esclavitud en los estados del sur. Además, al anexio-
nismo le perjudicó muy seriamente la campaña dirigida contra él
por algunos líderes destacados de la burguesía criolla, sobre todo José Antonio Saco. Los opúsculos antianexionistas del proscrito ba-
yamés circularon libremente en Cuba (pues a España le interesaba
utilizar su enorme influencia para combatir la nueva amenaza) y contribuyeron a dividir profundamente a la opinión pública cubana. Por lo demás, la falta de consistencia del anexionismo sobre la
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cuestión esclavista, no sólo dificultó siempre la acción coordinada de los diversos sectores del partido, sino que le alienó sistemáticamente el favor de las masas populares del país, en particular el de los negros y mulatos libres y el de los esclavos. Así y todo, la corriente anexionista no quedó liquidada en Cuba hasta que la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión eliminó el principal incentivo que podía ofrecerle a los hacendados cubanos. Aunque todavía sacó brevemente la cabeza de nuevo en 1868, al comienzo de la Guerra de los Diez Años y otra vez después de la guerra hispano-cubanoamericana de 1898. | Pese a las excelentes intenciones de algunos de sus líderes (como sucedió, para citar sólo un ejemplo, con El Lugareño) el anexionismo resultó negativo para el proceso de integración nacional y retrasó, al debilitarlos, tanto el movimiento independentista como la abolición definitiva de la esclavitud. Influyó así —como un factor más— en la separación espiritual entre los dos grupos étnicos fundamentales del país, aumentándola y ahondándola. Dada la
ecuación racial imperante en Cuba en la segunda mitad del siglo
XIX, no había movimiento político y social de importancia que no influyese, de un modo u otro, sobre el intenso proceso transculturativo que sistemáticamente venía produciéndose en el subsuelo.
Todo lo que afectase el contacto con la matriz cultural africana a través de las alzas y bajas de la trata, todo lo que facilitase o entorpeciese la asimilación de los bozales al conglomerado nacional, todo lo que contribuyese o dificultase la interpenetración cul-
tural entre blancos y negros, necesariamente influía en el proceso
formativo de la cultura afrocubana. El anexionismo no podía ser excepción :a esa regla. Y por eso se hacía necesaria
una
alusión,
siquiera breve, a su ascendiente e influjo sobre el fenómeno histórico que estudiamos. | ( Conviene insistir, antes de proseguir, en el carácter marcadamente heterogéneo de este movimiento. En lo que a la esclavitud y la cuestión racial se refiere, las contradicciones que lo caracterizan eran evidentes. Tómese, por ejemplo, el caso de José Morales Le-
mus. En 1851 estuvo complicado en las tentativas de invasión de Narciso López y en 1855 en la conspiración de Ramón Pintó. Después fue líder de los reformistas. Y en 1868 se exilió en los Estados Unidos, fue electo presidente de la Junta Cubana de Nueva York y trabajó activamente en favor de la causa independentista hasta su muerte en 1870. Aunque en algunas fases de su compleja carrera política estuvo aliado a muchos líderes proesclavistas, Morales Lemus fue siempre un sincero abolicionista y lo demostró dándole
39
libertad a sus esclavos. Es decir, Morales Lemus fue, desde muy
temprano, separatista Y abolicionista convencido, pero acomodó sus ideales sociales como mejor pudo al curso de las circunstancias políticas sin hacer jamás concesiones de principio al régimen colonial. También puede citarse el caso de Cirilo Villaverde. Miembro de la tertulia de Domingo Delmonte, participa de los criterios abolicionistas del grupo. Y como no era terrateniente, ni abogado de poderosos, sino un escritor pobre, jamás se dejó tentar por las ideas esclavistas. Su novela Cecilia Valdés, como veremos en su lugar, es el monumento literario máximo del antiesclavismo cubano. Sin embargo, Villaverde conspira con López, le sirve por años de secre-
tario y luego es redactor jefe de La Verdad, órgano del anexionismo
exiliado. ¿Hasta dónde coinciden sus ideas con las de un Narciso López, por ejemplo? Como bien dice Imeldo Alvarez García: «Cuan-
do se analizan las actividades de Cirilo Villaverde, hasta el final de su vida; cuando se observan sus hechos a lo largo de las décadas y se estudian sus trabajos políticos y sus ficciones literarias, no es posible arribar a otra convicción: los sentimientos y la filiación ideológica que movieron al novelista no fueron los mismos que mantuviera, entre ceja y ceja el ambicioso venezolano.»! Villaverde fue desde temprano separatista. Y todo parece indicar que en la primera etapa de su evolución ideológica este objetivo —el rompimiento de los lazos que ataban a Cuba con España— era para él primario. Todo lo demás, incluyendo la abolición de la esclavitud, tendría que venir después. Luego, como veremos al hablar de Cecilia Valdés en otro capítulo, ese orden de prioridades se invirtió totalmente? Los movimientos anexionistas cubrían bajo su manto orientaciones políticas y sociales de muy variado rumbo y propósito. Por eso es válido plantear con respecto a muchos de los líderes del anexionismo cubano las cuestiones que alza Sergio Aguirre cuando escribe: «Joaquín de Agiiero, Isidoro Armenteros, Francisco Estrampes, Ramón Pintó, fueron anexionistas. ¿Quiénes anduvieron movidos 1. 2.
—Alvarcz García (1982), p. 317. Villaverde insistió siempre en que el objetivo verdadero de las conspiraciones
capitancadas
por Narciso
López fue la independencia de Cuba. Véase: Villaverde
(1891), pp. 106-115. La polémica sobre el anexionismo ha sido en todo tiempo apasionadísima cn la isla. Aún hoy conduce al vituperio y al insulto personales. Así lo han hecho, por ejemplo, varios historiadores marxistas contra el ilustre investiga-
dor Herminio Portell Vilá. Sólo un examen frío y objetivo, verdaderamente científico
de la cuestión podrá colocar en su auténtica perspectiva este complejísimo —y
ratos contradictorio— capítulo de la evolución cubana en el siglo XIX.
39
a
erróneamente por una sana intención democrática? ¿Cuáles fueron hipotecadores de la nacionalidad cubana en aras del interés escla-
vista? ¿Para quiénes fue la independencia el verdadero objetivo?»*? Como se sabe, desde los tiempos de Saco, el anexionismo no era un ideal sino un cálculo político. Y, en definitiva, cada anexionista sacaba las cuentas que mejor se ajustaban a sus intereses y sus creencias. Un caso típico, que ilumina como pocos la espinosa cuestión es el de Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, al que dedicaremos el próximo acápite. |
Gaspar Betancourt Cisneros, anexionista y abolicionista José Antonio Saco redactó este epitafio para su tumba: «Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista porque fue más
cubano que todos los anexionistas.» He ahí una flagrante inexactitud. Porque por lo menos hubo UN anexionista que, pese a serlo sin
duda alguna, fue tan cubano o más cubano que el famoso bayamés. Nos referimos a su íntimo amigo y, a la vez, adversario político,
Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño (1803-1866). Cegados
por su odio a los Estados Unidos, algunos historiadores cubanos le han negado al ilustre camagúeyano la sal y el agua de la historia. Por ejemplo, Raúl Cepero Bonilla en Azúcar y abolición dice al
efecto: «Los anexionistas, me atrevo a afirmar que sin excepciones,
eran esclavistas y racistas. En esto fueron fieles a la clase de los
hacendados y en nada
se diferencian de los ideólogos antianexio-
nistas de la propia clase... Gaspar Betancourt Cisneros sustentó parecidas ideas...»! Y Cepero cita una frase de Manuel Sanguily según la cual El Lugareño «llegó a ser anexionista fanático, por lo mismo que era esclavista.»? Tanto Sanguily como Cepero estaban equivocados. La verdad histórica es siempre mucho más complicada de lo que las generalizaciones unilaterales y simplistas nos quieren hacer creer. El Lugareño fue anexionista, pero su posición con respecto a la esclavitud fue precisamente la contraria a la que le atribuyen sus gratuitos detractores. En primer lugar, conviene poner en evidencia que El Lugareño le dio libertad a sus propios esclavos y dedicó sentidos elogios a 3. 1. 2.
Aguirre (1943), p. 168. Cepero Bonilla (1976), p. 53. Cepero Bonilla (1976), p. 50.
40
cuantos cubanos imitaron su ejemplo. En una carta de 29 de enero de 1843 a su amigo DomingoDelmonte le dice: «Os participo que el joven Joaquín de Agúero, con mujer, hijos, propiedades cuantiosas, ha libertado ocho negros que tenía, sin más motivo que su concien-
cia y el deseo de dar un ejemplo. Ya podéis figuraros las censuras de
familia (joven de alcurnia y de talento y de moralidad) del público, y la vigilancia o acechanzas del gobierno por un acto que las leyes no sólo no han prohibido sino que protegen y celebran. ¿Qué tal? Hay camagúeyanos que valen por todo el Perú y México juntos. Ponedle precio a Joaquín de Agúero. No temáis publicar el hecho, que él mismo escribió un anuncio por la Gaceta, y el Censor no le dio pase, nilo ha entregado, sino dice que lo rompió, y acá sospechamos que en cuerpo y alma ha ido a manos del Capitán General...»? ¿Es éste el lenguaje de un esclavista”?
Por esa época don Gaspar está empeñado en la tarea de promover la inmigración blanca en Camaguey (principalmente de catalanes y de canarios o isleños, como en Cuba a éstos se les llamaba). Y lo hacía no sólo mediante artículos periodísticos sino a través de la práctica en sus propias fincas. Busca así sustituir efectiva y realmente el trabajo esclavo por el libre. En la misiva a Delmonte del 2 de abril de 1843 le explicaba: «Mis colonos siguen perfectamente, contentísimos todos... Trabajan bien, al igual y junto con mis negros, sin distinción, sólo que comen aparte en rancho como soldados.»* (Los esclavos comían con sus familias en sus respectivos bohíos). Por lo demás, sus cartas de estos años están repletas de
declaraciones antitratistas y de ataques virulentos a los traficantes
de esclavos a quienes siempre llama «perros negreros». Con perfecta
claridad unifica su oposición a la importación clandestina de negros con su empeño de poblar al país de blancos: «Es necesario —
escribe—
que nos empeñemos
en acabar con la trata y en traer
blancos: esta es la única áncora de nuestra esperanza y salvación.»*
Y algún tiempo después, refiriéndose a su «cuadrilla de Guanches» le escribe a gurar que cuenta que prueba que ches... Pero 3.
Delmonte: «Puede usted bajo mi responsabilidad asetrabajan más y mejor que mis excelentes negros, y mis negros trabajan voluntariosamente. No doy otra el trato que tienen, el cual es el mismo que los Guanla censura no me deja decir nada de colonización, ni
AHC-CE, Vol. IV (1930), p. 90. Véase también la carta del 2 de abril de 1843
a Delmonte, ibidem, id., p. 92.
4. 5.
AHC-CE, Vol]. IV (1930), p. 93. AHC-CE, Vol. IV (1930), p. 85. Carta del 24 de septiembre de 1842.
41
publicar nada sobre esta cuadrilla en que haría sin duda comparaciones de trabajadores a trabajadores. ¿Qué quiere decir esto? Claro está: que no se quiere oír la verdad: que sólo se quiere meter negros en el país: que nos llevarán los diablos, si la fuerza de la opinión y moralidad pública no hace que la gente moderna se deje de comprar negros, y metan blancos.»? ¿Es ésta la actitud típica del esclavista cubano?
Resulta evidente, que el anexionismo del Lugareño no estuvo determinado por el deseo egoísta de conservar unos esclavos a los
que había dado espontáneamente la libertad. ¿Cuál era su origen, pues? La clave se encuentra en el radical, absoluto y sistemático
separatismo
que caracterizó desde temprano
vertientes.
En
su pensamiento polí-
tico y que puede resumirse en esa frase que encontramos en la página primera de su opúsculo Algunas observaciones sobre La Crónica de Nueva York: «El único modo de salvar a Cuba es apartarla de España.»” Ese antiespañolismo presenta varias primer
lugar,
supone
que
la Madre
Patria
era
incapaz de darle a Cuba lo que no poseía en la Península. Es decir, que de manos de España, jamás le llegaría a los habitantes de la Isla siquiera un mínimum de existencia libre. «Viven en Cuba medio millón de hombres que gozan de los que allí se llaman derechos civiles y políticos; pero que en realidad no son más que quinientos mil esclavos, que como los demás habitantes de la Isla, trabajan incesantemente para satisfacer los caprichos de sus amos, cada día más exigentes.»? Pero hay más. El Lugareño estaba convencido de que el pueblo de Cuba había heredado de su metrópoli vicios políticos y sociales que eran muy difíciles de extirpar. Sus visitas a varios países de la América hispana lo llevaron a concluir con tristeza que esas nuevas naciones eran ciertamente indepen-
dientes «pero no pueblos libres y felices» y que (criterio clave) «mal
que pese a nuestro amor propio, somos los cubanos del mismo barro que ellos...»? Con su castiza crudeza Betancourt Cisneros decía que 6.
AHC-CE, Vol. IV (1930), pp. 94-95. El entusiasmo de El Lugareño por el
trabajo libre se refleja en su carta a José de la Luz y Caballero del 3 de enero de 1841, en la que ataca además violentamente a los negreros, de quienes dice que son
más brutos que los brutos y agrega: «Están ya acostumbrados a la sangre y nada les llama la atención sino el chasquido del látigo». Véase: Luz y Caballero (1949), p. 192. 7.
Betancourt Cisneros (1848), p. 1. Hemos consultado el ejemplar que guarda
el Rare Book Room de la Biblioteca del Congreso, Washington, D.C. 8. Betancourt Cisneros (1848), p. 4. 9. Véase: Córdova (1938), p. 117.
42
los cubanos eran —como lo expresa en carta a Saco— «hijos no engendrados, sino cagados de españoles...»'” O, como le repetía a su ilustre amigo el 30 de agosto de 1848: «Españoles somos, y españoles seremos engendraditos y cagaditos por ellos, oliendo a guachinangos, sambos, gauchos, negros, Paredes, Santa Anna, Flores éz. 8. ¡Qué dolor, Saco mío! ¡Qué semilla!»!! Evidentemente tenía la opinión —en esto precursora de la de Martí— que para salvar a Cuba no sólo había que echar a España de la Isla, sino que además era preciso sacárnosla de nuestras costumbres, según la expresión que años después acuñaría el Após-
tol. De ahí la necesidad (sostenía El Lugareño) de unirse a los
Estados Unidos: «Don Quijote no ha muerto: está vivo en el espíritu que anima a todo el que habla la lengua de Cervantes. Estos hombres sólo pueden ser libres y dejar que los demás lo sean en sus opiniones y conciencia, cuando se injerten en otros troncos y dejen de ser a lo menos nueve décimos españoles.»?*? Por eso la anexión era para él «no un sentimiento, sino un cálculo». En ella buscaba «la garantía, la fianza del gobierno de los Estados Unidos contra las pretensiones
de Europa,
no menos
que contra
nosotros
mismos.»!*?
Dado el carácter federal del gobierno de los Estados Unidos, El Lugareño pensaba que al incorporarse al mismo Cuba no lo haría
como colonia ni aun como provincia gobernada desde afuera, sino
que sería «un Estado soberano, tan soberano como cualquier Estado del mundo, como cualquier Estado de los treinta unidos, como todos ellos juntos... Los actuales habitantes de Cuba harán su constitución política, porque sólo ellos tienen el derecho de hacerla, y la fundarán sobre su pasado, la arreglarán a su presente y la calcularán para su porvenir, enlazándola en su esencia (republicana) con la constitución federal de los Estados Unidos, que tiene todos los puntos abiertos y perfectamente dispuestos para recibir
una columna más en el Capitolio de Washington.»!* Esa incorpora-
ción garantizaría a Cuba la seguridad internacional y la estabili-
dad interna, evitándole caer en la desgraciada alternativa de dictadura o caos que parecía ser el destino de la mayoría de los países hispanoamericanos. Cuba incorporada contaría con sus cámaras y 10.
Fernández de Castro (1923), p. 114.
11.
Fernández de Castro (1923), p: 89.
13.
Córdova (1938), p. 117.
14.
Betancourt Cisneros (1849), p. 18.
12. Ibidem, id., id.
43
asambleas populares propias y también con su imprenta libre y sus
jurados: «Gobernados
los cubanos por sí mismos,
establecerían
nuevas leyes, más perfectas y más acomodadas con su estado; reducirían sus impuestos a lo absolutamente indispensable... removerían luego los obstáculos que impiden la emigración de hombres libres en su suelo y sus campos, casi desiertos en el día, se llenarían de hombres activos e industriosos... y Cuba, libre y feliz, en manos de sus propios hijos, vería desvanecerse todos sus peligros, aumentarse sus riquezas, triplicarse el valor de sus tierras, mejorarse sus productos y alzarse su comercio a una altura sin
ejemplo en la historia».!*
Y al argumento de Saco de que una vez anexada la Isla perdería su carácter nacional, dejando de ser cubana para convertirse en anglosajona, El Lugareño contestaba que los cubanos no serían absorbidos por los extranjeros que entrasen en el país, sino que «Cuba o la nacionalidad cubana se los absorberá a todos. Esos señores
y
señoras
que
vengan
a Cuba
traerán
ciencias,
artes,
oficios, capitales con qué trabajar en Cuba; se arraigarán al suelo, crearán riquezas, adquirirán propiedades, se casarán, tendrán hijos e hijas que por fuerza habrán de heredar esas ciencias, artes, oficios y propiedades, que real y materialmente se habrá absorbido Cuba para sus hijos los cubanos... Por abundante que supongamos la inmigración de americanos y europeos, no podrán ellos 'absorberse de repente y como por ensalmo, población, profesiones, reli-
gión, costumbres, usos, gustosy hábitos de un millón de habitantes que tiene hoy Cuba».!*
Estos argumentos podrán ser considerados erróneos y débiles, pero la intención no era ciertamente deshonrosa. Meter a todos los anexionistas en el mismo saco para molerlos a palos críticos tiene más de politiquería y propagandismo que de científica objetividad histórica. Tenía plena razón Manuel Márquez Sterling, antianexionista decidido, cuando escribió: «El anexionismo ocupa en la historia patria un capítulo de honor. Si hoy abominamos de esa tendencia, para mí horriblemente odiosa, es axiomático que incurriríamos 15.
Betancourt Cisneros (1848), pp. 5-6.
16.
Betancourt Cisneros (1849), p. 17. La polémica entre Saco y El Lugareño es
un modelo de decoro y consecuencia. Sin ceder un ápice en sus respectivos criterios, los adversarios se trataron siempre con cuidadosa —y hasta cariñosa— cortesía. En vez de insultos usaron argumentos. Y la discrepancia profundísima jamás dismi.nuyó la amistad
recíproca. Eran
«otros tiempos y otras gentes, de maneras
diferentes»... a las feroces que privan cn las divisiones de hoy.
44
muy
en loca profanación juzgando con tal dureza de criterio a los próce-
res que la sustentaron con espíritu altivo y noble convencimiento. El anexionista que floreció en los seis lustros de 1840 a 1870 no era un especulador vulgar, no procedía con engaño, ni lo estimulaba el
egoísmo, ni para el logro de sus aspiraciones desviaba al pueblo
impulsando la anarquía, el escepticismo y la corrupción; hijo de una colonia sin ambiente popular, sin opinión pública organizada, sin tradiciones revolucionarias, consagraba sus influencias, sus energías y su férvido amor patrio al desarrollo de un principio político
de independencia relativa, pero independencia al fin, que, a su entender, era igualmente útil y glorioso, y colocaba el paraíso de
sus ensueños bajo la sombra de la gran República en donde su mente se había cultivado al contacto de una civilización fascinadora»!”. El «cálculo» anexionista (clavo ardiendo al que se agarraron tantos cubanos distinguidos en el siglo XIX) nunca apagó en El Lugareño el sentimiento nacional. Su postura política podría ser errónea, pero sus propósitos eran, sin duda, nobles y patrióticos. Y ahora podemos volver a la cuestión de la esclavitud. Con la limpia franqueza que lo caracteriza, don Gaspar explica en los siguientes términos la diferencia de opiniones que sobre la materia reinaba en el campo anexionista: «De esta clase de creyentes hay dos partidos, unos que ven en la anexión el medio de conservar sus esclavos, que por más que lo oculten o disimulen es la mira principal, por no decir la única que los decide a la anexión; otros que creen ver en la anexión el plazo, el respiro, que evitando la emancipación repentina de los esclavos, dé tiempo a tomar medidas salvadoras como duplicar en diez o veinte años la población blanca, introducir máquinas, instrumentos, capitales, inteligencias que reemplacen y mejoren los medios actuales de trabajo y riqueza»!*.
No hay que decirlo: El Lugareño militaba en el segundo de esos partidos. El era contrario a la abolición inmediata de la esclavitud, por entender que provocaría el caos en el país. Pero en todos sus pronunciamientos políticos ponía el énfasis en su antitratismo
radical e insobornable. Y en la seguridad de que la «institución
doméstica», una vez eliminada la trata desaparecer rápidamente. Partidario de político, Betancourt Cisneros era, en lo cisamente consideraba al anexionismo 17.
clandestina, acabaría por la revolución violenta en lo social, evolucionista. Precomo un paso intermedio
Cit. por Córdova (1938), pp. 114-115.
18. Fernández de Castro (1923), p. 100. El énfasis en el texto es del mismo Betancourt Cisneros.
45
necesario, porque sólo así podría terminarse con el infame comercio
internacional de carne humana, que en los Estados Unidos estaba prohibido por la Constitución y por la ley federal y era perseguido por las autoridades desde 1809. Incorporarse a la Unión norteña
significaba la liquidación inmediata de la trata. España jamás lo
haría. Por el contrario, el fomento de la población negra esclava era, a su juicio, «la gran palanca» que utilizaba el gobierno metropolitano para asegurar su dominación en la Isla.!” Pudiera tal vez argúirse que en algunos de sus escritos Betanco-
urt Cisneros arremete contra los abolicionistas. Por ejemplo en su
famosa impugnación del folleto de Saco contempla como una de las
ventajas de la anexión
el que la Unión
protegería a Cuba «de
España, de Inglaterra, de Europa, de negreros, de abolicionistas y de enemigos, en fin, interiores y exteriores»”. Basta, sin embargo, leer en su conjunto todas las manifestaciones del ilustre camagúeyano sobre la esclavitud para comprender que él usaba el término abolicionista como sinónimo de «partidario de la eliminación
inmediata y violenta, si era necesario, de la esclavitud». Y era su criterio que esa especie de tajante cirugía, en definitiva crearía más problemas que los que se proponía resolver. Esto no significaba, en lo absoluto, que El Lugareño fuera «esclavista». Reservar el marbete
de abolicionista sólo para el ala radical de ese movimiento significaría
eliminar de él a la mayoría abrumadora de sus miembros, comenzando por el mismo William Wilberforce. Históricamente hablando, El Lugareño consideraba la esclavitud como una institución periclitada, es decir, en evidente proceso de progresiva liquidación. «Dominan ya las inteligencias y se desenvuelven cada
vez con más rigor los principios más liberales, más filantrópicos o humanitarios: la democracia y la civilización cristiana se apoderan de los tronos, y no pueden permitir que a su lado coexista la institución de la esclavitud. En vano los individuos reclaman con títulos antiguos la propiedad en el hombre; las naciones responden al reclamo: ¡el hombre es libre! La cuestión ha llegado ya a un punto en donde no puede volver atrás, y tan difícil sería hacer retrogradar los pueblos cristianos al paganismo, como a la esclavitud. La cuestión de principio está resuelta, y sólo se trata de la aplicación práctica,
19. 20.
Betancourt Cisneros (1849), pp. 2-13. Betancourt Cisneros (1849), p. 19.
46
que se haga sin desastres, ruinas, ni retrocesos a la barbarie»?!, ¿Es
ese el lenguaje de un esclavista?
El Lugareño tenía la esperanza —y así lo expresó en sus escritos— que en Cuba, una vez incorporada a los Estados Unidos, sucedería lo que estaba pasando en los estados intermedios de Delaware y Kentucky, «distritos y territorios» que estaban preparándose «para la prudente abolición de la esclavitud y para la gradual emancipación de sus esclavos. Así, uno a uno, siguiendo las huellas de los estados del norte, que estaban plagados de la lepra de la esclavitud no ha muchos años y ya no lo están; y marchando con paso lento pero seguro y constante, mano a mano con la civilización
y el poder de la humanidad blanca, cada estado llegará al término
de su carrera sin sacudimientos, sin violencias, sin retroceso»”, Se
equivocaba el gran camagúeyano al proclamar su bien intenciona-
do gradualismo. La esclavitud ha demostrado siempre ser una de
las instituciones más persistentes, perseverantes y pertinaces de
toda la evolución social de la humanidad. Cuando se le aplasta por un lado, saca la cabeza por otro. Y casi nunca desaparece sin estremecimientos o violencias costosísimos. En los Estados Unidos, como es bien sabido, fue necesaria una horrorosa guerra civil para ponerle fin. Pero ese error no convierte al Lugareño en esclavista. Puede él haber errado en los métodos necesarios para la extirpación, sin haber cedido un ápice en la limpieza de sus fines: el exterminio
de la «plaga», de la «lepra» de la esclavitud.
Y el andar de los años no apagó en su corazón esa llama. En 1865 se constituye fugazmente en La Habana una sociedad legal contra 21. Betancourt Cisneros (1849), p. 4. El Lugareño era un burgués dotado de
conciencia social. Véase un artículo suyo de diciembre de 1843, en el que dice: «Un
pensamiento grave, profundo, doloroso, me preocupa constantemente. Por más que procuro alejarlo, desasirme de él, vuelve sobre mí y se clava en mi mente como la
garra del tigre en las entrañas del corderillo. ¿Por qué hay pobres en Cuba?.
De
aquí un remordimiento. ¿Y por qué un remordimiento? ¿He robado algo a los pobres? ¿He oprimido a algún pobre? ¿Qué culpa tengo yo de no ser pobre para que
la presencia del pobre me atosiguc el alma y despedace el corazón? ¡Ah!, yo no sé;
pero ese fatal pensamiento viene siempre acompañado de la tortura de los remordimicntos. ¡Perdón, Dios mío! Y vosotros, ricos de mi patria, escuchad atentos...»
[Betancourt Cisneros (1884), p. 224]. Dadas las condiciones políticas de Cuba en 1843, El Lugareño no podía referirse públicamente a los esclavos en ese tono.
Hubicra sido visto como subversivo. Pero no cabe duda que en sus escrúpulos de conciencia cllos ocupaban lugar central. Por eso acabó por manumitirlos tratando de aliviarse de esa carga moral.
22.
Betancourt Cisncros (1849), p. 4. Adviértase que El Lugareño califica a la
esclavitud de «plaga», de «lepra». Repitamos la pregunta: ¿Es ese el lenguaje de un
esclavista?
47
la trata. El Lugareño, que había regresado a su querido Camagúey tras el fracaso de sus planes separatistas, escribe sobre ese tema el que será su último artículo, una especie de testamento sociopolíti-
co. Dice ahí que por cuarenta y cinco años los mejores cubanos han venido luchando contra un coloso que hasta la fecha se ha conside-
rado como invulnerable e invencible, un coloso que ha violado
impunemente todas las leyes divinas y humanas y ha fomentado la inmoralidad y la perdición del país: «Ese coloso —escribe— se
llama el Negrero»: Describe el inmenso poderío de ese funesto tipo
humano
y explica cómo
su influencia
se ha extendido
en todas
direcciones por el suelo de Cuba, convirtiendo a todas las clases
sociales del país en cómplices de su crimen, hasta el punto de erigir en axioma negrero este: absurdo moral: Cuando todos pecamos ninguno es pecador. «Por estos medios — añade— y en este orden, ha venido la trata, con su séquito de iniquidades por más de 45 años, infiltrando en la sociedad cubana el veneno de máximas inmorales,-de sentimientos inhumanos, de principios cínicos y con-
trarios a toda doctrina cristiana, filosófica, moral y económica, y por decirlo todo, a los principios más vulgares y comunes de honra-
dez y de hidalguía...»*. Y no absolvía el articulista a sus amigos los
hacendados
azucareros de las culpas que al respecto les cabían.
Explica: «He aquí cómo la insaciable codicia del negrero, estimuló
la codicia del pueblo; y dueño de su alma y de su cuerpo, le hizo cómplice de sus crímenes, partícipe de su mal adquirida fortuna; y he aquí cómo la liga del contrabandista con el comprador ha logrado dificultar, entorpecer y desconcertar toda medida, toda acción del gobierno para descubrir las importaciones clandestinas, o para castigar a los contrabandistas, sus cómplices, asociados y encubrido-
res»?! Todavía en sus años finales conservaba la prosa del gran
polemista todo el calor y todo el filo que tenía en su juventud. El artículo termina prometiendo que cuando la sociedad abolicionista se extendiese al interior, Camaguúey sabría alistarse «en la bandera militante del progreso intelectual y moral de la sociedad cubana»*. Como veremos luego, este proyecto fracasó. Pero al menos sirvió para poner en evidencia que el viejo luchador era fiel a sus antiguos principios.
Si algo hay que reconocerle a Gaspar Betancourt Cisneros es la
persistente coherencia de su sistema ideológico. Porque era patrio23. El Lugareño en Saco (1938), Vol. IV, pp. 369-370. 24. Saco (1938), Vol. IV, p. 370. 25.
Saco (1938), Vol. IV, p. 371.
48
ta era separatista.
Porque
era humanitario
era abolicionista. Y
porque no veía otro modo de darle cuerpo a esos ideales era anexio-
nista. La unión de Cuba a los Estados Unidos le permitiría a Cuba (a su ver) sustituir una forma de trabajo por otra, abriéndole así las puertas a las fuerzas económicas y demográficas que acabarían por aplastar el régimen esclavista. Uno de los medios de la transformación sería la atracción hacia el nuevo estado de la unión de una cuantiosa inmigración europea: holandeses, irlandeses, franceses, suizos, etc. «Con
tales hombres,
sostenía, y con los elementos
de
riqueza que consigo han de traer se realizará insensiblemente la gran revolución social que necesita Cuba sin zozobras, sin sustos como los que ahora pasa a cada rato, y no habrá dificultades ni trastornos, ni pérdidas de ninguna clase. El trabajo libre, el trabajo inteligente y voluntario se irá apoderando del campo, por su propia virtud, por las fuerzas que lleva consigo del derecho y del interés del trabajador; y el trabajo esclavo, el trabajo estúpido y forzado llegará a ser innecesario y hasta oneroso. Entonces, entonces se resolverá en Cuba el gran problema social y humanitario, cuando los cubanos tengan la inteligencia, y los medios y la fuerza que bajo la tutela de España jamás tendrán, porque aun cuando España los poseyese no se los daría nunca»*. Hemos citado in extenso porque mientras los escritos de Saco se reeditan con frecuencia, aun en la Cuba comunista, el folleto que recoge la posición hondamente abolicionista de El Lugareño nunca ha sido reproducido. Se le cita, pero no se le lee, porque sólo quedan de él tres o cuatro ejemplares ocultos en las colecciones de libros raros de tres o cuatro bibliotecas
de Cuba o los Estados Unidos.
Aun cuando condenemos la errónea postura anexionista de Be-
tancourt Cisneros, si queremos
ser justos, debemos reconocer. que
en su oposición a la esclavitud fue mucho más allá que Saco, a quien tanto los historiadores de la línea clásica como la inmensa mayoría de los marxistas tienen por abolicionista?”. Ni siquiera al final de su larga existencia traspasó Saco los límites de su posición moderada, estrictamente restringida a pedir la abolición de la trata. Por lo
demás, en cuanto al destino y la función de la población negra de Cuba, los puntos de vista de los dos ideólogos eran estrictamente 26.
Betancourt
27.
Véase,
Cisneros (1849), p. 21.
por ejemplo,
entre
los marxistas,
Aguirre
(1943), passim.
Sergio
Aguirre califica de positivas, beneficiosas y progresistas las actitudes reformistas de Saco y de la burgucsía cubana. Véase particularmente, ¿bid., p. 163. También: Aguirre (1946), passim. Y Aguirre (1960), p. 33 y ss.
49
opuestos. No vamos a afirmar que sobre la cuestión racial El Lugareño se hubiera liberado totalmente de los prejuicios característicos de su tiempo y de su clase. No sólo quería él trabajo libre,
sino también trabajo blanco. Más arriba hemos visto su posición sobre la inmigración europea en Cuba. Pero al considerar el destino
de la población de origen africano vuelve a producirse un divorcio entre el camagúeyano y el bayamés. Mientras Saco soñaba con
sacarla
del país y consideraba
a la nación
cubana
integrada
exclusivamente por la población blanca, Betancourt Cisneros, el anexionista (esas son las ironías de la verdad histórica), no conce-
bía a Cuba sin la presencia negra y así lo dijo en el folleto tantas
veces citado. A continuación del párrafo en que le contestaba a Saco el argumento de que una vez anexada a los Estados Unidos Cuba perdería su personalidad nacional, El Lugareño escribe que Cuba no tiene medio millón, sino un millón de habitantes, «pues aunque el señor Saco no cuenta con la población de color, ni aun con los
doscientos mil libres, estos sin embargo pesan mucho en la balanza
de las propiedades, oficios, costumbres, etc., de la Isla de Cuba, es decir, de la nacionalidad cubana»*. Y mientras José Antonio Saco jamás propuso separar a Cuba de España, El Lugareño no sólo convirtió al separatismo en la clave de su sistema político, sino que fue partidario de la única fórmula práctica capaz de hacerlo posible: la revolución libertadora. En un discurso pronunciado en el Salón de Apolo, en Broadway, Nueva York, el 19 de octubre de 1852, El Lugareño profetizó: «... Sin revolución, señores, no hay patria posible; sin revolución no hay derechos posibles, ni virtudes, ni honor para los cubanos; y vale mil veces más perecer en una revolución gloriosa que vivir arrastrados
en el cieno de la esclavitud, sin patria, sin familia, sin propiedades,
sin derechos, sin virtudes, sin honor, y últimamente sin esperanzas de dejar a nuestros hijos otros títulos que 'el funesto legado de la
esclavitud política y de nuestra degradación social... La hora ha
sonado para nosotros... Es preciso que todos comprendamos que sin unión no hay victoria, sin virtudes patrióticas no hay libertad, sin completa abnegación de lo personal e individual no hay bien público y general; y finalmente, sin revolución no hay Cuba para los cubanos...»?. Cuando, al final de años y años de luchas y sacrificios, acepta con tristeza que sus planes han fracasado, recoge sus ban28.
Betancourt
Cisneros
(1949),
p.
17. El
nuestro.
29. Córdova (1838), pp. 132-133.
310
énfasis,
al
final
del
párrafo,
es
deras, pero no para siempre. Renunciando al anexionismo proclama: «La libertad de Cuba y su completa independencia son el único objeto de nuestra revolución». Y advierte, mirando hacia el futuro, que la revolución «con entera independencia de sus compromisos pasados y con abstracción de toda combinación exterior, sea la que fuese... debe alejarse para todas las eventualidades, y estar lista para apelar en su día al recurso supremo de todos los pueblos esclavizados: ¡la insurrección!»*%, Al final de su vida, soltando todas las amarras, redimiéndose de todos los cálculos que el posibilismo político le obligó a aceptar, en la soledad augusta de su rincón camagúeyano, El Lugareño se abraza a los dos ideales que, en definitiva, en el fondo de su conciencia cubanísima, habían sido siempre el centro de su ideología social y política: la abolición de la esclavitud y la independencia
de su país. Suscribimos, por eso, enteramente estas justas palabras de Federico Córdova: «...De la lectura y estudio de la producción — así privada como pública— de estos dos grandes cubanos, El Lugareño y Saco, se llega a esta conclusión que constituye su antagonismo: que el primero jamás creyó en España ni esperó de ella beneficio alguno para los cubanos; y, en cambio, pensó el segundo todo lo contrario: que siendo pacíficos alcanzaríamos las libertades y el bienestar que suspirábamos. La Historia le dio la razón a El Lugareño; y es, desde
este punto
de vista, nuestro
Profeta,
aunque
sus
laureles de tal no aminoren los méritos del ilustre estadista bayamés»”!. 30.
Córdova (1938), p. 184.
31.
Córdova
(1938),
p. 123. El Lugareño
no fue el único anexionista
que se
pronunció contra la esclavitud. También lo hizo, para no citar sino un solo caso más, Lorenzo
Allo. En
una
conferencia
posteriormente
publicada
en inglés en Nueva
York en 1854, Allo se declara abolicionista radical y absoluto. Primero, por teológicas: «La esclavitud es contraria a la base del cristianismo», dice en Segundo, por razones históricas: Roma —según él— se hundió por culpa institución. Tercero, por razones de economía política: «El trabajador libre más,
mejor
y más
barato
que el esclavo.»
(p. 6). En
cuarto
lugar,
razones la p. 5. de esa produce
por razones
morales: «En concxión con la esclavitud, la virtud deja de ser virtud.» (p. 8). Luego refuta Allo los argumentos pro esclavistas más comuncs (pp. 9-11). Y, por fin, se refiere específicamente a Cuba. Se declara en favor de la anexión de la isla a los Estados Unidos para así asegurarle gobierno estatal propio, republicano y democrático, con libertades garantizadas para todos, inclusive para los esclavos, cuya emancipación se lograría por medio de la abolición efectiva (y definitiva) de la trata
negrera y por un sistema de «libertad de vientres» que hiciera de todo hijo de
esclava un ciudadano sin cadenas de ningún género. Plan moderado y a largo plazo,
es cierto, pero que al fin y a la postre pondría fin a la nefasta institución. Véase Allo
(1854), pp. 5-14. (El único ejemplar que hemos encontrado de ese folleto se halla en la biblioteca pública de la ciudad de Nueva York).
91
José de Frías y Juan Poey contra el proyecto
de inmigración africana
En 1856 José Suárez Argudín dio a la estampa en La Habana un
Proyecto o Representación Respetuosa sobre Inmigración Africana.
Estaba dirigido al capitán general de la Isla de Cuba «a fin de que
por su conducto, y mereciendo su aprobación, pueda ser elevado a
Su Majestad». No era sino uno de varios planes similares que en la
década de 1850-1860 se elaboraron en busca de aprobación oficial para «resolver» el problema de brazos en Cuba mediante la introducción de «colonos africanos libres». Argudín pedía permiso para traer 40.000 procedentes de Sierra Leona, quienes vendrían contratados por un período de 10 años. La compañía importadora vendería esos contratos por 170 pesos a los adquirentes. Es decir, que los hacendados podrían ahorrarse miles de pesos en la adquisición de mano de obra, pues el precio promedio de un esclavo en
1856 era de unos 900 pesos?. No dejaba de haber cierta lógica
perversa en la argumentación de Suárez de Argudín: si se permitía
traer asiáticos contratados ¿por qué no hacer lo mismo con africanos escriturados? Sin embargo, el proyecto provocó una intensa ola de repudio en algunos sectores de la clase rica criolla. La Universidad de La Habana y la Junta de Fomento se opusieron a él en sesudos informes. Y el gobierno español acabó por archivar la petición sin tomar ninguna decisión sobre ella.
Este nuevo episodio en el ir y el venir de la política demográfica y
laboral de Cuba merece ser citado especialmente aquí porque da origen a dos importantes documentos: el Examen del Proyecto de Colonización Africana en la Isla de Cuba de octubre de 1861, debido
a la pluma de José de Frías, hermano del conde de Pozos Dulces y el
Informe presentado al Exmo. Sr. Capitán General Gobernador Superior Civil de la Isla de Cuba sobre el Proyecto de Colonización Africana, de mayo de 1862, escrito por el rico hacendado de La Habana Juan Poey?. El ensayo de Frías refleja los cambios ideológicos fundamentales que se operaban en la clase a que él pertenecía, tanto en el terreno económico como en el social. Y pone al desnudo, a la vez, las serias dificultades con que tropezaba la burguesía para despojarse de los viejos prejuicios que le impedían
1.
Suárez Argudín (1856), p. 1.
2. 3.
Marrero (1984), Vol. X, p. 245. Frías (1861), passim. Y Poey (1862), passim.
52
ejercer ese liderazgo de hondo y comprehensivo carácter nacional a que,
desde fines del siglo XVIII,
documento
parecía
estar llamada.
Es un
patético: iluminado y ciego, progresista, y a la vez
reaccionario, radical, y a la vez moderado, profundísimo en el análisis de la realidad, inadecuado en su proyección programática; loable en su abolicionismo, deleznable en su racismo. Una verdad indiscutible pone en evidencia este escrito: algunos sectores de lo que el mismo Frías bautiza con el nombre de sacarocracia, al abrirse la decisiva década de 1860-1870 se han convencido de que hay que ponerle fin al régimen esclavista, aunque no encuentren modos precisos para realizar la tarea. Llama la atención el penetrante propósito autocrítico que permea este papel. La condenación
de la institución doméstica por antonomasia es la clave del Examen. «La esclavitud —ahí leemos— es una rémora para el desarrollo de la inteligencia y de la industria y de las buenas costumbres»*,
Pero en su trabajo Frías va más allá. Condena in toto el régimen
económico-social del cual el esclavismo constituía sólo el costado
laboral. Dirige sus ataques contra el «sistema extensivo de agricultura ejercido por esclavos», o sea, contra el régimen de plantación
azucarera tal como estaba constituido en Cuba en el siglo XIX. Nos
encontramos, pues, ante un documento profundamente antilatifundista. Latifundia perdidere Italiam atque provincias, cita el autor, comparando la situación de su país con la desolada Italia clásica. Con fría y sistemática objetividad procede a describir las consecuencias de la vieja organización plantacional de la sociedad cubana, «un sistema que rechaza ya la conciencia general del mundo, que sólo puede mantenerse infringiendo nuestras leyes y que es al mismo tiempo un abismo en que puede hundirse en una hora malhadada la existencia social del país»*. Y concluye, en consecuencia, que Cuba no puede seguir imponiéndose sacrificios enormes para mantener los privilegios de que ese sector de la economía ha disfrutado a lo largo de las décadas, «monopolio 1 injusto» que «mide sus méritos únicamente por las ganáncias inmediatas que proporciona a una escasa minoría, si bien quebranta todas
las leyes de la moral y de la economía política...»*f El latifundio azucarero esclavista era, según este criterio, nefando y nefasto a la vez. Leemos en el Examen: «El trabajo forzado 4.
Frías (1880), p. 516.
5.
Frías, p. 281.
6.
Ibidem, id.
93
es la terminante negación de la justicia y de la moral cristiana, y
sus consecuencias
querido
demostrar
son irremediablemente 'funestas. en nuestra
impugnación,
aunque
Eso hemos
el estudio
tenía más bien el carácter económico; pero son tan estrechos los
lazos que ligan la economía política con la moral... que no podían discutirse los preceptos de la una, sin mezclar los principios de la otra... El bienestar social ha de tener por base la justicia, si no, tarde o temprano se desmorona como edificio levantado sobre arena»”. O sea, que el régimen plantacional producía, en un extremo de la estructura social, una clase de riquísimos propietarios, exagera-
damente conservadora, que resistía con extraordinario vigor cual-
quier modificación que tendiese « a rebajar la importancia feudal que le (daban) su opulencia y el carácter señorial que la distingue»; clase «acomodada y apática», empeñada en no apartarse ni un ápice «de las vías tradicionales que la han conducido a la fortuna, al brillo y al señorío...»?. En el otro extremo del espectro, la plantación producía el esclavo... O, por mejor decir (y esta era una de las pruebas capitales de su ineficiencia) ni siquiera realmente los «producía», porque al explotarlos inmisericordemente impedía su
reproducción
mente
natural,
de Africa.
viéndose
La plantación,
obligada a traerlos clandestinaen realidad,
consumía
esclavos,
pues la caracterizaba «la necesidad de brazos nunca satisfecha, la demanda incesante, creciente, insaciable, el consumo siempre voraz e implacable: Saturno devorando sus propios hijos...»”. Frías apela a las estadísticas para probar la incapacidad del sistema para reproducir sus propios trabajadores. Y sostiene que no es el trabajo rural en sí, sino la organización peculiar del mismo en Cuba, lo:que explica que queden «sepultados en sus cañaverales, una tras otra, las numerosas generaciones que sin cesar se importan y han importado para el sacrificio»'”. La imagen del régimen socio-económico imperante como un monstruo devorador de carne humana se pinta en párrafos de limpio y sentido patetismo.
La situación cubana, según Frías, demandaba
cura urgente y
radical. Había que sustituir en la industria azucarera el trabajo forzado por el trabajo libre. Para ello era requisito previo indis-
7.
— Frías (1880), pp. 514-515.
8. — Frías (1880), pp. 280-281. 9.
Frías, p. 433.
10.
Frías, p. 278.
94
pensable la supresión inmediata y total de la trata, la liberación de los llamados «emancipados» y la paralización de esos proyectos de colonización con «africanos libres», que no eran otra cosa que una
trata disfrazada. Desde luego, a la extinción de la esclavitud debía irse sin tregua, pero sin prisas: «Nuestro sentir es que la esclavitud ha de abolirse indispensablemente, pero de un modo lento y gradual que no ocasione perjuicios ni sufrimientos a ninguna de las partes interesadas en la gran cuestión. La abolición inmediata nunca sería acertada como medida económica, sino cuando pudiera sustituirse el trabajo del esclavo con otro más inteligente y fecundo, y en ese caso no sería preciso decretarla, ella se operaría naturalmente, como sucedió en la antigúedad. Suprímase efectivamente la trata de negros y favorézcase la colonización blanca y nuestro propio interés consumará la transformación»!'. Este párrafo contie-
ne en esencia todo lo que de positivo y negativo se entrecruza en el ensayo de José de Frías. Abolicionismo, sí. Pero, al mismo tiempo, gradualismo (que si en Cuba funcionaba como en la transición a la Edad Media en Europa, bien podría tomar siglos). Sustitución del trabajo esclavo por el libre, sí. Pero a base de la sustitución del trabajador negro por trabajadores blancos. Abolicionismo, sí. Pero a la vez racismo. Esta es la gran limitación que le recorta al empeño antiesclavista de Frías toda su potencial grandeza. Lo que él propone es una verdadera reforma agraria que separa en la industria azucarera el sector industrial del agrícola, creando el colonato (lo que no está mal), pero que a la vez elimina de ese nuevo sector a los negros, reservándolo exclusivamente para colonos blancos (lo que dista mucho de estar bien). Adelanta un programa de diversificación agraria y de agricultura intensiva, basada en la aplicación al cultivo de los descubrimientos últimos de la cienciay los inventos últimos de la tecnología, lo que es muy progresista. Pero pretende cerrarles a los negros el acceso a ese sector avanzado de la economía reformada, lo que es muy
bano.
reaccionario, muy
miope y muy
anticu-
¿A qué se debe esa actitud aparentemente contradictoria? En
esencia, a una falsa valoración, basada en el prejuicio y no en la metodología científica, de los grupos étnicos que poblaban la Isla. Frías cree —y abiertamente así lo expresa— en la superioridad absoluta de la raza blanca y hasta de la amarilla o asiática sobre la negra tanto en capacidad intelectual intrínseca como en potenciali11.
Frías, pp. 283-284.
90
dad para el desarrollo cultural y ético. Buena parte del ensayo está dedicado a probar que los blancos pueden realizar en las regiones tropicales los mismos trabajos que los negros, lo que es verdaderamente razonable y justo. Pero otra parte sustancial del trabajo de Frías insiste sobre el criterio de la inferioridad no solo eventual o circunstancial del africano con respecto al europeo, sino a su inferioridad irremediable, inmodificable, eterna, lo que a pesar de ser comúnmente aceptado por el consenso científico y filosófico de la época resultaba, de todos modos, completamente falso e injusto. La clave del pensamiento de Frías a este respecto reside en su concepto de la inasimilación. Escribe: «... No se vislumbra la más remota probabilidad de que la raza negra pueda nunca mezclarse o asimilarse con la blanca, y he aquí el primer obstáculo, un obstáculo insuperable que presenta aquella a la colonización que imperiosa-
mente demanda la Isla de Cuba. De parias bastan y sobran ya los que nos rodean para que sea útil jamás el aumento de su número... El africano será un inmigrado más o menos forzado, y nada más, un
instrumento de trabajo, si se quiere, pero tosco y grosero, de incon-
veniente manejo y de efectos materiales poco menos que negativos... que desde el momento
que comienza a funcionar se convierte
en elemento fermentativo que insensiblemente agita, agria y corrompe nuestra sociedad... Comprendemos sin dificultad que la importación temporal de brazos chinos sea un progreso económico en nuestro régimen de trabajo, un medio transitorio provechoso, sobre todo porque va enseñando prácticamente la gran lección del
trabajo libre y borrando poco a poco la mancha del trabajo forzado;
pero si la raza africana propende a mancharlo y a envilecerlo cada vez más... su presencia, sea como libre o como esclavo, será siempre
un mal para el país...»'?, Africa, para. Frías era «una tierra de maldición que rechaza la civilización y la aleja de todo suelo que huellan sus hijos con su bárbara planta»!*?. En consecuencia, «en la Isla de Cuba sólo la raza blanca puede ser útil para la verdadera civilización»?”*. ¿Cómo podía un hombre de la cultura y el refinamiento de Frías llegar a semejantes absurdas conclusiones? ¿Cómo podía afirmar categóricamente que la raza africana «carece de la principal y más importante cualidad de toda útil colonización en Cuba, esto es, la 12.
Frías, p. 354.
13.
Frías, p. 510.
14.
Frías, p. 509.
96
asimilación con nuestra raza dominante...»?'. Ante sus ojos esta-
ban los mulatos y negros libres de Cuba, cuya asimilación lingúística, religiosa y artística era evidente, cuya contribución a la cultura cubana en los oficios, las letras y las artes era ya considerable, pese a la miserable condición en que por siglos se les había mantenido. Ahí estaban ante sus ojos los casos de Plácido y Manzano, en
la poesía; de Brindis y tantos otros en la música; de Escobar en la
pintura... Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. El prejuicio cegaba hasta a los más progresistas ideólogos burgueses cubanos, a poquísimos años de distancia del gran estallido hermanador del 68. El verdadero ideal de esta clase está resumido en este párrafo de Frías: «Si las islas azucareras que nos rodean consienten y se conforman con la perspectiva de ser en definitiva pueblos africanos, más o menos civilizados o pueblos de nuevas razas cruzadas, la Isla de Cuba, ¡por Dios!, debe aspirar a mayor gloria y a destinos más altos y hermosos; debe aspirar a ser una gran nación de raza superior, que pese en la balanza del Nuevo Mundo lo que pesa en la balanza del mundo entero la Inglaterra, menos privilegiada por la naturaleza en su situación geográfica, en la fertilidad de su suelo y la benignidad de su clima. Esa es nuestra ambición y esa es la medida de nuestro patriotismo»!*. O sea, que lo que se daba con una mano se quitaba con la otra. Si el abolicionismo propiciaba la transculturación y la integración nacional, en la misma medida el racismo las entorpecía y retrasaba. Hasta que la
burguesía no se decidió a contar con el negro para el proyecto
nacional común en 1868, la crisis patria (y cultural) de Cuba no habría de entrar en vías de solución. El otro trabajo a que hemos hecho referencia, el Informe de Juan
Poey, fechado el 15 de mayo de 1862, coincide en sus líneas gene-
rales con las pautas trazadas unos meses antes por José de Frías. Como él, se opone vigorosamente al proyecto de Suárez Argudín, considerándolo «un específico capaz de producir las más desastrosas consecuencias para el país y para la nación, y de comprometer
todos los grandes intereses de moralidad y civilización a que puede aspirar Cuba»!”. La visión que tiene Poey de la realidad económica cubana es más optimista que la de Frías. El ve ya asomar en los campos de la Isla «una marcada tendencia al progreso y un princi15.
Frías, p. 355.
16. 17.
Frías, p. 514. Pocy (1862), p. 8.
97
pio de desarrollo industrial, cuyo primer efecto ha de ser el de sustituir la inteligencia a la rutina y reemplazar nuestros costosos
brazos con los más económicos de los animales y de las máquinas
más adelantadas...» y, por eso, combate «el proyecto de una inmensa colonización africana, que arrollando nuestra naciente industria, acaso viniese a convertir en otro Haití la que, llena de legítimas esperanzas, es a pesar de todo, la Perla de las Antillas»!?. Poey confiaba en que la sustitución de la agricultura extensiva por la intensiva, el aumento cada día más ostensible de la reproducción natural de los esclavos, el aumento de la inmigración blanca, la supresión efectiva de:la trata y, sobre todo, los progresos de la
revolución industrial en el sector fabril producirían un mayor ren-
dimiento de azúcar per cápita y una reducción —en vez de un aumento— del número de trabajadores de los ingenios. Escribía: «Nos atrevemos a decirlo: el día que se cultive la tierra de tal modo que basten dos o tres caballerías para cada millar de cajas... y se adopten para la elaboración de los ingenios de menos de 2.000 cajas las fábricas centrales... ese día, viniendo a rendir cada ingenio el triple de lo que rinde hoy, será verdaderamente la Isla de Cuba lo que con lamentable equivocación se ha creído que era»!”. No escapa Poey de los prejuicios que caracterizan a la clase social a que pertenece, pero los expresa con menos fuerza. Es muy curiosa su advertencia al gobierno español de que en ningún momento debe creer que los negros sean amantes y defensores del régimen colonial en Cuba. Escribe estas proféticas palabras al respecto: «...Si algún día volviesen a presentarse síntomas de anexión Norteamericana, hecho que consideramos hoy como imposible de suyo, y que nunca fue más que una expresión de descontento errada en su fórmula habríamos de creer, juzgando por un pasado nada remoto, que el gobierno podría contar con los hombres de color, aun cuando no fuera más que por la persuación en que están de lo que habrían de perder en el cambio de la dominación española por la norteamericana: mas este mismo pasado... nos dice que no siempre con la misma confianza debería contar el gobierno con la raza negra o mezclada, cuando fuese un movimiento de independencia el que hubiese de reprimir»?. En ningún momento de su ensayo excluye Poey al negro de la sociedad cubana. Expresa su «decidida predi18.
Poey, pp. 8-9.
19.
Pocy, p. 28.
20.
Poey, pp. 43-44.
98
lección por los destinos de la raza blanca en Cuba, destinos mate-
riales y morales que se vieron comprometidos desde que arrribó a sus playas el primer cargamento de africanos...»?!. Pero parece resignarse a la presencia ya inevitable del negro, cuyo aumento por vías de la reproducción natural propugnaba y cuya educación aconsejaba para beneficio general del país. Otra voz, desde luego, que
predicó en el vasto desierto de la incomprensión oficial de España.
Poey representa lo que pudiera llamarse, en términos modernos, la «izquierda» o posición extrema de la burguesía cubana de su tiempo en lo que a la esclavitud se refiere. Dueño —como ya mencionamos— del ingenio Las Cañas, donde había introducido notables avances tecnológicos hasta convertirlo en el más avanzado del país, Poey estaba en condiciones de apreciar el verdadero valer del trabajo libre en la industria azucarera. Pero su progresista punto de vista era, dentro de su clase, decididamente minoritario. En su mayoría, los hacendados mantuvieron inalterados sus criterios antiabolicionistas hasta el momento mismo del deceso de la institución servil. Lo que no quiere decir que la campaña ideológica
contra la esclavitud no continuase manifestándose intensamente
en esa época, tanto en los artículos de Suárez y Romero como en la poesía de José Luis Alfonso, Luisa Pérez de Zambrana o Jerónimo
Sanz; tanto en una novela hoy olvidada de Francisco Calcagno
como en los sesudos ensayos del conde de Pozos Dulces.
Anselmo Suárez y Romero La contribución de Anselmo Suárez y Romero (1818-1878) a la literatura abolicionista cubana no se limita a la novela Francisco (que estudiamos en el capítulo IV del tomo DD. Se debe también a sus artículos, inéditos hasta 1859, a su opúsculo El cementerio del ingenio, que apareció en 1864, así como a sus numerosas epistolas, dirigidas a lo largo de una prolongada existencia, a sus numerosos amigos y correligionarios. Suárez y Romero tenía conocimiento directo e inmediato de la vida miserable de los esclavos habaneros. La muerte de su padre le cortó los estudios y no le dejó sino una
herencia de deudas: once años pasó en el ingenio Surinam, cerca de
Gúines, tratando de rehacer su fortuna, lo que incidentalmente dio motivo años después a que Enrique Piñeyro lo calificara de «an21.
Pocy, p. 63.
99
tiesclavista literario que poseía esclavos», provocando la indignada
protesta del acusado. Y con razón, porque —según ha explicado Raimundo Lazo— los esclavos, como parte de la herencia, estaban
sujetos a la acción judicial y Suárez «no consideraba lícito venderlos
y disfrutar de su precio, ni podía concederles la libertad sin ser
acusado de fraude por sus acreedores.»'
|
Lo que representó para el joven escritor la experiencia juvenil de
vivir y trabajar en una plantación azucarera esclavista lo detalló él
mismo en una carta que escribió en 1838, cuando no tenía más que veinte años de edad, a su mentor y guía espiritual, Domingo Del-
monte: «Aislado en el ingenio, sin ver de día y de noche más que
enormes fábricas, monótonas y sin gusto, el batey, los cañaverales,
y luego para acabar de entristecer el cuadro, sin ver otro espec-
táculo que el de hombres infelices trabajando incesantemente para otros —puede usted imaginarse qué a gusto estaré yo en esta soledad, donde desde que uno se levanta hasta que se acuesta sólo tiene delante escenas lastimosas. Y en balde es salir del ingenio y trasladarse a otras fincas, pues en todas partes hay esclavos y señores, en todas partes hay mayorales, que es lo mismo que
decir— que donde quiera gime una raza de hombres desgraciados,
bajo el poder de otra raza más feliz que se aprovecha, inhumana, de sus afanes y sudores.»? Bajo la influencia literaria e ideológica de Domingo Delmonte, toda la experiencia vital adquirida en Surinam
fue volcada y sublimada por Suárez en descripciones de la campiña
cubana y de las costumbres del agro. Mas, a sus cuadros de la
naturaleza
criolla, saturados
de romántica
melancolía,
hay
que
agregar los retratos realistas de las relaciones sociales en las plan-
taciones, donde bastaba la simple copia, directa y honesta, para producir un elocuente ataque contra la esclavitud. Con singular habilidad para burlar la censura oficial, Suárez reprodujo las pe-
nosas circunstancias del vivir esclavo envolviéndolas magistral-
mente con los ropajes del cuadro costumbrista de aparente corte tradicional. Y, en un esfuerzo extraordinario de empatía, logra traducir al lenguaje corriente, mejor que ningún otro escritor blanco del siglo XIX, los sufrimientos y las miserias del esclavo azucarero de Cuba. Por lo general, los críticos han hecho énfasis en el carácter humanitario, sentimental y filantrópico del abolicionismo que se 1.
Lazo (1965), p. 113. Ver ILL, Vol. II, pp. 987-990.
2.
Suárez y Romero (1969), prólogo de Mario Cabrera Saqui, pp. 22-23.
60
expresa en los artículos de Suárez y Romero. Había ciertamente en don Anselmo, como bien dice Gastón Baquero, una sinceridad profundísima que lo colocaba en «la línea de los maestros de escuela lindantes con lo angélico en que Cuba fue tan fecunda.»* Y sus protestas contra los horrores de la trata y de la esclavitud reflejan
ese costado seráfico de su espíritu. Pero basta pasar la vista por la Colección de Artículos para comprobar que, junto al delicado cantor del paisaje criollo, en él había también un astuto observador del
proceso económico— social del país. Por eso, en sus años de madurez, además de las tradicionales estampas dedicadas a provocar la compasión y, de ese modo, promover reformas en beneficio de los esclavos, escribió breves pero agudos ensayos que resumían la evolución reciente de la principal industria cubana y apuntaban hacia sus inevitables consecuencias demográficas y laborales. Vamos a ofrecer una muestra de cada uno de esos enfoques. Ya en el capítulo 111 del primer tomo, al describir el funcionamiento de los ingenios cubanos en el siglo XIX, citamos el testimo-
nio de Suárez y Romero sobre la brutalidad del trato que recibían
los esclavos en los bateyes y los campos, sobre sus sufrimientos bajo la inclemencia
del sol y la lluvia del trópico,
sobre
su cansancio
perpetuo y su crónica falta de sueño, que les conducía ineluctablemente a la enfermedad, al accidente laboral, y en definitiva, a una
muerte temprana. Para no repetir, bastará con citar ahora un sólo
ejemplo más: lo que Suárez escribe sobre la vivienda en las plantaciones. Quedarán así al descubierto las sutiles estratagemas de que la propaganda abolicionista debía valerse en Cuba para burlar la censura. En el artículo titulado Bohíos y refiriéndose a ellos dice
don Anselmo: . | «En algunas fincas los hay de mampostería y teja; mas ahí no ha dominado seguramente otro móvil que... el tener más sujetos a los
esclavos, porque en general, si los hacendados hacen tan grandes y costosas las demás fábricas, no sucede lo mismo con los bohíos. En vez de trazarlos en calles formando un cuadro u otra cualquier figura simétrica, dejan a los negros levantarlos en el lugar que a cada cual se le antoja; y menos buscan albañiles y carpinteros que los fabriquen... Los días de fiesta son los que se concedena los negros para hacer sus bohíos, porque en los de trabajo sólo tienen lugar para comer al mediodía la ración y para acostarse a dormir por la noche en cuanto llegan del campo. De suerte que hoy abren los hoyos y clavan los horcones, de allí a ocho días cruzan los cujes, 3.
Baquero (1973), p. 14.
61
y al cabo de otros tantos cubren con yaguas y con guano las paredes y echa la cobija; y es de figurarse cómo les saldrá la obra cuando a la prisa que se dan por concluirla y a lo malo y escaso de los materiales se agrega la rusticidad propia de los esclavos... Después que entierran los horcones y entrelazan los cujes, sean derechos o torcidos, lisos o ñudosos, y unos más largos y más gruesos que otros, desaliño en que poco se diferencian de los guajiros, y después que arman el esqueleto de arriba, comienzan a cobizar y a tapar las paredes... «El repartimiento de las piezas es uno mismo en todos. Compónese de una sala pequeña y un cuarto más pequeño todavía, sin contar con el que hace los oficios de gallinero... Donde se vive de
ordinario es en la sala. Allí lo hacen los negros casi todo, allí tienen
el tizón ardiendo perennemente, allí cocinan, allí comen, allí conversan. El cuarto no sirve más que para guardar el cajón de la ropa,
para colgar jabucos sabe Dios con cuántas cosas dentro, para poner
las canastas en que mecen a
sus hijitos, y para dormir los ahijados
y parientes, pues los amos del bohío se quedan en la sala. La barbacoa se halla en ésta enfrente de la puerta, y en ella depositan
el maíz, el arroz, el maní, el ajonjolí y el quimbombó que han cosechado en los conucos. El gallinero se distingue únicamente del
otro cuarto en las escaleras donde duermen las gallinas, en las hormas rotas de purgar azúcar llenas hasta la mitad de paja en que aquellas ponen los huevos, pero todo tan sucio que da asco... Ninguno de los dos cuartos tiene puerta. Sólo hay una en todo el bohío... tan gacha que para pasar por ella es menester doblar el cuerpo... Con corta diferencia así hacen siempre los negros sus bohíos... Vistos a cierta distancia, más que viviendas de humanas criaturas parecen montones de paja seca... El aire de pobreza y de melancolía que todo respira allí, le dan a uno qué cavilar y qué sentir por mucho tiempo, especialmente a ciertas horas... Nótense las tácticas literarias de que se cdo Suárez y Romero para expresar su protesta y lograr a la vez su publicación. En apariencia, en la superficie, su artículo no se aparta de los límites tradicionales de la descripción costumbrista, políticamente neutra. Sin embargo, sin ser enunciada expresamente, la toma de posición
es evidente. Un fuerte dejo peyorativo permea toda la estampa. La condenación puede leerse entre líneas. La crítica de la «institución
doméstica», se desprende de las conclusiones a que los hechos citados llevan
al lector, del tono ácido de la prosa, de algún
que otro
adjetivo y del comentario final, prudente, pero incuestionablemente 4.
Suárezy Romero (1839), pp. 202-204.
62
negativo.
Suárez, por ejemplo, nada
dice de la vida primitiva,
antihigiénica y promiscua que el esclavo se ve forzado a llevar en la
estrechez de su choza miserable y mal oliente. Pero ¿quién que lea el artículo no se la supone de inmediato y, en consecuencia, censura el sistema que la produce? Ahora bien, el censor dejó salir a la luz este artículo y muchos otros parecidos en la Colección. Y el movimiento antiesclavista se anotó un resonante triunfo. En Cuba, sólo
en lenguaje esópico, disfrazado y encubierto, era posible condenar
la podre colonial.* La solución que Suárez y Romero propone en 1859 para la cuestión esclavista puede resumirse en una sola palabra: esperar. Porque —a su juicio— esperar, en ese momento de la historia de Cuba, significaba sencillamente dejar que los procesos sociales ya
en marcha se encargasen, casi por sí solos, de imponer el ocaso de la
institución. En otro artículo de engañosa apariencia costumbrista, el autor estudia en detalle los importantes avances de la revolución científica y tecnológica que sistemáticamente venían produciéndose, en el precedente cuarto de siglo, tanto en el sector agrícola como en el fabril de las plantaciones azucareras cubanas. «El azúcar — dice— es el ramo de producción en que hemos progresado principalmente...» *? Y cita, en el costado agrario: los avances en el estudio científico de los terrenos, los nuevos métodos de roturación y de siembra, la utilización intensiva de fertilizantes, etc. Y en el industrial: «Al molino de caballos y de bueyes han seguido las devoradoras máquinas de vapor que exprimen, en sólo algunas horas de la semana, permitiendo descansar al africano y aprovechar más la estación en que precisamente se ha de hacer la cosecha, la inmensa cantidad de caña necesaria para lanzar, de un ingenio nada más, ocho mil cajas de azúcar a los mercados. Los aparatos destinados a la cristalización del guarapo, valen gruesas sumas de pesos; pero en cambio ellos no consienten que se desperdicie una partícula de azúcar, con ellos la fabricación es más pronta y más fácil, con ellos el fruto adquiere una belleza antes del todo desconocida. No se aprieta ya el azúcar en las cajas con pisones manejados por muchos negros, sino que un corto número de éstos basta para dirigir las máquinas de envasar. La caña no se carga en hombros
desde la distante pila hasta el burro arrimado a los tambores, porque, por medio
de un
sencillo mecanismo,
la misma
fuerza que
5. Sobre la lucha continua entre el escritor cubano y la censura oficial española en el siglo XIX, véase J. Castellanos (1984), passim. 6. Suárez y Romero (1859), p. 234.
63
mueve el trapiche se la lleva a sus fauces insaciables, como la mano
con que acercamos a la boca el alimento. Líneas ferrocarrileras que
cruzan el batey, sirven para trasladar de los tingladillos a la casa
de purga el azúcar verde que en las hormas tenían antes que transportar a cuestas, abrumados bajo el enorme peso, los negros
que cansados acababan de llegar del campo. Muy rara será hoy la
finca en que de día y de noche se ocupen brazos en conducir al batey
en canastas el bagazo, que una vez seco a los ardientes rayos del sol ha de ir a los hornos de los trenes; y no merecerá ya poseer un
ingenio el inmóvil hacendado que no piense incesantemente, nutrido en los principios económicos, introducir una tras otra en su
heredad cuantas máquinas den por resultado la substitución al trabajo brutal por la acción de las fuerzas naturales, y el bienestar creciente, hasta donde sea compatible con las cosas, de la raza que
cultiva los campos de la patria.» O sea, que Suárez y Romero descubre las raíces tecnológicas del
«nuevo y mejor trato» que reciben los esclavos a partir de la década
del 50. Con más máquinas, menos manos son necesarias. Pero, aun
así, el suministro de trabajadores para las labores de la zafra queda
sin resolver. Lo impiden la progresiva disminución de la trata negrera y la aparente incapacidad del negro (cuando sometido al cautiverio) para reproducirse en Cuba a ritmo con la tasa de mortalidad. Algunos hacendados, nos informa Suárez, buscan la salida
en la importación de asiáticos. El insiste en que esa solución es mala. La respuesta está en continuar e intensificar el proceso de la
revolución industrial. Concluye: «...Yo pienso y siento que el reme-
dio mas eficaz para suplir la escasez de los obreros está en la adopción infatigable de todas las máquinas, que ahorrando el tra-
bajo, hagan menos ruda la condición del esclavo agricultor, y dulci-
ficando ésta, conserve en esos hombres la robustez, les prolongue la vida, facilite su reproducción, y venga así a armonizar intereses que parecían tan opuestos.»?* Y dirigiéndose a los dueños de.inge-
nios los estimula a acelerar el cambio
indispensable con estas
palabras: «...Ahora no nos queda otro arbitrio para medrar que el ver sin descanso cómo hemos de hacer con un esclavo lo que antes hacíamos con muchos, no abrumándolo de trabajo, porque eso no está en nuestros intereses, que reclaman la conservación del obrero, sino colocando en sus manos cuanto, en la mas lata acepción 7. 8.
Suárez y Romero (1859), p. 235. Suárez y Romero (1859), p. 237.
64
pueda abarcarse bajo la calificación de máquinas, sea capaz de doblar, de triplicar, de decuplicar, de centuplicar sus fuerzas y, al mismo tiempo, de suavizar el rigor de las faenas»? ¿Pertenecía Suárez y Romero, allá por 1859, al grupo de los abolicionistas moderados que solo pedían la eliminación de la trata
y el mejoramiento de las condiciones de existencia de los esclavos?
¿Defendía él estas reformas únicamente para alargarles la vida y poder disfrutar así más tiempo de su trabajo? ¿Era contrario acaso del abolicionismo radical? Dadas las condiciones políticas de Cuba sus trabajos no podían todavía plantear esta última solución, aunque la creyera necesaria. El artículo citado se detiene al borde mismo de la conclusión liberadora. Sin embargo, deben recordarse dos cosas. Primero, que separándose en esto de Saco, Luz y DeImonte, Suárez consideraba al hombre de color como parte integrante de la nación cubana. En vez de pedir el «blanqueamiento del país» trayendo europeos y expulsando africanos, abogaba por la conservación y el aumento de los negros mediante la reducción de sus fatigas. En segundo lugar debe tenerse en cuenta que, para burlar la censura oficial, Suárez utilizaba la técnica esópica a que antes aludimos. Encubría sus criterios bajo símbolos aparentemente innocuos. En vez de afirmar categóricamente, se limitaba a sugerir. Y su método básico de sugerencia era la sentimentalización
del mensaje, cargando de emotividad negativa la alegoría significante...
Véase lo que hace don Anselmo en este artículo. Lo titula Los bohíos al oscurecer, como para decirle al censor: esta es otra estampita más de las muchas que he escrito sobre el paisaje cubano. Y, efectivamente, comienza con una descripción del agro: «Desde la elevación en que está situado el trapiche mi vista se extiende a lo lejos por los campos y se espacia contemplando aquel grupo de palmas, aquel bosquecillo de cañasbravas, aquella copada ceiba, aquellos dilatados cañaverales...» etc. etc. etc. De pronto, inesperadamente, pasa a las reflexiones socio- económicas que arriba resumimos. Conduce de la mano al lector a la curiosidad, a la pregunta: ¿quiere este hombre acabar con la esclavitud o solo pide progreso industrial para prorrogarla? El autor no responde. Regre-
sa a lo descriptivo. Pero ¿qué describe ahora? Trazo a trazo cons-
truye un final saturado de sombras. «El silencio que reinaba en mi 9. 10.
Suárez y Romero (1859), p. 236. Suárez y Romcro (1859), p. 235.
65
derredor era triste y solamente lo interrumpían de vez en cuando el
gruñido del cerdo y el cacarear de una gallina.» *? En seguida entra en otra descripción de los bohíos (que en su: obra son siempre
emblemas
de lo más
malo
en la vida esclava) acentuando
las
diferencias entre los peores, habitados por los siervos, y el mejorcito, destinado al contramayoral. Y por fin nos pone ante los ojos al producto más triste de un sistema inhumano: la vieja ciega, la última carta de la baraja esclavista, puesto que sufría todas las discriminaciones y todas las penalidades. Era esclava, era negra,
era mujer, era ciega, era inútil y pasaba el día en abrumadora soledad. Suárez enfoca entonces el retorno al bohío de los negros
sudorosos, procedentes del corte de la caña, cansados, agotados, soñolientos, mascullando protesta tras protesta... ¿Qué clase de vida es esa?, pregunta sin preguntar. ¿Bastará la simple revolución industrial para sacar a estos hombres superexplotados de la sórdi-
da condición en que se ven obligados a vivir? La cuestión queda
flotando en el aire, inquietante, insistente... Hasta ahí le permite llegar la censura. Hasta ahí llega él. No es todo lo que quisiera. Pero, a buen entendedor... De todos modos, resulta evidente que Suárez no confiaba en la exclusiva acción mecánica de las fuerzas sociales para resolver el problema esclavista. Al proceso histórico había que aguijonearlo con la liberación de las conciencias. En 1864 regresa nuestro autor a los métodos tradicionales de la propaganda abolicionista con su opúsculo El cementerio del ingenio (tal vez su obra maestra en este género), cuya verdadera intención disimula bajo el título inocente de Ofrenda al Bazar de la Real Casa de Beneficencia. Suárez describe el camposanto: «En medio de su recinto había clavada una cruz de madera, y la entrada era una puerta de lo mismo con candado de cerrojo. Hallábase todo cubierto de escobas amargas, y únicamente la flor de uno que otro romerillo nacido entre ellas mitigaba el lúgubre aspecto de la última morada de tantos negros
como se habían enterrado allí desde la fundación del ingenio. Contemplé los alrededores ¡qué soledad y qué silencio!»!*? En seguida
viene el retrato del típico entierro de un esclavo, tan miserable e inhumano como su vida misma. Ni siquiera un rústico ataúd: el cadáver, envuelto en su frazada, viene del batey tirado como un fardo sobre una carreta conducida por dos negros «que abrían la
11.
Suárez y Romcro (1859), p. 238.
12.
Suárez y Romcro (1864), p. 15.
66
puerta, cavaban la fosa, sepultaban a su compañero, y luego regresaban. para las fábricas a continuar sus faenas.»!? Ni una lápida, ni
una oración. ¿Entierro de un país civilizado y cristiano? «Más de quinientos esclavos de todos los sexos y edades estaban sepultados
en un pequeño pedazo de los terrenos tantas veces regados con el sudor de sus frentes, y yo, uno de sus dueños, debía afligirme a su
memoria.»!* La triste imagen del camposanto provoca en Suárez la evocación de numerosos esclavos que conoció desde niño y yacían enterrados
anónimamente
entre aquellos romerillos. ¡Todo un censo de las
brutalidades cometidas por el hombre contra otros hombres! Pasa Pedro, de nación macuá, cocinero de la negrada, revolviendo con un
palo el grosero alimento. rebeldía,
siempre
en
Pasa Teodoro
prisiones
a causa
«Apenas se le quitaban las cadenas él, tornaba a huirse, perseguíasele, zapado en las breñas, lo mordían, y ba en el batey al trote por delante
el negro de la infinita
de sus frecuentes
fugas.
porque alguien intercedía por encontrábanlo los perros agaluego, acosado por ellos, entradel arrenquín del mayoral.»!*
Pasa Dorotea, casi blanca, castigada por sus amos, por Dios sabe
qué falta, a vivir en el ingenio, donde desesperada solo duró cuatro meses antes de ir a parar al cementerio. Y Carlos, el calesero que se
quedó ciego y pidió volver al campo donde tenía parientes, obligado
—ciego y todo— a pilar maíz en el tiempo muerto y ajuntar caña en la época de molienda. Y Rogerio, gigantesco y atlético, a quien se le impidió casarse con la mujer que amaba y terminó colgándose de un árbol. Y Gertrudis, bella. entre las bellas, quien metiendo caña en el trapiche se quedó dormida y fue destrozada por las mazas. Y Fernando, el bozal que llevaba siempre en el semblante una nube de tristeza y nunca cantaba más que cantares de su tierra africana
y jamás habló otra lengua que la de su tribu perdida. Y el tachero
José que murió horriblemente quemado al caer en una paila de guarapo hierviente. Y el criollo Wenceslao, obligado a desmochar palmas subiendo por sus troncos hasta las pencas y un día cayó fracturándose el cuerpo entero. Todos allí, en algún lugar del camposanto del potrero, bajo las yerbas anónimas. ¡Tremendo desfile de sombras sufrientes! Este artículo bastaría por sí solo para poner por siempre en la picota al régimen esclavista: es uno de los mo13.
Suárez y Romero (1864), p. 16.
14.
Suárez y Romero (1864), p. 17.
15.
Suárez y Romcro (1864), p. 18.
67
mentos capitales del abolicionismo literario cubano. Desgraciada-
mente su autor no pudo recoger los frutos de su siembra. Murió unos pocos años antes de que fuera liquidada en Cuba la abyecta institución que tan elocuentemente combatió toda su vida.
La poesía abolicionista, 1845-1868
La intensificación de la censura después de los sucesos de 1844 no facilitó ciertamente la expresión pública del sentimiento antiesclavista, cada día más extendido entre los sectores liberales de la
inteligentsia cubana. En privado, empero como un anticipo colonial criollo del samizdat antitotalitario de hoy, escritos de muy variado género (cartas, ensayos, poemas, etc.) circularon de mano en mano en el país portando en su centro variadas dosis de abolicionismo.
Muchos de ellos se perdieron para el recuerdo y para la historia.
Unos pocos se salvaron y fueron publicados cuando el cambio de circunstancias políticas lo hizo posible, varios años después. Ya
hemos
visto
más
arriba
que
los horrores
de
La
Escalera
fueron comentados (y condenados) por muchos de los hacendados cubanos (como Miguel de Aldama, por ejemplo) en su correspondencia privada con miembros de su familia y de su íntima amistad. En el terreno de la poesía se refleja también esta actitud.: La
revulsión y la repulsa provocadas en amplios sectores de la bur-
guesía cubana por los salvajes métodos represivos de O'Donnell, afloran en una mediocre pero interesante composición titulada
Matanzas
en
1844.
El
autor
es José
Luis
Alfonso,
marqués
de
Montelo (1810-1881), riquísimo hacendado, yerno de Domingo de
Aldama, concuño de Delmonte, íntimo amigo (y mecenas) de Saco y miembro de la famosa «generación del seminario». El poema se compone de 31 redondillas de.rimas abrazadas. Está dividido en dos partes. En la primera, el poeta contempla una puesta de sol en
un día gris y húmedo, batido por las ráfagas de un norte. El monó-
tono rugido del viento al azotar las olas contra las rocas le recuerdan los ayes del «mísero oprimido» recientemente sacrificado por la sevicia oficial: Pero si la roca es dura y si es sordo el vendaval muy más lo es el animal que ostenta humana figura.
68
Feroz es su corazón
más que el de fiera alimaña y en alzándose su saña pierde el tino y la razón. No hay entonces quien contenga su pasión y desenfreno; goza en el dolor ajeno y aun de su hermano se venga.
No hay ley de Dios o del hombre que su furia no atropelle ni iniquidad que no selle por su mano y con su nombre...
¿Qué
acontecimiento
conduce a José Luis Alfonso hasta tan
lóbregas conclusiones? Pronto va a quedar en claro en el poema: el autor se estremece indignado ante la bestial represión de la rebeldía esclava en el infame año del cuero. La segunda parte de la composición se abre entonces muy románticamente con el tañido de una campana que llama a oración. Cruza el viento una lechuza. El cantor se echa a andar. Y alcanza el puente de una fortaleza por donde pasan, entre cadenas, los prisioneros: La negra tez del semblante
sus dolores me velaba,
pero la sangre manchaba sus vestidos de bramante. Cautivos eran, pardiez, que a la cárcel conducían y que azotados volvían por tercera o cuarta vez.
Pues del San Juan a la orilla,
póneles en confesión una nueva Inquisición,
bajo el azote y cuchilla, porque diz monstruos traman los conquistar
que de maldad son, y que traidores conspiradores su libertad.
69
¡Oh, ciudad de los dos ríos, que naciste ensangrentada! ¿Por qué te manchan, cuitada, con su planta los impíos...? Recuerda en seguida el poeta los orígenes de la ciudad matancera y concluye que las rudezas del pasado se compensaban con un cierto brillo histórico. El presente, en cambio, no podía ser más deleznable. Y el símbolo de su decadencia era la brutalidad, el
salvajismo con que el tribunal español acababa de hundir en el lodo
el honor de la patria de Isabel la Católica, de Carlos V, de Hernán Cortés: ¿Qué le queda a la nación de su pasada grandeza? ¿Qué de su orgullo y nobleza,
ni qué de su religión?
Y de aquel poder y seso con que fuera gobernada,
¿qué le queda?... ¿Acaso nada...? Sí, le queda su Congreso.
Congreso que en legislar par no tiene, ni segundo, puesto que existe en el mundo la Comisión Militar. Unas estrofillas al parecer insignificantes. Pero que, en cambio, dicen mucho. Evidentemente, para este destacadísimo miembro de la intelectualidad rica de Cuba, España estaba perdiendo su atractivo
nacional porque había traicionado los legados de su grandeza. Otro
pasado comenzaba a llamarle con mucha más fuerza que el de la metrópoli europea: el insular propio; trágicamente teñido de lágri-
mas y sangre... La escisión de las memorias indicaba una hendidu-
ra entre dos sociedades que espiritualmente se separaban. Y curiosa e irónicamente, en este caso, era el dolor del negro esclavo lo que provocaba el asco y la indignación del amo blanco. El marqués no lo sabía, pero con sus palabras anticipaba en Cuba unas relaciones entre las razas que quizás le hubieran escandalizado de haberlas podido contemplar en toda su histórica consecuencia. Al otro extremo de la Isla, en plena Sierra Maestra, y en otra
70
clase social (los campesinos acomodados), criterios semejantes aflo-
ran en la obra poética juvenil de Luisa Pérez de Zambrana (18351922). Junto a la pasión por la naturaleza y la familia, el amor
genérico a la libertad y, más concretamente, el odio a la esclavitud,
inspiran a la futura magnífica elegíaca criolla en los comienzos de su carrera literaria. Las peculiares condiciones sociales de la provincia oriental (que luego detallaremos) propiciaban una visión más democrática que la permitida por las realidades socioeconómi.cas del Occidente. Y en la primera colección de poesías de la joven cantora de las lomas del Cobre, publicada entre 1856 y 1857 (aunque con pie de imprenta de 1856) se recogen composiciones que el censor difícilmente hubiera dejado pasar en La Habana. Así, por
ejemplo, en El Sol Luisa declara: ... dióme el cielo
un corazón que enternecido sufre
si mira padecer sus semejantes...
Por eso se alza en protesta contra la injusticia que ve prevalecer
en su patria:
el fuerte despojando al débil,
burlando el necio al respetable sabio... Y condena abiertamente «la bárbara opresión» y «la odiosa tiranía», agregando: Y viera, sol, despedazado el pecho, allí la bárbara opresión hollando la humanidad entera, que gimiendo bajo su planta vil, al cielo eleva los suplicantes y cansados brazos, demandando justicia en su agonía. ¡Oh, sol! y tú lo ves, y tú lo escuchas siguiendo impávido tu curso eterno! ¿Acaso tan odiosa tiranía no te horroriza, ni delitos tantos te indignaron jamás? La fuente
ideológica
es la de siempre.
¿No
se levanta
en su
Meditación en un cementerio sobre la idea de la igualdad de todos 11
los seres humanos ante la tumba? Si todos somos iguales ante los
ojos de Dios ¿cómo es posible aceptar que unos hombres posean a
otros convirtiéndolos en cosas o en bestias? Por eso en su poema A
Julia, en la fuga de su sinsonte recomienda: «Y nunca, pobre niña, quieras a nadie esclavo ni oprimido». Por eso en sus Reflexiones explica cómo ha tratado siempre de consolar al triste, de socorrer al
indigente y de tender la mano a la vejez. Todavía más, afirma: Y yo lloré con el esclavo siempre
si no pude aliviar su padecer, que en el injusto y azaroso mundo esclava puedo ser.
Y todos que tal porque así nos
¡ay! reflexionar debieran vez, como aquellos se verán, Dios dice que según: medimos, medirán.
Como bien ha dicho Max Henríquez Ureña: «...Es que, aunque Luisa Pérez no aspirara a ser poeta social ni esa tendencia fuera la más adecuada a su temperamento soñador, desde sus primeros balbuceos poéticos asumió una posición ideológica contraria a toda opresión o tiranía, sea la del rico que explota al pobre, sea la del fuerte que aniquila al débil. Al cabo, ¿qué otra cosa encuentra en sus amigos de Santiago de Cuba, sino ansias de libertad y explo-
siones de rebeldía? De manera elocuente nos confirma esa actitud
el destino que tuvieron: José Antonio Collazo, Manuel Borges Navarro y Francisco Muñoz Rubalcaba se lanzaron al campo de la revolución en 1868 y murieron fusilados. Francisco Javier Vidal, aunque no corrió igual suerte, era separatista, como lo era Cecilia
Santacilia...»? Luisa Pérez compartía esos sentimientos sociales y patrióticos de sus amigos. Y en su obra, anticipándose a las necesidades del inmediato futuro, enlazó las dos grandes corrientes ideológicas del momento: el abolicionismo y el independentismo. No sólo los blancos, sino también las gentes libres de color dieron salida cuando pudieron a sus íntimos sentimientos antiesclavistas. Lo prueba el caso del pardo bayamés Miguel Mejías, quien en 1858 leyó en un periódico madrileño «que en la isla de Cuba no había un solo individuo de color que supiese el significado de la palabra
libertad». Indignado, respondió con un soneto que fue publicado en 1.
Hoeríquez Urcña (1963), Vol. 1, p. 313.
12
el periódico La Regeneración de Bayamo en el mismo año.* Como muestra del sentir de todo un amplio sector de la sociedad cubana de la época merece ser reproducido. Dice así: Suspende el bruto la robusta testa, Y corre a escape por el valle ameno; Mas luego siente que lo oprime el freno Y a obedecer a su señor se presta.
Sube agitado la escabrosa cuesta
Y en todo muestra el animal ser bueno; El en pago le desgarra el seno,
Y al fin cansado de correr se acuesta. -
Vuelve mañana a corretear la villa; Tiende la cola, su melena riela... Y enfurecido, la mirada brilla;
Y, no pudiendo sufrir más la espuela, Tira al jinete, pisotea la silla; Y ya, sin rienda, por los campos vuela. En Cuba, para burlar la censura, había que encubir el pensamiento tras los velos del símil. Pero no faltaron cubanos que aprovechasen las libertades mucho más amplias de que gozaba la pren-
sa en la Península para expresar, en forma mucho más abierta, su
crítica del esclavismo insular. Así, por ejemplo, en el número 2 del primer año de El Abolicionista Español, correspondiente al 15 de agosto de 1865, aparece una composición titulada La Madre Escla-
va, «debida a la pluma de una poetisa cubana» que se oculta (para
protegerse) tras el seudónimo La Hija del Yumurí. Como puede adivinarse, el tema central no es otro que el dolor maternal ante los horrores que la esclavitud acumula sobre sus hijos: Cuando al chasquido horroroso Del látigo, brota ardiente La roja sangre inocente De la víctima infeliz, 2.
- Bacardí (1923), Vol. VI, p. 88.
13
¿No maldices, di, mil veces El momento desgraciado En que tu pecho ha gozado
El derecho de sentir?
Y cuando arranca tirano El dueño a tu hijo querido,
Y por oro le ha vendido
Sin piedad ni compasión,
¡Cómo aparece ese llanto
De dolor y de amargura, Que muere en la sepultura De tu herido corazón! Pobre raza desdichada, Esclavos de la otra raza,
Que inmensa codicia abrasa
Con cruel desesperación.
La autora condena «la maldita esclavitud». Y pone al desnudo la
tristísima situación de la mujer en el seno de una sociedad corrompida por la infame institución:
Sumergida en la ignorancia,
No ves más que el altanero, Déspota, cruel, usurero, Que va a comprar y a vender, Que trafica en carne humana Acumulando riquezas, Y lucra con las bellezas De la africana mujer. Y acaso trémula adviertes Que codiciosa mirada Estudia a tu hija adorada Con visible estupidez. Y desgarra tus entrañas
De venganza el dulce sueño
Al ver en el crudo dueño Un asesino tal vez.
74
La hija del Yumurí cree que el fin de la esclavitud se acerca, pero
su único consejo para la madre esclava es que eleve los ojos al cielo
y demande del Altísimo su libertad.
Que no dudes alcanzarlo, Porque el Ser Omnipotente Es bueno, justo y clemente, Y oirá tu doliente voz. Y entonces tendrás derecho De ser madre y ser esposa, De ser hija cariñosa, De amar al mundo y a Dios. El más interesante de los poetas abolicionistas de este período (1845-1868) es Jerónimo Sanz (1836-1882) quien trabajaba como maquinista en el ingenio azucarero «Australia» y pudo allí conocer de primera mano las realidades del sistema plantacional cubano de
su tiempo. Publicó dos libros de versos, el segundo con una carta-
prólogo de Rafael María Mendive en el que éste le daba las gracias «por haber despertado con la lectura de sus versos... sentimientos de piedad que la turbulencia de la vida parecían haber adormecido» y que en poemas como Ánte la tumba del esclavo le habían hecho derramar lágrimas ardientes. Y le agrega: «Pero no es sólo con los lamentos y sollozos de esa raza oprimida, recogidos por usted en el silencio de la noche después de terminadas sus diarias y rudas tareas, con lo que inspira su musa,
siempre atenta al dolor de la
humanidad.» Mendive sostiene que Sanz va más allá, logrando en Recuerdo simbolizar en la joven Luz «la imagen de la patria en todo su esplendor, en toda su pureza.» Y acaba diciéndole al poeta prologado: «Su obra habrá de merecer, no sólo en Cuba sino en España, el mejor de los lauros a que puede aspirar un hijo del pueblo que, sin otros dones que los que el cielo le ha concedido, viene con un libro en la mano —-libro que ha escrito al fulgor de la fragua y entre el ruido del martillo en el yunque— a que se le dé, no una limosna, sino un puesto de honor en el mundo literario. Y usted ya lo tiene por derecho de conquista.»* 3.
Viticr y García Marruz
(1978), pp. 220-221.
Este prólogo de Mendive
es
bucna prueba de que cl sentimiento antiesclavista estaba mucho más extendido
entre los escritores cubanos de lo que la producción literaria abicntamente abolicionista permite calibrar. La edición de este segundo tomo de versos de Sanz es del año 1881, cuando ya cra posible expresar públicamente en Cuba esos criterios.
75
Ante la tumba
del esclavo (escrito en enero de 1865) es un
discurso versificado sobre la triste suerte del negro que
sólo en-
cuentra paz, reposo e igualdad en el camposanto. Sanz identifica
los sufrimientos del esclavo con los del crucificado del Gólgota: ¡Tu cuerpo es libre ya!... Libre tu alma Ya duerme en el Señor!... Ante él la abona .
De abrojos punzadores la corona
que los hombres ciñeron a tu sien.
E insiste, con penetrante propósito irónico, sobre la fundamental
identidad que el cristianismo, al menos en teoría, establece entre las clases sociales opuestas: ¡Descansa, pobre paria!... Aquí te escuda
El símbolo del.santo cristianismo,
Emblema de igualdad —que a un tiempo mismo Cubre al mísero esclavo y al señor. La naturaleza toda parece impregnarse del dolor del triste esclavo oprimido. Y protesta, junto con él, contra «tanto: horror», contra «tanta iniquidad»: Descansa en un rincón del sacro asilo Donde tan sólo música te ofrecen
. Las cañas cimbradoras, que florecen
Regadas con tu sangre y tu sudor...!-
En Recuerdo (1865) el poeta y su amada pasean en una tarde de abril por algún rincón de la campiña cubana. La bellísima puesta del sol despierta en los amantes una visión bucólica, casi utópica del mundo. El poeta exclama: «¡Qué alegre estaba .el cielo! ¡Qué alegre estaba el campo!». Suspiraba entre el césped la tojosa, Y el suavísimo soplo del terral Modulaba en las pencas de las palmas La música del mar. Incidentalmente estas palabras de Mendive permiten colocarlo a él también entre los intelectuales
abolicionistas
criollos. ¿De
dónde
si no de labios de su amado
macstro aprendió José Martí a aborrccer tanto la esclavitud política como la social?
76
Y cuán hermosa tú, sueltos tus rizos,
Teñidas tus mejillas de carmín, Corrías por el prado alborozada! ¡Qué hermosa! ¡Cuán feliz!
Pero en seguida, en la segunda parte del poema, los amantes se
dan con un bohío y en él encuentran un viejo esclavo, enfermo, abandonado. Inmediatamente, cambia el tono: Viste, oh niña, de tu patria El espectro acusador...! Viste el paria condenado A morir en un rincón.
La joven, trémula, cubre el duro jergón esclavo con las flores que llevaba en los brazos. Llora. Estrecha la mano del moribundo... Por fin, le dice adiós. Luego, en la tercera parte de la composición, el regreso de la pareja se realiza bajo el nuevo signo emocional. Luchan la luz y las tinieblas. Siniestros nubarrones manchan el azul:
Del ingenio vecino la campana Tocaba lentamente la oración. ¡Qué triste estabas tú, preciosa niña! ¡Qué triste estaba yo! Sentimentalismo, se dirá. Sin duda. Era el estilo de la época. Pero al menos era un sentimentalismo dedicado a una causa superior de servicio humano. Otro poema antiesclavista de Sanz, el romance La fuga del esclavo (1866) tampoco se salva de esa proyección, excesivamente lacrimógena para el gusto de hoy. La primera parte es muy vigorosa. El esclavo logra escaparse. Trepa peñascos. Vence zarzales. Por fin llega a la cumbre del monte: ¡Y allí respira! ¡Ya es libre! Con ánimo y fe de bronce Venció a su contraria suerte Del paria el empeño noble. .Leencaro
ro.
nmpe
re. corn
car
o...
....6.0009%1.00....
De sus pesadas cadenas
Destrozó los eslabones, Ya en sus carnes hondo surco No hará el infamante azote.
11
¡Respira el paria orgulloso
De pie en la robusta mole!
Ya es libre como las aves
Que el aire cruzan veloces.
Pero el fugitivo no puede olvidar lo que ha dejado atrás. «Por sus oscuras mejillas/ ardientes lágrimas corren...» ¿Por qué? El joven
rebelde recuerda a su anciana madre, a su «tierna prole»... «Y oye
de la esposa triste/ los ayes desgarradores.» Vacila. Una voz le dice: «No vuelvas a tus prisiones, No vuelvas a que el verdugo Fiero tus carnes destroce.»
Otra, que parece venir del cielo, en cambio, le incita a volver a su calvario: Sigue con tu cruz conforme, Que ya el sol de la Justicia Las densas tinieblas rompe. El esclavo ha roto sus «dobles cadenas», pero no puede destruir la
«débil guirnalda de flores» del afecto.
¡Lazos que bendice el Cielo no rompen jamás los hombres!
Comentando estos poemas ha dicho Cintio Vitier: «Sanz tuvo el mérito de abordar temas que fueron tabú para la mayoría de los poetas cubanos de su tiempo. En La Fuga del Esclavo hay un sincero esfuerzo por identificarse con el impulso del cimarrón hacia la
libertad y con los conflictos emocionales provocados por el desga-
rramiento de la familia; pero el final es débil, falso, edulcorado. El
abolicionismo de Sanz estaba más cerca del evolucionismo paternalista que de la revolución...»* Muy cierto. Pero es preciso agregar, para hacer completa justicia, que el ataque poético de Sanz contra
la esclavitud, pese a sus limitaciones programáticas, fue sistemát1-
co, categórico, incondicional. Y, además, que cuando recomienda al cimarrón de su romance que retorne a sus cadenas lo hace porque 4.
Viticr y García Marruz (1978), pp. 222.
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está convencido de que la abolición de la esclavitud es inminente. Recuérdese que el poema fue escrito en 1866, cuando los acontecimientos recientes en los Estados Unidos parecían augurar el rápido fin de la funesta institución en todo el continente. O, como lo expresa el poeta: que ya «el sol de la justicia» rompía «las densas tinieblas» de la opresión. Por otra parte, en su mejor composición abolicionista,
el romance
titulado
El
Guardiero
Nocturno,
Sanz
consigue otorgarle a su mensaje —como señala con su agudeza habitual el propio Vitier— «un sentido premonitorio», mediante el reiterado grito de ¡alerta! que lo atraviesa y vivifica, como profético
redoble de libertad. Bien merece esta joya de la literatura abolicionista
ser mejor
conocida
integramente aquí:
y apreciada.
Por
eso la reproducimos
Echado cabe una hoguera Que lanza vivos destellos, Las manos en las mejillas Y ambos codos en el suelo: —¡Alerta!... gritó el esclavo Fatigado y soñoliento, Y ¡Alerta!... responde el valle Entre las sombras envuelto.
Lóbrega la noche avanza,
Gime en las cañas el cierzo, A intervalos ilumina Rápida sierpe de fuego El erguido campanario, Y las torres del ingenio, Cual sobre vasto sepulcro Obeliscos gigantescos. Todo al reposo convida... Duerme el señor opulento, Descansa el hombre verdugo, Entre sus mastines fieros, —$S1 no turba su conciencia Algún horroroso espectro.— En sus chozas los esclavos Sueñan que rompen sus hierros, Y los amigos del hombre Libres del yugo y del freno, Cual sibaritas reposan De flores en blando lecho;
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La tórtola ya no gime, Calla el sinsonte parlero, Y hasta sus ojos cerraron - Los brilladores insectos. Tan sólo rasga los aires . Como un sarcasmo sangriento El alerta del esclavo Que del señor guarda el sueño, Tan sólo brilla la hoguera
Del infelice guardiero.
Y apenas el alba asome
Irá el desdichado siervo,
Al hombro segur cortante
y al cinto templado acero, Con el sudor de su rostro A regar el bosque espeso,
A herir la ceiba robusta
Y a humillar el alto cedro.
¡Alerta!... con voz pausada
Ya remedando un bostezo
Exclama el guardia rendido Y... todo queda en silencio... Silencio que en breve turban
En horrísono concierto
Del látigo los chasquidos, Ayes, quejas, juramentos, Y ¡Alerta!... con voz tonante
Vuelve a gritar el guardiero
Y ¡Alerta!... responde el valle
Entre las sombras envuelto.
Si no tanta dimensión estética como este romance ejemplar, por
lo menos tan aguzada claridad ideológica muestran las correctas
décimas del artemiseño:Manuel Cabrera Paz (1824-1872) en su
poema Los Esclavos en Cuba,con el que vamos a cerrar este acápite.
Un amigo, en una reunión, le sugirió a Cabrera este pie forzado: Reclama su libertad habiendo libre nacido el esclavo envilecido.
y muere en cautividad.
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Y el poeta elaboró, sobre esos versos, los que siguen: La divina providencia con sus miras maternales, hizo a los hombres iguales sin ninguna preferencia; mas la cristiana potencia desnuda la humanidad desconoció la igualdad, esclavizó al inocente y el infeliz sedicente reclama su libertad. Allá en tiempo inmemorial
el Pontífice romano, permitió el comercio humano sin un derecho legal; mas dijo en su pastoral que fuese en ley instruido el africano traído,: y que diez años sirviera pero no que esclavo fuera habiendo libre nacido. Esa ley de cristianismo que encarga la mansedumbre, consiente la servidumbre
y el bárbaro despotismo;
eso no es catolicismo del hipócrita atrevido, que en otro culto ha vivido; por eso entre sus estados leva los grillos pesados el esclavo envilecido.
Contra el derecho de gentes los moros cuando apresaban, al sujeto esclavizaban, pero no a sus descendientes; y a los que eran obedientes en adorar su deidad les daban la libertad;
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y aquí lo contrario he visto: el esclavo adora en Cristo
y muere en cautividad. Una novela abolicionista olvidada:
«Los Crímenes de Concha» de Calcagno.
En ninguno de los trabajos dedicados al estudio de la novela
abolicionista que hemos consultado se hace mención de Los Críme-
nes de Concha de Francisco Calcagno (1827-1903), obra de muy
modesta calidad estética, pero que como proclama narrativa antiesclavista puede, sin duda, competir con muchas otras del mismo género, incluyendo Romualdo: uno de tantos, del propio Calcagno, frecuentemente citada por la crítica. Los Crímenes de Concha fue escrita en 1863 y con ella (y no, como a menudo se afirma, con Romualdo, escrita en 1869) comenzó la carrera novelística del autor.!
El propósito abiertamente abolicionista de Los. Crímenes de Concha queda evidenciado desde su dedicatoria inicial que dice: «Al distinguido orador Sr. D. Francisco Giralt como recuerdo de sus trabajos abolicionistas y en pro de la instrucción de la raza negra, dedica esta obra su afectuoso amigo, El Autor.»? Y en la Advertencia que sigue (escrita en 1883) el autor resume sus opiniones sobre el problema básico del país. Sus palabras revelan, a la vez, su filantropía y sus prejuicios: la percepción muy clara de los fines que la justicia exigía; las confusiones y contradicciones que luchaban en su ánimo a la hora de considerar los medios indispensables para
convertir los objetivos en realidades. «Hay gran diferencia —dice—
entre la manumisión individual y la abolición general: aquella es medida privada, a menudo dictada por el amor a la justicia, pero a veces también sugerida por la conveniencia; ésta es medida general que iguala a todos y repara la injusticia de tres siglos: la primera haciendo la dudosa felicidad de unos pocos, mina la resignación y aumenta el descontento de los más, la segunda enaltece una época 1. Los crímenes de Concha fue publicada en La Habana en 1887. Seis años antes, en la misma ciudad, había aparecido la otra novela de Calcagno a que hemos hecho referencia con el título de Uno de tantos, que luego en 1891, en su segunda
edición, se tituló Romualdo: uno de tantos. Véase la bibliografía activa de Calcagno
en ILL (1980), Vol. I, p. 172. En cl texto de cada una de estas dos novelas el autor
menciona la fecha respectiva de su composición, que arriba citamos. 2. Calcagno (1887), p. 111.
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que en vano sin ella quiere usurpar el título de ilustrada: La manumisión reclama sólo el agradecimiento de los manumitidos, la abolición merece la gratitud de la humanidad. Por ésta debemos luchar todos, poseedores y no poseedores, tanto por piedad hacia la raza esclava como por la honra de la raza blanca, del país y de la época. No abogábamos cuando escribimos esta novela ni por la manumisión parcial ni por la abolición inmediata. La manumisión
parcial no remediaba nada; no borraba la mancha del país. ¿Qué
hubiera ganado éste ni la sociedad con que unos sesenta o setenta siervos tal vez no desgraciados fueran libres? Había que tener en cuenta por otra parte el estado de abyección de la raza negra que no permitía pensar en abolición instantánea: queríamos que antes se la preparara para la vida de la libertad, porque temíamos que de otro modo sólo conseguiríamos prevenir pasto para presidios y cadalsos:»* | La primera edición de Los Crímenes de Concha leva un subtítulo:
Escenas
Cubanas.
Efectivamente,
el autor compuso
en
1863 una
serie de estampas costumbristas sobre la realidad social de la Cuba de su tiempo. Luego, cuando decidió manifestar sus criterios antiesclavistas por vía narrativa, decidió utilizar este material como
base de su obra. Y zurció los fragmentos independientemente concebidos con los hilos de un argumento folletinesco y melodramático,
a ratos contradictorio, a menudo improbable y absurdo, hasta integrar una enmarañada urdimbre de despropósitos. Poniendo a cada paso en evidencia su impericia como novelista, Calcagno jamás
logra crear un personaje vigoroso y vivo. Y violando las más ele-
mentales reglas del género, interrumpe frecuentemente la acción para pronunciar discursos y expresar opiniones que en nada ayudan al desarrollo de la trama. Por ejemplo, al capítulo IX, dedicado
a Anselmo Suárez y Romero, «poseedor de esclavos y abolicionista», paradigma del «buen amo», sigue a otro titulado «El Mal Amo», a quien Calcagno exhorta a dar libertad a sus siervos: «Antepón tu conciencia a la ley y a la costumbre... Aun es tiempo, despierta, prepara a tus siervos para la manumisión y manumite...» No hay que decirlo: ninguno de los dos capítulos tiene nada que ver con la acción de la novela. Dista mucho ésta, pues, de ser una joya literaria. Mas, sin embargo, como pieza abolicionista no carece de mértitos. Se refiere a aspectos de la esclavitud cubana apenas aludidos
en
obras
similares.
Retrata
por primera
vez, en
detalle,
ciertos
tipos humanos relacionados con la institución, como el síndico, por 3.
Calcagno (1887), p. V.
83
ejemplo. Arroja nueva luz sobre otros aspectos más conocidos y tratados, tales como la manumisión y el comercio interno de esclavos. Penetra en ciertos sectores de la vida social de los negros libres que hasta entonces nunca habían sido abordados, como el ñañiguismo. Y combate siempre con vigor los vicios de una sociedad
totalmente privada de libertad política y social.
Sobre el embrollado asunto de la novela (repleto de herederos secuestrados al nacer, niñas cambiadas en sus cunas, tesoros escondidos en las paredes, hallazgo de hijos largamente perdidos y muchos otros tragi-cómicos desatinos) resaltan los escuetos deta-
lles de la biografía de Concha, la Conga. Un mercader en carne humana la arrancó de su africana tierra natal, de su familia, de su primer hijo..En Cuba pasó de mano en mano, vendida como bestia. Se le separó de su segundo hijo, Macario, al que no volvió a ver hasta el día de la muerte de-ambos: él en el cadalso, ella de un ataque cardíaco. El médico Birbone la utilizó como instrumento de
uno de sus crímenes: la sustitución de dos recién nacidas. Y luego la
condenó a reclusión perpetua en un oscuro rincón de Vueltabajo. (Que hastá para eso servían los esclavos en Cuba: para ser usados como cómplices inconscientes de los delitos de sus amos y para pagar por ellos las condenas del crimen). Perdió así la negrá Concha el contacto con su hija Loreto, a quien jamás volvió a encontrar. Por fin, ya anciana y casi inútil, su amo la echó a la calle para no tener que mantenerla. Y la pobre vieja, indigente y solitaria, acabó por perder. la razón. Un solo rayo de luz se 'agitaba en su mente entenebrecida por la desgracia: el empeño de encontrar a sus hijos perdidos, que ya vimos en que culminó. No faltan elementos de melodrama en la presentación de estos hechos. Pero, pese a' todo,
hay en la vida de Concha mucha más verdad y mucho mas realismo
que en todas las hinchadas y ridículas peripecias de todos los demás personajes. Calcagno parece especialmente preocupado por la indefensión jurídica del esclavo. De ahí que insista en la inanidad de uno de los instrumentos legales creados para protegerlos: el síndico. El ejemplar de esta especie que nos pinta en Los Crímenes de Concha no es de los peores. Tiene más de bufón que de jurista. Pero al menos no parece haber sido totalmente corrompido por el sistema. De todos modos, su acción en favor de los esclavos era nula. Y el autor no oculta su opinión sobre la verdadera naturaleza de la sociedad esclavista que representaba: «...En realidad ¿qué es un síndico en los países esclavistas? Es el manto con que la hipocresía trata de disfrazar el vicio y la mentira; es la hoja de higuera que cubre la
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vergúenza de la esclavitud. Tan deshonrosa iniquidad requería un paliativo que al menos diera margen al sofisma, y se inventó la sindicatura, tribunal especial de esclavos, que prueba que las leyes generales no son para ellos. Y entiéndase que presentamos aquí un síndico íntegro y no venal, un hombre animado de deseos tan
buenos como ineficaces. El protector nato y único de los negros (que casi siempre es poseedor de negros) a menudo se convirtió en causa
segunda de la infelicidad de los protegidos... Para escribir un epi-
sodio esclavista no hemos tenido más que recurrir'al repertorio de un síndico y seguir uno de los expedientes. ¡Qué horrores suelen contener esos legajos! A veces desaparecen sordamente sin que se sepa si el infractor es el señor juez, el sobornado escribiente o el interesado, otros siguen un curso oblicuo y por lo general no arrojan de
sí sino
lo que
conviene
que
den,
lo que
no
comprometa
la
responsabilidad o el prestigio de algún hacendado o de alguna autoridad.»* En la corrompida sociedad esclavista, no sólo se les negaban a los esclavos sus derechos, sino que además se les hacía pagar por crímenes cometidos por sus amos. Este es el caso del recipiente forzado a que se refiere Calcagno en las líneas que siguen: «¡Tantas veces nos ha sucedido que donde buscábamos el delito de un negro hemos encontrado la culpa de uno que no era negro! ¿Veis ese miserable africano que arrastra una cadena, entregado: por su propio amo a la justicia, veis aquel que el verdugo públicamente azota... veis el otro que conducen al afrentoso patíbulo? Dada la esclavitud, no es posible prescindir de esos terribles escarmientos, pero profundizad sus crímenes: en el fondo del abismo negro hay casi siempre un punto blanco. Esto sin contar las veces en que preconcebidamente algún hijo de vecino ha empleado 400 ó 500 pesos en comprar un receptáculo para sus crímenes... Allá por los primeros días de la Iglesia se acostumbró comprar con dinero
contante la absolución de un pecado... En los países esclavistas se
ha inventado
algo más
cómodo,
más
original: se compra
un reci-
piente forzado, un editor velis nolis responsable de nuestras demasías...»?
En Cuba, sostenía Calcagno, la justicia no era ciega. Distinguía claramente entre.los colores. Su parcialidad racial y clasista resultaba evidente. Refiriéndose al destino del hijo de Concha, Macario,
Cheche del Manglar, conocido entre los ñáñigos como Ecquicón4.
Calcagno (1887), pp. 6-7, 19.
5.
Calcagno (1887), pp. 28-29.
85
Efión, Calcagno destaca cómo la maquinaria jurídica criolla no daba el mismo
trato a todos los ciudadanos.
Para Macario,
por
haber atentado contra la vida de un hombre de la raza privilegiada,
aunque éste fuera un delincuente, «en cinco días todos los trámites judiciales se habían cumplido, careo, pruebas, contrapruebas, declaraciones, revisión de antecedentes, méritos procesales, nada parecía haberse omitido: la justicia indulgente y suave con los blancos negricidas, es expeditiva e inflexible en estos casos de
negros blanquicidas... Para el africano homicida nunca hay cir-
cunstancias atenuantes,
tenemos
que imponer
silencio a la con-
ciencia, y más que todo herir pronto y de un modo ostentoso. De esa
precipitación en los actos de justicia, suele resultar la condena de algún inocente, pero, en todo caso, era negro; si no era culpable lo sería más tarde; y además el escarmiento que dejaba en los vivos pagaba bien el efímero dolor de haber dado muerte a un inocente.»f En vez de insistir en el tema de la vida en el ingenio azucarero preferido por sus antecesores en el género, Calcagno nos lleva a la vega de tabaco. En una de ellas llamada «La Concordia» residió Concha varios años (los menos malos de su vida adulta). La existencia del esclavo en la vega no era, desde luego, paradisíaca y su condición jurídica era la misma que reinaba en todas partes. Pero las condiciones de trabajo y existencia en una finca pequeña, donde se establecían relaciones personales con los dueños a lo largo de los años, por lo general resultaban menos penosas que en las plantaciones cañeras, regidas por el ausentismo y la impersonalidad. Así sucedía en «La Concordia» donde los Parrado daban buen trato a sus siervos. Sin embargo, dada la naturaleza del régimen, la situación del esclavo era siempre precaria, como lo demostró el triste
caso de la negra Concha, cuando tuvo la mala suerte de volverse a encontrar con el malvado Birbone. Nada pudo protegerla entonces de las criminales maquinaciones de su ex-amo, como ya tuvimos
ocasión de señalar. Calcagno hace hincapié sobre todo en la inestabilidad de la familia esclava y sus funestas consecuencias para el desarrollo de la sociedad cubana. . Uno de los capítulos más interesantes de Los Crímenes de Con-
cha es el noveno, dedicado a describir la disposición interna y el rito de iniciación de los ñáñigos habaneros, por primera vez introducidos pormenorizadamente en una novela cubana. Calcagno demuestra poseer información de primera mano sobre el tema, aunque
comete algunos errores de detalle y falla totalmente en su evalua6.
Calcagno (1887), pp. 160-161.
86
ción antropológica de conjunto, lo que no debe en verdad extra-
ñarnos dadas las condiciones de la ciencia social de su época. Para él, la Sociedad Secreta Abakuá era una especie de mafia negra, una «tenebrosa asociación», «una salvaje masonería», hoy diríamos un gang de delincuentes y no un culto religioso. Aquí los prejuicios se
desbordaban. «...Todo en la institución es ilícito y antisocial en sus
fines, repugnante en sus procedimientos, monstruoso
en sus for-
mas... Disimulados y rastreros en todos sus actos, (a los ñáñigos) no
les apena la mala fama; su única arma es el puñal, y la traición en sus venganzas no es más que estrategia...»” Demostrando absoluta incomprensión del valor simbólico de las «firmas» o anaforuanas de
la escritura ideográfica Abakuá (que estudiaremos en el tercer
volumen de esta obra), Calcagno no ve en ellas «ningún síntoma de racionalidad» y agrega: «. ..Jos que entre los masones son emblemas son aquí invenciones caprichosas y de pésimo gusto... un rezago de Africa, un incomprensible prurito de marchar hacia atrás.»?* Y el autor resume su opinión sobre el ñañiguismo diciendo que entre sus: adeptos no hay ni el más fugaz destello «de la influencia civilizadora europea, nada que revele la América cristiana y llena
de porvenir... Contumaces en todo lo que es contranatural y desor-
denado, refractarios a toda idea de moral o religión... gentes de mal vivir, ladrones, asesinos, presidiarios desertores o cumplidos, en
suma la hez de la sociedad, esa es la ñañiguería...»?
No vamos a entrar aquí en una crítica detallada de la novela en lo que a la Sociedad Secreta Abakuá se refiere. Para ello tendríamos que hacer un estudio previo y muy detenido de esa secta religiosa, lo que corresponde a la sección temática de este libro. A ella remitimos al lector; allí examinaremos lo que hay de cierto o de
prejuicio en los criterios —bastante extendidos en Cuba y en los Estados Unidos, aun en nuestros días— sobre el carácter delictivo
de esa secta. Y podrán evaluarse mejor entonces las opiniones de
Calcagno a este respecto. De todos modos, pese a sus errores de juicio y sus limitaciones estéticas, la contribución de Los Crímenes
de Concha puede considerarse notable para su tiempo. ¡Por primera vez resuenan en las letras cubanas, con todo su vigor y colorido, vocablos naturalizados de procedencia africana, como Mokongo, fambá, mocuba, monina, butuba, etc., que populizarían más de medio siglo después en su obra poética y narrativa Nicolás Guillén, 7.
Calcagno (1887), p. 83.
8. 9.
Calcagno (1887), p. 86. Calcagno (1887), p. 86.
87
Emilio Ballagas, Jozé Z. Tallet, Alejo Carpentier! Esta novela del siglo XIX, antecedente precioso de la literatura afrocubana, convierte a su autor en legítimo aunque lejano precursor de todo un género. Calcagno no pudo despojarse de los prejuicios que con escasas excepciones permeaban todas las capas de la población blanca de su época. No es extraño que, como sucedió en tantos otros casos, la «preocupación» racial más cruda conviviese con los sentimientos
abolicionistas más sinceros. Su concepto negativo del negro no se
cireunscribía ciertamentea los ñáñigos. Se extendía a todo ese amplio sector de la estructura social cubana. El criterio es el mismo tantas veces expresado en obras abolicionistas precedentes: el negro es un bárbaro, injustamente explotado ciertamente, pero en definitiva un bárbaro que resiste de modo sistemático cuantos esfuerzos se:hacen por civilizarlo; el africano es, por esencia, inasimilable. Su religión, en Cuba, es un «caso de reversión que un
momento lo vuelve a sus salvajes costumbres de Africa», simple
amalgama de materialismo supersticioso con algunos ritos católicos, «fanatismo rudimentario y grosero». ¿Conclusión? «...El negro —escribe nuestro autor— a dondequiera que se le lleve, es siempre el hijo del desierto: ni pierde sus caracteres típicos, ni puede prescindir de sus gustos pueriles y grotescos: nuestros vestidos le incomodan y nuestra moral le estorba: huye del blanco y busca su existencia aparte: no se asimila: su naturaleza es heterogénea a la nuestra: Algún día, cuando Europa lo necesite, se civilizará el Africa, pero no los Africanos: éstos desaparecerán como los apaches y sachemes.»! Que semejantes ideas fueran sostenidas por el mismo autor de Poetas de Color, donde se reconoce el mérito intelectual de varios bardos cubanos de africana estirpe pero que no escribían en lenguas africanas sino en la propia del señor Calcagno, sólo sirve para evidenciar hasta dónde el prejuicio no es nada más que eso: pre-juicio, opinión apasionada que precede y opaca la objetividad
del pensamiento inteligente.
Para hacer justicia, empero, debe reconocerse que a pesar de estos criterios exclusivistas, Calcagno (a diferencia de Saco o Delmonte) no predica la expulsión del negro del seno de la sociedad cubana. Propone, como alternativa, su educación. Á lo largo de toda su novela la insistencia sobre ese remedio fundamental es cons-
tante. En el prólogo escribe: «Lo que nos toca hacer hoy es ilustrar 10.
Calcagno (1887), pp. 84-85.
88
por todos los medios posibles a los manumitidos. No basta hacerlos libres, es preciso hacerlos dignos de la libertad.»** Y en el epílogo
resume: «¿Qué será de nuestra comunidad cubana si esa población
que ha de ser algún día libre no se educa y prepara para la vida de libertad?» La abolición inmediata o «instantánea» era —para él— peligrosa y contraproducente. «Toda evolución social pide calma, estudio y cautela, y mal principio de reformas es la exageración.» En Cuba había que cristianizar y que educar a la vez que manumitir. Había que proclamar la «libertad de vientres» como primer paso para eliminar paulatinamente la esclavitud.*? ¿Se percata Calcagno de la contradicción flagrante que existe entre considerar a los negros inasimilables y abogar a la vez por su educación para convertirlos en parte digna y activa de la nacionalidad cubana? Probablemente el autor de Los Crímenes de Concha no la veía, porque en ningún momento pensaba él en equiparar total y absolutamente a los dos sectores raciales del país. Calcagno cita una frase de Hegel: «No es posible asimilar más allá de cierto límite razas separadas por toda clase de diferencias.» Lo que él proponía era una asimilación parcial, la única que el retraso de los negros permitía, pero a la vez la mínima indispensable para garantizar la convivencia «civilizada» entre castas radicalmente distintas: «...Sin esa asimilación las razas inferiores llevan su hálito corruptor a todas partes cuando las superiores, atentas sólo al lucro, descuidan toda acción moralizadora...»!? O sea: el negro podía permanecer en Cuba, pero como subordinado del blanco, cuya preeminencia intelectual, ética y material debía respetar. Racismo, sin duda de
ninguna clase. Pero, a pesar de todo, un paso de avance sobre las
tendencias extirpadoras precedentes. Es interesante señalar que Calcagno es uno de los primeros escritores cubanos en identificar abiertamente el abolicionismo con
el independentismo. Al final de su epílogo, el novelista reflexiona
sobre los posibles resultados de la emancipación de los esclavos y
dice: «Tal vez empobrecerá temporalmente el país... Pero lo habre-
mos enaltecido en su nivel moral... Y habremos preparado un porvenir que hoy no podemos ni remotamente esperar, porque no lo merecemos... Ni ellos están preparados para libres, ni nosotros para independientes... Algún día, cuando no haya esclavos, esta 11. 12. 13.
Calcagno (1887), p. VI. Calcagno (1887), pp. 195-198. Calcagno (1887), pp. 198-199.
89
colonia, como las colonias inglesas, tendrá libertades a que hoy no tiene derecho...»!* | Poco a poco, en el subsuelo, los caminos históricos iban entretejiéndose... | |
El Conde de Pozos Dulces:
del anexionismo al reformismo El período histórico que cubre este. capítulo comienza con los vagidos del anexionismo y se cierra con el fracaso del reformismo. La transición entre esos dos momentos de la vida política criolla en nadie se resume y simboliza mejor que en Francisco de Frías Jacott, Conde de Pozos Dulces (1809-1877). Ya en 1842 el Conde participa en el movimiento anexionista provocado por las presiones inglesas en favor de una pesquisa de los esclavos traídos a Cuba de contrabando. Esa vez el espíritu conciliador del capitán general Valdés eliminó el «peligro» y la sangre no llegó al río. En 1846 Pozos Dulces se incorpora a la conspiración organizada por el Club de La Habana, que buscaba la anexión a los Estados Unidos por vías de una poderosa intervención extranjera que asegurase la rápida de-
rrota de España y evitase la sublevación de los esclavos. Estos pla-
nes —lo sabemos— tampoco tuvieron éxito. En 1852, implicado en la llamada Conspiración de Vueltabajo, el Conde fue preso y encerrado en el castillo del Morro por seis meses. Por fin se le desterró a España. En 1855 estaba en New York, donde ocupaba el cargo de vicepresidente de la Junta Revolucionaria Cubana. Al disolverse ésta en 1856, se trasladó a Europa. Tras quince años de esfuerzos se había convencido de que la incorporación de Cuba a la república del Norte resultaba imposible. El anexionismo de Pozos Dulces coincide en esencia con el de Gaspar Betancourt Cisneros, que antes estudiamos. Es un cálculo,
no un sentimiento. Los cubanos separatistas recurrían a él porque
no encontraban modos de alcanzar su completa independencia política. Como El Lugareño, el Conde no creía que al ingresar en la Unión, Cuba necesariamente perdería su identidad nacional, ya perfectamente diferenciada de la española. Pensaba, por el contrario, que «con los elementos de vitalidad que posee hoy la nacionalidad cubana, ella no será nunca absorbida por la nacionalidad norteamericana... Comparar a Cuba con Tejas, con la Florida, con California, equivale a desconocer por completo las condiciones de 14.
Calcagno (1887), p. 201.
90
todo linaje en que estos últimos países se encontraban al tiempo de su incorporación en los Estados Unidos. La nacionalidad cubana, en el caso de la anexión, se transformará, sí, lenta y gradualmente, sin lucha, sin sufrimientos y sin dolores en otra nacionalidad a la que también habrá infundido muchos de sus elementos constitutivos. Ese será trabajo no de años sino de siglos. Entre tanto, nosotros y nuestros hijos y los nietos de nuestros hijos seremos cubanos, conservaremos todos los caracteres esenciales de nuestra nacionalidad cubana, la que podremos desenvolver y mejorar en medio de instituciones políticas que nos asegurarán una completa independencia local, para legar luego a nuestros remotos descendientes una patria y una nueva personalidad que ellos sabrán apreciar y bendecir. Si a eso se llama también absorción, nosotros la aceptamos con júbilo para nosotros y nuestra posteridad, porque ni nosotros
perderíamos nuestra actual nacionalidad, ni los futuros cubanos cambiarían la suya por la que nosotros hubiésemos disfrutado. No habría, pues, perdedores ni reclamadores en la pretendida absorción, y sólo quedaría en pie el error de los que, desconociendo por completo las enseñanzas de la historia, no ven que las nacionalidades, cuando se modifican y transforman sin violencia obedecen a una ley natural que deja todos sus fuerosal sentimiento íntimo de la personalidad de los pueblos. Si de la nacionalidad se quiere hacer algo de fijo e invariable, ¿cuál es la nación del mundo que conserva hoy su nacionalidad? ¿Cuál es el pueblo que está seguro de perpetuarse en lo porvenir con todos los caracteres de su actual nacionalidad?»!
Si —como sucedía con El Lugareño— la total desilusión con España empujaba al Conde hacia el separatismo, el temor al caos social lo conducía al anexionismo y, además, a la preservación por el momento de la esclavitud. Para él lo urgente era romper los lazos con la metrópoli, dejando la solución del problema social para más adelante. Sin embargo, cuando todos los intentos revolucionarios fracasaron en 1855, entonces —junto con El Lugareño— se decide por la total independencia y por un abolicionismo de carácter moderado pero, a la larga, definitivo. Es precisamente Pozos Dulces quien redacta el Manifiesto de la Junta de Nueva York donde ésta anuncia su cambio de frente, repudiando la política de anexión seguida hasta entonces y aceptando, además, el principio de la eliminación de la esclavitud.? Como bien ha señalado Ramiro Guerra, 1.
Pozos Dulces (1859), pp. 54-55.
2.
Vidal Morales (1931), Vol. II, pp. 457 y ss.
91
«aun
antes del fracaso de 1855 y de que la política negrera de
España durante el gobierno de Pezuela hubiese puesto de mani-
fiesto el peligro de que la metrópoli
se atrajese los negros y los
convirtiese en enemigos de la revolución, la idea antiesclavista:se abría paso entre muchos revolucionarios y era franca y
doctrinalmente defendida por éstos.»* La tesis de que el anexionismo fue siempre total y homogéneamente esclavista no puede sostenerse ante la realidad de los hechos. En 1854; como vimos, en su conferencia dictada en el Ateneo Democrático Cubano de Nueva York, Lorenzo Allo mantuvo que el trabajo libre era el medio más seguro de riqueza y que no «aunar la emancipación de-los esclavos a la independencia, sin dudas - ni vacilaciones, era inocular en la regeneración política de Cuba un
germen funesto de desgracia sin límites.»* En su manifiesto arriba mencionado, el Conde hacía decir a la Junta que si el programa de
1848 había sido útil «para los primeros pasos de la infancia revolucionaria cubana», ahora, en 1855, había que archivarlo. De España no podía esperarse nada, pero de los Estados Unidos podía esperarse aun menos. Cuba debía buscar su plena y absoluta independencia y resolver por sí sola sus problemas internos, incluyendo el de hacer libres a los negros esclavos «en armonía con los derechos adquiridos.»* En 1859, en un folleto publicado en París para refutar varios artículos de E. Reynals y Rabassa sobre la situación cubana, el Conde insiste en su posición abolicionista. En primer lugar, subra3.
Guerra (1971), p. 55, nota.
4.
Vidal Morales (1931), Vol. 11, p. 44. No faltaron reformistas que libertasen
en masa a sus esclavos. Véase lo que a este respecto dice Antonio Hernández Travieso en su ensayo sobre José Ignacio Rodríguez. Al otorgarles a sus esclavos la libertad, Francisco Fesser realizaba en 1864 un acto muy'peligroso. Rodríguez
trata de darle publicidad al episodio en unas cuartillas que.la censura no le dejó
publicar, por su tono abolicionista. Comenta Hernández Travieso: «Entonces (Rodríguez) contaba treinta y tres años. El escrito parece la página de un hombre de veinte más, dada la circunspección, el recato con que ya solía manifestarse. Jamás volvió a escribir nada tan sincero, lleno de emoción. Era su penúltimo choque con España.» (Hernández Travieso (1946), p. 6). Agreguemos los nombres de Francisco Fesser y de José Ignacio Rodríguez a la larga lista de los reformistas que no fueron esclavistas.
5. O más específicamente, como detalla Ramiro Guerra: «Pozos Dulces, como todos los cubanos liberales de la época, era partidario de la sustitución gradual del trabajo esclavo por el trabajo libre mediante el fomento de la población blanca, la rápida supresión de la trata y en último término la emancipación de los esclavos.» (Guerra (1971), p. 574).
92
ya la necesidad de eliminar de una vez por todas la trata de esclavos, respetando los tratados firmados por España desde comienzos de siglo: «Siendo el comercio de esclavos —escribe— una violación del derecho natural y del derecho escrito, ¿puede el mundo civilizado consentir que España, única potencia que hoy mantiene ese tráfico inhumano, lo continúe con afrenta de la justicia y
la hamanidad?»? Pero no basta con abolir la trata, hay que hacer lo
mismo con la esclavitud. La supresión de la primera es el primer paso, que conducirá inevitablemente a la abolición de la segunda: «Destruir por lo pronto el tráfico de negros como medida preparatoria e indispensable para la abolición de la esclavitud: esta es la bandera cubana, la que representa los intereses y las aspiraciones políticas de aquella comunidad.»” A más de los motivos de humani1dad y justicia que le asisten, al Conde le mueve el convencimiento de que la presencia de la esclavitud retrasa la formación de la cubanía y el arribo de la independencia. La política social de España en Cuba era para él «no solamente una violación del derecho personal, del derecho de gentes y de los tratados escritos, sino también un acto inicuo de inmoralidad pública y un ataque premeditado contra la final evolución del progreso y de la prosperidad» de la Isla. La «institución doméstica» creaba profundos conflictos internos que dificultaban la integración de la nacionalidad y la búsqueda de la propia autonomía política por la única vía efectiva: la revolucionaria. El despojo y la opresión —decía Pozos Dulces— «al fin y al cabo arrastran a un pueblo a la revolución; pero ésta tarda tanto más en realizarse cuanto mayor sea la división de castas que en él se haya introducido. Entre amos y esclavos, entre negros y blancos, esa sepación llega a su maximum.»? El mecanis-
mo es bien conocido: «La esclavitud del negro corrompe y desmoraliza al hombre blanco; lo dispone y amolda a recibir el yugo político con todas sus consecuencias.
El dominio que al propietario se le
deja sobre el esclavo, el gobierno lo recaba con creces sobre el
pueblo. Este no sólo paga con su humillación política los derechos que ejerce sobre los siervos, sino que también paga, además de sus salarios, que percibe el gobierno, todas las demás contribuciones y socaliñas que éste le quiera imponer. He ahí el despojo combinado con la opresión.»!? 6. 7.
Pozos Dulces (1859), p. 7. Pozos Dulces (1859), pp. 15-16.
9.
Pozos Dulces (1859), p. 12.
10.
Pozos Dulces, ibídem, id.
8.
Pozos Dulces (1859), p. 11.
93
En
1859, como
se ve, Pozos Dulces se mantenía firme en sus
criterios de independencia y abolición. Aun más: los había convertido en términos correlativos, aunándoles las raíces. Sin embargo, una cadena de importantes cambios políticos ocurridos en España y en Cuba, a partir de junio de 1858, pronto vino a exigirle un
reajuste táctico de sus posiciones. En la Península había subido al
poder el nuevo gobierno de la llamada «Unión Liberal» de moderados y liberales. Y una de sus más importantes decisiones fue enviar
a la Isla como gobernador al general Francisco Serrano, duque de la Torre, casado con una cubana y bien conocido por su espíritu conciliador. En algunos círculos gubernamentales metropolitanos comenzaba a abrirse paso la idea de hacer concesiones a la opinión pública cubana: podrían consentirse, tal vez, algunas reformas,siempre que siguiera intacto el aparato burocrático-militar de dominación política. Hasta Concha había hecho recomendaciones en este sentido.'! Tan pronto llegó a La Habana, Serrano inició su «nuevo trato» de apaciguamiento y de atracción de los criollos
ricos.
Se
autorizaban
ahora
las
reuniones
de
personas
distinguidas en las residencias de Miguel de Aldama y de José Ricardo O'Farrill. (Y de ahí saldría la fundación del famoso Círculo Reformista). Se dejaban. circular en Cuba las obras recién publicadas de José Antonio-Saco. Y se permitía (aunque restringida por la censura) la publicación de un periódico que recogiera las opiniones cubanas, que'en tantos aspectos fundamentales diferían de las oficiales. Así, al amparo de esta semi-libertad de imprenta, surgió El Siglo, que desde el primero de mayo de 1863 salióa la luz en La
Habana bajo la dirección del Conde de Pozos Dulces.
Este había vuelto a Cuba en 1861. No porque hubiese renunciado a sus ideales, sino porque la realidad lo obligaba a modificar su estrategia. Las experiencias de casi dos décadas de lucha separatista habían sido durísimas. Al Conde le parecían prueba irrefutable de que Cuba no estaba aún madura para lograr su independencia por vía revolucionaria. Ahora debía apelarse al evolucionismo. Había que educar al pueblo en el ejercicio del gobierno propio, aunque éste fuera parcial y mediatizado. Había que resolver previamente algunos problemas sociales básicos. Quizás la política conciliadora de Serrano permitiría ir sentando poco a poco esas bases preliminares. Quizás el nuevo balance de fuerzas políticas en la metrópoli haría posible en la colonia cambios que antes parecían 11.
Véase Ahumada y Centurión (1874), pp. 401 y ss. Desde luego, las reformas
que Concha proponía se limitaban a lo administrativo, pero algo cra algo.
94
utópicos. Era una oportunidad que sería insensato no explorar. Por eso, cuando le ofrecen la dirección de El Siglo, el Conde acepta. Desde sus páginas no sólo se defenderían los grandes objetivos centrales de autonomía, asimilación .y abolición de la esclavitud, sino otros no por complementarios menos importantes, tales como la transformación del agro y de la industria azucarera, el mejoramiento de la instrucción pública y privada, el establecimiento de la libertad de cultos, etc.?*? Los primeros pasos de El Siglo fueron muy cautos y moderados. La censura era una realidad de todos los días. La oposición a las
nuevas ideas muy vigorosa. Toda exageración podía matar la semi-
lla en agraz. Además, el movimiento reformista nunca alcanzó a ser —como bien explicó Raimundo Cabrera— un partido propiamente
dicho, pues no merecía tal denominación
el «agrupamiento mo-
mentáneo, eventual, sin estatutos ni lazos continuos de relación, solidaridad y dependencia, legalmente autorizadas, mantenidas y garantizadas, de elementos y fuerzas sociales que comulgaran en
los principios de un programa establecido.»!? O sea, que el refor-
mismo era un amplio e inestable movimiento de masas, una coallción, un «frente» de elementos diversos y a veces hasta contradicto-
rios, unidos por una circunstancia: la creencia en la posibilidad,
siquiera remota, de obtener algunos cambios indispensables en la
vida política y social del país. Esa liga, más o menos momentánea,
extraordinariamente fluida, comprendía diversas tendencias que iban desde el más tibio cosmeticismo (de aquellos que apenas querían retocar en sus detalles el panorama cubano) hasta los lindes del separatismo radical (de aquellos que se acogían al reformismo como otro «clavo ardiente» para atacar de algún modo al 12. No nos toca entrar aquí en un estudio detenido de este programa. Sólo queremos insistir en un punto esencial. El Siglo, como el movimiento que representaba, era asimilista, pero por asimilación entendía igualdad de condición entre Cuba y España, ejercicio de derechos semejantes a los que gozaban los españoles en la península, y «de ninguna manera la igualdad completa de todos los medios de ejercitar esos derechos, porque tal igualdad —dadas las muchas circunstancias especiales por nadie desconocidas en nuestra isla— producirían necesariamente
una
verdadera
desigualdad
de condición.»
(Información,
Vol. II,
pp. 105-106). En otras palabras: Cuba debía ser parte de España pero sin perder su personalidad propia. Asimilar no significaba absorber para homogeneizar sino equiparar para emparejar. El carácter transicional de esta política era evidente.
Por algo la metrópoli nunca lo aceptó. Y la prensa enemiga, en la Isla, encabezada por el Diario de la Marina, la combatió con verdadera saña. 13. p. 18.
Raimundo Cabrera, Los partidos coloniales, cit. por Cepero Bonilla (1957),
95
régimen colonial español).'* Y esta característica era válida no sólo en lo general,
sino en relación con cada uno de los detalles del
programa. (Así va a ser con respecto a la esclavitud, como veremos
en seguida). La cautela del periódico tenía dos objetivos: no alarmar demasiado a los ajenos, no provocar divisiones entre los propios.
Hay quienes afirman que El Siglo jamás propuso la emancipa-
ción de los esclavos. Cepero Bonilla así lo dice categóricamente:
«Sin embargo, (escribe) El Siglo que estaba al tanto de las prédicas socialistas de Europa,
que mantuvo
«Nosótros
profundamente
ideas progresistas
sobre el
naciente obrerismo cubano, nunca se opuso a la esclavitud...» Nada más lejos de :la verdad. Ya en 1863, El Siglo expresaba: lamentamos
la existencia
de nuestra
institución doméstica; pero aplaudimos con entusiasmo fervoroso,
más aun, bendecimos la persecución de la trata; mas también entendemos que los hechos consumados deben admitirse, y que estando basada sobre esa institución nuestra: riqueza, eliminar aquella es derrumbar ésta, retrogradar sabe Dios hasta dónde. Y como la humanidad bien ordenada debe principiar por uno mismo,
no comprendemos que por dispensar un favor más o menos proble-
mático a extraños, lancemosa los nuestros a la ruina, a la miseria y
quizás a la muerte. Depositarios de un legado, gravoso en verdad, pero que nos hace vivir, no podemos renunciar a él de pronto, porque eso equivaldría a producir una profunda perturbación social, a suicidarnos a sangre fría. Consecuentes con nuestros princlpios, deseamos que en este particular, como en todo, se marche lentamente, que nada se atropelle: la ley del progreso no necesita de que. la empujen, su paso es invariable; querer que se precipite, cediendo a las influencias de un fanatismo de moda, es mezclarse
en los designios de la providencia.»!*
|
¿Es éste el lenguaje del esclavismo? En Cuba no se podía mencionar en público la esclavitud sin defenderla en seguida explícitamente. Pero ¿cuál es la impresión que, pese a la aparente retórica aprobatoria, se desprende de este párrafo? ¿No es, acaso, la de que los días de la misma estaban contados, de que se encontraba en un . 14. Mi padre me contaba que el suyo, mi abuelo Manuel Castellanos Castillo, independentista y abolicionista radical, que peleó en la Guerra de los Diez Años y luego en la del 95 (y salió de ésta con el grado de coronel del Ejército Libertador), antes del 68 fue «reformista». ¿Su explicación? «No había entonces otra cosa en Cuba. Si el reformismo y El Siglo «mortificaban» a España, ¡bienvenidos El Siglo y
el reformismo!» (Nota de Jorge Castellanos). 15.
Cepero Bonilla (1957), p. 50. Enfasis nuestro.
96
ineluctable proceso de decadencia? ¿Hubiera permitido la censura
ir más allá? No era ciertamente El Siglo abolicionista radical. No
pedía la erradicación inmediata y sin indemnización alguna de la esclavitud (cosa que, por otra parte, la censura no le hubiera permitido tampoco publicar). Pero en cambio, para todo el que supiera leer (y en la Cuba de la época los lectores eran maestros en el arte de hacerlo entre líneas), con estas palabras El Siglo estaba
defendiendo un programa abolicionista de tipo moderado, «progre-
sivo», «práctico», asequible, realista: un programa capaz de romper el impasse en que yacía la cuestión social cubana desde hacía décadas. El Siglo (como. se ha visto) bendecía la persecución de la trata, cuya sola eliminación era, a juicio de todos, capaz de acabar en plazo más o menos corto con la esclavitud. Además, proclamaba que
«la institución»
estaba
herida
de
muerte
por
otras
razones
económicas e históricas y acabaría por derrumbarse en un futuro
no muy lejano. Esta posición era más conservadora que la mante-
nida en privado por Pozos Dulces. Pero era, por el momento, la única capaz de impedir que se separasen de la coalición reformista los hacendados dueños de esclavos. Para el flamante. movimiento, lo fundamental era el cambio político. Lo demás vendría dado por añadidura. Como dijo el Conde en uno de sus editoriales: «La reforma política es la clave de todas las demás reformas que apete-
ce este país en el orden económico y administrativo.»!* El Siglo
graduaba los objetivos posponiendo los sociales. Pero posponer no es eliminar. En seguida vamos a ver que a partir de 1865 el programa social del reformismo se iba a radicalizar. La crisis de 1865-1866: la extinción de la trata En lo que a la esclavitud se refiere, dentro del reformismo se debatían cuatro actitudes fundamentales: 1) un abolicionismo de derecha, ultraconservador, abstracto y teórico en el que se mezclaban el antitratismo sin reservas y, a la vez, la preservación -del status quo legal, o sea, de la esclavitud, aunque morigerando la institución con el buen trato de los esclavos; 2) un abolicionismo de centro, conservador, que aceptaba a plazo más o menos largo -la abolición inevitable de la esclavitud, pero que defendía ardientemente el gradualismo, es decir, la progresiva sustitución del trabajo esclavo por el libre, sin conmociones revolucionarias que pusie16.
El Siglo, 5 de octubre de 1865.
97
sen en peligro la institución de la propiedad privada; 3) un abolicionismo de izquierda, liberal, que predicaba la abolición inmediata
con indemnización para los dueños; 4) un abolicionismo de extrema
izquierda, radical, partidario de la abolición inmediata, sin indemnización. Aproximadamente, estas posiciones se distribuían conforme a la situación clasista de los miembros del movimiento. En el extremo derecho, los hacendados que simpatizaban con el reformismo (que no eran muchos). En el izquierdo, las masas populares
desposeídas. Olvidar esta heterogeneidad de opiniones y de tendencias y hablar del reformismo como una organización política
monolítica sólo puede conducir a graves confusiones. Y a una valoración muy injusta de sus proyecciones sociales.
Entre 1865 y 1866, el periódico El Siglo pasó obviamente de la
primera a la segunda de las actitudes arriba enumeradas. Hasta el propio Cepero Bonilla tiene que admitirlo, aunque lo haga a regañadientes. Escribe: «El partido reformista, aguijoneado por los cambios que se venían operando en la economía nacional, superó, en los años inmediatos al estallido de Yara, sus viejas ideas sobre la intangibilidad del sistema esclavista. El rompimiento con el pasado no fue violento y decisivo. Se pretendió extenderlo todo lo más posible en el tiempo y que su muerte natural ocasionara el menor trastorno posible a la clase de los propietarios cubanos».!' Tratando
de convencer a algunos de sus propios partidarios ultraconservado-
res, El Siglo insiste en la idea de la infructuosidad creciente del trabajo esclavo y de la conveniencia de sustituirlo progresivamente por el libre. En 1867, por ejemplo, publica un reportaje procedente de Manzanillo donde se elogian los experimentos que en esa dirección positiva venían realizándose en esa región de la provincia oriental, citándose especificamente los ingenios La Demajagua de
Carlos Manuel
de Céspedes y el Santa
Gertrudis de Francisco
Vicente Aguilera.? ¿A qué se debe ese tránsito del periódico reformista a una postura más radical sobre la esclavitud? Pudiera resumirse en una palabra: Appomatox. La decisiva victoria del
Norte en la Guerra Civil norteamericana venía a cambiarlo todo. No sólo para El Siglo sino para todos los grupos, individuos e instituciones engarzados en la polémica abolicionista. El gran con-
flicto había tenido importantes repercusiones en Cuba: desde sus
mismos comienzos. Como bien ha señalado Herminio Portell Vilá: «Los efectos de la crisis nacional norteamericana se dejaron sentir 1. 2.
Cepero Bonilla (1976), p. 71. El Siglo, marzo 1867. Cit. por Cepero Bonilla (1957), p. 52.
98
en Cuba con mayor intensidad que en país alguno, excepción hecha de la propia república desgarrada por la guerra civil. La institución de la esclavitud era común a Cuba y a los Estados Unidos, tan próximos ambos países, por otra parte, y tan estrechamente relacionados por más de un motivo. Como que, por lo menos en apariencia, se discutía la abolición de la esclavitud de un modo muy principal, el resultado final de la contienda y aun el desarrollo de la misma tenían que afectar a Cuba, donde había varios centenares de miles de esclavos y continuaba la importación clandestina de
africanos.» ?*
Hoy sabemos que para Abraham Lincoln lo fundamental era el mantenimiento de la Unión y de lo que ella representaba —-el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo—: ideal sagrado, al que
estaba
decidido
a subordinarlo
todo.
Mas
para
la opinión
pública de la época, dentro y fuera de Norteamérica, la gran cuestión que se debatía en el conflicto fratricida era el destino de la esclavitud. Las grandes masas de la población cubana entendían que simpatizar con el Norte era declararse partidario del abolicionismo; favorecer al Sur equivalía a defender la permanencia de la «institución doméstica» por antonomasia. La guerra que se peleaba con las armas allá, se discutía con la palabra acá. Y todo el mundo estaba convencido de que en los campos de batalla de los Estados Unidos se estaba decidiendo el futuro de la organización social de la
isla de Cuba.
Las opiniones a este respecto se escindían siguiendo el curso de las ideas políticas de cada cual. Las autoridades españolas (incluyendo al gobernador «liberal» Serrano) así como los elementos conservadores del país, favorecían a los confederados del Sur. Deseosa de que el coloso estadounidense quedase partido en dos, España manipuló su política de «neutralidad» en Cuba de modo que se perjudicasen en todo lo posible los intereses norteños. Los cubanos separatistas, en cambio, simpatizaban con el Norte. Y confiaban que su triunfo, al asegurar la abolición de la esclavitud, eliminaría el principal obstáculo que se alzaba en el camino de la independencia. A los reformistas, por su parte, no se les escapaba que el triunfo de su programa de transformación nacional dependía, en buena parte, del resultado final de la contienda. El triunfo del Sur dificultaría la abolición de la esclavitud y de seguro aplazaría la concesión de reformas por parte de España. Y no eran sólo los líderes quienes se interesaban en el curso de la guerra. También 3.
Portell Vilá (1969), Vol. II, p. 135.
99
las clases populares lo seguían con apasionada atención. De más está decir que estos sectores simpatizaban con el Norte, precisamente por la proyección abolicionista de su política. A fines de 1862, el cónsul norteamericano en La Habana informaba al Departamento de Estado de su país que los negros de Cuba habían adoptado como canción favorita una que terminaba con este estribillo: Avanza, Lincoln, avanza:
tú eres nuestra esperanza.
-Y un año después, el vicecónsul Savage, en otro despacho sobre
la misma cuestión escribió: «Se sospecha que algunos movimientos
de carácter revolucionario están al ocurrir en esta Isla. Trataré de descubrir el verdadero estado de la situación para poder aconsejarles sobre el mismo. La población de color está ciertamente agitada;
frecuentemente se escuchan las palabras; “Lincoln, avanza! en sus
cantos y sus coriversaciones.»* Por eso cuando el magnífico Leñador cayó bajo una bala asesina, la gran mayoría del pueblo de Cuba manifestó su enorme pena guardando con reverencia y hasta con osadía el «luto de Lincoln». Como lo hizo el joven hijo de un ex soldado español, José Martí y Pérez, que años más tarde iba a desempeñar un papel decisivo en la transformación de las relaciones raciales en Cuba.En realidad, los efectos de la crisis bélica norteña sobre la trata y la esclavitud en Cuba comenzaron a sentirse desde el comienzo mismo del conflicto. Por aquel entonces, el nóventa por ciento de los barcos utilizados para el comercio de esclavos y buena parte del capital envuelto en él eran de procedencia:norteamericana. El gobierno de Lincoln pronto puso fin a esa indecorosa realidad. Temeroso de que la trata cáyese en manos de la Confederación
sureña, el nuevo presidente decidió llegar a un acuerdo con Ingla-
terra para impedirlo. Esa insólita colaboración oficial entre Esta-
dos Unidos y la Gran Bretaña quedó formalizada en el Tratado Lyons-Seward de 1862 donde se autorizaba a la marina de guerra
británica para detener e inspeccionar en alta mar los barcos norteamericanos sospechosos de portar contrabando de esclavos. En el
convenio se establecían, además, tribunales mixtos para juzgar a
las. personas capturadas en esos registros. El tribunal anglo- ame-
4. — Portell Vilá (1969), Vol. II, p. 171. 100
ricáno establecido a consecuencia
de ese tratado en el puerto
de
New York —donde se habían organizado de 1859 a 1862 unos 170 viajes negreros al África— pudo informar en 1863 que ni una sola expedición contrabandista se había iniciado allí en el curso de ese año. Suprimidos de un golpe los barcos y el capital de Estados Unidos y borrada de los mares la máscara de la bandera norteamericana que los protegía, el tráfico de esclavos a Cuba declinó dramáticamente.
Desde el mismo instante en que la guerra civil pareció inevitable, el primer ministro inglés Palmerston comprendió que la nueva situación abría excelentísimas perspectivas para conseguir de una vez por todas, la supresión de la trata. La presión británica sobre el gobierno español para obligarlo a cumplir los acuerdos antitratis-
tas devino abrumadora. Y se produjo no sólo a través de los discre-
tos canales diplomáticos, sino de modo abierto en públicas declaraciones en la Cámara de los Comunes. Por ejemplo, -en febrero de 1861 Palmerston calificó la actitud del gobierno español sobre la trata en términos de brutal franqueza. La mala fe española — dijo— era una mezcla de libertinaje, desvergúenza e ignominia. Y agregó que, sin dudas de ninguna clase, España le había dado a la Gran Bretaña causas más que suficientes para declararle la guerra si lo estimaba conveniente. Cuando O'Donnell protestó contra este crudo lenguaje, Palmerston replicó que la indignación del primer ministro español era idéntica a la del ladrón cuando es cogido con
las manos en la masa. Por lo demás, el gobierno inglés agregó a la
retórica evidentes acciones prácticas, intensificando la vigilancia naval de las 300 millas de costa africana por entonces envueltas en la trata, especialmente en las cercanías de Dahomey y de Angola. A fines de 1862 un barco que se preparaba a conducir unos mil negros a Cuba fue capturado cerca de Angola. Además, seis buques de guerra ingleses comenzaron a cursar las costas cubanas en persecución del contrabando. Por su parte, los Estados Unidos también aumentaron su fuerza naval en el Caribe para bloquear todo comercio con la Confederación. A principios de 1863, el almirante Wilkes capturó el barco negrero de vapor Noc-Daqui, que había pertenecidoa Julián Zulueta y era capaz de transportar más de mil esclavos en cada viaje. La acción combinada británico-norteamericana comenzaba a resultar decisiva. Pocos meses antes, la ejecución de Nathaniel Gordon, capitán del buque negrero Erie, procla-
mó al mundo la firme decisión del gobierno de Lincoln de poner fin a la trata. Gordon fue la única persona condenada a muerte por contrabandista de esclavos en toda la historia de Norteamérica.
101
La proclama de emancipación que entró en vigor en los territorios rebeldes el primero de enero de 1863 y la ratificación de la 13a
Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos en diciembre de
1865 oficializaron la realidad histórica: la Guerra Civil ponía fin a la esclavitud en la tierra de Washington y Lincoln. Y todos los sectores afectados por la crisis social cubana trataron de adaptarse
a la nueva realidad. En la Isla, la fiebre abolicionista se intensificó,
manifestándose
en una rica eclosión de proyectos erradicativos.
Hasta el capitán general Dulce transigió con algunos de ellos. Sin
permitir que la prensa abiertamente discutiera la política de abolición radical de la esclavitud, autorizó la expresión de sentimientos antitratistas. Y, como prueba evidente de los cambios que en todas partes venían operándose al respecto, dio su aprobación al Reglamento de una Asociación contra la Trata, fundada por el joven abogado Antonio González de Mendoza para proclamar la necesidad de suprimir inmediatamente el tráfico. Entre los miembros de esta Asociación brillaban los líderes reformistas más destacados y hasta algunos peninsulares de ideas avanzadas. Al solicitar del general Dulce la aprobación oficial del nuevo organismo, los fundadores afirman que no basta con pasar nuevas leyes represivas «si con éstas no concurren otras causas que hagan imposible la consecución del lucro a que aspiran los comerciantes de África.» Y para ello hay que «rechazar los negros de aquella procedencia.» Por eso la Asociación en el capítulo primero de sus Bases establece que
todos cuantos ingresen en ella contraen el compromiso de honor de
abstenerse de todo acto que tienda a favorecer el infame comercio y de cumplir, entre otras, las siguientes obligaciones: «Primera: No adquirir por ningún título, directa ni indirectamente, desde el día de su adhesión, negros bozales que se introduzcan en la Isla después del 19 de "noviembre de 1865... Tercera: Inculcar dentro del círculo de sus facultades el deber y la conveniencia de la supresión total y absoluta de aquel tráfico, no sólo difundiendo estas ideas, sino atrayendo el mayor número de personas al seno de esta Sociedad.»? La Asociación se extendió inmediatamente por numerosos municipios del interior. Desde su retiro camagúeyano —como vimos anteriormente— El Lugareño ofreció su adhesión emocionada a lo que
parecía
ser el primer
paso
en un
camino
de rectificaciones
indispensables. Como siempre, empero, la intransigencia venció al buen sentido. El ministro de Ultramar se negó a aceptar la aproba5.
Véase: AE, añol, p. 106.
102
ción concedida por Dulce. Y la Asociación contra la Trata tuvo que disolverse. Evidentemente, en los sectores ilustrados de la burguesía criolla, el fin de la Guerra Civil norteña estimulaba ciertos cambios de actitud que oscilaban entre el desconcierto y la resignación. Testimonio de esta realidad la tenemos en una carta de José Antonio Echeverría a Saco de 6 de junio de 1865, en la que le decía:«La terminación de la guerra de los Estados Unidos trae excitados los ánimos aunque sin ninguna tendencia revolucionaria y sin conatos a expediciones como las pasadas. Todo el mundo está a la expectativa, pero nadie sabe de qué. Los peninsulares alarmados empiezan a remitir sus capitales para España, en lo cual lo imitan algunos criollos tímidos; pero la generalidad de estos últimos se manifiestan con cierta confianza y elevación de ánimo, como que presienten que se acercan a un horizonte más despejado...» No deja de sorprenderle a Echeverría que aunque se considera inminente la abolición, el hecho se acepte sin el terror que antes inspiraba«...y no
es de temer la pérdida de la Isla —agrega— si se nos permite adoptar medidas salvadoras. Lo que nos asusta es el terror de que nuestra metrópoli, después de hacernos apurar sus errores en materia tan importante, nos abandone como a Santo Domingo, envuelta en el manto de su generosidad.» ? Entre
tantas
idas y venidas,
vueltas
y revueltas,
numerosos
planes de abolición salen a la luz en este corto período crítico. Ya en
1863 había sido publicado un proyecto de ese género bajo la firma
de Un propietario cubano, en el cual se fijaba un período de 20 años
para eliminar
completamente
la institución.
En este opúsculo
se
abogaba por la libertad de vientres, se colocaban los libertos bajo
patronato del dueño de sus madres hasta que cumplieran veinte años y se concedía indemnización por los esclavos adquiridos legítimamente, cuyo número el autor elevaba a la cifra de 282.000. En
julio de 1865 el coronel Francisco Montaos y Rovillard, director de
La Prensa, le somete al capitán general Dulce un proyecto de abolición que despierta gran alarma entre los propietarios. Montaos toma como base de solución para el problema una institución hondamente arraigada en Cuba: la coartación. Divide a los esclavos en cinco grupos, por edades: a) de uno a veintiún años; b) de veintiuno a cuarenta; c) de cuarenta a sesenta; d) de sesenta a setenta, y e) de setenta en adelante. Los comprendidos en los grupos b), c) y d) eran coartados para los fines de su emancipación 6.
Fernández de Castro (1923), p. 329.
103
en 600, 400 y 200 pesos, respectivamente. Los del grupo a) no entraban en ese beneficio hasta que no cumplieran veintiún años y los del grupo e) debían ser mantenidos por sus dueños como tributo a sus pasados servicios. Los esclavos comprendidos en los grupos b), c) y d) disfrutarían, a partir del día de la publicación de la ley,
además de la manutención,
el vestido y la asistencia, de un salario
mensual de tres pesos, cuya mitad se les retendría para reducir gradualmente el importe de la cantidad en que habían sido coartados. El proyecto, además, autorizaba la libre introducción de colo-
nos africanos. El general Dulce autorizó la discusión del proyecto de Montaos en el círculo reformista que se reunía en La Habana en la casa de Juan F. O'Farrill. A pesar de su evidente moderación, ese plan fue rechazado tanto por los hacendados cubanos como por los españoles invitados a esa reunión, por considerarlo —según nos
informa Carlos Sedano— extraordinariamente «violento». ”
Coincidiendo con estos acontecimientos aparecen en la Penínsu-
la «unos interesantes escritos de D.. Calixto Bernal, en los que, :al
tratar de la Ley constitutiva para las Antillas, se hace notar respecto a la abolición de la esclavitud, que los habitantes de aquellas provincias no son apegados a tan fatal institución, y que, por lo mismo, «la propensión que allí se manifiesta a las emancipaciones voluntarias, bastaría, acompañada de una medida como la libertad de- los nacidos de esclava, para extinguir la esclavitud en algún
tiempo, sin necesidad de indemnización y sin peligro alguno ni
perturbación en los:elementos de trabajo, que de esa manera se iría
transformando gradual y necesariamente por el interés de todos, que es .el móvil más seguro.»? Y casi al mismo tiempo, Antonio
López de Letona incluye en su folleto Isla de Cuba, reflexiones sobre
su estado social, político y económico, un plan para. la extinción de la esclavitud. Bastaba decretar la libertad de vientres y conceder su libertad
a los llamados «emancipados»,
reprimir
eficazmente
la
trata y revisar «en un sentido benévolo y humanitario» las disposiciones que regulaban el trabajo esclavo para que, sin violencia, gradualmente, la esclavitud desapareciera en el término de -una sola generación.? En 1866 publica su gran libro antiesclavista Francisco de Armas y Céspedes, como veremos en seguida. Y en ese mismo año aparece la obra de Fermín Figuera titulada Estudio
sobre la isla de Cuba: la cuestión social, que contiene un proyecto de 7.
8. 9.
Sedano (1872), p. 272.
Alonso y Sanjurjo (1874), p. 53. Alonso y Sanjurjo (1874), pp. 53-54.
104
abolición de la esclavitud con indemnización para los dueños. Figuera calcula el número de esclavos menores de 80 años en 365.000 y los divide en clases: a) de uno a diez años; b) de once a quince; c) de dieciséis a cuarenta; d) de cuarenta y uno a sesenta, y e) de sesenta y uno a ochenta. Sus precios respectivos serían: 300, 500, 800, 500 y 300 pesos. Figuera estima que se necesitarían unos 220 millones de pesos para llevar a término la emancipación en un plazo de veinticinco años y propone un complicado plan de financiamiento con ese fin.1% Apuntando hacia el ejemplo de los Estados Unidos, Figuera
preguntaba: ¿Sería necesario que estallase en Cuba una desastrosa
guerra civil para resolver el problema? ¿No era mucho más inteli-
gente la emancipación gradual con indemnización, tal como él lo proponía? !!
La presión abolicionista no procedía tan sólo del interior de la Isla. Entre los exiliados cubanos en los Estados Unidos, viejos
revolucionarios separatistas que se negaban
a darse por vencidos,
el antiesclavismo radical era un ingrediente básico de su programa
político-social. Cuando en 1864 los emigrados liberales de varios
países latinoamericanos fundan la Sociedad Democrática de Amértca, varios cubanos llevan a ella sus ideales independentistas y abolicionistas. Y esos criterios salen con toda fuerza a la luz del día. Al año siguiente, José Manuel Macías, Juan Clemente Zenea y otros revolucionarios cubanos se unen a Juan Francisco Bassora,
joven médico puertorriqueño, para fundar otra institución liberta-
ria: la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico, grupo que también ponía énfasis en la necesidad de abolir la esclavitud en ambas islas. Este grupo se alió con el agente del gobierno chileno Benjamín Vicuña MacKenna, cuando estalló la guerra entre Chile y España, en septiembre de 1865. Y, con su ayuda, fundó el peródico La Voz de América, que logró circular clandestinamente en Cuba, llevando a ella su ardiente mensaje de emancipación política y
social.
|
También en la Península el tema de la esclavitud pasa a un primer plano de interés público. Los conservadores se ven obligados a prestarle atención especial, dadas las presiones que contra la institución se alzan por todas partes. Los liberales contemplan la posibilidad histórica de suprimirla, borrando así ese baldón que pesaba sobre su conciencia política. España era el único país de Europa con colonias esclavistas. En las Cortes la cuestión aflora 10. 11.
Figuera (1886), passim. Figuera (1886), p. 90.
105
una y otra vez. El 6 de mayo de 1865, por ejemplo, José Modet proclama: hay que resolver el problema antes de que un cataclismo
como
el ocurrido en Norteamérica
se encargue
de hacerlo.
En
idéntico sentido se pronuncia el conservador Antonio María Fabié
en la misma sesión y León Galindo en la del 15 de junio. Abierta-
mente, Fabié sostiene que el trifunfo del Norte significa el fin de la esclavitud en todo el continente americano. Y agrega que España no podría mantener su dominio sobre las colonias que le quedaban en el Caribe si trataba de mantener en ellas la nefanda institución. Fabié consideraba, por tanto, urgente que el gobierno de Madrid cumpliera al pie de la letra los tratados vigentes contra la trata y, en colaboración con las Cortes, encontrara una solución final a la cuestión esclavista.!? El gobierno conservador respondía a estas presiones poniendo cierto énfasis en suprimir el tráfico negrero, política que ya Dulce venía aplicando en la Isla desde que tomó posesión de la Capitanía General de la misma el 11 de diciembre de 1862. | : Fuera de los círculos oficiales, el antiesclavismo gana también importantes batallas en la Península por esta época. El 2 de abril de 1865 se funda en Madrid la Sociedad Abolicionista Española, que venía gestándose desde eel año anterior gracias a la iniciativa del líder puertorriqueño Julio Vizcarrondo. Lo más granado del liberalismo español figuraba en su primera directiva. El presidente era Salustiano Olózaga, uno de los jefes máximos del progresismo hispano de la época. Entre los vicepresidentes se encontraban el gran novelista Juan Valera, y el notable orador y publicista Laureano Figuerola. Entre los vocales varias personalidades políticas de primer orden: Práxedes Mateo Sagasta, Segismundo Moret, Tristán Medina, Emilio Castelar... El secretario ejecutivo era Vizcarrondo, quien trató de atraerse (sin lograrlo) la adhesión del viejo campeón del antitratismo criollo José Antonio Saco. La flamante institución decidió publicar un periódico mensual que le sirviera de órgano con el nombre de El Abolicionista Español. Y en el prospecto con que lo anunciaron se alude claramente al estímulo histórico que lo impulsaba indicando que la esclavitud había sido abolida en la mayor parte de las naciones cultas: «(Quedábale sólo a esta institución un baluarte, al parecer inexpugnable, el Sur de los Estados Unidos, y ese baluarte acaba de ser felizmente destruido después de una guerra titánica...» '* La lista de los propósitos de la nueva 12.
Corwin (1967), pp. 162-163.
13.
AE, Prospecto, p. 1.
106
publicación resume el programa de la Sociedad: «Este periódico, como lo indica su nombre, se propone propagar en España las teorías abolicionistas. Defensor de estos principios cristianos y civilizadores, perseguirá la trata, declarada criminal por nuestras leyes. Apoyado en la ciencia económica, cuyas verdades ha comprobado la experiencia, demostrará: 1) que el trabajo del hombre libre es más productivo que el del esclavo; 2) que la esclavitud, al envilecer el esclavo y el trabajo, degrada y embrutece al amo y empobrece la tierra; 3) que la moral, la riqueza y la civilización han progresado en los países donde se ha verificado la abolición; 4) que la abolición de la esclavitud ha producido todo el bien que de ella han esperado sus apóstoles.»!*Y añade: «El Abolicionista Español, protegiendo al emancipado,
velará porque los explotadores de la humanidad,
in-
ventando sistemas y reglamentos, no conviertan al trabajador libre en esclavo simulado. Defensor de la libertad del trabajo, expondrá las criminales maquinaciones de los que, no contentos con asaltar las playas africanas, han hecho del ignorante asiático un nuevo esclavo, y protendido convertir en siervo al labrador español por medio de contratos vergonzosos... Cuba y Puerto Rico poseen aun cuatrocientos mil siervos de la raza negra. ¡Concluyamos de una vez con este resto de la barbarie! ¡Emancipemos a estos seres desgraciados! ¡Devolvamos a la libertad tantos brazos oprimidos, que hoy cultivan a duras penas la tierra, y que mañana serán un
vigoroso instrumento de progreso!» ** (Conviene advertir que estos ideales, tan apasionadamente ex-
presados, responden a las variadas corrientes ideológicas que influyen por entonces a los abolicionistas españoles: liberalismo, democratismo, nacionalismo, krausismo. En muchos casos jugaba su papel la masonería. Y en Vizcarrondo —y luego en Tristán Medina— el protestantismo. Dado el carácter de este trabajo sólo podemos aquí mencionar de pasada a estos poderosos ímpetus
subyacentes.) ?!*
14. AE, Prospccto, p. 2. 15. AE, Prospecto, pp. 1-2. 16. Sobre el trasfondo. ideológico del abolicionismo español, véase Corwin (1967), pp. 155-158 y 169-171. En su valiosa obra Corwin considera al abolicionismo hispano como una faceta del «anticlericalismo». Es verdad que un buen número de los abolicionistas españoles (Castelar, Pi y Margall, Salmerón, etc.) fueron «librepensadores»
y anticlericales.
Pero
nadie
combatía
a la esclavitud
porque
estuviera contra los curas. Ambos abolicionismo y anticlericalismo eran expresiones paralelas
del liberalismo
secularista
e igualitarista
que
defendían
por
aquella
época los mejores representantes del progresismo hispano. Sobre la influencia protestante véase el importante libro de Marcos Antonio Ramos Panorama del rotestantismo en Cuba (1986), passim.
107
Tan pronto sale a la luz, El Abolicionista Español se dedica a defender sus principios vigorosa y sistemáticamente, desde todos los ángulos posibles. Trata de contrarrestar la propaganda enemi-
ga, según la cual la abolición en los Estados Unidos había sido ruinosa para ese país y perjudicial para los propios siervos liberados. Analiza los acontecimientos en Jamaica y Haití, para demos-
trar que la abolición no había hundido a
esas islas en el caos, como
la prensa pro-esclavista quería hacer ver. Apunta hacia los cambios que se consideraban inminentes en el Brasil. Alude a las activida-
des antiesclavistas en Inglaterra y en Francia. Da a la estampa verdaderos ensayos sobre la historia y la organización económica y
política.de la institución. Y recuerda las numerosas condenaciones papales de la trata, reproduciendo la bula de Gregorio XVI (del 3 de noviembre de 1839) a ese respecto. Publica poemas abolicionistas, procedentes de Cuba y de España. Y los mensajes de adhesión que llegaban de varios países europeos y americanos. Acoge declaraciones de individuos y de grupos sobre la materia en discusión. Por ejemplo: la de los descendientes de la raza africana residentes en Madrid. O la. del prominente abolicionista y cuentista francés Edouard Laboulaye, quien advertía: «Al desaparecer la esclavitud en los Estados Unidos muere también .en todos los países -que la conservan, porque esta institución ha recibido su último golpe. Sin ser profeta puede muy bien anunciarse que el siglo XIX será testigo de la desaparición de la esclavitud.»!? O las declaraciones del subsecretario de Ultramar, brigadier Antonio L. de Letona, no sólo condenando la trata sino pidiendo. se le castigue con verdadera severidad y dejando, además, establecido que «el ejercicio de los derechos políticos de los españoles, naturales o residentes en Cuba
y Puerto Rico, es incompatible con la existencia de la esclavitud
autorizada en aquellas. provincias.»!* Defiende también El Abolicionista Español a los negros contra los ataques de los racistas empedernidos. Y refuta a quienes, como el periodista Ferrer de Couto, defienden las supuestas «bondades» de la esclavitud. Además, se hace eco de la resonancia de su propaganda en la prensa
nacional. En un conteo aparecido en el número del 15 de septiembre
de 1865, encuentra que habían «brindado su ayuda para abogar por la abolición de la esclavitud» catorce periódicos en Madrid, tres-en Barcelona, dos en Bilbao, Valencia, Cádiz y Zaragoza y uno en Oviedo, Almería, Mataró, Cuenca, Figueras, Ubeda y Santander. _17.
AE, año, p. 34.
18. AE, año l, p. 42.
108
El movimiento adquiría carácter nacional. Y, efectivamente, pronto
se fundaron sociedades fraternales en Sevilla, León, Valencia, Zara-
goza, Barcelona y otras ciudades de la Península. La Sociedad madrileña organizó numerosas reuniones públicas
para dar a conocer 'sus ideas. Su primer gran mitin se celebró en el teatro Variedades de la capital el 10 de diciembre de 1865. El resumen de este acto estuvo a cargo de uno de los oradores más destacados de España en el siglo XIX, Emilio Castelar, quien«demostró de una manera acabada, que la esclavitud es in-
compatible con la religión, la patria y la familia.»*? También habló
allí un famoso orador y novelista romántico cubano, Tristán de Jesús Medina, sacerdote católico y luego pastor metodista, decidido partidario de reformas políticas antes de 1868 y luego independentista decidido. (Hasta dónde el conflicto con la jerarquía eclesiástica o la influencia de la filosofía alemana de la época lo llevaron al protestantismo es asunto no muy bien aclarado. Su caso, de todos modos, tipifica la crisis de conciencia que se produjo en las genera-
ciones cubanas del 68 y el 95 al contemplar a la iglesia oficial en
España y en Cuba decididamente en contra de sus ideales patrióticos y humanitarios. Algunos autores mantienen que Medina, al final de su vida, regresó al catolicismo. Marcos Antonio Ramos, en su obra sobre el protestantismo cubano, lo refuta. Es cierto que volvió una vez a su antigua fe, pero a los pocos meses estaba de nuevo propagando ideas protestantes en la denominación a que se había vinculado. «En definitiva, nadie sabe en qué iglesia murió Tristán de Jesús Medina», dice Ramos tras un examen exhaustivo de la cuestión. * Sea lo que fuere, esas vacilaciones religiosas en
nada afectaron la firmeza de sus criteros abolicionistas, separatistas, republicanos y democráticos.) Una de las consecuencias inmediatas del mitin del 10 de diciembre, al que asistieron centenares de mujeres (gran novedad en aquel tiempo) fue la fundación de una
Sociedad Abolicionista Española de Señoras que pronto incluyó a la
condesa de Pomar, la condesa de Priegue y a las señoras Sáez Melgar, Matamoros de Termo y Aygula de Izco. Alma y motor de esta institución fue la esposa de Vizcarrondo, Harriet Brewster, cuáquera de Filadelfia, quien desempeñó un brillantísimo papel en la campaña abolicionista española. Influyeron también notablemente sobre esta campaña los deba19. 20. 1984).
AE, año l, p. 101. Marcos Antonio Ramos: comunicación privada a los autores (diciembre 6 de
109
tes que tuvieron lugar en el seno de la Sociedad Libre de Economía
Política de Madrid, a partir de mayo de 1864, sobre el tema: «La
esclavitud en general, bajo el punto de vista económico, y examen de los medios que deben emplearse para su abolición, en el caso de que ésta sea conveniente.» La discusión comenzó en tono muy moderado y académico, pero pronto subió de tono, llegando a los lindes del escándalo cuando se incorporó a ella el periodista José
Ferrer de Couto, director del órgano proespañol neoyorquino La
Crónica y autor de un libro proesclavista que había aparecido el año anterior bajo el título de Los negros en sus diversos estados y condiciones: tales como son, como se supone que son y como deben
ser. Ferrer de Couto defendió una y otra vez en la Sociedad Libre
(sesiones del 5 de abril y 20 de. mayo de 1865) las mismas tesis que había expuesto en su obra, utilizando todo género de sofismas, malabarismos lingúísticos y deformaciones de los hechos. Comenzó por afirmar que él no era esclavista ¡porque la llamada «esclavitud» en las colonias de Cuba y Puerto Rico difería esencialmente de la «esclavitud histórica»! Definida en absoluto esa institución, sin duda había que condenarla en absoluto, pero de la manera como era practicada en la América española no merecía el nombre de esclavitud. «Lo que en nuestras Antillas se practica, consiste en obligar a ciertos individuos al trabajo, rescatándolos de una vida peor. Un negro no puede ser castigado más que por su dueño; tiene el protectorado del síndico y puede buscar amo a la menor queja que tenga del suyo. Puede también irse libertando por pequeñas cuotas (coartación); en fin, a todo se parece menos a un esclavo.» ** Por eso también era erróneo el uso que se hacía de la palabra trata. Para él no era sino un rescate, porque realmente se rescataba a los negros
de la barbarie en que vivían en Africa para llevarlos a otros países
más civilizados.
|
Apoyaron a Ferrer de Couto sólo dos de los participantes en la discusión: Antonio María Segovia y el señor Pellón Rodríguez, quienes repitieron los argumentos clásicos del esclavismo: la mejor prueba de que la esclavitud era buena estaba en el hecho de que los negros esclavos no querían volver al África; desde que disminuyó la trata, la matanza en las guerras africanas era mayor, porque los prisioneros en vez de ser vendidos eran degollados; la economía siempre declinaba allí donde la institución se suprimía, como ocurrió en Haití y Jamaica y estaba ocurriendo en los Estados Unidos; la población blanca no era capaz de trabajar en el trópico; la 21.
AE,año l, p. 84.
110
situación del esclavo en las Antillas era mejor que la de ciertas
ínfimas clases sociales en Europa; nada había de inhumano en el trabajo de los negros en los ingenios, donde sólo trabajaban diez horas, mientras que en Castilla un «criado de labranza» salía al
campo a las cuatro de la mañana y no se recogía hasta las ocho de la
noche; los castigos, limitados a 25 azotes, eran menos severos que los que se aplicaban a los soldados hasta hacía poco en España y a los marineros en las naves de la Gran Bretaña. La abolición de la esclavitud —como había expuesto Ferrer de Couto en su libro reciente— podía considerarse «nociva a la propiedad, inicua para los propietarios y perjudicial para los negros.» ? O, en otras palabras: «La abolición de la esclavitud es un bien que nadie desconoce, que nadie rechaza, a que aspira muy justificadamente todo el mundo civilizado. Pero la supresión del rescate, donde éste se hace para suavizar los efectos de una guerra de exterminio... no es idea digna de la mente de grandes estadistas, ni del apoyo de naciones
verdaderamente generosas.»
Como puede suponerse, el calor del debate subió en seguida de punto. Los partidarios de la abolición adujeron pruebas para rectificar la cadena de errores factuales en que sus adversarios habían
incurrido y para demostrar el carácter profundamente brutal e inhumano de la esclavitud y de la trata. Y atacaron el fariseísmo sofístico de la argumentación de Ferrer de Couto y sus adláteres penetrando a fondo en la verdadera naturaleza económica, social y
ética de la«institución
doméstica.»
Probablemente
la refutación
más brillante fue la de Laureano Figuerola. ¿Tienen las naciones civilizadas el derecho de imponer el trabajo a las atrasadas? «Esta proposición es inadmisible —dijo—. Los negros son personas como nosotros; tienen todas las cualidades y derechos inherentes a la personalidad del ser humano; son perfectibles y el estado actual de atraso, respecto de nosotros, no les pone en una situación de dependencia, bajo el punto de vista del derecho, ni nos concede el de violentarlos, para hacerles aceptar a la fuerza los beneficios de la
civilización... De que los pueblos africanos vivan en un estado de
barbarie, no se deduce que las naciones civilizadas puedan emplear medios bárbaros para sacarles de ese estado...» ?* to a lo del famoso rescate, para que sea verdadero es primero, contar con la voluntad del «rescatado» y, además, 22.
Ferrer de Couto (1864), p. 106.
23.
Ferrer de Couto (1864), pp. 105-106.
24.
AE, año l, pp. 162-163.
111
ni deban En cuanpreciso, que éste
adquiera por aquel la integridad de su personalidad, lo que no ocurre en el sistema del Sr. Ferrer de Couto. En esencia, «es esclavo
el que no se pertenece a sí mismo, ni aprovecha el fruto de su
trabajo; y puesto que los negros que dicho señor quiere rescatar van a la fuerza y no se pertenecen a sí mismos, ni aprovechan el fruto de
su trabajo, esclavos son y esclavitud es el sistema defendido por el señor Ferrer de Couto.» % Figuerola atacó vigorosamente también el argumento de la supuesta incapacidad de los blancos para el trabajo en las Antillas.
«No es cierto que el blanco 'no- pueda trabajar. en el campo. Hay hechos en gran número que lo prueban, y si no hay más, es porque
ese trabajo en nuestras Antillas está envilecido, como relegado a
una raza esclavizada y que se considera de inferior condición. El blanco desdeña hacer las mismas faenas que el esclavo... Si no existiera la esclavitud, veríamos en las Antillas a los blancos ocupados en toda clase de industrias, como los. vemos en los países análogos en climas que no tienen ya esclavitud.»? Del mismo modo fue destruida con datos irrefutables la tesis de que la abolición producía la ruina. Jamaica ciertamente había decaído después de suprimida la esclavitud pero (aparte de que ken este caso habían influido otras circunstancias extrañas a la manumisión, como la
competencia del algodón norteamericano, etc.) lo cierto era que en
1865-Jamaica no estaba en decadencia sino en progreso, como lo demostraban las estadísticas que el señor Ferrer de Couto se había
guardado de citar. El progreso era perfectamente compatible con la abolición y si ésta, en lo inmediato, traía algunas perturbaciones, con el tiempo esos efectos podrían anularse y desaparecer. Si los esclavistas pensaron dañar el debate en la Sociedad Libre introduciendo en él. las discordantes opiniones de Ferrer de Couto; su
fracáso fue total. Por el contrario, obligaron a los aboliciónistas a perfilar y profundizar sús criterios. Y, con el escándalo de la polé-
mica, atrajeron mayor atención pública hacia el tópico en cuestión. Numerosos periódicos en Madrid y en las provincias se hicieron eco de la enconada polémica. Como puede apreciarse por todo lo que llevamos dicho, el gobier: no español estuvo sometido a múltiples e intensísimos influjos antiesclavistas en el primer quinquenio del sesenta. Por una parte, la presión diplomática creciente de la Gran Bretaña y los Estados
Unidos. Por otra, la presión política interna, procedente tanto de la 25.
AE, año l, p. 164.
26.
AE, año l, p. 163.
112
propia Península como de Ultramar. No se les escapaba a las autoridades hispanas que el problema social se imbricaba ineluctablemente con el colonial, cada día más agudo en Cuba y en Puerto Rico. La vieja política de intransigencia a ultranza amenazaba con la pérdida total de lo poco que quedaba del enorme imperio que España había poseído en el Nuevo Mundo. Asustado de veras, el gobierno de Madrid llegó a la conclusión de que era preciso ceder,
siquiera parcialmente. Para conservar el dominio sobre las dos
islas del Caribe, la trata debía desaparecer, pero la esclavitud Esa decisión explica por qué se enviaron a Cuba sucesivamente gobernadores partidarios de la abolición del comercio negrero, generales Serrano, Dulce y Manzano, quienes aplicaron en la
no. tres los Isla
una política de persecución del contrabando, a la vez que trataban de mejorar en lo posible las condiciones materiales de existencia de
las masas esclavas. El general Dulce, por ejemplo, tan pronto llegó a Cuba aprobó y publicó un reglamento para las sindicaturas de la ciudad de La Habana, facilitando las quejas de los esclavos contra los dueños que. los maltratasen, aunque dejando incólumes, desde luego, las relaciones de propiedad existentes entre las dos clases en conflicto, y aun recomendando (en el artículo 19) a los síndicos que inculcasen «a los esclavos obediencia y fidelidad para sus amos y a éstos las máximas de humanidad, afecto y protección respecto de aquellos.»?” Como decíamos: la esclavitud seguía en pie mientras la trata era
perseguida. En abril de 1863, el gobierno central de Madrid reco-
mendaba a Dulce que acosara a los contrabandistas «con todos los medios a su alcance». Poco después el Capitán General expulsó de La Habana a ocho negreros portugueses. Y en junio del mismo año suspendió al gobernador político de la capital cubana, Pedro Navascues, por suponerlo complicado en el contrabando de esclavos. En 1864 se produjo un escandaloso incidente. El teniente gobernador de Colón, José Agustín Argúelles, acusado de haber vendido, para su propio beneficio, 250 esclavos de contrabando. que había apresado, escapó a los Estados Unidos, donde trató de involucrar al Capitán General en sus sucios manejos. Dulce consiguió la extradición de Argúelles, quien fue juzgado en Cuba y condenado a cadena perpetua. Como podrá suponerse, los magnates negreros de La
Habana se alzaron indignados contra el inusitado antitratismo oficial y movieron todas sus influencias para deshacerse de Dulce.
Este respondió poniendo en acción los poderes discrecionales de que 27.
Ferrer de Couto (1864), p. 100.
113
estaba investido el Capitán General en Cuba y expulsó de la Isla a Julián de Zulueta y a algunos otros contrabandistas destacados. Por primera vez, las famosas«facultades omnímodas» se aplicaban a los líderes de la reacción integrista y no a los representantes del
liberalismo criollo, 2
La situación se hacía cada vez más explosiva. Y en abril de 1865 el general Serrano aportó la chispa que iba a producir toda una reacción en cadena. En sendos discursos pronunciados en el Senado español, el ex Capitán General proclamó que era imperativo y urgente aplicar en Cuba una serie de reformas administrativas y políticas, incluyendo la restauración del derecho a elegir diputados
al Congreso nacional, que se le había escamoteado a la Isla en 1837.
El eco que estas palabras encontraron en Cuba fue extraordinario. ¡El programa reformista recibía el espaldarazo de una de las personalidades políticas más respetadas de la metrópoli! En un edito-
rial histórico, El Siglo hizo suyas las peticiones del duque de la
Torre. Pero el reformismo criollo no se conformó con la campaña de
prensa. Decidió darle a la cuestión un verdadero carácter de masas. Y, con la autorizacion del general Dulce, se redactó una carta abierta a Serrano, solicitando su apoyo en favor de las transformaciones que Cuba necesitaba. Tres peticiones esenciales se incluían en ese documento: la modificación de la ley arancelaria, la representación política de Cuba en el Congreso español y la cesación de la trata, «como fundamento y garantía de todas las demás reformas en el orden político, civil, administrativo y judicial.» Consignas
moderadas, como se ve, pero hondamente sentidas. Y con poderoso
valor germinal. La carta fue suscrita no sólo por los altos líderes del reformismo sino por más de 24.000 personas de prestigio e influen-
cia en todas las poblaciones importantes de la Isla. Era casi un
plebiscito. El reformismo dejaba de ser una cábala habanera para
convertirse en amplio movimiento nacional. El hecho tiene gran
importancia. Porque no pueden despertarse de ese modo las esperanzas de un pueblo para burlarlas después impunemente. Todos sabemos cuál fue la alternativa que se impuso en 1868, cuando la miopía del gobierno español le cerró al pueblo cubano la puerta de las reformas pacíficas. En lo que al problema social se refiere, la carta a Serrano era tan
moderada como en lo político. Ya vimos que una de las tres «peticiones previas» que proponía era la cesación de la trata. A ese respecto el documento decía: «Abolido por la razón, por la justicia, 28.
Murray (1980), pp. 310-314; Guerra (1971), p. 590.
114
por las leyes y por los tratados, el comercio de africanos continúa, a despecho de todo, su degradante tráfico en las playas de Cuba, con toda la secuela de males físicos y morales que V.E. ha sabido pintar
con tan negros como verídicos colores. El Gobierno Supremo, las
autoridades de Cuba, y muy especialmente la que hoy está al frente de ella, el Excmo. Sr. Capitán General D. Domingo Dulce, así como todos los hombres honrados y sensatos que aquí y en la Metrópoli se esfuerzan por extirpar de raíz ese repugnante y peligroso cáncer de inmoralidad, no lograron hasta ahora atajar un daño que nos presenta cubiertos de ignominia a la faz del mundo civilizado. Los intereses particulares han sido aquí otra vez más poderosos que la honra y la conveniencia de toda la Nación.» La opinión pública cubana —decía la carta— se alzaba «en clamor general que condena ese infamante
tráfico. Junto
con la reforma
arancelaria,
que
satisfaría las exigencias del legítimo comercio, la represión con mano dura del contrabando de carne humana, vendría a satisfacer tanto los intereses materiales como los morales tanto de España
como de Cuba..»?? Evidentemente, en 1865, la dirección del reformismo criollo coincidía con los dirigentes de la política ultramarina del momento en Madrid: primero había que completar la liquidación de la trata, ya aparentemente en proceso. Lo que debería
hacerse luego con la esclavitud constituiría todo un nuevo capítulo
en las relaciones coloniales, en el cual las coincidencias tal vez no
serían tan definidas. Cuando en junio de 1865 regresó al poder la llamada Unión Liberal, las condiciones estaban maduras para ponerle fin al comercio negrero. Y así ocurrió. Tanto el Jefe del Gobierno, general
O'Donnell, como su Ministro de Ultramar Antonio Cánovas del
Castillo en seguida evidencian su decisión al respecto. Por lo pronto, el 11 de julio de 1865 el nuevo Ministro autoriza al Capitán General a remover de sus cargos a cuantos funcionarios civiles o militares fuesen sospechosos de connivencia o de simple indiferencia con los desembarcos clandestinos de esclavos. Y el 20 de agosto se autoriza también el destierro de los «enemigos de la paz» en la Isla, fórmula vaga que el Capitán General podía emplear, si así lo quería, contra los negreros. En septiembre, una Real Orden felicita a Dulce por el celo con que ha reprimido la trata y le pide que
proponga los medios para extirparla completamente. El 27 de octubre emite Cánovas un decreto suprimiendo algunos de los peores abusos perpetrados contra los «emancipados». Y el 25 de noviembre 29.
Véase la carta en EC, Vol. IV, pp. 388-390.
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otro Real Decreto solicita informes sobre la manera de reglamentar
el trabajo de la población de color y la población asiática de Cuba. Como bien dice Murray:«La esclavitud se había convertido en el más ardiente de los problemas coloniales y, para comprar tiempo, España había decidido tratar con mano firme la cuestión del comercio de esclavos.» Simultáneamente, la presión diplomática, como era de esperar-
se, se intensifica. Tanto Inglaterra como los Estados Unidos, agui-
joneados por las nuevas circunstancias, se dirigen al gobierno español pidiendo acción rápida y definitiva contra la trata. Londres
exigía que Madrid la definiera como«un acto de piratería» y la castigase .con la máxima pena. Washington se limitaba a: pedir
«legislación más vigorosa» sobre la materia: No es casual que por entonces O'Donnell hiciese públicas manifestaciones antitratistas. En una sesión de las Cortes, en el verano de 1865, respondiendo a
una pregunta del senador Manzanédo, O'Donnell dijo: «A lo que sí
está resuelto el Gobierno es a que cese la trata de negros, porque en ello se halla interesada la honra de la nación española y la tranquilidad de aquellos países; y si para conseguirlo no es suficiente la Ley actual, en su día se propondrá a los cuerpos colegisladores el oportuno proyecto de ley para lograr ese objeto...»*! El 13 de octubre de 1865 el gobierno de Madrid contestó las notas presentadas por los embajadores de los Estados Unidos y la Gran Bretaña, comprometiéndose a introducir en el parlamento una ley ¿más severa contra el tráfico esclavista, aunque sin aceptar la demanda inglesa de declararlo piratería. Y la promesa fue ratificada formalmente el
21 del mismo mes. -Por fin, el 20 de febrero de :1866 el Gobierno
presentó al senado español un Proyecto de Ley para la Supresión y
Castigo del Comercio de Esclavos.'
Esta Ley comenzó a discutirse en las Cortes en abril de 1866 y no
fue aprobada hasta el 9 de julio del mismo año. La comisión legislativa que estudió el proyecto sentó el tono al calificar de «infame» al comercio de esclavos y al declararlo «un hecho inexplicable ante los ojos de la civilización cristiana.» Pero en el pleno de las Cortes la ley encontró tenaces opositores. El más destacado fue José Luis Riquelme, que poseía esclavos en Cuba y proclamaba a todos los vientos que dar permiso a las autoridades para entrar en las plantaciones en busca de bozales introducidos de contrabando pro30.
Murray (1980), p. 318.
31.
AE, año l, p. 21.
116
vocaría en la Isla los mismos disturbios que causó esa medida en 1854 con el famoso Bando. del general. Juan de la Pezuela. El argumento básico de la oposición era que cualquier reforma del
régimen llevaría inevitablemente «por ley de gravedad» a la eman-
cipación total de los esclavos y a la ruina de la economía cubana. Cánovas intervino activamente en el debate. Y llegó a declarar que, quedando la esclavitud prácticamente reducida a los territorios españoles (pues consideraba a la del Brasil en proceso de liquidación) era indispensable que desapareciera completamente. Por lo demás, España había prometido abolir el tráfico desde 1817, la honra del país estaba en entredicho y nada podría detener al
gobierno de que formaba parte en su empeño de poner fin a ese comercio detestable. $? Comparada con la de 1845, la ley de 1866
ampliaba el concepto de complicidad en el contrabando, ordenaba el empadronamiento de los esclavos (estableciendo que los negros no
incluidos en ese registro serían considerados libres) y fijaba multas y castigos más duros. Inglaterra, en el fondo complacida, de todos modos
indicó que el contrabando
debía haber
sido calificado de
piratería. Otros críticos señalaron que la nueva ley tenía el mismo defecto de la anterior: prohibía la entrada de las autoridades en las
fincas para verificar la legitimidad de los títulos de propiedad de los esclavos. Y, por su parte, la Sociedad Abolicionista en una Exposición al Senado insistió en afirmar que todos los esfuerzos por suprimir
completamente
la trata
serían
inútiles
mientras
no
se
declarase abolida la esclavitud. De todos modos, la actitud aparentemente decisiva del gobierno de Madrid, la firme actuación en Cuba del capitán general D. Domingo Dulce y los cambios de opinión que venían operándose en el mismo seno de la clase de los hacendados cubanos se combinaron para liquidar el comercio de negros en la Isla. Aunque es imposible precisar con absoluta firmeza la fecha del último desembarco de africanos en Cuba, todo parece indicar que, en lo esencial, la trata había sido extinguida para el año 1868. De acuerdo con las autoridades británicas, las dos últimas expediciones, de 300 y 700 esclavos, respectivamente, ocurrieron en 1867. En diciembre de ese mismo año el comandante del crucero británico Speedwell capturó
un barco negrero en el río Congo y descubrió 96 esclavos a bordo. De
ahí no pasan los «records» del Foreign Office sobre la materia, aunque es posible que hasta 1873 algun que otro contrabando de menor importancia lograra burlar la vigilancia de las autoridades y 32.
Véase el Diario de Sesiones de las Cortes (1865-1866), pp. 2503-2504.
117
de los abolicionistas. Y Es un hecho que el 20 de mayo de 1873, la Gaceta de La Habana
publicó un edicto por el cual se cita a don
Miguel Vila y Nogueras y al jefe del faro Cabo San Antonio, don
Fernando Cardosa, para que presenten descargos en se les sigue «por alijo y aprehensión de negros bozales del Holandés» en Pinar del Río. Evidentemente, los bandistas que quedaban se veían obligados a realizar
la causa que por la Punta pocos contrasus fechorías
en los últimos extremos de la Isla. Según Juan Pérez de la Riva, en
1873 (último año de la trata para él) entraron en Cuba unos mil esclavos, aunque no explica de donde saca esa cifra. ** La total extinción de la trata constituía una formidable victoria del movimiento antiesclavista. Décadas y décadas, siglos de lucha se veían por fin coronados de éxito. ¡Qué tremenda conjunción de fuerzas económicas, políticas e ideológicas había sido necesaria para producir estos resultados! ¡Y todavía la victoria resultaba
incompleta! Como no hay institución que le gane a la esclavitud en
tenacidad y capacidad de supervivencia, dos décadas más, preñadas de enormes conflictos iban a decursar antes de ser barrida para siempre del seno de la sociedad cubana. Curiosamente, la liquidación de la trata se produce precisamente cuando la demanda de
brazos esclavos era en Cuba
mayor
que nunca.
Las profundas
transformaciones tecnológicas y organizativas por que atravesaba entonces la industria azucarera, incluyendo la expansión de la red
ferroviaria, exigían un aumento cuantioso de la mano de obra. Y los
patronos en los años que preceden al corte final acudieron al procedimiento tradicional para satisfacer sus necesidades laborales: el contrabando de carne humana. En los cuatro años que corren de 1859 a 1862 entran en Cuba 91.949 esclavos africanos, según
cálculos de Pérez de la Riva; uno de los promedios anuales más
altos en toda la historia de la trata. No cabe la menor duda: las perspectivas puramente económicas no favorecían ciertamente, en la década del 60, la eliminación del infame comercio. La fuerte demanda de brazos podía ser fácilmente satisfecha. Al alborear esa década, capital no faltaba: los traficantes españoles y norteamericanos envueltos en el negocio lo poseían en abundancia. Y los recientes progresos en los medios marítimos 33. Véase el Report del Comisionado Británico en La Habana, W. W. Follet Synge, enviado al Forcign Office de Londres el 30 de septiembre de 1865. (En Thomas (1971), pp. 1543-1545). También: Murray (1980), pp. 324-325. 34. Gaceta de La Habana, 20 de mayo de 1873, p. 3, col.5, y véase también: Pérez. de la Riva (1974), pp. 176-179.
118
de transporte garantizaban el suministro de buques de vapor con capacidad para cargamentos enormes. El número de esclavos acarreados en una sola expedición era mucho mayor que nunca. Un solo barco llevó a la Isla en 1860 una carga de 1.500 esclavos. 9 La conclusión es evidente: la trata (y luego la esclavitud) no perecieron por la simple presión automática de la revolución industrial en Cuba, como quieren hacernos creer algunos historiadores marxistas cubanos (cuyo elemental mecanicismo Marx seguramente hubiera rechazado) sino por la combinación intrincadísima de muy variadas fuerzas económicas, sociales, políticas e ideológicas. Como
ya vimos, la guerra civil norteamericana, para citar sólo un ejem-
plo, desvió del comercio de esclavos, a partir de 1861, el capital y los barcos que en él habían venido empleando. Y la política de vista gorda de las autoridades navales de Estados Unidos hacia la trata, viró en redondo bajo el gobierno de Lincoln. ¿Cuánto tiempo más hubiera durado ese comercio si el gran conflicto norteño no se hubiera producido? Y éste no es más que uno, entre los innumerables factores más o menos adventicios que, de un modo-u otro, influyeron en el proceso de la liquidación de la trata africana. Los: mecanicistas simplifican la historia hasta el absurdo. Poco antes de morir, pues, si se le mira sólo desde el ángulo de los negocios, la trata gozaba de muy buena salud. Sin la presión de los factores que en este acápite resumimos, seguramente hubiera per-
durado por largos años. Como bien dice David R. Murray:
«La
revolución azucarera del siglo XIX en Cuba... no produjo el cese inmediato del comercio de esclavos, aun si se acepta que echara los cimientos para la posterior sustitución del trabajo esclavo por el libre. En realidad estimuló precisamente lo contrario: la expansión de la trata como único modo de conseguir esclavos. Las cifras de las importaciones (cubanas) en los albores de la Guerra Civil norteamericana así lo atestiguan. Ni siquiera la introducción de miles de chinos como «siervos contratados» durante la década del 50 redujo la demanda de negros africanos. Sin embargo, sólo seis años después de la crisis de 1861, la trata se había extinguido. El cambio tecnológico ocurrido en Cuba no había producido el fenómeno. La trata negrera fue aplastada en Cuba por una poderosa combinación de fuerzas internacionales.»% Y no sólo por esa combinación diplomática (agregamos nosotros) sino también por la intensa presión 35. 36.
Murray (1980), p. 298. Murray (1980), p. 299.
119
política e ideológica que contra la institución venían ejerciendo los diversos sectores del abolicionismo cubano, español y mundial (incluyendo, desde luego, el poderoso antiesclavismo de los esclavos
mismos). La derrota y destrucción del sistema social sureño fue el golpe final que condujo al derrumbe. Pero el edificio estaba minado
desde mucho antes.
|
La extinción de la trata en la década del 60 al 70 constituye un
momento epocal en el desarrollo de la cultura afrocubana, y por eso
hemos dedicado tanta atención al asunto. El cordón umbilical que había mantenido conectada esa cultura con la fuente matriz de
África había sido cortado de un tajo. El aflujo constante de elementos
culturales procedentes del continente negro, sostenido por siglos (y notablemente aumentado en la primera mitad del siglo XIX) ahora se interrumpía. De entonces en adelante los fenómenos transculturativos no podrían producirse conforme a los viejos-moldes. Y
mucho menos cuando coetáneamente atravesaba el país, de extre-
mo'a extremo, una inmensa ola de nacionalismo,a consecuencia del
estallido de "la Guerra Grande. Estas nuevas realidades iban a provocar, como oportunamente veremos, numérosos e incesantes
desplazamientos de lo afrocubano dentro del espectro general de la cultura de Cuba. Francisco de Armas y Céspedes
En- 1866, en medio de la gran agitación reformista, apareció en
Madrid el libro de Francisco de Armas y Céspedes De la Esclavitud
en Cuba;'el más formidable de los alegatos antiesclavistas cubanos
del siglo XIX. Aunque su prosa no puede competir con la de un Saco,
por ejemplo, y es a ratos reiterativa y machacona, esta obra brilla por lo comprehensivo de su contenido,
por su rigurosa
trabazón
interna y por la lógica implacable de sus argumentos, que no dejan en pie ninguno de los esgrimidos por los esclavistas en defensa de la infame institución. Desde la primera línea del primer capítulo el ataque es de fondo, -absoluto, sin concesiones, sin compromisos. «Entre los errores en que ha incurrido la frágil humanidad, pocos habrán producido males tan desastrosos como la institución de la esclavitud, monstruo horrendo que en lo morál como en lo económico ha viciado con su hálito ponzoñoso el progreso de la civilización y de la industria.» ' Armas y Céspedes quiere que se sepa, 1.
Armas y Céspedes (1866), p. 11.
120
desde el primer instante, hacia dónde se inclina su corazón. Pero su libro no se desborda en simples ataques retóricos. Por el contrario, logra un notable balance entre la pasión indignada y la objetividad contenida. Más que una diatriba hay allí un análisis fríamente científico de los orígenes, el desarrollo, las características y las
consecuencias éticas y socioeconómicas del régimen esclavista, des-
de su aparición antes del cristianismo hasta su florecimiento en la Cuba de su época. Por simple acumulación sistemática la obra adquiere una fuerza persuasiva devastadora. Después de una breve introducción histórica, Ármas y Céspedes entra en un estudio de «la trata de África» y explica cómo fue legalmente abolida por los tratados pero mantenida viva en Cuba por el contrabando. Pinta el nefando comercio con todos sus horrorosos colores y se refiere a la larga y penosa batalla que por décadas
se había librado contra él. Señala que por fin en el momento en que
escribe se batía en retirada: «En cuanto a Cuba, la trata fue en estos últimos años disminuyendo, y con placer reconozco que en
1865 no hay probabilidad de que se introduzcan esclavos, sino en
todo evento,
como
algún
hecho
aislado, de esos que no pueden
impedirse.»? La esclavitud, en cambio, seguía aún en pie. Armas y Céspedes resume así la situación mundial a ese respecto: «De todas las naciones cristianas de Europa, España es la única que reconoce legalmente la existencia de la esclavitud, así como fue la última que de hecho puso coto a la trata, habiendo todavía temores de que ésta se reanime. De todas las naciones de Europa, sólo la España y la Puerta Otomana admiten la esclavitud como institución legal. De todas las naciones del mundo que pueden aplicar al título de cultas, sólo la España, la Puerta Otomana y el Brasil sancionan el estado de servidumbre.» Y aunque la trata de negros había disminuido, otra en cierto modo, la sustituía: la de los asiáticos, cada día en aumento. Y tan merecedora de condenación como la africana. La segunda parte es un breve resumen de la legislación española sobre la esclavitud, comenzando por las Siete Partidas (que la define como una institución«contra razón de natura») hasta las
Reales Ordenes más recientes, donde se definen los derechos y obligaciones de los señores y los siervos, incluyendo la manumisión
y la coartación. Al referirse a la famosa instrucción del 30 de mayo
de 1789, concluye que«no ha estado en observancia en la Isla de Cuba» y al dictarse el Reglamento de Esclavos de 1842, sus autores «sin embargo de lo avanzado de la época, no estaban en cuanto a 2.
Armas y Céspedes (1866), p. 128.
121
ideas humanitarias y filosóficas al nivel del autor de la instrucción
de 1789».? Armas y Céspedes confirma la tesis expuesta por nosotros en el capítulo anterior: el desarrollo de la plantación condujo a un deterioro de la condición jurídica del esclavo, aunque esta realidad se vio mitigada por la supervivencia de varios factores dulcificantes o desenconantes, procedentes de la era preplantacional. De todos modos, el autor prueba que muchas de las disposiciones vigentes favorables al esclavo no se cumplían en Cuba en el siglo XIX y cita especificamente la que obligaba a los amos a darles instrucción religiosa: «D. Domingo García Velayas, canónigo de esta santa
iglesia catedral
(de La Habana),
secretario que fue por mucho
tiempo de este obispado, y persona muy distinguida por su ilustración, ha dicho en un artículo publicado en La Verdad Católica, periódico de esta ciudad, que no tenía noticia sino de un solo caso en que los hacendados hubiesen pedido sacerdotes para instruir a sus siervos en la doctrina cristiana.»*? Este es un dato precioso para comprender el estado de la transculturación en los ingenios cuba-
nos de aquella época. Armas cita muchos ejemplos de abusos y de sevicia en el trato de los esclavos, en abierta violación de las leyes vigentes y concluye: «Y sin embargo de todo, son muchos los que, en obsequio al status quo, invocan la opinión pública y defienden con calor que si en la ley teórica hay injusticia, el sistema en la práctica,
es suave y liberal.»*?
|
Vista desde el ángulo económico, Armas sostiene que la esclavitud es indefendible como principio racional de organización del trabajo. Al suprimir la libertad suprime el estímulo y el poder de producir. El autor ha leído con provecho obviamente a Adam Smith. «Mientras más libre sea el hombre —nos dice—, dará mejores y
mayores productos.» La esclavitud resulta ser anticientífica pues
«la ciencia condena todo intento de coartar la libertad del trabajo.»? La economía política condena la esclavitud, porque ésta reduce al
hombre al nivel de la bestia, disminuye su inteligencia y se elimina
DRA
su voluntad, ductiva. «La la completa dependen el
con la correspondiente mengua de su economía política aconseja la educación, civilización de las clases trabajadoras, bienestar de las mismas clases y de
Armas y Céspedos (1866), p. 164. Armas y Céspedes (1866), p. 170. Armas y Céspedes (1866), p. 172.
Armas y Céspedos (1866), pp. 183-184.
122
capacidad prola ilustración, porque de eso la sociedad en
general, así como el aumento y la perfección de los productos.»? Por
eso en los países esclavistas la mayor parte de las industrias permanecen en la infancia. El trabajo ha sido degradado, desacreditado, envilecido. «Eso queda para los negros», decían los obreros y campesinos de las tareas que se realizaban con siervos, estableciéndose así un círculo vicioso que impedía el progreso. Y nada
podía hacerse al respecto mientras la esclavitud no se aboliese
porque ésta negaba al trabajo la remuneración que merecía y ¿quién iba a trabajar intensamente sabiendo que de todos modos tenía seguro el miserable sustento y, además, que por mucho que se esforzase, ese sustento no habría de aumentar ni mejorar? Y como reflejo de esta realidad, en los países con esclavos tampoco estaba debidamente remunerado el trabajo de las otras clases obreras, las
subsistencias se encarecían, el nivel de vida era bajo y el desarrollo de la industria mínimo. Por eso se equivocaban los que pretendían resolver el problema de Cuba con la importación de trabajadores blancos sin abolir antes la esclavitud. La inmigración espontánea sólo era posible si se garantizaba al forastero recién llegado una remuneración adecuada, lo que resultaba imposible bajo el régimen que prevalecía en Cuba. Desarrollando y ejemplificando la tesis de Adam Smith, explica Armas cómo tampoco el capital bajo el régimen esclavista recibe la remuneración a que es acreedor. Mantiene: «El capital, que tan mezquino e injusto se muestra con el trabajo, no obtiene, bajo el sistema de esclavitud, todas las ganancias que obtendría asociado
con el trabajo libre» porque «si la retribución del trabajador es
inadecuada e injusta, la producción no deberá ser muy cuantiosa.»? El retraso del esclavo se convierte en el retraso del amo: «Nuestros
hacendados en general, proceden hoy, en cuanto al cultivo de los campos, exactamente lo mismo que procedían sus padres, quienes, a su vez, obraban del propio modo que obraron sus predecesores».?* En vez de calidad se va a la cantidad, al cultivo en gran escala, utilizando más y más tierra para producir proporcionalmente menos y menos frutos. Como se ve, el autor se declara enemigo del latifundio que si perdió a Roma bien podría perder a Cuba. En realidad, no sólo predica la abolición de la esclavitud sino que propone una amplia reforma agraria en el país. La esclavitud tiende a la destrucción de los capitales. Pero, además, para los 7. 8. 9.
Armas y Céspedes (1866), p. 188. Armas y Céspedos (1866), pp. 202-203. Armas y Céspedes (1866), p. 205.
123
capitalistas, su influencia resulta deletérea. Fomenta la pereza y la
indiferencia al ahorro, inclina al amoa satisfacer sólo sus apetitos y
sus pasiones. «¿Por qué ha de economizar el propietario de esclavos? Si está seguro de que, sin trabajo suyo, sin penalidades de ninguna clase, tendrá mañana lo mismo que puede gastar hoy, ¿por qué se ha de negar a los placeres que han de traerle esos gastos? El
no tiene necesidad de trabajar, y por consiguiente no trabaja. Su
posición exige de él que, para no confundirse con las clases traba-
jadoras, se deje dominar por la pereza. Esta produce el fastidio y, en
su sentir, el único medio de combatirlo es el placer..¿Qué es, pues, lo que ha de proporcionarle ese placer que mata el tedio? ¿Es el juego? Pues en el juego invertirá sús caudales. ¿Es la gula? Pues en 'su mesa nada faltará que pueda satisfacer ese apetito. ¿Es la sensua-
lidad: brutal? Pues no escaseará medio alguno de conseguir la realización de sus deseos.»!* Es decir que si la esclavitud ahoga al siervo, acaba también por aplastar al amo. Si en algún momento trajo algunos beneficios, ahora no produce sino perjuicios. Por. lo tanto, aun concediendo que la esclavitud pudo
tener, en otro tiem:
po, motivos para su establecimiento, esa época había ya pasado, esos motivos habían desaparecido: las cosas habían cambiado por completo. Una miradaa la industria azucarera (que. el autor llama «la
industria madre, la que da alimento y vida a-todas las demás»)
comprueba ampliamente esos criterios. El cultivo del azúcar en Cuba era de los más atrasadós del mundo civilizado. Mientras la producción de azúcar por caballería en Barbados era 9.609 arrobas y en Jamaica de 5.755, en Cuba no pasaba de 2.109 arrobas. Armas cita un informe de Juan Poey, según el cual la industria azucarera
cubana sólo utilizaba la quinta parte del jugo de la caña, cuando
podía utilizar mucho más de la mitad si se modernizara. La producción media de los ingenios en Cuba era de 1.887 cajas de azúcar de 17 arrobas. Según la.estadística de 1861 se necesitaban 116 trabajadores en cada ingenio para producir esas 1.887 cajas. Si se empleasen métodos adecuados, bastarían 74 brazos, resultando un exceso de casi un 50% de capital invertido en compra de esclavos,-en alimentos y esquifaciones, etc. Aun superexplotan-
do el trabajo servil (obligando al esclavo a jornadas de 18 horas durante la zafra) la ganancia en años buenos no superaba al 4.3%.
Y la elevada tasa de mortalidad sólo forzaba a invertir más y más
capital en la adquisición de la mano de obra. El cultivo extensivo 10.
Armásy Céspedes (1866), pp. 215-216.
124
con preferencia al intensivo, el régimen fiscal establecido en la Isla,
los derechos diferenciales entre España y los Estados Unidos, las trabas y restricciones que impedían el consumo de productos cubanos en la Península, todo se combinaba para detener el desarrollo de la industria, pero la causa capital era la presencia de la esclavi-
tud y mientras
las raíces del mal no desaparecieran,
de nada
serviría podar las ramas. Si por el contrario, se generalizara en el país el trabajo libre y espontáneo, éste se vería fuertemente remunerado, subiría el estímulo, aumentaría la producción, crecerían
las ganancias, mejoraría el standard de vida, vendrían los inmi-
grantes, se renovaría la técnica, la ciencia derrotaría a la rutina, se extendería la cultura en todos los estratos sociales y se abrirían los puentes al progreso y felicidad de la nación. Ahora bien, Ármas y Céspedes no era partidario de la emanci-
pación total e instantánea de los siervos. Lo sucedido en las Antillas británicas probaba, en su criterio, que toda precipitación en el esfuerzo liberador podía resultar fatal. Mucho más en Cuba, porque, allí, debido al contrabando, la mayor parte de los esclavos azucareros era de reciente importación, escasamente asimilada en el idioma, las costumbres y las instituciones básicas. Graves — creía el autor— eran los peligros del corte repentino de los lazos que ataban al esclavo. Especula: «En Cuba el esclavo no necesita zapatos ni vestidos, ni más alimentos que los de muy fácil adquisición, ni medicinas; no tiene, en fin, las necesidades de la vida civilizada. El dueño lo ha acostumbrado a vivir sin esas necesidades: de suerte que, si rápidamente y sin precauciones ningunas, llegásemos a la emancipación, casi todos los que en el día son esclavos en Cuba dejarán de trabajar absolutamente, librando su subsistencia al acaso o no trabajarán sino lo absolutamente preciso para conseguir lo poco a que se hallan habituados.»!' Si, por el contrario, se'adoptaban prudentes precauciones, aunque la producción sufriera en los primeros momentos del cambio, el shock sería menor y más corto. Y las ventajas del trabajo libre pronto se encargarían de cancelar los inconvenientes. Había que proceder con cautela pero había que comenzar el proceso inmediatamente. El cambio era inevitable. Siempre había en él un riesgo. Pero más riesgoso era dejarlo para el futuro. «Hágase cuanto antes el cambio. Así creo lo aconsejan los buenos principios de la ciencia.»?? 11. 12.
Armas y Céspedes (1866), p: 277. Armas y Céspedes (1866), p. 280.
125
No faltan en el libro de Armas las consideraciones éticas. Para él
la esclavitud era tan inmoral como la trata, que no sólo violaba los derechos humanos de los africanos sino que hacía escarnio de los compromisos internacionales de España y envolvía en un vastísimo
escándalo a los gobernantes de Madrid y La Habana, a los armado-
res y tripulantes de los barcos negreros, a los traficantes en carne humana y a los hacendados de la Isla que compraban negros
fraudulentamente.
La trata impedía
el progreso de Africa y el
progreso de Cuba. Apenas había delito que no se hallase en ella comprendido, desde el contrabando hasta el cohecho, desde la falsedad hasta el sacrilegio. «Es preciso un completo extravío del sentimiento moral para que en todas las esferas, así en las elevadas como en las humildes, de los habitantes de la isla de Cuba, haya encontrado acogida un tráfico condenado por las leyes de Dios y las de los hombres.»!? Armas examina uno a uno los argumentos de los defensores del comercio de negros y los destruye por completo. Es particularmente interesante su crítica a la idea de que el negro es incapaz de civilización y por eso la Providencia lo ha condenado
a
perpetua servidumbre. «¿De dónde se deduce que el africano no sea susceptible de civilización?» Se pregunta el autor. Ahí están los
casos de innumerables negros norteamericanos de talento que se
han destacado en diversos aspectos de la vida social y lo mismo
puede decirse de muchos otros en Santo Domingo y en Haití. Pero
no hay que ir tan lejos. En Cuba el bozal al cabo de pocos años está tan cambiado que se le llama ladino. Con cada generación que llega mejora y adelanta el negro cubano. «En las artes y en la industria,
nuestros negros criollos muestran tanta aptitud y destreza como
cualquier hombre blanco. Y puede asegurarse que apenas hay familia, entre los que poseen gran número de esclavos, en que no se cite frecuentemente a uno o más por su inteligencia, industria y capacidad. Quiere decir todo esto que aun en medio de los horrores de la esclavitud, el simple contacto del negro con la civilización produce el resultado de civilizarlo, hasta cierto punto al menos. ¿Qué será pues, cuando desaparezca esa institución y salgan los descendientes de africanos de la degradación social, en que la preocupación de la opinión pública mantiene a los que han obtenido o heredado su libertad personal?»!*? El argumento de la ineptitud personal del negro es totalmente falso. Armas y Céspedes ataca las 13. 14.
Armas y Céspedes (1866), pp. 310.-311. Armas y Céspedes (1866), p. 321.
126
bases teóricas mismas del racismo criollo. Su posición representa un paso de avance notable sobre la de gran parte de los abolicionistas de la generación precedente, aunque desde luego —una golondrina nunca hace verano— el prejuicio y la discriminación siguen dominando por muchas décadas las relaciones inter-raciales en Cuba. ' En lo que a la esclavitud se refiere, Ármas insiste en que corrompe tanto al señor como al siervo, provocando un verdadero caos ético repleto de odio, orgullo, cólera, crueldad, egoísmo, libertinaje, pereza, avaricia, falsedad, engaño, hipocresía, hurto, asesinato.
Los que la justifican basándose en el Antiguo Testamento olvidan
la enseñanza fundamental del Nuevo, del Evangelio de Cristo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo, haz a los otros lo que quisieras que a ti mismo se te hiciese.» Fuera del color, ¿qué distinción ha hecho el Creador entre blancos y negros? «¿Por qué se ha de considerar justo y bueno en unos lo que se estimaría injusto y malo en otros? ¿Acaso no somos todos hijos de Dios? ¿Jesús no derramó por todos su preciosa sangre para la redención del linaje humano, sin diferencia alguna entre judíos, gentiles, paganos, blancos y negros? Sea cual fuere el color, es una misma la sangre de todos los hombres que habitan la superficie de la tierra.»!* La esclavitud no es compatible con los deberes morales del hombre. Cuando San Pablo admite la existencia de esclavos y de libres y recomienda a los primeros que honren con todo respeto a sus dueños, haciendo de corazón la voluntad de Dios, al propio tiempo requiere de los señores que
hagan lo mismo con sus esclavos y declara que todos son hijos de Dios por la fe que es en Cristo Jesús. Cada cual debe sufrir con
resignación la suerte que le ha cabido. «La mansedumbre, la conformidad y la paciencia son títulos meritorios ante el Altísimo; pero esto no implica que la violencia y la tiranía hayan obtenido autorización directa o indirecta en la santa doctrina que predica paz, concordia y caridad.»!? Y Armas se refiere a los numerosos textos con que la Iglesia Católica, por voz de sus pontífices, ha condenado una y Otra vez el estado de esclavitud. Desde cualquier ángulo que se la mire: el económico, el social, el ético, etc., la esclavitud constituía para Armas una enfermedad gravísima que era preciso curar con urgencia pero sin precipitaciones que, a su juicio, resultarían contraproducentes. Debe recono15. 16.
Armas y Céspedes (1866), pp. 335-336. Armas y Céspedes (1866), p. 337.
127
cerse, empero, que De la Esclavitud en Cuba
impresiona mucho
más por el vigor condenatorio de sus argumentos antiesclavistas
que por la eficacia práctica de sus soluciones abolicionistas. Pode-
roso en sus ataques contra el mal, el libro resulta algo enclenque a
la hora de proponer remedios con que curarlo. Timorato en extre-
mo, Armas exagera las limitaciones del esclavo y los peligros de la
emancipación colectiva y rápida, proponiendo en definitiva un proyecto excesivamente complejo, dilatorio e impráctico. Nada de emancipación instantánea. Ni siquiera libertad de vientres. Para mantener en activo el ritmo de atrición natural de la esclavitud,
garantícese la imposibilidad de un retorno de la trata. Para civilizar al bozal, organícese un proceso misional prolongado y sostenido
que lo cristianice. Para estimular al esclavo a producir, establézcase un sistema de tareas con tres niveles de salarios, de acuerdo con la productividad de los brazos, pagándoles 8 pesos mensuales a los
de una categoría, 6 y 4 pesos, respectivamente,.a los de las: otras dos. Para estimular las manumisiones, rebájense los costos de las
coartaciones, señalando cuotas fijas de quinientos, cuatrocientos y
trescientos pesos para las categorías arriba mencionadas.'Para fortalecer la familia, acábese por completo con el sistema de barracones, ya por fortuna en declinación. Para. aliviar la condición física
del trabajador, redúzcanse las horas de labor a 42 horas semanales
y respétese el domingo como día de descanso. Y para ampliar los ingresos del siervo, asegúresele el usufructo de una parcela que pueda cultivar por cuenta propia en su tiempo libre, ahora nota-
blemente aumentado. Estas y otras medidas podrían ser el objeto
de una legislación aprobada .por la: Corona, pero basada en las recomendaciones de una comisión -nombrada al efecto por una
asamblea democráticamente elegida por el pueblo de Cuba, con
poderes para resolver no sólo el problema de la esclavitud sino las cuestiones fiscales con él relacionadas. No nos corresponde realizar aquí un análisis crítico de «estos planteamientos. Basta decir que el complejísimo sistema de rectifi: caciones sociales, económicas y políticas contenidas en De.la:Esclavitud en Cuba no atrajo la atención del gobierno español ni la del
movimiento reformista cubano y quedaron como letra muerta sobre
el papel: Pero, a pesar de eso, el libro de Armas y Céspedes no fue un fracaso. Por el contrario, había probado desde todos los ángulos posibles que la esclavitud era una institución, más que declinante, ya definitivamente vencida, superada, agonizante, a la que era preciso darle pronta sepultura. Y aunque nadie la usó como recetario, mucho influyó como instrumento diagnóstico y prognóstico de
128
la realidad social de Cuba en uno de los momentos críticos de su historia. Armas articuló mejor que nadie el aparato ideológico del abolicionismo criollo. Y a esa gloria indudable, se añade otra. Su afirmación elocuente de la igualdad absoluta entre blancos y negros fue un escalón más en el proceso de acercamiento interracial cubano, que pronto iba a consagrarse en los campos rebeldes de la Guerra Grande. La Junta de Información Fue el de 1865 un año clave en la evolución sociopolítica de Cuba. En él —ya lo vimos— el gobierno de la Unión Liberal decidió por fin (y de veras) erradicar totalmente la trata. En él, además, se le hizo otra concesión al movimiento reformista cubano: el 25 de noviembre se anunció la convocatoria de una Junta de Información, compuesta de dos tipos de comisionados, veinte elegidos por los ayuntamentos de Cuba y Puerto Rico y otros veinte designados por la metrópoli. Este organismo debía discutir las cuestiones sometidas a su consideración y ayudar a las autoridades a determinar hasta dónde podía llegarse en la asimilación de las Antillas con la Península. No era mucho, en verdad. Pero, por lo menos, por primera vez, España reconocía oficialmente la necesidad de producir cambios en la estructura política de sus colonias antillanas. Los reformistas cubanos, aunque consideraban la medida como innecesariamente dilatoria, decidieron aceptar el reto. El 25 de marzo de 1866 fueron electos los 16 comisionados que a Cuba le correspondían: doce de ellos pertenecían al partido reformista. En Puerto Rico tres de los cuatro seleccionados eran liberales también. En julio de 1866, tras varios meses de disturbios en la Península, la Unión Liberal cayó del poder. Narváez sustituyó a O'Donnell. Se suspendieron por seis meses las reuniones de las Cortes. Pero, a pesar de ser enemigo de las reformas coloniales, el nuevo régimen decidió convocar a la Junta para que iniciase:sus labores en Madrid el 30 de octubre de 1866. Y, efectivamente, en esa fecha, bajo la presidencia de Alejandro Oliván (designado para el puesto por el gobierno) la Junta celebró su reunión inaugural. No nos corresponde hacer aquí un estudio detallado de los trabajos generales de ese organismo consultivo. Resumiremos tan sólo los relacienados con el tema de la esclavitud. Con obvios propósitos divisionistas el gobierno alteró el orden de las cuestiones a tratar, otorgándole prioridad a la cuestión social sobre la política. Aunque
129
los comisionados cubanos protestaron, en definitiva esta maniobra oficial resultó contraproducente para el gobierno, debido a la audacia de la pequeña delegación puertorriqueña, la cual el 27 de noviembre declaró que se negaba a discutir el cuestionario oficial y, en cambio, abiertamente proponía la inmediata abolición de la esclavitud en Puerto Rico, con o sin indemnización para los propietarios. Suelto el toro en la plaza, gustásele o no a las autoridades españolas, la cuestión esclavista tuvo que ser sometida a debate. Y debido a esa circunstancia, los comisionados reformistas cubanos no sólo contestaron el cuestionario del gobierno relativo al proble-
ma inmigratorio y a la reglamentación del trabajo de los esclavos,
de los negros libres y de los asiáticos «contratados», sino que además presentaron un plan completo y detallado para ponerle fin gradualmente a la esclavitud en la isla de Cuba. Estos documentos
constituyen una fuente de inestimable valor para el estudio de los
criterios que predominaban, poco antes de la Guerra Grande, en los sectores dominantes de la sociedad cubana, particularmente en lo relacionado con la esclavitud y la cuestión racial. En su respuesta al cuestionario del gobierno, los reformistas cubanos comenzaron por aprobar la radical postura de la delegación de Puerto Rico, alegrándose de que «aquella Isla hermana haya logrado demostrar prácticamente las- ventajas del trabajo libre, la coexistencia y cooperación de las razas negra y blanca en las tareas agrícolas y la aptitud de ésta para arrostrar las fatigas del cultivo de la caña.»! Pero al mismo tiempo, expresaron el criterio de que Cuba tenía que transitar otro camino, o por lo menos proceder con mayor lentitud. En Cuba la abolición inmediata sería peligrosa y perjudicial para todos los sectores sociales, incluyendo a los propios esclavos. «La isla de Cuba, dadas las condiciones políticas, administrativas y económicas del momento, no podría soportar sin grandes perjuicios y peligros las naturales consecuencias de innovaciones súbitas en sus medios de producción.»? Los reformistas habían decidido opinar sobre el interrogatorio oficial sugiriendo mejoras en las condiciones de vida de los esclavos. Peró querían dejar bien sentado, desde el principio, que no por presentarlas aspiraban a que se perpetuase la esclavitud en su- provincia, ni siquiera a que se prolongase la existencia de la misma un instante más del absolutamente necesario «para evitar graves perturbaciones en la marcha de la civilización y en el progreso moral y material 1.
Información, Vol. I, p. 73.
2.
Información, Val. Í, p. 74.
130
de su país...» Según ellos lo veían, su diferencia con la tesis puertorriqueña era de táctica más que de fondo; de prudencia práctica
más que de impulso teórico.
Las sugerencias de los reformistas cubanos, contenidas en su respuesta al cuestionario oficial, se dirigían en verdad no sólo a mejorar la vida de los esclavos, sino también —y muy fundamentalmente— a irlos preparando con la mayor rapidez posible para su tránsito al estado de libertad. En ese sentido, con el fin de estrechar los vínculos de las familias esclavas, proponían que «los miembros de una familia, entendiéndose por tales los padres con los hijos, cualquiera que sea la edad de estos, no puedan separarse nunca por voluntad de sus dueños, en ningún caso, por ningún motivo.»* Para estimular el establecimiento de lazos matrimoniales entre los siervos, pedían que los hijos de legítimo matrimonio no sólo heredasen
la coartación de la madre sino también la del padre. Y para facilitar esa transmisión proponen que en lo sucesivo la coartación se determine «no por una limitación numérica de su precio sino por fraccio-
nes de una unidad que represente el estado de completa esclavitud, de manera que si un esclavo entrega cien pesos fuertes para su coartación y resulta tasado en quinientos no se diga, como se dice ahora,
que queda
graves
peligros
tasado en cuatrocientos
pesos fuertes
sino que
queda coartado en cuatro quintos, por haber rescatado la quinta parte de su libertad...»? Además, cada vez que el coartado entregase una cantidad para mejorar su estado, debería tasársele otra vez, sin que jamás la nueva tasación pudiese empeorar su condición, aunque sí favorecerla al deducir el nuevo aporte. Con el propósito de humanizar las tareas e ir creando la mentalidad típica del trabajador libre, se sugiere que las dieciséis horas diarias de labor que de los esclavos se exigían en tiempos de zafra quedasen rebajadas a trece (y a nueve en el «tiempo muerto»). Y se demanda la inmediata proscripción del castigo corporal, costumbre funesta que sólo servía para envilecer cada vez más al esclavo y exponer a a los amos,
mayorales
y capataces.
Además,
se
propone que en los casos de sevicia, en vez de la enagenación forzosa, se sustituya esta pena por la de perder el dueño su esclavo y obtener éste su libertad. Además de un documentado informe sobre la trata (que termina proponiendo
se declare ésta un acto de piratería y se castigue en
3.
Información, Vol. 1, p. 75.
4.
Información, Vol. 1, p. 76.
5.
Información, Vol. I, p. 78.
131
consecuencia), los reformistas cubanos sometieron a la consideración de la Junta otros dos interesantísimos papeles sobre la población libre «de color». En ellos se evidencia que los líderes liberales de la Isla, en la década del 60, habían superado en parte los criterios básicamente etnofóbicos de la generación precedente. Por
lo menos lo manifestaban en un aspecto fundamental: no veían al negro como un factor demográfico inasimilable y, en consecuencia,
no demandaban su exclusión del cuerpo social cubano. Es cierto que
los comisionados criollos no pudieron sustraerse totalmente a los prejuicios y temores raciales típicos de su clase y de su tiempo. Así, por ejemplo, al considerar el tema inmigratorio, afirman que «por nadie parece haberse puesto en duda la mayór conveniencia de la raza blanca para satisfacer las preferentes necesidades de orden y de tranquilidad a que aspira todo pueblo culto y progresivo.»* De ahí deducen dos consecuencias: 1) hay que poner coto a todo incremento de la raza de color;'y 2) hay que promover por- cuantos
medios sean legítimos el desarrollo y multiplicación de la blanca.
Tratan los reformistas de defenderse de la acusación de étnofobia. Dicen que no pretenden resolver.la cuestión de si uñas razas son orgánicamente superiores a otras y que no hacen más que partir de una realidad para ellos irrefutable: la raza blanca o caucásica ocupaba-en esá época «lo alto de la escala del progreso considerado
en sus manifestaciones intelectuales y morales.»? Por eso debía
considerarse su inmigración como la más conveniente «y la sola que debe estimularse y promoverse, por cuantos medios sean del resor-
te del Gobierno y de la Nación.»? Ala raza blanca debía garantizársele «el predominio moral» en Cuba sobre los otros elementos
«hostiles y antagónicos». Para ellos había que poner fin a la trata y
a la introducción de semiesclavos asiáticos y debía, además, proce-
derse ordenadamente a la extinción de la esclavitud, que serviría de nuevo estímulo al progreso agrícola y «nueva atracción para que afluyan allí los mejores agentes del trabajo y de la población.»? Sin embargo, pese-a estos criterios, la posición de los reformistas respecto a la población negra y mulata de Cuba era básicamente integracionista. No hablaban de «limpiar», como habían hecho antes Saco y Delmonte, sino de «unificar». Y se oponían a todo lo que pudiese acentuar las divisiones raciales ya existentes en su país. Por eso, cuando el interrogatorio oficial indaga sobre las medidas 6.
Información, Vol. 1, p. 175.
7.
Información,
8.
Vol. 1, p. 176.
- Información, Vol. 1, p. 195.
132.
que debían adoptarse para reprimir la vagancia de los negros libres, sugiriendo la posibilidad de expulsarlos de la Isla, los comisionados reformistas responden unánimemente rechazando «la idea
de establecer diferencias basadas en la diversidad de razas.»? El
mal de la vagancia se debía a muy complejas y variadas causas, sobre todo a la presencia nefasta de la esclavitud en la Gran Antilla. Y no era cuestión que pudiese ser resuelta con remedios parciales y empíricos. Además, la pregunta oficial parecía desconocer que «los negros libres son en Cuba más laboriosos que los blancos.» A ese efecto ofrecían cifras elocuentes. Á pesar de haber en Cuba 6.456 ocupaciones de empleos y facultades a que no podían
aspirar los negros, el 80.8 por ciento de los varones libres «de color»
y el 53.28 por ciento de las' mujeres libres «de color» estaban trabajando, mientras que sólo el 63.29 por ciento de los varones
blancos y el 47.73 por ciento de las mujeres blancas tenían ocupación. O sea, como decía el informe: «...No hay el menor fundamento
para suponer que la vagancia esté más generalizada entre la clase
“de color” libre que entre la blanca, ni para adoptar por consiguiente las medidas especiales que se indican en las referidas preguntas.»!? Por eso los delegados cubanos proponen la misma ley para negros y blancos, como el medio más eficaz de reprimir la vagancia en ambos sectores de la población. Y por eso también —refiriéndose a negros y a blancos— concluyen que «no conviene establecer la pena de expulsión del país para los reincidentes en la vagancia y que no es
conveniente reglamentar el trabajo para hacerlo obligatorio.»!'
Idéntica orientación preside el otro papel de los comisionados cubanos de la Junta sobre parecido tema. El gobierno había indagado: «¿Cuál será la participación que en el goce de los nuevos
derechos habría de concederse a los individuos libres de la raza de
color?»
La respuesta
fue una
nueva
afirmación
integracionista.
Reconoce ese documento las limitaciones culturales y las desigual-
dades sociales que la esclavitud había impuesto a la gente libre «de color». Y admite que —tal vez— haya razones de prudencia para no
igualar en lo político a blancos y negros. Pero en seguida se pre-
gunta: ¿Será justo, pese a todo esto, «que se niegue a los habitantes de color de la Isla de Cuba, que tanta parte tienen en su producción y riqueza, toda participación política, sembrando, con una exclusión odiosa, gérmenes
de un antagonismo
9.
Información, Vol. I, p. 143.
10.
Información, Vol. l, p. 148.
11.
Información, Vol. 1, p. 149.
133
que, inflamado,
podría
ser en lo futuro de muy funestas consecuencias para aquel país?»!?
El apartamiento racial que en Cuba predominaba iba poco a poco
disminuyendo, sobre todo a medida que se «bajaba» en la escala
social hacia las clases «inferiores», sostenían los comisionados. «Así, por ejemplo, las personas de color que no pueden viajar por
ferrocarriles sino en coches de segunda o tercera clase, van en ellos confundidos con gran número de viajeros blancos; y otro tanto sucede en los ómnibus; y es frecuente esa confusión en los campos
donde blancos y negros se reúnen en las vallas de gallos y comen
juntos
en la misma
mesa,
y se tratan,
en
suma,
con recíproca
igualdad.»!? Las alianzas sexuales y otros factores habían ido acer-
cando además a las razas. El papel de los reformistas criollos sostiene que sería imprudente desaprovechar «los elementos favorables a la fusión de ambas razas que esas costumbres ofrecen, y negar toda participación política a los libres de color.» Y añadía: «Creemos firmemente que el interés de los blancos de Cuba induce... a elevar el espíritu y las nobles aspiraciones de la raza de color, acercándosela en cuanto sea posible; y de ningún modo a degradarla con odiosas exclusiones.»!* Esta defensa de los derechos de la
gente libre «de color» marca un instante decisivo en el proceso de la
integración nacional: los líderes liberales de la clase dominante de Cuba abandonaban las viejas posturas exclusivistas y proclamaban su adhesión a la política de entendimiento interracial. La cultura afrocubana iba a entrar en una nueva fase de desarrollo. En las dos sesiones finales de la Junta se leyó el último papel de
los reformistas cubanos sobre la cuestión social: uno de los resúmenes más brillantes, elocuentes y completos que saliera de una pluma cubana en todo el siglo XIX. No hay que decirlo: el docu-
mento abogaba por la abolición de la esclavitud, aunque proponía
que se hiciese en forma gradual. La condena de la «peculiar institución» es absoluta e incondicionada. El estado de servidumbre es un borrón afrentoso en la historia de todos los pueblos, se dice. Sus consecuencias son funestas no sólo para los siervos sino también para sus señores, tanto desde el punto de vista material como espiritual. La religión del Crucificado no puede florecer allí donde
el hombre
es legalmente
propiedad
del hombre.
La familia
se
desintegra y los vicios y la prostitución atacan las fuentes de vida. El trabajo se degrada. Y la violencia de parte y parte se convierte en 12. 13.
Información, Vol. Il, p. 139, Información, Vol. II, pp. 139-140.
14.
Información, Vol. II, p. 140.
134
el principio básico de las relaciones entre las clases.!” Evidentemente, «la moral, la justicia y lg conveniencia, reprueban de consuno la explotación del hombre y aconsejan reintegrarlo en su dignidad y sus derechos... La hora de la reparación y de la justicia se acerca (en Cuba y Puerto Rico) y sonará sin duda como sonó para los demás pueblos que se hallaron en su situación.»'?* Había que eliminar la esclavitud en las dos colonias antillanas. Pero no si-
guiendo idénticos caminos. Puerto Rico podía hacerlo de inmediato.
Cuba sólo progresivamente. Según los comisionados, sufrían grave equivocación quienes pretendían posponer la abolición de la esclavitud por tiempo indefinido. Pero lo mismo podía decirse de quienes proponían extirparla de un sólo tajo, de un día para otro. Para ellos resultaba evidente que
había «ciertas disposiciones preparatorias sin las cuales sería muy
aventurada y peligrosa la transición más o menos rápida del trabajo forzado al voluntario.»'” ¿Cómo evitar la súbita interrupción de los trabajos
agrícolas,
el abandono
de las fincas, la irrupción
de
huestes indisciplinadas en las ciudades y los campos, el encarecimiento repentino de los jornales, la falta de capital en los hacendados para pagar los jornales, la probabilidad de que temores exagerados o alarmas infundadas hicieran retirar de la Isla cuantiosos capitales, produciéndose una gran crisis financiera? Mediante la aplicación efectiva de un plan gradual de emancipación que diera tiempo a la organización del nuevo régimen de trabajo se evitaría ese desastre. Ese plan estaría integrado por los siguientes puntos: 1) Supresión positiva y total de la trata.
2) Libertad de vientres: a partir del día de la publicación de la ley todo hijo de esclava nacería libre. 3) Patronato: los hijos de esclavas quedarían bajo el patronato de los señores de sus madres hasta los diez y ocho años si fueren hembras y hasta los veintiuno si varones. 4) Censo y registro: todos los: esclavos sería anotados en un registro. (Quienes no aparecieran en él, serían libres. Desde ese momento todo esclavo que entrase en Cuba adquiriría automáticamente su libertad. 5) Indemnización: los poseedores recibirían una compensación monetaria por los esclavos de su propiedad que fuesen libertados. 15.
Información, Vol. Il, pp. 257-272.
16.
Información, Vol. IT, p. 272.
17.
Información, Vol. II, p. 282.
135
6) Concesión de libertad a todos los esclavos mayores de sesenta
años que lo solicitasen. 7) Lotería: creación de una lotería anual y gratuita en Cuba para
irle concediendo la libertad gradual a un número determinado de esclavos, mediante un sistema de coartación que garantizaría a la mayoría de los esclavos existentes la libertad en un plazo de siete años. 8) Banca: autorización al gobierno de la Isla para establecer en
La Habana (con sucursales en todo el país) un banco de depósitos,
préstamos y descuentos y de crédito hipotecario y agrícola, faculta-
do para emitir billetesy bonos. Su capital inicial sería de veinte
millones de pesos. Por lo demás, los comisionados no establecían prioridades entre estas demandas sociales y las políticas. Ambas —creían— se daban
la mano y se completaban mutuamente, pero ellos no hacían de-
pender la.primera condición "de la segunda ni viceversa. La tarea
era, empero, considerada urgentísima. Y demandaba la colabora-
ción de todos: «Lo repetimos —dice elvinforme—: la esclavitud que
fulgura en Cuba, con sus últimas llamaradas,y que tal vez por eso
tiene para algunos la.bella pero tétrica brillantez de todo lo que se
extingue en la historia, después-de haberla llenado largo tiempo, tiene que desaparecer porque así lo quierela Providencia, y porque así lo quiere la Providencia vemos. que hoy, en su hora fatal, básta
ser hombre, cualquiera que sean sus creencias, su condición o su estado, para votar su perpetua condenación. ¿Es ese hombre:cris-
tiano? Pues votará, porque su creencia le manda amar a su prójimo, y no querer para él lo que para sí. mismo no quiera. ¿Es racionalista? Pues la razón le hará votar, porque la razón le enseña a conocer
la responsabilidad humana y a no-violarla. ¿Es partidario | de la autoridad? Pues votará, porque la: autoridad que exige la obediencia, descansa en la igualdad ante la ley. ¿Es liberal? Pues ¿cómo no
ha de votar si la libertad es la que viéne.a rogárselo? ¿Es amo? Pues el miedo, cuando no sea virtud alguna, a su pesar le arrancará su voto. ¿Es esclavo? ¡Ah! los esclavos no tienen voto en el debate, pero
aguardan el fallo con ansiedad,y el espectáculo de hermanos a
millones. que no arrastran ya cadenas, les infunde la esperanza consoladora de que ellos a su.vez no han de ser más desgraciados.»'
La abolición de la esclavitud —agregan— es la base y complemento de todas las demás
reformas que
18. Información, Vol. II, p. 297.
- 136
reclaman.
Sin ella a Cuba
le
serían vedados la tranquilidad en el presente y la ventura en el
porvenir. El grupo reformista que presentó estos avanzados y patrióticos
informes ante la Junta estaba integrado por José Morales Lemus, el conde de Pozos Dulces, Nicolás Azcárate, José Antonio Echeverría, Calixto Bernal, Agustín Camejo, Manuel de Ortega, José Miguel Angulo Heredia, José de la Cruz Castellanos, Antonio Ro-
dríguez Ojea y Tomás Terry. Nótese que la lista no incluye el
nombre de José Antonio Saco, a pesar de ser éste miembro de la delegación cubana. Es que Saco se había convertido en una auténtica momia política. Su pensamiento no había avanzado un ápice de las posiciones que ocupaba en la década del treinta. Seguía siendo enemigo de la trata, pero nunca demandó la abolición legal de la esclavitud, ni siquiera en forma gradual. Al otro lado de la cerca, en el grupo oficial designado por el gobierno, aparecía otra figura anteriormente estudiada en esta obra: Ramón de la Sagra, cuyo caso era peor que el de Saco, pues si el pensamiento de éste había permanecido estático, el de la Sagra había retrocedido. Su posición sobre la esclavitud en las sesiones de la Junta fue, en el mejor de los casos, vacilante y vaga. Y al referirse al trato que debían recibir los esclavos, el antiguo vocero del socialismo utópico, en 1866 defendía nada menos que el uso del látigo para mantener el orden de las negradas en los ingenios. En
las líneas
finales
de
su último
informe,
los comisionados
reformistas criollos se refieren a las tres fuerzas providenciales que guían a los pueblos en el camplimiento de sus destinos: la libertad, la justicia y la esperanza. Las peticiones claves que los líderes de la burguesía liberal cubana presentaron al gobierno metropolitano pueden resumirse en dos palabras: autonomía y abolición. Esos dos conceptos constituían la expresión práctica, en 1866, de lo que ellos entendían por justicia y libertad. Y en el mensaje iba envuelta la esperanza de un desarrollo progresivo y pacífico de la sociedad cubana. Hoy sabemos que, en definitiva, esa no fue la ruta que tomó la historia de la Isla. Al destruir esa esperanza, ciegamente, después de haberla despertado en el pueblo de Cuba con la convocatoria de la Junta, España no le dejó abierto al patriotismo insular más que un camino: el de la violencia revolucionaria. Y fue por esa vía sangrienta y dolorosa —que los comisionados reformistas vanamente trataron de evitar— por donde vino a resolverse en Cuba la batallona cuestión de la esclavitud de los negros.
137
CAPÍTULO II
ABOLICIONISMO E INDEPENDENTISMO, 1868-1886 ¡Y qué bandera tan noble (la de Céspedes)! ¿Veis esa estrella? Pues esa estrella ilumina un gran acto de reparación y de justicia. Significa enhorabuena, libertad, igual dad, fraternidad; significa, es cierto, todos los gloriosos principios legados por 1789; pero significa especialmente otra cosa más grande todavía: abolición de la esclavitud. JosÉ MANUEL MESTRE
(Discurso en New York,
11 octubre 1869)
La Guerra de los Diez Años: la abolición mambisa
La campana del ingenio La Demajagua repicó a toda voz el 10 de
octubre de 1868. No llamaba a comenzar las labores de la zafra. El
propietario, Carlos Manuel de Céspedes, se había reunido ese día con un grupo de patriotas para proclamar la independencia de Cuba. Y ahora convocaba a los negros de la dotación para comunicarles que desde ese momento eran hombres libres y podían —si lo
deseaban— unirse a la gran causa. De ese modo se iniciaba un
movimiento revolucionario de enorme trascendencia: una guerra liberadora que, repleta de vaivenes, iba a prolongarse por tres largas décadas (1868-1898) y acabaría por producir, entre otras,
dos fundamentales transformaciones históricas: el fin de la dominación colonial de España en Cuba y la abolición de la esclavitud.
La fusión del independentismo con el abolicionismo tiene lugar en el campo mambí durante la primera fase de ese conflicto, la
llamada Guerra pero
no de modo
Grande
o Guerra de los Diez Años
inmediato,
desde
sus
mismos
(1868-1878),
inicios.
Aun
con
respecto a la independencia, el liderazgo del movimiento revolucionario iniciado en La Demajagua el 10 de octubre tuvo sus vaci-
laciones. En carta del 24 de ese mes, Céspedes, «Perucho» Figuere-
do, Maceo Ossorio, Masó y otros jefes de la insurrección ron al secretario de Estado de los Estados Unidos para los motivos que los movían al alzamiento y pedirle su ayuda. Recordándole los lazos que unían a su país
se dirigieexponerle apoyo y su con Cuba,
agregaban: «... No será dudoso ni extraño que después de habernos
constituido en nación independiente formemos más tarde o más temprano una parte integrante de tan poderosos Estados porque los pueblos de América están llamados a formar una sola nación y a ser la admiración y asombro del mundo entero.»! Si este anexionis1.
Portell Vilá, 1939, IL, p. 271.
141
mo de los líderes orientales casi se confunde con el que pudiera
llamarse
«continentalismo
bolivariano»,
el
que
predominó
en
Camagúey nofue tan moderado. La Asamblea de Representantes del Centro, cuatro días antes de la reunión histórica de Guáimaro, elaboró dos documentos saturados de anexionismo puro. En una
carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, general Grant, se le dice que «el deseo bien manifiesto de nuestro pueblo, la estrella solitaria que nos sirve de bandera,» no era otro que el de incorporarse a «las que resplandecen en la de los Estados Unidos.» En otra carta, dirigida al senador general Banks, se le expuso que «Cuba desea, después de conseguir su libertad, figurar entre los
Estados de la gran República.»* Y en nota oficial fechada el 20 de
abril de 1869, la Cámara de Representantes reunida en Guáimaro
acordó comunicar al pueblo y al gobierno de los Estados Unidos que
era deseo casi unánime de los cubanos incorporarse a la federación
norteamericana y que «si la guerra actual permitiese que se acu-
diera al sufragio universal, único medio de que la anexión legíti-
mamente
se verificara,
ésta
se realizaría
sin demora.»?
No
nos
corresponde entrar aquí en el análisis de los complejos factores diplomáticos, geopolíticos, económicos y sociales que hicieron fracasar estos designios anexionistas. El gobierno de Grant adoptó una política de desprecio ante las peticiones de ayuda que recibía de Cuba y los mambises cubanos al fin reaccionaron contra los repudios norteños, alzando el pabellón del independentismo radical
y absoluto.
|
Parecidas vacilaciones ideológicas se producen con respecto al abolicionismo.* Como acabamos de ver al comienzo de este capítulo, Carlos Manuel de Céspedes dio libertad a sus-esclavos al alzarse en
La Demajagua y los incorporó en seguida a las filas del Ejército
Libertador. Sin embargo, en el Manifiesto del 10 de octubre Céspe-
des sólo dice: «Deseamos la emancipación gradual y bajo indemni-
zación de la esclavitud.» El 28 de octubre de.1868 los regidores del primer municipio libre de la Isla, Bayamo, acordaron unánimemente la abolición inmediata y absoluta de la esclavitud.? Pero dos semanas después, Céspedes inicia el proceso de las ambigúedades: como «capitán general de la República en armas» dispone en un 2.
Roig de Leuchsenring, 1950, p. 133.
3.
Ibídem, id., id.
4. Para un estudio de las causas de estas oscilaciones iniciales del pensamiento mambí en 1868, véase J. Castellanos, 1955, pp. 73 y ss.
5.
Morales y Morales, 1904, p. 141.
142
bando que se ampare a los hacendados en la posesión de todas sus propiedades, incluyendo sus esclavos y decreta pena de muerte para los soldados y jefes revolucionarios que «incendiasen, robasen o estafasen a los ciudadanos pacíficos, así como los que se introdujesen en las fincas, ya sea para sublevar ya para extraer sus dotaciones.»? El 27 de diciembre se ratifica esta posición equívoca. Céspedes dicta un decreto en el que, tras afirmar que la esclavitud era incompatible con el espíritu de la guerra emancipadora, se conservaba viva, en lo fundamental, la institución hasta que el país pudiese decidir por medio del sufragio tan difícil cuestión. Este documento se abre con estas nobles palabras: «La revolución de Cuba, al proclamar la independencia de la patria, ha proclamado con ella todas las libertades, y mal podría aceptar la grande inconsecuencia de limitar aquellas a una sola parte de la población del
país. Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista; y la abolición
de las instituciones españolas debe comprender y comprende por
necesidad y por razón de la más alta justicia la de la esclavitud como la más inicua de todas.»” Sin embargo, de seguido, la emanci-
pación absoluta se pospone, clasificándose los esclavos en cinco categorías y otorgándole a cada una de ellas una solución provisional distinta. 1) Los esclavos que los dueños quisiesen emancipar quedarían libres tan pronto fuesen presentados con ese objeto a los jefes militares, reservándose a los propietarios el derecho a la indemnización que la nación acordare decretar más adelante. 2)
Con los esclavos de cubanos leales a la causa y de los españoles y extranjeros neutrales se procedería de acuerdo con el principio de
«respeto a la propiedad proclamado por la revolución.» 3) Los esclavos de los enemigos del movimiento serían confiscados con sus demás bienes y declarados libres, sin derecho a indemnización. 4)
Los esclavos facilitados por los amos para el servicio de la revolu-
ción sin darles libertad, seguirían siendo propiedad de los mismos mientras la cuestión social quedase por resolver. 5) Los esclavos de los palenques que se presentasen a las autoridades cubanas serían declarados libres, con derecho a residir entre los mambises o a continuar en sus poblaciones del monte, reconociendo y acatando el
gobierno de la revolución.? Aunque con estas medidas probable-
mente la mayoría de los esclavos que residían en el territorio liberado por los mambises en la provincia de Oriente alcanzaban su 6.
Cit. por Cepero Bonilla, 1976, p. 117.
7.
H. Pichardo, 1971, Í, p. 371.
8.
Zaragoza, 1873, Il, pp. 742-743.
143
libertad, muchos otros desde luego no la recibían, creándose así una contradicción
que ponía en entredicho
proclamado en el prólogo del decreto.
el principio
|
abolicionista
La actitud camagúeyana fue, desde el principio, más radical a este respecto. La Asamblea de Representantes del Centro promulgó el 25 de febrero de 1869, tan pronto fue constituida, una ley abo-
liendo la esclavitud con promesa de pago de indemnización a
los
dueños de esclavos. Los libertos, por esa ley, eran ordenados a contribuir con sus esfuerzos a la independencia de Cuba «gozando del mismo haber y las propias consideraciones que los demás. soldados del Ejército Libertádor.»? Siguiendo por esa ruta, la Asamblea de Guáimaro, en el artículo 24 de la Carta Magna allí aprobada para todo el país en armas; estableció: «Todos los habitantes de la República son enteramente libres.» Parecía.que la esclavitud quedaba abolida. Pero las anfibologías no habían sido eliminadas..
El 5 de julio de 1869 la Cámara de Representantes recién creada
acordó un Reglamento de Libertos. que, en la práctica, funcionó como el sustituto vergonzante de una ley reguladora de la esclav1tud. Por él se concede a los antiguos esclavos el derecho a separarse de la casa de los que fueron sus dueños, pero se les exige que en seguida se dirijan a la Oficina de Libertos más cercana «a fin de que ésta los coloque con otros patronos, de cuya casa no podrán separárse sin razones poderosas aducidas previamente en la misma oficina del ramo» (artículo 3). Se creaba, además, la «Oficina Principal de Libertos», con secciones subordinadas en las distintas
dependencias de la oficina de Gobernación. Ese organismo formaría
un censo de los libertos, intervendría en los contratos por los cuales los libertos arrendaban sus servicios, colocaría en familia con pa-
trón o sin él a los que no estuviesen en el servició militar y terciaría en las dificultades que: se suscitasen entre patronos y libertos. El
artículo 8 estipulaba que, cuando en cualquier concepto, la decisión de una oficina subordinada desagradase a un liberto o aun patrono, el que por. ella se sentía agraviado podía apelar:a la Oficina Principal y de las resoluciones de esta oficina se podría apelar ante el Juez civil del domicilio: Ese curso zigzagueante, a ratos contradictorio, «de la política social de lá Revolución en sus primeros meses, se debe a razones más bien tácticas que ideológicas. Desde su comienzo en La Demajagua, el movimiento oscilaba entre la abolición inmediata y plena 9.
Morales y Morales, 1904, p. 143.
10.
Betancourt, 1928, pp. 455-457.
144
y un prudente gradualismo. Los partidarios de este último criterio
predominaron por un tiempo. Para ellos era preciso demostrar a la
opinión pública nacional e internacional que el gobierno revolu-
cionario respetaba cuidadosamente los derechos civiles de la ciudadanía, incluyendo el de la propiedad privada. Además, era necesario evitar en lo posible la desorganización económica en el campo mambí, tan necesitado de recursos. Y por último la cautela era necesaria para no asustar con-medidas radicales a los hacendados de Occidente, territorio hasta entonces. no tocado por la guerra
libertadora. El grupo radical de los abolicionistas a outrance se nutría de los millares de hombres del pueblo (campesinos, artesanos, obreros, exesclavos, profesionales modestos) que se incorpo-
raron a la lucha en demanda de libertad integral. Representativo
ejemplar de sus criterios era, por ejemplo, Máximo Gómez, cuya opinión sobre la esclavitud casi se confunde con su motivación revolucionaria: «Mis negocios de madera y otros —explica el Generalísimo— me llevaron a distintos ingenios y en uno vi, por primera vez, cuando con un látigo se castigaba sin compasión a un pobre negro, atado a
un poste, en el batey de la finca y delante de toda la dotación del
ingenio. No pude dormir en toda la noche; me parecía que aquel
negro era uno de los muchos que aprendí a amar y respetar al lado
de mis padres en Santo Domingo... Por mis relaciones con cubanos
entré luego en la conspiración; pero yo fui a la guerra, llevado por
aquellos recuerdos, a pelear por la libertad del negro esclavo; luego fue mi unión contra lo que se puede llamar la esclavitud blanca y
fundí en mi voluntad las dos ideas, a ellas consagré mi vida.»!
En el grupo moderado militaban los hacendados, terratenientes y demás elementos acomodados, con Carlos Manuel de Céspedes a
la cabeza, que al comenzar la lucha ostentaban la hegemonía del movimiento, hombres como «Perucho» Figueredo, dueño del ingenio «Las Mangas»; como Francisco Vicente Aguilera, propietario de extensas fincas, innumerables cabezas de ganado y varias fábricas
de azúcar; como Jaime Santiesteban, dueño del ingenio «Rosario»;
como Bartolomé
Masó,
Donato
Mármol,
Manuel
Calvar, Julio y
Belisario Grave de Peralta, ricos terratenientes; Pedro Maceo Osso-
rio, rico abogado,
etc. Tómese
a Céspedes
como símbolo. ¿Quién
puede discutirle al Padre de la Patria su hondo y sentido aboli-
cionismo? Sin embargo —lo hemos visto— Céspedes procedió con gran mesura en este campo. Dio, es cierto, libertad a sus siervos. 11.
Souza, 1936, pp. 24-25.
145
'
Pero no quiso darle el tajo final a la abominable institución. En
carta al Presidente de Chile explica así su actitud: «Solamente hemos respetado, aunque con dolor de nuestro corazón, porque somos acérrimos abolicionistas, la emancipación de los esclavos; porque es una cuestión social de gran trascendencia que no podemos resolver ligeramente ni inmiscuir en nuestra cuestión política, porque podría oponer graves obstáculos a nuestra revolución, y porque .nosotros no podemos arrogarnos el derecho de imponer nuestra voluntad a los pueblos de-Cuba, que son los que están
llamados a disponer de sus destinos cuando hagamos quedar triun-
fante la bandera republicana, y cuando obliguemos a salir precipi-
tadamente de Cuba a los representantes del odioso gobierno de España.»!? ¿Por qué consideraba Céspedes como peligroso el aboli-
cionismo radical en ese momento?
Lo explica Antonio Zambrana:
«... Teniendo la Revolución en su favor el apoyo caluroso de las clases acomodadas, era preciso no perjudicar su prestigio con una
sola medida que sembrara en ellos la alarma y produjese su desa-
fección...»** Con absoluta sinceridad Zambrana explica cómo él gobierno revolucionario se vio obligado a maniobrar entre los extremos: «La primera cuestión por su importancia y por su urgencia,
era la esclavitud. La Asamblea del Camagúey la había abolido. La
Constitución del 10 de abril declaraba igualmente libres a todos los habitantes de la República. Pero el problema estaba todavía sin resolver del todo: pues la abolición podía hacerse más o menos ilusoria por medio de disposiciones reglamentarias.»!* Obviamente Guáimaro había sido una suerte de transacción. Para complacer los anhelos democráticos y radicales de los de abajo: abolicionismo plasmado en el artículo 24 de la Constitución. Para contemporizar
con los hacendados de Occidente: Reglamento de Libertos del 5 de
julio. Ese equilibrio era, empero, inestable. No podía sostenerse. No se sostuvo.
Muchos
eran los factores que conspiraban
contra él. Su
declarada provisionalidad le restaba solidez. La composición social de la oficialidad mambisa tampoco le era favorable. A medida que
pasaban los meses, el campo que se fortalecía dentro del Ejército
Libertador era el popular: el de los campesinos blancos pobres y
medios, el de los negros y mulatos libres, el de los esclavos recién
liberados: el de los Máximo Gómez, Calixto García, Antonio Maceo; 12.
Morales y Morales, 1904, p. 141.
13.
Zambrana,
14.
Ibídem, id., id.
1873, p. 48.
146
el de los Moncada, Bandera, Rabí, Crombet, Borrero, Cebreco, Regúeyfero, Cintra, Cecilio González... Y no era sólo que crecía su
número, sino que también subían de grado y aumentaban de rango
e influencia. Gómez pronto era general. Antonio Maceo, sargento en octubre de 1868, era teniente coronel en enero de 1869. Hay pruebas de que muchos de estos jefes, necesitados de brazos com-
batientes, no indagaban muy detenidamente si los exesclavos ha-
bían recibido autorización de sus amos para engancharse. Y por otro lado, expresaban con frecuencia su desacuerdo con el gradualismo oficial. Además, desde el primer momento del conflicto, comenzaron a prestar enormes servicios a la causa los más radicales
de los antiesclavistas cubanos: los esclavos prófugos que vivían en los palenques. Estas comunidades, largamente establecidas y protegidas, por su situación y organización eran ideales para hospitales de sangre, refugios, talleres y centros de producción agrícola de la Revolución.
Y
el peso
específico
de
estos
viejos
rebeldes
no
favorecía ciertamente las tendencias gradualistas. Sin embargo, de todos los factores integrantes del abolicionismo radical mambí, el más importante, el decisivo, fue el de los propios libertos. Para decirlo con Rebeca Scott, que ha estudiado el tema con gran abundancia de documentación original: mientras algunos oficiales rebeldes pretendían continuar tratando a los libertos como esclavos, gran número de libertos «no tenían intención de seguir comportándose como esclavos.»!* Todos los esfuerzos por restringir su libertad de movimiento fracasaron por completo. Las filas del ejército estaban abiertas. Los palenques, accesibles. Y la palabra libertad en todos los labios. El gesto inicial de Céspedes, de emancipar a sus siervos, no tuvo valor legal alguno, pero su potencia
simbólica fue enorme. Todo el mundo sabía que la esclavitud estaba
herida de muerte. ¿Por qué no acabar de enterrarla? Los libertos se
escapaban, desconocían las disposiciones gubernamentales, se consideraban totalmente libres. O, alternativamente, inundaban las oficinas del gobierno libre con reclamaciones. Y no sólo los hombres, también las mujeres libertas hacían lo mismo. No faltaron oficiales del ejército que, por su cuenta y riesgo, declararon el reglamento de libertos nulo e inválido. Y si el gobierno posponía la solución de la cuestión social para no alarmar a los hacendados, los libertos, -por
su parte, hacían uso de la libertad de palabra de que gozaban para llamar a sus hermanos todavía encadenados a alzarse contra España. Numerosas proclamas comenzaron a aparecer con ese men-
15. Scott, 1982, p. 53. 147
saje dirigido «A nuestros Hermanos Auxiliares del Gobierno Español» o «A los esclavos del Tirano» ... Algunos llevaban como firma «La Junta Libertadora de Color». Y en una de ellas, que llegó hasta
La Habana, se decía: «Los negros son lo mismo que los blancos. Los
blancos no son esclavos ni trabajan para los negros. Los negros no deben tampoco ser esclavos ni trabajar para los'blancos. Los cuba-
nos quieren que los negros sean libres. Los españoles quieren que los negros sigan siendo esclavos. Los cubanos están peleando contra los españoles. Los negros -que tienen vergienza deben ir a
pelear junto con los cubanos... Ya llegó la hora de pelear. Es mejor
estar en el monte peleando junto con los cubanos para que todos los hombres, lo mismo negros que los blancos sean libres, que estar trabajando como esclavos. ¡Viva la libertad! ¡Fuego a losi ingenios, y
al monte todo el mundo a pelear contra los.españoles!»!*
La política revolucionaria oficial sobre la esclavitud continuó oscilando por sólo unos meses. El 25 de diciembre de 1870, el
abolicionismo radical triunfó definitivamente, constituyéndose desde
entonces en aliado fiel y sostenido del independentismo criollo. En
ese día, en una Circular de extraordinaria trascendencia histórica, Carlos Manuel de Céspedes proclamó la liquidación del'Patronato y el fin de la esclavitud en el campo-insurrecto con estas elocuentes palabras: «El timbre más glorioso de nuestra Revolución, a los ojos del mundo entero, ha sido la emancipación de los esclavos, que, no encontrándose en plena capacidad durante los primeros tiempos de
su libertad para ejercer ciertas funciones a causa de-la ignorancia
en que el despotismo español los mantenía, habían sido. dedicados casi exclusivamente al servicio doméstico y al de la agricultura por
medio de confiscaciones forzosas; el transcurso de dos años ante el
espectáculo de nuestras libertades, es suficiente para considerarlos ya regenerados y franquearles. toda la independencia a que, con sujeción a las leyes, tienen indisputable derecho. Se hace, pues, necesario completar su redención, -si es posible emplear esta frase, y a la. vez emanciparlos de sus sérvicios forzosos. Por ello es que, desde la publicación de.esta circular, cesarán esas consignaciones,
quedando en libertad de prestarlos como lo tengan por conveniente,
y consagrarse como los demás ciudadanos a aquellas ocupaciones, que según su aptitud, les sean más propias en cualquiera de las esferas de “actividad de la República, sin que, bajo concepto ninguno, puedan permanecer ociosos. Para la explotación de fincas y demás trabajos a que estaban dedicados, pueden los gobernadores y 16.
Reproducido
por La Revolución de Nueva York, 18 de noviembre de 1869. -
148
demás funcionarios indistintamente, destinar a los libertos y a los demás ciudadanos, pues aquellos entran con iguales condiciones que éstos a formar parte de la comunidad republicana»?” Es interesante anotar que la mayor parte de los líderes iniciales del 68 vivían en las jurisdicciones orientales de Jiguaní, Bayamo, Manzanillo, Tunas y Holguín, donde los esclavos sólo alcanzabán a un siete por ciento de la población total. En Santiago y Guantána-
mo, donde la población esclava se elevaba a un treinta y cuatro y a un cuarenta y cuatro por ciento de la población, respectivamente, (es decir, casi tanto como en Matanzas, donde había un 46.8 por ciento) los terratenientes se decidieron por España, casi sin excepción.*” El tanto por ciento de esclavos en Camaguey y Las Villas era muy inferior al de las provincias occidentales. Aun así, en Cama-
gúey la revolución sufrió en sus albores las vacilaciones de su
primer general en jefe, el rico hacendado Napoleón Arango, quien entró en tratos con el general español Valmaseda y tuvo que ser destituido de su cargo por los patriotas camagúeyanos en la reunión de Las Minas, el 26. de noviembre de 1868. España había agitado el miedo al negro para paralizar al patriotismo cubano. La Guerra de los Diez Años hizo avanzar notablemente el proceso de fusión entre blancos y negros en una única realidad nacional. Manuel de la Cruz, con su habitual sagacidad, así lo entendió y lo dijo en un ensayo brillante: «Ese hecho único —el miedo a los negros— explica por qué la isla de Cuba no se emancipó al mismo tiempo que Colombia y Méjico y por qué el separatismo no fue franco, resuelto y unánime hasta el año 1868. La revolución de Yara tuvo su cuna en Oriente por muchas causas, pero principal-
mente porque allí se amaba y no se temía al negro; repercutió un mes después en Camagúey porque en el centro el negro era un
hombre y no una cosa; halló eco, cuatro meses después del 10 de
octubre en Las Villas, porque en ellas era menor el miedo al negro, y no halló simpatías en Occidente porque allí el negro era el coco de
los hombres y. el blanco de todos los odios.»*?
Desde el comienzo de la insurrección, las filas mambisas se nutrieron —ya lo hemos visto— de la gente de color de las tres provincias orientales. Y aunque no es posible calcular su número “exacto, hay evidencias de que pronto este sector de la población era 17. 18. 19.
Pirala (1896), II, p. 52. J. Castellanos (1955), p. 77. De la Cruz (1926), VII, pp. 25-26.
149
mayoritario en el Ejército Libertador.* Además, como dice Rebeca
Scott: «Desde todos los puntos de vista las fuerzas combatientes estaban notablemente integradas. Muchos oficiales de origen afro-
cubano y aun algunos que habían sido esclavos mandaban tropas
mixtas de blancos, negros y mulatos.»?! Y un famoso corresponsal, James O'Kelly, en un reportaje de gran fuerza probatoria hizo
constar que en las fuerzas revolucionarias cubanas «reinaba la más
perfecta igualdad entre la raza blanca y la negra, la precedencia de los oficiales responde sólo al rango, y aunque la mayoría de estos son blancos, una proporción muy elevada pertenece a la raza de color»?? Un gran número de chinos pronto se incorporó también al movimiento, gozando de la mayor igualdad. Es cierto que algunos jefes (el norteamericano Thomas Jordan, por ejemplo), se oponían en principio a un ejército mayoritariamente «de color» y aconsejaban la sistemática sustitución de negros por blancos. Pero la vida fue más fuerte que el prejuicio. Y las necesidades de la guerra pronto eliminaron esos distingos.
Desde luego, las diferencias culturales no podían ser borradas. La mayor parte de los oficiales negros eran criollos. Los bozales carecían de la base cultural para ocupar posiciones de mando, salvo
muy contadas excepciones. Los mulatos, particularmente, trataban
en todo momento de demostrar sus diferencias respecto a los recién
llegados de África. Relata O'Kelly que durante una fiesta en un campamento, lds negros bozales bailaban al son de sus tambores ancestrales;
los
soldados
mulatos,
al hablar
con
el visitante
se
20. Franklin W. Knight ha puesto en duda este hecho. (Ver Knight [1970)), pp. 167-168). En cambio Rebecca Scott, en un artículo documentadísimo dice: «Observadores contemporáneos, tanto partidarios como enemigos de la revolución, estaban contestes en afirmar la gran proporción de personas de color en el ejército rebelde. Véase, por ejemplo, el libro de James O'Kelly, The Mambi Land or Adventures of a Herald Correspondent in Cuba (Filadelfia, 1874, p. 221). O'Kelly estimó que sólo una tercera parte de los combatientes eran blancos. Los documentos rebeldes capturados por los españoles comprueban la veracidead de estos asertos, como puede verse en la carta de Thomas Jordan a Eduardo Agramonte de diciembre 16 de 1869 (hoy en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, colección Fernández Duro): «En mi inspección de tropas aquí (en Camaguey) así como también en Oriente, me ha sorprendido encontrar que más de la mitad de los soldados son negros (incluyendo muchos africanos) y chinos». (Ver Scott (1983), p.
452 nota). En Cuba, nadie que haya conversado con mambises (y los autores de este libro lo hicieron muchas veces) puede poner en duda que tanto en el 68 como en el 95 la mayoría del ejército libertador estaba integrada por cubanos de color.
21. Scott (1982), p. 66. 22. O'Kelly (1874), p. 221.
150
referían a ellos como «bárbaros.»” Pero con todo, el crisol funcionaba. Las distinciones lengúísticas se superaban. Las costumbres se identificaban. Los ideales se fundían. Y una nueva sociedad se iba
constituyendo al calor del incendio bélico. Así lo reconoce Rebeca
Scott, cuando califica de extraordinario al ejército que surgió del seno de la sociedad esclavista de Cuba, y agrega: «Su carácter se
debía en parte a la estructura social menos rígida del extremo
oriental de la Isla, en parte a la ideología de la insurrección y en parte a las presiones ejercidas por los combatientes mismos, particularmente por los pequeños campesinos blancos y las personas
libres de color.»**
No podían faltar —y no faltaron— en este cuadro los puntos negativos. Los prejuicios raciales no mueren fácilmente, ni siquiera en medio de la lucha por la independencia y la igualdad. Las «preocupaciones», como entonces se decía, llevaban a la indecisión y
a los abusos,
que ciertamente
existieron en el campo
mambí.
Ya
vimos cómo, al principio, el ejército se apropió de los libertos. También hubo burócratas insurgentes que obligaron a las libertas a servirles de criadas y aún el jefe del Ejército, general Quesada, ordenó alguna vez a un subordinado: «De los hombres que ... tiene, destine usted a los blancos a las armas y los libertos con raras excepciones a la agricultura.»*” Y estos distingos raciales no cesaron con la liquidación de la esclavitud en el territorio del país. Testimonio de ello lo encontramos en una carta del general Máximo Gómez a Ramón Roa, en la que decía: «En cuanto a Maceo, me cabe la gloria, que tú me reconoces, de haberlo conocido desde el principio, y de ahí su designación para puestos elevados siempre, a pesar de menguadas, tristísimas preocupaciones y perturbadoras camarillas.»% Y el propio general Antonio se vio obligado a protestar en el curso ya avanzado de la guerra contra el racismo impenitente y divisionista. En 1876, en una carta al presidente de la República denuncia a quienes lo calumnian de «sobreponer los
hombres de color a los hombres blancos» y en un párrafo antológico resume su posición definitiva sobre el problema: «Y como el nente precisamente pertenecea la clase de color, sin que por considere valer menos que los otros hombres, no debe ni consentir, que lo que no es ni quiere que suceda tome cuerpo 23.
Ibídem, p. 223.
24.
Scott (1982), p. 70.
25. 26.
Scott (1983), p. 450, nota. Cit. por Franco (1975), l, p. 56.
151
expoello se puede y siga
extendiéndose; porque así lo exigen su dignidad, su honor militar, el puesto que ocupa y los lauros que tan legítimamente. tiene
adquiridos.
Y protesta enérgicamente
con todas sus fuerzas para
que ni ahora, ni en ningún tiempo, se le considere partidario de ese sistema, ni menos se le tenga como autor de doctrinas tan funestas,
máxime cuando forma parte,.y no despreciable de esta República democrática que ha sentado como base principal la Libertad y la Fraternidad, y.que ro reconoce jerarquías.»?
. Residuos discriminatorios persistían, pues, en la manigua. Pero esta carta de Maceo testimonia el gran cambio que en ella se había producido en el terreno de lás relaciones raciales. En primer lugar,
nótese, la escribe un general-(Maceo había sido ascendido a brigadier en 1873) al mando de una división del Ejército Libertador, integrada por blancos, negros y-chinos. Ese sólo hecho tiene una
significación - epocal. Pero,
legítimo orgullo
además, el autor de la. misiva refleja
de su raza. Y ése. había
sido uno
de los méritos
capitales del conflicto: restituirle al negro la confianza en sí mismo,
confirmarle en el goce de su plena dignidad personal, destruyendo
los sentimientos de inferioridad que siglos de esclavitud habían depositado en el corazón de muchos de ellos. Y, por último, la carta está regida por el espíritu de la más amplia igualdad y la más honda fraternidad humanas. Con ella proclamaba el general Anto-
nio la gran consigna de la unidad nacional entre hombres de todas las razas y todas las procedencias, sin la cual el triunfo: de-la
revolución era imposible. No cabe duda alguna de que estos criterios eran compartidos no sólo por millares de cubanos de color -para quienes Maceo era un ídolo, sino por millares de hombres blancos que veían en él un dirigente inigualable. La Guerra Grande produjo
en Antonió Maceo el primer gran líder de la gente de color. Pero
significativamente, éste era además un líder de todos los cubanos. Del fondo de la población más humilde del país había surgido una figura directriz de carácter auténticamente nacional; que al terminar la guerra y producir la admirable Protesta de Baraguá habría de adquirir proporciones heroicas.. | La manigua fue el gran caldero en el que, para usar una imágen
de Fernando Ortiz, el ajiaco demográfico criollo, hecho de gentes de todas las procedencias,
cuajó por primera vez. El proceso transcul-
turativo adquirió en ella un ritmo aceleradísimo. Hombres guiados
por idénticos ideales, identificados por la simpatía, acercados por la existencia en común, rompen más fácilmente las barreras cultura27.
H. Pichardo (1971), p. 396.
152
les que los separan y se nutren mutuamente de sus modos de vida. Con mayor o menor pureza, las peculiaridades lingúísticas, los
hábitos, usos, costumbres, y tradiciones, así como las notas folkló-
ricas de sus cuentos, proverbios, chascarrillos, canciones, etc., circulan constantemente en ambas direcciones, pugnando por devenir un solo espíritu popular. Terminada la larguísima guerra, hombres y mujeres de todos los colores, al regresar asus lugares de origen, llevan consigo (probablemente sin saberlo) un alma nueva y una nueva voz que, a su vez, van a ejercer decidida influencia sobre el
proceso aculturativo «normal» que desde siglos venía produciéndo-
se. La manigua depuró el alma nacional cubana pero también sirvió muy efectivamente al progreso y a la ampliación de la influencia de la cultura afrocubana. Tanto en lo político como en lo
social, la Guerra de los Diez Años marca un hito en el proceso
evolutivo del país. Y en lo social, lo más importante es el golpe de muerte que se le da a la esclavitud. De todos los factores que contribuyen a eliminar la nefasta institución, el capital es la Guerra Grande. Á veces, esta
categórica verdad se ve opacada en las obras que estudian el hecho
abolicionista cubano por el énfasis con que subrayan otros elementos del cuadro: ya los externos (situación política dentro de España; conflictos diplomáticos entre España, Gran Bretaña y Estados Unidos, etc.), ya los internos del desarrollo económico de la Isla (sobre todo el progreso tecnológico en la industria azucarera). Todos ellos contribuyeron, sin duda, al resultado final. Pero quien le dio el golpe de muerte a la esclavitud en Cuba fue el movimiento revolucionario que se inició al toque de la campana de La Demajagua. Con la aguda penetración de su genio, así lo vio José Martí
cuando dijo en 1894: «Sobre espectáculos del mayor horror brillaba
impasible el sol de Cuba antes de la revolución de 1868... El hecho tremendo estaba allí, y no había quién hiciese desaparecer el hecho.
El hombre negro era esclavo allí. El látigo, lo mismo que el sol se
levantaba allí todos los días. Los hombres, como bestias, eran allí arreados, castigados, puestos a engendrar, despedazados por los perros en los caminos. El hombre negro vivía así en Cuba, antes de la revolución. Y se alzaron en guerra los cubanos, rompieron desde su primer día de libertad los grillos de sus siervos, convirtieron a
costa de su vida la indignidad española en un pueblo de hombres
libres. La revolución fue-la que devolvió a la humanidad la raza negra, fue la que hizo desaparecer el hecho tremendo. Después, en los detalles, en las consecuencias, en las costumbres puede haber quedado algo por hacer, con problema tan profundo y difícil, en el
153
espacio insuficiente de una generación... Después, por la vía abierta, por la vía teñida con la sangre de los cubanos de la redención, pudieron criollos o españoles, forzar a España a las consecuencias de la abolición de la esclavitud, decretada y practicada por la revolución cubana. Pero ella fue la madre, ella fue la santa, ella fue
la que arrebató el látigo al amo, ella fue la que echó a vivir al negro de Cuba, ella fue la que levantó al negro de su ignominia y lo
abrazó, ella, la revolución cubana. La abolición de la esclavitud — medida que ha ahorrado a Cuba la sangre y el odio de que aun no ha
salido, por no abolirla en su raíz, la república del Norte— es el
hecho más puro y trascendental de la revolución cubana. La revolución hecha por los dueños de esclavos declaró libres a los esclavos.
Todo esclavo de entonces, libre hoy, y sus hijos todos, son hijos de la revolución cubana.» La Guerra del 68 terminó con el Pacto del Zanjón en 1878. Cansados de tan larga lucha, los patriotas llegaron a un acuerdo de paz con los representantes de España. Pero en un punto fueron totalmente intransigentes: los negros que la revolución había liber-
tado no podían regresar a las viejas cadenas infames. El artículo segundo del convenio proclamaba el «olvido de lo pasado» y una
amnistía
para todos los revolucionarios
envueltos de un modo
u
otro en el conflicto. El artículo tercero concedía incondicionalmente
su libertad a los esclavos y a los colonos asiáticos que se hallaban en las filas insurrectas. De ese modo se creaba automáticamente una contradicción, un absurdo insostenible: los esclavos que se habían alzado contra España ahora eran libres, mientras que los que habían permanecido fieles a.ella, continuaban siendo esclavos. Este desequilibrio aceleró notablemente el proceso abolicionista, que el
gobierno español —forzado por las circunstancias— había ya iniciado, hasta producir la liquidación del régimen de servidumbre en toda la Isla.
La abolición metropolitana, 1870-1886
En lo que a la esclavitud se refiere, La Demajagua y Guáimaro
colocaron a España contra la pared. Desde el 10 de octubre de 1868, la presión que el abolicionismo peninsular ejercía sobre los círculos
oficiales se había reforzado con un soberbio argumento. La vieja amenaza integrista —el coco del «peligro negro»— -
28.
Martí (1964), 1, 2a. parte, pp. 488-489
154
no funcionaba
ya. Ahora el reto venía de la manigua. ¿Permanecerían pasivos los negros? ¿O se incorporarían a los insurrectos para pelear contra quienes los mantenían en la esclavitud? Además, la situación política era totalmente distinta en España. La Revolución Gloriosa había derrocado en septiembre de 1868 a Isabel Il y el gobierno provisional, en las manos liberales de Prim y Serrano, contaba con el apoyo de figuras como Dulce, Sagasta, Castelar, Figuerola, etc., que favorecían una solución rápida de la cuestión esclavista en las Antillas. Sin embargo, España nunca supo ceder a tiempo. Cierto es que el gobierno provisional se pronunció en favor de la libertad de vientres el 29 de septiembre de 1868, pero esa medida fue rechazada en Cuba por las autoridades. En octubre del 68 la Sociedad Abolicionista en un gran mitin pidió en Madrid la inmediata aprobación de una ley de abolición. E idéntico gesto tuvo la Academia de Jurisprudencia el 30 de noviembre del mismo año. El periódico El Abolicionista, que había sido clausurado por el gobierno Borbón, salió otra vez a la luz. El clamor ensordecía. Pero el nuevo régimen, plagado de problemas, no se decidía a dar el paso decisivo. Temiendo que Isabel II encontrase en la reacción cubana apoyo para sus planes de retorno al poder, la Junta provisional vacilaba: ¿No sería mejor esperar a la próxima reunión de las Cortes? ¿No debía prestarse atención a los intereses económicos afectados? ¿Cuál era la verdadera opinión cubana sobre la materia? ¿No acababa de publicar La Política de Madrid un artículo del más famoso y respetado de los cubanos que vivían en Europa, José Antonio Saco, pronunciándose contra la abolición y agitando el antiquísimo argumento racista: «Recordemos a Haití»? Como siempre, las autoridades tomaron el camino más fácil: posponer, esperar. Mientras tanto el desarrollo de la revolución independentista en la Isla, cada día más claramente al lado de la abolición, mantenía la cuestión social al rojo vivo. Hasta el Capitán General, Caballero de Rodas, comenzó a coquetear con las reformas. En septiembre de 1869, en una comunicación al ministro de Ultramar, expresó su criterio: en la práctica —decía— con la insurrección la esclavitud había muerto en Cuba. La libertad de vientres era una medida «urgentemente necesaria».? Pero ni siquiera opinión tan importante pudo conmover la resistencia del poderoso lobby esclavitsta de Madrid. Este se había ganado el apoyo nada menos que del nuevo ministro de Ultramar, López de Ayala, quien en las Cortes
había proclamado .1.
que era imposible resolver el problema de la
AHN, Ultramar, Legajo 4933, Vol. IV.
155
esclavitud en la Isla mientras durase en ella la insurrección. Esa se convirtió, por largos meses, en la política oficial del gobierno «liberal». Hubo que esperar a que Prim se viese acorralado por el progreso de la revolución en Cuba, por sus promesas a los abolicionistas puertorriqueños y, sobre todo, por el fracaso de sus nego-
ciaciones secretas de venta de Cuba:a los Estados Unidos, para que
se decidiese a hacerle, por fin, concesiones a la opinión pública internacional y predominara otra vez la lógica de los hechos: Ma-
nuel Becerra. sustituyó: a López de Ayala en el Ministerio de Ultramar. Como
creía que
sólo concediendo
reformas podría España
retener a Cuba en sus manos, logró el 10 de septiembre que se nombrase-una comisión (de la que formaban parte abolicionistas de rango, como Labra, Pastor, Sanromá.y otros) para estudiar los
cambios políticos, administrativos y sociales que era preciso intro-
ducir en las:colonias. El trabajo de esa comisión resultó infructuoso en cuanto a Cuba, pero a fines de:1869 produjo un plan para la abolición de la esclavitud en. Puerto Rico, que fue discutido pór el Consejo de Ministros aunque éste trató portodos los medios posibles de mantenerlo en secreto. La obvia inconsistencia de los liberales españoles en el poder,
sirvió de poderoso argumento a los propagandistas de la revolución
cubana en su campaña a favor de la independencia. El periódico oficial del exilio La Revolución; publicado en Nueva York, constantemente destacaba el contraste entre las vacilaciones de Madrid y la firmeza ideológica de Bayamo:.«..Cuba no ha titubeado' an instante (decía un editorial del 11 de noviembre' de. 1869)... palabra emancipación ya es una realidad; y los hombres de color Ta deben a nosotros, que no comprendemos la libertad sino para todos .. La historia mañana... colocará entre los verdaderos bienhechores
de la humanidad al pueblo heroico y lleno de abnegación que supo...
romper voluntariamente las cadenas de sus esclavos y los elevó a: la
dignidad de ciudadanos y hombres libres...»? El periódico abierta-
mente incita a las masas negras para que se incorporen a la guerra contra la metrópoli. ¿Qué es lo que deben hacer los negros ante. las atrocidades que el gobierno español realiza contra ellos? «Auxiliarse unos a otros, unirse a sus hermanos para escapar con su'existencia,
conspirar de veras para alistarse contra el enemigo y defender a todo trance la bandera de Cuba, que es la única que les promete 2.
La Revolución, Núm. 64, 11 noviembre, 1869. El énfasis sobre la libertad es
del propio periódico.
156
dicha y libertad.»? Y no sólo en la prensa. No hay acto separatista
donde no se toque el tema de la abolición. Una sola muestra entre mil. En el banquete que la Junta Central Republicana de Cuba ofreció al general Thomas Jordan el 12 de mayo de 1870 en Nueva York, José Manuel Mestre pronunció estas palabras: «El movimiento que tan profundamente agita en estos instantes al pueblo
cubano, no es tan sólo una revolución política: es también una
revolución social. No es tan sólo una lucha contra la tiranía más insoportable que registra la historia, sino además la redención de cuatrocientos mil esclavos, en cuyas cadenas encontraban extraño
y sombrío reflejo las luces del siglo XIX. La revolución cubana, no
sólo se inspira en el odio a los opresores, sino en el amor a los oprimidos; al “paso que reclama el derecho, no olvida el deber; y
proclamando libertad, igualdad, justicia para todos, ha sido conse-
cuente con los preceptos del cristianismo y con las exigencias de la
civilización... He ahí una gloria que no puedo menos que indicar para mi patria en los momentos en que el general Jordan viene a decirnos que en Cuba Libre la abolición de la esclavitud es un hecho y que únicamente existen esclavos donde ondea todavía la bandera española... Cuba no ha necesitado de una lenta transformación para regenerarse socialmente. Penetrada de que lo bueno no puede hallarse en esencial desacuerdo con la alta conveniencia de las sociedades, supo comprender, con rara lucidez desde los primeros
albores de su nueva vida, su sagrado deber, y hubo de cumplirlo sin vacilación alguna. Lo que en otros pueblos no ha sucedido sino tras
largos años y al través de innumerables obstáculos, en Cuba ha pasado en un día, en una hora...» Y alzando su copa Mestre exclamó: «Señores: ¡A la abolición de la esclavitud!»*
En abril de 1870 la crisis interna de la política española obligó a
un cambio de gabinete que convirtió en ministro de Ultramar al vicepresidente de la Sociedad Abolicionista, Segismundo Moret. Las victorias de los rebeldes criollos, las presiones diplomáticas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, así como la acción incesante de los abolicionistas peninsulares, decidieron al nuevo gabinete a actuar. El 28 de mayo de 1870 Moret presentó a las Cortes
un proyecto de ley para la abolición de la esclavitud en las Antillas
Españolas. La discusión en el parlamento llegó a su punto culminante con un discurso de Emilio Castelar en defensa de una enmienda suya que proponía la abolición inmediata. El ilustre orador 3.
La Revolución, Núm. 77, 11 diciembre, 1869.
4.
La Revolución, Núm.
142, 14 mayo, 1870.
157
puso de relieve la gran verdad política del momento: la revolución
de septiembre era una alianza entre moderados y radicales, entre el gradualismo y el inmediatismo. La Ley Moret respondía a la primera tendencia y no a la segunda. Y Castelar se proponía destruir todos los argumentos en que la «moderación» se basaba para detener el curso natural de la historia. Demostró que el derecho a poseer cosas no podía proteger el crimen de poseer almas. Puso
en claro que
los negros
estaban
perfectamente
preparados
para la libertad. Y a los que defendían la abolición gradual por los «males» que traería la inmediata les respondió diciéndoles: «Por muy grandes que esos males sean, son mayores los males que cura.» No hay esclavitud sin trata y ésta es el pecado más vergonzoso de la historia. No hay esclavitud sin compraventa de siervos, otra afrenta contra el cristianismo. «No puede haber sociedad allí
donde se leen anuncios que dicen: Venta de dos yeguas canadienses
y de dos esclavas madre e hija”. Las yeguas se venden juntas o separadas; los esclavos separados o juntos. Un capricho, una carta, la bola de un billar, la apuesta de un banquete, pueden separar una
madre de una hija, una hija de una madre; lo que juntó la naturaleza, lo que bendijo el Eterno. El esclavo nace con la marca de
hierro; crece como la bestia de carga, para servicio y regalo de otro; engendra esclavos; trabaja entre las mordeduras del látigo; sólo puede ser feliz cuando duerme si sueña que es libre y sólo puede ser libre el día de su muerte. Por eso el suicidio es aun, como en tiempos de Espartaco, el refugio del esclavo. Por eso hay año en que se
suicidan hasta 400 esclavos en la Isla de Cuba. ¿Concebís que tanto
mal pueda curarse sin dolor?»* Muchos otros poderosos argumentos adujo Castelar en defensa de la abolición inmediata, pero en .defi-
nitiva las Cortes aprobaron la ley Moret, con escasas. modifica-
ciones que en nada alteraron su. carácter. gradualista. Y ésta fue publicada el 4 de julio de 1870. . En esencia, el nuevo estatuto abolicionista establecía que todos los hijos de esclavas nacerían libres y concedía la libertad a todos los esclavos de 60 o más años de edad, así como a aquellos que hubiesen peleado al lado de España en la guerra de Cuba. Además la ley creaba el patronato. Los negros nacidos libres seguirían viviendo bajo la tutela del amo de sus madres (que ahora era llamado patrón) hasta la edad de diez y ocho años. Y los patrocinados debían trabajar para su patrón sin percibir salario hasta su décimo octavo año de vida. De ahí hasta los veintidós tenía derecho 5.
La Revolución, Núm.
158, 9 julio, 1870.
158
a percibir la mitad del salario que correspondía a un hombre libre. Después de los veintidós, tenía acceso a la plenitud de sus derechos
civiles. Se autorizaba al gobierno para imponerles a los amos de
esclavos un impuesto por cada esclavo que poseyese, entre las edades de once a sesenta años, con el fin de estimular las emancipaciones. La pena de azotes se suspendía hasta la regulación de la
ley. Y se prohibía separar a las madres de sus hijos menores de catorce años o alos esclavos unidos en matrimonio. Como ha dicho Arthur F. Corwin: aunque la ley Moret representaba un paso hacia
la abolición de la esclavitud, «en ningún modo alteraba la natura-
leza esencial de la institución, que seguía siendo una forma de trabajo forzado con amenaza de castigo corporal para los recalci-
trantes. Aunque el uso del látigo se suspendía temporalmente ...el
principio del castigo corporal se conservaba...»? Y, como sucede con todas las medidas de compromiso y término medio la ley no satisfi-
zo a nadie. Su carácter transicional era evidente. Y en Cuba, en
muchos aspectos, jamás funcionó como había sido concebida por sus autores.
La ley Moret fue objeto de una crítica demoledora por parte de
los separatistas cubanos. La Revolución de Nueva York le dedicó
numerosos artículos, todos condenatorios. El proyecto original del ministro fue publicado en sus páginas el 18 de junio de 1870, con el comentario de que había defraudado las esperanzas de cuantos conocían los antecedentes del autor. La queja principal contra el mismo era que concedía libertad (en realidad sólo aparente) a los esclavos inútiles, a los que estaban por nacer y a los viejos valetudinarios. «Los útiles, los vigorosos, los aptos para el trabajo, permanecen más esclavos que nunca.» Entre el 18 de octubre y el 3 de noviembre de 1870, La Revolución estudia la ley tal como fue finalmente aprobada, en una serie de artículos que comienza por calificarla como «una obra tan vergonzosa como ridícula.» En pri-
mer lugar, la abrumadora mayoría de los esclavos existentes en la
Isla no eran tocados por ella: permanecían siendo esclavos. Y los que se libertaban ni siquiera lo eran completamente. Los nacidos después del 4 de julio de 1870, técnicamente libres, eran condenados a nueva esclavitud bajo el marbete del patronato. El patrono, en verdad, se convertía en dueño «por la fuerza del hábito y las facultades que la leyle concede.» Los esclavos mayores de 60 años, ahora libres, podían quedarse en casa de los que fueron sus dueños, pero éstos tenían el derecho de ocuparlos « en trabajos adecuados a 6.
Corwin (1967), p. 253.
159
su estado», o sea, que en la práctica seguirían igual que antes. Y así en todo. Con su extraordinaria capacidad para todas las duplicidades, lo que España daba con una mano, lo quitaba con la otra.
La ley —afirmaba el órgano del exilio cubano— no era más que lo
que en Estados Unidos se llamaba un humbug, un engaño, una farsa, una patraña. Y, sin embargo, sin quererlo, por la sola razón de su existencia era un impensado homenaje a la Revolución Cubana. Con claridad así lo expresó José Manuel Mestre en el discurso conmemorativo que el 10 de octubre de 1870 pronunció en Irving Hall: «¿Queréis todavía otra prueba de que nuestra revolución
marcha? Pues vedla en esa ley de emancipación parcial que recien-
temente se ha promulgado en La Habana. Por más que esa: ley adolezca de timidez excesiva; por más que sólo liberte, y eso a medias, a los que acaban de nacer y a los que van a morir; por más que se preste a fraudes de todo género; por más que a causa de ella
misma muchos morirán en el vientre de la madre agobiada por el trabajo,
al paso
que otros podrán
llegar
a ser octogenarios
sin
alcanzar jamás legalmente los sesenta años, o perecer de miseria expulsados por el amo que explotara la parte aprovechable de su vida; con todas esas falacias, sin embargo, esa ley es una consecuencia indeclinable, una conquista de nuestra revolución, un homenaje, aunque hipócrita, a sus principios. La revolución cubana ha sabido proclamarlos; y lo ha: hecho por su parte absoluta y generosamente, sin restricciones ni cortapisas, como se cumple con
el deber, como se repara el mal, como se practica la virtud.» ? En el otro extremo del espectro político insular, en -el partido español de Cuba, la ley encontró no sólo críticas, sino una resistencia formidable. Si los patriotas cubanos, en el monte y en-el exilio, decían: «Demasiado poco, demasiado tarde», los esclavistas y sus agentes, los voluntarios, decían: «demasiado y demasiado pronto.» La Junta de Hacendados consideraba la medida como «prematura». La publicación de la ley en. la Gaceta Oficial de La Habana se demoró desde el 4 de julio hasta el 28 de- septiembre de 1870 porque el Capitán General, Caballero-de Rodas, temeroso de la reacción integrista, consideró «peligroso» darla a la estampa. y-sólo lo hizo, casi tres meses después, bajo órdenes repetidas, específicas y:Severas del ministro de Ultramar. Pero, desde luego, una .cosa- era publicar el texto legal, otra cosa era cumplirlo y hacerlo cumplir. Caballero de Rodas inventó todo género de pretextos para posponer la aplicación del estatuto. abolicionista: faltaba el reglamento, haMe
Mestre, en Carbonell (1928), -Vol. VII, p. “300.
160
bía que hacer un nuevo censo. Cuando renunció en noviembre de
1870, Caballero de Rodas fue sustituido por el conde de Valmaseda, el ídolo de los voluntarios, el ideólogo —y el practicante— de la guerra a sangre y fuego. ¿Iba ahora a aplicarse mejor que antes la ley de Moret??
Mientras tanto, el gobierno metropolitano, sumido en la profundísima crisis que siguió al asesinato de Prim el 30 de diciembre de 1870, primero en manos de una monarquía tambaleante, luego en
las de una república no menos inestable, carecía de fuerzas para
obligar a las autoridades españolas de Cuba a cumplir las órdenes
que les disgustasen. El poder político estuvo por muchos años concentrado en la Isla en el Capitán General y los voluntarios de La Habana: Los campeones del régimen esclavista. Por su parte, la Sociedad Abolicionista Española distaba mucho
de ver con simpatía a la ley Moret. El 26 de noviembre de 1871, en una Memoria presentada al Congreso (hoy en el Archivo Histórico Nacional de Madrid: Ultramar, Gobierno, leg. 3554) la Sociedad rechazaba de plano el gradualismo, pedía la abolición inmediata de la esclavitud y señalaba que la legislación aprobada, en su parte más esencial, no se cumplía en la Isla de Cuba como lo demostraba, entre otros, el hecho de que en la prensa habanera apareciesen anuncios sobre la venta de esclavos, muchas veces sin respetar la
prohibición de separar los hijos de las madres. En Cuba el látigo
seguía sonando como antes, aseguraba la Sociedad. Y al año y
medio
de aprobada la ley, el reglamento
adicional que la haría
practicable no se había elaborado. No fue hasta el 18 de agosto de
1872 cuando se publicó en Madrid ese instrumento regulatorio que —con característica dilación— sólo entró en vigor oficialmente en Cuba el 23 de noviembre del mismo año. Este documento dedicaba su primer capítulo a la creación y funcionamiento de las Juntas Protectoras de Libertos. Habría una
en cada jurisdicción y una Junta Central
en La Habana,
que
serviría como tribunal de apelación contra los fallos de las locales. Las Juntas, desde luego, tenían como función asegurar el cumplimiento de la ley por parte de los patronos, elaborar las listas, padrones y registros de los esclavos existentes con sus clasificaciones indispensables y resolver los conflictos y reclamaciones que surgiesen como consecuencia del proceso manumisorio. En esas
juntas los intereses esclavistas estaban ampliamente representados mientras los esclavos carecían de representación alguna. Aun 8.
—Corwin (1967), pp. 273 y ss.
161
más, en el capítulo tercero se confirmaba que la ley Moret, en la práctica, dejaba en buena parte vigente el antiguo status servil bajo
un nuevo marbete, pues en él se decía: «Los libertos deben obe-
diencia y respeto a sus patronos como a sus padres y no podrán, sin su anuencia, comprar, vender, ceder ni enajenar, bajo la pena de nulidad.» La Sociedad Abolicionista Española censuró severamente el Reglamento aprobado por entender que dada la naturaleza de muchas de sus disposiciones hacía necesario otro reglamento acla-
ratorio, «creando en cambio instituciones respecto de cuya insigni-
ficancia no puede caber la menor duda.» (Esta Memoria está en el
Archivo Histórico Nacional de Madrid: Ultramar, Esclavitud, leg. 3554.)
¿Qué efecto tuvo la ley Moret en Cuba, cuando por fin comenzó a aplicarse, tarde y mal, a fines de 1872? Los hijos recién nacidos de
las esclavas eran ahora libertos (61.766 adquirieron ese status de
1870 a 1877). Pero su situación personal no podía cambiar, bajo las reglas del patronato, hasta que no cumplieran 18 ó 22 años. Los esclavos mayores de sesenta encontraron toda clase de obstáculos en su camino hacia la prometida libertad, debido sobre todo a las dificultades para probar su edad. En muchas fábricas de azúcar continuaron trabajando como antes del 4 de julio de 1870, sin recibir salario alguno, como lo atestiguan los libros de los ingenios que se conservan en los archivos.? Los emancipados (los africanos rescatados de los barcos negreros) ahora otra vez declarados oficialmente libres, se veían obligados a firmar contratos de trabajo, por lo general de seis años, en los que consentían en dejar su carta
de libertad en poder del patrono hasta cumplido ese plazo.*? Las
Juntas Protectoras, creadas para hacer cumplir la ley, en realidad estaban en manos de los dueños de esclavos. Julián Zulueta, el
esclavista más destacado del país, era vicepresidente de la Junta
Central. Y, sin embargo, los efectos de la ley sobre el proceso demográfico de Cuba pronto comenzaron a sentirse. Gran número de esclavos con derecho a la emancipación (los mayores de sesenta años, los pertenecientes al Estado, los que no estaban registrados, los llamados «emancipados», los que se creían tratados con sevicia, etc.) comenzaron a reclamar sus derechos. Las
Juntas habían sido dotadas por el gobierno de Ultramar de «privilegiadas funciones, con toda la libertad e independencia que les ha dado la ley.» Y muchas veces utilizaban esa independencia para 9. 10.
Scott (1982), p. 81. Puede verse un modelo de esos contratos en Corwin (1967), p. 278.
162
fallar en favor del amo. Pero hay prueba documental de que el derecho de apelación (que llegaba en última instancia hasta el Ministerio de Ultramar) hizo posible que muchos siervos obtuviesen su libertad. Técnicamente más de 32.000 esclavos eran
libres bajo diversas provisiones. Y muchos de ellos efectivamente
lograron cambiar de status. Las estadísticas disponibles son, sin embargo, contradictorias y confusas. Por ejemplo, basándose en un documento del Archivo Nacional de Cuba, Rebecca Scott (1982, p. 85) ofrece la siguiente tabla:
DISMINUCIÓN
DE LA POBLACIÓN ESCLAVA, 1871-1877
Esclavos enumerados en el Censo de Enero 15. 1871 ......... 287,653 Manumitidos por servir la bandera española (art. 3)................ 658 Manumitidos por tener más de 60 años (art. 4).................... 21,032 Manumitidos por pertenecer al Estado (art. D)...............n........ 1,046 Manumitidos por no aparecer en el Censo (art. 19) ................ 9,611 Manumitidos por coartación y voluntad del amo.................... 5,423 Esclavos Muertos .......oocooconconcnnccnnnnicnninncnnononanonoroncnocnnconcnncnranicono 8,017
Libertos MuertoS .....oocccccorccnncnccnonconinonncanononanona nono nonanonorinnorcnnnoons 5,256 Cálculo de esclavos restantes en 1877 .......oooooncnncncncnoconomocos. 235,710 De acuerdo con estos datos oficiales, en siete años la población
esclava de la Isla declinó en un 18 por ciento. Del total de 51.043
disminuidos, la ley Moret aparece como responsable de una merma de 32.347 esclavos. Por su parte, Concepción Navarro Ázcue (1987, p. 114) ofrece los datos remitidos por el Gobierno Superior de Cuba en 1878 al Ministerio de Ultramar sobre la aplicación de la ley
hasta el 31 de diciembre de 1877. (Memoria guardada en el Archivo
Histórico Nacional de Madrid): ESCLAVOS
'
LIBERADOS HASTA DICIEMBRE 31, 1877
Nacidos libres desde el 4 de julio de 1870 ..........ooconnnnnnccncnn.... 48,665 Nacidos desde sept. 17 de 1869 a 4 de julio de 1870. ............. 13,101 Libertos producidos por el art. 3. (servir a España) ................... 414 Idem el art. 4 (más de 60 años) ......occonocccnnnocnnonononanonononocanocanono 21,032 Idem el art. 5 (pertenecer al Estado) .............oooioncconncccnoniconnonicconns. 14 Idem el art. 19 (por aparecer en el censo) ......ooooo.ooccnnnccccnicnoc...o 9,611 Idem por causas ajenas a la ley (manumisiones, etc.).......... 10,848 Fallecidos ..........ooonconcccnccncnccnnoronocononcnnonaconccnnncnno cono conorcnoconononinnns 17,834 Total ....oooooononoconnnccnncncnnnoccnononanonnrocnnananonconaconna cono rnonnc nono cinonenons 121,517
En la tabla de Scott no se incluyen los niños declarados libres por los artículos 1 y 2 de la ley. Si éstos se eliminan de los datos
ofrecidos por Navarro Azcue, los esclavos liberados se reducen de 121.517 a 59.751. Hay una diferencia de 3.708 entre los totales del documento del Archivo madrileño y el del Archivo cubano. Como se ve, con la excepción de los liberados por el art. 4 (mayores de 60 años), todas las demás partidas de las dos fuentes difieren. Pero la discrepancia final no es tan grande.como pudiera parecer a primera vista. Sería ilusorio tratar de obtener un cálculo «absolutamente exacto. Y a pesar de estas contradicciones estadísticas puede llegarse a la segura conclusión de que la ley Moret redujo ciertamente la población servil de Cuba de modo-sustancial, aunque la abruma-
dora mayoría de los liberados fuesen-o demasiado ¡ jóvenes o dema-
siado viejos para trabajar. La transformación demográfica se refleja en el censo de 1877, según el cual para esa fecha había en la Isla 196.909 esclavos, es decir, 90.744 menos que en 1871: una disminución de un 31.5 por ciento en menos de'una década. * Desde luego, en. ese descenso se reflejaba no sólo el impacto de la ley Moret sino también la vigorosa actividad manumisoria impues-
ta por la República de Cuba en armas. O sea, que en la década del
70 la ley mambisa y la metropolitana, cada una con sus peculiares limitaciones, se combinaban “sin proponérselo para inferirle una constante y profunda erosión al sistema esclavista insular. Puesto que ambas proclamaban en esencia el mismo principio, su acción conjunta evidenciaba que la esclavitud —herida de muerte— iba a desaparecer en un plazo muy corto. En 1878 el Convenio del Zanjón yino a acelerar el proceso. El Zanjón creó un nuevo tipo de negro: el convenido, o sea, el
antiguo
esclavo que había ganado
su libertad peleando
contra
España por la independencia de Cuba. A nadie puede extrañarle, por eso, que después del Pacto la disciplina en las' plantaciones decayese a niveles profundamente alarmantes para los hacendados y el gobierno. De todas partes de la Isla llegaban informes de la resistencia pasiva de los esclavos, quienes abiertamente ahora pedían, con grito que se extendía e intensificaba sin cesár: «Queremos ser libres, como los convenidos.» Y a la agitación social había que agregar la política. El flamante Partido- Autonomista cubano había logrado representación en las Cortes y su programa incluía la demanda de abolición inmediata. (Uno de los electos fue Labra, quien usó la tribuna parlamentaria para continuar la campaña a que había dedicado toda su vida). Además, a través de su sistema de-espionaje, España sabía que los separatistas estaban preparan-
164
do una nueva insurrección. La Protesta de Baraguá había demostrado que no todos los mambises estaban por la paz. Y la lentitud hispana en conceder las reformas prometidas lanzó a muchos jefes, aun a muchos «pactados», al camino de la conspiración. El movimiento estalló en Oriente en agosto de 1879 y es conocido en la historia de Cuba con el nombre de la Guerra Chiquita, pues sólo duró poco más de un año, hasta diciembre de 1880. Una de sus
consignas era la: abolición inmediatay sin indemnización de la
esclavitud. Lo que era muy explicable, pues aunque el jefe militar máximo de la insurrección, Calixto García, era blanco, como lo eran otros líderes civiles jóvenes (José Martí, entre ellos), la mayoría de los conspiradores (luego alzados) eran negros y mulatos, como Antonio "Maceo, «Guillermón» Moncada, Flor Crombet, Quintín Banderas y muchos más. Á pesar de su corta duración, este conflic-
to provocó nuevas desérciones en masa de esclavos en la provincia. oriental. | Estos acontecimientos y la campaña intensísima de los autonomistas y otros abolicionistas en España, decidieron al gobierno metropolitano, presidido por el general Martínez Campos, a dar un paso más allá de la ley Moret. Como ha dicho, en otra parte, uno de los autores de este libro, «la esclavitud quedó abolida en Cuba en la década del 80, como consecuencia directa de las luchas del partido separatista. La historia prueba que sólo a la fuerza, y en trance de muerte, hizo
España
concesiones
en
este
erizado
problema.
En
efecto: cuando La Demajagua abrió el camino mambíi para la definitiva liberación del negro esclavo y Guáimaro estampó en la historia su página de igualdad, España promulgó a regañadientes una ley por la que declaró libre a todo hijo de esclava nacido en Cuba... Posteriormente, cuando el engaño del Zanjón se hizo obvio y los cubanos más impacientes se lanzaron a los campos (de nuevo), España, asustadísima, dictó en 1880 la abolición gradual de la esclavitud, dejando empero en su lugar la infamia del Patronato, o sea, una esclavitud disimulada. Cuando el avispero cubano volvió a agitarse años más tarde, con el llamado Plan Gómez —Maceo, España acobardada, hizo en 1886 otra concesión; dictó la abolición definitiva de la esclavitud.»!? Como vimos, los patriotas se alzaron en agosto de 1879. En
noviembre de ese año llevó Martínez Campos a las Cortes el nuevo
proyecto de ley abolicionista. Y en el preámbulo se reconocía abier-
tamente (y así lo ratificó el ministro de Ultramar, Albacete) que el 11.
J. Castellanos (1955), pp. 94-95.
165
acuerdo del Zanjón no permitía otra alternativa, porque si allí se le
otorgaba libertad a los esclavos que se rendían, no podía regateár-
sele sin peligro idéntica condición a los que no se habían alzado.*? La ley fue aprobada el 13 de febrero de 1880. Como acabamos de
ver, todavía limitaba la libertad que concedía. Comenzaba afir-
mando en su artículo primero: «Cesa el estado de esclavitud en la isla de Cuba.» Pero en el segundo sometía los esclavos liberados al patronato de sus poseedores, quienes conservaban el derecho (por el artículo tercero) a utilizar su trabajo y el de «representarlos en todos los actos civiles y judiciales con arreglo a las leyes». Esta situación intermedia debía durar ocho años y su extinción sería gradual siguiendo un complicado procedimiento, que incluía un
sorteo anual. Prohibía la ley el castigo corporal, pero ofrecía a los
patronos el auxilio del gobierno contra «los patrocinados que perturben el régimen del trabajo» (artículo 16). El reglamento de la ley, aprobado el 8 de mayo de 1880, establecía un sistema de Juntas provinciales y municipales para vigilar el cumplimiento de las disposiciones legales sobre la esclavitud y dirimir los conflictos entre las partes con motivo de la aplicación de las mismas. Orde-
naba el pago de un salario de ún peso mensual a los patrocinados
que tuvieran 18 años, de dos pesos a los de 19 a 20 y de tres a los que hubiesen alcanzado esa última edad. Este podía ser disminuido como castigo a los patrocinados recalcitrantes. Los patronos debían además cuidar y educar a los hijos de los patrocinados. Y tendrían que mantener a los libertos de más de sesenta años, ocupándolos en trabajos «adecuados a su estado.»!? Pese a los inevitables conflictos entre patronos y patrocinados y la acción dilatoria de las Juntas, esta ley funcionó con notable
rapidez. En 1877, según el censo, había en Cuba 199.094 esclavos. En 1883 el número se había reducido a la mitad casi exacta: 99.566.
Dos años más tarde, en 1885, otra vez se recortaba aproximadamente por la mitad y alcanzaba a 53.381. Y al año siguiente, 1886, quedaba menos del 50 por ciento de esa cifra: sólo 25.381. En la provincia de Matanzas, de 70.849 en 1877 se pasó a 9.264 en 1886. En la de La Habana, en las mismas fechas, de 41.716 a 5.693. En la de Santiago de Cuba en esos nueve años puede decirse que la institución desapareció: no quedaban más que 738 esclavos en 1886
12. Corwin (1967), p. 301.
13. Véase el texto de la ley de 1880 y el de su reglamento en Ortiz (1916), pp. 510-531. Un buen resumen del proceso legal de la abolición desde 1880 hasta 1886, en Navarro Ázcue (1987), Cap. VI.
166
de un total de 13.061 en 1877. El derrumbe era definitivo.!* El proceso de tránsito del trabajo esclavo al libre se produjo con mucha
mayor rapidez de la que esperaban los redactores de la ley. ¿Por
qué? Porque alrededor de 1880, los amos, sobre todo los hacendados, por fin abandonaron toda esperanza de mantener en pie lo que quedaba del régimen laboral servil en la isla de Cuba. Decidieron que era preferible darle libertad al patrocinado y asegurárselo como trabajador en la finca o el central, a sufrir la incertidumbre de los sorteos, las fugas constantes, las quejas y protestas sin número,
las visitas perturbadoras de miembros de las Juntas y las deman-
das judiciales persistentes y costosas de los ex-esclavos ansiosos de lograr su manumisión total. El patronato en definitiva resultó un corrosivo del régimen transicional establecido por la ley de 1880.
Los patronos se dieron cuenta de que era más fácil entenderse con
un obrero libre que con un patrocinado respaldado por una ley y un reglamento complicadísimos. Por fin, en 1880, los patronos aceptaron que les convenía más el trabajo libre que el esclavo. E inmediatamente la esclavitud cesó de existir. De tres procedimientos fundamentales se valieron los amos para ponerle fin anticipado al patronato: 1) la renuncia; 2) el mutuo convenio; y 3) la indemnización de servicios. Á partir de 1881 muchos patronos comenzaron a renunciar a los derechos que les otorgaban la ley abolicionista de 1880 y su reglamento y dieron libertad plena a sus patrocinados. He aquí las cifras:?*
PATROCINADOS QUE LOGRARON SU LIBERTAD POR RENUNCIA DEL AMO
¡EX
3.229
188Y—8B cccccncccccccanncconoos 3.714 18B8BBBA cccncoccnccononocanons 3.925 ¡EL 4.405 ¡EL A 3.553 Total ..oooncnnnnnoninnncnrncn coso 18.826 14.
Iglesias (1979), pp. 167-214; Scott (1982), p. 180.
15. Las tres tablas que siguen proceden de Villanova (1885) y AHN, legajo 4814 (expedientes 273 y 289) y legajo 4926 (expediente 144).
167
Ultramar,
Además en el mismo período, se concertaron entre amos y sier-
vos numerosísimos
mutuos
convenios.
Eran
de muy
diverso tipo,
pero siempre se dirigían a garantizarle el uso de la mano de obra del liberto al amo que adelantaba la hora de su libertad. A veces el patrocinado se comprometía legalmente a pagarle al patrón por esos actos cantidades que se deducirían de un salario. Los hacendados, sobre todo, hacían toda clase de esfuerzos por limitar -la
movilidad de la fuerza de trabajo. Mientras las renuncias predomi.naban en
las ciudades,
los. convenios
eran más
comunes
en el
campo. Las cifras correspondientes al período de 1881 a 1886 son
las siguientes:
PATROCINADOS QUE LOGRARON SU LIBERTAD POR MEDIO DE «MUTUOS CONVENIOS» 1881-82 00oooocccocccccnccnocco». .3.476 188288 cncooncccinnccononinnnanos 6.954 188384 : Lenolcanaunnnenenenonnos .. 9.453 188BA—8 coconocononaccononicnnnnn» LOU 188586 cooococccccccncnccncnccns. 7.859 Total ......oonononcncoccccnocnocnccos 35.102 El tercer procedimiento era «la indemnización de servicios». Si la
renuncia resultaba ser una suerte de adaptación a las nuevas circunstancias del viejo procedimiento de la manumisión, la in-
demnización: venía a sustituir a la antigua coartación: los patrocinados convenían pagarle al patrono una cantidad a plazos para adelantar el momento de su libertad plena. El depósito de dinero
podía hacerse a través de la Junta, para garantizar su efectividad.
Además, con el fin de facilitar al patrocinado los ingresos indispensables con qué pagar la indemnización, los patronos recurrieron al procedimiento de darles conucos para labranza y cría de animales, sobre todo de cerdos, que eran comprados muchas veces por la propia tienda de la finca. De ese modo, con la flexibilidad que tantas veces impone la vida, las antiguas instituciones esclavistas fueron «reconvertidas» para ponerle fin a la esclavitud. Las estadísticas relativas a las indemnizaciones pagadas por los patrocinados en el período que venimos estudiando son éstas:
168
PATROCINADOS QUE LOGRARON SU LIBERTAD POR MEDIO DEL PAGO DE INDEMNIZACIONES 1881-82 1882-83 ¡EI 18848) 1885286
000oococcnnncccccnnccnocno» 2.001 0.ooccncnnncccnccnncnonen: 3.341 3.452 cocooonccnnnnonccnnoninonos 2.459 c00ooooccocccnocnocnocnocos 1.750
Total .......oooococccccnnncnncnncnn.. 13.303 Como se ve, del total de 113.887 patrocinados puestos en libertad entre 1881 y 1886, por lo menos 66.931, es decir, más de un 59 por ciento lo hicieron por decisión e iniciativa del amo. La mitad de los restantes obtuvieron su libertad por medio de los sorteos efec-
tuados de 1884 a 1886. Y entre los que la recibieron «por otras
causas» no faltaron los que de un modo u otro dependieron de la buena voluntad del patrono. Las clases dominantes, comprendiendo su derrota, tratando de garantizarse mano de obra libre pero barata, por fin, después de décadas de resistencia, aceptaron y hasta promovieron la rápida liquidación del régimen esclavista, que habían defendido hasta entonces con todas sus fuerzas. En 1886, en el parlamento español, la voz elocuentísima del diputado autonomis-
ta cubano Miguel
Figueroa se alza pidiendo la abolición total,
inmediata y definitiva del régimen esclavista. Y esta vez la «Madre Patria» escucha y accede. No puede sorprender que, dadas las circunstancias, España decidiese darle valor legal a lo que la práctica había sancionado. Fernando Ortiz así lo explica: «La última disposición, que cierra el derecho esclavista hispanocubano es el Real Decreto de 7 de octubre de 1886. Después de una pomposa exposición de motivos, en que se dice que escasamente había ya 25.000 patrocinados, por el artículo primero se declara cesado el patronato en Cuba; si bien aún mantiene la... protección del Estado, o sea vigilancia del mismo sobre los libertos por cuatro años. De modo que en 1880 se abolió la esclavitud, en 1886 el patronato, pero hasta octubre de 1890 hubo individuos libertos en Cuba. Hasta esa fecha no fueron hombres libres todos los habitantes de Cuba. La plena libertad individual, sólo precedió en ocho años a la libertad nacional. »!* 16.
Ortiz (1916), p. 389. Hasta la Junta de Agricultura, Industria y Comercio
169
Basta repasar los hechos aquí resumidos para comprobar que
José Martí tenía razón: la causa fundamental de la abolición de la esclavitud en la Isla fue la Guerra de los Diez Años, sin cuya acción
catalizadora todas las demás causas secundarias habrían tardado
décadas en producirla. Los historiadores partidarios de un marxismo mecanicista y elemental, que ahora abunda en la Cuba castrista, se han habituado a sustituir con esquemas ideológicos y
consignas propagandísticas la investigación científica basada en
los hechos. Y, en consecuencia, atribuyen rígidamente la abolición a la actuación automática de los cambios tecnológicos debidos a la revolución industrial.
Rebecca Scott, en su brillantísima tesis de grado Slave Emancl-
pation and the Transition to Free Labor in. Cuba,
1868-1895, ha
demolido esta tesis abstracta e irreal. En primer lugar, la absoluta incompatibilidad entre esclavitud e industria es desmentida por la
experiencia de varias sociedades esclavistas. En Norteamérica, por ejemplo, miles de esclavos estuvieron dedicados al trabajo industrial, como ha demostrado Robert $S. Starobin en un libro pionero.?” En Louisiana (como en Cuba) la introducción de maquinaria en los ingenios era fácilmente asimilada por los esclavos. «Los aparatos son fáciles de manejar —escribió un hacendado de Louisiana— y mis negros aprendieron su manejo en poco tiempo.»** Una autori-
dad tan prestigiosa como David Brion Davis ha señalado que no
hubo nunca incompatibilidad entre la esclavitud y la expansión comercial. «No hay clara evidencia —dice— de que la esclavitud
impidiera las innovaciones tecnológicas en la minería y la agricul-
tura en Roma, como el dogma antiesclavista sostuvo más tarde, o de que la institución contribuyera a la decadencia y destrucción del
imperio romano.
Tampoco
ahogó el desarrollo de la ciencia, la
cultura y la urbanización entre los árabes...» Y agrega Davis: «Los efectos del trabajo esclavo sobre la innovación tecnológica y económica es todavía motivo de controversia... Sin pretender resolver este debate,debemos notar el gran número de esclavos en varias sociedades antiguas y modernas que trabajaban como artesanos y mecánicos especializados.»!'? Toda la primera fase de la revolución de La Habana había pedido el fin del patronato, en agosto de 1886. Véase AHN, Ultramar, legajo 280, expediente 610.
17. 18.
19.
Véase Starobin (1970), passim. Sitterton (1953), p. 149.
Davis (1984), pp. 31 y 326-327.
170
técnica azucarera se realizó en Cuba bajo la plena vigencia de la esclavitud, sin problemas de ninguna clase. Innumerables aparatos introducidos en los ingenios de la Isla en ese primer momento de cambio tecnológico fueron manejados por esclavos. El suponer que los negros, por ser «irremediablemente estúpidos», jamás podrían aprender a manejar esas máquinas era en el siglo XIX, y sigue siendo hoy, puro racismo.“ Además, debe tenerse en cuenta que la industrialización tiende a descomponer el trabajo de la fábrica en multitud de pequeñas y simples tareas repetitivas y coordinadas, que cualquiera puede fácilmente asimilar. Los hacendados cubanos
alquilaron un número reducido de especialistas para ciertas fun-
ciones más complejas y confiaron el resto de la labor del ingenio a los esclavos sin que la producción sufriera en lo absoluto. Por lo demás, los esclavos dedicados a la parte industrial del proceso de fabricación azucarera siempre constituían una minoría. Y las ta-
reas agrícolas, donde trabajaban los más de ellos, siguieron siendo
las mismas hasta casi nuestros tiempos. Machetes, bueyes, carre-
tas: ese era y fue el mundo «técnico» del agro azucarero durante todo el proceso abolicionista. ¿Qué «contradicción» se había introducido ahí?
Un estudio estadístico reciente de Laird W. Bergad (1989) sobre
la viabilidad del trabajo esclavo en los ingenios de Cuba de 1859 a 1878 respalda cumplidamente estas conclusiones, adelantadas por nosotros un año antes (1988) en nuestro artículo The abolition of slavery and the birth of the Cuban Republic.?* Contra lo supuesto
por la tesis del mecanicismo económico, el desarrollo tecnológico en
la industria azucarera aumentó, en vez de disminuir, la productividad per cápita de los esclavos. En Matanzas, que entonces era la principal zona productiva del país, el promedio de ingreso bruto generado por cada esclavo subió constantemente. En Colón, por ejemplo, este aumento fue de un 34 por ciento desde 1859 hasta 1878. Pero la dinámica de la economía esclavista resulta aun más favorable si se comparan los ingresos por esclavo generados en los ingenios pequeños (dotados de menos desarrollo tecnológico) con los de los grandes (donde la revolución industrial había penetrado más). En Colón por ejemplo, en 1859, los 101 ingenios con ingresos inferiores a cien mil pesos alcanzaron un ingreso bruto por esclavo de 235 pesos. Los veinte ingenios con ingresos superiores a cien mil 20.
Este criterio es una hijuela de la tesis de deculturación total y absoluta del
21.
J. Castellanos (1988), passim.
negro esclavo mantenida por Moreno Fraginals y otros que discutiremos luego.
171
pesos tuvieron un ingreso bruto por esclavo de 363 pesos, o sea, un 54.1 por ciento más que los pequeños. Igual sucede en la zona de Cárdenas. Allí, en 1875, los ingenios con ingresos inferiores a cien
mil pesos tenían un ingreso bruto por esclavo de 285 pesos y la cifra correspondiente para aquellos con más de cien mil era de 590, una diferencia de ¡un ciento siete por ciento! O sea que, en definitiva, mientras-más tecnología se inyectaba,
más.alta era.la productividad del esclavo. O como dice Bergad en su
artículo: «El uso de una tecnología más compleja en la industria azucarera —lo que era el caso en los ingenios de altos ingresos— llevaba a niveles superiores de producción por trabajador. En vez de hacer el trabajo esclavo menos viable, sucedía exactamente lo
contrario... En consecuencia, el criterio de que la progresiva adopción de medios avanzados de producción y transporte conducía a la obsolescencia del trabajo esclavo no es respaldado por la evidencia que presentamos aquí.»*? Estas estadísticas prueban, pues, que la abolición de la esclavitud en Cuba no resultó. de la progresiva ineficiencia económica del esclavo. No hay prueba alguna de que la esclavitud
se desplomara
bajo
el peso
de
su
propia
vetustez
e
improductividad. Como dice Bergad: «De acuerdo con los datos aquí ofrecidos, desde un punto de vista estrictamente económico, la abolición carecía de sentido para los hacendados en la década del
setenta y-los primeros años de la del ochenta. La abolición parece
haber resultado, más bien, de una serie de factores no económicos. La supresión de la trata se había debido casi exclusivamente a presiones externas y no hay mucha evidencia de que los hacendados recibieran con gusto esa forzada extinción.»2 Es indudable que de haberse permitido por el gobierno el tráfico negrero en la década
del setenta, la producción
llándose
azucarera hubiera continuado desarro-
sobre la vieja: base
del trabajo
servil.
En
su inmensa
mayoría los hacendados seguían prefiriendo la mano de:obra escla-
va a la libre, sencillamente porque les producía mayores beneficios. Y sólo aceptaron a regañadientes la abolición cuando se la impuso la fuerza de las circunstancias. «Es difícil entender por qué, en una industria como la azucarera, la yuxtaposición de una tecnología avanzada con una fuerza de trabajo esclavo, tiene que ser vista como intrínsecamente contradictoria y obligada a producir una crisis»?* escribe Rebecca Scott. 22.
23.
Bergad (1989), pp. 105-106.
Ibídem, id., p. 109.
24. Scott (1985), p. 28.
172
Quien quiera examinar todos los argumentos al respecto, que lea su
excelente estudio.” Y quien pretenda retar el valor de su tesis debe
contestar algunas preguntas, como éstas: ¿por qué la burguesía azucarera cubana, por años y años, consideró a José Antonio Saco, como su máximo vocero y consejero en todo, menos en su opinión antitratista? ¿Por qué si era evidentemente favorable para los negocios hacer azúcar sin esclavos, los hacendados criollos se empeñaron en comprarlos por cientos de miles y en conservarlos hasta el último posible momento? ¿Por qué sólo cuando abolicionismo e independentismo se fundieron en vigoroso esfuerzo bélico comenzaron a quebrarse de veras las bases del esclavismo criollo? No cabe duda: la esclavitud no fue la «víctima de la máquina de vapor» (aunque ésta en algo contribuyera a su deceso) sino la «víctima», sobre todo, de una profunda transformación ideológica: de la gran revolución del pensamiento social y político que comenzó en el siglo XVIII mucho antes de que tomara raíces la revolución industrial.? Al llegar a Cuba esa filosofía se alió con el proceso renovador de todas las estructuras del país, que coetáneamente venía produ-
ciéndose, hasta culminar en La Demajagua en 1868 con el grito de
«Patria y Libertad». Y luego, en 1886, con el derrumbe del régimen esclavista y el nacimiento de un nuevo sistema económico-social. La historia es siempre
mucho
más
compleja
que las camisas
de.
fuerza con que pretenden «reducirla al orden» los dogmatismos de los sistemas abstractos.
La poesía abolicionista, 1868-1886. No puede faltar en este período final de la campaña abolicionista la contribución de la poesía. Como siempre, la que logra salir a la luz, lo hace en el extranjero. La que se escribía dentro de Cuba sólo podía circular en secreto y, en parte, se perdió. Desde su exilio parisién se incorpora a esa tendencia José Fornaris (1827-1890), creador del siboneyismo y uno de los poetas más populares del XIX cubano. En un volumen aparecido en la capital francesa en 1878, -25
Scott (1985), pp. 26-37.
26.
Esto no quiere decir, como hemos visto, que diversos factores económicos,
tecnológicos y diplomáticos no contribuyeran al proceso. Lo que sostenemos es que el golpe decisivo, el golpe de muerte, se dio en La Demajagua y la Guerra Grande que le siguió.
173
titulado El Arpa del Hogar, Fornaris incluye no sólo varios poemas
antiesclavistas, sino también un drama abolicionista (al que dedicaremos atención en próximo acápite). Es una lástima que a la popularidad enorme de la obra de Fornaris no acompañase una pareja calidad literaria. Su estilo era frecuentemente desaliñado, descuidado, ripioso, y padecía, por lo común, de un sentimentalismo excesivamente ingenuo y superficial, así como de un lirismo elemental y artificioso. Y, sin embargo, a Fornaris le asistía una fundamental virtud: sabía cómo tocar las fibras patrióticas del corazón cubano. Muchas de sus composiciones fueron musicalizadas y así pasaron de boca en boca de un extremo a otro del país. ¿Qué cubano no recuerda la famosa estrofa inicial de La Bayamesa, a la que puso música el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes? ¿No recuerdas, gentil bayamesa, que tú fuiste mi sol refulgente y risueño en tu lánguida frente blando beso imprimí con ardor? Raimundo Lazo ha dicho que Fornaris «pertenece más a la historia política y social que a la historia literaria de Cuba.»! Es cierto, aunque, en ocasiones, escapando a la vez de la sensiblería y el panfletismo, lograba captar con acierto lírico, la patética situación del esclavo. Así en esta descripción de la noche del guardiero: En una estancia vecina
A las riberas del Sagua, Viene asomando la luna
Tras los mangos y naranjas. Todo reposa: dos seres Sólo velan en la estancia Es uno el pardo sinsonte Que con dulces trinos canta; Y otro un mísero africano Que al pie de una candelada, Va a tocar una flautilla De rústica cañabrava. ¡Qué triste empieza el sinsonte Sus trinos de madrugada! 1.
Lazo (1965), p. 102.
174
¡Qué triste el pobre salvaje
Dolientes notas exhala!
Esa tosca flauta anuncia Al mayoral de la estancia, Que está velando el esclavo, Y alerta los campos guarda. Bien sabe que si se duerme El mayoral se levanta, Y con el látigo horrible Lo azota y lo despedaza. ¡Qué melancólica gime Esa música en las palmas! Las hondas quejas retumban En la vecina montaña,
Y va extendiéndose el eco En los aires y en las aguas, Como el profundo lamento De las etiópicas razas.? A veces la voz del poeta, al tocar el tema de la servidumbre
negra, lograba darle salida muy ceñidamente a sus criterios filosóficos y políticos, teñidos desde luego de hondo contenido liberal y de
acendrado espíritu humanitario. Entonces —como ha señalado Otto Olivera— «Fornaris se elevaba por sobre la visión de patria a la de la humanidad»? Así puede claramente apreciarse en este breve fragmento:
—Dios de los orbes, Dios mío Apiádate de esta raza, Extiende tu mano, borra El sello vil que la marca,
Y hazla sentar al banquete
De la gran familia humana.
Lo mismo ocurre con las silvas de su oda Tiempos Antiguos y Modernos, donde el autor condena la admiración rutinaria y ciega de ese humanismo ramplón que se negaba a contemplar con ojo 2.
Olivera (1965), pp. 150-151.
3.
Olivera (1965), p. 152.
175
crítico las realidades del mundo antiguo y a reparar en sus obvias
imperfecciones. Es la postura de los que ponían los ojos en blanco
cuando exclamaban, en vaga añoranza romántica:
—Ay, ¡quien volviera a los hermosos días
de Palmira, de Atenas y Cartago!
Pura ilusión, sostenía Fornaris: estos soñadores-habían olvidado que esa sociedad que ellos idealizaban en realidad se levantaba sobre la más bárbara opresión de los esclavos: ...Tú has olvidado Que el Parias arrastraba sus cadenas:
En las Indias remotas, .
Y que la fiera y poderosa Esparta A la pílori ataba a-los ilotas.
- (Que si hubo en Roma un generoso Graco,
Fueron sacrificadas
Las sublimes legiones de Espartaco; Que en tiempos de los Claudios y Nerones En el circo los siervos perecían
Bajo las dobles y sangrientas garras De los tigres, panteras y leones...
Mejores son los -tiempos modernos .—agrega el poeta— donde brillan los campeones de la libertad, como Bolívar y Washington y el «noble Lincoln», redentor de esclavos. Volviendo la vista al panorama cubano, Fornaris ofrece en su
romance Baltazar una variante irónica del viejo tema del crimen y el castigo. En la primera parte del poema, por un motivo baladí, un esclavo matancero es bárbaramente azotado por el mayoral. En la segunda, una fiesta en casa de este último es interrumpida por la
llegada de Baltazar, quien de un tajo le cercena la cabeza verdugo mientras exclama:
a su
—¡Mueran todos los tiranos Como ha muerto el mayoral! Por fin en la tercera y última parte, asistimos a.la ejecución en «garrote vil» del infeliz esclavo. Fue en la ciudad de La Habana, «una mañana sombría, como el alma de Satán»:
176
Se oyeron los roncos sones De los tambores sonar,
Y asomó por fin el reo Con su lúgubre sayal. Del patíbulo las gradas Subió firme, sin temblar, Besó la cruz; miró al padre, Alzó sereno la faz, Puso el cuello entre los hierros, Echó la cabeza atrás Y la mano del verdugo Agarrotó a Baltazar. Otro romance, titulado Teresa, enlaza los temas de la fuga, la venganza y el exilio. La precoz inteligencia de Ricardo (hijo de la esclava Teresa) opacaba la del hijo del mayoral y éste, celoso, decide vender al muchacho. Para evitar la cruel separación, Teresa se echa al monte. Perseguida por los rancheadores, por fin la pobre negra es despedazada por los perros. Cuando Ricardo se hizo hombre tomó venganza matando al mayoral en el mismo sitio donde había muerto su madre y, en una canoa, logra escapar rumbo a Jamaica, a donde llega después de vencer los embates de una formidable tormenta. (Por su cercanía a Cuba, la bellísima isla de Jamaica ha servido de refugio a varias generaciones de cubanos perseguidos por la tiranía, desde los tiempos de Valmaseda hasta los de Castro). Ricardo, que había llevado consigo los restos de Teresa, los depositó en un cementerio jamaiquino. Y ante esa tumba, enternecido exclama: Bendito pueblo que brindas
Un refugio a la desgracia...
¡A cuántos tristes consuelas! ¡A cuántos mártires salvas! Los despojos de mi madre Siempre, caro pueblo, guarda; Y une con ellos los míos
¡Bendita tierra, Jamaica!
En la poesía de Fornaris la libertad del negro se identifica con la libertad del blanco: no se distingue entre independentismo y
abolicionismo. Modificándole la plana a Comte, el poeta divide la evolución humana
en tres edades: primero, la previa, del fanatismo
177
religioso; luego la suya, en que predomina la persecución política y social; y por fin la futura, inescapable:
Mañana cesará tan dura saña Y los hermanos serán todos hermanos Y se amarán con un amor profundo;
En cuanto alumbra el sol y la mar baña No ha de adorarse fieras ni tiranos: Será la Libertad Reina del Mundo.*
Idéntica integración de ideales se encuentra en casi todos los poetas abolicionistas de este período. Tómese como ejemplo el Diez
de Octubre de 1873 de José Joaquín Palma (1844-1911) En tradicionales décimas se le canta ahí a la épica del patriotismo revolu-
cionario y al gran cambio ocurrido en Cuba:
Hace un lustro: en esta hora Trocó garrido y ufano Ceñidor de barragana Por diadema de señora.
Hoy la espada redentora
Hirió de muerte al tirano,
Y al resplandor soberano De la Estrella Solitaria, El envilecido paria Se transformó en ciudadano.
Y en seguida se muestra cómo La Demajagua había iniciado en
Cuba tanto la redención política como la social:
El oprobio y el puñal Era ley, era albedrío, En aquel antro sombrío De aquella noche social. Jamás el genio del mal Fue en sus iras tan prolijo Al mostrar con regocijo El escándalo sin nombre Del hombre vendiendo al hombre Del padre inmolando al hijo. 4. Véase el soneto Tres edades en Fornaris (1878), p. 154. El énfasis en la palabra todos es nuestro. Ver: ILL, Vol. 1, pp. 351-353 y Vol. 11, pp. 966-967.
178
¡Esa era Cuba, cubanos! Esa la patria natal, Vergonzoso carnaval De siervos y de tiranos. Mas Céspedes con sus manos AIzó a los libres un trono, Y ardiendo en sagrado coro Justo, prepotente, bravo, Transformó en hombre el esclavo, En ciudadano el colono. Por fin el poema señala cómo, abolidas todas las opresiones, la Revolución le había abierto las puertas a una nueva sociedad democrática, regida por la igualdad: Desde entonces satisfecho, El pueblo del pueblo rey, Lleva por cetro la ley Y por corona el derecho. ¡Ya libre respira el pecho! ¡Ya libre vibra el laúd!
¡Ya se hundió la esclavitud!
¡Y tanta y tanta desgracia! ¡Ya no hay más aristocracia Que el talento y la virtud! En Diego Vicente Tejera (1848-1903) se aúna el lirismo pesimista post-romántico con la realista preocupación social. Dueño de una notable capacidad de síntesis, en ocasiones logra-en breves estrofas contrastadas resumir todo el drama de la esclavitud o de las relaciones intersociales en la Cuba esclavista. Así por ejemplo sucede en Negro y Blanco. En una primera estampa, dos niños juegan en el batey de un ingenio. Uno de ellos acaricia al compañero con un bejuquillo y éste, revolcándose en el suelo, ríe al sentir el cosquilleo: El niño que ríe es blanco;
El que lo acaricia, negro.
Dos hombres, furiosos, aparecen en la segunda estampa, en el mismo lugar. ¡Dos hombres! De pie está el uno Y el otro atado en el suelo.
179
Aquel, con un fuerte látigo, Despedaza al compañero, Que revolcándose, grita,
De dolor y rabia lleno...
El hombre —verdugo es blanco;
El hombre —víctima, negro.
A veces el contraste aparece, con toda su potente ironía, en las
cortas líneas de una sola estrofilla. Por ejemplo en Rocío: Tú, que sales con la aurora,
Cubanitade ojos tiernos,
A ver brillar el rocío De los campos de-tu ingenio: ¿Sabes qué son esas gotas Que empapan tu patrio suelo?
— ¡Son el sudor y las lágrimas De tus esclavos los negros!
Y aún mas.comprimido que el'poema anterior, Colores establece
el contraste moral entre las clases contrapuestas: ¡Qué blanca es la señorita!
¡Qué negra su pobre esclava! Mas, si salieran al rostro
Los colores de sus almas, ¡Qué blanca fuera la negra! ¡Qué negra fuera la blanca!*
En la década del 80 escribe Francisco Sexto Piedra (1861-1918),
poeta matancero casi olvidado, un soneto en el que se colocan frente
a frente, la dulzura de la caña y la amargura de la vida servil. A pesar de lo gastado del símil, el poema casi se salva por su enjuta economía descriptiva. Se titula La Molienda: en días de esclavitud. Dice:
Raudo y sonoro los. espacios hiende de ronco pito el imperioso acento, y al chasquido del látigo sangriento 5.
Este poema
fueron en 1876.
de Tejera fue escrito en 1878. Los dos citados más
180
arriba lo
la humilde tribu su faena emprende. El húmedo bagazo se desprende del conductor pausado al giro lento, y el pobre siervo a su labor atento por el ancho batey al sol lo extiende. Entre las férreas mazas comprimidas cruje la caña; la gigante torre como humeante volcán se ostenta erguida, dulce guarapo en los canales corre,
y en su oleada de miel no logra al cabo endulzar la amargura del esclavo.
De 1878 es El esclavo: en un ingenio de Carlos Rafael, donde se entremezclan a dosis iguales lo descriptivo, siempre sensiblero y lacrimoso, con lo oratorio, siempre cargado de prosaísmo. Los negros trabajan incansablemente bajo un sol de fuego. Cuando el son de la campana anuncia el fin de la faena ya es casi la hora de comenzar una nueva jornada. La labor se hace bajo el imperio del «látigo quemante» que restalla el' «verdugo cruel». Condena el egoísmo de los amos: Vosotros... ¡ah! vosotros que en el alma Un templo al oro consagráis y culto,
Y oprimiendo al esclavo,. horrendo insulto Lanzáis a la piadosa humanidad, ¿Decís que debe su riqueza Cuba A la execrable institución odiosa? ¡Maldita esa riqueza portentosa Que el deshonor publica y la maldad!
Y acaba por demandar
régimen servil:
a gritos la liquidación inmediata del |
Oh ¡basta...; basta ya! No más el mundo
Al pronunciar el nombre del cubano Sonría con desdén... ¿El africano
En servidumbre siempre gemirá?
¡Sus cadenas romped! ¡Esplendoroso Luzca por fin de redención el día! Raza cruel de Caínes, turba impía, De codicia y deshonra... ¡basta ya!
181
Nada original, excepto el hecho revelador de que estos versos fueron publicados en 1881 por la Revista de Cuba. ¡Cómo comenzaban
a cambiar los tiempos! La ley. abolicionista había sido aprobada el
año antes y aunque pervivía el patronato ahora se podía tronar públicamente contra él. Carlos Rafael lo hace con escasa fortuna estética pero con innegable fervor democrático. Dos años después, (y tres antes de que se aboliera el patronato) aparece en las páginas de la misma revista el poema de Pablo Hernández titulado Idilio. La imagen que predomina aquí es la positiva. Se condena el pasado esclavista, pero el centro de esta narración versificada se encuentra en el hecho extraordinario de la libertad que el esclavo criollo Liborio ha recibido y que le permite unir sus destinos a la mujer que ama, la hija del esclavo bozal Ciprián. En vez de la protesta prevalece aquí el tono de esperanza: Libre Liborio, ya no le importuna el férreo yugo a que viviera uncido... Oh! qué dulce momento para esta trinidad de corazones.
La poesía abolicionista termina su carrera expresando su horror por el pasado. Y proclamando su fe en el futuro.? Es curioso que dos de los mejores poemas antiesclavistas de la literatura cubana se escribieran años después de abolida la escla-
vitud. El primero «idea vigorosa en molde irreprochable», como dijo
de él Max Henríquez Ureña:” se debe a la pluma fuerte y exquisita de Mercedes Matamoros (1858-1906). Es.el famoso soneto titulado La muerte del esclavo, que figura en todas las antologías:
Por hambre y sed y hondo pavor rendido,
del monte enmarañado en la espesura, cayó por fin entre la sombra oscura el miserable siervo perseguido.
Aun escucha a lo lejos el ladrido del mastín, olfateando en la llanura, y hasta en los brazos de la muerte dura del estallante látigo el chasquido. 6.
En
1883 la Revista de Cuba publicó el poema «La vuelta al ingenio» de
Carlos Navarrete, cargado de pasión antiesclavista. Era parte de la campaña de la
revista contra el patronato. 7. Henríquez Ureña (1963), Vol. Il, p. 198.
182
Mas de su cuerpo ante la masa yerta no se alzará mi voz conmovedora para decirle: —¡Lázaro, despierta! ¡Atleta del dolor, descansa al cabo! que el que vive en la muerte nunca llora y más vale morir que ser esclavo. El otro poema es de Bonifacio Byrne (1861-1936), se titula El
Sueño del Esclavo y de su «cumplida maestría» dejó testimonio en su florilegio de la poesía cubana la penetrante pupila crítica de José Lezama Lima. El soneto, escrito en 1895, dice así: Hosco y huraño en reducida estancia vive el esclavo mísero, y su empeño es beber el narcótico del sueño,
igual que un néctar de sutil fragancia. En el antro sin fin de la ignorancia lo hundió por siempre su insensible dueño, y es la cólera huésped de su ceño y una historia patética su infancia.
¡Ora durmiendo está! ¡Tened cuidado
los que cruzáis de prisa por su lado! ¡Ninguna voz en su presencia vibre! Dejad que el triste de dormir acabe y no le despertéis, porque ¡quién sabe si ese esclavo infeliz sueña que es libre! Esos ecos de la poesía abolicionista, que a posteriori de la aboli-
ción siguieron sonando, constituyen buen indicio de los fundados
recelos de algunas de las sensibilidades criollas de más finas antenas, ante la terca supervivencia de muchas de las lacras que antes habían acompañado a la esclavitud y que luego, aun sin ella, se
negaban a desaparecer. *
8. Pudiéramos haber agregado a estas dos muestras del antiesclavismo lírico postabolicionista las fáciles redondillas de El último esclavo de Manuel Serafín Pichardo (1873-1937), si no fuera porque ideológicamente este poema dista mucho de los dos anteriores. Para Pichardo, el negro esclavo «peleó por su libertad/ sin saber por qué peleaba» y una vez libre, dedicado a su conuco y su tambor, vivía «...Sin saberse explicar! la aventura de ser libre.» Lo que — Africa
cuando ya tenía doce años. Estos rezagos de la
llamada «mentalidad primitiva» en la psique de los esclavos negros y sus descendientes jamás han sido captados por ningún novelista cubano, ni siquiera por los de nuestro siglo, ni aun por un estudioso tan perspicaz de lo afrocubano como Alejo Carpentier. Pero, más que nadie en el siglo XIX, Zambrana se acerca a ello. Por lo pronto, coloca la religión en el puesto que le corresponde dentro del marco vital de su personaje central. Y, además, lo hace sofrenando sus prejuicios, con admirable objetividad que en mucho se adelanta a las concepciones antropológicas de su tiempo. Francisco le contaba a Camila cómo en su tierra de origen «sus compañeros y él acos3.
Barreda (1978), p. 89.
200
tumbraban a reunirse periódicamente para celebrar los ritos singulares y fantásticos que prescribía la religión de sus padres, que entonces un negro anciano refería una historia de la patria en una canción compuesta por él. Un refrán melancólico que iba detrás de cada estrofa, que salmodiaba el viejo cantor, era entonado por todos, y encerraba siempre en una frase enérgica el tema de la narración. Nosotros, que durante la guerra de Cuba, hemos tenido oportunidad de asistir a estas ceremonias, sentimos no poder encerrar en algunas líneas una idea completa de la elocuencia salvaje y poderosa que hay en esas leyendas místicas, obra de un patriotismo,
que el espectáculo
de la civilización no extingue.»* (Inciden-
talmente, este párrafo puede tomarse como ejemplo del intenso proceso transculturativo que se operó en la manigua durante las guerras de independencia y al cual aludimos en páginas anteriores. Blancos y negros aprendieron muchas
cosas, unos de otros, en su
trato recíproco. Sobre todo aprendieron a respetar la esencia de sus culturas, como lo prueba la actitud que aquí revela Zambrana, tan alejada de la visión discriminatoria y etnocentrista de los innume-
rables racistas de su época).
Tanto en lo físico como en lo moral este nuevo Francisco es una figura tallada en ébano: «...Era un hombre fuerte. Tenía el vigor que es la fuerza del cuerpo y la altivez que es la fuerza del alma. Se comprendía, mirándole, que era incapaz de vacilar en presencia de un obstáculo y que probablemente nunca había sentido, ante un
peligro de cualquier linaje, el frío del miedo en sus nervios... Tenía
la cabeza soberbiamente colocada sobre los hombros, la espalda ancha, el pecho poderoso, estaba erguido sobre el suelo como sobre un pedestal y se leía en su mirada que por dentro no era menos
robusto que por fuera. Músculos
de acero y corazón de granito.»?
Para sus amos era un enigma. Doña Josefina confundía su altivez con la insolencia y su imperfecta adaptación de bozal con la estupidez y el salvajismo. Carlos, en cambio, que lo trataba más a menudo, decía que era inteligente (en lo que tenía razón) y también «profundamente humilde» (en lo que se equivocaba de medio a medio). El amo no se percataba de que el respeto cuidadoso con que lo trataba Francisco procedía de otras fuentes psíquicas, de lo que Zambrana llama el «patriotismo amargo» de su héroe: la imagen,
4. Zambrana (1951), p. 63. Ahí patriotismo quiere decir: «Nostalgia del pasado cultural que quedó en Africa», como puede verse en la página 22 de la novela. 5.
Zambrana (1951), p. 23.
201
siempre viva en su espíritu, de su pasado y su ancestro. Francisco
«elevaba majestuosamente entre sus cadenas el recuerdo de su país
y de la dignidad a que debió llegar en su país, y esto no hacía de él
un hombre triste, hacía de él un hombre grave. Miraba en ello un percance de la guerra y lo sufría como un guerrero estoico. Aceptaba como un homenaje justo el respeto de sus compatriotas y ofrecía a los blancos las fórmulas del suyo, que ellos habían comprado en un
trato no por entero
ilícito a los ojos del que había
sido
su
víctima.»? Su orgullo era el sentimiento elevado de su dignidad
personal y no mera soberbia o petulancia. La majestuosa aceptación de su destino estaba dictada por las tradiciones guerreras de su pueblo y nada tenía de sometimiento o humildad sumisa y humillante. Nada de eso sospechaban siquiera o podían entender sus amos. La incomprensión entre las clases era un índice claro de la distancia inhumana que las separaba. Con Camila entramos en otro mundo. Camila es esclava criolla.
Mas aún, es un ejemplo de ese tipo de esclavitud tan corriente en
las ciudades de Cuba y, sobre todo, en La Habana: la esclavitud suntuaria. Zambrana fija la esencia de esa institución en una frase:
«Para doña Josefa, Camila era un objeto de lujo.» Exacto. Atraída
seguramente por su gracia y su belleza, desde muy niña doña Josefa la sacó de la vivienda de los siervos, la trajo a su lado, la crió casi, cast, como la hija que nunca tuvo. Y la muchacha adquirió la delicadeza de gustos y de costumbres que hubieran sido de la hija de familia, de haber nacido. Tanto, que a ratos olvidaba que era esclava y aun que no era blanca. Grave error que habría de convertirse en uno de los resortes de su desgracia. Porque además de esclava criolla y de lujo, Camila era una mulata, ese peculiar
producto de la mitología sexual cubana, a cuya fascinación el propio
Zambrana no puede resistir en sus descripciones. En esta obra, como sucederá más tarde con Cecilia Valdés, la mulata es el símbolo dramático de esa atracción y ese repudio misteriosos y simultáneos que en el seno de toda sociedad esclavista se produce entre los grupos étnicos en conflicto. Ya volveremos sobre el tema cuando hablemos del famoso personaje de Villaverde. Digamos aquí y ahora que el gran éxito de esta novela en el trazado de su protagonista femenino consiste en que presenta con gran exactitud (y por primera vez en el género) el tránsito desde el ingenuo desconocimiento u olvido de la propia condición servil hasta la plena conciencia de raza y de clase en una esclava que carecía de ella por 6.
Zambrana (1951), p. 22.
202
completo. Lo que al principio le disgustaba a Francisco de Camila era precisamente que «se proponía salir de su raza», que renegaba de su sangre, que sentía vergiienza por lo que había en ella de
común con él.” El doloroso proceso de maduración ideológica de Camila, que destruyó «la trama de sus bellas fantasías y de sus
ensueños quiméricos», le permitió no sólo entender mejor a Francisco sino obtener primero el aprecio y luego el amor de él. Con
mucho acierto, en la primera parte de su novela, Zambrana se vale de lo psicológico no sólo para incorporar en ella un aspecto de la esclavitud o de la vida colonial cubana, sino para dotar a su narración de una recia organicidad, trabando entre sí los hilos de la trama y las interrelaciones de los personajes. Otro gran logro de Zambrana reside en el estudio detallado del idilio que al fin unifica espiritualmente a Camila y a Francisco. Nada aquí del socorrido amor a primera vista, que en apariencia todo lo explica cuando en el fondo no explica absolutamente nada. El proceso de esta relación entre los dos esclavos es largo y com-
plejo. Al retratar los vaivenes de estos amoríos, el autor se man-
tiene fiel a la verdad social y anímica de los seres y del mundo en que se inspira. El símbolo del balcón de Romeo y Julieta y las transparentes alusiones a otros grandes amadores de William Shakespeare (Otelo, Ofelia, etc.) no sólo le confieren cierta gracia literaria al relato, sino que dotan al amor de estos dos seres humildísimos, de estos esclavos, de la misma democrática dignidad y validez que asiste a todos los idilios que en el mundo han sido, fueren cuales fueren la raza o la clase de los enamorados. Y con no menor eficacia se estudia la decisión del «niño bien», del pudiente esclavista Carlos no sólo de casarse por puro interés mercantil con una mujer fea pero más rica que él, sino de convertir simultáneamente a Camila en su amante. Carlos Orellana, ciertamente no es un simple Ricardito o un Niño Fernando... O, por mejor decir, lo es, sólo que el autor nos lo presenta en sus tres dimensiones: después de recibir auténtica sustancia humana de parte de su ereador literario. Con todo lujo de detalles por ejemplo, se analiza
en la obra su repugnancia por el matrimonio burgués —pura transacción comercial—que su madre le sugiere. Y se ponen al desnudo los factores psíquicos y de presión social que lo conducen a aceptarlo y a buscar compensación en la tradicional válvula de escape que ese tipo de relación matrimonial tenía en Cuba: la amante mulata. Todo muy ajustado a los usos y costumbres de 7.
Zambrana, ibídem, id.
203
estos caballeros de la aristocracia de la Cuba del siglo XIX, para quienes la mujer de clase alta no era sino un valor más para un contrato de orden monetario y la mujer de la clase baja un instrumento de placer. Zambrana se esfuerza por presentar no sólo el costado negativo de la conducta de Carlos. Ofrece también, en lo que puede, el lado positivo del alma de su señorito. Es que, en definitiva, se propone salvarlo al final de la obra, como veremos en seguida. Y este empeño sería imposible de realizar con un personaje totalmente chato y unilateral, con un arquetipo más que con una individualidad, con una caricatura idéntica a la presentada "por Tanco y Suárez y Romero en sus novelas respectivas.
La estampa de la esclavitud cubana que nos entrega El Negro
Francisco en su primera parte, es profunda y convincentemente condenatoria. La enorme injusticia que se comete con el protago-
nista y con Camila, realzada por la excelente exposición del conflicto, despierta la sincera indignación de todo lector decente, tal como se lo proponía el autor. No menos condenatoria —aunque quizás algo menos convincente— resulta la pintura de lo que sucede en el ingenio «La Esperanza» y se narra en la segunda parte de la novela. En esa segunda mitad, por lo pronto, en vez de la simple presentación de los hechos y de los procesos anímicos: de los personajes, Zambrana se deja arrastrar por el afán editorialista, propagandístico. Es cierto que lo hace con notable vigor y hasta con cierta novedad estilística. Así sucede, por ejemplo, en el final del capítulo segundo: «Antro sin salida, tumba pavorosa... obediencia a lo inanimado, es decir, ala campana que le dice al sueño: basta; al látigo que le dice al cansancio: no te creo; a la máquina que grita; la piel desnuda bajo los rayos del sol y bajo el hielo de los vientos; el amor
convertido en instinto sexual; tener hambre muchas veces; sentir
siempre deseos de dormir; alguien que codicia nuestra mujer y la toma; alguien que codicia nuestra hija y se la lleva; levantar la mano para recoger el sudor de la frente y ser azotado; bostezar y ser azotado; tener el látigo sobre la espalda, una cadena en los pies, un guardián despiadado junto a sí; un perro de presa a los talones; ninguna apelación posible abajo y el hábito de perder... en la apelación de arriba: eso es un ingenio.»? Muy bien expresado, sin duda. Pero con esos discursos la manera narrativa establecida en la primera parte se interrumpe y trastrueca violenta e innecesaria-
mente. El relato se convierte en alegato. Se traen a colación argu8.
Zambrana (1951), pp. 117-118.
204
mentos. Se citan abusos. Se refieren casos del criminal maltrato
que nada tienen que ver con la trama de la novela. Se declama. Se
incumple, en definitiva, la promesa contenida en el prólogo. Y —tal
como en el prólogo se preveía— todo esto no hace más que ultrajar
la sensibilidad del lector. Lo mismo sucede con la visión subjetiva de los personajes. Zambrana nos ha acostumbrado en la primera parte al análisis psicoló-
gico detallado del idilio de los esclavos y del conflicto con el amo. Pero ahora la densidad disminuye a cada paso. Las decisiones más
importantes de los protagonistas se anuncian por el novelista en
vez de irse formando a nuestra vista, como antes. ¿Cansancio del
autor? ¿Falta de tiempo? ¿Indisciplina literaria? Sea lo que fuere, resulta evidente que a poco de comenzada la segunda parte, los acontecimientos empiezan a precipitarse. La trama se atropella. Melodramáticas casualidades, de viejo corte romántico, sustituyen a los resortes lógicos provistos por los caracteres y las situaciones.
Camila y Francisco van a fugarse en el preciso momento en que
llega Carlos de La Habana para impedírselo. Carlos es atacado por un toro en el preciso momento en que llega Francisco para salvarlo, etc. Desaparece ese fluir armonioso y bien trabado de una trama que parece reproducir fielmente el curso de la vida. Retóricamente hablando, el autor vacila. A veces logra penetrar en el alma de Camila, igual que antes, como sucede cuando Carlos le anuncia que azotará a Francisco hasta matarlo si no se le entrega. Y a ratos nos deja ver la conciencia revuelta de Carlos, cuando por ejemplo explica por qué tomó éste esa perversa decisión. Pero, en la mayor parte de las ocasiones, enuncia en vez de describir. Apunta en vez de analizar. Sobre un asunto fundamental, el suicidio de Francisco, apenas nos entrega la imagen de un cuerpo colgando de un álamo. Sobre la triste demencia en que se hunde Camila, sólo hay tres palabras en el libro: «Camila murió loca.» Y la radical transformación de Carlos, su arrepentimiento, su abandono del país para ir a pelear al lado de los norteños abolicionistas en la Guerra Civil de los-Estados Unidos, todo eso, tan difícil de comprender sin preparación adecuada, se resume en unas pocas líneas extraídas de la carta que Orellana le escribe a su amigo Enrique Delmonte. Zambrana pretende salvar para la historia al representante de la burguesía criolla: su propia clase, después de todo. Y el hecho tiene una explicación basada en su propia y personal experiencia. El pudo presenciar en la manigua la gran reconciliación social que el amor a la libertad había propiciado entre las dos clases tradicionalmente enemigas. Y quizás temía que una condenación absoluta y total de
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su personaje adinerado no ayudase a la tarea necesaria de unir a todos los cubanos contra España. No es eso lo que aquí le reprochamos, sino el modo esquemático y precipitado en que lo hace al final de su novela, restándole a ésta su fuerza dramática y, de paso, —irónicamente— su potencia persuasoria. No pueden violarse
impunemente las directrices retóricas básicas de un género literario sin pagar las consecuencias. ¿Hemos sido demasiado severos al enjuiciar este libro? Si así ha
ocurrido sólo podrá deberse al hondo aprecio que sentimos por sus muchos méritos artísticos y a la pena de que no cuajara en la obra maestra que obviamente pudo ser. Dejemos sentado aquí, empero,
para hacer justicia, que El Negro Francisco, pese a sus limitaciones, no es superada entre las novelas abolicionistas más que por Cecilia Valdés. Y, en consecuencia, merece la ciudadosa atención de todo el que se interese por la contribución del género narrativo a la
causa del antiesclavismo en la Cuba del siglo XIX.
«Cecilia Valdés»
Cirilo Villaverde (1812-1894) es, sin duda alguna, la figura máxima de la narrativa abolicionista cubana. Primero en La joven de la flecha de oro (1840) y después en Dos Amores (1842-1848) abordó
—de costado— el problema de la esclavitud y expresó sus simpatías
por el sector oprimido de la sociedad. Pero su mejor aporte al género es, por supuesto, Cecilia Valdés. No la primera versión de 1839, que nada tiene de antiesclavista, sino la segunda y definitiva de 1882. La producción novelística de Villaverde se desarrolla en dos etapas, separadas por un paréntesis de dedicación exclusiva a la política conspirativa. En la primera (1837-1847), escribe casi todas sus novelas y cuentos, siguiendo los modelos del romanticismo costumbrista que entonces predominaba en Cuba. En la segunda, (1858-1879), compone Cecilia Valdés, rompiendo con el pasado e imponiéndose nuevos objetivosy nuevos métodos retóricos. El estímulo inicial le vino de Domingo Delmonte, a cuya tertulia perteneció en la década de 1830-1840. Desde que la Miscelánea de Util y
Agradable Recreo le publicó El Ave Muerta
en agosto de 1837, el
joven Villaverde escribe sin cesar: cuentos cortos, noveletas, novelas, artículos de costumbres, crítica literaria. Lo más importante: la
primera versión de Cecilia Valdés, a que hicimos referencia.
He aquí un hecho curioso: en ese momento de su evolución literaria Villaverde se apartó consciente y deliberadamente de la
206
narrativa abolicionista. No por razones ideológicas —desde muy
temprano odió él la esclavitud— sino por consideraciones prácticas. En la tertulia delmontina escuchó la lectura de El Niño Fernando
de Félix Tanco y del Francisco de Anselmo Suárez y Romero. En vez
de estimularlo a la imitación, estas lecturas lo impulsaron a huir del género. El explica por qué: «Comprendí yo que aquel género de novelas era inútil emplearlo en Cuba, porque sería lo mismo que conservarlas manuscritas por mucho tiempo. Y no me faltaba tema para escribirlas. Precisamente había copiado, por aquel tiempo, El diario oficial del rancheador de cimarrones de Francisco Estévez,
en el que había una mina
inagotable de hechos
sangrientos y
trágicos en que los negros aparecían como héroes. Para escribir esa
novela histórica hubiera sido preciso convertir los negros cimarro-
nes en indios y trasladar la escena a un país en que los hubiera, cosa ésta que repugnaba a mis ideas sobre la novela, cuyo carácter
local lo creo imprescindible.»!
Villaverde quiere verse en letras de molde. Y lo logra. Escribe y publica copiosamente, sin aludir para nada a la estructura básica de la sociedad cubana que lo rodea. Su producción en la década de 1837 a 1847 se limita (en la narrativa) a lo puramente descriptivo y costumbrista. Su orientación es estrictamente estética, sin implicaciones político-sociales de ningún género. Pronto, sin embargo, el centro de gravedad de su pensamiento y su actividad va a moverse de un extremo a otro. Villaverde comienza a interesarse por la política (aunque, por razones obvias, este interés no se refleja en su
producción literaria). Su profundo cubanismo lo conduce paso a paso a una postura separatista, basada en el principio de que, para salvarse, Cuba tenía que romper sus vínculos con la metrópoli española. En 1846 conoce al general Narciso López y se identifica con sus planes revolucionarios. Participa en la conspiración de la
Mina de La Rosa Cubana. López se ve obligado a exiliarse. Villa-
verde queda atrás. Al fin es detenido, juzgado, condenado a presidio. En 1848 se fuga de la cárcel. Logra salir de Cuba en una goleta
que lo lleva a la Florida. Por aquel entonces se ha producido en él
un cambio radical, que equivale a una conversión. El literato ha
devenido revolucionario profesional. El lo explica en estos términos: «Fuera de Cuba, reformé mi género de vida: troqué mis gustos literarios por más altos pensamientos: pasé del mundo de las ilusiones, al mundo de las realidades: abandoné, en fin, las frívolas ocupaciones del esclavo en tierra esclava, para tomar parte en las 1.
Cit. por Loló de la Torriente en Alvarez (1982), pp. 129-130.
207
empresas del hombre libre en tierra libre. Quedáronse «allá mis
manuscritos y libros, que si bien recibí algún tiempo después, ya no fue dado hacer nada con ellos; puesto que primero como redactor de
La Verdad, periódico separatista cubano, luego como secretario militar del general Narciso López, llevé una vida muy activa y agitada, ajena por demás a los estudios y trabajos sedentarios.»* Pero no le asiste la suerte al joven novelista trocado en revolucionario. Uno trás otro, todos los proyectos conspirativos en que participa fracasan rotundamente. La Verdad deja de publicarse. En 1855 se cierra el ciclo insurreccional. Para ganarse la vida, Villaverde enseña, hace periodismo, traduce al español el David
Copperfield de Charles Dickens. En 1858 retorna a Cuba, ya casado
con la fervorosa patriota independentista Emilia Casanova. Trabaja en una.imprenta. Y es en ese momento cuando se inicia la gestación de la segunda Cecilia Valdés, de la cual la primera de 1839, como bien ha dicho Denia García Ronda, es sólo antecedente y no primera parte.* El autor explica: «En 1858 me hallaba 'en La Habana tras nueve años de ausencia. Reimpresa entonces mi novela Dos Amores, en la imprenta del señor Próspero Massana, por consejo suyo acometí la empresa de revisar, mejor todavía refundir la-otra novela, Cecilia Valdés, de la-cual sólo existía impresa el primer tomo y manuscrita una pequeña parte del segundo. Había trazado el nuevo plan hasta sus más menudos detalles, escrito la advertencia y procedía al desarrollo de la acción, cuando tuve de nuevo:que abandonar la patria.»* Hemos traído a colación estos detalles biográficos porque. son indispensables para la comprensión del libro que analizamos. En 1858 Villaverde ha trazado un nuevo plan que implica «el expurgo,
ensanche y. refundición» de la obra vieja. El novelista tiene enton-
ces 46 años: se encuentra en plená madurez. ¿Va'a regresar a ló que
él mismo había condenado como «frivolidades» del primer período
de.su carrera literaria? ¿Iba a volver al costumbrismo romántico,
apenas levemente reformista, él «un verdadero revolucionario? Claro que no. En la refundición se utilizaría el relato de costumbres, pero con un fin completamente distinto: el de poner en evidencia cómo la política tradicional del gobierno español había producido en la tierra más bella del mundo (ecos de José María Heredia) una sociedad deformada, enferma, corrompida, corroída hasta los tué2.
Villaverde (1964), p. 48.
3.
Denia García Ronda en Alvarez (1982),
4.
Villaverde (1964), p. 48.
208
p. 375, nota.
tanos por la tiranía política (el despotismo de los Capitanes Generales) y por la tiranía social (el régimen esclavista que. servía de base a todo el edificio económico y societario de la Isla). Cecilia Valdés no iba a ser una mera colección, más o menos hilvanada, de
paisajitos típicos y estampitas curiosas, al modo tradicional. Se
proponía algo más hondo: producir el retrato fiel y verídico de la sociedad cubana del siglo XIX, para echárselo en cara a España, para condenar de ese modo a la metrópoli opresora. Y hay que convenir en que Villaverde lo logró. Cecilia Valdés constituye, ante
todo, un alegato, un acta acusatoria. Y cuando se la mira así, se comprende en seguida por qué el autor incluyó en ella tantos
episodios y detalles que nada tienen que ver con la trama. Es que el desarrollo de esa trama deviene aquí algo estrictamente secunda-
rio: no es sino el pretexto que se utiliza para sentar a la monarquía
hispana en el banquillo de los acusados y condenarla tras presentar la prueba de su crimen: esa Cuba colonial a la vez joven y decadente, que era el triste resultado de más de tres siglos de explotación y desgobierno. En Cecilia Valdés (tenía razón al decirlo Ramón Catalá) Villaverde creó una obra revolucionaria, es decir, un instrumento de pelea. No produjo una novela de evasión, sino de combate. Su actuación, al redactarla, (bien lo apreció Enrique José Varona) no fue la del esteta escondido en su torre de marfil, sino la de un «artista patriota» que luchaba por su ideal con aquello mismo
que escribía. Por eso su éxito fue más bien político que puramente literario.* Cecilia Valdés podrá ser una novela de mérito relativa-
mente modesto. pero es un libro de extraordinario valor histórico. Conviene dejar sentado que Villaverde se propuso hacer de su alegato patriótico una novela, no una colección de discursos disfra-
zados. Para ello tenía que dejar a la obra narrativa hablar por sí sola, sin que se le viera demasiado al autor la mano intencionada. Y
por lo general fue fiel a este empeño, aunque en unas pocas ocasiones dejó escuchar abiertamente su propia voz. Una de ellas ocurre en el capítulo II de la Primera Parte, como si quisiera dejar bien sentado desde el principio sus objetivos fundamentales. Hablando de la tolerancia que las autoridades mostraban hacia el juego oficialmente prohibido, escribe: «La publicidad con que se jugaba al monte en todas partes de la Isla, principalmente durante la última época del mando del Capitán General D. Francisco Dionisio Vives, 5.
Ramón Catalá, cit. por Noel Navarro en Alvarez (1982), p. 291.
6.
Aunque
en el siglo XIX
hispanoamericano
no hay
supere ni siquiera la Amalia de Mármol o la María de Isaacs.
209
ninguna
otra que
la
anunciaba a no dejar dudas que la política de éste o su gobierno se basaba en el principio maquiavélico de corromper para dominar, copiando el otro célebre del estadista romano: —divide et impera.
Porque equivalía a dividir los ánimos, el corromperlos, cosa que no viese el pueblo su propia miseria y degradación.»” Otras veces Villaverde se oculta, para expresar sus opiniones, tras los leves velos del pensar de sus personajes. Así, por ejemplo, para condenar abiertamente la esclavitud se vale de las reflexiones
de Isabel ante el espantoso
espectáculo
social del ingenio
que
visitaba: «Vio con sus ojos, que allí reinaba un estado permanente de guerra, guerra sangrienta, cruel, implacable del negro contra el blanco, del amo contra el esclavo. Vio que el látigo estaba siempre
suspendido sobre la cabeza de éste, como el solo argumento y el solo estímulo para hacerle trabajar y someterle a los horrores de la
esclavitud. Vio que se aplicaban castigos injustos y atroces... que el trato era inicuo, sin motivo que le aplacara, ni freno que le moderase; que apelaba el esclavo a la fuga o al suicidio en horca, como al
único medio para librarse de un mal que no tenía cura ni intermi-
tencia... Pero... lo:peor era la extraña apatía, la impasibilidad, la inhumana indiferencia con que amos o no miraban los sufrimientos, las enfermedades y aun la muerte de los esclavos. Como si a nadie importase su vida bajo ningún concepto. Como si no fuera nunca el propósito de los amos corregir y reformar a los esclavos, sino meramente el deseo de satisfacer una venganza. Como si el negro fuese malvado por ser negro y no por esclavo. Como si tratado como bestia, se extrañara que se portara a veces como fiera... ¿Cuál podía ser la causa original de un estado de cosas tan opuesto a todo sentimiento de justicia y moralidad”... ¿No estaba en el interés del
amo la conservación o la prolongación de la vida del esclavo —
capital viviente? Sí lo estaba, a no quedar género de duda; pero eso tenía de perversa la esclavitud, que poco a poco e insensiblemente
infiltraba su veneno en el alma de los amos, trastornaba todas sus ideas de lo justo y de lo injusto, convertía al hombre en un ser todo
iracundia y soberbia, destruyendo de rechazo la parte más bella de la segunda naturaleza de la mujer —la caridad.»? Obviamente,
cuando se trataba de poner bien en claro el propósito fundamental de su libro,el autor no temía que se le vieran los hilos con que el titiritero movía sus muñecos. Los procedimientos utilizados por Villaverde para componer su 7.
Villaverde (1964), p. 83.
8.
Villaverde (1964), pp. 409-410.
210
patriótico alegato novelado revelan una curiosa mezcla de realismo y simbolismo. El autor insiste en que su técnica narrativa es eminentemente realista. Es lógico: el alegato contra la labor de la monarquía española en Cuba no necesitaba, para resultar decisivamente convincente, de otro ingrediente que la simple verdad objetivamente reproducida. Bastaba con copiar, con la mayor exac-
titud posible, la realidad colonial cubana para poner al desnudo el cáncer que llevaba en las entrañas. Dice Villaverde en el prólogo:
«Reconozco que habría sido mejor para mi obra que yo hubiese
escrito un
idilio, un
romance
pastoril,
siquiera
un cuento
por el
estilo de Pablo y Virginia...; pero esto, aunque más entretenido y
moral, no hubiera sido el retrato de ningún personaje viviente, ni la descripción de las costumbres y pasiones de un pueblo de carne y hueso, sometido a especiales leyes políticas y civiles, imbuido en
cierto orden de ideas y rodeado de fuerzas reales y positivas. Lejos
de inventar o de fingir caracteres y escenas fantasiosas e inverosímiles, he llevado el realismo, según lo entiendo, hasta el punto de presentar los principales personajes de la novela con todos sus pelos y señales, como vulgarmente se dice, vestidos con el traje que llevaron en vida, la mayor parte bajo su nombre y apellido verdaderos, hablando el mismo lenguaje que usaron en las escenas históricas en que figuraron, copiando en lo que cabía, d'apres nature, su fisonomía física y moral, a fin de que aquellos que los conocieron de vista o por tradición, los reconozcan sin dificultad y
digan cuando menos: el parecido es innegable.»*?
No se le escapaba a Villaverde que el cuadro que salía de su pluma estaba recargado de sombras. Y, por si acaso alguien ponía en duda su veracidad, considerando exageradamente negativa (y, por lo tanto, deformada) la imagen por él ofrecida, recurrió al procedimiento de poner extraordinario énfasis en los detalles de los paisajes y los episodios que aparecen en la novela. Nada para él más fácil, porque desde niño demostró poseer una memoria prodigiosa, tanto visual como auditiva y ofativa. El detallismo —pensaba Villaverde— era la mejor garantía de la total autenticidad de su realismo. Guiado por esa brújula, penetró con ojo avizor en el
examen de la sociedad cubana de la década de 1830 a 1840 y nos la presentó de arriba a abajo en todas sus facetas, desde el Palacio de los Capitanes Generales hasta el bohío del mísero guardiero esclavo, incluyendo en su pormenorizado retrato todos los estratos sociales, todas 9.
las clases, todas las instituciones,
* Villaverde (1964), p. 50.
211
todos los oficios,
todos los modos de vida... en todos sus detalles. El resultado puede parecer a ratos excesivo, desde el punto de vista estético, pero como
alegato anticolonialista posee una efectividad abrumadora.
Manuel de la Cruz, en sus Cromitos Cubanos, ha llamado a Cecilia Valdés «lienzo colosal en que se mueve toda una época». Hoy sería tal vez mejor comparar la novela con esos rebosantes murales o frescos de Rivera y Orozco que juntan el retrato de la naturaleza mexicana y de los personajes capitales de la historia de México.con los símbolos que explican su interacción. Villaverde emplea siste-
máticamente dos tipos de símbolos: los individuales y los situa-
cionales. Ambos desempeñan la misma misión que la pintura rea-
lista: explicar el funcionamiento
de las estructuras sociáles de
Cuba, con-el fin de desencapotar su envilecimiento a manos del gobierno español que las' corrompía. Muchos críticos se han quejado, por ejemplo, de la presencia en la obra de episodios que parecen innecesarios para el desarrollo de-la acción. Ciertamente abundan en el libro y sería interesante estudiarlos todos en detalle. Para nuestro propósito bastará con examinar sólo tres:
.1. Transitan por las calles de La Habana, en un quitrín que
conduce un esclavo, dos jóvenes criollos: el rico aristócrata Fernando O'Reilly y el acaudalado (aunque todavía sin blasón) Leonardo Gamboa. Al llegar a una de las puertas de-la: muralla que rodeaba parte de la ciudad, un caballo cargado de forraje les interrumpe el
paso. O'Reilly grita airado: «¡Cabo de la guardia!» En seguida los soldados que cuidan del portón acuden presurosos, echan a un lado al forrajero y a su caballo y el quitrín del privilegio sigue su marcha
no sin llevarse en un estribo “parte de la maloja. Al llegar a-la
esquina de San Rafael y Prado, -empero, la cosa cambia. Los dragones detienen con sus lanzas el carruaje sin que valgan de nada-las protestas de O'Reilly. Y los jóvenes se ven obligados a.esperar hasta que pasa el coche del Capitán General y su escolta dea caballo. *
2. Aparece en escena el Capitán General de la Isla, don Francisco
Dionisio Vives. No en una salá del Palacio de Gobierno
sino en la
valla de gallos que él'mismo —primera autoridad del país— había
hecho construir-en. el Castillo de la Fuerza. Allí-lo vemos, concentrado en-las carreras y revuelos de un gallo cobrizo, al cúal el gallero Padrón: (un asesino sacado de presidio para servir a Su Excelencia) provoca hasta el furor con otro gallo que tiéne en la mano-izquierda: Allí, en la gallería, Vives despacha los. asuntos oficiales, que en esa ocasión no eran otros que autorizar a los
negreros de la capital la entrada de contrabando en La Habana, de una carga de esclavos traídos de África, “a cambio de un soborno de
212
varios centenares de onzas de oro. 3. En la calle de la Muralla, frente a la sastrería del maestro Uribe, ocurre una colisión entre el quitrín ocupado por tres señoritas aristocráticas y un carretón cargado con cajas de azúcar. Los carruajes quedan casi de través en la calle. El carretonero y el cochero, ambos esclavos, en vez de deshacer prontamente el enredo, «con atroces maldiciones y denuestos» se embisten mutuamente y se pegan como fieras hasta que son separados por el maestro sastre, sus oficiales y varios transeúntes. - ¿Qué tienen en común estas estampas? Fundamentalmente esto: pueden ser suprimidas las tres sin perjudicar un ápice el curso de la acción. ¿Son entonces inútiles, innecesarias? Para el estrecho fin indicado lo son ciertamente. En cambio, para el verdadero propósito
del
novelista
—descubrir
las raíces
podridas
de la: sociedad
colonial— resultan utilísimas. En la primera escena, en forma simbólica, se presenta el juego dinámico de las jerarquías en la Cuba de entonces. Los ricos cubanos podían atropellar al pobre, pero tenían que inclinarse ante el poderío del gobierno metropolitano. En la segunda, se pone al desnudo la corrupción que regía las relaciones públicas en la Isla. La máxima autoridad española había convertido una fortaleza oficial en un garito y allí se dejaba com-
prar por los negreros. Resulta así obvio dónde residía la causa del
«desorden de la administración de la colonia, la penuria del erario, la venalidad y corrupción de los jueces y de los empleados, la desmoralización de las costumbres y el atraso general» que «se combinaban para amenazar de muerte aquella sociedad que ya venía trabajada por toda suerte de males de muchos años de desgobierno.»!? En la tercera escena, Villaverde mueve su atención —y la del lector— hacia el otro extremo de la sociedad colonial. Y trata de penetrar en la psique de los esclavos. ¿Por qué se agreden absurdamente los conductores de los dos vehículos? Dice la novela: «No era que se conocían, estaban reñidos o tenían anteriores agravios que vengar; sino que siendo los dos. esclavos, oprimidos y maltratados siempre por sus amos, sin tiempo ni medio de satisfacer sus pasiones, se odiaban a muerte por instinto y meramente desfogaban la ira de que estaban poseídos, en la primera ocasión
que se les presentaba.»!! Esta explicación —freudiana antes de Freud— evidencia la carga de resentimientos y de odio que un régimen salvaje de represión acumulaba en el alma de los esclavos, 10. 11.
Villaverde (1964), p. 248. Villaverde (1964), p. 171.
213
embruteciéndolos,
deshumanizándolos.
Si el objetivo de Cecilia
Valdés no hubiera sido otro que relatar los amores incestuosos de
Cecilia y Leonardo, los celos de Pimienta y su confluencia en un
trágico fin, para nada servirían esas tres escenas. Para acusar a la España monárquica de sus crímenes coloniales, en cambio, su valor era inestimable. Y por eso el autor las incluyó en su obra.
Muchas otras situaciones funcionan como símbolos en Cecilia
Valdés: los bailes, por ejemplo, sobre los cuales escribió el propio
Villaverde en su novela: «El estilo es el hombre, ha dicho alguien
oportunamente: el baile es un pueblo, decimos nosotros, y no hay ninguno como la danza, que pinte más al vivo el carácter, los hábitos, el estado social y político de los cubanos, ni que esté en más
armonía con el clima de la Isla.»!? Pero un estudio detenido de este
interesantísimo tópico nos desviaría del propósito que aquí nos anima: examinar la naturaleza y raíces del abolicionismo de Villaverde. Á un solo símbolo situacional más vamos aprestarle aten-
ción: al tema del incesto. Pero lo haremos más adelante, al hablar
de las relaciones personales ¡y tan simbólicas! de Cecilia y Leonardo. Los símbolos individuales son también muy numerosos en Cecl-
lia Valdés. Aunque Villaverde otorga a gran número de sus perso-
najes una individualidad muy concreta, sustanciosa y diferenciada, no por ello deja de utilizarlos como cifras y señales del sector, grupo, casta e clase social a que pertenecen. En don Cándido Gamboa, negrero y hacendado a la vez, se fusionan dos estratos de
la burguesía que normalmente vivían separados en Cuba, como si el autor quisiera aunarlos en idéntica culpabilidad histórica, pues ambos levantaban
sus
fortunas
literalmente
sobre
el sudor,
la
sangre y los cadáveres de miles y miles de negros africanos. Además, en contraposición a su hijo Leonardo, Gamboa representaba al progenitor español, separado de sus descendientes criollos por un insondable (y, para él insalvable e incomprensible) abismo generacional. Y junto a don Cándido, su esposa doña Rosa, quien (como personaje) desciende directamnente de la doña Concepción creada por Félix Tanco y de la señora Mendizábal creada por Anselmo Suárez y Romero: como ellas encarna el tipo de la madre patológicamente prendada del hijo promogénito, a quien le consiente absolutamente todo, mientras se muestra insensible al dolor de sus
esclavos. Desagradable figura de mujer, en definitiva malformada
por una radical inversión de los valores éticos fundamentales. 12.
Villaverde (1964), pp. 197-198.
214
No logra Villaverde idéntica tridimensionalidad en el retrato de sus esclavos. Pero, como metáforas, gran número de ellos funcionan
con gran eficacia. Recuérdese a Pedro Briche, inolvidable imagen del siervo rebelde. Cansado de sufrir en silencio, encabeza la fuga
de unos cuantos esclavos de La Tinaja. Perseguido por el rancheador, le hace firme resistencia, pero los perros lo vencen. Medio despedazado por los colmillos de esas fieras, es llevado al ingenio. Y cuando el mayoral lo pone en el cepo de la enfermería (la voz ronca,
los ojos «dos tomates maduros»): «El hombre no muere más que una vez», le grita a su verdugo. Pese a las amenazas, se niega a denun-
ciar a sus compañeros de fuga. Y, por fin, ya solo, dobla la punta de
la lengua hacia adentro, empuja con los dedos la glotis sobre la
tráquea... deja de respirar. «Se tragó la lengua», dijeron luego los negros. «Asfixia por causa mecánica», diagnosticó el médico. Suicidio de un hombre digno. Don Cándido, ante el cadáver aun caliente pronunció el epitafio esclavista: «¡Lástima de negro! Valía lo que pesaba en oro para el trabajo!» Junto a la figura gigantesta de Pedro, la no menos impresionante de María Regla, quien como nadie en la obra, expresa el hondo:amor del negro esclavo por la
libertad. En una conversación con Adela (la hija menor del amo, a
quien había criado como nodriza) y con varias de las amigas de ésta, María Regla deja escapar estas encendidas palabras (improbables, quizás, por su estilo, aunque no por su contenido): «Si por un trastorno de la. naturaleza, cualquiera de las niñas que me escu-
chan, se vuelve mujer de color y cuando más dura parece la escla-
vitud, viene un individuo.. y le dice: no llores más... voy a libertarte... ¡Qué dulce le parecería esa palabra! ¡Qué buena, qué amable, qué angelical no le parecería la persona! ¡Te voy a libertar! ¡Ay! ¡Niñas! yo no he oído nunca esas palabras sin estremecerme, sin un regocijo interior inexplicable, como si me entraran calosfríos... ¡La libertad! ¿Qué esclavo no la desea? Cada vez que la oigo pierdo el juicio, sueño con ella día y noche, formo castillos, me veo en La Habana, rodeada de mi marido y de mis hijos, que voy a los bailes... con manillas de oro, aretes de coral, zapatos de raso y medias de seda.»!? Fantasías, por supuesto. Era lo único que le quedaba a la pobre esclava: el derecho a soñar un mundo sin esclavitud.
Innumerables son, en la novela, los personajes-símbolos. Para nuestro propósito, empero, bastará con examinar sólo dos más —los más importantes—: Leonardo y Cecilia. ¿Qué representa el joven
Gamboa? En un artículo repleto de valiosas sugerencias, Yolanda 13.
Villaverde (1964), pp. 438-439.
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Aguirre se plantea esta cuestión y se queja de que Villaverde lo hiciera símbolo de la juventud criolla de la época. Pero, en realidad de verdad, ¿es Leonardo el exponente representativo de todos los
jóvenes cubanos de la generación de 1830? La propia profesora Aguirre demuestra cumplidamente que las características del per-
sonaje (Gamboa es perezoso, ignorante, egoísta, voluble, superficial, cruel con los esclavos, indiferente en lo fundamental a los problemas políticos y sociales de su patria pues vive entregado a la
vida regalada o, como dice su creador, «al juego, las mujeres y las orgías con sus amigos») contradicen totalmente a las de los mejores
ejemplares de ese grupo, jóvenes de. la talla intelectual y moral de Ramón de Palma, José Antonio Echeverría, Gabriel de la Concep-
ción Valdés, Domingo Delmonte, etc. «Años más o años menos, este
grupo de nombres y otros que podrían añadirse, como el del mismo
Villaverde, se anudan a los Luz y Caballero, Saco y aun Varela, para matizar y definir ese rico período intuestionablemente
cuba-
no, que hizo germinar en-la Isla inquietudes filosóficas, literarias, científicas y políticas: la simiente engendradora de los que, por fini, fueron capaces del Grito de Yara.»!* Si ello. es así, ¿por qué insistir en conferirle a Leonardo ese amplio carácter de modelo de toda una generación? El verdadero responsable de esta confusión es el propio Villaverde, quien en el Capítulo XI de la Primera Parte de Cecilia Valdés escribió: «De la generación que procuramos pintar ahora bajo el punto de vista político-moral, y de la que eran muestra genuina Leonardo Gamboa y sus compañeros de estudio, debemos repetir que alcanzaba nociones muy superficiales sobre la situación de su patria en el mundo de las ideas y de los principios. Para decirlo de una vez, su patriotismo era de carácter platónico, pues que no se fundaba en el sentimiento del deber, ni en el conocimiento de los propios derechos como ciudadano y como hombre libre.»!? Al usar la
palabra generación ¿estaba don Cirilo diciendo que Gamboa repre-
sentaba en su novela a los Saco, los Delmonte, los Heredia...? Es obvio que no. Todos estos personajes reales aparecen o son citados en la obra con gran respeto y admiración. Saco, sobre todo, es visto
como prototipo de la juventud culta y patriótica de la Cuba del momento. Es evidente también que la palabra generación no incluía, en el párrafo citado, a los jóvenes esclavos (los Pedro Briche, por ejemplo) o a los libres «de color» (como Plácido, a quien también 14. 15.
Yolanda Aguirre, en Alvarez (1982), p. 200. Villaverde (1964), p. 142.
216
se alude con simpatía). Para mí es innegable que Villaverde se estaba refiriendo en realidad (aunque lo formulara confusamente)
a un grupo reducido de los jóvenes de la generación de 1830, a un
estrato de esa capa social: específica y exclusivamente a los criollitos acaudalados, corrompidos por el sistema patológico de relaciones humanas que se desprendían del régimen esclavista impe| rante en Cuba.
El Leonardo de Villaverde es un descendiente directo del Niño Fernando de Tanco y del Ricardo de Suárez y Romero y (como ellos)
ha sido convertido por una educación funesta en modelo de todos los vicios. La profesora Aguirre se pregunta: ¿por qué.no tomó Villaverde a Heredia como ejemplo para construir el protagonista mas-
culino de la novela? Nos parece que la respuesta reside en el propósito fundamental del autor. Si éste —como hemos visto— no se proponía tan sólo retratar la Cuba de 1830 sino hacerlo para probar que España había creado en la Isla una sociedad monstruosa, el protagonista de Cecilia Valdés tenía que ser obligatoriamente un personaje negativo. Y así lo pintó Villaverde. Inteligente, pero incapaz
de esforzarse para aprender.
Fugazmente
a-
traído por los criterios democráticos e igualitarios que privaban en el Seminario de San Carlos, pero (en la práctica de la vida) tiránico, brutalmente despótico, como correspondía al heredero del ingenio La Tinaja. Instintivamente separado de su padre español por la emoción incipiente del patriotismo criollo, pero incapaz de canalizar esos sentimientos hacia fines constructivos. Producto ineluctable de una maquinaria social podrida, Leonardo repite los pasos de la juventud de su padre: busca matrimonio por interés mercantil y satisface su erotismo corrompiendo a una muchacha que pertenece a una clase social que considera inferior. ¿Representante de su generación? No. En la figura contradictoria y contrahecha de Leonardo Gamboa, Villaverde llama la atención hacia los hijos del
privilegio, convertidos por el esclavismo en deleznables e inútiles desechos humanos. Hélos ahí, nos dice: esa es la «clase dominante» que España nos entrega.
¿Y Cecilia? Cecilia es Cuba. No la Cuba ideal de los sueños patrióticos, sino la auténtica de la realidad colonial. La Cuba tiranizada, vejada, maltratada y corrompida por la indeseable presencia metropolitana. Usando la terminología ya clásica en el pensamiento antropológico de Arnold van Gennep y Víctor Turner*? sería posible decir que la figura de Cecilia Valdés es fundamentalmente 16.
Gnnep (1960) y Turner (1969).
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liminal. No es blanca ni es negra, ni siquiera propiamente mulata: pudiera «haber pasado por blanca» si otros factores socioeconómi-
cos hubiesen determinado su crianza y su educación. Además, en la novela, pasa de niña a adolescente a joven adulta, en un proceso de continuo cambio que no termina sino en la abrupta última página.
O sea, Cecilia es un ser en transición: su estar es un no-estar, su ser es un no-ser. Su residencia permanente es el limen, el umbral, la
frontera, la tierra de nadie existencial. Tanto cronológica como
socialmente hablando ella une y separa a la vez los distintos grupos sociales, las clases, las razas, las edades. Esa liminalidad será la fuente de su tragedia, pues en una sociedad trastornada como la de Cuba, cada vez que se establecía un contacto profundo entre los grupos estancos, el resultado era desastroso: cuando el negro Dio-
nisio pretende bailar con ella, sale de la aventura casi muerto y
cuando Cecilia se entrega al blanco Leonardo Gamboa, las consecuencias son el incesto y el asesinato.
Como Cecilia, Cuba era una tierra en proceso de tránsito. Ni era
blanca ni era negra. Ni era joven ni era vieja. Era esclava, pero luchaba por ser libre. Era una colonia y aspiraba a la independencia. En ella se juntaban —como en la protagonista de Villaverde—
las bellezas del físico mundo (que el autor describe en detalle) y los
horrores
del mundo
moral
(que el autor
condena
con
énfasis).
Inteligente, no podía hacer uso de su capacidad creadora. Buena, en
el fondo, era llevada —como Cecilia— al error, al pecado, al crimen. Vivía, como la jovenzuela andariega de La Loma del Angel, de la ceca a la meca, del reformismo al anexionismo, del anexionismo al independentismo, sin arribar a parte alguna. Es decir, su vida era una constante frustración, un querer sin poder, un ser en el no-ser.
Cuba era una criatura social caracterizada por la más penosa y radical liminalidad. Cuba era Cecilia y, como ella, seguía existiendo
en el umbral, pues en la década del 30 del pasado siglo, todavía no se habían salvado los obstáculos que le impedían pasar al otro lado de la marca para encontrar allí la plenitud de su independiente personalidad. Eso explica por qué fue Villaverde (como bien ha dicho Salvador Bueno) el forjador del único mito literario creado por un novelista cubano.?”
El simbolismo y el realismo se combinan en Cecilia Valdés para
ofrecernos la pintura más detallada y más profunda del sistema esclavista de Cuba en el siglo XIX y para producir la más enérgica y dramática expresión de abolicionismo en las letras de la Isla. Todos 17.
Salvador Bueno, en Alvarez (1982), p. 287.
218
los sectores, factores, segmentos y elementos del esclavismo criollo aparecen en la obra. Y el conjunto es visto en dimensión dinámica. Se anuncia la crisis inminente del café. Se muestran los pródromos de la revolución industrial en los ingenios. Aparece la trata, con todos sus horrores. Y la esclavitud propiamente dicha, en todas sus variedades: urbana y rural, cafetalera y azucarera, productiva y suntuaria, capitalina y provinciana. No se le escapa a Villaverde ni uno solo de los tipos humanos que el sistema producía y que eran ya tradicionales en la literatura abolicionista cubana: el negrero y el hacendado, la madre corruptora y el hijo corrompido, los mayorales y contramayorales brutales y sádicos, los esclavos explotados y embrutecidos, el guardiero que recibe como premio de toda una vida de servicio el retiro a un rincón perdido del monte, en soledad total y absoluta miseria. A estos personajes del gran drama agrega otros apenas tocados por sus antecesores en el género: el factótum
urbano del potentado, envuelto en todos los sucios negocios de su
amo y señor; el esclavo cimarrón y rebelde; el rancheador y sus perros feroces; la enfermera esclava del ingenio; el calesero de la ciudad; el esclavo «con papel», que trabaja por su cuenta; el esbirro extraído de la misma clase oprimida; el doméstico de las casonas de la ciudad y del campo. Y, junto a los tipos humanos, el funcionamiento del régimen, las instituciones subsidiarias que lo sostienen: la compra-venta de carne humana, la calimba, el boca-abajo, el cepo y el grillete, el hospital y la esquifación, la recogida de café, el corte, el tiro y la molienda de la caña, la manumisión ocasional, la coartación
produce
frecuente,
para
los novenarios,
sí, el barracón
el conuco
promiscuo,
donde
el bohío
el esclavo
de guano,
la
genuflexión ante el amo, la huida al monte, los palenques... Pudiera
decirse que la lista es infinita, si no fuera porque, en realidad, Villaverde no nos entrega una lista, sino un organismo social integrado, un cosmos en toda la plenitud de su complejo funcionamiento. Es más, en esta novela encontramos después del Francisco de Zambrana, el único otro intento realizado en Cuba por elaborar no sólo una psicología del amo y del esclavo —cubriendo todas las gamas de sus variaciones individuales— sino también una psicosociología de las relaciones entre ambas clases y de sus reflejos sobre la mentalidad y el comportamiento de los demás sectores de la vida criolla. (Toda una sustanciosa tesis pudiera escribirse, por ejemplo, sobre los innumerables tipos de resentimiento que abundan en esta obra, o sobre la influencia de la ubicación clasista en la naturaleza del lenguaje de los personajes, o sobre las sutilezas del uso del tú y el usted entre miembros de clases opuestas cuando —como en el
219
caso de Cecilia y Leonardo— la distancia social se modifica por la
relación erótica. La novela constituye una riquísima —y creemos que, en esencia, inexplotada— cantera de datos para la psicopatología de la sociedad esclavista.) En Cecilia Valdés todo ese enorme mural es presentado sistemática y sostenidamente desde un ángulo profundamente crítico, en toda la negatividad de su disfunción social y humana. Al pintar, Villaverde cóndena sin hacer uso de la oratoria, valiéndose tan sólo de los naturales y verdaderos colores del cuadro. Además, el autor nunca pierde de vista su objetivo final: no sólo censura y reprueba la nefasta institución sino que se las arregla para poner en eviden-
cia las conexiones de causa-efecto que a-su ver existían entre ésta y el coloniaje; entre. la brutalidad esclavista y la grave crisis ética que
sufría el país. Escena tras escena, la novela recrea un mundo donde
todos los valores se han invertido, donde 'se-burla la justicia, se escarnece el decoro, se destruye la verdad; se afrenta al cristianismo, sé. aplasta la libertad. Un mindo al revés, donde triunfa la opresión, el despotismo, el egoísmo, el vicio, la crueldad, la hipo-
cresía, el odio. Un mundo donde el amor maternal no purifica sino
envilece, donde el amor del hombre por la mujer se confunde con el
interés mercantil o la lujuria y donde el amor de la mujer por el hombre conduce a la perversión y al crimen. La esclavitud todo lo pudre. Y España la sostenía en Cuba precisamente para eso, para desatar los apetitos, para engendrar esos odios de clases; de castas y de razas que imposibilitaban la unificación de los criterios nacionales contra la rapacidad y la opresión extranjera. Divide et i impera.
Conviene dejar. aquí aclarado que el pensamiento de Villaverde
no puede escapar de los límites que él mismo le impuso. Su visión sufre, a ratos, del simplismo que siempre acompaña a lo propagan-
dístico. Recuérdese que nuestro novelista se consideraba —y, en
realidad, lo era— un combatiente literario radical. No gustaba de hacer concesiones al adversario. Tampoco entraba en muchas sutilezas. Por eso, la España que salió de su pluma fue monocromática: toda oscura y negativa, casi una monstruosidad histórica, conscientemente empeñada en corromperlo todo con tal de asegurar sus privilegios de metrópoli opresora. Algo parecido —aunque con signo contrario— sucede con el estudio del sector negro de la población, tanto el esclavo a que acabamos de aludir, como el libre a que nos referiremos de inmediato. La óptica de Villaverde, a este res-
pecto, aunque inclinada hacia la simpatía, resulta limitada por su carácter eminentemente externo. Los negros y mulatos de Cecilia
220
Valdés son contemplados desde fuera, con los ojos de un extraño, de ahí que escapen de esa pintura muchos de los matices de su vida social típica en el XIX cubano. Para no citar más que un ejemplo, en su novela, Villaverde jamás se refiere a las peculiaridades de los cultos religiosos afrocubanos ni a las múltiples funciones de los cabildos. La religión que esta gente practica en Cecilia Valdés es la de los blancos, totalmente desprovista de rasgos africanoides. Lo que, desde luego, no corresponde a la realidad de los hechos. Este
hueco en la pintura resulta consecuencia inevitable de la radical
separación que en la vida diaria existía entre los grupos raciales opuestos de Cuba en el siglo XIX; a la extraordinaria ignoranciay monumental incomprensión que el sector blanco tenía de la existencia profunda, del alma colectiva de la llamada «gente de color». Y aun más: es índice del desprecio con que se miraba todo lo que procedía de Africa, continente siempre estigmatizado como irreme-
diablemente salvaje, bárbaro, incivilizado. Villaverde no podía sustraerse a los criterios y prejuicios de su clase y de su tiempo, aunque en su honor hay que decir que nunca les dio rienda suelta. De todos modos, para él la religión de los negros era simplemente «brujería» (expresión que usa una o dos veces). O sea: primitivismo, retraso, atavismo. Un mundo en el que ninguna persona culta debía ni podía penetrar. Con estas palabras no pretendemos condenar a nuestro autor, quien —después de todo— vivía en tiempos muy anteriores al del desarrollo de la antropología y etnología científicas. Y quien, además, se proponía escribir una novela y no un tratado de sociología cubana. Pero si queremos comprender las dimensiones del pensamiento de Villaverde, hay que tener en cuenta los parámetros ideológicos dentro de los cuales éste se movía. Para completar su complejo alegato descriptivo, don Cirilo estudia en Cecilia Valdés en gran detalle y de mano maestra, la capa intermedia de la sociedad cubana: la de los mulatos y negros libres. Como en la presentación de los otros segmentos, Villaverde. se empeña en mostrar la enorme diversificación de sus tipos humanos: la mulata
«arrimada»
al blanco;
el sastre
de los caballeros
ricos; el músico: ejecutante, compositor, creador de nuevos estilos; el mulato casi negro y el casi blanco; el poeta popular y el poeta culto; el pardo rico y el de mediana posición; los pardos de las milicias: oficiales, clases, soldados; el mulato que trata de pasar por
blanco; los sacó propios notable;
el hombre de color sumiso y el rebelde... A muchos de ellos Villaverde de la realidad y los trasladó a su obra con sus nombres y apellidos, como a Vicente Escobar, retratista a Gabriel de la Concepción Valdés, poeta meritísimo; a
221
Tomás Buelta, Ulpiano Estrada y Claudio Brindis, directores de
orquesta (este último, progenitor de Claudio José Brindis de Salas, el Paganini Negro. )'* Otros, como Cecilia Valdés fueron producto de la imaginación del novelista, pero siempre con estricta referencia a seres reales que éste conoció y trató en Cuba. Tampoco aquí se nos entrega una simple lista o enumeración. Villaverde los presenta en un proceso de vital interacción que le sirve para poner al desnudo lo que él llama «las aberraciones» de la sociedad esclavista. Así vemos cómo el mulato y el negro libres identifican el color oscuro con la
esclavitud envilecedora y cómo toda su existencia se dirige a li-
brarse del estigma racial que.los disminuye e inferioriza. Contemplamos a la madre que prefiere al hijo que le sale más blanco y al hijo que se avergúenza de la madre más prieta que él. Asistimos al deterioro de la moral en aquellas mujeres de color que, como Ceci-
lia, prefieren ser amantes de un hombre blanco antes que esposas
legítimas de un negro, y que temen como una maldición el tener un hijo «saltoatrás». Nos enteramos de los odios recíprocos que separan a los mulatos de los negros y advertimos cómo Cecilia repudia a Dionisio por considerarlo inferior a ella, por ser esclavo y negro. Presenciamos el baile de etiqueta donde la clase media de color copia el blanco minué de la corte: trajes pasados de moda, música de una época muerta, pasos de baile anquilosados, pero revividos
con toda formalidad para la ocasión. «Alienación cultural», como
bien dice Jean Lamore'” pero, a la vez, resurrección de formas culturales tenidas por superiores, en cuyo ejercicio se buscaba la equiparación de las categorías y la compensación de las frustraciones. Aquí se muestra también el novelista como cumplidísimo
psicólogo y como observador muy sagaz.
Por otra parte, la novela no se conforma, al hablar de la «clase de color», con retratar sublimaciones. Entra decididamente en el capítulo de los solevantamientos. Con habilidad de fotógrafo nato, Villaverde extrae de la realidad numerosas muestras de la inconformidad social de los mulatos. El ejemplo más destacado es el del sastre Uribe —personaje histórico también— quien no sólo revela
su alta dignidad de hombre, sino que en una suerte de profecía retroactiva (recuérdese que Cecilia Valdés fue publicada en 1882) anuncia la gran crisis de La Escalera (1844) en su conversación con 18. Véase el interesantísimo censo que ofrece Pedro Deschamp Chapeaux de los mulatos y negros libres que Villaverde extrajo de la realidad en Alvarez (1982), pp. 220 y 19.
ss.
Jean Lamore, en Alvarez (1982), p. 358.
222
Pimienta cuando le dice: «Pues qué... ¿te figurabas que porque le
hago el rande vú a todos cuantos entran en esta casa, es que no sé distinguir y que no tengo orgullo? Te equivocas; en verbo de hom-
bre, nadie creo mejor que yo. ¿Me estimaría en menos porque soy de
color? Disparate... Los blancos vinieron primero y se comen las mejores tajadas; nosotros los de color vinimos después y gracias que roemos los huesos. Deja correr, chinito, que alguna vez nos ha de tocar a nosotros. Esto no puede durar siempre así. ¿Tú no me ves
besar muchas manos que deseo ver cortadas? Te figuras que me sale de adentro. Ni lo pienses... ¿Qué puedo yo solo, qué puedes tú,
ni qué puede el otro, contra el torrente del mundo? Nada, nada.
Pues deja ir. Cuando son muchos contra uno, no hay remedio sino hacer que no se ve, ni se oye, ni se entiende, y aguantar hasta que le llegue a uno. Que ya llegará, te lo aseguro.»” De ahí a proponer la
unión revolucionaria contra el opresor no hay más que un paso. ¿Lo dio, en la vida real, el sastre Uribe? No lo sabemos. Lo cierto es que la Comisión Militar lo complicó en el proceso de la conspiración de La Escalera y que, según la versión oficial, se suicidó en la cárcel el 19 de abril de 1844. Otra víctima y otro mártir de ese episodio trágico donde perdieron la vida tantos valiosos miembros de su clase y.su color. Se le ha reprochado a Villaverde el carácter pesimista y negativo de su obra maestra. Conviene, a este respecto, recordar dos cosas. Primero, la orientación acusatoria que —como hemos repetido— el autor quiso darle a la narración. Segundo, que para el novelista, su Cecilia era, a la vez, una explicación y una catarsis. Después de todo lo que llevamos dicho, ¿será necesario insistir ahora en que el retrato resulta siempre oscuro cuando el propósito no es tanto copiar como condenar? (A pesar de ello, aquí y allá, se apuntan en la obra elementos positivos, esperanzadores. Ahí están Saco y Heredia para decir: no todo en Cuba es Leonardo Gamboa, también
brilla en ella una juventud culta y patriótica. Ahí, a la cabeza de un
capítulo, la defensa de toda una raza en el aforismo de don Pepe de la Luz: «Lo más negro de la esclavitud no es el negro.» Para decir:
junto a los Saco y los Heredia rinden
opima
labor cubana
los
Plácido y los Escobar.) Pero no caben dudas: hasta el mismo Villaverde reconoce en el Prólogo que el cuadro le salió «sombrío» y «trágico». Tenía que ser. Con Cecilia Valdés trató Villaverde de
dilucidar los términos de la ecuación de fuerzas que había derrotado todos los movimientos separatistas en Cuba desde 1812 hasta 20.
Villaverde (1964), pp. 176-177.
223
1855. La novela es una meditación filosófico-narrativa sobre el gran fracaso de su vida. Con ese libro se sacó el autor del cuerpo los malos humores de su impotencia cívica. La sociedad cubana (lo veía ahora con claridad en 1882) no estaba preparada para la independencia porque la esclavitud y sus secuelas se interponían en el camino. La abolición de la servidumbre social era paso previo
indispensable para la liquidación de la servidumbre política. En
1830, la unión de las clases y las castas era un sueño, un imposible. El enlace de Cecilia y Leonardo estaba condenado y maldecido por un tabú social, por el incesto, símbolo capital de los impedimentos
que dificultaban el proceso de integración nacional. De ahí las
desviaciones del impulso liberador, las cortedades del reformismo, las veleidades del anexionismo, la cadena de fracasos del movimiento antiespañol.-. “Pero ahora el capítulo se había cerrado, mientras el futuro
quedaba abierto: No hizo mal (como algunos han dichio) sino muy
bien Villaverde con terminar'su obra valiéndose del tajo de' una comprimida
nota final.
Rosa, condenada
Nótese:
Cecilia
es perseguida
por
doña
a un año de encierro en-el hospital de Paula,
donde se encuentra con su madre, se hace cargo de su pasado... y desaparece para siempre de la escena, aunque no de la curiosidad
del lector... Su existencia posterior queda, pues, en estado de sus-
pensión, de interrogación y de tránsito, abierta a todas las rectificaciones, a todas las posibilidades de reivindicación. ¿Qué fue de ella? ¿Se casó? ¿Tuvo hijos? Como la Cuba colonial que simbolizaba,
la mítica mulata seguramente maduraría y —soñando— le daría
rienda suelta a la esperanza. Pocos meses antes de que apareciera Cecilia Valdés en Nueva York, llegaba y se establecía en esa ciudad el joven patriota José Martí. Cuatro años después, con la:abolición
del patronato, quedaba definitivamente extinguida la esclavitud en
Cuba. Pudo entonces el Apóstol proclamar a toda voz, con posibilidad de éxito, la tesis de la «unión sagrada» de las razas como prerrequisito indispensable de la gestión independentista. Y la voz hallaba eco. El Partido Revolucionario Cubano crecía, dentro y fuera de la Isla. Martí transitaba la ruta que le había abierto el movimiento abolicionista y, en especial, su mejor exponente literario: la Cecilia Valdés de Villaverde. Al año siguiente de morir don Cirilo se iniciaba en su patria la guerra de independencia. En esa contienda, el general en jefe del ejército libertador era blanco:
Máximo Gómez. El lugarteniente general era mulato: Antonio Maceo.
El tabú incestuoso de 1830 había perdido gran parte de su mítica fuerza separadora y disgregativa. Primero en el 68, después en el
224
95. A lo mejor se encontraron peleando juntos en la manigua, por tantos conceptos redentora, sin saber que eran parientes, los hijos y los nietos de Adela Gamboa y de Cecilia Valdés... La «Carmela» de Ramón Meza
Precisamente en los días iniciales de octubre de 1886, cuando por real decreto se eliminaba el patronato y, por fin, desaparecía la
esclavitud de la isla de Cuba, Ramón Meza daba los toques finales a
su Carmela, por muchos considerada como la última novela abolicionista. En realidad, tanto por razones cronológicas como por la naturaleza de su trama, esa caracterización de la obra bien puede ponerse en duda. Lo que Meza estudia en ella es el complejo interracial en la sociedad cubana precisamente cuando la esclavitud acaba de morir legalmente. Desde todos los ángulos en que se le mire, esta es una novela de transición. Lo es estilísticamente: pugna por salir de la gastada corriente romántico-costumbrista para ingresar en el realismo y refleja, además, algún que otro destello de un incipiente modernismo en la prosa. Lo es por el momento económico en que sucede la acción: cuando los viejos ingenios técnicamente ineficientes, se arruinan y comienzan a aparecer las grandes centrales. Lo es por el momento social que retra-
ta: cuando la esclavitud es sustituida por el trabajo asalariado, la
vieja élite es reemplazada por otra y el centro de la cuestión social se traslada hacia las reivindicaciones laborales y las relaciones entre las razas. Lo mejor es, pues, considerarla como interesante
reflejo del final de una era y el:comienzo de otra. El autor parece
decir: la novela abolicionista tradicional ha cumplido ya su misión. La esclavitud, al fin, ha dejado de existir. Pero la tarea redentora
está aún incompleta. Muchos
de los males engendrados
por la
infame institución no han sido todavía erradicados. La nueva novela social cubana debe concentrar su atención crítica sobre esas deleznables pervivencias, con el mismo vigor con que antes se combatía el régimen servil. Con gran injusticia, Carmela ha sido considerada por algunos críticos como «una triste imitación de Cecilia Valdés».* Lo cierto es que entre las dos sólo hay un punto de contacto: el relato de las
trágicas relaciones amorosas entre dos jóvenes separados por ab-
1. Así sucede, por ejemplo, en el número dedicado a Meza por Cuba en la Unesco (1961). Véase el prólogo de Salvador Bueno en Meza (1978), p. 7.
225
surdas (pero muy reales) barreras de clase y de raza. Todo lo demás
es diferente en ellas. Aun el amor de Carmela y Joaquín —por lo menos al principio— tiene más del lírico romance de Romeo y
Julieta que de la pasión torcida de Leonardo y Cecilia. Pero las dos novelas
se separan
y distinguen,
sobre
todo, por el distinto foco
narrativo adoptado por sus autores. En vez de la visión panorámica
y muralística de Villaverde, Meza concentra su mirada tan sólo sobre un sector reducido de la realidad social cubana de la época. Como pronto veremos, todas las trabas legales que se oponían al
matrimonio entre personas de distintas razas fueron finalmente
eliminadas en Cuba por una disposición del gobierno español dictada en el mes de enero de 1881. Sin embargo, los viejos impedimentos alzados por la discriminación y la segregación continuaban en pie. Y esta es la situación que se propone retratar críticamente
la novela, mediante una anécdota muy concisa y un inventario de
personajes bastante reducido.
No
se mencionan
fechas precisas.
Por algunos datos —por ejemplo la crisis económica que afecta al
padre del protagonista— se deduce, empero, que en lo fundamental, la acción transcurre en la década de los ochenta y el desenlace
tiene lugar en el momento en que se escribe la obra.
En una casita situada cerca del mar, en la calzada de San Lázaro, en La Habana, asistidas de un criado negro al que por ser muy gordo llamaban Tocineta, vivían doña Justa, mulata de piel
muy clara, y Carmela, una bella jovencita «casi de raza pura», pero
que «pasaba por blanca». Dos de la niña: se creía blanca, sin cuando en verdad era la hija que para no casarse con su
falsedades dominaban la existencia serlo; se creía ahijada de doña Justa de ésta y de un comerciante español amancebada la abandonó (aunque
dejándole algunos bienes de fortuna). Trataba doña Justa, por
todos los medios a su alcance, de ocultar su pasado. Por eso se había mudado de barrio. Por eso se relacionaba con gente blanca y busca-
ba ansiosamente en ese círculo un «buen novio» para su «ahijada»,
ofreciendo en su casa frecuentes reuniones y bailes. A espaldas de su «mamita», primero, y con su consentimiento después, Carmela estableció una apasionada relación amorosa con Joaquín Fernández, jovenzuelo que pertenecía a la aristocracia de la ciudad. Como era de esperarse, la familia de éste se opuso violentamente a ese noviazgo. Tres argumentos se esgrimían en su contra. La muchacha era pobre. Además
era ilegítima. Y principalísimamente,
era
mulata. Así lo proclama don Julián, el padre de Joaquín, cuando se presenta de improviso en la casa de doña Justa para sacar de ella a su hijo que allí se encontraba almorzando. «¡Eh, señora —le encaja
226
el orgulloso hacendado a la pobre mulata— ...yo hablo con fundamento.
¿Podría Joaquín presentar algún día sin escrúpulos a esa
joven que dice usted que es su ahijada, ante la sociedad? Digo, que lo sé todo... Señora, esa joven no tiene padre conocido; esa joven no es ahijada de usted... Es hija de usted... Esa joven no es blanca... Mi hijo, no por él, que es un atolondrado, sino por las burlas de los demás, sufriría muy pronto al lado de tal esposa, si por acaso piensa usted que esta quimera pudiera realizarse.»? Resumen perfecto de la situación, en una sociedad regimentada por las brutales presiones que ejercen los prejuicios de clase y de raza por encima de los
más elementales y legítimos sentimientos individuales.
Carmela y Joaquín deciden fugarse. Consuman su amor en un hotelito de Marianao. El idilio se ha convertido en rapto. Cuando doña Justa amenaza con la demanda judicial don Julián embarca a Joaquín para los Estados Unidos. De golpe se entera Carmela de las ficciones que habían presidido su existencia, cuyo ciclo es idéntico al de su madre, pues tiene un hijo de Joaquín, se retira por un
tiempo de la casita de San Lázaro y cuando regresa a ella presenta al niño como su «sobrino». Joaquín jamás vuelve a acordarse de la existencia de la infeliz muchacha. Y la ingenua joven romántica del comienzo de la novela va desapareciendo a golpes de esas duras experiencias para convertirse en una mujer calculadora, que acepta la proposición de matrimonio que le hace un rico comerciante chino, Cipriano Assam. Pero la vieja pasión sigue viva en el fondo. El retorno de Joaquín a La Habana y la noticia de que éste se casa con su prima Luisa, provocan en Carmela una explosión de celos, de resentimiento
y hasta
de odio que
opaca
todos
sus propósitos
y
cálculos. «Una idea terrible amargó sus padecimientos: Joaquín la despreciaba por una cosa, ¡sólo por una cosa!... porque la conside-
raba de inferior raza...»? En una melodramática escena de folletín obliga a Assam a que la lleve a la iglesia donde se celebraba la boda de su antiguo amante y allí provoca un enorme escándalo, presentando a su pequeño hijo como el impedimento que debía paralizar la ceremonia religiosa. Desde luego, considerada como una loca o borracha, a Carmela la expulsan del templo. Assam la devuelve a su casa. Las consecuencias son catastróficas. Doña Justa muere de un ataque al corazón. El asiático Ássam se suicida. Carmela queda abandonada, con el único respaldo del negro criado Tocineta que siempre había estado enamorado de ella en secreto. Otro ciclo se 2. 3.
Meza (1978), pp. 97-98. Meza (1978), p. 151.
22,1
cierra, como para decir: las relaciones fuera de la propia raza sólo pueden conducir al desastre, a la desgracia, a las más ruinosas consecuencias, allí donde todos los valores están torcidos. La debilidad de esta novela de Meza reside en lo que Manuel de la Cruz consideraba defecto capital de todas sus obras: «La psicología embrionaria y confusa de algunos de sus protagonistas.»* En Carmela, Joaquín es un Romeo de calderilla, un mocoso sin espinazo, cuya vacilante rebeldía queda sin convincente explicación y cuyo despego de la Julieta que adoraba tampoco puede entenderse con lo que en el libro se le ofrece al lector. De hecho este personaje prácticamente desaparece después de su viaje a Estados Unidos, cortándole así un costado esencial a la ecuación amorosa. Carmela sale un poco mejor librada. Meza trata de presentarla en proceso de evolución, de maduración y desarrollo interior. Pero, en definitiva,
el personaje no logra pasar de lo esquemático. El tremendo trauma
que debió provocar en ella la pérdida violentísima de su identidad personal, social y étnica apenas se menciona. La muchacha -es siempre vista desde afuera, sin un esfuerzo por hacer evidente lo
que debe haber sentido al enterarse de que era mulata y bastarda en una sociedad regida por los más feroces prejuicios. Pasando al
chino Assam: su suicidio tampoco convence. Parece forzado más bien por el curso que el autor quiere imponerle a la trama. Y, por fin, la caracterización del-joven criado Tocineta resulta sencillamente desastrosa. El negro es presentado caricaturescamente como un personaje de comedia bufa, como un payaso y, a ratos, casi como una bestia que sólo pensaba en cómer. Su consistencia lógica es mínima. Si era hijo de negros criollos y vivió desde su tierna infancia al cuidado de doña Justa —que tanto se esforzaba por
pasar por blanca ¿de dónde sacó esas «atávicas costumbres tribales» que Meza le endilga sin explicarlas? Hasta a don Julián, en
medio. de sus bajas pasiones y sus «preocupaciones» deleznables, tratá Meza con cierta: compasión, atribuyéndole algún que otro rasgo de salvadora humanidad. Pero a Tocineta lo pinta como un personaje totalmente ridículo, tanto en lo físico como en lo psicológico. Y por eso, cuando
en la última
página
de la obra Carmela
pregunta, sumida en la desesperación: «¿Quién me amparará?». y Tocineta responde: «Aquí estoy yo», la escena no alcanza el valor simbólico que su autor parece haber querido darle. Suena más a bravata de niño que a honda decisión de hombre maduro. ¿Cómo 4. Cit. por Salvador Bueno en cl prólogo de la edición de Carmela de 1978. Ver Meza 1978), p. 13.
228
tomar en serio la palabra de esta figura de puro carnaval? La dimensión guiñolesca que su creador le confiere a lo largo de toda la
novela, le impide al pobre Tocineta elevarse, de pronto, al final, a la categoría de héroe.
Sin embargo, hay que admitir que —utilizada hábilmente en
otros momentos más adecuados— esa capacidad innegable de Meza
para la caricatura literaria rinde muy buenos frutos. Le permite subrayar los elementos anacrónicos y cómicos de una situación
para descargarla de excesivos melodramatismos. Así sucede, por ejemplo, en el famoso almuerzo de Joaquín con Carmela y doña Justa que don Julián interrumpe, provocando la penosísima escena
a que antes hicimos referencia: verdadero
punto
clave para el
futuro de todos los personajes. Ante la ira creciente de su padre,
Joaquín
se comporta con tanta inmadurez,
apocamiento y pusila-
nimidad —para sorpresa infinita de su amada— que el drama se torna comedia risible. Y para producir un complejo efecto tragicómico, Meza manipula
con acierto un simple detalle descriptivo:
los ojos de un cangrejo en el plato de Joaquín. Así pone en evidencia
la ridícula y absurda conducta del adolescente atolondrado que ha pretendido pasar por hombre serio y maduro. Tan pronto reconoce la voz de su padre, que le llega desde la sala de doña Justa, le comienzan a Joaquín toda clase de sudores y temblores paralizantes: «Sintió frío en las sienes, en el pecho; sus manos cayeron, como sin
fuerza alguna, abandonando en el borde del plato el carapacho del
cangrejo que con sus ojos tiesos, amenazadores, miraba al atribulado joven con singular fijeza.»? Y así, a todo lo largo de la entrevista de doña Justa y don Julián, el jovenzuelo sufre bajo las hipnóticas pupilas del animalucho. «Casi todo lo había oído desde su puesto en la mesa del comedor. Y en ésta, nada se había movido
allí desde la inesperada visita. Parecía que todo, hasta los manjares
estaban aguardando ansiosos la definitiva resolución de aquella inesperada conferencia. Cada vez que dirigía Joaquín su vista al plato en que comía, veía aquel vacío carapacho de cangrejo con sus ojos estirados, lucientes, fuera de sus órbitas, como si las hubiesen abandonado para poder mirarlo fija y burlescamente.» Y a la hora de la derrota total, cuando la madre de su amada le pide que obedezca a su padre y se vaya de la casa, el cangrejo, de pronto, adquiere dimensiones protagónicas: «Aquel aparato óptico del crustáceo, tan original, tan extraño como todo su organismo, le mortifi-
caba sin que pudiera darse cuenta del motivo: era un detalle insig5.
Meza (1978), p. 92.
229
nificante, pueril y que, en medio del acontecimiento grave que en aquellos instantes se realizaba, hería la retina del joven y se grababa profundamente en su memoria. Estaba al lado de Carmela, muda también, y no osaba mirarla. La mirada de la joven, que Joaquín creía fija en él, pesaba sobre el atribulado muchacho como una losa de plomo.»? Las miradas de Carmela y del cangrejo —amor
y ridículo en síntesis bochornosa— le confieren a la angustiosa
desazón del joven ribetes de disparatada pesadilla: excelente rasgo expresionista que —curiosamente— acentúa el realismo del relato. Muy interesante resulta también el paralelo que Meza establece entre los dos personajes mejor trazados de su novela: doña Justa y don Julián. Evidentemente, al conflicto que se plantea entre Carmela y Joaquín corresponde en la generación anterior el de la
mulata de la humilde casita de San Lázaro y el hacendado del rico
palacio aristrocrático. Figuras polares de una sociedad esclavista y pigmentocrática, que vivían en esferas sociales antagónicas, separadas por enormes barreras clasistas y étnicas, estos dos seres tenían sin embargo en común un rasgo psicológico clave: ambos existían en una suerte de limbo donde la vida real había adquirido el carácter funambulesco de la ficción, donde ninguna correspondencia existía entre lo que era y lo que parecía ser, donde nada parecía separar la fábula de la autenticidad. Cuando doña Justa se convenció de que su amante la había abandonado para siempre, a puro golpe de tozuda voluntad se convirtió en «viuda», transformó a su hija en «ahijada» y buscó en la religión los paliativos absolutorios
que necesitaba para sobrellevar una vida basada en la mentira
permanente. «Desde entonces (explica Meza) tuvo que vivir en una pura ficción, no por ella, sino por Carmela, aquella prenda de su
desventurada pasión. Enseñóla a que la considerase su madrina,
aunque la llamara mamita, para que cuando tuviese uso de razón,
no se avergonzara si notara en su piel y cabellos señales ciertas de
su mestiza procedencia.»? Cuando don Julián derriba el edificio de sus quimeras, doña Justa «comprendió, para su mayor desconsuelo, que aferrándose tanto porque otros alimentasen las tales ilusiones,
llegó a engañarse a sí misma.»? El violento retorno del mundo de la
farsa al de las brutales realidades en definitiva le costó la vida. Su corazón enfermo no pudo soportar el peso agobiante de la verdad. 6.
Meza (1978), p. 98.
7.
Meza (1978), pp. 103-104.
8.
Meza (1978), p. 104.
230
En el otro extremo del espectro social (y por motivos distintos: económicos y no étnicos) don Julián atraviesa por una experiencia similar. También él se ve forzado a vivir en una situación fingida, en una suerte de fantasmagórica pesadilla. Su problema era de pesos contantes y sonantes. Se encontraba al borde de la ruina. La crisis estructural por que atravesaba entonces la industria azuca-
rera cubana amenazaba con triturarlo. Su viejo ingenio, retrasado
técnicamente, ya no podía moler porque dejaba pérdidas, dado el
bajo precio del dulce en el mercado internacional. Sus ingresos eran
mínimos. Y muchos y persistentes eran los cobradores grandes y pequeños que lo perseguían por doquier. Don Joaquín manipulaba
sus aprietos con artes de prestidigitador. Tapaba un hueco creando
otro. Mantenía los gastos de la familia en el mismo nivel. Había que
figurar.
Y que
sonreír,
aunque
la procesión
—casi
un funeral—
fuera por dentro. Soñaba con un milagro salvador inminente. De
algún modo «el maná caería del cielo». Mientras tanto, simulando una prosperidad inexistente, posponía el golpe decisivo de la ruina, con promesas y más promesas a los exactores. En un momento
de
desesperación, don Julián le señala a su esposa la puerta de su caja de caudales abierta, vacía, llena de polvo, de papeles inservibles. Y afirma que le parece la boca de un monstruo que se ha engullido las pilas de onzas de oro que antes guardaba allí: «¡Monstruo feroz, implacable, que mantiene abiertas sus fauces para significarme que tiene hambre! ¿Tú sabes, hija mía, las forzadas sonrisas, las fingidas frases de dulzura, de tranquilidad y simpatía que tengo que inventar, poniendo en tortura mi imaginación y en fermento mi bilis, para aplacar mis acreedores, para suavizar su carácter, para destruir sus amenazas y que no se nos echen encima, dejándonos sumidos a todos en la miseria que ya nos cerca? Ve mi ánimo abatido. Aun yo mismo no me conozco. Figúrome en ocasiones que el espíritu de aquel Julián se lo llevaron y que soy otro nuevo Julián, desconocido, extraño, cambiado.»? Por eso el embarazo que creaba el amorío de Joaquín y Carmela no podía llegar en peor
momento. Así se lo confiesa el padre al hijo crudamente: «¿Ves todo
esto? Cuadros, lámparas, piano, coche y vajilla... pues nada es nuestro... Si se vendiese, no bastaría para cubrir mis deudas. Un momento fatal, una desgracia que me abata un poco más y bastará para que mis acreedores se lo lleven todo... Este lujo, esta continuación inverosímil de la vida que siempre hemos llevado, no es 9.
Meza (1978), p. 74.
231
vanidad, no es artificio de tramposo; es un medio de sostenernos, de poder reorganizar nuestra fortuna hasta que los tiempos sean más propicios. Y tú, ¡tú colocas abismo sobre abismo!... Buscas perderte
más cuando ya estás perdido...»!* Como se ve, los extremos se tocan.
Doña Justa vive en un mundo fantástico, porque pretende ser blanca. Don Julián lo habita también, porque pretende ser rico. Ambos engañan y se engañan inventando mitos, valiéndose del
disimulo y la hipocresía. Aunque, desde luego, dado el carácter de
la sociedad colonial que los rodeaba, el hacendado arruinado es mucho-menos vulnerable que la mujer pobre y mulata. Don Julián
manipula recursos con que doña Justa no puede ni soñar. Por eso, al final, mientras ella lo pierde todo, hasta la vida, él sigue defen-
diéndose del naufragio. Y hasta sugiere el autor que el matrimonio de Joaquín con una prima rica comenzará a sacarlo pronto de la sima. Como puede apreciarse, Carmela aborda el problema racial en la Cuba postesclavista no sólo desde el-ángulo estrecho de la simple discriminación de pigmentos, sino también desde sus costados eco-
nómicos y clasistas. Y las debilidades técnicas que arriba le atri-
buimos no opacan sus indudables méritos literarios y sociológicos. Estéticamente supera, sin lugar a dudas, a la mayor parte de las novelas abolicionistas que anteriormente estudiamos. Es una obra
amena, escrita en buena prosa, repleta de valiosas observaciones
sobre la Cuba valiente y útil. que la victoria arte novelesco
de la era en que. se escribió. Es, además,. un libro Sale a la palestra exactamente a tiempo para probar del abolicionismo era, en verdad, parcial. Y que al se le abría una nueva oportunidad de servicio histó-
rico: la lucha contra los residuos del régimen esclavista recién ilegalizado. Meza ataca de frente, sin tapujos ni mediastintas, uno
de los problemas capitales del país, probablemente el que más divisiones provocaba en la sociedad cubana. Y lo hace cuando Cuba más que nunca estaba urgida de la unión de todos los sectores sociales (tanto clasistas como étnicos).que la componían, para. completar la integración de la nacionalidad y facilitar el logro de la independencia. Al poner en claro las catastróficas consecuencias de
la segregación y el antagonismo entre las razas, Meza cumple esa
laudable tarea patriótica falta hacía. Porque, como del gobierno español se provocar la desunión, la 10.
precisamente vamos a ver orientaba por desavenencia,
Meza (1978), pp. 121-122.
232
dentro del país, donde más en seguida, toda la política entonces a lo contrario: a la discordia y el conflicto
entre los heterogéneos factores étnicos, sociales y políticos de la Isla, con el objeto de impedir que se unieran para pelear conjuntamente por la libertad. Probablemente sin proponérselo, Carmela realizó una excelente labor de acendrada cubanía.
233
CAPITULO 111
EL NEGRO LIBRE: 1886-1912
La conformidad de castas entre sí, será un problema político de la mayor importancia hasta que llegue el tiempo en que una sabia leglslación consiga calmar los odios inveterados, concediendo mayor igualdad de derechos a las clases oprimidas.
BARÓN DE HUMBOLDT
Una vez consumada la abolición de la esclavitud, todos los cambios
económicos, sociales y políticos que venían produciéndose en Cuba desde la terminación de la Guerra Grande se aceleran extraordina-
riamente. La industria básica del país se transforma por completo.
El central sustituye al ingenio. La producción industrial se separa de la agrícola. Aparece y se consolida el colonato. Del trabajo esclavo se pasa al asalariado. Y el capital norteamericano penetra la economía cubana iniciándola en los caminos de la monoproducción y el latifundismo. La vieja oligarquía de los hacendados esclavistas desaparece. Una nueva élite, estrechamente ligada al «coloso del Norte», ocupa su lugar. Continúa la lucha por la-independencia y, al fin, España es expulsada de Cuba tras cuatro siglos de domi.nio. Se funda la República, aunque su soberanía se ve mediatizada. Y, como es natural, el destino de las masas negras, desde 1886 nominalmente libres, resulta profundamente afectado por estas mudanzas revolucionarias y sus inevitables ramificaciones.
Del Patronato al régimen del salario La Cuba en que el negro estrena su libertad es —como se desprende del párrafo anterior— una tierra convulsa, sometida a una crisis multidimensional, total, absoluta. No hay sector de la vida pública o privada que logre escapar de ella. En la economía, cae todo un sistema productivo y, en su lugar, se instala otro. Se abre el segundo gran capítulo de la revolución industrial y tecnológica en la Isla. Un índice claro de esa transformación se resume en unas pocas cifras. El promedio de la producción anual de azúcar de 1885 a 1890 fue de 647.000 toneladas. En el quinquenio de 1891 a 1895 ese promedio pasó de las 900.000 toneladas. En 1892 se realiza la primera zafra de un millón de toneladas. Ahora bien, al aumento de
la producción acompaña un dramático descenso en el número de 237
ingenios envueltos en las zafras. En 1877 eran 1.191. En 1890 funcionaban 850. Y la crisis de la Guerra de Independencia acelera el cambio. En 1899 quedaban 207 ingenios. En 1903 sólo molieron 171
aunque
la zafra ese año
se elevó
a 1.000.265
toneladas.
Al
proceso de concentración contribuyen, entre otros factores, la competencia del azúcar de remolacha en Europa y la creación en Estados Unidos del «sugar trust» (American Sugar Refining Co.) que forzaron la caída de los precios y sólo permitieron sobrevivir a las unidades más eficientes. En vez de un número considerable de fábricas manejadas por unos centenares de esclavos, al fin quedan nada más en pie unas pocas, operadas por miles de trabajadores libres cada una. Otros factores ayudan también a los cambios. Uno de los más importantes fue el abaratamiento de la producción de acero, tras la introducción del proceso Bessemer. En Norteamérica —que por entonces sobrepasa a la Gran Bretaña— se pasó del millón de toneladas hacia 1880. Y el precio de los raíles bajó de $1.66 la libra en 1867 a $0.30 la libra y aún menos en la década del 80. Resultado:
podían construirse ferrocarriles por una quinta parte de lo que costaban diez años antes. Y por eso en Cuba, en la década del 80, proliferaron las redes ferroviarias privadas dentro de las plantaciones para el traslado de las cañas al ingenio desde distancias mucho mayores y con mucha más rapidez y eficiencia que en tiempos anteriores! Como consecuencia, el área abastecedora de materia prima de cada unidad industrial creció notablemente. Y fue preciso mejorar el proceso técnico de producción para hacerle frente a ese aumento. Para ello se introdujeron numerosos cambios técnicos: equipos con dos molinos de tres mazas para sacar más
guarapo, quemadores de bagazo verde para aprovechar la totalidad
del combustible cañero, el uso de superfosfatos para clarificar el guarapo y las mieles, el empleo de sacos para empacar el azúcar sustituyendo las costosas y antiquísimas cajas de madera, etc. A veces esas innovaciones se agregaban'a ingenios ya establecidos. Otras se articulaban en nuevos centrales, construidos «a la moderna» de arriba a abajo y, además, bajo la presión de la industria refinadora norteamericana, se trasforma la naturaleza del producto final. Mientras el propósito tradicional de los hacendados cubanos, desde principios del siglo XIX hasta entonces había sido producir un azúcar cada vez más blanco, es decir, más apto para el 1.
En
1895
las líneas privadas
y semiprivadas
de ferrocarril
sumaban
Cuba más de 500 millas. Las de ferrocarril púbtico llegaban a 800 millas.
238
en
consumo directo, por ese entonces Cuba se especializa fundamentalmente en la producción de azúcar crudo, que era lo que deman-
daba la American Sugar Refining Company. La caída en los precios del azúcar a partir de 1884 ayudó a acelerar el proceso general de
innovación tecnológica, pues únicamente
los productores más efi-
cientes podían hacerle frente a la crisis. Entre construyen 13 enormes centrales, mientras ingenios quiebran y desaparecen.
1884 y 1890
numerosos
se
pequeños
A las transformaciones industriales se agregan las agrícolas. En la lucha por la existencia, muchos ingenios pequeños en vez de moler sus cañas las venden a los ingenios mayores, a los centrales. La vieja aristocracia criolla, terrateniente e industrial a la vez, se arruina en gran parte. Y una nueva clase capitalista industrial y financiera —en buena medida extranjera— ocupa su lugar en la cima del poderío económico cubano. Sobreviene una suerte de especialización, una división del trabajo en el sector azucarero: la industria va separándose de la agricultura. En 1887 ya casi un 40% de la zafra se produce bajo el sistema del colonato. A la vuelta del siglo, la separación entre los dos sectores se ha consumado.* Ha surgido una nueva capa de productores agrarios, los colonos cañeros, estrechamente sometidos al poderío económico de las grandes empresas industriales del azúcar. Según Ramiro Guerra, los pri-
meros colonos gozaron de una relativa independencia económica.
Pero Rebeca Scott sostiene que un estudio detenido y detallado de la contabilidad que llevaban los ingenios en sus libros sugiere, desde el comienzo, una realidad muy distinta. Los colonos, en gran número de casos, rápidamente cayeron en una situación de dependencia: siempre estaban en deuda con el ingenio y la tienda del mismo. El gran sueño del Conde de Pozos Dulces pronto adquirió ribetes de pesadilla para muchos miembros de este nuevo sector de la vida económica nacional.? De todos modos, las colonias cañeras continuaron aumentando en número e importancia porque, en último término, facilitaban la movilización tanto del capital como de la fuerza de trabajo existentes y utilizables en el momento. Además, la expansión de la red ferroviaria a que hemos hecho referencia — sobre todo la de «vía estrecha»— facilitaba la comunicación rápida del ingenio con tierras antes muy distantes. Pero el número de 2.
Eso
no quiere decir que los centrales no poseyesen
tierras y produjesen
caña. Lo importante es que la mayor parte de la «materia prima» procedía del colonato.
3.
Scott (1982), p. 456, nota 23. 239
colonos negros era por aquel entonces insignificante. En general, el
colonato era predominantemente blanco. En 1899 los colonos azu-
careros «de color» (ya propietarios, ya arrendatarios) sólo cultivaron un 4:5% de la caña molida por los centrales en ese año. Entre 1878 y 1902 las inversiones norteamericanas devienen el principal, si no el único, instrumento financiero del país. Y el mercado norteño domina totalmente el tráfico comercial con Cuba. En 1886 el 94% de los azúcares cubanos se vende en los Estados
Unidos. El 28 de diciembre de ese año,el cónsul Ramón O. Williams
le escribe al State Department desde La Habana: «La Isla depende ahora completamente del mercado de los Estados Unidos para la venta del azúcar y sus subproductos. Del mismo modo, la existencia de las plantaciones azucareras, los ferrocarriles que se usan para transportar lo que las plantaciones producen hasta los puertos de embarque, el comercio de importación y exportación basado.en esa producción (tanto en lo agrícola como en lo mecánico), los almacenes, los muelles, las embarcaciones y también los estibadores, los agentes comerciales y financieros, los.banqueros, los empleados, los propietarios de bienes raíces, los comerciantes de todo tipo, los tenedores de la deuda pública: —todo está ahora directamente relacionado con el mercado de los Estados Unidos...».* En 1895 las inversiones norteamericanas en-Cuba eran de unos 50 millones de dólares. La invasión de capitales, a partir de la derrota de España y del comienzo de la Primera Intervención, se acelera. La reconstrucción de la economía cubana, gracias a los manejos del general Wood, vino a depender no sólo del mercado sino del capital de los Estados Unidos.”. En 1899 se organizó la Cuban-American Sugar Co., que erigió en Oriente el gigantesco central Chaparra y restauró
el Tinguaro en Matanzas. En 1901, la United Fruit Co. adquirió
200.000 acres de tierra alrededor de la bahía de Nipe. En ese mismo
año el central Constancia, de Las Villas, pasó a manos norteñas. Y
otras compañías estadounidenses compraron terrenos que desarrollaron más tarde. En .1902 había en Cuba 55 centrales norteamericanos, que produjeron el 40% de la zafra azucarera de ese año. Y la proporción fue creciendo paso a paso, inexorablemente. La dependencia colonial había cambiado de signo. La metrópoli se había trasladado de Europa a América.
Pareja a esta revolución económica se produce otra demográfica.
Los reajustes cuantitativos en. la. población negra, inducidos por la 4.
5.
Cit. por Pérez (1983), pp. 28-29.
Pérez (1983), pp. 356 y ss.
240
supresión de la trata y la abolición de la esclavitud, se hicieron sentir intensamente entre 1861 y 1887 y se reflejan claramente en los censos de esos dos años. Sin embargo, diez años más tarde, hacia fines de siglo, el proceso de crecimiento de la población negra
prácticamente había vuelto a estabilizarse. Y ahora se debía al
crecimiento natural interno y no a la inmigración forzada. Entre 1861 y 1887 el descenso númerico de la llamada «clase de color» fue de un 12.3% (un 6.3% entre las mujeres y un 17.2% entre los hombres). Pero las cifras de 1887 y las de 1899 eran casi las mismas. A pesar de las pérdidas de la Guerra de Independencia y de la reconcentración, que afectaron sobre todo a la «gente de color», este sector de la población cubana se elevaba a 520.400 personas en 1899: sólo 8.398 menos que en 1887. Y, desde entonces, continuaría creciendo de modo sostenido a todo lo largo del período republicano. En la era transicional que en este acápite estudiamos, los cambios no son sólo numéricos sino estructurales y afectan a todos los niveles de la sociedad, aunque, desde luego, mucho más inten-
samente a los negros y mulatos. Una de las causas fundamentales
reside en el tránsito del patronato, creado por la ley abolicionista, al régimen del salario que lo sustituyó. Obviamente a los esclavos recién liberados se les presentaban
dos claras opciones. Podían permanecer en los lugares donde ha-
bían laborado como siervos. O podían abandonarlos, trasladándose a otros. Resulta imposible determinar con exactitud cuántos adoptaron cada uno de estos caminos en los ingenios azucareros, donde residía gran parte de la población negra. Pero no cabe duda alguna de que un número considerable de ellos continuó trabajando en la misma plantación, realizando las mismas tareas y ocupando los
mismos barracones o los mismos bohíos, aunque desde luego bajo
circunstancias distintas en muchos aspectos a las que antes prevalecían. En los barracones, por ejemplo, desaparecieron las talanqueras, las rejas, los perros de presa y los vigilantes, a la vez que se abrieron ventanas para dar acceso al aire y a la luz. La rutina laboral no se modificó en lo agrario pero sí en lo industrial, debido a la introducción de nuevas técnicas. Y aunque todavía las jornadas eran largas y agotadoras, comienzan a reducirse, en parte gracias a esos progresos tecnológicos. Pronto habría ingenios con sólo trece y hasta doce horas diarias de labor. Aunque existen testimonios de que, por muchos 6.
años, innumerables
colonias comenzaban
el tra-
—Kiple (1976), pp. 72-77. Otra prueba de que la superexplotación del esclavo
azucarero en la era plantacional reducía su reproducción biológica natural.
241
bajo a las dos de la mañana,
lo interrumpían
a las once y lo
recomenzaban a la una hasta las seis de la tarde. Un total de 14 horas.” Un factor que tendía a atar al esclavo al sitio en que lo había encontrado la emancipación era la posibilidad de transformar sus conucos en aparcerías. En algunos ingenios los libertos recibían sus salarios durante la zafra pero cultivaban además un pedazo de
tierra del dueño, entregándole a éste parte de su cosecha. No faltaron los que se dedicaron exclusivamente a una economía de autosubsistencia, a niveles bastante bajos de vida. Y otros que
permanecieron en los palenques, aunque ahora sin tener que hacerle frente a los rancheadores. De todos modos, es indudable que en Cuba, después de la abolición, no se produjo el sistema clásico de «campesino re-constituido» (reconstituted peasantry) típico de otras islas del Caribe.*? De todos estos cambios, el más significativo es, sin duda, la libertad con que los ex-esclavos azucareros comienzan a hacer uso de su acrecentado tiempo libre. Aun los más conservadores pronto adquieren la costumbre de trasladarse con relativa frecuencia a los pueblos cercanos para participar de fiestas, procesiones, bailes y otras diversiones, aun a costa de perder algunos días de trabajo... y de salario. Las quejas de los patronos a este respecto son constantes
en este período. En Sancti Spíritus, por ejemplo, la prensa se quejaba por entonces de que «los trabajadores abandonasen las
plantaciones para tomar parte en las parrandas del pueblo», donde —se afirmaba— los negros se mezclaban con los blancos.? En septiembre de 1888, la Revista de Agricultura se hacía eco del proble-
ma en un artículo titulado «Las fiestas en los campos». Allí se
protestaba contra el número excesivo de días festivos durante la época de la zafra, ocasiones que los trabajadores aprovechaban para trasladarse a las poblaciones vecinas en busca de diversión. ¡Oh la nostalgia de los antiguos esclavistas ante la independencia con que los antiguos siervos estrenaban su libertad!*”, El espíritu de indocilidad que demostraban los nuevos hombres libres preocupaba a la clase dirigente en todas partes. La Fraternidad de Sancti Spititus, en agosto de 1890; censura «el exagerado concepto de la propia personalidad» que había surgido tras la emancipación. Y recomendaba que era preciso armonizarlo con la subordinación a 7.
Le Riverend (1965), p. 8.
8.
Scott (1985), p. 244.
9.
Scott (1982), pp. 321-322.
10. Revista de Agricultura, 1888, número 8, p. 385.
242
los «intereses generales». Pero los negros libres seguían prestando oídos sordos a estos consejos. Y con sus diversiones fuera del ingenio hacían una afirmación más del sentimiento de autonomía personal que su nuevo status social les permitía ejercitar... aunque los «intereses generales» (que para ellos eran, en realidad, los de sus ex-amos) sufrieran menoscabo. Los patronos hicieron todo lo posible por limitar la movilidad de su fuerza de trabajo, amarrándola al lugar donde operaba mediante el nuevo sistema de las «cantinas» o tiendas, donde los obreros se veían obligados a comprar a crédito, a base de «fichas», o «vales», o «cuentas» de nunca
acabar. Pero jamás pudieron limitar, como antes, los contactos de la
masa laboral de los ingenios con otros sectores de la población. No todos los ex-esclavos permanecieron en sus antiguos ingenios o fincas. Un número indeterminado pero sustancial de ellos optaron
por la segunda posibilidad que mencionamos arriba: abandonaron las plantaciones en busca de nueva vida en lugares que considera-
ban más propicios. Los cambios que coetáneamente se producían en
la industria azucarera estimulaban esta movilidad. En los ingenios y las colonias cañeras aparecen por esa época los obreros indepen-
dientes, transitorios y transeúntes que preferían trabajar por contra-
tas para poder irse a otro lugar una vez que éstas terminaban: gente en movimiento, que sólo se asentaba cuando obtenía condiciones muy favorables de empleo, de trato y de salario. Las cifras de los censos permiten determinar por lo menos los perfiles de esa
vigorosa migración interna. En sentido general, el centro geográfi-
co de la población de la Isla se va trasladando hacia el este. Pero este fenómeno resulta aun más evidente para la población «de color». Matanzas —centro de la producción azucarera en la era plantacional— resulta la provincia más afectada. Entre 1877 y 1899 perdió un 17% de su población blanca y un 32% de su población negra y mulata. Mientras tanto, la provincia de Santiago de Cuba (Oriente) aumentó su población blanca en un 14% y la «de
color» en un 29%. La provincia de La Habana permaneció estable
durante el período emancipatorio: la población «de color» disminuyó en las áreas rurales pero aumentó en la ciudad. En 1877 residían en el perímetro urbano de la capital 46.959 personas «de color». En 1887 esa cifra subía a 54.356 y en 1899 a 64.814. Estos datos evidencian: 1) un cuantioso desplazamiento de los ex-esclavos de las áreas rurales en que vivían hacia otras, a veces muy distantes, y 2) un movimiento limitado de la población «de color» hacia los centros urbanos,
particularmente hacia la ciudad de La Habana,
que en el año 1877 contaba con la décima parte de los negros y
243
mulatos de Cuba, proporción que subiría a un trece por ciento en 1899. En un Informe de la Sociedad Económica de Amigos del País, redactado por Rafael Cowley en 1877, se hace constar que gran número de libertos se habían trasladado a los pueblos en busca de la «vida social» que no podían hallar en las plantaciones. Muchas veces las mujeres residían permanentemente en las ciudades, tra-
bajando como domésticas o dedicadas al cuidado de la prole, mien-
tras sus esposos o compañeros laboraban en los campos de caña de algún ingenio vecino. Esa era la razón por la que estos hombres preferían emplearse en los ingenios situados cerca de los centros urbanos, aun cuando esto conllevara una disminución een los salarios.!! Idéntica observación hace Robert P. Porter: «La mayor parte de los trabajadores —escribe—, si tienen familia, cuando se les paga se van por un día o día y medio (a los pueblos. cercanos) a llevarles “dinero a los-suyos, regresando después. a sus labores.” Este y otros testimonios parecidos destruyen el criterio de algunos investigadores según el cual los esclavos carecían de todo concepto de «vida familiar» y la abolición había contribuido aun más a desintegrar la familia negra. Los hechos prueban que infinidad de libertos perpetuaron u organizaron sus relaciones familiares, adaptándolas a la nueva situación social que los envolvía. Tal vez muchas de esas uniones no eran legales.ni estaban santificadas por la Iglesia, pero tenían un carácter de permanencia y solidez mucho más acentuado del que algunos han querido concederles. La fuerza de los vínculos familiares entre los esclavos está demostrada, desde mucho antes de la abolición, por los esfuerzosy sacrificios heroicos realizados por miles de ellos para comprar la libertad de sus hijos, sus padres, sus esposas o esposos. Cierto que un número considerable
de ex-esclavos estaban decidiendo «con sus piés» dejar atrás el
trágico escenario de su duro pasado para buscar nuevas perspectivas
en otras partes del país. La abolición de la esclavitud —ya
lo
dijimos— cambió la composición étnica de muchas regiones de la Isla (e inició —de paso— toda una serie de fermentaciones culturales de que nos ocuparemos más adelante) pero no todos los libertos migratorios eran como el Esteban Montejo de Miguel Barnet.
Muchísimos se trasladaban con sus familias. O las mandaban a buscar tan pronto conseguían trabajo estable. La tesis de la «deculturación» 11.
12.
total, a veces
sin proponérselo,
AHN, Ultramar, leg. 280, exp. 610.
Porter (1899), p. 268.
244
deshumaniza
al
negro cubano. Es una teoría exagerada. Y, por lo tanto, falsa. A los cambios demográficos señalados hay que agregar otro de gran importancia: la entrada en Cuba, por esta época, de un considerable número de inmigrantes españoles, sobre todo canarios y
gallegos. Aparte de los soldados que decidían quedarse en Cuba
una vez licenciados, comenzaron a asentarse en la Isla grandes masas de peninsulares, ya con sus familias (los menos), ya individualmente (varones solteros, los más). Esta inmigración fue esti-
mulada vigorosamente tanto por los hacendados como por el go-
bierno metropolitano, por varias razones. Primero, por puro prejuicio racial: había que «blanquear» el país. Además, por interés político: mientras más españoles vinieran a Cuba, más se fortalecía la causa de la «Madre Patria» en la conmocionada provincia ultramarina. Y, en fin, por interés económico: el aumento numérico de la mano de obra se traducía en una reducción y depreciación de los salarios. Se calcula que de 1882 a 1894 cerca de 250.000 españoles entraron en Cuba como inmigrantes. Y, aunque muchos de ellos regresaban a la península al cabo de un tiempo, el promedio de retención anual era de más de 7.000. Entre 1889 y 1894 hubo un influjo neto de casi 60.000 españoles. Gran parte de esta inmigración se dedicó al trabajo azucarero, tanto industrial como agrícola. Para citar un ejemplo: en el central Soledad, según el testimonio de su administrador L. F. Hughes, la población laboral, que alcanzaba la cifra de 1.600, se distribuía así: 150 o 200 asiáticos y unos pocos cubanos blancos, formando el resto negros y españoles, los primeros en ligera mayoría. Los blancos trabajaban como estibadores pero también lo hacían en los campos de caña. Esta heterogeneidad laboral está muy lejos de la sólida composición homogénea de la época plantacional. Algunos patronos cubanos pensaron que una vez abolida la esclavitud, se establecería una especie de apartheid
entre los trabajadores blancos y los «de color». Según Rebecca Scott
el hecho no se produjo, pues contra esta segregación actuaban varios factores. En primer lugar, muchos de los inmigrantes españoles eran trabajadores agrícolas, especialmente importados para realizar las labores del campo. Y, además, algunos libertos poseían pericias que podían utilizarse en los ingenios, particularmente si permanecían residiendo en ellos años tras años. Las distinciones raciales existían pero las interacciones no podían evitarse. El cambio demográfico en los ingenios era notable. Y con el tiempo tendió a acentuarse. Eliminada la condición servil del trabajo en la industria azucarera y el desprecio que sentían por él los hombres libres, miles de cubanos blancos fueron incorporándose a
245
las labores de la zafra para ganarse la vida. Así lo testifica Edwin Atkins, propietario del central Soledad, en sus Reminiscencias. Después de referirse a la inmigración peninsular afirma que «un número creciente de nativos blancos, siguiendo el ejemplo de (los españoles), trabajaban con los negros en los campos».!** El valor transculturativo e integrador de los contactos que esta nueva realidad demográfica inevitablemente provocaba es evidente. Destruida la vieja estructura étnica del trabajo en la plantación, una nueva fórmula racial se impone entre los trabajadores de los ingenios y las colonias de caña. Y el intercambio entre los diversos sectores y colores se imponía tambien. Eso no quiere decir, desde luego, que los prejuicios desaparecieran. Hasta en la calidad de la comida que recibían las cuadrillas en las nuevas colonias cañeras se refleja el
factor racial. El cónsul norteamericano de Cienfuegos escribía du-
rante este período transicional que el propietario de una de las plantaciones más grandes de la región gastaba 22 centavos diarios en la alimentación de los trabajadores blancos y 16 centavos diarios
en la de los negros. Estas distinciones pigmentocráticas se aplicaban, además, en las viviendas y otras formas del trato. Pero, en definitiva, lo que ocurre en esta época es la completa aniquilación de las antiguas comunidades cerradas y étnicamente uniformes que constituían el núcleo básico de la población de los ingenios durante la era plantacional. Ahora el «negro típico» no va a ser un esclavo en una fábrica de azúcar, viviendo casi totalmente aislado de los blancos entre gente de su mismo color. Ahora, aquellos libertos que deciden permanecer en las plantaciones y en las colonias cañeras, comienzan a trabajar al lado de los obreros blancos, españoles o criollos, tanto en los bateyes como en los cortes.
Aquellos que abandonaban sus antiguos centros de labor estable-
cían numerosos contactos inter-raciales en el tránsito a su nuevo destino. Y ya fuese en las ciudades y los pueblos, ya en la nueva plantación o colonia donde se asentaban se veían rodeados de gentes de otras razas y procedencias. Si antes su contacto externo más fuerte era con Africa (a través de la trata), ahora era con la cultura hispánica y con la criolla de los gallegos, los canarios y los cubanos blancos que trabajaban cerca de ellos. De ese modo tiende a producirse un acelerado proceso de aculturazación entre las masas negras, pero —a la vez— una penetración más intensa de lo negro en la cultura blanca, tanto en los campos como en las ciudades, sobre todo en las más importantes como La Habana y Santiago 13.
Atkins (1926), p. 39. El énfasis es nuestro.
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de Cuba. Los intercambios entre negros procedentes de diversas regiones conducen también a la homogeneización. Es probable, por ejemplo, que este trasiego de la población negra contribuyese a la notable mezcla de elementos yorubas y congos que caracteriza a las reglas «cruzadas» de la religión afro-cubana. Y, además, todos estos procesos intercomunicativos que se producían en el seno de la sociedad insular tendían a favorecer la consolidación de la nacionalidad cubana, por aquel entonces empeñada en afirmarse, definirse y liberarse definitivamente del yugo hispánico. El estudio detallado de las consecuencias culturales de esta compleja revolu-
ción demográfica corresponde al tercer volumen de esta obra. Y allí
lo encontrará el interesado lector. Todos estos ajustes se producen en medio de una crisis econó-
mica muy seria, caracterizada, sobre todo, por una caída en el nivel
de los salarios. Los esclavos habían obtenido la libertad. Pero en su mayoría siguieron sumidos en la pobreza: sin tierra que cultivar y,
a veces, sin trabajo con que hacerle frente a sus necesidades más
perentorias. Louis A. Pérez, Jr. ha afirmado que «el descenso del
estándar de vida de los esclavos poco después de la emancipación fue tan inmediato como dramático. Hacia 1888, al completarse la emancipación, el desempleo alcanzó niveles desesperados. Miles de
trabajadores rurales emigraron en busca de trabajo a las ciudades ya de por sí atestadas, sólo para engrosar las filas de los desempleados. La vagancia y la mendicidad devinieron serios problemas sociales al terminar la década».** Es cierto que —como dice Rebeca Scott, refiriendose a estas palabras de Pérez— «muchos de los elementos que comprenden una definición completa del término estándar de vida son muy diferentes antes y después de la esclavitud». Y quizás el énfasis de los adjetivos en el párrafo citado sea excesivo. Además, el proceso abolicionista no se produjo en la misma forma en todas las partes de la Isla: estuvo caracterizado por marcadas variaciones regionales que hacen muy riesgosa tada generalización amplia y concluyente. Pero la verdad es que en muchos casos, a pesar de su nueva posición legal, los ex esclavos azucareros (obligados a mantenerse a sí mismos en el tiempo muerto, y sin ahorros a que recurrir dado el bajo nivel de salarios en una época de depresión económica) cuando no disponían de un conuco que cultivar, sufrieron en muchos lugares del país los males seña14.
Pérez (1983), p. 23.
15.
Scott (1985), p. 282, nota.
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lados por el profesor Pérez. En medio de todas estas aflicciones la población «de color» tuvo que desarrollar adecuados ajustes internos entre la antigua masa de negros y mulatos libres y el aluvión de los esclavos recién liberados (lo que, por cierto, no se produjo fácilmente). Y, además, se vio obligada a buscar nuevas fórmulas organizativas para resolver sus nuevos problemas, sobre todo para luchar por los derechos civiles y políticos que la sociedad colonial se negaba a concederle. Aquí —como vamos a verlo en seguida— coincidieron (y por fin se fundieron) los intereses de los cubanos blancos que deseaban la independencia y la democracia con los intereses de los cubanos negros y mulatos que a esos dos anhelos políticos agregaron otro social: el de la igualdad absoluta entre todos los sectores raciales del país. Es importante señalar que, pese a la conmociones indicadas, el tránsito de la esclavitud al régimen del salario se produjo en Cuba
con un mínimo
relativo de trastornos.
En
algunos
lugares
los
patrocinados tuvieron que amotinarse para reclamar sus derechos, cuando éstos no se les concedían por la vía legal. Además, allí donde persistían los tradicionales métodos de maltrato, los esclavos sencillamente abandonaban la plantación, creando vacíos laborales. Pero el catastrófico caos económico y. social que vaticinaron.los voceros del antiabolicionismo nunca se produjo. Debe tenerse en cuenta que el proceso emancipatorio coincide en la Isla con dos fenómenos importantes: 1) con la segunda fase de la revolución industrial azucarera a que ya hemos hecho referencia, que tendía a aliviar en alguna medida la demanda de brazos; y 2) con la crisis internacional de los precios del dulce que reducía -las cuotas de
producción que se auto-asignaban los ingenios y también disminuía
la presión sobre el mercado laboral. Es cierto que muchos hacendados hablaron por aquel entonces de una «escasez de brazos». Pero
esto debe atribuirse al deseo de una abundancia excesiva de mano
de obra como modo de abaratarla. Algunos propietarios de ingenios pequeños —según
testimonio que recoge Porter— «carecían de los
medios para emplear a todos los trabajadores que les ofrecían sus servicios».!* Lo que ciertamente no indica -en- modo alguno esa
supuesta «escasez de brazos». Como tampoco lo refleja la existencia
en las ciudades y en los.campos “de un número considerable de desempleados. Las estadísticas azucareras ponen-al desnudo el
ritmo estable de la producción en los años del «gran ajuste», síntoma indiscutible de una transición bastante equilibrada: 16.
Porter (1899), p. 66.
248
PRODUCCION
1880 1881 1882 1883 1884 1885
......... ......... ......... ......... ......... .........
AZUCARERA DE CUBA DE (En toneladas métricas)
618.654 580.894 620.565 601.426 626.477 628.990
1886 1887 1888 1889 1890 1891
......... ......... ......... ......... ......... .........
1880 A 1891
657.290 707.442 662.758 569.363 636.239 807.742
El negro libre en la etapa final de la Colonia Durante la era plantacional, dos estrategias básicas de adaptación predominaban en los sectores negros y mulatos de la población cubana. En su inmensa mayoría, los libres se orientaban hacia la asimilación con la cultura del “superestrato. Para ellos ese era el único camino que podía sacarlos del bajo fondo social en que la situación colonial los había hundido. Un hombre como Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, por ejemplo, que jamás renegó de su condición de mulato y que con gran rigor fustigó en su poesía a aquellos de los suyos que pretendían «pasar por blancos», culturalmente pertenecía, con exclusividad absoluta, al complejo cultural hispano-cubano o, si se quiere, al polo euro-cubano de que hablamos en la Introducción al tomo 1. En su producción literaria, la influencia africana nunca pasó de los niveles que ésta alcanza en los estratos superiores de la población criolla. O dicho de otro modo: Plácido era todo lo africano que podía serlo cualquier cubano blanco culto de su época. Ni un ápice más. El ritmo vital de su poesía no le llegaba de los tambores del continente negro, sino de la lírica europea de Garcilaso, Góngora y Lope de Vega, tamizada —desde luego— por la preceptiva de sus modelos americanos blancos, sobre todo Domingo Delmonte y José María Heredia. Los
negros
esclavos,
especialmente
también en las ciudades, trataron —en
en
las plantaciones,
pero
cambio— de adaptarse al
medio hostil que los rodeaba, utilizando una estrategia distinta y
hasta opuesta: reafirmando y subrayando la cultura del sub-estrato, manteniendo vivas, en todo lo posible, sus ancestrales raíces afri-
canas. Tal vez la palabra estrategia no sea aquí la más adecuada.
249
Porque no se trataba de un proceso consciente y deliberado de retención, sino más bien de una respuesta instintiva, maquinal, involuntaria, aunque de todos modos muy efectiva, de autoafirmación. Estos afrocubanos —sobre todo los recién llegados— sólo se rendían ante las presiones aculturativas del mundo blanco cuando no les quedaba más remedio. Respondían, desde la salida hasta la puesta del sol, al chasquido del látigo o a la voz de mando de sus amos, sus mayorales y contramayorales. Pero en las escasas horas nocturnas que les pertenecían, regresaban espiritualmente a la tierra perdida, la recordaban en sus mitos, sus proverbios y sus ritos, la reproducían como les era dable en las jerarquías de sus cabildos, resucitaban su espíritu invencible con el ritmo poderoso de sus tambores ancestrales. La prohibición de los tambores en las plantaciones norteamericanas resultó culturalmente en toda una cruel mutilación. Pero en Cuba sobrevivieron las tumbas y los cantos y bailes rituales donde residían las esencias más puras del alma africana. Todo conspiraba en la Isla para mantener en pie esta postura antiasimilista. El amo criollo no quería que el esclavo
estudiase y aprendiese para que no se le soliviantase más de la cuenta y se rebelase con más frecuencia. Las autoridades españolas no estaban tampoco interesadas en aumentar la carga idelógica — ya peligrosísima— de ese polvorín social y político en que se había convertido su colonia antillana. Y mientras duró la trata, el contacto directo con gentes recién salidas de Africa reforzaba constantementeel ancestro cultural de los negros en esta nueva circunstancia de su vida ultramarina. La abolición de la esclavitud, la muerte de la sociedad plantacional, el ejemplo de las nuevas relaciones interraciales establecidas en el campo mambí durante la Guerra de los Diez Años, la aceleración del proceso integrador de la nacionalidad y las demás transformaciones económicas, políticas y sociales que resumimos en el
acápite anterior, poco a poco fueron anulando esta dualidad de
estrategias adaptativas que había privado por larguísimas décadas. Las tendencias asimilistas se reforzaron. Las diferenciadoras fueron debilitándose. Progresivamente liberado del ghetto de los ingenios, el negro iba estableciendo nuevos lazos sociales a muy diversos niveles y no sentía ya con tanto apremio la necesidad de una cohesión exclusivista con sus compatriotas de la otra tierra, o como en Cuba se decía, de su misma «nación». Ahora solicitaban su
atención nuevas fórmulas integradoras. Los que no lo habían hecho
ya anteriormente, se criollizan con relativa rapidez. Una nación muy distinta los atrae y los acoge en su seno, una nación mucho
250
más amplia que las antiguas de origen tribal y clánico de sus lugares de precedencia. Los llama la nacionalidad cubana. El afrocubano se cubaniza más con cada día que pasa. De ahí la progresiva decadencia de la lengua bozal y el fortalecimiento entre ellos del castellano acriollado. Declinan antiquísimas instituciones. Y comienzan a brotar otras, mejor adaptadas a las novísimas realidades y necesidades de la era post-plantacional y post-Guerra-Grande. La primera víctima de este histórico reajuste asimilativo iba a ser el cabildo.
No fue sólo el cambio de mentalidad entre las masas negras lo que hizo variar el signo de la aculturación en Cuba después de 1878
y 1886, es decir, después del Zanjón y de la liquidación de la esclavitud. También los otros sectores sociales modifican sus actitudes, aunque por razones muy diferentes. Los blancos patriotas (aun los más conservadores) se iban convenciendo de que sólo mediante la asimilación de los elementos básicos de la cultura
cubana podía el negro integrarse con facilidad a la naciente entidad
nacional. Los negros y mulatos que eran libres desde antes de la abolición estimaban indispensable el ascenso rápido de la masa esclava recién liberada a su propio nivel, para poder seguir juntos en la búsqueda de una equiparación con los blancos. Y los españoles, cada vez más preocupados por el creciente movimiento independentista intensificaron el cortejo de la población «de color» con una serie de medidas reformadoras claramente orientadas a introducir una cuña entre los dos sectores étnicos de la población cubana. Todo conspiraba para darle preeminencia a la tendencia asimi-
lista. Y por eso el cabildo, una de las instituciones más poderosas en la retención de elementos africanoides en la vida cultural de los
negros cubanos pronto se vio combatido desde todos los ángulos. Así
comenzó su declinación y, en definitiva, su muerte. Sólo transformando su estructura y modificando sus objetivos lograron algunos sobrevivir hasta bien entrada la época republicana. (Que el gobierno español consideraba a los cabildos como centros potenciales de resistencia separatista queda probado por la insistente prohibición oficial de que a ellos se incorporasen los hijos criollos de los negros de nación como se hizo en 1868 y se reiteró en 1877. Esa medida equivalía a condenarlos a una muerte lenta, por
vía del simple desgaste demográfico. Para 1882, sin embargo, las
autoridades hispánicas habían llegado a la conclusión de que los cabildos debían desaparecer del todo lo antes posible. Una Real Orden de 24 de abril y una disposición del Gobierno General del 7 de junio de ese año exigen a estas instituciones, de viejo legaliza-
291
das, la renovación anual de sus licencias, estableciendo además que se debía «sin causar molestias a los negros, ni violentar sus costumbres, y con habilidad y prudencia procurar que aquellas asociaciones vayan perdiendo su actual carácter y se constituyan en análoga forma que las sociedades de recreo, con arreglo a la legis-
lación común».? La política gubernamental se dirigía ahora hacia
un proceso de desafricanización que le cercenase a la vieja institu-
ción sus consagradas formas de intensa solidaridad semitribal. En su lugar habría simples agregados de individuos sin lazos de mutua
adhesión basados en criterios religiosos tradicionales. Esas asocia-
ciones serían más fáciles de manejar y de penetrar. No se impedía,
pues la mancomunidad, pero se le modificaban sus funciones. El 19 de diciembre de 1884 un bando del Gobierno Civil provincial prohibía en La Habana las reuniones de «cabildos de negros de Africa» y su circulación por las calles en Nochebuena y en el Día de Reyes. Como apunta Fernando Ortiz: «La saturnal africana pasaba a la
historia. La de 1884 fue la última: el 6 de enero de 1885 fue la
primera epifanía silenciosa que tuvo Cuba». El 4 de abril de 1888 el Gobierno Civil prohibió «que en lo sucesivo se autorizara ningún
cabildo con el carácter antiguo, sino que debía exigirse su organlzación de acuerdo con la legislación común»?. Bajo estas presiones, muchos cabildos dejaron de existir, sobre todo cuando la vieja generación no encontró modo de pasarle su banderaa los jóvenes. Otros, para no morir, se transformaron en Sociedades de Socorros Mutuos, Instrucción y Recreo. Ortiz suministra una lista de los que todavía estaban inscritos en el Gobierno Provincial de La Habana en 1909. Su número se reducía a poco más de veinte. Sus antiguas
funciones religiosas habían desaparecido, por lo menos en la su-
perficie, convirtiéndose a veces en subterráneas celebraciones rituales. Y como legado público de su existencia sólo quedaron. las comparsas, que con el tiempo fueron integrándose con los poliétnicos carnavales de La Habana, Santiago de Cuba y otras poblaciones del país. Con el cambio de los tiempos y dé las necesidades, surgen nuevos instrumentos de transculturación. En la década del ochenta proli-
feran por toda la Isla las llamadas «sociedades -de color», gracias a la relativa libertad de asociación que España se había visto obligada a concederle a la opinión pública insular por ese entonces. Ya, desde mucho antes, existían algunas. En 1857 el pardo José de la
1. 2.
Ortiz (1921), p. 22. Ortiz(1921), p. 23.
252
Paz Zequeira había fundado una de «ayuda mutua» para los negros libres en el barrio habanero de Monserrate. Y el año siguiente otro pardo, Antonio Moro, estableció otra denominada Nuestra Señora del Cobre en la parroquia de San Nicolás de Bari. Pero sólo después del Pacto del Zanjón y de la abolición de la esclavitud la fundación de sociedades de ese tipo adquiere el carácter de un auténtico movimiento de masas. Algunas de ellas fueron de corta duración. Otras lograron perdurar. Muchas establecieron periódicos y revistas, reforzando así otro fenómeno típico de la época: el rápido crecimiento de la prensa «negra», es decir, de publicaciones periódicas fundadas, escritas y sostenidas por y para la gente «de color» del país. A España no se le escapó el valor potencial de las sociedades y sus periódicos para influir sobre la opinión política de los negros y mulatos cubanos. Por eso utilizó a Rodolfo FernándezTrava y Blanco de Lagardére, conocido por El Mandinga, para
fundar sociedades «de color» en Santiago de las Vegas, San Antonio
de los Baños y otros lugares (estas sociedades se titulaban Casinos Españoles de la Clase de Color) y también para defender la causa de la metrópoli en La Lealtad en 1880 y La América en 1890, donde se urgía a los negros a apoyar a la Península en su creciente conflicto con el separatismo.
Las sociedades se multiplicaron a lo largo de la Isla. Pero los
antiguos prejuicios que tradicionalmente habían dividido a la población «de color» en «pardos» y «morenos» (división que España alimentaba con egoístas miras políticas) impidieron que estas ins-
tituciones funcionaran sobre la base de la unidad social de negros y
mulatos. Aunque la vieja distinción entre ambos subgrupos raciales no era exactamente la misma que la recién nacida entre «persona de color» y «liberto», a veces ambas se correspondían, agravando las diferencias entre los que de antaño eran libres y aquellos que sólo recientemente habían escapado de la esclavitud. Todos los esfuerzos que se realizaron para unir en cada localidad a la totalidad de la «clase» en una sola «sociedad de recreo e instrucción» fracasaron, salvo muy contadas excepciones. En enero de 1878 se fundó una de ese tipo en Santiago de Cuba. Un año más tarde se dividió en dos, una para mulatos otra para negros, con motivo de un baile al que estos últimos no fueron invitados.* La proporción de familias con matrimonios legalizados era mayor entre los mulatos que entre los negros, lo que tendía a crear serios problemas de prestigio social entre ambos grupos. La Antorcha de Trinidad lanzó 3.
Bacardí (1972), Vol. VI, pp. 327-332.
293
en 1899 una «noble cruzada» para conseguir la «indisoluble unión de los sexos» y, en su alegato al respecto, hizo notar que Santiago de Cuba y Puerto Príncipe eran las áreas donde el matrimonio legalizado era más común en Cuba entre la «la gente de color»?. En el periódico La Fraternidad, Juan Gualberto Gómez puso énfasis sobre la importancia de lo que entonces se llamaba «la moralización de las costumbres». En 1889 ese periódico hizo notar que se habían celebrado «numerosos matrimonios»
entre personas de color como
parte de la «tendencia moralizadora» de esa raza tan calumniada?.
Rebeca Scott ha dicho: «Ciertamente parece que había menos desdén de parte de los mulatos libres hacia los negros recién liberados de lo que podía esperarse de algunas de las reseñas que hasta nosotros han llegado sobre las relaciones entre negros y mulatos en la época de la esclavitud. Sin embargo, las tensiones persistían, como lo evidenciaban la división ocurrida en la Sociedad de Santiago y el establecimiento de un Círculo de Obreros exclusivamente para pardos en Santa Clara»?. En definitiva, fuese cual fuese la opinión
que
cada
grupo tuviese
sobre el otro, lo cierto es que la
separación de los negros y mulatos en sociedades de recreo excluyentes se impuso como tendencia predominante en Cuba, a fines del siglo XIX y continuó funcionando del mismo modo en el XX. Junto a las sociedades, la prensa que muchas veces ellas propiciaban, constituye otro de los factores capitales de progreso de la población insular «de color» en este período. Anteriormente se
habían hecho algunos esfuerzos aislados por establecerla. En 1842,
el pardo Antonio Medina Céspedes fundó el primer periódicó redactado por negros y mulatos, El Faro, que desde luego no pudo sobrevivir la crisis de «La Escalera» ocurrida dos años después. En 1859, el propio Medina, pionero ilustre, dio a la estampa El Rocío:
la primera revista literaria dirigida por individuos de su raza. Pero,
como sucedió con las sociedades, sólo después de 1879 se avanzó realmente, creándose una red de más de cien publicaciones de ese tipo hasta 1895: 4 en Pinar del Río, 25 en La Habana, 13 en Matanzas, 48 en Las Villas, 8 en Camagúey y 10 en Oriente?. Algunas se distinguieron por las destacadas personalidades que en
SAR»
ellas colaboraban,
como El Pueblo ——dirigido por Matín
Scott (1982), p. 370. La Fraternidad, mayo
13 de 1889.
Scott (182), p. 370. Orum (1975), p. 25.
204
Morúa
Delgado— y La Fraternidad, donde escribió Juan Gualberto Gó-
mez. Un tema central las unificaba: la demanda de más y mejor educación para los niños negros y mulatos en un ambiente de absoluta
igualdad
racial en las escuelas.
Miles
de citas podrían
extraerse de ellas sobre tema tan fundamental. Baste con una tomada al azar del El Hijo del Pueblo de Cienfuegos: «La clase de color, cuyo estado de instrucción es muy deficiente por cierto, necesita, si quiere emanciparse de la triste condición en que hoy se encuentra, marchar por las vías del amor al estudio y de la reforma personal, por iniciativa propia, que es la que caracteriza el verdadero deseo de seguir adelante, sean cuales fueren los obstáculos que a su paso encuentre»*. La prensa de color constantemente denunciaba los casos en que se burlaba la integración de las escuelas que — como veremos pronto— por entonces se había convertido en ley. Así, por ejemplo, El Emisario de Sagua la Grande, protestando contra las vejaciones de que eran objeto los niños «de color» en una escuela municipal,
escribía en 1886: «Lo hemos
dicho antes, y lo
volvemos a repetir... Cansados estamos, por cierto, del desprecio,
vituperios y vejaciones que nos mantienen atados en el indigno
poste del servilismo: queremos salir de este asqueroso estado de deshonra, para ocupar también el dignísimo pedestal que ocupan los hombres honrados; y entiéndase, que sólo pedimos lo que nos toca por razón
y aspiramos
estamos comprendidos
a lo que
puede
aspirar el que
más;
dentro de la Constitución y, por lo tanto,
somos también ciudadanos de la Nación».? El otro gran tema de esta prensa era el de la defensa de los
derechos civiles y políticos del negro, único modo de lograr la igualdad y, por esa vía, la fraternidad entre todos los cubanos. Basta con prestar atención a los títulos de estas publicaciones para comprender sus propósitos: El Derecho, El Despertar, El Abrazo, La Unión, La Amistad, La Armonía, La Democracia, La Fraternidad, El Fraternal, etc. El negro, evidentemente, no quería separarse, sino por el contrario integrarse como igual en el seno de la comunidad cubana. Á veces esta prensa se expresaba con inusitada franqueza y notable vigor. Por ejemplo, la última publicación citada más arriba publicó en 1887 un artículo titulado Ser o no ser, donde se vertían conceptos tan «subversivos» como éstos: «El advenimien-
to de la raza de color a la vida de la libertad que es la vida del derecho, tuvo su origen, ¿por qué no decirlo?, en la Revolución de 8.
El hijo del pueblo, 15 de enero de 1885: artículo Dos palabras.
9.
Deschamps
Chapeaux (1963), p. 44.
209
Yara; el primer paso que en aras de la fraternidad se dio en Cuba
fue la manumisión de los siervos que al lado de sus señores comba-
tieron, y esa era de fraternal concordia que se inició entre el fragor de los combates, al calor y entre la sangre de uno y otro bando, dejó
trazada por manera indeleble la conducta que en lo sucesivo debían
observar aquellos a quienes el cruel bautizo de sangre consagraba hermanos. ¿Por qué pues esa marcada repugnancia, ese afán de eliminar en la gestión de la cosa pública al hombre de color? ¿Por qué no deponer mezquinas prevenciones y llevar a la practica de la
vida los bellos ideales de fraternidad y unión que cual símbolo de bienandanza y prosperidad tanto ensalzan en discursos y periódi-
cos?» Por lo general el tono era más moderado, para evitarse problemas con las autoridades españolas. Por ejemplo, La Armonía de Matanzas, en 1879, declara que su objeto principal era «armonizar con todas las razas y todas las clases sociales, bajo el lema santo
de fraternidad.
Por consecuencia, si no lograse hacer. desaparecer
las preocupaciones de nacimiento y esas prevenciones que han dominado por tantos siglos a la humanidad entera, a lo menos tratará con honrada constancia, de hacer desaparecer de nuestro suelo sus asperezas más pronunciadas entre los hijos de la hermosa
y virgen Cuba»!”,
De todas .estas publicaciones, la más influyente fue, sin duda alguna, La Fraternidad, fundada por Juan Gualberto Gómez en abril de 1879 y dirigida por él hasta que fue detenido y expulsado de Cuba por sus actividades separatistas. En 1887-se editaba de nuevo como «periódico político independiente, consagrado a la defensa de los intereses de la raza de color». Y en 1890 se convierte en «diario democrático cubano» (como reza desde entonces sú subtítulo) y en sus páginas trata Juan Gualberto hábilmente de unificar las dos causas que para él eran sagradas: la igualdad racial y la indepen-
dencia de Cuba. Su famoso artículo Por qué somos separatistas, le
valió -a.su autor una condena judicial de dos años, 11 meses y 11
días de prisión. Pero le sirvió también para obtener, mediante apelación ante el Tribunal Supremo de España, no sólo la revocación de su sentencia sino que se declarase lícita la propaganda de los ideales separatistas en Cuba, una victoria de proporciones
10. El Fraternal de La Habana, 30 de agosto de 1887. En el segundo número de este periódico, el 20 de agosto de 1887, se había dicho: «La raza de color, sépase de
hoy para siempre, aspira franca y lealmente a ocupar un lugar en el concierto de los hombres civilizados».
11. La Armonía, de Matanzas, «Prospecto», 29 de septiembre de 1879.
2590
homéricas dada la situación cubana de la época. Como bien ha escrito Pedro Deschamps Chapeaux refiriéndose a los periodistas «de color» del período interbélico (desde El Zanjón hasta Baire): «Es verdaderamente notable el esfuerzo magnífico de aquellos hombres, en un medio hostil, aun bajo el imperio del sistema esclavista, que agrupados en las instituciones de instrucción y recreo, aportan en dos décadas numerosas publicaciones que contribuyeron poderosamente a la movilización del negro en favor de la causa de la libertad de Cuba. Es de justicia resaltar que en 1889, con un porcentaje de analfabetismo en la población afrocubana ascendente al 72 por ciento, ésta contaba con 25 periódicos, que llevaban de uno a otro extremo de la Isla las orientaciones de los hombres que
luchaban por la obtención de un futuro de libertad y de derechos»??.
Después de abolida la esclavitud, los negros se encontraron con que la vieja lucha por la libertad no había terminado, sino sólo cambiado de signo. Ahora era preciso pelear por los derechos civiles
que
se les conculcaban,
también
haciéndolos
inferiores
a los blancos.
por los derechos políticos que tanto a ellos como
Y
a los
cubanos blancos se les negaban, haciéndolos a ambos inferiores a
los españoles. A través de sus sociedades y de su prensa, la campaña del negro por su plena igualdad social se hizo cada día más
poderosa en el período interbélico (1878-1895). Cogido entre dos
fuegos —que a ratos devenía uno solo— el gobierno español se vio obligado a hacer una serie de concesiones. Probablemente la más importante de todas fue una de las primeras: el 18 de abril de 1879 España dispuso que los niños cubanos «de color» podían asistir a los colegios que hasta entonces se habían negado a recibirlos!'*?, La integración racial en las escuelas comenzó así en Cuba tres cuartos de siglo antes que en los Estados Unidos. Ya en 1878 el Rey había concedido permiso para la celebración de matrimonios mixtos?!!. Pero la situación seguía tan confusa que en 1879 el Arzobispo
de
Santiago de Cuba tuvo que pedir una aclaración oficial, advirtiendo
de paso que, por su parte, él no veía por qué la diferencia de color podía constituir un impedimento, por lo que abogaba se concediese absoluta libertad a blancos, negros y mulatos para casarse entre sí,
de acuerdo con los ritos tradicionales de la Iglesia Católica. En
enero
de
1881,
por disposición
del Ministerio
12.
Deschamps Chapeaux (1963), pp. 10-11.
13.
Griñán Peralta (1964), p. 143.
14.
Bacardí (1972), Vol. VI, p. 374.
257
de Ultramar,
se
decretó la absoluta libertad de matrimonio entre todas las razas en
la isla de Cuba*. En ese mismo año comenzaron a llegar a Madrid innumerables quejas (tanto de individuos como de instituciones) sobre violaciones de los derechos civiles de la población «de color» y con demandas de
un trato igualitario en las relaciones sociales, educación, etc. No siempre el gobierno metropolitano respondió favorablemente?*?. Pero, poco a poco, las concesiones fueron arribando a la Isla. En marzo de 1881 terminó la separación de blancos y negros en los libros que registraban los nacimientos, los matrimonios y las defunciones en las parroquias. En 1882, haciéndose eco de intensísimas protestas, las autoridades permitieron la entrada de la «gente de color» en los parques, jardines y paseos de donde antes había sido excluida?”. El
3 de junio de 1885 se publica una Circular del Gobierno General de
Cuba, que por su enorme significación merece ser íntegramente reproducida. Decía así: «Vista la instancia del pardo libre José Beltrán, vecino de Pinar del Río, en queja del dueño de un café de aquella localidad, que no le permitió alternar en el mismo, atendida su clase de color. Resultando: que a pesar de la rápida modificación que en el transcurso de pocos años se ha producido en añejas preocupaciones, un industrial, apoyado en disposiciones de pasada
oportunidad, se ha resistido a prestar el servicio de su estableci-
miento público, a un hombre de color libre, sin causa justificativa de su determinación, cual fuera el escándalo o falta de comedimientos y conveniencias propias de las personas decentes y cultas
que a él concurren. Considerando: que si las costumbres son el fruto de las ideas que inspiran las leyes, deber es de la 'autoridad, celosa de los suyos, combatir siempre y constantemente las preocupaciones arraigadas en el espíritu de los pueblos por los usos y opiniones de tiempos que desaparecieron para nunca más volver. Considerando: que para el logro de tan «importantes fines, compete a la
autoridad consagrarse al mantenimiento y respeto de los derechos
que a todo español garantiza la Constitución de la Monarquía, que felizmente nos rige, y que descansan en el principio de la igualdad, 15.
Martínez Alier (1974), p. 40. Durante varios años, empero, este decreto fue
violado muchas veces, sobre todo por padres pudientes que se negaban a consentir la legalización de relaciones entre sus hijos blancos y miembros de otras razas.
Pero, en definitiva, la ley acabó por imponerse.
16. 17.
Martínez Alier (1974), pp. 41 y 157. También en este caso hubo numerosas excepciones. En algunas partes la
separación racial perduró hasta bien entrada la era republicana.
258
siendo igual el derecho de todas las clases a la protección de sus personas y bienes, rigiendo para todos una misma ley, sin distinción alguna, y no siendo lícito a la autoridad, bajo cuya inspección y vigilancia se hallan los establecimientos públicos, hacer distinción de clases para la admisión de éstos al servicio de aquéllos; el Excmo. Señor Gobernador General se ha servido acordar lo siguiente:
Primero: Salvo el caso de escándalo u otro análogo no puede prohibirse a las personas de color la entrada y libre circulación en los
parajes públicos, ni en los establecimientos que presten un servicio público, retribuido por el mismo. Segundo. Las autoridades civiles y sus agentes pondrán especial esmero en el cumplimiento de esta disposición, resolviendo en el acto, con criterio de justicia, equidad y conveniencia cualquier queja que pueda producirse.»** Nunca sabremos cuánto había de sinceridad y cuánto de cálculo político en esta disposición. Pero el simple hécho de que se dictara indica el
vigor que había alcanzado el movimiento igualitarista en Cuba, a
mediados de la década del ochenta. Dos años después, el 18 de noviembre de 1887, otro decreto del Gobierno General de Cuba. estipulaba que en consonancia con lo establecido en la Circular de 3 de junio de 1885 debía entenderse que “las expresadas personas de color pueden viajar en los coches de. primera de todos los ferrocarriles de esta Isla, con las únicas limitaciones consignadas en los Reglamentos para la explotación de éstos, aplicables indistintamente a todos los que por ellos viajan, cuaquiera que sea la raza a que pertenezcan.”*” Y el 16 de diciembre de 1893, respondiendo a una demanda del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color el Gobernador declaró que “puesto que por este Gobierno y de conformidad con lo determinado por la Junta Superior de Instrucción Pública se declaró en 24 de noviembre de 1878 que los individuos de la raza de color están en aptitud de ingresar en los Institutos de Segunda Enseñanza, en las Escuelas Profesionales y en la Real Universidad, se ha servido resolver que procede aplicar, por analogía, a las escuelas municipales de esta Isla la citada Resolución, haciéndose saber a los gobiernos
regionales y provinciales la necesidad de que se admitan los niños de la raza de color indistintamente en las referidas escuelas, tanto
más, cuanto que esforzándose el Gobierno General en procurar con generoso y perseverante empeño, no ya la perfecta igualdad legal, por nadie negada ni discutida, entre la expresada raza y la blanca, 18.
Estudios afrocubanos, Vol 1, 1937, pp. 146-147.
19.
Estudios afrocubanos, Vol. 1, 1937, p. 14.
259
sino una igual, real, positiva y práctica, en el orden de las relacio-
nes generales de la vida social, implica un contrasentido injustifi-
cado sostener la desigualdad en las Escuelas de Instrucción Primaria, planteles dispuestos... para que mediante la concurrencia y
unión de los niños de diferentes razas, nazcan y arraiguen en ellos
espontánea y naturalmente nobles y francos sentimientos de igualdad, que sean prenda de mutua consideración y respeto en el curso
ulterior de-la vida...»?", Este decreto de diciembre de 1893 es buena
prueba de que las disposiciones aprobadas para poner fin a las prácticas discriminativas encontraban muchos obstáculos pará
convertirse en realidad en muchas partes del país. Desde el 18 de abril de 1879 se habían integrado las escuelas en Cuba, pero en
1893 había que repetir y aclarar la vieja orden. Y esto ocurrió más
de una vez?!, Así, por ejemplo,
el Tribunal
Supremo
de España
reafirmó en 1889 que no se podía negar servicio a nadie en ningún
establecimiento abierto al público, considerando tal hecho como injuria con su penalidad consecuente. Pero en diciembre de 1893 el Capitán General Emilio Calleja tuvo que insistir, mediante decreto
publicado en la Gaceta de La Habana, en que por Ley estaba: prohibido establecer «distinciones por razón de color»??. Comprendiendo que en la acción concertada residía el secreto de
la victoria en la batalla por la igualdad, Juan Gualberto Gómez
convocó a una reunión de representantes de todas las sociedades de color. Si la unión era imposible a nivel local, resultaba indispensable iniciarla a nivel nacional, formando lo que hoy llamaríamos un frente único. La idea tuvo un éxito sorprendente. El 23 de julio de 1892. en el teatro Irijoa, luego Martí, en La Habana, se integra el
Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color, con participación de únas cien organizaciones de todas las provincias.
Allí se elabora un programa y se inicia una campaña, cuya capital consigna se resumía en una palabra varias veces repetida: «Instruirse. Instruirse. Instruirse». Pero, además, allí se dan instrucciones. sobre los métodos más prácticos —dentro de los marcos legales— para luchar por la efectiva aplicación de las leyes iguali-
zadoras. Juan Gualberto animaba a los negros y mulatos a concurrir a los establecimientos públicos y en ellos solicitar servicios,
20. Estudios afrocubanos, Vol. 1, 1937, p. 148. 21. Véase el informe de Manuel Secades J apón, letrado consultor de la Secretaría de Gobernación al alcalde municipal de Camagúey. (noviembre 5 de 1909). En Estudios afrocubanos, Vol. 11, 1938, p. 113. 22. Entralgo (1953), p. 115.
260
querellándose contra los propietarios si éstos se los negaban. Muchos así lo hicieron. Y cuando algunos jueces locales absolvían a los acusados, Gómez instó a que se recurriese al Tribunal Supremo de España, donde su amigo, el antiguo abolicionista Rafael María de Labra defendió esos casos, logrando más de una vez que la máxima autoridad judicial de la nación declarase improcedentes las sentencias de los jueces insulares porque violaban «los principios igualitarios contenidos en la vigente Constitución española». Por esta época se logra la integración en los teatros de la capital. También esta victoria se debe a la incansable e ingeniosa actividad de Juan Gualberto Gómez. Este interesante episodio de la batalla por la igualdad ha sido descrito así por Angelina Caballero: «Se les prohibió por la empresa del teatro Payret la entrada alas personas de color a tertulia, limitándoles a la llamada “cazuela”, al piso más
alto de las localidades, pero inferior en comodidad y visualidad. Cuando Juan Gualberto se entera ve una oportunidad para reclamar el acceso a las localidades más caras y cómodas, palcos y lunetas. Prepara un grupo de hombres negros, los alecciona para que con prudencia, pero con energía, con trajes adecuados al espectáculo, fueran a comprar palcos, lunetas y butacas, y acompañados
de sus señoras asistieran a la función. El primer día terminaron en
la Comisaría, ante la indignación de los hombres y el temor de las mujeres. Se hizo la denuncia pertinente. Juan Gualberto les acompañaba y las autoridades, precisadas, se vieron obligadas a dar un fallo favorable»?*. Como se ve, muchas décadas antes de Gandhi y de Martin Luther King, Juan Gualberto Gómez había inventado en La Habana una especie de satyagraha criolla: su propia versión de la táctica de «resistencia pacífica» en la batalla por la igualdad racial. En este caso, curiosamente, una satyagraha de chaqué y de bombín.
Sobre la organización del Directorio de Sociedades se promovió
una polémica que sirvió para aclarar, en definitiva, las proyecciones de la estrategia y la naturaleza de las tácticas que iban a predominar en el movimiento negro de esa época. Las dos figuras «de color» que dentro de Cuba más se destacaban por entonces — Juan Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado— expresaron las dos opiniones discrepantes, polares, en la discusión. En 1892 Morúa dio a la luz en La Nueva Era una serie de artículos, bajo el título de Factores Sociales, en los que atacaba al Directorio por 23.
A. Caballero (s/a), p. 117.
24.
A. Caballero (s/a), p. 118.
261
considerar que dividía al blanco del negro, provocando conflictos que sólo al negro podían perjudicar. Sugería Morúa que en lugar de una organización negra de lucha se integrara un comité biracial
para lograr mejor educación y promover el progreso cívico y cultural de la masa negra del país. Para Morúa; defender sólo los
derechos de la gente «de color» tenía necesariamente efectos nega-
tivos. La respuesta de Juan Gualberto Gómez no se hizo esperar. En un extenso artículo publicado en La Igualdad en enero de 1893, el artífice del Directorio sostuvo que la tarea de unir a los negros para reclamar sus derechos no podía tener, en modo alguno, un carácter divisionista, ni iba a llevar, como alguien temía, a una guerra de razas. La nueva organización no llamaba a un elemento ya unido a otro para constituirse separadamente. Por el contrario, «a un elemento ya separado desde hace siglos, y que era el que más sufría por esa separación, se le decía: “Vamos a trabajar por que desaparezcan los obstáculos que se oponen a la unión, y a robustecer nuestras aspiraciones con la mayor suma posible de concursos, para que reine la igualdad, y sobre ella se cimente la concordia.
Nadie predicaba con tesón y constancia las doctrinas de igualdad y unión. ¿Quiénes debían abogar por ellas? Indudablemente los que más necesitaban que imperasen, y éstos eran en el caso concreto de Cuba, los miembros de la clase de color»*. Según Juan Gualberto, eso había hecho el congreso de las socie-
dades que integró el Directorio. Esta entidad nunca sería un partido basado en el hecho de la raza, sino por el contrario un organismo que trabajaba por hacer desaparecer las desigualdades y «preocupaciones» que alejaban a lo negros de la órbita en que los partidos
cubanos entonces se movían. Borradas las desigualdades y elimi-
nadas las «preocupaciones», las gentes de color no tendrían aspiraciones particularistas que defender y entrarían en los partidos cubanos por las mismas razones que los blancos. «Desde el instante en que en la esfera pública y: social —escribía Don Juan— no existan diferencias entre blancos y negros; desde el momento en que ciertas aspiraciones no sean especiales y privativas a los individuos de una sola raza, no habrá agrupación de raza posible, y el hombre de raza dejará de existir para dar nacimiento al hombre sin adjetivo. En esa hora suprema, el más grave de los problemas cubanos se habrá resuelto satisfactoriamente, y en vez de un país como el que tenemos actualmente, en el que se venía prescindiendo del concurso de la tercera parte de los habitantes, por ser éstos de la 25.
Gómez (1954), p. 291.
262
raza negra, tendremos un país en que todos los individuos gozarán
de la parte de influencia que les corresponde, y en el que los individuos se agruparán por razón de sus ideas, de sus intereses, de sus tendencias, de sus necesidades y sus aspiraciones. Los que tengan ideas conservadoras, sean blancos o' negros, se juntarán en el Partido Conservador; blancos y negros irán al Partido Autonomista, si son autonómicas
profesen el ideal de pues, de llevar a la que para realizar el de la clase de color,
sus aspiraciones; en tanto que los que
la independencia, irán al separatismo... Lejos, creación de un partido negro, la concentración programa igualitario se ha efectuado en el seno lo que prepara es la fusión de las razas, en lo
que a la vida pública se refiere»,
Estas diferencias entre Juan Gualberto y Morúa Delgado en lo referente al movimiento negro reflejaban otras más profundas de orden caracterológico, político y sociológico. Entre ambos líderes se mantiene una lucha sorda, tenaz, constante, que va a durar varias décadas. Aparentemente se ignoran, ni siquiera se nombran, pero en sus escritos siempre se encuentra la alusión velada, el intencionado dardo con que se combatían. Es que —como bien anota Nicolás Guillén en su libro Prosa de prisa— estos hombres eran «dos
caracteres, dos mentalidades y hasta dos culturas perfectamente distintas... Gómez se educa en Francia, en Europa. Vive en París durante muchos años, aprendiendo un oficio, primero; tratando de hacerse de una carrera después, y entregándose al periodismo por último. Allí conoce a Francisco Vicente Aguilera, a quien sirve de traductor, y a su lado se empapa del fervor separatista; estudioso e inquieto,
nútrese
de la cultura francesa,
aprende
a amar
a sus
figuras más excelsas, se identifica con la vida y el espíritu democrático de aquel pueblo, en cuyo seno la situación de un negro en nada se diferencia política, social y económicamente de la de un blanco. Vive después en España, donde con todo, los prejuicios raciales eran menos agresivos que en la colonia, y allí conquista por su talento y su ilustración el aprecio de numerosos círculos intelectuales, en los que se mueve con absoluta libertad»?*” Muy otra es la evolución vital de Martín Morúa Delgado. Al respecto nos dice Guillén:
«Morúa,
al contrario, no va a Europa,
cuando se ve obligado a abandonar el suelo patrio, a causa también de la Guerra Chiquita. Se dirige a los Estados Unidos. Vive durante muchos años en el terrible Sur americano, donde la lucha del negro, 26.
Gómez (1954), p. 292.
27. Guillén (1968), p. 29.
263
frente a la discriminación blanca ha de ser cauta, discreta, subterránea para ir ganando trabajosamente dramáticas parcelas de progreso al egoísmo de la raza dominante... Separatista en los primeros días de su juventud, Morúa pierde la fe en la revolución cuando se pone en contacto con los emigrados, a los que ve de cerca en sus innegables pequeñeces, sin que acierte por el momento a medirles su evidente tamaño histórico... Declárase enemigo de los métodos violentos, y a su regreso a Cuba (1891), al año siguiente de haberlo hecho Juan Gualberto, ingresa en las filas del Partido liberal (Autonomista), para unirse a la brillante, intruida e inteli-
gente juventud literaria que con tanta destreza combatió la insu-
rrección armada. Tendrían que pasar. siete años, hasta: 1898, para ver a Morúa reconciliado con la idea separatista “mantenida por:su rival, desembarcando en el puerto. de,Banes en una expedición militar mandada por los Generalés Lacret, Castillo Duany y.Sanguily. Quiere decir, pues, que en aquellos. días el negro queno se hallaba al servicio del gobierno (y no faltaban unos cuantos) tenía ante sí dos caminos en la lucha por su mejoramiento: o Morúa, es decir, la Autonomía, o Juan Gualberto, esto es, la. Independencia, ya fuera por el abandono pacífico de España a su dominio sobre. la colonia —solución ilusoria— ya fuera mediante la Insurrección
armada, que resultó en definitiva el camino a seguir»”,
- Conviene destacar, empero, para evitar confusiones que, en lo que a la defensa de los derechos del negro se refiere, las diferencias entre-Juan Gualberto y Morúa, al fin de cueritas resutaron más bien de táctica, de forma y hasta de temperamento que de fondo y esencia. El autonomismo del autor de Sofía era-sólo circunstancial, eventual, mientras que su dedicación a la causa de sus hermanos
de color nunca fue menos apasionada que la de Gómez, aunque no favoreciera idénticos métodos de lucha. A Morúa le preocupaba que las concesiones —para él demagógicas— que España hacía.a la clase de color lograran confundir y desviar a éstas de sus verdaderos y fundamentales objetivos, como lo expresó en 1888 en carta al
general Antonio Maceo. Desde luego, Morúa estaba equivocado,
porque las masas negras no se dejaban engañar tan fácilmente. Y mientras más conquistaban, más pedían. Sobre todo cuando España se encargaba de demostrarles que había un límite a sus concesiones, porque les cerraba a los negros la puerta en la más.impor-. tante función de la ciudadanía: el derecho al voto. Política suicida de la metrópoli, pues como proclamaba Eliseo Giberga: «...apartar 28.
Guillén (1968), p. 30.
264
a los hombres de color de la arena política era apartarlos al mismo tiempo de la influencia y acción de-los partidos políticos organiza-
dos, o perjudicar a su eficacia. Y alejados de la vida pública se les tuvo. Es verdad que las leyes no dictaron exclusión alguna: las leyes no distinguían de blancos y negros y solamente hablaban de ciudadanos, de electores y de elegibles. Pero para el derecho electoral, requerían condiciones de capacidad o de contribución que contadísimos negros podían reunir, en la modesta esfera que les era propia, como obreros, artesanos o domésticos; de modo que de hecho
resultaba la exclusión de la raza»”.
En definitiva, en el período interbélico que estudiamos se producen en Cuba cambios importantes en las relaciones inter-raciales.
En primer lugar, los negros afirman su decisión de ingresar en la
nueva sociedad desprovista de esclavos, no como ciudadanos de segunda categoría, sino como seres humanos dotados de tanta
dignidad y merecedores de tanto respeto como los cubanos y los
españoles blancos que componían el resto de la población. La batalla por la igualdad de derechos y por la eliminación de los prejuicios raciales iba a durar largas décadas —de hecho, sigue en pie aun hoy. Pero, contemplada en su perspectiva histórica, debe reconocerse que en este momento se inicia —con las debilidades inevitables de todo comienzo— el proceso de equiparación de .los dos grandes grupos étnicos cubanos. Los logros que se obtienen son parciales. Pero animan a continuar el combate. Por otro lado, numerosos blancos criollos deciden en este momento crítico de' la historia cubana que el proceso de equiparación, igualamiento e integración nacional comenzado en la manigua durante la Guerra Grande, no podía detenerse. Por el contrario: debía extenderse e intensificarse a todo lo largo y lo ancho del país. Por lo demás, con la caída de algunas de las barreras indicadas, se acentuaba en las ciudades y en los campos el proceso de aculturación a que aludimos en el acápite precedente, proceso que con tanta fuerza afectó a la cultura afrocubana en sí y en sus relaciones con los demás sectores culturales de la Isla. Ya volveremos sobre este tema capital en el tercer tomo de esta otra.
Un ejemplo elocuentísimo de los cambios que habían ocurrido en
las relaciones raciales de Cuba después de 1878 lo tenemos en la famosa visita que el general Antonio Maceo hizo a la ciudad de La Habana en 1890. Deseoso de explorar personalmente las posibilidades conspirativas en el interior de la Isla, Maceo obtuvo del 29.
Cit. por Franco (1975), Vol. I, p. 339.
209
Capitán General Manuel Salamanca —que por aquel entonces mantenía una postura relativamente conciliatoria hacia los cubanos— permiso para regresar al país. Maceo sale de Port-au-Prince.
Toca en Santiago de Cuba, Baracoa y Nuevitas. En cada puerto
entra en contacto con antiguos compañeros de armas y les explica su misión. Por fin, el 5 de febrero desembarca en la capital. Se
hospeda en el hotel Inglaterra, en el centro mismo de la población.
Y, de pronto, se convierte en el personaje más importante
de la
ciudad. José Luciano Franco así lo explica: «...toda La Habana
liberal y progresista comenzó a desfilar.por el hotel Inglaterra. La juventud habanera, sin excepciones, desde los aristocráticos y burgueses jóvenes de la famosa «Acera del Louvre», hasta los hijos de los esclavos recién liberados, se disputaron el honor de estrechar
las manos al hombre de la Protesta de Baraguá, al glorioso héroe de
la Guerra de Independencia. Los hombres de mayor nombradía por su patriotismo, el cultivo de las letras y las ciencias o el brillo de un apellido ilustre, llevaban a sus hijos a conocer al cubano ejemplar que le mostraban como el más perfecto modelo de soldado y ciudadano. Un ejemplo, entre mil: el doctor: José R. Montalvo, nieto del último virrey de Nueva Granada, condujo a su hijo de 14 años, Rafael, para que conociera y admirara a Maceo. Está de más decir que los veteranos de la Guerra Grande, con el mayor general Julio Sanguily a la cabeza, fueron a ofrecerle su concurso para la nueva campaña revolucionaria. El ala izquierda del Partido Autonomista, guiada por el ilustre abolicionista doctor Miguel Figueroa, fogoso orador y destacado líder político popular, no vaciló en establecer
contactos con el general Maceo, decidiéndose a dar el paso decisivo para romper la tutela española»”.. El general Camilo Polavieja, en una Memoria que dirigió al Ministro de Ultramar, doctor Antonio Maura, le reportaba indig-
nadísimo que al «excabecilla Maceo» públicamente habían ido a verle en La Habana «conocidos revolucionarios de toda la Isla, dando esto lugar al reverdecimiento de esperanzas poco gratas para España y al espectáculo tristísimo de que no obstante pertenecer Maceo a la raza de color, que es en general objeto de profundo desprecio por parte de los criollos, por simbolizar Maceo la idea del odio a España, fuere visitado y acompañado por considerable número de representantes de familias criollas, algunas muy notables por su posición social, y singularmente por la juventud que llena los 30.
Franco (1975), Vol. 1, p. 340.
266
salones y los centros literariosy científicos de la capital. Ninguna
de estas personas se recataba en dar a Maceo el título de General»??. Este hecho tiene una enorme trascendencia histórica. No cabe duda alguna de que el General Antonio era un ídolo de las masas negras y mulatas de Cuba. Pero, evidentemente, en 1890, era ya algo más. Había devenido un líder nacional. Su personalidad desbordaba el estrecho marco racial que otros mulatos ilustres (Plácido, por ejemplo) jamás pudieron romper antes en Cuba. Por primera vez en la
historia de la Isla, fuera de la manigua en armas, en la ciudades y
los campos pacificados y sometidos todavía al poder hispano, un hombre perteneciente a la clase de color era reconocido como jefe y como guía, como orientador y como héroe, por cubanos de la raza blanca. Más aun: el general mulato se había convertido en una figura legendaria, casi en un mito. Hasta los oficiales del ejército español —sobre todo los que habían combatido en la Guerra Grande— se cuadraban ante él al encontrarlo en la calle y lo saludaban cortésmente con un «¡Adiós, General!». Y, sin embargo, la conspiración de 1890 nunca cuajó en realidad. El momento no estaba maduro. Todavía no se habían restañado
algunas de las heridas que en varios sectores mambises habían
producido el fin de la Guerra del 68 y el fracaso de la Guerra Chiquita. Todavía no había perdido totalmente su influencia en otros sectores de la opinión pública, la alternativa autonomista. Y pese al enorme prestigio de Maceo, las viejas «preocupaciones» todavía en buena parte seguían vivas, sobre todo entre las clases acomodadas de la población. Probablemente dio en el clavo el general Polavieja cuando en su Relación documentada afirmó que la actitud negativa de los jefes del autonomismo con respecto a Maceo estuvo motivada por recelos raciales, puesto que ellos y un buen número de blancos habaneros temían que una revolución
encabezada y dirigida por el gran líder negro condujera a la impo-
sición de un gobierno dominado por la raza de color «como había sucedido en Haití»”?, Maceo, por fin, se vio obligado a alejarse del país a fines de agosto de ese año, partiendo de Santiago de Cuba, adonde se había trasladado, hacia Nueva York vía Kingston, Jamaica. Pero su fructífera visita demostró por lo menos dos cosas: en primer lugar, que el ánimo separatista seguía vivo y encendido en lo mejor del corazón cubano; y, además, que pese a los prejuicios todavía imperantes, las barreras raciales comenzaban a caer, y por 31.
Franco (1975), Vol. 1, pp. 340-341.
32.
Polavieja (1898), pp. 109 y 114.
267
lo menos entre los partidarios ardientes de la independencia, unidad mambisa era perfectamente posible.
la
En definitiva, a la hora señalada y decisiva, la mayoría de los
negros cubanos (no todos, porque —como ya apuntó Guillén— también hubo en el 95 su cuota de «voluntarios» y «guerrilleros»
negros y mulatos), la gran masa del pueblo «de color», se decidió por la causa separatista, fundiendo sus anhelos de igualdad racial con
su apetito de patria libre. Así lo proclamó abiertamente: Juan Gualberto Gómez al escribir: «Mi vida pertenece a mi patria.y a mi raza. La una no ha de pedirme nada que contraríe a la otra; porque tengo la suerte de encontrar una fórmula que ampara. perfectamente los intereses y aspiraciones de ambas. Esta fórmula es la que
trajo al mundo civilizado la Revolución francesa: libertad para
todos los hombres, igualdad entre todos los seres, fraternidad entre
todos los corazones»*, La cura definitiva de los graves problemas
que afectaban a Cuba sólo podía producirse tras un tajo quirúrgico radical que separase la joven rama del vetusto tronco enfermo. Lograda la independencia podrían entonces blancos y negros, como cubanos, convertir en realidad 'sus ideales de libertad, justicia social y paz cívica. Nadie resumió mejor esos sueños ilustres que Manuel de la Cruz: «Libre el país cubano del anárquico y bárbaro dominio español, el negro y el mulato compartirán con el blanco el gobierno y la administración del país. A nadie se le preguntará cuál es el color de su piel, si sus ascendientes nacieron en el riñón de
Alemania o en el corazón de Senegambia; a todos habrá de exigír-
seles aptitud, condición, dotes para el cargo que cada cual pretenda desempeñar. Esta es la forma más alta de igualdad social, y es sabido que ésta está fuera del alcance del legislador; que es puramente individual y voluntaria... Los que del esclavo hecho por el gobierno de España hicimos el ciudadano sin color de la República de Cuba, los que del ciudadano hicimos soldados, oficiales, jefes, no habríamos de vacilar un punto en hacer magistrados, administradores, represéntantes, ministros, jefes del Ejecutivo. La -nueva organización no podrá hacer más. Al gusto, al carácter, a la índole de cada cual quedará luego el derecho de tomar puesto en el concierto social»**, Ya veremos, en su oportunidad, hasta qué punto estos ideales revolucionarios lograron convertirse en realidad una vez inaugurada la República. 33. 34.
Cit. por J. Castellanos (1955), p. 142. Cruz (1926), Vol. VII, p. 32. Véase también
(1947), passim.
268
a este respecto A. Guerra
El negro y el movimiento independentista. 1886-1898 Tanto por la composición clasista de sus masas como por el origen social de sus dirigentes, el movimiento que se estructura con
la fundación del Partido Revolucionario Cubano y culmina con la
Guerra de Independencia (1895-1898) se caracteriza por su hondísimo contenido popular. Populistas radicales eran sus ideólogos y
líderes mayores: José Martí, Antonio Maceo, Máximo
Gómez. Y el
pueblo —cuya redención social se pedía con tanta fuerza como la
independencia en el programa del PRC— en Cuba estaba en gran
parte formado por la «clase de color». Martí no creía que su labor quedaría completa con la simple liquidación del coloniaje hispano. Explicaba: «El trabajo no está en sacar a España de Cuba; sino en
sacárnosla de las costumbres».
E insistía: «¿La Revolución? La
Revolución no es la que vamos a iniciar en la manigua, sino la que vamos a desarrollar en la República». En otras palabras: era el mismo sueño de Manuel de la Cruz, ampliado y robustecido. Era la fórmula de la Gran Esperanza. La que en carta a Martí así describía Maceo: «Una República organizada bajo sólidas bases de moralidad y justicia, es el único gobierno que garantizando todos los derechos del ciudadano, es a la vez su mejor salvaguardia: porque el espíritu que lo alimenta y amamanta es todo de libertad, igualdad y fraternidad.» ¿Podrá extrañar a nadie que uno de los puntos básicos en la doctrina de la nueva organización libertadora fuera el concepto de la igualdad racial? La esclavitud había sido, por fin, liquidada. Pero persistían sus consecuencias. Eliminarlas del cuerpo social cubano tenía, para el movimiento revolucionario, tanta importancia como el logro de la independencia. Sin igualdad y fraternidad raciales la libertad política devenía un mito. Es el General Antonio quien mejor resume este espíritu en un
apotegma famoso: «La Revolución no tiene color». Y el General
Máximo Gómez lo refleja en toda su pureza cuando en 1898 le responde al General Blanco su invitación a unirse a España para pelear contra los Estados Unidos: «Usted dice que pertenecemos a la misma
pero
usted
raza y me invita a luchar contra un invasor extranjero;
se equivoca
otra vez, porque
no hay
diferencias
de
sangre ni de raza. Yo sólo creo en una raza: la humanidad». Por su
parte, José Martí fue desde niño un enemigo acérrimo no sólo de la esclavitud sino del racismo antinegro. En sus Versos Sencillos, ya
maduro, el líder poeta retornó a la dramática experiencia infantil
que definitivamente fijó su posición igualitarista. En el verano de 1862, en la jurisdicción matancera (y cañera) de Caimito del Haná-
269
bana donde ayudaba a su padre (que era allí capitán de partido) el precoz pre-adolescente hizo contacto con lo peor de la injusticia social de su tiempo: le tocó contemplar el desembarco clandestino de un cargamento de esclavos africanos. Las brutalidades que presenció le repugnaron de tal modo que su conciencia quedó marcada para siempre: El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón,
Echa el barco, ciento a ciento. Los negros por el portón. El viento, fiero, quebraba Los almácigos copudos; Andaba la hilera, andaba, De los esclavos desnudos. El temporal sacudía
Los barracones henchidos:
Una madre con su cría Pasaba, dando alaridos.
Rojo, como en el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un ceibo del monte. Un niño lo vio: tembló De pasión por los que gimen:
Y al pie del muerto, juró Lavar con su sangre el crimen.
Lo prodigioso del genio es la facilidad con que se hace a sí mismo. El pensamiento de Martí parece salir ya formado —por lo menos en sus intuiciones esenciales— de su cerebro juvenil. Aún no había cumplido los doce años y ya simpatizaba con la causa federal en la
Guerra de Secesión Fermín 1.
Valdés
en los Estados Unidos, mientras su amigo
Domínguez
se sentía confederado!.
Mañach (1963), p. 27.
270
Fue precisa-
mente la experiencia norteamericana, que absorbió a plenitud en
su exilio neoyorquino, lo que le obliga a precisar sus criterios sobre la cuestión racial. Medita sobre el destino de su tierra esclavizada y el de las republicas independientes de la América hispana. E inevi-
tablemente se ve forzado a tomar posición sobre las realidades
demográficas, étnicas y políticas del Continente. Las conclusiones a que arriba, se adelantan por todo un siglo a las que predominan en la Antropología contemporánea.? Martí fijó su residencia en New York en la década del '80 —a la que C. Vann Woodward ha bautizado como «era genuina de la segregación» en los Estados Unidos. Woodward explica: «Después de todo, fue en las décadas del 80 y el 90 que el linchamiento alcanzó las más extraordinarias proporciones en la historia de ese crimen. Además, los partidarios fanáticos del racismo (cuyas doctrinas de segregación total, de privación del voto y de ostracismo triunfaron eventualmente, venciendo todas las oposiciones, hasta convertirse en práctica universal en el Sur) comenzaron por entonces
a dominar...»?. El paréntesis histórico de la Reconstrucción niveladora, pues, había finiquitado. El ultrarracismo Jimcrowista controlaba la legislación y las costumbres. Sus símbolos eran la capucha blanca y la cruz en llamas del Ku Klux Klan. La discriminación antinegra regía las relaciones sociales y la vida política tanto en el Sur como en el Norte. Una ola de etnofobia recorría el país. Por todas partes sonaban su fanfarria los partidarios de la «superioridad blanca». Como bien ha dicho Forrest G. Wood: «La mayoría de los americanos blancos creían que eran: muy superiores a los pueblos no-blancos (y, en definitiva, a la mayoría de los demás pueblos blancos también.). A pesar de la influencia de los sentimientos generados por el concepto del «melting pot», los americanos eran extremadamente etnocéntricos. Á veces el grupo étnico de los «deseables» era llamado Nórdico, otras Ario y ocasionalmente Teutónico o Céltico; pero cualquiera que fuese el nombre,
siempre éste se refería a la misma gente: a los europeos
«Caucásicos» del norte y el oeste de Europa. Inmigrantes procedentes de Inglaterra, Escocia, la Irlanda del Norte, Alemania, Francia, los Países Bajos, Suecia y Suiza se habían asentado en la Colonia. Era 2.
En
nuestro
siglo, don Fernando
Ortiz escribe una
obra epocal sobre «el
engaño de las razas». Y Ashley Montagu puede llamar a la «falacia de la raza» el mito más peligroso de la humanidad José Martí en pleno siglo XIX. 3.
. Todo eso, casi con idénticas palabras, lo dijo
Woodward (1957), p. 25.
271
sencillamente inconcebible suponer que ningún otro grupo humano pudiera tener participación en el destino del país».
Con
respecto al negro, ni siquiera los líderes más
altos del
espíritu liberal y antiesclavista de la América del Norte, se salva-
ban de estos prejuicios. Después de una larga meditación sobre el
problema, Thomas Jefferson, ilustre redactor en 1776 de la Declaración de Independencia (donde dijo que todos los hombres nacían iguales), concluyó que: «Los negros ya constituyeran una “raza
originaria, ya hubiesen sido diferenciados por el tiempo y circuns-
tancias, son inferiores a los blancos tanto en sus dotes físicas como en las mentales». Y Abraham Lincoln, el ilustre redactor de la Proclama de Emancipación —donde inició el proceso de liberación de los esclavós— nunca: abañidonó la actitud básica que había expresado en sus famosos debates con Douglas en 1858: «Existe una diferencia física entre la raza blanca y. la negra que me parece impedirá por siempre que las dos razas vivan juntas en términos de igualdad política y social. Y puesto que así no pueden vivir, mientras viva una al lado de la otra. necésariamente tiene que háber una
posición de superioridad e inferioridad y yo, como otro hombre cualquiera, estoy a favor de que la posición de superioridad pertenezca a la raza blanca»*. Por la época en que Martí sufría su duro exilio en New York predominaban enlos círculos intelectuales de Europa y América las
doctrinas del ¿Darwinismo Social» y de su más famoso propagan-
dista, Herbert Spencer. Estos continuadores de Darwin habían retorcido las ideas de su maestro: por lo menos de tres modos diversos..En primer lugar, asimilando las relaciones que predominaban entre las especies inferiores del reino animal con las. que privaban entre los hombres. Además, haciendo del concepto de
selección natural una suerte de lucha feroz entré los: -miembros
individuales de cada especie. Y, por fin, extendiendo anticientíficamente su sentido, convirtiéndolo en la fuerza primaria y dominante en las sociedades humanas, cuyo último destino no podía ser otro que una guerra permanente entre individuos, clases y naciones «superiores» e «inferiores». Fue Spencer. —y no Darwin— quien
inventó expresiones tales como «la lucha por la existencia» y «la supervivencia «del más apto», con connotaciones completamente distintas a las del proceso de selección entre las variedades de una 4. 5.
6.
- Wood (1968), p. 2. Cit. por Gossett (1965), p. 44.
Cit. por Gould (1981),.p. 35.
272
especie, establecidos por el padre de la teoría evolucionista. En el sistema spenceriano las razas se dividían también en «superiores»
e «inferiores». Y la negra pertenecía sin dudas —según él— a la segunda categoría, por lo que su dominación por la raza blanca estaba «científicamente» justificada. Para Spencer la mezcla de las
razas era un pecado contra las leyes naturales de la Biología. Por
eso nada tiene de extraño que el discípulo de Spencer y padre de la sociología norteamericana, William Graham Sumner, no sólo se
opusiera a dar el sufragio a los negros sino que llegara a afirmar
que la famosa frase de la Declaración de Independencia que proclamaba a todos los hombres iguales sólo era aplicable... a los
blancos. Y esta actitud se extendía a otros sectores de la «ciencia
oficial» de la hora. Recuérdese que fueron estos los tiempos de la manía craniométrica que hacía de los indios y los negros seres inferiores 'a los blancos. Y de las teorías criminológicas lombrosianas que conducían a lo mismo. Era esta la época de José Arturo de Gobineau y su prédica de la «superioridad aria». Y la de J. C. Nott, y de sus «tipos de humanidad», donde el negro apenas se distinguía del mono.? Leáse el apasionante libro de Stephen Jay Gould The Mismeasure of Man y se tendrá una idea de la tremenda cantidad de pseudosaber santificado como «Ciencia» con que Martí tuvo que enfrentarse a la hora de plasmar su 'opinión sobre el carácter de las razas humanas. Que Martí estaba al tanto de estos desarrollos es un hecho incontrovertible. Era él un hombre de curiosidad universal, lector voraz en varios idiomas, que se sostenía escribiendo para la prensa de Norte y Sur América sobre las novedades intelectuales del momento.
Las
presiones
que
sobre
él ejercieron
estos
conceptos
prejuiciosos y discriminadores tienen que haber sido enormes. Y, sin embargo, en ningún momento flaqueó en su posición fundamental, que quizás donde mejor se resume es en estas palabras, de corte tan hondamente humanista como científico: «No hay odio de razas porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el
viajero justo y el observador cordial buscan en vano
en la justicia de
la Naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas». Eso lo escribió Martí en 1891, pero eso lo pensaba 7.
Gobineau (1856) y Nott (1868).
213
ya él desde mucho antes. Desde mucho antes había sido el funda-
mento de su doctrina social. Y ni Spencer, ni Sumner, ni Broca, ni Nott, ni Gall, ni Gobineau pudieron desviarlo un ápice de su igualitarismo esencial. No hay razas. Las diferencias entre los hombres son superficiales, secundarias, fortuitas, ocasionales, -aleatorias, accidentales, adventicias. El evangelio del amor se levanta sobre el cimiento positivo e irrefutable de la identidad universal del ser humano. «Por sobre las razas, que no influyen más que el carácter,
está el espíritu esencial humano que las confunde y unifica». El
negro es para él un hermano tanto en la proyección ideológica como en la práctica cotidiana de la vida. La revolución a que dedica su
vida sólo puede
hacerse con el esfuerzo unido de blancos y de
negros. La unión política de las dos grandes etnias cubanas resulta posible porque se basa en la unión antropológica, ontológica, que la
ciencia verdadera, y la filosofía y la teología más seguras afirman y
prueban. «El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún
otro hombre: peca por redundante el blanco que dice t'mi raza”; peca por redundante el negro que dice 'mi raza”. Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad». No hay por qué extenderse aquí en un estudio exahustivo de la actitud martiana sobre la cuestión racial. Otros investigadores ya lo han.hecho.? Pero hay un detalle sobre el que no se ha insistido bastante. Y como tiene mucha importancia para el desarrollo de
nuestro tema,
conviene
que lo subrayemos. Se trata del hecho
capital de que en su lucha contra el racismo, Martí combatiera simultáneamente en dos frentes. En primer lugar, contra todas las
variedades y consecuencias del prejuicio antinegro. Pero además —
y casi con idéntico fervor—contra todas las expresiones y potenciales peligros del sentimiento de superioridad racial que predominaba en los sectores dominantes de la sociedad norteamericana de su época. No debe pasar inadvertido que el famoso párrafo de 1891 que arriba citamos y que comienza afirmando «No hay odio de: razas, porque no hay razas», nada tenía que ver con el conflicto entre blancos y negros. Es parte del famoso artículo Nuestra América en el que, después de analizar los peligros que las «repúblicas dolorosas» del Sur iban salvando, apuntaba Martí otro en acecho: «el 8.
Véanse, por ejemplo, Ortiz (1942), Ortiz (1945), Ortiz (1953), Stabb (1957),
A. Guerra (1947).
274
desdén del vecino formidable», que no las conocía... y que, por
ignorancia, podría poner en ellas la codicia. Es entonces cuando
incluye el fragmento ilustre a que venimos haciendo referencia,
donde asegura que el alma emana igual y eterna de cuerpos de todos los colores. Es ahí donde agrega proféticamente que la acumulación de prejuicios y avaricias que iba ocurriendo en los Estados Unidos amenazaba con desbordarse otra vez —como antes en 1846— contra el resto de la América Española. Martí termina así el párrafo: «Pensar es servir. Ni se ha de suponer, por antipatía de
aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la
vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas que son diferentes de
las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños;
ni mira caritativo, desde su eminencia aun mal segura, a las que
con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse para la paz de los siglos, con el estudio
oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental».?
Lo que evidencian estas palabras previsoras es la preocupación martiana por el racismo que en la tierra de su exilio obviamente crecía a palmos y se expresaba no sólo en el desprecio y brutal
tratamiento del negro, sino en el desdén y vilipendio de todo lo que
no fuera «anglosajón», «nórdico», «teutónico», «ario». Recién salidos de la Guerra Civil, los Estados Unidos atravesaban por un período de enorme expansión industrial y territorial. Necesitando mano de obra barata, habían abierto los brazos a los inmigrantes europeos que tocaban a sus puertas. Pero este arribo en masa de gentes de otros idiomas, religiones y apariencias pronto provocó una ola de etnofobia..La opinión pública se dividió. Para unos América debía ser tierra abierta; su rol histórico era el del «melting pot», el crisol donde individuos de todas las naciones se fundieran en una nueva estirpe humana, capaz de crear a puro golpe de imaginación y de trabajo una nueva civilización. Ese era, por ejemplo, el criterio del más alto de los poetas norteamericanos del momento, el originalísimo Walt Whitman, quien en 1888 escribía: «América debe darles la bienvenida a todos —a los chinos, a los irlandeses, a los alemanes, pobres o no, criminales o no—, a todos, a todos: América debe convertirse en el asilo de todos los que quieran venir... América no está a favor de tipos especiales, o de castas, sino de la gran masa de pueblos —del vasto, creciente, esperanzado ejército de los trabaja-
9.
Martí(1964), Vol. II, p. 112. 215
dores...» Era el Whitman que había iniciado sus Hojas de Yerba
proclamando que le separada, pero que palabra «en -Masse». porque era inmenso:
cantaba a sí mismo, persona individual:y a la vez emitía el vocablo «democrático», la El Whitman que defendía sus contradicciones «Contengo multitudes». El Whitman del «Sa-
lut au Monde»: «Within me latitude widens, longitude lengthens -
Asia, Africa, Europe, are to the east-America is provided for in the west..
Del otro lado de esta -medalla de grandeza. cosmopolita, la pequeñez del prejuicio, la miseria de la ambición: el racismo, siempre en Norteamérica latiente, con sus inevitables vertientes — la imputación de inferioridad a unos, la afirmación de la propia superioridad. En su documentado estudio Race and Manifest Destiny:
The Origins of American Racial Anglo-Saxonism (1981); Reginald
Horsman ha demostrado que las doctrinas sobre Ta superioridad de
la supuesta «raza» anglosajona predominaban ya en Norteamérica
désde los tiempos de la guerra contra México. Tanto en los Estados Unidos como.en la Europa Occidental sús partidarios consideraban, por lo general, «a la raza Cáucásica como evidentemente
superior a todas las demás; 'a- los G+ermanos como la rama más inteligente de la raza Caucásica; y a los Anglosajones en Inglaterra
y los Estados Unidos —y, a veces, incluso también a los alemanes—
como los descendientes más capaces del grupo germánico». Según Horsman: «Hacia 1850 un claro patrón iba emergiendo: los éxitos
de su pasado histórico como colonos puritanos, como patriotas revolucionarios, como conquistadores de un continente selvático y como creadores de una inmensa prosperidad material, constituían para los norteamericanos prueba incontrastable de que eran un
pueblo escogido. De los ingleses habían aprendido que los anglosa-
jones poseían dotes especiales para el arte de gobernar. De los científicos y etnólogos estaban aprendiendo que pertenecían'a la
inigualable raza Caucásica, dotada de innatas habilidades que-la
colocaban por encima de todas las otras razas. Y los filólogos —a menudo mediante el estudio de fuentes literarias— les enseñaban que descendían de los Arios, el puéblo que siguiendo el curso del sol
había llevado la civilización al mundo entero». En las décadas de 1830-1840 y 1840-1850, momento de grandes cambios que provocaban enormes dislocaciones e inseguridades, muchos norteamerica-
nos hallaron sostén. en el prestigio y la grandeza que este linaje racial les proporcionaba. La ñueva ideología racial les servía para justificar el tratamiento que daban alos inmigrantes, a los negros, a los indios, a los mexicanos. «Los sentimientos de culpabilidad
276
eran mitigados por una presunción de inevitabilidad histórica y científica». En la raíz de esta calificación de las demás razas como inferiores latía la necesidad de exculpar de algún modo la explotación y destrucción a que estaban sometidas. Y esa necesidad era particularmente apremiante en aquellos que se enorgullecían de sus ideales democráticos. Como bien señala Horsman: «La retórica de la libertad no servía para justificar los maltratos, la explotación o la destrucción de los iguales». Pero la retórica del Destino Manifiesto (según la cual era deber de la raza privilegiada el ayudar a los inferiores a elevarse de su degradación) mágicamente transforma-
ba la política expansionista e imperialista de Norteamérica en un
simple episodio de la redención de las masas retrasadas y semicivi-
lizadas del mundo,
gracias al liderazgo magnánimo
de la raza
superior. La política del despojo se encubría con el manto de una cruzada salvadora de «los más altos valores del espíritu».* En los círculos intelectuales, en las universidades y las escuelas, el culto a la idea de la superioridad anglosajona floreció como nunca en la segunda mitad del siglo XIX. Y de ahí esas ideas se extendieron a la prensa, a la tribuna, a la acción política. Para propa-
garlas se importaban las «autoridades» convenientes. Edward Augustus Freeman, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Oxford, recorrió en 1881 los Estados Unidos pronunciando con-
ferencias donde afirmaba que la «raza teutónica» en sus tres hoga-
res (Inglaterra, Alemania, Norteamérica) era la fuente básica de la civilización universal. Y donde proclamaba que «el mejor remedio
para los males de América sería que cada irlandés matara un negro y fuera después ahorcado por su crimen».!! El gran best-seller de
1885 fue el libro de Josiah Strong titulado Our Country. Strong,
pastor congregacionalista, expresó ahí no sólo su preocupación sobre la inferioridad de los inmigrantes que estaban entrando en el país, sino que cantó la loa de la supremacía anglo-sajona. Esta «raza» insigne era representativa de dos grandes ideas: la. libertad civil y el «cristianismo espiritual puro». Para acelerar la llegada del reino de Dios era evidente que el Anglosajón, como representante máximo de esas dos ideas, como depositario de esas dos gracias insignes, mantenía una peculiar relación con el futuro del mundo: estaba comisionado por Dios para ser, en un sentido muy peculiar,
«el guardián de su hermano». Además, resultaba también evidente
que «la América
del Norte era el gran hogar del Anglosajón,
10. Horsman (1981), pp. 5-6; 42-43; 30; y passim. 11. Cit. por Gossett (1963), p. 109.
277
el
asiento principal de su poderío, el centro de su vida y de su influencia».*? En consecuencia el destino de la «raza anglosajona» no podía
separarse del de los Estados Unidos. Una nueva era se acercaba,a paso de carga: «Se aproxima la hora en que la presión de la población sobre los medios de subsistencia se sentirá tanto aquí como ahora -se sufre en Europa y en Asia. Entonces el mundo entrará en una nuevá etapa de su historia: la competencia final entre las
razas, para la cual el Anglosajón ha sido ya educado... Entonces esta raza de inigualada energía, con toda la majestad de los núme-
ros y el poder de su riqueza (como representante... de la mayor
libertad, el más puro cristianismo y la más alta civilización)... se extenderá por sobre toda la tierra. Si no me equivoco esta raza poderosa se instalará en México, en la América Central y la del Sur,
en las islas del océano, aun en Africa y más allá. ¿Y puede nadie
dudar que el resultado de esta competencia entre la razas será la
supervivencia del más apto?».!*
Martí no residía en Norteamérica como turista. Como apuntó Andrés Iduarte y luego subrayó Rafael Esténger fue «el único prócer de Latinoamérica» que se arraigó en Estados Unidos «como un pobre trabajador en un enjambre de trabajadores».!* Por eso le conocía al país tan bien las entrañas. Por eso veía perfilarse con perfecta claridad las dos fuerzas que en él se enfrentaban: el neocapitalismo desbordado, insolente e imperial de águila rampante y el democratismo de base tradicional, con hondas raíces en la Declaración de Independencia y en la Constitución republicana. Martí por supuesto, se identificaba con esta última fuerza y, a su lado, peleaba con las armas de su pluma, contra la otra. Por eso fue admirador ferviente de Walt Whitman, no sólo por la novedad de su verbo, sino por la justeza de sus miras. En un ensayo entrañable lo llama el poeta «más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo» y lo elogia por lo que ama: «El ama —dice— a los humildes, a los caídos, a los heridos, hasta a los malvados. No desdeña a los grandes, porque para él sólo son grandes los útiles. Echa el brazo por el hombro a los carreros, a los marineros, a los labradores. Caza y pesca con ellos, y en la siega sube con ellos al tope del carro cargado. Más bello que un emperador triunfante le parece el negro vigoroso que, apoyado en la lanza detrás de sus percherones, guía su carro sereno por el revuelto Broadway. El entiende todas las 12. 13. 14.
Strong (1885), pp. 161 y 165. Strong (1885), p. 175. Esténger (1966), p. 48.
278
virtudes, recibe todos los premios, trabaja en todos los oficios, sufre con todos los dolores... El es el esclavo, el preso, el que pelea, el que cae, el mendigo. Cuando el esclavo llega a sus puertas, perseguido y SudoroSo, le llena la bañera, lo sientaa su mesa; en el rincón tiene cargada la escopeta para defenderlo; si se lo vienen a atacar, matará a su perseguidor y volverá a sentarse a la mesa, como si
hubiera matado una víbora». Para la penetrante mirada de Martí, la tierra de Washington, Lincoln y Whitman era también la tierra
de Strong, Rockefeller y «los barones del robo». Y esa honda dicotomía político-social, profundamente asentada en criterios racistas, iba a desempeñar muy pronto (ya lo veremos) un rol capitalísimo en la inmediata historia de Cuba y en el futuro de la población cubana «de color». El concepto de la igualdad racial constituye uno de los pilares
básicos del Partido Revolucionario Cubano, símbolo, figura e ins-
trumento del movimiento independentista, fundado por Martí en 1891. En el seminal discurso de Tampa, el 26 de noviembre de ese
año, Martí funde definitivamente los factores ideológicos con los prácticos, articulando independencia, igualdad y unidad nacional en síntesis indestructible. Martí quiere que «la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre», «al decoro del hombre». Pero esa república no puede ganarse sin el concurso de todos los cubanos: veteranos y novicios, ricos y pobres, blancos y negros. Todos deben acudir al llamado de la patria. Y Martí fustiga a quienes impidan esa unión alentando recelos y resquemores de todo género, incluyendo desde luego los raciales: «¿Al que más ha sufrido en Cuba por la privación de la libertad le tendremos miedo, en el país donde la sangre que derramó por ella se la ha hecho amar demasiado para amenazarla? ¿Le tendremos miedo al negro,.al negro generoso, al hermano negro, que en los cubanos que murieron por él ha perdonado para siempre a los cubanos que todavía lo maltratan? Pues yo sé de manos de negros que están más dentro de la virtud que las de blanco alguno que conozco: yo sé del amor negro a la libertad sensata, que sólo en la intensidad mayor y natural y útil se diferencia del amor a la libertad del cubano blanco: yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble, y está poniéndose de columna firme de las libertades patrias.
Otros le teman: yo lo nozca, le digo a boca propagandística Martí términos correlativos. cubana. Y sin unidad
amo: a quien diga mal de él, o me lo descollena: 'Miente”». Con admirable economía convierte la igualdad y la independencia en Sin respeto a la igualdad no hay unidad no es posible ganar la libertad de Cuba. La
279
independencia, por otro lado, abriría las puertas a la justicia social, al goce de los derechos humanos que España cancelaba en la Isla y que la república libre garantizaría a todos. «Su derecho de hombre —proclama en el famoso discurso— es lo que buscan los cubanos en
su independencia; y la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre». Por eso la fórmula clave de la revolución cubana
no podía ser otra que la del amor triunfante: «Con todos y para el bien de todos». Sin frente único no.había independencia; sin inde-
pendencia no había igualdad.
Esto quería decir, en otras palabras, que sin el negro la revolución 'era imposible. Y así se reconoce en todos los documentos del Partido Revolucionario Cubano. En las Resoluciones de Tampa se establece que la organización. revolucionaria no procuraba «el pre-
dominio actual o. venidero de.clase alguna»,'* sino que buscaba la
agrupación «conforme a métodos democráticos, de todas las fuerzas vivas de la patria» para .crear una República «justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad,
levantada con todos y para el bien de todos». El cambio que se anhelaba no iba a ser sólo político sino también social. En las Bases
del PRC se recoge esa idea: «Artículo 4o.: El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones. más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud». Y enel Manifiesto de Montecristi: «De otro quisiera acaso valerse hoy, so pretexto de prudencia la
cobardía: el temor insensato, y jamás:en Cuba justificado, a la raza
negra. La revolución, con su carga de mártires y de guerreros subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración y de la tregua en la Isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese inicuamente levantar por los beneficiarios del régimen de España, el miedo'a la:revolución. Cubanos hay ya en Cuba de uno y otro color, olvidados:para siempre —con la guerra emancipadora y el trabajo donde unidos se gradúan— del odio en que los pudo dividir la esclavitud. La nove-
dad y esperanza de las relaciones sociales, consiguientes a la mu-
danza 15.
súbita
del hombre
ajeno
en propio,
son
menores
En esa época se usaba mucho la expresión «clase de colór».
280
que
la
sincera estimación del cubano blanco por cultura, el fervor de hombre libre y el compatriota negro». Esta presencia indispensable del negro cipador suponía para el PRC una múltiple las masas negras tanto del exilio como
el alma igual, la afanosa amable carácter de su en el movimiento emantarea: había que atraer a de la Isla para que se
incorporasen a la gran tarea libertadora; había que convencer a los blancos de la justicia y crítica necesidad de la unión; había que
impedir que la ira del negro agredido lo arrastrara a la acción divisionista; había que asegurarle al negro en la nueva organiza-
ción el puesto que mereciera; había que insistir con los -blancos independentistas pero aun prejuiciosos sobre la importancia del equilibrio de poderes entre todos los sectores representados en el Partido; había que contestar las incesantes maniobras
con que el
gobierno español trataba de usar para su beneficio la presencia del
negro en la Revolución. Puede afirmarse, sin lugar a dudas, que
una parte muy importante de la atención política, organizativa y propagandística del PRC estuvo dedicada a lo que pudiera llamarse la cuestión de la solidaridad del negro con la campaña emancipadora. Muchas de estas tareas dependían unas de otras. Por ejemplo, el reclutamiento de las masas negras dependía en buena parte
de la rápida atracción de los líderes más reputados de la raza «de
color» dentro y fuera del país y de las posiciones que éstos ocuparan en la organización del partido. Desde que se constituyó la primera junta directiva en Nueva York, Martí procuró que el negro estuviera debidamente representado: colocó en ella a Rafael Serra, el
activo fundador de La Liga neoyorquina?? y uno de los negros más
prestigiosos del exilio cubano. Y para coordinar dentro de Cuba la acción de los grupos de La Habana y del interior con el Delegado en 16.
Sobre Martí, Serra y La Liga bien vale reproducir estas líneas de Jorge
Mañach en su Martí, el apóstol: «Martí se da cada vez más a los humildes. Trata con
una mezcla de mimo y de respeto a sus amigos negros de Nueva York. Uno de ellos, Rafael Serra, es hombre de elevada estatura y noble espíritu. Martí le llama “mi señor Serra, alto en todo”... Se afana de un modo especial por estos oscuros trabajadores de La Liga. Les lleva su María —que va ya para los doce años y canta y toca el piano admirablemente— para amenizar sus veladas. Compromete a sus amigos letrados para darles instrucción. El mismo va todos los jueves, después de su clase de español en una escuela dominical nocturna; y por las tardes, con toda la asiduidad que puede... Trujillo ha llamado
'“enciclopédica' la clase de Martí.
de exhortaciones
de edificación
Los
discípulos negros escuchan religiosamente la varia disertación, llena de fantasía, morales
(1963), pp. 209-210.
y, por supuesto,
281
política». Ver Mañach
la emigración escogió a un mulato ilustre, a su viejo amigo y coconspirador Juan Gualberto Gómez.. Nada más osado: otorgar el
puesto máximo
de dirección del PRC
en Cuba a un hombre
«de
color». (El éxito que obtuvo Juan Gualberto en sus tareas organizativas comprueba que el momento estaba maduro para ese gran paso
y que Martí había calibrado con gran acierto la situación). Y como si todo esto fuera poco, Martí confía el peso de la redacción de Patria, órgano semioficial del PRC, al mulato puertorriqueño Sotero Figueroa, a quien había conocido y tratado en La Liga y cuya habilidad de periodista y patriota le había impresionado.!” Pronto la organización revolucionaria se extendió por todas partes. A los núcleos iniciales de Tampa, Cayo Hueso y Nueva York se
fueron añadiendo los de muchas otras ciudades y otros pueblos de Norteamérica, de la América Central, de las Antillas. Los veteranos más famosos de la guerra anterior se van incorporando. La
primera adhesión que buscó Martí, tan pronto las circunstancias lo permitieron, fue la del General Máximo Gómez. «El Viejo» no era negro pero su probado democratismo, su conocido antirracismo constituía una garantía para las masas «de color», aparte, desde luego, del peso de seriedad y prestigio que le agregaba al movimiento y de la calidad de mando militar que a la guerra le aseguraba. El 11 de septiembre de 1892 Martí lo visita en su finca
dominicana. Y en seguida puede invitarlo oficialmente a asumir la
dirección militar de la guerra aun en agraz. Gómez responde positivamente. De Santo Domingo Martí pasa a Jamaica a besarle las manos a Mariana Grajales, que por entonces tenía ochenta y cinco años pero todavía vibraba cuando traía a sus labios el nombre de Cuba. Y a saludar a María Cabrales, la esposa del General Antonio, quien esperaba en Kingston la oportunidad de unirse a su marido en Costa Rica. Pronto Maceo, vencidas algunas antiguas diferencias accesorias, se unió al nuevo esfuerzo. Y así, uno a uno, las más
importantes figuras negras son conquistadas para la nueva causa:
Guillermón Moncada en Santiago de Cuba; los hermanos de Maceo y Flor Crombet en Costa Rica; Agustín Cebrero, Jesús Rabí, VictoTano Garzón, Pedro Díaz, Quintín Banderas y “muchos otros más. Uno de los reclutamientos más interesantes es el de José Maceo, por las peculiaridades del caso. El casi mitológico General José se
acababa de casar en Costa Rica con la cubana Elena González y al principio no prestó mucha
atención a las invitaciones que recibía
para que se incorporase a la lucha. Cuando Martí estuvo en Costa 17.
Mañach (1963), p. 229.
282
Rica en 1894 el General Antonio le pidió que visitase a su hermano.
Este mismo, en carta a Serafín Sánchez, escrita el 28 de marzo de 1896, poco antes de caer en Loma del Gato, le explicaba: «Mi amor a Cuba me hacía pensar siempre en la Revolución y por ella estaba dispuesto a sacrificarlo todo, pero no pensaba venir a la guerra; sólo
Martí pudo sacarme de mi nido de amores, sólo él me obligó con su patriotismo y me sedujo con su palabra».?*
Junto con los líderes, vinieron las masas negras del exilio y del
interior de la Isla al seno del PRC. No poco contribuyó a ello la capacidad de Martí para atraérselos personalmente. Como de verdad carecía de prejuicios, su trato con la «gente de color» era
directo, natural y profundo, de corazón a corazón. Jorge Mañach en
Martí, el Apóstol nos ofrece un ejemplo típico de los irresistibles métodos de seducción del gran líder. En un viaje: a Cayo Hueso apenas puede acoger todos los agasajos que se le brindan: «Atiende a los más humildes. Cornelio Brito ha convencido a su amigo Ruperto Pedroso, el cantinero negro, de que es indispensable darle
un almuerzo en su casa a Martí. Paulina, la brava mujer de Pedroso, se muestra algo remisa. Ella es patriota del tiempo viejo, fanática de Gómez y Maceo, hombres de machete. Y además, no hay carne por estos días en el Cayo: ¿Cómo ofrecer un almuerzo sin carne? Ruperto sugiere que se sacrifique la chiva querida de la
abuela.
Se sacrifica la chiva. Martí la encontró muy
blanda y
jugosa; pero se percató de los dramáticos antecedentes de aquel plato capital y de los resquemores de Paulina. Terminado el almuerzo la besó en la frente y le dijo: Usted, Paulina, me va ayudar mucho aquí, por Cuba”. La negra se echa a reír y a llorar al mismo tiempo».!? Esa misma Paulina fue quien, meses después, acompañó a Martí a un taller de tabaquería y al comprobar allí cierta frialdad subió a la tribuna y gritó: «Caballeros: si alguno de ustedes tiene miedo a dar su peseta o de ir a la manigua, que me dé sus calzones y aquí tiene mi camisón!» Lo que rompió el hielo, entre risas y
aplausos y le permitió al Apóstol hablarle a los obreros «directo al
alma». Y fueron los esposos Pedroso quienes se llevaron a vivir a Martí a su propia humilde casita cuando comprobaron que agentes del gobierno español habían tratado de envenenarlo.?' Pero algo más que la acción personal de Martí había para atraer 18. 19, 20.
Franco (1974), p. 230. Mañach (1963), p. 223. Mañach (1963), pp. 241-243.
283
al pueblo negro —de por sí ya inclinado a la independencia— a las filas del PRC. Ya hemos citado las declaraciones básicas y los reclutamientos de jefes eminentes. Además, en los órganos propa-
gandísticos del movimiento se trataba sin cesar, en mil formas
diversas, de obtener y consolidar esa 'adhesión. Basta con hojear a Patria. Se verá cómo se insiste allí en destacar los méritos de los
negros: la entrada de Juan Gualberto Gómez en la Sociedad Económica de Amigos del País, «la más alta y meritoria de las socieda-
des de Cuba». La labor épica de Rafael Serra en La Liga, «la casa juntarse y de querer», y la justeza.de su libro «Ensayos Políticos»; generosidad heroica del negro Marcelino Valenzuela Bondi en presidio de Ceuta; la grandeza humana de Antonio Maceo y de
de la el su
esposa María Cabrales; la legendaria virtud patriótica de Mariana
Grajales... Y no sólo eso: en Patria encuentran los negros. expre-
siones constantes de simpatía hacia los pobres, los obreros, los campesinos —sectores de la población que, en Cuba y en el exilio, de
negros se nutrían. Y todavía más: en Patria el negro puede leer la
defensa de la buena doctrina racial, dirigida por igual a ellos y a los blancos; como en ese epocal artículo Mi raza: «Si se dice que en el
negro no hay culpa aborigen, ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es mucha, y es mucha la ignorancia que pasa por sabiduría y aun hay quien cree de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco... El hombre blanco que, por razón.de su raza, se cree superior al hombre negro, admite la idea de la raza, y autoriza y provoca al racista negro. El hombre negro que proclama SU raza, cuando lo que acaso proclama únicamente en esta forma errónea es la identidad espiritual de todas las razas, autoriza y provoca al racista blanco. La paz pide los derechos comunes de la naturaleza: los derechos diferenciales, contrarios a la naturaleza, son enemigos de la paz. El blanco que se aísla, aísla al negro. El negro que se aísla, provoca a aislarse al blanco... Hombre es más que. blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla muriendo por
Cuba, han subido juntas por los aires, las almas de los blancos y los negros... Los negros están demasiado cansados de la esclavitud
para entrar voluntariamente en la esclavitud del color. Los hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los
hombres generosos y desinteresados se irán de otro. Los hombres
verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que
284
nacimos, negro o blanco... Dos racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro... En Cuba no habrá nunca guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros... Y en lo demás, cada cual será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de cultura, y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay mucha grandeza, en negros y blancos». Pero si el PRC debía prestar cuidadosa y sostenida atención a la cuestión de las razas, lo mismo le sucedía al gobierno español en Cuba, quien trató de responder al creciente influjo del separatismo entre la «gente de color» con la doble arma de la calumnia y la demagogia. La primera servía para tratar de asustar a los blancos, pintando la insurrección como exclusiva obra de negros resentidos y bárbaros, que no se proponía otra cosa que imponerle al país un gobierno racista. Era una vieja táctica, que siempre en el pasado había dado buenos frutos, dividiendo a los cubanos y echándolos a pelear unos contra otros por razón de adjetivas diferencias. La otra arma se usaba para atraerse a la llamada «clase de color» con algunas concesiones, como las que hemos detallado en el capítulo anterior, declarando (veinticinco años después de que la revolución cubana aboliera la esclavitud y proclamara la igualdad de todos los hombres) que los negros podían tener acceso a los lugares públicos y sitios de paseo y asiento en las escuelas junto a los blancos. El Partido Revolucionario Cubano se vio obligado a responder a estas maniobras propagandísticas de su adversario. Y así lo hizo, por ejemplo, desde las páginas de Patria en un artículo escrito por Martí y publicado el 6 de enero de 1894 bajo el título El plato de lentejas., que citamos más arriba (p. 155). Allí se destaca que las
concesiones hechas a los negros se debían, en lo inmediato a la
vigorosa acción del Directorio de la Clase de Color y, en lo mediato y raigal, a la influencia decisiva del movimiento separatista cubano: La revolución fue la que devolvió a la humanidad la raza negra, fue la que hizo desaparecer la esclavitud... La abolición es el hecho más puro y trascendental de la revolución cubana. Ahora bien —sigue diciendo el artículo— la esclavitud, arrancada de la ley, no fue igualmente desarraigada de las costumbres. Las relaciones sociales del período postbélico no se correspondían con el gran hecho libertario. La división en el trato de las dos razas continuaba subsistiendo por diversas razones. Y ahora el gobierno
285
español, bajo la presión de la potente resurgencia del independentismo, decidía adular al cubano negro recién venido como libre a una sociedad que lo rechazaba como igual: decidía. arrojarle algunas migajas; decidía presentarle un plato de lentejas para que renunciase a su cubanía, a su esencial destino histórico, aunque sin equipararlo jamás totalmente al blanco y «no perdió el gobierno ocasión de ahondar las iras o tristezas que aun en los libertos de mayor prudencia había de despertar el inhumano desdén y suspicacia de los criollos blancos que suelen ser más altivos y aparatosos con el negro mientrás más cerca lo tienen en la propia sangre. Porque el español, que conoce su injusticia, no cree que el cubano llegue a deshonra tanta que no se le vuelva a alzar: y en la certeza de la revolución, se prepara contra ella». Ahora que la revolución le quemaba al gobierno español los pies, era necesario para éste
quitarle aliados a la revolución. Pero el ardid era en vano. «Todo
hombre negro ha de saludar con gozo, y todo blanco que sea de veras hombre,
el reconocimiento de los derechos humanos
en una
sociedad que no puede vivir en paz sino sobre la base de la sanción y práctica de esos derechos». Pero de ahí a aceptar el soborno de los tiranos y ponerse al servicio de la tiranía contra la revolución en
pago de derechos que sin la revolución jamás se hubieran obtenido,
había un trecho inmenso. «¡España ha llegado muy tarde! Lo de España es veinticinco años después. La revolución hizo todo eso antes. ¡Jamás se apartarán los. brazos, blancos y negros, que se unieron allí!... ¡Y cuando se levante en Cuba de nuevo la bandera de la revolución, el cubano negro estará abrazando a la bandera, como a una madre!»
Palabras proféticas. España perdió la campaña propagandística.
Los cubanos, blancos y negros, abrazaron en su mayoría la causa de la Revolución. Y cuando el conflicto armado estalló el 24 de febrero de 1895 ambos sectores nutrieron las filas del Ejército Libertador. ¿En qué proporción racial? Hoy es muy difícil, si no imposible, determinarlo con absoluta exactitud. Sabemos que en los altos mandos militares la raza negra estaba representada generosamente. El segundo jefe —después de Máximo Gómez— era el Lugarte-
niente General Antonio Maceo. En posiciones claves se encontra-
ban su hermano José, Guillermón Moncada, Agustín Cebrero, Quin-
tín Banderas, Jesús Rabí, Pedro Díaz y muchos más. Rafael Fermoselle —que ha estudiado el tema cuidadosamente— afirma que «alrededor del cuarenta por ciento de los generales y coroneles eran 286
negros».? Pero ¿cuántos de los 35.000 hombres que el ejército revolucionario llegó a tener en sus filas eran «gente de color»? Charles E. Chapman sostiene que con toda seguridad los negros
constituían en él una mayoría.* Y Fermoselle se adhiere a esta
opinión. Como bien dice Thomas T. Orum, en su valiosa tesis de grado, la composición de los grupos insurgentes variaba de acuerdo con diversos factores, pero sobre todo respondiendo a dos: 1) el carácter racial del área de reclutamiento y actividad de las unida-
des y 2) la naturaleza del mando de las mismas. Las unidades mandadas por negros y extraídas de regiones donde éstos predomi-
naban tendían a contarlos en mayor proporción que a los blancos. Las fuerzas en Oriente y en Matanzas presentaban decidida mayoría de negros en la mayor parte de sus batallones y brigadas. Sin embargo,
en
1898
el ejército de 5.000 hombres
que mandaba
el
general Mario G. Menocal en las provincias de La Habana y Matanzas, estaba formado en dos terceras partes por blancos y una tercera por negros. Lo que predominaba en la manigua era la integración racial. Los negros seguramente estaban representados
en ella por encima de su proporción en la población total de Cuba. Recuérdese que la población de color declinó en Cuba (tanto en términos absolutos como relativos) desde 1861 hasta 1899, como
puede apreciarse en la siguiente tabla:
POBLACIÓN «DE COLOR» DE CUBA Año
Población total
Población de color
%
1861 1887 1899
1.396.530 1.631.687 1.572.797
603.046 528.798 502.915
44.57 32.40 31.97
(Ver Kiple (1976), pp: 63 y 55) No cabe la menor duda de que al terminar la guerra en 1898 más de un 31.97%, en realidad mucho más de una tercera parte del
Ejército Libertador, estaba formada por «gente de color». Pero en el campo insurrecto blancos y negros luchaban por igual y obedecíán 21. 22.
Fermoselle (1974), p. 26. Chapman (1927), p. 308.
287
por igual a sus jefes de ambas razas. Desde luego, no faltaron sus
roces motivados por los prejuicios todavía sobrevivientes. Mas éstos fueron limitados en número y en importancia. Lamentablemente la representación del negro era distinta en los órganos civiles de la Revolución. Según Fermoselle, en la administración civil y entre los representantes del Gobierno Revolucionario en Nueva York menos del dos por ciento del personal pertenecía a la «raza de color».2
Sea como fuere, el negro estaba allí, «abrazando a la bandera»,
como predijo Martí. Con su fuerza y su esperanza. Con su sueño de independencia y de igualdad en una república nueva, de «sincera democracia»... Y en 1898 ese sueño parecía estar a punto de convertirse en realidad. El negro, la Intervención y la República Intervenida Los cubanos ganaron la guerra contra España, pero perdieron la
paz a manos del gobierno de los Estados Unidos. La intervención de Washington en el momento crítico de la campaña les impidió cosechar los frutos naturales de su victoria. Y la víctima capital de la catástrofe fue la agenda revolucionaria que se proponían poner en acción tan pronto tomaran el poder. Uno de los puntos centrales de ese programa-era, como hemos visto, la igualdad racial. ¿Quién puede imaginar hoy las transformaciones étnicas que inmediatamente después de su triunfo habrían introducido las armas mambisas si la República libre, por la que habían peleado por más de treinta años, no les hubiera sido escamoteada de modo tan escandaloso? La Guerra de Independencia (1895-1898) fue distinta de la del 68 no sólo por la composición clasista de sus líderes y el contenido ideológico de su programa, sino también por el carácter de sus tácticas bélicas. El ejército revolucionario, siempre inferior en armamentos al ejército español, puso en práctica, hasta sus últimas consecuencias, el sistema de guerra de guerrillas, aplicando la tea incendiaria a las propiedades de sus enemigos. A eso le llamaba el Generalísimo Máximo Gómez «quemar la colmena para que se vaya el enjambre». Había que destruir la base económica en que se asentaba el poder de España en Cuba. Y así perecieron bajo.las llamas innumerables ingenios y.campos cañeros no sólo en la mitad oriental de la Isla (como había sucedido en la Guerra Grande) sino 23.
Fermoselle (1974), pp. 26-27.
288
en todo el territorio nacional,
comandada
después
del éxito de la invasión
por el Lugarteniente General Antonio Maceo.
Esta
táctica radical tuvo muchos enemigos fuera y dentro del país. De hecho, puede decirse que la dirección del Partido Revolucionario Cubano en los Estados Unidos, que se encontraba en manos de Tomás Estrada Palma después de la muerte de Martí, era su más vigoroso opositor, representando así más bien la opinión de los ricos
propietarios cubanos y norteños —y la del gobierno de Washington— que la de la República en Armas. Para los dueños de ingenios,
el Ejército Libertador era poco menos que una banda de incendiarios. Y, como la mayoría de sus tropas eran negras, al prejuicio clasista se añadía el racial. De ese modo, la táctica de la «tea
incendiaria» era vista como expresión del
«salvajismo africano»
que supuestamente predominaba en el campo mambí. Si, además, se tiene en cuenta que en los Estados Unidos existía un poderoso movimiento expansionista, dirigido a apoderarse de Cuba, fácil será comprender cómo se amalgamaron en 1898 los factores imperialistas, clasistas y raciales que iban a cambiar la dirección de la historia de Cuba al terminar el siglo XIX. Ya desde fines de 1897 era un secreto internacional a voces: en el conflicto antillano España estaba vencida. Así lo proclamaban los periódicos de la Península, como El Nuevo Régimen y La Epoca. Así lo comprendían los jefes del Ejército Libertador, sobre todo Máximo Gómez, quien desde el mes de julio le había dicho a Estrada Palma: «Los españoles están cansados». Tan cansados que sus tropas apenas se movían en el campo, reconcentrándose en los pueblos. Con cañones y suficiente dinamita (le escribía el Generalísimo a Gonzalo de Quesada en marzo de 1898) era ya fácil expulsarlos de las ciudades también. Desde luego, el gobierno norteño estaba muy al tanto de esta situación. El ex-embajador de Washington en Madrid, Hannis Taylor lo expresó con las siguientes palabras: «La sobera-
nía de España sobre Cuba se ha extinguido». Y el subsecretario de
Estado William R. Day explicaba: «Hoy la fuerza de los cubanos es casi el doble... (Ellos) ocupan y controlan virtualmente todo el territorio fuera de las ciudades costeras fortificadas y de algunos poblados del interior... Hay que admitirlo: las provincias orientales son ya Cuba libre”... En vista de todo esto, es evidente que la lucha de España en Cuba... es totalmente desesperada. España está exhausta financiera y físicamente, mientras que los cubanos están más fuertes». Por su parte, el cónsul norteño en La Habana, Fitzhugh Lee, informaba inequívocamente al Departamento de Estado de Washington, en diciembre de 1897, que no existía «la más ligera
289
posibilidad» de que España pudiese apagar la insurrección. El 17
del mismo mes y año, Theodore Roosevelt le escribía a W.W. Kimb-
all: «Dudo de que los españoles puedan realmente pacificar a Cuba,
y si la insurrección continúa por mucho tiempo no veo cómo pode-
mos dejar de intervenir». Era indudable: el poder español en Cuba estaba al borde del colapso. Como bien dice el profesor Louis A. Pérez, Jr. en su documentado estudio Cuba Between Empires, 1878-1902: «A principios de 1898, las autoridades norteamericanas
unánimemente convenían en que la soberanía española en' Cuba
había caducado... Las alternativas eran manifiestas: o los cubanos forzaban militarmente a España a cederle a la Isla su independencia, O los norteamericanos forzarían a España políticamente a transferir la Isla a los Estados Unidos. La política norteña en 1898 se dirigía a evitar la primera alternativa y a facilitar la segunda»!.
Si el gobierno de la tierra de Washington y Lincoln hubiese
querido.proceder justicieramente con un pueblo vecino que llevaba tres décadas peleando por su independencia, le bastaba con reconocer al gobierno revolucionario y abrirle el mercado de armamentos al Ejército Libertador. Con adecuados suministros militares —
sobre todo de artillería— la victoria cubana no habría tardado en
producirse. Pero al gobierno de McKinley no le interesaba la justicia, sino que lo movía la política expansionista. Sus verdaderos propósitos han sido resumidos con toda exactitud por Ramiró Guerra: «La intervención no fue decidida por el gobierno de McKinley para ayudar al establecimiento de una república independiente y soberana en Cuba, sino para realizar las miras de una política muy
claramente definida en todo el curso del siglo XIX».? Esa política
era la viejísima de esperar el momento adecuado para que la Isla «como una fruta madura» cayese en el regazo de la Unión. Era la política que había sido formulada una vez más por el Presidente Grover Cleveland en su Mensaje al Congreso el 7 de diciembre de 1896: «Cuando se haya demostrado la imposibilidad por parte de España de dominar la insurrección y se haga manifiesto que su soberanía en la Isla está prácticamente extinguida, resultando que la lucha por conservarla degenere en un esfuerzo infructuoso, que sólo signifique inútiles sacrificios de vidas humanas y la total
1. Pérez (1983), pp. 170-171. Las citas de Taylor y Lee han sido tomadas de esa misma obra, pp. 168-169. La de Roosevelt procede de Hart y Ferleger (1941), p. 170. 2. Guerra (1930), p. 120.
290
destrucción de la cosa misma por que se está combatiendo, habrá llegado entonces el momento de considerar si nuestras obligaciones hacia la soberanía de España no han de ceder el paso a otras consideraciones más altas, que escasamente nos será posible dejar de reconocer y cumplir».? Y eso era lo que había ocurrido en los quince meses que siguieron a la publicación de este Mensaje. En 1898 estaban fraguándose las condiciones para que los mambises conquistasen por sí solos la victoria. España lo había intentado todo contra ellos: desde la Reconcentración hasta la autonomía. Todo había fracasado. El ejército cubano estaba pasando —ya desde 1897— de la tradicional guerra de guerrillas a las operaciones en gran escala. Así, por ejemplo, Calixto García tomó a Victoria de las Tunas, rindiendo en tres días una plaza que disponía de 14 fuertes y cuantiosa tropa. Luego siguió la toma de Guisa, centro de aprovisionamiento de los españoles en Oriente. Y en seguida cayeron Jiguaní, Santa Rita y Bayamo. Lo mismo venía ocurriendo en Camagúey, Las Villas y hasta en Occidente. Podía calcularse que el ejército cubano tenía entonces cerca de 30.000 hombres sobre las armas y en activo servicio. Y su número podía duplicarse fácilmente si se contaba con armas suficientes, como repetidamente lo probaban los informes de los generales Máximo Gómez y Calixto García. Por otra parte, España había perdido su base económica en Cuba como queda demostrado por el hecho de que tanto en 1894 como en 1895 se produjeron en el país más de un
millón de toneladas de azúcar, mientras que en 1896 y 1897 la
producción fue sólo de 225.221 y 212.051 toneladas respectivamente: ¡menos de la cuarta parte! Y una tremenda inflación azotaba al país. En fin, que se había presentado la situación prevista por el ex-Presidente Cleveland en su Mensaje. Cada día era más obvia la
«imposibilidad de España de dominar la insurrección». Cada día se
ponía más y más de manifiesto que la soberanía española en la Isla
estaba «prácticamente extinguida». Había arribado la hora de considerar si las obligaciones del gobierno norteño hacia la soberanía de España debía ceder paso «a otras obligaciones». El poder había
cambiado de manos en Washington. Pero la misma línea política seguía en pie. La fruta estaba madura. Era el momento de sacudir
el árbol.* 3.
Cleveland. Mensaje de 7 de diciembre de 1986, en Richardson (1896-1902), Vol. 1X, pp. 719-722. Vease también: Rodríguez (1900), pp. 517-518. 4. Sólo recientemente la historiografía norteamericana ha comenzado a acep-
291
Pudiera preguntarse por las razones que movían a las autoridades de Estados Unidos a regatearle al gobierno de la República de
Cuba en Armas y a su Ejército Mambí el poder que éstos parecían a punto de conquistar tras épicos esfuerzos. Eran varias. En primer lugar, lo que interesaba a las fuerzas expansionistas norteñas era apoderarse de Cuba y administrarla a su antojo, sin interferencia
de ningún género. Además, la composición social del Ejército Libertador resultaba odiosa a las clases dominantes de Norteamérica,
acostumbradas como estaban al predominio político de los sectores ricos y poderosos de la población. Esto resulta evidentísimo, por ejemplo, en lo que el Embajador de Washington en Madrid, Ste-
ward Woodford, le comunicaba a su gobierno en marzo de 1898.
Después de insistir en que los cubanos eran incapaces de gobernarse a sí mismos, Woodford agregaba estas significativas palabras: «He llegado a la conclusión de que la única garantía de paz (en Cuba) consiste en que ondee allí nuestra bandera... Lenta y re-
nuentemente me he convertido por completo a la idea de la pronta
ocupación y posesión norteamericana de la Isla. Si reconocemos su
independencia, podríamos entregarle la Isla a una parte de 'sus
habitantes en contra de la opinión de muchos de sus residentes más ricos y mejor educados». Se nota claramente: lo que repugnaba a los grupos rectores de la sociedad norteña era el carácter profundamente popular del movimiento revolucionario cubano, basado sobre todo en las clases «medias» y «bajas» del país, principalmente los campesinos y los negros. Porque esa era la otra razón de su desa-
sosiego, de su inquina y animadversión contra la causa. mambisa: la fórmula racial predominante en la manigua que iba a darles a los tar que la intervención de EE. UU. en Cuba en 1898 tenía como base la inminente derrota de España en su largo conflicto con el pueblo de' Cuba, hecho que los historiadores cubanos habían puesto en claro hace más de un tercio de siglo. Véanse sobre este punto: Pérez (1983), pp. 152-163 y capítulo 8; Roig de Leuchsenring (1952) y (1960a), passim:, Escalante Beatón (1946), pp. 361-375; Collazo (1905),
pp. 188 y ss.; J. Castellanos (1955), pp. 113-120; F. Portuondo (1945), pp. 577 y ss.; Martínez Arango (1950), passim. En su último libro (1986), Herminio Portell Vilá
dice: «Es un hecho que cuando el teniente Andrés S. Rowan, U. S. Army, llevó su
famoso «Mensaje a García», fue recibido por el General Calixto García, quien tenía su cuartel general en Bayamo, una ciudad del interior de Cuba... que estaba en territorio ya libertado por los cubanos.» (p. 30). Y más adelante agrega: «Las fuerzas revolucionarias tenían completo control sobre dos terceras partes del terri-
torio cubano y estaban más fuertes y audaces que en ningún otro momento» (p. 32).
Hugh Thomas (1971), pp. 343 y ss. no coincide con ese criterio. Pero su única fuente
de información sobre el estado de la guerra en Cuba en 1897-1898 es la obra del fracasado Capitán General de la Isla, Valeriano Weyler: Mi mando en Cuba!!
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negros y a los mulatos en la nueva República una fuerza que los discriminadores del Norte consideraban peligrosa e inaceptable para sus intereses. Para ellos, un pueblo con semejante mezcla de
sangres era incapaz de gobernarse por sí solo. ¿No lo proclamaba
así nada menos que Theodore Roosevelt, quien sostenía que sin la dirección de los EE.UU., los cubanos después de obtener su independencia «volverían a hundirse en el caos y el salvajismo»? Ergo, para evitar el caos, la salida de España sólo podía ser sustituida por la presencia norteamericana. Fracasadas las maniobras diplomáticas para la adquisición por compra de la Isla, Washington decidió recurrir a las armas para lograr sus propósitos. Y el resultado de
todo este complejo episodio fue que a la Guerra de Independencia
no siguió una República Libre, sino el Gobierno Interventor de otra potencia extranjera. El poder no vino a las manos de aquellos que
en el campo mambí predicaban y practicaban la igualdad racial, sino a las manos de los racistas de la República del Norte. En otras palabras: en vez de la ideología de José Martí y de Walt Whitman,
iba a predominar en Cuba la de Josiah Strong y del Jim Crow. El sueño igualitario de la Revolución Cubana había sufrido, cuando menos se lo esperaba, una dura derrota, que iba a cambiar por largo tiempo el curso de la historia nacional. No nos corresponde hacer aquí un estudio detallado de las ma-
niobras puestas en práctica por las autoridades norteamericanas
en Washington y en La Habana para tratar de convertir a Cuba en una colonia de los Estados Unidos. Ya la historiografía cubana de la era republicana lo ha hecho cumplidamente. Herminio Portell Vilá, en un libro clásico, advierte que entre el incumplimiento de la solemne promesa de independencia contenida en la Joint Resolution «y la imposición del apéndice a la constitución cubana (Enmienda Platt) como condición para poner fin a la ocupación norteamericana en Cuba, media toda una sórdida historia de triquiñuelas y abusos en que los Estados Unidos y su representante en la Isla, Leonard Wood, se condujeron con la más refinada hipocresía y falta de sinceridad a fin de ver triunfantes sus propósitos imperialistas». Y, al juzgar la obra del gobierno interventor de Wood, Portell Vilá nos dice «que fue desmoralizador del cubano por su arbitrariedad y sus intrigas y restauró la economía nacional destruida por la Revolución, pero a favor de Estados Unidos y con exclusión de España para su mejor disfrute».* ¡Cuántos lodos polí5. Portell Vilá (1969), VO1. IV, pp. 136 y 9. Portell Vilá ratifica esos criterios en su Nueva Historia de la República de Cuba (1986), pp. 35-64.
293
tico-sociales han salido de estos y otros polvos similares en el curso de nuestra vida republicana! Dado el carácter de este libro, empero, lo que nos toca estudiar es el modo en que el gobierno de la Primera
Intervención —mejor sería llamarlo «gobierno de ocupación militar»— destruyó las legítimas esperanzas de la «clase de color» en
Cuba, frustrando su sueño de igualdad, precisamente cuando pare-
cía a punto de realizarse. La etnofobia es el peor enemigo del entendimiento entre los pueblos. Y el ejército norteamericano que fuea pelear a Cuba y luego la ocupó y administró casi por cuatro años estaba profunda-
mente tarado de etnofobia y de racismo antinegro, desde la alta oficialidad hasta el soldado de filas. En el trato que las fuerzas
armadas de los Estados Unidos dieron al Ejército Libertador — mayoritariamente formado por negros sobre todo en la provincia de Oriente, donde se desarrolló la Guerra Hispano-Cubanoamericana— se mezclan, por partes iguales, el prejuicio racial y el propósito imperialista, proveniente de Washington, de desconocer en lo absoluto a las autoridades civiles y militares de la Revolución. No pueden hoy leerse sin indignación muchos de los reportajes periodísticos e informes oficiales transmitidos desde Cuba a Norteamé.rica durante el conflicto. La pobreza y hasta ausencia de uniforme, la escasez de calzado y, sobre todo, el color de los soldados mambises pesaban más en el ánimo de los periodistas y jefes militares norteños que el heroísmo y la capacidad de combate y sacrificio de esas tropas que, inferiores en número y armamentos, habían logrado derrotar totalmente al ejército español cuando los Estados Unidos intervinieron para alzarse con los frutos de su victoria. Apena comprobar que para referirse a los mambises —mal
ves-
tidos y peor calzados, pero soldados de primera clase— se emple-
aron en esos reportajes e informes los términos corrientes del peor
racismo
norteño, tales como
«niggers», «coons», «mongrels»...
Un
oficial del ejército norteamericano los consideraba «traicioneros, mentirosos, cobardes, ladrones, inservibles, cruce perruno de mala casta, engendrado por Europa y los fetiches (sic) de la oscura Africa y la América aborigen». Semejante monstruosidad demográfica «no era más capaz de autogobernarse que los Hotentotes o los bosquimanos de Australia».? Y otro oficial escribía: «¡Los valientes cuba-
6. Parker (1898), pp. 77-78. También en el trato diario, los soldados norteños tendían a llamar «niggers» a los negros cubanos, expresión que a Esteban Montejo le sonaba «nigre». Ver Barnet (1980), p. 200.
294
nos!... Lo primero que notamos en ellos es su color. Va de amarillo achocolatado hasta todos los matices del negro más oscuro y su pelo es “pasudo'... En seguida se nota en ellos la furtiva mirada del ladrón... y después su suciedad...»” Para un periodista del New York Evening Post los mambises eran «obviamente una miserable
banda de mestizos, carentes de toda idea de lo que significaba la guerra civilizada».? Según el General Samuel B. Young: «Los insurgentes son una provistos de honor gobierno propio que sevelt (que por algo
pandilla de degenerados, absolutamente deso gratitud. No tienen más capacidad para el los salvajes de Africa».? Y hasta Teodoro Roofue discípulo predilecto y gran admirador del
profesor racista de Ciencias Políticas de la Universidad de Colum-
bia, John W. Burgess) se refirió a los patriotas del Ejército Libertador con estas palabras: «Los soldados cubanos eran casi todos negros y mulatos, estaban vestidos de harapos y armados con toda clase de rifles distintos... Hubiera sido mucho mejor para nosotros que ni un solo cubano se hubiese acercado a nuestro ejército. No nos ayudaron en nada. No fueron sino una fuente de problemas y vergonzosas molestias».** Pudiéramos seguir citando. Pero basta con las muestras.!' Idénticas opiniones mantenía y alentaba en el ejército de ocupación el general Leonard Wood, gobernador de Santiago de Cuba,
primero, y de toda la Isla después. En algunos lugares de la provincia oriental prestaban servicio tropas norteamericanas negras (desde luego, totalmente segregadas y mandadas por blancos). En
una comunicación dirigida al Presidente McKinley, de noviembre
27 de 1898, Wood pidió que fueran inmediatamente retiradas. En ese documento —atribuyéndoles a los demás su propio racismo—
justificaba su petición diciendo que «la población blanca está extraordinariamente preocupada con la presencia de soldados negros,
pues ella bien sabe lo que es una lucha política originada por la
preponderancia de los negros».!*? Al terminar la guerra, Cuba quedó 7. 8. 9.
Parker (1898), p. 76. New York Evening Post, Junio 21 de 1898, p. 2. — Millis (1931), p. 362.
10. Lee (1899), p. 645.
11. Véanse sobre este tema: Pérez (1983), pp. 199 y ss.; Orum (1975), pp. 48 y ss. También McIntosh (1899), pp. 73, 80, 86, 100, 116-119; Millis (1931), p. 132; Healy (1963), passim.
12. Orum (1975), p. 51.
295
devastada, sobre todo en la provincia oriental. Algunos cuerpos del
Ejército Libertador se vieron en situación muy precaria. No habían
sido licenciados. Pero nadie los aprovisionaba. Desesperados, sin medios de subsistencia, acosados por el hambre, retornaron a métodos confiscatorios de avituallamiento ilegales en la nueva situación, pero que ellos habían empleado rutinaria y habitualmente
en su recién terminada guerra de guerrillas. El general Wood
reaccionó con una despiadada política de represión y exterminio de estas unidades de patriotas, constituidas en su casi totalidad por negros. No sólo los persiguió con saña, sino que en vez de presentar los prisioneros a las autoridades competentes, conforme a las más elementales normas del derecho, ordenó que se les ejecutase in situ, sin procedimiento judicial alguno. Como bien dice el Profesor Louis A. Pérez: «Las ejecuciones sumarias se convirtieron en pronta
característica de la justicia de la Ocupación».'? Bordeando los límites del genocidio, Wood fue implacable: «Dí la orden de que esos
bandidos
fuesen
traídos
vivos
o muertos, preferiblemente
muer-
tos»**, En su informe oficial, Wood atribuyó el alto número negros muertos a la necesidad de aplicarles «la ley de fuga».
de
El gobernador norteamericano de la provincia de Las Villas,
general James H. Wilson, en carta a R.S. Grant le dijo que tanto el
Gobernador General de la Isla, John R. Brooke, como el general
Chaffee, le habían confiado que Wood andaba «metido en líos», pues «ellos sabían personalmente que él (Wood) estaba ahorcando muchísima gente sin someterlas a juicio. Chaffee dice que Wood en persona le dijo que había hecho matar sin procedimiento judicial a
esos presuntos bandidos». O sea que el gran amigo de Teddy
Roosevelt introdujo y oficializó en Cuba algo que la Isla nunca había conocido: la política de linchamientos de los negros libres. Una variedad colonial del jimcrowismo sureño amenazaba con invadir el país. C. Vann Woodward ha visto con claridad en un
estudio famoso cómo se identificaban la ideología racista y la impe-
rialista en 1898: «Las doctrinas de superioridad anglo-sajona, con las cuales el profesor de Columbia University John W. Burgess, el Capitán Alfred T. Mahan de la Marina de los Estados Unidos y el senador Albert Beveridge de Indiana justificaban y racionalizaban 13. Pérez (1983), p. 258. 14. Hagedorn (1931), Vol. I, p. 256; Washington Daily Star, junio 20 de 1899, p. 11. (Enfasis muestro). 15. Pérez (1983), p. 258.
296
al imperialismo
en las Filipinas, Hawaii y Cuba, no diferían :en
nada de las teorías raciales utilizadas por el senador Benjamin R. Tillman de South Carolina y el senador James K. Vardaman de
Mississippi para justificar la supremacía blanca en el Sur. El Boston Evening Transcript del 14 de enero de 1899 admitió que la política racial del Sur era ahora la política de la Administración (de Washington), del mismo partido que había conducido al país a una
guerra civil para darle libertad a los esclavos».** El triunfo del
segregacionismo en el Sur, coincide con el triunfo del racismo intervencionista en Cuba. Ambas tendencias forman parte de la
crisis de la democracia que abatió a Norteamérica a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Con ojo avizor Martí lo había previsto.
¡Cuánta falta le hizo a su patria en 1898! Leonard Wood logró desplazar a Brooke y a Wilson de sus posiciones en Cuba. Pero cuando ocupó el cargo de Gobernador General el 20 de diciembre de 1899, se encontró con que los fundamentos de la política racial del gobierno de ocupación habían sido
ya fijados por su antecesor. Brooke no era ciertamente un campeón
de los derechos del negro, mas pronto comprendió que Cuba no era Norteamérica. Y que los Estados Unidos no podían aparecer a los ojos del mundo como menos liberales y progresistas que España. Al ratificar la vigencia de la legislación española en la Isla, dejó en vigor los estatutos que regulaban las relaciones entre las razas. Las escuelas estatales continuaron integradas y los negros siguieron teniendo acceso a los lugares públicos. Inclusive un número reduci-
do de negros recibieron modestos puestos en la administración. Claro que de eso a los sueños igualitarios del exilio y la manigua
había un gran trecho. Pero esta posición era, al menos, más mode-
rada que la de J¿mcrowismo radical sostenida por Leonard Wood.'”
De todos modos, el daño de que fueran los norteamericanos y no los mambises quienes sustituyeron en el poder a los españoles en 1898
consistió no tanto en lo que la intervención dio o dejó de dar. Lo peor
fue que esta anomalía política impidió que una República cubana libre e independiente cumpliera inmediatamente su programa social, para beneficio de los negros y demás sectores populares del país. Á este respecto el golpe decisivo fue el licenciamiento del Ejército Libertador. No podemos entrar aquí en el estudio detallado de las intrigas de Washington y de los ingenuos errores de algunos 16. Woodward (1957), p. 55. 17. Téngase en cuenta que Wood no era sureño. Había nacido en New Hampshire y se graduó de médico en Harvard.
297
patriotas cubanos (o de la malintencionada actuación de otros) qué
fraccionaron el campo revolucionario y facilitaron la tarea al inter-
ventor extranjero. Indiquemos tan sólo el resultado. En mayo de
1899, con tres millones de pesos proporcionados por el gobierno norteño, se desarmó el Ejército mambí, entregándosele 75 pesos a cada uno de sus 34.000 soldados. Y éstos se fueron a sus casas. Los expansionistas, que soñaban con la anexión, se habían quitado del camino uno de los obstáculos mayores para sus planes. El ejército norteamericano de ocupación era dueño absoluto del campo.
Pero había más. Durante la guerra, el gobierno revolucionario le
había prometido a las masas desposeídas no sólo independencia,
sino redención (concepto que había sido uno de los favoritos de José
Martí). Fiel a sus ideales populistas, el General Máximo Gómez, en un decreto famoso, le anunció al país, en julio de 1896, lo que equivalía a la oferta de una auténtica reforma agraria. Según esa proclama, todas las tierras adquiridas por la República de Cuba, ya por conquista, ya por confiscación, se dividirían eventualmente entre los que luchaban por la independencia contra España. Cada cual recibiría una porción proporcionada a los servicios rendidos a la revolución, tan pronto quedara organizado el primer Congreso de la Nación, después de la derrota hispana. Á esto se agregaría una cantidad en efectivo. Todas las tierras, dineros o propiedades pertenecientes a España o sus aliados o simpatizadores se declaraban confiscadas para beneficio del ejército cubano y de todos los defensores de la República de Cuba'**?. De haberse llevado a cabo este propósito, la historia de Cuba hubiera sido muy distinta. En vez del monocultivo cañero, una amplia clase de pequeños propietarios rurales habría constituido la base social de la economía
cubana. Pero el gobierno interventor sólo estaba interesado en abrir las puertas al capital norteamericano, sin frenos de ninguna
clase. Y la república intervenida que dejó detrás en 1902 carecía del
impulso revolucionario indispensable para darle vigencia a las promesas hechas al pueblo en la época heroica de la Guerra de Independencia. Los negros, en su inmensa mayoría pobres, fueron los primeros en sufrir esa amarga decepción, ese inconmensurable revés histórico. Al entregar sus armas, después de recibir los famosos 75 pesos (que muchos no cobraron completos por haber negociado su paga con aprovechados especuladores) los soldados negros se encontra18.
Pérez (1983). pp. 136-137.
298
ron, por lo general, en una seria situación económica. Si una Cuba
independiente y libre hubiera seguido inmediatamente a la rendición de España, posiblemente muchos de ellos hubieran formado
parte del Ejército y demás cuerpos de seguridad de la nueva Repú-
blica. La intromisión norteamericana anulaba esa opción. Cuando comenzaron a constituirse los cuerpos de policía y otros institutos armados con personal cubano, los negros hallaron grandes dificultades para ingresar en ellos. El gobierno interventor exigía condiciones que pocos mambises «de color» poseían. La policía de la
ciudad de La Habana se reorganizó en 1899, exigiéndose de los
reclutas «capacidad de leer y escribir». En Matanzas y otros munlcipios el alistado tenía además que proveer el uniforme y el equipo
de reglamento!”. Lo mismo sucedió con la Guardia Rural: los aspi-
rantes debían ser hombres «de buenas costumbres», que supiesen leer y escribir y poseyesen además un buen caballo con su montura”. Con razón ha dicho Orum: «La exclusión de los veteranos
negros explica, al menos en parte, el antagonismo con que tuvo que
enfrentarse la policía habanera en sus primeros días. Los veteranos negros, viendo en posiciones de autoridad a tanta gente que en nada había contribuido a liberar a Cuba, naturalmente se sentían profundamente decepcionados...»?!. La población «de color» de Cuba sobrepasaba el medio millón en 1899. En ese año sólo había 794 policías negros en todo el país, la mayor parte en los municipios
pequeños del interior donde la paga era menor”. El número de negros en la Guardia Rural era muy reducido. Cuando Leonard
Wood comenzó a organizar el Cuerpo Cubano de Artillería (núcleo inicial del futuro Ejército Constitucional de Cuba) en las órdenes de reclutamiento estableció que era «sólo para blancos». El escándalo que esta medida provocó fue tan grande (y tan vigorosa la protesta de los veteranos de todos los colores) que la orden se cambió, dándole entrada a cincuenta negros, ¡pero en una compañía segre-
gada al mando de oficiales blancos!?”. ¿Podrá extrañar a nadie que las masas negras —y también los verdaderos patriotas blancos— se resintiesen de este trato discriminador y racista? Algo parecido ocurrió con las elecciones. Las primeras celebra-
19. Wilson (1900), pp. 211-212. 20.
Ver El Mundo (La Habana), 31 de mayo de 1901, p. 4.
22. 23.
New York Times, 20 y 21 de marzo de 1899, p. 1. El Mundo, 16 y 18 de agosto de 1901, p. 2
21. Orum (1975), p. 60.
299
das durante el mandato de Wood, fueron las municipales del 16 de junio de 1900. Los requisitos para votar en ellas excluía a gran parte de la población «de color». Los votantes tenían que ser varones con más de 20 años de edad, ser hijos de cubanos o de españoles que hubiesen
renunciado
a su ciudadanía
de origen. Y, además,
debían poseer una de estas características: 1) saber leer y escribir; 2) tener alguna propiedad con valor mínimo de $250; o, 3) haber servido en el Ejército Libertador. Otra vez se produjo un escándalo: abundaron las protestas indignadas de la opinión pública cubana. El Partido Republicano, recién constituido, llegó a alegar que esta
medida «violaba la soberanía del pueblo». Y destacados mambises
como Salvador Cisneros Betancourt, Enrique Collazo y Bartolomé Masó públicamente denunciaron la eliminación del sufragio universal (una de las promesas básicas de la Revolución Redentora). Pero nada conmovió la intransigencia del general Wood, quien en carta al Secretario de la Guerra de Estados Unidos, Elihu Root, (en febrero 23 de 1900), expresó que si se permitía votar a las masas
analfabetas, Cuba se convertiría en «una segunda edición de Haití y Santo Domingo en un futuro cercano»**, Estas restricciones redu-
jeron el electorado negro en un 67 por ciento”. Se estima que sólo
unas treinta mil personas «de color» votaron en esos comicios. Que
las medidas restrictivas se dirigían fundamentalmente contra los negros lo demuestra una comunicación de Root a Wood en la que le. transmitía los parabienes del gobierno de Washington: «Ha sido una gran cosa asegurar la adopción pacífica de la base del sufragio que nosotros habíamos acordado y conducir a Cuba a través de sus primeras elecciones verdaderas tan tranquila y satisfactoriamente... Cuando se escriba la historia de la nueva Cuba, el estableci-
miento del gobierno popular y propio, basado en el sufragio, excluyendo a la gran proporción de elementos que han traído la ruina a Haití y Santo Domingo, será considerado como un suceso de capital importancia»?*,
Y, sin embargo, estos comicios fueron para Wood una desilusión.
En verdad constituyeron un repudio popular contundente a los candidatos abiertamente identificados con los Estados Unidos. El anexionismo recibía un fuerte golpe.*” El pueblo de Cuba demos-
24. Orum (1975), p. 69.
25. Aguirre (1974), p. 343. 26. Pérez (1983), pp. 311-312. El énfasis es nuestro. 27. Pero Wood continuó intrigando en favor de la anexión. Véase Portell Vilá (1986), pp. 51 y ss.
300
traba una vez más que quería ser libre e independiente y así lo expresaba en la prensa, en los mítines, en los manifiestos... y en las elecciones. Esta firmeza separatista de la opinión pública criolla de todos los colores venía a fortalecer la ola de protesta contra el
imperialismo que coetáneamente se desarrollaba en los Estados Unidos, exigiendo se respetasen los términos de la Joint Resolut-
ion. Como bien dice Herminio Portell Vilá: «El Partido Demócrata
había hecho cuestión política el creciente imperialismo de los republicanos, pero muchas organizaciones y líderes liberales, independientes de la política de partido, abogaban por la liquidación de las aventuras coloniales del gobierno de McKinley, con esa energía y elevadas miras con que, en todas las épocas, es posible encontrar numerosos elementos del pueblo norteamericano, nobles, generosos, justicieros y opuestos a los desmanes de minorías poco escru-
pulosas. Charles Francis Adams, con todos los prestigios tradicio-
nales de su familia y de su propia carrera de hombre público, Carl Schurz, el ex-gobernador Boutwell, el profesor Fisher, y otros muchos, colaboraban a esa campaña cuando las elecciones presidenciales se acercaban y McKinley aspiraba a la reelección»*, Cuba no fue anexada. En septiembre de 1900 se convocó en la Isla una Convención Constituyente para dotarla de una Carta Magna. Tres negros fueron electos miembros de ese organismo: Juan Gualberto Gómez, Martín Morúa Delgado y Agustín Cebreco. Y la asamblea adoptó el sufragio universal, directo y secreto, incluyendo a los analfabetos. Pero el anexionismo fue sustituido en Washington por una política intervencionista. Cuba tendría un gobierno propio pero no soberano. Para sacar las tropas norteamericanas de Cuba, la Constituyente se vio forzada a aceptar la
Enmienda Platt. La República nacía mediatizada. Con honda amargura resumía así Juan Gualberto Gómez el sentimiento patrio en
aquella triste hora: «Hoy parece Cuba un país vencido, al que el vencedor, para evacuarlo, impone condiciones que tiene que cumplir precisamente, pues de lo contrario seguirá sometido a la ley del
vencedor. Y esas condiciones, en el caso presente, son duras, onero-
sas, humillantes: limitación de la independencia y soberanía, poder de intervención y cesiones territoriales: de todo eso hay en el
acuerdo del Congreso de los Estados Unidos que se nos comunica. Si en vez de hacer la guerra a España para asegurar la independencia de Cuba, los Estados Unidos se la hubiesen declarado a Cuba 28.
Portell Vilá (1969), Vol. IV, pp. 142-143.
301
misma... ¿qué otras condiciones, a no ser la franca incorporación,
podrían imponer a los cubanos?»??.
La República nacía no sólo mediatizada sino también dominada por los elementos más conservadores del movimiento independentista, que no tenían ningún interés en hacer efectivo el programa
social de Martí y de Maceo. Se había sacado a España del gobierno
de Cuba, pero no de las costumbres. Y a los viejos males se añadía el de una economía y un poder público sometidos a la omnímoda
voluntad de los Estados Unidos. El primer presidente Tomás Estrada Palma era un hombre honesto, pero de miras muy estrechas.
Y gran parte de sus opositores, menos escrupulosos que él, tampoco
le ganaban
impotentes,
en visión
de futuro.
se entregaron
Unos
y otros, decepcionados
a una lucha cominera,
e
personalista e
intransigente por los despojos del poder, única fuente de rápido ascenso en una sociedad cada día más controlada por el monopolio, la monoproducción, el monocultivo y demás lacras de la ocupación imperialista. Desde luego, los negros, colocados en la posición más vulnerable, fueron los que más sufrieron con el fracaso de la Gran
Esperanza. Como tenían menos educación que los blancos, sus posibilidades de obtener buenos empleos era mucho menor. Miles de tabaqueros (gran parte de ellos «de color») regresaron de su largo exilio norteamericano para encontrarse con que la industria tabacalera (rápidamente absorbida por el capital norteño) prefería colocar a los españoles. La política inmigratoria de Estrada Palma —un
calco de la de Wood—
favorecía la entrada de peninsulares.
(De
1902 a 1905 Cuba había recibido 46.468 españoles)”. Esta situa-
ción hizo estallar la huelga general de 1902 que en La Habana el gobierno reprimió a sangre y fuego. En el Senado, Martín Morúa Delgado presentó un proyecto de ley que requería el empleo preferencial de cubanos «sin discriminación racial alguna». Ni siquiera fue discutido. Sólo la intervención personal de Máximo Gómez, Juan Gualberto Gómez y otros patriotas de renombre pudo evitar que la huelga provocara un retorno de las tropas norteamericanas. El antiguo instrumento usado por la población «de color» para defenderse —la sociedad de recreo y cultura— entró de nuevo en
acción. En junio de 1902 se reunieron en la Unión Fraternal de La
Habana unos 400 negros y mulatos para discutir sus problemas. Y
el 29 de ese mismo
mes, por iniciativa de Generoso Campos
29.
J. Castellanos (1955), p. 136.
30.
Portell Vilá (1969), Vol. IV, p. 517.
302
Mar-
quetti, se celebró una amplia asamblea de elementos representativos de negros y mulatos en el teatro Albisu. Allí Juan Gualberto
Gómez pronunció un vigoroso discurso donde dijo que la intervención de los Estados Unidos había desviado el curso natural de la Revolución Cubana, al extremo de que «los padres de la criatura apenas la reconocían»?*!. Gómez agregó que, a su juicio, el general español Emilio Calleja era más liberal hacia los negros que el Presidente Estrada Palma. La reunión demandó más puestos públicos para la «gente de color». Y creó el Comité de Veteranos de la Raza de Color con el objeto de luchar por esas reivindicaciones. Estrada Palma trató de aplacar la agitación con gestos conciliatorios, más bien de efecto que de sustancia. En un viaje a la provincia oriental en 1903 procuró visitar algunas sociedades «de color» — como, por ejemplo, El Siglo XX de Guantánamo— y de acercarse a algunos veteranos negros prestigiosos, como el General Jesús Rabí —en cuya casa almorzó—, Pedro Ivonet y otros. Se procuró además la adhesión del destacado patriota Rafael Serra. Y éste trató como pudo de calmar los ánimos en Oriente, colocando unos pocos negros en posiciones burocráticas de relativa importancia. Ivonet, por ejemplo, fue nombrado teniente de la Guardia Rural. Serra fue luego electo representante a la Cámara en la provincia oriental por
el Partido Moderado gubernamental. Por esa época era muy redu-
cido el número de legisladores negros. En el Senado sólo había uno:
Martín Morúa
Delgado. En la Cámara había cuatro o cinco. El
namos
por
gobierno —guiado por el mismo espíritu pacificador— negoció un empréstito para pagar la deuda de la República con los veteranos. En vez de tierra, unos pocos pesos. (A veces, en verdad muy pocos, porque la mayor parte de ellos fueron a parar a los bolsillos de los especuladores). En lo rácial, la ideología de Tomás Estrada Palma no era la misma que la sustentada por el General Leonard Wood. Cuenta Fernando Ortiz que en una visita que le hizo en el palacio presidencial a Don Tomás, éste le dijo: «En la Cuba libre todos somos del mismo color»*?. Pero lo cierto es que sus rectificaciones a la política racista de la Intervención fueron, como acabamos de vez, insustanciales. Lo prueba, en primer lugar, el hecho de que uno de sus correligionarios negros, el propio Rafael Serra que arriba mencio(quien,
cierto,
se oponía
31. Orum (1975), p. 98. 32. Ortiz (1942), p. 336. 303
al creciente
control
que
el
capital monopolista norteamericano iba adquiendo en el país)* protestara vigorosamente a la vez contra la discriminación oficial (lo que él llamaba «la postergación desalentadora e injusta») aplicada contra las masas negras del país. Sus temores de que esa situación condujera a la violencia se transparentan en un artículo
publicado por él en El Nuevo Criollo, el 29 de octubre de 1904,
donde expresó: «... Parece como que se toma en poca estima el progreso, la moralidad de la clase de color, y hasta que se le quiere privar, con restricciones inclementes, el derecho a la vida... Y no podemos nosotros, ni como cubanos indiscutibles y celosos de la dicha de esta tierra, ni como miembros de la clase maltratada, mostrarnos indiferentes y fríos, ante una situación tan lamentable...». Y agregaba: «Aunque en la seguridad que aquí nunca habrá de alterar el orden ni la paz, por decisión oimpaciencia suicida de la clase de color, que tanto ama esta tierra... no habrá aquí, bajo ninguna forma y porque no puede haberla, un conato siquiera de rebeldía armada, por parte del elemento en cuestión». Pero sí consideraba posible la creación de grandes conflictos si no se les hacía justicia**. | Serra pasa a citar algunos de los más flagrantes casos de discriminación gubernamental contra el negro: «...Entre 50 carteros (en La Habana) se hizo lugar a 7 u 8 individuos pertenecientes a la clase de color. Ni siquiera la tercera parte... En la Aduana no hay, que
sepamos,
un
solo vista, ni un
solo inspector.
Los
pocos
son
aduaneros de noche (serenos), y para ello, tienen que ser coroneles de los más ilustrados del extinguido Ejército Libertador. En la Secretaría de Gobernación sólo hay uno... Dos individuos más están en la Secretaría. de Estado y Justicia... ¿En el municipio de La Habana? Esto es lo más escandaloso. Pues sabido es el poder que en esta capital tiene el Partido Liberal Nacional, al que pertenece casi idolátricamente la mayoría del elemento de color. En el ayuntamiento de La Habana, entre centenares de empleados sólo hay uno (negro)... En Obras Públicas... al principio colocaron algunos coro-
neles (del Ejército Libertador) de capataces con el sueldo de $40 al mes. Ahora creemos que no hay ninguno. En Marianao, no obstante de ser numerosa la población de color, no se les emplea ni para barrer las calles. En la policía se les maltrata de una manera terrible, no pueden ascender ni a vigilante distinguido... Ahora 33.
Véase su artículo de lo. de octubre de 1904, recogido en Serra (1907), p. 66.
34.
Serra (1907), p. 76.
304
mismo se quiere anular los exámenes de los sargentos de policía, donde figura el único sargento de color... En el Magisterio, aquí la lucha es terrible. Los pocos maestros de color fueron empleados en los días de la Intervención... (pues) había necesidad imperiosa de armonizar. Después viene lo triste. A los maestros de color se les va excluyendo sin razones justificadas y muchas maestras blancas se oponen abiertamente a que tome asiento en sus aulas como discípulo, ningún niño de color. Esta es la situación. ¿Habrá motivo para que se queje, y pida respeto, protección y estímulo la clase de color?».95 Es evidente que en los primeros años de la República, ni aun la protesta, la influencia y las gestiones de los congresistas gubernamentales eran capaces de cambiar la discriminación racial que practicaba el gobierno a que pertenecían. La otra prueba de que muchas de las viejas diferencias étnicas persistían bajo el primer gobierno cubano independiente era el ostracismo social que se imponía en los círculos oficiales. Uno de los
factores que separaba a Marín Morúa Delgado de la administración
de Estrada Palma era el hecho de que el Presidente abiertamente se negaba a otorgarle a la señora de Morúa el mismo reconoci-
miento que daba a las esposas de los senadores blancos.* Lo mismo sucedía con los representantes «de color». En el Palacio Presiden-
cial se celebraron festejos el día 12 de enero de 1905. A los congre-
sistas negros se les enviaron invitaciones exclusivamente personales. Las de los blancos incluían a toda su familia. De ahí que dos representantes, Antonio Poveda Ferrer y Generoso Campos Mar-
quetti, devolvieran las invitaciones «personales» a ellos enviadas. Y
Poveda lo hizo mediante una carta que el propio Rafael Serra publicó en El Nuevo Criollo. Estaba dirigida al Sr. Jorge Alfredo Bolet y decía así: «Distinguido amigo: Devuelvo a Ud. la invitación con que se ha servido favorecerme el Señor Presidente de la República para la recepción que debe verificarse en la Casa Palacio, el
doce de los corrientes; y le ruego le manifieste que declino... porque
no puedo aceptar para un acto de la naturaleza del que va a efectuarse en la Mansión Presidencial, una invitación que no se hace extensiva a la esposa y a los hijos que llevan mi nombre...».*” Todos estos ultrajes ¿tenían algo que ver con la república «una y 35.
Serra (1907), pp. 76-77.
36. Canales
Carazo (1906), pp. 81-82. Ver también: Wright (1910), p. 93 y
Orum (1975), p. 101. 37.
Serra (1907), p. 134.
305
cordial», «con todos y para todos», que había predicado José Martí? La división de la opinión pública provocada por el empeño reeleccionista de Estrada Palma y los fraudes cometidos por el gobierno moderado en los comicios, condujeron a la llamada «Guerrita de Agosto» y, en definitiva, a una segunda intervención norteamericana en 1906. Algunos negros de prestigio, como los generales Jesús Rabí, Agustín Cebreco, Pedro Díaz y otros, apoyaron la causa
gubernamental. La mayoría de la población de color se decidió por el Partido Liberal, dirigido por el General José Miguel Gómez. Los
liberales, según parece, habían convencido a muchos negros de que la verdadera culpa de sus males recaía exclusivamente sobre la administración de Estrada Palma. E hicieron solemne promesa de rectificar esos errores. Sin verdadero apoyo en la opinión pública, ni fuerza militar para aplastar el alzamiento, Don Tomás fue derrotado. Y prefirió entregarle el poder a los representantes del gobier-
no de Washington, que en La Habana trataban de mediar en el
conflicto. Así se produjo la Segunda Intervención. Y el abogado Charles Magoon se hizo cargo del poder, desde octubre de 1906 hasta enero de 1909, con el respaldo de 5.000 soldados norteamericanos. Otra vez un ejército cubano triunfante —como la ocasión
anterior, en su mayor parte integrado por hombres negros— se veía
impedido de obtener los frutos de su victoria. En ciertos lugares — como en Cienfuegos, por ejemplo— algunos insurgentes «de color» armados de machetes y revólveres forzaron a los policías moderados a abandonar sus posiciones. Pero, en general, el ejército norteño de ocupación logró desarmar sin gran esfuerzo a los rebeldes liberales y éstos tuvieron que regresar a sus casas con las manos vacías. De nuevo comenzó la lucha cominera por puestos públicos. Una comisión del Partido Liberal, de la que formaban parte Juan
Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado, trató de obtener una distribución más equitativa de las posiciones burocráticas. Pero el
gobierno interventor no tenía el menor interés en resolver los problemas de las masas cubanas «de calor». Nada sustancial había cambiado con la caída del gobierno de Estrada Palma. La verdadera situación social de los negros y los mulatos de Cuba por aquella época, se refleja con claridad en las cifras recogldas por el censo de 1907. En el gobierno nacional, sólo once em-
pleados eran negros. Y la discriminación se extendía a las fuerzas
armadas, donde de los 8.238 alistados sólo 1.718 — o sea, el 20 por
ciento— eran negros. (Aparte de lo difícil que les resultaba subir de grado). Además, en el terreno educacional: mientras el 38 por ciento de los blancos eran analfabetos, la cifra correspondiente a la
306
población «de color» era el 54.9 por ciento. Y de un total de 5.964
maestros, tan sólo 440 eran negros, lo que representaba apenas un
7.3 por ciento del total. En el campo de las profesiones liberales la desproporción entre las razas era enorme: de los 1.349 abogados que había en el país, sólo cuatro eran negros; entre los 1.243
médicos, sólo había nueve negros. Se contaban además: cinco vete-
rinarios, 40 dentistas, 14 ingenieros y 15 arquitectos y dibujantes «de color». Como bien resume Rafael Fermoselle: «Entre las más grandes compañías extranjeras de Cuba, que empleaban a un
número considerable de trabajadores, estaban los ferrocarriles, las fábricas de tabaco y las compañías de teléfonos y telégrafos. Según el censo, de los 951 empleados en los ferrocarriles, 161 eran negros.
En los tranvías, de 587 trabajadores sólo 24 eran negros. De los 647
empleados de las compañías de teléfono y telégrafo solamente 8 eran negros. Las fábricas de cigarros empleaban a 27.503 trabajadores, de los cuales 10.485 eran negros. Como se ve claramente, excepto en la industria del tabaco, las quejas de los negros estaban justificadas». La mayor parte de los negros vivían en las ciudades, excepto en la provincia de Matanzas. Pero sólo los empleos de más baja categoría —sobre todo servicio doméstico— caían en sus ma-
nos. Y en el campo, en vez de propietarios, en su mayoría eran obreros agrícolas, con empleo asegurado sólo durante el período de
las zafras. Según el censo de 1899 —y las circunstancias cambiaron
muy poco en la década siguiente— los negros y mulatos poseían en
Cuba 3.032 fincas, o sea, el cinco por ciento del total nacional. Ninguna persona de color tenía una finca con mas de tres caballe-
rías de tierra. El 96 por ciento de las fincas en manos de negros y mulatos eran de menos de una caballería. Y las cifras de la posesión de animales hablan por sí solas: Total Caballos Mulos Puercos
Bueyes
Vacas Chivos Aves de corral 38.
En manos de
«gente de color»
Por ciento
58.064 8.569 290.973
6.777 776 36.022
11.6 9.0 12.3
56.796 11.565 1.145.474
1.912 1.207 59.166
3.3 10.4 5.1
136.268
6.929
Fermoselle (1974), pp. 89-90.
307
5.0
El desempleo
era mucho
mayor entre la población negra que
entre la blanca, tanto en las zonas rurales como en las urbanas. No caben dudas: la composición étnica de la estructura laboral de Cuba
había cambiado
muy
poco desde los comienzos de la Guerra
de
Independencia. Los negros y los mulatos seguían siendo obreros y artesanos en las ciudades (con ingresos muy reducidos). Y cortado-
res de caña en los ingenios. Pero las barreras de una educación precaria y de una discriminación consciente, deliberada y agresiva les impedía elevarse a verdaderos niveles de igualdad con los blancos. Y aun entre ellos mismos seguían predominando los resi-
duos del viejo sistema colonial de castas; los mulatos o pardos se agrupaban en sociedades exclusivas, a las cuales no podían pertenecer ni los blancos ni los negros, quienes, a su vez, tenían las suyas separadas. Seguían en pie las antiguas disgregaciones demográfi-
cas. Controlada
la sociedad cubana —en
lo económico
y en lo
político— por norteamericanos y cubanos racistas, la eliminación
de los muros raciales seguía siendo tan difícil en estos años de la Segunda Intervención como en los tiempos de la dominación española. Esos eran los verdaderos problemas de la «gente de color» que, desde luego, no podían resolverse con puestecitos burocráticos de más o de menos. Hugh Thomas ha escrito: «La verdadera explica-
ción de las dificultades de los negros (en Cuba) no se derivaba de las
actividades u omisiones de este o aquel gobierno, sino de los problemas con que tienen que enfrentarse siempre los negros cuando
estrenan la libertad después de generaciones de esclavitud».?** Muy
cierto. Pero es verdad incontrovertible también que un gobierno decididamente empeñado en realizar la necesaria tarea igualadora
podía acelerar de modo muy apreciable ese proceso. En Cuba ya
hemos visto el curso que tomó la política de 1898 a 1909. La crisis
de la Gran Esperanza fraccionó aun más las opiniones sociales y
políticas de la población «de color». Y, en definitiva, esta división
iba a conducir a un conflicto armado. Y a una monstruosa carnicería.
39.
Thomas (1971), p. 515.
308
La guerra racial de 1912* Tradicionalmente en Cuba se consideró la unidad entre las razas como un elemento básico de la lucha por la libertad. Desde el gran
gesto de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, la nación se conceptuó como indisolublemente formada por
blancos y por ne-
gros. Y luego —ya lo vimos— el Partido Revolucionario Cubano de Martí ratificó la «fusión sublime»: igualdad e independencia se consideraban términos correlativos. Se pensaba que la colaboración tenaz y fraternal de hombres de todos los colores las traería ambas
a la vez. Ya señalamos cómo a fines del siglo XIX, Juan Gualberto
Gómez argumentaba que la movilización de las masas negras or-
ganizada por el Directorio de las Sociedades de Color no se proponía
separar a unos cubanos de otros, sino, por el contrario, buscaba ponerle fin a esa separación. En la Guerrá de Independencia — también lo vimos— blancos y negros se juntaron en la manigua y fuera de ella para pelear contra España. Y, aunque no faltaron rozamientos producidos por las viejas tradiciones discriminativas, para todos los mambises Cuba era una sola entidad nacional,
integrada por gentes de procedencias y colores distintos. Y a nadie
se le podía ocurrir buscar la solución de los problemas patrios dividiendo y enfrentando los diferentes sectores étnicos del país. ¿No había dicho Martí que la República iba a ser la realización milagrosa del apotegma: Con todos y para el bien de todos? Es preciso recordar aquí esos ideales, porque en la Cuba que surgió de
la derrota de España en 1898, una gran distancia iba a separar los
sueños de las realidades. Tras las frustraciones provocadas por la ocupación norteamericana, el fracaso doloroso de la primera república y el nuevo y terrible golpe de la segunda intervención, la opinión pública cubana entró en un período de desconcierto, de vacilaciones, de confusiones, de una considerable desorientación ideológica. La población «de color» no podía ser ajena a esta situación. 1. A veces este episodio de la historia cubana es llamado La Guerra Racista. Coincidimos con Fernando Portuondo en que «no merece este nombre en verdad».
(Ver F. Portuondo (1950), p. 592). Tampoco le conviene otro título que con frecuen-
cia se le da: el de La Guerrita del Año Doce o La Guerrita de 1912. Coincidimos con Lourdes Casal en que de ese modo se le confiere a ese conflicto un carácter de incidente sin importancia, casi de farsa. Es evidente que el problema que latía en el fondo
de la cuestión era de carácter racial, tal como se entendía ese término en
Cuba a principios de este siglo. De ahí la denominación que aquí usamos [Véase también: Casal (1979), p. 12].
309
Azotada por todo género de desilusiones, temores, rencores y pa-
siones políticas partidaristas, la masa de negros y mulatos del país
acabó por dividirse por aquel entonces en cinco tendencias funda-
mentales. Algunos —asqueados— decidieron apartarse de todo empeño cívico y buscar su mejoramiento individual por los caminos
que les resultasen viables. Otros, los más impacientes, escogieron
el camino de la separación de las razas. Se agruparon en una organización política exclusivamente de negros. Y, por fin, desesperados ante sus fracasos, se alzaron en armas contra los poderes constituidos. Entre ambos polos opuestos se delinearon tres posiciones: 1) los que trataron de resucitar el antiguo Directorio de las Sociedades de Color para defender en la nueva atmósfera republicana las reivindicaciones de la raza preterida ; 2) los que se oponían
a éste y a cualquier otro movimiento
que separase las masas «de
color» del curso normal de los partidos políticos existentes (que en aquellos momentos, en la práctica, eran tres: el Conservador y las
dos facciones irreconciliablemente opuestas del Liberal, la lidereada por el general José Miguel Gómez, donde militaba Martín Morúa Delgado; y la del doctor Alfredo Zayas, de la cual era miembro muy prominente Juan Gualberto Gómez), y 3) los que se dejaban utilizar para manejos conspirativos, a veces de sospechoso tufillo anexionista, como Juan Masó Parra. El período de 1898 a 1912 fue de intensa agitación étnica en Cuba. Y los elementos racistas de afuera y de adentro aprovecharon todas las oportunida-
des a su alcance para exacerbar los ánimos revueltos, agitando
todos los resentimientos, todos los prejuicios, todos los odios existentes. En ocasiones lograron despertar verdaderas olas de terror en algunos segmentos de la población blanca con su propaganda racista: por ejemplo con espurios «reportajes» en los periódicos
sobre supuestos «sacrificios» de niños blancos realizados por «bru-
jos» o «ñañigos». En el verano de 1907, la aparición de numerosos manifiestos, a lo largo de toda la Isla, evidencia la enorme preocupación que existía
entre la gente «de color» sobre la situación racial de la nación. Uno de ellos, firmado por Ricardo Bartrell, insistía en recordar los sacrificios realizados por los negros en las guerras de independencia y los desprecios sufridos durante la década que había seguido a la derrota de España. Pedía la unión de toda la clase «de color», pero
no propugnaba la formación de un partido étnico independiente.
Cada cual —afirmaba— podía incorporarse al movimiento sin perder la afiliación política que tuviese. Otro manifiesto apareció en
Aguacate el 25 de julio de 1907. En este documento se aconsejaba a 310
los negros que se abstuviesen de votar «hasta que se les garantizase no sólo el derecho de elegir, sino también el de ser elegidos». Y el 27 de agosto del mismo año salió a la luz otro titulado Al Pueblo de
Lajas y a la Raza de Color, en el cual se repetían muchos de los argumentos contenidos en los dos precedentes, pero se llegaba a conclusiones distintas: «Es necesario —se decía en él— que nuestros hermanos que están luchando así como los que simpatizan con nuestra sagrada causa... se unan en un gran partido independiente
y se ayuden uno al otro para cuando el momento de las elecciones
llegue podamos seleccionar nuestros candidatos locales y nacionales, porque estamos cansados de promesas y ofertas»?. En este manifiesto de Lajas se insistía en dos ideas básicas: si el mérito que se necesitaba para obtener puestos públicos era el haber sido revolucionario, los negros eran tan revolucionarios como el que más; y, por otra parte, la tesis de que los negros carecían de la capacidad indispensable para ocupar posiciones burocráticas era falsa: así como innumerables empleados blancos adquirían la experiencia realizando el trabajo que se les encomendaba, lo mismo podían hacerlo miles de negros que poseían idéntica base cultural*. Mientras tanto Evaristo Estenoz —que poco más tarde desempeñaría un papel decisivo en el levantamiento de 1912— trabajaba intensamente,
por medio
de entrevistas
personales
y de cartas,
para obtener la adhesión de los líderes negros más destacados del país en el empeño de formar una facción sólidamente organizada de
negros dentro del Partido Liberal «para forzar el reconocimiento de
nuestros derechos». Nadie le respondió positivamente. Ni el general Jesús Rabí. Ni Juan Gualberto Gómez. Ni Martín Morúa Delgado. Ni Pedro Ivonet. Hasta Ricardo Bartrell —siguiendo los consejos de Juan Gualberto Gómez— se negó a incorporarse a semejante movimiento!*. Rechazado por los veteranos del Ejército Libertador, Estenoz continuó laborando con algunos de sus compañeros del ejército insurreccional que había peleado contra Estrada Palma, y donde él se había autoascendido al grado de «general». En el propio mes de agosto de 1907, importantes elementos de la clase media negra en Camagúey decidieron avanzar por otro camino. Integraron un Directorio de la Raza de Color, que en seguida se
dirigió al pueblo en un Manifiesto donde afirmaban enfáticamente 2. 3. 4.
Fermoselle (1974), p. 111. Millet (1968), p. 178. —Orum (1975), pp. 135 y ss.; Fermoselle (1974), pp. 111 y ss.
311
que no se proponían crear un partido político exclusivista sólo unificar a los negros y los mulatos para la defensa comunes intereses: «Vamos a establecer una organización caban— que nos permita ayudarnos mutuamente, vamos jar por el progreso de nuestra raza en el orden económico,
sino tan de sus —explia trabamoral y
político». El manifiesto insistía en la necesidad de reconocerles a los negros todos los derechos garantizados en la Constitución de 1901 y
en las leyes y ordenanzas vigentes. Exigía que los partidos políticos aclarasen sus posiciones al respecto. Pedía que se les facilitase a los negros el avance cultural que necesitaban y se eliminasen las irritantes diferencias y exclusiones de las «gentes de color» de todas las instituciones públicas. Y, por fin, que se propendiese a elevar el nivel económico de la masa negra, inculcándole a ésta el amor a la economía y la propiedad privada que siglos de esclavitud le habían
negado.
o
El Directorio camagúeyano encontró cierta resistencia en algunos sectores de la población negra, sobre todo entre los líderes del Partido Liberal. Nicolás Guillén —padre del poeta del mismo nombre— se negó a publicar el manifiesto en su periódico Las Dos Repúblicas de Camagiey, por considerarlo «inoportuno». Pero el
Directorio continuó batallando. En septiembre llevó su antorcha a
la misma capital. Convocó a una reunión que se celebró en la sociedad Arpa de Oro el 16 de septiembre de 1907. A ella concurrieron más de 200 personas, entre ellas ciudadanos tan respetables como. Rafael Serra y Generoso Campos Marquetti. Numerosas sociedades de color de La Habana enviaron representaciones. Los líderes del Directorio expusieron sus puntos de vista, coincidentes
con el Manifiesto arriba resumido.
Y pronto encontraron en la
asamblea una seria oposición. Campos :Marquetti, por ejemplo, pronunció un largo discurso en el que trató de disuadir a los presentes de constituir un Directorio Nacional. Pero la mayoría
decidió desoir estos consejos y quedó constituida una delegación
habanera del organismo fundado en Camagúey. Desde las páginas de La Lucha, Juan Gualberto Gómez y sus amigos se habían opuesto también a la integración del Directorio. Para ellos, lo que pedía el momento histórico era el esfuerzo común de blancos y negros para borrar por completo las barreras raciales que habían ido cayendo, poco a poco, desde el momento mismo de la
abolición de la esclavitud. Algunos historiadores consideran incon-
sistente esta actitud del lugarteniente de Martí y la atribuyen a comineros intereses partidaristas. Después de todo, ¿no fue él quien organizó el famoso Directorio de la década del Noventa, que
312
tantas conquistas obtuvo para la raza negra en Cuba, aun bajo la
dominación española? Pero aunque Juan Gualberto era ciertamente uno de los líderes máximos del «zayismo» y la lucha contra los «miguelistas» era por entonces para él preocupación diaria, no debe olvidarse, empero, que las circunstancias de 1907 no eran las de 1890. En 1907 Cuba era un país titularmente independiente pero ocupado tamporalmente por un ejército extranjero que prometía retirarse de la Isla tan pronto se completase un proceso electoral próximo a comenzar. La cuestión racial tenía mucho peso en la mente
de los gobernantes
norteamericanos.
Y para nadie era un
secreto que Evaristo Estenoz y otros negros impacientes estaban
alzando la bandera de la separación política de las razas. Los elementos racistas agitaban, con su propaganda, los prejuicios de los blancos y de los negros. El anexionismo había vuelto a levantar cabeza. Aun la prensa independiente, como el importante diario El Mundo, por ejemplo, expresaba sus temores de que los disturbios raciales fuesen tomados como pretexto para prolongar la intervención norteamericana en el país”. Todo lo que remotamente pareciese incitar a la población negra a separarse del gran conglomerado nacional de que formaba parte, resultaba extremadamente peligro-
so en esa hora. Podía servir de instrumento no solamente para prolongar la ocupación extranjera, sino hasta para convertir a Cuba en un territorio o un estado de los Estados Unidos. Los miembros del Directorio de seguro estaban muy bien intencionados. Pero, como justamente había apreciado la situación Nicolás Guillén en Camaguey, «el momento era inoportuno». Precisamente por aquellos días —en septiembre de 1907— el gobierno interventor de Charles Magoon anunció haber descubierto y debelado una «conspiración de negros», dirigida por Juan Masó Parra, que —según las autoridades— se proponía destruir las propiedades extranjeras y asesinar a prominentes ciudadanos
cubanos y norteamericanos. La verdadera naturaleza y el alcance
de esta conspiración nunca se ha aclarado. La policía secreta del gobierno interventor a veces era totalmente incapaz de distinguir
entre tirios y troyanos en la compleja trama de la política cubana y,
en consecuencia, cometía los más groseros errores de juicio. Leyendo hoy en los archivos de sus «agentes» se encuentran absurdas acusaciones contra Juan Gualberto Gómez, contra Martín Morúa Delgado y muchos otros de los patriotas negros que precisamente 5.
Véase El Mundo, 23 de septiembre de 1907.
313
trataban de calmar los ánimos exaltados y hasta comprometían su prestigio en el esfuerzo de lograr un estado de paz política y social que llevase a prontas elecciones y a la salida de Cuba de las tropas extranjeras de ocupación. Parece, sin embargo, que Masó Parra había abordado a varios líderes de color, incluyendo a Evaristo
Estenoz, con vagas proposiciones sobre la necesidad de «echar de Cuba a los Estados Unidos». Pero dados sus antecedentes personales (de mambí había pasado a «guerrillero» proespañol durante la
guerra de independencia) y sus conexiones con declarados anexio-
nistas (que según confesión propia lo financiaron) esta llamada «conspiración» posee un acentuado olor provocativo. Es muy probable que Masó Parra fuera utilizado por partidarios de la anexión de
Cuba a los Estados Unidos con el fin de producir disturbios que
«probasen» la necesidad de prolongar la estancia de las tropas norteamericanas en Cuba. Sin embargo, la confusión era tan grande que con él fue enviado a la cárcel el general Juan Ducasse, miembro prominente del Partido Conservador, quien desde luego nada tenía que ver con los turbios manejos del «ex-guerrillero». El episodio tiene mucho de ópera bufa, pero pone en evidencia cómo se usaban los resentimientos raciales en Cuba para todo género. de intrigas políticas. Durante todo el año 1908, con vista a las elecciones parciales que estaban convocadas para el primero de agosto, Evaristo Estenoz no cesó un instante de agitar a la población «de color» con el propósito de obtener una representación adecuada en las boletas municipales y provinciales del Partido Liberal. Personalmente, o a través de sus agentes, promovió mítines y reuniones en sociedades «de color» en Pinar del Río, La Habana, Cienfuegos, Santa Clara, Cruces, Ranchuelo, Lajas, Esperanza y otros lugares del oeste y el centro de la Isla. En Camagúey los partidarios de Estenoz tropezaron con la resistencia de los jefes del liberalismo, quienes los denunciaron como divisionistas y rebeldes contra la línea oficial del partido. Los estenocistas contestaron con un mamifiesto en el que se declaraban
probados miembros de la organización, con mejores credenciales que las de muchos de los miembros del comité provincial liberal. Y
acusaron a los líderes de ese organismo de usar a los negros «como carnada» para sus propios fines egoístas. El 10 de junio de 1908,
Estenoz abandonó la convención miguelista y anunció que iba a formar un grupo independiente para apoyar a algunos candidatos negros. El primero de agosto se celebraron las elecciones municipales y provinciales. A pesar de que tanto los conservadores de Menocal como el partido liberal de José Miguel Gómez y el Partido
314
Liberal Histórico de Alfredo Zayas habían postulado negros para concejales, ni uno solo de ellos salió electo. Y este hecho parece haber decidido a Estenoz a fundar un partido integrado únicamente por negros. Así lo hizo el 7 de agosto de 1908. Fue así como nació el Partido Independiente de Colorf. El resultado de las elecciones de 1908 demuestra que la población «de color» no se había polarizado hacia ninguno de los tres grupos contendientes. Así lo prueba el siguiente cuadro de las poblaciónes de más de 8.000 habitantes con un 25 por ciento o más de gente «de color»:
ELECCIONES DE 1908” Ciudades con 8.000 hs. o más
% de color (1907)
Alcalde electo
Guantánamo (Oriente) Jovellanos (Matanzas) Santiago de Cuba (Oriente) Trinidad (Santa Clara) Manzanillo (Oriente) Gúines (La Habana) Sagua la Grande (Santa Clara) Cienfuegos (Santa Clara)
60.6 58.0 56.7 49.5 38.8 37.2 36.0 35.5
Liberal miguelista Liberal zayista Conservador Liberal miguelista Liberal miguelista Liberal zayista Conservador Liberal zayista
Pinar del Río (Pinar del Río)
33.0
Indeciso
30.0 29.9 28.0 26.2 25.5
Liberal zayista Liberal miguelista Conservador Liberal miguelista Conservador
Cárdenas (Matanzas) Santa Clara (Santa Clara)
34.8 33.1
Matanzas (Matanzas)
32.5
Guanabacoa (La Habana) Marianao (La Habana) Sancti Spíritus (Santa Clara) Camagúey (Camagúey) La Habana (La Habana)
Conservador Conservador
Conservador
Resumen: los miguelistas ganaron 5 alcaldías, los zayistas 4 y los conservadores (gracias a la división liberal) 7. Una quedaba
indecisa. Tanto el gobierno nacional, como los provinciales y muni-
cipales dieron puestos burocráticos de mayor o menor importancia a los negros. Pero para el Partido Independiente de Color lo grave 6.
Fermoselle (1974), p. 122; Aguirre (1974), p. 345.
7.
Orum (1975), p. 185.
315
era la ausencia de negros electos. Para ellos, lo mejor era llevar
candidatos «de color» separados de los partidos tradicionales establecidos. La dirección del PIC parece no haberse dado cuenta de los enormes obstáculos que se levantaban en su camino. El gobierno interventor de Magoon reconoció legalmente a la nueva organización política. Pero del 7 de agosto al 14 de noviembre (fecha señalada para las elecciones generales) era obvio que no se contaba con
tiempo suficiente para organizar un partido de carácter nacional.
Mucho más cuando los «independientes» carecían totalmente de recursos económicos. Y, además, cuando eran considerados como «divisionistas» por ambas facciones del liberalismo. Las elecciones de agosto habían probado que si los miguelistas y los zayistas no se unían, Menocal resultaría electo presidente de la República. Por
eso, cuando ambos grupos se unificaron bajo la candidatura Gómez-
Zayas, todo lo que tendiese a fraccionar el partido liberal tenía que ser rechazado con fuerza. Particularmente, si se tenía en cuenta
que el liberalismo contaba con la adhesión de la mayoría de las
masas negras del país. De ahí que los «independientes» tropezaran con grandes dificultades para realizar su propaganda. Los dos grandes líderes «de color» de los grupos coaligados —Juan Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado— los condenaron vigorosamente. Y a pesar de que el PIC no tenía candidatos para Presidente o Vice y sólo presentó aspirantes a la Cámara de Representantes en las provincias de La Habana y Santa Clara, su obvia debilidad no los salvaba de los ataques de los militantes activos del liberalismo. Los incidentes se multiplicaron. El PIC inauguró su campaña el 20 de septiembre de 1908 en el Parque del Cristo, en La Habana. No había más de 200 personas en el mitin. Pero pronto algunos grupos
zayistas comenzaron a dar vivas a Juan Gualberto Gómez y a interrumpir los discursos, promoviéndose un grave desorden en el que tuvo que intervenir la policía?. Como es bien sabido, las elecciones del Partido Liberal una formidable victoria. sólo la Presidencia de la República, sino Senado y una mayoría en la Cámara de
14 de noviembre dieron al Los liberales ganaron no también la totalidad del Representantes. Algunos
candidatos negros resultaron electos. En cambio, para el PIC los
comicios resultaron un tremendo desastre. Sólo obtuvieron 1.954 votos en La Habana. Y Estenoz personalmente sólo recibió 95. En 8.
La Lucha, 21 de septiembre de 1908.
316
cambio, en la misma provincia, dos candidatos negros a la Cámara
—aunque no fueron electos— recibieron más de 48.000 votos cada uno. Durante la campaña, ambos candidatos presidenciales trataron activamente de ganarse los votos de la población «de color», concurriendo a sus sociedades en las localidades que visitaban y proporcionando destacadas posiciones en los mítines y reuniones a los oradores negros y mulatos. Los conservadores contaban en sus filas con un reducido pero brillante grupo de líderes negros de gran prestigio, como Jesús Rabí, Agustín Cebreco, Pedro Díaz, Juan
Ducasse, Lino D'ou y otros. Un total de doce legisladores «de color» resultaron electos. Cuatro de los siete representantes dores electos en la provincia de Oriente eran «de color».
conserva-
Por lo general, se ha presentado a los líderes del PIC como
movidos exclusivamente por intereses burocráticos o electorales. Pero, como ha demostrado Serafín Portuondo Linares, la ideología y la lucha del PIC iban más allá, proyectándose contra muchos otros aspectos de la discriminación racial en la nueva república, como por ejemplo: la falta de representación de los negros en la judicatura, en la diplomacia y en las posiciones de mando en la vida política del país. Por eso eran partidarios de establecer en Cuba el régimen de jurados, de modo que el pueblo (y naturalmente, los negros) compensasen los prejuicios de los jueces blancos. Se oponían a la pena de muerte, porque se aplicaba sobre todo a los negros. Reclamaban una reforma penitenciaria, porque las cárceles discri-
minaban contra los pobres y contra la población de color. Exigían la rápida extensión de la educación elemental para abolir el analfa-
betismo que era mucho mayor entre los negros que entre los blancos. Y solicitaban que se facilitasen los medios a la gente «de color» para recibir instrucción intermedia, vocacional y universitaria.
Pedían que blancos y negros fuesen entrenados por igual en las escuelas navales y militares, para garantizar igualdad en los mandos de la marina y el ejército de la nación. Además, agregaban en su agenda social reformas laborales, como por ejemplo, la jornada de ocho horas y un seguro contra accidentes del trabajo. Y hasta sugerían la necesidad de una reforma agraria, que diese tierra a los campesinos, protegiéndolos de la invasión de las compañías norteamericanas. La cuestión económica era para ellos fundamental, puesto que estaba estrechamente ligada a la dignidad herida, como puede verse en este párrafo de una carta dirigida por Ivonet al Presidente José Miguel Gómez: «Veo que los que fueron contrarios nuestros están viviendo del Estado y de nuestros sacrificios. Mien-
tras algunos Capitanes de nuestro Ejército Libertador están de 317
barrenderos en las calles de Santiago de Cuba, los recontraguerri-
lleros están de capataces. Esto suena muy mal y yo no desearía que
mis hijos fueran a coger una escoba para barrer por las calles, por falta de dinero para darles educación. Repare en esto, general. Siento decirle que hoy mas que nunca deploro la muerte del general Antonio. Si él viviera yo no estaría pasando tantos trabajos.»? En resumen: que el programa del PIC era liberal, progresista y bastante avanzado para su tiempo. Pero a lo que prestaba atención principalmente la opinión pública cubana era al hecho de la exclusividad racial, al separatismo étnico del PIC. Y esa reacción se expresó oficial y legalmente en la llamada Ley Morúa. En realidad no se trataba de una ley, sino de una enmienda al artículo 17 de la Ley Electoral, que presentaron los senadores Martín Morúa Delgado, Antonio González Pérez y Tomás Recio. En ella se declaraba ilegal organizar un partido político sobre la base exclusiva de una raza, una clase, un lugar de nacimiento o una profesión. Obviamente en esta disposición se ilegalizaba al Partido Independiente de Color. Pese a la oposición del ilustre senador y patricio Salvador Cisneros Betancourt, la Enmienda Morúa fue aprobada por el Senado el 14 de febrero de 1910. El PIC protestó indignado, aduciendo que la organización había sido legalizada al participar en las elecciones de 1909. Y así se lo hizo notar al Presidente Gómez en una nota cargada de encendida retórica. Triste evidencia de la crisis de la dignidad patriótica que Cuba sufría por aquel entonces fue que Estenoz (como tantos otros políticos criollos de su hora) llevase sus problemas, en este caso su protesta contra la Enmienda Morúa... al Embajador de los Estada: . Unidos en La Habana, John B. Jackson. Al informarle a Washington de su entrevista con Estenoz, el señor Jackson no pudo ocultar sus intensos prejuicios raciales, llamando a los negros .cubanos
«vagos e imprevisores», incapaces de ganarse la vida «por medio del
trabajo honesto»! Evidentemente Estenoz se sentía garantizado en sus derechos políticos por la legalidad que le había concedido el Gobierno Interventor de Mr. Magoon y... ¡por la vigencia de la Enmienda Platt! Así se lo expresó al Presidente Gómez, en su comunicación antes citada, donde le afirmaba que el PIC actuaba «dentro de la Constitución y el Apéndice a ésta...» El dos de mayo la Enmienda Morúa fue aprobada por la Cámara de Representantes por una votación de 42 a 20. Cuatro días antes había fallecido su 9. 10.
Baquero (1974), p. 424. Fermoselle (1974), p. 132.
318
autor. La Enmienda Morúa fue publicada en la Gaceta Oficial el 14 de mayo de 1910 y por fin apareció redactada así: «No se considerarán como Partidos Políticos a los efectos de esta ley, a las agrupaciones constituidas exclusivamente por individuos de una sola raza o color, y grupos independientes que persiguen un fin racista»!?.
José Miguel Gómez —Je eso no caben dudas— trató de mejorar sus relaciones con la población «de color», que ya desde antes podían considerarse como buenas. No sólo dio puestos de importancia a negros y mulatos prominentes en su administración, sino que aumentó el número de reclutas y oficiales en el Ejército y en la Guardia Rural. Además, Gómez —político habilísimo— fue siempre un maestro en el arte de gestos de valor simbólico muy efectivos. Hizo, por ejemplo, a Martín Morúa Delgado el primer miembro
negro de un gabinete presidencial en la historia de Cuba, como Secretario de Agricultura, Industria y Comercio. Cuando Morúa
murió, poco después, Gómez decretó duelo oficial, con banderas a media asta en todos los edificios públicos del país. El cadáver fue
tendido en el Senado y José Miguel facilitó varias habitaciones del Palacio Presidencial a la viuda y los hijos del ilustre desaparecido mientras duró el velorio. Por fin, en el entierro, Gómez presidió el duelo, compartiendo un carruaje con el hermano de Morúa, para escándalo de algunos racistas habaneros. (Parecidos honores se le habían tributado meses antes a Rafael Serra Montalvo, representante negro conservador por la provincia de Oriente, cuyo cadáver fue velado en la Biblioteca de la Cámara). Gestos para la galería, si se quiere. Pero que no dejaban de demostrar que algo había cambiado en las relaciones raciales en Cuba desde el nacimiento de la República. El PIC no lo entendió así. Y decidió iniciar una campaña
de rebeldía abierta contra la llamada «Ley Morúa», cuya abroga-
ción inmediata demandaba. Como jefe de un partido ilegal, Evaristo Estenoz fue a parar a la cárcel, acusado de libelo y sedición, el
22 de abril de 1910. Junto con él fueron detenidos otros dirigentes
del PIC. Y, con obvia injusticia, se les fijaron fianzas altísimas que los acusados no pudieron pagar. El Partido Conservador, deseoso de ganarse las simpatías de la «gente de color» y de poner en aprietos a los liberales, designó al representante Fernando Freyre de Andrade para que defendiese a los acusados. El proceso para obtener una rebaja en las fianzas 11.
Gaceta Oficial, 14 de mayo de 1910, p. 2.
319
tomó meses. La dirección del PIC permaneció todo el verano de 1910 detrás de las rejas. En Oriente habían sido detenidos Pedro Ivonet, Gregorio Surín y Enrique Fournier; en Santa Clara: Ramón Calderón, Francisco Ordóñez y Manuel Montoro; en Matanzas: Claudio Pinto y en La Habana (además de Estenoz): Ricardo Bartrell, Antero Valdés, Agapito Rodríguez y Julián Valdés Sierra. En la cárcel se produjeron hondas divisiones entre los dirigentes del partido. En julio algunos de los detenidos hicieron publicar un
manifiesto abogando por la disolución del PIC por violar una de las leyes de la República. Por fin, en octubre, el Tribunal Supremo
redujo las fianzas a 3.000 pesos y varios de los detenidos fueron
puestos en libertad. El dinero para libertar a Estenoz y sus compañeros de prisión fue recolectado entre los líderes blancos más influyentes del Partido Conservador. El 11 de octubre todos los «inde-
pendientes» obtuvieron la libertad condicional. El juicio contra ellos comenzó el 14 de noviembre. Á su favor declararon, entre otros liberales de alto rango, Juan Gualberto Gómez y Alfredo Zayas, este último Vice-Presidente de la República. Era obvio que ambos partidos oficiales competían en el esfuerzo por calmar los ánimos y por atraerse las simpatías de la masa negra. El 23 de diciembre todos los acusados fueron absueltos por falta de pruebas. Entre octubre y diciembre de 1910, empero, el PIC cometió uno de sus peores errores, que sólo recientes investigaciones historiográficas han puesto en claro. Tan pronto salió de la prisión bajo fianza en octubre, Estenoz retornó a su campaña en pro de la
abrogación de la «Ley Morúa». Y a ese fin, decidió tratar de obtener
el apoyo de los Estados Unidos. El Partido ordenó que individualmente un cierto número de sus simpatizantes dirigiesen cartas a la Embajada norteamericana de La Habana y al propio Presidente
Taft a la Casa Blanca en Washington. En todos esos documentos se
invocaba a la Enmienda Platt como protectora de sus derechos (porque —según ellos— Mr. Magoon les había otorgado la legalidad que el gobierno cubano les negaba). En todos ellos se solicitaba la intervención oficial de los Estados Unidos para forzar a Gómez a
eliminar la enmienda Morúa. Una comunicación del Comité Ejecu-
tivo del PIC en Oriente, dirigida al Presidente Taft (con total olvido
de los horrores que por entonces sufrían los negros en el Sur de los
Estados Unidos) contenía párrafos como éstos: «Y usted, Honorable Señor, que dirige la suerte de la nación que, por obediencia a la ley, respeto al derecho y amor a la justicia, ha llegado a un lugar prominente entre las más civilizadas naciones del globo, y se merece el nombre de ser un pueblo modelo; usted podrá apreciar la
320
magnitud de la ofensa inferida bros serán privados del más instituciones republicanas, el «... En 1906, el ciudadano que una revolución, para recobrar
contra nuestro partido, cuyos miemadorado de los privilegios de las derecho al sufragio...» Y agregaba: hoy rige este país llevó al pueblo a los derechos constitucionales que se
creía estaban siendo pisoteados, los trajo a ustedes aquí otra vez
para restablecer la paz y los estatutos de legalidad que habían sido alterados, a conciencia de la visionaria medida introducida por su
prudente Gobierno en nuestra Constitución: La Enmienda Platt».??
Y la nota terminaba pidiéndole a Taft que influyera para posponer las elecciones señaladas para noviembre de 1910. Con razón ha dicho Rafael Fermoselle que éste es «uno de los más desagradables documentos en la Historia de Cuba».!** Estenoz y algunos de sus seguidores continuaron agitando contra la «Ley Morúa» durante todo el año 1911. Pero no creyeron que se les presentara una buena oportunidad de éxito hasta 1912, cuando en el mes de noviembre debían celebrarse elecciones presidenciales. El líder del PIC pensó que quizás era entonces posible presionar al gobierno liberal promoviendo un grave y aparatoso desorden público. ¿No acababan de hacer uso de ese método los
dirigentes del llamado Movimiento Veteranista? ¿No habían logra-
do llegar a un arreglo con el Presidente Gómez, después de amenazarlo con un alzamiento? En realidad, lo que funcionaba aquí era lo que pudiera denominarse la mecánica política plattista: las deletéreas consecuencias que para la vida cívica del país resultaban de ese arbitrario «derecho» que los Estados Unidos se había arrogado de intervenir militarmente a su arbitrio en Cuba para «guardar su
paz
interna».
(Desgraciadamente,
Estenoz
no
era
el primero
ni
sería el último en apelar a este triste procedimiento). José Miguel había preferido llegar a una transacción con el Movimiento Veteranista antes que provocar otro desembarco de marines en Cuba. Hoy resulta evidente que los Independientes de Color pretendieron utilizar esa táctica para sus propios fines. Se produciría un alzamiento. Se interrumpiría la campaña electoral recién iniciada. Gómez —siempre amigo de la reconciliación— buscaría un arreglo. Y aunque apenas contaba con unas pocas armas y no muchos soldados para usarlas, el Partido Independiente de Color se lanzó a una «protesta armada» contra la «Ley Morúa», precisamente el día 12.
Fermoselle (1974), p. 137.
13.
Fermoselle (1974), p. 138.
321
en que la República cumplía diez años de nacida: el 20 de mayo de 1912.**
Mas lo que hubiera podido ser una simple comedia, degeneró en en una tragedia brutal y sanguinaria. Con lo que no contaron los
ingenuos líderes de los Independientes de Color fue con la virulenta reacción de los racistas blancos cubanos y del propio .gobierno liberal. El alzamiento fue rápidamente sofocado en las provincias de Pinar del Río, La Habana, Matanzas y Santa Clara, donde los
brotes habían sido de escasa entidad. En Oriente, sin embargo, la guerra se había extendido por varias zonas, sobre todo en la com-
prendida entre San Luis y Guantánamo. Los alzados sólo lograron apoderarse de un poblado: La Maya, en el municipio de Alto Songo. Pero una ola de rumores siniestros circuló por toda la Isla: el propósito de la insurrección —se decía— no era abolir simplemente la «Ley Morúa» sino exterminar a los blancos, violar a sus mujeres y establecer en Cuba una república negra. Hasta se afirmaba que los representantes de Haití en la Isla estaban ayudando a los
rebeldes. Temeroso de una intervención militar norteamericana, el
gobierno de José Miguel Gómez movilizó rápidamente todas sus fuerzas y las trasladó a la provincia oriental. Se crearon cuerpos de «voluntarios» para ayudar al ejército en su tarea represiva. Pronto esos «voluntarios» eran más de diez mil. Además, se les dio permiso a los blancos para portar armas sin licencia. La histeria y el odio se apoderaron del país. Los periódicos incitaban a la violencia con
artículos incendiarios y caricaturas de mujeres blancas ultrajadas
por negros. En La Habana y en Regla considerable de ciudadanos de insurrección fueron detenidos. ración del alzamiento fue muy
hubo motines raciales. Un número color que nada tenían que ver con la Afortunadamente el período de ducorto. Los alzados se vieron desalo-
jados de La Maya y empujados hacia las montañas donde las tropas
del general Monteagudo y sus «voluntarios» los rodearon y exterminaron en Mícara, sin respetar ni a las mujeres ni a los niños que habían escapado con ellos. Como bien dice Sergio Aguirre: «Lo que se desbordó sobre los cubanos negros y mulatos en junio de 1912 constituye una de las páginas más bochornosas de nuestra historia. La recién creada fuerza militar y naval de José Miguel Gómez se
14. Sobre este punto ver: Aguirre (1974), p. 349. Las declaraciones de algunos de los líderes que se salvaron de la masacre, como Eugenio Lacoste, Gregorio Surín
y Guillermo Lara, así lo prueban también. Consúltese el periódico La Lucha, junio
14, julio 6 y agosto 3 de 1912.
322
ensañó con los Independientes de Color, mientras prevalecía un espíritu de linchamiento en la actuación de ciertas turbas que derramaron sangre en poblaciones muy alejadas de la zona principal del conflicto».** Para mediados de julio todo había terminado. Estenoz e Ivonet fueron víctimas de la «justicia sumaria» del ejér-
cito que los capturó. El primero fue asesinado el día 27 de junio. El
segundo el 18 de julio. A miles de prisioneros se les aplicó la «ley de fuga». Ni siquiera puede saberse exactamente cuantos negros perecieron. Fernando Portuondo dice que fueron «unos tres millares»?*. Orum sostiene que fueron «aproximadamente 4.000». Mientras tanto, el ejército oficial reportó 16 muertos y 31 heridos en toda la
campaña. Como ha señalado Serafín Portuondo Linares: «Nadie ha
podido determinar el número de víctimas que sucumbieron allí cazadas como fieras. El único afán fue matar, sin tener en cuenta la
cantidad de los que caían, y ni el propio Monteagudo pudo deter-
minar la cifra de los que fueron abatidos, limitándose a expresar en su informe a Gómez lo siguiente: “Es imposible precisar el número de muertos, porque ha degenerado en una carnicería dentro del monte”.'* Desde los tiempos vergonzosos de La Escalera, nada semejante había ocurrido en Cuba. Y, en cuanto a pérdida de vidas humanas, la Guerra Racial del Año Doce fue una «Escalera» mag-
nificada. Nada puede absolver al ejército de José Miguel Gómez de
esa monstruosa salvajada.!* Muchos errores ideológicos y tácticos cometieron los Independientes de Color desde la fundación de su partido hasta su exterminio en 1912. Pero el principal, sin duda, fue el olvidar que en Cuba, pese a la esclavitud y a las profundas divisiones raciales que persistían, la nacionalidad estaba integrada (física y espiritualmente) de dos ingredientes étnicos inseparables: los blancos y los negros. Y pretender destruir esa síntesis era no sólo un absurdo
sino un imposible: una invitación al desastre. La mayoría abruma-
dora de los negros cubanos —aunque escandalizados por la brutalidad de la represión— repudiaron decididamente al movimiento de los «independientes», o por lo menos, evitaron verse mezclados con 15. 16.
Aguirre (1974), p. 350. F. Portuondo (1950), p. 592.
17.
Orum (1974), p. 255.
18.
Cit. por Aguirre (1974), pp. 350-351.
19.
De nada sirvieron para impedirlo las gestiones de un grupo de prominentes
legisladores y líderes «de color», encabezados por Juan Gualberto Gómez.
323
ellos. Como hemos visto, desde la subida al poder de José Miguel Gómez, los negros habían comenzado a ocupar posiciones en la policía, el Ejército y la Guardia Rural. Una de las trágicas ironías de esta situación fue que buena parte de la tropa con que Monte-
agudo aplastó a Estenoz e lvonet estaba integrada por «gente de
color». Lo mismo
sucedía con muchos
de los cuerpos de «volun-
tarios» reclutados por el gobierno. En Caimanera (Oriente) la protección del poblado estuvo confiada a una fuerza de 25 hombres, la mayor parte de los cuales eran negros, según testimonio de las autoridades militares norteamericanas que en esa área habían desembarcado. Aun en Alto Songo, el coronel negro José Antonio León organizó una guerrilla de unos 100 hombres para combatir a
los rebeldes. Numerosas sociedades «de color» de todas las provincias enviaron mensajes telegráficos de adhesión al gobierno. El Consejo Nacional de Veteranos y muchos de los jefes negros más
famosos de la Guerra de Independencia, como Jesús Rabí y Agustín
Cebreco, hicieron público su apoyo a las autoridades constituidas. Los congresistas «de color» de ambos partidos y con ellos Juan Gualberto Gómez, líder zayista, hicieron público un manifiesto expresando su condenación del alzamiento que consideraban una agresión a la integridad de la nación. Los firmantes eran: Nicolás
Guillén, Senador por Camagúey (liberal); Francisco Audivert Pé-
rez, Representante por Oriente (conservador); Generoso Campos Marquetti, Representante por La Habana (liberal); Alberto Castellanos, Representante por Oriente (liberal); Luis Valdés Carrero, Representante por Oriente (conservador); Ramiro Cuesta Rendón, Representante por Matanzas (liberal); Manuel José Delgado, Representante por Santa Clara (liberal); Lino D'Ou, Representante
por Oriente (consevador); Juan Felipe Risquet, Representante por
Matanzas (conservador); Hermenegildo Ponvert D'Lisle, Representante por Santa Clara (liberal). Es evidente que el Partido Independiente de Color estaba completamente aislado en todos los
sectores de la población cubana: incluyendo los negros y mulatos.
La clase media «de color», que había ido creciendo desde los tiempos de la Colonia —es decir, aquellos negros y mulatos que (por lo menos económicamente) pensaban «haber llegado»— consideraban la acción aventurera de los «independientes» como un episodio capaz de resultar «fatal para el ulterior progreso de su raza en Cuba». Un ejemplo muy claro y elocuente de este punto de vista lo 20.
La Lucha, junio 2 y junio 4 de 1912.
324
encontramos en un discurso pronunciado en la Cámara de Representantes el 24 de mayo de 1912 por el congresista «de color» Generoso Campos Marquetti. Vale la pena citar aquí uno de sus párrafos más significativos: «¿Cómo —me digo—; qué es lo que pasa aquí? ¿Por qué esa rebelión? Los periódicos escriben, al igual que algunos libros, que los representantes y senadores son tenidos como padres de la patria. Y yo me pregunto: ¿Quién es padre de la
patria? ¿Yo, el hijo del esclavo; el hombre nacido de aquel tenido por
salvaje, que experimentó todos los horrores y que sufrió todas las calamidades, mientras roturaba con sus propias manos las entra-
ñas de la tierra, para fundar los cimientos de la riqueza cubana? ¿Y
yo soy ahora tenido por padre de la patria? Pobre, humilde, negro como el ébano, puedo juntarme con el que es blanco como el armiño; con el que es todavía dueño de ingenio; con el potentado, con el que ostenta más de un título académico, que demuestra que mamó la civilización y que se crió en las aulas de la Universidad, para dictar leyes al país, cuando apenas han pasado veinticinco años de la
abolición de la esclavitud? ¿Y esto puede suceder y ocurre en un país en donde nosotros representamos la tercera parte de la población, nada más? ¿Y esto resulta cuando son más los elementos que
están a disposición de los blancos que los que soñamos tener los de
color? ¡Ah! Pues es mentira la razón de la guerra. Es un crimen
continuar en armas, pues que en vez de principios y de doctrinas que salven y que honren, se siembra el recelo entre los propios
cubanos; se retrocede en el camino andado,y se lega a las genera-
ciones venideras, a nuestros pobres hijos, una era de tristezas, de amarguras y de luchas, de la que a fuerza de heroísmos, de sangre y de sufrimientos, quisieron para siempre sacarnos nuestros mayores»,2
Los trágicos acontecimientos que acabamos de relatar marcan el punto más bajo de las relaciones inter-raciales en Cuba en todo el período republicano. Pusieron al descubierto cuán hondas eran todavía las diferencias entre los dos grupos étnicos fundamentales del país. Despertaron miedos, odios y recelos que parecían haberse amortiguado. Los extremistas blancos aprovecharon la ocasión para reafirmar y extender viejos prejuicios sobre la «inferioridad», la «deslealtad» y la «peligrosidad» de los negros. La prensa irresponsable y demagógica agitó por largo tiempo resquemores ancestrales. Muchos negros y mulatos cayeron en el terror o en un escepti21.
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, 24 de mayo de 1912.
325
cismo y un pesimismo insondables sobre las posibilidades de avance para su raza. Y muchos blancos acentuaron su ignara y procaz insolencia contra los miembros del otro grupo racial. Fue la de 1902 a 1912 una década triste, en la cual las ilusiones y anhelos igualitarios tanto de los negros como de los blancos que habían aceptado
el programa del Partido Revolucionario Cubano de Martí, se frustraron ante el renovado ardor racista de la nueva clase dominante, integrada por norteamericanos y españoles (muchos de ellos recién
llegados al país con todos sus prejuicios intactos) y (muchos de ellos de ancestro político reconocidamente y antimambi). El alzamiento del PIC les sirvió —si se el uso del lenguaje racista típico de la hora— para negros en su lugar», «para aplastar a las hormigas echado más ala de la cuenta».
por criollos autonomista nos perdona «poner a los que habían
Se desbordó la etnofobia. Muchas instituciones negras fueron
objeto de virulentos ataques por parte del gobierno. Pocos meses después de los sucesos del Año Doce se suspendieron las tradi-
cionales comparsas. Además, los antiquísimos ritos de las reglas o
sectas afro-cubanas sufrieron interdicciones penales en innumerables localidades del país, con el pretexto de que constituían «un lastre de barbarie» que era preciso eliminar. Y, en la Habana sobre todo, se inició una persecusión en gran escala contra el ñañiguismo.
Refiriéndose a este último aspecto de la histeria antinegra ha
escrito Alejo Carpentier: «Algunos choques callejeros entre potencias ñáñigas enemigas habían motivado también, de modo lógico, una acción represiva. Pero tampoco debe creerse que los hechos fuesen tan corrientes, ni alcanzaran, en suma, el índice de frecuencia de ciertos delitos comunes. Habían pasado los tiempos en que Manuel Cañamazo, «Manita en el suelo», o el negro Sucumbento,
caballeros de navaja, eran el terror de los barrios extramuros.
Además, si tantos negros vegetaban en el hampa con un tambor sobre el vientre, mucha culpa de ello recaía sobre el blanco, que los tenía siempre relegados a una condición subalterna, dados a oficios ínfimos, excepto cuando quería ganarse sus votos, halagando, en esos casos, sus instintos menos nobles. La politiquería de los primeros años de la República, que nada hacía por mejorar la cultura y la condición social del negro, favorecía sus vicios cuando de algo podían serle útiles. Todos esos factores contribuyeron a que el hombre de levita, poco dado a ahondar, desconfiara, por principio, de todo lo negro, sin advertir que en lo alto de los andamios, en el calor de las fundiciones, bajo el sol de las canteras, o en el pescante de los coches de punto, se movía una humanidad que conservaba
326
tradiciones poéticas y musicales muy dignas de ser estudiadas»:.?? El daño causado a la integración cubana por todos estos sucesos fue muy grave. Pero justo es señalar, por otra parte, que —aunque resquebrajada y estropeada— la nacionalidad no fue destruida. Los lazos establecidos en el 68 y el 95 probaron ser más fuertes que las
impaciencias inoportunas de unos y las histéricas reacciones y las brutalidades de otros. Entre los dos extremos, la cordura y la tolerancia de la mayoría acabaron por imponerse. Políticamente, los negros no perdieron ninguno de los derechos que habían alcanzado. Y aunque las condiciones económicas y sociales de la gente
«de color» avanzaron muy poco en los años subsiguientes, en el
subsuelo continuó la lucha tenaz y abnegada de este grupo por sus reivindicaciones y por mejorar sus relaciones con el resto de la población, lo que fueron logrando poco a poco, como pronto vamos a ver. También se inició en los sectores intelectuales del país un
movimiento dirigido a entender y estimar más objetiva y científicamente al negro y a educar a los blancos en el espítitu de la com-
prensión y la confraternidad. O sea, que pese a todas las torceduras que sufrió entre 1898 y 1912 el pensamiento revolucionario, los ideales forjados en la manigua no fueron exterminados. Para gran parte de la nación, el camino patriótico a seguir no era la separación sino, por el contrario, la unificación de todos los cubanos de todos los colores en un solo esfuerzo democrático y progresista. Pronto las mayorías de ambos sectores étnicos se convencieron de que, en gran parte, el problema negro no era sino un elemento de otro mayor: el problema de Cuba. La cuestión racial era un costado de la cuestión nacional. Los sufrimientos del negro no podían curarse sin curar a su vez los sufrimientos del blanco, y viceversa. Era la nación, en su conjunto, la que debía abrirle un nuevo cauce a su destino. Otra vez la consigna de lucha tenía que ser la de Martí:
«Con todos y para todos». El desastre del Año Doce detuvo breve-
mente, pero no le puso fin al movimiento por la igualdad y por el avance espiritual y material de la población cubana «de color».
22.
Carpentier (1980), pp. 286-287.
321
CaApPíTULO IV
EN EL CAMINO DE LA IGUALDAD RACIAL, 1912-1959
Si' los cubanos queremos reconstrutr la nación... tenemos que comenzar por reconstrulr
interiormente, dentro de cada uno
de
nosotros
la
integridad.
psicológica, étnica, histórica, cultural, compuesta por las razas
que enraizaron en la Isla y por las
gentes de todo origen que quisieron
construtr, a través de los siglos, el
hermoso edificio de una Patria libre, justa y feliz, una Patria de todos.
GASTÓN BAQUERO
Desde los días de la Guerra del Año Doce hasta los de la dicta-
dura de Fulgencio Batista —la iniciada en 1952— el «problema negro» sigue, con mayor o menor ilación, los vaivenes del «problema cubano». Hay momentos de desilusión y desencanto. Y momentos de renacida esperanza. Hay momentos de graves tropiezos y desesperantes frustraciones. E instantes de lucha heroica, de grandes victorias y progresos, a veces obvios, a veces callados pero roturadores. En ocasiones los extremos se tocan y ambas actitudes y resultados se producen al mismo tiempo. La primera etapa de este proceso culmina con la Constitución de 1940. Y a.este período hay que dedicarle una brevísima mirada retrospectiva.
La crisis de la conciencia cubana: 1902-1940 La primera generación republicana crece en una época dominada por un hondo pesimismo cívico que, sin embargo, misteriosamente guardaba en el hondón los rescoldos de la antigua pasión
patriótica y la fe en los destinos nacionales. Su gesto es el mismo,
sencillo y complejo, que predomina en las repetidísimas estrofas de uno de los representantes más puros de la generación precedente, el poeta de la Revolución Libertadora, el cantor del ideal separatis-
ta, Bonifacio Byrne:
Al volver de distante ribera, con el alma enlutada y sombría, afanoso busqué mi bandera ¡y otra he visto además de la mía!
¿Dónde está mi bandera cubana la bandera más
bella que existe?
331
¡Desde el buque la vi esta mañana
y no he visto una cosa más triste!... Con la fe de las almas austeras
hoy sostengo con honda energía
que no deben flotar dos banderas donde basta con una: ¡la mía! 0000000000000000000000000600008n0900000000000000000od09.
Si deshecha en menudos pedazos
llega a ser mi bandera algún día..,.. ¡nuestros muertos alzando los brazos la sabrán defender todavía! Ahí están acopladas las dos actitudes. Ahí está el alma «enlutada y sombría». Pero también «la fe de las almas austeras» que se niega a morir y la honda energía que sigue luchando por el viejo ideal. Es una actitud de disgusto, de protesta y de combate. No le faltaban a la nueva generación motivos para el desengaño. Como vimos en el capítulo anterior, la intervención de los Estados Unidos en el conflicto cubano había cambiado totalmente el rumbo de la República. Vencidos por el pesimismo, debilitados en su médula, los sectores más influyentes de las clases dominantes cubanas se entregaron al poder foráneo. Y buena parte de la clase media, desorientada y confundida, por un buen rato pareció perder el rumbo. De ahí esa tendencia entre cínica y burlona, escéptica y
escapista, que con tanta frecuencia aparece en el panorama literario de los comienzos de siglo. De ahí ese abstencionismo y ese
impulso al aislamiento que aquejaron a muchos espíritus selectos. Para muchos esta era la etapa del laissez-faire ético, del dejar hacer y dejar pasar, o de la fatiga de quienes huyen de la plaza pública para refugiarse en la capilla o el campanario. Hablando de la
«promoción de 1910» (los jóvenes escritores cubanos formados en la
década anterior a la Primera Guerra Mundial) ha dicho Salvador Bueno: «Estos jóvenes no acatan las realidades de la nueva nación del modo optimista que era preferido por los que habían vivido la
revolución y el destierro. Percibían de cierta manera las fallas internas de la conformación de la República, notablemente sensi-
bles al lastre nacional que era'el Apéndice Constitucional de la Enmienda Platt. Afanosos de universalidad, de americanismo, tal
332
como predicaba Rodó, se hicieron en la lectura de los escritores y pensadores europeos de fines de siglo. Todo este escenario histórico
e ideológico reflejaría sus incertidumbres sombrías en la obra ensayística de muchos de ellos.» Luis Rodríguez Embil, uno de aque-
llos escritores de que habla Bueno —y, por cierto, de los mejores— traza con precisión el cuadro espiritual de esa hora: «Vivíamos — escribe— sin fe en nosotros mismos, primariamente de dos abstracciones, ambas admirables, pero ajenas a nuestro íntimo ser: Grecia, Francia... Si algún credo realmente poseíamos y alguna actitud tomábamos, eran sobre todo estéticos... Nosotros fuimos, en nuestra desorientación de fondo, pesimistas con Schopenhauer, adoradores después por moda del superhombre de Nietzsche, es decir, pesimistas, heroicos y amargos sin haber vivido.»! Los escritores que siguen —y empiezan a producir alrededor de 1917— sufren del mismo desencanto ante la realidad circundante. De ese año, por ejemplo, son los primeros versos de Rubén Martínez Villena, unas décimas tituladas «Peñas Arriba», vertidas todavía en puro molde romántico: Llora triste, corazón
llora tu rudo quebranto y llora con triste llanto la muerte de mi ilusión. Que no hay en la Creación alivio a mis sinsabores ni hay remedio a mis ardores ni hay aurora a mi contento, ni hay ocaso a mi tormento, ni piedad a mis dolores. 00009
0600000000000000000000000000000000006000000000000
El castillo de ideales
que forjó mi fantasía
se vio derribado un día
a fuerza de vendavales... Andrés Núñez Olano, que con Ramón Rubiera, Regino Pedroso, María Villar Buceta, Juan Marinello, Enrique Serpa, Rafael Estén1.
Vera este respecto Revista Lyceum, noviembre, 1950.
333
ger y otros forma parte de la nueva generación, confiesa que el sentimiento predominante en el grupo por aquel entonces era el asco que les provocaba ese patológico medio ambiente, contra el cual parecía tan difícil luchar. Y su primera reacción fue —como lo había hecho la generación precedente— el escapismo intelectual: «Nos desasimos de lo inmediato —dice— para buscar en la literatura, en el análisis propio, el refugio común, la evasión...»? Ahora bien, en el centro mismo de esa actitud estaba sembrada
la semilla de la reacción salvadora que no tardaría en salir a la luz. Porque al igual que en los modernistas antes que ellos (es decir, en
Regino Eladio Boti, José Manuel Poveda, Agustín Acosta, Federico
Uhrbach, etc.) la retirada hacia la torre de marfil representaba una protesta sorda contra la mediocridad que los asfixiaba. Y, en medio de la chabacanería y la corrupción, significaba la búsqueda solitaria y heroica de la calidad estética y moral y la condenación de la degeneración cívica y literaria. El propio Núñez Olano explica la orientación
primaria
de las primeras
generaciones
republicanas:
«Orientación —por demás definida— fue la voluntad, aparente en cada integrante del grupo, de rebasar los límites; de renovar los temas poéticos y decir las cosas de un modo personal y, sobre todo, decoroso —el enfrentar la creación poética con el rigor de un ejercicio. Y en el propio plano fue renovación, puesto que trajo a nuestra literatura un concepto más estricto de la seriedad y la trascendencia del hecho poético; un sentido de universalidad, un aire de cultura. La exigencia, la vigilancia propia, fue, sin duda —y quizás con exceso— la tónica del grupo: sentíamos con sensibilidad exasperada, el pudor de la obra personal; queríamos, ambiciosamente, construir para la eternidad...»? Se trataba no sólo de protestar
contra lo negativo, sino de reformarlo, de reivindicar los valores en
crisis, de crear un mundo nuevo y mejor. Labor no sólo de antisepsia, sino de asepsia y recreación. Labor de esperanza. Desde comienzos de la década que va del diez al veinte, particularmente en las páginas de Cuba Contemporánea se aunaban inseparablemente el disgusto, la protesta, la autocrítica y la elaboración de un programa de renovación patria. El pesimismo ciertamente existía. Pero no la parálisis pétrea de la voluntad nacional de
2.
Portuondo (1981), p. 478.
3.
Portuondo (1981), p. 477. Aunque Núñez Olano se refería específicamente a
su grupo generacional, sus palabras son válidas también para el que le precedió en la evolución poética cubana.
334
que hablan
algunos de los historiadores de este período. Cuba
Contemporánea no era ajena a los desalientos circundantes. Pero
precisamente se alzaba para luchar contra ellos. De ahí estriba su importancia, que con tanto acierto explica Sarah Marqués: «...Además de ser un vehículo, contribuyó con su labor a la reafirmación de la nacionalidad cuando estableció en su primer número que uno de los ideales de la revista era probar la capacidad cubana para acometer y sostener por largo tiempo empresas arduas y difíciles.»*
Desde sus mismos comienzos tuvieron que enfrentarse sus editores con la falta de fe en los destinos cubanos que a tantos asaltaba. En su historia de la publicación, refiere Mario Guiral Moreno
cómo
Cristino F. Cowan, redactor en los primeros números, pronto dejó de serlo: «Invadido por un pesimismo desde el principio demostró
extemporáneo
a sus años,
tibieza, y al fin, confesándolo franca-
mente su nombre dejó de figurar al lado de los nuestros.»” En el prospecto en que anunciaban su salida, los fundadores trataron de establecer un lazo con otras dos revistas ilustres del pasado: la
Revista de Cuba y la Revista Cubana. Y, aunque modestamente afirman no poseer las capacidades de los Cortina y los Varona que
las dirigieron, «sí se consideran con tanta fuerza como ellos para exponer lo que creen la verdad y tratar de revivir las adormecidas energías de sus conciudadanos: para con vigor de juventud, sin
temores femeniles ni vacilaciones cobardes, seguir el camino que a
todos los hombres de buena voluntad señala, imperiosamente, la sagrada herencia puesta en grave peligro por la concupiscencia de unos, la mala fe de otros, el alejamiento y el desdén de muchos, la ignorancia de no pocos y la culpa de casi todos.»* La revista salía a la palestra dispuesta a la batalla. Y ese bravo espíritu permaneció encendido por más de una década, desde 1913 hasta 1927, en 44 volúmenes nutridos de artículos analíticos, objetivos y a la vez penetrados de un hondo espíritu nacionalista y antiimperialista, que desnudaban los males patrios, pero sin desesperaciones paralizantes, con amplia visión de futuro. Pudiéramos citar muchos. Baste con una muestra: el publicado por uno de sus fundadores, uno de sus pilares básicos, Carlos de Velasco, en el número de septiembre de 1921, sobre el desenvolvimiento social de Cuba desde el nacimiento de la República. Se trata de un estudio 4.
Marqués (1977), pp. 22-23.
5.
—Guiral Moreno (1940), p. 11.
6.
—Guiral Moreno
(1940), p. 22.
339
vigoroso y severo, como lo demandaba ese momento
que el autor
calificaba como «solemne» de la vida colectiva del país. Con rigor,
aunque sin enconos inútiles, analiza las realidades más duras de la era, lamándolas por su nombre y descubriéndolas en su podre. Pero advierte, desde el principio, para evitar equivocaciones: «No deseo que se dé a las palabras que en seguida voy a pronunciar una significación pesimista, que no tendrán sino en la apariencia. Hay
siempre, por el contrario, un manantial inagotable de optimismo en
el fondo de mi pensamiento, al ahondar en los problemas de nues-
tra vida colectiva, que marcha
innegablemente
hacia adelante,
cualquiera que sean los indicios de falta de adaptación a elevados ideales sociales que se advierten en nuestra organización actual.
Sinceramente creo y afirmo que nos 'salvaremos del naufragio...»
Este es el mismo aliento que se manifiesta en los numerosos artículos que las páginas de la revista recogen, dedicados a examinar «con la manga al codo» —como pedía Martí— los innumerables problemas internos e internacionales de la joven república. Es el principio insobornablemente crítico pero nunca derrotista que animó siempre a Cuba Contemporánea. El pesimismo —insistimos— existía. Y mordía muy ilustres entrañas. Nadie lo expresó con mayor vigor y donaire, con mayor amargura casi suicida, que el gran poeta José Manuel Poveda en
este párrafo de su artículo Elegancias del Retorno: «Estamos ahe-
rrojados por dobles cadenas. No somos independientes. No somos sino una factoría colonial, obligada a trabajar, y a dar su cosecha y su fruto, compelida por el látigo. Estamos desorganizados y envilecidos, como una mala mesnada; no podemos defendernos. Un soplo de dispersión ha barrido las conciencias y todo cuanto había de dignidad, pureza y valentía en'las conciencias; un soplo de disolu-
ción ha disgregado todas las energías creadoras del alma nacional.
Somos la sombra de un pueblo, el ensueño de una democracia, el ansia de una libertad. No existimos.»? Pocas veces el desaliento y el derrotismo han sido expresados con tanta potencia de ineluctabilidad impermutable. Pero ¿no habría en estas definiciones de Poveda una buena dosis de subjetivismo, de esa personal dolencia de amargura y desconsuelo que lo llevó un día a buscar alivio temporal en las drogas heroicas, «hábito fatal que luego abandonó, pero que minó seriamente su salud», según afirma su amigo Max Henríquez Ureña? Porque, en verdad, ese no era el tono predominante. Para la 7.
Velasco (1921), p. 6.
8.
Poveda (1948), p. 104.
3306
mayoría de los intelectuales de valía, Cuba estaba en crisis, pero Cuba no había en modo alguno dejado de existir. Tómese el caso de Jesús Castellanos, por ejemplo. Si se exami-
nan algunas de sus obras de ficción, digamos su novela La Conjura,
pudiera concluirse que el autor se deja arrastrar por lo estrictamente negativo. En esa obra, su protagonista, el médico Augusto Román, idealista y humanitario, es derrotado por la propia sociedad enferma que se propone curar y redimir. Y concluye por afirmar que la verdadera felicidad sólo puede lograrse con el supremo egoísmo. Y, sin embargo, Max Henríquez Ureña, en el prólogo de la obra de Castellanos Los Optimistas, afirma que el autor de La Manigua Sentimental —la evocación más lograda de la guerra de independencia en la literatura cubana— nunca renunció al espíritu mambí que tan bien había sabido retratar. Henríquez Ureña asegura que Castellanos era, más bien, un optimista: «Su optimismo consistía en rechazar el fantasma de la duda y en confiar resueltamente en que algún fin, algún propósito, alguna utilidad, algún objeto tiene el paso del hombre sobre la tierra.»? Por eso en Los Optimistas el autor alza valientemente su voz admonitoria contra aquellos a quienes considera culpables del drama nacional, señalando no al pueblo, sino a una clase dirigente despreciable que —
afirmaba—
algún
día futuro tendría que rendir cuentas
de la
destrucción del país.?? Es el mismo punto de vista de Manuel Sanguily, quien en 1918 atacó duramente a la élite criolla con estas palabras: «Lo terrible no es el pueblo, lo terrible es la clase que dirige. Siempre he creído que donde hay gangrena, vicios y miserias es en la clase directora, nunca en la clase popular, y extiéndase la vista por todas partes, en el ámbito reducido de nuestra política y se verá que todas las ambiciones, las concupiscencias, todas las miserias, no son producto de las clases populares sino de la intriga y ambición de los directores.»!! Es también la opinión de Carlos Loveira y de muchos otros novelistas y ensayistas cubanos de ese momento histórico.
Tres años después de la fundación de Cuba Contemporanea, en 1916, publica José Antonio Ramos su Manual del Perfecto Fulanista. Bajo la influencia —todavía poderosa entre los pensadores cubanos de la época— del positivismo de origen comtiano, que los 9.
Castellanos (1914), p. 63.
10. 11.
Castellanos (1914), pp. 124-125. Cit. por Roig de Leuchsenring (1959), p. 272.
337
de la generación anterior y sobre todo Enrique José Varona habían popularizado, el libro de Ramos («apuntes para el estudio de nuestra dinámica político-social» lo llamó él) hace una disección del «organismo social» cubano, describiendo su anatomía política (su gobierno) y su anatomía social (las clases, que describe detalladamente). Apunta los elementos foráneos que se han introducido en el sistema: la hegemonía norteamericana, el predominio del capital extranjero, la acción (para Ramos antinacional) de la Iglesia Católica. Y sostiene que fisiológicamente ese organismo —parte del
Gran Ser de Comte— en Cuba funcionaba bajo la influencia no de
luchas ideológicas, sino movido por una rastrera pugna de intereses individuales de los fulanos, o sea, de los caudillos incultos y ambiciosos en quienes depositaban su fe ingenua las masas empobreci-
das y totalmente desposeídas de conciencia cívica. Curiosamente,
Ramos no ve en ese fenómeno un factor total y absolutamente negativo, porque le parece que, bien entendido, es residuo de un individualismo que tal vez podría detener «el alud terrible de las multitudes
anónimas».
Por eso cree preciso
conservarlo,
aunque
desde luego, purificado. Es necesario —afirma— «depurar ese fulanismo y arrancar los ídolos de barro, amasados con esperanzas de hacer dinero a toda costa, y el afán de gozar pingúes rentas —que no sueldos— del Estado. Es necesario destacar las verdaderas
figuras alrededor de las cuales esas esperanzas no sean el todo, sino
una parte. Nuestra lección procura ir lo más armónicamente posible con las posibilidades científicas de la realidad presente.»!? Sin entrar aquí en un análisis de estas ideas —donde los aciertos se mezclan con tantas nebulosidades— lo que importa es destacar
cómo Ramos encuentra algunos elementos esperanzadores aun en
las instituciones mas deleznables. Así se juntan en innumerables páginas de este libro desigual y brillante, lo positivo y lo negativo de la situación cubana. Enumera, por ejemplo, los graves defectos de la república, uno tras otro, pero termina con esta sorprendente conclusión: «...Y por este camino, en cuatro o seis años de vida independiente, saltamos la distancia que nos separaba del resto del mundo. Y del paraíso que soñaron nuestros libertadores en la Manigua, hemos venido a dar en una República democrática del siglo XX, ni peor ni mejor que otra cualquiera, aunque sí una de las mejor encaminadas, entre las de Hispanoamérica.»!? Y del propio 12.
Ramos (1916), p. 91.
13.
Ramos (1916). p. 245. El énfasis es nuestro.
338
año 1916 es la obra de teatro de Ramos titulada Tembladera donde se plantea la lucha entre la invasión financiera norteamericana y el naciente nacionalismo económico cubano. Á pesar de las debilida-
des de la nueva generación, corrompida por el materialismo, la familia Gonsalvez de la Rosa decide conservar en manos cubanas su finca. Triunfan las fuerzas positivas. Aunque, con claro empeño pedagógico, cuando Isolina propone cambiarle el nombre de Tembladera a la propiedad, Ramos hace decir al administrador, que
tanto ama la tierra en que nació: «Dejémosle su nombre, que aun lo
merecerá por algún tiempo. Apartemos de nuestro lado al pesimismo desesperado que desangra, pero no nos entreguemos tampoco al optimismo ciego, que resta fuerzas al trabajo.» Es decir, que la
primera generación republicana se dividía en un grupo minoritario
de pesimistas desesperados —que aun así superaban, desde su torre de marfil, con su trabajo paciente de orfebres, la realidad ambiente— y una mayoría de realistas, como Ramos, que gritaban a pulmón pleno su dolor ante los males patrios, pero mantenían en alto la bandera de la fe y la esperanza. Un año antes, la figura más prestigiosa de la intelectualidad cubana del momento, Enrique José Varona, en su famoso —y angustiado— discurso de ingreso en la Academia Nacional de Artes y Letras del 11 de enero de 1915, había desnudado sus hondas preocupaciones ante las dos catástrofes en que se derrumbaban sus
viejos ideales: la progresiva crisis de la República cubana y el
desplome de la civilización occidental en la sima de la Primera Guerra Mudial. No puede Varona ocultar el horror que le embarga: «Nunca, ciertamente, había caído sobre los hombres calamidad más completa. Las naciones más cultas, ricas y poderosas de Europa y
sus inmensos imperios coloniales... se despedazan y hacen crujir
hasta los cimientos la enorme estructura gigantesca de la civilización coetánea...»!* Y a esta dura prueba para los espíritus reflexivos y maduros, que contemplaban estremecidos el mal uso que se hacía de la ciencia para destruir y no para crear y mejorar a la humanidad, se agregaba la consternación ante el renacimiento de prejuicios que él creía encerrados para siempre en el pasado. Cuando algunos sabios trataban de explicar el conflicto, daban por única disculpa el antagonismo de razas: germanos contra eslavos y otros grupos étnicos inferiores: «Lo que quiere decir —explica Varona— que se evoca un mito, el de la raza, para disculpar el odio, o el 14.
Varona (1968), p. 53.
339
miedo, que es en el fondo lo mismo, de pueblo a pueblo...»** Y de ahí pasa el filósofo a la cuestión cubana, y su diagnóstico no puede ser más severo: «¿Cuál de los males públicos que denunciábamos con
indignación —pregunta—
no se ha reproducido? Han
vuelto el
asalto de la administración pública, la incompetencia, el favor, el
nepotismo y la corrupción. Hay quienes resisten, pero hay quienes
flaquean y hay quienes se rinden.»!? Y sin embargo, tampoco arriba Varona a conclusiones desoladoras y jeremíacas. En medio del gran desastre, busca senderos de salvación patria. «En la esfera social no está todo perdido, mientras brilla a lo lejos y en lo alto el resplandor de un ideal. Vamos, aunque no queramos, aunque no nos demos cuenta de ello, describiendo una espiral inmensa. Nos cercan, a veces, las tinieblas, a veces el crepúsculo; pero aun alentamos, si la esperanza de lo mejor nos llama y nos conjura... Romain Rolland ha dicho que el papel del artista consiste en crear el sol, cuando no lo
hay. Esa es vuestra noble tarea...»*”? Y termina llamando a la acción: «¿Quién dijo miedo? Adelante.» En un bello estilo finisecular, saturado de brío histórico, termina su discurso con una imagen alentadora: «Aquí, sobre mi mesa de trabajo, tengo una hermosa escultura: La Victoria de Samotracia. Ha perdido un fragmento. No importa. Todo su cuerpo nervioso y musculoso avanza, se precipita con
ímpetu irresistible; la túnica se le adhiere a los miembros resistentes, y un viento de tempestad la agita y parece trazarle una estela; sus alas aquilinas están totalmente desplegadas. Vuela ¿a dónde? ¿Quién lo sabe? De todos modos a conquistar lo futuro que le tiende
los brazos.»!? Siempre la síntesis de censura y de confianza; de implacable denuncia y, a la vez, de animoso presagio de un porvenir
mejor para su Cuba atormentada. Una última muestra, entre muchas
otras posibles: en
1919,
refiriéndose a las realidades políticas del país, Fernando Ortiz, en un inexorable estudio esquemático, indica los males que aquejan a su tierra y se empeña en buscar sus causas, poniendo al desnudo «los mortíferos tósigos que envenenan la vida de nuestra joven República.» Y, en una segunda parte, explora las posibles soluciones. En la primera mitad, que pudiéramos llamar «etiológica» ano-
ta las raíces sociológicas, incluyendo la falta de preparación del 15.
Varona (1968), pp. 53-54.
16.
Varona (1968), p. 57.
17.
Varona (1968), p. 59.
18.
Varona (1968), p. 62.
340
pueblo cubano para el ejercicio de la democracia y el predominio
económico de los extranjeros, tanto norteños como españoles. Con-
tinúa con lo propiamente político, o sea, los problemas de orden constitucional, el alejamiento que de los procesos electorales habían adoptado tantos de los mejores ciudadanos, el reeleccionismo, el nepotismo, etc. No olvida las causas internacionales, mencionando el expansionismo norteamericano y su empeño de intervención en Cuba; ni deja fuera las que llama «causas proletarias», conectadas con los grandes cambios históricos de la postguerra; y por fin, se refiere a las causas demopsicológicas; el pesimismo criollo y el impotente malestar popular. Abandonando de exprofeso toda crítica de este complejo análisis, indiquemos nosotros tan solo que tampoco culmina en una posición plañidera y desesperanzada. Insiste en que
su tarea de higiénica
autocrítica
responde
única-
mente a su sentido de responsabilidad cívica. No quiere destruir sino reformar. Y su visión de futuro es positiva. Aconseja: «...No debemos desesperar. Acaso caigan pronto, más pronto de lo que el pueblo imagina, los ídolos carcomidos; y la juventud cubana podrá dar a la patria un porvenir realmente liberal, sanamente liberal, por siempre liberal. ¡Tengamos fe!... Creemos en el vigor de la juventud cubana que se apresta a recibir la sagrada herencia de la generación vieja... Y es en la juventud nuestra más firme fe...»?” Palabras, como veremos, proféticas. Resumiendo: la primera generación republicana, pese al fracaso
por lo menos parcial de la revolución libertadora y las enormes
dificultades de que padecen todos los comienzos y todos los virajes
históricos, precisamente
porque
fue eminentemente
crítica de su
presente, pudo mantener en alto su fe en un futuro basado en lo mejor del pasado. Fue ésta la generación que comenzó a dar a conocer dentro de Cuba la obra de José Martí, escrita casi toda en el extranjero y, por eso, prácticamente desconocida para los cubanos. Y fue ella la que preparó el terreno para la gran reacción nacionalista, democrática e igualitaria, que empezó en la década de los veinte y culminó en la revolución antimachadista y, después de muy complejos avatares, en la Constitución de 1940. Las protestas del año 23 (que pronto mencionaremos) hubieran sido imposibles sin la tarea roturadora que se realizó en las dos décadas precedentes. Alguien debería hacer un estudio detallado del modo como la antorcha permaneció encendida pese a todos los vendavales. Para que el niño sorprendido, en el magnífico poema de Eliseo Diego, 19.
Ortiz (1919a), p. 21.
341
entienda plenamente el sentido de la palabra «República» en los
labios de su padre mambí:
Tendrá que ver cómo mi padre lo decía: la República. En el tranvía amarillo: la República, era, lleno el pecho, como decir la suave, amplia, sagrada . mujer que le dio hijos.
En el café morado:
la República, luego
de cierta pausa, como
quien pone su bastón
de granadillo, su alma, su ofrendada justicia, sobre la mesa fría.
Como si fuese una materia, el alma, la camisa, las dos manos, una parte cualquiera de su vida. Yo, que no sé decirlo: la República. No ha de ser fácil esa tarea reivindicatoria. Porque contra esa primera generación republicana se ensañó con violentos arrebatos de impaciencia la generación subsiguiente, cuya influencia sobre las mentes actuales es considerable. Aun espíritus tan equilibrados como Jorge Mañach pecaron de «ciertas exageradas expresiones de
radicalismo juvenil», como justamente ha señalado Andrés Valdespino.? En su citadísimo ensayo La Crisis de la Alta Cultura en
Cuba, publicado en 1925, después de definir la «alta cultura» como «el conjunto organizado de manifestaciones superiores del entendi-
942
miento»,* Mañach sólo ve en la República la ausencia casi total de producción intelectual desinteresada, la crisis de la oratoria, del periodismo, de las letras y concluye: «Cuba es un pueblo sin litera-
tura relevante en lo que va de siglo.»?? Por su parte, Manuel Pedro González, cuatro años después, le hace eco al grave diagnóstico:
«Con el advenimiento de la república —dice—se inaugura una era
de mediocridad y decadencia que aun no ha desaparecido del todo... La alta cultura degeneró en rutina, las letras no fueron mas que un modus vivendi...»?* Ya Valdespino le había salido al paso a Mañach
con argumentos irrefutables: «Puesta la mirada en el pasado y en
sus grandes figuras representativas —Heredia, la Avellaneda, Vi-
llaverde, Casal, Martí, Varona— su visión se nubla al contemplar el presente, donde sólo ve un pavoroso vacío. Pero el panorama no
era tan estéril como para justificar la rotunda afirmación de que «Cuba es un pueblo sin literatura relevante en lo que va de siglo». En la época en que Mañach escribió su ensayo, la Cuba republicana había producido ya por lo menos tres figuras de significación en el campo de la poesía, los tres renovadores del modernismo Agustín Acosta (Ala —1915—, Hermanita —1923), Regino Boti (4Arabescos Mentales —1913) y José Manuel Poveda (Versos Precursores — 1917); en la narrativa se destacaban ya como valores positivos uno de los mejores cultivadores del cuento en Hispanoamérica, Alfonso Hernández Catá, y uno de los más vigorosos novelistas cubanos de todas las épocas, Carlos Loveira; en el teatro, la república contaba con una personalidad de primer orden, José Antonio Ramos, superior en técnica teatral y en presentación de ambientes y tipos a todos los cultivadores anteriores del género; ensayistas de envergadura había dado ya la joven nación, tales como Jesús Castellanos, Luis Rodríguez Embil, Emilio Gaspar Rodríguez, Fernando
Lles y el citado José Antonio Ramos.»**
Y a esta lista es fácil agregar muchos otros: nombres de alta calidad. René López, cuyos Retratos pueden compararse con los de Casal. Francisco Javier Pichardo, cuyas Voces Nómadas aparecieron en 1908. Dulce María Borrero cuyo fino intimismo se desborda en Horas de mi Vida (1912). Federico Uhrbach, cuya exqui20. 21. 22. 23. 24.
Valdespino (1971), p. 62. Mañach (1925), p. 10. Mañach (1925), p. 29. González (1929), p. 78. Valdespino (1971), p. 65.
343
sita sensibilidad se revela en Resurrección (1916).% Y más allá de la
poesía: el talento multifacético de José Antonio González Lanuza
(recuérdese su admirable Psicología de Rocinante); la rigurosidad
científica con que Fernando Ortiz da nacimiento a los estudios afrocubanos en Los Negros Brujos (1905) y Los Negros Esclavos (1916), que todavía constituyen fuentes de primer orden de la etnografía criolla; el rigor inquisitivo y la profundidad interpretativa de que
pronto devendrá el mas
alto historiador cubano
de la primera
mitad del siglo XX, Ramiro Guerra, quien publica los dos primeros
tomos de su Historia de Cuba en 1921 y 1925 y su influyentísimo
estudio Azúcar y Población en las Antillas en 1927. No debe olvidarse que el propio Jorge Mañach da a la estampa su vigoroso Glosario en 1924 y sus elegantes Estampas de San Cristóbal en
1926. En ese mismo año se recogen en volumen póstumo los origi-
nales y profundos Ensayos y Diálogos de Francisco José CasteManos. Además, continuaron produciendo obra de alta calidad algunas de las figuras más destacadas de finales del siglo XIX, como Enrique José Varona (De la Colonia a la República, 1919; y los aforismos que escribió de 1917 a 1925 y publicó bajo el título Con el eslabón en 1927); como Mariano Aramburo (Doctrinas Jurídicas,
1915, y los tres tomos de su monumental Tratado de Filosofía del
Derecho, publicados en Nueva York por el Instituto de las Españas entre 1924 y 1928); y como Manuel Sanguily, a cuyo histórico discurso en el Senado sobre el Tratado de Reciprocidad con los
Estados Unidos (1903) siguieron otros de alta categoría recogidos luego en Discursos y Conferencias (1918). A los nombres de Hernández Catá y Carlos Loveira pueden agregarse en la narrativa los
de Jesús Castellanos (La Conjura, 1909 y La Manigua Sentimental, 1910); Miguel de Carrión (Las honradas, 1918 y Las impuras, 1919); Luis Felipe Rodríguez (Cómo opinaba Damián Paredes, 1916 y. La Conjura de la Ciénaga, 1924); y José Antonio Ramos (Humberto Fabra, 1909 y Coaybay ,1927). Entrando en empresas culturales de carácter colectivo, en esta época tienen lugar los debates del Ateneo, fundado en 1902; se crea
la Sociedad de Conferencias de La Habana en 1910 y por su tribuna
desfilan figuras intelectuales de primer orden como muchas de las mencionadas más arriba, junto a Max Henríquez Ureña, Juan
Gualberto Gómez, José María Chacón y Calvo, Orestes Ferrara,
25. Basta con hojear la hermosa antología de Lizaso y Fernández de Castro La poesía moderna en Cuba (1926), para comprobar la riqueza y alta calidad de la labor poética realizada en esta cra en Cuba.
344
Rafael Montoro, Emilio Roig de Leuchsenring, Carlos de la Torre y Huerta, etc. En el mismo año 1910 fueron creadas por decretos
presidenciales la Academia de la Historia y la Academia Nacional de Artes y Letras, que tanto contribuyeron a la difusión de la
cultura cubana y la conservación de su acervo en sus respectivos campos, sobre todo mediante la publicación de materiales inéditos como el utilísimo Centón Espistolario de Domingo Delmonte, la Historia de la Isla y Catedral de Cuba del obispo Pedro Morell de Santa Cruz, las obras póstumas de Jesús Castellanos, Nieves Xenes, Enrique Hernández Miyares y otros. Y bien merecen ser citadas aquí varias revistas importantes, como Cuba Contemporánea, Social, La Reforma Social, la manzanillera Orto y muchas más. Pudiéramos seguir. Pero con lo aportado basta para preguntar: ¿dónde están la decadencia, la degeneración, la esterilidad, de que se acusa a la producción intelectual cubana? En realidad, este periodo de 1902 a 1927 puede compararse ventajosamente en cantidad y en calidad con cualquier otro del pasado histórico de Cuba. Con ponderado juicio lo expresa Andrés Valdespino: «Desconocer estos valores positivos y presentar el panorama literario de esas dos décadas primeras de la República como un árido desierto era, sin duda, una injusticia de Mañach, (y agregamos nosotros de M.P.
González y muchos más), explicable —aunque no justificable— por
la natural irritación de aquella generación a la que él pertenecía
contra el clima general de mediocridad que vivía el país, y la falta de estímulo oficial y popular para las empresas culturales. Mañach
no hacía otra cosa, con sus negativismos absolutos, que plantear la
radical postura de inconformidad de su generación frente a un
pasado inmediato que condenaba en bloque...»?* Lo mismo pudiera decirse respecto a los progresos materiales realizados en el período de 1899-1924, que con su objetividad habi-
tual recoge Ramiro
Guerra en Un cuarto de siglo de evolución
cubana. Al terminar la Guerra de Independencia, donde los mambises aplicaron la táctica de la tea incendiaria y España respondió con Weyler y la Reconcentración, Cuba era un país totalmente arruinado, un pueblo hambiento, famélico. Veinticinco años después, tras un gigantesco esfuerzo colectivo de reconstrucción patria, la situación era completamente distinta. Bastarán unas cuantas cifras para comprobarlo. En 1899 la población del país era de 1.572.797 habitantes; en 1924 había aumentado casi un ciento por ciento hasta alcanzar 3.143.040 habitantes. La disminución de la 26.
Valdespino
(1971), p. 11.
345
mortalidad (sobre todo de la infantil), el alza del índice de natali-
dad, una cuantiosa inmigración española, así como considerables mejoras sanitarias y alimenticias, explicanel fenómeno. La producción azucarera, base de la economía nacional, dio un salto
notable. La zafra de 1899 había sido de 355.668 toneladas. La de 1923 alcanzó 3.645.967 toneladas. Y en 1924 se pasó de los cuatro
millones. ¡Más del mil por ciento en veinticinco años! Además, el
valor de la zafra de 1899 fue de 18 millones y medio de pesos. El de la zafra de 1923 llegó a 400.181.000 pesos, a pesar de que en ella sólo molieron 182 centrales, demostrando un gigantesco proceso de concentración industrial. En Cuba, el ganado no pasaba de 483.124 cabezas en 1899. Pero en 1923 la cifra correspondiente era de 5.892.548 cabezas. El aumento: ¡mil doscientos diecinueve por ciento! La exportación de minerales subió de $516.700 en 1899 a $3.306.000 en 1923 (un 639 por ciento de aumento). Y la de tabaco
(en rama
y manufacturado)
fue de $21.157.000
en
1899 y de
$35.068.000 en 1922. Otro aumento importante. Por otra parte, entre 1899 y 1924 se multiplicaron las industrias de consumo interno, como electricidad, cerveza, hielo, jabón, perfumería, licores, cemento, etc. El alza del comercio exterior sigue paralela a la del azúcar. El de importación fue de $76.870.000 en 1899. El promedio anual entre 1918 y 1922 fue de $350.619.000. El de exportación: $45.067.000 'en 1899 y $478.246.400 como promedio anual de 1918 a 1922. ¡Un aumento del mil sesenta y uno por ciento! El comercio interior tomó vuelo proporcional. También mejoran extraordinariamente las vías de comunicación y transporte. En 1899 había unos 1.500 kilómetros de ferrocarriles. El viaje entre las dos ciudades más importantes del país, La Habana y Santiago
de Cuba, se hacía casi todo por vapores que salían del Surgidero de Batabanó y tomaba cinco días. En 1924 la Isla contaba con 4.700 kms de vías férreas (un aumento de más de un trescientos por ciento). Y con la terminación del Ferrocarril Central el viaje de La Habana a Santiago de Cuba era sólo de 24 horas. En esa fecha podía ya irse desde Guane, en Pinar del Río, hasta Guantánamo, en Oriente en tren. Las carreteras, que en 1899 no pasaban de 256
kms. habían subido a más de 2.300 kms en 1924. Un aumento de un
900 por ciento en números redondos. Pareja extensión se nota en la red de teléfonos y de telégrafos. Crecen, a la par, las poblaciones y se avanza en su alcantarillado, sus acueductos, sus sistemas de pavimentación y recogida de basuras, con un extraordinario au-
mento paralelo del valor de la propiedad urbana.
No oculta Guerra en su libro la columna del déficit en el proceso
346
evolutivo de la República. El más grave: la decadencia del sistema educativo, desde la Universidad hasta la enseñanza primaria, sin excepciones en nivel alguno. Crisis peligrosísima que ponía en peligro todos los otros avances conseguidos. Junto a ella se encontraba la insuficiente devoción a la causa pública: la lasitud de la opinión pública, desatendida de sus deberes cívicos, asqueada por la ineficiencia y corrupción de la vida política y administrativa del país. Además, Guerra cita la creciente penetración de los trusts y monopolios extranjeros y la presión del latifundismo sobre el colonato. Todo eso sin contar otras dificultades urgidas de remedios en la sanidad, la salud pública, la atención a las regiones rurales y a la infancia, etc. Con su ironía habitual, la dialéctica de la historia empujaba a Cuba hacia adelante y a la vez la hacía retroceder. Resolvía unos problemas. Creaba otros. Pero el balance, para Guerra, era positivo. Contestándole a quienes trataban de demostrar la existencia de una pretendida decadencia cubana, el autor de Un Cuarto de Siglo de Evolución Cubana dice en la introducción de ese libro: «Con el mayor respeto para opiniones ajenas, creemos que no hay tal decadencia y nos atrevemos a afirmar que nadie en Cuba cree en ella sinceramente. Hay sí, disgusto por la poca eficacia de la acción de nuestros gobiernos, y hasta estancamiento y aun retroceso en algunos sectores; pero en general, el país progresa y no está descontento de sí mismo ni de la enorme labor que ha realizado.
Juzgando imparcial y serenamente, nadie podrá negar que el pue-
blo cubano ha rendido una tarea colosal, luchando contra dificultades enormes... Ese resistir perenne y victorioso a todas las causas de destrucción, progresando sin cesar, no es un perpetuo milagro de una providencia benéfica, sino una prueba innegable y concluyente de que hasta ahora la maravillosa vitalidad de la sociedad cubana ha sido el factor más poderoso en la evolución de la comunidad. Si una organización social más perfecta y una dirección más eficaz e inteligente de los asuntos públicos facilitasen la obra creadora y constructiva
de nuestras
energías
íntimas,
Cuba
podría
ser,
en
cortos años, una de las patrias más prósperas y progresistas del
mundo.»?”
Es sobre este pasado contradictorio de grandezas y miserias, de
derrotas y victorias, que la nueva generación republicana comienza
a alzar su voz en 1923. No nos toca hacer aquí la historia del gran
movimiento
revolucionario que culmina con la Constitución del
Cuarenta. Nos bastará con mencionar sus momentos más salien27.
Guerra (1924), p. 11.
347
tes. La famosa Protesta de los Trece; el manifiesto que la explicó; el nacimiento del Grupo Minorista, que va a expresarse sobre todo a través de la revista Social; la creación de la Federación Estudiantil Universitaria y el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, presidido por Julio Antonio Mella; la fundación de la Universidad Popular José Martí, hechos ocurridos todos en 1923, demuestran un despertar de la conciencia cívica en muchos de los sectores vitales de la nación. En su vigorosa huelga de 1924, la clase obrera probó su pujanza y en 1925 fundó la Confederación Nacional Obrera de Cuba. En el 25 nació también el Partido Comunista. Y en ese mismo año subía al poder Gerardo Machado, quien en su Plata-
forma de Regeneración había prometido al pueblo de Cuba refor-
mas sustanciales en lo político, lo econónico y lo social, incluyendo la gestión de ponerle fin a la Enmienda Platt. A pesar de un comienzo positivo, señalado por importantes medidas nacionalistas de proteccionismo económico (como la influyentísima Tarifa de 1927) y un amplio programa de obras públicas (sobre todo la construcción de la Carretera Central), fue precisamente la traición del Presidente a los aspectos políticos de su prometida plataforma regenerativa lo que provocó la violentísima crisis de 1930 a 1933. Para reelegirse y prorrogar su mandato, Machado recurrió a los peores procedimientos de ilegalidad, corrupción y violencia del pasado, multiplicándolos y empeorándolos. Pero la conciencia nacional en 1930 no era la de 1906 o 1917. En una carta famosa que dirigió a Jorge Mañach y fue publicada en
junio de 1930 por la revista de avance, uno de los órganos literarios capitales de los nuevos tiempos, Enrique José Varona, con aguda perspicacia, indicaba: «Va desvaneciéndose la cerrazón que pesaba
sobre la conciencia y se anhela salir del marasmo en que la dejó la
gran catástrofe. Fijémonos primero en lo nuestro. En cuanto va de año, apenas pasa una quincena sin que se produzca alguna manifestación del desasosiego público. El pueblo se ha incorporado; parece tantearse el cuerpo gigantesco, y trata de convencerse de que sus miembros no están ya agarrotados. Acontecimientos de
suma trascendencia se han ido sucediendo. Desde los grupos de
estudiantes intrépidos, conscientes del derecho, hasta las imponentes reuniones públicas de la nueva agrupación política y el despliegue de las masas obreras, en forma de avalancha irrepre-
sible, el Día del Trabajador. Vuélvase la vista atrás, muy poco
atrás, y quedará
patente
el contraste.
Sea
cual fuere la honda
causa, si alguna causa interna existe, el hecho innegable, lleno de
enseñanzas y promesas, es que el país ha vuelto a darse cuenta de
348
su fuerza. Porque sólo en su complicidad, querida o consentida, pueden los gobiernos alzarse a la dominación...» Y Varona no se limita a señalar el cambio de actitud de la opinión pública cubana. Ofrece lo sustancial de un programa y llama al esfuerzo para realizarlo: «Oigamos la voz resonante de nuestra América: es saludo a nuevos tiempos; y en el viejo Anáhuac cristaliza otra forma de organización de la propiedad. El indio se transforma. ¿Y el colosal imperio americano? Su sombra ingente se proyecta sobre nosotros, sobre nuestros vecinos. Tremenda amenaza silenciosa, que va pa-
ralizando como
chupa
nuestra
secreta ponzoña nuestros miembros.
sangre...
Sin vacilar respondo.
Incubo que
El imperialismo
americano ha llegado a su cúspide. Y a las cúspides se puede llegar: en ellas no es dable permanecer. La era del imperialismo ha completado su trayectoria... ¡En pie, pueblos del Caribe! Las comunidades humanas no valen sólo por sus millones en hombres y en oro, sino principalmente por lo que realizan en la región superior del espíritu...»
Se había entablado el combate de nuevo en Cuba entre el pasado y el futuro. Y lo que sigue es un trienio trágico de gigantesca
convulsión interna. De sanguinaria guerra intestina. De creciente
terrorismo revolucionario y, como reacción, de brutales represiones, torturas y asesinatos de la infame «Porra» machadista. Todo esto en medio de la crisis económica más intensa y devastadora de la
historia del país, como inevitable reflejo de la tremenda depresión
mundial iniciada en 1929. Lo más importante que ocurre en esos tres años turbulentos es la profundización, expansión y radicalización doctrinal del movimiento contra la dictadura. Comenzando como una simple protesta política pronto deviene un hondísimo anhelo de amplia transformación económica y social. Lo que estalla en 1923 como acción limitada de un pequeño grupo de intelectuales en la capital de la Isla, se convierte poco a poco en un levantamiento
progresivo y cada día más poderoso de todos los sectores de la sociedad cubana. Al principio la protesta cívica antimachadista parece estar bajo la dirección de la vieja guardia de la política criolla. Pero después del fracaso de Menocal y Mendieta en Río Verde, la nueva generación se puso al frente. Y no sólo cambiaron las tácticas de combate sino que además se mudó el contenido del programa. El Directorio Estudiantil Universitario, el ABC y muchos otros grupos antigubernamentales (el fraccionamiento fue 28.
Revista de Avance, Vol. V, 1930, pp. 161-162.
349
siempre la peor plaga que aquejó a la Revolución) elaboraron manifiestos y programas que, aunque diferían en muchos puntos, iban creando un saldo de coincidencias básicas. No bastaba liquidar la
reelección y la prórroga de poderes, despojando a Machado de su espúreo mandato.
Había que eliminar la Enmienda
Platt. Y que
reestructurar las relaciones con los Estados Unidos sobre bases de
igualdad y respeto mutuo. Había que diversificar la producción agrícola e monopolios de los servicios públicos y sus derechos, incluyendo el de huelga.
ponerle coto industrial, reconocerle Había que
al latifundismo, nacionalizar los a la clase obrera darle el voto a la
mujer y elevar el standard de vida de toda la población, sobre todo de la rural. Había que reformar totalmente el sistema de enseñan-
za, darle autonomía a la Universidad de La Habana y modernizar
los niveles medios y primarios de la educación, erradicando el analfabetismo. Debían crearse tribunales especiales contra el peculado e instalar un nuevo sistema gubernativo que impidiese la corrupción y la dictadura. La cuestión no era tan solo salir de la tiranía, sino cortar y extirpar las raíces capaces de producirla. Era preciso crear una Cuba nueva, levantada sobre la democracia, la igualdad, la libertad política, la reconquista del patrimonio económico, la justicia social. Esas ideas, expresadas en formas diversas,
sobre todo en cuanto al modo de hacerlas viables, constituían el denominador ideológico común de la nueva generación que, tras el asesinato de Rafael Trejo el 30 de septiembre de 1930, comenzó a llamarse —con mayor o menor corrección cronológica— la Generación del Treinta. Y, paso a paso, ganaron la aceptación de todo el país. Como dice con acierto Fernando Portuondo se «aspiraba a completar la realización del programa enunciado por Martí en el
Manifiesto de Montecristi.»?? Pero también se procuraba dar un
paso de avance más. La devastadora crisis económica y política de Cuba, que amenazaba hundirla en el caos, condujo por fin a la Mediación del nuevo gobierno norteamericano encabezado por Franklin Delano Roose-
velt, constituyendo uno de sus primeros esfuerzos por darle sentido práctico a su flamante política de Buen Vecino. Y culminó, después de
infinitas
y enrevesadas
maniobras
y contramaniobras,
en
la
huelga general de agosto de 1933, la caída de Machado y la instauración del gobierno provisional presidido por Carlos Manuel de Céspedes. Sin embargo, iban a transcurrir siete años más de honda -29.
Portuondo (1985), p. 610.
350
agitación interna antes de que el programa de la Generación del
Treinta se concretara en los artículos de la Constitución del Cua-
renta. El gobierno de Céspedes fue depuesto el 4 de septiembre por un cuartelazo de la sargentería del ejército. Se sucedieron rápidamente la Pentarquía, la presidencia ultra-nacionalista del doctor Ramón Grau San Martín (que fracasó por el extremismo idealista pero inmaduro del indomable Antonio Guiteras y otros. jóvenes líderes radicales), la renuncia de Grau, la interinatura de Hevia, el
gobierno del coronel Carlos Mendieta, la abrogación de la Enmien-
da Platt, la progresiva absorción del poder político por el Jefe del ejército Fulgencio Batista, quien por varios años (tras el fracaso de
la huelga general de marzo de 1935) se convirtió en el poder tras el trono y cambió Presidentes a su antojo, cuando éstos no se rendían
totalmente a su voluntad.
Liquidado Mendieta,
le sucedió José A.
Barnet, quien le entregó el cargo a Miguel Mariano Gómez. Y cuando el Senado, por órdenes provenientes del Campamento de Columbia, encausó y depuso a Gómez, el Vicepresidente Federico Laredo Brú ocupó la inocua silla presidencial. La creciente oposi-
ción del pueblo a estas anomalías y el agravamiento de la situación
internacional, decidieron
a Batista a buscar un acuerdo con sus
enemigos. Hizo un pacto con el Partido Comunista. Se entendió con
Menocal. Y logró que todos los sectores gubernamentales y oposicionistas aceptasen la convocatoria de una Asamblea Constituyente en el verano de 1939. Elegida el 15 de noviembre de 1939 y
constituida el 9 de febrero de 1940, la Constituyente, por boca de su
presidente Carlos Márquez
Sterling, proclamó
Magna el primero de julio de 1940.
una nueva
Carta
La Constitución del Cuarenta no fue tan sólo el cimiento jurídico sobre el cual se levantó el nuevo gobierno cubano, sino también la concreción, en promesa de inmediato cumplimiento, de las bases fundamentales del programa de la generación del 30, no sólo en el orden político sino en el social. En este último, que es el que aquí más nos interesa, sustentó que «el trabajo es un derecho inalienable del individuo» y trató de rodearlo de avanzadas garantías ordenando que la Ley debía establecer la periódica regulación de los salarios y sueldos mínimos de acuerdo con las peculiaridades de cada actividad industrial, comercial y agrícola. Además proclamó la
jornada de ocho horas diarias y de 44 horas semanales con pago de
48 horas y el derecho a un mes de descanso retribuido por cada 11 de trabajo. Creó el derecho de los trabajadores a seguros sociales y fijó medidas de protección para la mujer trabajadora. Reconoció el derecho a sindicalización y a huelga. Por otra parte, declaró pros-
351
cripto el latifundio e hizo exenta e inembargable a la finca rústica
del padre de familia que la habitase y explotase por sí mismo,
cuando su valor no excediera de dos mil pesos. Otorgó el voto a la mujer. E hizo punible todo tipo de discriminación. Distaba mucho de ser una constitución perfecta. Pero, como bien dice Carlos Martínez Sánchez: «La Constitución de 1940, no obstante sus omisiones y excesos; deficiencias técnicas; preceptos contradictorios; disposi-
ciones inspiradas en nobles principios y otras que respondían
intereses egoístas y subalternos, había acogido en lo fundamental,
a
el pensamiento y las aspiraciones cubanas, y esto lo demuestra la aceptabilidad que el pueblo le brindó en todos los momentos.»* Con ella se cierra un capítulo y se abre otro en el terreno de las relaciones sociales en Cuba. El negro en la trinchera: ideales de una raza, 1912-1940 Y mientras tanto, a trompicones, si se quiere, en este período el
negro cubano —jJunto con su hermano
blanco—
sufre y trabaja,
batalla y avanza, pese a los dolorosos retrocesos provocados por la
crisis de 1912, En lo estrictamente demográfico, hay que apuntar el crecimiento constante de la gente de color. Entre 1907 y 1943 (poco más de un tercio de siglo) esa población se duplicó. Relativamente parece haber descendido de un 29.72 por ciento del total en 1907 a un 25.25 por ciento en 1943. Pero, en realidad (como bien se
reconoce en el Censo de ese último año) esta disminución es más
aparente que real, pues el crecimiento vegetativo de la «población de color» supera al de la blanca. La diferencia que se observa está
determinada por varios factores. Sobre todo por dos. Primero, mien-
tras en esta etapa la inmigración blanca, especialmente la española, supera abrumadoramente
a la ocasional importación de brace-
ros haitianos y jamaiquinos, la repatriación de estos últimos alcanza un 56.1 por ciento entre 1931 y 1943. Y, en segundo lugar, hay que tomar en cuenta la enorme «movilidad étnica» cubana, el hecho de que personas más o menos blancas fenotípicamente no lo sean en verdad en su genotipo. Sencillamente pasan por tales. Y las técnicas utilizadas por los censos cubanos no logran establecer diferenciaciones efectivas en esta clasificación. Blancos son todos los que 30. Martínez Sánchez (1975), p. 593. Un resumen valjosísimo de todo este período histórico puede encontrarse en Aguilar (1972a).
3592
afirman o parecen serlo. Como se expresa en Un Estudio sobre Cuba: «Hay que considerar, dado el método seguido para la consi-
deración étnica, que un gran porcentaje de los elementos calificados como pertenecientes a la raza blanca tienen indiscutibles e impor-
tantes elementos de la raza de color, influenciando y variando
sustancialmente las proporciones de participación de ambas razas.»! Si se tuvieran en cuenta esos factores, el crecimiento tanto
absoluto como relativo de la «población de color» sería mucho mayor
del que arrojan las estadísticas oficiales. En las páginas 354 y 355 se pueden observar las tablas comparativas de los censos realizados en Cuba en 1907, 1919, 1931, 1943 y 1953.
DISTRIBUCIÓN POR RAZAS DE LA POBLACIÓN 1907
1919
1931
1943
1953
1.428.176
2.088.047
2.856.956
3.553.312
4.243.956
Negros
274.272
323.177
437.769
463.227
725.311
Mulatos
334.695
461.694
641.337
743.115
843.105
11.837
16.146
26.282
18.929
16.657
2.048.980
2.889.004
3.962.344
4.778.583
5.829.029
608.967
784.811
1.079.106
1.206.342
1.568.416
Blancos
Amarillos Totales
Totales “de color”
1.
Alvarez Díaz (1963), p. 801. El número de extranjeros «de color» (de 1933 a
1943) descendió de 179.000 a 70.000. (Véase Masferrer y Mesa-Lago en Toplin (1974), p. 362). Es verdad que, en el mismo período, los extranjeros blancos disminuyen de 671.000 a 141.000. Pero mientras los haitianos y jamaiquinos eran repatriados, la mayoría de los blancos adquirieron carta de ciudadanía cubana y se quedaron en el país.
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695" b»!* Pero no bastaba con denunciar. Era preciso sugerir nuevos mé-
todos de lucha. Así lo hace Guillén en otro artículo titulado La conquista del blanco, en el cual indica que los negros deben concurrir a todos aquellos lugares públicos «donde sepamos que habremos de sorprender a los blancos, porque nuestra misma timidez los ha ido acostumbrando a no vernos. ¿A pelear? De ninguna manera. Á recordarles que somos de verdad hermanos. A decirles que deben contar con nosotros.A hacerles presente que vivimos en la República de Cuba y no en una sureña plantación algodonera de los Estados Unidos... Debemos considerarnos todos en la obligación de acercarnos al blanco, enseñándole —alguna vez los maestros habríamos de ser nosotros— que nuestra piel oscura está cubriendo un hombre que se parece muchísimo al que late detrás de su piel blanca.»*'* Es la misma posición sustentada por Urrutia, quien meses más tarde escribió en sus Armonías: «Cuando sepamos de
algún lugar público donde se nos rechace por ser negros, debemos ir
allí tranquilos, sin escándalos ni ánimos de boxear. Si no se nos atiende o si se nos veja de otro'modo, nos retiraremos después de haber asegurado un testimonio legal, y pondremos un pleito al propietario. Y pondremos diez, o cien, o mil pleitos a ese y a los
demás que procedan de igual modo... Podemos levantar un «fondo
Judicial» de quince o veinte mil pesos con que pagar honorarios de abogados, notarios y procuradores y así de paso brindaremos ocu-
pación a muchos de nuestros letrados y sus auxiliares.»!* 13.
Guillén, DM, 21 abril 1929.
14.
Guillén, DM, 5 mayo 1929.
15. Urrutia, DM, 16 marzo 1930. Un estudio detenido y minucioso de la magnífica labor roturadora de Gustavo E. Urrutia en su página famosa, en la columna que por años publicó en el Diario de la Marina y en sus contribuciones a otras revistas y periódicos (como Adelante, por ejemplo), es imposible en este libro de carácter introductorio. Alguien debería intentarlo para sacar de la oscuridad y el olvido a una de las figuras más valiosas de la lucha por la igualdad cubana en el período republicano. Las colecciones casi completas de La Marina y Adelante, por ejemplo,
pueden
consultarse
en el magnífico
370
acervo
de materiales
cubanos
que
Conviene advertir que estos consejos de Guillén y de Urrutia no
quedaron reducidos a mera letra muerta. Una vez derribada la dictadura machadista y disminuido el terror oficial, a la agitación de todos los sectores sociales del país por sus reivindicaciones económicas, políticas y diplomáticas, se agrega la reclamación de los negros por la igualdad racial. No de palabra solamente, sino con hechos. Por ejemplo, las masas negras comienzan a romper las líneas demarcadoras de la discriminación en los lugares públicos. En muchas ocasiones sin incidentes graves. En otras con violentas explosiones de odio reconcentrado y retrógrado. Así ocurrió, por ejemplo, el 7 de enero de 1934 en la ciudad de Trinidad. Después de una pugna verbal sobre los derechos de blancos y negros para transitar por el parque «Céspedes», cuando varias familias «de color» extendieron su paseo más allá de la «línea divisoria», fueron
agredidas por racistas blancos. Se generalizó una riña tumultuaria.
Hubo
civiles y policías heridos. Y como
secuela de este trágico
encuentro resultó muerto a golpes y cuchilladas el periodista de
color Félix Justo Proveyer.?? Algo parecido,
aunque
sin que la
sangre llegase al río, se produjo en Cienfuegos. Estas acciones y otras muchas, poco a poco lograron eliminar los residuos de segregación en los parques, paseos y otros centros comunales de carácter público a lo largo de todo el país. A esa lucha contribuyó la creciente organización de la gente «de color» en instituciones de combate.
Una
de ellas fue el Comité Pro los Derechos del Negro,
cuyas
denuncias de los atropellos y pretericiones ilegales que sufría esa raza comenzaron a encontrar eco en la opinión pública nacional. Se estaba iniciando una nueva etapa —a nivel más alto— en la movilización patriótica por la igualdad de todos los cubanos.!” Otro importante baluarte en esta patriótica campaña lo constituye la revista mensual Adelante, que apareció en junio de 1935 y se publicó hasta febrero de 1939, «paralelo al período turbulento que habría de liquidarse mientras se elaboraba la nueva Constitución de 1940.»** El primero en destacar su importancia ha sido el posee la biblioteca de la Universidad de Miami en Coral Gables, Florida. 16.
Arredondo (1939), pp. 64-65.
17. La desaparición de Ideales de una Raza movió a Lino D'ou a inaugurar otra página periodística titulada La marcha de una raza, en el suplemento dominical del diario habanero El Mundo el 29 de marzo de 1931. El esfuerzo fue de corta duración. La censura impuesta por la dictadura machadista se extendía a todo tipo de protesta, por leve que fuera, incluyendo, desde luego, la racial. 18. Fernández de la Vega (1985), p. 1.
371
profesor Oscar Fernández de la Vega, en dos de esos personalísimos cuadernos (de «edición limitada y gratuita») con que por largo tiempo ha mantenido encendida, en las oscuras dificultades del exilio, la más pura luz de la cultura cubana. En el primer opúsculo reproduce y comenta las contribuciones en verso que se publicaron en el mensuario. El segundo es una selección de artículos y ensayos sobre la llamada «poesía negra», extraída de la misma publicación.
El lema de Adelante («Cultura y Justicia Social —Igualdad y Fra-
ternidad»), revela la temperatura política de la nueva era en que la revista aparecía: después de la caída de Machado, después de la
derrota del gobierno del 4 de septiembre, después del fracaso de la
Huelga de Marzo, en medio de un paréntesis del proceso revolucionario, cuyo futuro parecía para muchos muy incierto, pero a cuyo programa esencial de reivindicaciones nacionales nadie pensaba renunciar. Desde el primer momento se echa de ver que la nueva publicación había asimilado las lecciones de Ideales de una Raza y de La Marcha de una Raza, pero que pretendía extenderlas y profundizarlas a tono con las realidades del momento histórico en que se debatía el país. Se trataba, no de repetir, simplemente, sino de dar un paso adelante. Aunque aquejada a ratos de radicalismos juveniles innecesarios, Adelante, en lo fundamental, supo cumplir eficazmente con su dificilísima misión. | Como antes, había que vencer el pesimismo, levantar el ánimo de aquellos negros aplastados por el complejo de inferioridad, reafirmar la fe en los propios destinos. Adelante lo hace siguiendo los pasos de sus predecesores. En primer lugar, mediante la exaltación de las grandes figuras negras del pasado heroico: Antonio Maceo, sobre todo, pero también su hermano José, su madre Mariana Grajales, Juan Gualberto Gómez, Quintín Banderas, Jesús Rabí, Guillermón. Moncada, Rafael Serra, Pedro Díaz, Martín Morúa Delgado y muchos otros. Además, con referencias constantes al programa igualitario del separatismo y la reproducción de artículos de José Martí, Juan Gualberto Gómez y otros sobre la cuestión racial. En tercer lugar, con numerosos trabajos sobre los éxitos alcanzados por importantes figuras «de color» de los Estados Unidos a lo largo de su historia: la poetisa Phillis Wheatley, el pintor Henry Ossawa Tanner, el elocuente orador abolicionista ex esclavo
Frederick Douglass, el músico William J. Neckerson, el educador
Booker T. Washington, el biólogo George Washington Carver, la exquisita contralto Marian Anderson,.el destacado actor y cantante Paul Robeson, el poeta y novelista Langston Hughes y muchos más. Y, por fin, con la afirmación constante del orgullo de ser negro,
372
expresado en mil formas. Por ejemplo, en un soneto de Salvador García Agúero dedicado precisamente a Langston Hughes, que comienza con esta estrofa: Hermano, negro hermano, yo te saludo
Por ti renuevo el canto, taño y me alegro...
Mi corazón, a verte, sale desnudo Sin retórica falsa, sincero: negro.
Además, como en Ideales de una Raza, se publican artículos de carácter antropológico sobre las bases científicas de la igualdad esencial de los seres humanos, respaldados por firmas acreditadísimas. Se destacan las contribuciones del negro al folklore y a la cultura general del país. Y en lo que a
la alta cultura se refiere, se
repiten los nombres tradicionalmente mencionados de José White, Claudio Brindis de Salas, Plácido, Manzano, Juana
Pastor, Juan
Gualberto Gómez, Martín Morúa Delgado, etc., invocándose también los de la nueva generación, tales como la cantante Zoila Gálvez, la recitadora Eusebia Cosme, la prominente pedagoga Ana Etchegoyen, los poetas Nicolás Guillén y Regino Pedroso, el pintor Alberto Peña («Peñita»), el escultor Teodoro Ramos Blanco, etc. Sin contar que Adelante abrió sus páginas a ensayistas consagrados
como
Gustavo
E. Urrutia y Alberto Arredondo,
a historiadores
como José Luciano Franco, a cuentistas como Tomás Savignon, a etnólogos como Rómulo Lachatañeré y a un número considerable de poetas. La nueva generación negra en nada desmerecía comparada con la anterior y aun, en muchos casos, la superaba. Eran esos, sin
duda, signos extraordinariamente alentadores. En esta nueva etapa histórica, también se identifica ideológicamente la revista con «La Revolución». Pero ahora esa palabra
adquiere un sentido mucho más vasto. En su segundo número, de
julio de 1935, el editorial, titulado En Marcha proclama que el negro «vive más alerta de lo que a simple vista denota» y sabe que «no puede prosperar una revolución que lo niegue.» En ese mismo número, Gustavo E. Urrutia afirma que «la Revolución no se ha logrado», pero eso no quiere decir que haya «fracasado»... «mantiene en sí misma toda la entereza de sus elementos, toda su vitalidad y su fuerza renovadora.» Obviamente Urrutia habla de la revolución post-machadista, que hunde sus raíces en los viejos postulados ideológicos del 95, pero ahora es un nuevo árbol que trata de adaptarse al nuevo terreno histórico en que vive. Urrutia sostiene: «...El negro no ha recibido ni puede esperar ningún pro-
373
greso sino de la Revolución. No aludo a las revueltas e insurrec-
ciones fulanistas o partidistas que hemos padecido en los treinta años republicanos, sino a las verdaderas revoluciones de fondo: en la de los Diez Años obtuvo la abolición de la esclavitud; en la del 95
conquistó la igualdad de derechos civiles y políticos; en la que se
avecina... que se logrará algún día, ganará el negro su igualdad de derechos económicos y sociales.»!” Urrutia propone que cuantos
elementos de revolución animen a la masa negra del país se manifiesten dentro de la legalidad cubana, agotando todos los recursos
para obtener reivindicaciones esenciales. Perspicazmente, profetiza la posibilidad de un entendimiento nacional que haga posible una solución pacífica de la crisis nacional: «La voluntad cubana — excepto de la reacción, que está fuerte todavía— es que se realice la Revolución. Lo mismo la voluntad evolucionista del coronel Batista, que la voluntad legalista de los revolucionarios dispuestos a hacer la oposición política, que la voluntad sediciosa de los revoluciona-
rios exiliados.» (Clara visión del futuro, pero que tomó unos cuatro años para convertirse en realidad con la convocatoria a elecciones
para una Asamblea
Constituyente,
donde participaron
todos los
partidos cubanos, en 1939).Y el ilustre periodista termina afirman-
do que «al afrocubano le incumbe. resolver por su libre albedrío cómo ha de contribuir, en este paréntesis legalista a facilitar el
triunfo de esa Revolución... Los negros más responsables ante la Historia
por
sus
méritos
e influencias,
deben
juntarse
con
las
representaciones de las clases negras más desvalidas, para trazarse una línea de conducta colectiva en pro de su raza, de la revolu-
ción y de la patria.»?
Lo económico, como antes, se coloca en lugar central. En esencia
la tesis es ésta: al negro se le dijo en 1902 que a la igualdad cívica se
añadiría la económica cuando elevase su nivel de cultura, que la maldición esclavista había mantenido muy bajo. El negro aceptó. Se dedicó a estudiar, a prepararse. Su nivel educativo subió dramáticamente en un tercio de siglo. Pero todavía las puertas de la economía seguían cerradas para ellos. La promesa no se había cumplido. Era preciso rectificar urgentemente esa situación. La
revista se hizo eco constante de las discriminaciones absurdas e injustas que en el terreno económico persistían en la década del
Treinta. Tomemos sólo una muestra: el artículo de Carlos A. Cer19. 20.
Urrutia, Adelante, julio 1935, p. 7. Urrutia, Adelante, julio 1935, pp. 7 y 22.
374.
vantes publicado en enero de 1938. Al inicio de la República —se dice allí— industriales y comerciantes cerraron las puertas al ne-
gro. Este buscó cierto acomodo en la admistración pública. Aun allí sufrió discriminaciones. «Muchos años tuvo que vivir superándose
el negro cubano para poder pasar en las oficinas del Estado de humilde ujier a la simple y mediocre condición de escribiente o cosedor de expedientes... Hoy los profesionales de color son miles. Doctos, capacitados y honorables. ¡Lástima que no puedan mostrar su pujanza tal cual la poseen!... Las industrias cubanas así como las extranjeras, no quieren emplear negros ni para envolver caramelos, jabones o empaquetar otra mercancía cualquiera.»?* Cervantes cita casos específicos, después de visitar personalmente algunas
fábricas: no daban empleo casi a ningún negro por esa fecha las
droguerías de Johnson y Sarrá, las fábricas de artículos de tejido, y otras como Crusellas, Bacardí, La Tropical, La Polar, Sabatés, las oficinas de las compañías de teléfonos, gas y electricidad. «La más togada de las mujeres de color no es aceptada en los «Ten-Cents», «Isla de Cuba», «Precios Fijos» u otro establecimiento propio para
emplear mujeres.»*? En definitiva, el articulista no hacía otra cosa
que confirmar con ejemplos sacados de la vida diaria las cifras del
censo que citamos más arriba.
Denunciaba también Adelante las demás variantes discriminativas que aquejaban por entonces al país. Por ejemplo, el problema de las playas. En un editorial del número 32, se plantea la cuestión en los siguientes términos: «Disfrutar del saludable y reparador
influjo de los baños de mar, es una de las muchas cosas que en Cuba
resultan harto difícil a las personas de color. Las playas, lo mismo en La Habana, que en Cienfuegos, Santiago de Cuba y otras importantes ciudades costeras de la isla, están en poder de empresas particulares o centros aristocráticos (balneario «La Concha» de la playa de Marianao, Havana Yacht Club, Casino Deportivo de La Habana, Cienfuegos Yacht Club, Club Náutico de Santiago de Cuba, etc.) que prohíben por completo el acceso de los negros a esas fuentes de salud y de vida. En Varadero, que es una de las pocas playas donde se respeta el derecho de libre asistencia, el negro tropieza con múltiples dificultades para desvestirse, guardar la ropa, almorzar, descansar, etc.; teniendo necesidad de realizar esos
imprescindibles menesteres en los propios vehículos que utilizan 21.
Cervantes, Adelante, enero 1938, p. 8.
22.
Cervantes, Adelante, id., id.
375
para trasladarse a la encantadora playa, o en unos asquerosos fonduchos de asiáticos, ubicados en los más indecentes, antihigiénicos e inadecuados locales de todo el litoral.»? La misma voz se alzaba en protesta contra otras formas de preterición, como el persistente problema segregativo en las plazas y otros sitios públicos en Cienfuegos, por ejemplo; o las sutiles triquiñuelas usadas para
rechazar alumnos «de color» en determinados colegios; o las desi-
gualdades de salario en el desempeño de idénticas ocupaciones; o la escandalosa ausencia del negro en el cuerpo diplomático y consular de la república; o las dificultades del negro para obtener posiciones elevadas en los hospitales, en los tribunales y otras dependencias estatales o municipales. En esencia, tres décadas después de logra-
da la independencia, aquella sencilla petición de Juan Gualberto Gómez (que al negro no se le desterrase «del banquete de la vida»)
estaba muy lejos de realizarse. Por eso había que condenar y agitar y movilizar y luchar. Luchar por todos los medios posibles. Pero dadas las condiciones políticas del momento histórico, Adelante unificaba todas sus consignas en una sola fundamental (como estaban haciendo casi todos los sectores insatisfechos del país): convo-
car a una Asamblea Constituyente libre y soberana que declarase delictiva y punible todo tipo de discriminación racial y abriese una
nueva era en las relaciones interraciales de Cuba. Fue esta revista, además, muy celosa defensora del prestigio y de la dignidad del negro cubano. Y combatió enérgicamente todo lo que pudiese rebajarlo ante sus propios ojos y los de la comunidad. Ese fue el origen, en la revista y fuera de ella, de una larga polémica sobre la reanudación de las comparsas carnavalescas en La Habana y otras ciudades del país. En definitiva, las tesis mantenidas por Adelante pueden resumirse del modo siguiente: comparsas, si «congas», no. Las comparsas podían ser admitidas como conjuntos artísticos debidamente organizados, pero no si degeneraban en «congas», a las que el mensuario describía —no sin razón— como un «desbordamiento abigarrado de personas ajenas a toda disciplina, generalmente mal trajeadas, que en una promiscuidad de sexos y edades, van «arrollando» por las calles...»?* Los autores del presente libro bien recuerdan los esfuerzos que fueron preciso realizar para mejorar la calidad artística y ética de los carnavales santiagueros, desterrando de ellos la influencia del hampa (o lo que entonces se 23.
Editorial, Adelante, enero 1938, p.-1.
24.
Editorial, Adelante, marzo 1937, p. 1.
376
llamaba el «lumpen-proletariado»). La tarea dio sus frutos y se logró plenamente desde fines de la década del cuarenta, en que estas fiestas habían devenido sana y artística expresión del alma popular blanquinegra. La revista Adelante actuó como pionera de esta meritoria tarea de higiene pública. Mas es de Justicia consignar aquí el papel dirigente capital que en esta labor realizó en
Santiago de Cuba el senador César Vilar, entonces dirigente del
Partido Socialista Popular, pero cuyas filas abandonó después por diferencias ideológicas y hasta religiosas fundamentales. Vilar era blanco pero su influencia sobre la población negra pobre de Santiago, en cuyo seno vivía, era extraordinaria. Y su acción fue decisiva para movilizar a los mejores elementos de la «gente de color» humilde de Los Hoyos y otros barrios populares y hacer del carnaval santiaguero un modelo de organización,
decencia, arte, tradi-
ción y mérito folklórico. Desde luego, todo esto sirvió para aumen-
tar el prestigio del negro ante los ojos de la nación. Otras dos cuestiones abordó sistemáticamente Adelante: la muy
polémica de la naturaleza y sentido de la llamada «cultura afrocubana» y sus expresiones poéticas y musicales (cuyo análisis dejaremos para más adelante) y el espinosísimo de las obvias divisiones interraciales entre negros y mulatos, que el mensuario atacó no
sólo en numerosos editoriales y artículos, sino en una nutrida y
valiosa encuesta de carácter nacional. Este segundo tema bien merece aquí un breve resumen. Como es bien sabido, el mulato nace con el comienzo de la era colonial. Desde el instante mismo de la conquista, en el siglo XVI, los españoles mantienen relaciones sexuales con sus esclavas negras. Y hay una evidente tendencia a
manumitir a los hijos de esas uniones irregulares. En Cuba hubo,
desde muy pronto en su historia postcolombina, gente «de color» libre, que incluía a negros y mulatos. Y (sobre todo al principio) la población mulata libre superaba numéricamente a la negra, pues a esta última le era más difícil adquirir la manumisión. Debido a sus relaciones peculiares con el blanco español, primero, y luego con el criollo, el mulato fue favorecido también en el aspecto económico. Desempeñó oficios de más categoría social. Oficios que producían más altos ingresos. Eran artesanos: sastres, plateros, carpinteros, peineteros, ebanistas, pintores, barberos, tabaqueros, zapateros, músicos. Muchos eran también campesinos de mediana posición económica. En cambio, la mayoría de los negros libres eran estibadores, cocheros, peones, carreteros, boyeros, vendedores ambulantes, etc. En términos generales, el nivel educacional del mulato era también superior al del negro, cuyo número crecía constantemente
317
con los esclavos traidos del Africa, por largo tiempo inasimilados
linguística y culturalmente al país. Decir mulato era decir criollo,
persona perteneciente a una
segunda generación cubana por lo
menos. Y como, además, el desennegrecimiento de la piel tendía a
mejorar las relaciones económicas y sociales con.la clase dominante blanca, el mulato trataba de «blanquearse» lo más posible tanto en el campo de la reproducción física, como en el vestuario, la vivienda, los modales, las fiestas y demás aspectos de la vida social.
Dadas esas realidades, era inevitable que ganara terreno entre
los mulatos la idea (procedente del campo blanco) de que eran superiores a los negros. Y que diferenciarse y separarse de ellos lo más posible era un imperativo para su avance. Así nacieron los conceptos de individuos «adelantados» y «atrasados». De pelo «bueno» y pelo «malo». De gentes con labios y gentes con bembas. Y así, en la lotería genética y gracias a la peculiar «manga ancha» de la tradición española (tan habituada históricamente a estos mestizajes), comenzaron a aparecer «adelantados» que lograban «dar el salto» y «pasar» por blancos, si su posición económica era suficien-
temente elevada. Aunque en los primeros tiempos del «tránsito» tuviesen que sufrir desaires vergonzantesy amargas pretericiones, por fin, casandose con blancos y «clareándose» la piel, acababan por fundirse con el resto de la población blanca del país. Lo que importaba en Cuba era lo que hoy la biología llama el fenotipo, la aparien-
cia externa, y no el genotipo, la fórmula genética contenida en los
cromosomas. Eso era lo que en el pasado esclavista se llamaba «limpieza de sangre». Y en tiempos de la Colonia innumerables ex mulatos gastaron verdaderas fortunas tratando de obtener un papel que les certificase esa condición, sin la cual tantas puertas educacionales y sociales se les cerraban. Esos mulatos, al «pasar», dejaban de serlo. Y eran los primeros en exagerar su desprecio al negro. Pero aun muchos de los que por su color no podían atravesar
la línea divisoria, miraban con desdén a aquellos desde cuyo fondo
racial procedían y cuyo trágico destino procuraban rehuir. Se fue creando así lo que Gustavo E. Urrutia llamaba el subprejuicio mulato, que se basaba, sin duda alguna, en el prejuicio étnico fundamental de Cuba: el de los blancos contra «la gente de color». Y el gobierno español, siempre atento a lo que pudiese facilitar su dominación sobre el país, constantemente trató de alentar esas divisiones y subdivisiones raciales por todos los medios a su alcance. Por ejemplo, al establecer los cuerpos de voluntarios, separó los batallones de «pardos» de los batallones de «morenos», concendiéndole siempre a los primeros cierta primacía. Divide et impera.
378
Estas divisiones, empero, no llevaron en el siglo XIX a una total disociación entre negros y mulatos, a quienes —en la dualidad dialéctica siempre operante en estos casos— impulsaban a la unión otros factores sociopolíticos. Sobre todo dos capitales. En primer lugar, la presencia brutal de la esclavitud que ambos, mulatos y negros, contemplaban con idéntico dolor y repulsión. Y que ambos, unidos a los blancos abolicionistas se empeñaban en liquidar. En segundo lugar, el progresivo proceso de formación nacional, que iba integrando a negros, mulatos y blancos en una entidad superior, la cubana. Proceso que, en definitiva, condujo al ideal separatista y a las guerras de independencia, a través de las cuales, como hemos
visto, los tres factores étnicos trataban de resolver no sólo los problemas comunes de carácter nacional, sino los particulares y específicos de cada grupo. Ya señalamos los tropiezos que este empeño encontró en 1898. Y hemos estudiado los desencantos patrióticos que esta frustración produjo. Entre esas desilusiones
estaba la racial, de aquellos que recibieron sólo parte de lo que
habían buscado en la manigua. El Gran Desengaño y la ausencia
momentánea de fuerzas unificadoras revivieron las divisiones siem-
pre latentes entre las subétnias. En determinados lugares (sobre todo. en la provincia de Oriente) otros factores favorecieron la separación entre negros y mulatos. En Santiago de Cuba, Guantá-
namo y otros términos municipales del sureste cubano se había
desarrollado una vigorosa clase media mulata que procedía de los «franceses» (es decir, de los emigrados haitianos) que ya desde el siglo anterior poseía gran riqueza y notable cultura, tradicionalmente mandaba a sus hijos a estudiar a París, entonces capital intelectual del mundo, y se consideraba muy superior a la masa
analfabeta de los negros pobres. Todos estos elementos se combi-
naron al principio de la República para acentuar la división subracial y propiciar el desarrollo de «clubes» separados de negros y mulatos y a la reanimación de antiguos subprejuicios más o menos disimulados. Era preciso que nuevos principios unitivos vinieran a poner en la picota el absurdo de tales fragmentaciones para que comenzase a producirse una reacción positiva. Esos agentes de reintegración fueron el creciente espíritu nacionalista, la nueva visión científica de la igualdad humana y el movimiento revolucionario que agitó al país durante los años de la lucha antimachadista y los que inmediatamente siguieron. Esa flamante imagen unificadora es la que. proyecta Adelante y la que va ganando adeptos entre todos los enemigos de la discriminación. Porque ¿con qué derecho iban a atacar el racismo blanco aquellos que practicaban un subra-
379
cismo mulato o negro? En esta dirección se hicieron muchos pro-
gresos, aunque no todos los necesarios, como veremos en el próximo acápite.
Desde el comienzo mismo de su publicación, Adelante aboga por la integración de las Sociedades Cubanas de Color en un vigoroso
organismo de combate. Por entonces existían varias instituciones dedicadas a luchar contra la discriminación, como el ya mencionado Comité pro los Derechos del Negro y la Asociación Cívica de Relvindicaciones, etc. Pero el recuerdo de la extraordinaria labor realizada por el famoso Directorio que comandó Juan Gualberto Gómez en siglo anterior, tendía a sugerir que algo parecido podría convertirse en el mejor instrumento para defender los derechos del
negro en las nuevas circunstancias históricas. En realidad, desde antes de 1935 el movimiento comenzaba a ponerse en marcha. En ese año se celebraron reuniones unificadoras en algunas sociedades
de Matanzas y Pinar del Río. Se constituyó un plenum de las de Santiago de Cuba. Inclusive existía una llamada Comisión Organi-
zadora Nacional, aunque su actividad gestora era todavía limitada y débil, tanto en lo programático como en lo organizativo. Para propiciar acercamientos indispensables, se celebraron muchas actividades. Por ejemplo, la excursión de la «Unión Fraternal» de La Habana a la ciudad de Cienfuegos entonces considerada como úno de los baluartes del prejuicio, donde sobre la base del color de la piel —decía un editorial de Adelante «se mantienen tan absurdos e inconcebibles límites en parques, paseos y espectáculos públicos, que el visitante se avergúenza al observarlos y se indigna al oír pretender justificarlos a los que por razón de sus posiciones sociales
y políticas están obligados a desterrar tan fea costumbre.»* La visita no se produjo sin incidentes provocados por falta de organización, pero por lo menos constituyó un intento de no permanecer
en el plano meramente verbal. En enero de 1936, con la presencia de delegaciones fraternales de La Habana, tuvo lugar la Convención Provincial de Oriente en la
capital de la provincia. En su editorial de marzo de 1936 Adelante
comentaba: «Esta convención, a pesar de sus naturales y justificables deficiencias, dio oportunidad de mostrar, aunque no cabalmente, el ansia ostensible del negro de exponer sus dolores y
sufrimientos y de buscar una solución justa a los problemas vitales
que confronta. Enseñó, además, que «negros» y «mulatos» están contestes en romper las barreras que los dividen socialmente, y 25.
Editorial, Adelante, octubre 1935, p. 1
380
luchar juntos por la más absoluta igualdad, el mejoramiento de nuestras condiciones de vida, la creación de escuelas, higienización de los barrios pobres, por una eficiente profilaxis médica y social que evite la enorme mortalidad de negros y especialmente de niños, en fin, por una justicia social que satisfaga nuestros deseos de superación y valorice nuestro aporte constante a la causa de la buena cubanidad.» Posteriormente se celebraron en 1936 convenciones similares en las provincias de Las Villas y Camagúey. Pero, por razones diversas, el movimiento no pudo marchar con la rapidez deseada. Y hasta enero de 1938 no pudo realizarse la tan deseada Convención Nacional en el Centro de Veteranos de La Habana. Es curioso, pero las páginas de Adelante no acogen a la nueva institución con el entusiasmo que era de esperarse, dada la prolon-
gada campaña que había mantenido en pro de su organización. Es verdad que la defendió contra los ataques de algunos racistas recalcitrantes. Mas, por lo general, su posición ante ella es más bien crítica, como sucede con los artículos publicados en marzo y abril de 1938 bajo la firma de Cloris Tejo, donde se acusa al «Congreso de la Convención Nacional de Sociedades Cubanas» de «falta de conocimientos y de injusto»... por su posición sobre las «congas» y sobre los vendedores de periódicos de menos de 12 años. O sea, que en vez de insistir sobre lo positivo se insiste en nimias diferencias de detalle. El Comité Central de la Convención había dirigido una circular a sus sociedades integrantes en la que se decía: «Considera la opinión pública del país y nosotros, desde luego, de gran importancia esa consulta colectiva (la convocatoria a elecciones para una asamblea constituyente), la primera de su naturaleza en treinta años a la fecha, por cuanto que en dicha convención serán tratados los asuntos que afectan a las clases populares del país y a nuestro núcleo social para concretar las reivindicaciones que deben ser formuladas... a fin de obtener la mayor garantía en el pleno ejercicio y disfrute de nuestros derechos constitucionales para crear instrumentos legales de eficiencia penal indiscutible para combatir toda discriminación racista; para demandar, asimismo, las legislaciones proteccionistas a la maternidad y la niñez, el proletariado, el campesinaje, etc., y en fin para que la nueva organización constitucional de Cuba propicie un status general que permita elevar el standard económico y cultural de las clases populares.»* Pero en un artículo de Ernesto Pinto en el 26.
Adelante, junio 1938, p. 3
381
mismo número donde ese párrafo aparece, lo que se destaca es la supuesta «inactividad» de la flamante institución. Pinto concluye diciendo que «la Confederación Nacional de Sociedades Cubanas dista mucho de haber llenado su cometido histórico a entera satis-
facción de nuestras masas, que hambrientas y huérfanas de leyes que las amparen exigen menos «poses» y palabras y mayor actua-
ción ante el trascendental momento que vivimos.»?? El tono de la censura indica la fuente de las discrepancias. Los negros cubanos no constituían en 1938 un grupo social homogéneo. Estaban divididos en clases y subclases sociales. Y en las actividades de la nueva
Convención de Sociedades ejercían poderoso influjo la incipiente
burguesía y la alta clase media negra, de posición más conservadora en lo político y lo social que los elementos mucho más izquierdistas y radicales que predominaban en Adelante. En verdad, ya en el seno de la propia revista se enfrentaban tendencias políticas y sociales de muy distinto signo. Y esas diferencias iban a producir, en definitiva, la desaparición del mensuario a principios de 1939. Es evidente: como
antes, como
siempre,
el negro
continuó
pe-
leando bravamente por sus derechos en el siglo XX. Y, como antes,
como siempre, encontró en la opinión blanca progresista simpatía y apoyo para su lucha. En el primer tercio de este siglo, en particular,
una
serie
de
importantes
transformaciones
intelectuales
sirven
para acercar a ambos grupos étnicos. Lo que sucede, en esencia, es que por mil caminos distintos (el antipositivismo, el irracionalismo, el freudismo, etc., etc.), los círculos dominantes de la cultura occidental arriban, en los primeros años de la centuria, a una revaloración total de su concepto sobre las sociedades primitivas, entre ellas las africanas. Ya tendremos ocasión de referirnos a ese fenómeno en la segunda parte de esta obra. Bastará recordar ahora que, a pesar de las versiones contradictorias sobre quién fue el verda-
dero iniciador de la influencia africana en el cubismo, hoy no cabe
duda alguna de que Picasso había estudiado con gran interés máscaras y esculturas procedentes del continente negro en 1905. Y que en la obra seminal del arte contemporáneo, Les Demoiselles
d'Avignon (1906), el sello del arte africano es evidente, sobre todo
en las dos figuras situadas a la derecha del cuadro. En realidad, entre 1906 y 1908, Picasso atraviesa por lo que se ha llamado su «période negre», en el que se destacan su Ballerina, inspirada en las esculturas de las tumbas Bakotas y su Cabeza influida por las 27.
Adelante, id., id.
382
máscaras
congas.* Y lo mismo puede
decirse de muchos
otros
pintores y escultores del momento como Matisse, Modigliani, Brancusi, etc. Algo parecido ocurre en la música con los Rag-times de Stravinsky, los Trois Rags Caprices de Milhaud, el 1922 (por lo
menos en parte) de Hindemith y tantos otros experimentos con
ritmos africanoides en obras de Satie, Honneger, Poulenc, etc. La
etnología es llevada hasta Africa por la curiosidad insaciable de León Frobenius, cuyas obras traducirá luego la Revista de Occiden-
te. Y, en literatura, a más de Apollinaire —uno de los precursares
indudables del movimiento— atacan el tema negro en reportajes y novelas Paul Morand, André Gide, René Morán y Blaise Cendrars
(con su influyente Antología Negra). Esta es la época en que el jazz y la rumba toman por asalto los círculos de la «alta sociedad» burguesa.
En fin, que lo negro, hasta entonces considerado
como
primitivo, brutal, salvaje, grosero, inaceptable y feo, se convierte en
moda. Y esa revaloración estética va llegando poco a poco a Cuba,
donde encuentra el terreno abonado por siglos de transculturación y de precursoras instancias para provocar una poderosa explosión de negrismo literario y artístico. Su primera expresión fue la lla-
mada
«poesía afrocubana», «poesía negra» o «poesía negrista» (los
críticos no acaban de ponerse de acuerdo sobre cómo denominarla)
y a la que dedicaremos la atención que merece en el lugar adecuado de esta obra. Conste aquí nada más que ningún movimiento artís-
tico, ni antes ni después, ha logrado tan amplia resonancia popular en el país, tanto en la población negra como en la blanca. (La recitadora Eusebia Cosme se convirtió en un ídolo). Esa literatura tocaba una fibra profundísima del alma cubana. Y aunque en su mayor parte apenas pasó de la cáscara folklórica (y provocó entre muchos negros cultos muchas prevenciones) no puede negarse que, en definitiva, dejó tras de sí un balance positivo de mutua simpatía, de entendimiento cordial y de unificación patriótica entre las dos grandes etnias criollas. Estimuló la curiosidad, el deseo de conocerse, entre gentes que vivían juntas pero separadas a la vez por
invisibles muros culturales. Lo negro se hizo popular entre los blancos. Quienes descubrieron, de paso, cuánto tenían en común, a pesar de sus diferencias, con la «gente de color» en los más variados modos de su existencia. O para decirlo de otro modo, cuán cruzada, cuán mezclada, cuán «mulata» era la cultura nacional. Por otros rumbos, en estas mismas décadas, se encontraron 28.
Wentinck (1978), pp. 14-15.
383
culturalmente los negros y los blancos cubanos. Principalmente por el inesperado de la etnología y la antropología. Y, sobre todo,
gracias a la obra prodigiosamente rica y sustanciosa de Fernando
Ortiz. Por lo menos tres conceptos básicos sobre la cuestión racial
comenzó a martillar el ilustre polígrafo sobre la conciencia de los
intelectuales cubanos y de la opinión culta del país desde 1906 en adelante. En primer lugar, que la presencia negra en Cuba, por ser fundamental, merecía un estudio cuidadoso, sistemático, objetivo, científico, despojado en todo lo posible de rancios prejuicios étnicos. En segundo término, que los postulados biológicos y antropológicos
del siglo XX iban poniendo en claro la absoluta falsedad de las ideas
que sostenían la intrínseca superioridad (o inferioridad, mirándolas por el otro extremo) de unos grupos humanos sobre otros y que la clasificación de ellos en «razas» opuestas era superficial, errónea y nociva, por lo que tales ideas debían ser desechadas por un urgente imperativo de profilaxis social y política. Y, por fin,'que el estudio desapasionado y racional de este básico asunto conducía inevitablemente a la conclusión de que el negro había contribuido de modo sustancial a la cultura cubana. Y que ésta era, en definitiva, una cultura blanquinegra, es decir, una síntesis de lo europeo y de lo africano, en dosis, medidas y grados diversos, según las épocas o las vertientes del espíritu colectivo que se examinasen. El mérito de todas estas ideas de Ortiz devino más y más importante en la medida en que se extendían por Europa y por el mundo, en
esos años, las antihumanas tesis racistas de los ideólogos nazis y
fascistas, empeñados en disfrazar sus retrógrados prejuicios bajo e” manto de una jerga pseudocientífica que justificase su expansi nismo imperialista y su brutalidad totalitaria. La entraña profu damente antidemocrática del racismo iba poniéndose cada vez m. 3 al desnudo. Ese corolario pudiera considerarse como un cuarto —y no pequeño— concepto básico que Ortiz ayudó a popularizar en Cuba, en los tiempos que precedieron inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial.?* 29. En esta labor Fernando Ortiz dista mucho de andar solo. En el período que va de 1920 a 1940, otros investigadores transitan con mayor o menor asiduidad y acierto el mismo sendero: Rómulo Lachatañeré, Salvador García Aguero, Emilio Roig de Leuchsenring, Manuel Cuellar, Juan Luis Martín, José Luciano Franco, Alberto Arredondo, etc. etc. Un estudio detenido de sus contribuciones desbordaría
el marco de nuestro libro introductorio. De todos modos, nadie puede discutirle a Ortiz su carácter de pionero y de lider de este movimiento etnológico. Y a él pertenecen, en esa era, la contribuciones mas esenciales también. Esa es la razón
por la que hemos usado su nombre y su obra para simbolizarlo. Los epocales aportes
384
Por supuesto, Ortiz no llegó a esas conclusiones inmediatamente
sino a través de un poderoso esfuerzo de aprendizaje y autocrítica. En 1901, en Madrid, fue introducido en el campo de la sociología y luego de la ciencia penitenciaria por su profesor Manuel Sales y Ferré, cuya proyección positivista ante la realidad social Ortiz adquiere, cultiva y conserva en su esencia toda la vida. Más tarde, en Italia, entra en contacto con Cesare Lombroso y Enrico Fermi. La nueva orientación de la penología —la búsqueda del «atavismo» o supervivencia de la psique primitiva en la raíz de la actividad criminal— lo lleva a publicar Los Negros Brujos en 1906, bajo el rubro general de Hampa Afrocubana. Ortiz se propone estudiar la
criminalidad del negro cubano con los métodos.de la vanguardia
penológica italiana. Diez años después publica, bajo el mismo rubro
que antes, un libro seminal: Los Negros Esclavos, todavía vigente
en muchos aspectos. Pero en esa década transcurrida entre las dos obras el estudioso ha ido cambiando si no de método investigativo, sí de rumbo interpretativo. Ha comprendido, ante la fuerza incon-
trastable de los hechos, que las costumbres religiosas que describió
en Los
Negros
Brujos
no
constituyen
monopolio
exclusivo
del
«hampa», sino que eran practicadas por muy amplios sectores de la
población negra laboriosa y decente (y hasta por numerosos blancos también). Cuando da a la estampa en 1917 una segunda edición de esa obra, la ha despojado de todo el aparato teórico del «atavismo» lombrosiano. Aunque sigue fiel a los procedimientos que el positivismo italiano le enseñó (la pupila objetiva, la visión científica, la capacidad para la observación serena y sin prejuicios), su nuevo enjuiciamiento de la cultura negra ya no alude como antes a lo que él denominaba el «subsuelo de la sociedad» o la «mala vida» cubana. Se refiere, en cambio, a todo un sector social, de importancia clave
en el pasado y el presente de su país. Sector que merecía un estudio
desapasionado, limpio de taras prejuiciosas. Para ello busca y encuentra ayuda en la obra ejemplar de José Martí. Y escribe un
detallado artículo sobre la tesis martiana de la «raza» como simple
invención artificial de librería. Trabaja en un Glosario de Afronegrismos, que con todas sus limitaciones, abre un nuevo campo a los científicos de Lydia Cabrera en este terreno ocurren después de 1940. Sus Cuentos negros aparecieron en francés en 1936 y en español (con prólogo de Ortiz) cuatro
años mas tarde, pero lo mas probable es que esta obra tenga mas valor literario que
estrictamente etnográfico, como veremos en la segunda parte de este libro. Sea como fuere, los Cuentos negros contribuyen a la amplia corriente cultural que analizamos en este acápite.
385
estudios lingúisticos en la Isla. Por fin, en 1940, en su bello libro Contrapunteo Cubano del Tabaco y el Azúcar, admirable síntesis de saber y de estilo, acuña el nuevo término antropológico que va darle explicación científica a todo el proceso etnológico de la sociedad
cubana,
desde
transculturación.
sus
inicios
hasta
el
siglo
Lo que ocurre en Cuba,
XX,
el neologismo
dice Ortiz, no es una
asimilación del negro por la cultura blanca. En el largo trato entre
el español y el criollo blancos y el negro africano tiene lugar un constante toma y daca, una interpenetración, una simbiosis, que van a desembocar en una síntesis: la cultura cubana, que tiene elementos de lado y lado, pero es distinta de ellos, porque los ha transformado en algo nuevo, original y único gracias a ese inter-
cambio constante. Ya tendremos oportunidad, en el tercer tomo de
esta obra, de realizar un estudio crítico de estas ideas del verdadero fundador de la antropología científica en Cuba. Aquí sólo queremos destacar cómo, poco a poco, Ortiz —con la ayuda de sus valiosos colaboradores— fue introduciendo en la conciencia nacional esos importantes conceptos básicos de que ya hablamos. Porque sucedía que don Fernando Ortiz, no era sólo un erudito de fuste. Era además un hombre de acción. No se limitaba a investigar y a publicar, sino que llegó a convertirse en líder de un movimiento que por muy variadas vías extendió su influencia intelectual por todo el país. Ortiz era incansable. Fundó, por ejemplo, a mediados de 1936, la Sociedad de Estudios Afrocubanos, cuya
Revista de Estudios Afrocubanos acogió la labor meritísima de toda una pléyade de etnólogos y antropólogos nacionales y extranjeros. Reanudó, además, la publicación de la prestigiosísima Revista Bimestre Cubana, donde también se dio cabida a numerosos traba-
jos eruditos sobre este tema. Organizó la Sociedad Hispanocubana
de Cultura, que propició tribuna de calidad a las más altas voces de la intelectualidad de habla española. Y donde Ortiz, en cierta
ocasión, extrajo de los rincones en que se escondían los tambores sagrados de la música ritual negra, poniendo en evidencia su gran
valor folklórico y estético. En 1936 comenzó a sacar para el gran público la revista Ultra, recopilación y glosa de las más importantes contribuciones de revistas y periódicos extranjeros. Por otra parte, el indetenible políigrafo era además conferencista frecuente en sociedades y clubes del país, dictaba cursos en la Universidad de la Habana, participaba en seminarios y convenciones y mantenía una correspondencia copiosa con grandes figuras de la etnología y la antropología mundiales. El 23 de julio de 1934, por ejemplo, se celebró en el «Lyceum» de la capital cubana un recital poético de
386
Eusebia Cosme. Y Fernando Ortiz abrió el acto con unas palabras
de presentación. Dijo en ellas que Eusebia era «una artista recitante, una mulata nacida en un instante de síntesis pacífica en la dialéctica de las razas...» Y es ese aspecto peculiar de las relaciones interraciales en Cuba, lo que se destaca y subraya en esa breve conferencia introductoria. «Hasta estos tiempos que corren —dice Ortiz con expresivo optimismo en esta oportunidad— un acto como este habría sido imposible: una mulatica sandunguera ante una sociedad cultísima y femenina, recitando con arte versos mulatos que dicen las cosas que pasan y emocionan en las capas amalgamadas de la sociedad cubana. Hasta hace pocos años, ni los mulatos tenían aun versos suyos, a pesar de la genialidad con que habían creado ya poesía blanca; ni los blancos creían que aquí pudiera haber otras formas literarias interpretativas de la emoción honda o de la idea entrañable que toda humanidad lleva dentro, que aquellas formas creadas y consagradas por ellos mismos, tras una labor centenaria en el bronce fundido por milenios de amestizamientos olvidados. Esa actitud ha cambiado ya, al menos en la parte más ampliamente comprensiva de la mentalidad criolla. La capacidad estética, tan desdeñosa entonces para el arte vernáculo, que no veía en las fluencias afri-
canas de nuestro espíritu colectivo sino la gracia risible de una
mueca
extraña
o la vileza de una inferioridad despreciable, ha
comenzado a ver con ojos de inteligencia y de patria la encarnadura
de lo engendrado en esta tierra tan removida como asoleada... Estoy muy lejos de afirmar que esta situación de discriminaciones
sociales haya pasado... Pero sin duda estamos alcanzando un pe-
ríodo de posibilidades afirmativas para todos los cubanos, con una creciente desvaloración de las inhibiciones sociales por preposiciones racistas. Y a esto vamos llegando precisamente por la vía de .la afirmación propia, del conocimiento positivo, de la crítica recíproca y del respeto mutuo. Está pasando la época que surgió al desaparecer la esclavitud... Y poco a poco vamos conquistándonos a nosotros mismos y mostrándonos como somos, hasta que un día sintamos mejor el orgullo de ser unos, de ser nosotros, singularizados en la masa informe de la hermandad humana... En ese progreso de comprensión, de adentramiento en nosotros mismos, de nacionalismo integrativo, (Eusebia Cosme) significa una positiva afirma-
ción...». Era claro: aun quedaba un gran trecho por recorrer en el
30. Ortiz, “La poesía mulata. Presentación recitadora”,RBC, Vol. 49, 1934, pp. 205-211.
387
de
Eusebia
Cosme,
la
camino de la integración racial cubana. Pero la integración, sin
duda, estaba en marcha. Hacia 1939-1940 se produce una poderosa conjunción de factores de enorme dinamismo histórico: la intensificación de la tenaz lucha de la gente cubana «de color» por sus derechos, la nueva actitud estética y científica ante el negro, el adelanto de la integración y la relativa merma de las tensiones raciales en el país, la reanimación del proceso revolucionario cubano y la situación bélica internacional, que confrontaba a las democracias occidentales con el totalitarismo y asimilaba el racismo con el nazismo. Estas fuerzas —ya lo vimos—
condujeron a la Asamblea Constituyente y, en definitiva, a una
nueva Constitución, que resultó ser una de las más progresistas del mundo, más que en lo político, en lo social. La campaña para elegir los delegados a esa Asamblea sirvió de oportunidad para discutir el problema negro no ya en el plano de la pura especulación teórica sino en el de la práctica legal. Por ejemplo, la más prestigiosa sociedad de color de La Habana, el «Club Atenas», organizó un ciclo
de conferencias al que concurrieron representativos de todos los partidos políticos, para que presentaran sus respectivos programas
generales, y muy específicamente sus ideas sobre el modo de ponerle
fin a la discriminación racial. Estas disertaciones, reportadas por la
prensa, ericontraron amplio eco en la opinión pública del país. Además, una vez celebrados los comicios, la Federación Nacional de
Sociedades Cubanas y los dirigentes de las instituciones «de color»
coordinaron «una serie de puntos básicos que a manera de sugerencia
elevaron por conducto de diversos delegados, para su inclusión y
tratamiento en la Convención.»?? Pese al caos que la cóminera pasión política provocó en el seno de la Asamblea —caos que estuvo en un tris de hacerla fracasar— al asumir la presidencia de la misma el doctor Carlos Márquez Sterling se logró en pocos días lo que había sido imposible en varios meses. Y se aprobó la nueva Carta Magna que contenía cuatro artículos (el 10, el 20, el 73 y el 74) y una disposición transitoria (la dedicada al Título II) que
abordaban, desde un ángulo muy positivo y prometedor la cuestión
discriminativa. En el artículo 10 se establecía que todo ciudadano tenía derecho «a residir en su patria sin que sea objeto de discriminación ni extorsión alguna, no importan cuáles sean su raza, clase, opiniones políticas o creencias religiosas.» El 20, por su parte, rezaba: «Todos
31. Grillo Saez (1953), pp. 61-62 388
los cubanos son iguales ante la ley. La República no reconoce fueros ni privilegios. Se declara ilegal y punible toda discriminación por motivo de sexo, raza, color o clase, y cualquiera otra lesiva a la dignidad humana. La ley establecerá las sanciones en que incurran los infractores de este precepto.» El artículo 73 otorgaba valor constitucional (aunque sin mencionar cifras topes) a la ley de nacionalización del trabajo, al estipular: «El cubano por nacimiento tendrá en el trabajo una participación preponderante, tanto en el importe total de los sueldos y salarios como en las distintas catego-
rías de trabajo en la forma que determine la ley. También
se
extenderá la protección al cubano naturalizado con familia nacida en el territorio nacional, con preferencia sobre el naturalizado que no se halle en esas condiciones y sobre los extranjeros.» El artículo 74 era aun más específico con respecto a la posición del negro en el empleo. Expresaba: «El Ministerio del Trabajo cuidará, como parte esencial, entre otras, de su política social permanente, de que en la
distribución de oportunidades de trabajo en la industria y en el
comercio no prevalezcan prácticas discriminatorias de ninguna clase. En las remociones de personal y en la creación de nuevas plazas, así como en las nuevas fábricas, industrias o comercios que se establecieren, será obligatorio distribuir las oportunidades de trabajo sin distingos de raza o color, siempre que se satisfagan los requisitos de idoneidad. La ley establecerá que toda otra práctica será punible y perseguible de oficio o a instancia de parte afectada.» Por su parte, la disposición transitoria única al Título II rezaba así: «Dentro de las tres legislaturas siguientes a la promulgación de esta Constitución, la ley deberá establecer las sanciones correspondientes a las violaciones del artículo veinte de esta Constitu-
ción. Mientras no esté vigente esa legislación todo acto que viole el derecho consagrado en ese artículo y en sus concordantes se considerará previsto y penado en el artículo doscientos dieciocho del
Código de Defensa Social.» La Constitución del Cuarenta abría, por
lo menos en el aspecto legal, un nuevo igualitarias del pueblo de Cuba.
389
cauce
a las esperanzas
El negro cubano y la «Revolución olvidada» Tras la caída del dictador Gerardo Machado, se desarrolla en Cuba, con sus inevitables tropiezos, sus bajas y sus altas,. un proceso que por producir hondísimas transformaciones en la estructura económico-social del país, necesariamente debe considerarse (en el verdadero sentido de la palabra) revolucionario. Como
consecuencia de una sostenida corriente de progreso, Cuba se en-
cuentra un cuarto de siglo más tarde (1958) en lugar cimero entre los países de América Latina. El actual gobierno comunista de la Isla ha procurado sistemáticamente ocultar y falsear esta verdad incontrovertible. En verdad, esa revolución —la que va del 33 al
58— demostrada hasta la saciedad por la evidencia histórica y
reflejada fielmente en estadísticas irrefutables, ha sido pasada por alto también por muchos historiadores extranjeros que se tildan de «objetivos», al extremo de que hoy bien puede ser considerada como la «Revolución Olvidada». Trataremos de ofrecer aquí un breve resumen de ese importantísimo acontecimiento de la evolución cubana del siglo XX para considerar luego su influjo sobre el «pro-
blema negro».'
Comencemos con una escueta referencia al proceso demográfico. La población cubana aumentó de 4.778.583 habitantes en 1943 a 5.829.029 habitantes en 1953, de acuerdo con los datos ofrecidos por los censos respectivos de esos dos años. Según cálculos de la Unión Panamericana, el crecimiento continuó hasta alcanzar en 1958 la cifra de 6.459.000 habitantes?. Lo importante de este aumento es la naturaleza de sus causas: se debe casi exclusivamente al crecimiento vegetativo, no sólo porque la inmigración se detuvo en ese período, sino porque las enfermedades que antes eran un factor retardante ahora se encontraban controladas. La tasa de
mortalidad (ofrecida también por la Unión Panamericana) era de
un 5.8 por mil habitantes en 1956, siendo la más baja de todo el continente americano?. La mortalidad infantil en 1958 era de 37.6
1. La mejor fuente de datos estadísticos sobre este período histórico es, sin duda alguna, Un Estudio sobre Cuba, el cuantioso y medular trabajo del “Grupo de Investigaciones Económicas de la Universidad de Miami”, realizado bajo la dirección de José R. Alvarez Díaz y publicado en 1963. Pueden utilizarse también la publicación de la Unión Panamericana América en Cifras (1960) y el Statistical Abstract of Latin America (1961) del Center of Latin American Studies de la Universidad de California en Los Angeles. 2. Ver Unión Panamericana (1960), p. 2 3. Unión Panamericana (1960), p. 19.
390
por mil habitantes, la más baja de la América Latina. En el número
de habitantes por médicos, Cuba era superada en esa fecha sólo por
Argentina y Uruguay. «En 1958 Cuba estaba entre los países de América Latina de más baja tasa en cuanto a difteria por 100.000 habitantes, no habiéndose registrado casos de encefalitis, escarla-
tina y fiebre amarilla (que abundaban en otros países del continen-
te). La tasa en cuanto a tifoidea fue sólo de 5.1 por 100.000 habitantes, la más baja de la América Latina, y en paludismo, sólo fue
de 1.0 también la más baja. La cifra para la poliomielitis fue de 1.6,
la tercera más baja. Cuba no reportó en 1958 casos de rabia, y su
índice de sarampión fue muy bajo al igual que en cuanto a tosferina y tuberculosis.
Desde
hace
muchos
años
Cuba
sífilis,
no ha
tenido casos de viruela». En 1958 había en Cuba un total de 97 hospitales públicos (62 de ellos construidos después de 1933) y
además funcionaba en todo el país una extensa red cooperativa de centros regionales y otras asociaciones clínicas mutualistas de alta calidad que atendían a más de 525.000 ciudadanos asociados a ellos por módicas cuotas mensuales. El número total de camas (sumando los centros oficiales y privados) era de 35.141, es decir, 5.4 camas por mil habitantes. Estos hechos convertían a Cuba, hospitalaria-
mente hablando, en el primer país de la América Latinas. En la industria
capital del país, la azucarera,
el número
de
ingenios activos fue el mismo en 1958 que en 1945, o sea, 160. Y su rendimiento varió muy poco en esos años. La concentración indus-
trial parecía haber llegado a un punto tope en ese campo, pues se
mantuvo inalterada entre 1940 y 1957. La producción nacional del
azúcar crudo osciló, como siempre, con los vaivenes del mercado y de la situación internacional. La más baja en el período: la de 1941 que sólo llegó a 2.406.900 toneladas. La más alta: la de 1952 que subió a más de siete millones de toneladas. Por lo general, se mantuvo alrededor de los cinco millones de toneladas. El valor total de las zafras fue muy alto en 1951 y 1952, descendió notablemente en los cuatro años siguientes, recuperándose en 1957 al subir el precio del azúcar a a 5.05 centavos. De 1928 a 1940 la exportación de azúcar refino cubano promedió 19.100 toneladas al año. De 1941 a 1958, el promedio se multiplicó por 12 subiendo a 232.143 toneladas, progreso moderado (dadas las capacidades del país) pero progreso al fin. En 1941 la producción de alcohol era de 34.60 4. 5.
Alvarez Díaz (1963), pp. 835-836. Alvarez Díaz (1963). p. 835.
391
millones de litros. En mieles finales fue de millones de galones hay en estas cifras.
1956 fue de 202.39 millones. La producción de 101.2 millones de galones en 1941 y de 261.6 en 1957. Nada verdaderamente sensacional Y, sin embargo, esta es una era de cambios
estructurales básicos en el sector azucarero y consecuentemente en toda la economía cubana. Como ya hemos señalado, eran puntos fundamentales del programa nacionalista de reformas propuesto por la llamada «generación del treinta»: la necesidad de rescatar la primera industria del país de las manos extranjeras que la controlaban y de distribuir de modo más equitativo sus beneficios entre los tres sectores que en
ellos intervenían (el industrial, el agrícola y el laboral), así como la
urgencia de limitar y, en definitiva, eliminar el latifundio, de acuerdo-con el artículo 90 de la Constitución del 40. Ambos pasos conducirían a reducir la excesiva extracción de capitales hacia el extranjero, a la ampliación del mercado interno y al desarrollo de la industria y la agricultura nacionales. Los progresos en esas aspira-
ciones del pueblo cubano fueron indiscutibles en esta era. Un gran
paso de avance en ese. sentido tuvo lugar en 1937 con la Ley de Coordinación Azucarera, que creó.el llamado «derecho de permanencia» en las tierras, beneficiando a los agricultores de la caña que las ocupasen con cualquier título, siempre que cubriesen la cuota de caña a ellos asignada dentro del régimen de control. Ese derecho de permanencia le fue reconocido, a partir de 1937, a los arrendatarios, subarrendatarios, aparceros y hasta a los precaristas, quienes podían dejarlo en herencia a sus hijos y venderlo a otras personas. En la práctica, pues, estos colonos, productores de caña, poseían el verdadero control de las tierras que ocupaban, de las cuales no podían ser desalojados. Con posterioridad a 1937, el llamado derecho de permanencia se extendió.a otros sectores de la población agrícola. En consecuencia, en Cuba se había prácticamente termi-
nado con el desalojo de campesinos en la década anterior a 1958. El
80 por ciento de la producción de caña se realizaba por colonos, casi todos cubanos, que ascendían a más de 65.000. Además, la Ley de Coordinación Azucarera estableció un régimen de participación proporcional para los tres sectores que intervenían en la producción
azucarera: hacendados, colonos y trabajadores; traduciendo esa
participación en libras de azúcar. Posteriormente otros preceptos legales elevaron la participación efectiva de los trabajadores en los beneficios de la zafra con «bonificaciones» que pronto devinieron permanentes y se tomaron medidas para que los egresos por ellas provocados en la economía de los colonos se les compensase a éstos
392
por otras vías. El producto de las zafras se repartía en 1958 de modo más equitativo que nunca entre todos los sectores productivos de la industria azucarera. Otro importante aspecto del progreso cubano en este revolucio-
nario cuarto de siglo es el de la diversificación productiva. En 1958
el ingreso nacional bruto, según cifras del Banco Nacional de Cuba, se elevó a $2.206.400.000 (en esa fecha el peso cubano estaba cotizado 2 centavos por encima del dólar)?. En ese mismo año el valor de los ingresos azucareros fue de $507.200.000, lo que representa un 23. por ciento del ingreso nacional bruto. Esta cifra basta por sí sola para demostrar la tendencia de la economía cubana
hacia una progresiva diversificación: más de las tres cuartas partes
del ingreso nacional bruto procedían de actividades ajenas a la producción de azúcar. Este fenómeno resulta también evidente cuando se estudia la distribución de las tierras utilizadas por las distintas empresas agrícolas. En 1958 el total de tierras cubanas en producción era de 439.200 caballerías. De ellas había 267.000 caballerías dedicadas a pastos. Y 172.200 estaban cultivadas. De
estas últimas, había dedicadas a caña 90.200 caballerías y a otros
cultivos 82.000. Es decir, que se dedicaban a caña sólo el 20.5% del total de las tierras en producción. Las cuatro quintas partes de las tierras en producción se dedicaban en 1958 en Cuba a tareas agrícolas ajenas a la cosecha de la caña de azúcar. Es evidente que el monocultivo iba progresivamente desapareciendo. Y este período histórico no sólo contempla la diversificación de la economía cubana sino, además, un notable progreso en la mecanización y tecnolo-
gía agrícolas. En 1957 había en Cuba 25.000 tractores agrícolas en operación. La vieja carreta tirada por bueyes, «por muchas cubanas razones», iba dejando de rechinar en nuestros campos, sustituida por medios de tracción mecánica. Las técnicas de irrigación y
fertilización de la tierra y el uso de insecticidas y fungicidas iba
haciéndose general, utilizándose en algunos casos el control biológico de las plagas. En Cuba se empleaban ya los métodos más modernos en el cultivo de la caña, el arroz, el tabaco, las papas, las frutas y los vegetales. Consecuencia: mejora en los niveles de producción agrícola nacional, que muy breve y selectivamente vamos a citar a continua-
ción. Comencemos por el arroz. En 1941 se producen 184.000 quin6.
Las cifras en pesos y dólares que siguen no están ajustadas
al poderoso
proceso inflacionario que ha tenido lugar en los últimos veinte años. Ajustadas a las
de hoy, serían mucho mas elevadas.
393
tales; en 1956 la producción es de 3.693.000 quintales. Mientras tanto las importaciones bajan de 3.928.000 quintales en 1941 a 2.963.000 quintales en 1956. (Cuba era uno de los países de mayor per capita de consumo de arroz en el mundo, por lo que a pesar del notable aumento de la producción aún se hacían cuantiosas importaciones. Pero, como hemos visto, en 1956 más del 50 por ciento del consumo nacional se cultivaba en el país. En 1941 se producía menos del cinco por ciento.) Pasemos ahora al café. La producción de café subió también extraordinariamente. La zafra de 1945-1946 fue de 498.000 quintales; la de 1955-1956 fue de 1.212.200 quintales. Después de una larga ausencia del mercado internacional, Cuba reinició la exportación del grano en 1955 y al
año siguiente la cantidad exportada se duplicó. Y ahora vayamos al
tabaco. La producción de tabaco también aumentó. Las exportaciones en distintas formas (rama, torcido, cigarrillos, etc.) de 1941 a 1945 alcanzaron un promedio anual de 32 millones de pesos; en 1951 eran de 51.8 millones de pesos. El comercio interior aumentó
grandemente: por ejemplo, 322 millones de cajetillas en 1941; más
de 600 millones de cajetillas en 1957, a pesar del aumento de la
importación de cigarrillos rubios de los Estados Unidos en el mismo período. Sobre la ganadería dice Un Estudio sobre Cuba: «la ganadería cubana progresó más en los últimos 10 años anteriores a 1958, que en los 48 años primeros del siglo actual. Cuba admitía una comparación favorable con otras naciones, aun algunas de las más desarrolladas del mundo, en cuanto a la calidad y precio de la carne que consumía. Se ha opinado, y no por cubanos, que Cuba sin lugar a dudas, tenía la mejor ganadería «tropical» del mundo, y había desplazado a los Estados Unidos en la venta de sementales
de Cebú en el mercado de América Latina». Los ganaderos en 1958
pasaban de 60.000. Estos y muchos otros testimonios del enorme progreso realizado por la agricultura cubana en ese crítico cuarto de siglo no vienen a decir que Cuba se hubiese convertido en una Jauja o un Paraiso
Terrenal
casi de la noche
a la mañana.
Es evidente
que
mucho
quedaba aun por hacer en el sector agrícola. Para no citar más que un ejemplo, era urgente resolver el problema de la producción de grasas comestibles, que eran importadas en su casi totalidad. Y en lo que al aspecto humano se refiere, bastante había que andar para dotar al campesino cubano de viviendas adecuadas, liquidando de una vez y para siempre los antihigiénicos bohíos; para reducir el 7.
Alvarez Díaz (1963), p. 1023.
394
elevado índice de analfabetismo de que padecía; para mejorarle la atención médica y sanitaria; para abrirle más y mejores vías de comunicación con los centros urbanos; etc. Eso, sin contar con la imperiosa necesidad de poner fin al desempleo estacional, sobre todo de los obreros agrícolas de la caña, que dejaba inusada tanta energía humana utilizable. Pero, con todas sus limitaciones, es necesario repetir, que la transformación del agro cubano en el cuarto de siglo que sigue a la caída de Machado no puede calificarse de otro modo que revolucionaria. Y no por ser pacífica desmerece ese título. Lo mismo sucede con la industria. En los años que corren de 1933 a 1958 hay un incremento notabilísimo en la producción industrial cubana. Con el crecimiento constante del mercado interno y de las fuentes internas de capitalización surgen por todo el país numerosas fábricas textiles y de telas sintéticas; de mantequilla, queso y otros productos derivados de la leche; de calzado, de licores, cerveza y refrescos; de plásticos, gomas de automóviles, abonos, cemento; de harinas, de pasta (fideos, macarrones, etc.); de jabones, detergentes y pastas dentífricas; de refinerías de azúcar y de petróleo; de hoteles y moteles; y muchas otras que harían la lista interminable. Citemos tres o cuatro ejemplos, tomados al azar. En cemento: la producción en 1941 fue de 154.600 toneladas métricas (906.800 barriles); en 1958 la producción fue de 715.100 toneladas métricas (más de cuatro millones de barriles). Lo que refleja el alza fabulosa que por entonces tuvo la industria de la construcción tanto pública como privada. En cerveza: la producción en 1941 es de 45 millones de litros; en 1958 de más de 123 millones de litros. En mantequilla: la producción de 1948 fue de dos millones casi exactos de libras; diez años después se había duplicado, pues era de 4.300.000 libras. Por primera vez Cuba comienza a producir la harina de trigo que consume
con los molinos instalados primero en Regla y luego
en Santiago de Cuba. De la industria textil dice Un Estudio sobre Cuba que tuvo un gran desarrollo en el período que analizamos. «Se aumentaron las plantas y se crearon otras para la producción de rayón de viscosa y de acetate. Las inversiones en la industria textil
pasaron de 50 millones de pesos en 1953, inversiones que eran aun
mayores en 1958, habiéndose convertido por su importancia a los efectos del número de trabajadores y del valor de la producción, en una de las principales industrias del país»?. La industria del turismo dejaba un saldo favorable. En La Habana, sólo en seis años,de 1952 a 1958 se pasó de 29 hoteles con 3.852 habitaciones a 42 8.
Alvarez Díaz (1963), p. 1116.
399
hoteles con 5.438 habitaciones. La minería progresa mediante instalaciones que representan cientos de millones de pesos de inver-
sión, permitiendo al país alcanzar un lugar privilegiado en algunos
productos. Por ejemplo, en la producción de níquel, en la que superaba ampliamente a los Estados Unidos, ocupando el segundo puesto en el mundo inmediatamente después de Canadá. A partir de 1956 Cuba se convirtió en el primer productor de cobalto del
mundo.
El desarrollo industrial del país causó un gran aumento en la producción de fluido eléctrico. Se construyó una importante planta hidroeléctrica en el río Hanabanilla. En 1941 el consumo residencial de energía eléctrica era de 55.9 millones de KWH. En 1958 la cifra casi se había decuplicado: era de 505.9 millones de KWH. El consumo comercial era de 66.8 KWH en 1941 y de 476.6 KWH en 1958. El consumo industrial pasó de 89.1 KWH en 1941 a 327.8 en
1958. El aumento
del número de consumidores fue constante y
elevado?. Lo mismo pasó con los teléfonos. Su número se duplicó en la década del 44 al 55: había sido 70.731 aparatos en 1944 y 142.359 en 1955. Tres años después, en 1958, el número ascendía a 191.414.
La extensión de las vías férreas (servicios públicos y privados) era de 14.163 kms. en 1958. En kilómetros de ferrocarriles por cada 100
kilómetros cuadrados de superficie Cuba mantenía el primer lugar en la América Latina. Hubo también por esta época una extensión
de la red de carreteras y caminos vecinales que se conectaban con la
Carretera Central. La misión Truslow del International Bank of Reconstruction and Development dijo a este respecto en 1951: «En comparación con otros muchos países de similar desarrollo económico y social, Cuba posee un gran activo en sus carreteras y
caminos.
Pocos países (si alguno) del mismo
tienen algo comparable extensión...»!, Y entre fecha se había conectado llamada Vía Blanca) y
estado económico,
a la Carretera Central, ni en calidad ni en 1951 y 1958 el proceso continuó. Para esa a La Habana con Matanzas y Varadero (la se habían construido varias carreteras de
carácter turístico, como la de Santa Fe a Mariel y la que bordeaba
la bahía de Santiago de Cuba, etc. Además se había reparado gran parte de la Central, siempre sometida a un tráfico intensísimo. En La Habana,:para descongestionar el transporte, se construyeron tres túneles, dos bajo el río Almendares y otro bajo la bahía de La 9.
Cuba. Ministerio de Hacienda, Anuario Estadístico de Cuba de 1959, p. 62.
10. Truslow (1951), p. 264.
396
Habana, que permitió la extensión de la capital hacia la llamada Habana del Este, donde se construyó una Vía Monumental. Tam-
bién en la capital se construyeron algunos edificios públicos lar-
gamente deseados, como el de la Biblioteca Nacional José Martí, que hizo posible la reorganización técnica de ese importantísimo centro cultural sobre bases modernas y científicas. En 1959 Cuba ocupaba .el primer lugar en América Latina en el número de estaciones de televisión, en el número de aparatos de TV por 1.000 habitantes, en el número de tickets de entrada al cine per capita y el segundo lugar en el número de radiorreceptores por mil habitantes, superada sólo por Uruguay. El ingreso nacional per cápita
en 1940 era de 91 pesos, habiéndose elevado en 1957 a $314 en
1957, el segundo en la América Latina, según datos del Banco Nacional de Cuba!!. | Tampoco podemos decir aquí que Cuba había resuelto todos sus problemas en el terreno de la industria, el comercio, etc. Muchas cuestiones económico-sociales seguían vigentes en 1958. La más
grave, sin duda alguna, era el desempleo, no sólo estacional, sino el
general, que se calculaba en 1957 en un :16.4 por ciento, según el Consejo Nacional de Economía. Y el número de personas subempleadas era también alto. Aunque es cierto que en esos cálculos se incluían los jóvenes de catorce a dieciocho años que si el sistema educacional cubano hubiese estado a la altura de las circunstancias no hubieran gravitado hacia el mercado laboral, sino hacia donde debían estar: en las escuelas secundarias. De todos modos, en 1958, Cuba había progresado económicamente de un modo extraordina-
rio. «Las pre- condiciones económicas, en su conjunto, indicaban
que entre 1945 y 1957 Cuba había entrado definidamente en la etapa del despegue. Despegue, que de haberse consolidado, habría solucionado con relativa rapidez el grave problema social de desempleo. Sólo necesitaba Cuba encontrar una solución al grave problema cívico-político, y lo hubiera logrado...»*?. La irrupción del comunismo puso fin a esas brillantes oportunidades. Como hemos aludido a la educación, bueno es que digamos unas palabras sobre ese importante sector de la realidad cubana. Aquí los avances fueron desiguales. El analfabetismo disminuyó, pero no en la proporción debida: alcanzaba un 28.66 por ciento de la población mayor de diez años y un 23.60 por ciento en 1953. Aun así el 11. Banco Nacional de Cuba (1960), p. 95. Debe recordarse establecido sobre la inflación en la nota 6 de este acápite. 12.
Alvarez Días (1963), p. 1277.
397
lo que
dejamos
estimado para 1958 (que era de un 20 por ciento, o sea, un 8.66 menos que 15 años atrás) fue superado ese año sólo por Argentina, Costa Rica y Chile en la América Latina. Con excepción de Colombia, Cuba era el país latinoamericano que gastaba en educación el
mayor por ciento de su ingreso nacional. Y sin embargo, el desarro-
llo de la enseñanza primaria oficial, no puede considerarse suficiente, aunque fue compensado, en parte, por el crecimiento de las escuelas privadas, que se duplicaron en número entre 1943 y 1958. Es este un período de ampliación sustancial en los sectores medios y superiores de lá enseñanza. En 1958 había en total 21 Institutos
de Segunda Enseñanza, muchos de ellos dotados de edificios modernos y pedagógicamente adecuados. Existían, además, 19 Escue-
las Normales para Maestros; 14 Escuelas del hogar; 19 Escuelas de
Comercio; 7 Escuelas de Artes Plásticas; 22 Escuelas de Técnicos Industriales y 6 Escuelas de Periodismo. La enseñanza universitaria. creció notablemente. Hasta 1949 no había más que una universidad: la de La Habana. En 1958 había tres universidades oficiales y diez universidades privadas. La Universidad de La Habana contaba con más de 25.000 estudiantes. Cuba tenía un estudiante matriculado por cada 273 habitantes, promedio sólo superado en América Latina por Argentina y Uruguay.'? Las deficiencias ajenas, empero, no pueden justificar las propias. Y, sobre todo en instrucción primaria y secundaria, el ritmo de progreso no alcanzaba al de otros aspectos de la vida nacional. Volviendo a la economía, señalemos para terminar, que lo más importante. que en ella ocurre es su proceso de cubanización. No cabe la menor duda de que en ese revolucionario cuarto de siglo, la riqueza del país se cubaniza. Las inversiones norteamericanas, que
ascendían a $1.066.000.000 en 1930, en vez de aumentar se redu-
jeron en 1958 (según cifras del U.S. Department of Commerce y de
la U.S. Office of Business Economics) a $861.000.000, lo que repre-
sentaba sólo el catorce por ciento de la capitalización total de las industrias, comercios y propiedades agrícolas del país que en 1958 ascendía a $6.000.000.000. Dicho de otro modo: más del ochenta por
ciento de la riqueza nacional estaba para esa fecha en manos cubanas. Este proceso es particularmente notable en la industria básica del país, la azucarera. Los 56 ingenios de propiedad cubana produjeron el 22 por ciento de la zafra en 1939. En 1958 los ingenios cubanos ascendían ya a 121 y produjeron el 62 por ciento del total de la zafra, lo que representa en 19 años un aumento de casi un 13.
Alvarez Díaz (1963), pp. 802-804.
398
trescientos por ciento en lo que a producción azucarera se refiere. Á la inversa, en 1939 los ingenios norteamericanos eran 66 y producían el 55 por ciento de la zafra. En 1958 los ingenios norteamericanos se habían reducido a 36 y sólo produjeron el 37 por ciento del total. Los ingenios pertenecientes a personas o entidades de otras nacionalidades (52 en 1939) producían en ese año el 23 por ciento
de la zafra. En 1958, en esta categoría sólo había 4 ingenios que
producían el uno por ciento del total. Hay una situación similar en la banca. El Banco Nacional de Cuba, con funciones en muchos aspectos similares al Federal Reserve System de los Estados Unidos, comenzó a operar en abril de 1950. Cinco años después los bancos cubanos tenían en depósito $490.000.000 equivalentes al 60 por ciento del total de los depósitos bancarios de la Isla que, en 1955, ascendían a $814.000.000. Todos estos avances económicos permiten la integración progresiva de una clase media que en ese cuarto de siglo se desarrolla a gran prisa. Los siguientes datos,-tomados de informes provenientes
de la Oficina Cubana del Censo, son muy convincentes. En 1943, el
37 por ciento de las familias cubanas tenían un ingreso de $750 al año o menos; otro 42 por ciento obtenía ingresos entre $750 y $1.200 al año. Eso significa que en 1943, prácticamente las cuatro
quintas partes (79%) del número total de familias cubanas perci-
bían menos de cien pesos mensuales. Esta situación cambió considerablemente en los siguientes quince años. En 1958, sólo el 29 por ciento de las familias cubanas tenía ingresos inferiores a los $1.200 anuales.
En
este
año,
el 43
por
ciento
de las familias
cubanas
ganaba entre $1.200 y $2.500 al año. Lo que quiere decir que ya en 1958 el 72 por ciento (casi las tres cuartas partes) de la población
cubana ganaba más de cien pesos al mes. Conviene advertir que en
Cuba el proceso inflacionario se mantuvo bajo control en este período, de modo que el aumento en los ingresos se traducía en mejoramiento efectivo, real, del nivel de vida de las grandes masas de la población. Si ajustáramos estas cifras a la inflación ocurrida desde entonces a la fecha, su cuantía subiría extraordinariamente. Los progresos obtenidos por la clase obrera en esta era «son también notables, no sólo en aumentos de salarios y de beneficios marginales sino en lo que a derechos sociales se refiere. El cambio es tan grande, que el resumen se hace muy difícil. El trabajador cubano obtuvo entre 1933 y 1940 —y mantuvo hasta 1958— conquistas tan importantes como la jornada máxima de 8 horas y la semana de 44 horas con pago de 48; salario mínimo legal, ajustado al índice de precios; licencia con sueldo por enfermedad equivalente
999
a 9 días por año; licencia de maternidad consistente en seis semanas antes y seis después del parto, con paga completa para la mujer trabajadora y derecho a clínica gratuita no sólo para ella, sino también para la esposa del obrero dedicada a labores domésticas; retiros y seguros sociales que cubrían prácticamente todos los sectores obreros y profesionales, desde el cortador de cañas al empleado público, desde el cargador de sacos en los muelles hasta el médico y el abogado; derecho a la sindicación laboral, a huelga y a boycott; derecho de inamovilidad en el trabajo (nadie podía ser
despedido sin formación de expediente y sentencia de los tribunales
de justicia); derecho a un mes de vacaciones con paga por cada once de trabajo, etc., etc. Es curioso observar que algunos de esos derechos y conquistas no han sido obtenidos por los obreros de los propios Estados Unidos. Hay que hacer hincapié, además, en el hecho de que muchos de los derechos concedidos por ley eran ampliamente superados por las empresas privadas. Por ejemplo, gran número de oficinas trabajaban 40 horas a la semana, en vez de las 44 señaladas, pagando de todos modos por 48 horas. Aún más: en la década de los cincuenta fue establecido el plus pascual para obreros y empleados, que en muchos casos las empresas privadas convirtieron en un mes completo de salario extra al año. ¡Y todo eso —repetimos— sin que la inflación se llevase con una mano lo que se pagaba al trabajador con la otra! -* La revolución postmachadista transformó por completo el papel desempeñado por la mujer en la estructura social del país. La mujer cubana comenzó a ocupar un puesto destacado en la producción, en las profesiones y en las actividades sociales, culturales y políticas de la Isla. En 1934 obtuvo el derecho al voto y lo ejerció por
primera vez en las elecciones de 1936. Su absoluta igualdad jurídi-
ca con el hombre quedó plasmada en la Constitución de 1940. Y fue
ampliada posteriormente por la Ley de Equiparación Civil de la Mujer, aprobada el 20 de diciembre de 1950. Su grado de cultura ascendió vertiginosamente. Mientras el índice general de analfabetismo era de 23.6 por ciento en 1953, en el sector femenino descendía hasta 21.2 por ciento. Muchas de las instituciones culturales del país, tanto en la capital como en las provincias, estaban dirigidas por organizaciones femeninas. Y comenzaban
a aparecer mujeres
en altas posiciones ejecutivas en numerosas empresas industriales
y agrícolas.
Dejando para más adelante la cuestión del progreso de la población «de color» (para dedicarle atención más detenida), precisemos aquí que hubo un sector de capitalísima importancia en la estruc-
400
tura del país en que los progresos fueron casi nulos: el de la vida política. Se produjo así un desajuste peligrosísimo entre el avance
impetuoso en la realidad económico-social y el estancamiento y
hasta retroceso, en ocasiones, de la organización política de la nación. Es el cubano, por tradición, un pueblo amante de la liber-
tad, de la democracia representativa, y de la paz cívica. Es —lo ha
sido siempre— un fervoroso partidario de la honestidad administrativa. Desgraciadamente, en ninguno de esos aspectos el país pudo avanzar sustancialmente en los veinticinco años que estudiamos. Se hicieron esfuerzos, que quedaron aislados o resultaron baldíos. Y así, en la década del cincuenta, el pueblo de Cuba se encontró en la contradictoria situación que hemos mencionado: mientras las industrias aumentaban, las construcciones urbanas convertían a La Habana en una gran ciudad moderna, los ingresos de la población permitían una vida material cada vez mejor, la clase media se ampliaba y viejas lacras sociales iban curándose progresivamente a ojos vistas, la vida política, en cambio, se hacía caótica, el ritmo constitucional no se mantenía, la deshonestidad era la norma de casi todos los gobernantes y los intentos evidentes de rectificación se veían, al fin, frustrados con el golpe de estado del general Fulgencio Batista, en 1952. Ni los «viejos políticos» ni los «nuevos» fueron capaces de sacar el país del marasmo, que agravaba la constante intromisión de Washington en nuestros asuntos internos. Este desajuste entre el avance económico y social y el estancamiento o retroceso político fue lo que creó el vacío histórico
que el comunismo supo brillantemente aprovechar. No nos corresponde hacer aquí la historia de ese proceso, ni del que le siguió, pues deliberadamente nos hemos impuesto como límite final de este-trabajo la fecha del primero de enero de 1959. Lo que nos toca examinar ahora es el tema de cómo le fue al negro en
los años agitados de la Revolución Olvidada. Esta es la parte más
difícil, espinosa y polémica de nuestro estudio, por una serie de razones. A medida que nos acercamos al presente, menor es la cantidad de información en cifras oficiales y privadas que existen sobre el tema. El censo de 1953, por ejemplo, desgraciadamente omitió la clasificación ocupacional por razas y las tabulaciones raciales de otros importantes factores (por ejemplo, del analfabetismo) lo que dificulta la apreciación estadística de los progresos del negro por oficios, profesiones, niveles educativos, etc.** La escasez
14. El censo castrista de 1970 no se refiere a la población «de color». Seguramente para evitarse el tener que admitir muy embarazosas realidades adversas al régimen.
401
de datos objetivos incrementa la necesidad de acudir a otras fuentes. Y esta situación se agrava con las radicales divisiones de la
opinión cubana en el último cuarto de siglo. Muchos
exiliados
guardan en su mente la imagen romántica, pero en realidad inexistente, de una Cuba edénica que el comunismo destruyó. La propaganda comunista, por su parte, ha inventado una Cuba infernal, mucho menos existente que la anterior y a la que el régimen marxista ha transformado en paraíso. No faltan observadores extranjeros de mayor o menor rango intelectual que demuestran un desconocimiento pasmoso de la historia y las realidades sociales de la Isla, tratando de aplicarle mecánicamente al problema negro criollo los moldes vigentes en sus respectivos países, sus criterios ideológicos, sus personales prejuicios o sencillamente su superficialidad o ignorancia.!'” Hay, sin embargo, una serie de hechos registrados y de observaciones personales de testigos e investigadores académicos de reconocida solvencia científica que pueden ser aprovechados. Así lo haremos, agregando nuestras propias experiencias y recuerdos, pues los autores de este libro vivieron en Cuba
desde su nacimiento hasta 1961. Y, desde antes de salir del país, ya
estaban interesados en el estudio desapasionado y objetivo de la cuestión racial. A pesar de las deficiencias señaladas, el censo de 1953 ofrece una serie de datos que permiten arribar a algunas importantes conclusiones: 1) en el período intercensual de 1943 a 1953 se produce un crecimiento de la población «de color» que de un 25.25% pasó a un 26.90% del total; 2) la población «de color» no estaba limitada a una sola región del país sino que se extendía por toda la Isla, pues en 1953 no había ni un solo municipio donde no estuviese representada; 3) las dos concentraciones fundamentales de la población «de color» ocurrían en la provincia de La Habana (22.0%) y en la de Oriente (46.7%); 4) la mayoría de la población «de color» residía en las áreas urbanas (60.5%), mientras que el 54.3% de la población blanca era rural; 5) en números absolutos, la zona de mayor concentración de la población «de color» era la parte sur de la provincia de Oriente, desde Baracoa a Niquero (incluyendo —además de 15. Para no citar sino un caso, el escritor inglés Hugh Thomas en su desigual libro Cuba, atribuye el prejuicio racial de la isla exclusivamente a la influencia de los Estados
Unidos
sobre la mentalidad
de la clase media
cubana.
Como
si las
actitudes racistas en Cuba no existiesen en otros niveles sociales en 1958. Y como si no hubiesen estado presentes desde mucho antes de la aparición histórica de la Unión Norteamericana. Véase Thomas (1971), pp. 1120-1121.
402
estos dos— los municipios de Guantánamo, Yateras, Alto Songo, San Luis, Santiago de Cuba, Caney, El Cobre, Palma Soriano, Jiguaní, Bayamo, Manzanillo y Campechuela) donde vivían 674,598 negros y mulatos; 6) en números relativos la mayor concentración se hallaba en la ciudad de La Habana, donde 304,305 negros y mulatos, en el área metropolitana (o Gran Habana) vivían en sólo 867 km? con una densidad de 351 por km?; en la llamada «zona negra de Oriente», 674.598 negros y mulatos vivían en 23.308 km?
con una densidad de 29 por km?. Las siguientes cifras ayudarán a
precisar los contornos:
MUNICIPIOS CON PREDOMINIO «DE LA POBLACION DE COLOR» (1953) (Todos en Oriente)
Total*
Blancos
Yateras
31,516
7,538
23,927
15.9
El Cobre
45,926
11,649
33,975
74.0
Alto Songo
78,901
23,794
55,009
69.7
124,685
44,634
79,799
64.0
San Luis
42,482
15,613
26,726
63.1
Caney
26,717
10,581
16,098
60.2
166,384
69,456
96,241
57.8
Baracoa
68,263
30,263
37,980
55.6
Palma Soriano
98,545
44 759
53,655
54.4
Guantánamo
Santiago
«De Color»
% «De Color»
de Cuba
* Incluye la población de origen asiático
403
MUNICIPIOS CON POBLACION “DE COLOR” ENTRE 30 Y 50% (1953) Total*
Blancos
Cabañas (P. del R. ) Jovellanos (M) Trinida (L.V.)
31,939 16,676 48,808
21,640 11,102 32,931
Esmeralda (C) Bayamo (C) Campechuela (O) Jiguaní (O) Manzanillo (O) Mayarí (O) Niquero (O)
23,191 143,487 27,409 75,493 95,894 83,251 66,844
15,238 78,241 18,961 48,900 65,159 54,775 39,927
Santa Cruz (C)
Sagua de Tánamo (O) Victoria de las Tunas (0)
61,145
36,953
56,719 125,869
32,632 86,221
%
«De Color» «De Color» 10,278 5,795 15,837
32.1 34.1 32.4
7,881. 65,139 8,435 26,540 30,677 28,355 26,893
34.0 45.4 30.7 35.1 32.0 34.0 40.2
24,111
24,066 39,526
39.4
42.4 31.4
* Incluye la población de origen asiático
El área metropolitana de la capital de la República —la llamada «Gran Habana»— se consideraba integrada por los municipios de La Habana, Marianao, Regla, Guanabacoa, Santiago de las Vegas, Bauta y Santa María del Rosario (véase Marrero (1966), p. 465). Tomando en cuenta tan sólo la población urbana de esos términos municipales, en 1953 la Gran Habana contaba con una población
total de 1.217.674 habitantes. Como ya vimos, 304.305 de ellos eran
negros o mulatos con una proporción de un 25.0% del total. En casi todas las ciudades importantes de Cuba, por lo menos la quinta parte de la población era «de color». Hasta aquí los datos que hemos extraido del censo de 1953, cuya deficiencia en lo relativo a la cuestión étnica ya señalamos. Para continuar nuestra exploración del estado de la gente «de color» en 1959 es preciso arrancar de una premisa indiscutible. Como acabamos de probar en las páginas antecedentes, la población cubana en
su conjunto
experimentó
un
proceso
de auge
económico
y social
entre 1940 y 1958: reanudación acelerada del que se había iniciado en la década de los veinte e interrumpido con la crisis económica
404
mundial de los treinta. Y el negro, como eleménto integrante de la población cubana participó de ese auge. Cuando se aumentaba el salario de los obreros azucareros industriales y agrícolas, este au-
mento alcanzaba tanto a los blancos como a los negros. Cuando se estableció el plus pascual para obreros y empleados
(el llamado
«Arturito»), ese beneficio llegó tanto a los blancos como a los negros.
Las clínicas de maternidad obrera prestaban servicios tanto a las mujeres blancas como a las negras. Lo mismo puede decirse de toda la legislación laboral y social a que hicimos referencia en el acápite anterior. Es posible que por encontrarse, en muchos casos, en niveles económicos inferiores, los progresos económicos de los negros fueran relativamente inferiores a los de los blancos. Pero su avance en ese campo y en el social es incontrovertible. Además, las mismas fuerzas que operaban antes de 1940 en favor de la igualdad seguían actuando ahora reforzadas por los
acontecimientos internacionales.
Es esta la era de la Segunda
Guerra Mundial, que devino una cruzada contra el nazismo y el fascismo, ambos íntimamente identificados con la etnofobia. Dentro del país, la población «de color» acentuaba su batalla por los derechos que se les negaban, ya con presiones de masa dentro de los cuadros políticos en que militaba o a través de sus sociedades y clubes, ya con la obra individual de sus figuras intelectuales de renombre cada día más numerosas. La obra literaria de Nicolás
Guillén, para citar un caso, alcanzó por entonces gran difusión y
popularidad. Muchos de sus poemas se convirtieron en canciones. Y
su proclama de entendimiento inter-racial ejerció recia influencia.
Lo mismo puede decirse de los demás cultivadores del género, ya negros, mulatos, o blancos. Cubanos de todos los colores admitían
como buena la mulatez criolla exaltada por Guillén en Mis dos
abuelos, por ejemplo. O se conmovían con una de las elegías más bellas del idioma, la que dedicó a la lavandera negra María Belén Chacón el poeta blanco Emilio Ballagas. Los populares recitadores de la poesía negrista extendieron ese mensaje de simpatía y de integración entre todas las capas de la población. Un ejemplo entre mil de cómo la poesía «afrocubana» intensificó la identificación de blancosy negros, lo constituye la bella carta laudatoria de Ana María Borrero a Eusebia Cosme que reproduce Fernández de la Vega en uno de sus cuadernos.*? Cierto que para muchos esa poesía era más bien motivo de diversión que de «conciencia igualitaria». 16.
Fernández de la Vega (1986), p. 14.
405
Pero fue en realidad esta última la que de verdad apretó esos lazos de «romántica fraternidad rayana en la ternura» de que le habla Ana María a Eusebia en su carta. Más aún: los que sólo iban a oír a la Cosme o a Luis Carbonell y otros recitadores con el único propósito de «pasar un buen rato», eran sometidos a dosis más o menos moderadas de inevitable y casi inconsciente concientización racial. Para muchos fue, al menos, un contacto inicial con un mundo vecino, cercano pero ignorado. Al oír, digamos, el «Guije, que se
vaya el guije» de Guillén —otra conmovedora elegía— aun el oyente
blanco más alejado del sector negro de la población por lo menos sentía la vibración de esa otra realidad: comenzaba a percatarse de que en el seno de la sociedad en que vivía, palpitaba con vigor y valer artísticos indiscutibles, una cosmovisión que sin ser la suya tradicional y rutinaria, a su lado existía cercanísima, contigua, próxima: prójima. Para llegar a la semilla hay que comenzar por romper la cáscara. Y el arte es un estilete penetrante. En el tercer tomo de esta obra tendremos oportunidad de estudiar en detalle las influencias negativas del negrismo poético —que las hubo— así como la cuantiosa presencia negra en la novela, el cuento, la pintura, y otras manifestaciones de la cultura cubana. Agreguemos aquí solamente, en el terrena científico, la continuación —a nivel cada día más maduro y depurado— de la gran obra antropológica, etnográfica e histórica de Fernando Ortiz. Y el comienzo de la contribución pronto también extraordinaria de Lydia Cabrera. En 1945 publica Ortiz un libro titulado El engaño de las razas en el que resume todo lo que las ciencias biológicas y antropológicas podían aportar por ese entonces al examen de la cuestión racial. Allí sostiene don
Fernando
que las razas —como
genialmente había intuido Martií— eran falsas figuraciones de la
fantasía, inexistentes en la vida real. Pero que el racismo sí era una dolorosa realidad levantada sobre un mito peligrosísimo. Explica
cómo la herencia de variaciones físicas por ciertos grupos humanos
carecen de connotaciones psicológicas o culturales de ningún tipo. Las clasificaciones y denominaciones de razas han sido hechas basándose en los criterios más diversos y equívocos, con términos de color, anatomía, fisiología, psicología, geografía, linguistica, religión, política, etc. Ortiz enseña cómo por estos elementos podrán
distingúirse pueblos, naciones, castas y clases, pero razas no. De esas confusiones se deriva la enorme cantidad de clasificaciones de las razas hoy existentes, al extremo de que en algunas obras hay que hacer —para introducir algún orden en el tema— clasificaciones de las clasificaciones. Hay quienes hablan de dos, tres o
406
cuatro
razas.
Hay
quienes
reconocen
hasta
150. Un
caos. Don
Fernando cita a Ruth Benedict: «En toda la ciencia moderna no hay
campo donde los autores difieran más que en las clasificaciones de las razas humanas». En realidad, afirma Ortiz, citando autoridades de primera fila, el Homo Sapiens es la más mestiza de todas las criaturas. Hablar de razas congénitamente superiores o inferiores es negar todo el fundamento de la biología contemporánea. No hay razas «predistinadas», ni «elegidas», ni «malditas». Lo que sí hay es racismo y éste es sin duda uno de los más graves problemas que tiene América que resolver en todas sus latitudes. En una conferencia de divulgación titulada La sin razón de los racismos, ofrecida en el Club Atenas el 19 de mayo de 1949, Ortiz dijo: «La humanidad está debatiéndose en un torbellino de intereses económicos, nacionales y sociales, cubiertos casi siempre por espumaje de razas. Estas no son sino las
burbujas que coronan las olas embravecidas; las fuerzas que las forman y agitan están debajo y generalmente no se ven. Por eso son
temas inevitables de cada día, así las razas todas ellas impuras y arbitrarias, como los racismos, siempre dañinos y todos bastardos». Y terminó afirmando: «Por fortuna, en Cuba crece la cultura contra los vetustos racismos y el pueblo cubano demostró su voluntad de reprobarlos, cuando promulgó en 1940 una nueva Constitución de la República... Claro está que no se curan los males medulares de un pueblo con sólo preceptos legales; pero ese precepto constitu-
cional debe cumplirse con justicia y sano egoísmo
de todos. O
progresamos juntos en la definitiva integración de la nación cubana o juntos nos hundimos.»?!” Por su parte, Lydia Cabrera da a la estampa en 1948 una nueva colección de cuentos negros titulados ¿Por qué”? (que estudiaremos donde le corresponde). Y después de años de intensa labor investigativa, publica en 1954 El Monte, verdadera matriz de los estudios
contemporáneos sobre religión afrocubana. La importancia de El
Monte (aparte de la creación de una nueva técnica de sondeo, y de sus peculiares aciertos literarios) reside en que por vez primera en la etnografía criolla se entra —merced a la profunda capacidad de empatía de la autora— en la raíz misma del alma de los creyentes en las teologías de origen africano. La necesidad de sacar a la luz
las creencias y prácticas religiosas de este sector de la población
cubana se cumple a cabalidad en esta obra compleja, difícil a ratos, 17.
Ortiz, «La sin razón de los racismos», RBC, Vol. LXX, 1955, pp. 162 y 181.
407
deliciosa en otros, y tan contradictoria en ocasiones como las disparidades existentes en la vida real entre las autoridades negras en cosas «de Santo». Así, a través del tupido Monte de Lydia, nos
adentramos en las huellas profundas y vivas «que dejaron en esta isla los conceptos mágicos y religiosos, las creencias y prácticas de los negros importados de Africa durante varios siglos de trata ininterrumpida.»!** Con éste y otros libros que le siguen (en Cuba y
en el exilio) abre Lydia Cabrera un campo único a la comprensión del mundo negro. Nadie como Gastón Baquero ha resumido la poderosa influencia nacionalizadora de este enorme corpus etnográfico: «En la obra de Lydia Cabrera hemos aprendido muchos cubanos a respetar y a comprender el aporte profundo, en el territorio del espíritu, de la cultura africana que algunos subdesarrollados mentales insistían en presentar como pura barbarie, negación de lo cristiano y abjuración de lo europeo y civilizado. Gracias a
Lydia Cabrera sabemos hoy que lo cubano no es antiafricano como
no es antiespañol. Los antis desaparecieron quemados por nuestro
sol, desde el mismo siglo XVI, al borde del sepulcro de los indios. Y
allí se dio el Fénix. Nació, en el crisol tenaz que fundía sangres y
concepciones del universo, el nuevo hombre propio de la isla, el cubano, aquel que por debajo de los diversos colores de su piel tiene
un alma común, una misma maravillosa manera mágica de recibir
en su alma el peso del mundo.»!? A las fuerzas de carácter científico hay que agregar las políticas. Sucede que de los 25 años que van de 1933 a 1958 en casi 18 de ellos
ocupa una posición de mando en Cuba Fulgencio Batista. Aunque algunos han tratado de justificarlo, Batista pasará a la historia como el perpetrador de un crimen imperdonable: el golpe de estado
militar del 10 de marzo de 1952, cuyas funestas consecuencias
sufrimos todavía los cubanos. Pero ya hemos visto más de una vez que la ironía (o la dialéctica) de la historia es capaz de conducir a las más sorprendentes e inesperadas consecuencias. Como reconoce una ardiente admiradora de Castro, Lourdes Casal: «El dominio de Batista sobre la vida política trajo ciertos cambios para los negros cubanos: el ex sargento era obviamente un mulato y, a pesar de su traición a la revolución de 1933, de la complacencia con que se convirtió en instrumento de los intereses norteamericanos de la
Isla y de los numerosos crímenes que cometió, sobre todo'en su 18. 19.
Cabrera (1983), p. 7. Gastón Baquero en Sánchez et al (1978), p. 14.
408
segunda administración (1952), Batista realizó —proponiéndoselo
o n0— varias tareas de importancia revolucionaria. Por ejemplo, la rebelión de los sargentos contra la oficialidad del ejército de la cual él pronto devino líder, y su asalto (triunfante) dirigido contra los
oficiales refugiados en el Hotel Nacional, destruyeron la élite de las
Fuerzas Armadas y abrieron puertas a un significativo proceso de mobilidad interna en el ejército que trajo como consecuencia la promoción de muchos negros al status de oficiales.»? Batista era ciertamente mulato pero trataba desesperadamente de pasar por blanco. De ahí la dualidad de su política: aunque favoreció la entrada y el ascenso de la gente de color en el ejército y la administración pública, en algunos de los altos rangos administrativos (por ejemplo en sus gabinetes, en la diplomacia, etc.) limitó la presencia negra a la mínima categoría de símbolos, practicando lo que en Estados Unidos se llama tokenism.
De todos modos, en el terreno
racial la acción de Batista, tomada en su conjunto, debe ser considerada como una fuerza positiva.
Aunque sea imposible comprobarlo con cifras exactas al respecto, todo el que vivió en Cuba durante el período de la Revolución Olvidada sabe que la participación del negro aumentó considerablemente en los organismos electivos de la República después de ratificada la Constitución de 1940. Creció el número de los senadores, los representantes, los concejeros provinciales y los concejales de los ayuntamientos de la raza negra. Por primera vez en varios municipios importantes con alta proporción de población «de color» fueron elegidos alcaldes negros, como sucedió en la segunda ciudad de la isla, Santiago de Cuba, y en Guantánamo por ejemplo. Y por lo menos en una ocasión el gobernador de la provincia de Oriente fue un hombre «de color». Tanto éstos como los políticos blancos dieron acceso a muchos negros a posiciones de importancia en la administración pública. Y, en lo nacional, siguiendo la línea ya iniciada, en 1949 el jefe del Ejército Constitucional, general Querejeta y el de la Policía Nacional, general Hernández Nardo, eran negros. Y bajo Batista, en su mandato dictatorial, el jefe del ejército, general
Francisco Tabernilla, era mulato. La igualdad de las razas había
devenido credo político oficial. El día señalado para honrar a todos los caídos en la lucha por la independencia era el 7 de diciembre en que se conmemoraba la muerte en Punta Brava del gran héroe nacional mulato, el lugarteniente general Antonio Maceo. Y año 20.
Casal (1979), p. 14. Traducción nuestra.
409
tras año en esa fecha, en solemne sesión conjunta, el Congreso le
dedicaba al mártir de los mártires una velada conmemorativa. Mariana Grajales, madre de los Maceo, era por ley «Madre de la patria cubana» y su nombre era reverenciado por todos. Se dirá:
simbología. Cierto. Pero debajo de ella fluían otras corrientes igua-
litarias.
|
La campaña ideológica que contra la discriminación habían ve-
nido desarrollando en el período anterior periodistas y ensayistas «de color» se intensifica con militantes de la nueva generación. Para
resumirlo en dos figuras de primera línea: al nombre ya consagrado
de Gustavo Urrutia se une ahora la valiosa firma de Gastón Baquero. En sus Armonías, Urrutia no se aparta un ápice de su antigua línea: lucha por la equiparación económica, política y social
del negro; denuncia firme e incansable de la discriminación.?! Ba-
quero no tenía una columna dedicada especificamente a la cuestión negra, pero en su cuantiosa y brillante producción periodística se encuentran
numerosos
artículos enfilados contra el prejuicio. Ba-
quero, ensayista y poeta de alta categoría, superaba sin dudas a Urrutia como estilista. Pero, curiosamente, mientras este último se inclinaba hacia el optimismo, la visión de su colega más joven era precisamente la contraria. El autor de las Armonías consideraba el
prejuicio y la discriminación como productos de una circunstancia
histórica ble en -un las razas superada
que aunque prolongada era en esencia pasajera y superaplazo relativamente corto. Para Baquero la lucha entre es el resultado inevitable de la bestialidad todavía no de la humanidad. «El hombre sigue siendo una fiera»,
dice en su artículo «El negro en Cuba».*? «El ser humano se encuentra aun en los albores, en los balbuceos, y muy débiles, muy
tenues aún de la condición humana... Está saliendo apenas de la
animalidad,
de la reacción desnudamente
zoológica, instintiva,
brutal, ante los obstáculos del mundo.» Para Baquero nuestra especie es la menos inteligente, la menos racional del universo. Por tanto, «no cabe pretender que actuemos como seguramente actuará
el hombre dentro de diez siglos.» O sea, que la solución del problema racial se pospone para las calendas griegas. Aunque buena parte del análisis sociológico contenido en ese artículo se ajusta a la realidad, este pesimismo desbordado no sólo ignora los progresos 21.
Un estudio minucioso de la columna de Urrutia en el «Diario de la Marina»
de seguro ayudaría al estudio más detallado de la cuestión negra en este período.
22. EC, Vol. V, p. 416.
410
que se produjeron en Cuba en el campo de las relaciones raciales en la era republicana, sino que tiende a desanimar todo esfuerzo dirigido en esa dirección. Indudablemente sobre el hombre pesa la maldición simbólica de Caín y Abel. Pero no creemos que sea total y absolutamente infecundo el ejemplo real e histórico de San Francisco de Asís. No hay que esperar diez siglos o más. Sin empeños polémicos, permítasenos discrepar del exabrupto exasperado, desalentado y desalentador de un gran escritor y un gran cubano. Después de todo a sólo 74 años de distancia de la abolición de la esclavitud, el pueblo de Cuba, en elecciones ejemplares, hizo presi-
dente de la República al mulato Batista cuyos bisabuelos sufrían
bajo el cepo y el componente en la Cuba de los Capitanes Generales. Proyecciones filosóficas aparte, la obra periodística de Baquero
contribuye con fuerza a la guerra contra la discriminación.
En
esencia el pensamiento que expone en ella es el mismo que repetirá luego en el exilio. Señala las frustraciones históricas: «No se produjo en la República la integración, la solidaridad que cabía espe-
rar de una vinculación tan tremenda y decisiva como fue la de
pasarse treinta años peleando hombro con hombro, blancos y negros, por la independencia de Cuba.» Apunta hacia los resultados de la discriminación económica. El racismo —dice— no se manifiesta en la Cuba republicana tanto por el maltrato de palabras o la
ausencia de simpatías y afectos particulares entre los miembros de
las dos razas sino más bien por la barrera que obstruye el paso de
las legítimas aspiraciones del negro, que crea para él un círculo
vicioso: «Si el negro no tiene oportunidades no puede educarse... no puede ascender más allá del trabajo muscular o del oficio modesto. Y cuando se le ve siempre en la escala inferior de la cultura nacional se le señala por eso, por inferior, y se afirma que no se le discrimina por negro sino por incompetente.»?* Y, por fin, Baquero pone al desnudo una de las peores consecuencias del racismo: la enervación del espíritu nacional que inevitablemente le acompaña. «El negro cubano es totalmente cubano, por sentimientos, por cultura, por lealtad a la historia, por propia voluntad. Pero no estaba, no está integrado de manera sólida y aceptada sin reparos en la
sociedad cubana.» Y concluye: «Había y hay en Cuba dos clases de
ciudadanos:
una
de primera,
los blancos; y otra de segunda,
negros... Y donde existe un desequilibrio de tal naturaleza,
los
una
incomunicación tan grave entre hermanos, no puede haber, no hay 23.
Baquero, ibídem, id.
411
solidaridad nacional, no hay unidad interna de los elementos que al
fusionarse y compactarse producen ese prodigio de prodigios que es
una nación recia y bien plantada.»?** Justas palabras: hoy es evi-
dente que la persistencia de la etnofobia fue uno de los factores que
debilitaron la unidad nacional cuando más falta hacía en medio de
la gran crisis de la década del 50 y los comienzos de la del 60.
La Federación Nacional de Sociedades Cubanas continuó en este período sus esfuerzos antidiscriminativos, aunque no con la ener-
gía que de ella podía esperarse. La debilidad de la organización se debía a las escisiones internas (raciales y políticas) que la aquejaban. Por un lado, la división entre clubes de mulatos y de negros no se había superado y, por otra, el empeño comunista de controlar la organización provocaba en su seno violentas reacciones. El Partido Comunista (por aquel entonces, para fines electorales, rebautizado como Partido Socialista Popular) supo siempre encubrir hábilmente sus fines totalitarios tras los velos de un programa de sentidas demandas populares (con lo que logró confundir a no pocos hombres y mujeres de buena voluntad y criterios avanzados y progresistas). Su prédica en el terreno de la igualdad racial contenía, sin duda, aspectos positivos. Pero su propósito de utilizar a las sociedades de
color
para
sus
propios
fines
tropezaba
con
graves
dificultades.
Precisamente el progreso económico alcanzado por la población de
color operaba contra los marxistas. Los elementos de la burguesía y
de la alta clase media negra y mulata no se sentían cómodos en una alianza con los voceros del comunismo internacional, aunque éstos se presentasen ante sus ojos como demócratas convencidos y ardientes. De ahí las tensiones internas. Y, en definitiva, la escasa influencia que este organismo tuvo en esta era.
Como hemos dicho y repetido, a partir de 1943 disminuyen hasta
desaparecer las estadísticas sobre el tema negro que antes permitían abordarlo desde un ángulo estrictamente objetivo, basado en cifras de carácter oficial. Sin embargo, nadie que viviese en Cuba entre 1940 y 1959 puede negar que en este período continuó y se aceleró en el país el acceso del negro a las profesiones, trabajos y empleos más calificados y de mejores ingresos. La situación económica del negro cubano mejoró notablemente en estos años. Los autores de este libro han llegado a estas conclusiones basándose en su propia experiencia, pero consultando además a un número considerable de personas blancas y «de color» de reconocida solvencia
intelectual, quienes unánimemente respaldan ese criterio. En Cuba, 24.
Baquero, ibídem, id.
412
durante la Revolución Olvidada aumentó dramáticamente el número
de abogados,
médicos,
dentistas, farmacéuticos,
ingenieros,
profesores, maestros, procuradores y profesionales negros de diver-
so tipo. En algunas poblaciones con alta representación de gentes
«de color», como Guantámano, por ejemplo, el número de médicos y
abogados sobrepasaba a la proporción numérica de la raza en la
población del país. Además, estos profesionales comenzaban a ocupar posiciones de dirección en muchas instituciones. En Santiago de Cuba, a pesar de que en su mayoría los profesores del Instituto
de Segunda Enseñanza eran blancos, durante largos años la direc-
ción y la secretaría del plantel fueron desempeñadas por prestigiosos educadores mulatos por expresa recomendación del claustro al Ministerio de Educación. Por otra parte, tanto en Guantámano
como en Santiago de Cuba y otras ciudades, personas blancas de la
clase media alta comenzaban a utilizar los servicios profesionales
de médicos y dentistas «de color». Y aumentaba cada día el número
de señoras blancas que eran atendidas en sus partos por ginecólogos negros y mulatos. La famosa «manga ancha» que facilitaba el «pase» de mulatos a la categoría de blancos se anchaba aún más, permitiendo el acceso de cierto número de ellos a los «clubes» y sociedades de recreo. (Hasta qué punto puede esto considerarse como «progreso» es algo dudoso pues estas instituciones, como antes, seguían proclamándose como exclusivamente «blancas», «mulatas» o «negras»). De todos modos las barreras, sobre todo en Oriente, tendían a resquebrajarse. Cada día más y más blancos eran
juzgados
por jueces
«de
color»,
enseñados
por
maestros
y
profesores «de color», atendidos por médicos y dentistas «de color». Y en aquellas instituciones en que más se discriminaba antes, como en los bancos y tiendas grandes, el número de empleados negros y mulatos aumentaba sin cesar, sobre todo a partir de la promulgación del decreto de 1950 dirigido a mejorar el balance racial precisamente en esos sectores. Una suerte de «affirmative action» crio-
lla.
Progreso, desde luego, no quiere decir solución. El problema negro persistía en 1959. En algunas regiones de la Isla con más fuerza que en otras: en el centro de la Isla más que en La Habana u
Oriente. Y en varios sectores de la economía con más agudeza que
en otros. sectores logrado país. No riqueza.
Pese a todos los adelantos alcanzados a nivel nacional, los profesionales citados en el párrafo anterior no habían una presencia pareja a su proporción en la población del había un equilibrio adecuado en la distribución racial de la En los sectores más elevados de la industria, el comercio y
413
las finanzas, la desproporción en favor de los blancos era abruma-
dora. La gente «de color» estaba subrepresentada en los sectores
laborales más productivos y sobrerepresentada en aquellos de infe-
riores ingresos y prestigio social. Todavía había un número excesivo de negros como empleados de servicio doméstico, la mayoría
mujeres que percibían bajísimos salarios como criadas, cocineras,
niñeras, lavanderas, etc. Y existía más desempleo entre negros y mulatos que entre los blancos, sobre todo en ciertas ocupaciones, como consecuencia de prácticas discriminatorias. De todo modos, lo que Marianne Masferrer y Carmelo Mesa-Lago dicen en su estudio
«The Gradual
Integration of the Black in Cuba»
respecto a la
situación en 1943, puede aplicarse con creces a la situación en 1959: en las seis décadas que siguen a la Guerra de Independencia,
los negros cubanos hicieron «progresos notables en el área de la educación y en su integración en el mercado laboral. El grado de participación negra (y mulata, agregamos nosotros) en las profesiones y en trabajos altamente calificados es un índice importante de esta tendencia.»?* En la década del cincuenta, aproximadamente las dos terceras partes de la población «de color» vivía en las áreas urbanas. Lo que quiere decir que la mayoría de los negros cubanos podían disfrutar de las ventajas económicas, educativas, de recreo, deportes, etc.,
que esas áreas poseían sobre las rurales. En Cuba no había ghettos
negros como los que plagan a las grandes ciudades norteamericanas. En la mayor parte de las poblaciones de Cuba había zonas en las que predominaban los elementos de una u otra de las razas, pero ambas estaban representadas en todas. La residencia estaba determinada básicamente por el:status económico. Por eso en los
barrios más ricos había menos negros y mulatos. Y en los más
pobres había menos blancos. Pero raro era encontrar una cuadra sin representación de las dos etnias. En algunas ciudades más populosas, como La Habana y Santiago de Cuba (sobre todo en la primera) sí existían barrios o áreas residenciales de altos ingresos, como Miramar, Biltmore o Vista Alegre, etc., donde la población era completamente blanca. Aun así, en la mayor parte de la ciudad de Santiago de Cuba convivían gentes de todas las etnias. Y en La Habana, en las áreas residenciales de las llamadas «baja clase media» o «clase baja» (como El Cerro, Luyanó, Atarés, Jesús María, etc.) aunque predominaban los negros había representación de 25.
Masferrer y Mesa Lago en Toplin (1974), p. 367. El énfasis es nuestro.
414
gente blanca también. El contacto entre blancos y negros era mucho más frecuente en las ciudades cubanas en 1959, debido a estas circunstancias, que el que existe actualmente en los Estados Uni-
dos después de la revolución de la década del sesenta.?*
También estos contactos interpersonales eran más frecuentes en
las escuelas. En Cuba, ya lo vimos, la enseñanza pública se integró a fines del siglo XIX bajo el gobierno colonial español. E integrada
continuó en la República. Tanto en las escuelas oficiales de enseñanza primaria como en los Institutos de Segunda Enseñanza, las Escuelas Normales, las de Comercio, del Hogar, Artes y Oficios,
etc., (a donde concurría la abrumadora mayoría de la población escolar) la integración racial no sólo era un precepto legal sino una realidad, un hecho cotidiano y palpable. Miles de niños y niñas, de adolescentes
y jóvenes
blancos
y negros
estudiaban
juntos
bajo
maestros y profesores blancos y negros en estos centros educacionales. Y lo mismo ocurría con las universidades del Estado en La Habana, Las Villas y Oriente que absorbían el 95% del estudiantado universitario. Las universidades privadas estaban abiertas a personas de todas las razas pero en ellas tendía a haber una
presencia negra más débil. Existía un número
considerable
de
escuelas privadas que contaban con una representación bastante alta de la población «de color». Y un número reducido de escuelas
primarias y secundarias de las llamadas «exclusivas» que eran casi
totalmente blancas. Se atribuye por lo general este hecho a que estas instituciones discriminaban racialmente al fijar matrículas muy altas. Pero otros factores menos «mecánicos» deben haber contribuido también porque tanto en La Habana como en Santiago de Cuba había centenares y hasta miles de personas «de color» con medios suficientes para enviar a sus hijos a las escuelas jesuitas de «Belén»
o de «Dolores»,
nuestro survey hemos
pudientes
preferían
pongamos
por caso, y no lo hacían.
En
encontrado que algunos negros y mulatos
evitarse —y
evitarles a sus hijos— posibles
26. Hasta los autores castristas tienen que conceder, a ratos, los progresos de la Cuba precomunista. Lourdes Casal, por ejemplo, escribió en su tesis de grado: «La segregación residencial per se no existía en la Cuba prerevolucionaria. Los blancos de las clases medias y bajas vivían puerta con puerta al lado de los negros y las normas de conducta que gobernaban las relaciones de vecindad impedían el mantenimiento de una vida social totalmente segregada: blancos y negros de las clases medias y bajas asistían a las mismas escuelas, vivían en las mismas casas o al lado unos de otros.» Casal (1975), p. 231. Recuérdese que los blancos y los negros de las clases bajas y medias constituian la abrumadora mayoría de la población cubana.
415
desalres en esas escuelas que consideraban irremediablemente prejuiciadas. Y, sobre todo a partir de la enseñanza secundaria, matriculaban a sus hijos en los centros oficiales (institutos, etc.) que eran considerados como perfectamente integrados, pedagógica-
mente superiores y tan bien dotados en lo material como los priva-
dos. Mucho se ha discutido —y se discute aún— sobre la existencia (o si esta era aceptada) sobre la intensidad de la discriminación racial en Cuba. En realidad ese concepto es muy ambiguo. Implica, en primer lugar, un elemento subjetivo: sentimientos, ideas, juicios y
prejuicios de una persona en relación a otra u otras. Tiene, además,
una connotación objetiva. Quiere decir: «dar trato de inferioridad a una persona o colectividad». Y, como si fuera poco, alude también a
un
fenómeno
social
de
carácter
automático -o mecánico
que
no
puede atribuirse a una persona determinada, pues es resultado de
fuerzas históricas seculares, de un largo pasado colectivo de escla-
vitud y de subordinación
racial que dificulta en mil maneras
ascenso de los discriminados a un plano
de efectiva igualdad.
el
En
nuestra opinión, en Cuba existían, en 1959, los tres tipos. La discrimináción automática colocaba en posición de desventaja inicial en la lucha por la existencia a grandes sectores de la población «de color». Debido a las limitaciones económicas y educacionales que todavía sufrían cientos de miles de negros y mulatos, por ejemplo, vegetaban en ese «círculo vicioso» de que habló Baquero: no podíar elevar su status económico debido a su bajo estándar educativo y nc podían mejorar su educación porque carecían de medios económicr para realizarlo. Este es un hecho innegable. Pero, entrando en terreno del trato que recibían tampoco puede negarse que en Gu! a,
en 1959, se producían hechos como los siguientes: 1) se les nega:a la entrada a las personas «de color» no sólo en ciertos clubes y sociedades de recreo, sino en hoteles, restaurantes, casinos y «night-
clubs» frecuentados por personas de la llamada «alta sociedad» y por los turistas norteamericanos; 2) aunque algunas de las mejores playas cubanas (Varadero, Guanabo, Santa María del Mar, etc.) estaban abiertas a toda la población, tanto en La Habana como en otras ciudades del interior de la isla muchas playas y balnearios eran propiedad exclusiva de clubes o sociedades que sólo admitían blancos; 3) había centros educacionales —acabamos de verlo—
donde, con un pretexto u otro, se limitaba o excluía la población «de
color»; 4) aunque ya funcionaban clínicas privadas y asociaciones mutualistas integradas, aún quedaban algunos «centros regionales» (cooperativas de servicios médicos) que limitaban sus servicios
416
a personas blancas; 5) a pesar de la Constitución y las leyes antidiscriminativas, en ciertos sectores del trabajo (dependientes de tiendas de lujo, por ejemplo) la presencia negra era mínima, 6) el servicio diplomático y el judicial de la República distaban mucho de estar integrados; 7) utilizando diversos procedimientos, en algunos barrios «exclusivos» de La Habana se les impedía a personas «de color» avecindarse en ellos; 8) la ley complementaria de la Constitución, exigida porel artículo 20 de la misma para establecer sanciones contra sus infractores, nunca fue aprobada por el Congreso.
En el terreno legal los progresos fueron casi nulos. Y las ilusio-
nes despertadas al respecto por la Constitución del 40 se desplomaron ruidosamente. Las clases dirigentes cubanas viraron la espalda a esta sentida demanda de la población «de color», cediéndole de ese modo la iniciativa al comunismo. Primero bajo la firma de Salvador García Aguero y luego de Aníbal Escalante, el Partido Socialista Popular presentó al Congreso en 1951 una ley de educación y sanciones contra la discriminación racial que debió ser discutida y (con varias modificaciones indispensables) aprobada. No sucedió así. Idéntica suerte cupo al proyecto del senador auténtico matancero Prisciliano Bécquer Piedra. En cada campaña electoral los candidatos presidenciales proclamaban su adhesión a la causa de la igualdad: Ramón Grau San Martín y Carlos Saladrigas lo hicieron en 1944 y Ricardo Núñez Portuondo y Carlos Prío lo
repitieron en 1948. Prío, en una conferencia en el «Club Atenas» el
5 de mayo del 48, declaró enfáticamente que la Constitución era burlada de modo sistemático por patronos que escogían empleados blancos con preferencia a mulatos y negros en sus empresas. «Hay
que luchar contra eso, hay que remediar ese mal», dijo. Pero después de electo, con la excepción del decreto de 1950 regulando el artículo 74 de la Constitución (a que aludimos arriba), la promesa quedó incumplida. Lo mismo sucedió bajo el gobierno de Batista, tras su golpe militar de 1952. En su Consejo Consultivo presentaron sendos proyectos de decretos-leyes contra la discriminación los consejeros Luis Oliva Pérez y Hatuey Agúero Espinosa. Ambos fueron engavetados y olvidados por la burocracia batistiana. El argumento contra todos esos empeños de legislación era siempre el mismo: servirían para exacerbar las pasiones y no para curar el mal. Idea falsa, como se ha demostrado en los Estados Unidos y en otras partes. Y muy nociva, porque al desconocer las justas aspira-
ciones legales de la población «de color», reconocidas por la propia Constitución, se permitía irresponsablemente que la cuestión ra-
417
cial del país cayera en las manos del extremismo y la demagogia.
Queda ahora por examinar el tipo subjetivo de discriminación, que es muy importante, porque de su existencia dependen en buena parte los otros dos. Aquí, en el terreno de las actitudes raciales, nos encontramos en las dos etnias criollas con sendos continuos bipolares, dos arco iris, con infinitas estaciones intermedias. Entre los blancos hallamos dos polos extremos: 1) los racistas recalcitrantes que no se ocultaban para proclamar su actitud discriminadora y denigrante del negro (no eran muchos, pero los había); y 2) los combatientes contra el prejuicio y la discriminación, personas que creían fervientemente en la igualdad y trabajaban para propiciarla (este era un grupo ya bastante nutrido y su número crecía sin cesar). Entre ambos polos se encontraba la mayoría de la población
blanca, aquejada en distintas proporciones y medidas de prejuicios
raciales (un continuo dentro del otro, también con infinitas variedades intermedias). Este grupo masivo era el que en definitiva determinaba el grado, tipo y cárácter de la discriminación existente en el país. Todos estos blancos aseguraban estar de acuerdo con respetarle al negro los derechos constitucionales y legales vigentes. Casi todos aceptaban que era justo mejorar su situación económica
y educativa. Pero, en el fondo, consideraban a las personas «de color» como sus inferiores no sólo circunstanciales sino definitivos, intrínsecos (casi, pudiéramos
decir, «genéticos»).
Muchos
de ellos
mantenían trato respetuoso y hasta cordial con los de la otra raza. Pero insistían en la validez del principio: «juntos pero no révueltos». O, en otra forma, «cada cual en su lugar y todos en paz». Estos cubanos blancos padecían bajo el peso de una contradicción muy incómoda. Por un lado, la necesidad científica, cristiana, democrá-
tica, martiana, de aceptar la igualdad absoluta. Y, por la otra, una
colección hondamente cargada de emocionalidad,-de opiniones, criterios, teorías y pre-juicios raciales (así como de numerosos tabúes sexuales y sociales de carácter casi tribal) en que habían sido educados y que se habían convertido en segunda naturaleza. Tales actitudes aparecían en todos los niveles sociales de la colectividad blanca. Se agudizaban a medida que se ascendía en la escala económica. Pero los autores de este libro han conocido campesinos blancos muy pobres en la parte norte de la provincia oriental que manifestaban también prejuicios contra los negros. En la población «de color» el continuo también presentaba dos polos: 1) los negros y mulatos tan profundamente heridos por las injusticias del pasado y del presente que habían convertido su resentimiento en odio ciego contra los blancos (a quienes conde-
418
naban en bloque) y contra la sociedad en que vivían (cuyos progresos en el camino de la integración negaban o desconocían). Era un grupo minoritario pero vigoroso en el que predominaban los mula-
tos. Y que, en nuestra opinión, constituia más bien una rémora que
una ayuda para su raza. 2) los negros y mulatos que adoptaban una
postura sumisa y servil ante el blanco. De este tipo cada día iban
quedando menos. Entre ambos extremos, otra vez la mayoría que se distribuía en otro continuo, acercándose más menos a cada uno de los polos, pero presentando en todos sus miembros una característica común: su clara percepción de las barreras raciales que les impedían ascender a planos superiores de existencia y su ansia profunda de igualdad verdadera, total y efectiva. En este grupo
encontramos una compleja diversidad de actitudes. Un número
considerable superando todos los dolores, todos los justos resenti-
mientos, todos los prejuicios, se unían a los blancos que luchaban por resolver el «problema negro» por la vía pacífica y legal de la protesta cívica y la movilización de la opinión pública contra la discriminación. Otros —y no eran pocos— convenían con la mayoría de los blancos en que «peor es meneallo». Lo más sensato no era
sacar la crisis a la superficie sino esperar que la cuestión acabase
por resolverse por sí sola. No faltaban, además, los que buscaban una salida a su status en lo que se llamaba «adelantar la raza». Muchos mulatos recibían con alegría a los hijos que les «salían» con rasgos menas negroides que los de ellos y con desconsuelo a los que
daban
«un salto atrás». Las diferencias entre negros y mulatos
persistían, aunque tal vez con menos intensidad que antes. Pero aún se encontraban mulatos que se ofendían si se les llamaba negros. Tampoco faltaban negros y mulatos orgullosos de su raza que decían ser lo que eran «a mucha honra», especie de antecesores del «black is beautiful» de hoy, mas no eran pocos los mulatos que todavía hacían todos los esfuerzos imaginables por «pasar por blancos». Una condición era común a toda la gente «de color» del país: todos se consideraban más que negros o mulatos, cubanos. Y lo que demandaban no era una sociedad suya, aparte, distinta de la blanca, sino una sociedad cubana común, ciega al color de la piel, donde no existieran distingos raciales, donde todo el mundo tuviera los mismos derechos y deberes y las mismas oportunidades. O sea, que la posición básica de los negros era idéntica a la de los progresistas blancos y hasta a la que, teóricamente al menos, decía man-
tener la mayoría de la población blanca en general. Un obstáculo se
interponía ante la plena y auténtica coincidencia: la realidad persistente del prejuicio racial. |
419
Hay que insistir en esa verdad dura y vergonzosa porque uno de
los modos de amortiguar las tremendas tensiones que el prejuicio provocaba en el seno de la sociedad cubana consistía precisamente en el subterfugio de negar su existencia, o por lo menos, de ignorar
la presencia del problema negro hasta el punto de convertirlo en un
pasmoso fantasma sociológico. Esta era la actitud de esa «muda mayoría» (integrada tanto por blancos como por negros y mulatos) que, como bien dice Luis E. Aguilar, sostenía que lo mejor era no tocar el tema, dejar las cosas como estaban, para que ellas solas se acomodasen, sin despertar las irritadas pasiones que le dormían adentro. «Para este último tipo de persona, mencionar el conflicto racial es provocarlo, abandonarlo al silencio la mejor forma de resolverlo.»?? Como todos los prejuicios, éste que existía en Cuba era algo oscuro y viscoso, ciego e irracional, una negación absoluta
del juicio, una repulsa ofuscada a todo argumento, una cerrazón de
la mente para evitar el convencimiento inaceptable. La irracionali-
dad de estos prejuicios se manifestaba en curiosas e inesperadas
contradicciones que todos los cubanos conocemos. Elías Entralgo señala, por ejemplo: «No hay en la existencia función más tierna, más delicada, de más responsabilidad, respeto y consideración que la crianza de los hijos. ¿Y a quiénes han entregado casi siempre los padres blancos en Cuba empeño de tanto cuidado durante centu-
rias? Pues
a las niñeras o manejadoras
negras. Y los infantes
blancos no han mostrado la más leve antipatía hacia ellas, que a su
vez se han sentido encantadas de verlos crecer entre sus brazos.»?*
Es que el prejuicio racial no tiene nada de instintivo o. innato. No es
una tendencia biológica de la naturaleza humana. Por el contrario, procede del aprendizaje. Es algo que el medio social le inculca al individuo, Es un sistema de valores impuestos a la conciencia personal por la colectividad que la aherroja. Es un instrumento
estimativo que se adquiere por contagio, como la peste. Y la colectividad lo ha ido formando en el decurso de los siglos, como consecuencia de la acumulación de muy complejas y variadas circunstancias históricas, para utilizarlo también más tarde con muy variados y complejos fines políticos, económicos, sociales y psicoló: gicos. Por eso, como junto al prejuicio opera la convivencia, ésta con su fuerza irresistible se encarga de moldearlo y modificarlo precisamente porque no es rígidamente instintito y por lo tanto infle27.
Aguilar (1972), p. 92.
23.
Entraigo (1953), p. 263.
420
xible. veces libro padre
De ahí las ironías y contradicciones. De ahí los absurdos, a trágicos, a veces cómicos. ¿No conocen los autores de este a más de una familia cubana «de color» en que hermanos de y madre se segregaban en los tres tipos de sociedades de
recreo que funcionaban en los pueblos y ciudades, concurriendo los «adelantados» a las blancas, los «intermedios» a las mulatas y los más «atrasados» a las negras? Es conveniente recordar —para medir el peso de esa tradición odiosa— que el negro entra en Cuba ya depreciado y despreciado por el sistema colonial que lo importa primero de España y luego directamente de Africa. El negro arriba como extranjero. Eso quiere decir: con lengua distinta. Para llegar a hablar el español criollo estándar, primero tiene que pasar por el bozal. Y, como veremos en
la segunda parte de esta obra, esas dificultades lingúísticas fueron
ampliamente utilizadas para ridiculizarlo y estigmatizarlo tanto en el trato diario como en el llamado teatro vernáculo. El negro trae consigo del Africa una cultura distinta de la del amo que lo posee: una religión pagana a la que se aferra pese a todos los esfuerzos cristianizadores, unos hábitos y costumbres que al hombre occidental le parecían primitivos, selváticos, casi animales, en algunos casos. El negro ocupa en Cuba la posición más baja en la escala social: es esclavo, propiedad, res, cosa. Algunos llegan a dudar que tenga alma. O creen que si la tiene seguramente es de otro carácter y calidad que el alma de los europeos y sus descendientes criollos. Además, para justificar la trata, se monta una campaña de propaganda que se extiende por todas partes y. dura cuatro siglos: el negro —se repite incesantemente— es un ser inferior, se le trae a América para salvarlo de sí mismo, para sacarlo de la barbarie. El negro ha sido hecho para el trabajo rudo y grosero bajo la dirección y el mando del blanco. No vale la pena educarlo porque su inteligencia es rudimentaria y su naturaleza muy difícil de cambiar. Es por destino biológico un bruto. Es sucio. Es ladrón. Es haragán. Es rebelde. Lo único que entiende es la fuerza, el látigo, el grillete. Es, además,
desagradecido:
cada vez que
puede,
se escapa,
se alza,
quema, mata. Al desprecio y la repulsa se le agrega el miedo. Miedo a la insurrección. Miedo al espíritu destructor de los esclavos super-
explotados. Miedo no sólo en gente oscura e ignorante, sino en intelectuales de primera línea, en ideólogos tan influyentes como
Saco y Delmonte. A todo lo largo del siglo XIX, el blanco apunta a lo
sucedido en Haití (o sea, a la versión blanca de lo sucedido en Haití). Y tiembla. Como tiembla ante el supuesto apetito del negro por la mujer blanca, adicionando el mito sexual al racial. Y nada
421
importa que las realidades cotidianas contradigan palmariamente los trazos de este estereotipo. El prejuicio se nutre de su propia sustancia.
Es irracional en el más hondo
sentido de la palabra.
Clava sus garras en los estratos más profundos de la mente huma.-
na: en el subconsciente, en el inconsciente, desde donde brota como una fuerza misteriosa e incomprensible. Y tiene, además, otra función. Sirve para afirmar la personal superioridad hasta a los
blancos de más baja categoría económica y social. Le garantiza aun
al blanco más denigrado un alguien sobre quien puede elevarse. ¿Se comprende por qué resulta tan difícil erradicar esa plaga? Porque no se trata tan sólo de enderezar unos entuertos, reconocer unos derechos y mejorar una condición económica. El criterio predominante en la Cuba de 1958 era que el problema negro
constituía una consecuencia de la organización económica y clasis-
ta del país. Pero aun aceptando el hecho como cierto —y no faltan investigadores que anteponen cronológicamente la existencia de prejuicios antinegros a la introducción de la esclavitud en el Nuevo Mundo—” debe recordarse que el prejuicio es, a la vez, un fenómeno psicológico (un complejo de hábitos tan hondamente arraigados que funcionan automáticamente) y un fenómeno psicosocial (pues estos hábitos son impuestos al individuo por la colectividad). Entre estas actividades mentales convertidas en rutina se encuentra la función estimativa, el sistema de valores relacionados con las razas que componen la población. Leonardo Griñán Peralta siempre sos-
tuvo que en Cuba no había prejuicio de razas sino de colores. La 29.
Véase, por ejemplo cl capítulo 1 del libro de Winthrop D. Jordan White over
Black: American Attitudes Toward the Negro. Según Jordan: «En Inglaterra, tal vez más
que
en
la Europa
mcridional,
el concepto
de
negrura
estaba
cargado
de
intensos significados. Mucho antes de enterarse de que algunos hombres eran negros, los ingleses encontraban en la idea de negrura un modo de expresar algunos de sus valores más profundamente arraigados. Ningún otro color, excepto el blanco, poscía mayor impacto cmocional. El significado de la palabra negro, antes del siglo XVI, en cel Oxford English Dictionary incluía estas acepciones: «Hondamente manchado de mugre; manchado, sucio, asqueroso... Que tiene propósitos oscuros, malignos, mortales; que pertenece a la mucrte; mortal; pernicioso, dañino, inicuo, atroz, horrible, malvado... Que indica desgracia, censura, merecedor
de castigo... ctc.». El color negro estaba emocionalmente parcializado. Era siervo y
símbolo de la bajeza y la maldad, un signo de peligro y de repulsa... Incrustado en el concepto de negrura se encontraba su opuesto, la blancura... Blanco y negro
connotaban pureza e inmundicia, virginidad y pecado, virtud y vileza, belleza y fealdad, bondad
y maldad,
Dios y el Diablo.»
Jordan
(1968),
p. 7. También
en
España, en los siglos XVI y XVII, la palabra negro tenía un sentido peyorativo:
véase Rout (1976), p. 21; Zamara Vicente (1963), p. 182.
422
discriminación era básicamente un asunto de pigmentos Cuba era
—usando el término de Lipschutz— una pigmentocracia. Mas con todo lo que tiene de cierto este concepto, para que funcione efectivamente es indispensable ampliarlo. Racialmente hablando, en
1958, la cubana era una sociedad segmentada en la que el elemento mayoritario, el blanco, tenía el poder social en sus manos y donde entre las dos etnias extremas se había creado un grupo numeroso de mestizos, muchos de los cuales, los más «adelantados», habían
sido admitidos y acomodados dentro de la raza dominante. Por eso,
en esa época, en Cuba como en toda sociedad segmentada predominaban dos imágenes somáticas ideales, dos fenotipos normativos. El primero presenta una dimensión meliorativa, positiva: piel blanca (que incluía a los «trigueños»); pelo preferiblemente ondulado,
pero no excesivamente rizado o lanudo; labios finos, nariz estrecha, etc. El opuesto, hondamente peyorativo, negativo, presenta los
rasgos contrarios: piel de color negro oscuro, pelo muy rizado («pasas»), labios muy gruesos («bembas»), narices muy anchas
(«ñatas»), etc. Ambos tipos eran ideales en el sentido de que consti-
tuian imágenes abstractas extremas, cuyas características ningún individuo poseía en su totalidad. Y eran, además, normativos porque se usaban para medir la «calidad» estética y el valor social de cada persona dentro del grupo.” Estas imágenes somáticas o fenotipos normativos, a través del proceso de aculturación, se habían extendido de un polo a otro de la escala social, exterminando entre los negros los valores que éstos habían traido del Africa. Como bien ha señalado Alberto Arredondo,
a los niños negros y mulatos se les educaba bajo el dominio de las normas de valoración estética del hombre blanco. La Venus de Milo y el Apolo de Belvedere eran ejemplares de belleza física. A nadie — o a casi nadie— se le ocurría encontrar belleza en las figuras o las
máscaras del Africa. Y como el predominio social se distribuía de acuerdo con estas normas, el tratar de acercarse a la imagen somática positiva devenía, a veces, una verdadera obsesión para muchos miembros de la etnia dominada. ¿No se decía en Cuba que «ser blanco era una carrera»? Podrá objetarse aquí: ¿y la mulata? ¿No se consideraba a la mulata como el ejemplar más bello de mujer cubana? La respuesta tiene que ser negativa. La mulata era un símbolo sexual muy extendido entre los varones blancos criollos. 30.
Estas ideas se inspiran en parte del csquema teórico de H. Hoetink sobre
las relaciones raciales en las Antillas. Véase Hoetink (1967), Caps. III y 1V.
423
Pero la mulata distaba mucho de ser la imagen somática ideal de
toda la sociedad cubana. Aun más, entre los mismos hombres blancos, la mulata era considerada como buena para el placer sensual, extramatrimonial, pero no para formar con ella una familia. Era buena para «querida» pero no para esposa. No se miraba ese tipo de mujer cubana con los ojos del Plácido que le cantó en una de sus más famosas letrillas: Yo vi una veguera
trigueña tostada,
que el sol envidioso de sus lindas gracias, o quizá bajando de su esfera sacra, prendado de ella le quemó la cara. Y es tierna y sencilla como cuando saca los primeros tilos la flor de la caña. Se le veía más bien como lo hizo Francisco Muñoz del Monte en 1845, en uno de los primeros poemas negristas de la literatura antillana. Citemos algunos fragmentos: Ser mulata es ser candela, ser mulata es imitar en el mirar la gacela,
la leona en el amar. *.e.-.U.:
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Del blanco y negro inexplicable engendro, sublime, cuando quiere o enamora,
insaciable en sus iras como el tigre, apacible en su amor como paloma.
Antítesis viviente de dos mundos, cambiante anfibio, esfinge misteriosa,
424
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que el enigma propone a los pasantes, y al que no lo descifra le devora. e... 0o0-.2.n£o£€£Q«o.
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Tú no eres blanca, mulata,
ni es oro puro tu pelo
ni tu garganta es de plata, ni en tus ojos se retrata el divino azul del cielo.
Y el deleite te rodea como el sol al prado baña; y tu talle se cimbrea y flexible se menea
como palma en la montaña.
Y en tus brazos locamente el hombre cae sin sentido, como cae en fauce hirviente de americana serpiente el pájaro desde el nido. .
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Cógelo entonces la gentil mulata
convulsiva, frenética, anhelante, y en voluptuoso arrullo murmurante su labio exhala la palabra amor. Y triunfa al exhalarla. El hombre es suyo, el blanco la obedece servilmente; en la boca fatal de la serpiente
el encumbrado pájaro cayó.
Veréisla entonces. En flexibles roscas sus brazos lo encadenan y lo oprimen, lo enlazan, lo entrelazan, lo comprimen, lo aprisionan, lo apremian sin piedad. 6.04
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Elástica culebra, hambrienta boa, la mulata a su víctima sujeta, lo oprime, estrecha, estruja, enreda, aprieta,
y chupa y lame y muerde en su furor. .
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Y crujen sus elásticas caderas, y tocados de intenso magnetismo, cada ojo revela un hondo abismo de apetito, de rabia y de pasión. Y su delgada y mórbida cintura agitada de internas convulsiones, en mil secretas circunvoluciones, se tuerce cual reptil que nos va a herir.
Esa es la imagen tradicional de la mulata. Imagen de lujuria, de
lascivia, de lubricidad. Nótense las alusiones zoológicas. La mulata es gacela y paloma pero también leona, tigresa. Y, sobre todo, es un reptil, imagen obsesionante que se repite en formas diversas a lo largo de todo el poema: serpiente, culebra, boa, etc. Curiosamente
lo mismo ocurre en uno de los romances de Bartolomé Crespo y
Borbón (Creto Gangá) sobre las «habaneras pintadas por sí mismas», donde expresa que la mulata es majá que ondulante sigue con velocidad su presa paloma de cola alzada que alegre se pavonea...
La mulata —vienen a decir estos poemas, reflejando el estereotipo— es para el amor carnal, instintivo, animal, brutal, zoológico. Su belleza es engañosa y hasta perversa. Ella es la devoradora de hombres. La destructora de la sana vida familiar. Incita pero condena. No es, de ningún modo, un tipo somático positivo. ¿Qué hombre blanco de los que la frecuentan quiere que sus hijas legítimas se parezcan a ella? Mas en este punto pudiera presentarse otra objeción. ¿Y la Virgen de la Caridad, la virgencita mulata? No debe confundirse aquí lo nacional con lo racial. La Virgen de la Caridad es un símbolo religioso de la cubanía. Tiene que ser mulata porque
426
es una síntesis. La Madre sacratísima de todos los cubanos ha de reunir en su faz todos los colores infinitos de la población de la Isla. Pero la señorita blanca que en el templo católico le rezaba a la Virgen del Cobre con profunda devoción, jamás soñaba con adquirir
sus
atributos
raciales.
Su
fenotipo
normativo
era
la imagen
meliorativa o positiva que arriba mencionamos. La Virgen de la Caridad es el símbolo de la cubanidad esencial, pura, perfecta,
ideal, teológica. Como Cecilia Valdés es el símbolo de la cubanidad
material, real, existente, maltratada por todos los avatares de la historia. Ninguna de las dos expresa ni funciona como fenotipo
normativo... Todas
estas complejidades y otras muchas
que el
carácter introductorio de este libro nos impide abordar, demuestran
que más
allá de lo puramente
económico
y clasista,
el prejuicio
trabajaba en los sustratos de la mente, como una conjunción de fuerzas psíquicas subterráneas, oscuras, cuyo total desarraigo demandaba, en primer lugar, una labor continuada de equiparación absoluta del negro y el mulato en todos los terrenos de la vida pública y privada y, además, una campaña de educación tenaz, incansable, obstinada, de blancos, mulatos y negros en los principios
de la igualdad y la fraternidad humanas. Poderosa y difícil tarea de
limpieza y edificación, de chapeo y de alza en el alma del pueblo cubano. Quedaba bastante por hacer, sin duda, en la Cuba de 1958, para realizar a plenitud el programa truncado de la Guerra de Independencia en el terreno de las relaciones raciales. Y, sin embargo, estamos plenamente convencidos de que el racismo en esa fecha se encontraba en Cuba a la defensiva. Era una actitud social ciertamente existente pero decididamente vergonzante. Se practicaba aun, pero generalmente sin alardes. Más bien se procuraba encubrirla con velos hipócritas. O sencillamente se trataba de desconocerla, de fingir que no existía. Para medir el coeficiente real de la discriminación en este período histórico debe tomarse en cuenta la batalla dialéctica que lo determinaba. En Cuba, en 1958, la realidad racial respondía al enfrentamiento de numerosas fuerzas antagónicas. De un lado, el peso muerto de esa nefasta tradición racista que arriba analizamos. Del otro, el impulso de la nueva tradición igualitarista que comenzó a forjarse paso a paso, merced al esfuerzo de algunos abolicionistas aislados, se fortaleció luego hasta lograr el exterminio de la trata y la esclavi-
tud y acabó por fundirse con el ideal de independencia, convirtiéndose
al cabo en postulado básico de la revolución libertadora, y tras los tropiezos iniciales de la República, en parte de la ideología de la Generación del Treinta. De un lado la mentalidad de un Pedro
427
Blanco o un Julián Zulueta. De otro la de un Anselmo Suárez y
Romero o un Cirilo Villaverde. De una parte, el miedo de Saco y de Delmonte. De otra, el espíritu cordialmente integracionista de Martí y de Maceo. De. un lado, el sueño absurdo de una Cuba «limpia» de todo grupo racial que no fuese blanco. De otro, la potencia de una
nacionalidad naciente, formada por blancos, mulatos y negros. Y, al
fin, de un lado, los anquilosados hábitos segregacionistas y etnofóbicos, con hondas raíces seculares en prejuicios anticientíficos y antihumanitarios. Y del otro lado, la derrota en el terreno de la
biología y la antropología contemporáneas de las teorías que hacían a unos hombres inferiores a otros; el progreso mundial de los criterios anticolonialistas y democráticos; el aplastamiento del
nazismo y del fascismo; la difusión universal de los credos igualitarios. En esa lucha de más de un siglo hay victorias y derrotas.
Avances y retrocesos. Pero, en definitiva, las fuerzas positivas fueron imponiéndose a las negativas y retardatarias. Tenía plena razón el profesor Elías Entralgo cuando escribió en 1953: «No
puede desconocerse que mucho se ha avanzado en las justas rela-
ciones de las dos principales razas que forman (a nuestro país)... pese a la falsa opinión de cierto apasionado e injusto sectarismo racista de algunos negros, que pretende negar la ley del progreso; pero tampoco debe ignorarse que persisten sedimentos de inequi-
dad en el trato entre ambas razas, debido a la torpe conducta de
cierto apasionado e injusto sectarismo racista de unos blancos o la cómoda actitud aveztrúzica de otros, menos apasionada pero no
menos injusta.»?! O sea, que Cuba no era ni.un paraíso ni un
infierno raciales. En ellá se evidenciaba un proceso de lucha todavía inconclusa, pero que iba entrando poco a poco en la superación de un mal de siglos. En definitiva, la síntesis que predominaba era de adelanto: promesa de un futuro mejor. Con todas sus limitaciones, la Revolución Olvidada representó un serio paso de avance en la cuestión racial, aunque la rémora de las discriminaciones todavía obstaculizara esa auténtica fusión fraternal y esa íntima integración anímica que constituyen el quilate rey de una nación plena y vigorosamente estructurada. Y hasta aquí llegamos en la parte histórica de este libro. Los
datos que nos vienen de la Cuba comunista sobre el problema negro
son radicalmente contradictorios y confusos.*? Y mucho tememos, si
31. Entralgo (1953), p. 262. 32. El propio Fidel Castro ha puesto en entredicho la validez de las estadísticas oficiales cubanas. Ver Domínguez (1986), p. 122.
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entramos en su análisis, que nuestra decidida postura antitotalita-
ria pueda ser tomada como pretexto para poner en duda la estricta
objetividad que siempre ha presidido nuestro juicio en esta obra. Lo mejor es dejar el estudio del proceso de desarrollo de la población cubana «de color», en la etapa que sigue al primero de enero de 1959, a la próxima generación. De seguro ella sabrá contemplarlo con más serenidad que nosotros, desde la eminencia, siempre salutífera, de una más amplia perspectiva histórica.
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SIGLAS
Usadas en este volumen
El Abolicionista Español Academia de la Historia de Cuba, Centón epistolario de Domingo Delmonte
Archivo Histórico Nacional de Madrid Archivo Nacional de Cuba
Enciclopedia de Cuba
ILL
Diario de la Marina Hispanic American Historical Review Diccionario de Literatura Cubana, Instituto
de Literatura y Linguística, Academia de Ciencias RBC RBNJM
de Cuba Revista Biemestre Cubana Revista de la Biblioteca Nacional «José Martí
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ABAKUÁ, SOCIEDAD SECRETA (ÑAÑI-
GOos): 85-88, 193-198 ABC: 349 ABOLICIONISMO: 15, 17, 19, 20, 28,
29, 35, 38-41, 45-49, 51, 53, 55, 82-83, 89, 91-93, 96-99, 103-112,
114, 118, 122, 130-131, 135-137,
141, 143-149, 153-154, 157-225, 241, 244, 247-248, 250, 257, 285
ABRIL ÁMORES, EDUARDO: 364-365.
ACADEMIA
NACIONAL
LETRAS: 345, 366
DE
ARTES
Y
ACADEMIA DE LA HISTORIA DE CUBA: 345
ACOSTA, AGUSTÍN: 334, 343, 364 ACULTURACIÓN: 27-28, 56-57, 196,
249-250
ÁDAMS, CHARLES FRANCIS: 301 ADAMS, JOHN QUINCY: 19
ADELANTE: 371-382 AFRICA: 27, 32, 54, 56, 88, 101-102, 110, 120, 126, 150, 221, 246, 250, 278, 294, 295, 408, 421, 423
AGUACATE, MANIFIESTO DE: 310. AGUERO ESPINOSA, HATUEY: 417 AGUERO, JOAQUÍN DE: 37, 39, 41
AGUILAR, Luis E.: 420 AGUILERA, FRANCISCO VICENTE: 98, 145, 185, 263 AGUIRRE, SERGIO: 39, 322
AGUIRRE, YOLANDA: 216
AIMEs, HuBERT H.S.: 20
ALDAMA, DOMINGO DE: 28, 68
ALDAMA, MIGUEL DE: 24, 25, 26, 30,
36, 68, 94
ALEMANIA: 271 ALFONSO, JosÉ Luis (MARQUÉS MONTELO): 36, 59, 68-70 ALLO, LORENZO: 92 ALMERÍA: 108
DE
ALTO SONGO: 322, 324, 403 ALVAREZ GARCÍA, IMELDO: 39 AMÉRICA LATINA (CIFRAS COMPARATIVAS CON CUBA): 396-398
AMERICAN SUGAR REFINING COMPA-
NY: 238-239 ANDERSON, MARIAN: 372 ANEXIONISMO: 34-51, 58, 90-92, 300-
465
BARAGUÁ, PROTESTA DE: 152, 266 BARBACHANO, MIGUEL: 34
301, 313-314
ANGOLA:
101
ANGULO HEREDIA, MIGUEL: 137
BARBADOS: 124
APPOLLINAIRE, GUILLAUME: 383
BARCELONA: 108-109 BARNET, JosÉ A.: 351
ARAMBURO, MARIANO: 344 ARGENTINA: 398
ARGUELLES, JosÉ AGUSTÍN: 113 ARMAS Y CÉSPEDES, FRANCISCO
17, 104, 120-129
165,
DE:
ARMENTEROS, ISIDORO: 37, 39 ARREDONDO, ALBERTO: 360-362, 373,
BARNET, MIGUEL: 244 BARREDA, PEDRO: 193
BARTRELL, RICARDO: 310-311, 320 BASSORA, JUAN FRANCISCO:
105
ASOCIACIÓN CÍVICA DE REIVINDICA-
BATISTA Y ZALDÍVAR, FULGENCIO: 331, 351, 401, 408-409, 411, 417 BAYAMO: 142, 149, 156, 291, 403404 BÉCQUER PIEDRA, PRISCILIANO: 417
ASOCIACIÓN CONTRA LA TRATA: 102103
BENEDICT, RUTH: 407 BERGAD, LarrD W.: 171-172
423
ASAMBLEA CONSTITUYENTE: 376 AsIA: 32, 33 CIONES: 380
ÁTENEO CUBANO DEMOCRÁTICO NUEVA YorK: 92
DE
BELTRÁN, JosÉ: 258
BERNAL, CALIXTO: 137 BETANCOURT CISNEROS, GASPAR (EL
LUGAREÑO): 31, 32, 36, 38, 40-
ATKINS, EDWIN: 246 AUDIVERT PÉREZ, FRANCISCO: 324
AUGIER, ANGEL I.: 362 AUSTRALIA: 294 AUTONOMISMO: 137, 164, 169, 263-
264, 291 | AZCÁRATE, NicoLás: 137, 198 AZUCAR: 237-249, 346, 391-394, 398399
B
51, 90-91, 102
BEVERIDGE, ALBERT: 296
BIBLIOTECA Nacional Josk£ MartÍ: 397
BILBAO: 108 BLANCO, PEDRO: 427-428 BLANco, RAMÓN: 269
BoLÍvAR, SIMÓN: 176 BORGES NAVARRO, MANUEL: 72 BORRERO, ANA María: 405-406 BORRERO, DuLcE María: 343
BoTI BARREIRO, REGINO ÉE.: 334, 343
BAHÍA HONDA: 37 BALLAGAS, EMILIO: 88, 405 BALZAC, HONORATO DE: 193
BOZAL (LENGUA): 421
BANCO NAcIoNaL DE CuBa: 393, 397,
BRANCUSI, CONSTANTIN: 383 BrasIL: 108, 117, 121
BAQUERO, GAsTÓN: 61, 329, 408, 410-
BRINDIS, CLAUDIO: 25, 57, 222 BRINDIS DE SALAS, CLAUDIO Jost: 222, 369, 373
399 BANDERAS, QUINTÍN: 147, 165, 282, 286, 372 412, 416
BARACOA: 266, 402
BREWSTER, HARRIET: 109
Broca, PAUL: 274 BROOKE, JOHN R.: 296-297
466
BurELTa, Tomás: 222
CARRIÓN, MIGUEL DE: 344
|
CARVER, GEORGE WASHINGTON: 372
BUENO, SALVADOR: 218, 332-333
CASAL, JULIÁN DEL: 343 CASAL, LOURDES: 408 CASINOS ESPAÑOLES DE LA CLASE DE
BURGESS, JOHN W.: 295-296 BykrnNeE, BONIFACIO: 183, 331-332
COLOR: 253
C
CASTELAR,
157-158
CABALLERO, ANGELINA: 261 CABALLERO DE RODAS, ANTONIO F".: 155, 160-161
CATALUÑA: 32
59,
CEBRECO, AGUSTÍN: 147, 282, 286, 301, 306, 317, 324 CENDRARSs, BLAISE: 383 CENTRALES AZUCAREROS: Chaparra: 240; Constancia: 240; Soledad: 245, 246; Tinguaro: 240
82-90,
CEPERO BONILLA, RAÚL: 40, 96
CALDERÓN, RAMÓN: 320 CALIFORNIA: 90 CALLEJA, EMILIO: 260 CALVAR, MANUEL: 145 CAMAGUEY: 36, 37, 48, 146, 149, 254,
CERVANTES, CARLOS A.: 375 CÉSPEDES, CARLOS MANUEL: 98, 141-
143,145, 147-148, 174, 184, 186,
309 CÉSPEDES, CARLOS 350-351
291, 312-315, 354, 380
CAMEJO, AGUSTÍN: 137
CAMPECHUELA: 403-404 CAMPOS
MARQUETTI,
GENEROSO:
302-303, 305, 312, 324-325
CANARIAS, ISLAS: 28, 33 CANEY: 403
115, 117
CASTILLO,
ANTONIO:
CAÑAMAZO, MANUEL(“MANITA EN EL
SUELO”): 326
CAÑEDO, VALENTÍN: 22 CÁRDENAS: 37, 172, 315 CARDOSA, FERNANDO: 118 CARLOS V: 70 CARPENTIER, ALEJO: 88, 200, 326
MANUEL
(hijo):
CHACÓN Y CALVO, JosÉ María: 344 CHAPMAN, CHARLES E.: 287 CHILE: 105, 146, 198-199, 398 CHINOS: 33, 34
CANADÁ: 396
CÁNOVAS: DEL
'
CaYo Hueso: 282-283
CABRERA, RAIMUNDO: 95 CABRERA Paz, MANUEL: 80-82. FRANCISCO:
155,
CASTRO, FIDEL: 177
CABRERA LYDIA: 10, 406-408
193-198
109,
CASTELLANOS, JESÚS: 337, 343, 345
CABRALES, María: 282, 284
CALCAGNO,
106,
CASTELLANOS, ALBERTO: 324 CASTELLANOS, FRANCISCO JOSÉ: 344
CABAÑAS: 404 CABILDOS: 251-252
CÁDIZ: 108 CAIMANERA: 324
EMILIO:
CIENFUEGOS: 246, 314-315, 359, 371, 375-376, 380 CÍRCULO REFORMISTA: 94 CISNEROS BETANCOURT, SALVADOR: 300, 318 CLEVELAND, GROVER: 290-291 CLUB DE La HABANA: 36, 90
COARTACIÓN: 103, 110, 131, 168, 219
COLLAZO, JOSÉ ANTONIO: 72 COLLAZO, ENRIQUE: 300 COLOMBIA: 149, 398
467
|
CoLÓN: 171-172 COLONATO: 239-240
COLONIZACIÓN BLANCA: 30-33, 41-42
COMISIÓN MILITAR EJECUTIVA Y PERMANENTE: 223 COMITÉ DE VETERANOS DE LA RAZA DE COLOR: 303 ComITÉ Pro Los DERECHOS DEL NEGRO: 371, 380 COMPAÑÍAS DE PARDOS Y MORENOS: 23 COMPARSAS: 252
COMTE, AUGUSTO: 177, 338 CONCHA, JOSÉ DE LA: 23, 37 CONFEDERACIÓN
NACIONAL
COWLEY, RAFAEL: 244 CRESPO Y BORBÓN, BARTOLOMÉ (“CRETO GANGÁ”): 426 CROMBET, FLOR: 147, 165, 282
CRUCES: 314
|
Cruz, MANUEL DE La: 212, 228, 268269
Cruz CASTELLANOS, JOSÉ DE La:
137 Cuba Contemporánea: 345
CUBAN
AMERICAN
NY: 240
DE 'So-
CIEDADES CUBANAS: 380-381, 382 CONFEDERACIÓN NACIONAL OBRERA DE CUBA: 348, 360
CUENCA: 108
CUERPO
Rosa CUBANA: 207 CONSPIRACIÓN DE VUELTA ABAJO: 37,
|
COMPA-
DE ARTILLERÍA:
299 CUESTA RENDÓN, RAMIRO: 324
D
CONSEJO CUBANO: 36
CONSEJO NACIONAL DE ECONOMÍA: 397 | CONSEJO NACIONAL DE VETERANOS: 324 CONSPIRACIÓN DE APONTE: 198 CONSPIRACIÓN DE LA ESCALERA: 15, 19, 24, 28, 32, 35, 68, 222-223, 323 CONSPIRACIÓN DE LA MINA DE LA
CUBANO
SUGAR
334-337,
DAHOMEY: 101 DARWIN, CHARLES: 272 Davis, Davip B.: 170 Day, WILLIAM R.: 289 DECULTURACIÓN: 171, 244-245
DELGADO, MANUEL JosÉ: 324 DELMONTE, DOMINGO: 10, 24, 25, 26, 30, 31, 39, 41, 60, 88, 132, 206, 216, 249, 421, 428 DESCHAMPS CHAPEAUX, PEDRO: 257
90 CONSTITUCIÓN DE 1901: 359 CONSTITUCIÓN DEL CUARENTA: 351352, 371, 388-389, 400, 409, 417 CÓRDOVA, FEDERICO: 51 CorTkÉs, HERNÁN: 70 CORTINA, JOSÉ ANTONIO: 335 CORWIN, ARTHUR F.: 159 CosME, EUSEBIA: 373, 383, 387, 405406
DESPIERRES, H.: 11 Diario de Cuba: 364 Diario de la Marina: 361, 366
COwAN, CRISTINO F.: 335
DIRECTORIO DE LA RAZA DE COLOR
CosTaA RICA: 282, 398
Díaz, PeDro: 282, 286, 306, 317, 372 DICKENs, CHARLES: 208
DrecGO, EL1sEO: 341 DIRECTORIO CENTRAL DE LAS SoCIEDADES DE LA RAZA DE Co-
468
LOR: 259-262, 285, 309-310, 312, 380
DIO: 158; SUNTUARIOS: 202; TABACALEROS: 86; TRATO: 61, 64, 97,
DE CAMAGUEY: 311-313 DIRECTORIO ESTUDIANTIL UNIVERSITARIO: 349
D'ou, Lino: 317, 324, 369 DOouGLaAss, FREDERICK: 372
DucaAssE, JUAN: 314, 317 Duck, DomINGO: 102-104, 106, 112,
114,115, 117, 155
JOSÉ
ANTONIO:
El Abolicionista Español: 713, 106108, 155 Abrazo: 255 Derecho: 25 Despertar: 255 Faro: 254
El Pueblo: 254
El Fraternal: 255 El Mundo: 313 El Rocío: 254 El Siglo: 94-98,
URBANOS: 219; VIVIENDA: 61-63,
66, 241 (VER MANUMISIÓN, COARTACIÓN). ESCOBAR, VICENTE: 57, 221, 223 ESMERALDA: 404
101, 105, 106, 108, 111-113, 116-
103,
137, 216 EJÉRCITO CONSTITUCIONAL DE CUBA: 299 EJÉRCITO LIBERTADOR: 287, 289-290, 292, 294-299, 304, 311 El COBRE: 403
El El El El
131, 210, 219:
EspPAÑa: 15, 19-20, 22-25, 28, 30, 3537, 42, 46, 49-50, 70, 92, 93, 99,
E ECHEVERRÍA,
111, 122, 124,
114
ENMIENDA PLATT: 293, 301, 318, 320321, 332, 348, 350-351 ENTRALGO, ELÍAs: 420, 428 ESCALANTE, ANÍBAL: 417
EscALERa, La (ver: Conspiración de La Escalera) ESCLAVOS: BOZALES: 27, 31, 126, 196; CIMARRONES: 143, 196, 207; EMANCIPADOs: 107, 115, 162; HORAS DE LABOR: 128; LADINOS:
126; MATRIMONIO: 131; NÚMERO:
163-164, 166-167; RANCHEADOR: 207, 219; RURALES: 219; suIcI-
117, 121, 125-126, 147, 153-156, 158, 160-161, 165, 206, 220, 253,
257,263, 266, 269, 286, 288-291,
293,297, 302, ESPERANZA: 314 EstTaDpos UniDOS: 40, 46, 49-50, 102, 105-106,
309, 310
19, 22, 32, 35-38, 79, 87, 90, 92, 99108, 110, 112-113,
116, 119, 125, 141-142, 153- 154,
156-157, 160, 170, 205, 227-228, 238, 240, 257, 263, 270-273, 275279, 288-303, 313-314, 320, 332, 350, 370, 394, 396, 398-401, 415. ESTÉNGER, RAFAEL: 278, 333 ESTENOZ, EvaArIsTO: 311, 313-316, 318-321, 323 ESTÉVEZ, FRANCISCO: 207
EsTORCH, MIGUEL: 32 ESTRADA, ULPIANO: 222
EstTkrRADA PaLMaA, Tomás: 303, 305, 311
289, 302-
ESTRAMPES, FRANCISCO: 39
ETCHEGOYEN, ÁNA: 373 F
FABIÉ, ÁNTONIO María: 106 FEDERACIÓN ESTUDIANTIL UNIVERSITARIA: 348 FEDERACIÓN NACIONAL DE SOCIEDADES CUBANAS: 388, 412
469
FE¡JÓO DE SOTOMAYOR, URBANO: 29, 32 FErRMI, ENRICO: 385 FERMOSELLE, RAFAEL: 286, 288, 307, 321 FERNÁNDEZ DE LA VEGA, OSCAR: 363, 365, 372, 405
FERNÁNDEZ-TRAVA
Y BLANCO
DE
LAGARDERE, RODOLFO (EL MaN-
DINGA): 253 FERRARA, ORESTES: 344 FERRER DE CuoTo, José:
. 112
108, 110-
FIGUERAS: 108 FIGUEREDO, “PERUCHO”: 141, 145 FIGUEROA, MIGUEL: 169, 266
García MENOCAL, MARIO MEnocaL, Mario G..) GARCÍA RONDA, DENIA: 208 GARCÍA VELAYAS, DOMINGO:
GARCILASO DE LA VEGA: 249
GIDE, ANDRÉ: 383
GIRALT, FRANCISCO: 82
GOBINEAU, 274
JosÉ
:
ARTURO
DE: 273-
GÓMEZ, JosÉ MIGUEL: 306, 310, 314,
316-319, 321-324
FLORIDA: 36, 90
FoRrRNARIS, JosÉ: 173-178, 190-193. FRANCIA: 25, 108, 157, 263, 271, 333 FRANCO, JosÉ LUCIANO: 266, 373 FREEMAN, EDWARD AUGUSTUS: 277 FREUD, SIGMUND: 213 FREYRE DE ANDRADE, FERNANDO: 319 Frías, FRANCISCO DE (CONDE DE Pozos DuLceEs): 52, 59, 90-97, 137, 239 Frías, JoskÉ DE: 52-57
GÓMEZ, JUAN GUALBERTO: 260-264, 268, 282, 284, 303, 306, 309-313, 316, 344, 369, 372-373, 376, GÓMEZ, MÁXIMO: 145, 146, 224, 269, 282-283, 286, 298, 302 GÓMEZ, MIGUEL MARIANO:
254-256, 286, 301320, 324, 380 147, 151, 288, 291, 351
GÓMEZ DE AVELLANEDA, GERTRUDIS:
186-187, 343
GÓNGORA Y ÁRGOTE, LUIS DE: 249 GONZÁLEZ, CECILIO: 147
GONZÁLEZ, ELENA: 282 GONZÁLEZ, MANUEL PEDRO: 345 GONZÁLEZ
DE
MENDOZA,
GACETA DE La HABANA: 118, 260
102 GONZÁLEZ 344
GALICIA: 32
GORDON, NATHANIEL: 101
GACETA OFICIAL: 160, 319
122
GIBERGA, ELISEO: 264
FILIPINAS: 297 FILLMORE, MILLARD: 37 FLorREs, Juan Jost: 43
G
(VER:
392, 427
FIGUEROA, SOTERO: 282 FIGUEROLA, LAUREANO: 106, 111, 155 FILADELFIA: 109
FRoBENIUS, León: 383
GÁLVEZ, ZOILA: 373 GANDHI, MAHATMA: 261 GARCÍA, CALIXTO: 146, 165, 291 GARCÍA, MANUEL: 191 GARCÍA ÁGUERO, SALVADOR: 373, 417
GARZÓN, VICTORIANO: 282 GENERACIÓN DEL TREINTA: 350, 363,
FiGueERA, FermMÍN: 104-105
FOURNIER, ENRIQUE: 320
GALINDO, LEÓN: 106 GALL, FRANZ JOSEPH: 274
ANTONIO:
LANUZA, JOSÉ ANTONIO:
GONZÁLEZ PÉREZ, ANTONIO: 318
470
GOULD, STEPHEN JAY: 273 GRAJALES, MARIANA: 282, 284, 372,
GUIRAL MORENO, MariIo0: 335 GUISA: 291
410 GRAN BRETAÑA: 19, 20, 22, 24-25, 35,37, 46,57, 100-101, 108, 111112,116, 117, 153, 157, 239, 271, 276 GRANT, R. S.: 296 GRANT, ULISES: 142 GRAU SAN MARTÍN, RAMÓN: 351, 417 GRAVE DE PERALTA, BELISARIO: 145 GRAVE DE PERALTA, JULIO: 145 GRECIA: 333 GREGORIO XVI: 108 GRIÑÁN PERALTA, LEONARDO: 422
GUITERAS, ANTONIO: 351
GUÁIMARO: 142, 144, 146, 154, 165, 198 GUANABACOA: 315, 404
Hevia, CARLOS: 351
GRUPO MINORISTA: 348
GUANABO: 416 GUANE: 346
GUANTÁNAMO:
149, 303, 315, 322,
346, 360, 379, 403, 409, 413
GUERRA,
RAMIRO:
9, 91, 239, 290,
344-347 GUERRA CHIQUITA (1879-1880): 165, 263, 267
GUERRA
DE INDEPENDENCIA
(1895-
1898): 238, 286-296, 298, 308, 309 GUERRA DE LOs DiEz Años (1868-
1878) (GUERRA GRANDE): 38, 141-
154, 170-173, 178-179, 184-185, 237, 250-251, 255-256, 265-267, 288, 309
H HarrTí: 21, 58, 108, 110, 126, 266-267, 300, 322, 421 Hawau: 297 HENRÍQUEZ UREÑA,
Max:
HERNÁNDEZ, PABLO:
182
GUILLÉN, NICOLÁS (PADRE): 312-313, 324 GUINES: 59, 315
182,
336-337, 344 HEREDIA, JosÉ María: 208, 216, 223, 249, 343 HERNÁNDEZ CATÁ, ALFONSO: 343 HERNÁNDEZ MIYARES, ENRIQUE: 345 HINDEMITH, PAUL: 383 HOLGUÍN: 149
HONNEGER, ARTURO: 383 HORrRSMAN, REGINALD: 276-277
HUGHES, LANGSTON: 369, 372-373 HumBOLDT, BARÓN ALEJANDRO DE: 20, 234
I ÍDEALES DE UNA RAZA: 366-373
IDUARTE, ÁNDRÉs: 278 IGLESIA CATÓLICA: 257 INGENIOS(NOMBRES DE): AUSTRALIA: 75; EL TRIÁNGULO: 28; La DEMAJACUA 98, 141, 153, 154, 165, 173;
Las CAÑas: 59; Las MANGAS: 145; ROSARIO: 145; SANTA GERTRUDIS:
GUERRA RACIAL DE 1912: 306, 309-
327,331 GUILLÉN, NiCoLÁSs: 87, 263, 361, 369, 371,373, 405-406
72,
155,
98; SURINAM: 59, 60
INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA (PRIMERA): 240, 288-308 INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA (SEGUNDA): 306, 313, 318, 320 IsaBEL La CATÓLICA: 70 ISABEL 11: 155
471
La MaYa: 322
ÍTALIA: 25 IvoNET, PEDRO: 303, 311, 320, 323 IZNAGA, JOSÉ ANICETO: 36
La NUuEva ERa: 261
J JACKSON, JOHN B.: 318 JAMAICA: 108, 110, 112, 267, 282
124,
177,
JAMES, HENRY: 200
JEFFERSON, THOMAS: 272 JIGUANÍ: 149, 291, 404
LAJAs: 314
LAJAs, MANIFIESTO DE: 311
LAMORE, JEAN: 222
JOINT RESOLUTION: 301
LAREDO BrÚ, FEDERICO: 351
JORDAN, THOMAS: 150, 157
JOVELLANOS: 315, 404
JUNTA CUBANA DE NUEVA YORK: 37, 38, 91-92
JUNTA DE FOMENTO: 30, 33, 52
JUNTA DE HACENDADOS: 160 JUNTA DE INFORMACIÓN: 129-137 JUNTA REVOLUCIONARIA CUBANA: 90
K
Las VILLAS: 37, 149, 240, 254, 291, 296, 316, 322, 354, 381, 415 LAZO, RAIMUNDO: 60, 174 LEAL, RINE: 184, 187 LeEE, FITZHUGH: 289 LEóN: 109
LEóN, JosÉ ANTONIO: 324
LETONA, ANTONIO L. DE: 108
LEY DE COORDINACIÓN AZUCARERA: 392 LEY DE EQUIPARACIÓN CIVIL DE LA
KimBALL, W. W.: 290 KING, MARTIN LUTHER: 261
MuJERr: 400
LEY DE NACIONALIZACIÓN
Ku-KLUux-KLAN: 271
BAJO: 358, 389
L
DEL TRA-
Ley MorET: 158-165
La HABANA: 9, 11, 19, 22, 23, 32, 33,
LA La La La La
LA REFORMA SOCIAL: 345 LA REVOLUCIÓN: 156, 159 LA UNIÓN: 255 La VERDAD: 36, 39, 208 La Voz DE AMÉRICA: 105 LABOULAYE, EDOUARD: 108 LABRA, RAFAEL MARÍA DE: 156, 164 LACcHATAÑERÉ, RÓMULO: 373
47, 100, 113, 126, 160, 166, 176, 187, 205, 208, 226, 227, 240, 243, 246, 252, 254, 255, 266, 287, 299, 304, 312, 314-316, 320, 322, 346, 354, 359, 369, 375, 380-381, 388, 395, 396, 397, 402-404, 413-416 AMISTAD: 255 ARMONÍA: 255 DEMOCRACIA: 255 FRATERNIDAD: 254-256 LuchHa: 312
Ley MorÚa: 318-322
LeY PENAL DE REPRESIÓN DEL TRÁFICO DE NEGROS: 20, 21, 23 LEzAMA Lima, JoskÉ: 183
LIBERTOS:
144,
244, 246, 253
146,
147,
161-162,
LIBRES “DE COLOR”: 24-25, 57, 72-73,
122, 132-135, 146, 221-222, 241-
242, 285 LiGA DE NUEVA YORK: 281-282, 284
LINCOLN,
ABRAHAM:
99,
119, 176, 272, 279, 290
100,
LiPscHUTZ, ALEJANDRO: 423
4712
102,
LLEs, FERNANDO: 343
LOMBROSO, CESARE: 385 LONDRES: 9, 22 LoPE DE VEGA Y CARPIO, FÉLIX: 249
LóPeEz, LÓPEZ, LÓPEZ 156 LÓPEZ
Narciso: 36, 37, 38, 207-208 RENE: 343 DE AYALA, ADELARDO: 155-
DE LETONA, ANTONIO: 104
Lou1s, JOE: 359 LOvEIRA, CARLOS: 337, 343 LUGAREÑO, EL (VER: BETANCOURT
CISNEROS, GASPAR).
Luz Y CABALLERO,
216 LyceEum: 386
JOSÉ
DE La: 35,
M MACEO0, ANTONIO: 146, 147, 151-152,
165, 289, 410, MACEO,
224, 264-269, 282-284, 286, 302, 362, 364, 370, 372, 409428 Jos: 282, 286, 372
MACEO Osorio, Pebro: 141, 145 MACHADO Y MORALES, GERARDO:
348, 350, 359, 372, 390, 395
Macías, JosÉ MANUEL:
MACURIJES: 24
'
105
MADAN, CRISTÓBAL: 36
MADDEN, RICHARD: 9 MAGOON,
320
CHARLES:
306,
MAHAN, ALFRED T.: 296 MAñaAcH, JorGE: 27, 283,
348 MANIFIESTO 281,350
MANUMISIÓN:
161, 256
313,
342-345,
DE MONTECRISTI: 82-84,
89,
318,
104,
MANZANILLO: 149, 315, 403-404 MANZANO, JOAQUÍN DE: 113
280128,
MANZANO, JUAN FRANCISCO: 9, 25, 57, 373
MARIANAO: 304,-315, 404 MARIEL: 396 | MARINELLO, JUAN: 333 MÁRMOL, DONATO: 145 MARQUÉS, SARAH: 335
MÁRQUEZ STERLING, CARLOS: 351, 388 MÁRQUEZ STERLING, MANUEL: 44 MARRERO, LEví: 9, 404
MARTÍ, JosÉ: 10, 15, 100, 153, 165,
170, 185, 224, 269, 270, 273-278,
281-286, 288, 289, 293, 297, 298,
302, 326-327, 336, 341, 343, 350, 362, 365-368, 370, 372, 385, 406, 428 MARTÍNEZ CAMPOS, ARSENIO: 165 MARTÍNEZ (CONDE MARTÍNEZ MARTÍNEZ
DE PINILLOS, CLAUDIO DE VILLANUEVA): 29, 30 SÁNCHEZ, CARLOS: 352 VILLENA, RUBÉN: 333
MARx, CARLOS: 119
MASFERRER, MARIANNE: 414
Masó, BARTOLOMÉ: 141, 145, 300 Masó PARRA, JUAN: 310, 313-314
MASSANA, PRÓSPERO: 208 MATAMOROS, MERCEDES: 182-183 MATANZAS: 24, 25, 28, 34, 166, 171,
240, 243, 254, 287, 299, 307, 315, 320, 322, 354, 380, 396
MATARÓ: 108 MATISSE, HENRI: 383 MaYarí: 404 McKINLEY, WiLLIAM: 290, 295, 301
MEDINA, TrISTÁN DE JESÚS: 106-107, 109
MEDINA CÉSPEDES, ANTONIO: 254 MeEJíAs, MIGUEL: 72-73 MÉNDEZ CAPOTE, DOMINGO: 366
MENDIETA, CARLOS: 349, 351
MENDIVE, RAFAEL María: 75
473
MENOCAL, Mario G.: 287, 314, 316, 349, 351 MesaA-LAGO, CARMELO: 414 MESTRE, JosÉ MANUEL: 139, 157, 160
NECKERSON, WILLIAM J.: 372 NEGROS CONVENIDOS: 164 NIETZSCHE, FEDERICO: 333 NIQUERO: 402, 404 NoTT, J. C.: 273-274
Meza, Ramón: 225-233
Nueva York: 36, 37, 50, 90, 101, 156, 188, 224, 267, 272, 281- 282, 288
MÉxico: 36, 41, 149, 185, 276, 278 MícARaA, MATANZA DE: 322 MILHAUD, DARIUS: 383 MobDeET, JoskÉ: 106 MODIGLIANI, ÁMEDEO: 383 MONCADA, GUILLERMO: 147,
282, 286, 364, 372 MONTALVO, JosÉ R.: 266
NUEVvVITAS: 33, 266
165,
ÑÁÑIGOS
103-104
O'DONNELL,
MORÁN, RENÉ: 383 MORAND, PAUL: 383 MORELL DE SANTACRUZ, PEDRO: 345 MORENO FRAGINALS, MANUEL: 171 MORET, SEGISMUNDO: 106, 157 MoRo, ANTONIO: 253 .
MorÚaA DELGADO, MARTÍN: 254-255,
261-264, 301, 303, 305, 310-311, 813,316, 318-319, 372-373
MOVIMIENTO VETERANISTA: 321 MUÑOZ DEl. MONTE, FRANCISCO: 424-
426
11, 25, 28,
O'"FARRILL, JosÉ RICARDO: 94 O'FARRILL, JUAN F.: 104 O'KeLLY, JaMEs: 150
OFICINA PRINCIPAL DE LIBERTOS: 144 OLIVA PÉREZ, Lurs: 417 OLIVÁN, ALEJANDRO: 129 OLIVERA, OTTO: 175 OLÓZAGA, SALUSTIANO: 106 ORDÓÑEZ, FRANCISCO: 320 ORIENTE: 143, 149, 165, 240,
243,
254, 287, 294, 320, 322, 346, 354,
OROZCO, JOSÉ CLEMENTE: 212 ORTEGA, MANUEL DE: 137 OrTIZ, FERNANDO: 10, 152, 169, 252,
N
113
LEOPOLDO:
31, 68, 101, 115-116, 129
380, 402, 409, 413, 415
Muñoz RUBALCABA, FRANCISCO: 72 Murray, Davip R.: 116, 119
164
SOCIEDAD
O
MORALES LEMUS, JoskÉ: 38, 137
NAVASCUES, PEDRO:
(VER ABAKUÁ,
SECRETA)
MONTEJO, ESTEBAN: 244 MONTORO, MANUEL: 320 MONTORO, RAFAEL: 345 Mora, GASTÓN: 368
NARVÁEZ, RAMÓN María: 129 NAVARRO AZCUE, CONCEPCIÓN:
NÚÑEZ OLANO, ANDRÉS: 333-334: NúñEz PorTUONDO, RICARDO: 417 N
MONTAOS Y RovILLARD, FRANCISCO:
-
NUEVA ORLEÁNS: 36, 37
163-
303, 340, 344, 369, 384-388, 406407 ORTO: 345 OruMm, Thomas T.: 287, 299, 323 OviEDO: 108
474
P PACTO
DEL
ZANJÓN:
251, 253, 257
154,
PIEDRA, FRANCISCO SEXTO: 180-181 PIERCE, FRANKLIN: 19 PINAR DEL Río: 37, 254, 258, 314,
164-166,
315, 322, 346, 354, 380 PIÑEYRO, ENRIQUE: 59
Países BaJos: 271 PALENQUES: 143, 147, 194-196, 242 PALMA, JosÉ JOAQUÍN: 178-179
PALMA, RAMÓN DE: 216 PALMA SORIANO: 403 PALMERSTON, Loro (Henry
PinTÓ, RAMÓN: 23, 37, 38, 39 PINTO, CLAUDIO: 320
PINTO, ERNESTO: 381-382
PIZARRO GORDÍN, Jost: 28
JoHN
TEMPLE): 17, 101 París: 11, 30, 92, 263, 379
PLÁCIDO (VER VALDÉS, GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN) PLAN GÓMEZ-Macto; 165
PARTIDO COMUNISTA: 348, 351, 360, 412
POBLACIÓN
PARTIDO INDEPENDIENTE DE COLOR:
315-327
PARTIDO REVOLUCIONARIO
CUBANO:
224, 269, 279-280, 285, 289, 309, 326 PARTICO SOCIALISTA POPULAR: 377, 417
PASTOR, JUANA: 373 Patria: 282, 285 PATROCINADOS: 158
Paz ZEQUEIRA, JOSÉ DE La: 252-253 Peproso, PAULINA: 283
PÉREZ DE LA Riva, JUAN: 20, 118 PÉREZ DE ZaAMBRANA, Luisa: 59, 71-
73
117
La: 22,
23,
37,
Picasso, PABLO: 382 PICHARDO, FRANCISCO JAVIER: 343
PIcHARDO MoYA, FELIPE: 364
NEGRISTA) POESÍA NEGRISTA: 383
PoEY, JUAN: 52, 57-59, 124
POLAVIEJA, CAMILO: 266 PoLK, JaMEs: 19, 36 PonverT DE'LisLE, HeERMENEGILDO:
POULENC, FRANCOIS: 383 PoveDa, José MANUEL:
PÉreEz Jr., Louls A.: 247, 248, 290, 296
DE
287,
98, 293,
PORTUONDO LINARES, SERAFÍN: 317, 323
PEDROSO, RUPERTO: 283 PEÑA, ALBERTO (“PeEx ITA”): 373
JUAN
258,
PorTER, ROBERT P.: 244, 248 PORTUONDO, FERNANDO: 323, 350
PEDROSO, REGINO: 333, 369, 373
PEZUELA,
COLOR”:
324 PORTELIL VILÁ, HERMINIO: 301
PATRONATO: 135, 158-160, 165-169, 182, 237-249
Perú: 41
“DE
300, 304, 306-309, 314, 324, 352, 354-362, 377-378, 383, 400, 403405, 408-409, 412-416, 429 POESÍA AFROCUBANA (VER: POESÍA
362-364
334,
336,
PovEDA FERRER, ANTONIO: 305 Prim, Juan: 155, 156, 161 Prío, CAkLOs: 417
PROTESTA DE LOS TRECE: 348
PROTESTANTISMO:
107
PROVEYER, FELIX Justo: 371 Puerro Rico: 22, 107, 108, 110, 113, 129-130, 135, 156
PUERTO PRÍNCIPE: 32, 33, 254
475
Q
ROCKEFELLER, JOHN D.: 279 RonDó, ENRIQUE: 333
QUEREJETA, MANUEL: 409 QUESADA, GONZALO DE: 289 QUESADA, MANUEL DE: 151
R
RaABí, Jesús: 147, 282, 286, 303, 306, 317,324, 372
Racismo: 9-10, 40, 50, 55-58, 88-89,
151-152, 226-227, 222, 256, 262, 264-265, 269, 271-281, 284-285, 300, 306, 323, 325, 359-362, 367368, 372-381, 384, 387-389, 406407, 410-412, 416-428
RAFAEL, CARLOS: 181-182
Ramos, JosÉ ANTONIO: 337-339, 343-
RODRÍGUEZ, AGAPITO: 320 RODRÍGUEZ, EMILIO GASPAR: 343 RoDRíGUEZ, Luis FELIPE: 344 RODRÍGUEZ DE NECOCHEA, ÁSCENSIÓN: 198 RoDRÍGUEZ EMBIL, Luis: 333, 343 RoDRÍGUEZ OJEA, ANTONIO: 137 RoIG DE LEUCHSENRING, EMILIO: 345 ROLLAND, ROMAIN: 340
RoncaLi, FEDERICO: 21
RoosEvELT, FRANKLIN DELANO: 350
RoosEvELT,
295
THEODORE:
DE LIBERTOS: 144, 146,
147 REGLAMENTO DE COLONOS ASIÁTIcos: 33 Rey, BLrE: 25 REVISTA BIMESTRE CUBANA: 386
293,
S SAco, JosÉ ANTONIO: 27, 31, 33, 37, 40, 43, 44, 49, 50, 51, 88, 94, 103, 132, 137, 155, 163, 216, 223, 421, 428
RECONCENTRACIÓN: 291, 345 REGLA: 322, 395, 404 REGLAMENTO
290,
Roor, ELiHu: 300 RUBIERA, RAMÓN: 333
344
Ramos, MARCOS ANTONIO: 109 Ramos BLANCO, Te0DORO: 369, 373 RANCHUELO: 314 Recio, Tomás: 318
.
SAGAsTA, PRÁXEDES MATEO: 106, 155
SAGRA, RAMÓN DE LA: 137 SAGUA DE TÁNAMO: 404 SAGUA LA GRANDE: 315 SALADRIGAS, CARLOS: 417 SALAMANCA, MANUEL: 266 SALES Y FERRÉ, MANUEL: 385
REVISTA CUBANA. 335
SAN ANTONIO DE LOS Baños: 253
REVISTA DE OCCIDENTE: 383 REYNALS Y RABASSA, E.: 92 RIQUELME, JosÉ Luis: 116
SANGUILY, JULIO: 266 SANGUILY, MANUEL: 40, 264,
REVISTA DE CUBA: 182, 335 REVISTA DE ESTUDIOS AFROCUBANOS: 386
RIsqUET, JUAN FELIPE: 324 RIvERa, DIEGO: 212 Roa, Ramón: 151
ROBESON, PAUL: 372
SAN Luis: 322, 403 SÁNCHEZ, SERAFÍN: 283 SANCTI SPIRITUS: 242, 315
337,
344
SANTA ÁNNA, ANTONIO LÓPEZ DE: 43 SANTA CLARA: 315, 359
SANTA CRUZ: 404 SANTA FE: 396
476
SANTA MARÍA DEL Mar: 416 SANTA MARÍA DEL ROSARIO: 404 SANTACILIA, CECILIA: 72 SANTANDER: 108
SANTIAGO DE CUBA: 36, 246, 252, 253-254, 257, 295, 315, 318, 346, 360, 377, 379-380, 395-396, 413-415
166, 266, 364, 403,
CA: 105
243, 267, 375, 409,
SANTIAGO DE LAS VEGAS: 253, 404 SANTO DOMINGO: 126, 145
SANTOVENIA, CONDE DE: 28 SANZ, JERÓNIMO: 59, 75-80
SARTORIUS, JosÉ Luls: 22 SATIE, ERIK: 383
SAVIGNON, Tomás: 369, 373
SCHOPENHAUER, ÁRTURO: 333 SCHURZ, CARL: 301
ScoTT, REBECCA: 147, 150-151, 163164, 170, 172, 239, 245, 247 SEDANO, CARLOS: 104 SEGOVIA, ANTONIO María: 110 SERPA, ENRIQUE: 333
SOCIEDAD ECONÓMICA DE ÁMIGOS DEL País: 244, 284 SOCIEDAD LIBRE DE ECONOMÍA PoLÍ.TICA: 110
SOCIEDAD REPUBLICANA DE CUBA Y PuERTO Rico: 105 SOCIEDADES “DE COLOR”:
257, 314, 324, 360, 379-380, 412
SPENCER, HERBERT: 272-274
STAROBIN, ROBERT $.: 170 STRAVINSKY, Icor: 383 STRONG, JOSIAH: 277, 279, 293 SUÁREZ ARGUDÍN, Jos: 52, 57 SUÁREZ Y ROMERO, ÁNSELMO: 59-68, 83, 197, 198-200, 204, 207, 214, 428
SUECIA: 271 SUEQUE, EUGENIO: 193 Suiza: 271
SUMNER, WILLIAM GRAHAM: 273, 274 SuRÍN, GREGORIO: 320
T
SERRA MONTALVO, RAFAE1: 281, 284,
303-305, 312, 319, 372 SERRANO, FRANCISCO (DUQUE DE LA TORRE): 94, 99, 112, 114, 155
SEVILLA: 109 SHAKESPEARE, WILLIAM: 203 SIBONEYISMO: 173 SIERRA LEONA: 52 SIETE PARTIDAS, LAS: 121 SÍNDICO: 84-85 SMITH, ADAM: 122-123
SOCIAL: 345, 348 SOCIEDAD ABOLICIONISTA ESPAÑOLA:
106, 162 SOCIEDAD DE CONFERENCIAS DE LA HABANA: 344 SOCIEDAD DE ESTUDIOS AÁFROCUBANOS: 386 OCIEDAD DEMOCRÁTICA DE AMÉRI-
252-254,
TABERNILLA, FRANCISCO: 409
TAFT, WILLIAM HOWARD: 320-321
TALLET, JosÉ Z.: 88 TAMPA: 282
Tanco, FELIX: 204, 207, 214 TANNER, HENRY O.: 372 TAYLOR, HANNIS: 289 TAYLOR, ZACHARY: 36, 37 TrJaAs: 90 TEJERA, DIEGO
190
VICENTE:
179,
187-
TEJO, CLORIS: 381
TERRY, Tomás: 137 THOMAS, HucH: 308
TILLMAN, BENJAMÍN R.: 297 TorRE Y HUERTA, CARLOS DE LA: 345
TORROELLA, GUSTAVO: 185-187
477
TRANSCULTURACIÓN: 15, 38, 151-153, 200-201, 246-247, 386 TRATA DE ESCLAVOS: 19-23, 29-31, 33, 41, 46, 48, 55, 93, 97, 108, 114-121, 126, 129, 131, 193, 270, . 421 TRATADO LYON-SEWARD: 100 TREJO, RAFAEL: 350 TRINIDAD: 315, 359, 371, 404 U UBEDA: 108
UHRBACH, FEDERICO: 334, 343
350, 386, 398
UniversiDAD POPULAR JOSÉ MarTÍ: URRUTIA, GUSTAVO: 374,378, 410 UruGuarv: 397-398
VARONA, ENRIQUE JosÉ: 338-340, 343-344, 348-349 VELASCO, CARLOS DE: 335 VELÁZQUEZ, DIEGO: 15 VícTOR Y VALDÉS, FRANCISCO: 184185 VICTORIA DE LAS TUNAS: 404 VICUÑA MacKENNA, BENJAMÍN: 105 VIDAL, FRANCISCO JAVIER: 72 VILA Y NOGUERAS, MIGUEL: 118 VILAR, CÉSAR: 377 VILLATE, BLAS (VER CONDE DE VAL-
UNIVERSIDAD DE La HABANA: 52, 259,
UrIBE, FRANCISCO: 222, 223
VARELA, FÉLIX: 216
VILLAR BUCETA, MARÍA: 333
ULTRA: 386 | UniÓN PANAMERICANA: 390 UNITED FrUIT COMPANY: 240
348
VARDAMAN, JAMES K.: 297
MASEDA) VILLAVERDE,
CIRILO:
225, 343, 428
VIRGEN
39,
DE LA CARIDAD
426-427
202,
206-
DEL COBRE:
VITIER, CINTIO: 78
|
365-371, 373-
Vives; FRANCISCO DIONISIO: 209, 212
VIZCARRONDO, JuLio: 106-107
W
vV VALDÉS, ÁNTERO: 320
VALDÉS, GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN (PLÁCIDO): 25, 57, 187-190, 216, 221, 223, 249, 267, 361, 369, 373, 424 VALDÉS CARRERO, LuIs: 324 VaALDÉs DOMÍNGUEZ, FermMÍN: 270
WASHINGTON: 43, 289, 301 WASHINGTON, BOOKER T.: 372 WASHINGTON, GEORCE: 102, 176, 279 WEYLER, VALERIANO: 345 WHEATLEY, PHILLIS: 372 WhITE, Jos£: 373
WHITMAN, WALT: 275-276, 278-279, 293
VALDÉS SIERRA, JULIÁN: 320 VALDESPINO, ÁNDRES: 342-343, 345 VALENCIA: 108-109 VALENZUELA BONDI, MARCELINO: 284 VALERA, JUAN: 106
WooDb, LEONARD: 240, 293, 295-297,
TE): 149, 161, 177 VARADERO: 375, 396, 416
WOODWARD, C. VANN: 271, 296
VALMASEDA, CONDE DE (BLAS VILLA-
WILBERFORCE, WILLIAM: 46
WILLIAMS, RAMÓN O.: 240
WILSON, JAMES H.: 296-297
WoobD, ForRRESTG.: 271 299-300, 303
WOODFORD, STEWARD: 292
478
Z
X XENES, NIEVES: 345 Y YATERAS: 403 YOUNG, SAMUEL B.: 295 YUCATÁN: 34
ZAMBRANA, ÁNTONIO:
146, 198-206
ZARAGOZA: 108-109 ZAYAS, ALFREDO: 310, 315-316, 320 ZENEA, JUAN CLEMENTE: 105 ZULUETA, JULIÁN DE: 22, 33, 101, 114, 162, 428
479
CONTENIDO Prólogo de Leví Marrero ..cococionococonncnononconnnonconanonannnnoncnononacancconananiono 13
Introducción
Capítulo 1.
Abolicionismo, anexionismo y reformismo: 1845-1868 c.oooocococococicaooorononcnnnononcanaconononanan nano noninninoss — Vacilaciones de la burguesía: esclavitud y servidumbre contractual ........ococccccncnccninnonnconccnnannn — El movimiento anexionista: 1845-1855 ........... — Gaspar Betancourt Cisneros, anexionista y aboliciONIStA ....ooooonnncononononaccocnanccococcnnnononanarannonass — José de Frías y Juan Poey contra el proyecto de inmigración aÍTICaNA ...oooocononocncconnnnnnncconocononnoo ono — Anselmo Suárez y Romero ......ooocccnnicnonnmom*m»»*m”>mm... — La poesía abolicionista, 1845-1868 .................. — Una novela abolicionista olvidada: “Los crímenes de Concha” de Calcagno ...mmcciococonoonoooncononoss — El conde de Pozos Dulces: del anexionismo al
19 34 40 52 59 68
82
TeÍfor MISMO ..oocconocononcononoconoonnnooronnnoconcrcnnacranoacnnss
La crisis de 1865-1866: la extinción de la trata Francisco de Ármas y Cespedes ..coconococcccionannons La Junta de Información ..........ococoocconooncononancanos
90 97 120 129
Abolicionismo e independentismo. 1868-1886 ....... —
La Guerra de los Diez Años: la abolición mam-
139
— —
La abolición metropolitana: 1870-1886 ............ La poesía abolicionista: 1868-1886 ...................
141 154 173
— — —
Capítulo II.
17
481
— —
— — — Capítulo III.
Capítulo IV.
E] teatro abolicionista. .........oooococonccnnonncconnonacnnn: La novela abolicionista: el “Romualdo” de
Calcagno ..coonocoonnononcnoonanonoccnnncnnnnonnananiccncccncononoos La novela abolicionista: “El Negro Francisco” de Zambrana. ..ooooccnncnononncnnoceconnnononannannannnnnnnninnnns “Cecilia Valdés” -.....ooonccccnnncnccnnoononnnoconcnoncncnanonnns La “Carmela” de Ramón Meza. ........... eananancannnns
El — — —
184
193 198 206 225
negro libre: 1886-1912 .....oononninncnicninccnococacnananas Del patronato al régimen del salario. ............... El negro libre en la étapa final de la Colonia. . El negro y el movimiento independentista. 18861898. cooooccccconcccnnnnnonononononnnannnncnnocononnononorannnneninnnans — El negro, la Intervención y la República InterVENTANA. cocooocccnccnnooccccnnnnnnnnnnnoncnorccnonanananonacononananaoos — La Guerra Racial de 1912. ....oooonnnninnininininocininn...
- 288 309
En el camino de la igualdad racial: 1912-1959 .....
329
—
352 390
— —
La crisis de la conciencia cubana: 1902-1940 .. El negro en la trinchera: ideales de una raza, 1912-1940. d.ocoocooccnonnnnnononocncncnononnnnnnononccnnnnnrnnnonoss El negro cubano y la “Revolución Olvidada”. ...
SIglaS .ooooocoononocccncnnncnnnnninonnninonos
235 237 249 269
331
RAR ana nn nn enn rn nn nnana narran nn nnnonanos
430
Bibliografía ........oooooonnnnncccnonononinccnnononanancnnnaronononnonooronnnn nana ro nonnananinecnns
431
ÍMOICO c.ooooccnnnnnoncoocnccononononcoronaconononoconaronononnnnanccncnnos ernnnonncannnnanannnnnnnnnos
46..
482
Para el distinguido ensayista José l. Rasco,
esta obra “ha de ser lectura obligatoria para los que quieran investigar en el futuro sobre la transculturación étnica en nuestra patria... Mé-
rito indiscutible de Cultura Afrocubana
es la
riqueza documental que avala sus investigaciones, que indica búsqueda intensa por archivos y bibliotecas. La sobriedad corre pareja con la honestidad. El estilo, ameno y preciso”.
Una de las máximas autoridades norteamerlcanas sobre el tema esclavista, Franklin Knight, profesor de The Johns Hopkins University, en la páginas de Hispanic American Historical Review (mayo, 1990) califica el primer volumen de
Cultura Afrocubana de “interesante, coherente y bien escrito. En cuatro largos capítulos los autores articulan un análisis, frecuentemente penetrante, con detalladas descripciones de la vida
social, económica e intelectual de Cuba... Este
libro con sus mapas, tablas y cuadros estadísticos debe constituir una útil adición a todas las bibliotecas de 'colleges' y universidades”.
Jorge Castellanos (exprofesor de la Universidad de Oriente en Santiago de Cuba y Profesor
Emérito de Marygrove College en Detroit, Mi-
chigan) es autor, entre otros, de los siguientes libros: Tierra y Nación (1955), La Abolición de la Esclavitud en Popayán (1980) y Plácido, Poeta Social y Político (1984), asi como de numerosos ensayos y artículos literarios e históricos.
Isabel Castellanos (ex profesora de la Universidad del Valle en Cali, Colombia y actual profesora de Lingiística en Florida International University en Miami) es autora de Elegua quiere Tambó (1980) y Fiestas de Negros en el Norte del Cauca: Las Adoraciones del Niño Dios (1982); co-editora del libro En Torno a Lydia Cabrera ( 1987 ) y ha publicado numerosos artículos sobre manifestaciones religiosas afroamericanas y acerca de las lenguas afrocubanas.
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