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Spanish Pages 608 Year 1981
Fernando Ortiz
LOS BAILES Y El TEATRO DE LOS NEGROS EN EL FOLKLORE DE CUBRA
FERNANDO
LOS
BAILES DE
EN
LOS
ORTIZ
Y EL TEATRO NEGROS
EL FOLKLORE
ESO
DE
LETRAS CUBANAS
CUBA
Fernando Ortiz
LOS BRILES Y El TEATRO DE 105 MEGROS EN El FOLKLORE DE CUBA
EDITORIAL LETRAS CUBANAS CIUDAD DE LA HABANA, CUBA,
1981
Este
libro se publica
en ocasión del Día de la Cultura 20 de octubre de 1981.
Primera
Segunda
Edición/ RADAMÉS
edición:
edición:
Cubana,
1951
1981
GIRO
Diseño/ RAÚL MARTÍNEZ Todos
los derechos reservados
(O) Sobre la presente edición: Editorial
Letras
Cubanas,
1981
Este título se terminó de imprimir en el mes de julio de
1981,
en
el Establecimiento
Benjumeda
08,
«Mario
Reguera
407, Ciudad de La Habana.
Gómez»,
EDITORIAL
LETRAS
CUBANAS
G. No. 505, El Vedado,
Ciudad
de La Habana,
Cuba.
Dedicado
a Raúl
Roa
Prólogo
Alfonso Reyes, para dejar situada la figura de Fernando Ortiz,
en el «Prólogo» —que ahora, con osadía que quiero disimular, voy a compartir—, el que escribiera para esta obra, recurrió
a la larga tarea de fundador que llevó Ortiz, y la simbolizó con lo que significó, para los medios culturales de la América Latina, la conservación de la vieja Revista Bimestre Cubana, y cuya historia editorial mucho aportaría a la historia del pensamiento etnológico en Cuba. Y Alfonso Reyes puso, junto a aquel singular carácter de Don Fernando, el aporte y enriquecimiento que a la cultura de nuestra América
hizo Ortiz en el
campo de las ciencias sociales; «por cuanto al método y contenido», puntualizó Alfonso Reyes en las primeras líneas de su «Prólogo». Fundador excepcional de instituciones y disctplinas
de
estudio,
creador
de una
visión,
desembarazada
prejuicios de nuestra identidad nacional, forjador estrategias para la defensa de nuestra cultura. Asi iniciar y compartir con Alfonso Reyes una larga valores que ornan la figura imperecedera del viejo
de
de armas y pudiéramos lista de los maestro.
Aquel eminente ensayista mexicano escribió su «Prólogo» pura este libro que Ortiz dio a la imprenta en 1951, al asomarse a los sesenta años de edad, lo que le permitió a Reyes hablar
de una
feliz
madurez,
de
miel
de
años,
de
culmina-
ción a que se llega con la obra que prologó: este libro de Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, el cual
completaba,
como segundo
tomo, la obra iniciada con La afri-
cania de la música folklórica de Cuba.
Prólogo / 8
Reconoció Alfonso Reyes lo que fue una constante en estos dos libros de Ortiz, y también en su estudio sobre los instru-
mentos musicales tradicionales, como era el tender lineas comparativas para descubrir asi las concomitancias de ciertas circunstancias que se repetían en culturas tan distantes como las
recreadas en Cuba por los africanos y algunas de la Grecia antigua; y en ello, como señaló Reyes, dejó Ortiz estas compa-
raciones sin pretender trazar hipotéticos caminos de recorridos difusionistas, ni remotos préstamos que se perdieran en iluso-
rias etapas antecedentes.
contacto
cultural
sobre
Si se planteó Ortiz los procesos de
procesos
históricos
concretos
a partir
de la trata esclavista en nuestro caso, hasta llegar a un postulado de procesos de transculturación, que expuso y defendió. Aquellas rutas comparativas las trazaba Ortiz para señalar
similitudes en las funciones sociales en que por siempre ha estado la música, y esto fue una noción que le preocupó demos-
trar y evidenciar, de cómo la música estaba inserta en determinados complejos sociales que creaba el hombre de todas las épocas y en todas las latitudes. esto Ortiz en la «Introducción»
Con palabras propias expresó que le hizo al libro, al anun-
ciar que estudiará en él la «funcional socialidad» de la música tradicional de ascendencia africana en Cuba, lo que hará en este libro a partir de las danzas, pantomimas y noticias históricas de los negros en Cuba y en África. Esta funcional socialidad de la música prometió Ortiz desarrollarla en un libro que no llegó a dar a la estampa, y que trataría de la historia social de la música afrocubana, y que al concluir este libro anunció junto al de los instrumentos musicales, que comenzó a publicar en 1952, En la noción de funcional socialidad, que obró como hipótesis de trabajo, cifró Ortiz el recurso imprescindible para «apreciar debidamente las más típicas esencias de la música» antecedente de Cuba. A esta «socialidad» de la música en África, se dedicó todo el primer capitulo del libro, de:los cuatro en
9 / Prólogo
que lo dividió, y en el cual, en sus primeras
lineas, nos dice:
«El arte del negro es un arte transido de socialidad.»
socialidad
encuentra
un
medio
idóneo
de hacerse
realidad
Esta
en
el baile, el cual llega a ser considerado en el segundo capitulo del libro como el recurso de que se vale la música para alcanzar aquella socialidad, la que se hace inseparable de la palabra can-
tada y del sonido instrumental, cuya estrecha unidad efectiva
presta la socialidad en que se da el fenómeno música. La presencia del baile, del gesto, de la acción que transcurre como discurso, se adentran asi en el canto, y éste lo es en tanto ub-
sorbe la acción danzada a la que responden los instrumentos:
el negro «toca al paso que le bailan», llegó a exponer en este segundo capitulo que, con el primero, ocupa una parte propositiva o de planteamientos generales que deja como premisa,
y vuelve a tomar, como confirmación para el final del último capitulo, donde se refiere a ciertos cantos que se dan en indisoluble dependencia a la representación pantomimica.
Los capitulos tres y cuatro se adentran en lo descriptivo de
los bailes en el ámbito representacional de antecedentes africanos en Cuba. Por ello los voy a considerar, para esta presentación,
como
centrales.
En
ellos,
además
de
resaltar
lo
que
de representacional tienen las expresiones danzarias que se conservan en Cuba, quedan como explicación de qué elementos afroides han pasado a la cultura cubana y expresados en las más
sutiles manifestaciones gestuales danzarias. En estos dos capítulos desarrolló nuestro autor los procedimientos comparativos a que recurrió, de manera muy marcada, en estas dos obras, y en los cinco tomos que dedicó al
estudio de los instrumentos.
Utilizó la comparación
para ex-
poner ciertas concomitancias en las funciones sociales de las danzas, y plantear cómo, elementos pristinos, de elementariedad, de «culturas párvulas», de estadios «primitivos», se aso-
man
en expresiones colectivas de «los blancos».
los tantos casos a que recurre pone, como ejemplo,
En
uno de
ceremonias
Prólogo / 10
cívico militares de los blancos,
donde
ancianos
militares
con-
curren con lucimiento de sus condecoraciones y reavivamiento de viejos laureles, y lo parangona con ciertas danzas en África donde mujeres u hombres muy viejos danzan para evocar «históricos episodios de sus tribus y de su vida social» evocación histórica en la parada militar y reavivación de ilustres lauros en la danza africana. En todo esto hay una evidente
intención por destruir ciertos mitos de superioridad que ostentan sociedades euroamericanas de blancos para situar por
debajo las expresiones, las danzarias en este caso, de los negros, y hasta hacerlo, como tan sutilmente aparece toda la obra de Ortiz, con evidente ironía. Estriba ésta en poner en evidencia
lo falso y falaz de los múltiples prejuicios sociales que, sobre la base de una compleja y extensa discriminación racial se impone desde las clases dominantes, y Ortiz se satisfizo con encontrar estos rasgos de antecedentes africanos entre las expresiones,
aun
en las más
cotidianas,
de la clase dominante,
y se
solazaba en saberle de sangres negras a ilustres personeros blancos, como de molestar a negros y mulatos que rehuían de aquellas expresiones antecedentes, y se reia divertido de los improperios que sabía le reservaban. Este tono de denuncia tiñó y perfiló la obra de Fernando Ortiz, y desde muy temprano la puerta de entrada fue el interés en los problemas sociales, que por los años desu juventud movían al estudiantado en España, y la evidente contradicción con las ideas imperantes desde diversos sectores de la cultura de aquella época. Contra ellos, contra sus principales exponentes, a los cuales calaba con sobrada perspicacia, iba dirigida cada expresión, cada párrafo, cada capitulo, hasta un libro entero. Y era implacable.
Junto a esta constante, fácilmente ponderable en cada asomo, el orden expositivo que ha seguido Ortiz pone al descubierto su afán en reiterar y ampliar en detalles que configurarán una imagen, de la que muestra diferentes matices. En
11 / Prólogo
esto estriba el orden conductor de su discurso. Se pudieru decir que no sólo en este «Capítulo II», del cual nos asimos
al sentirlo como
nódulo
de esto que llamamos
la imagen
con-
ductora, « la cual dedica todo el esfuerzo evidencial, que es que lo representacional constituye el factor dinámico que mueve, organiza y da la razón concienzal a la comunicación danzaria
del africano. Y esto, que es la hipótesis que se descubre subyacente en todo el libro, lo mantiene como argumentación que
sostiene con un fárrago de citas, a veces descubiertas en lo más recóndito de la página de un libro que un sagaz informático de hoy no osaria en buscar. Para
un lector que quiera,
ademús
de leer, estudiar el li-
bro y unirse a la proyección del pensamiento orticiano. para tomarlo como referencia, no dudaríamos en recomendarle em-
pezara por los capitulos tres y cuatro, y dejarlos bien dominados
en tres aspectos:
lo
que
son
estos
parelelismos
que
traza,
los antecedentes africanos que enuncia, y los hechos representacionales concretos que describe en danzas y cantos de antecedentes africanos en Cuba. Es que los capítulos uno y dos no son antecedentes, sino basamentos de aquéllos. Para iniciar el «Capítulo II», donde culmina toda la disquisición
que arma
sobre lo representacional
en
la danza,
ha
recurrido a una cita de Marcel Mauss, que entresaca del final de un pequeño parrafo en que el filósofo-etnólogo francés comienza a enumerar los aspectos que han de tenerse para la investigación etrológica de las danzas: que de una danza ha de comenzar por el de las técnicas que requiere, por cuanto esto implica un estudio
del ritmo.
Luego,
después
de un ejemplo
en cuenta el estudio del cuerpo psicofisico
de ciertas danzas
australianas, las cuales concluyen con el agotamiento del danzante, Mauss señala que en muchas ocasiones la danza se asocia
a la acrobacia, y estas dos vias extremas, el agotamiento y la acrobacia, las reúne en la sentencia: c'est partout un effort pour étre autre chose que ce qu' on est.
Prólogo
Al llegar a esta noción
sión para
trazar otra noción
generalizadora,
paralela,
/ 12
Ortiz encontró
buscando
oca-
su similitud
o parangón: muchas danzas han perdido sus significados origi-
narios, encubriéndolos o trasmutándolos. Del mismo modo: otras manifestaciones (que no son danzas) también han per-
dido sus significados originarios; y él detiene el curso silogistico, pues llegaria a decir que las danzas son esta otra cosa.
Se
ha limitado a resaltar lo evidente, hacerlo comprensible, y fijar ciertos mecanismos
del desarrollo histórico
que inciden
en los
cambios sociales: ahora se trata del mecanismo de pérdida de rasgos funcionales, por enmascaramiento o transmutación, persistiendo otros elementos externos. Es lo mismo que hace Ortiz con el ejemplo que comentamos, cuando en este mismo «Ca-
pitulo III, planteó la persistencia de rasgos funcionales al encontrar que la presencia de viejos veteranos enmedallados a la cabeza de una parada militar no es más que vestigios (rasgos) de las rememoraciones de lo pasado (historia expuesta en ambos casos) entre las representaciones de danzas primitivas, mediante el baile de personas muy ancianas.
Pero este procedimiento utilizado así para evidenciar un hecho, se torna parcial, y pierde en efectividad en tanto no se tienen en cuenta otras tantas diferencias que pueden llegar a
ser más esenciales para un curso del razonar, pues no se contempla en ello el contenido clasista del contexto en que se pro-
duce una y otra manifestación. De seguro que la imagen de la parada militar está tomada de alguna fiesta que una sociedad burguesa se regala en ciertas fechas patrióticas seleccionadas para exponer algún hito en su historia de dominación, donde los lucimientos de ilustres veteranias responden a una élite de oficiales o se les utiliza como mercancia de exhibición, termimado el desfile vuelve cada uno a ocupar su estamento social. En las sociedades sin escritura, donde la tradición oral ocupa el primer lugar en la comunicación, el ejemplo de
aquella mujer vieja, con pechos flácidos, vientre rugoso
mos-
13
/ Prólogo
trador de repetidas gestaciones,
es realmente
una concresión,
un párrafo preciso de una historia que se hace dominio colectivo, generacional e igualitario, y que se repite una y otra vez
como acción enseñante. No brincan para lo mismo estos pechos flácidos que aquellas medallas.
Después de insertar este parangón, Ortiz cerró el parrafo con una cita que encontró en una nota al pie de página en el
libro de Charles Lalo: Bosquejo de una estética musical cientifica, donde insospechadomente el eminente crítico francés elude a la atribución hecha a Orazio Vecchi, del que se dijo haber sido el primero
en unir la música
con la comedia.
In-
cluso, no es el momento en que Lalo trata del ritmo y la danza —temas
que tiene que haber
buscado
Ortiz en aquel libro—,
sino está abordando el paso del siglo xv1 al xvii europeo, y las consecuencias del tránsito de la polifonía al predominio
armonía.
de la
Pero esta cita le permitió a Ortiz remarcar el hecho
de que el europeo Vecchi no hizo nada nuevo, porque antes que él, milenios antes quizás, ya se habian unido la música y la representación, y en África, donde presupone un hecho mú-
sica y otro hecho representación, capaces de unirse. Ante criterios como éstos, se evidencia que Ortiz se adscribió a las teorias ochocentistas que plantearon, no importa cuán
lejano en la historia de la humanidad, el surgimiento de un hecho: música, que comenzaría como canto, como ritmo o golpeteos corporales, de imitación a sonidos y ruidos que la natu-
raleza —la
que se suponía igual a la de hoy, con trinos de
aves, murmullos de selvas, y susurros de arroyuelos, como un paisaje europeo—, y que el hombre los tratara de imitar. Se situó Ortiz en la otra vertiente, la opuesta, de las teorías que plan-
tean la existencia de un largo periodo de comunicación fono-
cinética que instrumentara socialmente las elementales relaciones de producción que surgian en la especie homo sapiens,
ubicado en medios naturales muy diferentes a los actuales europeos, y que de una comunicación integral, global e indi-
Prólogo / 14
ferenciada se consolidaron,
en su turno,
formas
cada vez más
especializadas de comunicación, que se fueran desprendiendo muy completamente de las formas globales precedentes por la interacción funcional con las relaciones sociales que a su vez se iban especializando. Más que uniones de música y representación hubo desprendimiento de órdenes fónicos y órdenes gestuales, que se adentraban en cursos de desarrollo cada vez más
independientes.
No
fue hasta
que
la humanidad
alcanzó
la
división en clases sociales que — para su explotación— se consolidaron: un orden música,
con sus sistemas vocal e instrumen-
percusiones
soplo
tal, donde
los aspectos de primariedad en el cuerpo,
en
(gritos inarticulados,
oquedades,
etcétera)
no
eran más que instantes de experimentación en el proceso altamente conciente de acumulación de hechos sonoros, y que se iban perfilando como tales; y un orden representacional. La exposición de sus criterios sobre el origen, no de una música, sino de la música, la hace Ortiz entre sus dos obras que acompañaron
a ésta:
La africania
de la música
folklórica
Cuba y Los instrumentos de la música afrocubana.
de
Al detenerse ampliamente en el carácter representacional de las danzas africanas Ortiz pasó por conceptos tales que ame-
ritaría, en un lector analítico
y puntilloso, que los llevara «a
una enumeración bien desglosada, para establecer un ordenamiento del contenido que desarrolla. Comienza por proponer al
lector: «El baile del negro africano, en su origen, es siempre
pantomimico»,
«Las
danzas
han
sido
procedimientos
rituales
de la religión y de la magia para propiciar y dominar la voluntad de las potencias misteriosas», «No pocos de esos movimientos
primitivos
sobreviven
también
en muchos
gestos,
ade-
manes, pasos, mudanzas y figuras coreográficas de los tiempos
actuales», «Entre los negros africanos la danza es simulación de algo que ha pasado o va a pasar», «Todos los episodios de la vida social son así traducidos en danzas», «Todos los movi-
mientos de las danzas
primevales
fueron simbólicos y llenos
15
/ Prólogo
de sentido mágico-religioso», «Los negros africanos tienen cantos bailados
dagógica».
que se clasifican como
gnómico
o de función
pe-
Dentro de estas nociones, que van armando el esqueleto de su exposición, insertó Ortiz citas de diversos autores: de Fritz
Bose: «mediante el canto y la danza se representa lo que se quiere decir»; de C. G. Claridge: «los negros escogen sus temas a la antigua usanza, cantando sobre cualquier asunto de ocasión»; de H. J. Driberg: «con frecuencia sus danzas son como representaciones dramáticas que enseñan diversas lecciones»: de G. Frederick Henke tomó Ortiz la referencia de que el negro completa con frecuencia su lenguaje oral, con gestos, manoteos
y acciones; o de Jaap Koal, que alude a la mimesis de los gran-
des bailes rituales, con lo cual se procura la personificación de entes sobrenaturales, Con todo un monto de referencias como éstas, después de comentarlas y ejemplificarlas, Ortiz se empina sobre una cita de Guillermo Wundt: «La pantomima fue la forma original de drama, que luego ocupó su lugar al lado de la épica como
una
nueva forma de poesia», y Ortiz concluye asentando: «del ceremonial litúrgico y particularmente del baile, ha surgido la pantomima, y de ésta el arte dramático. En África como en otros pueblos». De
estas concepciones
que le condujeron
a ocupar
exten-
sos párrafos iniciales de este «Capítulo III», Ortiz fue entresacando otro aspecto para su armentación: el conjunto de gestos de muchos bailes reproduce una mimesis zoomorfa. Para adentrarse en esta otra vertiente del carácter mimético del baile entre los africanos, Ortiz repitió el procedimiento característico a su exposición. De Driberg tomó la expresión: «Hay danzas imitativas de animales que muestran las características de algunos de éstos, estimulando la observación y los métodos correctos de cazarlos.» Y este parrafo, donde comenta
Prólogo / 16
la idea expuesta por Driberg, lo concluyó Ortiz aseverando la función pedagógica, además de servir de crónica, de las danzas en África. A continuación volvió Ortiz a servirse de varios
autores, a los cuales citó, para describir muchas danzas zooantrópicas, deteniéndose en reproducir los datos que tomó del
Padre Trilles al describir todos los pasos y gestos de una larga representación danzaria de un pigmeo haciendo la secuencia mimética de la búsqueda y obtención de miel de abejas, el descubrimiento del panal y cómo el enjambre lo atacó por todas las partes del cuerpo, y los visajes que hacía el bailador simulando quitarse de arriba a las atacantes furiosas, y cómo los expectadores reían. Ortiz aprovechó esta referencia así detallada para añadirle otra cita, esta vez de J. Bernard: «estas danzas mímicas, y esas pantomimas de los pigmeos africanos pueden clasificarse como arte dramático». De este modo coincidió Ortiz en llamarle arte dramático a la representatividad de tales danzas. Aparentemente, en contradicción con esto, en el segundo párrafo de este capitulo que tomamos como eje referencial del libro, llegó Ortiz a decir: «Los negros no comprenden los bailes, como
tampoco
la música, por mera
expresión
estética»;
y
a este concepto llegó desde otro anterior: «En el arte africano hay cierta función fundamental de simbolismo, que suele predominar sobre el motivo estético, el cual a menudo desaparece»; y de este modo
se llegaría a plantear que, carente de función
estética, al arte danzario africano
nes sociales que lo representacional
sólo le quedan
las funcio-
logre en estos pueblos
en
notable retraso. Se diría que el propio procedimiento sintáctico, que casi llege a convertirse en el objeto de su exposición: la enorme acumulación de citas tomadas de la más dispares fuentes, le hizo, equívocamente, negar una capacidad estética, una forma conciencial artística del africano, que en otras líneas del libro admitió y defendió, y que ahora cede como si fuera el europeo el que
17 / Prólogo
poseyera este molde y patrón de lo concebible como estético. Hasta para esto recurrió a una cita, de alcance y proyección controvertibles, debida a Lucie Couturier. Para llegar a tal opinión la autora recurrió a lo dicho por dos jóvenes negros que presenciaron a Isadora Duncan, de la que dijeron sólo ver en ella saltar y volar.
van
¿Serían
dos negros
africanos
a completar su alienación de colonizados
de ésos que
a Paris?
¿Dos
como éstos tendrian representatividad ante los millones de otros jóvenes africanos que no alcanzan siquiera a ver sus propias capitales «negras»? ¿Cuántos blancos europeos no pensarian
de la Duncan cosas menos estéticas que saltar y volar? ¿No hubiera satisfecho a la Duncan saber que se le vio realmente ir del salto al vuelo? Pero es que Ortiz concluyó su libro reconociendo que, dentro de su propósito de «componer
una introducción general al
estudio de la música de los negros africanos, basten los datos y
consideraciones que hemos expuesto [...] para dejar sentada la existencia [...] de un arte sonoro original con positivos aportes
humanos y estéticos». Al reconocer como gran conclusión de lo que ha expuesto en ambos gruesos libros, de más de cuatrocientas páginas cada uno, de lo que ha concebido como valor cul-
tural: el valor estético de la música del negro, por más de quin-
ce años, no dejó dudas de que pudo haber puesto a un lado — o aniquilado, como hizo con los indigenistas que se ampararon
en aquello del «areíto de Anacaona»—, rier.
la cita de la Coutu-
Con menos precisión, quizás tratando de matizar una definición rotunda, ante la cual parece que no se decidió, en el «Capítulo I1» optó por decir que la danza no aparece como función primordialmente estética entre los negros; y pasó inmediatamente a describir una peculiar integridad funcional en la danza del africano, poniendo, en primer término, el hecho de que el danzante baile para cumplir un rito altamente individual, y que no danza para él o los que le miren. Ortiz volvió a detenerse
Prólogo
/ 18
en el punto de estimar como expresión estética una danza, e intercalo,
en las consideraciones
guiente párrafo:
que describimos
ahora,
el si-
«No son sólo arte, sino también actos de re-
ligión, de amor, de economía, de gobierno, de educación, de guerra, de cohesión tribal, etcétera.» En todos los demás pá-
rrafos que siguieron a éste Ortiz osciló entre una representa-
tividad, que hizo recaer muchas veces en acendrados sentimien-
tos de religiosidad, y una integralidad que cifró como convergencia mecánica de los más diversos intereses sociales del ne-
gro, intereses que se tomaban de los patrones europeos: religión, amor, economia, gobierno, educación, guerra, etcétera.
Pero estas aparentes contradicciones no son inconsistencias
en el pensamiento, antes por el contrario, explican su dinámica
histórica condicionada por nuestro medio durante la República mediatizada —que fustigó y denunció—, desde su primer libro en el que tocó los aspectos culturales del negro en Cuba: Los
negros brujos, de 1906, que concibiera antes de cumplir los veinticinco años, y que escribiera movido por su curiosidad en los temas humanos, y muy particularmente por los temas sociológicos, como declaró Ortiz, al hablar de sí mismo, en 1942.
En aquella ocasión, una conferencia que dictó en el Club Atenas (que nucleaba a la pequeña burguesía «de color»), y en apretada sintesis, Ortiz trazó la órbita en que se movieron
sus
intereses. Ya Los negros brujos respondió a haber encontrado que lo dejado por África era un complejo producto asimilado e incorporado plenamente a la cultura cubana: «Sin el negro Cuba no sería Cuba», dijo haber reconocido tan pronto se puso a «escudriñar en la vida cubana». Complejidad de un conjunto cultural claramente definible, y asimilación y presencia ac-
tiva en el perfil de lo cubano fueron dos claras hipótesis de to-
dos sus trabajos. A continuación añadió que, desde hacía cuarenta años se encontraba en labor exploradora, de clasificación y de análisis. Voy a recalcar estas dos ideas: la de clasificación y la de análisis. Con lo de labor exploradora pudo haber aludi-
19 / Prologo
do Ortiz a la colectación
constante,
cuidadosa
y metódica
de
toda información. En la conferencia del Club Atenas, a la cual aludimos, y cuyos principales párrafos fueron publicados en Bio-bibliografía de Don Fernando Ortiz (1970), compilada por Araceli GarcíaCarranza, Ortiz expresó también que, ya en los momentos que escribia (diciembre de 1942), el conocimiento de las realida-
des cubanas era la única via para la liberación de todos los prejuicios, y que este autoconocerse de los cubanos —que abrió con
su
obra
Entre
cubanos,
de
1913—,
debía
basarse
en
la
«apreciación positiva de los hechos y las circunstancias», además de obedecer a investigaciones cientificas. Es necesario ahora retomar la noción de apreciación positiva de hechos y circunstancias, que fue dominando gradualmente el pensamiento de Ortiz, y que en el campo de la música voy a situar ahora tras su conferencia sobre música yoruba en Cuba, de 1937, y publicada un año
después, tras
Afrocubanos —antes Cubano
(1924)
de fundar
había fundado
la Sociedad de Estudios
la Sociedad del Folklore
y, desde la Sociedad Económica de Amigos del
País, llenó ampliamente un período de gran vuelco en el impulso de la vida cultural y politica de Cuba. Me refiero ahora
al desarrollo de su pensamiento que, desde aquella conferencia,
le llevó a sus tres grandes obras que vieron la luz en el curso
de tres años: 1950, 1951 y 1952 (los tres primeros tomos de los cinco que comprendió el trabajo sobre los instrumentos). Aquella conferencia, que tuvo una peculiar repercusión en los medios culturales cubanos, y que trazó un camino que
continuó Ortiz desde sus Cursos en la Escuela de Verano de la Universidad de la Habana, marcó una nueva forma de trabajo: su recurrencia al informante. Además fue ilustrada por un gru-
po de cantadores, bailadores y tamboreros que por primera vez presentaban, desde el escenario del antiguo teatro Campoamor,
un programa de las músicas rituales de los cultos de santería.
Prólogo
/ 20
Cierto que desde sus trabajos más tempranos de búsqueda informativa, Ortiz recurrió a muchos viejos, algunos africanos
que quedaban ya muy ancianos, pero fueron más en el plano de
entrevistas
muy
generales y como
para corroborar algún
que
otro dato, que el trabajo más amplio que abordó, para aquella conferencia, con los tamboreros, y conocedores de los cultos de
santería: Pablo Rocha y Alberto Zayas, como fueron después, entre otros, Trinidad Torregrosa y Raúl Diaz, cuyos aportes a la información reconoció en la Introducción de este libro.
Inmediatamente después de aquella conferencia, Ortiz emprendió algunos viajes a provincias, hasta hacer algunos recorridos más sistemáticos después de 1940, que aunque no pudiéramos hoy definirlos como verdaderas investigaciones de campo,
junto a un trato creciente con informantes que concurrian a su gabinete de trabajo, le situaron en el umbral de incorporar, a sus procedimientos de investigación, los aportes y los valores individuales, las características y visiones personales,
el papel,
en
fin, de cada hombre representante de la capa social en la cual encontraba
una información
que respondía
a unas determina-
das formas de vida, pero que todavia diluía en una noción generalizadora de: la vida del negro en Cuba. Para apoyarse en citas de autores relevantes,
otros, a Wundt, el de Psicología de los pueblos.
recurrió, entre
Por otra parte, después de la publicación de aquella confe-
rencia en la revista de la Sociedad de Estudios Afrocubanos, Ortiz desplegó una intensa labor de publicación de trabajos parciales, como los que salieron en la revista Bohemia y en la Bi-
mestre
Cuhana, y estimuló
trabajos de otras personas,
cual concurrió a los tres libros que venimos Todo
esto pudiera
configurar
un proceso
todo lo
mencionando.
de desarrollo
de
su pensamiento que iría, desde las grandes generalizaciones dentro del sociologismo posdurkheimniano hasta el escalón an-
terior al economismo que rondaba por la etnología europea y que más directamente nos llegaba en la obra de Herskowits.
21 / Prólogo
Ello permitió a Ortiz considerar en el negro una capacidad de
creación
y de aporte
concreto
a la cultura,
creación
y aporte
que no podia licuarse en un magma sociologista, y que hizo depender de lo individual, hasta de lo aptitudinal; y en el caso de la música, de una capacidad que llamó estética. Por eso
aquella aparente contradicción, que no la veo como tal, sino como un paso en el desarrollo de su pensamiento. Tocaría a investigadores posteriores tomar ul descendiente de africanos en Cuba, y en nuestra América, dentro del contexto de la lucha de «clases.
Al seguir a los etnólogos que más contribuyeron
a forjar
su pensamiento, los que surgieron en la vía que abrió la obra de Durkheim, Fernando Ortiz trazó la cultura aportada por el africano dentro de grandes concepciones o generalizaciones, que
enunció en frases lapidarias, y que una vez situadas tras un momento —que también generalizó en una gran unidad temporal:
la del africano que llegó con la trata y, con sus descendientes,
desembocó al siglo xx—, determinó un carácter nacional que llegó a generalizar en la noción de lo afrocubano, vocablo que le quedó muy preciso para designar una música que el africano tuvo que recrear en Cuba. Frente a las culturas concretas afri-
canas, aunque no las delimitó o separó en zonas a la manera co-
mo lo había hecho Herskowits,
admitió las diferencias
gicas, o tipos cualitativamente distintos que desde mucho
tipolóantes
se tomaban a partir de las zonas geográficas más de bulto. Después, como hicieron muchos de los etnólogos que surgieron de la órbita de la sociología francesa, tomó aquellos postulados generales y definidores para elevarse a postulados universales, pues la humanidad es una, y desde aquí se opuso tenazmente a toda división racista. Por eso su constante demostrar la presencia de funciones comunes en determinadas expresiones
de
todos
llegó a asomar
los
más
niveles
culturales.
En
este
sentido,
Ortiz
bien un etnólogo del corte que se preconi-
zaba en el Manuel d'Ethographie de Mauss, al ocuparse de de-
Prólogo / 22
talles más concretos,
precisos y limitados
que tomaba
el com-
plejo cultural cubano, aunque sin adentrarse a tomar en consideración las variantes, pues su trabajo con informantes se dirigía a corroborar o detectar determinados órdenes mentales, o modos perfilables, como tales, de conducta social, capaces
éstos de facilitarle un repertorio delimitado de generalizaciones. No desdeñó Ortiz la historia, la adoptó y manejó sociológicamente, pues su interés estuvo en identificar al negro en tipos
u órdenes de comportamientos de valor cultural, por los cuales
los hechos externos que configuraban las danzas, eran. clasificables en un repertorio concreto de significados de marcado: sentido religioso. Estos significados —determinadores de la mimesis
más
ostensible—,
polarizan,
el elemento
testimonial,
no
una
mentalidad
pri-
mitiva o prelógica, sino una categoría socialmente más genérica: la del negro en Cuba, contenedores directos de una corriente de aportes culturales africanos. Esto hizo que Ortiz no tomara al negro en Cuba desde otras ópticas, como la que le hubiera
suministrado
o st hubiera
ahondado
en trabajos de campo que le llevaran a la reconstrucción de la
individualidad histórica de las personas que, con independencia
de ser negros..., o blancos, participan de los elementos cultu-
rales aportados por el africano, e independientemente de sus ascendencias étnicas, como se acostumbraba a partir de Boas. Ortiz quizo siempre quebrar lanzas contra los prejuicios que la
clase dominante había armado frente a los elementos culturales afroides, de ahí que le restregara constantemente la imagen del negro como portador de valores culturales. En
este cupitulo
central,
el tercero, se da en el libro una:
cuidada descripción. del sistema danzario en que se hace alusión, en un orden riguroso, a diferentes deidades del panteón yoruba, reintegrado en Cuba en los cultos de santería. Para estos toques y cantos destinados a acompañar ciertas danzas así ordenadas y altamente representativas por su mimesis, Ortiz
23 / Prólogo
recurrió a las transcripciones que trabajaron el maestro Gaspar
Agúero y el tamborero Raúl Diaz (quien conocía algunos ele-
mentos de la notación musical desde el atril de tuba que ocupó durante mucho tiempo en una banda municipal), las cuales, dentro del esquematismo impuesto por las nociones de la métrica de la música posrenacentista, al uso en la formación aca-
démica de nuestros profesores, dan, sin embargo, una imagen aproximada de esta música. El capitulo concluye con descripciones de cantos y danzas de otros cultos afroides reconstruidos en Cuba. Con ello Ortiz cerraba un capitulo cuya proposición generalizadora situó en el papel de representación ritual de las danzas afroides de Cuba. En cambio, para el capitulo siguiente, el cuatro,
reservado para plantear la representación
dramática
de otras danzas africanas, especialmente las que recurren a máscaras y atuendos particulares, Ortiz reservó la descripción de las pantomimas que como pasos de una larga y compleja representación escénica tienen lugar en las sociedades abakuá junto a otras de grupos etnicos que se diluyeron en nuestra población. La representación dramática implica, en estas danzas, un desarrollo discursivo en escenas. Queda
este libro como
el planteamiento
de que complejos
sistemas de gestos danzarios surgen dentro de concresiones sociales peculiares de las sociedades concretas africanas, y que aportan
a aquellos
sistemas
gestuales
órdenes
particulares
de
significación. Al incorporarse el africano, como factor dinámico, a la cultura que se integraba en Cuba, aquellos órdenes particulares de significación fueron participe de lxs nuevas circunstancias sociales que se daban en Cuba,
por lo que conser-
varon algunos de los rasgos de función sofial. De esta manera, Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, fue
el
complemento
de
La
africanía
de
la música
folklórica
de
Cuba, que su autor destinó a demostrar cómo el canto del negro,
su
estructura
y
función
social,
reprodujo
las
del
canto
Prólogo / 24
del africano. Estos postulados los continuó en los capitulos uno
y dos de Los bailes..., lo que le permitió forjar dos recios eslabones con los cuales unirlos a La africanía... ÁRGELIERS
LEóN
Prólogo
Hace años que don Fernando Ortiz enriquece la cultura de nuestra América con sus profundas investigaciones, sus descubrimientos por cuanto al método y el contenido de las ciencias
sociales a que se ha consagrado, y su constante y bien inspirada labor en la Revista Bimestre Cubana. Pertenece a la mejor tradición: es sabio en el concepto humanistico y también en el concepto humano. El estudio no lo aísla del mundo, antes robustece en él los saludables intereses por la vida que lo rodea. Su sencillez está hecha de señorio natural, su firmeza ignora la adustez, si bien, puesto a la obra, no se perdona esfuerzo alguno ni se consiente la menor negligencia. Y llega así, en la feliz madurez y cargado de miel de años, a la culminación que representa este libro, llamado sin duda a sobrevivir entre los clásicos del pensamiento americano.
El transporte de los negros al Nuevo
Continente
comenzó
por despertar la curiosidad de aquellos que tienen ojos para lo Pintoresco y lo exótico, y que conceden cabal realidad al mundo
exterior, como un día se dijo de Gautier. Pero había que descifrar la apariencia, ahondar en su sentido, apreciar el efecto de los impactos
étnicos,
vivo
ahí, a las puertas
un
que vasto
estaba
laboratorio
conformándose
a
aquilatar
media
el valor de este testimonio
del laboratori”
calle.
con sonreir, como
Otros
o mejor,
pasaban
de
era
lorgo,
ante un divertido juego de
las circunstancias sociales, sin más consecuencia que un pasatiempo. Don Fernando Ortiz se adelantó como nadie en estas
exploraciones, y una vez más vino a confirmar
la semejanza
con que los primitivos de distintas zonas responden a los mismos
Prólogo
/ 26
desafios de la naturaleza. Asi vemos que tiende líneas comparativas, por ejemplo, entre los ritos africanos trasladados «a
Cuba y ciertas formas arcaicas que aún perduran en los días de la Grecia histórica. Los griegos muchas veces no entendían ya el significado original de tales celebraciones, o bien las inter-
pretaban
a posteriori mediante
mitos etiológicos que represen-
tan uno de los más ingeniosos ensayos de racionalización legados por la antigiiedad. Felizmente,
nuestro autor no
quebranta
las aduanas
cien-
tificas, ni incurre en las fáciles y peligrosas hipótesis del «difusionismo», ni pretende nunca sacar conclusiones arbitrarias sobre quiméricos
contactos
entre
las culturas,
sino
que
se li-
mita cautamente a aplicar las reglas del contraste para mejor desentrañar el valor y la intención de cada fenómeno. Pero. lo que verdaderamente sorprenderá al antropólogo es el apreciar la persistencia de ciertas formas vetustas a tantos siglos de distancia y a través de dos continentes tan lejanos, y el apreciar asimismo las posibles transformaciones determinadas en las prácticas africanas por efecto del nuevo ambiente humano y geográfico. En nuestros días, los poetas de Cuba, que también son investigadores a su manera, han acertado a incorporar en su acer-
vo el motivo africano, concediéndole la ciudadania estética y sentimental que le corresponde, lo mismo que se concede ya al motivo indígena, al hispano, al hebreo, y a cuantos van elabo-
rándose
y mezclándose
en
el crisol
de
nuestras
repúblicas
oc;
cidentales. Hoy la músu: y los bailes negros están a la moda, y al alcance de los apetitos más superficiales.
fundir las adulteraciones que las folklore con el folklore legítimo de la gente pegada al suelo. La de comunidad y responsabilidad
Pero no hay que con-
sociedades urbanas hacen del y con los misterios agrarios cual aún conserva el instinto con los retornos periódicos de
27
/ Prólogo
la primavera y con el fomento general de la vida delegado en manos de las deidades. Cuando
el jazz no soñaba aparecer,
aquel espiritu observa-
dor y clarividente que fue don Juan Valera —y ofrezco esta cita como una modesta contribución al archivo documental de mi amigo Ortiz— escribía esta singularisima página, en su novela Genio y figura, cuya acción sucede en el Brasil y donde,
por cierto, también encontramos,
en boca de Pedro Lobo,
ines-
perados antecedentes sobre la teoria vasconceliana de la «raza cósmica».
Figurémonos que hay en una pipa una solera de vino ge-
neroso, muy exquisito y rancio; que se reparte la solera entre tres vinicultores, y que cada uno de ellos aliña su vino y le da valor con el vino exquisito que en su parte
de la solera le ha tocado. Los tres vinos tendrán distintas cualidades, pero habrá en los tres algo común y de idéntico, precisamente en lo de más valor y en lo más substancioso. Asi encuentro yo que, en las guajiras y en otros cantares y música de la isla de Cuba, en los minstrels de los Estados Unidos
y en los cantos y bailes populares
del
Brasil hay un fondo idéntico que les da singular carácter
y que proviene
mitica.
de la inspiración
musical
de la raza
ca-
¿Quiere el lector paladear el sabor del pozo africano aclimatado en tierra de Cuba? Pues no lo detengo más, y abra este libro. Ha sido para mi una honra muy señalada el acompañar del brazo a su autor hasta el punto de la partidr ALFONSO
REYES
Introducción
ESTE LIBRO ES LA CONTINUACIÓN, A MODO DE SEgunda parte, del otro que acabamos de publicar titulado La africania de la música folklórica de Cuba (Habana, 1950). En aquél nos propusimos sobre todo argiiir contra la pretendida influencia de la música de los aborigenes indios en la folklórica de Cuba, cuyo erróneo prejuicio impedía el pleno reconocimiento de las realidades étnicas de Cuba en la esfera del arte, y la justa valoración de sus efectivas corrientes y confluencias. Luego nos dedicamos a afirmar la existencia positiva de unas músicas negras; distintas de las músicas blancas, pero no meras cacofonías de ruidos, como pretendia la obcecación
misonegrista,
binaciones
estéticas
de
sino originalisimas
ruidos,
tonos,
y complejas
timbres,
ritmos,
com-
melo-
dias, armonías, cantos y danzas, con valores universales o uni-
versalizables. Analizamos entonces los factores genéticos de esas músicas negras y sus entrelaces en África y Cuba con la poesia, la magia y la religión, y también las características generales de sus diversos instrumentos. En el presente libro estudiaremos otros aspectos y manifestaciones sociales de la música
negra,
su funcional
s-»ciabilidad
y sus expresiones danzarias, pantomímicas e históricas, sin cuyo conocimiento jamás se podrán apreciar debidamente las más típicas esencias de la música folklórica de Cuba. Para quienes no lean nuestro otro libro ya citado, hemos de insertar algunos párrafos de introducción que fijarán nuestro concepto acerca del folklore. La denominación de música folklórica afrocubana implica ciertamente un concepto etno-
Fernando Ortiz / 30
lógico y nacional; pero el folklore no es arte precisamente primitivo;
no
es como
ha dicho
C. F. Potter
«un
fósil vivo
que
se niega a morir». Según dice Walter Wiora en relación con el folklore, el término folk no significa precisamente un grupo
nacional etnológico, sino «el estrato básico de una dada socie-
dad
humana».
En
ese sentido
la música
afrocubana,
aunque
responde a una caracterización etnológica indudable, es a la vez inequívocamente folklórica porque lo afro en Cuba ha sido
y es todavia, en la gradación social, una condición de base. Entendiendo asi el folk, digamos que éste es en una sociedad «la
gente de abajo», y música folklórica es música «de abajo»; pero este concepto necesita una explicación. Con un criterio restricto se ha solido considerar como arte folklórico solamente el de los campesinos, de los obreros y de ciertos grupos
minoritarios
y marginales;
pero
ese criterio es
erróneo y se va estimando que lo folklórico abarca una extención mucho mayor. La tonada folklórica no es una flor silvestre, sin exquisiteces de forma, color y fragancia; es «flor de arte»,
como
selva.
El folk no es sólo el campesino, el folk está también en
una
orquídea,
aunque
naciera
parasitaria
en
la
las ciudades; hay música folklórica urbana así como la hay rural. Aun en las clases más altas puede hallarse música folklórica porque cada uno de nosotros, según lugar y ocasión, pertenece en parte al estrato social básico. Así como las mentes humanas descienden de las cumbres de su educación a los valles de la cumunidad
como
en ocasiones
más o menos
institucionalizadas,
los carxavales, las ferias, las romerías,
las celebraciones
patrióticas y las .xpansiones multitudinarias, hasta los desenfrenos orgiásticos, respondiendo a los instintos primarios e impulsos de la vida colectiva, así a veces los individuos y grupos más empinados en sociedad y cultura se precipitan gozosos a las linfas del folklore, como gustan de sumergirse en las aguas correntias o fluviales, que van hacia abajo.
31
/ Introducción
Adviértase asimismo que la música folklórica no es siempre anónima. La música folklórica nace en el individuo artista, desconocido
o famoso,
o bien
germina
espontáneamente
y
se
va desarrollando de manera imprevista y gradual. No sólo es música
de tradición;
cadores
o montunos
la música
de las fuentes castalias.
folklórica brota
a cada
instante
saber
leer,
inventen
ni la transmisión
oral
es su
Los músicos
y pastoriles,
aún
de ciertos pueblos pes-
sin
constantemente tonadas que enseguida pasan al folklore. Como acontece aún hoy dia en Cuba, donde no son raros los compositores de canciones muy folklóricas, asi negros como blancos, que no saben de letras ni de solfas. Pero el folklore no es un arte exclusivo
de
analfabetos,
de-
finidor carácter. De un lado vemos que la más «cultivada» y refinada música oriental se transmite de generación en generación
sólo por medio
de la palabra;
y, de otro lado, música
inequívocamente folklórica hoy día se conserva y difunde por medio de la imprenta. No toda música folklórica es cosa vulgar y cotidiana; puede ser remota y excepcional, cómo ciertos himnos religiosos que se cantan sólo en ocasiones señaladas, como un requerimiento ritual, o en ceremonias esotéricas. Aunque asi se haya opinado, tampoco la existencia de múltiples versiones es lo que caracteriza a un canto como folklórico. Los conjuros y «encantamientos» de la brujeria, en todos los puehlos y edades, se caracterizan precisamente por la fijeza casi inalterable de sus formas, y no puede dudarse de su folklorismo. También hay que distinguir entre la música folklórica y la popular.
En
Cuba
con
frecuencia
solemos
confur,tr
en
la
música lo realmente folklórico con lo meramer.e popular, y decimos que son folklóricas hasta ciertas cavv1ones italianizantes de la burguesia blanca, recién sacadas del horno por autor contemporáneo y conocido, cuando sólo tienen de la fotkmustc de Cuba, si algo tienen de ella, un tanto de estilo rítmico y cierta manera tradicional. Alguna vez podría convenirles, cuando más, el calificativo de fotkoides, que alguien creó para tales.
Fernando Ortiz / 32
pero indudablemente es una impropiedad denominar folklórica a la música que no pasa de ser popular por el destino que su autor se propuso darle; o mejor dicho, popularista por su propósito y ni siquiera popularizable, porque en definitiva no pocas de esas músicas compuestas «para el pueblo» no son aceptadas por éste y no llegan a ser realmente populares, y mucho menos
folklóricas, más que en el deseo de quien las compuso. El himno nacional es popular, de todo el pueblo; pero no es precisamente folklórico. Toda música folklórica tiende a ser música popular, pero cualquier música podrá llegar a ser popular sin llegar a ser folklórica. Ciertamente es a veces dificil distinguir una música folklórica de una que sea meramente popular. Es cuestión semántica. Los conceptos de folk y de pueblo no siempre son equivalentes. Cuando el término pueblo quiere decir la gente de las camadas
inferiores
en
la pirámide
social,
entonces
música
folklórica y música popular serán expresiones de igual sentido; pero el concepto de popular es por lo general más amplio que el limitado al basamento extratigráfico de una determinada sociedad, que es donde están el folk y lo folklórico. Hoy día la creciente capilaridad social, que ha hecho mucho más frecuentes que antaño los traspaso, ascendentes o descendentes, de unas
clases sociales a otras (clasificando, desclasificando y reclasificando a los individuos), también influye en que el concepto del folk se vaya ampliando, más allá de la tradicional zona de rusticidad y plebeyez a que antes era reducido. Wiora ha senalado co. a en las socié lades primitivas el folk comprende a la población entera; en los pueblos feudales y de escalonadas estratificaciones sociales, como
hasta ahora, el folk no es
sino el amplio substratum sobre el cual se asientan las clases dominantes; y [opina también Wiora, que en una edad de remodelación socialista] el folk habría de ir com-
33
/ Introducción
prendiendo de nuevo a toda la población del grupo social,
puesto que las corrientes niveladoras entre sí a las clases altas y las bajas.
van
aproximando
Y estas cambiadizas situaciones sociales se han observado con toda claridad en la historia de la música afrocubana durante sus cuatro siglos. Hoy día no puede considerarse que una música folklórica nazca y viva siempre y exclusivamente en el folk, como las flores acuáticas que han de germinar y abrir sus corolas en la laguna. El cantar puede venir «de arriba», pero el folk lo varía al entonarlo una y otra vez, tal como un cuento chistoso o satírico va cambiando sus detalles a fuerza de pasar de unos a otros labios, a través de mentes distintas. Á veces el folk no altera lo que recibe «de arriba», pero lo asimila y hace suyo y lo conserva aún después de haberse perdido la noción de su origen. En otros casos el músico creador pertenece a una alta clase social, pero él está cerca del folk y a éste le dedica su canto, como
ocurre en ciertos himnos religiosos, coros infantiles y cánticos escolares. Con frecuencia la imúsica folklórica, heredada de
siglos o creación reciente, es ejecutada por músicos profesionales muy de fama, como los griots de África, los juglares de la Edad Media. los gitanos y hoy día los artistas de divertimientos colectivos en teatros y salones de baile; o es música «ligera» de compositores profesionales, o pasaje de alguna obra «de arriba» que ha impresionado profundamente al folk. Es incuestionable que ciertas músicas folklóricas no son sino hijas bastardas de música señoronas; pero ¡cuántas veces.zun las creaciones de los grandes compositores las que debía su inspiración a las musas plebeyas, hasta a las montesinas
y las lupanarias!
Hay arte folklórico que baja «de arriba», pero también lo hay que nace «abajo» y va subiendo de clase a clase, del charco a la cumbre, también reajustándose a cada nuevo ambiente hasta
convertirse, por gracias de su bellez», en arte de olvidada cuna
Fernando Ortiz / 34
y suprema aristocracia, «arte pasao», como el baile de la zarabanda, que nació impúdica y diabólica en los negros conjuros de los brujos congos y con el tiempo, ya honesta, blanqueada y pomposa, pero desnaturalizada, sin la primitiva vitalidad estética y patética que la hizo nacer y triunfar, se danzó en regia corte festejar la celebración de un concilio de la Iglesia. Son los fenómenos de metástasis y de metalepsia, cambios sociales de plano y de sentido, que ya expuso R. R. Marett en su obra Psychology and Folklore. No parece, pues, certera la opinión de quienes sólo encuentran en las artes folklóricas unas degeneradas versiones de lo que antes fue cultura aristocrática. Esa teoría que inició Hans Naumam en su Primitive Gemeinschaftkultur (Jena, 1921), ya está del todo desacreditada. «Lo contrario es precisamente lo verdadero», se ha sostenido por Douglas Kennedy en el Congreso de Música Folklórica de Venecia, verificado en 1949: «El creciente conocimiento de esta materia lleva a la convicción de que las tradiciones musicales de un pueblo son creaciones del mismo pueblo y sólo decaen cuando son puestas en contacto con la civilización.» Con esas aclaraciones, el concepto de la auténtica música folklórica podría definirse así: «música característica del stratum básico de una sociedad dada, por creación propia o por adaptación de la ajena, como familiar y acostumbrada en aquél»; y a ese concepto nos hemos atenido en este trabajo. El muy emine-wte literato mexicano, historiador de las letras universales y cálido humanista señor Alfonso Reyes, nos ha honrado grandemente con un prólogo, palpitante de generosidad hacia nosotros. Solamente la juventud definitiva en que ambos estamos puede explicar nuestro atrevimiento al pedírselo y su benevolencia al enviárn+slo desde la proceridad donde aquél
35
/ Introducción
está justamente cncumbrado. ¡Desde nuestro regraciamos por tal merced a Su Eminencia!
humilde
rango
Asi en la redacción de este libro como en la del anterior nos han ayudado muy eficazmente el maestro Gaspar Agilero, prestigicso musicólogo cubano, hoy Director del Conservatorio Musical
de
Santa
Amelia,
bajo
el patronato
de
la Sociedad
Eco-
nómica de Amigos del Pais, y los señores Raúl Díaz y Trinidad Torregrosa, consagrados tamboreros de los ritos afroides. A estos tres señores músicos,
cada
uno
en su respectivo
campo
artístico
y erudito, se debe principalmente la preparación y análisis de los ejemplos musicográficos que se insertarán en estas páginas. Queremos testimoniarles nuevamente de modo especial nuestra gratitud por lo que sin duda significa un positivo servicio a la etnografía, a la historia y a la cultura de Cuba en general. También nos han favorecido, con sus atinadas observaciones y datos, la cantante
cubana
señora
Zoila
Gálvez
de Andreu,
los
maestros Argeliers León y César P. Sentenat, de la Habana, y Luis J. Morlote y Rafael Inciarte y Brioso, de Guantánamo, y el Profesor Teodoro Diaz Fabelo. Para todos ellos consignamos nuestro
También
agradecimiento.
este libro. como
el anterior, se edita
bajo los aus-
picios del Ministerio de Educación de la República de Cuba, regido por el renovador ministro señor don Aureliano Sánchez Arango. y de la Dirección de Cultura de aquel minis*.zio hoy a cargo del señor doctor Raúl Roa. Pudimos cr-..ar, además. con la cooperación de la Biblioteca de la Se-wedad Económica de Amigos del País, de la Habana, presidida actualmente por el señor doctor Antonio M. Eligio de la Puente, en las páginas de cuva Revista Bimestre Cubana (1947 a 1950), que dirigimos desde el año 1910, se publicaron buena parte de los materiales que integran este libro. bay acrecido con numerosos
Fernando
Ortiz / 36
datos, correcciones y nuevos grabados. Para dichos amigos y destacadas personalidades de la intelectualidad cubana, hemos de expresar asimismo nuestro profundo reconocimiento por su decisiva cooperación. FERNANDO
ORTIZ
LA
SOCIALIDAD
DE
LA
MÚSICA
AFRICANA
EL ARTE DEL NEGRO ES UN ARTE TRANSIDO DE SOcialidad. «El negro es quizás el más gregario de los seres humanos; su mayor goce está en divertirse con sus compañeros en bailes, comparsas, etcétera; y quizás su mayor pena sea su soledad por haber caído en impopularidad y ridiculez ante sus convecinos. Un negro africano misántropo o misógeno sería muy difícil de hallar.»' Estas características culturales de los negros africanos, derivadas de la constitución económica y política de
sus pueblos, predominan en todas sus manifestaciones artísticas.
Es verdad que toda música tiene una significación social;
de la sociedad recibe sus ritmos, melodias, géneros
voces, instrumentos, timbres, tonos, y estilos, y sólo en la sociedad está
su resonancia humana. «La música ha tenido en todo tiempo una función social, correspondiente a las necesidades objetivas de la sociedad; tanto que cuando se produce un cambio en la estructura social, se cambia también la función de la música.»' Ya lo pensaba Platón, sin la dialéctica marxista, cuando creía
que no cambiaba un estilo musical en un pueblo sin que se modificaran también los principios orgánicos del Estado. Pero en la música de los negros africanos la socialidad es más intensa y sus condiciones ambientales son más determina” :.«s y ostensibles a causa del espíritu fuertemente gregar»de su organización social. Lo mismo ocurre entre los negros tocante a su literatura; ésta es más «comunal» que «individual», como ha dicho Lestrade en relación con las letras de los bantús,? y puede 2 3
Talbot (1926), Vol. TIL p. 754. Siegmeister (1938). p. 18. Lestrade. p. 300.
Fernando
Ortiz
/ 38
decirse asimismo de la producción literaria en los demás pueblos negros de África. Su socialidad gregaria hace que sus mismas emociones broten ya conformadas por la conciencia tribal, donde las individualidades están inmersas. En su mismo origen, el arte africano es inseparable de la colaboración del núcleo social. Por eso gsermina en la religión y la magia y da su mejor floración con el baile. Nace y vive en la multitud como función del grupo. Un genio le infunde la creadora chispa de su individualidad. el coro le da la masa con que se plasma; uno y otros cooperan a darle sus formas con una vertebración de ritmos. Es un arte esencialmente «dialogal». Aunque se ha dicho lo contrario, el negro africano a veces se entrega solitariamente a la música, dejando correr su inspiración. «Fuera del repertorio fijo de sus toques. cada músico se erige en compositor, improvisando instantáneamente en una especie de arpa o guitarra un acorde musical; y con este acompañamiento canta durante horas enteras a modo de un recitado, expresando sus pensamientos y recuerdos.»! Pero generalmente su música requiere compañía, así en las voces y en los instrumentos como en su desarrollo y propósito. Su arte es siempre social, arte «de sociedad», dicho sea sin jugar de vocablos. En esto el arte «de sociedad» del negro africano contrasta con el europeo, que es más individualista. Aquél es arte de «pueblo», en el sentido de ser arte con fuente y cauce de toda la comunidad, si bien no es arte propiamente «popular», en la“
Agliero
Es en las inescrupulosidades del mercantilismo
Vol.
(1922).
1,
p.
321.
Fernando Ortiz / 120
y en el ambiente corrompido de las ciénagas sociales a que son precipitados los individuos desajustados de todas las procedencias, donde brota la canción de palabras objetables por su obs-
cenidad.
No es precisamente una «música mulata», hija de los
cruzamientos genéticos y culturales más característicos y valiosos de Europa y África; sino una «música sucia», de color legamoso e indefinible, una música sata,” como las perras callejeras en quienes se mezclan no sólo las razas más dispersas
sino todas las degeneraciones y perversiones de las hambres, los
vicios, las tentaciones, los «cinismos»
y el mal vivir. Es lógico
que en esos fangales a donde van los detritus humanos crezcan a veces ciertas plantas fétidas con las que trafican los sórdidos
empresarios
de la «trata
de estrellas»,
en los cabarets,
cines y radiofonías. Lo cual no impide que esas plantas den flores de arte puro, como las ovas que abren sus albas corolas
en las ciénagas, cuando
las besa el sol. No ha mucho
«que en
Hew York mataron de un pistoletazo a un moreno cubano a quien se acusaba de «mala vida» y de «mariguanero» y «trujano», que es manera criolla de decirle «truhán», y hasta de traicionero, pues en cierta ocasión imitó ante los micrófonos e una estación de radio habanera, el bronco y esotérico sonido
del sagrado Ekue, por lo que fue expulsado de su «potencia» ñáañiga llamada Muñanga; pero él fue un negro tamborero de los que más influyó, con otros músicos cubanos, a la renovación musical del jazz afroamericano con el bop, que no es sino
un
desbordamiento
8l
de polirritmias
y disonancias.?
Desde
el
Sato, en femenino sata, es voz despectiva del vernáculo cubano que se aplica
al perro callejero, de uma raza preciable por su baja condición vale a «sexualmente incitante o cínico era como «de perros»;
indefinida. Por exlensión se dice a la persona desmoral, incivil, «perra» o «cachorra». Además equicínicamente lascivo». También en su origen griego, cínico era, pues como «sato». En lengua bantús,
nsatu significa «hambriento» y de ahi parece proceder el cubanismo can callejero. Véase en F. Ortiz, Glosario de Afronegrismos. 82 Stearns (1950).
aplicable
al
121 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
fango
él hizo hisioria, come
tantos otros artistas de la juglaría
y cl teatro en todos los pueblos.
Por otro lado, en cuanto a la incorrección idiomática, ésta
es consiguiente al desnivel de cultura entre una música como la negra, que ofrece ricos valores mélicos alquitarados por la filtración colectiva durante centurias, y un idioma blanco como
el castellano, el cual, aun cuando
bello y opimo,
en boca de los
«componedores» de las canciones infimas de la plebe caída es lenguaje aun no bien aprendido, a veces un tanto «media lengua» sin llegar a ladino, y, salvo en casos muy excepcionales. sin dominio de su riqueza de vocablos, maneras y conceptos. Esos «componedores» de canciones chabacanas son viejos y a veces finos en cuanto a la música, pero novatos y groseros tocante al hablar. Son músicos cojitrancos, en los cuales la inspiración cojea por el raquitismo de la «pata» blanca de su lenguaje y la robustez de la «pata» negra de su africana filarmonía. Es pues explicable que en tal ambiente, y no por culpa
imputable
sólo
a mal
de africanidad,
enclenques y vulgarotes junto bellas.
Unas
veces,
las más
por
broten
esos
versos
a vigorosos ritmos y melodías ideario
torpe
y por
desconoci-
miento del lenguaje culto y otras por consecuencia de la simulación presuntuosa pero impotente, la letra de tales canciones es muy inferior en ideas, formas y limpieza, a las palabras poéticas usuales en los cantos hispánicos como en los africanos. El maestro mexicano Manuel M. Ponce, que tan a fondo conocio la música popular de Cuba, se lamentaba de cómo cierto músico
criollo,
autor
de
canciones
musicalmente
felices
y exqui-
sitas, por su afán llamativo plagaba sus letras con vocablos disparatados y estrambóticos, que incitan a reír y estropean toda la obra musical. Ésa no es sino manifestación del fenómeno, al cual ya hemos aludido, del esfuerzo socialmente ascensional que se frustra por entregarse a esa simulación
la historia de Cuba se presenta o como pueril cucalambismo.
como
ineficaz, que en
ridículo catedraticismo
Fernando
Las anteriores observaciones no obstan ciertos méritos a las literaturas africanas.
Ortiz
/ 122
a que se reconoxcan Ciertamente que en
ellas no pueden hallarse las grandes creaciones individualmente
alquitaradas de las altas culturas de los pueblos escritores, elaboradas
con
vigilia
y fundidas
en moldes
gráficos,
de la palabra
que
a veces
llegan
a dar a las artes
sonoras,
cierta formal rigidez plástica.
En las artes sonoras de los afri-
canos
la espontaneidad
fresca
de
su
y de la música.
composición,
la naturali-
dad de los temas, la técnica sin artificio y la expresión libre,
son
méritos
innegables.
Como
dice
P.G
Lestrade.
el profesor
de lenguas y literaturas bantús en la universidad de Cape Town (Africa del Sur),
ante esa aparente carencia de arte, ante su inartificiosidad. recordemos que la simplicidad es uno de los elementos fundamentales del arte verdadero y grande, y que precisamente la falta de artificio puede producir deleites de que
es incapaz la obra sofisticada. Si queremos apreciar el valor de la literatura bantú. acaso no seremos injustos si
afirmamos
que
puede
razón
con
este sencillo merecer
producto
nuestro
del genio iletrado
respeto
por
la improvisación
no
sus
caracte-
rísticas de espiritu y ejecución y por los verdaderos y fundamentales principios arlísticos en que está basado."
Advirtamos
también
que
es privativa
de los músicos negros. ni siquiera es una condición de primitividad.
La música
es el arte donde
la improvisación
es más
po-
sible y más próxima a la genialidad. «Todo verdadero músico improvisa
por
vocación.»
La
versal de los genios musicales
des.
y costumbre
ha
sido
don
uni-
de todas las latiti-
Entre los cristianos no fue desusado que los cantores im-
provisaran. “Mi 3
improvisación
tanto
Lestrade, p. 302. Suárez, p. 17.
que
en
1322
el papa
Juan
XXII
limitó
en
123 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
los ¿antos eclesiásticos
los adornos
vocales.
en
Cuba
diríamos
«Floreos», que entonces se acostumbraban. En el «canio llano» queda mucho del arte del improvisador. Handel y Bach dejaban a les cantores cierta posibilidad de improvisación. Mozart no la ¡emitía
sino en las cadencias
y no fue sino en el siglo x1x
cuizdo éstas se comenzaron a escribir en la pauta. y las impro-
visutjones y las músicas ex tempore
fueron desapareciendo
por
el inmperio de la empautación. que prolificó la virtuosidad matemética y mecánica hasta límites de esterilidad estética, asi corzo mucha inspiración poética perdió su frescor por su forzad:: reducción a literatura escrita y su abandono de la oralid. Los verdaderos creadores de la música pasan por haber sido los genios de la improvisación. Beethoven, que sin duda fue
«el genio
mismo
ció
meramente
que
improvisa».
formal. sobre un
tema
detestaba
dado;
la improvisa-
pero al contrario.
él se complacia siempre con la improvisación libre. Una frase farmosa de Beethoven puede servir de lema al arte: «La música no puede ni debe dar siempre el sentimiento una dirección deierminada.» El músicc debe abandonarse a su demonio y dejar que éste se exprese.” Claro está que para eso hace falta contar con el demonio, es decir. con el genio de la inspiración, sin el cual la improvisación
modamiento El
no pasará de ser una
de materiales
dialogismo
usados.
espontáneo
de
la
música
parodia.
un reaco-
llamada
«primiti-
va: no se limita al coloquio entre el solista y el coro: también forman
diálogos
dos cantores
y dos
coros,
y asimismo
la voz
y ios instrumentos y en definitiva los inslrumentos entre si. De «se dialogar de la música africana parece derivarse también la v
Véase lo dicho recientemente de esa afroamtillanas. por Varl Leaf. p. 118. Amalá
.
es
una
:
especie
de
.
harina
de
invulnerabilidad
.
maiz
salcochada.
al
fuego
en
ciertas
Fernando
Ortiz / 234
la politica del día, ni de las crisis económicas, ni de problemas
del sindicato y otros asuntos fuera de la africanidad.
Un Oba-
sionante
danza
hacia
corneta.
Eléggia.
tala «subido» podrá. imitar el acto de cabalgar un caballo o comer babosas crudas: pero nunca remedar el manejo del timón en un automóvil, ni comer bombones de chocolate. Un energúmeno arrebatado por el guerrero Ogún ejecutará una imprepirrica,
blandiendo
su
machete
como
el
dios africano; pero jamás imitará los pasos del soldado cubano, en marcha de revista y con el fusil al hombro, ni un toque de Ogiún,
Babalú
y Oyá
podrán
adornar
con
punzantes gajos de cardón sus torsos desnudos, pero a ninguno de ellos se le ocurrirá ponerse un uniforme de kaki. Un varón caído en arrobo por la afrodisíaca diosa Ochún se manifestará
en su baile con ademanes
y contoneos amujerados
y hasta can-
tará quizás con voz atiplada; pero no tratará de ponerse un sombrero emperifollado o una peluca de trenzas rubias, ni de tocar
su cabeza
con
un
pañuelo
a la moda
«pepilla»,
pues
eso
sería indudablemente «femenino» pero impropio de la Afrodita africana.
Acaso ese «subido» pida un abanico o un tabaco, pero
no un teléfono ni un beso. Una mujer posesa de Changó podrá pasarse la saya por la entrepierna como un taparrabo o romperse sus vestidos femeninos, o tratar de arrancarse sus pechos que ofenden la masculinidad del oricha; pero jamás se le ocurre en su arrebato llorar y lanzar gemidos, porque eso «carecería de carácter», no sería típico del dios. Cada poseso beberá agua o la bebida del «santo» respectivo. Eléggua y los orichas «guerreros»
beberán
aguardiente,
Changó,
Agayú
y Babalú
vino
seco, Oyá y Ochún miel de abejas, Yemayd melado, etcétera, y todos sorberán la sangre del animal sacrificado; pero ninguno ha
de beber
cerveza,
ni
sidra,
ni gaseosa,
ni agua
de coco,
ni
jugo de fruta, ni café... Los «santos» no lo comían ni bebían en África,” según las leyendas; tampoco lo pueden hacer en 83
Tremearne
(1914),
p.
423.
235
/ Los bailes y el teatro
de los negros
en el folklore...
Cuba. Sabemos de algunos casos en que persones no iniciadas en el culto, pero frecuentadas de sus bailes espectaculares, inesperadamente «se han subido» por primera vez y en ellos «se ha montado
un
santo»,
el cual
por
sts
característicos
pasos,
ade-
manes y gestos enseguida ha sido reccnocido como tal o cual cricha. Jamás un español con el «santo subido» se ha puesto a cantar y bailar peteneras, ni muñeiras, ni flamenco y cante jondo, mi un guajirc cubano a entonar un punto o una guaracha; o han bailado como «sante» lucumi o no han danzado en
su estado convulso.
Ningún
do», en el rito lucumí,
negro Máñigo con «santo monta-
ha bailado jamás
en el ¿lé como
hace un
treme o «diablito» en el fambá. Todos los bailes misticos o de sentido preternatural que hemos presenciado en los ritos afroides de Cuba,
episódicas
aun los más convulsivos,
más
extravagantes,
fijados en la cultura
tienen
así como
siempre
sus expresiones
parangones
pre-
tradicional y responden a simulacros de
tipismos programáticos y colectivamente preaceptados.
Lo mis-
mo ocurre entre los Masu-Bori, donde los posesos bailaban con pasos diferentes según fuere el espíritu que los dominaba. Tremearne se sorprendia de no haber visto en libro alguno una
indicación de ese curioso fenómeno. En Cuba es muy conccido; es ocurrencia normal en los cultos de lucumis y ararás, y a
veces de los congos,
si bien en éstos la personalidad
dioses y espiritus está menos
individualizada
de los
en sus manifesta-
ciones. Ápenas a una creyente se le «sube el santo», se le quitan
los zapatos,
los vestidos,
las peinetas,
los prendedores,
los ani-
llos, los pendientes y demás indumentos y joyeles de tipos na africanos.
En
tules
cultos
negros,
el «santo»
es siempre
afri-
cano y quiere expresarse y ser reconocido como tal. Esto se interpreta por los creyentes como demostración de que el feligrés «subido» tiene «montado» en verdad y precisamente un dado
oricha
o
«santo»,
cuya
africanía
se
manifiesta
de
esa
manera inevitable en el estado de inconsciente enajenación que aquél experimenta.
En cambio,
por los incrédulos, esto se toma
Fernando Ortiz / 236
como prueba de que no hay tal inconciencia y de que todo es simulación. Pero estimamos más prudente creer en estados intermedios, en que la pérdida de la normalidad consciente no significa la disolución total de la personalidad que aparece subyacente.
Parece que tales bailes en éxtasis, hasta los más convulsivos, responden a un poderoso estímulo autosugestivo producido por
la presencia de lo numinoso
inspira.
y el temor
reverencial
que ello
Entonces, por la fácil autosugestibilidad propia de las
mentes primitivas o párvulas. sobre todo por la predisposición y hasta por la voluntariedad que a veces las provoca como ca-
tarsis emocional.
se combinan.
se cae en esos
como
trances
psíquicos
en un sueño, la inconciencia,
en
los cuales
el desdobla-
miento, la fantosía y el arrebato con la «representación», pero siempre dentro de las fórmulas típicas prefijadas y ya conocidas
en estado de vigilia, previamente al embeleso del «estado de danza». A la vez espontaneidad y comedia, sugestión indivi-
dual y colectiva. de su estado
Un
habitual,
y programáticas
sujeto que pero
se «anormaliza»
adoptando
que la anormalidad
saliéndose
las expresiones
adopta
típicas
normalmente
en
st elrcunstancia habitual. Excluimos. claro está, de estas «representaciones» las simulaciones conscientes y los estados histéricos en los cuales se producen las imitaciones sin que inter-
venga el misterioso impulso de la autosugestión. En estos falsos casos jamás se llega a las manifestaciones de insensibilidad o anestesia que hemos citado. Pero hay que admitir la existencia de estados intermedios.
en los cuales se conserva
cierta cons-
ciente relación con los individuos, las cosas circundantes y la ocasión. como parece suceder más por lo común en los ritos congos, según nuestras reiteradas impresiones personales.
Por estos insólitos fenómenos de las danzas místicas Oesterreich* presume que en «el origen está la posesión y que en+
Orserreich
(1027),
p.
300,
237
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
seguida las danzas se transforman en simples representaciones», y piensa que por eso Frazer encuentra el origen del teatro en las danzas culturales.” Difícilmente esta teoría podrá ser aceptada, aun cuando
mos
mente
más
en
parece
verosimil,
las
aproximarse mucho
cual
ceremonias
es la de que
o
ritos
a la tesis que cree-
el teatro
culturales,
nace
pero
efectiva-
no
sólo
precisamente en las danzas, las cuales no son sino una parte, a veces principal, de las liturgias sacromágicas. Admitido esto,
es fácil inferir que de esas liturgias surge la danza como «representación» operante y no de las convulsiones de los posesus que caen en «estado de danza». Son los ademanes, gesticulaciones, pasos y demás acciones de los convulsos los que adquieren su sentido por imitación de las «representaciones» contenidas en las danzas, que ya han sido socialmente prestablecidas con
su convencional
simbolismo
tuantes, las cuales les sizven
como
ritos
de paradigmas
sacromágicos
sugestivos
ac-
a los
posesos. Ásí como, pese a sus desvaríos, el sonámbulo y el enlo-
quecido hablan y gesticulan con los lenguajes y mianeras que habían aprendido en su anterior estado normal, así el poseso o energúmeno habla, canta. baila y se comporta no por original extravagancia, inconexa e ininteligible para los demás,
sino en
la forma que, aun cuando insólita, ya él habia conocido antes de «subirse»; y, ya «subido». trata de imitar por autosugestión. De todos modos, hay que convenir con Oesterreich en que
los etnógrafos
tendrán
que estudiar los trastornos psíquicos
que
experimentan los bailadores «primitivos» en ese género de dan-
zas ejecutadas con mistico arrobamiento medias,
más
allá
del simple
estado
de
y en sus fases inter-
excitación
o entusiasmo
que suele acompañar a todo baile, especialmente si es colectivo. Tal como los psicólogos
investigaciones desde la más Fruzer
acerca remota
(19151.
Libro
tendrán
que avanzar
de esos portentosos primitividad NL.
mucho
estados
a nuestros
días
más
en sus
psíquicos
que
se reconocen
Fernando
por todas las religiones,
como
obra
Ortiz / 238
de los dioses, los santos, los
demonios, los muertos o los espíritus, a falta de una explicación
objetiva y experimental que por la ciencia aún no ha sido dada. También contribuye a que los bailes negros sean reputados como «unos bailes de todos los demonios» la evidente experiencia de que suelen ser muy tentadores. Es innegable que los bailes negroides de América se han caracterizado siempre por sus intensa voluptuosidad, lo cual constituye la esencia de su gustosa sandunga. Es esa misma sensualidad que aparece en la poesia mulata cuando ésta aflora, semilla de vida nacida en surco que hizo el arado del blanco en la tierra prieta. En todos esos ardorosos versos del género afrocubano predomina la negra y más aún la mulata, la hembra ardiente del mundo
tórrido, sentida en su sensualidad
plástica erogénica.
y vista en su
No es un erotismo contemplativo, su-
gestivo, sutil, espiritualista, sino activo, impetuoso, dinámico, copulativo. No va a eso etéreo que dicen «espíritu»,
queda en esa realidad que es carne movida. No sólo refleja íntimos estados de ánimo, sino curvas externas y sin copaciones de carnalidad. No es deliquio de ideal, sino de orgasmo. No es melódica expresión de un pensamiento, sino mímica ritmación para los sentidos.* Esa sensualidad plástica se advierte en sus metáforas más frecuentes. Las emociones poéticas levantadas por la hembra mulata más que a sus ojos, a sus senos y su talle, se refieren a sus ca-
deras, y, sobre todo, a sus nalgas [...] Los creadores de la
poesía mulata han escrito tropos como los siguientes: Nalgas en vaivén, El bongó de tus nalgas, Las maracas de tus nalgas, La media luna de tus nalgas, Flancos de negra joven, Nalgas que dicen rumba [...] No hay poeta del género que no haya reflejado esa incitación de la metáfora glútea; lo que no sucede en el erotismo de la poesía blanca, 86
Ortiz (1935), Vol. XXXV,
No. 3, p. 326.
239 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
cuya salacidad prefiere las curvas pectorales y del vientre y el triángulo púbico. Lo mismo acontece en el baile afroide
de América,
que
para
de caderas y vaiveneo de nalgas.
significar la atracción
muchos
del tambor
no es sino
rotación
Los puertorriqueños para folklórico,
allí llamado
bomba, dicen que «cuando la bomba ñama, el que no menea oreja menea una nalga».” En la oreja se simboliza la adhesión
auditiva, en las pulpas
zagueras la visiva y coreográfica.* Sin duda, en esa sensualidad hay sabor de pimienta negra; mas el problema de la innegable voluptuosidad de los bailes afroamericanos ofrece aspectos diversos que
importa
manifiesta
un
considerar.
En relación con los bailes africanos debemos rectificar una idea muy común, cual es la de que la música africana, además de ser un ruido cacofónico, «cosa de negros», es una música para báquicas orgías y bailes obscenos. «cosa de relajo». Según musicólogo
negro
de África,
Fela
Sowande.
la
música africana es de carácter ético. Según ese africano, el setenta por ciento de los cantos tradicionales de África son de tal carácter y los restantes se refieren a los aspectos de la vida cotidiana, «sin pérdida de dignidad». Es sabido que los misioneros han abominado siempre de los bailes de los pueblos paganos tachándolos de lascivos, así los del África contemporánea como aquellos de los pueblos clásicos de la antigiiedad. La Iglesia fue enemiga de las músicas y los instrumentos populares, sobre todo de los percusivos, propicios al ritmismo excitante. Eran recuerdos de paganía y tentaciones diabólicas. 87
Blanco.
$8 La configuración analómica llamativa y la reconoce el folklore.
en su Bongó,
que dicen:
de las nalgas en las negras africanas suele ser Así la vemos en unos versos de Ramón Guirao,
Tanto cuento con soplando botija na
tu
hija,
má,
y no te fijate que tiene la nalga
pará.
Fernando Ortiz / 240
Pero esta cuestión es poliédrica. Hay que convenir ante todo en que suele estar turbada por un prejuicio. Hay que desechar la idea corriente que prejuzga la intensidad del erotismo en los pueblos por el grado de su evolución cultural y presupone que aquéllos son tanto más incontinentes y lascivos cuanto retrasados en su civilización. El concepto que tenemos de que la castidad, el pudor y la continencia son las virtudes más finas del desarrollo moral, nos hacen adoptar el prejuicio, dice Havelock Ellis, de que en las capas atrasadas de la humanidad ha de suceder precisamente lo opuesto. Y la realidad parece llevarnos
a una
El joven
conclusión
muy
negro es muy
contradictoria.
superior al joven blanco, por lo
general, en cuanto a la continencia sexual. mente
continente,
como
lo es todo
Él es natural-
primitivo,
obediente
a
la Naturaleza, pues nada hay más falso que presentar la libidinosidad como una cosa natural y no como es, o sea
una perversión de los sentidos tal cual la intemperancia del borracho. Ese vicio no es sino el resultado de nuestro desequilibrio nervioso, de nuestro sobretrabajo, de nuestra alimentación, de esta vida artificial a la cual nos obliga nuestra civilización.* Roeckel atribuye esta continencia a una
derivación de la
general apatía del negro africano, quien, no siendo tan nervioso
como el blanco, necesita de muy fuertes estimulantes para toda
acción. «La danza. dice, no es en el negro africano sino un estímulo necesario para el acto sexual», como el ritmo ruidoso o el hullicio para el trabajo, como la kola para marchar, como la música, la oratoria, la adulación, la vanidad, el alcohol, el éxtasis mistico, etcétera.
Dicen que el clima del África tórrida parece incitar a los estímulos genésicos; la enorme mortalidad infantil ha de exigir 2
Roeckel
(1911).
p. 15.
241
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
el esfuerzo filogénico de multiplicar la reproducción. «Sin embargo, según dicen los oficiales coloniales, el negro africano no es erótico ni vicioso, sobre todo durante la adolescencia. »? Según
asegura el P. Van Wing, «la vida muy activa de los jóvenes, que les procura un sueño profundo y fácil, el régimen alimenticio poco excitante y la costumbre de la promiscuidad en que conviven, disminuyen su impresionabilidad erótica y los consiguientes desórdenes».” No son escasos los etnógrafos sostenedores de que el impulso sexual es relativamente débil entre los hombres llamados primitivos si se les compara con los civilizados. Esto se prueba por
la dificultad,
más
bien
gún
proverbio,
a menudo
experimentada
por
aquéllos,
de
obtener la excitación sexual, la cual con frecuencia tiene que ser lograda por medios erogénicos como las orgías y saturnales. Havelock Ellis” ya señaló que las razas negras de África no son precisamente las más eróticas. Ellis sostiene que «la negra e fría
e indiferente
a los
refinamientos
del
amor»,
a
esas elaboradas prácticas que el mismo Ellis llama «artísticas» y propias de las clases cultivadas de la India. Esta idea parece convenir con la folklórica muy extendida en América que, seprefiere
«la blanca
para
casar,
la mulata
para
gozar y la negra para trabajar». Con lo cual el erotismo parece predominante en la mulata más que en la negra y en la blanca, planteando así una hipótesis de premisa social o de cultura transitiva y no racial ni propiamente étnica. «La idea de que la raza negra es peculiarmente inclinada a la incontinencia sexual parece deberse en parte a la impresión de su temperamento efusivo y al carácter erótico de algunos de sus festivales colectivos, hecho este que más bien indica lo
contrario y demuestra la necesidad de excitaciones ficticias.»” 9% 2
Rocckel, p. 45. Van Wing (1920),
2
Ellis (1908), p. 218.
23
Crawley,
p.
4.
p.
179.
Fernando
Ortiz / 242
Más sandeces se han dicho y escrito acerca de la sexualidad de
los
negros
que
sobre
otros
asuntos,
particularmente
por los americanos. Es muy cuestionable si la pubertad se manifiesta más pronto en ellos que en los europeos, y por mi parte no creo que sus deseos sexuales sean más fuertes. Son, por el contrario, más difíciles de estimular que en nosotros, y los estados preeróticos que tan fácilmente
se producen
en
nosotros
por
contactos,
besos,
lec-
turas y espectáculos, particularmente por películas cinematográficas, sólo pueden excitarse en el negro por medios más enérgicos, los cuales tenemos como más indecentes. Bailes que a nosotros nos parecen violentamente eróticos son para el negro equivalentes a una audición en el conservatorio.
Lejos
de ser excesivamente
sensuales
resultan
fríos, juzgándolos con las normas europeas y asiáticas.”
Parece que en la especie humana ocurre como en las animales, en las cuales la sexualidad crece a medida que se domestican y con la domesticidad adquieren una más constante y abundante nutrición y sobranza de energías. Pero no creemos que se pueda suponer esa condición de retraso sexual ni de defen-
siva y transitoria anafrodisia en los negros traídos de África para la repoblación del Nuevo Mundo adaptados al ambiente
americano.
Puede llevarnos a este prejuicio de la incontinencia y salacidad del primitivo la enorme importancia que aquél da a la función sexual, la que, lejos de ser un acto pasajero, está muy sistematizada entre los primitivos e influye no sólo en su organi-
zación
familiar
sino
en
su
misma
estructura
política,
en
su
religión, en su economía y en todas las manifestaciones de su vida social, como puede verse muy singularmente en los inte-
resantísimos estudios de Malinowski.” 9%
Gorer,
25
Malinowski
p. 245. (1929).
243
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Con agudeza dice Lucie Couturier, refiriéndose a los pueblos del Alto Niger: «Aquí la obscenidad misma no pertenece a los individuos,
sino
un acto de piedad.»* En el Congo,
que
se convierte
en
un
sacramento,
en
dice Bentley, los nativos son aficionados a
la voluptuosa «danza del vientre», como también lo son otros africanos. En ella los hombros, nalgas, estómago y pecho, separada o simultáneamente, ejecutan una rotación. balanceo o cualquier otro movimiento; no existe, sin em-
bargo, en ésta o en cualquier otra danza de puro origen negro, ninguna indecencia. Pero hay otras muchas danzas que son notoriamente obscenas.
Curt Sachs reconoce que «los apelativos
de “indecentes”,
“obscenas”, “desenfrenadas”, dados por los blancos a tales dan-
zas no son en verdad objetivos, porque para los primitivos no constituyen un medio de placer y lascivia, sino de vida y unión con la naturaleza».”
Pero,
añade,
eso no obsta
a que
«en
el
África negra esas arcaicas formas miméticas de las danzas conyugales ya hayan perdido al parecer toda santificación ritual y devengan más y más danzas inspiradas por la lubricidad». En ellas la mímica consiste en la representación mimética que al ritmo de la música hace la bailadora de la dinamia sexual. Basándose en la lascivia de tales danzas africanas, ha podido escribir que éstas se consagran «sobre todo al amor, al amor primitivo desembarazado de toda ““cerebralidad”(sic), sensual y violento, no tanto sentimiento como función denominada por el profundo instinto de la perpetuación de la especie».” Entre los negros yolofes, que fueron de los primeros africanos traídos a Indias por españoles, se practica una danza de las genéricamente conocidas por bambulas, que aun no ha mucho se baila2% %
Coutourier (1923), Sachs, p. 93.
28
Cinquabre,
p.
356.
p. 12.
Fernando
Ortiz / 244
ban en las poblaciones del Senegal, de la que nos dejó descripción la pluma de Pierre Loti, en su novela Roman d” un Spahi: Los griots gritaron ¡anamalis fobil!, a la vez tañían sus
tam-tam [...] Y todos repitieron, batiendo palmas frené-
ticamente: anamalis fobil, anamalis fobil, palabras cuya traducción quemaría estas páginas. Anamalis fobil, las primeras palabras, la nota dominante y el estribillo de un canto loco de ardimiento y de licencia, el canto de la bambula de la primavera. Anamalis fobil, el grito del deseo incontenido, del vigor del negro sobrecalentado por el sol en terrible histeria, el aleluya del amor negro, el himno
de la seducción. A las bambulas o danzas de primavera vienen los jóvenes mezclados con las muchachas que acaban de vestir orgullosas el traje de la nubilidad, y al ritmo
salvaje de insólita melodía,
todos cantan,
bailando
en la
arena, ¡Anamalis fobil! ¡Bambula! Un griot da unos golpes en su tambor y todos se juntan a su alrededor. Las mujeres corren y se sitúan en apretado círculo, cantando una de esas canciones obscenas a que son tan adictas. Una de ellas avanza y se pone a bailar en el medio. Sus pasos, lentos al principio, son acompañados
mente licenciosos. rápidos
hasta
por ademanes
terrible-
Sus movimientos se hacen más y más
el frenesi;
parecen
las contorsiones de un maniático.
los de un
mono
rabioso,
Pierre Loti no detalla la música de esta danza, mientras las
negras, alzadas las sayas, agitando de manera indescriptible sus caderas. le muestran al compañero de baile alternativamente su
sexo y sus asentaderas, al desnudo y con meneos lascivos. «Las viejas, dice el novelista, son las de movimientos más
impúdicos,
de más
se cansa es
cínica indecencia.»
Apenas
una bailadora
sustituida por otra, hasta que una tras otra bailan esa danza de la lujuria.
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
245
Otra danza africana se describe así: La
danza
de tambor.
comenzó
lentamente;
ritmo
muscular
con
ritmo
Era la danza del erotismo, simbolizaba la pro-
creación del ser humano, el mayor de los dones de la naturaleza, el traspaso de la vida. Ingenuamente, sin falso sentido de pudor ni con descaro, pero con el ufano goce de su habilidad, el bailador imitó los sucesivos estados emo-
cionales del maravilloso cumplimiento de la función del amor. Cada sonido del tambor era expresado por un movimiento; más y más se apresuraba el tambor y más y más
seguidamente lo hacia quien bailaba; más sonoro era el golpe más alto era el salto. Primeramente el bailador danzaba ei goce de las anticipaciones, las ansias del deseo; luego, a medida que el tamboreo se avivaba como las pulsaciones de la sangre en las venas humanas, así surgieron los movimientos
pidos, hombre
de
la pasión
frenética,
rápidos,
más
rá-
y tambor en un ritmo, hasta el paroxismo
orgásmico, y, después, el bailador caía exhausto y callaba el tambor. Toda la danza duraba lo que el abrazo fisiológico; y apenas un danzarin se agotaba, otro lo sustituía y se comenzaba el baile una y otra vez toda la noche.” De una danza de los negros fon, en un baile dado por el rey Bango, se ha dicho así: Cuando el rey dio ron una especie de Luego seis mujeres medio del espacio
la señal, todos se levantaron y entonaestribillo acompañado de los tambores. se adelantaron y empezaron a bailar en libre. Cualquiera que haya visto bailar
un fandango español y pueda imaginarse sus movimientos lascivos, diez veces más exagerados, tendrá un débil con-
cepción de los gestos de esas mujeres negras. La ambición de las seis parecia ser la de mostrar la mayor indecencia ”
St. Baber
Baker,
p.
139.
Fernando
Ortiz / 246
posible. El grupo de seis mujeres fue reemplazado por otras seis, y así continuó el baile durante dos horas, hasta que
los procedimientos llegaron a ser extremadamente ruidosos. Luego fueron apareciendo mujeres, una a una, bailando lo mejor que podían, ante una audiencia extremadamente atenta, que contemplaba cada movimiento con ojos
críticos, aplaudiendo con audibles murmullos cada gesto más lascivo que lo usual.
Las referencias de muy numerosas. Los dos con las siembras romanos. Así ocurría
de placer
los bailes obscenos de África podrían ser ritos de los negros africanos relacionarecuerdan las saturnalia de los antiguos entre los negros achantis,'” los de Togo,'”
los yorubas,'” los carabalís,” los congos,” y otros pueblos ban-
tús..* Entre los bantús de África, las fiestas agrícolas «se asemejaban
por
su
carácter
a las clásicas
fiestas
de
Baco;
es im-
posible presenciarlas sin sentir rubor. Hombres y mujeres, que en las circunstancias ordinarias observan coníinencia en su conducta y en su lenguaje, entréganse entonces a la orgía. La prostitución está entonces permitida y el adulterio no despierta el menor sentido de reprobación en quienes lo presencian». «Los hombres primitivos, dice Sachs, viven tan inextricablemente uni-
dos a la naturaleza, a la tierra y al mar, a los árboles y los animales, que no pueden apartarse de aquélla en sus actividades ni pensamientos.
Siembra
y cópula, germinación
y preñez, co-
secha y parto obedecen a una misma luz.»'" En algunos pueblos africanos esos bailes de pantomima pornográfica son también los que se enseñan a varones y hembras durante las ceremonias 100
Bowdich,
101
Ellis,
102
Johnson,
p.
p. 226. 229
y
p.
pp.
sits.
102.
103
Talbot
106%
Bentley,
Vol.
74,
105
Rowley,
p.
1066
Sachs
78. I,
p.
283.
165.
(1938),
p.
67.
247
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
úe iniciación,
a manera
de
no sea rara la profanación todo
en
las costas,'” donde
generando con los blancos.
instrucción
fisiológica,
aun
cuando
tribales han
ido de-
de tal propósito pedagógico,
las costumbres
sobre
Esos licenciosas danzas agrarias, se dieron en todos los pue-
blos primitivos para evocar los mágicos poderes de la fertilidad, y muchas de ellas han sobrevivido en Europa, aun en ocasiones relacionadas con romerías y otras fiestas eclesiásticas. Las eróticas danzas afrocubanas (arará y lucumi) a Ebioso y a Chango, en las cuales a veces se exalta la prepotencia fálica y se remedan los movimientos del onanismo y de la cópula sexual. no son sino supervivencias de antiguas danzas mágicas para promover la lluvia y la fecundidad agraria. Briffault observa cómo la lluvia, de la que depende la fertilidad del suelo, esencial requisito de los cultivos primitivos, generalmente es asimilada al licor seminal, y recuerda que los maniqueos consideraban los aguaceros como efecto de la excitación erótica del dios; del mismo modo que Priapo entre los romanos era el dispensador de la lluvia, y en la India pensaban que la cantidad de agua caída del cielo habría de ser proporcional al número de bodas que se hubiesen verificado durante la estación. La «danza del vientre» o «danza abdominal», en la que se combinan movimientos rectus-abdominis con otros ondulatorios del tronco y del pecho y a veces con movimientos rotatorios de la pelvis, o postero-pelvianos, está muy extendida en África por la costa norte, desde Egipto a Mauritania, y hacia el sur hasta Loango por el Atlántico y hasta Zanzíbar por el Índico. Curt Sachs dice que la «danza abdominal» era clásica de las famosas bailarinas gaditanas que tanto impresionaron a los romanos de los tiempos del poeta Marcial.” Estas danzas por lo común, sobre todo cuando son ejecutadas ante blancos que pa107
Suehs,
y.
103.
10%
Pojffault. £. TIL, p. 200
9
Sichs
(1938),
p.
23.
y ss.
Fernando
Ortiz / 248
gan por elias, sólo se proponen la excitación sexual; pero su originario propósito fue sólo la mimesis ritual de los movimientos del coito para promover mágicamente la fecundidad, el erecimiento y la vida.
Se debe comprender que los pre-conceptos religiosos de la cultura euroccidental nos hacen ver los ritos sexuales de los primitivos con excesivo escándalo. Pero esto es criterio sobradamente relativo. Se sabe cuán relajada fue la moral de los conquistadores de América. Hoy día una mayor continencia y espiritualidad sofrena los impulsos eróticos en todos los ámbitos, acomodándolos a cierto orden convencional o espontáneo, e inspirándoles una mayor sutileza de individualismo, aun cuandu no sea siempre dentro de la simple fórmula monogámica, de recíprocas monoginia y monoandria, que parece ser el modelo ideal; pero no acertamos siempre cuando juzgamos de las costumbres ajenas por la misma métrica de nuestros tornadizos conceptos morales. Los pueblos primitivos tienen una religión y una ética distintas por sus conceptos y propósitos, ajustados a las condiciones de ambientalidad y existencia de su grupo social; tienen una vida más apegada a la naturaleza y ésta se ve sin las difracciones con que a menudo las contempla el civilizado, confuso por su educación. No hay vicio ni pecado en el sexo para el primitivo, salvo en sus interferencias con los tabús de las relaciones familiares y sociales. «Asi como la desnudez de algunos pueblos primitivos le hace creer al europeo que les falta pudor [...] así la ausencia entre ellos de las reglas de conducta propias de los blancos hace pensar a éstos que aquéllos llevan una vida de lascivo relajamiento.»'” Aun esos mismos festivales orgiásticos de que son acusados los pueblos primitivos, si son sometidos. como sugiere Marett. a una cuidadosa investigación y a un juicio desprevenido, se comprende cómo son «difícilmente peores que las ebulliciones del espíritu cornavalesco», que en todas partes agita periódi110
Ellis.
249 / Los bailes y el teatro de los negrso en el folklore...
esrente a la humanidad.
Es difícil que en África se den con
más intensidad y frecuencia llenan de concupiscencia. no
las orgiásticas disipaciones que siempre furtiva, a las grandes
metrópolis blancas. impuestas por la monótona mecanización de la actividad cotidiana. Serán menos públicas, por el mayor espiritu de individuación que hoy dia tiene el amor, no tan colectivizado en sus efusiones como en la vida primitiva; pues las orgías de los supercivilizados de ahora no esperan a los novilunios para ayudar con su liturgia vitalizadora a que la luna reviva y crezca, ni tienen que aguardar a que las viejas semibri jas preparen la chicha o el vino de palma para sus exaltaciones báquicas, ni sienten embarazo con la red de tabús que ataban las voluntades de los antepasados remotos, mi siquiera tienen que entrar en una bacanal de toda la tribu con los ritos infranqueables impuestos por milenarias tradiciones. Guardando un modicum, por no decir un minimum, de externas adaptaciones
sociales,
el civilizado
de
las
macrópolis
puede
entre-
garse y se entrega al desenfreno sexual con laxitud no superada por el primitivo. Con un ligero encubrimiento de orden. el supercivilizado puede darse sin coacción social a un desembridado erctismo. Esto aparie del cambiadizo concepto del pudor en unos nismos pueblos, segrín tiempos y lugares, y hasta en momentos uistintos del día y en una misma ciudad. Aquellos misib-
neros de los siglos 131 y xVH, que les acusaban a los indios de América y a los indígenas de la Polinesia y de África su des-
nudez, como prueba de diabólica bestialidad, estarian harto asombrados si hoy vieran en las playas de moda y piscinas de-
portivas de sus países «cristianizadores» la revancha que en ellos se ha tomado el diablo. En sintesis, las manifestaciones del pudor no son en África las mismas que entre los europeos. Ni la desnudez,
propia
allí con reproche.
del africano
no sometido
al blanco,
se mira
«En África el pudor suele estar en razón in-
Fernando
Ortiz / 250
versa del vestido.»”' De igual manera, la desnudez de la expre-
sión erótica no tiene allí nada
de malicia
vituperable, pues se
considera la simple referencia a un acto normal de la naturaleza. Hartmann dice, por otra parte, que «las danzas africanas son en general monótonas; en ellas se advierte una minima erótica análoga al cancán,
a la zambacueca
de los criollos, etcétera,
pero aquéllas se ejecutan sin la pasión ni la gracia de éstas, más bien son brutalmente indecentes».'” Son dos puntos de mira
distintos del erotismo; el realista, religioso, desnudo e ingenuo, y el simbólico, profano, disimulado y lascivo.
Muchos cantos de los negros africanos resultarán obscenos a oídos de los blancos porque éstos no aprecian, junto con su significación literal, el sentido económico, religioso y social que aquélios
tienen,
como
liturgias
la fertilidad de los campos, de la tribu. De la misma manera minima impresión de erotismo fiere a la partenogénesis de una o a la vez virgen y madre; tólico
creyente,
cados de lujuria.
cuando
mágicas
destinadas
a provocar
los ganados y de las mujeres de que el devoto no percibe la más ni repugnancia cuando se reentidad sobrenatural, andrógina
ni tiene pensamiento
en secreto
comunica
obsceno
al confesor
el ca-
sus
pe-
En estos casos, la emoción religiosa es la do-
minante y ella basta para desvanecer todo sentido indecente.
Un profesor que ha estudiado la pocsía afrocubana y el tea-
tro popular de Cuba!” ha pensado, tocante al concepto del arior
en los negros africanos, que
para ellos, amor es reproducción. Y no se les tilde, lleva-
dos
por
un
puritanismo
exagerado,
sensualidad y sexualidad de su existir.
porque en su composición ritu, es llamar 11
Cross,
E
2
3
XIII,
Hartmann Arrom
p.
Vol.
p. 168. IV,
No.
8.
inmorales
por
la
Creerlos inmorales
hay más de carne que de espi-
al pájaro
88.
(1884),
(1912),
inmoral
de
que
se reproduce
libre-
251
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
mente en el bosque, llevado del más fundamental
de los
instintos de todo organismo viviente. La influencia telúrica de sus llanos incendiados de sol los ha hecho como
son, apasionados sin refinamientos, progénico de los trópicos.
desbordantes
del vigo:
Pero todas esas consideraciones de erotología primitiva ya no rezan con las poblaciones africanas puestas en prolongado contacto con los europeos y contaminadas por sus costumbres, va imaltrechas las suyas por la disociación producida
por regí-
menes coloniales destribalizadores y aun por la espontánea e inevitable ósmosis entre las culturas de los pueblos en contacto. En cuanto a los pueblos primitivos, la aproximación del blance parece pudrirlos con sus vicios, alcoholismos, enfermedades y desarticulación familiar y tribal. No pocas veces los vicios de la lujuria incontenida han sido llevados a los pueblos primitivos por los blancos invasores de sus paises, como asegura Wes-
termarck.'"* Lo mismo se sostiene en cuanto a las razas mala-
yas. y los indios norteamericanos. «Muchas virtudes, eníre ellas la castidad, eran más practicadas por los indoamericanos autes
de ser invadidos
por los blancos
que
ahora.»'"
Se dice que, así en las poblaciones africanas bajo el domi-
nio de los blancos como
en las colonias de América,
más iniensa la libidinosidad negros y los blancos.
entre los mestizos
se muestra
que entre los
El fenómeno no está bien estudiado, pero
quizás pueda darse su explicación por sólo motivos sociales. Para unos el lascivo sentido que suelen tener los bailes afroamericanos es debido al sex-dancer «producto de las frustraciones
del
hombre
civilizado».'*
Otros,
como
Earl
Leaf,
que
ha
buscado y fotografiado los bailes del bajo pueblo afroantillano. cree”: que de la atribución de la pornografía a los bailes negros 214 Me
Westermarek
(1921).
Holder
(1892).
Primus
(1946).
p.
1. XXVI,
159. p.
53.
Fernando Ortiz / 252
son principalmente responsables los negros de las West Indies, de muy dificil vida y sus criollas mujeres, «voluptuos, feeloving, rum-drinking, hip-winging, bosom-coucing, shoulder-
shaking,
stomach-rolling,
with
rhythm
in her thighs»."”
Pero
esta generalización es excesiva e injusta. El asunto es mucho más complejo; sus raices vienen de una mayor hondura social y sus experiencias ya pudieron observarse hasta en la España del Siglo de Oro. Ese fenómeno del relajamiento erótico no es tampoco cosa exclusiva de América. He aqui lo que en elocuente sintesis expresa E. E. Muntz, refiriéndose concretamente al choque racial de blancos y negros en las actuales colonias europeas de África: De la misma manera que la presencia del hombre blanco tuvo un efecto ruinoso sobre la organización gubernamental nativa, así afectó a la vida familiar y a las costumbres matrimoniales. Entre aquellas razas africanas la organización política no es una cosa aparte de la institución familiar, pues los soportes sociales se extienden de uno al otro y el colapso de uno determina el del otro. Ya no puede obligarse al tradicional sistema regulativo de la familia. La presencia de los colonos blancos y los misioneros, condenando las antiguas leyes matrimoniales y favoreciendo la práctica de sus propias costumbres, ha desmoralizado a los nativos. Éstos no comprenden las costumbres europeas que ellos imitan y al relajarse, las propias, el resultado inevitable ha sido el libertinaje. El matrimonio de nativos con la gentuza de mercaderes y aventureros europeos no ha elevado el tono moral, como tampoco lo ha hecho la vida en las plantaciones de los residentes europeos.”* A esto puede añadirse que en las regiones de mescolanza étnica, donde hay una gran masa de mestizaje supeditada en 117 118
Leaf, p. 6. Muntz (1927), p. 202.
253
/ Los builes y el teatro de los negros en el folklore...
condiciones sociales de inferioridad, no solamente los mestizos,
sino los blancos y los negros se sienten proclives a la licencia sexual; de la misma manera que la esclavitud corrompe por igual a los esclavos que a sus amos. Si quizás en América la lubricidad fue más cínica, cosa que no está asegurada, hubo de deberse antaño al ponzoñoso hálito de la esclavitud, que todo lo envenenaba,
desde el barracón
al
convento y hogaño al no menos infectivo influjo del dolarismo ultrancero que todo lo encona y emperra. Sin duda, cuando
la esclavitud,
la relajación
sexual
adquirió
gran
fuc fomentada y protegida, casi una institución.
importancia:
Gilberto Fre:-
re. en cuanto al Bras:l. prueba que la amoralidad sexual del negro fue debida a la desorganización del sistema tribal y familiar por la esclavitud; a la sexualidad abusiva de Jos amos blancos; a las consecuencias sociales del éxodo de los campesinos a las ciudades, lo cual corrompió las familias así negras
como blancas: y a las repercusiones de la infelicidad económica. que tampoco son privativas de la gente de color. El afrien» de América no es el negro de África sino el negro esclavizado. como el castellano en Indias no es sino el blanco conquistador. el gachupín en aventura, y el indio no es sino el vencido, aplastado o perseguido, La infamia acompaña al negro por su ilevantable posición en la sociedad, desde el punto de vista legal, lo mismo en la esclavitud que en la libertad. El mayor mal del negro fue su
condición
inferior,
reducido
a valor
económico
en
virtud de su cautiverio, que se prolonga desde su venta por los negreros de África hasta su trabajo en poder del amo blanco. Coinciden en él todas las posibilidades de degradación, de obra destructora de la moral cristiana, porque no es un hombre en estado normal, «en el ambiente de
su propia cultura, con interés y entusiasmo por el trabajo».”
119
Freyre,
HI, p. 191.
Fernando
Ortiz / 254
Y esta misma condición depresiva del negro inmerso en la
deletérea esclavitud se dio también
en los Estados Unidos,
se-
gún los estudios de Frazier acerca de la familia negra en aquel país, y también se pueden comprobar en Cuba. Zamudio Silva focaliza toda la responsabilidad en el «amo blanco».
Si para el juicio de la obra negra en la sociedad y cultura coloniales, no puede tomarse al negro genérico, sino al esclavo africano,
vertido,
no
la influencia
es, por
que tuvo en ser adaptado presidido por de la acción blanco, dueño
lo tanto,
ejercida
suya
hacia
sino
un
del
desvío per-
amo
blanco,
sus manos la converción del esclavo en un a las reglas ortodoxas del conjunto humanu el español. La responsabilidad abrumadora nefasta del negro incide naturalmente en el de sus destinos en cualquier dirección.”
Pero quizás sea excesivo echar la carga sobre el «amo blanco» porque en realidad éste tampoco tuvo en sus manos convertir al esclavo en un «adaptado a las reglas ortodoxas» del español.
conquistado metido
como
el conquistador
no
pudo
en un «vasallo de Castilla».
a la esclavitud
ciones antagónicas;
uno
como
el negro,
convertir
El amo
aunque
y otro obedecían
al
indio
en
posi-
era tan so-
ambos
a determinismos
so-
ciales ineludibles. Así como el negro que dejaba de ser esclavo y era trocado en mayoral asumía en su nueva función social
la misma actitud fustigadora, a veces sádica, del capataz blanco, y, aun se dice, que con más crueldad. Es cierto que «la
parte más productiva de la propiedad esclava es su vientre generador». Como dice Zamudio Silva: «Dentro del sistema económico que representaba el esclavo, es natural que el amo no pudiera evadirse de la aguda tentación de la reproducción ilimitada de negros, sólo factible dándoles libertad absoluta para 1220
Zamudio
Silva
(1945),
No.
2,
p.
313.
255
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
todas sus inclinaciones lúbricas.» Decía el obispo Manuel Abad lllana: «De que las indias, negras y mulatas sean madres sin ser casadas, no se hace aprecio, y aun pienso «que los dueños de las esclavas, si no les hacen espalda para cometer muchas ruindades, se alegran de las que cometieron por el provecho
que se les sigue de los esclavos y esclavas que de ellas nacen.»'” Pero aún había más, como el mismo
autor señala:
Al mismo tiempo que el dueño tendía a aumentar vegetativamente su riqueza en piezas de Indias, también el caía envuelto en la atmósfera deletérea que emanaba de la cer-
caniía del esclavo, creando el mulatismo extenso que afectó a nuestra comunidad y cuyo origen está inmediatamente emparentado
con la conducta
del blanco.
Pero después de la esclavitud, cesada esta forma de articulación de la economía social, la que le sucedió ha venido tam-
bién a estimular la corrupción sexual en el arte musical y dan-
zario por medio de instituciones de «diversión nocturna», crea-
das por el mercantilismo, de las cuales no pocas asumen moda-
lidades
proxenéticas,
como
antesalas
prostibularias.
Earl Leaf
ha hecho una observación muy atinada al decir que las prohibiciones de los bailes afroides que reiteradamente se han hecho en países americanos, y aun hoy día en ciertas Antillas, se hicieron siempre contra esos hailes populares por su música ruidosa, sus ritualismos religiosos y sus reuniones multitudinarias. pero jamás se han prohibido esas músicas negroides por su las-
civia pornográfica en los cabarets ni en los burdeles.” La razón
es obvia. En los primeros casos el arte ritual de los africanos mantenía la personalidad de los negros. Si los amos toleraban los bailes en las plantaciones y también las autoridades en los «cabildos» de las ciudades. porque el baile era un anestesiante
de la infelicidad, 121 12
a veces los clérigos
Cita de Zamudio Leaf, p. 8.
Silva, p. 313.
y también
los gobernado-
Fernando Ortiz / 256
res temporalmente peligrosos para sus cos. Hoy día, las negroides impiden
solian perseguirlos porque los consideraban privilegiados intereses eclesiásticos o politidanzas religiosas y ancestrales de las masas o retrasan la absorción o disciplina de éstas
por las organizaciones
el bokonú
eclesiásticas
y el tata-nganga
de
los blancos.
prevalecen
sobre
El babalao,
el clérigo,
el
ministro y el pastor, o sea sobre el eclesiástico blanco. En cambio, éstos no excomulgan ni combaten con igual celo a quienes
bailan
obscenamente
netismo
en
internacional,
los lupanares
los
cuales
son
y comercios
consentidos
del proxe-
y ayudados,
producen dinero y «fomentan el turismo» (?). Problema económico-sccial. La moral cede el paso al dólar. En los bailes afroides antes la voluptuosidad iba con el rito religioso; luego el sexo, ya sin religión, fue sensualidad simplemente apicarada; ahora la lujuria está conchavada con el dinero en una gran industrialización del celestinaje.
Hace ya una quincena de años que señalamos cómo en el ámbito cubano se iba diseñando
otro tipo social habanero:
la mulata
de cabaret,
autiguos
costumbris-
que continuará la serie de tipos folklóricos iniciada hace siglos con la negra mondonguera, la negra curra y la mulata de rumbo,
tas.
El nuevo
del turismo
tratadas
por
nuestros
tipo, engendro
norteamericano
de los personajes
en la Habana,
cohol y lujurias,
está llamado
a tener más
cruces
(Alejandría,
Singapoore,
tendrá hasta sus degeneraciones pues la lubricidad agudizada por hallan ctra manera de fomentar que convertir la Habana en una mundiales
vulgares
sediento
de al-
desarrollo.
Y
de infecto extranjerismo. la avidez de quienes no el turismo inmigratorio de esas ciudades de los Shanghai,
Ná-
poles, París, Panamá, etcétera) donde las más repugnantes aberraciones
tienen
forasteros
curiosos,
en escapada
de su
«moralidad» casera, que las apetecen y pagan [...], ya ha producido deformaciones grotescas y viles de nuestras dan-
257
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
zas vernaculas, las cuales, llenas de sensualidad
tina espontaneidad
estética. no habían
das por las degeneraciones caidos en hastio.
en cuatro patas». de dólares,
amor
que paga.'” Y sin duda,
crapulosas
en su pris-
sido nunca
desvia-
de los civilizados
Ya a los turistas se les sirve una «rumba
monstruoso
el criollo
entre
el mal
engendro
no ha
de lupanar,
por
y el «turismo»,
uno
hambriento
disminuido
y el yanqui
de los más poderosos medios transculturadores en esos campos dei arte danzario. ahora que es empresa dirigida y mercantilizada, continúa su obra de difusión estética pero también de relajo. Odilio Urfé ha señalado bien el avulgaramiento en que están sumiéndose los bailes cubanos. Digase
lo que
se diga, la coreografía
actual
del dunzón
es
lo «actual»,
lo
una copia pictía, burda (que pone muy por el suelo el buen concepto que se tenía del bailador cubano de no hace mucho, como creador de pasillos y estilos) de los bailes de los norteamericanos. Por otra parte se ha borrado por con:pleto la elegancia y compostura de que en otras épocas hicieron gala los cubanos bailadores, como signo inequi-
voco de buenos
modales.
La
«juventud»,
«moderno», dirán los que se entregan a esas formas desenfrenadas; pero no por eso deja de ser primario y vulgar.'” Pueden verse en el muy reciente libro de Earl Leaf, sendas fotografías de los bailes que ahora suelen privar en los subsuelos
antillanos, asi en La Habana. como en Jamaica, República Dominicana, Trinidad, Martinica, etcétera. En su mayoría, salvo
algunas escenas de danzas voduistas que aquel autor reprodujo
con su cámara. la mayor parte son degeneraciones de los bailes 122
Ortiz
(1935),
124
Urdfe
(1918).
Vol.
XXV.
No.
3, p.
324.
Fernando
Ortiz / 258
negros, deformados y corrompidos, de estas últimas décadas de «fomento del turismo» en las Antillas y de «escuelas y academias de baile», así en las cálidas islas como en las frías ciuda-
des del continente. Leaf atribuye precisamente a estas escuelas el éxito en Estados Unidos de bailes como la rumba y la samba y la efimera boga de la conga, a que aquéllas se sostienen sobre todo por el interés de las organizaciones de dance-teacher que las difunden y popularizan. «Tal negocio ha ganado grandes caudales enseñando a bailar esas exóticas danzas y está ansioso de descubrir y explotar otras; mientras la conga fue desapareciendo pronto porque realmente para bailarla no se requiere la instrucción previa por un maestro.» Pero así como los músicos en el Norte «ajustan» la bailable música afroide a los gustos
de
sus
consumidores,
asi
en
las
escuelas
adulteran
los
bailes exóticos para adecuarlos fácilmente a las rutinas de sus clientes.
Como
la música misma,
se hayan
recogido y apreciado
las
Indies
que
en
se ceban
por
igual
la danza afroide está cayendo
en el fangal de la «mala vida», donde se pierde antes de que sus tradiciones
y puros
valores
coreográficos. Todo este arte lupanario no es cuestión de «raza» ni de «sangre africana»; pues el proxenetismo internacional, con sus negocios aledaños, no repara en colores y lo mismo opera en West
Londres,
París,
Roma y en los grandes puertos mundiales. tiñosas
en
la carne
New
York,
Berlín
e
y en
la oscura,
Ási como las auras
blanca
cuando están cedizas o encarroñadas; y la pudrición no depende de colores, ni de «mala
sangre», sino de los magullones,
caidas
y desamparos que se sufre en la vida. Si una ventolera tumba las frutas de la mata al suelo, como consecuencia de la caída y de la perdida de su sostén, lo mismo se pican y apolisman la blanca pomarrosa que el moreno caimito y que el pardo mamey. Recuérdense
las pantomimas
pornográficas de rubias y tri-
gueñas con que el proxenetismo regala a los turistas y la famosa «danza del vientre» que desde hace siglos atrae a los forasteros
259 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
de las poblaciones costeras del Mediterráneo
y las escalas de
Oriente.'” Ésta no es sino una arcaica danza ritual encanallada
por el dinero.
Véase lo que dice el musicólogo Rouanet:
Fuera de las exhibiciones mercantilizadas para los turistas, que
la impregnan
vientre» buenas
ejecutada
de
pornografía,
esa
por profesionales
tradiciones,
tiene
un
carácter
misma
«danza
del
casi
reli-
escrupulosos hierático
de las
gioso, por el cual el pensamiento voluptuoso y sensual toma la fuerza y el sentido de un rito, como un homenaje a la divinidad que preside el amor, fuente misterio de la vida. Entre los árabes,
primigenia la danza
del del
vientre no comienza brutalmente por las oscilaciones y las sacudidas: es como la exposición de un drama de amor culminando en la posesión, después de toda una serie de actos preliminares no desprovistos de poesía. La bailadora
[...] a los sonidos de la música comienza
a mo-
ensueño.
Ella no camina, se desliza. Un encanto la atrae.
verse, el cuerpo erguido, los ojos perdidos hacia un lejano
Poco a poco la cadencia se precipita, el amor la llama; su cuerpo bajo las telas vistosas se dobla y vibra. Ella resiste; sus brazos, proyectados hacia adelante, parecen
rechazar el amor
imperioso
que viene a ella; sus manos
dan y se contraen; su talle cimbra. el deseo.
Vencida
la resistencia,
se
Entonces se manifiesta
éste invade
todo
su ser.
He ahí al dios, él es el vencedor. Y el vientre sólo entonces se mueve mientras el rostro, como en un vago éxtasis, se125 Hace poco (marzo, 19149) la prensa habanera anunciaba la llegada de una bailarina de cabaret y shows, como «notable ombliguista». Quizás haya que con-
venir en que ese adjetivo neológico sea un eufemismo que desplace hacia el vientre el verdadero foco pelviano del baile, y acaso un día el lenguaje sea aún más anatómicamente preciso. Á medida que cunde la desnudez en playas, deportes, teatros y Otros espectáculos, también se va desnudando el vocabulario. Com el ombligo al aire y el vestido ya reducido a simplísimos tapasexos y portasenos (más los portan que los cubren), el «ombliguisteo» era inevitable. Y quizás un dia hasta esos vocablos de la indumentaria sintética, que hoy parecen atrevidos, sean relirados
como
anacrónicas
pudibundeces.
Fernando nala
esa
victoria,
apoteosis
de
la
Ortiz / 260
voluptuosidad.
En
un
grito como de espasmo la bailadora cae sobre la alfombra,
inmóvil, hermética, silenciosa sacerdotisa de un culto pri-
mitivo, como si ella tuviera conciencia del rito sagrado que ella acaba de expresar sólo con el ritmo de su cuerpo.”
«En tanto, dice Rouanet, los hombres están impasibles, los
espectadores no se han movido. Se trata de una danza “decente”.» En conclusión, es incuestionable que hay muchos bailes africanos que no son lúbricos, porque ello habría de contradecir su función social; por ejemplo, la guerra, la caza, la magia judiciaria, etcétera. Dice el gran afrólogo Harry Johnston que «África,
desde
Zambesi
hasta
los
más
septentrionales
límites
de los negros está más libre de espectáculos indigenas que puedan repugnar por su indecencia, que la mayor parte de Europa y Asia.»'” Pero no es menos seguro que ciertos bailes de África son obscenos. diríamos que funcionalmente lujuriosos, como ritos de magia que son para propiciar la fecundidad en general. Y hay que tenerlo en cuenta, sin reservas ni gazmoñerías, porque esos bailes eróticos de los africanos se reflejaron en los que ellos llevaron a tierras más allá del mar, e influyeron mucho en el carácter y la difusión de la música negroide. La música negra fue transculturada en los pueblos blancos al voluptuoso sandungueo de los bailes. Los datos aportables son muy numerosos y queremos excusarnos si no insistimos en ello. Cuando en otro estudio tratemos en concreto de ciertas supervivencias eróticas en los bailes afroides de Cuba y otros países, nos referiremos, también
concretamente,
a sus induda-
bles antecedentes africanos. Sin embargo, digamos en anticipadas síntesis, que al ser transculturados a Cuba los bailes africanos de carácter inequívocamente erótico ellos han perdido. de un lado la representación realista del acto sexual o del onanismo por medio de la pantomima ritual más crudamente 126 127
Rouanet, Johnston.
pp. 28-31. Vol. TI. p. 717.
261
/ Los
lasciva;
bailes y el teatro
y. de
otro
lado,
de
los negros
en
la consideración
cl folklore...
indiferente,
desde
el
punto de mira ético, que merecían en África tales evocaciones de la función genésica. En América aquellos bailes de sentido erótico se han ido transformando por metalepsis. Ya no se interpretan como simples actos litúrgicos de sentido religioso o mágico. La tradición negra y la ética blanca se han fundido en una transacción de venialidad... No se ignora la intensión esencial de todos esos bailes; se aprecia el erotismo de sus expresiones. como licencia lasciva, indudablemente inaceptable bajo las presentes normas de la convivencia general; pero se los adecua para hacerlos generalmente tolerables, por lo menos en ciertos
ambientes
marginales
y ocasiones
de convencional
ex-
cepción. Un mismo baile afroide, aun siendo siempre erótico. será utilizado hasta hacerse perdonar y aplaudir pese a una tenue
pigmentación
picaresca;
o será
repulsivamente
obsceno.
según el lugar, la ocasión, los bailadores y quienes lo presencien. Del baile familiar, honesto y recatado hasta las exhibiciones plásticas de la pornografía hay una escala infinita de matices eróticos. así en la coreografía de los negros como en la de los blancos. Leamos lo que escribió Levinson de Jos encantadores bailes de la célebre bailadora La Argentina: Ella confiere una exquisita nobleza a sus lánguidas ondulaciones, a sus incitaciones de las caderas y de la grupa. librando a la voluptuosidad de sus amarres carnales. Ella destila la sensualidad, la depura sin edulcorarla.
Su misma
esbelta persona parece reducida a lo esencial, todo en ella es función coreográfica. Se diría que ella tiene de la mujer, de sus masas, movimientos y líneas, sobre todo lo que se necesita para bailar hasta el arrebato. Ella no nos da la voluptuosidad entera. captada de su materialidad brutal o turbadora. sino la flor de esa sensación. su :erfume espiritual.” 128
Levinson,
p.
243.
Fernando
Ortiz / 262
Esencia de voluptuosidad erótica. Sublimación estética, plástica y dinámica de una vital función humana. Belleza de arte y vida.
Más allá, por el comedimiento,
automática,
desvitalizada,
hasta el tedio. el desenfreno,
insignificativa,
se va a la danza
insulsa,
Vulgaridad de artificio sin vida.
a la mímica
realista,
carnal,
«esaboria»
Más acá, por
lasciva
y relajada
hasta la obscenidad. Vulgaridad de vida sin artificio. Así ocurre con las danzas
de esa maravillosa
bailadora
Andalucía,
la Es-
paña morena que baila, a través de los siglos, con la moruna África
en
la
ombligada
bailes de la mulata
estrecha
criolla,
que
de
Gibraltar;
en América
como
funde
con
los
en el em-
brujo de su arte la expresión amorosa de los tres continentes atlánticos. Refirámonos también ahora a la opinión muy extendida de que en África los bailes de los negros no son «agarraos», o sea por parejas enlazadas por los brazos. Un gran afrólogo ha escrito que «en toda África no hay una sola danza como el baile abrazado de los europeos».*” Los bailes de los negros son innumerables. Los que simulan las emociones sexuales son ejecutados en épocas en que se permite una extraordinaria licencia. Sin embargo, como regla, hombres y mujeres no bailan unidos ni se tocan siquiera; esto sería de ordinario considerado como inde-
cente.”
Amaury Talbot declara que de una sola danza danzantes
están
africana
he tenido noticia
continuamente
abrazados,
la
en que citada,
los con
esa misma observación, en el país de Nigeria con motivo
de unas solemnes ceremonias para propiciar el cultivo del
19
Johnston,
1322
Talbot (1926), Vol. III, p. 804.
Vol.
II.
263 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
ñame,
donde
el
reyezuelo
zando la mímica sexual.”
baila
con
sus
mujeres,
estili-
Pero no parece que éste sea el único caso de baile abrazado en los pueblos negros de África. Los ritos sexuales no suelen terminar allí sin llegar a la realidad o cuando menos a la simulación ostensible del acto carnal; y los bailes mímicos de ese carácter suelen recorrer toda la fisiológica parábola del amor. El baile con «danzantes continuamente abrazados» es, sin duda,
excepcional en África; pero el breve y culminante «paso» del enlace de la pareja suele estar al final de una pantomima genésica ejecutada con realista crudeza o con un simple pero inequívoco simbolismo. El «agarrao» fue en África el último paso, el definitivamente lúbrico, de los bailes de fecundidad, con sentido funcional efectivo o mimético, de copulación. Tengamos esto en cuenta, y baste por ahora hasta que en un estudio ulterior tratemos del baile «agarrao», o de pareja en brazo,
de los pueblos
blancos
de Europa
en su relación
con
los negros. Pero digamos desde luego que si los blancos euroccidentales ante ciertos bailes africanos o afroamericanos se abochornan con los lúbricos movimientos de caderas y nalgas, que para los negros no significan nada repugnante ni tabú, pues son parte de un rito funcional, en cambio los negros de África se escandalizan con los bailes de los blancos en los cuales hon1bres y mujeres se ligan en abrazo estrecho desde el primer momento de su «diversión», sin previas figuras de cortejo, girando y girando unidos al son de la música, sin cantar, callados o en íntimo chichisbeo y a veces en abandonadas y erogénicas posturas. Para los africanos el enlace de la pareja de bailadores es sólo un episodio culminante y fugaz, para los sofisticados europeos es todo el baile y a veces la principal razón de su bailar. 131
Talbot (1927), p. 119.
Fernando
Ortiz / 264
Esto se comprenderá mejor recordando que los bailes africanos son fundamentalmente miméticos, al revés de lo que ocurre en la coreografía corriente de los blancos. Así como el uso del tabaco
entre
los indios
de América,
donde
aquél
fue
originado, tuvo fundamentalmente significación de magia aplicable a la curandería y a la religión y luego, por sucesivas transculturaciones en ambientes étnicos distintos, ha llegado a ser una costumbre
principalmente
sensual,
impulsada
por
intereses
mercantiles y fiscales,” lo mismo ocurrió con las danzas. Primitivamente plenas de sentido mágico. hoy no suelen ser entre los blancos muy civilizados más que formas diversivas que hallan su motivación sólo en el propio placer que ellas propi-
cian a quienes las ejecutan y a quienes las presencian. De todos modos, no bastan las propensiones a la libidinosidad
de ciertos bailes africanos para justificar la pretensión de acabar con ellos de modo radical, prohibiendo «absolutamente» hasta «el uso del tambor de origen africano», como dispuso inútilmente un alcalde de la Habana durante la primera intervención militar de los Estados Unidos en Cuba. Tal pretensión habría de ser tan bárbara e ineficaz como la de suprimir ¡os bailes de los blancos, aun cuando no faltaron quienes asi lo pidieran por ser aquéllos también propensos a las excitaciones de la liviandad. ¿Quienes no pueden reprimir el relajo en los bailes de sus propias patrias cristianas, y a veces teocráticas y absolutistas, pueden aspirar como cristianizadores a suprimir-
los entre los negros? Uno de los más irreductibles obstáculos a hz cristianización de África es precisamente el hecho de que los colonizadores blancos no cumplen, entre ellos mismos ni
en sus relaciones con los «infieles», las normas
éticas que sus
anisioneros les predican a los negros; para los cuales como para todas las gentes. el mejor apóstol es San Ejemplo. Al diablo no se le vence a «eristazos» como diría Unamuno. En todo Cardinall
(1927).
p.
242.
265
/ Los bailes y el teatro
de los negros
en
el folklore...
«cristazo» hay pecado mortal de iracundia y soberbia, y los demonios se refocilan con ellas. Parece más atinado pensar como
el antropólogo
Cardinall
quien,
tratando
de
las persecu-
ciones contra los bailes africanos so pretexto de que a veces inducen a la inmoralidad, opina ser muy lamentable que por la extralimitación de los menos toda una nación tenga que ser castigada con la pérdida del tesoro folklórico de sus estéticas canciones y danzas. Aun en el campo religioso, dice Cardinall, convendría recordar a San Gregorio y a San Agustín quienes aconsejaban «no destruir sino adaptar las costumbres paganas
al servicio de Dios». llevando
Esta transculturación religiosa se está
a cabo en algunos
centros misioneros
de África así
protestantes como católicos evitando la destrucción de la música,
cantos y bailes, que constituyen lo más arraigado en el alma de los pueblos y utilizándolos para la catequística. Tal como en América hicieron entre los indios el P. José de Anchieta y los jesuitas y antes Fray Bartolomé de las Casas en su obispado de Chiapa. Estos antecedentes étnicos de los bailes populares de Cuba y tanto más cuando más cercano a la fuente africana, hacen que de ellos pueda decirse que son psicológicamente mulatos con todas las implicaciones que el mulatismo significa en tal caso, según advirtiera Gilberto Freyre en su país. Quizás fuera excesivo decir en Cuba que todo lo cubano es mestizo, como dice Freyre de su pueblo: «ser brasileiro es ser mulato»; pero parece innegable una densa pigmentación melánica en aquellos sectores de la cultura nacional más impregnados por la africania
de las poblaciones
los cantos madas, en Freyre es la rumba,
negras,
como
son
Freyre
los bailes,
sacudido
del litoral,
y la religión; y, con gradaciones más o menos esfulos demás aspectos de la vida. Una observación de muy significativa en ese sentido: «El inglés danza haciéndola más apolínea que dionisíaca. El mestizo
brasileño, el bahiano, el carioca, el mulato 183
la música.
(1945),
p.
375.
Fernando
Ortiz / 266
juega un foot-ball que ya no es el juego apolineo de los británicos sino una casi danza dionisiaca.» El mulato brasileiro deseuropeizó el foot-ball dánglole curvas redondeadas y gracias de danza. Un cronista europeo llamó a los jugadores brasileiros «bailarinas de pelota». Para él, el estilo de jugar los brasilenos al foot-ball contrasta con el británico o el chocoslovaco por su conjunto de sorpresa, maña,
taneidad individual. siempre
improvisación,
Como
astucia, ligereza, brillo y espon-
en el baile donde el mulato pone
mimesis
expresiva,
diálogo
social, exhi-
biocionismo o figurao, floreos, «democracia rebelde a la excesiva ordenación interna y externa, a la uniformidad, a la geometrización, a la estandardización», curvas de sensuali-
dad, morbidez,
sandunga.
Y en esa mixtura
cultural están su
secreto y su diabolismo. Por esa fluencia de africanía, Gustavo D. D”Harponville a mediados del siglo xix pudo escribir de las cubanas: La generalidad de ellas se interesa poco de música y de lectura. El baile, que ellas aman con locura, ocupa toda su juventud. El año entero es un solo baile y la isla una sola sala. Cuando
no se baila
en las sociedades
líricas,
en
los casinos, en las casas particulares, en las quintas de los arrabales, se baila en casa, en familia,
algunas veces hasta
sin pianos ni violones, sólo al son de las voces de los mismos bailadores.'*
Hoy día la transformación de las costumbres, las facilidades eróticas y la creciente mecanización de la vida han amenguado un tanto el frenesí danzario; pero todavía el baile sigue siendo la principal y más entusiasta «diversión» del pueblo cubano, su producción más genuinamente indígena y de exportación más universal. 1M-
Freyre
135
D'Harponville
(1945),
423.
(1850),
p. 253.
LA
PANTOMIMA
ENTRE
LOS
NEGROS
1il MARCEL
MAUSS, EN SU MANUAL
D'ETNOGRAPHIE!
ha dicho en sentido genérico y con precisión: «La danza es en todas partes un esfuerzo para ser otra cosa de lo que se es.» Lo cual equivale a decir que la danza es una «representación» Y asi es originariamente, aun cuando a veces ha perdido su primitivo significado, encubriéndolo
o transmutándolo
en otro distinto,
o
degenerando en un mero e intrascendente juego infantil. Como algunos instrumentos musicales de los ritos esotéricos en cier-
tos pueblos muy arcaicos, tales la bramadera o la zambomba, aún se usan por los campesinos y los niños sin la más remota remembranza de su ancestral función. Por otra parte, tomado en
su
más
estricto
sentido,
es
erróneo
el epitafio
más
remotas
culturas,
dedicado
al
madrigalista O. Vecchi, en 1605, diciendo: «El primero que reunió la música a la comedia.»? Porque tal unión ya se hizo milenios
antes,
desde
por
ira, por
las
por
estimulo
de los dioses en los bailes corales de sus sacras liturgias. Los bailes son maneras de acercarse a lo divino. El baile del negro africano en su origen es siempre pantomímico. En África cuando se baila es para algo que no es precisamente un juego ni un placer; puede bailarse por un dolor, una
una
desesperación,
por
una
plegaria,
por
un
conjuro... En el arte africano hay cierta función fundamental de simbolismo, que suele predominar sobre el motivo estético, el cual a menudo tal moderno
desaparece;
el simbolismo
1
Farris
(1947).
p.
89.
2
Charles
Lalo
(1939),
p. 262.
mientras
en el arte eurocciden-
tiene por lo general
una
secundaria,
Fernando
Urtiz / 268
poca o nula importancia. Por eso los bailes eróticos africanos son ritos sacromágicos y los bailes eróticos de los blancos son simplemente estimulación sensual. Los negros no comprenden los bailes, como tampoco la música, por mera expresión estética. Lucie Couturier recuerda a ese respecto lo que decían dos jóvenes negros africanos al contemplar disgustados las danzas de Isadora Duncan y de su escuela: «Mujeres que saltan, mujeres que vuelan; esto no es danzar.» En África todos bailan con un propósito, casi siempre
alegórico
o fantástico
si se quiere,
pero aceptado como un motivo social determinante. Los ritos son principalmente danzas imitativas. En todo el mundo, en su fase mágico-religiosa, el hombre primitivo danza cuando el moderno sólo haria una plegaria, quizás meramente mental, o cantaría un himno. Aquél necesita actuar directamente,
tratar de obtener lo que anhela,
haciéndolo
él mismo
o
imitando su realización para provocar sugestivamente su efec-
tividad;
haciendo
él en
pantomima,
o sea
en
drama,
lo
que
espera que sea hecho en realidad. Y esto no es exclusivamente característico de los negros, sino de todas las culturas párvulas. Véase si no el profundo análisis de las ritualidades de la antigua religión griega. hecho por Jane E. Harrison.* Observa Miss Harrison que la voz griega para significar «rito» es dromenon, que quiere decir «una cosa hecha». Las danzas han sido procedimientos rituales de la religión y de la magia para propiciar y dominar la voluntad de las potencias misteriosas. La danza fue el primero y principal medio adoptado por la humanidad prehistórica para entrar en activa unión con la deidad adorada. La primera idea fue la de imitar los acompasados movimientos del dios o los que se suponían como tales, Después este motivo fundamental fue más y más olvidado, pero el rito se mantuvo vigente. como 3
Couturier
2
Harrison
(1923).
(1921),
No,
p. 12.
12.
269 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
ocurrió con tantas otras formalidades religiosas a las cuales sostuvieron la tradición y el hábito aun después de haber desaparecido su espíritu.* Por eso todos los movimientos de las danzas primevales fueron simbólicos y llenos de sentido mágico-religioso. No importa que hoy día no los comprendamos ni sepamos traducirlos; ellos indudablemente tuvieron su sentido ahora yacente, como esos objetos arqueológicos, de difícil y refinada producción,
llenos
de
figuras,
que
ahora
sin que nadie los sepa interpretar. No
bién
en
pocos de esos movimientos numerosos
gestos,
duermen
primitivos
ademanes,
pasos,
en
los museos
sobreviven mudanzas
tam-
y figu-
ras coreográficas de los tiempos actuales; sobre todo en los bailes folklóricos. Ciertos bailes «flamencos» aún reproducen la milenaria «danza
del viento» en sus movimientos rotatorios,
saltos y contoneos, en los ademanes, vestidos y adornos de la bailadora y hasta en los instrumentos musicales. El retumbo y el tableteo de los truenos se imitaban con el toque de tambor y cimbalos, con el estrépito de las armas al entrechocar unas con otras, con el golpeteo de los bordones rítmicos, el taconeo de los pies sobre el suelo y el repique de crótalos y crusmata hechas de bivalvas conchas marinas o de nácar. El sonido de la lluvia se asemejaba con el de maracas, carrascas e instrumentos parecidos y con el tintineo de sistros, sonajas y cascabeles.
El rugido de los vientos se reproducia resoplando los caracoles. bocinas o fotutos y sobre todo con las vibraciones de los tam. bores de fricción y de las bramaderas, cuyas lúgubres voces eran las de los muertos. De esa danza eran también intrumen-
tos simbólicos las panderetas, que son a la vez figura de círculo astral, trueno en las membranas, lluvia en las sonajas, y rayos
y aguas en las colgantes cintas de rojo y azul. Las piernas en esa danza no sólo ejecutaban los pasos giratorios: con sus pies 5
Reville (1884), p. 224.
Fernando
Ortiz / 270
desnudos golpeaban el suelo a ritmo, como para transmitir a la tierra la energia vital y despertarla a la acción. Se ha dicho que antiguamente los taconeos, sacudiendo a la Madre Tierra, eran ritos de fertilidad. Acaso los zapateos, taconeos y chancleteos recuerdan los truenos y los chicheos de los aguaceros. Ya los danzantes
romanos
conocieron
las escobillas
o el escobilleo,
recordaban
el chipichipi
de la llovizna.*
luego tan populares en Andalucía, en Cuba y otros paises de la
América
Latina,
que
Hoy día este sentido teúrgico del rito y del drama no se ve tan claro, porque la magia ha perdido su prestigio y va siendo sustituida por la ciencia. Cuando se pierde la fe en la magia, todo ello resulta una simple y frivola actuación, como un juego de niños visto por los adultos; de la misma manera que, sin la fe religiosa, son pueriles las procesiones y rogativas que para implorar las lluvias se hacen en la época angustiosa de una gran sequía. Cuando los antropólogos estudian los pueblos primitivos, dice Jane E. Harrison, «buscan los templos de los ídolos paganos y encuentran lugares para los bailes colectivos y danzas rituales». Así podemos explicarnos cómo Fray Bartolomé de las Casas no encontraba en Cuba templos y casi ni religión, ceremonias,
y, sin embargo, hallaba bateyes, destinados a las peloteos, areítos y bailes tribales de indubitable
carácter religioso. Cuando el indio cubano quería, por ejemplo, viento que le trajera las aguas, ejecutaba la «danza del viento», personificando él mismo el ente meteórico y mitológico; es decir, girando vertiginosamente como las trombas y adornándose con pinturas, plumas y caracoles, que le representaran las corrientes
del aire, las nubes
y los rugidos de la tempestad. Bose:
cirrosas,
las
aguas
llovedizas
En síntesis, como escribe Fritz
Mediante el canto y la danza se representa lo que se quiere
conseguir: una buena cosecha, el fin de una epidemia, for6
Ortiz El huracén.... p. 60. Véase sobre la danza pantomímica
los indios
de Cuba
y en otras culturas.
del viento entre
2711
/ Los bailes y el teatro de los negros
tuna
en
la caza
y en
la guerra,
en el folklore...
una
lluvia
abundante,
la
convalecencia de un enfermo, ahuyentar y vencer en astucia a los espiritus malignos y a las almas de los difun-
tos. Donde se venera al sol o a la luna como divinidades, se representa, cantando y danzando, su curso celeste, la
salida y el ocaso diario del astro, la llegada de las estaciones, la desaparición de la luna menguante, su aniquilamiento como luna en eclipse y su resurrección como luna nueva.
En
mientos,
efecto,
puesto
es necesario
que
representar
sin ello, según
yentes, no ocurririan, asi como
animales,
se pescaría
tampoco
a los peces,
estos
la opinión
aconteci-
de los cre-
se cazaria a los
se vencería
a los enemi-
gos o maduraría la fruta sin aquel encanto. El canto y la
danza
se convierten
entonces
en un factor serio e impor-
tante, en un trabajo gracias al cual se conservan el mundo
y la vida.
La música de los pueblos primitivos es un arte
mágica, que hace posible la vida terrenal y cósmica y la norma según los deseos de los hombres.” Digamos, en conclusión, que entre los negros africanos la danza es la simulación de algo que ha pasado o que va a pasar.
Una presentación que implica una
representación
de acciones,
las cuales despiertan fuertes emociones con su recuerdo, o una pre-presentación
de las mismas
a manera
de imaginaria
antici-
pación de lo que muy anhelosamente se desea. Cuando se aspira a producir la lluvia benéfica para los sembradios, el hechicero trata de simbolizar su proceso. Con el tambor imita el retumbo
de los truenos, con el lanzamiento
encendidas procura los rayos, con el rugido del viento, con el ruido ro... Además, con cierta infusión representará las oscuras nubes y
al aire de antorchas
el zumbido de un rombo crea de una maraca el del aguacenegruzca en una gran vasija el hacedor de tempestades irá
rociando con ella a los cuatro vientos, el cielo y la tierra, como 7
Bose
(1934),
t. III,
p. 945.
Fernando Ortiz / 272
deberán hacer las nubes pluviferas. Y todo ello en un baile violento como el temporal, acompañado por la multitud que baila en rueda como los torbellinos y ventoleras que traen las aguas. Hay danzas guerreras donde los bailadores con sus armas y escudos recuerdan los episodios bélicos o figuran los de las victorias venideras; danzas épicas en las cuales se conmemoran los hechos de los antepasados; danzas de animales que representan las peculiares costumbres de cada uno de éstos; danzas cinegéticas
que
enseñan
la manera
correcta
de
cazar;
danzas
erogénicas que estimulan las funciones propiciadoras de la fecundidad humana, animal y agraria; danzas políticas que exaltan el prestigio de las pasadas y presentes autoridades tribales; danzas funerarias con las que se despiden a los muertos; danzas para espantar o atraer a los entes malignos, etcétera. Todos los episodios de la vida social son así traducidos a danzas, como expresados en canturreo. Áun en las danzas multitudinarias que se celebran en la plaza pública durante los plenilunios, en los cuales predomina un propósito de esparcimiento, todavía se busca el pretexto de una ritualidad tradicional para favorecer las lluvias, las siembras,
las cosechas, las crías, la caza, le puri-
del baile la celebración
de
ficación colectiva. etcétera. De la misma manera que en la vida aldeaniega de Europa se toma como motivo para el regocijo de la romería
además
a un
una
santuario
de los carnavales,
feria,
de un
cumpleaños
real,
o de otra festividad religiosa,
donde
las danzas
son
de milenaria
ritualidad. En África el motivo originario de cada baile es más cercano y determina no sólo su ejecución sino su misma morfología. Por esas vías de los ritualismos imitados u homeopáticos la danza coral se convierte en mimodrama. El conocimiento de esta teleología simbolista y funcional del baile africano es necesario para apreciar algunas de sus extrañas modalidades, que sobreviven en América y han influido en el arte musical y danzario de sus pueblos mulatos. Por este concepto social del baile negro se explica la asidua con-
273
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en el folklore...
currencia y participación activa de los ancianos, hasta de los centenarios, a las danzas tipicas, aun a las violentas y eróticas. En ellas, como en África, son personajes principales las mujeres viejas, en cuyos senos fláccidos y facciones rugosas se advierten,
además
torno;
de los
de los vencimientos
de los años,
las re-
petidas victorias de la maternidad; y los viejitos, de pasos trémulos y al parecer grotescos, evocan para ellos los históricos episodios de sus tribus y de su vida social; como sucede con las rituales ceremonias cívicas y militares de los blancos a donde van los ancianos veteranos a lucir sus condecoraciones y revivir sus laureles. Por ese mismo concepto social del baile, se justificará también la para muchos extraña y absurda celebración de funerales con danzas, como una fiesta con que la familia despide formalmente al muerto que se va para siempre al viaje sin reaparte
ritos,
también
danzarios,
de
purificación.
Y se entenderá mejor la significación originaria de los funerarios «velorios» de niños, como celebración paradójicamente gozosa de «un angelito» que se va al cielo. También se entenderán asi los ocasionales y furiosos saltos, contorsiones, pasos y bailes extravagantes de los brujos y curanderos para figurar en sus transportes convulsionarios la presencia de los seres sobrenaturales, o para aplacar a los entes invisibles que tengan propósitos malignos a desbaratar los hechizos de los enemigos... o estimular la acción maléfica de los conjuntos propios. como ocurre en los complicados ritos tradicionales de los blancos para exorcismos, satánicos pactos o lúbricos aquelarres. Y asi se interpretarán correctamente las danzas en las cuales se simbolizan los movimientos característicos de los dioses en sus miticas far: nas, para halagarlos y provocar la teofania. El carácter representativo de esos bailes sacromágicos hace que ciertas danzas africanas no puedan celebrarse en cualquier momento, a gusto del viajero o del investigador. Una danza tribal de los primeros frutos. de la iniciación de los
Fernando
Ortiz / 274
varones o de los funerales de un difunto, por ejemplo, no pue-
de Lo yes Lo
verificarse sino cuando la ocasión lo permite y requiere. contrario sería trastornar el orden establecido por las lede la naturaleza, las tradiciones y la voluntad de los dioses. mismo puede observarse en Cuba, con disgusto de ciertos
curiosos
turistas,
quienes
piensan
que
por
unas
monedas
los
o un exorcismo
sin
bailes ceremoniales de los antepasados han de ser por los creyentes cuando aquéllos lo desean para su miento. Tanto equivaldría a pretender que por clérigo celebre en su iglesia la liturgia solemne de ción de las palmas» fuera del Domingo de Ramos tizo sin catecúmeno
a quien
sacramentar,
celebrados entretenidinero un la «bendio un bau-
el penoso trance de un energúmeno endemoniado, sólo para espectáculo que pueda fomentar el turismo forastero y su zafra de dólares. Los bailes negros son incontables.
Varian por el número, el
sexo y la calidad social de sus ejecutantes así como formas,
sus
músicas,
sus
instrumentos,
sus
cantos
por sus
y sus
sig-
nificaciones. Los negros escogen sus temas a la antigua usanza, cantando sobre cualquier asunto de ocasión. Conocimos el canto acerca de un pleito, el cual duró cuatro días solamente en cuanto a la presentación del caso en litigio, con breves intervalos para comer y dormir. Á esto siguieron los testigos, los careos, la defensa,
el resumen
y la senten-
cia, todo ello no sólo cantando sino puesto en danza.*
Drama judicial y escuela popular de procedimientos y jurisprudencia. Muchas danzas africanas son guerreras, mostrando los episodios del combate, su esgrima de ataque y defensa, sus estratagemas y ardides, y las exultaciones de la victoria. Escuela militar y maniobras de parada y estrategia, drama épico, etcétera. Otros bailes son imitativos de los movimientos del trabajo humano, del remar en las piraguas, del majadeo de 3
Claridge
(1922),
p. 230.
275
/ Los bailes y el teatro de los negros
los granos en el pilón, etcétera. cuela politécnica.
en el folklore...
Lecciones elementales de es-
Con frecuencia sus danzas son como representaciones dramáticas que enseñan diversas lecciones. Hay danzas imi-
tativas de animales que muestran las caracteristicas de al-
gunos de éstos, estimulando la observación y los métodos correctos
para
cazarlos;
otras
son
de
carácter
religioso
y
comparables a nuestras mascaradas y otras perpetúan los sucesos históricos.”
En este último sentido los negros africanos tienen cantos bailados que se clasifican como gnómicos o de función pedagógica, análogos a ciertos areítos de los indios cubanos. En estos cantos tradicionales está su «academia de la historia», y sus sabios académicos narran las crónicas tribales en voz de cantadores, paso de danzarines y arte de faranduleros. En
todo danzante
mimético
un actor consumado por su tación. «La pantomima fue luego ocupó su lugar al lado de poesía. Lo que la épica
ción»'”
hay
el embrión
de un
maestría en el arte de la forma original del de la épica como una describe, el drama lo
actor,
o
la represendrama, que nueva forma pone en ac-
Pero la pantomima de los pueblos primitivos es bási-
camente una función litúrgica de religión o de magia. Es muy llamativo el hecho de que las solemnes ceremonias del hombre primitivo casi invariablemente son representaciones drámaticas. Es indudable que el lenguaje oral es un medio insuficiente
de
expresión
para
esas
ocasiones
trascendentales.
Te-
miendo que los dioses o poderes sobrehumanos no logren entenderle, el hombre primitivo presenta y representa activamente lo que él desea; de la misma manera que el lenguaje oral es con frecuencia completado por su gesticulación y sus manoteos en las conversaciones con los prójimos, cuando sus emociones 9 Driberg (1932), p. 242. 10
Wundt
(1928),
p. 461.
Fernando
Ortia / 276
desean expresarse con viveza." Del ceremonial litúrgico y particularmente del baile ha surgido la pantomima y de ésta el arte dramático, en África como en otros pueblos. Las religiones de los negros, como las antiguas de los blan-
cos y aun muchas de las ceremoniales liturgicas modernas son
«teatrales» en su ritualismos de magia operante la voluntad de los seres ultramundanos.
para
inclinar
Las prácticas usuales en las religiones meditativas y reflexivas no interesan al negro africano. Éste prefiere las manifestaciones externas, como las expresiones musicales, los
lirismos
y
cánticos,
las
oraciones
a
veces
violentas,
los ritualismos y ceremonias y las impresiones del éxtasis. Todo esto ofrece las condición dramática de la acción expresiva y excitante.” Muchas veces la mimesis de los grandes bailes rituales procura la personificación de ciertos entes sobrenaturales, y entonces se adoptan disfraces adecuados para que los oficiantes del rito puedan dar la vivida impresión de la interesencia de los seres sobrehumanos.
Para
ello se usan
vestimentas,
in-
signias y colores alegóricos, y caretas exóticas, de rasgos simbólicos y a menudo terroríficas para dar presencia a un dios o al espiritu de un antepasado. que
se
sus
quiere
personajes
rreteos,
representar
usan
espantosas
es
En
precisamente
extravagantes
caretas,
tales danzas primitivas lo
disfraces,
extrañisímos
lo
preternatural;
chillones
visajes,
pasos,
pintopos-
turas y ademanes, voces inverosímiles de falsete, al par que de pecho, nasales o filtradas por un aparatico silbante, gritos
horrendos, todo ello con énfasis en lo inhumano.” Ningún pue-
blo ha sabido representar con tal genio esos plásticos simbolos del misterio terrible como los negros africanos. Ánte sus 11
Henke
12.
Krueger
(1910),
13
Koal
p. 14.
(1932%
(1925),
p.
Vol. 341.
XXXVI.
No.
1. p.
25.
277 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
místicos
«diablitos»,
caretas
y
esculturas,
las
representacio-
nes cristianas de los demonios, caprípedos y cornudos como los faunos de la paganía clásica, suelen ser figuras contraproducentes y risibles. Los diablos del Bosco y de los Brueghel son más bien máscaras
bufas de carnestolendas;
pero ciertos
idolos
y danzantes caretudos del África Occidental son creaciones insuperables para la personificación de los entes tremebundos, los cuales «ineten miedo», produciendo el temor reverencial de lo numinoso, que diria R. Otto. En algunos pueblos africanos, sudaneses y bantús, esos dan-
zantes de ritos fúnebres y de fertilización suelen desfigurarse bailando subidos a unos zancos, que les aumentan la estatura de manera sobrehumana. Esos ficticios personajes de ultratumba acuden a la ritual evocación de los africanos como consumados actores para transitorias, visibles e impresionantes escenas de convivencia del «macrocosmos» con el «microcosmos», expresi-
vas de «las buenas relaciones de sociedad» entre la mitica gente del lejano «gran mundo» y la del local y pequeño mundo; de Este Mundo terráqueo, el de acá. y del Otro Mundo, el de Más
Allá. Religión, rito, drama, tragedia, comedia, teatro. En liturgia hay una escenificación dramática, teatro sacro,
toda más
o menos simbolista y estilizado. Ninguna religión ha podido prescindir del arte en sus diferentes expresiones representativas. La sacra liturgia de la misa es para los cristianos un drama sagrado, el de la eucarística. «La prefiguración, dice Marett. es el único lenguaje posible para la fe y la esperanza, asi que todo verdadero visionario. sea civilizado o salvaje, se toma cierlas libertades de imaginación con la realidad para procurar a su ilusión alguna suerte de corporeidad sensible. »'* Algunas de esas africanas danzas de magia han sido señaladas como caso de licantropía. La «Danza del León». la «Danza del Leopardo», etcétera. F. Kaigh, en su reciente estudio sobre la brujería y la magia 1
Marett
(1932),
p.
1453.
en África. se pregunta
si no son
Fernando Ortiz / 278
ciertas esas danzas en las cuales el bailador se siente transformado realmente en una bestia y cita una «Danza amorosa de los chacales», tan realista y repugnante que él no se explica cómo dos seres humanos pueden ser capaces de aquella horrible función, salvo por el influjo de una positiva exaltación sugestiva y la acción de una droga llamada bulandu.
No parece que
danzas de ese tipo zoantrópico se conocieran en Cuba, pues no hay indicios de ello, aun cuando corran leyendas de que antaño había aquí brujos congos que se convertían en animales y como bestias salian a operar sus fechorías. Algunos,
con Frazer,
han encontrado
muy
difundidas,
in-
clusive por África, ciertas pantomimas dramáticas, antiquísimas y primitivas, representando la muerte del animal sagrado o del dios agrario; en las cuales dicen que puede hallarse el origen del arte dramático. No ha faltado quien haya creído poder fijar la representación pantomímica de los animales, como
la única
forma
del
arte,
«entre
los
principales
elementos
cul-
turales que se encuentran asociados en ciertos negros primitivos del Centro de África», conjuntamente con la carencia de
todo instrumento
musical,
la casi inexistencia
de animismo,
de
culto a los antepasados y de magia, etcétera." Aunque esta afir-
mación es demasiado aventurada, no hay duda de la frecuencia de esas danzas zoomímicas en los menos adelantados pueblos
africanos, sin relación alguna, al menos aparente, con creencias totémicas, sino como simples evocaciones pantomímicas
de magia, aplicadas casi siempre a la cinegética. Abundan los ejemplos. Entre los negrillos pigmeos centroafricanos son muy notables las danzas de animales. El P. Trilles y Mons. Le Roy han relatado algunas de ellas, como la «danza del gorila y la del elefante», representando su cacería «con extraordinario verismo de expresión». En la «danza de la miel» el bailador figura primero el hallazgo de la colmena y los preparativos minucio15
Bernard
(1937),
t. 1, Nos.
1-2, p. 47.
279
/ Los bailes y el teatro de los negros
sos para
catarla;
cha, se pone
luego
enciende
una calabaza
en el folklore...
el fuego,
a la espalda
alumbra
sube,
salta,
resbala,
cae,
antor-
y, con el cuchillo en-
tre dientes, parte para el rico depósito de miel.
ñasco,
una
se levanta,
Escala el pe-
vuelve
a deslizarse,
al fin llega. Con la antorcha ahúma la colmena, con el cuchillo la abre y con la lengua prueba la dulce linfa. ¡Qué sabrosa! Todos
loso;
los espectadores
pero
de
rien al ver sus graciosas muecas
repente,
una
contracción
espantosa.
Una
de goabeja
lo ha picado. Y luego otra y otra más, diez, cien, todo el enjambre. y el danzante simula que se defiende de los terribles animalitos con una risa cómica irresistible. Una abeja le pica la barba, otra entre sus cabellos, otra más indiscreta le pincha su
enorme
ombligo;
pero
otra
es aún
más
atrevida,
punzante
y dolorosa. Sin reparo, la abeja ha penetrado entre los pliegues de su tenue taparrabos y ha clavado su aguijón en... «¿Cómo decirlo?», escribe el P. Trilles. «El bailador nada oye y se agita como si todo el enjambre estuviera atacándolo entre sus muslos. No son pocos los espectadores que se revuelvan de risa [...] danzas
Ese negrito es de una mímicas,
y esas
comicidad
pantomimas
extraordinaria.»'”
de los pigmeos
Esas
africanos,
pueden clasificarse como «arte dramático», dice J. Bernard con precisión.
Shropshire nos refiere la «danza del buitre», llamada chid zimba entre los bantús. Al son de los tambores y chitsikiri o maracas, todos cantan y bailan en circulo. De pronto un bailador salta al centro imitando el vuelo del buitre. El pueblo canta:
«Siganlo, síganlo, no queremos
carne mala», pues el bui-
tre sabe dónde se halla la buena. Él se retira y una mujer baila pausadamente como excitando a los cazadores. Otro hombre
aparece con su arco y sus flechas y tras muy
atractivas figuras
dispara y hiere a un animal, pero fracasa y sigue bailando. Otro personaje sale al redondel, es el adivino que con su dedo señala un circulo donde tirar un sortilegio. Este señala la dirección
Fernanda
Ortiz / 280
de la caza fugitiva y comienza otro episodio de la persecución... «todo
ello bien
representado,
con
extraordinario
talento».”
Cardinall describe con detalle una danza dramática de cacería, ejecutada ante él por actores achantis. Ante una banda de tambores, dos hombres marchaban agachados;
uno cubierto con una
piel de león, el otro armado
de un arco y flechas. Era evidente el significado del drama, la cacería de una fiera. El acto continuó por algún tiempo. Á veces el felino corría escapándose y era perseguido paso a paso por el cazador. Aquél asustaba con sus rugidos y el cazador fingía que le disparaba un flechazo. Al fin el grupo llegó muy cerca de los espectadores y allí la feroz bestia fue herida de muerte y cayó, tras de lo cual el cazador le arrancó su piel en triunfo. Este cazador había realmente matado un león hacía poco tiempo y con su pantomima y baile, al son de los tambores representaba con ufanía los episodios de su caza triunfal. Todos gozaron de
los
artísticos
fingimientos
mímicos,
sobre
todo
rieron
y aplaudieron los movimientos del animal y las proezas del cazador.”
A veces, refiere
Cardinall
de otras
piezas pantomímicas,
cazador va con un fusil (simulado por una bú) y cargado con pólvora (figurada con y tras de una pintoresca persecución de la de baile, hace que dispara y cae el animal.
el
caña hueca de bampolvo del camino); fiera, hecha a paso Pero éste no muere
y asi se da lugar a que la función se repita una y otra vez hasta que se quiera. En
Nigeria,
Délano
señala
las danzas
imitativas
de anima-
les como un pez. una vaca. un perro.” Basden cita la danza %
Denys W. T. Shropshire,
18
Cardínall
12
Delano,
(1927), p.
159.
p.
245.
C. R.
(1939),
p. 227.
281
/ Los
bailes
y el teatro
de los
negros
en
el folklore...
uboogazíi o «de la pintada o gallina de Guinea».” Basil Mathews describe la danza pantomímica del antílope, ejecutada por un negrito de quince años adecuadamente disfrazado, con minucia de detalles y espontaneidad de movimientos, ceñidas por los ritmos del tambor y las maracas. «Su representación era tan perfecta artísticamente que un público de occidentales
(blancos de
Europa y América) la babría gustado y aplaudido hasta el de-
lirio.”
Al sur de Nigeria se señalan por P. Amaury Talbot
otras danzas de aves, especialmente del buitre en las sociedades secretas, en las cuales aparece un bailador disfrazado con plumaje para imitar el ave predatoria. probablemente en relación con los ritos mortuorios que suelen acompañar sus ceremo-
nias de iniciaciónP
Frobenius” recogió de Clapperton la descripción de otra vívida escenificación de cacería representada en su tierra por los yorubas.
Á un costado del jardín del rey, en un bello paisaje
de recas graníticas, y copudas ceibas y palmeras, están los actores. Primero ellos ejecutan un baile, metidos totalmente en sendos sacos adornados con polícromos cintajos y trapos de algodón y seda, mientras los inúsicos tañen sus instrumentos. Este baile curiosisimo tenía su mérito. atendiendo a que sus ejecutantes no podían ver ni mover libremente sus pies y manos, y era como una introducción. un «acto de empezar». El segundo acto era la captura
de la gran
serpiente, el tema
dramático.
Apareció un nuevo actor. probablemente el jefe de todos ellos. de majestuosa figura, caracterizado con una indescribible máscara y suntuosos adornos en su cabeza; parecía como un león melenudo y rampante de la heráldica, blandiendo una espada en su mano derecha. Este protagonista ante todo, subido en las espaldas de unos de los actores metidos en saco. realizó una mú">
Basden,
21
Mathews
p.
22
Talbot
2%
Frobenius
346.
(1936). (1923),
p. 25. p.
87
(1909),
p.
221.
Fernando Ortiz ] 282
sica guerrera acompañada de repetidos mandobles al aire, con los cuales alardeaba de valor y destreza. De pronto huyen todos, menos el valiente protagonista, y aparece un actor en figura de serpiente que sale del cesto donde se escondía, simulando a maravilla los movimientos sinuosos del temible ofidio y especialmente los de sus fauces. La culebra mide unos catorce pies de largo y su piel está muy bien imitada, parece verdadera. El reptil comienza
a atacar al héroe, persiguiéndolo por algún
tiempo de un lado al otro del parque y tratando de morderlo, mientras el gallardo protagonista lo evita blandiendo diestramente su espada, cuyos golpes son evitados con igual habilidad por la serpiente.
A una
señal,
todos los actores
se adelanta:
de nuevo y el valiente simula herir con su arma al culebrón. Entonces el ofidio se estremece de dolor, abre sus fauces una y otra vez como quejándose, se enrosca sobre sí mismo y entra en
convulsiones
de
agonía
mortal.
Aún
no
ha
muerto,
aún
abre
aparece
una
su boca amenazadoramente, pero todos los actores cargan con él en hombros y lo llevan hacia el templo cantando y bailando en gran apoteosis final. Con eso no ha terminado el espectáculo,
falta
un
paso
sobrenatural.
En
el tercer
acto
figura blanca, que sale de un saco, provocando un clamor de miedo y sobrecogimiento en el público. La blanca figura. parece temblar de frío, constantemente se frota las manos y sorbe rapé, mientras que camina de la más extraña manera. Según Clapperton, representa la caricatura de un hombre blanco; pero no se sabe en rigor su verdadero sentido. El mismo Clapperton dice que es «un diablo blanco»; quizás sea la representación de un antepasado, que los negros suelen figurar con la blancura de los esqueletos mondos, y es verosímil que en aquel último episodio dramático se contuviera un simbolismo fantasmal. Entre acto y acto, las mujeres del rey cantan a modo de entremés y el público responde a coro. No puede darse una teatralidad pantomimica más caracteristica.
283
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Ese rito ofiolátrico se ve también en otros paises africanos y de otros continentes. La ceremonia de «matar la culebra», por ejemplo, se celebra anualmente entre los negros de la isla de Fernando Poo, donde todos los años, después de «matarla»,
cuelgan la piel de una enorme serpiente del árbol mayor del
parque público con gran solemnidad.” Frazer,” después de referir
muchos
ejemplos
de
muertes
rituales
de
animales,
con-
cluye resumiéndolos asi: «El animal sagrado es muerto una vez al año, con gran aparato. Ántes o inmediatamente después de
su muerte, se le pasea de puerta en puerta, a fin de que todos
los adoradores puedan recoger la parte de potencia divina, que se dice emana del cuerpo del dios muerto o agonizante.» Esos ritos zoolátricos son frecuentes entre los primitivos, y Frazer afirma
que, en la época prehistórica,
estas procesiones
debieron
de ser muy practicadas en Europa, a juzgar por sus numerosas supervivencias.
«La
serpiente,
aún figura en las procesiones
dragón
monstruoso
O tarasca,
del Corpus
Christi, en ciertas na-
del animal sagrado, en fin, es rito muy
arcaico que sobrevive
ciones católicas de Europa.
La muerte de la culebra o dragón,
en los carnavales de muchos pueblos», según Reinach.” También, según Doutté,” en esas tan difundidas pantomimas, antiquisimas y primitivas, de la muerte del animal sagrado o del dios agrario, puede hallarse el origen del arte dramático. Una pantomima de argumento análogo (muerte, embrujo y curación) se usaba por el siglo xvir en África, entre los congos, representada por un protagonista, Mpungu, obligado a correr grave riesgo en la guerra donde podia ser muerto por el simple
contacto
de un
arma
envenenada;
por
lo cual
aparecen
un segundo personaje, Cabonzo, o sea un brujo poderosísimo que le prepara un preventivo «resguardo» mágico, y un tercer
Raz
actor, Ísaku,
que es un curandero
Hutchinson Frazer,
Reinach,
t.
(1858). IM,
p.
220.
t. Í. p. 19.
uN
7 Doutté (1909), pp. 498 y 533.
dispuesto a sanar
al herido
Fernando
en último
caso. Es un
«acto
chino narrador.”
de tragicomedia».
Ortiz / 284
escribe el vapu-
El originario pantomimismo de esos bailes negros ha pasado a las Américas. Á veces con sus caretas y tambores africanos; hasta por regiones indias a las cuales alcanzó la influencia ne-
gra, anque parezca inverosímil, por ejemplo, en el Altiplano de Bolivia, a más
de 4 000
ciones pantomimicas
metros
de altura.? Algunas
de esos géneros
representa-
las reprodujeron
los ne-
gros en Cuba, como parecen demostrarlo los tradicionales bailes
de «matar la culebra» u otro bicho dañino como
el alacrán, el
gavilán del Dia que en dibujo ciendo
o el caimán, que fueron usuales en las fiestas callejeras de Reyes y en las carnavalescas comparsas afrocubanas parte sustituyeron aquella saturnal africana (Figura 3. de la época, por Landaluze) y que ya se van desvanepor el desprecio que suele merecer en Cuba lo raigal-
mente
folklórico,
a causa
de
malhadados
prejuicios.
En La Habana colonial fue muy popular entre los negros el baile de «matar la culebra», tanto que los costumbristas de la época dicen que fue «baile de la gentualla». Una comparsa de negros saltando, danzando y cantando, llevaba a cuestas por las calles de La Habana un enorme culebrón artificial de varios metros de largo, parándose frente a las casonas donde les daban aguinaldos. El Día de Reyes, después de pasear por toda La Habana, tal pantomima se ejecutaba en el patio del palacio de los capitanes generales, ante la suprema autoridad. En los cantos
y ademanes
se aludía a las terribles características del ofidio: Y mirale los ojos. parecen candela, Y
Alguien
mirale
hacía
que mataba
2
Cavazzi. ob. cit. p. 84.
2
Labarre
(1948),
los dientes.
Vol.
50
N*
1.
parecen
filé.
( AMileres.)
al reptil y. ya tendido
Purte
2.
p.
193.
éste en el
285
/ Los
builes
y el teatro
suelo, le bailaban estribillo:
de los negros
alrededor,
Que
en el folklore...
asi cantándole.
terminando
con
el
la culebra se murió...
Calabasón,
son,
son...
Según Bachiller y Morales, solían terminar asi: La culebra se murió, sángala, muleque.
Estas últimas palabras, en congo, equivalían a pedir bebida:
«¡Aguardiente, muchacho! »”
En las comparsas habaneras del carnaval todavía (1949) suele salir la de El Alacrán, aunque ya sin su tradicional pantomima. Una danza procesional de purificación y muerte de una bestia expiatoria, se celebró en la villa de Jovellanos (Cuba) hará una treintena de años, para disipar la epidemia de influenza que allí se sufrió al final de la Primera Guerra Mundial. Los dioses decidieron que era necesario para «limpiar» al pueblo tomar un chivo, consagrarlo con ritos extraordinarios. bien ado»-
nado con cintajos polícromos, como de Oyá; y, con cantos y bailes, pasearlo en procesión por las calles y alrededor de la ciudad, para que el animal cargara con todas las miasmas y espíritus malignos, como el cabro expiatorio de los hebreos. y se las llevara consigo al matarlo y enterrarlo junto a una ceiba sagrada. Y así se hizo con gran concurrencia. En Santiago fue popular en el siglo xrx una comparsa de mamarrachos, como allí denominan a las mascaradas carnavalescas, tituladas Las Auras, cuyos componentes vestian de negro y envolvían la cabeza en capuchones o pañuelos rojos, imitando así a esos avechuchos conocidos por auras tiñosas o «zopilotes». Y amparados con tal disfraz e imitación. iban por calles y pla30
Ortiz (1923), pp. 110-111.
Fernando
Fig. 3. Fiesta
habanera
del
«Día
de Reyes»,
de
que se celebra
Landaluze.)
hasta
Ortiz / 286
1880.
(Dibujo
287
/ Los
bailes y el teatro de los negros
en el folklore...
zas sueltos o en bandadas y se metían en todas partes, hasta en los patios interiores de las casas, razón por la cual eran utilizados como mensajeros por los cubanos alzados en guerra contra el coloniaje. También los negros reprodujeron esos bailes alegóricos de matar un animal, en otros paises de América. Aún se conserva en Venezuela la pintoresca pantomima de matar la culebra. «Sus personajes son una importante y gigantesca serpiente y un no menos impresionante brujo vestido de frac, sombrero
de copa y reluciente
corbata
roja;
el pobre
Arico
y
el coro. Todos ellos parecen divertirse enormemente, aun el. medio de las lamentaciones del picado de serpientes.»” Allí, como en Cuba, lo ritual se mezcla con lo cómico grotesco. En Ve-
nezuela y Colombia, por ejemplo, se ven otros bailes análogos de la caceria de animales, quizás también de origen africano. como
los llamados del Carite, del Chiriguare y el Zamuro, del Pájaro Guarandol, el de los Gallinazos, etcétera. Esos bailes de animales.
así en
Cuba
como
en
dichos
países,
se
desarrollan
con
trama dramática basada en un episodio de la muerte o dolencia producida por un animal y de la muerte de éste o de la cura del
daño por medio de magia o religión. En una de las va citadas danzas afrobrasileñas de tipo dramático que aún perviven, apa-
recen varios animales como el boi, la burrinha. el caballo ma-
rino, la galhina y otros.”
negros
norteamericanos
han
Recordemos salido
también cómo de los
bailes
llamados
fox-trot,
turkey-trot y otros cuya zoonimia parece denunciar una ascendencia entre las danzas de animales que los antepasados practicaban en África. Una ocasión típica para esas danzas de animales erz el rito
anual de expulsar a los espíritus malignos. En el Viejo Calabar, por ejemplo, unas figuras de animales para espantar a los malos
espíritus se colocan frente a la puerta de cada casa. hechas de 31
Briceño
(1948),
Vol.
32
Amaral
(1940),
Vol. LXIV,
LXXXII.
No.
p. 273.
2,
p.
74.
cujes.
libras
y
trapos,
como
Fernando
Ortiz / 288
serpientes,
leopardos,
de gritos, instrumentos
de música
cocodrilos,
elefantes, pájaros, etcétera; y el día señalado la población entera arma
un ruido
ensordecedor
y disparos, para que los muertos se metan en dichas efigies de animales, junto con las basuras recién barridas y las cenizas de los hogares.
Hecho
lo cual los muñecos
son arrojados al río y
el pueblo queda «limpio» por un tiempo. Esta expulsión anual de los malos espíritus tenía también lugar en muchos otros países de Guinea;
y contribuyó,
sin duda,
a originar
la festividad
de los negros en el Dia de Reyes. la caracterizada por la extremada e impune licencia que ese dia tenian los esclavos, tal
como en las clásicas Suturnalia de Roma.*
En La Habana era
el 6 de enero; pero en otros países de América se celebraba otro día. Es curioso notar que la Epifanta fue antiguamente y es aún en Europa, día señalado para espantar a las brujas y los malos espíritus. La Duodécima Noche después de Navidad es fuente de infinitas supersticiones que sobreviven en Europa. El Dia de Reyes no fue una invención de los habaneros y en el confuso jolgorio de aquel día, todos los cabildos de negros se echaban a la calle y allí ejecutaban con toda libertad los hailes más típicos de sus remotas «naciones». Era ese día cuando se dejaban ver por las calles de La Habana los diablitos de todos los grupos africanos aqui transplantados. No obstante lo dicho, parece excesiva la opinión de Combarieu cuando, al afirmar que todas las danzas de los primitivos son miméticas, añade que su propósito «es reproducir los movi-
mientos y las costumbres de los animales
[...] tendentes a con-
ferir a los hbailadores un poder mágico sobre la caza»:* pues muchas
danzas
relacionan
primitivas,
con
animales
aun
cuando
sino con
tosos, apartados de la animalidad.
y
33 =us Y
Véanse sobre estos numerosos dalos. Camborieu.
p.
131.
temas
a
J.
G,
sean
miméticas,
seres sobrenaturales
Frazer
Y aun (The
muchos
Scapegoat.
no
se
porten-
bailes de
Londres.
1920)
289 / Los bailes y el taetro de los negros en el folklore...
máscaras en figuras con rasgos zoomórficos, pueden ser en realidad representaciones de muertos o espíritus antepasados transfigurados por metempsicosis a cuerpos de animales, como es creencia muy frecuente así en África como en América. En las prácticas y ritos crípticos de las sectas secretas de los negros africanos es donde mejor puede descubrirse cómo debieron de surgir, de las simbólicas pantomimas de los primitivos «misterios», ritos pantomímicos
De
los factores del teatro literario.
procedentes
de
ultraoceánicas
estos
culturas,
de
primevales simbolismos y de históricos antecedentes milenarios, varios se practican todavía en Cuba, donde los estudiantes de la Universidad de La Habana podrían estudiar a lo vivo los gérmenes del teatro universal. En todas las regiones africanas cuyos ritos se practican en Cuba, en lo fundamental nada o poco contaminadas por la cultura troncal del país, se pueden estudiar esos ritos iniciatorios, «ritos de pasage» que diría Van Gennep, basados en el simbolismo de la muerte y la resurrección salvadora. Ciertamente estos ritos no son exclusivos de los negros africanos; se hallan en numerosos pueblos de análogos rangos de cultura, de donde fueron pasados a instituciones más civilizadas,
a los
como
«misterios»
egipcios,
minoicos,
griegos
y romanos, y aún se mantienen en estos tiempos modernos con su originario alegorismo resurreccional. Por ejemplo, en la iglesia romana, para ciertas consagraciones sacerdotales y monásticas, y en las logias de la masonería y otras sociedades secretas, para las iniciaciones. Al pasar uno de un estado social, civil o religioso a otro, se muere para lo que va a ser la vida pasada y se resucita, o mejor se renace, para la vida futura. En los juramentos
los catecúmenos
o iniciaciones
adquieren
de las sectas congas
una nueva
de Cuba,
vida por cierta transfu-
sión a sus arterias de la sangre nueva y consagrada por el tatanganga, taca-nkisi, o sacerdote de un numen, bajo la omnipotencia de Nsambí Mpungu. En los ritos de las iniciaciones de los lucumís, los yaguó o catecúmenos, al comenzarse la cere-
Fernando Ortiz / 290
monia
sacramental,
de
súbito
son
envueltos
totalmente
en
un
paño blanco; es decir, desaparecen alegóricamente de este mundo en las tinieblas de la muerte para revivir después de los complicados ritos esotéricos que les «cambian la cabeza» en el igbodu.
Lo
mismo
acontece
cuando
los profanos
«se juran»
como miembros de un «juego» abakuá o ñáñigo; pierden la luz de sus ojos, mueren, para abrirlos luego a una nueva luz vital. Así los congos renacen como hijos de una «prenda», los lucumís como padres (babalochas) o madres (yalochas) de ocha en «santería », y los carabalís como hijos de Ekue. Todos «herma-
nos» de una nueva vinculación familiar o clánica, entre sí y con los númenes. En el simbolismo, los ñáñigos, santeros, brujos,
frailes, monjas, masones y otros iniciados con ritos crípticos, todos son muertos que han resucitado a otra vida por gracia sobrenatural o del misterio. Y mediante liturgias que no son sino dramas, más o menos escenificados desde el episodio de la preparación, con el juramento, las pruebas, la muerte, el paso ultramundano, la luz resurreccional y la exultación de! renacimiento en la fraternidad de un rango humano superior que acerca a lo divino. Algunos teoristas sostienen que el drama nace precisamente en la mímica representación de las acciones de los dioses o entes místicos; a los cuales, mejor que «sobrenaturales» pudiéramos denominar
que
son
para
«sobrehumanos»,
las
religiones
propiamente
o
quizás
africanas
esos
«ultrahumanos».
pues,
«sobrenaturales»,
seres
según
no están por encima o fuera de la naturaleza,
tampoco
«del
otro mundo».
Para
los negros
misteriosos sus
Por-
no
creyentes,
ni en rigor son
afroccidentales
los dioses, al menos la casi totalidad de los orichas, los antepasados, los Egun, los Írime, etcétera son seres «naturales» que
conviven
constantemente
con
los
seres
humanos
y los
ani-
males. No son sino sus semejantes, que perviven en una especie de sobrevida póstuma e invisible, en este mismo mundo en que los hombres vivimos, el inmenso y único mundo
291
/ Los
bailes y el teatro de los negros
en
el folklore...
que existe, aunque en diferentes ámbitos y condiciones (tierra, fuego, agua y aire). Son por tanto entes más bien «sobrehumanos», porque suelen estar por sobre la humanidad en potencia y hasta en lugar; o acaso mejor, «ultrahumanos» porque a veces también están por debajo de los hombres, sometidos a sus artes y en un inframundo, o generalmente en su mismo rango, aunque en la ultranza de lo invisble. Tal como hoy sabemos que hay vibraciones ultrasónicas aunque nosotros no las oimos, y colores fuera del iris que nuestra vista no puede percibir, así piensan los negros de África y la mayoría de los blancos que hay entes de existencia real a los cuales no oímos
ni vemos, sólo porque
están
«més
allá», en la metafísica
lon-
tananza. Al evocarlos y hacerlos comparecer, por arte de la magia y fe de la mística, sólo se hace correr la paradójica «cortina» que, aunque al parecer transparente, los invisibiliza; tal como se alza el telón de un teatro y salen al escenario los personajes de la farsa. Sea o no aceptada la citada teoría acerca
del origen del drama
en la liturgia rememoradora
de los dioses,
es cierto que la aparición o visibilización mística de esos seres «del otro lado de la cortina» generalmente se produce para los negros en forma de danza. Acaso pueda incluirse en esta hipótesis la ya citada teoría de Oesterreich, quien supone que en los transportes de la «posesión» puede estar el origen del teatro. Quizás ello no pueda ocurrir en las conmociones realmente convulsionarias; pero en esos otros
trances
o estados
viamente
conocidos
intermedios
de
éxtasis,
cuando
la
mente no pierde la plenitud de su personalidad, cuando se manifiesta siempre de acuerdo con patrones convencionales pree
interpretables
dable que esos «posesos», o individuos mamos
en
Cuba,
o en
trance
de
colectivamente,
«subidos»
mediumnidad
es
indu-
como los lla-
como
otros
di-
cen, pueden participar en una acción ritual y programática que devenga episodio de una representación pantomímica o teatral. Luego, claro está, del «poseso» bailante se pasa al bailarín profesional.
Fernando
Cuando
baila un
orickha u otro ente
Ortiz /[ 292
sobrenatural,
adviér-
tese enseguida el estado de semiconciencia en que se halla, por sus movimientos, por sus visajes y a veces por ciertos actos insólitos, que se estiman característicos de tal o cual ser y sólo son
explicables
en
dicho
estado,
como
«comer
candela»
sin
quemarse, darse golpes sin sentirlos, comer cosas repugnantes y olros a que ya nos referimos en pasado capítulo. La muchacha más timida y comedida, en el paroxismo del baile ritual, puede mostrar la más procaz desenvoltura. Todo esto contribuye a que se crea que en esos bailes intervenga realmente otro ser o espiritu sobrehumano, y eso le añade interés espectacular. Algunos de esos rituales pantomimicos y dramáticos de los negros afroccidentales aún pueden contemplarse en Cuba, en los cuales se evoca a los dioses y donde éstos se presentan mediante «posesión» de algunos creyentes, para el goce de una transitoria y «visible» convivencia con sus hijos. El carácter religioso y ritualístico de esos bailes pantomímicos de los ne-
gros
hace
que
sus
caracteristicas
generales
persistan
durante
centurias. Observa Hugh Tracey que las descripciones dadas a comienzos del siglo xvx1 por los P. André Fernández y Gonzalo de Silveira, de una danza de los chopis, son aplicables hoy día a ciertos movimientos de la danza Mabandla de los mismos negros. Cavazzi de Montecúccolo se refería en el siglo XVIH al gran baile ceremonial de los congos llamado por éstos Makina Mafiiete, que significa «baile regio» el cual ejecutan solamente las personas nobles y las matronas ante el rey, o en las cortes principales, con tanta gravedad y comedimiento que en esto emulan y casi igualan a los castellanos;
a imitación de los cuales, teniendo
en la ma-
no izquierda algunas calabacitas huecas con piedrecillas dentro, las sacuden de tiempo en tiempo, a guisa de las castañuelas, y así al compás de su sonido regulan el movimiento de los pies y de las voces, cantando cosas honestas,
35
Tracey
(1948), p. 86.
293
/ Los
bailes y el teatro de los negros
en el folklore...
las cuales se escucharían sin ofensa del oído si no fueran: estropeadas por una abyecta adulación dirigida hacia el. personaje, que está presente y se complace con ella.* No creemos aventurarnos demasiado si decimos que ese: ceremonial Makina Mafúete resonó en Cuba y nosotros hemos: presenciado algunos de sus remanentes, como diremos en otro lugar. Si en las culturas más heterogéneas de Europa aún se: practican ritos milenarios de Egipto y Babilonia, ¿puede ser inverosímil que en los ambientes de culturas afroides, que son menos complejos y más tradicionalistas, se conserven no pocos de sus también vetustos ritualismos?
La autenticidad africana de los bailes lucumis en Cuba es
inobjetable. En sus templos los lucumis celebran danzas corales de liturgia en las cuales hay que bailar en honor de cada: uno de los dioses, de acuerdo con la tradición ortodoxa y co1. pantomimas especiales en cada caso. No solamente para cadxz dios,
sino
para
cada
advocación
vida mitica de cada deidad.
o episodio
culminante
de
Ji
Dado el gran número de dioses y
las diferentes advocaciones de cada uno de éstos, sus bailes sor»
incontables. No parece que en Cuba se conserven, aun en los ritos yorubas, los numerosos bailes sagrados que existen en África. Según Ivan T. Sanderson, los negros del África Occidental profesan una religión de las más complejas, comprendiendo la creencia en espiritus y semidioses incontables y cada uno
de ellos, para
cada
una
de
sus
ceremonias
y festividades.,
posee «su propia serie de danzas y cada danza sus ritmos par-
ticulares para cada ocasión, según las estaciones del año [...
No hay dos iguales, dice, mi aun en los detalles, si bien la ma-
yoría de ellas requieren hasta cuatro horas para ser ejecutadas
iíntegramente».”
Ciertamente, en
Cuba no
ha podido
darse:
jamás esa prolífica abundancia de bailes, pues aquí nunca pudieron contar los negros con una sociedad suya y viviendo era ella a plenitud, lo mismo que en su África nativa; pero es en M 37
Cavazzi, p. 168. Bonemans (1948),
p. 578
Fernando
Ortiz / 294
verdad asombroso el gran número de toques rituales, con sus ritmos, cantos y danzas, que se mantienen en sus fiestas religiosas. En ninguna de éstas puede ser agotado su número. Indudablemente, en todas esas pantomimas resaltan las con-
diciones artísticas del pueblo yoruba. desarrollado
arte yoruba,
el motivo
«En el rico y altamente
principal
es la figura
hu-
mana y los emblemas religiosos y mitológicos juegan una parte importante
en su vida
don para la pantomima
de dichos negros
[...]
Los yorubas
y el drama.»*
en la plástica, la mímica
tienen
un
vigoroso
Este talento artístico y la música,
los dis-
tingue radicalmente de otros pueblos de Nigeria, como los ibos, los takuá y otros que fueron traídos a Cuba como esclavos bajo
la genérica
denominación
de lucumis
y aun
suelen
ser
con-
de las danzas
reli-
fundidos con aquéllos. Esos valores artisticos de los yorubas se han manifestado en la parte occidental de Cuba, acaso con mayor intensidad que en otra parte de América y han sido favorables para cultura cubana. No
existe, que
sepamos,
una
descripción
giosas de los yorubas en África, las cuales se estiman como las de mejor arte en su género. Por esto daremos una relación de las principales que se ejecutan en Cuba con la liturgia danzaria de dicho grupo étnico, y así podrán un día ser comparadas con las de allende. Estas danzas litúrgicas son las que se verifican en honor de los dioses, o por estos mismos cuando se «suben a la cabeza» de algunos de sus adoradores, o «se montan» en
él, en la festividad llamada ere,
o sea
«tomar
parte
giemilere.
en
Del yoruba wa-ni-ilé
las convulsiones
de
la casa
de
las
imágenes». La frase alude al carácter convulsionario que tienen en parte esas danzas litúrgicas del festival público que los lucumís dedican a sus orichas. El gúemilere requiere el uso de
tambores
batá,
por
su
carácter
litúrgico;
llamar
gúemilere
al toque de bembé es impropio. Entonces al «poseso» se le despoja de sus indumentos que no correspondan 38
Holder
(1937),
a la cultura
africana
Vol.
p.
X,
No.
4.
424.
ancestral,
como
zapatos,
295
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
medias, ligas, peinetas, aretes y los vestidos usuales y se le pone
ropaje especial y del color peculiar del correspondiente dios por él personificado y los collares de abalorios y otros adornos simbólicos. Los orichas «machos» usan chaquetilla, pantalones y gorros o corona; las hembras visten batas muy holgadas y desceñidas y se adornan
con collares, pulseras y cintas. Como
quiera que un «santo» varón «se sube» asi en una mujer como en un hombre y viceversa, si Yemayá se «sube» en un hombre, en vez de una bata se le ponen pantalones; pero si a una mujer se le «sube» un santo «macho» entonces se le ponen calzones y no una bata. Los ropajes con que se engalanan los «santos subidos» son lujosos, generalmente de seda («tela de espejo») del color del «santo» y con bordados a mano alusivos a los emblemas del oricha. Asi por ejemplo. para Yemayd en la falda se bordan pavos reales, patos. botes y otros emblemas maritimos; para Ochún flores de diversos colores; para Obatala la figura de la católica custodia del Santísimo Sacramento, etcétera. Estos vestidos de seda no son los llamados «trajes de tambor», que los feligreses muy devotos, especialmente las mujeres, solian ponerse para asistir al «tambor» o fiesta de música, cantos y bailes, con el color y emblemas de «su santo». Éstos solían ser simples batas de falda y mangas cortas, de «tela de cuadritos» y del color respectivo. adornados con cintas blancas de algodón o «serpentinas», en número correspondiente
al «santo», 5 para Ochún,
para Obatalá, etcétera.
7 para Yemava,
9 para Oya,
46
6
Además, a cada oricha que baila se le pone en sus manos un utensilio emblemático, como un báculo, un garfio, una flecha. un cuchillo, una muleta, un abanico, un espanta-moscas,
etcétera, según el dios que sea. Y cada danza suele ser acompañada, aparte de la orquesta de los tambores batá y de los cánticos privativos de cada dios, con el intermitente son del acheré o agógo, instrumento idiófono, que le corresponda. Acaso
el dios Changó
sea quien merece mejor atuendo, todo rojo y
Fernando Ortiz / 296
compuesto de unos pantalones ceñidos a las rodillas y de una chaquetilla corta como un «bolero». En su cabeza lleva una
corona, que recuerda su realeza, y en su mano
el oché, o sea
su típica hacha doble, con la cual lanza golpes a diestro y siniestro. En ciertos bailes de los orichas, adquiere una esencial importancia la pantomima, la cual se intensifica más por el aso de caretas en ceremonias especiales. Pasemos ahora a las danzas que constituyen la liturgia llamada Oru del Eyá Aránla, dando su música de tambores batá, sus cantos ortodoxos, y algunos detalles de los vestidos y emblemas de los bailadores y de su expresión pantomímica. Lamentamos no poder dar más detalles en cuanto al análisis descriptivo de sus movimientos. Aún es imposible llevar a un papel pautado los rápidos y complejisimos movimientos de las danzas africanas, en las cuales intervienen pies, piernas, caderas, torsos, brazos, manos, cabeza, rostro, ojos, lengua, en fin todos los
órganos del cuerpo en sus expresiones mímicas, que han de “comprender pasos, ademanes, visajes y figuras incontables. Así lo advierte con razón Phillippa Pollenz, aun después de considerar las modificaciones meliorativas que al método esteno«coreográfico de Von Laban ha ido introduciendo, con aproba«ción de este autor, el Bureau of Dance Notation de Nueva York. Habrá, pues, que esperar a otros mejoramientos del método -y sobre todo a la cinematografía especialmente adecuada a ese “propósito. Pero nosotros no podemos esperar y ofrecemos la recolección que nos ha sido posible, confiando en que nuestros
«sucesores la completen.
El Oru del Eyá Aránla es distinto de los otros dos Oru, si bien conserva, con éstos grandes afinidades. El número de los «orichas invocados en aquél es el mismo que en el Oru a voces :solas, que se canta sin tambores en el ¿gbodu, cuando el rito esotérico de la iniciación de un catecúmeno, y también es igual :su orden en la serie de los toques. Pero así el número como la sseriación de los orichas en el Oru del Eyá Aránla varía un tanto
297
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
en relación con tos; pues afuera Oru que se tañe no aparecen en
el Oru del Igbodu, de sólo tambores y sin canse invoca a ciertos dioses que no figuran en el adentro, y algunos de los que se llaman en éste aquél, siendo también su ordenación algo di-
versa, como iremos señalando.
Además, si el Oru de la inicia-
ción en el Igbodu es sólo cantado a voces, y el otro Oru del
Igbodu
en los festivales
es sólo de tambores,
el Oru
del Eyá
Aránla es público y comprende cantos, tambores y bailes; el único Oru que es bailado. El Oru del Eyá Aránla se compone de una serie de bailes a toques de batá, cada uno con su canto dialogístico, entonado por el a«kpuón y el coro que danza en rueda, dedicados sucesivamente a orichas en el orden litúrgico con que los vamos a exponer. Éste, sin embargo, se altera levemente en cada fiesta, tocando, cantando y bailando entonces en último lugar los sones en honor del oricha a quien aquélla esté dedicada, y no en el que normalmente le correspondería en la serie. El puesto
último es ceremonialmente el más honorifico.
1. Bailes de Eléggua. El Oru «de afuera» comienza, como los otros, honrando al travieso Eléggua, también conocido por Elégbara y por Echu. Éste es el dios que «abre y cierra el camino»;
no puede ser olvidado.
En África, como en Cuba, sus
fieles lo colocan siempre detrás de la puerta de la casa para que, al entrar y salir ellos, los libre de todo mal. Es un dios inquieto que se complace en molestar de manera imprevista a quien no lo respeta. Su actitud puede facilitar o entorpecer cualquier propósito, aun cuando éste fuere favorecido por otro oricha. Es la metafísica personificación del azar o de la suerte. Se le considera como un muchacho dado a bromas, a veces pesadas, y a caprichosas travesuras. Los cristianos dicen erróneamente que Eléggua es el diablo; pero los negros yorubas no tienen en su mitología un personaje siempre malvado como Satanás. En África Eléggua es un dios erótico, pero en Cuba parece haber olvidado ese carácter. Acaso porque aquí ya su ritua-
Fernando
Ortiz / 298
lismo de fertilización ha perdido su función social, dado el régimen de vida económica a que tuvo que ajustarse el negro
africano, tan distinta de la de allende.
Quizás
también porque
la presión normativa del ambiente social cubano lo ha llevado a prescindir de todo ese simbolismo que aqui se tomaria como de
repugnante
obscenidad.
provocando
sanciones
restrictivas.
En Cuba hubo que prescindir de la pantomima copular, como de los ritos judiciarios, la circuncisión, el saurificio humano y otros elementos de la ritualidad religiosa y social que no se podían amalgamar con el sistema de la sociedad cubana. Proceso necesario y simultáneo de desculturación o abandono de ciertos elementos de las culturas afroccidentales o negras, y de aculturación o acomodamiento a ciertas exigencias de las cul. turas euroccidentales o blancas, para lograr por sineresis de transculturación, reajuste
creación.
en otra
Cuando
o
proceso
cultura,
ese oricha
de
transición,
la cubana
«se sube»,
o mulata,
la
readaptación
que
o sea cuando
es una
uno
o
nueva
de sus cre-
yentes se siente poseído por él, va enseguida a colocarse tras de la puerta que es su lugar ritual. No cesa de saltar y moverse según su capricho y de hacer gestos insólitos como un muchacho inquieto y revoltoso. Eléggua muequea de manera risible, juega al trompo o a las bolas. empina el papalote, golpea a los circunstantes, hace que se va y retorna bruscamente, se apodera del sombrero de un espectador y se cubre con él, o de un tabaco y lo fuma, etcétera. Con la mano derecha abierta y su pulgar en la punta de la nariz, mueve los otros dedos en señal de burla, como en el folklore de ciertos pueblos de Europa; o bien, cruzando los dos brazos por las muñecas y con las manos
cerradas en puño, mueve éstas rápidamente. arriba y abajo. con ademán que en el folklore de Cuba, no sabemos si por influjo africano. es una alegoría picaresca del acto sexual; y también con una mano en el hajo vientre y otra en la nalga se contonea con aire de lascivia. Estos ademanes deben de ser
remanentes
de su mímica
erótica en África.
También
parece
Andante
Toque y canto lucum: a ELEGGUA.—l. 1” del Oru del Eyá Aranla. - Tempo: 6 x 8.
Í ba tago Okonkolo
o
Mo yu
A
64
ltotele
o
mode
Koni
a
ntunua Fig. 4-A.
Primer
baile
y canto
a Eléggua.
Fernando Ortiz / 300
Toque y canto lucumi a ELEGGUA.—I. 1?” del Oru del Eyá Aranla.
ba ta go .
o
no yu
.
ba le leg ba cho lo
2
re sl
:
Fin.
Fig. 4-B. Primer baile y canto a Eléggua.
que ha de serlo el uso de un palo como
nado en forma
de gancho,
de imedio metro, termi-
que se dice «garabato».
rabato» es movido de un lado a otro tando la maleza o abriera senda en que simboliza su función de «abrir que es para «atraer» como hacen el «tienen gancho o garabato». Acaso emblemática del falo que en Guinea cho» y guerrero.
Este «ga-
como si con él fuese aparla selva, por lo que se ve camino». Pero otros dicen hombre y la mujer cuando este palo sea supervivencia caracteriza a ese dios «ma-
Eléggua viste una chaquetilla, un pantalón ceñido en las rodillas y un gran gorro como el típico de los cocineros, todo ello de los colores rojo y negro. Á veces cada pierna del pantalón es de color distinto o de ambos en listas alternantes. Así
301
/ Los builes y el teatro de los negros en el folklore...
la chaqueta como el pantalón, y sobre todo el gorro, suelen estar adornados con cauris, cuentas y cascabeles. La figura recuerda la de ciertos antiguos bufones y la de aquellos bailadores de la danza Morisca o Morris dance de los siglos xv y xvi. Eléggua baila con frecuencia en un solo pie a la coxcojita, y dando vueltas, por lo que parece ser alegoría del remolino de viento. Sus movimientos imprevistos y caprichosos dejan un gran campo a la improvisación que el bailador entusiasta, aunque «subido», aprovecha para lucir su virtuosismo y sorprender y deleitar a los espectadores; como si éstos vieran en ello el contento del dios que de tal manera los complace. Los
bailadores, uno
tras otro, sueltos y en
rueda
sinistroversa,
imitan en sus pasos y movimientos más corrientes. se le dedican tres toques. (Figuras 4, 5 y 6).
lo
A Eléggua
En el primer canto a Eléggua, la melodía es heptatónica
y larga, de 12 compases, y por su cadencia y terminación en la tónica es de las que en la música «blanca» se diría «perfecta». ¿Será una melodía «blanca» cantada con palabras yorubas sobre un ritmo africano? ¿Es una transculturación criolla? Quizás, pero no debe excluirse la posibilidad de que los negros yorubas ya cantaran en África algunas veces con tal escala. De todos modos, los tamboreros sostienen que ese canto es sin duda
ortodoxo,
ancestralmente
africano,
y de los más
obligados cantos litúrgicos en honor de Eléggua, con palabras rigurosamente lucumís, que son las siguientes: Ibá ará agó ó Moyuba.
Ibá ará agó ó Moyuba. Omó de ko ni Ibá ará agó 6 Moyuba. i Fe Eléggua Echú lona.
Toque y canto lucumi a ELEGGUA.—IL 2? del Oru del Eyá Aranla.
Andante >
>
>
Y chonalona
be
Okónkolo
Y
>
>
>
elonebona
be
o
dae ta
Y ehonelona
be
o data
.
Itótele
Fig.
5-A.
Segundo
baile y canto a Eléggua.
Toque y canto a ORUNLA — II
ÓN
B
ye
lo ga
la
do.-
?
Fin
Fernando
Ortiz
/ 304
Toque y canto lucumi a ELEGGUA.—II. 2 3,
e
hi
del Oru del Eyá Aranla. ,
3
0
yo la ro ye
añonehona
in
Fig. 5-B. Segundo
baile y camto a Eléggua.
2. Bailes de Ogún. Este dios es asimismo travieso y muy astuto. Diríase que es un «intelectual» tecnólogo. Fue inventor o heredero de la fragua. Es por tanto el dios de los minerales, de las montañas y de las herramientas. Su invento le dio un gran poder por las armas, y es un «santo» guerrerista.
Sus símbolos son los machetes, las palas, los picos, los martillos,
las cadenas, las llaves y demás objetos férreos (hoy día hasta los ferrocarriles, automóviles, tanques y aviones), y lleva al hombro una bolsa de piel de tigre adornada con muchos caracoles. Es el dios del hierro y por esto en Cuba se le catoliza equiparándolo a San Pedro, por llevar éste en sus manos las llaves del cielo, que son «de hierro» según los que conocen la cerrajería del infinito; o por el Santiago de los castellanos que a cabalio lo: ayudaba en la guerra matando moros.
Toque y canto lucumí a ELEGGUA —I!I. Andante
3
Q bu
del Oru del Eyá Aranla
Kenke
kónkolos,
a buken ke
la
to ye la To Kana bu
ltótele
Ken Ke
a
echuala to ye-nki o-a
bu ken Ke
Fig. 6. Tercer
baile
y canto
a Eléggua.
hu
Fernando Ortiz / 306
Ogiún se adorna como Eléggua, pero se distingue de éste en
que su vestido es todo de color morado, su gorro es bajo y lleva
ceñido al cinto un largo festón de fibras de palma, que los lucumis dicen mariuó, simbolizando protección contra «lo malo». En sus bailes, Ogún
tiene dos mímicas:
la belicosa,
como
en
instrumento
las
danza pírrica, blandiendo amenazadoramente un machete, y la del trabajo, asi el agrícola,
cortando
con aquel
yerbas y espinas del monte, o como el herrero, golpeando con
un martillo. En el primer caso, Ogún baila agachado, en un solo pie, avanzando con él mientras chapea la maleza, y arrastrando el otro, como hace el chapeador para librarlo de un
golpe involuntario del machete. Los que bailan en la hacen sino imitarlo. A Ogún se le dedican otras tres danzas corales 7, 8 y 9). Del toque 6” de este Oru, o sea el III (Fig. 9) sólo se da la melodía con su letra, pues el namiento rítmico es el del himno anterior, o sea el 11 (fig. 8).
rueda no
(Figuras de Ogún acompade Ogún
3. Bailes de Ochosi. Es el dios de la cacería de aves y fieras. Cuando él se «sube», da gritos como los que se suelen para levantar la caza: «¡E... e... e...l»; y su mímica es la cinegética. Viste como Eléggua y Ogún, pues también él es «santo guerrero»; pero su vestido es todo de color lila o morado claro, y su gorro es de piel de tigre, como su bolsa. Sus emblemas son el arco y la flecha, armas que usa para la danza pantomimica de la cacería, la cual se presta mucho a la improvisación coreográfica. Si en el templo no hay flechas ni arco, el bailador o bailadora cruza el dedo indice de su mano derecha, que hace de flecha, sobre el índice de la izquierda que funge de arco,
y así simboliza la caza a flechazos. A veces en Cuba el bailador pone sus dedos para imitar un arma de fuego y el disparo de su gatillo. En la rueda se imita al dios.
Toque
Andantino
4*
y canto lucum, a OGUN.—.
del Oru del Eyá Aranla.
O qun de
Okonkolo
¿ ,
le
A
gbon 00”
abon
ntinúa Fig. 7-A. Primer
baile y canto
a Ogún.
A
Toque y canto lucumi a OGÚN.—I. 4”
3
¿
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de
(e
ní
que
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del Oru del Eyá Aranla.
o
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góon
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y
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o
do
ku
od
ro
do
a
de
dose
e
dl
Fin Fig. 7-B. Primer
baile y canto a Ogún.
Toque y canto lucumi a OGUN
5” del Oru del Eyá Aranla.
a choegue|o Okonkolo
gua
de
o gunalete
—Il
|oban
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A
ltotele
O gun myad
Fig. 8. Segundo
canto
y baile a Ogún,
gun lom sho
Fernando Ortiz / 310
Toque y canto lucumi a OGUN —1]
e
£
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piua
Ó
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2
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a
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la
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Fig. 9. Tercer
baile
ae
y canto
4
a
€
del Oru del Eyqa Aranla
tu
6”
4 1
a Ogúr.
Para Ochosi se tañen tres bailes cantados. (Fig. 10, 11 y 12.) Aquí, después de Ochosi, se incluye al dios Ochaloke en los toques del Oru tamborero tañido en el Zgbodu; pero en este Oru bailado tal oricha no se mienta siquiera. También los toques del dios [nle corresponden a este lugar en el Oru tamborero
del Igbodu.
que se indicará. lú-Ayé.
En
este Oru
Lo mismo
sus bailes
pasan
a otro lugar,
ocurre con los dedicados a Baba-
4. Bailes de Oricha Oko. Este «santo» es el dios de la agricultura hortelana. No «se sube», y por tanto no tiene un baile de mímica especial.
lamente.
(Figuras
De Oricha Oko damos dos bailes so-
13 y 14.)
Acaso este oricha antaño tuviera
tres danzas y una de ellas se haya perdido, como ocurrió con alguna otra. Se nos informa que nunca se conocieron más que dos.
Toque
y canto a OCHOSI.—I
7" del Oru del Eyá Aranla Andante
Tempo:
6 x 8
Trehos:
a
A
Yi
lo
aa
ala
maía
ade
Okonkolo
IHotele
quo
le
que
la
núnua Fig. 10-A. Primer baile y canto a Ochosi.
Fernando Ortiz / 312
Toque y canto a OCHOSI.—I. 7” del Oru del Evá Aranla.
Yambo
ta
1 le
do
o
de
ma la
B
Ko to
40
5. Bailes de Inle. Este oricha aparece en Cuba con mitología algo confusa. Quizás pueda tomarse como una personificación mítica de la Tierra; pero no en su sentido planetario, sino
como
benéfica
proveedora
del
sustento
de
los
hombres,
pues aquél se presenta a la vez como campesino y pescador. Es el dios de la economía simplemente extractiva o específicamente de la pesca y de la simple recolección prehorticola. Este oricha pocas veces «se sube» ahora en Cuba, tanto que se han olvidado su pantomima y sus ademanes. ¿Será ello debido al cambio social de la economía, que en Cuba está lejos de ser tan primaria como la de Inle? Sólo puede anotarse que el vestido de Znle es todo verde, color de la selva y de ciertas aguas estantías. Cuando se danza en su honor, sus fieles en la rueda, algo agachados, mueven la mano derecha
313
/ Los
bailes y el teatro de los negros
en el folklore...
de un lado a otro como apartando las yerbas, y sus pasos rítmicos son como
en zigzag;
o bien imitan
con sus brazos ondu-
lantes los movimientos de los pescadores bogando en su canoa y otros ademanes de trabajo. Toque y canto a OCHOSI.—II. Andantino
8”
del Eyá Aranla.
del Oru
o de mata « guata o de ja
Okónkolo
o de ma la
¿ gua tao de
ltótele
Fig. 11.
Segundo
baile y canto a Ochost.
Los bailes de [nle son tres.
(Figuras 15, 16 y 17.)
6. Bailes de Babalú-Ayé. Este dios es de las enfermedades. Según su mitología, él fue muy correntón y contrajo lepra; pero ya viejo y con muletas, se metió a predicador de virtudes ajenas y ahora es un «santo» muy venerado. En Cuba los santeros lo identifican
con San
Lázaro,
o mejor
dicho
con la
medioeval figura del viejo lazarino, todo llagado, que camina
Toque y canto a OCHOSJ.--.[11 9* > n=
,
pa
del Oru del Eyá Aranja. ,
o dede
Okónkolo
e
eo
e
o de de
ltótele
Fig.
12.
Tercer
baile
y canto
a Ochosi.
a fon fo om
Toque y canto a ORICHA OKO.—I.
A
3
10”
>
del Oru del Eyá Aranla. 3
O tv ebaofko o Jun pe ye
Okonkolo
>
>
A
3
Po QMa mo 9 Ya mas quin ja ye ro
.
ltotele
famala
Bo
misagooda
ntinua Fig. 13-A.
Primer canto y baile a Oricha Oko.
“+
Toque y canto a ORICHA OKO.—I”7 10”
tha
Ku
TJ
de
B.
o
3
del Oru del Eya Aranla »
a
mue
Fig. 13-B.
ta
5
o
Ko
mo
ye
B
mi
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Primer baile y canto a Oricha Oko.
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14-A.
Segundo
baile y canto
a Oricha
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Toque y canto a ORICHA OKO.—II 11” del Oru del Eyá Aranla.
Yemba
Fig.
14-B.
Segundo
baile y canto
a Oricha
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B
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319
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en el folklore...
Toque y canto a. INLE.—J.
Andante
12 3
del Oru del Eyá Aranla.
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y sonando
en su mano
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recha unas tablillas con que a los desprevenidos avisa su proximidad para que huyan y se libren del terrible contagio, tal
como se hacía en Europa
antes del descubrimiento
colombino.
Este oricha «se sube» y aparece casi siempre como enfermo, cañengo, «todo jorobeteado», con sus manos «engurruñás», cojeando y tan debilucho que se cae, hablando fañoso y con su nariz rebosante de mucosidades. Al «santo» se le viste con tela de saco o de cuadritos de varios colores, y adornado con muchos cauris. Sus utensilios emblemáticos son las muletas y también el ja, o sea una escobilla o mazo de «varetas de palma de corojo» atadas en su empuñadura con cordeles adornados
Fernando Ortiz / 320
de caracoles. Los movimientos de Babalú-Ayé recuerdan los del lazarino; va encorvado como achacoso y apoyándose en muletas o en un bastón. A veces el bailador hace como si se espantara las moscas y demás insectos que se posan en las supurantes o pustulosas llagas de su enfermedad, o agita el ja en el aire como en un rito de «limpieza», barriendo toda «cosa mala». En la rueda los danzantes van también doblados y cojeando por imitación. De Babalú-Ayé son tres bailes. (Figuras 18, 19 y 20.) Estos tres bailes son yorubas. Con frecuencia en honor de Babalú-Ayé se tañen entre los lucumís ciertos toques de origen arará o dahomeyano; pero esto no debe hacerse en la serie ritual de ninguno de los Oru. En este lugar de la serie, cuando se toca Oru de tambores en el Igbodu, se colocan los cantos consagrados a los dioses Osáin y Osun; pero en el Eyá Aránla ni se mientan tales orichas.
7.
Bailes de Obatalá.
Es en África la deidad creadora del
unos lo visten de morado,
tal cual se hace con Jesús Nazareno:
mundo. Andrógina, pues se presenta como varón o como hembra, según sean los caminos por donde aparezca. En Cuba predomina su personalidad femenina, maternal y creadora. Este oricha «se sube» de varias maneras, según sus caminos. Cuando es Ayáguna es un tipo guerrero, en caballo blanco y blandiendo una espada, como el Santiago Matamoros de los españoles. Lo mismo si es Chalufón. Cuando es Obá moró es un anciano en provecta decrepitud que cae al suelo y no baila. Como Obánla, tampoco baila, habla muy bajito y se dedica a adivinar, etcétera. Obatalá viste de blanco. En sus caminos guerreros lleva una banda roja cruzada al pecho. A veces, como Obá moró, pero esto es reciente influjo católico. El utensilio simbólico
de Obatalá
es el truke,
de rabo
de
caballo blanco, del cual ya tratamos. Los bailadores en honor de Obatalá remedan los movimientos suaves del viejo numen,
321
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
encorvados temblorosos, apoyados a veces en un bastoncito o bien imitan los movimientos del jinete y blanden un espadón como guerrero, o sacuden el iruke limpiador. Obatalá merece
tres danzas. (Figuras 21, 22 y 23.) De esos tres toques de Obatala, el último o sea el de la figura 23, es oriundo de la etnia [yesd.
Existe un baile del dios Obdiúa que no es obligatorio y rara vez se toca. Cuando se ejecuta, es en este lugar; después de Obatalá, con quien aparece también estrechamente unido en la cosmogonia mitológica de los yorubas. 8. «se
Baile de Dadá.
asienta».
Se baila
Éste es un oricha que no «se sube» en
que detenga un baile típico. que se conserva
9.
en Cuba
Baile de Oggué.
corro
en
su
honor;
pero
ni
no se sabe
Ese toque es el único de ese oricha
(Figura 24.)
Tampoco
este oricha se posesiona de
un «hijo», ni «se asienta» como tal; pero se le baila en la rueda,
poniéndose los bailadores sus dedos índices uno a cada lado de la frente para imitar los cuernos de un toro. Su emblema sagrado son dos tarros de novillo pintados de listas blancas y rojas. Quizás Oggué sea un oricha de los rebaños. Este toque de Oggué es el único que en Cuba se conoce de ese «santo». Ácaso sea éste el toque más sencillo del repertorio de los bata. (Figura 25.) 10. Bailes de Agayú. Entre los yorubas este dios es «el de la tierra seca». Este carácter comprende el que con frecuencia se manifiesta en Cuba, como protector de los porteadores o cargadores, oficio que en África tuvo y tiene aun gran importancia social. Por eso los criollos lo catolizaron equiparándolo a San Cristóbal, ese santo de borrosa hagiografía, cuya imagen es la antigua cristianización de Hércules, a quien representan vadeando un rio, cargando al Niño Jesús y «la bola del mundo». San Cristobal es también en algunos pueblos católicos el santo de los caminantes viajeros, y hoy día de los automóviles y avio-
Toque y canto a INLE.—]. 13 del Oru del Eyá Aranla.
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Fig. 16-A.
Segundo
baile y canto a Inle.
Continúa
323
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Toque y canto a INLE.—-I. 13? >
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del Oru del Eyá Aranla. 3
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Fin. Fig.
16-B.
Segundo
baile y canto a Inle.
nes; por lo cual es posible que el Agayú yoruba haya experimentado también cierta influencia hispánica. Cuando Agayú «se sube» se le viste con pantalones y chaquetilla de rojo oscuro y de su cintura penden pañuelos o tiras de telas de diversos colores. Su emblema es el oché o sea una hacha doble o bipenne
como la del clásico Zeus, adornada
con
abalorios de los colores amarillo, verde y azul. Este oricha se reconoce por sus pasos largos y alzando mucho las piernas, como para salvar los obstáculos, y por su afición a cargar los niños que encuentra
a su alcance,
poniéndolos
en sus hombros.
Estos movimientos alegóricos y el ademán de blandir el oché se traducen por la mímica de su baile. la cual imitan sus fieles
Toque y canto a ¡NLE.—III Andantino
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del Oru del Eyá Aranla.
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19-A.
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Ayé.
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327
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Toque y canto a BABALÚ AYÉ.— Il. 16” del Oru del Eyá Aranla.
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Fig.
en la rueda.
19-B.
Segundo
baile y canto
a Babalú
Ayé.
Son de Agayú los tres bailes siguientes.
(Figuras
26, 27 y 28.) En el Oru del Igbodu aquí es el lugar del oricha Orúnla, pero en este Oru bailable pasa al final, como se verá.
11. Builes de Ibédyi. Este nombre quiere decir los jimaguas, los dos «santos» mellizos o gemelos. Estos jimaguas son los dioses de los niños. No se posesionan de los creyentes, sino que juegan con ellos, haciéndoles algunas travesuras inofensivas en la vida cotidiana. Por eso hay que complacerlos con cantos. y bailes.
Los hailadores en el corro imitan los pasitos capricho-
sos de los niños, dando saltitos juguetonas mudanzas infantiles.
«palante» y «patrás». como Los Ibédvi tienen tres bailes.
Toque
17”
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y canto a BABALU
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del Oru del Eyá Aranla.
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20-A.
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baile
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20-B.
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del Oru del Eyá Aranla.
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Continua Fig.
21-B,
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baile
y
canto
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Obatalá.
Toque y canto a OBATALA.—I
18” del Oru del Eyá Aranla.
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Primer baile y canto a Obatalá.
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333
/ Los builes y el teatro de los negros en el folklore...
(Figuras 29, 30 y 31.) Del último sólo damos la melodía. que se canta con el toque de Yakotá. (Figura 19 de nuestro libro La africanía de la música folklórica de Cuba.) 12.
Bailes
de
Changó.
Es
el dios
de
la
virilidad,
de
la
fuerza, del rayo, del trueno y del tambor, sobre todo es el oricha
de la sexualidad bravía.
enérgico.
No hay otro oricha más vehemente y
Al «subirse» embiste con su cabeza y da tres «vueltas
de carnero» hacia los tambores. Luego abre desmesuradamente los ojos, saca la lengua para simbolizar que la tiene de fuego, agita en alto su oché o hacha sagrada. se agarra con la mano sus testiculos o ekpon, etcétera.
altos, ni hace contorsiones
ni extravagancias
más
más
Ningún
oricha da brincos más
violentas,
inverosímiles,
ni figuras
como
la de
más
raras,
«comer
can-
dela». Se viste de calzones y chaquetilla de color rojo con listas blancas, y en su cabeza ciñe uma corona, que actualmente en Cuba suele tener la forma acastillada de las heráldicas coronas murales, por influjo de la imagen católica de Santa Bárbara con la que aquí es equiparado.
Los bailes de Changó son guerreros o eróticos. En su baile de guerra, Changó. blandiendo el hacha doble. el bipernne típico del Zeus o Júpiter del antiguo Mediterráneo, evoca las danzas pirricas de los cretenses y demás pueblos del Egeo. En sus bailes eróticos, la mímica trata de acentuar su prepotencia priápica y las más crudas provocaciones sexuales. Changó. se dice. es «sato»
o sea
lujurioso,
muy
«meneón»
todo en el llamado Rezo de Changó.
en el corro imitan
los movimientos
oché y sus meneos libidinosos.
y
«cinturero».
Sobre
Sus compañeros de danza
guerreros
del dios
con
el
Para Changó se tocan tres bailes.
(Figuras 32. 33 y 34.)
El lugar de Yegguá en este Oru se pospone. como se indicará más adelante. 13. Bailes de Obra. sube» así, pues. ella no
Esta oricha no «se asienta» puede bailar. Pero tiene dos
ni «se danzas.
Toque y canto a OBATALA.—I.
19 del Oru del Eyá Aranla.
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Continúa
Toque y canto a OBATALA.—II.
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Segundo baile y canlo a Obatald.
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337
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
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Toque y canto a OBATALA.—Il. 19 del Oru del Eyá Aranla.
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Fin. Fig. 22-D.
Segundo baile y canto a Obatalá.
En una de ellas un olocha, o feligrés consagrado, en el centro de la rueda figura ser un esclavo o erú, mientras los bailadores
a sm alrededor hacen
acusación:
que lo están azotando, cantándole
una
fere le kun, fere erú,
la fi ndá fara uó
Obba cuenta con dos bailes. (Figuras 35 y 36.) Este segundo toque es extraordinariamente largo. Acaso se haya formado por su refundición con un tercer baile, que se ha absorbido en el segundo. 14. Bailes de Yegguá. Es oricha hembra, que «se sube» pero raramente. De su mímica sólo se recuerda cierto movi-
miento rotativo de los antebrazos, uno con el otro como si estu-
Toque y canto a OBATALA.—III. 20”
del Oru del Eyá Aranla. 3
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Continúa Fig.
23-4.
Tercer
baile y canlo a Obatalé.
339
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Toque y canto a OBATALA.—1I.
20” del Oru del Eyá Aranla.
Fig. 23.B.
B
Tercer baile y canto a Obatalá.
vieran devanando o haciendo un atadijo con cordel. Se le viste de una bata rosada y ceñida con una faja de la misma tela. Lleva
una
Es tímida
corona
ornamentada
de la compañía
con muchos
de los hombres,
caracoles
o cauris.
pues es virgen
casta,
y no baila. Además es fúnebre, por ser la «dueña del cementerio». Este oricha tiene tres bailes. (Figuras 37, 38 y 39.) 15. Bailes de Oyá. Este oricha hembra sí «se sube». Es la centella fulminadora, reina vengativa y justiciera. Sus colores son
todos
los del
iris. Se
viste
con
una
bata
de
cretona
floreada y una cinta, también multicolor, en la frente y alrededor de su cabeza. En su baile agita un instrumento de limpieza, un iruke como el de Obatald, pero negro o policromo. Su
Toque 21”
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y canto a DADA.
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como donde
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Fig. 26.
Primer
purificadora que flamea en litúrgica y coreográfica es suena grave y solemne como cia. De Oyá son los tres bailes La diosa Ochún, que en puesto en la serie ritual, en
lugar.
baile y canto a Agayú.
su diestra. Y mientras la acción rapidísima, vertiginosa, el himno una reflexiva invocación de justisiguientes. (Figuras 40, 41 y 42.) el Oru de tambores ocupa aquí su este Oru de los bailes pasa a otro
16. Bailes de Yemayá. Este oricha hembra es la Reina del Mar y del agua salada. No es la diosa del amor, sino la diosa de la maternidad universal. Es una entidad mitológica de la
345
/ Los
bailes y el teatro de los negros
en el folklore...
feminidad fecunda. Por ser mujer, es amiga de la buena compañía y también del lucimiento. Su emblema manual es un abanico, llamado agbégbe, hecho de guano
de palma
o de plu-
mas de pavo real, con adornos de caracoles y cascabeles que tintinean.
Su
color
es el azul
marino.
que simboliza la espuma de las olas.
con
algo
de
color
blanco
Viste una bata, como las
otras orichas hembras, ceñida con una especie de ancho cinto de
tela con un peto o ampliación de forma romboidal sobre el ombligo. Yemayá es una «santa de sociedad». Es madre virtuosa, púdica y sabia pero a la vez alegre y sandunguera, pues por el Olimpo africano no creen que sea incompatible la virtud, la sabiduría y la sandunga. Cuando ella «se sube» ríe a carcajadas y da vueltas largas como las olas y remolinos del océano. Las danzas de Yemayá son muy vivaces, como las olas del mar. La diosa se baña en ellas y se entrega a sus curvas. Á veces va nadando de un lado a otro con inequívocos braceos; otras veces se sumerge para sacar caracoles, algas y peces que son para sus hijitos; en ocasiones va remando desde el horizonte hasta la orilla donde la espera Ochún, la diosa del rio. Sus danzas comienzan con ondulaciones
suaves,
como
las
aguas
que
se
mueven
lánguidas
al
soplo de la brisa, pero pronto se encaracolan y van aumentando
su fervor, como el oleaje se enfurece con el vendaval.
Las bai-
ladoras con sus remeneos simbolizan las olas airadas y con sus amplias vueltas. más y más rápidas, imitan los torbellinos del mar movido por los huracanes. Para Yemayá se dedican tres danzas en este rito. (Figuras 43, 44 y 45.) 17. Bailes de Ochún. Ésta es una diosa como Afrodita, alegre, atrayente, «falaguera», «tiposa» y hasta algo «relajona».
Es diosa del amor
desenfrenado,
de la coqueteria,
de la
lujuria y del lujo. Hija de montunos, en la montaña nació, junto a los fontanares que brotan de los altos peñascos, y es diosa de los ríos, de las lagunas y del agua dulce y de toda dul-
Toque y canto a AGAYU.—Il. 24?
del Oru del Eyá Aranla. >
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Continúa Pie. 27-A.
Segundo
baile
y canto
a Agayú.
347
/ Los
bailes y el teatro de los negros
en
el folklore...
zura . Y también lo es del oro, cuyas pepitas se hallan entre los
guijarros y las arenas del río, y con él se adorna en joyas, pues es muy coqueta. Al «subirse» también se ríe como Yemayá y da vueltas, pero de menos vuelo como corresponden a los remolinos de las aguas fluviales. Luego su vanidosa coquetería la hace mirar a las gentes altiva y con desprecio, peinar las ondas de su pelo ante el espejo de las aguas y ajustarse sus collares y manillas con que se adorna. A veces se procura también un
agbégbe de su color propio, que es el amarillo, como las riberas arenosas de los ríos. La visten con una bata amarilla, sujeta
a la cintura
por una
faja
que
sobre
el vientre
lleva
un peto
o adorno en forma de rombo y al borde del vestido un festón de puntas de las que cuelgan cascabelitos. Toque y canto a AGAYOU.—!!. 24?
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del Oru del Eyá Aranla.
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Fin. Fig.
27.B.
Segundo
baile
y canto
a Agayi.
Fernando
Ortiz / 348
Su música y sus bailes son los más sensuales, sus versos son los más salaces. La bailadora de Ochún la evoca agitando los brazos para que suenen sus manillas de oro. Y de lo alto, como desde las cimas de las montañas, sus manos bajan y corren a lo largo de su cuerpo, como los manantiales y arroyos. Sus saltos, sus vueltas y sus ondulaciones suaves muestran la alegría juvenil y recuerdan así los rápidos del río como sus torbellinos y las ondas lánguidas de los remansos. A veces baila Ochún con ademanes de remero en faena de canoa. En otros momentos recuerda
su
feminidad
virtuosa,
imitando
los
movimientos
de
la mujer africana al moler en el pilón la pulpa del funche familiar. Y, en fin, danza con voluptuosidad y con las manos tendidas hacia adelante, en imploración y con alusivas contorsiones pelvianas de furor libidinoso, pide ¡oñi!, ¡oñt!, o sea ¡miel!,
¡miel!,
desnuda
con
afrodisíaco
símbolo
de la esencia amorosa de la vida.
de miel.
su cuerpo
del dulzor,
de la sabrosura,
Un tiempo Ochún
resplandeciente,
o «brilloso»,
bailaba
untado
Hoy no se dan esos bailes ortodoxos; pero acaso pronto
se vean de nuevo, si no en los templos, por una renovación
de
la ortodoxia negra, probablemente en los cabarets y teatros, por novelería de la civilización moderna y «blanca» que nos eslá acostumbrando a tales desnudeces. Las danzas de Ochún se desarrollan a veces, unas tras otras,
como los episodios de un poema coreográfico basado en la leyenda mítica de la diosa. Así tenemos primero una especie de Danza
de
los
manantiales.
Ochún
baila
a la
orilla
del
río,
acaso en su cauce enjuto, y hace que por éste fluyan las aguas que hace venir de los montes. La bailadora llama a uno y otro lado del río, por todos sus caminos que son como sus arroyuelos y manaderos, y después sus mudanzas van representando las ondas de las aguas ya fluyentes y sus espirales. Luego otro baile, El baño de Ochún. La diosa ha llegado y al contemplar las límpidas y acariciadoras aguas fluviales, aparece bañándose en su corriente, como en un rito lustral. Juega con el agua, se
Toque 25”
y canto a AGAYÚ.—III.
del Oru
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Fernando Ortiz / 350
lava con ella, se peina el cabello, que divide en ondas como el rio en las cataratas;
se mira
en
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Ahi va Ochún
engalanada,
cielo, tonea
el fontanar en lúbricas
el cristalino
espejo
de
un
re-
luciendo en sus muñecas
las
manso, quieto como la superficie de una laguna; se contempla a si misma con la fina coquetería de una hembra divina o de una diosa mujer. Ochún se sabe hermosa y se viste para la fiesta de la vida. Continúa el poema coreográfico de Ochún. La diosa se ha vestido y acude al sarao a que la naturaleza inmanillas de oro, joyas que tintinean como la lluvia que cae del supremo del agua dulce. solicitaciones; es el amor
Su cuerpo que llama
se conal goce
misterioso de la creación. Las danzas de Ochún en este Oru son tres. (Figuras 46, 47 y 48.) Es tradición que el último de estos toques de Ochún procede de los pueblos iyesá. 18. Bailes de Orúnla o Ifá. Este oricha de los oráculos no «se sube». Él no baila, pero sí lo hacen en su honor, sin pasos ni mudanzas peculiares que sepamos, las yalochas «hijas» de Ochún, que son sus akpetebí, o sean sus esposas preferidas. Este
oricha es exclusivo de los babalaos, que adivinan mediante el tablero y el okpelé del dios; pero estos sacerdotes del oráculo no intervinieron en ese baile. Acaso lo hicieron en África, pero dicen algunos que aquí aquéllos no lo ejecutan frente a los batá para no ser confundidos indecorosamente con los hombres amujerados que han penetrado en ciertos ilé de santería y le danzan con estusiasmo a la erótica Ochún. En
el Oru
de tambores,
a Orúnla
se le toca en el quinceno
lugar, entre los orichas «machos», siguiendo a Ochún, su akpetebí o mujer preferida. La invocación reverencial a Orúnla comprende
(Figuras 49. 50 y 51.) En
el primero
de
tambor es la siguiente:
estos
toques
a Orúnla,
la
que es
tres danzas.
«lengua»
del
Toque
26"
y canto a IBEDYI —]
del Oru del Eyd Aranla
Antdlántino grazioso: 6 x 8.
Be
qe ¿mobe
Kun
OkonkoloR-
:
.
mo
A
bu
.
Iltotele
Continuo Pig.
20.A.
Primer
baile
y canto
a Jbédyí.
Fernando
Ortiz / 352
Toque y canto a IBEDYI.—.. 26”
ña
te
del Oru del Eyá Aranla.
te
Ke le
Ke
le
ya.
Fin. Fig. 29-B. Primer baile y canto a Ibédyi.
Erá dúdu ni fa gbá La bo si dé.
y asi canta también o con estas otras palabras: Ayara uó yo kó miobo Los bailes del santo
ul. a quien
se dedica
ya dijimos, se ejecutan siempre al finalizar tividad no termina todavía. Después de toques, cantos y bailes del Oru en el Eyá lla con otros toques, cantos y bailes sueltos
la solemnidad,
como
el Oru; pero la fesya iniciada con los Aráanla, sigue aquey dedicados a diver-
Toque y canto a IBEDYI.—II. , zT del Oru del Eya Aranla.
a
E
Okóniolo
y! teo
Fig. 39,
e
dan
be
y laa e
Segundo baile y canto de Ibédyí.
du
Fernando
Ortiz
[ 354
Toque y canto a IBEDYI.— III. 28” del Oru del Eyá Aranla
SN
Be sq
la
e
sea he ma beyio
Fig. 31
sos
orichas
a
a
capricho;
Tercer
baile
ho
y canto
generalmente
a
3e.
y [beavi,
a
los
mismos
«santos»
ya «saludados», repitiendo ahora sin orden las mismas danzas corales una o varias veces, o ejecutando otros toques y bailes distintos tomados del incontable himnario religioso de los lueumis. Algún tamborero calcula que en Cuba pueden tocarse hasta un par de centenares de esas danzas corales, sin repetirse. Esta parte de la festividad no tiene duración predeterminada ni un número de bailes prefijado, generalmente sus toques no son tan breves como en el Oru, porque ahora la música ya no tie1 por objeto especifico «saludar» sucesivamente a los orichus con las fórmulas rituales sino el de «llamarlos» para que «bajen» a bailar, o sea para que «se suban» a la cabeza de sus «hijos». se «posesionen» de éstos y gocen de una transitoria «convivencia» con la grey de sus creyentes y hagan a éstos sus místicas comunicaciones. Por esta finalidad los toques son ahora más largos e insistentes, llegan a ser mortificantes por sus repeticiones, su fuerte ritmismo y el accelerando de su desarrollo; todo ello «pa que se caliente» el «santo», para que «venga la sofocación» que siempre precede al trance hipnoide que determina la «presencia» del dios. Cada toque de éstos para llamar a los orichas, suele acompañarse del sonido de un pequeño instrumento idiófono, un agógo o un acheré, especial según sea el «santo» que se espera, lo cual motiva en la mente del predispuesto un reflejo condicionado que precipita el advenimiento o «subida» del «santo».
Toque y canto a CHANGÓ.—J.
23” del Oru del Eyá Aranla.
j
Aa la
dolube
lu
be
3
A
lu
be
yom
la
o
o fuu
Okóénkolo
>
ba,
ltóotele
lu
be
ygomba
Continúa Fig.
32.
Primer
baile
y canto
a Chango.
Fernando
Ortiz
/ 356
Toque y canto a CHANGO.—I 29” ,
3
ee
go
Sa
del Oru
del Eva Aranla 3
a yagbha rn: nao
ba
ko
50
*
Fm
Fig. 32-B. Primer bnile y canto a Changó.
Los orichas pueden «subirse» aun durante el Oru introito de la fiesta y así acontece a menudo en los devotos habituales y muy predispuestos a la sugestión de los ritmos; ¡ero por lo
común
las «posesiones» se dan con más frecuencia
gunda parte de la festividad. «subidos»
Oru,
se les viste, introductor.
baila
en esta se--
Cuando esto sucede. a los orichas
y trata
lo mismo
que
durante
el
Aun el mismo Eléggua oye himnos que en su honor se iucan y bailan libremente fuera de los Oru. Para Eléggua es el toque La-lu-bánche. (Figura 8 de La africania...) Es un viejo canto africano que no se tocaba en los templos desde que murió el grun sacerdote Obá-di--meyi. Por unos treinta años no se
357
/ Los
bailes y el
teatro
de los negros
en el folklore...
tocó hasta que lo restauró el iamborero Okilakpa, pero son pocas les
iamboreros
que
lo
tañien.
Las
voces
del
canto
se ajustan
Toque y canto a CHANGO.—II. a
AA»
me >
dei Oru del Eya y
pyiguo
tele
,
Aranla.
>
>
char 70
>
mo fo yu giso ze de
>
MO fo yu que
3
sa eo Fiz.
»
33.
a da yo ta
Segundo
baile
y canto
As bo
le...
a Chango.
sólo a las notas del Fyé : del Tiótole. v- un caso de los típicos en que los tambores «hablan». Al otrlos parece que con sus tonos
dicen
realmente: La
lu
ba-n
ché
La
lu ba-n ché
Estas palabras aluden a que Eléggua es quien «abre y cierra ». y las cantan todos a coro, sin solo de «kpuón.
Para Eléggua son también los toques sueltos de las Figuras
52
y 53.
Otro
para
toque
Elégguu
es el
titulado
La
to kpa.
cuyos ritmos se tañen sin canto alguno en el Oru de tamliores del Fgbodu.
(Figura
44
de
La africanía...)
Cuando
se canta
fuera de Oru, se emplea la «lengua» que «habla» los tambores, la cual se repite ad libitum y dice asi: Solo: Coro:
La to kpá Bu ken ke Ogún.
Fernando
Ortiz / 358
Otros más aun se le cantan y bailan a Eléggua y a los demás «santos», algunos de los cuales ya hemos insertado en nuestro libro La africanía de la música folklórica de Cuba. En esta oportunidad libre es cuando suele bailarse a Oddúa, que no cabe en el Oru. Parece ser un dios chtónico o subterráneo. Este oricha a veces «se sube» y entonces él boila vestido como Obatalá, en su camino de Ayáguna. Su emblema natural es como un centro de extraña figura con unas especies Toque 31”
e 30
o
go
del Oru
do
do
y canto a CHANGO.-—111.
E
del Eyá
e
e Fig. 34,
a
a Tercer
de hachas a sus extremos.
Aranla
gua
gue
one
lo
la
na
baile y canto a Changó.
Sale también en los bailes de muerto
o de Egún, haciendo entonces con sus brazos ademanes de gue-
rrero
armado
miedo»,
como
a caballo de
y con
calavera;
con
su
rostro
los ojos
visajes
muy
que
abiertos,
«meten
la cara
«chupada» y enseñando los dientes. Otros ejemplos. Para Ogún es el canto de la Figura 54. Para Ochosí son los reproducidos en las Figuras 55 y 56. A los Ibédyi es el canto de la Figura 57. Changó tiene muchos toques y cantos. Uno de los más usados es el Bayuba Changó, que suele oirse cuando el santo «se sube» para saludarle. (Figura 58.) Otro frecuente en el giiemilere es el de la Figura 59. Muy popular es la llamada. aunque impropiamente, Rumba de Changó. (Figura 60.) De Changó son también los to-
359 / Los bailes y el teutro de los negros en el follolore... ques
que
dimos
en nuestro libro La Africania...,
amados
kan (Figura 9). meta-meta (Figura 11), ebi-kapa-mi gura 13), omó-okete (Figura 18.) De Oyá es el toque
karn-
(FiDyáú
bi-kú (Figura 14). El toque de Ya-kotá es de los más populares, porque se utiliza para varios orichas (Figura 19). Soría excesivamente prolijo extendernos más en estas páginas.
Generalmente baila un solo oricha y, si hay varios posesos, cada uno se mueve por su lado; pero en algunos casos danzan
juntos combinando sus pasos y mudanzas en una sola pantomima. Asi sucede en ocasiones que bailan Yemayá y Ochún. frente a frente, el llamado zapateo de Yemayá o akpuata, si
bien
no
es
un
«zapaleado»,
aun
cuando
las bailadoras,
con:o
en el baile campesino de Cuba así conocido, se alzan las sayas Toque y canto a OBBA.—l. 32”
O-
ba
del Oru del Eyá Aranla
o-ba-
ho-
T— ma-
quo
— a—la
Okonkolo
IHotele
Pig.
35.
Primer
baile
y
cantv
a
Obba.
Ato- bay
ete
Fernando Ortiz / 360
mientras ejecutan breves pasos reshalando sus pies por el suelo y haciéndolos sonar con suavidad y gracia. Podría decirse que es la Danza de la Orilla. La diosa del mar baila con la diosa del río. Las dos se unen en la ribera y los pasos de ambas ejecuian un suave «discreieo, como las ondas que juguetean en el rebalaje de las playas y donde los ríos en retozo se entregan a la mar. También en ocasiones se encuentran subidos el viril Changó y la voluptuosa Ochún,
se reconocen mutuamente y se
entregan a una ardorosa danza del amor, con una desenfadada e inequivoca mímica de la voluptuosidad carnal.
Se ha dicho que estas danzas pantomímicas con sus pasos, sus gesticulaciones y ademanes, sus piruetas, sus vestidos, sus
adornos, sus adminículos
emblemáticos,
son a modo
de ballets
programáticos creados por un pueblo artístico como el yoruba, a quien se alribuye la mejor coreografía del África negra, y poseecor de una mitología muy
dramática, episódica
y compleja
como la grecorromana. Sus movimientos alegóricos ya suelen ser tan «estilizados»: que los profanos no siempre pueden cormnprender su significación si no se la explican. Además, esa tradición mimica se está desvaneciendo. pero aún se encuentran a veces bailadores, sobre todo bniladoras y viejas. que se regodean dando a su danza toda la mímica y ortodoxa expresión de sus ancestrales ritos. En realidad esas danzas religiosas de los yorubas son para ellos algo más que ballets, porque en ellas siempre interviene el canio y en algunos casos la poesia del cántico es como una parábola 'mitológica que los fieles entienden y tiene que ser representada en las pantomimas del baile. Así vemos, por ejemplo, en un baile de Ochosi,
su canto comprende
una
tra-
dición según la cual Olófí. que es una especie de Dios Supremo, le prohibió a aquel oricha que siguiera cazando porque con sus excesos iha despoblando las selvas y.escaseaban los alimentos. Pero Ochosi se dejó levar por su pasión cinegética y desobedeció a Olófi, por lo cual no tardú aquél en recibir su castigo.
361
/ Los
bailes y el teatro de
los negros
en
el folklore...
Un día, apenas salió al campo, vio un hermoso venado (o antilope) que se le puso a tiro de flechas y, sin acordarse de la superior prohibición, Ochosi disparó y dio con la saeta en el cuello
del animal.
Pero
éste se sostuvo
de
pic, invulnerable.
y entre sus astas surgió una gran luz (el Santísimo Sacramento
dicen ahora
st, quien
algunos santeros de Cuba).
aterrado
ante
la
tremenda
que deslumbró
aparición
de
a Ocho-
Oléft,
tiró
su arco y juró no volver más a cazar. Otro canto y baile parabólico es uno de la diosa Oyd. inspirado en un episodio de su mitología. La diosa de la Justicia yoruba, como la Justicia de los clásicos, vendada
bién se equivocaba en ocasiones.
y sin luz, tam-
Olófi, el Gran Dios, le dio un
dia el encargo de que le preparara una comida con blanquísima cascarilla de huevo. Pero a Oyd se le olvidó y Olófí se sintió ofendido. El himno recuerda como Oyd «perdió la cabeza» y no le ofrendó al dios su comida. Las bailadoras rememoran a la diosa olvidadiza en su trance de arrepentimiento y refieren el suceso de su desgracia, la comida de laorí y de amalá que le pidió Olófi, y el terrible desvanecimiento de su memoria. Por eso la bailadora
de Oyá
se pone las manos
en sus sienes, con
ese ademán de mímica universal que quiere decir «se me fue la memoria» o «perdí la cabeza». Cuando en los templos lucumís se oye este canto de Oyá, algunos acostumbran ponerse sus manos en la cabeza para que la diosa, abogada de los olvidadizos,
les conserve
la buena
memoria.
La festividad del giúemilere no concluye sino en forma litúrgica, con el cierre, consistente en una especie de Oru breve. también con toques, cantos y danzas. invocando a ciertos «santos» prefijados, sobre todo a los más temidos. En total son 14 toques más. El rito del cierre comienza con cuatro toques de batá, con baile pero sin canto, dirigidos a Egún.
ya
inserto
en
nuestro
libro
La
El primero es el toque
africania...
(Figura
segundo, el tercero y el cuarto van a continuación.
15.)
El
(Figuras
Toque y canto a OBBA.—II. 33"
Andante- Tempo: e
Y fateleto
del Q
6 x
ayuo
si
del Eyá
y
Cel
a
Eyaá
Gabote
A
Aranlo.
A
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a yao
su
Otónkolo
Itótele
otareleKo
lo
mo
ta
a
a yao si ada
cha bote le Ko
. Fig. 36-A.
Segundo
baile y canto a Obba.
ntinúa
Toque y canto a OBBA.—H. 39"
bo
ekuo
ba
del Oru del Eyá Aranla.
la mo ba. o bi tu
¿fio
ba
” Fig. 36-B.
Segundo baile y canto a Obba.
Continúa
Toque y canto a OBBA.—II.
39
EsgueT ya
del Oru del Eyá Aranla.
Y
£ gue
C,
E que
e
ea
qa
gi
a de
Continúa Fig. 36-C.
Segundo
baile
y canto
a Obba.
Toque y canto a CBBA.—ll. 39” del Oru del Eyá Aranla.
bo egioz
gue
si
la
astra
se
4e
o fisiofmo
ta
a
f
de
nda
D
«
¡Tea
quo
Continúa Fig. 36-D.
Segundo baile y canto a Obba.
Toque y canto a OBBA.—IL 33” del Oru del Eyá Aranla.
E
pe
te
le kun
pes.
€
hule
yi
o jus
rda
Continúa Fig. 36-E.
E
Segundo baile y canto a Obba.
fate
que
Toque y canto a OBBA.—Il. 33*
del Oru del Eyá Aranla
e
Fig.
36-F
Segundo
e
ko
baile y canto
e le
a Obba
fhada mi
F
quo
Toqué
34 y
>
y canto a YEGGUA.—]
del Oru del Eya Aranla 3
»
Po ¿> Ym
trata “e
ko to mo:
Okonkolo
egue
rn ba
y
le
e
,
ltotele
dm ba
Fig. 37.
lo
ye
Mo tomo: ya gua
Primer boile y canto a Yegguá.
369 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
61,
62 y 63.)
El quinto
toque bailable del cierre, sin canto,
va dirigido a Oya, cl cual fue también inserto, como Figura 14 de dicha obra. Los dos toques, sexto y séptimo, son para Babalú-Ayé. Comprenden tamboreo y danza pero sin canción, y son los mismos toques del Oru del Igbodu, reproducidos en las Figuras 50 y 51 del citado libro. El octavo loque y baile del cierre es uno para Yeggud, el de la Figura 63, que se tañe para ese mismo «santo» en el Oru del Igbodu. El toque y baile noveno es para Osdin, igual al incluido en el susodicho Oru y reproducido en la Figura 52 de aquel libro. De Yemayá es el toque y baile décimo. Es el conocido por alaro
de
esa
diosa,
gua;
el undécimo
en
el Oru
de
tambores,
según
se ve
en
la
65)
y
Figura 65 de La africania... En el cierre, este himno se toca vivace desde su comienzo. Siguen tres nuevos toques” Lbailados y cantados para Eléel tredécimo
(Figura
(Figura 66).
64),
el duodécimo
(Figura
El último toque del cierre, con tambores, baile y canto, el catorceno, es del tremebundo Olókun, dios del océano inmenso
y profundo. que no aparece en los otros Oru. (Figura 67.) En rigor este toque se tañe a continuación del último de Elég-
gua;
cuando éste acaba, enseguida, sin interrupción,
«se vira»
el toque para Olókun. Y ahí se cierra la fiesta pública, toqueada, bailada y cantada, de los orichas
en el Eyá
Aránla,
como
todavía
se celebra
con frecuencia por los lucumís y sus descendientes en las provincias cubanas de La Habana y Matanzas. Estos toques del cierre se consideran de los más solemnes y no pueden ser danzados sino por los olochas y los orichas «subidos», 39 negros»,
Véase
no por los profanos, aberíkula el
inserto
minucioso en
la
análisis
revista
La
musicológico Música,
Habana,
cantos son lucumies, dedicados a la diosa Oyd.
de
o aleyo. Argeliers
1948,
Año
León I,
«Tres
núm.
4.
cantoDichos
Toque 35”
a fa
y canto a YEGGUAÁ.—II.
del
kun
Oru
pe
na
del
364
Eyá
Si
Aranla.
A
lo
Okonkolo
trotele
Continúa Fig. 38-A.
Segundo baile y canto a Yeggud.
Toque y canto a YEGGUA.—II.
35” del Oru del Eyá Aranla. ye
ba
o
B
lo
. “e.
2833,
Segundo
baile y canto
a Ve zgué.
Fin.
Toque >
36”
Ive ye e
»
y canto a YEGGUA.-—11
del Oru
Rh
del Eyá
Ko
>
Aranla
>
3
I ye yes Rio Ko
Okonkolo
Itotele
fe koda ama
quoromoye gua
Fig. 39.
I ye ye
4
Tercer baile y cunto a Yegguó.
Ko
3
a hiquo
les
y el
teatro
“o
los
negros
en
el follilore...
Toque y canto a OYA.—L. 37”
del Oru del Eyá Aranla.
EXfalo
ye
AAA
€ oe to ko Jun
ies
21/4301
Pig.
Oru.
e
+0
Piimer
haile
y
canto
a
Oya.
Utros bailes religiosos de los yorubas tienen lugar fuera del Por
ejemplo, los bailes de oricha que ejecutan los yagus o neóttos en ocasión de su e presentación a los tambores» a los siete días «de ser iniciados:
3
3
3
Segundo baile y canto a Yemayá.
ma
.
ya
Toque y canto a YEMAYA.—IITI. 42”
del Oru del Eyd Aranla.
3
>
dodaase
su
okiyeema
ya
Okónkolo
IHtótele
Bo daa
se
3u
ok; ye e maya
Continúa Fig. 45-A
Tercer baile y cuoto a Yemayá.
Toque y canto a YEMAYA 42”
bo de phe
del Oru
3
ete
Juete que
del Eya
o
te
—I11
Aranla
»
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e
que
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5
Juete
.
gue
te
Continúa Fig. 45-B.
Tercer baile y canto a Yemayá.
Fernando
Ortiz
/ 380
Toque y canto a YEMAYA.—IJL. 42%
del Oru del Eya »
a
cl
e
gue
Aranla
Cc
Es
que te que
te
Fin. Fig. 45-C.
son de considerar
entre
Tercer baile y canto a Yemayá.
los lueurnis
sus
litúrgicos
reta, a los que luego nos referiremos. Los negros Jueumís. además de sus cánticos
bañies
de cu-
litúrgicos
pu-
ros usan a veces otros tomados de la iiúsica de otros pueblos. como lo: iyesás, los egguados y los urarás. Los dioses negras
son per lo común alegres; intervencionismo ético de vertirse con sus oyentes, ocurre con más frecuencio
de
bembé.
donde
no
se
no sienten la agonía filosofarite y el otros dioses y gustan de bajar a dicomo camaradas confianzudos. Fso en los llamados toques sermi-profanos
emplean
questica de dos tamborcitos
tambores
batá,
unimembranófonos
sino
una guataca. o bien tres giiiros o agbe. o simplemente
jones.
una
y clavados,
or-
y
tres ca-
381
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en
el folklore...
Todavía en Cuba se oye música arará en los escasos cabildos que subsisten de esa «nación» africana que los ¿cógrafos suelen designar como Dahorrey (Dejomé en el ambiente de los esclavos
de
Cuba),
y
ios
etnógrafos
modernos
como
ewe.
Sus
ideas y rijos religiosos tienen inacha analogía con los de sus vecinos. y antaño muy enemigos. los yorubas: y no sólo son numerosos los sincretismos entre ambas mitologias y liturgias siño que su apsuxtmación hace que los creyentes ararás, hoy día mi; cucasos. vayan con frecuencia olvidando su antigua cnemistad, al dar sus toques rituales 2 un ¿léocha de respetable
tradición iucumi, bien por la conveniencia económica de disponer de un imejor lo-al. o por cortesía recíproca. Hace pneo asistimos en Matanzas a un toque arara celebrado en la casa de una
centenaria
y prestigiosa
lila en su lecho. rodeada
santera
lucumi
que
de sus seculares orichas,
yacía
tu-
y recibiendo
aquella solemne rogatoria colectiva de sus amigos ararás. También en sus ritos, los ararás usan a modo de un Oru de sólo tambores,
sin canto:
ni bailes, como
ei del Igbodw
cumis, antes de entrar en la fiesta pública donae
canta.
Sus
branófonos.
tamborcs
forman
cada
consu
uno
una
orquesta
músico.
que
de cinco
de los lu-
se baila y unimerm-
percute el cuero
con
las manos o con palillos, según los casos, y son acompañados por el sonido del ogán, instrumento metálico que se golpea duramente con un palito. y del chachá o la maraca. La música de estos seis percusivos, los lambores tañidos a dos manos y con matices pluritonales, forma unos tejidos rítmicos complicadisimos. aún más que los producidos por los tres batá. En éstos suenan seis membranas y seis manos las tañen: en la orquesta arará son cinco membranas, pero las manos que las percuten sor diez, sin contar las notas del ogán, que se entremeten en los sonidos de los cueros y las voces, como una hebra metálica que se entreteje con la'urdimbre de los ritmos y la tramazón de'laz melodías. La música arará es más difícil de «coger»
Fernando
Ortiz / 382
que la lucumi, dicen los expertos. «Es menos pegajosa», opinan los frecuentadores de los toques santeros. Factores distintos habrán hecho que la música arará no haya sido tan influyente en Cuba como las de otras naciones africanas; pero no cabe duda de que en este país aún resuena de cuando en cuando la litúrgica música del Dahomey. Véanse la Figura 38, ya inserta, en La africanía... y las siguientes Figuras 68 y 69. Á su música se «suben» los «santos» lucumis como los ararás.
En
la última ocasión
citada, oímos
más
de una
una
mano
docena
de «santos subidos», bailando con sus ropajes peculiares o ajaezados con sendos y ricos mantones de seda o pañolones de burato ceñidos por los hombros o la cintura. Recordamos un viejo e imponente ÁAgayú muy ortodoxo y sobre todo un joven mulato alto, estatuario y atleta, que bailaba un Ebioso con el arte exquisito de un profesional bailarin de ballet. Arte folklórico, que se pierde en la charca de los prejuicios y la chabacaneria que hoy todo lo infecta. En las danzas ararás advertimos que con frecuencia el sentido sinistroverso de la rueda cambiada de repente por unos compases hacia la derecha; y que en muchos toques no se formaba corro, pues los bailadores danzaban con pasos adelante y atrás, dirigiéndose siempre al frente de los tambores. Algunos ademanes mímicos observamos desusados
entre
los lucumís;
así
como si se amasara entre También a los sones mas. En ciertas fiestas Cuba que a su comienzo rito procesional
el de
frotarse
con
otra
ellas alguna pasta. ararás se bailaron y bailan pantomireligiosas ararás hemos observado en y a su final celebran a modo de un
de purificación.
Sale
del sagrario
una
comi-
tiva con una bandera cuadrada blanca al frente, que se hace ondear a un lado y a otro. Tras ella otros oficiantes llevan un cuadro de la Trinidad y una figura tallada y polícroma de la blanca paloma del Espiritu Santo sobre «la bola del mundo», cuyas imágenes van moviendo con el intento de simular que
Toque
y canto a OCHUN.—I. del Oru del Eyá Aranla.
43”
La de
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trata
ka
*
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Okonkolo
o
gue
e
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tha nata lem
o
yuo
o
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darco
derao
que
ye ye
Continua Fig. 46-A.
Primer baile y canto a Ochin.
Fernando
Ortiz / 384
Toque y canto a OCHUN.—J.
takatem
o
Quo
0 thuao
Fig. 46-B.
tienen vida y que muy típica de los gos y lucumís). por una «bóveda» alto cruzan
sus
bajom::c. laa
7
Primer baile y canto u Ochún.
son ellas las que van marchando (manera negros, que hemos notado en abakuás, conLa procesión recorre todo el local, pasando formada por seis u ocho acólitos que en lo
respectivos
ja, o escobillas
de
ritual
limpieza,
hasta que se detiene ante los tambores donde se verifica una
danza con muchas «murumacas», cuyo simbolismo no hemos recogido; terminada la cual regresan «al cuarto». Análogamente ocurre entre los lucumís y los iyesás. Pre-
cisamente referido
el santero, con Agayú
hace
poco,
unos
meses
subido,
antes
nos
a quien invitó
nos hemos
a una
fiesta
que dio en honor de su oricha con música de iyesá. Los toques, bailes y cantos eran distintos de los lucumís o yorubas, pero
3
E
,
Toque y canto a OCHUN.—II. 44* del Oru del Eyá Aranla. >
ounr
quete
Okónkol
>
gue te gueteo un los
Itótele
la de koo vu
o
2 unto guere
quere guntela ko le
Continúc Fig. 47-A.
Segundo baile y canto a Ochún.
Fernando
Ortiz
/ 386
Toque y canto a OCHÚN.—!1. >
>
a fudecomalo geo unto
quere
v
quete qúereo unño
Fin. Fig. 47-B. Segundo baile y canto a Ochún,
los orichas entendían las invocaciones y se «subían» como si los llamaran con los tambores batá del gúemilere o los giiiros del bembé. Esto dará idea de la gran cantidad de música, bailes, canciones, melodías y ritmos que trajeron a Cuba las varias «naciones» negras, y de lo no poco africano que aún queda en Cuba arraigado y floreciente. No hemos podido ampliar en esos campos ararás, iyesá y otros nuestras investigaciones. Dejamos la faena para otros estudiosos que quieran penetrar en la selva por las trochas que nosotros hemos abierto.
Los negros congos también tuvieron en Cuba sus méticos religiosos, ceremoniales y de placer. Entre de Cuba no suelen ejecutarse danzas pantomímicas dios. En sus sectas bailan los oficiantes, los iniciados
bailes milos congos para cada y a veces
Toque
y canto a OCHÚN
—III
4 5 del Oru del Eya Aranla
Yexyeo
Okónkolo
iu
be
€hcgba de o lu
A
he
Juas:
Itótele
MA Yi ¿mba
So to ko
Ye ye o lu
be
Continúa Fig. 48-A,
Tercer baile y canto a Ochin.
Fernando Ortiz / 388
Toque
Cha gha de :; lu
be
y canto a OCHYN.—ITI.
quasi
ati
imóa
coB
Soto
%0
.-.
Fig. 48-B. Tercer baile y canto a Ochún.
los posesos. Pero practicaron también sus danzas rituales y la religión impregnaba todos sus bailes. En 1947 todavía pudimos presenciar en el cabildo de congos musundi de una ciudad villareña una festividad religiosa al dios Kimbúngula («el ciclón»), catolizado en Cuba como Taita Pancho o San Francisco. Comprendía varios bailes litúrgicos. Algunos de ellos, ante el altar de Kimbúngula o San Francisco, parecian de mero
placer, pero en ciertos casos mostraban alguna mímica lúbrica, remanencia probable de antiguos ritos de fertilidad. (Figura
70.) Otro baile tuvo por objeto una procesión o marcha (Figura 71) desde los tambores a un pozo donde estaba «el fun-
damento» mágico del cabildo, etcétera. Alli se le cantaba a éste, llamado Yanga. (Figura 72.) También observamos la que pudiera ser una antigua danza cortesana de homenaje al
Toque y canto a ORUNLA —I 46” del Oru del Eyá Aranla
Jo ko si Lo bo Giza dl
dí”
a
ya
ta
yu
Joko
Okonkolo
Itotele
ua
ya
2a
guo
Fig. 19.
yo ko
mi
lo
Primer baile y canto a Orúnla.
moto
50
Fernando
Ortiz / 390
dios y al rey. La titularíamos el Baile de la Bandera, pues las dos hileras de danzantes avanzaban ritmica y quedamente tras una bandera azul que llevaba un abanderado haciendo figuras ondeadas con ella, y luego. de súbito, se inclinaban todos e iban
rápidamente reculando hasta el lugar donde iniciaron la pantomima. (Figura 73.) Esos bailes religiosos de los congos en Cuba se llaman toque de makuta y se ejecutan con dos tambores cilindricos y unimembranófonos, llamado el grande ngoma, que allí tenia además
un nombre
personal, y el pequeño
ngoma
nkila o nsumbi.
También los congos tuvieron sus «diablitos» y sus bailes funerales, Baile de ceremonia pantomímica muy solemne era el que se ejecutaba en el local del cabildo, que solian denominar kindembo mpangúe a la llegada del rey, la reina y su séquito, evocando la pomposa corte que los congos entótela o reales tuvieron en su capital Kongo-Mbanza allá en el siglo xvI, cuando el cristianizado rey Don Alfonso Nvemba-Nzinga y sus descendientes. Todavía lo baila con inefable gracia alguna octogenaria conga recordando con emoción sus años mozos. Los músicos sonaban en el patio o salón sus tambores de makuta y otros ante la puerta de entrada cruzaban dos largos bastones encintados, personificación quizás de los antepasados, y percutiendo
uno con otro sonaban un ritmo entretejido con el de los tam
hores. De pronto uno gritaba: «¡Gua Kó ma tó Ko!», como diciendo: «¡Ahí viene la reina madre muy adornada!», o en ceremonia de gala; y el otro respondía: «¡Guai-o!» Descruzaban los bastones y por la desembarazada puerta salían el rey, la reina y su comitiva cortesana, todos muy vestidos de seda y alhajas, y bailando con notable dignidad una alegre marcha a breves pasos, mientras resonaban los tambores ngoma y el kinfuiti. En todas las poblaciones de Cuba fueron muy populares los festejos de los cabildos congos con motivo de la coronación
Toque
47?
Okónkolo
opt
y canto a ORUNLA
del Oru
¿o
ye guedeo
Po Sy
—II
Aranla
del Eyá 3
se tado
£¿l
ltotele
lya
Continúa 50-A.
Segundo
biile
y
canto
a
Orúnla.
Fernando Ortiz / 392
de un rey o de una reina o por año nuevo o el día del santo
patrono, San Antonio o San Francisco.
Pero aquí no tuvieron
las cheganzas,
los quilombos,
el desarrollo que en Brasil donde aún se conservan los reíisados, racatú,
las congadas,
los cucumbis
las taieras,
y otras fiestas de bailes
dramatizados.
Toque y canto « ORUNLA.—IH.
8
> —__ A
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La
a»
vd 1
Ki
labaa
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pl
+
> Fig. 50-B.
el ma-
Segunda
.
Fin
baile y canto a Orúnla.
Tampoco en Cuba los negros congos llegaron a crear algún auto dramático que recordara las antiguas luchas ocurridas en su tierra a partir del siglo xvI entre sus reinos (por ejemplo, la guerra de los congos reales o entótela contra los musundi) o contra los invasores portugueses, tal como sucedió en Brasil. Ni tampoco los negros cubanos dieron origen a autos bíblicos, a estilo de los autos sacramentales de Europa, que surgieron en los primeros templos de los negros bautistas de Estados Uni-
Toque y canto a ORUNLA. —IIL. 48” del Oru del Eyá Aranla. PS
O un ko
Okonkolo
o
0tun la
Pr bydr lr Drs
ey
IHtó6tele
Fig. 51-A
Tercer baile y canto a Orúnla.
ntinúa
!
Fernando
Ortiz / 394
dos, según señala Arthur Ramos.” Es probable, sin embargo, que durante los siglos XVI y XVII se representaran algunos autos en La
Habana,
frente
a la iglesia parroquial,
con motivo
de la
festividad del Corpus Christi, a la cual concurrían los negros ron sus danzas; pero esto será tratado en otro lugar. En Cuba los congos bailaron yuka, y todavía resuenan sus toques por los campos, aun cuando van extinguiéndose. En la música de vuka cooperan tres tambores de los que se sacan A ELEGGUA.
E
re
e
mo dan
So
toa thp
gun
Fig.
Baile
Nu?
cuatro timbres:
52.
Ke ye
pkua
te
e
E
pkua
a
la
y canto
la caja, la mula
ds suello
o
u
Ke
ye
Ja.
a Eléggua.
y el cachimbo,
que son tres
membranófonos, y la guagua, que es la sonoridad que se capta percutiendo sobre la madera de la caja con dos palitos. (Véase un toque y canto de yuka en la Figura 74.) El solista o gallo con frecuencia improvisa su canto, que se llama «inspiración»,
y terminado éste lo repite al son de los instrumentos, secundado por el coro de los bailadores o del público. Al canto suele ¿0
Martínez.
395 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
responder un gallo rival y así se forma el contrapunteo. (Figuras 75 y 76.) Es probable que en estos bailes profanos hubiera
su mimesis.
Recordemos
la danza
calendu
o calinda,
en
Cuba caringa, que fue famosa por su lubricidad y pantomima sexual. Canto
E
le Je
lucum
le
a ELEGGUA.
gba
E
le
gb
e
le
le
EA
e
Sha
Fig. 53.
A quan lema Fig.
ya eos
e
pee
lo
Otro baile y canto suelto a Eléggua,
Canto
€
ve
bem
o
lucum: a OGÚN 3
ra 54.
Baile
a quan: le y canto suelto
3
ki lon fe a Ogún.
También fueron traídas a Cuba las danzas gímnicas de África, conocidas por toda su costa occidental y sobre todo en los pueblos del Golfo de Guinea. Frobenius se refiere al baile llamado ekócheche de los negros takuá, como el más vivaz y entretenido deporte que él vio en África. Talbot encuentra el pugilismo entre los ibo y los ekoy, que en algunas tribus aún se practica como rito para fortalecer los sembradios y las plantas. Esos juegos y bailes agonales de África requieren tambores y toques especiales y sus formas de lucha son diversas. En
Fernando
Ortiz / 396
Brasil se estila el angolense juego brinquedo dos capoeiras, consistente en un baile y canturreo acompañado de cierta luche Canto
O
a OCHOS]
O cho sio mos yan ya yan ya
o
Keo
yan ya
o
ke
Cho sio
mo ma yanya Fig.
55.
Baile
y canto suelto
ke
o
Ke
a Ochosi.
que se realiza entre dos jugadores con golpes dados con pies y piernas. Courlander vio en Haití la pantomima de una lucha de dos atletas en forma de danza. En Cuba ha sido muy frecuente el llamado juego y baile de maní, que en Las Villas también se conocía por el nombre de Bambosé. Así lo define Martínez Moles: «Baile de negros
alricanos
que
consiste
en
contorsiones,
simulando
pegarle
al
que uno tiene más cerca; pero haciéndoselo al que se encuentra más lejos y descuidado.» Su oriundez étnica se atribuye a los gangás y especialmente a los llamados gangás maní. Este baile se decia juego de mani y era tan juego como danza, un muy curioso juego gíninico, antaño muy frecuente sobre todo en los pueblos de Matanzas y Las Villas; y hasta hace una veintena
de años solía bailarse en el barrio de Los Pocitos, de Marianao.
Aunque se decía prohibido, siempre tuvo allí la tolerancia y hasta la protección, nada criticable, del que fue popularísimo alcalde Baldomero Acosta. El juego de maní consiste fundamentalmente en un pugilato, durante el cual un jugador que está bailando trata de abutir con un fuerte golpe a puño cerrado a uno de los varios
Canto
a OCHOSI
de ma ta.
ma la ta-....
ta g6a de
lo
lo
rua fe le
3
4u
E
mo
ro
tum
20 Fig. 56.
nm
39€
.
ye
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E
fuera
40
mi
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ya
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o
k Sa ka
0
Otro baile y canto
z
mata
+ “+.
gue
de Oru.
na-ye -.-*»
ko
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oo
20
ko
Moto
ye nao
lucumí
“+
o ro
de ma suelto a Ochosi,
ma
0
«+
Se
k
na
te
Tr
Ki
sosa
yanae
Ta
4
Fernando
Toque y canto a IBEDYI
o mo bt
yi
oo
bes
Fig. 57.
fuera de Oru.
4
ya a lata na a la bes 5a te 4é
Ortiz / 398
40
kedle
kela ke lo
ke
de
ya.
Baile y canto suclto a Ibédyi,
participantes que están a la defensiva, formando un corro a su alrededor. Un viejo moreno nos informó que algunos maniseros se ataban la mano izquierda a la espalda para luchar sólo con su diestra, pero no parece que esto era lo usual.
El
baile y juego de maní era de hombres solos; pero se cuentan algunos casos de mujeres marimachos que gustaban de participar en el juego y daban buenos trompones. Los maniseros iban descalzos, desnudos de la cintura para arriba y con calzones cortos o subidos a la rodilla; sin armas, insignias ni otro adorno que algún pañuelo de colores colgando de un ancho cinturón de cuero que les protegía el vientre. El maní se jugaba siempre de día y sobre «tierra muerta», pero de varios modos. Maní limpio era cuando los púgiles o maseros iban simplemente con la piel desnuda; maní con grase era si ellos se engrasaban el tronco, los brazos y la cabeza con manteca de corojo, lo cual hacía que los golpes resbalaran al herir y fuesen menos contundentes y decisivos. Además el maní se jugaba por los maniseros «a puño y muñeca limpia», o bien «con muñequeras» cuando llevaban forradas las muñecas y parte de los antebrazos con sendos brazaletes de pellejo de buey,
reforzados
«con
adornos»
consistentes
en
duras
ca-
399
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Bayuba Chango.
Otónkolo
Fig. 58.
bezas
de clavos
y púas
Toque
de saludo a ese dios.
Canto y baile de saludo a Changó.
de acero,
remachadas
en
el cuero,
o en
piedras ocultas en su interior; aparte de los makutos y demás hechizos brujos con que los pugilistas querían asegurarse lo certero de sus puñadas, esguinces y quites y la consiguiente
Toque y canto a CHANGÓ e
tuera de Oru
,
Suemile re lubeo Okónkolo
3
mao
Yo
E Sia queno
.
Po”
a
Itótele
Yo
0
3Sangóo
Fig.
gmayeo ma
59.
Baile
y canto
o
suelio
yo
-
a Chango.
mao
401
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
La rumba
Urea
te
atateia
o lu
ito
o ua ba
koso
“a
kote
de Changó.
ko(d
ña
toko
6
toke
ña
ke
miití
lo la Kesa que a í¿tauga gama
¿
ka
Fig. 60.
u ga
gama
bn
ae
¿f%t..
La llamada «Rumbita de Changó».
victoria. Á veces el golpeado caía hacia atrás sin sentido; pero en otras ocasiones era el bailador quien al agredir lo hizo con tales ímpetus y desacierto que el agredido, con ladearse a tiempo, lo hizo fallar, perder el equilibrio y caer de bruces entre dos sujetos de la rueda. En los bailes con muñequeras las trompadas eran más graves y el agredido podía quedar muerio; pero también el agresor, al ser parado, por ejemplo, con una muñe-
quera de púas, podía recibir heridas muy peligrosas. Los golpes debían tirarse a la cabeza o al tronco, «de cintura parriba». de lo contrario no eran válidos y se consideraban fulastrerías, motivos de sangrientas represalias. Algunos golpes arteros estaban
especialmente
prohibidos,
que se lanzaba contra el hígado.
como
el llamado
A menudo
raja-puyón.
se olvidaban
las
Fernando
2”
Toque lucumí del A EGÚN.—IL Okónkolo .
cierre .
del
Ortiz
/ 402
ritual. .
itótele
Fig. 61.
Segundo
toque
y baile a Egún,
en «el cierre».
buenas reglas del baile y se daban «golpes malos», ra», no sólo con los puños sino con los pies y la rando así al rostro y al tronco como a la barriga y Pero, aun guardándose las normas, el juego era
«como quiecabeza, y tia las ingles. muy rudo y
403
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
3” Okónkolo
Toque del cierre del rituas.
A EGÚN.—III. .
.
.
Itóotele
Ilya
Fig.
62.
Tercer
toque
requería gran resistencia.
como sigue:
y baile
a Egún,
en
«el cierre».
Por eso un cantico
E que no guanta no rima Ponte lejo pa mirá.
de maní
decía
Fernando
4* Okóonkolo
Ortiz / 404
Toque del cierre del rmual A EGUN.—IV .
ltotele
.
Fig. 63.
-
Cuarto
toque y baile a Egún,
en «el cierre»,
(Quien no aguante los golpes que no se arrime y se quede lejos sólo para mirar.) En el juego de mani intervenían un número variable de
maniseros o púgiles, seis..., diez..., veinte, todos los cuales an-
11
Toque del cierre del A ELEGGUA.—I
ui teun
ko
>
3
>
>
Ele
ritual.
yan
ko
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lan
ro e de
Oxónkolo
FS se
un
ko
Fig. 64-4.
Yan
Primer
ko
ro
e
le
buile y canlo a Eléggua,
de
Continúa
en «el cierre».
A
11%
Jan ko
to
¿
Toque
del cierre del ritual.
A ELEGGUA.-—1.
bo mo ta ande ko ¿
hakurumae le gbadan de
Fig. 64-B.
Primer
B-
mato i ma mi
cha kururmai bo tu taande..
baile y canto a Eléggua,
en «el cierre».
Fin.
12"
Toque del cierre del ritual. A ELEGGUA.—II. a ..
Elegóa
Okónkolo,,
3
A
a zolo na fua
guae le 960
gua
di
Itótele
a
¿o lo nafu
a
a
en
na
to
bo
Continúa Fig. 65-A.
Segundo
baile
y canto
a Eléggua,
en
«el
cierre».
í
12 3
'
Toque del cierre A ELEGGUA —I
3
na
És cu
baraa
To
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ritual
3
ki
,
,
ba
B
te
-)
»
2Plr
Po
dly?>
baile
a Eléggua,
ontinua Fig.
65-B.
Segundo
y cantv
en
«el
cierre».
409 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore... 12?
Toque
del
cierre
A ELEGGUA.—I.
del
ritual.
3
oc ya
o
ya
Fig. 65-C.
o ya E legta
Segundo
Cc
oya
0
baile y canto a Eléggua
ya 0 ya
en «el cierre».
a Fin.
tes de comenzar la pugna hacían sus apuestas en dinero, depositándolas en un fondo común que retenía el jefe del cabildo o un viejo elegido al efecto para que lo entregara luego como premio al campcón. Hecha la ponina colectiva de las apuestas, se sorteaba entre todos los jugadores quién iba a ser el primero que saldría a bailar.
El sorteo se comenzaba
por los dos más
viejos y generalmente se hacia mediante un trozo de caña de
azúcar.
partido
a lo largo,
tirándolo
uno
de
los
jugadores
al
aire después de preguntar al otro si iba «a cáscara o a masa». análogamente como antaño era muy común hacerlo con una moneda tirada a suerte de «cara o cruz» y se hace ahora en Cuba «la estrella o escudo». El que perdía en esta prueba era apartado y tenía que ir «a la rueda», y así se seguía la eli-
minación
echándose sucesivas suertes «a cáscara o masa», hasta
que quedaba uno solo, el cual iniciaba el baile.
13”
Toque del cierre del A ELEGGUA.—HIl. Mod”.
E -la.gbani
ritual. A
ta-— la ho. ya
Okónkolo
ltótele
Continúa Fig. 66-A.
Tercer baile y canto
a Eléggua,
en «el cierre».
411
/ Los
bailes y el teatro de los negros
13”
Para
el juego,
el folklore...
Toque del cierre del ritual. A ELEGGUA.—III
la - la torye
Fig. 66-B.
en
|so-ku
Tercer baile
o
y canto a Eléggua,
todos los maniseros,
en
menos
el cierre».
el bailador,
for-
maban una rueda o corro, uno junto a otro, cerrando a veces la formación los músicos a cuyo tañido se verificaba el pugilato danzario. En el centro estaba el protagonista bailando y Cantando. Solía empezarse el juego con el canto de la F igura 77. Los púgiles afamados al iniciar su baile «roncaban», es decir cantaban con alarde de sus pasadas victorias y desafiando a los demás. Los cantos eran a veces «en lengua», pero generalmente en habla criolla para que pudieran comprenderlos todos los negros presentes, de diversas «naciones» africanas, los cuales
entre si se entendían
en un
español
elemental,
así como
los
14”
Toque
final del cierre ritual.
Dedicado
o. Okónkolo%
a OLOKUN.
o
e
A
u
ya
e
Lo?
le ku ee
Itótele
Kue
deta le
Lv2
o
"Continúa Fig.
67-A.
Baile
y
canto
para
Olókun,
en
«el
cierre»
14”
Toque
final del cierre ritual.
Dedicado a OLOKUN.
E teu
Z
le
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2
o
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e
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mi lea su bo
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=> 67-B.
Baile
y canto para Olókun,
en
la
tae tu le
zoscf
Continúa «el cierre».
147
Toque
final del cierre ritual.
Dedicado
a
giszolo
Te
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a OLOKUN.
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1
so fe
Pr?»
o
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kun
ba gue o
Q qua so
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ga
ba guao
Do >
Nx
ntinúa Fig. 67-C.
Baile y canto para Olókun, en «el cierre».
e
415
/ Los
bailes y el teatro
14”
Toque
de los negros
en el folklore...
final del cierre ritual.
Dedicado a OLOKUN.
€
£
o
lotun
Fig.
ba gua o
67.D.
a giúclo mu go ha giso
Baile
Un
y
canto
canto
para
Olókun,
en
areró-cubeno
A Fig.
68.
Otro
baile
y canto
arará.
S
«el
cierren
Fernando
“Agó-madó",
canto
Ortiz / 416
arará-cubano. 3
A
bolo
go ma do
a
go ma do
a do ñañas gomadoJom
bo lo he ñaa ¿0 maa de bo
ga
na
a
goma do Fig. 69.
3 a jo hañaa go mado Yom
Kue yi sigue Kueyco
asa
a de hara go madoyombo lo
a
Baile y canto arará.
Toque y canto de Makuta. >
runa
lon que
Fig. 70.
e mu nalo gua
ta ta Ka chkam ba »
Otro toque y canto congo, en Cuba.
417 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
congo
Toque
Fig. 71.
Togue
congo de Maxuta.
yan qa
+igoma
al
pozo.
Toque de marcha congo, en Cuba.
3
mn: ma
Marcha
Makuta.
de
Sqrrx
ne.
Canto a Yanga.
3 OT
2
mu Ma
Yan ga
Sa mu
tE
3
Nsumb1.
Fig. 72.
Toque
y canto
congo.
en Cuba.
criollos y los blancos. Un canto africano decía con sentido que no hemos averiguado: Oyaré Y el coro lo repetía.
aserendé Un
numbaléo
«cantao»
decía
en criollo:
Solo: Tié való pa tumbá viejo. Coro: Tié valo.
Fernando
Toq:= y canto de Makuta.
Em pon
Ngoma
Pig.
73.
de pkuili yo
o
mayo
Ti yo ma yola e
Baile
y canlo
/ 418
Baile de “Las Banderas”.
3
ya ye em pon de ph
Ortiz
congo
en
Cuba.
la
e
419
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en el folklore...
Otro aconsejaba un golpe de revés: Solo:
Coro:
Tira a revé,
que suena
Que suena o 6.
o ó.
Los cantos con frecuencia se improvisaban y cada «gallo» lanzaba a su antojo sus «puyas» y fanfarronadas que enar-
decían
a los rivales.
Al
canto
del solista
retador,
replicaba
el
coro con un estribillo o repitiendo las palabras finales. Canto y toque de Yuka.
la ton 30 Guagua.
Ki
nani
bn
A
gue
Cachimbo.
Continúa
Fig.
74-A.
Toque
y canto
congo
en
Yuka,
Fernando
Ortiz / 420
El baile de maní no tenía una coreografía especial. El bailador hacia con sus ademanes, pasos y saltos las más variadas y primorosas figuras y mudanzas, a veces extravagantes, como para lucirse y distraer a los individuos de la rueda, despistándolos acerca de sus intenciones y sorprenderlos desprevenidos. En la rueda
cada jugador estaba con los brazos libres, balan-
nas
«escarranchadas»,
ceándose «palante y patrás» sobre sus pies fijos, con sus pierabiertas,
en
contacto
con
las de sus ve-
Canto y toqu:: de Yuka.
lo
Fig. 74-B.
€o
eo
no
ña
Toque y canto congo de Yuka,
ma
a.
421
/ Los bailes y el teatro de los negros
Inspiración del Gallo.
Sie
É
le
Fig. 75.
sauta Toque
y canto congo
PP Indoo
So
y manga
Ette ga
lo 3¿
ma yim
$e
eo eomeo ema de gallo.
En Yuka.
ll
e
Sa llo mecon besa
En Yuka,
€o
Inspiración del Gallo.
en el folklore...
ka
_—
6 do que yo le ga
—
po con
De
día quega Ue me ton besa yo no
ne ne son bla men ti na mishes
mares yo men
AS bule pa que me La cua o ll to pague me Fig. 76.
eo
ma. Otro canto de gallo, en Cuba.
Fernando
Ortiz /.422-
cinos, de manera que cada uno colocaba su pierna derecha cru-
zándola sobre la izquierda de su compañero, a la vez que su camarada del siniestro lado cruzaba la pierna derecha por delante de la izquierda suya. Asi se formaba con las piernas de todos como una «valla», que así solían decirle, y ninguno de los maniseros podía separarse de ella so pena de ser sacado del juego como perdidoso, y como cobarde si voluntariamente abandonaba la palestra, desistiendo de la pugna. Comenzaba
la música
su tañido
fuertemente
rítmico
(Fi-
gura 77) y el bailador a moverse de un lado a otro a su compás, ejecutando
muy
variados
pasos, ora serenos
ora saltuarios,
ya danzando junto a la línea de los jugadores ya brincando de uno a otro improvisamente y a su capricho. En esas súbitas variaciones de pasos y en la movilidad inesperada del bailador
estaba su secreto, pues su habilidad había de consistir en asestar
inopinadamente un golpe que sorprendiera y «tumbar» a cualquier otro jugador o lo hiciera salir de la rueda. El que no
Canto
Ye yen
Ki sa
Sina
ge te si ma
kisí
de Mani
simo
"au ye yen
7
Kisa
yesyen Kiosa Fig.
77.
Baile
y canto
me
sí
sí
ye
mani
ma
de Maní.
yen
óa 7n00. lan
ni
423
/ Los
podía
bailes y el teatro
de los negros
parar o esquivar el golpazo,
manisero
en la rueda
exclusivamente a la defensiva. adversario
el folklore...
y se caía o se apartaba
la línea, rompiendo la formación, definitivamente fuera de la valla. Cada
en
ya era perdido
debía
y quedaba
mantenerse
firme,
Podia parar los puñetazos
con sus brazos que se movian
de
libremente,
pero
del
podía
eva-
dirlcs ladeando su tronco y su cabeza de un costado a otro 0
agachándose;
pero él no podía responder
a les golpes con otros.
No era un boxeo, no era un pugilato entre dos. Era sobre todo un juego de fuerza, ligereza, habilidad y resisiencia. El baile servia como base rítmica de los movimientos del protagonist. y sus pasos numerosos y cambiadizos ocultaban como una enmarañeda
silva
mímica,
las intenciones
y movimientos
inco-
ativos de la repentina agresión. Si el agresor alzaba su potente brazo ¿era por caprichoso aderián de simple coreografía o por disimulado inicio de un puñeiazo? Sólo un instante mediaba entre el amagar y el agredir o entre el ademán aparentemente Canto
,
y
4 J
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78.
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seguridad
ni
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Ca
congo en la secta de Palo
quién,
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cuándo,
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Monte.
amenazador y su desviación en una mudanza sabía
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Monte
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an
de Palo
ni
del baile. cór:o
iba
Nadie
a ser
objeto de una acometida. Un brazo del bailador se alzaba o contraía como para pegar; pero ¿contra quién? ¿Contra el manise-
Fernando Ortiz / 424
ro enfrentado por él o contra uno de sus vecinos inmediatos? ¿O contra otro más distante, distraído y confiado, que era alcanzado con un violento y repentino saldo? ¿0 era sólo una finta para amenazar engañosamente a quien no se pensaba herir y lograr de ese modo el golpe decisivo contra un descuida do? Así, lance tras lance, la rueda se va acortando y el púgil danz ante sigue su baile agresivo. Pero si el manisero agresor falla en un puñada porque el agredido se desvía, aquél es entonces el perdedor y el afortunado de la rueda pasa a ocupar el puest o privilegiado
del protagonista del baile, que es el que
tiene la iniciativa. Así
se continúa hasta que la rueda se reduce a un número tan corto de participantes que ya no pueden cerrar el círcu lo juntamente con los tamboreros. Entonces los escasos manisero s que restan son los «gallos» y se forman en línea semicircul ar frente
a los tambores, con el bailador que esté en turno danz ando entre
ellos y los músicos. Se llega al baile de un «gallo» contr a dos contrincantes y al fin contra uno solo. El arte y el azar para am-
bos son los mismos;
uno en su baile trata de abatir inesperada-
mente al otro con un golpe contundente y el amenazado procura aguantarlo en firme, pararlo o evadirlo. Quien de la parej a
vence en este último lance gana el juego y suyo es el montón
de las apuestas.
Canto
Yimbula,
de Mayombe. 3
LA Yirmbu la
pa lo
ba mos yimón la
ba yin bu la a Fig. 79.
y
coco
Canto de Muyombe
a
co to
im
para vimbulá.
e tam ón
bu
la.
425 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Por esta descripción
se ve que
ninguno
puede
triunfar
perder sin recibir mi una
puñada,
cuando
si
ha recibido un golpe eliminador; para uno ganar ha de haberse mantenido a pie firme en la rueda, aguantando los golpes indecisivos y parando o evadiendo los que se les aticen. Parece que
se puede
uno
gana
por esquivar un golpe y pasa al puesto de hailador, donde, ya en la danza, se frustra su intento de propinar un golpe, por cuyo fracaso pierde lo que antes ganó. Si él pudo ganar por listo al quite de un golpe lanzado
contra él, a su vez hubo
de
perder por otra evasión defensiva, la que a él le hicieron con éxito cuando bailando en el centro de la rueda él fue quien agredió sin fortuna. Así pues, se podía perder saliendo ileso del pugilato. Sin embargo, parece que en algunos casos el juego era más riguroso. No perdía un luchador sino cuando era «tumbado». Si perdía el bailador si se caia por su propio desequilibrio, pero si solamente fallaba el golpe, pasaba a unirse a la rueda y el ileso ocupaba su lugar central. Y así indefinidamente
hasta
que
uno
tras otro caían
«tumbados»
o se aparta-
ban de la «valla» por causa de sus contusiones. Era inminente el riesgo de recibir serias heridas, que podían ser mortales. Las lesiones se curaban con una infusión de aguardiente y orines, en la que se echaba un «mascón» o mascada de cabos de tabaco. Cerca de la rueda se ponían bateas con agua para lavar la sangre de las heridas graves, como un «rompio» de ojos, un «arrancao» de orejas o las desgarraduras de labios y mejillas, que eran usuales. Cuando uno «quedaba Canta Final de Biyumba 3 Sos
Segea bo
a llim be Sea ea 60 Fig. 80.
o
maallimbe.
Cunto de Bivumba para terminar.
Fernando
Ortiz / 426
privado» le echaban aguafría a los pies, a que tornase en sí. Y si uno moría... «no pasaba ná...» El muerto era apartado y el juego continuaba, pues una vez iniciado éste no podía suspenderse hasta llegar a su fin. Al ganador cuando se llevaba el premio todos debian congratularlo y le estrechaban la mano. En ese astuto rejuego de lances, en que valían la fuerza, la destreza y la astucia, estaba la gracia del maní, que se adornaba con música y cantos. La música era de dos o tres tambores y un
agógo
ros también
o guataca
percutida
podian tomar parte
con un
hierrito.
Los
tambore-
en las peripecias del juego.
Los inúsicos tocaban sus tambores verticales, cilíndricos, clavados, de candela, hechos de un tronco de aguacate ahuecado:
y encorados con un pellejo de buey. Ellos tañían en sus membranófonos los lentos ritmos tradicionales, a cuyo son el bailador y demás maniseros cantaban puyas y estribillos; pero asimismo podían correr los riesgos del mant. Si su función principal era la de percutir en el cuero de sus tambores, también corrían el azar de que les percutieran duramente en su propio
pellejo.
Mientras
los tamboreros
tocaban
los ritmos
para
los
cantos y el baile, el jefe de ellos, el cajero, tenía que estar muy alerta pues la estricta regla del juego exigía que cuando el bai-
lador
daba
inesperadamente
un
duro
golpe,
aquél
con
sus ma-
nos diera también sobre la membrana de su tambor un golpe seco, rigurosamente sincronizado con el producido por el bailador. El cajero, que en el toque de su caja solía primorear, «quinteando» como en las rumbas, debía en todo caso «marcar el golpe» del puñetazo en el preciso momento cuando éste se daba. Uno
y otro golpe, el del puño
y el del tambor,
debían
sonar juntos, al unísono; ésa era una de las típicas finezas del juego. Si el cajero se distraía o retrasaba un tanto, perdía su puesto de músico y pasaba a la rueda a correr las mismas contingencias que los demás, pues allí podian «tumbarlo» como a otro cualquiera, mientras otro músico lo relevaba en la orquesta. Este sincronismo musical entre el golpe del tamborero
427
/ Los
bailes y el teatro
de
los negros
en
el folklore...
y cierto paso del bailador es usual en las «rumbas «rumbas
de solar».
Es muy
que su presencia cubana
típico, además
bravas» o
de interesante,
por-
en el baile de maní y en el de rumba
perece ser un argumento confirmativo de la muy difundida tradición de que la rumba es etnográficamente de origen gangá. tanto como lo es el baile-juego de mant. El juego de maní en África debió de tener originariamente un sentido mágico,
como
era muy
común
en los espectáculos
agonísticos, que solian relacionarse con ritos rios; pero no sabemos que en Cuba lo tuviera. la hechicería era en él frecuente para asegurar o la derrota de los adversarios. Los maniseros
astrales y agraDe todos modos, la victoria propia solian llevar es-
condidos en sus muñequeras o en el cinto, muy poderosos makutos, masangos, resguardos, polvos, bilongos y demás hechizos.
asi defensivos como agresivos. Y cuando combatian por barndos, se preparaban muy anticipadamente con ritos mágicos y conjuros para akangá a los contrarios. El maní era juego en que
los protagonistas
entraban individualmente;
pero con frecuen-
cia se formaban grupos que hacían desafíos colectivos. Á veces los de un ingenio contra los de otro; y se dieron casos en que los amos patrocinaran esos juegos espectaculares y de diversión, aumentando el fondo común de las apuestas para mayor aliCanto congo Chola Gúengue
elo
Cho la
vé
la
Júen que
ven
Fig. 81.
tue
a.
gúen qien cho
va
Canto de los Kimbisas
¿ho a Chola
la
Ciiengue.
la
Fernando Ortiz / 428
ciente. Y no faltaron blancos forzudos y animosos que, atraídos por aquel exótico pugilato, entraban en él como cualquier moreno valiente. Se cuenta de un español, gobernador militar de Trinidad, que tuvo nombradía como manisero. Otras veces hubo grupos trashumantes de profesionales formados por maniseros de fama ganada en victorias repetidas. Muy nombrado fue el «puñao» de maniseros que dirigió una tal Martina, negra bruja de Trinidad. Sus contrarios perdían siempre. Los meniseros de Trinidad fueron muy reputados y temibles. Nos contaba uno de ellos, que con muchos otros fue mambi en la guerra por la
independencia
mani
nacional,
que
y eran tan destacados
en
los campamentos
solian
jugar
los trinitarios que éstos cantaban
con sorna en los desafíos, aludiendo a que no encontraban quienes quisieran rivalizar:
Trinitario
Vámono
tá mucho
pa Trinidad.
aqui
En las provincias de La Habana y Matanzas tuvieron renombre los maniseros de Aguacate, Canasí, Caraballo y comarcas aledañas, pues sus brujeros lograban siempre triunfar y sus contrarios quedaban muy malparados. Aun en los modernos tiempos de la afición al base-ball, los peloteros no querían ir a esa región por miedo a los ardides de sus brujos, que les frustraban sus juegos y les causaban daños. Nos han contado viejos esclavos que a veces los amos de los ingenios se interesaban en el juego de sus negradas y organizaban grupos de maniseros que retaban a los rivales de otras fincas, como si se tratase de «peleas de gallos». Cada amo apostaba por sus maniseros a que «tumbaban» más que sus contrarios, y en esos desafíos los negros «tumbados» pasaban a ser esclavos del amo de los «tumbadores». Roger Bastide piensa que las capoeiras brasileñas fueron favorecidas por los blancos para desviar así la agresividad del resentimiento de los esclavos hacia expresiones violentas pero intrascendentes.
429 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
De todas maneras
el juego de maní
fue una de las grandes
diversiones de los negros africanos y de sus hijos, y muchos tuvieron gran prestigio por las tierras azucareras de Cuba, como
los buenos boxeadores de nuestros días. Uno de los más afamados por el sur de Las Villas fue Indalecio Esponda, esclavo que como manisero le ganó tanto dinero a su amo, el dueño del ingenio espirituano llamado «Bacuino», que éste lo emancipó un día en que «tumbó» a varios de sus rivales más forzudos y hábiles. Hemos oido a Clemente Diago, hoy nonagenario, referir sus hazañas de «gallo», «puyero» y «manisero» por los antiguos ingenios de Matanzas y Las Villas. Hasta tuvieron resonancia algunas maniseras. Por las Villas sonó mucho Caridad Cantero, como virago temible en su juego. Cuéntase que a un
manisero
muy
mentado,
ingenio
o de
una
de nombre
José
Sarria,
lo derri-
bó una mujer manisera, por lo cual quedó muy avergonzado y jamás volvió a «jugar». Los famosos maniseros esclavos solían emanciparse con sus ganancias y a veces eran pendencieros y perturbaban los juegos, por lo cual se les vigilaba y se hacía que abandonaran la comarca. Un tiempo el mani se persiguió mucho por Las Villas, donde era muy usual y fue degenerando en luchas terribles, poco menos que criminales. Se dice que el juego de mani fue legalmente prohibido; pero no tenemos prueba de que las autoridades lo persiguieran. Fue sólo precaución temporal y local, de
un
zona.
en
evitación
de
abusos
en
las
apuestas o trastornos en las faenas de la zafra. Hoy dia raramente se juega mani en algunos poblados rurales. pero más bien como una alegre parodia, sin puñetazos, muñequeras ni lesiones, sólo «marcando» los golpes. El terrible juego-baile ya es sólo la pantomima de un rito ancestral. Sin duda. el bailepugilato de maní tenia una expresión más estética que la brutalidad de los civilizados boxeos. y creemos que favorecer su pervivencia
en
Cuba
como
un
popular
ejercicio
de educación física. no habría de ser un desatino.
deportivo
y
Fernando
Ortiz / 430
No se han agotado con las ya indicadas, las danzas pantomímicas de origen africano que todavía se ven y oyen en Cuba. Aún pueden citarse los bailes rituales de ciertas sectas esotéricas de los congos. Así en el Palo Monte, cuando se baila en corro y se canta en coloquio con el mfumbi para llamar al «perro» o espíritu posesor, o cuando se le canta para que se vaya. Véase un canto de Palo Monte en la Figura 78. En la secta Mayombe los ritos para yimbulá son más «spectaculares. Se baila y canta para que baje o se «tumbe» un mayombe,
mbuá,
«perro»,
«caballo»
o «criado».
El «prende-
ro» o tata-nganga entona las invocaciones y el corro de los «vasallos» le responde. (Figura 79 de este libro y Figura 27 de La africania... etcétera.) Pero el mbúa retarda su presencia y hay que estimularlo haciendo que el feligrés en paso de trance empuñe la yaya simbólica del poder mágico, el mazo de grama o de hierba «pata de gallina», o el mpaka o cuerno cargado de magia. Y el baile litúrgico continúa hasta que el «perro» cae «dando un volío». En la secta de Biyumba los ritos danzarios son análogos, pero más complicados para despedir el mbua. Al hechicero lo tienden bocabajo y con el mpaka le hacen cruces en la frente, el cogote, el pecho, la espalda, las corvas, los codos, los pies y
las manos, todo ello entonando cantos (Figura 80 de este libro y Figura 28 de La africanía... etcétera), hasta que con adema-
nes simbólicos se apagan las velas ante la «prenda» y termina el rito. En
poderosa
la secta
sociedad
habanera
secreta,
de
los Kimbisas,
conga,
pero
derivada
transformada
de
una
radical.
mente en Cuba mediante una ingeniosa sincresis con elementos católicos, por un personaje mulato llamado Andrés Petit, los
bailes ticos 29 y canto
rituales son también del Congo, pero los ritos y los cánresponden a sugestiones eclesiásticas. Véanse las Figuras 30 de nuestro libro La africanía... etcétera. La 29 es un al dios congo Sarabanda y la 30 se dedica a Chamalongo.
431
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en
el folklore...
Véase además, en la Figura 81 del presente libro, el canto con-
sagrado a Chola Giiengue. a modo de una rumbita que se baila
en rueda «dando brinquitos». Otro canto de los Kimbisas es el de Erisi Balandé (Figura 31 de La africanía... etcétera), el
cual se usa cuando el «padre», revestido de sus paramentos sacerdotales y alzando su varita mágica, llamada báculo, «abre
el altar» por la mañana, y luego a la puesta del sol para cerrarlo invocando a los murciélagos. Algunas de estas músicas Kimbisas son heptatónicas y parecen influidas por el arte blanco; son mulatas y criollas como lo es la secta. Los negros en Cuba aplicaron su inventiva
sión a la pantomima
inspiraron
en
y su propen-
imitativa creando bailes y canciones que
el ambiente
cubano,
nuevo
para
ellos.
Registre-
mos algunos ejemplos. «El ziripá. según Ramón Martínez, era un son cubano de los antiguos negros» que se hizo muy popular, con su estribillo: Ziripa, negro con bronco, pá con pá no pega nd.
Se bailaba poniendo una mano en la cabeza y la otra en la nalga, imitando los ademanes y saltos que daba el esclavo. cuando lo castigaba el fuete del mayoral, para evitar los cue-
razos. «Te haré bailar el ziripá» era como una amenaza.
Popular fue entre los congos de Cuba un baile profano y de música
muy
erótica,
con
mucho
meneo
de caderas,
pareci-
do al llamado makinu ma luketo que cita el P. Wing. Se bailaba al son de un «cántico» que decia makinu mantú mango mangúe,
del
cual
parecen
sobrevivir
las dos
últimas
palabras,
convertidas en un pregón de mangos, muy oido en la Habana cada año durante la época de esas frutas. Popular fue en la segunda mitad del siglo pasado el Baile del papalote en el cual el bailador ante la mujer imitaba los movimientos manuales del muchacho que mueve el cordel con
Fernando Ortiz / 432
que se «empina» y hace volar el juguete llamado «la cometa»;
al cual en Cuba decimos «el papalote», por influencia de Méxi-
co donde también se dice así a la cometa, aplicándole una voz india que significa «mariposa». La mímica del empinar se traducía fácilmente en sentido pornográfico. La rumba es esencialmente pantomimica, la simulación del cortejo amoroso hasta su peripecia orgásmica, y siempre se desarrolla estilizando con crudeza o con sutil comedimiento ese diálogo de los sexos. Pero fuera de su afroide trama esencial, ha adoptado en Cuba otras expresiones miméticas a manera de adornos anecdóticos complementarios. Todavía los viejos rumberos criollos, que quieren mostrar «erudicción» y lucirse con antiguas rumbas, reproducen algunas de estas que tuvieron cierto sentido pantomímico. Una de ellas, por ejemplo, imita una escena entre la mujer, que hace de maestra, y el hombre, como muchacho rebelde a entrar en la escuela. La can-
ción
alude
a
esta
travesura;
con
un
doble
sentido
picaresco,
mientras la maestra le pega al «niño» con una correa. En otra rumba el tema músico y cantado es «Lola no sabe hacer ná»
y la bailadora hace los ademanes
de lavar, planchar, tender o
cocinar, etcétera, según diga la canción. Rumba muy aplaudida por los turistas forasteros es la de «Herrar la mula», en la cual la mujer
hace
de bestia, puesta
en el suelo
«en cuatro
patas», y el hombre, de herrador, simula que le va clavando las herraduras. Esta rumba es una de tantas soeces degeneraciones de aquel baile afrocubano, inventada para complacencia y explotación de turistas estragados; ha perdido toda la gracia salerosa de la mímica que era típica en la original rumba cubana. Algunos han creido ver cierto elemento pantomímico en «el vestido de la criolla danza guaracha, que ha devenido el típico de la rumba [...] La larga cola de la bata de la bailadora, con sus rizados
vuelos,
representa
las plumas
de la co-
la de la gallina y la camisa rizada del hombre simboliza las en-
433
/ Los bailes y el teatro de los negros
en el folklore...
grifadas plumas del gallo». Pero no hay tal alegoría. El mimetismo de la rumba es directo. El cortejo amoroso es simplemente humano, no gallináceo. La cola de volantes no quiere ser de gallina de suelta y vueluda batona de mujer que excita al macho
con
se bailaba
en
sus
coleos;
los
rizos
de
la
camisa
no
remedan
el plumaje de un gallo encrespado por la lujuria. Ya la rumba África, sin vestimentas
alegóricas
de teatro,
en
su desnudez carnal y en su mímica meramente humana. El supuesto alegorismo gallináceo es invención hipocritona para turistas, caprichosa como suele ocurrir con las etimologías populares. Lo mismo que la infundada suposición, ya citada, de que los atavíos y pasos extravagantes del ireme de los ñañigos en su danza espectral, ajena a todo erotismo, representan a un gallo en ufanía de amores. Ésas sólo son fantasías de blancos propincuos a la salacidad. El ñañiguismo, al menos en Cuba, es precisamente entre las instituciones africanas transplantadas a este país, la exenta de todo resabio de erotismo. En las religiones y magias africanas
(las de los lucumís, ararás y bantús)
de sentido
ya lo hemos
que se practican en Cuba, aún pueden hallarse sobrevivencias erótico,
como
indicado;
pero
esto no
ocurre en los ritos abakuás o de los grupos ñañigos, ni en sus mitologías, ni en sus músicas, cantos y danzas. Esa institución de
los negros
única
en
semi-bantús
América,
la
más
del
Calabar,
secreta
y
arraigada desconocida,
en y,
Cuba,
es
como
es
fácil comprender, es acaso la más abrumada por los prejuicios misonegristas y de la que se han dicho más inexactitudes y disparates. Es posible que en África y en algunas de las cofradías secretas antecesoras de los ñañigos, por razón de sus ritos relacionados con la fecundidad de la Naturaleza, hubiera algún
simbolismo erótico, acaso algún íreme
falófero, como
ya ante-
riormente dijimos; pero, si en África hubo alegorías de sexua-
lismo,
no se dieron
en
Cuba,
donde
los abakúas
no
tuvieron
por qué intervenir en ritos favorecedores de la agricultura.
Fernando
Ortiz
/ 434
La pantomima de las danzas africanas a veces se desarrolla en una serie de episodios programáticos, con la intervención de varios personajes actores y protagonistas de una completa liturgia, con sucesivas escenas, rituales, acompañadas de música,
cantos,
danzas
drama,
en
tralar.
y procesiones.
drama,
en
Entonces
tragedia,
en
se convierte
teatro.
Y
de
éste
en mimovamos
a
EL TEATRO
DE LOS NEGROS
IV LOS BAILES DE MÁSCARAS SON en África por su sentido pantomímico de máscaras, las más pintorescas de tienen el propósito de representar la
MUY IMPORTANTES y dramático. Las danzas las culturas preletradas, aparición misteriosa de
un animal, un espíritu, un antepasado o un dios. No
son mio-
tivos de diversión trivial sino de liturgias religiosas en sus funciones más importantes. La máscara interviene en las ocasiones sociales más trascendentales: en las ceremonias de la muerte, en el culto de los antepasados, en las celebraciones totémicas, en los encantamientos de la magia, en los ritos de la fertilidad, en las iniciaciones de la varonía, en las sanciones
de la justicia, en el exorcismo
de las enfermedades, en la gue-
rra y en la caza. Las interpretaciones dadas por Koch-Griinberg y por Karsten a las danzas de máscaras de los indios suramericanos, que probablemente conocieron también los aborigenes de Cuba, como ya dijimos, merecen ser aquí recordadas. En
todas
las
sus
figuras
danzas
de
enmascarados
místicos,
que
Karsten
llama de «demonios» y en Cuba decimos de «diablitos» (sin que en realidad representen a esos entes malignos e infernales. los cuales no existen en las mitologías de los negros africanos). inspiran
respeto,
ese
«temor
reverencial»
caracte-
rístico de las emociones mágico-religiosas ante el misterio tre-
mebundo
de lo ultramundano.
Como
indica Karsten,
debe ob-
servarse que un espiritu puede ser temido como peligroso v tratado como tal por medio del conjuro, aunque no esté mal dispuesto contra los vivos. El espiritu puede ser considerado como bueno y útil y sin embargo inspira miedo, pues su contacto es siempre de efectos misteriosos y de trascendencia te-
Fernando Ortiz / 436
mida por lo imprevisible. Koch-Grinberg hace observar que las danzas de máscaras tienen por objeto «propiciar» a los espiritus cuyos malos designios se temen. El danzante, al vestirse como
«el espiritu de un muerto» y al imitar sus movimientos,
se identifica con éste. El poder misterioso de la máscara se transmite al que la lleva, quien así se ve transmutado en ese poderoso espíritu y como tal es capaz de librarse de aquellos otros o propiciárselos.! En esos bailes de caretas hay un ritual mágico o religioso. «El danzante enmascarado imita la apariencia externa de
los espíritus, sus sonidos, movimientos, etcétera, con lo que se supone que el oficiante se posesiona de su alma o esencia, que
a la vez implica el poder de dominarlos. Se procura que toda
la máscara se parezca lo inás posible al espíritu o demonio.[ ...]
Se aumenta de diferenles maneras su eficacia mágica por el mismo material de que está hecha, con plumas, con pelo de hombre
ella.»?
o de mono,
y últimamente,
con
adornos
pintados
en
Estos bailes de figuras ultramundanas son también miméticos, pero su pantomima es de lo más extravagante e incomprensible para el profano porque trata de evocar la presencia
de un ente mitológico que, precisamente por serlo, nada ha de
tener de «natural» y «humano» salvo aquellos caracteres elementales de su figuración morfológica que sean indispensables para su convencional personificación. Con su voz, sus modales,
sus
vestidos
y sus
actos,
el oficiante
enmascarado
ha
de
convencer de que es un ser del otro mundo que sobrecoge por su misterio; de que es la portentosa realización de lo irreal,
la maravillosa
gica
careta
litúr-
es ya un signo de positiva civilización, aunque
extre-
es una
máscara
visualización
aventura
metafísica
1
Kocl-Grúnberg
(1900),
I,
2
Rafael
(1926),
pp.
Karsten
de lo invisible.
139;
11.
216-217.
de profunda
196
y
(1906).
p.
La
filosofia.
294.
«La
437
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en
el folklore...
madamente antiguo; es la grandiosa tentativa del hombre primitivo de extender su personalidad más allá de la medida humana hasta la sobrenatural»* Por eso esas danzas de representaciones místicas suelen ser en su coreografía tan desvinculadas de la realidad como lo son las figuras visionarias de sus enmascarados bailadores. Son famosas las máscaras litúrgicas de los negros africanos en los centros del arte universal. Ningún escultor blanco ha podido plasmar con tanta genialidad como ellos esas cabezas
de entes misteriosos capaces de inspirar no sólo el terror, sino
el misterio y el sobrecogimiento reverencial. Esas máscaras son un elemento que en las ceremonias de «diablitos» se une a la música, la poesía, la danza y la pantomima, aportando el valor de un arte plástico que contribuye al misterio y a los efectos impresionantes que se buscan. Las máscaras africanas. más aún que las de otros pueblos de parecidos niveles culturales, son
obras
maestras
de la escultura
policroma
universal;
y.
hasta en las vitrinas de los museos y colecciones inspiran un sentimiento de terror a los visitantes ingenuos que de pronto se sorprenden al encontrarse ante ellas. El efecto psicológico
de esas misteriosas figuras enmascaradas es en su función muy
importante. no sólo en dición religiosa les da ocurría en los pueblos mos con las apariciones
los espectadores, para los cuales la trauna significación «numinosa», como cristianos de no muy borrados fanatisde las «almas en pena», de una «lloro-
na»,
o de un
de las estantigua
duende.
trasgo, espectro
o fan-
tasma. También el propio enmascarado, cuando se reviste del disfraz y la careta alegórica y. en medio de la solemnidad ritual,
desempeña
su
ción emocional
sacra
como
función,
experimenta
coparticipe
de una
cierta
transfigura-
realización sobrehu-
mana, como un paso en otra vida. En la misma atmósfera de temor místico, que envuelve a los espectadores del rito evoca3
Sehneider
(1931),
p.
13.
Fernando
Ortiz / 438
dor. está también el protagonista, quien se siente en la eufo-
ria de su función,
tifica imaginaria
representado.
como
el buen
actor
y transitoriamente
teatral
con
cuando
el personaje
se iden-
por él
Esas figuras y caretas horripilantes no son, como se ha supuesto, para espantar a los espiritus inspirándoles miedo.
sino para representarlos, para imaginar su real presencia y con
ella aterrorizar o al menos impresionar profundamente a los espectadores en sentido inhibitorio y sumisivo. Por lo general resultan impresionados, con sensación temerosa y reverente, los mismos figurantes que bailan enmascarados asumiendo una personalidad mitica, porque el contacto con lo sobrenatural es siempre ocasionado a peligros, y por eso se preparan
con ritos
de inmunización antes de encubrirse y asumir la figura del ente misterioso, asi como luego se purifican con ritos propiciatorios.
Nadie reconocerá al individuo que baile con la máscara. Decirlo era un delito punible con la muerte. Hoy es todavía la violación de un secreto de los dioses, que ellos castigarian. Pero esto nunca ocurre, porque la multitud, impregnada de: misticismo, no se detiene siquiera a pensar quién es aquel disfrazado sino un verdadero espíritu salido temporalmente de las sombras o del críptico sagrario para una ritualidad de cooperación. Y las máscaras jamás serán vistas por nadie que no sea su sacerdote guardián, para lo cual se esconderán cuidadosamente en cajas cerradas y enterradas en el monte o metidas en un pozo. Y su posesión será celosamente disputada y mantenida, porque poseer las caretas es tener algo de la potestad de traer a su presencia a ciertos seres del otro mundo. Muchos de esos primitivos bailes de máscaras son de carácter funerario y a la vez, originariamente, ritos de fertilidad agraria y de resurrección. Fueron practicados en todas las remotas culturas y, por la importancia básica de su social función económica, lograron su tenaz supervivencia durante mile-
439
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
nios. De
esos arcaicos
ritos precristianos,
a veces prehistóricos,
proceden en los actuales pueblos euroccidentales las fiestas de! Carnaval,
con
sus
difraces,
caretas,
danzas,
procesiones,
bulli-
cio, licencia y sexualidad. En Cuba hasta el presente siglo y aun hoy, aunque en rápido desvanecimiento, celebramos esos carnavales
con
sus enmascarados
bailes
de la piñata,
la
vieja,
la sardina, cteétera, que no son sino evocaciones folklóricas de los vetustos ritos primaverales donde se enterraba la esterilidad o ¡inuerte invernal y se propiciaba el renacimiento de los frutos,
la resurrección
de
la
potencia
germinal
de
la naturaleza.
Fuera de las mascaradas que se celebran en las Américas como supervivencias de los ritos seculares del Viejo Mundo. también conservamos algunos de esos bailes macabros con caretas
de
misterio
que
se hallan
en
toda
el África
Occidental,
traídos por las culturas negras e injertados en ciertas capas de nuestra población; pero nos limitaremos a indicar algunos que pasaron a Cuba, de los cuales aún perduran varios. Fue famosa en Cuba
la ya citada fiesta del 6 de enero,
«Día
de Reyes»,
que tenía lugar en La Habana y Santiago, como en otras ciudades de Cuba y resto de América. En esa bulliciosa fiesta de los «negros de nación», éstos salian a las calles y plazas para llevar a cabo las ceremonias tribales que ellos realizaban en África una vez al año y que aquí sólo les eran permitidas públicamente en ése u otro día señalado, con el beneplácito y auxilio de las autoridades, como
una catarsis de sus peligrosas
ceremoniales.
aquella festividad,
tensiones sociales. Cada «nación» sacaba sus procesiones con sus reyes, sus cortejos, sus dignatarios y sacerdotes, sus músicas y cantos, sus bailes, sus ritos y sus figuras con los atavios Los blancos
tenían
en la cual
los africanos y todos los esclavos gozaban de gran licencia, como una saturnal negra de escandalosa confusión, un verdadero pandemonium, en el que aparecian muchos personajes de catadura diabólica. (Figura 82.) En el Día de Reyes figuraban muchos de esos tipos de «diablitos» que bailaban sus ritos de
o 4
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441
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
purificación. al ¡par que los extravagantes hechiceros ejecutaban sus danzas para expulsar los malos espiritus. (Figuras 83 y 84.) Todos esos «diablitos» de África correteaban y danzaban el Dia de Reyes
en la Habana,
ante el palacio
del gobernador.
ante la catedral, las ricas casonas señoriales y los barracones de esclavos en las plantaciones. Aquel festival habanero. donde se
simultaneaban
mumerosos
ritos
tribales
africanos,
cesó
en
1880, pero han sobrevivido varios tipos de tales «diablitos».
En
los carnavales de Santiago de Cuba, que aún se celebran en verano, fueron populares los mamarrachos, que así se llamaba a los enmascarados. Su fiesta anual equivalía al Día de Reyes, pues entonces salían a la calle los cabildos de negros y además muchos comparsas de máscaras y mascarones sueltos. La licencia que entonces reinaba era grande y aún perdura bas-
tante en los años presentes. Los negros carabaliís en sus cabil.
dos celebraban anualmente
la fiesta de los ames,
con sus bai-
les tipicos de los que sólo quedan recuerdos. Y los cabildos de congos reales tenian sus ceremonias de palaciegas pantomimas. donde figuraban el rey, la reina y la comitiva de los altos funcionarios de su corte. Todavía en Cuba hay seres mitológicos que bailan. Aquí entran en tripudio hasta los muertos y los dioses. La vitalidad extraordinaria del arte musical y danzario de los afrocubaros parece haber tenido una curiosa demostración en el baile titulado «el yangúe fernandino», danza que en Fernando Póo estabiecieron los negros cubanos, principalmente náñigos, deportados a dicha isla cuando la guerra hispanocubana de los diez añes (1868-1878) y las conspiraciones ulteriores.
El yangúe
es una danza religiosa, oriunda del Calabar,
que se bailaba la última noche de cada año. Está relacionada con una sociedad secreta de negros ostensiblemente inspirada por el culto a los antepasados,
y la voz yangúe,
que
allí tra-
ducen ahora por «diablo», no es sino el vocablo ñánkue que entre los ñáñigos de Cuba significa «muerte». Pero su implan-
Fernando
tación
en Fernando
Póo, en África
misma,
Ortiz / 442
fue debida,
como
asegura José A. Moreno,' a los negros antillanos que, después de haberla aprendido de sus padres esclavos en Cuba, la repatriaron a la tierra de su oriundez. Refiere Frobenius que tales litúrgicos actores enmascarados de África, en un principio se presentaban solemnes y con trágica dignidad, y luego, con la pérdida de la fe popular, han ido con-
virtiéndose en pintorescos y atractivos espectáculos, a veces en
actores pantomímicos o en simples bufones, divertidos como máscaras callejeras. En el África sudanesa los niños, ya antes de la
ceremonia
de su circuncisión, se divierten en grupos
de enmas-
carados, yendo por las casas, mortificando a las mujeres y recogiendo pequeños regalos. Á veces llevan consigo figuras de animales
comparsas ocurre
o de seres monstruosos,
carnavalescas
ya en muchos
de
pueblos
como
Cuba?
ocurría
La misma
africanos;
antaño
en las
desintegración
en los de la costa, por
la infiltración del escepticismo de los blancos, con más o menos razón sedicentes cristianos, y en los del interior, bajo la influen-
cia de los musulmanes. Pero la fe en los «diablitos» no ha desaparecido totalmente en el África Occidental. En ciertas regiones todavía suelen aparccer las máscaras litúrgicas, por su función religiosa y política y por su interés artístico. Su influencia es todavia enorme en las tradiciones del arte de Nigeria. Es un arte por sí mismo que permite un libre juego a la imaginación. Todo el panteón de sus dioses tribales proporciona al artista temas inagotables. Sus resultados son con frecuencia fantásticas creaciones de gran destreza técnica. El arte aún florece y las influencias de los europeos occidentales no han podido destruirlo todavía. Sus obras se encuentran en todos los núcleos humanos del Moreno:
«El
Yangiic
fernandino»,
África,
5, noviembre-diciembre,
5 Frcbenius (1908). p. 220 y (1900), p. 217.
Madrid.
443
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
centro y el sur de Nigeria. seguir esas máscaras
porque
Es verdad que es dificil convan
unidas
siempre
a tradi-
ciones sagradas y los escultores las respetan.
Además, sólo
servan
en uso.
son usadas por los iniciados en los ritos crípticos y se con-en sitios escondidos,
cuando
no están
Una
ley prohibe la exportación de tales caretas si son sagradas,
Fig. 83.
«Diablitos»
africanos
del Día
de Reyes.
Fernando
Ortiz / 444
si ya han sido usadas en alguna ceremonia religiosa [...] Y es difícil conocer quiénes son los artistas que las hacen. Sin embargo, he aquí los nombres de unos pocos que yo conozco:
Etim
Bassey Ekpeñong
de Calabar, escultor efik
que acaba de morir; Bamboyé de Ilofá, Tomás Odulate, ahora en Lagos. Pero debe de haber muchos más en Nigeria hoy día. La sociedad secreta Ekpo de las provincias orientales está floreciente, con muchos adeptos, y usa máscaras en sus ceremonias.”
Estos párrafos son interesantes para los afrocubanos. Algunos de esos apellidos nigerianos son apelativos corrientes en Cuba. Ekueñón es uno de los secretos y de los funcionarios del ñañiguismo,
que
es reconocidamente
de ascendencia
efik.
Esa
fraternidad esotérica de Nigeria, allí llamada Egbó o Ehpe, es una precedente de la ñáñiga de Cuba, que aquí se dice del Ekue. Si esas misteriosas máscaras y caretas no se han perdido aún en África, tampoco en Cuba. Aquí las conservan los ñáñigos y los viejos lucumis ortodoxos para sus más importantes ritualismos, si bien con las mismas sados
de ultramar.
reverentes ocultaciones que sus antepa-
Aparte
cestrales personajes
de que,
ya se están
también
en
desvaneciendo,
Cuba, como
esos
an-
hacen
las
figuras fantasmales surgidas en las tinieblas de la noche cuando
alborea la luz del sol.
Pero, repitámoslo,
aún se dan en Cuba
las milenarias danzas de máscaras representativas de los entes sobrenaturales. Si las figuras de los «diablitos» y máscaras sagradas no han aparecido aún en los teatros y cabarets de Cuba no es por falta de espectacularidad, sino porque aún desempeñan sinceramente sus funciones en la vida religiosa popular e inspira temor el usarlas profanamente fuera de los ritos. En la isla Barbados, donde ya ciertas tradiciones religiosas de África se han perdido é
Daaford
(1949),
p. 43,
445
/ Los bailes y el teatro
de
los negros
en
el folklore...
entre los descendientes de los antiguos esclavos, algunos jóvenes insulares. entre carrera y carrera del hipódromo, entretienen a los turistas y a los mismos
nativos. bailando
con
caretas y
«vestidos de mujer» y pidiéndoles luego una propina. Lo cual es como si ante los turistas que en invierno vienen a Cuba les saliera un diablito ñáñigo o un Changó montao a bailarle pirue-
Fig.
7
serán
Asi
84.
dice
«Diablitos»
las batomas
Leaf
con
africanos
(1900), que
p.
bailan
del
202.
Dia
de
¿Esos
ciertos
Reyes.
vestidos
orichas?
(Dibujo
de
de
Landaluze).
apariencia
femenina
nc
Fernando
Ortiz / 446
tas grotescas, por unas monedas. Tamaña profanación no se da en Cuba. ¡Aún vive la fe! En un teatro de la ciudad de Guanahacoa, por el año
1928, se representó un acto dramático titulado
Apapá Efi o por culpa de un Abakua. Era un breve episodio o entremés escénico, que fue compuesto y representado por verdaderos ñáñigos con objeto de exhibir ante público profano varios de sus ritos pintorescos y sacar algunos dineros.
Nada eso-
térico fue revelado ni se quebrantó ningún juramento; pero los improvisados actores fueron «suspendidos» o castigados por su «potencia» o cofradía. Fue como una irreverencia, como si unos clérigos hubiesen entonado el Te Deum laudamus en un cabaret. En Cuba se pueden señalar varios tipos étnicos de danzantes enmascarados. El primero, que fue muy popular en el Día de Reyes, era conocido por la kulona. Iba disfrazado con una vestimenta primitiva, de simbolismo impreciso, extravagante, y con varios adornos en la cabeza, tales como plumajes, cuernos, gorros, coronas o mitras llenas de colorines y cascabeles, pero llevando la cara descubierta si bien pintorreteada con rayas,
ojeras y otros dibujos grotescos que alteraban sus facciones. En
rigor no se puede decir que lleve una careta independiente hecha de madera, cuero u otra materia y superpuesta a la faz que asi se oculta; pero las pinturas con que se embadurna transfiguran realmente los rasgos faciales del danzante, de manera que lo hacen irreconocible. Le daban tal vulgarote nombre a ese «diablito» porque bailaba con un ancho aro en la cintura sosteniendo una falda de sueltas y colgantes fibras vegetales.' (Figura 85.) El nombre de kulona no era quizá sino el adjetivo
malinké
o mandinga,
kulona
o lonna,
que
significaba
«sabio» o «instruido»,” que allí se aplicó a los sacerdotes o hechiceros. Ácaso era un hechicero o sacerdote que salía con su paramento ritual a realizar sus bailes litúrgicos; pero hay que tener en cuenta que, sin perder su propia personalidad, este 8 2
Ortiz (1906). MHopkinson (1906),
p.
138.
Fig. 85.
La Kulona.
(Óleo de Landaluze)
Fernando Ortiz / 448
oficiante de ritos danzarios podía personificar a un espíritu posesionado de él, probablemente un misterioso dios silvano o un espiritu de los antepasados. Asi vemos que actualmente en ciertas liturgias afroides de Cuba los sacerdotes o los simples creyentes iniciados, cuando están en trance de posesos, son adornados de insignias, gorros, frontales, vestidos, rayados y pin: torreteo faciales, para representar al ente místico que transito-
riamente está en ellos, y los inspira y domina hasta reducirlos a una simple y anatómica
armazón
instrumental de su función
presente.
En cuanto al vestido de fibras de cáñamo, de guano de palma, o de pita, hay antecedentes en varios lugares de África, que
confirman
su función sacerdotal o sobrenatural.
cada la semejanza con los usados así por los sociedad secreta Poro en Sierra Leona, como go por los iniciados en los ritos del Kindembo, aún perdura también en el folklore de Cuba. de la kulona,
encubiertas
con máscaras
Es muy
mar-
«diablitos» de la en el lejano Convocablo este que Figuras como la
o no, vestidas con
fi-
bras vegetales, hojarascas o yerbajos que le cubren el cuerpo, son muy características de los pueblos afroccidentales y de sus sociedades o sectas secretas y ritos funerarios. Tauxier ha explicado esas figuras de rústicas vestimentas vegetales como representaciones de los espíritus misteriosos de la selva, por lo cual los aparecidos se recubren con ramajes, hojas, lianas y fibras, y a veces con caretas de animales feroces. Ello explica que así se encuentren esos atributos desde los pueblos norteños del Sudán hasta los meridionales bantús. En Cuba pudieron observarse en los «diablitos» de la kulona, los de los gangás y otros y aun en los íreme ñáñigos, en los cuales las empitadas, o festones de pita deshilachada,
forman
parte
indispensable
de su
traje simbólico para la figuración de los espíritus del bosque.” Esto aparte, semejante al que en Cuba es característico del vestuario alegórico del «diablito» ñáñigo, es un festón de fibras de
10 Alude a ese carácler mágico de las fibras los ibibios, Talbot (1923), p. 187.
colgantes
de ciertas
«diablitos»
449
/ Los builes y el teatro de los negros en el folklore...
vegetales sacadas de la palmera de corojo, también usada con valor mágico entre los ararás, los lucumís y los congos de Cuba. El mariguó o mariuó o sean las fibras de guano u hojas de palma
Fig. 86.
«Diablito»
gangá.
(Óleo de Landaluze).
Fernando Ortiz / 450
deshilachada, se colocan colgando del dintel de la puerta del templo, del sagrario, del ¿lé, o de la casa del creyente en la san-
tería afrocubana, con virtualidad análoga a las palmas benditas
de la liturgia eclesiástica del Domingo de Ramos, que los católicos emplean con igual fin. Ya señalamos también que ciertos «diablitos», al sacudir violentamente las fibras vegetales que cuelgan de su cintura, producen un sonido peculiar, como el de una fiera abriéndose paso cautelosamente por la selva, capaz de despertar con la imaginación efectos emocionales que se suman al del terrorismo motivado por la alegórica figura. El tenue susurro de esas fibras secas es misterioso como el ruido de algo que quiere ocultarse escurriéndose entre la maleza. Un refrán cubano dice: «quien no quiere hacer ruido que no cargue guano seco encima»
tante para
porque
su selvático frufrú,
denunciar el movimiento
aunque
débil, es bas-
de algo invisible que se
desliza en la sombría espesura del bosque, un reptil, una fiera,
un espíritu, un misterio. También los negros gangá tenían sus «diablitos». Un ejemplar de ellos, según algunos viejos morenos, es el que damos en la Figura 86, reproducción de un óleo de Landaluze. En ese cuadro se ven algunos objetos heteróclitos, pertenecientes a diversos ritos africanos, que nada tienen que ver unos con otros.
Colgados de la pared están los cencerros o enkaniká de los ñáñigos. En otro lado está una Santa Bárbara, que es el Changó de los lucumís, de cuyo color está vestida la negra santera, etcétera. Landaluze era un escrupuloso copiador de los objetos y figuras que conocía y reproducía con realismo, pero no habiendo estudiado los diferentes ritos afrocubanos, los confundía y mezclaba unos con otros, resultando a menudo ciones,
aunque
veridico
en
falso en sus composi-
los detalles.
Otros tipos afrocubanos de danzantes enmascarados son lucumis. Frobenius alude con encomio a las danzas de máscaras pantomímicas de los yorubas, «uno de los más interesantes pueblos de África». Algunas se conocen en Cuba. Entre los yoru-
451
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
bas o lucumís de este país, así como los dioses bailan «subidos» o «montados» en sus posesos, lo hacen también sin trance alguno de posesión en muy solemnes ocasiones. En Cuba solía ejecutarse una vez al año ese baile de los dioses; hoy ya casi se ha perdido la tradición anual por la culpa de haberse extinguido los negros de nación y de la creciente transculturación de los negros criollos, en quienes se diluye la fe de abolengo y se transfiere a creencias y ritualismos menos rígidos o casi totalmente desafricanizados; amén de las persecuciones de antaño y del considerable gravamen monetario que esos complicados ritos y consiguientes sacrificios de animales representan para personas de inferior posición económica. Esa solemnidad, que es la más importante de la liturgia lucumí, era privativa de los babalaos o sacerdotes de la suprema jerarquía o «padres y señores del secreto» de Orúnla. En el siglo pasado una fiesta de Olókun era anual al son de varios tambores llamados gueleddé, lo cual obedecía probablemente
a razones de la oriundez étnica de Olókun;
pero fueron
muriéndose los músicos egguado, que sabian los toques, y ritmos y ésos se sustituyeron generalmente por toques de batá. La festividad antaño
tenía lugar el día de Pascua
de Resurrección,
que por eso solía llamarse popularmente «La Pascua de los negros»; hoy día se celebra raramente, por la gran complejidad y rigidez de su liturgia y sobre
todo
por razones
Ochún.
de Guinea,
económicas.
Esa ceremonia es tan exigente que no se puede dejar de matar muchos animales para sacrificio y «comida» especial de cada oricha o de su careta que lo representa. Pero esas víctimas indispensables hoy cuestan mucho dinero. Tales son un chivo para Eléggua, un toro para Agayú, un carnero para Changó, unos gansos para Yemayá, un venado para Ochosi, un pavo para amén
de varias
gallinas
gallos
de
diversos
plumajes, palomas, jicoteas, etcétera, para otros «santos». Y de un cerdo bien gordo que debía ser ofrendado a Olókun en el
Fernando
Ortiz / 452
océano, para lo cual había que ir ceremoniosamente en varias lanchas mar afuera con una comitiva de sacerdotes y tambores. En esa solemne ceremonia religiosa los sacerdotes reverencian en secreto a todos los orichas y les ofrendan su comida anual a cada uno de ellos. Al día siguiente se efectúa el Baile de los Orichas, llamado comúnmente Baile de Olókun porque sólo en esta ocasión aparece el tremebundo oricha Olókun, «Señor del Océano o de las tenebrosas profundidades del mar.» Esa tarde van presentándose sucesivamente sendas personificaciones de los entes
mitológicos
o sea los orichas,
con
vestimentas
y
atavíos típicos de forma y de color y con la careta de especificas facciones y dibujos que la tradición africana ha logrado constrvar. No se trata de ilusos en trance hipnoide, que se creen poseidos por un numen, sino de oficiantes lúcidos escogidos secretamente, los cuales salen bailando del sagrario como
sacer-
dotes misticamente transmutados para la ceremonia en sendos seres ultrahumanos. Los dioses aparecen uno a uno sucesivamente y ejecutan su danza propia, al son de los tambores sagrados y de los cantos de los creyentes, mientras éstos los reverencian y les imploran, exaltados por la euforia que sienten ante la epifanía de sus dioses. Sólo un dios está en escena; saliendo del santuario de los misterios y siempre guiado y dirigido por la oración especial que le va cantando el mistagogo, preparado secretamente para que pueda producir ese efecto mágico, en unión de los tambores que «hablan» también sus palabras potentes. Los orichas salen y bailan por el orden ritual del Oru. Al final va la danza Olókun, cuya careta no pueden mirar los profanos ni las mujeres; las cuales en esta ceremonia no cantan ni toman
participación alguna, aun cuando sean sacerdotisas o valochas. Famosa fue en ese sentido Va Matilde Zayas, llamada Láguenz. negra libre de nación egguado, que a mediados del siglo xix celebraba pomposamente esa festividad de Olókun en su templo de la calle de Perdomo, en Regla. La careta de esa diosa fue tallada en madera por Atandá, un negro imaginero,
453
/ Los builes y el tearto de los negros en el folklore...
y su vestido le cubria todo el cuerpo del cual nada carnal se
translucía,
marcándose
su feminidad
de
diosa-madre
por
unos
grandes pechos de trapo que le brincaban al bailar. Su baile era el más bello de todos e inspiraba el entusiasmo y la devoción unánime de los olochas. La cubrían con finos chales de burato en homenaje y tendían por el suelo ricos mantones de seda para que la diosa danzara sobre ellos. La danza de los oricha dura algunas horas y por las exóticas figuras, polícromas vestimentas,
caretas,
emblemas,
pantomimas,
músicas,
cantos
y actitud reverencial de todos, es de un impresionante efecto estético. Un baile litúrgico, lucumí como el anterior pero menos raro en Cuba, es el funerario de Egun, el mismo
Egun o Egun-
tos con una
con
gun de África, que citan los etnógrafos." En Nigeria el culto de Egun o Egungun constituye una especie de cofradía u orden secreta, por el estilo de la de los ñáñigos o abakuá de Cuba, como muchas otras análogas que existen en toda el África, particularmente en su costa occidental. Su parte más espectacular consiste en el baile de Egun. Llámase así a un personaje enmascarado que representa un ser sobrehumano, el cual ocasionalmente se hace visible en la tierra al conjuro de los iniciados. En África a veces aparecen varios Egur totalmente cubicrrara
vestimenta
y tapada
su cabeza
una
careta o una tupida red que esconde su cara. El Egungun
gran
no
habla sino con una voz sobrenatural de falscie; y por ésta, por
su apariencia exterior y por sus andares y ademanes da la impresión de ser en verdad ente aparecido de otro mundo. Los Egungun bailan al tañido de tres tambores y ejecutan juegos de magia o habilidad manual, siendo dirigidos constantemente por un «maestro de ceremonias» denominado Atolkún, que significa «guía». Éste lleva en sus manos un látigo muy adorado, llamado Oson, y es quien va guiando al Egungun en su 1 Ellis (1894). p. 107; Sachs (1233). a esas famosas danzas yorubas de Egun.
p.
106.
no
pulieron
menos
que
aludir
Fernando
Ortiz / 454
n.archa para que no tropiece y servirle de intérprete, traduciendo para los mortales su lenguaje misterioso y transmitiéndole los mensajes de éstos. El Egungun baila generalmente sin
cantos que lo acompañen, sólo al ritmo de los tambores, de los
cuales uno de ellos, el mayor, «habla» y es quien con sus toques ejecuta la parte principal.” En Cuba no existe una secta o cofradía de Egun o Egungun. Éste no es sino un personaje de las exequias funerarias que de tarde en tarde se celebran, con cierta solemnidad
mayor, para
los altos dignatarios de la santería yoruba o lucumí. En todos los ritos fúnebres lucumís se baila invocando a Egun; pero en
las solemnes
ceremonias
mortuorias,
bailan
Egun
y Oyá.
Egun
como
repre-
es la personificación del muerto, que reaparece temporalmente para asistir a la liturgia celebrada en su honor, si bien Egun tiene asimismo
un
concepto
mitológico
Canto
lucumi
Invocación
ungba
a —
gha
genérico,
funeral.
a
EGUN
gua
o
a
A
un
3
jue
o
tt:
a
3
ma
más
le eya
gico
sun
a quao
ma
3
e
ltoboe Fig.
o Déleno (1937), p
87
167.
sua
Invocación
ta funrral
o
a Egun.
gue
a.Jjuao
455
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en
el folklore...
sentación de los antepasados en general. F-:1s exequias. cuando
son solemnes, comprenden una gran comi:la en honor de Egun,
y ritos acompañados de cantos y música de tambores.
Los prin-
cipales son la Invocación a Egun (Figura 87) con el ritmo de Yakota; y el Ofertorio de la Comida (Figura 88), con el ritmo
conocido de Obba. Luego se tañen otros toques funerales litúrgicos (Figuras 89 a 94) y los llamados rezos de Egun í figuras 95 a 98). Además pueden ser tañidos algunos de los toques del Oru del Eyá Aránla, sobre todo los de Oyá. La ceremonia fúnebre termina siempre con el Canto de la Despedida (figura 99). Canto lucumi funeral. Ofertorio de comida ,
3
agiuonodo
a EGUN. >
nidesu
aguorodo
nite su 3
bobooieha
bom le 1”.
88.
Ofertorio
Canta
la
gía
a quorodo” de
lucumi
89.
Canta
de
de
funeral
a a
e
la gha la mi Fig.
la comida
liturgia
"ru tesus Egun.
'
3
o Ku La ri
mortuoria.
!!
Canto lucum: tuneral.
Che keto moTi mo tinera gochelele e ko e meli maña gus he ke te
mo
lí 00.
mo Canto
de
Canto
Itlklele Fig.
01.
neha quo ceremonia
lucum:
o Canto
o de
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fúncbre
ku
3
111
mi lo
liturgia mortuoria
Canto lucumi funeral.
1
lucumí.
funeral.
yade
ka te,
lucumi.
1V
pfatamaz Em pia tama lo lo lo Fiz,
*2.
Canto
de ritos
funerarios
fo
hicumis.
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Canto
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Che
5
eh
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bo
lucumi
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Fiz.
03,
>
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teo Canto
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7
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exequias
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Fi g- 08
Canto
de liturgia
YI
o
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mortuoria
50
eñe-
a ka fa
3
Guo ya te pe de mu aka fa
60
Tucwnis,
a mala puo ya ta fre de mo acufa
o amala
1
í bo
Canto lucumi funeral.
>
:
Ieevmí.
Y
Fernando
Ortiz / 458
Egun nunca usa careta propiamente dicha, pero oculta su rosiro con una especie de capuchón informe, de tejido algo clareado al frente para permitirle al figurante que vea sin que sus facciones se trasluzcan. Su cuerpo se cubre con un vestido suelto o batona de la misma tela («de neblina» y floreada con estampado multicolor), que hace imprecisas sus líneas anatómicas. Hemos oido en Cuba denominar iguedé a ese vestido; pero no podemos asegurar que así sea lo correcto, si bien en
idioma yoruba iguedé quiere decir «misterio», «superstición». Acaso se relacione con el rito mortuorio Gueleddé. Sus manos
y pies van
metidos
en sendos
Canto Uno 3
E
54
ro
guantes
lucumi
y medias.
Con
esto se
funeral.
de los rezos a EGUN. 3
ko
fa ta
gua
lo
ole.
Fig. 95. Rezo fúnebre a Egun.
Canto Uno
lucumi de
funeral
los rezos
A
3
Eno
fooba lebagabaga Emo bo o ba. le baza va ga
91
Pig.
96.
Olre
.
a EGUN.
rezo
3
fúnebre
””
a Egun.
459
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
desfiguran casi todas las facciones y formas corporales específicas de una entidad personal, así del vivo oficiante como del
muerto representado, dejando sólo aquellos lineamientos antro-
pomorfos del ente aparecido para bailar. Ante Egun, en Cuba como en África, las mujeres y niños hen de esconderse o volver la cara
para
no
verlo.
Véase
una
máscara,
parecida
a la de
Egun, en la Figura 82 reproducción de un cuadro de Mialhe sobre el habanero Día de Reyes. Esta aparición de Egun en los solemnes funerales africanos y afrocubamos recuerda al 1rchi. mimus que asistia cn la Roma antigua a los entierros sunli10sos, [igurando
al finado con sus ademanes;
así como
al lúgubre
per-
sonaje que con igual función simbólica concurría a las proce-
siones fúnebres de los príncipes x1v, según recuerda Curt Sachs
danza.
Estos
minado
actores,
muerto,
que
usaban
cada
para
de
los
caso
mimificaban
ello los mismos
lucum:
Canto Uno
en
de Francia, hasta en el siglo en su Historia mundial de la vestidos
quo
ya
e
que
luneta!
rezos
a
EGUN
9 "Ma
a deter-
gua
quo
ma
Fig. 97. Otro de los rezos a Egun.
MES rra
Quo
éste
Fernando
Ortiz
/ 460
acostumbró en vida y cubrían su cara con una máscara de fac. ciones peculiares, o con una careta genéricamente alegórica. En algunos pueblos. también blancos y rubios de Europa, aún se estilaba a fines del x1x que en los funerales apareciera el difunto,
representado
por
una
persona
vestida
con
las ropas
del muerto, quien bailaba y hablaba como si éste fuera, despidiéndose para siempre. En Alemania el corista de mejor voz acudía a los sepelios y desde la tumba cantaba como si fuera el espíritu del enterrado. «En el quinto movimiento del Re.
Canto Uno
lucumí
funeral.
de los rezos a EGUN.
z
a
que
lo y;
o
Yo te
lo fio
lo
p tu
lb
fio
a
qua
yo Fiz.
do
Kio o fón
ye
fir
o
ke
a
o lo pio lo y
Kio
lo fioloyi
lo.
ya «el
98. Otro rezo mortuorio a Egun.
o
461
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
quiem Germánico de Brahms, dice Sachs, aún se recoge el eco
de esa costumbre folklórica.»”
Von den Steinen observó que en las máscaras rituales de
los indoamericanos,
aun
aquéllas
en
que
la figuración
de
un
animal parece más inequívoca, siempre se notan algunos rasgos
del rostro
humano.*
monstruo,
de
Así
la máscara
de un
ave, en vez
de un
pico, tenía una nariz y una boca humanas. Y Karsten explica convincentemente esta peculiaridad por el propósito de que las máscaras, aun las de figuras zoomorfas o teriomorfas, representen siempre un cnte de esencia humana, un antepasado trausmigrado por la muerte al cuerpo de un animal, de un un
portento
o de
un
fantasma.
Ási
ocurre
en
las máscaras afrocubanas. En ninguna se pierden las esquematicas características humanas, ni siquiera en la figura enmascarada de Egun, donde la cara está totalmente encapuchada pero en cuyo cuerpo no se oculta la morfología antrópica. Algunos pueblos en ocasiones rituales han usado disfrazar también el lenguaje de sus mimos con «máscaras de voces», como dice Sachs. Si ciertos «diablitos» en África suelen hablar con voz simulada, a través de un aparatito que la desfigure, no ocurre así en Cuba. Los ireme ñánigos no hablan en absoluto, y los orichas y los engueye al «subirse» sólo acostumbran Canto
lucum,
funeral
Despedida de EGUN y
“% Chon ehon Fig. BB
Curt
Sachs
MM
Cita
de
eñon Ko mola 99.
Pp
mi
0b0
Canto de despedida en el funeral lucumí.
(1938),
Karsten
la mé
p. 105.
(1926),
p.
218.
bie
Fernando
Ortiz / 462
alterar sus voces naturales, ajustándolas por entonación y vucablos al papel que representan. Después de Egun sale a bailar Oya, la diosa fulminadora de la muerte, ataviada con vestidos de muchos colores; pero
ella si, con su particular careta.
Así a Egun como a Oyd, y en
general a todo oricha, ha de sacarlos a bailar un oficiante análogo al atokún africano, preparado con magia, el cual va can-
tando ante la figura del numen y a la vez agitando, no el citado látigo Oson, sino un simbólico iruke blanco, que es el instrumento purificador o inmunizador contra la malignidad, usado también por Obatalá, la gran deidad creadora de la vida. También tuvimos en Cuba representaciones de Oro y de Gueleddé,
sobre
todo
por la provincia
de Matanzas,
son como
Egun,
otros personajes mitológicos
tradición, procedentes de Nigeria y Dahomey.
según
la
aparecen
en
Oro y Gueleddé
que
esos pueblos para representar los fantasmas de los antepasados, siendo Oro muy temible porque sus actividades se relacionan con la administración de la justicia. En Cuba aún se conoce Oro como nombre que se le da a un aparato zumbador que interviene en ciertos ritos funerarios, por lo cual algunos creen que aqui no fue conocido como figura pantomímica de la muerte, semejante a Egun.
El profundo efecto sugestivo que producen estas persenificaciones de Egun puede comprenderse por una anécdota de
Basden,
cuando
refiere que, en su colegio misionero
entre los
negros ¡bo de Nigeria, un día de Navidad él se apareció disfrazado
de Santa
Claus para entretener a los colegiales; pero éstos
huyeron aterrados tan pronto vieron aquel ser extraño de túnica roja y de barba encanecida como si fuera un fantasmal Egungun de los blancos. Quizás no haya que sonreír ante ese pavor producido por la fe, pues en Cuba se cuentan casos terrificos. El 3 de diciembre de 1934 mataron al Ekueñón de una sociedad de náñigos de Guanabacoa, titulada Orú Bibi, y poco tiempo después, en ocasión de verificarse sus funerales o enyoró, cuando
463
/ Los bailes y el tcatio ue los negros en el folklore...
ÁAnamongui,
el a«diablito»
de la muerte,
salió a buscar
Íunto, ¿ste «se apareció en persona» bailando y «dando como un ¿reme, aun cuando sin careta, ni vestimenta
al dirama» ritual.
«Todos lo vieron», según nos informan, y tal fue el terror que el mismo Anamanguí se quedó privado. Y dícennos que lo mismo aconteció en la «potencia» náñiga Eforia Enkomo, cuando en 1936 mataron a un olkobio apodado Macho y éste «se apareció» en el funeral. Hasta el Ekue suspendió su voz. ¡La mística no es cosa de juego! En
estos
bailes,
los
danzantes
suelen
ser
muy
respetados,
no sólo por su arte sino por el conocimiento de las liturgias y por sus prestigios personales en los cultos, como por ejemplo lo eran los figurantes de los personajes evangélicos en el Drama de la Pasión que se celebraba en Oberanmergaum. No se trata de simples bailarines ni de faranduleros profesionales, sino oficiantes de un rito que inspira temor reverencial; entre otros motivos porque siempre es de mucha responsabilidad y peligro representar a un dios y en algún caso, como en el baile de Egun por ejemplo, puede significar la muerte del actor. Otro tipo de máscara danzante. muy popular en La Habana y algunas regiones comarcanas y vecinas, es el diablito ñáñigo o írime, que ya hemos citado. Su disfraz adopta una figura en parie antropomorfa (tronco y extremidades), pero su cabeza aparece cubierta con una estructura de tela, en forma puntiaguda, sin más detalles faciales que uno o dos ojos (sin boca ni nariz), con el propósito inequívoco de representar el espíritu de un antepasado o sea de un muerto; como lo indican,
además, la sombrereta, la faja y la enyugadura y otros detalles acerca de los cuales aqui no nos podemos extender. También los congos reprodujeron en Cuba algunos de los «diablitos»
ancestrales
de
sus
sectas,
los
cuales
bailaban
las
pantormnimas de sus ritos esotéricos. Aún se recuerda uno que surgía en las grandes festividades de los cabildos ante su rey. Eran característicos de su vestimenta un gorro puntiagudo de
Fernando
Ortiz / 464
colores chillones y una especie de delantal hecho de cueros de gatos (acaso para sustituir en Cuba al pellejo de tigre), ceñido al cinto y orlado de campanillas y cascabeles, que tintineaban al bailar. Se conocieron en Cuba otros tipos africanos de máscaras danzantes, tales como los mojigangas (congos), los kokorikam.os (quizás semibantús), los peludos, los enanos y los mamarrachos
(de varias procedencias), etcétera. cisar gus
formas,
brujo
trance
si bien
todos
No siempre se pueden pre-
velaban
sus
rostros,
si no
con
caretas propiamente dichas, con telas, hojarascas, fibras y pinturas. En todo caso trataban de representar al hechicero o en
ritual,
o
a
un
ente
teriomorfo
y
espantoso,
o a un animal en el que por metempsíicosis está el espíritu de un antepasado. Entre los abakuá de Cuba los «diablitos», propiamente llamados ñañas, ñañigos, trime o ireme, son los personajes que figuran la transitoria personificación ritual de un espíritu ultramundano, exactamente como en África. Idem se dice en lengua efik, según Goldie, siendo para el criollo intercambiables la d y la r.
Idem
ekpe, o sea íreme ékue es «máscara
de baile de
Ekue», según Adams. Íreme procede de la raiz bantú rimu, limo, ime que significa, según los pueblos, «fantasma». «cielo», «magia».
Además,
entre ciertos bantús,
irimu al «leopardo».
a veces se denomina
Lo cual también relaciona semántica-
mente ese vocablo con la mitología de los ñáñigos, en la cual el leopardo es uno de los personajes prominentes aunque invisible. Algunos escritores norteamericanos, refiriéndose a las cosas de Cuba, han publicado que los festivales ñáñiigos son «en varios aspectos» similares a la macumba del Brasil y al vodú de Haití, teniendo con esto «una común ascendencia africana». Esto es incierto. Es exacto que todos de África, pero la macumba y el vodú son, como 15
Wernes
la santería y los ritos lucumís,
(1900),
p. 24.
ararás y congos
465
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en
el folklore...
de Cuba, ceremonias de religión y magia, en las que participan hombres, mujeres y niños; tienen ciertos ritos herméticos para las consagraciones sacerdotales, pero en todo lo demás
monias
abiertas.
En
cambio,
gión»,
sino como
una
orden
el ñañiguismo militaresca
o una
son cere-
no es «una
reli-
masonería,
una
sociedad secreta a la cual sólo pueden pertenecer como iniciados,
juramentados
o
profesos, ekcbio
ques
de tambores,
duren
o monina,
los varones.
Y tampoco es cierto que sus festivales de «cantos, bailes y topor
dias,
hasta
que
los participantes
consuman la última gota de su dinámica energía». No, el festival ñáñigo está sujeto al tiempo y al sol; nada tiene de orgiástico ni de desordenado y sólo dura de las doce de la noche hasta la puesta del sol del siguiente día. Todo él es programático, litúrgicamente episódico y sin bailes multitudinarios, pues de los iiáñigos sólo danzan los irime durante sus ritos tradicio-
nales.'*
Sabemos que los ñáñigos y sus fantásticos ireme son transculturaciones de África que sólo se han fijado en La Habana y sus puertos vecinos donde subsisten vigorosas. Sin embargo, un valioso folklorista venezolano recientemente fallecido nos dijo tener «noticias de un pueblo donde en realidad los diablitos del Corpus Christi representan una cabal reproducción del íreme afrocubano».”” Pudiera ser, aunque se requiere la comprobación objetiva. Ciertamente, el íreme no es invento cubano sino directa importación de África. En algún tipo su reproducción en Cuba es sorprendente por lo exacta. Véanse las figuras 100 y 101. La primera es la de un típico «diablito» o irime ñánigo de La Habana, dibujado en la segunda mitad del siglo xix por Landaluze. La segunda es la fotografía de un oficiante enmascarado de la actual sociedad secreta africana llamada Ekue, entre los negros ekoi y efik del sur de Nigeria y 16 niones
Hemos de insistir una y otra vez en prevenir al lector acerca de las referentes a los ñáñigos, aun en escritores que se tienen por serios.
17 Sojo (1947). p. 101.
opi
Fig.
100.
Figura
de
«diablito»
ñáñigo.
(Pintura
de
Landaluze.)
o
ul
4 3
o
ofic
=
«Diablilo»
"D
101.
2 3
Fig.
iedad
secreta
Ékue
9 A a
mi
2 "o 2o o Es =
)
de
los
negro.
s
Fernando
Ortiz / 468
los Calabares, tomada de una obra de Talbot.* La identidad de
una y otra es incuestionable, así en su morfología general, como en sus mínimos detalles: el pompón, la sombrereta, la empitada o beleme,
la faja, el ifán en la mano,
etcétera.
Aún
hoy día
bailan, en los barrios periféricos de seis ciudades de Cuba, esos mismos ireme terroríficos surgidos de la selva africana. Los
diablitos
ñáñigos
o íreme
son
actores
oficiantes,
dis-
frazados, con su cara cubierta pero sin careta. Son varios esos personajes y cada uno tiene su nombre africano, su vestido y
Fig.
102. «Diablito» ñáñigo (1870).
de La Habana
atributos peculiares, todos extravagantes y con función litúrgica especial. Véanse las Figuras 102 a 107, reproducidas de los dibujos folklóricos que se ponían en las cajetillas de cigarros de los fabricantes tabacaleros de La Habana, allá por el aña 1870. Uno de los «diablitos» es para los catecúmenos, el otro para ir de guerra, éste para ser verdugo, aquéllos para oficiar 18 Talbot (1900).
159 / Los bailes y el teatro de los negros
en el follclore...
en los sacrificios, y los demás para otros ritos. Estos írime no son dioses ni reciben adoración; son simplemente «muertos aparecidos»
que
vienen
manos,
servirle,
transitoriamente
del
otro
mundo,
o
mejor dicho según los africanos, del lado invisible del único mundo, al ambiente visible que es el sólo conocido por los hupara
a éstos, en
ciertos
ritos donde
tiene
que
manifestarse la acción efectiva del Gran Misterio, que es el Ekue. Con frecuencia hay varios írime en escena. Recordamos haber visto hace una veintena de años en un plante solemne de los Enyegueyé, en la villa de Regla, hasta siete «diablitos» de polícromas vestimentas, en sus pantomimas rituales; algunos en las crestas del lomerio reglano, como bellos seres del inframundo iluminados por los rojizos resplandores de un sol en ocaso. Y suelen ser siempre varios «diablitos» los que asisten a los ritos procesionales.
Náñigo Fig. 103.
Pluma d£ Oro.
«Diablito» nánigo de La Habana (1870).
Fernando
Ortiz / 470
El ñáñigo o ireme, como los orichas, siempre que interviene en los ritos ha de ir dirigido por un sacerdote o corifeo que le va ordenando su conducta por medio de palabras, cantos e instrumentos de magia. Ese sacerdote es el Moruá Yuáns». pero en ciertas liturgias funciona en su lugar el llamado Enkrikamo. A veces, el «diablito» o irime trata de resistirse al mandato, entonces sus movimientos indican su resistencia; pero el con-
juro del Moruá es más poderoso y quien lo sacó del fambá de los misterios, le hizo ejecutar su función sagrada y bailar su liturgia, lo hace volver al templo donde desaparece para tornarse a su ámbito invisible. Entre sus múltiples funciones, el írime tiene la de bailar fuera del templo, en los fititi ongo o fiestas rituales de la congregación. Sus bailes se efectúan al ritmo de los percusivos instrumentos de la orquesta ñáñiga, y nada tienen de acrobáticos ni difíciles; pero todos sus pasos y movimientos, como su
figura,
son
inusitados;
adrede
para
dar
la
Po Fig.
104.
«Diablito» ñáñigo de La Habana
(1870)
impresión
de
471
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
cierta extraña sobrehumanidad que impresiona y atemoriza a los espectadores. Asi en los bailes como en toda su fatigosa actuación, el «diablito» está siempre en movimiento, algo apartado del público y sin hablar lenguaje alguno. Ni voces cripticas ni en falsete, ni silbos convencionales,
como
acostum-
bran ciertos personajes análogos en algunos pueblos de África. Como dicen los ñáñigos, «la boca del diablito está en sus manos y sus pies».
Siempre
está en incesante
pantomima,
expresán-
dose en un sistema simbólico, con los pasos y ademanes de la danza y ayudado con la magia de un palo (itón) y de una rama (ifán) que lleva en sus manos, y sendos cencerros que cuelgan de su cintura y aquél agita para que suenen de varias maneras según sean sacudidos. Baile con acentuado ritmo y a su alrededor se sitúan los ekobios, abanékues o hermanos para recrearse con el espectáculo. En el baile como en toda su actuación. el freme es realmente un actor y sus funciones rituales
Fig.
105.
«Diablilo»
ñáñigo
(1870).
de
La
Habana
Fernando
Ortiz / 472
siempre son dramáticas e históricas. Ya Goldie en el siglo pasado se refería a un espectáculo de los efik, llamado ibit ik pe ti, «en el cual se representaban cierto número de personajes como en una función teatral». Además de figurar en sus ritos crípticos y los parcialmente públicos de los náñigos, los irtme salían antañio en los carnavales barrioteros de La Habana colonial, por mero divertimiento, simulando las apariciones que sus antecesores africanos hacian
anualmente
en
los pueblos
de
allende.
En
1880,
al
acabarse la esclavitud en Cuba, fueron proscriptos los ñáñigos, como las expansiones de los cabildos el Dia de Reyes, y vedadas sus ceremonias y diversiones; pero desde la gran persecución colonial de los ñáñigos éstos siguieron funcionando clandestinamente
hasta
1909,
cuando
el gobierno
liberal del presidente
José Miguel Gómez les dio licencia para «salir a la calle» con
Fig.
106.
«Diablitov ñáñigo de La Habana
(1870).
473
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
sus «diablitos». Recordamos la salida de los abakuá del «juego» Biabanga, del barrio de los Sitios. Iban nada menos que seis «diablitos» bailando, metiéndose en las casas y asustando a mujeres y niños, tal como solía hacerse un siglo antes en África, pero sin violencia ni malicia alguna. No hubo ni una «bronca», a pesar de la insólita mascarada y del gentío que la seguía. Con los «diablitos» iba el «tambor de orden» o empegó y la orquesta de la «potencia». Como una semana estuvieron saliendo y comparseando,
desde
el mediodía
a la mañana
siguiente, por dicho
barrio y sus aledaños. Luego esas comparsas bieron, con pérdida para el folklore y para su ción y absorción en los carnavales de la cultura La represión y la clandestinidad ayudan
Máñigas se prohifácil transculturapopular nacional. a mantener esos
herméticos ritos afroides, que en la publicidad se irían transfor-
mando hasta desvanecerse, tal como ya está sucediendo en parte, allá en la misma África.” Entre los congos de África también se estilaron los danzantes enmascarados o sean las figuras de entes fantasmales aparecidos para la eficacia de ciertos ritos. Un «diablito» de ese tipo era el llamado mojiganga. Tales «diablitos» congos, no eran originariamente sino los mismos tata-nganga, o ganguleros como se les suele decir en sus sectas de brujería, o nganga-nkisi, que con
sus atavíos
africanos
salían
a la calle el 6 de
festival que celebraban los «negros
de nación»,
enero,
en
el
libres o escla-
vos, el Día de Reyes, o actuaban en los escondidos poblados campestres y en los recintos ocultos de sus prácticas «brujeras». Todavía a comienzos de este siglo, en los carnavales, algunos negros salían enmascarados de mojigangas, simulando seres de 17 varias
jeres
La comercialización de los bailes populares ya ha producido en las Antillas mixtificaciones Leaf cita una danza llamada ñáñiga, de hombres y mu-
que
se
en lo absoluto
mueven
bailes
frenéticos,
bixesuales
posesos
ni de
de
los
dioses.
transportes
Pero
los
convulsionarios.
fñáñigos
no
También
tienen
hemos
visto en shows de Broadway algunos bailes caprichosos con figuras «estilizadas» de «diablitos». En algún caso eran bellos, pero no pretendían ser auténticas reproducciones.
Fernando
Ortiz / 474
figuras extrañas que causaban miedo a las mujeres y a la chiquillería. La palabra mojiganga o mujiganga en Cuba se aplicaba, y ésta debe ser una acepción originaria, a una especie de muñeco o idolo de madera, que ejercía la función de mensa-
Fig.
107.
«Diablito»
ñáñigo
de
La
Habana
(1870).
jero o auxiliar del espíritu o nkisi sujeto por el tata-nganga, al cual por medio de conjuros y artes mágicos se enviaba afuera para que averiguara cosas ocultas o «peleara» con algún enemigo, defendiéndose de sus hechizos o haciéndole daño para contrarrestar sus malignidades. Todavía en 1938, un mayombero de Guanabacoa, llamado Eufemio, usaba un mpaka o cuero
cargado de magia, en cuya parte superior habia una muñequita, que él llamaba mujiganga y también conga. la cual realizaba, decía él, esas funciones de ayudantía del nkisi principal. También hemos sabido de otro muñeco rústicamente tallado en madera, llamado mojiganga, que era usado por un brujo que
475
/ Los bailes y el tearto de los negros en el folklore...
hubo
muchos
años
atrás
en
el caserío
de
Monte
Oscuro,
en
Bayamo, hoy famoso por su «centro espiritual» titulado «Buscando Luz». De esas estatuillas o fetiches usados por los congos y vestidos de manera extravagante a estilo de los hechiceros banlús surgieron la figura, el concepto y la palabra de mojiganga; y luego, por extensión, el sentido de máscara vestida en forma estrambótica o de mamarracho que a la vez asustaba y divertía a las gentes. En los carnavales la máscara mogiganga tomaba varias formas. Alguno de esos extravagantes disfraces era de carácter inobjetablemente lo
alto
de
su
africano,
disfraz,
por
la
sostenido
careta
por
una
y brazos
artificiales,
armazón
de
listones
sobre los carnales hombros del individuo enmascarado, cuya persona desaparecía cubierta por un vestido extravagante de faldas de fibras de cáñamo, ristras de ajos y harapos. En el tipo de la Figura 108, un sujeto simulaba ir «montado a cahallo» en una armazón de listones y fibras vegetales con una cabeza
muñeco,
caballo»
equina:
que
podía
pero,
como
a horcajadas
era el verdadero simbolizar
en
mojiganga.
el engueye
las
ancas,
iba
El individuo
«montado»
en
un
«a
el poseso,
y la muñeca o mojiganga era el ente mensajero ya citado. La figura grotesca del hombre simulando ir montado en un caballo ya se encuentra en Europa por el siglo xv, asi como ya se veían en las procesiones y los espectáculos eclesiásticos de la Edad Media las máscaras con cabezos de animales y los «diablitos». La explicación de ello no es de este lugar, pero aludimos a tales antecedentes para que no se crea que suponemos que esas figuraciones y máscaras son en todos sus detalles necesariamente de origen africano. Ácerca de ese tema y de lo que en esas fiestas históricas significaron los personajes negros, trataremos en otra ocasión. Lo aquí interesante es el muñeco llamado mojizenga.
También
los congos en Cuba
brar anualmente
acestumbraban
el día de la Candelaria,
antaño cele-
el 2 de febrero,
una
Fernando
Ortiz / 476
gran ceremonia en honor de los antepasados, o sca de los gutri como
ellos
y oraciones.
en que sentando
dicen,
ofreciéndoles
ritualmente
ciertas
comidas
En esas ocasiones se verificaban bailes litúrgicos
aparecian los gútri.
algunos individuos con caretas, repreYa no se usan, pero en ciertas, sectas de
ascendencia conga, aún suelen reunirse los cófrades cada dia 2 de febrero a celebrar los ritos funerarios y a recibir a «las en-
Fig.
108.
Una
mojiganga
montada.
477 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
tidades» que se personan en los trances de posesión que algunos experimentan durante los ritos. Antaño también acostumbraron los negros de Cuba disfrazarse con figuras de kokorikamo, que de sus funciones tradicionales de África pasaron en La Habana a los carnavales corrientes. Kokoríkamo, como nosotros preferimos escribir, o cocorícamo, como a veces se ha escrito, tiene dos acepcio-
nes en el folklore afrocubano, ya incorporadas al lenguaje vernáculo. Por la primera se indica «la calidad de misterioso e
inexplicable»,
o dicho
en
términos
también
familiares,
«el no-
sé-qué de ciertas cosas». Cuando el pueblo cubano quiere encarecer los atractivos de una mujer hermosa dice de ella que «tiene cocorícamo». Lo mismo dice, valgan por ejemplos, del gran valor de un héroe:
«tiene cocorícamo»;
de la suma grave-
dad de un enfermo: «tiene cocoricamo»; de la bochornosa pasividad ante un vejamen atroz: «tiene cocorícamo»; de la intensidad del frio: «tiene cocorícamo»; de la velocidad insólita de un automóvil: «tiene cocoricamo»; del furor de un huracán:
«tiene cocorícamo»...
de todo lo que
En fin, se dice que «tiene cocorícamo»
es inaudito,
extraordinario,
inefable
o sobrehu-
mano. Y esta sobrehumanidad se extiende plenamente a todo lo misterioso, hasta en su acepción más sacra, pues cocoricamo equivale a brujería o hechizo, y a esa otra fuerza que pudiera denominarse sacripotencia, que los ctnógrafos dicen mana. Este concepto de mana es de muy difícil aprecio por la imprecisión que lo caracteriza, pues ningún vocablo de nuestros lenguajes corresponde exactamente a ese concepto de los primitivos, para quienes el mana es algo real, con la esencia vital de toda realidad. Es para ellos, como dice Lévy Bruhl, «realidad mística extendida por todas partes, y, a decir verdad, es menos representada que sentida, por lo que no puede, como la sustancia universal de nuestros metafísicos, reducirse
a la forma
de un
concepto».” El concepto de mana, aunque este vocablo es poli2
Lévy
Brubl, p. 3.
Fernando
nésico, está muy
extendido en los pueblos
Ortiz / 478
norteamericanos
y
equivale, según Pettazzoni, al chemin o zemí de los indios
aruacas que como taínos dominaban en Cuba y demás Antillas Mayores cuando su descubrimiento por los castellanos. El mana es la nebulosa
mística, la fuerza
impersonal
donde
ha de for-
marse el núcleo de la religión. Es un concepto teoplásmico, preteológico, preleista, que pudiera traducirse quizá como sacripotencia,
o sacralidad,
algo como
numinosidad,
si este vocablo
no supusiera ya un preconcepto de personificación. Pero kokcrikamo tiene en Cuba otra acepción, tantivo
que
cuencia
se
indica
«un
ser feo, monstruoso,
como sus-
terrible»,
En
este
sentido se dice de una mujer fea y vestida como un adefesio, o de un sujeto desarrapado, que «parece un kokorikamo». Es con esta arepción como se aplicaba a la figura susodicha de la horrible máscara. Dos etimologías africanas pueden proponerse. La más aceptable parece ser del Vocablo Koko, que en los idiomas bantús equivale a un ser misterioso y temible y con freaplica
a un
«fantasma»,
«duende»,
o «diablo»,
y
entre los bantús del noroeste a un «antepasado» o «abuelo». Koko es un vocablo que a través de los lenguajes bantús se ex-
tiende a ln temible, a las bestias feroces, a las aves voladoras, a los bichos extraordinarios, al brazo prensil, a la mano que
agarra, al es el temor Quizás o lucumí
kolko «muv
fantasma que la imaginación crea. El miedo al kolco a lo «sobrenatural», el sacro temor. se pueda también intentar una etimología yoruba del vocablo Kokorikamo. deduciéndola de las voces mucho»,
y emo,
mo
«sorprendente,
truoso, desconocido, sagrado, brillante».?
inaudito, mons-
Al Kokoríkamo a veces se le decia Kokorioko, que parece forma derivada de la anterior. Koko y eri-okeo o eroko; es «fundamento secreto y temible de la hermandad de los ñáñigos». 21
Peltarsani.
Vol.
2
Para
datos
niños IV.
10%s
Iievániens p
12
v con
T.
1.
nerrea
el
p.
323. del
vembre
hoko
del
africano
fruto
así
con
amado.
el
coco
que
véase
Ortiz
espanta
(1930).
a
Tos
Vol.
e:
'
SL
l
Fig.
109.
Un
Kokorikamo
o Kokorioko.
Fernando Ortiz / 480
El Kokorioko no era sino una máscara grotesca (Figura 109) con vestimenta amorfa, a veces con una ropa vieja vuelta del revés y generalmente con harapos, yerbajos, fibras de palma o «guano» y numercsas tiritas de telas o cintas de colores. Y a veces colgando de la cintura sendas ristras de ajos, que recordaban las faldas de fibras y hojarasca tan típicas de ciertos bailes religiosos africanos. El mascarón llevaba una careta hecha de tela de saco y cartón, de faz horripilante, de animal o simplemente espantosa, hecha a veces con mandíbulas de caballos, que se abrían y cerraban castañeteando como las fauces de un
monstruo.
Á veces la bocaza
era enorme,
con los labios
muy prominentes o bemba, hechos de estopa forrada con tela roja y dentadura simulada con «dientes de ajo». Los kolcorikamos llevaban en su cintura y sus tobillos sendos cascabeles o cencerros que a cada paso tintineaban con un sonido extraño. En algunos casos esos cencerros se sustituían por simples latas viejas que sonaban burlescamente, como caricatura de los enkeaniká ñáñigos. Entonces en el lenguaje vernáculo de La Habana fueron expresiones corrientes decir «más feo que un kokorikamo» o «fulana de tan fea parece un kokorioko». Todavía en los carnavales habaneros de la primera década de este siglo los muchachos de color solían salir por los barrios populares en comparsas de una docena o más de kokoríkamos, dirigidos por un mascarón que con un palito tocaba un ritmo en una sartén, a modo de instrumento africano llamado ekón que usan los ñáñigos. Marchaban como en dos hileras, por un lado y otro de la calle,
a un
lento ritmo
de dicho
son
metálico;
pero
a cada
rato el jefe daba un repiqueteo en la sartén y entonces la comparsa se descomponía y cada kokoríkamo hacía «diabluras» a su capricho, saltaba, bailaba, trepaba por las rejas de las ventanas, se introducía en las casas, se revolcaba por el suelo, hacía
lúbricas, animalescas o sobrenaturales pantomimas,
y sobre todo
se recreaba inspirando espanto en las mujeres y la muchachería, lo mismo que allá en África. Los kokoríkamos eran a modo de
Fig.
110.
Máscara
de
un
Mbakca
o Enano.
Fernando Ortiz / 482 «diablitos» de ciertas sectas selváticas, venidos de África en un salto
para
un
rito
anual
de
expulsión
de
los
malos
espíritus;
pero nada tenían que ver con los ñáñigos de Cuba, como erróneamente se ha dicho. Semejantes a los kokoríkamos, pero de más rústica traza
eran los llamados peludos, peores vestidos, que en La Habana
iban también en comparsa al son de tambores. Eran llamados asi por las caretas que usaban, evocadoras
de las africanas, pin-
torreteadas de colores y con mucho y greñudo pelo, imitado con estopa o estropajo. Muy corrientes por los barrios orilleros eran también los enanos los cuales recordaban a los pigmeos del Centro de África, que ya figuran en las pinturas egipcias de hace miles de años y que se conservan en el folklore de los pueblos negros de la costa como tipos mitológicos muy invocados para ritos de magia, como los mbaka de los tata-nganga de África y sus sucesores de Cuba. Los enanos afrocubanos eran mascarones formados con un saco grande de harina, en un lado de cuya tela se pintaban con negro y almagre las facciones de un rostro descomunal. Hecha así la careta, se le ponía tendido
en su interior, en el fondo
del saco,
un arco de los que se usaban en ciertos bocoyes o toneles de importación, lo cual mantenía el saco abierto y redondeado, en el que el muchacho metía su cabeza, sus brazos y el tronco hasta la cintura, sosteniendo con sus manos en alto el aro y por tanto toda la careta
cabezuda.
Por
fuera
el saco llevaba,
cosidas
en
su borde, dos pequeñas mangas rellenas de estopa con sendas manos, las cuales simulaban las propias del mitológico enano representado, sin cuerpo, todo él cabeza y extremidades, que
bailaba, entretenía y asustaba a la multitud, pues se le conser-
vaba cierta consideración legendaria de ente sobrenatural, como un duende o Mbaka. (Figura 110). Otras caretas se solian usar, algunas con figuras de animales. Nos recuerdan una máscara de jibaro cazador de caimanes, figurada por un hombre mal vestido con tela burda de saco y armado con palo y machete, llevando colgada a su espalda la simulación de un caimán, cuya
483
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
cabeza se extendía sobre la del cazador a modo de una careta. Así el hombre y el caimán formaban un solo conjunto; y tan pronto el enmascarado imitaba los movimientos del saurio como los del cauteloso cazador que lo perseguía. Las caretas de animales se conocieron también en Europa, en antiguos ritos paganos y hasta en la procesión del Corpus Christi. En Cuba, el írime de los abakuás, el Egun o Egungun de los lucumis, el mojiganga de los congos y el kokorikamo de la selva ignota no son sino figuras convencionales para actuar liturgias dramáticas
de indole mágica,
funeraria, resurreccional o agra-
ria, usadas en las culturas de África para representar alegóricamente, con un símbolo claro, concreto y visible el concepto oscuro, impreciso e inefable de La Muerte, donde se confunden
los antepasados naturales y los antepasados míticos en el Gran Misterio. Esos «bailes de la muerte» producen entre los africanos una gran atracción a la vez que un gran miedo. Es «el placer del terror», que dice Wallascheck.? El «temor reverencial» de todo fenómeno religioso. Los bailes de Egun, de los irime, del mojiganga,
ríkamo y demás
social de mantener
«aparecidos» el temor
del koko-
realizan la función religiosa y
al misterio,
como
descarga
catár-
tica de las tensiones psíquicas y como medio de asegurar las sanciones estabilizadoras y cohesivas del régimen tribal en todas las clases, sin distinción de rangos. Son en cierto modo procedentes africanos de aquellas danzas de la muerte que tanta boga tuvieron en la Edad Media europea. Esos «diablitos» africanos fueron los que en España y Suramérica se incorporaron a las antiguas procesiones del día de Corpus Christi. Ya en las ceremonias religiosas, callejeras y teatrales de esa gran festividad católica,
durante
la
Edad
Media,
hubo
«diablitos»
que
eran
negros, al menos de cara. Unos dicen que por caracterizar mejor a los demonios que se solian pintar como etiópicos desde la época de los padres de la Iglesia; otros que por sobrevi2
Wallascheck (193), p. 228.
Fernando
vencia
de
los
modos,
si no
paganos
genios
de
la
fertilidad;
otros,
que por imitación de la gente moruna y sarracena. todos
los
«diablitos»
fueron
Ortiz
negros,
/ 184
en
fin,
algunos
ne-
De todos
gritos enmascarados como en su tierra nativa fueron también a la procesión eucarística a desempeñar su papel burlesco, y alguno de ellos, como el mojiganga, se convirtió en una figura del teatro español del Siglo de Oro. Los «diablitos» oriundos de África no han sido ni son personajes exclusivos del folklore cubano. En casi todos los pueblos de América con étnicas sedimentaciones afronegras, pueden hallarse los diablitos negros en la historia de sus festividades populares y religiosas y, en algunos casos, todavia en el presente, unidos a grandes solemnidades eclesiásticas o apartadas de éstas. En Lima, por ejemplo, el Son de los Diablos era una danza que celebraban los negros el día de Quasimodo,
o en el
primer domingo después de la Pascua de Resurrección, en la cual salían una veintena de diablos con caretas grotescas o en figura de animales, y vestidos de plumas, pieles, y rabos de serpientes, acompañados de una ensordecedora música africana de tambores y quijadas, como las pintó el mulato Pancho Fierro. En Venezuela aún se celebra anualmente en ocasión del Corpus el Baile de los Diablos, al cual contribuyen numerosos enmascarados como demonios, con caretas feroces, trajes rojos, agudos cuernos y largos rabos. Lo mismo ocurre cada año en Loisa (Puerto Rico) en ocasión de las fiestas de Santiago de los Niños, Santiago de los Hombres y Santiago de las Mujeres, en las cuales figuran muchos negros, captando limosnas para los festejos y en las procesiones, con el nombre de
vejigantes,
enmascarados
estrafalariamente
como
diablitos
cornudos, según refiere Alegría. Otros casos más pudieran citarse todavía. La tenaz sobrevivencia de esos misteriosos «diablitos» de origen negro, como evocación de los míticos seres del otro mun24
Amma
Pursche
(194), p. 121.
485 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
do, también se explica en la América Hispánica por lo profundamente arraigadas que están las creencias, prácticas y tradiciones relacionadas con la muerte. En la colonización española el catequismo era basado principalmente en el pensamiento de la muerte y la escatologia. En las iglesias estaban los cementerios y no eran insólitas las apariciones de «almas en pena», como ocurría en España.
Sobre todo los frailes fran-
ciscanos gustaban mucho de calaveras y calvarios, y en general la brevedad de esta vida mortal no era sino una preparación para otra eviterna tras de la tumba. También los negros africanos vivían en habla con los difuntos y usaban cráneos pelados en sus sectas. La Pelona era un personaje invisible pero presente en la vida cotidiana; y cuando fueron disipándose tales creencias macabras con las «luces» del siglo xvHm y el racionalismo del x1x, fueron sustituidas por las doctrinas espiritistas
y las sectas que «hablan con los muertos».
Por otro lado, los
funerales en todas partes suelen requerir ceremoniales ritos, a veces con gran boato, por su significación en la escala de los
rangos
«pompas
sociales.
En
fúnebres»,
la sociedad cubana que
así se llamaban,
del siglo pasado fueron
una
las
de las
más importantes ceremonias sociales. Cofradías, cabildos y numerosas sociedades, como en ciertos grupos santeros y Náñigos, tenian por una de sus más celosas funciones la de asegurar un entierro decoroso y una tumba permanente. En el siglo pasado llamaron la atención de los extranjeros los entierros en La Habana por su pomposidad formal unida a la ridiculez o picuismo
en su realización, con aquellas carrozas barrocas y sus negros zacatecas o muerteros, con roídos y chillones trajes de corte «a la Federica» y emplumados bicornios, fumando grandes tabacos, escupiendo, riendo y soltando palabrotas.? El tradicional espiritu suntuario del español se unía al del negro africano, asi como el hinchado boato del portugués fue asimilado por la africana corte del rey congo en San Salvador y reproducido 25
Steel (1892),
p. 185.
Fernando
Ortiz / 486
luego grotescamente en Cuba, como en toda América, con su atuendo ceremonial, en los cabildos de los negros «congos reales» o entótela. En Cuba blancos y negros por igual con frecuencia han cortejado a la muerte. De todos esos actores místicos que se ven en Cuba, los «diablitos» náñigos son sin duda los más dramáticos, por la signi-
ficación y espectacularidad de los ritos en que ellos intervienen. Son siempre personificados por hombres, pues la sociedad de los ñáñigos es exclusivamente masculina. En ella no se admiten
sino
varones
y se
rechazan
los
amujerados,
llamados
eronkibá o abóro. Aunque en diversos pueblos de África hay hermandades secretas femeninas y en ellas sus «diablitos» son personificados y bailados por mujeres, no ocurre lo mismo en las poblaciones cubanas. Prescindiremos
aquí
de
los
irime
guerreros,
como
el lla-
mado Írime Embema, y otros cuyas terribles funciones hoy son meramente legendarias; y trataremos de los protagonistas de los ritos más complicados y teatrales, que aún se celebran con frecuencia.
Los
ritos
de los ñáñigos
son
mumerosos,
todos
ba-
sados en la presencia y acción de los irime o espiritus antepa-
sados
que
aparecen
como
actores
con
máscara,
extrañamente
vestidos, de mímicas insólitas y bailes ultramundanos. Además cada grupo de náñigos constituye un «juego» o «potencia», «tierra» o logia, compuesto
por numerosos
abanékues
u okobios
estrechamente vinculados por solemnes juramentos de iniciación y por una permanente jerarquía de muchos funcionarios
o «plazas», todos ellos «jurados» y con un papel importante y exclusivo en las liturgias. Su desarrollo es una verdadera acción dramática con mímica, cantos, de irime, altares, ofrendas, abluciones,
lenguaje críptico, bailes sahumerios, procesiones,
episodios de magia, oblaciones de victimas, comuniones de sangre, ágapes simbólicos, iniciaciones resurreccionales, juramenios terribles, conmemoraciones mortuorias, y antaño guerras e imponentes
sanciones
de justicia.
Y
todo
ello en
una
487
/ Los balies y el teatro de los negros en el folklore...
atmósfera
misterio
de mistico sobrecogimiento
póstumo.
¡Drama
de vivos
y comunicación
y muertos,
con
el
protagonistas
de dos mundos! ¡Tragedia! ¡El Supremo Teatro! Verdad es que no hay mujeres en la escena ñáñiga; pero el argumento trágico comienza por la mitológica traición de una mujer, así como la edénica Eva inició el drama humano; y sus hijas y las hijas de sus hijas forman como un coro perenne, pero invisible y silencioso, que no puede penetrar en el sagrado recinto de los misterios ni participar en éstos. Puede asegurarse que entre los varios e importantes factores sociales que determinan el origen de esas sociedades secretas de africanos
y su continuación.
así en
Cuba
como
entre
sus antecesores de allende el Atlántico, como de los principales, sobre todo en los actuales tiempos, es el goce estético, emotivo y social de su dramatismo y el papel personalísimo que en la
liturgia escénica desempeña cada uno de los okobios; humilde y humillado éste en la vida ordinaria pero convertido en jerarca de autoridad y función social trascendente, exhibicionista y de prestigio colectivo, en el mundo criptico que le proporciona esa compensación
psíquica,
aliviadora
de
las
frustraciones
de
su
mísera existencia. El rito Fáñigo o abakuá del sacrificio, entre los que sobreviven en Cuba, es quizás el más complejo y teatral. No cabe duda de que allá en África se ejecutaba antaño sacrificando un ser humano. Los abakuás de Cuba conservan la tradición de
que
para
ello
víctima exógena.
se utilizaba
un
esclavo
congo,
es
decir,
una
Después, y así ha ocurrido y ocurre en Cuba,
el sacrificado ha sido un buco o cabro, como sucedía en la an-
ltigua Grecia. El rito del «sacrificio del cabro», por los ñánigos es conocido en su lengua por embori mapá. Esta deno-
minación, que es la corriente, procede del lenguaje akua,
donde
mboi es «cabro» y mkpá «morir», y ambas voces se derivan de las raíces bantús bori, que significa «animal cabrio», y makpá «morir». Pero esa liturgia recibe otros nombres sagrados,
Fernando Ortiz / 488
según
sus escenas,
mano»), o koko
como
ekoko
(en efik ikpok
«pellejo hu-
(en bantú «antepasado», «carnero» o «pellejo
desollado»), munansiro ekoko naramo efi, ekoko naramo efó, ekoko bóme (bo «plegaria», men «paz») y ekoko munandiaga. Esta última denominación parece significar «reparto de comida del sacrificio» o sea «comunión del sacrificio ofrendado al río»;
por
las voces
del lenguaje
efik:
mon
«río
o mar»,
adia
«reparto de comida» y wa «ofrenda o sacrificio ritual ». El rito se desarrolla en cierta forma episódica que constituye una verdadera tragedia. Estilase con su modalidad más compleja en ciertas ocasiones solemnes como, por ejemplo, la de exaltar o «jurar» a un iniciado para ciertas elevadas «plazas» O cargos jerárquicos de la hermandad. Hagamos la descripción esquemática de su teatral liturgia. El escenario es el isaroko.
Isarolkco, del efik isoñ-oko «terreno de la hermandad»,
o de isu-oko «lugar del culto de la hermandad», es una plazuela, patio o espacio libre para los ritos públicos. Á un lado, el «templo de los misterios» o fambá, como el mystikos selos de los ritos eleusinos. Probablemente derivase del efik far «lugar» y wa «sacrificio ritual». O de fañ y de mbia «magia, hechicería», o de mba «todos juntos». Según el diccionario efik de Adams, efambá es «la playa o arena preparada para juegos públicos, etcétera». También se le dice batamú y butamé. Batamú, probablemente de mba «todos juntos», tañ «hablar», «reverenciar algo sobrenatural» y muñ «ruido como gruñido», el del Ekue. Butamé, de ibuut «lugar», «habitación», «recinto» y amá «amigos»
cinto de los amigos asociados».
o «seres amados», o sea c«re-
En otro sitio del isaroko hay
una ceiba o, en su defecto, una mata
que simboliza
ese árbol
sagrado. En los sucesivos episodios o escenas de esta liturgia intervienen diversos personajes: sacerdotes, hechiceros, acólitos, músicos, amén de esas figuraciones de seres aparecidos que generalmente
se denominan
o irime. tienen una figura
«diablitos».
... diabólica.
Los «diablitos», ireme
Van
todos cubiertos
489
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
con una vestimenta llamada
akanaguán
o mokondó,
hecha
de
tela burda de saco o con tela vistosa de diversos colores y caprichosos dibujos, por lo común geométricos. En la cabeza llevan como un capuchón puntiagudo en el cual hay simulados uno o más ojos y en su cima uno o varios penachos o pompones. Detrás
de la cabeza,
una
sombrereta
circular
denominada
itán
musón («sombrero de los antiguos»), con diseños emblemátidos de alto rango; en la cintura una faja con bullones de tela de colores llamada «bullarengue» y hoy día «enyugadura», a
manera
de
sudario,
que
simboliza
el muerto
desenterrado;
en
el cuello, cintura, bocamangas, bocapiernas y a veces en las rodillas, sendos festones llamados beleme o irome, de soga de pita deshilachada. Colgados a la cintura varios cencerros o enkaniká que suenan al andar y bailar y cuando se agitan para producir espanto. En las manos un itón o palo y un ifán o «rama» de escoba amarga u otra planta. El «diablito» no usa propiamente careta, pues el oficiante tapa su cara con una tela de tejido algo claro, a través de la cual puede ver, aun cuando con cierta dificultad. Algunos «diablitos» hubo antaño que usaban una vestimenta, akanaguán o mokondó,
hecha de cuero
de carnero con el pelo hacia afuera, o con cuernos en su cabeza, lo cual induce a pensar si representarían algún animal selvático o el del sacrificio. No es de excluirse la posibilidad de que la figura del «diablito»
ñáñigo
tuviera
originalmente
algún
simbolismo
sexual,
si bien no tenemos dato que permita asegurarlo ni siquiera presumirlo como probable. Sus extraños pasos y sacudimientos han inspirado a alguien una interpretación realista de tipo mimético,
pensando
que el írime trata en ocasiones de simular,
«muy estilizados pero inmediatamente reconocibles, los gestos de un gallo en acto de ayuntamiento sexual».* No es aceptable esta interpretación por los ñáñigos, al menos por los actuales; pero es posible que esas mímicas sean de sentido arcaico ya 26
Courlander
(1941),
p.
467.
Fernando
Ortiz / 490
perdido para los actuales sectarios de Cuba, aparte del casi unánime recelo de éstos, rehacios siempre a admitir explicaciones que en cierto modo puedan ser disonantes con los valores éticos usuales en la cultura ambiental del pueblo cubano. De todas maneras, es posible que el írime, por lo menos alguno de ellos,
tuviera
antaño
cierto
simbolismo
fálico;
llevando
una
especie de cetro hoy convertido en un vulgar ¿tón, o palo de po-
tencia mágica,
que el irime mueve
en su diestra.
Quizás
los
ritos ñáñigos tuvieron originalmente en África relación con la fertilidad agraria y culto de los muertos, que suelen ir unidos a los pueblos primevales. En algunas danzas del Congo, de carácter funeral y relacionadas con ritos agrarios de fecundación,
usaban
ciertos
danzantes
llevar
enormes
falos
de
ma-
dera, como hacían ciertos bailarines de cara negra en los festivales dionisiacos de Grecia. Aún hoy dia aquéllos conservan en Cuba algunos detalles que parecen supervivencias de su fase primigenia;
pero es imprudente asegurar nada en este sentido.
Si se aceptara que el «diablito» ñáñigo personaje falóforo, como ciertos dioses de y como otros oficiantes de los helénicos dría explicarse una nueva analogía con
fue en su origen un los yorubas o lucumis cultos dionisiacos, poaquellos arcaicos mis-
terios, relacionada con la aparición de la comedia.
Ningún íreme actúa sólo, lo dirige un personaje, a modo de corifeo, llamado Moruá Yudnsa, el cual solía aparecer vestido con unos pantalones como los del akaniguán del irime, una pierna hasta el tobillo y otra sólo hasta la rodilla, ambas con
sendos
festones
de
«empitada»
a sus
extremos,
como
los
del «diablito». El torso desnudo, hoy con simple camiseta, y en la cabeza un gorro puntiagudo con un pompón en lo alto y fleco de pita deshilachada alrededor, o un sencillo pañuelo atado con una larga pluma de cola de gallo, que llaman «gallardete». El Moruá atrae y domina al írime por medio de un extraño instrumento sonoro denominado erikunde, compuesto de cuatro maracas puestas en cruz, en forma que evoca uno de los sím-
491
/ Los builes y el teatro de los negros en el folklore...
bolos crípticos de la hermandad.
Y, además,
el Moruá
le habla
y ordena al ireme por medio de conjuros en lengua esotérica. Los demás personajes ñáñigos salen al isaroko con figuras menos sorprendentes; pero también vistosas, abigarradas y alegóricas. El Nasakó tenía figura estrafalaria de brujo, como los tipicos hechiceros congos. Otros personajes del rito también solían
llevar
indumentos
simbólicos
de
sus
jerarquías
y fun-
ciones. El Isué usa una capita morada y en algún caso un sombrero tricorne. Algún Ekueñón hemos visto con un gorro ue terciopelo rojo y azul. El Mokongo ostenta una banda roja, cruzada diagonalmente del hombro derecho al costado izquierdo, con su «firma» o insignia simbólica bordada al centro con lineas o cordoncillos amarillos, como
la banda
usual de muchos
jefes de Estado o de grandes condecoraciones. El Enkríkamo, el Mosongo y otros lucen sendos pañuelos de seda de vivos colores a la cintura, al cuello, atravesados al pecho y a veces en la cabeza, con dos de sus puntas sueltas y ondulantes al frente
y las otras dos atadas en la nuca.
gráficos, «firmas» dones
amarillos.
Todos ellos con los emblemas
de sus cargos respectivos bordados, con cor-
Pero
los apremios
económicos,
el temor
a las
persecuciones y la debilitación de las tradiciones ortodoxas han hecho que tales vestuarios sean ya poco usados.
Dicho solemne rito, como casi todos los «misterios» ñáñigos, comienza a la media noche, hora sagrada en muchas religiones
y magias. La liturgia tiene parte esotérica y parte que se realiza en público. El «misterio» comienza secretamente por la noche en el interior del tempo o fambá, donde los iniciados «abren» su ceremonia con sus habituales fórmulas de conjuros orales y gráficos y ofrenda de la sangre vitalizadora de un gallo, mediante lo cual el Gran Misterio, o sea el Ekue, aunque siempre
invisible,
manifiesta
su
presencia
con
su
voz,
que
semeja
la de un leopardo que himpla en la selva. La palabra ékue en lengua efik quiere decir precisamente «leopardo». Y es el
nombre
de una poderosa fraternidad secreta de los ekoi y efik
Fernando
en los Calabares.
Mientras tanto, un macho
Ortiz / 492
cabrío de grandes
cuernos, bien barbudo y en el esplendor de su potencia genital. espera a que sea cumplido su destino, atado a la ceiba sagrada y entretenido por la música y los cantos de los cofrades. La habilitación, «fabricación» o preparación mágica para la ceremonia se hace en secreto. Uno de sus requisitos esenciales es el de «rayar» o trazar con yeso amarillo, o blanco en caso de exequias fúnebres, ciertas figuras lineales de significación hierática sobre todas las personas y los objetos que han de intervenir en la liturgia: todos los oficiantes, el templo, su puerta, sus tres cortinas encubridoras de los misterios, el altar,
todas las «piezas» y «atributos» emblemáticos, los «derechos»
y ofrendas;
los tambores
y demás
instrumentos,
la tierra, el in-
cienso, el agua bendita... todo. Todo ha de estar mágicamente vitalizado de sobrenaturalidad. Sin esas rayas mágicas no habría sacripotencia, todo seguiría pasivo e indiferente a la profanidad,
el Ékue
no
se manifestaría
y la liturgia
sería
vana.
Una vez terminada la preparación, sale el Ekueñón, especie de mistagogo que es el «esclavo de Ékue»; un hieródulo, como decian los helénicos. Con el tambor de Empegó y acompañado del Moruá Yuánsa, quien tañe ahora el instrumento mágico
ekón, «rompe» o sea inicia la liturgia con su conjuro oral y al son de su «tambor de orden». La liturgia del embori mapá se
desarrolla siempre alumbrando el sol, generalmente al mediodía. Primer
acto.
Escena
pública.
Del
críptico
fambá
salen
dos oficiantes, el Embákara y el Ekueñón y van hacia la ceiba donde está atado el cabro que ha de ser sacrificado. El Embákara desata al animal y lo entrega al Ekueñón. Ambos regresan con aquél al templo donde se realiza un rito esotérico, en el que se prepara al animal para su muerte. Hay que «rayarlo» y «jurarlo» como si fuera la iniciación de un «hermano». Una vez
hecha
ésta,
se le ofrenda
la víctima
al Ekue
invisible la acepta con rugidos de contento.
y éste ente
493 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Segundo acto. ñón,
el
Empegó,
Ábrese la puerta del fambá y salen el Ekueel Nasakó,
el
candidato
a la
exaltación,
el
«diablito» Aberisún, dirigido por el Enkríkamo, y el «diablito»
Eribangandó, guiado por el Moruá Yuánsa. El candidato lleva de una soga al animal y el Nasakó una batea con la uemba o «brujeria». Esta comitiva se dirige a la ceiba, que es a manera de altar o habitáculo de un ser mitico que ha de atestiguar la consagración, y allí se efectúa una prolongada escena ritual y espectacular. Previos unos cantos de invocación, el Empegó, que es a modo de un «escribano», con un yeso amarillo marca en el tronco de la ceiba ciertas figuras lineales emblemáticas. Después en el suelo, al pie del árbol, también traza cuidadosamente
con el mismo yeso un grande y complejo dibujo cabalístico, que representa al sacro lugar a la orilla del legendario río, donde allá en África se celebraba el baroko o ceremonia de alianza fraternal. A veces hay que hacer un sacrificio en honor del río, hay que darle sangre para que las aguas fluviales sigan corriendo ricas de peces y de canoas con mercancías. Entonces la ceremonia se verifica en un verdadero riachuelo o a la ribera del río Almendares o de la bahía de La Habana. Ahí se hizo el primer juramento en Cuba, hace más de cien años, por el «juego» llamado Efik Butón. En ese lugar se simula el tradicional «embarcadero» de la costa de África en que tuvo lugar el primer sacrificio baroko. En estos casos hay más teatralidad, pues los ritos son más prolongados, ostensibles e impresionantes para el público, como lo es una procesión eclesiástica al paso solemne por calles y plazas, más que en el recinto o en el atrio del templo. En ese lugar, ya escogido y habilitado para la liturgia, el Empegó con la grafía de su yeso fija en el suelo la fórmula mágica que «dice» lo que ha de hacerse e indica los lugares precisos de la acción. Esos dibujos esotéricos, llamados generalmente
«firmas»,
«trazos»
o anafó
ruána,
son
muy
típicos
Fernando
Ortiz / 494
en los ritos abakúas y congos, que sobreviven en Cuba, como
expresiones de «magia gráfica», complementaria
de la «magia
oral». Son un lenguaje jeroglífico, holofrásico y convencional, de origen africano que algo recuerda el nsibidi de los negros ekoi y puede dar luz acerca del origen de la escritura entre las artes humanas. Su exposición y estudio no cabe en este trabajo y se tratará en otro lugar.
Pero aún falta preparar al candidato, que espera en pie junto a la ceiba, desnudo de tronco, cabeza, brazos y piernas. El Nasakó con sus conjuros, ademanes y abluciones de uemba o awamambó, hace la «limpieza» lustral, purificadora del aspirante. El «diablito» Eribangandó, con un gallo vivo en sus manos,
lo pasa
por
el cuerpo
del
candidato
se lleve consigo toda malicia. Entonces con
sus signos
amarillos
en la frente,
para
el Empegó
las mejillas,
que
el ave
lo marca
la nuca,
el
pecho, la espalda, los brazos, las manos, los tobillos y los pies. Todavía falta algo. El Nasakó completa la «limpieza» general ahuyentando la «cosa mala», rociando con buches de aguardiente, vino seco y agua bendita, y sahumando con incienso todos los signos de yeso amarillo. Todos estos preparativos mágicos han sido acompañados de conjuros, cánticos y toque de música. Ya está preparada la función litúrgica. Todo está «rayado», los conjuros han sido dichos, la sangre del gallo propiciatorio ha sido bebida por el Misterio, el Ekue «habla» o chamuya con su terrífica voz (diríase que «truena» como Dionisos), la orquesta percute sus ritmos en vibraciones metálicas, vegetales y animales, o sea «pánicas». Una atmósfera mística llena el ambiente. La escena trágica. De improviso se agita el Aberisún, el íreme en función de verdugo; ha recibido una terrible orden del Enkríkamo, quien le canta cierto conjuro y lo atrae tanendo su mágico tambor. El Aberisún ha de matar al cabro; pero este «diablito» se niega. El Aberisún ha surgido engañado de la cripta del fambá, creyendo que su intervención sería
495
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
la de «limpiar» el ambiente y espantar a los indeseables profanos con el terror que infunde su presencia. Para ello recorre el isaroko y hace sus muy terribles amenazas; pero el Enkríkamo lo va atrayendo hacia donde está sujeto el infeliz cuadrúpedo que ha de ser objeto de la oblación. Ya éste se halla ostentando los signos de su iniciación y esperando su momento, para lo cual unos acólitos con sus manos lo mantienen en pie pero fuertemente sujeto en forma ritual. Uno de ellos, metiendo el brazo por entre las patas traseras, le agarra las delanteras,
inclinándole
algo la cabeza,
la boca para que no pueda berrear.
mientras
otro
le cierra
Ya frente al animal que
ha de servir de hostia, como decían los clásicos, el Enkríkamo le ordena al verdugo Aberisún; pero éste, ante la inminente
peripecia, se asusta, se resiste y trata de huir. Implora a Abasi, el dios celeste, que no lo obligen a matar al cabro, que es un «hermano». Es el pathos de la tragedia, como diría G. Murray;” pero el conjuro del Enkríkamo es conminatorio. Aberisún aterrado se acerca a la victima y sin mirarla, casi volviéndole la espalda, con el itón sagrado le asesta un golpe durísimo en la testuz, que la deja instantáneamente muerta o al menos sin sentido. Después de esta patética occisión, el «diablito» Aberisún huye despavorido, como hacían en Grecia y Roma los ejecutores de la muerte ritual.% El cabro ha torcido los ojos y mirado de manera angustiosa a sus verdugos, pero no ha lanzado ni un
quejido.
Si lo hubiese
hecho,
el sacrificio
habría
tenido que suspenderse y ser libertado el animal, como un hermano que pudo implorar a dios por su vida. Se lo impidieron las preparaciones mágicas que Nasakó le dio en el fambá al ser «rayado»; pero sobre todo las vigorosas manos de quien le cerró las mandíbulas para que no pudiera protestar con su voz. An: taño esta función preventiva se realizaba por otro «diablito», el Aberiñán, el que sujetaba las patas y la boca; pero ya no se 23 28
Harrison Harrison
(1932), (1900),
p. 341. Ancient Art,
p. 90;
Fowler:
Roman
Festivals,
p. 529.
Fernando
estila.
Ortiz / 496
La víctima tarda en cerrar sus ojos, que parecen lanzar
miradas de angustia cual si fuesen humanos; pero no importa. Un oficiante le clava un cuchillo en el cuello, cortándole la
yugular, cenan la esto entre trenos de cimiento.
sumado.
y vierte toda su sangre en una vasija; luego le cercabeza, lo desuellan y descuartizan sus carnes. Todo cánticos que anuncian la muerte del sacrificado, como lamentación o como la clásica anagnórisis de recono(Figura
111.)
El sacrificio ha sido felizmente con-
Canto - Abakuá.—Sacrificio del Embori. To
a pkaem bo ri
bo
a pkaem bo
HH
Fig. 111.
ql
Ki han
4+a
bo
4o
que
Ki an
€
que:
Canto del sacrificio en el rito de Mbori-Mapá.
La sangre del cabro o «hermano» y su cabeza son introducidas en el fambá para un secreto rito de sangre, que recuerda el criobolio de los antiguos misterios clásicos. Allí la sangre del sacrificado se le da a beber al Ékue y luego, preparada y «cargada»
mágicamente,
de Ekue»,
colocándola
ya «con
la voz del misterio»
en ella,
se le da a beber al candidato y a los abanékues, a manera de una comunión sacramental para que ella renueve su vitalidad; y la cabeza del sacrificio se dedica a Ekueñón, que es el «esclavo sobre
el cuerpo
de su tambor.
Acaso
estos detallados ritos permitan recordar aquí algunos de los que se efectuaban en los misterios eleusinos. En la iniciación
497
/ Los bailes y el teutro de los negros
en
el folklore...
el neófito se decía: «Yo he comido en el tambor, yo he bebido
en el címbalo, yo he portado el Kernos, yo he entrado en el
baldaquino», o sea en la cámara de la Diosa Madre, llevándole
los testículos de la bestia sacrificada con cuya sangre él fue bautizado. Así lo refiere Clemente de Alejandría? La «comida en el tambor» se evoca por la cabeza del cabro sacrificado sobre el tambor eribó; la bebida aquí llamada
macuba,
que se
consagra con la voz de Ekue y se bebe en una cazuela plana especial, es una especie de comunión intima como la que hacía el iniciado con su numen;
el Kernos es como el eribó, vaso ce-
remonial misteriosamente «cargado», que se lleva en los ritos procesionales con la cercenada cabeza del mbori encima; y la entrada en el baldaquino equivale a la ceremonia de penetrar el neófito en el fambayín
donde está la Madre
o Ekue
a quien,
también en Cuba, se presentan los testículos del buco sacrificado. Después, el mistagogo afrocubano le quita al iniciad» abakuá la venda que cubre sus ojos. El hierofante abakuá, como el eleusino, le muestra los objetos sagrados y oficia los ritos restantes, al cabo de los cuales el neófito ya es un «renatus», ha «resucitado», en un okobio «jurado» en su «potencia». Ahora la escena del ofertorio. Ábrese la puerta del fambá y sale una procesión o beromo. (Figura 112.) Al frente de
ella va bailando un «diablito», el principal de ellos, el Enkoboró, «limpiando el camino», dirigido por el Moruá. Tras él
va el gran sacerdote o Jsué, que, según dicen los máñigos, cs como un «obispo». En su boca y cogida con sus dientes por la cresta, lleva la cabeza del gallo que le fue ofrendado al Eribó, el cual ahora él sostiene en sus manos. El Eribó es un tambor de figura variable, muy adornado de pieles, cauris, penachos y otros emblemas, que se coloca siempre en el altar. Se dice que simboliza a una deidad o potencia sobrenatural; probablemente a los antepasados y especialmente al espíritu de la Sikaneka sacrificada. En la procesión el Isué lo va moviendo 22
Hollard
(1938),
p. 1.
Fernando
Ortiz
/ 498
de un lado a otro, alzándolo y bajándolo, como para significar que el Ertbó tiene vida, a la vez que lo presenta a la reverencia de los espectadores como los sacerdotes teóforos hacian en los antiguos cultos. El Eribó recuerda el modius, la cista y el timpanon de los clásicos cultos de Osiris, Attis-Cibeles y Dionisos, donde se guardaban «los secretos de la gran religión»,
las cenizas
del
Gran
Sacerdote
muerto,
según
Frazer,”
pues
el Eribó encierra también un secreto de magia necrolátrica. Tal como ocurría también con el Kernos de Eleusis, de sacros y análogos secretos. Detrás
del
Isué
van
otros
tres actores
importantes,
el Mo-
kongo en el centro, el Mosongo y el Abasongo a su derecha e izquierda, cada uno de los tres llevando un ¿tón o bastón corto a
manera
de
cetro,
muy
adornado,
cargado
de
sacripotencia
y simbolizando ciertos antepasados." Más atrás un «paso» de sincretismo cristiano. Un oficiante con un crucifijo al que se denomina
sendos dio de como mado
Abasi,
el Dios Todopoderoso,
entre dos acólitos con
cirios; uno que va asperjando con agua bendita, por meun manojo de albahaca a modo de hisopo, y otro que turiferario va sahumando el incienso. Esto parece tode la liturgia católica; sin embargo, anotemos que en la
esotérica de los abakuás de Cuba se usan dos velas o cirios, pro-
bablemente sustituyendo a dos teas o antorchas, como las dos que se portaban para simbolizar a Koré en las ceremonias in-
troductoras
de la iniciación;
las cuales tenían lugar
cerca
del
llamada
en-
Eleusimón de Atenas y a la luz de un plenilunio, donde el hierofante proclamaba las condiciones personales de los candidatos. De entre éstos se excluían los impuros, los sospechosos de magia y los homicidas, tal como en la vieja ortodoxia de los ñáñigos. 30
James
31
Hay
G.
Vol. I, p. 279. Lóricos.
En
el secreto del fambá,
Frazer:
juegos
de
La
rama
ñáñigos
dorada.
que
Véase
ostentan
una
vela,
los capitulos
siete
itón,
dedicados
por
a Adonis,
motivos
his-
Cenqeqe
un
zod
ofnqr()
csodiuru
so]
ap
orot9q
O U9DIs9d0Ig
“¿TL
«2141
Fernando
Ortiz / 500
kauke-Eribó, se sitúa junto al Eribó y otra, denominada
enka-
lú-mantogo, se pone ante el Ékue. En los funerales se usa una tercera vela para el cadáver, la enka-lú-mape. Las antorchas aparecen constantemente como uno de los principales emblemas
de los misterios
de Eleusis, dice Hollard.*”
Tras del crucifijo en la procesión marchaba antaño una mujer, la Sikanekua o Sikaneka, la única que entraba en los ritos náñigos, vieja representante de una legendaria mujer que descubrió el secreto de los fundadores de la orden y por eso fue condenada a muerte al pie de la ceiba. Hoy día un pellejo de
chivo;
sukubakariongo,
que
simboliza
el de su desuello, va a
la procesión como bandera, y un acólito, vestido de mujer, ocupa en aquélla su puesto, llevando en su cabeza una tinaja llena de agua en evocación de la mítica donde la Sikaneka tenía el pez tanse del Misterio Original. Después de esta figura, van tañendo sus instrumentos los siete músicos de la orquesta ñáñiga, a cuyos ritmos el coro canta (Figura 113) sus himnos exaltatorios del Ékue, de la misma naturaleza que los ditirambos dionisiacos: ¡Ekue!
¡Ekue!
¡Chabiaka
Mokongo
Ma
Cheberé!
La procesión llega al lugar del baroko. El Ekueñón' ante el Eribó alza el pellejo o ekoko del cabro sacrificado y lo presenta
al cielo, unos
dicen
que
a Abast,
otros
que
a los astros,
y luego con él envuelve al Eribó. Álzase el candidato y mientras el coro va cantando «baroko nandibá baroko», regresa conla procesión al fambá para su consagración sacerdotal. En el caso de que la ceremonia sea la consagración de un nuevo sacerdote para el cargo de Embalkará, entonces con la piel del cabro sacrificado se envuelve al candidato; forma ritual que recuerda la equivalente de ciertos antiguos ritos mediterráneos cuando el sacerdote se revestía el pellejo del animal del sacri32
Tlollard,
p. 22.
501
/ Los bailes y el tearto de los negros en el folklore...
ficio dedicado a Júpiter (llamado dios Kodión) y así él representeba la personificación del dios. En Cuba el mbori se desuella dejándole enteros y unidos al pellejo los testículos en el escroto y las cuatro patas con sus huesos hasta la rótula. Así se puede demostrar que ha sido sacrificado un animal sano y no castrado, al ofrecérsele al Ékue los testículos y una pata a cada uno de los cuatro jefes u obones. En el fambá se verifica secretamente la unción consagratoria del nuevo sacerdote;
terminada
la cual sale de nuevo
la
procesión, esta vez con más solemnidad. A su frente marcha de nuevo el Nasckó con su brujería. Ya no están presentes los «diablitos» Aberisún y Eribangandó. Sólo actúa un írime, el Canto
Abakuá.—Salida de la procesión. 3
mo kon jo ma
kune Kueeda bia ka
E »
Cetera
y
,
€
Kkue
Kue
o
mo
Kon Jo
ma
»
Cáe be £e
e
Kue
Kue
chtaha
s
20
Kon
9 Fig.
ma 113.
Canto
Ae máñigo
e
te
a la salida del
beromo.
Ka
Fernando
Ortiz / 502
principal, llamado Enkóboro, dirigido por el Enkrikamo.
Ahora
a la derecha del Isué va el Empegó con su «tambor de orden» y a su izquierda el Ekueñón con el suyo, sobre el cual está la cabeza del animal sacrificado. Y detrás va el Abasí con sus dos cirios,
y su acólito
su turiferario
con
agua
bendita,
y con
el nuevo sacerdote. La comitiva efectúa su rito deambulatorio alrededor del isaroko. El coro en la primera parte del trayecto entona el himno ya citado. Ékue, Ekue, chabiaka Mokongo ma cheberé, y al emprender el regreso canta: O yáo Seseribó o yáo 000, hasta que la comitiva ritual o beromo entra en el santuario. (Figura 114.) Aún no ha concluido la liturgia oblativa. Sigue el acto de la comida en comunión. El numen y sus hijos ya han he-
bido la sangre del sacrificado, ahora han de consumir su carne
en ágape ritual de sagrada homofagia.
Canto
O
0
en
Abakuá —Entrada
Jas
Ba
to
se
ko
€;
nan
Se se ti
yao Fig.
>
Se
114.
Canto
ñáñigo
con
la tierra,
de la procesión
3
yoo
o
dibuja
el Empegó
del baroko,
ceiba
Para ello, ante la misma
3
bo
ya
Sa
o
ya
to
al regreso
o
del
beromo.
0.
yeso,
la
503
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
«firma» o conjuro gráfico, que ordena la ceremonia; y Nasakó, el
hechicero,
echa
sobre
los
trazos
amarillos
un
reguero
de
ikún, o sea pólvora, el polvo negro de muy potente magia. Otro actor, Enkandemo,
que es el «cocinero»,
ha guisado ya en una
vasija nueva las carnes de la víctima y los frutos ofrecidos al Ékue, y, después de ofrendarlos a los númenes con versículos que evocan la leyenda de la primera comida que sus antepasados
hicieron
allá en África,
en el mítico
río Usagareé,
coloca
una vasija grande llena de alimentos sobre un signo circular de la figura mágica-y una pequeña vasija vacia en otro punto de ésta. Aparece un nuevo «diablito» con su Morud. Es ahora el llamado Enkanima o el ya citado Eribangando que son trime benévolos de purificación), y en un baile ritual ofrece comida a los seres invisibles del espacio, arrojando trozos de carne a los cuatro vientos y llevando al fumbá unos trozos para que allí el Iyamba y demás altos dignatarios de la logia inicien el banquete comunal. Sale de nuevo el «diablito» y echa para si mismo una porción de comida en la vasija pequeña, antes de hacerse el reparto general entre todos. Pero, escena de comedia y episodio de sorpresa, el Eribangandó está engañado, los abanékues saben que él no debe comer y, mientras lo rodean y distraen con cantos y música, el Nasakó enciende imprevistamente la pólvora y, en la confusión que se produce, un hermano
se apodera de la cazuelita y corriendo se la lleva para ofrendarla a los antepasados, perseguido por el burlado Eribangandó que no logra capturarlo. Al fin, ante la burlona actitud de los iniciados, el «diablito» calma su furia, se aquieta con ademanes
de resignación y desaparece del escenario. Ahora la escena del rito de la comunión homofágica. Todos rodean la vasija con el sagrado alimento del «hermano» sacrificado, que les dará renovados vigores para su vida. Se baila
en rueda, mientras cada uno recibe del «diablito» en su mano
Fernando
Ortiz / 504
una porción del manjar y todos cantan un himno de alegría: bámba ekón mamá ñanga eriké ndiagame efik obón Ékue. Pero la «tragedia» no ha concluido; falta la escena final, la apoteosis, en forma de otro rito ambulatorio con asistencia
de muchos personajes, de todos, salvo los guardianes del sagrario de los misterios, que esos jamás salen al público. Abre esta última procesión el Nasakó, o sea el hechicero de la hermandad secreta, limpiando el camino de las brujerías ajenas y echando las propias para defensa. Nasakó debe llevar su extravagante vestimenta de hechicero, sus harapos, sus telas de colores, sus pieles de animales dañinos, sus plumas de aves agoreras,
su
cabeza
cubierta
con
una
ficticia
cabellera
adornada
con diademas de plumajes, su cara, pies y manos pintorreteados con emblemas profilácticos, su boca con la cachimba o pipa donde ahúma su brujería, su pecho lleno de collares y fetiches y en la cintura sus cuernos mágicos, el empaka para «mirar» y el tarro con la pólvora explosiva. Tras el Nasakó va un «diablito», Eribangandóo, llevando en sus manos el gallo con que hace la «limpieza» del camino, guiado por el Moruá Yuánsa que suena el idiófono llamado erikunde; secundado aquél por otros «diablitos», cada uno con su Moruá.
Ahí van el Emboko
que «limpia» el espacio con una caña de azúcar, y el Enkanima, que va haciendo lo mismo con su baile mímico. Siguen las figuras centrales de la procesión, precedidas por un «diablito» llamado Enkoboró que es su custodio, guiado por el Enkrikamo. Y luego el [sué portando el Eribó; el Ekueñón y el Empegó a sus lados; el Mokongo, el Mosongo y el Abasongo con sus cetros;
el Abasí con la cruz entre cirios y sus acólitos,
aspersorio y turiferario; la Sikaneka con su tinaja en la cabeza; y al fin los coros y músicos que ya conocemos. El beromo o procesión rodea el isaroko. En los himnos, las voces y las vibraciones rítmicas de la naturaleza,
salidas de los enkomo,
el
ekcón, las erikundi y los itón, exaltan con más júbilo que nunca el milagro de Ekue... La teoría mística penetra en el santuario.
505 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Se oye dentro como una salmodia. Sale el Empegó con su tambor y desde la puerta del fambá cierra la ceremonia con un enkame,
o recitado dirigido al cielo, y se silencia la música.
El Ekue calla.
Se ha puesto el sol y termina el misterio.”
Hemos hecho varias alusiones a ciertos clásicos ritos de Grecia. La tragedia surge como género literario en el siglo vr A. C., y «el autor primeramente conocido fue Tépsis de Ikaria,
un
distrito
del
Ática
relacionado
en
varias
maneras
con
Dionisos. La tradición sostiene que el argumento de las primeras tragedias fue siempre de las aventuras de dicho dios, y no fue sino tiempo despúes cuando otros mitos no dionisiacos sirvieron de temas teatrales».* Es muy seguida la opinión de que el drama griego salió de los cultos a Dionisos y también, aun cuando algo controvertida, la de que la tragedia surgió de los cantos que en aquéllos tenían lugar con motivo del sacrificio de un cabro como ofrenda a la divinidad. Sea o no cierta esta teoría, su verosimilitud
es impresionante
cuando
se consideran
ciertos episodios de la liturgia ñáñiga del sacrificio del macho cabrio y sus semejanzas con los ritos báquicos, los frigios de Attis-Cibeles y otros «misterios» del antiguo Mediterráneo El citado autor H. J. Rose, basándose en textos de Platón y Plinio ha sostenido que en Arcadia existió, en relación con el culto canibalístico de Zeus Lykaios, una organización parecida a las sociedades secretas de los «hombres leopardos» de África, pudiéramos decir nosotros que a las de los «hombres ékue» u «hombres ngo». El rito funerario de los ñáñigos, el envoró o angoró como algunos dicen, es también de interés en ese sentido. Esta liturgia luctuosa no es un fititi ñongo, o festival. En el envoró del 33 Parécenos eportuno decir aquí que ninguna danza fáñiga es ejecutada por mujeres solas ni por parejas de mujer y hombre. Son falsas, pues, esas danzas ñáñigas que en Cuba y fuera de ella se presentan como tales para consumo de cabarets y luristas.
M4
H. J.:
Ancient
Greek
Religion,
Londres
(1913),
p. 83.
Fig.
115. El Anamangúi,
«diablito»
funerario
de los ñáñigos.
507
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
okobio muerto, el protagonista de la dramática pantomima es el «diablito» llamado Anamangui (Figura 115), vestido de negro con simbolos macabros y llevando en su cintura no los metálicos
cencerros
o
enkanika
de
los
iremes,
sino
unos
de
madera con bronco sonido. Él aparece a ver al difunto; lo com-
templa, lo abraza, trata de averiguar si está realmente muerto o si sólo está dormido, como le dicen los okobios para engañarlo. Al ver que está muerto el «hermano», se desespera Anamanguí, entra en furia y le pregunta al cadáver quién lo mató.
Ante el silencio, él busca al hechicero de la orden o Na-
sakó y lo increpa con sus ademanes porque con toda su sabiduría no supo defender al «hermano», y acaba apaleándolo. Estas escenas se repiten mientras duran el velorio y la liturgia funeraria de «limpiar» al finado y «rayarlo» como se hizo en su iniciación, pero con yeso blanco que es el color de los muertos, de los esqueletos mondos y de las apariciones fantasmales. En tanto los monina entonan ante el cadáver, a manera de epicedio, las emocionantes melodías de sus rezos con que despiden al difunto monina, o sea al «hermano», pues monina deriva del vocablo
bantú
nina
o ina,
que
significa
«hermandad
da
sangre», «parentesco uterino», y en sentido más amplio «clan» y «tribu». (Figuras 116 y 117.) Cuando muere un iyamba, o sea el jefe de un «juego» de náñigos, además del írime funerario, o sea el Anamanguí, aparece otro, con su «saco» de rombos y escaques rojos y blancos. El caso no es frecuente. Que sepamos, así se hizo en 1926 cuando 1933,
en en
Usagaré
Guanabacoa las
exequias
Mutanga,
en
murió de
un
el iyamba
de
tal Bonilla
que
el barrio
de
los Sitios
Efí era de
la
Abakuá;
en
iyamba
de
Habana;
y
en 1947 en el funeral del iyamba del «juego» Erón Entá. Los
ritos fúnebres a la muerte de un iyamba son más solemnes en otro sentido, pues es necesario «plantar» para que el misterioso 33
Jommston
(1922),
Vol.
II,
p.
263.
Fernando
Ortiz / 508
Ekue participe de ellos. A los nueve días se celebraba el enyoró o «llanto», pero hoy día suele tener lugar esta ceremonia el mismo día del entierro o en otra fecha cualquiera. Entonces
se despide definitivamente al muerto,
diciéndole:
Emba
yakán
suakán, que significa: «vete y no vuelvas jamás». El Anamanguí produce tan gran impresión entre los iniciados que muchos son los que se excusan de representarlo vistiéndose su akaniguán y su atuendo de irime. Antes solía hacerse el rito del entierro yendo hasta el cementerio con el ataúd en alto, cargado en los hombros y llevando los portadores una marcha en zigzag, con pasitos cortos, arrastrados y oscilantes, que tenían algo de danza ritual. Al Canto
Abakuá.—Funeral.
3
Un
ma Sanga ma
Aon €
Fig. 116.
Canto
Fig.
117.
lon
go.
Abakuá.—Velorio.
bo
pt
han
3
GA
Canlo fúnebre del enyoró.
Pr
o
Ku
MA
3
3
AAA
to sí tan an
Jo
Canlo del velorio o enyoró.
bia
509
/ Los bailes y el teatro de
los negros
en el folklore...
llegar a la puerta de la necrópolis, los portadores del difunto demostraban una gran indecisión, aumentando el zigzagueo con que ya venian.
Como
desorientados, daban con el ataúd vueltas
y vueltas a un lado y otro, «pasito patrás y palante», para confundir a los malos espíritus, hasta que de repente se metían adentro. El último entierro ñáñnigo celebrado con plena liturgia tuvo lugar el año 1926, en Regla. El cadáver era del señor Guillermo González, llamado Iyamba Okereré, quien murió a los 114 años de edad y fue jefe o iyamba de la antigua «potencia» ñáñiga Efi Abakua, fundada el 5 de diciembre de 1845, la cual tuvo sólo dos iyambas en su historia centenaria.
Por
las especiales
circunstancias
del caso,
los
ritos
fúnebres
y
el sepelio tuvieron extraordinaria solemnidad, secreta y pública. Esas vueltas y zigzagueos, que ejecutan los portadores de un
cadáver
en
el entierro,
no
son
privativas
de los ñáñigos.
Las practicaban asímismo otros negros «de nación». Es ritualidad frecuente de carácter afrocubano que el difunto tenga que salir de la casa mortuoria
los pies hacia adelante. se ha olvidado
y entrar en el cementerio
con
Se cuenta de varias ocasiones en que
este requisito
y, al advertir el descuido,
el cor-
tejo fúnebre ha regresado con el ataúd al hogar enlutado, allí
le ha dado tres vueltas y, al fin, sacado
de nuevo
para
la calle
y con sus pies «palante», o sea «como Dios manda». También se estilaba ese rito entre los indios de América; por ejemplo los chortis de Guatemala. Canto >
Abakuá —Entierro
A
Sanga quet: Fig.
3
han Kue 118.
Canto
3
Gan do ti ñáñigo
del entierro.
Kunde
Fernando
Ortiz / 510
Al salir de la casa fúnebre los portadores del cadáver dan tres vueltas con él, movimiento que se repite en el cementerio con el fin de desorientar al muerto para que éste pierda el camino y no pueda volver a casa, salvo que Dios le conceda ese permiso para que pueda asistir al novenario o a la fiesta del Siquin; que, en otras raras circunstancias, le permita comunicarse con los vivos. Igual costumbre priva entre los quichés.* El entierro se organiza como la típica procesión de los abakuás, que ya hemos descrito, con la variante de que no se lleva el Seseribó. Los tres tambores o enkomo no se afinan, por lo cual suenan destemplados, y se llevan al revés o sea con los cueros bocabajo, de modo que éstos se tañen en la parte inferior. Al son de esa «música floja» se entonan los cantos (Figura 118), y el Anamangut, ya triste como ya enfurecido, a quien habrá que sosegar hasta que sea consumada la inhumación, desaparecerá misteriosamente para seguir al hermano en su viaje invisible. Sin duda, William Ridgeway vería en este rito del enyoró ñáñigo algunos elementos de la clásica tragedia. La muerte del abanékue u okobio queda fuera del dramático rito ñáñigo. Éste comienza cuando ya han ocurrido la peripateia, la agon y el pathos;
pero ahí quedan los trenos,
la anagnórisis y la teofanía. En rigor, por su programático desarrollo, el enyoró viene a ser la parte final del ya reseñado rito para el sacrificio del cabro. Pensemos que la muerte del mborí no es sino una sustitución
alegórica
de la muerte
de un ser humano,
acaso la de
un okobio o «hermano» iniciado, y tendríamos en una serie de simbolismos pantomímicos las peripecias, los conflictos y los episodios del desarrollo típico la antigua tragedia. Quienes opinen con William Ridgeway, en sus dos libros The Origin of Greek Tragedyy The Dramas and Dramatic Dances of nonEuropean Races, en el sentido de que el drama surge por de36
Girard
(1949),
t.
IL,
p.
205.
511
/ Los
bailes y el teatro
de los negros
en
el folldore...
sarrollo de las exequias funerarias celebradas en las tumbas de
los semidioses,
héroes
y demás
grandes
personajes
tribales, po-
vivientes
y sugestivos
drán hallar en las ceremoniales supervivencias cubanas del arte religioso
de los negros
de
África
muy
datos para su corroboración. Véase especialmente el último libro citado, en el cual su autor sostiene, con profusión de datos históricos y actuales en pueblos muy diversos, que la tragedia griega surgió de los primitivos ritos funerales, dedicados periódicamente a los antepasados, en los cuales se representaban con pantomimas los hechos culminantes de su vida. Ridgeway se
apoya,
entre
negros yorubas,
muchos
otros,
que se celebran
en
los
cada
ritos
funerarios
junio en honor
de
los
de los
muertos del año, tal como hasta no ha mucho ocurría en Cuba
entre esos mismos negros yorubas en los cuales aparecía un actor representando a Egungun, o sea a los difuntos, que hacían visitas a los familiares. Por otro lado, el mismo Ridgeway cita también varias hermandades secretas de África que tienen muy importantes funciones sociales, sobre todo de tipo político, religioso y pedagógico, que predominan
sobre
su entretenimiento
artístico, y una
de las fuerzas más potentes de tales sociedades hieráticas consiste precisamente en la profunda emoción colectiva de terror que provocan las representaciones de los Írime, Egungun y demás personajes mitológicos que surgen de la selva para desempeñar, mediante la máscara simuladora de un ente espectral, el trascendente papel de reasegurar la fe en la existencia de un inexorable y sobrehumano ejecutor de justicia y fortalecer asi la disciplina social del grupo humano por medio de esa farsa de terrorismo místico. Ante estas afrocubanas figuras cabe reflexionar acerca de lo observado por Gorer, en relación con la tesis de Ridgeway. la de que todas las danzas de caretas o máscaras no son sino representaciones rituales de necrolatría. Gorer opina que si los datos del profesor Ridgeway son convincentes para explicar el
Fernando Ortiz / 512
origen de la tragedia griega, no concuerdan con la realidad ob-
servada por él en los pueblos afroccidentales, donde «las caretas
jamás representan hombres muertos, sino espíritus».
Se celebran allí —dice Gorer— danzas en las cuales son representados los difuntos, pero en ellas el muerto siempre está figurado por un danzante enteramente cubierto con ropaje, sin careta, sin que deje ver parte alguna de su piel y con sus facciones muy vagamente señaladas, cuando más por algunos diseños con caracoles o cuentas.” En
Cuba,
igualmente,
los dioses
que
en los ritos yorubas
bailan personificados llevan todos sus respectivas caretas, pero no ocurre asi con Egun o Egungun, que es la figura de la muerte, o de todos los antepasados en general, así como la del muerto en particular cuyas sean las exequias en cada caso. Pero si los actores
de Egun
en
esas
danzas
funerarias
no
usan
máscaras,
en danzas
solemnes
en cambio sí aparecen con careta Oyá y los demás dioses cuando ellos bailan también,
a la par que Egun,
a la conmemoración de grandes muertos. En Cuba tampoco usan caretas propiamente dichas las representaciones de los irime o «diablitos» ñáñigos, los cuales son considerados como antepasados, temporalmente visibles y participantes en los ritos de esa hermandad. Ni tampoco suelen emplear caretas las correspondientes figuras de las sociedades secretas semibantús, o «bantuideas» como algunos dicen, originarias de las que en Cuba reprodujeron los negros. La observación objetiva de Gorer queda, pues, corroborada en cuanto se refiere a las danzas fúnebres afrocubanas. Esto no significa, sin embargo, que en África los espíritus aparecidos de las sociedades secretas, personificados por «diablitos», no usen a veces máscaras, como los dioses. Eso ocurre cuando el ente
sobrenatural que aparece es concebido más como 37
Gorer, p. 308.
«el espíritu
513
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
de la selva» que como «un espíritu antepasado». En ese caso la personalidad mitológica del «diablito» está más definida, y es como la de un semidios silvano. ¿Cuál puede ser el motivo de que los dioses bailen cada uno con su correspondiente careta teomórfica y no lo hagan así los afrocubanos figurones de Egun o del írime? Quizás ello se deba a un simple eriterio económico. Las máscaras de los dioses y
semidioses;
una
vez construidas
en madera
tallada,
como
sue-
len ser, podrán servir para todas las ocasiones sucesivas, pues la imagen divina no tiene por qué cambiar sus tradicionales rasgos a cada aparición. En cambio, la representación por medio de una máscara de cada individuo difunto, en sus particulares exequias, requeriría ciertos pormenores simulativos de su identidad ante los espectadores. Esto es hacedero de modo suficientemente satisfactorio y fácil mediante la simple imitación por el actor disfrazado de la configuración corporal que en vida tuvo el individuo desaparecido, de sus ademanes y andares, etcétera; pero sería muy difícil construir cada vez una careta algo realista que a la multitud le evocara de modo convincente la presencia de un muerto conocido. Para ello es más fácil adoptar como alegoría una figura vaga e imprecisa, vestida con ropas que le cubran totalmente de pies a cabeza, sin formas bien definidas fuera de las elementales para su antropomorfismo. Además, esta vaguedad informe en la figura emblemática de los muertos concuerda
con la idea que se tiene de su estado, en un
aurbito también vago e impreciso, intermedio entre el agua y el cielo, aún no desprendidos totalmente del espacio humano ni transpuestos ya al etéreo y perenne de los dioses. La citada teoría de la génesis histórica de la antigua tragedia no se basa solamente en datos africanos. El estudio de las sociedades secretas de los indios del Noroeste de América y de sus ceremonias habituales, ha hecho pensar que ellas, «en contraste con las de la Melanesia y África», están particularmente dedicadas a representaciones dramáticas. Sus privilegios «masóni-
Fernando Ortiz / 514
cos» son importantes, pero ejercen poca autoridad; de hecho, esas sociedades pueden considerarse como clubs de aficionados dramáticos, con una apariencia religiosa como la que tenían los gremios medievales. Frazer describe la institución como «un drama religioso», cual el de la antigua Grecia. El espectáculo de dichas sociedades indoamericanas tenia varios propósitos, aparte el de entretener; varios además eran los caracteres representados, según la constitución de la sociedad, que podia ser totémica o consagrada a espíritus guardianes o a otros propósitos. Pero la esencia de su función es la pantomima, y la máscara es el medio de personificación.*
Es decir, se trata de una función teatral. Esto es cierto, pero
no parece serlo el supuesto contraste con las congregaciones secretas de otros continentes.
El mismo Ridgeway también señala cómo esas muy poderosas y aún vigentes sociedades secretas de África, nacidas para funciones sociales importantes y beneficiosas, luego fueron degenerando en grupos predatorios y, al fin, en compañías de inofensivos juglares, que hoy se complacen en seguir representando las danzas dramáticas que un tiempo formaban parte de la ori-
ginal liturgia terrorista, a la vez que proporcionan un pintoresco en!retenimiento a los profanos. Aquellas sociedades religiosas de crípticos ritos, dice Ridgeway, se han convertido en meras compañías de danzantes y faranduleros, desprovistas del antiguo prestigio social, que hoy sólo sirven para los festejos populares con sus danzas o juglarías. El autor cita varias de esas sociedades secretas, de las que fueron antecedentes de los ñáñigos de
Cuba, en las cuales el principal enmascarado, protagonista de sus danzas, personifica los manes o espíritus de los muertos,
como aún ocurre con los Egun y los irime en La Habana nuestros días. 3
En
Hastings,
t. 1X.
pp.
385-486.
de
515
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
El rito ñárigo de la iniciación de neófitos, llamado en Cuha aprofá bal:esongo o «juramento», que en nada se relaciona con la tragedia, por su parte ofrece asimismo semejanzas muy relevantes
con los «misterios»
clásicos del Mediterráneo
Antiguo.
Son varios los etnógrafos que han aludido a ciertas analogías
entre las sociedades secretas de los negros afroccidentales, parti-
cularmente de los semibantús, y los varios «misterios»
precris-
tianos que florecieron en el antiguo puerto de Elcusis y otras
ciudades
mediterráneas,
cación y protectiva
con
sus
fraternidad
humanos como sobrehumanos. transculturaciones
mentes
cubanas
fundamentales
doctrinas
esotéricas
de purifi-
contra los seres malignos,
así
En tales ritos africanos y en sus
se encuentran,
sin duda,
de los clásicos misterios
ciertos ele-
eleusinos.
En
cuanto al ñáñigo rito de la iniciación aparecen, en Cuba como en Grecia, la limpieza lustral del neófito, la simulación de su
muerie, la resurrección, la visión de los antepasados y su comu-
nicación con ellos, equivalentes a los misterios griegos de la katarsis, la paradosis, la epopteya, la purificación, la revelación de los grandes secretos y la iluminación de los indísemes o ini-
ciados. En Cuba este rito se desarrolla al son de una música espe-
cial (Figura 119).
chemiyá,
dialogaba
Antaño uno de los tambores, el bonkó encon
la rugiente
voz
del
misterioso
Ekue,
que desde lo invisible iba aprobando los episodios rituales de la iniciación.
El rito de los nánigos es también de impresionante
teatralidad y su primera parte se desarrolla en el isaroko o sea
en público. Transcribiremos algunos párrafos que con su descrip-
ción ecaba de publicar Lydia Cabrera.
Antes de «romper» el plante o liesta ñáñiga un Idiobón, uno de los altos dignatarios de la potencia, Mosongo. Aba-
songa, Enkrikamo o Moruá Engomo, conducen al indísime, neófito o «hijo
nuevo»
a una
ceiba, desnudo
hasta
la cin-
tura, descalzo y con los ojoa venda:los [...] Al indiseme
se le prepara junto a la ceiba.
Es el primer paso en la ini-
Fernando
ciación. Moruá se arrodilla ante astros, se llena la mente el tronco.
Ortiz / 516
Engomo, el «mayordomo» de Empegó, el árbol sagrado, saluda al cielo y a los boca de aguardiente y rocía abundanteLuego lo rocía de nuevo con vino seco,
y por último lo esperja con un gajo de albahaca (el hisopo abakuá) mojado en umón abasi, esto es, en agua bendita
de cufón abasí (de la iglesia). Después de estas aspersiones que tienen lugar a cada momento en los ritos abakuás, sahúma con incienso, que quema en el hueco de una teja que hace las veces de incensario, y traza en el árbol los signos simbólicos. El dignatario Ekoumbre, al pie de la ceiba, presenta un gallo (enkiko)
a los astros, y el Enkrí-
kamo (o a veces Moruá Yansa) llama al «diablito» al Íreme Eribangandó, que «limpia» o purifica con el gallo a los neófitos, colocados a cuatro pies, de frente a la ceiba.
Terminado los pases, se cuelga el ave viva a la cintura como testimonio de que los indiseme han sido debidamente pu-
rificados [...] El ave, como una esponja, ha recogido las
suciedades, «malas sombras», o masawana
de los que van
a juramentarse. [...] Ya purificados al pie de la ceiba los
indíseme o amanisón,
a los nuevos
abanékues
(«que
hoy
se juran en montón», sin que se haya vigilado atentamente su conducta durante dos años, como se hacía antiguamente) Ecoumbre los «limpia» a su vez con un puñado de yerbas y Morud-Engomo, finalmente, puestos todos de pie, los «raya» dibujándoles con yeso amarillo, color que simboliza
la vida, unas eruces en la frente, cabeza, pechos, manos y en el empeine
de los pies,
frotándolos
ligeramente
con
el
yeso blanco, que simboliza la muerte [...] Se inicia una marcha cantada muy conocida en el pueblo: Indíseme Emparawaó Kendé Yo; y en fila se dirigen al cuarto fambá
en el que todo está preparado para la ceremonia. [...] An-
tes de comenzar, Ekueñón Tankéo le presenta un gallo al sol o a los astros. Entrega el gallo a Nasakó y éste puri-
517
/ Los bailes y el taetro de los negros en el folklore...
fica a todos los que ofician dentro del fambá. Las manos se lavan en una batea que contiene agua, un hueso, albahaca,
ceniza,
carbón
Tyamba Mama
escoba
a Ekueñón
amarga,
anamú
y
abrojo.
Tankéo para que sacrifique al
gallo (en illo tempore, cuando una vez no había gallo que
sacrificarle al Élvue, Ekueñón le ofrendó su propia sangre), y lo «rompe» con los dientes. Después de ponerle todo el «derecho»
(las ofrendas en especie de frutas y comidas),
vierte la sangre en el tambor. Con el gallo se limpian todos los atributos. La cabeza del gallo se deposita encima del Eribó.
Ekueñón,
con un ekón, y otro que lleva una vela,
abandonan el famba y van a buscar la voz de espiritu, de Akanarán, para conducirla al Secreto. Regresa y dice Ekueñón, dando tres golpes en el tambor: Ekueñón besún can suabasi! ya yó ya yó. Pronunciando la última palabra, rompe Ekue, comienza el plante y sale la primera procesión.
Con la procesión entran en el famba los iniciados. Los
indíseme,
arrodillándose
ante
el altar,
saludan
a los
obones reunidos con los de otras potencias que asisten invitados para dar fe del juramento de los nuevos miembros. Los padrinos se colocan detrás de los indíseme. Es Mocongo
quien
empuñando
su bastón,
les lee el reglamento,
«la ley de creencias» de la sociedad y les pregunta, no en jerga ñáñiga sino en castellano, si juran contestar sinceraCanto
En
ai simi
Abakua —De
son
ka thña o
Fig. 119. Canto ñáñigo de la iniciacigo
la iniciación
Len de yo yO ma de los indiseme.
/
Fernando Ortiz / 518
mente a sus preguntas pertinentes [...]
Los padrinos re-
piten en coro las palabras de Macongo. Éste, al fin, les da a besar su cetro. Mosongo y luego Abasonga, terminando el interrogatorio de Mocongo, les dan igualmente a besar los suyos, Eñuá ltón y Aprosemi Itón. Y cada vez el indiseme,
ritualmente
desnudo
hasta
la
cintura
como
hemos
dicho, recibe un espurreón de aguardiente y de vino seco y un golpe de ramo de albahaca empapada en agua bendita.
[...] Isué los bautiza después con el Sese Eribó, apoyando
en la cabeza de zando en abakuá el llamado padre deliberadamente indiseme
cada indiseme el sacrosanto tambor y redurante el largo rato. Recita por último nuestro abakuá, y el credo. [sué se dilata en este punto de la ceremonia, por si el
se arrepiente
de su juramento,
tenga tiempo
de
retracterse y confiese que desiste de entrar en la sociedad. Isué va poniendo en sus manos el Sese; los indíseme o amanisión parecen ignorarlo. Lo lhesan fervorosamente y por último besan el crucifijo y Leben la sangre del gallo veriida en la mocuba. Se desata el nudo de la venda que cubría los ojos de los nuevos abanélcues, a los que ya no se les asusia durante la iniciación con las bromas que se les hacía antaño, en los días gloriosos en que brillaban y se coloreaban de rojo fresco las cuchillas y los puñales de Ebión y Ecoriofó, las dos grandes potencias rivales. Todo lo más se les deja caer sobre la espalda, de cuando en cuan-
do, unas gotas de cera caliente o se les pellisca
[...] Ter-
minada la ceremonia del juramento, cuya duración depende del número de neófitos que va a ingresar en la fraternidad, el mismo desfile se repite al amanecer con los nuevos abanékues, que entonces son presentados al sol naciente con estas palabras: Abasí kesonga abanékue embremerí amaná korobé Efike (o Efó) baraoko, y a la ceiba, «imagen del Santísimo». Y por última y tercera vez, ya anocheciendo, cuando finaliza el «juego», sale de nuevo la procesión del
519
/ Los bailes
famba
y el teatro
para
rendir,
de los negros
en
unión
manos, un postrer homenaje
Ha
terminado
en
el folklore...
de todos
los Moninas
a la divina Ukano
o her-
Beconsí.
la iniciación.
No olvido, dice Lydia Cabrera, el terror que los íreme le infundieron
a
Federico
García
Lorca,
ni
la
descripción
delirante de poesía que me hizo al día siguiente de haber
presenciado un «plante». Si un Diaghilev hubiese nacido cn esta isla, de seguro que hubiese hecho desfilar a los
diablitos de los ñáñigos por los escenarios de Europa.”
Permitasenos
origen
aludir ahora a la teoría de Farnell sobre el
de la tragedia en las antiguas
salían en ciertos ritos primaverales
mascaradas
griegas, que
de tipo agonístico en los
cuales luchaban el invierno. o sea Melanthus «el hombre negro»,
con el verano, o sea Xanthus
«el hombre
claro». Para
Farnell
el «canto del cabro» no es una expresión inequívoca: puede significar la voz de un macho cabrio, pero también un «canto ritual
del sacrificio oblativo de un cabro» o «en honor de un dios simbolizado per esa bestia», como pudiera decirse por los cristianos «el Divino Cordero». O asimismo «canto en competencia por el premio
de dicho
enmascarados
como
animal»,
cabros».
y acaso
mejor
aún
«canto
de
los
Farnell cree relacionar ese canto
con PDionisos por otra vía, en otro antiguo rito ático ejecutado por unos enmascarados con negras pieles cabrunas, los cuales cantaban y danzaban mientras un protagonista también disfrazado con el pellejo de un buco negro, mataba a otro que llevaba una piel blanca. Todo ello bajo la égida de Dionisos, quien ayudaba
al dios negro e invernizo, Melantos,
a matar a Xantos,
el dios
rubio o primaveral. Esos ritos agonísticos recuerdan los antiguos combates folklóricos de simbolismos
estacionales, que se conser-
van en diversos países de Europa y América, en los cuales aparecen esas figuras negras, al menos de cara, probablemente repre32
Lydia
Cabrera
(1950).
Fernando Ortiz / 520
sentando los poderes chtónicos, los de la muerte y del invierno, aunque ya transformados en turcos, moros o negros, en lucha con los cristianos. cas
mascaradas.
De todos modos, piensa Farnell que esas arcai-
nacidas
como
ritos
calendáricos,
también se
relacionaban con Dionisos, «el dios del teatro de Atenas». Su teoría, dice, explica plenamente el carácter dionistaco, su espi-
ritu doloroso y funerario y la denominación de tragedia.” Así pues. aunque por pasos distintos, se sigue fijando el origen de la tragedia clásica en ciertas arcaicas liturgias, donde los oficiantes enmascarados cantaban y danzaban en acción dramática, representando con propósitos sacromágicos las peripecias de los númenes propiciadores de la fecundación. H. J. Rose, al referirse a ciertas creencias de los antiguos
griegos de Arcadia,” señala la analogía de algunos de sus ritos
crípticos con los de las sociedades secretas de los «hombres-leopardos» en el África Occidental. Uno de tales ritos esotéricos sobrevive
en Cuba,
si bien ya no en la forma
antiguamente en África y en Grecia.
cruel que se usó
Refiere Rose, basándose
en Platón,” Plinio* y otros autores clásicos, que en Arcadia y en relación con el culto del rústico y montuno Zeus Licaios (tan distinto del Zeus de Homero y Fidias), existían ciertos clanes o sectas cuyos miembros al iniciarse se convertían en lobos. Esta
metamorfosis, por folklórica ilusión de licantropía, era producida
por medio de un rito de comunión en el cual se daban a comer al iniciado la carne y las entrañas del sacrificio, que en Arcadia fue entonces un ser humano y luego un buco. Por ese rito de antropofagia religiosa el neófito «se hacía lobo», en cuya metamorfosis permanecía nueve años. Rose supone que los «hombresleopardos» afroccidentales, quizás dice él, debieron de tener un rito semejante de iniciación para convertirse en leopardos. 4
4 2 %
Farnell
(1909).
V.
p. 23.
Rose (1925), p. 72 y ss. Platón, VIII, 565. Plinio, VIM, 81.
521
/ Los bailes y el teatro de los negros en el follclore...
Esta muy perspicaz hipótesis de Rose es certera. Las tradiciones de los ñáñigos de Cuba, que provienen en parte de las arcaicas sociedades de hombres-leopardos de África, dicen que en los tiempos antiguos, las sociedades secretas o «potencias» del rito ñáñigo en África (ngó es el «leopardo» en lenguaje bantú, y de ahí se dice ñaña-ngo), para la liturgia de las iniciaciones sacrificaban a un ser humano y que de su cuerpo tenían que comer los iniciados. Los antropólogos han corroborado esa tradición, que se relata entre los ñáñigos, según los cuales en África el ékue no hablaba sino al darle la sangre de un congo, que luego se cambió en un cabro, que es el ser que hoy se sacrifica. Así sucede en los actuales ritos iniciatorios de los ñáñigos de Cuba. El africano sacrificio se hace ahora matando un cabro
(mbori)
o un
gallo
(enkiko)
y con la sangre y la
carne del animal y muchos vegetales, yerbas y sustancias mágicas se preparan la mokuba y el manjar homofágico, mediante sendos conjuros orales y gráficos. Este rito es también complejo. Los iniciados dan vueltas y vueltas alrededor de la vasija, cantando: bamba ekón mamá ñánga erike endiagáme efik obón ékue
recordando las leyendas de África y la primera comida sagrada que se hizo en tierra de Efik. Siguen cantando hasta que culmina el rito: amana amana ékue empaira,
empaira etcétera.
Una vez consagradas la bebida y la comida, se procede a la comunión general. Primero con los antepasados y con los entes misteriosos del espacio; a cuyo efecto el ireme Eribangando, que es el mistagogo de esa liturgia, antes de oficiar la comunión con los neófitos, lanza sendos trozos de carne a los cuatro vientos
Fernando
Ortiz / 522
y envía otros al rugiente Ékue que preside el misterio y a los muertos del camposanto. Luego, todo iniciado para ser okobio forzosamente ha de beber de esa mokuba y comer de la carne sagrada. No se trata de una ordalía o «prueba» penosa, pues el sabor de ese líquido y de esos alimentos es agradable y no producen efectos hipnóticos ni tóxicos; su trascendencia es sólo mágica y no significa sino la comunión carnal y consanguínea con los «hermanos» del grupo o clan secreto. Es el rito consagratorio supremo que sella la fraternidad de los hombres del Ekue o del Ngo, o sean los «hombres-leopardos» de Cuba. Exactamente tal como en los milenarios ritos herméticos de los «hombres-lobos» de Arcadia. Todavía hemos de encontrar en Rose una observación sobre esos ritos griegos que parece escrita con referencia a los ñánigos.
No enseñaban ninguna doctrina secreta, impropia para ser revelada a los profanos. La religión griega no sólo carecia
de credo y de teología, en el sentido que nosotros damos a esa palabra; además, las varias alusiones a lo que sucedía en el telesterión, o recinto de las iniciaciones en Fleusis, únicamente hablaban de cosas «hechas» o «mostradas»,
nunca de cosas enseñadas. Los iniciados hacían voto jurado de
secreto
y casi
siempre
lo guardaban
fielmente;
pero
sabemos que en ocasiones, al quebrantarse cl voto y profanarse los Misterios, jamás se reveló a los demás doctrina alguna que hubiese sido aprendida, y sólo se ejecutó en público alguna parte del ritual o una parodia que lo imitaba. Una de las frases para expresar ese género de impiedad significa precisamente «bailar afuera los Misterios», implicando ello que en la misma ceremonia secrata tenía lugar una danza sagrada y probablemente dramática. Alguien pudiera acaso compararla a una sojemne ceremonia cristiana como una misa pontifical, en la que nada
se hace ni dice que sea la revelación a los fieles presentes
523 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
de una doctrina que ellos aún no conozcan, y sin embargo sus emociones religiosas son profundamente exaltadas.* Cree
Rose
que
ese paralelo
es imperfecto,
porque
bajo
Jas
palabras y acciones del celebrante de la misa está la metafísica
doctrina de la transustanciación, mientras que en los inisterios
eleusinos no hay sino un pintoresco mito, sin doctrina alguna.
No obstante, aun sin credo dogmático, también Eleusis tenía su metafísica. la del mito de los amores de Hades con Koré, la
hija de Demetrio y su rapto al inframundo. ñigos ocurre lo mismo, pues ellos se «juran»
Y entre los ñá-
solemnemente
no
revelar los secretos de la iniciación; pero no tienen teología ni dogmas, ni doctrina esotérica que aprender ni enseñar. Sus «plantes» ceremoniales, en fambá y fuera de él sólo consisten en la litúrgica representación de episodios de carácter trágico o dramático; cuya metafísica no pasa de la mitológica trama del trato con el Gran Misterio del Ekue y con los ultramundanos írimes de los antepasados, pero la emoción que experimentan ante la presencia de lo sobrenatural se exalta hasta el fanatismo y la muerte.
Estas semejanzas entre ritos de gentes apartadas entre sí por milenios y por océanos, no pueden ser más sugestivas. El tema es amplio y fascinante, merece mucho más estudio y aqui resultarían inoportunas otras disquisiciones. Procederán del Egeo o del Egipto esos esotéricos ritos de África que sobreviven en Cuba, o será viceversa;
o habrán
surgido unos y otros, sin
relación causal o consecuencial con los milenarios misterios, antes o después que ellos; pero tales semejanzas entre unos y otros, algunas de ellas muy precisas, son de gran interés y todo lleva a pensar en la remota antigiiedad de esas esotéricas fraternidades
afroccidentales.
Indudablemente,
el estudio
minucio-
so de sus supervivencias afrocubanas podrá suplir en parte el
desconocimiento, 4
Rose
(1946),
hasta
p.
70.
ahora
no
disipado,
del
funcionamiento
Fernando
Ortiz / 524
litúrgico de las secretas congregaciones africanas y dar luz sobre los problemas relacionados con la formación embrionaria del teatro entre los pueblos de cultura preletrada. El estudio científico de esas crípticas fraternidades de troncalidad negra existentes en Cuba, ayudará sin duda a la mejor comprensión de sus antecesoras y originarias que todavía funcionan en las naciones y tribus africanas. No es, pues, caprichosa la b”:queda del teatro entre los negros africanos. El arte histriónico está bien desarrollado en África. Sin embargo, el europeo que investiga el moderno teatro en África nunca ve el drama donde éste está [...] La danza nocturna alrededor de la hoguera, en el campo o en la plaza, es frecuentemente una comedia representada para recrear usí a quienes lo necesitan tras del trabajo [...] La función histriónica en África es tan general que hasta podemos señalar al negro africano como un actor de nacimiento; aun cuando
el teatro moderno
apenas se ha iniciado en África,
salvo alli donde las ideas de las culturas europeas han penetrado en la vida de los nativos [...] El africano es un actor congénito debido a su extraordinaria emotividad en busca de expresión. El drama en África, sin embargo, no se manifiesta a la europea sino a la manera africana [...].
«El más interesante escrito acerca de ese tema es el de Maurice Delafosse;” pero aún le falta un mayor desarrollo. Sin embargo, los hechos que él presenta muestran su función en la vida del pueblo. »* En realidad, dice el mismo Woodson: «Todos los escritores acerca de África, si están interesados en su folklore o en su
religión y en temas análogos, dan la descripción del teatro afri45 4
Delalosse Woodson
(1914). (1936), p. 432
y ss,
525 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
cano junto con otras manifestaciones de la cultura." Claro está que en el África negra el teatro, en el mismo sentido en que lo
entendemos nosotros, no existe. «El escenario de los pueblos iletrados no tiene necesidad de proscenio [...] Allí sólo faltan el escenario, los telones y el atrezzo; pero ellos no son necesarios,
como tampoco lo son para la disseuse que domina a su auditorio con un monólogo a pesar de la desnuda plataforma en que ella
recita.»” Como tampoco lo son en muchas escenificaciones del arte moderno, cuando con unas meras cortinas y unos cajones, se representan las más famosas obras dramáticas sin detrimento de sus fundamentales efectos artísticos.
Ciertamente, aun en determinados pueblos del África negra, pueden hallarse representaciones del «legítimo teatro», como ha señalado Hambly: «Entre los mandingas, los hausas y los ibibios, son corrientes las representaciones de titeres, fantoches o marionettes, que entre los mandingas ejecutan piezas dramáticas de un tipo que es realmente teatral.» Según Labouret, la pieza de teatro mandinga se compone de una overture de ballet, un prólogo y una presentación de los artistas, seguidamente una comedia de intriga con mucho de humorismo, sátira y sarcasmo. Pero es de presumirse que estos títeres son provenientes de los pueblos musulmanes de Norteáfrica y no propiamente sudaneses. A comienzos del presente siglo hubo en Yaguajay (provincia de las Villas) un viejo negro africano llamado Matinto, que con frecuencia se buscaba la vida entreteniendo a muchachos y adultos por medio de cuatro o más títeres con figuras de negros, de blancos, de chinos y de mulatos, movidos por cordelitos; los
cuales representaban un extenso repertorio de pasillos anecdóticos y episodios teatrales, mientras el moreno que los manejaba quedaba oculto por una cortina e imitaba las distintas voces con 317 43
Woodson (1936), p. 445. Herskowits (1948), p. 4133.
Fernando
Ortiz / 526
habilidad de ventrilocuo. Además solía hacer cuentos de animales, en un lenguaje salpicado de palabras congas y de carnticos. Es posible que aquello fuera aprendido a imitación de los polichinelas de los blancos; pero el hecho de ser viejo congo el artista y tipicamente africanos los relatos, cuentos y fábulas, hace presumir que todo el conjunto fuese oriundo de África. Pero no tenemos
más datos de ese negro titiritero y cuentero.
Pero, dejando a un lado las excepcionales penetraciones de ese arte mediterráneo hasta territorios tan alejados como el de los ibibios, que son semibantús,
el teatro se encuentra
en toda
el África manifestando en sus expresiones germinales, a veces muy simples pero inequívocas, tanto que Woodson puede asegurar que ese incipiente teatro negro comprende los elementos
de la farsa, de la ópera, del melodrama,
tragicomedia y de la tragedia.”
de la comedia,
de la
Además de los complicados ritos sociales y religiosos a que nos hemos
venido refiriendo,
también
deben
considerarse
como
indudables embriones del teatro, muchos simples cantos rituales, los relatos mitológicos y las recitaciones de historias, cuentos
y fábulas a que son muy dados los negros en toda el África. Las
historias del negro africano son más obra de retórica y reevocación pantomímica que la referencia veraz de los hechos y de sus
causas y efectos.
ocurrió
No debe eso extrañarnos
en la antigiedad
clásica, aun
cuando lo mismo
en la historia
escrita, se-
gún estilo que estableció Tucidides. «El más celebrado orador
de Roma, ya en el caso de la República, Cicerón, dice que la historia es niunus oratoris y opus maxime oratorum.” Por
ejemplo, las loas de los reyes bantús se recitan por los bardos de corte no sólo durante la vida de aquellos, pues se van transmitiendo
luego
de
generación
en
generación,
tan
desde el punto de mira poético como del histórico. 4%
“Woodson,
50
Childe
p.
(1917),
147.
p. 28.
interesantes
Y en otros
527
/ Los
bailes
y el teatro
de los negros
en
el folklore...
muchos pueblos africanos encuéntrase también los cantores del rey que narran las crónicas hazañosas de la dinastía y de la tribu. La historia es así sobre todo una narración literaria de inspiración poética, parecida a una recitación épica, una parábola bíblica, un romance o un corrido popular; pero por lo común tiene algo más, que es la pantomima danzada. Esas narraciones históricas son en realidad ceremonias sociales institucionalizadas y tan concurridas como los actos colectivos de magia
o religión,
y
como
en
éstos,
intervienen
la
música,
el
canlo poético, la danza y la representación pantomímica. Tales historias con pantomimas danzadas y cantadas, a menudo constituyen festivales colectivos de tal belleza e importancia que los misioneros ilustrados no han vacilado en transculturarlas, pasándolas a sus programas. El P. F. Aupiais se refiere a la danza africana llamada massé, que ejecutan unos 40 bailadores, guiados por dos cantores entonando estrofas recordatorias de las hazañas de la tribu o de uno de sus jefes. a los
cuales responden los demás con un estribillo mientras efectúan graciosas figuras de conjunto. Y añade el misionero: «uo hemos dudado en introducir esa danza en la parte secular de nues-
tras fiestas religiosas».”
En ese teatro germinal, con los relatos históricos están las leyendas, los cuentos y las fábulas, en todo lo cual, como en los demás aspectos de la cultura del negro africano, suele haber una correlación de carácter religioso. «La recitación de le-
yendas no es solamente la diversión en las veladas, sino que a la vez asegurará la presencia de los ““seres primitivos” a quienes se deben las plantas y hará que su influencia sea más directa y eficaz.»” Una peculiaridad de muchos de esos cuentos africanos suele ser la de que no pueden hacerse sino en horas de la
noche,
5
5
que
es cuando
«se acercan
Aupiais (1939), p. 96. Levy-Bruhl,
p. 356.
los espíritus».
Fernando
Ortiz / 528
Muchas de esas leyendas forman el acervo de la mitología nacional y son para los africanos como los libros de la Biblia entre los europeos, con la diferencia de que en África no se leen
pues
se recitan,
Los cuentos
como
las salmodias
y leyendas
de los ibos,
cristianas.
dice Basden,
no son
para ser leídos, sino para oirlos y ver a sus narradores. En el papel la expresión y la mímica se pierden y éstos son precisamente los elementos que hacen viva la narra-
ción. [...] Los ibos emplean para ilustrar sus cuentos la personificación de pájaros y otros animales [...] imi-
tando sus voces y movimientos típicos.* «Los cuentos o alós de los yorubas no se recitan sino de acuerdo con cierto ritualismo tradicional, que exige un prólogo y una narración, a menudo rítmica y declamada, con interpolaciones de cantos y estribillos, onomatopeyas y mímicas, a veces acompañadas con toqueado de tambor.» Es imposible expresar por escrito el verdadero estilo de los cuentos folklóricos de los bantús. Los cuentistas viven sus narraciones al par que las declaman. Ellos las recitan y representan como actores y aun cuando el lenguaje escrito sea capaz de reproducir los muy delicados modismos de la palabra oral, es del todo incapaz de captar la verdadera atmósfera del cuento.* Particularmente
las fábulas
de
animales,
como
las danzas
zoomímicas a que ya nos referimos, son muy frecuentes y pro-
picias a la pantomima y al canto onomatopéyico.
Las
fábulas
de animales
son
muy
numerosas
e intere-
santes en África, tanto que parece verosímil que esta clase de
narración
se
haya
originado
entre
los
negros
afrocci-
dentales y particularmente entre los semibantús de Nigeria, donde
la creencia
53
Basden, p. 424.
54
Junod
(1938),
p.
58.
en la metamorfosis
está tan
firme-
529 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
mente arraigada.
Su primera aparición, dice Talbot, parece
ser en las obras de Hesiodo, que probablemente estuvo en relación con Egipto.” Frobenius
y otros han observado
que las clásicas fábulas
de Esopo se parecen mucho a las de los negros africanos, y hasta se ha dicho que Esopo, esclavo y feo, fue «de color». En
esa
«literatura
sin letras»
es donde
se observa
la dife-
rencia fundamental entre el arte del blanco y el del negro tocante a su expresión vital. Como dice Frobenius: Jamás
será
capaz
ninguno
de
nosotros
de
inventar
un
cuento de esa índole, como probablemente lo podía narrar,
hace un siglo, cada abuela campesina a los niños, que la
escuchaban
sin respirar.
Y es más;
nuestros
hijos ya no
viven el hondo espíritu de esta tensión emocionante, pues leen los cuentos
[...]
Leemos
los cuentos, ya no los po-
demos narrar. [...] Un mundo mágico viviente ha sucumbido, un mundo que, por su parte, tampoco era más que un convivir y posvivir de bienes legados por los antepasados. El período de este poder posvivir pasó. ¿Cómo, pues, pregunto yo ahora, sería la fabulosa embriaguez creadora del periodo de origen? La muerte del mundo animado de las fábulas lo he presenciado todavía en mi casa. Los tiempos del nacer los fui a buscar ahora en África. [...] El argumento mismo lo relataba: si era auténtico,
literalmente,
siguiendo
la
tradición,
y si un
narrador colocaba algunas palabras nuevas, quiere decir falsas, ocurría frecuentemente que alguno de los que le rodeaban le corregía. Lo literal jugaba, pues, un papel significante. Pero más importantes aún eran el gesto y la acentuación.
Para
los buenos
narradores
tenía
más
nificado la mise en scéne que lo propiamente contado.
55
Talbot (1926), Vol. 111, p. 958.
sig-
Lo
Fernando Ortiz / 530
importante de esta dualidad se aclaró especialmente al repetir yo un día el relato que acababa de recibir y al declarar el narrador rotundamente no haber contado tal cosa. De una comprobación minuciosa resultó que el sentido de lo escénico (es decir del gesto y de la entonación en el relato) era esencialmente otro que el de las meras palabras en si. Yo entonces aprendí que una traducción literal no corresponde al valor del sentido de los originales. Le falta lo palpitante, el alma.* Si uno de los factores principales del teatro, acaso el predo-
minante,
consiste
en
la
«representación
con
alma»,
no
cabe
dudar de que el talento histriónico abunda entre los negros afroccidentales. Las referencias documentales pudieran ser muy numerosas. De los negros achantis, dice Rattray: Durante algunas noches dedicadas a narrar cuentos y con frecuencia
en medio
de ellos, los actores entrarán
a veces
en el círculo y harán caracterizaciones de varios personajes de las historias. A este respecto he visto inimitables representaciones de una vieja vestida de harapos y cubierta de llagas,
de un
leproso,
de un
sacerdote
con un
auxiliar
llevando la capilla de su deidad, de una parturienta atendida por comadrona que de tiempo en tiempo conjura a la paciente a que confiese con quién cometió adulterio pues de lo contrario morirá, de un caso de robo, atribuido por
los mayores a un hombre nkontwuma,
etcétera.”
A. B. Ellis refiere un espectáculo visto en Guinea, consistente en un recitado pantomímico que él dice llamaría teatral si no se tratara de un solo«actor o ejecutante. En
cierta
ocasión
tuve
la
fortuna
de
presenciar
una
es-
pecie de función dramática en Cape Coast, desempeñada 56
Frobenius
57
Raltray,
(1934), p.
MX,
p.
41,
531
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
por los nativos... «pieza»
era
un
Sólo había un actor.
canto
o
poema,
muy
El asunto de la
común
entre
los
fan-
tis, relatando cómo un joven guerrero llamado Quamina va al combate contra sus enemigos los achantis, y cómo durante su ausencia su esposa es seducida por un amigo. del
cual
obtiene
Quamina
fuertes
compensaciones
a su
vuelta. La mayor parte del canto se refiere a descripciones de las escenas de la lucha en la selva y a la bravura del héroe de la pieza. El ejecutante se movía en el centro de un circulo de espectadores y la orquesta, que comprendía a un tambor nativo, un gúiro lleno de conchas, un instrumento
de cuerda y otro hecho
de una
cañuela,
estaba
sen-
tada entre la audiencia. Los músicos tocaban sin cesar durante toda la función, y ocasionalmente acompañaban al solo del actor con una especie de coro. El instrumento de la cañuela, que tenía un largo de unos cinco pies, daba hasta lo último muy dulces sonidos [...] El fanti que interpretaba el papel de Quamina, el héroe, hacía piruetas teniendo en su mano izquierda un escudo cuadrado de lianas entretejidas y en la mano derecha un mohoso machete, que blandia a su alrededor mientras relataba sus hazañas. De pronto saltaba en el aire como si se precipitara sobre un enemigo, y luego se echaba al suelo y se arrastraba cautelosamente. Luego simulaba una pelea con un imaginario enemigo, asestando tremendos golpes al aire, y efectuaba los movimientos de sujetar al adversario sobre el suelo y cortarle la cabeza. Esto ocupaba algún tiempo, y el resto del canto, que se refería a la infidelidad de la esposa de Quamina,
fue hecho aprisa, siendo las pa-
labras y gestos del actor de tal salaz naturaleza
pueden ser descritos.” 5
A. B. Ellis (1881), p. 197.
«que no
Fernando
Ortiz / 532
No debió Ellis tener reparo en llamar teatral a esta representación por monólogo. Ese actor achanti pudiera decirse un bululú, según la clasificación que dio Austin de Rojas para el viejo teatro castellano; y ya veremos en otra ocasión lo que bululú significa en África y cómo pasó al histrionismo popular español. Análogamente
temas diversos.
ocurre
en
todos
los
pueblos
negros,
«La danza en los bantús es un drama
sentado al aire libre en forma
cruda,
con frecuencia
sobre
repre-
inmoral,
pero a menudo lleno de gracia y viveza.»” Comedia de costumbres al par que rito de magia imitativa. Bentley cita un ejemplo de danza como acto de homenaje de un vasallo a su señor, en el Congo.
El vasallo era un anciano, alto y delgado,
de articulaciones endurecidas. Cuando llegó ante tuvo y empezó a cantar, sacando un largo sable y manteniéndolo en su mano izquierda, se puso briolas y a danzar, blandiendo alternativamente vaina
sobre
alrededor y sus piernas Quizás ejecutados ciones
su
cabeza.
Fue
excitándose
por
el rey se dede su vaina a hacer cael sable y la
grados,
bailando
sobre su sable, doblándolo en uno y otro lado entre de una manera maravillosa.” debamos referirnos aqui a ciertos bailes de muñecos, en América, que acaso puedan atribuirse a tradi-
africanas,
si bien
no
es
de
excluirse
alguna
influencia
europea derivada de las procesiones católicas y de las imágenes que en ellas son conducidas por los devotos. Acaso el más típico de esos bailes es el que en 1948 presenciamos en Caracas (Venezuela) o sea la antigua comparsa o Baile de San Pedro que se celebra cada año en Guatire. Su trama teatral se basa en una leyenda. María Ignacia, una negra esclava, pidió a la imagen de San Pedro Claver, apóstol de los negros, que salvara a su hija Rosa Ignacia, víctima de penosa enfermedad. Se 39 6
G. Willougbby (1926), p. 126. Bentley, Vol. l,p. 201.
533
/ Los bailes y el teatro
de
los negros
en el folklore...
realizó el milagro pedido y la esclava bailó y cantó ante el santo. lieles a la tradicional leyenda, los peones de cañaverales y cafetales oian
misa
solemne
todos los años
el día
de
de rumbo»
el anaquillé.
San
Pedro,
y, terminada aquélla, bailaban y cantaban en el altozano de la iglesia. En la comparsa estaba representada María Ignacia por un hombre trajeado con ropas de mujer, que cargaba una
Fig.
120.
«Mulata
bailando
Fernando
muñeca de trapo en negro disfrazado de luego participaba del En Cuba se estila ciertos
muñecos
simbolismo
recuerdo de la hija de la esclava; otro San Pedro simulaba practicar la cura y ballet. llevar a las danzas procesionales afroides
representativos
desconocido,
de
santos,
probablemente
idolos
Kimbúngula,
o
relacionado
episodio o antepasado local. No hace mucho una ciudad de Las Villas la procesión pública cabildo congo el día 4 de octubre, dedicada abogado celestial contra los huracanes, que allí Pancho
Ortiz / 534
entes
con
de
algún
presenciamos en celebrada por un a San Francisco, denominan Tata
o sea contra «el cordonazo de San Fran-
cisco». En la procesión del Poveretto era llevada una efigie tallada, en las manos de un oficiante, el cual la subía y bajaba y movía de un lado a otro al andar a ritmo de tambores, con el propósito de simular que era el «santo» quien se agitaba, o sea que tenía vitalidad y participaba activamente de la ceremonia ambulatoria. Al pasar la procesión frente a la iglesia, el párroco cerró la puerta para que ese San Francisco no entrara, como era costumbre que lo hiciera cn años atrás desde tiempo inmemorial; entonces la imagen fue agitada violentamente a un lado y otro como para demostrar su contrariedad. Cierta analogía con esas «imágenes bailadas» tiene el paso de danza, con ritmos afroides, que hace años (no sabemos si ello ocurre aún hoy día) se ejecutaba por los morenos, muchos de ellos ñáñigos, cuando en la procesión del 15 de agosto cargaban la Virgen de la Asunción, o sea La Tutelar, en Guanabacoa; así la imagen llevaba un «pasito criollo» y luego se inclinaba, como por saludo de cortesía y agrado, al entrar en la parroquia y frente a la casa de la Camarera Mayor. Lo mismo ocurría con ciertas imágenes
la semana
dades cubanas. Antaño
en la procesión
del Santo
Encuentro,
santa, en Santiago, Trinidad, Remedios en
La
Habana
recibían
el nombre
durante
y otras ciu-
de
anaquillé
ciertos muñecos paseados el Día de Reyes. Eran como ídolos o figuras propias de los ritos africanos que, al extremo de un
535
/ Los
bailes y el teutro
palo, llevaban los negros
religiosas.
(Figura
120.)
de los negros
bailadores
en
el folklore...
en alguna
"También
el vocablo
de las danzas anaquillé
fue
dado a un baile afrocubano. huy en desuso. Acaso fueron antecesores del anaquillé, allá en África, las efigies que los negros
del Viejo Calabar presentaban en la fiesta bienal de la expulsión de los diablos, cuyos muñecos se llamaban Nabikém. También por Dahomey, en ocasión análoga, multitud de horribles fi-
guras
gidas.
son llevadas en canoas Estas
imágenes
al centro
representan,
del lago y allí sumer-
según
unos,
a los muertos,
que asi son por siempre despedidos del territorio de Porto Novo; y, según otros, a los espíritus maléficos, que asi son desterrados del suelo dahomeyano. Aún hoy en Cuba, los fieles del rito lucumi, para algunas de sus danzas rituales, usan de pequeños idolos que llevan en la mano puestos al extremo de un palo, como el okú mambo o arma de Changó. (Figura 121.) La palabra anaquillé, dicho seca de paso, tiene otras acepciones. En el juego de baraja era de uso frecuente para designar «una ficha u objeto que suele ponerse en la mesa indicando que la apuesta es doble». Cuando se propone jugar con anaquillé, uno de los jugadores saca un objeto y lo coloca en la mesa, cerca de las fichas o dinero. Puede ser una ficha que se dis-
Fig.
121.
Efigie de Changó
vara bailar.
Fernando
Ortiz / 536.
tinga de las que representan dinero, o una cuchilla u otro objeto cualquiera. El que gana la primera baza, al tirar lo ganado se lleva también el anaquillé y lo retiene, puesto ante sí en la mesa mientras se suceden los juegos en que él no ha sido mano.
Cuando
él
está
de
mano
nuevamente,
coloca
el
ana-
quillé en el centro de la mesa y entonces se juega doble, y el anaquillé pasa al que gana y así sucesivamente. También hemos oído usar la voz con el significado de «amuleto». Una moneda rara u otro objeto al que se atribuye buena suerte, seria un
anaquillé,
en este sentido.
Y, en fin, se llamó
anaquillé
a un juguete, especie de muñeco desarticulado que se hacia bailar, por medio de cordelitos o sin ellos. No hace mucho que aún se acostumbraba en Yaguajay (Cuba) que las dos comparsas carnavaleras que salían a la calle durante las festividades navideñas, representando a los dos barrios de la población, llevaran cada una un pelele representativo del barrio, a quien alzaban y movían como haciéndolo bailar. Estos muñecos recibían el nombre común de Sirindingos, voz que tiene también una acepción despectiva, como la de «pelele». El del barrio de Sansarí, era una negrita, cuyo nombre particular no recordamos; el Sirindingo del barrio de La Loma que figuraba un «gallego», peludo y gordo, se lla-
maba Kalmuta.*
Análoga costumbre se practicaba en Brasil.
En cierta población rural eran muy populares Joao Paulino y María Angio, dos muñecones de tres metros de altura, que presidían las comitivas carnavalescas, a manera de los gigantes y cabezudos que van al frente de las procesiones del Corpus Christi en ciertas ciudades españolas.” En las procesiones de Zaragoza uno de los cabezudos es llamado El Negrito, con cabezota de negro. Citemos también del Brasil al pelele llamado babalotin o figura de negrita que, llevada por un niño, enca6l é
Datos comprobados por el profesor Teodoro Aguiar (1949), Vol. CXXI, p. 19.
Díaz
Fabelo.
537 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
beza ciertas comparsas sacras y profanas que se celebran con los carnavales en Bahía. Su significación parece ser la de los orichas llamados Ibédyi (los Jimaguas de Cuba), representados conjuntamente por el babalotin y el niño que es su portador.” También podemos citar entre los ritos congos del Brasil la muñeca Kalunga que empuña cierta persona, cetros con una muñeca en lo alto que usan
a manera de los los reyezuelos tri-
bales de Loanda. Y las muñecas o bonecas-cetros y bonecas a modo de idolos que, con los nombres de Katita, Gangalúa, Santa Bárbara y otros, se usan en los maracatús y xangós del norte
del Brasil,
según
señala
Roger
Bastide.*
En los cantos-juegos, cantos de trabajo, y aun en los cantos gnómicos de los negros africanos, aunque en éstos quizás menos intensamente,
encuéntrase
también
rico con lo dramático: Ahí
no estamos
rración
escuchando
de sucesos
la
combinación
simplemente
reales o imaginarios;
de
lo
la mímica
estamos
li-
na-
presen-
ciando y oyendo de los labios de unos actores la simbolizada descripción de una real y vívida acción que está teniendo lugar en el presente ante nuestros mismos ojos. No puede ser más intima la unión de la lírica con la dra-
mática.£
Algunas
«canciones»
que cantan los niños
en rueda,
imi-
tando los ademanes de ciertos oficios, pueden darnos alguna idea de lo que son en ese aspecto los cantos-juegos y los cantosgnómicos de los negros africanos. En los cantos pantomímicos se reflejan los sucesos interesantes de la vida cotidiana, como ya señalamos anteriormente y en ellas es donde fluye la admirable inspiración satírica y 6
% 6
Tuiti (1948).
Bastide (1915), pp. 182-183. Lestrade, p. 295.
Fernando
Ortiz / 538
burlona, «choteadora», de los negros. La mayor parte de los cantos mímicos son anecdóticos. y «suelen ser originados por los músicos de la corte, los cuales componen nuevas coplas a cada suceso de interés y las cantan con tal sentido de lo dramático que haría honor a muchos barítonos de ópera cómica.»* Pero las canciones pantomímicas más satiricas suelen ser las brotadas anónimamente de la musa popular y recogidas por la multitud. Debido
principalmente
a su naturaleza
semidramática,
Casi
todas estas composiciones contienen coros, que a menudo consisten sólo de sílabas interjeccionales o, si los coros no tienen estribillo,
se organizan
en
estrolas
de
manera
que
se entonan
alternativamente por diferentes cantadores, dice Lestrade.” Es el típico dialogismo del arte negro. En esos cantos satíricos entra tanto la lírica como la acción dramática, la cual parodia
con la mímica la persona satirizada. En todo coloquio artístico hay un embrión de teatro. Si el embrión ideológico de la tragedia se encuentra en la trama y la espectacularidad de los citados ritos funerarios, tau semejantes en Grecia y África. hallazgo análogo puede hacerse en cuanto a los gérmenes bistóricos y culturales de la comedia. También
género
de
la comedia
una especie
cual
ruidosa
de «fiesta
se aflojaban
parece
fiesta
las
haberse
rústica
de locos»
con
derivado
cierto
o carnavalada,
acostumbradas
de algún
valor
ritual.
durante
restricciones,
la
v cl
komos o «comparsa de festeros» (del cual se originó el vo-
cablo comedia que significa «canto de la comparsa festera » ) tenía completa licencia para usar los más oprobiosos vocablos y gesticulaciones contra las personsa más importantes y respetables de la comunidad, incluyendo sus dioses; sobre todo el dios en cuyo honor se verificaba la fes$
Moir
67
Lestrade
(1934),
p.
(1900),
25.
p.
294.
539
/ Los bailes y el teatro
de los negros
en el folklore...
tividad. Cuando Aristófanes, el gran maestro de la co: media en su primera forma, trataba al dios del festival
como cobarde y tonto. con el don de incurrir en absurdos y humillantes episodios, no hacía sino halagarlo, siguiendo la tradición. Y no era de esperarse que los políticos, literatos, artistas y demás gentes, distinguidas por alguna peculiaridad o flaqueza humana, escaparan de las diatribas cómicas, a veces meramente todo serias y de crítica acerba.*
y otras
del
Los historiadores del ieatro ático suelen arrancar de pasaje de Aristóteles, en su Poética, en el cual dice que como la tragedia surgió de los cantores de los ditirambos nisiacos, así la comedia se originó de los cantos fálicos,
un así dioque
aún se estilaban
en su tiempc.
satíricos.
observa Ridgeway,
graciosas
Si los autores trágicos
descen-
dían de los poetas épicos, los comediantes venían de los antiguos Como
en todos los pueblos y des-
de los más remotos tiempos, siempre hubo bufones y satíricos mordaces; y asi en Atenas como en el resto de Grecia. Alli fue costumbre
ir de noche.
escondidos
o enmascarados,
a can-
tarle coplas personalmente zaheridoras a los vecinos de mala conducta. para que la pública opinión se indignara contra ellos. Tal como ocurre todavía en numerosos pueblos aldeanos y montunos de España y otros paises de Europa, donde se conocen los llamados «cantos de escarnio». que son a manera de sanción pública contra un vecino caido en el desagrado del grupo social, v a veces, del mocerío de una aldea o villorrio contra los de otro cercano, irritados por rivalidades de amorios, juegos
o mo-
tivos tradicionales. En España el vocablo «copla» tiene una acepción despectiva, de «canción popular zaheridora de una persona para su descrédito»: y son términos idiornáticos «andar en coplas», A
Rose
«echarle
(1925),
p.
83.
coplas
a uno»
y «que
me
vengan
con
co-
Fernando
Ortiz / 540
plas». Los mismos griegos opinaban que de esos cantos satiricos y de las danzas corales de los falóforos, en los ritos dionisíacos o báquicos, se había originado la comedia. Según Ridgeway la parabasis era un canto narrativo, tan típico de la untigua comedia, que debe considerarse como descendiente directo de las burdas sátiras populares. El negro es el ser humano que más y mejor sabe reir. Nadie puede contradecir a Frobenius cuando afirma que «un humor brotado de un sentimiento muy profundo constituye un elemento fundamental de la espiritualidad africana».? En toda
África se observa lo mismo.
Quien tiene las emociones vivas olvida pronto. Entre dos terrores se canta y baila... y se rie. Se ríe de todo. En los tediosos trabajos que se le exigen al negro, se encuentra siempre un cantador juglar que divierte a las cuadrillas. Muchos solemnes palavers se truecan en comedia, tanto para los espectadores como para los actores mismos. Hasta del juez se burlan, hallándole ridiculeces.” Los negros se ríen y se burlan, por eso son maestros en la
sátira. Son los manantiales del choteo, de esa catarata de ingenio que refresca los sofocos de las gentes tropicales mucho
más que las brisas espíritu burlesco, ajustes sociales y todo momento por llega a sarcástica;
mareras. Su inextinguible buen humor y su que le ayudan a defenderse contra los deslas inclemencias de la vida, se traducen en una desbordada fluencia satírica, que a veres es «un
equilibrio
conciliador
de tensiones»
como diría Frobenius. Herskovits cita un canto, de insultos y retos contra sus captores, que fue improvisado por el Rey Behanzín del Dahomey en su camino hacia el buque que debía 62
Frobenius:
Histoire,
p.
70 Wilbois (1934), p. 99.
351.
541
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
llevarlo al destierro,” a manera
de lo que debieron de ser los areitos del cacique Hatuey contra los conquistadores de Cuba. «Los
negros
Aupiais.”
son
satíricos
de
nacimiento»,
ha
dicho
el
P.
África es el país de los cantos colectivos. Al menor pretexto las multitudes se reúnen y expresan sus emociones
con música, en calma o iracundas.
Echadles unas monedas
a un grupo de bailadores e inmediatamente cantarán en vuestro elogio, con versos sólo compuestos al instante para aquella ocasión. Echadles un cubo de agua encima y enseguida oiréis improvisados versos de vituperio que resonarán en todo el vecindario.” F. Kaigh refiere cómo ciertos bantús en los movimientos de un baile imitaban los propios de él a caminar, «tan veraces que no le eran halagadores sino hasta molestos». Otra vez, cuando él se cayó del caballo, los negros de su caravana inmediatamente bailaron la pantomima de su accidente. Pero en esos cantos populares anecdóticos, aun en los improvisados, suele haber más que sátira. Ésta se junta en la canción con la danzada pantomima y surge entonces la comedia. «Estas canciones con danzas o paródicas, dice Kaigh, son sus comedias
y tragedias. »”*
En África, así como se encuentran los charlatanes oficiales
de corte que en los palacios de los jefes, como en otros pueblos, son los funcionarios, oradores, o cantores en panegiristas de la adulación, la guataquería que diriamos en Cuba; también hay allá bufones cortesanos y satíricos populares que, para templar el autoritarismo y coordinarlo con la opinión pública en aque11 71 73 74
Herskovits: Dahomey: Vol. Aupiais (1928). p. 35. Alakija (1935), p. 409. Kaigh (1940).
TI,
p.
322.
Fernando
Ortiz / 542
llos pueblos sin imprenta, se valieron de la sátira popular y la critica social para la función correctiva y conservadora del choteo; como en Cuba decimos con práctica asidua y vocablo de raíz africana, y a veces con acento también afroide, así en lo correccional y adelantador como en lo disociativo y retrasero. En África están institucionalizados la guataquería y el choteo, que se combinan en el arte teatral de los negros para su función socio-política. Este
fenómeno
social
del canto,
como
sostén
encubridor
o
viabilizador de la opinión pública, tensa de crítica y descargada a manera de catarsis para facilitar los reajustes sociales, se advierte en todos los pueblos africanos que dieron esclavos a Cuba, así los de Guinea como los bantús. Véase lo que observó Chatelain
entre
los
de
Angola,
tan
frecuentes
en
América.
Es muy común entre los negros africanos expresar en forma cantada, con o sin acompañamiento instrumental, lo que ellos no se atreverian a decir sólo en simples palabras. Así, los esclavos en las plantaciones cantan sus sátiras contra sus imayorales, los cargadores en hilera contra su capataz,
rior.
y cualquier
Comienzan
maltratado
esos cantos
inferior
con
pero si no se cortan a tiempo
muy
contra
vagas
su supe-
alusiones,
esas sátiras cantadas
neran en furiosas denuncias e insolencias.”
dege-
Según J. H. Weeks: el hombre
avaricioso, el cobarde,
el ladrón,
el indiscipli-
nado que atropella los sentimientos de los demás despreciando
hombre
las
costumbres
e
instituciones
impotente, el acusado de brujería
y vive
sociales,
el
que se resiste
a la ordalia, así como el incestuoso, todos son denunciados
en las canciones que se dicen en los bailes, y no hay factor de más poderosa influencia sobre un indígena que la men-
15
Chatelain
(1891).
p.
296,
543
/ Los bailes y el teatro
ción
de su
Entre
nombre
en
. 7 tribales.”
danzas
los negros
de los negros
fons
un
en
canto
son
el folklore...
improvisado
famosos
los
cuando
cantos
las
satíricos
o
ban-ló. Un grupo de cantores al son de tambor lanzan sus invectivas virulentas o burlescas contra otro grupo rival y éste las contesta en revancha, terminando a veces en un pugilato sangriento.” Herskovits trae el caso de la homosexualidad en Dahomey. No es frecuente en Guinea y lo mismo ccurre en el resto del África...
africana,
es decir,
en la parte
no desinte-
grada ni afectada por el impacto de las culturas blancas en las zonas coloniales; si bien allí también existen tales anomalías
sexuales por causas congénitas.
Pero se mantienen
ran secreto, pues, si son conocidas mujeres, dadas a la homosexualidad,
siempre
en
las personas, hombres o son objeto de ludibrio y,
lo que es más temido. de canciones que los escarnecen pública-
mente.”
Tratando
de
Rattray:
la
comedia
satírica
de
los
achantis,
escribe
Las caracterizaciones que hacen los negros son extrcmada-
mente
realisias
y hábiles,
provocan
explosiones
En
ocasión
cierta
sentando
cutánea)
tualmente
un
de
(en
y. al igual
risa
en
conexión,
cuantos
creo,
viejo lleno de tubérculos
pregunté
a alguien
los espectadores
afligidas de tal manera
que
sentado
con
las
presencian.
un
boceto
de una
a mi
reían a la vista
por Nyamo
las historias.
vera
pre-
erupción
si habi-
de personas
(el dios firmamento),
y sugerí que no era noble ridiculizar semejante desgracia. La persona a quien me dirigí explicó que en la vida diaria nadic lo haría, por mucho que se sintiera inclinada a reírse.
Me explicó que lo mismo
76 7
Wecks, p. 447. Quenum (1938),
73
Herskovits:
p. 57.
Dahomey,
Vol.
TL,
p. 294.
sucedía en muchas
otras
Fernando Ortiz / 544
cosas: las fullerias y tretas de los sacerdotes, las pillerías de un jefe, cosas que todo el mundo conocía, pero acerca de las cuales no hablarían en público. Aquellas ocasiones daban una oportunidad para hablar de tales cosas y reírse de ellas: era «bueno» para todos los interesados, añadió. Teniendo en cuenta esa extraordinariamente interesante explicación, descubrí que era admitida costumbre en los tiempos pasados que cualquiera que hubiera recibido un agravio de un convecino, un jefe, y aun del rey de Achanti, le hiciera objeto de un ridículo ligeramente disfrazado, exponiendo algún rasgo poco deseable de su carácter (codicia, celos, impostura)
mezclando
sele
asumiendo
el asunto en el trans-
curso de alguna narración. Un esclavo presentará así a un mal amo, un súbdito a su perverso jefe. Al terminar, el narrador procura protegerse con una pública declaración de que todo cuanto habia dicho era fingido. También evitaba, según mis informantes, el uso de nombres propios. El rey de Achanti o un gran jefe podía aparecer como el dios Nyame; otra personalidad podia presentárcomo
«la
Araña»,
animales en todos los otros actores.
también
nombres
de
La función defensiva y catártica de los africanos cantos de escarnio es manifiesta por el hecho de ser éstos muy frecuentes entre los esclavos, «quienes producen una especie de terror a los magnates, los cuales hacen todo lo que pueden para evitar el incurrir en su desagrado y en los mordaces chistes de sus canciones».” Los «cantos de querella» son muy vigorosos entre los congos y figuran entre los fenómenos que Monica Hunter incluye en la «reacción contra la conquista».” Hay que advertir, sin embargo, que el choteo a veces es «pura comedia»;
suele ser sátira benevolente, como se dice que
79 Reed (1932), Vol. V, No. 4, p. 439. $0 Hunter (1936), p. 368.
545
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
es la mordida
del
ratón,
indolora
porque
el roedor
sopla
a la
vez que muerde. En Africa, esos rejuegos y contrapunteos de invectivas acerbas no significan necesariamente una hostilidad
enconada;
son más bien un mero
desahogo
colectivo, el alivio
de una válvula de escape. Acaso no sea reprobable recordar que la trompetilla que decimos en Cuba, o la pedorreta para
escribirlo en castellano,
es una
de las más
poderosa3
armas
del
choteo. Como lo son también las blasfemias y las «malas palabras» y los «malos ademanes». El choteo es con frecuencia sátira pulverizada. Pronto se desvanece. Esas canciones satiricas constituyen en la vida social del grupo lo que en las relaciones particulares de ciertos negros de Guinea, es la «purgación por el insulto» o la «alianza catártica». O sea la costumbre que allí se practica en ciertas épocas y ocasiones entre coaligados o unidos por esa tipica institución que los antropólogos llaman parenté a plaisanterie” 0 «parentesco gracioso o de broma», por la cual ellos se dirigían unos a otros los saludos más injuriosos y repulsivos que en tiempos normales acabarían en riñas feroces, con-
sistentes sobre todo en nombrar las partes genitales de los
padres del simulado pariente. Asi el fula dirá: hallere bamma o sea «la verga de tu padre», y gugu inna ma o «la vulva
de tu madre»;
tes de repetir las mismas
ima ma,
a lo cual otro le responderá,
atroces palabras:
an-
Alá helu sudu
«que Alá hunda la casa de tu madre».*
Esto ha de ser fácilmente comprensible
en Cuba,
como
en
España y en no pocos países mediterráneos que son muy blasfemos, donde el coloquio suele estar salpicado de expresiones igualmente pornográficas y a menudo sacrílegas. Esas palabrotas soeces e irreverentes llegan a adquirir carta de naturaleza en el lenguaje común, a veces con tenues disfraces, y a 8l 2
Mauss (1927-1928), p. 7. Griaule (1948), No. 4, p. 246.
Fernando
Ortiz
/ 546
fuerza de ser dichas y oídas, acaban por perder su repelencia original. En Cuba conocimos en el siglo x1x ese simulado y gracioso parentesco de los negros guineos con el nombre de comadrejos y los asi ligados se llamaban unos a otros compadre y comadre, y se hacian regalos por onomásticos, cumpleaños y pascuas; pero, que sepamos, no se cambiaban injurias pour plaisantérie. Sin
embargo, en las capas incultas de Cuba aún son muy frecuentes las invectivas virulentas y pornográficas del tipo de las «catárticas» usuales en África. En muchísimas gentes son consuetudinarias
las
palabrotas
obscenas,
pero
sin
agresividad
real,
tanto que casi han perdido su primitivo sentido ofensivo; y no pocos apelativos denigrantes se usan irónicamente como cariñosos, como decirle «vieja» a una mujer y a su propia madre, «negra» a una blanca y rubia, etcétera. Todo lo cual parece indicar que en ello debieron de influir las «injurias catárticas» y el choteo, característicos de la vida popular de África. Esto aparte de los malos hábitos de blasfemadores que nos vienen de España, si bien es de observarse que en los países católicos del Mediterráneo las blasfemias son principalmente de tipo religioso, de las que escasamente se estilan en Cuba. Tracey insiste en esa «función social y catártica» que realiza la canción africana en una sociedad que carece de prensa diaria, sin impresos ni otro escenario más que la plaza de la aldea, en la cual se pueden expresar públicamente los sentimientos o las protestas contra las fricciones e inconveniencias ocasionales de la vida colectiva. Es muy importante —añade Tracey—* que se deje abierto ese canal por el que las canciones populares fijan ciertos incidentes que expresan simbólicamente la plétora de otros casos similares, que divierten, complacen, disgustan, exasperan o entristecen al pueblo, el cual se manifiesta así a través de sus compositores. ¿Qué mejor sanción —dice 83
Tracey
(1948),
p.
3.
547 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Tracey—- podría amenazar al culpable de ultrajar la ética de la comunidad que la de saber que los poetas lo acusarán
en su próxima
canción,
sometiéndolo
al ludibrio
popular?
Ninguna ley contra la difamación podria proteger al así escarnecido por el canto ejecutado en público, a son de música y bailoteo de todos.
Es el choteo. considerado como
Pero
Tracey
añade:
«Esto
hasta
una forma de teatro, un comienzo
debe
scr
no dramá-
tico de un teairo vivo en el sentido señalado hace poco por V.
S. Prichett.»
«Un teatro vivo, dice éste, es la exaltación de un
pueblo proclamando exhibir
sus placeres, sus dudas, sus dolores
y ser exhibido,
mostrar
lo suyo
y mostrarse
[...]
a si. Asi
ha de comenzar un teatro vivo.»” Y ese teatro vivísimo es cl que tienen los negros en África, brotando de una vida social, muy concentrada y cooperativa, a menudo gregaria como es la suya. Los narradores de historias, leyendas, cuentos y fábulas son personajes indispensables en todo pueblo africano. No hay persona más popular entre los africanos que un buen narrador de cuentos. Los hay profesionales, cuyo arte corresponde al teatro de los pueblos civilizados [...] A veces ocurre en medio de la plaza con toda la población sentada en el suelo frente al narrador [...] Con frecuencia el cuentista interrumpe su recitado, rompiendo
en un cantar que el pú-
blico repite una y otra vez como un sonsonete hasta que aquél esiá dispuesto a referir un nuevo episodio.*
Y el público también lanza de cuando
en cuando aisladas
exclamaciones intercalares, de coparticipación y estímulo, que salpican con su entusiasmo el espectáculo, como suele ocurrir
en Cuba Nosotros
en las canciones populares,
asistimos
a la representación
aun en las campesinas. dramática
como
especr-
tadores; pero los gentios de las etnias preletradas toman parte BA $5
Prichett (1914). Milligan (1912),
p. 143.
Fernando
activa en las figuras de una
danza,
los
casta
yenda o en cualquier Entre los yorubas o aló llamado akpaló tribu, o de pueblo en cuentistas
forman
en la narración
Ortiz / 548
de una
le-
pantomima dramática. existe el contador de historias populares y su faena social es la de ir de tribu en pueblo recitando sus aló o cuentos. Alli una
de
arokín,
oimos en Cuba, presididos por el Ologbó.
o arufin,
como
El arokín es un na-
rrador de las tradiciones de la tribu, a manera de un «hombrearchivo» o «cronista de corte» y cada rey cuenta con uno en: su cortejo como consultor. Análogamente ocurre en los pala-
cios de los reyes bantús y demás naciones negras de África. Algunas
veces
esos
en otras son los jóvenes.
narradores
de
cuentos
Ciertas narraciones
son
los
viejos..
son fábulas de
animales al estilo de las de Esopo, otras son de acontecimientos
revestidos de episodios legendarios que se describen con riqueza de pantomima. El público se mantiene en suspenso, aunque las historias sean ya conocidas y la elocuencia mímica del marrador es muy celebrada. 'Todos los actos de la historia se reproducen paródicamente y se acentúan con expresiones onomatopéyicas. Los episodios desgraciados, especialmente si sorr causados por la malicia burlona, desatan torrentes de risa y todo hecho misterioso o de magia se recibe con voces de miedo o sorpresa.” Ciertos historiadores van declamando su épica al compás de un tambor, que marca el ritmo con que el narrador entreteje las melodías de su recitación. Como hacen los bereberes con su darbuk y a veces con instrumentos de cuerda, para acompañar sus lgist. Como es fácil presumir, no todos los narradores y pantomimos son geniales. En África, como en el resto de la humanidad, el genio es excepcional. Así observa Junod, con referencia a los bantús,” que en cuanto a los narradores ellos varían enormemente. ¿6 87
Butcher (1937), p. 342, Junod (1936), t. IL, p. 193.
549
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Algunos
de
ellos,
los
diosos, confunden
debutantes,
son
flojos
los episodios, se imaginan
lentos
y
te-
erróneamente
que algunas cosas ya están dichas y las omiten, etcétera. Pero otros son llenos de vida y se experimenta un verda-
dero
placer literario en escucharlos
[...]
Sus
ademanes,
su mímica, el juego de su fisonomía, los muchos adverbios descriptivos que introducen en su recitado, la imitación de las voces de los niños, viejos y personajes, todo ello añade
interés a la narración.
Por otra parte, es indudable que todos esos artistas son más 0 menos
«comediantes»
sobresaliente. sudaneses:
y en
algunos,
el arte
pantomímico
es
Gorcr describe así el arte de uno de esos actores
Esa pantomima
prosiguió,
entrando
cara,
sólo
el director
hasta
que
quedó
en turno cada de
ellas.
más-
Éste
era
un danzante de extraordinaria ingenuidad y técnica; durante las tres horas que duró la ceremonia bailó continuamente, a veces de manera dramática, a veces de manera burlesca, imitando picarescamente a los mahometanos
y cristianos en sus cultos, a los soldados y cazadores y a diferentes animales. Tenía gestos sumamente expresivos, que comunicaban a distancia la verdadera impresión de las cosas
o personas
que
imitaba.
Dominaba
la
técnica
de su arte con un grado de virtuosidad que no es igualada por ningún bailarín profesional.*
En esa profusión de «cantos-actuantes», por razón de las diversas funciones sociales que ellos deben realizar según los casos, a veces se requiere cierta capacitación especial ser brujo,
curandero,
sacerdote,
siempre exigen también F8
Gorer,
p.
328.
rey,
guerrero,
algún adiestramiento
como
etcétera;
como
el
y casi
de canta-
Fernando
dores,
músicos,
bailadores,
miímicos,
acróbatas,
Ortiz / 550
bufones,
etcé-
bufón,
confi-
tera. De esto se origina la existencia en los pueblos negros de ciertos profesionales especialistas, que suelen ganarse la vida dedicándose habitualmente a cualquiera de esas actividades o a varias de ellas. Allí el juglar histriónico, músico, cantor, pantomimo,
danzante,
púgil,
acróbata,
satírico,
dente, adulador del pueblo y de los poderosos, además de maldiciente y maldito, es a la vez requerido, temedero y despreciado.
Fs
un
tipo
casi
universal,
como
está
demostrando
la
etnografía contemporánea. Se encuentra en los pueblos iletrados, próximo a los sacerdotes y a los brujos, a los jefes y a las multitudes, en una de sus importantes funciones sociales, la
de
solazar
con
cacidades.
sus
artes,
extravagancias,
Seguramente algunos de estos tipos, acróbatas, tocadores de algaita o artistas
evocaciones
y di-
como encantadores, de titeres o marto-
nettes, que abundan en el Sudán, parecen más relacionados con
Berbería, Egipto y Asia que con los verdaderos negros, como dice Hambly;*” pero los tipos más comunes de la juglaría se encuentran en toda el África Occidental. En todas partes de África
son
frecuentes
esos profesionales,
mados juglares en la Europa
medieval.
antecesores
de los lla-
El griot se encuentra en todos los grandes poblados africanos bajo diversos nombres; es en todas partes el mismo ser. Objeto de aversión, parásito de la sociedad negra, acumula
las funciones
de hechicero, de bufón,
de músico
y de cortesano. Su principal función consiste en cantar las alabanzas del jefe, a expensas del cual vive, asi como de los pasajeros notables a los cuales da hospitalidad. La adulación
por su parte
es de un carácter
tan
exagerado
que en Europa sería considerada como una burla.” $2
Hambly
(1935),
p.
462.
%9
Rowekel
(1911),
p.
83.
551
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
gión
En
todo
el Sudán,
de Lemani
Alta
(Congo
Guinea,
belga),
sultanatos
etcétera;
músicos, cantantes y bailadores de oficio.
de
existen
Tchad,
re-
verdaderos
En Sudán y Alta Guinea, esos profesionales, llamados griots, o bien están al servicio de jefes, o bien ejecutan independientemente y se hacen pagar por aquellos que desean oír cómo les cantan su apología. Los griots son muy
conocidos
los mandingas,
entre
los
etcétera.”
peuhls,
los
sereres,
los
yolofes,
Los griots que, al decir de Woodson, son las «enciclopedias andantes», son también los actores del teatro africano, y con
frecuencia otros menos profesionales son llamados a colaborar en las representaciones. La
literatura
no
escrita
es propia de gente que pertenece a una de las castas o corporaciones de trabajadores intelectuales que reunimos generalmente con la denominación de griots. Hay griots de todas
categorÍas.
rradores
de
Unos
cuentos,
son
músicos,
mimos,
cantores,
bailarines;
otros
poetas,
na-
tienen
la
misión de recoger en su memoria las genealogías de las familias nobles, las gestas de los grandes personajes, los anales de los Estados o de las tribus, las costumbres políticas, jurídicas o sociales, las creencias religiosas y de transmitirlas a sus descendientes. Estos últimos representan la literatura oral en su forma sabia. Cada uno de ellos es una verdadera enciclopedia viviente que el principe, el magistrado o el sacerdote consultan.” Cada lugar tiene su griot, su familia de griots. Son parásitos que dan alegría a las mujeres, animan las reuniones o 91
Chauvet,
2
Delafossc.
p. 24.
Véase
especialmente
para
los yololes
TI. 102, 282. Para los mandingas: Readc, p. 455 y ss. Para IV. 147. Para los senegaleses: Raffenel, p. 18 y otros aulores.
p.
809.
y futatoro: los
fulani:
Mollen,
Barth,
Fernando
Ortiz
/ 552
asambleas, son comisionados de los jefes y notables, y mensajeros de una región a la otra. Además hay grandes griots, honorables y dignos de la reputación de un gran poeta. Algunos músicos y cantores hacen fortuna. Otros son medio brujos.” El griot no existe solamente en los países del rio Senegal sino en toda el Áírica Central. Se le encuentra en ul golfo de Benin
y en el Futa
Djalon, en el Sudán
como
en el Bornú,
en
el Uadai y el Dafur, en las costas del Atlántico como en las playas del Tchad y sobre las riberas del Mar Rojo, de Zanzíbar,
etcétera, etcétera... ' Los hay también en el Niger.*
Entre los
yorubas, según Bowen, existe un artista de ese género, a la vez bardo, tamborero, bufón y adulador oficial de la corie del rey,
al que se denomina akun-yuñ-gbá. «Al centro y al oeste de África hay bardos públicos. Schwcinfurth nos hizo conocer los trazos caracteristicos de uno de estos Nsangas de los negros Niam-Niams, con su ridículo penacho, sus adornos estrafalarios, consistentes en raices y palos de efectos maravillosos y objetos de todas clases, es decir char-
latanes.»* En
las
tribus
primitivas
de
los
bantús,
el
mbongui
es el
poeta «oficial» o sea «el prototipo del poeta de las cortes europeas»;” el guataca, como decimos en Cuba, del jerarca gubernamental. «Entre los basongos (Congo belga) los jefes tienen a su servicio cantantes profesionales, que al mismo tiempo son danzantes y a quienes en sus ejercicios les acompañan flautistas.
Entre
los
bakuba,
el
explorador
Wolff
ha
oído
a
artistas profesionales improvisar aires de música y canciones que le gustaron mucho.» Entre los negros luanda o cazambe 25
Demaison
(1936).
9
Berenguer-Feraud
(1879),
%-
Milligan
p.
9% 9 98
Jlartmann (1881), p. 162. Junod (1936). t. L, p. 398. Chauvet, p. 25.
(1934).
p.
3%. p.
77.
375.
"
553 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
de
Angola,
los bufones
se unen
siempre
a los músicos,
van
cerca del reyezuelo, cubiertos con pieles de tigre suspendidas de sus cabezas. Otros van con festones de fibras colgando alrededor de su cintura, con yerbas en la cabeza, y otras vestimentas igualmente estrafalarias. «Así adornados de varias maneras,
van
de un
lado
a otro
ejecutando
extravagantes
bailes,
haciendo rudas mímicas, y como si cada uno de ellos pusiera gran atención en sus cabriolas y gestos.»” Puede decirse, pues, que tales juglares los hay también en el África Atlántica suhecuatorial, si bien en estos países ese personaje adquiere funciones de hechicero o brujo y su importancia como tal va en mengua de la artística. Todavía hoy día esos bardos del interior de África se aparecen en Argel, en Túnez, en Egipto y hasta en Estambul, donde se les ve tañendo, cantando y viviendo de su arte popular. En Egipto y en el Mogreb los hay también indígenas, que los árabes llaman hauschasoh.'" También hay en los pueblos negros africanos mujeres juglarescas. Generalmente viejas, que en África son siempre respetadas y queridas cuando ostentan las huellas de la maternidad y del trabajo; pero también las hay jóvenes, como entre los mandingas.'” Generalmente las mujeres completan la función del juglar integrando el coro. Esos embriones teatrales de África y muchos de sus actores han dejado huellas en los paises trasatlánticos a donde los negros fueron llevados en esclavitud; desnudos de cuerpo, pero sin dejar atrás su espíritu, vestido con girones de su propia cultura. El primer negro que aparece con su nombre en la historia de Cuba
fue Guidela,
un chocarrero
al servicio de Diego
Ve-
lázquez, muy mordaz en sus sátiras contra Hernán Cortés, hasta que
éste venció.
29
Valdés
(1861),
100
Hartmann
101
L,
Entonces
Vol.
(1881),
Coulurier
11, p.
(1925),
Guidela,
p.
225.
163.
p.
134.
«hombre
gracioso,
aplau-
Fernando
Ortiz
/ 554
diendo y lisonjeando como hacian los tales con los vencedores ». el antes servidor de Velázquez «riéndose muy de propósito y dando palmadas, se vino a do Cortés estaba», a darle albricias y lisonjearlo, diciéndole «éste es un gallo», y hasta «bailó un rato» cuando Hernán Cortés le regaló «una rica corona de oro que pesaba seiscientos pesos».'” Guidela hacía en Cuba y México el papel de un bufón de corte africana. Acaso fue el primer guataca oficial en la historia de Cuba. Quienes
quieran
estudiar
las
artes
populares
del
mundo
hispánico en la pluralidad de sus épocas y facetas, sobre todo las literarias y musicales, no podrán hacerlo objetivamente y de manera cabal si prescinden de los aportes culturales de los negros africanos y sus derivaciones mulatas, sin duda inferiores en su mayor parte y cada día menos destacados y más borrosos, pero no por eso inciertos ni despreciables e intrascendentes. Su estudio requerirá volúmenes. Aquí daremos sólo algunos ejemplos preferentemente cubanos. Bornemans ha hecho recientemente la observación de que desde el origen desaparecieron todos los cantos y danzas de África que no tenían una necesidad funcional en las relaciones de amo a esclavo. No subsistieron sino aquellos cantos y bailes que se adaptaron al complejo cultural y económico del Nuevo Mundo; esto es, cantos de trabaio. de amor,
de cuna,
de risa,
juegos
cantados,
canciones
de
matrimonio y funerales y algunos cantos aislados de imagias, de medicina y de hechicería. Entre los que desaparecieron rápidamente estaban los cantos de iniciación, las leyendas para perpetuar la historia y la tradición de la comunidad natal, los cantos épicos y las baladas en honor de los antepasados gloriosos, los cantos rituales para inspirar los sentimientos de misterio, de solemnidad y de terror;
102
los cantos
Cervantes
Salazar
en común (1914),
p. 44.
destinados
a provocar
las emo-
555
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
ciones
colectivas,
cantos
de
guerra
y otros
africanismos
que no pudieron adaptarse a la cultura negra americana.”
Esto es cierto en un sentido general; pero tocante a Cuba
no podemos
compartir esa afirmación
de un modo
tan absoluto;
pues en este país siguen entonándose ciertos cantos de iniciación y de ritos misteriosos y de profunda religiosidad, y cada día se oye el tañido de los sacros tambores, como ya hemos demostrado. Las generalizaciones acertadas para otros países de América, no lo son para Cuba, donde los factores étnicos, históricos
y sociales de los negros y sus descendientes han sido distintos y dado origen a singularidades específicas de las transculturaciones cubanas. En Cuba los negros cantaban su épica en los cabildos y en los barracones;
pero ello no trascendió a los estratos blancos
de
la población y fue perdida esa tradicional literatura. En cambio, en la vecina isla de Jamaica, donde la población es negra en su gran mayoría, no se ha desvanecido ese género literario de África.
La narración de tales historias es y viva. Las historias son sólo un lo que realmente sucede cuando riencia de payaso está de pie en noche, cuando se ha terminado
excesivamente dramática registro convencional de un muchacho con apamedio del círculo, por la el trabajo del día y con
pantomima y cambio de entonación procede a actuar, más que
a narrar,
los graciosos
sucedidos
de la historia
en un
dialecto completamente ininteligible para un extranjero. Sólo de vez en cuando se oye una palabra inglesa. Éste es el método de la historia moderna. Solamente se cuenta un argumento o incidente y la historia termina, frecuentemente embellecida (cuando no concluye la recitación con un canto)
103
Bornecmans
(1948),
con un proverbio familiar o un final explip.
579.
Fernando
cativo, según
Ortiz / 556
el gusto del narrador por la moral o por la
filosofía natural. Ocasionalmente un viejo narrador hilvanará una aventura tras otra sin una especial coherencia, pero en general la trama es la misma. Casi todos parecen tener una historia que contar; pero en cada distrito hay narradores especialmente capacitados que tienen la reputación de saber entretener y que conocen muchas y bellas historias. Especialmente en las vallas de gallos los cimarrones me contaron viejas historias que no oi en otras partes de la isla. No existe sin embargo una forma esotérica de historia, y de ahí que la misma historia se cuente casi de la misma manera en toda la isla.” Y
así ocurre
también
en
otras
Antillas
inglesas,
según
Herskovits. Woodson' advirtió que los esclavos en América, donde hubo en suficiente número, perpetuaron la tradición de
los los
griots, cantando y bailando pantomimicamente, al compás de tambores y banjos.'” Woodson añade que «en las Antillas y la América Latina donde mayores numeros de negros fueron traídos de una misma tribu africana y vendidos en el Nuevo Mundo
con menos dispersión,
ciones,
la
sus costumbres nativas pudieron
durar más que en Norte América». Á esto contribuyeron en Cuba ciertas leyes que mantuvieron, sobre todo en las poublaseparación
entre
los
negros
de
naciones
obliga-los a no afiliarse sino en cabildos separados.
distintas,
Además,
en las Grandes Antillas, donde imperaba el catolicismo, los negros no cantaron salmos ni himnos en las iglesias, como si
lo hicieron en los países protestantes, lo cual precipitó en éstos la transculturación
y amalgama
cienes, leyendas y cuentos. 10% 105
Beckwith Woodson
(1929), (1936).
pp. 220-221, p. 101
de sus músicas,
danzas,
can-
557
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Las
comedias
de África,
dice
Woodson,
sobrevivieron
en
América, convirtiéndose en las danzas de las plantaciones. Los primeros negros no sólo bailaron sino que con sus extraños cantos continuaron reproduciendo el drama de África [...] Las comedias de África, dice Woodson, com»
tales no pudieron perdurar en América porque los africanos importados procedían de tan diferentes pueblos que sus tradiciones no eran comunes; pero las danzas comprendidas en aquellos histrionismos sobrevivieron en los
jolgorios En
Cuba
de las plantaciones.
todavía
se transmiten,
entre
los cofrades,
las
le-
vendas mitológicas de los óddu de Orúnla, en la santería, de las relaciones de los abakuás de los cantos de los tata-nganga. Pero la épica de los pueblos africanos cesó con los reyes de cabildo. Lo que resta de ella está en esas tradiciones semitológicas que acabamos de citar. No son pocas, aun cuando muchas
se van
olvidando,
pues
en
Cuba,
aun
cuando
parece
ser
el único país de América donde quedan babalaos que practiquen la adivinación por el okpelé, los kolú y el tablero de Ifá. ya no existen bebulaos nativos de África ni criollos que hayan ido a Nigeria. como fueron algunos del Brasil, para «graduarse» allí en la sabiduría de Orúnla. Cuentan que Fabi, un babalao famoso
de
comiendo
la Habana,
el alauó
cou los demás
de
babalaos
todos
ellos,
y balochas,
un
día
después
estando
de la
ceremonia anual del abbó odún, le preguntaron acerca del óddu que acababa
de salir para el año nuevo,
el óddu
llamado
Odadt,
él era el alauó,
nadie
y aquel gran sacerdote africano se puso a relatar las parábolas pertinentes a dicha «letra» y fueron tales su erudición y entusiasmo que estuvo hablando toda la tarde y por toda la noche
hasta
el aclarar
del nuevo
día.
Como
podía levantarse de la mesa hasta que él lo hiciera. Trono, llovió a cántaros, nadie pudo volver a su casa, y todos tuvieron
que oirlo hora tras hora, salvo los que se iban durmiendo. Tales
Fernando
fueron la profusión
de parábolas
Ortiz / 558
e historias y la facundia
de
su narrador. Basado principalmente en los datos de esos óddu de Ifá, escribió Johnson su Historia de los yorub as. En los enkames o declamaciones de los Náñigos se conti enen numerosos datos de las historias tribales y de sus costumbres . Quizás sea en los cantos de los mayomberos cubanos donde haya menos
riqueza
histórica,
quizás
porque
toda
ella
estaba
en los cantos de los cabildos y se desvaneció ceremonial. Canto
andante
de KUTUGUANGO
a
Ku Tus
guar
40 guar Je
Ku Tu
Fig.
122.
concentrada
con su pompa
guangoguan
quo Canto
En este país se oyeron
ta £e inicial
también
de
mi los
go
gueno
Ku tu
Kn tu
cuentos.
muchos
de esos cuentos
v
fábulas yorubas y congas y de otras naciones negras. Aún se recuerdan algunos «cantaitos» de los que casi siempre van incluidos en los cuentos, y el modo cómo se imitaban les voces de los animales. La jicotea, por ejemplo, hablaba con timbre fañoso, el majá con palabra casi inaudible que era más un
aliento que una voz, la tiñosa en forma parecida, el perro como
en aullidos, etcétera.
Daremos una muestra de esos cuentos, el de La Sikallánga. según lo recogió Gustavo E. Urrutia: Es de observarse, dice éste, la propiedad con que imitan
Jos
africanos,
con
el ritmo,
el aire
y la onomatopeya
de
559 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
sus
cantos,
las
acciones
que
describen.
Hay
dos
clases
de cuentos de este género: los tradicionales y los improvisados. Estos últimos requieren mucho talento en los
creadores,
que
El cuento
se abre con
por
lo
regular
los
sacan
El que doy a continuación es folklórico. Guango
que
el siguiente
a la vez se baila,
en
canto
y sirve
competencia.
genérico,
lo mismo,
Kutu
a modo
de preludio, para otros muchos cuentos: (Figura 122). (Las palabras quieren decir: «Pongan atención que voy a contar una cosa extraordinaria [...]») Al mori* Gren-Damí. jele del pueblo. su hijo Élue-Ibonó
quedó
al
frente.
queda
en
estado,
Censtituyó
su
familia,
casándose
con
veinte mujeres. La mujer principal, entre todas las otras, se llamaj:a Mauri. Desde entonces todos los hombres «grandes» de África tienen muchas mujeres. Cuando una
Andante
y
Canto
algún
de
joven
contrae
SIKILLANGA
en
el
compromiso
de
el Rio
de
Sika
lan
Uan garan qa man
ga
Kus44 Fig.
123.
Yon
ge man
Sí
ga
Seo
k.
ka
Canto del pez sikillánga en el rio.
educar a la criatura si es un varón, y si es hembra la hace su esposa. Maurú y las otras mujeres de Ékue-Ibonó se dedicaban,
como todas las de allá, a la pesca, la agricultura y el cui-
dado de la casa.
El marido era guerrero y cazador, igual-
Fernando
Ortiz / 560
meníe que todos los otros hombres de valer en su tierra.
Ei se pasaba
temporadas
lejos, en el monte,
cazando,
y
cuando volvía, sus esposas lo recibían con «comilonas», toques de tambor y bailes. Cerca de la casa había un río muy caudaloso que llegaba hasla el mar. En el mismo pescaban las mujeres, y una
de las veces
que
volvió
biendo hailado mucho
Ékue-Ibonó
de sus
cacerías,
ha-
pescado para comer, llamó a Maurú
y le recomendó que no pescara un pez grande llamado Sikillánga, que tiene cascabeles en las agallas, porque ése es el rey del río. Maurú se lo promete, pero en cuanto él se vuelve
al monte,
junta
a todas las mujeres
Canto de SIKILLANGA Andante
Pa
ba
ea paca fo cor
ña ma Un
be
O
Tan
2e€
na
Um Fig.5
Ko
be
que
en la Barbacoa.
ban daña ma Umbe ””: e
Um
2o
be
Um
be ha ma mom ba 121.
Cento
y se van
del pez en
ña
beña
So
la barbacoa.
Um
ma
Um
marnan
ale
ba
Um
al
561
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
rio para coger aquel pez grande «que tiene cascabeles en las agallas». Se entran en el agua con la nasa y van dando libertad cuanto pez chico cae en ella, empeñadas
solamente
pezó a cantar: (Figura 123). Así cantaba y se escapaba Sikillanga
(Kurrrr
es cel roce
Todo
nadie
en coger el grande.
Cayó al fin Sikillánga en la red y em-
del pez contra la nasa y Yón representa su caida en el agua al escaparse). En una de ésas pudieron pescarlo y se lo sirvieron al marido en la primera comida que le ofrecieron a su regreso del monte. La cabeza con sus agallas fue arrojada sobre la barbacoa de la choza. para ocultarla. el
mundo
ansiaba
comer,
pero
probaba
bo-
cado hasta que no empezara Ékue-Ibonó, que era el hombre y el jefe. Pidió caldo. y cuando introdujo su cucharón de jícara en el caldero, con el líquido se sirvió un buen pedazo del pescado; pero al probarlo todos sintieron un canto en la barbacoa. Era la cabeza de Sikillánga que cantaba: (Figura 124). (El canto dice: «Yo soy el amo del río, que tú dijiste que no pescaran...» Paká, paká. es el aleteo de las agallas contra
las varas de la harbacoa.)
Ekue-Ibonó y todos se pusieron a bailar al compás de aquel canto, y estuvieron bailando, sin probar bocado. hasta caer rendidos de sueño y cansancio por la noche. El siguiente día, al pretender almorzar, se repitió la escena de canto y baile, pero ahora duró tres días con sus noches. sin parar. (En esta coyuntura el cuentista y los oyentes cantan y bailan, otra vez, por todo el tiempo que les parece.) Las
mujeres,
en
vista
del
aprieto,
determinaron
brindar
a Ékue-Ibonó otro plato, arroz, para distraerlo del pescado que no se dejaba comer y los tenía extenuados a todos con su cantar. Dicho y hecho. Se pusieron a pilar arroz en aquellos
grandes
pilones
de madera,
con sus gruesas
ma-
Fernando
SIKILLANGA
Lento
3
Ya
Ye
mer
men
yo
yo
Canto
del Pilón. .
mandati
man da tu:
Ortiz / 562
for ga
no bue te
3
Ye
men
yo
Ye
men
yo Fig. 125,
nos de pilón.
man da €:
pergo
man da ti
Kum too. te
Canto del pilón en el cuento de Sifcillanga.
Cantan y bailan esto que sigue, con ademán
de estar pilando el grano:
(Figura
125).
Lo cual quiere
decir «Pongan a calentar el agua, que ya el arroz se está pilando...» Luego aventaron la paja al compás de este otro canto alegre, que se baila remendando la operación de pasar el grano por un jibe (cedazo), y aventar después la paja hacia lo alto. (Figura 126.) Faché, faché, fachéfa es el sonido del arroz sobre el fondo
y los costados del jibe. Se le sirvió el arroz a Ekue-Ibonó, pero éste quiso empezar por el caldo, como de costumbre, y al probarlo el pescado
volvió a cantar en la barbacoa
la cabeza,
como
antes. Pre-
563
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
SIKILLANGA
: Canto del Jibe
allegro
Pa
che fo
che fe
eche Be
che fo
o
to
la
1
126.
Canto
che
Fa
t
ehe pe
Fig.
«he fa
de Un para
cerner
el
fa
Fa
ed fo
che jo
Juan go
Fa
grano
en
el
jibe.
guntó qué pescado era aquel que le habían servido, y su segunda mujer le contó cómo Maurú atrapó a Sikillánga, el amo del río. contra el mandato
la cabeza
agallas.
de su marido.
y vio que efectivamente
Éste pidió
tenía cascabeles
en las
Reunió a sus mujeres, las obligó a echar la cabeza
en el río y después las despidió a todas. Silillánga resucitó y echó a nadar como antes hacía. Desde entonces los hombres desconfían de las mujeres.'* Muchos otros cuentos como éste pudieran recopilarse, con
sus cantos interpolados.
Varios, sin la música, pueden hallarse
en las obras de Lydia Cabrera.'” En veladas familiares de campesinos y sobre todo en velorios de muerto suelen hacerse cuentos de negro abolengo, para 1066 107
Urrutia (1900). Véase las obras de
Lydia
Cabrera
(1900
y
1945).
Fernando
Ortiz
/ 564
pasar la noche. Hubo morenos y morenas que tuvieron fama como narradores de cuentos. Recordamos a un tal Pinillos, criollo matancero, hijo de «lucumises», que vivía en Pipián. Nos refería hace poco el profesor Teodoro Diaz Fabelo lo famosos que fueron como cuenteros a comienzos de este siglo por la
zona
villareña
Matinto,
de Yaguajay,
Managua,
Pata
los morenos
de
Cotica,
congos
Tres dedos,
conocidos
Tadeo
por
Cuni,
El Portugués y otros. Sin duda, también los hubo de nombradía en otras poblaciones cubanas; pero nadie se ocupó de registrar
sus
nombres,
fábulas
perdura, no pasa de ser local. En
verdad
la difusión
y anécdotas,
y su
recuerdo,
¡Eran cosas de negros!
de esos histriónicos cuentos
si
fue es-
casa entre los blancos, y en parte aun entre los mismos negros, debido ello a los muchos y diversos cruzamientos conyugales
que se hicieron en Cuba, así entre blancos como entre morenos y de unos con otros, a veces oriundos de diversas naciones y
lenguajes y con folklore ancestral diferente; lo cual, unido a la extinción de las gentes aborigenes y sus tradiciones, ha impedido en Cuba una sedimentación secular de cultura uniforme que haya dado base a un folklore homogéneo y alquitaradamente criollo. En Cuba tenemos muchos remolinos surtidores de folklore, pero no una caudalosa corriente, única y serena por un cauce secular cubano, que haya producido un vigoroso folklore nacional. Cuba cuenta hoy con varios excelentes recitadores de las poesías tipicamente mulatas, Eusebia Cosme la primera. En esas recitaciones se destacan fácilmente sus inspiraciones africanas, trivial y anecdótica, su dicacidad, su choteo, su dialogismo, su ritmismo, su bailabilidad, etcétera, las cuales son
consustanciales con la escrita «poesía negra» de este siglo Xx, que es su género más típico morfológicamente, como también perduran en los cantos afrocubanos. Acaso sea en las canciones satíricas donde más se revele el espiritu del abolengo cultural africano y donde éste haya logrado en Cuba
una
más
libre expresión,
al traducirse
al arte mulato
565
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
nacional. Tradicionales son los cantos de los esclavos en los bateyes y barracones, en queja por hambre, azotes y exceso de faena, o en burla (a veces disimulada por el lenguaje negro) de quienes incurrían en su desagrado. Las canciones satíricas de los negros esclavos fueron muy populares, y si no se conservó esa producción folklórica fue porque además de superabundante era huidiza, meramente oral, de gente preletrada o ingráfica, e hija de la improvización sobre temas triviales de la vida corriente. No podemos resistir la tentación de copiar aquí unas bellas parrafadas de Anselmo Suárez y Romero, acerca de las canciones de los negros africanos en las plantaciones. Los negros, en cuanto me vieron salir del colgadizo y encaminarme
hacia
ellos, se lo comunicaron
de
unos
a otros
hasta los de las casas de calderas, y sus cantares bañados entonces de júbilo, anunciaban, en letra grosera pero sen-
tida, el placer de ver llegar al amo [...] Noté que los negros
se reían unos
con otros y que sus cantares
eran
estrepito-
sos. Un negro viejo, juntador de caña, decía en voz baja algunas palabras, y luego los jóvenes, varones y hembras, prorrumpían en ciertos estribillos. Puse atención y vi que la letra se refería a mi. Aquel día se habian repartido las esquifaciones y las frazadas, aquel día habia hecho quitar algunos grillos, aquel día había ido a la cocina de la gente para cerciorarme de cómo se le preparaba la comida, y aquel día también había dado licencia para que el domingo próximo se casasen algunos, bautizaran varios niños, y por la
noche,
desde
las oraciones
hasta
las
diez,
se
tocase
el
estén
al
tambor en el batey frente a la casa de vivienda. Tales eran los asuntos que contenian los estribillos; el negro viejo los iba apuntando y los mozos después los variaban a su albedrío. Con las gracias que de esta manera me daban, mezclaban
también
nuevas
peticiones,
y los que
cabo de nuestras costumbres y comprendan
el tosco dia-
Fernando
Ortiz / 566
lecto de los negros de los ingenios, habrán oido con frecuencia en esas canciones necesidades que los amos ignoraban, quejas, y hasta epigramas y sátiras contra los que a veces los gobiernan sin saber su obligación. Sonreíame escuchando
las sinceras
expresiones
de su agradecimiento,
cuando advertí que el viejo se levantó del madero en que se le permitía sentarse para juntar la caña, y que lo colocaba más cerca de mi. Después de haber cantado alegremente con sus compañeros, quería pedirme, que por estar ya achacoso y anciano, lo dejase descansar. «Yo he chapeado mucho;
yo he arado casi todas las tierras del ingenio;
que
por mí;
yo he cortado más caña que hojas hay en las matas; yo he visto elevarse las palmas que apenas se levantaban de las yerbas cuando vine de mi tierra; yo tengo varios hijos trabajen
hasta que muera, decía, mirándome
déjeme
ir a reposar y calentarme,
junto al fuego de mi bohío.» Así me y moviendo su encanecida cabeza, el
septuagenario cortador de caña [...]
No hay suceso en los
ingenios, enlazado de alguna manera con la vida de los negros, que no se refiera alegre o tristemente en sus canciones. Si el buey lrioso y bello, que todos se disputaban
por tener en de cangrina;
su carreta, ha muerto, en un día abrasante, si un tacho se ha desfondado; si las coronas
del trapiche se han roto; si en los cañaverales ha prendido fuego y con afanoso trabajo ha sido menester atajar aquel mar de llamas;
si las crecientes del rio han
arrastrado con
el maíz, con el arroz, o con la caña acabada de sembrar en
en sus márgenes; si una seca o unos aguaceros horrorosos amenazan las cosechas; si el cerdo ya cebado y pronto a ser vendido al especulador que recorre las fincas, se ha muerto de repente sin saber por qué; si el compañero, que solitario en los campos estaba desmochando palma se ha caido; si se ha dado por el mayoral y por los perros con la guarida de algún negro cimarrón; si la vaca bermeja, si la puerca
567
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
de hocico blanco, si la yegua más hermosa del potrero ha parido; la letra de las canciones lo dirá cuando se esté chapeando
o cortando
caña,
cuando
se junte
o cargue
en
la
casa de trapiche, cuando dos negros uno frente del otru batan
en
las refriaderas,
con
acaba de ser sacada del tacho. aoseles
cambiado
el alimento;
las
bombas,
la
templa
que
Lo mismo sucede en hahiénen
habiéndose
aumentado
o disminuido las horas de trabajo; en habiéndose introducido una máquina. un instrumento, un proceder cualquiera, que a la vez que los asombra, facilita y aminora las faenas;
en
anunciando
los aguinaldos
sobre
las cercas
y los matorrales que pronto llegarán los amos; en concediéndoseles un pedazo de tierra para que hagan, concluida la zafra, sus conucos: en dejándoles desmochar guano para cubrir los bohíos: la ocasión que se mata una res para repartirla en raciones; la ocasión que la señora escoge de entre los criollos el que ha de llevarse a la casa de vivienda; ocasión que se dio una recompensa al carretero que, con las astas de los bueyes coronadas de gilines de caña, entró primero
con su carreta, el día
que
Suárez
de
se rompió
el corte, en
el anchuroso batey; la ocasión en que despedido el maestro de azúcar, continuaron los tacheros sacando templas tan buenas como antes; lo que acaeció el día que se estrenó la máquina o que se levantó tal fábrica, el dia que el tren de carga o de pasajeros del ferrocarril que atraviesa la finca, cruzó por los cañaverales haciendo suspender los machetes a los estupefactos tumbadores de caña.” Esas canciones de los negros africanos «de nación» fueron las antecesoras de las que luego se han oido y se oyen todavía con profusión en el mundo hispánico a donde los negros llevaron sus coplas, su sátira y su choteo. En Cuba los negros y sus descendientes siguen satirizando como sus antepasados de África, y su espíritu crítico y burlesco 108
Anselmo
y
Romero:
Colección
artículos
(1859),
pp.
219-220.
Fernando
Ortiz / 568
es inspiración constante para las canciones de la música folklórica. Entre los lucumís, y sobre todo entre los congos. fueron proverbiales en Cuba, particularmente en los campos, los desafíos o contrapunteos de puyas y de cantos de majagua o macagua, a que ya hemos aludido varias veces. Los cantadores se juntaban a cantar rodeados de gente y cada uno a turno sacaba su copla y sus puyas cn contrapunteo, que el vuditorio coreaba
con sus risas, aplausos
y comentarios.
A eso le decian
los criollos sacar majagua o «hacer lilaya» y también, cuando el desafio era más formal entre «gallos» profesionales, «juego de macagua». Los congos, decia del siglo xrx, tienen un singular
un viajero del primer tercio método de conversación, por
medio de su simple y rústica música, de la cual ellos gustan mucho. Á veces dos de ellos se encuentran en un camino y uno comienza a cantar, el otro capta el ritmo y le responde con el mismo, y así establecen un diálogo que dura una o dos horas.'” Eran gacetilleros que circulaban las noticias interesantes de la vida ordinaria. Esta musa
repentista,
dialogadora,
epigramataria
y satírica
del africano no excluye la influencia que en Cuba pudieron tener, traídas por la vía blanca, las antiguas tradiciones de igual género propias del Mediterráneo. Ya españoles y portugueses, antes del poblamiento de América, tenían sus cantos trovadorescos,
transculturados
a la Península
como
a Provenza,
a Si-
cilia y doquiera se asentaron, con tiempo suficiente y rango de conquistadores, los músicos y poetas populares salidos de la Arabia y la Morería. ¿No será oportuno recordar aquí la donairosa
labia,
característica
de
tada, es decir sandungueada,
ndungu del Congo?
los andaluces,
siempre
salpimen-
con sal de los puertos y picante
Siempre que habla el andaluz, y habla mucho, lo hace en burla o con intentos de segunda intención; pero jamás sin 109
Murray
(1841), VI,
p. 259,
569
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
apartar la broma.
Para él las únicas cosas serias serán la
mujer y el triste curso ineluctable de la naturaleza Su producto más sazonado es la gracia, er ange.
cue ellos consideran patrimonio de la tierra.
es un mal'ange,
[...]
La gracia,
El forastero
un no bien nacido; esto es, hombre a quien
le falta la gracia por no ser andaluz.”
¿No ocurre lo mismo en Cuba. donde la mayor desgracia es
la de caer pesao? ¿Que esto a los cubanos nos viene de la Anda-
lucia Atlántica, que tanto fue en nuestra historia? ¿Por qué no? Y ¿por qué no hemos de ver también en Cuba y en Andalucía el hálito africane. que al uno y al otro lado del océano llevó su dicacidad «pimentosa»? ¿No son muy semejantes l., guasa y el choteo? Entre las canciones de los conquistadores estaban las cunligas de escarnio y de mal decir y sus tensones, porfías, desafíos. contrapunteos... Luego las extendieron por toda la América Ibérica.
Refiere
Bernal
satíricos,
diciendo
Diaz
del
Castillo,
en
su Historia
ver-
en
«ni
dadera de la conquista de la Nueva España, cómo los soldados españoles, en sus descansos celebraban improvisados desafíos poéticos, entonando al son de sus vihuelas los romances, cantares y tonadas de su lejana tierra, de las rústicas montañas, de las picarescas playas o de la babilónica hampa sevillana. Ya hacia años que Cristóbal Colón, en su segundo viaje, había traido instrumentos músicos a las Antillas, y de Cuba fue a la conquista de México un vihuelista de renombre. En el Nuevo Mundo siempre tuvieron su propia música los bermejos, los blancos y los prietos. Aquí cantaron a porfía, con sus vihuelas y violas, los conquistadores: pero también los negros. mestizos, cahoclos, mulatos. zambos y cholos. No acertamos a explicarnos por qué un musicólogo brasileño atribuye sólo a portugueses y españoles la traída para América de los cantos alternantes y 110
Tajada.
pp.
85
que y
94.
los indios
no
cantaban
desafio,
Fernando
tampoco
los prietos».
Aparte
de si el folklórico
Ortiz
/ 570
cururiúí bra-
sileño, que «es social y técnicamente una porfia de cantadores [...]
que improvisan
versos trovadores»,
dios, según sostienen Ándrade
y Morales
viene de los amerin-
de los Ríos Filho
(en
lo cual no hemos de entrar y está negado por Renato Almeida).
nos parece
incontrovertible,
después
de los datos
aqui
recopi-
lados y de otros análogos que podrían aducirse, la extendidísima costumbre de los negros africanos de cantar dialogalmente tales versos satíricos con el sorprendente repentismo, la finura de oido,
la gran
retentiva.
la aguda
polémica,
la facilidad
de
tonada y el sentido colectivo que constituyen el cururú del Bra-
sil, y en Cuba los cantos de managua o puya. Acéptense sin reparo las antecedencias ibéricas. las indias si se creen probadas, hasta la siria que sugiere Joao Chiarini; pero no hay razón para olvidar la realidad
tradicional
de cesos cantos
al decir del mismo Chiarini. si «en el cururú es el más constante. también es una de las canto afro-negro».* ¿Acaso los negros del desde el Senegal y Guinea hasta el Congo y
africanos,
y que,
el espíritu satírico características del África Occidental, Angola. perdieron
en su travesia atlántica al Brasil como esclavos esa que era una de las más
tipicas manifestaciones
de su arte ancestral, una
de
sus más establecidas instituciones sociales y, ya en la esclavitud de
América,
una
de
sus
compensaciones
reajuste de sus personalidades frustradas?
más
eficaces
Parece
para
el
inexplicable
que en el Brasil no ocurriera, entre su gran población negra, lo que se ha visto y ve todavía en Cuba. Leyendo
las pruebas
tipográficas
de estos
párrafos
a una
persona conocedora del pasado musical de Cuba, nos preguntó
«si no se inspiraria originaria e inconscientemente en esa tendencia dialogística cierta manera que tenía el eminente compositor cubano Ignacio Cervantes». Con frecuencia éste componía sus sensuales danzas eubanas tocando el piano y al mismo tiempo hablándole con cierta entonación melódica a su hija, dándole
1
Chiprini (1947), CXV, pp. 88 y 115
571 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
consejos o comentarios sobre las actividades cotidianas, y la música se combinaba con las palabras de esa especie de melopea como si ambas brotaran juntas de un mismo raudal. La pregunta queda sin respuesta.
Por esa espontánea via se siguen componiendo canciones por músicos de gran éxito. Dígalo en estos tiempos Hermenegildo Cárdenas, el autor de El brujo de Guanabacoa,
El toque
de bembé en la lengua lucumi y muchas otras; quien, como él
dice,
nunca
estudió
música,
ni domina
instrumento
tiene que acudir a un músico para que se Compone hablando y acompañándose con marcan los chasquidos de sus dedos. Una incluida por Stokowsky en un pot-pourrí
res de las Américas.
Así
hay
varios
las el de de
alguno,
y
escriba en pauta. ritmo que sólo le sus melodias fue canciones popula-
creadores
de la
¡música
popular de Cuba, verdaderos genios, con la inspiración de un griot, que componen canto y música, sin rasguear una guitarra, ni tocar un piano.
En Cuba alguna vez la música
se incorpora
a la canción
bailada de t21 manera que se refleja en la misma letra. Recordemos aquel son en que se decía: «La mujer de Antonio camina así...» y músicos y bailadores hacian un movimiento descrip-
tivo.
¿Y aquella
modernísimo
titulada
sucusucu,
con
El volumen
sus alusiones
a los majases les tapó la cueva? alguna
otra
canción,
de
también
Carlota y las
a Felipe
que
Ahora corre por los cabarets
mímica,
de sentido
pero fácilmcnte traducible en pornografía.
anfibológico
La canción de musa
afrocubara cuando no es erótica es satírica. sica cantable forma blico en su función
Blanco,
del
En Cuba la mú-
parte del sistema expresivo del choteo púcorrectiva. Un cancionero foiklórico de la
sátira política, picaresca, o simplemente costumbrista, podría llenar un buen volumen. Para dar expansión a su crítica colectiva antaño se formaban, sobre
todo por los jolgorios
carnavalescos,
comparsas,
ves, trios y otros grupos de músicos cantadores y mímicos
cla-
dis-
Fernando
frazados, con o sin careta, que con humor
Ortiz / 572
histriónico y satírico
iban por esas calles de los «barrios bajos», o mejor dicho de los «barrios orilleros» (con frecuencia bajos por su posición social pero altos por la de su geografía), cantando temas satíricos o de reto contra grupos rivales, personas ingratas o sucesos de popular aversión. Los mamarrachos eran en Santiago la ocasión
de numerosas máscaras, comparsas y canciones satíricas y muy mordaces. que se hacian populares. Las ensaladillas fueron la expresión
cubana
del siglo xIx.
de
la canción
satírica,
de
moda
a mediados
Eran especie de colchas de gato literarias; renglones que formaban sendos versos, a veces con rima y a veces sueltos,
con kilométricas medidas o cojos, con gracia a veces y a veces tan sin ella que causaban irrisión. Se usaron para fustigar con razón y a veces por envidia a distinguidas personas de nuestra sociedad, y en versos más o menos malos corrían papelitos manuscritos que se saboreaban con frui-
ción.'”
Ramón Martínez en su Oriente folklórico cita muchas de esas canciones, de las que eran muy notadas las políticas, contra el gobierno
colonial
y a favor
de
los insurrectos
cubanos,
por lo cual algún cantor acababa su carnaval en la cárcel. Por
1880, al negarse las autoridades coloniales a reconocer la liber-
tad de los negros esclavos como se había convenido, se cantaba
por Oriente un estribillo muy claro y amenazador: Libertad
no
Caña no hay.
viene,
Martinez Moles ha tratado también con erudición lo que eran dichas ensaladillas. Picadillo de personas y sucesos revueltos con mucha sal blanca y pimienta negra. 112
Ramón
Martínez:
Oriente folklórico.
573 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
He aquí un canto negro criollo de macagua contra los blancos, aludiendo a las crueldades del General Weyler en 1896. Branco son malo, Giieile. Branco son malo, Giieilé. Tira gente la poso.
Tira gente la escopeta.
Branco
son
malo,
Branco son malo,
Gúeile.
Gueileé.
Y asi se va prolongando indefinidamente con nuevas quejas, acerca de lo que pasaba. Este otro canto es de 1901, antes de
la instauración de la República, aludiendo a los peligros de una
anexión de Cuba por Estados Unidos:
Cubano jabre sojo con Cuba, Mericano ba cogé tó pa é.
Cubano
Mericano,
jabre ojo con Cuba,
mericano ba quedá con é.
La canción satírica continuó en este siglo. En los mamarrachos de 1912, en Oriente se oía cantar por todas partes este sonsonete:
Choncholi se va pal monte, Cógelo
que te se va.
Fue la canción montompólica, según R. Martínez. Se aludía al alzamiento próximo de ciertos grupos de negros en aquella región. El choncholí llamaban al pájaro negro, oscurísimo y con reflejos metálicos, que en el resto de Cuba se dice totí y fuera de ésta quiscal. Se dice «ser el primero y el último como el chorncholi» porque, según Luis J. Morlote, es la primer ave que canta en el monte al amanecer y la última al venir la noche. A veces las coplas políticas son muy mordaces. Una que cantaban en La conga de los conservadores de Remedios, por 1917, decía:
Fernando Ortiz / 574
Las mujeres de La Chambelona yo no sé como van con su criatura; todas están fuera de la ley por que
todas
van
meneando
la cintura.
Y el coro repetía la cuarteta, a la cual replicaban los liberales cantando a solo y coro en su Chambelona: La mujer conservadora la chambelona siempre respeta: con ella no hay quien se meta
y ¡viva la arrolladora! En
La
Conga
decia
el coplero
y repetía
la multitud:
Ae ,ae, ae.
La Conga viene arrollando, viene suave, pero dando... en el mismo piruli. Y en La Chambelona
replicaban solistas y coro:
Vamo arrollar al conservador, dale machete al que es traidor,
Pobre conga ya tu no vale... ¡Patilla de mono! ¡Timbale! aé, ag.”
La Chambelona y La Conga fueron dos orquestas callejeras, compuestas a base de un cornetín, tambores y demás percusivos, de los más heteróclitos, y algunos de ellos inventados para la ocasión, que los políticos cubanos usaron en 1908 y años siguientes para amenizar sus manifestaciones y mítines. Los liberales iniciaron tal costumbre con La Chambelona y los conservadores respondieron con La Conga. La primera surgió en 113
Pedro
Capdevila
(1943),
8 de octubre.
575
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Las Villas, la segunda en Oriente. La Chambelona,
liberal, fue
repopularización de un viejo canto; La Conga fue adaptación de una comparsa santiaguera. El nombre de Chambelona pa-
rece proceder de Chambas, poblado entonces muy aislado, al nor-
te de Camagiey. Chambelona, según algunos, quiere decir «música de Chambas». Este toponímico cubano a su vez proviene de África, donde en las lenguas bantús Chamba es el nombre que dan a las plantaciones en campos de tumba muy retirados. Pero importa decir que en los Camarones es muy popular entre los negros una orquesta llamada Chamba, consistente en dos tambores de cuero clavado y varios pitos de madera. Á su acompañamiento las mujeres cantan. «La combinación es per-
fecta, dice Migeod"'* es la mejor música que he oido en África.»
Es muy posible que la orquesta Chambelona de Cuba, con su desinencia criolla, de tambores y otros percusivos y de melodías en cornetín, hubiera evocado en su origen la orquesta africana de los carabalís. La Conga es vocablo que procede originariamente más que de la conga, nombre que hoy se da al popular y criollo tambor abarrilado que se toca en esa orquesta callejera, de la voz Kunga que en lenguaje de los congos significa «canto» y «jolgorio». Acabamos de referirnos a «repopularizaciones» y «readaptaciones» de músicas. Son una especie de «transvalorizaciones de cultura»,
rior
que diría Marett,
aludimos.
Esas
a las cuales ya en ocasión
transvaloraciones
son
frecuentes
ante-
en
¡as
músicas, no sólo en la cubana, y mediante ellas, por ejemplo, una canción folklórica o popular puede ser incorporada a una composición magistral de la «alta música» o viceversa. Si una habanera legítima fue puesta por Bizet en los labios de su gitanesca Carmen, de esta misma ópera fue raptada una frase amorosa de su protagonista y, travestida con suelta y blanca batona de rizados vuelos en vez de falda de faralaes colorineros. se convirtió en la bella y lánguida habanera Tú. En las músicas 114 FF, W. Migeod (1925), p. 192,
Fernando
Ortiz / 576
populares de América y aun de España han abundado siempre los «arreglos» y «translaciones» que con frecuencia fueron plagios verdaderos y poco excusables; no cabe duda de ello. Ha sido característico de la música popular criolla aprovecharse de melodías europeas en boga e insertarlas intactas o con ligeros retoques, en cantos y bailes como guarachas, tangos, danzones, rumbas. sones y congas. Á mediados del siglo x1x escribía Arboleya: «Nuestros músicos se pintan solos para componer danzas, lo que hacen sobre temas de algunas óperas favoritas, de cantos inventados por el vulgo, y aun de los pregones de los vendedores y las canciones de los negros.» A fines del mismo siglo decía un músico historiador de Santiago: Existen infinidad de cantadores llamados boleristas, que con letrillas disparatadas forman cantinelas muy bonitas unas veces: y otras, con reminiscencias de música oida de antemano.
acompañadas
de
acordeón,
y
marugas,
resul-
tando de éstas por lo regular los danzones. Impórtales muy poco a los profanos destruir las melodías más conocidas de la buena
música
de las escenas
más
sublimes,
y pisotear
las divinas notas del Spirto gentil de La favorita y del rondó final de La sonámbula, por ejemplo; con tal que el baile sea marcado por los timbales.'* Tal lachera sarcasmo pues, en
cornetín
como con frecuencia ha ocurrido en la música popuespañola. Cortijo clamaba contra esa tendencia: el más grande que se puede hacer de la música clásica, medio de esa hatahola de sonidos descompasados, el u otro instrumento
de los de más
resonancia,
sin ce-
ñirse en lo más mínimo a ninguna de las reglas del arte, venga o no venga a tono, han ejecutado con toda frescura trozos de Rigoletto,
Favorita,
Cavallería,
Juramento,
Marina o de cual-
quier ópera o zarzuela que mejor les haya parecido.” Tal como 115
Fuentes.
116
Cortijo.
192.
5717
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
se ha
observado
también
en
la música
afroamericana
de
los
Estados Unidos: «Es admitido que el jazz toma prestadas o hur-
ta la mayoría Pero
de sus melodías. »'”
las «repopularizaciones»
o «readaptaciones»
son
tam-
bién frecuentes. y músicas que ya murieron son «reencarnadas » y oidas de nuevo al transcurrir los años, «transvaloradas» en
el tiempo con finalidades distintas. compuesta
en Cuba
por Gottschalk,
Casi un siglo después de
sobre un
tema
de nuestro
folklore, su obra Cubana volvía a «hacer furor» por el mundo
cono
música
realmente
típica
de
Cuba;
pero
esta
vez por
pla-
gio, ocultándose el nombre de su verdadero autor y disfrazada
con título de El pregón
del manisero.'*
El celebradlisimo Peanut Vendor. lo afirman rotundamente. no es sino la danza Cubana. ¡nota por nota! De parecida manera. y por igual época que El manisero. circuló en Cuba y resto de América la popular canción afrocubana Mamá Inés, y provocó un litigio acerca de su propiedad intelectual. declarándose por los tribunales que esa canción es anónima y ya [ue cantada en una comparsa carnavalesca de la gente de color en Villaclara, por el año 1868, y de nuevo difundida en este siglo xx cuando los popularísimos maestros Ernesto Lecuona y Eliseo Grenet la incluyeron
en su zarzuela
Niña
Rita.”
Lo mismo aconteció con otras canciones de las más folklóricas. La famosa Chambelona, de los políticos liberales de 1908,
ya era
vieja
cuando
ellos la repopularizaron.
Ya
se co-
nocía por los años ochentenos del siglo pasado. Cuenta Ramón A. Catalá” que el periodista Felipe López Briñas improvisó para el diario habanero La Lucha esta redondilla: 117
Laubenstein
112
Garcia
12
Catalá.
(1929).
11% Locke (1936).
Garófalo.
p.
610.
Fernando Ortiz / 578
Desde que se fue Chinchilla
y ha venido Polavieja yo no como... mantequilla ni tampoco «ropa-vieja»
¡Aé, aé!
¡Aé, la chambelona!
No se sabe cuál fue su música, pero el estribillo fue tomado
de una canción entonces de moda, que el periodista aprovechó en su satirica copla política. También
esa canción
de La cañandonga,
tan popular
1920. a mediados del siglo x1x ya se bailaba en Madrid.
lo atestigua. E. Gutiérrez Gamero.” «Danza pausada, que aprendieron en Cuba, con ritmo de habanera; pero
original por las graciosas posturas que tomaba
por
Asi
dice muy
la pareja, sin
movimientos lascivos, por supuesto, y al par del baile iban cantando al unísono: Mamita
quiero comer
de esa fruta tan sabrosa. Quiero manzana de rosa,'? caimitos,
melocotones,
también quiero marañones con
cañandonga.»
Esta aplaudida resursiencia de música folklórica demuestra su gran vitalidad. Pero también debe relacionarse con la típica facilidad con que los músicos criollos, influidos por la socialidad comunitaria de las artes negras, toman sus motivos inspiradores del acervo común de las creaciones anónimas o que por tales pasan para la multitud, sin reparar en respetos a propiedades individuales que sólo en estos últimos tiempos se co121 12
Gutiérrez Gamero ¿Pomarosa?
(1927),
579
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklorek...
nocen y procuran; con tanto empeño que ya han ocurrido varios litigios maliciosos para «registrar», como originales y propios, sendos cánticos y danzas de los imás ortodoxos de la santeria. También por los versos cantados en insurrecto castellano, con acento y prosodia de bozalones, comenzó en Cuba la en-
trada
de los poetas
de
color criollos
en
la literatura
popular.
Ese cancionero bailable y con frecuencia satírico. siempre variante, fugaz,
casi anónimo
y de
raices
folklóricas,
es aún
el
de la isla.
al-
manantial más abundoso de la poesía que vive en el pueblo. Fue esa superabundancia de oralidad, poesia y versificasión desbordada en Cuba por las fluencias negras cuando éstas comenzaban a traducirse al lenguaje español. o sea a mezclarse con la hispánica en la gran corriente criolla, la que hizo decir a un viajero francés de 1850: «No existe un país donde haya mayor número de poetas y de improvisadores.»' Por eso Menéndez y Pelayo pudo escribir de Cuba que «en ninguna parte abundan tanto como alli el ingenio y la facilidad de versificar. si bien perdidos y estropeados las más de las veces por el compadrazgo literario y por la carencia de toda saludable disciplina».” El citado crítico también registró en Cuba la exuberancia de versificadores repentistas, glosadores o copleros. En
el siglo
gunos
xvut
había,
improvisadores
aun
en
que hacian
ingenio en décimas y romances,
el interior
fácil ostentación
de su
naturalmente afeados con
resabios de malgusto y con los vicios que nacen con la falta de estudio y comunicación literaria. Entre ellos se cita, principalmente, al médico y farmacéutico de la villa de Santa Clara D. José Surí y Águila (1696-1762), que puso en verso las recetas de su profesión, y que tenía además la rara habilidad de componer de repente loas para las procesiones y festividades religiosas, recitándolas de123 t.
D'Harponville
(1850),
19 Marcelino Menéndez I, Madrid, 1911, p. 289.
p. y
251. Pelayo:
Ifistoria
de
la
poesía
hispanoamericana.
Fernando
lante
de las imágenes
[...]
Hasta
de
Ortiz
Plácido.
/ 580
el mártir
mulato que en el xix produjo páginas antológicas, observó aquél sus aspectos literariamente descuidados, sin advertir que le venían de las circunstancias étnicas e históricas, tales como las que hoy calificaríamos de improvisación, musicalidad. banalidad, guataquería, aun sin contar lo mucho de anecdótico y dicaz en sus improvisaciones que de Plácido quedó inédito y ni siquiera fue escrito. Las composiciones de circunstancias que con tan desdichada fertilidad produjo, las odas a la reina Cristina y a la reina
Isabel, los cantos
encomiásticos
de sus
innume-
rables Mecenas, próceres cubanos o simplemente hacendados y capitalistas, suelen ser disparates, pero disparates sonoros. El autor muchas veces no sabe lo que dice, pero casi siempre halaga el oído, y cuando describe o compara parece otro hombre. Sus cualidades son casi todas exteriores, pero muy brillantes, y si se repara que Plácido era improvisador de oficio, mo habrá reparo en tenerlo por uno de los poquisimos improvisadores que han tenido la suerte de dejar algo digno de la posteridad. Derrochó la mayor
parte de su vena
en asuntos
triviales o en versos
de encargo, y tuvo que ser con frecuencia un zurcidor de palabras huecas, contagiado con todos los vicios del mal gusto colonial y de la rima casera.” Al critico español se le olvidó mencionar las terribles condiciones sociales de Cuba en aquella época de esclavitud.'”* Esos cantos de choteo, cantos penales o de sanción que hoy podrían decirse quizás «de defensa social», son numerosos. Su prolificidad es enorme, como las sentencias de un juez de lo 125 Marcelino Menéndez y Pelayo: Historia de la poesia hispano-americana, t. 1, Madrid, 1911, pp. 216 y 261. 6 Véase una cerlera ulusión a este aspecto de los versos epigramiálicos y sarcásticos de Placido en Castellanos (1950), p. 5.
581
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
correccional. Unos se suceden a los otros, según los casos llamen la atención pública, según scan o no «de primera plaza». como hoy se dice en la jerga periodística. No es que cada escándalo tenga su canción. Una de estas que comente una cobardía o un atropello, por ejemplo, puede recitarse por analogía cuande ocurra una vileza posterior y el pueblo recuerde la antepasada. Á veces el comentario de la copla surge inmudiatamente después del suceso. Hace poco que fue destituido en Camagitey un jefe militar distinguido por su corpulencia, A los dos dias por shows, cabarets y radios se cantaba un sen: «En
Camagiiey
cayó
el gordo»,
que
parecía
aludir
al
premio
mayor de la lotería y no a la noticia de actualidad, que también era gorda. Sin embargo, muchas de las canciones satíricas son ¡ersonales y llevan el nombre del protagonista en su letrilla, lo cual revela su inspiración realista y anecdótica y lo personalísimo de su dicacidad, que a veces no puede ser más mordiente. Por ejemplo, si en África hay «canciones de escarnio» contra homosexuales, lo mismo ha ocurrido en Cuba. Recordamos
los un
viejo guaguancó cuyo cantao era agresivo contra una cuarierona
lesbiana,
tan
conocida
como
envidiada
por
su
posición
econú-
lucumi,
niento
mica, que hace varios lustros fue cantado por una de las + claves» carnavalescas de La Habana y tuvo sangrienta reacción. Cenocemos
cantares
contra
lesbianas
(alacpata
en
muyalkcala en congo), y contra sodomitas (addodié en lucumi, manganene y yankún en congo, efónkiba, aboró y guas:kundi en ñáñigo). Sin embargo, en Cuba la fuerza sancional de tales
coplas es débil porque ya no se aplica siempre ni personalmente.
ni la «tribu cubana» está ahora tan cohesiva y severa como las africanas de allende. La frecuencia de homosexuales es cada día
más
nolable
en
los festejos
de
la santería,
con
gran
ilesa-
grado de los babalaos y de aquellos santeros u olochas y tatangangas que conservan las puras y ortodoxas costumbres. Estos tiempos
estragados
de
trasguerra
son
de
gran
relajación
y
la
Fernando
misma
difusión,
y hasta
el
exhibicionismo.
de
Ortiz
/ 582
la
homosexua-
por
tal motivo;
lidad se observa entre los blancos, aun en las clases altas y lugares de más respeto. Los afeminados no sufren Jas inbibiciones de las antañeras repelencias sociales contra el «pecado nefando », y ya no
antes
se suelen
«echar
coplas»
al contrario, el picaresco
de reproche
cancionero
del día más
contri-
buye a la tolerante complacencia que el desagrado. Algunos de los mariseros ya aludidos eran verdaderos
griots, o actores
yeros
y de
fesión,
de variétes como
managua
hoy
y pugilistas
indudablemenie
artística,
diríamos,
danzantes. se
tando
al son de un instrumento
Y
«buscaban
por los pueblos y de ingenio en ingenio a y a ganar en sus desafios. No puede dudarse de la presencia en algunos de sus colegas africanos. Antaño poblaciones el tipo del negro viejo que se negro,
cantadores
con
esa
la vida»
pu-
proyendo
entretener a la gente
Cuba del griot o de era frecuente por las buscaba la vida can-
un
monocorde,
un tan-
borcito o una marimbula, generalmente acompañado por un colega que lañía un guayo, unas maracas o unos timbales. Nosotros aún pudimos presenciar allá por el año
1920, en la zona
de Remedios, la recitación del cuento del majá ingrato, hecha por
un
viejo
griol
criollo,
de
oriundez
conga
llamado
en
su
lengua Enkoria kuata, quien se ganaba la vida, casi inendigo, cantando de casa en casa, por los cafés, bodegas y festejos populares, las cancioncitas de moda, a veces con letrillas de sátira
local, las cuales se le toleraban, decían, porque siempre andaba borracho. No dudamos que los espiritus del ron a veces lo inspiraban más que los de sus antepasados; pero más bien avivaban
sus ancestrales tradiciones tanto que cuando
el auditorio le cra
suficientemente benévolo, entonaba coplas en lenguaje congo. Por los ingenios y poblados de La Habana y Matanzas aeaso ninguno fue tan bien mentado como Sabás Caraballo, gran improvisador en «lengua» y en castellano, «gallo» cantador de managua, yukero o de yuka, y tocador de guitarra.
583
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
Más bien como griots eran a comienzos de este siglo ciertos rumberos profesionales, que se exhibían bailando la rumbu de
cuchillo, en la cual los dos bailadores, hombre y mujer, llevaban sendos cuchillos en sus manos, los cuales debían manejar con
cierta habilidad para no herirse. una
botella
en equilibrio
sobre
Otras veces bailaban llevando
su cabeza,
o pasando
el cuerpo
por dentro de un aro, desde la cabeza a los pies. Pero estas destrezas no eran verdaderas rumbas ni pantomimas sino cosas
de juglaría; y, aun cuando pueden encontrarse antecedentes en
África, fueron modas pasajeras e imitaciones sin tradición ni simbolismo. Por lo común, el genuino bailador afrocubano no ha caido en actos de acrobacia ni histrionismo bufo, a los cuales.
para abrirse paso, tuvieron que acudir con frecuencia los bailadores negros de los Estados sureños de la vecina república. Negros cantadores ambulantes como los aludidos, en condición de pedigiveños, no han desaparecido de Cuba, ni siquiera de La Habana, si bien hoy día sus cantares son ya blanconazos, sin perder sus troncales características negras. No faltan lampoco por plazas y circos algunos griots negros, acrobáticos 1 prestidigitadores que entretienen con sus trucos «blancos» pero acompañándolos con las típicas canciones. Apenas hace un año vimos en Bejucal un juglar negro de curiosas facultades histriónicas:
recitaba,
cantaba,
bailaba,
tañía
un
boku
o tambor
y otros instrumentos, como un cornetín y un pito, hacía acrobacias y otras excentricidades; y se «buscaba la vida con ese tumbaito». En otras poblaciones cubanas aún suelen verse esos juglares callejeros, si bien ya bastante apartado de las tradiciones africanas. Hace poco la prensa diaria ha descubierto en La
Habana
un
griot
afrocubano,
de
Jutinicú,
que
salió
del
Oriente de Cuba para «buscarse la cháucha» de acuerdo con su genio más que cortando cañas en ingenios de hacer azúcar. En sus brazos y manos una guitarra española cruzada al pecho. en sus muñecas
dos maraquitas
congas,
en sus tobillos dos ma-
racas grandes y en la boca una filarmónica sujeta a las curvas
Fernando
Ortiz / 584
de la guitarra. Y al par que tañe todos esos instrumentos, en armonía afrohispánica, y a veces percutiendo en el respaldo del
instrumento
de
cuerdas
como
cuando
en
en
una
piel
labios
calla
de
tambor,
el
la chillona
fi-
griot cubano baila rumbas. sones y mambos de moda... y hasta los canta
en
falsete,
sus
larmónica. Está, pues, bien reconocido que el negro es intensamente teatral, en África como
fuera
de ella, y el problema
ahora
está
en transculturar su histrionismo. J. Huxley aludía no ha mucho a los ensayos que se hacen actualmente en las colonias africanas de aprovechar «los innatos talentos de la mayor parte de los negros para el teatro burlesco y la comedia».” Varios misioneros están ya encauzando ese gusto del africano por el drama y la actuación teatral. Algunos muchachos negros espontáneamente han convertido ciertos episodios bíblicos en piezas de teatro y las han representado a modo de los «misterios » medievales, de las iglesias de Europa, sin texto escrito y sólo con el improvisado lenguaje que les sugería la acción escenificada." Entre los bantús destribalizados y «civilizados» de Johannesburg se está fomentando ese gusto por el teatro en cauces modernos, representándose comedias en inglés o en lenguaje nativo.” Fuera de África, en Brasil. en Cuba y sobre todo en Estados Unidos, se han conocido positivas manifestaciones teatrales de los negros, de géneros diversos pero indudablemente de valor artístico universal, según los tiempos y las variantes circunstancias sociales. En Cuba, fuera de las danzas pantomímicas a que ya nos referimos, no podemos aludir a otros dramas y comedias artísticamente africanas que se reprodujeran en Cuba con el atuendo de ultramar. Pero las musas mulatas vertieron sus inspiraciones en los teatros de Cuba y en el siglo xrx nos dieron 17 Huxey (1936), p. 150. 1R — Cozzems (1935). Vol. VUT, No. 2, p. 223. 122 A. Hoernle (1931), Vol. VIT, No. 2, p. 223.
585 / Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
tangos,
guarachas,
y sobre
todo,
ese
género
bufo,
que
José
A.
Portuondo atribuye a que en Cuba «el sentido colectivo se apoya solamente en el unánime escepticismo político y social, presente en el choteo». y él considera como «la única forma teatral que florece en Cuba, ínfima y aliteraria».'” Pero el negro es algo más que el negrito estereotipado del escenario y la pantalla, siempre en su papel inferior, satírico y risible y casi siempre «sinvergijenzón». Eusebia Cosme, por ejemplo, ha demostrado que puede declamar «poesia negra» conmoviendo y haciendo llorar. El negro en Cuba, como ya hizo en Estados Unidos, puede subir a la escena para algo más que para hacer reír, para interpretar toda la gama de las emociones humanas en la infinidad de las peripecias de la vida. Esto dependerá mucho de los poetas nacionales, de que éstos escriban diálogos y luego realistas entremeses,
pasillos, comedias
y dramas
para
el teatro cubano. Primeramente con el mismo impulso con que un día se dedicaron, a veces por mera novelería, a dar «poesía negra» para la recitación popular; y luego, en definitiva, sin discriminación de colores, tomando los personajes negros, mulatos o blancos y bufos o serios, tales como se presentan en la vida del pueblo cubano, que a todos los comprende y entrelaza. En Cuba no habrá teatro nacional verdadero mientras sus protagonistas no sean los cubanos de toda laya, tales cuales son, así en la escena como
en la vida real.
Acaso aquí no sea inoportuno recordar que ha poco fue fundada en África bajo la dirección de eminentes musicólogos europeos, The African Music Society, para que no se pierda la riqueza artistica de los negros en su continente nativo. Somos extranjeros, ha dicho el principal de sus fundadores, que pretendemos elevar el negro artista hacia ese grado de conciencia de su propio valimiento que lo capacite para dar al mundo la riqueza de sus talentos artísticos [...] 10
José
Antonio
Portuondo:
Concepto
de
la
poesía,
México,
p.
54.
Fernando
Ortiz
/ 586
Con el tiempo no seremos los blancos sino los mismos negros los que deberán tomar la iniciativa y presentar los productos de sus mentes y espíritus en formas concretas y comprensibles, para que ellos puedan ser considerados como pueblos cultos, cuya música artística sea comparable a la del hemisferio norte [...] El hecho de que existan millares y millares de excelentes cantos, cuentos y bailes ejecutados por los negros de África, no es un elogio para los africanos modernos si éstos no tratan de hacer el esfuerzo de entender sus valores y elementos [...] Hoy día. añade
Tracey,
influidos
por
forasteros
en
arte,
los
afri-
canos están corriendo el positivo peligro de perder su tradición artística y su talento musical, entreteniéndose más en las imitaciones fáciles que en el cultivo y fructificación de sus ancestrales herencias. No hay muerte más silenciosa que la de una música olvidada.” Lamentaciones análogas hacen en su tierra los músicos yorubas de hoy. Los prejuicios de los colonizadores fuerzan a los nativos a despreciar su propia música y a adoptar la extranjera, que no expresa su verdadero espíritu.” En Cuba, por razón de nuestra evolución histórica, conset-
vamos todavía un rico acervo de folklore que debernos explotar para nuestro progreso artístico nacional, aunque muchos lo nieguen por ignorancia y por prejuicio apasionado, que no es en definitiva sino otra forma de la ignorancia. Si en África los blancos más civilizados creen conveniente trabajar por el rescate de los valores de la música negra para la estética universal y la revigorización del espiritu nacionalista de los nativos,
¿no
podríamos
pensar
como
ellos
en
cuanto
a
Cuba?
¿O habrá que esperar que también nos lo digan a nosotros los extranjeros? La espera no será mucha porque ya se oyen voces 131 132
Tracey (1949), p. 60. Ajibola (1948), p. 15.
587
/ Los bailes y el teatro de los negros en el folklore...
de afuera que nos avisan de nuestra incuria. En Cuba debiera haber desde hace años una «Sociedad de Música Afrocubana»
o, si eso espanta, una «Sociedad de Folklore Musical de Cuba»,
donde se estudiaran con criterio objetivo, científico y estético los elementos y valores creadores de nuestra música realmente folklórica, sin prejuicios ni picuismos. «Toda música folklórica es universal»
ha dicho
hace
poco
Sandar
cólogo de Budapest.'” con aparente paradoja. banos
por no perder
lo rico que tenemos
criollo y reyoyo como de universal interés.
Verres,
el musi-
Hagamos los cu-
en ese
tesoro
tan
El arte africano aún tiene su fuerza de levadura para nuevos fermentos. No se exagera cuando se dice que la música verdaderamente «clásica» llega a través de los siglos hasta el Renacimiento. Los músicos aún «creían que continuaban la antigúiedad».
En
el siglo xv,
en África
como
en
Europa,
aún
iban juntas por los caminos del arte la poesía y la música, fundidas en danza y canción, con los juglares del pueblo y del señorío, con los histriones del teatro y de la feria y con los sacerdotes del templo y la procesión. Así llegan los redescubrimientos de las Áfricas y las Américas, en los siglos XV y XVI, cuando se produce la gran revolución musical. Entonces la música africana ya estaba alli presente con sus tambores y marimbas, ritmos y cantos, bailes y pantomimas. ¿Cuál fue su influencia? Han pasado siglos. Estamos en otra revolución. Ahora no es tanto un renacer con revivencias del pasado, como un crecer con racionales perspectivas en el futuro. También la música está en revolución y es de pensar que el porvenir irá conduciendo a la compenetración de todos los valores musicales de los pueblos; a una progresiva panmixia de artes como de pigmentos y de culturas. Á una sinfonía de sentido universal, 13 of the
Sandar Verres: «Folk Music in Musical and General Education». International Folk Music Council, Vol. 1, 1949, p. 43.
Journal
Fernando
Ortiz / 588
como la que augurara el genio de Beethoven, de quien alguien dijo, por sus oscuras ascendencias, que fue algo mulato. A nuestro propósito, que fue sólo el de componer una introducción general al estudio de la música de los negros africanos, basten los datos y consideraciones que hemos expuesto en este libro y en el anterior, varias veces citado, para dejar sentada la existencia real entre aquellos de una música y de una poesía, de un arte sonoro original con positivos aportes humanos y estéticos, capaces de ser vertidos en el arte universal. Basten también para dejar anticipados algunos preliminares criterios etnográficos, históricos y sociales que han de ser útiles a los estudiosos de las expresiones artísticas más tipicas y folklóricas del pueblo de Cuha que quieran remontarse a sus fontanares negros. Pensamos que podremos dar en breve otros dos estudios que están en el telar, los cuales vendrán a ser continuación del presente. Uno referente a Los instrumentos de la música afrocubana y el otro acerca de La historia social de la música afrocubana. Cuando en su redacción tengamos que tratar algunas de sus peculiaridades o aspectos especiales, mos referiremos con más detenimiento a otros antecedentes africanos de nuestra música folklórica. cuya consideración aquí habría sido inoportuna y prematura.
BIBLIOGRAFÍA Adanson:
ALFABÉTICA
Histoire Naturelle
du
Sénégal,
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xvi
a xvi),
Revista
Universitaria,
No.
2,
ÍNDICE
Prólogo
/ 7
Prólogo.
por
Introducción
I. II. 11.
Alfonso
Reyes
/ 25
/29
La socialidad de la música Los bailes de los negros La
pantomima
entre
alfabética
/ 37
/ 167 los negros
IV. El teatro de los negros Bibliografía
africana
/ 589
/ 435
/ 267
AL
LECTOR
La Editorial le quedará muy agradecida si recibe de usted su
opinión
acerca
de esta obra, de
su presentación y diseño, así como de los títulos editados por esta
Colección.
Le
agradecerá
tam-
bién cualquier otra sugerencia. Muestra dirección es: Editorial Letras Cubanas, G No. 505,
El Vedado, Ciudad de La Habana.
A MÚSICA negra, conjuntamente con el canto, el baile y la mímica, es arte para algo socialmente trascendental.
Tiene una teleología, un propósito de función colectiva; una acción, no una
distracción. No es música de «diversión», al margen de la vida cotidiana; es precisamente una estética «versión» de toda la vida en sus momentos trascendentales. Música que no sólo dice, música que hace; para aviar a las gentes por el camino de la vida y no para
desviarlas
humanas.
de
sus
funciones
comunalmente