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Indice Prólogo – Cristina... el desierto Un partido para el cambio de modelo Igualdad no es igualitarismo A Jorge Lanata: No, Jorge. No es así. -Lo que le dijimos a la gente, allá en octubre...” Aerolíneas y el cinismo K Desacoplados Gatopardo metrosexual Condenados a languidecer El ojo de la tormenta Las calificadoras de riesgo, ¿también destituyentes? Hacia el reordenamiento político Ni se les ocurra Pagar deudas está bien ¿Vuelve el radicalismo? Terminen con ese engendro Alto cinismo en tres dimensiones Burbujas que se “derrumban” Lo que viene El gobierno y los “modelos” Calidad institucional El gran robo El irresistible atractivo de “transferir” El día después El mensaje radical Recuperar institucionalidad, crear instituciones Connotaciones Anuncio presidencial La renuncia de Cobos ¿Otra vez la Escribanía? Por Dios, señora, ¿en qué mundo vivía?... Frente a la tierra arrasada, consenso democrático El eclipse de la ley La socialdemocracia y el Falcon Estatizar el juego de azar Hilda Molina y Cristina Kirchner La alegría de Cristina -Éstos no son los gallegos. Éstos son Obama...” Por la gracia de Dios... Heladeras baratas Una constelación se oculta. Otras asoman.
Garrido y la banalización del mal
A manera de prólogo Cristina... el desierto Al momento de escribir estas líneas, más de un año lleva ya la gestión de Cristina Fernández de Kirchner al frente del gobierno nacional. La anterior recopilación, correspondiente a los primeros seis meses de su gestión, fue realizada al culminar el conflicto desatado en marzo de 2008 y que se prolongó por varios meses a raíz de la pretensión de la administración peronista por ella encabezada de fijar un techo a la rentabilidad de los productores agropecuarios en cifras que oscilaban entre el 5 y el 10 % de su ganancia real -el resto, pasaría a ser confiscado y administrado por el gobierno nacional a través del mecanismo de las “retenciones móviles”-. La conmoción social que provocó esta iniciativa, justificada en argumentos puramente ideológicos, generó el derrumbe en el apoyo popular a la gestión presidencial. Del 60 % de apoyo que exibía antes de comenzar el conflicto, retrocedió hasta el 20 % al finalizar, estabilizándose en poco más de esa cifra a partir de agosto del año 2008. El gobierno no logró recuperar la templanza ni atinó a corregir una visión tan aislada de la realidad nacional. Por el contrario, prefirió caminar en el desierto y profundizó ese enfoque, decidiendo una nueva medida confiscatoria consistente en la apropiación de los ahorros previsionales privados. Nueve millones de ahorristas previsionales sufrieron esta confiscación, con repercusión inexorable en sus patrimonios y futuras pasividades. Virtualmente fueron condenados a la jubilación mínima todos quienes habían aportado, con el respaldo de la ley vigente, para mejorar su situación al momento de jubilarse. En este caso, fue acompañado por una mayoría legislativa que incluyó no sólo al bloque peronista, sino insólitamente a legisladores que habían llegado a sus bancas en la boleta sábana de la Coalición Cívica -liderada por Elisa Carrió, fuerte opositora a la medida- y por la bancada socialista, en una inexplicable actitud que fue vista por analistas políticos y periodistas del momento como la contrapartida -no confirmadas por los hechos- de fondos públicos que la administración kirchnerista entregaría a la provincia de Santa Fe para la realización de obras, pero dejando un baldón de muy difícil reversión para la imagen del otrora incorruptible Partido Socialista. El mundo, mientras tanto, ingresaba en la aceleración de la crisis global que ya se inisinuaba en meses anteriores. El resultado con más fuerte incidencia para el país de esta aceleración fue el derrumbe del precio de los productos de exportación agropecuarios, prácticamente a la mitad. La bonanza externa que había permitido la dinamización de la economía argentina entre 2003 y 2007, finalizó abruptamente. El superávit
comercial comenzó su abrupta caída, al igual que el superávit fiscal, mientras comenzó a crecer el desempleo y a paralizarse la economía. Si en agosto del 2008 decíamos que en las condiciones en que había terminado el conflicto entre el gobierno nacional y los productores agropecuarios hacía sentir que faltaban tres siglos y medio para el fin del gobierno de Cristina Kirchner, al comenzar su primer año de gestión está muy claro que, sea cual fuere su duración, no habrá hecho nada por cambiar el rumbo de la decadencia nacional, centrada en el deterioro de su educación, el desmantelamiento de la defensa, la bastardización del parlamento, la subordinación de la justicia al poder, la desaparición del federalismo, el crecimiento de la pobreza y la miseria, el aislamiento internacional, una patética desjerarquización del poder convertido en una asociación ilícita para beneficios personales y el pretendido lucimiento internacional de la presidenta, sin límites de recato, buen gusto o austeridad republicana. Poco bueno queda -si algo hubiera-, y por el contrario se incrementaron los vicios más condenables de la política argentina, asentados en una estructura groseramente clientelar, prebendaria y corrupta propia del populismo más crudo. La Argentina dejó de ser vista por la opinión pública mundial como el país de San Martín y de Sarmiento. Abandonó los lauros ancestrales de la patria de la república y la educación. Convertida en el hazmerreír de la comunidad internacional y los propios vecinos, ha llegado a ser objeto de burla entre sus propios ciudadanos. “Cristina... el desierto” es un aporte a la crónica, una ayuda a la memoria, una protesta angustiada contra una realidad impropia de nuestros próceres y un llamado a la reacción para llegar al segundo centenario con una perspectiva diferente. No se busque en este trabajo objetividad, porque no la hay. Tampoco hay mentiras. Sí existe el propósito de exponer una visión del país compartida por muchos argentinos que sienten la patria en sus entrañas y aún se indignan al percibir cómo en un país dotado como el nuestro en bienes materiales y en gente de altas calidades, mueren de hambre veinte niños por día en “el mejor período económico de nuestra historia” (Cristina “dixit”). Buenos Aires, marzo de 2009 Indice
Un partido para el cambio de modelo Las repetidas alusiones de la presidenta sobre las diferencias entre su “modelo” y el que presumiblemente defendería el campo la han llevado a insistir, en los últimos tiempos, en una nueva cantinela que comienza a ser reiterativa: la de instarlos a formar un partido político con ese fin. El razonamiento de la señora presidenta, sin embargo, enfoca la cuestión en forma equivocada. No se ha leído en ningún reclamo del campo un pedido de “cambio de modelo”, si por tal entendemos el establecido por las normas constitucionales que nos rigen. Y por el contrario, la sospecha más grande es que, quien quiere un cambio de “modelo” sin tener legitimidad para hacerlo, es la propia presidenta. “¿Cómo es eso?!, increparía seguramente ella de inmediato. “¡si nosotros ganamos las elecciones!...” Exacto. Ganaron las elecciones. Eso significa que compitieron por la administración del país en el marco establecido por la Constitución y las leyes. En su propuesta electoral en ningún momento reclamaron un “cambio de modelo”, y al asumir, juró “por Dios, la Patria y ante los Santos Evangelios” respetar y hacer respetar sus normas. Entre esas normas, existe una que establece el procedimiento para su propia reforma: ella debe conocerlas, no sólo porque es abogada sino porque fue integrante de la Convención Reformadora de 1994. Volvamos al razonamiento: la resolución de las retenciones, que tanto ruido ha hecho en los últimos tiempos, no tiene fundamento constitucional, es decir, fue dictada al margen del “modelo” de la Constitución. Esto, al parecer, no le interesa demasiado a muchos legisladores, ni siquiera a muchos gobernadores. Sin embargo, no forma parte de un acuerdo que deba gestarse entre los funcionarios, cualquiera sea su lugar en el organigrama público, porque no se trata de distribución de competencias entre ellos sino algo más trascendente: afecta al contrato fundamental entre el poder y los ciudadanos. En nuestro sistema político, la base del poder es cada ciudadano. Todos los argentinos que ostenten esta categoría, en conjunto, forman “el pueblo”. Ese “pueblo”, por su ley fundamental, delega parcelas de su libertad originaria –“todos los hombres nacen libres e iguales...”- en el poder, bajo las condiciones que se establecen en la Constitución. Todas sus demás potestades y derechos quedan reservados por sus titulares originarios –los ciudadanos, como células básicas, y el “pueblo”, como entidad política que los abarca a todos-, por el artículo 32 de la Constitución. Si el poder avanza sobre los derechos de los ciudadanos, se rompe el contrato constitucional, se rompe el “modelo”, como le gustaría decir a la señora presidenta.
Los hombres de campo –y quienes los han acompañado en sus reclamos en estos meses- no están pidiendo que se cambie ese modelo. Por el contrario, su reclamo ha sido muy claro: quieren que se lo respete. Y, al contrario, quien ha pretendido cambiar el “modelo” sin tener facultades legítimas para hacerlo, es la propia señora presidenta, a quien cabría reclamarle que, si realmente quiere cambiar el modelo vigente, que presente el proyecto de reforma constitucional estableciendo otras bases, las que integran su propuesta. Podrá así, por ejemplo, proponer reformas que anulen la prohibición de la confiscatoriedad, pongan mayores límites al derecho de propiedad, reduzcan las facultades del Congreso y las transfirieran al Ejecutivo, dispongan que los Jueces no tienen independencia ni estabilidad cuando pierden la confianza del poder, limiten la libertad de prensa, concentren la capacidad de disposición de recursos en el poder ejecutivo nacional con el correlativo vaciamiento del federalismo, y hasta deroguen la imputabilidad de los funcionarios en casos corrupción, entre otras cosas. Si los ciudadanos –y el “pueblo”- votan esas reformas, la señora presidenta tendrá legitimidad para seguir haciendo lo que hace, y –entonces sí- los hombres del campo y quienes los acompañan deberían formar una fuerza política para volver al “modelo” cuya vigencia efectiva hoy reclaman. Porque el que está vigente por la Constitución, no es el que se está aplicando por la presidenta. No es, entonces, el campo, el que tiene hoy que formar un partido para cambiar un modelo con el que está conforme. Es la presidenta, que pretende cambiar ese “modelo” sin tener facultades para hacerlo, la que en todo caso debe hacerlo. Entonces, señora presidenta: si quiere cambiar su modelo, pues forme usted un partido político, o utilice el que ya tiene, proponga su proyecto al Congreso, y si obtiene los 2/3 de cada Cámara, convoque a una Convención Constituyente para hacerlo. Si no, limítese a lo que son sus facultades. Gobierne según las normas de la ley. Y respete a los ciudadanos, que son sus mandantes y no sus súbditos, cuando éstos, en legítima defensa de sus derechos, le piden – aún teniendo derecho a exigirlo- que cumpla usted con la Constitución que juró respetar.
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-Igualdad no es igualitarismo... “Igualdad no es igualitarismo. Éste, en última instancia, es también una forma de explotación: la del buen trabajador por el que no lo es, o pero aún, por el vago”. ¿Quién puede ser el autor de esta frase? ¿algún dirigente ruralista cercano a la “oligarquía”? ¿algún político “neoliberal”, alejado de los intereses “nacionales y populares”? ¿algún “ricachón” al que no le interesa la “redistribución del ingreso”? Sorpréndase: lo acaba de proclamar Raúl Castro, presidente de Cuba, al anunciar el incremento de la edad de jubilación en cinco años (a los 65 años, en lugar de 60) y el comienzo de una etapa “realista” que elimine los subsidios excesivos y sea económicamente sostenible. De ahí a caer en la excomunión por el santuario progresista hay apenas un paso. No sería de sorprender que en pocos días más, la inefable Hebe –la de las docenas de cheques sin fondos que no investiga ningún fiscal- nos sorprenda con su descalificación total al líder cubano, que se ha atrevido a tener un intervalo lúcido de sentido común. Es probable que lo acuse de “vendido al oro del imperio”. Desde estas columnas, hace un par de meses, expresábamos un concepto similar, al separar claramente al socialismo del populismo. Y es oportuno, ante la violenta intención de apropiación del trabajo y la propiedad ajena en la que está empeñado el kirchnerismo, volver sobre el tema. Populismo no es lo mismo que socialismo. Este último, subproducto potente de la modernidad, supone la creciente socialización de los medios de producción. En ese proceso y mientras ello no ocurra, la “plusvalía”, riqueza que –en la cosmogonía marxista- el trabajador genera para el capitalista, es limitada por leyes comerciales, sociales, salariales e impositivas originadas muchas veces en reclamos socialistas en el marco del estado de derecho, apoyado en la soberanía popular por los procedimientos y límites acordados en la Constitución. De esta forma, la naturaleza “expoliadora” del capitalista vuelve a revertirse hacia quienes generan esa riqueza con su trabajo. Es el mecanismo virtuoso que, por encima de las sofistificaciones ideológicas, han adoptado las sociedades democráticas, y más profundamente las capitalistas exitosas, generando un entramado de formas mixtas de propiedad que incluyen en muchos casos la copropiedad accionaria por los propios trabajadores. El populismo, por el contrario, no asume la responsabilidad de generar riqueza, sino que recurre a la más directa forma medioeval de la apropiación lisa y llana de la riqueza ajena. No es moderno, es premoderno. No le interesa crear bienes y servicios, sino apropiarse de los generados por otros. La ética del socialismo es la libertad y la justicia. La
ética del populismo es la del relativimo moral. Los socialistas son revolucionarios, y en tanto tales, reivindican el dialéctico avance de la humanidad, en escalones sucesivos, hacia un mundo más perfecto. Los populistas son esencialmente rapaces (algunos dirían directamente ladrones) y no reivindican ningún avance social coherente que trascienda el momento. Los socialistas apoyan su construcción teórica en el trabajo creador, acción suprema de la dignidad humana. Los populistas, en su rapiña para financiar el ocio, la conformacion de fuerzas de choque o la construcción de un poder clientelar sin virtudes democráticas. O –como lo sugiere Raúl Castro- en explotar a los que efectivamente trabajan. El capitalismo y el socialismo conviven en la modernidad, que les provee de instrumentos de mediación para procesar sus conflictos y acordar equilibrios transitorios, siempre dinámicos. El populismo, por el contrario, odia a la modernidad, a la limitación al puro poder que implica respetar las leyes, la igualdad de todos ante el orden jurídico, la división de los poderes, la libertad de expresión, de conciencia y de prensa, y la opinión diferente. Por eso los socialistas más lúcidos apoyan la lucha del campo, generador de riqueza social, de fuentes de trabajo y de progreso económico que beneficia a todos, mientras que los populistas adoptan la rapaz intención kirchnerista de manotear groseramente los ingresos ajenos sin importarle las consecuencias. No existe ninguna contradicción en el apoyo de Castells y Toti Flores al reclamo del campo, y en el alineamiento desmatizado de los funcionarios D’Elía, Pérsico y Cevallos con la rapiña “K”. La modernidad no admite faltarle el respeto al ciudadano, que es su creación intelectual y su razón de ser. Para el populismo, el ciudadano es una entelequia molesta para lograr su cometido, una creación extranjerizante que con gusto desterraría hasta del lenguaje. Por eso la mayoría “ciudadana” apoya al campo, y la minoría populista se indigna con su resistencia a entregarles tranquilament el “botín”. En el fondo del drama argentino está la impregnación populista de su discurso y su praxis política. Los “K”, con sus incoherencias discursivas y angurria desbordada han llegado a un nivel orgiástico, aunque no sean los únicos. Se apoyan en un sistema de creencias conspirativas, análisis rudimentarios, maniqueísmos arcaicos, complejos de inferioridad y predisposición a la violencia –normalmente verbal, aunque en ocasiones con dramáticas consecuencias, como los golpes de Estado, las policías bravas, la masacre de Ezeiza, los atentados terroristas de los 70 y la represión ilegal que los siguió- de alcance más general, que ha impedido la entrada de la Argentina al mundo moderno. Sin embargo, estos meses han hecho avanzar la conciencia de la sociedad sobre sus derechos, los límites del poder, la autonomía de los ciudadanos y la defensa de sus libertades más que cualquier otro momento desde la recuperación democrática. Por eso cabe el optimismo.
La Argentina que viene, terminada la pesadilla “K”, será –en gran medida, gracias al campo-, democrática y solidaria, respetuosa de la ley y homologable ante el mundo, preocupada de sus problemas e inequidades y alejada de los discursos grandilocuentes –pero vacíos- pronunciados en tono admonitorio con el dedito levantado. Será la Argentina moderna del crecimiento económico, la integración al mundo, el progreso social y el avance tecnológico. Pero por sobre todo, será la Argentina que habrá retomado la base moral de su ley fundamental: la igualdad ante la ley, para la que nadie vale más que nadie. Aunque grite fuerte, amenace periodistas, siembre miedo o convoque a la violencia. Indice
A Jorge Lanata No, Jorge. No es así. En tu columna de Crítica del miércoles 16, en una nota titulada “El país de Bombita Rodríguez”, reclamás con insistencia sobre la escasa importancia del debate sobre el campo, que en forma simpática, quizás para distender su dramatismo, caracterizaron en tu diario, desde que comenzó, como “La guerra gaucha”. En la nota mencionada, palabras más palabras menos, afirmás que no se puede convertir la discusión por una alícuota en una guerra a muerte. Y ponés varios ejemplos –sería redundante repetirlos- sobre lo que, a tu juicio, serían verdaderos temas importantes. Adelanto que coincido con toda la línea argumental de la nota, que muestra la irracionalidad del discurso oficial en estos meses. Sin embargo, el “issue” de la guerra gaucha no es un tema menor, sino que, por primera vez en décadas –o al menos, por primera vez desde la democracia- implica cuestionar quién tiene el derecho de disponer del fruto de su trabajo, si su dueño o el sistema político. Nada me gustaría más que coincidir con restarle dramatismo al tema, pero es imposible. La decisión del gobierno y de la mayoría parlamentaria de aplicar un impuesto que equivale en algunos casos a más del 100 % de la ganancia de una explotación rural –vale decir, para pagarlo no alcanza con la totalidad de la cosecha, sino que hay que vender capital- coloca a la decisión en un guiness internacional (en Estados Unidos e Italia, los países con mayores tasas de imposición a las ganancias, el límite es el 40 %). La decisión no es una simple fijación de alícuota: es cambiar el sistema legal y económico que constitucionalmente rige en el país, pasando por encima de normas constitucionales a las que todos, gobierno y gobernados, deben atarse. No es válido reclamar respeto al gobierno representativo porque fue elegido en elecciones –cuyo valor constitucional es implícito- y a la vez reconocerle a ese gobierno la facultad de pasar por encima de los derechos constitucionales de las personas. A partir de esta decisión política del Poder Ejecutivo y la mayoría parlamentaria, en el país han comenzado los saqueos. En este caso, los comenzó el gobierno. Las consecuencias, como en todos los casos históricos de rebeliones fiscales, se prolongarán en el tiempo por encima de los razonamientos e invocaciones ideológicas. Y las sufriremos todos. No se trata de una simple abstracción, una elaboración intelectual más o menos progresista, o una inocua medida de gobierno. Reconocer pacíficamente que el poder del Estado tiene facultades para disponer de los recursos de las personas en una extensión mayor que lo permitido en la Constitución implica terminar con todos los límites a ese poder. Más allá de
que para algunos esté éticamente justificado o no, lo cierto es que no está jurídicamente justificado. Para cambiar esta realidad, hay que cambiar la Constitución. O resignarse a que sea definitivamente una letra muerta, que si lo es en esto puede serlo luego en cualquier otro campo, como desgraciadamente lo está siendo en la independencia de la justicia, en la absoluta y limpia libertad de prensa y en la distribución de las rentas públicas entre la Nación y las provincias. El gobierno puede “ganar” o “perder” en el Senado. Para la estabilidad de la democracia y del propio gobierno, quizás el mejor un resultado sea una “derrota” y que en veinte días nadie se acuerde del tema. Con el “triunfo” abriría una herida que lo desangrará hasta el fin de su mandato. Y al país, con ellos. Ya han provocado que se pierda este año – que promedia su almanaque-, con una reducción sustancial de la siembra de trigo. Es posible que el desaliento a la siembra que conlleva la medida conduzca a que se reduzca también la siembra de soja. Ya no hay rentabilidad en carne, ni en aves, ni en leche. Está bien: son apenas chacareros. Te recuerdo, sin embargo, que todo lo que está “arriba” de esa producción primaria, en este original modelo “productivo”, necesita una fuerte producción agraria para subsidiar las ineficiencias y retrasos del resto. Además de su esencial ilegalidad, la consecuencia de esta batalla de “la guerra gaucha” puede dejar a toda la economía nacional nada menos que sin sus cimientos. No será nada gracioso, ni menor. En fin. El gobierno ha resuelto que no sigamos el camino no ya de Australia y Canadá, sino ni siquiera de Brasil, en el que el único gobierno de un partido obrero en el continente está a punto de lograr su incorporación en la alta gerencia mundial, con una política exactamente inversa a la nuestra. No sólo será el inalcanzable quíntuple campeón mundial: ahora será también el granero del mundo. Una última enmienda: el hotel de Calafate no cuesta quinientos dólares la noche sino Mil trescientos la “doble”. Para obtener un ingreso bruto equivalente al de una habitación del hotel de Cristina en seis meses, un chacarero debería obtener una cosecha exitosa, con los rindes promedios de Entre Rios, de Ciento veinte hectáreas de soja. Con una diferencia: a ella le quedarán en la mano los Trescientos sesenta mil pesos obtenidos por rentar esa habitación. El chacarero, por el contrario, tendrá que entregar toda su cosecha, y quizás vender la camioneta o el arado para abonar la deuda que le quedó con el Banco, la Cooperativa o el contratista. No es un tema menor. Indice
-Lo que le dijimos a la gente, allá en octubre...” ¿Quién no recuerda el magnífico corto televisivo en el que la fórmula “Cristina-Cobos” proponía al país unir la historia de sus grandes próceres, recordar en conjunto a los de todos los partidos, incluir a todo el país con sus regiones y su gente? ¿Qué le decía al país “allá en octubre” el mensaje electoral de una fórmula integrada por la esposa del entonces presidente, con un gobernador radical de reconocida experiencia de gestión modernizadora? La respuesta es obvia. Se le proponía superar el pasado, pasar por encima de sus divisiones y poner la mirada en lo que viene. Muchos no adherimos a esa propuesta, quizás porque las prevenciones que generaba la constante violación constitucional del presidente de entonces no nos permitía abrir el espíritu para creer en un cambio tan rotundo. Otros sí lo creyeron, y los votaron. ¿Qué pasó, al contrario, “allá por mayo”? El ex presidente decidió volver a lo peor del peronismo. Refugiarse en sus burocracias patoteriles. Olvidar el mensaje electoral. Reproducir el enfrentamiento de seis décadas anteriores. Recrear la violencia verbal y hasta físico. La presidenta siguió esa línea, con varios discursos sucesivos, contradictorios pero intolerantes. El “acuerdo transversal” a que había convocado, indudablemente se rompió. Y no fue precisamente Cobos el que tomó esa decisión. Por el contrario, no sólo los opositores sino los peronistas más modernos, con experiencia de gobierno, lo habían precedido en esa distancia. Presidenta: le guste o no, el Vicepresidente ha sido más leal al mensaje electoral que llevó al triunfo a su fórmula, que usted. No ha sido Cobos el que cambió. Fue la otra parte del “acuerdo”. La sensación de paz que transmitió su decisión a millones de argentinos, transformando milagrosamente la angustia en esperanza, merece destacarse como uno de los grandes gestos políticos de la historia democrática. Y para los que no los votamos, ha tenido la virtud de reforzarnos en nuestra convicción en las virtudes de la democracia. Indice
Aerolíneas y el cinismo K Novecientos millones de dólares de incremento de la deuda externa costará la re-estatización de la empresa aérea, cuyos servicios utilizan principalmente personas de buenos ingesos, de clase media alta y acomodada. Mucho más de lo costaría lograr que millones de personas que utilizan diariamente las líneas San Martín y Sarmiento viajen ... simplemente como personas, en lugar de hacerlo en condiciones peores que las vacas y novillos remitidos a Liniers para su venta. Luego de tres meses de iracundias encendidas ante la resistencia de los productores a entregarles el botín agropecuario, los “K” se lanzan a su nueva aventura: incrementar la deuda externa en casi mil millones de dólares para mantener la ficción de una “línea de bandera” que ya no poseen ni Estados Unidos, ni Brasil, ni España, ni muchos países con menos problemas económicos y necesidades que la Argentina. Decir falta de criterio es poco: irresponsabilidad, por la que debieran responder en el futuro con sus propios patrimonios. Seguramente invocarán los “patrióticos” designios de tener aviones pintados celeste y blanco, como si los juegos cromáticos fueran más importantes que las miserables condiciones de vida de millones de personas. Dirigencias sindicales burocratizadas y enriquecidas encontrarán otro espacio de negocios y suculentos sueldos en alguna segura “codirección” para la que no han hecho otro mérito que forzar en acción conjunta con el gobierno kirchnerista el quebranto de la empresa hasta ahora gestora, atenazándola entre la anarquía generada por los paros sorpresivos y el asfixiante congelamiento tarifario. Los que viajan en avión tendrán pasajes subsidiados con las retenciones cobradas a los chacareros. Los trenes... seguirán igual. Como los subtes y los colectivos, mostrando el cinismo que esconde la “redistribución del ingreso” kircnerista, bandera demagógica cuya constante es castigar a los pobres y favorecer la situación de los menos necesitados. Como el precio del gas, en el que una familia obrera que usa garrafa debe abonar entre 50 y 100 pesos por mes, frente a los 16 que paga un piso en Recoleta, o Barrio Norte; o la electricidad, con la que los hogares populares apenas pueden prender un par de lamparitas y es virtualmente regalada para los sectores acomodados. Aerolíneas antes que trenes. Desprecio a los pobres. Tren bala, antes que subtes. Esa es la línea populista del modelo kirchnerista, gritada voz en cuello por el gran charlatán por unos días silenciado en su exilio dorado del Calafate, que ahora sumará a su listado de empresas petroleras, capitalista del juego y socio oculto en obras públicas, el nuevo negocio aéreo. Por supuesto, con dinero que no pone él, sino el Estado. O sea, los chacareros y productores con las retenciones, todos los argentinos con el IVA, los
jubilados con sus créditos que no se pagan, y quienes confiaron en el Estado argentino para prestarle, estafados una vez más por la manipulación del INDEC. Cuesta admitir que esta locura -incrementar en 900 millones de dólares una deuda externa que ya llega al paroxismo- pase la aprobación del Congreso. Una vez más, deberán ser los legisladores quienes frenen la irresponsabilidad pensando en el interés general. Confiemos en que la revalorización del Congreso lograda por la masiva movilización popular traiga una vez más racionalidad a las deciciones públicas. Indice
Desacoplados... Quienes llevamos a cuestas varias décadas de vida hemos escuchado reiteradamente la añoranza de los tiempos en los que el mundo necesitaba un granero que le diera alimentos y la Argentina lo tenía, las buenas épocas de la ocupación del territorio, la llegada de los inmigrantes y el gran salto de nuestro país desde ser poco más que un desierto despoblado, a uno de los de mayor crecimiento en el planeta. Y siempre el cuento terminaba con la década del 30, cuando el mundo comenzó a abastecerse solo, dejó de necesitarnos y nos obligó a la triste tarea de enfrentarnos cara a cara con nuestro destino. Ahí comenzó la decadencia... y nuestros altibajos. Los números –descarnados- nos dicen que, en valores constantes, el ingreso por habitante de las primeras tres década del siglo XX es el mismo que el del primer lustro del siglo XXI, a tal punto nos golpeó que “el mundo” dejara de necesitarnos. Sólo el feliz interregno de Frondizi abrió una esperanza de cambio a tono con la época, que por esos años puso de moda la industrialización como camino al bienestar. De cualquier forma, el espasmo duró poco, hasta 1966, con el derrocamiento a Illia producido por mandos militares antiperonistas coaligados con sindicalistas peronistas vestidos al efecto de saco y corbata. Ahí volvimos a las andanzas, hasta que se cerró el círculo con la crisis de cambio de siglo, en que volvimos a la riqueza del comienzo. Mientras tanto, en estas siete décadas, el ingreso por habitante de los chilenos de multiplicó por dos, el de los brasileños por cuatro, el de los franceses y españoles por seis, el de los ingleses por siete, el de los australianos por ocho y el de los norteamericanos por doce. La riqueza de cada argentino promedio, que en la década del 20 equivalía al 75 por ciento de la que disfrutaban los habitantes de los los países más desarrollados del mundo, hoy apenas alcanza al 10 %. Y por acá seguimos añorando –y citando en los discursos altisonantes de todo el abanico político- las buenas épocas de la Argentina exitosa, que creció sobre la base de su producción de alimentos. Fue un buen tiempo. Aunque a nuestra presidenta le quede la impresión –ya que sería atrevido decir “conocimiento”- de que la gente “se moría de hambre”, ninguna cifra de esos años llegó al grado de miseria que muestra nuestro país hoy, en pleno “reverdecer productivo” duhaldekirchnerista. Ni siquiera los conventillos más sórdidos de La Boca o Barracas llegaban a la degradación que muestran hoy las villas kirchneristas del conurbano o la propia Capital Federal, totalmente olvidadas de toda preocupación del Estado (“inclusivo”, “popular”) por la educación de sus chicos, el cuidado de sus ancianos y las fuentes de ocupación para su población activa.
Pero la historia tiene sus vueltas. Después de pasar la locomotora del mundo por la industria bélica en los 50, por la producción automotriz en los 60, por los servicios en los 70 y 80 y últimamente por las tecnologías de la información a partir de los 90, nuevamente vuelve a ubicarse en el riel de los alimentos, abriendo de nuevo una posibilidad cerrada hace setenta años. Con un agregado: los alimentos de hoy ya no requieren trabajo embrutecedor, de sol a sol arrastrando el arado mancera en mañanas congelantes, o sobre rudimentarias cosechadoras tiradas a caballo bajo el sol abrasador. Hoy los alimentos son tecnología de vanguardia, biotecnología, maquinarias computarizadas, cultivos planificados hasta el detalle, cosechadoras conducidas a distancia con sistemas de posicionamiento global (GPS) y avanzadas técnicas de labranza para disminuir los riesgos del deterioro del suelo. Son pueblos dinámicos, agroindustria, laboratorios, ocupación del territorio, prosperidad. ¡Qué mejor noticia para la Argentina, la de saber que de nuevo puede subir en el tren de la historia! Pero no. El Poder Ejecutivo y la mayoría parlamentaria que le es adicta ha resuelto que el país debe “desacoplarse”. Y decide soltar el vagón del tren que pasa por nuestra estación, eligiendo persistir en la triste mediocridad de la decadente grisitud. Por supuesto, el mundo no nos espera. Seguirá su marcha. Y por estos pagos, mediocres discursos impostados seguirán añorando la época del “granero del mundo”, invocando la mirada hacia el ayer, mientras los demás –no sólo desde lejos, apenas cruzando el río Uruguay, la Cordillera o el Iguazú- se suman con optimismo y pujanza a la traccionante economía global. Hay, por supuesto, compatriotas con la mirada límpida y vocación de pioneros. El campo nos ha dado una muestra y la solidaridad recogida en las ciudades nos alienta con millones de argentinos que quieren la posibilidad de labrarse una vida próspera, en paz, apoyada en su esfuerzo, tranquilos de cualquier robo vergonzoso como el que el oficialismo ha resuelto cometer contra los productores apropiándose, sin aportar nada, de entre el 80 y el 100 % de su rentabilidad. Compatriotas que ven el mundo sin complejos y aceptan su desafío, se preparan y emprenden con decisión la lucha por la vida. En algún momento triunfarán, porque la historia está jugando a su favor. Mientras tanto, es importante que mantengan en un rinconcito de su corazón, la llama de la esperanza. Ningún mal es eterno. El kirchnerismo tampoco, aunque lo apañe la mayoría del peronismo. Ya comenzó su decadencia. En poco tiempo, será simplemente una pesadilla más del pasado, a la que todos querremos olvidar lo más rápido posible. No estaremos más “desacoplados”. Nos volveremos a “acoplar” al mundo que está construyendo la ciudad del futuro con la más formidable
revolución científica y técnica de la historia de la humanidad, apoyados en nuestros principios de siempre. Los ejes convocantes no nos resultarán extraños. Frente al desquicio institucional, “constituir la unión nacional”. Frente a los enfrentamientos trasnochados impulsados por el kirchnerismo, con las patotas de D’Elía y los gritos destemplados del Nerón criollo, “consolidar la paz interior”. Frente al desmantelamiento de nuestra defensa invocando una historia falsaria, “proveer a la defensa común”. Frente a la grosera manipulación de la justicia, el Consejo de la Magistratura amañado y las presiones a los jueces, “afianzar la justicia”, Frente al desvergonzado clientelismo y la pobreza creciente y lascerante de cerca de diez millones de compatriotas, “promover el bienestar general”. Y frente a las presiones a empresarios, políticos, periodistas, empleados, trabajadores, militares y dirigentes sociales, “asegurar los beneficios de la libertad”. Agregando que, en un momento en que el mundo sigue levantando barreras que excluyen, seguimos manteniendo bien en alto la convocatoria de siempre, invitando a compartir nuestra aventura de futuro a “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Ya falta poco. No perdamos la esperanza. Indice
Gatopardo metrosexual Los argentinos nos autoconvencimos que era posible un cambio de rumbo en la gestión nacional luego de la derrota épica sufrida por el kircherismo en manos del campo, que aún frente a la incredulidad de muchos, le impidió convertir en un botín el fruto de su trabajo y logró evitar el gran despojo. Era lógico. No sólo los productores sino la inmensa mayoría de la población –que apoyó eufórica el voto del Vicepresidente Cobos- no podía suponer que un gobierno nacido con respaldo popular y escasa oposición pudiera continuar en una senda que lo llevó a derrumbarse en la expectativa pública desde más del 50 % a apenas un respaldo de mísera subsistencia en apenas seis meses. Hasta quienes miran la política con ojos de aficcionado imaginaban un golpe de inteligencia que, tomando nota de la derrota, se pusiera al frente del cambio de rumbo reconstruyendo el capital político licuado. Porque el país –no sólo la presidenta- necesitaba y necesita eso. Sin embargo, comenzó a desarrollarse no ya la sátira, sino el sainete. El discurso del Chaco, el antológico decreto que dispuso la “limitación” de la resolución 125, la infantil amenaza con la renuncia de la presidenta, los rumores de malos tratos físicos en la pareja presidencial que habrían descolocado a la propia Edecán, la convocatoria a los legisladores “del sí” –ni siquiera a todos los oficialistas- para arengarlos en la negación de la realidad (“no hemos sido derrotados”), la aparición en un acto público con su esposo a quien hizo objeto de una ponderación sobreactuada y la esotérica decisión de estatizar una empresa que la propia administración “K” forzó a la quiebra incrementando la deuda pública en 890 millones de dólares, son hitos escatológicos que ni siquiera pudieron ser tolerados por el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien sin dudas era el único integrante del microclima presidencial que podía leer correctamente la realidad. Esa renuncia precipitó las decisiones y permitió avizorar con más claridad la reacción del kirchnerismo residual. Giuseppe Tomassi, príncipe de Lampedusa, en su inmortal y única novela “El Gatopardo” describe con genialidad esta táctica política de todas las épocas cuando llegan fuertes demandas de cambio. En la obra, el tradicional aristócrata siciliano Fabrizio Corbera recibe el ofrecimiento de ser Senador de la nueva Italia, conmovida por la gesta garibaldina que culmina con la unidad peninsular. Consciente de los nuevos aires políticos y de su fuerte vinculación con el régimen que desaparece, declina la oferta pronunciando su histórica sentencia: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”. Y llegó Mazza.
Flanqueado por los innombrables. Expresando que no ha tenido tiempo de analizar el proyecto de ley de radiodifusión, pero anunciando – como primer acto de su gestión- la estrambótica estatización de Aerolíneas. Pero además, a seis meses de haber sido elegido por su pueblo para la gestión local de uno de los municipios más prósperos del conurbano – obra de la gestión de su antecesor-, en lugar de tomar la correcta decisión de renunciar y convocar a elecciones municipales por haber sido llamado a ocupar el segundo lugar en importancia en la Aministración Nacional luego del Presidente de la Nación, pide licencia y hace designar a su esposa como funcionaria ... ¡del equipo de su sucesor! Difícilmente puedan encontrarse en sólo una semana tal sucesión de dislates. Algo debe cambiar ... Los nuevos tiempos, de argentinos hartados del conflicto, parecen reclamar un metrosexual aséptico en lugar de un gladiador acorazado. Pero hasta ahí llega. Para que nada cambie... sino que se reafirme una concepción del poder que sigue creyendo que, por haber ganado una elección se poseen facultades para gobernar por encima de la propia Constitución Nacional. Y que desde el poder se puede mantener la actitud de desprecio a la ciudadanía olvidando que es la base y justificación última de la existencia y legitimidad del poder. Indice
Condenados a languidecer... “No se cambiará ni una coma”. Tal la declaración del entonces Jefe de Gabinete de Ministros (¿recuerdan?), repitiendo la frase del ex presidente, cuando la resolución 125 que imponía las retenciones móviles fue remitida al Congreso para su ratificación. La frase pudo ser dictada por la soberbia –como lo entendió el paíso por la sincera convicción de que, contando el oficialismo no sólo con mayoría y quórum propio de ambas Cámaras sino con casi los 2/3 del cuerpo en una de ellas, era impensable que hubiera dificultad alguna en el trámite legislativo, al que imaginaron como eso: un mero trámite. Producida la derrota estrepitosa a raíz del desgranamiento persistente de propios y aliados y el final desempate del Vicepresidente en contra de la ratificación, los analistas políticos –y los argentinos comunes- supusieron que la gestión kirchnerista y específicamente la presidenta aprovecharían la situación para rectificar un rumbo que condujo al país a un enfrentamiento como no se veía desde hacía décadas, y además consolidaba la tendencia a la grisitud persistente, continuando la decadencia estructural que comenzó en 1930. No era dificil el diagnóstico. A raíz de la obsesión presidencial se dividió el bloque oficialista en la Cámara de Diputados, se reforzó el atractivo del rival bonaerense como catalizador de desconformidades internas en el peronismo, se desperdició en seis meses todo el entusiasmo que generan los nuevos mandatos, se provocó la mayor imagen negativa presidencial de la historia en un período inicial, se generaron los actos más importantes de la vida democrática argentina en contra de un presidente en ejercicio en toda la historia nacional con más de un cuarto de millón de personas cada uno en las ciudades más importantes del país, se estancó la economía, se paralizó la producción de la pampa húmeda, zona económica más dinámica, se perdió una votación en el Senado donde el bloque oficialista bordeaba los dos tercios de sus integrantes, se rompió la alianza de gobierno denominada “Concertación plural”, se abrió una fuerte grieta política entre la presidenta y el vicepresidente... Quizás falten enumerar efectos negativos. Como la pérdida de confianza del consumidor, el renovado aliento inflacionario, el estancamiento de varios sectores productivos encabezados por la construcción, que por primera vez desde que comenzó la recuperación económica mostró una caída interanual. Se agravó la crisis energética, se esfumó la respetabilidad internacional... pero lo cierto es que el listado podría tranformarse en interminable.
¿Cómo no pensar que una pareja de políticos avezados no leería bien esa realidad –económica, social, política- y la aprovecharía para un relanzamiento? ¿Cómo no entender que el gigantesco apoyo al voto del vicepresidente que tranquilizó el país el día después fue multimensional y polisémico interpretando a un gigantesco abanico de argentinos con diferentes preocupaciones, a quienes se oponían a las retenciones pero también a los cansados de la soberbia, los hartos de Moreno, D’Elía y Moyano, los críticos de la chabacanería del expresidente, los hastiados de los negociados descomunales a la vista de todos ignorados por la justicia atemorizada, los molestos con el intento de revivir antinomias dolorosas de medio siglo y aún de sobreactuar los años de plomo reciclando heridas que el cuerpo social quiere terminar de cerrar? ¿Cómo no entender que la frase balbuceante del voto “no positivo” expresaba al campo y la ciudad, a la vocación cívica de los ciudadanos que valoran la libertad y respetan a las instituciones, a los jóvenes que por primera vez en su vida descubrieron la política hipnotizados frente al televisor hasta las cuatro de la mañana mirando una sesión parlamentaria? ¿Cómo no interpretar que la tranquilidad y la alegría del día siguiente era un capital gigantesco para poner en marcha la Argentina del futuro, en una etapa que cerrara el dogmatismo divisionista e intolerante y tomara el camino de una rápida imbricación con la potencialidad del mundo global? Presidenta, ¡hasta Maradona –que no debe tener idea de que son las retenciones-felicitó eufórico a Julio Cobos por su voto!... La mayoría de los argentinos pensó en un cambio. En un cambio, si no convencido, al menos inteligente. Lamentablemente, pareciera que estaban en un error. La patética conferencia de prensa plagada de mentiras, contradicciones, soberbia y groseros errores conceptuales indica que el régimen “K” prefiere continuar, sin fuerzas y sin posibilidades, tirando el país hacia su frustración permanente. No le interesa que se estanque la economía, que se amplíe la brecha social, que florezca la violencia cotidiana a niveles atroces, que perdamos (o nos “desacoplemos” de) un tren mundial al que vemos pasar nuevamente por nuestra estación por primera vez en casi ocho décadas. No le preocupa repetir sandeces, como la de que el Estado puede “redistribuir riqueza” al margen de los procedimientos constitucionales y legales que juraron respetar, o reciclar la desconfianza inversora con nuevos sofismas para defender lo indefendible de la manipulación de las estadísticas oficiales, o hipotecar la propia imagen presidencial atándola a los arranques patoteros y delictivos de uno de sus funcionarios emblemáticos. Nada de eso parece importar. Sólo la soberbia de insistir en un rumbo repudiado por el país y por su propio partido, al que sin embargo insiste en arrastrar en su derrumbe.
Ha elegido que el país siga languideciendo mientras ella lo presida. Porque a estar a lo expresado en Olivos, no hay más opciones. Si decide no cambiar el rumbo (“Volvería a hacer todas y cada una de las cosas que hice”), sólo puede profundizar el que tiene –para lo cual no cuenta ni contará con respaldos políticos suficientes, ni internos ni externos, porque es imposible retroceder décadas en la historia- o persiste en oponerse al pujante rumbo de la Argentina que renace, que se expresó masivamente en la lucha de estos meses, con lo cual seguirá luchando por frustrar el crecimiento de un país libre, optimista, integrado, democrático, con ciudadanos dueños de sí mismos, integrados a la portentosa marcha del cambio global del segundo milenio. Y entre ambas opciones, ha elegido oponerse al futuro, mientras le quede aliento. Ser intransigentemente conservadora, pero no de lo bueno que merezca ser conservado, sino de los caprichos incomprensibles de su dogmatismo. No quiere ponerse al frente de un país pujante y en crecimiento. Prefiere ser Juárez Cellman, más que Pellegrini. Eligió languidecer. Es una lástima, porque mientras ella sea presidenta –y lo será hasta dentro de... tres siglos y medio...- deberemos ver cómo el mundo y la region avanzan sin los argentinos. Y deberemos nosotros, mientras el pais oficial languidece, prepararnos para el gran salto adelante que deberemos protagonizar cuando, por fin, termine la pesadilla K. Indice
El ojo de la tormenta “No hay viento favorable para el que no sabe dónde va” Séneca La desorientación parece ser el estado de espíritu de la pareja presidencial. Un paso hacia un lado, retroceso. Mirada hacia el otro. Avance sobreactuado. Retroceso. Mirada alrededor. Desorientación. Tomando distancia, la situación que ofrece el poder en la Argentina es la de la inexistencia. Y el país, el de un barco en el ojo de la tormenta con el timonel “groggy”. Para tomar el rumbo que quisiera, no tiene fuerzas ni posibilidades de adquirirla. Afortunadamente. Y para tomar el rumbo que debiera, no tiene convicción ni conocimientos. Desgraciadamente. Hacia cualquier lado que ponga la proa, se enfrentarán turbulencias. Justamente lo que al poder le da náuseas. Y también a la tripulación, que vendríamos a ser los ciudadanos. Sin embargo, no hay atajos. El peligro, quedándose quietos, es hundirse en un remolino interno o ser absorbidos por el vórtice externo. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, canta Serrat. La verdad que hoy tenemos es la consecuencia de la irresponsable gestión de los últimos años, desechando las advertencias y llamados de atención de toda la opinión seria del país. “Neoliberales”, “noventistas”, “al servicio de intereses económicos inconfesables” eran los más suaves adjetivos recibidos por quienes alertaban sobre la crisis energética, el retraso tarifario, la ausencia de inversión, el jubileo en el gasto descalzado con los ingresos, la asignación voluntarista y caprichosa de los recursos, las obras públicas faraónicas, los subsidios a empresarios amigos, el ocultamiento de la realidad, la falsificación de las estadísticas oficiales, el capitalismo “de amigos” y la corrupción rampante. Sobreactuar la persecusión a nonagenarios militares procesistas para reabrir las heridas de los “años de plomo” miradas con un solo ojo fue el método político –moralmente miserable, por su cínico utilitarismo e injusta parcialidad- que utilizaron para acumular poder tras un proyecto vacío de contenido estratégico, reflejo de los rudimentarios sofismas de rápida caducidad imaginados por la cabeza más adornada de la pareja presidencial. Y aquí estamos. Con la crisis energética, que necesita inversión. Con la infraestructura al límite, que necesita inversión. Con la industria, que para lograr capacidad exportadora y retomar impulso necesita inversión.
Con el complejo agropecuario, que para aprovechar plenamente la potencialidad internacional necesita inversión. Y con la inversión que no llega, por los dislates del gran charlatán, el aislamiento internacional, los manotazos cleptómanos y la inseguridad jurídica lograda en cinco años de gobernar a los gritos y por decretos, designar y remover jueces independientes y desmantelar la justicia. Les gustaría tomar el rumbo de Chávez, de Evo y quizás hasta de Fidel –que está de vuelta, tras el “modelo chino”- Pero no tienen petróleo ni gas para extraerles super-rentas que financien ocurrencias, entre otras cosas porque se apropiaron de la rentabilidad para construir clientelismo, y en consecuencia no ha habido exploración para mantener, ni siquiera, abastecido de combustibles al mercado interno. Ven las ganancias del campo y se abalanzaron sobre ellas, pero se encontraron con ciudadanos decididos a defender sus derechos con la solidaridad de toda la población y el respaldo del arco político, incluyendo amplios sectores de su propio partido. Se quedan sin “caja” y en lugar de ahorrar, se lanzan a proyectos faraónicos como el Tren Bala, que aumenta la deuda pública en más Cuatro mil millones de dólares y la “estatización” de Aerolíneas luego de provocar su asfixia, que lo hace en casi mil millones de dólares, adquiriendo además obligaciones exigibles antes de fin de año por más de doscientos millones de dólares. Durante largo tiempo ignoraron el reclamo de los jubilados a los que no se les ha cumplido su derecho constitucional de movilidad, hasta que la propia Corte Suprema –que los cubrió durante cinco años- cumplió con su deber y condenó al Estado a pagar lo que debe. Rompieron con el FMI para liberarse de las auditorías y poder mantener en secreto las cuentas públicas, y ahora sólo pueden recurrir a Chávez para conseguir fondos, pagando una tasa en los niveles de default, la más alta del mundo (15 %, frente al 5 % que paga en el mercado internacional Brasil, Chile o Perú). Les gustaría avanzar hacia el modelo cerrado y autoritario de Venezuela. Pero la Argentina tiene una sociedad civil que les demostró que no lo permitirá. Deberían hacerlo hacia una integración paulatina a la economía mundial, al estilo de Brasil o Chile, pero no saben cómo y ni quieren siquiera escuchar hablar de ello. En consecuencia, los próximos tiempos serán los de un barco marchando en círculos, sólo tratando de evitar el vórtice y el remolino. Con ese comportamiento, el único destino es languidecer hasta que, agotados, sea el destino el que decida lo que pase. Y lo que pase, salvo el milagroso dedo de Dios, no parece precisamente prometedor. Eso lleva la reflexión a la alternativa, a la que llegaremos más tarde o más temprano, de una transición crítica cuya profundidad dependerá de los dislates K en los tiempos que quedan hasta una vida más normal. Esa alternativa no puede ser sectaria, parcial, intolerante o cerrada. El principal saldo del período “K”, si buceamos en la búsqueda de una
moraleja positiva, es habernos mostrado las consecuencias de la falta de política y recuperado la necesidad de enriquecer el debate público, ampliar exponencialmente el espacio de tolerancia, racionalizar ingresos y gastos del Estado, institucionalizar absolutamente todas las decisiones políticas desde la Nación hasta las provincias y municipios y respetar en forma escrupulosa los derechos constitucionales de los ciudadanos. Una “gran coalición” de visión estratégica, cualquiera sea el titular del gobierno, al estilo de la vigente hoy en Alemania. Esa será la demanda de la Argentina que viene. Llegará a todos los partidos, desde la Coalición Cívica al peronismo “no K”. Desde el Pro hasta la UCR. Será una Argentina que no abrirá espacios para los discursos altisonantes e impostados, tomados por el ideologismo o dominado por abstracciones. La próxima etapa es la de un país reencauzado en la vigencia constitucional, en la que los ciudadanos no aceptarán que sólo se discuta el poder entre los participantes de la escena, sino que exigirán el respeto de lo que son sus propios derechos, los que no han delegado en nadie y que ningún poder, con ningún argumento, está legitimado para arrebatarles. Esa Argentina, la que viene cuando termine la “pesadilla K” y el país se reencuentre con el resto del mundo, sí que será entusiasmante. Indice
Las calificadoras de riesgo, ¿también destituyentes? El embate de la presidenta contra las calificadoras internacionales de riesgo con argumentos relacionados con la lucha política interna vuelven a poner en el tapete una forma de razonamiento confuso, que en lugar de ayudar a recuperar el control de la situación perdida hace varios meses, persiste en el error de análisis y confirma la desconfianza de los argentinos en su capacidad de gobierno. ¿Es moral el precio de la soja? ¿son golpistas las calificadoras de riesgo? ¿son “destituyentes” los reclamos del campo? Fue Blaise Pascal quien postuló por primera vez su concepto de los “órdenes”, como un “conjunto homogeneo y autónomo, regido por leyes, que adopta un determinado modelo, de donde deriva su independencia con respecto a uno o varios órdenes diferentes”. Aplicado al cuerpo humano destacaba tres: el cuerpo –que funciona según las reglas de la biología-; el espíritu –lo hace con las reglas de la razón-; y el corazón, o caridad, que lo hace con los sentimientos y la moral. Es recordada su sentencia “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, lo que explica no sólo los amores contrariados que llevan a conductas irracionales, sino a actitudes heroicas movidas por la moral o el afecto enfrentadas con las leyes de la supervivencia y del razonamiento. La confusión sobre la naturaleza de los órdenes provoca caer en dos conceptos: el ridículo o la tiranía. El propio Pascal los definía: ridículo es la confusión de los órdenes; tiranía es el deseo de dominación universal y fuera de su orden. El criterio de los órdenes nos ayuda a comprender con mayor claridad la desorientación de los Kirchner, haciendo oscilar entre el ridículo y la tiranía no sólo su discurso, sino su propia actuación. Recurriendo a la interesante aproximación pascaliana, la realidad nos muestra tres o cuatro grandes “órdenes”, que funcionan con reglas propias y tienen sus propios límites: el primero es el “científico-técnicoeconómico”, el segundo el “político-jurídico”, el tercero el “moral” y –para algunos- un cuarto: el ético o del “amor”.. El primer orden, el científico-técnico-económico tiene como característica fundamental el criterio de verdad. Las cosas allí son o no son. Es cierto y verificable, o es incierto e inverificable. No depende de la acción humana, porque tiene componentes que trascienden la decisión de las personas e incluso de los gobiernos. Es “ridículo” –podría decir Pascaldictar una ley que impida llover, que decida que las personas no morirán jamás, que las cosas caigan hacia arriba o que la cotización internacional de la soja sea de determinado nivel. Los hechos del órden científico-técnicoeconómico dependen de sus propias reglas y responden a ese conjunto homogéneo y autónomo. Sin embargo, sus consecuencias sí pueden ser
atenuadas por otro orden, el “jurídico-político”. Pero “desde afuera”, no “desde adentro” del orden. No se puede decidir por ley si llegará o no la inversión, ni tampoco – mucho menos- fijar arbitrariamente el precio de los productos. No se puede –sería ridículo- decidir desde el órden jurídico-político –o incluso desde el moral- cuánto vale el metro cuadrado de construcción en cada barrio de Buenos Aires. Y no se puede decidir que el comercio no existirá más. Sería ridículo o propio de una “tiranía”. Pero sí se puede compensar, con decisiones humanas, las situaciones que se consideren injustas producidas por el funcionamiento del propio órden científico-tecnológico-económico. Si no es posible impedir un diluvio, sí es posible ayudar a los damnificados e incluso prever sus consecuencias edificando viviendas en zonas no inundables; si no es posible prohibir que llueva, sí lo es construir un techo; si no es posible impedir una crisis, sí lo es tomar medidas que atenúen sus efectos en las personas más afectadas. Si la economía no genera naturalmente viviendas para todos, sí se pueden realizar planes de vivienda, desde el orden “jurídico-político” destinados a tal fin. “Desde afuera”, pero sin intentar cambiar las reglas que rigen el orden “por dentro”, ya que, en cuanto inherentes a la realidad, son inmodificables. Lo que no se puede, entonces, es confundir los órdenes creyendo que con decisiones políticas podemos negar las reglas del funcionamiento económico, biológico, climatológico, físico o astronómico. Varias sociedades lo hicieron en el siglo pasado tratando de edificar una economía al margen de las reglas económicas y no sólo perdieron casi un siglo de su historia sino que debieron recurrir a medidas difícilmente justificables desde la moral o incluso desde la propia política, como fueron las dictaduras de partido y atroces violaciones de derechos humanos, hasta terminar en la gigantesca implosión de las dos últimas décadas del siglo XX. La economía, hoy identificada con el capitalismo triunfante mundialmente –ni siquiera los integrismos religiosos como los de Al Qaeda se oponen a sus reglas- terminó volviendo por sus fueros y no hubo “tiranía” suficiente para frenar su impulso. ¿Esto significa que hay que dejar a la economía librada a su propia acción? Sí, y no. Sí, porque sus reglas no son reemplazables, ya que están apoyadas en una antropología inmodificable, la propia de los seres humanos, entre los cuales el egoísmo y el propio interés es su principio articulador, y en general, en forma bastante exitosa. No, porque librada a sus propios límites los grados de injusticia a que puede llegar enfrentaría otro de los “órdenes” propios de la condición humana, el de los valores de la convivencia en paz que rigen el orden político-jurídico. En consecuencia, es posible, justo y adecuado tomar medidas que neutralicen los “efectos no deseados” entre los cuales uno de ellos es qué hacer con los que pierden.
Aquí llegamos al campo de la política, del orden “político-jurídico”, que funciona sobre los ejes “legal-ilegal” y “justo-injusto”. Político, porque es el que contiene la construcción y el funcionamiento del poder coactivo; jurídico, porque ese poder coactivo organizado tiene como lenguaje, en las sociedades modernas, el de las normas, el del derecho. Volviendo al ejemplo, la acción a tomar para neutralizar los efectos no deseados –de una inundación, o de una crisis- no será “interna” al orden científico-técnicoeconómico, sino externa, desde el orden político-jurídico. Ese orden es menos imperativo que el cientifico-técnico-económico cuando trata los hechos, pero más fuerte cuando trata las relaciones entre personas. Es el que las personas utilizamos para garantizar la paz, la inclusión de los excluídos, la protección de los menos capacitados –niños, ancianos, enfermos, discapacitados- e incluso los efectos más lacerantes de algunas relaciones económicas básicas –regulación de condiciones de trabajo, salarios, impuestos, vacaciones, dentro de las posibilidades reales que la economía puede tolerar sin implosionar-. Por último, el orden moral, con su dicotomía “bueno-malo”, “correcto-incorrecto”, se convierte en una guía de acción para las personas en su relación extra-jurídica, la que no se encuentra normada por el edificio político-institucional. Y quienes agregan el cuarto órden el del “amor”, lo conciben atravesando todos los demás: el amor a la verdad –base del orden científico-técnico-económico; el amor a la libertad, la justicia y la legalidad –base del orden político-jurídico- y el amor al projimo –base del orden moral-. ¿Qué confunden los “K”? Pues los dos órdenes primarios. El científico-técnico-económico, con el jurídico-político, y caen sin advertirlo en el ridículo de querer controlar los precios –regidos crudamente por el orden 1- mediante medidas políticas como el control policial –“tiranía”- o la falsificación de los índices –“ridículo”-. O de querer modificar las cotizaciones de los títulos públicos emitidos por su propio gobierno –orden 1- mediante el cambio de las condiciones pactadas en su origen –orden 2(“tiranía”); o atribuyendo “intenciones” a mecanismos objetivos y automáticos de medición que incluyen datos de mercado y no dependen de decisiones personales (“ridículo”). En este juego del ridículo y la tiranía están rematando la credibilidad de su administración y poniendo en juego una regla fundamental del orden jurídico-político democrático: el respaldo de las mayorías al gobierno, regla de oro no sólo de las sociedades democráticas, sino del funcionamiento de cualquier gobierno, como lo explicó el propio Maquiavelo hace cinco siglos. Ese es el licuamiento que se siente hoy. No buscado por la oposición, ni por la “oligarquía” o las calificadoras de riesgo, sino por la peligrosa confusión de la pareja gobernante, que al no comprender los límites del
orden a que debieran limitar su acción, pone en peligro el funcionamiento armónico de la sociedad entera y la estabilidad de su propia gestión. Indice
Argentina: Hacia el reordenamiento político Los movimientos en el escenario son densos. Se nota en el espacio oficial y también en el opositor. Se reacomodan los alineamientos y se imaginan nuevas alianzas en uno y otro lado. Sin embargo, pocos parecen advertir que el cambio mayor que está ocurriendo en la política argentina se encuentra en la conciencia de los ciudadanos. ¿Es una visión voluntarista? Más bien es una observación cauta, aunque desde la objetividad, sobre los temas que conforman la agenda de la vida cotidiana de los sectores más dinámicos, que se expresaron con claridad y masividad durante la “batalla del campo”. Lo que se está produciendo en lo profundo de la visión de los argentinos sobre su política es un doble fenómeno: por una parte, una reivindicación del espacio ciudadano no delegado en la política, reorientando en forma copernicana una tendencia iniciada en 1930 cuya dirección había sido –con uno u otro signo y virtualmente en todos los procesos políticos incluyendo a los militares- hacia la justificación del creciente poder del Estado frente a los ciudadanos. La “línea demarcatoria” constitucional establecida en el capítulo I de la Carta Magna (“Declaraciones, derechos y garantías”) protegiendo los derechos de las personas no delegados en el Estado fue cediendo posiciones a favor de la política. Su justificación fue un presunto y fantasmagórico “interés general”, introducido de contrabando a partir del golpe de 1930, interpretado a su turno en forma diversa por quien ocupara el poder pero siempre limitando crecientemente los derechos ciudadanos, en la moda de la primera mitad del siglo XX en todo el mundo. Esta reivindicación alcanza a todos. Y por otra parte, un escrutinio más cercano sobre los movimientos “del escenario”, en el que se mueven los representantes políticos, gremiales, empresariales y de las diversas estructuras funcionales al proceso mencionado en primer término, que integró una red de complicidades con las crecientes potestades –y justificación ideológica- del Estado y la política. En el primer campo, los ciudadanos comenzaron a dibujar nuevamente los límites. Como ocurre a menudo en los procesos políticossociales, el detonante fue fiscal (las “retenciones”). Pero ese detonante desató un proceso al que se sumaron masivamente casi todos. El voto de Cobos tuvo diferentes valores semióticos casi para cada argentino. Por supuesto, quienes estaban directamente involucrados en el conflicto lo entendieron como un apoyo a su lucha. Pero también expresó a ciudadanos indignados por la violencia verbal –y hasta física- con que comenzó a tratarse a opositores al gobierno, a otros también indignados por la soberbia con que eran considerados por los voceros oficiales, a otros indignados por
la creciente inflación generada por las autoridades que les expropia día a día sus ingresos, a otros preocupados por el aislamiento argentino del mundo que importa y las dificultades que ello conlleva para numerosas actividades económicas, culturales y sociales en cuyas redes están inmersos con independencia del gobierno, etc. etc. La síntesis de todos estos valores podría englobarse en un reclamo: no se metan con mi vida. Sería quizás aventurado sostener que existe –como diría Marx- “conciencia para sí” en esta nueva actitud ciudadana, pero lo que es innegable es que reapareció la “conciencia en sí”, que venía en retroceso y que se instaló – afortunadamente- para dar un nuevo impulso hacia la modernidad política y económica contenida en el programa modernizador de 1853, cuyo rumbo fue abandonado en 1930. Con una diferencia: antes se trataba de un proyecto modernizador de las élites que participaban. Hoy se trata de la acción masiva de personas comunes que viven su vida y la defienden, quizás hasta sin conocer los textos constitucionales. El segundo aspecto es menos directo y más complejo. Se relaciona con la reconstrucción de la mediación política. Es complejo porque la gran mayoría de la dirigencia nacional, también virtualmente de todos los partidos, razona y actúa sobre el supuesto de la “primer modernidad” – Ulrich Beck dixit- o de la época de los “intelectuales y políticos legisladores” –Bauman dixit-. Cuando el mundo feudal, -lleno de supersticiones, creencias ancestrales, mitos, privilegios transmitidos durante centurias, estructuración contractual de las relaciones de podercomenzó a ser reemplazado por las monarquías constructoras de los Estados Nacionales abriendo el camino de la modernidad, los consejeros reales –precursores de los parlamentarios modernos- se dieron a la tarea de destrozar el complicado mundo antiguo y a imaginar las sociedades basadas en la razón, con normas iguales para todos, sujetas sólo al poder del Rey sin distorsiones intermedias. Esa “primer modernidad” diseñó las sociedades modernas “desde arriba”. La ley, los Códigos, el conjunto de normas dictadas primero por los reyes y luego de las revoluciones burguesas por los representantes del pueblo, decidirían cómo tendrían que organizarse las sociedades y cómo tendrían que vivir las personas, objetos de decisiones ajenas. Pues bien: en ese mundo, con sus más y con sus menos, creen estar viviendo aún la mayoría de los dirigentes argentinos, de los que los “K” simplemente expresan su sublimación. Pero no sólo eso: también creen que el escenario les pertenece y pueden hacer en él lo que les plazca. La estatización de Aerolíneas, mamarracho escatológico que dispone arbitrariamente de ingentes recursos de los ciudadanos por simple capricho o juego de poder al margen de cualquier prioridad ética, social o lógica, es una muestra. Claro que el mundo siguió avanzando, corrió mucho agua bajo el puente y aunque la Argentina congelara su debate en varias décadas atrás,
la democracia contemporánea debió adaptarse en el mundo a una creciente demanda de libertad ciudadana, potenciada por las características del nuevo paradigma global basado en las redes, en el protagonismo creciente de las personas comunes, en la dilución de las intermediaciones y en la exigencia cada vez mayor de respeto a la vida, la libertad, los bienes, la producción y los derechos de las personas. Este fenómeno no es ya sólo “occidental”. Se vivió en Japón, se vive en Rusia y China, crece fuertemente en la India, y es el común denominador de la sociedad global. Ese nuevo mundo que ha diseñado la producción transnacionalizada, la liberación comercial inherente a su base productiva, la mundialización del comercio y el exponencial desarrollo científico técnico, también es intolerante no sólo con las violaciones a los derechos humanos –convertidos en demanda universal- sino con las limitaciones arbitrarias a los derechos y libertades en cualquier lugar que se produzcan. Y llegó así la “segunda modernidad” –nuevamente, Beck dixit- o “posmodernidad” –entre otros, Bauman, para seguir nuestro relato-. No deja atrás a la primera sino que se edifica sobre ella. Los intelectuales y políticos pasan de ser “legisladores” a cumplir el papel de “intérpretes”. Ya no se tolera que “manden”. Se espera de ellos que representen personas y grupos, sepan articular intereses complejos, generen consensos y construyan acuerdos que permitan la convivencia en paz. La segunda modernidad tiene una agenda crecientemente global, también asumida en la Argentina por las personas que disfrutan de los celulares, la televisión mundial a través del cable, la terminal de Internet en sus hogares, computadoras portátiles y hasta teléfonos y que atraviesa a todos los sectores sociales. Quien observe el paisaje porteño nocturno verá familias de cartoneros luchando por su subsistencia, quizás con los ingresos más humildes de la escala, con varios de sus integrantes con el celular en la cintura. La televisión por cable, por su parte, no se detiene en el asfalto: el setenta por ciento de los argentinos usa este sistema, que pone directamente en su vivienda la comunicación del mundo. Esos argentinos estuvieron masivamente “con el campo”, aunque no supieran qué es una “retención”. Simplemente, querían dibujarle al poder “el límite” que estaban dispuestos a tolerar. Y están observando el comportamiento del “escenario”, sin adherir con el entusiasmo de otrora a divisas ni dirigentes, sino siguiendo el comportamiento de todos con el espíritu alerta y la mirada crítica. Frente a esa realidad, resultan ingenuas las filigranas dirigenciales invocando viejas lealtades, partidarias o ideológicas. El mundo que viene no tiene relación alguna con la Carta de Avellaneda del radicalismo, ni con las Veinte Verdades peronistas, ni mucho menos con el “Manifiesto Comunista”, biblia de la izquierda. Su agenda es la del calentamiento global y el cambio climático, la de la democratización de la revolución
tecnológica, la inclusión de los excluidos, la del deterioro ambiental, la del agotamiento del petróleo y la necesidad de nuevas fuentes energéticas primarias, la de la inseguridad en la vida cotidiana, la de las nuevas formas de trabajo, la de las migraciones, la del peligro de nuevas pandemias, la del terrorismo internacional como fin, más que como método, la del crecimiento de las redes delictivas de tráfico de personas, armas, estupefacientes, falsificaciones y lavado de dinero ilegal, las mafias “glocales” (globales-locales) imbricadas con complicidades internacionales y locales. Antiguos rivales se asocian, de cara a esta nueva agenda, en alianzas impensadas hasta hace pocos años. Empresas petroleras aliadas con organizaciones ambientalistas en busca de nuevas alternativas energéticas, las primeras porque al acabarse el petróleo se les acaba el negocio y las segundas por su preocupación ante el cambio de clima. Rusos y norteamericanos acuerdan acciones contra el terrorismo internacional, que los alcanza a ambos por igual. Chinos y norteamericanos acuerdan tácita o expresamente líneas conjuntas de acción para evitar la profundización del desbalance económico global. Y así hasta el infinito. El propio Mercosur –hoy en retroceso a raíz de los Kirchner- fue un lúcido anticipo de esta nueva etapa, convirtiendo una tradicional y secular rivalidad regional en un espacio de trabajo conjunto por la nueva agenda... Una nueva agenda, en el mundo y en el país, anima a los viejos y nuevos actores. ¿Cómo creer que las viejas consignas y divisas limitarán su expresión ciudadana? Si hasta “izquierdas” y “derechas” –con sus amplísimas y difusas extensiones- dejan de definir los valores e intereses que mueven a las personas en los nuevos dilemas... Dos movimientos, entonces. Ambos similares al de las placas tectónicas que dan forma al planeta. Uno, hacia el fortalecimiento de los derechos de las personas, que implica completar la primer modernidad – estado de derecho, respeto al ciudadano, política enmarcada en la Constitución, Estado subordinado a los contrapesos y frenos-. El otro, hacia la nueva agenda, en busca de su mejor articulación con la acción política. Y entre ambos, una creciente indiferencia ciudadana por las viejas divisas, lo que no significa dejar de usarlas si aciertan a responder a los nuevos problemas. Pero por esto último, no por lo que fueron en la historia. Las que sepan interpretar en forma inteligente los nuevos desafíos, tendrán lugar en el nuevo escenario, junto a las nuevas que surjan. Las otras pasarán a ser primero memoria y luego, simplemente historia. Indice
-Ni se les ocurra...” ¿Recuerdan? El grito de Luis D’Elía convertido en “slogan” de los afiches kirchneristas cuando al gran charlatán se le ocurrió calificar de “golpista” la resistencia del campo a su ofensiva cleptómana... Sonaba amenazante. Y está bien que así fuera, en la tosca lógica del rudimentario esquema del “poder K”. Aún con los dislates, la incapacidad, la corrupción, la soberbia y la desvinculación de la realidad, se trataba –se trata...- de un gobierno que ha cumplido con los ritos formales de la democracia y que, para finalizar, debe cumplir su mandato, ser destituido por Juicio Político, o eventualmente ser su Jefe de Gabinete de Ministros objeto de una Moción de Censura, con la consencuencia inexorable de una administración de base parlamentaria (art. 101 CN de la Constitución reformada) cohabitando con el Poder Ejecutivo electo. Son las únicas alternativas posibles en el marco constitucional que los argentinos venimos intentando consolidar desde hace un cuarto de siglo. El recordatorio viene a cuento de la proliferación de rumores sobre la posible finalización del mandato por renuncia y auto-exilio de la pareja presidencial, ante las graves dificultades económicas, sociales y políticas que se avecinan y se extenderán por los próximos dos años. Desde esta columna, que ha sido persistente y coherente en su crítica irreductible a la administración “K” desde el 2003 hasta hoy, le advertimos con claridad: Señora presidenta, ¡ni se le ocurra! El país no les tolerará una huida. Mal que le pese, tendrá que cumplir su obligación constitucional y guiar a la Nación a través del campo minado que nos dejó su marido, no sólo a usted, sino a todos los argentinos. Aislados del mundo, subordinados a las dislocadas aventuras caribeñas, sumergidos en una orgiástica violencia cotidiana, inmersos en las redes de narcotráfico a las que agregó las fábricas locales de narcóticos organizadas por los aportantes a su campaña electoral y protegidas por sus funcionarios, presenciando la mayor corrupción sistémica de la que se tenga memoria, sufriendo nuevamente la inflación que habíamos desterrado hace tres lustros, soportando los recreados enfrentamientos entre argentinos que habíamos superado hace años, perdida una oportunidad histórica como no se daba desde hace más de ocho décadas... todo eso es lo que su antecesor le provocó al país y que es su responsabilidad corregir. No se escapará, porque no la dejaremos. Al menos, hasta que los argentinos hayamos construido la opción de relevo, que –no le quepa dudallegará. No antes. Porque tampoco toleraremos que su incapacidad nos deposite nuevamente en un regreso al pasado golpista de la pesificación asimétrica, el robo a los salarios y ahorristas, a la reiteración de la defraudación a quienes le han prestado al país luego de haber sido robados, o a la expropiación de ingresos de los argentino que invierten a través de
una nueva macrodevaluación. Todo indica que eso se está fraguando en su propio partido. Señora: ¡ni se le ocurra! A pesar de nuestros propios afectos y gustos, a pesar de nuestra discrepancia con su estilo soberbio y sus modales maleducados, a pesar incluso de nuestros propios instintos primarios de autodefensa de la integridad sicológica, le exigiremos que termine su mandato. Porque aunque descontemos que será un tiempo perdido para la historia chica de la Argentina, la experiencia política que están haciendo los millones de compatriotas que la votaron será imborrable para la historia grande del país y ayudará a que, en adelante, se piense y se jerarquice más el instrumento del sufragio, que tanto nos costó conseguir hace casi un siglo. No le quepa duda: nos libraremos de usted. Pero será por elecciones, en el momento que dispone la Constitución. No por el atajo golpista de sus “compañeros”. Indice
Pagar deudas está bien. Disponer de dinero ajeno, no. ¿Cómo discrepar con un principio ínsito en el comienzo de la civilización, como es pagar lo que se debe? El deber de honrar las deudas es tan ancestral que algunos biólogos opinan que los pre-homínidos –y hasta algunos mamíferos superiores, como los perros- lo respetan como base de su convivencia... En ese sentido, el pago que el país hará a sus acreedores del Club de París es tan correcto como lo sería pagar a los “hold out”, acreedores a los que no les pareció bien la oferta que la Argentina les realizo años atrás de reducirle su acreencia en casi un 70 por ciento y aún esperan que le paguemos lo que se les debe, o a los jubilados que se les congeló su haber en el 2002... Pero... ¿está bien analizar una decisión de política económica internacional con el mismo cartabón con que analizan sus obligaciones los primates pre-homínidos? ¿O existen algunos elementos de sofistificación que debieran agregarse a este análisis desde la perspectiva, usos, costumbres y conveniencias de la economía internacional, de la propia convivencia nacional y el estado de derecho? Recordemos, para juzgar esta decisión, varios puntos: 1.Es cierto que la deuda está vencida en su mayor parte. Tanto como que los acreedores son gobiernos amigos y existe en ellos la disposición a renegociarla en los términos usuales para las negociaciones públicas entre Estados, a la tasa comunmente aceptada por el FMI, alrededor del 5 %. 2.No existen condicionamientos de política económica para el eventual acuerdo, salvo lo que de cualquier forma es obligación del país como miembro del FMI y de la comunidad internacional: mostrar en forma transparente las cuentas públicas, obligación ésta que es aceptada por todo el mundo, desde China hasta Bolivia, desde Cuba hasta Japón, desde Estados Unidos hasta la India y que es obligación de cualquier gobierno que haya superado la arcaica confusión entre los dineros públicos y el patrimonio personal de los gobernantes. 3.El dinero dispuesto para abonar esa deuda no es patrimonio personal de la señora presidenta sino de los argentinos que contribuyeron a atesorarlo: los productores que abonaron un tercio del valor de sus exportaciones, a través de las retenciones; los trabajadores que aportan los diversos impuestos con que se gravan sus salarios; los empresarios a través del impuesto a las Ganancias y varios más, y hasta los cartoneros y desocupados, que cuando adquieren algo tan elemental como un kilo de yerba, un litro de aceite o un cuaderno para la escuela de sus hijos le pagan al fisco el 21 % del precio en concepto de IVA. Ese dinero es el fruto del esfuerzo común de toda la sociedad.
4.Por eso mismo, la Constitución y las leyes disponen que no se pueden realizar gastos públicos sin una ley discutida y aprobada por el Congreso. Ello garantiza un piso de transparencia y un debate plural en el que se analicen las prioridades, las urgencias y las conveniencias de asignación de recursos públicos. En un estado de derecho, no hay impuesto ni libramiento sin ley que los autorice. 5.Si no se cumplen los procedimientos, el gobierno está disponiendo ilegalmente de dinero ajeno, aunque quienes reciban el pago saluden efusivamente y muestren su alegría con melosos comunicados de agradecimiento. ¿Está bien lo que anunció la señora presidenta, en el sentido de “instruir” al Ministro de Economía que realice el pago de la deuda al Club de París? Claramente, no. Salvo que esa instrucción se reduzca a elaborar la propuesta legislativa correspondiente, que debería enviarse al Congreso, responsable constitucional de “arreglar el pago de la deuda exterior de la Nación”, como lo dispone el artículo 75 incs. 7 y 4 de la Carta Magna. Allí, en el parlamento, a la luz pública y con un debate transparente, debería analizarse la propuesta presidencial, escuchar sus argumentos y decidirse si es conveniente para el país realizar ese pago, si hay otras prioridades, o si, simplemente, habría otras alternativas más favorables que pagar en su totalidad una deuda cuya cancelación no es exigida, que genera una tasa de interés inferior a la mitad de la que se está contrayendo a través de los títulos adquiridos por Venezuela y que debilita la posición líquida del Estado en un momento en que existen coincidencias en los analistas internacionales sobre la incertidumbre que se prevé para los próximos meses en la economía internacional y en el valor de los “commodities”, pilares fundamentales de los recursos públicos y del dinamismo de la economía argentina. La opción elegida no avanza en dirección a la calidad institucional. Más bien parece el resultado de un impulso adolescente, descalzado de un proyecto integral y generador de nuevos problemas (“hold out”, juicios en CIADI, debilidad en las reservas, revitalización de justos reclamos por la “deuda interna” como jubilados, militares retirados, docentes, etc.), problenas que el mercado ya descontó con un nuevo incremento del riesgo país y una nueva caída en el precio de los bonos públicos. Pagar lo que se debe, está bien. Disponer de dinero ajeno, no. Y hacerlo sin facultades por un “decisionismo” al margen de la institucionalidad, pues... eso sí que aumenta los problemas. Para todos los argentinos, ahora. Y seguramente para la propia presidenta, cuando termine su mandato y le llegue el turno, como a sus predecesores, de recorrer junto a su marido los juzgados federales. Indice
¿Vuelve el radicalismo? La política se reorganiza. Como decíamos días atrás desde esta misma columna, los argentinos están reformulando su representación ensayando formas de articular la compleja realidad nacional con las demandas de una agenda adecuada a los nuevos problemas. La “etapa K” está virtualmente superada y pocos reparan ya en ella. Es fuera del universo “K” donde se notan los movimientos e inquietudes más notables. ¿Cómo será la dinámica del reordenamiento político? ¿Lograrán los peronistas opositores –antiguos y nuevos- “despegar” su futuro del desgaste irreductible del kirchnerismo o serán arrastrados por su derrumbe, llevándolo a una implosión como la sufrida por el radicalismo en el 2002, como parecen adelantarlo las experiencias de San Salvador de Jujuy, Bariloche, Río IV y Santa Rosa? ¿Logrará la Coalición Cívica organizar sus formaciones territoriales, definir su plan de gobierno y organizar un sólido plantel de cuadros con capacidad de gestión ejecutiva? ¿Será exitoso el Pro en su administración porteña y se expandirá orgánicamente a todo el país? ¿Podrá resurgir el radicalismo, curiosamente revitalizado con el voto opositor de su afiliado más encumbrado –pero más denostado previamente y “suspendido de por vida”-, al punto de concitar nuevamente la atención de la mayoría de la población? Y por último ¿confluirán, como es previsible, los espacios opositores en un acuerdo de gobierno que ofrezca credibilidad de gestión? El futuro, por definición, está abierto, incluso a los imprevistos más rotundos. Cualquier pronóstico deberá pasar el filtro de la realidad. Sin embargo, parecen dibujarse algunas tendencias que –bueno es destacar- no merecen aún el calificativo de “consolidadas”. Los movimientos de opinión parecen marchar en dos direcciones con la fuerza de placas tectónicas: la primera, retomando la marcha interrumpida en 1930, orientada hacia el cumplimiento del programa de la primera modernidad: estado de derecho, calidad institucional, respeto a los derechos de los ciudadanos, homologabilidad de la gestión pública, federalismo, honestidad. Es una agenda que incluye ponerle límites al Estado frente al ciudadano, potenciar la autonomía de las personas frente al poder y distribuir claramente ese poder entre las jurisdicciones previstas en la Constitución –nación, provincias, municipios- dentro del sistema de contrapesos y frenos propios de la democracia y el estado de derecho. La segunda mira más al futuro, o como se dice en estos tiempos, hacia la “posmodernidad” o “segunda modernidad”. Incluye la agenda que atraviesa todo el mundo global, desde el justo tratamiento a las nuevas formas de trabajo y piso de dignidad para los excluidos, hasta el cuidado del ambiente; desde extender la salud pública a todas las personas hasta
prevenir las nuevas enfermedades y pandemias; desde reorganizar la educación para garantizar la adecuación de sus contenidos a la dinámica actual de la globalización y la revolución científico técnica y su accesibilidad universal hasta ubicar a algunos de nuestros centros de altos estudios en el nivel de excelencia planetaria –en cuyos quinientos primeros lugares no aparece ninguna universidad argentina-; y desde aprovechar en plenitud los avances tecnológicos de difusión masiva, hasta participar creativamente en el entramado generador de ciencia y tecnología universal. La Argentina debe reconstruir su infraestructura. Debe diseñar un sistema de transporte que optimice el consumo energético, esté al alcance de todos e integre el territorio, y debe garantizar a todos los argentinos el acceso a los servicios públicos de agua potable, saneamiento, energía, comunicaciones e Internet. Debe conseguir nuevas fuentes primarias de energía ante el agotamiento del petróleo y sumarse al combate contra el calentamiento global. Y debe prepararse adecuadamente frente a las nuevas amenazas, desde garantizar la seguridad ciudadana sin tolerancia a ninguna clase de delitos, hasta desmantelar las redes de complicidades de varios escalones “glo-cales” (globales-locales) que trasladan la violencia global a la vida cotidiana de los argentinos. Esas dos direcciones son una expectativa vigente y atenta en los ciudadanos, aunque no se vean reflejadas en la acción actual de la dirigencia, impregnada en diversos grados por el ideologismo retardatario impuesto por el régimen “K” al debate argentino. Ese ideologismo es funcional al entramado decadente de sindicalistas enriquecidos y empresarios protegidos, de burocracias políticas ligadas a la corrupción policial y judicial del conurbano bonaerense y a engañosas “ONGs” de consignas falsarias actuando, como los partidos revolucionarios en los 70, de vasos comunicantes con un juego geopolítico ajeno a los intereses nacionales. Ideologismo que no calza en ninguna de las categorías actuales de “izquierdas” y “derechas” sino que responde a la más cruda premodernidad, ajena a la democracia, desconfiada de los ciudadanos y justificatoria de la violación de los derechos de las personas cuando conviene a sus objetivos políticos. En ese escenario debe ubicarse la reflexión sobre el renacimiento del radicalismo. Partido instrumentador de la “primera modernidad”, tuvo un papel significativo en la articulación del debate nacional masificando la democracia. El radicalismo logró que los ciudadanos encarnaran el sistema político alberdiano, con la herramienta del sufragio, incorporando al funcionamiento institucional a las grandes mayorías. Su rol no fue “ideológico”, sino culminador del proyecto constitucional. Nunca se identificó totalmente con las ideologías que motorizaron el siglo XX, porque el país nunca alcanzó a completar el programa del siglo XIX, y renació con fuerza cada vez que la democracia era mediatizada,
negada o violada y los ciudadanos extrañaban su vigencia. Incluyó en su seno alas “progresistas” y “moderadas”, los Yrigoyen y los Alvear, procesando sus visiones en el marco democrático y de esta forma consolidó un espacio democrático-republicano frente a las visiones más autoritarias y populistas, menos apegadas al proyecto modernizador. El siglo XX fue testigo de su incomodidad frente a los debates ideológicos y a la forzada interpretación de sus epopeyas por unos u otros, sin lograr encontrar las divisiones ideológicas claras en sus numerosas épicas. Alem fue revolucionario en 1890 junto a Mitre y otros próceres de la generación del 80. Yrigoyen y Alvear protagonizaron juntos la revolución de 1905. Yrigoyen fundó YPF y Alvear le dio su primer gran impulso enviando al Congreso la Ley de Nacionalización del Petróleo, que no pudo ser aprobada. Alvear fue un luchador sin cuartel contra el fraude de la década de 1930 y hasta los hasta hace poco denostados Tamborini y Mosca levantaron un programa avanzado que convocó a la opinión democrática-republicana, con socialistas y comunistas, ante lo que se sentía como llegada al país de la oleada autoritaria de la primera mitad del siglo XX. Hoy vemos sus consecuencias. Sus errores fueron también los errores de gran parte de la intelectualidad argentina. Fue en 1945 que algunos de sus pensadores se sumaron al naciente peronismo, inaugurando el “entrismo”que luego intentara la izquierda hasta su reciente experiencia “K”, en un camino que busca el éxito sin las molestias de la lucha. Quienes resistieron a la tentación del poder se refugiaron, como tantas veces, en el republicanismo democrático, en la Constitución que ya Yrigoyen definiera como “programa partidario”. Y hubo de sufrir muchas veces las ironías y juicios despectivos de intelectuales de diversas generaciones por su limitada programática. Hasta que se enseñoreaba el autoritarismo y el país volvía la mirada al viejo partido. Siempre tuvo dos prevenciones. De un lado, a quienes había vencido en 1916, los de la “democracia sin pueblo”. Del otro, a quienes lo vencieron en 1945, los del “pueblo sin democracia”. Y siempre intuyó que el programa modernizador debía completarse incluyendo a unos y otros en una república democrática. Ni unos ni otros terminaron –ni terminan- de comprenderlo. Para unos, se trata de un partido que no comprende “las leyes de la economía” a las que conciben sin frenos, orientaciones ni límites y no comprenden que la democracia fue diseñada por los hombres para neutralizar los efectos más salvajes a que llega la economía libre cuando no tiene la orientación de la política. Para otros, se trata de un partido de miedosos, que no se anima a ejercer el poder cuando lo tiene, sin comprender que la democracia no da todo el poder a la política, sino que está apoyada en el respeto fundamental a los derechos de los ciudadanos, entre los cuales la libertad económica es tan importante como el resto de
sus libertades personales, al punto que es la que permite el crecimiento económico y con él, las discusiones sobre la distribución. Lo que el peronismo ve como “temor” es “responsabilidad democrática republicana” en el ejercicio del poder. Por supuesto que muchas veces se equivocó. Entre otras, cuando privilegió sus conflictos internos –y llego hasta dividirse- o cuando exageró sus afinidades ideológicas –y se hizo internamente intolerante-. Esos errores lo debilitaron en su principal misión en la política argentina: consolidar la democracia constitucional. Mientras tanto, el mundo se hizo más complejo y la Argentina se estancó en su debate de hace décadas. En ese escenario, el radicalismo busca hoy su papel indagando su utilidad para los tiempos que vienen. En ese “movimiento de placas tectónicas” a que hacía referencia más arriba, hay uno que tiene en el radicalismo, su ética y sus valores, un componente esencial: el programa de la modernidad. Los ciudadanos que han votado alguna vez al radicalismo, por ejemplo, se alinearon sin duda alguna en respaldo a la lucha del campo, aún los que habían votado a Cristina Kirchner esperando que corrigiera los desatinos de su esposo. El voto de Cobos en el Senado los representó, y condensó en ese instante decisivo la historia radical. No hubiera podido ser entendido un voto distinto, salvo una renuncia a la historia y los valores de su pertenencia identitaria. Ese pronunciamiento reabrió el debate de la necesidad –o utilidaddel reagrupamiento. Tomando distancia, pareciera que tal camino será necesario –o útil- si fuera necesario profundizar el reclamo democrático republicano, en una actitud que no puede agotarse en la confluencia, sino que requiere ampliarse a partir de allí a todo el arco político. La democracia necesita que todos los actores del país la abracen con sinceridad. El radicalismo será imprescindible, aunque insuficiente. El triunfo mayor del radicalismo sería ver en el mismo escenario constitucional, funcionando limpiamente y sin deformaciones, a sus viejos rivales conservadores y peronistas. Cuando ello ocurra, el país habrá entrado en el mundo moderno, habrá soldado su unidad alrededor de la Constitución Nacional. En esta tarea los tres son co-responsables. Si no lo hacen, los ciudadanos buscarán –como lo están haciendo- otros cauces políticos. Pero no agotará la demanda de los ciudadanos. Porque lo que sigue, inmediatamente –y me atrevería a decir, paralelamente- es encarar la agenda del nuevo siglo. Será un nuevo desafío, para cuyo éxito será imprescindible despegarse de las “durezas ideológicas” del siglo XX. Los nuevos desafíos reclaman nuevos tipos de alianzas, incluso de viejos rivales. Y requieren elaborar marcos conceptuales adecuados, más en línea con los debates que enfrenta el mundo global, del que la Argentina coma
parte aunque su dirigencia se resista a tomar nota. Pero la mayoría de los argentinos lo saben: es una etapa de menos estructuras y más ciudadanos. El radicalismo podrá ser útil en esta nueva etapa si levanta la mirada a los años que vienen y prevé los desafíos que enfrentará el país en ese mundo global: educación, ambiente, energía, articulación económica adecuada al nuevo paradigma global, piso de inclusión social, desarrollo científico-técnico, nuevas amenazas internacionales, delito global y complicidades “glo-cales” que traen el infierno a la vida cotidiana de la mano de las redes de tráfico de estupefacientes, armas, personas, lavado de dinero y marcas falsificadas; participación en la “alta gerencia” internacional –en cuyas puertas ya se encuentra Brasil, invitado periódico al G 8-. Las respuestas a esos problemas no están en la Carta de Avellaneda, como no lo están en las “Veinte Verdades Peronistas”, ni el Manifiesto Comunista. Son nuevos problemas, propios del éxito de la modernidad –no de su fracaso- que deben ser analizados desde la “modernidad reflexiva”. La Coalición Cívica lo está entendiendo, al igual que el Pro. Si el radicalismo reduce su debate al limitado escenario de las anécdotas, perderá su ventaja. Podrá discutir si es adecuado sancionar una “amnistía” interna –que no dejará satisfechos ni a unos ni a otros, porque todos están convencidos de haber actuado correctamente- o si “abre las puertas” de la vieja estructura a Julio Cobos –como si a la sociedad le interesara la vieja estructura... -. Perderá el tiempo y perderá la historia, porque mientras tanto es probable que los ciudadanos busquen –y seguramente encuentren- expresiones políticas nuevas, que no miren tanto al siglo XX sino a las apasionantes posibilidades que se abren en el siglo XXI. Por el contrario, si el radicalismo sobre la base de la tolerancia democrática republicana se proyecta en foro de debate, reflexión y decisiones para esos nuevos problemas; si se convierte en un faro de luz y atracción a quienes se sienten soldados de la democracia republicana e ilumina el complicado escenario de los años que vienen; si se dedica a articular sin sectarismo, cual columna vertebral, las distintas visiones del pan-radicalismo y desde allí a confluir en un amplio consenso estratégico con otros actores –nuevamente, como lo ha hecho en S.S. de Jujuy, Bariloche, Río IV y Santa Rosa-; si actúa con la madurez de comprender que el papel de una organización política sólo se legitima si le sirve a los ciudadanos y a la sociedad, como lo ha hecho tantas veces en su historia, entonces sí tendrá muchos años por delante de utilidad y servicio a los argentinos y a la democracia. Indice
Terminen con ese engendro... Los episodios ocurridos en la última reunión del Consejo de la Magistratura han llegado al límite de lo escatológico. Por impulso de la senadora Conti se ha decidido dejar sin efecto un concurso para designación de magistrados porque ninguno de los que obtuvo mejores perfomances era cercano ideológicamente al gobierno. Difícilmente pueda imaginarse un dislate de tal magnitud en una república democrática... Poco queda de las reformas que ilusionaron a muchos demócratas en 1994. El federalismo sigue inexistente, subordinado a la discrecionalidad del poder central por la falta del dictado de la Ley de Coparticipación Federal de Impuestos, que debió ser sancionada antes del 31 de diciembre de 1996. El “tercer senador por provincia”, destinado a garantizar pluralismo en la representación federal, fue burlado con las divisiones artificiales del partido mayoritario, para obtener tanto las representaciones mayoritarias como las de la minoría. La delegación legislativa, expresamente prohibida, se ha convertido en una norma, alterando el equilibrio de relojería de mayorías relativas, representación popular y representación provincial previsto en la Constitución para la sanción de las leyes al igual que los decretos de “necesidad y urgencia”, con su reglamentación amañada que permite que el presidente y la mayoría simple de una Cámara sancione una ley válida. La autonomía de la Capital Federal ha mejorado con la elección directa de su Jefe de Gobierno, es impotente por la falta de policía, la demora en la transferencia de la justicia, la ausencia de control de Personas Jurídicas, la dependencia del gobierno central en la política de transporte metropolitano y de grandes obras públicas y la ínfima coparticipación impositiva. El Jefe de Gabinete de Ministros, como “fusible” ante las crisis políticas, no sólo fue inocuo para evitar la crisis política del 2001 sino que se ha transformado en un engendro institucional desmarcado de control por los superpoderes presupuestarios, que le permiten actuar discrecionalmente sin control parlamentario. Sus informes al Congreso, sin admitir réplicas ni abrir el debate, son inútiles. El verdadero jefe de la administración, por su parte, no puede ser convocado al Congreso porque no tiene funciones formales, aunque resida en Olivos. El Ministerio Público “extra poder” ha sido subordinado al Poder Ejecutivo, que ejerce sobre el cuerpo de fiscales un control estricto para impulsar o evitar la causas según la conveniencia de la administración. Y el Consejo de la Magistratura, por último, se ha convertido en una especie de Comisariato político, a través del cuál el poder ejecutivo
mantiene atemorizado al poder judicial, con amenazas veladas de apertura de procesos amañados y de filtros ideológico-partidistas para acceder a la carrera judicial, como el demostrado días atrás por iniciativa de la Diputada Conti. De todos los dislates, el último mencionado es el peor para la salud republicana. En los países en los que existe, el Consejo de la Magistratura es la garantía de profesionalidad, calidad técnica e independencia de la justicia y es indemne a cualquier intromisión política. A diferencia de la Argentina –principalmente luego de la reforma impulsada por la entonces Senadora Kirchner-, no incluye representantes políticos sino académicos, magistrados y abogados. En la Argentina es una herramienta de control de los jueces para garantizar impunidad y un comisariado ideológico para asegurar la parcialidad en la aplicación de las leyes penales. La reconstrucción del Estado de Derecho deberá incluir entre sus capítulos más importantes terminar de una vez con este engendro y marchar hacia la construcción de una justicia independiente, alejada de la intromisión política y con garantía de inamovilidad. Indice
Alto cinismo en tres dimensiones “BUSH – Entregá al prófugo Antonini Wilson”, rezan los afiches excelentemente impresos, pegados con profusión en la Capital Federal. Como se recordará, el venezolano fue el portador de la valija con 800.000 dólares de contrabando destinados, según sus propias declaraciones, a la campaña electoral de Cristina Kircher. Al día siguiente del episodio aduanero, conocido de inmediato por el entonces presidente Kirchner y por el entonces –y actual- ministro de Planificación Federal, el venezolano fue invitado de honor a la Casa de Gobierno, asistiendo a reuniones en el Salón Blanco con funcionarios nacionales. Por supuesto, Antonini Wilson salió del país sin problemas. Y fue detenido en Estados Unidos por cargos federales, al haber participado de hechos delictivos cometidos en ese país, por los que está siendo juzgado. En el transcurso de ese juicio salen todos los días a la luz nuevas implicancias del vergonzoso episodio que embarra la política argentina en un tribunal de justicia extranjero, con todos los medios de prensa del mundo cubriéndolos. En un infantil ejercicio de cinismo, se ha tapizado la Capital Federal con los afiches mencionados, como si el nivel intelectual de la opinión pública argentina fuera tan rudimentario como la elaboración intelectual de quien los planificó y ejecutó. “Cecilia Pando: dónde está López”, dicen otros afiches, también fijados en la Capital. Diversas opiniones pueden tenerse sobre la señora Pando. Desde quienes la identifican con la vocera de uno de los bandos de los años de plomo y defiende a quienes consideran criminales, hasta los que la califican poco menos que heroína con tanta valentía como las mujeres guerreras de la independencia. Sin embargo, hay un punto en que ambos, por silencio o por acción, han coincidido: no tiene imputación por delito alguno y su mayor falta, en todo caso, es la ausencia de mesura que, si fuera delito, no la tendría sin embargo como la mayor culpable, ya que sería precedida por el ex presidente cuyos exabruptos frente al atril diabólico y en su tribuna partidaria frente al Congreso ha sido sustancialmente más incendiaria e intolerante. Que se le pretenda imputar a Cecilia Pando la desaparición de Julio Jorge López es otro infantil ejercicio de cinismo, máxime teniendo en cuenta que no se han investigado las pistas reiteradamente denunciadas por Christian Sanz que atribuyen al mismo gobierno kirchnerista la responsabilidad de su desaparición. “Mientras el primer mundo se desploma como una burbuja, los argentinos seguimos firmes”, anunció en otra de sus frases de antología la señora presidenta. No ha observado que la disolución a que hace referencia no impide que miles de personas formen fila en todo el mundo para comprar bonos del tesoro del gobierno norteamericano presidido por el demonizado George W. Bush, a los que consideran la inversión más segura
aún en la gigantesca crisis –mientras que por estos pagos hacen cola, pero para sacarse de encima con urgencia los bonos que ha emitido el gobierno de su marido Nestor Kirchner y el suyo propio-; ni que mientras la tasa de interés en Estados Unidos se mantiene en sus mínimos históricos sin que por eso disminuya la demanda de bonos del tesoro, por estos pagos que ella preside el “riesgo país” alcance los niveles de default, los más altos de todo el mundo, a pesar de la autoasignada “fortaleza” cada vez más identificada con un cuento chino; ni que la gente no busca el peso de la economía “sólida” sino al contrario, huye hacia el dólar de la economía presuntamente “disuelta”-. Es el tercer ejercicio de cinismo, expuesto con la autosuficiencia que Morales Solá ha calificado de “inmodestia” en su nota de La Nación para no usar la castiza y más propia definición de “soberbia”. La expresión presidencial, una vez más, ha caído en el mal gusto y la falta de decoro para referirse a problemas que hoy se sienten en los mercados financieros globales y sufren ciudadanos de otros países, pero que inexorablemente llegarán al país –o mejor dicho, ya están llegando-. En esa línea, no sería extraño que cuando la Argentina comience a sentir esos efectos, el discurso cínico pase a culpar de la situación a lo que sucede en el mundo, olvidando que durante los cinco años de auge provocados por la economía global en crecimiento fueron muchas las voces –entre otras, la de esta columna- que advirtieron una y otra vez sobre la irresponsable gestión económica “K”, que de seguir en ese rumbo nos llevaría a una nueva crisis. Ni Bush ni Cecilia Pando ni las petulantes sentencias presidenciales podrán servirles entonces para ocultar su incapacidad de gobierno y los catastróficos resultados para los argentinos. Indice
Burbujas que se “derrumban” “Por primera vez en la historia, una crisis no comienza en los países emergentes”. ¿Quién dijo esto? Quién más: ya se imaginan. La misma persona que dijo que “Mientras el primer mundo se derrumba como una burbuja, la Argentina sigue firme”... con el riesgo país llegando a niveles de default, los más altos del mundo, y los inversores haciendo cola para desprenderse de bonos del Estado argentino y para comprar bonos del tesoro del “derrumbado” principal país del “primer mundo”. Digo: ¿por qué no se calla? ¿Tan difícil le resulta no opinar de lo que no sabe? La primera burbuja estudiada comenzó en Holanda –el país “central” de entonces- y es conocida como la “burbuja de los tulipanes”, en el siglo XVII. El tulipán era una flor no conocida en Europa, hasta que fue traída del Asia por comerciantes de ultramar. Rápidamente apreciada, su valor comenzó a ascender, hasta que en la década de 1630, todos enloquecieron. Los precios ascendían sin parar. En 1635 cuarenta bulbos costaban 100.000 florines y un bulbo llegaba a venderse a 5500. El precio subía y parecía que ese ascenso era infinito. La gente comenzó a hacer inversión en tulipanes deshaciéndose de sus bienes básicos y se produjeron hechos tragicómicos, como el de un marinero condenado a prisión por haberse comido un bulbo accidentalmente. Hasta que en 1637 ocurrió lo inevitable: los especuladores más avispados detectaron signos de agotamiento del mercado (por primera vez una colección exclusiva no encontró comprador) y comenzaron a vender. Fueron inmediatamente seguidos por inversores más “informados”... y por otros, y otros... hasta que el pánico se apoderó del país. Explotó la burbuja, causando quebrantos que empobrecieron a muchos y enriquecieron a otros y luego incluso de que el propio gobierno holandés dictara leyes para atenuar las obligaciones contraídas entre privados, con decisiones tales como que los contratos a futuro se resolverían con el pago del 10 % del valor contratado –lo que por supuesto, no dejó conformes ni a vendedores ni a compradores, unos porque debían resignarse a cobrar apenas el 10 % de lo contratado y otros porque debían pagar la décima parte de lo acordado por algo que ya no valía nada -. La explosión de la burbuja dejó, como siempre ocurre, vencedores y vencidos. Vencieron aquellos que se vendieron justo antes de la explosión, acumulando grandes beneficios. Perdieron quienes habían liquidado su patrimonio para especular con bulbos y al final se quedaron con tulipanes y
sin casa. Y perdió el país, que durante años se vió sumido en una importante depresión económica. Fue una burbuja también la “Gran depresión” de los años 30, con una mecánica más cercana a la especulación financiera aunque no alejada de decisiones que actuaron como los pases de magia de los “apredices de bujos”, que intentan neutralizar fenómenos no demasiado alejados de las fuerzas de la naturaleza. El resultado fueron diez años (la década del 30) con graves consecuencias en todo el mundo, y la siembra de los desequilibrios que abrieron paso a la Segunda Guerra Mundial. Más cerca en el tiempo se dio la “burbuja inmobiliaria” de Japón, en 1990. Los argentinos la recordamos porque con la venta de nuestra sede diplomática soñamos alguna vez contruir una nueva capital. Por supuesto, estalló como todas, provocando, entre otras cosas el estancamiento por diez años de la segunda economía del mundo. Las tres “burbujas” mencionadas, las más grandes y estudiadas de la historia, se originaron, justamente, en países del “centro” económico. Son, además, las paradigmáticas. Las burbujas son normalmente el resultado de una negociación apoyada sólo en expectativas, sin base en la economía real, que ante la imprevista toma de conciencia por parte de los inversores de su posible estallido (ya que las burbujas no se “derrumban” sino que “estallan”), generan una caída generalizada de los precios hasta su verdadero valor provocando un shock o una depresión. No es un fenómeno nuevo y no hay acuerdo total en la ciencia económica sobre sus causas últimas, aunque sí en su naturaleza: es la negociación de altos volúmenes a precios que difieren sustancialmente de sus valores intrínsecos. ¿Cuáles son éstos? Pues los “fundamentales”, es decir los que reflejan la real oferta y demanda del mercado. La actual no escapa a esa definción y hay consenso en que su naturaleza es la generación desmadrada de valores financieros virtuales sin relación con su respaldo en la economía real, fenómeno que se incrementó de manera exponencial luego de la “desregulación” del sector financiero producido durante el gobierno de Clinton. Esa desregulación, unida a la globalización sin reglas apropiadas, dejó a la naturaleza económica funcionar libremente, sin la presencia de un adecuado marco normativo global. Se produjo entonces, en pleno siglo XXI, lo que ocurriría en cualquier orden si desaparecieran las normas y la realidad quedara librada a los puros impulsos y lucha por la vida: la ley de la selva. Por ejemplo: si se derogaran las normas civiles y penales, no existieran más los homicidios y los robos como delitos, las viviendas no estuvieran protegidas por el derecho de propiedad y su ocupación –o despojo- sólo respondiera a quien fuera más fuerte.
El saldo de esta conmoción financiera no debería llevarnos a regodearnos porque les tocó primero a otros, sino a comprender la interrelación de los mercados globales frente a la insuficiencia de la normativa económica planetaria. Una reflexión de estadista, pasada la crisis –ya que durante ella es necesario actuar como Cincinato, enfocando los esfuerzos para sortear sus consecuencias más dramáticas y limitar sus daños y así lo están haciendo los países centrales liderados por Estados Unidos- seguramente concluiría en la urgencia de normatizar más el mundo. Esas normas protegerían más a todos y especialmente a los más chicos. Una visión improvisada y corta, con la información y el rigor de una sobremesa familiar, seguramente diría lo contrario –aunque impostando la voz y alzando el dedito-: aislarse del escenario global. “Irse a la estancia”, como el viejo chiste de la viuda rica consultada sobre su actitud ante la eventualidad de que “llegue el comunismo”. Indice
Lo que viene ¿Qué tuvieron en común Echeverría, Alberdi, Mitre y Sarmiento? La historia nos cuenta de la temprana muerte del primero, antes del derrumbe rosista, de la pelea entre Alberdi y Sarmiento –recordemos las “cartas quillotanas”- y del enfrentamiento entre Sarmiento y Mitre – distanciados por la sucesión presidencial del primero-. Tuvieron en común, sin embargo, su indagación conceptual para imaginar la agenda del país en la etapa siguiente a la autoritaria gestión de Rosas, su acompañamiento a la gesta de Urquiza, su apasionamiento por darle leyes a la Argentina. Fueron la generación quizás más proficua de nuestra historia, la “Generación del 37”. Estuvieron juntos en la época de lucha. Aún con matices diferentes, los unía su visión de un país institucional, inserto en la economía global de entonces, expandidas sus fronteras, incorporando lo mejor de la inteligencia de entonces al desierto despoblado de las “Provincias Unidas”. Juntos prepararon el terreno para la etapa siguiente, la que se abriría luego de la gesta del Pronunciamiento. Después, tuvieron expresiones políticas diferentes. Urquiza siguió como exponente institucional del viejo “Partido Federal”. Echeverría, sin llegar a palpar sus sueños –murió en enero de 1851-, dejó el legado de su reclamo democrático. Alberdi diseñó las bases jurídicas y económicas del nuevo Estado, al que imaginó trasplantado el aporte poblacional del viejo mundo con su lema “Gobernar es poblar”. Mitre enfrentó a los autonomistas más excluyentes de la política porteña, indiferentes ante la suerte del país total y sostuvo su tesón nacional aún a costa de renunciar a la exclusividad de las rentas de la aduana. Sarmiento fue el “loco de la educación” con su otra obsesión: educar al soberano y mostró su mirada hacia delante llevando a su presidencia como ministro nada menos que a un viejo rosista, Dalmacio Vélez Sarsfield, a quien encargó la redacción del Código Civil, piedra angular de la legislación del estado independiente. La agenda de la segunda mitad del siglo XIX poco tenía que ver con la de los cincuenta años anteriores. Ya estaba lograda la Independencia y explicitado el programa del nuevo país con la Constitución. Las nuevas demandas eran llenar ese espacio con instituciones, con gente, con trabajo, con inversiones, con educación, con paz interior. Con sus diferentes matices, fueron exitosos y abrieron las puertas a la segunda generación constructora, la del 80. Allí, de nuevo Mitre, pero esta vez con Alem, con Bernardo de Irigoyen, con Pellegrini, con el propio Roca, con Sáenz Peña, encararon la nueva etapa: soldar el nuevo país cuya población se había duplicado con seis millones de inmigrantes –de los cuáles, tres millones se quedaron definitivamente en la Argentina-, lidiando con las consiguientes reacciones naturales en las sociedades con tal magnitud de afluencia
externa, como se ve hoy en Europa. También fueron exitosos. Fue el medio siglo –1880 a 1930- más exitoso de nuestra historia. Aunque al comenzar el siglo XX ya estaba cambiando la agenda y con ella los agrupamientos políticos. Ya no era el tiempo de “autonomistas” y “nacionales”, de “roquistas” y “mitristas” o “Cívicos”. Era el tiempo de la inclusión de los excluidos del sistema político. Y el escenario se fue reorganizando: conservadores, radicales, socialistas, demócrata progresistas. Los nuevos problemas: el petróleo, los flujos de inversión en infraestructura, el relacionamiento comercial externo enrarecido por la guerra, la naciente base industrial. Hasta que la ruptura del 30 abrió un abismo en el entendimiento nacional, que había sido mantenido aún entre rivales acérrimos, desde Urquiza ayudando a la subsistencia de Rosas en el exilio, hasta Sáenz Peña, reuniéndose con Yrigoyen para acordar la apertura electoral. En el 30 se rompió la solidaridad nacional y con ella la idea de pertenecer al mismo país común. Con la intolerancia empezó la decadencia, que continúa hasta hoy mostrándonos como el país menos exitoso del continente en estas casi ocho décadas. Ninguno ha tenido una perfomance más negativa que la Argentina. Hace un cuarto de siglo comenzamos el reencuentro, con la recuperación democrática y las bases de convivencia construidas con no pocos esfuerzos por todos los argentinos, bajo el liderazgo de una serie constitucional que inició Raúl Alfonsín. Esa etapa ha soportado momentos críticos, pero el saldo ha sido la vocación democrática instalada en la opinión pública con una fuerza que no había tenido nunca. Cierto es que los críticos episodios del 2001 vaciaron de contenido esa democracia y un liderazgo sectario en lo que va del siglo ha pretendido sembrar cizañas de discordia. Sin embargo, hoy parece notarse en la opinión pública un nuevo movimiento tectónico, del que venimos hablando en esta columna en los últimos meses. Se trata de un movimiento subterráneo de la opinión pública, en dos direcciones: la primera, hacia el cumplimiento de la agenda pendiente del programa modernizador de la Constitución –democracia, estado de derecho, transparencia, subordinación del poder a los ciudadanos, independencia de la justicia, libertad de prensa, libertades cívicas, igualdad ante la ley-; y la segunda, hacia otra nueva agenda, la del siglo XXI, crecientemente global: una nueva imbricación económica con los circuitos mundiales de comercio, inversiones, tecnologías y finanzas, la reformulación energética ante la inminencia del fin del petróleo, el combate a la violencia sistémica que convierte la vida cotidiana en un infierno, y a todas sus complicidades escalonadas –globales, nacionales, locales,-; el adiestramiento para las nuevas formas de trabajo y de empresa, la construcción definitiva del piso de ciudadanía para erradicar la exclusión.
Este movimiento atraviesa todas las expresiones políticas, desde el Pro y la Coalición Cívica hasta las viejas fuerzas partidarias del siglo XX, como el radicalismo y el propio peronismo. Los argentinos tienen cada vez más en claro la necesidad de terminar de marcar “los límites del poder” y la defensa de su autonomía, y a la vez, de exigir a ese poder una nueva vinculación con los ciudadanos, para que les sirva en las tareas gigantescas que le presenta el nuevo escenario mundial y privilegiarán las fuerzas políticas con mayor capacidad de diálogo, de generación de consensos, de apertura intelectual y capacidad de adaptación a las nuevas formas de política y de liderazgo. Las que no se adapten, serán historia –como lo fueron el alsinismo o el roquismo, entrado el siglo XX-. Lo que viene, una vez superada la “pesadilla K”, será una Argentina cosmopolita, plural, democrática, pujante. Estará asentada en consensos que se están gestando en las nuevas generaciones dirigentes, así como lo hicieron los exilados de la “Generación del 37”, cuyas reflexiones prepararon la Constitución. No mostrará unanimidades, como no la mostraron los próceres de la organización nacional que, una vez lograda, discutieron con firmeza sobre sus matices diferentes. Pero tendrá, como entonces, una coincidencia sólida sobre las bases de la nueva etapa en las que va coincidiendo cada vez más, aún a pesar de los estertores personalistas de algunas de sus conducciones más encumbradas. Imaginar esa Argentina, aún a riesgo de “escapar hacia adelante”, ayuda a soportar este purgatorio. Sabemos que tendrá fin y eso alienta, incluso para reforzar nuestro compromiso de seguir predicando, sembrando tolerancia, acercando posiciones, reforzando consensos entre todos los compatriotas que siguen soñando con una Argentina abierta y democrática, pujante y solidaria. A diferencia de lo que ha estado ocurriendo en estos últimos años, sentimos que el futuro es apasionante. Y eso entusiasma. Indice
El gobierno y los modelos “Estos gringos van a terminar pidiéndonos a nosotros la receta de nuestro modelo económico...” No son sólo Néstor Kirchner y su esposa los hipnotizados por la idea de un modelo. Lo hemos visto otras veces, las más originadas en algunos economistas más cercanos a los números y las fórmulas que a la vida real del país y del mundo. ¡Tantos tuvieron su “modelo” en la historia reciente! ¡Tantos elaboraron construcciones teóricas que respondían cabalmente al sistema de ideas y conceptos que relacionaban entre sí hasta conformar un maravilloso mecanismo lógico que se probaba a sí mismo! “Platonismo” llaman algunos a esa deformación intelectual de pretender interpretar el mundo sobre la base de conceptos puros, olvidando que éstos son sólo abstracciones cuya fuerza epistemológica deriva de su verdadera capacidad de reflejar el mundo real. Porque –no lo debemos olvidar- tanto gobierno, como economía, como política, tratan del mundo integrado por nosotros, imperfectos seres humanos con conductas y pensamientos imposibles de homogeneizar en el concepto platónico de la “idea-hombre” o de ser comprendidos identificándonos con la simple y matemática belleza de un número. La realidad, esa inagotable fuente generadora de hechos y cosas, esa caprichosa productora de procesos y crisis, vuelve por sus fueros cada vez que el platonismo pretende encasillarla en los –al fin..- siempre toscos edificios conceptuales. No porque éstos no reflejen también admirables esfuerzos de comprensión, sino porque las infinitas probabilidades que aquella ofrece convierte en inútiles los pronósticos más ajustados que generen los pensadores que la han intelectualizado, separando esa realidad en pedazos arbitrarios de análisis y generando con ellos conceptos difícilmente abarcativos de las propiedades diversas de esa realidad. Lo pasado, puede estudiarse. El futuro, está abierto y es impredecible. No cabe en un “modelo”. Lo hacemos los seres humanos con nuestra acción, libre y des-alineada de cualquier pretensión homogénea. Si el fenómeno se da en las ciencias naturales, en la vida social se potencia. La libertad de decisión inherente a la capacidad de pensar – intrínseca en la condición humana- hace inabarcable una descripción que deba tener en cuenta toda la realidad. En una metáfora borgiana –como la del mapa que refleje en forma total y absoluta el territorio que represente-, es imposible conocer lo que decidirán personas y grupos tan diversos y – relativamente- autónomos en sus decisiones como un directorio financiero de un mega-banco en Wall Street, un grupo de guerrilleros en la selva colombiana, los miembros del Comité Central del Partido Comunista de China, los integrantes del Banco Central Europeo, la dirección de Al Qaeda
en una cueva afgana, militares en una sala de situación del Pentágono, un “ayatollah” iraní con influencia en el gobierno de un país con poder nuclear en el centro de la mayor reserva petrolera del mundo, y tantos, tantos otros... por ejemplo, en las reflexiones íntimas de un Vicepresidente que debe desempatar una votación clave. Frente a esa incertidumbre, que puede provocar hechos que cambien el mundo en un día como la caída del muro en Berlín, el atentado a las torres gemelas, la desbordada creación de valores “simbólicos” haciendo crecer la riqueza “virtual” a valores que tienden al infinito (olvidando la vieja definición de la economía como “la ciencia de la escasez”), el resurgimiento de la tensión militar internacional, o dé vuelta totalmente el escenario político y muchos otros imprevistos... ¿cómo hablar de “modelo” como si se tratara de las instrucciones de armado de un mecano? La edificación intelectual y el autoconvencimiento en la validez de un “modelo” actúa muchas veces como una muleta que ayuda a soportar una discapacidad, sea una propia del natural limitado entendimiento humano, sea el reflejo de una limitación sicológica, la de resistirse a entender la vitalidad asombrosa de la realidad en un vano intento de aprehender la historia y fijar su rumbo. Por supuesto que la ciencia trabaja por desentrañar esa realidad, su esencia, sus reglas, sus correlaciones. En esa tarea, elabora “modelos” interpretativos que, sin embargo, son siempre provisorios, abiertos a la reelaboración, transitorios y válidos “hacia atrás”. Serán superados por nuevos hechos descubiertos que muestren su error, por nuevos “modelos” que lo integren, por nuevas fronteras del conocimiento. En todo caso, pretender aplicarlos a la política y “hacia delante” conlleva un riesgo, alertado por Blaise Pascal hace tres siglos: confundir los órdenes, y caer, sin pretenderlo, en la “tiranía”, que no es otra cosa que aspirar al dominio de todos ellos olvidando que al poder sólo le está reservado dictar normas legales en los marcos y límites que lo permiten los procedimientos constitucionales, guiados por el objetivo de la justicia, cuya definición, variable desde siempre según las realidades sociales, religiosas, culturales y tecnológicas, pertenece al campo de la moral, que fija el “ bien” y el “mal”. La que –conviene recordarlo- es también variable, según las épocas... El “modelo” que permite la democracia a los gobiernos es sólo el del “procedimiento” y está estampado en la Constitución. Los demás objetivos, siempre limitados, parciales y cambiantes, deben responder a sus respectivos “órdenes”, cada uno de los cuales integra propiedades apoyadas en la antropología -inmodificable en los plazos previsibles- de los seres humanos. Olvidarlo llevará a la “tiranía” y fatalmente generará las tensiones que también nos muestra la experiencia, no sólo de la humanidad sino de nuestra propia convivencia, cuando en nombre de sucesivos
“modelos” se ha intentado expropiar a los seres humanos su libertad de decisión. Porque si ello ocurre, ésta, caprichosa e inexorablemente, vuelve por sus fueros y a veces, de muy mala manera. En el mundo, esto se sabe hace mucho. Es improbable que alguien pida la receta para volver a ensayar fracasos conocidos. Indice
Calidad institucional En las postrimerías de la gestión de Néstor Kirchner, el balance de la opinión pública para la evaluación presidencial mostraba claroscuros, más de los que le hubiera gustado al autor que desde el comienzo desconfió de los peligrosos antecedentes políticos institucionales del patagónico, pero sin dudas conjugaba un mix de aciertos –recuperación de la autoridad presidencial, cierta disciplina macroeconómica, atisbos de renovación en el peronismo- con un claro déficit: el retroceso en la calidad institucional. El reclamo mayor hacia el gobierno, sobre mediados del año pasado, no era tanto la inflación –que recién se insinuaba-, ni la desocupación –que venía en descenso-, sino el creciente hastío con un estilo de gobierno que privilegiaba la confrontación e impedía la generación de consensos estratégicos, llave de oro de calquier lanzamiento sólido hacia un período de crecimiento de largo plazo. Las causas de tal estilo fueron evaluadas por la ciudadanía no tanto como el necesario método de construcción política para un proyecto que no podía confesar abiertamente sus objetivos cleptómanos, como el necesario ejercicio de facultades excepcionales para encarrilar una situación nacional evidentemente desmadrada. En aquellos tiempos, desde esta columna marcábamos la disyuntiva: el kirchnerismo debería elegir –y mostraría a los demás...- si Néstor Kirchner era el saludable Cincinato del siglo XXI, que una vez cumplida su tarea se retiraba a su granja mientras la República retomaba su ritmo de normalidad, o si –como lo suponía el autor- el autoritarismo formaba parte de la esencia de un proyecto político para el que el bienestar de la población, los derechos de los ciudadanos y el éxito nacional no forman parte de la agenda. En ese contexto, la articulación de la fórmula presidencial dejaba abiertos ambos caminos, y en realidad no terminaba de disipar la incógnita. Para los incrédulos por naturaleza –entre los que me contaba- CK proyectaba un escalón superior de soberbia, la más peligrosa de todas: la de quien sin saber, cree que sabe. Pero para muchos argentinos expresaba la modernización política, el ejercicio del poder con mayor decoro y el paso hacia la normalidad que el propio Néstor Kirchner exaltó al repetir en varias oportunidades la “calidad institucional” que significaría el nuevo período, el de Cristina. La figura de Cobos integraba ese mensaje. Emergido de un exitoso radicalismo mendocino, su aporte a la “Concertación Plural” ayudó a configurar la oferta electoral del oficialismo ante una opción del radicalismo tradicional que, al encolumnarse tras la figura de otro – prestigioso- justicialista, restaba nitidez a su alternativa. El sentimiento tradicional de las clases medias argentinas, verdadero “field” de la balanza
social nacional, se dividió en una tensión entre quienes prefirieron creer, forzando su optimismo, en la honestidad del discurso oficialista, y quienes, prevenidos contra él, tampoco se encontraban cómodos en la alternativa que le ofrecía la formalidad del viejo partido. Muchos de esos votantes se “desgranaron” hacia la Coalición Cívica, sin confiar en ninguna de ambas propuestas. La fórmula de la Concertación Plural ganó con un mensaje sintetizado en el excelente corto publicitario de su cierre de campaña, en el que toda la historia argentina, con los próceres paradigmáticos de las diferentes corrientes de opinión, se conjugaban con los hombres y mujeres que, en toda al geografía del país, trabajan cotidianamente por su futuro. “Cristina, Cobos y vos”, era el lema. Fue el lema que ganó –aunque, bueno es recordarlo, sin romper ningún récord, sin “que le sobrara nada”... Empezó el gobierno, y en lugar de mejorar las cosas empeoraron. La reiteración de los superpoderes fue el primer hito, que en un gesto de magna hipocresía la recién llegada dejó promulgarse por el transcurso del tiempo, como si el país fuera un Jardín de Infantes que no supiera leer gestos y actitudes. Y luego, Antonini, el ataque a la justicia norteamericana por descubrir el delito en lugar de ayudarla a “zafar”, el papelón de Néstor en la selva colombiana, el papelón presidencial en la Cumbre Presidencial que trató el conflicto entre Colombia, Venezuela y Ecuador, y de ahí en más, la debacle. La vocación cleptómana renació con toda su fuerza ante el intento de imposición de las retenciones móviles, que resistida al comienzo por el campo concitó la oposición de gran parte del electorado de “Cristina, Cobos y vos”. No sería aventurado afirmar que en esa batalla primero se fue “vos”, y luego se fue Cobos. El paso fue casi natural. Había sido convocado para una “concertación plural”, y a los cinco meses de gestión se lo pretendía arrastrar a un “divisionismo sectario”, teñido de invocaciones a hechos trágicos del pasado. Los alaridos del ex presidente imputando a los opositores de reproducir los “grupos de tareas” del proceso y hasta los “Comandos Civiles” de 1955, no fueron un exabrupto aislado: fueron avalados por diferentes intervenciones de la propia nueva mandataria en varios discursos en los que achacó a quienes no se dejaban robar de conformar “piquetes de la abundancia” y tener “proyectos destituyentes”. La claque clientelizada, los escribidores de la izquierda esclerosada añorante de la guerra fría y los socios en el proyecto cleptómano se abroquelaron en una cáscara de dogmatismo y exclusión que ya nada tenía que ver con la propuesta electoral y mucho menos con el aporte que a esa propuesta hiciera la historia, valores y convicciones del Vicepresidente. Hoy ya la situación está institucionalmente tanto o más desmadrada que al comienzo de la gestión kirchnerista. El oficialismo se ha convertido
en un conglomerado muy cercano a una asociación ilícita, para la que no existen límites constitucionales ni legales. El hecho de que las palabras “democracia” y “estado de derecho” hayan estado ausente de los discursos oficiales en estos años es sólo un muestra. La violencia cotidiana cada vez más insoportable y los descubiertos vínculos del narcotráfico con el financiamiento de la campaña electoral presidencial agregan su nota de dramatismo. La recreación del clima de enfrentamiento de los años de plomo ensañándose con una de las partes del conflicto violento, mientras se apaña cínicamente a la otra y se oculta pragmáticamente a quienes desencadenaron el proceso con atentados criminales y aún a quienes firmaron los decretos –de un gobierno constitucional- que ordenó la aniquilación del terrorismo, busca polarizar falsamente a la sociedad para construir un discurso plagado de intolerancia. El insolente destrato al vicepresidente Cobos –electo, en todo caso, por los mismos argentinos que votaron a la presidenta- por parte de funcionarios sin estilo ni escrúpulos, nada más que porque ha tratado de cumplir su compromiso electoral, avanza en la misma línea. Y el sólo anuncio del propósito de confiscar los aportes previsionales de quienes, protegidos por la ley y la Constitución, optaron por el sistema de capitalización y son propietarios exclusivos de sus aportes, abre la peligrosa compuerta de la ruptura definitiva del estado de derecho y del propio pacto constitucional. En efecto: si los ciudadanos no tienen la protección del Estado para defender sus derechos, nada les impedirá defenderlos por sí mismos. Néstor y Cristina habrían logrado, al frente de una verdadera asociación ilícita, llevar al país a una situación anterior a la sanción de la propia Constitución Nacional, abriendo la puerta no ya a la institucionalidad con calidad sino a la más pura y violenta ley de la selva. Hace unos meses, también desde esta columna, exhortábamos a la presidenta a una reacción. Repetimos ahora la misma exhortación, aunque –parafraseando a Almafuerte: “cada incurable tiene cura cinco segundos antes...”-, cada vez queden menos esperanzas de que se encuentre en voluntad y condiciones de hacerlo. Indice
El gran robo Artículo 17, Constitución Nacional: “La propiedad es inviolable, y ningun habitante de la Nacion puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley. La expropiacion por causa de utilidad publica, debe ser calificada por ley y previamente indemnizada....” Artículo 82, ley 24241: “El fondo de jubilaciones y pensiones es un patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y que pertenece a los afiliados...” Ni la ley ni la Constitución dejan dudas: las cuotas partes de cada afiliado a una AFJP no es del gobierno, ni de las administradoras: es un derecho de propiedad de los aportantes, que han decidido confiarlo a instituciones especializadas a fin de preservarlos del saqueo de administraciones públicas inescrupulosas. Están respaldadas por la Constitución Nacional, la que sólo permite privar de la propiedad luego de una declaración de utilidad pública, y a cambio de una indemnización que debe ser previa al desapoderamiento, y por una ley de la Nación. Por supuesto, la confiscación –la apropiación sin indemnización, como sería el caso actual- no está prevista en la Constitución. En todo caso, está expresamente prohibida en el artículo 17 de la carta magna. El intento de confiscación expresada por la presidenta Cristina Kirchner y el Admnistrador de la ANSES, Sr. Amado Bidou, enfrenta en forma clara, sin duda alguna, una manda constitucional, al apropiarse en forma ilegal de una propiedad que no les pertenece. Y si se diera el caso de que los legisladores sancionaran la ley como lo reclama el Poder Ejecutivo, serían autores, junto a los dos primeros y los ministros que firmen tal proyecto, de varios delitos: contra la propiedad –artículo 173, incs. 2 y 7 - y violación de deberes –artículo 248-, del Código Penal. Ello sin contar que, según lo estipula el Código Civil –artículo 1112- serán también civilmente responsables, con sus patrimonios, del daño que cause su acción u omisiónEl intento de saqueo del ahorro privado jubilatorio no tiene parangón en la historia económica argentina, ni siquiera el congelamiento de los depósitos o su transformación forzada en una conversión artificial ocurrida en el 2002, luego fuertemente atenuada por las decisiones judiciales. Se trata del mayor robo de la historia, en el que el aparato del Estado despoja a sus legítimos propietarios de una suma global o “botín” de Cien mil millones de pesos, de los que podrá disoner a su total discrecionalidad mediante el diseño de una normativa de gasto público que, también en
forma ilegal, ignora las formas y controles establecidos por la propia Constitución. Podrán posiblemente concretarla: han construido un esquema de poder al margen de las normas que, con las debidas complicidades, lo hará posible. Lo que está claro es que el delito no quedará impune, porque son demasiados los damnificados –más de tres millones y medio- que mantendrán estampada en su memoria el recuerdo del saqueo, para insistir una y otra vez en los próximos años, cuando la justicia haya recuperado su independencia, la sanción civil y penal de los culpables –funcionarios y legisladores que apoyen la medida-, que deberán responder con su patrimonio personal y con su responsabilidad penal el daño causado. El argumento para justificar el saqueo es infantil: la necesidad de intervencíon estatal ante la pérdida del 2,5 % que ha sufrido el patrimonio administrado por las AFJP. Se oculta que un componente fundamental de esa pérdida ha sido la inversión forzada a la que fueron obligadas por sucesivos gobiernos en bonos públicos inexorablemente devaluados y la quita de más del 65 % que sufrieron al ser identificados con los “acreedores externos” del país, a pesar de tratarse del ahorro jubilatorio de millones de argentinos. La comparación con la caída de valor de los bonos públicos, por su parte –se cotizan hoy a apenas el 60 % de su valor- recuerda, a su vez, que no sólo las compras forzadas de esos bonos por el monto de la deuda “reducida”, sino que además la pérdida de valor de esos bonos golpeó en forma decisiva la propia rentabilidad de los ahorros previsionales, por causa de decisiones públicas. Pretender que el Estado, cuyos títulos han perdido casi el 50 % de su valor, será mejor custodio de esos ahorros previsionales que las AFJP, es otra burla a la inteligencia y al sentido común de los argentinos. La obvia consecuencia será el incremento de la evasión, ya que obviamente luego de este nuevo ejemplo de vocación cleptómana, quedó claro que la perspectiva jubilatoria es tan virtual y difusa como los argumentos presidenciales. El propio “lapsus linguae” de la presidenta Kirchner en Formosa, cuando invocó motivos de “solidaridad”, indica que en realidad no se piensa en los aportantes, sino en el botín que se les confiscará para utilizar en el jubileo electoral del año próximo y en el festival de subsidios a empresarios, socios y amigos. A esos aportantes se les pide “solidaridad” para que se dejen robar sin protestar. Los voceros a sueldo, economistas abonados a las burocracias sindicales y socios del saqueo seguramente saldrán a respaldar el cambio, sin importarle los derechos que afecta. Total, son fondos que no son suyos. Son aquellos para los cuales el marco legal no es más que un componente fungible de sus devaneos intelectuales y de ninguna manera el sólido soporte de la convivencia. Avalarán el dislate, y luego, cuando cambien los patrones, cambiarán de opinión.
Para quienes soñamos con una Argentina exitosa en el mundo global, libre y abierta, solidaria sobre la base de su propio esfuerzo, será un golpe duro que nos obligará a renovar esfuerzos para la recuperación del estado de derecho, la vigencia de la Constitución Nacional y los derechos de los ciudadanos. Indice
Gobierno K El irresistible atractivo de “transferir”... ¿Se trata de argumentar? ¿Es necesario –incluso, útil- seguir desgranando argumentos que muestran la patética sinrazón de la iniciativa oficialista de apropiación de los ahorros previsionales? ¿O se trata de tiempo perdido, que debe volcarse a la resistencia política al despropósito? A una semana de iniciado el “efecto Cristina” que contribuyó alegremente a agravar una crisis mundial que todo el resto del mundo trata de corregir, los argentinos comienzan a salir de su shock. Cabe en este punto reconocer un mérito: la pareja cleptomana ha superado la imaginación más creativa. No es sencillo generar sorpresa en nuestro país, luego de tantas experiencias traumáticas. Sin embargo, lo han logrado. Pero los argentinos están despertando, como se nota en el crecimiento exponencial de la participación en Facebook y otras redes sociales, articulando argumentos y acciones para resistir el despojo. A estar por esta conmoción que se nota en el mundo virtual, en poco tiempo el “mundo real” se pondrá realmente interesante. Este movimiento aún no expresa a los más shockeados, compatriotas de mediana edad no demasiado duchos en el manejo de las herramientas virtuales pero tan o más indignados que los jóvenes traicionados en su confianza y sus derechos, que seguramente profundizarán su contacto y articularán sus acciones en los próximos días. La sedución por “transferir” del matrimonio K parece no tener límites. La lectura del artículo 7 de su proyecto (“Transfiérense en especie a la ADMINISTRACION NACIONAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL los recursos que integran las cuentas de capitalización individual de los afiliados al Régimen de Capitalización del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones previsto en la Ley N° 24.241 y sus modificatorias..”) deja abiertas todas las incógnitas. Si de “transferir” se trata, mañana podríamos encontrarnos con otras leyes, que esta vez ordenaran “transferir” a la administración nacional los saldos positivos en cuenta corriente que existan en los bancos. O los saldos de depósitos a plazo fijo. O los títulos accionarios o valores depositados en bancos o Cajas de Seguridad. O –si se les despertara el atractivo por las operaciones inmobiliarias para las que al parecer son tan afectos en sus pagos- transferir al Ministerio de Infraestructura los títulos de propiedad de los edificios financiados con fideicomisos.... En realidad, no habría ninguna diferencia jurídica entre todas estas hipotéticas transferencias: son todos bienes ajenos “protegidos” por el derecho de propiedad del mismo valor legal y con la misma fuerza jurídica que los depósitos previsionales privados, que según el artículo 82, ley 24241, con la sobriedad de las leyes
normales dispone que “El fondo de jubilaciones y pensiones es un patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y que pertenece a los afiliados...” En realidad, la administración K cumple el sueño de Al Capone: poder “transferir” a su patrimonio por su propia decisión, lo que se le ocurra que integre el patrimonio ajeno. Se podría argumentar que en este caso se trata de una transferencia al Estado. ¿Y? ¿El Estado puede “transferirse” lo que se le ocurra a quien gobierne, sacándoselo a sus propietarios a pesar de su protección constitucional? ¿Puede pretenderse seriamente que eso es posible en un “estado de derecho”? ¿o le queda mejor el rótulo de “estado delincuente”, gobernado por una asociación ilícita a cuyo frente los remedos de “Bonnie and Clyde” han diseñado un mecanismo de saqueo pasando por encima de todos los controles y reglamentos para apropiarse del propio patrimonio público? ¿No lo hicieron con las tierras públicas de Calafate? ¿No lo hicieron con el negociado de Skanska? ¿No lo hicieron con los fondos de Santa Cruz? ¿No lo hicieron con las comisiones en los gasoductos y autopistas? ¿No lo hicieron –y lo hacen- con bolsos de dinero recaudados en diferentes actos administrativos con una displicencia tal que hasta se olvidan de parte del botín en los baños de los Ministerios? ¿No están anunciando que hasta designarán directores en las empresas en las que se han invertido los ahorros previsionales, llegando a una estatización generalizada de la economía sin poner un peso sino, al contrario, apropiándose brutal y delictivamente de esas inversiones? ¡ni Chaves se animó a tanto! “Las comisiones eran altas”, dicen. Otra vez: ¿Y? ¿No acaban de sancionar hace menos de un año una ley que ponía un techo a esas comisiones? ¿Por qué no comparan esas comisiones con los aportes sindicales? O será porque no quieren mostrar que por un sueldo de $ 1.000 la comisión por la administración del capital previsional generado es de $ 10, mientras que el aporte sindical –destinado a enriquecer a otros vivos- es de $ 25? ¡25 a 10! ¡cómo no va a apoyar Moyano y la burocracia sindical el nuevo saqueo, si ya le prometen sillones en la Comisión que “administrará” esos fondos! ¿Que estarán más seguros esos fondos en la ANSES? ¿seguros para quién? ¿Por qué no recuerdan los casi dos millones de juicios en que la ANSES es demandada por no cumplir con sus obligaciones legales? ¿Por qué no confiesan los miles de casos de sentencias condenatorias de la ANSES obtenidas por ciudadanos cuyos beneficios han debido ser reclamados en la justicia, que no se pagan a pesar de adeudarse en algunos casos por más de diez años? ¿Por qué no recuerdan el saqueo a que es sometida la ANSES mes tras mes, para financiar los dislates presidenciales?¿Cómo puede una persona que habla de corrido repetir tal rosario de falsedades, mentiras y sandeces?
“La rentabilidad era mínima” repiten, sin sonrojarse y en el mejor ejercicio de cinismo. Sin embargo, recordemos la historia: pesificación forzosa en el 2002, canje de deuda que les arrebató el 65 % de las acreencias al considerar a los ahorristas previsionales “acreedores externos” y en consecuencia meterlos en el paquete de la estafa realizada a los ahorristas de todo el mundo en el 2005, obligación de compra forzada de títulos públicos sin valor desde el 2006, repatriación obligatoria de inversiones realizadas en economías exitosas en el 2007.... y aún así, llegar un 13,5 % de rentabilidad anual acumulada... Pero además ¿qué le importa al Estado, aún si así fuera, si se trata de una decisión libre de los dueños del ahorro? El propio sistema actual permite que a quien no le guste ese mecanismo, se incorpore al sistema estatal pleno... Sin embargo, pocos lugares han existido en estos años en que la capacidad de inversión de los gestores de patrimonio hayan podido ser más exitosos, neutralizando todos esos saqueos públicos con inversiones que, a la vez, ayudaron a desarrollar la economía financiando fideicomisos que permitieron el crédito de consumo, de artículos del hogar y de tarjetas de crédito para hogares populares, del boom de la construcción, de proyectos forestales y hasta de la inversión agropecuaria y la capitalización de empresas nacionales. Todo el crédito nacional quedaría, de aprobarse este dislate, en la absoluta discrecionalidad de un desequilibrado. La lucha comenzó. Despertando del shock, los argentinos han empezado a organizarse. Los próximos días dirán si los ladrones son sólo dos, o si se integran a la banda también los legisladores oficialistas y asociados, cuyos nombres serán cuidadosamente escrutados para volcar sobre ellos la responsabilidad penal –arts. 173 inc. 11 y 12, y art. 248 del Código Penal- y la responsabilidad civil –arts. 1109, 1112 y ccs. del Código Civil- a las que inexorablemente tendrán que hacer frente con su libertad personal y con sus respectivos patrimonios. Ello ocurrirá apenas termine la pesadilla K y la justicia se libere de las presiones y amenazas. No falta mucho. Indice
El día después En el denso e interesante debate desatado sobre la crisis global, es curioso ver a casi todos dedicarse al esfuerzo –inutil- de predecir su rumbo, similar a la intención de prever el desarrollo detallado de un terremoto, una inundación o un temporal. Ello es así porque el estallido de las burbujas es uno de los fenómenos económicos que más se acerca a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Luego de pasado, y aquietadas las aguas, seguramente se podrá analizar –como ha ocurrido con cada una de las crisis anteriores- por qué se produjeron, cómo se incubaron y cómo se desencadenaron. Pero mientras dure, la actitud frente al torrente no puede ser otra que hacer lo posible para neutralizar o achicar los daños, en la conciencia de que es ingenuo pretender conducirla o terminar con ella desde la política. La crisis se extenderá lo que se extienda, llegará hasta donde llegue, y terminará... cuando termine. Sin embargo, al igual que con los fenómenos naturales, es posible tratar de imaginar lo que quedará luego. Para esa predicción no es tan importante la crisis en sí, como los cimientos más sólidos de la realidad que la ha sufrido, aquellos que previsiblemente permanecerán cuando llegue la tranquilidad. Frente a esta situación, las predicciones han marchado en tres rumbos: 1.La opinión de los autoexcluidos del mundo global (el chavismo, el indigenismo, el fundamentalismo iraní, la izquierda esclerosada o nostálgica de la guerra fría), quienes sostienen que la crisis significa el fin del capitalismo, de la globalización, de la libertad de mercados y de la preeminencia de los Estados Unidos como superpotencia. No hay explicitaciones sobre las características del nuevo orden sobreviviente. 2.La de los fundamentalistas del libre mercado, que identifican la crisis con la “destrucción creativa” schumpeteriana, afirmando que una vez limpiado el terreno de todo lo que “no servía” volverá a florecer el capitalismo glorioso para protagonizar una nueva etapa de crecimiento, con la bandera de las barras y estrellas al frente de un desfile triunfal sobre los restos del mundo. 3.La de los pensadores menos atados al dogmatismo ideológico, la izquierda y el centro o derecha modernos y plurales, quienes en una posición intermedia sostienen que el mundo económico que quedará luego de la crisis recomenzará con demandas normativas globales hacia el sector financiero que pongan límites a la creación de riqueza virtual con normas internacionales similares a las que tienen los países en sus sistemas financieros internos y en los espacios regulados de sus relaciones financieras externas, y que no afectará en lo sustancial el
equilibrio relativo de poder y de dimensión económica existente antes de la crisis. En lo personal, mi intuición sobre el día después oscila entre la segunda y la tercera de estas predicciones, con el corazón más cerca de la tercera pero el razonamiento acercándome a la segunda. Con independencia de sus causas puntuales, la crisis financiera actual no es diferente en su esencia y dinámica a todas las burbujas que la economía ha tenido desde la primera estudiada, la de los tulipanes, en la holanda del siglo XVII: crecimiento de valor de determinados activos por encima de sus “fundamentos” –o sea, la oferta y la demanda natural de esos valores- junto a la evaluación del costo de oportunidad de personas que ven la chance de una rentabilidad extraordinaria montada en ese crecimiento, hasta que alguno se da cuenta, comienza a vender, y la burbuja de pincha. O como diríamos en la Argentina oficial, “se derrumba”. Nada se puede hacer para parar ese derrumbe. Sólo esperar que termine y paliar los daños de los más necesitados. Luego de las crisis, queda lo que queda. ¿Qué quedará en ésta? El derrumbe de la economía “simbólica” no será fatal para las fuerzas productivas que saldrán previsiblemente indemnes para superar la recesión –como lo vimos en la Argentina después de la crisis financiera del 2001/2002-. El campo estará listo para retornar su producción de alimentos, la industria para mover de nuevo las máquinas, los bancos para intermediar en la asignación de recursos económicos, los Estados para diseñar la normativa que seguramente deberá ser más previsora en el plano internacional. La ciencia y la técnica no habrán retrocedido sino que –en el peor de los casos- se encontrarán en el mismo nivel de desarrollo, y las sociedades tendrán “hambre” de retomar su camino de actividad. Las economías más robustas, integradas y flexibles serán las que contarán con mejores condiciones para volver a arrancar, y detrás de ellas lo harán las demás. No habrá cambios sustanciales en la matriz de las fuerzas productivas globales con motivo de la crisis –aunque siempre existan cambios propios de cualquier proceso social- que tendrán un ritmo parecido al que tenían antes. Y de entre las economías más fuertes, está claro que la norteamericana es la que tomará la responsabilidad –que ha tenido hasta ahora- de volver a poner en marcha el tren. ¿Por qué esto será así? Pues, veamos: 1. El PBI norteamericano (13,5 trillones de USD) es un tercio del global (48,5 trillones de dólares, método ATLAS). Cuadruplica al de China e India juntos (2,65 y 0,9 trillones, respectivamente). Pero no es sólo su dimensión: es su composición. Agro, industria, servicios, alta tecnología, aeronáutica, medicamentos, inserción global, redes productivas, industria espacial, electrónica de consumo. Mantiene liderazgo mundial en los cuatro
grandes campos de investigación de vanguardia (nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología y tecnología de comunicación e información), así como entre los dieciséis grandes sectores más dinámicos de las nuevas tecnologías aplicadas, en los que no solo lidera sino que es el único país que abarca a todos: 6.Energía solar barata. 7.Comunicaciones rurales inalámbricas. 8.Organismos y semillas genéticamente modificados. 9.Filtros y catalizadores de agua. 10.Alojamientos autosustentables. 11.Análisis biológicos rápidos. 12.Sistemas de fabricación “verdes” (no contaminantes) 13.Tarjetas y sistemas de ubicación global. 14.Vehículos híbridos. 15. Suministro dirigido de drogas médicas. 16.Mejoramiento de métodos de diagnóstico y cirugía. 17.Criptografía cuántica. 18.Acceso a información desde cualquier lugar. 19.Ingeniería de tejidos. 20.Redes de sensores de vigilancia. 21.Sistemas computacionales portables. 2.Mitarmente, es y será en el próximo cuarto de siglo el mayor poder del
planeta. Su presupuesto conjunto de defensa y seguridad es superior al de todo el resto del mundo sumado, y está en condiciones de aniquilar a cualquier potencial enemigo nacional. Aunque ello no signifique “triunfo” en el sentido de dominio del territorio –como lo demuestra el caso de Irak e incluso de Afganistán- todos los países del mundo saben que un conflicto bélico abierto con Estados Unidos significa la inmediata destrucción de su infraestructura y su retraso por décadas. A pesar de ello, el gasto militar en EEUU como porcentaje de su PBI (4 %) es hoy la mitad del que tenía en ocasión de la guerra de Vietnam (9,5 %). A ello debe agregarse que su círculo de alianzas de máxima confianza estratégica, con los que es altamente improbable un enfrentamiento militar –Europa y Japón- suman en conjunto bastante más de otro tercio del PBI del mundo. Ello no significa “invulnerabilidad” –como lo muestra el ataque a las Torres Gemelas-. Pero en perspectiva, los atentados terroristas no ponen en riesgo ni siquiera marginalmente su poder ni su economía. 3.Entre los países desarrollados y de mayor dimensión, es el que menos sufre el envejecimiento de la población, lo que le otorga mayor flexiblidad empresarial, laboral y militar.
4.La cantidad de trabajos médicos publicados en Estados Unidos es el
35 % de todos los publicados en el mundo, pero las citas de los trabajos efectuadas por otros –es decir, considerados como insumos de investigaciones posteriores- el 95 % corresponden a trabajos publicados en Estados Unidos. La cantidad de patentes inscriptas en los Estados Unidos es el 28 % de las inscriptas en el mundo, seguido por Japón, con el 21 %. En este aspecto es necesario destacar el notable crecimiento de patentes inscriptas por China, que ha pasado a ocupar el tercer lugar, aunque a una distancia aún muy grande de los dos primeros. 5.Aunque haya sufrido en los últimos años una reducción por razones relacionadas con las dificultades de migración debido a la paranoia antiterrorista, Estados Unidos es el país que recibe la mayor cantidad de estudiantes extranjeros para cursar en sus centros universitarios. La cantidad de fondos invertidos anualmente en Estados Unidos para Investigación y Desarrollo alcanza al 2,52 % de su Producto Nacional Bruto (que es el 30 % del PB mundial). El sistema científico técnico norteamericano cuenta con la mayor cantidad de científicos del mundo entero, alrededor de Novecientos mil. Seis de las diez más grandes empresas farmacéuticas y biotecnológicas son norteamericanas –las otras cuatro, europeas-. 6.En el plano universitario, son norteamericanas las mejores veinte universidades del mundo –recién en el lugar 21 aparece una británica, Cambridge-, son norteamericanas cuarenta y tres entre las primeras cincuenta y son norteamericanas setenta entre las primeras cien. Entre las primeras cien Universidades no aparece ninguna de la República Popular China y sólo tres del Este Pacífico, la de Tokio, en el lugar 59, la Universidad Nacional Australiana, en el lugar 60 y la Universidad Nacional de Taiwán en el puesto 96. Del resto de las cien primeras del ranking, dieciséis son europeas, canadienses ocho y una latinoamericana, la Universidad Nacional Autónoma de México. China tiene una Universidad ranqueada entre las primeras doscientas y cuatro entre las primeras quinientas, aunque su posición se eleva levemente si se considera incluidas las dos universidades de Hong Kong (tradicionalmente ranqueadas por separado), pasando de la posición 23 en el mundo, a la posición 8, detrás de Estados Unidos, Alemania, Canadá, Reino Unido, Holanda, Australia, Suecia y Suiza. La India no figura con universidades ranqueadas entre las primeras doscientas. 7.En el sector agropecuario, Estados Unidos mantiene el liderazgo en el desarrollo no sólo de investigaciones biotecnológicas, sino en maquinarias agrícolas y en alimentos elaborados. Las resistencias producidas en otros países desarrollados –fundamentalmente la Unión Europea- sobre la extensión de cultivos con semillas genéticamente modificadas ha dejado en Estados Unidos el rol de vanguardia casi en
solitario, lo que repercute en su preeminencia al diseñar modificaciones genéticas destinadas a mejorar las condiciones alimentarias de sus cultivos y a mejorar su potencialidad productiva. Aunque varios países en desarrollo asignan ingentes recursos para no perder el tren –como Brasil, Australia, India, Rusia y China-, la capacidad de financiamiento adquirida por Estados Unidos por la crisis contrasta con la debilidad de los nuevos actores y fortalece su potencialidad de transferencia al mercado por su red comercial, dejándole una clara ventaja frente a la agricultura del resto del mundo. Nuestro país, en cambio, a pesar de su fuerte potencialidad por su base tecnológica y su productividad, sufrirá la carencia de financiamiento, agravado por las ideologizadas actitudes oficiales “anti-campo” que en lugar de favorecer, castiga al sector confiscándole la parte sustancial de sus excedentes. Esta actitud, que ha debilitado su posibilidad de integrar cadenas de valor “hacia adelante” – diferentes escalones de industrialización- y “hacia atrás” –desarrollo del complejo tecnológico, biotecnológico y de maquinarias agrícolas- en las épocas de buenos precios internacionales, tendrá consecuencias agravadas en la nueva situación, en la que habrá que competir con precios deprimidos y excedentes imprevistos de oferta frente a la demanda en retroceso por la reducción de cosumo de alimentos y del precio del petróleo que reducirá la demanda de biocombustibles, lo que –nuevamente- significará una ventaja para quienes cuenten con más respaldo financiero. Ergo: mejor posicionamiento norteamericano en el sector durante el tiempo –que muchos estiman en un par de años- que demore la recuperación de la tendencia global ascendente. 8. El sistema político norteamericano ha mostrado ser el más estable, flexible y cooperativo, con alta capacidad de generación de consensos y una población con fuertes vínculos de pertenencia nacional, dura en sus debates pero una vez saldados, coincidente en sus esfuerzos. Este “capital social” en el marco de una sociedad libre no tiene parangón entre los países desarrollados o de mayor dimensión cuantitativa y es importante para enfrentar y superar crisis. De hecho, y de cara a conducir la salida, se trata de un sistema político claramente preferible a la dictadura de partido único, la fragmentación federativa, la corrupción institucional y obviamente sin comparación posible con el neofascismo indigenista, el integrismo islámico o las autocracias tropicales. Con todos estos elementos, ¿qué otra economía que la norteamericana sea la que previsiblemente “ponga en marcha” el tren global luego de la crisis? Por cierto, no parecieran estar en condiciones de hacerlo Venezuela, Bolivia o Irán, cuyos gobiernos anuncian el “fin del capitalismo”. Difícilmente sea la propia China, que aún luego de su admirable transformación y crecimiento todavía cuenta con un sistema político cerrado y autoritario, su población envejecida, gran inequidad social y
ausencia de infraestructura altamente demandante de recursos. Rusia, con sus demócratas aún en lucha con su vocación imperial resurgida y sus mafias apoyadas en su excedente petrolero, o Europa, que luego del extraordinariamente exitoso proceso de unificación no ha logrado superar las dificultades para lograr unidad de decisión y un mosaico de estrategias de supervivencia no parecieran ser candidatas a “locomotoras mundiales post crisis”. La “destrucción creativa” schumpeteriana anuncia la supervivencia de los más fuertes y capaces de adaptación. Así es probable que ocurra luego de esta crisis, como ocurrió incluso luego de la Gran Depresión desde la que partió la hegemonía norteamericana del siglo XX. Lo que quedará después de ésta será una economía norteamericana sin daños mayores en su infraestructura y en su estructura, con la disponibilidad de la mayor cantidad de recursos financieros del planeta, que desde todo el mundo han corrido a refugiarse en los bonos del tesoro de Estados Unidos otorgando al gobierno de ese país una capacidad de arbitraje, de manejo de la crisis y de incidencia en su salida recreando la demanda, que no tiene ninguno otro. Cuando ponga nuevamente en marcha su economía Estados Unidos muy posiblemente resurgirá fortalecido en el corto plazo. Decidirá a quién comprar –porque al comienzo será el único comprador- y a quién vender – porque serán los primeros en mover las máquinas-. Decidirá a quién prestarle y a quién no, porque posiblemente sea casi el único prestamista. Decidirá con quién asociarse y a quién aislar. Por supuesto que este predominio no cambiará el rumbo del largo plazo: su retroceso relativo para convertirse en “primus inter pares” en un mundo cada vez más globalizado. El abandono de su rol de gendarme global está siendo analizado hace años en sus centros universitarios y “Think Tanks”, respondiendo a una demanda cada vez más fuerte de sus ciudadanos que sienten que la responsabilidad del “bien público” del orden mundial no puede recaer sólo en sus espaldas y en sus bolsillos. Pero ese proceso no se acelerará con esta crisis. Quizás, más bien, se retrase, y en lugar de tardar algunos años demore un par de décadas, porque los demás países estarán demasiado ocupados en salir de sus propias crisis como para dedicarse a cuestionar el rol “gendarme” de USA, tan cómodo para regañar pero tan costoso para reemplazar. Dos advertencias: 1) Por supuesto que nadie puede prever totalmente el futuro, sino realizar aproximaciones. Nada puede asegurar que un fenómeno astrofísico catastrófico o la repentina aparición de algún “Cisne Negro” no cambien imprevistamente lo sustancial de la realidad. Y 2) La presente no es una afirmación dictada por la simpatía o la ideología, sino por el análisis de los hechos, que no pueden ser ignorados –bajo el riesgo de errar en las decisiones- por los encargados de definir políticas en nuestros países.
En todo caso, tener en claro esa realidad es util para diseñar los pasos de nuestros países. Dar un salto exponencial en nuestra calidad institucional, liberar nuestra potencialidad productiva de intervenciones asfixiantes, integrar la región para ampliar y optimizar nuestra demanda –que será clave para la salida de la crisis-, coordinar en el Mercosur las políticas de supervivencia y relanzamiento desechando definitivamente los discursos ideologistas –salvo la cláusula democrática- y desde allí incentivar nuestra relación comercial, financiera y tecnológica con los demás espacios económicos del mundo, entre los cuales el espacio norteamericano tendrá en los primeros tiempos, sin dudas, una trascendencia singular. Indice
El mensaje radical La conmemoración del primer cuarto de siglo de la democracia recuperada fue el marco en el que miles de radicales de todo el país se congragaron para rendir su homenaje al “hombre-bandera” de este proceso, Raúl Alfonsín, quien respondió al homenaje con la austera dignidad de los grandes hombres: convocando al diálogo por el futuro, no solo con el gobierno sino entre la propia oposición. La voz de los jóvenes irrumpió con un mensaje cargado de las demandas del siglo XXI, muestra de una actualización política que debe alcanzar a la agenda y a los métodos. Juan Francisco Nosiglia, presidente de la organización juvenil, expresó con claridad el conjunto de desafíos de los años que vienen, colocándose a la vanguardia de la necesaria modernización partidaria y exigiendo a los mayores poner su capacidad al servicio de la unidad partidaria, única alternativa que permitirá al viejo partido recobrar su rol destacado en la política argentina. La modernización no es sólo cambiar las palabras para tomar nota de la nueva agenda: es comprender que la nueva sociedad global tiene como protagonista a una figura sobre la que el radicalismo edificó su reclamo centenario de modernidad: el hombre, el ciudadano. Ese ciudadano ha ingresado o está ingresando aceleradamente en el debate público reduciendo sus mediaciones porque ha reivindicado su derecho a decidir, no sólo votando sino también pensando y actuando por sí mismo. En términos políticos, en los nuevos tiempos se acabaron los liderazgos que interpretaban las escrituras frente a ciudadanos que sólo escuchaban. Ahora, los ciudadanos no sólo escuchan, sino que opinan, actúan y deciden. El marco democrático se hace, en consecuencia, más democrático que nunca. El estado de derecho, que siempre estuvo asentado sobre el respeto al concepto del ciudadano, hoy exige que además se respete a la persona que está detrás de esa construcción teórica, que es el hombre común. Y ese respeto obliga a un aprendizaje que no es sencillo para quienes se formaron en una época de dictado de cátedras, impostaciones del discurso y admoniciones éticas similares a los sacerdotes preconciliares –o prereformistas- ante aterrorizados escuchas amenazados con el fuego eterno del infierno. Zygmund Bauman, ese filósofo de la posmodernidad, en una obra publicada en 1992, analizaba el cambio. Los intelectuales y políticos dejaron de ser ya “legisladores”, es decir, redactores de las leyes que los ciudadanos deberían después cumplir, para convertirse en “intérpretes” de intereses contradictorios, con la obligación de articular la convivencia sin imposiciones que avasallaran los derechos fundamentales de la libertad. Otros, con menos autoridad intelectual que Bauman, sostenemos que el
torrente democrático tiene dos grandes y tumultuosas corrientes de gestación: la que se hereda del Imperio universal y del papado, que apunta a la democratización del poder –más que de la vida cotidiana-; y otra que se gestó en la democratización de la sociedad, asentada en el hombre común más que en abstracciones de filosofía política. El mundo pos-moderno hace confluir a ambas en un diseño de convivencia en la que el marco legal debe responder estrictamente a las normas y el poder no tiene legitimación alguna para actuar por fuera de lo que le autorizan la Constitución y las leyes. Jamás, por ningún motivo, ni común ni de excepción. Un poder que pase por encima de sus facultades no tiene legitimidad para imponer normas coactivas ni conductas forzosas, pierde irrevocablemente su legitimidad. Eso es lo que ha mostrado el mensaje de Alfonsín, el discurso de Juan Francisco Nosiglia y la enérgica exposición del presidente del centenario partido, Gerardo Morales, quien destacó la importancia de entender que hoy el verdadero dilema, el auténtico contradictorio en la política argentina, es democracia o autoritarismo. Este dilema no se expresa como una consigna de barricada, sino como una base de coincidencias para buscar los consensos que requirió Alfonsín y la inclusión de la nueva agenda, que reclamó Nosiglia. Dentro de la democracia, todas las opiniones son posibles y de su confluencia debe surgir el consenso estratégico, sin exclusiones apriorísticas. “La característica de los nuevos tiempos es que se acabó lo obvio, y su potencialidad es que podemos empezar de nuevo”, afirma el viejo y prestigioso profesor alemán de origen marxista Ulrich Beck en su última obra “La Sociedad de Riesgo Mundial”. Empezar de nuevo significa tomar conciencia de las características de los nuevos tiempos y los nuevos desafíos, frente a los cuáles viejos rivales se encuentran en la obligación de unir sus fuerzas para enfrentar los nuevos problemas, y antiguos aliados pueden devenir en rivales por sostener visiones diferentes. Pero por sobre todo, significa levantar anclas para navegar con conciencia de los valores de siempre, pero también asumiendo en plenitud la marcha de una humanidad que busca su destino en clave de construcción universal. Sin estado de derecho no hay posibilidad de libertad. Ni de inversiones, ni de crecimiento, ni de seguridad, ni de educación, ni de futuro. Al contrario, acecha el “neo-anarquismo” citado por Alfonsín. En esta tensión se está construyendo el mundo global, que de manera tumultuosa pero con un rumbo inexorable de composición plural está edificando la sociedad planetaria asumiendo la necesidad imperiosa de completar con un marco normativo universal la globalización económica que –como siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad en cada proceso de cambio- primero desarrolló sus fuerzas productivas y luego
exigió la adecuación de las relaciones de producción y el marco políticonormativo para garantizar el equilibrio y la inclusión social. La opción es de hierro y aunque en gradaciones es distinta, en esencia no es diferente a 1983: entonces supimos vencer a la muerte y abrimos la puerta “de entrada a la vida”, recitando el preámbulo. Ahora, debemos recorrer ese camino y construir esa vida en libertad, poniendo efectivamente en vigencia sus artículos y participando con dignidad y respeto a todos en la construcción del mundo global y el país del conjunto. Muy lejos y cada vez más aisladas quedarán las miopes visiones – afortunadamente minoritarias, apenas alguna voz sin eco- de los “aparatos”, los “diktat” propios de mediados del siglo XX, las descalificaciones generalizadoras y los sectarismos. El mensaje del Luna Park dejó en claro que el radicalismo renacido no buscará “diferenciarse” de sus rivales o “tomar distancia” del Pro, de la CC o de sectores del propio peronismo, sino al contrario, buscará encontrar los puntos de entendimiento estratégicos que asuman las preocupaciones y visiones de los demás construyendo el consenso nacional. El consenso que responda a las demandas de los ciudadanos, los “hombres” que “no pueden desarrollarse sino en el clima moral de la libertad”, como lo expresa la propia Carta de Avellaneda. El rumbo del viejo partido está acercándose a su brújula. Por el bien de la Argentina y de su gente, quiera Dios que sea exitoso en esa recuperación superando las acechanzas –algunas de ellas, en su propio seno- que pretenderán atarlo al pasado que murió. Su experiencia política centenaria será muy util a la construcción de una alternativa democráticarepublicana de amplio espectro que conduzca a la Argentina hacia la salida del infierno al que lo ha llevado el deterioro del estado de derecho, la humillación de los ciudadanos, la prepotencia del poder, la corrupción ramplante, la irracionalidad. Indice
Recuperar institucionalidad, crear instituciones El aniversario de los 25 años de la recuperación democrática es oportuno para esbozar un balance de los logros y falencias, orientado a definir metas y orientar esfuerzos hacia los años que vienen. Ese balance debe atravesar necesariamente los diferentes gobiernos, pero no necesariamente para evaluar sus respectivos desempeños –todos con éxitos y frustraciones, propios de la acción humana- sino preferentemente para observar la evolución de la convivencia y el grado de satisfacción que genera en las personas. Ofece, como gran aproximación, tres grandes áreas de avance y correlativas falencias. El primer logro ha sido la consolidación de una creencia colectiva en el voto como única herramienta de cambio de gobierno. Episodios traumáticos –como las hiperinflaciones sufridas por la economía en 1989 y 1990, la implosión económica de fines de 2001 y la “pesificación asimétrica” del 2002, incluyendo los intentos oficialistas del corriente año de avanzar sobre la propiedad de los ciudadanos por encima de las normas legales, tanto mediante la Resolución 125 como con la confiscación de ahorros previsionales- no generaron en ningún momento, a pesar de las fuertes visiones encontradas, el reflejo de un atajo institucional que interrumpiera la formalidad democrática. El segundo logro ha sido el desmantelamiento de las prevenciones bélicas con los vecinos. Poco tiempo antes de la recuperación democrática, la población vivió en vilo por la ausencia de límites del gobierno militar sobre su política de confrontación. La tensión fue una constante tanto con Chile –en que el país se ubicó al borde literal de un conflicto armado- como con Gran Bretaña –en que el conflicto efectivamente se desató- como hasta con el propio Brasil, con el que los recelos por la utilización del potencial hídrico de la Cuenca del Plata marcaba el ritmo de la relación. Hoy sería impensable, aún con un gobierno pleno de dislates y berrinches como el actual, imaginar otra inserción internacional de la Argentina que no se base en la paz. El tercer logro ha sido la internalización de la vigencia de los derechos humanos y libertades en la conciencia de los ciudadanos. El gigantesco paso dado en 1984 colocando en manos de la justicia –y no de la política, mucho menos del rencor o la venganza- el tratamiento de las violaciones de derechos humanos cometidos tanto por directivas de la cúpula del poder de entonces como por las bandas terroristas avanzó hacia la madurez de la recuperación institucional. La Argentina pasó a ser considerada, internacionalmente, como un país protagonista en el diseño de un mundo más apoyado en normas jurídicas que en el puro poder. El retroceso en este capítulo ha sido grande, pero sus logros han quedado estampados en la memoria colectiva.
La primer gran falencia es la dificultad en la construcción de un funcionamiento institucional que limite la discrecionalidad del poder. Esa construcción tiene un norte y está señalado en la propia Constitución de 1853 con sus reformas, que no tiene vigencia en un aspecto central en cualquier organización política: el origen y distribución de los fondos públicos. Ni la determinación de los impuestos, ni su asignación, ni –lo que es más importante- su distribución por jurisdicciones respeta el diseño “representativo, republicano y federal” definido por el propio artículo 1 de la Carta Magna. En esta falencia gigantesca se asientan gran parte de las deformaciones y tensiones que han atravesado la vida del país neutralizando todos los esfuerzos por sumarse a la marcha del crecimiento mundial en el nuevo paradigma productivo globalizador, pero también impidiendo la recuperación de las regiones postergadas, el estímulo a la actividad emprendedora, la seguridad a la inversión, el respeto a las normas establecidas e incluso el respeto a los Contratos, que según el propio Codigo Civil, son tan obligatorios para las partes “como la ley misma”. El estancamiento económico que atraviesa el siglo XX tiene su última explicación en esta debilidad, cuya superación se ha convertido en el verdadero dilema principal de la convivencia argentina. La segunda falencia es la dificultad en generar consensos estratégicos, que algunos atribuyen al excesivo presidencialismo, cuyo intento de atenuación con la incorporación de la figura del Jefe de Gabinete terminó actuando en contra de los objetivos buscados. El funcionamiento político basado en la consigna “El presidente se lleva todo”, sólo vigente hoy en la Argentina y en rudimentarios estados autocráticos, concentra la lucha política en la ocupación de ese cargo. Frente a ello, algunos sostienen la necesidad de marchar hacia un sistema parlamentario en el que la figura presidencial tenga origen legislativo, como en las democracias maduras de Europa. Aunque así no fuera, una mirada al entorno regional nos muestra que el presidencialismo norteamericano no es el único exitoso: Brasil, Chile y Uruguay han sabido articular la figura presidencial con la necesaria generación de consensos mayoritarios, la limitación del poder del presidente y la creación de espacios de diálogo tanto para conformar coaliciones de gobierno y de oposición, como para coincidir en visiones referidas a las políticas públicas que requieren un acuerdo de amplia base, especialmente las vinculadas al órden económico-social, el origen y distribución de los fondos públicos y el relacionamiento internacional. La tercera falencia, relacionada con la anterior, es la tendencia a politizar y antagonizar todos los debates, absorbiendo procesos que una sana organización democrática debe dejar en manos de sus respectivos protagonistas institucionales. Algunos ejemplos son la utilización política de los juicios –que les despoja del contenido de justicia para tranformar periódicamente víctimas con victimarios-, la dispendiosa distribución de
recursos públicos para la construcción del poder clientelizado –que vacía a los ciudadanos de su autonomía y vacía a la política de su espacio reflexivo- y la ligera decisión de llevar al Estado al espacio empresarial en las áreas más diversas, muchas de ellas sin ninguna justificación económica ni estratégica, que no tiene mención expresa en la Constitución, distorsionando fuertemente el funcionamiento de la economía y distrayéndolo de sus obligaciones primarias, olvidadas hasta la negación, como la educación, la salud, la seguridad, la infraestructura y la vivienda. Estas seis grandes aproximaciones desembocan todas en una necesidad: institucionalizar el país. La institucionalización implica en primer término sacralizar la normativa constitucional, cumpliendo tanto su delimitación entre las facultades que los ciudadanos no han delegado en el poder y se han reservado para sí –por lo tanto, inmunes a cualquier pretensión normativa-, como la observancia de las atribuciones, límites y obligaciones que los representantes del pueblo como Constituyentes han otorgado a los diferentes espacios de poder: el gobierno nacional, las provincias, el Congreso, la Justicia, la distribución de facultades impositivas y presupuestarias y en especial, la distribución federal de las rentas. Pero también implica, en segundo término, respetar y construir instituciones que enmarquen los esfuerzos de los ciudadanos para volcar con seguridad y con los menores riesgos posibles su potencialidad transformadora, productiva, artística, científica, solidaria y, en último término, política. Organizar y reorganizar partidos políticos es la demanda suprema de institucionalidad. Partidos que organicen gobiernos presentes o futuros, reales o potenciales, canalizando en forma tolerante y normatizada la vocación política de los ciudadanos conscientes. Más que la discusión sobre quien es el próximo “líder” que “se lleve todo”, condenando de antemano a –sea quien sea- convertirse en una nueva víctima o un nuevo autócrata, la urgencia es organizar el debate para participar en forma madura en la discusión colectiva en el marco institucional. Esas instituciones permitirán retomar el rumbo de un país que luego de enorgullecerse del gran salto adelante protagonizado en el medio siglo que fue de 1880 a 1930 aplicando las instituciones constitucionales, pasó a exhibir cuando dejó de hacerlo la peor perfomance del planeta durante el siglo XX, al punto de ingresar en el siglo XXI con el mismo producto por habitante, en valores constantes, que tenía en épocas de Hipólito Yrigoyen, setenta años atrás. Y serán, además, las que encarrilen nuevamente al país en su proyecto histórico iniciado en 1810, bicentenario que curiosamente se invoca como fecha vaciado de su contenido programático magistralmente sintetizado por el axioma de Echeverría y la Generación del 37: Mayo, Progreso y Democracia. Ese diseño del rumbo matriz de la sociedad
republicana surgida de la Revolución, cristalizado en la Constitución y sus reformas y exitoso cuando fue aplicado sigue siendo el elemento convocante cada vez que el país se encontró al límite tolerable de sus frustraciones. Como, lamentablemente, está ocurriendo una vez más. Indice
Connotaciones ¿Existe en español una forma elegante y “polite” para decir que alguien es ladrón y mentiroso? Las declaraciones de Nestor Kirchner en Santiago de Chile han actualizado esta pregunta, que seguramente ha desvelado más de una vez a atildados columnistas políticos argentinos, que luchan cotidianamente, cada uno consigo mismo, por mantener el recato en sus comentarios ante los dislates permanentes del virtual presidente de la Nación y de su propia esposa, la presidenta protocolar. Afortunadamente, quienes escribimos para medios electrónicos tenemos más abiertas nuestras posibilidades y podemos recurrir a un estilo más directo, sostenido por la relación casi personal que se entabla con nuestros lectores, en la maravillosa “privacidad pública” de la red. La decisión de confiscar los ahorros previsionales privados, decidida por la camarilla de Olivos y acompañada por la banda de salteadores que la votó en el Congreso –integrada por la mayoría de diputados peronistas, socialistas, algunos independientes y ex “aristas” borocotizados ante la oposición total de la Coalición Cívica, el radicalismo y el Pro- es justificada por el gran charlatán por la necesidad de “entender el mundo”. “Esa plata –declaró Kirchner, según informaciones periodísticas- la administraba el sector privado y para capitalizarse nos dejó una deuda externa de 100.000 millones de dólares”, para continuar afirmando que “la plata de los jubilados no va a ser timbeada por cuatro o cinco vivos”. (Le faltó decir, como un ex presidente de su partido cuando le recordaron que no podía aceptar un regalo personal valioso, “la Ferrari es mía, mía, mía...”) Repitió, por supuesto, la argucia defensiva delineada con su esposa para tratar de escapar a la rápida reacción de los ahorristas estafados en su “renegociación de deuda”: “No estatizamos los fondos de los jubilados, sino que cambiamos el administrador”. Curioso cambio éste, opuesto a la decisión de sus dueños, que no mantiene la individualidad de las cuentas, que traspasa los recursos confiscados a un Fondo público de arbitraria disposición y que se extrae del patrimonio de sus titulares para convertirlos en un difuso crédito indefinido sin plazo y sin normas... La ingenua audiencia que lo escuchaba en Chile debe haberse embobado ante la valiente arenga de esta especie de “neo-Che” del siglo XXI y, quizás, hasta lo haya aplaudido. Es que fuera de la insula Barataria en que se ha convertido la Argentina, no existe lugar en el mundo donde mentir sea tan impune, la palabra sea tan bastardeada y –cuando la emite Kirchner- tan indiferente a la atención de la población. Pasados nuestros límites nacionales, cuando habla el poder lo que se dice suele tener alguna
relación con lo que efectivamente es. Acá, se usa para encubrir intenciones exactamente inversas a lo que se dice. En nuestros pagos la frase se decodifica más linealmente. Kirchner, en realidad, no puede tolerar que haya ahorros privados que no sean manejados por él mismo, que sostengan la futura independencia de personas que piensen solas, que junten durante su vida activa para no depender de él o de sinvergüenzas de similar calaña, enriquecidos vilmente con la utilización patrimonialista del poder, al más puro estilo de los dictadorzuelos latinoamericanos de otras –y éstas- épocas. La suma de 100.000 millones de dólares –en que hizo crecer su administración la deuda pública, en la etapa económica más favorable para el país durante toda su historia- no tiene relación alguna, directa ni indirecta, con los ahorros privados confiscados, sino con su propia incapacidad de gestión. Y no tiene parangón, como no sea su propio enriquecimiento. Quizás si hubiera contado a sus oyentes trasandinos su logro personal de haber superado con creces el récord de ser el presidente que más incrementó su patrimonio personal en ejercicio de su función en toda la historia de la Argentina independiente, su vocación justiciera hubiera sido mejor evaluada. Y si, además, les hubiera contado que su paso por la política fue el puente que utilizó para convertirse, junto a su pandilla, en magnate petrolero, magnate inmobiliario, magnate en obras públicas, magnate del juego, magnate de la pesca, y que va en camino de convertirse en magnate del transporte aerocomercial, todo sin poner un peso –además de su incursión en otros negocios menores, como informan los diarios cotidianamente al descubrirse los vínculos del financiamiento de su fuerza política con el narcotráfico- seguramente su pretendida imagen de “lider progresista” sería dibujada en forma más equilibrada. Pero todo es culpa de “los medios...”. Curioso destino el de los medios argentinos. Le encubrieron mayoritariamente –por las buenas o por las malas- durante su mandato la sucesión de latrocinios, irregularidades, desmantelamiento de la institucionalidad republicana, vaciamiento del Congreso, manipulación de la opinión, destrato hacia cualquier voz disonante –opositora o de sus mismas filas-, subordinación de la justicia a sus manejos espúreos... y al final son confundidos en la evaluación de nuestro singular estadista con ... ¡los grupos económicos neoliberales, el sistema financiero y la oposición! En fin. Ya no alcanza con las renovaciones gratuitas de las licencias televisivas, la discrecional distribución de publicidad estatal, la promesa de nuevos espacios en el espectro radieléctrico, la marginación arbitraria de periodistas objetivos por exigencia presidencial o la protección de su monopolio con el original argumento del patrimonio cultural argentino. Como la prensa, al final, no tiene futuro sin negar su esencia ocultando por
completo la realidad, no tiene más alternativa que dejar intersticios por donde ésta se cuele. Puede ocultar las protestas por el gran robo de los ahorros previsionales ignorando las manifestaciones populares. Puede dejarse utilizar para el hostigamiento constante a las administraciones no kirchneristas –como en la Capital Federal, donde la convivencia es planificadamente convertida en un infierno desde el cuartel general de Olivos-. Puede dejar dormir escándalos escandalosos (¿será redundancia?...) como la defraudación de Skanska, los sobreprecios en gasoductos y autopistas, el enriquecimiento grosero del patrimonio de la pareja gobernante, los bolsos y valijas con cientos de miles de dólares que aparecen en el baño de un Ministerio o en el equipaje de un vuelo privado contratado por una empresa estatal, el negociado con las tierras públicas de El Calafate compradas por centavos y vendidas por miles de dólares por el matrimonio presidencial, y muchas, muchas cosas más. Pero no puede ignorar la pobreza creciente que ya está en los niveles de la crisis del 2002 con más del 30 % de los compatriotas (12.000.000 de argentinos) bajo la línea de pobreza, ni la orgía de sangre por la complicidad oficial con las redes de narcotraficantes, ni la inseguridad creciente en la vida cotidiana, ni el espeluznante crecimiento del narcotráfico y del consumo de narcóticos, ni la instalación en el país de los carteles internacionales de la droga, ni las suspensiones y despidos que no aparecen en las estadísticas del INDEC pero sí en las personas que han reaparecido circulando sin destino con sus familias sin hogar por el centro de las ciudades recordando a todos con su simple imagen, las consecuencias del kirchnerismo... En fin. ¿Existe en español una forma elegante y “polite” para decir que alguien es ladrón y mentiroso? Encontrarla sería una aporte a la cordura que muchos agradeceríamos. Y mejor aún si incluyera la connotación de definir a un tipo de mala entraña. Indice
Anuncio presidencial Imaginar la escena es estimulante. Cincuenta empresarios “Pymes”, formando parte del cortejo presidencial en Africa, convocados para una reunión de urgencia, para un par de horas después, en el hotel de El Cairo donde se aloja la comitiva oficial. Unos, se encontraban en reuniones programadas con empresarios egipcios, que debieron ser levantadas. Otros, en visitas turísticas contratadas y abonadas con anterioridad interrumpidas abruptamente a fin de prepararse para la reunión. Todos, rápido a sus respectivos hoteles, a fin de vestirse con las mejores galas para no desairar a la convocatoria de la señora. Casi todos llegaron –según informaciones periodísticas- a la hora estipulada. La intriga era tan poderosa como la esperanza. “Anunciará un nuevo plan de financiamiento con tasas blandas, con el dinero que le sacan a los ahorros previsionales”, aventuraba uno; “no, parece que firmará con Egipto un plan de facilidades para la exportación y quiere anunciarlo”, decía otro. El tercero dejaba volar su imaginación más alto: “el llamado de Obama que le dijo que estaba ansioso por conocerla derivó en un viaje inmediato a Estados Unidos”. Todas las suposiciones chocaban con el riguroso hermetismo de los funcionarios de la numerosa comitiva, al parecer, tan ignorantes de los propósitos de la convocatoria como los empresarios citados. Llegó la hora. Y apareció la señora. “Señores, los he convocado para anunciarles un trascendente logro que hemos conseguido en nuestras reuniones oficiales.” –tomó aliento y esperó unos instantes, para incrementar la importancia de la noticia-. “El anuncio que les haré convertirá a la Argentina en uno de los países más trascendentes de la región, marcando rumbos en latinoamérica y es la demostración de la importancia que se le da a nuestra gira por Africa.” –el suspenso era creciente“He conversado con el Ministro de Cultura de Egipto y éste me ha confirmado que tiene pensado organizar una gira de la Momia y los tesoros de Tutankamón por América Latina, y que quizás Buenos Aires sea una de las ciudades que se visitará. Muchas gracias” Y sin aceptar preguntas, se retiró a sus aposentos, mientras escuchaba el fervoroso aplauso de la comitiva por el trascendente anuncio. Indice
La renuncia de Cobos La “tapa – catástrofe” de Clarín el domingo no dejaba dudas sobre la intención destituyente del presidente del Partido Justicialista, evidentemente compartida por la presidenta Fernández: el partido del gobierno, además de hostilizar en forma permanente al titular nato del Senado, llevaba el cuestionamiento al seno de las propias instituciones, mediante las declaraciones del Ministro del Interior y el fuerte trascendido del insólito pedido de renuncia al Vicepresidente de la Nación. La euforia por la sanción de la apropiación de los ahorros previsionales, leída en clave triunfalista, pareció ofrecer al oficialismo el terreno libre para proseguir con su tarea de destrucción institucional, esta vez avanzando sobre una figura que la Constitución, con sabiduría, colocó como reserva frente conmociones institucionales graves. El medido estilo del Vicepresidente y su sensatez política –que lo llevó en su momento a evitar un incendio generalizado del país, y ahora a no poner obstáculos artificiales como el eventual veto a una iniciativa confiscatoria que, a pesar de no contar con su consenso, obtuvo la clara mayoría de los legisladores de ambas Cámaras-, contrató con la desfachatez del ex presidente y la verborragia enfermiza de su ministro, que tiene ya acostumbrados a los argentinos a su repetida insolencia. Ni uno ni otro representan a nadie. Uno, porque su período presidencial ya terminó y no fue votado por la gente en el 2007 –elección que no se atrevió a enfrentar, ante el deterioro creciente e ilevantable de su consideración públca-. El otro, apenas un secretario que, aunque lo sea “de Estado”, carece de funciones claras, ya que no está en la jurisdicción de su cartera ni los temas de seguridad, ni la relación con la justicia, ni la protección de los derechos humanos y al parecer sólo funciona como vocero oficialista ad-hoc para las cuestiones sucias. Triste destino para una cartera que alguna vez tuvo entre sus titulares a Guillermo Rawson – durante la presidencia de Bartolomé Mitre-, a Domingo Faustino Sarmiento –presidencia de Nicolás Avellaneda-, a Julio A. Roca –Ministro del interior de Carlos Pellegrini-, a Francisco Beiró –Ministro del Interior de Hipólito Yrigoyen-, o en épocas más recientes, a Nicolás Matienzo –del presidente Alvear-, Alfredo Vítolo –Frondizi- y Antonio Tróccoli –Alfonsín-. La sola enunciación de los nombres de sus antecesores marca el patético abismo con lo que sufrimos. En política, nadie es inocente. La reacción de algunos dirigentes simpatizantes del Vicepresidente, en tono de repuesta argumental –“esto se resuelve con un plebiscito”- trajo tácitamente al debate una realidad que resulta patética para la pareja gobernante: la comparación en la consideración pública con la presidenta o el ex presidente. Por supuesto, el retroceso oficial fue inmediato, aclarándose que “no se pediría la renuncia a
Cobos”, como si esa fuera una facultad que alguna norma constitucional dejara en manos del jefe del partido del gobierno, de la presidenta o del ministro del Interior. Cobos –se ha dicho hasta el cansancio- obtuvo la misma cantidad de voluntades que la presidenta Fernández. Tiene idéntica legitimidad de origen. Y en cuanto a su legitimidad de ejercicio, la que surge de la consideración pública, dobla con creces a cualquiera de ambos integrantes de la pareja presidencial. Cobos de ninguna manera y bajo ningún concepto debe siquiera considerar la hipótesis de su renuncia. Su figura es un reaseguro democrático, sensato y prudente para todos los argentinos. Para eso fue votado. Ese es su rol institucional. Y políticamente, es un bálsamo para las heridas al sentido común, a la dignidad republicana y a la propia salud mental de los ciudadanos. Indice
¿Otra vez la Escribanía? La iniciativa del “mega-lava-ducto” remitida por la presidenta Fernández al Congreso pondrá a prueba, una vez más, la bochornosa subordinación de la mayoría de los diputados peronistas a las decisiones de la banda de Olivos insistiendo en la devaluación del parlamento para reconvertirlo en una Escribanía del Poder Ejecutivo. Es posible que, una vez más, el listado de siempre encabezado por el inefable santafecino (“moral o inmoral, necesitamos plata”, declaró a la prensa el jefe de la banda kirchnerista de la Cámara de Diputados) cumpla con su triste alineamiento, que dejará las huellas de la indignidad no sólo para los legisladores, sino para la historia. Cada uno de ellos en algún momento tendrá que contestar la pregunta de sus hijos: “Papá, ¿vos también fuiste ladrón y lavador de dinero?...” y, eventualmente, deberá volver a mostrar su cara, sin fueros que le den inmunidad temporal por cualquier delito, como hombre común en su vida cotidiana, en su club, en su trabajo, ante sus amigos. Y ante la justicia. Es bueno mirar, sin embargo, el lado positivo. Éste es el acercamiento progresivo que la decadencia y la inmoralidad están generando en la acción democrática y republicana de los legisladores que no integran la majada oficialista. Radicales, Cívicos y Pros han manifestado claramente su indignación y su resistencia, una vez más, como lo hicieron al dar la pelea contra la Resolución 125, contra la patética estatización de Aerolíneas y contra la confiscación de los ahorros previsionales. Habría que estar atentos ahora a la actitud de los otrora honestos e incorruptibles socialistas, a los que la peste “K” logró contagiar en la última batalla sumándola a sus huestes. Radicales, cívicos y Pro están edificando los cimientos de una alternativa democrática y republicana de amplia base. Ellos representan el espetro de la opinión moderna de la Argentina del futuro. No interesa tanto si terminan confluyendo o no en un acuerdo electoral en 2009. Importa que trabajen juntos por objetivos comunes, que es lo que los argentinos de bien esperamos de ellos. Importa que puedan resistir las presiones, tentaciones, deformaciones y corrupciones que componen el arsenal con que el aberrante régimen “K” utiliza para su empeñado de destrozar la institucionalidad argentina. Que la vergonzosa y triste experiencia del socialismo en la última batalla, que hubiera hecho revolvese de vergüenza a Juan B. Justo o Alfredo Palacios, no se repita y vuelvan al cauce ético de la democracia, los derechos de las personas y el estado de derecho. Que la saludable reacción de los legisladores peronistas que prefieren dejar la asociación ilícita para comenzar a reconstruir su partido en el marco de la legalidad se afiance.
Si la contracara del “mega-lava-ducto” es producir esa reconstrucción de la Argentina constitucional, pues entonces la indignación habrá tenido un atenuante, a la espera que, terminada la pesadilla, la banda esté de una vez por todas donde tiene que estar: detrás de las rejas. Las pruebas tendrán carácter de instrumentos públicos. La Escribanía del Congreso habrá servido para dejar constancia, para cuando sea oportuno, del papel que le cupo a cada uno. Indice
Por Dios, señora, ¿en qué mundo vivía? “... de repente apareció el mundo y nos complicó la vida...” C. Kirchner. De pronto, desaparecieron de los discursos las citas de Hegel y Kelsen. El barniz de instrucción típico de la manera de ser de muchos compatriotas al que Mallea definiera duramente –hace seis décadas- como el brillo del argentino de la representación, que “siempre aparenta, pero nunca es” dejó de encandilar desde el poder. Y se instaló allí la realidad, con su insoportable medianía, su repetición de verdades de almacén y su impostación de sabio de café al observar lo que no se comprende, pero se siente obligado a opinar sobre ello. Comenzó con los “piquetes de la abundancia” y desde allí no paró. El mundo, señora, está y nosotros en él, desde hace mucho tiempo. Fue ese mundo al que la Argentina le vendió el producto de su esfuerzo agropecuario en los últimos años, por un valor que alcanzó a casi Ciento Cincuenta mil millones de dólares adicionales, desde el 2003 hasta la fecha, de los cuales más de Cuarenta Mil millones fueron confiscados por la discrecionalidad del “Estado K”. Es el mismo mundo que toleró, además, que la Argentina dejara de pagarle, por decisión de su marido, Setenta mil millones de dólares de la deuda que tenía, la mayor parte de los cuales era con ahorristas previsionales argentinos a los que se anatemizó como usureros. Y el mismo mundo que disimulaba cortesmente, en todos estos años, los desplantes protocolares, las groserías, la mala educación y los dislates argumentales de los inquilinos de Olivos. El mismo al que, frente a la gigantesca crisis fiscal que se avecina, su administración le roba una Aerolínea para completar el Holding de petróleo, pesca, casinos, obras públicas y operaciones inmobiliarias de los socios cercanos del poder. Es más: es el mismo mundo que le volvió a prestar a la fantasiosa administración de su marido hasta volver a tener la misma deuda que provocó el desastre. Porque ese “mundo” también nos suma a nosotros, argentinos, que estamos en él y hemos estado en todos estos años, quienes fuimos saqueados en este tiempo con los préstamos forzados que las administradoras de ahorros previsionales debían hacerle a su corrupta gestión, a tasas licuadas, hasta terminar con el manotazo final de su confiscación directa como el saqueo de los fondos de la ANSES. Es el mismo mundo. Salvo para quienes creen vivir en otro planeta. Ese mundo le permitió alentar todos estos años la fantasía de su pretencioso “modelo”, soñado como invento que habría de ser “pedido por los yanquis” cuando se dieran cuenta de “su error”. Sin la abundancia facil
que le permitió ese mundo –y que con desparpajo y complicidades le confiscaron a los dueños verdaderos de la riqueza producida, los hombres de campo- no hubiera podido alinear gobernadores, piqueteros e Intendentes, adueñarse de la estructura del peronismo, subsidiar a empresarios amigos, mantener congeladas las tarifas de servicios decadentes, llenar bolsos y valijas de aviones y Ministerios, ni viajar con todo su séquito todos los fines de semana a Calafate en la flota de aviones presidenciales. Las ventajas de ese mundo, señora, le permitieron a su régimen en estos años producirle al país más daños “que en toda la historia argentina”, como gusta de decir en sus discursos: la destrucción de sus instituciones y la instalación, por el “contramodelo” presidencial, de la chabacanería y el incumplimiento de las leyes que ha convertido la convivencia en un infierno, no sólo por las calles cortadas y los tolerados “escraches”, por las confiscaciones y actitudes patoteriles de algunos de sus funcionarios, sino por la pavorosa instalación de la violencia y el crimen sangriento gozando de la impunidad –nuevamente- “más grande de toda nuestra historia”. Ese mundo al que usted alude, señora, es de donde provienen los celulares y electrónicos; la mayoría de las autopartes de los automóviles “fabricados en el país”; el calzado y la ropa deportiva; los “MP3”, “MP4”, “MP5” y adicionales, las redes y tecnología de Internet; la mayoría de los juguetes, y los perfumes y cosméticos que usted tanto aprecia... entre otras cosas. Es el mundo –que está aquí, y nosotros en él- donde se origina la tecnología aplicada a todos los sectores productivos, desde la construcción hasta la electrónica, desde la agropecuaria hasta la biotecnológica y la genética; desde la medicina hasta las telecomunicaciones. En varios capítulos, nuestros compatriotas son protagonistas de cadenas de valor, de tecnologías y del comercio global de bienes y servicios, en la mayoría de los casos a pesar de su gobierno. Mal que le pese, hasta usted forma parte de ese mundo, sin que ninguna campana de cristal o burbuja criolla pueda aislarla. Es supino marcar la diferencia entre “el mundo” y “nosotros”, como si viviéramos en Marte, más allá de que, por sus palabras, algunos parece que así lo crean. Somos el mundo y tenemos problemas igual que el mundo. En nuestro caso, agravados por la infantil repetición de dogmas que atrasan más de medio siglo, por su irrefrenable actitud de burlarse de los que saben y por la cleptomanía sistémica del poder autoritario. Y además, porque ha olvidado que la vieja sabiduría popular, la de verdad, la que atraviesa siglos y culturas, ha aconsejado siempre desde que Egipto sufriera las siete plagas bíblicas, guardar en los buenos momentos para cuando lleguen los malos. Lo que hizo Chile, lo que hizo Brasil. Lo que no hicieron ni su marido ni usted, en una ligereza que no se puede reemplazar con rudimenarios
discursos autoexculpatorios, ni sacándole arbitrariamente a unos para darle también arbitrariamente a otros. O aprovechando la confusión de la crisis para facilitarle a sus cortesanos el lavado del dinero obtenido mediante la gigantesca corrupción de estos años. Lo que está azotando cruelmente al país y se ensañará principalmente con los compatriotas más pobres, señora, no es el mundo. Es su imprevisión, su ignorancia, su incapacidad de gestión, su tolerancia con el delito, su inaguantable soberbia. Indice
Frente a la tierra arrasada, consenso democrático Las voces de alerta se reiteran y llegan desde todos los sectores: el proyecto de blanqueo es identificado por la sociedad y por la comunidad internacional como un proyecto de lavado. Si el blanqueo es por esencia inmoral, el lavado es un delito perseguido internacionalmente. Quien quiera usarlo, convocará sobre sí la inmediata sospecha de todos los organismos nacionales e internacionales de persecución del narcotráfico, del terrorismo, de la corrupción política, de los delitos globales. De cara a la sociedad, la instalación de la violencia cotidiana en el sangriento suceder de episodios en los que ya la presencia de la guerra de bandas de narcotraficantes y cárteles se agrega al tradicional uso de los jóvenes carcomidos por el paco para la distribución minorista, previo su introducción al sistema como adictos, es visualizado por los argentinos simplemente como el último eslabón de complicidades. Esta cadena hasta ahora tenía como primer eslabón el ingreso al país por fronteras si control, como segundo el transporte a la red de distribución en los centros urbanos masificados –principalmente en el conurbano- y como último a la distribución minorista final. Esta ley agrega el gran eslabón faltante: la facilidad para el lavado del dinero ilegal, cada vez más cercano públicamente al corazón de las redes, como lo demuestran los últimos crímenes e investigaciones judiciales en curso. De cara al mundo, el desprestigio es ya ilevantable. La obsesiva intención de forzar la designación del ex presidente Kirchner en el UNASUR amenaza con destruir una interesante iniciativa de confluencia sudamericana, cuya virtud mayor es rodear al Brasil, gran protagonista regional del nuevo paradigma mundial, con la constelación de países hispanohablantes destacando la responsabilidad regional de nuestro vecino con la integración y el desarrollo del sub-continente como contrapartida de su creciente prestigio global. La insistencia de poner al UNASUR en manos del bloque de autoexcluidos que integran Chávez, Correa, Morales y los Castro a través de Néstor Kirchner actuará como una carga de dinamita en ese proceso, tal cual lo hicieron con el Mercosur al que han convertido en poco más que una cáscara declamativa abandonando el objetivo diseñado por Alfonsín y Sarney y aún por Menem y Cardoso. En uno y en otro caso los retrocesos son significativos y aunque en lo interno no agregan mucho a la descalificada gestión kirchnerista, en el plano exterior constituyen un golpe de proporciones a la Nación Argentina y, en consecuencia, nos alcanza a todos. Cualquier esfuerzo para revertir esa imagen será costoso, en esfuerzo y en tiempo. Tierra arrasada, pareciera ser la consigna de estas últimas escaramuzas del régimen “K”. Tierra arrasada en lo económico, apropiándose de todo lo que tengan a la vista, desde los fondos de la
ANSES hasta los ahorros previsionales privados, desde la rentabilidad agropecuaria hasta las reservas del BCRA, desde las concesiones de juegos de azar hasta las concesiones de petróleo, desde la pesca sin control hasta las tierras del Calafate –y haciendo al blanqueo sólo útil para los fondos mal habidos de los cortesanos y testaferros-. Tierra arrasada en lo político, al arrastrar en el lodo, por una falsa concepción de la lealtad, a dirigentes peronistas y aliados que hasta hace poco respaldaban por disciplina un rumbo que sabían equivocado, pero que ahora no sólo respaldan sino que se convierten en cómplices de delitos no sólo perseguidos por las leyes argentinas sino por la justicia internacional. Tierra arrasada en lo institucional, donde destrozan lo poco que quedaba de institucionalidad republicana. Tierra arrasada en lo social, con índices lacerantes en crecimiento acelerado como la desocupación, la mortalidad infantil, la educación pública, la salud y el desamparo. La denuncia de Juan Carr, compatriota del que todos somos deudores por su dedicación a las causas que debiera tomar la sociedad a través de su Estado, de ocho chicos por día muertos de hambre en tiempos del “mayor crecimiento acumulado de la historia desde la Revolución de Mayo” echa por tierra con la consigna de la presunta capacidad de gobierno de una administración que llegó peronista, se descubrió “progresista” y termina golpeando fatalmente al peronismo y al propio progresismo a los que termina confundiendo con la corrupción más asqueante, esa sí, de “toda la historia argentina”. Y tierra arrasada en lo internacional, llevando al país a un grado de intrascendencia y aislamiento que jamás había alcanzado en su historia. El prestigio de la reconstrucción democrática y la reconstrucción del estado de derecho –y aún del Juicio a las Juntas- se ha cambiado por la imagen del que se queda con lo ajeno, vive al ritmo de las frivolidades presidenciales y hace gala de la mala educación y desplantes protocolares, como los adolescentes malcriados. Cada vez alcanzan menos los sucesivos “planes”, que comenzaron con los 20.000 millones de dólares de inversiones chinas, siguieron con los cientos de miles de viviendas y miles de escuelas, continuaron con el gasoducto continental, y terminan con los hospitales y rutas que vienen anunciándose desde el conflicto del campo hasta ahora, con fondos inexistentes y con un desparpajo sólo compatible con una sociedad de ignorantes –que no lo es- o con un pueblo que, simplemente, cada vez que escucha a su presidenta cambia de canal por desinterés, por hastío o directamente para preservar su salud mental. El régimen deja tierra arrasada. Nadie le cree lo que dice. Las herramientas económicas no producen efecto alguno en los mercados. La economía sigue refugiándose en las divisas o en valores de más difícil
confiscación, sin que nadie se le pase por la cabeza invertir o arriesgar un centavo en inversiones productivas. Y la pareja dinástica continúa dentro de una burbuja, repitiendo discursos al espejo, que le devuelve –como todos los espejos- la imagen invertida: no es la pista de despegue que ellos ven. Es el tobogán de la decadencia, cada vez más pronunciado. Una vez más, la confluencia democrática y republicana de amplio espectro es imprescindible para conformar una alternativa que pueda servirle a los argentinos, a los ciudadanos y al país todo, de renovación institucional. El cuarto de siglo de democracia, que el país festejó sin su presidenta –que estaba en Rusia, brindando con Putin- debe recordarnos a todos nuestro compromiso fundacional. Con los derechos de las personas, con la ley, con la modernidad, con las instituciones, con los vecinos. Desde la izquierda hasta la derecha honestas, modernas y plurales tienen una responsabilidad con su conciencia: volver a ubicar a la Argentina en la senda del estado de derecho, el único marco que les permitirá discutir sus diferentes visiones de largo plazo con la racionalidad de la convivencia. Diálogos sin precondiciones para llegar, por caminos conjuntos o paralelos, al regreso del imperio constitucional. Ese sería el mejor homenaje al cuarto de siglo democrático. Y será, sin lugar a dudas, la puerta de entrada al nuevo ciclo de renacimiento argentino que debe comenzar en el bicentenario. Indice
El eclipse de la ley La existencia de ese misterioso fenómeno que es el poder se remonta a los orígenes de la condición humana, según acuerdan los historiadores. Más aún: en el propio reino animal pueden observarse comportamientos propios de los que los humanos identificaríamos con relaciones de poder, vinculados al reconocimiento del grupo a la primacía de algún o algunos de sus individuos en algunas funciones sociales de coordinación o liderazgo. La humanidad nació con el poder, concentrado al comienzo en los más capaces y hábiles en la lucha, en la caza, en la reproducción o en la fortaleza física. La larga marcha civilizatoria fue limitando ese poder en beneficio de quienes no lo tenían, en una dialéctica que acompañaría la evolución de la política hasta nuestros días. Esa limitación surgió con la aparición de las leyes. Las “Tablas” de Moisés avanzaron en ese rumbo, significando el paso trascendente de una ley aplicable a todos. Desde esta perspectiva, civilización es limitación del poder y ampliación de la libertad. Y la culminación de la historia con la construcción de la democracia, que sólo admite como válidas las leyes surgidas de la voluntad popular por los procedimientos constitucionales – sancionados por un escalón superior de esa voluntad popular que es la “voluntad constituyente”, es decir, la decisión de una comunidad de vivir en común bajo las condiciones pactadas- marca el punto máximo de evolución civilizatoria hasta el presente. Los cambios de la propia democracia –hacia nuevas formas de participación, nuevas distribuciones de competencias e incluso los esbozos de formas supraestatales y hasta globales de administración y gobiernoprofundizan esa línea adaptándola a la creciente complejidad de la vida contemporánea y a las nuevas demandas de la “segunda modernidad” – riesgos globales, ambientales, terrorismo, redes delictivas, etc-. Pero siempre sobre la base del respeto a la ley. Olvidarlo es abrir las puertas al retroceso, a las aventuras bélicas, al reconocimiento de más poder al más fuerte y en consecuencia, menos poder a los débiles, en síntesis, al reconocimiento de que los seres humanos dejan de ser libres y autónomos frente al poder para volver a ser, como en épocas arcaicas, apenas objetos de administración. El tema viene a cuento, por supuesto, de la situación argentina. En varios artículos hemos analizado esta curiosa particularidad nacional de una especie de “pre-constitucionalidad” en la que la vigencia de las leyes depende de modas o caprichos, más que de su legitimidad intrínseca. El estado de derecho, cuya esencia es la clara demarcación de los límites del poder (transformados en “competencias” de los diferentes poderes del Estado frente a las facultades intrínsecas de los ciudadanos, no delegadas por el pacto constitucional) se ha transformado en un “Estado del puro
poder”, en el que la discrecionalidad pasa por encima de facultades y atribuciones. No necesariamente las decisiones que se toman son negativas, como sí lo son las confiscaciones, los negociados con fondos públicos o la disolución de los mecanismos de control. Las hay correctas y hasta justas, aún siendo ilegales. No es en su contenido donde se encuentra su disvalor, sino en el acostumbramiento al retroceso que implica reconocer que desde el poder se puede hacer cualquier cosa, como los “machos alfa” de algunas especies de mamímeros superiores, mediante actitudes arcaicas, anteriores incluso a la discrecionalidad de los caciques de las tribus nómades que era muchas veces limitada por Consejos de Ancianos o principales de la tribu. Hace muy poco, el Congreso estableció el sistema de movilidad jubilatoria, luego de un debate plural y participativo que precedió a la sanción de la correspondiente Ley. El autor de esta nota –se siente obligado a aclararlo- aplaude toda mejora a la situación de los pasivos, sistemáticamente robados por la administración. Cuestiona incluso por insuficiente e incomprensible aquélla decisión parlamentaria, pero se pregunta: ¿quién es la Presidenta para decidir otorgar un pago adicional, así sea de los miserables doscientos pesos, a los cinco millones de compatriotas en esta situación, sin una decisión correspondiente del Parlamento? ¿De dónde sacó su facultad para disponer de recursos de todos –gran parte de ellos, confiscados recientemente a los ahorristas previsionales privados- en forma discrecional? ¿Es el argumento la necesidad de una rápida sanción? Obsérvese sin embargo que se trata de un Congreso cuya mayoría ha aprobado en apenas diez días un procedimiento para “lavar” los fondos originados en delitos – desde evasión fiscal a narcotráfico, desde corrupción con fondos públicos hasta defraudaciones-, que en un plazo similar decidió apropiarse burdamente de los fondos previsionales privados ahorrados por los ciudadanos que trabajan, y hacerse cargo, en nombre del Estado –o sea, de los argentinos que deberán responder con sus impuestos- de una deuda millonaria y un déficit gigantesco de un elefante blanco volador, como Aerolíneas, incumpliendo su propio compromiso apenas a un mes de haberlo firmado y abriendo la puerta a sus legítimos dueños para un reclamo multimillonario que también tendremos que pagar los argentinos. Evidentemente, el argumento no sirve. Es de suponer que si en diez días amnistiaron –y autoamnistiaron- masivamente a miles de delincuentes, en un lapso menor podrían aprobar el aumento previsional. Es el mismo Congreso que, en otra violación de la ley –que, como resulta simpática al estado actual de la opinión pública, no mereció oposición- decidió anular los beneficios previsionales de funcionarios del último gobierno militar. Recordemos: ese gobierno terminó hace un cuarto de siglo, como se está recordando en estos días. Y el autor de esta nota lo
sufrió especialmente, con su detención arbitraria ilegal y luego su declaración como “detenido a disposición del PEN”, por lo que nada tiene que lo vincule a esa gestión salvo la lucha para que se fuera y volviera la democracia. Sin embargo, el fin de la dictadura significó que volviera la ley. Eso creímos. Un cuarto de siglo después, vemos que el Congreso, que debiera legislar sobre la base de las normas constitucionales, no tiene empacho en aprobar una norma abiertamente inconstitucional. Pero hay más, y más grave. La Cámara de Casación Penal ha dispuesto la libertad de varios imputados por crímenes de lesa humanidad que han pasado siete años detenidos sin juicio. Por supuesto, el “macho alfa”, a través de su señora, ha mostrado su impostada indignación. ¡Cómo se atreve la Justicia a decidir algo no querido por el poder! Sin embargo, “imputar” no quiere decir otra cosa que someter a una persona a investigación y juicio, y de ninguna manera implica “condenar”. ¿Cómo puede tolerarse, en pleno siglo XXI, que existan personas detenidas sin causa, sometidas al limbo de una justicia inexistente, porque al poder se le ocurra, o porque la “vindicta publica” con repercusión mediática decida que hay que aprisionar a alguien? Ni siquiera la Inquisición se permitía detener a procesados sin plazos ni juicios. Habría que retroceder a los tiempos de los reyezuelos feudales y, en nuestro país, a las oscuras épocas anteriores a la organización nacional, para encontrar antecedentes de discrecionalidad como la que pretende la señora presidenta en su simulada indignación. Juicio y castigo, no sólo está bien sino que lo pedimos todos. Castigo sin juicio, es aberrante y desde la ética de quien esto escribe, despreciable, como los delitos que se imputan pero no se prueban a las personas mencionadas. En todo caso, tan despreciable como muchas de las acciones del régimen que terminó hace un cuarto de siglo, en la mejor prueba de la existencia de los “dos demonios” cuya invocación tanto molesta a algunos. La ley no tiene prensa. Es más taquillero generar emociones con decisiones discrecionales, con hechos rápidos golpeando a la opinión pública escasamente informada y hasta con la disimulada desviación de la mirada para no “ver” lo que se sabe ilegal, pero cuya denuncia no dejará réditos. Todo eso es cierto. Tanto como que una sociedad que así actúe, con liderazgos de tan bajo nivel intelectual y político, no tiene otro futuro que la decadencia constante. Nadie arriesgará su patrimonio, su trabajo o incluso su vida para asociarse al progreso general con quienes ignoran que el progreso no tiene futuro si no está apoyado en el sólido cimiento del estado de derecho. Volver
La socialdemocracia y el Falcon Sugerir la “socialdemocracia” (o su remedo conceptual, la “centroizquierda”) como modelo social del siglo XXI es como pretender que se adopte el Ford Falcon como el ideal del automóvil del futuro. Buenos proyectos hasta los años 70, superados por la historia en un mundo con nuevos problemas, alejados de aquellos tiempos en que no había crisis de petróleo, globalización económica y cosmopolitismo global. La “segunda modernidad” ha puesto en escena nuevos actores, nuevos problemas, nuevas relaciones económicas y sociales, nuevas correlaciones de fuerza y nuevos cruces de intereses. Y una conformación diferente de las sociedades, también crecientemente globales. Observar un compatriota recogiendo cartones en la basura mientras porta su celular de última generación, quizás su única compra de productos “durables” en el año o en la década, marca la profundidad de ese cambio, por la significación iconográfica de un artefacto cuyo consumo atraviesa todos los sectores sociales del país y del planeta, y es la expresión también de la tecnología, la fabricación, la distribución y el funcionamiento cosmopolita. La obligación de quienes piensan y actúan la política es tomar conciencia de esos cambios y proyectar en él los valores de siempre, que son los que no cambian. Así como el ideal del Ford Falcon fue un automóvil de llegada masiva y fuerte en su contextura, en todo caso heredero del legendario “Ford T” que llevó el automóvil a las clases populares norteamericanas, la socialdemocracia proyectó en su circunstancia histórica un arsenal axiológico gestado durante siglos -libertad, equidad, justicia, derechos civiles de las personas, derechos políticos, solidaridad, relaciones laborales justas- con modelos de estructuras relativamente exitosas: fue la época de los Estados fuertes, los partidos políticos, los gremios, los ejércitos, los organismos de seguridad social, la salud y la educación estatales, el comercio administrado y las “cuentas nacionales” controladas, orgando “macro-estructuras” gigantes, en ocasiones más costosas que los propios servicios prestados. Aquellos valores no han cambiado, pero sí lo ha hecho la indagación sobre los caminos para lograrlos, en un mundo que se ha hecho sustancialmente más complicado por la imbricación global de todos sus escenarios: económico, cultural, político, legal, delictivo. Escenarios que han adquirido una conformación y un funcionamiento crecientemente planetario y presentan problemas globales que no son abordables desde los límites del Estado-nación, continente prototípico de la modernidad incluyendo en ella al diseño socialdemócrata y al pensamiento autárquico. No sólo es ingenuo: es tosco, rudimentario e inexperto creer que aquella
realidad subsiste y que también lo hacen, sin cambio alguno, las herramientas conceptuales, ideológicas e instrumentales de esa época. Valga como digresión aclarar que esta afirmación no aborda la reflexión sobre la Nación como categoría histórica y cultural, cuyos límites pueden coincidir con los del “Estado nacional”, pero no con su diseño y estructura. La “nación” tiene otros perfiles y quizás su reconstrucción en el nuevo escenario del siglo XXI sea una de las más apasionantes tareas intelectuales, en un mundo en el que la tolerancia, la pluralidad y la imbricación recíproca enriquece a todos sin perder la identidad, que sin embargo incluye cambios intrínsecos notables. La Argentina necesita completar etapas inconclusas. La primera de ellas es lograr de una vez por todas la instauración del estado de derecho, democrático y republicano, cumpliendo el programa revolucionario de 1810, la generación del 37 y la Constitución Nacional. Para esa tarea es imprescindible un consenso mayoritario claro y terminante y requiere el consenso de las fuerzas nacionales y provinciales, de la izquierda y la derecha modernas y plurales, y principalmente de los ciudadanos actuando en ejercicio y defensa de sus derechos y su libertad, como lo hicieron durante la movilización del campo. Sobre esa base de solidez renovada, debe retomar su esfuerzo inclusivo que dio forma, sucesivamente, al radicalismo y al peronismo. A partir de allí, el escenario nacional debe ser observado y analizado con una perspectiva global y cosmopolita a fin de detectar la naturaleza de los problemas actuales y las herramientas posibles para luchar por los valores de siempre. Dicho con el mayor de los respetos –y afectos, porque muchos hemos sostenido objetivos parecidos hace décadas-, en este momento del mundo y del país la “socialdemocracia” no define nada o en todo caso muy poco. Socialdemócrata es Blair, socio de Bush en la aventura iraquí. Socialdemócrata es Lula, en las antípodas de Chavez, también socialdemócrata. Hasta el propio Kirchner se autodefine como “socialdemócrata” cuando es obvio que sus prácticas políticas son exactamente lo contrario de lo que requiere tanto el programa de la modernidad constitucional, como la fuerte institucionalidad socialdemócrata de mediados de siglo XX, como – por último- la comprensión y acción cosmopolita para el complejo mundo de la segunda modernidad; y “socialdemócrata”, por último, se ha autodefinido Biolcatti, presidente de la Sociedad Rural Argentina, quien mantiene –como sabemos- pocas afinidades con Néstor y Cristina Kirchner... Insistir en un rótulo con tales debilidades en su definición es caer en el riesgo de no definir nada. Lo que puede ser el objetivo buscado, pero no deja de ser, en tal caso, doblemente peligroso al dejar abierto el camino a la discrecionalidad.
Menos rótulo, más contenidos. La Argentina está para mucho más que el “troncomóvil” que le pide Moreno a las automotrices, en consonancia con el esperpéntico “desarrollo desacoplado con inclusión social” del “socialdemócrata” kirchnerismo. Es el nuestro un país que surgió para grandes cosas y muchas veces lo logró, cuando construyó sus instituciones, respetó los derechos de las personas, entendió al “poder” como un servicio a los ciudadanos con límites claros y se integró al mundo sin temores. La “causa del género humano”, proclamada por San Martín en Lima al definir la Revolución de Mayo, tiene una permanencia axiológica, una significativa actualidad y un valor trascendente que pasa por encima de los sellos de época. Eso es lo que no cambia. En los albores del segundo centenario sería bueno repensar el país sin pereza intelectual y con mayor solidaridad, nacional y global. Aunque fuera éste el único homenaje que le rindiéramos a quienes, hace casi dos siglos, empezaron la marcha común. Indice
Estatizar el juego de azar La sucesión de escándalos, en diversas jurisdicciones nacional y provinciales, que han rodeado en los últimos años la expansión significativa del juego han colocado en la agenda pública un tema que, debido a diferentes prioridades, no ha merecido la necesaria reflexión por parte del periodismo, los intelectuales y los políticos. La actividad lúdica, que en otras épocas estaba monopolizada por las instituciones del Estado –a través de la vieja Lotería Nacional y sus similares provinciales- integró la batería de privatizaciones de los años 90. Hasta ese momento, los perseguidos pero folklóricos “pasadores de quiniela” eran los únicos protagonistas en el márgen gris de un negocio que aunque en ocasiones se descubriera formando redes clandestinas con complicidades públicas y policiales, no generaban daños inmanejables a la convivencia, la violencia o las adicciones. Los “garitos clandestinos” de otras épocas, mirados a la distancia, parecen juegos de niños frente al entramado mafioso, que vincula al empresariado “negro” con la política corrupta. La introducción en el país del juego capitalista en gran escala abrió una compuerta que no ha cesado de incrementarse durante todos estos años, generando una imbricada red de complicidades con escalones políticos que resultaron favorecidos, llegado el kirchnerismo, por su expansión mediante mecanismos de corrupción que en ocasiones ha superado la tradicional “coima” por las concesiones para incluir a allegados en las propias estructuras empresariales, que a esta altura se mueven por encima de culquier control oficial. Sin embargo, la filosofía del juego conspira contra la promoción del trabajo, la solidez de la familia, el aliciente al esfuerzo creador, la promoción del facilismo y la imprevisión. Si hay un componente nefasto en la decadencia de las sociedades fracasadas ha sido la generalización del juego de azar, actividad que cuando ha sido permitida en los países exitosos, lo ha sido en forma limitada y excepcional, con fuertes controles estatales con los que –resignados a su inexorabilidad vinculada con aspectos oscuros de la naturaleza humana- los gobiernos han tratado de limitar, volcando sus beneficios a actividades de promoción social. Los argumentos en defensa del juego giran, en general, alrededor de la dinamización de la actividad económica de las regiones en las que es permitido. Se relaciona con la promoción turística, como una oferta más a las actividades lúdicas de quienes disfrutan del tiempo en blanco de un fin de semana largo o períodos vacacionales. Cabe decir que aunque esto sea así, también lo es que su oferta exagerada desalienta otras actividades culturalmente más estimulantes y económicamente más provechosas, desplazadas por el fuerte atractivo del clima artificial y cosmopolita de las
salas con luces de colores, sonidos estandarizados y clima atemporal de los establecimientos de juego. La expansión del juego en el país ha sido patética. No hay ciudad importante que no cuente con grandes bingos y salas de apuestas, de apuestas de carrera en línea, de maquinitas “tragamonedas” incorporadas a diversos espacios de espera y en general de permanentes estímulos para ceder al impulso ilusorio de la ganancia rápida y las emociones cortas. En estos días hasta se ha producido un hecho criminal a raíz de la disputa por un hipódromo privado, cuyo adecuado control perseguía un Intendente asesinado por el capitalista del juego en el norte santafecino. La contracara es el desarrollo de un “capitalismo negro” que ha intervenido en las fuerzas políticas distorsionando aún más su funcionamiento, del que se ha reemplazado el sano debate sobre los proyectos, por el nada sano de la búsqueda de financiamiento y riqueza. La vergonzosa frase con que diputado que preside el bloque oficialista respondiera a un periodista sobre el significado ético del blanqueo -“moral o inmoral, necesitamos plata”- es el indicador más claro del deterioro ético del promedio de moralidad con que se mueve –y acepta convivir- la mayoría de la representación política argentina. El decreto del ex presidente Kirchner, a cinco días de finalizar su mandato presidencial, prolongando por un cuarto de siglo sin justificación alguna la concesión del juego en el casino de Palermo a su amigo Cristóbal López, incrementando además en 1500 las máquinas tragomonedas allí instaladas (3000), es otra demostración de esta inmoralidad. Frente al escenario crecientemente dominado por las mafias, la expansión del narcotráfico, el crimen instalado en la vida cotidiana, la inseguridad con complicidades políticas y globales, el sentido común aconseja la vuelta al monopolio estatal del juego, prohibiendo su explotación privada. Ello permitirá sacar del mercado capitalista una actividad que tiene poco de creativa, que aunque se tolere debe ser fuertemente regulada, cuya presencia y reglamentación debe incluir debates públicos participativos sobre cada nueva concesión y cuyas cuentas deben ser totalmente transparentes. Volver al monopolio estatal de los juegos de azar es más urgente, necesario y fundado que estatizar el correo, las aerolíneas o los ferrocarriles, porque el efecto negativo de la actividad tiene alcances más graves para la convivencia que cualquiera de aquellas áreas. En aquéllas es discutible su mayor o menor conveniencia para el desarrollo. Pero el juego destroza cosas más importantes: el entramado social y la propia integridad moral de los argentinos. Indice
Hilda Molina y Cristina Kirchner Hace un par de años, en oportunidad de la reunión del Mercosur realizada en nuestro país a la que concurriera, invitado especialmente sin motivo claro, el mandatario cubano Fidel Castro, ocurrió un hecho que fuera destacado, con congratulaciones, por parte de esta columna, normalmente ubicada en las antípodas de la administración kirchnerista: el entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner, hizo llegar al cubano una misiva interesándose por la autorización para salir de Cuba y reunirse con su familia en la Argentina, a la Dra. Hilda Molina, prestigiosa neurocirujana cubana. Destacamos en su momento el gesto a raíz de que tuvo que vencer la resistencia de funcionarios del gobierno caribeño que –según trascendidos periodísticos- se oponían al sólo hecho de recibir la mencionada carta. Aún vive en el recuerdo de los argentinos la desencajada respuesta de Castro al ser interrogado sobre el tema por un periodista. Por supuesto, la contestación fue la que conocemos, difícilmente encuadrable en el respeto de los derechos humanos que Cuba se comprometió a cumplir al momento de firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, primer documento internacional de las Naciones Unidas que fuera en su tiempo una luz de esperanza para el mundo, y que al enunciar los derechos fundamentales de toda persona sobre la tierra incluye el de entrar y salir de su país libremente. Algo que los argentinos tenemos escrito en nuestra Constitución desde 1853. Conocida es la posición del gobierno “progresista” de la isla: la Dra. Molina es portadora de un cerebro que le pertenece a su país y en consecuencia, es el gobierno cubano quien tiene facultades de propiedad y administración sobre el mismo. Sigue –sola y segregada- en Cuba, donde es objeto de burlas y humillaciones, envejeciendo sin ver a sus nietos y sin ejercer tampoco su profesión –está jubilada-. Ha abierto un blog en Internet donde publica, cuando lo permite su conectividad, su visión sobre la situación de la isla (http://hildamolina.blogspot.com/), mediante el cual se ha dirigido a la presidenta argentina expresándole entre otras cosas: “...no he pedido a la Excelentísima Dra. Cristina Fernández un respaldo semejante al que los opositores argentinos recibieron en la época de las dictaduras. Le he rogado únicamente, con humildad y desde el fondo de mi corazón, como sólo una abuela puede hacerlo, que ayude a dos inocentes niñitos argentinos, mis maravillosos nietos. .... “ La presidenta Kirchner está visitando Cuba. No se sabe bien para qué, ya que tanto la agenda como los propósitos del viaje aparentemente formaron parte de una especie de secreto de estado a los que son tan afectos los integrantes de la pareja gobernante. Ha visitado un “Polo tecnológico” y destacó los avances logrados por Cuba en materia de salud (quizás debiera
haber agregado: para extranjeros ricos...), pero ninguna información periodística, oficial ni oficiosa, ha dejado trascender hasta ahora gestión alguna por la suerte de la Dra. Molina, cuyo hijo –bueno es recordarlo- es argentino por adopción. En aquel momento dimos como título a nuestro artículo: “Algo bueno de Kirchner”, y lo felicitamos por haberse puesto con responsabilidad su traje de Presidente de la Nación Argentina. Debo decir que en aquel momento muchos argentinos se sintieron interpretados por su actitud. Quizás fue la única vez durante toda su gestión. En esta oportunidad, ubicados como estamos en antípodas más alejadas aún –si cupiera- de su gestión, no dudaríamos sin embargo en darle el más sincero apoyo y el caluroso respaldo si se comportara como la Presidenta del país de San Martín y lograra traer a la Dra. Molina a la Argentina. Confesamos la falta de esperanzas al respecto. Pero –como dice el refrán...- “es lo último que se pierde”. Indice
La alegría de Cristina Poco más de un año atrás, en ocasión de una de las inefables cátedras desde el atril de la recientemente electa presidenta de la Nación, nos preocupábamos desde esta columna con la advertencia que daba título a un artículo: “Cristina atrása, el país se descalabra, Kirchner acumula”. No se había presentado aún el dislate de la Resolución 125, pero ya el relato presidencial, a pesar de no haber confesado aún que no conocía la fórmula del agua, mostraba serios errores de conocimiento y de diagnóstico que nos conducían aceleradamente a una nueva crisis. Una foto actual del estado del país, “vis a vis” con una igual de hace un año, nos muestra la triste confirmación del diagnóstico, que si bien era visualizable ya con las robustas exportaciones agropecuarias logradas a pesar de los Kirchner, se hizo patético una vez desatada la crisis internacional que está golpeando a todo el planeta y ya se anuncia con la ralentización de China, cuyo potencial comprador de “commodities” es siempre la última esperanza frente a los males nacionales. En un posterior análisis, realizado hace seis meses, sobre los efectos de crisis en el balance global, arriesgábamos la opinión de que una vez pasados los efectos de la crisis, el mundo retomaría su marcha con un fortalecimiento de la posición relativa de los Estados Unidos. El razonamiento no descubría la pólvora: partía del supuesto de que la eonomía real de bienes y servicios de todo el planeta no ha sufrido ninguna catástrofe astrofísica ni geoloógica. Al igual que ocurrió –en nuestra pequeña dimensión- con la crisis argentina del 2001, los campos, las fábricas, las infraestructuras, la energía, las comunicaciones, permanecían intactas. Cuando recuperaran la liquidez necesaria, el campo volvería a producir, las fábricas pondrían en marcha sus motores, los bancos retornarían con sus préstamos y todo comenzaría a marchar nuevamente. Ni siquiera la gestión K lograría detenerla y a pesar del sabotaje constante realizado a la producción con sus crecientes incautaciones de riqueza y su corrupción ramplona, el país retomó su senda ascendente. Así ocurrirá con el mundo. ¿Por qué será Estados Unidos la locomotora el nuevo arranque? Tampoco hay que descubrir la pólvora: es el país que ha sido elegido por todos (europeos y chinos, japoneses y rusos, latinoamericanos y africanos) como el reservorio mundial de la liquidez. Si hay un Estado en condiciones de financiar la nueva marcha de la economía, una vez que ésta toque fondo, es el estado norteamericano. Desbordante de recursos que han dejado en sus arcas los angustiados demandantes de bonos del Tesoro en todo el planeta, será su decisión política dónde volver a poner liquidez, a quién prestarle, a quién venderle, a quién comprarle, a quién favorecer y a quién castigar.
¿Por qué alegrarse, entonces, de que el discurso de Obama incluya la afirmación de que el mercado ha fallado y que en consecuencia el Estado debe intervenir? La frase del nuevo presidente norteamericano –junto a otras que anuncian una etapa interesante en los años que vienen, como la puesta en valor de la democracia, palabra que no se escucha en los discursos presidenciales argentinos desde 2003- para generar alegría, debería hacerse coherente con una decisión internacional de acercamiento maduro, prudente pero firme, con el país que decidirá en el corto plazo la suerte del mundo. Si es cierto que ahora el papel del Estado será más importante, es más importante que nunca acercarse a ese Estado –rol que el kirchnerismo conoce de memoria...- para intentar articular nuestros esfuerzos con las decisiones que se tomen para salir de la crisis. En otras palabras, “estar adentro”, no segregado. Alegrarse porque el Estado norteamericano –el que arbitrará la salida de la crisis- podrá tomar en sus manos la gestión del mercado y a la vez destacarlo desde un viaje frívolo y vergonzante con los autócratas caribeños, ubicados en las antípodas de ese Estado, es cualquier cosa, menos coherente. Además de colisionar con los principios elementales de la diplomacia que aconsejan no hacer comentarios sobre terceros países o gobiernos desde el exterior del propio, tema éste que sabemos que no forma parte –como muchos otros- del capital intelectual de la pareja reinante. Lo que no sería nada grave, si tuviera la humildad de consultar a los que saben: nadie es especialista en todo ni tiene la obligación de serlo. No se entiende la alegría de Cristina. Ha renunciado a sus principios de defensa de los derechos humanos a cambio de una foto desopilante para el álbum familiar presentada con un no menos desopilante comunicado del anciano dictador sobre la reunión, ha mancillado el honor de la Argentina al abandonar una causa que su propio marido había priorizado, como es la libertad de la Dra. Hilda Molina, ha aceptado la vergonzosa prohibición de reunirse con los opositores cubanos (¿se imagina la señora presidenta cómo hubiera reaccionado ella misma si el ex presidente Bush le hubiera prohibido reunirse con demócratas cuando viajó a Estados Unidos?); se prestó a una ridícula comedia de enredos con la agenda y la entrega de “la foto” que distribuyó profusamente como un trofeo de caza mayor desde la red de prensa presidencial; no consiguió ningún acuerdo para cobrar los más de dos mil millones de dólares que el régimen cubano nos debe desde hace casi tres décadas, reforzó su alineamiento con lo peor del Continente y marcó una vez más la inconsistencia e inconfiabilidad de la Argentina y de la política exterior de su gobierno en un momento en que el mundo comienza una nueva etapa. En el país, mientras tanto, secuestros y asesinatos proliferan hasta formar parte del paisaje; el –otro inefable- administrador de la ANSES sigue dilapidando los recursos que confiscaron a los ahorristas
previsionales en aventuras financieras esperpénticas y sin antecedentes en el mundo, como financiar el canje de autos y heladeras a tasas negativas con fondos previsionales, mientras retrasa el pago a los jubilados en una quincena e incumple sentencias judiciales con años de antigüedad; sus funcionarios están bloqueados para tomar decisiones mientras el principal activo productivo del país marcha al quebranto generalizado golpeado por la crisis internacional, la propia plaga kirchnerista y ahora, la sequía; los despidos crecen diariamente; las fábricas reducen abruptamente su ritmo de producción y los negocios están vacíos. Su marido, en tanto, titular formal del peronismo adueñado de Olivos ilegalmente, da directivas a los ministros –que éstos obedecen como corderitos- de cómo repartir la caja discrecional de los fondos públicos robados a los ahorristas entre los intendentes y gobernadores amigos. Y el patrimonio personal de la familia trasciende ahora al petróleo, la pesca, el juego y las obras públicas para expandirse más en el rubro turístico con el agregado de otro hotel de cuatro estrellas en el Calafate, según dicen informaciones periodísticas no desmentidas, conformando un virtual monopolio en su pago chico del turismo de alto nivel. Todo sigue igual. Cristina atrasa. El país se descalabra. Kirchner acumula. Lo que está bastante más colmada es la capacidad de tolerancia de los argentinos. A pesar de la alegría de Cristina. Indice
-Éstos no son los gallegos. Éstos son Obama....” Curiosa desaparición, la del “affaire” Transportadora General del Norte (TGN) de los medios de comunicación.... Como se recordará, hace aproximadamente un mes, el gobierno decidió “intervenir” la empresa transportadora de gas, que había recurrido a la justicia con la decisión de declarar su default por sufrir lo que la mayoría de las empresas privatizadas durante la gestión del ex presidente Menem (peronista, igual que Kirchner) han soportado durante el quinquenio kirchnerista: un ahogo tarifario unido a obligaciones de inversión y prestación de servicios en un marco cambiario y de precios relativos totalmente diferente al existente. El mecanismo de extorsión, usual durante el kirchnerismo, le dio frutos suficientes hasta la fecha. Fue por este procedimiento que lograron apropiarse del 20 % de YPF, de varias empresas de servicios y hasta empujar a Aerolíneas Argentinas hasta el borde del abismo, logrando adueñarse de la empresa sin poner ni un centavo, esta vez con la complicidad de diputados y senadores peronistas y la camarilla sindical. Aunque realizado por un grupo político en ejercicio de un poder absoluto, este mecanismo reiterado de extorsión provocó el cambio de manos de las principales empresas del país y ha generado un capitalismo negro de amigos del poder que ha convertido a Nestor Kirchner en un magnate del petróleo, del turismo, de la pesca, de los juegos de azar, de las obras públicas y últimamente también del transporte aerocomercial. En su patrimonio personal, ha sido el presidente argentino de mayor capital en toda la historia del país –primer record- y el que incrementó su patrimonio en mayor porcentaje también en toda la historia de la Argentina independiente. A pesar de decirse “progresista” y “de izquierda”, curiosas etiquetas con las que consigue la fácil absolución de quienes hasta llegan admirarlo por su audacia. TGN tranporta gas desde los yacimientos del norte hacia la Capital Federal. Entre sus dueños está el grupo Techint, socio de todos los gobiernos, con el que el kirchnerismo realizó importantes negocios que incluyeron hasta su ampliación en Venezuela, donde la empresa hizo importantes inversiones hasta que el autócrata caribeño decidió ponerle fin apropiándose de su acería, desmintiendo el viejo aforismo “entre bueyes no hay cornadas”. La declaración de default de TGN enfureció a Néstor Kirchner, que ordenó un operativo de presión que incluyó una insólita denuncia penal, alegando que el acta de directorio que decidió el default se había confeccionado al día siguiente de la reunión. El sainete de enredos se complicó aún más al conocerse que el default había sido adelantado al Ministro de Infraestructura, quien lo habría alentado como una forma de
justificar la intervención del Estado, actualizar la tarifa y comenzar las negociaciones de práctica –obviamente, para apropiarse de parte de la empresa-. TGN desapareció de los medios apenas el dueño de Techint regresó al país de un viaje al exterior. El conflicto pareciera haberse encarrilado en negociaciones que, al estilo vigente, son secretas aunque se traten de negocios públicos. Lo usual en estos casos lo conocen bien “los gallegos”: autorización de aumentos de tarifas a cambio de entregar una parte del paquete accionario al “grupo K”. Poco tiempo antes, el mismo camino había seguido EDELAP. La empresa, propiedad de la norteamericana AES, había vendido parte de su deuda a su controlante, pero sin liberarse de su carga financiera. El hecho produjo una citación al propio Embajador norteamericano, el que con la firmeza que le permite el país que representa y sin inmutarse contestó que absolutamente todos los procedimientos contables de la empresa respondían a las normas vigentes. Lo que pareció una revancha del gobierno al tratarse de la empresa que contribuyó con pruebas decisivas para el descubrimiento de los sobreprecios pagados por SKANKA, que alcanzara a destacados funcionarios kircheristas, también desapareció de los diarios luego de firmarse un acta en el que tanto la empresa como el gobierno se comprometieron a “solucionar los inconvenientes” (¿?), curiosa derivación del posible delito imputado en un país en el que, en teoría, rige el Estado de Derecho y la separación de poderes. ¿Qué había ocurrido? El encargado de dar una pista sobre los motivos fue el Sr. Roberto Baratta, mano derecha del Ministro Julio De Vido. Según informaciones periodísticas no desmentidas, le explicó a un dirigente del peronismo, con ramplona simpleza: “Con AES no podemos seguir apretando. Estos no son los gallegos. Estos son Obama”, sintetizando en una frase la filosofía del poder “K” en la Argentina: a los españoles se les puede sacar cualquier cosa, porque total al final lo arreglamos con Zapatero. Distinto es a los norteamericanos. Con esos no se juega... mucho menos luego de conocerse que AES había sido fuerte aportante a la campaña del nuevo presidente. Así están las cosas en la Argentina K. Mientras tanto, la presidenta está por viajar nuevamente a España, donde ya se anuncia que será recibida por el presidente del gobierno. Por las dudas, las empresas españolas en Argentina deberían en estos días, por precaución, cerrar con cuatro llaves sus cofres, vaciar sus cuentas y no dejar nada sin custodia. Hasta ahora, cada viaje de alguno de los esposos Kirchner a España ha sido para recibir la absolución del gobierno “de los gallegos” por alguna fechoría sufrida por sus empresas de parte de la irresistible cleptomanía “K”. Como en los cuentos de argentinos contados en Galicia. Como en los cuentos de gallegos contados en Argentina.
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Por la gracia de Dios... No es el de la Argentina un problema cultural. Mucho menos religioso. Es, crudamente, un problema institucional. Muchos países, con similares raíces culturales que el nuestro, han organizado su convivencia en forma virtuosa y muestran un envidiable crecimiento no sólo económico, sino integral. Muchos más, con similares creencias religiosas a las de nuestro pueblo, generan admiración por haber encontrado el camino de despegue reduciendo su pobreza, incorporando millones de seres humanos a los beneficios de la sociedad formal y transitando un camino reflexivo de construcción. No pasa por ahí la raíz de nuestros problemas, sino en la destrucción institucional que comenzamos en 1930 y que no se ha detenido, a pesar de chispazos de reacción, siempre abortados. La destrucción institucional tiene dos líneas de fractura. Una es comunmente mencionada y se refiere al olvido de la separación de poderes y competencias entre los órganos del Estado, singularmente grave al ser el nuestro un país de raíz federal y en consecuencia haber logrado diseñar en su Constitución un complicado sistema de equilibrios cruzados destinados a resguardar la imbricación virtuosa entre los poderes del Estado nacional y de las autonomías provinciales, por donde pasan la mayoría de las necesidades básicas de los ciudadanos. Las groserías institucionales que rompen ese equilibrio, agravadas hasta el paroxismo por la administración kirchnerista, han minado el consenso constitucional al someter la justicia y el parlamento a la discrecionalidad de una persona que ni siquiera cuenta con legitimidad de origen o del desempeño de un cargo público, pero que se ha convertido en el gran decisor de impuestos y gastos, condenando a quien se le ocurra y beneficiando a quien lo apoye con recursos confiscados en forma arbitraria a millones de compatriotas. No sólo eso: el diseño de un sistema de coacción a la justicia muestra hoy a magistrados aterrorizados ante cualquier causa que implique investigar al oficialismo, en condiciones de terminar la carrera judicial con procesos amañados administrados por una institución que en los diferentes países en los que existe fue pensada para aumentar la independencia del Poder Judicial, pero ha sido convertida en la Argentina en una especie de Comité de Salud Pública de la Revolución francesa. La gran cantidad de jueces que se excusan en la causa que investiga por corrupción al diputado Kunkel, comisario político del oficialismo en el Consejo de la Magistratura, es la aberrante demostración de ese disciplinamiento, tanto como el cínico comentario del imputado: “Hacen bien en excusarse”. Por mucho menos que esto, el país sufrió las guerras civiles que demoraron en varias décadas su organización institucional.
Pero la otra línea de fractura es muchísimo más grave, porque atraviesa en mayor o menor grado a la mayoría de las fuerzas políticas: es la fractura entre la soberanía de los ciudadanos y las competencias del poder. Esta fractura, cuyo inicio más nítido puede observarse en el golpe de 1930, se apoya en la creencia de que existe un “poder” superior a los ciudadanos, con una presunta legitimidad superior justificada en los “estados de excepción”, que cada gobierno sucesivamente se encargaría de interpretar en diferentes formas alegando también distintas circunstancias y necesidades, y en virtud de la cual podrían imponerse a las personas “sumisiones o supremacías” al margen de las previstas en la carta constitucional, desde la confiscación de sus ahorros hasta la prohibición del comercio, desde la incautación arbitraria de sus bienes hasta la invasión de su privacidad, desde la coacción de su libertad de expresión hasta eliminación lisa y llana de su libertad de elegir. Y sostenemos su gravedad sustancial porque una vez rota la convicción de que el poder surge de la soberanía de los ciudadanos, la tentación es legitimarlo en construcciones premodernas, étnicas, nacionalistas, ideológicas, integristas, culturales o religiosas. “Los pueblos originarios”, la “patria”, la “revolución”, o el propio “Dios” reemplazan a las personas, en cuanto ciudadanos, de su condición de base fundamental y última del sistema legal y político. Ambas rupturas son la explicación de la decadencia argentina, que no responde a orientaciones filosóficas, ubicaciones ideológicas o raíces culturales. Una visión pan-óptica de esta realidad nos mostrará, por supuesto, grisitudes. Hay personas, y fuerzas políticas y sociales “progresistas” y “moderadas”, que extrañan la institucionalidad y sienten una ansiedad casi genética por la vigencia del estado de derecho. Creen en el destino de una Argentina abierta y plural, democrática e integrada al mundo, libre y equilibrada, apoyada en hombres y mujeres dueños de su destino. En el otro extremo, hay personas y fuerzas que se sienten desobligadas totalmente de las instituciones constitucionales, aunque sus representantes hayan jurado “por Dios y los Santos Evangelios” disponer del poder dentro de los límites y formas de la Constitución, llegando en estos tiempos al extremo ya mencionado que no conmueve en lo más mínimo a quienes sostienen el actual –inconstitucional- marco de poder, el que no podría disponer de la discrecionalidad que muestra sin contar con respaldo en el Congreso, en la formación política que lo apaña y en los co-beneficiados de sus incautaciones y caprichos. Pero a fuer de ser honestos, debemos decir que hay también, entre ambos extremos, diferentes gradaciones que se ubican más o menos cerca de la ortodoxia institucional, o más o menos cerca de la justificación del robo y la arbitrariedad.
La Argentina ha ido retornando, desde hace ocho décadas, a la lucha que comenzó con la Revolución de Mayo y que le diera su partida de nacimiento en el concierto internacional: aquélla dirigida a institucionalizar su convivencia en los marcos de la modernidad. Tuvo en estos casi ochenta años avances y retrocesos, sin lograr hasta ahora que su proyecto modernizador fuera respetado por quienes juraron por él, en diferentes etapas de su historia contemporánea. Devaneos seudoideológicos, deformaciones dogmáticas nacionalistas, estructuras populistas y clientelares premodernas, más propias de la Colonia que de la gesta revolucionaria, han tironeado hacia atrás tratando de hacer retroceder el reloj de la historia patria a tiempos oscuros. En este retroceso se asientan, hoy, contradictoriamente, los nuevos desafíos del mundo del tercer milenio. Su mejor símbolo lo ha dado la propia señora presidenta, al sugerir que su mandato responde a un “designio de Dios” como lo ha expresado días atrás en Villa Dolores, ignorando que el destino de los hombres es el resultado de su propia construcción y que significa un escapismo culpar a Dios de los bienes o males que son de nuestra propia responsabilidad. Es responsabilidad de los propios argentinos a quién elegimos como nuestros representantes. Es responsabilidad de los representantes cumplir con la normas que juraron respetar. Es responsabilidad de cada persona, de cada ciudadano, expresar con claridad sus convicciones y participar con madurez en la reflexión y decisión sobre el futuro común. Y es, por último, responsabilidad de todos encarrilar al país nuevamente en el estado de derecho, corrigiendo escrupulosamente las usurpaciones y deformaciones que está sufriendo, no sólo por el arbitrario comportamiento de un sicópata, sino de la canallesca complicidad de muchos que, pudiendo y debiendo detenerlo, prefieren esperar que el destino, o el “designio de Dios” corrija lo que está, ineludiblemente, en la responsabilidad secular. Dios, para quienes creen en él y en él se inspiran, se encargará en el otro mundo de acercar su gracia, premiar y castigar a quién lo merezca. Mientras tanto, señora, sería bueno que recuerde que usted está allí porque los ciudadanos –y no Dios- la votaron para que ejerza su rol –a usted, y a nadie más que usted-, detro de las normas y con los límites claros que establece la Constitución y las leyes. Y que si no lo hace, de su falta o incapacidad no será responsable Dios, sino usted misma y quienes se lo permiten, y por ello deberán responder de lo que hacen ante los tribunales seculares mucho antes de tener que enfrentar el juicio trascendente. Indice
Heladeras baratas La observación y el seguimiento de la opinión académica y especializada sobre la naturaleza de la crisis económica y sus perspectivas confirman una afirmación realizada hace algunos meses desde esta columna: sus características son lo más parecido imaginable a un episodio catastrófico natural y terminará... cuando termine. Desde esa convicción, es poco lo que pueda hacerse, como no sea destinar los recursos con que se cuente para paliar los efectos más dramáticos en las personas más afectadas. Ello significa: alimentos, medicamentos y alojamiento, que son las necesidades básicas más lascerantes que deben enfrentar quienes cuentan con pocas reservas de recursos, limitados a la venta de su fuerza de trabajo, que se encontrará sin “compradores” mientras la crisis dure y no se retome la dinámica de crecimiento. La crisis, por lo demás, es global. No hay en esta calificación ideologismo alguno. El diagnóstico es sostenido por investigadores y sabios del norte y del sur, del Este y del Oeste, del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo, de Universidades y de “think tanks” públicos y privados. No se ha escuchado en ese espacio a nadie que realmente interese escuchar, sostener que los diagnósticos sobre la globalidad del problema sean de “agoreros” o de “neoliberales”. Aún reconociendo las limitaciones epistemológicas del conocimiento económico –y social-, ciertos hechos y fenómenos existen, son observables, cuantificables y analizables. No existen respuestas locales a los problemas globales. Esta es otra afirmación que se ha hecho axioma, con una vigencia creciente a medida que se instala en el planeta el paradigma cosmopolita, al que nadie puede escapar sino al precio del aislamiento, la represión, el estancamiento y la caída en estados policiales como intento supremo de disciplinar la avasallante tendencia en las personas de todo nivel educativo y social de incorporarse al nuevo paradigma, apoyado en la economía funcionando sobre bases mundializadas. ¿Nada se puede hacer, entonces, desde lo local? Siempre se puede. Hemos adelantado nuestra convicción: se pueden hacer cosas, a condición de comprender la naturaleza global del proceso, de tener conciencia de las limitaciones de los recursos con que se cuenta y de determinar con lucidez las prioridades a que se destinarán esos recursos de emergencia, hasta que el mundo recupere su marcha. La propia actitud norteamericana frente a la crisis es paradigmática. La incertidumbre sobre la dimensión de los recursos “evaporados” hace imposible, aún contando con ilimitada cantidad de recursos, salvar a todos. En consecuencia, el paquete de recursos fiscales solicitado por la Administración al Congreso fue objeto de un profundo debate en el que los
legisladores, representantes del pueblo y los Estados, determinaron las prioridades de asignación. No se trata de Ochocientos mil millones de dólares en forma de cheque en blanco: se trata de una definición de urgencias que incluirá la ayuda para mantener la vivienda, reforzar los servicios sociales, ayudar a las actividades económicas más ligadas al empleo y, en suma, construir una especie de “tinglado” para que, ante el derrumbe generalizado de todo, defienda a las personas reales de los daños más lascerantes. Todo eso pueden hacerlo, en última instancia, porque tienen recursos, y a los propios pueden sumar lo recibido de todo el mundo que ha corrido a refugiarse en la seguridad –política, jurídica y militar- que le ofrece la mayor democracia, el mejor estado de derecho y la máxima potencia militar del planeta. Pretender emular ese plan vendiendo heladeras, planchas y cocinas financiadas a tasas de liquidación con fondos que, no olvidemos, se han incautado como salteadores a los ahorristas privados destrozando el Estado de Derecho y la confianza pública en el Estado, es dilapidar con alegre irresponsabilidad propagandística los escasos recursos públicos que en tres o cuatro meses no tendremos para dar comida a los millones de compatriotas que andarán deambulando por las calles pidiendo o exigiendo pan para sus hijos. Detrás de un ideologismo impostado se esconde la mayor incompetencia y falta de previsión para atender los problemas que vendrán y que se están asomando en forma dramática con la caída en la construcción, el derrumbe en la producción –y venta, y exportación- de automóviles y la creciente desocupación que se puede palpar, ya, en las calles de las principales ciudades argentinas. En algún tiempo tendremos dramas sociales que hacía tiempo no veíamos; y no tendremos recursos –que se están dilapidando- para enfrentarlos ni capacidad de endeudamiento –que sí tienen los países serios- para conseguirlos. Es difícil imaginar el grado de las conmociones que pueden darse en nuestra sociedad ante una cúpula de gobierno que alquila “fracs” para adornar a los sindicalistas amañados en recepciones diplomáticas, mientras el país se sumerge cada vez más en las consecuencias de los cinco años de latrocinio “K” que viene sufriendo desde el 2003. Nunca, en toda su historia, la Argentina dilapidó tan irresponsablemente condiciones tan beneficiosas para construir su futuro con inteligencia. En ese lapso, Brasil ahorró Doscientos mil millones de dólares para enfrentar tiempos de vacas flacas. La Argentina del peronismo “K”, con mayores excedentes proporcionales que su vecino, no sólo “se gastó todo” sino que volvió a endeudarse a niveles previos a la crisis del 2001, deuda que provocó el derrumbe que todos recordamos. Aunque su responsabilidad es superlativa, sería injusto culpar de todo a la inefable pareja gobernante. Fueron acompañados por la mayoría
del peronismo, y en el último gran robo, también por la bancada socialista, que –dicho como una digresión desde el dolor de viejos afectos inundados por la frustración- se rasga las vestiduras impugnando “ideológicamente” a un honesto y lúcido dirigente como Ricardo López Murphy mientras olvida su vergonzosa asociación con el hampa kirchnerista para incautar los ahorros previsionales de nueve millones de argentinos, como si se pudiera ser socio de los ladrones y a la vez integrar la comisión de ética de la legión de los honestos. La pareja gobernante no es la única responsable del dislate: también lo son quienes, conociendo más que ellos –por su experiencia de gobierno, por su formación, por sus contactos- sabían a conciencia hacia dónde estaba siendo conducido el país y, pudiendo poner límites y cambiar el rumbo, prefirieron sumarse a los beneficios de la “piñata”. Ahora, la claque aplaude cómo despilfarran los fondos incautados a los incautos ciudadanos que creyeron en el país. Hasta se siguen juntando para otorgar aplausos de compromiso a las genialidades del devaluado atril, convertido en oficina de venta de cocinas y heladeras. Esperan todos “lo que le toca a cada uno”: créditos “blandos”, envíos de fondos para obras públicas que se pagarán pero nunca se realizarán, subsidios a gobernadores e intendentes alineados... hasta que se termine la caja. Seguramente entonces, los mismos, “descubrirán” la irresponsabilidad que han tenido los K al fogonear la crisis y liquidar las herramientas que cuando se necesiten no estarán. “Los K” serán en ese momento los “chivos emisarios” de los que aparecerán como “sorprendidos” al emerger crudamente la dimensión de la crisis y probablemente –entonces- se “indignen” con el robo previsional y el nuevo endeudamiento. Es momento de diseñar planes de defensa de los compatriotas más pobres. Organizar en el escaso tiempo que queda un plan alimentario de emergencia sin connotaciones clientelistas, liberar rápidamente la economía de la asfixia extorsiva y la corrupción, diseñar y poner en marcha un programa sanitario que contenga los efectos más fuertes de la pobreza, convocar a ONGs y especialistas para diseñar rápidamente un programa de viviendas económicas que les garantice techo a las familias que lo perderán o no podrán solventar ni siquiera un alquiler misérrimo, prever – nuevamente- que las Escuelas deberán responder a una nueva situación de emergencia... y concurrir con disposición y ánimo abierto a los espacios internacionales donde se generan las medidas globales, no a dictar cátedras desde la soberbia ignorancia del “maestro de Siruela, que no sabía leer, y puso escuela” o reclamar esperpénticos “copyright”, sino a escuchar con humildad a los que saben y tratar que el mundo vuelva a tomarnos en serio. Debieran reaccionar. No se logrará revertir la crisis global vendiendo heladeras baratas. El propio Obama ha dado el ejemplo, organizando un gabinete con adversarios, convocando a medidas de unidad y ofreciendo la mano tendida hasta a los enemigos de su país que quieran recomenzar el
diálogo. Seguir en el rumbo actual puede tener consecuencias terribles. No parece precisamente el momento adecuado para seguir jugando con fuego. Indice
Editado en versión electrónica por el autor Permitida su reproducción citando la fuente Buenos Aires, marzo de 2009
Una constelación se oculta, otras asoman... Está siendo larga la noche kirchnerista. Aunque más corta que “los 90”, quienes sufrimos en aquel momento lo que nos parecía un retroceso institucional mayor y un retorno a las deformaciones populistas de la democracia no imaginamos que todavía faltaban estos años en que el populismo se enseñorease tanto en los hábitos políticos al punto de pasar por encima de los principios fundamentales de la propia democracia. En aquellos años de fuertes debates y grandes transformaciones, muchas cosas se hicieron –buenas y malas- que sacudieron la siesta provinciana de un país sometido a las corporaciones. Dos, sin embargo, dejarían un signo amargo: la desprotección de los ciudadanos frente al poder económico –en el corto plazo- y uno más negativo en el diseño de la sociedad que vendría: la desarticulación del sistema educativo, que prefiguraría la sociedad disgregada que hoy sufrimos. Pero hay que retroceder mucho en la historia para recordar algún período de latrocinios, desprecio institucional, negación del federalismo, burla al parlamento, sumisión de la justicia, humillación al ciudadano que piense diferente, saqueo generalizado de los fondos públicos y privados, impunidad para los delitos, desguarnecimiento de la seguridad ciudadana, crecimiento de la pobreza estructural –a pesar de los cinco años más favorables para la Argentina en el último siglo-, control perverso de la prensa, asfixia extorsiva a la producción independiente y a la economía libre, ahogo fiscal y persecusión policíaca a empresas y empresarios que no se humillen frente a la camarilla del poder, usurpación de las propias funciones del poder institucional por una persona que no tiene legitimidad ni representación política alguna, distribución discrecional de los fondos públicos a políticos alineados y empresarios amigos, desmantelamiento de los restos de la educación pública, desarticulación de la defensa nacional, ridículo internacional y aislamiento planetario, frivolización del poder y a la vez, desprecio por las obligaciones éticas que su ejercicio impone... en fin, demasiados vicios que han tenido, quizás como única contrapartida positiva, forzar a quienes tienen todavía algún reflejo democrático y extrañan los valores del país republicano a ampliar sus márgenes de tolerancia recíproca, buscando construir los cimientos de lo que vendrá. Afortunadamente, la estrella del kirchnerato se está inclinando en el horizonte y en algún tiempo, que ojalá sea más cercano que lejano, será historia, con sus ejecutores respondiendo ante la justicia libre de un país soberano por sus actos ilícitos. En el otro horizonte comienzan a aparecer las nuevas estrellas, que dibujarán las nuevas constelaciones. Los más firmes en sus reclamos institucionales y democráticos, que alguna vez en la historia se expresaron
a través del viejo radicalismo y hoy conforman un abanico de afectos e historias diferentes están construyendo su acercamiento, junto a otros argentinos que, mirando a los años que vienen, están convencidos de la necesidad de ubicar a nuestra patria en el paradigma del cambio planetario. En otro espacio, quienes prefieren hacer gala de sus “experiencias de gestión” pero comprenden que el nuevo mundo no deja lugar para el paroxismo populista extremo, buscan su acercamiento también en el marco de la reconstrucción de una Argentina republicana. Las “grandes bases” de un país con dos fuerzas políticas modernas, en plena aptitud y creciente actitud de recíproca tolerancia en el juego institucional van insinuándose como el juego maduro del país de relevo. No será un alineamiento de “izquierdas y derechas”, como el siglo XX no mostró un alineamiento de los viejos “unitarios y federales” del siglo XIX. Será un nuevo camino, con nuevas opciones, que competirán para ofrecer a los ciudadanos la forma más eficaz de solucionar sus problemas. En ambas formaciones habrá viejos exponentes de las izquierdas y derechas del siglo que murió, como había antiguos unitarios y federales en las filas radicales y conservadoras, al comenzar el siglo XX. Los nuevos tiempos construirán, para posibilitar el juego de la democracia cuyas reglas se fueron depurando en dos mil años de historia, opciones políticas que buscarán su legitimidad con su acción. En ambos conglomerados –algunos- y en el medio –otros- estamos quienes, quizás por haber vivido intensamente estas densas últimas décadas de reconstrucción democrática, seguimos bregando por la culminación del “proyecto 83”, que liderara Alfonsín con la bandera de la Constitución y el Preámbulo convertido en oración cívica. Quienes creemos que el país necesita completar su ingreso a la modernidad antes de poder levantar velas y comenzar su avance portentoso en un mundo –y en una sociedad argentina- crecientemente cosmopolitas. Quienes creemos que las diferentes visiones no debilitan sino que fortalecen la democracia, porque legitima la representación al acercarla al enorme colorido de las diferentes visiones del pensamiento humano, pero que para que ello efectivamente ocurra es imprescindible que la democracia funcione. Y que ante esta posibilidad que se insinúa de las nuevas fuerzas en formación, creemos que la actitud responsable es cuidarla con prudencia, delicadeza, sensatez, tolerancia. Es el servicio que la nación espera de aquellos a quienes tocó en suerte la responsabilidad de encausar la democracia, luego de tantas décadas de ausencia. “Por cien años más”, enmarcando la convivencia de todos quienes integramos el país que empezó en mayo, hace casi doscientos años. Es mucho más importante que fabricar internas, endurecer los codos para integrar alguna lista, o inventar ingeniosas descalificaciones que debiliten a los necesarios socios en la reconstrucción.
No podemos ignorar que antes de terminar de eclipsarse en el horizonte para siempre, la pequeña pero sumamente dañina constelación “K” todavía está en condiciones de profundizar su daño. Debemos evitar que ese daño altere la construcción de la convivencia que viene, plural, abierta, creativa, democrática, solidaria, libre. En las verdaderas antípodas del ciclo que se muere. Indice
Garrido y la banalización del mal El rápido esclarecimiento del asesinato del policía Aldo Garrido muestra crudamente un conjunto de emergentes sobre la debilidad de los valores y de los lazos en que se asienta la convivencia en la zona metropolitana de nuestro país. Y también evidencia la inconsistencia de los “paradigmas iconográficos” instalados en el imaginario oficial sobre los policías, los delincuentes y los delitos. Un policía ejemplar, de vocación y dedicación a su misión como los confiables y solidarios funcionarios cuya misión los niños argentinos aprendían a respetar y querer en la escuela primaria, se muestra como contraejemplo de las bandas de comisarios secuestradores y vinculados al narcotráfico que también se han visto estos días. Una pareja de delincuentes –uno de ellos, reincidente- alejado de las imágenes de tenebrosos gangsters con temibles rostros y carentes de cualquier esbozo de afectos, muestra por el contrario el aspecto de un matrimonio “casi normal”, facilmente identificables como uno de entre los miles que habitan el país. Tan “normal” que portaban entre sus efectos personales el que finalmente los llevaría a caer: la fotografía de su hijo en el Jardín de Infantes al que concurría. Y un delito contra la propiedad por el que, en el peor de los casos, hubiera correspondido un par de años de detención efectiva –debido al criterio de juzgamiento de nuestras leyes y tribunales-, para evitar la cuál reaccionaron cortando la vida de una persona honorable que temían que frustrara su acción, fue el drama. La banalidad del mal, que Ana Arendt analizara en oportunidad del juicio a Albert Eichmann, muestra en este caso otro matiz, tan o más terrible que aquél. En aquella oportunidad, Arend reflexionaba sobre la ausencia de valores en las decisiones imputadas a Eichmann, quien daba por supuesto, al momento de firmar las órdenes de traslado de miles de personas a los campos de Auschwitz, que estaba haciendo lo correcto, aceptado como tal por su gobierno y sin ningún cuestionamiento de su sociedad. Le tocaba estar ahí, ser él el que pusiera los sellos y las firmas en los documentos previstos para tal fin, y así actuaba, creyendo ser un buen militar y un buen ciudadano. La pensadora judía llegó hasta detectar en sus investigaciones algunas oportunidades puntuales en las que ese hombre, cuando tuvo oportunidad de actuar discrecionalmente, había desviado contingentes de detenidos hacia campos en los que no había comenzado el exterminio, e incluso hacia su expulsión a Palestina. La “banalidad del mal”, en la visión de Arendt, estaba en el sistema estatal nazi, organización para la que cualquier calificativo –criminal, horrendo, diabólico...- no alcanza a
describir porque desbordaba cualquier pauta ética conocida o elaborada por la filosofía en sus miles de años de reflexión. Simplemente, el mal en su esencia más pura había sido banalizado al punto de ser erradicado de la reflexión y borrado como contra-valor de la convivencia humana. La muerte de Garrido muestra obvias diferencias. No hay un “plan criminal”, al menos elaborado como el nazi. No hay un sustento teórico para el crimen, como pretendía haberlo en el estado nacional-socialista. No hay tampoco un objetivo genocida, como se desprendió de la “Conferencia de Wansee” que decidió la eliminación de once millones de judíos. Desde este enfoque, la relación “Estado-mal” está lejos de la situación existente en la Alemania nazi. Pero sí existe una actitud estatal que puede compararse: la banalización del mal. La sensación de que “todo vale” y de que no hay leyes que regulen la convivencia. La justificación de cualquier acto delictivo no sólo por la contra-ejemplaridad de un poder corrupto hasta la médula sino por la contra-ejemplaridad de la ausencia de valoración negativa hacia cualquier delito, sea robo, agresión o crimen, con la justificación en la presunta esencial injusticia del “sistema”. Cinco años llevan en el gobierno, y aún la palabra “inseguridad” no ha aparecido en los discursos presidenciales a pesar de la terrible realidad que vivimos. Está borrada, tanto como la palabra “democracia”. Es el mensaje que asoma del crimen de Garrido. Un policía bueno (que sobrevivió a la persecusión del kirchnerismo a cualquiera que vista uniforme). Una familia “casi normal”, para la que resulta “casi normal” asesinar a un policía porque podía impedirle robar algunos pocos efectos – hecho que muy posiblemente, considerarara normal y dentro de sus derechos..-. Y afectos que no alcanzaron para neutralizar el mal. Ni los de los vecinos que querían a Garrido, ni los de los asesinos que –seguramentequieren a su hijo, al punto de llevar su foto en el llavero que terminó con ellos en la cárcel. El mal, liberado en su terrible banalidad, fue superior en su efecto destructor. Quizás sea discutible la extensión del mal y su peligrosa instalación en el maniqueísmo con su opuesto. Lo que es indiscutible es que existe y que nos convoca a trabajar para limitarlo, si no podemos erradicarlo. Ese límite no llegará de justificaciones ideológicas a sus efectos, ni de la creación de un “contra-mal” que a la postre signifique su triunfo, como lo sería el endurecimiento de la convivencia hasta llegar a la absoluta intolerancia recíproca. Debe llegar de una alianza madura y coordinada que no puede tener otra base que la reinstalación del estado de derecho, con su definición fundamental: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, que debe aplicarse a todos por igual, desde el Presidente hasta el último ciudadano. Es el fundamento último del respeto universal a los derechos
humanos, el que fue violado por las leyes nazis y el que es violado por la ausencia de ley entre nosotros. Neutralizar las políticas de seguridad por el debate eterno sobre sus causas sociales o sus efectos terribles es el peor camino. No se trata de “lo uno, o lo otro”. Se trata de “lo uno, y también lo otro”. Atacar fuertemente las complicidades “globales-locales” del delito. Fortalecer las políticas públicas y las acciones solidarias de inclusión –educativa, social-. Respaldar claramente el combate al delito con la jerarquización y equipamiento de las fuerzas de seguridad y judiciales. Reforzar la ejemplaridad del Estado, llevando a los grandes ladrones a la justicia y siendo implacables con ellos. Todo ello está en la Constitución y en las leyes. No es necesario inventar la pólvora. El símbolo de la fotografía del niño –que es el futuro, el triste futuro del país que se está diseñando en estos tiempos “K”- permitiendo a la justicia atrapar a sus padres delincuentes, quizás deje una luz de esperanza, por su conmocionante consecuencia. Pero es apenas un consuelo. No borrará el delito. No resucitará al policía héroe ni lo traerá de nuevo con su familia. No reconstruirá la confianza de los vecinos. Y mucho menos restaurará la familia de los delincuentes asesinos en una vida virtuosa. Terminar con la banalización del mal obliga a valorar el bien. Como política pública y como decisión de todos. El estado “K” no ha planificado, como Hitler, la aplicación del mal mientras lo banalizaba en la consideración pública. Pero está haciendo algo muy peligroso: borrar la diferencia entre el mal y el bien, llevando a la sociedad la sensación de indiferencia entre ambos, la inexistencia de la opción y su consecuente auto-liberación de cualquier obligación política o ética. El “bien” ha abandonado su papel como guía de las políticas públicas y el “mal” como peligro que el Estado –las personas organizadas políticamente- debe evitar. Y ese “todo vale” del poder deviene, para muchos, en un indicador de que es un principio que también rige para las personas. La “banalización del mal” desbordó el Estado y se está volcando, avasallante, en la convivencia contidiana. Indice